RES PUES TAS ATEO
TOMO II > UNA VERDAD TAN NUEVA Y TAN ANTIGUA
LA OSCURIDAD REVESTIDA DE RAZÓN
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BOANERGES
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SERIE: GRANDES DEBATES CATÓLICOS
TOMO II: UNA VERDAD TAN NUEVA Y TAN ANTIGUA
RESPUESTAS A UN ATEO LA OSCURIDAD REVESTIDA DE RAZÓN
Resistencia Católica Centro Cultural Boanerges para la defensa y difusión de la doctrina católica
Copyright © 2014 por Boanerges, Resistencia Católica Boanerges, Centro Cultural, 2014 “Respuestas a un Ateo. La oscuridad revestida de razón”, Serie Grandes Debates Católicos, Tomo II / Boanerges Incluye fuentes y bibliografía. Iª Edición, Octubre de 2014 Publicado por Centro Cultural Boanerges para la defensa y difusión de la fe católica Se autoriza su republicación y difusión, por cualquier medio, parcial o totalmente, manteniendo su sentido e intención, comunicando a los autores la referencia de la cita. Impreso en los Talleres Gráficos de Centro Cultural Boanerges para la defensa y difusión de la fe católica. Para mayor información, escriba a
[email protected] ~MMX I V~
"Los profundos conocimientos en filosofía hacen cristianos y llevan necesariamente al conocimiento de un Dios pero no es imposible que una filosofía superficial engendre el ateísmo" Francis Bacon
(De augmento scient. lib. 1)
PRESENTACIÓN
El vicio no siempre puede justificarse por sí mismo. La Ley natural grabada en el corazón de los hombres grita la humillación que significa someterse a un pecado constante y no puede ocultar su vergüenza por mucho tiempo. Ese remordimiento que puede llevarnos a un arrepentimiento sincero y dolorosa contrición también puede, por el dominio de los vicios en el alma, endurecernos y justificar el pecado odiando la virtud. En su extremo de radicalidad, lleva este odio a Dios mismo, deviniendo en agnosticismo o bien en ateísmo. En el agnóstico la razón no ha sido arruinada aún por la ceguera del pecado. No pudiendo negar la existencia de Dios, cierra los ojos y declara “no sé si existe”. De este modo puede continuar con su vida dando las espaldas por un tiempo. El ateo, en tanto, destruye la raíz del “problema” proclamando que Dios no existe y le declara la guerra, por patética que resulte su batalla como criatura contra su Creador.
En esta peculiar contienda los argumentos no suelen variar, si bien ocasionalmente cierto giro que halaga algún vicio surge en el curso de los siglos. El orgullo y la sensualidad no suelen ser muy creativos a la hora de defenderse. Pero sí pueden ser muy abarcadores en las consecuencias que demandan, en los permisos y formas que quieren adoptar socialmente. La decadencia inaudita de estos tiempos no son sorpresa sino consecuencia de estas osadías del mal. Entre estas argumentaciones, una de las más repetidas y, curiosamente, constantemente presentada como novedosa e incluso auto-atribuida por el ateo del momento, figura la del socialista y anarquista francés Sébastien Faure. Nacido en 1858 cursó para seminarista. Sus conflictos le condujeron primero al librepensamiento, luego al socialismo y, en mayor línea de coherencia, posteriormente al anarquismo. Defensor del maltusianismo, proponía que el crecimiento de la población debía ser controlado a través de medidas de fuerza como control de natalidad masivo, imponiendo la esterilidad, y no sólo esperar a que el hambre o guerras o pestes disminuyeran la población. El maltusianismo, una de las fuentes del evolucionismo de Darwin, inspiró tanto a liberales como
socialistas a proponer el control de los vientres, la anticoncepción, el aborto y la planificación forzada. Hoy en día, bajo diversos énfasis, lo siguen sosteniendo. En este sentido, Faure es un modelo arquetípico del modernismo y sus facciones políticas. Por su coherencia se hace actual para los ateos, socialistas y anarquistas que vinieron luego de él. Y es, en su pensamiento, una expresión de cuanto propusieron e hicieron los grandes sistemas ateos e igualitarios, con más de 100 millones de muertos y centenares millones de víctimas hasta hoy. Impusieron guerras, forzaron emigraciones, crearon hambrunas y forzaron a las mujeres a la esterilidad. En 1920 publicó un panfleto titulado “Douze preuves de l'inexistence de dieu”, un compendio de conferencias que dio entre noviembre de 1920 y febrero de 1921, junto a otros ensayos sobre el ateísmo. Estas tesis, refritas o simplemente copiadas de forma literal, pueblan el universo de las redes o son presentadas en debates. Si respondemos con claridad no es por la fuerza de sus argumentos sino por consideración a quienes, por falta de preparación, pueden ser impresionados por la convicción de los que se apasionan por negar a Dios.
En Roma, a 17 días del mes de octubre de 2014, fiesta de Santa Margarita María de Alacoque, Virgen, mística y promotora de la devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo y protectora de sus devotos.
BOANERGES
Resistencia Católica
INTRODUCCIÓN PREMISAS ACLARATORIAS
Ya que nuestra obra apunta a un fin mayor que la mera disquisición argumental sobre algunos puntos, en esta ocasión aprovecharemos de sentar algunas bases que servirán para todo lo que se desarrolle a continuación, como una serie de premisas indispensables para luego poder avanzar sobre terrenos menos explorados. Para empezar – y dado el carácter y estilo de estos inicios – consideramos importante hablar de nuestra propia capacidad racional y su utilidad o estorbo. Se trata de un punto que nos interesa mucho desarrollar de entrada, en particular porque además de los temas expresados en la respuesta prefabricada a nuestro trabajo, este debate se dirige también a un público que no sólo no es ateo o agnóstico en su mayoría, sino que en buena medida se ha desacostumbrado al uso de
argumentos racionales, aún cuando este no sea precisamente el caso del autor de las premisas que intentaremos desmontar. Por consideración al “auditorio” en su mayoría hablaré de este tema y los que consideremos necesarios para empezar, y terminada la primera fundación nos dedicaremos detalladamente a cada argumento de negación propuesto y su respuesta según llegamos a comprenderla. El beneficio de pensar En estos tiempos ya no se puede decir que el hombre se encuentre amalgamado por una misma forma de pensamiento y creencias, como ocurría antaño siquiera regionalmente. Si bien esta afirmación no impide reconocer que hoy la mayoría está curiosamente “cortada por la misma tijera” a efectos de muchos clichés que repite sin cesar, sin notar siquiera que vive esta condición, y sintiéndose muy diferente a los demás debido a su “libertad de pensamiento”, que le permite ir hacia donde le venga en gana sin ningún remordimiento, con los desastrosos resultados generalizados que resaltan a la vista de cualquier observador mínimamente atento. Podemos decir entonces que en la actualidad ya no hay una forma de pensar que unifique a grandes porciones de la humanidad (en particular a la occidental), que se deja llevar por las ideas del momento
que les inculque la cultura de las modas (ideológicas incluidas) en que vive inmersa. Así, lo que antiguamente se aceptaba como verdad simplemente porque – en muchos casos – se había aprendido así y todos los demás coincidían en lo mismo, hoy estamos sujetos a una “libre” (curiosa comprensión del término, en todo caso) caotización de ideas, donde nadie sabe quién lleva la razón, si es que hay alguna. Y a la mayoría ni siquiera parece importarle. Como si se impusiera una suerte de indiferencia hacia cualquier cosa superior al hombre, con sus sentimientos exacerbados al nivel de gran verdad, carencias a cubrir y deseos a alcanzar, de ser posible. Es este el mundo del relativismo, donde cada quien puede elegir en el supermercado ideológico lo que más le acomode a sus gustos y necesidades. Creer en Dios o no creer, pertenecer a una religión o ser “espiritualista”, practicar o no hacerlo, etc., todo se puede acomodar “al gusto del consumidor”. ¿Dónde queda la Verdad, si la hay, en medio de estas ideas pret-a-porter? Desde esa mentalidad, una explicación detallada que pretenda desarrollar consecuencias que en el pasado se desprendían de una creencia generalizada, basada a su vez en la Revelación y en comprensiones coherentes con ésta de quienes tenían una mayor capacidad para
pensarlas por y para el conjunto, ahora se encuentra con todo tipo de detractores que intentarán hundir cualquier idea que no se acomode a las suyas propias, mantenidas en general por conveniencia más que por convicción. ¿Existirá alguna forma de conocer la verdad, lo que realmente son las cosas, en medio de tal confusión? Para lograrlo en este contexto la única manera posible de abordar temas trascendentes es a través de una postura inicialmente neutra como la que se ha pretendido mantener en el trabajo anterior sobre la existencia de Dios. Es decir, que no busque probar forzadamente los pre-conceptos de quien intenta hacer prevalecer su creencia por encima de las demás. Mas bien tiene que ser un trabajo objetivo, que permita ir siguiendo una línea razonable para todos, sean cuales sean las propias ideas de las cosas. Y de esta forma, en lugar de probar lo que se cree, se traza un camino ascendente hasta alcanzar una creencia que está probada desde el principio. Sea cual sea esa creencia final, que habrá que ir descubriendo a través de los medios de que disponemos. ¿Y cuáles son esos medios? Más de una persona, como ya dijimos, se asustaría y de seguro habrá de rechazar de entrada la respuesta de que se trata de la razón y la lógica. Pero lo cierto es que es a través de nuestra capacidad de razonar como podemos determinar cosas muy sencillas de la vida, como si un hábito es
positivo o dañino para nosotros, por ejemplo. O si una idea es mejor que otra, por el motivo que sea. Usamos el razonamiento y la lógica, hasta el sentido común incluso, para determinar si alguien nos engaña o dice la verdad, si nos conviene más un negocio u otro, para aprender cosas, para desarrollar capacidades, para defendernos de elementos nocivos, etc. No se trata de algo sólo destinado a unos pocos y complicados ratones de biblioteca, o bien seres inmersos en elucubraciones sin sentido. Se trata de una capacidad humana natural a todos, en mayor o menor medida, que nos sirve para discernir lo verdadero de lo falso y actuar en forma acorde, evitando así las múltiples malas consecuencias de vivir el error. Habrá quienes dirán, sin embargo, en esta marea de ideas contrapuestas que conforman al mundo actual, que dedicarse a reflexionar frena el camino para metacomprensiones que van más allá de la mente y su finita capacidad. Es decir, en palabras sencillas, nos dicen que no se puede meter un elefante en un bolsillo, y que intentándolo estamos desviándonos del único y verdadero propósito de nuestra existencia, que es vivenciar la Verdad, sea ésta cual sea y que, desde ese prisma, obviamente resulta bien poco definible. Como éstas hay muchas creencias diferentes. El gnosticismo, que dice que “todos” somos Dios, la
división es irreal, y tenemos que seguir el camino del auto-descubrimiento hasta iluminarnos con el despertar de la consciencia a esta verdad, es el primero en poner al intelecto como enemigo del camino de un buscador espiritual. Pero no es el único. A una pérdida gradual de la luz de la razón en el hombre posmoderno se suman una tonelada de ideas preconcebidas en los últimos siglos con el fin de minar toda coherencia y razonabilidad, para convertir la mente de la gente en un “todo vale” y un “en gustos no hay nada escrito”. ¡Como si de eso se tratara! Podemos preguntarle a cualquiera que sostenga una idea cualquiera cómo ha llegado a asegurarse de estar en el camino correcto. Esto vale para todos, ya que asimilan una “verdad” inicial (“todos somos Dios”, “Dios no existe”, “no existe mas mal que el juicio sobre bien y mal”, etc.) y luego sacan toneladas de conclusiones, prácticas espirituales y consecuencias varias. Pero ¿sabe esa persona que lo que cree es así? ¡Si su propia doctrina de “libertad mental” le impide averiguarlo o ni siquiera le interesa hacerlo! ¡Qué conveniente para el engaño! Es el sueño de la estafa perfecta, ¿verdad? El así adoctrinado en forma subrepticia, a través de eslóganes, modas y tendencias culturales sencillamente no puede saber si se equivoca, porque intentar descubrirlo es “aburrido”, “una pérdida
de tiempo”, “contrario al sentir común de que todo vale”, y así por delante. ¿Hay alguna vía para saber si se está en lo correcto, o sólo vivimos lo que nos toque en el reparto, escogemos el camino que más nos acomoda, y finalmente morimos a la espera de tener mejor suerte – si no nos fue muy bien esta vez – en la próxima reencarnación, si es que – ¡y en tal caso, esperemos que sí! – ésta existe? ¿Puede quien se niega a usar la única herramienta que le podría evitar caer en un error, evadir equivocarse y estar seguro de que su vía es cierta? Como algunos de nuestros lectores podrían eventualmente caer en esta modalidad relativista de pensamiento, dedicamos particular atención a este punto para dar mayor fuerza a los argumentos posteriores. No nos agradaría que el esfuerzo aquí desplegado se malogre ante ellos por la desdeñosa creencia de estar en una posición superior al pensamiento, o bien aparte de él. Por eso mismo, y al fin de cuentas, este punto viene a ser la primera piedra a sortear en el camino. La respuesta a nuestro anterior trabajo proviene de un tristemente conocido anarquista que comienza hablando de la verdad y las ciencias, y esto nos lleva a preguntarnos por fuerza, ¿hay alguna forma de comprender y concluir algo con nuestros limitados
medios? Si observamos el gran ramillete de ideas que pueblan al mundo, rápidamente podemos darnos cuenta de que muchas de ellas son contradictorias y excluyentes entre sí. Como en el caso que veremos mencionado por el autor, de todos los dioses y religiones desprendidas de ellos a lo largo de la historia y aún en la actualidad. Tema que responderemos concienzuda y específicamente a su momento y lugar. En principio lo que nos ocupa es: ¿Será posible para el ser humano discernir qué es correcto y qué no? ¿O será posible que Dios no exista, a la vez que exista, que sea uno sólo, o que sea muchos, que sea Omnipotente, que sea parcialmente poderoso, que sea de esencia dual o sea sólo Bien, o que sea Todo o un Ser diferente a nosotros? Y así, con este único ejemplo, se abre un universo de incoherencias que no pueden subsistir a un mismo tiempo. Necesariamente las cosas tienen que ser de una forma (hay Dios o no hay, por ejemplo) y la contraria entrará en contradicción, siendo falsa. Si nos observamos a nosotros mismos y nuestro entorno vemos algo innegable: cada cosa tiene una razón de ser. Existe para algo, que aún si fuese un "juego", como piensan algunas creencias, seguiría esa ley interna. La ley del juego, si queremos decirle así. Como son parte de la ley del juego la gravedad, los ciclos de la vida en el mundo, el clima o la inercia, entre tantas otras cosas.
Pensemos en un libro, por ejemplo, y su razón de ser. Existe para ser leído, comprendido, discutido incluso, pero básicamente está para expresar ideas o experiencias y que otros las recojan a través suyo. Claro que podemos usarlo también para emparejar la pata coja de la cama. Nos sirve para esos efectos, pero esa no es su razón de ser. Podría decirse que su existencia es más perfecta y correcta si cumple con el fin último para el cual "nació". Y eso se puede aplicar a cada objeto, capacidad y ser. Cada cosa tiene su "fin último", y el buen o el mal uso aprovechará ese fin o lo malogrará. Tenemos ojos para mirar, y los usamos para recibir estímulos visuales del exterior, así como tenemos piernas para caminar, y las usamos desplazándonos de un punto a otro por su intermedio, y así un inmenso etc. Y cuando usamos una parte de nuestro organismo para un fin diferente, como meternos agua por la nariz, drogarnos o utilizar un ojo de pelota, nos hacemos daño. Mientras que si cada porción recibe un trato adecuado a su función, estamos sanos y en armonía. Funcionamos bien. Seguimos la ley de esa parte, su fin último.
Los seres humanos nos diferenciamos de los animales por varios atributos que nos son propios. Uno de ellos es el razonamiento. Somos capaces de mejorar nuestro entorno, de comprender que una cosa es mejor que otra, de corregir un error, de elevarnos respecto a nuestros comienzos, de modificar nuestra personalidad, de descubrir nuevas metodologías. ¡Somos diferentes! Y cada uno de esos atributos existe para ser utilizado. Como los ojos están para ver, el razonamiento está para razonar, perdiendo mucho si nos negamos a utilizarlo correctamente. Si dejamos de pensar en lo que se nos plantea nos acercamos a los animales. Es como optar por vivir con los ojos vendados. Se puede, claro, no nos moriremos. Pero ¿está bien? Si no razonamos convenientemente, no podemos determinar si algo es correcto. Que nos diga quien sostiene que el pensamiento es aburrido, innecesario o incluso nuestro enemigo, ¿por qué es cierto lo que aprendió? ¿Lo dicta su experiencia directa? ¿La de otros quizá? ¿Lo han contrastado con otras posibles verdades y se quedaron tranquilos con que no hay nada más cierto que eso? ¿Todo puede ser igualmente verdadero? Al ver algo por primera vez en la vida, ¿qué ocurriría si alguien nos dijera que es un edificio, otro que es un animal, otro que es un vegetal y otro que es una caja?
¿Todos estarían en lo cierto respecto al objeto o ser en cuestión? Imaginemos que se trata en realidad de un animal. ¿Dónde está la afirmación más verdadera, y dónde la mas falsa? Nuestra capacidad de razonar (que aplica la observación, la lógica, la comparación, el discernimiento, la deducción, etc.) nos mostraría que es un ser vivo, con instinto, que se alimenta, que duerme, que se relaciona activamente con el entorno, que no es ni una caja ni un edificio, por ejemplo. Pero, ¿qué ocurriría si la premisa impuesta fuese “es una caja, y además no tiene sentido pensar ni contrastar esta ‘verdad’”? No pensar es ser presa de cualquier posible engaño. Y ya podemos haber leído mil libros de nuestra materia, acudido a cien seminarios que nos refuercen esa creencia o meditado numerosas horas (obviamente con la mente en blanco), y nada de todo eso nos pondrá a salvo de este problema. Mucha gente puede estar en lo cierto, o puede estar equivocada. No es por la mayoría, o a fuerza de repeticiones, que una cosa es más o es menos cierta. Si no podemos pensar y medir, no tamizamos lo que nos dicen. Lo aceptamos como verdadero sin siquiera intentar contrastarlo. Y a las críticas contra la razón de parte de diversas corrientes actuales se agrega una nueva pregunta, muy válida. ¿Qué sucede si Dios no es “lógico”? La respuesta pasa por la perfección
indispensable a Su esencia, tema que se desplegará más en las refutaciones a las objeciones que nos han hecho llegar. Para ello se hará necesaria una explicación sobre el bien y el mal para responder a los cuestionamientos propuestos, y entonces nos quedará más claro por qué no podemos adjudicarle defectos a Dios (un Dios ilógico carece de una virtud), como el caos, la incoherencia y el desorden propios de esa falta de lógica. Pero como hemos dicho, ya abundaremos más sobre esto después. De momento, y para cerrar este punto por ahora, preguntémonos ¿por qué es una virtud ser razonable? Porque quiere decir que cada acción tiene un sentido, un origen y un final. No se actúa sin sentido, resultando en hechos arbitrarios y confusos. Tal como ya explicamos antes, cuando las cosas suceden de una manera determinada (un acto, una serie de sucesos, una idea creativa, etc.), se puede trazar su "historia" lógica hacia atrás, de comienzo a fin. Por ejemplo, sé que alguien ha robado. Puedo trazar el historial de su tentación (y antes también) hasta su acción, y encontraré razonable la cadena de sucesos de principio a final, aún cuando no lo justifique. Dentro de nuestras capacidades podemos seguir parte de la historia divina, si existe, igualmente a través de la razón. Si hay una serie de "hechos" concatenados, con
un origen y un fin, se puede encontrar esa razonabilidad dentro de los límites de nuestra inteligencia humana. Si no fuese así, a la lista de sinsentidos de nuestra existencia se agregaría la inutilidad de una capacidad tan elevada y única como es la racional en el ser humano. Y cuando vayamos alcanzando conclusiones perfectamente razonables no podremos evitar preguntarnos: ¿será más confiable el camino razonable que pudimos trazar por medio de la sana lógica de relaciones dentro de una verdad, o las doctrinas que se niegan a pensar como corresponde? Poniendo un ejemplo más pequeño para ilustrarnos mejor, a medida humana, ¿preferiremos la imposición de un hecho arbitrario y caótico, como sería empezar a asegurar que 2+2 son 8, o 5, o 10, o 4 indistintamente, porque en realidad los números y las medidas no existen más que en nuestra mente, o un proceso lógico en que nuestra razón se alinea perfectamente con la comprobación empírica y ante nuestros propios ojos incluso de que 2+2 son 4 y ninguna otra cantidad será la respuesta correcta? Para poder iniciar este camino, debemos hacernos la primera pregunta, principio de todo lo demás, y que descarta a su vez una de dos posibilidades básicas, de las cuales se desprenden las siguientes definiciones: la fe (“Dios existe”) o el ateísmo (“Dios no existe”), y podríamos agregar a su hermana agnóstica (“No
estamos en condiciones de saber si Dios existe, y no lo aceptaré en tanto no se me demuestre lo contrario”), tan exhibida en la obra que ahora nos ocupa. Y esto es lo que trataremos de descubrir a través de las respuestas. Pero no hemos terminado todavía con las bases. Uno de los puntos que también consideramos importante aclarar antes de entrar en la materia es que los detractores de la Iglesia han sostenido incansablemente que ésta es enemiga del pensamiento, y que impone sus definiciones sin sustento. Punto en el que por cierto cae el autor del trabajo que nos proponemos desmontar. Veamos entonces, y para empezar, qué tan así es: Fe y razón Como bien sabrán los lectores, los dogmas son las afirmaciones doctrinales que los católicos deben mantener. Se basan, según esta religión, en la verdad revelada por Dios y que la Iglesia propone a la fe de los creyentes. Son el cuerpo de lo que se cree, la plataforma de un mundo de explicitaciones religiosas. Su fin es dar estructura y base a una doctrina definida, y permitir que a partir de allí se desplieguen todas las consecuencias que el hombre pueda desarrollar, sin perder el norte deformando las creencias originales, nacidas como ya se dijo de la Revelación, la tradición y la comprensión.
Entre los tan vilipendiados y poco conocidos dogmas, el primero es respecto a la existencia de Dios, y dice que es posible conocerle con la sola luz de la razón natural. De hecho, el concilio Vaticano (1869-1870) bajo SS. Pío IX, declaró: "Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema". Y también: "La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas". cf. Dz. 1785. De esta forma ha querido la Iglesia - única en esto entre todas las religiones, como en muchas otras cosas que consideremos que existe la posibilidad de conocer a Dios por Sus obras, que somos capaces de entender, no sólo a través de la Fe (que tiene que ver con el segundo dogma sobre Dios), sino a través de la razón que nos ha otorgado y evidentemente poseemos, aun cuando algunos la usen poco. Aclaramos que aquí no estamos mencionando los dogmas como razones de fuerza. Ni siquiera pedimos a los lectores que concuerden con la existencia de los
dogmas en general y estos en particular, al menos de momento. Nos limitamos a demostrar con esta breve sub-sección que la Fe no contradice ni elimina a la razón, sino que la ilumina, complementándola: por eso tenemos ambas, y podemos hacer uso de ellas sin conflictos. Sin embargo, está claro que los dogmas no son suficientes para el hombre de hoy. Lo que antes bastaba para que las personas pudiesen ascender más rápidamente en su descubrimiento del vasto mundo de la Fe, ahora ya no alcanza. Pero no porque el hombre sea más inteligente o “libre”. La causa es que se duda de la veracidad de la Iglesia, a fuerza de tanto ataque no carente de astucia, y con eso obviamente también se duda de todo aquello que enseña y manda creer. Por lo tanto, las bases para creer están corrompidas, y la estructura tambalea peligrosamente. Por ahora concluímos esta síntesis sobre el pensamiento que en adelante nos será tan útil recordando dos cosas: la primera es la famosa frase del escritor inglés Gilbert K. Chesterton, tan a propósito de lo expuesto: “Cuando entro en una Iglesia me quito el sombrero, no la cabeza”. La segunda, una oración poco conocida por los que atacan a la ligera lo que no conocen, de San Benito de
Nursia, y que comienza así: “Padre, en vuestra bondad concededme el intelecto para comprenderos, la percepción para discerniros, y la razón para apreciaros”. Los confines de la ciencia empírica Para poder dar fin a las aclaraciones introductorias y entrar en materia, tenemos aún que aclarar un punto de gran importancia en respuesta a las primeras afirmaciones de nuestro “contendor”. Uno de los primeros puntos que llaman nuestra atención en la exposición pretendidamente agnóstica pasa por esa preafirmación de que las deducciones lógicas sólo pueden desprenderse de un conocimiento absoluto de hasta el más remoto de los elementos y acontecimientos universales. Al ser esto un absoluto imposible sin importar qué tanto se dilate la existencia humana sobre el mundo, poner el acento en los puntos de ignorancia como invalidación para comprender y alcanzar conclusiones razonables es de alguna manera condenarnos a la imposibilidad total de respuestas. O, en el mejor y más benévolo de los casos, a un conjunto de conjeturas “poco científicas”.
Entonces llega la hora de pensar en la ciencia y su relación con lo que estamos hablando, para poder determinar si tiene sentido este esfuerzo o no llegará a ninguna parte en tanto “no se conoce al universo en su totalidad”. Tendríamos que preguntarnos, para comenzar, si es a través de esa metodología científica que alcanzaremos las respuestas filosóficas y religiosas que estamos buscando. Obviamente, nadie niega – mas bien todo lo contrario – la interacción con elementos de la realidad cognoscible para poder alcanzar conclusiones, pero predeterminar que es imposible concluir algo por “falta de evidencia científica” sería tan absurdo como exponer cualquier argumento racional del tipo que sea, ya que este puede estar ignorando aspectos que se le escapan por la misma carencia que imputa al otro lado para sus pruebas. Por tanto, todo quedaría en el mediocre campo del relativismo absoluto. Pero no está sólo allí el problema de la idea. Pensémoslo. Por una parte, ¿necesito conocer hasta la última partícula del universo para poder determinar que dos más dos es cuatro, o que si suelto un objeto, aquí donde me encuentro, caerá al suelo? ¿Tendremos que olvidar toda conclusión en tanto somos ignorantes de muchos elementos que escapan a nuestra capacidad de conocimiento actual?
Los conocimientos científicos de laboratorio se acotan a su campo. El hombre actual da excesiva importancia a este factor, como si fuese la única forma existente de explicar las cosas. Pero en un mundo que no se compone únicamente de procesos físicos y mecánicos, las respuestas tampoco pueden pasar únicamente por ese rasero. Cuando estamos hablando de filosofía, entramos en una región en donde el conocimiento científico de balanzas y microscopios no puede ingresar, a excepción de ciertas ramas que se encuentran en pañales, con resultados muy positivos para la creencia fundamentada en algo más que materia. Pero para entenderlo mejor, definamos un poco. Dice el saber enciclopédico que la ciencia ha recibido diferentes aplicaciones, lo cual presenta dificultades para su definición. Pero agrega que no se puede negar que ciencia es el saber, y lo que debe hacerse para saber. Y como el saber se divide en grupos clasificables por su género y naturaleza, la palabra ciencia no se emplea para designar el saber absoluto, sino para designar al saber humano que hasta hoy se ha alcanzado y se ha sabido coordinar. Lo que más nos interesa a estos efectos es lo que continúa. Dice así: “El fundamentar la ciencia en la demostración es cosa que está fuera de toda exactitud, porque
excluye de la ciencia conocimientos evidentes por sí solos, como los históricos o los lógicos, por ejemplo. Para saber, para adquirir un conocimiento, la naturaleza humana necesita observar, comparar y generalizar”. Pero además nos encontramos con otro problema, y es a qué ámbito de la ciencia nos hemos de atener para cada cuestión, y cuál será su campo de acción. La filosofía es la ciencia del conocimiento de las cosas por sus causas o primeros principios. En esta hay varias ramas, una de las cuales es la Teodicea, o ciencia de Dios y de los atributos divinos, derivada de la razón sin el auxilio de la revelación divina. Es a la filosofía a quien le corresponden estas materias. Y la filosofía no se prueba con telescopios ni escáneres. Pero el hombre actual pretende que el mundo del espíritu sea tan mensurable y empíricamente comprobable en el laboratorio como lo es el mundo físico, intentando que una naturaleza juzgue con sus medios propios a otra diferente. En ese afán se desvive por captar ondas, compleja actividad química, reacciones en cualquier parte del cuerpo, por ejemplo, que le demuestren que sólo estamos compuestos de materia sin alma. Y creen que con medir la capacidad cerebral al recitar un poema conmovedor a través de un EEG, ya pueden comprender todos los
procesos que se originan y desencadenan en el individuo que estudian. Y esto mismo se ve en las descabelladas explicaciones de conductas que más tienen que ver con materia moral que con la composición hereditaria del ADN. Esta mentalidad sólo demuestra, nuevamente y como ya vimos en el caso de la evolución, el más profundo y arraigado prejuicio de que no somos más que materia, con el cual el hombre se des-responsabiliza de todas sus acciones. Es una modalidad totalmente a-científica, por lo demás, porque lo que busca es probar su teoría como sea, en vez de buscar teorías basadas en todos los numerosos elementos disponibles. Es como explicar la situación de una nación a través de la fotografía de una escena que deja afuera miles de elementos que no entraron en el lente del que la retrató, recortando así la realidad a su gusto. De esta manera, revierten el proceso científico y en lugar de dar una explicación a lo observado, manipulan lo observado para adaptarlo a una explicación previa e inapelable, so pena de ser considerado “poco científico” si se afirma lo que han descartado aún sin pruebas. Dejemos, pues, al reino de la filosofía la materia que le corresponde, y que la ciencia empírica aporte los elementos que le son propios sin pretender dar la
respuesta definitiva que no le corresponde. En palabras de Séneca, “la naturaleza nos ha dado las semillas del conocimiento, no el conocimiento mismo”. El conocimiento es un proceso que nosotros emprendemos con los profusos elementos de que disponemos para hacerlo. Lo cierto es que lo que no corresponde a campos mensurables, como el pensamiento, sólo puede medirse físicamente a través de los órganos y soportes que “nos hablan” de ello, pero no puede comprenderse en toda su extensión mediante observaciones de laboratorio, más que en los procesos físicos que lo hacen posible en ese ámbito. Dios, por su parte, escaparía a esta pretensión y sólo podría ser “comprendido” – a nuestra medida, se entiende – en el campo en que se desenvuelve. Aunque ciertamente muchas conclusiones se desprendan, como en el caso del pensamiento, del funcionamiento de lo que sí podemos medir siquiera en parte, como es el Universo que nos rodea. En toda la serie de hechos, criaturas y procesos que podemos conocer es en lo que nos basamos para nuestras reflexiones. Porque es cierto que no tenemos – y nunca tendremos – todas las respuestas existentes, pero sin duda hay cosas que ya sabemos y nos permiten sacar conclusiones. Una persona puede no saber qué es exactamente la electricidad, pero no acercará su mano desnuda a ella porque ya conoce algunas de sus
propiedades. Igualmente, descubrir nuevas estrellas no negará la existencia de las anteriores, ni todo lo comprendido sobre ellas, aun cuando pueda agregarse información. Pero lo ya comprendido, como cierto orden, características y leyes que las gobiernan, seguirá estando allí aún con los añadidos. Y de la misma forma, se pueden alcanzar miles de comprensiones lógicas desprendidas de la experiencia, la razón y la observación del entorno ya conocido. En base a lo ya comprendido podemos deducir una serie de consecuencias como la utilidad, el orden, la finalidad, la interrelación, las leyes, el cambio, etc. Conocer más después no negará lo comprendido en base a la lógica de un orden razonable existente. La sola existencia del orden, por ejemplo, es un principio del cual sacar muchas conclusiones. Aunque este punto habrá que explicitarlo más en el apartado sobre los “desperfectos de la Creación”. Por lo demás, existe a efectos de lo que nos ocupa lo que se ha llamado “modelos mentales”. Se trata de representaciones psicológicas de situaciones reales, hipotéticas o imaginarias, que permiten llegar a conclusiones acerca de aquello que puede superar la capacidad humana hasta el momento desarrollada para verificar un presupuesto. Los modelos del laboratorio mental fueron postulados primero por el filósofo
norteamericano Charles Sanders Peirce, quien dijo en 1896 que el razonamiento es un proceso mediante el cual un humano "examina el estado de las cosas afirmado en las premisas, forma un diagrama del estado de cosas, percibe las partes de las relaciones del diagrama no mencionadas explícitamente en las premisas, se satisface a sí mismo con experimentos mentales en el diagrama en que las relaciones siempre subsisten, o al menos podrían hacerlo en cierta proporción de casos, y concluye la verdad necesaria o probable". El psicólogo escocés Kenneth Craik propuso una idea similar. Él dijo que la mente construye "modelos a pequeña escala" de la realidad que usa para anticipar eventos, para razonar y dar base a la explicación. Einstein mismo aplicó el llamado laboratorio o taller mental para alcanzar conclusiones que de momento no podían probarse de otras formas “experimentando” con las ideas. Lo hizo al “probar” cómo ha de ser volar sobre un haz de luz, con lo cual pudo llegar a su famosa teoría de la relatividad.
Entonces… Para terminar esta primera parte, diremos que si Dios existe tiene que tener algún tipo de plan con Su Creación, y por tanto ha por fuerza de habernos dado los
medios para poder comprender tanto que Él existe como cuáles son Sus intenciones con nosotros. Pero, ¿y si no existe y las “respuestas” nos las estamos inventando? Es interesante ver que la “refutación” a nuestros anteriores argumentos, al ser extemporánea, no ha podido desmontar su razonabilidad, sino que ha apuntado a frentes simplemente no explicitados. Esto significará, por tanto, que de poder resolver esas “contradicciones”, las ideas seguirán siendo absolutamente razonables, y hasta la fecha, sin duda una explicación más apropiada a lo que podemos deducir razonable e incluso científicamente (en el sentido correcto del término a estos efectos) a partir del Universo que nos contiene, de su funcionamiento y de nosotros mismos. Está claro que respondidas las objeciones siempre podrían crearse más, pero esperamos que los interesados en este debate sean conscientes de que a cada respuesta aceptable nuestros presupuestos originales se fortalecerán más y más, mostrando coherencia y lógica en todos los frentes hasta hoy propuestos. Dicho todo esto, damos inicio a los puntos en cuestión, con sus respuestas. Lamentablemente, es mucho más fácil formular una objeción a un sistema que explicarlo cabalmente. En algunos de los enunciados se
hace obligatoria una serie de explicaciones que amplían la fotografía, como en el ejemplo antes mencionado, para poder así responder bien a la duda planteada en específico. A efectos simplificadores para los lectores indicaremos el número de objeción, con una síntesis de su argumento, y luego la respuesta correspondiente.
DIOS CREADOR
Objeción 1 “La acción de crear es inadmisible”
Resumen: El acto de crear requiere obtener algo de la nada; formar lo existente de lo inexistente. Con nada, nada puede hacerse. De nada, nada puede obtenerse. Crear es un concepto místico-religioso que nada tiene de racional. Respuesta: A pesar de incluir un resumen que recuerde los conceptos vertidos, intentaremos ampliar la respuesta a todo lo mencionado. Y para ello comenzamos con la pregunta de qué es crear, que nos
parece que el autor confunde un poco ya desde un principio. Diferenciemos primero las definiciones parciales de las absolutas. La creación absoluta será aquella que no existía antes en ningún aspecto, y por tanto no ha imitado algo anterior, ni requerido ningún elemento previo, y es totalmente novedosa, podría decirse en palabras sencillas. La creación parcial, por su parte, es como los grados de perfección respecto al ideal, de los que ya habíamos hablado en la obra anterior. Una participación de aquella cualidad total, en la medida limitada del ser humano. Y en ese sentido, quien reordena los elementos ya existentes para crear uno nuevo, sea en concepto, en materia o en utilidad, por ejemplo, está creando a la medida de sus posibilidades, como reflejo de la Creación absoluta. El escritor chino Lin Yutang lo expresa muy bien: “Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja”. En ese sentido, la construcción de una casa no será una creación. Pero sí lo será un nuevo estilo arquitectónico nunca antes visto. Es en ese terreno donde se engloba como creación a la inventiva, las artes, ciertos avances tecnológicos innovadores, etc.
Pero ahora hablamos de la creación absoluta, dado que nos estamos refiriendo al Ser del cual surge todo lo que nosotros apenas podemos producir parcialmente. Y para poder entender este punto, tenemos que conocer primero un poco mejor a Aquel que queremos comprender. Si Dios existe, se pueden deducir una serie de atributos de lo ya expuesto. Démoslo por cierto siquiera momentáneamente, para alcanzar nuevas conclusiones que a su vez después nos permitan retroceder a la objeción. Aunque los atributos pueden ser numerosos, aquí mencionaremos sólo aquellos útiles al fin de esta respuesta particular. Si Dios existe podría afirmarse, basándonos en todo lo anteriormente expuesto, que es un Ser que existe por Sí mismo, causa y motor de todo lo creado y que está fuera del tiempo y el espacio que nos rigen a nosotros, Sus criaturas. Recapitulando brevemente, hemos de recordar que Dios no puede haber sido generado a su vez por algo más, ni depender de nada para existir, por lo tanto es el primero, el único que no necesitó ser creado ni movido.
Esto lo hace autoexistente y autosuficiente, y ahí hemos llegado a nuestras primeras conclusiones. Por otra parte, ya hemos dicho que tiene necesariamente que estar fuera del tiempo, dado que el tiempo no es infinito en su comienzo, y Él debe existir desde "antes" (si se nos permite la expresión para facilitar el hilo de la idea) de que se generase lo que hoy existe tiempo incluido -, o no sería el primero y productor de todo lo demás. Y al estar fuera de ese tiempo, podemos deducir sencillamente, por consecuencia, que es eterno. A su vez, debe estar fuera del espacio, porque no puede ser contenido por nada, ni necesitar moverse a través de nada más, pues en ese caso pasaría a depender de otra cosa, y ya no sería autosuficiente, ni motor, ni causa de todo lo demás. Podemos determinar rápidamente, por lo tanto, que Dios es inmaterial (o espiritual, dado que no ocupa un espacio) y eso lo hace invisible a los ojos de la carne, no depende de nada ni de nadie para existir y actuar, es infinito (no comienza ni tiene fin en su esencia y cualidades), es eterno, tiene el poder de hacer lo que desea, ha creado lo que existe y le ha dado un orden funcional innegable, que apreciamos en el universo que nos rodea, o sea, es inteligente. O, dicho con mayor propiedad, es Inteligencia.
Para aclarar esto último mencionaremos que no podemos decir que Dios posea las cualidades que apreciamos en lo empírico o conceptual, porque Él es cada cualidad en modo absoluto. Entonces, Él no es majestuoso sino que es la Majestad, no decimos que es bueno, sino la Bondad misma, no es sabio sino la Sabiduría misma, etc. Por ello es la misma fuente de las virtudes, comenzando por la Perfección, necesaria para que sea la base absoluta de todo lo que de Él dimana. Podemos también llegar a entender que es simple (es decir, no está compuesto por diversos elementos) e indivisible. Cada uno de estos puntos puede desarrollarse y complementarse mucho más, pero los daremos por comprendidos en principio para no extendernos tanto. Pasemos entonces a la cuestión de la infinitud, que es un tema importante a tener en cuenta. Dios es fuente de Sus atributos, afirmamos, y por lo tanto debe ser infinito o de lo contrario sería insuficiente e ineficaz. No es perfecto aquello que tiene una virtud (entendida como facultad o capacidad de obrar) con límites. Aún a nivel humano no podríamos decir que es perfecto algo que abandona a momentos la virtud que posee.
Si pudiese perder sus virtudes ya no sería perfecto ni eterno. Por lo tanto, ahora nos queda claro que posee todos Sus atributos divinos sin medida: todos son infinitos. Esto lleva a otra cuestión muy interesante relacionada con el panteísmo, pero nos estaríamos yendo de tema y lo dejaremos para otra oportunidad, si así se requiere. Bien. Comprendido esto, podríamos concluir entonces con facilidad que Dios es omnipotente, omnipresente y omnisapiente. El aspecto que ahora mismo nos interesa es justamente la omnipotencia (omnis=todo; potencia=poder). Un atributo que sólo puede adjudicarse a Dios, dado que nada ni nadie más tiene la capacidad infinita de poderlo todo. Y Él, si es cada atributo en forma infinita, también es infinitamente poderoso. Además, y como ya hemos explicado antes, sólo hablamos de Dios al referirnos a quien no depende de nada para existir o actuar a Su voluntad. Diremos entonces que es Omnipotente porque al ser infinito su poder, y simple su esencia, puede todo lo que quiere con sólo quererlo. Es decir, cada uno de sus deseos es acto inmediato. Puede, entonces, hacer todo lo que le agrada, pero Sus acciones siempre estarán de acuerdo con Su carácter.
Poderlo todo incluye aquello que parece imposible. Imposible es, justamente, que no se puede. Si algo fuese imposible para Él, ya no sería omnipotente. Aunque en este punto amerita aclarar que al hablar de imposibilidad estamos exceptuando el mal, el error o el absurdo (como el típico sofisma de la roca), que no son imposibilidades sino formas de carencia que atentan, por tanto, contra Su naturaleza perfecta. Claro todo lo anterior, repetimos una vez más que el ser humano sólo participa en forma limitada de las cualidades divinas. Por tanto, obviamente si le damos a un matemático un conjunto de ceros, nada resultará de sus operaciones. Pero aplicar la incapacidad humana a la divina es un error grave. La roca no puede crecer o reproducirse, por mucho que “quisiera” hacerlo, aún si el deseo y la voluntad fuesen posibles a su naturaleza. La planta por su parte no puede emitir sonidos como los animales, o desplazarse de terreno. Aunque se “esforzara” no lo conseguiría. Los animales no lograrán alcanzar conclusiones filosóficas jamás, aunque puedan eventualmente separar bloquecitos de colores en un laboratorio. El ser humano no puede sacar nada de la nada. ¿Eso inhabilita la existencia de un Ser entre cuyos
atributos se encuentra, justamente, la omnipotencia, o sea, el poder ilimitado de hacer Su Voluntad? Si la materia está supeditada al Espíritu superior, entonces éste perfectamente podría generarla, modelarla y hasta destruirla. No crea “de la nada”, porque Él existe, y de Su capacidad perfecta e ilimitada se desprende la posibilidad de la generación espontánea que está vedada al mundo físico limitado en que nos desenvolvemos. ¿Qué podría impedir a un Ser omnipotente la generación completa de algo que antes no estaba allí al sólo movimiento de Su Voluntad? En la naturaleza no existe la posibilidad de que se combinen rocas, metales, maderas, fibras vegetales y animales, cristales y tantas otras energías y manufacturas complejas como son necesarias para la instalación de una casa de medianas comodidades. El animal, si pudiese pensar por un momento sin perder sus características, encontraría absurdo e imposible que alguien pudiese reorganizar los elementos de esa forma elaborada, compleja y hábil, en vez de meterse en una cueva o buscar el abrigo de un árbol. Mucho menos entenderá el tigre la creación y construcción de objetos voladores, artefactos de comunicación a distancia, obras de arte, todo lo que escapa por completo a su capacidad y necesidades directas. Pero tal incapacidad animal no impide al ser humano actuar como lo hace.
Trasladar a Dios que el matemático no pueda hacer nada con los ceros es, en definitiva, lo que en lógica se llama “analogía abusiva”. Es decir, llevar la verdad de un ámbito correcto a otro dudoso porque no comparte sus mismas características. Y Dios, si nuestro fenecido contendor lo permitiese, no es comparable en Sus capacidades a los atributos limitados – una vez más lo decimos – del ser humano. De la nada, en el mundo físico, nada sale (buen punto contra la evolución, por cierto). Sin embargo, las leyes de un Ser omnipotente no han de ser iguales a las nuestras. Y si en Su mente perfecta surge una creación, está en Su naturaleza la posibilidad de llevarla enteramente a cabo. Eso sería, al fin de cuentas, lo que al principio dijimos que es la creación absoluta, de la que han de desprenderse por reflejo todas las creaciones parciales que nosotros conocemos. En el universo Divino, la idea puede traducirse materialmente con tanta facilidad como para nosotros un proyecto mental puede traducirse en creaciones a nuestra medida. La única diferencia es que Él puede incluso generar esa materia, porque todo lo puede, mientras que nosotros dependemos de lo que nos rodea para realizar nuestras producciones. Pensar que no puede porque nosotros no podemos es similar a pensar
que los milagros (alteraciones de las leyes naturales) le resultan imposibles porque eso nos ocurre a nosotros como personas naturales. Sin embargo, en el desarrollo del siguiente punto se terminará de completar la idea, demostrando cómo es posible que “de la nada” saliera algo.
Objeción 2 “El Espíritu puro no pudo determinar el Universo”
Resumen: a) Un Dios que es Espíritu Puro, inmaterial, no puede determinar el Universo: lo material. El espíritu puro está separado del universo por naturaleza y por tanto no admite ninguna alianza material. b) Por lo demás, ¿dónde se hallaba la materia en su origen, en su principio? o bien la materia estaba fuera de Dios, o bien era Dios mismo. Así, pues, en el primer caso, si estaba fuera de Dios, no tuvo éste necesidad de crearla, puesto que ya existía, y si coexistía con Dios, no cabe la menor duda de que estaban en concomitancia, de lo que se desprende que vuestro Dios no es creador. Respuesta: Ya hemos explicado que un Ser Omnipotente, “que todo lo puede”, no se ve acotado por las mismas limitaciones que a nosotros nos rigen. Estamos una vez más poniendo las características
humanas en las Divinas. Como tigres, no somos capaces de concebir ni construir la casa equipada. Aunque está claro que esa respuesta resulta insuficiente para quien objeta la brecha que distancia al espíritu de la materia, y a su vez, el origen de dicha materia. A esto hay dos cosas que comentar. La primera, y que salta a la vista de todo ser humano, es la interrelación directa entre el espíritu y la materia en nosotros mismos. Hay quien ha dicho que el hombre es un “anfibio”, porque posee las dos naturalezas (espíritu y materia) que en otros seres se encuentran separadas. Así, una idea (espíritu) es tan potente que puede llevarnos a modificar el mundo material, incluyendo la relación directa entre algo que pensamos y las respuestas y alteraciones de nuestro organismo. Pero además compartimos con todo ser vivo el estar animados por algo más que células funcionales, tal como explicamos en el apartado contra la evolución, y no basta con que el conjunto tenga todos los “ingredientes” necesarios para que allí se encuentre vida. Pero visto esto, aún puede encontrarse dudosa la respuesta en tanto no explica cómo del espíritu puede surgir la materia. Veámoslo con ayuda de la ciencia empírica que tanto agradaba a nuestro oponente.
Materia es todo lo que tiene masa y ocupa espacio. Por lo tanto, está claro que no pudo existir antes de que se creara el espacio. Como ya se ha declarado, Dios - que no requiere de nada - no necesitaba el espacio y lo creó para poner en él lo que quisiera. Hablamos antes de Albert Einstein y su laboratorio mental. Todos sabemos que su fórmula más famosa es E = m·c², y se traduce así: la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. En resumen muy simplificado, eso significa que la materia no es más que una forma de energía. Materia y energía son dos formas distintas de lo mismo, siendo la materia la forma densa, espacial de la energía. Se trata de una concepción de grandes consecuencias en el mundo de la física tanto como en el de la filosofía. A partir de la fórmula mencionada se modificó la creencia imperante hasta entonces de que ambas naturalezas eran por completo diferentes, y se descubrió la manera de transformar la materia en energía, con el impactante resultado de que desintegrando cantidades muy pequeñas de materia es posible conseguir grandes cantidades de energía, con lo que se abrió el camino a la era nuclear. En las reacciones nucleares, parte de la materia se convierte en energía en forma de fotones de rayos gamma (los fotones, por definición, no tienen
masa). La fisión nuclear, por tanto, ha conseguido convertir materia en energía. Se supone que toda la materia del Universo se originó a partir de energía, pero evidentemente en unas condiciones imposibles de reproducir sobre la faz de la Tierra. En general, aunque la energía no se crea ni se destruye sino que se transforma (considerando la materia como una forma de energía) no todas las transformaciones son igualmente viables, al menos a escala humana. ¿Y qué es la energía? El término proviene del griego y significa actividad, operación; energos=fuerza de acción, fuerza trabajando. Tiene varias acepciones y definiciones relacionadas con la capacidad de obrar, transformar o poner en movimiento. En física, "energía" se define como la capacidad para realizar un trabajo. Algunas de las formas de la energía como la conocemos incluyen luz, calor, química, nuclear, eléctrica y mecánica. Pero lo cierto es que todos los procesos naturales que acontecen en la materia pueden describirse en función de las transformaciones energéticas que tienen lugar en ella. Los actuales físicos no encuentran aún una forma igualmente satisfactoria (transformaron materia en energía) de lo inverso, es decir, convertir la energía en
materia. Necesitan una inmensa cantidad de energía para producir una cantidad mínima de materia. Por ejemplo: un fotón gamma muy energético puede dar lugar a un electrón y un positrón, que son materia en su forma más elemental y minúscula. Pero esto, lejos de inhabilitar nuestro presupuesto, lo sustenta claramente, ya que en última instancia podemos concluir que de la capacidad de obrar (infinita en el caso de Dios) se desprende la energía ilimitada que se transforma en materia a Su sola Voluntad, dado que no es de esperar que en Sus características particulares tenga carencia de energía (fuerza de acción) para producir lo que desee. Esto quiere decir que la materia no existía antes, es posible de crear, y no viene de ninguna parte distinta a Su acto creador, que como ya explicamos, al ser un acto Supremo es poderosa e inagotable energía pura.
Objeción 3 “Lo perfecto no produce lo imperfecto”
Resumen: Es imposible que lo perfecto haya podido determinar lo imperfecto. Existe una relación directa entre una obra y su autor. Por la calidad del fruto se distingue el árbol al que pertenece. El Universo no es una obra sin defectos, irreprochable, perfecta. Por tanto, si la obra no es irreprochable, el autor tampoco es perfecto. O Dios no existe o no puede ser el Creador. Respuesta: Para poder abordar esta cuestión es necesario, nuevamente, ampliar el plano de la fotografía. Está claro que algo perfecto no puede producir algo
imperfecto. Sin embargo, ¿podemos decir que tal producción ha sido imperfecta? Para ello debemos preguntarnos si esto no nos lleva inevitablemente a las causas que originaron la Creación. Después de todo, no tendrá el mismo resultado una obra que es un fin en sí mismo, que una que sirve de base a un fin mayor, y que por tanto puede modificar la estructura del medio. Es al fin mayor, en tal caso, a lo que debemos atender para comprender la envergadura y razonabilidad de lo creado, incluyendo lo que a la ligera podríamos considerar “fallos del sistema”. Y a esto se agregará un tercer punto fundamental, que pasa por el bien y el mal. Íbamos a exponer este aspecto en el punto 10, relativo a la existencia del mal. Igualmente, deberíamos dejar el sentido de la creación como respuesta a la sexta objeción de Dios Creador. Sin embargo, creemos que para que la respuesta sea bien acabada, debemos hilar los conceptos en un solo lugar, y después nos atendremos a recordar a nuestros objetores aquellos aspectos puntuales que no hayamos desarrollado en esta sección. Dada la necesidad de unir varios temas de cierta complejidad argumental, este ‘capítulo’ será probablemente el más largo de este trabajo. Vamos por partes entonces, comenzando con el sentido de la Creación. Si no se entiende para qué se
ejecuta una obra, entonces el resultado puede parecernos absurdo, mal hecho o inútil. Si encontrásemos un artefacto extraño en medio de la calle, al que ninguno de los presentes en la escena pudiera adjudicarle una funcionalidad, valor ni sentido más que su rareza, ¿podríamos clasificar como error y defecto la palanca para nosotros incomprensible, el botón supuestamente desproporcionado, o la temperatura al parecer extremadamente elevada? ¿O buscaríamos a quien puede respondernos de qué se trata, para luego conseguir determinar si esos adminículos antes inexplicables es posible que tengan algún sentido y valor a pesar de parecernos lo contrario? Antes de continuar con el sentido, se hace necesario comprender otro de los atributos divinos que hasta ahora no habíamos explicado. Hemos hablado de la Perfección, pero no del Bien, y es hora de hacerlo. Muchos creen que este término se refiere a una especie de “acción políticamente correcta” y con esa concepción tan simplona es difícil comprender de lo que estamos hablando. La mejor definición del bien la ha dado Aristóteles y aquí nosotros la explicaremos: "Bien es aquello a lo que tienden las cosas". Veamos: si observamos, todas nuestras acciones están orientadas a un fin: comemos para tener energía, dormimos para descansar, nos reproducimos
para perpetuar nuestra especie, creamos para edificarnos, etc. El fin que buscamos satisfacer se dirige a su vez hacia otro (por ejemplo sobrevivir), luego hacia otro más (por ejemplo, mejorar en las distintas variables de la vida), luego otro (por ejemplo perfeccionarnos) hasta que se alcanza el fin último, que buscamos por sí mismo y no porque nos lleve a otro más. Alcanzado el fin último somos felices. Sentimos satisfacción por el cumplimiento de un fin parcial (como comer para aplacar el hambre). Sentimos mayor satisfacción si además de comer podemos descansar, luego será mejor si también somos amados, y así en adelante, cuantos más campos hayan satisfechos, a mayores aspiraremos. Si existen diversos grados de satisfacción, tiene que existir el grado máximo, con el cual todo está satisfecho. Si Dios existe, es lógico afirmar que el fin último o Bien supremo es Él (cuyos atributos ya hemos visto que son infinitos), en cuanto satisface – sobrepasando todos los límites – absolutamente todas nuestras necesidades corporales y espirituales. Dios, entonces, ha de ser el Bien máximo: el Bien mismo. En cuanto cada ser busca el Bien según su naturaleza, la felicidad del ser humano no se alcanza con la simple satisfacción de las necesidades animales (comer, dormir, reproducirse, guarecerse, defenderse, etc.), sino que debe
corresponder a todas nuestras potencialidades humanas (inteligencia, belleza, sentimiento, orden, fe, etc.). ¿Cómo alcanzamos esa felicidad que es Dios porque es el Bien absoluto? Siendo el hombre el único animal racional y espiritual, alcanza su bien y felicidad cuando éstos se ajustan a esas necesidades superiores que le diferencian del resto de las criaturas. Es decir, cuando satisface todas las necesidades, incluidas las que son propiamente humanas. Vivir para cumplir con cualquiera o incluso con todas las necesidades animales, no puede hacer feliz al hombre, que necesita satisfacer muchos más fines, ya que su constitución y razón exigen bienes superiores. El arte, el amor, la trascendencia, la justicia, la espiritualidad, la búsqueda de respuestas, son ejemplos de esas necesidades humanas superiores. Y es por esto que incluso quienes lo tienen todo a nivel material aún suelen ser infelices: simplemente no han logrado satisfacer correctamente sus necesidades superiores. Las dependencias, las malas relaciones, los excesos, el vacío interior, la depresión, son sólo algunas de las pruebas de que un hombre materialmente satisfecho (incluso con buena salud) puede tener otras carencias que le producen malestar.
Hay varias definiciones de Bien, y aquí nos centramos en algunas de las mejores para responder a nuestra pregunta original. Otra definición muy buena es: “Aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género”. ¿De quién podemos decir con mayor propiedad que de Dios que cada uno de Sus atributos (género propio de cada bien) tiene el complemento de la perfección absoluta? Aclarado este punto, podemos pasar al sentido de la Creación. Si colegimos que las virtudes existen en grado máximo o absoluto en Dios, es lógico que tiene que haber una correspondencia entre ellas y la forma en que son aplicadas. Es decir, que Sus acciones se han de ajustar a las virtudes en grado máximo y no pueden contradecirlas, porque faltarían a su perfección. Pensar que un Ser de virtudes infinitas pudo haber creado al universo sin un sentido (razón de ser, finalidad) sería absurdo. Un ser humano, que no es sino un granito ínfimo de arena dentro de la inmensa playa de todo lo creado, es capaz de actuar en concordancia con su carácter, con un motivo y un fin para lo que hace. Definamos algo para entender mejor: un capricho es una idea o propósito repentino y no fundado en la razón.
Esto puede ocurrirle a alguien finito, sujeto a carencias en sí. Y aún así sólo actuará caprichosamente de forma ocasional, porque debe inevitablemente obedecer a leyes de la razón (que utilizamos incluso para nuestra supervivencia), a menos que esté privado de ella, o sea, que esté demente y haya perdido la facultad de ser coherente. Siendo así ¿cómo podríamos adjudicar a un Dios simple, completo y Bien absoluto la creación de algo por mero capricho? Para esto era tan importante saber primero – siquiera someramente – cómo es Él: para respondernos a esa pregunta sin mayor dificultad. Pero algo no se conoce sólo por sí mismo, sino en particular por sus frutos, como bien dice el autor de las objeciones al cristianismo. Vale decir que está estrechamente relacionada la razón de nuestra existencia con cómo es quien nos creó. Porque así como podemos ser definidos por nuestras elecciones ("Dime con quién andas y te diré quién eres"), más aún se nos podrá conocer por lo que hacemos ("Por sus frutos se conoce al árbol"). Por la aplicación práctica de nuestra voluntad mantenida con constancia puede verse nuestro carácter, capacidades, intenciones y afectos. Como ya hemos visto antes, esto también se aplica a Dios. Así podremos deducir cuáles fueron Sus intenciones.
Por lo pronto ya sabemos que, al no contener carencia en Sí, Dios no puede haber actuado por capricho. Hemos visto que eso es imposible e igual será la conclusión para una creación sin un sentido razonable. Veamos ahora cuáles son las opciones que existen: El divino… ¿aburrimiento? Si hemos acabado con la posibilidad de que fuese un mero capricho, ahora nos queda otro punto igualmente improbable: la diversión. Según ciertas creencias, Dios creó al universo y sus criaturas como un juego. Algunos lo definen así, y otros como un hecho “accidental”. Nos quedaremos en principio con el juego, porque el accidente (carencia de control de una situación cualquiera y sus consecuencias) es aún más absurdo para cualquiera que haya seguido hasta aquí por el camino del uso de su intelecto. El pensamiento gnóstico del juego divino dice que todo es Dios pero que una parte “perdió” en determinado momento conciencia de serlo, inmersa temporalmente en la ilusión de una separación que en verdad no existe. Cada “fragmento” (inexistente en realidad) debe volver a tener esa conciencia de ser divino para fundirse nuevamente con el Todo al que pertenece.
Dios no tiene necesidad de crear algo para “entretenerse” porque esto implicaría una carencia previa: el aburrimiento o simplemente la falta de diversión. Pero aún queda una posibilidad: que el juego fuese una simple emanación de su “buen humor”, y entonces tendríamos que afirmar que el Bien perfecto ha tenido una causa mas bien prosaica para crear. Habría por fuerza que admitir que la Creación no es reflejo y emanación de divinas perfecciones, sino un engaño que oculta la realidad, diferente a ella. Esto querría decir que ninguna virtud de Dios se expresaría en lo creado a excepción de su “simpatía”. ¿Será esto posible? Lo mismo se aplicará a la experimentación o cualquier otra causa absurda que se pueda adjudicar a la ilusión. Lo lógico será adjudicar al Máximo Ser la causa más elevada posible, ¿verdad? Alguien perfecto ha de actuar coherentemente con Su perfección. Y ya sabemos que Dios, Perfección absoluta, no podría permitir contradicciones siquiera temporales o ilusorias a la plenitud de Sus virtudes. Todo lo que no funciona bien en el mundo, con sus múltiples carencias, bajo la explicación de la ilusión significaría que Dios se permite a sí mismo la existencia del mal (aunque sea en pensamiento, como se podría definir más cercanamente a un engaño de la consciencia) dado que juega Él sólo en el patio de la creación. Es decir, que el mal o carencia de
bien sería Suyo siquiera en ideas y juegos, atentando así contra Su perfección. Tampoco puede contradecir Su perfección perdiendo conciencia de Sí mismo, siquiera en pequeñas “partes”. La perfección le lleva a mantener coherencia, inteligencia, absoluta conciencia, orden, sabiduría e integridad, eternamente, en todo Su único e indivisible Ser. No puede nublarse en ninguna “parte” (siquiera temporal), ni carecer de nada, ni dejarse “engañar” por la ilusión. ¿Cómo iba Dios a crear una ilusión (sentido inferior a Su perfección y carencia de verdad, otro atentado contra su excelencia), capaz de engañar a Su sabiduría (mal que es carencia por encima del bien que es existencia), cuando de Él sólo puede salir el Bien absoluto, tal como comprendimos antes? ¿Es posible que una simple persona, con inteligencia limitada, diga una mentira, se la crea, y luego la viva como la verdad? Sí, pero ya sabemos que eso corresponde al reino de las enfermedades psicológicas. ¿Podemos adjudicarle un mal así al Dios que hemos definido? Podríamos seguir sacando conclusiones al respecto, pero ya está bastante claro que es imposible un origen tan contrario a Su dignidad máxima. Podemos decir que a lo largo de toda la historia religiosa de la humanidad surgieron sólo dos formas de comprender el sentido de la Creación y de actuar por
consiguiente de acuerdo a esa razón: la esotérica y la exotérica. La ya mencionada gnosis es, en resumidas cuentas, la creencia de que existen formas veladas y gradualmente ascendentes de descubrir nuestra propia esencia divina. A eso le llaman ‘conocimiento’. Aunque tiene variantes, su doctrina se basa en el panteísmo (todo es dios) y el dualismo (el bien y el mal como dos caras de la misma moneda), que se trasciende sólo después de que se alcanza la iluminación (retorno al Todo). Queremos comentar algo al pasar, que consideramos importante: el Bien no es posible trascenderlo. Si así fuese, no quedaría nada. Este es un tema fascinante, del que se pueden sacar muchísimas más conclusiones y que bien vale un buen capítulo aparte, pero ahora nos estaríamos yendo del tema central, y lo dejaremos para otra oportunidad si es de interés de los lectores. De momento queremos saber, entonces, ¿cuál podría ser una respuesta en verdad razonable al sentido de la Creación? Hay dos explicaciones, complementarias y tan perfectas como quien las produce, comprendidas dentro del exoterismo: la manifestación y la comunicación de la gloria. Veamos por qué.
Para empezar a facilitar este proceso vamos a definir la palabra ‘Gloria’, que tanto se utiliza en relación a Dios: Se trata de la reputación, el honor y renombre de alguien por sus virtudes o méritos. Es lo que ennoblece, honra o ilustra. Esplendor y magnificencia. Dios, en sus virtudes máximas, exentas de toda carencia, es por consiguiente absolutamente merecedor de ser llamado glorioso. Nadie podría tener mayor honor ni renombre. Nadie podría ser mayor nobleza ni, por tanto, ennoblecer más. Nadie podría, como Él, ser el esplendor y la magnificencia absolutos. Si Dios es la misma gloria, entonces nada podría aumentarla. Nada puede aumentar a un infinito, y ya hemos declarado que las virtudes de Dios lo son. No existe algo más grande que lo que no tiene fin en cada una de sus cualidades. Y esto nos demuestra que Dios no pudo crearnos para aumentar Su gloria, ni para suplir ninguna carencia, pues Él es completud total. Sus perfecciones no pueden recibir ningún añadido. Nada de lo que existe es, por tanto, de utilidad para Él. Esto nos lleva a la sencilla conclusión de que nosotros no somos necesarios para Dios. Nada de lo creado lo es. Y así vuelve con mayor fuerza la pregunta del sentido:
¿entonces cuál sería el sentido de la Creación? San Agustín lo responde claramente: "No ha creado Dios el mundo por indigencia o utilidad propia, sino por Su sola bondad". ¿Y qué es bondad sino el deseo de bien para otros? Como seres humanos se nos hace difícil explicarnos la causa de una acción que no nos reporte un beneficio. Pero podemos verlo en aquellas que son absolutamente desinteresadas, como un acto puro de amor, de generosidad, la lucha por una causa que nos trasciende, etc. En ello vislumbramos la entrega que no pide nada para sí. Y si un hombre, tan pequeño y desposeído, puede ejercer esas nobles acciones, ¿qué ocurrirá entonces con Quien nada necesita, es nobleza misma y todo lo puede? Sólo nos queda trasladar aquellos actos a la altura de las virtudes perfectas y recién entonces podremos empezar a comprender. Si no hemos sido creados para suplir ningún tipo de necesidad, entonces sólo queda pensar que Dios – Bien máximo – nos ha creado por amor y generosidad: para hacernos felices, dejándonos participar de Su gloria.
Manifestar, por su parte, es hacer, mostrar o declarar algo. Dios, en Su gloria, puede manifestar sus perfecciones creando. Nada se lo impide. Lo hace por voluntad, con un poder ilimitado y una inteligencia sin fin: es el resultado voluntario, espontáneo y libre de Su magnífica creatividad y demás virtudes. Las creaciones, como bien se ha dicho, declaran las habilidades de su creador. Esto es así a escala humana y también en la Divina. Las virtudes se ejercen, y Dios lo hace con las suyas. La creación sería entonces, por un lado, una manifestación de la gloria de Dios: obras de magnificencia, orden, belleza, emanadas del Divino Hacedor. Eso sí está a Su altura. No una Creación que sólo responde a su alegría, sino una que se ajusta a todas y cada una de sus virtudes, manifestándolas. Y por otro lado tenemos la comunicación, que es el acto de transmitir, haciendo a otro partícipe de algo. La gloria de Dios son todas Sus perfecciones, y es lógico suponer que ha querido plasmarlas para que la obra estuviese en concordancia con Sus capacidades. El gran artista esculpe esplendor en una obra que habla a otros de tales habilidades. Así, un pintor, por ejemplo, utiliza sus mejores técnicas, plasma sus mejores ideas, pone amor a la obra, al fin la enmarca para realzarla... y el resultado de un verdadero trabajo artístico es que
podemos apreciar un conjunto armónico, bello, bien ejecutado y con un sentido o mensaje. Incluso quien se detiene a apreciarla en detalle verá en la obra cuáles fueron las magistrales técnicas utilizadas, maravillándose así con los talentos del artista. Podemos ver años de perfeccionamiento en el arte a través de un trazo firme o una iluminación acabada, y reconocer en esa simple pintura la gran capacidad de quien la hizo. Veamos ahora sólo algunas de las perfecciones impresas en lo Creado por Dios: Un universo inconmensurable da testimonio de Su poder y magnificencia. El orden de las leyes naturales presta evidencia a Su inteligencia y jerarquización. La armonía y esplendor de los sistemas nos muestran Su belleza y bondad (deseo de bien). Las consecuencias de los actos nos hablan de Su justicia. Pero, ¿qué nos demuestra el divino amor? La creación desinteresada de seres a quienes generosamente hacerles partícipes del Bien que Él es y que les ofrece gratuitamente. Y este sentido u objetivo para Sus criaturas presta a su vez testimonio de Su sabiduría, que nada hace sin una razón superior. Podríamos seguir por muchas hojas mostrando relaciones entre lo creado y el divino Creador, pero creemos que con lo dicho basta para que este punto quede demostrado.
Existimos por un acto de amor, participamos gratuitamente de Su gloria, en nosotros mismos y como testigos de la magnificencia divina. ¿Hablamos de felicidad? Hay dos formas complementarias de definir este término. La primera dice que felicidad es la buena acción (virtud) que nos inclina a cumplir con nuestro fin por atracción hacia el bien. La segunda dice que es el placer, satisfacción o complacencia del ánimo al poseer un bien cualquiera. Es decir, en término máximo, que la felicidad es nuestro bien. No podemos ser verdaderamente felices si no satisfacemos por completo nuestras máximas necesidades. Y no podemos lograr satisfacerlas sin dirigirnos hacia ese objetivo. Ahora bien, existen necesidades de distintas categorías: menores y mayores, por lo que podríamos decir que existen también distintos grados de felicidad: parcial y total. Si concluimos que sólo podemos llenar absolutamente todas nuestras necesidades con el Bien
superior (el único capaz de colmarnos por completo), la forma de conseguirlo es la virtud, o sea, el movimiento hacia el bien. Ya hemos explicado que el hombre no tiene todo lo necesario con la consecución de fines animales (comer, dormir, protegerse, etc.), sino que tiene otras necesidades que son propiamente humanas (amor, justicia, creación, etc.). Será, por tanto, parcialmente feliz cuando cumpla algunas de sus metas, y totalmente feliz cuando alcance el bien total para él. ¿Quién puede satisfacer por completo una necesidad sino quien es inmutable fuente de todo Bien absoluto y nos ama, por lo que desea darnos todo lo bueno? Para que el ser humano pueda lograr el divino objetivo de la máxima felicidad tiene que tener medios. No se puede pedir algo a alguien que no tiene la forma de lograrlo, y menos podemos pensar que un Ser inteligente nos exigiría un absurdo. Si desea que lleguemos hasta Él, por lo tanto, tiene que haber creado un camino para alcanzarlo. Si la voluntad de Dios es que nosotros seamos felices, y esa felicidad es Él mismo, por lógica debemos actuar de acuerdo a esa meta: tenerlo a Él. ¿Cómo hacerlo?
Para empezar necesitamos conocer, que no es sino la adquisición de nociones mediante el ejercicio del entendimiento. Debemos conocer a Dios, a través del entendimiento, para saber cómo es, y por tanto qué quiere y cómo lo quiere. Y una vez claro esto, podemos servirlo. Servir significa someterse a la voluntad de otro, haciendo lo que él quiere o dispone. ¿Y quién más merecedor de nuestro sometimiento que el Perfecto y que sólo desea nuestro bien y sabe cabalmente cuál es el fin de nuestra existencia? Pero si hemos concluido que nuestra máxima felicidad es poseer a Dios, surge una pregunta lógica: ¿cómo poseemos en nuestra pequeñez a tal inmensidad? Con la correspondencia de amar y ser amados. Amando actuamos como Él: con generosidad, servicio, lealtad, etc., y por tanto nos acercamos a nuestro fin: participar del bien que Él es, en lugar de vivir carentes (mal) de sus virtudes. Sigamos definiendo: amar es el deseo ardiente del máximo bien del ser amado. Dios, Bien absoluto, no podría por lógica desear sino nuestro máximo bien, y por eso decimos que nos ama. Y podemos estar seguros de que Dios desea nuestro máximo bien (amor) porque si no contrariaría su propia naturaleza de Bien absoluto,
deseando algo malo (carencia de Sí mismo) para sus criaturas. Esto significa que nuestra máxima felicidad requiere que actuemos en concordancia del que es nuestro máximo Bien: que nos dirijamos hacia Él desarrollando virtudes, y deseando su máximo bien (amor). ¿Y cuál puede ser el máximo bien de quien no necesita nada? Sólo en el caso de Dios es distinto nuestro amor, porque nosotros no podemos añadir bien al máximo Bien. Lo único que podemos hacer es actuar de acuerdo a Su voluntad, cumplir en nosotros Sus designios. Pero a diferencia del amor entre seres humanos, Él no pierde nada con nuestra negativa: sólo perdemos nosotros. Ahora bien, si deseamos cumplir Su voluntad, hemos de amarlo. El beneficio será todo nuestro, dado que Su voluntad es un bien para otros y no para Sí mismo. Porque si amamos al máximo bien, haremos lo que desea, le complaceremos. ¿Y qué ocurre si actuamos así? Encontramos lo mejor para nosotros. Nos hacemos un bien a nosotros mismos. Si yo amo a quien me ama, hacer lo que ese ser desea es mi máximo bien, puesto que mi máximo bien es su deseo. Pero para que exista el amor, debe existir la libertad. Un robot o una máquina cualquiera no puede amarnos porque sigue inevitablemente las órdenes que le dimos al
crearlo. Actúa tal como le indicamos, porque carece de libertad. La ignorancia, por ejemplo, que podría considerarse un mal porque es falta de conocimiento, pasa a tener otro sentido cuando es un motor y una necesidad que nos empuja en el camino que transitamos en pos del fin último superior: querer aprender y conocer para alcanzar el Bien. Esto mismo sucede con el amor. Para poder amar debemos tener la posibilidad de hacerlo o de no hacerlo. El amor es un deseo, y para desear hay que ser libres. Pero no es un deseo cualquiera: es un deseo ardiente, es decir, es un acto de la voluntad para conseguir conquistar un fin. Pero tampoco es un fin cualquiera, sino que es el bien del ser que amamos. Y tampoco será en un grado cualquiera: hablamos del bien máximo. Por eso decimos que el amor, al ser un movimiento de la voluntad, depende de la libertad. Es importante que entendamos, en este punto, que el amor no es un sentimiento, si bien sentimos como criaturas sensibles al amar. El amor no es una pasión, si bien podemos apasionarnos en esa conquista. El amor es un acto de la voluntad. Por eso, tenemos que ser libres de aplicar o no esa voluntad. Dios sólo es amado si tenemos la libertad de hacerlo.
Imaginémoslo en nuestra propia vida. ¿Podríamos sabernos amados de alguien que hipotéticamente estuviese obligado a amarnos? La trillada frase “Si amas a alguien déjalo libre; si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue” se aplica a los seres humanos, y también a Dios con sus criaturas, que no podrían demostrarle su amor si estuvieran forzadas a querer de una única forma. El mal Pero al ser libres, también podemos decidir no aplicarnos a conseguir el máximo bien, y ahí surge el mal a nivel humano: en la decisión posible de no querer cumplir con nuestro fin último. Por lo tanto nos daña todo aquello que nos impide acceder a ese bien que es nuestra felicidad. Si hemos dicho que la ausencia de bien es el mal, entonces donde hay ausencia de los atributos divinos (Bien absoluto), nos hacemos daño. El mundo está formado por la interrelación de miles de millones de voluntades. Cuando algunas (pocas o muchas) deciden no amar dejan de buscar el bien para otros y para sí mismas, y generan consecuencias en los demás. Por eso puede ocurrirnos algo malo: este tipo de mal nace de la libertad de acción que poseemos. Así, si por ejemplo alguien decide mentir (faltar a la verdad), hará un daño a quien engaña. Es la consecuencia lógica
de su acto libre no alineado con el bien que otro salga dañado por esa decisión. La Creación completa funciona según leyes bien claras, y una de ellas es que una acción genera consecuencias. Si decido no amar, produzco malos frutos que afectarán a otros. Así el hombre sufre de las consecuencias de las decisiones de otros y a su vez produce las propias: hay víctimas y victimarios. Cuando una sociedad se vuelca en masa a tomar malas decisiones, todos salen perdiendo. ¿Y la otra categoría de males? ¿La enfermedad, el clima, la muerte, las fuerzas naturales, por ejemplo? E incluso, ¿por qué han de afectarnos las malas decisiones de otros? ¿Acaso Dios no puede librarnos de todo esto si nos ama? Si Dios sólo quiere nuestro máximo bien (nos ama), por fuerza lógica si permite que nos ocurran cosas “malas” es, por un lado por consecuencia de nuestros propios actos, y por otro para alcanzar el fin que busca. Si esto se aplica a nivel humano, ¡cuánto más no se aplicaría a un Ser perfecto! Una persona que ama a otra, evitará todo daño al objeto de su amor, excepto si sabe que un supuesto daño (una cirugía, por ejemplo) es necesario para alcanzar un mayor bien (la salud).
Podemos suponer, sabiendo que Dios es perfecto, que sus decisiones siempre serán para lograr un bien objetivo. Este podría ser: formación, guía, corrección, ejemplo, perfeccionamiento e incluso castigo (justicia). De ahí la famosa frase de que Dios siempre saca un bien del mal. Porque si comprendemos claramente que Él es el Bien y nos ama, la lógica del mal es igual a la de un remedio: puede no gustarnos, podemos no comprender todas las implicancias del tratamiento, puede dolernos incluso, pero su fin último seguirá siendo hacernos un bien. En este caso, alcanzar nuestro destino final, o ayudar (en interrelaciones tanto físicas como espirituales) a otros a lograrlo a través de nuestras pruebas. Punto este último muy complejo para explicar someramente en medio de otra argumentación. Pero retomando la idea, ¡claro que podemos rechazar - en nuestra libertad - todo tratamiento, resentirnos contra el médico, y declarar que nos quiere hacer daño o incluso que no existe porque no muestra su intervención “a nuestro favor”! Pero nuestra pataleta no hace que deje de existir el médico, ni la salud, ni la medicina: simplemente hemos optado por la enfermedad, rechazamos el remedio, y de seguro nos haremos más
daño del que podía supuestamente nocivo.
producir
el
tratamiento
Lo curioso es que nadie en su sano juicio discutiría el método de curación empleado por su doctor basándose en que no lo comprende. “Después de todo, yo no he estudiado medicina”, nos decimos, y aceptamos ponernos en manos de quien sí lo ha hecho, aún con riesgo de perder la vida. Sin embargo, el respeto y la libertad de acción que otorgamos a un científico, a un arquitecto, a un matemático, a un aviador, por el sólo hecho de que saben (aunque parcialmente) de una materia que nosotros no comprendemos, se lo negamos a Dios, a pesar de que indudablemente hemos de reconocer que sabe perfectamente lo que hace y por qué lo hace. Toda esta exposición nos permite finalmente responder a la pregunta inicial sobre la “obra imperfecta”: Si el sentido de la existencia del Universo material fuese el fin en sí mismo, podríamos decir que hay imperfección. Si, en cambio, el sentido de la Creación universal es servir de soporte a algo superior como lo ya explicado, entonces sus supuestos “defectos” sirven a ese fin mayor, siendo medios para alcanzarlo, y adquiriendo así un sentido bello, razonable y, en definitiva, perfecto.
El Universo, con todas sus variables, estaría (además de las manifestaciones de Virtudes y Capacidades Divinas ya mencionadas) en función de llevar a las criaturas a su bien mayor, como resultado de elecciones libres (entendido como ejercer o no la virtud que nos asemeja al Creador) en base a acontecimientos variados durante la vida. Sin pruebas, el ser humano no puede desarrollar, mantener ni demostrar virtudes establecidas y aplicadas durante su existencia en el mundo físico.
Objeción 4 “El Ser eterno, activo y necesario, no pudo estar inactivo o ser innecesario”
Resumen: Si Dios existe, es eterno, activo y necesario. Decir que Dios no es eternamente activo o necesario es admitir que no siempre lo fue, que ha llegado a serlo, que ha comenzado a ser así, que antes de serlo no lo era. Puesto que es la creación la que proclama y atestigua la necesidad de Dios; es afirmar a un mismo tiempo que, durante los millares y millares de siglos que seguramente precedieron a la acción creadora, Dios era innecesario. Existió necesariamente un tiempo en que antes de ser no era y corto o largo, este tiempo fue el que precedió a la cosa creada. Así resulta que: o Dios no fue eternamente necesario, y solo llegó a serlo por la creación, o bien Dios es eternamente activo y necesario y, en este caso, ha creado eternamente. La creación es eterna, el Universo no ha comenzado jamás, existió en todo tiempo, es eterno como Dios, es Dios mismo con el cual se confunde. Así, pues, Dios, antes de la creación no era ni activo, ni necesario, estaba incompleto, es
decir, era imperfecto, y, por lo tanto, no existía, o bien siendo eternamente activo y eternamente necesario, no pudo llegar a serlo y no pudo haber creado. Respuesta: Tenemos que responder esta objeción por partes. Empecemos por la eternidad, que al parecer es un concepto confuso para nuestro contendiente. No se puede medir la eternidad como se hace con el tiempo, que es una creación. En ella no pueden existir "antes" ni "después", “millares de siglos”, o “un tiempo corto o largo”. No se encuentran presentes ninguna de estas características si no existe el tiempo: lo que allí existe, simplemente es. Lo que es, no puede dejar de ser, o no haber sido "antes", puesto que no hay un ahora (existe) y un después (no existe): si es, entonces simplemente es. Por eso, la existencia fuera del tiempo inevitablemente ha de ser eterna, y esto compete tanto a Dios como a cualquiera de Sus cualidades. En ese sentido, Dios es Creador, porque esta cualidad suya no nace, ni se desarrolla ni desaparece. Tampoco hay un “tiempo” corto o largo precedente a Su decisión de crear. Su creación, en la eternidad, sencillamente es. Aunque por cierto no podemos evitar decir que una capacidad se puede aplicar o no sin por eso dejar de
existir, como un excelente pintor puede estar haciendo un cuadro o descansando en su cama, pero no por ello deja de tener su capacidad y nadie le negará que es un artista. Tener una capacidad y ejercerla de todas las formas posibles no es la misma cosa. Ser infinitamente creativo, que es tener la capacidad de la creación absoluta que ya hemos explicado, no es lo mismo que crear infinitamente. En esa premisa hay un error grave de traslación de conceptos. Hay una sencilla confusión de términos entre ser (el atributo) y ejercer (la acción). Y eso se agrega al problema anterior en que se pretenden aplicar principios temporales a lo que por definición no los comparte. Digamos para simplificar que desde la eternidad (atemporal) la capacidad creadora “siempre” (si se nos permite el término erróneo a efectos explicativos) está allí. O, dicho con más propiedad: la capacidad es allí. En Dios la esencia creativa es infinita, mientras que la creación misma es contingente, es decir, no es necesaria ni imposible, sino que puede ser o no ser. Se ejerce por voluntad, y es esperable en un Ser que aplicará todas sus diversas cualidades, pero no es forzosa, ni de una sola manera posible, ni tendría por qué mantenerse (en el espacio-temporalidad) a menos que hayan motivos fundamentales – como los explicados en el sentido de la Creación – para que así sea.
Pero pensemos ahora en la actividad, y veremos que ocurre algo similar a lo expuesto. El término activo se refiere a obrar o tener la virtud de obrar. Es decir, nuevamente, una capacidad. No es lo mismo, volvemos a repetir, tener una capacidad infinita, que emplearla infinitamente. Sería lo mismo decir que porque los números son infinitos, cada vez que los recuento tengo que continuar haciéndolo infinitamente. Los números son infinitos, pero eso no significa que no pueda dejar de ejercer el recuento, sin perder por ello la capacidad de contarlos. Ahora usted nos lee, sabe leer… ¿perderá esa capacidad cuando deje estas líneas y se dedique a dormir o pasear? ¿O debería leer toda su vida, sin despegar la vista de las letras, so pena de ser confundido con un analfabeto? En cuanto a la necesidad tenemos también algo que decir. La definición expuesta en la objeción no es la única existente. Aunque aún desde esa acotación simplificadora podemos responder que algo se hace necesario – en ese contexto – cuando otra cosa depende de ello. En ese sentido, Dios se hizo necesario a Su creación apenas ésta fue creada. Pero, ¿eso significa que “antes” era innecesario? El término “necesario” no sólo implica utilidad a algo externo. También – y fundamentalmente – significa que
algo es preciso, inevitable, que no puede menos de ser o suceder. Y entonces, querido lector, esperamos que llegue a nuestra misma conclusión al decir que el Dios que hemos descripto es el Ser Necesario por definición, aún si no existiese nada más que Él mismo.
Objeción 5 “El Ser inmutable no pudo haber creado”
Resumen: Si Dios existe, es inmutable. No cambia, no puede cambiar. Punto fijo, inmóvil en el espacio, no sujeto a modificación alguna, no se transforma, ni puede llegar a transformarse. Dios ha creado, dicen ustedes. Sea. Entonces ha cambiado dos veces: la primera vez, cuando tomó la determinación de crear; la segunda vez, al llevar a la práctica esta determinación y ejecutarla. Si ha cambiado dos veces, no es inmutable. Y si no es inmutable, no es Dios, no existe. Respuesta: Si en el proceso de razonamiento se da por verdadera una premisa incorrecta, entonces toda la estructura queda viciada por el mismo error. En este caso, la facilidad con que se confunden conceptos como atemporalidad (eternidad) y aespacialidad (no sujeto al espacio) con lo que sí está sometido a las leyes del tiempo y el espacio es constante, y siempre con el mismo resultado errado.
Para no alargar innecesariamente estas respuestas diremos que este punto ha sido respondido antes respecto a la eternidad, y consideramos que quien ha podido llegar hasta aquí en las argumentaciones es capaz de trasladar el mismo razonamiento al espacio. En síntesis: no se puede estar “inmóvil en el espacio” cuando no se forma parte del espacio. Sólo se es. ¿Está claro, finalmente, el concepto? Confiamos en que sí, y continuamos. Dios es inmutable. Esto significa que Su esencia y todos sus atributos son inalterables, fuera de tiempo y espacio, eternos e infinitos. La Creación no le modifica porque no agrega ni quita nada a Sus características personales. Ahora bien, el punto a discutir es si la decisión de crear modifica al Creador. En el contexto humano lo hace por varias razones: hay un deseo, una acción y un resultado que generan cambios en el creador, que no es el mismo antes y después de cada etapa. En el caso de Dios es diferente. Al ser atemporal, una decisión es lo que se formula en Su Ser, manifestación pura y actual. ¿Puede decirse que la idea está “ahora” y “antes” no estaba, si no hay tiempo con que medirlo?
Por lo demás, si Sus atributos no admiten añadidos al ser completos e infinitos, entonces Su decisión creadora es una motivación más que un deseo. Utilizar la palabra “deseo” respecto a Dios es engañoso. Evidentemente un Ser autosuficiente no requiere del cumplimiento de nada externo a Sí mismo para satisfacerse. Sin embargo, podríamos hablar más precisamente de motivación. Esta palabra se refiere al impulso que inicia, guía, mueve y mantiene el comportamiento que permitirá realizar determinadas acciones. Se relaciona con la voluntad y el interés. Todo ello es perfectamente coherente con la acción creadora de Dios, y en nada le modifica. Se trata de una expresión de cualidades perfectas. Las acciones divinas temporales (dentro de lo creado) no lo cambian a Él en absoluto, sino sólo a la Creación, manifestación espacio-temporal de Su creatividad eterna e inmutable. Como Dios “siempre” ha podido ser creador y activo, no ha cambiado Su esencia creadora y activa. El error está, en definitiva, en creer que porque es inmutable es acotado a una sola posible idea. ¿Eso no atentaría contra todo lo antes expuesto? Quien puede pensar es capaz de tener muchas ideas, y esto no altera en nada que es un ser pensante. En el caso de Dios, además, todo es, actual, perfecto y completo hasta sus últimas consecuencias.
Respecto a la Creación: una manifestación pura e inigualable de Amor, como ya ha quedado explicado.
Objeción 6 “Dios no pudo haber creado sin motivo”
Resumen: La Creación es inexplicable, enigmática, falta de sentido. ¿Por qué Dios tomó la resolución de crear? Él no puede experimentar ningún deseo puesto que su felicidad es infinita, ni perseguir ningún fin, cuando nada falta a su perfección; no puede formar ningún designio, puesto que nada puede extender su poder; no puede determinarse a querer nada no teniendo necesidad alguna. Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto que su felicidad es infinita. Respuesta: Ya hemos explicado en forma cabal el completamente razonable sentido de la Creación en el punto 3, y está claro que no es ni inexplicable, ni enigmática ni absurda. Y por cierto, nuestra respuesta no ha sido en ningún caso que “los misterios de Dios son impenetrables”. Tenemos la impresión de que el opositor ha hecho gala de un orgullo excesivo al creer
que porque él no encontraba una respuesta viable al sentido creacional, entonces esta respuesta es inexistente. Y esperamos haberle probado el error en que caía, incluyendo la reciente corrección respecto al uso del término “deseo”.
Objeciones anexas a) ¿Imposibilidad de conocer a Dios? Resumen: Los creyentes dicen que cualquiera que sea el grado de desarrollo de una inteligencia humana, jamás podrá elevarse a la altura de Dios y por tanto, el hombre limitado no puede abarcar lo ilimitado, y por tanto no puede negar su existencia. Y como esto se aplica a todos, entonces los creyentes tampoco pueden comprender lo infinito y probar su existencia. Respuesta: Efectivamente, algunos afirman que el hombre no puede comprender a Dios porque el ser humano es incapaz en su limitación de abarcar a lo ilimitado. Pero creemos poder aportar un comentario de valor al respecto.
Aunque en verdad está más que claro que Dios nos supera, aún así podemos aprehender muchas cosas que están dentro de nuestro campo de alcance. Para ilustrarlo daremos un sencillo ejemplo. Imaginemos que nosotros somos un vaso, cada cual con cierta medida – mayor o menor – para llenarnos, según nuestra capacidad particular. Dios por su parte es el mar. Jamás podremos abarcarlo en Su inmensidad, pero Él sí podrá llenarnos por completo. Esto quiere decir que si tenemos distintas capacidades, Dios – Creador y Dueño de todas las que existen – puede satisfacerlas por completo, y una de ellas es el uso de la razón. Sea nuestro vaso pequeño y tosco, o grande y pulido, siempre podremos quedar repletos por el mar hasta los bordes. Esto quiere decir que no sólo nuestra Fe puede colmarse, (como creen quienes sostienen este tipo de ideas para no enfrentar lo que no saben): sino que también tenemos sensibilidad y raciocinio, y todo puede y debe quedar saciado igualmente hasta los bordes. Esta es la causa de la existencia y aspiración de los estudios religiosos y filosóficos, que no existirían si no fuese posible comprender nada. Además, podemos afirmar que si Dios nos ha dado la capacidad de entender es para que hagamos uso de todos nuestros medios para alcanzar nuestro fin, ya antes explicado. Y como dijimos en un principio, si no
tuviésemos la capacidad de comprender, no podríamos movernos hacia donde vemos que es mejor. Vale decir que sin este don nos resultaría imposible discernir, y viviríamos a la deriva, sin un sentido de vida, sin un camino para alcanzarlo, ora actuando de una forma, ora de otra, sin ton ni son. Por lo demás, esperamos haber demostrado hasta este punto que no utilizaríamos semejante argumento para acallar las oposiciones. Creemos firmemente que hay formas más contundentes de lograr el mismo efecto. b) No hay efecto sin causa Resumen: Los espiritualistas dicen que, puesto que no hay efecto sin causa, al ser el Universo un efecto, Dios es su causa. Sin embargo, al tratarse de un espacio inconmensurable, y desconocido en gran medida aún en las entrañas de la Tierra, ¿quién ha podido constatar la declaración de que se trata de un efecto? ¿No nos queda nada por descubrir? ¿Podemos emitir un juicio indiscutible del Universo? El Universo es un conjunto increíblemente complejo y denso, un entrecruzamiento impenetrable y colosal de causas y efectos que se determinan, se encadenan, se suceden, se repiten y se penetran. Y aún suponiendo que se tratase de un efecto, quien dice causa, dice efecto; la idea causa, implica necesariamente y llama inmediatamente la idea de efecto; en otro caso, la causa sin efecto sería una causa de la nada, lo que sería tan absurdo como
un efecto de nada. Por tanto, o el Universo es eterno y por tanto no fue creado, o Dios no siempre ha sido causa de un efecto que no existía. Y no podría ser causa eterna, si no hay efecto. Respuesta: Al hablar de los confines de la ciencia empírica ya dimos buena respuesta al punto del conocimiento del Universo. El hombre puede sacar muchas conclusiones con los elementos ya descubiertos, porque hay una coherencia en ellos que no requiere del descubrimiento de hasta el último detalle espacial o subterráneo para realizar un razonamiento lógicofilosófico. La ciencia empírica, decíamos, no es la única forma de alcanzar conocimientos, y por tanto, no es la única forma de ciencia, o saber. Aunque el Universo tuviera millones de millones de planetas y estrellas inexplorados, y dentro de los mares encontrásemos seres desconocidos o plantas que curasen el cáncer, por ejemplo, nada de esto modificaría la verdad de que para determinar si algo es causa o efecto debemos retroceder a su origen. Podemos determinar que un astro, por poderoso que sea, no siempre ha existido ni siempre lo hará. No es inmutable, ni existe fuera del tiempo, ni ha originado la existencia de todo lo demás. Por tanto, puede ser causa parcial, por ejemplo, de una explosión gaseosa, pero no será nunca la causa absoluta de todo lo existente.
Podemos retroceder en su historia, y descubriremos que no estaba allí desde siempre, ni es el responsable – directo o indirecto – de la existencia del gato que tenemos en nuestro jardín, ni continuará allí eternamente. Y de este modo podemos continuar, así escudriñemos lo diminuto y microscópico, o bien lo sideral e inabarcable, y siempre encontraremos esto mismo: nada de lo que existe en el espacio-tiempo puede ser la Causa absoluta de todo lo demás. A menos que nuestro oponente pueda formular siquiera una idea medianamente plausible de este concepto, le rogamos a quienes le siguen que acepten la premisa de que la única posibilidad de tal Causa, anterior a todo lo demás e inalterable sin importar las circunstancias físicas que se desencadenen, es Dios o no es nada en absoluto, lo cual resulta en un evidente absurdo lógico. No es necesario conocer el Universo entero (y no osaremos declarar hacerlo, claro está y pueden quedarse tranquilos) para determinar razonablemente que está lleno de causas parciales, pero ninguna explica en sí misma todo lo demás. ¿Está esto claro? Bien. Si en los descubrimientos futuros se hallara “algo” que fuese origen de todo lo demás, increado, ilimitado, todopoderoso, en definitiva, Causa absoluta de lo que
existe, habrían encontrado a Dios, que es todo eso por definición. Continuemos entonces con la causa y el efecto. ¡No podemos creer que nuevamente, en la objeción completa, se cometa el error de hablar de “millares y millares de siglos que han precedido a la Creación”! ¿Nos dispensarán de volver a repetir la misma explicación? Gracias. Asumimos que ya se ha comprendido. El punto “interesante” de la objeción es la relación entre causa y efecto. Veamos. No puede existir un efecto sin una causa. No habrá un fruto sin un árbol que lo genere. Hasta aquí estamos claros. Sin embargo, nos preguntamos, ¿no existirá el árbol si no tiene frutos? El efecto no puede existir sin su causa, pero la causa puede existir sin el efecto, y simplemente no será llamada causa – por la subjetividad temporal que pudiera observarlo desde “afuera”, si esto fuese factible – hasta que tenga relación con el efecto. Es decir: el árbol frutal existirá aunque no dé frutos este año, será igualmente un árbol frutal, y sólo cambiará a ojos del observador el título de ‘causa’ de los frutos cuando estos aparezcan en sus ramas.
¿Ha perdido o nunca tenido el árbol su esencia de frutal cuando aún no ha dado frutos? Estamos confundiendo, una vez más, un título que nosotros aplicamos para explicar un proceso de relaciones, con la esencia del Ser inmutable. Y, por lo demás, ya explicamos también numerosas veces que no hay un “antes” y un “después” en el acto Creador.
EL DIOS GOBERNADOR O PROVIDENCIA
Objeción 7 “El gobernador niega al creador”
Resumen: No pueden coexistir un creador perfecto y un gobernador necesario, pues se excluyen categóricamente, y afirmar a uno es negar al otro. La perfección de uno proclama la inutilidad del segundo; la necesidad del segundo implica la imperfección del primero.
Respuesta: Esta pregunta ha quedado claramente respondida también en el punto 3 donde se expusieron los motivos de la Creación. Recuerde el lector que no se trata de un fin en sí mismo, necesariamente perfecto desde todo punto de vista, como un bonito adorno para colocar en el divino exhibidor celestial. Se trata de un medio, aún tan extraordinario como sin duda es, que permite el tránsito por un camino hacia algo superior que trasciende, por tanto, su propia existencia. Ya lo explicamos, pero lo repetiremos – resumidamente – una vez más: Sin libertad de acción ni pruebas el hombre no puede demostrar su amor. Está “obligado” a amar, y eso no es amor en absoluto. En su libertad por optar bien o mal, demuestra su adhesión o su rechazo. Dios en Su Creación manifiesta Sabiduría, Inteligencia, Coherencia, Creatividad, Amor, Bondad, etc. Pero, ¿cómo se manifiesta la Justicia, por su parte, si no hay forma de ejercerla? Definamos justicia como la virtud de dar a cada cual lo que le corresponde. Se sirve de las leyes para crear orden, y da a cada quien lo que merece según cumpla o no con el Bien al que es llamado. ¿No es, pues, razonable que Dios, de quien dimanan absolutamente todas las virtudes, exprese Justicia en Su Creación?
Para ello, ha de haber a quién dar lo que le corresponde. ¿Habrían opciones, y por tanto algún tipo de justicia, si no existiese el mérito o demérito, sino una obra ya terminada desde el comienzo, sin posibilidad por tanto de ganar o perder nada? Pero entonces, al instaurarse la libertad de acción y los agentes que prueban al hombre en su camino, es necesario que existan leyes que le guíen, que den forma al camino correcto y denuncien al errado. Y para ello, Dios mismo, conocedor de todo, gobierna a Sus criaturas. En cuanto a los mecanismos universales, al no formar parte de Dios se puede decir que tienen impresas características tales como la finitud, la necesidad (de impulso, de mantenimiento, de dirección, etc.) y las leyes que se les haya impuesto en su contingencia, como la corruptibilidad por ejemplo, que no es sino una ley propia de aquello que al encontrarse bajo el influjo del espacio-tiempo no es eterno e ilimitado, y también consecuencia de la interrelación del Creador con sus criaturas y sus múltiples elecciones a lo largo de la historia. Por lo tanto, Dios ejerce con Su Creación, de esta manera, también la capacidad del Gobierno absoluto, ya que es el fin al que todo tiende, o sea su Bien absoluto, y
quien conoce (omnisapiencia) hasta el último detalle de lo creado y sus consecuencias. Hay que recordar, para terminar esta parte, que si seguimos bajo el mismo razonamiento, el resultado o fin de los seres que abrazan su Bien absoluto sí es la perfección libre de toda prueba. Por lo tanto, el fin último de la Creación es el regalo de esa perfección a los seres creados que la han aceptado libremente.
Objeción 8 “La multiplicidad de los dioses atestigua que no existe ninguno”
Resumen: La multiplicidad de religiones atestigua la falta de poder o de justicia de Dios. Cada religión reclama el privilegio de que sólo su Dios es el verdadero y el resto no lo son y hay que destruirlos. Si Dios fuese poderoso podría hablar a muchos con la misma facilidad con que habla a pocos. Si ha querido, como dice la religión, hablar a los hombres, revelarse a ellos, confiarles sus designios, indicarles su voluntad, hacerles conocer su Ley, bien hubiera podido hacerlo a todos y no a un puñado de privilegiados. En tanto el hombre no se pone de acuerdo, ¿puede ser que no le haya hablado a nadie, las revelaciones sean imposturas o bien no sea capaz de hablar a todos? ¿Qué se puede pensar de un Padre que favorece a algunos y a otros no, dejándolos en la ignorancia y la incertidumbre? Respuesta: Para empezar, decir que porque hay muchas religiones, por fuerza todas han de estar
equivocadas, es lo mismo que declarar – volviendo con los numeritos – que si en un cuarto lleno de niños que a la suma 2+2 dan resultados diferentes, como 5, o 3, o 7, esa variedad confusa demuestra que la verdadera respuesta no existe. El error humano no invalida la verdad. Una verdad puede ser negada y no por ello es inexistente. Si así fuera, entonces no sólo no existiría Dios, sino tampoco los presupuestos ateos del contendor, puesto que al menos nosotros no concordamos con ellos. Esta objeción sigue entonces esa ridícula “lógica” que supone que “millones de moscas no pueden estar equivocadas”, pero al revés. “Si todos disienten, entonces la verdad no existe en absoluto”, concluye tan brillantemente. Veamos. En tanto existe la posibilidad de escoger, y también las acciones con sus consecuencias, un error confundirá, y mantenido en el tiempo puede confundir a muchas personas más. Si alguien pudiese hoy sostener que las nubes son pensamientos humanos que toman forma ahí arriba, y no encontrando quien lo rebatiera pudiese mantenerlo en el tiempo, entonces muchas personas terminarían creyendo que es así. Incluso se preocuparían por las condiciones mentales de su comunidad cuando hubiera tormenta, y tal vez creerían que han quedado acéfalos en los días despejados. Esto ocurre con la libertad del primero que conjeturó como
quiso, o incluso ha engañado deliberadamente a los demás, y tal creencia errónea generalizada es simplemente la consecuencia. ¿No es eso lo que ha ocurrido con la dogmatizada teoría de la evolución que los ateos tanto, pero tanto desean que sea verdadera, por ejemplo, aún a falta de pruebas? Bien, hasta aquí la posibilidad de que se genere el error y la confusión. El hombre, sería ingenuo negarlo, es capaz de males. Porque puede escoger entre bien y mal con las alternativas que se le presentan es que decimos que tiene libre albedrío. Puede decir una verdad (virtud, bien) o mentir (carencia de verdad, o sea, mal), y arrastrará consecuencias con su conducta. Y esto que ejemplificamos – pero en un contexto mucho más complejo, en donde interactúan muchos tipos tanto de virtudes como de vicios – a lo largo de milenios, tiene el resultado de la división de ideas y creencias, y en particular cuando se intenta, como en la actualidad, fomentar aún más esa confusión. ¿Eso inhabilita la verdad? ¿4 no será la respuesta a 2+2 aún si millones de niños lo niegan a coro, cada cual con una propuesta a su gusto? De aquí pasamos a la Bondad de Dios, y el sentido que podría tener esta confusión humana que permite que
exista sin hablar a todos a un mismo tiempo para solucionarla, literalmente, en un santiamén. Aunque seguramente un comunista de tomo y lomo lo negaría a rajatablas, la Creación es desigual, variada. Incluso ciñéndonos a una sola especie (¡una sola!) como es la humana, dentro de todo el admirable abanico de seres vivos que se desarrollan sobre la faz de la Tierra, las variables son numerosas y jerárquicas. Hay distintos grados de fuerza, de inteligencia, de creatividad, de habilidades, de belleza, de aspiraciones, etc. Los hombres no son todos iguales. Unos están mejor equipados para actividades de orden física, unos para las intelectuales, otros más para las gubernamentales, y hay quienes son mejores en aspectos espirituales. Si les observamos, sus cualidades muestran una propensión natural hacia ciertos campos, y aunque se les puede educar en otros, sin duda podría decirse que brillan más en el desarrollo y expresión de aquello para lo cual son más aptos. Un ejemplo: podemos hacer entrenar físicamente a un hombre de 1,5 m. de estatura, escuálido y de carácter eminentemente reflexivo todo lo que queramos, pero jamás obtendrá el resultado en fuerza de uno de 1,9 m. de altura, de contextura robusta y ánimo competitivo. Tampoco podremos sacar un gran matemático, muy probablemente, de un inspirado y reconocido poeta.
Lo cierto es que hay diferencias innatas, y tantas otras que se adquieren a lo largo de la vida, que hacen que el ser humano tenga la amplia diversidad que cualquiera puede reconocer. Y esta misma diferencia se aplica a todo orden del Universo. Desde el punto de vista no igualitario, entonces, concluimos que hay quienes serán más aptos para una tarea dada que otros. Por eso unos son profesores, otros artistas, unos sacerdotes, otros científicos, unos contemplativos, otros activos, etc., etc. ¿Qué más perfecto, en un mundo jerárquico y diverso, que entregar las luces a quienes se encuentran en la mejor posición de compartirlas a los demás? ¿Por qué rompería Dios el amplio sentido de tal jerarquía que ha impreso en toda Su creación? El niño no alimenta al padre, sino que es al revés, así como el alumno no se dedica a dar cátedra al maestro, ni el ratón se come al león. Cada cual ocupa un lugar designado adecuadamente a su condición, sea esta estable o circunstancial. En un mundo jerárquico, Dios no sería el primero, precisamente, en acabar con el orden gradual que Él mismo ha instituido. Habla a quienes pueden guiar a los
demás, permitiendo que se mantenga ese orden magnífico, y además otorgando así una mayor gloria a los que cumplen bien con el propósito encomendado. Se cumple así con la Sabiduría, el Orden, la Justicia y todo en un contexto plenamente razonable. ¿Y si el hombre en vez de acercarse se aleja de su propio bien? Entonces tiene que asumir consecuencias. Si usted frota fuertemente una cuchilla afilada contra su piel, ¿espera que nada ocurra? Le prevenimos del resultado si espera que alguien venga sí o sí a resolver el entuerto en que se ha metido. Pero nosotros no queremos hacernos cargo de las consecuencias de nuestras decisiones y actos. Esperamos que vengan a sacarnos del problema o le echamos a otro la culpa por lo ocurrido. La respuesta está en escuchar con verdadera buena voluntad las exposiciones de la Verdad cuando ésta se presenta en nuestra vida – y suele hacerlo con insistencia – en vez de hacer como aquel viejo chiste del hombre que rezaba pidiendo rescate en el techo de una casa de su inundada vecindad, y después de rechazar al bote y al helicóptero que vinieron a buscarlo se quejó amargamente de que “Dios no le había escuchado porque no vino a sacarlo de allí”.
Pero más allá del punto de las jerarquías, y sin contrariarlas sino complementándolas (como todo lo que está bien hecho), Dios se muestra al hombre a través de la Revelación, de la solicitud expresa de explicar la Verdad a los demás (permitiendo al hombre ejercer también el bien), de la inteligencia que nos ha concedido para comprender y discernir, e incluso a través de la instauración de la ley natural, que imprime en todos los hombres un sentido de bien y mal claro y definido. ¿O es que sólo se consideraría que “nos habla” si escuchamos Su Voz susurrando directo a nuestro oído? Finalmente el ser humano esparce la Verdad o no lo hace, con la misma libertad con que puede construir o destruir, pero sus actos son medidos – y retribuidos – en base a un código general (natural) común a todos los hombres, y otro más perfectamente específico al fin de un Dios ya conocido en Sus características particulares, que nadie puede negar que llegase a ser también ampliamente difundido en la historia de la humanidad. A pesar del esfuerzo de muchos por impedirlo, por cierto, como nuestro contendiente mismo – y más de algún lector – tendrá por fuerza que reconocer.
Objeción 9 “Dios no es infinitamente bueno: El infierno lo atestigua”
Resumen: El dios Gobernador o Providencia es y debe ser infinitamente misericordioso. La existencia del infierno prueba, sin embargo, que no lo es. Dios podía “puesto que es todopoderoso” crearnos buenos, pero nos ha creado buenos y malos, además se podría haber contentado como castigo con el tiempo de sufrimientos en la Tierra, o en última instancia haber destruido totalmente a su muerte a los malos, sin condenarlos a los sufrimientos eternos. El ser humano evita un sufrimiento a otros si puede, ¿y acaso es mejor que Dios? ¿A quién podrían beneficiar los tormentos de los condenados? Ni a Dios, ni a los elegidos, ni a los condenados mismos. La existencia de un Dios de bondad es incompatible con la existencia del Infierno. O bien el infierno no existe, o bien Dios no es infinitamente bueno.
Respuesta: Para poder comprender la Misericordia Divina primero tenemos que definir algunos conceptos que al parecer no han quedado claros hasta el momento, aún cuando con ello respondamos en parte algún cuestionamiento posterior. Hemos dicho innumerables veces que Dios es perfecto, y esto significa lógicamente que Sus virtudes son completas, infinitas, y se interrelacionan armoniosamente entre sí, sin afectarse negativamente, como es obvio, sino complementándose. Hemos dicho que Dios es la Justicia misma, porque sabiendo qué es bien y qué mal, y rigiéndonos a través de leyes que nos permiten alcanzar ese bien (o no habría forma de lograrlo), ha por fuerza de premiar y castigar según corresponda, es decir, dar a cada uno lo que merece. Esto quiere decir, como toda justicia verdadera, que ha de ser imparcial, o sea: obrar con rectitud y equidad, sin sacrificar dicha justicia a la pasión o al interés. Por otra parte está la Misericordia, que es la virtud que nos inclina a ser compasivos y clementes. Dios, fuente de todo bien, nos ama porque desea ese bien para nosotros, ¿verdad? Por ello, Su justicia está templada por la compasión hacia sus criaturas. Dios, que nos ama (desea nuestro máximo bien), es lógico que se compadezca de nosotros.
Compasión es el deseo de que nos libremos del daño que nosotros mismos nos provocamos. Resaltamos esto último porque no nos han creado “buenos y malos”, sino que tuvimos opciones en nuestra libertad, como ya se ha explicado claramente. ¿Y cuál podría ser nuestro mayor daño sino alejarnos del fin para el que existimos, perdiendo así nuestra felicidad? Esto quiere decir que también ha de existir el perdón, cuando se dan las condiciones para prodigarlo. Y de esta forma, la Justicia, con Amor, se templa con la Misericordia. De esta manera las Virtudes se interrelacionan complementándose armoniosamente, sin que unas obstruyan o nieguen a las otras, perdiendo así su perfección. Y esto significa que así como tenemos leyes o medios para alcanzar nuestro objetivo final, también tenemos remedios para las caídas que podamos sufrir en el camino. La Misericordia Infinita de Dios hace, por tanto, que otorgue a Sus criaturas muchos más beneficios que los que únicamente por justicia les corresponderían. Una de las manifestaciones de esa Misericordia tiene que ser su
Paciencia, que es la tranquilidad y sosiego en la espera de las cosas. Si Dios desea nuestro máximo bien, al vernos causar a otros y a nosotros mismos un daño, espera con paciencia nuestro cambio, como una de las tantas formas de Su misericordia, retardando así la que de otro modo sería una justicia inmediata. Pero, ¿qué ocurre si después de dar las luces, de tener paciencia, de perdonar a quien cae, de otorgarle nuevas oportunidades, de darle medios para actuar bien, fortaleza para resistir tentaciones, etc., aún así persiste en el mal que no es sino el rechazo más absoluto del Bien que Él es? Agotadas las instancias, queda la hora de la justicia, que otorga imparcialmente a cada cual lo que le corresponde, según su mérito o demérito. Y ese mérito o demérito toma también en consideración la capacidad de la persona para comprender. Es decir, que no será igualmente juzgado quien entiende menos que quien entiende más. Y tan grande es la Compasión que un mal objetivo, que atenta contra el Bien, ni siquiera es considerado en el mismo grado si la criatura en verdad no sabía lo que estaba haciendo. Por eso para que un pecado sea mortal, llevando a la persona al infierno del que habla nuestro oponente, debe ser materia grave (acto que supone un desorden grave contra la ley de Dios), tener plena advertencia (conocimiento de estar obrando mal en
materia grave) y pleno consentimiento (la voluntad adherida al mal). Vale decir que la persona que obra así tiene la comprensión clara de que lo que hace atenta contra el Bien, y aún así consiente con ese mal. En la imperfecta justicia humana hay castigos para quien conociendo una ley decide infringirla abiertamente. Un ladrón, un violador o un asesino reciben – o es esperable y necesario que lo hagan – un castigo proporcional a su crimen. En ocasiones esto llega a la cadena perpetua o incluso la pena capital. Estamos hablando de crímenes a nivel humano, con castigos similares. Es decir, se atenta contra otros hombres, y se paga el precio a la sociedad. Pero Dios, por encima de los aconteceres temporales de la humanidad, observa la adhesión o rechazo muy superior al físico. Por un lado está el ejercicio del bien en relación a Él, que es de quien procede todo Bien. La criatura le ama, en su limitada medida, y recibe una recompensa muy superior a su capacidad de bien, porque es premio a la vez que es regalo: la eterna felicidad que colma hasta la más mínima de sus necesidades y anhelos. Pero por el otro lado está el ejercicio del mal en relación a Él, que es el rechazo metafísico de todo lo que Él es, y por tanto una ofensa directa, un odio declarado, un
distanciamiento deliberado por parte de la criatura. ¿Cuál ha de ser el castigo a esto? Muchos quisieran que el premio fuese eterno y el castigo no. Se precian de ser justos aún sin considerar la medida de la ofensa, que no es algo mundano, aun cuando aquí mismo podamos ser muy severos frente a ciertos tipos de crímenes. Y, ¿por qué eternos? Se preguntan. ¿No bastará con la desaparición, o las vicisitudes sufridas en la Tierra durante la vida? Primero, el hombre no paga en la Tierra a la medida de sus ofensas. De hecho muchos grandes dictadores genocidas de la historia – sólo por ejemplificar con casos conocidos por cualquiera, como Hitler o Stalin – no se puede decir que tuvieran una medida de sufrimiento proporcional al daño que hicieron, y sólo en relación a los demás seres humanos. Pero este ejemplo puede hacer caer en el error de pensar que el castigo sólo lo merecerán los genocidas y grandes criminales del mundo. No hay que olvidar que tampoco tiene la misma medida una ofensa dependiendo de la dignidad del ofendido. No es igual ofender a una persona corriente que a un rey, o a un alumno que a un profesor, y aunque todo merece castigo, el que corresponda a quien ataca a la cabeza será mayor. Esto no ocurre porque el rey o el profesor sean
unos déspotas, sino porque cuando se subvierte algo superior, se desencadenan más consecuencias: en quienes contemplan el acto, en la dignidad así ofendida, en la ruptura del orden jerárquico, etc. ¿Y cuál ofensa podría ser mayor que la dedicada a Dios? Y por lo demás, no se trata sólo de dignidad y jerarquía, sino también del mal obrado conscientemente, produciendo daño a otros, negándole a Dios Su perfecto gobierno sobre nosotros, rechazando en ese punto un Bien Suyo. Por cierto, ya dijimos incontables veces que la eternidad no es temporal, y por tanto allí el castigo es. ¿Lo eliminamos? Bien, ¿qué queda? Si no hay satisfacción a la justicia en la Tierra, ni nada equiparable al premio que reciben los justos en el castigo al mal voluntario, entonces no hay justicia. El que obra mal, simplemente desaparece insensiblemente “del mapa”. ¿Eso sí es justo? Y sin Justicia tampoco habrá Bondad, que es la capacidad de hacer el bien, ya que no se da satisfacción y cumplimiento a todas las virtudes, con el fin superior de todos, que es el cumplimiento de los designios originales de llevarnos a nuestra máxima felicidad, si libremente – y ya sabemos por qué se requiere tal libertad
– cooperamos con ese resultado. Así, sencillamente si falta una virtud se desmorona la perfección.
Objeción 10 “El problema del mal”
Resumen: El mal existe. Todos los seres sensibles conocen el sufrimiento. Dios, que todo lo sabe, no debe ignorarlo. O Dios quiere suprimir el mal y no puede. O Dios puede suprimir el mal y no quiere. Fuera del mal moral está el mal físico, como la muerte, el dolor, los desastres climáticos, etc. ¿Y quién es responsable de esto? ¿No es el Creador del Universo el responsable de estas calamidades? Respuesta: Ya hemos explicado este punto pero agregaremos algunas precisiones. Lo habíamos dicho antes, pero lo repetiremos más detalladamente: ¿Qué es el mal? Sencillo: mal es ausencia o carencia de bien. La enfermedad, por ejemplo, no es una entidad en sí misma sino una carencia (falta de salud). Dios por tanto no puede tener mal en sí, porque no puede carecer de un Bien que ya dijimos que es absoluto.
No puede ser y no ser. La Creación, por su parte, tiene un sentido mayor que ser un juguetito perfecto, y su función permite la existencia del mal en el desarrollo de los acontecimientos espacio-temporales que surgen de la libertad y la prueba. Si todo tiene consecuencias, y el hombre libre ha optado por el mal muchas veces a lo largo de la historia, esto habrá también de tener resultados. Así es como la base religiosa judeocristiana cree que un ser que en principio no tenía por qué sufrir ni morir para terminar disfrutando la felicidad eterna, pasó a vivir necesidades y luego la muerte física como castigo a su desobediencia primera, por ejemplo. Las consecuencias no tienen por qué ser todas a nivel humano. También podrían, razonablemente, desencadenar modificaciones en el entorno que nos contiene. ¿O no? Pero estas modificaciones a que está sujeto el Universo contingente no impiden ni niegan el plan original. Sólo afectan dentro de la Creación, como consecuencia de los malos actos. Y entonces, en esta interrelación entre el Creador y Su Creación, si Dios sólo quiere nuestro máximo bien, seguirá buscando ese resultado en las condiciones que nos toquen, sean provocadas por nosotros mismos o por otros aún antes de que naciéramos. Así como una persona puede decidirse a robar si tiene hambre, y otra preferiría
cortarse la mano antes de hacerlo: en la tempestad se puede ver hacia dónde se inclina el árbol. Por lo demás, así como uno puede nacer en una familia pobre y otro en una rica, sin tener responsabilidad directa de ese estado financiero, los medios de que disponemos o no al nacer son sólo el escenario de la forma libre de actuar que nos abrirá o cerrará las puertas al Bien eterno, con todos los detalles e implicancias que cada caso particular pueda tener ante la Justicia Divina en el momento del Juicio. Es decir, que no nos llevaremos a la tumba ni el dinero ni la necesidad: sólo lo que hicimos con ello. Por lo tanto, las “condiciones climáticas” no nos determinan en lo fundamental, que es la vida eterna, sino temporalmente, mientras estamos sometidos a la vida en el mundo, y se convierten en instrumento de nuestro viaje y prueba de nuestra diversidad. Respecto a la eternidad, la vida en la Tierra es una simple prueba para mostrar que amamos lo que se nos quiere dar. Y esa prueba en sus distintas formas puede servir a varios fines, que copiamos de lo antes dicho: formación, guía, corrección, ejemplo, perfeccionamiento e incluso castigo temporal. Hay que entender de una vez por todas que no se puede pensar a Dios con mente atea sin caer en un error
básico: el ateo piensa que Dios no existe y por tanto todo lo que le queda es el mundo. Si hay mal en el mundo, el Universo es imperfecto. Pero si Dios existe y el ateo está equivocado, entonces el mal que pueda afectarnos temporalmente como consecuencias de antiguas malas decisiones, se convierte en un instrumento que permite conocer nuestra fidelidad a un Bien mayor, que nos colmará eternamente. Abrir la mente, en ocasiones, puede ayudar a entender mejor los conceptos. Consideramos que con estas precisiones añadidas a las respuestas más extensas dadas previamente, y en particular en el punto 3, hemos refutado satisfactoriamente esta duda común.
DIOS JUSTICIERO
Objeción 11 “Irresponsable, el hombre no puede ser ni castigado ni recompensado”
Resumen: El hombre existe como esclavo de la voluntad divina y su dependencia es tanto mayor cuanto más alejado esta de su Maestro. Si Dios existe, él solo sabe, puede y quiere; el solo es libre; el hombre no sabe nada, no puede nada, no vale nada; su dependencia es completa. El hombre sometido a esa esclavitud, aniquilado bajo la dependencia plena y entera de Dios, no
puede aceptar responsabilidad alguna. Y si es irresponsable no puede ser juzgado. Todo juicio implica castigo o recompensa; pero los actos de un irresponsable, no poseyendo ningún valor moral, están exentos de toda responsabilidad. Respuesta: A nadie se le ocurriría decir que un niño, sometido a la voluntad de su padre hasta que crezca y aprenda qué es lo mejor para él y los demás, y que mientras tanto es cuidado, alimentado y sabe que su progenitor busca y desea para él el mayor bien que pueda proporcionarle en la medida de sus capacidades, a nadie se le ocurriría decir, repetimos, que es un esclavo de su padre. Depende enteramente de él, vive en un lugar que por lo general no ha escogido, de pequeño ni siquiera elige su vestuario o alimentos, se corrige constantemente su conducta. ¿Por qué ese niño no es un esclavo? Porque no está bajo el yugo de un poder tiránico, disminuido en sus cualidades personales para servir a otro, sin poder aspirar a una vida mejor, sin capacidad de ninguna elección, menospreciado y desprovisto de la dignidad que le corresponde, e incluso no correspondido en el pago del valor de sus esfuerzos. Por el contrario, el niño que ha nacido en una buena familia, se siente protegido y feliz. Sabe que tiene todo lo que necesita, que se le cuida y se busca su máximo bien, evitándole el daño tanto cuanto sea posible. Y el buen padre a veces ordena,
muchas veces explica, a veces corrige o incluso castiga, para evitar que su hijo se tuerza y malogre, y tantas otras veces premia, refuerza e incentiva. El niño, por su parte, es responsable de cumplir con lo que de él razonablemente se espera, como estudiar, ser obediente, etc. y sujeto por tanto a un adecuado castigo si deliberadamente no hace lo que le corresponde. Si aplicamos esta misma lógica a Dios con Sus criaturas, veremos que la esclavitud no tiene nada que hacer aquí. El hombre puede escoger incluso hacer las cosas mal, pero en el afán de que no se malogre, Dios ordena, explica, corrige e incluso castiga temporalmente. Cuando terminamos de comprender que la Creación no es el fin sino el medio, nos queda claro que el hombre pueda tener “defectos” que no son el objetivo final, podría decirse, sino las condiciones que le han tocado en su camino hacia la perfección donde ya no hay carencia, ni necesidad de ningún tipo. Y esto mismo ocurre con las condiciones medioambientales que le rodean. Una vez más, la mente atea intenta infructuosamente poner su fin menor por encima del fin superior de orden divino, que busca algo más que un “juguete universal de mecanismo eficiente”.
Ahora bien, el hombre puede tener defectos, o puede haber nacido en condiciones poco favorecidas a escala física y temporal, pero nada de esto le impide tomar determinaciones a favor del bien o del mal, con consecuencias mucho más trascendentes. Y esa posibilidad de escoger es la libertad necesaria para poder determinar su tipo de adhesión y otorgarle recompensa o castigo, como tanto se ha repetido ya. Aún los esclavos, ya que hablamos de ellos, podrían eventualmente optar por el bien o por el mal en su interior, y llevar a cabo sus tareas – aún las impuestas – de la forma mejor comprendida, o no hacerlo, y causar daño a otros incluso más desfavorecidos y débiles, por ejemplo, cada vez que su resentimiento viese una oportunidad de aplicación. Es decir, que incluso en la condición de expresa carencia de libertad física, el hombre tiene la posibilidad de decidir entre actuar bien o mal. Y esta no es precisamente la situación de los hombres que no viven en las condiciones forzadas de un verdadero esclavo, y pueden determinar tanta variedad de cosas en su vida, aún si descartan todas las malas alternativas e intentan moverse siempre dentro del bien. Libertad es la facultad de obrar o de no obrar según su voluntad, y el hombre la posee. Es una característica de nuestra especie. Incluso en otra acepción se entiende
por libertad la facultad de hacer y decir lo que sea lícito. ¿Qué significa esto último? ¿Que el hombre que tiene que seguir leyes útiles para la convivencia, por ejemplo, no es libre? ¿Qué es lícito, sino aquello que está permitido por la ley o es conforme con la moral? Ese es el punto al que llegamos con la idea de nuestro opositor. Que en realidad le molesta que existan el bien y el mal. Porque en tanto existan, siempre habrá que ceñirse forzadamente a uno o caer en el otro. Y eso no permite la “libertad” de una tercera opción. Bien, desde ese punto de vista, efectivamente no hay libertad. ¿O es ser libre hacer lo que nos venga en gana? Inevitablemente, se hace algo en concordancia con el Bien, es decir, aquella virtud completa hacia la que todo apunta y de la que toda virtud menor es reflejo, o se omite alguna parte o la totalidad de ese Bien y se está haciendo el mal. Un ejemplo: un hombre puede respetar completamente la ley, y ser considerado un buen ciudadano, o puede infringir un punto cualquiera de importancia, y ya no será un buen ciudadano. A efectos de este juicio, de poco importará que no mate, que pague sus impuestos, que respete la luz roja del semáforo y que sea trabajador, si viola jovencitas en sus ratos libres. No es “libre” de hacerlo, ni existe una tercera opción ante el bien (respeto de una ley justa y razonable) y el mal
(infracción a esa ley). Y en tanto cae en una mala conducta, recibe el castigo de la sociedad, que así protege a los demás y establece la justicia dando a cada quien lo que le corresponde. Por cierto, tampoco somos “libres” respecto a nuestra supervivencia. Podemos cumplir con nuestras necesidades básicas (bien) o negarnos a ellas (mal) y esas son las dos únicas alternativas, aún con todas las variantes, como serían las opciones de platillos para alimentarnos, o las diversas alteraciones alimentarias psicológicas hasta llegar a la total inanición voluntaria, para no hacerlo. ¿Hay terceras alternativas? ¿Dejamos de ser libres entonces? En resumen, para terminar el punto, el hombre es libre en tanto puede optar por actuar de una forma u otra en las condiciones que posee. Alguien puede ser fiel a un principio aún a costa de su propia vida, o puede ser infiel a su principio por un puñado de monedas. No hay condición humana que impida actuar bien. “Podéis tener mi cuerpo, pero no mi alma”, se ha dicho incluso en los casos más extremos de esto mismo, sin ceder a las mayores amenazas y hasta bajo torturas aberrantes. Por tanto, cuando pudiendo escoger por el bien se opta por el mal se está teniendo libertad de acción, pero al mismo tiempo se deben asumir las razonables consecuencias.
Nadie se queja de las buenas. ¿Hay derecho de quejarse de las malas?
Objeción 12 “Dios viola las reglas fundamentales de la equidad”
Resumen: El magistrado que mejor practique la justicia será aquél que proporcione lo más exactamente posible la recompensa al merito o el castigo a la culpabilidad. Cualquiera que sea el merito o demérito de un hombre, es limitado (como lo es el hombre) y, sin embargo, la sanción de recompensa y de castigo no lo son. Luego, no existe relación entre el merito y la recompensa; hay desproporción entre el castigo y la falta. Dios viola las reglas más fundamentales de la equidad. Respuesta: El problema de esta objeción es que centra el destino final solamente en la justicia, cuando ésta es parte determinante pero no fin en sí mismo. La Creación no existe únicamente para satisfacer a la Justicia, sino que la Justicia se aplica en orden del fin superior de expresar las Perfecciones divinas y de medir las adhesiones de las criaturas según sus actos.
Justicia es dar a cada uno lo que corresponde, como hemos dicho varias veces. Siendo la eternidad lo que está en juego al término de la vida de cada hombre, corresponde a sus actos la sanción final sobre su destino. La justicia se aplica para determinar el camino elegido en concordancia con un destino favorable o no, pero no es la única Virtud que actúa en esta determinación que pasa por el regalo y no por el merecimiento. Si un padre quiere regalar un coche a su hijo, verá si en justicia es bueno entregárselo, porque cumple bien sus deberes de hijo y estudiante por ejemplo, dado que entregarle el presente si saca pésimas notas o insulta a su madre sería como premiar ese mal, pero el regalo en sí mismo no se otorga como expresión de justicia sino de amor, de generosidad, de bondad, etc. Por tanto, al ejercicio constante de las virtudes corresponde un fin en la misma dirección, y la Justicia lo determina y administra. Lo mismo para lo contrario. Pero este cumplimiento no está en discordancia con el regalo, que por ser eso y no un pago exacto por el trabajo realizado, bien puede ser mayor que el merecimiento. Y el castigo, por su parte, es proporcional al regalo que se rechaza. Es como si, a nivel humano, se le dijera a una persona que ejecute una tarea, que si cumple recibirá un beneficio monetario extraordinario, y si no se cumple,
tendrá un castigo proporcional y contrario al beneficio que ha perdido por su mal obrar, como la cárcel por ejemplo. Está en ella determinar qué terminará recibiendo. Y se puede confiar en que la Justicia divina, perfecta y templada por la Misericordia como ya se ha dicho, tendrá en cuenta el grado de comprensión de la criatura al momento de tomar sus decisiones a favor del bien o del mal.
PARA TERMINAR
Las objeciones han sido respondidas en su totalidad. No hemos dejado ningún punto sin considerar, y como el lector podrá apreciar, los argumentos originales de la existencia de Dios no han hecho sino fortalecerse en el transcurso de estas definiciones, que complementan lo ya dicho sin contradecirlo en nada. El presente trabajo demuestra que no importa cuánto se escarbe en una verdad, siempre se encontrará coherencia y razonabilidad en ella. Ocurre lo contrario a esta cualidad en las falacias disfrazadas de “lógica” de que se sirven el error y la mentira. Cuanto más las observamos, mayores problemas encontramos en ellas. Por tanto, rogamos se nos disculpe si por una cuestión de agilidad en la respuesta a favor de un debate mayor hemos decidido atenernos a puntos fuertes que podrían muy
probablemente ampliarse mucho más, hasta reducir cada idea errada a un absurdo vergonzoso. Creemos que, a pesar de ello, se puede considerar bien respondido cada punto, hasta volver un tanto ridícula la pretensión de “haber refutado” la Divinidad y la Creación con sus consecuencias y derivados. Hemos observado que muchas de los puntos de nuestro anterior tratado no han sido discutidos, como la evolución por dar un simple ejemplo de muchos, y por tanto los asumimos como aceptados. Lo agradecemos porque sería agotador discutir sobre lo evidente, si bien ya hemos ofrecido hacerlo de ser necesario abundar sobre la materia. En cuanto a este trabajo, queremos pedir algo que nos parece es justo y proporcional a lo que a nosotros se nos ha exigido. Y es que si los contendores quieren negar la explicación razonable aquí expuesta, además de refutarla convenientemente en cada uno de sus puntos, les retamos a que presenten una alternativa aún más razonable que ésta que responda a la existencia y funcionamiento de nuestro Universo, el sentido y fin de la existencia del hombre y todos los temas aquí tratados. Evadirlo con una frase del tipo “no afirmo ni niego ninguna explicación porque nada puede probarse empíricamente”, después de todo lo expuesto, será considerado al mismo nivel argumental que el habitual
“es un misterio” de algunos creyentes, del que los ateos tanto se burlan cada vez que pueden. Creemos – y si nos equivocamos que nos corrijan – que sólo después de una refutación acabada de cada una de nuestras declaraciones, y de una consiguiente definición de mayor razonabilidad que la nuestra, los oponentes podrán decir tan orgullosamente como siempre que “han hecho una demostración terminante, substancial y decisiva”. De momento, nos parece que sus objeciones no son sino la clara demostración de lo que el filósofo y psicólogo William James dijo con tanta elegancia: “Muchas personas creen que piensan cuando en realidad sólo están reordenando sus prejuicios”. Y al recordar esos habituales juicios predeterminados que nacen del ateísmo, agregaríamos con Gilbert Chesterton – una vez más – que “El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas”.
Pero para terminar en una línea perfectamente católica, que es lo que en definitiva hemos intentado defender a lo largo de todas estas páginas, que sea un santo el que tenga la última palabra, en referencia a
ciertos orgullos desmedidos y ciegos. Dice San Agustín de Hipona: “Los que no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error”.
Esta obra se acabó de reimprimir en los talleres gráficos de Centro Cultural Boanerges para la defensa y divulgación de la fe católica, a 17 días del mes de octubre de MMIV, fiesta de la Santa Margarita María de Alacoque, Virgen, mística y promotora de la devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo y protectora de sus devotos..
FINIS CORONAT OPUS