I Antología Romántica Para San Valentín

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I Antología Romántica para San Valentín: Bajo el hechizo de Cupido. Copyright © 2015 Marta de Diego, Iris T. Hernández, Mary Gómez, Leticia Vázquez, Hannah Lucas, Minny Xiluita, Silvia Sandoval, Iria Blake, Cristina Merenciano Navarro, Kari Connor, Lau Rojas, Samy S. Lynn, Raquel García Estruch, Marissa Cazpri, Naitora McLine, DiVi Na, Abby Mujica, Diana Guerrero. Todos los derechos reservados a los relatos Primera Edición: Febrero 2015 Diseño de la portada: Leticia Vázquez y Abby Mujica No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o medio, sin permiso previo de la titular del copyright. La infracción de las condiciones descritas puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia. DISTRIBUCIÓN GRATUITA FORMATO DIGITAL

I Antología Romántica para San Valentín: Bajo el hechizo de Cupido.

Dedicatoria: Para nuestras lectoras, porque sin ellas no somos nada. Gracias por todo el apoyo que nos han brindado. Por estar

allí

para

nosotras.

Esperamos

enormemente que disfruten este pequeño regalo.

“Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección,” Antonie Saint-Exupery

Índice Dedicatoria Índice Prólogo Dulce Provocación-Marta de Diego Tú lo has querido-Iris T. Hernández Y llegaste tú-Lau Rojas Vera Para siempre esperaré-Kari Connor Cuando te vi por primera vez-Cristina Merenciano Navarro Quiéreme Siempre-Hannah Lucas Un día terrible-Marissa Cazpri Mi Primer San Valentín-Minny Xulita Encontrando a mi ángel-Silvia Sandoval Setenta y dos horas-Raquel García Estruch La flecha de Cupido-Ailin Skype Y hasta aquí soy mío-Leticia Vázquez Dos almas, un solo corazón-Abby Mujica Secuestro-Samy S. Lynn Almas Gemelas-Mary Gómez Amarte Eternamente-Diana Guerrero

Prólogo (Por Abby Mujica) Estoy parado en la torre que queda justo en centro del mundo. Sí, leyeron bien en el centro del mundo. Mi nombre es San Valentín, pero todas las personas me llaman Cupido. Nací hace mucho tiempo, demasiado para recordar. Llevo siglos existiendo y mi tamaño jamás cambia, pero sí mi forma de pensar. Como les dije al principio, mi casa queda en el centro del mundo. Una torre gigante con miles de pisos donde puedo divisar el universo que hay a mi alrededor, con esa ventaja lanzo mis flechas hechizadas a miles de personas; muchas ellas dicen que me equivoco, pero no es así, son ellos los que se equivocan enmaromándose de personas que no deben y en su debido momento yo lanzo la flecha a los seres indicados. Hoy es catorce de febrero, día de los enamorados y por primera vez en mis años de vida me he dejado ver ante un humano. Escritora está sentada a mi lado mirándome fijamente, no sé su nombre verdadero, sólo me dijo que se llama Escritora. —Bueno tú dirás —me dice sacando de su bolso un bloc de notas. Me siento como un entrevistado y ella fuese una periodista, tal vez lo es y no me lo quiere decir. —Primero que nada Escritora, necesito que esto quede entre nosotros. No le puedes decir a nadie que existo o sino todo se echará a perder y la magia se irá. Antes de continuar necesito que me prometas que no le dirás a nadie. Saca su mano del abrigo y me la tiende. —No le diré a nadie, niño. Lo juro por mi propia vida, algo que valoro mucho. Y por las historias que escribo, y por mi musa. Me enojo al oír la palabra “niño”. No lo soy, debo admitir que de estatura soy bajo pero no soy un niño y Escritora no tiene el derecho de llamarme así. —No soy un niño, soy mayor que tú por muchos años. Retira lo dicho por favor. Creo que eres bastante irritante. Necesitas una de mis flechas mágicas. Ella abre mucho sus ojos los cuales son de distintos colores, para ser exactos de dieciocho colores diferentes, es una mezcla que por primera vez veo y de hecho es bastante hermosa. Sus ojos expresan espanto y empieza a negar rápidamente con la cabeza. —Por favor, no hagas eso. No necesito una de tus flechas mágicas y no digas que soy irritante. Sólo me pongo nerviosa cuando estoy por primera vez con alguien, eso es todo. Disculpa por ofenderte diciéndote niño, no era mi intención te lo juro. —Bueno, empecemos la función. De repente se pone derechita y se ajusta las gafas estilo hipster. ¡Ábrace el telón y que comience la función!

Dulce Provocación Marta de Diego “La vida se compone de pequeñas momentos, de recuerdos, de instantes alegres, otro tristes, increíbles. Disfruta de cada momento bueno que te brinde y acepta los golpes, como buenamente puedas.” Dedicatoria: Dedicado a todas esas personas que, desde hace tiempo me acompañan en esta aventura. A las nuevas personas que se van añadiendo y a esas personas que, a pesar de lo que escuchan, deciden darme una oportunidad para conocerme mejor. Se tu mismo, siempre. Marta de Diego

Estoy nerviosa, es el día de San Valentín y tengo una cita con Alan. Llevamos ya dos años saliendo juntos, pero no sé muy bien porqué, tengo la sensación de que esta cita va a ser distinta. Hemos quedado en el barco restaurante que te lleva por el rio Sena, lo que significa que hay que ir muy bien vestidos. Así que he elegido un vestido, de color negro, con cuello barco y mangas de encaje. Zapatos negros, con un buen tacón de aguja y mi melena rubia, recogida en una bonita trenza que cubre mi hombro izquierdo. Me miro una vez más en el espejo, me veo radiante, aunque el mismo tiempo, me siento insegura. No sé qué va a pasar hoy, estoy muy nerviosa, pero tengo claro que lo que tenga que ser, será. Salgo de casa y decido coger un taxi, no me veo capaz de conducir. Mientras lo espero, aparece mi vecino Nico. Me mira sonriente, me saluda con la cabeza y se mete en el portal. No solemos hablar mucho, pero es un chico agradable y la verdad, para que engañarnos, es muy guapo. Cuando llego al embarcadero, lo veo, ahí está Alan, esperándome. Va vestido con una traje de chaqueta negro, la camisa granate y corbata negra. Su pelo está cubierto por una capa de gomina y peinado de esa forma tan especial, que solo él sabe hacer. Un estilo peinado, pero desaliñado a la vez. Está guapísimo. Alan se acerca a mí, al tiempo en que yo me bajo del taxi. —Estás preciosa, cariño —me dice, consiguiendo arrancarme una sonrisa. —Tú también estás muy guapo. Creo que podría acostumbrarme a verte siempre con traje, estás muy sexy —le digo picarona. Y no es que no me guste como viste habitualmente, pero con ese cuerpo y esas espaldas… cuando se pone un traje entallado como este, consigue desconcentrarme, pero sobretodo ponerme en guardia. Mucha loba hay suelta por esta ciudad y mi chico, es mío y solo mío. —¿Así que te gusta el traje eh? Bueno, quizás me lo veas puesto en otra ocasión más —umm… se anda con rodeos, me gusta.

—Eso habrá que verlo —le contesto, para picarlo un poco. Él sonríe, me coge de la mano, tira de ella para pegar mi cuerpo con el suyo y me besa. Entramos en el barco y un metre nos acompaña hasta nuestra mesa, después de haberle indicado el nombre a la que estaba la reserva. Alan, como buen caballero que es, reirá mi silla y espera a que me siente, para hacerlo él. Un camarero se acerca a nosotros, para ofrecernos las cartas —¿Puede traernos un Louis Roederer Cristal Rosé, por favor? —pide de repente Alan, provocando la caída de mandíbulas del camarero y mía. —¿Alan? —me mira intrigado —¿Estás seguro? Esa botella ronda los seiscientos euros —el camarero me mira con cara de asesino, estoy a punto de fastidiarle el negocio del siglo. —Cariño, no te preocupes. Lo que te tengo que decir, bien merece una de estas botellas —me dice guiñándome un ojo. Yo, asiento con la cabeza, aunque no entiendo nada. No creo que haya nada tan importante, como para pedir ese champagne. A no ser que… No, no puede ser. ¡Ay Dios mío! ¡Que si puede ser! ¡¡Ay que me da!! ¿Me va a pedir que me case con él? Le miro sonriente y comienzo a ponerme más nerviosa aún. Mi mente me la acaba de jugar, ahora voy a estar intranquila todo el tiempo. Estaré dándole vueltas a como habrá pensado hacerlo. ¿Se arrodillará y sacará el anillo de su bolsillo? ¿Traerá el anillo escondido en el postre y cuando yo lo encuentre, se levantará y se arrodillará? No puedo, no puedo ni imaginármelo, sea como sea mi respuesta va a ser un “Sí” como una casa de grande. No hago más que desear que llegue el momento. Mi mente no hace más que repetirme una y otra vez, las posibles opciones de petición. No me puedo concentrar en la comida, me van poniendo plato a plato y yo voy picando y engullendo, porque cuanto antes acabe, antes llegará el postre y mi gran momentazo. Durante la cena, vamos hablando de temas banales, que carecen totalmente de mi atención. Bastante suerte tiene Alan de que le conteste, porque ahora mismo mis neuronas, solo piensan en una cosa. Llega la hora de los postres y con ella la tercera botella de champagne, lo que me hace pensar, aún con más fuerza, que es algo muy muy importante lo que esta noche vamos a celebrar. Nuestra boda. El camarero aparece con nuestros postres, vienen tan bien preparados, que voy a tener que ir con cuidado de no tragarme el anillo. —¿Te gusta el mouse, cariño? —me pregunta. —Oh sí, está delicioso. Bueno, en realidad todo ha estado exquisito.

—Espera, déjame ver que tienes aquí… —dice al mismo tiempo que se levanta. ¡¡Ay madre, llegó el momento!! Se acerca a mí, lentamente, sonriente y yo me voy poniendo cada vez más nerviosa. —Nena…—susurra en mi oído —Tengo algo que decirte. —Adelante —contesto sin apenas voz, por culpa de la emoción. —Ha llegado el momento de dar un paso más. —Sí… estoy de acuerdo —susurro. —Y ese paso es… —¡suéltalo ya! —¡Me han ascendido a director de sucursal! — ¡¡¡¿QUÉÉÉÉÉ?!!! Me acaba de caer un cubo de agua fría con cubitos de hielo por encima. Esto sí que no me lo esperaba —. Cariño, ¿no te alegras? Esto significa más sueldo, mejores condiciones para nosotros. Así podremos vivir desahogados cuándo vivamos juntos. —Sí, sí, perdona. Es que me has dejado sorprendida. Me alegro mucho por ti, enhorabuena —le contesto como puedo. Aún estoy en estado de shock. —Gracias cariño, ahora todo va a ir mejor, tendremos más dinero, viviremos como reyes en nuestra casa… —Alan iba enumerando infinidades de cosas buenas que nos aportaría su ascenso, pero en ningún momento ha mencionado la intención de casarse conmigo. Mi mente estaba en otro sitio, solo le daba vueltas a lo ridícula que me sentía por haber pensado es que iba a pedirme matrimonio. No escuchaba nada de lo que me decía, solo le sonreía y asentía como una autómata, hasta que mi mente reaccionó y se acordó de que teníamos una botella entera de champagne, sin abrir. Me levanté de mi asiento, cogí mi bolso y la botella. Alan me miraba estupefacto, me preguntaba que, qué estaba haciendo, pero yo no contestaba. Así que cogí, me di media vuelta y me largué de allí. He llegado al portal de mi casa, aún llevo la botella en la mano y sin abrir. Creo que voy a subir, me voy a quitar los zapatos y me sentaré en el sofá a beberme esta preciosa botella de seiscientos euros. Miro hacia mi bloque y están todas las luces de las casas apagadas, excepto una. Sonrío y pienso en compartir mi botella… pero de repente me asaltan las dudas. ¡Qué demonios! Es mi vecino y me llevo bien con él, para pillarme un pedo sola, mejor con él. Así tendré unas buenas vistas. Abro la puerta del portal y subo los dos tramos de escalera que hay para llegar a su casa. Cuando estoy frente a su puerta, me planto delante de ella y me quedo mirando, sopesando los pros y los contras. Entonces me acuerdo del móvil, lo saco del bolso y veo que tengo un par de llamadas perdidas, pero ningún mensaje. Decido que lo mejor es apagarlo. Una vez hecho, toco al timbre de mi vecino. Tarda un poco en abrir, pero cuando lo hace, no puedo evitar reírme ante su cara de sorpresa. Aunque la sonrisa se me corta de golpe al darme cuenta de que está con el torso al

descubierto y en calzoncillos. —Chantal —oh dios, que bien suena mi nombre en esa boca de pecado —, ¿qué haces aquí? ¿Ha pasado algo? —Bueno… verás… vengo de una estupenda cena en el barco del rio Sena, en la cual pensaba que mi novio me iba a pedir matrimonio. ¿Y por qué pensaba eso? Estarás pensando. Pues verás, porque el muy gilipollas, ha pedido tres botellas como esta —le enseño el champagne —. Cada una de ellas cuesta seiscientos euros y me ha dicho que lo que tenía que decirme, bien merecía la pena. Además me ha llevado a cenar a un sitio romántico, hemos ido vestidos elegantemente… vamos que era el ambiente perfecto para la ocasión. Pero eso que tanto que valía la pena, el dineral en estas botellitas, era nada más y nada menos que… ¡¡un puto ascenso!! ¿Te lo puedes creer? ¡Un ascenso! —Menudo gilipollas —me contesta, arrancándome una sonrisa. —Sí, lo es. Pero el caso es que en los postres, aún no habíamos abierto esta botella, así que me levanté, la cogí y me fui dejándole con la palabra en la boca. Iba a tomármela sola, pero al llegar he visto tu luz encendida y he pensado en que podíamos tomárnosla juntos. —¿Crees que será buena idea? —me quedo pensativa, quizás él no quiera. —Si no quieres, no hay problema, me voy a mi casa y me la bebo yo sola —él me mira sonriente. —Anda, pasa. Voy a ponerme una camiseta. —Por mí no lo hagas, no me molestan las vistas. —Ya, pero estoy en desventaja —lo miro intrigada —. Yo no tengo las mismas vistas que tienes tú. Así que o bien te quitas ese increíble vestido, o me pongo una camiseta. —Estoy pensando seriamente en quitarme el vestido. —No serías capaz —sentencia Nico, retándome. Pero es que realmente me lo estoy planteando, estoy achispada con tanto alcohol, este chico me pone mucho y estoy excitada. Por otro lado está el capullo de Alan, no puedo hacerle esto a pesar del ridículo que he sentido esta noche. Miro a Nico y parece saber lo que estoy pensando. —Otra vez será. Vete a casa, guarda esa botella y descansa. Mañana lo verás todo de otra forma —asiento, sonrío y me voy hacia la puerta —. Chantal —me llama. —Dime —le digo mientras me giro. Pero cuando lo hago, me doy cuenta de que se ha colocado detrás de mí. Nuestras miradas se cruzan y nuestros labios están muy cerca. Con moverme un poco, podría besarle… —Si no tuvieras novio…—se calla.

—Sigue —le pido. Nico sonríe. —Si no tuvieras novio, no dejaría que te marchases nunca.

Me despierto a media mañana, aturdida, con uno de esos dolores de cabeza que te hacen desear estar muerta. Me levanto de la cama y me voy a la cocina, necesito un vaso de agua y una aspirina. Cuando abro la nevera, la veo ahí, tumbada en la bandeja, la súper botella de champagne de seiscientos euros. Sonrío al recordar lo ridícula que me sentí anoche y en como Nico consiguió volverme loca con ese torso desnudo. Solo pensar en él… no debo pensar en él, en quien debo pensar es en Alan, por lo que decido que ya es hora de llamarle. Me voy a mi habitación, en busca de mi móvil. Cuando lo cojo, me sorprendo al ver que no hay ni una sola llamada, ni un solo mensaje. <> pienso, mientras desbloqueo el móvil y lo busco en la agenda para llamarlo. Suena un tono, dos, tres, cuatro… y no contesta. Vuelvo a intentarlo, esta vez con éxito. —¿Qué quieres? —esa es su manera de saludarme. —Buenos días a ti también —le digo en un tono sarcástico. —Chantal, no tengo ganas de tonterías. Dime que es lo que quieres —toma borderia, está mosqueado, no hay duda. —Llamaba para disculparme por lo de ayer, no debí irme como me fui. —No, no debiste hacerlo. ¿Qué pasa, te pego una pataleta? —Oye, no te comportes como un capullo. —¿QUÉ NO ME COMPORTE COMO UN CAPULLO? —me grita de tal manera, que tengo que despegar el teléfono de mi oído. —No importa que grites, no estoy sorda. —Mira Chantal, ahora no tengo ningunas ganas de hablar contigo —me cuelga. No me da tiempo a replica. Me parece una reacción totalmente desmesurada, no creo que sea como para ponerse así. Lo dejo pasar, cuando se enfada de esta manera, lo mejor es dejarlo a su aire. Dejo el móvil y decido que ya que es sábado y hace buen día, puedo darme una ducha e ir a dar una vuelta, incluso comer fuera.

Salgo de casa y decido que lo mejor es bajar por las escaleras. Cuando llegó al rellano del piso de Nico, ralentizo el paso y sonrío imaginando que sale de su casa… me sonríe y… ¡Mierda! Me tropiezo en la escalera y monto un pequeño escándalo, cuando caigo al suelo y me estampo contra su puerta. La cual, tarda poco en abrirse y aparecer por ella Nico, que me mira con cara de sorpresa e incredulidad. —¿Se puede saber qué haces en el suelo? —Deja de preguntar y ayúdame a levantarme. —Me gusta verte espatarrada en el suelo —me dice el muy cabrito. Le lanzo una mirada de esas que podrían asesinar a alguien —. ¿Dónde ibas? —me extiende la mano, por fin y, me ayuda a levantarme. —Pues me iba a dar un paseo y quizás a comer fuera. —¿Y tu novio? —No quiere hablar conmigo, pero que quieres que te diga, no me hace falta para pasar un buen fin de semana. —Te propongo algo —lo miro atenta —, ya que tú estás libre y yo también, ¿por qué no pasamos el sábado juntos? Podemos pasear, comer e ir al cine. Lo que tú quieras — sopeso su propuesta. No sé si debo aceptarla o no, pero que leches, es mi vecino y mi amigo. Además mi novio pasa de mí, pues no me voy a quedar en casa amargada. —Me parece genial. ¿Estás listo? —asiente. Así que coge sus cosas, cierra la puerta y nos vamos a pasar un magnifico y estupendo día. Decidimos ir a pasear por los campos Elíseos, hace un día maravilloso, soleado, el día perfecto para pasear por allí. Después de llevar un rato caminando, decidimos hacer como mucha de la gente que hay allí y nos tiramos en el césped para descansar. Nos quedamos callados durante un buen rato hasta que Nico, de repente, se levanta. —Quédate aquí, vuelvo en cinco minutos —me suelta de repente al tiempo que se marcha. Me quedo un rato sola, e intrigada por saber a dónde ha debido ir. Saco mi móvil, más que nada para ver si Alan se ha clamado y ha intentado llamarme. Pero nada, ni mensaje ni nada. No ha transcurrido ni diez segundos, cuando Nico vuelve a aparecer. Trae consigo una bolsa de plástico, en la que intuyo que lleva unas Coca colas. —¿Tienes sed? —asiento — ¿Y hambre? —Mucha…

—Pues he traído bebida y unos bocadillos. Espero haber acertado. —Con el hambre que tengo… creo que me comería cualquier cosa. —Cuidado…—lo miro curiosa. —¿Cuidado por qué? —Esa frase que acabas de decir… puede dar lugar a confusiones —me quedo con la boca abierta. ¿Cómo puede decirme estas cosas y quedarse tan ancho? Le pego un pequeño puñetazo en el hombro e ignoro su contestación, porque como sigamos con este juego… no quiero imaginar cómo va a acabar. Ya son más de las cinco de la tarde, llevamos ahí unas tres horas. Yo creo que ya es hora de irnos si queremos ir al cine. —Nico, deberíamos empezar a irnos o no llegaremos al cine. —¿Y si en vez de al cine, vamos a mi casa? Sabes que tengo una buena pantalla de televisión y sistema de sonido. Tengo varias películas y palomitas. —Como prefieras —le contesto, no muy segura de mi respuesta. Pero bueno, es para ver una película. Lo miro de reojo y observo que está con el ceño fruncido, incluso diría que está enfadado —, ¿qué ocurre Nico? —Ese de ahí…—dice, señalando con la cabeza — ¿no es tu novio? —sigo la dirección de su mirada y me quedo paralizada. Ahí está Alan, pero no está solo, va acompañado de una morena con un cuerpazo de escándalo, que no hace más que cogerlo de la cintura y apoyar la cabeza en su hombro. La rabia comienza a acumularse en mi estómago, para poco a poco ir subiendo por mi pecho y salirme por la boca. —¿Quién coño es esa que está agarrando así a mi novio? —Nico me mira, no sabe qué hacer, si sujetarme para que no me mueva o sacarme de allí cuanto antes. Pero no le doy tiempo a pensarlo, porque mi rabia ha tomado posesión de mi cuerpo y ya voy caminando hacia el lugar donde está Alan. —Hola —saludo a ambos con un tono de voz, que no sé ni de dónde ha salido. Alan se gira y cuando me ve, se le desencaja la mandíbula. —Chantal, ¿qué haces tú por aquí? —le tiembla la voz al hablar y la morena se gira hacia mí, mirándome con curiosidad. —Pues nada, disfrutando del sábado. ¿Y vosotros? —Celebrando nuestro compromiso —suelta de repente la morena. Me quedo paralizada, le miro la mano y ahí está, el anillo que tendría que estar en mi mano, está en la suya. Puedo ver como a Alan, se le ha cambiado la cara y eso, de alguna forma, me

satisface. No sé de donde sale la entereza que tengo en estos momentos, pero aguanto el tipo de la mejor forma que puedo. —¡Qué bien! ¡Enhorabuena! —les digo a ambos, con la sonrisa más falsa que he puesto en mi vida— ¿Lleváis mucho tiempo juntos? —Un año, pero es que estamos muy enamorados —vuelve a contestar ella, parece que él ha perdido el habla —, ¿verdad winkipiki? —¿winki qué le ha llamado? La situación es, cuanto menos cómica, así que no puedo más que echarme a reír. La pobre muchacha no sabe lo cabrón que es su prometido, no sabe que es mi novio y que lleva conmigo más tiempo que con ella. No sé qué hacer, ¿le arruino la fantasía o la dejo que viva en su mentira? A mí me gustaría que me abriesen los ojos, así que… —Pues creo que no deberías casarte con Alan —ella me mira sorprendida por mi comentario y a él, por poco no se le salen los ojos de las cuencas —, más que nada porque es un cabrón y un mentiroso. ¿Te ha hablado alguna vez de mí? —ella niega con la cabeza —Pues yo soy su novia, bueno, ahora creo que más bien ex novia. Anoche fuimos a cenar juntos, yo pensaba que con el derroche en champagne que estaba teniendo y la noticia importante que quería decirme, me iba a hacer la proposición por excelencia. Pero no, me dijo que la gran noticia, era que le habían ascendido. Así que ya puedes imaginar cómo me sentí. Pero lo mejor de todo, ¿sabes qué es? —ambos negaron con la cabeza —, que la humillación que acabo de sentir al enterarme que ella era tu prometida, se ha borrado de un plumazo al darme cuenta de que no vales la pena. Que eres un hombre triste y simplón, que lo único que vas a conseguir en la vida es soledad. Me alegra que esta mañana me dijeses que no querías hablar conmigo, me alegra porqué así he podido disfrutar de un sábado magnifico junto a Nico —Alan me mira sorprendido —. Sí, Nico mi vecino, ese por el cual te morías de celos. Está allí —señalo en su dirección —, esperándome para terminar este día de la mejor manera posible. Así que paso de seguir aquí, cantándote las cuarenta. Me voy con él, que merece la pena, mil veces más que tú —me doy la vuelta y regreso hacia el lugar donde estaba sentada con Nico. El pobre me mira desencajado, no sabe muy bien lo que ha pasado y tampoco me ha visto montar en cólera, por lo que imagino que debe estar totalmente despistado —¿Nos vamos? —le digo al llegar a su lado, tendiéndole la mano para ayudarle a incorporarse.

Llegamos a su casa, durante la vuelta hemos permanecido en silencio, todo lo contrario que mi móvil, que no ha dejado de sonar en todo el camino. Me siento en el sofá, mientras observo a Nico ir a la cocina. Se escucha como trastea abriendo y cerrando

armarios, me pregunto qué es lo que debe estar haciendo. Pronto obtengo la respuesta, aparece en el salón con una bandeja llena de… ¡Vivan las calorías! Se sienta a mi lado, acompañado de una amplia sonrisa. —Bueno, tenemos helado, sirope y fideos de chocolate, helado de dulce de leche, caramelo líquido y barquillos. ¿Qué te apetece más? —¿Un poco de todo? —Buena elección, creo que haré lo mismo que tú —me dice y comienza a servir las copas de helado —. ¿Quieres que hablemos de lo que ha pasado? —No sé muy bien que sentir, estoy dolida, decepcionada pero al mismo tiempo, siento una extraña sensación de alivio. —Pero, explícame que es lo que ha pasado. —Nico, pues que va a pasar, ¿es que no lo has visto? Me ha estado engañando durante mucho tiempo. Y para colmo, le ha pedido que se case con él, cuando debería ser yo la que tendría que llevar ese anillo —la cara de Nico era un poema. —¿Es lo que deseas realmente? —me quedo pensativa. La verdad es que no, no es lo que quiero, sino ¿por qué esa sensación de alivio? —Creo que no —él asiente y se queda pensativo —. ¿En qué piensas? —¿La verdad? No entiendo cómo has aguantado tanto con ese tío. —Porque le quiero, quería… Bueno, al menos eso es lo que creía. —Pues era un capullo. Así que la verdad, casi que me alegro que nos los hayamos encontrado. —Vaya gracias. —No hay porque darlas, un placer. —¡Serás capullo! —le miro con odio, pero en el fondo tengo ganas de reírme. —Yo seré un capullo, pero anoche bien que no podías resistirte a mí —me quedo con la boca abierta. —Pero si eras tú, que te gusta ir provocando —deja la cuchara del helado, se acerca lentamente a mí, hasta que su cara frente a la mía. Solo nos separan unos centímetros, puedo notar su respiración en mi cara. Su olor inunda mis fosas nasales y… ¡Huele tan bien! Me quedo callada, cierro los ojos, quiero concentrarme en su respiración, en su olor. De repente, noto como sus labios rozan los míos y ¡oh Dios! ¡Quiero más! No me lo pienso

más y me lanzo a su boca. Temo que no me devuelva el beso, pero me equivoco, me lo devuelve de una forma cálida, suave. Sus labios son suaves, carnosos y sabe tan bien… Cuando se separa, me mira sonriente —. Ves cómo eres tú el que anda provocando —le digo con una amplia sonrisa. —Sí, pero te recuerdo que, eres tú la que se ha abalanzado a mi boca —contraataca. Y por una vez me tengo que callar, porque tiene razón. Pero si cada vez me va a besar así, casi que le voy a llamar provocador continuamente. Él es mi dulce provocación. —Chantal —dice de repente, en un tono demasiado serio para como es él. —Dime Nico. —Debería contarte algo —la curiosidad se apodera de mí. —Me estás poniendo nerviosa con tanta intriga, ¿qué es lo que tienes que decirme? —¡Joder como cuesta! —dice sin mirarme —Chantal, siempre me has gustado — ¡Toma ya lo que acaba de soltarme! —. Llevo mucho tiempo pensando en ti, pero nunca te he dicho nada porque tenías novio. —Nico… no sé qué decir, me has dejado sin palabras. —Creo que…—otra vez se queda callado y mis nervios van en aumento — podríamos intentarlo ¿no? —lo miro como si fuera un extraterrestre. ¿Intentarlo? ¿Intentar el que? —¿De verdad me vas a hacer decirlo claramente? —parece que Nico me ha leído la mente —Creo que podríamos intentar una relación, creo que los dos nos compenetramos, nos atraemos. ¿Tú qué crees? —Acabo de romper con mi novio… —No digo que seamos novios a la de ya… pero creo que podríamos ir quedando, ver qué pasa. Vayamos poco a poco —me lo quedo mirando a los ojos. Otra vez le tengo que dar la razón, los dos nos llevamos y nos compenetramos bien. Nos atraemos. Creo que sí, que podemos probar. Acorto las distancias que él había puesto entre los dos después del beso. Nico me mira atento, no sabe que es lo que le voy a hacer, está esperando una respuesta, se le nota nervioso. Levanto mis manos para cogerle la cara, el tacto es una mezcla entre suave y rugoso por la barba. Le sostengo la cara entre mis manos y acerco su cara a la mía, para acto seguido poder besarle. Esta vez el beso es distinto, sabe de otra manera. Es más tierno, con más sentimiento con más ¿amor?

Un año después…

Ya ha pasado un año desde que me enteré de la doble vida de Alan y de que decidí darnos una oportunidad a Nico y a mí. Lo mejor que me ha podido pasar sin duda alguna. Durante este año, cada uno ha vivido en su piso, otras veces hemos compartido cama. Hemos ido de viaje, hemos reído, nos hemos enfadado, pero hemos disfrutado todos y cada uno de los momentos que hemos vivido juntos. La vida me asestó un gran golpe, pero me recompensó de la mejor manera que jamás hubiese podido imaginar… … Con el verdadero AMOR.

FIN

Tú lo has querido Iris T. Hernández Aquí estoy de nuevo en la cafetería de debajo de mi casa tomando un café, mientras pienso en lo que hacer. Hace dos meses que estoy en el paro, y lo único que he hecho hasta hora desde el día que entré en la oficina del Inem, es venir a este lugar dónde nadie me conoce, ni me juzgan por pasar las horas muertas. Aquí soy una desconocida más, no Thaïs de la Hera como muchas empresas me conocen. Doy un sorbo al delicioso café que me ha hecho Oliver; el camarero, y parece ser dueño del lugar. Sé su nombre porque su perfecta novia o mujer, lo nombra cada dos segundos, no por nada más, ya me gustaría a mí. Veo como lo mira sonriente y al pasar tras de él discretamente le da un cachete en el culo y este gruñe. Dios muero de envidia, me encantaría estar en su situación, poder dar un pequeño cachete y que la respuesta del otro me excite como lo está haciendo ahora mismo solamente con mirarlos. Antes de que mi mundo se viniera abajo tenía un novio, era perfecto, tanto que yo no era lo suficiente para él. Y menos después de perder mi trabajo por protegerle. Si pudiera volver atrás lo iba a defender otra, porque yo ni loca. Mírame ahora, en una cafetería sin trabajo, soltera y sin ilusión por nada en la vida. Él se las llevó consigo. Miro al resto de personas que se encuentran en el lugar con la única intención de distraerme y no pensar en él. Detrás de mi mesa, hay un grupo de gallinas cluecas, nunca mejor dicho. No dejan de reír y gritar mientras ponen a parir a otras; por su conversación intuyo que son madres y sus hijos van a la misma clase. Este bando es el que no trabaja. Critican a las otras por hacerlo y no poder estar cien por cien con sus hijos, según su opinión. Porque lo que yo creo realmente, es que están muy aburridas y se divierten hablando más de la cuenta.

Justo delante, hay un par de ancianas que las pobres están desayunando apenas sin hablar una con la otra. Pero lo que mi vista busca es al camarero, le miro de nuevo y el pobre está estresado; está haciendo cafés, recogiendo las mesas, y entrando y saliendo por una puerta en la que deben tener el horno, ya que cada vez que sale de esta pasa el brazo por su frente para retirarse el sudor. Va vestido de negro por completo al igual que su pareja, ambos bien conjuntados. Si es que lo tienen todo, son guapos, jóvenes, tienen trabajo y a juzgar por sus miradas se quieren. Termino de un sorbo lo que queda en la taza y me dispongo a pagar para no martirizarme más. Camino hasta ellos, y se acerca él muy sonriente, preguntándome si quiero la cuenta, asiento y espero que me diga lo que ya sé; que he de pagar un euro con diez por el café con leche. Lo pido cada día, como para no saberme el precio. Me guiña el ojo y solo puedo cerrar los ojos una milésima de segundo, el tiempo suficiente para que mis lágrimas no broten y poder marcharme de allí como si fuese la persona más feliz del mundo. Camino unos metros calle abajo, no sé dónde ir, ni que hacer. Tengo casi dos años de ayuda por delante, pero no entra en mis planes vivir a la sopa boba todo ese tiempo. Ni loca, acabaría desquiciada antes de darme cuenta. Paso por delante de la parada del autobús, y me paro como si estuviese esperando que llegara. Como si el número cincuenta y cuatro, más conocido por la línea roja, el que cogía cada mañana. Hoy también me llevara al trabajo. —¡Muchacha entras o me voy, no puedo perder todo el día! –miro hacia delante, en busca de la voz que me ha hecho reaccionar, y veo al pobre conductor del dichoso autobús con cara de pocos amigos. —No, no perdona… estoy esperando a alguien… —¡Estás alelada chica! –cierra la puerta del autobús y retrocedo unos pasos esperando que se marche y no me sienta más humillada de lo que ya me siento estos días.

Sigo caminando y decido regresar a mi casa, veo la puerta desde dónde me encuentro. Así que sin pensarlo más, paso tras paso cada uno de ellos más rápido que el anterior, alcanzo el portal y entro lo más rápido posible. Prefiero subir a pie, ya que la vida sedentaria de estos días al final afectará a mi salud. Cuando por fin me siento en el sillón, veo justo encima de la mesa pequeña mi ordenador portátil, inconscientemente lo enciendo y abro internet, debo terminar con esta rutina sino terminaré en un manicomio. Entro en varias páginas de bolsas de trabajo, y añado mi currículum vitae. La mayoría de los puestos son como broker, directora de cuentas, contable, administrativa. Llegados a este momento, me da igual del trabajo que me llamen, he pasado de ser una directora de grandes cuentas, a una mujer desempleada. De trabajar dieciséis horas diarias, a ninguna. Así que no me importa lo más mínimo el puesto que deba empeñar. Incluso uno sin responsabilidades me ayudará a poder empezar de cero sin presiones. Miro el reloj y son las dos de la tarde, ha pasado el tiempo volando y apenas he hecho nada en todo el día. Voy a la cocina, y abro la nevera y la depresión llega a mí en ese mismo instante. Apenas tengo un bote de sopa y sobras, que más bien deberían ir directas al cubo de la basura. Pero con el sueldo que me ha quedado, no sé cómo demonios voy a salir de esta. Estaréis pensando que soy una exagerada, pero no es así. El muy… diría demasiados improperios y no suelo emplearlos, pero os aseguro que merece cada uno de ellos. Resulta que yo tenía un sueldo base de mil euros, y el resto lo cobraba en beneficios y comisiones. Así que cuando me han hecho el cálculo del subsidio no han tenido en cuenta un tercio del sueldo ya que no lo cobraba en nómina, pensaréis que la culpa es mía por haberlo aceptado, aquí viene el problema. Yo jamás acepté tal condición. Mi querido novio, el director de recursos humanos, tuvo la brillante idea de modificar las condiciones de mi nómina, reducir mi sueldo base al mínimo y el restante reflejarlo de la manera que ya os he explicado, todo ello sin mi permiso obviamente. Cuando me enteré fue cuando me llamaron para darme el certificado de despido, y os podéis imaginar la escena que se montó en el despacho, sin

importarme lo más mínimo que el resto de empleados me oyeran, quería que lo hicieran y que fuesen conscientes de lo que ese neandertal me había hecho. Ahora tengo una ayuda de mil euros, y pago ochocientos de alquiler. Lo sé las cuentas no salen… de momento estoy pagando la cantidad de gastos que tengo, con la parte del finiquito que por suerte no es poco, pero no es eterno. Cierro la nevera de un golpe, provocando un estruendo y cojo el teléfono para llamar al chino y que me traiga un arroz tres delicias. Es barato y suelen preparar bastante cantidad, perfecto para lo que necesito hoy.

Como casi todas mis mañanas, estoy entrando en la cafetería de siempre, pero hoy Oliver tiene una mirada diferente. Me siento en una de las mesas libres mientras lo observo detenidamente. Su mandíbula está apretada, por tanto ejerce fuerza en su dentadura. Algo le preocupa, observo a su novia, y esta también está seria, busca la mirada de él, pero no la obtiene y su frustración se denota en los suspiros que sin darse cuenta emite. Por fin no soy la única deprimida del mundo, y los tortolitos también discuten. Espero que se acerque uno de los dos para preguntarme que quiero tomar, pero tras unos minutos en los que él no deja de hacer tres cosas a la vez; parece mentira que sea un hombre, jamás lo hubiese creído posible, pero este sí lo hace, doy fe de ello. Y ella está más pendiente de él que del resto de tareas de la cafetería, me levanto y me acerco a la caja. —Perdona me podrás hacer un café con leche. —Val quieres atender a los clientes, yo no puedo hacerlo todo –le recrimina duramente. —Perdona, no te he visto. Ahora mismo te lo hago.

Sin decir nada más, regreso a mi mesa y los observo de nuevo. Sin duda estos dos han tenido una buena bronca. Ella me está preparando el café sin quitarle el ojo de encima a este, y él la ignora totalmente, como si no existiera. Las gallinas cluecas de todos los días hoy tienen prisa, parece ser que tienen que comprar un regalo de cumpleaños; espero no haber oído bien, ya que no es posible que dijeran que cada una de ellas ponía diez euros para el regalo. Y si mis cálculos no me fallan, que nunca lo suelen hacerlo. Si son veinte niños en clase, por diez euros son dos cientos euros en un regalo para un niño. Yo no sé lo que le compraran cuando sean mayores de edad, anonadada sigo por lo oído. —Por el tiempo que he tardado a este muffin invita la casa. —No era necesario. —Espero que te guste, los hace él y te aseguro que tiene unas manos… Lo miro y me fijo atentamente en sus manos, y vaya si pienso en ellas, pero no quiero explicar que hace con ellas, ya que su novia me está mirando. Lo mejor será que me centre en agradecerle el detalle y pensar en frío, esquimales y Siberia. —Gracias. Se dirige de nuevo a la barra y yo doy un pequeño mordisco al muffin que me han regalado y obviamente en estos momentos no tendría el placer de permitírmelo. Así que me lo voy a comer más gustosamente. Mis sentidos se activan al saborearlo, no estoy segura si he gemido, pero no me importa está riquísimo y este es mi momento. Uno que hacía días que no disfrutaba, ahora recuerdo que sentía cuando era feliz, cuando sonreía y disfrutaba de los placeres de la vida. Doy el último mordisco y escucho voces, vienen de detrás de la puerta, dónde todos los días doy por hecho que es el horno. Por momentos suben el volumen y los que estamos sentados nos miramos extrañados. Es la primera vez que en aquél lugar se respira un ambiente tenso, siempre las sonrisas de ellos y su amabilidad nos invitan a permanecer horas allí. Pero hoy no, y muestra de ellos es que las mesas comienzan a vaciarse, solo

permanecemos inmóviles las dos mujeres mayores de cada mañana y yo, el resto han desaparecido. —Joder, mira lo que has conseguido —desaparece de nuevo tras la puerta y nos miramos de nuevo sin saber qué hacer, las dos ancianas deciden irse, pero yo no sé porque me siento obligada a no moverme. Siento que una discusión les pueda afectar en el negocio, tendrían que discutir en casa antes de venir. No he probado el café, y cuando voy a dar un sorbo ella sale del horno enfadada y se va por la puerta. Oliver sale detrás sin decir nada, observando como esta se marcha. Lanza la servilleta que lleva entre las manos sobre la barra, y se mete las manos en el bolsillo. Lo observo como si estuviera viendo una película; solo me faltan las palomitas y la coca-cola para sentirme en el cine. —Invita la casa. Disculpa la escena, entiendo que también quieras irte —su voz me llega al corazón. Es el mismo tono que empleo desde que me despidieron, y por primera vez me veo reflejada en alguien. —Si necesitas que te ayude en algo… no tengo nada que hacer. —¿Sabes algo de pastelería, hostelería? —Poner el contenido de un sobre ya preparado en el horno, no cuenta, ¿no? —Creo que no —suspira y se lleva las manos a la cabeza. —Tienes dos opciones, dejar que te ayude y poder sobrevivir al día de hoy, o quedarte solo e intentar hacerlo todo tú solito. Y perdona que te lo diga, pero no creo que sea nada fácil —espero unos segundos mientras duda —Ah mi nombre es Thaïs. —Tú lo has querido —la comisura de sus labios se curva en una media sonrisa incrédula, hasta que la servilleta que antes había lanzado sobre la barra a aterrizado sobre mi cara y una carcajada sonora retumba entre las paredes —.Mi nombre es Oliver, bienvenida a mi sueño.

La retiro rápidamente y le miro con la misma que cara que utilizaba en mi trabajo, sería, amenazante, sabiendo muy bien lo que tenía que hacer. Y segura de que iba a ganar lo que estuviera negociando en ese instante. —Yo te ayudo hoy, pero tú me vas hacer una caja de muffins para compensarme. —Hecho —dice a la vez que gira sobre sí mismo y desaparece detrás de la puerta como alma que lleva al diablo. Miro a mi alrededor y lo único que veo son tazas, vasos, platos y servilletas arrugadas por recoger, así que no lo pienso más, antes de que me arrepienta de la decisión que he tomado, y cojo la bandeja que está sobre la barra. Voy hacia la mesa de las gallinas cluecas y amontono las tazas y platos para posteriormente pasar la bayeta y dejar la mesa recogida. Del mismo modo actúo con cada una de ellas hasta que por fin termino la última. —Pues al final sí que me has ayudado, gracias no tenías porqué. —No tenía nada mejor que hacer, más que irme a casa y seguir enviando currículums. Esa es la rutina de una desempleada. —Aunque te parezca extraño te entiendo y mucho, antes de montar este negocio estaba en tu misma situación, pero Val me dejó unos ahorros para que pudiera montar mi negocio. Mi ilusión, y ella me ha ayudado desde el primer momento… hasta hoy. —Bueno seguro que ha sido una riña y mañana vuelve a estar a tu lado. —No lo creo, pero bueno contrataré a alguien. Es la hora de la comida, ve a casa a comer. Yo voy a cerrar, que mañana es San Valentín y tengo que hacer galletas y cupcakes para los enamorados —permanece callado pensativo —.Ah por cierto no me he olvidado de ti, pásate y te daré tu caja de muffins. —¿Cómo diablos vas a prepararlo tú solo? —miro a mi alrededor e imagino el lugar decorado, la vitrina a rebosar de dulces, y a él solo como loco por terminar —.Ni hablar los dos vamos a preparar la cafetería para San Valentín, y no acepto un no como respuesta —

me mira con los ojos abiertos sin poder creer lo que está oyendo. Y es cuando me doy cuenta de que mis manos están en mis caderas, con la postura de directora de área que siempre he sido. —Estás loca, ¿trabajas por amor al arte normalmente? —Te aseguro que no, mis horas suelen ser muy caras, pero aprovéchate que hoy estoy de rebajas. —Pues vamos a ello —se dirige hacia la persiana y la cierra. Mira el salón dónde ya me he cerciorado de que las mesas y el suelo estén limpios y me invita a pasar. Por fin voy a conocer lo que se esconde tras esa puerta, tantas veces he imaginado como sería ese horno, que estoy entusiasmada por descubrirlo. Abre la puerta y como un buen galán entra detrás de mí. Estoy frente a una cocina enorme, de paredes y muebles blancos que denotan la limpieza de esta. Es un lugar pulcro y perfecto para hacer las delicias pasteleras que sé que este hombre crea. Me paro frente a una mesa alargada de unos cuatro metros de larga en la que está preparada para poder trabajar. Moldes, fuentes con pintura comestible, fondant. —Esta es la primera hornada que he de decorar. Son galletas en forma de corazón, son las más fáciles. ¿Has decorado alguna vez galletas? —No —Estas son muy fáciles, te enseñaré. Yo me dedicaré a hacer las decoraciones más difíciles. Coge de la nevera una masa, que si soy sincera no sé qué diablos es, pero no voy a preguntar, no quiero que piense que mi ayuda más bien va a ser una cruz. Se pone a mi lado y perfila la galleta con la manga pastelera y rellena el borde con suma delicadeza hasta que el color rojo cubre por completo la galleta.

—Te toca —me ofrece la manga pastelera, y la cojo como si quemara. Sé que me está observando, analizando más bien, así que no puedo hacerlo mal. Dibujo el corazón y lo relleno. —Al final vas a ser una caja de sorpresas -va hacia el horno y saca unas madalenas de este, que están listas para reposar y poder decorar. Comienza a rellenar de masa una nueva bandeja de moldes de galletas; estas en forma de Cupido. Mientras yo continúo mi obra maestra. La primera pensé que la había hecho bien, pero cuando ya llevo cuatro, sin duda os puedo asegurar que hasta me gusta, me relaja. Sigo dibujando el corazón y rellenándolo hasta que llego hasta el último de la bandeja. Escucho el sonido de la persiana y doy un salto dejando que una de las galletas que sujetaba en mis manos caiga al suelo, lo miro con cara de preocupación y este emite una carcajada y sale por la puerta para dirigirse a la persiana. Recojo los restos rotos del suelo, me da tanta pena que la soplo y le doy un mordisco, como diría mi madre lo que no mata engorda. Y si pienso en lo que me espera en mi nevera, esto sin duda es mucho más delicioso. —Oye no te han dicho nunca que las cosas del suelo no se comen. —Está deliciosa… ummm… dios como la iba a tirar –ríe a la vez que niega con la cabeza. —Vamos a comer un poco, aún queda mucho trabajo —miro la galleta y la dejo a un lado de la mesa, no pienso tirarla eso lo tengo claro. Camino rápidamente por dónde ha salido y lo veo cogiendo dos coca-colas de la nevera y veo una caja de una pizza sobre una de las mesas de la cafetería. —Espero que te guste la pizza tropical, es mi preferida. —Me gusta —.Ahora sé que este hombre es perfecto, pero no está a mi alcance. Sólo estoy aquí para ayudarle, nada más. Él volverá a su casa y se reconciliará con Val; ¿se llama Valentina o Valeria? Pienso para mí misma, pero no me pienso quedarme sin saberlo, en algún momento lo averiguaré.

Me siento y cojo un triángulo de pizza y le doy el mordisco a la punta, me siento observada, mastico con la boca cerrada y no quiero mirarle, sé que no es apropiado. Así que sigo comiendo. Pero su teléfono comienza a sonar, deja la pizza sobre la caja y tras limpiarse a toda velocidad lo alcanza introduciendo un par de dedos en el bolsillo. —Val si no me vas a ayudar, al menos no me molestes —intento no mirarle, no escuchar, pero es imposible no se ha molestado en apartarse para contestar. —.No estoy solo por eso no te preocupes —una carcajada con sorna sale de su garganta. Y yo me siento la mala de la película, seguro que la pobre, está pensando que la va a engañar, que he venido a quitarle a su chico. Sin duda lo haría, pero lo último que me falta ahora mismo en mi vida son problemas amorosos. —¿Me puedes explicar a qué te dedicas? —me pregunta nada más finalizar la llamada sorprendiéndome tanto que tardo unos segundos en reaccionar. —Soy… Era directora del departamento de Contabilidad, pero he hecho de broquer… cosas muy aburridas. —En serio. ¿Y qué demonios haces ayudándome? —Pues ni yo misma lo sé, pero has conseguido distraerme de la rutina en la que había caído estos últimos días. —Necesito un ayudante, si quieres trabajar aquí conmigo puedes, Val no va a volver. Y con tu currículum seguro que me ayudas con el marketing y la contabilidad de la cafetería -. Ha dicho trabajo, sí, sí quiero. Pero servir en una cafetería cafés, jamás hubiera aspirado a ello. —Me lo pensaré, de momento vamos a terminar. Nos levantamos de la mesa y regresamos a la cocina dónde las madalenas y las galletas habían reposado, otras se habían cocinado y las que ya estaban decoradas se podían guardar en el frigorífico. La tarde pasó como si las manecillas del reloj hubieran ido más rápido de lo normal, solo quedaba una bandeja por decorar, y ya estaba encargándose él personalmente. Yo

estaba recogiendo los ingredientes y las fuentes con los aparatos de cocina cuando al abrir un armario un saco de harina se cayó. La cocina se convirtió en un campo nevado. El polvo hizo que tosiera, y lo único que veía era blanco, y más blanco. —Lo siento, lo siento. —No ha sido culpa tuya, deja que te ayude —noté como sus manos agarraban mis mejillas y con un trapo limpiaba mis ojos con cuidado de no hacerme daño. Por fin podía ver bien. Estaba a pocos centímetros de su cara, de sus labios, y no podía moverme, estaba paralizada. Sus dedos acariciaron mis mejillas, pero un instinto acababa de sentir, algo que llevaba mucho tiempo dormido. Pero terminó despertando al posar sus labios junto a los míos, los recibí, los besé, jugué con su lengua hasta que mi conciencia me habló. La odio, pero mi cuerpo le hizo caso y me separé de él de forma brusca. —Perdona, no sé por qué lo he hecho, espero no haberte ofendido. —Es un error, tú tienes novia. Yo no quería provocarte más problemas —se da la vuelta dándome la espalda, y me siento culpable. No tendría que haberme quedado. Seguro que ahora tiene muchos problemas por mi culpa. Se da la vuelta y me agarra por la cintura y vuelve a besarme, me quedo paralizada, sorprendida. No le respondo, pero su lengua me obliga a abrir la boca y le beso, dejo que la pasión se apodere de mí, hasta que se separa, y vuelve a caminar hacia mí, y yo retrocedo. No sé porque me desafía, porque no salgo corriendo, pero mi escapatoria se reduce en cuánto topa mi espalda contra la mesa y este apoya sus manos a cada lado y quedo atrapada. —Primero de todo, no tengo novia, Valeria es mi hermana y socia de mi sueño. Mi sueño, no el suyo y por ello se ha ido para cumplir el suyo propio. Si tú no tienes novio — niego atónita —. No estamos haciendo daño a nadie –permanece unos segundos callado y yo no reacciono, no sé qué es lo que ha ocurrido o cuando ha comenzado. Pero lo único en lo que pienso es en sus fornidos brazos que me tienen atrapada y en que muero por volver a besarlo.

Y vaya si lo hace, y como lo hace tras saber que ninguno de los dos tenemos compromisos. Nos besamos en medio de una cocina empantanada de harina, rodeados de galletas de corazones, de feliz San Valentín y cupidos apuntándonos directamente con sus arcos de amor.

Son casi las siete de la mañana y apenas he dormido nada, ayer terminamos a las tantas de limpiar el desastre que yo había provocado con la harina. Y después dejamos listas las vitrinas con las galletas, cupcakes e incluso pasteles que Oliver tenía ya preparados. La cafetería huele y se ve de vicio. Solo quedan diez minutos para abrir las puertas y espero que el día de hoy sea tan especial para él, como lo está siendo para mí. Ayer me acompañó hasta mi casa y tras besarle en mi portal y despedirme como una autentica quinceañera, me di cuenta de lo importante que eran los pequeños detalles, los que realmente hacen feliz a una misma. Pasar la tarde con Oliver decorando galletas, no os podéis imaginar lo feliz que me hizo, tanto que la pasión nos envolvió y acepté trabajar en su cafetería. Evidentemente mi vocación de directora y estratega no me ha abandonado, y esta noche he pensado e ideado unos cambios que creo, que son los que le faltan a este precioso lugar para ser el éxito que merece. Pero todo a su debido tiempo. Hoy es mi primer día de trabajo, después de dos meses de resignación y frustración por estar en la empresa más grande del país “el paro” —¿Thaïs lista para arrasar? —me grita desde la persiana justo antes de abrirla. —Estamos listos. Comienzan a entrar clientes, y los dulces de Oliver se venden uno tras otro hasta agotar todas las existencias en media mañana. La recaudación es increíble y él está feliz.

Su sonrisa me contagia y por ello llevo todo el día sonriendo a las personas, a él, recordando como lo hacía su hermana Val cada día. Aquellos días que envidiaba la felicidad de ellos, y que por caprichos de la vida el día de los enamorados he obtenido todo lo que deseé tener. —Esto es tuyo —me entrega una caja roja, cerrada por un lazo y una flecha de cupido. No espero más, la abro y veo seis cupcakes con la palabra te quiero en cada uno de ellos. —Pero… —Fue un trato, tú lo has querido así – Me lanzo sobre sus brazos y lo beso emocionada por el detalle, un pequeño detalle, que nadie había tenido hasta ahora conmigo.

1 año más tarde —Thaïs voy bajando yo, descansa un rato. —Te prometo que no tardo. —Descansa estás agotada, ayer trabajaste hasta muy tarde. Noto que se separada de mi lado, siento el aire como enfría mi piel desnuda sin la suya. Pero no soy capaz de levantarme aún, anoche estuve hasta las dos de la mañana preparando la tienda. Insistí en que el viniera a descansar, porque no puede faltar a primera hora, y las chicas que contratamos hace seis meses y yo nos quedamos decorando la tienda. Cuando la vea no se va a creer que sea su cafetería, he cambiado muebles de sitio, un cambio de imagen necesario para acoger a los cientos de clientes que seguro se agolpan un año más a las puertas de nuestra pastelería. He conseguido que la idea cambie, principalmente somos una pastelería, y no una cualquiera, hemos adquirido la posición de la mejor pastelería de la ciudad. Val me lo dijo una vez, las manos de Oliver son las mejores, solo he tenido que hacer una buena campaña de márquetin para lograr el éxito seguro.

Y que os voy a decir de mí, hoy día de San Valentín, hace un año que las flechas de Cupido de glaseado nos apuntaban, disparándonos amor. Uno tan grande que no hemos dejado de amarnos desde aquél día.

Al final no he podido resistirlo y he bajado, estoy llegando a la puerta y hay cola, vaya si hay… Me siento tan feliz, que ahora mismo no le podría pedir nada más a la vida. Entro y veo a Oliver entrar y salir, está nervioso. Pero el equipo de chicas que hemos contratado lo tienen todo bajo control. Las galletas y Cupcakes se están vendiendo en masa. —Thaïs, ven un momento. —Voy —saludo a los clientes y a las chicas al entrar. Y me dirijo hasta la cocina dónde me está esperando. —Me encanta como ha quedado. ¿Te he dicho que eres la mejor? —No tanto como deberías –me hago la remolona esperando más mimos de mi novio. —Dios… en cuánto lleguemos a casa te voy a demostrar lo que te quiero… Pero antes te he hecho un regalo para recordar viejos tiempos. Veo una caja de cupcakes y salivo al instante, sé que me ha hecho mis preferidos, los primeros que me regalo hace un año. Retiro el lazo y abro la caja quedándome boquiabierta en cuanto veo cada uno de los cupcakes. Cada uno de ellos con una palabra escrita. Y mi boca se va abriendo de par en par sin poder controlarla al leer “Te quieres casar conmigo?” —Sí, sí, si claro que sí.

—¿Sí qué? —nos giramos ambos y vemos entrar a Val que nos mira sonriente. Comienza a asentir y le muestro los cupcakes y ella también abre la boca de par en par hasta que reacciona y comienza a gritar, a felicitarnos y las carcajadas de los tres inundan la cocina de felicidad. Cuando me quedé sin trabajo, pensé que mi mundo nunca sería igual. Pero ahora mismo doy gracias a que no sea igual de aburrido, de frío y de vacío que lo era antes de conocer a Oliver a mi cupido particular.

FIN

Y llegaste tú Lau Rojas V. Dedicatoria: Para vos que queres enamorarte, vivir otras vidas, vivir un sueño... Para vos, que nos lees a nosotras, que solo queremos hacer que te olvides de todo por un ratito... Lau Rojas Vera

1 Mirar la ciudad desde lo alto de los hoteles en los que me hospedo es mi manera favorita de terminar el día. La vista de la ciudad de Las Vegas me quita el aliento cada vez que me dedico unos minutos a admirarla, la mezcla de las luces de los edificios, los vehículos en constante movimiento y la noche, es una mezcla intoxicante; ver personas que desde esta distancia parecen hormigas caminando por aquí y por allá me relaja de una manera que no puedo explicar. El reloj marca las ocho de la noche, vuelvo a mirar el exterior desde el gran ventanal y el reflejo de mi rostro me llega, veo mis ojos grises, cabello castaño con mechas doradas, piel blanca y facciones finas, los hombres me dicen que soy hermosa, pero sé que lo único que buscan de mi es una noche con una ex modelo que ahora se dedica a realizar coaching en Recursos Humanos a empresas que lo solicitan; perdida en mis pensamientos escucho el teléfono de la habitación sonar. Me acerco a la mesa cerca del sofá de cuero color crema, bastante moderno y tomo la llamada. —¿Si? —Buenas tardes Señorita Eyre, preguntando por usted.

en recepción se encuentra

el Señor Parker

—Por favor dígale que bajo en un momento. —Por supuesto Coloco el auricular en su receptor y suspiro. Miro mi atuendo, todavía vestida con pantalón ejecutivo gris, camisa blanca sin mangas y zapatos stilettos negros, el saco que complementa la vestimenta descansa en el espaldero del sofá.

Daniel Parker. Meneo la cabeza negando y no puedo evitar sonreír. Hubo un tiempo en que él era todo para mí, pero ahora ya no. Creo. Daniel fue un error que cometí unos años atrás, en realidad es un error que cometo cada vez que estoy en Las Vegas, después de todo, es la ciudad del pecado. Y soy una mujer soltera.

Tomo la llave magnética de la habitación y sin pensarlo dos veces me dirijo al ascensor. Bajo en silencio pensando en si esta vez debería o no debería volver a tropezar con esta piedra en particular. Mirando mi pie derecho menearse de izquierda a derecha sosteniéndose del talón siento que el ascensor se detiene en el piso 7 y la puerta se abre, sin levantar la cabeza me muevo a la izquierda para dejar pasar a la persona que espera fuera, lo primero que entra en mi campo de visión son unos zapatos negros de hombre, muy bien lustrados, parecen de marca, posiblemente Gucci pero no estoy segura, deslizo mi vista por sus piernas vestidas con un pantalón de traje negro, sigo subiendo y me encuentro con una camiseta negra tipo polo con el logo de un cocodrilo en el costado izquierdo, sigo subiendo y me quedo sin aliento, creo que; si no estuviera congelada en mi lugar, me tambalearía de la sorpresa, pues frente a mí se encuentra el hombre más bello que jamás he visto; quien me mira como devorándome con la mirada. Oh Dios, creo que me sonrojo, en su labio se insinúa una sonrisa arrogante mientras da un paso dentro del cubículo que se cierra segundos después. Solo puedo oler su perfume, huele a mar y a gel de ducha, inhalo disimuladamente pero creo que no resulta nada disimulado porque su sonrisa se hace aun más grande. Anclo mi mirada en la puerta y veo su reflejo en ella, tiene el cabello castaño, los ojos claros, azules, es alto, aproximadamente 1.80 o más, sonrisa arrogante (creo que ya he dicho esto, pero es la verdad) rostro cuadrado acentuado con una barba que le cubre el mentón, la barbilla y los labios, pero no es cargada y está muy bien cuidada, cuerpo de infarto; no puedo evitar preguntarme como se verá debajo de toda esa ropa que en este momento me resulta totalmente innecesaria. Siento sus ojos recorriendo mi cuerpo de la misma manera que los míos recorren el suyo, por la puerta de metal que refleja lo que hacemos.

La puerta del ascensor se abre y me cede el paso, con su mano derecha me indica el camino, al ver que no me muevo, acerca su rostro al mío y habla casi pegado a mi oído – Después de usted- giro mi cabeza sorprendida y me quedo mirándolo, esta vez me importa muy poco que se dé cuenta de que lo estoy devorando con la mirada, mis piernas no responden y su voz gruesa, ronca y absolutamente sexy me tiene atada a este lugar, la piel se me eriza y el corazón me late fuerte mientras me obligo a salir de este diminuto espacio que encierra su olor. Camino lo más tranquilamente que me es posible y sin mirar atrás me dirijo hasta el lobby, donde un trajeado Daniel me espera con una sonrisa, se levanta al verme y al dirigirme a él escucho que alguien carraspea detrás de mí. No puedo evitar mirar y lo veo a él, sonriendo y mirándome directamente a los ojos. —Que tenga buenas noches, señorita- dice asintiendo y una sonrisa dibujada en su rostro. Lo miro pero no puedo decir nada, nerviosa sonrío (o al menos lo intento, porque estoy casi segura que mi rostro se asemeja más a un derrame facial que a una sonrisa) y asiento en respuesta. Siento la mano de Daniel en mi cadera y la mirada del hombre misterioso se posa en la mano que descansa en mi cintura y levanta la ceja, como si lo que ve le molesta; me entran unas ganas enormes de palmear a Daniel y pedirle que retire su mano de mi cuerpo. El rostro de mi hombre misterioso se contrae, aprieta su mandíbula y sus ojos se entrecierran. Sin otra palabra da la vuelta y sale del edificio. Mi mirada se queda clavada en la puerta de vidrio, veo que sube a un Bentley negro donde lo espera un chofer. —¿Conoces a Aarón Lane? Desvío la mirada de la puerta al rostro molesto de Daniel que me mira echando fuego en los ojos. —No lo conozco —Trago saliva. —Pues no parecía eso —Eleva su ceja mirándome a los ojos. —¿De dónde lo conoces tú? —Estudiamos juntos en la Universidad, pero no somos amigos. —No me digas —Susurro, creo que hasta un ciego lo podría ver. Sin poder evitarlo mis ojos vuelven a dirigirse a la puerta donde minutos antes estaba, mi hombre misterioso, también conocido como Aarón. —¿Debería estar preocupado? —Sin entender a que se refiere vuelvo a fijar la mirada en él.

—¿Preocupado? —No me miras, no te has puesto sexy y ni siquiera tienes la decencia de parecer feliz de verme- Me reclama. Siento como la rabia invade mis venas. —¿No tengo la decencia? Por favor Daniel, somos amigos, y no me cambie porque esta noche no me apetece hacer nada. A lo sumo una cena, vino y luego a la cama.- Sonríe –—A mi cama —aclaro—. Sola. La sonrisa se le borra del rostro. —Acepto lo de la cena, veremos lo de dormir sola- Una sonrisa petulante se le forma en el bello rostro y con su mano al final de mi espalda me guía al restaurant del hotel en que me hospedo. Miro de reojo a Daniel, traje gris, camisa blanca, corbata del mismo color del traje, zapatos negros y gemelos con sus Iniciales DP. Su rostro se muestra relajado ahora, su cabello corto negro, ojos avellana y labios rosas. Podría llegar a cambiar de parecer, me digo, puede ser que esta noche no duerma sola. Hace más de seis meses que no estoy con nadie, íntimamente, quiero decir, desde la última vez que estuve con él. ¡Oh, por Dios! Ahora que lo pienso; Daniel fue la última persona con la que tuve sexo. ¿Qué quiere decir eso? ¿Por qué no estuve con otro hombre? Oh, sí. Ya recuerdo. Porque estaba completamente obsesionada con este hombre que me dirige a una mesa cuadrada montada para dos personas, cubiertos para tres platos y copas para agua y vino; rosas rojas y una vela en el centro de la mesa. Toma el respaldo y corre la silla para que me siente, él lo hace también y mirándome a los ojos pregunta que quiero tomar. —Vino por favor. Tinto. Elige tu.- Lo hace y el mozo se dirige a buscar nuestras bebidas. Tomo la carta y registro el menú, no tengo preferencia por nada en especial en este momento, elijo ensalada Caesar. —Estás muy callada esta noche. Sonrío mientras el mozo le da de beber la copa de vino, Daniel lo cata y asiente. Tomo la copa y tomo un sorbo. Delicioso. Hacemos el pedido de cena y Daniel sonríe con mi elección, nunca le gusto que coma mucho, el piensa que las mujeres deben ser femeninas, sexies y por sobre todo delgadas. ¿Es por eso que no se me antoja algo más sustancioso? ¿Estoy tan condicionada? Mejor no pienso en eso. Cuando voy a contestarle veo por el rabo del ojo que una camiseta negra polo ingresa al restaurant, solo y se sienta en un rincón del salón, donde tiene una vista privilegiada de nuestra mesa. Trago saliva, sus ojos están fijos en mí. Calor sube por mi cuerpo, Daniel no se percata del Voyeur que nos controla y prefiero que siga así. Lamo mis labios y tomo otro sorbo del vino.

—Bianca, estas muy distraída esta noche, sabes cuánto me molesta eso. —No me percate que mi compañero de mesa estaba hablándome. —No estoy distraída Daniel, es solo que estoy cansada. —Bajo la mirada y acomodo el cuchillo en la mesa. Su mano se posa en la mía y me sorprendo, me sorprendo porque no siento nada, nada de las cosquillas que sentía antes, ni el calor que me invadía al sentir su piel rozar la mía. —No sé qué hago aquí- Confieso mirándolo a los ojos, veo sorpresa en ellos, pero solo dura un segundo, luego, como siempre, me ignora. —¿Cómo has estado? —Daniel, no sé qué hago aquí- Repito. —¿Preferirías estar en otro lado, Bianca? ¿Es eso? Daniel —tomo valor—. Acepto la cena, buena charla, pero nada más. Está furioso, lo sé, su rostro se contrae y tensa la mandíbula. Pero respira profundamente y sonríe. —Como te dije, Bianca, acepto la cena y luego veremos. ¿Te parece?- La mirada de Daniel se pasea por el cuerpo de una señorita muy elegante que camina por detrás mío, no puedo evitar ser yo ahora quien levanta la ceja y niego. Hay cosas que nunca cambian.

Llega la comida y Daniel habla de su trabajo, de los viajes que realiza, recuerda como nos conocimos en el estacionamiento de una tienda cuando deje mis llaves dentro del vehículo y él tuvo que ayudarme. Hablamos de que tuvimos un buen pasado, creo que él intentaba que recuerde los buenos momentos para que lo anhele y quiera repetirlo; pero mientras él hacia un recuento del pasado yo solo pensaba en las veces que quise tener una relación con él, y en cómo una y otra vez me rechazaba, que estábamos bien como estábamos, que no necesitábamos matar lo nuestro etiquetando nuestra relación. Que tonta fui. No recordaba todo esto hasta este momento, creo que tampoco fue tan importante, porque no es algo que tengo marcado en la memoria, pero mi cuerpo si cree que es importante porque ahora recuerdo como una y otra vez rechazaba invitaciones de hombres, porque, tonta de mi, sentía que lo engañaba.

Daniel sigue hablando y yo jugueteando con la comida, se me quito el hambre. Siento una mirada fija en mi cuerpo, levanto el rostro y mis ojos buscan al hombre (ya no tan) misterioso. Levanta su copa y brinda conmigo con una sonrisa en el rostro. Sonrío tímidamente y vuelvo a fijar mi mirada en Daniel. ¡Dios! Que ganas de estamparle el plato por la cabeza para que deje de hablar, que ansia de estar con ese hombre que a unas mesas de distancia hace que quiera tirarlo todo para volver a olerlo y volver a escuchar su voz. —Bianca, te estoy hablando —me espeta molesto, —Daniel —retiro el plato al centro de la mesa y coloco mis codos sobre ella, formando un triangulo y mi mentón descansando en el dorso de mis dedos entrelazados. — ¿Hace cuanto que hacemos esto? ¿Dos, tres años? — Abre los ojos pero no dice nada. — Creo que es suficiente, deberíamos terminar de cenar, despedirnos como buenos amigos y luego seguir cada uno por su lado. —Bianca, nena —Levanto mi mano haciendo un gesto para que deje de hablar. —Es una decisión tomada, Daniel. No hay mas nada que discutir, durante años quise estar contigo, a pesar de que miras a otras mujeres cuando estoy contigo, a pesar de que no me dejas comer nada, de que no me tratas como me merezco, que solo me quieres para mostrarte a tus amigos y para acostarte conmigo, no pasas la noche a mi lado. Ni siquiera podemos decir que dormimos juntos, soy algo seguro para ti, pero ahora deberás hablar en tiempo pasado por que desde este instante ya no somos nada, ni siquiera amigos. El gesto en su rostro es de incredulidad, su boca gesticula una O; estiro la mano y tomo su mandíbula cerrando su boca. Sonriendo tomo el último sorbo del vino, levanto la servilleta de tela y colocándola sobre la mesa me levanto, dejando a un atónito Daniel Parker, Gerente de una de las más importantes empresas del país solo en la mesa. Toma todo mi auto control no girar la cabeza y ver el rostro de mi hombre misterioso, pero lo consigo, salgo del restaurant y me dirijo al ascensor que, gracias a todos los dioses, esperaba en planta baja, pulso el botón del piso doce y me recuesto por la pared. Al llegar a mi habitación me dirijo a la ducha y luego de un baño revitalizador estoy preparada para dormir. Me arrastro por la cama y cubriéndome con el edredón cierro los ojos, pero en vez de soñar con el rostro molesto de Daniel, sueño con un rostro cuadrado, ojos azules, olor a mar y gel de ducha.

2 Me despierto con el sonido del despertador, son las siete de la mañana de un viernes cuatro de febrero. Me estiro en la cama, me levanto, coloco el Iphone en el receptor y comienza a sonar una canción que habla de que Es un bello día y que no puede evitar sonreír, que cuando dijo adiós todo su mundo brillo. Sonrío, ¡que acorde! Luego de la ducha, me coloco un vestido ejecutivo color azul y cinturón fino color crema, zapatos del mismo color del cinturón, cartera acorde, maquillaje suave, brillo rosa en los labios, rímel en el ojo, un poco de polvo, nada más, con el maletín en la mano salgo de la habitación, bajo en el ascensor y saludo al botones que me desea un buen día, tomo un taxi y me dirijo a In Lane Inc. Empresa de Informática, tiene programas de informática y una página similar a Google, están creciendo de manera rápida y el gerente de RH cree que es mejor realizar un Choaching a los gerentes de cada sucursal (Tienen oficinas por todo el país) me pidieron que vuele directamente aquí, pues por esta semana, hasta el viernes, estarán reunidos, ya que el Presidente de la empresa estará en la ciudad, teniendo él su base en Boston. Boston es mi ciudad natal, tengo casa ahí, pero viajo tan constantemente que ya no lo considero como hogar, por el momento es el lugar donde descansar entre viajes. Me paso el trayecto desde el hotel hasta la oficina leyendo el perfil del cliente, y hay algo que me llama la atención; en ningún momento detallan el nombre del Presidente de la Compañía, cuando se lo menciona solo se lo nombra con las iniciales A.L. Dejo de leer el expediente cuando el taxista me indica que hemos llegado a destino. Bajo del vehículo, teniendo cuidado de no dejar nada dentro. Camino hasta el edificio de vidrio con vigas de hierro. Ingreso y me dirijo a la recepción, es bastante moderna, la barra de atención es de luces Led, Tv plasmas por las paredes con distintos canales, noticiarios, video clips, dibujos animados y películas pasando en ellos. La música de fondo es baja pero se escucha a Aerosmith. La recepcionista me recibe con una enorme sonrisa, ya me gusta esto. —Buenos días señorita, bienvenida a In Lane, ¿en qué puedo ayudarla? —En ningún momento quita sus ojos de los míos, mantiene el contacto visual con el cliente, perfecto. Si todos son así, esto será pan comido. —Buen día —Imito su sonrisa—. Tengo una cita con el Señor Barrington —Tipea algo en la computadora. —¿Señorita Eyre? — Pregunta confusa. Frunzo el ceño.

—Sí. —Oh disculpe, es que la esperaba, em, um, un poco más, ¿Cómo decirlo? mayor— Dice en un susurro sonrojándose. Sonrío con ternura —Disculpe. —Oh —Miro su tag—. Carolina —le digo—. No te preocupes, esto sucede casi en todas las oficinas donde voy, pero luego logro sorprenderlos —le digo guiñando un ojo. En eso escucho una voz detrás de mí. —Señorita Eyre —volteo el rostro para saludar a quien me llama y me encuentro con un hombre joven, vestido con jeans y camiseta azul con un escrito de ¡Levántate, tú puedes hacerlo! Sonrío. Cada vez me gusta más este lugar. —Sí, usted debe ser el Señor Barrington —digo estrechando su mano. —Oh, no, el Señor Barrington es mi padre, a mi puedes llamarme Erik- Sonríe. — Sígueme te presentare al equipo, luego al CEO, ósea el presidente —articula con los labios— y luego te podrás instalar en la sala de reuniones, nos reuniremos con A.L y luego a las dos de la tarde tendremos la reunión con los gerentes ¿ Te parece bien? —Perfecto —sonrío siguiendo sus pasos. Erik me explica un poco más de la compañía, como A.L lo inicio solo, al terminar la facultad y como solo pocos años después su empresa era una de las mejores del país. Recorremos las oficinas, saludo a los que me presentan. Vamos por un pasillo que termina con una puerta de madera que a los lados tiene vidrio donde se ve a un hombre recostado en el espaldero del sillón hablando por teléfono. —Ven, te presentare a A.L —Erik abre la puerta sin siquiera golpear. Toda la oficina es moderna, destacan los colores blanco, negro, rojo y azul, es como entrar a un kínder garden. —Necesito toda la información que puedas conseguir de ella —dice el CEO de la empresa a quien este del otro lado de la línea —Erik carraspea y A.L voltea todavía con el teléfono en el oído, al mirarme abre los ojos y sonríe. —¡Mierda! ¡Es el hombre misterioso!- pienso para mí misma. —Olvídalo —dice y cuelga. Pasea su mirada por mi cuerpo y luego la dirige a Erik quien sonríe. —Aarón, quisiera que conozcas a la Señorita Eyre. — él se levanta y bordea su escritorio serio, pero sus ojos, oh, sus ojos brillan, como si estuviera riéndose de mí, que estoy obligándome a respirar normalmente, a intentar tranquilizar mi corazón para que él (ni Erik) se den cuenta de lo rápido que late.

—Bianca —digo en un susurro mientras le tiendo la mano. —Así que, Bianca Eyre —se recuesta por su escritorio, todavía sosteniendo mi mano. Sin abandonar mis ojos dice —Erik, ¿podrías por favor dejarme a solas con la Señorita Eyre? —volteo el rostro y veo que la cara de Erik es un poema. —Em, claro —carraspea—. Avísame cuando terminen —sonríe pícaramente y sale de la oficina. —Estuve queriendo saber tu nombre desde anoche —¡Wow! No se anda con rodeos este hombre. —Pues ahora ya lo sabe—No me trates de usted, creo que después de lo que pasamos en el ascensor nos podemos tutear, ¿no es así? —Em. Claro —miro mi mano derecha aun sostenida por la suya, despacio afloja el agarre y sus dedos rozan mi piel al soltarme. —Entonces yo soy Aarón Lane- se señala- y tú eres Bianca Eyre- gesticula señalándome. Sus ojos fijos en los míos. Despega su cuerpo del escritorio y quedamos cara a cara, tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos porque es unos centímetros más alto que yo. El olor de su perfume me golpea y solo puedo imaginar la playa y arena blanca. —Bianca —susurra—. Antes de seguir con esto —hace un gesto con la mano señalándonos—. Quisiera preguntarte algoAsiento, incapaz de que algo coherente salga de mi boca, mis labios están secos, mi pulso esta enloquecido y mi entrepierna húmeda. Ladea la cabeza y sus ojos recorren mi rostro como absorbiéndome, memorizándome. —La pregunta que quiero hacerte solo puede ser respondida de dos maneras, Bianca —me impresiona como este hombre vestido con un jean y camiseta tipo polo azul (mismo color pero no mismo modelo que el que tenia puesto Erik) me intimida de esta manera, la forma en que su lengua se enrolla para decir mi nombre hace que se me erice la piel. —. Las respuestas son Si o No; ¿me contestaras con la verdad?—Sí —mi voz es casi un susurro, carraspeo y lo vuelvo a intentar—. Sí. Sonríe de costado con un brillo jocoso en los ojos.

—¿Eres pareja de Daniel Parker? —¡¿Qué?! ¡¿Qué clase de pregunta es esa?! Luego recuerdo que nos vio cenando anoche. Trago saliva y rompo el contacto visual. Niego con la cabeza sin emitir ningún sonido. —Necesito que me respondas, Bianca. ¿Eres pareja de Daniel o no? —No —respondo—. No soy pareja de él —asiente pensativamente, alejándose de mí. ¡No! Quiero gritarle ¡no te vayas, no te separes! —Pero lo eras —no es una pregunta. —No lo soy desde hace seis meses —respondo antes de darme cuenta de la información que acabo de dar a un extraño, información que además de ser privada es muy, muy personal. Trabajo, necesitas concentrarte en el trabajo, me obligo a mí misma. —Seis meses. —repite —Aarón —le digo, voltea su rostro para mirarme, impasible, no delata nada, ni bueno, ni malo, perdió todo brillo en los ojos. —¿Si, Bianca? —Estoy aquí para trabajar- No sé porque, de la nada siento la necesidad de escapar de esta oficina. Asiente. Por supuesto. Quiero gritarle ¡¿Por qué de un segundo a esta parte es como que has perdido interés en mí?! ¡¿Qué pasa entre Daniel y tú?! Pero nada de eso sale de mi boca. Toma el intercomunicador y llama a Erik. No lo vuelvo a ver por el resto de la jornada.

Han pasado varios días y es más de lo mismo, llego a la oficina, me siento observada, pero no logro verlo, trabajo y pienso en él todo el día, toda la noche. Al llegar al hotel no puedo evitar que mis ojos vaguen por el lobby, buscándolo, pero no logro encontrarme con él, es como si se hubiera esfumado.

Es jueves 10 de febrero. Al finalizar la jornada ordeno los papeles, los guardo en mi maletín y me dirijo al ascensor. Cierto hombre de ojos azules, olor a mar y rostro cuadrado se anclo en mi cabeza, no salió en todo el día de su oficina, como si estuviera refugiándose ahí dentro o escondiéndose de mí. Caminando por el pasillo me doy cuenta de que casi todos los trabajadores se han retirado, miro el reloj del celular y veo que son casi las siete de la tarde. Llamo al ascensor luego de unos minutos las puertas se abren. Ingreso y cuando las puertas están a punto de cerrarse, una voz hace que pierda un latido cuando grita – Atajen el ascensorInmediatamente lo hago y el hombre que hace que me comporte como una adolescente ingresa al pequeño cubículo. —Seguimos encontrándonos de esta manera —Dice mirándome a la cara y sonriendo, ahora sí, completamente. —Me gustaría invitarte a cenar ¿tienes planes? Meneo la cabeza negando, completamente sorprendida, —sinceramente pensé que había perdido todo interés en mi, y que el hecho de haber estado con Daniel había eliminado cualquier oportunidad de llegar a conocernos.—Pues la verdad, iba a ser así- Lo miro mas sorprendida aun —¿Qué? Sonríe como el gato que está a punto de comer al canario. —Que el hecho de que hayas salido con Daniel casi elimino cualquier oportunidad —se acerca a mí, ¡oh no! — pero no puedo dejar de pensar en ti, ni de preguntarme como sabrán tus besos – Mira mis labios- o como se sentirá tu piel al pasar mis dedos por tu cuerpo- retrocedo, lo miro atónita- ¿Acaso lees la mente? —muerdo mis labios al darme cuenta que hice esa pregunta en vos alta y entonces me doy cuenta de que lo anterior no lo pensé, sino que lo dije, en voz alta, frente a él. ¡Oh, Dios! ¡Trágame tierra!

Una pequeña carcajada se escapa de sus labios y se acerca más a mí. Pero antes de que pueda decir algo, llegamos a planta baja. Salgo casi corriendo del ascensor, del edificio y en la calle me detengo a tomar aire. Lo siento antes de verlo casi corriendo detrás mío. —Bianca, cena conmigo. Podremos hablar ahí, ¿qué dices?

Asiento —Sí. —Ok, vamos. —¡¿Ahora?! —Claro que ahora, si vas al hotel es muy probable que no salgas de ahí y no tenga oportunidad de conocerte.- casi susurra. Lo miro, mis ojos son ahora los que pasean por su rostro, su perfecto rostro cuadrado, ojos azules, barba bien cuidada, cabello más abultado en el medio, peinado de costado. Tengo ganas de pasar mis dedos por ellos y acercar su rostro para posar sus labios en los míos. Respiro profundamente. Me toma de la mano y me obliga a seguirlo diciendo que debemos ir al restaurant antes de que termine por apretarme contra la pared y nos arresten, porque no solo tiene ganas de comerme la boca. ¡Espera! ¡Podemos hacer eso! grito mentalmente. 3 Llegamos a Twist y casi se me desprende la boca de tanto que la abro. Es un restaurante precioso, mucho vidrio, lujo, muebles preciosos. Nos sentamos en una de las mesas más apartadas, pedido especial de Mr. Lane, como lo llamaron nada más al llegar. —No sé si comes algo o así como aquella vez solo cenarás ensalada —menciona como quien no quiere la cosa el hecho de que estuvo observando cómo cenaba con otro hombre. —Creo que comeré algo —digo, sin demostrar dos cosas. Uno, que me emociona que haya recordado lo que cené, dos, la vergüenza que siento, pero luego me corrijo, él sabe que no pase la noche con Daniel, me vio marcharme. Hacemos el pedido de la comida, yo pido un bistec, Aarón pide langosta. Vino tinto y algo de chocolate luego para el postre. Sonrío, nada que ver con mis previas cenas con Daniel. Necesito saber cuál es la historia entre ellos dos. —¿De dónde conoces a Daniel? —pregunto como si fuese la pregunta más normal del mundo. Me observa durante un largo rato, como analizando si contestarme o no. El mozo llega con nuestras bebidas. Ambos tomamos un sorbo mirándonos a los ojos, me es imposible despegar mis ojos de los de él, me tienen hechizada.

—En la universidad; fuimos compañeros de cuarto, éramos bastante amigos de hecho, hasta que un día salí temprano de una clase, sin nada que hacer me dirigí a la habitación y lo encontré en la cama con mi novia —casi escupo el vino. —Oh-—susurro—. Lo siento. —No lo hagas —niega con la cabeza—. Paso hace mucho tiempo, ya casi ni lo recuerdo. Es solo que nunca lo pude perdonar ¿Sabes? —asiento—. Luego de eso no volvimos a hablar, no hubo una pelea, no hubo gritos ni tuvieron que separarnos entre varios, no. Llegue, los vi, carraspee y cuando me vieron, salí de la habitación, pedí el cambio de cuarto y nunca más vi a mi ex novia ni a mi ex amigo, hasta hace unos meses que me lo encontré aquí en Las Vegas —toma su copa, bebe un sorbo con la mirada perdida; cuando creí que no iba a decir nada más, vuelve a hablar—. ¿Puedo ser totalmente honesto contigo? —asiento—. Cuando te vi esa anoche en el ascensor, el corazón dejó de latirme por un segundo, quería congelar ese paseo en ascensor y nunca desee tanto que pase algo, que haya un corte de electricidad y que nos quedemos encerrados en ese espacio tan pequeño. O que el ascensor sufra algún desperfecto, algo, cualquier cosa. Tus ojos, Bianca —dice mirándome directamente—, dicen todo, es como ver mi futuro en un segundo — baja la mirada e intento respirar, el aire literalmente abandono mis pulmones—. Luego al llegar al Lobby —continua—, veo como ese idiota me desafía con la mirada al sostenerte de la cintura —niega con la cabeza, su rostro se contrae como recordando algo que lo molesta—. Quería saltar encima de él y separarlo de ti, por que, incluso ahí, Bianca, sentía que nadie, nadie más que yo, tiene derecho a posar la mano sobre tu cuerpo —su pecho esta casi encima de la mesa, su rostro inclinado casi tocándome, mis ojos vagan por su cara, mirando con atención cada detalle, cada rasgo de su precioso rostro. Oh, logro articular y él sonríe, una sonrisa triste. –Sí, Oh- Dice tomando un trago de su vino. Si él fue sincero conmigo, creo que también tiene derecho a que yo le ofrezca lo mismo. —¿Puedo ser completamente honesta contigo, Aarón? —imito sus palabras. Se ríe y asiente haciendo un gesto con la mano indicándome que lo haga. —Cuando te vi, la cordura abandonó mi cuerpo, no pude respirar, no pude siquiera decir nada coherente. Al llegar al lobby y ver la mirada que lanzabas a Daniel me di cuenta que no quería que me veas con él, no quería que te quedes con la impresión incorrecta. Porque, déjame decirte Aarón, que no pensaba pasar la noche con él, no pensaba hacerlo, a lo mejor lo considere, por un instante o dos, pero no paso de eso —muerdo mi labio. —Lo sé —dice sonriendo—. Vi como te levantabas y subías a tu habitación. Deseaba que te des la vuelta y me dediques aunque sea una mirada, por más corta que sea,

pero no lo hiciste, tampoco te seguí porque pensé que necesitabas un momento; desde lejos parecía como una pelea de amantes, pero luego Daniel estuvo un poco más ahí sentado, hasta que se levantó, se acercó a una señorita en la barra y se fue con ella. Mis cejas amenazan con abandonar mi rostro por lo alto que suben. ¿Se fue con otra? Bien, he hecho bien en cerrar la puerta de una vez por todas. —¿Por qué sonríes? —pregunta con una sonrisa que se insinúa en sus labios. —Porque esa anoche por fin cerré, de una vez por todas, las puertas a ese fracaso. —¿Ni siquiera dejaste la ventana abierta? Río, negando con la cabeza – —Ni siquiera la puerta para el perro —Aarón ríe con una carcajada que hace que se me contraigan todos los músculos del cuerpo y lo imito. —Bien.

Luego de esta conversación seguimos hablando de todo y de nada, de su día a día, del mío, de cómo él vive en Boston, pero se pasa viajando bastante por las ciudades donde tiene oficinas, está abriendo el abanico de oportunidades comprando hoteles así que eso le roba mucho tiempo. Casi son las dos de la mañana cuando salimos del restaurant, creo que somos los últimos en retirarnos, pido perdón al personal que nos estuvo esperando y Aarón deja una gran propina por las molestias ocasionadas. Al salir al exterior caminamos, estamos cerca del hotel. Vamos hablando de lo que le gusta y de lo que no. Mis manos están a mis costados, caminamos mirando la gente pasar, las luces de los edificios, le cuento mi pequeño secreto y así, de la nada, una de sus manos toca la mía y entrelaza sus dedos con los míos. Miro nuestras manos unidas y con una sonrisa en nuestros rostros llegamos al hotel.

4

Nos detenemos en la puerta de mi habitación del hotel. Parados uno enfrente del otro. Su mano libre se posa en mi rostro, acariciando mi mejilla con su dedo pulgar, mientras sus dedos restantes se pierden entre mis cabellos, mojo mis labios saboreando la anticipación. Mis ojos van a sus labios que se abren, inhalando como si le costara respirar, lame su labio inferior y es mi perdición, creo que gimo. Sin un segundo más que perder, su boca se posa en la mía y lentamente sus labios besan los míos, acariciándolos, picoteándolos, su diente muerde mi labio inferior y ahora sí, estoy segura que un gemido se escapa de mis labios, su lengua aprovecha para invadir mi boca, recorre cada centímetro de ella, mis manos vagan por su estomago plano y mis dedos se clavan en su piel por encima de su camiseta, lo atraigo más hacia mí, quiero sentirlo, completamente pegado a mí. Su mano derecha abandona mi mano y me estrecha contra su cuerpo, lo siento duro, por todas partes, su mano descansa donde termina mi espalda, por encima de mis nalgas, tengo ganas de frotarme contra su erección, pero no lo hago, no quiero echar esto a perder. Como leyéndome el pensamiento, sus labios me abandonan, pero aun con sus ojos cerrados, posa su frente en la mía, lentamente su mano se eleva hasta mi rostro y me sostiene entre sus manos. Intentamos recuperar el aliento y sonreímos. —Quiero ir despacio —dice con su voz ronca —También yo —una sonrisa tímida se forma en mis labios. —Quiero ver a donde nos lleva esto, Bianca —sonrío más todavía, asintiendo feliz. —Bien —digo. —Bien —repite—. Buenas noches, Bianca —picotea mis labios, con un beso dulce. —Buenas noches, Aarón —y con una mirada cargada de promesas ingreso a la habitación. Antes de cerrar la puerta lo oigo hablar. —Bianca —dejo la puerta entre abierta. —¿Si? —¿Me permitís tu celular? —con el ceño fruncido, busco el aparato en el bolso y se lo entrego, escribe algo y me lo devuelve. —Ahora ya tienes mi número personal —dice riendo. —Necesitas mi número también —le digo. Sonríe —¿Quien dijo que no lo tengo registrado ya desde hace unos días? —jadeo sorprendida.

—Pues espero que lo uses —digo y con una sonrisa cierro la puerta.

Luego de varios días de dormir solo dos o tres horas, esta es la noche en que mejor duermo. Cuando me despierto son las diez y media de la mañana, no me preocupo por que es viernes y no fui temprano a trabajar; hoy estoy feliz. Lo primero que hago al despertar es fijarme en el celular, tengo dos mensajes nuevos de El Hombre Misterioso. Frunzo el ceño. Abro el primer mensaje, llego a las siete cuarenta AM. El Hombre Misterioso: Buen día, Bianca. Déjame decirte que dormí con una sonrisa en el rostro. Quisiera estar ahí cuando despiertes, pero lamentablemente me surgió un inconveniente y tengo que dejar la ciudad por unos días, pero no te preocupes bella dama, que este hombre misterioso estará pegado al celular por si quisieras saber de mi. Jadeo, ¿cómo sabe que él es El Hombre Misterioso para mí? Miro el segundo mensaje. Llego a las diez y quince AM El Hombre Misterioso: Despierta mi niña, que quiero tener novedades tuyas. ¿No te has arrepentido verdad? E iluso de mí, creo que duermes todavía. No desaparezcas, volveré lo antes posible, de verdad me gustaría saber a dónde nos lleva esto. Sonrío como esas quinceañeras enamoradas, quiere saber a donde lleva esto. Me siento en la cama, con las piernas cruzadas y me dispongo a escribir. Bianca: Buen día, Hombre Misterioso, hay un misterio que necesitas develar. Envío el mensaje y antes de que pueda acomodarme el teléfono me indica que tengo un mensaje. El Hombre Misterioso:¡Por fin! Eres como mi propia Bella Durmiente. Creo saber cuál será la pregunta. Sonrío al teléfono. Bianca: Pues sí, necesito saber por qué guardaste tu número con ese nombre.

La respuesta no tarda en llegar. El Hombre Misterioso: Cuando Erik te presento en mi oficina yo estaba hablando por teléfono y cuando giré y te miré de frente dijiste, y cito: ¡Mierda! Es el hombre misterioso! Y pues, tengo que aceptar que amo ser El Hombre Misterioso. ¡Santa mierda! ¡Mi boca me condenará! ¡¿Es que no puedo pensar sin que mi boca me traicione?! Solo queda una pregunta más que hacer. Bianca: Que más he dicho creyendo que pensaba, pero al final lo que hacía era dejar que conozcas mis pensamientos más profundos. La respuesta no se hace esperar. El Hombre Misterioso: Nunca lo diré.

Tres días estuvo fuera, tres días de mensajes que van, mensajes que vienen, tres días de video llamadas y de conocernos mas y mas. Es poco tiempo, lo sé, es solo que con Aarón puedo ser yo. Puedo ser inteligente y hablar de mi trabajo o puedo ser indiscreta y decir las cosas más ridículas sin pensar y recibir a cambio un mensaje de cariño o una carcajada frente a la notebook. Eran las diez de la noche de un trece de febrero cuando llamaron a la puerta, yo estaba vestida con unas leggins negras y remera de In Lane azul que tenía escrito La Chica del Jefe, fue una broma de Erik, por supuesto no lo usaba en el trabajo, pero no negare que estos días lo use para dormir, todas las noches. Sentada en la cama con la notebook en mis muslos estaba trabajando, haciendo las presentaciones finales, solo quedaban dos días y luego debería partir a Boston por unos días, descansar y luego volver a viajar a Los Ángeles, tengo otras empresas que atender ahí. La puerta volvió a sonar y de mala gana me levante de la cama para ir a atender al mal educado que molesta a estas horas. Grande fue mi sorpresa al encontrarme con el bello y cansado rostro de Aarón del otro lado de la puerta. Sonreí y me preparaba para lanzarme a sus brazos cuando él entro pasando directamente a la habitación sin siquiera detenerse un segundo a echarme una mirada. Cerré la puerta despacio y seguí sus pasos. —Tres días, Bianca. Tres días estuve lejos y sentí que el mundo se me caía encima —no me miraba, caminaba en círculos y pasaba sus manos por sus cabellos—. No te

conozco prácticamente, estaba bastante feliz antes de conocerte —mi corazón late desbordado, junto mis manos y las aprieto, muerdo mis labios, siento mis ojos mojarse—. Y ahora que te conozco, parece ser que no soy capaz de estar mucho tiempo lejos, porque no puedo concentrarme, no puedo dejar de pensar en que estarás haciendo —sus manos gesticulan desesperadamente—, ¿en si pensaras en mi? En si me extrañarás, porque déjame decirte que yo lo hice —seguía caminando, sin dedicarme una mirada que me indique el camino en que esta conversación está tomando—. No te conozco, mi vida estaba tranquila antes de entrar a ese ascensor, no tenía otras metas que no sean las laborales- pasa sus manos por su rostro, aprieta sus ojos con sus dedos índice y pulgar e intenta respirar mas tranquilamente. —¿Aarón? —tengo miedo de hablar, yo estaba tan feliz porque él estaba aquí, estaba contenta de esperar sus mensajes todos los días, nuestras llamadas y video llamadas. No fue real, nada fue real. Sentí una presión en el pecho, como si me desgarraran el alma. Pero antes de que pueda decir nada Aarón hablo de nuevo. —Todo el maldito día estas en mi cabeza. Y ni siquiera me acosté contigo, ¡Maldita Sea! ¿Que pasara cuando me acueste contigo? Porque estoy más que seguro que una vez no será suficiente —gira y por fin me mira, va a dar un paso para acercarse a mí, pero se detiene de golpe. Me ve y la boca se le abre cuando se fija en mi remera. —¿Qué estas usando? —miro hacia donde sus ojos están clavados y estiro la remera hacia abajo. —Em. Erik —digo subiendo mi hombro, a modo de explicación. —¿Erik? —su cara es un poema—. ¿Erik qué? —El me regalo esta remera, dijo que era más que evidente que estábamos juntos por que nunca habías preguntado tanto por alguien cuando llamabas a interiorizarte de los acontecimientos del día.- Muerdo mis labios. El sonríe, por fin sonríe y lentamente se acerca a mí. —¿Así que eres la chica del jefe? —casi susurra y siento que me derrito, sus manos van a mi alrededor y me abraza, su nariz en mi cuello e inhala, oliéndome, sus manos me acarician la espalda—. Mi vida era tranquila Bianca —habla pegado a mi cuello—, mis días normales, sin contratiempos, pero todo cambió el día que te conocí. Nada es igual, nada nunca volverá a ser igual. Cerré el trato con los ex dueños del hotel y… —separa su rostro de mi cuello pero seguimos pegados. —¿Y? —casi tengo miedo de preguntar. Mirándome a los ojos me dice

—Y llegaste tú… —su mano derecha va a mi mejilla y automáticamente mi rostro busca su contacto, sus labios se pegan a los míos y me besa, profundo, lento y fuerte, con ganas, con deseo, gime en mi boca y me pego a él, el sonido contrae los músculos del vértice de mis muslos y sé que ahora, en este preciso momento necesito entregarme a él. Y lo hago, lentamente, sin apuros, lo lamo, beso, muerdo, succiono cada parte de su piel y él hace lo mismo. Enredados, pegajosos y saciados, de esta manera nos encuentra el sol a la mañana siguiente.

Despertar entre sus brazos fue la mejor manera de empezar el día. Todavía dormía cuando me levante para ir al sanitario. Al salir lo encuentro sentado recostado por la cabecera de la cama. —Buen día, Mi hombre misterioso. Estalla en una carcajada y abre sus brazos para recibirme, salto a la cama y me meto entre sus brazos y me siento a horcajadas. —Feliz San Valentín —sonríe al ver mi cara, ahora soy yo la anonadada, nunca antes festeje un día de los enamorados. —Feliz día —me acerco y devoro sus labios. —Eres mi mejor regalo —murmura pegado a mi boca. Tomo su cara entre mis manos e intensifico el beso, sin que ninguno de los dos podamos respirar, él no deja de besarme, sus manos van a mi espalda desnuda. Sus labios besan mi mejilla, mandíbula, mentón; sus manos arañan lentamente mi espalda mientras me froto contra él sobre las sábanas. —¿Cómo haremos esto Aarón? Se detiene y me mira entrecerrando los ojos —Si tengo que explicarte es porque anoche no estuviste presente y de ser así deberé de preocuparme. —estallo en una carcajada y lo golpeo juguetonamente el brazo. —No, no me refiero a esto —digo frotándome nuevamente contra él. —¿A qué te refieres?

—Yo vivo en Boston, pero paso casi once meses viajando por todo el país. —Yo también vivo en Boston y me paso viajando aproximadamente la misma cantidad de meses. Bianca, lo lograremos.- Sus manos ahora están en mi rostro, sosteniéndome y mirándome a los ojos. —¿Lo prometes? Sonríe y besa mis labios, los picotea, lame y muerde. —Lo prometo.

Y así, de la nada, nació un amor que no lo esperábamos, no lo hacía yo, y ciertamente Aarón tampoco. Pero aquí, en este preciso instante, enredada entre sus brazos tengo la certeza de que lograremos salir adelante y afrontar las adversidades del día a día. Juntos.

FIN

Para Siempre Esperaré Kari Connor Dedicatoria: Para Alex, mi hombre perfecto Kari Connor

Capítulo 1 Buenos Aires, Argentina. Noviembre 2014 Como si de un amuleto de la suerte se tratará, acercó hasta sus labios el dije de corazón azul y lo besó cerrando sus ojos y entregándole la carrera del día de hoy. Sabía que era una costumbre penosa, pero lo venía haciendo cada vez que necesitaba de fuerzas o cuando debía cerrar un negocio importante. Así la sentía protegerlo como lo había hecho desde que la conoció. —Ven ya, hermano. —Sí, allá voy. Metió con suma delicadeza la cadenita en el bolsillo de su mono y se dirigió junto a su equipo. Desde muy pequeños Rafael Rossi y Facundo González se conocieron en Italia, cursaron sus estudios en el mismo colegio, hasta que a González lo trajeron a Argentina para vivir con sus abuelos. No perdieron contacto. Siempre que podían se reencontraban para charlar o compartir el pasatiempo que adoraban, las carreras de autos. Ese día era uno de ellos. Preparados en sus puestos esperaban el momento del arranque. El aliento de la multitud en el palco del Autódromo Oscar y Juan Gálvez del barrio Villa Riachuelo, iba en aumento. Los vehículos ya estaban ubicados en su posición. Se disputa la competencia de 200km del Súper TC. Raphael Rossi es el piloto invitado del argentino Facundo González, último ganador de la competencia, quien está al mando de un Toyota Supra del 97. El rugido de los motores y el chirriar de las llantas es como un bálsamo para las almas de cada piloto, llenándolos de adrenalina y emoción. A la señal de inicio, González dirige el automóvil hacia el lugar de largada, seguido por los demás.

Recorre los primeros metros, sale ileso de la curva uno, realizando impecables maniobras. Aguantando llega a la mitad del circuito donde preparado espera Rossi, quien sube al auto mientras González baja por la puerta del acompañante. Rossi continúa rápido, aprieta el acelerador y sin aflojar evita que otro se le metiera adelante, siguiendo en la primera posición de manera prolija durante lo que resta de la carrera, por cuatroo segundos de diferencia del que lo seguía. Al mando de la máquina se sentía en libertad, olvidándose de los problemas y de todo a su alrededor. Culminaba triunfante, definiéndose así la competencia. La pareja conformada por González y Rossi suben al podio como campeones, y sellan el día con el simbólico baño con champaña. Oliendo a alcohol, desciende las escaleras. —¡Y mira a mi campeón! —Haciendo énfasis en el “mí”. La sonriente pelirroja que lo aguardaba al bajar del podio, se acercó junto a él depositando un sensual beso en la mejilla. Raph, como sus amigoslo llamaban, le devolvió la sonrisa. Y encogiéndose de hombros, le extendió el trofeo. Silvia, es la mujer con quien sale desde hace un año. Compartían cama, besos, risas, e incluso algunos negocios, pero con la que no se sentía completamente feliz. “Feliz”, repitió en sus pensamientos. Encontrarla era transitar por una verdadera tierra intransitable. Para él la felicidad consistía en saber que sus padres están sanos, cerrar importantes negocios con los que ganar millones de dólares o disfrutar de la compañía de distinguidas mujeres. Ya conoció la otra cara de la vida. Aquella en la que estás atado, literalmente, sin poder liberarse. En la que la desdicha, el miedo y la desazón se apoderaban de tu mente. No deseaba eso ni a su peor enemigo. Vivía el día a día, sin complicarse la existencia. “Como me gustaría volver a verte, pequeña tigresa. Eso sí me haría inmensamente feliz”. —Es precioso —Respondió la mujer con voz melosa, ajena a los pensamientos de Raph. —¿Podrías esperarme a que me cambie? —Sí, cielo. O te podría acompañar. —Espérame a la salida —Recalcó.

Esa mujer lo empezaba a hartar. Apretó la mandíbula, señal de que se estaba poniendo nervioso. Con un mohín, Silvia dio media vuelta y se alejó. —Cuando ya no la quieras, comparte hermano —dice Facu, quien se acerca a su lado y apoya el brazo en el hombro de su amigo. Raph le da un codazo en el abdomen, riendo. —Eso dolió, canalla —Haciendo gesto de dolor exageradamente. —Te lo merecías. —Hablando serio. ¿Vas a casa a cenar?. Te necesito ahí amigo. Era la fiesta anual de la familia González, en la que se reunían toda la familia. Y eso significaba que también estaría Max, primo de Facundo, con el que tenían una tensa relación a causa de la envidia del primero. —Por supuesto. No te fallaré. Antes tengo unos asuntos que resolver. Con una palmada en la espalda de su amigo se retira. Tuvo que lidiar con la garrapata en la que se convirtió su amante. Era incapaz de entender que tenía asuntos que atender. Luego de minutos que le han parecido eternos, pudo librarse de ella, con la promesa de almorzar juntos al día siguiente. La dejó en la puerta de su edificio, acompañada solo por la evidente frustración de la escultural pelirroja. Al llegar al apartamento que disponía en la ciudad para los momentos que pasaba por allí, se dirigió al estudio, donde tranquilamente podría sumergirse en sus asuntos. Le tomó unos segundos llamar a su asistente, Ramón Cuevas, un inteligente joven quien trabaja para él desde que el inició del proyecto de la empresa Rossi Holding Co. en Paraguay. —Cuevas, ¿podría hacerme un favor?. —Claro, señor Rossi. —Sé que es domingo, pero me urge que contrates a un detective y averigüe algo para mi. Luego de darle las indicaciones, colgó. Más tranquilo por lo que estaba a punto de averiguar, se preparó física y mentalmente para la noche de los González.

Capítulo 2 Encarnación, Paraguay. Diciembre 2014. Los días pasaban a gran velocidad para Cynthia. Trabajaba todos los días para darle lo mejor a su pequeña hija de un año y cuatro meses, aquel ángel de rostro rechoncho que le alegraba los días, pero que a la vez le recordaba su terrible pasado. Ambas vivían con su madre, una mujer viuda que adoraba por encima de todo a su hija y nieta. Eran dueñas de un pequeño puesto de comidas y bebidas , local que se encontraba a metros de la Playa San José. —¿Por qué no vas a darte una vuelta, che memby? Ña Eustaquia, madre de Cynthia, con su enorme poder de leer la mente de su hija, la anima a salir a distraerse un poco. Últimamente la veía agotada con tanto trabajo en esta temporada alta de verano, además debía estar atenta a la niña que andaba por todos lados con increíble velocidad. —Anda, ve. Yo me quedo con la niña —le repite—. A que te quedarás con abuela —con simpáticos gestos se dirige a su adorada nieta. —Lala —balbucea ésta al ver que su abuela le prestaba toda su atención. —Ok, pero me llamas ante cualquier cosa. —No te preocupes, ya nos entenderemos. Lleva un paraguas hija. Está empezando a lloviznar —Observando por los empañados vidrios de la ventana. Munida con un corto pantalón de jean, una remera y unas botas de lluvia, tomó su bolsa impermeable donde celosamente guardaba su cámara fotográfica Sony DSC-TX1, uno de los pocos caprichos que se ha hecho luego de tener a su hija. El cielo estaba gris y la lluvia empezaba a caer, aún así no le impidió salir a caminar sobre la húmeda arena de la playa a orillas del Río Paraná. Es mes de diciembre y la ciudad empezaba a abarrotarse de turistas compatriotas y extranjeros, quienes observaban caer las gotas de agua, desde sus refugios evitando mojarse. En cambio Cyn, disfrutaba al ser purificada con la cálida lluvia de esa tarde. Toma protectoramente su mochila, dirigiéndose hacia el ex Molino San José, aquel edificio que con su antigüedad da un toque exótico, hasta se podría decir nostálgico, al paisaje.

No es la primera vez que tomaba fotos a aquella vieja construcción de 1938, que en su época señorial era silo y molino para la elaboración de harina dándo empleo a cientos de encarnacenos. Hoy es un conjunto de antiguos ladrillos abandonados, que en su mayor parte está inundada por tierra y agua a causa de los trabajos de relleno de las zonas bajas de la ciudad. Solo queda como un recuerdo de aquella época. Las botas para agua que llevaba puesto, estaban encharcándose más y más a medida que se acercaba al lugar. Deteniéndose a una distancia prudencial, y aprovechando que en esos momentos ha escampado, toma la mochila y saca su juguete favorito. Ubicándose en una buena posición para tener el mejor ángulo a su objetivo y ajustando la lente del equipo, toma las primeras fotografías del día. Mientras en otro punto, a unos metros de distancia se encontra Raphael. Sentado frente a las tintadas ventanillas de la camioneta, observa absorto a esa joven que una vez lo defendió con ahínco, logrando mantenerlos con vida, a cualquier precio. Sin embargo, Cynthia, embelesada por las imágenes que era capaz de perpetuar, no se dió cuenta de que detrás suyo alguien se acercaba, hasta que como en un sueño escuchó su nombre. —Cynthia —oyó repetirse en un par de ocasiones. Reconociendo aquella voz, lentamente y casi temiendo que se tratase de un sueño desvió la mirada hacia aquel que la estaba llamando. Alto, moreno, con un fuerte físico, y unos increíbles ojos marrones. Muy diferente a como lo recordaba. Pero esa voz, que está bien grabada en su memoria desde aquellas veces que lo escuchaba luchar con esos miserables para evitar que la llevaran junto al jefe, y otras donde le transmitía tranquilidad diciéndole que todo acabará pronto. Su corazón empezó a bombear más fuerte que el habitual. “¿Que hace él aquí? Debe estar de vacaciones y me vió”. —Veo que no te gusta el habernos encontrado —le dijo con pesar. Despertándose del estupor en el que se encontraba, se obligó a sonreír. —Discúlpame —Sacudiendo suavemente su cabeza—. Me sorprendí, eso es todo —notó un temblor en la voz cuando le respondió. Seguidamente se acercó a él y lo abrazó. Un abrazo que inconscientemente decía mucho más de lo que a simple vista significaba.

—Sé que no debe ser placentero verme. Sabía que con mi presencia podría hacerte enfrentar a los recuerdos —aun abrazándola. —No te preocupes. Que me duela el pasado, no quiere decir que no sea suficientemente fuerte para enfrentarlo —respondió, alejándose de su cuerpo. —¿Tomamos algo? Asintió.

—Estuve buscándote por mucho tiempo —dijo Raph, tomándole de su mano que estaba sobre la mesa. Estaban en un restaurant sentados como cualquier viejo amigo que volvían a verse luego de años. Pero lo cierto era que ellos se habían conocido en una terrible circunstancia, por estar en el momento y el lugar equivocado. A pesar de todo, ambos se pensaban constantemente. Ambos se soñaban casi todas las noches. Había una electrificante conexión invisible que los unía y era palpable en el aire. Cynthia le sonrió y retiró lentamente su mano que sentía el calor de la piel masculina. —¿Qué haces por aquí? —se dignó en cambio a preguntar. Como si no hubiese escuchado lo que Raphael le había dicho. Este se recostó relajadamente, apoyando la espalda contra el respaldo de la silla. —Como te decía, estuve buscándote por muchos días. Lo último que supe fue que te habías mudado de ciudad. Luego de un tiempo dejé de intentar encontrarte. Pero como tengo algo que te pertenece, contraté a un detective que logro encontrarte. Aquí estoy —Termino abriendo los brazos de par en par. Lo que no le decía era que esa es una perfecta excusa para verla, porque estaba colada constantemente en sus pensamientos. —¿Algo que me pertenece?. Metió su morena mano en el bolsillo del elegante pantalón y extrajo de ella su más valiosa posesión. —¡La cadena! —Exclamó con sorpresa y al borde de las lágrimas.

—Pásame la mano —le dijo dulcemente. Sin dudar le extendió la mano que él tomó con delicadeza para depositar la joya en ella. Quizá ese objeto en el mercado no tenía un valor elevado, pero que para él llegó a ser el sostén del recuerdo de ella, esa tigresa, por quien tenía sentimientos bastantes fuertes que ni el mismo podía ser consciente. La observó con adoración. Verla con ese brillo en la mirada, aun más luminoso que aquella vez que lo liberaron. —Gracias —le dijo. Automáticamente, se levantó de su asiento y se acercó al de él. Depositó un beso en su mejilla y a él le empezaron a temblar las piernas, sintiendo vibrar cada célula de su cuerpo. La apreciaba. Por esas veces que se entregó con valentía, por esas veces que lloró de impotencia y miedo. Por esta vez que lo miraba con esos ojos verdes humedecido por lágrimas de agradecimiento. Ella se volvió a sentar en su asiento. —Lo tenías hasta ahora. No me puedo creer —Una vez te prometí que te devolvería cuando estuviéramos fuera. —Gracias. Mil veces gracias. Una risa ronca salió de su garganta y tomándola de la mano le dijo: —Si es para volver a verte y además con esa sonrisa, merece la pena. De pronto se percató que había pasado mucho tiempo desde que salió de la casa y levantándose se dirigió a él. —Me tengo que ir. Un gusto volver a verte. Él se puso de pie, acercándose a ella la tomó de la cintura. Agachó la cabeza hasta su altura y la besó ante todos, no importándole quienes los estarían observando. Un beso tierno, santo remedio, que les tocó a ambos en sus fibras nerviosas. En aquel instante todo se esfumó. Se olvidó de los problemas, las preocupaciones, y de la gran pelea que tuvo con su ex amante por los últimos desplantes él que le hacía. —Te llevo y no acepto negativas —Susurró sobre sus suaves labios antes de alejarse de ella. Con timidez, ella le sonrió. Cuando iba a decirle alguna palabra, él depositó un dedo sobre sus labios.

—Ya sé —dijo con un suspiro—. No digas nada, mi pequeña felina. Hablaremos después ¿te parece?. Raph pagó la cuenta. Luego guiándola con la mano en la espalda, la llevo hasta la camioneta con el chofer que lo esperaba.

Capítulo 3 El chofer detuvo la marcha frente a una modesta casa en la que Cyn compartía con su madre y su hija. Pensando que ese sería el último momento que se verían, desvió la mirada hacia la ventanilla y luego hacia aquel rostro moreno que le hacía sentir las famosas mariposas en el estómago. —Gracias por esta hermosa tarde. —¿No me vas a invitar a entrar? —¿Quieres entrar? —preguntó, temiendo la respuesta. —Me encantaría. Pero solo si así lo quieres tú. Agachando la mirada hacia sus manos entrelazadas en su regazo, suspiró. —¿Qué pasa? —preocupado, extendió el brazo y acarició el rubio pelo. —Hay algo que no sabes y me gustaría decirte antes de que te invite a la casa. Con una sonrisa, cerró los ojos y asintió levemente con la cabeza y siguió acariciándole su sedosa cabellera, diciéndole con el gesto que no había nada de que temer. —Tengo una hija. Una preciosa hija a la que amo porque no tiene culpa de nada de lo que ocurrió—dijo mirando a lo lejos a través del vidrio. —¿Es de él? Asintió aun con la mirada perdida en cualquier punto del espacio. La tomó de la barbilla con sus dedos obligándola a que lo mirase. —Me duele profundamente no haber podido salvarte. Al contrario, fuiste tú quien lo ha hecho conmigo. Pero, haber dado vida a pesar de las circunstancias, eso es una bendición. Si pensabas que con eso iba a correr de tu lado, estas equivocada. Esa niña es parte de ti y por ende la amo aun sin conocerla, porque por ti, mi tigresa, siento algo tan fuerte que me niego a llamar amor simplemente, ya que esa palabra es tan usada al azar por todos. Lo que siento por ti es puro, es lleno, es inmenso —suspiró. Era una catarsis de su alma. Las palabras fluyeron por si solas casi sin respiro. Hasta ese momento no sabía lo que realmente sentía hacia la mujer que tenía ante él. Pensó que era la añoranza, o quizá un simple cariño, pero al decir todas esas palabras se sintió tremendamente aliviado.

Lágrimas silenciosas se deslizaron por las mejillas de Cynthia. Con el pulgar las seco y otras con sus labios. —Permíteme, conocerte de nuevo. Iré al paso que tu me marques si es lo que deseas, pero dame una oportunidad, mi amor. Una sonrisa tímidamente apareció en su rostro. —Vamos. Te invito a la casa. Raphael bajó del vehículo y fue hasta el lado de Cynthia. Abrió la puerta y le extendió la mano. Ella entregándole su confianza, aquel que creía haber perdido por todos excepto por su madre, lo guió a su hogar. —Madre —llamó al entrar. Una niña regordeta corría a su encuentro. Se agachó para tomarla en brazos y la besó con amor, como solo una madre lo podría hacer. La niña riendo con los ojos cerrados ante los besos, tardó en percatarse de la presencia de un extraño en la casa. Y desde aquel momento aquel hombre tuvo toda su atención. Extendió sus bracitos hacia la morena y fuerte figura, que le sonreía. —Con que aquí estabas —salió diciendo una señora de pelo grisáceo con tono de preocupación—. Un segundo y se me pierde. —Tranquila madre, está bien. Raphael tomando del regazo de Cynthia a la niña, lo alzó en sus brazos y le hacía divertidos gestos en la cara. —Mamá, te presento a Raphael Rossi. Raphael, mi madre —Los presentó. —Mucho gusto, señora Martínez. —El gusto es mío hijo. Por favor pasa y siéntate. Compartieron el resto de la tarde en la casa, charlando, conociéndose y disfrutando de las travesuras de la pequeña. Hasta ese momento Cyn no sabía lo bien que Raphael se llevaba con los niños, como si tuviera un don especial para con ellos. A pedido de la señora de la casa, cenaron todos juntos un delicioso caldo de pescado y pasado unos minutos, se puso de pie para despedirse.

—Tengo algunas problemas de la empresa que solucionar en la capital. Vendré en cuanto pueda. Ya tienes mi número. Llámame si necesitas cualquier cosa. Yo también te llamaré. Acarició su pelo dorado y observó el rostro de su amada en la que se leía perfectamente sus pensamientos: dudaba. La sentía dudar de si misma, percibía su guerra interna entre si dejarse llevar o cerrarse a lo que podrían llegar a ser. Sin darle oportunidad a más dudas la besó posesivamente. Ella le devolvió el beso. Se devoraron las bocas con esas ansias locas del amor. —Rohayhu, tigresa. Te quiero a ti y a la pequeña en mi vida. Una oportunidad. Piénsalo, mi amor. Y luego de más un beso. Se dirigió hasta la camioneta en la que lo vió marcharse. Con el correr de los días se había hecho costumbre las llamadas y video llamadas de Raphael. La niña intentaba charlar con él a pesar de su pobre vocabulario digno de su edad, pero se notaba el cariño y confianza que le tenía. El debate interno de Cyn se debía justamente con respecto a la relación de su hija con el hombre que evidentemente se coló en su corazón. No quería que su hija se encariñara con él y luego se llevara una decepción. Debía hablar con Raphael sobre sus miedos, y enfrentarse a cualquier cosa que el pudiera decir. Una mañana llega llega una encomienda al local donde estaba trabajando. —Hija, llegó un paquete para ti —grita desde afuera su madre, mientras ella se encontraba en las oficinas arreglando unos papeles. Al salir, ve sobre una de las mesas del restaurant una caja envuelta con un moño. Cuidadosamente desenvuelve y se encuentra con una increíble cámara Leica S2-P, de 37,5 Mp. Toda una maquinota. Aquella por la que siempre suspiraba, pero que no se podría comprar. Con ella, una carta escrita con elegante caligrafía. Esperare pacientemente, por ti. Para siempre esperaré. Contaré los minutos que me faltan para verte, en los te amaré con la mirada, con mis besos y con todo mi ser. Esperaré por tu sonrisa, mi alimento.

Te esperaré, hoy y siempre, para que completes el rompecabezas de mi vida. Rohayhu. Ti amo Raph. Ña Eustaquia observa a su hija, que tenía en su rostro una sonrisa. —¿Y? —¿Qué? —Pregunta confundida. —Ay hija. Esa sonrisa no te la había visto nunca. —¡Tengo una cámara fotográfica de calidad en mis manos!. —Como si yo entendiera de eso. Lo que si entiendo y perfectamente es ese brillo en tu rostro. Lo tenía yo cuando conocí a tu padre. Lo recuerdo muy bien. Sonriendo y negando con la cabeza, Cyn mira a su madre. —Ya no cambias, madre —dice besándola en la arrugada mejilla. Fue a la pequeña oficina donde abrió el envoltorio de la cámara. La prendió, y se encontró con una foto de Raphael donde se lo veia mandando besos a la cámara. Sonrió como una tonta durante todo el día.

Capítulo 4 Los fines de semana, cuando que el trabajo de ambos lo permitían, lo pasaban juntos. Recorrieron la ciudad. Descubriéndose mutuamente. Empezaban a necesitarse con más frecuencia. Se comunicaban asiduamente. Cynthia seguía insegura sobre su relación con Raphael. El miedo por sufrir la tenía paralizada, evitando aceptarlo completamente en su vida. Ese miedo de volver a ser destrozada estaba latente dentro de ella, aunque no se abstenía de pasar momentos a su lado porque era lo que realmente la satisfacía. Uno de esos días en los que Raph fue a Encarnación, la llevó al carnaval donde su empresa tenía reservada un camarote para empleados y clientes. Durante la noche entera estaba pendiente de ella y con una mano protectora la guiaba entre la multitud eufórica conglomerada en el mayor sambódromo del país. El carnaval de Encarnación es una fiesta tradicional de la ciudad, que se venía realizando desde el año 1916. Se lo considera el gran acontecimiento de la Perla del Sur, atrayendo a miles de espectadores. Mientras la fiesta estaba en pleno auge, Raph solo tenía ojos para su pequeña tigresa. No había mayor brillo que compitiera con sus ojos. No había nada más placentero que observarla concentrada en las carrosas que hacían su presencia en la pista. Minutos después se presenta la escuela de comparsas “Los rosales”, quienes auspiciados por la empresa Rossi, despliegan brillo, alegría y mucho color. De pronto un gran cartel se extiende en la mayor de las carrozas y Cyn quien observa fijamente el espectáculo lee lo que en ella está escrito: “Cyn: ¿aceptas ser mi novia?. Raph”. Raphael, la toma de la mano y arrodillándose ante ella mira a esos verdes ojos, repitiéndole la pregunta, rogando dentro de sí para que ella pudiese aceptarlo. —Tigresa de mi vida, ¿aceptas ser mi novia para que pueda amarte y cuidarte a ti y a nuestra pequeña por el resto de mi vida?. “Nuestra pequeña”, se repitió en sus pensamientos. No dudaba del cariño sincero que Raph tenía por ese angelito. Se desvivía por atenderla, por mimarla, por enseñarle a montar el triciclo, o simplemente prestándole toda atención ante sus frecuentes balbuceos y entrecortadas frases. Se comunicaban a la perfección aun sin tener el mismo ADN.. De pronto, se percató que su vida no sería la misma sin él, que ambas lo necesitaban y que amaban a ese fuerte hombre que las conquistó con atenciones, seduciéndolas lentamente.

Con la mente nublada y los ojos humedecidos, Cyn lleva la mano para cubrirse la boca. —Si —responde, a pesar de sus miedos, de sus dudas, ella sabía que eso es lo que su alma desea. El público a su alrededor explota en aplausos y felicitaciones. Muchos de sus socios y empleados se los acerca a saludar. —Cuando el sentimiento es tan profundo como el que siento yo por ti, es fácil hacer el amor incluso bastándose de la mirada. Llegar a sentir el mismo placer que un colosal orgasmo con solo escuchar la sonrisa celestial de la dueña de ese amor. No dudes que cada vez que te miro, cada toque de mi piel con la tuya me da el aliento de vida que necesito para seguir —le dice cuando ya estaban solos, besándole el dorso de la mano. —Gracias por hacerme feliz. Porque aunque no te lo diga soy tuya con todo mi ser porque solo tú eres capaz de borrar todo lo que hacían gris a mi vida. Con un beso tierno, sentimental y tremendamente dulce, ambos entregan su corazón a ese amor sintiendo sus células vibrar de emoción. Esa noche fueron al hotel donde frecuentemente Raph se hospeda. El incontrolable deseo dentro de sus cuerpos no les permitieron parar de besarse hasta llegar a la habitación. Raphael la depositó sobre las suaves sábanas luego de despojarle el vestido. Sonrió de lado al darse cuenta que no llevaba sujetador y que la tenía a su entera disposición. Como un experto mete el dedo debajo de las finas tiras de la braga y con el pulgar lo corre hacia abajo, quitandole la única prenda que seguía cubriendo su delicado cuerpo. Tira al suelo y la observa en todo el esplendor de la desnudez. Tenía unas curvas preciosas y una piel cuidadosamente bronceada. Su brillante pelo rubio cuyas suaves ondas estaban esparcidas sobre la cama la hacían digna de memorizarla para volverla a ver las veces que quisiera. Sin embargo, ella al verlo desnudarse y exponer su tórax de piel tonificada, sintió como se le secaba la boca e inconscientemente pasó la lengua por sus labios. Con los brazos sus senos, tendida semidesnuda sobre la cama de dosel, y con las mejillas encendidas por la excitación observaba lo que Raphael le provocaba con la boca. La experiencia de hacer el amor, de estar conectados en cuerpo tanto como en alma, les provocó tal placer que explotaron en estrellas luminiscentes y fuegos artificiales de colores. Indescriptible. —No te pases de listo conmigo. Porque así como te quiero, me quiero a mi misma. No te voy a perdonar si me la juegas, entiéndelo. Ni una sola —le dijo más tarde cuando extasiados y los cuerpos entrelazados se acariciaban mutuamente.

—¿La tigresa que llevas dentro se acaba de manifestar? —con una sonrisa y los ojos entrecerrados—. Mi amor, no soy tan estúpido de herirte y arriesgarme a perderte. Te amo, ¿lo entiendes? Depositó un beso en sus labios, tranquilizándola. —Para mí la felicidad tiene nombre y apellido y hasta sobrenombre: mi tigresa —¿Porque me llamas así desde que nos volvimos a encontrar? Pensó en cómo responderle a esa pregunta sin recordarle malos momentos. —Porque defiendes como una felina lo que deseas y crees correcto. Por tu valentía. Porque contigo me encuentro a salvo.

FIN

El que juega con fuego… Siempre se quema de amor Di.Vi.Na Dedicatoria: Quiero saludar a todas las lectoras que están leyendo esta bella Antología y agradecerles por su tiempo. Quise regalarles un relato romántico sobre Manu y Sofi, mis protagonistas de TUYO...¡AUNQUE TE RESISTAS!, tanto para las que no me conocen (ojalá lean a mi Comandante prontito) y para mis DIVINAS. Gracias por dejarme ser parte. Beso enorme y hasta la próxima. Di.Vi.Na. Comienzo a arrepentirme de esto que le propuse. Nunca hice algo así. ¿Y si se enteran los demás? Además, me siento un poco culpable de haber dejado a Lauti y a mi bebé de un añito, para venir hasta acá. Me registro en el hotel, me dan la llave de la habitación y subo a cambiarme. En una hora comenzará el juego. Me siento insegura y no sé por qué. ¡Basta! Tengo que hacerlo. Será un respiro para nuestra relación. Leo tantos libros de romance que siempre recomiendan jugar en pareja o con terceros, que algo de verdad debe haber, ¿no? Apoyo mi pequeño bolso sobre la cama y ojeo la bellísima habitación que reservé para esta noche. ¿Y si suspendo todo? ¿Y si vuelvo con Manu a la tranquilidad de nuestro hogar? No. Ya empecé, y ahora tengo que terminar. Veremos qué surge de todo esto. Luego de darme un baño relajante y aromatizado con las sales especiales, comienzo los preparativos. Seco mi larguísimo pelo y me lo plancho para que quede brilloso. Me coloco el corsé rojo con liguero y corte strapless, con tiras delanteras y traseras, cola less diminuta y medias color oscuras. Mi vestido es color negro, ajustado y con escote corazón. Me lo bajo un poco, para que se pueda ver algo de mi ropa interior, y volver loco a mi acompañante de esta noche. Observo el reloj y ya es la hora de bajar al bar que se encuentra en el interior del hotel. Elegí este lugar porque es carísimo y eso lo convierte en casi exclusivo. De esa manera, me aseguraba que no habría ojos conocidos e indiscretos. Todo debía suceder en la

más absoluta reserva. Después de todo, soy una de las abogadas más prestigiosas y conocidas a nivel nacional. Si bien yo ya tenía bastante exposición por mis trabajos, haberme casado con Emanuel me colocó en los medios de comunicación masivos. Sí, hice bien en elegir el día, la hora y el lugar adecuados para este encuentro. Me siento en la barra, con las piernas cruzadas, de espaldas a la puerta. Deseo que mi amante reconozca mi figura aunque no pueda verme de frente. Pido un gin-tonic con bastante hielo, porque quiero estar lo suficientemente lúcida para disfrutar de lo planeado. Luego de cinco minutos de espera, tengo que espantar a muchos pesados que se acercan con esperanzas. No saben que estoy esperando al mejor. Ellos no le llegan ni a los talones, por eso ni siquiera los miro. Por eso y porque estoy enamorada. Sí, lo estoy. Entregada en cuerpo y alma desde que volví a verlo. Pensar en eso me energiza y enciende como nunca. Vuelvo a recordar a Lauti. ¡Mal momento para eso, Sofi, concentráte! Transcurridos otros cinco minutos más, comienzo a impacientarme. No soporto la gente impuntual. Cuando amago a pararme, unas manos me sujetan por detrás y me vuelven a sentar. Ese agarre y ese perfume solo tienen un nombre. Sonrío sin darme vuelta y siento su aliento en mi oído izquierdo. ―¿Te ibas sin esperarme? ―me pregunta. ―Hace diez minutos que tendrías que haber estado acá. En realidad, mucho antes. El hombre siempre es el que está esperando a su dama, ¿o no? Escucho su risa baja y me imagino su boca sonriendo. No aguanto más, me giro sobre el taburete y me cuelgo de su cuello para besarlo sensualmente. ―¿Subimos? ―asiento, sin dejar de mirarlo a los ojos. Me quita suavemente mis manos de su cuello, y me agarra posesivamente de mi cintura para conducirme al ascensor. Mientras caminamos ese trayecto, siento cómo nos miran las mujeres. ¡Sí, queridas: es hermoso y es mío! Llegamos a la puerta de la habitación y me da paso para que abra con mi tarjeta magnética, porque quien reservó y preparó todo soy yo. Él es mi amante, y yo... Yo soy su

chica. Sí, eso soy. ¿Para qué negarlo? Me acaricia la espalda, me levanta el pelo y me pasa la lengua por la nuca. ¡Cómo pude estar perdiéndome esto por meses! Y no hablo de tener sexo solamente (de eso tengo bastante), sino de intimidad. Y otra vez se me cruza Lautaro. ¡Qué manía que tengo de ser madre culposa! Me cambio el chip a “mujer amante” y parece funcionar. Entramos y mi hombre se quita el saco para dejarlo prolijamente sobre el sillón de la habitación. Antes de bajar, preparé todo con cositas que había traído en mi bolso: velas aromáticas, pétalos de rosa desperdigados sobre la cama y el piso, y algunos juguetes sexuales para levantar la temperatura e imaginación con solo mirarlos. Y bueno, estos encuentros versaban sobre eso: cumplir con todos los clichés habidos y por haber. ―Parece que pensaste en todo… ¿Hacés esto muy seguido? Y en sus palabras noto un tono demasiado celoso y desconfiado. Creo que no entendió el juego. Acá la que pone las reglas soy yo, nene. ―¿Importa si lo hago seguido? Vos acá estás para complacerme, no para preguntar. Me sonríe de lado y sus ojos me taladran, llenos de deseo. De a poco, está asumiendo quién tiene el control. ―Acercáte ―me exige. Le hago caso y me gira para pegar su pecho a mi espalda. Siento su incipiente erección, y aún ni comenzamos. ¡La que me espera! Comienza a acariciarme los hombros y a pasarme sus dedos por la línea del escote, marcando mis pechos y tomándolos con sus manos. Apoyo mi cabeza sobre su hombro derecho y me susurra palabras cariñosas. ¡Extrañaba esta intimidad con alguien! Miento. Lo extrañaba a él. En casa, cuando hago de esposa y madre, no tengo tiempo para sentirme una mujer osada, deseada, mimada. Siempre todo es a las corridas… Ahora no. Esta noche, estaré con mi amante y pienso volver a sentirme una hembra entre sus brazos. Como solo él me hace sentir. Me tira del pelo hacia abajo, suavemente, para exponer un poco más mi cuello y suelto un jadeo involuntario. Mete una de sus manos en mi escote y su risa me demuestra

que se dio cuenta de mi corsé. Ladeo un poco mi cabeza y le guiño un ojo. Su boca se curva y sus dedos siguen explorando dentro de mi vestido. ―Pará… Por favor… ―le suplico. Es que quiero seguir teniendo el control yo, pero, si continúa recorriéndome con sus manos de esta forma, en segundos estará mandando él. ―Ya no puedo parar, Sofi… Desde que volvimos a encontrarnos, no puedo parar… ¿Vos sí? Disfrutemos esta noche solos. ¿Quién sabe cuándo podamos volver a tener un encuentro así? No digo nada pero sé que tiene razón. Giro sobre mis pies y atrapo sus labios para devorarnos sin cesar, como solo nosotros sabemos hacerlo. Meto mis manos dentro de su camisa y, mientras no dejo de besarlo, desabrocho uno a uno sus botones. Cuando termino y su camisa está completamente abierta, me detengo para admirar ese cuerpo color del bronce que tiene y esos abdominales perfectos. ¡Es tan hermoso que marea! Me paso la lengua por mi labio inferior y me agacho hasta quedar a la altura de su bragueta. Subo mi mirada y verlo tan serio me enciende. Porque sé que su rictus rígido se debe al autocontrol que está ejerciendo para no tirarme sobre la cama y hacerme suya de una embestida. Bajo su cierre y deslizo el pantalón por sus piernas. Escucho cómo suspira, y lo empujo para que se siente sobre el colchón. Me alejo un poco y comienzo a sacarme el vestido, pero antes voy hasta el celular y busco la playlist que tanto amo, la que jamás me canso de escuchar, la que me trae siempre los mejores recuerdos. Quizás, en este juego que estábamos disfrutando entre cuatro paredes, debería haber elegido música nueva, porque esa lista era de mi marido y mía solamente. Pero bueno, quise romper un poco las reglas. Le doy play a la canción de Dire Straits, Your latest trick, y comienzo a acariciarme lentamente. Coloco mi pie sobre una de sus rodillas y le llevo su mano derecha para guiarlo en sus caricias. Cuando siento que está por tomar el control, se la saco y me mira. Me regala su bella sonrisa, le digo que no con el dedo, y asiente con la cabeza.

Me acerco un poco más y llevo sus manos a mi espalda. Sin hablar, le indico que desate las tiras de mi corsé. Cuando lo afloja un poco, y sin que le vuelva a sugerir nada más, desata también las tiras delanteras. La pieza cae sola y él suelta el aire en un jadeo ronco. Adoro verlo desencajado, lleno de deseo, como si fuera la primera vez que nos viéramos. No sé en qué momento quedó desnudo (seguramente cuando fui a encender la música del celular), pero admiro esa ansiedad por poseerme que siempre me demuestra. Esta vez le dejo tomar el control y me interpreta al segundo, porque se levanta rápidamente para alzarme, obligarme a rodearlo con mis piernas y embestirme de una sola estocada contra la pared. Necesitaba sentirme viva, y solo él puede lograr eso en mí. Su energía me invade y hace que mis venas hiervan. El orgasmo comienza a gestarse, mi amante se da cuenta y para. Lo miro sin comprender. Sin decirme nada, sale de mí y me lleva en brazos hasta la cama. Me deposita suavemente dejándome boca abajo y me acaricia la columna y la parte baja de mi espalda. Me penetra nuevamente, pero esta vez con sus dedos, mientras pellizca mi botón de placer para hacerme estallar en un orgasmo hermoso, ansiado, codiciado por ambos. Y digo que los dos disfrutamos de mi llegada, porque siempre me dice que adora verme llegar y sentir cómo lo aprisiona mi interior. Cuando normalizo mi respiración, me doy vuelta bajo su cuerpo y lo atrapo nuevamente con mis piernas, para empujarlo con mis manos, y hacia mi interior, desde su cola. Estoy tan mojada y mi amante tan compenetrado (bueno, la penetrada soy yo en este caso), que se escuchan hasta nuestros roces. Lo siento crecer y crecer hasta saber que estará por acabar. Lo acaricio como a él tanto le gusta, y con un gemido ronco y susurrando mi nombre, alcanza su clímax. Nos abrazamos y, sin separarnos, escucho las palabras perfectas para este momento mágico: ―No me dejes nunca... Somos uno, nunca lo olvides. Te amo…

Bajamos juntos, acariciándonos en el ascensor. Nos cansamos de amarnos en la cama, en el jacuzzi, en la ducha... ¡Me dolía todo y él seguía luciendo fresco como una lechuga! Pago la habitación y lo que consumimos en el minibar, y nos vamos hacia la puerta. ―Dejáme alcanzarte hasta tu casa. Solo eso. No quiero que nos despidamos acá. Me parece muy frío después de todo lo que compartimos ―escucho que me pide mi amante. Lo pienso durante unos segundos, pero le digo que no con la cabeza. No quiero arriesgarme a que nos vean llegar juntos a la puerta de mi hogar. Lauti piensa que estoy cenando con Romina. ¿Qué pensaría si me ve llegar con un hombre? Porque, aunque tenga solo tres añitos, es todo un principito celoso de su mamá. ―¡Por favor, Sofi! Sé que estás sin tu auto, porque me dijiste que a la tarde lo habías dejado en el taller. No podes irte sola, en taxi, a estas horas. Por favor… Así, al menos, tendremos unos minutos más juntos… Sus ojos, que continúan oscuros por el deseo de lo que acabamos de vivir, se llenan de algo más. ¿Lo que leo en su mirada es ternura o me estoy volviendo loca? Esto se está yendo de las manos. Una cosa es jugar a ser amantes y otra es olvidarse, salirse del papel, y expresar ternura en el momento equivocado. Pero su sonrisa termina de convencerme y asiento sin emitir sonido. Me extiende su mano y me conduce hasta su auto. Me abre la puerta, como todo un caballero que es, y me apoya su mano en la parte baja de mi cintura. Esa caricia involuntaria vuelve a encenderme de tal forma, que lo tomo de la solapa de su saco para estamparme contra su boca. ¡Es que esos labios me pierden! Rápidamente me arrepiento y miro hacia todos lados para ver si algún conocido llegó a verme. ―Tranquila, nena, no hay ni un alma en la calle. ¿Vamos?

Siempre adivinando mis pensamientos. Entro al auto, me siento y me relajo. Cuando mi bello hombre se sienta a mi lado, espero que arranque y pongo música. Suena El comandante de tu parte de adelante, en la versión de Letras Mojadas, y recuerdo el CD que le había regalado a Manu en Córdoba. En ese momento, como cuando escuché a Dire Straits, me doy cuenta que no puedo separar mi historia de este encuentro. Por más que juegue a ser una femme fatal, sigo siendo Sofía, madre de dos principitos y la esposa del Comandante Ponferrada. ―¿Te gusta? ―me pregunta. ―¿Es broma? Amo este tema. Me trae muchos recuerdos. ―¿Recuerdos lindos? ―Hermosos. Pero no hablemos de eso ahora. Acabamos de vivir una noche como hacía rato no compartíamos. No tengo ganas de hablar de mis recuerdos. ¿Vos sí? Lo veo sonreír y tamborilear sus dedos, sobre el volante, al compás de la música. No puedo dejar de mirarlo mientras conduce. Es tan sexy. Todo él emana sensualidad, promesas lujuriosas, placer. “Bueno, Sofi, por algo lo elegiste como tu amante”, me digo. ¡Mentira! Lo elegí porque terminó ganándose mi corazón a fuerza de su dulzura, tenacidad y paciencia. Porque él siempre supo que yo era su amor, a pesar de mis complicaciones (y mi vida siempre había estado llena de ellas). Pero ahora que me había ordenado en todos los sentidos, podía decir que finalmente era feliz. En quince minutos llegamos a la puerta de casa. Nos miramos y nos sonreímos. Sabemos que acá se terminaron los juegos. Volvemos a ser los que éramos antes de habernos disfrutado en esa habitación, hace unas horas. Desciendo del auto y me dirijo hacia mi hogar. ¡Hogar! Qué palabra más grande y más bonita. Y sí, eso tengo: un hogar con tres hombres que me tratan como una reina. Y a pesar de eso, necesitaba este respiro en mi matrimonio. Entro y encuentro la tele encendida, a mi suegra con mi bebito de un año en brazos, y a mi suegro, durmiendo en el sillón con Lautaro sobre él. Me provocan mucha ternura.

―Hola, ¿cómo se portaron? ―le pregunto a Susana. ―Muy bien, hija. Vos, ¿cómo la pasaste con Romi? Trago saliva. No me gusta mentir, pero que mi suegra se entere que no estuve con mi mejor amiga no le va a cambiar la vida, así que prefiero omitir la verdad. ―No paramos de cotorrear. Lamento la hora, Susi, pero ¡se nos hizo tardísimo! ―miro mi reloj y tampoco es tan tarde. Son las doce y media de la noche, pero tenía que exagerar para decir algo. ―Bueno, ya son libres de irse a acostar, si así lo desean. Manu estará llegando de La Plata en cualquier momento. El cuarto de invitados está al final del pasillo, como ya sabés, y está perfectamente acondicionado. ―Claro, Sofi. Comprendo: los jóvenes necesitan estar solos ―me contesta mi suegra, guiñándome un ojo. Me sonrojo. Si supiera de dónde acabo de venir… ―Muchas gracias de nuevo, Su. Ahora habrá que despertar a Alberto y a Lauti para que cada uno se vaya a la cama. Abuelo y nieto, idénticos ―nos reímos. Mientras mi suegra deja a mi bebé en su cunita, agarro a Lautaro entre mis brazos y lo llevo a su pieza. Alberto, se despierta sobresaltado, me mira entre sueños y se levanta para irse a la habitación de invitados. Adoro a mis suegros. Siempre me trataron como a una hija, y eso no lo voy a olvidar nunca. Pero hay veces que una tiene que omitir ciertas cosas a los que quiere para conseguir lo que desea. Una vez que la casa está en silencio, subo a mi pieza y me relajo en soledad. Voy a lavarme los dientes antes de acostarme, pero escucho a mi marido que entra en nuestra habitación. Me asomo desde la puerta del baño en suite y le hago señas, con la boca llena de espuma, para que vea dónde estoy. Me sonríe con su bella boca, esa que me pierde, y se acerca para abrazarme por la espalda, mientras me enjuago. ―¿Me extrañaste? ―me pregunta en un susurro. ―Para nada ―le contesto, mirándolo a través del espejo. ―Lástima. Yo sí. Mucho… Y venía dispuesto a demostrártelo…

¡Oh, oh! Mi cuerpo no va a aguantar otra sesión de sexo desenfrenado. ¿Cómo me niego sin herir sus sentimientos de macho alfa? ―Disculpáme, amor. Estoy cansadísima… Me mira con esa mirada dorada tan suya, la que desvanece mi voluntad en el instante mismo en el que me la regala, y ya no puedo (ni quiero) resistirme. Se da la vuelta, se dirige hacia nuestra cama y comienza a desvestirse. Ya no estoy tan segura de querer negarme. Se acuesta rápidamente y se gira sobre su lado, dándome la espalda. Su actitud de nene caprichoso me da tanta ternura que corro a su lado y lo abrazo por detrás. ―Amor… Dale… No te enojes… ―Es que siempre es lo mismo, So. En estas cuatro paredes ya no somos Manu y Sofi, sino que nos convertimos en dos viejos padres de familia. Asexuados. Como si haber sido padres nos quitara la voluntad de matarnos en la cama y fuéramos dos remilgados. Y eso no me gusta para nada. ¿A vos sí? ―No, a mí tampoco ―le contesto. Reconozco que tiene razón, pero yo vengo de tener mi cuota sexual paga y al día. ―¿Entonces? Dale… Ponéte ese corsé rojo que tenías recién en la habitación del hotel. ¡Me volviste loco! ―Pero Manu, están tus papás… ¿Y si nos escuchan? Una cosa es en el hotel, y otra acá, en la casa. Si estuviéramos solos, podría ser, pero con tus viejos en la casa, ¡ni loca! Se gira, atrapando mi cuerpo con el suyo. Me sonríe de lado, como sabe hacerlo cuando pretende convencerme, y comienza a recorrerme el cuello con su boca. ―Hasta que no me digas que sí y te conviertas en la gata de hace un rato, no te suelto. Y sabes que mis cosquillas y mis besos logran siempre lo que se proponen… ―me dice el muy malvado. ―¡No, por favor!

―¡Sí, por favor! Vamos a hacer el amor una vez más o te aseguro que vas a gritar igual de todo lo que pienso provocarte con mi boca… Y ahí sí que mis viejos se van a enterar de todo ―me replica desafiante. Su lengua comienza a recorrerme desde el cuello, pasando por mis pechos y deteniéndose en mi vientre, mientras sus manos sujetan las mías, dejándolas sobre mi cabeza. Lo que menos pienso ahora es en reírme. Eso es lo que me provoca mi Comandante al tocarme, hablarme o sonreírme: un fuego que nace desde las entrañas y recorre mis venas, como si la pasión necesitara desbordarme y manifestarse a través de mi placer. Sus jadeos y gruñidos se convierten en mi oxígeno y sé que todo vuelve a comenzar. ―Nunca lo olvides, So: soy TUYO… Ya deberías dejar de resistirte, ¿no? Y nos reímos al mismo tiempo. Jamás olvidaré esta noche en la que nos convertimos en otros para dejar, por unos segundos, nuestra rutina atrás. Y tampoco podía olvidar que Manu era mío. Y sabía que cada vez que se lo propusiera, mi Comandante me haría volar en nubes placenteras hacia el orgasmo más bello que quisiera regalarme. Porque cada noche con él es diferente. Porque mientras creamos que es posible mantener viva nuestra llama de deseo, él será mío.

FIN

Cuando te vi por primera vez Cristina Merenciano Navarro Dedicatoria: Dedicado a mi madre, la mujer más fuerte y generosa, que me enseñó a luchar en la vida y a valorar lo realmente importante. Te echo de menos cada día mamá, pero sé siempre estarás conmigo. Te quiero. “Maldito San Valentín”, me dije esa mañana cuando sonó el despertador. Me incorporé en la cama malhumorada, me restregué los ojos quitándome las legañas y me dije que debía hacerme el ánimo y levantarme para ir a trabajar, justo uno de los días en los que más faena había en la joyería. ¿Por qué la gente esperaba al último momento para hacer las compras? Y ¿por qué yo nunca llegaba a San Valentín con pareja? Durante mis veinticinco años de vida, había salido con muchos chicos, pero la relación más larga que había tenido me había durado diez meses, de marzo a diciembre, y ni regalo de Navidad, puesto que terminó antes. Y no es que me importaran los regalos. Lo que me molestaba era estar sin pareja en las fechas en las que me daba la sensación de que todo el mundo lo estaba. Me sentía el bicho raro, como si no fuera digna de que alguien me quisiera o no lo mereciera por cualquier cosa que hubiera hecho en otra vida. Porque en esta, me consideraba una buena persona, no podía ser que tuviera tan mala suerte en el amor una chica que siempre se brindaba a ayudar a los demás: en el instituto pasaba los apuntes a las amigas que se pelaban las clases a sabiendas de que yo les salvaría el cuello; ayudaba a las ancianitas a cruzar la calle, era solidaria y colaboraba en varias ong’s; era generosa, nunca le había dado problemas a mis padres y aunque no quise estudiar una carrera (aunque sí tenía el título de músico), encontré trabajo muy joven y lo mantenía, que pocas personas podían decir lo mismo a su edad. ¿Por qué entonces no encontraba el amor? Bajé las escaleras a trompicones porque todavía iba medio grogui. ¡Cómo odiaba trabajar los sábados! Y más, ese sábado en cuestión, en el que la joyería estaría decorada con globos con forma de corazón y Cupidos que me estarían recordando todo el santo día mi desgracia.

Me sorprendí al escuchar jaleo en el comedor y me acerqué curiosa. Mierda, el amor de mi vida, el hombre más guapo, sexy y excitante que había visto jamás, el mejor amigo de mi hermano Carlos estaba allí jugando a la Xbox con él. Como creí que no se habían dado cuenta de mi presencia, me di media vuelta camino de la cocina, sería horrible que Robert me viera así. Pero no había dado más que un paso cuando el impertinente de mi hermano mayor me llamó e hizo que me diera la vuelta. ―Pequeñaja, ¿espiándonos? ―¡Qué más quisieras! ―emití con ese sonido de recién levantada que es lo primero que dice en la mañana. Por dios, la cosa no podía ir peor. Volví a girarme pero entonces fue Robert quien hizo que me parara. ―¿No piensas saludar a tu invitado? ―me preguntó. ―Tú no eres un invitado, tú parece que vivas aquí. ―dije, girando la cabeza pero sin mover los pies del sitio. Cuando me miró con sus ojos verdes y giró la boca de medio lado emitiendo una sonrisa casi imperceptible, creí morir. ¿Cómo podía estar tan bueno? Es más, ¿cómo podía haber un tío así todos los días en mi casa y que yo no me tirara encima? -―¿Dónde vas? ―me preguntó. Mi hermano seguía con el mando enzarzado en el juego ignorándonos y yo quería irme de allí cuanto antes para ponerme decente pero al parecer, Robert se había dado cuenta de lo incómoda que estaba y se estaba regodeando de la situación. ―¿Tú qué crees? Voy a desayunar y después a currar. ―¿Trabajas hoy? ―¿Eres idiota o qué? Como si no lo supieras ―y al ver que se partía de risa, no quise ser más su fuente de distracción y me largué de allí, sintiéndome una cría que no sabe qué hacer ante su amor platónico. Parecía mentira que tuviera veinticinco años. Ante él, me comportaba como una adolescente insegura a la que le gusta un chico y no quiere que lo

sepa. Y no es porque tuviera problemas para tener al tipo que quisiera. Que no me duraran las relaciones no quería decir que no ligara. Ligaba, y mucho. El problema es que tenía muy claro que Robert estaba vetado. Siendo el mejor amigo de mi hermano sabía que intentar algo con él sería una locura porque con mi historial de noviazgos, estaba claro que lo nuestro estaría destinado a un inminente final, ¿y después qué? ¿Seguiría viniendo a mi casa cada día como si tal cosa? ¿O perdería la relación con mi hermano por mi culpa? No estaba dispuesta a eso. Carlos era un hombre demasiado introvertido y Robert le había brindado su amistad desde el primer día. Cuando mi hermano llegó a la banda de Robert para la prueba que llevaba semanas pensándose hacer, el cantante de Heartless guys lo recibió como si lo conociera de toda la vida, haciendo que sus miedos desaparecieran y tocara la batería como nunca lo había hecho. Robert tuvo muy claro desde que vio a mi hermano coger sus baquetas, que él era el quinto miembro de su grupo, y desde el primer día se hicieron uña y carne. Nunca olvidaré lo emocionado que estaba Carlos cuando esa misma noche llegó a casa y me presentó a su nuevo compañero de banda. Me quedé petrificada al ver al mismísimo cantante de los Heartless guys en mi propia casa y bueno, cuando se lo conté a mis amigas del instituto y se corrió la voz, fui la envidia de todas las chicas durante meses. Además de la banda, la afición de Roberto y Carlos por las videoconsolas y la falta de familia del cantante habían hecho que se pasara las tardes que tenían libres en mi casa y yo no podía permitir ni que uno perdiera lo que empezaba a considerar como su familia, ni que el otro perdiera el único buen amigo que había tenido en su vida solo porque cada vez que viera a ese chico se me humedecieran las braguitas. ―¿Me preparas algo a mí? ―escuché que me decía desde el comedor. “Pero ¡tendrá morro!”, pensé. “Si quiere algo, que levante el culo y que se lo haga él, como si yo no tuviera el tiempo justo para hacerme lo mío, arreglarme y…” Y pensando en el jeta de Robert, me giré tras coger el azúcar de un armario y choqué mi nariz contra su pecho, haciendo que el azúcar se derramara por su camiseta. Umm, qué bien olíiiiiaaaaa. ―Te decía… ―empezó a decir, quitándome el azucarero de mi mano temblorosa con una mano mientras con la otra se espolsaba― si me podrías preparar algo a mí. ¿Te pongo nerviosa?

―Ja, me has asustado. No te esperaba a mi espalda. ―dije dándome la vuelta porque no podía mirarlo a los ojos, tan cerca, sin ponerme a sudar como una cerdita. ―No me gusta que me ignoren, pequeñaja. ―le había cogido el gusto a llamarme como lo hacía mi hermano, y en su boca no me sonaba tan crispante. ―No te estoy ignorando y lo sabes, es solo que tengo prisa. ―le contesté mientras me echaba el azúcar en mi café con leche. ―Igual luego me paso a verte. ―¿A la joyería? ―pregunté, nerviosa, porque no se me ocurría para qué tendría que ir a verme allí. ―Sí, tengo que comprar algo. Mierda. Eso significaba que tenía novia, y no lo sabía. Normalmente me enteraba cada vez que salía con alguien, bien porque mi hermano me solía contar su vida como si se tratase de un libro abierto, bien porque la llevaba a mi casa o bien porque salía en la prensa rosa. El caso es que de una manera u otra yo sabía cuando el cantante Robert Blanes estaba pillado, y en esta ocasión me había pillado a mí, pero por sorpresa. ―Bien, pues allí estaré. ―dije intentando que mi voz sonara a indiferencia. Cuando me fui de casa dejando a mi hermano junto con su amigo frente a la consola, no pude sentir otra cosa que envidia. Sabía que esa noche yo estaría libre y serían ellos lo que les tocaría currar, pero es que era tan diferente el trabajo de cada uno. A ellos al menos les gustaba su trabajo. Yo, en cambio, pese a que estaba muy a gusto en la joyería, mi jefe era un encanto y no cobraba mal, para como estaban los sueldos, no era lo que más me llenaba en la vida. Envidiaba a mi hermano porque había entrado en el grupo de Robert, pero más envidiaba a las chicas que iban con ellos a las giras haciéndoles los coros. Yo sabía que cantaba bien, tanto mi hermano como yo habíamos ido de críos al conservatorio y teníamos la carrera terminada, él como percusionista y yo como pianista; pero yo tenía muy claro que tocar el piano no me serviría como profesión así que lo dejé y olvidé tanto, que a veces me sentaba de cara a las teclas y ni se me ocurría qué tocar. Sin

embargo cantar era mi pasión, y me había resignado a hacerlo cuando nadie me escuchaba, en la ducha como todo el mundo o en la joyería cuando no había nadie. Llegué al centro comercial echando pestes de cómo estaba el tráfico. Menos mal que abría yo y que mi jefe los sábados no solía aparecer, daba igual que me retrasara diez minutos. La cola para comprar lotería por el día de San Valentín era inmensa, ¿es que la gente se había vuelto loca o qué? Moví la cabeza a ambos lados pensando en lo mal que estaba la gente y mi pulso empezó a temblar cuando vi la puerta de la joyería abierta. La que me iba a caer encima. ―Hola Esther, buenos días tardona. Espero que no siempre llegues a estas horas ¿no? A ver si como a primera hora yo no suelo estar aprovechas para abrir cuando te da la gana. ―Ho… hola Joseph, lo siento pero es que había un tráfico de buena mañana… Pero te aseguro que siempre abro puntual. ―Eso espero, preciosa. Venga, pasa un poco el polvo por los escaparates que si no te lo digo yo… ¿Había dicho que mi jefe era un encanto? No sé, tal vez no lo era tanto, y eso me hizo recordar lo frustrada que me sentía. ―Por cierto, ¿cómo es que has venido un sábado y a esta hora? – me atreví a preguntar. ―Encargué una pulsera para mi mujer y hasta hoy a primera hora no la traían. Mira. ―dice, mostrándome una pulsera trenzada de oro blando y veintidós diamantes. El tipo estaba podrido en dinero y se permitía derrochar en una pulsera la mitad de lo que me pagaba a mí en nómina. ¿Y todavía se quejaba cuando le pedía que me subiera el sueldo alegando que con la crisis me pagaba demasiado? ―Es preciosa. ―dije educadamente y fingiéndome maravillada por la exquisitez de la joya cuando en realidad estaba pensando “cretino ya podrías gastarte menos en regalitos para tu mujer y ayudar a quien lo necesita” .

Por suerte, Joseph tardó poco en desaparecer dejándome a mí al cargo con todo, y me quedé tranquila, porque sola era como mejor hacía mi trabajo y como más a gusto me sentía. Dos horas después, cuando había hecho casi quinientos euros de caja, volvió a sonar la campanita de la puerta anunciando que alguien entraba y mis piernas empezaron a temblar. ―Vaya, cuánto tiempo sin verte. ―ironicé. ―¿Me echabas de menos? ―me preguntó con una sonrisa que si llego a tener hipo en ese momento, por seguro que me lo quita. ―¿Dónde te has dejado a tu perrito faldero? ―me refería a mi hermano, claro está. Robert empezó a reírse y yo cogí el plumero, pues desde que mi jefe me había dicho que quitara el polvo, aún no lo había hecho, y empecé a pasarlo por la estantería para disimular mi nerviosismo. ―Desde luego, mira que eres mala con tu hermano, pequeñaja. ―¿Acaso no lo es también él conmigo? Si él no me llamara así, tú tampoco lo harías, y sin embargo no tengo bastante con aguantar a uno, que además también te tengo que aguantar a ti. – fingí estar enfadada. ―¿Ah, sí? ¿Te supone un gran esfuerzo tener que aguantarme? ―me preguntó acercándose a mí para observar justo lo que había en la estantería que estaba limpiando. ―Bueno, ¿qué quieres? ―pregunté poniéndome en jarras con el plumero todavía en la mano. ―Ya te lo he dicho antes, quiero hacer un regalo. ―Bien, ¿en qué has pensado? ―me dirigí al mostrador y me coloqué detrás para marcar las distancias, porque estar tan cerca de él aumentaba mi pulso y mi corazón se agitaba hasta el punto que creía me daría un infarto.

―No lo sé, ¿me aconsejas? Uy, eso no me lo esperaba, ¿podría irme peor la mañana que encima ahora me tocaba aconsejar al chico de quien estaba pillada para que le comprara un regalo a su novia? ―Pues… no sé, las joyas son algo muy personal. Yo, si no conozco a la chica no sé qué podría gustarle. Además, depende de cuánto tiempo llevéis juntos, porque si lleváis poco y te gastas mucho la puedes asustar. ―le dije, con toda la intención de averiguar su vida personal. ―Podría decirse que llevamos juntos muchos años, pero en realidad nunca le he comprado nada. Lo miré escéptica y se apoyó sobre el mostrador, acercando su cabeza hacia mí como si me fuera a contar un secreto. Um, qué a gusto le habría cogido de esos pómulos marcados y habría arrastrado su boca hasta la mía. ―Pequeñaja, en realidad no hemos intimado nunca. ―¿Que no habéis qué? ―Que no somos novios. Es solo una amiga muy especial que me gustaría que fuera algo más. ―O sea, que has quedado con ella como amiga y lo que le regales le tiene que demostrar que en realidad no la quieres solo como amiga sino como… ¿follamiga? ―No, Esther, le quiero demostrar que la quiero de verdad. ―Entonces ¿puede ser que Robert Blanes se haya enamorado? ¿Ya no eres un chico sin corazón? – lo decía por el nombre del grupo, claro. ―Seré un chico sin corazón mientras la banda dure, pero solo musicalmente. En la realidad, soy muy enamoradizo, y a esta chica la amo desde el primer día que la vi. Una punzada me aguijoneó en toda la tripa. Nunca lo había escuchado hablar así de ninguna chica y sentí tantos celos hacía esa “amiga” de quien no había escuchado hablar

nunca que me dieron ganas de llorar. Pero tenía que ser fuerte, ¿qué esperaba? ¿No estaba Robert completamente vetado en mi vida? Pues él tendría que hacer la suya ¿no? Que yo estuviera sola en San Valentín y que estuviera cada vez más deprimida porque llevara media mañana vendiendo joyas a hombres, chicos ¡e incluso a adolescentes! para sus novias y mujeres, no me daba derecho a querer que Robert también estuviera solo ese día. ―Mira, podrías regalarle unos pendientes ―dije sacando una caja rectangular de uno de los cajones. ―Yo había pensado más bien en… un anillo. ―¿Qué quieres, asustarla y que te mande a paseo antes de empezar? Un anillo es para cuando le pidas matrimonio. ―No veo por qué, un anillo es de las joyas más bonitas que existen, es algo que llevas siempre puesto porque te acostumbras a llevarlo y no molesta, no te lo estás cambiando como los pendientes, collares, etc. Lo miré angustiada. Para mí, que le regalara un anillo a una chica significaba mucho, por más que él dijera lo contrario. Aun así, fui fuerte y saqué la caja, la abrí y se la mostré sin demasiado entusiasmo. ―Me gusta este, ¿y a ti? ―me preguntó. ―Te tiene que gustar a ti. ―En serio, Esther, así no me ayudas. Hice un esfuerzo y miré la sortija que me mostraba. Era un solitario de oro blanco de 0.09 quilates y un diamante de 0,03. Costaba casi doscientos euros, y eso que estábamos de promoción por ser un día “tan especial”. Tragué saliva y le dije que me gustaba mucho con la poca voz que me salió. ―¿Me permites? ―me preguntó, cogiendo mi mano cuidadosamente para colocar el anillo en mi dedo anular. ―Perfecto.

―Sí, es precioso, estoy segura de que le encantará. – cada vez estaba más enfadada y no entendía por qué me molestaba tanto que se gastara esa pasta en alguien. Pero si hasta mi hermano salía con una de las coristas de Heartless guys desde hacía más de dos años. No tenía que importarme que Robert quisiera tener novia además, estaba segura de que en las giras no le faltaba compañía, y eso no era de mi incumbencia. ―Bien pues, me lo llevo. ―dijo sacándome el anillo con tanta suavidad que creí derretirme encima del mostrador. Y no solo eso, lo peor fue que el muy cretino me miraba fijamente a los ojos como si estuviera buscando algo en los míos, tal vez me estaba provocando una vez más para reírse de mí, pero yo no pensaba darle ese gusto e hice lo mismo, lo miré a sus verdes ojos y aguanté todo lo que pude. ―Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida. ―me dijo de pronto. Genial, había roto el hielo y ahora ya podía dejar de mirarle, así que rompí a reír. ―¿Te parece gracioso? ―No, lo que me parece gracioso es que tengas tanta jeta. ¿Te lo envuelvo para regalo? ―pregunté levantando la diminuta cajita para que se diera cuenta de que tenía una chica a la que quería conquistar con la sortija. ―Vale. Notaba cómo me observaba mientras lo envolvía y traté de hacerlo lo más rápido que pude. No podía soportar estar tanto tiempo a solas con él. Cuando iba a mi casa por lo menos estaba siempre mi hermano y era con él con quien estaba. Yo simplemente era una más que vivía también allí, y nos hacíamos caso por compromiso y educación. Sí es cierto que alguna vez me había desahogado con él cuando me había dejado algún chico pero eso no quería decir que fuera mi amigo. Simplemente, yo llegaba a casa con lágrimas en los ojos sin creer por qué me había dejado el chico en cuestión sin motivo aparente, y Robert, que estaba en mi casa, se preocupaba por mí y me preguntaba. Pero nada más. ―¿Vendrás al concierto esta noche? ―me preguntó antes de irse. ―¿El concierto? ―contesté como si lo hubiera olvidado.

Robert movió la cabeza a ambos lados y sacó unas papeletas del bolsillo de su cazadora de cuero. ―Como imagino que con lo despistado que es tu hermano no te habrá conseguido entradas. ―dijo dejando cuatro entradas sobre el mostrador ―Para que vengas con tus amigas. ―Gracias, pero no sé si tienen otros planes. ―¿En serio? –me sonrió antes de salir por la puerta y no esperó a que contestara. Cuando por fin me quedé sola, me senté en una silla y suspiré profundamente. Para mis amigas yo era la envidia de todas porque mi hermano tocaba en la Heartless guys y era el mejor amigo del guapísimo cantante, pero ellas no sabían lo mal que lo pasaba yo por tenerlo siempre tan cerca sin poder llegar a nada. A mediodía mi amiga Rocío vino a comer conmigo al centro comercial, como acostumbraba hacer cuando le daba por salir de compras. Se volvió loca cuando le dije que tenía entradas para el concierto de mi hermano pero yo no estaba segura de querer ir. No quería presenciar cuando Robert le entregara el anillo a su futura novia y había sopesado alejarme de él porque me había dado cuenta de que cuanto más cerca estuviera, cada vez lo desearía más, me enamoraría más, y prefería poner tierra de por medio. Sí, me presentaría a algún casting en algún programa musical de la televisión y si con un poco de suerte me cogían, pasaría meses fuera de casa, puede que más. Estábamos comiendo cuando la Heartless guys casi al completo apareció por el restaurante. ―¿Molestamos? –preguntó Robert, sentándose al lado de Rocío. Noté cómo se puso nerviosa y no pude evitar sentir una mezcla de celos y risa. ―No, claro que no. Solo trataba de tener una conversación íntima con mi amiga. – dije con sarcasmo. Rocío me miró con los ojos abiertos como platos pero yo la ignoré.

―¿Qué hacéis aquí? –pregunté. Mi hermano se sentó a mi lado con su novia al otro costado y las otras dos coristas entre la susodicha y Robert. Me pregunté si sería alguna de ellas la afortunada que esa noche recibiría la sortija y traté de quitármelo de la cabeza porque me dolía pensarlo. ―A tu hermano se le ha roto una baqueta y hemos tenido que venir a comprar para esta noche. ―¿Y no tenías de repuesto? –le pregunté. ―Tenía, pero se me han ido rompiendo y nunca me acordaba de reponer. ―Os hemos visto desde fuera y hemos pensado tomar café con vosotras mientras hacemos tiempo a que habrán la tienda. –dijo Robert. ―Las tiendas del centro comercial no cierran en todo el día. –dije levantando las manos. ―Entonces ¿por qué tu joyería está cerrada? ―Pues porque yo tengo que comer, soy la única que atiende porque mi jefe pasa de trabajar los sábados. ―Oh, qué manera de aprovecharse de los empleados. –dijo Yolanda, una de las coristas. ―Ya, bueno, es lo que hay. –dije, mirándola de arriba debajo de nuevo sospechando si sería ella la amiga de Robert. Estuvieron con nosotras durante veinte minutos, tanto que no pude hablar con Rocío de nada más porque tenía que volver a abrir la joyería. ―Esther, te espero esta noche en el concierto. –me dijo Robert antes de marcharse. ―En serio, Robert, no sé si iré. Cierro la tienda a las diez y el concierto es a las doce así que apenas tendré tiempo de llegar a casa, ducharme y arreglarme. No me apetece correr para ver un concierto que ya he escuchado miles de veces en casa.

―Pequeñaja, que sepas, que si no vienes me decepcionarás. ―y me lo dijo tan serio que no pude más que decirle que allí estaría. Rocío empezó a aplaudir ante mi afirmación y le aseguró que aunque fuera a rastras me llevaría al concierto. ―Claro, como tú no tienes que trabajar. –le dije a mi amiga por lo bajini. ―¿En serio que es por eso? Pero la ignoré. No obstante, cuando mi amiga terminó el recorrido por todas las tiendas de moda y arrambló con todo lo que le apeteció, se pasó por la joyería cargada de bolsas. ―¿Me vas a contar por qué no querías ir al concierto de esta noche? ―Por nada, ya se lo he dicho a Robert, porque estaré cansada. ―Ni de coña, bonita. Salimos de fiesta todos los sábados y no te quejas por haber trabajado. ―Ya pero salgo de aquí sin prisas y acudo a donde estéis tú y las demás, no es lo mismo. Además, es que hoy no estoy de humor. ―Pequeñaja, yo tampoco tengo pareja y no pasa nada, ¿no te apetece que nos montemos un mano a mano en el concierto? ―¿Tú también? –pregunté refiriéndome al calificativo con el que me acababa de llamar. ―Esther, yo creo que esto no es porque estés sola, creo que hay algo más que no me cuentas pero que no hace falta porque es evidente. ―¿A qué te refieres? –le pregunté haciéndome la ingenua. ―A que estás loca por Robert, pero si te sirve de consuelo, ya somos una millonada de chicas que lo estamos jajajaja.

―¿Tú también? –volví a preguntar, esta vez refiriéndome a algo peor. ―No, yo no, porque desde el primer día me di cuenta de lo que sentías por él y lo veté como tío que posiblemente se liará con mi amiga. ―¡Qué va! Eso nunca pasará, es el mejor amigo de mi hermano y seguramente me debe querer como la hermana que nunca tuvo. El pobre como no tiene familia pasa más tiempo en mi casa que en la suya y yo creo que quiere a mis padres como si fueran los suyos ¿te das cuenta? ¡Es horrible! Los padres de Robert habían muerto ambos por culpa de un infarto, primero el padre, cuatro años después la madre, dejándolo solo puesto que no tenía ni abuelos, ni tíos porque tanto uno como otro eran hijos únicos, ni más familia que un Golden retriever que murió hace dos años, dejando completamente solo al cantante. Robert quería a mis padres con locura y ahora que me daba cuenta de que mis sentimientos hacia él se estaban descontrolando, no me pareció que fuera nada bueno. A punto estaba de cerrar la joyería cuando sonó mi móvil. “Por favor, no faltes al concierto”, me decía el mismísimo Robert. Me quedé paralizada. ¿Desde cuándo le importaba a él tanto que yo fuera a uno de sus conciertos? Y es más, ¿desde cuándo me pedía las cosas por favor? Sacudí la cabeza como quien despierta de una ensoñación y me dispuse a escribir: “Sí bwana”. Dos horas después estaba junto con Rocyo y dos amigas más que se habían apuntado, en la zona Vip del estadio de Fútbol Olímpic, esperando a que el concierto empezara. Me había duchado deprisa, me había retocado el maquillaje, colocado unos vaqueros ajustados negros y una blusa de organza roja, las botas altas y la chupa de piel negra, y había salido de casa aún con mi larguísima melena húmeda. Mi hermano me había dicho que dijera que íbamos de su parte y que directamente nos conducirían a la zona Vip, y así lo hicieron, haciendo que por primera vez en el día me sintiera contenta al ver a mis amigas tan felices. Pusieron música de fondo mientras los músicos se preparaban y mis amigas y yo empezamos con el primer cubata de la noche,

bailando animosamente. Ninguna teníamos novio en realidad, y me sentí una idiota por lo mal que lo había pasado durante todo el día por haber hecho un mundo de una tontería. Empezó el concierto y mis amigas a chillar. Solía llegar con la garganta afónica de tanto gritar “Robert tío bueno”, a sabiendas de que era el único momento en el que lo podía decir puesto que ni me veía ni me oía. Pero a la cuarta canción, algo se iluminó en nuestra zona y empezó a buscar a alguien. Mis amigas y yo, que ya habíamos tomado dos cubatas, empezamos a reírnos bromeando sobre a quién de las cuatro estaría buscando el foco. —Esta noche es una noche muy especial. –oí que empezó a decir Robert a su público –Veo el estadio lleno de parejas de enamorados, amigos, amantes, hermanos… amooooorr, sí señor. El público aplaudía, saltaba y gritaba al ritmo de Heartlees guys, Robert Blanes más bueno que los panes, incluso Carlos el batería quiero ser tu tía. Mis amigas y yo moríamos de la risa, y conseguí olvidar el desagradable día de enamorados que había tenido. —Y como es el día de San Valentín, es una noche muy especial. Esta noche… Robert estaba agitado por el directo y el calor, e iba parando a descansar la voz haciendo que las chicas gritaran más y más – Esta noche quiero brindar la oportunidad a una persona muy especial, de hacer que uno de sus sueños se hagan realidad. Me quedé mirándolo con los ojos abiertos como platos. Mi hermano no me había comentado que pensaran hacer nada esa noche que se saliera de lo común así que me pilló por sorpresa como a cualquier fan. —Así que Esther, si eres tan amable de venir al escenario –de pronto el foco dichoso se clavó sobre mi cabeza haciendo que toda yo quedara iluminada y un calor abrasador me recorrió el cuerpo ante la vergüenza de saber que miles de personas estaban fijando sus ojos en mí – Me gustaría que cantaras la siguiente canción con nosotros. Giré la cabeza a ambos lados, petrificada como estaba en el sitio. —Vamos. –me instó mi amiga Sandra.

—¿Qué? ¡No! —Vamos. –dijeron las tres a la vez, cogiéndome de los brazos para que avanzara. Sabía que evitarlo sería quedar como una adolescente pero ¿en serio iba a subir a un escenario ante tanto público? Ni pensarlo. Así que me resistí. - Esther, por favor, ¿serías tan amable de venir a cantar con nosotros? – repitió Robert, para desasosiego mío. Entonces, el público empezó a vitorear “Estheer, Estheer, Estheer” y yo decidí que o iba o cuanta más expectación creara sería peor. Subí al escenario ayudada por dos guardias de seguridad y cuando estuve frente a Robert le dije, a sabiendas de que como no llevaba puesto el micro solo me oiría él. —¿De qué vas? No sé qué pretendes con esta jugarreta pero yo no me sé vuestras canciones. —¿A quién quieres engañar, pequeñaja? Te he escuchado cantar miles de veces, y te he escuchado cantar nuestras canciones. –me dijo sonriéndome nuevamente de una manera escalofriante y sexy. Antes de que me diera cuenta tenía un micrófono en mis manos y a un Robert susurrándome al oído: —Vamos a cantar “Cuando te vi por primera vez”. Mierda, esa era mi preferida. Me debía de haber escuchado cantarla sin que yo me diera cuenta, y me sentí como un niño a quien pillan comiendo chuches. Mi hermano dio el comienzo de la canción y la música empezó a sonar. Robert me cogió una mano y se acercó el micro a sus gruesos y sonrosados labios, mirándome a los ojos como si me estuviera dedicando a mí la letra de la canción. Tuve que hacer un esfuerzo para mentalizarme de que todo aquello era puro teatro y que mi medio hermano solo quería dedicarme una canción porque sabía lo que odiaba el día de San Valentín y lo mal que lo había pasado. Seguramente aquello era una forma de agradecerme la ayuda de esa mañana.

Cantamos juntos la canción y cuando terminó yo hice el intento de bajar del escenario, pero él me cogió del brazo y me lo impidió. —Quédate con las chicas y haznos los coros.-me dijo. —Robert, mis amigas. —¿Me vas a decir que no te apetece? ¿En serio? La verdad es que había disfrutado como una enana cantando sobre el escenario, con los focos dándonos, con el público gritando como loco, con Robert a mi lado. Hacerles los coros era lo mejor que me podía pasar esa noche, así que me uní al trío con una sonrisa de oreja a oreja. Terminó el concierto y yo estaba eufórica. Había sido alucinante, excitante, asombroso, y me sentía tan a gusto que olvidé que el amor de mi vida estaba enamorado de otra. Bajamos del escenario y sentí una mano cogiéndome el brazo y arrastrándome por entre maletas de instrumentos, camiones y cableados hasta que llegamos a un lugar íntimo en el que nadie nos podía ver. Como estaba tan entusiasmada por el concierto, no me planteé qué querría el mejor amigo de mi hermano, ese para quien yo era como una hermana, de mí. —Pequeñaja yo… quería decirte que la canción que hemos cantado juntos no la he elegido al azar. –empezó a decir, todavía agitado por la actuación –Cuando te vi por primera vez, me pareció que eras la chica más bonita que había visto en mi vida. –tarareó. —Oh. –se me quedó la boca seca y apenas pude decir nada, ya que además no me creía lo que estaba pasando en ese momento, más bien parecía otra de sus bromas. Pero cuando Robert metió una mano en el bolsillo de su cazadora de cuero y sacó la cajita que yo misma había envuelto esa mañana, mi corazón empezó a palpitar con tanta fuerza que creí que se saldría de mi pecho. —Llevo años diciéndome que eres la hermana de Carlos y que lo mejor es que seamos solo amigos, pero ya no puedo aguantar más. Esther, te amo desde el día en que te

vi por primera vez y quiero, si tú sientes algo por mí, si te gusto aunque sea un poco, que me des la oportunidad de demostrártelo. – y poniéndose de rodillas, tras lo cual yo ya no sabía si mi cuerpo estaba allí o si ya m había desplomado al suelo, pues estaba tan nerviosa que no me sentía las piernas; tendió la cajita hacia mí y continuó – Pequeñaja, ¿te gustaría salir conmigo al cine, a cenar, o donde te apetezca, los dos solos? —Yo… pero… ¿y si no sale bien? ¿Mi hermano? —¿Qué pasa con tu hermano? Ya te digo que yo le di vueltas por si a él le molestaba que tú y yo fuéramos novios, por si se sentía desplazado, pero hemos estado hablando y me ha dicho que no hay un hombre en la tierra que le parezca más adecuado para ti que yo. Además de que dice estar seguro de que estás loca por mí –esto último lo dijo con una de esas sonrisas suyas que me hacían perder el sentido, por si fuera poco. —Ya pero, ¿y si no sale bien? ¿Qué pasará entonces con Carlos? ¿Seguirías siendo su amigo, yendo a mi casa tan a menudo? —Bueno, lo de ir a tu casa asiduamente la verdad es que lo he estado haciendo todos estos años solo por verte a ti. —¿En serio? —¿Acaso no te dabas cuenta de lo que sentía? Estoy enamorado de ti desde siempre, Esther, es increíble que no lo notaras. —No, no me di cuenta. Como siempre te estabas metiendo conmigo… —Eso era para provocarte, porque me encantaba como te ponías a la defensiva o tratabas de evitarme; y también para crear cierta distancia entre nosotros. Pero como te digo, no puedo seguir lejos de ti, te quiero. —Pero… yo… no sé si recuerdas que los novios no me suelen durar demasiado. Me da miedo que salgamos juntos, que intimemos, como decías tú esta mañana –al decir esto fue cuando por fin me di cuenta de que era yo la chica de la que me había estado hablando y de quien me había estado preocupando todo el día, ¿cómo no me había dado cuenta con tanta indirecta? –Si sale mal seguramente no seamos ni amigos después, como suele pasar.

No me apetece seguir viéndote por mi casa si hemos acabado mal, saber que sigues formando parte de mi familia y yo no tener ganas de dirigirte la palabra. Tú, te vas de gira y pasaremos mucho tiempo separados; yo, estaré siempre pensando en lo peor, en que tienes miles de chicas locas por ti y que tú puedes elegir y disponer de cualquiera cuando te apetezca. Robert, claro que me gustas, me muero por ti, pero creo que no deberíamos dar un paso adelante. —Pequeñaja, para empezar, no pienso irme de gira ni a ningún sitio sin ti. Quiero que dejes la joyería y seas un miembro más de los Heartless guys, que vengas con nosotros a las giras, a todo. No pienso despegarme de ti, eso que te quede claro. —Pero yo, no creo que pueda… —No acepto un no por respuesta -¿a quién quería engañar? Era el sueño de mi vida, me moría por pertenecer al grupo y cada vez estaba más feliz esa noche - Y en segundo lugar, que te hayan durado poco los noviazgos durante los últimos años en parte ha sido por mi culpa. —¿Cómo? –pregunté frunciendo el ceño, pues no entendía nada. —Oh, pequeñaja, no sabes lo fácil que es romper una relación cuando se trata de mí: una cierta mirada, un ligero movimiento, cualquier detalle que le hiciera suponer a mi adversario que entre tú y yo había algo era suficiente para crear la duda, la inseguridad, y zas. Cariño, no soportaba que llegara San Valentín y verte con alguien que no fuera yo. —Pero ¡tú si has estado con chicas!!! –le grité exasperada al tiempo que levantaba la mano para darle un bofetón. Pero Robert la cogió al vuelo, la pasó por detrás de mi espalda, y aprisionándome contra una pared, acercó su caliente cuerpo hasta mí y me susurró en el oído: - Ninguna ha significado nunca nada para ti, solo te he amado a ti, pequeñaja. –y colocó sus labios sobre los míos con tanta ternura, que todo mi enfado desapareció, mi cuerpo se relajó, mi entrepierna se humedeció, mi estómago sintió un cosquilleó y mi corazón una felicidad como nunca antes. Entonces lo cogí de la cintura de la mano que

tenía libre, agarré su culito respingón, y lo apreté hasta mí, haciendo que su erección tocara mi entrepierna –Te amo. –gimió. —Y yo estoy loca por ti, desde el día en que te conocí.

FIN

Quiéreme Siempre Hannah Lucas Dedicatoria: Para mis padres, un gran ejemplo para mí de lo que significa el amor. Porque se quieren todos los días, los trescientos sesenta y cinco días del año. Y para todos aquellos que se quieren, siempre. Hannah Lucas.

Restaurante Eire, Madrid 14 de Febrero de 2014 —¿Porqué aceptaste la cita entonces? —pregunto mientras bebo un sorbo de mi cerveza espumosa apoyado de espaldas en la barra del bar. —Es la cuñada de mi jefe y vi la oportunidad de un polvo fácil y su favor en el hospital de aquí en adelante si la dejaba contenta —me responde David con ese tono de Don Juan que tanto conozco. —Pero claro, eso fue antes de que Raquel me llamara para quedar esta noche. Casi me atraganto cuando nombra a esa petarda de folla-amiga eterna que tiene. —¿Vas a dejar tirada a esa chica por Raquel? Tío, ¿cuándo vas a aprender? Esa tía hace contigo lo que quiere. No sé qué es lo que tiene, pero cada vez que te llama babeas por las esquinas. Llevo años intentando convencerle de que esa chica no es trigo limpio, pero no hay manera. —Te juro que no has conocido a ninguna tía igual de fogosa que ella en la cama. —me asegura inflado como un gallo. Le miro levantando las cejas y recuerdo la trayectoria de esa chica por la que bebe los vientos. —Debo ser el único de todo Madrid, sí. —No te pases —me amenaza dándome un codazo. —Deberías haber cancelado la cita, esa pobre chica no tiene la culpa de que tu polla sea una juerguista inmadura. —No puedo hacerlo, joder Rubén. ¡Que es cuñada de mi jefe! —se queja desesperado.

—¿Y por qué te metes en esos berenjenales? —le pregunto partiéndome de risa. Cojo mi jarra de cerveza y brindo por él. —En fin, suerte amigo. —Espera, espera. Necesito que me cubras. Casi me atraganto cuando intuyo lo que me va a proponer. ¿Cuándo piensa madurar? —¡¿Que te qué?! —Cuando consigo respirar aire y no cerveza, me niego a participar en otra de sus movidas de faldas, y así se lo hago saber por medio de aspavientos. — No, no, no, no. Paso tío, esta vez te las vas a tener que arreglar solito. —Por favor Rubén, no me hagas esto. Eres mi mejor amigo y necesito tu ayuda —suplica con esa cara de no haber roto un plato en su vida. Sí, es mi mejor amigo, y se aprovecha de ello. Coge aire y continúa hablando con la seguridad de que al final voy a ceder—. Pide lo que quieras que te lo daré, pero ayúdame, por favor. No es la primera vez que lo haces. —Por eso mismo, y además, de eso hace ya mucho tiempo. —No estoy enfadado, pero me fastidia tener que sacarle siempre las castañas del fuego. —Solo será una cena, algo inocente —me explica restándole importancia—. Le das conversación y le invitas a una copa y listo. —ve la indecisión pintada en mi cara y vuelve a la carga—. Por favor amigo, es por una buena causa. No me hagas suplicarte mamón. Aparto la mirada haciéndome el duro mientras bebo otro sorbo de cerveza. Ya que me lía de tal modo, le voy a hacer sufrir. Cuando veo que está a punto de darle un jamacuco debido a mi silencio, me apiado de él. —Pensaré que te voy a pedir a cambio, porque esta vez me vas a deber una muy muy gorda —le amenazo dándole toquecitos en el pecho. Me coge la cara henchido de satisfacción por haber conseguido su propósito, como siempre. —No te beso porque tengo una reputación que mantener. Se llama Sara y trabaja en una librería. Solo sé que es rubia y hace tiempo que no sale con nadie. Me lo quito de encima y vuelvo a apoyarme en la barra, maldiciendo el día en que le conocí en clase de párvulos y se pegó a mí como una lapa para no despegarse nunca más. Si soy franco,

tampoco es que tuviera mucho que hacer esta noche, y aunque detesto la idea de engañar de esta forma a alguien, quizás hasta sea divertido. —Eres un auténtico capullo ¿lo sabías? —Sí, un capullo con una noche de lujuria y desenfreno por delante —responde con el nerviosismo propio de un adolescente mientras se coloca el abrigo. —No me seas carca y disfruta de la cena, corre de mi cargo. Y una cosa, si acabáis en la cama, déjame en buen lugar. Confío en ti. —Lárgate antes de que me arrepienta. Desaparece de mi vista dándome una palmada en el hombro y sale corriendo del restaurante para disfrutar de su noche loca con Raquel.

Mientras voy escuchando la radio en el coche, camino del restaurante en donde tengo mi primera y espero última cita a ciegas de mi vida, me paro a pensar en cuanto odio todo el rollo consumista que se monta alrededor del día de San Valentín. No es que no me guste el rollo romántico ni nada de eso, al contrario, tras mi apariencia de ratón de biblioteca, se esconde una faceta romanticona y ñoña que evito salga a la superficie desde hace un tiempo. Lo que odio es que mis amigas comiencen con la cantinela amorosa dos semanas antes de la fecha en cuestión. Trabajar en una librería tampoco es que ayude mucho en esta época, llena de promociones y publicidad respecto al amor y sus bondades. He llegado a la conclusión de que si no estás enamorada en San Valentín, eres un desecho de la sociedad, un bicho raro, y es entonces, cuando comienzan a agobiarte con las típicas frases de «Sara, tú lo que tienes que hacer es salir más» o directamente, el «Sarita, tú lo que necesitas es un buen polvo». Bastante tengo con mi madre y el resto de mi familia que me recuerdan a la mínima ocasión, que a este paso me quedo para vestir santos, que se me va a pasar el arroz o que ningún hombre va a venir a buscarme a casa. A ellos puedo evitarlos, pero a mis amigas y al resto del mundo no, eso es lo malo. Vamos, que me encantaría poder presumir de estar enamorada, pero no tengo pareja y me da rabia, mucha rabia, Lo admito, la envidia me corroe. Yo también tengo mi corazoncito. Y además, soy de las que piensan que hay trescientos sesenta y cuatro días más durante el año para

demostrar que quieres o te quieren, ¿o no? Es por todo esto básicamente, por lo que acepté acudir a una cita a ciegas que me han preparado mi hermana y mi cuñado. Por cortar de raíz estos comentarios de una puñetera vez y demostrar que soy una persona normal, que puede relacionarse y a la que un hombre puede llegar a ver bonita. Hace dos años que rompí con mi novio de toda la vida y desde entonces, no he tenido ganas de una relación tan seria como aquella. Cuatro rollos sin importancia y dedicarme a encontrarme a mí misma, han sido mi ocupación sentimental durante este tiempo. Mi hermana dice que si me vistiera más femenina triunfaría, que soy guapa pero que lo escondo bajo esa ropa desarrapada que uso diariamente. Quizás tiene razón, pero me he decantado por la comodidad antes que por el sufrimiento de estar impecable full time. Así que allá voy, enfundada en un vestido ceñido color granate que la pesada de mi hermana se ha empeñado en prestarme, y unos zapatos negros con pulsera que me compré para la boda del primo Alberto en Cuenca el otoño pasado. Me siento rara, ridícula, embutida como una morcilla en el vestido y las medias y con el pánico de torcerme un tobillo con esa tortura de zapatos. Menos mal que mi intención es cenar y largarme a casa en cuanto termine. No me apetece nada tener que aguantar la perorata de un médico durante toda la noche, para eso, ya soporto a mi cuñado. Al parecer, mi cita es un chico de su equipo del hospital en el que trabaja, guapo y con un buen futuro por delante. «¡Ideal para ti! Además, se mostró muy interesado!» No se ha cansado de decirme. Y al igual tiene razón, y no dudo de que este chico sea una maravilla, pero yo esto lo hago simplemente por orgullo, no con la intención de comenzar ningún tipo de relación. Cenita y a casa y todos contentos. Así conseguiré quitarme la etiqueta de ermitaña y eterna soltera que me han colocado. ¡Qué manía tiene todo el mundo por emparejarme, coño! Aparco el coche y mis pensamientos a dos manzanas del restaurante, y bajo del coche con la esperanza de que sea una cita corta e indolora. Si todo va bien, dentro de un par de horas habré pasado la prueba de fuego. Entro en el restaurante y me da la sensación de que todo el mundo me mira. Hago un rápido reconocimiento a mi vestuario por si llevo algo fuera de sitio y me tranquiliza ver que todo sigue en su lugar. Me sorprende el local, una cosa no quita la otra. Hay un pequeño bar a la derecha, muy en plan pub irlandés, forrado de madera y adornado con cuadros de marcas de cerveza, que en ese momento está atestado de gente en un ambiente muy animado. El resto del espacio se compone de pequeñas mesas, vestidas con bonitos manteles de cuadros escoceses en consonancia con la

decoración del local, y coronadas con unas velas de centro que hacen del lugar un sitio muy acogedor. Me quedo parada en la misma puerta observando mi entorno, hasta que un idiota pasa por mi lado y me empuja al salir. Me desestabilizo y tropiezo hasta chocar con una pareja que está ante mí esperando que le acompañen a su mesa, y que me sirven de colchón entre mi cuerpo y el suelo. —¡Eh tú! ¡Será imbécil! —le grito al bulto que desaparece por la puerta con muy malas pulgas. Me recompongo y me dirijo a la pareja que me ha salvado de hacer un ridículo espantoso — Perdonad, lo siento muchísimo. Ese capullo ha salido como un demonio y … Recibo una mirada de reprobación por parte de la pareja y decido volver a situarme, esta vez, a un lado de la puerta mientras me atuso la ropa y el pelo avergonzada y cabreada. Una camarera se acerca a mí y me pregunta si voy a cenar o a tomar una copa. Le indico que espero a una persona para cenar, David Casal, y que había una reserva a su nombre. Me hace esperar un minuto que a mí me parece un siglo y me indica que le siga con una gran sonrisa en los labios. Me encanta la mesa que me han asignado, un poco retirada del centro de paso de los comensales y en un rinconcito muy íntimo y acogedor. Me quito el abrigo mientras le doy las gracias a la chica, que me ofrece una carta de bebidas para ir haciendo tiempo. Elijo una pinta irlandesa típica, más por compromiso que por otra cosa, pero me empiezo a encontrar a gusto y deseo que la noche no se tuerza. Desde mi perfecta ubicación, diviso prácticamente todo el restaurante. Tengo curiosidad por saber cómo es el tal David, según mi hermana, tiene muy buena planta. Hago una inspección rápida por el lugar intentando adivinar cuál de los hombres que están allí puede ser mi cita, pero ni siquiera sé si ha llegado aún, ni si va a acudir. ¡Eso no lo había pensado! ¿Y si me deja tirada? Por un momento me alarmo, pero como el sitio me gusta tanto y lo que he ojeado en la carta también, lejos de preocuparme, decido que pase lo que pase me voy a pegar un auto homenaje. En caso de que no aparezca, al menos aprovecharé la salida con una buen cena.

Si llego a saber la encerrona que me preparaba David cuando me llamó para quedar en mi restaurante favorito, el Eire, no le cojo ni el teléfono. Es cierto que es mi mejor amigo y que no es la primera vez que le tengo que salvar el culo de sus líos de faldas, pero tengo casi treinta años y ya no me divierten ese tipo de tonterías. En cambio, David se ha quedado atrapado en aquella época y no hay forma de hacerle madurar. Está tan pillado por Raquel, una modelo con aires de grandeza a la que se ha beneficiado medio Madrid, que no ve más allá. A pesar de todo, no he podido negarme, aunque ya me estoy arrepintiendo. No me apetece nada ser cómplice de una mentira, de engañar a una pobre chica que ni siquiera conozco y luego sentirme mal. Quién me ha conocido pensaría que me han abducido, que me estoy haciendo viejo o algo parecido. El antiguo Rubén, el ligón sin escrúpulos, el que se tiraba todo aquello que se movía sin echar cuentas de sentimientos, el frío y descerebrado, el vividor, ya no está. Sí, lo pasaba muy bien lo reconozco, pero me sentía vacío. Desde hace un tiempo busco algo más que una noche de sexo frío e impersonal. No obstante, haré de tripas corazón por ayudar a mi amigo. Si la chica es agradable, alargaré la cena con conversación y quizás una copa, si no, tengo preparado el plan B, la auto llamada de emergencia para salir por patas a la mínima ocasión bajo cualquier pretexto. Espero que se trate de la segunda opción, sería más fácil para mí huir sin mirar atrás. Pido otra pinta mientras veo como David se estampa contra alguien al salir del restaurante. Sonrío por su torpeza, cuando en mi campo de visión aparece una chica muy mosqueada, que increpa disgustada a la estela invisible que ha dejado mi amigo al salir. La miro de soslayo y me sorprende lo que veo. Recorro con la mirada su cuerpo con curiosidad. Sus piernas parecen no tener fin y se pierden bajo ese vestido rojo que se ciñe como un guante a su cuerpo, y que hace le da un toque muy muy sexy. Sus pechos, se alzan reclamando atención por el escote en forma de corazón y de repente, soy consciente que una parte de mi cuerpo en particular también reclama la suya. ¿En serio estoy teniendo una erección por culpa de esa mujer? Me doy la vuelta e intento esconder el bulto que insiste en asomar por la bragueta del pantalón. Estoy sorprendido y avergonzado, ¿pero porqué? Con disimulo, la veo dirigirse hacia la zona de comensales junto a una camarera, cuando fortuitamente nuestras miradas se encuentran. Creo que he dejado de respirar por un momento, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Su mirada cándida, de un azul celeste brillante me desarma por completo, tiene algo angelical que no había visto antes en ninguna mujer y unos labios frescos y carnosos como dos fresas, por los que ahora mismo sería capaz de tirarme sin paracaídas

para poder besarlos. Una mezcla peligrosa. Mi polla me advierte que si no cambio el rumbo mis pensamientos, me voy a encontrar en un serio aprieto. ¡Juro que nunca me había pasado esto! ¡Lo juro! ¡Esta mujer es preciosa! Creo que acabo de experimentar el amor a primera vista. Asombrado por lo que creo que estoy sintiendo, suspiro y me bebo el resto de la cerveza que aún queda en mi jarra, nervioso y excitado, mientras deseo con todas mis fuerzas que ojalá ella no sea la cita. Maldigo mi suerte cuando observo cómo se dirige hacia la mesa que había reservado David. Efectivamente y para mi desgracia, esa chica que me ha puesto burro y más nervioso que a un colegial, es la chica a la que posiblemente tendré que abandonar durante la cena y a la que engañaré fingiendo ser mi mejor amigo.

Hace más de quince minutos que mi cita debería haber llegado. Estoy inquieta, porque vale, no quiero nada serio, pero tampoco me gusta que me den calabazas. Una tiene su dignidad, oye. Mientas jugueteo con la carta, fantaseo divertida con los motivos por los que mi desconocido Romeo llega tarde. ¿Estará atrapado en un atasco? ¿Ha sido testigo de un accidente? ¿Es el causante de una catástrofe nuclear? ¿Ha sido víctima de una invasión zombi? ¿Ha sido abducido por una raza superior venida de las estrellas?... —Disculpa... ¿Sara? Una voz masculina me saca de mi excéntrica ensoñación, y me encuentro mirando con una sonrisa aún en la boca, el rostro más sexy que haya visto en mis veintinueve años de vida. Tanto me sorprende la belleza canalla de aquel hombre, que no puedo evitar que se me quede cara de boba. Creo que hasta tengo la boca abierta. Carraspea y vuelvo en mí roja como un tomate. —¿Qué? —¿Eres Sara? —me pregunta con esa voz rasgada que hace que el resto del mundo se difumine ante mí. Si no fuera porque sé que soy una chica centrada, me lanzaría a esos labios carnosos que susurran mi nombre y me perdería en ellos. —Emmm sí, sí, perdona. ¿David? —intento recomponerme interiormente, aunque mi corazón está a puntito de estallar en mi pecho.

Me levanto insegura y noto que mis piernas tienen la textura de la mantequilla. Para evitar que lo note y no hacer el ridículo del siglo, no se me ocurre otra cosa que ofrecerle mi mano. Él la mira extrañado y sonríe de medio lado. ¡Me acaba de matar! La coge con suavidad y pillándome desprevenida, se acerca a mí y me besa el pómulo. El contacto de su boca en mi piel, la mezcla de olor a cerveza y hombre y que considero que este beso inocente está durando más de la cuenta, me ponen muy pero que muy nerviosa. Me aparto como un resorte de su lado, intentando no mirarle a los ojos. Este chico debe pensar que estoy desesperada. —Siento llegar tarde, he tenido un problema antes de salir de casa. —me explica sin apenas mirarme mientras deja el abrigo colgado en la silla. —No te preocupes, acabo de llegar. —Miento. O me espabilo o este chico va a notar que babeo por más de un sitio. —Estupendo. Se produce entonces un silencio de esos incómodos y me aterro. Es muy probable que si abro la boca para decir algo, soltaré una enorme tontería y quedaré fatal. Creo que lo ha notado, porque sonríe sin dejar de mirarme y tras un suspiro me hace el inmenso favor de romper el hielo. —Así que tú también te has dejado liar para la cita a ciegas. —Eso parece, sí —contesto resignada. —La fiebre por San Valentín los vuelve a todos locos —susurra divertido—.Ya sabes, la gente se empeña en emparejar a los solitarios este día como si fuera algo vital. ¿Qué pasa el resto de los trescientos sesenta y cuatro días del año? Posiblemente, los que hacen de celestinos ni se aguanten. —Ríe y me guiña un ojo, derribando así, cualquier tensión que pudiese existir entre nosotros. —Hay que quererse siempre, no solo un día al año. Me sonrojo y para disimularlo, cojo la servilleta y empiezo a hacer nudos con ella sobre mis rodillas. Guapo, perdón guapísimo, y con sentido del humor. ¿Qué más se puede pedir? Me relajo al pensar que es posible que me haya equivocado y que lo que yo adivinaba como una noche de pose y compromiso por orgullo, acabe siendo una noche divertida y quizás con alguna sorpresa. Noto que me observa y decido ser yo ahora quien se muestre amable y simpática. Por nada del mundo quisiera que este pedazo de hombre de pelo castaño, ojos grises y labios provocadores, piense que soy una siesa.

—¿Tienes hambre? —Desde luego, toma. —Responde ofreciéndome la carta. Por un segundo nuestros dedos se tocan y nuestras miradas se encuentran de nuevo. Solo falta algo de música para que ese momento sea perfecto, pero noto que su expresión se endurece y aparta la mano como si le quemara. Al notar mi gesto de desconcierto vuelve a sonreírme y de repente, ya he olvidado esa alarma que todas las mujeres tenemos llamada intuición. —Todo lo que cocinan aquí está buenísimo, pero casi me saltaría el primer y segundo plato para llegar al postre. Tienen el mejor pastel de chocolate del mundo. En este punto, ya me he derretido.

En otras circunstancias, esta cena hubiese sido la mejor que he tenido nunca. Disfrutar de una velada en compañía de esta chica preciosa, divertida, sincera e interesante, es un regalo difícil de olvidar. Pero desgraciadamente, está siendo la peor noche de mi vida. He estado a punto de echar mano del plan B en varias ocasiones mientras jugueteaba con el móvil en el bolsillo de mi pantalón, pero algo me lo ha impedido. Quizás el que me encuentro demasiado a gusto con ella, y que siento que esta mujer me ha calado más de lo que imagino. Motivos suficientes para huir de aquí como a quién le persigue el demonio, porque esta no es una cita normal, esta no es mi cita. Mejor dicho, yo no soy su cita. Incómodo y con la conciencia comiéndome por dentro, he intentado ser amable pero marcando la distancias. En ocasiones mi cara agria la ha desconcertado, lo sé porque me ha mirado con el ceño fruncido, quizás preguntándose con qué clase de pirado está cenando. Debe pensar que soy cuanto menos bipolar. Me preocupa que se sienta mal por mi culpa, cuando yo soy un impostor que la está engañando a cara descubierta. Me convenzo de que lo mejor es acabar de cenar y poner una excusa para finalizar el encuentro sin que nadie salga herido. Con un poco de suerte, nuestros caminos jamás volverán a cruzarse y cada uno podrá seguir su vida sin dejar cadáveres por el camino. Me odio a mí mismo,

porque estoy perdiendo la oportunidad de conocer a esta chica que me vuelve loco cuando sonríe y que siento, puede verme el alma cuando me mira. ¡Maldita sea! Llegamos al postre entre confidencias; es la primera vez que abro la puerta de mi vida a una persona de este modo. Para mi sorpresa, no le interesan aspectos superficiales y superfluos sobre mí. Sin poder ofrecer resistencia, hablamos de nuestra infancia, de la familia, de relaciones pasadas, de nuestros gustos y nuestras fobias y disfrutamos del mejor pastel de chocolate del mundo entre risas y miradas cómplices. Algo muy malo he debido hacer en otra vida, para que el destino me esté poniendo a prueba de esta manera tan cruel. Tras el postre llega el café y tras él, el chupito de rigor, con el que ella hace un brindis que me hace sentir miserable como nunca lo he sido. —Por los otros trescientos sesenta y cuatro días, porque nos quieran siempre. Bebemos y se me revuelve el estómago al pensar el daño que puedo causarle a Sara si llega a enterarse de esta mentira. Me disculpo bajo la excusa de necesitar ir al baño y una vez allí, me desespero y me enfado conmigo mismo. El haber aceptado participar en esta patraña me va a costar un precio muy alto. Deseo a esta mujer como a nadie en mi vida, y quizás no solo mi cuerpo desea el suyo; quizás ha derribado a cañonazos la coraza que envolvía mi corazón y ahora me encuentro indefenso ante sus encantos. Me lavo la cara y miro el reflejo que se dibuja frente a mí. Rubén, sé sensato y aléjate de ella, por su bien, aléjate antes de que sea demasiado tarde.

Salimos del restaurante sin saber muy bien si la cita acaba aquí o hay probabilidades de continuar tomando una copa en algún garito de moda. Durante la cena he notado que David estaba nervioso, no sé por qué motivo, en cuanto entablábamos una conversación cómoda cambiaba de ánimo y presentía que algo no iba bien, para momentos después volver a ser el chico encantador que me ha robado el corazón y hace que mi pulso se acelere de modo exponencial.

Tras unos minutos de duda, me pregunta si he venido en coche o en transporte público. ¡Mierda! He interpretado mal las señales, me temo que hoy vuelvo a casa tal como predije, sola y tras una buena cena. Eso me pasa por bocazas. Le indico que tengo el coche a dos manzanas y se ofrece a acompañarme. Andamos en silencio, ya que la situación de repente ha perdido la frescura con la que se tiñó durante la noche. El giro inesperado que ha tomado el encuentro me deja un mal sabor de boca, y me regaño a mí misma por no haber pensado que para este chico no he sido más que un compromiso forzoso un día de San Valentín, exactamente lo mismo que yo había pensado de él antes de conocerle. Sigo ensimismada en mis pensamientos cuando noto que se ha detenido unos metros tras de mí. Me giro y le observo ahí parado, con las manos metidas en el abrigo, mirando hacia el suelo y negando con la cabeza mientras bufa sonriendo. —Por aquí hay un bar que no está nada mal, quizás quieras tomar una última copa si no es muy tarde para ti. Sonrío por dentro aliviada, mis temores se disuelven con la esperanza de pasar un rato más con él. Me gusta y sospecho que voy a tener que tragarme mis palabras, quizás David está despertando algo en mí que llevaba mucho tiempo anestesiado. El bar al que me lleva, es un pequeño pub con bar y pista de baile. Está oscuro y la música retumba en mi cuerpo a medida que vamos entrando al local. Está atestado de gente y es difícil abrirse paso entre la multitud, por lo que David me coge de la mano y me facilita el acceso. Ese contacto hace que me sienta como una reina, creo que he crecido dos veces mi tamaño de orgullosa que estoy de que semejante hombre me lleve de la mano. Nos dirigimos hacia la solicitada barra, y aprovechamos que una pareja se marcha para situarnos y ocupar el hueco que han dejado. Aún tenemos las manos entrelazadas y al darnos cuenta nos miramos expectantes esperando que el otro la retire, pero ninguno lo hace. Tan solo la voz estridente de la camarera, casi gritándonos al reclamar nuestra atención, nos vuelve a la realidad y nos despegamos. Pido un mojito y él un vodka negro con limón. Intentamos hablar pero el volumen de la música hace imposible que entendamos más de dos palabras, cuando un chico algo pasado de vueltas, tropieza y cae prácticamente encima mío amarrándose como un pulpo a mi cuerpo. David acude en mi auxilio quitándomelo de encima y encarándose con él cuando el chico se pone pesado. Me pregunta preocupado si estoy bien y me saca de allí tomándome del brazo suavemente. Divisamos un rincón menos transitado y nos apartamos de la marabunta cuando Shake it off de

Taylor Swift comienza a sonar. La gente se vuelve loca y yo con ellos, ¡me encanta esta canción! Es de esas canciones que dan un buen rollo impresionante, y mientras dejo mi mojito encima de un altavoz y sin pensarlo, cojo a David de las manos y le insto a bailar, a lo que él se niega y resiste hasta que me acerco y casi le obligo poniendo cara de pena. No soy mucho de discotecas, pero hoy me siento animada —supongo que el mojito también ayuda— y me lanzo a mover mi cuerpo como desde hace mucho tiempo que no hago y me dejo llevar. David no es que sea un adalid de la danza, pero veo el esfuerzo que está haciendo y acabamos partiéndonos de risa muy cerca el uno del otro. La tensión sexual que nos devora es más que evidente, y se acentúa cuando suena Say Something de A Great Big World y Christina Aguilera. Me dejo envolver por la melodía, cerrando los ojos a sabiendas que David me observa a escasos centímetros, noto su aliento muy cerca y me llena de calor. No entiendo qué me ocurre pero me gusta. Demasiado. Decido no comerme la cabeza y disfrutar del momento, no tengo nada que perder y sí mucho que ganar.

Soy débil, como casi todos los hombres del planeta. No he podido resistirme a tenerla tan cerca, he caído en su hechizo y mis instintos más primarios se han posicionado por encima de mi conciencia. Besarle cuando esa canción ha comenzado a sonar ha sido una necesidad. El roce tímido de nuestros labios ha desatado un incendio en mi interior, que nos ha llevado a casi devorarnos junto a un altavoz del pub, ajenos a todo lo que nos rodea. Mi lengua se abre paso dentro de su boca, saboreando su aroma y deseando tenerla por completo. Mi erección se manifiesta casi de inmediato y exijo mostrarle hasta qué punto la necesito. La atraigo más si cabe hasta casi fundirme en ella, rozando a la bestia que ha despertado contra su sexo. La miro y percibo la misma lucha interior que yo tengo en este momento; si seguimos no habrá marcha atrás. Ella decide por los dos, posando su boca sobre mi cuello, besándolo y mordisqueando mi piel hasta hacerme estremecer de placer. Cojo su cara con la mano mientras con la otra me apodero de sus nalgas y recorro con urgencia su cuerpo con mis manos. Nuestra respiración se torna casi desesperada y la beso como si el mundo fuera a acabarse si no lo hago. Ella enreda sus dedos en mi pelo y continúa el beso con decisión. ¡Oh Dios, me está volviendo loco! Rompo el contacto apartándome y dejándola desconcertada y jadeante. —Sara... tengo que contarte algo.

—¿Estás casado? —pregunta con la decepción inundando sus bonitos ojos, ahora de un azul oscuro y penetrante. La miro y me siento despreciable, pero su dulzura me conmueve. —No preciosa, no es eso. El alivio se instala de nuevo en su rostro y me sonríe llevándome de nuevo al abismo. Le tomo la barbilla y descubro que me gusta todo de ella, no solo su cuerpo. Puedo ver más allá y aunque mi sentido común me dice que detenga esto, Sara se ha clavado en mi corazón como una estaca. ¿Cómo explicarle que lo que ha comenzado como un juego se ha convertido en algo con sentido, algo de verdad? Por más que lucho contra mí mismo, me rindo cuando sus labios se posan de nuevo en los míos y el interruptor de la pasión se pone en modo On. Volvemos a perdernos y a fundirnos el uno contra el otro y nada importa ya; las mentiras, el mañana, nada. —¡Iros a un hotel! —nos grita alguien.

Me despierto de madrugada con un dolor importante de cabeza. ¿Tanto bebí anoche? La falta de costumbre supongo. Necesito ir al baño con urgencia pero algo me lo impide. Un brazo tatuado me recuerda donde estoy y lo que es más importante, con quién. En casa de David.

Rememoro los momentos más tórridos de la pasada noche y disfruto de cada uno de ellos, hasta el punto de que me excito, cosa que me hace sonrojar hasta las orejas. Aquel hombre me ha amado como nadie hasta ahora, con pasión, con dulzura, con honestidad. Puedo decir sin ninguna duda, que han sido los tres mejores polvos de mi vida. Le observo dormir relajado y feliz, y me desenredo de su abrazo para correr hacia el baño. Encuentro una camiseta de David en el suelo y me la pongo mientras busco mi móvil en el bolso. ¿Qué hora debe ser? Mientras hago pis, enciendo el móvil y comienzan a llegarme las notificaciones atrasadas. Hecho un vistazo a los WhatsApps y descubro que tengo varios de mi hermana.

Me dispongo a leerlos, suponiendo que la muy cotilla quiere que le ponga al corriente de la cita. Efectivamente, es una cotilla. Pero mi gesto cambia en el mensaje número cuatro. Ana&Héctor: «Sara cariño, qué putada. Siento mucho que se te haya aguado la noche. Han llamado a Héctor hacia las once del hospital para un trasplante, y ya sabes cómo funciona esto y que necesita a todo el equipo. Supongo que estaríais en plena cena. Lo siento mucho nena, seguro que quedas con David otro día». Vuelvo a leerlo desconcertada y continúo la conversación monotemática que se ha marcado mi hermana, hasta que llego a otro que me descoloca más si cabe, por el contenido y por la hora, de hace una hora. Ana&Héctor: «Sarita, el trasplante ha ido bien, otra vida que ha ayudado a salvar mi maridito. Héctor dice que David se ha portado como un campeón. Por cierto, que está encantado contigo según parece. ¡No tienes que dejar escapar a ese rubio macarra de ojos verdes por nada del mundo! ¡Y médico como Héctor! Bueno nena, me voy a la cama, vaya San Valentín de mierda que hemos tenido las dos.....Mañana te llamo». Me cuesta asimilar lo que acabo de leer. ¿Trasplante? ¿Once de la noche? ¿Rubio macarra de ojos verdes? ¿Quién coño es entonces ese tío que está en la cama? David, parece ser que no. Salgo del baño con una mezcla de estupor y cabreo galopante. Observo a mi amante plantada frente a la cama y dejo que una oleada de pensamientos confusos invada mi cabeza. Entre todos ellos se me ocurre el buscar una identificación. Tengo que saber quién es el hombre del que creo me he enamorado, y que posiblemente me haya tomado el pelo como a una idiota. Encuentro su cartera en un bolsillo del abrigo y torpemente busco su DNI, rezando porque todo haya sido una confusión de mi hermana, que el que duerme plácidamente en la cama es David y no otra persona. Rubén García Colorado, nacido en Toledo el 16 de Abril de 19... No necesito leer más. Obviamente la foto no miente. Comienzo a tragar mis lágrimas de impotencia y humillación mientras recojo mi ropa y me visto de cualquier manera. Cuando ya estoy lista para marcharme, decido no dejar que esto acabe con un triunfo total de ese capullo que ha utilizado las tretas más sucias para acostarse conmigo. Busco un bolígrafo y un papel, y lo único que encuentro es un rotulador permanente. No me lo pienso, Sarita cabreada es

mucha Sarita. Cojo su DNI y escribo dos palabras en él, que definen ahora mismo lo que significa para mí. Me incorporo y mirándole entre lágrimas de impotencia le lanzo la tarjeta que cae junto a él. Así sabrá que le he descubierto, y merece que recuerde esta noche cada vez que necesite identificarse, porque ahora sí se refleja su nombre al completo: Rubén el miserable.

Hace cinco meses que conocí a la mujer que seguramente podría haber sido el amor de mi vida y ese mismo día, también la perdí. En realidad, nunca la tuve, porque aunque tuvimos una bonita historia, que estropeé por supuesto, ella pensaba que la estaba viviendo con David, no conmigo. Desde aquel día no he vuelto a ser el mismo, me maldigo por haber sido tan imbécil, por haber criticado la inmadurez del verdadero David cuando yo era peor que él. El doble juego al que me presté me había salido muy caro. He de decir que mi amigo tuvo serios problemas en el hospital a raíz de este incidente, y fue apartado del equipo de cirugía bajo el pretexto de su falta de implicación. ¿Injusto? Para mí no lo era. Estuvimos sin hablarnos casi dos meses, retomando el contacto cuando acepté que la culpa de todo había sido enteramente mía, por gilipollas. Sara debía odiarme con todo su ser y con toda la razón. Me puse en sus zapatos y entendí su dolor y su rencor. Me había comportado como un auténtico sinvergüenza, aquello había sido demasiado hasta para mi antiguo Rubén. Intenté localizarla pero no hubo suerte hasta hace un par de meses, cuando conseguí localizar la librería en donde trabaja. Al principio la observaba desde la calle, manteniéndome distante para que no me viera. Más tarde, cuando me aseguraba que su turno finalizaba, me acercaba al establecimiento e intentaba averiguar algo sobre ella. Lo sé, estarás pensando que soy un pirado psicópata, pero no, puedo parecerlo pero no. Entablé cierta cordialidad con una señora de mediana edad, Flora, compañera de Sara y conseguí enterarme que mi chica se encargaba de obtener y restaurar libros de segunda mano que luego prestaban en la tienda. Fue entonces cuando se me ocurrió. Cada miércoles de cada

semana, cuando ella ya no estaba, Flora me prestaba un libro romántico y yo lo devolvía con una nota en su interior para Sara de forma anónima. Ella no sabía quién era el remitente naturalmente, ya que firmaba bajo el nombre de Jean Valjean, de Los Miserables de Victor Hugo; una forma de acepar mi culpa y redimir el daño que le hice. Las primeras semanas no ocurrió nada, y cuando estaba a punto de tirar la toalla, Flora me avisó de que en el libro de que en el libro que me llevaba ese día había una nota. Una nota de Sara. Casi muero de alegría por la noticia, y no quise leerla hasta estar en la intimidad de mi casa. Lo que tanto había esperado por fin se producía, ahora había que descubrir qué nueva sorpresa me deparaba el destino. «Rubén, por favor, déjame en paz. Sara». Ese momento fue como si una tonelada de hielo cayera sobre mí, llevándose consigo mis últimos retazos de esperanza. Aunque comprendía su rabia, ahora era yo el que sentía dolor. No me di por vencido, y decidí quemar el último cartucho que me quedaba. «Estaré cada viernes de Julio a las 20:00 h en el restaurante Eire, esperando a que me des una oportunidad de explicarme y expresarte mi arrepentimiento por lo que te hice. La cita fue un engaño, lo que pasó en ella no. Sara, créeme si te digo, que eres la única persona a la que me gustaría demostrarle algún día, que puedo quererla los trescientos sesenta y cuatro días además del día de San Valentín. Si no acudes ninguno de ellos, tranquila, no volverás a saber de mí. Rubén».

Madrid.Viernes, 26 de Julio de 2014 Último viernes de Julio y Sara no ha aparecido. Han pasado ya veinte minutos de las ocho de la tarde y doy por hecho que esto llega a su fin. Hay cosas que no pueden ser, el destino así lo quiere. ¡Maldito! Por poner maravillas en tu vida para luego arrebatártelas. Jugué mal mis cartas y perdí la partida. Recuerdo cada imagen y cada palabra de aquella

cena, en la que Sara estaba frente a mí, sonriendo y contándome como hacía rabiar a su hermana cuando eran pequeñas o cómo le costó sacarse el carnet de conducir. Suspiro resignado pero tranquilo. Ahora cumpliré mi palabra y la dejaré en paz. No vale la pena insistir, yo en su lugar tampoco vendría. Doy el último sorbo a mi cerveza y me dispongo a levantarme de la silla para marcharme cuando alguien aparece frente a mí. —Perdona... ¿Rubén? No doy crédito, cierro los ojos y prefiero no mirar por si me equivoco, y la voz que acabo de escuchar no es de ella... de Sara. —¿Eres Rubén? —insiste. No hay duda, es ella. Abro los ojos y la veo casi más radiante que la primera vez. No puedo creer que al fin haya decidido venir. —Has venido. Nota mi emoción y su rostro se dulcifica pero mantiene la seriedad. Se sienta frente a mí, y mirándome a los ojos susurra con cautela. —Me gustaría saber quién eres. Quién eres de verdad. —Me llamo Rubén, tengo veintinueve años y soy ingeniero agrónomo. Me gustan los perros, caminar las noches de verano, el cine, leer y odio ser un auténtico gilipollas. No sé porqué, tengo la necesidad de tenderle mi mano. Ella sonríe y la coge entre las suyas. Siento la misma descarga que la primera vez que nos vimos, incluso más fuerte. Menuda lección me está dando con su valentía y generosidad. —Encantada —responde sonriente mientras acerca su rostro al mío y me besa muy cerca de la comisura de los labios, haciendo que casi me de un infarto al corazón. Se mantiene ahí unos segundos que deseo se hagan eternos para disfrutar de su aroma a fresas, y desviando su boca hacia mi oreja susurra dulcemente pero con decisión.

—Hoy vengo a escucharte y conocerte mientras nos tomamos el mejor pastel de chocolate del mundo. Así que cúrratelo, y quiéreme siempre.

FIN

Un día terrible Marissa Cazpri Dedicatoria: Lo primero de todo quiero agradecer a Abby el haber contado conmigo para esta antología. Estoy emocionada de formar parte de ella y el motivo por el cual se hace, me emociona aún más. Mi relato va dedicado a todos esos príncipes y princesas que han tenido o tienen un día terrible. Siempre se puede convertir en un buen día. Marissa C. —Roberto, la niña está llorando desconsolada y no quiere dormirse —dijo Carla, su mujer, apareciendo por la puerta del salón con la preocupación instalada en el rostro. —¿Qué le ocurre? —preguntó él dejando a un lado el ordenador portátil en el que estaba trabajando. —Dice que ha tenido un día terrible, creo que tú eres el más indicado para consolarla. — Sonrió Carla al recordar algo. El matrimonio se miró con complicidad durante unos segundos mientras Roberto se levantaba del sofá. —No te preocupes cariño, iré a solucionarlo —respondió posando sus labios en la mejilla de su mujer. Se dirigió hasta la habitación de su hija de ocho años, llamó con suavidad a la puerta hasta que escuchó su dulce voz dándole permiso para entrar. La encontró abrazada a su osito de peluche, el que le servía de consuelo cuando se encontraba enferma o triste. Las lágrimas caían sin descanso por sus mejillas y su cuerpo temblaba por los espasmos producidos por el llanto. —¿Qué ocurre, princesa? —preguntó su padre sentándose en el filo de la cama y acariciando el pelo de su hija. —Hoy ha sido un día terrible —consiguió decir la niña entre hipo e hipo—. Rosi se ha enfadado conmigo por una tontería y he sacado un cuatro y medio en mi examen de matemáticas.

—Entiendo, ¿y no hay manera de arreglar nada? —preguntó Roberto. —Rosi dice que no me habla más en la vida y la profe de mates dice que mañana podremos sumar puntos con un ejercicio que nos mandará, pero no creo que lo apruebe. Seguro que pone uno muy difícil. Roberto sonrió ante la negatividad de su hija, sin duda, en eso se parecía mucho a su madre. —¿Quieres que te cuente un cuento a ver si lo mejoramos antes de que te duermas? La niña asintió con la cabeza. Le encantaban los cuentos que le contaba su padre. Siempre la hacían sentir bien. Se metió entre las sábanas de la cama y esperó expectante a que su padre comenzara con su relato. —Había una vez, una princesa a la que todo le salía mal. Su príncipe, la había abandonado por otra princesa de un reino cercano al suyo y por una vida más lujosa porque nuestra princesa, no vivía en un gran castillo. Ella vivía en un modesto apartamento alquilado de la ciudad. »Un día, la princesa se levantó con una mala noticia. El malvado arrendador le envió una carta informándole de que la echaba de su apartamento, pues la princesa apenas tenía dinero para pagar el alquiler porque se quedó sin trabajo. Con el corazón encogido por la pena y tiritando de frío –su caldera se había roto de nuevo-, salió de su pequeño apartamento, esa mañana tenía una entrevista de trabajo y no podía llegar tarde. Entonces, una gran tormenta la pilló desprevenida. Sacó su pequeño paraguas del bolso para resguardarse de la lluvia, pero era tal el viento que soplaba que acabó destrozado y ella empapada. La princesa, comenzó a gritar y a llorar desesperada por lo que le estaba ocurriendo. A su mente llegaron las imágenes de todo lo que le había sucedido y no pudo evitar gritar al cielo:

—Mi casero me ha dado un ultimátum, mi caldera se ha roto de nuevo, mi novio se ha fugado con mi mejor amiga, llego tarde a la entrevista de trabajo y ahora está diluviando y mi paraguas se acaba de romper. ¡¿Algo más?! Frustrada, gritó bajo la lluvia y tiró su paraguas, o lo que quedaba de él, bien lejos de ella. Las personas que pasaban junto a la princesa, la miraban asustados. Apartó varios mechones húmedos de pelo de su cara y, de pronto, dejó de sentir la lluvia en su cuerpo. —¿Qué ha pasado? —preguntó en voz alta. Alzó la cabeza extrañada y se encontró con un gran paraguas negro sobre ella. Siguió el recorrido del palo de éste, hasta que se encontró con la cara sonriente de un apuesto príncipe, al menos eso es lo que le pareció a ella. —¿Se encuentra bien? —dijo el príncipe. —Pues la verdad es que no, he tenido un día terrible —respondió ella entre lágrimas. —Vamos, no se preocupe, todo se arreglará —le dijo agarrándola con suavidad de un brazo y dirigiéndola hasta una cafetería cercana. La princesa salió del baño de la cafetería con su pelo y ropa casi secos. El príncipe, le había pedido un café caliente y la invitó a sentarse junto a él. —Gracias pero hace media hora que tenía que estar en una entrevista de trabajo —dijo la princesa. —Por cinco minutos más, no creo que pase nada —insistió el amable desconocido. Ella lo miró con el cejo fruncido pero aceptó su invitación. Al terminar el café, el cielo se despejó un poco y la princesa podía retomar su camino. Se levantaron y salieron al exterior. —¡Gracias por todo! —exclamó antes de girarse y alejarse de él con rapidez. Dejó al príncipe en la puerta de la cafetería y sin opción de explicarle algo.

La princesa corrió con todas sus fuerzas para llegar hasta la empresa en la que tenía la entrevista. Entró en el edificio con el corazón acelerado y habló con la recepcionista. —Disculpe, llego tarde a una entrevista de trabajo… —No se preocupe, la entrevista se ha aplazado a esta tarde. El jefe no llegó con hora debido a la tormenta —le dijo la amable señorita. La princesa suspiró de alivio y salió del edificio con tranquilidad. Caminaba de vuelta a su pequeño apartamento sumida en sus pensamientos que, al doblar la esquina del edificio, se chocó con el príncipe que antes la había ayudado. —Antes no me dejaste despedirme —dijo el príncipe. —Sí, discúlpame pero quería intentar entrar en la entrevista —dijo ella avergonzada. —¿Y qué tal fue? —No te lo vas a creer, la han aplazado para esta tarde —dijo emocionada. —Me alegro. Entonces, si no tienes nada que hacer hasta esta tarde, ¿me permites invitarte a comer? La princesa, después de pensárselo mucho, dijo sí y juntos se fueron a comer. Pasaron una velada muy agradable y divertida. Durante todo ese tiempo, la princesa se olvidó de todos sus problemas. Llegó la hora de la entrevista y la princesa no quería llegar tarde. El príncipe se ofreció a acompañarla hasta la puerta del edificio. Allí se despidieron intercambiándose los teléfonos y con la promesa de llamarse por la noche. La princesa entró en el edificio con una gran sonrisa dispuesta a hacer la mejor entrevista de su vida. Y así fue. El entrevistador, al ver su entusiasmo, decidió contratarla en el acto. Poco a poco, las cosas iban mejorando para la princesa. Cuando regresó a su casa, decidió aprovechar su buena suerte y llamar al casero para informarle de su nuevo puesto de trabajo y convencerle de que aplazara un poco más la deuda y de que le arreglara la caldera. Era invierno y su apartamento era muy frío. El casero, al ver la seguridad de la

princesa, aceptó aplazarle la deuda y mandar un técnico ese mismo día para arreglarle la caldera. Feliz por todo lo que había conseguido ese día, llamó a su príncipe para contarle todas las buenas noticias. Después de intentarlo varias veces y no obtener respuesta, decidió intentarlo en otro momento. Consultó la hora y se dispuso cenar para acostarse temprano, al día siguiente empezaría en su nuevo puesto de secretaria de dirección. A la mañana siguiente, entró en el edificio que sería, a partir de ese momento, su empresa. Saludó a la recepcionista, que la acompañó hasta su puesto de trabajo: una pequeña mesa junto a la puerta que daba acceso al despacho del director. Nerviosa, la princesa se sentó en su escritorio esperando a que su nuevo jefe la llamara, tal y como le había informado la recepcionista. No tardó mucho en sonar el teléfono interno. —Señorita Domínguez, pase un momento a mi despacho —dijo una voz al otro lado de la línea. La princesa se dirigió nerviosa hacia la puerta, la abrió con lentitud y la atravesó con cautela. Un hombre alto y moreno la recibió de espaldas. Avanzó hasta quedar frente a una gran mesa y esperó. —Siéntese, por favor —dijo el hombre. Ella obedeció extrañada por esa actitud y algo confundida, la voz del hombre le parecía familiar. Después de unos minutos, el hombre suspiró y se giró con lentitud. Al verle la cara, la princesa se quedó paralizada. Su jefe era el príncipe que el día anterior fue en su ayuda. —Pero… —consiguió balbucear. —Anoche no respondí a tus llamadas porque no sabía cómo ibas a tomarte esto —le dijo con cautela el príncipe. Tomó asiento frente a ella y esperó a que dijese algo. Al no hacerlo, prosiguió:

—Ayer, al estallar la tormenta, se me estropeó el coche, tomé un taxi pero era tal el atasco que se formó, que tuve que bajarme de él para venir andando hasta aquí, teníamos las entrevistas y no podía llegar tarde. Durante el camino, vine refunfuñando y quejándome cuando, de pronto, me topé contigo. Al principio iba a pasar de largo pero entonces te reconocí por la foto del currículum y escuché todo lo que te había pasado. Me quedé prendado de ti y decidí ayudarte. Después no tuve el valor de confesarte la verdad ni de hacerte yo mismo la entrevista y le encargué al jefe de recursos humanos que la hiciese él solo. Le gustaste desde un primer momento y me recomendó contratarte. La princesa escuchó con atención las palabras de su jefe y, aunque al principio se molestó por su pequeño engaño, al ver las buenas intenciones y su confesión, comenzó a esbozar una tímida sonrisa. —Mi día terrible se convirtió, gracias a ti, en el mejor día de mi vida —le dijo agradecida y le relató cómo se enfrentó a su casero—. Gracias. —Yo lo único que hice fue resguardarte de la lluvia y darte confianza, el resto lo has hecho tú —respondió el príncipe con alivio. Ese fue el primer día de su relación tanto laboral como personal. Seis meses después, se casaron y fueron felices para siempre.» La niña asintió asimilando todo lo que quiso decirle su padre con aquél cuento. —Gracias por el cuento, papi. —De nada princesa, que descanses. Roberto besó la frente de su pequeña y la arropó con delicadeza. Volvió al salón donde le esperaba su mujer acurrucada en el sofá con una manta. —¿Y bien? —preguntó Carla al verle aparecer. —Tendremos que esperar a mañana —respondió acurrucándose con ella en el sofá. Al día siguiente, la pequeña princesa regresó a su casa feliz y deseando contarle a su padre todo lo bueno que le había pasado.

—¡Papi! ¡Papi! —Entro la niña corriendo en casa al llegar del colegio. —Dime, cariño. —¡Mira! La profe me ha puesto un siete en el examen gracias al ejercicio de hoy —dijo la niña con entusiasmo y brillo en los ojos. Su padre la miró con orgullo y la alzó en volandas para dar vueltas sobre sí mismo para celebrarlo hasta que su hija gritó que se estaba mareando. Carla, lo estaba observando todo desde la cocina sonriendo. —¿Y Rosi? —preguntó Roberto dejando a su hija en el suelo. —Todo arreglado, fui a hablar con ella y ya no nos enfadaremos más por tonterías — relató con una gran sonrisa—. Gracias, papi. Se abalanzó sobre él para darle un gran abrazo que él correspondió con cariño. La niña salió corriendo hacia su habitación para dejar sus cosas y prepararse para comer. —Su día terrible ya no lo es tanto, ¿verdad? —dijo Carla al entrar Roberto en la cocina. —No. —sonrió acercándose a ella para abrazarla. Se fundieron en un tierno beso. —Eres el mejor —susurró en sus labios. —Yo solo la animé y le di confianza. Carla soltó una carcajada al recordar esa misma frase de labios de su marido, un catorce de febrero de hacía nueve años atrás. —Feliz San Valentín, mi príncipe. —Feliz San Valentín, mi princesa.

FIN

Mi Primer San Valentín Minny Xulita Dedicatoria: Para aquellas escritoras que me han brindado su amistad, y que ya forman parte mi vida. ¡Las quiero mucho! Minny.

Hola soy Esther, aunque todos me conocen como Minny y llevo 3 meses con mi novio Alberto pero le llamamos Al. Hoy vamos a pasar nuestro primer San Valentín juntos. Uf, qué nervios tengo ya. Esta mañana Al me ha mandado el WhatsApp y no paro de darle vueltas al coco pensando a dónde vamos a ir. Lo único que me ha dicho es: Te recojo a las 8:00pm, ponte más guapa de lo que eres. Y con eso casi me causa un infarto, lo juro. La tarde la paso de compras en mi tienda preferida. Llevando ropa interior súper sexy, unos zapatos de tacón alto y como no, no podría faltar un vestido espectacular. Una vez terminada las compras falta lo más importante, ponerme guapa. Primero me voy a la peluquería y me hago las uñas y me pongo lo más guapa que puedo estar… Llego a mi casa, miro el reloj y me asusto ¿Las 7 de la tarde? No puede ser, estoy muy atrasada y de inmediato me vuelvo loca porque tengo una hora para prepararme y yo necesito más. Suelto las bolsas en mí cuarto y saco mi pedazo vestido, mis zapatos y mi lencería; lo pongo todo ordenadito encima de la cama y me meto corriendo en la ducha Argg, el agua sale fría; Diosss con la prisa quién me mandaría a no esperar que salga el agua caliente. Ahora me acuerdo de mi madre cuando me decía: “Vísteme despacio que tengo prisa”, pero ahora no tengo tiempo para esperar, a las ocho viene Al y todavía me queda vestirme y peinarme. Salgo de la ducha corriendo y me voy a mi cuarto que está calentito ya que puse la estufita. Dios que augustito se está… Primero me pongo mis medias y la engancho con una liga para estar toda sexy, me pongo el vestido que me queda súper bien —para qué decir lo contrario—, me pongo mis complementos, los pendientes que me regalo Al el día que hicimos nuestro primer mes, mi pulsera de la suerte y un poquito de colonia de Sexy 212 de Carolina Herrera que huele súper bien y me arreglo el pelo. Pegan a mi puerta, ya está aquí qué nervios. Solo espero que no me lleve en moto porque voy a enseñarle toda la puerta del triunfo a toda Málaga.

Sin hacerlo esperar más abro la puerta y me quedo con la boca abierta, ¿cómo puede estar tan guapo? Dios, me he quedo sin habla cuando lo veo con ese traje de chaqueta su camisa blanca y puff esos pantalones que le marca todo, lo miro y parece que a él le pasa lo mismo ya que se ha quedado mirando y no me dice nada. Como puedo le saludo ya que mis piernas no responden a mi cerebro y le obligo a andar para saludarlo como se merece. Me acerco a él mirándolo a los ojos y le doy un beso, Al me agarra y hace el beso más duro, se separa mirándome a los ojos y me dice: —Dios mi Minny, estás divina para lo que tengo planeado hacer contigo esta noche —me besa de nuevo esta vez agarrando mis pechos y yo gimo—. Venga, vamos a salir porque si no te aseguro de que no llegamos al sitio donde vamos. Le hago un gesto con la cabeza diciéndole que nos podemos ir cuando quiera, cojo mi chaqueta, mi bolso, mis llaves y cuando voy a coger mi móvil me dice que no, que hoy no hay móvil hoy es una noche para nosotros dos. Trato de no protestar ya que pienso que en todo momento puede haber una emergencia, pero no quiero discutir con él así que me deshago de la idea de abrir la boca. Cierro mi puerta y esperamos al ascensor el cual tarda una eternidad en subir, por fin llega el ascensor y veo que pulsa para ir al garaje. —¿Vamos a ir en moto? —le pregunto mirándolo a sus bellos ojos. Me mira y me hecha esa sonrisa que hace que mi cuerpo tiemble. —Esta noche vamos en el coche que tenía aparcado en casa de mi madre. Pensé que no era buena opción ir en moto hoy —me mira el cuerpo y dice—. No quiero que toda Málaga vea lo que es mío. Bajamos al garaje y me quedo aboba. ¡guau! Pedazo de mercedes tiene. Lo rodeo y lo miro pasándole la mano suavemente para no arañarlo. Me encanta los coches y al momento pienso, ¿cómo sería montárselo en este coche? Me reprendo y digo que no puedo estar todo el día pensando en sexo pero es que con ese cuerpo y esa sonrisa no puedo pensar otra cosa. Me invita a subirme como un buen caballero que es y después rodea el coche para sentarse en el lado del conductor, me mira y sonríe; sabe en lo que estoy pensando, es como si pudiera leerme la mente. —Eres transparente, por eso sé lo que estás pensando. Tal vez más tarde puedas averiguar cómo sería eso por ti misma —se queda mirándome fijamente y me continúa—. Si eres buena después a la vuelta lo puedes llevar. —¿Sí? —le pregunto sorprendida. Me mira y se ríe. —Si te comportas como debes lo harás.

Arrancamos y salimos muy rápidamente del garaje, le miro y le y no puedo evitar lanzar mis preguntas. —¿A dónde vamos? Me mira sonriente mientras me aconseja dulcemente. —Déjate llevar y no preguntes hoy será nuestra noche. Vamos todo el camino con nuestras manos cogidas mientras yo mirando por la ventana para saber si más o menos puedo ir reconociendo el camino para saber dónde me lleva. Como siempre él me dice no seas impaciente cuando lleguemos lo veré, le hago un gesto como diciendo que perfecto aunque en verdad no lo esté; me pueden los nervios y no me gustan no saber dónde voy porque soy impaciente. Eso de no saber dónde voy a la vez me encanta y a su vez me pone súper nerviosa Voy mirando por la ventana y veo que vamos para la autovía y que pasamos Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola. —¿Queda mucho? —pregunto mirándolo. Hemos recorrido un montón. Me mira sonríe y mientras me dice: —No seas impaciente Minny, ya vamos a llegar. Me quedo un rato mirando por la ventana y veo que hay un pedazo restaurante. Le miro como diciendo “¿Venimos aquí?” Sólo sonríe y no me dice nada. —Ya, por favor dime que aquí venimos. Se ve que está muy lindo todo. Me conoces Al, y soy impaciente a más no poder. —Quiero que esta noche sea especial, cariño. Déjate llevar y disfruta que he estado días preparando todo esto para que nunca olvides nuestro primer San Valentín. Se me caen las lágrimas y él muy delicadamente me las quita con un dedo. —Estás guapísima, no llores que el maquillaje se va a ir y tienes que estar divina para que todos vean la mujer más bonita que me acompaña esta noche. Suspiro y me doy el visto en el espejo que está en el coche. Como puedo me arreglo el maquilla y sonrío de oreja a oreja. ¡Listo, ya podemos ir a divertirnos! Salimos, él le da las llaves al aparca-coche y me da un beso. —Disfruta de esta noche porque te quiero y desde que llegaste a mi vida la has llenado de felicidad. Cada día a tu lado son los más bonitos de mi vida y te mereces esta noche…

Le corto, ahora tengo que hablar yo. —Nos lo merecemos los dos porque tú has llenado mi vida de luz, y te amo con locura. Eres la locura más maravillosa que hice aquel día. Y te amo con mi alma. Os preguntareis como conocía Al, a ver os lo resumo. Estaba llegando de compras a la tienda que siempre voy a comprar mi ropa y al llegar por el garaje vi una pedazo de moto. Por suerte que el aparcamiento de ella era el que estaba al lado mía y por regla de tres esa plaza correspondía a mi vecino, me arreglé como pude en el ascensor y me decidí pegar para presentarme. Imagínese mi cara cuando vi a un pedazo de hombre. Sí, sí pedazo... Moreno, ojos verdes, un cuerpo de infarto solo con una toalla porque le interrumpí su ducha. En ese momento toda mi ropa cayó al suelo y él vio mi tanga rojo, fue más rápido que yo al cogerlo y me dijo que ese me lo quería ver puesto, así con esa locura fue como conoció al amor de mi vida. Sí sí, como lo habéis leído es el amor de mi vida, la persona por la cual me levanto feliz día tras día, bueno también gracias a mi hijo que es lo más bonito que tengo y lo mejor que me pasó. Al me mira y se me dice algo bastante gracioso. —Al llamando a Minny, ¿dónde estás ahora mismo? Le miró y me acerco y le doy un beso mientras le expreso cuando le amo. Entramos en el restaurante y tenemos el sitio más alejado de miradas y una mesa muy cuqui decorada. Le miro y le sonrío, me devuelve la sonrisa asegurándome que va a encantarme. Como un buen caballero retira mi silla para que pueda sentarme y me da un beso. Él se sienta en la silla de enfrente y al momento tenemos al camarero para servirnos. Al le pide un vino, —aunque yo no soy de vino, pero hoy no le voy a decir que no para plan de beber coca-cola en una cena de San Valentín y menos en donde estamos—, le dejo que elija el vino que a él le gusta y nos volvemos a quedar solos. Me quedo mirándolo y en ese momento pone una mano sobre la mesa para que le dé mi mano y yo se la doy. —Nena, ¿tienes frío? Estás helada. —No, es que estoy nerviosa y por eso tengo las manos frías. A los cinco minutos viene el camarero con el vino metido en un cubo, si he dicho cubo porque es primera vez que vengo a un sitio de pijos y no sé cómo se llama. El camarero le echa un poquito en un vaso, Al coge la copa la mira, la mueve y lo huele. Una vez terminado el procedimiento Al lo saborea y le da el visto bueno al camarero para servirnos, una vez que nos sirve a ambos se va. De nuevo nos quedamos a solas y Al no para de mirarme. —¿Te gusta?

Yo levanto la vista de sus ojos y miro para todos los lados y sonrío dejándole ver que estoy súper contenta —No solo me gusta, me encanta. Gracias por traerme aquí, mi amor. El camarero nos trae la carta y cuando veo todo lo que hay se me viene en mente una de mis fantasías que tengo, comer ostras mientras nos metemos mano. Uf, solo de pensarlo ya tengo el tanga mojado. Le pongo una sonrisa traviesa, le guiño el ojo y le pido al camarero media de ostras, cuando lo digo Al me mira y sonríe porque seguro que como siempre sabe en lo que estoy pensando. —Por ahora eso es todo —le dice al camarero y éste se retira. —¿Cómo fue tu día? —le pregunto para interrumpir el pequeño silencio que se ha formado entre nosotros. —Bueno nena, sinceramente he tenido un día duro, pero que verte feliz recompensa los dos días de servicio que tuve que pagar para darte esto. Muy disimuladamente acerco la silla para ponerme a su lado no me gusta estar tan lejos de él, me encanta olerlo y tenerlo a mi ladito. Cuando veo que estoy a la distancia adecuada disimuladamente empiezo a tocarlo por debajo de la mesa; con el primer contacto se me queda mirando con la mirada que me dice: “Cari que nos conocemos, pero me deja hacer eso”. Le hago caso omiso y estando en alerta disimuladamente voy tocando sus muslo y veo como le sale un suspiro. Me acerco a él y le susurro en el oído: —Quiero jugar un ratito, por favor. Quiero recompensarte por los días fuertes de trabajos que tuviste. Me separo de él para ver su reacción, al principio se sorprende pero pronto él también empieza a tocarme el muslo debajo de la mesa, al momento aparece el camarero con nuestro plato de ostras, nos miramos y nos reímos. Empiezo a provocarlo mientras voy comiendo y él tiene la mirada fija en mí esperando mi próximo movimiento. En ese momento le acerco la ostra y muy sensualmente le doy de comer, veo cómo la saborea y me imagino que está entre mis piernas, siento una corriente por toda mi espalda, ahora es él quien me da de comer a mí. Dios yo no imaginaba que dar de comer fuera tan erótico y me pondría tan caliente. Mientras vamos comiendo, vamos bebiendo más vino y vamos subiendo la temperatura de nuestro reservado. En ese momento Al se acerca a mi oído y me dice muy bajito: —Nena estás caliente, si pudiera te haría el amor encima de la mesa, te dejaría desnuda y comería de tu cuerpo.

Al principio me quedo sorprendida pero al momento mi cabeza está diciéndome que le diga que lo hagamos. Quiero que coma en mí o que me coma a mí, pero que haga algo porque estoy desatada; me acerco a él y le digo que lo haga, me mira sorprendido se ríe y me dice que este no es el lugar que conoce un sitio donde podemos probarlo pero que este no es el momento, le bajo la mirada desilusionada porque tengo unas ganas locas de que me coma, que coma o que me haga lo que él quiera. Terminamos de comer entre tocamientos debajo de la mesa y me pregunta que si quiero postre. —El postre que yo quiero no está en el servicio de menú de este restaurante —le respondo suavemente. Me acerco a su oído y continúo—. El postre que yo quiero está a mi lado y en este momento no puedo comérmelo. Con una mirada llama al camarero y pide la cuenta, cuando el camarero llega con la cuenta deja el dinero y le das las buenas noches. El camarero nos sonríe y nos da también las buenas noches. Llegamos afuera del restaurante y en cuanto nos ve el aparca-coche nos trae nuestro mercedes. Sí, sí he dicho nuestro porque ese coche lo voy a llevar yo como me llamo Esther, jajaja. En ese momento voy a subirme por el lado del conductor pero Al me para en seco. —Aún no, nena. Cuando voy a replicarle me detiene. —Todavía la noche no ha terminado, prometo que cuando volvamos a casa conducirás tú, pero por ahora me limitaré hacerlo yo. Veo que se dirige para la playa y aparca cerquita. —¿Quieres dar un paseo? —bajo la mirada hacia mis tacones para decirle que con estos 10 centímetros no puedo ir muy lejos, pero me interrumpe—. Los puedes llevar en la mano, pero si lo quieres dejar en el coche también es una buena opción. Ven conmigo, nos divertiremos mucho. Él me llevará a la playa, me gusta la idea de sentirme entre sus brazos, me quito los zapatos y los pongo en la parte de atrás para que coja la indirecta que quiero que me lleve en brazos. Mientras vamos por la calle nos vamos hinchando de reír entre las copitas, y que nos lo pasamos súper bien juntos. No paramos de reír hasta que llegamos a la playa. —Princesa creo que ya puede usted caminar.

Lo miro con cara de pena. —¿Un bombero con esos brazos, esos musculo no puede llevar un ratito más a esta chica sin zapatos? Creo que sería por una buena causa. Al me mira se ríe y asiente aclarándome que me llevaría al fin del mundo si se lo pidiese. Me acerco a su boca y le beso, pero no un beso normal es un beso suave nuestras lenguas se buscan y nos saboreamos en ese momento él se sienta en la arena y conmigo en brazo seguimos besándonos y tocándonos. En ese momento Al se separa y me dice que este no era el lugar donde deberíamos estar que tiene algo mejor preparado, yo no lo dejo terminar, le beso para darle a entender que ahora mismo no quiero otra cosa que sentirlo dentro mío. Nos vamos besando y nos vamos quitando la ropa que nos sobra,él en un movimiento muy dedicado pone su chaqueta sobre la arena y me tumba sobre ella, y mirándome a los ojos me vuelve a besar. —Te amo con locura, Minny. En ese momento soy la más feliz y me dejo llevar por la pasión que me invade y no logro controlar. Cuando llevamos dos horas en la playa me vuelve a coger y me dice que es hora de ir a otro sitio, vamos de camino al coche y cuando estamos cerca me vuelve a decir que todavía no volvemos a casa queda la última y la mejor sorpresa, en estos momento coge un pañuelo de la guantera, me tapa los ojos y me da un beso. No sé cuánto tiempo hemos tardado pero siento que el coche se ha parado y ya no noto su presencia en él. Lo llamo y al momento me grita desde el otro lado diciendo que está ahí. Vuelve hacia a mí y me agarra la mano, me dice que confíe en él y me vuelve a besar. Caminamos un rato hasta que escucho el ruido del ascensor, y mi sexto sentido me dice que ese ascensor no es el de nuestro bloque, entramos en él y Al me guía hasta el interior del ascensor; mis piernas me tiemblan y mis pasos son nerviosos y continúan hasta que no pueden continuar más, me muerdo el labio sin saber qué hacer. En ese momento Al se acerca a mí con un pequeño movimiento me quita el labio de mi diente y me besa, en ese momento noto o que el ascensor no hace movimiento o sube muy lentamente, no me da tiempo a pensar cuando Al se separa de mi boca y me dice nena no piense y disfruta, me guía hasta el rincón y me sube el vestido hasta mi cintura y noto que se separa, le pregunto si pasa algo y él se vuelve a besarme y me dice que estoy divina con ese conjunto que tengo puesto y que está deseando quitármelo, le sonrío y como no puedo ver donde está con una mano voy palmando hasta que llego a su miembro, le desabrocho los pantalones para poderla tocar, una vez que la tengo en mi mano con movimiento suave la voy acariciándola mientras que Al también va tocándome, en ese momento noto que Al se separa de mis

labios y me dice que pare que si no lo hago no durará mucho y que aunque está disfrutando no puede mantener el ascensor mucho tiempo parado. Me coloca el vestido en su sitio, y noto que Al se aleja de mi para darle al botón para poner en funcionamiento el ascensor. Al momento escucho el ruido del ascensor y es el aviso de que hemos llegado al destino, hago el amago de quitarme el pañuelo pero Al que es más rápido que yo me detiene justo a tiempo y me dice que todavía no, que ya falta poco. Me agarra por la cintura y va guiándome hasta que noto que se para, me dice que me espere un momento que no tarda, intento poner en marcha el sexto sentido que tenemos las mujeres e intento reconocer algún olor que me resulte familiar. Al momento noto a Al detrás de mí y pasando sus manos suavemente por mis brazos va bajando mi vestido, hasta que lo tengo a mis pies. En ese momento noto unos toques en el pie y al momento me dice que lo levante para quitarme los zapatos, le hago caso, le dejo quitarme los zapatos y salgo del vestido dando un paso para adelante. Me dejo guiar hasta que noto que Al se para y lo hago yo también, en ese momento noto como me deshacen del sujetador y noto su presencia muy cerca, tan cerca que me susurra que lo estoy volviendo loco con mi conjunto que tengo puesto y me coge de la mano y me la guía para que note como lo tengo loquito. Se deshace de mi tanga y me guía hasta que me detiene y noto que mi pañuelo se va, me quedo un rato con la vista en negro hasta que puedo ubicarme, cuando por fin vuelve mi vista veo que estamos en un cuarto de baño inmenso con un jacuzzi preparado para meternos dentro, lleno de espuma, me vuelvo hacía él y le digo esto es maravilloso y le beso, me enrollo con mi piernas en su cintura y besándome el me guía hasta que nos metemos dentro del jacuzzi en eses momento me dejo llevar por toda la pasión que nos envuelve a ambos. Cuando Al nota que el agua ya se está enfriando me vuelve a coger y a llevarme hacía al dormitorio, antes de salir me dice que lo mire a los ojos y que no deje de hacerlo, le beso y es una forma de decirle que acepto. Cuando llegamos al dormitorio, Al me dice que puedo mirar, retiro mi mirada y cuando veo mi alrededor me quedo sin palabra, una habitación enorme, estamos en una de las plantas más alta del hotel en el cuál se ve la playa, y cuando termino de observar los grandes ventanales, me fijo en la cama, y me quedo sin palabra, me encuentro un corazón con rosas rojas y debajo un mensaje que me hace llorar, y a besarlo, se que está esperando mi respuesta, pero voy a ser un poco mala, ya que él me ha traído todo el camino con los ojos vendados. Empiezo a poner cara de estar pensándomelo, al momento veo que los ojos de Al se vuelven triste, y en ese momento le digo: —Mi amor claro que sí, ¿acaso lo dudas? Claro que me quiero casar contigo. Me haces la mujer más feliz del mundo.

En ese momento veo que en sus ojos vuelven ese brillo, y dejándome de besar me dice que es el hombre más feliz del mundo y que es el momento de celebrarlo, en ese momento le digo que no, que necesito un momento, se queda extrañado me baja y se queda mirándome, le digo que por favor me deje su móvil, me mira me dice que nada de móvil y le digo que tengo que hacer una foto que una cosa tan maravillosa tengo que guardarlo para siempre, aunque en el fondo también él sabe que me lo voy a enviar a mi WhatsApp para enviárselo a las chicas del grupo, porque aunque alguna no nos conocemos somos todas una gran familia y Al lo sabe. A regañadientes me deja su móvil le hago un par de fotos y me la envío, ya cuando vuelva a casa se lo mandaré a las chicas, ahora es el momento de disfrutar de mi futura marido. Le devuelvo el móvil y le digo: —Futuro esposo es hora de celebrar nuestro compromiso.

FIN

Encontrando a mi ángel Silvia Sandoval Dedicatoria: Quiero primeramente agradecer a las autoras, en especial a Abby, por permitirme ser parte de este hermoso proyecto. Y quiero dedicar mi relato para aquellos que me han apoyado y creído en mí. Para los enamorados de la vida y para quienes están a la espera. ¡Todo llega al fin si lo sientes y crees en tu corazón! Silvia S.

Prólogo: —¿Qué hace un ángel espiando a los humanos? ¿o debería decir una humana en particular? La voz vino desde un oscuro rincón, pero no le prestó atención. Su mirada seguía fija en la extraña mujer vestida de forma graciosa. La cara de la chica, mostraba malestar mientras contemplaba su atuendo, así que supuso que no eran de su agrado tampoco. Estaba cautivado por ella, no entendía por qué. Él era un ángel después de todo y debería estar acostumbrado a las cosas hermosas, pero al parecer no era así. Quería saber quién era, conocerla, hablarle. Se giró para enfrentar a la voz, sonrió y le dijo: —Voy a ir a echarle un vistazo más de cerca. ¿Me acompañas? —No me lo perdería por nada amigo –contestó riendo por lo bajo. —En ese caso, vamos. Ambos aparecieron en el mismo momento en que el objeto de sus atenciones llegaba a una gasolinera.

Capítulo I:

La mañana en que mi vida cambió para siempre comenzó de manera normal y monótona. El despertador sonando a las 5 a.m., yo enfurruñada por tener que levantarme, por Dios, era inhumano tener que salir de la cama tan temprano. Lamentablemente, no me quedaba otra que poner mi mejor cara, prepararme e irme a la facultad. Mi clase arrancaba a las siete de la mañana, y si no pasaba nada con el transporte, iba a llegar bastante justo. En fin, me moví como una autómata, me bañé, me lavé los dientes, salí del baño, me puse lo primero que encontré, me até el pelo en una cola, tomé la ropa para el trabajo y, haciendo la lista en mi cabeza para no olvidarme nada, me fui a esperar el colectivo. Obviamente, estaba oscuro, había gente en la parada, los mismos de todos los días, aunque nunca nos saludamos ni entablamos conversación, quizás porque estábamos todavía dormidos, quién sabe. A mí me dejaba más tranquila el no estar sola en la parada. Subí al colectivo, pasé mi tarjeta SUBE, busqué un asiento, me coloqué los auriculares y me preparé para estar más de una hora sentada hasta llegar a mi destino. Al llegar a clases, tomé asiento en los bancos de iglesia, así los llamamos por ser largos e idénticos a los que hay en las capillas, con la diferencia que a estos les salían una madera que servía para apoyar nuestros cuadernos y escribir. Las dos horas pasaron muy lentamente, no fue muy buena idea elegir una materia como “Sistemas Administrativos” para cursar a esa hora, pero no tenía alternativa. Una vez que se pasaron los ciento veinte minutos más largos, salí del aula y me dirigí al baño a cambiarme para ir a mi fabuloso trabajo. No podía quejarme, al menos tenía ingresos decentes, lo que me permitía mantenerme y poder seguir con mis estudios. No era fácil venir del interior del país a estudiar a Buenos Aires, pero no me iba a dar por vencida. Así que saqué pecho, me miré al espejo y procedí a ponerme mi “hermoso” uniforme. Tenía que llegar a las nueve y media, así que me apuré. No me gustaba estar retrasada, pero lo que menos quería era perder el bono por presentismo. Mi vida era muy monótona, de casa a la universidad, de la universidad al trabajo y de trabajo a casa, día tras día, desde que llegué con mi bolso desde el Chaco. Quería hacer una actividad por fuera de esas, pero mi presupuesto era bastante ajustado, así que debía esperar un poco más.

Siempre quise hacer trapecio, tele o palo chino, así que averiguaría por ellas en cuanto pudiera permitírmelo. Mientras me acercaba al trabajo, el autoservicio de una gasolinera, llegó un auto negro con los vidrios polarizados. No se veía a los ocupantes, pero a ella tampoco le importaba. Ese auto gritaba “dinero”, por lo que pasarían de ella como todos. Era más del estilo ratón de biblioteca, pero eso no le molestaba. Siempre prefirió los libros a salir a embriagarse un sábado por la noche. Pero en el departamento de los chicos, con potenciales a novio, no era nada popular. No podía hablar de nada, solo por llenar los silencios, ni reír de chistes tontos y, su peor defecto, era malísima en los deportes, por lo tanto no sabía absolutamente nada de ellos. Así que eso la dejaba con los cerebritos, con los cuales tampoco se sentía muy a gusto. Parecía que siempre estaba tropezando en la vida, sin estar completamente segura de donde encajaba, pero, como con todo, se acostumbró a ello y trató de hacer lo mejor posible. Nadie le daría un premio por el esfuerzo, pero ¡hey!, al menos nadie podría decir que no lo intentaba. Cuando llegó detrás el mostrador, se puso la estúpida gorra y justo en ese momento entraron los hombres más hermosos que hubiera visto jamás. Su adorado Brad Pitt quedaba en vergüenza frente a estos dos especímenes. Eran totalmente diferentes, pero impactantes al mismo tiempo. Mientras uno era rubio, con piel dorada y unos increíbles ojos azules, el otro tenía una piel blanca e inmaculada, su cabello era negro, como las alas de un cuervo, y sus ojos de un verde esmeralda con motas doradas. Ambos eran altos, gigantes comparados con mi metro cincuenta, al menos median un metro noventa, con músculos definidos. Maldición, esos cuerpos parecían esculpidos, pero o tenían una genética muy buena o pasaban su cuota justa de tiempo en el gimnasio. Me toqué la barbilla, por temor a estar babeando ante toda esa carne magra. Al subir mi mirada, que vagaban a su antojo por el cuerpo de los dos hombres, me encontré con dos pares de ojos hermosos viéndome con diversión. Bajé la cabeza, la cara roja como un tomate, y maldiciendo mi estupidez. Ahí estaba yo, vestida cual cono de tránsito, remera y gorra naranja flúor, pantalones dos tallas más grande, zapatos que parecían ortopédicos y con una gorra

chillona, que no podía contener mis pelos descontrolados como si hubieran traspasado un ventisca muy fuerte. ¿Dónde estaban los estúpidos agujeros negros cuando se los necesitaba? Tratando de actuar con normalidad, cuando esos bombones se acercaron, levante mi enrojecido rostro y con un hilo de voz pregunté: —¿Puedo ayudarlos? —Dos cafés, dos jugos y dos tostados, por favor –dijo el rubio dorado mientras miraba a su amigo arqueando una ceja. El otro lo ignoró, pero siguió viéndome fijo. Reprimí el deseo de acomodar un poco mi atuendo, suavizar las arrugas. Pero ¿qué sentido tenía? Ya me habían visto en todo mi esplendor. Tomando aire, los miré fijamente, mi corazón latiendo como alas de colibrí. Los dos eran hermosos, pero el morocho me tenía cautivada. —¿Algo más que quieran agregar? –Diablos, no iba a salir “mejor empleada del mes” con esa pregunta, pero, en mi defensa, solo diré que ni mi lengua ni mi cerebro estaban sincronizados desde que esos galanes entraron. Esos ojos como esmeraldas me retuvieron la mirada y lo que salió de su boca hizo que quedara boqueando como pez fuera del agua. —Sí, a vos. Con ojos grandes como platos, la boca abierta mostrando hasta las muelas, tartamudeé: —¿Pe – pe – perdón? Él solo sonrió, mostrando los hoyuelos más lindos del mundo, me guiñó un ojo y con esa voz seductora dijo: —Si a vos no te molesta, agrega otro tostado. Con uno no hago nada. Y antes de que pudiera razonar las palabras solté —Con semejante lomo un tostado pasa de largo –terminé de decirlo, tomé aire sonoramente junto con un grito estrangulado, me tapé la boca con las manos y no supe dónde meterme. Vamos, tsunami, arenas movedizas, huracanes, algo que venga y me saque de este atolladero en el qué me metí yo solita.

Por suerte para mí, ellos solo se rieron y no dijeron nada más. Yo sentía que mis pies no tocaban el piso de tanta vergüenza que tenía. Mirando fijamente la pantalla de la registradora, completé el pedido, les di el ticket con el importe. Me dieron el dinero justo y procedí a hacer los cafés mientras ponía los sándwiches en la máquina para tostar y servía los jugos. Una vez que todo estuvo hecho, coloqué todo en la bandeja y se las di, ya que ellos no quisieron ir a sentarse hasta que el pedido no estuviera terminado. Tomaron la bandeja y se fueron a sentar. Comenzaron a hablar muy bajo mientras daban miradas furtivas en mi dirección. Bueno, a la mierda, deberían estar acostumbrados a dejar a las mujeres, y hombres, embobados. Uno era demasiado hermoso, los dos juntos eran increíbles para las vistas y cabezas de nosotros, los pobres ratones de biblioteca. Me encogí de hombros y empecé a reponer los estantes. Que maldito día estaba resultando.

Capítulo II: Manadel y Haziel se sentaron cerca de la pequeña humana. Pequeña era la palabra clave, porque apenas y les llegaba a los hombros. Mientras ponía azúcar en su café, Haziel miró furtivamente a la chica. Podía sentir su desconcierto y su anterior humillación cuando soltó las palabras sin pensar. Podría escuchar sus pensamientos, pero se los dejó, quiso darle algo de privacidad. Las mujeres, hombres también, los miraban con lujuria y, muchas veces, escuchar lo que pensaban de ellos o qué hacer con ellos le daba una sensación que los humanos definirían como escalofríos. Razón por la cual no leía las mentes, a no ser que fuera absolutamente necesario. Seguía mirándola mientras reponía la mercadería y se preguntaba qué le gustaría, qué la hacía reír, qué…

—¿Puedo saber el motivo por el que estamos bebiendo esta “cosa” en vez de estar tratando de hablar con ella? –Manadel interrumpió sus pensamientos con su pregunta. —Ella no hubiera aceptado una invitación nuestra. Es demasiado escéptica y no confiaría en nosotros. Puede haber reaccionado a nuestra apariencia, pero es una mujer cauta y, por sobre todo lamentablemente se infravalora. Una invitación no sería aceptada, no en este momento. Se detuvo de su diatriba y miró a su amigo. —¿Por qué estás preguntando? —Entrecerró los ojos por la lava caliente que lo recorrió pensando en su amigo interesado en la chica de la que ni siquiera sabía el nombre. —Nunca pensé que uno de nosotros podía ser alcanzado por lo que ellos llaman “celos”, pero lo estás. ¿No es así, Haziel? Estás celoso pensando en mi interés por la humana. La mirada burlona que le dirigió su amigo no le cayó para nada bien. Ni siquiera él entendía los sentimientos que tenía. ¿Quién era esa mujer? ¿Y por qué se sentía tan atraído? ¿Por qué despertaba esas emociones en él? Tendría que descubrirlo, pero la naturaleza reservada de ella no se lo haría fácil. Pero no se rendiría, tenía qué saber que había en esa humana para que un ángel cansado y antiguo como él, estuviera hirviendo lleno de sensaciones conocidas por sus nombres, pero que jamás las había experimentado como ahora. —Para serte totalmente sincero, ni yo mismo sé lo que me pasa. Pero puedes estar seguro de que lo averiguaré. —No lo dudo, mi amigo, no lo dudo. Terminaron sus desayunos en relativo silencio. Haziel tomó la bandeja y la acercó al mostrador. Necesitaba hablar con ella, volvería, pero quería oírla antes de irse. Ella la tomó con manos temblorosas. Con un susurro le dijo: —Muchas gracias. Es usted muy amable. —Ha sido un placer. Por cierto, soy Haziel. ¿Y tú? —Tania Robles. Mucho gusto. Tienes un nombre muy particular. Haziel comenzó a reírse por lo bajo. Con diversión en la mirada solté: —¿Esa es tu manera de decirme, muy educadamente, que mi nombre es raro y feo?

- Nooo, para nada. No tienes nada feo. Quiero decir, tu nombre es raro, pero no tiene nada de feo.- Estaba roja como una frutilla. Pobrecita. —Está bien, me lo tomo como un cumplido. Nos estamos viendo Tania. – Le sonreí, mostrando mis hoyuelos, y me fui. “Pero volveré”. Pensó Haziel mientras volvía con su amigo.

Capítulo III: Tania se quedó viendo la espalda de Haziel. Ese sí que era un nombre para recordar. Por el portador y el significado… Haziel: Dios misericordioso. Menudo nombrecito le eligieron los padres. ¡Pero qué bien lo hicieron! A ellos deberían de darles un premio por crear tan hermoso espécimen. Necesitaba hablar con su amigo. Era con quien compartía todo, y esto era un tema muy importante para compartir. Ojalá lo volviera a ver, no es que se hiciera ilusiones, pero soñar es gratis, así que iba a sacarle el jugo a eso. Seguramente era la fantasía de muchas. Suspirando, sacó su teléfono y le mandó un WhatsApp a José: —¡Josello! ¡¡Acabo de conocer a los tipos más lindos!! Uno tenía pelo de color rubio y, el otro, negro. Literalmente mis pantis, quedaron en el suelo. :P Unos segundos después el teléfono comenzó a vibrar. —¡Tanilla! Ya quiero detalles. ¿Están ahí? Mira que YA voy a saludarte solo para verlos. —¡Que buen amigo eres eh! Dejando a tu amiga tirada por unos culos… aunque para serte sincera… ¡QUÉ CULOS! Ja, ja, ja. Se acaban de ir. Eran increíbles, con decirte que nuestro amado Brad quedaba por el piso. Me quedé como una idiota con la boca abierta. Fui todo un espectáculo.

—Pero si vos sabes que te quiero, ¡pavota! ¿En serio te quedaste con la boca abierta? ¿No te enseñé nada? Vos y yo vamos a hablar largo y tendido.

—Sip. Les enseñé mis muelas emplomadas y con tratamientos de conducto. Era demasiado para mi atrofiado cerebro. Bueno después hablamos. Entró gente. Te amodoro1 :* —Dale, más tarde voy. Yo también <3 Guardé mi teléfono y me preparé para pasar el día entre clientes, cafés, almuerzos y mesas que limpiar. Las seis de la tarde no llegaba más. Cuando por fin se hizo la hora de la salida, tomé mi mochila y me fui a casa, a esperar a mi confidente. Antes, pasé por el supermercado para abastecernos de grasas y bebidas con mucho gas. Más tarde pediríamos una pizza. (Paréntesis) 1 Amodoro: Combinación de las palabras Amo y adoro. (Fin del paréntesis) Llegué a casa, guardé todo y me fui a duchar. No sabía por qué, pero todo el camino tuve la sensación de que alguien me estaba siguiendo, pero nada estaba fuera de lo normal. Una vez duchada y con mi ropa harapienta de entre casa, me acomodé con los apuntes. Estábamos en noviembre y pronto comenzaría a dar exámenes. Así que me puse a leer y hacer resúmenes. Ya tenía los temas estudiados, pero nunca estaba de más seguir afianzando los conocimientos. Sonó el portero y supe que era Josello. Bajé con mis fachas a abrirle la puerta, lo saludé y en eso escuchamos el chirrido de un auto que perdía el control, al momento que un hombre muy alto estaba cruzando la calle. Fue en un segundo, pero el coche descontrolado no llegó a atropellar al transeúnte, éste se movió a tal velocidad, que de no haber estado presente, juraría que nunca pasó. Fue como una sombra. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi a la casi víctima. Era Haziel. Ahí estaba, parado, viéndome en todo su esplendor, sin ningún pelo fuera de lugar, y yo, diablos, yo vestía peor que el hombre borracho que dormía en la plaza a unas cuadras de mí departamento. —Hola, Tania. ¿Cómo estás? Qué linda coincidencia. –me dijo con esa voz ronca.

—Hola. ¿Estás bien? Más que linda, yo diría, casi trágica. ¿Cómo te moviste tan rápido? —¿Corro maratones? – ontestó en tono de broma. José estaba al lado mío. Cuando me giré para mirarlo estaba con la boca híper abierta. Como me iba a reír de él después. —Ejem… -Le hice señas-. Este es mi amigo José. José, él es Haziel. Saliendo de su aturdimiento, le tendió la mano y lo saludó. Luego de las presentaciones nos quedamos todos callados, pero como mi gran amigote no puede estar en silencio le comenta: —Nos íbamos a juntar a tomar algo y a comer, ¿quieres unirte? Digo, después de esta experiencia abrumadora, quizás lo mejor sea que no estés solo. José merecía morir, sí, una muerte lenta y dolorosa causada por mí. ¡Por Dios, mi remera y calzas estaban más agujereadas que queso Mar del Plata! ¿Y este, este… mal amigo lo invitaba a nuestra reunión? —Si a Tania no le molesta, sí. Me encantaría no estar solo ahora. —A Tania no le molesta, no te preocupes. –contestó mi ex mejor amigo con una tonta sonrisa en su cara. —Eso sí, Haziel, pasa por alto los andrajos que lleva puestos. Es linda debajo de toda esa ropa rota que usa. Definitivamente lo iba a matar. Voy a planearlo bien, así nadie me señala como sospechosa. Sentí mi cara y orejas rojas.

Primero la vio vestida cual cono de tránsito y ahora como una pordiosera. Que suerte que se bañó antes. Olía a limpio por lo menos. Entraron al departamento, pidieron pizzas y empanadas. Mientras esperaban, comenzaron a hablar. Haziel comentó que trabajaba ayudando a personas en lo que necesitaran, por lo que asumimos con José que era alguna especie de concejero. No dio más detalles y nosotros no presionamos. Si quería contar más, era libre de hacerlo. Pasamos una velada muy agradable y divertida. A pesar de querer asesinar a mi amigo, era la persona más alegre y vivaz que había conocido. Por lo que su actitud nos hizo relajarnos y pasarla genial. Como al día siguiente era domingo, y no trabajaba, me pude dar el lujo de estar tranquila sin mirar el reloj. Nos despedimos a la madrugada. Me dolía la cara de tanto reírme. Y Josello iba a vivir un día más.

Esa fue la primera de muchas noches de reuniones, de desayunos en mi trabajo, de salidas. A veces con José, a veces solos. Nos presentó a Manadel y varias veces estuvo presente, aunque era más taciturno. Pero su sentido del humor era agudo. Pasaron los exámenes y estuve feliz de haber aprobado todo. Valió la pena estudiar tanto. Llegaron las fiestas, yo estaría sin planes, ya que no podía viajar. Me sorprendieron los tres llegando con sidra, champagne y comida. Navidad y Año Nuevo nunca serían lo mismo. Fueron las mejores fiestas, a pesar de que extrañaba mucho a mi familia. El tiempo pasaba y yo era muy feliz con mis nuevos amigos, pero no me podía engañar del todo. Estaba enamorada de Haziel, pero él jamás hizo un movimiento. Me conformé con ser su amiga, pero no podía evitar anhelar algo más.

Ojalá fuera más alta, tuviera un cuerpazo y pudiera conquistarlo. Pero no, medía un metro y medio, tenía carnes bien ubicadas, pero nada extraordinario, y era muy común con mi cabello castaño y mis ojos marrones con un salpicado de verde. Enero dio paso a febrero, y se acerba el día de los enamorados. Día más que triste para las que no teníamos ni un “amigo con derecho”. Y vaya amigo que quería para ese día. Quizás cupido tenía alguna sorpresa, algún muchacho para mí. Alguien más accesible. Siempre soñaré con Haziel, pero una no vive de esperanzas vanas. Solo quiro dejar de estar tan sola en lo que al amor respecta. Quiero a alguien que me ame, imperfecta y todo, que quiera pasar el tiempo con conmigo. Eso me gustaría mucho y en ese tema no iba a perder las esperanzas. Eso podría pasar alguna vez.

Capítulo IV: —Amigo, estás tan jodido –dijo Manadel detrás de él —La quiero para mí. Me es difícil estar sentado a su lado y ser solo su amigo. Si le digo lo que soy, ella no va a creerme. Pero no podría soportar que esté con otro. —Haziel, ya tomaste la decisión, búscala y muéstrale lo que eres. Nuestro padre te ha dado la bendición para que estés con ella. ¿Qué estás esperando? —¿Y si no puede soportar lo que soy? —¿Me estás diciendo que tienes miedo de que te rechace? Vamos, ella está enamorada de ti. Aunque le digas que aúllas a la luna llena y te vuelves todo peludo, te aceptará. —Nuestro padre me dijo que seguiré siendo un ángel, aunque con una existencia mortal. Pero podré seguir ayudando a las personas que nos necesitan. Miró a su amigo y hermano, que le devolvía el gesto con una ceja levantada. – Sí, sé que estoy cambiando de tema. Y sí, tengo miedo de que me rechace. Es la primera vez en mi existencia que estoy enamorado y solo siento ansiedad.

—Los poderosos han caído. -Y comenzó a reírse a carcajadas —Ojalá pronto encuentres a tu compañera. Ahí seré yo quien se ría, y ten en cuenta que no te gustará ni un poco. —Cuando los cerdos vuelen, mi hermano, cuando los cerdos vuelen —Y siguió carcajeándose. —Ella está en su casa, voy a hablar con ella. Deja de reírte y deséame suerte, maldito. —Suerte, pero no la necesitas. No te olvides de mostrarle tus lindas alas, ¡eh! Haziel le gruñó y apareció frente a la puerta de Tania. Elevó una oración a su padre para que no lo abandonara y tocó la puerta. —¡Ya voy! –grita Tania desde adentro. Al minuto abrió la puerta con una bata y una toalla en la cabeza. Se me quedó mirando con los ojos muy abiertos. —Perdona que llegue sin avisar, pero quería hablar contigo. ¿Puedo pasar? —Sí claro. Me cambio y vengo. Ponte cómodo. Se fue a la habitación y me quedé esperando en el desvencijado sofá. Me miré las manos. ¿Me estaban sudando? Esto no podía ser bueno. Debería haberle pedido a padre un manual con instrucciones. Tania salió del cuarto con unos jeans, una musculosa y descalza. Se sentó a mi lado, mirándome para que comenzara hablar. Al ver que seguía mudo, preguntó: —Haziel, ¿estás bien? Te ves raro. —Sí yo, emmm… tengo algo que decirte y no sé por dónde empezar. Sólo te pido que mantengas la mente abierta. Permíteme hablar y después decides. —Me estás asustando. Si tienes algún problema, lo resolvemos juntos, yo te ayudo. Ahí estaba esa alma caritativa y desinteresada que me tenía cautivado. Mirándola a los ojos, tomé aire y dije atropelladamente: —Soy un ángel. —¿Qué? —Su mirada fue de sorpresa. , pensé. —Que soy un ángel, con alas y todo.

Me miró, se volvió pensativa y silenciosa por una eternidad. Cuando pensé que nunca me iba a responder o me iba a tratar de loco, levantó los ojos hacia mí, sonrió y dijo: —Debería de haberlo sabido, eres demasiado perfecto para ser un humano común y corriente. —No estás sorprendida. Wow. Y yo que venía preparado con un largo discurso y mostrarte mis alas. Ahora el confundido soy yo. —No te sientas así, nunca lo digo, porque la gente me cree más rara de lo que ya soy, pero siempre me interesó el tema y creo en los ángeles, arcángeles, etc. Si hasta sabía el significado de tu nombre. – me dijo y yo caí más enamorado. —Bueno, me alegro que no me hayas gritado que estoy loco o te hayas desmayado. Aunque ahora viene la parte más difícil para mí. —¿Te vas a ir? –Su voz se quebró-. Estás despidiéndote, ¿no es así? La tristeza en su voz me dio esperanzas. —No, a menos que eso sea lo que tú quieras. —¿Por qué querría eso? Somos amigos. Es mejor que eso. Mi amigo es un “ángel”. —Tania, yo quiero más que tu amistad. Quiero saber, no, necesito saber si existe la posibilidad de que haya más entre nosotros. —¿Estás jugando conmigo, verdad? —¿Por qué, en el nombre de mi Padre, haría eso? - pregunté shockeado. —¡Vamos, mírate Haziel, podrías tener a quién quisieras! ¿Y dices que quieres a un ratón de biblioteca como yo? —Sí, eso es lo que estoy diciendo. No quiero a nadie más. Si he de experimentar la humanidad, quiero hacerlo contigo, Tania, de lo contrario, me quedaré solo. Nuestra clase encuentra a su otra mitad una vez, yo te encontré a ti y deseo pasar nuestra vida juntos. —¿Qué pasará cuando uno de los dos muera? —Esa es una buena pregunta. Cuando uno de los dos parta, lo haremos juntos. Viviremos juntos en él paraíso. Nuestras almas se fundirán en una sola. Yo nunca dejaré de ser un ángel, pero a tu lado tendré una existencia mortal, envejeceré contigo. Puede que hasta pierda el pelo y me vuelva barrigón.

Ella comenzó a reírse y ese sonido fue música para mis oídos. Pero luego comenzó a llorar y yo no sabía qué hacer. —Por favor, no llores, dime qué puedo hacer. No soporto verte llorar. Por favor, lo que esté en mis manos, lo haré. Solo no llores. —Haziel, estas son lágrimas de felicidad. No puedo creer que quieras estar conmigo. No puedo ni imaginar qué vez en mí. Pero lo agradezco. Hoy pedí encontrar a alguien para mí, que fuera accesible para alguien como yo. Y ahora estás aquí, diciéndome que soy tu compañera. Nunca creí que encontraría a mi ángel vestida con el uniforme más feo del mundo. Y que él me quiera imperfecta y todo. Dijo esas últimas palabras con un sollozo y yo la jalé a mis brazos, el lugar donde pertenecía. Era tan pequeña, pero con un corazón tan grande. —Te amo, Tania, imperfecta y todo, como dices. Pero que te quede claro, para mí eres perfecta. —Te amo, Haziel, y tú sí que eres perfecto por donde se te mire. No aguanté más y bajé mis labios para unirlos a los suyos. El primer roce de nuestras bocas fue electrizante. Al profundizar el beso, fue como si fuegos artificiales me estuvieran recorriendo. Cuando rompimos el contacto, ambos jadeábamos. Tania me miró y con una sonrisa juguetona dijo: —No creas que me he olvidado de tus alas. Quiero verlas en todo su esplendor. Riendo le dije: —Te mostraré mis alas y mucho más, mi amor. Mucho más. Y volví a besarla. Había encontrado al amor de mi existencia y no pensaba dejarla nunca.

14 de febrero 2015 —Feliz día de los enamorados, amor. -dijo Tania

—Feliz día, mi vida. Porque eso es lo que eres, mi vida. Fueron dos semanas intensas, conociéndonos y experimentándolo todo los dos juntos. No podía creer todavía que ese hombre/ángel era mío. Todavía me costaba asimilarlo. Pero con cada mirada, con cada gesto, él me demostraba que nos pertenecíamos el uno al otro. Miré al cielo y, con una plegaria silenciosa, agradecí mi suerte. Jamás imaginé que en una mañana como cualquier otra, haya terminado encontrando a mi ángel. Volví mi mirada a Haziel y sin ninguna palabra de por medio, salté a su cuello y lo besé. Mi primera vez festejando el día de los enamorados había arrancado muy bien, veremos qué me deparaba hasta llegar al final del día. De una cosa estaba segura, mi ángel era la mejor parte de este y de todos los días venideros.

FIN

Setenta y dos horas Raquel García Estruch Dedicatoria: Para S: Porque un día la fe en el amor nos llevó a conseguir aquello el mundo consideraba imposible. Porque eres más tú desde que estás en mí y te adoro por eso. Porque soy más yo desde que vivo en ti y me amas por eso. Simplemente… Te quiero. Todo. Siempre. Raquel. Hacía seis meses que Carlos y yo nos habíamos conocido. Una broma en Facebook fue el inicio de una relación que empezó siendo una simple amistad para, a lo largo de las semanas, convertirse en algo muy especial. Tanto que, a aquellas alturas, me solía preguntar con frecuencia cómo sería el día en el que él ya no estuviera a mi lado. Traté de alejar aquel pensamiento de mi mente porque en aquel momento no había nada que me llevara a pensar que la situación entre nosotros dos fuera a cambiar. La historia entre nosotros comenzó con un inocente intercambio de mensajes en nuestros respectivos muros. No tenía que esforzarme demasiado para poder sentir todavía aquellas mariposas en el estómago que me paralizaban por completo cada vez que me conectaba y veía que él me había escrito. Me costaba entender cómo lo hacía sin apenas conocernos pero, cada día me hacía sonreír con alguna de las frases que me dedicaba. Poco a poco nuestras conversaciones fueron pasando de lo más trivial hasta abordar detalles más íntimos y personales. Así fue cómo pude saber que Carlos hacía unos meses que había dejado una relación de más de cinco años con otra mujer. También conocí otros detalles de vida como que era arquitecto, que a pesar de la crisis seguía teniendo trabajo y que vivía en un ático bañado por la luz del mar Mediterráneo. De aquel mismo modo él pudo conocer la historia de mi reciente divorcio, que no había sido muy amistoso

precisamente, que tenía un hijo de apenas tres años de edad y que trabajaba como secretaria en una multinacional. En aquellas noches previas a la Navidad compartimos todo tipo de detalles y, lentamente, nuestras conversaciones fueron adquiriendo un tono más íntimo pasando de ser simples mensajes a través de Facebook a llamadas de teléfono. Todo surgió de una forma muy natural tanto que, cuando me quise dar cuenta, estaba compartiendo con él detalles de sentimientos que había mantenido en silencio durante años. Nos daban las cinco de la madrugada entre confesiones y risas. Pasábamos horas hablando de cualquier cosa. Incluso de sexo. En realidad más que hablar de él, nos limitábamos a practicarlo. La primera vez que me había lanzado a hacer eso que todos conocemos como “cibersexo” había sido una noche a principios del mes de diciembre en la que, en medio de una conversación de lo más normal, la cosa empezó a subir de tono hasta que terminé medio desnuda sobre la cama dejándome llevar solo por el placer. Durante los siguientes días no dejé de darle vueltas al asunto porque, aunque parezca raro de creer, no había hecho aquello en mi vida. Mis relaciones siempre habían sido cara a cara. Nunca a través de una pantalla de ordenador. En cualquier caso, como vi que él tampoco le daba mayor importancia a lo que había sucedido, poco a poco empecé a asumirlo como algo más o menos normal y que, por supuesto, se repitió en más ocasiones. El paso del cibersexo al sexo telefónico tampoco fue traumático. Sí que es cierto que, al principio, me sentí un poco más cohibida porque una cosa era teclear en la intimidad de tu dormitorio sin que nadie te viera y otra, bien distinta, estar escuchando una voz al otro lado del teléfono e interactuar con la otra persona. Aun así, Carlos lo hacía todo tan fácil y sencillo que tampoco me costó demasiado dejarme llevar por él.

Pasó la Nochebuena, la Navidad y, a pesar de estar rodeada de toda mi familia, yo echaba de menos mis conversaciones con Carlos. Aquellas rutinas que casi sin darnos cuenta habíamos hecho tan nuestras que ya formaban una parte importante de nuestras vidas. Nos enviábamos mensajes y manteníamos breves conversaciones pero no eran lo mismo sin la intimidad que nos proporcionaba estar en casa, no en la de nuestros padres. Llegó la Nochevieja y la nostalgia todavía fue mayor. Había decidido asistir a una fiesta que me apetecía muchísimo con unas amigas pero, en el fondo, lo que más me hubiera gustado en el mundo, hubiera sido poder empezar el año cogida de la mano de Carlos. A su modo, siempre mucho más directo y claro, él me hizo saber que le pasaba lo mismo. Aunque también tenía planes para salir, el hecho de que hubiera mil kilómetros de distancia entre nosotros, también le afectaba. No sé cómo llegué hasta allí pero el año nuevo todavía no tenía ni tres horas de vida cuando me vi encerrada en el lavabo de señoras de un pub tecleando el siguiente mensaje: «Te quiero». A los pocos segundos llegó su respuesta: «Y yo a ti». Me cuesta mucho poner por escrito todas las sensaciones y emociones que experimenté en cuanto leí aquellas tres palabras. Tampoco puedo describir la expresión de mi rostro que imagino que debía de ser la de la felicidad en estado puro. Aquel año no solo había hecho más que comenzar si no que ya prometía grandes cosas. Durante los meses siguientes nuestra relación siguió adelante y se fue consolidando cada vez más. Carlos y yo pasábamos juntos todo el tiempo que nos lo permitía tanto el trabajo como nuestra capacidad de pasar noches enteras sin dormir. Así fue como, a través de Skype, conoció a mi hijo y no pude hacer más que sonreír al ver lo bien que congeniaron los dos desde el principio. Poco a poco fue creciendo entre los dos la misma pregunta.

Cuándo seríamos capaces de acortar la distancia de mil kilómetros que nos separaba y podríamos por fin tocarnos, mirarnos a los ojos mientras compartíamos un café. Una noche mientras hablábamos por teléfono fui yo la que decidió abordar el tema. — Carlos… ¿Tú crees que nos veremos algún día?— Tal vez mi voz sonó un poco desesperada pero mis ganas de pasar junto a él aunque fueran solo unos minutos eran tan grandes que ni siquiera me molesté en disimular mi ansiedad. — ¡Por supuesto, Julia! Solo tenemos que decidir cuándo y dónde. — Así de fácil… — Sí. Durante los dos días siguientes no dejé de pensar en otra cosa. Me moría de ganas de ver a Carlos pero, al mismo tiempo, pensaba en todas las implicaciones que aquello iba a tener. Podría tocarle, mirarle a los ojos mientras se reía o pasear con él mientras nos abrazábamos pero, ponerle cara a un hombre del que estaba enamorada así como introducir a una persona nueva en la vida de mi hijo eran dos cosas en las que no dejaba de pensar. Al final el corazón le gano a la razón y me compré un billete de avión para dos semanas después. Decidimos que era mejor que viajara yo porque, para empezar salía más barato ya que él vivía solo en casa y, para terminar, porque queríamos que nuestro primer encuentro fuera íntimo e incluso perfecto. Cuando me subí en el avión aquella mañana un sábado del mes de julio estaba tan tranquila que me costaba incluso creerlo. En algo más de una hora podría abrazar a Carlos, algo que deseaba hacer casi desde el mismo instante en el que lo había conocido. A medida que me iba acercando a mi destino me convencía de que la

decisión que había tomado era la correcta aun siendo consciente de que aquellas setenta y dos horas que iba a pasar a solas con él podrían cambiarme la vida para siempre. O para bien o para mal. Nada más poner un pie en mi destino para el fin de semana, las mariposas aletearon en mi interior con más fuerza que nunca. Durante unos segundos pensé que todavía estaba a tiempo de dar media vuelta y regresar a casa. Pero no lo hice. Empecé a caminar lentamente en dirección a la salida. Solo unos metros me separaban de mi esperado encuentro con Carlos. Le vi en el mismo instante en el que atravesé la puerta de salidas de la terminal. Estaba apoyado en la pared mirándome sin dejar de sonreír. Llevaba puestas unas bermudas vaqueras claras que le marcaban los muslos de una forma exquisita y una camisa blanca de algodón con las mangas arremangadas hasta la altura de los codos. Seguí mirándole sin dejar de caminar y me encontré con sus labios gruesos, tan sexys. Los mismos que tantas veces había visto a través de la pantalla del ordenador y que en apenas unos segundos podría notar sobre los míos. Entonces fue cuando le miré a los ojos. Negros, grandes, profundos. Tuve que hacer un esfuerzo inmenso para poder seguir respirando porque todo en él era mejor de lo que había imaginado. Llegué justo donde él se encontraba le dije un escueto «hola» y le abracé. Enseguida pude notar sus brazos firmes y fuertes abarcándome entera. Apoyé la cabeza sobre su pecho, respiré hondo y cerré los ojos. No había tiempo, ni espacio, ni gente, ni universo. Solo él y yo. Un instante perfecto en el que todas las piezas de aquello habíamos ido construyendo a lo largo de los meses encajaron de forma definitiva. No sé cuánto tiempo estuvimos así pero sí recuerdo con claridad cómo le dije en un susurro

«salgamos de aquí». Carlos no necesitó ninguna indicación más. Con una mano cogió mi pequeña maleta de viaje, con la otra la mía. De camino hacia donde él había aparcado mantuvimos la típica conversación sobre cómo había ido el viaje y cómo se había quedado mi hijo cuando me había separado de él. Había sido complicado tomar la decisión pero, por suerte, el niño se había quedado tan normal y la despedida había sido incluso hasta divertida. Entramos en el coche y, al cerrar la puerta nos miramos a los ojos. Poco a poco nos fuimos acercando el uno al otro hasta que nuestros labios se rozaron. En aquel momento pude sentir cómo se erizaba la piel de todo mi cuerpo. Me separé ligeramente para coger el aire y aquel fue el instante que él aprovecho para hablar. — Será mejor que nos vayamos de aquí o no respondo— dijo entre risas pero con un tono de voz que dejaba más que claro que lo estaba diciendo absolutamente en serio. — Sí— dije al mismo tiempo que dejaba caer la mano lentamente sobre su muslo. La radio del coche estaba encendida y sonaban clásicos de los años noventa. Enseguida los dos nos animamos y empezamos a tararear canciones casi al mismo tiempo. De vez en cuando él me miraba de reojo mientras que yo tenía la vista clavada en el perfil maravilloso que podía admirar de su rostro sentada cómodamente en el asiento del copiloto. Mientras no perdía detalle de su expresión, su piel e incluso el modo en el que le aleteaba la nariz cuando respiraba, empecé a deslizar la mano suavemente por su muslo. Pocos segundos después un frenazo me sacó de aquel ensimismamiento en el que había caído.

— Si sigues haciendo eso no voy a poder conducir… — dijo Carlos mientras me miraba y sonreía al mismo tiempo. — Lo siento. — Retiré la mano de su pierna y la dejé caer sobre mi regazo al mismo tiempo que sentía a la perfección cómo me ruborizaba. — No te preocupes. — Carlos me cogió la mano y la volvió a colocar sobre su muslo. — Déjala ahí pero no la muevas mucho — dijo fijando de nuevo la vista en la carretera. Unos minutos después estábamos entrando al garaje de su casa frente a la playa. Tuve que hacer esfuerzos para no quedarme con la boca abierta todo el tiempo porque aquello era muchísimo más de lo que él me había descrito cuando me hablaba del lugar en el que vivía. No era la casa en sí lo que me tenía fascinada sino las vistas. Si desde el garaje solo se veía agua allá a donde miraras, no quería ni imaginar cómo sería la imagen desde la planta superior. Bajamos del coche, Carlos cogió la maleta, mi mano otra y, sin soltarnos subimos el pequeño tramo de escalones que separaba el garaje del resto de la casa. Nada más cerrar la puerta a mi espalda y recorrimos un pequeño pasillo. Dejó la maleta en el suelo y me abrazó desde atrás. Pude sentir a la perfección su cuerpo terso pegado a mi espalda así como el calor que desprendía. Cerré los ojos y volví a abandonarme entre sus brazos. Tuve la sensación de haber llegado a casa. Era como si todas las decisiones que había tomado en mi vida me hubieran llevado hasta a aquel instante. Hasta él. Caminamos un poco más hasta llegar a un amplio salón bañado por la luz del sol y las vistas más espectaculares que había visto jamás del mar Mediterráneo. Pero apenas tuve tiempo de mirar nada más porque Carlos giró mi cuerpo con suavidad

dejándome así a escasos centímetros de su boca. El olor dulce y fresco de su piel llegó hasta mí y ya no pude contener por más tiempo la necesidad de besarle. Nuestros labios se encontraron por segunda vez solo que ahora no había nadie a nuestro alrededor ni ningún lugar al que ir. Solo estábamos nosotros dos con todo el tiempo del mundo por delante. Nos besamos despacio, con suavidad, acostumbrando nuestros labios a la boca del otro. Fue tan sencillo y perfecto que volví a tener la sensación de llevar años a su lado. La primera en entreabrir los labios fui yo y la reacción de Carlos no se hizo esperar. Empezó a juguetear con ellos acariciándolos suavemente con los dientes y con la punta de la lengua. Por suerte para mí me tenía bien cogida por la cintura porque las piernas empezaban a temblarme. Luego su lengua se abrió paso hasta el interior de mi boca. Conocer de primera mano cómo sabía, lo tibia que era su respiración y el modo en el que sabía exactamente cómo besarme a pesar de ser la primera vez que nos veíamos, hizo que tuviera que dejar caer el peso de mi cuerpo sobre el suyo porque ya no era capaz ni de sostenerme. Sin dejar de besarme empezó a moverse lentamente. No abrí los ojos pero tuve la impresión de que estábamos andando aunque tampoco pude asegurarlo hasta que unos segundos después Carlos me dijo que me sentara sobre la cama. Hice lo que él me pedía y fui un poco más allá. Me tumbé sobre ella, apoyé el codo sobre el colchón y me sujeté la cabeza con la mano mientras le miraba sonriente. Él no dudó. Se quitó los zapatos y se tendió en la cama a mi lado. Volvimos a abrazarnos. Sin dejar de mirarnos a los ojos nos empezamos a besar con la misma suavidad con la que lo habíamos hecho poco antes en el salón solo que ahora

también podíamos acariciarnos. Los dos nos lanzamos a ello casi al mismo tiempo. Las manos de Carlos se empezaron a deslizar sobre mi espalda mientras que las mías se habían colado directamente por debajo de su camisa y recorrían por primera vez su piel tersa y perfectamente definida. Poco a poco y sin dejar de besarnos nos fuimos desprendiendo de toda la ropa que llevábamos puesta. La luz que entraba al dormitorio era tenue gracias a una persiana de madera preciosa que estaba graduada para que los rayos del sol no llegaran a molestar. El ambiente era perfecto para lo que estaba a punto de suceder entre nosotros. Carlos empezó a besarme el cuello, el pecho. Fue bajando lentamente por mi vientre, el ombligo hasta llegar a la altura de mi pubis donde dejó una caricia mucho más intensa. Luego siguió recorriéndome hasta llegar a la punta de mis pies para empezar de nuevo el recorrido a la inversa. Sentí cómo se me erizaba la piel, cómo con cada beso que me dedicaba mi cuerpo pedía más. Pude notar a la perfección el modo en el que cada poro de mi cuerpo respondía a sus caricias como si siempre las hubiera recibido. Noté mi respiración agitada y la suya. Cuando volví a tener sus labios sobre los míos separé ligeramente los muslos de forma su sexo quedó exactamente sobre el mío. Carlos se separó de mis labios y me miró a los ojos. Yo me dediqué a perderme en ellos porque no hacía falta ninguna palabra entre nosotros para comprender lo que estaba a punto de pasar. Me volvió a besar justo en el mismo instante en el que empecé a sentir cómo su sexo empezaba a abrirse paso hacia mi interior. Dejé escapar un leve gemido de placer y traté de adaptarme tanto a él como al ritmo tan suave que imponía. Cuando hasta el último

centímetro de su sexo estuvo en mi interior los dos nos quedamos quietos sintiéndonos y abandonándonos al otro al mismo tiempo. Carlos empezó a mover la cadera suavemente mientras que una de sus manos me acariciaba el costado. Su lengua, que hasta entonces había estado perdida en el interior de mi boca, se desplazó con suavidad en dirección a uno de mis pechos. En cuanto alcanzó su destino, él empezó a lamerme, a morderme suave con los dientes y a atrapar el pezón endurecido por el deseo entre sus labios. Pequeñas oleadas de placer empezaron a recorrer todo mi cuerpo al mismo tiempo que el ritmo que habíamos marcado se intensificaba. Empecé a deslizar los dedos por la espalda de Carlos notando así cada uno de sus músculos. Cuando llegué a la altura de sus nalgas abrí las manos todo lo que pude, traté de abarcarlas al mismo tiempo que le obligaba a hundirse más en mi interior. Enseguida dejó escapar un intenso gemido que me excitó todavía más. Me dejé llevar por el nuevo ritmo que ambos habíamos impuesto tratando de disfrutar de cada una de las sensaciones que me invadían. Poco a poco nuestro deseo fue en aumento hasta que llegó un punto en el que ambos abrimos los ojos y nos miramos. Nos volvimos a comunicar de aquella forma nueva que acabábamos de descubrir. Yo fui la primera que se abandonó a los dos primeros orgasmos que traté de alargar todo el tiempo que pude. Carlos seguía moviéndose en mi interior y me di cuenta de cómo, poco a poco, todos los músculos de su cuerpo se empezaban a tensar. Verle, notarle, respirarle, tocarle… Obtener placer a través de todos mis sentidos provocó que un nuevo orgasmo empezara a nacer justo en el centro de su sexo. Coloqué entonces mis manos sobre sus caderas y empecé a marcar un ritmo intenso, rápido. Lo quería todo. Deseaba dárselo todo. Y quería hacerlo allí. En aquel preciso instante. Un

intenso orgasmo nos envolvió a los dos con unos pocos segundos de diferencia. Cuando nuestros cuerpos dejaron de temblar y la respiración recuperó su ritmo normal, Carlos se tumbó a mi lado, me abrazó y me susurró un “te quiero” que me acarició el alma. Soy incapaz de recordar todas las veces que hicimos el amor durante las siguientes cuarenta y ocho horas. Solo sé que nos entregamos por completo, que ninguno de los dos dejó un sentimiento por demostrar al otro y que todo aquello que nos habíamos dicho durante los últimos seis meses había sido cierto. Auténtico. Durante aquellos tres días volvimos a hablar de nuestras vidas, de lo que los dos sentíamos por el otro. No pensamos en nada más. Lo único que importaba era exprimir hasta el último segundo de aquel tiempo que nos habíamos concedido solo para nosotros. Llegó el día en el que yo tenía que regresar a casa. No fue difícil volver a hacer mi pequeña maleta porque apenas la había deshecho. Habíamos estado tan centrados en amarnos, en compartir cada segundo del día que ni siquiera habíamos salido de casa. Cuando estuve lista para volver al aeropuerto vi a Carlos en la puerta con las llaves del coche en la mano. Me sonreía con una mezcla de satisfacción y tristeza. Me acerqué a él y le besé por enésima vez. Caminamos en silencio hasta el garaje. Justo en el mismo instante en el que iba a subirme al coche él se acercó y me miró a los ojos. — ¿Vas a volver? — dijo con una nota de ansiedad en la voz. — ¿Tú quieres que vuelva? — Ni siquiera quiero que te vayas— murmuró. — Entonces volveré. — Alargué los brazos y los pasé por detrás de su nuca. Luego lo atraje hacia mi boca y le besé con todo el amor del que fui capaz.

Han pasado siete años. Carlos y yo seguimos juntos. Aún no hemos podido solucionar la distancia kilométrica que nos separa pero hemos conseguido construir una vida y una relación tan sólida que yo estoy convencida de que es indestructible. Seguimos luchando a diario por alcanzar nuestro sueño: Que llegue ese día en el que no tengamos que despedirnos nunca más. Mientras eso sucede saboreamos cada día intensamente y damos las gracias por habernos encontrado. Hoy es catorce de febrero y, como cada año, Cupido volverá a lanzar sus flechas que permanecerán durante otros doce meses más. Estad atentos porque es posible que alguna de ellas os alcance y consiga que, el próximo San Valentín, vosotros también podáis decir que habéis encontrado al amor de vuestra vida.

FIN

La flecha de Cupido Ailin Skype Dedicatoria: Al amor de mi vida, porque sin él, jamás podría escribir. Dedicado a los que pensábamos que Cupido se equivoco, y termino ganando en su terreno. Ailin Skye Ser Cupido era un trabajo duro y desgraciadamente muy malagradecido. La realidad es que esto de lanzar los dardos de amor para que una pareja pudiese enamorarse era algo muy duro. Elegir la pareja ideal que fuera una con la contraparte. Encontrar ese foco de atención hacia la otra mitad y que se vieran en el momento en que el dardo daba en el blanco, se creía que era suficiente para que hombre y mujer duraran amándose toda la vida. ¡Sí, cómo no! Todo mundo se quejaba del maldito cupido y sus afiladas picas que se equivocaban. De hecho todos habían maldecido su nombre en más de una ocasión por que no habían sabido mantener el interés y el amor que él, como un conocedor, había regalado. ¿Y qué había obtenido de todo eso? Una fecha en el calendario que era para consumismo internacional. Todo mundo o bien se quejaba de la falsedad del día, o bien se quejaban de su maldita suerte al estar solos. ¿Cuántas veces no vio unirse parejas solo para no estar solos? Eros caminaba molesto por el mundo de los hombres, negaba molesto una y otra vez al ver en que se había convertido su nombre, y sobre todo en la poca fe que ahora se le tenía. El, un Dios antaño venerado, ahora era más bien mancillado. Había odiado esa horrorosa imagen de niño en pañales. Como si fuera necesario tener esa odiosa presentación para saber elegir a quien podría convenirle una pareja. <<Eros>> dijó para sí, y gruño de nuevo. Ahora su nombre también se referia al erótismo, pero ya no encomendado al amor. Sino al simple hecho de jugar con la lujuria. Sí como hombre y Dios adoraba la sexualidad, pero ante sí, tenía que aceptar que el amor, como bien su madre había inculcado, y el sexo podían crear la química perfecta para la fusión de las almas. Se detuvo en un establecimiento donde aquella ridícula representación de él en colores rojos adornaba la cristalera. A la vez pudo apreciar su verdadera forma. Un hombre

para nada rubio pues su cabello era más rojo que las flamas, sus ojos de un verde como las lagunas, su piel blanca satinada de pecas. —Joder, si supieran que Cupido es pelirrojo se desmayaban los comerciantes. — Negó molesto y se alejó raudo a cualquier sitio donde no pudiera ver en que se había convertido todo lo que representaba. Se perdió por un barrio pequeño donde el delicioso aroma a café llenó sus fosas nasales. Dónde había café había chocolate. El gran manjar, mejor que cualquier cosa divina o terrenal. No lo pensó y se dejó guiar por el olor hasta encontrar el único lugar que no estaba adornado por ningún corazón. Se asombró por un momento, el comercio en estos días era primordial, busco alguna promoción con respecto al día de los enamorados. Busco en los pequeños menús repartidos sin encontrar nada. —¿Va a decidir la mesa, el menú o sólo es un mirón? Una voz femenina lo hizo encontrarse con los ojos más negros y profundos como abismos con una tristeza infinita, tan infinita como desesperado se escuchaba el latir de ese corazón. Nadia no había tenido una buena semana. Su padre había fallecido hace tres meses y la había dejado con un negocio con más deudas y quebraderos de cabeza de los que ella misma necesitaba. Sin embargo, se negó a cerrarlo. Para colmo, una vez más la soledad la asolaba como toda su vida lo había hecho. Creer en el amor no era un lujo que podía darse. Había aprendido que el único cariño que podría recibir era el fraternal. Una madre que la había abandonado diciéndole el error que había sido tenerla. Un padre que había sufrido la pérdida de su mujer bajo una traición muy dura, un corazón que jamás se pudo recuperar y que hizo que olvidara sin quererlo que su pequeña también había sufrido el abandono. No había mucho que hacer. De hecho ningún hombre había llamado la atención de la joven. Todos y cada uno de los que se había acercado a su vida, había salido como llegó. Dejándola sola sin ganas de creer en nadie. Esa mañana cuando estaba preparando los pastelillos para colocarlos en las vitrinas, jamás habría imaginado que se encontraría con el único hombre que quizá cambiaría su vida. De haberlo hecho, quizá no hubiera abierto, o puede que lo echara a patadas para que jamás se acercara a ella. Sin embargo, el destino había jugado una carta en favor de la joven.

Frente a ella un hombre casi de dos metros de altura, con una figura delgada pero que dejaba ver lo fornido de su musculatura, enfundado en una gabardina beige, vestido de forma informal con unos jeans y una camisa negra que acentuaba el tono de sus verdes ojos, estaba en su local, jugando en cada mesa leyendo los menús, buscando alguna cosa. No pudo evitar admirar la belleza de sus rasgos angulosos, era simplemente perfecto, hermoso. No había nada que pudiese envidiar en algún modelo o actores famosos que tanto mostraban en las revistas como los galanes actuales. Si hubiera sido otra persona, quizá se habría metido a buscar un espejo acicalarse un poco y sonreírle para atenderlo con alguna coquetería. Pero ella no. Su anodina vida no iba a cambiar haciendo algo así, lo tenía más que asumido. Hombres como ese jamás se acercaría a una mujer como ella, después de todo, era Nadia. Tomó aire y decidió parar el juego del hombre que a cada momento se veía más confuso conforme pasaba de una mesa a otra. Así fue como llamó su atención con una voz de hielo. Lo quería fuera de ahí, porque verlo la hacía pensar en cosas que jamás podría alcanzar. En cosas que ya no soñaba. El amor no existía, era un invento comercial, solo eso. —Me preguntaba —Eros se acercó a la mujer que se mantenía al otro lado del mostrador— En realidad me ha llamado la atención que no tengas ninguna promoción de San Valentín. —¿Perdón? —Nadia elevó una ceja confusa. ¿En serio le estaban haciendo esa absurda pregunta? El Dios observó curioso a la dependiente del café. Una mujer más bien sin chiste ninguno a primera vista. Su cabello negro estaba trenzado hacia atrás dejando una frente amplia, sus ojos negros eran lo único que quizá resaltara de su rostro. Todo lo demás en ella era tan simple que apostaba que jamás había sonreído. Una línea recta era lo que dibujaban sus sonrosados labios. Admiro la blancura de su piel, como si jamás hubiera sido tocada por el sol. Y si se fijaba en su figura, es que no había nada que ofrecer escondida bajo esa ropa que no mostraba ninguna forma femenina, mucho menos con el delantal que la cubría. Y sin embargo, sentía un llamado apremiante hacia ella. Algo que le hacía querer ver si sonreía o sacar la mejor flecha de todas y darle algo que le quitara la tristeza que sus ojos gritaban por perder. —San Valentín. Eres la única que no tiene nada por este día. —Oh —La mujer se giró para tomar su trapo y comenzar a limpiar con vigor una mancha inexistente—. En este lugar no festejamos San Valentín, pero si quiere un café o un

rincón para venir con su pareja y charlar de cualquier cosa, supongo que sirve este sitio como cualquier otro. —Se encogió de hombros. —¿Algo en contra de Cupido? —Preguntó la divinidad masculina tratando de recordar si su flecha había dado en aquel corazón dolorido. No la recordaba, ni siquiera podía estar seguro de haberla visto en la mente de algún hombre. Era como si su existencia hubiese estado oculta para él. —En realidad no, ese niño y yo espero que no nos encontremos. Simplemente… — subió la vista al raso del cielo y negó—. Sé que debería tener publicidad llamando para un día como este, sin embargo, todos sabemos que el amor no existe, que es como algo que se vende muy bien en libros, películas y sobre todo en este mes. Pero no para mí. Peco de realista y no me gusta caer en donde todos lo hacen. Llámeme aburrida, rara, alma solitaria, lo que sea. El amor no existe. Si su madre la escuchaba la castigaría desgarrándola poco a poco, o simplemente entregándola a Hades por aquel insulto. Y sin embargo, no pudo ofenderse, hacía tiempo que había dejado de hacer su trabajo como antaño. Había dejado de creer en él. Pero escuchar esa tristeza en la voz de la joven, su mirada pidiendo auxilio, no pudo evitar tratar de sacarla de aquella mentira que había dicho. Trató de meterse a su mente y no lo logro, era como si hubiera una coraza contra él, y no pudiese llegar más allá de aquella vidriera que la mantenía resguardada. —¿Va a pedir algo o solo tenía curiosidad por mi establecimiento? —le preguntó evitando su mirada. Aquellas lagunas verdes y llenas de calma la recorrían hablando cosas de las que ella no entendía y mejor no quería pensar. Necesitaba a aquel hombre fuera de su vista, porque por primera vez anhelo ser bella, y digna de amar. La sola presencia que tenía frente a ella, era un recordatorio de lo que algún momento llego a anhelar y que bien sabía nunca le seria otorgado. —Chocolate, el tamaño más grande que tengas. —Contestó al momento. Sabía que había tratado de deshacerse de él, en cualquier otro caso hubiera hecho eso mismo. Pero no podía, esta vez necesitaba quedarse. ¿Por qué? El mismo se sorprendió de la necesidad de permanecer ahí. Y la respuesta llegó sola. La joven se giró dejando que el dulce olor a lirios y violetas impregnara sus fosas nasales. No era un olor de perfume, ni siquiera de un jabón. Era el dulce y puro olor de su piel. Olía a hogar. La sorpresa del descubrimiento lo hizo darse cuenta de lo solo que llevaba tras eones de existencia. Algo le hacía necesitarla, tenerla cerca con desesperación y aferrarse por primera vez en su eterna vida a algo de este mundo mortal. Muchos habían hablado acerca de su

condición como Dios. Incluso hubo alguno que pensó que le gustaba bromear con las dos emociones más importantes del ser humano. La ironía de todo esto era que Cupido, jamás se había enamorado. Para él los sentimientos contaban tanto que por eso había salvaguardado su propio corazón en un caparazón que jamás nadie pudiese romper, en forma de una flecha flameante se había lanzado al sitio más seguro del universo. O eso pensó el, porque cuando la fue a buscar nunca jamás la encontró. —Chocolate —la dulce voz de la dependienta lo atrajo a la realidad. La joven apenas estaba depositando la taza, su pequeña mano estaba dejándola en la encimera cuando una mano grande chocó con la de ella. Al momento una ola de calor, de algo que había permanecido dormido despertó en su ser. Una energía la recorrió entera y como un imán elevo sus ojos buscando los del hombre que la mirada extrañado y sorprendido. Sentimientos comenzaron a agolparse en su corazón que latía con fuerza como si hubiera encontrado algo perdido por años. El aire se llenó de su maravillosa esencia, y dos lágrimas asomaron por sus mejillas. Eros con el sólo roce de la diminuta mano sintió el impulso de tenerla en sus brazos. Era como si después de tantos años hubiese por fin localizado algo importante y que había olvidado. Sus miradas se encontraron y donde había tristeza había esperanza, donde la oscuridad había cubierto ahora la luz inundaba. De pronto la mujer no era una más del montón, era simplemente perfecta. Hermosa entre las demás. Especial y única. Una luz ilumino a la muchacha que aún mantenía el contacto piel con piel. De su pecho comenzó a brotar una energía que pronto reconoció al ver las flamas de lo que alguna vez perdió. Nadia sintió su corazón palpitar como jamás lo había hecho. Su sangre bombeaba podía sentir la euforia de reconocer a un desconocido. La sorpresa y la confusión la mantenían pegada en el contacto que mantenía con aquel desconocido que la veía como si fuera el tesoro más preciado. Su pecho comenzó a arder sintiendo que estaba a punto de explotar. No tuvo miedo simplemente se entregó a la sensación mientras no apartada los ojos del hombre que la mirada aun sorprendido. —Lagunas verdes. —Fue lo último que pudo decir antes de perder el conocimiento. El canto de ruiseñores cantando la fue trayendo de nuevo a la conciencia. La luz solar la acariciaba sin hacerle daño. Sintió pequeñas patitas recorrer sus piernas. Cuando por fin abrió los ojos se encontró en un enorme jardín con grandes fuentes. El sitio

transmitía paz. Y para demostrar la tranquilidad que en ese lugar se respiraba cientos de animales de todas las clases y razas dormitaban unos con otros. —Por fin despiertas. Nadia se giro hacia el dueño de aquella voz, y lo reconoció al momento. Aunque ahora no iba vestido como lo había visto en el café. Ahora solo vestía una túnica que dejaba ver la mitad de su pecho. —¿Estoy soñando? —preguntó confusa. Seguramente se había dado muy fuerte en la cabeza, o era un sueño dentro de otro sueño. El hombre negó mientras se acercaba con una copa llena que ofrecía. —No, no sueñas. —Eros se sentó cerca de ella, cuando perdió el conocimiento no pudo evitar estrecharla entre sus brazos. Con su magia se aseguró se dejar cerrado aquel café, y al segundo los había transportado a su morada divina. La quería para él, necesitaba saber que misterio la envolvía, porque aquella luz la había envuelto, y sobre todo, porque ahora la necesitaba como el aire. —¿Me has secuestrado? —la muchacha se sorprendió por la pregunta. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, sabía que podía confiar en él. Además era como si siempre hubiera pertenecido a aquel lugar. De hecho podría describir perfectamente cada rincón sin equivocarse. —Quizás. —sonrió hacia la joven—. Pero no temas de mí, no lo hagas. Sólo soy un hombre curioso. —¿Por mí? —incrédula elevó una ceja. —Por ti —asintió y sonrió de nuevo. —No soy objeto de estudio, me gustaría que me llevaras a mi café —Nadia quería alejarse, necesitaba hacerlo antes que comenzara a sentir más de lo que sentía. —Creo que no puede ser. —El hombre se levantó y se acercó a ella—. Ahora es imposible que puedas irte de aquí, no sin mí. Y no quiero que te vayas. —Insisto. Es un secreto. —Esta vez no era una pregunta, era una realidad, una que le gustaba en su fuero interno. La sola idea de ser asaltada por ese hombre, aunque fuera un loco demente le gustaba. Nunca había sentido tanto como con aquel roce del que aun en su mano tenía la sensación de aquel tierno calor. —Si eso hace que te quedes. Sí. —¿Dónde estoy?

—Si te lo digo, ¿lo creerás? —Si me lo dices, tendré que creerlo, porque no puedo corroborar que mientas. Eros se rio por primera vez desde hacía siglos, su risa era abierta, franca y cálida. Más bien Nadia la calificaría de hechizante, tanto como para hacerla querer reír como si fuera una niña pequeña, o mejor aún, como si fuera una mujer perfecta, con un comentario inteligente audaz y gracioso. Pero no lo hizo, sólo acertó a disfrutar del sonido ronco y varonil que se entremetía en su cuerpo haciéndolo vibrar con deleite. —Lo siento, —Cupido se acercó a ella tendiéndole la mano—. Me temo, dulce, que no me creerías aunque te lo dijera, así que solo te diré que estas en mi hogar. Nadie aceptó de nuevo el contacto entre ambos, y al momento la ola de felicidad la inundaba. Era la sensación de plenitud perfecta, como si su alma hubiese encontrado por fin su hogar. —¿Tú también lo sientes no es así? —la ronca voz de su raptor llamó su atención. Sólo acertó a asentir. —¿Qué es? ¿Por qué cuando nos rozamos pasa esto? —No lo sé. —Eros no podía responder a algo de lo que sólo sospechaba parte de la realidad, sentía pánico, pero a la vez, se sentía necesitado de esa verdad que se hacía a cada minuto más patente—. Sólo sé que no puedo dejar que te vayas, puedo asegurar incluso que te necesito. —No puedes necesitar algo que no conoces y jamás habías visto. —Nadie negó rotunda, aunque quería, necesitaba creer en sus palabras. —Y aun así te necesito. —No sabes mi nombre, ni siquiera sabes lo más básico de mí. —Ni tú el mío, y aun así escuchó como late con fuerza tu corazón, y estoy seguro que sientes lo mismo, porque aún no has cortado nuestro contacto. —Se acercaba a ella—. Y sé que no me temes, también tienes curiosidad ¿cierto? —¿Quién eres? —aceptaba el contacto masculino dejándose embargar por su aroma a sándalo a maderas, un aroma varonil que la envolvía y proyectaba imágenes que jamás había tenido, y lo más increíble es que lo anhelaba de verdad. —Tampoco lo creerías, y necesito que lo hagas, que creas en mí. Por primera vez Cupido hablaba con una verdad dolorosa y que había clavado en su alma. Eones escuchando maldecir su nombre, aquella frase que la joven había dicho acerca

de que el amor no existía, lo habían hecho sentir la imperiosa necesidad de que le creyera, no solo quien era, sino que creyera en él. Nunca, jamás necesito de la fe que ahora necesitaba que le profesara aquella desconocida del café, que ahora se había hecho la mujer más importante de su vida. La que podía quizás regresar sus ganas de volver a ser aquel que una vez fue. —Ponme a prueba. —La joven lo miraba con franqueza, sintiendo de golpe el profundo deseo de darle lo que quisiera, incluso de creer a ciegas en su desconocido. —¿Qué harías si te dijera que tienes frente a ti a un Dios? —La atrajo totalmente a sus brazos, gruño de placer al sentir las curvas femeninas—. Y si ese Dios fuese uno en que no crees. —Eso es fácil de solucionar. No creo en ningún Dios. Pero —suspiro y habló con sinceridad—. Creería en ti. —¿Tan fácil sería que lo hicieras? —La pego sólo un poco más y aspiro su dulce olor. —Dime quien eres, por favor. —Su nariz rozaba la otra, ambos estaban tan cerca que sus alientos se intercambiaban. —Cupido —susurró. Tan cerca de su boca que podía paladear su sabor. —¿Quién? —La mujer se alejó de golpe—. De todos los dioses que podías elegir, ¿Tenías que decidirte por ese precisamente? —Te dije que no me creerías. —No le permitió alejarse. —¿Cupido? ¿En serio? —negaba molesta, indignada—. Mira tío. Cupido o como quieras ser. Hasta hace un momento creo que me gustabas. —¿Te gustaba? Dime ¿Qué haría para que pudieses creer en mí? —Comenzar por saber mi nombre, quizá sea eso parte de todo. —No necesito saber tu nombre, cuando lo tengo grabado solo al rozarte. Tu nombre humano jamás me interesará, pues a partir de ahora te llamas Esperanza. —Nadia. —No, ese nombre de los mortales que te ha etiquetado y vaciado el alma ya no te pertenece. Sé lo que eres para mí. Ahora pídeme cualquier cosa. —¿Y la harás posible para mí?

—Sí, pídeme cualquier cosa, lo que sea. La mujer se alejó tratando de poner en orden sus pensamientos. Parte de ella le creía totalmente, pero aquella, la que había vivido relegada de un todo, se negaba furiosa a creer en aquel Dios que un día le había robado incluso las ganas de conocerle. <<Esperanza>> repitió en su interior, sí, ojalá la tuviera en ese momento. Para creer en ella y sobre todo en él. —Muy bien, si quieres que te crea muéstrame tu arco, esa arma que tan bien sabes usar —las últimas palabras las dijo con profundo dolor. —Eso es fácil. —solo extendió su brazo y ante ella apareció un arco tallado de forma exquisita. El carcaj estaba revestido de joyas preciosas y las flechas eran delicadas, incluso bellas con marcas en cada una. De un color blanco y brillante unas y otras negras como la noche. —¿Con esto sonsacas a las personas? —preguntó acercándose a los objetos divinos—. Muy fácil, he pedido algo muy fácil. Cualquiera lo haría. —Pide lo que quieras, pequeña Nadia. —Muéstrame como funciona, necesito entender cómo es que funciona esto. — Prefirió no escuchar la cadencia con que su nombre sonaba de aquella voz ronca y varonil. —No es tan fácil, no es jugar… —¿Acaso tiene miedo el gran Cupido? —Retó con ironía—. ¿No te interesa que crea en ti? ¿Me mostrarás como funciona esto del amor? Eros cerró los ojos, absorbió la amargura que corría tras las palabras de la mujer, sentía el rencor, la soledad y el dolor de cada recoveco de su ser. ¿Podría hacer que se diera cuenta quién era realmente? Porque a medida que avanzaban los minutos, él estaba seguro de quien era esa, que ahora le acompañaba. La muchacha miraba con tristeza a su compañero. Sabía que quizá estaba pagando con él tantos años de soledad, de no creer y no tener fe. Estaba por retractarse y dejarse llevar por la disparatada mente del hombre cuando el escenario cambio. Ambos se encontraban en Roma, el Coliseo se encontraba frente a ellos. La gente pasaba apresurada sin hacer caso a los dos seres que se habían presentado justo en pleno día, a una hora pico. El hombre ahora estaba vestido con una camisa pegada a su pecho, como si fuera una segunda piel, cruzado llevaba el carcaj y en su mano portaba el arco.

La sorpresa y la incredulidad la mantenían pegada al suelo, miraba al que se decía llamar un Dios, y se dio cuenta que nadie les hacía caso, de hecho, era como si estuvieran en otra dimensión aledaña, una donde ellos eran testigos de la vida de los demás. —¿Qué has hecho con mi mente? —reclamó la joven. —Nada, simplemente te estoy cumpliendo el deseo. Quieres ver como trabajo. Te lo diré. Pero antes tienes que entender una cosa. Soy parte de un destino que se ha construido, sin embargo, no soy yo el que decide si vosotros lo queréis seguir. Muchos me han linchado injustamente, cuando son los hombres los que traicionan lo que yo había creado. —Señalo con su rostro hacia el frente— Mira ahora. ¿Ves a esa joven que pinta en la esquina? Cree que está enamorada del hombre que está a su lado, sin embargo, ese es un mujeriego que no dudará en llevarla a la cama, y destrozar su corazón. En cambio, mira quien está bajando por esas escaleras. —La mujer siguió las indicaciones y vio a un muchacho que llevaba varios libros, uno de ellos abierto. Parecía ensimismado, ajeno a todo lo que había, salvo al interior del objeto que mantenía fija su atención—. Está por aparecer el amor verdadero para la joven, pero éste no es apuesto, no habla bonito, aunque tiene un gran corazón. Sacó del carcaj una flecha con una peculiaridad, en lugar de tener una punta perfecta, a la mitad en el pico tenía una pequeña muesca. Cupido coloco el objeto y en un elegante y fluido movimiento dejo que libre hiciera su recorrido. Sorprendida contemplo como se partía en dos y de ellas un hilo de luz se desprendía, vibrante y musical. Ambos extraños aún no se veían, ni siquiera se habían dado cuenta de la presencia del uno y del otro, pero la precisa puntería daría en el blanco. Ambos fueron atacados justo en el corazón creando una conexión con aquel hilo dorado que se tensó, la vibración se hacía más armónica, mientras la pareja por arte de magia se buscaba por la mirada y por un segundo el tiempo se detenía solo para ellos. Sus almas se encontraban y tocaban en una danza perfecta, para después separarse. —Es… hermoso —Nadia sintió las lágrimas asomar a sus ojos. —Lo es, y quisiera creer que ellos podrán encontrar verdaderamente la felicidad. Pero, eso sólo lo podrán decidir ellos. ¿Ahora me crees? Nadia lo miró un momento, luego volvió sus ojos a la pareja y aceptó dentro de sí que necesitaba sentir, también quería eso. —¿Podrías hacer cualquier cosa, verdad? —Cualquier cosa, mi esperanza. Cualquiera. De nuevo estaban en el jardín sagrado. La joven lo miró.

—¿Serias capaz de alejar mis pesadillas? —Puedo hacer eso. —Sonrió acercándose. —¿Podrías construir una gran fortaleza de cristal para mí? —Del cristal más delicado, haría que el sol brillase en mil colores para despertarte. —¿Y crecerían margaritas alrededor? —Toda clase de flores a tu paso irían creciendo. —Entonces, Cupido. Lanza tu flecha para mí. Eros se acercó y negó. —No puedo hacer eso. —Tragó saliva. Nadia sintió como su corazón se rompía en mil pedazos. Siempre había sabido que el amor jamás podría tocarla, pero descubrirlo del que podría ayudarla… —Llévame a casa. Nunca debiste aparecer ante mí. Haz que me olvide de ti. —No puedo hacer eso. —volvió a acercarse, y esta vez sonrió—. No puedo permitir que te olvides de mí. La joven dejó que la rabia la invadiera, se giró para enfrentarlo golpeando su duro pecho, mientras el llanto incesante escapaba de sus ojos. —¿Para qué me trajiste aquí? ¿Qué quieres de mí? No puedes permitir que me olvide de ti, pero no puedes, no quieres lanzar tu flecha. ¿Qué clase de Dios eres que no eres capaz de hacer tu trabajo para una mínima humana? Eros la tomo en sus brazos, sujeto su rostro y limpio sus lágrimas. Siempre decía la verdad, no podía lanzarle su flecha. Esa era la única verdad. Su mano era cálida en su rostro, Nadia sentía el fuego de su caricia., busco mas ese calor. No estaba preparada para lo que vino entonces. Un beso dulce de reconocimiento, que poco a poco se iba haciendo intenso hambriento y necesitado de respuesta. Una lengua habida que suplicaba le diera acceso. Los labios de la joven se entrevieron respondiendo al beso que Eros estaba dando. Un beso que necesitaba tanto como ella. La necesitaba, no había más, y tenía que decirle las razones por las que no podría dejarla marchar. Pero temeroso de que como siempre, se decidiera a por un camino mejor.

Ninguno de los dos se dio cuenta en qué momento el beso comenzó a hacerse intenso, carnal, posesivo y necesitado. Ambos se entregaban sin separar los alientos, sus sentidos despiertos mientras sus manos iban descubriéndose, llamas quemaban sus cuerpos, huracanes desnudaban su piel y mareas los envolvían dejándolos sólo en conciencia del uno y de otro. Nadia por primera vez era tocada con ternura y dulzura, descubría su esencia de ser mujer. Su cuerpo se despertaba al toque experto del hombre que la veneraba en ese momento. Eros sin separar en ningún momento su boca de la única mujer que había pisado su territorio, por fin había dejado de ser un extraño en su casa. —Tomaras todo de mí. —susurró la muchacha entre besos. —Sí. —El dios comenzó a lamer su cuello— Y tú harás lo mismo conmigo. —¿Después me olvidaras? —Los profundos ojos negros buscaban la verdad en su compañero. —No puedo hacer eso. —contesto antes de bajar un poco más hasta llegar s sus pechos. —¿Me dejarás marchar? —Un jadeo de la joven mientras sentía como la boca masculina jugaba con su pezón, para luego succionarlo con dulzura. —No puedo hacer eso. —Volvió a responder, antes de atender el otro pezón. —¿Me regalaras la luna? —cerró los ojos al sentir el fuego entre sus piernas, y la necesidad de pertenecerle. —Puedo hacer eso. —Un gruñido ronco y unos labios recorriéndola, unos dedos expertos comenzando a vagar entre sus piernas. —¿Arrancarás mi corazón? —No puedo hacer eso. —Eros se acomodó entre sus piernas, la beso de nuevo y acaricio una marca, un lunar que tenía la joven en su pecho izquierdo. —¿Por qué me torturas así? —Nadia tomó aire un momento. Necesitaba más de él, pero ante todo necesitaba esa verdad. Eros en un suave y gentil movimiento comenzó a entrar en ella, hasta detenerse y sentir la frágil tela de la inocencia de su compañera.

—No te torturo, sólo te necesito. —Y empujo tomando todo de ella, fundiéndose y terminando de aceptar lo que eones atrás había comenzado al dejar una flecha oculta. La danza de ambos amantes comenzó lenta, dulce, ambos se entregaban a la pasión recién nacida. No hubo más palabras, solo las caricias que necesitaban entregarse. Eros entregaba todo su ser a al joven y ella se entregaba por completo sin dudarlo, aun con el corazón roto. Sabiendo que sólo había un momento para ella. No más. Pronto se entregaron a un clímax donde los fuegos de mil colores iluminaron el cielo. Ambos colapsaron viajando por el universo a galaxias perdidas y desconocidas por el hombre. Aun dentro del dulce calor de la feminidad, después de haber explotado con ella, no se sentía saciado. Necesitaba más, más de su dulzura, más de su entrega, más de su esencia que se complementaba a la suya. Era momento de hablar, porque no podía perderla, no después de todo lo que habían hecho. Para muchos el destino se marcaba en un momento, un segundo. Eros comprendió que estaba en ese preciso instante en la encrucijada de su vida. Nadia lo miraba interrogante, esperando. E hizo lo que había esperado que hiciera casi desde que la conoció. Sonrió. Una sonrisa que decía mucho pero sobre todo que pedía a gritos solo la verdad. —No puedo lanzar mi flecha sobre ti, mi pequeña esperanza. Porque la lance incluso antes que tú existieras. —Acarició la marca en su pecho—. Hoy encontré lo que perdí tanto tiempo atrás. Y no lo comprendí por más que brillaba cuando nos tocamos la primera vez. —No entiendo lo que dices. —Nadia, cuando descubrí el poder que tenía sentí miedo. No conocía más que el amor de mi madre, pero también había visto el desamor, el odio en las personas después de que haberse amado. Conocí las traiciones, las intrigas. Y decidí proteger mi corazón. Lo guarde en una coraza dura e irrompible y lance una flecha al lugar más seguro. Sólo me falló una cosa. Mis flechas siempre van de dos en dos. Una parte de mí salió volando sin que yo me diera cuenta, la otra se quedó conmigo. Y hoy encontré mi otra mitad. —No entiendo. —Tú tienes mi corazón, mi esperanza. Eres al dueña de lo que tanto había cuidado, y de lo que más hui.

—No puedo ser dueña de nada. Ni siquiera soy digna de ser amada. Te has negado a lanzar tu flecha. —No puedo lanzar algo que ya no tengo. Nadia asintió tratando de retirarse, de guardar lo poco que quedaba de ella. Incompleta y rota. Esa era la sensación. —No Nadia, no te puedes ir, no sin antes hacer algo por mí. —¿Más? Has tomado, ¿Qué más quieres? Cupido toco el lunar un momento. —Haz otra petición, pídeme lo que quieras menos que lance mi flecha sobre ti. Hazlo, no vaciles. La mujer sintió temblar su barbilla, y en una súplica dejó que su corazón hablara. —Ámame. Por primera vez desde que el mundo había sido mundo Eros sintió lagrimas llenar sus ojos, y asintió. Sonrió y la beso. —Eso sí puedo hacerlo. —La besó con desesperación—-Ya lo hago mi dulce esperanza. Ya lo hago mi bella Nadia. Desde que pise tu cafetería. —¿Me amas? —La joven respondió cada beso con la pasión que jamás había sentido, sólo con él. —Lo hago. —Y harás llover estrellas para mí. —Cada noche. —Cuidaras mi corazón, ¿jamás lo dañaras? —Eso lo hare, siempre lo hare. —Y ahuyentaras mis fantasmas. —Luchare contra ellos, y vestiré como Hidalgo en busca de su Dulcinea. Pero a cambio quiero una cosa. Nadia sonrió y asintió, esperando la petición. —Quiero que sonrías siempre, que dejes tu tristeza y creas en mí.

—Eso, puedo hacerlo.

DOS AÑOS DESPUÉS. —Mami —Una niña apenas daba sus pasitos. Nadia tomo a su pequeña en brazos mientras esperaba paciente a su esposo. Sabía que sensible era en ese día. La puerta del café se abrió dejando el paso a su marido. Un dios pelirrojo que furibundo se iba acercando. —¡Un niño en pañales! —gruñía, por sólo quejarse. Había descubierto hacía dos años que daba igual la forma en que lo vieran., Cupido era infalible incluso para el mismo.

FIN

Y Hasta Aquí Soy Mío Leticia Vázquez Dedicatoria: Para mamá: Qué mejor maestra del romance que tú. Y para todas aquellas quienes Cupido ha flechado. Para Abby: Eres la mejor. Besos, Lety.

Noruega, 1893. El hielo había congelado la cascada del acantilado, los aldeanos de Gásadalur se estaban resguardando de la peor tormenta de nieve que había caído en las Islas Feroe, prácticamente desde que sus tatarabuelos eran jóvenes. Cassidy envuelta en una capa vieja recogía los pocos troncos que encontraba para echarlos a la chimenea de su destartalada cabaña y evitar que su abuela Nayä empeorara de la tos que la aquejaba desde hacía dos meses. Con apenas seis troncos y poco más de cuatro ramas, levantaba los pies atascados en la nieve lo más rápido que podía, su largo cabello negro estaba moteado por copos y le impedía ver bien, no había luz de sol, sólo una claridad más allá de las montañas. En cuanto comenzó a subir por las rocas erosionadas se percató que un imponente navío se acercaba a esas tierras por un fiordo del lado este, procedente de Svolvær, eso la alteró. No era muy frecuente que recibieran visitas de las islas vecinas y menos aún que se aventuraran a ir con aquel clima. Las manos se le estaban entumiendo y sin darle muchas vueltas al asunto corrió a su hogar. —¡Nayä he traído la leña! —anunció una vez que echó el cerrojo a la puerta—¿A que no adivinas qué vi? Tiró los palos secos al fuego que en seguida los lamió hambriento y subiéndose la gorra entró al cuarto donde su abuela dormía. —Cassy no debiste haber ido—murmuró la anciana con voz queda mientras sostenía con manos temblorosas un pedazo de tela para cubrirse la boca. Su nieta, que veía como cada día la única mujer que la había criado desde que su madre murió al dar a luz se apagaba. Sin ella no tendría a nadie pero se negaba a pensar que pronto ya no estaría. —¿Y dejar que nos llegue el hielo al corazón abuela? ¡Jamás! —ese doble sentido a la mujer de avanzada edad no le pasó desapercibido. —Para tener solo dieciocho años eres muy valiente, mi niña. Cassy sonrió.

—Haré salmón en los fogones. Ya te traigo un poco. Antes de salir, se inclinó para darle un beso en la coronilla y salió con el rostro más lánguido desde que su padre murió cuando ella tenía ocho años. No había podido decirle a su abuela sobre el navío que vio para evitar preocuparla más, generalmente cuando un barco llegaba, significaba muerte y problemas. Tras muchas meneadas a la olla, Cassy dividió en dos cuencos el pescado cosido para poderlo comer. Después fue con su abuela. —Antes habías dicho que vistes algo—le recordó Nayä masticando con tranquilidad— ¿Qué era, mi niña? El bocado se le quedó atascado en la garganta a medio masticar, pero buscando una salida rápida sonrío. —Ha de haber sido una tontería abuela. Ya lo olvidé. —¿Segura Cassy? Que soy vieja pero no niña. Ella asintió cortando un trocito como si no pasara nada. —Que sí abuela, no te preocupes. Ya sabes cómo soy—y antes de que la sabia señora añadiera algo, su apresurada nieta le puso una manta encima para que no pasara frío y con beso en la mejilla se despidió de ella—. Descansa abuela. En la madrugada los habitantes de las Islas Feroe dormían plácidamente, pero quienes no lo eran, se dedicaban a pensar cómo llevar a cabo sus planes.

Ni los rayos del sol calentaban aquella mañana en ese poblado de apenas veinte casas dispersas en una colina blancuzca. Cassy había salido por más leña pero no había tenido éxito en la tarea. El viento era menos fuerte pero aún así, seguía siendo cuchillos filosos para la piel expuesta. La curiosidad le ganó y decidió bajar un poco para asegurarse que el barco no era producto de su imaginación. Pero no encontró nada. Estaba segura que la falta de alimento aún no le provocaba delirios y bajo otro poco. La nieve ocasionaba que lo hiciera demasiado lento para su gusto y cuando llego a tocar el agua congelada le pareció escuchar un ruido. Ella no se movió y todo quedó en silencio.

Otro ruido. —¿Hola?...Hooola —pasados unos minutos no tuvo respuesta, se acercó un poco y desubrió un boquete dentro de la roca pero no pudo ver más—. Seguro fui yo. Iba a empezar a escalar para irse cuando una flecha le rozó la oreja. Cassy gritó. —Alto ahí— una voz más helada que el propio hielo la dejó como estatua sin apenas respirar. Era un hombre, de eso no había duda como tampoco que su procedencia venía de fuera. El acento era muy peculiar. Iba a hablar pero el hombre no la dejó. —Su nombre. Ella titubeó. —Raffëi—respondió segura. Con ese nombre sólo la conocía su abuela y una vieja amiga que cada año veía a visitarla desde Tvøroyri. Cassidy estaba protegida. —¿A qué ha venido? —siguió él cada vez más cerca a la chica encapuchada que continuaba con el rostro hacia la nieve. Sin verlo. —Por leña. Moriremos si no hay fuego en las cabañas. Tras un silencio más que intranquilo, el hombre ordenó: —Dese la vuelta. Ella lo hizo, temblando de nervios y frio. Y casi salta del susto. En ese lugar sólo estaba ella, no había nadie más. Miro a un lado y a otro pero nada. —¡¿Acaso me estoy volviendo loca?! —Antes de que se congelara le dio un vistazo rápido al hueco que había entre la roca y subió lo más rápido que pudo sin saber, que un tenue rayo de luz le había iluminado el rostro justo cuando se había asomado y con ello, sus ojos de un azul casi turquesa cautivaron a otros que se hallaban escondidos en lo oscuro de la montaña. —Y hasta aquí soy mío—murmuró pasmada una voz que el frío del viento, se llevó.

—Has tardado mucho Cassy— Nayä estaba sentada en su cama a punto de ir a buscarla—¿Qué me oculta la preciosa de mi nieta? La chica estaba pálida y respiraba con dificultad. No podría seguir con la mentira. —Un navío arribó ayer por el fiordo que proviene de Svolvær. La anciana la miró pensativa. —¿Has visto como era el barco? Ella negó. —Había mucha nieve y la neblina no dejaba ver nada con claridad abuela. Pero hoy…— evitando mencionar su casi pérdida de oreja dijo—: Un hombre está escondido detrás de la cascada. Nayä resopló. —¿Raffëi Cassidy que haces yendo a buscar peligro? —¡Pero me dio curiosidad! No es normal eso aquí abuela. —Por eso mismo. Porque no es normal ni señal de buen augurio te prohíbo que vayas más allá de la explanada. —Lo siento—Cassy dio la vuelta y fue a su cuarto, un espacio de un metro por un metro donde sólo había un montón de trapos viejos fungiendo como cama y se acostó. No había comida, no había leña y tampoco pensaba acercarse a comprobar su locura o cordura (a cual más inquietante)… por lo menos hasta que amaneciera de nuevo. Nayä se sentía sin fuerzas, sabía que aquello que su nieta había creído ver podría ser el comienzo de otra guerra por territorios y no podía partir al otro mundo dejando sola a la que más que nieta, era su hija. —Eyra mi amor—se tocó la piedra que la madre de Cassy le había regalado cuando tenía diez años y desde ese entonces, llevaba atada al cuello. A punto de llorar, elevó una súplica—no me lleves sin dejar en buenas manos a tu niña.

—¡La sopa está riquísima!— Cassy y su abuela estaban sentadas frente al escaso fuego bebiendo un agua rala con sabor a zanahoria, papa con hierbas, pimienta y sal. —Cuando el hambre aprieta, hasta las piedras son buenas. Cassidy se rió. Su abuela era lo mejor de su vida, aunque los ojos se le iban continuamente a la casi extinguida chimenea. —Ni lo pienses. —¡Pero nos vamos a congelar llegada la noche! —Echaremos tela si es necesario. Pero tú de aquí no sales. —Entonces con qué nos tapamos. Es lo mismo Nayä. La anciana sabía que tenía razón. Pero afuera había peligro. —He dicho que no. Anda, métete a la cama. Su abuela dio la vuelta, ella también y la salita donde sólo había dos sillas y una parrilla, se quedó vacía. Dos horas después Nayä estaba profundamente dormida y el fuego se empezaba a quedar sin nada que devorar. Cassy buscó la capa y andando de puntitas salió a buscar madera. Al quitarle el cerrojo a la puerta se encontró con una pila de troncos cortados en pequeños trozos. —¿Y esto? —nunca, en sus casi diecinueve años de vida, nadie le había dejado un regalo como aquel. Levantó la vista y buscó huellas en la nieve, una pista que le dijera quién lo había hecho. No encontró más que a su vecino de tres casas arriba cargar un costal con pieles. Dejando los troncos donde estaban, fue hasta donde estaba él. —¡Krøn! ¡krøn! —el viejecito se volvió a mirarla—¿Has visto a alguien pasar por aquí? —¿Con este frio niña? Nadie sale—dicho esto se dio la vuelta. Cassidy algo preocupada, tomó la madera y no preguntó más.

Comenzó a hacer calor en la cabaña. Nayä despertó por un exceso de tos y por poco se infarta cuando miró a su alrededor. La casa estaba ardiendo. —¡Cassy! ¡CASSY! ¡Hija! —gritaba con desesperación para hacerse escuchar a pesar de lo débil que estaba. La nieta al tercer grito despertó y saltó al entender porqué su abuela la llamaba. El bullicio reinaba fuera, los aldeanos corrían de una lado a otro, los techos se estaban desplomando. El resto de las viviendas eran de roca sólida y no corrían ningún riesgo. —¡Abuela! ¡¿Estás bien?! —Salgamos antes que se caiga el techo. Ambas salieron agarradas. Afuera todo estaba ardiendo, era un caos hasta que un hombre trajeado y con ropas costosas caminó hasta los llorosos pobladores. —Buen día caballeros… señoras. Exijo que me entreguen a mi nieto. ¿Su nieto? el pensamiento de todas las personas fue unísono. El hombre al ver la cara de incomprensión comenzó a reír. Cassy se tensó. El acento era idéntico al de la voz del hombre que la había interceptado en la cueva de la cascada. —No sabemos de qué habla. —No conocemos a su nieto. —¿A qué ha venido? Un comentario tras otro iba surgiendo cuando varias flechas cruzaron el cielo grisáceo matando a dos hombres al instante. —Si no me dicen dónde está por la buena, lo harán por la mala. Una nueva oleada los atacó, esta vez, el pecho de Nayä fue el blanco de una. —¡Abuela! —la anciana se dejó caer en la nieve—¡Abuela no! —Ahora ella cuidará de ti, lucecita— y tras decir esto, dejó de respirar. —¡Abre los ojos! ¡Abre los ojos! El hombre de piezas caras se acercó a ella viendo como lloraba. —Te hice un favor. Era una carga. Al oír esto, Cassidy le arrancó la flecha que su abuela tenía en el pecho, un borbotón de sangre salió y sin tiempo que perder, se lo clavo al hombre en el estómago. Y echó a correr.

Ya no tenía nada que la atara a su vieja cabaña, todo se había muerto cuando su abuela murió. Estaba sola. A medio correr volteó y se alegró al ver que los vecinos habían terminado su trabajo. También vio como su pueblo se enfrentaba con unos hombres para evitar que la alcanzaran. Las piernas le temblaban, le faltaba el aire pero no paró. Corrió hasta llegar al hueco que había tras la cascada congelada. Los acantilados eran peligrosos y no alcanzaría a bajar hasta allá. Entró sin pararse a comprobar si aún la seguían. Una vez se permitió respirar, se llevó un susto de muerte. Alguien le había tapado la boca por detrás y en el interior de la cueva había ropa, fuego y pescado. —Shhh. No grites. Ella negó con la cabeza. —Cuando te suelte vas a estar quieta ¿de acuerdo? Ella asintió pero no iba a estar callada ni quieta. La mano dejó de estar sobre su boca y en un movimiento seco arrinconó al hombre contra la pared…y dejó de respirar. Ante ella tenía lo más hermoso que había visto. Un hombre con los ojos café como las montañas rocosas en meses de lluvia, de cabello ondulado que le caía hasta los hombros y fuerte. Como un leñador. Él estaba hechizado, la recordaba bonita pero su mente no le hacía justicia en lo más mínimo. Un paso, y ahora era ella quien estaba arrinconada. —¿Me retas? ¿O sólo quieres parecer fuerte? —Suel-te-me. Él sonrío. —Ya sabes la respuesta. Sacó una cinta de su bota y le ató las manos con rapidez. —Perfecto—dijo él muy sonriente. Indignante—pensó ella molesta. Cassy iba a contestar pero se contuvo. No sabía qué clase de hombre era aquel, aunque lo había reconocido como la voz misteriosa que la había interrogado y…algo le cuadró.

—¡Ustedes mataron a mi abuela! Me lanzaste una flecha el día que me acorralaste contra la nieve ¡como ahora una la ha matado! ¡¿Porqué?! No tenemos a su nieto. Tienes que dejarme ir. Y de sus ojos azulados brotó agua. Él la entendió. —¿Han llegado? Cassy dejó de llorar y lo miró. —Han llegado —volvió a repetir cada vez más asustado. Ya no tenía duda que lo habían encontrado. —¿Quiénes? —¡Estoy harto de esto! ¡No pienso volver al reino! —Ni dejarte desprotegida, pensó para sí. Al ver que ella estaba confusa aclaró: —Son Inan, el nieto al que buscan. Cassy sintió un desmayo. Aquel no parecía estar retenido en contra de su voluntad. Sino todo lo contrario. —Pero… —Mi tío abuelo es un ser despreciable. Desearía que estuviera muerto para que… Ella lo interrumpió. —Su deseo ha sido concedido. Tiene suerte, my lord. Inan parpadeó. —¿Cómo? —Le he clavado una flecha en el estómago. Ellos mataron a mi abuela. Era lo único que tenía en la vida. Ahora está en el otro mundo. —¿Tú lo has hecho, Raffëi? —Y lo volvería a hacer—afirmó segura levantando el mentón—. Por supuesto que sí. —Preciosa y valiente. Sjöfn, nunca te equivocas. —Dime Cassidy. Y desátame las manos. Él rápidamente lo hizo. Saber que John estaba muerto, lo llenaba de tranquilidad. —¿De dónde eres Inan? Tus hombres y tú no parecen de estas tierras. El acento los delata.

Inan sonrío. —Mi hogar está—pensando en la mujer de los ojos como el cielo, corrigió— estaba en Inglaterra y ellos no son mis hombres. Son la guardia del castillo. —¿También lo has perdido todo? Él negó esbozando una sonrisa. —Más bien, ahora lo he encontrado. Aquella tarde fuera de la cueva el tiempo parecía haberse estancado. La poca gente que quedó después del atentado, hacía todo lo posible por volver a construir una casa. La nieve había dejado de caer y pronto se derretiría mientras que al mismo tiempo, detrás de la cascada petrificada, dos corazones eran quienes se estaban derritiendo.

—¿Dónde irás si encuentras tu hogar destruido? —Inan deseaba interesarse en todo lo referente a la menuda mujer de cabellos negros y ojos azules, necesitaba protegerla, pero Cassidy se sentía lo bastante triste como para ponerse a pensar porqué él la miraba así. —No lo sé. Ya pensaré en una opción. —Puedes venir conmigo. Aquello la tomó desprevenida ¿Irse con él? ¿A dónde? —Este es mi sitio. Dicho esto, se dio la vuelta para dormir, caminó hasta el extremo de la cueva y cubriéndose con la capa hasta donde pudo, cerró los ojos. —My lady, si no se acerca al fuego, morirá congelada. —Gracias pero prefiero este lugar, my lord. El mencionado sonrío. Después de un rato en el que Cassy se hizo la dormida y él fingía tranquilidad, un ruido procedente de afuera hizo que ambos se pusieran alerta. Ella no se movió pero Inan salió para ver que ocurría, con toda la sutileza que le permitía moverse dentro de un espacio lleno de protuberancias.

A lo alto de la cascada, donde se iniciaba la colina, dos hombres intentaban bajar hacia donde ellos estaban pero la nieve los detenía y al parecer, no sabían muy bien cómo hacerlo. Qué fácil me lo han puesto—pensó Inan sacando el arco cuando dos flechas ya los habían matado. Él se volvió asombrado y la encontró apoyada sobre la roca. —Te tardaste. Incrédulo la miró mientras que de reojo captó que uno de los hombres apuntaba hacia ella. —¡Muévete Cassy! —gritó al mismo tiempo que soltaba la flecha. El hombre calló y ella también. Le habían dado en el muslo. Sin tiempo que perder, fue hasta ella para cargarla y meterla dentro. Una vez que la tuvo junto al fuego, cortó un pedazo de tela, la amordazó y le retiró la punta. —¡Deja que me muera! ¡Ya no me toques! —el dolor era insoportable. Sólo quería cerrar los ojos y recordarse en su vieja cabaña con Nayä a su lado. No pedía más. —Jamás dejaré morir a quien quiero. No tienes opción my lady. Aguanta un poco más. Una vez que terminó de curarle la herida con hielo descongelado y trapos semi limpios, la acomodó en su pecho para dormirla. —No soy un bebé, my lord. Pero desgraciadamente no puedo moverme. —Por supuesto que no lo eres my lady, y para mi suerte, tienes toda la razón. Estar curándole la herida había sido la cosa más dolorosa para ambos. Inan por su parte había tenido que reprimir las ganas de tocar la piel que dejó al descubierto tan blanca como el paisaje que los rodeaba y Cassy, no sabía si le dolía más cuando un chorro de agua helada le limpiaba la sangre, o no sentir sus manos en contacto con ella. —Gracias Inan—susurró alejándose de él o lo siguiente que haría sería besarlo—. Ya me has ayudado bastante. —No me las des, my lady. Esto ha tenido sus ventajas. Cassy sonrió, era verdad. A pesar de haber deseado la muerte, se hallaba mejor que muchas veces en su vida. —Hemos de partir mañana temprano. No podemos quedarnos aquí más tiempo. Pueden encontrarnos y no pienso volver con ellos como tampoco irme sin ti. El corazón le aleteó. ¿Había escuchado bien?

—¿Qué dijiste Inan? Yo no puedo andar. Voy a ser una carga. — My lady nunca serás una carga. El fuego dentro de aquella cueva no sólo era físico, Cassy se sentía al desmayo en el instante que la besó. Inan de no ser porque la tenía pegada a él, juraría que estaba soñando. —Mi abuela decía que me quedaría sin aire el día que encontrara a mi compañera— murmuró él acomodándole un mechón de pelo—Y hoy me ha pasado eso. —Nunca me dejes Inan. Nunca lo hagas.

El fango que al época de lluvias dejaba en el puerto de Reine servía para que los niños jugaran todos el día. Tras lo ocurrido en Gásadalur, ambos se habían mudado hasta esa aldea portuaria donde el sol se reflejaba en las montañeras como espejo. Mientras que en sus laderas, el sol de media noche hacía juego de luces entre las hojas de los árboles. En los dos años que llevaban viviendo juntos, les habían llegado noticias sobre un navío inglés que partió poco después de una pérdida valiosa. —¿Nunca has pensado en volver a tu casa? —preguntó Cassidy caminando entre las ramas mientras recogía su cabello en una despeinada trenza. —Jamás. En los años que estuve al cargo de mi abuelo sólo pensaba en escapar para nunca más volver. —Lamento el accidente de tus padres en las aguas de estas tierras. Debió ser muy feo vivir con ese señor. Él la abrazó. —Más lamento yo haberles causado esa desgracia a tu pueblo. Pero no tenía otra salida. Ella sonrió encantada. Si eso no hubiera pasado, ellos no estarían juntos. —Ya nada de eso importa ahora…Por cierto ¿has pensado en cómo llamarás a tu hijo? Porque estoy segura que será un niño. Inan extendió una amplia sonrisa. Cassy pronto tendría a su bebé. Sólo le faltaban dos lunas nuevas más y el pequeño nacería.

—No tengo pensado nada. Kaysa si es una niña. —Pureza. Me gusta ese nombre, pero sigo pensando que será niño. —Odin es perfecto—sonrió tocándole el vientre a su mujer. —¿Nombre de nuestro Dios principal? Inan asintió. —Muy convincente. Las libélulas revoloteaban a su alrededor. Brillantes como el mismo sol en diminutas porciones. En el bosque se oía ulular a los búhos, el sonido de riachuelos y un poco más allá, la música de la danza. Llegados a un punto donde todo a su alrededor era brillo dorado de aquellos diminutos animalitos, Inan la besó. —My lady, soy todo suyo. —My lord, tiene usted mi corazón.

FIN

Dos almas, un sólo corazón Abby Mujica “—Los hijos son fruto del amor entre dos personas, por eso tanto la madre como los padre los aman hasta el último día de sus vidas —digo mientras abrazo a mi esposa—. Te amo tanto, Nathalia. Gracias por darme esto —y beso su vientre”. Dedicatoria: Dedico esto a todas las personas que me dan una oportunidad y confían en mí. ¡Gracias! A mi princesa Abril Simoné: Por demostrarme cada día que el amor existe. Para mi Lety Vázquez: Eres mi hermana encontrada, ¡te quiero mexicana! Y para mi Karen Acuña: Eres grandiosa mi Karen, ¡te quiero un montón, gracias por todo. Abby.

13/02/10 Un día antes de San Valentín Miro a Brian desde la cama y trato de no fruncir el ceño. Falta un día para San Valentín y yo estoy como una foca. ¡Qué voy hacer!, mi hombre está para comérselo y yo estoy como un balón de fútbol, me empujan y ruedo. Despacio va acercándose a mí y me besa los labios. Siempre me alegro en secreto al saber que le sigo gustando, y que le sigo poniendo también. <> me reprendo mentalmente. —Estás tan linda, Baby. Sólo queda un mes para que nuestra pequeña nazca y yo no puedo estar más feliz. Te amo, mi amor. Eres lo mejor que me ha dado la vida. Ahora soy yo quien lo besa con más intensidad. Adrián, nuestro pequeño rubiecito con ojos azules está en la sala con Miguel, Nicole, Helen y Lucía. Yo he venido a la habitación a colocarme ropa más presentable y Brian me ha seguido hasta aquí. Él me devuelve el beso igual de intenso y me empuja hasta que caigo de espalda y siento que él está mí. Oh, no. No puedo tener sexo sabiendo que hay un gentío afuera. —Mr. Millord por favor, yo… Sabes que si vamos más allá no podré controlarme y nuestro hijo y familiares están allí afuera no creo que… Me calla colocando mis manos en su erección; ¡madre santa! ¿Y haciendo eso quiere que me quede tranquila? ¡Imposible! Está como loco. En contra de mi voluntad retiro mi mano de allí y cierro los ojos, respirando profundamente. ¡Contrólate, Nathalia! ¿Qué pensarían los demás si oyeran…? Lo miro a los ojos pidiéndole disculpas y diciéndole que tenemos que salir, sin embargo el me promete que en la noche continuará con nuestro juego. Me muerdo el labio para no gritar, sé que no puede esperar.

Se levanta con cuidado, rozando mi entre pierna a propósito y tengo que contener el aliento. Seguidamente camina hacia el clóset saca un vestido color beige de allí y me lo pasa. Le miro desconcertada, no quiero usar un vestido estando cerca de él. Sin ganas me lo pongo y luego busco unas licras del mismo color para acompañarlo, de reojo veo cómo enarca una ceja pero no le hago caso. Me peino el cabello y listo, ¡a salir del cuarto! Nicole nos ve llegar a la sala nos guiña un ojo y yo le saco la lengua. Sé lo que sospecha, pero eso no es verdad. Veo que Adrián está coloreando y rápidamente me uno a él. Sonríe al verme, corre a mi lado me abraza y besa mi vientre. —Hola, mami; hola hermanita —me derrito ante tanta dulzura. Mi rubito siempre es así de lindo y está encantado con Sara. Siempre le canta, le hace un dibujo y le compra algo nuevo. Recuerdo que la primera vez que Adrián se enteró que tendría una hermanita yo estaba en Venezuela, pero Nicole siempre me decía que mi niño como loco quería comprarle algo. —Hola, mi amor. ¿Qué dibujas? Adrián rápidamente me tiende su obra y me quedo impactada al verla. Estamos Brian, él, Sara y yo. En mis ojos aparecen lágrimas de felicidad, nunca deja de sorprenderme y de tener esos lindos detalles conmigo y con su hermanita. —Mami, no llores. Lo hice especialmente para ti. Le hice uno igual a papi para que lo ponga en su oficina y le hice uno a Sara, lo quiero colocar en su cuarto. —Son lágrimas de felicidad, mi niño. Muchas gracias, te quedó hermoso. ¿Vas a ser pintor de grande? —se queda pensando un momento en la respuesta y le beso la frente—. Ya me dirás luego, en un par den años. Por ahora, vamos a colocar esto en el cuarto de tu hermana. Seguro que la primera vez que lo vea le va encantar. Mi rubito sonríe mientras empieza otro dibujo. ¡Dios, no para! La maestra me dice que cuando ha terminado los deberes empieza a colorear o a dibujar cualquier cosa. También sigue gustándole el fútbol. Cada vez que compite a Brian se le colocan los ojos en forma de corazón y cuando gana aún más. A Adrián le encanta que su papá sea su entrenador, se divierte mucho con él. En una semana tiene una competencia con el equipo del Barcelona, y Brian le dice que tiene que ganarles. A mí personalmente me importa poco si pierde o si gana —claro que cuando gana me pongo muy feliz—, pero siempre le digo que se divierta y que de lo mejor de sí. Nicole y Helen me hacen una ademán para que vaya a la cocina con ellas; me levanto con cuidado con ayuda de Miguel y me encamino hasta donde están mis amigas. Al verlas, me halan suavemente del brazo y me miran pícaras. —¿Brian y tú han hecho algo en el cuarto? Me pongo colorada al oírlas y luego con la cabeza. No hemos hecho nada, sólo un par de besos. Pero eso no se los diré. —No hemos hecho nada, malpensadas. Tardamos mucho porque yo no sabía qué ponerme. Con este cuerpo de balón que tengo nada me entra —digo excusándome. Cosa que no es total mentira. Nicole no dice nada, pero Helen rápidamente me alienta. Mi española-venezolana, cómo la quiero.

—No digas eso ni en broma, Nathy. Te ves preciosa, claro que tuviste que subir un poco de peso por la pequeñaja que llevas dentro, pero sigues teniendo un cuerpo divino; si no fuera así, Brian no se la pasaría mirándote y comiéndote con la mirada, y siempre lo hace. Ese tío siempre quiere estar encima de ti —me río porque es inevitable no hacerlo. Para loca ella, pero tiene razón—. Venga, es verdad. No me lo niegues, y tú estás encantada con eso, lo sé. No es para menos, ojalá yo pueda encontrar a alguien tan guapo con Brian. —¡Pues ve a los partidos y liga con un jugador! —grita Miguel levantando la cerveza y Helen se carcajea—. Nunca vas, siempre dices que tienes que hacer muchas cosas, para la próxima deja de poner tanto pero, ve y liga con un tío que esté bueno. Todos en la sala nos carcajeamos mientras Adrián nos mira desconcertado. Pobre, no sabe de lo que estamos hablando y eso lo frustrará mucho. Frunce su pequeño ceño y masculla entre dientes: —Están todos locos, no entiendo de qué hablan. Al oírlo nos reímos más y rápidamente nos fulmina con la mirada; pobre es inevitable reírse de él, pero sigue siendo de muy mal gusto. Nos da una última mirada y sigue coloreando. Todos tratamos de contener una risita, algo que resulta imposible pero al fin y al cabo lo logramos. Helen empieza a sacar los famosos cupcakes de Nicole del horno y enseguida Adrián gira su cabeza hacia la cocina y sus ojos se iluminan. Ama los cupcakes de su tía Nick, y siempre que ella los prepara, él acaba con las bandejas. Mi amiga y hermana al verlo le mira sonriente y luego le dice: —Espera Adriancito, que tengo que esperar que se enfríen para decorarlos, y después que yo los decore tú los podrás devorar todos. —Ay tita, ¿por qué los decoras? A mí no me importa que esté solo el ponqué. Es que son tan ricos que se me hace la boca agua con solo imaginar su sabor. —Lo sé, lo sé glotón, pero tengo que decorarlos para que se vean súper bonitos. Además, mañana es San Valentín y lo vamos a empezar a festejar hoy decorando mis cupcakes con corazones y merengue rojo. Al imaginar aquel postre como lo pinta mi amiga se me hace la boca agua y creo que me dará un ataque. ¡Lo quiero! ¡Y lo quiero ya! Creo que Sara Elizabeth será como su hermano, glotona a más no poder. ¿Qué digo? Le encanta el chocolate, las frutas, las hamburguesas, pizza y bastante gaseosas. Ya dije que me tiene como un balón, un empujón y ruedo por toda la casa, aunque mi ginecóloga y la matrona dijeron que mi peso es el ideal aunque está un poco bajo, pero no me lo creo. Cada vez que puedo hago yoga con Helen y es divertido, además de que me ayuda a mantenerme en forma, me relajo mucho. Brian me mira sonriente y me tiende un vasito lleno de merengue y mis ojos se iluminan; inmediatamente unto un poco de esa deliciosa crema en mi dedo y éste va a mi boca. ¡Siento que estoy en el cielo! Delicioso. Repito el proceso varias veces hasta que el vaso se encuentra vacío y me doy cuenta de que todos están mirándome, incluso Adrián. —Las mujeres embarazadas y sus antojos —dice Miguel giñándome el ojo. Diosss, qué vergüenza. <<Sara por favor, controla un poco tu apetito que estás haciendo que mami

parezca una mujer que no ha comido en todas su vida>>, le digo a mi hija en mi mente. Mi conciencia me reprende por eso y después termino mascullando con dientes apretados: “Eres tan boba, Nathalia. `Regañando` a tu hija por algo que estás haciendo solita, das pena por el amor a Dior”. Sonrío a todos mientras voy al fregadero y lavo lo que ensucié. Nota mental: Nada de merengue hasta que los cupcakes estén listos. Brian se me acerca por detrás y me besa el cuello, yo trato de ignorarlo porque estamos con muchos espectadores, pero sé que a mi marido no le importa. Lo conozco muy bien y quiere que continuemos lo que pasó en el cuarto, pero yo no puedo. Una sola vez tuve sexo con él y mi familia estaba detrás de la puerta. Me fue imposible esa ocasión amortiguar los gritos de placer y por poco nos pillan, así que prometí que jamás lo volvería hacer. —Brian, por favor. Todo el mundo sigue aquí y ambos sabemos que no se irán pronto así que compórtate. Eugenia llegará más tarde para salir con nosotros y se quedará aquí todo el fin de semana, no tenemos ninguna clase de oportunidad para hacer lo que los dos queremos. No pienso tener sexo contigo sabiendo que tu mamá está durmiendo en la habitación de al lado. Sólo será hoy y mañana, así que tendremos que abstenernos un poco. Yo también quiero tenerte pero... —Mierda, no recordaba de que tenemos que ir a buscar a mi madre al aeropuerto — masculla mientras me interrumpe. Yo también lo hubiera olvidado, pero me prometí mantener la cordura y recordar las cosas—. Te quiero tener encima de mí, Baby. Me siento como un drogadicto cuando le privan de lo que más quiere. Y ahora, todos los aquí presentes me están privando de ti, quitándome la oportunidad de hacerte mía y demostrarte cuanto te amo. Lo que hiciste con el merengue casi me causa un orgasmo, parecías una diosa. Tuve que cubrirle los ojos al estúpido de Miguel para que no te viera, y menos mal que Adrián estaba bastante distraído en ese momento que no alcanzó a verte. Mis mejillas se tiñeron de rojo y sólo me limito a asentir. Sé lo que está haciendo Brian y trataré de no caer en su juego. No es justo, yo también lo quiero y no lo puedo tener. Esto es injusto para los dos, pero es lo que toca. Además, cada vez que viene mi suegra Eugenia la casa se llena de risas y colores, es una mujer extraordinaria. Y a Adrián le encanta tenerla como abuela. Recuerdo la primera vez que la vio, todo fue hermoso. (Comienzo del flashback) “Adrián, Brian y yo estamos en Tommy Mel's degustando unas deliciosas hamburguesas. Es la primera vez que traemos al rubito y mi niño está encantado. Sólo le ha dado un bocado a su grasienta comida y dice que es la mejor hamburguesa que ha probado en su vida. Lo entiendo, recuerdo la primera vez que Brian me trajo a este lugar, ese día hablamos de muchas cosas y me contó que era la primera vez que entraba allí con alguien que no fuera sus padres. Ese día me divertí mucho y hoy será lo mismo. Nuestro Adrián no para de hablar diciéndonos cómo le fue en el entrenamiento y contándonos de que tendrá su primer juego en un par de semanas. Se le nota alegre y sé que está disfrutando cada momento que vivimos aquí en España, ahora tiene un padre, una hermanita en camino y una nueva abuelita que conocerá en un par de minutos. Es la primera vez que voy a ver a mi

suegra, Eugenia Martín de Morgan y mis nervios están a mil. Todo el mundo me cuenta de que es un sol y que se muere por conocerme. Amanda —la esposa de Nicolás amigo y casi hermano de Brian—, me contó que en cuanto la señora supo que su hijo me conoció se puso loca de contenta y quiso viajar a Madrid ese mismo día, pero ellos se lo impidieron diciendo que más adelante me conocerían y ese día ha llegado. Anoche Brian me contó varias historias de cuando él estaba más joven y la señora Eugenia era la heroína en todas. Estuve encantada de escucharlas, y deseo de que en un futuro mi pequeña Sara Elizabeth pueda contar historias similares sobre mí. Oigo la puerta de Tommy Mel's abrirse y enseguida me vuelvo hacia el lugar. Observo a la señora que va entrando, muy parecida a Brian con los mismos ojos y casi el mismo tono de piel, lleva el cabello suelto y una gran sonrisa en el rostro. Al ver hacia nuestra mesa casi corre y de inmediato todos nos levantamos para saludarla. Mi rubito de ojos azules es el primero en acercársele y darle un beso y un abrazo. Me derrito al ver la escena, mi niño es tan atento que a veces pienso que la maleducada soy yo; Brian al ver a su madre también le proporciona un abrazo fuerte y le pregunta cómo está. La voz de la señora Eugenia es dulce casi como el susurro de viento en la mañana, oigo un poco la conversación y sigo sin decir nada parada como una estatua. Qué pena, pensará que no tengo modeles. Carraspeo un poco y comienzo a decir: —Usted debe ser la señora Morgan, la mamá de Brian. Un placer, yo soy Nathalia Bohavista. Estoy muy feliz de que esté aquí con nosotros —ella inmediatamente me abraza, me da un beso en la mejilla y besa también mi vientre. Oh, por Dios. Brian le dijo que esperamos un bebé, no pensé que ella lo sabía. —Ay, pero que linda. Y por favor llámame Eugenia, desde ahora somos familia y no me gusta que traten de usted. Gracias por hacer que mi muchacho abriera los ojos y sentara cabeza. Te voy a deber eso toda mi vida. Oigo como Brian resopla y me apresuro a decir. —No se preocupe Eugenia, la que está encanta con él soy yo. Siéntese, como no había llegado nosotros ordenamos, espero que no le importe. Adrián tenía un poco de hambre. Brian le ha pedido un té —tiendo la bebida que aún se encuentra caliente y trato de calmar mis nervios con un éxito que no esperaba. —Muchas gracias Nathalia, tienes un hijo precioso. Y también un lindo nombre. Mi niño, al oír a la señora, sonríe de oreja a oreja y la vuelve a abrazar. Yo lo reprendo suavemente diciéndole que por favor deje a la mamá de Brian tomarse el té con un poco de calma porque ella acaba de llegar de un viaje. —No lo regañes, yo estoy encantada con él. Ya Brian me contó que lo adoptaron y que él era tu sobrino, que buena decisión tomaron —y el peso de mis hombros se cae. ¿Puedo tener un prometido más increíble? No. Mi hombre pensó en todo y agradezco eso. —Mami, ella mi abuelita ¿verdad? —la señora asiente—, y como me dijo la abuela Pastora un día, a las abuelitas hay que darles besos y abrazos, y nunca hacerlas enfadar. Sonrío y me vuelvo a donde está Brian, la felicidad se nota en sus ojos y sé que le gustó el comentario de Adrián. Esa tarde charlamos mucho, muchísimo y ponemos a

Eugenia a la corriente de muchas cosas. Yo estoy feliz con todo. Mi vida ahora no puede ser más perfecta, y tengo a una familia extraordinaria”. (Fin del flashback) Las voces de Brian, Nicole y Helen me traen devuelta a la realidad. Sonrío al verlos, por un momento mi mente se perdió en el recuerdo de tiempos extraordinarios. —¿Hola? Llamando a la tierra de Nathalia, ¿será que puedes devolverme a mi amiga un momento, por favor? —dice Nicole intentando no zarandearme. Me vuelvo hacia ella y le saco la lengua. —Graciosa, no existe ninguna “tierra de Nathalia”. Estoy justo aquí, a tu lado. —Pues pareciera que sí existiera, tontita. Estuviste ida por un par de minutos. Puede que tu cuerpo esté aquí, pero tu mente está en la “tierra de Nathalia”. Me río. Esa loca inventa cualquier cosa. —¿En qué estaba pensando? —pregunta Brian acercándose a mí. Veo que estaba un poco preocupado, pero sólo estaba pensando algo. —En la primera vez que Adrián y yo conocimos a tu madre. Ese fue un buen día, y debo admitir que recordando las hamburguesas de Tommy Mel's. —No sé si decir que estás muy glotona o es Sarita la que te pone así. Parecías en otro planeta, Baby. —Es Nathalia la glotona —demanda Helen riéndose—. No culpemos a la pobre criaturita que ella no tiene culpa de que a su madre se le antoje cualquier cosa. —¡Helen Yaraima! Por favor no seas pasada. Es culpa de Sara y culpa mía, las dos somos unas glotonas. ¿Estás feliz? —le pregunto un poco molesta. ¡Odio que todas las personas digan que porque estoy embarazada soy una glotona! ¡NO ES VERDAD! —Ay, Nath por favor no te pongas así lo dije fue por bromear. No te pongas pesadita. Sabes que Manu tampoco quiso decir eso el otro día y tú te enfadaste un poco con ella. Entiendo que no sean las clases de bromas que te gusten, y que a veces nos pasamos con ellas, pero por favor no te enojes. Llama a Manu y a Adriana, invítalas a venir que sé que estarán encantadas de hacerlo. Abrazo a mi española-venezolana mientras las lágrimas ruedan por mis ojos. ¡Malditas hormonas que siempre arruinan todo y digo las cosas sin pensar! Lloro como una magdalena mientras Helen, Nicole y Lucía me abrazan fuertemente diciendo que ella entiende que a veces se me salgan ese tipo de cosas y que no hay ningún problema. Pero no importa lo que digan, lloro y lloro porque no lo puedo evitar. —Venga Nathy, arriba el ánimo que nosotras te queremos mucho —dice Luchi limpiándome las lágrimas—. Hay que ponerse guapa para empezar este gran día. Solo falta un mes para que nazca la pequeña Sara y todos estamos muy felices por eso. Deja que yo llamo a Manu y a Adriana para que vengan, y no digas que deben estar enojadas contigo porque yo hablé con ellas esta mañana y no lo están. —¡Sois unos soles! ¡Cómo las quiero! Nick, dime que ya se enfriaron los cupcakes y soy la mujer más feliz del mundo.

—Se enfriaron cuando tú estabas en la “tierra de Nathalia”. Ahora Helen los decorará conmigo porque sé que si tú lo haces nadie comerá la primera ronda de cupcakes. Todos los presentes se ríen incluyéndome y abrazo por último vez a mis amigas. ¡Qué haría yo sin ellas! Estaría perdida después de todo. Brian me hace un ademán para que lo siga y camino detrás de él hasta las terraza de nuestro pent-house. Y la sorpresa que me llevo es tremenda, hay una mesa con orquídeas y con tres cupcakes en forma de corazón, y además un radio apagado. Lo miro sonriente, amo los detalles que tiene conmigo, me hace sentir especial. —Sé que el día de los enamorados es mañana, pero yo quiero empezar a festejarlo contigo hoy. Gracias por darme cada instante que vivimos juntos, Baby. Nicole me hizo estos cupcakes muy tempranito y como sé que te gustan muchos, pedí que hiciera tres. Ahora siéntate y escucha una canción que he buscado especialmente para ti. Rápidamente oigo a Guaco, mi banda favorita, inundar el lugar con su “Eres más”. Eres más que un día de sol, que todo el amo. No hay noche sin tu estrella, ni mirada que se encienda sin tu respiración. Sin ti ya no se me vuelvo a caer lo doy todo si te quedas, solo dime con que sueñas y te lo cumpliré... Sé que mi alma se me va si tú no está, no me queda fuerza adentro que me haga respirar congelemos en el tiempo esta oportunidad y vivamos un eterno suspirar... Estoy ciego, sordo y mudo sin tu amor. Ya no sé si existe alguien viendo a mí alrededor, quiero que estés a mi lado justo en cada despertar, dime que era un sueño y que puede pasar... Tarareo la canción pero al fin y al cabo termino cantándola de verdad. Me encanta y es una favorita. Amo cuando Brian se toma el tiempo de hacer estas cosas. Le miro y lo beso tiernamente. Después le doy un mordisco al primer cupcake pidiendo otra canción. La cara de mi esposo expresa sorpresa y sus dedos tiemblan un poco. ¡Lo he agarrado desprevenido! Seguro que no pensó que pediría otra. —Bueno, hay una canción que me recomendó Helen, pero no sé si te gustará… Sin más preámbulos suena Yo no sé mañana. Recuerdo que esa canción sonó la primera vez que fui a un club con él. Pero Brian no se debe recordar. Yo no sé si tú, no sé si yo seguiremos siendo como hoy. No sé si después de amanecer vamos a sentir la misma sed, para qué pensar y suponer, no preguntes cosas que no se yo no sé… No sé dónde vamos a parar, eso ya la piel nos lo dirá.

Para que jurar y prometer algo que no está en nuestro poder, yo no sé lo que es eterno no me pidas algo que es del tiempo. —Yo no sé mañana, yo no sé mañana si estaremos juntos, si se acaba el mundo. Yo no sé si soy para ti, si serás para mí; si llegamos a amar o a odiarnos. Yo sé mañana, quién va a estar aquí. —completo yo. Mi marido me sonríe y me besa la coronilla. —Tienes una voz angelical, Baby. Me encanta cada vez que cantas. —No digas mentiras, canto fatal. Dime la verdad, no me voy a disgustar contigo. Nicole me lo ha dicho un montón de veces. —De verdad. Me gustó mucho que cantaras esa canción, sonó en el V.I.P, ¿recuerdas? —suspiro al saber que él recuerda. Gracias a Dios. —Claro, cómo olvidarlo. Me lo pasé genial aquella noche. —Lo pasarás genial esta madrugada…. 14/02/10 Día de San Valentín-4:00am —Venga Baby, despierta por favor —me susurra Brian al oído. Yo me quejo porque no quiero levantarme. Sara aún quiere dormir y yo también. —Dios, Brian tengo sueño, estoy cansada. Nos acostamos a las dos de la madrugada charlando con nuestros invitados. ¿Qué horas es? —Las cuatro de la madrugada, te dije que la pasarías genial a esta hora. Ahora levanta tu sexy trasero y dame lo que quiero. Abro los ojos y veo que está desnudo y encima de mí. Toca mis senos y mi entrepierna y yo con un poco de entusiasmo le sigo el juego. Nos besamos con pasión hasta que estamos jadeando. Uf, cuanto disfruto esto. Y entonces antes de entrar en mí, me susurra con voz ronca: —Feliz primer San Valentín, Baby…

FIN

Secuestro Samy S. Lynn Dedicatoria: Dedicado a Frank el hombre que me robo el corazón hace trece años y el cual me dio tres preciosos hijos TQM

Capítulo I “¿Qué me había pasado? ¿Dónde estaba?” Pensé a la vez que intentaba moverme. Estaba tumbada sobre una superficie dura con los ojos tapados, atada de pies y manos. Mis piernas abiertas junto a la desnudez de mi cuerpo dejaban ver todas mis vergüenzas. “¿Qué era lo último que recordaba?” Lo único que podía recordar, eran aquellos ojos verdes que me habían cautivado. —Buenos días, bella durmiente —era una voz sensual y estaba en un punto muy cercano a mí—. Me alegra ver que ya has despertado, así podre hacerte sentir, disfrutar y soñar. —¿Quién eres? —pregunté armándome de valor. —Un sueño, el mejor de ellos —respondió y me di que estaba mucho más cerca que antes. Sus caricias no tardaron en llegar, pero lo que me rozaba los pechos no eran sus dedos era algo más suave como una pluma. Los recorría bajando hacia mi estómago, no pasaba de ahí, cuando llegaba a la frontera con mi monte de venus volvía a subir. La traición de mi cuerpo era palpable, estaba excitada, recordaba muy bien a quien pertenecía esa voz; era el hombre del accidente… Ojos verdes, espalda ancha, pelo con unos cuatro dedos de longitud, ondulado que no rizado, oscuro y despeinado. Mediría uno noventa aproximadamente, sus labios carnosos clamaban besos y sus fuertes brazos prometían protección. “¿Cómo había llegado a esa situación?” Un mordisco en mi pecho hizo que saliera de mis pensamientos. —¿Sigues aquí? —¿Co...Cómo he llegado hasta aquí? —Te desmayaste sobre mí y no pude evitar traerte a mi castillo. Noté como sonreía sobre mi pecho. Su cálido aliento y sus manos acariciando mi piel me desconcertaban. Mi cuerpo pedía más, mi corazón palpitaba cada vez más deprisa y mi mente decía que eso no estaba bien. Al final, mi cuerpo ganó la batalla y se ofreció a él. Mi sexo se humedeció respondiendo a sus caricias, mis pezones se endurecieron respondiendo a sus labios y mi respiración aumento haciendo notable mi excitación.

—¿Te gusta pequeña? —Mmmm… —Tomaré eso como una respuesta afirmativa. Sus besos se volvieron más agresivos, su lengua penetró en mi boca, dejándome desarmada. Deseaba tocarlo, coger su cabeza y obligarlo a no parar. Su lengua bajo por mi cuello con una suavidad que me hacia estremecer. Rozaba cada rincón de mi cuerpo, bajaba tan despacio que era desesperante, necesitaba más, quería mucho más. Por fin llegó a mi monte de venus haciendo que mi cuerpo vibrara con el roce de su aliento. Lamió y mordió mi clítoris, provocándome, excitándome hasta puntos insospechados y, justamente cuando estaba a punto de llegar se apartó de mí, retiró la venda de mis ojos, soltó las cuerdas y se fue hasta la pared de enfrente. Me levanté buscándolo con la mirada, ¿qué había sucedido? En ese instante nuestras miradas se cruzaron; sus ojos verdes esmeralda me miraban con pasión y deseo. —Sobre la mesa tienes tu ropa, puedes marcharte. —¿Perdón? —Lo que has escuchado, puedes irte

Capítulo II

La vi desorientada. Tenía dudas pero se levantó lentamente de la camilla y fue hasta la mesa donde comenzó a vestirse lentamente. Me dolía el alma. No podía dejar que se fuera, pero tampoco podía obligarla a quedarse. Me había equivocado llevándomela. La deseaba desde hacía meses y ella nunca me veía. Almorzaba todos los días en el mismo bar que ella, y mientras ella trabajaba en su ordenador portátil, yo la observaba desde las sombras. Cuando la había visto desmayarse después de nuestro pequeño accidente, no había podido evitar montarla en mi coche y traerla a mi mundo.

Cerré los ojos, su olor me invadía y me hacía perder el norte de tal forma que si no lo remediaba, volvería a atarla para que no huyera de mí. La necesitaba, necesitaba su suave piel bajo mis dedos. Una mano rozó mi mejilla, lo que hizo que abriera rápidamente los ojos: eran ella y sus ojos azules. Estaba delante de mí, desnuda de cintura para arriba. No podía creerlo, la tenía delante de mí y no me tenía miedo… Aunque respiraba con dificultad. —¿Por qué me has desatado? —dijo con su suave y melódica voz. —Si estás aquí quiero que sea por voluntad propia. Por mucho que te desee, no puedo obligarte a nada puesto que no es sólo un deseo sin lógica el que siento por ti, es algo mucho más fuerte. Poniéndose de puntillas me besó. Mientras enredaba sus dedos en mi pelo, fue profundizando en ese dulce y cálido beso lleno de deseo y desesperación. La sujeté suavemente, enredando también mis dedos en su pelo; ella era el aire que necesitaba para seguir respirando. Pero como lo bueno no suele durar, ella se separó de mí, se dio la vuelta y se fue dejándome allí, perdido en mis pensamientos sólo y descolocado. Aun la sentía en mis labios; su calor, su pasión, pero ella se había ido y seguramente nunca volvería.

Capítulo III

Estaba acostada en mi cama, hacia una semana que me había escapado de aquel sótano, no sin antes darle un morreo a mi secuestrador. ¿Escapado, es esa la palabra adecuada? No, realmente me dejo salir él, me libero, condenada a estar atrapada en mis pensamientos, pero no sería la única pues en sus ojos pude ver que le había desorientado mi comportamiento y que lo había dejado deseando mucho más. No sabía qué era peor, el haberle besado o estar ahora pensando en él. Desde que había vuelto no había ido a trabajar, había llamado a mis jefes diciendo que tenía una gastroenteritis muy fuerte y debía hacer reposo. Me había venido bien tener a mi amiga María, que era médico de cabecera, pues me había hecho los justificantes y la baja. No me había preguntado mucho, ya sabía que cuando estaba mal me cerraba en banda si me preguntaban; ya se lo contaría yo cuando estuviese preparada.

Mi baja terminaba hoy. No podía alargarla más, si no me acarrearía problemas. En una hora tenía que ir a trabajar, y lo peor de todo es que no había dormido ni tres horas: todas las noches tenía unas horribles pesadillas en las cuales me perdía en un tenebroso bosque seguida por unos hombres grandes y nada agradecidos. Luego llegaba a un castillo en ruinas donde me encontraba a mi secuestrador atado y azotado, caía de rodillas a sus pies y justo en ese momento me despertaba llorando. “Hora de levantarme” me dije. Primero me di una ducha rápida, me puse mi traje de chaqueta con pantalón y zapatos con medio tacón, ni muy alto ni demasiado bajo. Me recogí el pelo en un moño informal del cual se escapaban algunos mechones rebeldes, me puse mis gafas de sol sobre la cabeza y cogí mi maletín. Comprobé que dentro estaban el portátil, mis gafas de vista y todos los documentos que me había mandado Mireia desde la oficina “la verdad es que era una gran secretaria muy eficiente y además una gran amiga”. Salí de mi casa pasando las dos vueltas de la llave y bajé con el ascensor hasta el garaje. Allí estaba mi chiquitín un BMW Cabrio descapotable esperándome, era rojo como la sangre uno de mis pequeños caprichos. Llegué a la oficina quince minutos antes, así que me dirigí a San Patrick, una cafetería que había dos números más abajo que mi oficina. Me senté donde siempre, pedí un capuchino mientras abría mi ordenador y me ponía a trabajar ausente a todo, o por lo menos lo intentaba. En mi cabeza seguían esos ojos verdes que me volvían loca, esos labios cálidos, esas manos rozando mi piel. “Mierda, ya estoy de nuevo. Debo dejar de pensar en él”. Esto debía ser el Síndrome ese de “Estocolmo”, no podía ser otra cosa. Me tomé mi capuchino, sin conseguir concentrarme en el ordenador, así que lo cerré y después de pagar lo que me había tomado, subí a mi despacho, donde el día no fue mucho mejor. Seguí perdida en mi mente, encerrada entre cuatro paredes de las cuales dos eran cristaleras; una de ellas ahumada y la otra transparente, desde las cuales tenía unas vistas preciosas al mar mediterráneo.

Capítulo IV

Iba todos los días buscándola, pero nunca la encontraba. Hasta ese día cuando ya la desesperación me estaba volviendo loco la vi aparecer. Estaba tan preciosa como siempre. Le indicó a la camarera que quería lo de todos los días, se sentó en su mesa habitual y sacó su ordenador. Era una mujer de costumbres pero hoy tenía muchas ojeras, cosa que no había conseguido tapar con el maquillaje. Los días continuaron igual: la veía en la cafetería, luego la esperaba a que saliera del trabajo y la seguía a casa. Me estaba convirtiendo en un acosador psicópata y esto no podía seguir así. Debía enfrentarme a ella y a mis sentimientos, debía coger el toro por los cuernos. Un nuevo día se abría ante mí además era el mejor día, era San Valentín; de hoy no pasaba, hoy me enfrentaría a mi destino. Me puse el mejor traje del armario, cogí mi maletín y fui a donde ella siempre tomaba el primer café del día. La vi desayunar igual que todos los días, observe como se levantaba dejando el dinero exacto de su consumición sobre la mesa y cómo se dirigía a su oficina. Esperé veinte minutos antes de levantarme, pagué mi té rojo con leche y fui tras ella. Después de quince minutos mirando la puerta de la empresa de abogados, decidí entrar. Me atendió una señorita muy amable que decía llamarse Mireia, tenía el pelo largo rizado y castaño como sus ojos. —Buenos días, venía a visitar a la señorita Larks. —Buenos días ¿señor? —Sánchez, Alexander Sánchez. —Señor Sánchez, ¿tenía cita? —Pues.... La verdad es que no Señorita Mireia, pero querría darle una sorpresa. ¿Puede decirle que hay una persona que le trae un paquete y que se lo tiene que dar en mano? Después de unos segundos eternos, al final asintió y cogió el teléfono. —Cleissy, aquí hay un señor con un paquete que insiste en que debe dártelo en mano. ¿Bajas tú o sube él? Hubo unos segundos de silencio en los que supongo que ella debía estar contestándole. —Por supuesto, enseguida sube. Colgando el teléfono levantó el dedo y me indicó donde estaba el ascensor, cosa que yo ya sabía.

Me dirigí hacia éste con paso tranquilo pero seguro, sin prisa pero sin pausa. Cuando el ascensor llegó a su planta me entraron ganas de dar media vuelta e irme por donde había venido “¡me había vuelto loco!¿Y si me denunciaba por haberla secuestrado?” Después de unos minutos interminables decidí llamar a la puerta. Toc toc toc —Pase —respondió con su dulce voz. Y así lo hace. Ella no levantó la mirada en ningún momento, entonces cerré la puerta tras de mí y me quedé esperando a que reaccionara. —Deje el paquete por donde pueda y deme el albarán para que lo firme antes que se le olvide —le escucho decir con un tono cortante, frío y dulce a la vez, mientras continua concentrada en su ordenador. Al ver que yo no me movía, levantó la cabeza, escapando así dos mechones de su oscura y rebelde melena. Sus preciosos ojos azules se encontraron con los míos y brillaron de forma desconcertante. No habló, sólo se levantó de su silla y caminando decidida vino hasta estar a tan solo unos centímetros de mí. Su respiración era rápida, descompensada al igual que la mía. Me soltó un bofetón que me cruzó la cara y seguidamente pasó algo que no me esperaba: se lanzó a mi cuello besándome como si fuera el aire que le faltaba, como si me necesitara más que nada en este mundo. Bajé una de mis manos por su cuerpo hasta su culo, mientras la otra la mantenía en la cabeza, cogiéndola cada vez más fuerte para que esta vez no tuviera escapatoria. Note como cerraba la puerta con llave, mientras nos besábamos.

Capítulo V

No podía creérmelo, cuando lo vi allí parado mi corazón dio un vuelco, comenzó a latir como si acabara de correr diez kilómetros a toda velocidad. Mis pies tomaron la iniciativa, me levante de mi mesa, fui hacia él, me pare a tan solo unos centímetros de su atlético cuerpo, y sin pensarlo le solté un bofetón por todas estas noches que había hecho que pasara en vela, seguido de un beso que nació desde el interior de mi corazón. Note como me sujetaba con fuerza, como si pensara que me fuera a evaporar, me besaba con deseo y pasión. De pronto note como sus fuertes brazos me levantaron en volandas y

me llevaron al sofá rinconera que daba hacia los ventanales. Me tumbo con suavidad, sus ojos tenían un brillo provocador, sus labios hinchados debido al beso desenfrenado lo hacían estar aun más sexy y atractivo. —Hola —dijo con la respiración entrecortada. —Hola —conteste con una dulce sonrisa. —Te he echado de menos. —Pero si no me conoces. —Te conozco más de lo que crees. —Deja de hablar. —¿Estás segura? No soy como cualquier chico, mis gustos son especiales. Cansada de su palabrería, le cogí de la solapa de su chaqueta y lo atraje hacia mi hasta que su cuerpo quedo pegado al mío. Mis labios buscaron con desesperación los suyos, sus manos comenzaron un recorrido del cual no había vuelta atrás, esta vez terminaría lo que había empezado aquel día en su castillo. Con dedos temblorosos comencé a desabrochar su chaqueta, para continuar con la corbata y la camisa. Cuando conseguí dejarlo desnudo de cintura para arriba me quede sin respiración, era perfecto, mis manos fueron atraídas hacia su pecho como si este fuera un imán, las yemas de mis dedos comenzaron a recorrer cada uno de sus músculos bajando hasta su cintura, el pantalón avisaba de que lo que escondía allí dentro era de un tamaño considerable. Desabroche poco a poco el cinturón, luego pase a desabrochar el pantalón, sus manos seguían desnudándome mientras una de mis traviesas manos se adentro en busca de su sexo, comencé a acariciarlo despacio, muy despacio, pronto comencé a escuchar sus gemidos. Acaricio mis brazos y me hizo subirlos para quitarme la camisa. De repente me encontré con las manos sobre mi cabeza, me las estaba atando con su corbata y me miraba con una sonrisa provocadora. —No te muevas de ahí —dijo mirándome a los ojos mientras se levantaba Vi como sin apartar su mirada terminaba de desnudarse, miró hacia la puerta en un par de ocasiones y volvió su mirada hacia mí. —Tranquilo, nadie puede entrar la puerta está cerrada con llave y hoy no tengo visitas Entonces volvió a colocarse sobre mí, abrió mis piernas y apoyo su rodilla en el sofá mientras la otra pierna seguía apoyada en el suelo para así no llegar a tocarme con su

cuerpo, mis pechos estaban desnudos a la altura de sus ojos, vi como surgía una sonrisa picara de sus labios, los cuales comenzaron a acercarse de forma decidida y sensual a estos, mientras una de sus manos se perdía por debajo de mi falda y apartando mi tanga comenzó a masturbarme, sus dientes mordían mis pezones con la fuerza justa para que me excitara pero sin llegar a un dolor extremo, intercalaba mordiscos con dulces besos. Mi cuerpo se tensaba necesitaba más, me mordí el labio para no terminar gritando y ser descubiertos, mientras la tensión se acumulaba en mi sexo a medida que el placer se incrementaba, necesitaba su sexo, el cual notaba en mi vientre cada vez más duro, me humedecí los labios resecos a causa de la sed de deseo que me producía, sintiendo un hambre voraz por poder saborearlo del mismo modo que estaba haciendo él conmigo, famélica al no poder moverme porque me mantenía encajada contra el sofá sin dejarme tocarle y recorrerlo a placer. Quería sentirle dentro de mí, colmándome y apresarle con mis piernas mientras me envestía provocando mi interior, hostigándome hasta el punto de no retorno excitada hasta decir basta. —Por favor —dije mirándole a los ojos —¿Por favor qué? —respondió con su sonrisa ladeada, y los ojos brillantes debido a la lujuria del momento. —Necesito tenerte dentro, necesito tocarte —respondí con un hilo de voz Con una dulzura poco habitual en un hombre me desato las muñecas y nos fundimos en un beso apasionado, mientras su miembro penetraba poco a poco en mi interior. El ritmo fue subiendo hasta llegar a un orgasmo explosivo.

Capítulo VI

Su cuerpo, sus labios, toda ella me volvía loco, cuando por fin estuve dentro de ella no me lo podía creer sus gemidos iban en aumento así que decidí silenciarlos con un beso apasionado que en vez de mejorar la situación, lo que hizo es que nuestros cuerpos aun desearan más. Después de varios orgasmos caí rendido sobre el sofá poniéndola encima de mí para no aplastarla con mi peso, pero parecía ser que ella no tenía suficiente pues comenzó a besar mi cuello y bajar por mi pecho hasta llegar a mi miembro el cual con el simple hecho de su

roce reacciono, primero paso su lengua de forma suave, me miro con una sonrisa picara introducirlo en su totalidad en la boca, comenzó despacio, sus ojos estaban fijos en los míos, la excitación subía por segundos pronto estuve con los ojos cerrados y mis manos acariciaban su cabeza incitándola a que continuara, cuanto estaba a punto la sujete y le hice que parara. La subí a horcajadas sobre mí para que ella llevara el ritmo, estaba en su interior, la llenaba por completo y sus suspiros me volvían loco, su espalda arqueada mostraba el nivel de excitación que tenia, pronto volvimos a llegar ambos al orgasmo, y se dejo caer sobre mi pecho. —Gracias —dijo con un susurro —¿Gracias?¿Por qué? —pregunte confuso —Por esta maravillosa mañana —respondió, mirándome a los ojos. Y con un dulce beso se levanto y desapareció por una puerta que había en una esquina del despacho, escuche el agua correr y me imagine que se estaba duchando, así que fui hacia la puerta por la que minutos antes había desaparecido mi diosa. Apoyado en el marco de la puerta la vi ducharse, vi ese escultural cuerpo, el cual no solo había deseado casi hasta la locura si no que seguía deseándolo, así que sin que se diera cuenta me adentre en la ducha hidromasaje y situándome detrás de ella comencé a acariciarle, el jabón olía a piruleta, y sus suspiros eran música para mis oídos, mis manos encontraron sus pechos, mis labios recorrían su cuello y espalda despacio y de forma suave, con una mano acariciaba su pecho mientras con otra baje a acariciar su sexo perfectamente depilado. Y allí, en ese momento tuvo otro orgasmo tan fuerte que si no la hubiera tenido sujeta habría caído de rodillas. Terminamos de ducharnos y salimos juntos del baño. —Gracias por la visita y por el regalo —dijo mirando el ramo de rosas en el suelo a la vez que comenzaba a vestirse —Gracias a ti por este cálido recibimiento, te invito a cenar en mi casa. —Umm, ¿en el castillo? —Sí, en aquel castillo que se lleno de oscuridad cuando te fuiste. —Acepto encantada. ¿Quedamos en mi casa? Así me das tiempo a arreglarme —A las ocho te recogeré pasa buen día —dijo dándole un dulce beso en los labios.

«Gracias por ser mi regalo de San Valentín» susurro después de cerrar la puerta de su despacho.

FIN

Almas Gemelas Mary Gómez Dedicatoria: Para aquellas personas a las que les ha ido mal en el amor pero aun tienen fe en él. Mary Había estado renegando del amor las últimas dos semanas, Valeria mi ahora ex novia me había cortado de la peor de las maneras, si a eso se le llama cortar, un mensaje por WhatsApp, no es una buena forma o si, fue el lunes exactamente hace dos semanas justo cuando llegué del trabajo a mi pequeño departamento. Sí, no es muy lujoso, ni muy grande pero tiene algo bueno, se encuentra en el centro de la ciudad por lo que tengo lo principal a mi alcance, se preguntaran que es lo principal para este garrapo, intento de hombre, bueno…lo principal para mi es: supermercado, sí…ya saben, cerveza, comida chatarra y algo de fruta para cuidarme un poco, un cine…no es el de moda, de hecho están a punto de cerrarlo pero pasan películas clásicas, extranjeras, no solo norteamericanas muy buenas (para mi gusto), cafeterías, muchas cafeterías…café, café, café, (si la cafeína fuera mujer ya estaría casado o tal vez muerto), y por último pero no por ello menos importante, si no, todo lo contrario…librerías, un pasaje exclusivo de libros, libros, libros, ¡LIBROS!. Me han pillado, soy un maldito ratón de biblioteca. En fin, no es eso lo que viene al caso por ahora. Estaba en una de mis cafeterías favoritas (una de mis cinco favoritas), odiando al mundo(como buen perdedor al que acaban de engañar y pasearle al nuevo novio, y sí…lo admito el muy hijo de puta es de esos que toman una tonelada de anabólicos y yo…pues yo seré un palillo a comparación), hago ejercicio tres veces por semana y no, mi cuerpo no está súper marcado…apenas logre unos cuantos cuadros…nada del otro mundo, pero para alguien como yo el ser un modelo, con cara bonita no es lo más importante o al menos no lo era hasta que Valeria me dejó. Ahí voy de nuevo a desviarme del tema central. Mm, donde me quedé…ah sí, odiando al mundo, a las parejas felices que se paseaban frente a mí como si supieran de mi rompimiento y me echasen en cara su felicidad, besándose enfrente de mí, acariciándose y algunos, casi, casi cogiendo. Me tocó ver dos propuestas de matrimonio en la cafetería (que original), ¿se notó el sarcasmo? Justo antes del catorce de febrero, ¿Acaso planean casarse ese día? Mátame Zeus. Puse los ojos en blanco y continúe con mi lectura. —¿Una obra?-preguntó Silvia, la chica de la cafetería. Llevaba mi expreso y una magdalena de naranja.

—Sí -cerré el libro y le mostré la portada. Nada especial, color rojo oxido y blanco, con el nombre de “la obra”. —¿Se llama Marina y vive en el pantano?, que original -exclamó con una mueca, entre que no le apetecía el titulo o lo creía demasiado asqueroso, por lo del pantano. —Entretenido -comenté. Sonrió y luego me dedicó una de esas miradas, esas que te hacen sentir un mendigo. —Días ajetreados, ¿eh? -comentó y supe por dónde iba la cosa. No iba a hablar con ella de lo que Valeria había hecho. —Cada vez me convenzo más de que es solo una fecha a la que se le da demasiada importancia. Ya sabes…pura mercadotecnia. —No deberías cerrarte al amor, Bruno -me dijo con ternura. —No todos tenemos la suerte que tú tienes--comente y di un sorbo a mi café. —Estoy segura de que Cupido no se olvidará de ti para este 14 de febrero. —¿Cupido?, ja…--me mofé del tipo del pañal-- ese Cupido, se la ha de pasar de peda, en peda estos días, lanzando flechas a lo pendejo, provocando catástrofe a su paso, hiriendo a las personas que creen ciegamente en él y en el estúpido amor. No, para mi ese tal Cupido no existe, es solo un invento de las personas para que los mortales creyeran en algo, algo que justificara su creencia o mejor dicho su estupidez en aquello que los vuelve unos completos ciegos lo cual llamaron amor. —No tenía idea de cuánto te había afectado-- musitó y me miró como odiaba que me miraran. Con lastima. Saqué de mi billetera un billete, guardé mi libro y me levanté molesto, por cómo me veía, por haberme hecho sacar aquello que sentía. Estaba ya en la fase de odio hacia la expareja, ¿acaso?, porque en ese momento la odiaba, odiaba a Valeria por…por…por todo-- toma el cambio como propina--dije antes de salir. Le di el paso a una chica de enormes ojos oscuros y cabello corto y negro, tan negro como las noches sin luna ni estrellas, con una de esas cosas que se ponen en el cuello las mujeres, no son bufandas…mmm a saber, bueno era beige con lunares, lilas y rosas. —Disculpe --exclamó con una leve sonrisa que me pareció hermosa, ya saben esas sonrisas naturales e inocentes. —Descuida--contesté y salí rumbo al parque cercano, donde en ocasiones tocaban los hippies, con bongos y otros instrumentos raros y étnicos, no sin antes darle un vistazo rápido a la chica que recién había dejado atrás.

Me senté en una banca cercana a donde ya se encontraban los hippies tocando. Unos metros a la izquierda de ellos había chavos dibujando y otros metros más adelante una pareja de mimos. ¡Por Ades!, hasta los putos mimos andan en parejas. Saqué mi libro y me deje envolver nuevamente por la historia. Mi jornada laboral había terminado ya. No supe cuánto tiempo había estado ahí, sentado leyendo, dejé de escuchar la música. Levanté la mirada y los que dibujaban seguían ahí, así que decidí quedarme un rato más. De reojo pude percatarme que alguien se sentaba a mi lado, seguí como si nada, si no me interrumpía, no me molestaba. —¿Las tardes suelen ser frescas aquí?--preguntó una voz masculina. —Usualmente en invierno, sí—contesté ante lo obvio con mi mirada fija en el libro aunque ya no podía seguir leyendo, el recién llegado estaba comenzando una conversación. ¡Diablos! —El ambiente se siente… —¿Empalagoso?--lo siento, lo siento, no pude evitarlo, sigo en mi etapa de amargado. —Iba a decir romántico, amoroso…--suspiró como si aquello le gustara y no lo juzgo ni mucho menos, también hay hombres a los que les gustan estas fechas. —Hipócrita, si me lo pregunta--cerré el libro y lo guardé, era obvio que esta persona buscaba conversación y no iba a ser tan descortés. Giré medio cuerpo y lo encaré. Era un joven tal vez de mi edad o unos años mayor, su cabello era castaño claro, una combinación entre castaño y rubio para ser exactos, ojos…vaya, muy extraños, ¿o seria por la luz?, tomaban un color verde y miel, y luego cambiaban (dirán que estoy loco, pero juro que así era), cambiaron a azules y grises. Por extraño que pudiese parecer no me dio miedo. —Sí, también puede ser hipocresía--sonrió divertido por lo que acababa de decir. —Bruno--me presenté extendiendo mi mano--Bruno Ramírez. ¿No eres de por aquí?, cierto--se notaba a años luz que era extranjero. Sonrió. —No, no soy de por aquí. Vine por cuestión de trabajo—comentó-- Eros--dijo estrechando su mano con la mía. —Como el cantante--dije, soltó una carcajada y asintió. Que maldita broma, un tipo llamado Eros en plenas fechas de cupido. Déjenme decirles algo: I-R-O-N-I-C-O, con negritas, subrayado y el letra quince, por favor. Eros

Había estado observando a Bruno Ramírez desde que su novia lo cortó, o mejor dicho, lo cambio por un modelo más tosco. Nunca entenderé la mente femenina (he de ahí porque de algunos de mis pequeños errores). Por Zeus, que hombre tan más desesperante, bueno, ha de entenderse el pobre creía estar ciegamente enamorado de Valeria, ¡mec! Error, yo ya tenía a la chica indicada para él cuando conoció a Valeria pero Destino, dijo: <<no, a mí me gusta ella para Bruno>>, me quitó la flecha de la mano y la lanzó, idiota, si me hubiera dejado hacer mi trabajo no tendría que haber viajado hasta aquí para arreglar el error del caprichoso Destino. Escúchame bien Destino, eres idiota, a ver si ya me escuchas, niño caprichoso. Bruno es un buen tipo y si, admito, la he mega cagado con él. Pero en mi defensa diré que la tercera flecha fue lanzada por Ares en un pequeño descuido que tuve con una ninfa. Ahora que lo pienso tal vez ya tenía planeado eso, ¡estúpido Ares!. Vine hasta aquí únicamente para darle a este chico la pareja que considero merece. Bueno, bueno, en realidad es el candidato perfecto para una chica que ha sufrido mucho. Sofía Gutiérrez, que chica tan mas adorable, y sí también la cagué con ella, el hecho que seas un Dios no te absuelve de cagarla unas cuantas veces. Se preguntaran si Ares tuvo que ver…no, lo de Sofía fue culpa mía, lo admito y me duele saber que fui yo el causante de su dolor, de todas sus penas y de algunos de esos hematomas. ¿Recuerdan a la chica con la que se topó Bruno en la entrada de la cafetería?, es ella. La pashmina que llevaba en el cuello le cubría unos moretones que su exnovio le dejó. El infeliz esta en la cárcel y con algo de ayuda lo dejaremos ahí un buen tiempo. Y si se preguntan si fui yo el que tuvo que ver con ese primer “encuentro”, sí yo lo hice. Y no, no es patético. Ahora bien, primero me presente con Sofía, no recibió la noticia muy bien, de hecho se desmayó, cuando se recuperó dijo que estaba loco y luego me golpeó como unos quince minutos, reprochándome entre lágrimas. Me sentí como la mayor de las escorias. —Vienes a mofarte de mí--dijo. —No. Vengo a reparar el daño--comenté. —No hay nada que reparar, el corazón roto, que roto se quede. No quiero enamorarme, ya no quiero enamorarme, no pierdas tu tiempo. Por si no lo sabias duele, duele que te lastimen. Prefiero no creer en el amor--dijo rotundamente, y a ver si es testaruda la niña. —Pues lo siento, encabezas mi lista—dije. —¿Qué pasa con lo del libre albedrio?—subió y bajó las cejas con suficiencia, la muy lista. —El libre albedrio es obsoleto en el amor—mentí, el libre albedrio es supremo en todo y hago énfasis en la palabra TODO. hizo una mueca, obvio no le pareció. No iba a

decirle que tenía las de ganar, ah no, tenía que hacer mi trabajo, esos dos estaban en mi lista. Además ya había echado un ojo a su futuro, uno muy prometedor. —¿Y con qué perdedor me reunirás esta vez?—se quejó, pero ya estaba dando su brazo a torcer—Creo que deberías de ver sus antecedentes, estudiar más a las personas antes de unirlas. ¿Qué pasa contigo?, últimamente estas fallando mucho. ¿Necesitas ayuda?—pero que mujercita, no se le va una. —Las personas de esta época son muy extrañas—confesé---sus expectativas cambian a cada rato, un día despiertan y quieren al príncipe azul, otro día despiertan y quieren hombres que no puedo conseguirles. Sí, sus expectativas son altas y está bien pero…yo no fabrico a los hombres, ni a las mujeres, solo busco a la persona que considero adecuada y los uno. No, no necesito ayuda…admito que he fallado contigo—la miré apenado, realmente me sentía mal por mi pésimo trabajo con ella—te fallé, eres de esas personas que creen en mí, es decir, en el amor…eres entregada y detallista, no mereces lo que te ha pasado, por eso he venido. Tengo a la pareja perfecta para ti… —Espero que no sea mujer—me interrumpió asustada—no me van las mujeres. —-Eh, no…no es mujer—le aseguré. —No me mal entiendas, no creo que tenga nada de malo… —Lo sé—dije—te advierto que no es un adonis, pero te enamorara cada día, será detallista, como te gusta que lo sean. Te sorprenderá con cada mínimo detalle y sí, tendrán sus desacuerdos, como todos…pero lo solucionarán, porqué ambos tendrán esa química desde el primer…--me detuve, no daría más detalle, ya lo entendería. Ella sonrió, bajó la mirada y supe (claro que lo supe porque lo vi…en su mente estaba clara la imagen de él cuando abrió la puerta de la cafetería), no habría hecho falta nada más…yo estuve ahí para dar el primer encuentro. —Admito que el físico atrae…pero me agrada más lo interno, la inteligencia. Que me ofrezca un tema de conversación. —Lo sé. Bueno pequeña niña, ¿No tienes nada que hacer?—pregunté frotando mis manos. Admito que me emocionaba el hecho de echar manos a la obra. —Claro, tengo que ir a la galería para ayudarle a Vicky con lo de la exposición. —Me gustaría acompañarte, de hecho de camino puedo hacer algunos trabajos que tengo pendientes. Hace frio…¿Te apetece un café?, yo invito—Bruno debía estar ahí, es la hora de su café de las seis, como relojito. Sofía asintió, tomó su bolso, sus llaves, la pashmina con lunares, se la enrolló en el cuello y salimos rumbo a la cafetería.

Sofía decidió caminar, cosa que me parecía bien, así tuve la oportunidad de unir unas cuantas parejas y tuve la oportunidad de admirar muchas de esas cosas que hacen los humanos. Me percaté de que no me equivocaba en unir a Sofía con Bruno, porque tenían cosas en común, ¿Cómo me di cuenta? Pasamos por un puesto de joyería artesanal, de esa que hacen los hippies, se compró otra pashmina, un par de aretes y una pulsera muy bonita…pero era para hombre. Se dio la vuelta y me encaró, tomó mi muñeca y me colocó la pulsera. Aclaro fue ahí donde me di cuenta que eran el uno para el otro. —Para que me recuerdes cuando te hayas ido. Es una forma de agradecerte lo que me has dado. Hubo malos momentos pero también hubo bellos momentos con esas personas que de una u otra manera pusiste en mi camino—no puedo describir lo que me hizo sentir con aquellas palabras, vulnerable, feliz, tal vez…humano. Le sonreí, la abracé y le di las gracias en un susurro. Fue uno de los pocos momentos en los que una persona me hizo sentir tan bien, me hizo sentir orgulloso de lo que hago. Se aprende mucho de los mortales…jamás me la quitaría. Íbamos rumbo a la cafetería a la que Bruno acostumbraba a ir cuando lo vi cruzar la calle. Había cambiado su rutina, caminaba rumbo a una librería, donde también había una cafetería, seguramente compraría un libro y se sentaría a leerlo ahí mismo con una humeante taza de café. Destino estaba ahí, justo enfrente de nosotros en la otra acera, mirándome con sonrisa traviesa, el muy hijo del inframundo quería ponérmelo difícil. —¿Sofía, ves aquella librería?—señalé con la mirada. —Si—contestó. —Tengo algo que hacer, pero te veré allá en unos minutos—le dije y antes de que ella dijera nada yo ya estaba con Destino. —Bello día para conocer al amor de tu vida—dijo de manera burlona. —Te agradecería que me ayudaras con esto, quisiera unirlos hoy, si no te importa— dije de manera ácida. —Por eso vine, para darte una pequeña ayuda. Me pareció adecuado que cruzaran miradas y palabras en esa librería—vaya, hoy tenia ánimos de ayudar. Bien, pero no me confiaría—te propongo que nos demos prisa para que eso suceda, porque quiero tener la noche libre, si no te importa. En un pestañeo, (humano, claro)ya estábamos en la librería. Bruno buscaba un libro de Edgar Allan Poe, Destino puso cara de asco. Mientras tanto Sofía buscaba…realmente se encontraba leyendo sinopsis de libros románticos. Esto sería tardado, Destino me señaló la cafetería que había en el lugar, llevaría ahí a Bruno. Yo fui por Sofía.

—Hey, fue difícil encontrarte—dije en cuanto llegué con ella. —Sarcástico—sonrió dejando un libro. —¿Café? —Claro, solo pago este libro—me mostró el que había elegido. —Bien, buscaré una mesa—avisé. No buscaría nada, Destino disfrazado de mesero de la cafetería me señaló la mesa donde se encontraba Bruno a la cual fui inmediatamente. Bruno Encontré tres libros en oferta, tuve que comprar uno con buena crítica, pero que consideraba más acorde para una chica que para mí. La joven que me atendió me dijo que si quería que me hicieran valida la oferta debía comprar ese libro u otro de los que estaban marcados con círculo naranja de los cuales ninguno me apetecía leer. Lo compré y pensé en regalarlo a mi prima, le gustan ese tipo de libros. Busqué una mesa libre en la pequeña cafetería y pedí un americano, mientras leía la sinopsis del libro que había decido regalarle a mi prima. —Bruno—escuché una voz familiar, alcé la mirada. Era el joven del parque, Eros. —Hola—saludé. Señalé la silla frente a mí invitándolo a tomar asiento. —Gracias—dijo y tomó asiento—Un bello lugar—dijo mirando a su alrededor. Un joven se acercó para entregarme mi café y tomar la orden del recién llegado. Eros pidió uno igual al mío, el chico asintió y dio media vuelta retirándose—¿Te importaría compartir mesa?, todas están ocupadas. Espero a una…amiga—dijo. Me encogí de hombros. —Hay espacio suficiente—comenté y señalé la silla vacía. Amiga como no. —Una buena compra—observó la bolsa nada discreta de la librería en la otra silla. —Hay que aprovechar las ofertas, los libros son más caros que el alcohol o al menos algo así dicen por ahí—comenté. —Eros, creí que te habías ido, no lograba encontrarte entre tanta gente—exclamó una chica. Como si fuera tan difícil encontrar a este hombre, pensé. Luego la vi, era la chica a la que había cedido el paso en la cafetería hace apenas unas horas atrás. Su “amiga”. Suertudo. Él le sonrió. —Encontré lugar—dijo y me señaló—él es Bruno Ramírez. Bruno ella es mi amiga Sofía—presentó, me levanté y estreché mi mano.

—Un placer señorita—dije. Ella sonrió como en la tarde, eso y el contacto con su suave piel hicieron que me olvidara de todo. Valeria, ¿Quién demonios era Valeria? Algo extraordinariamente extraño me recorrió en cuanto tuve ese ligero y fugaz contacto con ella. —Podría decir lo mismo---exclamó. La invité a tomar asiento. —Oh, vaya, se me hace tarde para mi junta—exclamó Eros mirando su reloj— ¿te importaría hacerle compañía a mi amiga?, prometí llevarla a la galería pero ya no me da tiempo. —Yo la llevo no te preocupes—le sonreí. —Gracias—dijo, se despidió dándole un beso en la mejilla y se marchó. Comenzamos una ligera charla, luego entramos en un poco más de confianza. Sí, le comente que me acababan de cambiar por una maquina traga anabólicos y ella confesó que acaba de terminar una mala relación también y que sus experiencias en ese campo no habían sido las mejore. No sé por qué mencioné que detestaba el amor y todas esas cursilerías y ella comenzó a reir, dijo que no tenía por qué volverme tan huraño y que no por haber tenido una mala experiencia debía odiar al amor, que según ella era lo más bello que podía existir, no entendía como una persona a la que no le ha ido bien en el amor sigue abierta a posibilidades, una de dos, o es masoquista o muy, muy romántica.

Pasaron tres semanas desde que Eros (al cual deje de ver desde aquel día, ojalá este bien) me presentó a Sofía, desde ese día intercambiamos números y nos enviamos mensajes desde esa misma noche. Nos encontramos en “nuestra” cafetería favorita y conversamos durante la hora del almuerzo. Le ayuda a una amiga en una galería y se encarga de la escenografía para las obras de teatro…es una artista. No puedo dejar de pensar en ella, su sonrisa, sus hermosos ojos, su cabello, sus labios, esos rosados y jugosos labios que no me he atrevido a probar. Cobarde. He tenido más de una oportunidad pero no quiero echarlo a perder, me gusta tanto pero no sé si ella solo me quiere como amigo. A eso de las tres de la tarde le mandé un mensaje para preguntarle si comíamos juntos pero contestó que estaba muy ocupada montando la escenografía para la obra que se estrenaría ese mismo día por la noche, me lo había comentado y por esa misma razón casi

no habíamos salido, es decir, no nos habíamos visto mucho. No me lo pensé dos veces, pasé a un bufet de comida china, a una heladería donde también vendían aguas supuestamente frescas y finalmente a…que dijeron a una florería, pues no. Sofía dice que las flores son bellas en su lugar de origen, en la tierra, en un jardín pero no cortadas y aunque le he dado más de una explicación de porqué se regalan flores y le he explicado que hay lugares que se dedican exclusivamente a sembrarlas para las florerías es inútil, así que pasé a una casa de artesanías, es de esas enormes casas antiguas, coloniales para ser precisos y que convirtieron en plaza, claro, manteniéndola tal cual, no cambiaron nada o casi nada. En los locales se encuentran todo tipo de artesanías, entré a uno que visitamos de rápido hace dos días y del cual le encantó, por no decir que se enamoró de un dije en forma de corazón, así como se encontraron la piedra así la conservaron, solo le rodearon con algo de plata y le colocaron la argolla para volverla dije. Era de ámbar. No voy a decir en cuanto me salió aquella joya…solo diré que no importaba su precio, sabía que le gustaría. Llegué al pequeño teatro donde se llevaría a cabo la obra, “Los cuervos están de luto”, ya la había leído y me gustaba así que tal vez podría quedarme a verla. Pregunté por ella y me dijeron que estaba tras bambalinas terminando algunos detalles. —Dile que nos deje ir a comer—dijo uno de sus compañeros—ya no aguanto el hambre. —Ya mismo voy a verla—bajé los escalones hasta llegar al escenario, donde coloqué todo. Le envié un mensaje. Me han dicho que hay una dictadora por aquí, que se reúsa a dejar salir a comer a sus compañeros. La respuesta llegó al instante. Será en otro teatro, aquí ya comimos. —Que mentirosa eres—dije fuerte para ser escuchado. Ella salió corriendo a mi encuentro, y se lanzó a abrazarme. —Bruno—dijo sin soltar el abrazo---te creía en casa. Me sentí triste de no poder comer contigo pero quiero dejar todo listo. —Lo sé, y también sé que no has comido ni dejado comer, así que dales un receso, come conmigo y me comprometo a ayudarte—le dije. Soltó el abrazo y me miró sorprendida. —Pero…

—Nada, nada—dije—ya traje la comida, hasta compré agua porque sé que no te gusta el refresco, y…traje postre, unos bombones de café pero peor es nada—me encogí de hombros. —Hay, Bruno—dijo cubriendo su nariz y boca con ambas manos y ojos cristalinos. ¿Qué hice?, ¿Va a llorar? –Que detalle, gracias—dijo con voz quebrada. La abracé para que no llorara, no quería hacerla llorar, esa no era mi intención, ¿Por qué iba a llorar? Nos sentamos a comer en el piso del escenario con las piernas cruzadas como nos gustaba, me comentó todo lo que estaban haciendo y que ya faltaba poco para terminar, que quería darse un baño y tenía unas enormes ganas de estar en casa en la cama viendo televisión y comiendo palomitas (esa mujer AMA las palomitas) pero que debía regresar a las ocho para la obra por cualquier cosa que se necesitara. —Pero mañana vas a tener el día libre—comenté. —Cierto—concedió. Le propuse hacer lo que quería y ella aceptó con una enorme sonrisa. Como me gustaba verla sonreír, era como si lo necesitara para respirar. Terminamos de comer, recogí todo y lo lleve a la basura. —Sofía, quiero darte algo—dije muy serio. Me miró preocupada, como si temiera algo—Este obsequio representa lo que significas para mí, es una pieza única, como única eres tú, es bella pero no tanto como tú, quisiera que cuando la veas siempre me recuerdes aunque no esté contigo y que cuando lo hagas recuerdes cuanto significas para mí—saqué la cajita de mi bolsillo y se la entregué, me miró sorprendida y aún más asustada—No es lo que imaginas—advertí pues supuse que imaginaba que había un anillo ahí dentro, suspiró aliviada. La tomó y abrió con mucho cuidado como si temiera romper la caja o su contenido. Cuando vio que había dentro un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas. —Dios…oh Dios—exclamó con voz quebrada—no debiste, Bruno…no debiste, era muy cara.—exclamó. —No importa el precio, importa lo que representa para ti y para mí—dije y sin aviso, así de sorpresa rodeó mi cuello con sus brazos y me besó. ¡Ella me besó! Nuestras lenguas juguetearon como niñas traviesas que han permanecido encerradas por mucho tiempo, pero también como si se hubiesen conocido hace tiempo y se estuvieran reencontrando. Mis manos se aventuraron a tocar su cintura y subir lentamente al encuentro de sus pechos, escuché un jadeo proveniente de su garganta, sus labios se curvaron en una sonrisa. Entrelazó sus manos en mi cabello y se pegó más a mí. Sonrió de nuevo. Bajé mis manos lentamente por su espalda hasta llegar a la frontera donde comenzaban sus glúteos, no podía resistirme más, necesitaba ese tipo de contacto aunque fuera, me estaba volviendo loco, no me detuve pues ella no se alejaba, no se molestó en

hacerme saber que aquello no le gustaba, al contrario gimió y rosó mi erección con su cuerpo incitándome a más. Un rayo de cordura me golpeó fuertemente, había gente cerca. Di cortos besos para terminar el largo beso que había despertado mis ganas de ella, ganas que para ser sincero no se apagaban con una mano amiga. Me fui separando de apoco. —¿Qué sucede?—me miro confundida. —Aún hay personas aquí—informé. Arqueó una ceja y luego sonrio con picardía. Algo tramaba. —Siempre he querido hacerlo en los vestidores—dijo—y aquí en el escenario también. —Ah…Sof que…--tomó mi mano y me guio rápidamente a los vestidores. Abrió uno rápidamente, cerró la puerta y me besó otra vez. No voy a negar que me excitaba la idea de que tomara la iniciativa, de que estuviéramos en un lugar donde pudiesen descubrirnos…me fascinaba esa adrenalina que bullía en mi interior como magma en u volcán que quiere hacer erupción. Subió mi camisa hasta despojar de ella y yo subí lenta y tortuosamente mis manos para despojarla de su blusa. Le quite el jean, ella hizo lo mismo con el mío, me deje caer en un sofá que había ahí y la jalé para que quedara a horcajadas sobre mí. Hizo movimientos circulares para rosar mi erección que estaba como piedra, ya no aguantaba más. —Estas torturándome—exclamé en su cuello al que me había dejado total acceso. Acarició mi espalda. Rio ante lo que acababa de decirle. —Actúa sin miedo, Bruno. No voy a alejarme…--prometió—me gustas y no pienso alejarme. ¿Te gusto? —Mujer, ¿acaso no es obvio? Me gustas, me enloqueces. Nos entregamos como si nuestra vida dependiera de ello, sus jadeos, sus gemidos, sus expresiones me enloquecían, despertaban mi estado animal y hacían crecer mi deseo por ella, mi pasión y...aquello fuerte que latía desde aquel día que nos presentaron y que iba creciendo con el paso de los días. No quería parar, no quería que aquello terminara. ¿Qué pasaría después?, nos habíamos dejado llevar por nuestros instintos animales que todo humano mantiene dormidos por temor a cagarla, como yo lo estaba haciendo. Cuando llegamos al clímax ella gritó mi nombre como si fuese una plegaria y yo la abracé fuerte como si temiera que se esfumara y di una última y fuerte estocada para culminar, ella soltó un ¡Ah! Y se aferró más a mí, aspire ese aroma delicioso que desprendía, una mescla de su perfume y sexo…nunca sentí esto por nadie, ni siquiera por Valeria a la que creí amar.

Llevamos casi año y medio de novios, le presenté a mi familia y aclaro por su insistencia porque si por mi hubiese sido se la presentaba hasta pasados unos mil años luz. Mi madre la recibió con los brazos abiertos muy emocionada y contenta de al fin conocerla. Desde el principio tuvieron buena química y eso significa…peligro, ja…no se crean. Después conocí a su familia, su madre me recibió muy bien, pero su padre…ya se imaginarán tuvo sus reservas conmigo, después conocí a su hermana la cual me agrado mucho y al parecer yo también le agradé, le dije que había estado pensando en una manera original de proponerle matrimonio. No tenía duda Sofía era la mujer con la que quería compartir el resto de mis días, con la que quería tener aventuras y locuras todos los días de mi vida, con la que quería reir, llorar y disfrutar de todo. Me había enseñado que todo, absolutamente todo tiene solución menos la muerte, que no debemos darnos por vencidos por obstáculos que se nos presenten, que debemos buscar opciones y caminos para llegar a nuestras metas y que si algo sucede es por algo, para aprender de ello. Me ha enseñado tanto, me ha enseñado a apreciar lo pequeño de la vida, y yo creo que también le he enseñado cosas, hasta ahora solo admite que le regale flores solo para una fecha…no, no es para el catorce de febrero, es para su cumpleaños pero en maceta, no en arreglo floral, en casa tiene apenas dos macetas, una de tulipanes y otra de crisantemos. Sonia, la hermana de Sofía me dijo que podía regalarle unas flores y colocar el anillo en el centro de una, otra opción era que en el cine al final de la película o al principio y la final era en un libro. —Escribe la propuesta en un libro, uno que tenga muchas ganas de leer—dijo—cuál es su autor o autora favorito, compra el libro y escríbela ahí—dijo. Esa idea me gustaba más pero no lo haría así, se me acababa de ocurrir una idea.

Hice cientos de llamadas hasta que pude contactar con la autora que consideré era su predilecta, admito que tuve algo de ayuda del dueño de la librería de la cual era clienta. Pactamos un punto de encuentro. El café de “La parroquia” en el puerto de Veracruz, ella no era del país pero estaba de vacaciones por México y dijo que andaba cerca del puerto,

así que me invente un viaje del trabajo pidiendo la complicidad a mi cuñada y amigos del trabajo por si preguntaba. Fueron casi seis horas de viaje, agotador pero sabía que valdrían la pena, al menos esa era la esperanza que tenía. Me hospedé en el hotel cercano a la famosa parroquia, me di un baño y le llamé para informarle que había llegado bien. —Ya te extraño—dijo—la cama será enorme y fría sin ti—comento. Viviamos juntos desde hace tres meses. —También te extraño, solo serán dos días más—le dije—no dejes que Sirius ocupe mi lugar—pedí, no quería que el perro que yo le había regalado dejara pelos en la cama. —Pero… —No, no, no—dije—no quiero sus pelos en mi almohada, si no cuando regrese me mandaras a dormir a la sala—me quejé ella soltó una carcajada. —Bruno---dijo seriamente. —¿Qué sucede, nena? —Te quiero, me haces muy, muy feliz—fue una aclaración, una reafirmación. —También te quiero, nena---dije—demasiado, no tienes idea cuanto—añadí. —Te dejo descansar. —Sueña conmigo—dije con una sonrisa. —También tú. —Tendré que abrazar la almohada e imaginar que estas a mi lado. —Odio que estés lejos—exclamó. —Serán solo unos días. Te quiero—corte la llamada porque no podía más con la distancia y solo eran unas horas apenas. A la mañana siguiente me alisté para salir al encuentro de la autora Constanza Echeverría, llegué a la famosa parroquia caminando, pues no estaba lejos del Hotel, ya comenzaba a sentirse calor. La había buscado en internet la noche anterior para poder reconocerla, eche un vistazo a mi alrededor pero no la encontré. Pedí un desayuno ligero y su popular café, en lo que la esperaba. Cada vez que la puerta se abría, alzaba la mirada para ver quien había llegado. Terminé mi desayuno y la

famosa Constanza no aparecía, mis esperanzas, mi idea, mi ilusión, toda la película que se había formado en su mente se desmoronaba lentamente. —Disculpe, señor—dijo un camarero—¿Usted es Bruno Ramírez? —Si—le confirmé, giro medio cuerpo y le hizo señas a su compañero. Una dama alta, con el cabello recogido en un chongo, con gafas de sol y un vestido de manta con flores bordadas se acercaba a mi mesa. —Bruno Ramírez—dijo como si confirmara. —Constanz... —Sí, sí—me interrumpió, agradeció al camarero le pidió un café y el chico se marchó para traérselo—Dime muchacho, porque la insistencia—comenzó. —Señora, primero quisiera decirle que es un placer conocerla. Muy pocas veces tiene uno el gusto de conocer en persona a los autores de tan bellas obras—exclamé. —Muy halagador de su parte señor Ramírez—sonrió. —Mi novia moriría si supiera que tuve el gusto de hablar con usted, es su fan— informé—Es más…no lo creerá—ella sonrió. —Puede llevarle una fotografía si gusta, prueba fehaciente de lo que usted le dirá. Pero eso no responde mi interrogante. El chico llegó con el café de la autora, lo coloco frente a ella y se retiró. —Verá, quiero proponerle matrimonio a mi novia, pero quiero hacerlo de una manera que ella jamás pueda olvidar—comencé. Le comenté de aquello que tenía en mente, ella escuchaba atentamente cada una de mis palabras, sus ojos que apenas había dejado ver se abrieron tanto cuando le conté que era lo que esperaba me concediera, sonrió enormemente. —No podría sentirme más halagada—dijo emocionada—chico, eres detallista…bueno eso es quedarse corto, acabas de inspirar un personaje. Con mucho gusto voy a ayudarte, eres ejemplo de romance y detalle, de amor y ternura. Dame tus datos, escribe aquí lo que quieres que diga.—exclamó emocionada, sacó una libreta donde claramente anotaba sus ideas. —Dígame cuanto le debo—insistí, ella negaba con la cabeza. —No, chico…el favor está siendo mutuo—sonrió—te enviaré el libro apenas lo tenga impreso. Mucha suerte.

—No sé cómo agradecerle, en verdad—exclamé. —Realmente esa chica es afortunada en tener un hombre tan detallista. Si acepta casarse contigo sigue manteniendo la chispa encendida—aconsejó. —Lo haré cada día de mi vida—aseguré.

Ese mismo día por la tarde tome el autobús de vuelta a casa, no dormí en todo el camino de regreso, no pude hacerlo, había un remolino de sentimientos y emociones jugueteando en todo mi cuerpo, me sentía nervioso, emocionado, impaciente, por mencionar algo. Llegué a casa a la una quince de la madrugada, Sofía dormía en mi lado de la cama hecha un ovillo abrazando una almohada y con el celular en mano, me deshice de mi ropa y quede en bóxer, lentamente me metí en la cama, con sumo cuidado para no despertarla, le di un pequeño beso en la mejilla y la abracé. —No llamaste—acusó adormilada. —Quería que fuera sorpresa. —No quiero sorpresa. Hubo un accidente en carretera y me asusté. No contestaste mis mensajes ni llamadas—se giró para mirarme, su pequeña lámpara iluminaba con una débil luz su rostro. —No tenía señal. No te preocupes, ya estoy aquí—le besé la frente. Se acomodó para abrazarme y comenzó a llorar--¿Qué pasa, nena?, ya estoy aquí, estoy bien. —No sé qué haría si algo te pasara, me asusté tanto. Pensé lo peor al no tener noticias tuyas. —Tranquila—acaricie su espalda y bese su coronilla—ya estoy aquí. Poco a poco fue quedándose dormida, mientras acariciaba su espalda. Nunca la había escuchado tan preocupada por mí. Me puse en su lugar, yo también me hubiera preocupado al no tener noticias suyas me hubiera vuelto loco, la sola idea de perderla de cualquiera de las maneras posibles, habidas y por haber me llenaba de un enorme temor.

Me levanté temprano y prepare el desayuno, la emoción, el nervio y la impaciencia me consumía lentamente y a pesar de estar cansado no podía consiliar el sueño por mucho tiempo… Los días pasaban y yo no tenía noticias de la autora, ya no podía ocultar mi ansiedad y Sofía comenzaba a notarlo. —Cariño, ¿Estás bien?—preguntó cuándo cerraba la galería. —Si—mentí y obvio no me creyó. —Quiero ir al cine—exclamó. —Bien—concedí. —Quiero ver una película de suspenso—dijo, sabe que odio esas películas. —Bien—concedí nuevamente. —Y nachos…muchos nachos. —Pero si tú odias ver películas con nachos—objeté. —Pero hoy quiero unos putos nachos—dio media vuelta y comenzó a caminar. Corrí para alcanzarla. —Sof, nena—me adelante para pararme frente a ella--¿Qué sucede?, ¿Por qué te molestas? —Por qué no siempre voy a querer palomitas, hoy me apetecen nachos—exclamó molesta. El drama de los nachos parte uno, pensé. —Bien, comprare nachos para ti y palomitas para mi—concedí. Me miró un momento que me pareció eterno y luego su rostro se descompuso. —Andas con alguien. Me engañas—acusó —¿Que yo qué?, de…de donde sacas eso—como puede pensar eso si ella es todo para mí. —Has estado muy extraño, ausente…pensativo—sí, lo había estado porque ya quería noticias de la autora. —Es el trabajo—mentí y me sentí mal por hacerlo, no me gustaba mentirle en nada. Salvo cuando le daba compulsión por las compras, siempre fingía algún malestar, pero de ello ya se había dado cuenta.

La convencí de que todo estaba bien, de que mi amor por ella aumentaba cada dia, cosa que era cierto y la lleve al cine, donde de capricho pidió nachos pero ya en la sala me quito mis palomitas, vimos “La dama de negro 2”, por su puro capricho, y supe que no tendría una buena noche, me despertaría para que la acompañara al baño, tendría que estar despierto hasta que terminara su rutina antes de dormir y esperar a que conciliara el sueño después de cambiar como loca los canales del televisor para borrar de su mente las imágenes macabras de la película. No sé qué tipo de romántico exista en el mundo al que se le ocurra proponer matrimonio antes de una película como esa. Sofía se giro para mirarme y advertirme que nunca le hiciera algo como eso y menos con una película como esa. Tal como predije tuve que esperar a que hiciera su rutina antes de acostarse, se apoderó del control del, televisor y comenzó a cambiar canales hasta que se quedó dormida, a las tres de la mañana recibí una llamada y gracias al cielo Sofy tiene el sueño pesado. Era la señora Echeverría confirmándome que ya había publicado su libro y había mandado mi pedido vía exprés. Había estado ensayando tanto lo que diría que imagine todo se me olvidaría en el preciso momento en el que tuviera que hacerlo, respiré profundamente…le dejé una nota de que la vería para desayunar en nuestra cafetería preferida y salí rumbo a la paquetería. Era como si el libro quemara en mis manos y eso que estaba envuelto en una caja roja con un moño plata, si, si parecía obsequio de navidad, y qué. Sofía llegó algo desconcertada. Le sonreí. Pedimos el desayuno y antes de que nos llevaran lo que habíamos pedido le entregué mi regalo. —Pero no es nuestro aniversario—exclamó sorprendida. —Lo sé, quería que llegara para ese día pero no se pudo, ábrelo—la incité. Abrió con sumo cuidado la caja como aquel día que le regalé el dije de ámbar. Al ver el contenido abrió tanto los ojos, su rostro fue de total sorpresa. —Pero aun no llega a las librerías—exclamó. —Ábrelo—dije, conservaba el plástico que les ponen para protegerlos del polvo. —Después de desayunar—dijo. —Por favor, ábrelo—me miro extrañada, hizo lo que le pedí, rompió el plástico y abrió el libro, pasó las primeras dos hojas y se detuvo en la tercera--¿qué dice? Sofía. Antes de ti ya no creía en nada que tuviese que ver con el amor, o mejor dicho, no quería creer en nada. Había decidido cerrarme…no amar, pero tú cambiaste mi mundo…

Tenía amigos y familia que me quiere, pero cuando llegaba a casa me sentía solo, aprendí que aunque tenga un perro, un gato o un loro, siempre hará falta alguien a mi lado, ese alguien eres tú, TE AMO, Sofía, con todas sus letras y por ello quiero hacerte esta pregunta: ¿Te casarías conmigo? Bruno.

Me miró, su rostro era un poema, se levantó y cual ráfaga de viento ya estaba abrazándome, me levanté para hacer el abrazo más intenso. —Te amo, nena—le dije. —Es la mejor propuesta que se ha leído jamás. Oh Bruno, eres un encanto, te amo, te amo…y sí, claro que sí quiero casarme contigo.

FIN

Amarte Eternamente Diana Guerrero Dedicatoria: Para las lectoras que aman leer y mis amigas desde principió que me apoya en ella están Audrymar Rodríguez, Abby Mujica, Lau rojas vera Gracias hermosas. Y que lo disfruten. Todo está bien, nadie te va a ver vas solamente vas a tu entrevista—mi maldita mente hablándome hoy es mi primer día como periodista la verdad estoy nerviosa, no sé qué piensen de mí tengo miedo hay estaba en vehiculó llegando a la empresa ALLIANS sociedad anomia una multinacional alemana de servicios financieros. Me iré a reunir con el Sr Dereck Müller el dueño de la empresa lo que si se es que su padre murió haces meses atrás y el quedo como el jefe a pesar que tiene a su hermano Klaus Müller, así que aquí voy. —Buenas Tardes señorita vengo a mi entrevista con el Sr. Dereck Müller, soy periodista y mi nombre es Isabel López —mientras que ella me dice que llene una hoja con mis datos personales y me da un pase de visitante de mi dice que es el piso 18 es donde se encuentra el Sr Dereck y que ya me está esperando en su despacho me dirijo hasta donde está el ascensor mientras que llega veo a los lados. El edificio es de color gris claro, la parte de la entrada todo es negro y banco algunas partes son marrones pero muy pocas, es un edificio cuadrado y largo, y se encuentra en la calle charlottenburger, Alemania cuando llega el ascensor marco el piso que la asistente me dijo a la vez tenía nervios, ser periodista era lo que yo amaba desde niña pero mi pregunta es cómo era él no lo conocía era primera vez que lo iba a ver en realidad me di cuenta que ya había llegado al piso 18 cuando salgo veo una puerta de un pasillo y alguien dice señorita Isabel sígueme por aquí por favor si más nada decir me abren la puerta del despacho del Sr Dereck . —Buenas tardes señorita Isabel disculpe que la allá dejado esperar mucho acaba de salir de una conferencia pero no importa ya estoy a su orden — ¡Dios jamás había hablado con alguien así tan hermoso sus ojos todo es perfecto catire y ojos azules que más se puede

decir cuerpo perfecto todo lo que una mujer puede desear pero hay algo en sus que esconden o me intimidan y me pierdo de vista sin dejarlo mirar le digo—Sr Müller me gustaría hacerle algunas preguntas sobre la empresa me imagino que ya sabrá que soy periodista de una pequeña compañía llamada Die Welt , como sabe es el periódico que todo mundo desea entrar así que sabrá que esta sería mi oportunidad para mi carrera . — lo vi a su cara y se reía. —Si lo sé tranquila, si quieres podemos empezar ya, dime donde me quieres Además puedo regalarte una foto para el periódico claro si usted me permite tomarme una contigo también para que vean su trabajo así ganarías un adelanto de tus otros compañeros que me dices señorita —Claro no tengo problema sr Mullen — sin dejar de reír, saco mi cuaderno y le hago las siguientes preguntas. —Sr Müller ¿Que hizo su padre para empezar con este pequeña empresa ya es una de las mejores del país? —Como usted sabrá mi padre era pobre así que empezó a vender computadoras en pequeño local después conoció a mi madre que es española y poco a poco fue con otros socios al día ya somos más y varias mundialmente , pero esta es la principal así que aquí y ahora soy yo quien manda — risas . —Ok siguiente pregunta — ¿Por qué ayudas a los niños con cáncer, también sé que eres parte de la asociación? —mirada intensa —Me gustan los niños creo que daría una gran oportunidad algo que mi padre me enseño es amar a las personas aparte de que sea asociación soy el presidente de la clínica de niños con cáncer, sabrás que se llama Kursk amo todo que sean con ellos, y a ti te gustan Isabel —¡Oh Dios ¡ la verdad si , amo a los niños —como me gustaría que fueran tuyos — mi mente hablando nuevamente . —Me alegro saberlo, ¿tienes más preguntas señorita López? —Me acaba de llamar por mi apellido— ¡hay diosito este boom lo voy a matar¡ —Si solo tengo una más señor

Mullen y lo dejo tranquilo—con mi gran cara seria lo digo , pero en realidad estoy muerta de la risa —Sr Müller, ustedes es muy unido a su familia y que casi no pasa tiempo con su familia y también lo que sé es que sale con una gran modelo, es muy cierto eso —Dime que no tienes novia muero por besarte déjame ser esa persona a tu lado lo juro que no te vas a repetir—mi gran mente como loca, el jamás se va enamorar alguien como yo. —Sabes Sr Isabel a veces las noticias dicen lo que no es, pero soy muy unido a mi familia desde que mi padre murió yo soy el que me encargo de todo a pesar que mi hermano no esté en la oficina él le gusta más las fiestas y a mí en realidad soy más tranquilo y reservado, y sobre esa modelo ella no es nadie en mi vida solo una amiga —Oh si es soltero — ¿Quiere decir que eres soltero señor Mullen? —Así es, señorita López — ¡Por el amor de dios ¡ —Isabel que tanto piensa me gustaría saberlo —estoy que me lo beso me acaba de llamar por mi nombre —La verdad nada Sr Dereck ya terminamos la entrevista y me tengo que ir, gracias por todo y por su tiempo —sin dejarlo de mirar me coloco mi chaqueta de verdad necesitaba salir lo más rápido de aquí. —Lástima que se tenga que ir pero sé que nos volveremos a ver Señorita López — otra vez mi apellido y mirándolo y su gran sonrisa. —Adiós señor Müller, fue un placer conocerlo dándole la espalda abro la puerta de su despacho y me dirijo hasta el ascensor — ¡no mires sé que él te mira ¡ —Mi pequeña mente hablando , llegando a planta le entrego el pase a la señorita y salgo por esa gran puerta de esta empresa hasta dónde está mi vehículo . *** —Llegando al periódico Die Wet, me estaciono y decido entregar la entrevista y que mi compañera Rebeca la revise. —¡Hola Rebeca¡ mira o que traje para que me digas que tal amiga —sonriendo y ansiosa y voy nerviosa se la doy .

—Hola Isabel a ver quiero saber de todo de ese hombre que nos vuelve loca —risas como locas — ok hay te lo dejo iré a ver otra cosas —Antes que ve vallas te llego algo está en tu escritorio —ok gracias Me dirijo hasta mi escritorio y me sorprendí ver unas rosas blancas muy hermosas. —quien mes las mando.

“Querida señorita López me he quedado con las ganas en volver a verla así que me gustaría invitarte a cenar esta noche paso a buscar a las 8:00 sé dónde vives no se preocupe feliz día. Sr Dereck Müller —¡Hay Diosito lindo¡ ¿qué hago? —Sin más ley tres veces la tarjeta no puedo decirle que no él me quiere ver, así que será que sí, pero que me voy a colocar y sabe también donde vivo —necesito ayuda. —Tengo que salir y ver que me voy a colocar para esta noche, hablare con rebeca —Receba necesito que necesito que me remplaces hoy prometo que mañana te ayude con todo lo que quieras por favor o me pídelo lo que sea —sonriendo le digo —Tranquila lo se ve y diviértete con él, perdón pero si ley la tarjeta espero que no me odies y si necesita algo avísame que hay estaré — receba diciéndome —OK muchas gracias “Adiós” Camino hasta mi auto puede ser que no es un gran auto pero es un Mini Cooper. Y lo llamo “Mini” entro y decido escuchar música mientas llego a casa. Subo todo el volumen, amo esta canción Taylor Swift - Blank Space Encantada de conocerte ¿Dónde has estado? Yo te puedo mostrar cosas increíbles La magia, la locura, el cielo, los pecados Te vi allí y pensé oh mi Dios Mira esa cara, te pareces a mi siguiente error

El amor es un juego, quiero jugar Nuevo dinero, traje y corbata Te puedo leer como una revista ¿No es divertido rumores vuelan Y sé que has oído de mí Así que bueno, vamos a ser amigos Y voy a ver cómo termina éste Agarra tu pasaporte y mi mano Yo podría hacer el mal pase un fin de semana

Así que va a ser para siempre ¿O es que va a ir abajo en llamas Usted me puede decir cuando se acabó Si la alta valía la pena el dolor Consiguió longless, conductores, amantes Te dirán que estoy loco Porque usted sabe que amo a los jugadores Y te gusta el juego

Porque somos jóvenes y estamos imprudente Tomaremos este camino demasiado lejos y te dejan sin aliento O con una cicatriz desagradable Tengo una larga lista de amantes de la ex Te dirán que estoy loco Pero creo que tengo un bebé de espacio en blanco Y voy a escribir tu nombre Labios de cereza cielos de cristal Yo podría mostrar cosas increíbles Besa lentamente, mentiras bonitas

Estás al bebé torcedura yo soy tu reina Averigüe lo que usted desea Sé que esa chica durante un mes Pero lo peor está por venir —Sin dejarla cantar voy llegando casa para esta noche aún no sé qué me vaya a colocar Llegando a casa un poco cansada me dirijo hasta el garaje y después de salir del vehículo entro a ella y subo a mi habitación son las 6:00 de la tarde aún tengo chance de salir a comprar algo y volver para arreglarme. Salgo de casa a comprar algo a la vuelta de la manzana la verdad no tanto así que compre algo de beber y para comer. Cuando veo en mi puerta un regalo en el suelo, entro a mi casa — que será me digo a misma. Empiezo a devolverlo y es mi libro favorito “pídeme lo que quieras” ohh diosito que hermoso toda la saga completa— pero quien me lo había mandando cuando veo la tarjeta y dice

Cuando entraste a mi despacho me enamore de ti eres la mujer que deseo que pases mis días y noche en mi vida, sé que te gusta esta saga como te dije Isabel lo quiero todo de ti, así que te veo en dos horas besos. Dereck Müller Oh este hombre me coloca a miles solo fue un día que lo conocí ya quiere todo de mi —sin más se lo merece así quiero ver a este hombre que me vuelve loca. Las dos horas pasaron muy lento hay estaba vestida con el mejor vestido descotado por parte de atrás y sencillo, largo ya faltaba 5 minutos para las 8:00 cuando alguien timbra mi casa, que nervios Buenas noches ¡ Señorita Isabel —diosito este hombre está demasiado bueno —Buenas noches Sr Müller—¡Que hermosa estas¡ Estas lista —¡si ¡ —Hay estaba montándome en su auto un

Nissan.GRT deportivo viendo a el colocar el cinturón y nos fuimos a cenar ,

mientras que llegábamos al fondo se escucha la canción Maroon 5 - Sugar , mirando a el empezó cantar la canción . Ohh realmente necesito saber Ohh realmente necesito saber Ohh realmente necesito saber Ohh Ya que dejarme ir Esta vez, realmente tengo que hacer las cosas bien Escalofríos que ya me dan me mantienen la congelación durante toda la noche Tartamudeo Yo no lo puedo creer, no soy yo, de repente estoy pensando en nadie más me haces temblar Ohh realmente necesito saber O bien tienes que dejar que me vaya Eres sólo una fantasía niña En siete regiones del mundo Todo lo que quiero es estar contigo siempre Te lo daré todo Dame un poco de atención Todo lo que quiero es tú y yo siempre Dame cariño —Rio valla que voz tan sensual Sr mullen — ¡no me digas ,más gracias pero vamos cambiar ahora seré Dereck y tu Isabel te parece —sonriendo dice . — ¡Si tú lo desea así será¡ llegando al restaurante todo es hermoso , es muy lindo por dentro solo había pasado por el su nombre es EDELWEISS , entramos a él y nos lleva hasta la mesa pero fue algo más reservado como es el. Y nos sentamos en nuestra mesa. —Isabel quiero que se pasas que me gustas mucho antes que nos traigan la comida, claro no te incomoda que allá pedido antes, y pedí unos camarones alijillo —no para nada estaré encantada y gracias por invitarme. Le digo.

—Solo sé que desde que ti eres para mí nena, sé que esto es una locura pero no he dejado de pensar en ti desde ese día que llegaste a mi despacho y después te deje ir por mi puerta. — diosito bellos estoy loca, cuando veo que saca algo de su chaqueta y dije esto no puede ser. — ¡Isabel¡ quiero que antes todo, seas la mujer de mi vida , y quiero que te cases conmigo —Oh dios, ahí estaba el hombre que toda mujer desea, pero sabía que era mío — ¡si acepto casarme contigo.¡ me beso con una pasión y salimos de ese restaurante , y íbamos a casa . *** Los días pasaron muy rápido, y como conocí a su familia y a su hermano Klaus Müller, para las que no saben Klaus es catire con ojos verdes a pesar convenció a mi amiga Rebeca ser la novia todos reían ese día, era el día más hermoso, pero la fecha había llegado. Hoy, era el día catorce de febrero, Estoy frente al espejo respirando una y otra vez, temblando de nervios. Mi vestido es tal y como soñé desde que me planteé pasar el resto de mi vida con Dereck. ―Dereck debe estar nervioso. ―Pienso en voz alta mientras acomódame en mi vestido blanco con lencería, por la parte de atrás, los zapatos color dorado, maquillaje sencillo y una perlas , pero en la noche anterior Dereck , me dice “Tranquila ahí estaré esperándote” . Siempre mostrándome su gran seguridad, estaba lista así que ya era hora, camino hasta la puerta y me consigo con rebeca mi gran ayuda, si me pregunta no tengo familia, los perdía todos en un accidente móvil cuando era una niña. ―¡Estas lista ¡ ―pregunta Rebeca ―¡Si estoy lista amiga¡. ―Vamos camino a la iglesia, mientras que me monto en la limosina que me llevara hasta la capilla de la catedral de Berlín, pienso en lo más lindo de la vida quien iba a decir que me iba a casar con el nombre más cotizado soltero de Alemania , hay estaba vestida de novia . Cuando me doy cuenta ya estaba cerca de la iglesia y dice Receba ya estamos llegando ―sonrió el día llegado. Oficialmente me iba a casar. Bajando el vehículo voy caminando hasta que me haga receba y dice, segura que estas lista ―sonriendo. ― ¡Si estoy lista ¡ ―respondo .

Las puertas de la Iglesia se abren y empieza a sonar Ariana Grande, -Love Me Harde en vivo y directo Veo a Dereck que sonríe ansioso en cuanto pongo un pie en la alfombra roja. Realmente esto es un sueño. Por fin juntos sellando nuestro amor en el alta. Llego hasta él, después de sentir que he caminado kilómetros para unirnos. En cuanto Receba le entrega mi mano derecha, le dedica unas palabras que son escuchadas por todos los asistentes: ¡ te entro a mi mejor amiga del alma la que nunca me ha dejado por nadie desde nuestra a amistad ahora te toca cuidarla a ella . y amarla y respetarla . ―sonriendo le da un beso y le dice eso hare hacerla feliz. a primera en decir sus votos, soy yo: ―Prometo ser fiel, porque tus brazos son el único lugar al que quiero llegar. Prometo respetar y apoyar cada uno de tus sueños y proyectos. Cuando caigas, te levantaré. Cuando rías, compartiré tu gozo porque este amor tan grande que cobijo en mí, no es casual. Y si algún día, la tempestad nos encuentra, saber navegar juntos hasta un puerto seguro. Porque sé que juntos somos mejores. Todo lo que soy y todo lo que tengo, te lo entrego. Te amé. Te amo y te amaré eternamente. ―Dereck al escuchar estas palabras, sonrió feliz ahora le tocaba a él. Ahora es el turno de Dereck ―Quiero ser tu luz cuando la oscuridad se manifieste, porque prometo ser tu calma en tiempos difíciles, porque quiero nacer, habitar y morir en ti cada día. Porque quiero entregarte mi último suspiro. Prometo serte fiel, amarte y respetarte por el resto de mis días. Dame el sí mi vida, que este amor es para ésta y todas las vidas posibles. Yo soy tuyo y tú por siempre mía. Te amo incondicional y siempre serás mía te amo pequeña. El Padre bendice nuestras alianzas y sellamos con un beso nuestro compromiso ante Dios y los hombres, completando así, el pacto que nos une para siempre. Estoy contenta, feliz y radiante. Acabo de dar el «Sí» al hombre de mi vida, y no me arrepiento de nada.

Dereck me besa la mano y me dice ―Te amo Isabel Mullen, eres lo mejor de mi vida ―sonriendo le respondo ―Yo Isabel te Amare eternamente hasta el fin del mundo Sr Dereck Mullen López ―sin dejarla ver la beso apasiona menté, Hasta El final amor.

FIN

Nota de las autoras: Esperamos que te haya gustado mucho la Antología, será hasta la próxima. También le queremos decir que el libro saldrá en papel en Amazon y lo recaudado irá a la fundación AECC para los recién diagnosticados contra el cáncer. Ayúdanos a ayudar.

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