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TRES MOMENTOS DE LA INSTITUCIÓN

Una norma universal, o considerada tal, ya se trate del matrimonio, de la educación, de la medicina, del régimen del salario, de la ganancia o del crédito, es designada institución. El hecho de fundar una familia, el acta de matrimonio, así como el fundar una asociación, de iniciar un negocio, de crear una empresa, un tipo de enseñanza, un establecimiento médico: también estos fenómenos llevan el nombre de institución. En otra época se hablaba de instituir a los niños (en el sentido de formarlos) y de instituir un pueblo (en el sentido de darle una constitución política). Por último, formas sociales visibles por estar dotadas de organización jurídica y/o material: una empresa, una escuela, mi hospital, el sistema industrial, el sistema escolar, el sistema hospitalario de un país, son denominadas instituciones. En el lenguaje habitual se emplean sobre todo las expresiones «institución escolar» o «institución religiosa». En otros contextos se prefiere hablar de una organización, un organismo, una administración, una sociedad, una compañía, una asociación. Existen diversos sistemas de referencia sociológica, entre los cuales el concepto de institución se desliza sin cesar. En el sistema de referencia marcado por la tradición del derecho objetivo, se autonomiza prestamente el momento de la universalidad. En el sistema de referencia marcado por la influencia de la psicología social, y más confusamente por la fenomenología, se pone de relieve el momento de la particularidad. En cambio, se confunde el momento de la singularidad con la existencia de formas sociales estudiadas por la sociología de las organizaciones. El sistema de referencia más general, más sincrético y menos claro mezcla los conceptos de cultura, de necesidad, de función, de estructura, sin hablar ya de los conceptos de «sociedad» y de «estructura de la personalidad». La problemática de las instituciones en sociología opone o intenta reconciliar los dos primeros términos de la dialéctica hegeliana, bajo la forma de la oposición entre lo particular y lo general, entre el individuo y la sociedad. Casi siempre se escotomiza el tercer término, haciendo que se yuxtaponga con uno de los otros dos términos o lo sustituya. Una explicación de esta tendencia sería la siguiente: en la medida en que el sociólogo positivista valoriza a priori la significación universal de la institución, ve en esta la síntesis cuyos otros dos términos son los momentos anteriores. Imitando en esto a Hegel aquel considera implícitamente el orden existente, la sociedad instituida «real», como el único sistema de referencia posible. Este deslizamiento del momento de la universalidad al lugar que debiera estar ocupado por el momento

de la singularidad produce dos consecuencias: por un lado, las formas singulares de la regulación social son consideradas como formas universales; por otro, la universalidad ya no tiene delante sino a la «persona». El origen de semejante confusión reside, como lo subrayaron Hauriou y Marx, en el a priori que consiste en hacer de la forma singular «Estado» el lugar de la legitimidad y la piedra angular de todas las instituciones. Analizado dialécticamente, la institución se descompone en sus tres momentos: universalidad, particularidad, singularidad. Una clasificación más exhaustiva, y al mismo tiempo más flexible está basada en la distinción de tres instancias: lo objetivo (1), lo imaginario (2) y lo simbólico (3). •

Universalidad

El momento de la universalidad es el de la unidad positiva del concepto. Dentro de ese momento el concepto es plenamente verdadero, vale decir, verdadero de manera abstracta y general. El salario y la familia son normas universales de la sociedad, hechos sociales positivos en lo abstracto; únicamente en lo abstracto. 1. El primer sistema de referencia será el de la institución como «cosa». En este sistema, la institución aparece como compulsión exterior (a través del derecho y/o a través del consenso). Se privilegia el momento de universalidad, bajo la figura de la «sociedad». Aunque se hayan mantenido relaciones entre la sociedad y el individuo, este último encarna y confisca la negatividad. La cuestión del vínculo social está planteada en los mismos términos que el derecho objetivo. Durkheim, sus modelos y sus epígonos, ilustran este sistema de referencia de la institución como norma objetiva. •

Particularidad

El momento de la particularidad expresa la negación del momento precedente. Es así como, en nuestras sociedades regidas por el régimen del salario y el matrimonio, un individuo puede ser no asalariado y soltero sin hacerse pasible de sanciones oficiales. Toda verdad general deja de serlo plenamente tan pronto como se encarna, se aplica en condiciones particulares, circunstanciales y determinadas, vale decir, dentro del grupo heterogéneo y cambiante de individuos que difieren por su origen social, edad, sexo, estatus. Por lo tanto, no se debe confundir la universalidad con la totalidad: aquella lleva en sí misma su contradicción. Toda idea es tan «verdadera» como su

contrario, no en general, como lo pretende el escepticismo, sino desde que se encarna en la acción de los individuos y de las colectividades. 2. El segundo sistema de referencia surgió del cuestionamiento más crítico del derecho objetivo y del positivismo durkheimiano. Sitúa la institución como instancia imaginaria, privilegiando así la particularidad de lo vivido. La institución no tiene realidad objetiva; no es una «cosa», sino una proyección de la angustia individual y un sistema de defensa contra dicha angustia. O bien, desde un ángulo menos psicológico que ideológico, encarna la represión contra el desarrollo libre y total de la persona •

Singularidad

Sin embargo, la sociedad funciona, bien o mal, porque las normas universales, o así consideradas, no se encarnan directamente en los individuos: pasan por la mediación de formas sociales singulares, de modos de organización más o menos adaptados a una o a varias funciones. El momento de la singularidad es el momento de la unidad negativa, resultante de la acción de la negatividad sobre la unidad positiva de la norma universal. A menudo se confunde particularidad y singularidad, y se opone artificialmente lo general (lo universal) a lo particular, olvidando que esta oposición es puramente abstracta, que nunca existe en la práctica, sino solamente en la ideología y en la filosofía idealista. Con esto se anula el tercer momento del concepto de institución y, lo que es aún más grave, la acción recíproca de los tres momentos, sin la cual no hay dialéctica. 3. Otro sistema de referencia, surgido del primero o cercano a él, pero que se propone superarlo, intenta la síntesis entre el momento de objetividad y el momento de lo imaginario. Pone el acento en la significación simbólica de la institución, cuyo contenido exterior, objetivable, necesita para actualizarse una interiorización en momentos y lugares singulares de la vida social.

Lourau, René (2011). El análisis institucional. Buenos Aires: Amorrortu editores, pp. 46-71.

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