Comprender La Evolución Jose Ramon

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COMPRENDER LA EVOLUCIÓN JOSÉ RAMÓN AYLLÓN

EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A. PAMPLONA

Primera edición: Junio 2014

© 2014. José Ramón Ayllón Ediciones Universidad de Navarra, S.A. Apdo. Correos 5.196. 31010 Barañáin (Navarra) - España Teléfono: +34 948 25 68 50 - Fax: +34 948 25 68 54 e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-313-2985-3 Depósito legal: NA 756-2014

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).

Por las ilustraciones de las páginas 9, 72 y 80 estarnos en deuda con Francisco J. Ayala y su libro Evolución, Ariel, 2012.

imprime:

Gráficas Alzare, S.L. Poi. Comarca 2. 31191 Esparza de Galar (Navarra) Printed in Spain - Impreso en España

A Paco Reguera, Alfonso Ponce, jorge García y Adria Gómez,

por su asesoramiento.

Índice

I LOS SERES VIVOS l. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

El milagro del universo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El milagro de la vida ¿Se ha logrado sintetizar vida? ElADN Los genes y el genoma Todo ser vivo es celular Las bacterias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De la biología a la filosofía El programa de la vida Finalidad y racionalidad El azar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La parábola de Flew

10 12 16 21 24 28 31 32 34 37 40 42

11 LA DIVERSIDAD DE ESPECIES 13. Las especies actuales 14. La explicación evolutiva

48 49

8

15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23.

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Textos de Darwin El darwinismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Semejanzas anatómicas y embrionarias .. . . El registro fósil......................................... Variación con selección............................ Críticas de Nietzsche y Popper La complejidad irreductible El argumento genético Evolución y creación

52 54 56 59 61 63 65 69 73

III - EL SER HUMANO 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35.

La exactitud científica Nuestros orígenes Un animal que es persona La interioridad humana........................... Una conducta exclusiva ¿Descendemos del mono?........................ ¿Es la inteligencia fruto de la evolución? .. El cerebro y las neuronas . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . La revolución instrumental ¿Somos ahora más inteligentes? El lenguaje y su escritura .. Textos de Chesterton

78 79 82 85 88 91 94 97 1O1 103 106 110

I

LOS SERES VIVOS

'Progenitora - -

Progenitora

Hija

¡Quién, quién, naturaleza, levantando tu gran cuerpo desnudo, como las piedras, cuando niños, se encontrara debajo tu secreto pequeño e infinito! JUAN RAMóN ]IMÉNEZ

10

1.

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EL MILAGRO DEL UNIVERSO

En el inicio de nuestra indagación sobre la vida nos tropezamos con dos preguntas obligadas: ¿por qué el universo es como es? ¿Por qué, habiendo tenido innumerables posibilidades de ser diferente, ha adoptado la única forma que permite la existencia de seres vivos? Estas cuestiones constituyen un interrogante siempre abierto en el corazón de la Cosmología y de la Filosofía, para el que solo caben dos respuestas. Una estima que «la Tierra no tiene nada de especial, tan solo es uno de los innumerables planetas originados como resultado de un proceso irracional de evolución estelar» ( Carl Sagan). Otra reconocerá que «estamos en la misma situación que un niño en una biblioteca enorme, llena de obras escritas en diversos idiomas. El niño no entiende las lenguas, pero sabe que alguien debe haber escrito esos libros» (Einstein). La ciencia nos dice que todo empezó hace 14.000 millones de años (Ma). Suponemos que

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explotó una condensación de energía de una pequeñez inimaginable: miles y miles y miles de millones de veces más pequeña que el núcleo de un átomo. Por tanto, creemos que toda la inmensidad del cosmos estuvo comprimida en un punto que, bajo la apariencia de la nada, de una chispa en el vacío, contenía una energía descomunal. Tres minutos más tarde, en el tiempo que tardamos eh hacer un bocadillo, ya teníamos un universo con el 98% de toda la materia actual, con una anchura de 100.000 millones de años luz. Por eso hablamos de Big Bang. Mucho después apareció la Tierra, en el suburbio de una galaxia entre otras 140.000 millones de galaxias. Todo esto es milagroso en el sentido literal del término: sumamente admirable. Y mucho más: si no supiéramos que el universo está ahí, diríamos que su existencia es imposible. Hay quien piensa que lo podemos explicar por un conjunto de leyes, pero no es así. Es cierto que todo en él ha sido causado por leyes ... , salvo esas mismas leyes y su misma existencia. Stephen Hawking lo resume con precisión cuando afirma que la ciencia nunca responderá a la más

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radical de nuestras preguntas: ¿Por qué el universo se ha tomado la molestia de existir?

Las 4fuerzas Intensidad

Alcance

Efectos

1

Núcleo

Estructura los núcleos atómicos

Electromagnética

10·2

Ilimitado

Estructura los átomos y sus enlaces

Débil

10-5

Núcleo

Desintegración nuclear beta

Gravitatoria

10·39

Ilimitado

Estructura el universo a gran escala

Nuclear Fuerte

2.

EL MILAGRO DE LA VIDA

Si nuestro planeta ha sido tradicionalmente estudiado por la Física, la Química y la Astronomía, esos puntos de vista son englobados hoy por el enfoque biocéntrico, que se fija en la asombrosa aptitud que presentan algunos elementos naturales para formar organismos

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vivientes. En realidad, no se conocen a fondo las propiedades de dichos componentes -carbono, hidrógeno, oxígeno ... - cuando se estudian como meros elementos, ignorando lo que de hecho producen al formar parte de una célula: nada menos que seres vivos. La aparición de los seres vivos, seguida de la diversificación de las especies hasta el inverosímil Horno sapiens, es un fenómeno cornplejísimo, un milagro dentro de otro, imposible si nuestro universo no fuera sumamente especial. De hecho, bastaría con que una sola de las constantes cosmológicas -la velocidad de la luz o la masa de un electrón, por ejemplo- hubiera sido ligerísimamente diferente, para que no se hubiera podido formar ningún planeta capaz de albergar vida. Dos respuestas suelen darse para explicar este finísimo ajuste: el diseño previo y el multiuniverso. En verdad, si hubiera un número incontable de universos diferentes, aumentaría la probabilidad de que uno fuera favorable a la vida. Por otra parte, si la existencia de un solo universo ya es literalmente milagrosa, la multiplicación de universos multiplicaría los rnila-

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gros y agigantaría la dificultad de explicación, pues habría que dar razón de cada uno de ellos. Sin embargo, el principal problema del multiuniverso es que solo se encuentra en la imaginación de algunos científicos, pues no tenemos la menor evidencia empírica de su existencia. ¿Qué sabemos de los primeros seres vivos? La Tierra se formó hace 5.000 Ma. Suponemos que la embestida constante de grandes meteoritos provocó un enorme calor en su superficie. Uno de ellos.idel tamaño de Marte, desprendió la masa de corteza terrestre que dio lugar a la Luna. Por fin, después de 1.000 Ma, la situación se apacigua, los meteoritos son frenados por una atmósfera muy espesa, la actividad volcánica se reduce, la corteza terrestre se enfría ... Y, entonces, en las sombrías aguas que recubren su superficie, surgen ínfimas y extrañas criaturas, nuestros antepasados más remotos: las bacterias. Esos primeros seres, unicelulares y procariotas (sin núcleo), aparecen hace menos de 4.000 Ma, y son el origen de la evolución, de la explosión de incontables formas de vida, de un auténtico Big Bang biológico. Hoy tenemos

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catalogadas cerca de 2.000 millones de especies vivas, no descartamos que pueda haber 50.000 millones, y suponemos que el 99% de las especies que han vivido en la Tierra han desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo empezó esa explosión de vida? «De todos los misterios de la ciencia, quizá el origen de la vida sea el más importante y el más difícil, sin solución a la vista». Son palabras del bioquímico Franklin Harold, en su libro The way of the cell. ¿Por qué esa dificultad? Porque «se pretende descubrir algo que sucedió en un pasado extraordinariamente remoto, en circunstancias difícilmente imaginables. Por eso, conviene repetir que sabemos muy poco con certeza». En cualquier caso, suponemos que la vida surgió una sola vez, pues desde su origen está constituida por los mismos «ladrillos»: aminoácidos y nucleótidos, dos tipos de compuestos sumamente complejos, inverosímiles, prácticamente irrepetibles, unidos respectivamente en larguísimas cadenas de proteínas y ácidos nucleicos. Los ácidos nucleicos (ADN) almacenan información genética y la transmiten a las proteí-

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nas, que se encargan de las reacciones bioquímicas propias del ser vivo. Pero la existencia de ambos compuestos plantea un problema que parece insoluble, pues no puede haber proteínas si no hay previamenteADN, niADN sin la existencia previa de proteínas.

3.

¿SE HA LOGRADO SINTETIZAR VIDA?

1953 fue-un annus mirabilis, marcado por la coronación de la reina Isabel II y del Everest, la muerte de Stalin, el descubrimiento de la estructura del ADN y el espectacular experimento de Stanley Miller. Miller imaginó el origen de la vida y lo intentó reproducir en un experimento. En dos matraces conectados introdujo agua y la mezcla de gases que suponía en la primitiva atmósfera terrestre: metano, amoniaco y sulfuro de hidrógeno. Calentó los matraces y simuló con descargas eléctricas las tormentas de la Tierra recién formada. A los pocos días, el agua se había convertido en un caldo de aminoácidos, análogos a los que constituyen los seres vivos. «Si Dios

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no lo hizo de este modo, desperdició una buena opción», comentó Harold Urey, premio Nobel y supervisor del experimento.

[)escorga eléctrico

Solida ~ d" 09uo Condensador ~En1rodo de oguo

A.guo con molliÍculos

a=::=.- orgánicos

La prensa de la época hizo creer que solo hacía falta agitar un poco los matraces para que de ellos saliese, arrastrándose, la vida. El tiempo ha demostrado que el asunto no era tan simple. Hoy no estamos más cerca de sintetizar vida, y estamos mucho más lejos de pensar que podemos hacerlo. Aunque se ha intentado repetidamente, utilizando los componentes básicos, nadie ha sido capaz de sin-

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tetizar una protocélula viva, y sin esta prueba de principio las explicaciones tienden a quedarse raquíticas. En 1998, en declaraciones a La Vanguardia, Miller reconocía que «no sabemos cómo era exactamente la Tierra hace 4.000 millones de años, así que nunca tendremos pruebas directas de si las cosas ocurrieron de uno u otro modo». Estudios recientes han demostrado que la atmósfera primitiva no era reductora, como pensaban Miller, Haldane y Oparin. Era, por el contrario, oxidante: rica en C02, monóxido de carbono, nitrógeno y agua, composición que más bien habría impedido la formación del idílico océano prebiótico. A pesar de estos desalentadores resultados, los medios de comunicación recuerdan a la opinión pública, de forma periódica, que la Tierra es insignificante en la inmensidad del universo, y que la probabilidad de que exista vida en otros planetas es alta. En este sentido, algunos científicos piensan que en nuestra galaxia se dan las condiciones necesarias para que haya al menos mil planetas con vida. Esas condiciones son:

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• Una estrella similar al sol, que proporcione energía y sea centro de un sistema planetario con órbitas regulares. • Planetas con masa suficiente para que su gravedad retenga el agua y la atmósfera. • Un disolvente universal como el agua. • Giro de rotación para diferenciar la noche y el día.

A esto añaden que en el espacio se encuentran las moléculas necesarias para desarrollar la vida, y que en los meteoritos se han detectado aminoácidos con la misma estructura que las proteínas de la Tierra. Todo este planteamiento es muy interesante, pero olvida algo tan fundamental como que la existencia de seres vivos -inteligentes o no-, no es un problema de condiciones sino de causas. Y estos conceptos no son equivalentes: las condiciones no causan, simplemente posibilitan la acción de las causas. Las causas intervienen directa y activamente en la producción de los efectos. Las condiciones intervienen de forma indirecta y pasiva. Cuando abro esta ventana oigo las voces y los ruidos de la calle, pero la ventana no es la causa de esos

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sonidos sino la condición de que se oigan o no se oigan dentro de mi habitación. De igual manera, las condiciones para que exista vida no son las causas de la vida. Si esperamos que un montón de ladrillos formen por sí solos un rascacielos, nuestra espera será eterna. Si esperamos que un conjunto de elementos químicos puedan formar por sí solos una sola célula viva, estamos esperando algo todavía más increíble que la autoconstrucción del rascacielos. Ello es así porque la producción de cualquier cosa requiere una idea previa. Esa idea es tan necesaria como los materiales que se van a emplear. Cuando se ignora ese carácter extrínseco y necesario de la causa inteligente, cualquier explicación de la realidad queda reducida a las causas materiales y a las condiciones: es decir, queda falseada. Los intentos de producir vida mediante la mezcla de sustancias químicas parecen equivocados e ingenuos. El experimento de Miller no funciona porque confunde las condiciones con las causas, sin entender que el problema del origen de la vida equivale al problema del origen de la información codificada en el ADN.

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4. ELADN

El 28 de febrero de 1953, a la hora del almuerzo, dos clientes asiduos del pub The Eagle, de Cambridge, irrumpieron en el local y anunciaron que habían descubierto el secreto de la vida. James Watson y Francis Crick parecían a veces una pareja de humoristas, pero ese día estaban muy serios, sobrecogidos por su hallazgo. Y tenían motivo. Si podemos decir que la vida encierra un secreto, es casi seguro que lo encierra en la molécula de AD N. Hasta mediados del siglo XX se pensaba que los rasgos hereditarios se transmitían con las proteínas. En 1944 se descubrió que los transmitía el ADN. No una proteína, sino la molé-

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cula más extraordinaria de la Tierra: un ácido nucleico que dibuja una espiral con dos hebras o cadenas en forma de escalera retorcida. Watson y Crick descubrieron que los peldaños de esa escalera son la adenina, citosina, guanina y timina, bases nitrogenadas que se emparejan de cuatro formas diferentes: A-T, T-A, C-G, G-C. Los peldaños son, por tanto, «pares básicos». Letras - palabras - párrafos - capítulos - libro Bases - genes - ADN - cromosomas - genoma Varios cientos o miles de letras de ese alfabeto forman un gen. Los genes se presentan unidos en largas moléculas deADN (párrafos). ElADN se encuentra en el núcleo de cada célula, comprimido en unos cromosomas que vienen a ser los capítuThvmine . los. El conjunto de •....,)L,kH cromosomas forma el genoma, libro donde Cytosine está codificado todo el diseño del ser vivo. ()

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Asombrosamente perfecto para cumplir el trascendental papel de molécula de la vida, el ADN es mucho más que el DNI de cada ser vivo. No solo es su código de identificación, sino también de edificación y conservación. Código que heredan y transmiten todos los seres vivos, con su capacidad de replicación, mutación y programación. Una de las maravillas que presenta el ADN es su capacidad de replicación: cuando llega la hora de producir una nueva molécula, los dos filamentos se abren como una cremallera y cada uno sirve de plantilla para la copia de un nuevo filamento parejo. El código genético es universal, aparece en todos los organismos conocidos. La vida, por tanto, solo tiene un idioma bioquímico, no es una torre de Babel. De ese idioma conocemos la sintaxis -el genoma- pero se nos escapa la semántica, el significado. Eso quiere decir quepodemos leer la secuencia del ADN, pero apenas sabemos en qué se traducen sus instrucciones. El ADN de la primera bacteria fue también el primer procesador digital de información, y llevaba en su interior más datos que toda la

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Enciclopedia Británica. Desde entonces, no tiene sentido estudiarlo como mero compuesto químico (bases nitrogenadas con azúcar fosfatado), sino como portador de una información complejísirna y vital, que solo puede ser leída dentro de la célula. Es importante conocer la bioquímica del genoma, pero mucho más nos interesa conocer su traducción: el ser vivo total, producto somático de esas instrucciones.

5. Los

GENES Y EL GENOMA

La primera lectura y transcripción prov1s10nal del genoma humano fue realizada por el norteamericano Francis Collins y su equipo, en el año 2000. Cuenta los avatares de su investigación en The language of God, libro que toma el título de las palabras con que el presidente Clinton dio por televisión la noticia al mundo: «Hoy estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida».

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Collins confiesa que esperaba encontrar 100.000 genes, pero hubo de conformarse con la cuarta parte, y con menos del 2 o/o del ADN empleado en la codificación de proteínas. Reconoce que esos datos fueron impactantes, porque el número de genes de gusanos, moscas y plantas simples era similar al humano. Esa semejanza numérica le llevó a pensar que «el número de genes no debe ser toda la historia. Bajo cualquier estimación, la complejidad del ser humano es muy superior a la de la lombriz intestinal y sus 959 células, a pesar de que el número de genes sea similar en ambos». Con una inesperada comparación, Collins añade que el manual de instrucciones de un automóvil puede tener el mismo número de palabras que una obra de Shakespeare. Un gen es un tramo de ADN, con miles o millones de nucleótidos (bases nitrogenadas), que codifica la formación de una o varias proteínas. ¿Cómo lo hace? • La secuencia de sus nucleótidos -A, C, G, T- es copiada en el ARNm, molécula mensajera de un solo filamento, semejante a media escalera cortada a lo largo, con sus peldaños colgando de un lado.

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SÍNTESIS DE AMINOÁCIDOS Y PROTEÍNAS

CITOPLASMA

Adenína. Timina Cltosma. Guanina

• El ARNm viaja del núcleo al citoplasma de la célula y entra en una fábrica de proteínas llamada ribosoma. • En el ribosoma, un equipo de traductores lee las bases del ARN y coloca un aminoácido por cada tres bases. A esos tripletes los llamamos «codones» por codificar la formación de aminoácidos y proteínas. Las proteínas se forman por la unión de cientos o miles de aminoácidos.

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• Al terminar de «leer» todos los tripletes, se habrá construido una cadena ordenada de aminoácidos, es decir, una proteína. No está de más añadir que hay 20 tipos de aminoácidos y miles de tipos de proteínas. Antes se creía que cada gen era responsable de un carácter fisiológico, anatómico o incluso conductual. Hoy sabemos que el significado de un gen -de una secuencia concreta de basesvaría según su situación en el genoma, según la interacción con otros genes y según el tipo de organismo donde esté. Un mismo gen, por tanto, sin sufrir mutación alguna, produce efectos diferentes y posee capacidad de respuesta al ambiente. El efecto polivalente de un mismo gen concuerda con el descubrimiento de genes que no han mutado desde el origen de la vida, todo un desafío al modelo de evolución basada en mutaciones aleatorias fijadas por la selección natural. Si fuera cierta la vieja insistencia darwinista «un gen, un rasgo», los animales más complejos deberían poseer mayor cantidad de ADN, pero a veces sucede lo contrario: los marsupiales po-

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seen más ADN que los primates, y el pez africano Protopterus tiene 42 veces más ADN que el hombre. Ahora sabemos que un carácter suele depender de varios genes (los caracteres son poligénicos) y que los genes, según vemos, no lo determinan todo.

6.

TODO SER VIVO ES CELULAR

La única-vida que conocemos es celular. Por tanto, todo lo que ha estado vivo, vegetal o animal, tuvo su inicio en el mismo brote primigenio, cuando una bolsita de sustancias químicas absorbió ciertos nutrientes, palpitó levemente y realizó algo extraordinario: se dividió y produjo un heredero. Una mínima porción de material genético pasó de una entidad viva a otra, y nunca ha dejado de hacerlo desde entonces. Las células primitivas lograron -sin que sepamos cómo- la posesión simultánea, no sucesiva, de proteínas y ADN. Las proteínas son macromoléculas formadas por largas cadenas de aminoácidos en orden riguroso. Las proteínas se ensamblan entre sí con una altísima corn-

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plejidad, pues son estructuras tridimensionales irregulares. Dentro de una célula, miles de proteínas interactúan con una hiperactividad imposible de describir. Entre su diversidad de funciones, son esenciales la estructural (colágeno), la reguladora (insulina), la transportadora (hemoglobina), la defensiva (anticuerpos), la enzimática (sacarasa) y la contráctil (actina). El ADN y las proteínas no pueden prosperar sin la protección de una membrana. De hecho, las sustancias que toman parte en el asombroso baile de la vida, solo pueden hacerlo si están reunidas en el refugio alimentador de una célula. Fuera de la célula, no pasan de ser sustancias químicas tan interesantes como inertes. En cambio, protegidas por la membrana celular, las moléculas simples se organizan en sistemas de creciente complejidad, que permitirán la emergencia de actividades supramoleculares como las sensaciones, los sentimientos, las ideas ... Por eso, cuanto más avanzado es el nivel de organización, menos sentido tiene intentar comprenderlo únicamente en términos moleculares.

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En el citoplasma de la mayoría de las células están las mitocondrias, orgánulos responsables de la síntesis del ATP, la principal molécula de contenido energético. Una célula eucariota puede tener cientos o miles de esas «centrales eléctricas». Las mitocondrias son, por tanto, factorías de moléculas energéticas, necesarias para el metabolismo de la célula. En las plantas, los cloroplastos son los orgánulos responsables de la fotosíntesis. Diez mil .células caben en el acento que lleva su palabra. Son organismos microscópicos, por supuesto, pero en absoluto sencillos. Cualquier biólogo sabe que la célula más simple es un milagro inexplicable, pues equivale a la miniaturización de una ciudad que, además, se divide y multiplica a velocidad de vértigo. El origen de esa primera célula es una cuestión que se nos escapa por completo, pero su complejidad nos permite, al menos, desechar hipótesis simplistas. Antony Flew afirma que, «cuanto más conocemos la riqueza y la inteligencia inherentes a la vida, menos posible parece que una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético».

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7.

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LAS BACTERIAS

El registro fósil nos dice que las primeras células -los seres vivos más antiguos- fueron bacterias que vivieron hace 3.500 Ma, en lechos marinos poco profundos. Se trata de las células más sencillas, aunque su «sencillo» metabolismo necesita 2.000 proteínas. Surgieron bajo una atmósfera pobre en oxígeno y rica en dióxido de carbono, con vapores de ácidos clorhídrico y sulfúrico que hoy nos quemarían la ropa, la piel y los pulmones. Pero las bacterias «inventan» algo tan genial como la fotosíntesis: absorben las moléculas de agua, aprovechan el hidrógeno y liberan el oxígeno, oxigenando la primitiva atmósfera hasta hacerla respirable. Así se hizo posible la aparición de los animales, hace 640 Ma, y la revolución del Cámbrico. Una bacteria es una célula sin núcleo. Sus cientos de genes integran una molécula deADN con forma de cromosoma circular. Un genoma tan pequeño se puede copiar en minutos, y eso permite a las bacterias multiplicarse con un extraordinario crecimiento exponencial. Si hubiera recursos alimenticios suficientes, una sola

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bacteria que pesara una billonésima de gramo, en menos de dos días podría fundar una población de un peso igual al de la propia Tierra. El paso de las bacterias a las células con núcleo (eucariotas) tardó 2.000 Ma, con un salto que parece contrario a los procesos evolutivos. El núcleo contiene los cromosomas. En lugar del único cromosoma circular de las bacterias, las eucariotas presentan varios cromosomas rectos, normalmente emparejados, formados por un largo filamento-de ADN enrollado sobre sí mismo.

8. DE LA BIOLOGÍA A LA

FILOSOFÍA

Si mañana un terremoto echara abajo el acueducto de Segovia, el montón de escombros estaría formado por las mismas piedras que vemos hoy airosamente levantadas. Pero solo serían piedras, no acueducto. ¿Qué añade el arquitecto romano a la piedra, para que ésta se sostenga en el arco? Es preciso afirmar que añade un orden particular, algo tan evidente como inmaterial: sin orden, esas piedras no pesan más ni menos, pero no se sostendrían sobre nues-

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tras cabezas, y tampoco estas palabras formarían este párrafo, ni los colores el cuadro. ¿Se podría decir lo mismo respecto a la diferencia entre lo vivo y lo inerte? Parece que sí. Porque todos los elementos que forman un . ser vivo pueden ser reunidos en un laboratorio guardando la misma proporción. Sin embargo, en el laboratorio, esos elementos seguirán formando una mezcla inerte. ¿Qué le falta a esa mezcla? Uno de los científicos más prestigiosos del siglo XX, el astrofísico Alfred Hoyle, se planteaba el problema en estos mismos términos: ¿Qué distingue nuestro yo animado de los objetos inanimados? Por descontado no son los átomos de los que estamos formados, pues no existe ninguna diferencia entre los átomos de carbono de un acantilado y los átomos de carbono de nuestros cuerpos; ninguna diferencia entre el hierro de nuestra sangre y el de una sartén. ¿Qué provoca, entonces, esa diferencia? Es evidente que debe tratarse de la ordenación de los átomos.

Si la diferencia entre un edificio y el montón de ladrillos que lo originó está en el orden, ese

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orden no lo introduce ninguno de los ladrillos, sino un factor diferente. Un factor que denota inteligencia, y que se nos escapa desde hace más de veinticinco siglos, convirtiendo en profética la intuición que llevó a Heráclito a asegurar que por ningún camino encontraríamos la solución al enigma de la vida, aunque los recorriéramos todos.

9.

EL PROGRAMA DE LA VIDA

La biología molecular nos dice que el cuerpo de un mamífero está compuesto por billones de células, y en cada célula encontramos millones de moléculas. Si hubiera que levantar ese rascacielos biológico ensamblando una molécula por segundo, sería necesario hacer trabajar en paralelo a billones de empresas constructoras durante muchos miles de años. Por eso se puede afirmar que un embrión, al desplegar tal actividad en el tiempo récord de semanas o meses, es un portentoso arquitecto. Una larga tradición filosófica argumenta que el trabajo, simultáneo y coordinado, de esos bi

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llones de factorías monocelulares, solo es posible si hay un «centro de control» que sincronice desde el principio todas las factorías, retenga en su memoria lo que han hecho y sepa lo que todavía queda por hacer. De lo contrario, todo el proceso vital surgiría caótico y sería abortado en su mismo m1c10. Pero se trata de un programa que no conseguimos atrapar en fórmulas ni se deja copiar: el programa de la vida. Ningún doctorado honoris causa, ningún premio Nobel sería suficiente para premiar su descubrimiento. Aristóteles lo intentó y llegó quizá hasta el fondo, pero solo para comprobar que en el fondo reinaba la oscuridad. Y tuvo que concluir, después de su buceo exhaustivo por las profundidades del problema, que de la causa de la vida solo conocemos sus efectos: por ella «vivimos, sentimos, nos movemos y entendemos los hombres». ¿De dónde viene esa causa? No de la materia, sino «de fuera», reconoció el filósofo. Eso es todo.

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En el inicio del tercer milenio pensamos lo mismo, a pesar de los intentos constantes por salir del atasco. Pasan los años y la Naturaleza sigue guardando celosamente el secreto del programa con el que insufla vida a sus criaturas. Nosotros solo hemos sido capaces de dar a dicho programa un nombre poético: alma. ¿Todo ser vivo tiene alma? Sí, porque en todos y cada uno -sean león, calamar o lechuga-, el aludido «centro de control» unifica los muchísimos millones de programas que trabajan en equipo. Desde la Grecia clásica, a ese principio activo se le ha llamado psique (anima en latín, alma en castellano). Y, como retener el pasado y poseer el futuro implica estar por encima del espacio y del tiempo, que son presentes, la inmaterialidad aparece como un rasgo esencial de lo anímico. Quizá nunca sepamos qué es exactamente el alma, pero tampoco podemos dudar de su existencia, precisamente porque existen los seres vivos. Podemos oír que alguien llama a la puerta y no saber que es Pedro quien llama. «Alma», la palabra con la que designamos la causa de la vida, es precisamente el nombre que

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ponemos a un desconocido cuya existencia no ofrece duda. Cuenta Viktor Frankl que un alumno de Medicina le preguntó en qué quedaba la realidad del alma, siendo ésta totalmente invisible. El profesor confirmó que no era posible ver un alma mediante disección o exploración microscópica, pero preguntó a su vez por qué razón iba a exigir esa prueba. «Por amor a la verdad», contestó el joven. «Solo necesité preguntarle si no sería el amor a la verdad algo anímico, y si él creía que cosas como el amor a la verdad podían hacerse visibles por vía microscópica. Aquel muchacho comprendió que lo invisible, lo anímico, no puede encontrarse mediante el microscopio, pero que es un presupuesto para trabajar con el microscopio.»

10.

FINALIDAD Y RACIONALIDAD

Cuando Gordon Taylor, un convencido evolucionista, era director de los programas científicos de la BBC, solía contar el caso de los

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trilobites: pequeños animales que poblaron los mares primitivos hace 500 millones de años, y que se extinguieron de repente dejando millones de fósiles. En 1973, al analizar sus ojos, se descubrió que habían resuelto, por su cuenta, problemas de óptica sumamente complejos. ¿Cómo recogieron la complicada información genética necesaria para construir esa estructura casi milagrosa? Todo parece obedecer - concluye Taylor- a un plan minucioso, y no al resultado de casualidades felices. El misterio del ojo de los trilobites no es un caso aislado, sino un ejemplo entre millones, y el plan minucioso sugerido por Gordon Taylor bien se puede aplicar a todo lo que parece responder a un fin: ojos para ver, alas para volar, aletas para nadar, pezuñas para galopar, pulmones para respirar ... La materia viviente no piensa, pero está profundamente pensada. El ADN -la dota de una organización finalista, teleológica, que falta por completo en la materia inerte. Ahora bien, ¿puede ser explicado el origen de una codificación química sin recurrir a la inteligencia que

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necesitamos para explicar el lenguaje oral, la escritura y las demás codificaciones humanas? La noción de finalidad es bien conocida por la Filosofía desde los tiempos de Sócrates, pues la observación de la realidad física había descubierto a Pitágoras, a Heráclito y a los filósofos presocráticos la existencia de programas y pautas de actividad. No es una noción científica -como tampoco lo son la libertad, la justicia o el amor-, pero su evidencia es apabullante y pone de manifiesto algo que puede sorprendernos: l. Que la verdad científica no es toda la verdad. 2. Que la materia viviente no piensa, pero está muy pensada.

Einstein sabía por experiencia que «todo el que se implica seriamente en la investigación científica, termina convencido de que las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior al del hombre». Si esa investigación versa sobre los seres vivos, la conclusión lleva a una mente preexistente, matriz de la realidad física y biológica.

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Se trata de una conclusión revolucionaria, pues no pone la inteligencia como producto final de un proceso evolutivo, sino como fuente y matriz de toda la realidad empírica, cuya última composición no es física sino mental: es la mente la que ha organizado un universo capaz de producir vida evolutiva.

11. ELAZAR

Durante siglos, la generación espontánea y el éter fueron para la ciencia «realidades» indiscutibles. Hoy sucede algo parecido con el azar, aunque las palabras que más le convienen quizá sean aquellas de Macbeth: un cuento que nada significa. Con frecuencia se apela al azar a la hora de explicar la organización de la vida. Sin embargo, al no ser una realidad empírica ni mensurable, tampoco puede ser objeto de ciencia. Por otra parte, si pretendemos situarlo al margen del principio de causalidad, habría que concluir que ni siquiera existe, puesto que todo efecto tiene una causa.

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El azar, además, va contra la evidencia del orden y la regularidad que observamos en la naturaleza. Neruda lo expresa de forma incomparable en dos versos: ¿Cómo saben las raíces que han subir a la luz? ¿Y cómo saben las estaciones que deben cambiar de camisa?

Muchos darwinistas tienden a suponer que la evolución no pasa de ser una extraordinaria cadena de montaje, tan extraordinaria que se ha montado a sí misma. Sin embargo, el propio Darwin nunca acabó de admitir la idea de que una estructura tan compleja como el ojo hubiera evolucionado por la acumulación casual de mutaciones favorables. Más explícito, Pierre Grassé, reconocido zoólogo evolucionista, afirma que «la finalidad inmanente o esencial de los seres vivos se clasifica entre sus propiedades originales. Y no se discute, se constata». Es preciso entender que estamos ante una realidad tan evidente como suprabiológica: la de unos seres materiales con cualidades que no son propias de la materia, pues se presentan

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programados para alimentarse y crecer, para reproducirse y comunicarse, para nadar, correr y volar, para conocer y sentir ... «No es temerario creer que el ojo ha sido pensado para ver», decía Claude Bernard, padre de la fisiología médica. Esta evidencia de la finalidad -que en último término remite a un programa inteligente, a un diseño- es tan fuerte que consigue abrir grietas en el más compacto de los materialismos. Así, 'Oparin, el científico soviético que. aventuró la hipótesis de los coacervados, reconoce que «si no admitimos un plan preexistente o un tipo de causalidad exterior al sistema, el origen de la vida se topa con enormes dificultades».

12. LA PARÁBOLA DE FLEW El filósofo Antony Flew (1923-2010), célebre por la solidez de su argumentación atea, cambió de interpretación tras estudiar durante décadas la física del Big Bang y

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la bioquímica del ADN. En el último libro que escribió, There is a God, propone esta parábola: Imaginemos que un teléfono móvil es depositado por las olas en la playa de una isla remota, habitada por una tribu que nunca ha tenido contacto con la civilización. Los nativos juegan con los números del teclado y, ante su sorpresa, escuchan diversas voces cuando marcan ciertas secuencias. Dan por supuesto que el aparato produce esas voces. Con el tiempo, algunos de los más listos, los científicos de la tribu, logran ensamblar una réplica exacta del móvil y vuelven a marcar los números. Al oír de nuevo las voces, la conclusión les parece obvia: esa peculiar combinación de cristales, metales y materiales plásticos produce algo que se parece de forma sorprendente a las voces humanas. Entonces el sabio de la tribu convoca a los científicos y les dice que, tras reflexionar mucho sobre el asunto, ha llegado a otra conclusión: las voces que salen del teléfono pueden proceder de gente como ellos mismos, gente que está viva y habla en otras lenguas. Así que, en lugar de suponer que las voces son propiedades del aparato, deberían investigar la posibilidad de que,

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a través de alguna misteriosa forma de comunicación, hubiesen entrado en contacto con otros seres humanos. Quizá su investigación les lleve a una mejor comprensión del mundo más allá de su isla ... Pero los científicos -que han desarmado y estudiado minuciosamente el teléfonose limitan a reírse del sabio y le dicen: «Mira, si golpeamos el artilugio y lo estropeamos, las voces dejan de salir. Está claro que no son más que sonidos producidos por su rara combinación de litio, códigos de circuitos impresos y diodos parpadeantes». Esta parábola ilustra la ingenuidad con la que permitimos que teorías preconcebidas conformen nuestros datos, en lugar de dejar que los datos conformen nuestras teorías. Bastaría con pensar cómo el geocentrismo griego, con sus órbitas circulares y sus esferas concéntricas, fue el modelo cosmológico equivocado y vigente durante muchos siglos, hasta Coopérnico y

Kepler. Flew comenta que ese tipo de prejuicio es un mal endémico del materialismo dogmático, aficionado a declarar que no debemos preguntar por qué existe el mundo: está ahí, y eso es

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todo. O que la vida surgió espontáneamente de la materia, por un feliz azar. O que las leyes de la Física surgen del vacío, y no hay más que hablar. «Parecen a primera vista argumentos racionales, con una autoridad que irradia de cierto tono solemne. Pero ese tono no es ninguna prueba de que sean racionales, y ni siquiera de que sean argumentos.»

II

LA DIVERSIDAD DE ESPECIES

La vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas cuantas formas o en una sola, y mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas. CHARLES DARWIN

El origen de las especies

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13. LAS ESPECIES ACTUALES

La biología entiende por especie todo conjunto de seres vivos capaces de entrecruzarse y producir descendencia fértil. Con excepciones, los miembros de una especie no pueden cruzarse con los miembros de otras especies. Especies catalogadas

Estimadas

Vertebrados

Mamíferos Aves Reptiles Anfibios Peces

5.000 10.000 8.000 6.000 30.000

Invertebrados

Moluscos Crustáceos Insectos

100.000 4.000 950.000

Plantas

300.000

Hongos

100.000

Bacterias

10.000

Hongos

100.000

10-30 millones

5-1 O millones 1,5 millones

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Aunque las diferencias morfológicas y conductuales son numerosas y notorias, es el criterio reproductivo el que mejor nos permite apreciar la diversificación impresionante de los seres vivos. Las especies vivas descritas por los biólogos no llegan a 2 millones, pero se estima que puede haber entre 5 y 50 millones. En los grupos bien conocidos, como mamíferos, aves y plantas superiores, donde los organismos son grandes, visibles, con interés público y taxonómico, el número de especies catalogadas es bastante aproximado.

14.

LA EXPLICACIÓN EVOLUTIVA

Un río, según la resistencia que encuentre en su camino, según la orografía y la composición geológica que salgan a su paso, volará en forma de catarata, excavará cañones y gargantas, se deslizará como una serpiente silenciosa, cantará en los bosques, se dormirá en los remansos y morirá en el mar. De forma semejante, el río de la vida también ha sabido adaptarse a los diferentes escena-

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rios naturales que ha encontrado en su camino. Así, los descendientes de la primera bacteria, en lentos pasos que han durado millones de años, aprendieron a respirar en el agua y en el aire, y después a volar y a cantar, a construir altos nidos, a excavar madrigueras bajo tierra, a nadar, correr y trepar ... , hasta llegar a ser capaces de besar y reír, de hablar y soñar, de odiar y perdonar, de escribir y leer libros ... Así contada, la evolu~ión de las formas de vida puede parecer un proceso sencillo y hermoso. En realidad se trata de un complejísimo fenómeno, del que ignoramos y suponemos mucho más que sabemos. Gracias al común metabolismo del ADN podemos afirmar que todos los organismos vivos descendemos de un ancestro común. A partir de él se desencadena el proceso de descendencia y transformación que llamamos evolución. Pero hemos de reconocer que evolución es la etiqueta que ponemos a una historia sumamente oscura, cuyo primer capítulo es precisamente la misteriosa aparición de la vida. La palabra evolución fue usada por primera vez en el siglo XVIII por el biólogo suizo

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Charles Bonnet, en su obra Consideration sur les corps organisés. Pero el concepto ya había sido formulado por filósofos griegos y romanos, y la hipótesis de que las especies se transforman continuamente fue postulada por científicos del XVIII· y XIX, como reconoce Darwin en el primer capítulo de El origen de las especies. Sin embargo, fue el propio Darwin, en el citado libro, quien agrupó un conjunto de observaciones que hicieron de la evolución biológica una teoría científica. Formas de vida

Millones de años

1

Células procariotas

3.500

Células eucariotas

1.400-2.000

Primeros pluricelulares

670

Animales con concha

540

Peces simples

490

Anfibios

350

Reptiles

310

Mamíferos

200

Primates

60

Simios

25

Australopiteco

5

Horno sapiens

0,15 (150.000 años)

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15. TEXTOS DE DARWIN La Biología se hizo ciencia cuando fue capaz de explicar, con una teoría unitaria, la pluralidad aparentemente inconexa de los organismos vivientes. Desde Darwin (1809-1882), la teoría evolucionista representa el más persistente intento de explicación de dicha diversidad. Lo mismo que Newton revolucionó la Física con sus Principia, Darwin revolucionó el estudio de los seres vivos con El origen de las especies. Los párrafos siguientes -salvo el n. 0 3- pertenecen a la citada obra. Los números 6 y 7 figuran en el prólogo a la edición alemana. 1. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas cuantas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas.

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2. He hablado como si las variaciones fuesen debidas a la casualidad. Es sin duda una expresión totalmente incorrecta, pero se utiliza para confesar francamente nuestra ignorancia de la causa de cada variación particular. 3. Creo en la selección natural no porque pueda probar, en ningún caso particular, la conversión de una especie en otra, sino porque me permite explicar (al menos, eso creo) muchos hechos de· clasificación, embriología, morfología, descendencia ... (Carta inédita) 4. Veo el registro fósil como una historia enciclopédica de nuestro planeta, pero mal redactada y en un dialecto cambiante. Además, solo poseemos un único volumen, que abarca apenas dos o tres países. De ese volumen únicamente se han conservado breves y dispersos capítulos, y en cada página solo se pueden leer algunas líneas salteadas. 5. Parece completamente absurdo suponer que el ojo, con todas sus ilimitadas disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, se haya podido formar por selección

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natural. Sin embargo, no hay ninguna imposibilidad lógica de admitir, por selección natural, cualquier grado de perfección concebible. 6. Por lo que respecta a mis sentimientos religiosos, considero que se trata de un asunto que no concierne a nadie más que a mí. Solo diré que la Evolución me parece compatible con la existencia de Dios. 7. Por sentirme impelido a buscar una Primera Causa que tenga una mente inteligente, en cierto modo análoga a la del hombre, merezco ser llamado teísta.

16. EL DARWINISMO Si la evolución designa el hecho evidente de la progresiva diversificación de las especies, el evolucionismo quiere ser su interpretación. Entre todas las interpretaciones, la darwinista es -con mucho- la más aceptada, hasta el punto de que evolucionismo y darwinismo suelen confundirse en el lenguaje corriente. En la introducción a El origen de las especies, libro canónico sobre la evolución, Darwin reconoce

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que estuvo equivocado durante años, cuando pensaba que cada especie había sido creada por separado: Después del estudio más detenido y del juicio más desapasionado de que soy capaz, no puedo abrigar la menor duda de que la opinión que la mayor parte de los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mismo mantuve anteriormente, sobre que cada especie ha sido creada independientemente, es errónea.

A continuación, Darwin declara su convencimiento de que las especies descienden unas de otras, y dedica todo el libro a argumentar esa hipótesis. Al final del libro retorna esta idea: Autores eminentísimos parecen estar completamente satisfechos con la teoría de que cada especie ha sido creada de forma independiente. A mi juicio, se aviene mejor con lo que conocemos de las leyes impresas en la materia por el Creador, el que la producción y la extinción de los habitantes pasados y presentes del mundo sean debidas a causas secundarias, como las que determinan el nacimiento y la muerte de los individuos.

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Darwin intuyó la descendencia de todas las especies a partir de una primera forma de vida, como ramas de un tronco común. Un siglo más tarde, la biología molecular pudo reconstruir el Árbol Universal de la Vida, con sus tres grandes grupos de organismos (bacterias, arqueas y eucariotas), a partir de un primer antepasado común, LUCA. La intuición de Darwin se apoyaba en tres tipos de pruebas: • semejanzas anatómicas. • semejanzas embrionarias. • y semejanzas fósiles.

17.

SEMEJANZAS ANATÓMICAS Y EMBRIONARIAS

La anatomía comparada aporta el argumento evolutivo más «visible», pues se apoya en las semejanzas morfológicas de las especies. Uno de sus mejores ejemplos lo constituyen los tetrápodos, animales de cuatro extremidades -anfibios, reptiles, pajaros y mamíferos- que evolucionaron a partir de un grupo particular de peces de aletas lobuladas.

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En los tetrápodos observamos que los esqueletos de las tortugas, los caballos, los humanos, los pájaros, las ballenas y los murciélagos son sorprendentemente similares, a pesar de la diversidad de sus ambientes y modos de vida. En los casos mencionados, dos miembros delanteros, armados sobre los mismos huesos, rematados por una extremidad con cinco dedos, sirven a una tortuga y a una ballena para nadar, a un caballo para correr, a un pájaro para volar, a una persona para escribir. Por lo que parece, dichas especies heredaron sus estructuras óseas de un ancestro común, antes de que sufrieran diversas adaptaciones. Whale

Frog

Horse

Lion

Human

Bat

Bird

Homología: todos los tetrápodos tienen una extremidad con cinco dedos, aunque desempeñen diferentes funciones.

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La embriología aporta otra prueba clásica. Todos los vertebrados se desarrollan a partir de formas embrionarias que son notablemente similares en las primeras fases de la gestación. En El origen de las especies, Darwin define esta homología como «la relación entre las partes, resultante del desarrollo de las partes embrionarias correspondientes». A modo de ejemplo, los embriones de los seres humanos y de otros vertebrados no acuáticos muestran, en la piel de la garganta, pliegues en forma de hendiduras, de agallas que nunca van a utilizar. Las tienen porque comparten una antecesor común: el pez, en cuya cabeza evolucionaron por primera vez las estructuras respiratorias. Esta argumentación se tambaleó cuando se logró marcar con colorante las células de los embriones. Entonces, al presenciar su desarrollo, se observó que un órgano concreto -el riñón, por ejemplo- no se forma en todas las especies a partir de las mismas células embrionarias. Esto se complica en el caso de los insectos y de las plantas, cuyos órganos homólogos se han formado de muchas maneras diferentes.

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18. EL REGISTRO FÓSIL

Poseemos fósiles de 250.000 especies, pero en dicho catálogo rara vez se reflejan las innumerables formas de transición que Darwin supuso. Más bien parece que la evolución avanza a grandes saltos, como han puesto de manifiesto Niles Eldredge y Stephen Jay Gould. Desde el punto de vista paleontológico, el _estado habitual de las especies es la estasis y la súbita aparición y desaparición, no el cambio gradual. Hay, por tanto, más revolución que evolución. Uno de los ejemplos más elocuentes es el paso de la era secundaria a la terciaria, con la sustitución de los reptiles por los mamíferos. No estamos ante un proceso, sino ante un acontecimiento asombroso y repentino. Parece como si un telón hubiese caído sobre un escenario de reptiles, en especial dinosaurios, y al levantarse se viera la misma escenografía con un reparto completamente distinto. Darwin pensaba que no encontraba formas intermedias porque el registro fósil era muy incompleto. Pero hoy conocemos archivos completos, que documentan millones de años de

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forma ininterrumpida. Uno de ellos es el de los moluscos del lago Turkana, en África oriental, donde Williamson, en 1987, identificó la aparición repentina de nuevas especies (especiación). Otro extraordinario ejemplo lo encontramos en el período Cámbrico, hace 600 Ma. En muy poco tiempo, en un medio marino muy estable y a partir de antecesores sencillos, surgen todos los grandes tipos de animales que existen en la actualidad: anélidos, artrópodos, moluscos y vertebrados. De las 40 grandes familias -filum~ donde se agrupan todos los animales, el registro fósil del Cámbrico incluye más de treinta. Pero sus mecanismos genéticos aparecieron al mismo tiempo, sin que la selección natural tuviera la más mínima posibilidad de actuar. Esta explosión biológica pone de manifiesto una grave contradicción: mientras en las aulas se enseña la evolución como una suma de cambios graduales, en la naturaleza encontramos justamente lo contrario. En ese predominio de las convicciones sobre las observaciones, el darwinismo engloba a los seres vivos en unos pocos patrones con gran variabilidad adaptativa, pero la realidad nos muestra exactamente lo

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contrario: innumerables patrones de organización animal en un corto período de tiempo.

19.

VARIACIÓN CON SELECCIÓN

¿Qué mecanismo biológico pone en marcha la evolución? Hoy sabemos que los cambios biológicos fundamentales están originados por mutaciones genéticas. Pero Darwin murió mucho antes de que conociéramos la existencia del genoma, y resumió su postura en dos resortes: variación con selección. La secuencia completa del proceso evolutivo abarcaría cuatro pasos: 1. Variación por adaptación al medio (entamaño, color, fuerza, morfología ... ). 2. Transmisión, por herencia, de los caracteres adquiridos por adaptación. 3. Selección natural de los cambios más favorables. 4. Gradualismo: sumados muchos pequeños cambios surge una nueva especie.

Darwin aportó pruebas de embriología, anatomía comparada y paleontología. Pero siempre -por honestidad intelectual- dejó claro que

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sus pruebas no eran concluyentes. En los pinzones de las islas Galápagos observó, por ejemplo, que la selección natural se limitaba a producir pequeños cambios de tamaño, forma o color, no de especie. Hoy también sabemos que los caracteres adquiridos no se incorporan al patrimonio genético y, por tanto, no se transmiten de padres a hijos. Por lo que respecta al gradualismo, Darwin estaba convencido de que «el número de eslabo- · nes intermedios entre las especies actuales y las extinguidas tuvo que haber sido inconcebiblemente grande». Sin embargo, encontramos algo muy diferente. La investigadora Lynn Margulis reconoce que «nunca hemos visto un cambio de especie; nunca hemos podido provocarlo en el laboratorio; apenas se conocen formas intermedias entre dos especies; y el registro fósil presenta con frecuencia lo contrario: la aparición y desaparición súbita de especies bien definidas». La ausencia de formas de transición ya desconcertó a Darwin: Si las especies han descendido unas de otras mediante una fina gradación de pasos imper-

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ceptibles, ¿por qué no vemos por todas partes un sinfín de formas de transición? ¿Por qué no se encuentra toda la Naturaleza en amontonada confusión, en lugar de presentar especies bien definidas?

20. CR1TICAS DE NIETZSCHE Y POPPER Lamarck y Darwin pensaron que la adaptación al medio provocaba pequeñas variaciones morfológicas en los seres vivos, y que la suma de muchas variaciones producía un cambio de especie. El descubrimiento de los genes anuló ese modelo explicativo, pues nos enseñó que la morfología es resultado de las instrucciones genéticas contenidas en el ADN. Sin conocer los genes, Nietzsche intuyó que los cambios adaptativos son incapaces de provocar un cambio de especie, y expresó su objeción con estas palabras: «Darwin sobreestima de modo absurdo la influencia del medio ambiente, porque el factor esencial del proceso vital es precisamente el tremendo poder de crear y construir formas desde dentro».

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La intuición de Nietzsche ha sido plenamente confirmada por la genética y la biología molecular. Pero el evolucionismo fue formulado en el siglo XIX, cuando no se había inventado el microscopio electrónico y la célula se definía como un pequeño grumo de materia orgánica con membrana y núcleo. De hecho, jamás hemos observado un salto de especie, ni tampoco hemos podido predecirlo. y la ciencia necesita que las demostraciones confirmen las suposiciones. Por otra parte, la selección natural parece un proceso evidente e irrefutable porque establece que sobreviven los individuos más aptos para sobrevivir. Pero semejante afirmación, como ha observado Karl Popper, se parece demasiado a una tautología (a=a), y con tautologías no se hace ciencia. Por otra parte, la selección natural no introduce novedades, pues opera sobre lo que previamente ha sufrido una mutación. Es, por tanto, un agente pasivo y externo, como una

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red que atrapa unos peces y deja iibres a otros, pero no los engendra. Aceptamos que el acueducto de Segovia ha pasado la prueba de la selección natural, pero no ha sido levantado por la selección natural.

21. LA COMPLEJIDAD IRREDUCTIBLE Una duna puede perder arena y seguir siendo duna. Una montaña excavada por una mina o mordida por una cantera sigue siendo montaña. En cambio, en muchas operaciones de un ser vivo -regidas por la sincronización, no por la acumulación- no se puede prescindir de un solo elemento ni de un solo paso: se rigen por el «todo o nada», y un solo fallo anula todo el proceso. Por eso se denominan sistemas de complejidad irreductible, imposibles de explicar por el azar y la selección natural.

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El cepo más sencillo para cazar ratones es un sistema de complejidad irreductible. Consta de una mínima plataforma de madera sobre la que se fija una pinza de metal con un fuerte resorte, además de un alambre para el cebo y un freno. Si ese sencillo artilugio tuviera que ser formado por evolución, el azar debería producir las cinco piezas al mismo tiempo, además del cebo. No podría producirlas de una en una porque la selección natural eliminaría las piezas inservibles, las que fueran surgiendo antes de estar el mecanismo al completo. Tampoco podría amontonarlas sobre la plataforma, sino armarlas de la única manera posible. Ninguna de las piezas caza ratones, sino todas juntas en el orden preciso que constituye un cepo. Los seres vivos presentan innumerables ejemplos de complejidad irreductible. Un niño pedalea en su bici, derrapa y se cae. Al rasparse, sangra un poco por una rodilla y una mano, pero se limpia las heridas y la cosa no tiene mayor importancia, porque la sangre de las heridas se coagula. De lo contrario, el niño se desangraría. Y ¿qué pasaría si la orden de coagulación se extendiera a toda la sangre del herido? Pues que

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el pequeño ciclista quedaría coagulado de pies a cabeza. ¿ Y si el coágulo fuera pequeño e interno? Entonces produciría una hemiplejia o un infarto. Por fortuna, el niño no se desangra ni se coagula, y tampoco sufre un infarto, precisamente porque solo se coagula la sangre expuesta al aire. ¿Es posible que este sistema haya evolucionado según el esquema darwinista? No, porque la simple ausencia del factor antihemofílico, o la sola presencia de la trombina, sin su correspondiente inhibidor, serían mortales. O concurren al mismo tiempo las doce proteínas implicadas, o el sistema falla. Que se coagule la sangre de una herida es algo normal y corriente, pero que la evolución haya producido simultáneamente esa docena de proteínas, es sencillamente increíble. Todo lo que nos dice Russell Doolittle, autoridad mundial en coagulación, es que el factor tisural aparece, que el fibrinógeno nace, que la antiplasmia surge, que el ATP se manifiesta, y así sucesivamente. Los sistemas irreductibles adoptan la misma estrategia de comunicación que evitaba invasiones y ataques por sorpresa. Consistía en una

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cadena de centinelas conectados por la vista. El primero que advertía el peligro encendía fuego en su torreón para que el humo alertara al más próximo, que a su vez alertaba al siguiente con una hoguera, hasta poner en guardia a las milicias. Era vital que la cadena no se cortara, porque en caso de fallar un mensajero el mensaje quedaba interrumpido.

Con un ejemplo entre miles, lo que nos ocurre al comer es algo similar. Si desayunamos tostadas con mermelada, aumenta nuestra glucosa en sangre. Para contrarrestar ese aumento, las células abren «puertas» -proteínas GLUT 4por donde entra la glucosa, y así se evita la hi-

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perglucemia en sangre. ¿Cómo saben las células cuándo deben habilitar las puertas? Lo saben cuando el primer centinela -la insulina- detecta el problema. En ese momento se une a su receptor y desencadena la activación de IRS 1, que alerta a PIP3, que a su vez avisa a PDKl, que por su parte advierte a AKT, al que sigue una larga lista de mensajeros celulares que transducen el mensaje al núcleo, donde comienza la síntesis de las puertas GLUT 4. Causa asombro la perfecta y rapidísima sincronización de los mensajeros, pues en milisegundos comienzan las células a absorber glucosa, alimento que necesitan para su actividad cotidiana.

22. EL ARGUMENTO GENÉTICO Si los argumentos anteriores no son definitivos, pensarnos que sí lo son los aportados por la biología molecular y la genética. El hecho de que las transformaciones químicas de las células sigan los mismos mecanismos metabólicos nos habla de un origen común: una protocélula con el código genético que ha llegado hasta nuestros

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días, integrado por las cuatro bases nitrogenadas que se combinan en la molécula de ADN. A nadie se le ocurriría pensar que un idioma haya podido ser inventado varias veces, en tiempos y lugares diferentes. Algo tan sumamente complejo e impredecible solo ha podido tener un origen, no múltiples. Aplicada al origen de la vida, esta lógica nos dice que el metabolismo -idioma o lenguaje bioquímico de la vida-, común a todos los seres vivos, solo ha podido tener un origen, no varios. Lo corrobora el hecho de que las especies más jóvenes reconocen el código genético de las más antiguas, y utilizan el mismo alfabeto. La comparación de una misma proteína en especies diversas tiene un enorme interés evolutivo. El citocromo c de humanos y chimpancés está formado por 104 aminoácidos, exactamente los mismos y en el mismo orden. El citocromo del mono Rhesus solo difiere del de los humanos en un aminoácido; el del caballo en 12 aminoácidos; y el del atún en 21. El grado de similitud refleja la proximidad del ancestro común, y nos permite reconstruir la filogenia de estos organismos. El estudio de

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esta proteína en humanos y otras 19 especies permite conocer la filogenia hasta un antepasado común que vivió hace más de 1.000 Ma. Un estudio comparativo de los genomas muestra concordancias sorprendentes entre las especies. El ejemplo que mejor conocemos es el nuestro: la posibilidad de encontrar secuencias similares a una secuencia del genoma humano es del 100% respecto a los chimpancés, del 99% respecto a los perros y ratones, del 75% respecto al pollo, del 60% respecto a la mosca de la fruta. La síntesis entre genética y selección natural, entre Darwin y Mendel, tuvo lugar a partir de 1930, y se llamó neodarwinismo. El nuevo modelo aseguraba que las variaciones morfológicas que constituyen la evolución, son producidas por mutaciones que los genes sufren al azar. Era un intento de salvar algo de la herencia de Darwin, pero el protagonismo de la selección natural y del azar solo consiguió mantener una losa sobre la investigación científica e impedir la búsqueda de una teoría susceptible de verificación.

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Historia evolutiva de veinte especies. El antepasado común de todas ellas vivió hace más de mil millones de años.

Stephen Gould ha estigmatizado a los darwinistas que impropiamente atribuyen a la selección natural los poderes propios de la Providencia divina. El darwinismo, modelo explicativo del siglo XIX, no puede explicar los abrumadores datos biológicos del siglo XXI. Por eso, tras la secuenciación del genoma humano,

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la revista Nature reconocía que es un shock darse cuenta de lo poco que aporta la visión darwinista de la vida, y que necesitamos una nueva Biología. La biología molecular del siglo XXI propone un tercer modelo explicativo, que supera y sintetiza los anteriores: un gen no muta cuando cambia el medio ambiente, pero modifica su respuesta. Hay, por tanto, interacción entre las condiciones ambientales y los genes, o más propiamente adaptación de los genes a las nuevas circunstancias. Esto significa que los genes son polivalentes y, en gran medida, impredecibles.

23.

EVOLUCIÓN Y CREACIÓN

Aunque Darwin habla de «leyes impresas por el Creador en la materia», el darwinismo oficial convertirá su teoría en la gran alternativa materialista a la creación divina, simbolizada

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en el relato del Génesis. Pero la contraposición entre creación y evolución no es real, es ficticia. Si nos preguntan por qué se vuelve loco don Quijote, responderemos lo que todo el mundo sabe: por leer demasiados libros de caballerías. Pero, qué responderíamos si nos preguntan: ¿Don Quijote se vuelve loco por leer libros de caballerías o porque quiere Cervantes? Está claro que el universo se explica gracias a la gravitación, el electromagnetismo y las dos fuerzas nucleares. Pero, en última instancia, ¿se explica solamente por esas leyes fundamenta-· les? Estamos hablando de un conjunto de seres contingentes que no se han dado la existencia a sí mismos, que necesariamente han tenido un origen radical, ex novo. Y justamente eso es crear: no transformar algo que existe previamente, sino producir por completo ese algo, hacerlo surgir ex nihilo. A diferencia de la creación, la evolución se ocupa de lo que viene después: del cambio de ciertos seres que previamente existen. De esta forma se ve claro que creación y evolución no pueden entrar en conflicto, porque se mueven en dos planos y en dos cronologías diferentes.

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Es equivocado, por tanto, plantear la cuestión como una alternativa excluyente: «evolución o creación». Lo correcto, más bien, es la unión sucesiva de «creación y evolución». Una certera comparación de Ernst Jünger adara este punto: «La teoría de Darwin no plantea ningún problema teológico. La evolución transcurre en el tiempo; la creación, por el contrario, es su presupuesto. Si se crea un mundo, con él se proporciona también la evolución: se extiende la alfombra y ésta echa a rodar con sus dibujos».

III

EL SER HUMANO

Si no fuera por la iluminación de la inteligencia humana, el universo sería un montón de basura. EINSTEIN

Podemos conocer la química cerebral que explica el movimiento de un dedo, pero eso jamás explicará por qué ese movimiento se usa para tocar el piano o apretar un gatillo.

MARcus ]ACOBSON

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24.

LA EXACTITUD CIENTÍFICA

En el Museo de Historia Natural de Washington se expone un cuerpo humano de 77 kilogramos de peso. A sus pies, en recipientes transparentes, podemos ver por separado los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes:

* 40 kilos de agua * 17 de grasa *

4 de fosfato de calcio

* 1 de albúmina * 5 de gelatina

Otros frascos de menor capacidad contienen: carbonato cálcico, almidón, azúcar, cloruro de calcio, cloruro de sodio, etc. Ante esa representación surge en el visitante una pregunta necesaria e inquietante: ¿está todo lo humano contenido en esos recipientes? Sin duda, la capacidad de cuantificar explica el éxito de la ciencia, pero es también su principal limitación porque, los aspectos cuan-

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tificables de la realidad no son toda la realidad. Tú pesas 70 kg, pero tú no eres 70 kg. Y mides 180 cm, pero no eres 180 cm. Las dos medidas son exactas, pero tú eres mucho más que una suma exacta de centímetros y kilos. Tus dimensiones más genuinas, por ser extracientíficas, no son cuantificables: no se pueden determinar numéricamente tus responsabilidades, tu libertad, tu capacidad de amar, tu antipatía hacia tal persona otus ganas de ser feliz. No se pueden cuantificar, pero nada hay más real en ti.

25.

NUESTROS ORÍGENES

La debatida cuestión del origen del hombre engloba tres enfoques muy diferentes: el cronológico, el morfológico y el individual (el cuándo, el cómo y el quién). Respecto al origen cronológico, bastaría con señalar que hay seres humanos cuando encontramos: • Industria lítica (bifaces, raederas, puntas de flecha ... ) . • Enterramientos rituales.

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• Utensilios domésticos (cuencos, vasijas). • Objetos de adorno (pulseras, brazaletes, anillos, diademas). • Pinturas rupestres. Estas características las encontramos por primera vez en el Homo sapiens sapiens, que desde el África tropical se extendió por todo el mundo hace 100.000 años, según podemos apreciar en el mapa. Sin embargo, es muy posible que el Homo sea inteligente cuando solo produce cantos tallados, La primera industria lítica que conocemos fue encontrada en la Garganta de Olduvai (llanura de Serengueti, Tanzania). El Olduvayense agrupa una decena de yacimientos africanos, y ha podido ser asociado al Homo habilis, con una antigüedad de 2,6 Ma.

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En lo que atañe a la composición morfológica del ser humano, las cosas se complican mucho más. Por «morfología» entendemos lo que da forma esencial, lo que conforma íntimamente. Pero el hombre es un animal de conformación realmente misteriosa. Los griegos ya observaron que «en el mundo hay muchas cosas misteriosas, pero ninguna tan misteriosa como el hombre». Siglos más tarde, Pascal dirá que «apenas sabemos lo que es un cuerpo; mucho menos lo que es un espíritu; y no tenemos idea de cómo un cuerpo puede estar unido a un espíritu, aunque eso somos cada uno de nosotros». Sobre el comienzo de cada vida humana individual, la ciencia no duda. jeróme Lejeune, padre de la genética clínica, catedrático en La Sorbona, explicaba a sus alumnos que «la primera célula que se divide activamente y va a alojarse en la pared uterina, es un ser humano distinto de su madre», con una individualidad genética perfectamente establecida. Seis o siete

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días más tarde, ese pequeño embrión, minúsculo como una cabeza de alfiler, ya dirige su propio destino y da órdenes a su madre: por un mensaje químico, estimula el funcionamiento del cuerpo amarillo del ovario y suspende el ciclo menstrual. Al cabo de un mes, será como un grano de arroz, pero su corazón ya late desde hace una semana, y sus brazos, sus piernas, su cerebro y su cabeza están esbozados. Para cerrar este epígrafe, puede ser oportuno recordar que_ un nivel básico en el conocimiento del hombre es el físico, pues somos seres corporales. Si subimos un escalón, nos encontramos con la interpretación biológica, pues somos seres vivos. Otros escalones nos llevarían a la psicología, la ética, la teología. . . Sin embargo, en cualquier nivel, o con la perspectiva integrada de todos ellos, la ignorancia de Pascal sigue siendo nuestra ignorancia.

26.

UN ANIMAL QUE ES PERSONA

El ser humano es persona, condición que no presenta ningún otro animal. La palabra perso-

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na es latina (del griego prásitpon). Designaba la máscara que usaban los actores en el teatro, para dar resonancia a la voz e identificar al personaje que representaba. Ambos sentidos engloba el término persona, tal y como lo emplea por primera vez Cicerón: el que representa un papel, y también la interioridad que actúa en nosotros tras la fachada corporal. La definición más clásica se debe a Boecio, un autor cristiano del siglo VI: «Persona es la sustancia individual de naturaleza racional». Es la inteligencia, por tanto, la que otorga al ser humano su exclusiva condición de persona. La definición de Boecio sirvió para resaltar la diferencia natural entre el ser humano y los animales. Muchos siglos más tarde, Einstein dirá que, si no fuera por la iluminación de la inteligencia humana, el universo sería un montón de basura. Pascal, en uno de sus pensamientos más célebres, lo explicará de forma insuperable: El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para destruirlo: un gas, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero, aunque el universo

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le aplastase, el hombre sería superior, pues sabe que muere y conoce su debilidad. El universo, en cambio, no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento.

Kant pondrá el acento en la dimensión moral de la persona. La inteligencia y la libertad -dice- otorgan al hombre una autonomía y autoposesión que resultan incompatibles con cualquier instrumentalización, La persona se nos presenta .corno valiosa en sí misma, sin que su valor le venga de resultar útil para algo. El ser humano «fin en sí mismo, no puede ser usado meramente como medio. Por tanto, limita todo capricho utilitario y es objeto de respeto». Antes y después de Kant, la filosofía cristiana valora las dimensiones racional y moral que orientan a la persona hacia la trascendencia, que la hacen capax Dei, capaz de conocer y amar a Dios. Es Dios precisamente el autor de la condición personal del ser humano, al dotarle -desde la concepción- de un alma racional que sobrevivirá a la muerte. En la antropología cristiana, cada ser humano ha sido creado y querido por , . s1 mismo.

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27.

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LA INTERIORIDAD HUMANA

La ciencia nos dice que en el mundo solo existen partículas físicas carentes de conciencia y de intención. Pero los hombres formamos parte de ese mundo y, a la vez, somos seres conscientes y libres. El problema nos afecta muy personalmente al intentar entender cómo se compenetra la exterioridad corporal con la interioridad psicológica, pues ciertos rasgos esenciales de nuestra constitución subjetiva parecen imposibles de encajar dentro de nuestro cuerpo físico. • El más importante de esos rasgos es la autoconciencia: la capacidad que el hombre tiene de conocerse a sí mismo. Yo, en el momento de escribir esto, y tú, lector, en el momento de leerlo, somos conscientes de lo que hacemos. Pero nadie sabe cómo puede ocurrir tal cosa, cómo un sistema físico puede ser consciente. • El sujeto de todo conocimiento somos nosotros mismos, que decimos yo pienso,

yo estimo, yo quiero ... El propio yo es la verdad más obvia e indudable, y la más

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letal para cualquier interpretación materialista del ser humano. El yo es lo que somos, no lo que tenemos. No es un estado mental que pueda ser observado ni explicado, y menos en términos físicos o químicos: la ciencia no descubre el yo; es el yo el que descubre la ciencia. • Más allá de la conciencia psicológica se haya el pensamiento, con su milagroso poder de universalizar. Poseemos conceptos =mesa, perro, reloj- que no necesitan estar sostenidos por seres físicos. Incluso elaboramos conceptos que no responden a realidades físicas: justicia, maldad, democracia... Esta capacidad de pensar mediante conceptos es, por su propia naturaleza, algo que trasciende a la materia. Quien discrepe de esta afirmación debería, por coherencia, dejar de hablar y pensar, pues cada vez que usa el lenguaje está confirmando la universalidad de los significados. • Otro rasgo problemático es la subjetividad de los estados mentales. Se manifiesta en hechos tan daros como que yo puedo

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sentir mis dolores y tú no puedes, yo puedo pensar sin que nadie sepa que pienso, y mucho menos qué pienso. Lady Macbeth dice a su marido que permanezca impasible y no tenga miedo a que se descubra su asesinato, pues «no hay un arte capaz de leer en la interioridad de la mente a través de la cara». Si la ciencia exige que la realidad ha de ser igualmente accesible a todos los espectadores cualificados, la subjetividad individual se presenta como un campo vedado al conocimiento científico. • Señalo, por último, el problema de la causalidad mental. Todos experimentamos que nuestro pensamiento incide sobre la realidad física y la modifica: cuando decido estirar el brazo y acercar la silla, brazo y silla responden a mi deseo. Pero, si nuestros pensamientos son verdaderamente mentales, ¿cómo pueden afectar a algo físico? Suponemos que nuestro pensamiento puede mandar sobre nuestro cerebro, pero somos incapaces de entender cómo.

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Aunque podríamos prolongar el inventario de lo inexplicable, lo dicho es suficiente para mostrar que la especie humana da lugar a la radiografía más rica y difícil de interpretar, porque el hombre esconde detrás de su fachada corporal una interioridad no deducible de su exterioridad biológica. Julián Marías observa que la interioridad humana es superlativa, hasta el punto de que no se puede conocer perfectamente a nadie, ni siquiera a uno mismo. Por eso nos vemos incapaces de comunicar todo lo que somos, y ese último secreto permanece incluso en la amistad y en el amor.

28.

UNA CONDUCTA EXCLUSIVA

La conducta es una cualidad propia de los seres vivos, una operación vital por la que se desenvuelven activamente en su medio. No es una respuesta pasiva del organismo al medio,

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es una respuesta activa, con un propósito vital, con una propuesta. Desarrollar una conducta es conducirse, llevarse a alguna parte, no a cualquier parte sino a aquella exigida por los fines del organismo en compenetración con las posibilidades que ofrece su medio. Por modesta que sea, toda conducta consiste en el desarrollo de un plan cuyo objetivo es anterior a su ejecución. Un plan del que el animal no es consciente, y que requiere por ello la existencia de estructuras conductuales prefijadas por la herencia. La conducta animal es siempre la respuesta a los datos captados del mundo circundante. Para cada especie, un conjunto bien determinado de sensaciones actúa como estímulos que desencadenan una conducta similar en todos los individuos. La conducta agresiva, sexual o alimenticia se ponen en marcha ante la presencia de situaciones biológicamente desencadenantes. Tales desencadenadores son fijos y están determinados genéticamente. La adecuación estímulo-respuesta es lo que constituye la especialización animal. A esa conducta innata, estable y automática se la denomina instinto.

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Alimentarse y reproducirse son los fines de todo animal. Pero esos fines no se los da el animal a sí mismo, sino que le vienen dados o programados de antemano por el instinto. Y la función del conocimiento animal no es alterar estos fines, sino alcanzarlos del mejor modo posible. En el hombre, en cambio, el conocimiento se autoprograma y establece sus propias finalidades. Gracias a esa capacidad de autoprogramarse, el hombre es el único animal capaz de hacer promesas (Nietzsche), fin para sí mismo (Kant), que elige sus propios fines (Tomás de Aquino) y medida de todas las cosas (Protágo-

ras). Si el comportamiento animal está esculpido por el estímulo, sujeto a la tiranía del «si A.. . entonces B», en el hombre todo cambia. La libertad inteligente supone la liberación del estímulo, el alejamiento de su poderoso magnetismo. En la conducta humana reina la libertad, hasta el punto de poder obrar sin ganas y en contra de las ganas. A diferencia del animal, el interés del hombre por su entorno trasciende los intereses biológicos, y no está desencadenado por ellos.

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Todo en la conducta animal está orientado a la supervivencia. En cambio, el hombre es capaz de considerar los objetos en sí mismos ( este papel, esta mesa), tengan o no tengan relación con su propia supervivencia. Si el animal vive incrustado en su ambiente y determinado por sus estados orgánicos, el hombre es autónomo frente al ambiente y a la presión de lo orgánico. Muchos animales gozan de cierta libertad de acción dentro de su nicho ecológico, pero la libertad humana presenta la inédita capacidad de no estar restringida a la alternativa entre el placer y el dolor. Puede, de hecho, decidirse por el dolor cuando lo considera desde el aspecto de lo objetivamente bueno. Con esta elección se supera lo biológico y se alcanza un nivel intelectual que requiere una justificación proporcionada.

29. ¿DESCENDEMOS DEL MONO? Imaginemos que en el naufragio donde mueren todos los compañeros de Robinson

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Crusoe, se salva el chimpancé que bien podrían llevar como mascota. Imaginemos que Robínson y el chimpancé han ganado la costa en dos puntos opuestos de la isla, de tal manera que ya no volverán a coincidir nunca. A Robinson, que naufraga y solo posee un cuchillo, cuatro años más tarde lo encontramos dueño de dos confortables viviendas, cultivando hectáreas de trigo y arroz, cuidando sus rebaños de ovejas y cabras, y navegando en una piragua con capacidad para 20 hombres, en la que piensa hacerse a la mar con un enorme cargamento. Para construirla había escogido un árbol gigantesco y dedicado veinte días a talarlo, catorce a cercenar sus ramas y brotes, un mes a darle forma y reducir sus proporciones y tres meses a excavar su interior hasta transformarlo en algo parecido al casco de un bote que podía flotar. ¿Qué ha sido del chimpancé, al cabo de esos cuatro años? Si ha sobrevivido, es seguro que lo encontraremos en las ramas de los árboles, alimentándose de frutas y plantas, como han hecho toda la vida todos los chimpancés del mundo.

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Bien mirada, la posibilidad de descender del mono tiene menos relevancia de la que parece, pues el hombre, el mono y todas las especies descienden unas de otras, y todas de la primera bacteria. Antes de conocer los datos de la biología molecular, para esta inquietante pregunta solía haber una respuesta afirmativa, reforzada por una secuencia gráfica que mostraba los sucesivos pasos de los monos al Homo sapiens. Una secuencia de figuras que iban logrando progresivamente la postura erguida. Pero esa sugerente procesión -que no falta hoy en ningún libro de texto- además de errónea es también una reducción que oculta lo esencial, pues no puede mostrar el salto inverosímil del mero animal al animal racional, dotado de pensamiento, subjetividad, lenguaje inteligente, autoconciencia, conciencia moral y libertad. Por lo que sabemos, las raíces biológicas del ser humano (filogénesis) se remontan al tronco común de los primates. De él proceden los monos actuales por una parte, y la gran familia de los homínidos por otra. Pensamos que los primeros homínidos fueron los Australopite-

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cus, que vivieron en África hace 4 Ma. Desde entonces, fruto de una progresiva hominización, alcanzaron rasgos morfológicos que suponen un proceso de innovación radical en la película de la evolución (bipedestación, sorprendente índice de cerebralización, manos aptas para fabricar instrumentos, aparato fonador capaz de hablar). Sin embargo, además de hominización, en el ser humano observamos un proceso de humanización, un salto de lo biológico a lo cultural muy difícil de explicar, pues sus manifestaciones son del todo ajenas al mundo animal.

30. ¿ES

LA INTELIGENCIA FRUTO

DE LA EVOLUCIÓN?

La inteligencia humana supone un salto a una cuarta dimensión, «como si una vaca saltara de pronto por encima de la luna», dice Chesterton. Existe una cadena muy fragmentada de huesos, que sugiere cierta evolución del cuerpo humano. Pero no hay ni la sombra de un indicio que nos haga pensar que la inteligencia humana

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se haya formado por evolución. No existía y de pronto comenzó a existir. No sabemos en qué momento ni hace cuánto tiempo. En las pinturas rupestres tampoco existe gradación, nada que indique que fueron comenzadas por monos y terminadas por hombres. El Pitecántropo no esbozó el reno que más tarde rectificó el Horno sapiens.

La inteligencia humana -ya lo hemos mdicado- resulta patente por sus obras. Lo que no sabemos es cómo surgió. La naturaleza suele repartir entre muchas especies las características ventajosas: alas, ojos, pezuñas ... Pero la inteligencia, el arma de supervivencia más poderosa, solo la posee el ser humano. La evolución tampoco produce desarrollos más allá de los necesarios para la supervivencia: la especie antepasada de los topos vivía en superficie y tenía ojos, pero se adaptó a vivir bajo tierra y perdió los ojos, pues no los necesitaba. ¿De qué sirve a nuestra supervivencia haber llegado a saber la composición de las estrellas, tener museos de pintura, componer música y escribir novelas? Al analizar, en miles de especies, la relación entre el tamaño del cerebro y del cuerpo, siern-

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pre se observa proporción. Muy al contrario, el Homo sapiens tiene un cerebro cinco veces mayor del que le correspondería por el tamaño de su cuerpo. Una regla de la evolución es que todo órgano debe aportar más ventajas que desventajas. De lo contrario, deja de existir. Un negocio que requiera capital para producir beneficios en el futuro encuentra inversores, pero la evolución no invierte: si un órgano no es rentable desde el principio, desaparece. Sin embargo, el cerebro de los homínidos no ha sido rentable durante millones de años y ha vivido misteriosamente subvencionado. Cuando todavía no existe la inteligencia, la situación descrita equivale a poner el carro delante de los bueyes, algo que la naturaleza nunca haría: con un cerebro mucho menor y un poco de instinto le hubiese bastado. Quizá por eso -a diferencia de los grandes simiostodas las especies de Australopitecos y Hornos se han extinguido sin dejar ramas: cada especie de esa única rama dejaba de ser subvencionada una vez cumplida su función, y cedía la subvención a la siguiente. Nuestro pasado ha sido una misteriosa carrera de relevos en la que

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desaparecían las especies cuando entregaban el testigo.

31. EL CEREBRO Y LAS NEURONAS Centro de todo el sistema nervioso y de los procesos intelectuales, el cerebro es el órgano más complejo e importante de la anatomía humana, y el más relevante desde el punto de vista de la antropogénesis. En él encontramos también esa misteriosa ambivalencia psicofísica que desconcertaba a Pascal. Como cualquier tejido orgánico, está compuesto por células. Pero su increíble complejidad es -además de una frase hecha- un hecho cierto. El número de células nerviosas, o neuronas, que constituyen los 1.350 gramos del cerebro humano es del orden de cien mil millones. El cerebro funciona como una red de neuronas. La información pasa entre ellas por puntos de contacto especializados -las sinapsis-, con un doble sistema de señales: eléctrico y químico. La señal generada por la neurona es un impulso eléctrico, pero ese impulso es transmi-

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tido a otra célula mediante sustancias químicas que fluyen a través del contacto sináptico. Una neurona puede establecer entre 1.000 y 10.000 sinapsis, de forma que es informada por cientos o miles de neuronas. Ella, a su vez, informa a otras tantas. Solo en la corteza cerebral hay 146.000 neuronas por centímetro cuadrado: 30.000 millones en total. Al estudiar sus incontables conexiones sinápticas, Cajal habló de la «impenetrable e indefinible selva adulta de la sustancia gns». El resumen de lo que conocemos sobre el funcionamiento del cerebro podría formularse así: por medio del cerebro entra en el hombre el mundo exterior, y por medio del cerebro sale del hombre su respuesta al mundo. Entre la entrada y la salida están las sensaciones, las ideas, las emociones, la memoria, los proyectos y todo lo que hace que el hombre sea plenamente humano. Pero hemos de reconocer que no sabemos casi nada sobre el papel del cerebro en tales procesos. Y que quizá nunca lo sepamos. Juan Luis Lorda pone de relieve esta dificultad con una sugerente comparación: «Pensar que se va

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a comprender la conciencia humana al ver qué zonas del cerebro se activan, es como pensar que se va a comprender el trabajo de un Ministerio al ver en qué ventanas se enciende la luz». A veces se oye que las neuronas piensan. Y se argumenta que sin cerebro, o con una lesión neuronal grave, no se puede pensar. Pero esta conclusión es tan pintoresca como concluir que los perros atados se vuelven sordos, pues no acuden a la llamada de sus amos. A quien sostiene que las neuronas piensan, Leibniz le propone este experimento mental: si aumentamos un cerebro humano hasta el punto de poder pasear por su interior, ¿nos toparemos con una sola idea? Somos conscientes, pero la composición de nuestras neuronas no tiene nada que ver con los fenómenos de conciencia. No hay ninguna diferencia esencial entre los constituyentes últimos de un montón de arena y los del cerebro de Einstein. «Solo una fe ciega e infundada en la materia permite creer que ciertos trozos de materia pueden repentinamente "crear" una nueva realidad que no tiene el menor parecido con ella» (Roy A. Varghese).

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A principios del siglo XX, psicólogos conductistas quisieron hacer tangible la actividad nerviosa. Para ello, redujeron el cerebro a un sistema de conexiones sensomotoras, de relaciones automáticas entre estímulos y respuestas. Así, el cometido del sistema nervioso central, que precisamente consiste en intervenir entre los estímulos y las respuestas, quedó rebajado al papel de mero transmisor. En lugar de hilos metálicos, la conducción· de los impulsos se efectuaba a través de neuronas y nervios. Al fr. nal de la conducción, en vez de un timbre o de una lámpara había una glándula o un músculo. La comparación del cerebro con una máquina saltaba a la vista. Estudios posteriores han demostrado que esa concepción mecánica de la causalidad no sirve para explicar los hechos psicológicos. Hoy sabemos que el cerebro no es un simple mecanismo de transmisión de impulsos. Más bien, es un órgano de transformación creadora y libre de tales impulsos, un sistema retroactivo que actúa sobre sí mismo controlando su propia acción, adecuando la actividad de cada momento a los fines vitales de supervivencia y desarrollo.

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Los sistemas nerviosos se pueden concebir como conjuntos de células capaces de mediar entre un estímulo del medio ambiente y la respuesta motora del organismo: algo así como el mecanismo que hace sonar un timbre cuando se pulsa un botón. Sin embargo, lo que resulta evidente en el sistema nervioso humano es su capacidad para originar comportamientos que no son en absoluto pronosticables. Es obvio como sugiere el magnífico ejemplo de Jacobson- que algo se interpone en el mecanismo del timbre.

32. LA REVOLUCIÓN

INSTRUMENTAL

Suponemos que la primera actividad del hombre fue muy simple, al servicio de los fines biológicos irrenunciables: alimentación, vestido, alojamiento y defensa. Algunos simios también son capaces de arrojar piedras, utilizar un palo como bastón o de servirse de una rama para robar miel de una colmena. Pero ninguno ha llegado a superar este primer nivel de actividad instrumental. Siempre han sido incapaces

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de fabricar instrumentos valiéndose de otros instrumentos. Esa hazaña estaba reservada al

Pitecdntropo, que fue el primero en desbastar una piedra con otra y potenciar artificialmente la fuerza de su mano. Después, el hombre primitivo descubre que con una rama desnuda puede golpear más fuerte que con el puño, y advierte que el palo no hace daño a los animales grandes. El grande es vulnerable si se atraviesa la protección de su espesa piel y se le hiere en su interior. La: rama y el garrote son mudos y nada entienden sobre esto, pero el hombre descubre en ellos la posibilidad de afilarlos y convertirlos en lanza. Con la lanza puede enfrentarse el cazador al elefante o al mamut. Pero los pájaros no se pueden lancear. Para ellos no sirven las lanzas. Sería preciso disminuir su peso y aumentar el impulso. Así, en un alarde de inventiva, surge la conexión entre el instrumento flecha y el instrumento arco. Sería un error pensar -observa Leonardo Polo- que el hombre inventa la flecha porque tiene necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y no inventa nada. El

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hombre inventa la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama. Tener hambre solo impulsa a comer, no a inventar flechas: son dos cosas muy diferentes. Por eso no es correcto explicar al hombre desde sus necesidades. El hombre no necesita la inteligencia, simplemente la tiene. Y gracias a ella no es un animal más. Gracias a ella consigue de la realidad, exprimiéndola inteligentemente, lo que ningún animal puede conseguir.

33.

¿SOMOS AHORA MÁS INTELIGENTES?

¿Tenemos más inteligencia que nuestros abuelos prehistóricos? Si respondemos afirmativamente, nos veríamos en el aprieto de explicar por qué los actuales aborígenes viven de forma prehistórica, habiendo dispuesto del mismo tiempo que nosotros para evolucionar. Tampoco sabríamos qué decir sobre esos niños tomados de tribus ancestrales, educados en colegios

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y universidades occidentales y convertidos en perfectos ejecutivos. La cuestión se puede plantear al revés. Si una guerra nuclear arrasara nuestro planeta y dejara con vida a unos pocos recién nacidos, en el supuesto inverosímil de que consiguieran sobrevivir y hacerse adultos, ¿qué tipo de vida llevarían? ¿Alcanzarían el nivel de progreso que tuvieron sus padres? ¿Alcanzarían algún tipo de progreso?

No hace falta pensar mucho para imaginar una nueva época de taparrabos y de cavernas, una vuelta a la Prehistoria. Pero ¿por qué? ¿Acaso esos niños llamados a educarse en las mejores universidades dejaron bruscamente de ser inteligentes? Si nacieron con ojos azules, sus ojos siguieron siendo azules. Si nacieron con la inteligencia del hombre del siglo XXI, ¿por qué regresaron a las cavernas?

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Esto nos lleva a sospechar que el actual progreso técnico no es resultado de un paralelo progreso intelectual. Quizá sea fruto de un proceso acumulativo, donde cada pequeño descubrimiento es un escalón que coloca el siguiente punto de partida a un nivel superior. Newton consideraba que el mérito de sus descubrimientos lo tenían los grandes científicos que le había precedido. Se veía a sí mismo como un niño subido a hombros de gigantes. Una sencilla constatación nos dice que estamos en lo cierto. Los electrodomésticos que usamos a diario necesitan la existencia previa de microscopios, hornos de alta temperatura, aleaciones difíciles, mecánica de precisión, química evolucionada, electricidad, magnetismo, óptica, termodinámica, acústica, matemáticas ... Todo ese cúmulo de condiciones pone de manifiesto que el progreso requiere tiempo y pasos previos: no se puede inventar el carro sin inventar antes la rueda, y por eso el inventor de aquél no es más inteligente que el de ésta. En la lenta construcción de una vieja catedral gótica, los arquitectos que ponían los cimientos solían morir sin ver los arbotantes y las bóvedas. De

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forma similar, el hombre prehistórico pone los cimientos de la Historia y muere sin haber sido protagonista del progreso, mas no por falta de inteligencia sino de tiempo.

34.

EL LENGUAJE Y SU ESCRITURA

Una de las mayores conquistas de la inteligencia humana es el lenguaje simbólico, con su pasmoso poder de abarcar y comunicar la realidad. Porque todo lo abarco y todo lo puedo expresar mediante palabras: lo que existe (Sevilla), lo que no existe (Pinocho), lo que existió (Troya), y lo que puede existir (el próximo verano). Hay que reconocer, además, que abarcar el mundo con dos sílabas constituye un poder fascinante y una insuperable economía de esfuerzos, semejante a la que logro cuando entiendo lo que es un siglo sin necesidad de vivir sus cien años, o cuando narro la historia del Imperio romano en unas páginas. Esta superación de los límites de espacio y tiempo es algo exclusivo del entendimiento humano. La principal función del lenguaje es la comunicación. El animal que se nutre y se repro-

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duce cumple su cometido. Por eso no tiene casi nada que decir. En cambio, el hombre, en la medida en que piensa, sufre, ama, proyecta y trabaja, tiene mucho que decir. Pero además, la insuficiencia biológica del individuo humano se supera en la sociedad, y la sociedad es completamente imposible sin comunicación. De entrada, las palabras de la madre serán, durante largos meses, el primer mapa del mundo que el niño va a conocer. El lenguaje es quizá el principal medio de humanización y socialización. Y lo es por su capacidad de transmitir con fidelidad y rapidez una enorme cantidad de información. La inteligencia humana es capaz de encerrar millones de toneladas de roca en un símbolo que se escribe o se pronuncia con suma sencillez: cordillera. Todo lo puede simbolizar la inteligencia: lo grande y lo pequeño, lo subjetivo y lo objetivo, lo pasado y lo futuro. Al reducir los seres a letras o sonidos, opera en ellos una nueva y eficacísima formalización, que libera a la realidad de sus gigantescas dimensiones. Todo un cosmos limitado en el espacio y en el tiempo, es reducido por el lenguaje a un manejable universo de bolsillo.

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El lenguaje ofrece una incomparable demostración de inteligencia: el ser humano habla porque tiene lengua, pero principalmente porque posee inteligencia. La explicación es clara. Toda palabra se expresa en una dimensión física (el sonido), pero su significado no es de ninguna manera algo físico, puesto que el mismo sonido que es palabra para el que lo entiende, es ruido para el que no lo entiende. Por tanto, es en el oyente, y no en el sonido, donde se produce la metamorfosis del sonido en signo. De ahí que la palabra sea una realidad que se sale de lo puramente físico, y que todos, al hablar, pisemos un terreno metafísico sin darnos cuenta de ello. Es tradicional pensar que el lenguaje debe su inteligibilidad a la psique humana, y que la dualidad observada en las palabras no es más que un reflejo de esa otra dualidad metafísica de la naturaleza humana: un cuerpo organizado por una forma espiritual. Más que un invento, el lenguaje es un desarrollo necesario de una capacidad innata del hombre. Lo que sí es un invento, y de trascendencia colosal, es la representación gráfica del lenguaje hablado: la escritura. Cuando el hom-

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bre prehistórico inventa la escritura está realizando un descubrimiento de incalculable importancia. Si en la carrera del progreso humano pudieran medirse los pasos, quizá ninguno más largo que éste. La escritura consigue la misma posesión simbólica de la realidad que la lengua oral, pero aporta una enorme ventaja: su ilimitada capacidad de comunicación. Antes de que el siglo XX hiciera del mundo, gracias a los medios de comunicación audiovisuales e informáticos, una gigantesca aldea global, solo la escritura -no la voz- era capaz de cruzar fronteras, atravesar océanos, unir continentes y poner en común los mejores hallazgos intelectuales procedentes de cualquier punto del planeta. Así pues, la carrera del progreso ha multiplicado su longitud y su velocidad gracias a la comunicación escrita. Sin la escritura los hallazgos técnicos o culturales quedan aislados. Con ella, en cambio, se suman. Y en lugar de recorrer todos los seres humanos la misma distancia, se unen los esfuerzos individuales como en una carrera de relevos, y se llega más lejos en menos tiempo. Sin lenguaje, el desarrollo humano hubiera sido casi inexistente, y solo con la lengua

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hablada hubiera sido lentísimo: piénsese, por ejemplo, en las dificultades que plantearía a la investigación y a la enseñanza la inexistencia de textos escritos. Por consiguiente, además de un portentoso invento, la escritura ha sido y es una de las condiciones más necesarias del progreso. Y es precisamente el hombre primitivo, no el moderno, quien hace este descubrimiento genial, que le permite salir de la Prehistoria por la puerta grande.

35. TEXTOS DE CHESTERTON Periodista, novelista, poeta y ensayista prolífico, Gilbert K. Chesterton (Londres, 1874-1936) ha sido uno de los grandes escritores del siglo XX. Colaboró asiduamente con el Daily News y fue director del New Wítness. Le dieron fama las novelas policíacas del padre Brown, las polémicas con Bernard Shaw, las biografías de Dickens, san Francis-

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co y el Aquinate, y ensayos tan originales como Ortodoxia y El hombre eterno. 1. Es una blasfemia decir que un hombre no es más que un hombre. 2. La verdad más sencilla sobre el hombre es que es un ser muy extraño, casi un extranjero sobre la faz de la Tierra. Es un creador con manos milagrosas, y al mismo tiempo un mutilado que necesita vestidos y muebles, que no puede dormir sobre su propia piel ni fiarse de sus instintos. Por eso resulta antinatural considerarle como resultado de un proceso natural. 3. Es verdad que el hombre se parece a los animales, pero esa semejanza solo puede verla

él. 4. Dos grandes saltos están envueltos en el misterio: el origen del universo y el origen de la vida. Muchos añaden el misterio del origen del hombre, pues el salto a la razón y a la libertad no constituye una evolución sino una revolucron. 5. En un momento dado, tan lejano que escapa a la ciencia, se produjo un salto que no pudo quedar recogido en piedras ni huesos, y apareció el alma humana. Nosotros la recono• 1

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cernos como nuestra y la saludamos en su lejano nacimiento. Ella nos hace hermanos. Por ella, un salvaje, un extranjero, una figura histórica, despiertan en nuestro corazón fibras profundas. 6. Se dice que la evolución produce cambios gracias al mucho tiempo de que dispone. Pero hacer de la lentitud una causa me parece una ilusión y un gran absurdo. Si viéramos a un anciano andando muy lentamente por los aires, no dejaríamos de pedir una explicación, pues un hecho no queda mejor o peor explicado por la velocidad con que se produce. 7. El hombre de las cavernas nos ha dejado pinturas, y ninguna prueba de que fuera un salvaje. Por eso, es un engaño presentarlo como un cafre. Si un hombre golpea a su mujer, se le puede llamar sinvergüenza sin necesidad de buscar ninguna analogía con el hombre prehistórico, sobre el que solo podemos deducir lo que se desprende de unas agradables e inofensivas pinturas en la pared. De hecho, si alguien nos dijera que las pinturas rupestres fueron pintadas por san Francisco de Asís, no encontraríamos argumentos en contra. 8. Todo el mundo cree posible que un hombre pinte la imagen de un mono, y nadie creería

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que el mono más inteligente del mundo pudiera dibujar a un ser humano. Y es que el arte es la firma del hombre. La única certeza de las cavernas es que el hombre sabía pintar renos, y los renos no sabían pintar hombres. Algo original apareció en la noche de la caverna: el espejo de la inteligencia, donde se reflejan todas las cosas.

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