Psicologia Del Comportamiento Colectivo

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Psicología del comportamiento colectivo

Psicología del comportamiento colectivo Félix Vázquez Sixto (Editor)

Título original: Psicologia del comportament col·lectiu Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu Primera edición en lengua castellana: septiembre 2003 © Teresa Cabruja i Ubach, Lupicinio Íñiguez Rueda, Juan Muñoz Justicia, Félix Vázquez Sixto, Pep Vivas i Elias, del texto © 2003 Editorial UOC Aragón, 182 - 08011 Barcelona www.editorialuoc.com

Material realizado por Eureca Media, SL Impresión: Gráficas Rey, SL ISBN: 84-8429-031-X Depósito legal:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

Editor Félix Vázquez Sixto

Autores Teresa Cabruja i Ubach Doctora en Psicología y profesora titular de Psicología social en la Universidad de Gerona en las licenciaturas de Psicología y de Psicopedagogía. Su investigación se centra en la construcción social de la intersubjetividad y las relaciones de poder en diferentes contextos (institucional, en el habla cotidiana y en las producciones culturales); especialmente en las prácticas discursivas sobre la “diferencia sexual”, la “cultura” y lo “normal/patológico”, desde una perspectiva socioconstruccionista. Lupicinio Íñiguez Rueda Doctor en Filosofía y Letras (Psicología) y profesor titular de Psicología social en la Universidad Autónoma de Barcelona. Coordinador del Programa de Doctorado en Psicología Social de la misma universidad. Juan Muñoz Justicia Doctor en Psicología Social y profesor titular de Psicología social en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus temas de principal interés son la dinámica de grupos y las herramientas informáticas de ayuda a la investigación cualitativa. Félix Vázquez Sixto Doctor en Psicología Social y profesor titular de Psicología social en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus líneas de investigación son: construcción social de la memoria, política y relaciones de poder y metodologías cualitativas. Pep Vivas i Elias Profesor propio de la UOC de los estudios de Psicología y Ciencias de la Educación. Máster en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Intervención Ambiental: Contextos psicológicos sociales y de gestión por la Universidad de Barcelona.

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Índice

Índice

Presentación .................................................................................................

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Capítulo I. Procesos colectivos y acción social ................................. 15 Juan Muñoz Justicia y Félix Vázquez Sixto Introducción ................................................................................................ 15 1. Concepto de comportamiento colectivo .............................................. 18 2. Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos ....................... 35 3. Condicionamientos ideológicos en el estudio de los comportamientos colectivos ...................................................... 43 4. El rumor como comunicación colectiva .............................................. 48 5. Psicología de las multitudes en situaciones de crisis: desastres y pánico ................................................................................................... 62 6. Control social y resistencia en las redes interactivas .......................... 69

Capítulo II. Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva y cambio social ..................................................................................... 75 Lupicinio Íñiguez Rueda Introducción ................................................................................................ 75 1. Los movimientos sociales ...................................................................... 78 2. Cómo se entienden los movimientos sociales. Las distintas aproximaciones teóricas ........................................................................ 87 3. Aportaciones de la Psicología social ..................................................... 110 4. Emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales .................................................................. 120

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Capítulo III. Las instituciones sociales. Reproducción e innovación en el orden social. Resistencias y cambio social ..... 135 Teresa Cabruja i Ubach Introducción ................................................................................................ 1. Definición y concepciones de institución social: paradigma normativo/paradigma interpretativo ................................................... 2. La crítica de Erwing Goffman a las instituciones totales: el psiquiátrico ......................................................................................... 3. La crítica de Michel Foucault a la institución como dispositivo disciplinario. Las prácticas de encierro y el saber: el manicomio y la prisión .............................................................................................. 4. Aproximaciones a la noción de control social .................................... 5. El pensamiento y la identidad institucional ....................................... 6. La Psicología como productora y reguladora de subjetividad: el carácter construido de las operaciones sobre el self ........................

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Capítulo IV. La memoria social como construcción colectiva. Compartiendo y engendrando significados y acciones ............. 189 Félix Vázquez Sixto y Juan Muñoz Justicia Introducción ................................................................................................ 189 1. Las dimensiones psicosociales de la memoria ..................................... 192 2. La memoria como construcción social ................................................. 237 Capítulo V. Medio ambiente y comportamiento humano. Aproximaciones conceptuales desde la Psicología ambiental ..... 259 Pep Vivas i Elias Introducción ................................................................................................ 1. Dimensiones cognitivas, simbólicas y sociales del entorno ............... 2. El ser humano y el entorno ................................................................... 3. Medio ambiente y comportamiento ..................................................... 4. La dimensión socioespacial del comportamiento ............................... 5. El imaginario ecológico .........................................................................

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Bibliografía ................................................................................................... 305 Glosario ........................................................................................................ 321

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El interés y el estudio de los procesos colectivos corren paralelos a la conformación de la Psicología social. Si bien este hecho es una característica que singulariza el proceso de constitución de este ámbito de conocimiento y debe figurar en la columna del “haber” de la disciplina, es cierto que en la columna del “debe” tienen que constar otras anotaciones. Éstas deben hacer visible la manera en que la Psicología social contribuyó a conformar una noción de comportamiento colectivo y una teorización sobre éste coaligada con los supuestos hegemónicos y con las operaciones de control y sujeción de las transformaciones emprendidas socialmente. Evidentemente, se pueden mostrar objeciones y plantear circunstancias eximentes que, por medio de una explicación, traten de mitigar por qué ello fue así. Sin embargo, no se trata de justificar ningún quehacer, sino de considerar la Psicología social como un objeto de estudio que puede ser analizado desde la misma Psicología social. En este sentido, se trata de considerar cómo surgen la teorización, los planteamientos y las aportaciones en una sociedad y en un momento histórico determinado y cómo pueden estas condiciones de constitución volverse normativas en el desarrollo de la disciplina, generando procesos de inclusión y exclusión de determinados planteamientos e interpretaciones alternativas y, claro está, de connivencias con el orden social establecido o con las resistencias a éste. En efecto, si bien la Psicología social se sirvió en buena medida del estudio de los procesos colectivos para revestirse con una capa social, lo cierto es que las maneras de tratar el análisis de estos procesos se hicieron, salvo excepciones, en términos individuales, con lo que contribuyeron a un estudio de los procesos colectivos que, al mismo tiempo, era espejo y reflejo de la Psicología social más individualista. Espejo, cuando se consideraba a las multitudes como manifestaciones patológicas de la “naturaleza humana”; reflejo, cuando se consideraba

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que las “leyes psicológicas” que rigen las masas no eran las mismas que regían a los individuos. El interés por la investigación de los comportamientos colectivos surge como consecuencia de acontecimientos sociales, históricos, políticos y económicos. Sin embargo, contrariamente a lo que se suele pensar, no busca una excusa de este interés en una idea altruista del conocimiento, sino que éste, en gran medida, se debe al temor y a la subordinación a una financiación ideológica y económica para que su estudio fuera orientado hacia la obtención de conocimientos que favorecieran su control. En la actualidad, por lo que se desprende de algunas formulaciones, parece que nada hubiera cambiado. El comportamiento colectivo suele estudiarse en términos negativos, aunque pocas veces se reconoce el sentido en el que se enfoca esta negatividad, como tampoco se explicita a qué intereses sirve este enfoque. Afortunadamente, no todas las aportaciones conceptúan los procesos y el comportamiento colectivo en términos negativos, sino que hay análisis y estudios que, en lugar de ver en aquellos una amenaza, los conciben como vehículos, prácticas y catalizadores de la acción social. Estas aportaciones se suelen basar en una lectura del conflicto social en términos productivos y no como una reducción o un atentado contra “la sociedad”. ¿Atentado contra la sociedad? Conviene reflexionar sobre esta pregunta, aunque quizá bastará con enunciar una pregunta complementaria: ¿a qué sociedad nos referimos? Quizá esta simple formulación nos permitiría establecer un punto de partida fundamental: ¿la sociedad concebida como un ente ordenado o la sociedad concebida como un conflicto permanente?, ¿la sociedad de las desigualdades o la idílica sociedad de las oportunidades?, ¿la sociedad que se desespera en la esperanza o la sociedad que ya no quiere esperar más y quiere tomar el timón?, ¿la sociedad que grita “que se vayan todos” o la que se aferra a “las prisiones de lo posible”? El interés actual por el comportamiento colectivo y por los movimientos sociales, y no sólo en el ámbito de la Psicología social y de otras ciencias sociales, sino en los entornos cotidianos donde se desarrollan nuestras vidas, permite poner de manifiesto el significado del comportamiento colectivo, lo que contribuye a llenar de pleno sentido la dimensión antagonista, transformadora y, en definitiva, política que subyace en muchos procesos colectivos. Por ello, a través de los diferentes capítulos que componen este volumen se examinarán cons-

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trucciones y procesos colectivos y se estudiará su incidencia en las prácticas sociales y, en consecuencia, en la producción, en la reproducción y en la autoalteración social. En efecto, en los diferentes capítulos se prestará una particular atención al cambio social y se analizará la importancia de la acción colectiva en el mantenimiento y subversión del orden social y en la conformación de nuevas identidades. Todo ello, a fin de que el lector y la lectora dispongan de medios para el estudio del comportamiento colectivo y para el análisis de las nuevas formas que está adquiriendo en la sociedad actual. Este volumen se enmarca dentro del área de Psicología social, concebida como un ámbito de conocimiento no encapsulado, sino de producción transdisciplinaria de conocimiento. El propósito que se persigue con los diferentes capítulos es presentar una introducción a los análisis y a las reflexiones que se han llevado a cabo desde la Psicología social del comportamiento colectivo. Para ello, se propone el estudio de las características del comportamiento colectivo y el estudio de diferentes fenómenos y procesos que están involucrados con éste, tanto en relación con su emergencia y mantenimiento como por lo que respecta a su investigación. En este sentido, se plantea un programa que no sólo promueve el estudio de procesos y fenómenos básicos dentro de la conceptualización y encuadre de la materia, sino una propuesta en la que se abordan procesos concretos estrechamente vinculados a su desarrollo. Con ello pretendemos principalmente dos objetivos. Por un lado, poner al alcance del lector y de la lectora conocimientos, visiones y perspectivas clásicas por medio de los cuales se han estudiado los procesos colectivos, pero siempre enfocados desde un punto de vista reflexivo y crítico para que pueda disponer de elementos analíticos que le permitan, no sólo asimilar información como si se tratase de un mero consumo, sino, sobre todo, para que pueda examinarlos desde un punto de vista propositivo y conectar dialécticamente sus reflexiones y bagajes con los desarrollos que se presentan. Por otro lado, siguiendo los mismos criterios, también hemos tratado de hacer accesibles nuevas visiones y perspectivas desde las que, en la actualidad, se analizan los procesos y el comportamiento colectivo. La relevancia de los contenidos y el tratamiento con el que se exponen, pretenden proporcionar un marco de examen y de análisis más amplio de los fenómenos y procesos que el que se facilita con el estudio de las relaciones cara a cara o de los procesos grupales. Se trata de indagar cómo contribuyen las

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prácticas cotidianas y la acción social a la producción, reproducción y transformación social, mientras éstas se ven afectadas por la misma producción y reproducción a las que contribuyen. En el capítulo “Procesos colectivos y acción social” se parte de una contextualización histórica, que muestra dos importantes aspectos: el hecho de que el estudio del comportamiento colectivo ha acompañado “desde sus orígenes” a la Psicología social y el hecho de que el encuadre histórico constituye una dimensión ineludible para entender cómo se ha concebido y cómo se ha abordado su estudio. Ello, permitirá entender el significado que abarca la noción de comportamiento colectivo y examinar las principales aportaciones teóricas y temáticas realizadas desde la Psicología social. Por medio de la contextualización histórica se analizan los componentes sociales e ideológicos de su tratamiento y se enmarcan y examinan las diferentes explicaciones que se han proporcionado, enfatizando la manera como ambos componentes constituyen elementos primordiales para su comprensión y explicación. Se discuten con cierto detalle dos de los temas clásicos que configuran el ámbito de estudio del comportamiento colectivo: los rumores y la psicología de las multitudes en situaciones de crisis; para acabar el capítulo con un análisis somero del comportamiento colectivo en red, desentrañando algunas de sus características, su potencialidad como vehículo de resistencia, para acabar señalando cómo puede revertir esta nueva modalidad de comportamiento colectivo en una revisión de los enfoques clásicos. El acento en la dimensión histórica como dimensión constitutiva de lo social también aparece en el capítulo “Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva y cambio social”. Por medio del análisis de diferentes enfoques que se han desarrollado a lo largo del tiempo en la Psicología social, se proporcionan las coordenadas que hacen inteligible y encuadran el estudio de los movimientos sociales. Para ello se recurre a las aportaciones de la Psicología social clásica, al repaso de las principales aportaciones teóricas al estudio de los movimientos sociales y al análisis detallado de la teoría de la influencia minoritaria y de la teoría de la identidad social como hitos importantes de la contribución al estudio de los movimientos sociales realizada por la Psicología social contemporánea. Asimismo, se presenta una manera de articular una definición de movimiento social partiendo de los argumentos examinados por medio de las diferentes aportaciones revisadas. Como colofón, se discute y se intenta dilucidar, a través

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del análisis del movimiento “antineoliberal”, el alcance que las nuevas teorías sobre la sociedad tienen en el estudio de los nuevos movimientos sociales. Los diferentes contenidos que se presentan y su vertebración, permitirán al lector y a la lectora adentrarse en las diferentes aportaciones y teorizaciones sobre movimientos sociales y estudiar el significado y relevancia de éstos en la construcción y transformación social. Contrariamente a lo que se suele pensar, las instituciones no son algo extraño a nuestra vida, algo con lo que nos relacionamos exteriormente o con distancia. En el capítulo “Las instituciones sociales” se pone de manifiesto cómo éstas transmiten pautas de comportamiento, valores, normas y roles que los seres humanos producimos, reproducimos, cambiamos y a los que también nos resistimos y cómo, asimismo, o precisamente por ello, las instituciones participan de una manera determinante en el control social. Mediante un repaso a las diferentes concepciones de institución social, con especial atención a las aportaciones críticas de Erwing Goffman y Michel Foucault, las relaciones entre instituciones sociales y el conocimiento como institución, así como el control y la organización social, se lleva a cabo el desarrollo de un análisis de cómo las instituciones sociales y las dinámicas que generan mantienen una íntima relación con el pensamiento. En este sentido, se examina cómo las instituciones sociales nos constituyen, nos organizan y nos subjetivan. Sin embargo, de la misma manera, también se examina cómo por medio de las prácticas cotidianas y todo lo que de éstas se desprende, no sólo participamos en la reproducción de estos procesos, sino que también los subvertimos. Por último se considera cómo se erige la Psicología en institución social del conocimiento sobre las personas y qué efectos tiene sobre la regulación social de la vida. En definitiva, el itinerario que se traza permite abordar el papel de las instituciones sociales en la vida cotidiana y escudriñar el papel instituyente e instituido que tienen en la conformación de categorías de pensamiento y en la producción de procesos de subjetivación. A partir de la desconstrucción de la noción de memoria como capacidad individual, el capítulo “La memoria social como construcción colectiva” discurre hacia la conceptualización de este proceso como acción social. Es decir, como un proceso contextual, sociocomunicativo, producido y articulado mediante prácticas por medio de las cuales se elaboran significados sobre el pasado. En este recorrido se destaca el carácter de producción histórica de la memoria (tanto en lo que se refiere a su consideración a modo de producción social, como en

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lo que concierne a su estudio) y el carácter compartido de su producción. Para ello se sintetizan las aportaciones de diferentes autores “olvidados” o “relegados” por parte de la Psicología social dominante y, basándose en buena medida en éstos, se propone el estudio de la memoria social destacando su condición de proceso argumentativo y retórico, y poniendo de relieve su carácter de producción discursiva y de vínculo relacional. Dicho con otras palabras, se examina la memoria como construcción social y se reflexiona sobre la importancia de la acción conjunta y de la elaboración compartida de significados en la creación de discursos y prácticas sobre el pasado. En el último capítulo, “Medio ambiente y comportamiento humano”, se analiza la interacción de la persona con el medio ambiente, a fin de determinar la importancia de los entornos en las relaciones entre las personas y en la significación que adquieren por medio de las prácticas y de los discursos que se conforman sobre éstos. Para ello se hace un triple recorrido que permite enfocar el análisis de los procesos psicosocioambientales tematizándolos desde distintas perspectivas y con diferentes énfasis. Este triple recorrido, articulado por medio de los ejes cognitivos, simbólicos y discursivos, prescinde de una visión atomizada de la imbricación del medio ambiente en el comportamiento humano y con éste, mostrando fundamentos y argumentos que se entrecruzan, dialogan y disienten. Precisamente la vertebración de estos argumentos y fundamentos es la que conduce a un análisis de la “cientifización” y “tecnificación” del espacio y su institucionalización mediante discursos y prácticas y, obviamente, por medio de la circulación de discursos medioambientales que repercuten sobre nuestra manera de concebir y relacionarnos con las “realidades ambientales”. Creemos que con esta sucinta introducción el lector y la lectora cuentan con elementos suficientes para adentrarse en los contenidos que se proponen en cada uno de los capítulos. No insistiremos, pues, en los argumentos que vertebran cada uno de ellos y sus respectivos tratamientos. Simplemente, quisiéramos sugerir que los procesos colectivos tienen una importancia tal en la configuración actual de nuestras sociedades que consideramos urgente, no sólo reexaminar los modelos y las teorías que intentan dar cuenta de ellos, sino establecer una mirada distinta sobre los mismos que debería incorporar sus propios modos de autodescripción.

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Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Capítulo I

Procesos colectivos y acción social Juan Muñoz Justicia Félix Vázquez Sixto

Introducción El 11 de septiembre de 2001 millones de personas asistimos entre incrédulos y aterrorizados al desplome de dos de los principales símbolos de la economía capitalista: las Torres Gemelas del World Trade Center en la isla de Manhattan caían poco después de sufrir el impacto de dos aviones comerciales. A continuación ocurría algo parecido en otro símbolo, esta vez un emblema del poder militar: el Pentágono sufría también el impacto de un avión de pasajeros. Difícilmente podremos olvidar las imágenes de las Torres desmoronándose o aquellas otras de las personas que se lanzaban al vacío para intentar, en vano, escapar de las llamas. Del mismo modo, difícilmente sucumbirán en nuestra memoria aquellas otras imágenes que, pocos días después, empezaron a aparecer en los medios de comunicación. La operación “Libertad Duradera” nos volvió a ofrecer escenas de pánico, estampas de edificios destruidos, panorámicas de personas huyendo; aunque no nos ofrecieran imágenes de civiles muertos por bombas que no matan, sino que causan “daños colaterales”. El conjunto de todas esas imágenes sintetiza a la perfección una situación que permite ilustrar gráficamente gran parte del contenido de este capítulo dedicado a los procesos colectivos. Multitudes airadas que se manifiestan clamando represalias, que se exponen para mostrar su odio al malvado enemigo cristiano o musulmán, oriental u occidental. Tumultos, disturbios, enfrentamientos entre manifestantes y policías o ejército.

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A través de los diferentes apartados, veremos cómo la Psicología social ha prestado atención, prácticamente desde sus orígenes, a este tipo de acontecimientos, intentando explicar el cómo y el por qué de la conducta aparentemente irreflexiva de las personas cuando se unen en una multitud. Para hacer este recorrido, nos apoyaremos en algunos puntos de referencia que nos permitirán definir, situar e identificar el comportamiento colectivo y los fenómenos a los que se hace referencia con este término, examinar sus características principales y conocer y valorar las explicaciones que diferentes perspectivas teóricas en la Psicología social nos ofrecen de estos fenómenos. Propondremos, asimismo, una primera aproximación al concepto de comportamiento colectivo, realizando un breve repaso de las diferentes tipologías y clasificaciones que se establecen habitualmente. De este modo, podrá verse la ambigüedad y el solapamiento que se dan en el uso de nociones como masa, multitud o público. Examinaremos también el papel que la Psicología colectiva ha tenido en la historia de la Psicología social, con la ayuda de un breve repaso de autores a menudo olvidados, como Sighele y Tarde, así como de los clásicos Le Bon, Wundt y Freud. Para completar este enfoque, revisaremos las principales perspectivas teóricas del comportamiento colectivo. Para plasmar este propósito, partiremos de las explicaciones más psicologistas, que asumen la homogeneidad de la conducta de los miembros de la masa, así como la irreflexibilidad e irracionalidad de la misma (perspectivas presentes en las teorías del contagio y de la convergencia), para continuar a través de las explicaciones que ponen mayor énfasis en la definición de la situación y las condiciones en que se da la conducta de masas en el seno de un grupo (como las que nos ofrecen la teoría de la norma emergente y la del valor añadido o tensión estructural), para finalizar y prestar especial atención a las explicaciones más propiamente sociales que nos ofrecen las teorías de la identidad social. Analizaremos igualmente desde sus condicionamientos ideológicos las principales aportaciones al estudio de las masas, valorando sus explicaciones, y examinaremos asimismo las versiones que se manejan en los contextos cotidianos. Ello nos permitirá explorar las muy distintas consecuencias teóricas y políticas que implica enfocar la conducta colectiva como fenómeno caracterizado por la irracionalidad y la violencia, o como proceso contextualizado y sólo plenamente inteligible en el seno de conflictos intergrupales, para incidir de nuevo en el

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Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

contexto sociocultural e ideológico como una pieza clave para comprender el comportamiento colectivo. Multitudes atemorizadas que se dispersan y huyen de una torre en llamas, de un bombardeo aéreo, del hambre, de la persecución, del acoso, etc. e, incluso, de sus presuntos protectores. La Psicología de las multitudes en situaciones de crisis, ante los desastres, ante el pánico, constituirá otro de los apartados de este capítulo, en el que estudiaremos las potencialidades de distintas propuestas teóricas a la hora de explicar este tipo de fenómenos. Acontecimientos de esta índole (escenarios conflictivos, catástrofes, situaciones despavoridas, etc.) suelen dar paso, de inmediato, a todo tipo de especulaciones, de interpretaciones, de informaciones y de comunicaciones que pretenden describirlos, analizarlos y explicarlos. Comunicaciones e informaciones que circulan a través de los medios de comunicación de masas y que rebotan en las personas, que prosiguen con su difusión por medio del “boca a oreja”... “Un cuarto avión, que se ha estrellado contra el suelo, se dirigía hacia la residencia del presidente de Estados Unidos de América”; “los atentados contra las Torres Gemelas han sido planeados por los servicios secretos israelíes”, etc. Otro de los apartados que desarrollaremos en este capítulo tratará de describir este tipo de fenómenos, los rumores como forma de comunicación colectiva. Desde el acontecimiento del 11 de septiembre, estos rumores han circulado y se han difundido ampliamente por medio de “la Red”, del mismo modo que han circulado comunicados, reflexiones, solicitudes de firmas de apoyo a las víctimas, solicitudes de firmas de oposición a la guerra/venganza, y de la misma manera que han circulado anécdotas, ocurrencias, chistes, etc. Nos detendremos en el análisis de las informaciones para identificar qué características deben reunir para ser considerados un rumor y conocer los términos en que se ha abordado su estudio, las formas de transmisión y el funcionamiento de estas informaciones, así como los elementos que habrá que tener en cuenta para controlar el rumor. “La Red”, anatematizada por algunos por ser vehículo de pornografía y herramienta al servicio de la delincuencia y el terrorismo internacionales, ha dejado patente su utilidad como vehículo de información, pero también, como veremos en el último apartado de este capítulo, como vehículo de resistencia. Una breve aproximación al comportamiento colectivo “en red” constituirá el colofón de nuestra exposición. Analizaremos algunas de sus características espe-

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cíficas como comunicación colectiva y como vehículo de resistencia, con el fin de poder valorar la adecuación de las diferentes explicaciones ofrecidas a lo largo del capítulo al análisis de estas nuevas formas de conducta colectiva.

1. Concepto de comportamiento colectivo Aunque la mejor definición de qué se entiende por comportamiento colectivo será la que pueda extraer el lector o la lectora a través del recorrido por las páginas siguientes, aquí ofrecemos una de las muchas posibles. A lo largo del texto veremos hasta qué punto podemos considerarla válida o no. “[Definimos] la conducta colectiva como una acción voluntaria, dirigida a una meta, que se produce en una situación relativamente desorganizada, en la que las normas y valores predominantes de la sociedad dejan de actuar sobre la conducta individual. La conducta colectiva consiste en la reacción de un grupo a alguna situación”. Appelbaum, R. P., y Chambliss, W. J. (1997, p. 422).

Para que el lector o lectora pueda conectar esta definición con algunas de las representaciones que podrían sintetizarla, le sugerimos que trate de recordar (aunque es posible que su mirada tropiece con ellas todos los días en la prensa y en la televisión) imágenes de manifestaciones, algaradas, revueltas y disturbios. Todas estas expresiones son un ejemplo de uno de los tipos de conducta colectiva más estudiados, la conducta de masas. Sin embargo, como veremos, existen otras posibilidades.

1.1. Ambigüedad del concepto de comportamiento colectivo

A pesar de la definición precedente, hacer referencia al comportamiento colectivo presenta el problema no sólo de la vaguedad de la definición del término, sino también que, en la práctica, se utilizan diferentes términos para referirse a un mismo fenómeno o un mismo término para referirse a distintos fenómenos.

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Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Masa, multitud y público constituyen algunas de las etiquetas que, a veces, se utilizan de manera intercambiable. Así, por ejemplo, Ovejero (1997) plantea la necesidad de distinguir entre masa y multitud, dado que, desde su punto de vista, son dos conceptos que suelen utilizarse como sinónimos, pero que, a pesar de sus similitudes, se diferencian en el hecho de que las masas, en relación con las multitudes, son más abstractas y difusas, y presentan fronteras menos definidas. Aunque otros autores, como por ejemplo Moscovici, no comparten esa diferenciación, puesto que afirma que “Una multitud, una masa, es el animal social que ha roto su correa” (Moscovici, 1985, p. 13). Por su parte, Jiménez Burillo (1981) distingue entre agregados, públicos y multitudes (sin establecer diferencia entre multitudes y masas). Los agregados serían conjuntos de personas con conductas semejantes, pero que no comparten objetivos; los públicos, en cambio, pueden tener intereses comunes, pero no tienen una relación directa entre sí; finalmente, las multitudes se caracterizarían por estar formadas por personas próximas entre sí con un punto o foco común de atención, pero sin necesidad de que exista organización ni objetivos propios. El intento de acotar el concepto ha llevado a la proliferación de tipologías, de clasificaciones de diferentes modalidades de conductas colectivas, que, en la práctica, casi siempre han acabado siendo tipologías de las conductas o tipos de masas. Y ello a pesar de las advertencias de diferentes autores, como por ejemplo, Stoetzel (1965) y Milgram y Toch (1969), que señalan que prácticamente ninguna tipología puede recoger el amplio abanico de los distintos fenómenos de masa. “Incluso si pudiera realizarse de manera satisfactoria, […] probablemente toda clasificación de colectividades, no servirían de gran cosa para explicar los fenómenos que en ellas se producen.” Stoezel, J. (1965, p. 238).

A pesar de ello, prácticamente ningún autor parece poder resistirse a la tentación de proponer algún tipo de clasificación, e incluso Milgram y Toch, reproducen la clasificación que realizó Brown, en la edición de 1951 del

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Handbook of Social Psychology, partiendo de una diferenciación básica entre masas activas y pasivas, y que se ha convertido en una de las tipologías más utilizadas. Asumiendo la dificultad de conformar una tipología, Munné (1970) propone establecer diferentes clasificaciones considerando distintos criterios, lo que le lleva a proponer las dimensiones de clasificación siguientes: • Características de los participantes: homogéneas y heterogéneas. • Grado de participación: pasivas o activas. • Grado de orden con el que se produce el fenómeno: ordenadas o desordenadas. • Grado de ocasionalidad del fenómeno: esporádicas o intermitentes. • Grado de improvisación: imprevistas (espontáneas o inesperadas) o previstas (preorganizadas con intencionalidad). Naturalmente, Munné tampoco se resiste a la tentación y nos ofrece “su tipología” (se pueden consultar las páginas 190 a 194 de su libro para una descripción detallada de los distintos tipos). Grafico 1.1.

Tipos de masas según Munné (1970, p. 190).

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No obstante, a la hora de intentar dilucidar conceptos, probablemente la mejor aclaración es la que nos ofrece Jiménez Burillo: “Aunque es muy difícil recoger en castellano, existen unas diferencias sutiles entre masa, muchedumbre y multitud y otras, desde luego más claras, entre multitud y conceptos expresivos de acciones colectivas como motines, revoluciones, etc. Quizá podamos retener para nuestros propósitos la idea de que la multitud en el sentido antes descrito es la unidad básica de análisis del comportamiento colectivo, siendo luego otros factores los que cualifican diversamente el comportamiento de esa multitud.” Jiménez Burillo, F. (1981, p. 269).

Para acabar este subapartado, ofreceremos otra definición que adelanta parte de lo que expondremos en el apartado dedicado a los condicionamientos ideológicos. Se trata de una caracterización por oposición: si la preocupación de la sociología es el orden, ¿significa esto que la conducta colectiva es el desorden? “La expresión conducta colectiva designa esos ‘residuos’ que una sociología preocupada especialmente por el orden social no llega a asimilar: comportamientos de masas, modas, agitaciones o problemas sociales, fenómenos de contagio, motines, histeria de masas, etc.” Dupuy, J. P. (1991, p. 14).

1.2. El papel de la Psicología colectiva en la historia de la Psicología social Cada vez es más frecuente poder leer advertencias sobre la “perversidad” de determinadas historias de la Psicología social, sobre los datos incorrectos que aparecen en los manuales y que se han ido transmitiendo de generación en generación de psicólogos sociales sin que se hayan cuestionado hasta fechas relativamente recientes. Cuando se hacen estas advertencias es típico referirse a los diferentes capítulos sobre la historia de la Psicología social publicados por Gordon W. Allport en las sucesivas ediciones del Handbook of Social Psychology, el “relator” oficial del estado de la Psicología social.

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A través de las diferentes ediciones, Allport ha conseguido reificar ciertas aseveraciones1 que han pasado a convertirse en verdades asumidas incontrovertiblemente por gran parte de psicólogos sociales hasta la fecha2. Una de las afirmaciones sobre hipotéticas “paternidades” de teorías o líneas de investigación es la que hace referencia al origen de la investigación sobre las multitudes o las masas; paternidad que se atribuye con insistencia al francés Gustave Le Bon a raíz de la publicación, en 1895, de su obra La psychologie des foules. La afirmación no deja de tener sentido, dado que, en efecto, el libro de Le Bon es probablemente uno de los que ha tenido una mayor difusión en la historia de la Psicología social, con un incontable número de reediciones en diferentes idiomas, y ha sido una obra que, sin duda, ha ejercido una gran influencia en la historia de las ciencias sociales. La influencia es cierta, la paternidad quizá lo sea menos. El mismo Allport reconoce, aunque tangencialmente, las posibles dudas sobre la mencionada paternidad, reconociendo las aportaciones realizadas por el italiano Scipio Sighele, criminalista de la escuela del fisiognomista Cesare Lombroso y discípulo del socio de Lombroso, Enrico Ferri. A falta de análisis de ADN, podemos basarnos en algunos datos que nos ofrece Jaap Van Ginneken (1985) para resolver la polémica. Entre éstos, este autor reproduce la afirmación que en 1895 hacía Sighele en la revista Cultura e Scuola dirigiéndose a Le Bon: “El primer capítulo de su primer libro es una completa copia de la línea de pensamiento y frecuentemente una copia literal en su forma. En las páginas 12 y 15 usted resume la introducción a mi volumen; en las páginas 17, 18, 19, 20, 21, 25, 26, 28, 30, 38, 39, 40, 45, 46, 47 usted copia las ideas que he desarrollado en mi primer capítulo.” Citado por Van Ginneken, J. (1985, p. 375). 1. Entre las “verdades” transmitidas a partir de Allport, destacan la mención de los experimentos realizados en 1897 por Norman Triplet, considerados como fundacionales de la investigación científica en la Psicología social, y que 1908 constituye una fecha clave para la disciplina, dado que coincide con la publicación de los considerados primeros manuales de Psicología social por parte del sociólogo estadounidense Edward Ross y el psicólogo británico William McDougall. 2. Existen versiones menos axiomáticas de la historia de la Psicología social que pueden ser consultadas. Sugerimos particularmente: Crespo, E. (1995); Farr, R. (1991); Haines, H., y Vaughan, G.M. (1979) y Samelson, F. (1974).

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Sighele se refiere a su libro La folla delinquente publicado en 1891 y traducido al francés en 1892, lo que hace difícil creer que no fuera conocido por Le Bon, y aún más si tenemos en cuenta que Gabriel Tarde publicó una revisión de éste, además de referirse a él en dos artículos de 1892 y 1893. Incluso en uno de dichos artículos (“Les crimes des foules”, 1892), Tarde menciona a otro autor francés, el Dr. Lacassagne, que en 1892 presenta su tesis doctoral (publicada en 1895) con el título de Psychologie des foules, curiosamente el mismo que tendrá en 1895 el libro de Le Bon (Van Ginneken, 1985). Todos estos datos nos ofrecen una idea de cómo no sólo es evidente que antes que Le Bon otros autores trataron el tema por el que se hizo famoso, especialmente Sighele, sino que también probablemente Le Bon hizo algo más que inspirarse en estos autores sin mencionarlos. Por si puede quedar alguna duda sobre el “carácter” de Le Bon, no está de más mencionar lo que Jiménez Burillo (1983), en su introducción a la edición española del libro de Le Bon, denomina con indulgencia como un “pintoresco episodio”: ¡la reivindicación por parte de Le Bon del descubrimiento de la Teoría de la relatividad! No obstante, como comentábamos, la influencia de Le Bon es evidente, hecho por el que será al autor a quien dedicaremos el subapartado dedicado a la “Psicología de las masas”. De todos modos, no sería justo no desarrollar, aunque brevemente, las aportaciones de los otros autores a los que nos hemos referido.

Scipio Sighele (1868-1913) En su obra La masa delincuente (1891), Sighele desarrolla algunos de los principios que también aparecerán después en la obra de Le Bon: la importancia de las masas en la vida moderna (y aunque hayamos pasado del siglo

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continúa siendo así), la inferioridad en cuanto a inteligencia de las masas o colectividades frente a los individuos, el principio de la imitación y sugestión en la conducta de las masas, y la predisposición a la violencia por parte de éstas. En concreto, siguiendo a Mauro Fornaro (1996), las leyes que elabora Sighele sobre las masas se podrían resumir de la manera siguiente: • Ley de la unidad o uniformidad: la masa actúa al unísono, tiene una dirección común de comportamiento, que puede ser expresivo de las emociones

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o ser una reacción a las mismas. Ello implica hablar de una “alma de la multitud” o de un “individuo colectivo”. • Ley de la no deducibilidad del carácter de la multitud a partir del carácter de sus miembros: el resultado de la unión de unas personas en una multitud no es la “suma” de sus características, sino un producto impredecible. Aunque puede producirse un incremento sumatorio en el plano emocional (por sugestión), en el intelectual se producirá un decremento. • Ley del número: la intensidad de una emoción crece en proporción directa al número de personas. • Ley de la predisposición al mal (crimen): aunque existe la posibilidad de que la masa actúe de cara al bien y no al mal, esto es muy raro, dado que, según la teoría de la estratificación filogenética del carácter, determinados acontecimientos externos pueden hacer aflorar a la superficie las manifestaciones primitivas del carácter: crueldad y salvajismo. • Ley del guía o instigador: en toda masa siempre hay un jefe, un conductor. • Ley de la composición de la multitud: esta ley recupera parcialmente las ideas innatistas de la criminalidad y afirma que el comportamiento violento o no de la masa depende del tipo de personas que la forman. La masa será violenta si en la misma se encuentran personas con predisposiciones (pasionales) al crimen. Dada su formación jurídica, uno de los intereses de Sighele consiste en poder llegar a establecer el grado de responsabilidad de las personas que, como miembros de una masa, han estado implicadas en acontecimientos violentos. Su postura implicaba tener en cuenta parcialmente la pérdida del libre albedrío que se produce en la masa; sin embargo, al mismo tiempo considera que las personas son responsables en parte de su actuación. Aun así, un elemento que es preciso destacar es su reconocimiento de la relación entre la injusticia social y la violencia de las masas.

Gabriel Tarde (1843-1904) Dos conceptos destacan en la fundamentación de la obra de Gabriel Tarde: la imitación y la invención. Desde su perspectiva, el comportamiento social se ex-

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plica por medio de estos dos conceptos complementarios. Concibe la imitación como una especie de estado hipnótico que favorece que los individuos realicen conductas de modelos previos de forma bastante automática. La imitación es el procedimiento psicológico por el que las ideas se repiten y propagan en la sociedad, y empieza con estados internos como las creencias y los deseos de los individuos. Los grupos desarrollan actitudes y sentimientos comunes que, cuando se manifiestan públicamente, contribuyen a que las personas adquieran confianza al comprobar que sus propios sentimientos son compartidos, lo que da origen a las tradiciones que se transmiten a las siguientes generaciones. La invención es todo aquel nuevo pensamiento o acción que surge de dos o más ideas combinadas, adquiridas previamente por medio de la imitación o de la oposición entre la imitación y las prácticas existentes. Tarde, a diferencia de Gustave Le Bon, distingue entre las multitudes o masas y el público, con lo que pone de manifiesto que, además de las relaciones cara a cara, es importante la creación de corrientes de opinión entre personas alejadas entre sí. Asimismo, este público disperso no es consciente de que está sujeto a procesos de persuasión e influencia o, como él señala, de suggestion à distance, que contrasta con las otras formas de influencia de las que puede ser consciente o suggestion à proximité. El desacuerdo con los planteamientos positivistas defendido por Gabriel Tarde queda de manifiesto en el debate que mantuvo con Durkheim. Durkheim no admite ningún tipo de explicación psicológica para los hechos sociales. Para él, todo hecho social es exterior al individuo. En contraste, Tarde mantendrá que la conciencia colectiva no existe fuera y por encima de las conciencias individuales. En efecto, los procesos sociales se explican por la combinación de la interacción mental (la influencia de unas mentes sobre otras por medio de la imitación) y la innovación, con lo que es posible desprender la explicación del comportamiento colectivo como derivada de unos principios idénticos (Álvaro, 1995). Desde esta perspectiva, los efectos de las masas sobre el comportamiento individual ya no se conciben como unidireccionales, sino como el producto de “las relaciones recíprocas entre las conciencias” (Tarde, 1904, p. 42, citado en Álvaro, 1995, p. 12). Para Tarde, la Sociología, o lo que él denomina Psicología colectiva o intermental, se debe basar en la Psicología. La imitación, la conversación o la invención constituyen los mecanismos que permiten la transmisión de unas mentes a otras. A

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pesar del individualismo radical3 que caracteriza sus primeras obras, acentuado por su polémica con Durkheim, con posterioridad adopta una postura más interaccionista, conceptualizada como Interpsicología o Psicología intermental, menos teñida de individualismo y de determinismo social, manifiestamente evidente si lo comparamos con las posturas de Durkheim. El habernos detenido en esta polémica entre Tarde y Durkheim va más allá de lo anecdótico, puesto que pone de manifiesto una tensión pertinaz en el seno de la Psicología social, la tensión entre las explicaciones psicologistas y las sociologistas, la tensión entre las explicaciones individualistas y las grupales. Para la primera, los grupos no existen. Grupo es un término, nada más que un nombre, que se refiere a una multiplicidad de procesos individuales, y la noción de grupo se convierte en superflua en cuanto se describen las acciones de los individuos. No hay nada que exista en el grupo que no haya existido previamente en el individuo.

1.2.1. Gustave Le Bon: la Psicología de las masas (1841-1931)

El siglo de Le Bon El 19 de julio de 1870 Francia, gobernada por Napoleón III desde 1851 (tras la derrota del levantamiento de los trabajadores en 1848), declara la guerra a Prusia tras unas disputas por la sucesión al Trono de España. La guerra (franco-prusiana), que se prolonga hasta 1871, termina con la victoria de Prusia y la captura de Napoleón III, que una vez liberado se exilia a Inglaterra tras ser depuesto del Trono. Los trabajadores de un París sitiado se oponen a la rendición y reivindican la declaración de una nueva república democrática. Mientras, Adolphe Thiers, jefe del gobierno provisional y con posterioridad presidente de la República, negocia la paz con los prusianos. El 18 de marzo de 1871, Thiers ordena al ejército la captura de los cañones de la Guardia Nacional, pero tras su captura los soldados se niegan a disparar y el ejército se ve obligado a retirarse. 3. Años más tarde, la Psicología social encontrará otro “abanderado” de la postura individualistapsicologista en Floyd Allport. Puede encontrarse una exposición de su planteamiento en “La falacia de grupo en relación con la ciencia social”, publicado originalmente en 1923, y traducido en el libro de Francisco Morales y Carmen Huici (1989).

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Como se afirma en el diario oficial de 21 de marzo de 1871, “Les prolétaires de la capitale, au milieu des défaillances et des trahisons des classes gouvernantes, ont compris que l’heure était arrivée pour eux de sauver la situation en prenant en main la direction des affaires publiques.” Ha nacido la Comuna. Sin embargo, este gobierno del proletariado durará muy poco, puesto que las tropas de Thiers entran en París el 21 de mayo de 1871 y acaban sangrientamente con la breve vida de la Comuna. Thiers es elegido presidente de la III República, pero su mandato también será efímero, dado que en 1873 la mayoría monárquica lo obliga a dimitir y es elegido como nuevo presidente el monárquico Marie Edmé Patrice de MacMahon. Tras fracasar en 1875 el intento de aprobar una constitución monárquica, el 16 de mayo de 1877 (le seize mai), obliga a dimitir al Primer ministro republicano Jules Simon y, tras las nuevas elecciones, a pesar de la mayoría republicana, nombra a un primer ministro monárquico hasta que es obligado a nombrar a otro que tuviera el apoyo de la Cámara de Diputados.

Ésta es la época que le toca vivir a Gustave Le Bon, una época marcada por guerras, revueltas y revoluciones, una época de cuestionamiento del orden establecido. Como comenta Salvador Giner: “Hacia 1890, los temores sobre los efectos nocivos de la extensión del igualitarismo y la democracia a la vida política y cívica hallaron un eco más amplio entre el público de los pensadores políticos y de los filósofos sociales de diversas tendencias que los que se habían estado expresando hasta entonces.” Giner, S. (1979, pp. 101-102).

Le Bon, ante estos cambios, se preocupa por lo que considera que puede llevar a la desaparición de la civilización europea tal como se había conocido hasta la época, y se preocupa especialmente por la desaparición de los valores tradicionales, la pérdida de las creencias religiosas, etc., y responsabiliza de todo ello al encumbramiento de las masas, al ascenso del proletariado al poder. “El advenimiento de las clases populares a la vida política, su progresiva transformación en clases dirigentes, es una de las más destacadas características de nuestra época de transición. [...] En la actualidad, las reivindicaciones de las masas se hacen cada vez más definidas y tienden a destruir radicalmente la sociedad actual, para conducirla a aquel comunis-

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mo primitivo que fue el estado normal de todos los grupos humanos antes de la aurora de la civilización.” Le Bon, G. (1986, pp. 20-21).

Así, el único papel que se le otorga a las masas es el de generar desorden y destrucción, mientras que sus características básicas son la inconsciencia, la brutalidad y la barbarie. En definitiva, la mejor caracterización posible de la masa es la de “chusma irreflexiva y criminal”. “Por su poder exclusivamente destructivo, actúan como aquellos microbios que activan la disolución de los cuerpos debilitados o de los cadáveres. Cuando el edificio de una civilización está carcomido, las masas provocan su derrumbamiento. Se pone entonces de manifiesto su papel. Durante un instante, la fuerza ciega del número se convierte en la única filosofía de la historia.” Le Bon, G. (1986, p. 22).

Pero ¿qué es una masa? ¿Qué características tiene? Su característica primordial es la desaparición de las individualidades, la aparición de un “alma colectiva” que presenta características diferentes de la de los individuos que componen la masa. “En determinadas circunstancias, y sólo en ellas, una aglomeración de seres humanos posee características nuevas y muy diferentes de las de cada uno de los individuos que la componen. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de todas las unidades se orientan en una misma dirección. Se forma un alma colectiva, indudablemente transitoria, pero que presenta características muy definidas. La colectividad se convierte entonces en aquello que, a falta de otra expresión mejor, designaré como masa organizada o, si se prefiere, masa psicológica. Forma un solo ser y está sometida a la ley de la unidad mental de las masas.” Le Bon, G. (1986, p. 27).

Por tanto, aparece un nuevo ser, la masa, con características completamente diferentes a las de los individuos que la forman. Las causas de la aparición de estas características especiales de las masas son las siguientes: • Sentimiento de potencia invencible que adquiere el individuo en la masa, lo que lo lleva a ceder a sus instintos (o le permite hacerlo). Este hecho se ve favo-

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recido por el anonimato y la desaparición de los sentimientos de responsabilidad individual. • Contagio mental, que implica que todo sentimiento, todo acto, se contagia de un individuo a otro de una forma similar a como funciona la hipnosis. • Sugestibilidad, que lo lleva a realizar conductas que no realizaría de no ser miembro de la masa, y a que desaparezca su personalidad consciente como si se encontrara en un estado de hipnosis. El contagio no sería sino un efecto de la sugestibilidad. “Así pues, la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y las ideas en un mismo sentido, a través de la sugestión y del contagio, la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son las principales características del individuo dentro de la masa. [...] El individuo que forma parte de una masa es un grano de arena inmerso entre otros muchos que el viento agita a su capricho.” Le Bon, G. (1986, pp. 32-33).

Por último, la posibilidad de que las multitudes puedan conseguir algún objetivo social pasa, según Le Bon, por tener algún mito unificador, algo que sólo pueden conseguir gracias a los líderes, que son los únicos capaces de interpretar, administrar y oficiar los mitos, dado que la masa no es capaz de interpretar sus significados. Dentro de este apartado dedicado a la Psicología de las masas “leboniana”, podríamos continuar citando a diferentes autores (Edward Ross, William McDougall, etc.) con planteamientos muy similares a los expuestos hasta el momento, pero, para no eternizarnos, únicamente citaremos al que algunos denominan “el filósofo español”.

José Ortega y Gasset (1833-1955)

Ortega y Gasset, uno de los pensadores españoles más importantes del siglo XX, publica en 1930 una obra que continúa la línea iniciada por Sighele y Le Bon: La rebelión de las masas, que también ha gozado de un número importante de ediciones y traducciones y que según Giner (1979) es, dentro de esta temática, el libro que más influyó en el gran público internacional.

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Para reflejar el planteamiento de Ortega, no hay nada mejor que reproducir las primeras líneas de su texto4: “Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones o culturas, cabe padecer. Ésta ha tenido lugar más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.” Ortega y Gasset, J. (1930, p. 39).

Ortega, influido (igual que lo estuvo treinta y cinco años antes Gustave Le Bon) por los acontecimientos políticos de su época, se plantea el papel que juegan las masas y las minorías, haciendo un planteamiento elitista, puesto que según él, mientras las masas son el conjunto de personas no especialmente cualificadas, la minoría son aquellos individuos o grupos de individuos especialmente cualificados. El problema que se plantea es que las masas se “olvidan” de que son masa por esto mismo, por su no cualificación; sin embargo, aun así pretenden imponer sus ideas cuando éstas, por definición, no existen, dado que no están cualificadas para tenerlas. Este hecho las lleva a ser indóciles frente a las minorías, que son las auténticas forjadoras de la sociedad, del progreso, ambos amenazados por las masas, que pretenden alcanzar todo sin esforzarse por conseguirlo y que consideran que los logros (de unos pocos) es algo dado por naturaleza y que no hay que esforzarse para mantenerlo o mejorarlo. Así, el hombre masa se caracteriza por “la libre expansión de sus deseos vitales” y por “la radical ingratitud hacia todo aquello que ha hecho posible la facilidad de su existencia”. La conclusión es lógica, el único recurso de esas masas sin ideas y sin capacidad para defender lo que pretenden es la acción intimidatoria, la violencia. 4. Puede accederse a éste y otros textos de Ortega en formato electrónico, así como a información adicional sobre el autor, en la dirección: http://es.geocities.com/atxara/

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“Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha. [...] Ni mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triunfan, triunfe la violencia y se haga de ésta la única ratio, la única doctrina.” Ortega y Gasset, J. (1930, p. 118).

“Afortunadamente”, Ortega tiene la solución, dejar el gobierno en manos de la minoría excelente, puesto que la masa... “ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada [...] Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida por las minorías selectas. [...] [Puesto que] el hombre es, tenga ganas de ello o no, un ser constitutivamente formado a buscar una instancia superior”. Ortega y Gasset, J. (1930, p. 117).

En el “Epílogo para ingleses”, que aparece en la edición de 1938 de La rebelión de las masas, se incluye un texto “Sobre el pacifismo”, escrito en 1937, es decir, en plena Guerra Civil, en el que Ortega se queja de la “insolente intervención” de Einstein, quien “se ha creído con ‘derecho’ a opinar sobre la Guerra Civil española y opinar ante ella” (Ortega y Gasset, 1930, p. 203). Einstein no es el único que queda malparado en este texto; corren la misma suerte sus destinatarios específicos, la opinión pública inglesa, a la que también se acusa de opinar sobre lo que no conoce. Por cierto, al inicio del “Prólogo para ingleses”, Ortega habla de la “nerviosidad de los últimos meses”. ¿Será necesario recurrir a los libros de historia para saber a qué se puede estar refiriendo, en abril de 1938, con este eufemismo? Estamos casi seguros de que un número relativamente importante de psicólogos sociales españoles no está de acuerdo con el enfoque que hemos dado a este apartado sobre Ortega. El interés renovado5 por su redescubrimiento ha llevado a que, últimamente, se le califique de antecedente importante de la Psicología social histórica, de algunas psicologías sociales actuales como la etogenia, o incluso de la Psicología social posmoderna (Ovejero, 1997). Sin embargo, 5. El VII Congreso Nacional de Psicología social, celebrado en septiembre de 2000, contó con un simposio dedicado a Ortega bajo el título “El hombre y la gente: perspectivas sobre el pensamiento psicosocial en Ortega”.

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reconocer la importancia y la influencia de la obra de Ortega, que nadie puede poner en duda, no debería ser obstáculo para poder realizar, al mismo tiempo, un planteamiento ideológicamente crítico de, como mínimo, parte de ella.

1.2.2. Wilhem Wundt: la Psicología de los pueblos

Wilhem Wundt (1832-1920) suele ser asociado primordialmente con la fundación de la Psicología experimental, quedando así eclipsadas sus contribuciones a la Psicología social. Wundt concebía la Psicología experimental y la Völkerpsychologie (‘Psicología de los pueblos’) como complementarias. Las ciencias naturales deberían fundamentar la Psicología experimental, mientras que las ciencias sociales fundamentarían la Völkerpsychologie. Sobre la Psicología experimental recaía el estudio de los procesos mentales individuales y sobre la Psicología de los pueblos, el análisis de los aspectos sociales de los procesos individuales tal como se manifiestan en el lenguaje, en los mitos y en las costumbres por medio del estudio comparativo e histórico: “La Völkerpsychologie puede ser considerada como una rama de la Psicología [...] Su objetivo es el estudio de los productos mentales que son creados por una comunidad humana y que son, por lo tanto, inexplicables en términos de una conciencia individual, al presuponer la acción recíproca de muchos.” Wundt, W. (1916, p. 3, citado en J. L. Álvaro, 1995, p. 6).

Para Wundt, en la interpretación de los procesos mentales superiores, la Psicología de los pueblos es inseparable de la Psicología de la conciencia individual, en la medida en que la segunda descansa en la primera. En efecto, no puede existir una Psicología de los pueblos al margen de los individuos que participan en las relaciones recíprocas, por lo que es preciso considerar que la Völkerpsychologie presupone una psicología individual, dado que provee de los elementos necesarios para la interpretación de la conciencia individual. En efecto, los procesos mentales participan de una naturaleza social e histórica por su vinculación a la cultura y al lenguaje, por lo que hacer inteligible la dimensión social del individuo pasa, necesariamente, por el estudio del lenguaje, no

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en su consideración individual, sino formando parte de la historia de la comunidad. La Völkerpsychologie consiste en un intento de estudio de la génesis de la mente humana como producto social e histórico, lo que hace de la misma una psicología social histórica (Álvaro, 1995).

1.2.3. Sigmund Freud: Psicología de las masas y análisis del yo

Para muchos, Sigmund Freud (1856-1939) no sólo fue el creador de la teoría psicoanalítica, sino también uno de los grandes psicólogos sociales de principios de siglo6, puesto que en algunas de sus obras trata temas muy afines a la Psicología social. Un ejemplo de ello es la publicación, en 1921, de Psicología de las masas y análisis del yo, en la que retoma el tema planteado por Le Bon. Antes de continuar hablando de esta obra, permítasenos apuntar un dato. Como hemos señalado, Le Bon escribe su libro en 1895, en plena época de cambios y transformaciones en Europa (y con la memoria fresca de los acontecimientos de la Comuna de París) y, años más tarde, Ortega publica su libro en 1930, cuando España también está plenamente inmersa en toda una serie de procesos de cambio que desembocaron en la instauración de la República y, posteriormente, en la Guerra Civil (periodo durante el cual escribió el prólogo y el epílogo a los que hemos aludido con anterioridad). Por su parte, Freud también escribe sobre las masas en 1921, teniendo probablemente todavía en la retina las imágenes de “la Gran Guerra” (Primera Guerra Mundial, 1914-1918) y avanzando el surgimiento de los movimientos totalitarios. Por tanto, parece evidente que los acontecimientos históricos no son ajenos al interés por las masas. En el libro que mencionamos, Freud recoge las aportaciones de autores clásicos como Le Bon o McDougall, con quienes reconoce ciertas similitudes en sus planteamientos, pero con los que igualmente manifiesta mantener ciertas discrepancias. 6. James A. Schellenberg (1978) en su libro dedicado a los fundadores de la Psicología social coloca a Freud junto a Mead, Lewin y Skinner.

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“Hemos utilizado como punto de partida la exposición de Gustave Le Bon, por coincidir considerablemente con nuestra psicología en la acentuación de la vida anímica inconsciente. Mas ahora hemos de añadir que, en realidad, ninguna de las afirmaciones de este autor nos ofrece algo nuevo.” Freud, S. (1974, p. 2571).

El planteamiento de Freud asume que la persona dentro de la masa experimenta una modificación de su “actividad anímica”, algo que otros autores han explicado basándose en la idea de “sugestión” o de “imitación”. Por su parte, Freud pretende explicar el fenómeno introduciendo el concepto de líbido, es decir, la idea de que los vínculos que se establecen entre los miembros de la masa son de tipo amoroso o, como dice él, “o para emplear una expresión neutra, lazos afectivos” (Freud, 1974, p. 2577). “Nuestra esperanza se apoya en dos ideas. En primer lugar, la de que la masa tiene que hallarse mantenida en cohesión por algún poder. ¿Y a qué poder resulta factible atribuir tal función si no es a Eros, que mantiene la cohesión de todo lo existente?” Freud, S. (1974, p. 2578).

Para ilustrar esta idea, Freud señala, en primer lugar, la diferencia entre distintos tipos de masas, y resalta la diferenciación entre aquellas que tienen un director y las que no disponen de este último. Los ejemplos que utilizará serán los relativos a dos tipos de masas que cumplen este requisito: el Ejército y la Iglesia, y en los que puede apreciarse la influencia de la líbido. “En la Iglesia [...] y en el Ejército reina, cualquiera que sean sus diferencias en otros aspectos, una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe [...] que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad.” Freud, S. (1974, p. 2578).

Por tanto, en estas masas, y en otras con estas características, se produce una doble relación de tipo libidinoso, hacia el jefe y hacia el resto de los miembros, que es la que mantiene unida a la masa. Esto es lo que hace que se observe la desaparición de las características individuales, el sentimiento de unidad.

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Para explicar esto último, Freud recurre de nuevo a un concepto elaborado en otras obras, el de identificación, que hace que aspiremos “a conformar el propio yo análogamente al otro tomado como modelo” (Freud, 1974, p. 2585), y concluye lo siguiente: “Tal masa primaria es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del ‘yo’ por un mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identificación del ‘yo’.” Freud, S. (1974, p. 2592).

2. Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos 2.1. Teorías del contagio

En la práctica, las teorías del contagio, como señala Jiménez Burillo (1981), no son teorías, puesto que cuando se habla de contagio se está aludiendo a un mecanismo explicativo presente en la obra de diferentes autores, de los cuales el más representativo es Le Bon, para quien el contagio constituye uno de los tres procesos implicados en la conducta colectiva. Además de los autores clásicos, el contagio ha sido defendido, más recientemente, por M. Blumer (no confundir con Herbert Blumer, creador del interaccionismo simbólico), quien lo explica como una “reacción circular” en la que el contagio tiene, asimismo, un efecto reforzador, puesto que el hecho de que una persona reaccione de la misma manera que otra ante un determinado acontecimiento lleva a que la conducta de la primera persona se vea a su vez reforzada. Es un contagio de ida y vuelta. Por tanto, todos ellos afirman que la presencia de otras personas puede dar lugar a lo que podríamos denominar procesos de influencia interpersonal, que hacen que un sentimiento, una actitud o una conducta se cierren difundiéndose de una persona a otra, y contagiando así a todo el grupo como si se tratara de un virus.

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La simplicidad de estas explicaciones hace que hayan recibido numerosas críticas, que Jiménez Burillo (1981, p. 274) resume de la manera siguiente: • Ausencia de evidencia empírica de la existencia del contagio emocional. • Ausencia de evidencia empírica de los mecanismos supuestamente actuantes: sugestión, identificación, etc. • Poder explicativo limitado.

2.2. Teorías de la convergencia Otras teorías enfatizan la necesidad de que los miembros de la masa compartan algún tipo de característica común. Milgram y Toch (1969) ponen el ejemplo de una sala de hospital en la que están ingresados pacientes con una misma enfermedad sin que se la hayan contagiado unos a otros. Por tanto, la conducta homogénea de la masa obedece al hecho de que al tener sus miembros características comunes, es fácil esperar que el tipo de conducta sea similar. Por ejemplo, si esta última es violenta, significa que las personas de la masa comparten la característica de ser personas violentas (mientras que en el modelo anterior podría cuestionarse que lo fueran todas, dado que sólo sería necesario que unas cuantas personas violentas “infectaran” su violencia al resto). Milgram y Toch (1969) mencionan algunas investigaciones en las que se podría interpretar la violencia colectiva de un grupo de personas basándose en este modelo. En concreto, aluden a la observación de que no toda la población (incluso en pequeñas ciudades del sur de Estados Unidos) participa en los actos de linchamiento, lo que llevaría a afirmar que los participantes son personas propensas a la violencia. El 27 de octubre de 2001, entre muchas otras imágenes de “Libertad Duradera”, algunas televisiones mostraron imágenes de periodistas occidentales que eran apedreados por refugiados afganos en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Los periodistas tuvieron que escapar corriendo mientras eran hostigados mediante el lanzamiento de piedras. ¿Debemos pensar que la mejor explicación de este acontecimiento puede ser la de que los periodistas tuvieron la mala suerte de encontrarse en un punto de alta densidad de refugiados violentos?

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2.3. Teoría de la norma emergente

Los modelos anteriores comparten la característica de asumir la homogeneidad de conducta de los miembros de una masa, algo que contrasta con la realidad, puesto que un examen detenido de los comportamientos colectivos muestra que no todos los miembros actúan de la misma manera. Por otra parte, diferentes investigaciones clásicas de la Psicología social han mostrado que la interacción con los pequeños grupos da lugar a la aparición de normas o estándares de conducta que ejercerán, una vez formadas, una fuerte influencia sobre su comportamiento. Éstos son los puntos de partida de la Teoría de la norma emergente formulada originalmente por Turner y Killian (1957), quienes afirman que la actuación de la persona depende de su percepción sobre las normas que rigen en la situación en que se encuentra. Estas últimas no son las convencionales o institucionales, no provienen de fuera, sino que son creadas en el transcurso de la interacción con el grupo. Lo mismo que en la investigación de Sherif, la ambigüedad de la situación favorece la aparición de estas normas. La conducta de la masa no es, por tanto, irracional o irreflexiva, sino que es normativa, al menos en relación con las normas generadas por el propio grupo. De hecho, gran parte de las comunicaciones que se dan en el grupo tendrán la función de definir la situación e identificar las normas existentes.

2.4. Teoría del valor añadido o tensión estructural

Smelser (1963) destaca el papel reivindicativo y propositivo de la conducta colectiva, y cómo ésta está dirigida a la obtención de unas metas que se consideren inaccesibles por otras vías. “Según Smelser (1963), la conducta colectiva ocurre cuando las personas se preparan para actuar sobre la base de una creencia que se centra en el cambio de algunos aspectos de la sociedad; pero surge sólo cuando no hay forma de conseguir el resultado deseado mediante las instituciones normales de la sociedad. Es, por lo tanto, conducta que ocurre fuera de las instituciones, y que está propositivamente orientada hacia el cambio.” Milgram, S. y Toch, H. (1969, p. 555).

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Para que finalmente llegue a realizarse la conducta colectiva, es preciso que se cumplan seis determinantes en un orden determinado, teniendo en cuenta que cada uno de los mismos constituye condición necesaria para el siguiente: 1) Conductividad estructural: condiciones estructurales generales necesarias para un episodio colectivo. 2) Tensión estructural o conflictos entre elementos del sistema: una de las posibles fuentes de tensión tiene su origen en la deprivación de privilegios. 3) Desarrollo y expansión de creencias: sobre las causas de la tensión (fuerzas y agentes) y sobre las formas de eliminarla o disminuirla. 4) Factores desencadenantes: algún tipo de acontecimiento que actúa como detonador de la acción. 5) Movilización para la acción: todo lo anterior lleva a la necesidad de implicar al grupo. Aquí tiene un papel importante la actuación de los líderes. 6) Control social: actuaciones por parte de los agentes de control social para intentar evitar (aunque a veces sea para fomentar) la acción. El modelo se ha utilizado con éxito parcial para explicar distintos casos de conducta colectiva en la que se han producido enfrentamientos. Por ejemplo, Milgram y Toch (1969) se refieren a las reivindicaciones estudiantiles de 1964 en Berkeley; Lewis (1975), a los enfrentamientos que se produjeron en 1970 en la Universidad de Kent (que se saldaron con la muerte de cuatro estudiantes por disparos de la policía). Por otro lado, Rebolloso (1994) se refiere al motín de la prisión de Ática (1971), en el que murieron veintiocho internos y nueve guardianes (todos por disparos de la policía que asaltó la prisión). De acuerdo con este ejemplo, podemos concluir que, como mínimo, el modelo predice correctamente el último elemento, el control social.

2.5. Teoría de la identidad social

En 1971, Henry Tajfel, junto a otros autores, publica un artículo en el que se describe lo que con posterioridad se conocerán como experimentos del paradigma mínimo. No explicaremos aquí el detalle de la investigación, basta saber que los

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resultados obtenidos por los autores permiten observar cómo, en una situación en la que se reparte una cantidad de dinero entre una persona perteneciente al propio grupo y una perteneciente a otro, existe una tendencia a favorecer al miembro del propio grupo. Probablemente pueda pensarse que este resultado no va más allá del sentido común. Sin embargo, lo interesante de estos experimentos es que muestran que esa tendencia a favorecer al miembro del propio grupo no se lleva a cabo en términos absolutos, sino en términos relativos. Es decir, lo que define “favorecer” no es la cantidad absoluta que recibe, sino la cantidad en relación con la que recibe la persona del otro grupo. El favorecimiento puede implicar, por ejemplo, dar una cantidad baja de dinero al propio grupo siempre y cuando ello implique que la persona del otro grupo obtenga una cantidad todavía inferior. Podría preferirse, por ejemplo, una distribución 7/1 a una 19/25. La explicación a esta conducta aparentemente ilógica da pie a una de las teorías capitales de la Psicología social, la Teoría de la categorización, comparación de la identidad social7. La necesidad de obtener una identidad social positiva es la que provoca que procuremos diferenciar positivamente a nuestro grupo con respecto a otros. Si en el proceso de comparación nuestro grupo sale favorecido, nosotros salimos favorecidos, obtenemos una identidad social positiva, definida de la manera siguiente: “Aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo (o grupos) social junto al significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia.” Tajfel, H. (1984, p. 292).

Basándose en esta teoría, en la década de los ochenta John C. Turner desarrolla la Teoría de la autocategorización. Esta última plantea tres posibles niveles de categorización del yo: el supraordenado (ser humano); un nivel intermedio de tipo grupal con categorizaciones in-group/out-group, y un nivel subordinado en el que la categorización se realiza en el nivel personal. Al mismo tiempo, plantea 7. Años antes, Leon Festinger planteó una teoría similar (Teoría de la comparación social) en la que la identidad de la persona era el resultado de un proceso de comparación con otras personas. La diferencia con Tajfel consiste en que mientras Festinger plantea un proceso de comparación interpersonal, Tajfel propone un proceso de comparación intergrupal. Aunque en ambos casos se habla de identidad, en el primero se trata de una identidad personal, mientras que en el segundo es una identidad social.

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que la autopercepción tiende a variar en un continuo que iría desde lo totalmente personal (máxima diferenciación entre el yo y los miembros del propio grupo) a lo totalmente grupal (máxima similitud con el propio grupo y máxima diferenciación con otros grupos). Puesto que se trata de un continuo, también pueden darse niveles intermedios, con lo que los dos tipos de diferenciaciones no son exclusivos y se podrían dar al mismo tiempo. El haber traído hasta aquí esta teoría obedece al hecho de que nos permite una explicación de la homogeneidad del comportamiento de la masa que va más allá de las explicaciones en términos de contagio en las que se afirma que el individuo pierde su identidad, que se convierte en un miembro indiferenciado de la masa sufriendo un proceso de “desindividualización”. Turner prefiere hablar de despersonalización: “La despersonalización se refiere a los procesos de ‘auto-estereotipado’ por los que las personas se perciben a sí mismas más como ejemplares intercambiables de una categoría social que como personalidades únicas definidas por sus diferencias individuales de otros.” Turner, J. C. (1987, p. 50).

Entendida así, la despersonalización se diferencia de la desindividualización en el hecho de que no implica una pérdida de la identidad individual, sino un cambio del nivel personal en el nivel social de identidad. Partiendo de estos presupuestos, Stephen Reicher formula uno de los modelos de comportamiento de masas más interesantes de entre los que podemos encontrar en la actualidad. Se trata de un modelo que ofrece explicaciones del comportamiento de masas radicalmente diferentes a las clásicas (contagio) e, incluso, a las de apariencia más social, como la Teoría de la norma emergente. Para Reicher, los miembros de una masa comparten una misma autocategorización; es decir, se consideran a sí mismos miembros de un grupo y, por consiguiente, con unas características comunes que los diferencian de otros grupos. Aunque la Teoría de la autocategorización afirma que los miembros del grupo se conforman a las normas estereotipadas asociadas con su grupo, en el caso de las masas, caracterizadas por la novedad y la ambigüedad, no parece probable que existan tales normas. En ese caso, según Reicher, tales normas, las conductas adecuadas a la situación, se infieren a partir de la percepción de los compor-

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tamientos realizados por otros miembros del grupo (aspecto inductivo de la categorización en términos de Turner). Cuanto más representativa del grupo sea considerada una persona, más influencia tendrá ésta en la definición del comportamiento normativo. Las conclusiones básicas a las que llega Reicher son las siguientes: • Los miembros de la masa actúan en términos de una identidad social común, hecho que se opone a las concepciones según las cuales en la masa se produce una pérdida de la identidad. Ocurre más bien lo contrario, un refuerzo de la identidad, pero no en el sentido individual, sino en el social. • El contenido del comportamiento de la masa estará limitado por la naturaleza de la categoría social a la que pertenece, lo que implica que el comportamiento no será necesariamente destructivo o violento, puesto que la forma que adoptará éste dependerá de su identidad social. Si bien este modelo puede aparentar similitudes con la teoría de la norma emergente, Reicher (1996) señala que, aunque ésta rompe con la irracionalidad de los enfoques más clásicos, también presenta algunos problemas. En primer lugar, el proceso de aparición de normas no es adecuado para situaciones en las que la masa actúa y cambia con rapidez. En segundo lugar, se da un carácter individualista a las normas, dado que éstas surgen por las predisposiciones de determinados individuos (prominentes) del grupo. Para resumir el planteamiento de Reicher, nada mejor que hacerlo con sus propias palabras: “El argumento clave es que las personas no tienen una identidad singular y única, sino que más bien son capaces de definirse a diferentes niveles de abstracción. Pueden definirse en términos de sus diferencias personales con respecto a otras personas, pero igualmente pueden definirse también en términos de cómo su grupo se diferencia de otros grupos (identidad social). Además, cuando las personas actúan en términos de cualquier identidad social dada (un hombre, un católico, un socialista), su conducta está determinada por los significados asociados con el grupo (masculinidad, catolicismo, socialismo), más que con sus creencias y valores personales. Aplicado a la Psicología de las masas, el argumento es que las personas no pierden su identidad en la masa, ni su conducta refleja una personalidad defectuosa, más bien cambian de una identidad personal a una identidad colectiva. De la misma forma, no es que la conducta de una persona esté sujeta a una pérdida de control, más bien se pasa de

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actuar individualmente en términos de creencias y valores individuales a actuar colectivamente en términos de creencias colectivas compartidas.” Stott, C., y Reicher S. (1998, p. 511).

Aunque este modelo presenta evidentes ventajas con respecto a los anteriores, recientemente el mismo Reicher (1996) ha planteado que presenta dos limitaciones importantes. En primer lugar, el modelo (modelo de la identidad social) da por asumido que la identidad social determina la acción, pero no se consideran los procesos mediante los cuales ésta se construye. Así, en el caso de los conflictos, podría llegar a plantearse que estos últimos son algo inevitable dada la naturaleza de algunas masas. En segundo lugar, presta poca atención a las dinámicas intergrupales. Es decir, todo el análisis se centra en las percepciones de los miembros de la masa, sin considerar cómo pueden afectar las acciones de una de las partes (el grupo al que se suele enfrentar la masa) a las conductas y percepciones de la otra. Ante estos problemas, Reicher reformula sus planteamientos iniciales pasando a hablar del “modelo elaborado de identidad social” (ESIM), en el que se destaca cómo los acontecimientos de masa se caracterizan, principalmente, por tratarse de relaciones intergrupales y que, como tales, la identidad social de los miembros de la masa y, por tanto, sus acciones, dependen de las dinámicas de dichas relaciones. De este modo, se puede entender que una masa, con independencia de las características de sus miembros, puede redefinir el curso adecuado de acción, la conducta normativa en ese contexto, en función de las relaciones que mantenga con el otro grupo. Una ilustración interesante de este modelo la podemos encontrar en el análisis que realiza Reicher de los conflictos entre estudiantes y policías en 1988 en la conocida como “la batalla de Westminster” (Reicher, 1996) y, más recientemente, en el análisis de los conflictos entre aficionados ingleses y la policía francesa durante las finales de 1998 de la copa mundial de fútbol (Scott, Hutchinson y Drury, 2001). “La mayoría de los estudiantes partieron con una idea de sí mismos como personas respetables ejerciendo el derecho democrático a protestar (y por tanto se distanciaron de los radicales que convocaban a acciones de confrontación). La policía, sin embargo, consideró a la masa de estudiantes como homogénea, como una amenaza peligro-

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sa y actuaron con el objetivo de impedir su progreso hacia el Parlamento. Esta acción fue vista como ilegítima por los estudiantes en su conjunto y los unificó en oposición a la policía. Incluso, esa unidad les fortaleció para enfrentarse activamente al cordón policial.” Drury, J., y Reicher, S. (2000, p. 582).

3. Condicionamientos ideológicos en el estudio de los comportamientos colectivos

“A comienzos del presente siglo, se estaba seguro de la victoria de las masas; a su término, nos encontramos por completo cautivos de quienes las conducen.” Moscovici, S. (1985, p. 9). Año 1922, Williamson country (Illinois): Un grupo de mineros en huelga asalta una mina reabierta con mineros no sindicados. Los esquiroles son capturados y se los obliga a dirigirse hacia la ciudad. De repente, los huelguistas les dicen que empiecen a correr y, cuando lo hacen, les disparan.

Desde el punto de vista de Floyd Allport, este acontecimiento constituye un ejemplo del tipo de conducta que pueden manifestar las masas en estados de excitación. Una masacre en este caso. Por su parte, Steve Reicher (1987, pp. 176-177) comenta cómo se podría haber descrito este mismo acontecimiento de una manera diferente. Año 1922, Williamson country (Illinois): “[La huelga] reivindicaba las mejoras de las condiciones descritas oficialmente como ‘peores que los esclavos antes de la guerra civil’. Después de ocho semanas la compañía llevó a trabajadores para reabrir la mina. Cuando los huelguistas intentaron hablar con esos hombres, los guardias de la mina dispararon y mataron a cinco de ellos. Poco después otro minero fue disparado cuando se encontraba a media milla de la mina. Empezaron entonces escaramuzas bajo el mando de veteranos de guerra. Un avión dejó caer dinamita sobre la mina. A medida que avanzaban se encontraban bajo el fuego de ametralladoras de los guardias, pero a pesar de ello tomaron la mina y sólo después ocurrió la masacre”.

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Aunque el resultado es el mismo, la muerte de unos trabajadores (esquiroles) a manos de otros, evidentemente, la impresión que nos producen los dos relatos no es la misma. En el primero se destaca única y exclusivamente la irracionalidad y violencia de los trabajadores (¿la ‘chusma irreflexiva y criminal’?), mientras que en el segundo encontramos una versión en la que se contextualiza la situación como un conflicto entre obreros-empresarios; un conflicto que, añade Reicher, tiene una duración temporal más allá de este episodio concreto, puesto que se enmarca en un periodo de huelgas y reivindicaciones pacíficas que se remontaban a 1919. La violencia por parte de los huelguistas sólo se produce después de que se utilice la violencia contra ellos. Es un acontecimiento único que se produce al final del proceso. Esto significa que la conducta de la masa es contextual, que forma parte de un proceso de conflicto intergrupal que expresa una concepción colectiva de lo que es correcto en cada momento, algo que ya avanzaba Stoetzel en 1965 al afirmar que “las violencias colectivas son instituidas y no espontáneas. Tienen un sentido y una función sociológica, y no resultan de impulsos ciegos del instinto” (p. 227). Este ejemplo ilustra uno de los problemas con los que se enfrenta el estudio del comportamiento colectivo: el efecto de la ideología. Tanto la obra de Le Bon como la de otros autores supone un ataque a los movimientos de protesta colectiva, enfatizando los aspectos de violencia e irracionalidad. Incluso Allport, defensor de concepciones individualistas, opta por lo mismo, puesto que afirmará que en la masa se acentúan las características individuales y se eliminan o reducen las conductas aprendidas. En ambos casos se rechaza el papel de los determinantes sociales en la conducta de las masas. Sin embargo, como ya avanzaba Carl J. Couch en 1968, los estereotipos dominantes sobre las masas resaltan su carácter emocional y su violencia, sin tener en cuenta que, en realidad, según el autor, no son antisociales; aunque pueden perseguir cambios en el statu quo de una sociedad, esto les puede convertir en antisocietales, pero no antisociales, entre otras cosas porque los cambios colectivos constituyen un fenómeno social. Al ocultar el enfrentamiento ideológico entre la masa y sus oponentes (mineros y empresarios en el ejemplo), al ocultar el contexto de la conducta de masa, su acción se patologiza.

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Las consecuencias de sustraer la acción de la masa de su contexto ideológico y estructural, según Reicher (1996), tiene consecuencias en el plano explicativo y en el político. En el plano explicativo las consecuencias son las siguientes: 1) Al no interpretar la acción de las masas en relación con su entorno social, estas acciones aparecen reificadas como características genéricas de las masas. 2) De la misma forma, dichas acciones aparentarán no tener sentido, con lo que la masa será caracterizada como irracional. 3) Al proyectar los problemas y tensiones de la sociedad en la naturaleza misma de las masas, éstas serán tratadas como un fenómeno negativo. En el plano político nos encontramos con otras tres consecuencias de la descontextualización: 1) Una denegación de la culpabilidad. Si la violencia es una característica de la masa, no puede responsabilizarse de la misma ni a las injusticias sociales ni a las acciones de agentes externos (como el ejército y la policía). 2) Una negación de la voz, puesto que la masa es estúpida, no tiene nada que decir, no tiene nada significativo que expresar. 3) Legitimación de la represión, puesto que por lo que hemos visto no es posible razonar con las masas (estúpidas, destructivas), la mejor forma de tratarlas es enfrentarse a ellas con firmeza. “Si la responsabiliad principal de cualquier gobierno democrático es el bienestar de la sociedad, entonces cualquier distorsión del orden social pone en cuestión su protectorado. Atribuir el conflicto a la patología inherente de las masas resuelve el problema sin llamar la atención sobre áreas bajo el control gubernamental como la política económica y social o la conducta de las fuerzas del estado. La élite política tiene mucho que ganar si se acepta una explicación leboniana.” Reicher, S. (1996, p. 540).

Como afirman Apfelbaum y McGuire (1986), la perspectiva sobre las masas que se desprende de la obra de Le Bon y parte de sus coetáneos excluye los aspectos políticos y sociales, reproduciendo los argumentos de la derecha anti-Comuna de la época. Sin embargo, no es privilegio de Le Bon el producir tales entusiasmos; gran parte de los autores que en esta época se dedican al estudio de las multitudes generan reacciones similares.

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“Se debe reconocer, sin embargo, que con la ‘psicología de las multitudes’ el estudio psicosociológico de los fenómenos colectivos había tomado un rumbo desastroso. El lamentable éxito de las ideas así lanzadas al público, a finales del siglo XIX, ha deformado por largo tiempo las perspectivas, desalentado las investigaciones y producido en muchos científicos un descrédito de la psicología social de los fenómenos colectivos, que no merece ya.” Stoetzel, J. (1965, p. 221).

Esta relación ideológica entre esas perspectivas y determinadas orientaciones políticas ha quedado reflejada por el uso dado a las ideas de Le Bon por parte de los grandes dictadores de principios del siglo XX. Benito Mussolini y Adolf Hitler son sólo dos de los políticos que se apoyan en sus doctrinas, de forma totalmente explícita el primero y algo más oculta el segundo. También para algunos, según Moscovici (1985), a Le Bon le corresponde el dudoso honor de ser considerado no sólo el padre de la Psicología de las masas, sino también uno de los precursores de las ideas (y prácticas) racistas en la Europa de los siglos XIX y XX. Asimismo, Aguirre y Quarantelli (1983) comentan que los trabajos de conducta colectiva se han criticado debido a la posible influencia de factores de tipo político e ideológico sobre los autores que los han desarrollado, lo que ha podido llevar a sesgos en sus resultados e interpretaciones. De entre las diferentes líneas de crítica que mencionan, destacamos la que se refiere a la protección del status quo: aunque teóricamente los posibles sesgos podrían favorecer posturas políticas de diferente signo, éstos se dan, básicamente, a favor del poder establecido, no sólo en cuanto a las explicaciones de los fenómenos, sino también en cuanto al rango de fenómenos que hay que estudiar, favoreciéndose una perspectiva “administrativa” en la que los problemas que se deben estudiar no son precisamente los de los desfavorecidos que buscan el cambio8. 8. En su análisis de dos disturbios ocurridos en Argentina en la década de los noventa (Santiago del Estero, 1993 y Corrientes, 1999), Santiago Auyero (2001) recuerda las dos condiciones que, según Walton y Rabin (1990), dan lugar a la emergencia de las protestas en los países del Tercer Mundo: la sobreurbanización, es decir, las tasas de urbanización que van más allá de las posibilidades de una población en función de su grado de industrialización, y los efectos derivados de las intervenciones político-económicas en estos países por parte de agencias internacionales, en concreto, las actuaciones o demandas por parte del Fondo Monetario Internacional. Al análisis de estas condiciones de ámbito global, Auyero añade la necesidad de analizar a los mediadores locales (lo que da pie para que hable de Glocal Riots), que en el caso argentino tienen su máxima expresión en la endémica corrupción económica por parte de la clase política.

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“Parte de las críticas ideológicas parecen basarse en una identificación de los estudios de la conducta colectiva, pasados y presentes, con un enfoque sociopsicológico que resalta los aspectos irracionales o emocionales, es decir, la patología social. Esto se opone, implícita o explícitamente, al interés sobre la racionalidad y la organización social del fenómeno de la conducta colectiva. [...] El enfoque sociopsicológico, con un enfoque sobre el individuo y la patología social lleva, según los críticos, a una imagen distorsionada del fenómeno que lo aboca a una denigración por parte de los defensores del statu quo.” Aguirre, B. E., y Quarantelli, E. L. (1983, p. 202).

Clifford Stott y Steve Reicher (1998) añaden que otro problema o limitación, evidentemente de tipo ideológico, presente en gran parte de las investigaciones sobre masas, consiste en no considerar su carácter de interacción intergrupal y, especialmente, el que hace referencia a la interacción entre la masa (manifestantes) y la policía. Si, como señalan diferentes investigaciones, el conflicto se desencadena principalmente cuando intervienen las fuerzas del orden, el análisis de los disturbios y los desórdenes debería analizar también el comportamiento de tales fuerzas. “Reduciendo la explicación del conflicto colectivo a la patología inherente de sólo una de las partes implicadas –la masa– no sólo se elimina todo el significado de la acción de la masa, sino que también se elimina toda responsabilidad del orden social y justifica el incremento de la represión como la única forma de tratar a las masas.” Stott, C., y Reicher, S. (1998, p. 511).

La “Batalla de Génova” (20-22 de julio de 2001) se saldó, además de con destrozos ocasionados por los manifestantes, con la muerte de uno de ellos (Carlo Giuliani) y el asalto, por parte de la policía, al centro de prensa del Foro Social de Génova. El jefe de la policía italiana, Gianni de Gennaro, declaró ante la comisión parlamentaria que investigaba la violencia durante la cumbre del G-8 en Génova: “Es posible que las condiciones de guerrilla creadas por criminales violentos hayan provocado en algunos casos excesos en el uso de la fuerza por parte de la policía, y en otros casos episodios individuales de comportamientos ilegales, los cuales serán severamente castigados”. Independientemente de que tras acontecimientos como los de Génova se lleguen a realizar investigaciones más o menos a fondo para determinar las posi-

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bles responsabilidades de las “fuerzas del orden”, explicaciones de este tipo, que forman parte del discurso cotidiano, sitúan en un nivel completamente diferente la explicación de un mismo tipo de conducta. Mientras la violencia de la masa es una característica intrínseca de la misma, la violencia, cuando es perpetrada por parte de la policía, constituye un acontecimiento aislado que necesita otro tipo de explicación. Con esto no queremos decir, por supuesto, que las masas no puedan realizar actos violentos (tenemos demasiados ejemplos de ello como para poder obviarlos) ni que la violencia se sitúe únicamente al lado de la policía (o que ella sea la instigadora). Simplemente, queremos resaltar los efectos ideológicos que conllevan las explicaciones en las que no se reconocen los elementos que hemos señalado.

4. El rumor como comunicación colectiva

“Mensajero del error y del mal tanto como de la verdad, el rumor, la más rápida de todas las plagas, va desencadenando el terror y se fortifica difundiéndose.” Virgilio, La Eneida (citado por J. Stoetzel, 1965, p. 243). HOAXES: LOS RUMORES DE HOY EN DÍA ALERTA. ¡¡¡PÁSALO A CUALQUIER PERSONA QUE TENGA TU DIRECCIÓN DE CORREO ELECTRÓNICO!!! Si recibes un mensaje cuyo asunto diga: “Se necesitan agallas para decir Jesús” o en inglés: “It takes Guts to say Jesús” ¡¡¡NO LO ABRAS!!!!! Borrará todo en tu disco duro. IBM, AOL sostiene que se trata de un virus muy peligroso que, por el momento, NO HAY REMEDIO. Un individuo muy enfermo en su contra logró utilizar la función de reformateo de Norton Utilities causando el borrado completo de todos los documentos archivados en el disco duro. Este virus se ha diseñado para trabajar con Netscape Navigator y con Microsoft Internet Explorer. Destruye computadores compatibles con Macintosh e IBM. Éste es un virus nuevo y muy maligno, el cual es desconocido por mucha gente. Por favor, pasa esta advertencia a todas tus direcciones y a tus amistades ASAP en línea,

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para parar esta amenaza. Toma medidas de precaución y advierte a cualquier persona que tenga acceso a tu computadora.

Cualquier persona que utilice habitualmente el correo electrónico, casi con toda seguridad, habrá recibido en alguna ocasión algún mensaje de este estilo9, en el que se avisa de la aparición de un peligrosísimo nuevo virus. Prácticamente, en su inmensa mayoría, se trata de falsas informaciones, que se transmiten por la Red a una gran velocidad y que se convierten, ellas mismas, en el virus que preconizan, “infectando” a un gran número de usuarios que, en ocasiones, pueden llegar a inutilizar sus ordenadores siguiendo los “altruistas” consejos del mensaje. Podríamos pensar que se trata de la modalidad moderna de lo que conocemos como “leyendas urbanas”, historias que se van transmitiendo de boca a oreja, que atraviesan fronteras, y que penetran en amplias capas de la población y llegan a convertirse en parte del imaginario colectivo, a convertirse, en palabras de Allport y Postman (1967), en “rumores cristalizados”10. Sin embargo, no siempre los rumores son tan inofensivos como las leyendas que suelen circular en una comunidad. Un ejemplo dramático de la peligrosidad potencial de los rumores lo podemos encontrar en el análisis que realiza Edgar Morin (1969) de un rumor surgido ese mismo año en la ciudad de Orleans. Rumor de Orleans “En mayo de 1969 nacía en Orleans un rumor según el cual una serie de muchachas, tras haber sido narcotizadas en tiendas de modas de comerciantes en su mayoría judíos, habían sido víctimas de la trata de blancas. Morin y su equipo pudieron establecer diversas fases en la historia de este rumor. En una primera fase, el rumor parece que se había originado en el medio constituido por muchachas de diversos institutos de enseñanza media. La información relativa al rapto de las jóvenes era atribuida a fuentes reconocidas como competentes (la policía, la 9. Puede obtenerse más información sobre los hoaxes en http://videosoft.tripod.com/hoaxes.htm y (en inglés) en: http//hoaxbusters.ciac.org/ 10. Son múltiples los ejemplos con los que podrían ilustrarse el fenómeno de las “Leyendas urbanas”. Sirvan como muestra los dos siguientes: 1) “las cloacas de Nueva York están habitadas por cocodrilos que son lanzados a los inodoros por sus propietarios al comprobar cómo crecen sus pequeñas mascotas”; 2) “una autoestopista que es recogida por un conductor le avisa de la peligrosidad de una curva. Cuando el conductor vuelve a mirarla, ha desaparecido. Con posterioridad, el conductor se entera de que esa chica murió en aquella curva tiempo antes”. Pueden consultarse más leyendas en http://www.leyendasurbanas.es.fm/ y, en inglés, en la fantástica http://www.snopes.com

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enfermera que había cuidado a una víctima salvada,...) o próximas (un familiar, un amigo, cuya credibilidad no se ponía en tela de juicio). Por lo que respecta a los periódicos, permanecerían mudos. Luego siguió una fase de amplia propagación de la noticia, que ahora circulaba entre los adultos. Los profesores aconsejaban a sus alumnas que no acudiesen a estos lugares peligrosos solas, y ni siquiera acompañadas, y su competencia en realidad no hacía más que acentuar la credibilidad del rumor. Éste, al tiempo que se extendía, se inflaba: el número de comerciantes implicados aumentaba, así como el de víctimas. Se alcanzó entonces la metástasis, la fase culminante del rumor: la red de trata de blancas se convierte en patrimonio de la policía, corrompe al gobierno local, el silencio de los cuales no es sino la prueba evidente de su colaboración culpable. En lo más vivo del rumor, los comerciantes reciben amenazas telefónicas anónimas y se forman tumultos ante las tiendas cuyos propietarios eran incriminados. Las mujeres no entraban sino acompañadas, y salían lo antes posible, o dejaban de frecuentar los comercios en cuestión. Las autoridades, puestas fulminantemente al corriente, rehusaron intervenir un fin de semana en que había elecciones, lo que no hizo más que abonar las sospechas de connivencia que pesaban sobre ellas. Una vez pasadas las elecciones sobrevino la respuesta; las autoridades, los periódicos, los grupos antirracistas, los partidos de la oposición pasaron a la contraofensiva: se desmintió la verosimilitud de los hechos, se ridiculizó lo absurdo del rumor, se amenazó a quienes lo favorecieron, se acusó a los fascistas. Este contraataque no hizo más que contener el rumor, pero sin atacarlo en su base: no se pudo reconocer como fuente del rumor a ninguna persona ni a ningún grupo antisemita de extrema derecha. Esto no era más que un retroceso ante la amenaza, puesto que las mujeres continuaban evitando esos comercios o, si acudían a ellos otra vez, lo hacían acompañadas. Finalmente, circularon unos nuevos ‘minirrumores’: el hermano de un comerciante sospechoso había sido detenido por la policía y se habían producido nuevos raptos. Además, frente al antimito (la denuncia del rumor) apareció un antiantimito: que si los partidos de la oposición habían hecho de ello un caballo de batalla, que si los periódicos habían inventado un tema para llenar sus columnas, que si los comerciantes judíos habían ideado una odiosa publicidad. Sea como fuese, y pese a las amenazas, el rumor, aparentemente extinguido, había dejado sus huellas grabadas en la historia de la ciudad.” G. Mugny (1980, pp. 331-332).

Probablemente, igual que en el caso de los hoaxes o de las leyendas urbanas, también hayamos oído en alguna ocasión algún rumor de este tipo. De hecho, si en el caso del rumor de Orleans los acusados de cometer fechorías eran miembros de la comunidad judía, una comunidad tradicionalmente perseguida; en la actualidad y en nuestro contexto más inmediato no es del todo extraño escuchar historias similares, en las que los malvados pertenecen también a algún grupo minoritario, desde el 11 de septiembre de 2001, especialmente musulmanes.

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El “Rumor de Orleans” es un ejemplo que nos muestra la importancia que tiene esta forma de comportamiento colectivo a la que denominamos rumores. Pierre Marc (1987) sistematiza esta afirmación planteando cuatro fenómenos vinculados con los rumores, que los hacen merecedores de estudio. En primer lugar, como en el caso del rumor descrito por Morin, los rumores pueden dar lugar a prejuicio y difamación, incluso sin necesidad de que haya una intencionalidad explícita o conciencia de que pueda producirlos por parte de la fuente que los difunde. En segundo lugar, los rumores pueden implicar degradación o distorsión de la información11. El tercer fenómeno se refiere a la aparición de comportamientos poco racionales12 derivados del contenido del rumor y que pueden dar lugar a conductas que pueden llegar a poner en peligro la propia vida. Y, por último, también hay que tener en cuenta que son una fuente de cambio de opiniones y actitudes (Marc, 1987, pp. 17-26).

4.1. Definición de rumor y tipos de rumores Diversos autores destacan la omnipresencia del fenómeno de los rumores, afirmando que podemos encontrar manifestaciones de los mismos en épocas remotas (la cita con la que empezábamos este apartado es buena muestra de ello). Esto lleva a Jean-Nöel Kapferer (1989a) a denominarlos “el medio de difusión más antiguo del mundo”. Sin embargo, si bien como fenómeno de comunicación se le puede atribuir tal antigüedad, como concepto teórico el nacimiento del rumor tiene su origen en los inicios del siglo XX. En concreto, según Froissart (2000), dichos orígenes se sitúan en la obra de William Stern (1902), Frederic C. Bartlett (1920) y Klifford Kirkpatrick (1932), como antecesores inmediatos de la obra que supone el punto de referencia en el estudio del rumor, la Psicología del rumor, de Floyd Allport y Leo Postman (1947). 11. Una ilustración del efecto de distorsión lo constituyen los rumores posteriores al ataque a la base de Estados Unidos de Pearl Harbor en 1941, que hicieron que una parte de la población llegara a creer que se había destruido la totalidad de la flota del Pacífico, creencia que no se vio completamente rechazada a pesar del desmentido radiofónico del presidente Roosvelt. 12. Un ejemplo típico del efecto de conducta irracional se desprende de los acontecimientos derivados de la transmisión radiofónica que realizó Orson Wells en 1938 de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells.

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4.1.1. El estudio del rumor

Cada uno de estos autores desarrolla un método para el estudio experimental del rumor. El diseño de Stern implica a un participante que escribe un relato sobre determinado acontecimiento para que sea escuchado por otra persona que, a su vez, hará lo mismo; la peculiaridad de la situación consiste en que los participantes escriben el relato, pero es el experimentador el encargado de leerlo a la siguiente persona. Kirkpatrick y Bartlett utilizan el método de las repeticiones seriadas, precursor del conocido juego de sociedad consistente en que varias personas, formando una cadena, transmiten oralmente un mismo mensaje de una a otra, de forma que puede apreciarse la transformación de forma y contenido que sufre el mensaje original. Por su parte, Allport y Postman (1947) utilizan también el mismo método de repeticiones seriadas, tomando como material de base una serie de viñetas que un primer participante debe describir al siguiente miembro de la cadena, de forma que éste, a su vez, pueda transmitirlo al siguiente y así sucesivamente hasta que intervienen siete u ocho personas13. El trabajo de estos autores, aunque supone un referente en cualquier obra que trate sobre los rumores, ha recibido serias críticas relacionadas con la metodología experimental que utilizan en sus investigaciones, dado que resultan artificiales y no reproducen las condiciones reales en las que se transmiten los rumores en la vida cotidiana, habitualmente en el contexto de conversaciones informales. “El enfoque de Allport y Postman es diferente del que trata el rumor como una forma de opinión pública y a la opinión pública como un complejo proceso colectivo. Asumen que el contexto social en el que se producen los rumores puede reducirse a una simple cadena de sujetos; que, por implicación, la amplia circulación del rumor no es nada más que la adición de tales cadenas; y que el rumor puede ser explicado, al menos en parte, por referencia a mecanismos psicológicos uniformes y omnipresentes como ‘el proceso economizador de memoria’. 13. La similitud de la metodología utilizada por Allport y Postman con la de sus predecesores no es de extrañar, si consideramos que en 1923 Allport hizo una estancia de seis meses en el laboratorio de Stern en Hamburgo y que de allí partió para otra estancia con Bartlett (Froissart, 2001).

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Además, y quizás más importante, Allport y Postman proceden sobre la asunción de que el rumor resulta básicamente de la distorsión en la percepción y en la comunicación verbal unilateral.” Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 161).

Por ejemplo, no tienen en cuenta los cambios en la motivación que se dan en una discusión informal, o que una misma persona puede contar versiones diferentes de una misma historia, no en función del recuerdo, sino en función del tipo de relaciones que mantiene con su interlocutor. “La principal limitación en el estudio experimental del rumor y otras formas de conducta colectiva radica en el fracaso en producir, o incluso simular, estados motivacionales comparables a los que se producen en la vida real.” Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 166).

Frente a este tipo de investigaciones experimentales, también podemos encontrar estudios de campo como los de Morin (1969), como los de Peterson y Gist (1951), o como los del mismo Bartlett. De hecho, la obra de Bartlett sobre el recuerdo se caracteriza precisamente por aquello que es criticado en Allport y Postman: el tratamiento del recuerdo remitiéndose a factores de tipo social, alejándose de las explicaciones psicologistas tan en boga en la época.

4.1.2. Definiciones Como ocurre con cualquier otro concepto, podemos encontrarnos con un gran número de definiciones de lo que es un rumor. Las características más o menos compartidas por las diferentes definiciones serían las siguientes: Tabla 1.1. Características comunes de las definiciones Objeto

Información

Tema

Asuntos de actualidad

Objetivo

Convencer

Medio

Comunicación interpersonal

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A éstas podemos añadir las que, según Kapferer (1989), serían las características básicas del rumor: • La esencia del rumor es el movimiento. Sin movimiento no hay rumor: el rumor es emergencia y circulación de noticias en el cuerpo social. • Hay rumores con fundamento y sin él. Lo que caracteriza un rumor no es su carácter verificado o no, sino su origen no oficial. “Llamaremos pues rumor a la emergencia y circulación en el cuerpo social de informaciones todavía no confirmadas públicamente por las fuentes oficiales o desmentidas por éstas.” Kapferer, J. N. (1987, p.630).

4.1.3. Tipos de rumores Knapp (1944) ha establecido una de las clasificaciones del rumor más conocidas. Esta tipología está conformada en función del tipo de motivaciones que se encuentren detrás del rumor: • Rumores que expresan deseos o sueños imposibles (Pipe-Dream): son aquellos cuyo contenido consiste en el reflejo de algún deseo presente en la población. • Rumores pesimistas o de miedo (Bogie Rumor): en este caso, el contenido del rumor pone de manifiesto los miedos existentes en el grupo, la angustia de que ocurran acontecimientos de tipo negativo. • Rumores con contenido agresivo: tienen como misión dividir grupos o destruir lealtades y, según Knapp, suelen ir dirigidos contra la propia población o contra los propios aliados. En la interesante página web de Barbara y David P. Mikkelson (www.snopes.com) se pueden encontrar algunos ejemplos de estos tipos relacionados con el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas: “Un hombre atrapado en la explosión de una de las torres del World Trade Center se subió sobre restos del edificio que caía y eso lo salvó”. Este rumor (evi-

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dentemente falso) expresa la esperanza de que algunas personas hayan podido sobrevivir al derrumbamiento de las Torres. Aunque puede que no tenga las características exactas de un rumor, aquellas personas que ven la cara de Satanás en algunas fotografías de la explosión de las torres probablemente estén expresando sus miedos y angustias. Por último, evidentemente tienen un contenido agresivo todos aquellos rumores en los que se acusa a diferentes personas o colectivos de alegrarse tras el atentado. Si consideramos que se trata de personas de nacionalidad estadounidense (aunque provengan de otros países), entra dentro de la tercera categoría de Knapp el rumor según el cual los empleados de una tienda Dunkin’ Donuts profanaron una bandera americana tras los atentados.

4.2. Transmisión del rumor

Allport y Postman (1946, 1967) idearon la fórmula probablemente más extendida para explicar la difusión de los rumores. Según estos autores, la cantidad de rumor será el resultado de la multiplicación de su importancia por su ambigüedad (R ~ i X a). Es decir, para que se difunda un rumor, éste debe caracterizarse no sólo por una cierta ambigüedad, sino también por tener algún tipo de relevancia para la persona (la fórmula implica una multiplicación, por lo que ninguno de los productos puede ser igual a cero). Los autores ilustran de la manera siguiente el papel que tiene la importancia del tema: “Por ejemplo, no podría esperarse que un ciudadano de Estados Unidos fuera a pasar rumores relativos al precio de los camellos en Afganistán, puesto que el asunto carecería de importancia para él, aunque es en verdad ambiguo. No estará tampoco dispuesto a esparcir chismes sociales de alguna aldea albanesa, porque nada le importará lo que allá hagan.” Allport, G. W., y Postman, L. J. (1967, p. 16).

El proceso de transmisión implica, en la mayoría de los casos, una transformación del mensaje original, que Allport y Postman (1947), a partir de sus tra-

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bajos experimentales14 de recuerdo de láminas con escenas más o menos cotidianas, describen formulando sus tres famosas leyes sobre la transmisión de los rumores: • Nivelación o reducción Mecanismo mediante el cual el rumor, según va circulando, se reduce, acortándose, haciéndose más conciso y, por consiguiente, más fácil de recordar y contar. Aunque una explicación de ello podría estar relacionada con el poco tiempo de que disponen las personas, la pérdida de memoria no parece el elemento explicativo fundamental, puesto que llega un momento en el que se obtiene una estructura simple que, con posterioridad, se repite de forma fidedigna. Cuando se consigue una “buena forma”, ésta no se abandona. • Acentuación Implica la percepción, retención y narración selectiva de un limitado número de pormenores de un contexto mayor. Es el proceso complementario a la nivelación, puesto que si de un conjunto de informaciones algunas se nivelan, las otras automáticamente se ven acentuadas. • Asimilación La reducción y la acentuación son dos manifestaciones complementarias de la asimilación a los marcos de referencia de la persona. Por consiguiente, supone una distorsión de la información recibida por la influencia de factores emocionales y cognitivos. Mugny (1980) plantea, basándose en estas leyes, que se está hablando de tres tipos de transformaciones: 1) transformación simplificadora; es decir, omisión de contenidos; 14. El modelo experimental utilizado por Allport y Postman en su estudio de los rumores recuerda la teoría matemática de la comunicación, formulada poco después por Claude Shannon y Warren Weaver, en la que se plantea un modelo de comunicación lineal entre emisor y receptor, en el que no se produce feedback, y en el que la variable más importante es el ruido que puede afectar a la correcta transmisión de la información. Puede hacerse un seguimiento de estos contrastes consultando: Shannon, C. E., y Weaver, W. (1981). Teoría matemática de la comunicación. Madrid: Forja, 1949.

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2) transformación racionalizante; es decir, adaptación, y 3) transformación acentuadora; es decir, énfasis de algunos elementos.

Hablar de transformación lleva implícita la idea de economía de memoria, algo criticado por algunos autores.

“No hay evidencia en este estudio de un ‘proceso economizador de memoria’. Parece más probable que personas con poco interés olviden detalles, mientras que aquellas que están interesadas los recuerden, al menos los detalles que consideren cruciales.” Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 166).

Por ejemplo, en cuanto al recuerdo de nombres y lugares, esos mismos autores destacan cómo pueden influir diferentes factores de tipo emocional en la mayor o menor precisión en el recuerdo. Otros elementos que pueden influir en la distorsión pueden estar relacionados con el interés de las personas implicadas, por el tipo de relaciones sociales entre ellas o por el interés del transmisor en darle apariencia de veracidad.

4.3. Modelos de transmisión

Como hemos mencionado con anterioridad, el modelo de Allport y Postman implica hablar de una estructura lineal de transmisión, en el que cada persona (menos los extremos de la cadena) es emisor y receptor de un único e idéntico mensaje (con independencia de que se transforme, no circula ningún otro tipo de información), sin que exista la posibilidad de auténtica interacción con su interlocutor y sin que exista la posibilidad de que reciba o envíe nuevas informaciones. Evidentemente, se trata de una situación que no es típica de la vida real (ver Modelo 1 de la figura siguiente).

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Gráfico 1.2.

Modelos de transmisión del rumor. Basado en Rouquette (1975, pp. 24-27).

Una ligera variación de este modelo podría ser la representada por el Modelo 2, en el que cada uno de los participantes puede interaccionar con más de un receptor. No obstante, este modelo, tal y como lo hemos representado aquí, seguiría teniendo la característica de linealidad, aunque en éste la transmisión del rumor quedaría prácticamente asegurada, puesto que en un momento de tiempo determinado no hay una única persona responsable de su transmisión en el grupo o que tenga la capacidad para detenerla. Por último, el tercer modelo (Modelo 3), con una estructura de red, se acerca mucho más a la realidad, puesto que en éste podemos apreciar que cualquier persona puede ser emisora y al mismo tiempo receptora de un mismo rumor, y puede tener, en cada momento, diferentes interlocutores. “Y una vez que el rumor ha entrado en una determinada estructura social, comienza a circular repetidamente, transformándose y diversificándose a cada paso, hasta diluirse por completo la responsabilidad por el origen del mismo. Es decir, el rumor va transitando por entre una red de relaciones interpersonales múltiples que no sigue normalmente un patrón lineal, incluso se adaptan al patrón ramificado. Más bien ofre-

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cen el aspecto de una red que implica múltiples conexiones en las que el mensaje se envía a distintas personas dentro del grupo, donde circula repetidamente. A medida que se envía y se recibe por distintas fuentes, los patrones de transmisión se van complicando, de tal manera que cualquier individuo no sólo envía mensajes a más de una persona, sino que también los recibe de más de una. A lo que habría que sumar la circunstancia del traspaso de la información desde unas redes a otras a partir de posibles vínculos comunes.” Sánchez García, F. M. (1997). Los rumores. En L. Gómez y J. M. Canto Ortiz (Eds.), Psicología Social (pp. 321-338). Madrid: Pirámide.

Algunos autores se basan en el modelo de influencia de Lazarsfeld, según el cual la influencia de una comunicación persuasiva tiene que ver, sobre todo, con la actuación de “líderes de opinión”, que son quienes reciben el mensaje en primer lugar (y son influidos por el mismo) y, a su vez, lo transmiten a los miembros de sus grupos en un proceso de “flujo en dos pasos”. Ocurriría lo mismo con los rumores. Habría unas personas que serían quienes los iniciarían y orientarían al resto del grupo.

4.4. Control de los rumores

Pascal Froisart (2000) menciona la descripción que realiza en 1911 una colaboradora de Stern, Rosa Oppenheim, de un caso de transmisión de rumor en la prensa mundial. Según dicha autora, un periodista publica la información sobre la invención, por parte de un psicólogo (Hugo Münsterberg), de un detector de mentiras increíblemente eficaz. Durante semanas, la noticia circula por los diarios de Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, llegando a publicarse unos trescientos artículos. Todo esto a pesar de los intentos del supuesto inventor de negar la veracidad de la noticia, puesto que sus desmentidos, al contrario que la falsa información, viajan lentamente y son poco resaltados. Es fácil encontrar ejemplos de este tipo, casos en los que una noticia se propaga a pesar de los desmentidos públicos de personas o instituciones. Con anterioridad hemos visto la dificultad para desmentir el rumor sobre la trata de blancas por parte de comerciantes judíos (“Rumor de Orleans”). A pesar de la oficialidad de los desmentidos y de la relevancia de las fuentes, fue preciso que

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transcurrieran dos meses hasta que desapareciera y la población volviera a frecuentar aquellos comercios. Sin embargo, aquella duración resulta ridícula ante la permanencia temporal de otros rumores que, como en el caso de las leyendas urbanas que mencionábamos anteriormente, pueden llegar a durar años. Otro caso “paradigmático” es el que menciona Jean-Nöel Kapferer (1989), un rumor que perdura durante años y se extiende por diferentes países (es posible que a algún lector le resulte familiar la “versión española”). En él se acusa a diferentes marcas comerciales dedicadas a la alimentación de incluir aditivos tóxicos o cancerígenos en la composición de sus productos (Coca-Cola, Schweppes, Martini, etc.). El rumor, conocido como “el panfleto de Villejuif” se detectó en Francia en la primavera de 1976, y en el mismo se atribuye la fuente de la información al Hospital de Villejuif (especializado en la investigación del cáncer), que rápidamente difunde desmentidos en los que no sólo niega la autoría de la información, sino que también informa de la falsedad de las afirmaciones. Por ejemplo, el producto más peligroso que se menciona en el panfleto es un aditivo (el E330) que, en realidad, no es más que ácido cítrico. A pesar de los desmentidos, en 1979 habían leído el panfleto un 43% de las amas de casa francesas, lo que da muestra de su “poder de convicción” (de hecho, llega a encontrarse en las salas de espera de algún hospital o a ser distribuido por algunos profesores en los colegios). Si aplicamos a este caso la fórmula de Allport y Postman (R = importancia x ambigüedad), podemos apreciar cómo efectivamente están presentes ambos elementos. El “combustible” (el elemento motivacional) de difusión del rumor tiene que ver con la preocupación por la salud, por las angustias ante los desarrollos de la ciencia (hoy día serían los productos transgénicos), la lucha de David contra Goliat, la defensa contra las grandes multinacionales que nos roban la salud. La ambigüedad también influye. En este caso no se mencionan los componentes por sus nombres, sino por su código, lo que contribuye a dificultar su identificación (incluso algunos médicos no identifican el E330 como ácido cítrico). Por otra parte, el hecho de que efectivamente los aditivos de los alimentos se identifiquen con códigos confiere cierta idea de secretismo, de intento de ocultar información que no sería muy bien recibida por el consumidor (Kapferer, 1989).

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Allport y Postman comentan que, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, cierto alto funcionario de la Oficina de Informaciones Bélicas afirmaba que “el rumor corre por falta de noticias. Por consiguiente, debemos proporcionar al pueblo noticias lo más exactas posibles, pronta y completamente” (Allport y Postman, 1967, p. 32). Sin embargo, para ellos esta afirmación no es del todo correcta, puesto que, en ocasiones, es la existencia de noticias lo que hace que circulen todavía más rumores. Por tanto, dar información no es la forma de eliminarlos o controlarlos. El control de los rumores puede orientarse en dos direcciones: proporcionar la máxima información de la forma más precisa o combatir directamente el rumor, difundiéndolo para atacarlo y ridiculizarlo. Estas dos líneas de actuación convivieron durante la Segunda Guerra Mundial como formas de atacar lo que suponía, según el Gobierno norteamericano, uno de los grandes peligros a los que se enfrentaban, puesto que la existencia de rumores no sólo podía ser una forma de facilitar el trabajo de los servicios de inteligencia extranjeros, sino también una de las modalidades utilizadas por los mismos servicios para reducir la moral de la población estadounidense. La primera de las estrategias fue la utilizada por la OWI (Oficina de Informaciones de Guerra), que dedicó sus esfuerzos a mejorar la calidad de las noticias y a acrecentar la confianza del público en las mismas. La segunda fue inspirada por los hermanos Allport (Gordon y Floyd), quienes crearon las “Clínicas del Rumor” (Floyd en Syracuse y Gordon en Harvard), concebidas como una forma de combatir los efectos distorsionadores de los rumores por medio de su examen y posterior publicación en la prensa local de informaciones que los desmintieran. En esta labor colaboraban tanto psicólogos como periodistas y empresarios, junto a grupos de voluntarios que “recogían” los rumores que circulaban entre la población y los enviaban a los coordinadores, que se encargaban de su crítica. La efectividad de los artículos publicados, según Allport y Lepkin (1945), es alta, puesto que quienes leían con regularidad la columna de la Clínica del Rumor era menos probable que creyeran en los rumores antiestadounidenses. Por último, Knapp menciona una serie de elementos que se deben tener en cuenta para poder controlar los rumores: 1) Asegurar la confianza en los medios de comunicación formales.

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2) Desarrollar la máxima confianza en los líderes. 3) Informar del máximo número de noticias con tanta rapidez como sea posible. 4) Hacer la información tan accesible como sea posible. 5) Evitar la holgazanería, la monotonía y la desorganización personal. 6) Llevar a cabo campañas públicas contra los difusores de rumores.

5. Psicología de las multitudes en situaciones de crisis: desastres y pánico

“En el país de la felicidad tranquila y serena, la Arcadia, Pan guiaba tranquilamente sus rebaños. Este dios de los pastores, medio hombre medio chivo, monstruo y seductor a la vez, virtuoso de la flauta e incansable amante de las ninfas, poseía los rasgos más inquietantes: podía surgir de repente desde detrás de un arbusto e inspirar súbito terror: el pánico.” Dupuy, J. P. (1991, p. 11). “Hablo desde el tejado del edificio de radiotransmisiones de la ciudad de Nueva York. Las campanas que ustedes oyen advierten al pueblo que evacue la ciudad, debido al avance de los marcianos. Se estima que en las dos últimas horas tres millones de personas se han trasladado por las carreteras hacia el Norte; los automóviles pueden aún transitar por la Avenida del Río Hutchinson. Eviten los puentes para ir a Long Island; están atascados por la aglomeración del tráfico. Hace diez minutos quedó cortada toda comunicación con la ribera de Jersey. No hay más defensa. Nuestro ejército, liquidado... La artillería, la fuerza aérea, todo liquidado. Quizá sea ésta la última radiotransmisión. Permaneceremos aquí hasta el final... En la catedral, debajo de nosotros, la gente se ha reunido”(Voces que cantan un himno). “Ahora mismo miro hacia el puerto. Toda clase de embarcaciones están abarrotadas de gente que huye y se aleja de los muelles” (Sirenas de vapor). “Las calles están atestadas de gente. La multitud hace un ruido parecido al que se oía en la ciudad cuando se festejaba el Año Nuevo... Un momento... Ahora se divisa al enemigo. Cinco grandes máquinas. La primera cruza el río. Puedo verla desde aquí vadeando el Hudson como un hombre podría vadear un arroyo [...] Esto es el final. Sale humo..., humo negro que se esparce sobre la ciudad. La gente en las calles lo ve

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ahora. Corren hacia East River... Miles de ellos caen como ratas. Ahora el humo se esparce más rápidamente. Ha llegado a la plaza Times. La gente intenta huir, pero inútilmente. Caen como moscas. Ahora el humo cruza la Sexta Avenida... La Quinta Avenida... Está a cien metros... Está a quince metros...”15

Cuando escribimos esto han pasado casi sesenta y tres años desde que, en la noche de Halloween (30 de octubre de 1938) Orson Wells aterrorizara a un gran número de estadounidenses con la emisión radiofónica de una adaptación de La guerra de los mundos de Herbert George Wells (1898). “Antes de que terminara el radiodrama, en todo el territorio de la Unión la gente rezaba, lloraba y huía despavorida ante el avance de los marcianos. Algunos corrían para socorrer a sus seres queridos. Otros se despedían o hacían advertencias por teléfono, se apresuraban a informar a los vecinos, buscaban informes en los diarios o en las estaciones de radio, y pedían ambulancias a los hospitales y automóviles a la Policía. Se calcula que unos seis millones de personas oyeron el radiodrama y que, por lo menos, un millón de ellas se asustaron o se inquietaron.” Cantril, H. (1942, p. 63).

Las afirmaciones de Cantril y otros sobre el impacto de esa difusión han sido cuestionadas, e incluso se ha llegado a afirmar que, en realidad, no existió tal nivel de pánico y que lo que hoy día conocemos sobre tal acontecimiento es principalmente el resultado de una creación mediática (Miller, 1985). No obstante, haya sido de mayor o menor intensidad, hayan sido unos cientos de miles más o menos las personas que se han sentido impresionadas por una emisión que creían real, haya sido mayor o menor el número de personas que se sintieron presas del pánico, lo cierto es que la emisión de Wells constituye un hito en los estudios sobre el pánico. Asimismo, se afirma que el pánico generado por esta emisión se ha replicado en fechas y contextos diferentes. Según Bulgatz (1992), se produjeron resultados similares en las emisiones realizadas en Santiago de Chile en 1944, en Quito en 1949, o en Portugal en 1974. No obstante, algunos autores afirman que, en realidad, el pánico es un fenómeno realmente extraño, que no se produce en todas las situaciones de crisis o de catástrofes. Es sobre todo extraño en las catástrofes naturales y que, como el 15. Transcripción de la emisión radiofónica de La Guerra de los Mundos, en Cantril (1942, pp. 44-45).

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dios Pan al que hace referencia Dupuy, aparece sólo de vez en cuando, de forma casi inesperada. Incluso, afirma Dupuy, el pánico tiene mayores probabilidades de producirse en situaciones que culturalmente se definen como proclives al pánico. Es decir, que en una situación en la que “sabemos” que es probable que se desencadene el pánico, es más probable que así sea. Si eso es así, la probabilidad de que se produzcan situaciones de pánico en un estadio de fútbol es realmente alta, entre otras cosas porque, a raíz de algunas catástrofes ocurridas y su amplia difusión en los medios de comunicación de masas, hoy día todos conocemos el alto riesgo que se corre en espectáculos de este tipo. Pero entonces, ¿qué es el pánico? Una posible definición sería la siguiente: “Miedo colectivo intenso, experimentado simultáneamente por todos los miembros de una población, caracterizado por la regresión de las conciencias a un nivel arcaico, impulsivo y gregario, y que se traduce en reacciones primitivas de huida, de agitación desordenada, de violencia o de suicidio colectivo.” Crocq y otros (1987). Citado por J. P. Dupuy (1991, p. 25).

Como vemos, esta definición reproduce a la perfección el concepto de masa o multitud que con anterioridad hemos encontrado en autores como Sighele o Le Bon, en los defensores de la irracionalidad de las masas, en aquellos autores que optan por defender que en estas situaciones aparece una nueva entidad colectiva y desaparecen las individualidades; es decir, que se produce una “desindividualización”. Como hemos visto, el contagio constituye una de las explicaciones del porqué de esta desindividualización. Sin embargo, la investigación desarrollada por Cantril16, a partir de una serie de entrevistas que realiza con posterioridad a la emisión radiofónica mencionada, muestra que no se puede hablar de contagio de sentimientos, como podría desprenderse de los trabajos clásicos sobre multitudes, sino que, más bien, existe un amplio abanico de posibilidades en cuanto al tipo de reacciones que mostrarán las personas afectadas, dependiendo éstas de factores tanto sociales como psicológicos. 16. Es importante señalar que aunque el libro de Cantril se refiere a un acontecimiento anterior, su publicación se produce durante el período de guerra. En aquel mismo período publicó un artículo, dirigido explícitamente a la prevención de posibles disturbios y conductas de pánico con los que pueden encontrarse los aliados al recuperar territorios de la Europa ocupada. Véase Cantril, H. (1943). Causes and control of riot and panic. Public Opinion Quarterly, 4, 669-679.

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• Nivel de espíritu crítico (relacionado con el nivel de instrucción de la persona). • Vulnerabilidad psicológica (relacionada con la confianza en uno mismo). • Preocupaciones. • Sentimiento de seguridad o inseguridad. • Situación física y social (cercanía/lejanía del lugar del acontecimiento y de la familia y posibilidad, o no, de comportamiento autónomo). Frente a las explicaciones en términos de desindividualización, una alternativa posible sería aquélla en que la dilucidación se realiza, precisamente, en sentido contrario, a la que podríamos denominar desocialización. Es decir, la desintegración de las normas sociales, la destrucción de los vínculos primarios que lleva a que la conducta de cada persona se rija únicamente por el deseo de huir sin tomar en consideración lo que pueda ocurrirles a los demás. Estos dos tipos de explicaciones quedan recogidos en el trabajo de Helbin, Farkas y Vicsek (2000, p. 488), quienes describen de la siguiente forma la secuencia típica de acontecimientos en una situación de escape ante una catástrofe: • Las personas se mueven o intentan moverse más rápido de lo normal. • Las personas empiezan a empujarse, y sus interacciones empiezan a ser de naturaleza física. • El movimiento, y especialmente el paso de embotellamientos, se hace descoordinado. • Se observan atascos en las salidas. • Se incrementan las interacciones físicas entre la masa embotellada, que producen presiones peligrosas, que pueden llegar a derribar paredes u otras barreras físicas. • La huida se ralentiza a causa de las personas caídas que actúan como obstáculos. • Las personas muestran una tendencia a la conducta de masa, es decir, a hacer lo que hacen los demás. A partir de simulaciones por ordenador17, estos autores llegan a la conclusión de que ni la conducta individualista (cada persona intenta encontrar una vía de escape por su cuenta), ni la conducta de masa (todas las personas se mue-

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ven en una misma dirección) son las mejores soluciones. Consideran que las probabilidades de escapar aumentarán si se utiliza una mezcla de ambos tipos. Gráfico 1.3.

a) Simulación de grupo de personas intentando escapar de una sala con humo y dos salidas no visibles. b) Número de personas que consiguen escapar dependiendo del nivel de pánico. Helbin, Farkas y Vicsek (2000).

Por su parte, Stoetzel (1965), basándose en el trabajo de Marta Wolfenstein18, resume de la siguiente forma las reacciones en las catástrofes en tres momentos temporales diferentes (no necesariamente presentes en todo tipo de catástrofes): • Precrisis: aparecen dos tipos de actitudes opuestas, tanto de rechazo de la idea de peligro como presencia de un temor exagerado al mismo. • Crisis: que, a su vez, se puede dividir en tres fases. En la primera, denominada fase de choque, pueden darse al mismo tiempo tres reacciones: una minoría conservará la sangre fría, otra mostrará reacciones extremas de ansiedad; mientras que la mayor parte “permanecerán aturdidos, atontados, sorprendidos por el estupor. Es pensando en éstos como los espectadores, por error e incomprensión, hablarán de calma y de valentía” (Stoetzel, 1965, p. 233). La segunda fase, reacción o retroceso, implica un intento de comprensión de lo sucedido, y es donde aparecen los comportamientos expresivos que alivian la tensión, y donde aparecen también las reacciones prácticas de ayuda a los necesitados. Y en cuanto a la tercera fase, se caracteriza por la 17. Puede encontrarse información interesante sobre el pánico (simulaciones, vídeos, referencias, etc.) en: http://angel.elte.hu/~panic. Asimismo, se puede encontrar una amplia lista de programas de simulación en: http://ces.iisc.emet.in/energy/HC270799/ibm.html (recomendamos particularmente la consulta de la sección “Human crowds: motion and psychology”). 18. Wolfenstein, M. (1957). Dissaster: A psychological essay. Londres: Routledge

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aparición de rumores, surgimiento de “líderes” y conductas de ayuda mutua y sacrificio. • Postcrisis: en la que se tienen en consideración las (probablemente largas) secuelas de la catástrofe, tanto en el ámbito fisiológico como psíquico. Las simulaciones realizadas por Helbin, Farkas y Vicsek pueden ofrecer datos interesantes, principalmente a quienes deben diseñar salidas de emergencia u otros sistemas de evacuación de personal. Sin embargo, al igual que la investigación experimental de Mintz19, no permiten considerar los factores sociales que entran en juego en situaciones de este tipo. Con anterioridad hemos desarrollado, como una de las interpretaciones teóricas de la conducta colectiva, la Teoría de la norma emergente. Esta teoría se puede utilizar para explicar, desde un punto de vista más social, fenómenos concretos relacionados con el pánico. Mientras que las explicaciones anteriores se sitúan en dos polos opuestos, desindividualización y desocialización, la explicación en términos de norma emergente ofrece un punto de vista que se sitúa en el polo de la desindividualización, puesto que se plantea la homogeneidad en la conducta de los miembros de un grupo, pero sin recurrir a hablar de contagio. En efecto, en las explicaciones anteriores, ante una situación de crisis se produce el pánico por contagio o por los desesperados intentos individuales de escapar. La Teoría de la norma emergente plantea otras posibilidades en función del tipo de relaciones sociales existentes con anterioridad al desastre. Según la Teoría de la norma emergente, en una situación de crisis se crea un estado de incertidumbre y urgencia que obliga a las personas implicadas a la creación de nuevas estructuras normativas que guiarán el comportamiento. Es decir, obliga a la redefinición de la situación en la medida en que es necesario abandonar las preconcepciones sobre el tipo de conducta apropiada. Esta redefinición puede darse en un contexto de existencia, o no, de relaciones sociales previas. 19. Una de las investigaciones experimentales más citadas sobre el pánico es la realizada por Alexander Mintz (1951). En esta investigación, una serie de personas tenían que intentar extraer, estirando de un hilo al que estaban atados, varios conos introducidos en una botella. La dificultad estribaba en que el cuello de la botella sólo permitía sacar un cono cada vez, y que en algunas versiones del experimento la botella se llenaba de agua paulatinamente. El experimento, se suponía, que podía ofrecer información sobre los efectos del pánico en situaciones como un edificio ardiendo... La artificialidad experimental es evidente.

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En el primer caso, es altamente probable que las soluciones individuales y competitivas cedan el paso a la aparición de una norma común de tipo cooperativo pero, al mismo tiempo, la existencia de esas relaciones puede hacer más difícil llegar a una definición conjunta (norma) sobre el tipo de conducta necesaria, lo que favorecerá que sea más difícil que se produzca el pánico y, precisamente por ello, retrasar las conductas de huida. Tras el atentado de 1993 en las Torres Gemelas del World Trade Center, Aguirre, Wanger y Vigo (1998), llevaron a cabo una investigación entrevistando a personas que se encontraban en las Torres en el momento de la explosión, para evaluar en qué medida estas predicciones eran correctas. Sus resultados indican, en primer lugar, que a pesar de la confusión generada por la explosión (que inutilizó el sistema eléctrico y los sistemas de comunicación) la evacuación se hizo de forma relativamente ordenada, sin que se produjeran escenas de pánico. El segundo resultado, probablemente el más relevante, indica que el tiempo de evacuación era superior en los casos de grupos de personas que se conocían entre sí. Así, los autores concluyen que, cuanto mayor es la extensión en que la búsqueda de significado, inherente en el proceso de milling, se focalice en la definición de la situación como una crisis grave que requiere una respuesta fuera de lo común, mayor será el tiempo necesario para movilizar e iniciar la evacuación. Igualmente, desde esta teoría se reconoce que el proceso de interacción simbólica en situaciones de conducta colectiva se centra en parte en la identificación de las habilidades, experiencias previas y otras instrumentalidades entre los participantes. Estos elementos de la situación constituyen los recursos que emplean las personas para responder al cambio con que se enfrentan. Su uso lleva tiempo y ralentiza el inicio de la conducta colectiva. Como vemos, la explicación teórica parece razonable, aunque los efectos prácticos parece que vayan en contra de la lógica y, sobre todo, no sean del todo halagüeños. En una situación de emergencia, reaccionaremos con más rapidez si estamos aislados que si nos encontramos junto a otras personas, y nuestra reacción será todavía más lenta si esas personas son conocidas nuestras. El único consuelo que nos queda es que, aunque lenta, probablemente la respuesta también sea, dado que ha implicado una evaluación de la situación y de los recursos disponibles para afrontarla, más correcta, más eficaz.

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6. Control social y resistencia en las redes interactivas Las conductas colectivas que hemos visto hasta el momento se caracterizan, como afirman algunas definiciones, por el contacto cara a cara, por la presencia conjunta de personas en un espacio físico determinado en un momento temporal concreto. Sin embargo, no podemos terminar este capítulo sin hacer referencia a otra forma de comportamiento colectivo que no reúne estas características. Nos estamos refiriendo, por supuesto, al comportamiento colectivo en “la Red”. A nadie, por lo menos en nuestro contexto sociocultural y socioeconómico20, le resultará extraña la referencia a las “comunidades virtuales”, un concepto que ha pasado a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano y, en algunos casos, de nuestras prácticas cotidianas. Desde la aparición de Internet, las comunidades de usuarios han ido floreciendo a un ritmo imparable, adoptando las más diversas formas. Sin embargo, no es nuestra pretensión hablar de Internet o de las comunidades virtuales en general, sino que lo que haremos en este apartado será ofrecer unos breves “apuntes” sobre un aspecto concreto, la resistencia en la Red. Es decir, los movimientos (colectivos, sociales) de oposición, protesta, lucha, etc. surgidos gracias a la Red. Es evidente que relacionar de una manera tan directa Internet con movimientos de protesta y resistencia puede llevarnos a confundir el contenido con el medio (aunque McLuhan decía que “el medio es el mensaje”). No es privilegio de Internet ser el medio de difusión de este tipo de contenidos. Los periódicos alternativos, las radios libres, etc. existen desde hace tiempo. Por tanto, ¿qué es lo que, desde nuestro punto de vista, hace tan especial a Internet? En 1998, la “Global Internet Liberty Campaign” publicaba un documento donde se afirmaba que “Internet ya ha demostrado su capacidad para promover la democracia”: • Facilitando la participación en el gobierno. • Difundiendo el acceso a información gubernamental. 20. Evidentemente, somos conscientes de que las afirmaciones que hacemos son totalmente contextuales. A pesar de la pretendida universalidad de “la red de redes”, todavía hoy día es habitual encontrar en nuestro contexto a muchas personas que, aunque han oído hablar de Internet, no saben, en realidad, en qué consiste. Más preocupante es quizá que aún hoy día existan muchos lugares del planeta en los que ni siquiera se ha oído hablar de la Red. El impacto social de las transformaciones vinculadas a Internet sigue siendo el privilegio de unos pocos.

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• Ampliando el acceso a los medios tradicionales y promoviendo el pluralismo. • Fortaleciendo la sociedad civil por medio de la creación de redes entre individuos.

Los tres primeros elementos, de entrada, no difieren excesivamente de las posibilidades que ofrecen los medios tradicionales, su implementación en la Red puede aportar alguna ventaja en cuanto a inmediatez y alcance, pero todos ellos se pueden conseguir también por los medios tradicionales. De hecho, incluso el cuarto. Los medios de comunicación de masas tradicionales permiten, por ejemplo, el acceso a la información y su difusión21. Evidentemente, son muchas las críticas que se les pueden hacer a esos medios, la literatura sobre los efectos (perversos) de los mass media es impresionante; pero, ya que nos encontramos en la época de la globalización, no está de más recordar la tesis de Herbert Schiller (que recoge John B. Thompson, 1998), que ya en 1969 hablaba del “Imperialismo cultural”. Es decir, de la globalización de la comunicación que llevaba, no a efectos liberadores, sino al control político y económico de la misma y a la pérdida de identidad cultural por parte de sus receptores. Esta afirmación es cuestionada por Thompson, para quien, aunque efectivamente la difusión es global, la recepción no lo es, sino que se realiza a escala local e implica procesos de interpretación y adaptación a su contexto particular por parte de los receptores.

“La apropiación de productos mediáticos es un fenómeno localizado, en el sentido de que implica a individuos concretos situados en contextos sociohistóricos particulares, y que utilizan los recursos disponibles con intención de dar sentido a los mensajes mediáticos e incorporarlos a sus vidas.” Thompson, J. B. (1998, p. 230).

21. http://www.gilc.org “‘Sin limitación de fronteras’. La protección del derecho a la libertad de expresión en una Internet global.” Hemos accedido a este documento en: http:// www.sindominio.net/biblioweb/telemática/regard-index.html

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Aunque las afirmaciones de Schiller pueden parecer “trasnochadas”, algo únicamente de una época pasada, hoy día también podemos encontrar opiniones similares. Por ejemplo, Oliver Boyd-Barret y Terhi Rantanen (1998) plantean “el papel de las agencias de noticias en la globalización y mercantilización de las noticias” (p. 2), prestando atención a algunos efectos ideológicos de la globalización como, por ejemplo, el hacer ver como natural e inevitable lo que es construido y frágil. Uno de los capítulos del libro de Boyd-Barret y Rantanen está dedicado a una agencia de noticias “alternativa” (Inter Press Service), que desde 1990 se preocupa por “hacer oír las voces de los países en vías de desarrollo”, que considera que deben jugar un papel en la promoción de una forma de comunicación democrática y participativa, y que centra su atención en temas relacionados con la globalización. Desde 1997 Inter Press Service ofrece sus noticias desde Internet22. Una opinión en cierta forma parecida es la que mantiene Pierre Lévy (1998), quien, desde nuestro punto de vista, plantea una acertadísima diferenciación entre los medios de comunicación de masas tradicionales e Internet. Los primeros se caracterizan, en términos de Lévy, por la “universalidad totalizadora”, es decir, por la transmisión de mensajes en una sola dirección y que tienen la pretensión de ser acontextuales, interpretables de la misma forma en todo contexto y lugar, sin considerar la singularidad del receptor, sus opiniones, cultura, etc. Por el contrario, el ciberespacio, aunque compartiría la característica de universalidad, sería una “universalidad sin totalización”, puesto que: “El ciberespacio disuelve la pragmática, la comunicación que, a partir de la invención de la escritura, había aunado la universalidad y la totalidad. En efecto, nos reconduce hacia la situación que había antes de la escritura […], en la medida en que la interconexión y el dinamismo en tiempo real de las memorias en línea hacen que se comparta de nuevo el mismo contexto, el mismo inmenso hipertexto vive con los compañeros de la comunicación. Sea cual sea el mensaje que se aborde, está conectado a otros mensajes, a comentarios, a críticas en constante evolución, a comparecencias de quienes se interesan en el mismo, a los foros en que se debaten aquí y allí.” Lévy, P. (1998, p. 91).

22. La dirección de la página en castellano es: http://ips.org/spanish/index.htm

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Bidireccionalidad frente a unidireccionalidad, heterogeneidad frente a homogeneidad, no totalización frente a totalización, esto es lo que parece que nos ofrece la Red. Ésta es, en realidad, la diferencia con respecto a los medios anteriores. Ésta es, al menos, la promesa. ¿Cómo se traduce en la práctica? Veamos algunos ejemplos. Manuel Castells (1997a) defiende que, frente a la privación de los derechos de los ciudadanos que conlleva la globalización, existen posibilidades de resistencia frente a la dominación y que, en nuestra sociedad de la información, algunos movimientos sociales (de diferente signo) basan una parte importante de su estrategia en el uso de las nuevas tecnologías de la información. De entre los ejemplos que menciona, destacaremos únicamente el del movimiento zapatista, que Castells denomina la primera guerrilla informacional. Consideraciones políticas aparte, lo que destaca en este caso no es que se utilice Internet como medio de comunicación, sino que también se utiliza como una forma de organizar y mantener una red internacional de apoyo que dificulta la represión gubernamental sobre los zapatistas. “Ésta fue la clave del éxito de los zapatistas. No que sabotearan deliberadamente la economía. Pero estaban protegidos de la represión abierta por su conexión permanente con los medios de comunicación y sus alianzas a escala mundial a través de Internet, forzando a la negociación y poniendo el tema de la exclusión social y la corrupción política a la vista y oídos de la opinión pública mundial.” Castells, M. (1997a, p. 104).

Por tanto, se trata de una forma de movilización, de conducta colectiva, que tiene lugar gracias a la Red y que sería inviable sin su existencia. El segundo ejemplo tiene un origen prácticamente coetáneo con la Red. En este caso, se trata de una forma de resistencia frente a las grandes compañías de software y su política comercial, iniciado en 1984 por Richard Stallman, que pretende crear un sistema operativo “libre”, es decir, de código abierto, manipulable y modificable por otros programadores23. Este movimiento lleva a la fundación, en 1985, de la Free Software Foundation (Fundación para el Software Libre) y, en la actualidad, tiene un amplísimo eco con la cada vez mayor popularización del subversivo sistema operativo Linux, que aparece en 1991 de la mano del estudiante finlandés Linus Torvalds y que crece día a día gracias a

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la colaboración de miles de programadores. Precisamente, este último aspecto es el que confiere especial relevancia a este movimiento de hackers (entendidos no como piratas, sino como “alguien apasionado por la programación y que disfruta al ser hábil e ingenioso”, según definición de Richard Stallman). “La verdadera innovación del sistema GNU/Linux no sólo reside en su dimensión ‘tecnológica’ (el núcleo portable), sino también en los mecanismos sociales de producción de la innovación que se ponen en juego alrededor suyo. En efecto, una de las mayores fuerzas de este sistema operativo –que puede explicar ampliamente su éxito actual– es no solamente su fuerte contenido innovador, sino sobre todo haberlo basado en el potencial creativo existente en el software libre, y después en la utilización de la red Internet como espacio donde se elaboran nuevos proyectos y en el que se pone en marcha una cooperación masiva y abierta.” Moineau, L., y Papathéodorou, A. (2000). Cooperación y producción inmaterial en el software libre. Elementos para una lectura política del fenómeno GNU/Linux.

Evidentemente, se trata de un movimiento y evidentemente que tiene un carácter político y reivindicativo. Sin embargo, por si quedase alguna duda, volvemos a recurrir a Stallman: “Es un consuelo y un placer cuando veo un regimiento de hackers excavando para mantener la trinchera, y caigo en cuenta que esta ciudad sobrevivirá –por ahora. Pero los peligros son mayores cada año que pasa, y ahora Microsoft tiene a nuestra comunidad como un blanco explícito. No podemos dar por garantizado el futuro en libertad. ¡No lo dé por garantizado! Si usted desea mantener su libertad, debe estar preparado para defenderla.” Stallman, R. (1999). El proyecto GNU. http://www.fsf.org/gnu/thegnuproject.es.html. Publicado originalmente como: Varios autores (1999). Open Sources. Voices from the open source revolution. Editions O’Reilly. (Disponible en: http://www.oreilly.com/catalog /opensources/book/toc.html). 23. Podemos decir que un software es libre si “tienes la libertad para ejecutarlo, sea cual sea el motivo por el que quieres hacerlo; tienes la libertad de modificar el programa para adaptarlo a tus necesidades (en la práctica, para que esta libertad tenga efecto, tienes que poder acceder al código fuente, ya que introducir modificaciones en un programa del que no se dispone del código fuente constituye un ejercicio extremadamente difícil); dispones de la libertad de redistribuir copias, ya sea gratuitamente o a cambio de una cantidad de dinero; tienes libertad para distribuir versiones modificadas del programa, de tal manera que la comunidad pueda beneficiarse de tus mejoras”.

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Quizá es ahora el momento de volver a leer las explicaciones teóricas que hemos ofrecido sobre la conducta colectiva. Es posible que, tras ver estas nuevas formas, sea más difícil (si no lo era ya antes) aceptar teorías como la del contagio o como la de la convergencia. Estamos hablando de comunidades, de comunidades virtuales, sin contacto físico, que son capaces de actuar, de reaccionar frente a lo que consideran opresión. Quizá sea el momento de repasar las explicaciones en términos de identidad.

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Capítulo II

Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva y cambio social Lupicinio Íñiguez Rueda

Introducción “Más que cambiar el mundo, como diría Marx, hay que cambiar la vida, como decía Rimbaud”. Esta cita la hizo el poeta Leopoldo María Panero en una entrevista a El País publicada en la edición del día 27 de octubre de 2001. Puede parecer extraño, e incluso anticanónico y subversivo para muchos, iniciar un texto académico con la cita de un poeta. Sin embargo, Leopoldo María Panero no es ni cualquier persona, ni cualquier poeta. Es grande. Un sabio de la vida. Loco para muchos, incluso para él mismo, no podemos evitar referirnos al tópico tantas veces utilizado de que los niños y los locos dicen las verdades. Y los poetas son quienes mejor las dicen. Por tanto, tomaremos su afirmación como verdad, aunque provisional, como todas, porque en ella se encierra el espíritu, la lógica y el argumento de lo que expondremos a continuación. Como se argumenta a lo largo de las páginas del texto siguiente, los movimientos sociales son un producto de una determinada época histórica. No existieron con anterioridad y no sabemos si existirán, en esta forma, más adelante. Surgieron cuando las personas pudieron verse a sí mismas, tanto como individuos que como grupos y colectividades, agentes de su propio destino. Cuando pudieron pensarse como el origen de sus formas de vida y de su organización social. Cuando esto sucedió, se hizo obvio que, si eran la causa de lo que hay, también podían ser el origen de lo que vendrá. La acción social tendente al cambio constituye, por tanto, un acto de conciencia colectiva.

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Sin embargo, no todas las formas de acción colectiva son movimientos sociales en el sentido que aquí veremos, ni todas las formas de organización social son iguales y producen los mismos efectos. La búsqueda de la emancipación ha sido y es una respuesta reflexiva y consciente para romper con las estructuras y procesos de opresión y encontrar el camino para ganar mayores espacios de libertad. Durante la historia de las movilizaciones sociales se puede señalar un claro punto de inflexión. Hasta un cierto momento, que algunos sitúan en los años sesenta (olvidando de manera demasiado interesada el papel del movimiento libertario en la historia de la movilización social), los movimientos sociales pretendían cambiar el mundo, como diría nuestro poeta. Eran movimientos orientados a transformar la estructura social con la esperanza de que, generando nuevas formas de estructuración, la emancipación sería posible. Más adelante explicaremos con mayor detenimiento que estos movimientos eran muy distintos a los que les siguieron y que las ciencias sociales los abordaron apelando a dos corrientes mayoritarias, la estructural-funcionalista y la marxista. Sin embargo, a partir de los años sesenta la efervescencia en la movilización social aumenta. Emergen infinidad de movimientos que no encajan, o bien encajan mal con los esquemas que han ordenado los anteriores. Como diría nuestro poeta, querrán “cambiar la vida”. Sus demandas ya no estarán dirigidas a la obtención de mejoras materiales, sino a mejorar la vida, a crear espacios de libertad, de participación, de gestión conjunta de los asuntos sociales. Están orientadas a resistir la invasión de las viejas y las nuevas modalidades de poder y de control social. Para conseguirlo, utilizarán recursos, estrategias y tácticas tan nuevas que las ciencias sociales no encontrarán forma alguna de hacerlas inteligibles desde los viejos modelos, y se verán obligadas a construir otros nuevos. Pues bien, ésta es la historia que explicaremos en este capítulo, añadiéndole la pequeña contribución de la Psicología social, una minúscula disciplina en el interior de las ciencias sociales. En este capítulo entraremos en contacto con los distintos enfoques que nos permitirán identificar, conocer, describir y entender los movimientos sociales. Mediante el tratamiento que se desarrollará, ofreceremos un marco de inteligibilidad de los movimientos sociales como formas de acción colectiva para que pueda ser utilizado y ayude a comprender su relación con el cambio y la trans-

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formación social. A fin de sistematizar el recorrido que proponemos, hemos dividido la exposición en cuatro partes. El contenido de cada una de ellas está apuntalado mediante la prosecución de un objetivo específico. Será la conjunción de estos objetivos la que definirá el perfil y el propósito general del que se nutre el capítulo: mantener un talante de reflexión crítica tanto por lo que respecta a los fenómenos y procesos sociales que se analizan, como por lo que se refiere a los recursos teóricos que se presentan para ello. En la primera parte se presentan las aportaciones de la Psicología y, en particular de la Psicología social clásica, al estudio de los movimientos sociales. Como se podrá observar, estas aportaciones han consistido, básicamente, en poner de manifiesto la importancia de los procesos psicológicos y psicosociales con el objetivo de entender los movimientos sociales. Brevemente, estos procesos son la percepción de los agravios e injusticias, la frustración ante las condiciones de vida, los procesos de influencia, las normas sociales, la dinámica de grupos, la motivación, la generación de valores, creencias y significados compartidos y, para terminar, la identidad. En la segunda parte entraremos en contacto con las principales aproximaciones teóricas al estudio de los movimientos sociales. En primer lugar, veremos que los movimientos constituyen un proceso social producido en un contexto histórico específico, la modernidad. Asimismo, analizaremos las dificultades que la ciencia social ha tenido en la comprensión de los nuevos movimientos sociales aparecidos desde los años sesenta, puesto que no se adecuaban a las prescripciones que la tradición estructural-funcionalista y la tradición marxista habían descrito y que se adaptaban bien al estudio del movimiento obrero. También veremos cómo la ciencia social reaccionó a ello formulando nuevas perspectivas teóricas, entre las que destacan: la perspectiva interaccionista/ construccionista, la teoría de los recursos para la movilización, la perspectiva de la estructura de oportunidades políticas y la teoría de los nuevos movimientos sociales. Sintéticamente, puede avanzarse que la perspectiva interaccionista/ construccionista enfatiza la producción conjunta de significados por medio de la interacción social; la teoría de la movilización de recursos remarca el carácter racional de la toma de decisiones, la de la estructura de oportunidades políticas, la interdependencia de la movilización con las estructuras políticas convencionales; y la teoría de los nuevos movimientos sociales, la importancia de las redes sociales, de la producción conjunta de significados y de la identidad colectiva.

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En el apartado dedicado a las aportaciones de la Psicología social observaremos con mayor detalle ciertas contribuciones que la Psicología social contemporánea podría sumar al estudio de los movimientos sociales, centrándonos en dos de las mismas. Por un lado, la teoría de la influencia minoritaria, que permite entender el proceso por medio del cual los grupos minoritarios pueden ejercer una influencia y, por consiguiente, provocar un cambio en los sistemas de valores, las creencias y los comportamientos de los grupos mayoritarios. Esta influencia se ejerce por su capacidad de generar un conflicto simbólico con la mayoría, que precisa ser resuelto y, al hacerlo, provoca un movimiento de las posiciones de la mayoría hacia las de la minoría, es decir, el cambio. Por otro lado, presentaremos la teoría de la identidad social, en la que la identidad es vista como la conciencia de pertenencia a un grupo o categoría y la valoración de dicha pertenencia. La necesidad de mantener una identidad social positiva requiere garantizar una distintividad positiva de la propia categoría frente a las otras. Cuando la mencionada distintividad es negativa y, por tanto, la identidad social también lo es, se desarrollan estrategias de movilización para proporcionar las bases de una identidad positiva. En el último apartado, donde se examina la emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales, intentaremos llevar a cabo una síntesis de las perspectivas teóricas analizadas, ofreciendo una definición tentativa de movimiento social, así como un determinado número de criterios que nos permitan distinguir entre lo que es y lo que no es un movimiento social, así como distinguirlo de otros fenómenos y procesos de naturaleza colectiva. Plantearemos que los movimientos sociales se podrían entender como redes informales basadas en creencias y solidaridad, que se movilizan sobre cuestiones conflictivas mediante el uso frecuente de varias formas de protesta. Al final de este apartado abriremos una discusión (modulada mediante la exploración de algunas dimensiones que caracterizan el movimiento antineoliberal) para ver el alcance que las nuevas teorías sobre la sociedad, que la describen como globalizada, compleja, líquida y en red, pueden aportar al estudio de los nuevos movimientos sociales.

1. Los movimientos sociales Feminismo, ecologismo, liberación gay y lésbica, nacionalismo, antiglobalización, okupas, etc. son tópicos presentes en la sociedad contemporánea, suje-

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tos al debate colectivo, centro de atención para los medios de comunicación y los estudios académicos, motores del cambio social o bestias negras. En definitiva, ocupan un espacio central en el debate público en todas sus manifestaciones. Con frecuencia se denominan movimientos sociales, pero ¿qué son? ¿Cómo aparecen? ¿Cómo funcionan? ¿Qué consecuencias generan? Estos movimientos están compuestos por personas y por grupos, emergen, se desarrollan y funcionan en un contexto social particular, tanto espacial como temporal; se dirigen hacia la transformación de la sociedad en sus ideas, valores, creencias, normas y comportamientos. Por tanto, son candidatos a ser abordados desde cualquiera de las disciplinas de las ciencias humanas y sociales1, dado que en ellos están implicados los objetos de análisis de las mismas: la persona, la sociedad, las instituciones y organizaciones sociales; en definitiva, la cultura. La Psicología y la Psicología social no podían quedarse al margen. La Psicología enfocó la cuestión de la única manera que podía hacerlo, es decir, desde un punto de vista exageradamente individualista. En este sentido, básicamente contribuyó al estudio de los movimientos sociales analizando el papel de la frustración ante metas no cumplidas, o ante agravios sufridos por las personas, y en la decisión final de participar, o no, en una acción o en un movimiento colectivo. Más tarde, el programa cognitivo en que estuvo implicada la Psicología, junto con otras disciplinas, ofreció los modelos de la toma de decisiones racionales. Sin embargo, expondremos esto con mayor detenimiento más adelante. La perspectiva estructural-funcionalista en Sociología2 consideraba los movimientos sociales como algo excepcional. Smelser, por ejemplo, que es quien mejor representa esta perspectiva, entendía los movimientos sociales como una especie de “efecto secundario” de las transformaciones sociales que se producen con demasiada rapidez. Según Smelser, en un sistema equilibrado, el comportamiento colectivo constituye el resultado de las tensiones que no pueden ser absorbidas por los mecanismos, cuya función consiste en reequilibrar el sistema. 1. A lo largo del capítulo estableceremos una lectura de los movimientos sociales desde las ciencias sociales. Sería muy interesante que se hiciese el ejercicio de contrastar estos enfoques y reflexiones teóricas con lo que los propios movimientos dicen de sí mismos. Una búsqueda superficial en Internet permite la conexión con múltiples informaciones, textos y relatos de experiencias y acciones. Sólo a título de ejemplo, algunas direcciones de interés que pueden ser consultadas: http:// www.rebelion.org/; http://www.ezln.org/; http://www.mst.org.br/; http:// www.forumsocialmundial. org.br/; http://members.es.tripod.de/bukaneros1992/enlacesamovimientos.htm 2. Remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos” del capítulo de este mismo volumen “Procesos colectivos y acción social”.

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Así, por ejemplo, cuando nos encontramos en un momento de rápidas transformaciones y/o de transformaciones a gran escala, la aparición de determinados comportamientos colectivos, tales como cultos religiosos, sociedades secretas, sectas políticas o de otro tipo, etc. tienen una doble significación: por un lado, reflejan la incapacidad de las instituciones y los mecanismos de control social para reproducir cohesión social y, por otro, muestran los intentos de la sociedad para reaccionar ante las situaciones críticas, desarrollando nuevas creencias compartidas sobre las que fundamentar la solidaridad colectiva. Del mismo modo, otras aproximaciones compartieron esta visión del comportamiento colectivo como una respuesta a una situación de crisis. Entonces, no es extraño que esto generara el respaldo idóneo para la emergencia de explicaciones psicologistas. En efecto, al reducir los fenómenos colectivos a la suma de conductas individuales, estos enfoques de carácter psicologista tendieron a ver los movimientos sociales como una simple manifestación de los sentimientos de deprivación que experimentaban unos actores sociales con respecto a la situación de otros, o bien como un conjunto de sentimientos de agresión resultantes de expectativas frustradas. En esta época, por ejemplo, fenómenos tales como el surgimiento del nazismo se consideraban reacciones agresivas que eran una consecuencia del rápido e inesperado fin del periodo de bienestar económico, así como del aumento de las expectativas a escala mundial. Asimismo, la influencia del Psicoanálisis posibilitó el hecho de incorporar en estos procesos ciertos mecanismos de naturaleza inconsciente. Donatella della Porta y Mario Diani (1999) señalan la coherencia de este planteamiento con otro punto de vista presente en el mismo momento; es decir, la asociación de la emergencia del extremismo político con la generalización de una sociedad de masas en la que los vínculos sociales tradicionales, como la familia, tendían a fragmentarse. En este sentido, se sostuvo que el aislamiento social produce individuos con menos recursos intelectuales, profesionales y/o políticos, lo que les haría particularmente vulnerables al llamamiento de movimientos antidemocráticos, tanto de derecha como de izquierda. Este tipo de idea, según la cual las situaciones de frustración, la ausencia de raíces, la deprivación, la crisis social, etc. producen revueltas automáticamente, las simplifica a una mera aglomeración de conductas individuales y las connota con valoraciones negativas. En efecto, esta perspectiva no considera la impor-

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tancia de las dinámicas por las cuales los sentimientos que la gente experimenta de manera individual generan fenómenos de carácter macrosocial, como los movimientos sociales o las revoluciones, por ejemplo. Por su parte, la Psicología social contribuyó muy pronto al estudio de los movimientos sociales, y con bastante fortuna, como veremos también después. En parte siguiendo estos mismos supuestos, pero connotando sus propuestas de mayor contenido social y enfatizando las cuestiones relacionadas con la interacción, los procesos grupales, las normas, la identidad, etc., que eran el tipo de preocupaciones presentes en la Psicología social en general. Así pues, aunque al principio no pudo escapar por completo de la influencia estructural funcionalista, su enfoque es marcadamente distinto del de la Psicología general. Hadley Cantril (1941) fue uno de los primeros en abordar esta cuestión. Su enfoque de los movimientos sociales sigue al pie de la letra los modelos y los intereses de la Psicología social del momento. En aquella época, la Psicología (social) se preguntaba cosas como, por ejemplo, qué es lo que motiva a alguien a seguir a un líder, cómo se produce la influencia y la persuasión, y cosas similares. Por tanto, al enfrentarse al estudio de los movimientos sociales, no es extraño que las preguntas sean muy parecidas. Por ejemplo, ¿cómo podemos explicar la emergencia del liderazgo y su seguimiento?, ¿qué es lo que hace que el movimiento sea tan sugestivo y atrayente?, ¿qué piensa la gente que se implica en algo, como, por ejemplo, un movimiento, que a un observador le puede parecer tan extraño o tan esotérico? Cantril no sólo ofreció un aparato conceptual para el análisis de los movimientos desde la Psicología social, sino que también analizó comportamientos colectivos, los fenómenos de masas y movimientos tales como los linchamientos, una secta religiosa como El Reino del Padre Divino, el Buchmanism (Oxford group o Moral Rearment) o el nazismo. Con estos análisis, su interés era proporcionar un marco teórico y conceptual que sirviera para explicar cualquier otro movimiento social. Cantril adoptó una posición funcional, no positivista. Los conceptos básicos que utilizó son los de patrones de normas que rodean a los individuos que componen los movimientos, la transmisión del contexto social (socialización) y la estructura del contexto mental (funcionamiento cognitivo).

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“Mi objetivo consiste en aportar un marco conceptual básico que explique cualquier movimiento social, de cara a enseñar a los individuos lo que deben buscar cuando ellos mismos quieren entender qué movimiento puede interesarles o implicarles.” Cantril, H. (1941, p. VIII).

El marco básico desde el que Cantril analiza los movimientos sociales es el de las normas y la normativización. Según su planteamiento, los principales factores implicados en los movimientos sociales serían más las creencias y los valores que las rutinas o los hábitos de comportamiento. Cuando los componentes del “mundo psicológico” del individuo son violentamente atacados por las preocupaciones, los miedos, las ansiedades y las frustraciones, y/o cuando como resultado de ello se cuestionan los valores y las normas que han sido relevantes para él o ella hasta el momento; en definitiva, cuando el marco social no puede satisfacer ya sus necesidades, entonces surge una discrepancia entre los estándares de la sociedad y los del individuo. Sería en este momento, según Cantril, cuando la persona se hace susceptible a nuevos liderazgos, a la conversión y a la revolución. Hans Toch (1965) ha sido otro de los psicólogos sociales pioneros en el tratamiento de los movimientos sociales. La idea de Toch consiste en que los movimientos sociales son una forma de comportamiento colectivo, debido a que siempre implican grupos amplios y a que su origen es siempre espontáneo. Sin embargo, la diferencia entre los movimientos sociales y los comportamientos colectivos en general radica en el hecho de tratarse de grupos relativamente duraderos y en que tienen un claro propósito o programa. Éste es, en efecto, un elemento clave; a saber, para que algo se pueda definir como movimiento social, debe pretender promover o resistir el cambio en la sociedad. Para Toch, un movimiento social constituye un esfuerzo a gran escala, informal, que está diseñado para corregir, suplir, derribar o influir de algún modo en el orden social. ¿Que podría aportar la Psicología social al tema? En opinión de Toch, la idea de que este tipo de esfuerzos debe estar motivado. Sin embargo, no en el sentido de una motivación genérica o de un desasosiego más o menos extendido, sino que deben ser consecuencia de descontentos específicos, de gente concreta en situaciones determinadas en las que se encuentran. Asimismo, las personas deben estar convencidas de que las dificultades que encuentran se podrían resolver mejor por medio de la acción colectiva que a partir de la acción privada.

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De acuerdo con estas premisas, Toch ofreció su ya clásica definición psicológica de movimiento social: “Un movimiento social representa un esfuerzo realizado por un número amplio de personas para solucionar colectivamente un problema que saben que tienen en común.” Toch, H. (1965, p. 5).

Esta definición no es tan simple como parece. En particular, el concepto de un “problema” implica por sí mismo problemas. Por este motivo, es muy interesante que Toch (1965) no se conformara con dar la definición. Como él mismo señala, las cosas no son tan fáciles como podrían deducirse de la formulación. En efecto, ¿cuándo puede decir un grupo de personas que tiene un “problema”? ¿Qué podría ser un “problema colectivo”? ¿Cuál sería la clase de problemas que se pueden resolver por medio de una movilización social? Y, en cualquier caso, ¿qué constituiría una solución? Como veremos, Toch ya está anticipando algunos de los temas que serán fundamentales en la literatura posterior sobre cómo son los movimientos sociales, la definición conjunta, la creación de significados, la identidad, etc. En 1969, Barry McLaughlin editó una obra esencial en la pequeña historia de la Psicología social de los movimientos sociales titulada Studies in Social Movements. A Social Psychological Perspective. En esta obra se recogen trabajos de Blumer y Mannheim, por ejemplo, lo que puede dar una idea de la orientación general del libro. En la obra se discuten distintas definiciones y conceptualizaciones de los movimientos sociales, así como los procesos psicosociales que están implicados en ellos, por ejemplo: los aspectos motivacionales, el efecto de los rasgos de personalidad de los participantes sobre los movimientos, las condiciones de pertenencia, el liderazgo o las bases sociales de la ideología de los movimientos (como los conflictos generacionales, la frustración y ansiedad propias de una era determinada, etc.). En esta obra se reeditó el famoso trabajo de Blumer (1951) sobre los movimientos sociales. Blumer define estos últimos como: “...empresas colectivas para establecer un nuevo orden de vida”. Blumer, H. (1951, p. 199).

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Esta definición, que podríamos considerar clásica, recoge lo fundamental en cualquier concepción de los movimientos sociales: el comportamiento de grupo dirigido, de forma concertada, a producir cambio social. Dado que esta definición se podría considerar como muy general, McLaughlin repasa algunas de las más conocidas concepciones de movimientos sociales que enfatizan otros aspectos que se deberían tener en cuenta: • El ámbito geográfico y la persistencia a lo largo del tiempo: “una empresa grupal que se extiende más allá de una comunidad local o de un evento singular, e implica un esfuerzo sistemático para iniciar cambios en el pensamiento, el comportamiento y las relaciones sociales” (King, 1956, p. 27. Citado en B. McLaughlin, 1969). • El carácter conservador de algunos movimientos: “una colectividad [que actúa] con alguna continuidad para promover o resistir un cambio en la sociedad o grupo del que forma parte” (Turner y Killian, 1957, p. 308. Citado en B. McLaughlin, 1969). • La dimensión psicológica que ya hemos visto en la definición de Toch (1965). • La necesidad de grupos amplios: los movimientos sociales ocurren “cuando un número bastante grande de gente se asocia para alterar o suplantar alguna parte de la cultura o el orden social existente” (Cameron, 1966, p. 7. Citado en B. McLaughlin, 1969). No obstante, con estas adiciones no desaparecen los problemas en la definición de un movimiento social, puesto que, como señala McLaughlin, los problemas continúan si consideramos la enorme diversidad de movimientos. En efecto, los movimientos van desde los religiosos hasta los seculares o desde los revolucionarios hasta los reaccionarios. Una idea que ya empezaba a hacerse común es que, a pesar de su diversidad, se puede afirmar que, por norma general, los movimientos sociales incluyen entre sus características más destacadas un sistema de valores compartido, un sentido de comunidad, normas para la acción y una estructura organizacional (Killian, 1964). Asimismo, McLaughlin (1969) añade que los movimientos buscan influir en el orden social y están orientados hacia objetivos definidos (aunque los fines y propósitos de los miembros individuales pueden variar de manera considerable).

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Otro tema relevante en la Psicología social de los movimientos sociales ha sido su topología. Para muchos, la ofrecida por Blumer (1951) es emblemática. En primer lugar, distingue entre movimientos sociales generales y específicos. Así, por ejemplo, su noción de “movimientos sociales generales”, en los que el cambio de los valores estaría relativamente no dirigido y sería esencialmente desorganizado, aunque en una dirección común, ha ejercido gran impacto en las discusiones sobre las relaciones entre movimientos sociales y cambio social. En este sentido, los cambios graduales y acumulativos en la cultura dan lugar a nuevas expectativas, nuevas demandas y nuevas líneas de acción. Éste sería el proceso por el que los movimientos sociales generales constituirían la base para que surjan los “movimientos sociales específicos”. A su vez, Blumer divide los movimientos sociales específicos en dos grandes tipos: “movimientos revolucionarios” y “movimientos de reforma”. Obviamente, los dos tipos de movimientos pretenden el orden social, pero los “movimientos revolucionarios” atacarían las normas existentes y los valores, e intentarían sustituirlos por otros nuevos. Sin embargo, los “movimientos sociales reformistas” aceptarían la existencia de normas y valores y los usarían para criticar los defectos sociales a los que se oponen. Otra aportación interesante al estudio de los movimientos sociales desde la Psicología social es la de David A. Snow y Pamela E. Oliver (1995), que aparece en un libro sobre perspectivas sociológicas en Psicología social (Cook, Fine y House, 1995). Estos dos autores sostienen que el estudio de los movimientos sociales es paralelo al del comportamiento colectivo. En efecto, según ellos, existe una cierta ambigüedad con respecto a lo que se considera como movimientos sociales, pero, en general, las conceptualizaciones incluyen: hitos orientados al cambio, algún grado de organización, algún grado de continuidad temporal y alguna forma de acción colectiva extrainstitucional, o al menos una mezcla de institucional y no institucional. Esto les lleva a definir los movimientos sociales como: “[...] acciones colectivas que ocurren con algún grado de organización y continuidad fuera de los canales institucionales con el propósito de promover o resistir cambios en el grupo, la sociedad o el orden mundial de los que forman parte”. Snow, D. A., y Oliver, P. E. (1995, p. 571).

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Estos autores enfatizan la necesidad de abordar el estudio de los movimientos sociales desde una perspectiva psicosocial. Por ello proponen cinco dimensiones psicosociales que deberían tenerse en cuenta por su importancia: 1) La dimensión microsocial y de la interacción social. Estas dimensiones están relacionadas con el hecho de que todos los movimientos sociales se arraigan en grupos o redes de afiliación preexistentes, o emergen de estructuras de relación social ya existentes, por ejemplo, aquellas originadas en algún evento puntual o alguna movilización anterior. Por tanto, en este sentido, el contexto relacional, los grupos y las redes en los que éste inserta la vida de las personas tendrían un papel crucial en el origen y desarrollo de los movimientos sociales. 2) La dimensión de la personalidad. Esta dimensión se relaciona con los rasgos de personalidad, los estilos de enfrentamiento de los problemas, la privación relativa, etc. de los individuos. Es decir, a la hora de hacer inteligible la participación en los movimientos sociales, estos rasgos de los individuos serían cruciales. 3) La dimensión de socialización. Por socialización se entiende tanto el proceso por el que los individuos aprenden los valores, normas, motivos, creencias y roles de los grupos o de la sociedad general, como el desarrollo y el cambio en términos de la personalidad y la identidad de cada individuo específico. Ambos aspectos tienen un peso importante en los movimientos sociales. 4) La dimensión cognitiva. El proceso de decidir participar en un movimiento, la naturaleza de esta toma de decisiones, las atribuciones que se realizan durante la misma, etc. constituyen aspectos que se deben tener en cuenta. Ahora bien, tales cogniciones se pueden ver como variables capaces de predecir el comportamiento o como productos de la propia acción de los individuos. El primer caso es cómo lo hacen las teorías respecto de la toma de decisiones racionales. El segundo caso es cómo lo hace la perspectiva “construccionista”, que enfatiza los procesos por medio de los cuales los significados cambian y se modifican, y cómo se crean otros nuevos. Esta perspectiva ha puesto el énfasis en el estudio de los marcos de significado y en la identidad, como veremos más adelante. 5) La dimensión afectiva. Las emociones no son peculiares y específicas de ningún proceso social, puesto que atraviesan todo tipo de actividades de las personas. Ahora bien, como señalan estos autores, están sujetas a distintos tipos de expresión en función de los diferentes contextos sociales. Los movimientos sociales serían

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uno de los tipos de contextos más evocadores de emociones. Esta dimensión, del mismo modo que sucede en otros procesos sociales, no ha sido muy estudiada. En definitiva, lo que estos autores manifiestan es la importancia que tiene resaltar los procesos psicosociales en la movilización colectiva, dado que muchos de los elementos y mecanismos que están implicados en la misma son de naturaleza psicosocial. Por tanto, defienden que la Psicología social debería jugar aquí un papel decisivo para poder realizar una conexión de los niveles microsociales, macrosociales y culturales, niveles que atraviesan, en su totalidad, los movimientos sociales.

2. Cómo se entienden los movimientos sociales. Las distintas aproximaciones teóricas

Una definición como la de Blumer, citada en el apartado anterior: “los movimientos sociales pueden ser vistos como empresas colectivas para establecer un nuevo orden de vida” (Blumer, 1951, p. 60), es lo suficientemente amplia para empezar a desarrollar una descripción y una comprensión de los movimientos sociales. Sin embargo, antes de comenzar, nos deberíamos plantear algunas preguntas como las siguientes: ¿es éste un fenómeno presente siempre a lo largo de la historia de las sociedades humanas? ¿Podríamos decir que los movimientos sociales han sido motores del cambio social a lo largo de la historia de la humanidad? Buechler (2000) sostiene que no, y desarrolla un interesante argumento. En efecto, según este autor los movimientos sociales constituyen fenómenos fruto de la modernidad. La idea de que la acción colectiva tiene la capacidad de cambiar la sociedad sólo fue posible a partir de la Ilustración. La razón es que, con la Ilustración, la sociedad empieza a verse como una creación social, un tipo de resultado concreto como podría haber sido otro. Por consiguiente, los movimientos sociales son contingentes a un proceso social específico, como la Ilustración. Durante este proceso proliferaron muchas formas sociales e ideologías en conflicto, puesto que la totalidad del orden social fue visto como algo susceptible de ser cuestionado o como algo que necesitaba justificación (Buechler, 2000).

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Esto permite afirmar, por tanto, que mientras la acción colectiva ha estado presente en todas las sociedades, los movimientos sociales son una forma históricamente situada, y no universal, de organizar protestas colectivas. Y es que, efectivamente, pese a la diversidad de teorías que abordan los movimientos sociales, pese a sus distintas características y peculiaridades, todas las perspectivas teóricas concuerdan en esta idea de que los movimientos sociales constituyen un producto histórico de la modernidad. Asimismo, se acepta de manera generalizada la idea de que los movimientos sociales se desarrollaron en un contexto caracterizado por nuevas comprensiones de la sociedad que ofrecieron el marco adecuado para las formas de contestación y protesta. En efecto, dado que el mundo sociopolítico se entendía cada vez más como una construcción social necesitada de legitimación y sujeta a crítica, la producción de diferentes ideologías se realizó tanto por parte de quienes mantenían, o pretendían mantener, el orden social como por aquellos que estaban implicados en la constitución de uno nuevo. Cuando tales confrontaciones se expandieron, los participantes en las distintas modalidades se convirtieron, cada vez más, en agentes sociales reflexivos que actuaron de forma propositiva en el mundo, generaron identidades colectivas y fueron capaces, cada vez más, de poner en marcha campañas duraderas, organizadas y nacionales en nombre de los distintos grupos en conflicto (Buechler, 2000). Este acuerdo generalizado sobre el origen moderno de los movimientos sociales no implica su visión como algo homogéneo. Estos movimientos se han concretado en formas y niveles muy variados de organización, que van desde movimientos sociales formalmente organizados, hasta colectivos y grupos sociales más informales e, incluso, acciones colectivas con una escasa o nula organización. El asunto crucial en todo ello consiste en que todas estas formas, cualquiera que fuera su nivel de organización, hicieron posible que, en el interior de estos grupos y colectividades, se consiguiera algún grado de solidaridad interna, se crearan conflictos con los adversarios y se cuestionaran los límites del sistema. Es, pues, esta dinámica la que nos permite afirmar que los movimientos sociales han tenido un papel primordial en la constitución del mundo moderno. Durante un largo periodo de tiempo, el movimiento social prototípico ha sido el movimiento obrero. En efecto, éste reúne todas las características de lo que, desde un punto de vista tradicional, se ha considerado como un movi-

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miento social: la existencia de un agravio, la presencia de un grupo que es consciente de tal agravio, una expiación compartida de sus causas, así como una idea compartida de lo que se debe hacer para eliminarlo y el uso de vías no institucionalizadas para su acción. El movimiento sufragista de las mujeres y, en gran medida, el posterior movimiento feminista, comparten también estas mismas características. Este tipo de movimientos sociales suelen etiquetarse como “tradicionales” y presentan características y peculiaridades que se modificarán con el advenimiento de las nuevas formas de movilización social. En efecto, a partir de los años sesenta comienza una oleada de movimientos sociales, como por ejemplo los movimientos estudiantiles, que parecen no encajar exactamente con los que se habían producido con anterioridad, como el movimiento obrero, y que por ello mismo no pueden estudiarse con los recursos disponibles en la teorización de los movimientos sociales. Los movimientos sociales tradicionales se habían abordado analíticamente en términos de conflictos de clase, pero los nuevos movimientos parecen resistirse a tal conceptualización. En concreto, como afirman Donatella della Porta y Mario Diani (1999), los movimientos que empezaron a surgir a partir de los años sesenta pusieron de manifiesto las dificultades que tenían para ser comprendidos por las dos principales corrientes sociológicas de la época, el modelo marxista y el modelo estructural-funcionalista. Un aspecto particularmente sorprendente fue que estas perspectivas tampoco podían explicar por qué se reactivaban los movimientos precisamente en un momento que se caracterizaba, en el conjunto de las sociedades occidentales, por un gran crecimiento económico y un espectacular aumento en el bienestar. Las reacciones ante esta dificultad fueron distintas en EE.UU. y en Europa (Della Porta y Diani, 1999). En EE.UU., donde dominaba el modelo estructuralfuncionalista, el estudio de los movimientos sociales se orientó hacia los mecanismos que explican cómo los distintos tipos de tensión estructural pasan al comportamiento colectivo o, como dice Alberto Melucci (1982), se orientó hacia el “cómo” de la acción colectiva. En este contexto aparecieron en EE.UU. diferentes corrientes de estudio de los movimientos sociales, como la tradición del interaccionismo simbólico orientada al estudio del comportamiento colectivo, la teoría de los recursos para la movilización y los enfoques que enfatizan el proceso político como contexto de los movimientos sociales.

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En Europa, sin embargo, donde dominaba la tradición marxista, sus inadecuaciones para el estudio de los nuevos movimientos sociales desembocó en el desarrollo de la perspectiva de “los nuevos movimientos sociales”, interesada en analizar y entender las transformaciones que se producían en las bases estructurales de los conflictos. Como señala Melucci (1982), se orientó al estudio del “porqué” de la acción colectiva. Asimismo, Della Porta y Diani (1999) sostienen que los orígenes de estos desarrollos no sólo se encuentran en las diferencias entre las tradiciones estadounidense y europea. Un factor muy significativo en este proceso fue la diversidad de los objetos de estudio. Así, aunque en los años sesenta los movimientos estudiantiles se desarrollaban al mismo tiempo en EE.UU. y en Europa e, incluso, estaban en contacto, diferían enormemente en los dos continentes. Lo mismo se podría decir de los movimientos ecologista y feminista, por ejemplo. En este sentido, estos autores sostienen que en EE.UU. los movimientos nacieron durante oleadas de protesta, pero que éstas se convirtieron con rapidez en pragmáticas y estructuradas y en muchos casos dieron lugar a formas equivalentes a los grupos de intereses. Asimismo, los movimientos antagonistas del sistema tenían un carácter contracultural y, en muchos casos, fueron de naturaleza religiosa. Por el contrario, en Europa los nuevos movimientos sociales emergentes mantuvieron muchas características de los movimientos obreros, incluyendo, en opinión de los mismos autores, un fuerte énfasis en la ideología. Es, pues, en estas circunstancias en las que aparecerá un nuevo tipo de explicación teórica de los movimientos sociales, explicación que veremos a continuación.

2.1. Teorías sobre los movimientos sociales

Dada la proliferación de trabajos tanto de naturaleza teórica como empírica, no puede decirse que exista un acuerdo unánime sobre el número de perspectivas teóricas en el estudio de los movimientos sociales. No obstante, es posible identificar cuatro, que son las que gozan de mayor reconocimiento entre quienes estudian los movimientos sociales: la perspectiva interaccionista/construccionista (a veces bajo la etiqueta de comportamiento colectivo), la perspectiva de

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los recursos para la movilización, la perspectiva del proceso político y la perspectiva de los nuevos movimientos sociales. No pretende ser, ni podría serlo, una clasificación definitiva de las perspectivas teóricas en el análisis de los movimientos sociales. Sin embargo, resulta útil para ordenar los debates que están atravesando su estudio en la actualidad. Así, por ejemplo, la perspectiva interaccionista/construccionista se caracteriza por ver la acción colectiva como una actividad significativa. La teoría de los recursos para la movilización enfatiza la importancia de los componentes racionales y estratégicos de la acción colectiva. Por su parte, la aproximación de los procesos políticos contempla los movimientos sociales como nuevos protagonistas en los procesos de representación de intereses diferentes. La perspectiva teórica sobre los nuevos movimientos sociales se interesa más por lo relativo a la importancia de las transformaciones que están aconteciendo en la sociedad postindustrial y las implicaciones que comportan.

La perspectiva interaccionista/construccionista: los movimientos sociales como productores de cambio cultural

Dentro de la Sociología, esta perspectiva fue una respuesta a la preponderancia de los modelos estructural-funcionalista en el estudio de los movimientos sociales. Las respuestas a estos planteamientos y los intentos de llenar los vacíos teóricos que contemplan han sido variadas. La primera fue la que se desarrolló en el marco del interaccionismo simbólico, centrado en una perspectiva que se basaba en el comportamiento colectivo y seguía sus postulados. En efecto, esta perspectiva afirma que los fenómenos colectivos no son simplemente el reflejo de una crisis social, sino más bien una actividad que apunta a la producción de nuevas normas y nuevas solidaridades (Della Porta y Dani, 1999). La visión de los movimientos sociales como motores de cambios, principalmente en el ámbito de los sistemas de valores, comenzó con el trabajo de algunos autores de la Escuela de Chicago sobre el comportamiento. En la perspectiva del interaccionismo, las transformaciones sociales no eran vistas como elementos tensionales. Por el contrario, la aparición de nuevas y mayores organizaciones, el aumento de la movilidad de la población, el incremento de las

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innovaciones tecnológicas, la creciente importancia y desarrollo de los medios de comunicación de masas, la progresiva transformación, cuando no desaparición, de formas culturales tradicionales, etc. fueron consideradas como condiciones emergentes que llevan a las personas a buscar nuevos patrones de organización. En este sentido, el comportamiento colectivo fue definido como comportamiento relacionado con el cambio social y los movimientos sociales como una parte integral del funcionamiento normal de la sociedad. Es decir, un elemento más del profundo proceso de transformación (Blumer, 1951). La perspectiva construccionista en el estudio del comportamiento colectivo proviene del interaccionismo simbólico y, por consiguiente, enfatiza la importancia del significado que los actores sociales atribuyen a las estructuras sociales. Sin embargo, se diferencia de ella en varios aspectos. El construccionismo se interesa más por los movimientos sociales que por otras formas de comportamiento colectivo e insiste en que cada aspecto de la acción colectiva puede entenderse como un proceso interactivo, definido simbólicamente y negociado entre participantes, sus oponentes y los espectadores y espectadoras. Para esta perspectiva, cuanto menos estructurados se encuentran los contextos y las situaciones que afronta un individuo, más relevante es este proceso de producción simbólica. Así pues, cuando los significados disponibles no proporcionan una base suficiente para la acción social, emergen nuevas normas sociales que definen la situación existente como injusta y que proporcionan justificaciones para la acción. En este sentido, el comportamiento colectivo es visto como una actividad que nace alejada de definiciones sociales preestablecidas y, por tanto, que se localiza en el exterior de las normas culturales y de las relaciones sociales estándar. “La convergencia teórica entre las perspectivas constructivistas y la interaccionista clásica es fruto de las razones que sintetizo a continuación y que explican la persistente influencia de la segunda en esta área de la sociología. 1) La concepción del movimiento social como un proceso sujeto a continuos cambios y como un objeto de estudio en sí mismo, que no puede explicarse simplemente por las condiciones del contexto en que surge; 2) el énfasis en los procesos de definición colectiva de los problemas que motivan la participación en el movimiento […]; 3) la capacidad de los que siguen el enfoque clásico para revisar sus supuestos y adaptarlos a la cambiante situación de estas formas de acción colectiva, y para eludir la tendencia a calificar a los movimientos de racionales o irracionales en la que se ha centrado la crítica a este enfoque […]. Dicha topología distorsionaba la naturaleza de los movimientos, al diferenciar entre los que tienen lugar en las instituciones sociales y se consideraban

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normales y aquellos fenómenos de comportamiento colectivo y divergente, en tanto que fenómenos de ruptura de las normas sociales y desestructuración social.” Laraña, E. (1999, pp. 81-82).

Cuando la estructura normativa tradicional entra en conflicto con una situación que evoluciona de manera rápida y continua, surgen nuevas definiciones normativas, de manera que la transformación de la organización y de la estructura social, así como la modificación de los comportamientos que se dan en su interior, constituyen el resultado de la acción de dichas definiciones. El cambio, entonces, no es un accidente, sino más bien una parte más del funcionamiento del sistema. Siguiendo esta perspectiva, el origen de los movimientos sociales es, pues, una situación de conflicto. Conflicto entre sistemas de valores diferentes o directamente opuestos o antagónicos, así como entre grupos dentro del sistema social. Los movimientos sociales serían, por tanto, una parte más, perfectamente identificable, de la vida social. La estructura social y el sistema de normas y valores cambiarían en el marco de un proceso de evolución cultural en que los individuos generan nuevas ideas. Cuando el sistema de normas tradicional ya no tiene eficacia, es inadecuado o incapaz de proporcionar un marco satisfactorio para el comportamiento, las personas se ven forzadas a cuestionar el orden social poniendo en marcha distintas acciones no conformistas o contrarias al sistema. Por consiguiente, un movimiento social se desarrolla cuando se extiende un sentimiento de insatisfacción, y las instituciones, por no ser suficientemente flexibles, son incapaces de responder al mismo (della Porta y Diani, 1999). La manera como hoy en día se entienden los movimientos sociales le debe mucho al interaccionismo simbólico. En efecto, con la aparición de esta orientación, los movimientos sociales se definen por primera vez como actos significativos capaces de producir cambios sociales. Esta perspectiva teórica puso el énfasis, asimismo, en dos procesos del comportamiento colectivo que, finalmente y para casi todo el mundo, han devenido cruciales en el estudio de los movimientos sociales, a saber, el proceso de producción simbólica y el de construcción de la identidad. En el marco de esta perspectiva han abundado los estudios empíricos, que han sido extraordinariamente útiles. En este sentido, el énfasis en la investigación empírica ha conducido a ensayar nuevas técnicas de investigación, como la observación de campo, que han supuesto un avance conside-

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rable en la comprensión de la constitución, dinámica y consecuencias de los movimientos. Algunos de los conceptos centrales que se usan en esta perspectiva están relacionados con el trabajo de Erving Goffman y, en particular, con el concepto de framing (Goffman, 1974), que traduciremos provisionalmente por ‘enmarcamiento’. Este último implica centrar la atención en fenómenos que están delimitados por significados compartidos y por la significación que tienen los elementos en el interior del marco. Los significados difieren de los que quedan fuera del mismo. En el contexto de los movimientos sociales, los enmarcamientos se refieren a la manera como los actores del movimiento, por medio de procesos de interacción, producen significados sobre sus acciones como movimiento social. El concepto de enmarcamiento resulta útil para analizar la construcción social de los agravios e injusticias, la cual obedece a un proceso de interacción social que, al mismo tiempo, es variable y fluido. Los agravios e injusticias “son enmarcados”, como mínimo, de tres formas distintas (Buechler, 2002). En primer lugar, está el proceso de enmarcar relacionado con el diagnóstico de los agravios (Diagnostic frames). En este proceso, se identifica un problema, se realizan las atribuciones de causalidad y responsabilidad, de donde se deriva la posibilidad de identificar los blancos de sus acciones. En segundo lugar, se encuentra el proceso de enmarcar relacionado con el pronóstico (Pronostic frames), por medio del cual emergen las posibles soluciones que acostumbran a incluir las tácticas y las estrategias apropiadas contra los blancos identificados. Tomadas en conjunto, consiguen una movilización consensuada al crear el contexto necesario para el enrolamiento en el movimiento. Asimismo, su base es una construcción social, no el resultado de sus condiciones materiales. En tercer lugar, está el proceso de motivación, puesto que el movimiento necesita un marco motivacional que le permita llamar a la acción. Este enmarcamiento proporciona un vocabulario de motivos que obligan a pasar a la acción. Un marco es exitoso cuando logra construir una fundamentación básica, y convierte los vagos e indefinidos sentimientos de insatisfacción en agravios definidos y concretos. Sólo entonces pueden llevar a otras personas a sumarse al movimiento para hacer algo con respecto a esto. Asimismo, esta perspectiva teórica ha tomado en consideración, como un elemento central, la identidad; y lo ha hecho de distintas maneras. Por un lado,

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se ha enfatizado la importancia de la distinción entre endogrupo (in-group) y exogrupo (out-group), puesto que permite identificar quiénes son los aliados del movimiento y quiénes no, y ayuda a mantener la cohesión y solidaridad en el interior del movimiento. El exogrupo identifica a los enemigos potenciales, especifica cuál es la fuente del problema y señala a los responsables del problema contra los que se dirige el movimiento. También permite identificar a los espectadores de un conflicto dado y su potencial para aliarse al movimiento o para oponerse al mismo. Este marco resulta igualmente útil para identificar posibles apoyos u oposiciones. Más adelante veremos la aportación específica que la Psicología social puede hacer en este terreno. Por otro lado, se ha insistido en la identidad colectiva entendida como definición compartida producida por los participantes de los movimientos sociales, tanto individuos como grupos y que está relacionada con las orientaciones a la acción y sería un producto de la acción social. La identidad está formada por las definiciones compartidas de la situación y es el resultado de un proceso de negociación de los conflictos de interpretaciones que finalmente dan lugar a una idea de “nosotros” (Melucci, 1996). “Denomino identidad colectiva al proceso de construir un sistema de acción. La identidad colectiva es una definición interactiva y compartida que un cierto número de individuos (o en un nivel más complejo de grupos) elabora con respecto a las orientaciones de sus acciones en el campo de las oportunidades y las limitaciones en que se desarrollará la acción. Cuando hablo de “interactiva y compartida” quiero decir que estos elementos se construyen y se superan por medio de un proceso constante de activación de las relaciones que unen a los actores. (I) La identidad colectiva como proceso implica unas definiciones cognitivas con respecto a los objetivos, a los medios y al campo de acción. Estos elementos diferentes, o ejes de la acción colectiva, se definen dentro de un lenguaje compartido por una parte de la sociedad o por la sociedad entera, o bien dentro de un lenguaje que sea específico de un grupo; se incorporan en un conjunto determinado de rituales, prácticas y artefactos culturales; se enmarcan de distintas maneras, pero siempre permiten un tipo de cálculo entre medios y objetivos, inversiones y recompensas. Este nivel cognitivo no implica necesariamente unos marcos unificados y coherentes (a diferencia de lo que tienden a creer los cognitivistas), sino que más bien se construye por medio de la interacción y consta de definiciones diferentes y, en ocasiones, contradictorias.

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(II) La identidad colectiva como proceso se refiere así a la red de relaciones activas entre actores que interaccionan, se comunican y se influyen mutuamente, negocian y toman decisiones. Las formas de organización y los modelos de liderazgo, así como los canales comunicativos y las tecnologías de comunicación, constituyen partes constitutivas de esta red de relaciones. (III) Por último, en la definición de una identidad colectiva se requiere un determinado grado de inversión emocional, que permite a los individuos sentir que forman parte de una unidad común. La identidad colectiva nunca puede negociarse por completo, puesto que la participación en la acción colectiva está dotada de un significado que no se puede reducir a un cálculo de gasto-beneficio y siempre moviliza las emociones. Las pasiones y los sentimientos, el amor y el odio, la fe y el miedo forman parte de un cuerpo que actúa colectivamente, sobre todo en áreas de la vida social que están menos institucionalizadas, tales como los movimientos sociales. Entender esta parte de la acción colectiva como una parte “irracional”, como oposición de las partes “racionales” (un eufemismo de “buenas”), simplemente no tiene sentido. No existe cognición sin sentimiento y no hay significado sin emoción.” Melucci, A. (1996, pp. 70-71).

Se puede afirmar con rotundidad que la perspectiva construccionista ha contribuido de manera importante al desarrollo de los estudios sobre los movimientos sociales, puesto que ha ofrecido una descripción bastante satisfactoria de cuál es el tipo de conexión entre los procesos de nivel micro y los de nivel macro, como por ejemplo la interacción, la construcción simbólica y la identidad, que se dan en cualquier movimiento social. Ahora bien, a pesar de ello, la perspectiva ha recibido algunas críticas importantes (della Porta y Diani, 1999). Por un lado, si bien los movimientos se definen como fenómenos intencionales, en muchas ocasiones ha interesado estudiar las dinámicas espontáneas, imprevisibles o inesperadas más que los comportamientos y estrategias propiamente intencionales y organizadas. Por otro lado, al focalizarse en el análisis empírico del comportamiento, han realizado una descripción detallada de la realidad, pero quizá no han prestado mucha atención al origen estructural de los conflictos que se encuentran en la base de los movimientos sociales. La teoría de los recursos para la movilización, en tanto que enfoque de la acción colectiva como comportamiento racional, ha intentado subsanar el tipo de problema; por su parte, la teoría de los nuevos movimientos sociales ha intentado resolver el segundo, como veremos a continuación.

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La teoría de los recursos para la movilización: un enfoque desde la acción racional

La teoría de los recursos para la movilización es un enfoque que considera la movilización colectiva como una forma de acción racional. “Para la teoría de la movilización de recursos, los movimientos sociales son grupos racionalmente organizados que persiguen determinados fines y cuyo surgimiento depende de los recursos organizativos de que disponen” (Laraña, 1999, p. 15). En este sentido, se opone tanto a la versión interaccionista/construccionista como a las versiones estructural-funcionalista. En efecto, como acabamos de ver, la perspectiva interaccionista/construccionista enfatiza el rol de los movimientos en la construcción de nuevos valores y significados. Por su parte, las teorías funcionalistas ven los movimientos colectivos como actores irracionales y la acción colectiva como la exclusiva productora de las disfunciones y del mal funcionamiento del sistema social o, más específicamente, de sus mecanismos para mantener la integración social. Esto implica que el funcionalismo entiende la acción colectiva como algo meramente residual, en forma de comportamiento reactivo que, al límite, es incapaz de desarrollar una estrategia racional. Mantiene marcadas diferencias con estas perspectivas, puesto que esta teoría apareció en los años setenta como una forma distinta de aproximarse a los movimientos sociales, interesándose por el análisis de los procesos mediante los cuales se reúnen los recursos necesarios para la movilización. Desde este punto de vista, los movimientos colectivos sólo constituyen una extensión de las formas convencionales de acción política, dado que sus actores realizan sus comportamientos de forma enteramente racional y siguiendo sus propios intereses. Según esta teoría, los movimientos sociales constituyen una extensión de la política por otros medios, y se pueden analizar en términos de conflictos de intereses del mismo modo que se analizan otras formas de lucha política. Frente a las consideraciones de los movimientos sociales como algo desestructurado y caótico, esta teoría los considera como entidades estructuradas, planificadas y organizadas, por lo que considera que deben analizarse como organizaciones dinámicas, del mismo modo que se analizan otras formas de acción institucionalizada.

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En oposición a las formas tradicionales de análisis en la tradición de estudio del comportamiento colectivo, esta teoría cree que los movimientos sociales son fenómenos normales, promovidos por grupos ofendidos, enteramente racionales, arraigados institucionalmente y de naturaleza plenamente política. Al ver los movimientos sociales de esta manera y al enfatizar su carácter político, esta interpretación hace borrosa la frontera entre la política convencional y los movimientos sociales, aunque ninguno de los dos desaparece como tal. La diferencia entre unos y otros sería la siguiente: mientras que los grupos políticos convencionales, como partidos, lobbys, etc. con intereses especiales tienen un acceso rutinario y de poco coste a las instancias de toma de decisiones, los movimientos sociales deberían pagar un alto precio para conseguir un nivel equivalente de influencia dentro de la política. Es decir, en oposición a otras teorías, ésta entiende que los sentimientos de insatisfacción, las diferencias de opinión, los conflictos de intereses y los conflictos ideológicos no pueden explicar la emergencia de la acción colectiva, puesto que siempre están presentes. En este sentido, no basta con constatar que existen tensiones y conflictos estructurales, sino que también es necesario estudiar las condiciones que hacen que el descontento se transforme en movilización. Así pues, los movimientos sociales no serían más que una parte del proceso político. En coherencia con ello, los temas considerados desde esta perspectiva han sido básicamente los siguientes: el análisis de los obstáculos en la acción movilizadora, los incentivos y recompensas, las fuentes que se pueden movilizar, las relaciones que los movimientos sociales tienen con sus aliados, las tácticas que utiliza la sociedad para controlar los movimientos, los mecanismos por los que la sociedad incorpora la acción colectiva, sus resultados, etc. Sin embargo, su esencia, lo que resulta fundamental para esta teoría, ha sido analizar la acción colectiva como un proceso de evaluación de los costes y los beneficios que comporta la participación en organizaciones de movimientos sociales. Bajo la definición de movimiento colectivo como algo racional, intencional y como una acción organizada, las acciones de protesta se contemplan como algo que deriva del cálculo de los costes y beneficios, cálculo que está influido por la presencia y la cantidad de recursos. Los recursos considerados de manera más habitual son la organización y las interacciones estratégicas necesarias para el desarrollo del movimiento social. Según esta visión, la capacidad de movilización depende tanto de los recursos materiales, por ejemplo el trabajo, el dine-

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ro, los beneficios concretos, los servicios, etc., como de los no materiales, tales como la autoridad, el compromiso moral, la fe, la amistad, etc., que estén disponibles para el grupo. La manera como se emplean estos distintos recursos es muy variable y dependen de los objetivos del movimiento y del resultado final del análisis de los costes y los beneficios. “Para este último [se refiere al enfoque de la movilización de recursos], los movimientos sociales son una extensión de acciones institucionales de carácter instrumental que producen resultados tangibles –los cuales se evalúan en términos de éxito o fracaso– y se orientan hacia objetivos claramente definidos a través de un control centralizado de sus miembros por las organizaciones que los promueven […]. Sus objetivos consisten en ‘modificar la estructura social y/o de distribución de recompensas en una sociedad […]’.” Laraña, E. (1999, p. 152).

Por tanto, según esta teoría, los movimientos sociales no se generan por la existencia de tensiones en la sociedad, sino más bien por la manera en que son capaces de organizar el descontento, reducir los costes de la acción, utilizar y crear redes, compartir incentivos entre los miembros y conseguir un consenso externo. En este sentido, el tipo y la naturaleza de los recursos disponibles explica la acción de los movimientos y las consecuencias que la acción colectiva tiene en el sistema político y social. Respecto a su funcionamiento interno, esta teoría analiza las formas de organización y movilización de recursos materiales y simbólicos, tales como el compromiso moral y la solidaridad (Della Porta y Diani, 1999). Una vez más, es necesario enfatizar el papel que esta teoría ha tenido en la consideración de la acción colectiva como una acción racional. En efecto, la existencia de redes de solidaridad pone en cuestión la hipótesis de que los reclutamientos en los movimientos sociales implican, principalmente, a individuos aislados y desarraigados. Más bien al contrario, la movilización se explica como algo más que la posibilidad de conseguir relaciones y vínculos de solidaridad dentro del colectivo y/o el establecimiento de relaciones. En este sentido, los estudios realizados en el marco de esta teoría muestran que los participantes en acciones y movilizaciones populares se reclutan principalmente entre individuos previamente activos y relativamente bien integrados dentro de la colectividad. Por el contrario, personas aisladas o desarraigadas no representan un

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componente significativo de los movimientos, como mínimo hasta que el movimiento se convierte en algo de mayor entidad y visibilidad. En definitiva, la Teoría de la movilización de recursos se centra en el análisis de las formas de acción de entidades colectivas, en los métodos que adoptan para adquirir recursos y para movilizar el apoyo de los mismos, tanto dentro como fuera de sus miembros. Esta perspectiva contempla los movimientos colectivos como agentes de cambio, del mismo modo que la perspectiva interaccionista/construccionista considera que la acción colectiva y los movimientos sociales son los protagonistas del funcionamiento normal del sistema. En palabras de Buechler (2000), lo que la teoría de los recursos para la movilización ha hecho es redefinir el estudio de la acción colectiva desde un ejemplo de desviación social y de desorganización, como se consideraba con anterioridad, a un caso de estudio de sociología política y organizacional. Así pues, su contribución capital ha sido ver los movimientos sociales como actores conscientes que hacen elecciones racionales. Sin embargo, la teoría de la movilización de recursos ha sido muy criticada. En concreto, ha sido acusada de tratar con indiferencia el origen estructural de los conflictos y de los recursos que los actores sociales movilizan. Asimismo, se ha criticado la sobrevaloración de las fuentes controladas por unas pocas personas con recursos, infravalorando el potencial autoorganizador de los grupos sociales más desposeídos. También se ha señalado que esta explicación de la acción colectiva sobrevalora la racionalidad de la acción colectiva; sin embargo, no toma suficientemente en cuenta el papel de las emociones. Otros problemas provienen de la posición específica que esta teoría mantiene sobre el enrolamiento, la motivación y la participación de activistas en los movimientos sociales. Como se basa en el modelo de la acción racional, supone que las personas que participan en los movimientos sociales sopesan los costes y beneficios que supondrá su participación. Sólo si los beneficios potenciales superan los costes, un actor optaría por la implicación en el movimiento. Sin duda esta situación plantea un dilema. Puesto que cuando los movimientos sociales consiguen sus objetivos, benefician a personas que no invirtieron nada, o invirtieron muy poco, en su consecución. Ante este dilema, la respuesta suele consistir, según esta teoría, en ofrecer incentivos diferentes para los miembros del movimiento social y para quienes no lo son. Las críticas han emergido con rapidez por culpa de esta visión, acusando a la teoría de ser excesivamente econo-

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micista. Sea como sea, la consecuencia primordial de esta teoría ha sido ayudar a connotar los movimientos sociales y a sus participantes con características racionales.

Estructura de oportunidades políticas: contextos políticos para la movilización

Esta perspectiva se centra en la importancia de los aspectos relacionados con la situación política en la formación de los movimientos sociales y su desarrollo. Asimismo, ve los movimientos sociales como instrumentos privilegiados en algunos de los más importantes cambios sociales producidos . El concepto capital que ha desarrollado esta teoría ha sido el de estructura de oportunidades políticas (Tarrow, 1994; Buechler, 2000), puesto que permite definir las propiedades del entorno externo relevante para el desarrollo de los movimientos sociales. La estructura de oportunidades políticas se refiere al grado de apertura de un sistema social hacia los hitos sociales y políticos de los movimientos sociales. En este sentido, analiza la relación entre actores políticos institucionales y los movimientos de protesta, ya que cuando se cuestiona un orden político cualquiera, los movimientos sociales interactúan con actores que se hallan en una posición consolidada dentro de la estructura de dicho orden. “La definición de Tarrow del concepto de estructura de oportunidad política ilustra la concepción de la acción colectiva que informa esta aproximación: el conjunto de ‘aspectos políticos consistentes… que impulsan a la gente a usar la acción colectiva, o que tienen el efecto contrario’ […]. La diferencia con respecto a la teoría de la movilización de recursos radica en la naturaleza de los recursos que se consideran necesarios para que surjan los movimientos. Mientras que en la primera esos recursos son internos al grupo, y consisten principalmente en poder y dinero, en este enfoque se trata de recursos externos de los que pueden beneficiarse grupos desorganizados o desfavorecidos […]. Al margen de esta diferencia, el foco de atención del analista sigue centrado en el estudio de los costes y beneficios de la participación.” Laraña, E. (1999, pp. 247-248).

Por tanto, esta perspectiva teórica ha analizado las relaciones entre los movimientos sociales y el sistema político institucional. Sus estudios empíricos han

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tenido en cuenta variables como las siguientes: el grado de apertura o la obstinación de los sistemas políticos locales, la inestabilidad electoral, la disponibilidad de aliados influyentes, la tolerancia hacia la protesta por parte de las élites, etc. Además de éstas, también han considerado otras variables como, por ejemplo, las relacionadas con las condiciones institucionales que regulan los procesos de toma de decisiones. Asimismo, han tenido en cuenta la división funcional del poder y la descentralización geográfica como algunos de los posibles elementos relacionados con el origen de las protestas. De manera general, se puede decir que su intención ha sido observar qué características estables o inestables de un sistema político influyen en el desarrollo de la acción política menos institucionalizada, en el curso de lo que se ha definido como “ciclos de protesta”, por ejemplo, el estudio de las formas en que las acciones de protesta aparecen en diferentes contextos históricos. Este punto de vista ha tenido un éxito considerable al proponer trasladar la atención desde el estudio de los movimientos sociales hasta las interacciones entre los actores nuevos (como los movimientos) y los tradicionales (como los actores políticos institucionales), y entre las formas de acción menos convencionales y los sistemas institucionalizados de representación de intereses. El efecto, en coherencia con el que había sido producido por las anteriores perspectivas teóricas, ha sido el de hacer inadecuada una definición de los movimientos sociales en un sentido prejuicioso. Es decir, como fenómenos necesariamente marginales y antiinstitucionales, o como expresiones de las disfunciones del sistema. “Una premisa básica para la teoría del proceso político es que la expansión de oportunidades políticas tiene lugar cuando disminuyen los costes y los riesgos de la acción colectiva y aumentan sus beneficios potenciales para quienes los apoyan. Los movimientos sociales y las revoluciones son fundamentalmente el resultado de una expansión de oportunidades políticas para la movilización de los grupos insurgentes, como consecuencia de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema político-económico. La ampliación de esas oportunidades políticas responde a una serie de aspectos que explican el desarrollo de los movimientos con independencia de la voluntad de sus seguidores, como los cambios en la estructura institucional del Estado, la configuración del sistema de partidos y los grupos de interés, el papel de los medios de comunicación y la evolución de la opinión pública.” Laraña, E. (1999, p. 247).

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Esta perspectiva también ha recibido críticas. Una de las más importantes ha sido considerar que adopta una posición demasiado reduccionista en el sentido de que presta poca atención al hecho de que muchos movimientos actuales, como algunos juveniles, de mujeres, homosexuales o grupos étnicos minoritarios, se desarrollan dentro de un contexto político y en un clima de innovación cultural al mismo tiempo. Igualmente, como ya se criticó en el caso de la teoría de la movilización de recursos, las aproximaciones basadas en el modelo de la acción racional tienden a infravalorar los orígenes estructurales de la protesta. Éste será el objetivo principal de las teorías de los nuevos movimientos sociales.

Nuevos movimientos sociales, nuevas teorías

Nuevos movimientos para nuevos conflictos dicen Donatella della Porta y Mario Diani (1999), cuando se refieren a los nuevos movimientos sociales y a los modelos teóricos que pretenden explicarlos. Así pues, se usa la expresión nuevos movimientos sociales para referirse a un amplio conjunto de acciones colectivas que no han podido ser entendidas ni analizadas por las perspectivas teóricas anteriores, y más específicamente, por las formas de enfocar el que hasta entonces era el prototipo de movimiento social; es decir, el movimiento obrero. En cualquier caso, esto no implica un abandono del marxismo de manera total, puesto que muchos autores lo reivindican como un referente fundamental en el análisis de estos nuevos movimientos. Las teorías emergentes que intentan explicar estos nuevos movimientos se denominan, por lo general, teorías de los nuevos movimientos sociales (New Social Movement Theories; Buechler, 2000). Estas teorías constituyen la respuesta que, en Europa, las ciencias sociales han ofrecido a la aparición de los movimientos sociales desde los años sesenta y setenta y, de algún modo, vienen a ser una respuesta tanto a los enfoques predominantes en Estados Unidos como a la tradición marxista en el estudio de los movimientos. En este sentido, estas nuevas teorías sobre los nuevos movimientos sociales abandonan el marxismo como marco privilegiado de compresión de los movimientos sociales y la transformación social, y se decantan más hacia otras lógicas de acción basadas en la política, la ideología y la cultura,

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y otras fuentes de identidad como la etnicidad, el género o la sexualidad, considerándolas bases de acción colectiva. “Los fenómenos colectivos emergentes en las sociedades complejas no pueden tratarse simplemente como reacciones a las crisis, como simples efectos de marginalidad o desviación, o puramente como problemas que surgen de la exclusión del mercado político. Es preciso que reconozcamos que los movimientos sociales en las sociedades complejas también constituyen síntomas de conflictos antagónicos, incluso si ello no agota por completo su significación. En las sociedades con una densidad alta de información, la producción no sólo implica recursos económicos; sino que también afecta a las relaciones sociales, los símbolos, las identidades y las necesidades individuales. El control de la producción social no coincide con su posesión por parte de un grupo social identificable. En lugar de ello, se traslada hacia los grandes aparatos de la toma de decisiones técnica y política. El desarrollo y la gestión de los sistemas complejos no están asegurados si sólo se controla la fuerza de trabajo y se transforman los recursos naturales; se precisa más que esto, se necesita una intervención creciente en los procesos relacionales y los sistemas simbólicos en el campo social/ cultural.” Melucci, A. (1996, p. 99).

Los modelos marxistas se enfrentan a múltiples problemas cuando necesitan explicar los movimientos sociales que han emergido desde los sesenta. Las razones son múltiples. En primer lugar, las transformaciones económicas y sociales que se produjeron después de la Segunda Guerra Mundial cuestionaron la importancia fundamental del conflicto trabajo-capital. Por ejemplo, el acceso generalizado de la población a la educación o la entrada de la mujer en el mundo del trabajo han creado nuevas situaciones, han generado cambios profundos y han producido efectos que hacen variar considerablemente las posibilidades estructurales del conflicto; asimismo, han hecho incrementar la relevancia de criterios de estratificación social, como por ejemplo el género, que no están basados en el control de los recursos económicos. Sin embargo, en segundo lugar, los problemas a los que se enfrentó la perspectiva marxista no sólo estaban relacionados con las dudas de la existencia continuada de la clase trabajadora en la sociedad postindustrial, sino que también tenían alguna relación con su propia lógica explicativa. Para el marxismo, la evolución social constituye una idea central y los conflictos políticos están condicionados por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y por la dinámica de las relaciones de clase. Sin embargo, esta idea se comenzaba a

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cuestionar porque no permitía entender los cambios tal y como se estaban produciendo. Las resistencias de algunas de las teorías marxistas para reconocer la multiplicidad de preocupaciones y conflictos dentro de los movimientos reales chocaban con la realidad de su heterogeneidad en los movimientos sociales emergentes. Para acabar, como señala Alain Touraine (1981), se hacía cada vez más necesario rechazar cualquier imagen de los movimientos como si estuvieran formados por actores homogéneos con un alto nivel de habilidades estratégicas. En resumen, poco a poco se generalizó la idea de que el conflicto entre las clases industriales estaba perdiendo importancia y de que la representación de los movimientos como sujetos ampliamente homogéneos ya no era factible. Sin embargo, existían diferencias en el énfasis que se ponía en la posibilidad de identificar cuál o cuáles serían los nuevos conflictos cruciales que se estaban produciendo en la sociedad emergente. Alain Touraine (Touraine, 1981; Touraine y otros, 1982) es, quizá, el exponente más importante de esta aproximación, así como el que de manera más explícita sostuvo esta posición. En efecto, para Touraine, los movimientos sociales no son rechazos marginales del orden, sino que más bien son las fuerzas centrales que combaten unas contra otras para controlar la producción de sociedad y para controlar la acción de las clases para la formación de la historicidad. En la sociedad industrial, la clase dominante y la clase popular se contraponen, como sucede en las sociedades agrarias y mercantiles. Sin embargo, Touraine sostiene que también lo harían en una nueva sociedad, donde nuevas clases sociales sustituyeran a la clase capitalista y trabajadora como actores centrales del conflicto. Otros autores han enfatizado también las diferencias entre los movimientos de la sociedad industrial y los nuevos movimientos. Claus Offe (1985), por ejemplo, sostiene que los movimientos sociales desarrollan una crítica fundamental del orden social y de la democracia representativa, cuestionando las asunciones institucionales de las formas convencionales de hacer política, en nombre de una democracia radical y más participativa. Así, entre las principales innovaciones de los nuevos movimientos, en contraste con los movimientos obreros, se encuentra una ideología crítica en relación con la modernidad y el progreso, con estructuras organizacionales descentralizadas y participativas, que defiende la solidaridad interpersonal frente a la gran burocracia, así como la reclamación de espacios autónomos. Estas innovaciones, como se ve con cla-

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ridad, no implican ventajas o éxitos materiales, sino más bien de otro tipo. Los nuevos movimientos sociales se caracterizarían, por tanto, por una organización fluida y abierta, una participación inclusiva y no ideológica y una mayor atención a las transformaciones sociales más que a las económicas. Otra contribución a la definición de las características de los nuevos movimientos es la de Alberto Melucci (1996). Basándose en la idea de Habermas de una “colonización del mundo de la vida”, Melucci describe las sociedades contemporáneas como sistemas claramente diferenciados que invierten cada vez más en la creación de centros individuales de acción. Son sociedades que, al mismo tiempo que requieren mayor integración, extienden el control sobre los aspectos más privados de los seres humanos. Por ello, los nuevos movimientos sociales tratan de oponerse a la intrusión del Estado y del mercado en la vida social, reclamando la identidad de los individuos y el derecho a determinar su vida privada y afectiva contra la manipulación del sistema. De manera diferente, a los movimientos de trabajadores, los nuevos movimientos sociales no se limitan a buscar ganancias materiales, sino que pretenden atacar las formas establecidas del poder político y de la sociedad. Los nuevos movimientos no demandan un aumento de la intervención del Estado para garantizar la seguridad y el bienestar, sino que resisten la intrusión en sus vidas, defendiendo la autonomía personal. A pesar de la variedad, es posible identificar cierto número de temas comunes que resaltan más en estas teorías que en las otras. Buechler las analiza con detalle, por lo que a continuación seguiremos sus propuestas (Buechler, 2000). Muchas de estas teorías operan con algún modelo de una totalidad de la sociedad, lo que proporciona el contexto para la emergencia de la acción colectiva. Aunque existen algunas diferencias sobre la naturaleza de esta totalidad, el intento de teorizar una formación social históricamente específica como trasfondo estructural de las formas contemporáneas de acción colectiva sería característica principal de estas nueva teorías. Un segundo tema común es la idea de que los nuevos movimientos sociales son respuestas a la modernidad o a la posmodernidad. Es decir, a un sistema político, económico y social que se define como de mercado capitalista, estado burocrático, con relaciones “cientifizadas” y de racionalidad instrumental. Los nuevos movimientos sociales constituyen las respuestas a esos rasgos de la sociedad moderna y posmoderna.

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Un tercer tema está relacionado con la base social de los nuevos movimientos, que tendría una forma “difusa”. Para algunos, estos movimientos estarían arraigados de algún modo en la “nueva” clase media. Sin embargo, otros sostienen que tales movimientos no se originan en la estructura de clases, sino más bien en otros estatus como la raza, la etnicidad, el género, la sexualidad, la orientación sexual, la edad o la ciudadanía, que serían centrales en la movilización de los nuevos movimientos sociales. Y, por último, otros argumentan que tales estatus son menos importantes que el consenso ideológico sobre los valores y creencias del movimiento. Por todas estas razones, se supone que la base social de estos movimientos es más compleja y difusa que lo era en los movimientos anteriores, que estaban basados en las clases. Como cuarto tema, deberíamos referirnos a la identidad colectiva. En efecto, se enfatiza la fluidez y la multiplicidad de identidades en la última modernidad; por tanto, se señala que la habilidad de la gente para implicarse en una acción colectiva está relacionada con la habilidad que tengan los movimientos para definir una identidad colectiva. De aquí se deduce que la construcción social de la identidad colectiva constituye una parte esencial del activismo social contemporáneo. En quinto lugar, es preciso comentar la politización de la vida cotidiana. Lo que antes eran aspectos privados e íntimos, ahora están politizados, por lo que la vida cotidiana se convierte en el eje principal de la acción política. Los movimientos serían, pues, respuestas a la politización sistemática de la vida. El sexto punto concierne a los valores que caracterizan los nuevos movimientos sociales. Mientras unos defienden el simple pluralismo de valores e ideas como aspecto definitivo, otros han focalizado la importancia de los valores no materialistas en estos tipos de movimiento social. Más que buscar poder, control o ganancias económicas, los nuevos movimientos están inclinados a buscar autonomía y democratización. Esto confiere una fuerza inusitada a los movimientos sociales, puesto que los hace menos susceptibles a las formas tradicionales de control social y de captación por parte del sistema político convencional. El séptimo punto consideraría el papel de las formas culturales y simbólicas de resistencia al lado de las formas más convencionales de contestación, o en lugar de éstas. Este énfasis cultural rechaza los objetivos, tácticas y estrategias convencionales a favor de la exploración de nuevas identidades, significados,

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signos y símbolos. Esta orientación ha sido muy criticada por considerarse apolítica; sin embargo, con ello se ignora la importancia de las formas culturales de poder social. Así, por ejemplo, si la hegemonía constituye una importante forma de poder social, la política culturalmente orientada y antihegemónica de muchos de estos movimientos es una forma válida de resistencia. Las propuestas de nuevos métodos para organizar las relaciones sociales pueden ser, por sí mismas, un potente desafío para los sistemas socialmente dominantes. El último tema es la preferencia que se observa en los nuevos movimientos sociales por las formas de organización descentralizada, igualitaria, participativa y situada. Para estos movimientos, la organización no sólo constituye una herramienta estratégica, sino que es, sobre todo, una expresión simbólica de los valores de movimiento y de las identidades de sus miembros. Los nuevos movimientos sociales no suelen tener estructuras rígidas o jerarquizadas, son más bien experiencias abiertas que surgen y desaparecen de manera continua. En efecto, los nuevos movimientos sociales se organizan, con mayor o menor puntualidad, en relación con asuntos y luchas específicos, y después desaparecen en forma de culturas o subculturas politizadas que resultan coherentes con las visiones y valores del movimiento, para volver a emerger en la siguiente lucha específica en forma de acciones organizadas, y así sucesivamente. La ventaja de esta perspectiva, señala Buechler (2000), consiste en su intento de identificar los lazos entre las nuevas estructuras sociales y las nuevas formas de acción colectiva. Su dificultad se encuentra en saber qué entendemos por “nuevo”, puesto que no piensan lo mismo Castells, Habermas, Touraine, Beck, Bauman o Urry, por destacar algunos nombres de entre los más sobresalientes pensadores de la contemporaneidad. En cualquier caso, esta aproximación hace una aportación que desde otras perspectivas resulta difícil, por no decir imposible. Por ejemplo, en primer lugar presta atención a los determinantes estructurales de la protesta, reevaluando la importancia del conflicto, con lo que mantiene viva la importancia de uno de los elementos centrales de todo movimiento social. En segundo lugar, confiere mayor importancia al actor, y tiene la habilidad de capturar las características innovadoras de los movimientos, que ya no se pueden definir en relación con el sistema de producción, tal como se haría desde una perspectiva marxista. Indudablemente, esta perspectiva también ha recibido críticas. No obstante, Melucci (1996), una de las figuras más representativas de este planteamiento, ha

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hecho frente a ello indicando que no es necesario naturalizar los movimientos, puesto que el concepto de “nuevos movimientos sociales” sólo constituye un instrumento fluido para explorar las nuevas formas de protesta. Algunos consideran que estas perspectivas dejan sin resolver la incógnita sobre qué mecanismos específicos llevan del conflicto a la acción. Sin embargo, esta crítica se ve contestada perfectamente por el trabajo del propio Melucci, que precisamente ofrece con detalle cuáles podrían ser estos mecanismos, muy especialmente en los procesos de identidad colectiva y en los de generación colectiva de conocimiento y significado de la situación: “Nuestra sociedad ha extendido los mecanismos de control social desde el ámbito de la naturaleza hasta el de las relaciones sociales y la misma estructura del individuo (su personalidad individual, su inconsciente y su identidad biológica y sexual). […] Para Melucci […] el surgimiento de una sociedad de la información hace que los principios por los que se organiza la producción se extiendan a relaciones sociales que antes pertenecían al ámbito de lo privado e incidan con fuerza en la identidad individual. Las fronteras entre los ámbitos público y privado se diluyen, porque la información se convierte en el recurso estratégico tanto para la subsistencia de la sociedad, como para el desarrollo de la identidad individual. El surgimiento de la sociedad de la información genera cambios en los conflictos sociales: ‘el movimiento por la reapropiación de los recursos desplaza su lucha a un nuevo territorio. La identidad personal y social de los individuos progresivamente se percibe como un producto de la acción social’ […], y la reivindicación de la identidad personal sustituye a la centrada en la propiedad de los medios de producción en los movimientos clásicos. […] Para Melucci, la extensión del sistema de control social se manifiesta en la creciente regulación y manipulación de una serie de aspectos de la vida que eran tradicionalmente considerados privados (el cuerpo, la sexualidad, las relaciones afectivas), subjetivos (procesos cognitivos y emocionales, motivos, deseos) e incluso biológicos (la estructura del cerebro, el código genético, la capacidad reproductora). […] Estos campos son progresivamente invadidos y regulados por el ‘aparato tecnocientífico, las agencias de información y comunicación y los centros de decisión política’. Ello motiva las demandas de autonomía que impulsan a los movimientos sociales: como reacción de resistencia a ese proceso de expansión de los sistemas de control social, los movimientos reivindican nuevos espacios sociales ‘en los que sus seguidores se autorrealizan y construyen el significado de lo que son y lo que hacen’. Estos espacios se construyen en grupos informales y redes interpersonales cuando el movimiento se halla en un periodo de latencia y todavía no ha entrado en conflicto con las instituciones sociales […] pero estos espacios no son una especie de reductos marginales apartados del sistema, como plantea la aproximación convencional a los movimientos sociales. Estos espacios hacen posible la construcción de la identidad colectiva de un movimiento, de la cual depende su potencial de reflexividad para difundir nuevas ideas en la sociedad, incidir en la vida pública y producir conflictos sociales difíciles de resolver por las instituciones públicas.” Laraña, E. (1999, pp. 156-159).

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3. Aportaciones de la Psicología socia l Determinados aspectos sobre el funcionamiento y los procesos de los movimientos sociales todavía permanecen o bien irresueltos, o bien precariamente resueltos3. Se trata del papel de la identidad y los procesos identitarios, la construcción y mantenimiento de un marco de significados compartidos y, para terminar, la manera como los movimientos sociales impactan en el conjunto de la sociedad. En concreto, existen una serie de factores que, por el momento, no resultan del todo claros: ¿por qué no todo el mundo, en las mismas circunstancias, participa en ellos? ¿Por qué entre las personas que participan en los mismos, no todas tienen el mismo grado de implicación? ¿Cómo se consigue que las ideas defendidas por algunos de ellos sean finalmente adoptadas por la sociedad en su conjunto? ¿Mediante qué procesos se produce este hecho? No se puede afirmar –sería demasiado arrogante–, que la Psicología social puede resolver estas incógnitas, pero sí que puede decirse que se encuentra en condiciones de contribuir, parcialmente, a su esclarecimiento. En efecto, se trata de dos perspectivas específicas en Psicología social: la teoría de la identidad social y la de la influencia minoritaria.

3.1. Los procesos de influencia minoritaria El estudio de la influencia social es un tema central en la Psicología social. Desde una perspectiva tradicional, la influencia social se ha entendido como aquella presión social que produce semejanza entre las personas en un grupo o colectividad. Se trataría de presiones que llevan a cambiar el comportamiento, las actitudes, las opiniones, los valores, las creencias etc. en dirección a la homogeneidad. En Psicología social, se han definido tres formas de influencia: la uniformidad, el conformismo y la sumisión. La uniformidad se entiende como aquella forma de similitud que se basa en el postulado, según el cual es deseable 3. El repaso que hemos hecho de los estudios psicosociales de los movimientos sociales, así como las aportaciones específicas que vamos a resaltar en este apartado, no saturan en modo alguno lo que se podría denominar perspectiva psicosocial en el estudio de los movimientos sociales. Prueba de ello son los trabajos de Bert Klandermans, a los cuales remitimos.

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ser como los demás; el conformismo como una forma de similitud producida por la presión de un grupo. Por último, la sumisión sería una forma de similitud basada en la aquiescencia a las demandas llevadas a cabo por la autoridad. Es fácil ver estos procesos de influencia como mecanismos privilegiados para el mantenimiento del orden social. Desde una perspectiva afectiva, junto a otros mecanismos de índole estructural, como el poder, o simbólicos, como las ideologías, estas formas de influencia contribuyen al mantenimiento del statu quo en cualquier sociedad o comunidad. Se podría decir que ésta ha sido la contribución de la Psicología social al estudio e inteligibilidad del control social. Sin embargo, ¿ha contribuido también de algún modo a la inteligibilidad del cambio social? Desde una perspectiva psicosocial puede afirmarse que sí, a partir de la teoría de la influencia minoritaria. Esta teoría fue desarrollada por Serge Moscovici (Moscovici, 1979) y por otros autores como Gabriel Mugny (Mugny, 1981). Su foco se encuentra en los procesos por medio de los cuales algunos grupos minoritarios son capaces de influir y de inducir cambios en la mayoría de la sociedad. El punto fundamental es el conflicto que los grupos minoritarios son capaces de establecer con la mayoría. No se trata de un conflicto por los intereses materiales (aspecto que se ha tratado con amplitud en la Sociología), sino de un conflicto de naturaleza simbólica. En efecto, un grupo minoritario que sostenga una posición contraria a una norma mayoritariamente aceptada puede, bajo determinadas condiciones, producir un conflicto simbólico. La resolución de este último implica el movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias. Para conceder legitimidad a estas afirmaciones, es preciso asumir, obviamente, que tanto los grupos mayoritarios como los minoritarios son simultáneamente fuentes y receptores de influencia social. El hecho de que la fuerza de dicha influencia y el número de veces que opera haga que la balanza se incline del lado de los grupos mayoritarios no debería servir para negar el proceso en la dirección contraria. Los movimientos sociales y los efectos a gran escala que son capaces de crear constituyen buenos ejemplos de cómo se realiza este proceso. Como decimos, para que se produzca una influencia de este tipo, es necesario que se den algunas condiciones: 1) En primer lugar, los grupos minoritarios deben tener ciertas características y rasgos.

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a) Así, por ejemplo, estos grupos deben mantener posiciones que son normativamente minoritarias. Es decir, que van directamente contra normas sociales dominantes en cualquier sociedad o comunidad. b) Sus posiciones deben ser heterodoxas. Es decir, deben ir en una dirección contraria al statu quo y al modo en que la sociedad o comunidad se ha estructurado u organizado en el pasado. c) Los grupos minoritarios han de ser, asimismo, nómicos. Es decir, activos, con objetivos claros, con motivación suficiente y con agencia para la acción en contra de la norma mayoritaria. En definitiva, deben adoptar una posición antisistema, pero es necesario que ofrezcan propositivamente una norma alternativa. Cuando se dan estas características, el grupo minoritario es capaz de generar un conflicto con la mayoría al oponerse de forma nítida y propositiva a sus concepciones. Cuando esto sucede, según la teoría de la influencia minoritaria, la mayoría ya no puede ignorar el conflicto ni obviar al grupo minoritario, puesto que debe afrontarlo. Al hacerlo, se entra en un proceso de posible resolución del conflicto por medio de la negociación con la minoría. La resolución implica siempre, aunque obviamente en grados distintos, un movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias. Es decir, la resolución del conflicto promueve una innovación y un cambio. 2) En segundo lugar, se deben considerar los recursos que las minorías necesitan para obtener estos resultados. La cuestión es que si por definición su posición es débil, ¿cómo es posible que consigan estos efectos? Los recursos que prevé la teoría de la influencia minoritaria son dos: el estilo de comportamiento y el estilo de negociación. a) El estilo de comportamiento se refiere a que las minorías deben mostrar consistencia en las propuestas que sostienen, tanto de manera diacrónica, es decir, a lo largo del tiempo, como sincrónica, es decir, todos sus miembros compartiéndolas de igual modo. La consistencia en el mantenimiento de las propuestas constituye la garantía de que la mayoría centra su atención sobre el mensaje de la minoría. Asimismo, estas dos formas de consistencia subrayan el compromiso y la firmeza de las posiciones que mantiene, lo que comporta ganar una imagen de autonomía que resulta primordial para el éxito de sus objetivos.

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b) Por otro lado, en el proceso de negociación con la mayoría, el estilo de negociación puede ser variado: puede ir del más flexible al más rígido. Pues bien, la teoría de la influencia minoritaria establece que el estilo de negociación que las minorías deben establecer para no bloquear a la mayoría debe ser flexible. Los estilos rígidos bloquean a la mayoría, con lo que resulta más improbable la resolución del conflicto y, por tanto, el cambio. Un aspecto importante de la teoría está relacionado con el tipo de efectos que las minorías producen. Éstos pueden ser directos o indirectos. Los directos se refieren a los cambios, en las posiciones mayoritarias, de aquellos contenidos explícitos en el mensaje de la minoría. Los indirectos se refieren a los cambios que se producen en ámbitos relacionados con el mensaje minoritario, sin hacerlo directamente. Por ejemplo, tal como fue común en muchos países desde los años sesenta, un grupo minoritario puede estar proponiendo el aborto libre. La teoría de la influencia minoritaria muestra que, en casos como éste, no siempre se produce un cambio en la mayoría que implique la aceptación del aborto libre. Sin embargo, lo que sí se produce es un cambio en áreas colaterales y relacionadas con el tema que la minoría defiende. En este caso, por ejemplo, la mayor tolerancia hacia la libertad sexual o los métodos anticonceptivos se podrían ver como un efecto indirecto de este tipo. Por consiguiente, la teoría de la influencia minoritaria proporciona elementos para entender mejor el proceso por el cual amplios sectores de una sociedad acaban por modificar sus creencias, opiniones y actitudes e, incluso, su comportamiento, como resultado de la influencia de grupos minoritarios. No resulta difícil percatarse de que este proceso podría estar presente en los movimientos sociales. En efecto, si tomamos como ejemplo el caso del movimiento feminista, resulta fácil analizarlo desde la perspectiva que acabamos de ver. Hoy día podemos observar una modificación sustancial de las creencias, valores, actitudes y comportamientos hacia las mujeres, tanto en cuanto miembros de una categoría social, como por su condición de personas concretas. El reconocimiento, cada vez mayor, de su agencia en muchas sociedades y países, el reconocimiento de sus derechos como personas, su presencia en el mundo laboral, etc. constituyen muestras de un proceso de cambio progresivo en nuestras sociedades que se puede conectar directamente con la acción de los movimientos feministas del pasado siglo y de los que continúan en el presente. Existe un argumento muy simple que se interroga sobre si se hubieran

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llegado a producir estos cambios sin las acciones del movimiento feminista. Obviamente, estos cambios no se deben ver como consecuciones discretas y puntuales o, de algún modo, acabadas. Estos cambios se dan en un proceso continuado en el tiempo, pero discontinuo tanto por lo que respecta a las diferentes zonas geográficas, como en relación con las clases, grupos o comunidades dentro de una misma sociedad. Sin embargo, a pesar de esta diversidad de “estados” en los cambios, de lo que no cabe la menor duda es de que hemos asistido, y estamos asistiendo, a una transformación radical en el imaginario, las comprensiones y la acción de lo femenino y la feminidad. Resta, sin duda, conocer con detalle la forma específica de cómo se produjo este hecho a partir de las pocas decenas de mujeres sufragistas que se manifestaban frente al Parlamento inglés. “Todavía queda mucho para aprender en el campo psicológico de la influencia social. La idea fundamental que se propone en esta obra es muy simple: el conflicto de resolución estará a favor de la parte (individual o subgrupo) que sea capaz de determinar su propio desarrollo, que sea la más activa y que demuestre que adopta un comportamiento “adecuado”. Por este motivo, la Psicología de la influencia social está llena de conflictos y diferencias, tanto en el ámbito de su producción como de su gestión. La dinámica de esta psicología es subjetiva y no objetiva: consiste en una interacción entre sujetos en un entorno elegido, y no simplemente en una determinada manipulación de objetos con el fin de jugar contra uno o varios sujetos en un entorno determinado. En este sentido, la función de la influencia no consiste en eliminar los “errores” producidos por minorías desviadas, sino más bien en incorporar estos “errores” al sistema social. Como consecuencia, el sistema social experimenta ciertos cambios, deviene más diferenciado y complejo, adopta nuevas ramificaciones –en una palabra, crece–. La importancia de las minorías reside, precisamente, en el hecho de que son factores, y a menudo originadores de cambios sociales en sociedades donde estos últimos han tenido lugar con tanta rapidez. En estas sociedades, las fronteras de la mayoría no se encuentran delimitadas con claridad y, con frecuencia, esta mayoría es “silenciosa”. Son los individuos y grupos activos quienes, deshaciéndose en ideas e iniciativas, expresan o crean nuevas tendencias. Esto se puede lamentar, pero es sin duda deseable que las innovaciones e iniciativas planteen y desafíen las bases de la “ley y el orden”. Por ello, es inevitable que surjan problemas, y que emerjan nuevos actores sociales que, estableciendo nuevos esquemas y modalidades de acción, reivindiquen su derecho de plena existencia. En este libro, este tema se trata de manera positiva, tal como lo muestra la elección de los fenómenos estudiados y la formulación de la teoría.” Moscovici, S. (1976, p. 221).

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3.2. Los procesos de identidad social

La aportación más característica de la Psicología social al estudio de la identidad ha sido la de Henri Tajfel (1981) con su teoría de la identidad social y, posteriormente, con sus derivaciones concretadas en la teoría de la autocategorización (Turner, 1987a)4. Teniendo en cuenta los objetivos del presente capítulo, nos centraremos en la versión inicial de Henri Tajfel. Tajfel teorizó sobre la identidad basándose en los procesos cognitivos de la categorización. Prescindiendo de los acuerdos o desacuerdos que se puedan mantener con el planteamiento general del autor, las investigaciones de Tajfel suponen un potente heurístico para la comprensión del prejuicio y la discriminación sociales, la identidad nacional y el nacionalismo, entre otros. Tajfel desarrolló su teoría interesándose por el estudio del prejuicio y la discriminación, interés que, muy probablemente, surgía de su propia experiencia como persona perseguida por razones étnicas. Este autor fue capaz de articular una serie de procesos que van desde los estrictamente cognitivos, como la categorización y la diferenciación, a los más cognitivo-sociales, como la categorización social, para culminar en otros que manifiestan un alcance decididamente social, aunque estén basados en procesos sociocognitivos, como la identidad social. Para Tajfel, la identidad social5 es la conciencia que tenemos las personas de pertenecer a un grupo o categoría social, así como la valoración que hacemos de ello. Una valoración positiva o negativa sustenta, respectivamente, una identidad social positiva o negativa. La identidad social requiere del mantenimiento y reconocimiento de la distintividad entre categorías sociales. Cuando esta última es positiva; es decir, cuando las diferencias entre una categoría y las otras se valoran positivamente, la identidad social resultante es positiva. Cuando se da 4. Para examinar con mayor detalle estas teorías, remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos” (en el subapartado dedicado a la teoría de la identidad social) del capítulo “Procesos colectivos y acción social” en este mismo volumen. 5. Cualquier texto, como sucede en el caso de este capítulo, debe dejar de lado, en ocasiones muy dolorosamente, trabajos y perspectivas de indudable interés y actualidad, pero que diferentes criterios pragmáticos, como la extensión del texto u otros más sustantivos como su coherencia interna, aconsejan obviar. Éste ha sido el caso de los trabajos sobre la identidad colectiva en los movimientos sociales realizados por los herederos de la perspectiva interaccionista. Sugerimos, como una buena muestra de esta perspectiva, la lectura de Striker, S., Owens, T. J., y White, R. W. (ed.) (2000). Self, identity, and social movements. Minneapolis: University of Minnesota Press.

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el caso contrario; es decir, que la distintividad es negativa, entonces la identidad social también es negativa. Por este motivo, se dice que la identidad social positiva está condicionada por el hecho de mantener con éxito una distintividad positiva. Mantener la distintividad requiere dos procesos de naturaleza complementaria, la comparación y la competición sociales. La comparación es el proceso psicológico de escrutinio de las diferencias entre los rasgos y características de las distintas categorías sociales. El otro proceso es el de la competición. Se trata de una de las aportaciones más importantes que Tajfel realizó. En efecto, aunque la competición social por recursos objetivos escasos ya era ampliamente conocida en la Sociología, Tajfel incorporó la idea de una competición simbólica por recursos que no debían ser necesariamente de naturaleza material u objetiva, sino que podían ser de naturaleza simbólica. De este modo, las distintas categorías sociales podrían entrar en conflicto las unas con las otras por la competencia por los recursos simbólicos. De la conjunción de ambos procesos proviene, pues, una identidad social positiva o negativa. Una identidad social positiva es necesaria, puesto que, como se recordará, la identidad no sólo consiste en el reconocimiento de la pertenencia a una categoría social, sino también cuenta la evaluación que se hace de ello. En aquellas situaciones en las que el resultado de este proceso es una identidad social negativa, o bien cuando está en entredicho, la teoría de Tajfel considera que se producirán comportamientos encaminados a restaurar la valoración positiva. Esto se conseguiría mediante dos tipos de estrategias concretas, que se conocen como estrategias de cambio social y de movilidad social. La estrategia de movilidad social se refiere al abandono de la categoría de pertenencia cuando la identidad social resulta negativa. Es una estrategia individual, puesto que los individuos actúan únicamente orientados por sus propios intereses; es decir, para conseguir la restauración de una identidad social valorada positivamente. Sin embargo, la estrategia de cambio social se refiere al hecho de que, en circunstancias similares, los miembros de una categoría establecen estrategias orientadas a la transformación de la propia categoría. Contrariamente a la estrategia anterior, ésta no es de carácter individual, sino de carácter colectivo y grupal. Esta fuerza motivacional y este tipo de estrategias

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conectan claramente la Teoría de la identidad social con los procesos analizados en este capítulo dedicado a los movimientos sociales. Lo que también resulta atractivo y de gran poder heurístico para poder comprender los procesos colectivos, por ejemplo los movimientos sociales, es la descripción del proceso de interacción social como algo que se produce en un entramado de relaciones en el que la pertenencia grupal o categorial es la dimensión determinante. Es decir, en múltiples procesos sociales, los individuos actuarían movidos fundamentalmente por el hecho de pertenecer a ciertas categorías sociales y, por consiguiente, se comportarían en consonancia con ello. En efecto, esta idea permite comprender cómo en determinados contextos sociales, la distinción de ciertas categorías o grupos determina la aparición de comportamientos diferenciales, favorecedores del propio grupo o perjudiciales para el grupo opuesto. Tajfel desarrolló unas herramientas conceptuales que sólo se pueden aplicar a un contexto social bicategorial, aunque era plenamente consciente de que estos contextos son muy escasos. Sin embargo, se pueden generalizar con facilidad para contextos más “realistas”, en los que coexistan simultáneamente un gran número de categorías y grupos sociales. Como se ha visto en el capítulo “Procesos colectivos y acción social” de este mismo volumen, las últimas aportaciones de Stephen Reicher para el caso del comportamiento colectivo permiten ampliar la capacidad interpretativa de estas herramientas conceptuales, más allá de una consideración esencialista y continua de la identidad social. En efecto, la descripción de “identidades sociales puntuales”, que se generarían espontáneamente en situaciones de comportamiento colectivo, abre nuevas perspectivas y hace menos esencial la noción de identidad social, haciéndola contextualmente dependiente y, al mismo tiempo, permite observar de manera distinta o única los comportamientos colectivos, así como la génesis y el funcionamiento de los movimientos sociales. En definitiva, la teoría de la identidad social constituye un heurístico de gran eficacia para completar nuestra comprensión de los movimientos sociales. En primer lugar, permite comprender ciertos procesos en su doble dimensión grupal y categorial. En efecto, la conciencia de pertenencia y su valoración se produciría tanto en los grupos de interacción directa (como los pequeños grupos formados por pocas personas, o las organizaciones grupales más amplias), como en las categorías sociales que no implican necesariamente una interacción vis a

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vis entre todos sus miembros. Es decir, estamos frente a un modelo capaz de explicar la emergencia de la identidad tanto en grupos como en categorías, igualando los procesos de su emergencia y constitución. En segundo lugar, este modelo nos ofrece la posibilidad de observar la importancia que tiene la identidad en los diferentes comportamientos humanos. En efecto, la distinción de la pertenencia grupal en distintos contextos sociales hace resaltar igualmente la identidad y, por tanto, emerger formas de comportamiento e interacción que están relacionadas directamente con esta pertenencia. Para entender este proceso, veamos un ejemplo muy simple: Imagínese un día de un partido Barça-Real Madrid. Imagínese que se camina por las Ramblas de Barcelona. Imagínese que se ve un grupo de personas con una camiseta blanca y otro grupo con una camiseta azulgrana. ¿Qué pasará? Sea cual sea el comportamiento que se desarrolle con posterioridad (cantos, gritos, consignas, una conversación amistosa, un gesto violento, etc.), se puede entender como resultado del hecho de que, en esta situación, lo saliente está siendo las dos categorías de pertenencia, la de el/la “culé” y la de el/la “madridista”.

En tercer lugar, los grupos y categorías sociales que poseen una fuerte identidad producen también un alto nivel de cohesión grupal. En efecto, la intensidad de las relaciones en el interior del grupo, o categoría, aumenta con la identidad, en el sentido de que los grupos o categorías con mayor y más intenso sentido de identidad son, asimismo, los más cohesionados, y viceversa. Para el estudio de los movimientos sociales, en que la solidaridad y la cohesión se han visto como elementos cruciales, tanto por lo que respecta a su constitución como por su desarrollo y funcionamiento, este modelo nos da algunas claves de su génesis. En cuarto lugar, la dinámica de mantenimiento de una identidad social positiva, como hemos visto, está relacionada con la competición simbólica para el mantenimiento de la distintividad positiva. Cuando en este proceso el resultado es negativo, aparecen las estrategias de movilidad o de cambio social, como acabamos de ver. Los grupos altamente cohesionados movilizan más habitualmente estrategias de cambio social. Es fácil ver que la motivación para la acción en los movimientos sociales podría estar arraigada en su identidad como grupo o categoría, así como en la necesidad de mantener dicha identidad valorada positivamente.

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Por último, en quinto lugar, este modelo nos permite entender la identidad como un proceso. En efecto, la identidad no es algo que “se tenga” de manera estable y estática, sino que es un proceso que se construye en la interacción con los otros y en las dinámicas de relación intergrupales e intercategoriales. Los cambios que se pueden apreciar en los contextos sociales relativos a su composición en términos de grupos o categorías influyen directamente en la constitución de la identidad, tanto de los colectivos mencionados como de los individuos que los componen. Para el estudio de los movimientos sociales, este aspecto procesual de la identidad resulta crucial para entender la adhesión y la implicación en las acciones que llevan a cabo. El movimiento gay y lésbico puede resultar un ejemplo perfecto para ilustrar lo que acabamos de ver. Como en el ejemplo del feminismo que hemos examinado con anterioridad, este movimiento está ejerciendo un enorme impacto sobre las concepciones socialmente dominantes de la sexualidad, la orientación sexual, los derechos de las personas con estas orientaciones sexuales, el reconocimiento gradual de sus relaciones de pareja, etc. En este caso, podemos ver la doble presencia de una identidad social basada en la orientación sexual tanto como grupos específicos de relación directa, como en términos de categoría social. Probablemente, el primer efecto conseguido por estos movimientos haya sido, precisamente, ser visibles como una categoría social. Podríamos interpretar que las fuertes presiones encaminadas a eliminar las diferencias de orientación sexual, la conversión de estos comportamientos en patologías, las distintas formas de exclusión y discriminación social estaban minando enormemente las incipientes identidades basadas en la preferencia sexual. Aquí se podría ubicar el origen de una estrategia de cambio social que podría hacer comprensible la emergencia de este movimiento social particular. El fundamento de la emergencia de este movimiento sería la necesidad de mantenimiento de una distintividad positiva y, por consiguiente, de una identidad social positiva. “En el estudio de las relaciones entre grupos sociales dentro de cualquier sociedad se precisa que, en primer lugar, se tengan en cuenta las condiciones ‘objetivas’ de su coexistencia; es decir, las circunstancias económicas, políticas, sociales e históricas que han llevado, y a menudo todavía determinan, las diferencias entre los grupos por lo que respecta a sus normas de vida, al acceso a las diferentes oportunidades, como el trabajo o la educación, o al tratamiento que reciben por parte de los que ejercen el poder, la autoridad o, en ocasiones, sólo la fuerza bruta. Sin embargo, [...] estas condiciones objetivas siempre se asocian con las ‘definiciones subjetivas’ muy difundi-

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das, los estereotipos y los sistemas de creencias. Nuestro objetivo consiste en observar estos aspectos subjetivos diferentes que afectan a las relaciones entre minorías y mayorías, para evaluar su importancia en la situación total y ver de qué manera contribuyen al modelo general de las relaciones entre los grupos. El hecho de pertenecer a una minoría explica que los individuos se preocupen por los requisitos psicológicos necesarios para adaptarse a la situación actual o para hacer algo con el fin de cambiarla. Las adaptaciones y estrategias posibles para este cambio son finitas con respecto a la cantidad y a la variedad. Aquí intentaremos hablar de algunas de las que parecen ser las más utilizadas y las más importantes. Conviene tener en cuenta las ‘definiciones subjetivas’ en el análisis general de las relaciones raciales o cualquier otra relación intergrupal, puesto que, con toda probabilidad, contribuyen al modelo de estas relaciones y a los cambios que se producen en las mismas. Estas definiciones subjetivas, los sistemas de creencias, las identificaciones, las estructuras cognitivas, los gustos y las aversiones, y otros comportamientos que están relacionados son el ámbito particular del psicólogo social. La Psicología social de las minorías debe centrarse en todos estos aspectos, sin negar que el análisis de las condiciones objetivas del desarrollo de las relaciones sociales entre grupos debe estar primero en nuestro intento de entender la naturaleza de estas relaciones. No obstante, es cierto que el comportamiento social de las personas sólo puede entenderse correctamente si llegamos a saber algo de las ‘representaciones de la realidad social’ subjetivas que intervienen en las condiciones con que viven los grupos sociales y en los efectos de estas condiciones en el comportamiento colectivo o individual. Es como una espiral: la historia y los rasgos contemporáneos de las diferencias sociales, económicas u otras diferencias entre grupos sociales se reflejan en las actitudes, creencias y puntos de vista del mundo de los miembros de estos grupos. Estos efectos ‘subjetivos’ de las condiciones sociales se reflejan a su vez en todo aquello que hace la gente, en cómo se comportan con respecto a su propio grupo o con respecto a otros grupos. Las formas resultantes de comportamiento dentro del grupo, ‘fuera del grupo’ y ‘entre los grupos’ contribuyen, a su vez, al presente y al futuro de las relaciones entre los grupos; y así continúa. Por tanto, aunque aquí sólo trataremos con un momento congelado de lo que es una situación compleja y continuamente cambiante, este momento a menudo deviene crucial a la hora de afectar a la forma de aquello que sucederá.” Tajfel, H. (1978, p. 3).

4. Emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales Como hemos visto, la aproximación al estudio de los movimientos sociales es muy variada y plural en enfoques, modelos y teorías. Entre los años setenta

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y ochenta, la teoría dominante que atrajo más atención, y bajo la que se realizaron mayor número de investigaciones, fue la teoría de los recursos para la movilización. El resurgimiento de las perspectivas interaccionistas y construccionistas aparece hacia la mitad de los años ochenta con una enorme vitalidad. En aquel momento, en Europa comienza el desarrollo y auge de las teorías sobre los nuevos movimientos sociales. En los años noventa se produce ya una importante confrontación entre las perspectivas de tradición interaccionista y las de los nuevos movimientos sociales contra la teoría de los recursos para la movilización. Esta situación de confrontación hace surgir distintos intentos de integración de las diferentes perspectivas o, como mínimo, de incorporación de aspectos de un lado y de otro. Aunque no cabría hablar propiamente de integración, algunos autores como Della Porta y Diani (2000) ofrecen una síntesis que incorpora aspectos recogidos en las distintas perspectivas teóricas. En el siguiente apartado se reproduce la posición de estos autores.

4.1. ¿Una definición consensuada de movimiento social?

De acuerdo con Della Porta y Diani, se podría encontrar cierto número de puntos en común entre las diferentes tradiciones. En concreto, existiría un acuerdo sobre cuatro características de los movimientos sociales: las redes informales de interacción, las creencias compartidas y la solidaridad, la focalización en los conflictos y el uso de la protesta. 1) Redes informales de interacción. Los movimientos se pueden concebir como redes de interacción informal entre una pluralidad de individuos, grupos y/o organizaciones. Las características de estas redes pueden variar desde las que apenas tienen vínculos, o los tienen muy dispersos, hasta las sólidas redes de los grupos fuertes. Estas redes promueven la circulación de recursos esenciales para la acción (información, expertismo, recursos materiales, etc.), así como sistemas más abiertos de significado. De este modo, las redes contribuyen tanto a crear las precondiciones para la movilización, como a proporcionar el lugar apropiado para la elaboración de visiones del mundo y estilos de vida específicos.

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2) Creencias compartidas y solidaridad. Para ser considerada como un movimiento social, una colectividad que interactúa requiere un conjunto de creencias compartidas y un sentido de pertenencia. En efecto, la condición para la existencia de un movimiento social genera tanto nuevas orientaciones en aspectos ya existentes, como la aparición de nuevas cuestiones sociales y, al mismo tiempo, contribuyen a la creación de un vocabulario y una apertura de ideas y acciones que en el pasado eran desconocidas o impensables. El proceso de redefinición simbólica de lo que es real y de lo que es posible está relacionado con la emergencia de identidades colectivas, entendida como una definición compartida de un actor colectivo. La representación colectiva y los sentimientos compartidos permiten conectar muchos de los rasgos y características de los movimientos sociales. Las nuevas identidades colectivas y los sistemas de valores pueden persistir, incluso, cuando la acción pública, las manifestaciones y otras actividades ya no tienen lugar, proporcionando así al movimiento cierta continuidad en el tiempo. 3) Acción colectiva focalizada en conflictos. Los movimientos sociales se centran en conflictos sociales y/o culturales. Es decir, buscan promover u oponerse a los cambios sociales. Por conflicto se puede entender una relación de oposición entre actores que buscan el control del mismo centro de interés. Para que se pueda producir el conflicto social, en primer lugar es necesario que éste sea definido como un campo compartido en el que los actores se perciben unos a otros como distintos, pero al mismo tiempo relacionados por intereses y valores que los dos lados ven como importantes, o como intereses altamente deseados por dos o más adversarios, como sostiene Touraine. 4) Uso de la protesta. Los debates sobre movimientos sociales desde principios de los setenta han estado dominados por el énfasis en la naturaleza no institucional de su comportamiento. Incluso ahora, la idea de que los movimientos sociales se pueden distinguir de otros actores políticos a causa de la adopción de patrones de comportamiento político “inusuales” está bastante extendida. Algunos autores mantienen que la distinción fundamental entre movimientos y otros actores políticos y sociales se encuentra entre estilos convencionales de participación política (como votar o presionar a los representantes políticos –lobbying) y la protesta pública. Aunque las protestas públicas sólo juegan un papel marginal en los movimientos relacionados con el cambio personal y cultural, éste es, indudablemente, un rasgo distintivo de los movimientos políticos.

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En algunas ocasiones las acciones de protesta pueden ser de carácter violento; sin embargo, no se puede decir que la violencia constituya un rasgo distintivo de todos los movimientos. Sería mejor ver el uso de las tácticas violentas y radicales, por un lado, como criterios para diferenciar entre diferentes tipos de movimientos, o las diferentes fases en la vida del movimiento y, por otro, como formas de acción con su propia racionalidad. Con todos estos aspectos, estos autores (Della Porta y Diani, 2000) proponen la siguiente definición de movimientos sociales (y, en particular, los de tipo político) como: (1) Redes informales, basadas en (2) las creencias y la solidaridad que se movilizan sobre (3) cuestiones conflictivas, por medio del (4) uso frecuente de varias formas de protesta.

4.2. Movimientos sociales y organizaciones. Criterios de diferenciación Existe una enorme variedad de usos de la expresión movimientos sociales, que han variado con el tiempo y según las distintas disciplinas que los han abordado, como se ha podido observar en este capítulo. Estos usos, aunque sea simplificarlo un poco, han pasado desde considerar como movimiento social a un grupo o a una organización promotora de cambios sociales, hasta la aceptación de un magma de individuos, grupos y organizaciones que participan en ello colectivamente y que estén movidos por el mismo objetivo. Estas diferencias resultan bastante conflictivas en el terreno teórico. Por ejemplo, ¿puede un único grupo constituir un movimiento social? ¿Es una organización política un movimiento social? ¿Es un episodio puntual de movilización política un movimiento social? ¿Y un grupo religioso o una secta? Veamos algunos criterios de diferenciación.

4.2.1. Movimientos sociales versus organizaciones Los movimientos sociales, los partidos políticos y los grupos de interés (muy comunes en el sistema político estadounidense, aunque menos organizados y

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visibles en los países europeos) a menudo son comparados considerando que encarnan diferentes estilos de organización política. Sin embargo, si la definición propuesta con anterioridad es adecuada, la distinción entre movimientos sociales y éstas y otras organizaciones, como por ejemplo algunos grupos religiosos, no consiste principal ni simplemente en diferencias en características organizacionales o patrones de conducta, sino en el hecho de que los movimientos sociales no son organizaciones. Hay redes de interacción entre distintos actores que pueden incluir organizaciones formales o no, dependiendo de distintas circunstancias. Por consiguiente, una única organización, a pesar de sus rasgos dominantes, no es un movimiento social. Sin duda, puede formar parte de uno, pero los dos no son idénticos, puesto que reflejan principios organizacionales diferentes. Los grupos de interés público como las ONG, las asociaciones de diferentes tipos, fundaciones, etc. no capturan, en realidad, los procesos de interacción mediante los cuales actores con diferentes identidades y orientaciones llegan a elaborar un sistema de valores y creencias compartido y un sentido de pertenencia que excede los límites de un grupo u organización únicos, manteniendo al mismo tiempo su especificidad y sus rasgos distintivos. Los movimientos son, por definición, fenómenos fluidos y resisten a formas de organización estática. En efecto, en las fases de formación y consolidación prevalece un sentido de pertenencia colectivo sobre los vínculos de solidaridad y lealtad que pueden existir entre individuos y grupos específicos u organizaciones. Un movimiento tiende a “quemarse” cuando las identidades organizacionales comienzan a dominar, o cuando “sentirse parte de esto” se refiere principalmente a la propia organización y sus componentes, más que a un colectivo amplio con fronteras borrosas. La participación de los individuos es esencial para los movimientos. Una de sus características es, en efecto, el sentido de estar implicados en una empresa colectiva sin tener que pertenecer a ninguna organización específica. Estrictamente hablando, los movimientos sociales no tienen miembros, sino participantes. La participación del individuo, alejada de lealtades organizacionales específicas, no está necesariamente limitada a un evento único de protesta, sino que también se encuentra dentro de comités o grupos de trabajo y/o apoyo, y en distintas formas de reunión pública como las asambleas, los consejos, etc. Ello no se contradice con el hecho de que, simultáneamente, si se da la posibi-

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lidad, distintos tipos de personas pueden apoyar un movimiento social promoviendo y dando a conocer sus ideas y sus puntos de vista en los medios de comunicación, en instituciones o en organizaciones políticas, entre otros. Por tanto, la pertenencia, la participación en un movimiento social permite múltiples grados diferentes, de modo que no puede decirse que exista una única manera de participar o de adherirse. Todos ellos, sin embargo, en su diversidad refuerzan el sentimiento de pertenencia y de identidad. Si aceptamos que los movimientos sociales son analíticamente distintos de las organizaciones, aunque eventualmente pueden formar parte de ellos, es preciso distinguir qué forma parte de un movimiento y qué no. Cualquier organización que cumple con los requisitos anteriores (interacciones con otros actores, conflicto, identidad colectiva y recurso a la protesta) puede ser considerada parte de un movimiento dado. Esto se puede mantener también para grupos más o menos institucionalizados e, incluso, para partidos políticos. Sin embargo, al decir que los partidos políticos pueden considerarse parte de movimientos sociales, lo que se está afirmando es que, bajo ciertas condiciones, algunos partidos políticos pueden considerarse parte de un movimiento y ser reconocidos como tales tanto por otros actores como por el público general. No obstante, esto sería más la excepción que la regla, y únicamente se da en los casos de partidos cuyos orígenes se encuentran en movimientos sociales, tal y como sucede por ejemplo en los “partidos verdes”.

4.2.2. Movimientos sociales, protestas, coaliciones, plataformas

Si los movimientos sociales no coinciden con las organizaciones, tampoco lo hacen con otras formas de interacción informal. En particular, los movimientos sociales difieren tanto de los eventos de protesta poco estructurados como de las plataformas o de las coaliciones políticas. ¿Bajo qué condiciones un colectivo o grupo de personas puede organizar una protesta concreta y puntual? ¿Hasta qué punto una manifestación para solicitar algo concreto, en un contexto social y geográfico específico, se puede considerar parte de un movimiento social? ¿Y cuándo son simples actos aislados de protesta y cuándo acciones de movimientos sociales?

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El criterio que marca la diferencia es la presencia de una visión del mundo y de una identidad colectiva que permite a los participantes en distintas protestas colocar su acción en una perspectiva más amplia. Para poder hablar de movimientos sociales, es necesario que episodios concretos y aislados sean percibidos como parte de una acción duradera más que eventos discretos, y que las personas que están implicadas en ellos se sientan vinculadas por lazos de solidaridad y por ideas compartidas con los protagonistas de movilizaciones análogas. En España encontramos un buen ejemplo de la importancia de la elaboración simbólica y cultural en la evolución de la acción colectiva si nos fijamos en el movimiento vecinal de los años sesenta y setenta. En primer lugar, se organizaron actividades puntuales –como manifestaciones y otros tipos de protesta– encaminadas a exigir mejores condiciones en las viviendas y en los barrios. Más tarde, el movimiento se desarrolló poco a poco como una fuerza importante no sólo en el ámbito de las ciudades específicas donde se produjeron, sino en todo el estado. Sus demandas fueron paulatinamente más allá de reivindicaciones puntuales, para convertirse en un elemento crucial en la acción política de resistencia al franquismo y en el cambio político durante la transición a la democracia. Asimismo, conviene tener en cuenta que, cuando existe un cierto grado de identidad colectiva, el sentido de pertenencia puede mantenerse incluso después de que una iniciativa específica o una campaña particular finalicen. La persistencia de tales sentimientos tendrá, como mínimo, dos importantes consecuencias. En primer lugar, provocará que la movilización reviva con mayor facilidad en relación con el mismo objetivo, cuando concurran condiciones favorables. Los movimientos oscilan entre breves fases de intensa actividad pública y largos periodos de latencia, como señala Melucci (1996), en los que prevalecen las actividades relacionadas con la reflexión y el desarrollo intelectual. Por ejemplo, la solidaridad y el sentimiento de identidad, el sentido de comunidad que comparte ideas y creencias que surgieron en los movimientos antinucleares durante las movilizaciones de la segunda mitad de los años setenta se erigieron como base para la nueva ola de protestas posteriores al accidente de Chernobil de 1986. En segundo lugar, las representaciones del mundo y las identidades colectivas que se desarrollan en un determinado periodo pueden facilitar, asimismo, el desarrollo de nuevos movimientos o nuevas solidaridades. Un caso emblemático es la relación existente en muchos países, como España, entre los movimientos de la nueva izquierda de los años setenta y los sucesivos

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movimientos políticos, ecológicos y feministas que han ido apareciendo con posterioridad. La referencia a otros ejemplos de redes informales de acción colectiva, como las plataformas o coaliciones, permite entender mejor por qué la identidad colectiva constituye un rasgo crucial de los movimientos sociales. En efecto, las coaliciones y las plataformas comparten algunos rasgos con los movimientos sociales, como por ejemplo que implican la existencia de conflicto y de actividad colectiva. Sin embargo, la interacción y coordinación entre diferentes actores se da más en un ámbito instrumental, en el sentido de que los actores se alían con otros precisamente para maximizar sus ganancias. A diferencia de los movimientos sociales, de las relaciones que se dan en las coaliciones y en las plataformas, no resulta necesaria la formación de una nueva identidad, ni suelen implicar una continuidad más allá de los límites de la situación conflictiva específica. Y, todavía menos, se produce una definición conjunta de las cuestiones de principio. Por estas razones, es imposible reducir los movimientos sociales a simples coaliciones, plataformas u otro tipo de acción colectiva similar. Un buen ejemplo de lo que se ha comentado con anterioridad lo encontramos en las movilizaciones ocurridas en Barcelona en el año 2001 motivadas por las condiciones de los emigrantes en situación legal irregular. En el ciclo de protestas, se recibieron muestras de apoyo y solidaridad, y ofertas de ayuda de todo tipo, participaron toda clase de grupos, organizaciones, partidos políticos, sindicatos e, incluso, instituciones como la Iglesia, unidas en unos objetivos específicos: la regularización legal de los/as emigrantes y la modificación de la Ley de Extranjería. La defensa de estos/as inmigrantes comenzó a partir de unos pocos grupos y personas, en general los que estaban más próximos a ellos. Más tarde, se establecieron alianzas con otros grupos y organizaciones. Sin embargo, no se puede decir que como resultado de estas acciones haya habido una conjunción de identidades, lo que sería un requisito fundamental para considerarlas como un movimiento social. Cada grupo, cada organización, cada institución ha mantenido inalterado su ideario y su identidad, aunque hayan trabajado conjuntamente por la mejora de las condiciones de los emigrantes. Esto no es un obstáculo, sin embargo, para que las redes formales e informales que se unieron en esta oportunidad puedan, en el futuro, convertirse en una base suficiente para conformar un nuevo movimiento social.

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4.2.3. Nuevos escenarios, nuevas subjetividades, nuevas políticas. ¿Una nueva comprensión de los movimientos sociales?

Global, complejidad, liquidez, flujo o red constituyen conceptos que han aparecido para describir metafóricamente las sociedades contemporáneas, a las que acompañan, y que con frecuencia empiezan a sustituir progresivamente a las expresiones más comunes de sociedad postindustrial, sociedad de la información, sociedad del conocimiento y otras similares (Bauman, 2000; Urry, 2000). ¿Podrían estos nuevos conceptos ser útiles para replantear los movimientos sociales? ¿Ofrecen nuevas perspectivas para su inteligibilidad? ¿Son capaces de incluir aquellos aspectos que han quedado fuera de los tratamientos más habituales? En rigor, no hay una respuesta a estas preguntas, pero sí que existe un campo de nuevas posibilidades para explorar. Global es un calificativo que cada vez se adapta mejor a los movimientos sociales. En los últimos años asistimos a la emergencia de movimientos que no están localizados estrictamente en un único lugar, sino que están en diferentes sitios y no emergen necesariamente en sincronía con sus distintas localizaciones. Más bien son fenómenos efervescentes con marcada discontinuidad que aparecen aquí y allá compartiendo objetivos, aunque no siempre recursos, estrategias y modalidades. Reflexiones como las de Manuel Castells (1996, 1997a,b) sobre las múltiples interconexiones entre lo local y lo global, y la dualidad que muestra la influencia mutua de lo local en lo global, y viceversa, encaja bien con este tipo de movimientos que aúnan intereses específicos de áreas localizadas y que tienen objetivos a gran escala, que implican amplias zonas geográficas y diferentes culturas y sociedades. Es preciso pensar, por ejemplo, en el movimiento zapatista como una de las mejores ilustraciones de ello. La complejidad constituye una característica innegable de la sociedad. Asumir su carácter complejo es algo más que constatar la prácticamente infinita cantidad de sus componentes (Ibáñez, 1985, 1986; Urry, 2000). Más bien lo que indica es que las dinámicas sociales no obedecen a ningún principio de carácter mecanicista en el que sea posible identificar la línea causal explicativa de los fenómenos que se observan en una sociedad o momento dados. Por el contrario, lo que implica es la visión de una sociedad dinámica, muy alejada del

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equilibrio, donde los procesos son no lineales, donde las temporalidades son distintas, donde la idea de centralidad o periferia queda diluida en una amalgama de procesos con contingencia en la dinámica social, pero que pueden estar ubicados en diferentes localizaciones “descentradas”. Para el análisis de los movimientos sociales, esta nueva comprensión de la sociedad es muy relevante, puesto que ayuda a entender su dinámica y sus diferentes y múltiples efectos, que provienen de zonas distintas. Piénsese, por ejemplo, que junto con sistemas de dominación como los mercados financieros, ubicados en lugares específicos, pero a la vez con múltiples puntos de decisión, encontramos experiencias de microeconomía que generan espacios de emancipación. Y que, al lado de formas hegemónicas de control de la ideología y de la información, como las grandes compañías de comunicación, las grandes empresas como la CNN, el ABC o la BBC, se encuentran otras como Al Yijad o las experiencias de contrainformación. Liquidez y fluidez constituyen dos conceptos más que se utilizan para la descripción de las sociedades modernas (Urry, 2000). En efecto, la sociedad se puede ver como un fluido, como algo con límites imprecisos, sin un punto claramente identificable de origen o de destino, con velocidades de funcionamiento diferentes, etc. John Urry lo describe del modo siguiente: “Las características principales de estos flujos globales son las siguientes [...]: – No demuestran ningún punto claro de partida o llegada, sólo un movimiento o una movilidad no-territorializada (más rizomatosa que arbórea). – Están canalizados a lo largo de huidas o salidas territoriales que pueden tapiarlos. – Son relacionales, puesto que afectan productivamente a las relaciones con los rasgos espacialmente cambiantes de una huida que, de otra manera, no tendría ninguna función. – Se mueven en determinadas direcciones a una cierta velocidad, pero sin ningún estado final u objetivo. – Tienen diferentes propiedades de viscosidad y, como la sangre, pueden ser más gruesos o más delgados y, por consiguiente, moverse con distintas formas a velocidades diferentes. – Se mueven según unas temporalidades determinadas, durante un minuto, un día, una semana, un año, y así sucesivamente. – No siempre permanecen dentro de las paredes –pueden moverse hacia fuera o salir, como sucede con los glóbulos blancos de la sangre– por medio de la “pared” de salida hacia los capilares cada vez más pequeños.

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– El poder se esparce por medio de estos distintos flujos hacia relaciones de dominio/ subordinación a menudo diminutas, como los capilares. – El poder se ejerce mediante la intersección de diferentes flujos que trabajan en distintos sentidos. – Diferentes flujos se cortan espacialmente en los ‘terrenos neutros de encuentro’ de los lugares pasajeros de la modernidad, como por ejemplo, los moteles de los aeropuertos, las estaciones de servicios, Internet, los hoteles internacionales, la televisión por cable, restaurantes con cuentas de gastos, etc.” Urry, J. (2000, pp. 38-39).

Los movimientos sociales parecen entrar muy bien en esa descripción como fluidos. Aparecen, desaparecen y reaparecen como olas, tienen turbulencias, penetran en múltiples lugares a través de grandes espacios pero también de minúsculos intersticios, están compuestos de una amalgama de elementos que van desde las personas, los grupos, la tecnología, la información que los connota de una característica cercana a la viscosidad, se mueven a velocidades distintas, tienen un origen impreciso y no puede detectárseles un final real, ya que siempre permanecen en movimiento, fluyendo, pues su propia razón de ser es estar siempre en movimiento. Redes. Los movimientos sociales están formados por redes. Ésta es una característica ampliamente asumida, como hemos visto anteriormente. Ahora bien, las redes en muchas de las perspectivas analizadas tienen un carácter rígido y permanente en el que sus nodos serían el origen de la misma red y donde las propias redes se constituirían como causas de los movimientos. “Las redes son hegemónicas. Primer punto. Y cuando llevamos a cabo un análisis desde el punto de vista de las redes, ayudamos con el objetivo de que estas redes lleguen a ser lo que son. Segundo punto. ¿Qué sucede si juntamos estas dos observaciones? La respuesta es que si escribimos como analistas de redes, lo que podemos estar haciendo, lo que a menudo hacemos, es comprar y añadir fuerza a una versión funcional de la relacionalidad. Alguien que es, para decirlo con rapidez, directivista.” Law, J. (2000, pp. 10-11).

Las nuevas concepciones de red, como la de la Actor-network theory (Law y Hassard, 1999), las consideran como algo más dinámico, definidas por la relación misma que las forma y no tanto por los elementos que están conectando.

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Redes donde los nodos son, evidentemente, personas y grupos, pero también equipamientos tecnológicos, instrumentos, información y varias clases de recursos. “Porque la aproximación semiótica nos dice que las entidades obtienen forma como consecuencia de las relaciones en que están situadas. Sin embargo, esto significa que también nos dice que se desarrollan en estas relaciones, para y por medio de las mismas. Una consecuencia es que todo es incierto y reversible, al menos como principio. Nunca se da en el orden de las cosas. Y aquí, aunque los estudios de actor-red han caído a veces en un directivismo centrado y, sin duda, con género [...], ha habido un esfuerzo enorme para entender cómo se consigue la durabilidad. Cómo es que las cosas se llegan a llevar a cabo (y se hacen ellas mismas) hacia relaciones que son relativamente estables y que permanecen en su sitio. Cómo es que hacen distribuciones entre alto y bajo, grande y pequeño o humano e inhumano. La realización, pues, éste es el segundo nombre, la segunda historia sobre la teoría actor-red. Una realización que (en ocasiones) hace la durabilidad y la fijación.” Law, J. (1999, p. 4).

No podemos reducir, pues, la noción de red a una noción reificada. Si aceptamos una versión más fluida y dinámica, performativa, entonces de ello resulta una noción sumamente interesante para la comprensión de los nuevos movimientos sociales. En efecto, las redes serían un elemento constitutivo central de los mismos, pero ya no serían un determinante causal previo que explicaría su emergencia. Se trataría más bien de ver el movimiento como una compleja red de elementos, que está constituida por las relaciones y que construye los nodos que la forman: personas, grupos, instrumentos, recursos e información. Para ilustrar estos aspectos revisados de forma escueta en este apartado, podemos mirar el “movimiento antiglobalización”; aunque sería más adecuado denominarlo ‘movimiento antineoliberal’ para evitar múltiples confusiones y contradicciones, entre las que se encuentran aquellas que se originan en el hecho de que el propio movimiento tiene un carácter global. El ‘movimiento antineoliberal’ constituye una de las efervescencias contestatarias más interesantes que se han podido observar en los últimos años. Está formado por una amalgama de personas, grupos, colectivos y organizaciones extraordinariamente diversa, que desarrolla sus actividades en múltiples lugares del Planeta, con modalidades de acción variadas, tanto por lo que respecta a sus características como en lo referente a su duración y alcance, con resistencias a formas

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también plurales de dominación y sujeción. Lo que más ha llamado la atención de este movimiento ha sido la dificultad para ser entendido bajo los parámetros no sólo de los modelos teóricos anteriores a los años sesenta y setenta, sino también bajo los de las perspectivas aparecidas con posterioridad. Si se resiste a cualquier interpretación, en términos clásicos del movimiento obrero, también se mostrará reticente a las formas de comprensión de las teorías construccionistas, las de la acción racional e, incluso, a las de los nuevos movimientos sociales. Estas reticencias tienen que ver con las peculiaridades que manifiesta. Su origen es difuso, aunque algunas de las primeras acciones más sonadas, como la “Batalla de Seattle”, se suelen utilizar como punto de partida. Su composición es heterogénea y va desde grupos de resistencia de carácter étnico y cultural, hasta grupos de resistencia contra compañías y empresas específicas, pasando por luchas contra las políticas de subyugación económica y política que promueven grandes instituciones mundiales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el “Grupo de los 8”, etc., pasando por algunos colectivos de protesta contra la deuda en los países llamados del Tercer mundo y de éstos, entre muchos otros. Sus actividades se desarrollan paralelamente en países de todo el mundo y convocan con gran frecuencia a activistas de todas las nacionalidades, al mismo tiempo que producen simultáneamente centenares de acciones en lugares diferentes. Usan, y éste es el rasgo que para muchos ha destacado más, las nuevas tecnologías de la información como recursos principales para las interacciones, la distribución de información, la comunicación entre los distintos grupos de personas y la defensa contra los ataques de los grupos contra los que actúan. Pues bien, podríamos ver este movimiento bajo el prisma conceptual y metafórico que acabamos de mencionar. El movimiento antineoliberal responde a todas y cada una de las características de la globalización, la complejidad, la liquidez y las redes. Por un lado, su extensión generalizada por todo el Planeta ilustra de manera clara la importancia de considerar las conexiones entre lo local y lo global. Asimismo, su dinámica responde a las características de los sistemas complejos con linealidades, funcionamientos y consecuencias que se encuentran en permanente estado de dinamismo creando y destruyendo estructuras estables, puntuales en el tiempo, que aparecen y desaparecen generando efectos cerca y lejos de los lugares donde ocurren. Es líquido, en el sentido de que sus límites son borrosos, difusos, si no es que resultan imposibles de

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identificar; resulta difícil ubicar su origen y, aún más, señalar lo que podría constituir su finalidad; se extiende y penetra en los más inverosímiles espacios de los sistemas sociales y de las comunidades. Para acabar, muestra con particular nitidez la formación y evolución de redes dinámicas que, generadas en una multiplicidad de relaciones e interacciones entre personas, grupos, colectivos, organizaciones, instrumentos, equipos, etc., crean y sustentan un sentido de identidad colectivo que, en el límite, es lo que le confiere su fuerza y lo que alimenta su eficacia.

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Capítulo III

Las instituciones sociales. Reproducción e innovación en el orden social. Resistencias y cambio social Teresa Cabruja i Ubach

Introducción Quizá se podría decir que sólo por el hecho de tener este texto en las manos, ya se puede tener una idea de qué es una institución social. En estos momentos se están viviendo directamente sus efectos. ¿Por qué? Pues, porque el interés por lo que sucede en las relaciones personales, cómo nos comportamos los unos con los otros y qué acciones, expectativas y regulaciones podemos esperar de la vida social se encuentra claramente marcado por el conocimiento consciente, o no, de las instituciones. Y porque, en este caso concreto, la manera de acceder a las mismas es a partir de la educación, de la institución de la educación. Todos y todas las sufrimos, las conocemos y las comprobamos día a día. En ellas nos hemos socializado y en ellas los sistemas sociales se han organizado. Las instituciones nos constituyen, nos organizan, nos subjetivan, así como nos ayudan a orientarnos socialmente. Sin embargo, también nos evadimos de ellas. No sólo las reproducimos, sino que también las construimos activamente, tanto con nuestras prácticas cotidianas como con las dinámicas que se generan de las mismas. No sólo existen muchos tipos de instituciones sociales sino que también unas son más visibles, por decirlo de alguna manera, que otras. Existen diferencias importantes entre entender el matrimonio o el ejército, por ejemplo, como una institución social o acercarnos y, todavía más, adentrarnos, de una manera u otra, en una prisión, un psiquiátrico, un geriátrico, una universidad, etc. Ire-

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mos viendo las diferencias y las similitudes de ambos tipos de instituciones a lo largo de este capítulo. Las instituciones regulan nuestra vida cotidiana hasta límites francamente insospechados. Sin embargo, no nos encontramos ante unos entes inmóviles, a pesar de su resistencia a cambiar. Así pues, el cambio no es imposible y, junto con este cambio, lo que también se vuelve posible son nuevas maneras tanto de relacionarse y organizarse socialmente como de transformarse uno mismo. Otro aspecto consiste en intentar señalar el gran vínculo existente entre las instituciones sociales y la ciencia como una más de ellas (y, por descontado, las ciencias humanas, las sociales y las psicológicas) y su rol en el control y la organización social. Asimismo, sabemos de la existencia de los espacios cerrados, separados del resto de la vida social, donde se traslada a las personas que no siguen la norma social instaurada, como la prisión o el psiquiátrico. Ahora bien, ¿hemos pensado alguna vez cómo nos encontraríamos nosotros si, de repente, nos pusieran en una habitación con un montón de camas, un horario preestablecido sin ninguna posibilidad de no seguirlo ni de cambiarlo, unas actividades preprogramadas en las que somos analizados dependiendo de cómo nos integremos y cómo las realicemos, sin muchos espacios personales, separados de los nuestros y rodeados de gente a la que no hemos elegido y sin demasiada capacidad de acción y decisión? ¿Qué es lo que hace que una acción pase a ser considerada “normal” o no? ¿Qué puede aportarnos el hecho de conocer el cambio de calificación que la misma acción puede recibir en diferentes momentos del tiempo histórico, contextos o grupos humanos? ¿Qué es lo que hace que haya gente que se aparte de lo que se espera de ellos? ¿Basándose en qué se actúa sobre ello? ¿Cómo se reacciona, a menudo, a este hecho? Es decir, qué tipo de actuaciones se realizan, desde qué lugar, sobre la base de qué presupuestos, con qué efectos, con qué legitimación, etc. ¿Qué se pretende encerrando en lugares específicos a las personas que no cumplen las normas tal como se espera de ellas? ¿Qué efectos tienen en realidad estos cierres? ¿Siempre sabemos cuándo estamos haciendo acciones que nos separan del grupo? Y, ¿cómo reaccionará el grupo? ¿Y nosotros o los que se separan del mismo? Por otro lado, nos encontramos que, con lo que hemos dicho hasta ahora, pensamos en la separación o agrupación de unas personas con unas normas

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dentro de unos espacios físicos concretos. Asimismo, pensamos en cómo afectan estas prácticas a estas personas y con qué objetivos se han previsto tales acciones. Ahora bien, al mismo tiempo, ¿tenemos presente que nosotros estamos “gobernados” más allá de lo que imaginamos por estas instituciones? ¿Por los valores, hábitos, actitudes, deseos, etc., que nos parecen tan nuestros, particulares, personales y privados? Esto constituye la última parte de este capítulo: la relación de nuestra subjetividad, nuestro “yo”, con las instituciones sociales. ¿Qué significa el actual valor por lo que es nuevo, el cambio constante y la imagen de positividad que le ha sido dada en detrimento de la experiencia? ¿Cómo se realiza la inclusión del otro en un mundo que, aparentemente, se encuentra en constante cambio, pidiendo, fruto del neoliberalismo, un individualismo feroz y, al mismo tiempo, una actividad incierta constante? Un mundo en el que las instituciones cerradas se perpetúan y aparecen, cada vez con mayor frecuencia, más sutiles y complejas. Desde estas inquietudes presentaremos las bases interdisciplinarias de los estudios y prácticas generadas en torno a estas dos vertientes de las instituciones: la de regulación social y la de organización, así como algunas de sus distintas maneras de operar desde la configuración del pensamiento social hasta su propio cambio. Para empezar, podríamos resumir resaltando que las instituciones sociales participan en la transmisión de códigos y pautas de comportamiento que nos orientan y forman parte indiscutible de las interacciones sociales y que producimos y reproducimos continuamente, pero que también cambiamos y resistimos (instituidos e instituyentes al mismo tiempo). La otra función es que, en tanto que la mayoría de las instituciones toman forma a partir de organizaciones y estructuras sociales, disponen de una capacidad y un gran alcance a la hora de participar en el control social. En este capítulo introduciremos algunas pistas para poder analizar los procesos psicosociales que participan en la producción y reproducción colectiva del orden social establecido así como las condiciones de sus propias transformaciones. Y, muy especialmente, introduciremos la relación con las formas del saber, la organización de la vida social, la inscripción de la subjetividad, el control social y la transformación o el cambio social desde una perspectiva dinámica. Podríamos distinguir los siguientes aspectos e intereses: Por una parte, conocer el impacto de las instituciones sociales sobre la subjetividad de las personas en la vida cotidiana en tanto que en las mismas se ge-

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neran relaciones marcadas con las características del orden social establecido. Es decir, sobre la base de que se establece una dinámica y complicada red de relaciones entre éstas últimas y las actividades e identidades de su interior. Ello nos llevaría, especialmente, a entender que las instituciones sociales participan en nuestra vida cotidiana hasta límites enormes, desde la configuración de las categorías de pensamiento hasta la manera que tenemos de entender el mundo dentro de un sistema social determinado. Para ello recurriremos no sólo a las aportaciones interdisciplinarias y psicosociales sobre las características básicas de las instituciones, cómo se organizan sus usos y efectos, sino también a visiones que incorporan las posibilidades de su transformación. Es decir, por una parte se hará referencia a las dinámicas que se desarrollan en las relaciones interpersonales e intergrupales, tanto dentro de las instituciones sociales como en su relación inseparable con las estructuras sociales. Por otra, se incluirá una perspectiva sociohistórica acerca de lo que se ha constituido como normal/normativo y/o valorado, así como la construcción de su reverso, con el fin de entender y reconsiderar las tomas de decisiones y las organizaciones que se realizan para su gestión y uso social. Estos aspectos se tomarán en referencia a dos casos particulares de las instituciones y los procesos de institucionalización. Uno de ellos, el que hace referencia a las prácticas de encierro en instituciones sociales, sus efectos de deterioro sobre las identidades de las personas recluidas, el efecto de incremento de los comportamientos que se quieren cambiar, así como el impacto de las dificultades para una posterior integración social. Es decir, la diferencia entre los objetivos y los efectos y usos de las instituciones. Existen instituciones cerradas y abiertas. Las cerradas, en las que se aísla y se encierra a los individuos que se apartan de la normatividad social, producen graves efectos sobre la identidad de los internos, estigmatizándolos a causa del régimen de control que se produce en las interacciones entre las diferentes posiciones que coexisten. Su funcionamiento se basa en una serie de dicotomías jerárquicas y complementariedades necesarias entre los diferentes grupos sociales que conviven en su interior. Por otro lado, se generan resistencias y ajustes de distintos tipos a estas instituciones por parte de todos sus componentes, así como por parte de los que se han separado de la normatividad. Sin embargo, las consecuencias sobre las emociones, los sentimientos, las ideas sobre uno mismo y las posibilidades de integración o supervivencia social salen muy perjudicadas.

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El otro de ellos consistirá en tomar como objeto de estudio la propia disciplina Psicológica para ilustrar un ejemplo de la relación: institución del saber, relaciones de poder e intersubjetividad. Es decir, examinar el carácter institutivo e instituyente de la Psicología, en el sentido de que, por un lado, al tratarse de una ciencia sobre el conocimiento de los individuos y los grupos y formar parte del proyecto de la modernidad, puede participar creando aspectos posibles sobre las maneras de ser (productividad) y, por el otro, al fundamentarse en un discurso entendido como verdadero, puede tener efectos autoritarios (dominación). Se han hecho varias críticas a las instituciones sociales y analizado minuciosamente sus mecanismos y dinámicas. La mayoría han venido de parte del análisis institucional, del enfoque dramatúrgico de Erwing Goffman y su estudio microsociológico, de los trabajos de Michel Foucault sobre las relaciones de poder, el saber y las relaciones intersubjetivas, los de Mary Douglas en relación con el pensamiento, de las distintas aportaciones del pensamiento crítico feminista sobre la diferencia y la desigualdad en relación con el sexo y el género y, finalmente, de la psicologías crítica, postmoderna y postpositivista.

1. Definición y concepciones de institución social: paradigma normativo/paradigma interpretativo

No podemos empezar este capítulo sin referirnos a qué se entiende por instituciones sociales, cuáles son sus funciones en la vida cotidiana, cómo se estructuran y qué diferentes tipos se distinguen entre ellas. Sin embargo, recurrir a una tradición sociológica y psicosocial al aproximarnos a las instituciones nos obliga antes a introducir una diferencia en el abordaje. Por parte de la sociología, y a riesgo de simplificar desarrollos y polémicas en constante cambio, podríamos partir de que se encuentran dos tipos de desarrollos teóricos. Uno de tipo más normativo, entendiendo la sociedad como una realidad objetiva. En esta línea encontraríamos a autores como Parsons, Durkheim, etc. que se centran sobre las funciones colectivas, entendidas como un orden macrosocial determinante de la interacción. Otro, en cambio, desde una sociología más in-

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terpretativa, que aunque no deje de tomar en consideración la influencia de este orden normativo macrosocial, incorpora la percepción y agencia de los participantes a un nivel más microsocial y menos determinado. Aquí encontraríamos autores como Goffman, por ejemplo, tal como desarrollaremos más adelante. Algo parecido sucede en la Psicología social, donde existe una producción basada sobre todo en el estudio de las relaciones, las dinámicas y las influencias de las instituciones en los comportamientos de individuos y grupos desde una perspectiva psicológica positivista, caracterizada por un desarrollo basado en la experimentación y, otra producción, basada en la orientación psicoanalítica o la interaccionista hasta las actuales aproximaciones desde una psicología deconstruccionista, crítica y/ o postmoderna que toma tanto procesos como efectos de una forma más dinámica, interactiva e incluyendo una dimensión no sólo sociohistórica y simbólica, sino además performativa y política. En este sentido, iremos introduciendo algunas de estas aportaciones, con la incorporación de los análisis sociológicos críticos, las aportaciones feministas deconstruccionistas, los estudios interaccionistas de Goffman, los análisis postestructuralistas de Michel Foucault, así como los análisis sobre las relaciones de poder, control social y pensamiento más interdisciplinarias, para, finalmente, tomar el ejemplo de la psicología como institución y señalar su participación en la subjetividad y la regulación de lo social, desde un enfoque postestructuralista y de las más recientes aportaciones de la psicología critica.

1.1. Instituciones sociales: características generales y el proceso de institucionalización

Cuando se pregunta a alguien qué entiende por instituciones sociales, podemos encontrar diferentes respuestas. Hay quienes pensarán en prisiones, geriátricos o escuelas, mientras que otros harán referencia al matrimonio, la religión, la educación o la ciencia. De hecho, unas y otras tienen, en efecto, mucho que ver con lo que, desde las diferentes disciplinas que estudian las relaciones humanas, han desarrollado e investigado bajo la temática de las instituciones sociales y en su forma concreta de organización. Por tanto, ambas, instituciones y organizaciones, se relacionan con los valores, normas, compor-

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tamientos, rituales, roles, etc., que se conocen, transmiten y transforman dentro de las sociedades y los grupos. Es decir, con el hecho de que dan ciertos marcos de actuación y comprensión de la vida social. Y, si bien nos encontramos con que esto es así, al mismo tiempo las instituciones sociales también generan unos efectos sobre las personas y responden a funciones de control social. Según ello, podríamos afirmar que, a raíz de las funciones que las instituciones sociales realizan, tanto organizan y estructuran las relaciones sociales particulares en cada cultura como, a su vez, limitan o constriñen las actividades y comportamientos de sus miembros hasta acabar cumpliendo funciones no previstas. Por esta razón, encontraremos estudios que analizan sobre todo la interacción social que se desarrolla en el interior de las instituciones y otros que se fijan más en su propia estructuración y funcionamiento. Por consiguiente, el alcance del concepto institución implica cosas muy diferentes dependiendo de quién lo diga y de las fuentes o perspectivas de trabajo a las que se haga referencia. Por este motivo, a continuación indicaremos las principales características que se le adjudican y presentaremos algunas de sus comprensiones más desarrolladas como base para entender las relaciones sociales. Cabe decir que, al mismo tiempo, constituye un concepto que no sólo no es específico de la Psicología social, sino que gran parte de su desarrollo lo encontramos en otras disciplinas como la Sociología, la Antropología y la Filosofía política. Sin embargo, mientras que en el campo de la Psicología constituye el centro en torno al cual se desarrollan gran parte de investigaciones y trabajos profesionales, no siempre, o al menos no tan a menudo como sería preciso, salen sus referencias y su inclusión en la mayoría de los procesos, tanto individuales como colectivos, que configuran gran parte de las temáticas de conocimiento psicológico. En cambio, encontramos que, justo desde una parte de la Psicología social, la denominada Psicología social sociológica participa en los mismos de forma activa. Por ello, en este capítulo nos referiremos a dos aproximaciones: una, desde el camino cruzado de la Sociología, la Psicología social y la Psicología clínica, y la otra, desde el de la Filosofía y la Historia. Al mismo tiempo, expondremos algunas de las aproximaciones actuales a la relación que se establece entre esta comprensión más amplia y compleja de las instituciones sociales y las bases del conocimiento sobre el funcionamiento de las dinámicas sociales. Es decir, sobre cuatro cuestiones sociales plenamente interconectadas como son: la acción humana,

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el control social, la resistencia y la configuración o influencia en la subjetividad de los mismos seres humanos. Como primeros estudios sobre las instituciones, podríamos señalar los basados en el funcionalismo de Parsons, quien las plantea como la concreción, estructuración o realización de valores, roles y normas preexistentes en una sociedad, y el de Durkheim, quien introduce algún aspecto o matiz diferente al considerar la posibilidad de creación de nuevos valores o cambios. Sin embargo, con posterioridad se ha considerado que estas primeras explicaciones dejaban de lado aspectos más activos y dinámicos del carácter de las instituciones sociales. Qué es una institución no se puede responder con facilidad. Sin embargo, ya podemos ver el papel que tiene en el hecho de que nos orientemos de alguna manera en el entorno que nos ha tocado vivir y que con ellas se organicen un gran número de aspectos de la vida social. Ya iremos viendo el cómo de todo ello. En el Diccionario de Psicología social y de la personalidad, los autores Rom Harré –filósofo– y Roger Lamb –psicólogo– definen institución e institucionalización de la manera siguiente: “En sentido sociológico amplio, el término ‘institución’ y la expresión ‘institución social’ designan los principales sistemas organizados de relaciones sociales en la sociedad. La institucionalización se refiere al proceso mediante el cual las normas, los valores y los modos de comportarse se transforman en pautas duraderas, estandarizadas y predecibles. Pero en psicología, y en el lenguaje cotidiano, la palabra ‘institución’ tiene un significado mucho más estrecho y específico. Se refiere a ciertas organizaciones y establecimientos especializados en el procesamiento o la modificación de las personas.” Diccionario de Psicología social y de la personalidad (1986). Barcelona: Paidós, 1992.

Por tanto, la referencia al proceso de institucionalización incluye la manera como se desarrollan, aprenden, transmiten, representan, etc. las diferentes normas (reglas sobre qué se debe o se puede hacer o no) y roles sociales. Es decir, de manera muy sintética, entenderemos por roles, las pautas y expectativas de comportamiento asociadas a una determinada posición social dentro de una estructura concreta. Aunque en un primer momento se plantea con relación a

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si se produce la integración o adaptación a la institución, con posterioridad se incluyen otros aspectos, como el de la elección racional por parte de las personas y no sólo la respuesta a ciertas demandas, así como la participación de las instituciones en la constitución del orden social. Sin embargo, puede señalarse también, como veremos más adelante, su carácter doble, tanto de proceso como de resultado o producto de las actividades sociales. De aquí el énfasis de la Sociología fenomenológica1 en el hecho de que habría aspectos más personales, creativos y adaptativos en el seguimiento de estas pautas de comportamiento. Este vínculo entre relaciones sociales, cultura e instituciones lo encontramos en expresiones y funciones diferentes dependiendo del contexto, los grupos sociales y el tiempo histórico: “En este sentido, cada cultura aparece como un sistema más o menos coherente de instituciones que organizan y regulan diferentes aspectos de la vida social. Es decir, que no existe relación social que no se inscriba en un cierto contexto institucional: este contexto no es solamente un marco donde la interacción tiene lugar; es esencialmente una matriz que aporta a la relación un código, representaciones, normas de roles y rituales que permiten la relación y le dan sus características significativas.” Marc, E., y Picard, D. (1989). La interacción social. Cultura, instituciones y comunicación. Barcelona: Paidós, 1992.

Esta cita constituiría un ejemplo de una aproximación interaccionista a la comprensión de una institución social.2 La institución se estructura a partir de la organización, que constituye su vertiente más estable y el lugar donde se producen las relaciones interpersonales e intergrupales reguladas de las instituciones, fundamentalmente a partir de: el tipo de comunicación que se da; los roles y estatus de quienes interactúan y, por último, los conflictos, las relaciones de poder y desigualdad sobre la base de diferencias de estatus, autoridad, conocimiento, sexo, edad, formación, etc., que caracterizan las interacciones que se producen. 1. Para más información sobre la Sociología fenomenológica, se puede consultar: Berger, P. y Luckmanm, P. (1967). La construcción social de la realidad. Madrid: Amorrortu, 1986. 2. En la obra de Marc, E., y Picard, D. (1989) se puede encontrar un capítulo en el que se desarrolla un análisis detallado de la interacción social y las instituciones a partir de la estructuración del tiempo y del espacio, de la comunicación, del estatus y de los roles en la organización, así como los rituales que le son propios.

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De este modo, como ideas básicas sobre las instituciones tendríamos, aunque se reconozca que se trata de un término utilizado de maneras muy distintas, las siguientes: • La relación con algún tipo de orden social establecido que incluye normas, valores, reglas y patrones de comportamiento más o menos estandarizados. • Su estructuración en forma de organización social, que estabiliza y ofrece cierta duración en el tiempo a determinados fenómenos sociales. • El hecho de tratarse de un organismo que, al tomar estructuras más o menos estables y al obedecer a ciertas reglas de funcionamiento, de hecho persigue y cumple determinadas funciones sociales. • Una diferenciación según sus objetivos o funciones más específicas, aunque puedan ir juntas y, a menudo, estén relacionadas, tales como instituciones políticas, económicas, educativas, punitivas y otras. Cada cultura genera sistemas más o menos coherentes de instituciones que organizan y regulan diferentes aspectos de la vida social. Las regulaciones de la vida social no se limitan a constituir el marco en que tiene lugar la interacción, sino que también suministran códigos, representaciones, normas, roles y rituales que permiten las relaciones sociales y que, de hecho, comportan una serie de compromisos que afectan a personas. Aun así, éstas tienen capacidad de acción, decisión y transformación de las dinámicas que las instituciones producen.

1.2. Tipos de instituciones sociales: abiertas y cerradas

Una diferencia en el tipo de institución es la que distingue entre instituciones abiertas e instituciones cerradas o totales. La utilización del término institución total parte del sociólogo y psicólogo social Erwing Goffman, que la utilizó para catalogar los establecimientos organizados burocráticamente con una estructura administrativa fuerte, que dirigen la vida de los actores sociales involucrados durante un tiempo largo y con una rutinización de la cotidianidad. En estos casos nos encontramos con lugares cerrados, localizables, donde se reúne

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mucha gente, a menudo para vivir o trabajar allí, o para ambas cosas al mismo tiempo, y que están aislados de la sociedad. Los ejemplos serían las prisiones, hospitales psiquiátricos, conventos, geriátricos, etc. De hecho, lo que señala este autor es que pueden encontrarse unas características comunes, aunque en grados diferentes en todas estas instituciones, y que podríamos resumir diciendo que, básicamente, desocializan más que al contrario, y que la vida institucional acaba teniendo efectos perversos sobre estas personas afectando a su identidad, ya sea desde el punto de vista personal y/o social. En este sentido, aunque esta separación no sea tan clara como parece, sí que procede de una primera manera de diferenciar los lugares en los que se encierran a determinadas personas, a las que se decide aislar de la sociedad, por un motivo u otro, y en las que las reglas de comportamiento limitan y definen las acciones. Esto significa que estas instituciones totales se caracterizan por ejercer un gran control sobre lo que se hace, cuándo y de qué manera, así como una rutinización de las tareas y ocupación del tiempo, con ausencia de privacidad, cambio de condiciones de vida y un régimen de vigilancia, control y autoridad. Todo lo que sucede en el interior de la institución está previsto y basado en dos tipos de separación: interior/exterior, internos/externos (profesionales). A pesar de ello, pueden desarrollarse múltiples formas de resistencia. Un ejemplo de las instituciones cerradas y su doble proceso lo podemos ilustrar con la reflexión que hace el personaje principal de la novela La soledad del corredor de fondo de Allan Sillitoe cuando le permiten salir durante un rato del reformatorio donde se encuentra encerrado, a primera hora del día y con mucho frío para poder entrenarse como corredor de fondo: “¿Imagináis que esto me hará llorar? ¡Más vale que hablemos de ello! Sólo porque me sienta atrapado como el primer bobo del mundo no significa que me tenga que poner a llorar. Estoy cincuenta veces mejor que encerrado en el dormitorio con los otros trescientos chavales. No: cuando estoy peor es cuando estoy allí dentro; cuando siento que soy el último hombre del mundo, y es cuando no me encuentro tan bien. […] Se supone que es un buen reformatorio, al menos me lo dijo el director cuando entré, cuando vine a parar aquí desde Nottingham. ‘Queremos tener confianza en ti mientras estés aquí, en la Institución’, me dijo, […] ‘Queremos que se trabaje bien y fuerte y esperamos conseguir grandes atletas’, también me comentó. ‘Y, si tú nos das estas cosas, ya puedes estar convencido de que te trataremos bien y que te devolveremos al mundo convertido en un hombre honrado’. Sí, muy bien, me podía haber meado de risa, sobre todo cuando, justo después de estas palabras, oí los ladridos del sargento

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mayor que nos ordenaba, a mí y a otros dos chicos, que nos plantáramos en actitud de firmes y, seguidamente, nos hizo caminar al paso, como si fuéramos granaderos de la guardia.” Sillitoe, A. (1985). La solitud del corredor de fons. Barcelona: Empúries, 1959 [versión en castellano: Sillitoe, A. (2000). La soledad del corredor de fondo. Barcelona: Debate].

Más adelante (apartado “La crítica de Erwing Goffman a las instituciones totales: el psiquiátrico”), desarrollaremos la manera en que Goffman destaca el impacto que tiene en la identidad esta rutinización y control institucional, por el hecho de romper la interacción con el ambiente de la persona y sus referentes en el momento que pasa a ser clasificada y categorizada de una manera que marca el comportamiento de los demás y deteriora su identidad. Sin embargo, el propio Goffman introducirá la idea de los distintos ajustes y reajustes, tal como se observan ante la reacción del personaje de la novela de Sillitoe, que pueden resistir a tales acciones. Además, esta distinción entre instituciones abiertas y cerradas no se mantiene necesariamente con esta claridad; y, posteriormente, se han desarrollado otras maneras de entenderla, tal como veremos con los planteamientos de Michel Foucault y Mary Douglas. Sea como fuere, lo que comparten unas acepciones y otras sobre qué se entiende por instituciones sociales, abiertas o cerradas, es que forman parte, con mayor claridad las segundas pero también las primeras, de la función de control social sobre la población y de mantenimiento de los sistemas. De hecho, se trata de cambiar a las personas, de dotarlas de los aprendizajes necesarios para el sistema, de manera que se las pueda gobernar, tal como presentaremos al final del capítulo. Aun así, muchas cosas se escapan de este control de diferentes maneras o bien se producen numerosos cambios con su acción diversa. También veremos este aspecto fundamental que puede aparecer como disidencia, cambio social o resistencia y las múltiples maneras de entenderlo desde un punto de vista psicosocial. Por ello, tal como sugeríamos al inicio del capítulo, haciendo referencia a este mismo texto, la institución escolar o pedagógica, por ejemplo, también podría incluirse dentro de esta idea, pero, en cambio, la escuela en sí misma conformaría un modelo de institución abierta, al contrario de lo que podrían ser la prisión o el manicomio.

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1.3. El análisis institucional: la crítica a las instituciones y la intervención por el cambio

El análisis institucional se encarga, desde una perspectiva sobre todo psicosocial, de estudiar qué interacciones procuran las instituciones, qué dinámicas relacionales entre las personas, con qué efectos y qué posibilidades de cambio desde una perspectiva crítica y con ánimo de intervención. De hecho, encontraríamos que habría unas aportaciones que provienen de la psicoterapia y otras que se fundamentan en la Psicología social. El análisis en el interior de las instituciones parte, por tanto, al principio, de las actividades colectivas llevadas a cabo con intención terapéutica, tanto como de las que quieren encontrar su dimensión institucional para poder hacer intervenciones de carácter psicosocial. Por este motivo, el análisis institucional hace muy patente la importancia de la Psicología social y su aportación a otros enfoques o intervenciones sociales, puesto que se basa especialmente en los análisis microsociales para realizar una crítica a las instituciones y, en especial, a aquello instituido, con el fin de proponer nuevas formas de acción política. Desgraciadamente, en este espacio no podemos hacer referencia a una gran cantidad de enfoques que se originan, se aplican o continúan todavía en activo en esta línea, razón por la cual sólo nos referiremos a las aportaciones psicosociales. Sin embargo, pueden incluirse el movimiento o las denuncias antipsiquiátricas de los años setenta en Argentina (por ejemplo, Pichon Rivière), Italia (por ejemplo, la crítica de Franco Basaglia de la psiquiatría como agente de control social, la denuncia político-social de las relaciones de poder entre médico y paciente, y la labor para desinternar), Francia (por ejemplo, los trabajos de Robert Castel, Gilles Deleuze y Felix Guattari), Gran Bretaña (David Cooper) o España (Ramón García) y, en la actualidad, lo que pueden ser las denominadas comunidades terapéuticas, o las instituciones penales abiertas o progresivas, por ejemplo, que intentan funcionar con más flexibilidad, evitando algunos de los efectos no deseados de las instituciones. No sólo encontraríamos las aportaciones de la Psicología social sobre los grupos y las relaciones intergrupales dentro de una institución. El estudio de los procesos de interacción y los de su organización entienden la institución como una forma más estable y estructurada; como el marco donde se desarrollan una

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gran parte de las interacciones cotidianas: profesionales, educativas, asociativas y políticas. En este sentido, se producirían desde el encuentro y la interacción de diferentes elementos o sistemas (personas, grupos, servicios, técnicas, tecnologías, etc.) hasta la labor de desarrollo de ciertas funciones, entre las que encontraríamos, por ejemplo, desde las de administración hasta las de información, de acuerdo con el seguimiento y cumplimiento de ciertas normas. Por esta razón, la institución no se toma como si sólo fuera el establecimiento formal y estructural de pautas comportamentales, roles y normas, sino que se incluyen además otros dispositivos, desde sus objetivos hasta la organización práctica que se realiza con el fin de alcanzarlos. Se pasaría a considerar la institución como: “[…] lo informal, lo implícito de la organización. Pues lo propiamente organizacional está hecho de modelos, funciones, medios, objetivos; es decir, aquello que constituye su existencia concreta, formal, inmediata. Así, la institución matrimonial puede proponerse formalmente la procreación y el equilibrio sexual de la pareja… pero, en realidad, institucionalmente, puede ser el órgano transmisor de los esquemas propios de la ideología en el poder respecto a las relaciones de dominación del hombre para con la mujer.” Barriga, S. (1982). Psicología del grupo y cambio social (p. 260). Barcelona: Hora.

Los estudios más corrientes desde una perspectiva psicosocial de conocimiento y de intervención se fijarían en los procesos y dinámicas de comunicación (dependiendo de los canales, formas, contenidos, etc.), los diferentes estamentos, grupos o elementos que se interrelacionan (roles, estatus, etc.) y las estrategias y relaciones de poder. Por tanto, podemos ver que el análisis institucional trabaja sobre las organizaciones en relación con las instituciones haciendo patentes tanto sus contradicciones como sus carencias. Dentro de las posibilidades de análisis institucional, en la actualidad encontramos muchas y de diferentes tipos. Sólo por citar algunas a modo de ejemplo, podemos pensar en los T-grupos; en los grupos de discusión; en el socioanálisis, que sería la situación específica de búsqueda de cambio institucional en una situación de intervención. Y, como intervenciones, encontraríamos desde las más clásicas ofrecidas por la Psicología tradicional, hasta las últimas de carácter más comunitario o con enfoques metodológicos más cualitativos. No obstante, se precisan otros referentes para poder hacer una valoración y explicar

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los procedimientos ético-prácticos. En resumen, se podría decir que, por un lado, las instituciones van muy ligadas al control social, pero que, por el otro, también sirven para satisfacer necesidades sociales fundamentales de cada sistema y, sobre todo, su carácter dinámico las convierte en un constante proceso de cambio.

1.4. Las instituciones, la dinámica instituido/instituyente y el proceso de naturalización o biologización de las normas

Hasta aquí podría parecer que vamos dirigidos como robots por las instituciones y que existe muy poco margen de actuación más allá de su crítica, tal como hemos visto en el subapartado “El análisis institucional: la crítica a las instituciones y la intervención por el cambio”, en el que este tipo de análisis puede proponer transformaciones radicales hasta su misma abolición, en particular por lo que respecta a las instituciones totales. Sin embargo, el tipo de reflexiones que acompañaba a estas críticas sobre lo que sucedía en el mundo social generó una concepción que también incluye la acción continua que se genera, así como su potencial transformador. Por tanto, la otra gran aportación al estudio de las instituciones sociales es entender que la institución se refiere, en realidad, a un doble proceso o lo implica (Castoriadis, 1965): uno, el del orden instituido, y el otro, el hecho de instituir un orden constituido, es decir, el instituyente. De este modo, se separaría entre orden instituido y constreñidor (orden ya establecido, o captado en el momento en un sentido objetivo y sociológico), al que se opondrían otros movimientos u órdenes diferentes que tienden a transformarlo o modificarlo de una manera u otra. Es decir, colocando un nuevo orden, el de los instituyentes (en la misma acción de la institución por su carácter activo). En este sentido, se entiende lo que sería la dialéctica del instituido y el instituyente o, si se quiere, dicho de una manera más comprensible, lo que configura el más normativo y su producción y seguimiento, y lo que conforma el más creativo, resistente y cambiante. Este último aspecto es el que permite salirse de un planteamiento que pensaría en una permanente reproducción de las normas y valores, y una ejecución representativa sin fracturas, cambios y transformaciones.

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Otro aspecto al que debemos prestar atención a la hora de estudiar, entender y participar en las instituciones es el proceso de naturalización o biologización de las normas. Se trata de un proceso de una importancia primordial si queremos mantener cierta capacidad reflexiva y creativa a la hora de seguir la norma social, de forma que su principal astucia consiste en presentar normas, comportamientos y decisiones, por ejemplo, que contribuyen a su propia conservación, como si se tratara de fenómenos naturales, necesarios o inmutables, en vez de como fruto de las construcciones sociohistóricas que las han originado. Es sobre la base de este proceso por lo que se pueden presentar en las instituciones situaciones legitimadas por apelar a un argumento que parece indiscutible, el de, por ejemplo, despedir a alguien de su lugar de trabajo o impedirle realizar su trabajo según condiciones más adecuadas a partir de presentarlo como “una necesidad de la institución” o “una situación natural”. De esta manera se camufla la intervención humana, es decir, la toma de decisiones y la posibilidad de actuar para cambiar una circunstancia o una situación, haciendo como si no formara parte de una responsabilidad humana, personal y grupal y se debiera, en cambio, a una exigencia incontestable y fuera de su alcance, determinada por un orden o exigencia natural e incuestionable de la institución. Es de esta forma como se ejercen grandes abusos de autoridad y se ejecutan injusticias en distintos contextos organizacionales. Es decir, sirve para considerar los fenómenos no como producto de las prácticas humanas sino como consecuencia inevitable de una historia biologizada. Sería el hecho de pensar que las cosas o el mundo ya son como deben ser y que siempre han sido así. Como consecuencia de este tipo de pensamiento, se legitimaría todo lo proveniente de las instituciones, sea cual sea su carácter. Trataremos este proceso en el apartado “El pensamiento y la identidad institucional”. De hecho, tal como veremos más adelante, un análisis más sociohistórico de las instituciones nos hace reconocer, tal como diferenció Foucault, el gran abismo que se genera entre lo que constituiría la razón, o racionalidad o primera finalidad, por la que se supone que se ha creado la institución, y cuáles son los efectos que, a medida que se organizan y desarrollan sus prácticas, se van desprendiendo de sus acciones y dinámicas particulares. Es decir, qué es lo que finalmente acaba consiguiendo una institución determinada, así como qué utilización concreta se acaba haciendo de la misma y qué configuraciones estratégicas se obtienen (en el sentido de que habría otros efectos o, incluso, usos que

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quizá no se habrían previsto desde un principio y que, en cambio, acaban siendo una parte fundamental). El ejemplo más fácil es el de la prisión: en vez de corregir unos determinados comportamientos, los puede incrementar y, al mismo tiempo, funciona como lugar de separación y guardia. Lo veremos en los apartados siguientes, especialmente al hablar de la crítica que Goffman y Foucault hacen a las instituciones.

2. La crítica de Erwing Goffman a las instituciones totales: el psiquiátrico Eing Goffman hace una integración y desarrollo especial de la perspectiva del interaccionismo simbólico, la fenomenología y la filosofía analítica para explicar, con un enfoque microsociológico, las interacciones de la vida cotidiana, especialmente en las instituciones. De aquí saca su particular enfoque dramatúrgico, basado en la terminología y conceptos del teatro que emplea para explicar las relaciones sociales en sus contextos específicos. A continuación presentamos su análisis a partir de los siguientes términos: concepto de identidad, escenario, interacción social, marcos o contextos y guión.

2.1. Las identidades, los guiones, las interacciones sociales y las instituciones totales

Tal como señalábamos al inicio del capítulo, el estudio de las instituciones, sus efectos y dinámicas parten de una interrelación entre diferentes disciplinas y, de hecho, Erwing Goffman, cuyos estudios son un referente poco discutible, constituye, por su misma formación, un buen ejemplo de esta circunstancia. De hecho, se ha formado con la Sociología, la Psicología social y la Antropología, y a menudo se lo ha incluido, con bastantes matices y anotaciones, dentro de la corriente del interaccionismo simbólico. Dejando de lado esta disquisición,

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conviene subrayar que, principalmente, se ha ocupado de las relaciones entre las personas y los entornos específicos en los que desarrollan sus actividades. En este sentido, la socialización y las relaciones que se producen en contextos sociales muy específicos, como asilos, instituciones psiquiátricas y otros centros cerrados, han constituido su principal aportación. Y, por mucho que se han desarrollado perspectivas innovadoras que trascienden y enriquecen los primeros análisis de Goffman, podemos coincidir en reconocer su microscópica observación y esfuerzo por hablar de la vida social, tal como él mismo reconoce, no como única perspectiva, pero sí como posibilidad de entenderla desde la dramaturgia (utilizando su vocabulario), lo que le confiere un relieve que va más allá de la simple analogía.

2.2. La “identidad deteriorada”, el “proceso de estigmatización” y la “alienación grupal”

El análisis microsociológico que hace Goffman de instituciones como la prisión y el manicomio lo lleva a desarrollar los conceptos de estigma, de identidad deteriorada y de alienación grupal. En estas instituciones, los especialistas actúan para definir la “desviación social”. Lo más importante es cómo señala el doble proceso que caracteriza estas instituciones: por un lado, una ideología humanitarista y, por el otro, una lógica oculta dentro de la institución, que hace que por el mismo proceso de institucionalización se contribuya a reforzar el proceso social del etiquetado (labelling) y a reforzar las mismas tendencias que intentan prevenir. Es decir, cuando convierten a una persona en paciente, en preso, etc. la redefinen de tal manera que la modifican en un “objeto adecuado”, pero le pueden prestar muy pocos servicios. Convertirse en marginado sería como haber acabado una especie de “carrera de desviación de la normatividad social”. Se trata de un proceso marcado por encuentros e interacciones con representantes de las autoridades o de las ciencias y las instituciones que acabarán por consolidar la definición social de desviados sobre determinadas personas, estigmatizándolas. Ello lleva a cuestionarse, tal como intentaremos argumentar, los

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verdaderos efectos de una institución y a repensar y revisar sus condiciones de creación y permanencia. ¿Para qué sirve la prisión? sería, por ejemplo, una de estas cuestiones. Claude Lucas en Suerte. L’exclusion volontaire, que constituye la publicación de sus memorias por el paso de distintas instituciones carcelarias, se hace esta pregunta. Encerrado en prisión a los veinte años, desertor tiempo después y encerrado de nuevo por robo a mano armada en Marsella, para volver a ser encarcelado de nuevo al cabo de diez años, aprovecha la última reclusión para cursar los estudios básicos y, después, el primer ciclo de Filosofía. Conocido como “el Gángster Filósofo”, plantea el hecho de la gran cantidad de gente joven que ha pasado por la prisión. Para él, el hecho de sacar sentido a la existencia del hombre, de matar el tiempo, es matarlo socialmente, y propone un cambio con respecto a la concepción del tiempo de la jornada en la prisión, en concreto, apunta la posibilidad de dejar de considerarla como un tiempo muerto que se debe gestionar. En este fragmento denuncia la rutinización del proceso: “pasar por el ritual carcelario, lo mismo en todas las comisarías: comidas, paseos (bicotidianos), duchas, visitas del abogado y charlas con la familia: este recorte trocea la jornada de tal manera que es difícil dedicarse a alguna tarea personal sin ser interrumpido” y propone pasar a considerarlo como un tiempo de existencia, abrirlo y que pierda su misión como institución represiva. ¿Sirven los manicomios? Esta vez es el propio Goffman, quien responde en una entrevista3 explicando el por qué de su crítica a los efectos de las instituciones a pesar de que le plantean la posibilidad de que la institución psiquiátrica pueda incluso proteger a los mismos pacientes, para justificar su mantenimiento y existencia: “Meerlo: Usted parece manifestar una actitud muy agresiva ante las instituciones. Se puede decir que la persona encerrada es una molestia para la sociedad o para sí misma. Muchos pacientes se sienten protegidos, y están protegidos, por la institución. Goffman: Ya sé que esto lo dicen siempre las autoridades psiquiátricas y, tienen razón, hasta cierto punto. Pero intente comprender esto: de momento, yo 3. Goffman, E. (1988). Los momentos y sus hombres. Textos seleccionados y presentados por Yves Winkin. Barcelona: Paidós, 1991.

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no trato de hablar de enfermedad mental; estoy hablando del manicomio público y hablo de éste como de una institución.” Las razones tienen que ver con los efectos de los estigmas de las personas que han pasado por una institución total y con las dinámicas que se generan en su interior. Vamos a considerar un momento lo primero. El proceso de estigmatización acompaña la mayoría de relaciones grupales, pues lo que se juega es el seguimiento de las normas de la mayoría y la actuación hacia la ruptura voluntaria o involuntaria de éstas. Así, por medio del proceso de etiquetado, adjudicar un “estigma”, junto con la separación interior-exterior, además del sistema de sobrecontrol y sobreorganización de la vida cotidiana de los internados, se producen cambios. Deben encontrarse con unas nuevas condiciones de supervivencia a partir de un sistema de privilegios y castigos, así como de nuevas normas, que produce una modificación por lo que respecta a su identidad, que la deteriora, es decir, la modifica negativamente. Según Goffman, esto sucede porque se van produciendo diferentes transformaciones sobre la idea del yo, que se relacionan con una progresiva descomposición o desorganización del mismo. ¿A qué se denomina estigma? De hecho parece que los estigmas en la antigüedad griega eran marcas corporales que las sociedades utilizaban para señalar a las personas que cometían alguna falta, con algún símbolo o herida en la piel. En el desarrollo de Goffman, estigma sería un atributo desacreditador que hace diferente de los demás a la persona a quien se le atribuye o que lo posee. La convierte en “menos deseable” hasta hacerla creer que es peligrosa, mala o débil, depende; es decir, la marca. De este modo, se puede decir que el concepto de estigma incluye tanto aspectos físicos como morales o psicológicos (siguiendo una separación que establece el mismo Goffman) y que, posteriormente, se ha matizado. Una consecuencia de ello es que los demás miembros del grupo pueden, por ejemplo, evitar su presencia y considerar su compañía como algo negativo. Asimismo, puede ser que, al recibir este tratamiento, la persona estigmatizada se retire, percibiendo la única sociedad que lo recibe como un igual la de otros que son como él, igualmente estigmatizados, o tenga muchas otras reacciones y comportamientos que Goffman describe en sus libros. Este hecho es el que se denomina enajenación grupal en los dos sentidos. Es decir, alienación endogrupal, que se produciría en relación con el grupo al que se atribuye la pertenencia de la persona estigmatizada, con el cual, de hecho, no

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se siente necesariamente identificada, y que constituye su grupo natural o del que proviene. O, alienación exogrupal, que a menudo coincide, más o menos, con el grupo o sociedad que lo margina; sería el grupo donde se encuentra la persona antes de pasar a un encierro, pero del que tampoco forma parte necesariamente. Todo ello implica un juego (en el sentido de repartir y adjudicar roles e identidades, pero no lúdico por sus consecuencias y su participación en relaciones de poder) de clasificación exogrupal y endogrupal que puede coincidir, o no, con una identificación exo o endogrupal, también. Un dato primordial que conviene señalar es el mantenimiento de la “posición desviada”, en tanto que el grupo estigmatiza a la persona, la obliga a mantener una situación especial. Así, las personas marcadas difícilmente pueden ocupar ciertas posiciones sociales. Éste sería el caso de que, por el hecho de haber estado en una prisión o en una institución psiquiátrica, no se contratara a alguien en un trabajo o no se le ascendiera laboralmente, por poner un ejemplo.

2.3. Los psiquiátricos, la situación social de los pacientes mentales y los ajustes institucionales

La institucionalización en los asilos psiquiátricos constituye un caso concreto de lo que hemos expuesto hasta ahora. Aquí se dan claras diferencias entre pacientes y terapeutas, o grupo recluido. Da lo mismo que no constituyan propiamente un grupo en el sentido estricto, la diferencia entre internos y expertos, profesionales, vigilantes o cuidadores, sea como sea, marca y delimita las identidades. En este sentido, se puede entender la base del deterioro de cuya identidad habla Goffman, tal como hemos visto en el subapartado “La identidad deteriorada, el proceso de estigmatización y la enajenación grupal”. Tal como este autor explica: “El futuro interno llega al establecimiento con una concepción de sí mismo que ciertas disposiciones sociales estables de su medio habitual hicieron posible. Apenas entra, se le despoja de inmediato del apoyo que éstas le brindan. Traducido al lenguaje exacto de algunas de nuestras instituciones totales más antiguas, quiere decir que comienzan para él una serie de depresiones, degradaciones, humillaciones y profanaciones del yo. La mortificación del yo es sistemática aunque a menudo no intencionada.

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[…] Los procesos mediante los cuales se mortifica el yo de una persona son casi de rigor en las instituciones totales; su análisis puede ayudarnos a ver las disposiciones que los establecimientos corrientes deben asegurar, en salvaguardia de los yo civiles de sus miembros. La barrera que las instituciones totales levantan entre el interno y el exterior marca la primera mutilación del yo. [...] En las instituciones totales, por el contrario, el ingreso ya rompe automáticamente con la programación de rol, puesto que la separación entre el interno y el ancho mundo ‘dura todo el día’, y puede continuar durante años.” Goffman, E. (1961). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales (pp. 26-27). Madrid: Amorrortu-Murguía, 1987.

Así, se explica cómo influye el hecho de quedarse sin pertenencias personales, con el significado que éstas tienen para las personas, así como las distintas humillaciones y vejaciones a que están sometidas, aparte de las dificultades para la adaptación a unas nuevas pautas de comportamiento. Sin embargo, Goffman también explica qué maneras pueden existir de adaptarse o escaparse de lo que marca la institución. Existen los denominados ajustes primarios, los que las personas hacen cooperando con una organización y devenir un miembro “normal”, y los ajustes secundarios, que son todo lo contrario, los que permiten a un miembro de una organización alcanzar hitos o utilizar medios que, en cambio, no serían los previstos y requeridos. De este modo, se saltan los hechos implícitos sobre qué se debería hacer y las personas se apartan de los roles que esperaban sus instituciones. Ambos tipos de ajustes son reconocidos como temas dependientes de su definición social y contexto, diferentes, por tanto, según las sociedades o el tiempo. En este sentido, el autor diferencia un mismo hecho –pasar la noche con una mujer– para un preso en Estados Unidos (no se prevé y, por tanto, sería secundario) o en una prisión mexicana (sí que se prevé y, por consiguiente, sería primario). No voy a introducir aquí otras observaciones respecto al ejemplo, en el sentido de lo que supone en una sociedad patriarcal y sexista. Otros ejemplos serían el hecho de pintar, escribir o tomar libros a escondidas donde están prohibidos o, al revés, pedirlos expresamente para conseguir algún beneficio previsto. En el caso de las instituciones psiquiátricas, otro elemento capital sería la necesaria complementariedad y las dinámicas de roles y de identidades y sus diferentes vertientes: uno es un sabio, por ejemplo, el otro es un ignorante, etc. El

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psiquiatra obliga al enfermo a interiorizar la versión médica de su estado puesto que, de lo contrario, le es muy difícil hacer su función de médico y el enfermo no puede entenderse a sí mismo, ni puede entender su enfermedad, desde sus propias coordenadas socioculturales. No obstante, aunque parezca que son muy estructurales, los ajustes secundarios permiten incorporar la capacidad de las personas de continuar luchando por su autonomía y libertad, incluso en situaciones extremas (aunque se ha criticado que no se tiene muy en cuenta el cambio social en esta afirmación). Goffman, por ejemplo, señala que los individuos, incluso en los manicomios, intentan marcar un espacio de separación entre ellos y lo que los demás quieren que sean, intentan mantener cierta distancia. Por tanto, no cae ni en el determinismo ni en la idealización de la desviación. En la actualidad, siguiendo las elaboraciones de Goffman y otros autores, se puede llegar a profundizar más a partir de la interacción-confrontación entre institución y estigmatizado, en la que no sólo cambia este último, sino que la otra también puede llegar a cambiar o ser destruida. Sus estudios sobre desviación social/disensión han marcado numerosas perspectivas actuales de trabajo.

3. La crítica de Michel Foucault a la institución como dispositivo disciplinario. Las prácticas de encierro y el saber: el manicomio y la prisión La aproximación arqueológica y genealógica del método de Michel Foucault al análisis de las instituciones sociales se desarrolla a partir de la crítica a la racionalidad moderna y su pretensión de verdad. Así analiza, tal como veremos, la relación entre organización social, política y saber para entender el funcionamiento del poder y de los mecanismos de opresión y subjetivación.

3.1. Las relaciones poder-saber y las prácticas de encierro Uno de los desarrollos más punzantes a la hora de explicar el funcionamiento de las instituciones lo encontramos en la perspectiva que expone Michel

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Foucault, cuando no sólo se queda en el análisis de las instituciones totales, sino que también les confiere otras dimensiones al hacerlo a la luz del poder. Considera que el poder lo ejercen una serie de instituciones que parece que sean independientes del poder político en sí mismo (Administración, Policía, aparato del Estado, etc.), pero que, en realidad, se encuentran íntimamente relacionadas con éste, como las instituciones del saber, de la previsión o de la asistencia: se trata de las relaciones poder-saber. El ejercicio del poder, según este pensador, crea saber y el saber produce efectos de poder. Existen espacios de control que crean la ficción de la libertad y de racionalidad del sistema: lo que se denomina estrategias o tácticas de gobierno social. Ahora bien, este concepto de estrategia no se entendería como el modelo más clásico de funcionamiento del poder de control social, como encontrándose en un lugar preciso o por parte de alguien preciso (modelo jurídico), con una dinámica vertical, un grupo o individuo que tiene recursos y ordena, sanciona o premia, etc., sino que, según el paradigma estratégico, el poder no constituye una potencia de alguna persona o de varias, sino que es una situación estratégica que coexiste en una relación. Como constituyentes de la base de estos trabajos, de la misma manera que sucedía con los trabajos de Goffman, aunque con un enfoque diferente, hallaríamos lo que tiene que ver con las relaciones que se establecen en torno a la diferencia y la desviación o disidencia de la norma. Para ello, Foucault utiliza la figura del Panóptico de Bentham para explicar cómo se autorregulan los comportamientos sobre la base de un régimen continuo de vigilancia supuesta e invisible. El edificio diseñado por Bentham, consta de una torre central desde la que se pueden ver todos los compartimentos distribuidos a su alrededor, a menudo en forma de círculo. La cuestión es cómo, por el hecho de poder ser visto desde cualquiera de los compartimentos en cualquier momento por parte de quien se encuentre en la torre o espacio central de vigilancia, hace que se adapten los comportamientos a esta posibilidad de visibilidad, dado que nunca se puede saber cuándo y en qué momento se concreta la mirada. Hay efectos de regulación social a partir de un poder que establece el principio de la norma, define qué vale y qué no, y es un poder productor, en el sentido de que genera aparatos de saber y conocimiento disciplinarios. El paso que se produce es actuar por la norma y el control en vez de hacerlo por la ley y la represión. Un ejemplo literal de adaptación puede estar desde una sala de prisión a una de cuidados in-

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tensivos en un hospital. Pero lo interesante es que Foucault utiliza esta imagen metafóricamente para mostrar cómo podemos autocontrolarnos de acuerdo con objetivos sociales que nosotros creemos personales. Un ejemplo de esta mezcla institucional de regulación social a partir del espacio, las normas y los rituales junto con sus posibilidades de resistencia, se observan en la antigua película Zéro de conduite de Jean Vigo, en la que, de hecho, lo que está patente es que la escolarización puede constituir un proceso parecido al encarcelamiento, tanto por la forma espacial de las escuelas, como por un funcionamiento normativo espartano que se contrapone a la creatividad y a las actividades contrarias al exceso (control, autoridad, conformismo y disciplina) que conforman la educación. Ello no resta ninguna importancia a la educación y, lógicamente, va cambiando con el tiempo, por lo que en estos momentos deberían incorporarse los estudios aplicados a otro tipo de regulación más virtual y complejificada con los cambios. Sin embargo, aunque en estos momentos toma otras formas (puesto que se han producido diferentes movimientos de renovación y cambio pedagógico), en sentidos diversos, la educación y la sociedad global crean otro tipo de subjetivación que continua constituyendo una buena ilustración. Encontramos la base en las relaciones poder-saber-verdad, que forman los discursos que una sociedad hace funcionar como verdaderos, y los efectos y prácticas sociales que generan. El paso hacia el trabajo de Foucault nos permite entender que, de hecho, tanto con la enfermedad mental como con la delincuencia, el nacimiento de la Psiquiatría como tal a finales del siglo

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supone

toda una serie de creaciones de otros objetos y prácticas que la configuran. De este modo, nos encontramos con una institución, el manicomio y la enfermedad mental, por ejemplo, pero no sola, sino con toda la red de saberes que incluye otras instituciones como las legales, los profesionales de una y otra, médicos, psiquiatras, cuidadores, etc., tal como sucede con la prisión y la criminalidad. Los estudios de Foucault implican un desplazamiento de los enfoques dominantes hasta ahora sobre la desviación social, puesto que lo que hace este pensador es presentarlo con una óptica radicalmente diferente. Así, en sus obras Historia de la locura y Vigilar y castigar muestra cómo se ejercen las políticas sobre los cuerpos y cómo el sistema de poderes consigue obtener diferentes utilidades de la acumulación de los hombres en diferentes instituciones.

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Prisión y manicomio serían dos ejemplos de laboratorios de técnicas de transformación de las voluntades humanas, a partir de las ciencias médicas, humanas, sociales y jurídicas. En este sentido, conviene especificar, aunque sea de forma escueta, que una de las grandes aportaciones es la manera como señala el importante rol de las diferencias dicotómicas del pensamiento moderno occidental entre normalidad-anormalidad/patología, racionalidad-irracionalidad, orden-desorden, libreencerrado, inclusión-exclusión, etc. Por tanto, es evidente, como podemos observar, que en ambos casos las instituciones correspondientes, manicomio y prisión, se basan en los mismos fundamentos. El aislamiento terapéutico o correctivo se fundamenta en una red de saberes y prácticas que actúan sobre la base de una serie de objetivos como el bienestar social, el orden social, el aislamiento de lo que no es normativo, el desarrollo de técnicas de control, vigilancia y conocimiento sobre cada uno, la búsqueda de la redención o la curación, etc. En fin, el cambio de una lógica más centrada en la represión a otra lógica basada en el humanitarismo. Sin embargo, se nos presenta con claridad la manera en que, finalmente, ambas instituciones acaban reproduciendo gran parte de los fenómenos característicos de los encierros de los siglos anteriores y la manera en que, de hecho, la principal consecuencia pasa por el fenómeno del desarrollo de una serie de prácticas nuevas, tales como la medicalización y el encarcelamiento, acompañadas de la más clara segregación social.

3.2. La disciplinarización de la locura y el psiquiátrico/manicomio

El trabajo de Foucault en Historia de la locura en la edad clásica (1961) y en El nacimiento de la clínica (1963) muestra cómo se produce una afirmación a partir de rechazar lo no entendido, temido, menospreciado, etc. Y ¿qué ha llevado a una cultura concreta, la occidental, a entender y querer controlar la locura como una enfermedad mental, y cómo, de hecho, las ciencias médicas y humanas han dejado de lado los conocimientos históricos y los regímenes sociales de producción de un objeto de estudio y control? Dicho de otra manera, ¿qué implica definir y excluir la locura? La exclusión de la locura supone en sí el mismo hecho de la definición de la racionalidad y su valor. De hecho, uno de los

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grandes temas es el del encierro, que cumple la idea de controlar aquello que molesta al orden público y una determinada moral. No se trata, pues, de un encierro necesario terapéuticamente, sino más bien de un encierro necesario moralmente. En el Estado español Álvarez-Uría (1983) desarrolla, a partir del método genealógico de Foucault, un análisis sobre el nacimiento de la Psiquiatría en el siglo

XIX,

a partir de crear tanto una institución nueva (el manicomio),

como una nueva legislación sobre el lugar de los pacientes y su regulación. Asimismo, señala cómo se forma un nuevo cuerpo de profesionales y el nacimiento de otra institución como es la prisión, para mantener el denominado orden público. Éste es el objetivo de montar un dispositivo de captura de la locura y de las técnicas de vigilancia y juicio; de hecho, reproduciendo la escisión entre razónlocura, y fuera-dentro, que también incorpora la explicación del nacimiento de la Psicología. En este sentido, el hospital se entendería como un sistema/espacio disciplinario, en tanto que los enfermos se reparten y distribuyen en su interior para que puedan estar vigilados y clasificados. El caso del hospital psiquiátrico sería como la disciplinarización de la locura (el asilo psiquiátrico se constituiría como el campo de fuerzas entre el psiquiatra y el loco), el reajuste del individuo enfermo a las normas de comportamiento, solicitadas, finalmente, por la familia y/o la sociedad. A partir de aquí, se elabora el concepto de anormalidad psíquica, el perfil, las correcciones, etc. Sin embargo, con el concepto de libertad, y analizando lo que nuestra sociedad ha marginado, Foucault presenta las resistencias, significaciones y acciones diferentes, en los márgenes no calculados.

3.3. La práctica del encarcelamiento y la prisión

El otro gran trabajo de Foucault está relacionado con la justicia criminal y su afán de verdad. La tecnología biopolítica de los cuerpos hace posible que la justicia moderna busque castigar no un acto, sino una individualidad psicológica. En este caso, la prisión sería la técnica de corrección del comportamiento de la delincuencia, un lugar donde se concentraría, se homogeneizaría y se controlaría. Por este motivo, lo que sucede justamente es que la función positiva de la

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prisión es la de fabricar la delincuencia. La película de Jim Sheridan, En el nombre del padre, más allá de la denuncia de una injusticia judicial, constituye un magnífico ejemplo de denuncia de un problema de derechos humanos y de funcionamiento burocrático inútil, de la fragilidad del sistema legal y penal. La situación que se plantea en la película es el proceso de encierro en la prisión de un grupo de personas acusadas de un atentado terrorista por las fuerzas policiales. Los acaban declarando culpables, aunque en el juicio se declaran inocentes. Hasta años después no se reconoce su inocencia y el error encubierto del sistema. Un ejemplo de ello sería la conocida como perspectiva radical en criminología, que replantea redefinir el crimen como una violación de los derechos humanos políticamente definidos, por ejemplo, el derecho a no morirse de hambre, el derecho a tener una vivienda y al alimento. Foucault ha demostrado que el control de los desviados a partir del saber y el Estado y la disciplinarización de los sujetos supondrían instancias constitutivas y centrales en el mismo sistema: se crean poderes hegemónicos con políticas que se presentan como verdaderas. Su obra sobre determinadas instituciones quizá no se basaría tanto en su funcionamiento interno, tal como hacía Goffman, sino más bien en lo que constituiría su implicación en estrategias de saber y poder. Muestra cómo se originan las técnicas de vigilancia, control y disciplinarización, así como sus transformaciones y funciones. Todo dispositivo legislativo organiza espacios protegidos en los que la ley puede ser violada o ignorada, y otros espacios de sanción. Las ilegalidades no son accidentes, sino elementos previstos. Asimismo, muestra que esta gestión de la ilegalidad, anormalidad, etc. enfrenta a unos grupos sociales contra otros. Tal como declara el autor, ha habido estudios sobre las prisiones como instituciones, pero muy pocos sobre el encarcelamiento como práctica punitiva general en nuestras sociedades. “Tanto en este trabajo sobre prisiones como en otros, el blanco, el punto de ataque del análisis, no eran las ‘instituciones’, ni la ‘teorías’ o una ‘ideología’, sino las ‘prácticas’ y esto para entender las condiciones que en un momento determinado las hacen aceptables: la hipótesis es que los tipos de prácticas no están únicamente dirigidos por la institución, prescritos por la ideología o guiados por las circunstancias –sea cual fuere el papel de unas y otras–, sino que poseen hasta cierto punto su propia regula-

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ridad, su lógica, su estrategia, su evidencia, su ‘razón’. Se trata de hacer el análisis de un ‘régimen de prácticas’, siendo consideradas éstas como el lugar de unión entre lo que se dice y lo que se hace, las reglas que se imponen y las razones que se dan de los proyectos y de las evidencias. […] Así que yo he querido hacer la historia no de la institución-prisión sino de la ‘práctica del encarcelamiento’.” Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar (pp. 58-59). Madrid: Siglo XXI, 1982.

De hecho, el trabajo de Foucault, tanto sobre la prisión como sobre los psiquiátricos o, dicho más de acuerdo con su pensamiento, sobre las prácticas del encarcelamiento legal y la psiquiatrización de la enfermedad mental, muestra que tanto la prisión como el hospital psiquiátrico constituyen programas explícitos, en el sentido de que lo que los conforma son toda una serie de prescripciones calculadas, a partir de las cuales se deben organizar tanto unos espacios como unos determinados comportamientos para sus participantes.

4. Aproximaciones a la noción de control social Tal como hemos visto hasta ahora, de hecho, no puede hablarse de las instituciones sociales sin hablar del control social. Ambas nociones están íntimamente relacionadas. Sin embargo, tal y como se puede deducir de lo que hemos expuesto, tampoco se podría entender que fuéramos sólo en una dirección. Es decir, que el control social esté vinculado a las normas y a su cumplimiento, a partir de las instituciones o de los mecanismos grupales, no implica su automática incorporación en términos de socialización y mantenimiento del orden social establecido. Ya hemos constatado que cualquier forma de regulación social no excluye que se produzcan cambios o que, en su aplicación práctica, se confronten con resignificaciones o resistencias. Éste sería el caso tanto de los diferentes tipos de ajustes explicados por Goffman, aunque sin ir tan lejos, como de los espacios de libertad de los que habla Foucault. Constituiría la presentación de una nueva forma de explicar el funcionamiento del poder, a partir del paradigma estratégico, la relación poder-saber-verdad, o, como veremos con posterioridad en este capítulo, a partir de inscribir el control social o la vigilancia en una situación de complejidad social y de nuevas formas de orden social

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a partir de las mismas personas. Esto quiere decir que si prestamos atención a la noción de control social vemos, siguiendo la explicación de Tomás Ibáñez, (1982) lo siguiente: “No hay por qué reducir el control social a los procesos que aseguran la internación de las normas sociales, aunque esto constituya una de sus facetas más importantes. El control social puede ejercerse, y de hecho se ejerce diariamente, a través de la coacción o de la coerción, amén de más sutiles técnicas de manipulación. Tampoco se debe considerar que el control social significa un mecanismo de supresión de los conflictos, puede constituir perfectamente un mecanismo ‘regulador’ de los conflictos que define los modos aceptables de resolución y los márgenes de solución aceptables. Por fin, sería una equivocación igualar ‘control social’ con mantenimiento y reproducción mecánica del orden social. El ‘control social’, y esto constituye una de sus facetas sistemáticamente ignoradas, promueve y orienta los cambios sociales, encauzándolos en las direcciones compatibles con las características básicas del orden social instituido. Se puede decir que todo modelo teórico de ‘control social’, suficientemente representativo del funcionamiento real de este proceso, debe incluir necesariamente los procesos de regulación y orientación del cambio social, lo que no significa incluir los mecanismos predictivos lineales del tipo criticado por K. Popper (1961).”

Por este motivo, en este apartado haremos referencia al funcionamiento de las normas que en Psicología social se han estudiado como presión grupal, mecanismo de poder y conformismo; a su resistencia, en términos de acción, cambio, autonomía y libertad, para pasar, finalmente, a considerar otras formas de pensar el control social en las nuevas sociedades informatizadas, globalizadoras y complejas.

4.1. La dinámica de los grupos con las normas como forma de control social

De hecho, y dicho de una manera general, la mayoría de los trabajos de la Psicología social tradicional se basan en la idea de control social como una forma

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de influencia, de una fuente concreta, en general, de poder (grupo, instancia, etc.) que persigue algún tipo de cumplimiento, entendiéndolo como la aceptación de las normas o autoridades que prevalecen, es decir, del conformismo. No obstante, en los estudios psicosociales se diferencian los tipos de posición conformista con relación a su coherencia cognitivo-comportamental. Se puede mantener dependiendo de los objetivos (instrumentalización) o por convencimiento (identificación), por ejemplo, así como dependiendo de si es puramente normativa (se sigue, pero no se cambia privadamente) o informativa (se considera que es lo adecuado), etc. Se pueden consultar los estudios de Kelman y Asch sobre el tema en los diferentes manuales de Psicología social y Psicología de los grupos. Asimismo, en principio esto se considera positivo y, de hecho, se intenta explicar a partir de su estructuración, mantenimiento y equilibrio, desde las concepciones más clásicas sobre los procesos intragrupales, hasta otros más actuales, pero que continúan priorizando este supuesto equilibrio. De entrada, tal como hemos ido viendo, la vida social está regida por una normatividad formulada explícita e implícitamente, que gobierna la mayoría de las acciones. El orden social a partir de las instituciones y de los grupos ejerce control sobre sus miembros con el objetivo de impedir separaciones. De este modo, y según lo que se ha explicado hasta ahora, se puede pensar que toda sociedad genera posiciones adaptadas y posiciones desadaptadas que, al mismo tiempo, critica y justifica, pero que, con la constante actividad de hombres y mujeres, se transforman o retan. Encontramos ejemplos de ello en la pluralidad de subculturas que se generan, en relación con la multitud también de diferentes referentes y contextos normativos. Otro ejemplo lo constituye el mero cambio del lenguaje, el argot o paralenguaje desarrollado por ciertos grupos. Un caso muy relacionado con el estudio de Goffman y las investigaciones psicosociales del funcionamiento de los mecanismos y dinámicas grupales en relación con las normas sería la teoría de la rotulación, etiquetado o labelling: se ve al desviado (persona que se separa de las normas) como una víctima de la sociedad. Una obra prototípica sería Outsiders de Becker, donde la desviación no constituye una característica de la acción que hace alguien, sino el resultado de la aplicación de ciertas normas por los demás, la rotulación que hace la gente y, con mayor frecuencia, los grupos con poder. Esta separación o desviación del grupo puede deberse a las contradicciones internas que una cultura plantea a

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sus miembros: entre las demandas que les hace y los valores que se sustentan desde la cultura dominante. Resumiendo lo que han aportado los estudios sobre las normas grupales, encontraríamos una serie de dimensiones regulativas de las normas, tales como relaciones afectivas, de autoridad, toma de decisiones, relaciones de estatus, con aceptación o pertenencia a un grupo, de éxito, etc. Asimismo, observaríamos una serie de mecanismos de mantenimiento de las normas en el grupo: unos para impedir o dificultar el no seguimiento, como en el proceso de socialización (las normas se aprenden y se dan a conocer directa o indirectamente) y otros para prevenir y mantener la cohesión grupal (el mecanismo de control social activo y pasivo), así como para mantener fuera a los que ya se han separado del mismo (proceso de estigmatización). Esta separación se puede entender tanto para evitar su peligro como para facilitar su identificación, y tiene los efectos que hemos presentado en los apartados anteriores: proteger y salvaguardar los intereses y ventajas percibidas por grupos o individuos situados en posiciones dominantes. Es decir, un orden es mantenido por parte de unos órganos de poder para señalar las desviaciones. Asimismo, puede entenderse, como hacen algunas teorías, en términos de castigo y modelo para que tales desviaciones no se produzcan. Ello sería lo que, tomando un ejemplo del mundo literario, le pasaría a Bernard, el científico mal integrado por fallos en su proceso embrionario, como parte de la sanción que se le impone, condenado a vivir en una isla donde se recluye a todos los innovadores, en el mundo que describe Aldous Huxley en Un mundo feliz como antiutopía de una sociedad cerrada.

4.2. Bases de transformación, cambio o resistencia al control social

A menudo se da una oscilación muy complicada entre comportamientos adecuados a las normas y otros que no lo son. Las bases que hemos presentado con anterioridad constituyen algunas de las de la mayoría de los estudios de las dinámicas de los grupos pequeños desde una perspectiva psicosocial. Sin embargo, no podemos dejar de considerar un par de aspectos fundamentales. Una de éstas es que si las instituciones no se pueden pensar sin la dialéctica instituido/

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instituyente, los grupos tampoco. Encontramos explicada esta parte con frecuencia a partir de los cambios de normativización en los grupos y a partir de diferentes procesos: o bien se acepta la transformación de normas porque han sido confeccionadas por miembros valorados muy positivamente por el grupo, de forma que éste cambia, o bien se va creando un subgrupo de personas que se han apartado del mismo y que con sus acciones también acaban produciendo transformaciones. Sin embargo, tal como sucede, como comentábamos con anterioridad, con las instituciones y el cambio, es preciso incluir la autonomía de las personas y el concepto de libertad para entender que nunca se trata de un proceso cerrado y previsible, ni seguramente encargado o esperable de un determinado grupo social. La escritora y periodista catalana Montserrat Roig4 llevó a su programa Personatges a una mujer, Irene Puigvert, y recibió un montón de cartas a favor y en contra. Tal como ella misma señaló, “No hay ningún personaje de todos los entrevistados que haya provocado tanto ruido. […] Irene Puigvert es una mujer sin estudios, que confiesa haber sido encerrada en el manicomio, baja y de cara infantil. Lleva trenzas. Seguí un poco por encima el consultorio que dirige en una de estas revistas del corazón. El éxito es considerable. […] Irene Puigvert practica un tipo de psicoanálisis para pobres. …] Si queremos saber por qué Tapies se ha hecho pintor, creo que también es justo querer averiguar por qué Puigvert se ha hecho médium.” En este sentido, lo que mejor recoge esta idea es el esclarecimiento sobre la comprensión del funcionamiento del poder que nos hace Tomás Ibáñez (1982, p. 3): “Pensar el poder en relación con la libertad o la autonomía conduce a plantearlo en términos de los efectos que tiene sobre los sujetos, dejando abiertas todas las posibilidades en cuanto a sus modalidades de ejercicio. Considerar que ejercer poder es afectar negativamente a la autonomía o la libertad de un sujeto, aunque sea por ‘su bien’, aunque sea sin ‘intención’, e incluso sin saberlo, conduce a plantear el poder en relación con los diversos determinismos que inciden sobre el sujeto, y apunta hacia los mecanismos modernos de su ejercicio. Es porque se ha excluido la libertad del análisis del poder por lo que este análisis sólo ha producido una caricatura. Es el efecto producido sobre la auto4. Roig, M. (1988). 100 pàgines triades per mi. Barcelona: La Campana.

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nomía del sujeto lo que permite decidir si es una relación de poder, en todos aquellos casos no triviales donde cabe una duda.” Ello no quiere decir que tanto la idea de libertad como la de autonomía no puedan pensarse como si no formaran parte del sistema social o como si no fueran claramente identificables. Debemos tener en cuenta que pueden crearse “ilusiones de libertad”, tal como se puede ir deduciendo de lo que hemos ido exponiendo hasta ahora, de tal manera que éstas conformarían una expresión muy sutil del poder institucional y del control social, dado que, en este caso, funcionaríamos haciendo las cosas creyendo que tenemos el control sobre ellas o que son decisión totalmente nuestra, tal como veremos con mayor detenimiento en los siguientes subapartados.

4.3. Otras acepciones de la idea de control social y análisis de la forma de operar en las sociedades actuales

En estos momentos, la tendencia que emerge no es tanto la de separar, aislar o arrancar a las personas que no siguen las normas del cuerpo social, ni reintegrarlas, sino más bien asignar destinos sociales diferentes a los individuos dependiendo de sus capacidades, con el objetivo de que puedan asumir las exigencias de la competitividad y de la rentabilidad. Incluso se presupone que la marginalidad puede convertirse en una zona condicionada, en la que los incapaces de adoptar las vías más competitivas estarían orientados. A partir de la evaluación científica de las capacidades de los individuos, se economizaría con represión y asistencia, y llegaríamos a “la era del robot alegre” (Varela y ÁlvarezUría, 1989). El sujeto: “el actante que sobrevive a las catástrofes”, como expone el sociólogo Jesús Ibáñez (1985) que hace una crítica a las representaciones ideológicas establecidas y a las instituciones, entre éstas a la misma Sociología, y que considera que la creatividad ante el conformismo es fruto de una respuesta personal y comprometida, del surgimiento de diferentes contraculturas y de explicaciones más dialécticas sobre lo que generan las estructuras y lo que, a su vez, las genera. Es decir, en la línea de Foucault, algunas técnicas de investigación social también “sujetan” al sujeto. Así, aplica sus aportaciones para entender la lógica moderna del consumo, en las que cambia la metáfora del panóptico para

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explicar instituciones cerradas, como sucedía, por ejemplo, con la prisión o el manicomio, para explicar su calidad abierta, en tanto que el orden del consumo parte de un espacio-tiempo abierto en el que se conforma el sujeto de consumo (de productos, personas, etc.). En fin, cualquier denominación de la separación, no aceptación o ruptura de las normas sociales tiene vertientes tanto sociológicas como psicológicas que no pueden separarse, dado que son producto y función de la sociedad. No existen reglas universales. Éstas varían de un lugar a otro, tanto en sus definiciones como en sus actuaciones. Asimismo, varían en el espacio y el tiempo, y por ello se deben estudiar en su contexto, observando qué funciones cumplen. No podemos extendernos más, pero sí debemos hacer constar que, actualmente, desde la psicología se continúa el trabajo en este sentido y sobre qué tipo de subjetividad se hace necesaria actualmente para el orden social dominante para ayudar a mostrar cómo funciona y cómo constriñe a las personas a partir de las demandas que genera en el ámbito institucional y social. En este sentido, y sólo como ejemplo, vale la pena hacer referencia a la idea de que en estos momentos puede contarse con el hecho de que se da un cambio en la sociedad de consumo, que asegura cierta aceptación mayoritaria de las normas sociales. Según Zygmun Bauman (2000), éstas hacen que prácticamente sea más importante ser capaz de consumir que tener un trabajo. Otra consecuencia es la libertad de movimiento en la globalización, que, de hecho, provocaría un gran nivel de sufrimiento. Este autor se centra en el análisis del tiempo y el espacio para entender las nuevas relaciones con la estructura y la organización social; en la nueva forma de control social asociada a las tecnologías de la información y de la comunicación. La tesis principal es la pérdida de responsabilidad de la acción del poder, en tanto que, por ejemplo, las localidades pierden su capacidad de negociar o generar sentido. Se trata de una forma de poder que intenta garantizar el poder adquisitivo de los consumidores, se criminaliza la pobreza y la marginación, y en la clase media se sufre angustia e inseguridad: “Con la libertad de movimiento como nuevo centro, la polarización actual tiene muchas dimensiones. Este nuevo centro confiere un nuevo brillo a las tradicionalmente respetadas distinciones entre ricos y pobres, nómadas y sedentarios, normales y anormales o aquellos que habían violado la ley. La cuestión de cómo se entrelazan e influencian mutuamente estas dimensiones de la polaridad constituye otro problema complejo.” Bauman, Z. (2001). Globalització. Les conseqüències humanes (p. 35). Barcelona: Pòrtic.

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Asimismo, se ha planteado que el tipo de sujeto que necesita el sistema del neoliberalismo sería un sujeto en cambio constante, flexible, de autoinvención constante; el “sujeto esquizofrénico” de la posmodernidad, puesto que el sistema no puede proporcionar formas de apoyo que duren más. La psicóloga Valerie Walkerdine (2001), analizando las prácticas discursivas y la ideología, nos previene de sus efectos en términos de regulación de la subjetividad (construyendo esta idea de identidad cambiante con múltiples posibilidades, rompiendo con su contexto comunitario y pendiente de la innovación) y de control social. Se tiene el efecto de una sensación permanente de fracaso por parte de las personas, dado que sus trayectorias y experiencias no pueden tener continuidad, puesto que lo que se necesita es otro tipo de sujeto para el neoliberalismo. Esta autora lo expresa de la manera siguiente: “Estamos siendo testigos del derribo completo de la sociedad civil y del intento de fortalecer las características psicológicas y sociales de este Robinson Crusoe económico del liberalismo (incluso cuando ahora este hombre también puede ser una mujer), alguien sin lazos fuertes ni raíces comunitarias.” (Walkerdine, V. 2001).

En este mismo sentido, existe otro análisis que denuncia la necesidad para el sistema neoliberal de este sujeto, siempre dispuesto al cambio y a la adaptación constante, y que desea lo que es nuevo. Aunque es posible que parezca que salir de la inmovilidad pueda ser interesante, en realidad se transmite una idea de flexibilidad constante y atracción por el cambio, que rompe con la solidaridad o el valor de la experiencia, así como con algún tipo de compromiso ético, y que genera discriminación social. De hecho, se busca una transformación personal haciendo que algo necesario para el sistema constituya un objetivo personal y parezca liberador e innovador. Es el que muestra el sociólogo Richard Sennet (1998), tampoco exento de problemas, analizando la situación de despedidos por grandes multinacionales, de un joven emprendedor y de los cambios en una panificadora familiar. Resalta el problema de que no cuente para nada la experiencia ni la solidaridad, hecho que supone efectos negativos de valoración en las personas y la sensación de que la experiencia pasada no les sirve, aparte de la ruptura de vínculos sociales importantes así como identitarios.

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4.4. Control social y relaciones con la diferencia/desigualdad del sistema sexo-género: transformaciones y cambio

Es indispensable incluir las situaciones de desigualdad social en las instituciones sociales, tanto con respecto a los valores y normas que transmiten como en lo referente a su misma organización, por la diferencia de sexo y de género en que se fundamenta la cultura occidental y que se traduce en situaciones de desigualdad social manifiestas a los dos niveles, micro y macrosocial. Éstas han tomado y toman distintas formas, desde las que se pueden encontrar en lo relativo al acceso a la educación, al trabajo, dentro de las mismas condiciones en que se desarrollan cada una de estas actividades, hasta las que hacen referencia a la manera en que las instituciones, y entre éstas la misma ciencia, participan también en la definición, construcción y difusión de las ideas asociadas a los hombres y las mujeres, a los prejuicios, estereotipos y prácticas de interacción marcadas por el sexismo y el androcentrismo. En estos momentos se podría decir que se ha pasado de “la persecución de las brujas a las recetas de tranquilizantes”, para indicar cómo la regulación social institucional participa de una forma más sutil en el control social de las mujeres. El comportamiento, tanto en su vertiente más afectiva y emocional como en la que está relacionada con la transformación u ocupación de roles, estatus y posiciones no adscritas, en razón de la diferencia sexual y de género, en una sociedad dada, ha comportado desde las prácticas de encierro en prisiones hasta acciones como la persecución y prohibición de determinadas prácticas o ejecuciones, hecho que tendría que ver, por ejemplo, con las mujeres calificadas de brujas en otros momentos de la historia, hasta una acción más sofisticada, en la medida en que con la psicopatología o la psiquiatría se ha pasado a regular todo lo que no es funcional o interrumpir el funcionamiento normativo a partir de la terapia farmacológica o hablada (Saez-Buenventura, M.T., 1979; Fernández, A.M. 1992, etc..). Una manera de entender las relaciones que se dan entre la diferencia sexual y de género, las instituciones y el control social, tal como se puede imaginar, pasa por lo que constituye, entre otras cosas, la organización a partir de funciones, roles y valores, de una serie de actividades sociales reguladas por las instituciones; las prácticas socioculturales de tratamiento de la diferencia o se-

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paración de la normatividad en relación con la diferencia sexual y la legitimidad que se ha podido dar, tal como hemos visto en las situaciones de exclusión social. Otro aspecto sería cómo las identidades que les son asociadas limitan las posibilidades de acciones y ocupaciones a la vida cotidiana. Tal como hemos ido viendo, se han ido desarrollando múltiples maneras de resistir tanto a estas imposiciones como a sus efectos, que han producido un número ingente de transformaciones en el plan cotidiano y desde las aportaciones feministas (Fox-Keller, E. 1991; Durán, M.A., 1996, ...) a los estudios científicos. En esta línea, hay los trabajos sobre cómo la historia ha dejado de lado ciertos grupos sociales, entre éstos el de las mujeres, y recuperar experiencias y aportaciones para transformar la misma manera de hacerlo, o denunciar la heterosexualidad como institución que marca lo que es normal en las relaciones sexuales, el funcionamiento del sistema sexo-género y la desigualdad social de las mujeres. Es por ello por lo que no se trata sólo de la igualdad en la estructura social, sino de examinar críticamente las instituciones sociales y, entre ellas, la de la ciencia. En este sentido, desde la Psicología social se ha puesto el énfasis, sobre todo, en señalar el papel que ha podido tener esta ciencia a la hora de “fabricar” los roles diferenciados sexualmente y las atribuciones, por tanto, por razón de sexo, a unas maneras de ser que se supondría que tienen las personas de un sexo más capaces de hacer según qué cosas que las del otro (Hare-Mustin, R.T. y Marecek, J., 1994) o sobre la intervención en el estudio de la violencia y la agresión (Fernandez-Villanueva, 1998). Lógicamente, esta división se puede aplicar en ambos sentidos; lo que significaría que se supone que una mujer, por poner un ejemplo, se encargará mejor de la educación primera de la infancia que un hombre, o que este último será mejor ingeniero o descargará paquetes con mayor facilidad que una mujer. Esto provocará, por tanto, efectos en lo que se espera de uno y otro, la autoestima, las expectativas de éxito laboral o triunfo en determinados aspectos de la vida social.

5. El pensamiento y la identidad institucional Referente a todo lo que hemos visto hasta ahora, es preciso ir un poco más lejos y empezar a plantear cuáles son las relaciones más sutiles entre las institu-

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ciones, el imaginario social y las acciones colectivas, cómo nos afectan las organizaciones, clasificaciones y actuaciones de las instituciones culturales y cuál es la forma en que, a la vez que nos influyen, nosotros, con nuestras acciones, también influimos sobre ellas. Para plantear estas relaciones de las acciones cotidianas en ambos sentidos, nos referiremos al trabajo que ha llevado a cabo la investigadora Mary Douglas y que se ha publicado con el título de Cómo piensan las instituciones, puesto que plantea la cuestión de hasta qué punto depende el pensamiento de las instituciones, y al trabajo de Cornelius Castoriadis sobre La institución imaginaria de la sociedad, dado que incluye toda la parte creativa de la acción humana.

5.1. Instituciones y pensamiento social: justicia, comunidad, identidad y vida cotidiana

El hecho de aproximarse a la relación entre las instituciones sociales y la cognición individual resulta difícil, aún más cuando, de hecho, lo que se intenta analizar son los tipos de relaciones de cooperación o solidaridad que se desarrollan entre las mismas, así como las de opresión y dolor. Mary Douglas ya señala (1986): “Escribir sobre cooperación y solidaridad significa escribir, al mismo tiempo, sobre rechazo y desconfianza.” Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 15). Madrid: Alianza.

Su objetivo consiste en pensar a fondo lo que otros autores habían empezado a desarrollar bajo la idea de que las instituciones tienen una mente propia y darle otro tipo de explicación. Se centra en las relaciones entre las instituciones sociales, las acciones individuales y las maneras colectivas de clasificar. Su principal aportación se basa en la idea siguiente: las clasificaciones y categorizaciones con las que pensamos las cosas y nuestros actos ya nos vienen dadas por la vida social, puesto que para pensar es preciso ahorrarnos ciertos gastos, de modo que, al economizar energía cognitiva, existen cosas que se olvidan permanentemente, de tal manera que los valores van vinculados a los instrumentos de medida.

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En este sentido, estas formas de clasificación constituyen cualquier institución social, entendiéndola en un sentido amplio como un agrupamiento social legitimado (una familia, un juego, una ceremonia), y se naturalizan. Es decir, una serie de clasificaciones transmitidas a partir de las instituciones se toman como si fueran cosas o asuntos naturales; se trataría de un tipo de esclavismo mental. Las etiquetas o clasificaciones, tal como hemos visto, de hecho, de maneras diferentes, en relación con el trabajo de Goffman y Foucault, crean realidades que funcionan, inventan “ficciones” que funcionan como verdades o “inventan a la gente”. Por otro lado, por el mismo hecho de que las personas construyen colectivamente las instituciones y las clasificaciones, éstas, por su parte, les ofrecen la posibilidad de identificarse con las mismas, configurando, de este modo, las distintas maneras de pensar sobre el hecho social. “Las instituciones guían de manera sistemática a la memoria individual y encauzan nuestra percepción hacia formas que resultan compatibles con las relaciones que ellas autorizan. Fijan procesos que son esencialmente dinámicos, ocultan sus influencias y excitan nuestras emociones sobre asuntos normalizados hasta un punto igualmente normalizado. […] Para nosotros, la esperanza de independencia intelectual radica en la resistencia, y el primer paso necesario para dicha resistencia consiste en descubrir cómo se apodera la garra institucional de nuestra mente.” Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 137). Madrid: Alianza.

Por último, otra idea de considerable importancia es que las instituciones no sólo se dedican a las rutinas, burocracias y hábitos, sino que también actúan con eficacia: “Para mantener su forma, cualquier institución necesita legitimarse mediante una fundamentación específica en la naturaleza y en la razón; luego facilita a sus miembros un conjunto de analogías con que explorar el mundo y justificar la índole natural y razonable de las normas instituidas, y así consigue mantener una forma identificable y perdurable. A continuación, la institución empieza a controlar la memoria de sus miembros; les hace olvidar experiencias incompatibles con la rectitud de su imagen y recordar hechos que respaldan una visión de las cosas complementaria consigo misma. La institución les suministra las categorías de pensamiento, fija las condiciones del autoconocimiento y establece las identidades. Mas todo esto no basta. También debe afianzar el edificio social sacralizando los principios de la justicia.” Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 163). Madrid: Alianza.

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Las instituciones “naturalizan”, hacen que parezca natural, desde la idea del amor romántico, por poner un ejemplo, como si fuera algo fuera de una construcción sociocultural temporal y que cumple ciertas funciones sociales o reproduce el orden, hasta el castigo de ciertos comportamientos. De hecho, esto explica el tipo de narraciones y discursos que se producen alrededor y en el interior de las instituciones. Por consiguiente, el lenguaje constituye un elemento central de las mismas y se genera en las dinámicas relacionales de los grupos y entre estos últimos dentro de las instituciones, de tal manera que se producen versiones de los hechos que pueden hacer conciliar acciones injustas sobre la base de las necesidades institucionales o bien de las necesidades colectivas que actúan como argumento irrefutable, de orden no personal, camuflando los intereses particulares, ya sea para seguir la lógica institucional, para conseguir cuotas de poder o para no romper la normatividad general. Por ello, desde esta perspectiva, lo que parece más fundamental es cambiar las instituciones, más que a los individuos, cuando se produzca una situación grave de conflicto. De hecho, esto ya se hace continuamente, puesto que, tal como señalábamos al inicio del capítulo, el instituido se transforma en el instituyente y viceversa.

5.2. Instituciones e imaginario social: reproducción, transformación y vida cotidiana

Los conceptos de institución y de acción humana van unidos. En este sentido, encontramos una de las contribuciones más interesantes en el trabajo de Cornelius Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad (1975), en el que critica diferentes teorías, desde la marxista hasta otras empiristas, sobre la base, esencialmente, de no tener en cuenta la acción humana. En este apartado no analizaremos estas tesis con detenimiento; no obstante, es preciso que al menos hagamos una referencia a las mismas, en tanto que suponen una ruptura con la mayoría de las perspectivas, puesto que incorporan el concepto de creación y acción humana, a la vez que proyectan su comprensión más allá de las dicotomías básicas hombre-sociedad, más allá del determinismo causal.

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De hecho, Castoriadis no comparte, tal como decíamos al principio del capítulo, una visión de las instituciones como si transmitieran con gran claridad los signos que las configuran, en el sentido de que las personas los reproducen sin mucho margen de maniobra. Por el contrario, considera que, de hecho, todo depende de los contextos, y que quedan abiertas sus posibles significaciones. Sin embargo, su planteamiento no deja de ser curioso en tanto que toma el hecho social como fruto de la institucionalización porque conforma el imaginario, pero, a su vez, rescata toda la posibilidad creativa de la acción humana.

5.3. El pensamiento androcéntrico y sexista en las instituciones de saber y las instituciones totales

No podemos dejar de hacer un comentario, aunque no nos es posible desarrollarlo con detenimiento, de cómo se ha desarrollado un pensamiento sociológico y psicológico sobre la producción del saber en el estudio de las relaciones sociales y en su propia institucionalización, fuertemente marcado por lo que podríamos considerar dos sesgos o marcas de la diferencia de sexo y género y de las desigualdades de diferentes tipos que se desprenden de los mismos. En este sentido, podemos aceptar que gran parte de las bases de las ciencias sociales en sus estudios más clásicos han asumido una indiferenciación de las categorías “individuo”, “persona”, etc., así como una supuesta mirada neutra, asexuada y objetiva sobre el mundo social, que reproduce un orden patriarcal y androcéntrico. En este sentido, uno de los efectos se produce sobre un tipo de conocimiento sexista y otro en relación con las instituciones; suponiendo ambos el olvido o poco trabajo de las diferencias y desigualdades sexuales y sociales en el interior de las mismas. De éstas permanecen cuestiones primordiales en la actualidad, tales como el acoso o el simple efecto de autoridad, fenómenos ejemplares de las desiguales relaciones sexuales en la institución académica, instituciones administrativas y el mismo conocimiento producido sobre éstas. No sólo nos encontraríamos con efectos de discriminación sobre el sueldo, el tipo de trabajo o puesto, sino también con el ejercicio de poder a partir de las diferencias dentro de las situaciones jerárquicas institucionales. Del mismo modo, en instituciones

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como la educacional, ya sea en centros como en escuelas o universidades, el trabajo que se está llevando a cabo para incluir la igualdad es, quizá, mucho más conocido. En esta misma línea, conviene que tengamos en cuenta el poder normativo sobre la salud mental, especialmente ejercido sobre las mujeres, así como la gran cantidad de prejuicios y sesgos generados en torno a su comportamiento, interpretación e intervención correspondiente.

6. La Psicología como productora y reguladora de subjetividad: el carácter construido de las operaciones sobre el self

No sé si todavía ahora, después de lo que se ha ido viendo a lo largo de este capítulo, podría permanecer intocable la idea de que nuestro yo, o los conceptos de individuo, persona y sujeto, fruto de la modernidad occidental, constituirían algo autónomo, auténtico, verdadero, genuino y separado de las prácticas institucionales. Una especie de centro personal y privado que funcionaría como una entidad que sería el centro integrado de ciertos poderes: consciente, que siente, piensa, juzga y actúa; nuestro “yo” como realidad primaria, base ontológica de la que se hace salir el resto, incluyendo aquí a la sociedad y las relaciones sociales. Suponemos que nos quedan algunas dudas sobre cómo funciona el control social y cómo no sólo se muestra a partir de la dominación de sus brazos más explícitos, sino también a partir de la misma manera que tenemos de pensar sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Es preciso, quizá, empezar a pensar de otra manera esta concepción de nosotros mismos en relación con las instituciones sociales que nos rodean. Ya hemos visto que algunas de éstas marcan con claridad qué está permitido y qué no en una sociedad dada, cómo se actúa y cómo ello revierte sobre sus miembros, tanto los afectados como los que participan de otras maneras y con diferentes roles. Con toda seguridad, será más difícil ver las ciencias como una institución, en especial en su vertiente más positivista y en lo referente al campo de estudio de los humanos; como una institución de gran poder, con un rol de regulación social y, al mismo tiempo, con

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una sutileza que produce la manera de pensar y actuar de las personas o, dicho de otra manera, que conforma su subjetividad. Es el caso de la Psicología, que tomaremos como ejemplo a partir de los últimos trabajos que se han llevado a cabo desde la perspectiva socioconstruccionista y que se basa tanto en ciertas premisas de los trabajos del interaccionismo simbólico, del enfoque dramatúrgico de Goffman y del análisis institucional, como en los de Foucault. En este sentido, la cuestión central sería la de mostrar cómo se constituyen los individuos por medio del dominio social; cómo el hecho de que ciertas normas formen parte de nuestra visión de sentido común de la realidad hace que seamos capaces de olvidar que son el resultado de una producción, que se han naturalizado como indiscutiblemente biológicas o sociales. Existe una esencial interpenetración dialéctica del sujeto y el objeto, en la que ninguno de los dos tiene una primacía total, hecho que el sociólogo Anthony Giddens denomina dualidad estructural, que describe la relación entre la persona y la sociedad: la persona es el producto de la sociedad y actuando también reproduce o transforma potencialmente la sociedad.

6.1. Los procesos de individualización y disciplinarización como base del surgimiento, institucionalización y desarrollo de la Psicología

La mayoría de los trabajos sobre la Psicología como institución parten, tal como señalábamos con anterioridad, de la manera de abordar las historias de la producción de conocimiento de Foucault, para reconceptualizarla como un cuerpo de conocimiento. Este hecho implica recordar su historia desde el reconocimiento de la complejidad y la historicidad de su producción y desarrollo. Ello provoca que la pareja individuo/sociedad sea vista como efecto de una producción específica, más que como un objeto predado de las ciencias humanas. A partir de aquí se explica muy bien la conexión entre el proceso de individualización y el control social, para construir la concepción prevalente de persona y así revelar su trasfondo de orden político, razón por la cual es preciso ir atrás en el tiempo y examinar el contexto en que emerge la ciencia moderna de la Psicología.

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Los orígenes de la Psicología moderna se producen en el periodo de los siglos XVI y XVII, cuando el orden tradicional de la sociedad cedía el paso al periodo moderno, en que el proceso de individualización aparecía, creando el concepto moderno de individuo y, con éste, un régimen diferente de control de la sociedad. Así, la individualización sería un aspecto del poder que, midiendo y calculando las características individuales, coincide con un discurso creciente sobre la autonomía individual, enmascarando la realidad y ayudando a fomentar silenciosamente el individualismo. Partiendo de la idea de que la persona individual, el “sujeto de la Psicología”, es el propio objeto de la investigación psicológica, la labor de la Psicología consistiría en estudiar al individuo y desarrollar leyes sobre su funcionamiento. Por tanto, la Psicología ha asumido que este objeto de su investigación es una entidad natural con atributos y que se puede estudiar desde una perspectiva empírica. Varios autores realizan un análisis crítico del familiar –y dado por sabido– objeto de investigación, la persona individuo (individual), que es el sujeto de la Psicología. En este sentido, la Psicología ni está avanzando hacia la verdad científica ni se encuentra en conspiración con los poderes que oprimen a la gente corriente; sin embargo, es preciso trazar las condiciones históricas que han posibilitado su reconocimiento. En síntesis, se precisa examinar el cómo y el por qué la Psicología ha llegado a ser lo que es. El discurso psicológico se inscribiría en una red de prácticas que produce “sujetos” en los múltiples lugares de su constitución, tales como la escuela, la familia, el hospital, etc. Ésta es la relación fundamental entre el saber, las instituciones, la burocracia y el control de lo social, con su doble vertiente productiva y regulativa. Un ejemplo serían las técnicas de medida mental, como los tests psicológicos, registros, y otras que emergen y se desarrollan como fundamento de las prácticas que administran y regulan a los individuos, lo que daría lugar a una nueva tecnología social. Estas prácticas forman una tecnología social: “La anotación rutinaria y la acumulación de detalles personales e historias de gran número de los internos identifica a cada individuo por medio de la construcción de un dossier consistente en aquellos rasgos de su (de él o ella) vida, que están de acuerdo con la institución y sus objetivos.” Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 126). Londres: Routledge.

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“[…] un tercer sentido en el que estos conocimientos se pueden considerar como constitutivos, puesto que no sólo están confinados dentro de los tratados teóricos, sino que también organizan prácticas de diferenciación e individualización, prácticas para el gobierno de los ciudadanos como individuos. Estos conocimientos han supuesto una transformación de nuestra existencia como sujetos y han estado muy relacionados con la constitución del individuo humano, él mismo. La persona es producida como un individuo conocible en un proceso en que las propiedades de un régimen disciplinario, sus normas y valores, han emergido con atributos de las mismas personas y, al mismo tiempo, se han convertido en ellos.” Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 124). Londres: Routledge.

Para su operación, estas prácticas requieren nuevas formas de codificar la individualidad humana y comportan la invención de instrumentos que hagan a los seres humanos capaces de ser individualizados, diferenciados, unos de otros, en términos de esta individualidad, con la cotidiana operación de la documentación burocrática.

6.2. La Psicología productiva al constituir la subjetividad y la intersubjetividad como posibles objetos de dirección racional

En Occidente, los programas para gobernar las crecientes áreas de vida económica y social para conseguir los objetivos deseados necesitaban forjar un nuevo número de instrumentos y nuevos vocabularios si querían operar. Para el gobierno de una población, familia o, incluso, uno mismo, es necesario tener una manera de representar el campo que precisa ser gobernado: sus límites, características, aspectos clave o procesos, objetivos y otros, y vincularlo todo junto, de alguna manera más o menos sistemática. Por tanto, se presenta como necesidad el conceptualizar una serie de procesos. Así, estos lenguajes no sólo legitimarían el poder o mistificarían la dominación, sino que también, en la actualidad, constituyen nuevos sectores de la realidad y hacen practicables nuevos aspectos de la existencia. Si, por ejemplo, decimos de alguna persona que tiene un “trauma”, que está “acomplejado” o “histérico”, de hecho catalogamos lo que se ha fragmentado de la experiencia

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humana o el comportamiento, utilizando un lenguaje que proviene de la Psiquiatría o la Psicología5. Se pone en evidencia la importancia de la Psicología moderna en la producción de algunos aparatos de regulación social que afectan a la vida diaria de todos nosotros, no en el sentido de que la Psicología haya sido una fuerza monolítica de opresión y distorsión que encadene a los individuos, sino más bien en el sentido de que la Psicología, insertada en las prácticas sociales modernas, ha ayudado a constituir la verdadera forma de la individualidad moderna. Constituye subjetividades como objetos, a partir de producir explicaciones o bien identificando problemas. Es de este modo como la Psicología contribuye a posiciones políticas específicas. Esta forma de “gobierno” consistiría en una combinación de la racionalidad política y la tecnología social. Gobierno según Foucault, presupone las maneras de pensar sobre la población, maneras de hacerla objeto del discurso y del cálculo político. Abre un espacio en el que las ciencias psicológicas desarrollan un rol clave, dado que están intrínsecamente vinculadas a los programas sociopolíticos, los cuales, para gobernar a los sujetos, se han dado cuenta de que necesitan conocerlos. El gobierno depende, por un lado, del conocimiento, de la articulación de los lenguajes para describir el objeto de gobernación y, por otro, de la invención de estratagemas para inscribirlo. En las fábricas, las escuelas y el hospital, las personas se reúnen juntas, en masa; sin embargo, por este hecho real, se pueden observar como entidades tanto similares como diferentes unas de otras. Estas instituciones establecen un régimen de visibilidad sobre las prácticas de individualización en que el observado es distribuido dentro de un único plan común de visión: “Cada vez más, en nuestro propio siglo la Psicología ha participado en el desarrollo de las prácticas reguladoras que operan no abatiendo la subjetividad, sino produciéndola, compartiéndola, modelándola, buscando construir ciudadanos comprometidos con una identidad personal, una responsabilidad moral y una solidaridad social.” Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 130). Londres: Routledge. 5. El trabajo del psicólogo social K. Gergen ilustra bien estos procesos llevando a cabo un análisis a lo largo del tiempo.

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Estas instituciones operan de acuerdo con una regulación del detalle. Esta última y la evaluación de la conducta establecen una reja de codificación de los atributos personales. Actúan como normas, capacitando las previsiblemente aleatorias e impredecibles complejidades de la conducta humana, para codificarlas desde un punto de vista conceptual y conocerlas en términos de juicios como el de conformidad o el de desviación de estas normas.

6.3. La psicología como ciencia que participa en la institucionalización de la democracia: la dirección del orden social, autoritarismo y emancipación Si la Psicología, tal como hemos visto, participa creando y confiriendo significado y valor a términos para referirse a los humanos y sus capacidades, personalidades, reacciones, comportamientos, etc., es decir, constituyendo el campo de la subjetividad en sí misma como un posible objeto del gobierno racional, ello significa que podemos ir más allá en esta explicación y pasa a ser posible concebir los objetivos deseados: autoridad, tranquilidad, salud/bienestar, felicidad y eficiencia social, alcanzables por medio del gobierno sistemático de la subjetividad. Esto hace que se construyan argumentativamente como dependientes de la producción y utilización de las capacidades y propensiones mentales de los ciudadanos individuales. Por poner un ejemplo, cuando se presenta la idea de tranquilidad a partir de imágenes que nos hacen pensar en la publicidad, en artículos científicos u otros sobre la armonía, la no excitación para el bien psíquico personal o como base de las relaciones, se transmiten de hecho objetivos sociales: control, tranquilidad, centrarse en lo individual y dedicarse a uno mismo, etc. Castel (1980), afirma que tanto la Psiquiatría como la mayoría de las prácticas terapéuticas mantienen sobre ellas mismas un discurso autojustificador que tiende a reducir la totalidad de sus funciones y de sus efectos a la finalidad explícita y “noble” en que se reconocen: su vocación terapéutica. En concreto, los psicólogos sociales han participado en este proceso de individualización proporcionando toda una serie de cualidades personales internas, actitudes, creencias, motivaciones, tipologías personales, personas cognitivamente simples o complejas, etc., que, asimismo, constituyen las realidades de la vida cotidiana.

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Lo que se pone en evidencia es que las ciencias psicológicas funcionan como dispositivos que permiten producir y gobernar la subjetividad constitutiva de los sujetos libres que producen y necesitan las democracias (Ibáñez, 1990). Es decir, que permiten equiparlo con los sentimientos, motivaciones, deseos, identidades, representaciones y valores que lo convierten en un sujeto gobernable sobre la base y en nombre de su libertad. Para ello es preciso ordenar y normalizar el campo de las relaciones sociales, tanto sobre el plan de las relaciones interindividuales como en el de las intragrupales. En síntesis, para este orden social se precisa que el dominio de estas relaciones por parte de los mismos agentes sociales permita reducir al mínimo la intervención coercitiva de las instancias encargadas de gobernar la sociedad. Así, a la Psicología le corresponde producir el conocimiento y procurar el vocabulario que permitan dirigir las relaciones sociales de manera no coercitiva; es decir, haciendo creer al sujeto que posee el dominio. Esta asociación entre ambiciones de gubernamentar, demandas organizacionales, conocimiento científico, expertos profesionales y aspiraciones individuales es fundamental en la organización política de las democracias liberales. Constituiría el hecho de actuar a distancia, por parte de las autoridades políticas, sobre las aspiraciones de los individuos, familias y organizaciones. Esto es posible por la diseminación de vocabularios para entender la vida y las acciones de la persona, vocabularios que son autorizados, puesto que parece que provengan de los discursos racionales de la ciencia. Es decir, menos cuestionables, partiendo del hecho de que se supone que son verdaderos, en comparación con los valores (que parecen más arbitrarios) de la política. Dependen de la acreditación de los expertos, que tienen poder para prescribir vías de actuación a la luz de la verdad, y como si no fueran intereses políticos. Operan no por coacción, sino por persuasión (Rose, 1989).

6.4. Aspectos socioconstruidos de las operaciones que llevamos a cabo sobre nuestro propio yo: instituciones, self, regulación social y resistencia Otro aspecto íntimamente vinculado al anterior es el de las transformaciones que podemos hacer nosotros mismos por medio de la evocación de la auto-

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conciencia y el deseo de realizar rectificaciones para conseguir unos objetivos determinados, que nos parecen privados y personales, cuando, en realidad, a menudo coinciden con la búsqueda de un beneficio social en el cumplimiento personal. Es decir, nuestra búsqueda de la propia identidad, que está constituida por las formas de identificación y prácticas de individualización por las que estamos gobernados y con las que nos proveen de las categorías y objetivos con los que nos gobernamos a nosotros mismos. Ésta constituye una transformación del individuo, no por medio de la inculcación de los hábitos de obediencia, sino de la evocación de la autoconciencia y del deseo de hacer rectificaciones. Estos instrumentos no sólo buscan dominar la subjetividad, sino también producir individuos que se atribuyan un cierto tipo de subjetividad y que se evalúen y se reformen ellos mismos de acuerdo con sus normas: serían las tecnologías del yo que plantea Foucault. La idea principal sería que, por medio del pronunciamiento de expertos, tanto a partir de la letra impresa como de los medios de comunicación, tales como televisión, radio, etc., se teje la fabricación de nuestra experiencia de cada día, nuestras aspiraciones e insatisfacciones. Con la aproximación a estas tecnologías del self, estamos gobernados por nuestro compromiso activo en la búsqueda de una forma de existencia que, a su vez, es cumplimiento personal y beneficio social. Con las aportaciones de Foucault (1976), Rose (1990) e Ibáñez (1990a, 1990b), tendríamos que, con las actuales racionalidades políticas y tecnológicas de gobierno, los sujetos están obligados a ser libres, a buscar la felicidad y la autorrealización. El ciudadano no está dominado o reprimido por el poder, sino sometido, educado y solicitado dentro de una silenciosa y flexible alianza entre interpretaciones personales, ambiciones y maneras de vivir valoradas institucional o socialmente. De este modo, los lenguajes y las técnicas de la Psicología proporcionan vínculos vitales entre el gobierno contemporáneo y las tecnologías éticas por medio de las cuales los individuos modernos gobiernan sus vidas. En el complejo de poderes sobre la subjetividad, lo social se ha inscrito en el verdadero interior de nuestra alma. Estamos gobernados, como subraya Rose (1989), por la delicada y minuciosa infiltración de los sueños de autoridad y de

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entusiasmos de expertos en nuestras realidades, nuestros deseos y nuestras visiones de libertad. Un trabajo que ejemplifica lo anteriormente tratado es el de Kitzinger (1989), que explica cómo los textos liberales despatologizan el lesbianismo, presentándolo como una preferencia sexual normal, natural y saludable o una elección de estilo de vida y que es ampliamente aplaudido en el movimiento gay. En realidad, es la aplicación selectiva de aspectos de la construcción liberal humanística dominante. Así, mientras sirve a los propósitos del lesbianismo, asegurándole una relativa aceptabilidad social, sirve, a su vez, a los propósitos del orden dominante, reforzando y validando su moral retórica. De esta manera, las explicaciones liberal-humanísticas del lesbianismo que apelan a las normas y valores occidentales ampliamente aceptados (la centralidad del amor romántico, la importancia de la felicidad personal, etc.) sirven, por tanto, irónicamente, para apoyar estas ideologías y estructuras sociales socavadas por la realidad lesbiana. Estas identidades son alentadas y promovidas activamente por la ciencia social, mientras que las identidades que implican un reto (por ejemplo, el feminismo lesbiano-político) son desacreditadas y suprimidas. Aplicando la retórica del “amor verdadero”, presentan el hecho de enamorarse como el producto de motivaciones, necesidades y pasiones innatas, independientes del control social. El efecto de esta ideología es privatizar el amor sexual-romántico como una especie de opio de las masas, que, de hecho, participa en la defensa de valores aún más importantes para el sistema que los que, en un primer momento, se puede imaginar. En resumen, lo que plantea esta autora en su trabajo es que la ideología de la felicidad verdadera y la autorrealización, que deviene socialmente sedimentada durante la década 1965-1975, y que está muy representada en la amplia selección de los textos de la psicología estadounidense de esta era, ha adquirido un poder socialmente persuasivo considerable, como una justificación para el resto de las conductas cuestionables, dado que la explicación de la autorrealización y la paz interna sirven de apoyo de un aspecto fundamental de la ideología dominante: el foco en un cambio personal como sustituto del cambio político. De este modo, este interés por conseguir la paz interior que propugna esta sociedad constituiría más una meta conformista que revolucionaria, haciendo pasar por aceptables situaciones que sólo rompen la norma en apariencia. No se trata de no reconocer la centralidad de la felicidad personal y

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el amor romántico como principios que guían la acción; sin embargo, es preciso cuestionar las implicaciones morales y políticas de dar prioridad a estos objetivos individualistas. Allí donde hay una explicación liberal sobre “el amor verdadero”, la explicación de Kitzinger examina el papel del amor romántico, la pareja y la monogamia en relación con la opresión de la mujer. Resumiendo, las instituciones sociales y las dinámicas que generan tienen una íntima relación con el pensamiento, tanto porque conforman su pensamiento activa y productivamente, como porque facilitan su aceptación sobre la base de que parecen fenómenos naturales y razonables dentro de la lógica que se establece. Por otro lado, esta relación con el pensamiento hace que puedan dirigir las acciones hacia lo que permite su supervivencia y que se puedan legitimar, dado que fabrican estas últimas desde la memoria hasta las identidades que son necesarias. Cualquier sociedad construye y legitima ciertos tipos de permisividades y prohibiciones, determinados valores y maneras de ser que transmite conformando el imaginario social y que tienen que ver con la idea de control social, entendida en un sentido amplio. Sin embargo, no se puede pensar su control social sin su vínculo con la libertad, la resistencia y la transformación social. Reconocer el papel de la Psicología como ciencia de la modernidad y como institución social del conocimiento sobre las personas implica reconocer su participación en la regulación social. Esto no sólo se entiende en el sentido de que la Psicología oprima y limite a los individuos, sino más bien entendiendo la Psicología como productiva, puesto que crea vocabulario para explicar la experiencia personal y configura nuevos sectores de la realidad, constituyendo subjetividades, a la vez que no queda exenta de una acción política, al participar en la regulación social o desarrollar unos efectos autoritarios vinculados al orden social dominante. Definir qué es normal y qué es patológico ha constituido un ejercicio de poder, definiendo, a su vez, quién es capaz de identificarlo y a partir de qué medios. Su poder parte, especialmente, de la acción conjunta entre gobierno y saber, y del hecho de dotarse de un discurso que se presenta como verdadero. Las instituciones sociales son cambiantes, así como los hombres y las mujeres. A partir de la constante actividad social, tanto las formas de regulación como las de resistencia transforman sus maneras de operar. La ordenación y distribución de los tiempos y actividades se complican cada vez más con el sis-

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tema del neoliberalismo y las sociedades informatizadas. El control social actual pasa por nuevas formas de subjetividad que aseguren sus valores y necesidades más básicas. Pero a su vez, las posibilidades de transgresión y resistencia coexisten con estos mecanismos.

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Capítulo IV. La memoria social...

Capítulo IV

La memoria social como construcción colectiva. Compartiendo y engendrando significados y acciones Félix Vázquez Sixto Juan Muñoz Justicia

Introducción “Memoria social” y/o “memoria colectiva” son nociones que utilizamos con asiduidad, o que escuchamos o leemos en los medios de comunicación. En principio y a simple vista, ninguna de estas nociones parece implicar mayores dificultades en cuanto a su sentido. Sin embargo, si reflexionamos un poco sobre ellas, podremos comprobar que este paralelismo no resulta tan obvio. Utilizar el rótulo memoria social no parece suponer demasiados problemas. Se podría pensar que es la memoria que una persona conserva sobre hechos y acontecimientos de su sociedad. Aunque a lo largo del capítulo podrá verse que esta noción es bastante más compleja. Por el momento, lo que nos interesa señalar es que el énfasis del recuerdo recae en el individuo; quizá, nada que en principio llame la atención. Sin embargo, fijémonos ahora en la etiqueta memoria colectiva. Posiblemente, hay algo que, en este instante, ya no nos pasa desapercibido: ¿una colectividad que recuerda? ¿Cómo puede un proceso psicológico o mental vincularse a un proceso plural y heterogéneo? A diferencia de la noción de memoria social, la de memoria colectiva no remite de manera tan directa y automática a una persona que recuerda. Parecería que estuviéramos utilizando una idea contradictoria, o que manejásemos una paradoja. La razón de nuestra sorpresa ante la noción de memoria colectiva se explica, en buena medida, por lo que está inadvertido en la noción de memoria social,

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puesto que estamos acostumbrados y acostumbradas a considerar la memoria como una función psicológica o mental y, por consiguiente, genuinamente individual. Sin embargo, antes de extraer una conclusión demasiado rápida, es conveniente detenerse a pensar si, en efecto, considerar que la memoria es algo incontrovertiblemente individual es la única forma de conceptualizarla. Incluso sería preciso recapacitar respecto a cómo hemos llegado a establecer que es así. Y, por supuesto, también es conveniente pensar si pueden existir planteamientos alternativos que consideren la memoria, no como una capacidad individual, sino como un proceso social. Es la reflexión sobre éstas y otras cuestiones lo que nos proponemos en este capítulo. Para ello realizaremos un triple recorrido. En primer lugar, analizaremos qué asunciones y prácticas permiten sostener la concepción individual de la memoria y qué consecuencias se derivan de ello. Nos serviremos para realizar este recorrido de la deconstrucción de la mencionada concepción, lo que nos ayudará a poner de manifiesto sus premisas implícitas y las consecuencias que se derivan de las mismas. Mostraremos cómo esta noción constituye un producto histórico y uno de los múltiples enfoques posibles para definir la memoria, pero no el único ni, probablemente por las dificultades que señalaremos, el más adecuado. En segundo lugar, haremos un recorrido por algunas de las aportaciones de diferentes autores que, en los albores del siglo

XX,

elaboraron propuestas y re-

flexiones alternativas sobre la manera de entender y estudiar la memoria, y que supusieron, y todavía hoy suponen, una ruptura y una trasgresión de las ideas dominantes. Veremos como sus propuestas conciben la memoria como proceso y producto social, destacando su carácter comunicativo y el papel indispensable del contexto histórico, social y cultural para construirla, mantenerla y hacerla circular. Y, por último, entroncando con estas aportaciones, veremos cuáles son los fundamentos y desarrollos del estudio y comprensión de la memoria social desde la Psicología social crítica. En este tramo final del recorrido planteado, examinaremos cómo en el estudio de la memoria se destaca su carácter argumentativo y retórico, vinculado a los contextos comunicativos y a las producciones discursivas vigentes en la sociedad, poniendo de manifiesto su carácter de producción de presente y su papel de vínculo relacional.

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Para vehicular las propuestas y consideraciones precedentes, hemos concebido este capítulo no sólo como una mera exposición de contenidos. Pretendemos que sus páginas aparezcan atravesadas de diferentes fenómenos y procesos psicosociales a fin de revisarlos a través de la práctica de una actividad reflexiva y crítica. Asimismo, ha sido nuestra intención enfatizar y trasladar la importancia que tiene asumir la relevancia de la dimensión histórica y simbólica para la construcción de los fenómenos y procesos sociales. Del mismo modo, a lo largo de todo el capítulo se defiende la pertinencia de analizar la memoria, no como una capacidad o proceso mental individual, sino considerarla como una acción social. En este sentido, se acentúa la importancia de reconocer la relevancia de los contextos de relación en la creación, mantenimiento y transformaciones de la memoria social. Por fin, pretendemos que con la lectura del capítulo se pueda comprender la trascendencia de la construcción conjunta de significados en el mantenimiento y transformaciones de la memoria social. Para finalizar esta introducción y entrar de lleno en el capítulo, podríamos empezar con una propuesta de reflexión: Solemos pensar que la memoria es una facultad individual. Habitualmente, consideramos, asimismo, que la memoria es falible pero, sin embargo, exigimos a los demás y nos exigimos a nosotros mismos recordar con exactitud. No obstante, es evidente que no recordamos porque sí, sino que tenemos razones para recordar, y hacemos memoria en contextos específicos (históricos, sociales, económicos y políticos) que nos exigen determinadas maneras de recordar y elaborar los recuerdos. Brevemente, recuerdan personas concretas que tienen razones para recordar y lo hacen en contextos específicos. Sin embargo, esto no es todo; las personas individualmente, pero básicamente por su pertenencia a grupos, luchan por defender una memoria que, lógicamente, significa el abandono de otras. A su vez, organizaciones, instituciones, medios de comunicación y otros agentes colectivos también intentan instaurar sus memorias y anular otras. ¿Cómo podemos congeniar todos estos aspectos con una concepción de la memoria como capacidad individual? ¿Es posible mediante una única referencia a un proceso mental explicar qué es, cómo se organiza, cuál es su significado en las relaciones y qué papel cumple en la sociedad?

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1. Las dimensiones psicosociales de la memoria “Recuerdo que…”, “mi memoria es…”, “la memoria es frágil”, “conviene que recordemos…”, “debemos luchar contra el olvido…”, “no lo olvidaré nunca”. Utilizamos estas expresiones y otras en nuestras conversaciones cotidianas; sin embargo, a menudo también hablamos sobre qué es recordar bien o mal, qué significa tener buena o mala memoria… y, en general, no nos encontramos con demasiados problemas. Entendemos a los demás cuando nos dicen que recuerdan, o que han olvidado, nos fiamos de su palabra cuando nos relatan sus recuerdos, aunque a veces discutimos lo que nos cuentan y ponemos en tela de juicio la verosimilitud de sus recuerdos, la confianza que nos merece su memoria o, directa y destempladamente, les decimos que lo que recuerdan no puede haber ocurrido. Todo parece bastante rutinario cuando hablamos o utilizamos como referentes en nuestras relaciones cotidianas “procesos psicológicos”. No obstante, si prestamos un poco de atención, todo esto que nos parece rutinario y convencional deja de serlo y se convierte en un asunto problemático. Todo depende del enfoque. Esto es lo que intentaremos ver a lo largo de los siguientes apartados.

1.1. Desconstruyendo una noción a partir de su formulación

¿Es la memoria una actividad inherentemente social o es una capacidad individual? Esta pregunta, tan simple en apariencia, vertebra la controversia en los estudios de memoria social, determinando su investigación y su comprensión. En este apartado estudiaremos algunas de las implicaciones que comporta la ilusoriamente sencilla operación de definir la memoria y realizaremos una primera aproximación a la relevancia que los factores sociales suponen para su investigación, explicación e interpretación. La noción más frecuente entre los psicólogos y psicólogas de la memoria y que, curiosamente, suele coincidir con la acepción que le conferimos en muchos contextos de nuestra vida cotidiana, es la que la define como la capacidad de almacenar y recuperar información. Quizá por el hecho de constituir una de las

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acepciones que utilizamos con frecuencia, nos pasan desapercibidas algunas premisas implícitas en esta noción y, todavía un aspecto que resulta aún más importante, no tenemos en cuenta algunas consecuencias que imponen estas premisas en la concepción y el estudio de la memoria. Una exploración superficial nos permite identificar, como mínimo, tres premisas implícitas en las que se sostiene la noción que hemos mencionado: 1) La primera se desprende de la consideración de la memoria como una capacidad o, lo que es lo mismo, su asunción como una facultad de carácter individual. Es decir, como una propiedad que está contenida dentro de los límites de nuestra cabeza y que constituye una cualidad que posee cada persona para poder realizar algo. 2) La segunda se desliza en el énfasis depositado en las funciones atribuidas a dicha capacidad: el almacenamiento y la recuperación. Es decir, la asunción de que los conocimientos que poseemos están estructurados y organizados, los procesamos y disponemos de medios para acceder a ellos, conservarlos, localizarlos, reconocerlos y, evidentemente, el papel que juega el olvido en este proceso. 3) La tercera premisa sostiene que esa capacidad que despliega cada persona individualmente sirve a una finalidad: recoger nueva información o perfeccionar la que se posee mediante una serie de operaciones. Examinemos un instante estas premisas. La primera pregunta que parece pertinente plantearse es cuáles son los fundamentos que permiten considerarlas como enunciados indiscutibles y construir a partir de ellos nuestra concepción de la memoria. O, planteado de otra manera, ¿podríamos utilizar premisas diferentes, formando con ellas una noción diferente? O, por el contrario, ¿es imprescindible que asumamos las premisas mencionadas como única demarcación posible de lo que es la memoria? La segunda pregunta está dirigida a entender cuál es el fundamento que permite justificar que lo que definimos como memoria (apoyándonos en las funciones de almacenamiento y recuperación) es, en efecto, la memoria y no otra facultad. O formulada de otra manera, la noción de memoria, ¿es algo que nos viene dado o, por el contrario, somos las personas quienes la definimos y diferenciamos de los sueños, de la imaginación, etc.?

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La tercera pregunta se refiere al carácter individual de la memoria. Si la memoria es una facultad que se encuentra dentro de la cabeza de las personas, ¿cómo podemos acceder a ella? Y, ¿cómo podemos determinar que los conocimientos están organizados, clasificados, localizados y resolver que podemos reconocerlos? Y una última pregunta, aunque no se agote aquí la interrogación: ¿por qué el énfasis de la noción de memoria se deposita en el almacenamiento y la recuperación y no en las acciones que permite realizar la simple apelación al recuerdo, el sencillo recurso de apoyarnos en un enunciado? O lo que es lo mismo, ¿por qué no se estudia la memoria por los significados que permite articular y por el papel que ejerce en las relaciones sociales? Como se puede observar, son muchos los interrogantes que, con un análisis sucinto de las premisas implícitas en la noción de memoria, pueden exponerse. Quizá ahora todo ello resulte oscuro y complicado. Lo cierto es que aquello que cuestiona lo que damos por sabido y evidente suele serlo. Sin embargo, puede descubrirse todo más claro si exploramos algunas de las consecuencias que se desprenden directamente de las premisas implícitas en la definición.

1.2. De los postulados a las consecuencias

Adoptar una noción o una definición nos obliga, para poder ser congruentes con sus supuestos o premisas, a operar de un modo determinado y así mantener su sentido, evitando que se convierta en prescindible o innecesaria. Es decir, adoptar una determinada noción, sea cual fuere, tiene consecuencias: prescribe determinadas operaciones. Veamos algunas de las que se derivan de la noción de memoria que estamos analizando.

1.2.1. Sobre el carácter individual de la memoria

Si la memoria es una capacidad individual, ineludiblemente nos vemos obligados a estudiar cómo es y cómo funciona el recuerdo de cada persona. Debe-

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mos acceder a su mente tratando de examinar datos puros y no mediatizados por ninguna marca de subjetividad y, sin duda, que no interfiera nada de lo que se considera ajeno a un “proceso puramente psicológico”. Este objetivo acaba determinando lo que podemos estudiar, que suele ser lo siguiente: cómo se almacena y se recupera la información, la rapidez de asimilación y la pérdida de información, la cantidad de información que puede almacenarse y el tiempo de retención, cómo funciona el olvido, etc. Evidentemente, no se trata de minimizar la importancia que pueden tener estos aspectos, pero sí que parece imprescindible examinar si son los más definitorios para entender qué es la memoria y cómo la utilizamos en nuestra vida cotidiana. Asimismo, conviene reflexionar sobre qué se entiende por un “proceso puramente psicológico”. Ciertamente, cada vez más estudios, todavía partiendo de la premisa individualista, consideran indispensable tomar en consideración los factores sociales como contexto o como facilitadores o inhibidores del recuerdo individual. ¿Significa esto introducir las dimensiones psicosociales de la memoria?

1.2.2. Sobre el tipo de información almacenada

Si la memoria constituye la capacidad de almacenar y recuperar información, parece pertinente preguntarse qué incluimos en este concepto: las experiencias, el bagaje de nuestra socialización, los conocimientos adquiridos en nuestra formación, lo que hemos oído o visto, las conversaciones en que hemos participado, los objetos, los espacios, los afectos, las informaciones, la identidad, el significado de palabras, nuestro idioma... la lista es interminable y, en realidad, la memoria lo incluye todo. Sin embargo, con esta inclusión global, la Psicología de la memoria establece distinciones. Se acostumbran a identificar diferentes sistemas y subsistemas de memoria. Habitualmente se reconocen tres sistemas principales que incorporan distintos tipos de información y que interactúan entre sí: la memoria a largo plazo, la memoria a corto plazo y la memoria sensorial. El criterio adoptado para establecer esta taxonomía es doble: el tiempo de retención y los contenidos. Así, considerando el tiempo de retención, la memoria a largo plazo se re-

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fiere a la información almacenada el tiempo suficiente para resultar accesible durante un periodo superior a algunos segundos. Tomando como criterio los contenidos, la memoria a largo plazo se parece a la concepción cotidiana que manejamos de la memoria y se suele dividir en memoria episódica (recuerdo de acontecimientos concretos, p. ej., haber tomado el autobús por la mañana) y la memoria semántica (conocimientos sobre el mundo: significados de palabras, la capital de Alemania o la receta del pan). La memoria a corto plazo es de capacidad limitada y funciona como almacén temporal de la información que es esencial para tareas (p. ej., calcular, recordar un número de teléfono mientras se marca). Finalmente, la memoria sensorial se suele subdividir en visual, auditiva y sináptica. Podemos interrogarnos sobre estos criterios. ¿Puede interpretarse el tiempo de retención abstrayéndolo de las prácticas y contextos sociales? ¿El tiempo de retención es para los seres humanos simple duración o es un tiempo significativo relacionado con los contextos de relación? ¿Cuál es el fundamento intrínseco que permite decidir si un contenido pertenece a un sistema u otro de memoria? ¿Quién decide tal asignación?

Aunque la distinción entre sistemas pueda ser operativa para establecer una taxonomía y, asimismo, enfocar el estudio de la memoria, se trata de una premisa que repercute sobre su examen, por lo que difícilmente se podrá sostener como una característica intrínseca de la memoria. Como veremos en el subapartado “Sobre fedatarios/fedatarias de la realidad y ‘exteriorización’ de la memoria”, siempre es un agente el que decide qué sistema o subsistema se analiza en cada momento, y lo que en un principio podría ser una simple convención entre estudiosos y estudiosas, se acaba convirtiendo en la memoria misma. Si lo planteamos en términos todavía más concretos, deberíamos preguntarnos si las personas, cuando recordamos, somos capaces de distinguir con nitidez aquello que se refiere a experiencias, a aprendizajes, o si el tiempo de retención constituye en nuestra cotidianidad un aspecto esencial relacionado con el significado que conferimos a la información o es más bien el contexto y las relaciones en que la “clasificación de la información” y el “tiempo de retención” adquieren su importancia.

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1.2.3. Sobre fedatarios/fedatarias de la realidad y “exteriorización” de la memoria

La calidad y la cantidad de la información o, lo que es lo mismo, la exactitud en la recuperación de información, constituyen uno de los fundamentos que sostienen la memoria como capacidad y que vertebran su estudio. De nuevo nos encontramos con diferentes problemas. El primero está relacionado con quién es el agente depositario de la información auténtica que pueda dar fe de que nuestro almacenamiento y recuperación de información son correctos. Es decir, ¿cómo se puede saber si alguien recuerda bien o mal? ¿Cómo se puede averiguar si la información evocada es completa o es parcial? ¿Cómo se puede establecer si contiene errores o distorsiones? ¿Cómo se puede identificar si hay confusiones o si es fiel a la realidad? Evidentemente, una persona puede erigirse como agente y establecer, a priori, qué versión de un acontecimiento es la exacta o decidir qué material debe memorizarse literalmente. Este agente es el experimentador o analista; una persona ajena a quien recuerda. Es la imposición de su criterio lo que decide las respuestas y las preguntas que acabamos de señalar; él/ella será el fedatario/fedataria de la versión auténtica e incuestionable. Sin embargo, para poder actuar así deberá recurrir a un criterio de autenticidad que sea incontrovertible; es decir, a una autentificación externa para establecer la adecuación o corrección de un proceso interno1. El segundo problema se relaciona con la premisa individualista. Ésta nos dice que es cada persona quien custodia privadamente la información y quien debe recuperarla. Esto significa que la información debe ser “sacada al exterior” y, para ello, para “exteriorizar” los recuerdos, necesitamos recurrir al lenguaje. 1. Podemos memorizar un texto y, evidentemente, reproducirlo literalmente. Sin embargo, esta manera de actuar suele ser bastante excepcional en los contextos cotidianos. Consideremos qué ocurre cuando dos personas que han vivido una misma experiencia discrepan en sus recuerdos. ¿Qué hacen? ¿Pueden recurrir a una versión auténtica del pasado? ¿Quién se la proporcionará? En el caso de que exista alguien que lo haga, ¿no podría convertirse en un tercero en discordia? En el caso de aceptar esta tercera versión, ¿no la admitirían porque ponen su confianza en un mediador? ¿Lo harían porque esta persona presenta una mejor versión de lo que ocurrió? Si se presta atención, puede observarse cómo en estas preguntas siempre está presente una referencia a criterios sociales.

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El lenguaje, como ya sabemos, no está constituido por simples combinaciones de palabras que representan un objeto ni es una simple repetición, sino que su utilización se adecua a los diferentes contextos de uso para producir significados de todo aquello que es objeto de intercambio humano. No hablamos siempre de un mismo episodio del pasado de la misma forma: ni las palabras, ni la organización de los elementos del recuerdo, ni su secuencia, ni el énfasis y detalles que lo sostienen suelen ser los mismos. Pensemos en cualquier episodio de nuestro pasado. Ha sido un acontecimiento bastante angustiante para “no olvidarlo en lo que nos queda de vida y recordar todos y cada uno de los detalles”. Siempre que lo recordamos, ¿lo hacemos de la misma manera? ¿Lo interpretamos siempre igual? ¿Siempre nos sirve para explicar lo mismo? Continuemos pensando en el mismo episodio. Ahora se nos presentan diferentes oportunidades de contarlo: a un amigo, a una desconocida, a un psicólogo, a la audiencia de un programa de radio, etc. ¿Explicaríamos igual el mismo episodio aunque el interlocutor fuera diferente? Las diferentes maneras de narrar ¿constituyen inexactitudes? Si no lo son, ¿cómo se pueden explicar? ¿El énfasis que ponemos en lo que explicamos a cada uno de los interlocutores es el mismo? ¿Por qué hacemos estas diferencias? ¿Quizá al explicar el mismo episodio de manera diferente estaríamos recordando mal o mintiendo?

Este hecho representa una dificultad para tratar la memoria como mera literalidad, dado que, o bien estamos desvirtuando los usos de la memoria, o bien estamos desvirtuando la realidad en que la memoria adquiere sentido.

1.2.4. Sobre el método como prueba de verdad

La comprobación de la exactitud de la memoria, además de hacer imprescindible la utilización de versiones incuestionables, también determina el método de estudio. En efecto, si lo que quiere conocerse es la capacidad para almacenar y recuperar información, es imprescindible, como hemos visto en la consecuencia anterior, recurrir a sistemas de medida que sean lo más precisos posible. Lo habitual para garantizar las mediciones consiste en someter a las personas a un experimento (acreditando las condiciones de máxima fiabilidad y validez de la

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prueba) y favorecer que las diferencias habitualmente presentes en las evocaciones de cada persona desaparezcan mediante la uniformización por medio del método. La justificación de esta forma de hacer se suele avalar con la premisa de que la memoria de las personas es poco fiable y ello constituiría un obstáculo para acceder al verdadero funcionamiento de la memoria humana. Sin embargo, es preciso preguntarse si esta presunta falibilidad es un obstáculo o, más bien, una característica de la memoria. No obstante, se debe reflexionar también sobre si no se está depositando toda la carga de la prueba en el método, simplificando el proceso de recordar para poder estudiarlo experimentalmente y sustrayendo toda su complejidad, inserción social y vínculos en las relaciones humanas.

1.2.5. Sobre la función de la memoria

La última consecuencia que trataremos se refiere a la finalidad del almacenamiento: ¿para qué queremos almacenar información? La respuesta a esta pregunta no resulta demasiado sencilla. Evidentemente, se puede proporcionar una respuesta simple que consistiría en decir que almacenamos información para utilizarla en un futuro. Sin embargo, lejos de satisfacer la interrogación, lo que hace es abrir paso a nuevas preguntas: ¿cómo sabemos qué información necesitaremos o qué será relevante almacenar para un futuro? ¿Somos siempre conscientes de querer almacenar información? ¿Qué ocurre cuando queremos olvidar y no podemos? ¿Qué sentido y utilidad tiene un almacenamiento literal en una sociedad que se caracteriza por el cambio vertiginoso? También, en este caso, la lista de preguntas sería interminable. Sin duda, se puede proporcionar una respuesta más compleja. Sin embargo, esta respuesta sería, en primer lugar, cuestionarse la pregunta siguiente: ¿para qué tomar como punto de partida el almacenamiento de información y no las actividades en las que nos ocupamos las personas cuando “hacemos memoria”? El repaso de los postulados implícitos en la definición de memoria y de algunas de sus consecuencias nos devuelve, de nuevo, a la noción de memoria. Podemos definir la memoria tal como lo hace la noción que hemos examinado, nada lo impide. Ninguna definición es natural, sino que responde a una

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convención fruto de un acuerdo. Toda definición es una tipificación establecida por medio de las prácticas humanas y, por consiguiente, es una producción histórica. Por este motivo, nada impide que la podamos redefinir o revocar. Sin embargo, con independencia de su aceptación o refutación, debemos reflexionar sobre dos cuestiones: 1) La noción que hemos examinado, o cualquier otra, es arbitraria. Es decir, se podría haber establecido una definición diferente, enfatizando o resaltando atributos distintos al almacenamiento y a la recuperación, sin presuponer que éstos constituyen características intrínsecas que la definen. 2) Cualquier definición que se adopte acabará determinando la manera de enfocar su estudio y prescribirá los métodos que deberemos utilizar y las conclusiones que será preciso que establezcamos. Esto significa que conviene ser extremadamente cuidadosos y cuidadosas con las definiciones y anteponer la justificación y la argumentación al método. O, dicho con otras palabras, ningún método garantiza la validez o la pertinencia de una definición, sino que ésta adquiere sentido con los postulados o premisas que la sustentan.

El análisis precedente no se debe interpretar como una minusvaloración de los estudios realizados desde la Psicología de la memoria. Sólo pretende llamar la atención, por medio del cuestionamiento crítico, sobre lo imprescindible que resulta explicitar las premisas que sostienen una investigación, de lo inadecuado que es fragmentar un proceso complejo en operaciones simples y, sobre todo, de la necesidad ineludible de considerar las dimensiones sociales constitutivas de cualquier proceso psicológico. Todas estas consideraciones (premisas y consecuencias) nos llevan a plantear un conjunto de preguntas que nos permitirán ir señalando hitos que puntean en el mapa la geografía que recorreremos en los próximos apartados: ¿Es necesario conceptuar la memoria en términos de almacenamiento y recuperación? ¿Siempre se ha conceptualizado la memoria en estos términos? ¿Debemos adoptar como premisa que la memoria constituye una capacidad individual? Cuando “hacemos memoria”, ¿las personas siempre nos preocupamos de recordar con exactitud, o atendemos principalmente al contexto en el que recordamos? ¿Tiene como función la memoria almacenar información de cara al futuro? ¿Qué papel tiene el significado en nuestra memoria? ¿Cómo debemos entender la memoria en las relaciones sociales? ¿Cumple la memoria alguna función social? ¿El lenguaje y la comunicación sólo son accesorios de la memoria o son sus elementos constitutivos? ¿Es la memoria una capacidad excepcional o simplemente una práctica social como cualquier otra?

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1.3. La dimensión histórica de los estudios de la memoria

En este momento, ya son muchas las preguntas que nos hemos formulado sobre la noción e investigación de la memoria. Sin embargo, este itinerario para la interrogación quedaría incompleto si obviáramos el repaso, aunque sea sucinto, de la dimensión histórica y social de los estudios de la memoria. ¿Podemos identificar el origen de la noción de memoria que hemos examinado? Como cualquier ámbito de conocimiento, el estudio de la memoria y sus definiciones han surgido en un contexto histórico y social determinado, y han evolucionado por medio de este contexto sociohistórico y en dependencia con el mismo: mediante los conocimientos imperantes, las preocupaciones existentes, las prácticas instituidas, la cultura, etc., y, como veremos, por medio de las metáforas preponderantes en una determinada época o momento histórico (Draaisma, 1995), éstas, también, igualmente históricas. Sería demasiado prolijo hacer un repaso histórico exhaustivo de los diferentes enfoques y tradiciones en el estudio de la memoria, cómo se ha entendido y el papel que ha jugado en la historia del pensamiento y, por extensión, de la sociedad. La reflexión sobre la memoria y sobre los procesos mnemónicos ha sido, desde los presocráticos, una constante de la reflexión filosófica. Son múltiples las teorías que se han elaborado, así como los agentes que, con distintos acentos, las han formulado: teólogos, físicos, médicos, escritores, etc. Sin embargo, aunque las formulaciones son muy diferentes, es posible identificar una cierta conexión y un relativo encadenamiento. No obstante, del mismo modo que se puede identificar cierta concomitancia en la sucesión de formulaciones, también es posible identificar giros drásticos que interrumpen toda conexión con tradiciones anteriores y que se erigen en tratamientos totalmente diferentes. En la Psicología de la memoria es posible señalar como mínimo dos hitos que supusieron un profundo cambio, no sólo en la manera de estudiar la memoria, sino también en la forma como ésta se pasó a entender en la vida cotidiana: el giro experimental y el giro hacia el procesamiento de la información. Éstos constituyen los dos hitos en los que podemos ubicar el origen de los estudios de la memoria, tal como se suelen concebir en la actualidad.

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1.3.1. El giro experimental en los estudios de la memoria

La publicación en 1885 de Uber das Gedächtnis (‘Sobre la memoria’), obra del filósofo y psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus (1850- 1909), supuso una ruptura radical con toda la tradición anterior en los estudios sobre memoria. Este hecho no pasa desapercibido, dado que la mayoría de los manuales insisten con tenacidad en hacer corresponder la aparición de la Psicología de la memoria con esta circunstancia. El énfasis en la correspondencia no tendría más valor que el de una anécdota si no supusiera una identificación entre estudio de la memoria e investigación experimental. Sin embargo, como veremos, también implica la omisión de tradiciones anteriores y posteriores, puesto que no se amoldan a unos criterios apriorísticos y dominantes. Existe una opinión prácticamente generalizada de que la relevancia de la obra de Ebbinghaus no viene avalada por los resultados que obtuvo por medio de sus investigaciones, sino porque tradujo a un programa de investigación experimental el estudio de un “proceso psíquico superior”. Pero, sobre todo, porque el trabajo de Ebbinghaus permitió un espectacular desarrollo y expansión de la tecnología experimental, lo que contribuyó a conferir a la Psicología de la memoria una extraordinaria reputación. En efecto, en el trabajo de Hermann Ebbinghaus suelen establecerse las raíces del estudio experimental de la memoria y el olvido y, por consiguiente, el inicio de las investigaciones científicas de los procesos mentales superiores. El afán de Ebbinghaus por hacer de la Psicología una ciencia experimental2 similar metodológicamente a las ciencias naturales, aunque no desde un punto de vista conceptual, fue, seguramente, una de las constantes de su obra, tanto como para atreverse con la memoria, que él mismo consideraba muy compleja. No obstante, propuso simplificar la memoria para convertirla en algo abordable desde el laboratorio. En su obra, Hermann Ebbinghaus desarrolla con detenimiento tratamientos metodológicos en los que aborda preceptos estadísticos (formulaciones matemáticas para el tratamiento de la memoria) y experimentales (estandarización de condiciones, diseño de materiales y procedimientos, sistemas de medición, 2. La vindicación para la Psicología de la condición de ciencia natural constituyó una de las principales reclamaciones de Hermann Ebbinghaus. Sostuvo que, para estudiar los “procesos psíquicos superiores”, era ineludible utilizar la investigación natural exacta, el experimento y la medición.

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registros, estrictos protocolos experimentales, etc.) con el fin de acceder a las “leyes puras de la memoria” que abrirán caminos de lo que constituirá la orientación de las futuras investigaciones. De hecho, su trabajo se convirtió en una fuente de inspiración para otros científicos, lo que originó el diseño de procedimientos experimentales cada vez más formales y precisos, la construcción de instrumentos y equipos que permitían una presentación homogénea de estímulos y el desarrollo de métodos para el procesamiento de resultados cuantificados. Se puede decir que la tarea de Ebbinghaus determinó el estudio de la memoria durante el siglo XX. Esta afirmación no resulta exagerada, puesto que el tratamiento experimental y cuantitativo hizo que prácticas de investigación, que no utilizaban el método experimental en sus investigaciones, quedaran eclipsadas y fueran relegadas hasta casi el olvido al ser tratadas como intrascendentes y, sobre todo, como precientíficas. Con el objetivo de demostrar que era posible estudiar la memoria desde una perspectiva experimental, Ebbinghaus prescindió de la complejidad y pospuso cualquier reflexión teórica, hasta que se dispusiera de la tecnología experimental necesaria (Sáiz Roca y Sáiz Roca, 1989), lo que supuso una recesión de la reflexión sobre la memoria, que pasó a un tratamiento marcadamente metodológico y, en concreto, experimentalista. El legado metodológico de la obra de Hermann Ebbinghaus continúa vigente y es preponderante en la actualidad. Sin embargo, el reduccionismo característico de su tratamiento de la memoria sólo pervivió hasta la década de los cincuenta del siglo XX (Sáiz Roca y Sáiz Roca, 1989). En este momento irrumpe en escena, con una fuerza inusitada, el cognitivismo y, con éste, una preocupación diferente por los estudios de la memoria.

1.3.2. El giro hacia el procesamiento de la información: la metáfora del ordenador

Curiosamente, las explicaciones del comportamiento en términos de “información” por medio de tratamientos científicos y matemáticos corren en paralelo al desarrollo de la tecnología informática y tienen su origen en ámbitos externos a la Psicología. Con independencia de cuál sea su procedencia, lo que

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en realidad importa es que la producción de estos conocimientos supuso la apertura de una puerta en la Psicología para estudiar “procesos psicológicos superiores” sin prescindir de la metodología experimental. El cognitivismo supuso un cambio radical en la concepción de los seres humanos para las visiones dominantes de la Psicología. En lugar de tratarlos como simples organismos que responden, pasaron a ser agentes activos que operaban sobre información interiorizada. Es decir, “procesadores de información”. Traducido a preguntas, la consideración de las personas como procesadores de información hace que la Psicología se interrogue sobre cómo se adquiere la información, cómo se filtra y codifica, cómo se almacena, cómo se representa, cómo se organiza y estructura, cómo se recupera, cómo se utiliza, etc. Todos estos interrogantes encuentran respuesta en una analogía que es, al mismo tiempo, una metáfora: la “metáfora del ordenador”. “La metáfora del ordenador sugiere que la memoria humana, como un instrumento construido por la evolución, incluye un programa que, sin embargo, no fue aportado por el ‘Divine Hacker’. La misión de la Psicología cognitiva es subsanar este olvido. Para descubrir la arquitectura de nuestro propio programa mnemónico podemos recurrir a programas y sistemas que diseñamos para almacenar, manipular y reproducir datos. Según esta visión, los programas informáticos centrados en la simulación de procesos mnemónicos pueden hacer las veces de teorías.” Draaisma, D. (1995). Las metáforas de la memoria. Una historia de la mente (p. 195). Madrid: Alianza, 1998.

La metáfora del ordenador significó dos cambios sustanciales. El primero, posibilitar la comparación entre los resultados obtenidos experimentalmente y la simulación de procesos de memoria en ordenadores. El segundo, equiparar terminológicamente la memoria de las personas y la de los ordenadores, lo que dio origen a un espacio de intersección entre términos psicológicos y términos técnicos que contribuyó a reforzar la analogía: input, output, memoria de trabajo, almacenamiento, etc. remitían a procesos hipotéticos de la memoria en las teorías psicológicas, y a estructuras y mecanismos en la inteligencia artificial. El ordenador no sólo suministró metáforas específicas a la Psicología de la memoria, sino que le proporcionó el marco donde éstas adquirían sentido. “El ordenador hacía las veces de proveedor de nuevos términos y comparaciones, introdujo el ‘lenguaje informático’ en la Psicología de la memoria y ofreció a los

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investigadores de diversas tendencias una ‘lingua franca’ con las connotaciones de exactitud y precisión, una impresión que se veía reforzada por la costumbre tomada de la IA [inteligencia artificial] de esquematizar los procesos y estructuras de la memoria en diagramas de flujo.” Draaisma, D. (1995, p. 197).

La alianza entre el ordenador y la Psicología de la memoria contribuyó al fortalecimiento de los estudios cognitivos de la memoria. Por un lado, porque consiguió aglutinar en torno a un proyecto común a la mayoría de los investigadores e investigadoras de la memoria. Por otro, porque las aportaciones provenientes de distintas disciplinas se podían mostrar amparadas por planteamientos teóricos compartidos y expresarse con una terminología similar. Aunque la metáfora del ordenador inspiró algunas formulaciones teóricas y reconceptualizaciones sobre la memoria, no fue el principal impulso para la producción teórica del cognitivismo. Ciertamente, dotó de enorme prestigio a la Psicología de la memoria e incrementó su productividad; sin embargo, buena parte de su éxito se debió al perfeccionamiento de los dispositivos técnicos y experimentales. “Grandes partes de la elaboración de teorías sobre la memoria, como la de los registros sensoriales, los procesos de recuperación en la memoria a corto plazo, los experimentos de rotación con representaciones visuales y la estructura de la memoria semántica, parecen haberse beneficiado no sólo de la metáfora global de la ‘persona como sistema procesador de información’, sino sobre todo del ingenio metodológico y técnico. [...] ¿qué ofrecía la máquina que no tuviera la teoría? La respuesta es: la demostración. Una cosa es deducir teóricamente que si se recorre una serie de algoritmos se obtendrá la prueba de una tesis matemática, y otra muy distinta es que una máquina realmente lo haga. El hecho de que las máquinas realizaran, a través de un programa formal, sin intervención humana, tareas que antes se asociaban con el pensamiento y la creatividad, tuvo un efecto psicológico que los principios computacionales en sí nunca podrían causar. (A la pregunta de si habría podido desarrollar su teoría computacional sobre la mente humana de no haber existido los ordenadores, Marvin Minsky contestó: ‘En teoría sí. Pero nadie me habría creído’) (comunicado de prensa; 21 de octubre de 1989).” Draaisma, D. (1995, pp. 198-199).

Sin embargo, los procesos psicológicos poseen un desarrollo menos lineal y racional de lo que suponían las simulaciones con ordenador. Pensar, razonar,

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recordar constituyen procesos que se desbordan, no aparecen cerrados en sí mismos. En éstos intervienen las experiencias, los conocimientos, los sentimientos, la racionalidad vigente en una sociedad, las suposiciones, las deducciones lógicas, etc., infinidad de aspectos que exigen un tratamiento complejo e integrado. Podríamos decir, si nos ceñimos a la memoria, que la memoria del ordenador es demasiado buena y que en su infalibilidad reside su principal problema como para llevar al límite la analogía con la memoria de las personas.

1.4. La memoria como proceso psicosocial

Ni todos los estudios sobre la memoria, ni todas las propuestas y planteamientos que han orientado los estudios de la memoria responden al patrón descrito en los apartados precedentes. Frente a ellos y, muy habitualmente, desarrollándose en un paralelismo invisibilizado, se produjeron otros trazados que describen derroteros muy distintos. Estos itinerarios constituyen lo que podríamos denominar “aportaciones relegadas al olvido” o proscritas de la “historia oficial” de los estudios de la memoria. Esta omisión se explica porque las propuestas que revisaremos no responden a las concepciones de conocimiento e investigación dominantes en la Psicología. Sin embargo, como se verá, estas aportaciones no sólo son extraordinariamente originales, sino que también suponen corrientes alternativas, de una inusitada actualidad, que cuestionan la manera imperante de hacer psicología. Hemos intentado, en la medida de lo posible, dejar que las aportaciones se manifiesten por medio de su voz original. Por este motivo, cuando ha sido posible hemos recurrido a las citas en lugar de hacer interpretaciones sintéticas del texto.

1.4.1. “Esfuerzo en pos del significado” (effort after meaning): Frederic C. Bartlett Resulta extraordinariamente complejo y dificultoso intentar sintetizar en pocas líneas las premisas de los estudios sobre la memoria de Frederic C. Bartlett

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(1886-1969), básicamente por la concepción de su trabajo y su obra, con amplias y extensas ilustraciones e interpretaciones experimentales, y por su elaboración teórica que, en ocasiones, resulta un poco intrincada3 No obstante, sí que es posible, a pesar del riesgo de caer en una simplificación, recoger algunos de estos supuestos. Aquí nos limitaremos a cuatro de los mismos. El primero parte de la consideración de la vida como una actividad continua de adaptación entre respuestas que cambian y un medio que varía, por lo que la retención inalterada de experiencias sólo podría constituir un estorbo. “Recordar es una función de la vida diaria, por tanto ha tenido que desarrollarse de acuerdo con las exigencias de la misma. Dado que nuestros recuerdos se entremezclan constantemente con nuestras construcciones, quizá deban tratarse como poseedoras de un carácter constructivo.” Bartlett, F. (1932). Recordar. Estudio de Psicología experimental y social (p. 65). Madrid: Alianza, 1995.

El segundo se refiere al objeto de estudio: el análisis de las condiciones sociales del recuerdo y, más en concreto, de las acciones del recordar, desde el ámbito específico de la Psicología social. “...he intentado investigar sobre las condiciones sociales del recuerdo; aclarar algunos problemas de la determinación, dirección y modificación social de los procesos de recordar.” Bartlett, F. (1932, p. 62). “No cabe duda de que existen factores de origen social que influyen directa y poderosamente en buena parte del proceso humano del recordar.” Bartlett, F. (1932, p. 151). 3. Frederic C. Bartlett fue un psicólogo británico originalmente interesado en los procesos perceptivos. Sin embargo, muy pronto comprobó que este estudio le llevaba, casi de manera inevitable, al estudio del recuerdo. En un inicio, Bartlett siguió el camino empezado por Hermann Ebbinghaus; sin embargo, enseguida lo consideró insatisfactorio. Así, en contraposición a la insistencia de Ebbinghaus por simplificar las condiciones experimentales para poder hacer de la memoria algo manejable, Bartlett no prescindió de la asunción compleja de su estudio ni de su funcionamiento en la vida cotidiana. Bartlett utilizó el material que Ebbinghaus, en su énfasis por estudiar la memoria en su forma “pura”, había rechazado: historias, pasajes en prosa y dibujos; es decir, material con significado. Sus trabajos han supuesto una gran influencia en la Psicología cognitiva, de la que, con frecuencia, se le considera inaugurador; aunque en esta asimilación cognitiva, a menudo se ha relegado a un segundo plano, si no olvidado, el énfasis que este autor confería a los determinantes sociales e institucionales del recuerdo.

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El tercero sostiene la necesidad de tomar en consideración el comportamiento cotidiano de las personas, así como sus respuestas en el laboratorio. No obstante, establece una precisión con respecto a los estudios realizados en este último: los procesos de recordar suponen implicaciones sociales y, aunque se pueden estudiar en el laboratorio, su complejidad se ve disminuida al no poder conservar su particularidad. “El psicólogo, tanto si utiliza métodos experimentales como si no, trata con seres humanos y no simplemente con reacciones.” Bartlett, F. (1932, p. 62).

Finalmente, defiende que el estudio de un proceso mental superior como la memoria no se puede fragmentar, aunque ello signifique un incremento en la complejidad de su análisis. En este sentido, ningún análisis de un proceso mental se puede cerrar en la delimitación exclusiva de este proceso mental. “Es imposible entender ningún proceso mental de grado superior si se estudia simplemente por y para sí mismo. [...] No tenemos derecho a afirmar que un hombre reconoce, recuerda o piensa ‘gracias a que’ tiene una facultad específica para hacerlo [...] si intentamos resolver cualquier problema psicológico genuino, estamos obligados a aceptar ciertas actividades o funciones complejas como punto de partida. Tenemos que admitir el principio de que éstas no se han de multiplicar más de lo que sea absolutamente necesario; pero no hace falta pasar de ahí. [...] es casi imposible encontrar una sola actividad o función mental que a lo largo de la historia de la psicología alguien no haya considerado como punto de partida imposible de analizar. La razón reside en que los psicólogos siguen considerando que las soluciones a los problemas que todo proceso mental presenta pueden hallarse sin buscar más allá de los límites propios del proceso específico.” Bartlett, F. (1932, p. 254).

Estos supuestos articulan una manera de estudiar la memoria que, si bien se conduce por medio de la realización de experimentos, es una concepción insólita de la experimentación en la que destacan los análisis cualitativos y la relevancia concedida a los exámenes retóricos. Esta concepción, congruente con la concepción de memoria sostenida por Bartlett frente a las visiones pasivas que la analizan como una facultad, subraya el carácter procesual y activo de las acciones de recordar.

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1) Conectar lo actual con lo anterior Para Frederic C. Bartlett, percibir, imaginar o recordar constituyen funciones interrelacionadas que implican un proceso activo, aunque inconsciente. En este proceso siempre se produce un “esfuerzo en pos del significado”. Es decir, un empuje para conectar lo actual con algo anterior. Lo que percibimos, imaginamos o recordamos no es algo que surja de forma inmediata y espontánea, sino que se produce en este “esfuerzo”, en el intento de conectar algo dado con otra cosa diferente. “...podemos considerar cualquier reacción cognitiva humana –percibir, formar imágenes, recordar, pensar, razonar– como un ‘esfuerzo en pos del significado’. [...] Cuando intentamos descubrir cómo se hace esto nos encontramos siempre con que se produce un esfuerzo para conectar el material dado [se refiere al material presentado en un experimento] con otra cosa. Así pues, lo inmediatamente presente ‘representa’ algo que no está inmediatamente presente, originándose así el ‘significado’ en sentido psicológico.” Bartlett, F. (1932, p. 96).

Es precisamente este “esfuerzo en pos del significado” el que opone serias trabas para “...suscribir a la ligera la teoría de las inertes, fijas e inmutables huellas de la memoria” (Bartlett, 1932, p. 83). En este sentido, resulta muy esclarecedor cómo justifica Bartlett la utilización de material con signos gráficos para la realización de uno de sus experimentos, puesto que nos proporciona una clave de interpretación de la actividad del recordar: “Es indudable que al interrogar a una persona sobre una representación nos estamos alejando de las condiciones de la vida cotidiana. Las acciones y reproducciones habituales se producen en su mayoría de forma ocasional y accesoria respecto a nuestras preocupaciones primordiales. Comentamos con otras personas las cosas que vemos para valorarlas y criticarlas, o comparamos nuestras impresiones con las de los demás, pero normalmente no nos molestamos en buscar una total precisión de forma directa y expresa. Mezclamos la interpretación con la descripción, interpolamos cosas no presentes originalmente, transformamos las cosas sin esfuerzo y sin darnos cuenta de ello.” Bartlett, F. (1932, p. 152).

En efecto, recordar es algo más que reproducir, reiterar o imitar un acontecimiento. De hecho, lo más habitual es que introduzcamos en nuestros recuerdos

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todo tipo de alteraciones y transformaciones, no sólo en lo referente al contenido, sino también en cuanto a la organización y estructura de los relatos. Este efecto se produce en el caso de los experimentos, en el que se supone que las personas que participan en el caso de los mismos son más minuciosas de lo que suele ser habitual en la vida cotidiana. Por este motivo, no es difícil suponer que en contextos cotidianos, en los que se producen intercambios sociocomunicativos múltiples, este conjunto de transformaciones y alteraciones se vea aumentado. Al valorar los resultados de sus experimentos aplicando el método de la “reproducción serial”4, Frederic C. Bartlett sostiene: “[...] la abrumadora impresión que produce este tipo de experimento más ‘realista’ sobre la memoria es que el recuerdo humano suele hallarse enormemente sujeto a error. Parece que lo que decimos con el fin de que otros lo reproduzcan es realmente –en mayor medida de lo que suele admitirse por lo general– una construcción que sirve para justificar cualquier impresión que pueda haber dejado el original [se refiere al material utilizado en el experimento]. Es precisamente esta ‘impresión’, raramente definida con mucha exactitud, la que persiste con mayor facilidad. Mientras los detalles que se puedan construir alrededor de ella sean tales que le proporcionen un contexto ‘razonable’, la mayoría de nosotros nos sentimos bien y tendemos a pensar que lo que construimos lo hemos retenido al pie de la letra.” Bartlett, F. (1932, p. 242).

De manera muy sucinta, lo que sostiene Bartlett es que no se recuerda por medio de elementos que conservan individualmente su carácter específico, sino que el pasado funciona como un “contexto organizado”. 2) Esquemas y actitud Frederic C. Bartlett sostenía que el recordar tiene un carácter constructivo y, en este sentido, afirmaba que: “La primera idea que hay que eliminar es que la memoria es fundamental o literalmente reiterativa o reproductiva. En un mundo como el nuestro, en el que constantemente cambia todo a nuestro alrededor, el recuerdo literal tiene poca importancia. [...] De he4. El método de la reproducción serial consiste en proporcionar a los/as participantes en los experimentos un material que, en primer lugar, debe ser reproducido por la “persona A”, después la “persona B” debe reproducir la versión que le ha proporcionado A, a continuación a la “persona C” le corresponde reproducir la versión de B, y así sucesivamente, con el objetivo de obtener cadenas de reproducción. Los materiales que Frederic C. Bartlett utilizó fueron relatos populares, pasajes de prosa descriptivos y expositivos y material pictórico.

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cho, si nos atenemos a los datos más que a los supuestos previos, el recuerdo resulta ser mucho más una cuestión de construcción que una cuestión de mera reproducción”. Bartlett, F. (1932, pp. 272-273).

En efecto, recordar no consiste en una restitución de imágenes o una reexcitación de huellas fijadas, fragmentarias y sin vida, sino: “...una reconstrucción o construcción de imágenes formada a partir de la relación entre la actitud que mantenemos ante todo un conjunto activo de reacciones o experiencias pasadas, y ante un detalle sobresaliente que suele aparecer en forma de imagen o de lenguaje. Por ello, el recuerdo casi nunca es realmente exacto, ni siquiera en los casos más rudimentarios de recapitulación repetitiva”. Bartlett, F. (1932, p. 283).

La explicación de todo este proceso, aunque Frederic C. Bartlett muestra su preferencia por el de contexto organizado, descansa en el concepto esquema, que se caracteriza por ser: “[...] una organización activa de reacciones anteriores o de experiencias pasadas que supuestamente siempre tiene que estar funcionando en toda respuesta orgánica adaptada; es decir, siempre que haya un orden o regularidad en la conducta, es posible que se produzca una respuesta particular sólo porque está relacionada con otras respuestas similares que se han organizado de manera serial, y que sin embargo funcionan no sólo como elementos aislados unos tras otro, sino como un conjunto unitario. La determinación impuesta por los esquemas es el modo más esencial en el que nos vemos influidos por reacciones y experiencias que ocurrieron en algún momento de nuestro pasado. Todos los impulsos de una clase o modalidad dada que nos llegan contribuyen conjuntamente a construir un contexto organizado y activo: los visuales, los auditivos y diversos tipos de impulsos cutáneos, etcétera, en un nivel superior. Sin embargo, no existe la mínima razón para suponer que cada conjunto de impulsos que llega, cada nuevo grupo de experiencias perdura como un miembro aislado de una pasiva mezcla. Se han de considerar como componentes de contextos vivos, momentáneos, que pertenecen al organismo o a cualquier parte del organismo que esté implicada en dar una respuesta de un tipo determinado, y no como un conjunto de acontecimientos aislados enhebrados de algún modo entre sí y almacenados dentro del organismo”. Bartlett, F. (1932, pp. 269-270).

Recordar implica que el pasado ejerce una determinación, de la misma manera que la influencia de los “esquemas” es debida al pasado. Sin embargo, esta de-

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terminación del pasado es, en cierta manera, así, y funciona de este modo, en la medida en que las personas pueden “volverse hacia sus esquemas” y convertirlos en objeto de sus reacciones. Realizar esta operación no consistiría en analizar los contextos (puesto que los detalles aislados que los constituían habrían desaparecido), sino en construir o inferir a partir de lo que está presente los componentes probables que intervinieron en su constitución y el orden en que lo hicieron: “Se daría entonces el caso de que el organismo dijera, si pudiera expresarse, ‘tiene que haber ocurrido esto y lo otro y lo de más allá para que mi estado actual sea el que es’”. Bartlett, F. (1932, p. 271).

Todas las características sobresalientes del recuerdo se derivan de un cambio de actitud5 hacia los conjuntos de experiencias y de reacciones pasadas que operan en todos los procesos mentales de nivel superior. De hecho, cuando se construye algo, se trata de obtener una impresión general y, a partir de ésta, se construyen los detalles probables6. Este proceso de construcción que sirve para justificar la impresión general es la actitud. O lo que es lo mismo, el recuerdo es: “[...] una construcción en gran parte basada en esta actitud y su efecto general es una justificación de la misma”. Bartlett, F. (1932, p. 275).

3) Convencionalización Un aspecto relevante que Frederic C. Bartlett señala en el estudio del recuerdo es la “convencionalización”, puesto que permite ilustrar la influencia del pa5. Para Frederic C. Bartlett una actitud es un proceso psicológico no definible en términos psicológicos elementales. Se vertebra por el sentimiento y el afecto, y se caracteriza por la duda, la vacilación, la sorpresa, el asombro, la seguridad, el disgusto, el rechazo, etc. En relación con el acto de recordar, cuando se le pide a una persona que recuerde, Bartlett señala que lo primero que surge es algo de la índole de una actitud. 6. Percibir, imaginar y recordar son, para Frederic C. Bartlett, procesos activos interrelacionados. Resulta especialmente interesante la reflexión que hace Bartlett respecto a la conexión entre recordar e imaginar: “Considérese el caso de un sujeto que está recordando una historia que había escuchado hacía unos cinco años, en comparación con otro caso en el cual, a partir de ciertos elementos, esté construyendo lo que él considera que es una historia nueva. He intentado repetidas veces este último experimento y no sólo la forma y el contenido reales de los resultados, sino lo que es más importante por ahora, las actitudes del sujeto en ambos casos fueron sorprendentemente similares. En uno y otro era común encontrar la comprobación preliminar, el esfuerzo por llegar a algún lado, el cambiante juego de duda, satisfacción, etcétera, y la construcción final de toda la historia acompañada de un avance cada vez más seguro en una dirección determinada.” Bartlett, F. (1932, p. 273).

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sado en el presente. La convencionalización constituye un proceso mediante el cual cualquier elemento introducido en un contexto nuevo queda modificado por la influencia de convenciones y de las prácticas arraigadas en las personas entre las que se han introducido los nuevos elementos. La convencionalización resulta un proceso importante porque permite poner de manifiesto que en los grupos sociales se encuentran tendencias sociales de conservación, ampliamente aceptadas, y un impulso de esfuerzo constructivo. “Lo que en principio se destaca y lo que se recuerda en consecuencia es en cada momento, en cada grupo y en casi todos los temas resultado en buena medida de tendencias, intereses y hechos a los que la sociedad ha conferido algún valor.” Bartlett, F. (1932, p. 324).

En cualquier grupo se articulan prácticas, códigos y procedimientos formulados o no formulados, costumbres y tradiciones, etc. más o menos estables. Todos estos elementos garantizan la persistencia de los grupos y estructuran su vida, dotándolos de coherencia y haciendo que emerjan y se desarrollen opiniones sobre hechos, tradiciones, costumbres e instituciones que revierten sobre el grupo y le dan coherencia y subsistencia. Cuando se produce algún episodio que altera las opiniones del grupo, éste se modifica y se reorganiza y, simultáneamente, también se producen nuevas reorganizaciones de sus opiniones, lo que suele garantizar la continuidad del grupo.

1.4.2. Lenguaje, marcos sociales y grupos: Maurice Halbwachs No constituye un exceso calificar a Maurice Halbwachs7 (1877-1945) de figura emblemática en los estudios sobre la “memoria colectiva”, como tampoco es 7. Maurice Halbwachs se formó en Filosofía. Fue discípulo de Henri Bergson (1859-1941) y de Émile Durkheim (1858-1917) quien lo condujo a la disciplina que lo llevaría a ocupar la cátedra de Sociología de Estrasburgo. Realizó diferentes estudios sobre morfología social, siendo la investigación de las clases sociales (en particular, la clase trabajadora) uno de sus focos de análisis. Asimismo, elaboró distintos ensayos sobre autores tan dispares como Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) y Durkheim. Sin embargo, la gran aportación de Halbwachs al pensamiento social se encuentra en su estudio de las relaciones entre memoria y sociedad. Más concretamente, se podría considerar su trabajo como una teorización sobre la Psicología colectiva a partir del concepto de memoria. Fue el mismo Halbwachs quien introdujo la expresión memoria colectiva en el patrimonio terminológico de la Sociología y uno de los que más hizo por el desarrollo teórico del concepto por medio de diferentes trabajos.

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cometer una exageración sostener que, insoslayablemente, cualquier estudioso o estudiosa de la memoria social debe examinar atentamente y en primera instancia sus contribuciones. La diversidad de aspectos, la profundidad de los tratamientos y el enfoque complejo con el que Halbwachs aborda el estudio de la memoria, hace difícil la decisión de por dónde comenzar a glosar su trabajo. No obstante, la mejor forma de resolver esta dificultad es acometer en primera instancia la caracterización que Maurice Halbwachs hace de la misma. Para Maurice Halbwachs no existe conocimiento del pasado que sea simple conservación, puesto que no existe un pasado que sea inmutable e inalterable. El conocimiento del pasado mantiene una relación directa con la experiencia del presente, que es la que permite a las personas distinguir aquello que es merecedor de evocación como, asimismo, establecer su descripción. Ello supone que nuestra memoria no reproduce o imita el pasado, sino que lo reconstruye: “[...] partimos del presente, del sistema de ideas generales que está a nuestro alcance, del lenguaje y de los puntos de referencia adoptados por la sociedad, es decir, de todos los medios de expresión que ésta pone a nuestra disposición [...].” Halbwachs, M. (1925). Les cadres sociaux de la mémoire (p. 25). París: Albin Michel, 1994.

La reconstrucción del pasado que hacemos en el presente no sólo está conformada por lo que se podría denominar, para entendernos, “recuerdos stricto sensu”, sino que también la reconstrucción que llevamos a cabo del pasado se ve atravesada por conocimientos y saberes tejidos de tal modo que no resulta posible establecer una distinción entre los mismos: “[...] el recuerdo es en gran medida una reconstrucción del pasado con la ayuda de datos tomados del presente y compuesto, por otra parte, por diferentes reconstrucciones realizadas en épocas anteriores en las que la imagen de otro tiempo llega ya bien alterada.” Halbwachs, M. (1950). La mémoire collective (p. 119). París: PUF, 1968.

1) Lenguaje La reconstrucción del pasado indica que la memoria no es el resultado de la realización de un acto mecánico, sino la práctica de una función simbólica. Es decir, de la posibilidad de compartir significados con otros y construir comunicativa-

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mente el pasado por medio de la memoria. Referirnos al carácter compartido y a la dimensión comunicativa nos sitúa de lleno en el eje de articulación de la reconstrucción del pasado: la sociedad. Es ésta la que nos suministra los medios para construir la memoria y es la que hace posible el lenguaje, el instrumento fundamental de comunicación. “Es necesario renunciar a la idea de que el pasado se conserva tal cual en las memorias individuales, como si se hubiesen sacado tantas pruebas diferentes como individuos hay. Los hombres que viven en sociedad usan palabras cuyo sentido comprenden: ésta es la condición del pensamiento colectivo. Así, cada palabra (comprendida), se acompaña de recuerdos, y no hay recuerdos a los que no podamos hacer corresponder palabras. Hablamos de nuestros recuerdos antes de evocarlos; es el lenguaje y es todo el sistema de convenciones sociales que le son solidarias el que nos permite, en cada instante, reconstruir nuestro pasado.” Halbwachs, M. (1925, p. 279).

Para Maurice Halbwachs tanto la experiencia del pasado como la del presente es social. No surge espontáneamente y no posee unas características “de por sí” que se encuentren depositadas en la realidad a la espera de ser captadas. La experiencia surge de las prácticas comunicativas o, lo que es lo mismo, toda experiencia se reconstruye socialmente. En este sentido podemos decir que la memoria individual constituye el resultado de la participación de las personas en diferentes grupos en los que se reconstruyen distintas memorias colectivas que, a su vez, son resultado de prácticas comunicativas y de intercambios. “Lo más frecuente, si me acuerdo, es que los otros me incitan a acordarme, que su memoria viene en ayuda de la mía, que la mía se apoya en la suya. En estos casos, al menos, la evocación de los recuerdos no tiene nada de misterioso. No hay que buscar dónde están, dónde se conservan, en mi cerebro o en algún reducto de mi mente al que sólo yo tengo acceso, puesto que me son recordados desde afuera y los grupos de los que formo parte me ofrecen a cada momento los medios para reconstruirlos, a condición de que me vuelva hacia ellos y que adopte, al menos temporalmente, sus formas de pensar.” Halbwachs, M. (1925, p. VI).

Toda experiencia puede ser explicada porque se sitúa en el espacio de la comunicación, tiene una fijación lingüística. Ello significa que la acción de recordar su-

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pone el mantenimiento de relaciones con otras personas, sean estas relaciones reales o bien virtuales. Es decir, cuando recordamos, solemos hacerlo en presencia de otras personas, de manera que recordamos de manera conjunta. Sin embargo, también recordamos solos, lo que no significa que no haya una presencia de otros seres humanos, aunque esta última tenga un carácter virtual o implícito. “[...] se puede hablar de memoria colectiva cuando evocamos un acontecimiento que tiene lugar en la vida de nuestro grupo y que hemos interpretado, que interpretamos ahora, en el momento en que aún nos acordamos, desde el punto de vista de este grupo.” Halbwachs, M. (1950, pp. 65-66).

El carácter reconstructivo del pasado y su fundamento comunicativo implica que el pasado es susceptible de múltiples reconstrucciones. Los seres humanos y los grupos se encuentran en la encrucijada de una gran cantidad de corrientes de pensamiento colectivo, diferentes puntos de vista, distintas versiones que hacen que el pasado se pueda reconstruir, interpretar y reinterpretar continuamente, sin que el recuerdo se pueda atribuir a nadie en particular, dado que es una construcción colectiva. Ello supone un reconocimiento de la memoria como algo complejo, irreductible a simples estimaciones simplificadoras o a visiones únicas. 2) Grupos Para Maurice Halbwachs (1925, 1950), el grupo constituye la condición de la memoria: sin grupos, la memoria no sería posible. Sin embargo, sostiene también que la memoria es una condición indispensable para la existencia del grupo. Formulado en otros términos para reinterpretar el aserto halbwacsiano, se podría decir que no existe recuerdo sin vida social, así como tampoco hay vida social sin recuerdo (Ramos, 1989). Los recuerdos o fragmentos de recuerdos que parecen pertenecernos únicamente a cada uno de nosotros o de nosotras sólo pueden garantizar su permanencia (no inalterable, sino mutable) en la medida en que se vinculan a entornos sociales definidos y definitorios de grupos a los que pertenecemos. Sin esta vinculación, la memoria sería ininteligible. “[...] si bien la memoria colectiva obtiene su fuerza y su duración al tener por soporte a un conjunto de hombres, son, sin embargo, los individuos quienes recuerdan en

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tanto que miembros del grupo. De esta multitud de recuerdos comunes, que se apoyan unos sobre otros, no son los mismos los que aparecerán con igual intensidad para cada uno de los miembros del grupo. Diremos de buen grado que cada memoria individual constituye un punto de vista sobre la memoria colectiva, que este punto de vista cambia de acuerdo con el lugar que ocupo, y que este lugar cambia él mismo de acuerdo con las relaciones que establezco con otros medios. No es sorprendente, pues, que de un instrumento común no todos obtengan el mismo resultado. Sin embargo, cuando se intenta explicar esta diversidad, se desemboca siempre en una combinación de influencias, que son todas ellas de naturaleza social.” Halbwachs, M. (1950, pp. 94-95).

La conciencia que tienen los miembros de un grupo de compartir su pasado es lo que contribuye a crear la identidad de grupo. Es decir, los diferentes avatares por los que el grupo ha ido pasando permiten a sus miembros reconstruir un pasado común y, de este modo, ir forjando la idea de un nosotros. Sin embargo, no es sólo el reconocimiento de experiencias compartidas lo que provee de identidad al grupo, sino que en esta constatación debe estar insertada en una dimensión fundamental: el tiempo. En efecto, el hecho de compartir experiencias y acontecimientos comunes que no son efímeros, sino que se prolongan en el tiempo y que resisten su paso, permite erigir una identidad de grupo como algo sólido, firme y persistente y, paralelamente, permite que cada uno de sus miembros se sienta integrante y partícipe de este grupo. Como señala Ramón Ramos: “El grupo es, pues, lo que le ha ocurrido [a la persona]; en esos acontecimientos se contienen las claves por las que se auto-comprende y es comprendido por los demás; su ‘historia’ muestra su identidad y es, a la vez, su identidad.” Ramos, R. (1989). Maurice Halbwachs y la memoria colectiva. Revista de Occidente, 100, 77.

Asimismo, la identificación de la persona con el grupo y el sentirse miembro y partícipe de éste suponen también la emergencia de un aspecto importante de la memoria: su carácter normativo. Es decir, cada recuerdo colectivo constituye para el grupo no sólo una oportunidad de consolidar su identidad, sino que también supone una enseñanza y un ejemplo que hay que seguir.

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3) Contenido de la memoria Siempre que recordamos lo hacemos en virtud de algo relativo a nuestra experiencia. No podemos recordar nada que sea asocial básicamente por dos razones. Por un lado, porque ninguna experiencia que pueda considerarse como tal se puede situar al margen de los fenómenos que tienen significado en una cultura, en una sociedad y en un momento de la historia. Por otro lado, ninguna experiencia puede interpretarse y comprenderse si no hacemos uso de los instrumentos que nos facilita nuestra sociedad para hacer inteligibles nuestras experiencias, nuestros sentimientos o nuestras percepciones8. La presencia de otras personas en nuestros recuerdos y cuando recordamos pueden entenderse en dos sentidos: recordar en copresencia y que en nuestros recuerdos participan otros seres humanos. Sin embargo, se puede entender también en el sentido de que, cuando recordamos estando solos, la presencia y la influencia de la sociedad no desaparecen, sino que continúan siendo aquello que posibilita la acción de recordar.

“[...] cuando el hombre cree encontrarse solo, cara a cara consigo mismo, otros hombres emergen y, con ellos, los grupos de los que proceden. [...] La sociedad parece detenerse en el umbral de su vida interior. Pero sabe bien que, incluso entonces, el hombre no se evade de ella más que en apariencia y que, quizá, en ese momento, cuando parece pensar menos en ella, es cuando desarrolla sus mejores cualidades de hombre social.” Halbwachs, M. (1925, p. 109).

8. Tal vez pueda entenderse mejor el carácter social de lo que acostumbramos a asumir como una experiencia privativa y mental si examinamos someramente un sentimiento como el amor. Aunque solemos concebirlo como algo exclusivamente accesible a cada uno de nosotros/as, este sentimiento sólo es interpretable en la medida en que a lo largo de nuestra vida hemos ido adquiriendo las habilidades necesarias para reconocerlo como tal, para distinguirlo de otros sentimientos y para darnos cuenta de si otras personas experimentan lo mismo. Es decir, aunque a primera vista pueda parecer algo muy privativo, en realidad está inserto en un marco social que lo hace inteligible a todos y a cada uno de los miembros de una sociedad. Sin embargo, esta inteligibilidad también procede de los instrumentos que la sociedad de la que formamos parte pone a nuestro alcance para poder interpretarlos y, por ello, en nuestra sociedad se establecen distinciones tan pintorescas como la del amor fraternal, el amor filial, el amor romántico, etc.; o se trata el amor como una magnitud y operamos con él, por ejemplo, cuando afirmamos que queremos a alguien mucho, a otro nada, a un tercero poco y a nosotros mismos como a nadie y nada en el mundo; o, incluso, cuando establecemos distinciones tan precisas entre amor, cariño, ternura, afecto, pasión, apego, aprecio, etc.

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4) Marcos sociales Maurice Halbwachs (1925, 1950, 1941) sostenía que, para reconstruir el pasado, es necesario disponer de marcos sociales que permitan encuadrar y estabilizar los contenidos de la memoria. Si no se produjera un nexo entre los recuerdos y los marcos, no dispondríamos de memoria. Los marcos no funcionan por separado, sino que es su conjunción la que permite el recuerdo. Estos marcos son el espacio9 y el tiempo10, y ambos son construcciones sociales. Es decir, no preexisten en los seres humanos, sino que son producciones que éstos han elaborado y que se definen por su dimensión significativa. Por medio de los marcos, los grupos reconstruyen su memoria; sin embargo, a partir de los mismos, también es posible hacer presentes los grupos que los constituyeron. Las relaciones entre la experiencia y los marcos son muy variables. Con frecuencia recordamos, pero no sabemos dónde ubicar el recuerdo. En otras ocasiones la sensación es inversa: sabemos ubicarnos en algún lugar, pero no sabemos qué debemos colocar en el mismo. Para hablar propiamente de recuerdo, resulta imprescindible que tengamos un contenido de recuerdo y que sepamos ubicarlo en los marcos. a) Marco temporal En los diferentes entornos sociales y en los distintos grupos, la medición del tiempo no se conecta de manera directa con una temporalidad única (el tiempo histórico en que participamos todas las personas), sino que las fechas de referencia constituidas por el propio grupo son las que le permiten enmarcar sus recuerdos. El tiempo del grupo fija, ordena y establece la secuencia de acontecimientos, de manera que éstos se puedan localizar. Así, según sea cada grupo, nos encontramos con los tiempos de las cosechas, el año académico, el año comercial, el año litúrgico, etc. De hecho, se podrían identificar tantos calendarios como grupos sociales. El tiempo estructurado de esta manera se convierte en un tiempo fijo que permite el encuadre y la estabilización de los contenidos de la memoria: “No se puede decir que estos tiempos pasen, ya que cada conciencia colectiva puede acordarse y la subsistencia del tiempo parece ser una condición de la memoria. Los 9. Cada grupo se convierte, no en un simple almacen de acontecimientos, sino en un elemento que permite crear significados. 10. Mediante la comunicación, cada grupo define la temporalidad en que se integran sus memorias.

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acontecimientos se suceden en el tiempo, pero el tiempo mismo es un marco inmóvil. Solamente los tiempos son más o menos vastos, permitiendo a la memoria remontar más lejos o menos en aquello que se ha convenido en llamar pasado. [...] el tiempo no pasa: dura, subsiste y esto es lo que le corresponde, si no ¿cómo podría la memoria remontar el curso del tiempo?” Halbwachs, M. (1950, pp. 189-190).

b) Marco espacial El marco espacial es más estable que el marco temporal. Los diferentes grupos dejan huella y modifican los distintos espacios donde se desarrollan, de la misma manera que los espacios imponen a los grupos adaptarse a ellos. Los grupos se circunscriben a los espacios que construyen. Sin embargo, el marco espacial no sólo debe entenderse como espacio meramente físico, sino que también es, ante todo, un espacio significativo. “Cuando un grupo está inserto en una parte del espacio, lo transforma a su imagen, pero al mismo tiempo se pliega y se adapta a las cosas materiales que se le resisten. El grupo se encierra en el marco que ha construido. La imagen del entorno y las relaciones estables que entablan con él pasan a primer plano en la idea que el grupo se hace de sí mismo. Esta idea penetra en todos los elementos de su conciencia y detiene y reglamenta su evolución. La imagen de las cosas participa de su inercia.” Halbwachs, M. (1950, p. 195).

El marco espacial viene dado por los espacios vividos, lo que significa concebirlos como espacios de experiencia y espacios de afectividad, que sirven de vínculo al grupo que desarrolla su vida en dicho marco. Según Halbwachs, la memoria, para serlo y poder ser reconocida como memoria, necesita disponer de marcos, dado que estos últimos son los que permiten establecer la distinción con otros procesos como, por ejemplo, la imaginación o la fantasía. Ramón Ramos (1989), en un texto de lectura muy recomendable por el análisis que realiza de la concepción de memoria de Maurice Halbwachs, sintetiza lo que este autor sostenía sobre la relación entre los marcos sociales: – No están segregados: la experiencia nos ubica en un complejo espacio-temporal en el que las fijaciones espaciales y temporales aparecen vinculadas. Es decir, en la memoria evocar un tiempo se convierte en evocar un espacio y evocar un espacio se convierte en evocar un tiempo.

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– No son únicos: en la experiencia nos muestran múltiples espacios-tiempos, tanto en el orden de la sucesión (infancia, juventud, etc.) como en el de la simultaneidad (hogar, trabajo, amistades, etc.). – No son homogéneos: ambos están diferenciados. El espacio en regiones en las que las cosas se configuran y relacionan de manera específica. El tiempo en épocas y periodos que definen acontecimientos posibles.

1.4.3. Conocimientos compartidos: Charles Blondel Habitualmente, asumimos que la memoria de cualquier persona reúne el conjunto de todo su pasado. Y en este sentido, creemos que nuestros recuerdos son naturales y consustanciales a nuestro “ser mental”. Asimismo, pensamos que la memoria es un flujo continuo y ordenado de acontecimientos del pasado mediante el cual construimos nuestra experiencia. Sin embargo, esto resulta paradójico. Aunque pensamos que la memoria aglutina todo el pasado, sabemos que no siempre nos acordamos de lo que queremos y que olvidamos muchos hechos, nombres, situaciones, etc. No obstante, a pesar de ello nos conminamos o conminamos a otros a recordar con exactitud, con precisión y a localizar y fechar los recuerdos. Aunque pensamos que nuestra memoria es natural y consustancial a nuestro “ser mental”, cuando recordamos recurrimos a los grupos a que pertenecemos y a los saberes que circulan por nuestra sociedad. Y, aunque pensamos que nuestra memoria contiene un pasado continuo y ordenado, la experiencia lo desmiente a cada instante. 1) Lenguaje Para abordar esta paradoja, Charles Blondel11 (1876-1939) sitúa el punto de partida en el lenguaje, tomado no sólo como herramienta de análisis, sino también como el fundamento, la sustancia y la superficie en la cual se edifica 11. Charles Blondel se formó como filósofo y obtuvo el doctorado en Medicina, especializándose en Psiquiatría en la Salpêtrière, convirtiéndose, más adelante, en profesor de Psicología. Pese a esta formación, que podía hacer pensar en un trabajo de carácter más psicológico que psicosociológico, la influencia de la Filosofía de Henri Bergson (1859-1941), de la Antropología de Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939) y, en particular, de la Sociología de Émile Durkheim (1858-1917) hicieron que muy pronto sostuviera que los procesos en apariencia internos son, en realidad, fenómenos colectivos. Blondel tomará tres procesos clásicos de la Psicología individual, como son la percepción, la afectividad y la memoria, y los convertirá en fenómenos de la Psicología colectiva, ofreciéndonos, de este modo, el primer libro que se asume directamente como una Introducción a la psicología colectiva.

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la realidad. Dicho con otras palabras, el lenguaje se asume no sólo como una producción social, sino también como el elemento crucial que constituye lo social. La realidad se hace inteligible por medio del lenguaje, pero éste, a su vez, permite hacerla reconocible y, sobre todo, comunicable. Ello es posible porque el lenguaje nos proporciona todo un sistema conceptual, que es el que nos hace legible y comprensible la realidad. “La palabra aparece en primer lugar, después la idea, después, en fin, a veces, la cosa, y la cosa no sería para nosotros lo que es sin la idea que de ella tenemos, ni la idea sin la palabra.” Blondel, C. (1928). Introduction à la Psychologie collective (p. 93). París: Armand Colin, 1946.

No obstante, este sistema conceptual no constituye una transposición de la realidad. En la utilización que hacemos del lenguaje, las palabras no se superponen a los objetos, no los cubren para ofrecernos su traducción a partir de su imagen, de su representación, sino que son las palabras las que confieren realidad e identidad a los objetos: “Sabemos que detrás de los términos, en cuyas descripciones se acomodan, no hay necesariamente cosas, y que la memoria, incluso en el individuo, no es más que una palabra que resume todo un conjunto de comportamientos, si se quiere, no es más que una función; suponiendo que una función no sea simplemente una metáfora, cuando se ignora el órgano o el agente.” Blondel, C. (1928, p. 129).

2) Memoria y estados mentales El punto de partida que constituye el lenguaje nos conduce a otro de los componentes de la paradoja: creer que nuestra memoria mantiene una directa e íntima relación con una función mental. La cita precedente es suficientemente explícita, aunque conviene reflexionar sobre ella. Sin embargo, quizá ayude a aclarar un poco más cómo es configurado este itinerario por la memoria si la completamos con una referencia más expresiva de su consideración de los estados mentales, de los cuales sostiene: “[...] existen y, sin embargo, no existen en toda su integridad, en toda su pureza en el seno de ninguna conciencia individual, ya que, comunes a todo un grupo, no son

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propios de ninguno de sus miembros y los desbordan por todas partes. Nos resulta necesario, entonces, imaginar para ellos una realidad psíquica de nuevo orden que no se limite a los datos de la conciencia individual.” Blondel, C. (1928, p. 41).

Vemos cómo aparece manifestado el requerimiento de trascender una visión puramente individualista de los estados mentales. De hecho, lo que Charles Blondel propone es que los seres humanos (y ello incluye, obviamente, nuestros “procesos mentales”) somos accesibles a los demás y a nosotros mismos porque somos seres sociales; es decir, porque participamos en una sociedad y porque sólo en ésta nos hacemos inteligibles. O dicho con más concreción, la memoria se apoya o toma como punto de partida unas “intuiciones sensibles iniciales” (Blondel, 1928) de carácter personal. Sin embargo, si bien constituye una condición sine qua non, sólo se organizan gracias a un conjunto de nociones genéricas, a una visión del mundo y de la experiencia que debemos a la colectividad. Del mismo modo que la persistencia de las “intuiciones sensibles”, aunque su naturaleza sea muy enigmática, es la condición sine qua non de la memoria, esta última sólo emerge como tal cuando tiene un soporte o base social. Es decir, sólo es posible gracias a los marcos y a las reglas que nos proporciona la sociedad. 3) Marcos sociales Si quisiéramos recorrer integralmente cualquier momento de nuestro pasado (remoto, reciente o inmediato), no podríamos dar cuenta de la totalidad de los acontecimientos que se produjeron, puesto que nos desbordarían y se convertirían en ininteligibles, y todavía menos situar con exactitud unos en relación con otros, dado que no dispondríamos de una noción de orden y/o de sucesión. Nuestra experiencia directa nos dice pocas cosas si no la situamos en marcos sociales, que son los que nos permiten localizar los recuerdos, pero también en los que nos apoyamos para hacerlos inteligibles y los que nos permiten hacer afirmaciones sobre nuestro pasado. Es en la existencia de los marcos donde se encuentra la primera condición de eficacia del recuerdo; sin embargo, los marcos no provienen de nuestra experiencia personal, sino de nuestra experiencia colectiva. “[...] el recuerdo propiamente dicho es el acto de una inteligencia socializada que opera sobre datos colectivos.” Blondel, C. (1928, p. 134).

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Fuera de la vida social, nuestros recuerdos constituyen reconstituciones o reconstrucciones irrealizables12. Los distintos acontecimientos que vamos experimentando en nuestra vida y, por tanto, la memoria que reconstruimos, mantiene una relación directa con las diferentes nociones, condiciones y maneras de entender del entorno en que se desarrollan nuestras vidas. Es decir, según las condiciones que la colectividad ha reconocido y definido. Nuestros recuerdos no sólo están formados por aquello que se supone que es la “experiencia estricta” del pasado (lo que consideramos que son recuerdos propiamente dichos), sino que también están constituidos por conocimientos que utilizamos en nuestra cotidianidad y medio social, y que conforman nuestra historia: amigos, hechos históricos, relaciones, conversaciones, lecturas, etc. que no tienen por qué coincidir con el momento que se trata de evocar, sino que pueden ser anteriores o posteriores. De hecho, no existe separación entre “[...] aquello que hemos visto y entendido nosotros mismos y aquello que sólo hemos sabido ver o entender sin que hayamos hecho ni una cosa ni otra y nuestra existencia personal se desborda de esta manera en el espacio, el marco que estrictamente le asignamos”. Blondel, C. (1928, pp. 137-138).

En efecto, muchos de los que creemos “recuerdos” de nuestra propia experiencia personal no lo son, sino que son conocimientos que hemos adquirido porque, empírica y lógicamente, ha sido necesario que hayan ocurrido. De hecho, los conocimientos adquieren la fisonomía de recuerdos, además de proporcionarles continuidad. Por ejemplo (Blondel, 1928), si hemos estudiado en un colegio, el sentido común nos dice que hemos pasado un primer día de clase. Probablemente no recordemos nada. Sin embargo, hemos aprendido cosas relacionadas con la organización y el funcionamiento de un colegio y quizá 12. Memoria y sociedad son inseparables y ello se hace evidente a cada instante. Por ejemplo, los sistemas cronológicos utilizados en la historia para medir el tiempo y conferirle homogeneidad son instituciones sociales (creaciones históricas de una sociedad). Por su carácter social, porque nos resultan significativas, recurrimos a las mismas, dado que constituyen espacios de intersección en los que podemos ubicar acontecimientos personales y relacionarlos con los de nuestro grupo (el recurso de las fechas, por ejemplo).

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hayamos leído sobre cuáles son los sentimientos de un colegial el primer día que acude. Así, puede decirse lo siguiente: “Dispongo, pues, de todos los elementos suficientes para operar una reconstrucción de mi primera jornada en el colegio que sea plausible, verosímil y hacia la que yo estaré naturalmente predispuesto a aceptar como auténtica, dado que no chocará con mi propia experiencia ni con la experiencia común.” Blondel, C. (1928, p. 139).

Que los marcos provengan de nuestra experiencia colectiva no supone la imposibilidad de acordarnos de acontecimientos únicos. En efecto, la mayoría de los acontecimientos lo son. Sin embargo, ello no significa que no los recordemos partiendo de los marcos genéricos colectivos, por medio de los cuales clasificamos y ordenamos los detalles. Un esclarecimiento de la interrelación de acontecimientos únicos y marcos genéricos colectivos puede seguirse de una ilustración que proporciona Charles Blondel (1928): todos hemos afirmado alguna vez que no existe un paisaje en el mundo que tenga parangón con uno concreto que hayamos visto. Sin embargo, todos los paisajes están constituidos con los mismos elementos: cielo, tierra y agua, valles, montañas, bosques, casas, personas, animales, etc. Ante la contemplación de cualquier paisaje no sólo captamos imágenes, sino que, simultáneamente a la observación de conjunto, identificamos, reconocemos y designamos los elementos familiares de los que está constituido. Del mismo modo, en nuestra memoria intervienen objetos y personas que han formado parte de diferentes escenarios de nuestro pasado y que no están fijos en estos escenarios evocados, sino que los trascienden y remiten a otros escenarios o llevan al que evocamos características y elementos que alteran el escenario de dicha evocación. Es decir, lo desbordan. Se puede observar que, igual que ocurre con la percepción, en la memoria cada recuerdo encarna un hecho único. Sin embargo, los detalles son comunes con otros de nuestros recuerdos o de nuestras percepciones. 4) Reconstrucción del pasado y arbitrariedad Nuestra memoria no es estable, sino que nuestros recuerdos varían, se intensifican, se modifican o desaparecen en paralelo a nuestra sucesiva pertenencia a distintos grupos. Asimismo, la experiencia adquirida a lo largo de nuestra vida, los diferentes avatares por los que atravesamos, las condiciones sociales cambiantes (las costumbres, las normas, los valores, pero también los cambios de orden material) a que nos vemos obligados a adaptarnos a lo largo de nuestra vida repercuten

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sobre nuestra memoria. Por este motivo, se puede afirmar que nuestros recuerdos están afectados por los diferentes ambientes colectivos en que vivimos. Como sostiene Blondel, la memoria es una reconstrucción de pasado en función de lógicas colectivas. ¿Significa esto que podemos modificar los recuerdos según nuestro capricho? La respuesta es negativa. En efecto, podemos hacer múltiples reconstrucciones; sin embargo, de entre todas éstas, lo más habitual es que optemos por una y prescindamos de las demás. ¿Cómo podríamos explicarlo? Parece que la respuesta no es muy difícil si tenemos en cuenta lo que hemos visto. No podemos recordar cualquier cosa, ni podemos elaborar cualquier versión del pasado, puesto que siempre existen unas versiones que se nos presentan como más plausibles o aceptables que otras. Este hecho se debe a que los marcos sociales nos señalan lo que es admisible y lo que no lo es. “[...] nuestros recuerdos no son modificables a voluntad. Presentan una suerte de objetividad interna que los opone simultáneamente a la plena exterioridad de la percepción y a la caprichosa arbitrariedad de la imaginación pura.” Blondel, C. (1928, p. 149).

Es decir, la vida en sociedad es la que nos provee y nos ayuda no sólo a reencontrar nuestros recuerdos, sino también a conferirles rigor y verosimilitud. 1.4.4. Acciones recíprocas e incompletitud: Ignace Meyerson13 De la selección de reflexiones y argumentos que hemos presentado, la incorporación de los trabajos de Ignace Meyerson14 (1888-1983) constituye, en apariencia, una cierta desviación del itinerario que nos habíamos propuesto. 13. Ignace Meyerson es uno de los investigadores olvidados en la Psicología, hasta el punto de que su rastro parece casi extinto. Afortunadamente, trabajos como los de Noemí Pizarroso están haciendo posible su recuperación. Debemos agradecer públicamente que haya compartido esta recuperación con nosotros, puesto que, de otro modo, Ignace Meyerson no dispondría de unas breves páginas en este escrito. 14. Nacido en Francia, se formó en Medicina, siendo sus primeros trabajos como psicólogo de corte estrictamente neurofisiológico. Tras ponerse en contacto con autores como Pierre Janet (1859-1947) y Henri Delacroix (1873-1937) en el laboratorio de Henri Pieron (1881-1964), sus investigaciones experimentaron un giro importante, pasando a interesarse por una psicología humana, centrada en el estudio de las funciones psicológicas superiores, interés que guiará toda su obra, y se materializará en su tesis Les fonctions psychologiques et les oeuvres (‘Las funciones psicológicas y las obras’, 1948). Aunque es éste el único libro que publicó en vida, su trabajo comprende decenas de artículos y la organización de coloquios sobre distintos temas, como la historia del color o el estudio de lo que en la sociedad actual entendemos por persona a partir del análisis de dominios culturales como el lenguaje, la religión, las instituciones jurídicas o el arte. Ignace Meyerson fue el fundador de la Psicología histórica y, aunque sus trabajos fueron relegados a una posición marginal en el panorama dominante de la Psicología del siglo XX, posee un indudable interés para la psicología contemporánea.

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A diferencia de las contribuciones precedentes, la que analizaremos a continuación confiere una atención relativa al estudio de la memoria. Sin embargo, como podremos observar, la propuesta de la Psicología histórica de Meyerson es perfectamente coherente con la articulación y temática de lo que estamos planteando aquí. 1) Las funciones psicológicas Uno de los ejes de articulación de la obra de Ignace Meyerson es el estudio de las “funciones psicológicas” (entre las que, obviamente, se incluye la memoria). Sin embargo, a pesar de ser una noción fundamental, en ningún momento la noción de “función psicológica” aparece definida expresamente en su obra, lo que crea no pocas dificultades para entender algunas de sus propuestas. Meyerson no explica las “funciones psicológicas” por lo que son o por cómo se podría establecer su definición, sino, principalmente, partiendo de cuatro aspectos: por cómo puede abordarse su estudio (el proceso histórico de su constitución), por cómo nos resultan accesibles en la vida cotidiana y en su estudio por la Psicología (el análisis de las diferentes creaciones de la mente humana: las obras), por cómo operan (cómo actúan sobre el mundo y sobre las mentes), y por cómo todos estos aspectos no se pueden tomar de forma aislada, sino que se deben entender en interacción, sin posibilidad de aislarlos o fraccionarlos. Es decir, su propuesta se basa en un análisis del proceso que toma como eje la dimensión histórico-social, que sólo es tratable asumiendo su complejidad y tratando con ella y por medio de la misma, por lo que cualquier simplificación o fragmentación actuaría en detrimento de la comprensión del proceso. La indefinición de la noción “funciones psicológicas” es congruente con la obra de Meyerson, puesto que su proyecto de psicología no pretende estudiar la mente humana en particular, sino que quiere comprender las funciones psicológicas en su complejidad y concreción a lo largo de su proceso de constitución histórica. Es decir, las funciones psicológicas están condicionadas por la sociedad y se van estableciendo en consonancia con los avatares que esta última experimenta. Este condicionamiento determina que una función psicológica no se pueda definir por lo que es, recurriendo a una esencia y a una estabilidad, sino por su capacidad para producir “obras” y para ser sensible a esta producción. Ello implica afirmar, como se verá más adelante, que las funciones psico-

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lógicas se modifican. A continuación examinaremos con mayor detenimiento en qué se concretan éstos y algunos otros aspectos para tratar de entenderlos mejor. 2) Proceso histórico de constitución de las funciones psicológicas Las funciones psicológicas tienen una dimensión histórica (Meyerson, 1948, 2000a). Es decir, surgen en un momento histórico determinado mediante las prácticas humanas y cambian a lo largo del tiempo. O lo que es el mismo, las funciones psicológicas son definidas, conceptualizadas y actualizadas en los actos de los seres humanos: no tienen entidad antes de que los seres humanos así las establezcan en los diferentes momentos de la historia y, del mismo modo y por este motivo, no poseen un carácter permanente e inmutable, sino que experimentan transformaciones y modificaciones debido también a estas prácticas. No obstante, aunque este carácter histórico puede determinarse, existe una tendencia, tanto en la propia vivencia como en los estudios de la Psicología, a buscar el carácter inmutable y permanente de las funciones psicológicas, incluso sin considerar que, aunque se declaren inmutables, la propia vivencia y el propio proceso de investigación hacen que dicho carácter inmutable se pervierta: “La creación de categorías psicológicas consideradas como inmutables constituye uno de los aspectos de esta construcción de objetos durables por el espíritu. A esta tendencia del espíritu se superpone otra actitud que deja inmutable aquello que, por norma general, debe ser objeto de elaboración: la materia, los temas, los elementos de la investigación psicológica. Toda ciencia crea objetos. Pero estos últimos cambian con la investigación: incluso para las ciencias de la naturaleza. Cuando se trata de hechos mentales, por inercia, por información insuficiente, por hábito de abstracción, no se hace la crítica del objeto. Implícita o explícitamente, se admite que las categorías del espíritu tal y como nos las ofrece el sentido común o la elaboración de filósofos y psicólogos han existido siempre, son en tal manera consustanciales al hombre y no han sufrido ninguna transformación, cuando la vida material, la vida social, el conocimiento de las cosas, la vida espiritual en general no han dejado de transformarse.” Meyerson, I. (1948). Les fonctions psychologiques et les oeuvres (pp. 120-121). París: Albin Michel, 1995.

Este reconocimiento de la historicidad de los objetos psicológicos que se expresa en la cita no se agota en los planteamientos expuestos, sino que se ex-

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tiende a la posibilidad de comprender las funciones psicológicas de una manera diferente a como solemos concebirlas. Es decir, comprender y explicar las funciones psicológicas alejándonos de nuestras formas habituales de considerarlas sólo por medio del esfuerzo para hacérnoslas inteligibles repercute en un cambio en nuestras formas de pensar. “Cada vez que comprendemos un hecho nuevo, forzamos un poco nuestro pensamiento; se modifica; se puede decir al límite: cada vez que he leído un libro, soy otro. Esto es igual para los sentimientos, para los contactos humanos, para la comprensión del prójimo.” Meyerson, I. (1948, p. 121).

Todo esto quizá quede más claro si recurrimos a las reflexiones de Ignace Meyerson (1956) sobre la memoria. Aunque pueda parecernos difícil de concebir en la actualidad, puesto que se nos presenta como algo permanente e inmutable, la memoria surgió en algún momento de la historia. Esta aparición debió suponer un proceso dificultoso en la medida en que los seres humanos hemos necesitado disponer de una larga experiencia para establecer una noción de pasado y entender que ésta se diferencia del presente. Sin embargo, ha debido de ser complicado también percatarnos de que el pasado es algo que ha sido y ya no es y, sobre todo, que el pasado tiene sentido por ser pasado, y en la medida en que se diferencia y se relaciona con otros segmentos temporales. En efecto, la memoria es una elaboración histórica por lo que no siempre ha sido considerada de la misma manera a lo largo de la historia (Meyerson, 2000a,b). La manera como la entendemos en la actualidad es radicalmente diferente a como la entendían, por ejemplo, los griegos. Este hecho tan sencillo nos permite entender que, si en dos periodos históricos la memoria se interpreta de maneras diferentes, esto se debe a que su conceptualización no es un hecho que se desprenda directamente de la realidad, sino que es el resultado de las maneras de concebir y de los procedimientos para definir que tienen los seres humanos de una determinada época. Pero, además, también pone de manifiesto el aspecto de su modificación por medio del tiempo. Éste se puede explicar atendiendo al menos a dos factores. Por un lado, la manera como se haya conceptualizado la memoria en una época hace que los seres humanos se relacionen con esta conceptualización y la vayan modificando. Por otro lado, el cambio puede entenderse por medio de la incorporación de nuevas formas y procedi-

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mientos que introduzcan una nueva conceptualización y una manera diferente de abordar su estudio. Si nos fijamos más específicamente en la memoria como función de conocimiento del pasado, vemos que la memoria comporta singularidad y orden (Meyerson, 1956): supone la construcción de una estructura temporal. Esto significa pensar el tiempo y, simultáneamente, implica que esta manera de pensar el tiempo repercute en la forma en que el tiempo se ordena y en cómo se concibe la memoria. Podría resultar un ejercicio interesante reflexionar un instante en lo que puede ser el tiempo y la memoria en las culturas que conciben el tiempo como circular (el eterno retorno), a diferencia de nosotros, que lo entendemos como lineal; o también tratar de imaginar cómo sería nuestra manera de pensar el tiempo y la memoria si, de repente, nos viéramos obligados a pensar en nuestro tiempo como si fuera circular. 3) Las obras Si asumimos la complejidad y la historicidad de las funciones psicológicas, su carácter cambiante, ¿cómo podemos hacer accesible esta mutabilidad? Y, sobre todo, ¿cómo podemos estudiarlas? Por lo que hemos señalado con respecto a la concepción de la Psicología que Meyerson defiende, la respuesta no se encuentra en el análisis de los estados de conciencia o de los fenómenos psíquicos abstraídos de sus condiciones de producción y de sus condiciones de uso y/o de acción en el seno de las sociedades. La forma de hacerlas accesibles es por medio de sus manifestaciones, sus expresiones, la dimensión simbólica y, evidentemente, de los comportamientos que también contribuyen a que sea tangible. Es decir, por medio de las obras (Meyerson, 1948). “Los estados mentales no se quedan en estados, se proyectan, adquieren figura, tienden a consolidarse, a convertirse en objetos. Es a causa de esta aptitud fundamental, de este rasgo constitutivo del espíritu que su estudio objetivo es posible. No estamos reducidos al vano esfuerzo de asir lo inasible. Tenemos ante nosotros formas precisas [...].” Meyerson, I. (1948, p. 10).

Dicho con otras palabras, para poder estudiar las funciones psicológicas, podemos recurrir a lo más tangible de las “producciones de la mente”. Es decir, a todo aquello que han elaborado las personas: sus obras. Para Ignace Meyerson

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lo que debemos entender por obras son los conocimientos, las ciencias, las invenciones, las técnicas, las lenguas, las producciones artísticas, las instituciones, las reglas, las normas, etc. y, obviamente, los comportamientos. Las obras nos permiten un acceso directo a los “estados mentales” porque constituyen formas específicas que comparten dos características comunes: son producciones históricas y poseen un carácter significativo. Ambas características son determinantes para el estudio de las funciones psicológicas, en la medida en que el referente de estudio no es una persona abstracta, un modelo prototípico de ser humano, sino un ser humano ubicado en unas coordenadas históricas, sociales y culturales concretas que es estudiado por otros seres humanos que también están situados en unas determinadas coordenadas históricas, sociales y culturales. De este modo, las obras, como creación y producto de las personas a lo largo de la historia, se erigen en objeto de investigación que nos informa de lo que las personas han sido y son en los diferentes escenarios socioculturales de los que, a su vez, las personas son productoras y productos. 4) Los signos El carácter de producciones históricas y la dimensión significativa nos indica que los seres humanos no nos relacionamos con las obras directamente, puesto que éstas, en sí mismas, no dicen nada. Los seres humanos trascendemos la materialidad de las obras, dado que buscamos significados en las mismas porque, al tener una dimensión simbólica, son susceptibles de interpretación más allá de su materialidad. Aquello que nos permite realizar esta interpretación, que nos permite producir estos significados (remitirnos a contenidos significativos y a recorridos de nuestra experiencia), son los signos. Los signos son mediadores entre las personas y los diferentes dominios de la realidad que éstas tratan de interpretar. Son instrumentos de las experiencias y del esfuerzo espiritual continuo (Meyerson, 1963) que realizan las personas para intentar comprender. Sin embargo, para que los signos permitan comprender las obras, deben pertenecer a un sistema, han de estar comprendidos en un conjunto organizado que los haga inteligibles e interpretables. Un signo aislado no tiene sentido, puesto que, al no remitir a un sistema, está privado de un marco de inserción y referencia que permita su interpretación. Por ejemplo, el lenguaje es un sistema y cada uno de los signos que lo componen adquiere sentido en

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relación con este sistema. Si no existiera un sistema al que el signo se pudiera remitir, el lenguaje y la comunicación serían imposibles15. No obstante, los signos no constituyen simples envoltorios de una realidad preexistente, cuya función descansa en la simple denotación y/o rotulación: “El signo no es una etiqueta enganchada a un contenido previo y que permanezca fijo. Es un instrumento del pensamiento, sirve para elaborar un contenido de pensamiento. Posee una virtud de prolongación y un poder operatorio casi ilimitados.” Meyerson, I. (1963, p. 111).

En efecto, el pensamiento simbólico es un pensamiento exclusivamente humano, que forma signos para construir objetos. Los seres humanos no nos relacionamos directamente con objetos, sino con los significados que les hemos atribuido, que son, precisamente, los que hacen que los objetos se conviertan en estos mismos y que podamos identificarlos. O dicho con otras palabras, cuando pensamos los objetos, éstos no nos proporcionan por sí mismos ninguna evidencia de qué son y cómo debemos concebirlos, sino que es en virtud del sistema de signos por medio del cual los pensamos y relacionamos que éstos se convierten en accesibles para nosotros. Es decir, lo simbólico no es una representación, sino una construcción de la realidad. La realidad no está separada ni es independiente de las personas, sino que son éstas quienes hacen la realidad por medio de su construcción significativa para poder relacionarse, puesto que, si no fuera así, la realidad sería un simple decorado y nuestra relación con la misma se convertiría en algo impracticable. “Una cualidad caracteriza ante todo estas formas significativas [los signos] y marca su extrema importancia en la vida mental: confieren significado a algo un poco diferente de las mismas. Son sustitutos, reemplazantes, suplentes. Ocupan el lugar de otra cosa. Remiten a un contenido. Es este contenido, su significación, lo que constituye su valor, y no su materialidad particular, su ‘aspecto acabado’. [...] Este contenido 15. Meyerson (1948, 1963) refiere sistemas de signos específicos (el lenguaje, el simbolismo religioso, la matemática, la pintura, etc.). Cada uno de estos sistemas tiene su materia propia, sus condiciones técnicas propias de producción, sus formas elementales, sus propias estructuras de organización, sus reglas de funcionamiento y lo que podría denominarse su propio valor de realidad (un dominio de experiencia que le corresponde). El arte reúne todas las características precedentes; lo mismo podemos decir del lenguaje ordinario, de las matemáticas, etc. Precisamente son estas características las que hacen que cada sistema sea específico en el sentido de que es irreductible hacia los demás y, paralelamente, hacen que cada signo dentro del sistema sea comprensible.

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puede ser relativo a hechos relacionados con la persona del agente; es relativo con mayor frecuencia a una realidad considerada por el agente y por el receptor como independiente de los mismos, como ‘objetiva’. [...] Mediador con respecto a una realidad que sustituye, el signo es instrumento respecto del espíritu al que explica y sirve. Es el instrumento esencial. Todo pensamiento se traduce en signos, no hay función del espíritu que no tenga necesidad de formas, no sólo para explicarse, sino también para ser. Mediador e instrumento, el signo marca la objetividad del pensamiento y explica las relaciones que el espíritu introduce entre las cosas. Clasifica y ordena. Mide también. Señala el género y el número. [...] Al lado del orden de las cosas, de las cosas humanas: el signo es social, traduce las relaciones entre los hombres, sirve a la comunicación, a la información, a la interacción, a la acción tout court; hace actuar.” Meyerson, I. (1948, pp. 75-76).

Más adelante veremos cómo se produce esta objetivación de la realidad; sin embargo, es primordial enfatizar algo que se señala en la cita y que redunda en el carácter simbólico del pensamiento: su carácter compartido por los seres humanos, que les permite la comunicación, la información y las actuaciones. Los signos no tienen un carácter universal, puesto que de lo contrario la capacidad para establecer significaciones se convertiría en algo incoherente. Para que los signos tengan sentido, deben poseer un carácter compartido: ser comprensibles e interpretables en el marco de las convenciones de una sociedad. 5) Los actos El tercer aspecto relativo a las funciones psicológicas se refiere a los actos. Hemos visto que las obras son signos y que estos últimos constituyen productos originales de una mente. Con los actos sucede lo mismo: son interpretables, tienen significado por las mismas razones. Cada acto no es un acto aislado, sino que forma parte de una serie en la que adquiere sentido y éste proviene de su vinculación con otros actos, propios o de otras personas, aunque no de cualquier persona, puesto que cada acto está delimitado en cuanto a quién puede y quién no puede participar en el mismo. La mente sólo puede funcionar en actos concretos por medio de reglas establecidas histórica y socialmente, así como mediante delimitaciones temporales (tienen un principio, una finalidad y una manera de sucederse) y espaciales (los actos se producen en contextos concretos que los hacen pertinentes). Cada acto tiene el significado que le viene dado por su inserción en una serie y que permite su interpretación. Es decir, cada acto es un lenguaje (Meyerson, 1948) y, como tal, comunica.

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Los recuerdos también son un producto de la mente y como tales son signos. Como hemos visto, los signos no recubren algo preexistente, sino que, por el contrario, lo conforman, lo crean. Ningún recuerdo existe antes de que sea formulado mediante un acto que lo concrete. Este último es deudor de unas coordenadas sociales, culturales e históricas que permiten su constitución. Por medio de los actos creamos los recuerdos, y es sólo con esta creación cuando el recuerdo se convierte en tal y adquiere la propiedad de ser algo memorable, puesto que la realidad, espontánea y directamente, no ofrece nada que pueda calificarse de recuerdo. Cada acto constituye una memoria acabada, pero esta memoria acabada en una obra se abre a las posibilidades de múltiples interpretaciones.

6) La objetivación Por medio del acto nos dirigimos hacia algo diferente del simple estado mental. Es decir, cuando pensamos, lo hacemos sobre algo, sobre un contenido, y el acto de pensar siempre tiene lugar en relación con un contenido. En este sentido puede decirse que nuestros actos se dirigen hacia un objeto, que es lo mismo que decir que nuestro pensamiento tiende a exteriorizar sus creaciones o, más bien, a considerarlas realidades exteriores. Esto es lo que se denomina objetivación. “[...] una tendencia que tiene el pensamiento a exteriorizar sus creaciones, o más exactamente, a considerarlas como realidades exteriores; y en el caso en que esta proyección es la más apremiada, el objeto adquiere una verdadera independencia [...].” Meyerson, I. (1948, p. 31).

El lenguaje constituye una de las manifestaciones paradigmáticas de la objetivación en el sentido de que participa en la construcción de un mundo de objetos a los que se atribuyen determinadas propiedades. Por medio del lenguaje conseguimos que la realidad se convierta en objetiva y esta objetivación resulta todavía más evidente cuando el lenguaje ordinario se convierte en uno especializado y disciplinario como es el de las ciencias. “El lenguaje contribuye a fijar contenidos y a relacionar entre ellos las propiedades, a crear centros de una visión objetiva. Participa así en la operación de conexión y separación que cumple la percepción en el continuo del flujo. Clasifica y organiza la experiencia. Jalona los grados de esta organización. [...] La objetivación científica, la de la física, necesita mejores instrumentos; abandona casi completamente el lenguaje ordinario por las matemáticas.” Meyerson, I. (1948, pp. 38-39).

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Hemos señalado que, para que los actos tengan sentido, deben estar vinculados a una serie, en el marco de un sistema, que es el que permite dotarles de inteligibilidad y significado. Es precisamente la posibilidad de que sean inteligibles y que posean significado (que sean compartidos por todos los miembros de una comunidad: que pertenezcan a todos y no pertenezcan a nadie) lo que hace que los actos adquieran su objetividad y se perciban como independientes de su construcción por medio de las prácticas humanas. 7) Incompletitud Por medio de los actos construimos las obras y, si bien aquéllos son efímeros, las obras ostentan la marca del acto incluyendo en las mismas dos características: lo acabado y lo duradero. Sin embargo, ambas características no se deben interpretar como que las obras tengan un carácter definido o definitivo. En efecto, cada obra constituye un producto acabado y duradero; sin embargo, su interpretación hace que este acabamiento sea una apertura a nuevas significaciones. Dicho con otras palabras, todas las obras son obras de la mente, obras del pensamiento y, por ello, todas son signos. Son los signos los que garantizan que las obras sean siempre originales. Sin embargo, buena parte de esta originalidad radica en que, aunque las obras sean un producto acabado, poseen, paradójicamente, la condición del inacabamiento a causa de su carácter simbólico, lo que las convierte en objetos interpretables ad infinitum. Esta interpretación sin fin hace que las obras cambien pero, simultáneamente, hace que cambie el pensamiento, porque obras y pensamiento y, obviamente, las funciones que desempeñan los signos, son históricas. Por medio de los signos creamos obras pero, a su vez, estas últimas se convierten en instrumentos que nos sirven para pensar y, en este sentido, también constituyen factores de transformación. Los signos no imponen una clausura sino que, por el contrario, constituyen una apertura hacia nuevos recorridos en una interpretación ininterrumpida. Sin embargo, del mismo modo, cada vez que comprendemos un hecho, esta comprensión redunda sobre nuestro propio pensamiento y lo modifica. Cada obra y cada acto concreto comparten el hecho de ser productos acabados: poseen una “encarnación” (Meyerson, 1948) específica. Sin embargo, como productos con significado, en cada obra existen “[...] prolongaciones, virtualidades que hay que explotar, descubrimientos que se deben hacer” (Meyerson, 1948, p. 193). Lo mismo sucede con los actos en que se “[...] mezcla

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cierta imprevisibilidad” (Meyerson, 1948, p. 192). Por este motivo, actos y obras, aunque acabados en la concreción de su realización, están incompletos porque son susceptibles de interpretación permanente por parte de todas las personas y, lo que es especialmente destacable, incluso por parte de la persona o personas que los han producido. “Las obras son, en primer lugar, un testimonio. Fijan, resumen y conservan aquello que los hombres de un tiempo han conseguido hacer y expresar. Con frecuencia, son un testimonio eminente: cuando traducen no un pensamiento medio, sino un pensamiento nuevo, un momento en que el espíritu ha tendido a progresar, a superarse. Actúan: el pensamiento nuevo de algunos deviene un pensamiento nuevo de un gran número. Así se precisa el objeto de la investigación que conduce su análisis comparado: no el conocimiento del espíritu único, sino el conocimiento de las funciones psicológicas tal y como se elaboran en la diversidad compleja y concreta de su historia.” Meyerson, I. (1948, p. 195).

Puede decirse que el “acabamiento inacabado” de actos y obras pone de manifiesto su carácter de “obra abierta”, se abre a la incompletitud. Este mismo carácter de obra abierta y de incompletitud también lo poseen las funciones psicológicas. En efecto, si el conocimiento es un proceso inacabado (como lo pone de manifiesto la interpretación ilimitada que se hace de actos y obras) e inacabable (por la misma razón), podemos sostener que con las funciones psicológicas ocurre lo mismo, puesto que éstas también participan de los cambios del conocimiento, lo que supone afirmar que están sometidas a este cambio: “Las funciones psicológicas de los cambios del conocimiento y del inacabamiento del conocimiento. Están ellas mismas, por esencia, sometidas al cambio, inacabadas e inacabables. [...] no son estables, fijas, delimitadas, acabadas más que aproximadamente. El análisis que ha conducido a aceptar el principio de su cambio lleva también a pensar que son inacabadas e inacabables.” Meyerson, I. (1948, p. 190).

Esto resulta fácil de entender si, como señalábamos con anterioridad por lo que se refiere a la inconveniencia de pensar, no en la persona en abstracto, sino en la persona ubicada en unas determinadas coordenadas culturales, hacemos lo mismo y no nos referimos a lo social como una característica universal. Los hechos sociales son plurales y múltiples y están propiciados por personas y gru-

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pos con características específicas e inserciones sociales, históricas y culturales concretas, que forman sus maneras de actuar e interpretar y, en definitiva, sus funciones psicológicas. Si es imprescindible pensar en la persona en concreto, no en una abstracción, también lo es cavilar sobre los hechos sociales concretos y no sobre abstracciones, puesto que ambos se determinan mutuamente. Es decir, las estructuras sociales tienen efectos sobre las personas; sin embargo, estas últimas también tienen efectos sobre las estructuras sociales. Se produce una acción recíproca que no sólo se da en el plan de la experiencia social, sino también en el de la experiencia material, en las obras. Las memorias trascienden el propio contenido en que se concretan: son obras acabadas en su formulación, pero incompletas en las posibilidades que abren a su interpretación. Están conformadas tanto por elementos que permiten dar estabilidad al mundo, siempre inestable, en el que las personas desarrollan su vida, como por elementos que permiten pensar en un mundo en transformación. Su función es tanto de estabilización de la realidad como de creación de espacios de posibilidad para nuevas interpretaciones. Ambos aspectos repercuten no sólo sobre los contenidos de la memoria, sino también sobre la función misma de la memoria.

2. La memoria como construcción social En la primera parte del capítulo hemos tenido la posibilidad de examinar dos maneras de comprender y estudiar la memoria. Para ello nos hemos valido de la deconstrucción de una noción utilizada con asiduidad en la Psicología de la memoria, así como del repaso de las propuestas de algunos autores olvidados o apartados de la Psicología académicamente dominante. De este modo, hemos puesto de manifiesto las dificultades que implica la adopción de diferentes supuestos para interpretar y estudiar la memoria y, sobre todo, para entenderla como un proceso constitutivo de las relaciones sociales. Los argumentos que presentaremos a continuación se separan drásticamente de los estudios de Psicología de la memoria para apoyarse en las propuestas y

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trabajos de los autores que hemos repasado, así como en otras contribuciones. Como hemos podido comprobar, muchos de los planteamientos que hemos revisado y las reflexiones que los acompañan no sólo son pertinentes, sino que también mantienen su vigencia hasta el punto de entroncar con los planteamientos de la Psicología crítica. Precisamente porque los fundamentos de lo que sigue residen en las propuestas mencionadas, no llevaremos a cabo un desarrollo exhaustivo de las mismas, sino que se deberá entender que los detalles deben localizarse en éstas. Sólo enfatizaremos aquellos aspectos que suponen una contribución diferencial o un acento diferente. Evidentemente, apoyarse en el andamiaje alzado para estas propuestas no se debe entender, de ningún modo, como una igualación de propuestas, sino como un diálogo fructífero entre tradiciones.

2.1. Factores sociales de la memoria

Para estudiar la memoria en su complejidad, es necesario considerarla como proceso y producto eminentemente social y contextual. Es decir, la memoria es una práctica relacional y, en este sentido, la indagación no se debe dirigir hacia lo que ocurre en la mente de las personas, sino hacia el análisis de las acciones en que las personas nos implicamos al recordar: cómo utilizamos la memoria, cómo construimos versiones del pasado, cómo concebimos e interpretamos la memoria en nuestras relaciones cotidianas, cómo ésta nos sirve de vínculo relacional, cómo se convierte en recurso argumentativo y cómo la utilizamos para trascender el pasado, utilizándola como instrumento de análisis de la actualidad y como herramienta de prospección. Definir la memoria a partir de su carácter social y concebirla como proceso y producto de las prácticas y relaciones humanas supone reconocer su dimensión simbólica. Es decir, el lenguaje y la comunicación constituyen los ejes fundamentales de su articulación. Asimismo, implica asumir que la memoria, tanto en relación con su estudio como con la utilización que hacemos de la misma en la vida cotidiana, tiene una dimensión histórica. Sin embargo, vayamos por partes para entender un poco mejor qué significado tienen ambas dimensiones.

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La dimensión simbólica hace referencia al mundo de los significados, por lo tanto, alude al carácter social del mundo. Si recurrimos, como es bastante habitual, a una taxonomía para decidir qué es social y qué no, podemos tener la sensación de que es la naturaleza o la realidad las que nos proporcionan la distinción. Sin embargo, si nos fijamos un poco, nos percataremos de inmediato de que hemos sido los seres humanos los creadores de esta taxonomía por medio de los significados que hemos atribuido a “lo natural” y a “lo social”. Dicho con otras palabras, no son unas presuntas propiedades intrínsecas de lo social o de lo natural las que nos dicen qué es cada categoría, sino el conjunto de significados compartidos en el seno de una comunidad lo que nos permite establecer esta distinción. Es precisamente el carácter compartido elaborado por medio de la comunicación (la superficie en que se construyen los significados) lo que nos permite a los seres humanos conferir determinadas propiedades a todo aquello con lo que nos relacionamos o que participa en nuestras relaciones (otras personas, ideas, conceptos, objetos, relaciones, etc.), propiedades de las que, por sí mismos, carecen. De la misma manera que no se debe establecer una disyunción entre lo real y lo natural al destacar la dimensión simbólica de lo social, tampoco debe establecerse una dicotomía entre lo real y lo simbólico. Lo simbólico es tan real como cualquier otro objeto que podamos considerar incuestionablemente como real. De hecho, lo simbólico tiene la capacidad de constituirse en fuente de producción de la realidad16. Por lo que hemos señalado, no resulta difícil entender que todo lo social forma parte del mundo de significados comunes y propios de una sociedad, y que está creado por medio de la intersubjetividad. Es decir, lo social no pertenece a una presunta “subjetividad privativa de cada persona”, no está en las personas, sino que pertenece al espacio existente entre las personas, a la intersubjetividad o, lo que es lo mismo, al espacio de significados que construimos o del que participamos las personas de manera conjunta (Ibáñez, 1989). Cuando nos referimos a la dimensión histórica, aunque también lo incluya, no sólo se trata de admitir que todas las sociedades tienen una historia. Asi16. Pensemos, por ejemplo, en cómo actúa la familia en nuestra sociedad en cuanto a referente de clasificación de relaciones e inductora de comportamientos; cómo repercute la fidelidad de pareja en la manera de entender los afectos; cómo operan las jerarquías más allá de una simple relación de fuerza, etc.

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mismo, se debe asumir que la sociedad es producto de las actividades humanas que constituyen uno de los factores esenciales de la modificación de la sociedad por medio del tiempo. Esto significa, como mínimo, tres cosas. La primera es que nuestra manera de entender e interpretar las estructuras sociales, los fenómenos que se desarrollan a nuestro alrededor, nuestras maneras de representarnos el mundo, nuestras maneras de actuar, etc. no se pueden separar del momento histórico en que han emergido y se han constituido, ni tampoco de los procesos históricos que han dado lugar a su aparición. Veíamos un ejemplo de ello al estudiar el giro experimental que supone para los estudios de la memoria la obra de Hermann Ebbinghaus, pero también podemos encontrarlo en la vida cotidiana. Por ejemplo, hasta la irrupción del concepto psicológico de motivación, el aprovechamiento escolar o laboral era tratado como egoísmo y, en la actualidad, lo es como causa inhibidora o desencadenante de actividad. Primero como injustificado y ahora como explicable, lo que promueve relaciones específicas. La segunda tiene que ver con el reconocimiento de las peculiaridades culturales, con el modus vivendi que cada sociedad concreta ha ido construyendo a lo largo de su historia. Esto significa admitir que la producción de conocimiento constituye una práctica social que está conformada de un modo u otro dependiendo del tipo de sociedad17. Por ejemplo, los conocimientos producidos sobre la memoria y el valor mismo que pueda recibir de la misma se relacionan con la concepción de ser humano que se tenga en cada sociedad (que exista o 17. Es decir, nuestras concepciones y prácticas están situadas históricamente. Podemos observar el proceso de constitución histórica de un objeto examinando, por ejemplo, cómo ha ido cambiando la concepción y la consideración de la vejez. Muy sintética y simplificadamente, podríamos decir que se ha pasado de tratar a las personas mayores como depositarias de un saber experiencial y poseedoras de una legitimidad altamente valiosa (esta concepción tampoco es espontánea, sino que también es histórica), a considerarlas como la expresión de lo intempestivo y como un problema social. Cada una de estas consideraciones significa una forma de relacionarnos con estas personas, así como el nacimiento de dispositivos de atención para este segmento de edad. Que las personas vivan más tiempo y que nuestra sociedad se caracterice por una tendencia cada vez mayor a considerar a los seres humanos partiendo de su capacidad productiva material pueden constituir las razones que lo expliquen. Sin embargo, para lo que nos ocupa, lo importante es comprobar que la definición de un periodo de la vida y las relaciones que mantenemos con el mismo han ido experimentando transformaciones y no podemos ignorarlas si queremos entender dicho periodo. Asimismo, tampoco podemos obviar que el incremento de la esperanza de vida, el cambio en nuestras relaciones y las características de nuestra sociedad han contribuido a crear ámbitos especializados de conocimiento y dispositivos de atención en los que la Psicología, la Medicina, la Sociología, etc. se han visto obligadas a modificar sus definiciones psicosocioevolutivas, diseñar tecnologías de tratamiento, indagar sobre procesos psicosociales de nueva factura, etc.

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no la categoría de ser individual, que se suponga la existencia de procesos psicológicos, etc.), con la noción de validez del conocimiento (si debe estar sometido a un método y encerrado en determinadas instituciones o es de origen divino), con los valores y creencias que se manejan en un determinado periodo, etc. Y, obviamente, todo ello remite a creaciones realizadas por los seres humanos. Finalmente, la dimensión histórica implica considerar la realidad social como proceso. Es decir, cualquier fenómeno social tiene unas condiciones temporales de existencia: cambia con el tiempo. Por ello, para hacerlo inteligible, resulta insuficiente analizarlo como un producto acabado, puesto que ello supone tratar dicho fenómeno como si tuviera unas características intrínsecas que no tiene a causa de las transformaciones que experimenta. Asimismo, al tratarlo como un producto, en cierta manera estaríamos modificando las características mencionadas, dado que, al prescindir de su proceso de constitución, omitimos el transcurso de su desarrollo, que es el que ha llevado a que los seres humanos lo tratemos de una determinada manera en un momento histórico preciso. Probablemente, después de la exposición precedente, aun admitiendo que la propuesta que hemos presentando da cuenta de un enfoque diferente de la memoria que se sostiene en fundamentos psicosociales, haya surgido un interrogante nada nimio. En efecto, en el planteamiento anterior se ha aludido sin más a la memoria; ¿dónde se debe encajar el olvido en este planteamiento? La respuesta es compleja en lo referente a su fundamentación, aunque bastante sencilla de contestar. Desde la perspectiva con que aquí abordamos la memoria, hacer referencia a ésta significa, simultáneamente, referirse al olvido. Es decir, no existe memoria sin olvido, pero tampoco existe olvido sin memoria: ambos están imbricados. El olvido no se puede concebir sin la memoria, ni la memoria sin el olvido, puesto que identificar un olvido significa identificar una pérdida, lo que desde un punto de vista lógico sería un “no olvido”. De hecho, en cierta manera, para construir la memoria es necesario haber olvidado, dado que, si hacer memoria no es copiar o duplicar un evento o experiencia pasada, sino producirlo, revivirlo, restablecerlo y rehacerlo, asumir una idea de conservación de acontecimientos se vuelve incongruente. Este hecho quedará más claro cuando abordemos el tema de la memoria y el discurso. No obstante, es oportuno establecer alguna precisión sobre qué significa afirmar que alguien ha olvidado.

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Al aseverar que alguien ha olvidado, se están defendiendo, al menos, tres premisas: • La convicción de estar en posesión de la versión exacta y verdadera de algo que ha ocurrido: una reproducción estricta del pasado con la que es posible comparar cualquier otra versión para establecer su precisión y completitud. • La defensa de la existencia de una única versión sobre la realidad a la que todos y todas, de forma ineludible, nos vemos obligados a recurrir, prescindiendo con ello de los contextos a los que adecuamos nuestros discursos y al carácter dialógico y controversial de los mismos. • La identificación de una pérdida (olvido). Desde un punto de vista lógico, supone una contradicción, puesto que, cuando se alude al olvido, se apela a la presencia de una ausencia, a la constatación de que algo que estaba ya no está; a aquello que señala el olvido y, por tanto, señala la ausencia de algo presente: una presencia. Cada vez que hacemos memoria, necesitamos olvidar unas cosas y construir otras para que el relato sea congruente con la situación en que recordamos. Este olvido y esta memoria, o esta memoria y este olvido, son diferentes en cada contexto en que recordamos. Es decir, cada contexto nos compromete a una transformación, creación e invención ininterrumpidas del pasado para poder adecuar los diferentes hechos y episodios a las condiciones y requerimientos del contexto. Pero además, cada vez que recordamos, nuestra memoria se modifica, dado que nuestros recuerdos no sólo consisten en descripciones neutrales de algo que sucedió, sino que también se erigen en argumentos, explicaciones, interpretaciones que interrogan, cuestionan, ratifican, etc. las construcciones que hacemos del pasado y, como todo proceso de interpretación, modifica nuestra manera de pensar (Meyerson, 1948). Es en este sentido en el que deben entenderse memoria y olvido como inseparables. No obstante, existe también otra razón: el pasado que construimos por medio de nuestra memoria sólo tiene sentido a la luz de una experiencia posterior al momento en que ocurrió, sólo tiene sentido en función de las interpretaciones que hacemos en el presente.

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2.2. La memoria como construcción de presente Se produce una paradoja en los estudios de memoria. Si bien la memoria se refiere a una construcción del pasado, no es este último el que merece nuestra atención, sino que, por el contrario, debemos examinar el presente, dado que es en este segmento temporal cuando se hace memoria. Sin embargo, además de ser la superficie de nuestros recuerdos, el presente también constituye la razón de ser de la memoria: construimos el pasado en función de los intereses del presente (Bartlett, 1932; Halbwachs, 1925, 1950; Middleton y Edwards, 1990; Vázquez, 2001). La construcción del pasado en función del presente nos indica que la memoria no constituye una recuperación intempestiva o extemporánea del pasado, sino que en el presente de cada sociedad y de cada grupo humano se producen condiciones de posibilidad que hacen emerger determinadas memorias y condenan otras al ostracismo. Es decir, en cada orden social prevalecen y/o subyacen unos valores, normas, creencias, ideologías e imaginarios que favorecen o facilitan la construcción de determinadas memorias y dificultan o entorpecen la construcción de otras. Esto se debe entender como la imposibilidad de recuperar un pasado inalterado del flujo temporal y admitir que el pasado se interpreta y se resignifica; es decir, cambia en función del presente. Este cambio, además de producirse por las peculiaridades propias en la forma de construirlo, como veremos en otro apartado, también se origina porque a esta construcción significativa del pasado no sólo incorporamos acontecimientos de diferentes momentos pretéritos, sino también contemporáneos; asimismo, le adherimos distintos aprendizajes y conocimientos, así como distintas experiencias. La combinación de todos estos elementos y muchos otros implica un proceso de comprensión y creación de sentido que comporta la apertura hacia una enorme multiplicidad de interpretaciones y resignificaciones del pasado (Blondel, 1928; Mead, 1929; Lowenthal, 1985; Middleton y Edwards, 1990; Vázquez, 2001). Vemos que, por el contrario a lo que se suele pensar, el pasado nunca está acabado, ni tampoco se puede encerrar dentro de los límites de una demarcación estrictamente cronológica, puesto que, parafraseando a David Lowenthal (1985), la memoria es más y es menos que el pasado. Cada vez que, solos o acompañados, hacemos memoria, lo construimos, lo concebimos, lo juzgamos y lo adaptamos a las circunstancias concretas en que recordamos.

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No obstante, lo que recordamos no es indiferente a la construcción que hacemos de los acontecimientos. Hacemos memoria de lo que es significativo y/o que se vincula con la afectividad. No hacemos memoria porque hayamos almacenado información, sino porque lo que recordamos tiene sentido y crea sentido en el marco de nuestra comunicación y de nuestras relaciones. Es más, por muy banal que sea nuestro recuerdo, siempre, indefectiblemente, está entroncado en un contexto en el que adquiere sentido y/o al que permite dotar de sentido. Lo mismo se puede sostener respecto de la afectividad (Fernández Christlieb, 1994, 1999), que, como resulta obvio, no se puede separar de lo que acabamos de decir. Ésta se vincula con lo que tiene significado y estimación en nuestras vidas y en nuestras relaciones. No todos los eventos son susceptibles de evocación, sino sólo aquellos que se vinculan con nuestras emociones, con el sentido de nuestras vidas, con nuestros deseos, con nuestras añoranzas y con nuestras esperanzas presentes. El tiempo nunca deja de fluir, y en este discurrir se insertan nuevos acontecimientos, situaciones, hechos y experiencias que obran sobre el pasado: este último no permanece imperturbable ni inconmobible ante la ocurrencia de cualquier episodio posterior. De hecho, los acontecimientos que se irán produciendo en el futuro exigen que transformemos nuestra memoria, lo que implica elaborar un nuevo sentido del pasado a la luz de los acontecimientos posteriores que se han producido y que, inevitablemente, modifican y alteran las interpretaciones que teníamos hasta aquel momento. Dicho con otras palabras, por medio de nuestra memoria vamos produciendo versiones sobre los acontecimientos del pasado que son fijaciones efímeras, subordinadas a la ocurrencia de acontecimientos futuros que modifican nuestras visiones y versiones del pasado, imponiendo la tarea permanente de elaboración de significado: el futuro que se consuma obliga a reformular nuestras versiones del pasado18. 18. Piénsese en cualquier acontecimiento cotidiano. Cuando se está viviendo, es una amalgama de sucesos que acontecen. En la mayoría de las ocasiones no se sabe si serán relevantes en nuestra biografía. Muchos sucesos se volatilizan y desaparecen. Se convierten en “no sucesos” porque no alcanzan un sentido. Sin embargo, algunos otros sucesos acaban convirtiéndose en acontecimientos vitales y esenciales para la manera de entender nuestra experiencia. ¿Cómo? Existen muchas posibilidades, pero podría ser, por ejemplo, debido a la ocurrencia de otros acontecimientos futuros, que hagan que un episodio más o menos banal se reinterprete y se convierta en una clave de interpretación fundamental, aunque cuando estaba ocurriendo no tenía ese significado.

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En cierto modo, es como si se produjese una inversión en nuestra manera de interpretar las relaciones entre segmentos temporales: no es sólo que el futuro dependa en cierta manera del pasado, sino que muchas de las características del pasado se deben interpretar de nuevo y adquieren nuevos significados en función del futuro que se ha producido. Son muchas las consecuencias que se pueden inferir de las observaciones precedentes, derivadas de esta relación significativa que establecemos con el pasado. Sin embargo, es importante destacar una de entre las mismas, que se relaciona con la exactitud, la autenticidad y, en definitiva, con la veracidad de nuestros recuerdos. Si, efectivamente, la ocurrencia de futuros eventos nos obliga a resignificar el pasado, no podemos conceder a ninguna declaración, a ningún estudio o a ningún informe la categoría de ser la versión exacta y completa del pasado. Y ello se puede establecer así partiendo de dos razones. La primera es que, cuando el pasado se produjo, era un mero conjunto de acontecimientos y situaciones. Este conjunto, para que tenga significado, necesita ser interpretado, lo que sólo es posible una vez que ha ocurrido y se considere esta ocurrencia merecedora de alguna elaboración. Pero, además, existe una segunda razón: cuando hacemos memoria, nuestros conocimientos del pasado no se corresponden con aquello que se ha podido experimentar como el presente, sino que solemos conocer mejor el pasado que cuando lo estábamos ‘viviendo en presente’, ya que nuestra comprensión actual opera con una visión más acabada de los acontecimientos en la medida en que, en su construcción, utilizamos la ocurrencia de acontecimientos posteriores (Lowenthal, 1985).

En este sentido, podemos decir que el atributo primordial de la memoria no es el almacenamiento o preservación del pasado, sino su producción y alteración para operar en el presente. Más que una simple recuperación y/o retención de experiencias anacrónicas, más que un pálido reflejo de acontecimientos descontextualizados, la memoria sirve para que podamos producir inteligibilidades sobre aquel pasado. Lo precedente nos lleva a establecer otra dilucidación. Como señalábamos, por medio de la memoria le conferimos un sentido al pasado; sin embargo, este sentido debe estar insertado en el flujo temporal. En efecto, la temporalidad se construye mediante nuestras prácticas. Es decir, en el presente construimos el sentido del pasado y del futuro. Desde el presente, las contingencias del futuro

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se abren a la posibilidad, puesto que sólo por medio de nuestras prácticas podemos construirlo. Sin embargo, los pasados también se construyen en el presente, que es donde se vertebran sus condiciones de posibilidad pero, asimismo, se da por medio de nuestras prácticas, que son las que sostienen las relaciones y los discursos. Los diferentes acontecimientos que constituyen nuestra experiencia son múltiples y heterogéneos. Es decir, las relaciones que mantienen los unos con los otros son precarias en el sentido de que son discontinuas: conjuntos de vivencias que no mantienen una relación directa las unas con las otras. Sin embargo, la experiencia de nuestra vida es la de la continuidad: tenemos el sentimiento de que nuestra vida consiste en un transcurso, una secuencia, un encadenamiento de contingencias conectadas, un proceso. Ello es posible en virtud de la construcción significativa que hacemos, por medio de la memoria, a la densidad y cohesión que hacemos del pasado, presente y futuro. Esta construcción de la continuidad (Halbwachs, 1950; Vázquez, 2001) es posible gracias a nuestras prácticas, que son las que construyen, fundamentan y articulan nuestras relaciones y nuestra comprensión del mundo. Como señalábamos, estas prácticas son fundamentalmente simbólicas, se producen en el lenguaje por medio de estrategias argumentativas y retóricas.

2.3. Memoria social y discurso

Habitualmente, suele entenderse el lenguaje como un instrumento que nos permite representar la realidad y transmitir o trasladar información a otras personas sobre nuestros pensamientos, percepciones o sentimientos. Es decir, un medio que reproduce la realidad y que exterioriza lo que tenemos en nuestro interior para hacerlo accesible a los demás. Sin embargo, esta visión de simple instrumento intermediario entre la realidad y las personas resulta demasiado simplificadora. El lenguaje es más que un medio de translación de la realidad. Constituye un elemento de articulación de las relaciones humanas por medio del cual no se representa y/o reproduce algo preestablecido, sino que, fundamentalmente, permite crear y transformar significados.

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Formulado de otra manera, el lenguaje, más que representar la realidad, la construye, la forma. Esta afirmación, que puede parecer inverosímil a primera vista, queda más clara y resulta más comprensible y patente cuando consideramos la utilización que hacemos del lenguaje en la vida cotidiana y no en abstracto. En efecto, en la vida cotidiana usamos el lenguaje para explicar lo que nos rodea, para explicarnos a nosotros mismos, para explicar qué pensamos, qué sentimos, para decir e interpretar qué piensan o sienten los demás, para argumentar, para proporcionar explicaciones, para refutar, etc. Dicho con otras palabras, el lenguaje constituye una actividad práctica mediante la cual los seres humanos sostenemos buena parte de nuestras relaciones. La consideración del lenguaje como actividad práctica es especialmente importante para entender cómo se conforma la realidad. No es necesario explicar que, cuando nacemos, nos incorporamos a un mundo ya construido donde el lenguaje constituye una de sus producciones ya configuradas, del mismo modo que lo son los diferentes conceptos y categorías que permiten explicar y conferir sentido al mundo. Ello supone que, con nuestra incorporación al mundo, a su vez incorporamos a nuestras vidas el lenguaje, los conceptos y las categorías con las que el mundo está construido. Sin embargo, al mismo tiempo que se produce esta incorporación, vamos adquiriendo los elementos que nos permiten participar activamente de la construcción de este mundo. Por medio del lenguaje construimos activamente los diferentes fenómenos sociales que constituyen lo que entendemos por “la realidad”, al mismo tiempo que estos fenómenos que construimos se constituyen en dispositivos de interpretación de la realidad. La manera como construimos una realidad significativa por medio del lenguaje y como se articulan las relaciones sociales por medio de esta creación es a lo que denominaremos discurso. “La realidad se introduce en las prácticas humanas por medio de las categorías y las descripciones que forman parte de esas prácticas. El mundo no está categorizado de antemano por Dios o por la Naturaleza de una manera que todos nos vemos obligados a aceptar. Se construye de una u otra manera a medida que las personas hablan, escriben y discuten sobre él.” Potter, J. (1996). La representación de la realidad. Discurso, retórica y construcción social (p. 130). Barcelona: Paidós, 1998.

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Del mismo modo que el lenguaje, la función del discurso no consiste en representar el mundo, sino en dar forma a las acciones sociales y coordinarlas (Shotter, 1984, 1993a, b). Este aspecto tiene una doble vertiente. Por un lado, cuando nos comunicamos con otras personas o, incluso, cuando en nuestra soledad producimos una versión de un acontecimiento, para que ésta resulte concebible, inteligible, merecedora de crédito, admisible y legítima, es preciso que satisfaga los criterios y exigencias que impone y que son propias de un canal de comunicación en el que participamos. Por otro lado, participar de estas exigencias y criterios supone sostener ciertas modalidades de orden social. Brevemente, amoldarnos a las coordenadas de un canal de comunicación, es decir, reproducir aquel canal, constituye la reproducción del orden social: “Nuestras formas de hablar dependen del mundo en la medida en que lo que decimos está enraizado en lo que los hechos del mundo nos permiten decir. Pero, simultáneamente, lo que tomamos como naturaleza del mundo depende de nuestra forma de hablar de él. De hecho, ambos aspectos deben su existencia separada a su interdependencia.” Shotter, J. (1990). La construcción social de recuerdo y del olvido. En D. Middleton y D. Edwards (Comp.). Memoria compartida. La naturaleza social del recuerdo y del olvido (p. 142). Barcelona: Paidós, 1992.

Cuando hacemos memoria, también debemos amoldarnos a un canal de comunicación, lo que supone que todo aquello que decimos sobre el pasado no se debe únicamente a una versión solipsista, sino que también está arraigado en las construcciones del mundo que circulan en nuestra sociedad. Sin embargo, tampoco podemos prescindir de nuestras formas de hablar sobre el pasado, lo que redunda en aquella misma construcción del mundo. En nuestra sociedad están instituidas ciertas formas de hablar del pasado, ciertas maneras de componer los relatos y de tejer narraciones. Disponemos de formas más o menos constituidas y adecuadas para hablar de nuestras experiencias, de nuestra biografía, de cómo explicar el pasado, de cómo trabar relatos verosímiles, fabulosos, ficticios, así como precisos, científicos, personales, impersonales, etc. Cada uno de estos géneros resulta adecuado a una situación y siempre los utilizamos para adecuarnos a ella. En las construcciones que hacemos del pasado tratamos de elaborar descripciones plausibles, relatos y explicaciones convincentes y expresivas, narraciones

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significativas, etc. Y todo ello adecuándolo a los discursos que circulan en nuestra sociedad, para que sean pertinentes al contexto en que se produce la comunicación. Como vemos, para hacerlo sólo podemos valernos del lenguaje, de sus cualidades versátiles, de las capacidades argumentativas y retóricas que nos proporciona para ofrecer y sostener diferentes versiones. Hacer memoria no suele consistir en la elaboración de relatos neutros, fríos, imparciales u objetivos sobre el pasado, aunque, claro está, depende del contexto comunicativo y de los efectos que como hablantes queremos producir en nuestros interlocutores o interlocutoras, el que esta forma de construir el pasado resulte adecuada. No obstante, lo más habitual cuando hacemos memoria es que nuestro acto de recordar esté atravesado de afectos y que éstos se manifiesten en la elaboración discursiva que hacemos del pasado. De hecho, en nuestros discursos, en las conversaciones sobre el pasado y en nuestros relatos de memoria procuramos que nuestras narraciones, los acontecimientos que explicamos (Middleton y Edwards, 1990), los vínculos que describimos, las emociones que mostramos o, incluso, lo significativo que encontramos en objetos o lugares del pasado (Lowenthal, 1985; Radley, 1990; Leonini, 1991) se adapte a unas formas retóricas y expresivas adecuadas a lo que tratamos de rememorar. Dicho con otras palabras, el pasado depende de nuestras formas de hablar. Es decir, nuestra manera de construir discursivamente la memoria es lo que nos permite sostener las versiones sobre el pasado. Es en el marco de una secuencia de acción donde lo que decimos adquiere o no sentido, y es susceptible de aceptación. De hecho, no existe disyunción entre la manera como construimos lingüísticamente el pasado y este último en sí mismo: nuestra manera de hablar del pasado construye el pasado, y el pasado es lo que construimos al hablar. En definitiva, intentamos construir significados y, por medio de los mismos, establecer nexos con ideas, con épocas, con personas, con objetos o con espacios para constituir y constituirnos en parte de un mundo (Bartlett, 1932; Middleton y Edwards, 1990; Edwards, Potter y Middleton, 1992; Shotter, 1987; Birulés, 1995). La construcción de significados y el establecimiento de nexos no están orientados ni actúan por medio del establecimiento de una correspondencia exacta con el pasado o por medio de una ajustada exposición de hechos. Más bien, el supuesto de nuestro discurso es que aquello que referimos, en efecto, ocurrió; sin

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embargo, para que sea admisible o, incluso, para que nosotros mismos podamos admitirlo, se debe sostener sobre bases argumentativas que lo hagan significativo, y éstas sólo se encuentran en el espacio de nuestra sociedad. En efecto, la memoria es fundamentalmente un proceso argumentativo por medio del cual tratamos de sostener lo que decimos que ha sido y ya no es, de conferirle sentido, de negociar su significado y, eventualmente, defenderlo de posibles socavamientos que se puedan hacer de nuestra versión sobre el pasado. La memoria responde a criterios de variabilidad, dado que construimos versiones del pasado subordinadas al contexto en que se deben acomodar y con la intención de conseguir determinadas acciones pragmáticas. Dicho con otras palabras, con nuestras prácticas sociales producimos, defendemos o desmantelamos los criterios de idoneidad de los recuerdos por medio de la argumentación que es el recurso que permite dotar de pertinencia y confianza a lo que tratamos de mostrar como versión fidedigna del pasado en un contexto comunicativo concreto. Si consideramos la memoria como un proceso fundamentalmente argumentativo y no un simple inventario de hechos, debemos asumir que no es simple repetición, sino la creación de novedades mediante la generación y la articulación de nuevos sentidos y nuevas coherencias por medio de la producción de significados. Las diferentes narraciones19 e interpretaciones que conforman las maneras en que hablamos del pasado debemos examinarlas en el contexto social y conversacional donde se producen, puesto que son instrumentos que utilizamos para el análisis, la justificación y la negociación social (Bruner, 1990; Vázquez, 2001). Son muchas las posibilidades que nos permite el lenguaje para construir la realidad. Sin embargo, parece oportuno que destaquemos como mínimo dos, por lo que tienen de significativas en los relatos de memoria y, sobre todo, por19. Las narraciones son un dispositivo fundamental, constituyen producciones sustanciales en las construcciones de la memoria: elaboración de acontecimientos, relato de experiencias, articulación de biografías y autobiografías, etc. En buena medida, recordamos construyendo narraciones. Éstas requieren de la presencia de acontecimientos, de personas, de la articulación de ambos, de la creación de una secuencia, de la construcción de una temporalidad y, en definitiva, de la creación de una versión mediante una trama; es decir, de una línea argumental. Las narraciones se construyen y reconstruyen, actuando así como dispositivo de interpretación del pasado. Nos ayudan a negociar visiones y versiones de la realidad, siendo, por ello, origen de conflictos y, en consecuencia, propiciadoras de nuevas interpretaciones.

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que constituyen elementos que conforman la manera en que suele entenderse convencionalmente este proceso: la construcción de relatos con características de precisión y exactitud, y la referencia a estados o procesos psicológicos. Es posible construir relatos que reúnan características de exactitud y precisión apelando a una correspondencia entre nuestros recuerdos y el pasado y es, asimismo, posible apelar a la exactitud y fidelidad de nuestros recuerdos utilizando estas dos categorías como elementos demostrativos. Aparentemente, esto parece contradecirse con lo que hemos expuesto en páginas anteriores. Sin embargo, no es así. Lo que estamos planteando no es que existan relatos exactos y fieles del pasado, sino que se puedan construir discursivamente: podemos recurrir al lenguaje para convertir la exactitud y la fidelidad en estrategias. Contrariamente a lo que se acostumbra a creer, no son los hechos los que crean los efectos de exactitud y precisión, sino las estrategias argumentativas y retóricas que utilizamos para presentarlos y, eventualmente, para defender nuestros puntos de vista. Por propia experiencia sabemos que no basta con decir lo que ha pasado, sino que es capital cómo presentamos la ocurrencia de hechos para que nuestra declaración sea aceptada como verosímil y forme parte de la lógica del discurso en que estamos inmersos. Incluso cuando presentamos una versión sobre algo que pertenece a una experiencia particular en la que nuestros interlocutores no han participado, dependiendo de cómo lo hagamos, será aceptada o no y nos veremos inmersos en una polémica en la que debemos argumentar y presentar los acontecimientos de manera que tengan apariencias de verosimilitud. Por norma general, esto nos pasa desapercibido, porque no estamos habituados a pensar en términos de discurso y sí en términos de representaciones de la realidad; es decir, de correspondencia entre la realidad y su explicación, puesto que nos parece que el lenguaje juega un papel accesorio. Lo cierto es que los hechos no preceden a lo que intentamos contar, sino que van emergiendo y convirtiéndose en tales en virtud de nuestra construcción del relato, por medio del cual adquieren la apariencia de hechos y los consideramos como tales. Sin embargo, del mismo modo que podemos construir una versión sosteniéndola en elaboraciones factuales, también tenemos a nuestra disposición una cantidad ingente de recursos para fortalecer o socavar versiones y, obviamente, cuestionar los hechos.

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Por proporcionar sólo un ejemplo, para promover una versión consistente podemos recurrir al ofrecimiento de detalles que permiten generar la impresión de tener un conocimiento directo o de estar en disposición de una información de primera mano al aportar elementos que, en apariencia, podrían haber sido observados y haber resultado evidentes para cualquier persona que hubiera presenciado un acontecimiento. Los detalles pueden tener mayor o menor relevancia; sin embargo, con independencia de ello, su incorporación a la exposición los convierte en elementos inseparables del relato, conformando y contribuyendo a la construcción de la memoria de una manera tan decisiva como lo pueden hacer aquellos elementos que podríamos decir que constituyen la sustancia del relato, en la medida en que son los que configuran los contenidos de lo que ha ocurrido. “Se pueden organizar detalles de este tipo para proporcionar una estructura narrativa a un relato: el orden de los acontecimientos, quiénes son los personajes, etc. La organización narrativa se puede utilizar para aumentar la credibilidad de una descripción particular, inscribiéndola en una secuencia donde lo que se describe se convierte en algo esperado o incluso necesario.” Potter, J. (1996, pp. 154-155).

Sin embargo, del mismo modo que disponemos de recursos para dotar las versiones de solidez y consistencia, también tenemos recursos para socavarlas. “Las personas disponen de una amplia gama de recursos para ironizar descripciones presentándolas como mentiras, ilusiones, errores, halagos, engaños, desnaturalizaciones, etc., y pueden recurrir a estos recursos para socavar la exactitud de una descripción. Ante la existencia de estos recursos para socavar versiones factuales, no es sorprendente que también exista un conjunto de recursos contrarios orientados a elaborar la factualidad de una versión y a dificultar su socavación: son los recursos que se emplean para construir una descripción como si fuera un relato factual.” Potter, J. (1996, p. 147).

En efecto, son múltiples los recursos de que disponemos para dotar de verosimilitud nuestras versiones sobre el pasado, conferirles exactitud y mostrar que son rigurosas, aunque, si fuese preciso sintetizar en qué consisten, podríamos decir que la mayoría de los recursos intentan establecer una cosificación para que lo que se dice parezca más firme, estable y literal.

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“El proceso de construcción de hechos intenta cosificar las descripciones para que parezcan sólidas y literales. El proceso opuesto de destrucción intenta ironizar las descripciones para que parezcan parciales, interesadas o defectuosas en algún sentido. Naturalmente, todo esto se combina para establecer la veracidad de una versión a expensas de otra [...]. Si concebimos esta jerarquía como un ascensor, los procesos de cosificación intentan hacer que la descripción ascienda la jerarquía, y los procesos de ironización intentan hacerla descender.” Potter, J. (1996, p. 147).

Respecto a la referencia a estados o procesos psicológicos, la forma de entenderlos y abordar su estudio es similar a la que hemos expuesto para hablar de la exactitud y la precisión. No deja de resultar sorprendente que, a diferencia de otros procesos, el tratamiento que reciben los procesos psicológicos suele llevar la marca de lo que es insólito y excepcional; como si al hacer referencia específica a los mismos en la vida cotidiana, o al estudiarlos desde de un ámbito de conocimiento preciso, éstos adquirieran unas características o unas propiedades que los separaran de forma radical de lo que es habitual y ordinario en nuestras vidas. Lo cierto es que la utilización de conceptos psicológicos en nuestra vida cotidiana no suele ser nada excepcional ni nos remite a nada inusitado. Los utilizamos habitualmente al hablar de nosotros mismos, al hablar de otras personas, al analizar situaciones, al leer una noticia en el diario, al juzgar los recuerdos de otros o de nosotros mismos, etc. Este recurso a los conceptos y procesos psicológicos suele tener poco que ver con el hecho de si éstos existen o no, o si estos estados o procesos son verdaderos o falsos, o si funcionan adecuadamente (aunque, obviamente, podemos hablar de todo ello). Lo habitual al recurrir a los estados psicológicos en nuestras relaciones cotidianas cuando hacemos memoria es utilizar este discurso como un procedimiento que nos permite ofrecer una versión del pasado, justificar esta versión, realizar una descripción más experiencial y argumentar en nuestras relaciones cotidianas. Es decir, la referencia a los procesos psicológicos forma parte o configura prácticas discursivas. La utilización de conceptos y el recurso a procesos psicológicos puede ser examinado, no como la manifestación de estados mentales, sino como una práctica discursiva en contextos cotidianos o en un ámbito de investigación: maneras de hablar, de construir explicaciones sobre cuestiones que nos permiten mantener y promover relaciones. Desde este punto

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de vista, el estudio de la memoria no es el examen de entidades psicológicas, sino las maneras por medio de las cuales las personas hablamos del pasado. Por ejemplo, qué se expresa y qué efectos se intentan producir con la utilización de palabras como: recuerdo, olvido, amnesia, memoria, evocación; para qué se utilizan estas palabras; cómo se relacionan estas palabras con otras y cómo mediante su uso se pueden crear relatos sobre las acciones propias o sobre las acciones de los demás. Si analizamos el discurso de los estados y procesos psicológicos tal como lo utilizamos las personas en nuestras relaciones, podremos observar que realizamos acciones sociales, que no es nada más que ver que lo que decimos nos permite provocar diferentes actuaciones en función del contexto en que las decimos. Por ejemplo, en que en las conversaciones sobre el pasado las personas hacemos afirmaciones como: “lo recuerdo como si lo estuviese viendo”, “no lo olvidaré jamás, lo llevo grabado en la memoria”, “no me lo discutas, mi memoria es fotográfica”. La utilización que hacemos los hablantes de conceptos y procesos psicológicos, no son la expresión de estados mentales, sino prácticas discursivas: maneras de hablar sobre distintos temas presentes en nuestra cotidianeidad, mediante los cuales establecemos y mantenemos relaciones.

2.4. Versiones múltiples y memoria compartida

La memoria constituye un acto original de construcción, por ello nos vemos obligados a crearla en cada ocasión que hacemos memoria. Cuando estamos solos o cuando recordamos conjuntamente con otras personas, participamos en una relación (virtual o real), y es para cada relación para lo que construimos la memoria. Sin embargo, como resulta evidente, las relaciones no son elementos fragmentarios de nuestras vidas: no son islas, sino que conforman archipiélagos. Cada una de nuestras relaciones mantiene vínculos directos con espacios comunicativos simultáneos y anteriores que repercuten sobre nuestra manera de reconstruir el pasado. El contexto comunicativo, las estrategias argumentativas y retóricas que utilizamos para construir nuestra versión del pasado suelen jugar un papel más

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relevante que el simple hecho de elaborar un recuerdo siguiendo una secuencia cronológica inflexible. No es que la cronología no tenga importancia: en algunos contextos esto puede ser lo pertinente de la elaboración del recuerdo. No obstante, la memoria se suele conducir por medio de los desplazamientos, las dislocaciones, así como los circunloquios, las divagaciones y las acotaciones, haciendo que los acontecimientos se adecuen a la comunicación y, a su vez, a la construcción del relato y, de este modo, ir configurando su temporalidad. Como hemos visto, lejos de ser un proceso acabado o la simple reproducción de acontecimientos que se repiten en un encadenamiento monótono, la memoria consiste en un proceso dinámico y conflictivo (Jedlowski y Rampazi, 1991; Vázquez, 2001), principalmente por dos razones: por la miríada de versiones que es posible formular y porque, al construirse en diferentes contextos sociocomunicativos, se convierte en un asunto controvertido y controvertible. Ambos aspectos redundan sobre las transformaciones de la memoria; sin embargo, del mismo modo, cuando las personas hacen memoria, las propias relaciones también se transforman, puesto que la memoria se convierte en productora de significados que repercuten sobre la manera como se interpreta la realidad y como se interpretan las relaciones. Brevemente se puede afirmar que la memoria de las personas cambia por medio de las diferentes relaciones que mantienen y, paralelamente, también cambian las relaciones (Vázquez, 2001). Lo que se ha dicho con anterioridad no debería resultar extraño, puesto que las personas participamos simultánea y sucesivamente en diferentes espacios de relación, habituales e infrecuentes, así como en distintos escenarios por los que circulan todo tipo de discursos. Estos espacios y escenarios constituyen los contextos en los que hacemos memoria y en los que debemos sostener nuestras versiones, lo que nos coloca, de forma permanente, en la tesitura de justificar y argumentar aquello que decimos recordar. En efecto, los entornos en que nos relacionamos y en los que establecemos intercambios comunicativos constituyen un medio en el que nos vemos expuestos a la reprobación, a las apreciaciones, a la opinión y juicio de nuestros interlocutores o interlocutoras. Y si esta ineludible maniobra de confrontar nuestros puntos de vista es frecuente en nuestras relaciones habituales, se convierte casi en un apremio cuando establecemos nuevas relaciones (Shotter, 1993a, b; Gergen, 1994, Vázquez, 2001). Por este motivo, no resulta inhabitual que cualquier recuerdo se convierta en un asunto discutible y que el desenlace

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de esta discusión no siempre sea el consenso, sino el conflicto entre distintas versiones del mismo pasado. Buena parte de las cuestiones que articulan nuestras relaciones y nuestra comunicación suelen ser controvertidas y estar sujetas a discusión, lo que las convierte en objetos sometidos a una incesante resignificación por medio del diálogo y la negociación. Precisamente es este carácter controvertido y polémico el que nos impone la elaboración de respuestas, de argumentos, de explicaciones y de justificaciones de acontecimientos, hechos y experiencias que configuran nuestros relatos de memoria, lo que ocasiona que nunca sean iguales, puesto que se deben adecuar al contexto comunicativo. Se formulan miríadas de versiones sobre el pasado en los diferentes espacios relacionales en los que las personas participamos, lo que constituye uno de los argumentos que permiten explicar el cómo y el porqué de la existencia de recuerdos enfrentados o incompatibles, y por qué personas y grupos tenemos diferentes memorias. Como ya señalamos en otro apartado, la intersubjetividad, la elaboración de significados compartidos, constituye un componente fundamental en la construcción de la memoria. En este sentido, resulta fácil percatarse de que, cuando hacemos memoria, podemos enunciar una infinidad de versiones sobre el pasado que se cruzan, se trenzan, se mezclan y combinan originando nuevas formulaciones y nuevas significaciones y sentidos. Y son todas estas novedades las que inciden también en la transformación de la memoria. Es por este motivo por lo que hacer memoria y, sobre todo, hacer memoria conjuntamente, es algo más que compartir un patrimonio de experiencias. En nuestras comunicaciones alteramos el sentido del pasado y creamos condiciones que suscitan referentes para futuras elaboraciones.

2.5. Las conmemoraciones como institucionalización de la memoria

Hasta ahora hemos enfatizado la importancia que tienen las relaciones para la construcción del pasado y cómo revierte esta construcción del pasado en las relaciones.

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Asimismo, hemos subrayado la importancia del contexto y de los espacios de relación. Sin embargo, sólo nos hemos referido a los objetos y no hemos dicho nada de las conmemoraciones. Los seres humanos nos relacionamos con el “mundo material” (Lowenthal, 1985; Radley, 1990; Fernández Christlieb, 1991, 1994) encarnado en objetos, archivos, bibliotecas, museos, edificios, monumentos, etc. Es este “mundo material” que construimos significativamente el que permite, en buena medida, dotar de continuidad nuestras vidas y a la de nuestra sociedad. Conferimos o privamos de valor a los objetos; sin embargo, siempre tienen significado para nosotros, convirtiéndose, con gran frecuencia, en elementos desencadenantes de construcciones del pasado. El significado que “desprenden” los objetos lo creamos los seres humanos por medio de nuestras prácticas. Los objetos se convierten en objetos de memoria, no por su naturaleza pretérita, sino por las modalidades de relaciones que mantenemos con los mismos. “Rescatamos” muchos objetos del pasado para recordar, pero también proyectamos y construimos muchos otros para garantizar la memoria en el futuro y para que nos hagan recordar. Sin embargo, tan relevantes como lo son los objetos para nuestras construcciones del pasado y muy estrechamente vinculados a los mismos se encuentran los “lugares de memoria” (Nora, 1984), que, además de espacios de conservación de objetos, habitualmente constituyen superficies de conmemoración. Las conmemoraciones constituyen unos de los recursos fundamentales de la institucionalización de la memoria, puesto que suelen tener como objetivo fundamental establecer una conexión entre el presente y el pasado. Con las conmemoraciones no sólo se persigue (aunque indirectamente también se busca este fin), marcar un momento cronológico, sino principalmente dotar de sentido determinados acontecimientos y elaborar el significado de unos hechos (Halbwachs, 1941). A diferencia de lo que ocurre con la memoria, las conmemoraciones no suelen nacer de un gesto espontáneo, sino que es necesario organizarlas y favorecer la participación. Por medio de la conmemoración se ponen en marcha prácticas institucionales que tratan de establecer una definición del pasado partiendo de categorías de identidad intentando establecer una continuidad en el flujo temporal: el pre-

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sente que tenemos se debe al pasado y está en deuda con él, y en éste encontramos las bases del futuro. Esto quiere decir que la institucionalización preserva la continuidad intentando preservar experiencias pasadas con el fin de legitimar la situación presente y que se prescriban, de algún modo, las expectativas de futuro. En cierto modo, sería conmemorar el pasado para celebrar mejor el presente. “[...] existe una variedad de ceremonias que comparten ciertas características comunes: no implican simplemente una continuidad con el pasado en virtud de su alto grado de formalidad y fijación, sino que tienen como parte de sus características definitorias la explícita pretensión de estar conmemorando tal continuidad.” Connerton, P. (1989). How societies remember (p. 48). Cambridge: Cambridge University Press.

En las conmemoraciones permanece instalada una extraordinaria ambigüedad. Por un lado, se convierte en un referente de verdad en la medida en que se trata de buscar una legitimación del presente a partir del pasado. Por otro, las conmemoraciones se convierten en espacios donde es posible construir distintas versiones sobre el pasado. Sin embargo, esta ambigüedad suele decantarse del lado de la invariabilidad. En efecto, las conmemoraciones no sólo se organizan para recordar algo, sino también para tratar de determinar y de ratificar qué se debe recordar. Sin embargo, en esta prescripción hay algo esencial: se trata de una exaltación de la memoria por la memoria misma, lo que la mayoría de las veces hace que ésta se convierta en algo inerte, uniformizador y vacío de sentido. Una especie de domesticación del recuerdo.

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Capítulo V. Medio ambiente...

Capítulo V

Medio ambiente y comportamiento humano. Aproximaciones conceptuales desde la Psicología ambiental Pep Vivas i Elias

Introducción Que lo colectivo se produce en los ambientes, en los espacios, en los lugares en los cuales habitualmente residimos es una constatación. Como si de un gran escenario teatral se tratara, las calles, los edificios, las plazas, las habitaciones, etc., se convierten en un decorado de transfondo significativo que nos invita a nosotros/as, las personas, a interaccionar socialmente y a desarrollar nuestros roles cotidianos. En los espacios públicos y privados se explicitan, por tanto, los procesos colectivos. En los capítulos anteriores se ha profundizado en algunos procesos colectivos, tales como, la memoria social, la accion social, los movimientos sociales, etc. Llegados al final de este manual, creemos interesante centrar nuestra atención en los processos y fenómenos colectivos que muestran una relacion “más directa” con el medio ambiente, objeto de estudio de la Psicologia ambiental. Mediante la conceptualización y la ejemplificación de algunos procesos psicoambientales, se pretende ofrecer una introducción (o una aproximación) a la Psicologia ambiental, resaltando la importancia que tienen los entornos para las relaciones entre las personas. Todo ello también permitirá conocer algunas dimensiones básicas que caracterizan las relaciones de las personas con su entorno, estudiar algunos comportamientos que configuran nuestra experiencia ambiental y conocer los discursos relacionados con las actuales concepciones medioambientales y examinar sus efectos.

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Este capítulo ha sido escrito como una caja de herramientas debe permitir, a partir de su lectura y la ampliación teórica de algunos conceptos, analizar e intervenir sobre los aspectos psicosociales que surgen a partir de la interacción entre la persona y el medio ambiente. Por medio del ejercicio de lectura pretendemos, como si de un movimiento de caleidoscopio se tratara, mostrar diferentes configuraciones (la cognitiva, la simbólica y la discursiva), para que se puedan observar los fenómenos psicosocioambientales de distintas maneras. Cuando la ubicación se establezca en el eje cognitivo, podrá realizarse un recorrido por los términos siguientes: influencia del ambiente sobre el ser humano y acciones del mismo sobre el ambiente, representación del entorno, actitudes hacia este último, mapas cognitivos y comportamiento, comportamiento ecológico responsable, etc. En el eje simbólico se profundizará en temas como la apropiación del espacio, la construcción de significados sobre el medio ambiente, etc. En el eje discursivo se visualizará que, a partir de la cientifización y tecnificación, hemos construido un saber cada vez más especializado y cómo este saber condiciona, de un modo u otro, nuestras instituciones. Asimismo, en este eje comentaremos cómo se ha institucionalizado el discurso sobre la sostenibilidad, el papel de los medios de comunicación en la construcción de nuestras realidades ambientales y algunos de los posibles efectos de estos discursos medioambientales.

1. Dimensiones cognitivas, simbólicas y sociales del entorno “Naturaleza y espacio son sinónimos, si se considera la Naturaleza como una naturaleza transformada, una Segunda Naturaleza, como lo denominó Marx.” Santos, M. (1996). De la totalidad al lugar (p. 18). Barcelona: Oikos-Tau.

Seguramente el lector o la lectora nunca se ha preguntado, y menos en estos momentos, en los que iniciamos el contenido del capítulo, si también él/ella

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es un espacio. Asimismo, se puede cuestionar si existe una continuidad entre el “propio” espacio “personal”, el “propio” “yo”, cada uno/a como persona, y el espacio “exterior” que nos rodea. ¿Vivimos “realmente” en un único espacio o en una superposición de espacios donde existen unas membranas permeables que nos conectan unos con otros y con nuestros espacios respectivos? O, por el contrario, ¿hay una separación entre “nosotros” como espacio y el medio ambiente que nos rodea? De entrada, y para tranquilizarnos, diremos que, hasta ahora, la Psicología ambiental ha respondido más a la segunda pregunta por medio de los conceptos que se encontrarán explicados en los apartados siguientes. Ha considerado a la persona como desconectada del entorno que la rodea, es decir, ha estudiado de manera importante las dimensiones cognitivas que las personas tenemos sobre el entorno. Si el lector o la lectora ya ha considerado la opción de que nosotros (las personas) también somos un espacio, seguramente también estará de acuerdo en que los espacios están en constante movimiento. Somos los seres humanos quienes, gracias a nuestros movimientos (y aquí se puede entender este concepto de una manera muy amplia, por ejemplo como trayecto, desplazamiento e, incluso, como el simple hecho de hablar o de enunciar alguna palabra), estamos transformando y reconstruyendo nuestro medio ambiente social. Por tanto, se produce una movilidad de nuestros espacios “personales” que tienen un efecto sobre nuestro espacio “social” y, al mismo tiempo, cuando se produce algún tipo de cambio en este último, nos afecta de manera personal. Es muy probable que también se haya tenido la sensación de que las cosas cambian ahora más rápido que nunca, que todavía no sabemos cómo funciona algo cuando ya ha cambiado. Estamos en el momento bautizado con el nombre de la sociedad de la información y del conocimiento, el momento (desde nuestro punto de vista) de la movilidad de la economía, de la información, etc., pero también de las personas. La globalización nos ha convertido (tal como lo hace en algunos países que quizá todavía ni han oído hablar de esta palabra) en unos nómadas. Nos hemos convertido en unos espacios móviles (y, además, hemos incorporado la tecnología necesaria para poder hacerlo), y movernos por dentro de nuestros espacios se ha convertido en una necesidad cotidiana y de fin de semana. Y llegados a este punto, invitamos al lector y a la lectora, de nuevo, a reflexionar. Cuando uno se desplaza, ¿confiere importancia a aquello que le rodea o

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simplemente (trans)pasa1 sin prestar atención a todo aquello que está fuera de su cuerpo? Estas travesías vitales de cada día, que parece que las hacemos por hacerlas, ¿consideramos que tienen algún tipo de importancia para nosotros o que no tienen ninguna? ¿Realmente existen cosas en los espacios que devienen significativas, puesto que hacemos una parada en nuestras trayectorias cotidianas y, entonces, nos identificamos por medio del uso que hacemos de las mismas y a partir de la experiencia que adquirimos en relación con estos objetos, lugares, etc.? ¿O quizá pensamos que todo aquello que nos rodea (en tanto que podemos considerar perfectamente el espacio como un sistema de signos y símbolos o un discurso que hemos consensuado social y culturalmente) tiene un significado? Y todavía, para complicarlo un poco más: si el espacio (o los objetos, cosas, lugares, etc.) adquiere algún significado para las personas, ¿dónde ubicaríamos esta posible significamentación2 de las cosas, en el interior de nuestro espacio personal o en estos espacios interactivos que compartimos como seres humanos? De nuevo, y quizá porque las preguntas en estos momentos resulten un poco complicadas y extrañas, queremos tranquilizar al lector y a la lectora y anunciarle que la Psicología ambiental intenta ofrecer respuestas a algunas de estas preguntas (no a todas, puesto que, siendo un poco críticos, hasta ahora esta disciplina ha apostado claramente por “introducir” el significado del medio ambiente en el interior de las personas). Para no complicarlo más, algo que sí debe quedar claro antes de pasar al apartado “El ser humano y el entorno” es que el ambiente (o el espacio, como a nosotros nos gusta referirnos al mismo) constituye, sin ningún tipo de duda, el concepto social que más empleamos en nuestra vida. Lo utilizamos como palabra de moda (en nuestros juegos de lenguaje) y, como se ha visto y se puede comprobar constantemente, también lo usamos al atravesarlo o atravesarlos a lo largo de todos los días.

1. Utilizamos esta palabra en el sentido de que la persona está atravesando un espacio y ella misma, como espacio que es, se está transportando. 2. Permitidnos el uso de esta palabra en el sentido que propone X. Rubert de Ventós en De la modernidad. Ensayo de filosofía crítica (1980). Barcelona: Península.

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2. El ser humano y el entorno 2.1. Influencia del ambiente sobre el ser humano y acciones del ser humano sobre el ambiente

Nuestra vida cotidiana se desarrolla en ciertos espacios. Sin embargo, estos lugares no sólo actúan como escenarios para nuestros roles sociales, sino también ejercen una influencia sobre nuestros comportamientos cotidianos. Debemos admitir que nuestras acciones sociales no sólo están modeladas por las personas con las cuales entramos en juego, sino también por el espacio donde ponemos en marcha estas interacciones sociales. El espacio puede influir sobre nuestro comportamiento de diferentes maneras. Por un lado, restringe el abanico de posibilidades de acción; es decir, en cada espacio sólo podremos llevar a cabo una serie de actividades. Por ejemplo, lo que hacemos en el trabajo es diferente de lo que hacemos en el bar cuando estamos con nuestros amigos. En este sentido, el espacio también nos marca ciertas normas sociales que debemos cumplir en cada caso, dado que no hacemos las mismas cosas en nuestros hogares que en nuestros puestos de trabajo. Por otro lado, las características de un espacio físico concreto (luz, temperatura, ruido, etc.) pueden suponer distintos efectos en nuestros comportamientos y sentimientos. Por ejemplo, el hecho de que un ascensor esté lleno de gente puede provocarnos ansiedad y nervios, una situación de hacinamiento (efecto negativo); o el hecho de llegar un día de mucho frío a casa y encontrarnos un ambiente cálido puede provocar una sensación de bienestar (efecto positivo). Por lo tanto, es importante resaltar la manera como el diseño arquitectónico de los espacios influye directamente en nuestras formas de comportamiento. Por ejemplo, los tipos de relaciones sociales que se establecen entre vecinos en casas unifamiliares son distintas a aquellas que se establecen en edificios de bloques de pisos. En este sentido, el diseño (distribución del espacio, tipo de mobiliario, decoración, etc.) puede estimular o dificultar la interacción social. Como hemos podido observar, el ambiente ejerce una clara influencia en nuestro comportamiento. Sin embargo, nosotros no permanecemos inmóviles, sino que respondemos con determinadas acciones: es nuestra manera de dejar

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la huella en los espacios que nos rodean. En muchos casos, las formas y las características de los entornos suelen estar impuestas; sin embargo, a menudo nosotros podemos influir y modificar nuestros espacios, de manera que podemos adaptarlos a nuestros intereses, preferencias, deseos, etc.

2.2. La representación del entorno

La teoría de las representaciones sociales, enmarcada dentro de la Psicología social, enfatiza el carácter colectivo de las personas, de sus interacciones con el ambiente, de los saberes, creencias y emociones. De acuerdo con Moscovici (1961), las representaciones sociales constituyen conceptos que designan conocimientos específicos y comunes, cuyos contenidos sirven para poner en funcionamiento los procesos socialmente más característicos. Tal como expone Íñiguez (1996b):

“Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal.” Íñiguez, L. (1996b). Estrategias psicosociales para la gestión de los recursos naturales: del enfoque individualista al enfoque social. En L. Íñiguez y E. Pol (Comp.). Cognición, representación y apropiación del espacio (p. 72). Barcelona: Publicacions de la Universitat de Barcelona (Monografías psicosocioambientales).

En definitiva, las representaciones sociales nos permiten la comunicación, puesto que son compartidas por personas de un mismo grupo social o colectividad (participamos de las mismas creencias, valores, memoria colectiva, identidades, etc.) y contribuyen a la construcción de este grupo o colectivo. Si la Psicología ambiental se preocupa por la interacción entre la persona y el medio ambiente, la teoría de las representaciones sociales puede ayudarnos a comprender mejor algunos procesos psicosociales. Las representaciones ambientales se refieren a una actividad de construcción mental y social de la realidad que permite a las personas y a los grupos ajustarse a su ambiente (ma-

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terial y social) y enseñarles a orientar cognitivamente su comportamiento hacia el entorno. Por consiguiente, las representaciones ambientales están vinculadas a las acciones individuales y colectivas que se expresan en diferentes ambientes: urbano/rural, público/privado, institucional, profesional/de ocio, etc. En este sentido, se puede considerar alguna de las características planteadas por Jodelet (1989) sobre la aplicación de la teoría a la percepción y utilización del espacio (también recogido en Íñiguez, 1996b). Una primera característica es el hecho de que todo parecido con el mundo que nos rodea (ya sea el mundo material, social o el de las ideas) está mediatizado o filtrado en el plano de la percepción, la interpretación y la acción por las representaciones sociales. Estas últimas constituyen modalidades de conocimiento que, apelando al sentido común, dicen algo sobre el estado del mundo y de los objetos que lo constituyen. Las representaciones ambientales funcionan como “versiones”, “teorías” de la realidad y, como tales, son filtros de interpretación, funcionan como guías de acción. Una segunda aproximación es aquella que explica el carácter social de las representaciones en referencia a su producción y función. Forjadas en la interacción y la comunicación social, llevadas y compartidas por las personas o grupos, definidas por su inscripción dentro de la estructura social o por el hecho de pertenecer a un colectivo, las representaciones sociales contribuyen a la construcción de una realidad consensuada, evidente. Un tercer aspecto consiste en que las representaciones sociales, por su carácter social, tienen consecuencias sobre el plan cognitivo. En tanto que conocimientos prácticos, las representaciones poseen un carácter sociocéntrico: sirven a las necesidades, intereses y valores de las personas y de los grupos. De este modo, expresan la particularidad e identidad de los mismos. La teoría de las representaciones sociales nos ofrece, como hemos podido observar, herramientas muy interesantes para estudiar la relación entre las personas y su entorno. Sin embargo, tal como señala Íñiguez (1996b), también se deberían relacionar, de un modo u otro, las representaciones ambientales con los aspectos culturales, tecnológicos, ideológicos y políticos que conviven en nuestras realidades. De esta manera, se podría hacer una aproximación más esmerada al estudio de esta interacción ser humano/medio ambiente.

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2.3. Las actitudes hacia el entorno

En palabras de Íñiguez: “Las actitudes hacia el entorno indican nuestras posiciones sobre el entorno en general o sobre partes específicas o problemas ambientales concretos.” Íñiguez, L. (1996a). Reproducció i canvi social. En T. Ibáñez. Psicologia Social (p. 274). Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.

Parece que en el contexto sociohistórico actual, el de la sostenibilidad, las personas deberíamos mantener unas actitudes a favor del medio ambiente. Supuestamente, todo el mundo coincide en tener estas actitudes positivas. Por ejemplo, en nuestro entorno de trabajo casi ninguno de nosotros se atreve a exponer o defender un argumento que no esté a favor del respeto a la naturaleza o no estar de acuerdo con el mismo. Sin embargo, claro está, no es lo mismo aquello que pensamos, opinamos, discutimos, defendemos (sobre el medio ambiente), que lo que finalmente hacemos a su favor cuando ya estamos en casa. La no correspondencia entre actitud y comportamiento constituye uno de los problemas más trabajados dentro de la Psicología social. A pesar de los años de investigaciones, parece que todavía no se ha encontrado el motivo por el que no se conectan nuestras actitudes con nuestros comportamientos. Aunque exista esta problemática, el conocimiento de las actitudes es muy útil para la gestión ambiental por varias razones, tal como nos lo muestra Íñiguez (1996a, 1996b): a) Porque este conocimiento proporciona información sobre el nivel de apoyo público y sobre las dimensiones de conocimiento relevante para las personas. b) Porque ayuda a establecer metas y objetivos para un programa particular. c) Porque da una idea de aquello que la gente puede hacer como parte del programa.

Sin embargo, esta información sobre las actitudes ambientales no es tan fácil de conseguir, dado que no se pueden medir directamente. Para ello es necesario encontrar los indicadores adecuados. La mayoría de los procedimientos de medida adoptan las opiniones sobre el medio ambiente como el mejor de los indicadores.

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Y ahora podríamos preguntarnos: ¿para qué sirven las actitudes ambientales? ¿Qué consecuencias suponen las actitudes ambientales? Para responder a estas dos cuestiones, es preciso decir que la principal función de la actitud es de tipo motivacional, pero también se han identificado otros tipos de funciones: • Función instrumental: se desarrollan las actitudes dependiendo de la utilidad que el objeto con el que se relaciona la actitud tenga para nosotros. • Función defensiva del yo: consiste en la defensa de la imagen que tenemos sobre nosotros mismos. • Función expresiva de valores: las personas obtienen satisfacciones por la expresión de actitudes que reflejan sus creencias más profundas. • Función cognoscitiva: intento de organizar el mundo que rodea a la persona. Las actitudes funcionan como elementos primordiales en la construcción de los marcos de interpretación del mundo. • Función cognitiva: la actitud interviene en el proceso de procesamiento de la información. Las actitudes también están relacionadas con la búsqueda de la información. Por ejemplo, una persona que recicla tenderá a hacer caso de la información de una campaña de reciclaje, así como a ignorar la información que esté en contra de la recogida selectiva de residuos. Por tanto, las actitudes intervienen en la percepción y valoración de la información que es relevante para la propia actitud.

2.4. La apropiación del espacio

Una de las características de la sociedad actual, entre otras, es que está sometida a cambios constantes. Esta inestabilidad se refleja en nuestros puestos de trabajo, residencias e, incluso, relaciones sociales. No obstante, las personas disponemos de algunos mecanismos psicosociales para adaptarnos a estas nuevas situaciones, a estos nuevos espacios. Uno de éstos consistiría en la apropiación del espacio. Imaginemos por un momento la situación siguiente: Una profesora universitaria decide, después de diez años en la universidad pública, cambiar de aires al recibir una muy buena oferta de una universidad privada.

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Ha llegado el momento de mudarse y la profesora en cuestión empieza a “deconstruir” su despacho con la intención de llevarse sus objetos personales, aquellas cosas que para ella son más significativas, al nuevo despacho de la nueva universidad. Una vez en su nuevo despacho, la profesora vuelve a guardar, colocar, colgar estos objetos, pósters, fotos, etc., más o menos de la misma manera que lo tenía en su despacho anterior.

¿Por qué esta profesora tiene la necesidad de llevarse estos objetos a su nuevo despacho? ¿Por qué cuando compramos una casa, cuando la vemos vacía, sentimos una sensación extraña o de incomodidad, como si todavía nos no acabáramos de creer que es nuestra? o, ¿por qué los edificios contiguos de la nueva casa, aunque son idénticos cuando nos dan las llaves de entrada, transforman su fisonomía después de un tiempo de habitarlos las familias? o, ¿por qué el interior de estos pisos es diferente según las familias que viven en los mismos? Apropiarse de un lugar, espacio, etc. no sólo consiste en hacer un uso reconocido del mismo, sino también en establecer con él una relación, integrarlo en nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestra manera, integrarlo en nuestras experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta operación, el espacio (“vacío”) deviene un lugar “significativo” para nosotros. En palabras muy sencillas, podríamos decir que apropiarnos de un espacio significa dejar, de algún modo, nuestra huella personal. Habrá espacios en los que será más fácil dejar nuestra “marca”, como el ejemplo de la profesora que cambia de despacho; y otros en que será más difícil, como, por ejemplo, la ciudad. No obstante, existen casos en que la huella se deja igualmente (los graffiti). Asimismo, podríamos considerar que los trayectos que realizamos con asiduidad por medio de las ciudades constituyen una forma de dejar nuestra marca, ¿por qué no? Apropiarse de un espacio significa también familiarizarse con el mismo. Quiere decir establecer una relación afectiva, entendiendo que para que ésta se produzca es preciso considerar otros procesos sociales que, de un modo u otro, están igualmente relacionados, como, por ejemplo, las relaciones sociales que se producen en aquel espacio, los valores, las normas, las costumbres que determinan estas acciones, etc. Es evidente que el sistema de relaciones que establecemos en el interior de los espacios potencian o minimizan el sentido de apropiación. Por ejemplo, si en nuestro puesto de trabajo establecemos relaciones sociales positivas con el resto de los compañeros, seguramente nos sentiremos mucho más apropiados de aquellos lugares.

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Asimismo, es primordial considerar las características de rigidez o flexibilidad para que el sentido de apropiación se facilite o no. En este sentido, se precisa, en cierta manera, poder transformar los espacios según nuestras necesidades para apropiarnos de ellos. Es por medio de esta experiencia transformativa como vamos haciendo nuestros los espacios cotidianos. Por consiguiente, difícilmente acontecerá este proceso apropiativo si el espacio en cuestión es muy rígido (o si lo son las normas, costumbres o valores que habitan en el mismo). Si no se da este proceso, entonces estaríamos hablando de desapropiación. Con este término nos referimos a todos aquellos procesos o medios que hacen que las personas (de manera individual o en grupo) sientan que un espacio no les pertenece, que les es ajeno. Asimismo, la apropiación depende del control que podemos ejercer sobre aquel espacio del que podemos apropiarnos, de la facultad que poseemos para privatizarlo y organizarlo dependiendo de nuestros intereses. Para concluir este apartado, una nueva invitación a la reflexión. ¿Es el proceso apropiativo algo rígido? Pasados unos cuantos segundos para la reflexión, podríamos decir: evidentemente, no. En cierta manera y gracias a la relación que establecemos con nuestros espacios, entramos dentro de un bucle donde nosotros nos apropiamos de nuestros espacios y donde estos últimos se apropian, al mismo tiempo, de nosotros. Del mismo modo que estamos transformando nuestros espacios según nuestras conveniencias e identidades, también nos estamos transformando a nosotros mismos, así como estamos reconstruyendo nuestras identidades sociales y personales.

3. Medio ambiente y comportamiento

3.1. Mapas cognitivos y comportamiento

El término mapa cognitivo es uno de los más estudiados dentro de la extensa bibliografía de esta disciplina (sobre todo en el espacio urbano). Por ello encontramos un amplio abanico de sinónimos asociados a este concepto, entre otros: mapa mental, esquema espacial, estructura topográfica, mapa psicoló-

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gico, imagen ambiental, esquema topográfico, representación topográfica, atlas mental, etc. “El mapa cognitivo es un constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que las personas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la información referida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda relación con los atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el ambiente, y constituye un componente esencial en los procesos adaptativos de la toma de decisión espacial.” Downs, R. M., y Stea, D. (1973). Imagine and Environment. Cognitive mapping (p. 15). Nueva York: Harper & Row.

Quizá esta definición no acabe de convencer. Para salir de la duda, puede ser útil realizar el ejercicio de dejar de leer estas líneas y pensar que debemos desplazarnos hasta algún lugar (la casa de nuestros padres o amigos, nuestra plaza preferida, el bar donde tomamos el café con frecuencia, etc.). ¿Qué “recorrido mental” estamos haciendo ahora para llegar hasta el lugar en cuestión? Estamos convencidos de que, si se ha hecho esta actividad mental, se comprenderá mejor lo que entendemos por mapa cognitivo. De acuerdo con Aragonés (1998), y recogiendo las aportaciones de otros autores, las principales características de los mapas cognitivos son las siguientes: • El término mapa cognitivo es una metáfora para hablar de un constructo que funciona como si fuera un mapa geográfico, pero que no es observable, dado que se ubica en la mente de las personas. • Los mapas cognitivos se forman dependiendo de nuestra manera de seleccionar, codificar y evaluar la información. • Se encuentran en un cambio permanente, dado que quien posee el mapa cognitivo se encuentra en continua interacción con el ambiente. • Es resistente al olvido, aunque el paso del tiempo puede provocar alteraciones si la persona no interactúa con el ambiente. • Las tres dimensiones fundamentales de información que contienen los mapas cognitivos y que definen cualquier punto del espacio son el tamaño, la distancia y la dirección.

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Así, según las diferentes experiencias personales hacia el espacio, cada persona dispondrá de distintos mapas cognitivos de los diferentes trayectos que debe hacer en su actividad cotidiana, puesto que cada uno de nosotros, en nuestros recorridos habituales, nos fijamos en ciertos aspectos del espacio que nos rodea, según nuestros intereses o preferencias, o, simplemente, en aquellos aspectos que en el momento en que pasamos por tales lugares nos llaman más la atención. Todo ello nos demuestra la importancia que tiene el significado que le otorgamos a algunos elementos que forman parte de nuestro espacio cotidiano en el momento en que nos “construimos” mentalmente un mapa cognitivo u otro. De la misma manera, conviene puntualizar que este conjunto de mapas cognitivos no siempre son los mismos, ni son fijos, sino que, dado que nosotros estamos en constante interacción con el medio que nos rodea, los mapas cognitivos están sujetos a variaciones permanentes. Además de estas características, Lynch (1960) propuso cinco categorías diferentes de los elementos que componen los mapas cognitivos: • Sendas: son los trayectos que sigue la persona cotidianamente, de manera ocasional o parcial. La forma de representar las sendas puede ser como calles, senderos, líneas de tráfico, canales o vías de tren. • Esquinas: son los umbrales existentes entre dos zonas, de manera que rompen linealmente la continuidad. Constituyen ejemplos representativos de las mismas las playas, los cruces de ferrocarril o los muros. Se convierten en referencias laterales y no en ejes de coordinación. • Barrios: son las zonas de la ciudad cuyas dimensiones pueden oscilar entre medianas y grandes. • Nodos: son los puntos de conexión de una ciudad por medio de los cuales una persona puede atravesarla, y se constituyen como foco de referencia a partir del cual iniciamos o encaminamos nuevos trayectos. Como ejemplos, identificamos las confluencias, los cruces o las convergencias de sendas o las zonas de paso de una zona a otra. • Mojones: son otro tipo de puntos de referencia; sin embargo, en este caso la persona no entra, sino que le son externos. Unos ejemplos de ello pueden ser un edificio, una señal, una tienda o una montaña.

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Una de las funciones primordiales de los mapas cognitivos consiste en dirigir la acción, es decir, en facilitar la elección de un camino, antes de los trayectos o durante los mismos. De entre los aspectos más trabajados sobre la influencia de los mapas cognitivos en el hecho de deambular por el espacio encontramos los conocidos como “orientación durante el desplazamiento” y “usted está aquí”. “La orientación durante el desplazamiento” es una función que depende de la experiencia personal almacenada utilizada para resolver problemas. Esta información permite trasladarnos por los espacios con el objetivo de alcanzar nuestro destino con la máxima eficacia. Es decir, es aquello que nos ayuda a tomar una decisión sobre qué caminos, transportes, itinerarios, etc. utilizamos para realizar correctamente el desplazamiento que nos hemos fijado. El “usted está aquí” constituye una herramienta que sirve para orientarnos en el espacio. Estos planos se sitúan en las entradas/salidas de las organizaciones y de las empresas, estaciones de metro y tren, museos, hospitales, campus universitarios, etc. La función de éstos consiste en ubicar a la persona dentro del espacio y facilitarle la manera de llegar a su punto de destino.

3.2. Medio físico construido y problemas sociales

Tal como señala Fernández Ramírez (1998): “La ciudad es una mezcla compleja de fenómenos diarios que ocurren simultáneamente en espacios alejados y, en cierto modo, independientes [...]. En ella se encuentra una fusión de aspectos culturales distintos, que el tiempo ha venido a fijar en actitudes y formas de vida propias de una localidad concreta. Para comprender la realidad urbana, no sólo hay que explicar la psicología peculiar del individuo o del grupo. La ciudad es al mismo tiempo un producto histórico, un complejo cruce de fuerzas e intereses sociológicos y económicos, una distribución y acomodación geográfica peculiar de un gran número de individuos en un espacio restringido, y el derivado cultural y psicológico que caracteriza a gran parte de la población de las sociedades occidentales actuales. La ciudad es una construcción social, el fruto de la convivencia y la distribución del espacio entre personas, en un momento histórico, social y psicológico en cierto modo único.” Fernández Ramírez, B. (1998). El medio urbano. En J. I. Aragonés y M. Amérigo (Comps.). Psicología Ambiental (p. 259). Madrid: Pirámide.

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Después de esta cita, una invitación a tomar una fotografía de un día laboral de cualquier ciudad: personas que van arriba y abajo –caminando con rapidez y aturdidas, chocando las unas contra las otras al circular por la misma acera–, conductores que cruzan la ciudad de una punta a otra con sus coches –tocando los cláxones cuando hay embotellamientos–, gran concentración de ciudadanos y ciudadanas en horas punta en los metros, tranvías o autobuses, etc. Se pueden imaginar más situaciones como éstas; sin embargo, se estará de acuerdo con nosotros en que la ciudad y, más en concreto, esta gran fraternidad de personas con quien vivimos, acaban generando aquello que nosotros hemos denominado problemas psicosocioambientales. Siguiendo a Fernández Ramírez (1998), exponemos brevemente cuáles son las principales problemáticas psicosocioambientales: 1) Estrés ambiental: el estrés ambiental se explica cuando las personas que conviven en la ciudad consideran que existen una serie de factores no deseables. Estos factores adquieren un significado amenazante y negativo para el ciudadano y, en cierto modo, este último debe reaccionar para superarlos. Las consecuencias negativas dependen de la capacidad de enfrentarse a la situación que provoca el estrés o del control que se establece sobre la situación. Recogiendo las ideas de Bell y otros (1996), Fernández Ramírez expone lo siguiente: “De todos modos, las reacciones de estrés dependen del nivel de adaptación previa del individuo, del tiempo de residencia en el lugar o del nivel óptimo de estimulación que requiere el individuo. En contrapartida, la continua exposición ante estresores hace que el urbanita disponga de estrategias variadas de enfrentamiento y de una mayor tolerancia.” Fernández Ramírez, B. (1998). El medio urbano. En J. I. Aragonés y M. Amérigo (Comps.). Psicología Ambiental (p. 268). Madrid: Pirámide.

2) Densidad urbana y patologías sociales: varias investigaciones realizadas dentro del ámbito de la Psicología ambiental muestran que existe relación (en sentido positivo) entre la densidad de población y los siguientes factores: la delincuencia, el número de ingresos en los hospitales, las muertes, las agresiones a personas, las defunciones, los divorcios y los delitos contra la propiedad, entre otros.

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3) Delincuencia urbana: dentro de la ciudad existen diferentes zonas donde los delincuentes suelen actuar. Están los barrios marginales, las zonas degradadas, etc., que ejemplarizan la historia de la actividad delictiva de estos espacios. Asimismo, se encuentran las zonas comerciales, donde potencialmente existen más objetivos a alcanzar, donde pueden pasar más desapercibidos; los cruces de calles, donde tienen más posibilidades para escapar, y las zonas que no están muy iluminadas, aquellas que están escondidas entre árboles o aquéllas por donde casi no pasa nadie. 4) Lugares peligrosos y miedo al delito: un lugar peligroso es aquel lugar que las personas asociamos con la posibilidad de actividades delictivas y donde no existe la posibilidad de apoyo social. El miedo hacia un espacio surge cuando se tiene la información de que en aquel lugar ha pasado algo (algún acto delictivo), bien porque ya se ha pasado por esta experiencia, o bien porque se tiene información relativa a que en aquel lugar suceden acciones no deseadas (por medio de amigos, de los medios de comunicación, etc.). Asimismo, tenemos miedo cuando algunos espacios abandonados nos provocan sensación de aislamiento o de falta de apoyo social. 5) Reducción de la solidaridad: esta gran concentración de personas en las ciudades provoca que, de manera general, se reduzcan los comportamientos de ayuda y prosociales. Algunas de las posibles causas para que ello se produzca son el miedo a los extraños, la difusión de la responsabilidad, etc. 6) Cantidad elevada de desplazamientos diarios: nuestra actividad diaria, ya sea por ocio o por trabajo, hace que nos desplacemos de manera constante por el interior de la ciudad, para ir a las áreas vecinas o para ir de fin de semana a una zona rural. Podemos asegurar que pasamos la mayoría de las horas de nuestra vida viajando en metro, tren, coche, moto, etc. Estos desplazamientos “obligados” significan uno de los factores que nos causan más estrés y, cómo no, también son los fundamentos de otros problemas de dentro y fuera de la ciudad. 7) Vagabundos: son aquellas personas que no tienen hogar, que viven en la calle o que malviven en alguna institución (pública o religiosa) de manera temporal. No tienen casa, pero la llevan encima, puesto que transportan sus objetos personales por medio de bártulos que ellos mismos se han fabricado. Por miedo al robo, tienen gran cuidado de estos objetos, dado que es lo único que tienen, y suelen ser víctimas de los delincuentes o de las agresiones sexuales. Es un colectivo que tiene problemas de adicción a las drogas (alcohol, disolventes, etc.),

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y de salud. A causa de las condiciones en que viven, tienen más facilidad para que la muerte les llegue antes.

3.3. El comportamiento ecológico responsable

Los agentes que contribuyen con mayor claridad al deterioro de nuestro entorno son, por un lado, las actividades industriales y, por el otro, los comportamientos humanos. El desarrollo industrial y tecnológico persigue una mejora de la calidad de vida de las personas. Sin embargo, con gran frecuencia estos avances provocan desequilibrios y problemas medioambientales. Estos desequilibrios han comportado un incremento de la preocupación de los poderes políticos y del conjunto de la sociedad por los efectos negativos que ocasionan y, en consecuencia, para encontrar métodos que sirvan para minimizar cualquier influencia negativa hacia nuestro espacio natural. Todo ello pone en evidencia la necesidad de implementar políticas eficaces de desarrollo sostenible para proteger el medio ambiente. Sin embargo, esto no es suficiente: las personas, a partir de nuestros comportamientos, podemos controlar y/o modificar algunos aspectos que contribuyen a este deterioro. Por ello es necesario fomentar un comportamiento sostenible en los ciudadanos para que sean los primeros en mostrar una concienciación sobre este tema y, de este modo, puedan participar directamente en la preservación de nuestro medio ambiente. Las maneras de participar en la preservación del medio que tenemos pueden ser de dos tipos: por un lado, cambiando nuestras propias acciones de deterioro o consumo excesivo y, por otro, implementando acciones dirigidas a los agentes primarios para que modifiquen sus políticas económicas o de producción industrial (Hernández y Suárez, 1997). Por tanto, las personas tenemos una responsabilidad ambiental hacia nuestro medio; es decir, debemos hacer algo para contribuir a la preservación del espacio natural. Los estudios sobre la responsabilidad ambiental ponen de manifiesto la necesidad de abordar el comportamiento humano con respecto al entorno desde una perspectiva integral; es decir, considerando el carácter adaptador de nuestras acciones, las características estructurales del medio, la in-

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fluencia de los procesos psicosociales, etc. (Hernández y Suárez, 1997). De este modo, la Psicología ambiental ha abordado este concepto de responsabilidad ambiental desde dos vertientes del comportamiento ecológico responsable: la vertiente más pública y colectiva, la participación ambiental, y la vertiente más privada o individual, el comportamiento ecológico. Una vez más una invitación a reflexionar sobre la dimensión más privada, es decir, sobre las maneras que, a título individual, tenemos más a mano para poder colaborar y participar en el mantenimiento de un desarrollo ecológico sostenible. Pero ¿cómo podemos definir el término comportamiento ecológico responsable? De acuerdo con Asís y Aragonés (1986), el comportamiento ecológico responsable (CER) consiste en cualquier comportamiento cuya intención sea la de conservar el medio ambiente o evitar su destrucción. En la misma línea, Grob (1990) lo define como todas aquellas actividades que los seres humanos efectúan para contribuir a la protección de los recursos naturales o a la reducción de su deterioro. Algunas de las conductas ecológicas responsables que persiguen la conservación del medio natural y/o que buscan el desarrollo sostenible estudiadas por los psicólogos ambientales han sido el control del consumo energético (en el hogar, los transportes, etc.) y el fomento del uso de energías renovables, el ahorro de los recursos, el consumo y reciclaje de productos, la contaminación y la reducción de residuos, la conservación de los espacios naturales y bosques, etc. Como ejercicio, nos parece una buena propuesta reflexionar sobre los comportamientos que tenemos en nuestra vida cotidiana para contribuir a la conservación del medio. Del mismo modo, parece oportuno recapacitar sobre por qué no llevamos a cabo más acciones en este sentido: ¿por pereza?, ¿por falta de información?, ¿por falta de interés?, ¿por carencia de recursos públicos para llevarlo a cabo? (Por ejemplo, falta de contenedores para reciclar el papel, plástico, cristal, etc.). Dentro de la investigación en el campo de la conducta ecológica responsable, se han estudiado tres aspectos básicos: 1) La definición y conceptualización, tanto teórica como empírica, del comportamiento ecológico responsable. En este sentido, existen dos aproximaciones: por un lado, el estudio del concepto desde una perspectiva global, donde se estudian los posibles aspectos determinantes de esta conducta, como pueden ser las creencias, las actitudes proambientales, el interés ambiental, etc.; por

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otro lado, existen estudios que, con la ayuda de inventarios comportamentales y registros, evalúan la responsabilidad en términos de realización u omisión de ciertos comportamientos proambientales. 2) La identificación de las variables asociadas a esta conducta para ver la relación existente entre ésta y, por ejemplo, variables demográficas (edad, género, nivel socioeconómico, nivel educativo, etc.) el grado de información sobre el tema o interés ambiental. En general, los resultados obtenidos en estas investigaciones son contradictorios y no permiten establecer conclusiones definitivas. 3) La elaboración de estrategias de intervención y la evaluación de las mismas para comprobar su eficacia. En este sentido, podemos encontrar programas de distinto tipo, aunque la gran mayoría persigue la modificación de los hábitos de los consumidores y el fomento de comportamientos orientados a la preservación del medio ambiente. Como puntualizan Hernández y Suárez (1997), los diferentes resultados de las investigaciones nos demuestran que la intención de actuar de manera ecológicamente responsable con respecto al medio ambiente está estrechamente vinculada a la conducta proambiental. Del mismo modo, los autores también mencionan la importancia del sistema de creencias en la relación entre el ser humano y su entorno. Para acabar, pasemos a comentar algunos ejemplos de conducta ecológica responsable relacionada con el ahorro de energía y el tema de los residuos. Uno de los ámbitos más estudiados, en referencia al comportamiento ecológico responsable, es el control del consumo energético y de los recursos naturales. Como proponen Asís y Aragonés (1986), los ámbitos donde el consumo energético tiene cotas más altas son el hogar, el uso de los transportes y el reciclaje de residuos. En este sentido, los ciudadanos podemos demostrar nuestro comportamiento ecológico responsable, en el plan doméstico, ahorrando energía con la luz, limitando el uso de la calefacción, no dejando el grifo abierto cuando enjabonamos los platos, etc. Del mismo modo, podemos utilizar el transporte público (el metro, el tren, el autobús, etc.) y reducir el uso del transporte particular (es decir, el coche propio), aunque para ello también es necesario que los organismos competentes organicen un sistema de transporte público que facilite la comunicación entre los diferentes espacios, barrios y mu-

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nicipios que conforman cualquier área metropolitana o rural, lo que no siempre es así. Sin embargo, una de las intervenciones que ha despertado mayor interés ha sido el fomento de la reducción de residuos, el reciclaje de productos o su reutilización. Desde hace ya algunos años, nuestro paisaje urbano o rural se ha visto (re)decorado con unos contenedores de diferentes colores (verdes, azules, marrones y amarillos), en los que debemos guardar los distintos residuos que generamos en nuestra vida cotidiana. La educación ambiental pretende que aprendamos a separar la basura orgánica de otros tipos de basuras y, asimismo, a guardar otros materiales como las pilas, el aceite, los muebles, etc., puesto que estos productos bien se pueden reutilizar, bien necesitan recibir un tratamiento especial, o bien pueden constituir la base para otros subproductos, etc.

3.4. La construcción de significados sobre el medio ambiente

Hablar de la construcción de significados dentro de la Psicología ambiental es implicarla, directamente, en el término de la identidad, ya sea individual o colectiva, y el papel que tienen los espacios en la construcción de estas intrasubjetividades o intersubjetividades. Éste ha sido un tema de constante debate y revisión en la historia de esta rama de la Psicología social. Desde Prohansky (1976), primer autor que define identidad de lugar, hasta Valera (1993), primer autor que define identidad social urbana, han ido surgiendo todo un conjunto de conceptos que, de un modo u otro, profundizan en el binomio identidad-espacio. En un inicio, conviene destacar el trabajo que han realizado a lo largo de estos últimos años Pol, Valera y Vidal sobre la identidad social urbana, puesto que opinamos que aportan una ola de aire fresco a la Psicología ambiental planteada hasta el momento. Asimismo, añadimos que estamos completamente de acuerdo con la crítica que plantean sobre cómo la Psicología ambiental ha estudiado el papel que tiene el entorno en la formación de intersubjetividades: de manera reduccionista, acotando el espacio a dimensiones físicas; diferenciando el medio físico del medio social, sin considerar que el entorno no sólo es el escenario de la interacción, sino también un producto de esta interacción; y estudiando

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en el contexto del laboratorio la relación entorno-identidad a partir del control de variables ambientales (Valera y Pol, 1994). Hecha esta puntualización, en las líneas siguientes realizaremos un breve recorrido por esta multitud de conceptos, que intentan aclarar la relación espacioidentidad, como ya hemos expresado con anterioridad. Desde una vertiente más sociocognitiva e individual, empezamos a hablar de lo que Prohansky (1976) y Prohansky, Fabian y Kaminoff (1983) bautizan con el nombre de Place Identity. Para estos autores, tal identidad constituye una subestructura básica del yo, resultado de una construcción que hacemos de manera individual en el proceso de percibirnos a nosotros mismos en relación con nuestro entorno más inmediato. Esta estructura cognitiva se irá transformando según nuestra experiencia espacial cotidiana, dependiendo de la relación que mantenemos con los lugares que nos son más próximos. La cognición de estos espacios irá acompañada de una carga afectiva a partir de la cual desarrollaremos una serie de vínculos emocionales con aquellos lugares considerados como más relevantes, y de pertenencia a los mismos, y que estará regulada según tres factores espaciales: sus cualidades físicas, las cualidades sociales y las posibilidades que tengamos de transformarlos. Éste sería el primer intento de conectar el lugar, el espacio, etc., con la identidad individual, que nos plantea básicamente que existe un vínculo emocional entre las personas y los entornos, que nos quiere decir que desarrollamos un sentimiento de pertenencia hacia ciertos lugares o espacios. La Urban Identity es otro concepto básico de la pareja espacio-identidad. Lalli (1988, 1992), pionero en la utilización de este concepto, concluye que el hecho de vincularse (o tener la intención de hacerlo) a cualquier grupo va acompañado de un sentimiento de pertenencia a determinados espacios urbanos significativos para este grupo. Para él, el espacio constituye una producción social simbólica particular, resultado de la interacción de los miembros del endogrupo y de las interacciones exogrupales, más que un escenario donde lo social se produce; de modo que el hecho de sentirnos o definirnos como habitantes de un lugar concreto, sea una ciudad, un pueblo, una comarca, una casa, etc., representa, asimismo, diferenciarse de las personas que no comparten tal espacio. Por consiguiente, los rasgos que configuran un lugar, un espacio, etc., se convierten en cualidades casi psicológicas para los habitantes que conviven allí. Siguiendo este hilo argumental, los escenarios sociales más próximos y cotidianos supo-

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nen un papel primordial en el momento de configurar nuestra identidad colectiva y, al mismo tiempo, nos permiten diferenciar las identidades sociales dependiendo de su contexto espacial. Una de las cuestiones más estudiadas en el ámbito que nos ocupa es el papel que tiene el simbolismo del espacio y/o los elementos simbólicos que lo integran en la construcción de la identidad social o colectiva. Para Lefebvre (1970), los espacios vitales se construyen por medio de un pacto social en el que participan todos los ciudadanos. Es en este proceso participativo donde el espacio adquirirá significado para sus habitantes, con independencia del diseño espacial en que nos encontremos. Sin embargo, la carga simbólica del espacio puede dictar las normas y las reglas que rigen la manera de comportarse en un lugar determinado y algunos de estos elementos simbólicos configurativos del espacio pueden ser aprehendidos por las personas que viven en este lugar como rasgos representativos de su identidad (Rappoport, 1974). Según Stokols y Shumaker (1981), todo el mundo vive en espacios que se construyen material y simbólicamente. Lo simbólico sería un conjunto de significados socioculturales relacionados con estos espacios que, a su vez, se convierten en elementos clave con la finalidad de que se produzca una conexión entre un espacio determinado y las personas y los grupos que lo habitan. Asimismo, los mismos investigadores nos hablan de la Social Imageability, la cual confiere a los lugares la capacidad de provocar significados compartidos entre aquellos que viven; y destacan que el espacio simbólico genera una dependencia hacia él, entendida ésta como una vinculación que se establece entre las personas y los grupos y lugares concretos. Una línea discursiva parecida a ésta la encontramos en Hunter (1987), ya que este autor nos propone que las personas y los grupos conforman nuestra identidad social según nuestras interacciones simbólicas y dependiendo de la relación que mantenemos con determinados espacios. Éste constituye el proceso por medio del cual nos podemos identificar o diferenciar unos de otros. El mismo investigador, dentro de un contexto sociocognitivo, construccionista e interaccionista simbólico, cita el término comunidad simbólica (Hunter, 1987). Para este autor los significados se originan en las interacciones sociales en el momento en que son utilizados por las personas; se emprende un proceso formativo en el que estos significados se utilizan y revisan como rasgos de salida para las acciones sociales. Hunter basa esta explicación teniendo en cuenta diferentes postulados interaccionistas (Blumer, 1982). Según

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este último autor, las personas orientamos nuestros actos teniendo siempre presente los objetos que significan algo para nosotros; esta significación es el producto de las interacciones sociales, y estos significados se van transformando dependiendo del proceso interpretativo que hacen las personas en su carácter cotidiano. Por su parte, Pol (1988, 1997b) nos habla de simbolismo a priori o simbolismo a posteriori. El primero se produciría cuando se quiere crear, en la edificación de un nuevo espacio, una significación ya preestablecida. Esta última puede ser aprehendida o no por los habitantes como característica de referencia, y convertirse, pues, en un elemento simbólico compartido. El segundo se refiere a aquellos lugares o elementos que suponen un papel capital en el mundo referencial de las personas, gracias al significado que, por medio del tiempo y de su uso, han adquirido las personas y los grupos sociales. Son los lugares que, con el paso de los años, devienen espacios comunes, cargados de significación y que, al mismo tiempo, su función consiste en vertebrar y conformar la identidad colectiva de aquellas personas que los habitan. Otro concepto asociado a la identidad social son las categorías espaciales. Como adaptación de las teorías de la categorización social se encuentra la obra de Tajfel (1981, 1983) y Tajfel y Turner (1986). Turner (1987b) nos propone que las categorías espaciales son unas de las diferentes categorías sociales que las personas empleamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales. Nosotros configuramos nuestra identidad social espacial cuando tenemos presente el hecho de pertenecer a un determinado lugar, el cual se convierte en una subestructura de la identidad social. Aquello que caracteriza a esta subestructura identitaria es que el lugar en cuestión se convierte en el referente directo de la categorización. De este modo, las categorizaciones que las personas construimos en relación con la pertenencia a determinados espacios se pueden situar en un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal y el espacio colectivo. Del mismo modo, las personas convivimos en distintos grados de abstracción de categorizaciones endo-exogrupales o en diferentes subniveles que se organizan jerárquicamente por medio de relaciones de inclusión. Así, las categorías espaciales que cotidianamente definen nuestra identidad son la casa, el barrio, la ciudad, el área metropolitana, la comarca, la provincia, la región, etc.

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Para finalizar esta aproximación de la relación entre identidad y espacio, presentamos el concepto de identidad social urbana propuesto por Valera (1993) y por Valera y Pol (1994), que intenta integrar la mayoría de los conceptos formulados hasta el momento. Así, para poder hablar de identidad social urbana, conviene tener presentes las características siguientes: 1) Pueden incorporar la sensación de que debemos pertenecer a un lugar en el conjunto de categorías que edifican la identidad social de los ciudadanos y de los colectivos urbanos. 2) Las personas y los grupos se autodefinen según las dimensiones que están relacionadas con una determinada categoría urbana. Sin embargo, estas dimensiones tienen un papel esencial en el momento de incluir o excluir a otros grupos que ocupan el mismo nivel de abstracción categorial, ya sea la casa, el barrio, la ciudad, la comarca, etc. 3) Las categorías sociales urbanas son el fundamento de la edificación de la identidad urbana. Estas categorías se especifican teniendo en cuenta su nivel de abstracción: casa, barrio, ciudad, comarca, etc. Las personas tenderán a identificarse como grupo según estos grados de abstracción categorial, del mismo modo que velará porque las disimilitudes intracategoriales sean menores que las percibidas desde un punto de vista intercategorial. 4) Las dimensiones que provocan la inscripción a categoría social urbana concreta están relacionadas con un cúmulo de significados socialmente conciliados y construidos a partir de la interacción simbólica entre las personas incluidas dentro de un mismo grupo o categoría. 5) Las dimensiones categoriales que entran en juego en el proceso de construcción de la identidad social urbana quedan definidas según las dimensiones siguientes: a) Dimensión territorial. Los confines geográficos establecidos por las personas que se autoidentifican teniendo en cuenta una determinada categoría espacial son unos elementos que debemos destacar cuando queremos distinguirnos de otros colectivos, cuando queremos diferenciarnos de otros grupos que ocupan entornos diferentes. Asimismo, conviene que destaquemos el papel que tienen las características físicas y simbólicas en este proceso de diferenciación. b) Dimensión psicosocial. Teniendo presente que cada espacio genera una imagen característica de sí mismo, la inscripción a una categoría espacial concreta puede

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ser consecuencia de un conjunto de atribuciones (internas o externas) que dotan de un sello espacial o distintivo a los miembros incluidos en esta categoría; en otras palabras, las personas que conviven en ciertos lugares disfrutan de cierto tipo de identidad que los diferencia de otras personas o grupos. c) Dimensión histórica. La historia grupal y la relación mantenida con el espacio más inmediata constituye una característica básica para definir la identidad social urbana. Los procesos que fomentan la identificación de las personas o de los grupos con un espacio determinado están relacionados con el talante histórico del grupo y del mismo espacio. Este proceso histórico forja una sensación de continuidad en el tiempo, motor básico para cualquier identidad social urbana (Stokols y Jacobi, 1984; Lalli, 1988). d) Dimensión conductual. La identidad social urbana provoca que, en su espacio definitorio se produzcan unos comportamientos característicos. Dicho de otra manera, dentro de los lugares, espacios, entornos, etc. se producirán un conjunto de prácticas sociales que son propias y que, asimismo, son las propias de una determinada categoría social urbana (Francis, 1983). e) Dimensión social. Los rasgos sociales de un grupo, los cuales están relacionados con un espacio concreto o una determinada categoría social urbana, resultan elementos definitorios de la identidad social urbana. f) Dimensión ideológica. La identidad social urbana está relacionada con determinados valores ideológicos implícitos que operan sobre grupos o colectivos concretos. Conviene especificar que las construcciones urbanas constituyen el reflejo histórico del conjunto de ideologías que han ido gobernando los espacios ciudadanos y destacar el papel que poseen estos elementos de poder en la construcción de estas categorías y espacios sociales.

6) Estas dimensiones categoriales están relacionadas las unas con las otras. Asimismo, también se producen conexiones con las diferentes categorías sociales “salientes”. 7) Debemos considerar el inventario de relaciones ecológicas que un grupo o colectivo sostiene con otros grupos o colectivos como componente esencial de la identidad social urbana. 8) El proceso de configuración categorial es dinámico, puesto que las personas y los grupos utilizan distintos grados de abstracción categorial, teniendo en cuenta sus necesidades y según la categoría que los identifica y los diferencia de otras personas o grupos (Reid y Aguilar, 1991). 9) Conviene destacar la existencia de sistemas de categorías urbanas paralelas que también ayudan a construir la identidad social urbana. La consecuencia

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de esta idea es que se produce una jerarquización de estos sistemas categoriales, a la vez que, asimismo, se regulará la relación de las personas y de los colectivos con el espacio en cuestión. 10) Dentro del espacio urbano, nos encontramos con un abanico de objetos característicos que tienen la capacidad de simbolizar los procesos hasta ahora descritos y que son capaces de simbolizar el sentido de identidad social urbana que define un colectivo concreto. Estos elementos simbólicos favorecen los procesos de identificación endogrupal, las relaciones entre el endogrupo y el exogrupo, así como los mecanismos de apropiación espacial en el plano simbólico. En este punto, los mismos autores destacan dos elementos por las implicaciones que tienen sobre el espacio construido: a) Los topónimos, que bautizan los elementos urbanos y les otorgan un nombre, una categoría social urbana concreta. El estudio de los topónimos nos proporcionará una pequeña pista de cómo se han elaborado socialmente aquellos significados relacionados con el espacio. b) Los espacios simbólicos urbanos y los elementos que las personas consideran como más representativos son los encargados de simbolizar las dimensiones más destacadas de la identidad social urbana compartida en el grupo o colectivo. Así pues, podemos considerar los lugares o los objetos simbólicos como prototipos de la categoría social urbana base para la definición de la identidad social correspondiente. Dentro de este grupo de elementos, podemos incluir los elementos geográficos (ríos, montañas, lagos, etc.), los monumentos (Bohigas, 1985; Francis, 1983) y, en general, los diferentes elementos arquitectónicos o urbanísticos autóctonos y peculiares del espacio caracterizado como espacio simbólico urbano (Valera, 1993).

Para concluir este apartado, tras el repaso que hemos efectuado de los conceptos que la Psicología ambiental utiliza en el intento de relacionar la identidad social con el espacio, somos capaces de manifestar que tanto los aspectos simbólicos y categoriales del espacio físico como los sociales son los que poseen un papel más importante en el proceso de edificación de la identidad social o colectiva. Sin embargo, en este proceso de simbolización y categorización de personas y lugares echamos de menos el papel del lenguaje en ambos procesos. Somos las personas, gracias a nuestras interacciones cotidianas, las encargadas de dotar de simbolismo a los espacios y de establecer categorías para los mismos. No obstante, algo que es necesario explicar de estas interacciones es que se basan en el lenguaje. Desde nuestro punto de vista, la identidad colectiva se

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construye a partir de los discursos que gobiernan en la cultura de cada comunidad o colectivo, a partir de los discursos que ponemos en circulación en nuestras actividades cotidianas. Nuestra identidad colectiva es el producto de cruzar muchos discursos diferentes: el de la economía, la orientación sexual, el trabajo, etc. Asimismo, en el caso de la identidad social espacial, es preciso que a estos discursos sumemos los que mantenemos sobre la ciudad, barrio, comarca o pueblo y aquellos que el mismo espacio nos ofrece. Los discursos nos rodean y estamos inmersos en ellos. Esto significa que habitamos dentro de un tipo de material escrito y oral y que, incluso los edificios, calles y elementos de la trama urbana se pueden leer e interpretar como textos, dado que nosotros, como seres humanos, les conferimos significado social (Burr, 1997). Estaríamos adoptando: “una posición radicalmente relativista que nos obliga a sacar la conclusión de que nada existe fuera del discurso; es decir, que la única realidad que tienen las cosas es la que se les otorga dentro del ámbito simbólico del lenguaje. Esto equivale a decir que nuestras vidas no tienen ninguna base material, y que ‘cosas’ que nos afectan tanto, como, por ejemplo, la economía, las condiciones de vida y la salud, no son más que efectos del lenguaje”. Burr, V. (1997). Introducció al construccionisme social (p. 89). Barcelona: Proa / Universitat Oberta de Catalunya.

Por consiguiente, dependiendo de cuáles sean los discursos dominantes en una época histórica, social y espacial, se pondrá en marcha otro tipo de proceso constructivo de la identidad colectiva. En este sentido, se emprenderá un tipo de lucha entre discursos, en la que aquellos que salgan ganadores silenciarán a los demás y aportarán las palabras, frases, oraciones, etc. necesarias para conformar esta identidad colectiva.

4. La dimensión socioespacial del comportamiento 4.1. La territorialidad ¿Cuál es nuestra reacción cuando volvemos a nuestro asiento del cine (después de haber ido al lavabo) y observamos que está ocupado? ¿Cuál es la sensa-

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ción que tenemos si algún desconocido entra en un espacio que consideramos como privado (en el contexto virtual, si descubrimos que alguna persona ha entrado dentro de nuestro ordenador o correo personal)? La respuesta a ambas preguntas es que, con toda probabilidad, nos sentiremos molestos, e incluso, dependiendo del grado de invasión, nos enfadaremos. La territorialidad y la privacidad, que trabajaremos en el subapartado “El espacio personal y la privacidad”, constituyen dos aspectos psicoambientales que nos ayudan a entender cómo nos sentimos en estas situaciones. Para Altman (1975), la territorialidad constituye un modelo de comportamiento relacionado con la posesión u ocupación de un lugar o espacio por parte de una persona o grupo, que implica la personalización de este lugar o espacio y la defensa contra las invasiones. Con posterioridad, Gifford (1987), en un intento de referirse a más aspectos del concepto de territorialidad, define la territorialidad de la manera siguiente: “[…] un patrón de comportamientos y actitudes sostenidas por una persona o grupo, basado en el control percibido, intencional o real, de un espacio físico definible, objeto o idea y que pueda comportar la ocupación habitual, la defensa, la personalización y la señalización del mismo.” Gifford, R. (1987). Environmental Psychology. Principle and Practice (p. 137). Boston: Allyn and Bacon.

La gran diferencia entre estos dos autores es que, para Gifford, la territorialidad no implica explícitamente la defensa o la personalización, sino que sólo las puede comportar. Después de la lectura de estas dos definiciones, se puede relacionar la territorialidad con otros conceptos como defensa, espacio físico, posesión, exclusividad de uso, señales, personalización, identidad, dominación, control, seguridad, vigilancia, etc. Es Altman (1975) quien establece una clasificación del tipo de territorios: • Primarios. Espacios que forman parte de la vida cotidiana de las personas (son primordiales para nosotros) y donde se ejerce un grado de control permanente y exclusivo. Acostumbramos a marcarlos con claridad (decorándolos, poniendo objetos que tienen una significación para nosotros o, incluso, poniendo nuestro nombre). Por ejemplo, la casa, la oficina, el despacho, etc.

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• Secundarios. No son tan importantes como los primarios, con un grado de control menor y con la posibilidad de compartirlos con los demás. Estos espacios están regulados por normas implícitas y no formales. Por ejemplo, el banco de la plaza donde se reúnen cada mañana las personas mayores, nuestra mesa preferida en el bar donde vamos a comer siempre, etc. • Públicos. Los podemos utilizar cualquiera de nosotros y con un derecho de posesión limitado y temporal. Las normas y las reglas también son implícitas. Por ejemplo, las plazas, las playas, los trenes, es decir, todos los espacios públicos. Dentro de esta última tipología, Lyman y Scott (1967) distinguen dos tipos más de territorios: por un lado, los territorios interaccionales, que son espacios controlados por un determinado grupo de personas durante cierto periodo de tiempo, como por ejemplo un mitin político; por otro lado, los territorios corporales (diferente del espacio personal, que explicaremos más adelante), cuyo umbral es la propia piel, y que pueden ser invadidos por otra persona, ya sea con permiso (por ejemplo, algo que ahora está muy de moda son los tatuajes o los piercings) o sin permiso (como puede ser una agresión sexual). Asimismo, Gifford (1987) se refiere a otros dos tipos de espacios: los objetos y las ideas. Ambos también son personalizados por nosotros: marcamos los objetos para demostrar que son de nuestra propiedad (por ejemplo, poner nuestro nombre en nuestros libros); defendemos las ideas para evidenciar que son genuinas de nuestro pensamiento, que las hemos creado nosotros (como sucede con las patentes, los derechos de autor o copyrights, etc.). Uno de los temas más trabajados dentro del ámbito de la territorialidad ha sido el de su transgresión. Siguiendo a Valera y Vidal (1998), existen distintas formas de introducirse en un territorio ajeno: 1) La invasión, que implica entrar en un territorio con la intención de controlarlo. 2) La violación, que no lleva tan implícito el sentimiento de control como el anterior. Puede ser deliberada, con la intención de hacer daño o romper algo (por ejemplo, romper el mobiliario de la ciudad) o no deliberada, por lo general a causa del desconocimiento (como por ejemplo, la molestia que puede significar hacer un saludo íntimo, como dos besos en nuestra cultura, a una perso-

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na para quien, por su condición cultural, tiene un significado diferente del que tiene para nosotros). 3) Para acabar, la contaminación, que, además de ensuciar el espacio, puede tener consecuencias más graves. Un ejemplo de ésta es el de Aznalcóllar, donde la ruptura parcial de la pared del embalse de una explotación minera vertió residuos de metales (cobre, plomo y cinc) almacenados durante veinte años en el río Guadiamar. Este hecho significó que, a lo largo de cuarenta kilómetros, se destruyeran extensiones de cultivos de zonas agrícolas y pesca y que se envenenaran muchos pozos de agua potable. Nuestra reacción para con una transgresión de nuestro territorio dependerá de muchos aspectos, tales como el tipo y gravedad de la infracción, quién la haga, la duración de la misma, la posibilidad de establecer espacios alternativos, etc. Por otro lado, una de las propuestas más interesantes y esclarecedoras sobre las funciones de la territorialidad es la de Bell y otros (1996), que establecen dos funciones principales: por un lado, la interacción y la organización social y, por el otro, la identidad personal y/o grupal. 1) La interacción y organización social se refiere a la manera como las personas planificamos y ordenamos nuestras vidas sobre la base de la relación establecida con los territorios y los roles que representamos. Las dimensiones más importantes con respecto a esta función son las siguientes (Valera y Vidal, 1998): a) La dominación y control del territorio. Estos conceptos se refieren a la prioridad de acceso en un área espacial a determinadas personas. En este espacio se desarrollarán unas actividades concretas, unos roles determinados y, por consiguiente, una regulación de la interacción entre las personas, por ejemplo, cuando entramos en un teatro. Dentro de este último se encuentran los actores y las actrices, el público, etc. Cada uno tiene su espacio definido y representa el rol esperado. De este modo se establece la interacción “aceptada” en esta situación grupal. b) La organización de actividades cotidianas. La territorialidad nos ayuda a organizar nuestra vida cotidiana y a establecer “mapas cognitivos” sobre los tipos de comportamientos que pueden esperarse en cada espacio, por ejemplo, en nuestro hogar. Todos los miembros de la familia tenemos nuestros espacios es-

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tablecidos: la habitación, el lugar en la mesa a la hora de comida, el armario para la ropa, la estantería en el baño, etc. De este modo, regulamos nuestro comportamiento en el hogar y en todos aquellos espacios que conforman nuestra cotidianidad. c) La regulación de la agresión. Con frecuencia establecemos los umbrales de nuestros territorios con determinadas señales, con vallas, puertas, etc. Así, pretendemos dejar muy claro cuáles son nuestros espacios (sin ambigüedad) y prevenir sus posibles invasiones. La agresividad es entendida como una forma de interacción social y, por tanto, aclarar lo que es nuestro y lo que es de los demás puede reducir la hostilidad y facilitar la armonía en las relaciones personales, minimizando los posibles conflictos (Valera y Vidal, 1998). 2) La territorialidad nos permite comunicar y gestionar el sentido de la identidad personal y/o grupal. Cuando compartimos un espacio, unas actividades y experiencias, contribuimos a aumentar los vínculos entre las personas, por ejemplo, entre los compañeros de clase o de trabajo, entre los vecinos del mismo edificio o de un pueblo, etc. Sólo tenemos que pensar lo que significaría para nosotros cambiar “ahora” de piso, barrio o ciudad y todas las implicaciones que este hecho supondría en nuestras vidas. Como apuntan Valera y Vidal (1998), los principales aspectos de esta función son los siguientes: a) La personalización, aferramiento al lugar y apropiación del espacio. Por medio de la personalización, comunicamos a los demás nuestro sentido de identidad; es decir, mostramos nuestra pertenencia a un territorio. Al personalizar el espacio, potenciamos el sentimiento de que aquel lugar nos pertenece y favorecemos la construcción de nuestras identidades sociales. Una de las maneras que tenemos de personalizar nuestros espacios es, por ejemplo, decorando nuestra casa o nuestra habitación. De este modo, impregnamos nuestro espacio de cosas que definen nuestros intereses, actitudes, valores y preferencias, con cuadros, pósteres, libros, fotografías, etc. Es decir, es una manera de decir cosas sobre nosotros mismos o sobre nuestro grupo de pertenencia, así como de apropiarnos de nuestros espacios. b) La señalización y el espacio defendible. Con las señales distinguimos unos espacios de otros, de manera que esta diferenciación también se convierte en

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una forma de manifestar nuestra identidad personal y/o grupal. Si la personalización se refiere más a espacios primarios y secundarios, la señalización se sitúa en el espacio público. Por ejemplo, podríamos fijarnos en qué señales dejamos en el espacio que ocupamos en una biblioteca cuando vamos a tomar un café y no queremos que nos quiten el sitio. Por norma general, dejamos los libros o apuntes abiertos y los bolígrafos visibles esparcidos por la mesa. El espacio defendible se refiere a señales que pretenden delimitar la entrada a determinados lugares, como, por ejemplo, “prohibido pasar” o “no se admite propaganda comercial”. Con estas señales no sólo pretendemos mostrar la identidad del territorio, sino también intentar disuadir de posibles transgresiones del espacio.

4.2. El espacio personal y la privacidad

De manera general, parece que las personas no prestamos atención a la importancia que supone el espacio personal para nuestras relaciones personales. El interés por esta relación entre el espacio psicosocial y el comportamiento social ha sido motivo de estudio por parte de dos autores, principalmente: Hall con su concepto de proxémica y Sommer con su escuela del espacio personal. En primer lugar, Hall (1966) propone el concepto proxémica para explicar un modelo de antropología del espacio. Este modelo pretende el estudio científico del espacio como medio de comunicación interpersonal; es decir, del uso que hacemos del espacio y cómo las personas interactuamos por medio de la utilización de las distancias entre unos y otros. Más tarde Sommer (1974) define el espacio personal como “el área dotada de unos umbrales invisibles, que rodean el cuerpo de la persona y donde los intrusos no pueden penetrar”. Es decir, el espacio personal es aquella área que mantenemos a nuestro alrededor, donde los demás no pueden entrar, y, si lo hacen, con toda probabilidad provocarán nuestro enfado. Algunos autores han matizado esta definición: por ejemplo, mientras que Walmsley y Lewis (1993) consideran que el espacio personal es una forma de comunicación, Hall (1959) cree que constituye una forma de comunicación no verbal.

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Se han utilizado muchas metáforas para describir qué es el espacio personal, entre otras la de la burbuja: el espacio personal sería como una esfera que envuelve a la persona. Sin embargo, esta analogía tiene alguna diferencia, puesto que el espacio personal es más flexible y variable dependiendo de las diferencias individuales, el contexto y la naturaleza particular de las relaciones interpersonales (Holahan, 1982). El espacio personal adquiere sentido cuando, como mínimo, hay dos personas. De esta manera, cambiará dependiendo de la relación que se tenga con la otra persona. Hall (1966) destaca que los criterios que rigen las relaciones de la distancia y el espacio personal no son universales, sino que varían dependiendo de la cultura. Como señala Martínez (1998), parece que las personas del norte de Europa (incluso los británicos) prefieren espacios más amplios para sus interacciones que, por ejemplo, los norteamericanos; o los árabes y mediterráneos necesitan menos espacio en sus contactos. Por este motivo pueden darse equívocos entre personas que pertenezcan a distintas culturas.

Una de las aportaciones más importantes de Hall (1966) es la identificación de las cuatro zonas de distancia que regulan las interacciones sociales. La tipología de los espacios personales es la siguiente: • La distancia íntima, que va desde el contacto físico hasta los cuarenta y cinco centímetros. Es la reservada para las relaciones íntimas y/o amorosas. • La distancia personal, que va desde los cuarenta y cinco centímetros hasta un metro veinticinco centímetros. Aquí es donde practicamos las interacciones entre amigos íntimos y donde tenemos las conversaciones más habituales. • La distancia social, que se extiende desde un metro veinticinco centímetros hasta los tres metros y medio. Por ejemplo, es aquella que se da en las relaciones laborales y profesionales, puesto que implica una distancia suficiente para la comunicación, pero no refleja intimidad. • Para acabar, la distancia pública, que comprende el espacio desde los tres metros y medio hasta los siete metros y veinticinco centímetros o más. Es una distancia formal, reservada para contactos muy superficiales, como por ejemplo aquel que se da entre un actor y sus espectadores. El espacio personal es una forma de regular los umbrales interpersonales, el mantenimiento de la reacción frente a la invasión del espacio propio y las in-

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teracciones con los demás. De acuerdo con Martínez (1998), el espacio personal contaría, principalmente, con tres funciones: 1) Autoprotección. El espacio personal actúa como un mecanismo amortiguador de las amenazas físicas y emocionales que puedan provenir de otras personas; es decir, sería como un área que protege el cuerpo de las personas. De este modo, podemos evitar encuentros no deseados, controlar posibles agresiones, reducir el estrés, etc. Podemos pensar qué hacemos con nuestro cuerpo cuando no queremos interaccionar con alguien. Seguramente, la posición de nuestro cuerpo, nuestra mirada, etc. actuará como lenguaje no verbal que dejará claro a la otra persona que no queremos que se nos aproxime. 2) Comunicación y regulación de la intimidad. La distancia que establecen dos personas entre sí nos está aportando mucha información sobre la relación e interacción existente entre ambas. Hall (1966) puntualizó que el uso del espacio constituye la forma por medio de la cual nos comunicamos con la gente. De este modo, el espacio regula el tipo y la cantidad de intimidad existente entre dos personas. Si vemos a dos personas abrazadas y dándose un beso, seguramente deduciremos que son una pareja. 3) Atracción interpersonal. Holahan (1982) afirma que la amistad, la atracción física, la simpatía y la afinidad entre las personas se reflejan por medio de la distancia interpersonal (del mismo modo que la defensa y la aversión). Tras explicar qué es el espacio personal, pasemos a definir qué se entiende por privacidad. De entrada, conviene señalar que existe cierta confusión en el momento de hablar de privacidad, quizá porque es un término que se ha estudiado desde la Antropología, la Sociología, la Política, el Derecho y, cómo no, desde la Psicología. No obstante, una de las definiciones más aceptadas es la ofrecida por Altman (1975). Para este autor, la privacidad es: “[…] el control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona pertenece”. Altman, I. (1975). The environment and social behavior: privacy, personal space, territory, crowding (p. 18). Monterrey, California: Brooks/Cole Publishing Company.

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Dos aspectos capitales que se precisa recoger de esta definición son el control selectivo de la interacción social y el de la información ofrecida a los demás. De este modo, la privacidad hace referencia a la capacidad que la persona (o grupo social) tiene para regular la cantidad y la calidad de las interacciones sociales y la información producida en cualquier contexto de interacción, de manera selectiva de acuerdo con las propias necesidades. Pedersen (1979, 1982, 1997) recoge el trabajo realizado por Westin (1967) y, finalmente, propone estas dimensiones de la privacidad: • Soledad: encontrarse solo en un espacio, al que el resto de la gente no puede acceder, o en una situación en la que hay gente alrededor (por ejemplo, encerrarse en la habitación cuando la familia está en casa). • Aislamiento: alejarse de la gente para estar solo (por ejemplo, irse a la montaña). • Anonimato: participar en un contexto público, pero con la intención de pasar desapercibido. Se diferencia de la soledad, puesto que en esta situación no evitamos ser observados, sino que la gente sepa quiénes somos. • Reserva: controlar la información que damos, sobre todo si es personal, cuando interaccionamos con alguien. • Intimidad: manera de privacidad más grupal (y no tan individual) en la que sus componentes comparten al máximo sus relaciones personales y la información que se produce en las mismas. Pedersen (1979, 1982, 1997) distingue entre dos tipos de intimidad: – La intimidad familiar: estar solo con la familia, como, por ejemplo, cuando una familia se reúne alrededor de una persona que está enferma en el hospital. – La intimidad con los amigos: estar solo con los amigos, como, por ejemplo, cuando unos compañeros íntimos comparten sus problemas. Como sucedía con la territorialidad, y de acuerdo con Holahan (1982), la privacidad consta de dos funciones principales: 1) Interacción y organización social. La privacidad nos permite regular la interacción entre las personas y grupos, así como su mundo social, de las tres maneras siguientes: por medio de la planificación, el análisis de las estrategias

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para realizar la interacción y la evaluación que hacemos de las mismas. Asimismo, nos permite controlar la información que damos a la gente (compartiéndola u ocultándola), de manera que podemos establecer vínculos de confianza o, por el contrario, distancia con los demás. En el caso de establecer vínculos de confianza, esta privacidad puede servir para liberar las emociones. Por ejemplo, piénsese en cómo nos liberamos de nuestras preocupaciones con los amigos cuando tenemos un problema. Por otro lado, como apunta Martínez (1998), la privacidad también puede contribuir al mantenimiento de las diferencias entre clases sociales. Por ejemplo, el hecho de tener dinero puede permitir disponer de habitación propia en una clínica tras una operación; si no se tiene dinero, tocará compartir habitación con otros enfermos más y sus respectivas familias. 2) Identidad personal y/o grupal. Si la identidad se construye por medio de la interacción con los demás, la privacidad se convierte, igualmente, en un elemento indispensable para la definición de nuestra identidad. Altman (1975) señala que la privacidad nos ayuda a autodefinirnos y autoposicionarnos frente al mundo social y, de este modo, a aprender a desarrollar nuestras interacciones sociales. La construcción de esta autoidentidad necesita una autoevaluación constante; por este motivo, a veces necesitamos “retirarnos”. La privacidad nos permite garantizar cierta autonomía, tanto de manera individual como si se forma parte de un grupo, cuando interaccionamos con los demás. Para concluir este subapartado, intentaremos dejar clara la diferencia entre espacio personal y privacidad. El espacio personal siempre posee un referente espacial, es decir, la distancia entre dos personas. La privacidad, en cambio, se refiere al control de la interacción y la información que queremos compartir con los demás. La relación existente entre ambas sería la siguiente: el espacio personal constituye una de las estrategias para poder acceder a la privacidad. Por ejemplo, si queremos estar solos para pensar sobre nosotros mismos, no iremos a un lugar con mucha gente ni estaremos con nuestros amigos. Seguramente optaremos por ir a algún espacio donde sabemos, con total seguridad, que estaremos solos, como por ejemplo a una montaña, junto a un río, etc.

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4.3. El hacinamiento

Es evidente que una de las preocupaciones, no sólo de las ciencias sociales sino también de las ciencias naturales, son aquellos problemas “explícitos” provocados por la gran concentración de gente en las ciudades3. El consumo de energía, el gran número de desperdicios creados, el ruido que generamos, etc. constituyen cuestiones que están presentes en las conversaciones de los políticos, de los científicos ambientales o de aquellas personas que nos preocupamos por tales aspectos. No obstante, esta aglomeración de personas en las ciudades (o en algunos espacios particulares) también crea otros efectos “implícitos”, es decir, menos visibles (pero no menos importantes). Uno de estos efectos de la gran concentración de personas en los espacios es el hacinamiento. Desde la Psicología social y en palabras de Jiménez Burillo (1986): “Desde un punto de vista formalizado, se entiende en psicología social por hacinamiento un estado subjetivo derivado de una condición social caracterizada por alta densidad y restricción de espacio territorial.” Jiménez Burillo, F. (1986). Problemas sociopsicológicos del medio urbano. En F. Jiménez Burillo; J. I. Aragonés (Comps.). Introducción a la Psicología Ambiental (pp. 194-213). Madrid: Alianza.

Por si quedase alguna duda sobre esta definición, piénsese en la experiencia de tomar el metro o el bus en hora punta, cuando todo el mundo se dirige a sus puestos de trabajo, un ascensor cuando está lleno de gente, cuando vamos de rebajas a unos grandes almacenes, etc. La pregunta que ahora planteamos es la siguiente: ¿cómo nos sentimos en estas circunstancias? Más adelante podremos comparar nuestras sensaciones con los efectos que se ha demostrado que provoca el hacinamiento en las personas. Después de esta definición y ejemplificación, estableceremos la distinción entre densidad de población y hacinamiento. Hasta 1972, los investigadores psicosociales utilizaban estos términos sin distinción alguna. La restricción a la 3. La alta densidad de población de las metrópolis modernas facilita la diversificación y la originalidad de los residentes; sin embargo, al mismo tiempo, complica la organización social e intensifica las desigualdades y las tensiones físicas, psicológicas y sociales.

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que se somete el término aglomeración, limitándolo a su aspecto físico, es decir, el relacionado con la densidad, obvió aspectos tan importantes como las experiencias personales existentes entre los aspectos espaciales y los efectos resultantes en el comportamiento humano. Por ello, Stokols (1972), en su artículo “Sobre la distinción entre densidad y hacinamiento”, recomienda la diferenciación de estos términos: por un lado, la densidad se refiere a los aspectos físicos y/o espaciales de la situación, es decir, al número de personas por área espacial. Por otro lado, el hacinamiento se refiere a un estado subjetivo, es decir, a la experiencia psicológica que experimenta una persona que necesita o pide más espacio del disponible. Otros autores, como por ejemplo Rappoport (1975), van más allá cuando hablan de las diferencias entre densidad y hacinamiento. Este autor propone un enfoque subjetivo en la investigación de ambos elementos. Expone que la densidad también se debe considerar en términos subjetivos, de manera que es una experiencia personal en la que percibimos el número de personas que hay en un ambiente, el espacio disponible y la forma en que éste se encuentra organizado; es decir, constituye la percepción directa o estimada del espacio disponible (que no es necesario que coincida con la densidad objetiva o real); mientras que el hacinamiento es una evaluación subjetiva en la que percibimos que la dimensión del espacio es insuficiente. Una reflexión que se puede hacer a partir de ahora es pensar si la densidad constituye una cuestión física o subjetiva; sin embargo, aquello que realmente debe quedar claro es que el hacinamiento es una cuestión subjetiva. No obstante, ahora es oportuno reflexionar también sobre en qué momentos nos encontramos en situación de hacinamiento y en cuáles no. Juan y Pablo han quedado a las ocho de la tarde en la plaza del Sol para ir al concierto de los U2. Juan es un fanático de este grupo musical, pero Pablo sólo va al concierto porque su amigo le ha invitado (a él le gusta más la música clásica). Como nuestros dos amigos, hay una multitud de jóvenes que también asiste a este concierto. Al final, se reúnen dentro del recinto veintidós mil espectadores. Juan ha convencido a Pablo para estar en primera fila del concierto. A Pablo no le hace mucha ilusión, pero vuelve a acceder. El grupo sale al escenario, se inicia el concierto con la canción “Beautiful Day” y la gente empieza a saltar enfervorizada. En estos momentos, aunque Juan está rodeado de mucha gente, está disfrutando del concierto. No tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento. En cam-

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bio, Pablo se siente mal: tiene la sensación de que le falta espacio, le molesta que la gente le esté empujando, está enfadado y tiene ganas de salir del concierto lo antes posible. Tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento.

Esta historia ejemplifica la manera en que dos personas en una misma situación pueden vivirla de manera diferente dependiendo de la propia experiencia subjetiva. Asimismo, esta situación ha provocado en Pablo determinados efectos. A continuación mostramos cuáles son los efectos que provoca el hacinamiento en las personas. Según Hombrados (1998), el hacinamiento puede afectar a las personas en tres aspectos: 1) En el rendimiento: el hacinamiento interfiere en la producción del trabajo, aunque conviene puntualizar que esta producción final está mediatizada por distintos elementos como el estrés, el tiempo, el tipo de tareas que se está realizando, la relación entre el número de personas que forman el grupo y las dimensiones del espacio donde este último se encuentra. 2) En el comportamiento social: diferentes estudios han mostrado que el hacinamiento produce en las personas reacciones de índole diferente, tales como agresividad, hostilidad y malestar, reducción de los comportamientos afectivos, aislamiento, reducción de la solidaridad y disminución de la atracción interpersonal. 3) En la salud: otras investigaciones han mostrado que el hacinamiento puede provocar un efecto de estrés y producir desequilibrios en el organismo humano. Asimismo, existe relación entre algunas enfermedades infecciosas (hepatitis, meningitis, enfermedades respiratorias, etc.) y zonas con grandes concentraciones de población. Y, para acabar, diferentes estudios demuestran la relación con la aglomeración y enfermedades mentales. Para finalizar este subapartado, creemos conveniente diferenciar entre el hacinamiento agudo (puntual) y el crónico. El primero es aquel que se da de manera puntual; es decir, cuando pasamos poco tiempo en un espacio con mucha gente, por ejemplo, en un ascensor, un metro o tren, etc. El segundo es aquel que se da cuando permanecemos largos periodos de tiempo en un espacio de alta densidad. Algunos ejemplos de los espacios donde los psicólogos ambien-

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tales han estudiado este tipo de hacinamiento son las prisiones, los entornos escolares, los hospitales, las residencias de estudiantes, el hogar, etc.

5. El imaginario ecológico

5.1. La interacción saber/acción

La ciencia, la tecnología y la información constituyen los principales recursos de que disponemos para la utilización y el funcionamiento del espacio; del mismo modo participan en la creación de nuevos procesos sociales y de nuevas especies de animales y vegetales (como es el caso de la biotecnología). Hemos asistido, de una manera definitiva, a la cientifización y la tecnificación del espacio. Estos tres elementos (que tienen su sede central en el interior de las grandes ciudades) han creado una configuración territorial que tiende a la negación de la naturaleza (como consecuencia directa de la extensión del mundo urbano sobre el mundo rural). Tal como señala Santos (1996): El espacio es hoy un sistema de objetos cada vez más artificial, poblado por sistemas de acciones igualmente imbuidos de artificialidad, y cada vez tienden más a fines extraños al lugar y a sus habitantes. Santos, M. (1996). De la totalidad al lugar. Barcelona: Oikos-Tau.

Gracias a esta cientifización y tecnificación, hemos construido un saber cada vez más especializado y más espacializado: un saber que tiene en cuenta los detalles más ínfimos para que cualquier proceso tecnológico y social ocurra, y un saber que llega a todos los rincones de nuestras regiones. El conocimiento sobre el medio ambiente y, sobre todo, los aspectos tecnológicos que lo acompañan, no se escapa de esta gran revolución que ha sufrido nuestra realidad. Así, cuando el medio ambiente se ha puesto de moda o la palabra sostenibilidad ha salido al escenario, nos hemos puesto manos a la obra para intentar que nuestras acciones sociales minimizaran sus posibles impactos hacia el me-

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dio y, asimismo, hemos intentado potenciar estos comportamientos ecológicos responsables a partir de diferentes objetos técnicos: instalaciones como los puntos limpios o los puntos verdes, contenedores neumáticos que transportan los desperdicios hasta un punto de recogida, cañerías que recogen la energía sobrante de una depuradora para transformarla en energía calorífica para calentar una biblioteca, ventanas con un sistema de doble vidrio que ayudan a calentar las habitaciones, alumbrado que se enciende cuando detecta que hay alguien utilizando aquel pasillo, grifos con un dispositivo regulador de ahorro de agua, y tantos otros ejemplos que podemos pensar. En este momento, el espacio está marcado por todos estos agregados que le confieren un contenido extremadamente técnico. Parece un poco extraño que, con tantas facilidades técnicas y medios en nuestras manos, los problemas medioambientales no se solucionen o, como mínimo, se reduzca el impacto ambiental global sobre nuestro planeta. Si el saber, el conocimiento en general, guía nuestras acciones como seres humanos, ¿por qué después de haberse desarrollado este “nuevo” conocimiento tecnológico, nuestra realidad medioambiental continúa atascada (más o menos) en el mismo punto? Quizá es que hemos construido un conocimiento que está un poco “alejado” de las personas que lo tienen que utilizar. He aquí un ejemplo: En la última década hemos asistido al nacimiento de contenedores de todo tipo: el de la fracción orgánica, el del papel, el del cristal, el de envases, de pilas, el de la basura que no es orgánica ni papel ni cristal ni envases, etc. Se trata de una multitud de contenedores de distintas formas, modelos y marcas, y que, a estas alturas, incorporan las tecnologías más avanzadas (contenedores soterrados, que se abren casi automáticamente, etc.) con la intención de que los utilicemos con la máxima comodidad. Asimismo, cada uno de estos contenedores lleva sus instrucciones de uso incorporadas, por norma general pegadas con adhesivos al mismo contenedor. Las más habituales son: cuáles son aquellos residuos que “finalmente” pueden guardarse en aquel contenedor, qué tipos de bolsa debemos utilizar, qué horarios debemos cumplir para tirar la basura, etc. Éstas pretenden “normalizar”, es decir, nos dictan cuáles son las normas sociales y comportamientos sociales que, de un modo u otro, nosotros, como ciudadanos colaboradores, debemos seguir. El problema de estas instrucciones es que, la mayoría de las veces, la información que se nos proporciona no resulta del todo clara. El lenguaje que se utiliza en éstos (ya sea en forma de símbolos, ya sea en forma de palabras escritas) no transmite con claridad cuáles son verdaderamente aquellos productos, aquellos residuos, que se pueden

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guardar. La complicación se hace más evidente cuando un producto del mercado puede estar compuesto por diferentes materiales. Los ciudadanos podemos entrar en un estado de contradicción obvio, en el que no sepamos con certeza qué hacer con aquel residuo. En este caso, la solución resulta bastante sencilla de imaginar: el producto irá a parar a la bolsa de la supuesta sustancia orgánica.

O quizá en este momento hay una sobrecarga de información que los ciudadanos no podemos ni sabemos asimilar: De la misma manera que la década de los noventa ha sido la década de los contenedores, también podríamos argumentar que en los últimos años hemos sido bombardeados por un conjunto de campañas de promoción, concienciación, opinión, educación ambiental, etc., por lo que respecta al tema de los residuos municipales. En éstas se nos invitaba a conocer cuáles eran los residuos que habitualmente se generaban, se debían guardar, cuál era el tratamiento que éstos recibían, cuáles eran las posibilidades de reciclarlos, de reutilizarlos; incluso podemos recordar alguna campaña en que se nos ha invitado a reducir nuestros residuos más habituales. Éste era el discurso que se explicitaba, pero al mismo tiempo, y ya de manera implícita, se nos invitaba al cambio de nuestras actitudes y maneras de comportarnos en relación con los residuos municipales o se nos educaba en el cambio. Desde nuestro punto de vista, pensamos que se ha abusado de campañas informativas y, por tanto, ha habido un exceso de información en el tema de los residuos. Así, hemos sido partícipes del nacimiento de una nueva tipología “residual” que no se acaba de entender, por ser demasiada complicada en sus explicaciones o por el gran número de residuos que incorpora en su lista. Ha llegado aquel momento en que el conocimiento generado sobre los residuos nos ha desbordado, y esta salida de madre ha sido más negativa que positiva, ya que más que aclararnos las cosas, nos las ha complicado todavía más.

Si el saber ambiental se aparta de las personas, si las satura o entra en contradicción con otros tipos de saberes (por ejemplo, aquel que fomenta el consumo de productos), difícilmente tendrá algún efecto sobre nuestras acciones y difícilmente alcanzaremos, entre todos y todas, la tan deseada sostenibilidad. Éste ha sido un ejemplo aplicado al tema de los residuos; sin embargo, es posible pensar en otros tipos de conocimientos medioambientales que, a pesar del buen contexto histórico y social actual, no acaban de tener bastante efecto sobre los comportamientos proambientales o sostenibles de los seres humanos.

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5.2. El discurso verde

Del mismo modo que hace unos cuantos años nadie podía imaginarse que nuestra sociedad pudiera cambiar tanto por lo que respecta a los aspectos informativos y tecnológicos, ninguno de nosotros pensábamos que la problemática sobre el medio ambiente o el discurso sobre el mismo tendría tanta importancia como tiene en la época actual. Hace unas tres o cuatro décadas, pocos hablábamos del medio ambiente: algunos movimientos verdes, algunos políticos ecologistas, alguna persona con ideas progresistas, etc. A estas alturas, podemos relativizar si la Tierra está más o menos “enferma” que en aquel entonces; sin embargo, lo que queda claro es que, a principios del siglo

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(y teniendo siempre presente que los discursos están condicionados

por las circunstancias sociales e históricas que los rodean), el discurso verde o el discurso sobre esta palabra mágica que es la sostenibilidad (sin que todavía todo el mundo tenga claro su significado) se encuentran plenamente imbricados en nuestra realidad. Por lo tanto, podemos argumentar que el discurso verde ha ganado la batalla a otros discursos que han quedado silenciados, que el discurso sobre la sostenibilidad se ha “normalizado” y, asimismo, nos pretende normalizar, es decir, que el discurso ecológico ha cambiado nuestra realidad. Por ejemplo, los partidos políticos verdes prácticamente han desaparecido porque, o bien parte de sus componentes se han integrado en otros partidos políticos, o bien porque los “grandes” partidos políticos han incorporado en sus programas electorales el tema del medio ambiente. En este sentido, Aragonés (1997) apunta que la lectura que se hace del concepto sostenibilidad no es crítica, sino que se considera que el desarrollo sostenible es una finalidad que debe perseguir la sociedad internacional. El consenso existente en torno a este discurso nos lleva al hecho de que todas las políticas ambientales que defienden el discurso de la sostenibilidad se valoran de una manera positiva. Los principales emisores de los discursos sobre la sostenibilidad (del mismo modo que otros tipos de discursos) son los medios de comunicación, pero también podemos encontrarla en muchos otros lugares. La sostenibilidad viaja ya por todas partes: por las noticias y anuncios de la televisión, por las informa-

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ciones de la radio, por las páginas web de Internet, por los libros especializados, por las etiquetas de los productos, etc. Estos discursos pretenden cambiar las acciones proambientales de las personas. Intentan sensibilizar a los ciudadanos con respecto a la necesidad de adoptar patrones de comportamiento abstractamente sostenibles (Moreno y Pol, 1998); no obstante, estos cambios no son tan fáciles, dado que, como hemos visto en algún punto del capítulo, la actitud medioambiental no suele corresponder al comportamiento ambiental, y porque “[…] Además, los medios de comunicación constantemente nos están enviando mensajes contradictorios. Después de un mensaje orientado a ser respetuosos con el entorno, ahorrar energía o usarla racionalmente, viene un mensaje que nos invita a gozar de tiempo libre, ‘bienestar’ o ‘calidad de vida’, connotado positivamente de modernidad, a cambio de energía, de agua o de consumir productos altamente perjudiciales para el medio. Constatamos entonces como mensajes puntuales son contrapesados y anulados por otros” . Pol, E. (1997a). Entre el idílico pasado y el cruento ahora. La psicología ambiental frente al cambio global. En R. García-Mira, C. Arce y J. M. Sabucero (Comps.). Responsabilidad ecológica y gestión de los recursos habituales (p. 320). A Coruña: Diputación Provincial de A Coruña.

Es lógico pensar que las personas entramos en contradicción en cuanto a nuestra manera de actuar de forma sostenible, si constantemente se nos está bombardeando con este tipo de mensajes. Sin embargo, estos discursos sobre el medio ambiente también tienen otros tipos de efectos. A continuación, y ya para finalizar este capítulo, exponemos algunos de estos efectos sociales de los discursos medioambientales. Frente a algunos cambios ambientales, como por ejemplo el efecto invernadero o la contaminación nuclear, sólo podemos recibir información gracias a los medios de comunicación. Estos últimos son la ventana por medio de la cual se construyen socialmente nuestras experiencias ambientales particulares. El discurso sobre el cambio global tiene dos características principales: por un lado, provoca que sea un problema ambiental de larga duración; por otro, implica que las personas no tengamos una percepción directa de los procesos que constituyen estos cambios y sólo podamos observar sus consecuencias. La explicación de los desastres naturales y del riesgo ambiental se construye socialmente y tiene unos objetivos sociales. Lo que hace el consenso grupal es

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asociar los desastres, los riesgos y algunos prejuicios sociales (los que le interesa). Es decir, siempre que se da una noticia, un discurso, etc., de este tipo se hace con la finalidad de proteger una serie de valores particulares. Por ejemplo, la desforestación de la selva amazónica se vende como un problema de falta de terrenos de la gente campesina de aquel lugar; sin embargo, podemos pensar también que lo que está pasando es que existe un interés de las compañías internacionales por explotar la madera de los árboles amazónicos. El discurso sobre la sostenibilidad hace recaer toda la responsabilidad para que ésta se alcance en las personas que debemos ejecutar estos comportamientos proambientales. Los ciudadanos somos los responsables últimos de que el objetivo de conseguir un desarrollo sostenible se alcance. Lo que pasa desapercibido en este discurso es la responsabilidad que tienen otros actores sociales, como por ejemplo las instituciones sociales, las políticas, etc. Éstos son algunos ejemplos de los efectos del discurso ambiental. A partir de esta escueta descripción invitamos al lector y a la lectora a identificar otros tipos de consecuencias (implícitas y explícitas) de los discursos medioambientales.

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Glosario

Glosario

acciones pragmáticas f pl Efectos que trata de producir un hablante por medio del discurso sobre sus interlocutores e interlocutoras modulando una versión acomodada a un contexto. actitud ambiental f Actitud que nos indica nuestras posiciones tanto hacia el entorno en general como hacia las partes específicas o problemáticas ambientales concretas. apropiación del espacio f Hacer un uso reconocido de un espacio y establecer una relación con el mismo: integrarlo en nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestro modo, integrarlo en nuestras experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta operación, el espacio (vacío) deviene un lugar “significativo” para nosotros. categorías espaciales f pl Una de las diferentes categorías sociales que las personas usamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales. Nosotros configuramos nuestra identidad social espacial cuando tenemos presente el hecho de pertenecer a un determinado lugar, y éste se convierte en una subestructura de la identidad social. Aquello que caracteriza a esta subestructura identitaria es que el lugar en cuestión se convierte en el referente directo de la categorización. De este modo, las categorizaciones que las personas construimos en relación con la pertenencia a determinados espacios pueden situarse en un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal y el espacio colectivo. categorización social f Conjunto de procesos que permiten ordenar el entorno e identificarnos con el mismo en términos de determinadas agrupaciones, por ejemplo, como grupo de pertenencia o de referencia. comportamiento ecológico responsable m Cualquier comportamiento que tiene intención de conservar el medio ambiente o de evitar su destrucción. Todas aquellas actividades que los seres humanos llevan a cabo para contribuir a la protección de los recursos naturales o a la reducción de su deterioro. conducta normativa f Conducta regida por las normas existentes en un grupo, normas generadas por el propio grupo. Es, por tanto, una conducta que el mismo grupo trata como esperable, adecuada o que se debía dar. contagio m Forma de excitación colectiva que resulta de la difusión rápida y no racional de formas de conducta, emociones y estados de ánimo que arrastran y son aceptadas de manera crítica por los miembros de un colectivo. control social m Observación que dirige los cambios sociales hacia las características de un sistema social institucionalizado.

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cosificación f Acción de conferir, por medio del lenguaje, la calidad de solidez, permanencia y consistencia a cualquier objeto o proceso. desindividualización f Desaparición de la individualidad al aparecer una entidad colectiva. Proceso por el cual la persona pierde su identidad al pasar a formar parte de la masa indiferenciada. desocialización f Desintegración de las normas sociales y de los vínculos primarios que lleva a que la conducta de cada persona se rija por sus propias necesidades o deseos. discurso m Conjunto de prácticas lingüísticas que producen y reproducen los significados compartidos sobre las diferentes creaciones que circulan en una sociedad y que sirven para el mantenimiento y el establecimiento de relaciones sociales. elaboraciones factuales f pl Descripciones o versiones que generan un efecto de objetividad y se muestran como ajenas o independientes de cualquier práctica o actividad humana. espacio personal m Área dotada de unos umbrales invisibles que rodean el cuerpo de la persona y donde los intrusos no pueden penetrar. Área que mantenemos a nuestro alrededor, donde los demás no pueden entrar y, si lo hacen, probablemente provocarán nuestro enfado. hacinamiento m Estado subjetivo derivado de una condición social caracterizada por la alta densidad y la restricción del espacio territorial. identidad colectiva f Sentido del “nosotros” que impulsa los movimientos sociales. Es una definición compartida e interactiva, producida por varios individuos (o por grupos en un nivel más complejo), que está relacionada con las orientaciones de su acción colectiva, así como con el campo de oportunidades y constricciones en que se produce. Esta identidad está integrada por definiciones de la situación que son compartidas por los miembros del grupo, y que son el resultado de un proceso de negociación y ajustes muy elaborado, entre los diferentes elementos que están relacionados con las finalidades y los medios de la acción colectiva, así como con su relación con el entorno (Melucci, 1996). identidad social f Conciencia que tiene una persona de formar parte de un grupo o categoría social, y la valoración que hace de la misma. influencia minoritaria f Influencia que los grupos minoritarios pueden ejercer sobre las mayorías en términos de cambio en las creencias, los valores, las actitudes y/o los comportamientos, por su capacidad de generar conflictos simbólicos que necesitan ser solucionados. institución social f Sistema o conjunto de relaciones sociales organizadas de acuerdo con un orden social establecido.

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Glosario

interacción social f Acciones entre diferentes personas, grupos o partes sociales. Las focalizadas se dan cara a cara. intersubjetividad f Medio compartido donde se construyen significados y se coordinan acciones sociales, por medio de la acción conjunta de los seres humanos. Comprende el proceso de construcción en que participa cada persona, pero cuyo resultado no es propio de ninguna. A diferencia de la interacción, en la intersubjetividad cada construcción emerge en el espacio interpersonal y no de la aportación particular de cada individuo. intervención social y comunitaria f Conjunto de conocimientos práctico-teóricos a partir del cual se planifica o se pretende provocar cambios en las relaciones entre personas, grupos, organizaciones e instituciones. mapa cognitivo m Constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que las personas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la información referida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda relación con los atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el ambiente, y constituye un componente esencial en los procesos adaptadores de la toma de decisión espacial. masa f Conjunto de personas, próximas las unas a las otras, en el que la conducta de unas ejerce algún tipo de influencia sobre la de las otras. movimiento social m Redes informales basadas en las creencias y en la solidaridad, que se movilizan a partir de cuestiones conflictivas y por medio del uso frecuente de distintas formas de protesta (Della Porta y Diani, 2000). multitud f Masa que presenta la característica de actividad. norma emergente f Norma resultante de la interacción en un grupo, creada en el mismo transcurso de la interacción. normas f pl Conjunto de pautas de comportamiento o reglas implícitas o explícitas sobre lo que está o no permitido hacer en un grupo concreto. objeto m Entidades construidas mediante el discurso (nociones, cosas, personas, fenómenos, procesos, acontecimientos, etc.). pánico m Miedo colectivo experimentado simultáneamente por todos los miembros de una población y que se traduce, por ejemplo, en reacciones de huida, de agitación desordenada, de violencia o de suicidio colectivo. perspectiva dramatúrgica f Enfoque teórico-metodológico que se basa en el símil del teatro para la observación y comprensión detallada de las interacciones cotidianas en su contexto, en función de las estructuras sociales.

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Psicología del comportamiento colectivo

Place Identity f Subestructura básica del yo, resultante de una construcción que hacemos de manera individual en nuestro proceso de percibirnos en relación con nuestro entorno más inmediato. Esta estructura cognitiva se irá transformando según nuestra experiencia espacial cotidiana, según la relación que mantenemos con los lugares que nos son más próximos. La cognición de estos espacios irá acompañada de una carga afectiva a partir de la cual desarrollaremos una serie de vínculos emocionales y de pertenencia de aquellos lugares considerados como más relevantes y que será regulada según tres factores espaciales: las cualidades físicas de los mismos, sus cualidades sociales y las posibilidades de transformarlos de que dispongamos. prácticas sociales f pl Secuencias de actos contextuales determinados desde una perspectiva sociohistórica y dirigidos a la construcción de objetos, la producción de sentido y a la articulación de relaciones. privacidad f Control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona pertenece. Hace referencia a la capacidad que la persona (o grupo social) tiene para regular la cantidad y la calidad de las interacciones sociales y la información producida en cualquier contexto de interacción, de manera selectiva, de acuerdo con las necesidades e intereses de la persona (o grupo social). proxémica f Concepto que se refiere a un modelo antropológico del espacio. Este modelo pretende el estudio científico del espacio como medio de comunicación interpersonal, es decir, del uso que hacemos del espacio y cómo las personas interactuamos por medio de la utilización de las distancias entre unos y otros. psicología crítica f Conjunto de perspectivas de la Psicología que tratan de erigirse en una alternativa a la Psicología instituida y dominante. Se caracteriza por la atención que presta a las acciones y prácticas sociales, al discurso y a los contextos cotidianos donde se desarrolla la vida de la persona, así como al alejamiento del estudio de los procesos psicológicos entendidos como facultades internas e individuales. retórica f Recurso discursivo que permite la construcción diversa de versiones adecuándolas a los contextos comunicativos y a los efectos que tratan de producirse sobre los interlocutores y oyentes. Se caracteriza por ser una actividad argumentativa y por su base expresiva y formal. rumor m Información no confirmada ni originada por fuentes oficiales (o desmentidas por estas últimas), que surgen y circulan en el seno del cuerpo social. significados compartidos m pl Sustrato común a los miembros de una sociedad que posibilitan la comprensión e interpretación que éstos hacen de la realidad. Constituyen la condición de posibilidad de existencia de la realidad y se construyen y sostienen en las prácticas comunicativas.

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Glosario

Social Imageability f Capacidad que tienen los lugares de provocar significados compartidos entre aquellos que viven en los mismos. El espacio simbólico genera una dependencia para con el mismo, entendida esta última como una vinculación que se establece entre las personas, los grupos y lugares concretos. solipsismo m Creencia o suposición que apoya y defiende una visión subjetivista del mundo, según la cual el individuo es autosuficiente para conocer el mundo. subjetividad f Proceso a partir del cual el sujeto se constituye como objeto de conocimiento propio o social y como sujeto de conocimiento de sí mismo a partir de la experiencia, la relación con uno mismo y las categorías de las relaciones sociales a partir de los discursos y el imaginario social. teoría de la estructura de oportunidades políticas f Perspectiva teórica que considera los movimientos sociales como resultado de un aumento de las oportunidades políticas para la movilización en el interior del sistema político institucional, lo que es el resultado de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema político y económico. teoría de los nuevos movimientos sociales f Conjunto de modelos teóricos aparecidos para intentar comprender los nuevos movimientos sociales. Considera que la acción está basada en la política, la ideología y la cultura, y las fuentes de identidad, como la etnicidad, el género o la sexualidad como genuinas fuentes de acción colectiva. En el marco de estas teorías se piensa que los actores sociales no son agentes que buscan ganancias materiales o fórmulas de protección de los aparatos del estado, sino que más bien resisten la expansión de la intervención de la política y la administración en la vida cotidiana, defendiendo la autonomía personal. teoría de los recursos para la movilización f Teoría de los movimientos sociales que está arraigada en los modelos de la acción racional y que considera la movilización colectiva como una acción racional, que es el resultado del análisis de la acción en términos de costes y beneficios. teoría interaccionista/construccionista f Teoría de los movimientos sociales heredera del Interaccionismo simbólico, que enfatiza la importancia del significado que los actores sociales atribuyen a las estructuras sociales. territorialidad f Modelo de comportamiento relacionado con la posesión u ocupación de un lugar o espacio por parte de una persona o grupo, que implica la personalización de este lugar o espacio y la defensa contra las invasiones. Es el patrón de comportamientos y actitudes sostenidos por una persona o grupo, basado en el control percibido, intencional o real de un espacio físico definible, objeto o idea, y que puede comportar la ocupación habitual, la defensa, la personalización y la señalización de éste.

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Psicología del comportamiento colectivo

Urban Identity f El hecho de vincularse (o tener la intención de hacerlo) a cualquier grupo va acompañado de un sentimiento de pertenencia a determinados espacios urbanos significativos para este grupo. El espacio es más una producción social simbólica particular, resultante de la interacción de los miembros del endogrupo y de las interacciones exogrupales, que un escenario donde lo social se produce; de tal modo que el hecho de sentirnos o definirnos como habitantes de un lugar concreto, sea una ciudad, pueblo, comarca, casa, etc., también representa diferenciarse de las personas que no comparten este espacio. Por consiguiente, los rasgos que configuran un lugar, un espacio, etc. se convierten en cualidades casi psicológicas para los habitantes que allí conviven.

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