Impugnación De La Herejía Constitucional Mr Boyer

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Mr. Boyer

IMPUGNACIÓN DE LA

HEREJÍA CONSTITUCIONAL QUE SOMETE LA RELIGIÓN A LA POTESTAD CIVIL

1847

IMPUGNACION DB LA

HEREJIA C m T l I Ü O M QUE

SOMETE

LA

R E LIGIO N

A

I.A

PO TE STA D

CÍY1L,

e n t& U $ lEütimíí® titsnrpo*: PRECED E

LA HISTORIA DE ESTA MISMA HEREJIA feESDE LA REFORMA DE LtiTERO HASTA LA EfcOCA PRESENTE.

O b ra e s c r ita en fra n c é s p o r Mr. B O V E B , - DIRECTOR DEL

SEM IN AR IO

RES.

S ü LP ICIO

EH

PARIS.

COST U G E K C I A B E L O H S I N A R I O .

M A D R ID :

1847.

Imprenta de D. Josrc F e lt x P a la c io s , editor.

La abra que presento ahora al público f ¿ fblta d* otro mérito tendrá siempre el de la oportunidad: en la actualidad es sumamente interesante. Satanás que dirige la guerra declarada hoy al cristianismo con aquella pro­ funda malicia observada por sa-n Pablo, ha asestado todas sus baterías contra el dogma que defiendo. Bien sabe él que apoderado de esta trinchera avanzada de la ciudad de Dios enteará en ella á mano armada y reina­ rá como soberano: asi todo el vigor de la defensa, es decir, de la polémica cristiana y católica, debe dirigirse hácia ese punto central del ataque del demonio. Estaba reservada á la iglesia esta última prueba, es á saber, que unos enemigos que tienen-el proyecto de­ clarado de destruirla, se presentasen como sus protec­ tores y como los conservadores de su obra,.y bajo este religioso pretexto usurpasen todos las prerogativas de la gerarquía divina para emplearlas en la destrucción y ruina de aquella. Venciendo en este último combate va á poder retar con mas seguridad que nunca, á las potestades del infierno que no prevalecerán contra- ella: van á brillar con mas vivo resplandor los caracteres de divinidad de que está rodeada; y selo podrán descono­ cerlos aquellos que se pongan una venda en los ojos. Con todo antes de comenzar mi trabajo perdóne­ seme que exhale una queja que oprime mi corazón. ¿Por qué en un reino donde el catolicismo es la religión de la mayot' parle deí puebla soberano, me he de ver yo forzado, á probar un dogma tutelar de todos nues­ tros dogmas y sin el cual no se tiene idea de la iglesia católica ? ¿Por qué me he de ver precisado á hacer una

conclusión de é! y corroborarle con argumentos de toda especie sacados de las fuentes de la ciencia divina? En 1790, época todavía muy reciente, la santa sede notó el error que combato, como una herejía, una especie de análisis de todas las herejías * y eso en uno de los juicios mas solemnes inscriptos en los registros de 1» iglesia católica: el nombre de constitucional dado á esta herejía es para todo católico como uno señal de réprobaclon en la frente, Bonaparte, el restaurador del culto católico en Francia , profesó el dogma contrario y le proclamó solemnemente al tiempo que aceptaba coa complacencia los títulos de nuevo Ciro y restaurador del templo de Dios, Luego desenvainó, la espada contra esta misma iglesia, la único potencia dé Europa que se atrevía entonces á presentarse como soberana indepen­ diente del poder de aquel. Con todo aun entonces no dijo Bonaparte: La iglesia católica no es una potencia soberana; sino: Yo soy su protector y debo protegerla contra sí misma cuando va á precipitarse en su ruina. ¿ Y cuál fue su suerte? No quebrantó esta piedra, sino que se estrelló en ello. Los obispos de varios grandes reinos reunidos en concilio en Paris hablaron al emperador este lenguaje firme é intrépido: Nosotros somos vuestros súbditos en el,orden temporal; pero en el espiritual, vos sois súb­ dito de esta iglesia A quien representamos. Os es dada toda potestad de encarcelarnos y aun de quitarnos la vida; pero si proponéis <1 la iglesia católica que abdique la supremacía de las cosas divinas de que la invistió el mismo Dios, os respondemos en su nombre: Al Cesar loque es del Cesar y á Dios-lo gue es de- Dios'; y si hay que optar entre estas dos potestades y juzgad vos mismo si es -justo y equitativo obedecer á los hombres-antes que á Dios. Cíteseme un tiempo, una época, up instante en que un príncipe que se dijera católico, haya desco­ nocido la supremacía de la iglesia en el orden espiritual. Én; 1826 un ministro dél rey enunció está verdad

católica en. el seno de los cuerpos legislativos¿ y nues­ tros legisladores la reconocieron como el dogma funda­ mental de la religión del estado. No obstante quién sabe si al defenderla yó y tratar de probarla en forma pa­ saré ó los ojos de muchos por un obscuro rite, un retró­ grado en la via del progreso. Nosotros, teólogos rancios de la antigua Francia, no entendemos nada de cierto lenguaje por desgracia demasiado común en la Francia nuevo, y nuestros oídos se desgarran al oirle. Hasta aquí nos había parecido una suerte de divisa de la igle­ sia católica el quocl ubique, quod semper de Vicente Lerinense; mas ahora se nos imputa á crimen creer que unos verdades enseñadas por el mismo hijo de Dios y : que cuentan nada menos.que diez y ocho siglos de an­ tigüedad y universalidad, no pueden variar con los me­ ses y los años y que la palabra de Dios tiene mas du­ ración y estabilidad que la de los hombres. A esos personajes que defienden unos principios tan anticató­ licos, les diré de buena gana: la libertad de imprenta que os permite blasfemar contra Dios, me autoriza á mí para defender su religión. Pudiera atenerme ó esta apología que me bastaria; pero sacaré una mas directa é ineluctable del orden legal diciendo: De1íiendo á la san­ ta sede. Y como nueslrd gobierno mantiene tan pacíficas y amistosas relaciones con ella y hace profesion abierta de reconocer su religión y la de la nación francesa en las creencias profesadas por la iglesia madre y maestro; no puede desagradarle una obra emprendida para la de­ fensa de su fé. Dos parles tiene este tratado: en la primera refiero la historia de la herejía constitucional; y en la segunda, toda dogmática, Impugno esta herejía con pruebas de cinco especies diferentes segun las diversas fuentes de la teología de donde las saco: 1 .° la sagrada escritura: 2;° la razou y sus discursos por los principios teológi­ cos. Si rio temiera contravenir é los preceptos de la modestia en él exordio tan recomendados por los maes­

tros de! arte; prometería aquí .presentar mis arguyentos sin aquella aridez y sequedad que tienen en los li­ bros de las escuelas. M i teología para salir á la luz pública no se desdeñará de tomar del arte oratorio al­ gunos de aquellos ornatos graves que reserva esta para Jos asuntos serios, y de que no tendrá que quejarse la severa dignidad de la ciencia divina: mis medios satados de ta sana política serán breves y precisos, y espero que guarden correspondencia con el título. Mi polémica sobre la tradición de la iglesia nece­ sita aquí una sucinta explicación para que el lector no pierda el hilo de ella. Está comprendida en las dos pro­ posiciones siguientes: 1.a La iglesia poseyó lodas las atribuciones de su constitución divina durante los siglos apostólicos y basta bajo de la espada de los tiranos: 2.* Ñolas perdió por la conversión de los Césares al cris­ tianismo. Esto me conduce a hablar con cierta especi­ ficación de la constitución de la iglesia, que es una monarquía mezclada de aristocracia: la monarquía apa­ rece en el papa con toda la plenitud de su potestad: el elemento aristocrático,le encuentro en el poder supre­ mo de los. obispos. Los presbíteros 110 pertenecen en la iglesia ó la soberanía, sino á la administración, es decir, que no son príncipes, ni soberanos, sino jueces,* ma­ gistrados y administradores; y ve ahí la excelente par­ te de honor y potestad que los separa de los simples fieles. H 9II0 la monarquía del papa: 1.° en la sagrada escritura: 2 .° en la tradición de los tres primeros siglos de ¡a iglesia. De la misma manera pruebo la potestad suprema y aristocrática de ios obispos: estos la ejercen 1 .° individualmente en el territorio de su diócesis, 2 .° colectivamente en sus juntas llamadas concilios; y aquí hago la observación de que los concilios forman parte de la constitución de la iglesia y son uno de los móviles ó si se quiere de los instrumentos principales de ella. Esta controversia me da margen á impugnar el presbiterianismo, error que levanta la cabeza en e l seno del

catolicismo mas de un siglo há, y que ha salido á probar fortuna en nuestra iglesia de Francia por medio de un escrito cuya refutación será el apéndice de este. A to­ das estas pruebas precede un argumento prejudicial sa­ cado de la ley fundamental y de la libertad de cultos. M i segunda proposición es esta: La iglesia no perdió su potestad soberana al abrazar los Césares el cristianismo. E l sistema constitucional se funda en la suposición de que la potestad de los príncipes ligada en tiempo de los emperadores paganos quedó libre de sus ataduras en el de Constantino. Esta suposición viene á tierra por el solo hecho de que no se enuncia claramente en la Es­ critura; pero para destruirla hasta en la raíz no hay mas que probar que Constantino lejos de presentarse en la iglesia cómo soberano de ella' no ocupó otro puesto que el de un súbdito, poderoso y elevado á la verdad; pero que únicamente aspiraba á la honra de un pro­ tector, un obispo exterior, á quien podía aplicarse este noble dicho de Fenelon: E l príncipe hace la guardia al rededor del santuario; pero no entra dentro. Esto nos conduce á examinar el reinado de Constantino antes y despues del concilio de Nicea; mera discusión de hecho libre de todas las espinas de la ciencia teológica* Por fin en la ultima sección discurro sobre cuatro hechos de la revolución francesa posteriores al año 1790: 1.° la asamblea constituyente reunida por entonces y sus decretos sobre la conslitucion civil del clero: 2 .°Bo­ naparte y su concordato con Pío V I I de santa memo­ ria: 3.° la coronacion de aquel emperador por el mis­ mo pontífice: 4.° los discursos pronunciados por un mi­ nistro del rey Carlos X en los cuerpos legislativos. Llamo constitucional á esta herejía porque sirve de basa, fundamento y principio racional á la constitución civil dada al clero en 1790, y porque salió en cierto modo armada de la cabeza de los Treilhard, los Camus y los Martineau, personajes llamados en aquella época padres de la susodicha constitución. Pudiera añadir que

todos los clérigos que se adhirieron á ella y la juraron, recibieron el nombre de constitucionales. Los hechos que-descubro en mi historia*; serán so­ bremanera- interesantes para los católicos perseguidos en Alemania, Polonia y Rusia, quienes verán la relación de sus padecimientos por la justicia. Los franceses no los leerán con indiferencia, porque para nosotros los cató­ licos lu fé nos manifiesta unos hermanos en los cristia­ nos que están esparcidos p'or toda la redondez de la tierra. Los mas de estos hechos son ocultos é ignorados, y solo pueden conocer toda la grandeza de ellos los que sufren la persecución. La divina providencia me ha puesto en la mano preciosos documentos sobre unas per­ secuciones inauditas en Europa desde la era de los már­ tires, y creo prestar un servicio útil á la humanidad rasgando el tupido velo con que se procura encubrirlas. Tanto mal nos hace la libertad de imprenta, que debe­ mos.agradecerle este débil medio de defensa que opone á los actos arbitrarios de los perseguidores del catoli­ cismo. ~

Hay un dogma en el cual estribo la iglesia entera como en.su fundamento» y visiblemente es el que se­ ñaló nuestro Señor Jesucristo bajo del' emblema de lapiedra sobre que edificó su iglesia: hablo de la suprema­ cía del episcopado y de Pedro su cabeza en el orden espiritual y en todo el dominio de las cosas divinas* Quítese á la iglesia este dogma tutelar de todos nucstros dogmas, y no es ya mas que una ciodad edificada en el aire * una sociedad sin leyes y sin gobierno, entre­ gada á la anarquía intelectual, no menos temible en el orden moral que la anarquía^ social en el político, ni menos fecunda en cismas y errores que la primera en discordias y guerras civiles. En lo mas recio del arrianismo y de la lucha impío de este partido contra Ja iglesia los etisebianos, hombres vanos y frívolos, eru­ ditos y literatoé mas que teólogos, versados en la mito­ logía pagana mas que en la ciencia divina, pero de cualquier modo los defensores mas hábiles de aquella herejía, no cesaban de dirigir esta invectiva á los ortodo­ xos: «¿Por qué ha de arder toda la iglesia y lio de es»tar tumultuada y div idida en discordias por una pala wbra obscura, ambigua y que.no se lee en ningún lugar 35de las divinas escrituras?» Hasta el ánimo del pió y religioso Constantino llegó á imbuirse de esta falsa preo­ cupación. Pero se les respondía: En esa sola palabra (se íes

háblaba de la voz c¡uóurwv) está interesada toda la eco­ nomía del cristianismo: trátase de saber si el Verbo es Dios ó una criatura, si es hijo de Dios, igual y con­ sustancial á Dios, ó uno de esos grandes hombres iguales á los dioses de la gentilidad. No obstante la distancia que separa estos objetos, creo poder reunirlos y decir á mis adversarios: Si juzgáis que la cuestión presente es de mediano interés para la religión y la iglesia, ved á dónde os conduce tal principio: conceded at monarca la supremacía en el orden espiritual, y desde luego viene á ser para él la religión un ramo de la administración civil: dirige y ordena el culto, la fé y la disciplina co­ mo la hacienda, la guerra y el comercio: cambia y modifica á su antojo el símbolo de la fé como el códigO: legislativo: la disciplina eclesiástica se confunde en su espíritu con la policía del estado, y las ceremonias del templo y del altar con el ceremonial y etiqueta de su palacio: instituye y destituye á los pastores de las par­ roquias y á los pontífices de tas iglesias lo mismo que á los jueces de sus tribunales y los gobernadores de sus provincias; y no hay razón paro que no venda indistinta­ mente el patrimonio de la iglesia ó el del estado según la urgencia de las necesidades de su tesoro. Anualmente se pondrá en problema la existencia de la religión al discutirse en los cuerpos legislativos la parte de los pre­ supuestos destinada para la dotacion dei culto y la ma­ nutención del clero. Desde que la filosofía moderna, apoderándose de los negocios públicos en Europa , empezó á dirigirlos por sus agentes y sociedades residentes en Paris y ó introdu­ cir sus iniciados en todos los gabinetes de Europa con calidad de ministros y estoy por decir de mayordomos de palacio; desde esa época que llamaré de gradó la era filosófica, y cuya fecha pudiera fijarse en el año 1790, salvo el reservarse los cuarenta ó cincuenta anteriores para preparar los caminos; desde entonces se descubrió la tendencia general de la diplomacia á someter la po~

testad espiritual á la temporal, la iglesia al príncipe y el altar al trono, y se pusieron las miras en demoler aquel por la acción de este á fin de poder destruir con menos dificultad y resistencia el trono divorciado del altar. Era tan manifiesto este proyecto, que los defensores ilus­ trados de la religión no cesaban de descubrirle y denun­ ciarle á la opinion pública, y era muy frecuente en los escritos de los apologistas y en los discursos de los pre­ dicadores de la divina palabra este lenguaje figurado: Los golpes que descargáis sobre el altar, corresponden á los cimientos del trono. La imprenta y la cátedra cristiana no se cansaban de repetir esta fórmula que ya estaba gastada , y se sentía una especie de necesidad de rejuve­ necerla por medio de la frase ó la expresión pora intro­ ducirla con ventaja en el discurso. Con todo eso era tan notorio el dogma de la supremacía de la iglesia en el orden espiritual, se profesaba tan abiertamente y habia echado tan profundas raíces en la fé de los pueblos, que nadie se atrevía á negarle públicamente. Diferíase este proyecto para una época próxima, en que madurada la razón del pueblo por los escritos filosóficos fuese capaz de romper francamente con la iglesia romana, para aquel perípdo de tiempo predicho por los oráculos proféticos en que la posteridad oiria un buen zipizape (I), y la Francia se habría vuelto un pueblo de filósofos. Entre tanto se seguían los consejos del patriarca ó mas bien oráculo de Ferney, que era saludar respetuosamente á la infame antes de escupirla en el rostro y asentarle sen­ dos garrotazos en la cabeza. No se habia alterado nada en las formas de la diplomacia todavía se decía el pa^ dre santo, la santa iglesia católica, apostólica romana, y se meditaba el proyecto de echar de Roma ó aquel sacerdote y borrar su nombre de la lista de los sobera­ nos: ademas en materia de jurisdicción espiritual siem­ pre se le estaban suscitando nuevas reyertas. Recuerdefl)

Vease la correspondencia filosófica de Yoltaire.

~ .u _ se aquí Nápoles, la hacanea blanca, el pleito homenaje debidoá la santa sede por un feudo tan indisputable des­ membrado de la soberanía de Roma, la contienda de aque­ lla corte sobre la materia de los impedimentos del ma­ trimonio con manifiesto olvido de los decretos del con­ cilio tridentino. Despnes de esto viene en Portugal el ministró; Pombalcon sus pretensiones visiblemente hete­ rodoxas sobre la institución puramente secular de los obispos en sus sillas. A este ministro le he designado yo bien con el nombre de mayordomo de palacio, mayor­ domo tanto: mas duro para con la sania sede, cuáuto los Ptpinos habian sido apacibles* benignos y propicios con la misma. En España ¡cuántas violencias por parte de los débiles monarcas de aquel reino guiados por la ma­ no audaz de mis ministros filósofos, quienes arrancaron ó. viva fuerza á la santa sede la extinción de un institu­ to que se llamaba en voi baja la guardia real del papa y el baluarte del calolicismol ¿ Y qué diré del emperador José y de tantos planes insensatos á la par que violen­ tos y extravagantes, concebidos en aquella cabeza volcá­ nica y terminados por una guerra que encendió las de la revolución? Todas estas contiendas promovieron la peregrinación del santo pontífice Pío V I á Alemaíiia y causaron los tormentos de su prolongado martirio, que empezó el día de su entronización y concluyó en Valen­ cia de Francia enmedio de un duro y cruel cautiverio. ¿Han concluido estas bastardías? ¿Se han comprendido tantas lecciones como desde entonces ha dado la divina providencia álos reyes y á los pueblos? ¿Pueden los re­ yes de la tierra responder al Altísimo que tan repetidas veces íes ha dicho desde el cielo: Y-ahora entended los que juzgáis h tierra;.sí, kemos eMendido', áe aquí ade­ lante seremos los hijos de la iglesia católica, sus obispos exteriores, sus protectores, sus padres anunciados por los oráculos de los profetas? Demasiado cierto es que el género humano es el sordo que tiene oidos y no oye, y los gobiernos en sus relaciones con la santa sede son el

etiope incapaz de cambiar de color. El espíritu filosófico se ha reformado únicamente en haberse vuelto mas pru­ dente y advertido y haberse disfrazado mas en su pro­ funda malicia. Lo que ipe autoriza para creer que no es exagerado esté lenguaje como parecerá ti muchos, son ios quejas; que oigo proferir ai benigno: y pacífico Pío V I I , confesor y mártir de la fé católica: «Envidio la suerte »del muflí de los musulmanes, á quien atormentan me­ ónos los bajaes y gobernadores de aquellas regiones que »á mí ios gobiernos cristianos de las potencias europeas »con los disgustos que me ocasionan sin cesar.» Y aquf no acuso á tal monarca < 5 ministerio individualmente considerado, sino el espíritu en que vivimos como enmedio del aire que respiramos, y juzgo que no se podría vivir en.esta atmósfera si el cristianismo no mez­ clase una medida de aire puro de aquel flojisto, que preserva á las sociedades humanas de una disolución to­ tal. Enmedio de este abandono general la supremacía de la iglesia no existe mas que en la forma, y la su­ premacía espiritual de la potestad civil existe en rea­ lidad. J5e ha censurado al congreso de Yiena ese-trueque de pueblos y territorios, que se parece á la negociación de las ferias y mercados. En este nuevo derecho de gen­ tes cuya suprema ley es la fuerza, no se ha visto en los hombres mas que unos animales, y se ha empleado este ganado humano para hacer monstruosos resarcimientos sin atender no digamos á los intereses fiscales, agrícolas, mercantiles y militares de los pueblos, que eso sería poco, sino á la índole, á las simpatías y antipatías del ceracter nacional y á su misma religión, A un soberano católico que posee el cordial afecto de sus súbditos ca­ tólicos, se le arrancan estos para pasarlos á la domina­ ción de un príncipe protestante, el cual despues de al­ gunos testimonios falaces de protección no oculta su plan de fundir todas las sectas y religiones en el cuerpo de una misma sociedad civil y religiosa, siquiera fuesen

aquellas tan incompatibles entre sí como el si y el no, 1q verdad y el error. Con todo advierto, y creo deber notarlo aquí, que á pesar del vacío del espíritu religioso que se observa en este tratado** se estipuló en favor de los católicos el ejercicio libre de su religión sin coaccion ni trabas de ninguna especie, y bajo este nombre está comprendido manifiestamente e! dogma que ahora de­ fiendo v porque es claro que sin él ni siquiera hay idea de la religión católica. Pues este dogma, asegurado por la libertad de cultos -que se escribe en el frontispicio de todas las constituciones posibles bajo el nombre de dere­ chos del hombre» este privilegio es el que reclamo en favor de los católicos de tóelas las naciones; y esta dis­ cusión será la materia de mi obra. Ve aquí las razones que he tenido para escribirla: este dogma impugnado hoy y puesto en problema es el primero y principal dogma nuestro, y lo vuelvo á decir, la piedra angular en que estriba todo el edificio del ca­ tolicismo. Pregúntese á un niño instruido en los prime­ ras rudimentos de la íércatólica: ¿Qué cosa es iglesia? Y responderá: Es la sociedad de los fieles unidos entre sí por los vínculos de la profesión de una misma fé y la participación de los mismos sacramentos bojo la conduc­ ta de los mismos pastores y de Pedro su cabeza ij mea­ rlo de Jesucristo en la tierra. Ya lo vemos, la suprema­ cía del papa y de los obispos asociados con él al gobier­ no de la iglesia, ese es el fundamento en que descansa su símbolo y la columna inmóvil que le sostiene: por este dogma existe la iglesia y sin él no puede existir, por­ que el nombre de sociedad implica una cabeza y un go­ bierno custodio y conservador del orden y de las leyes. Dondequiera que éntra la iglesia, se anuncia como la hija del Altísimo, la esposa del hombre Dios, rey invi­ sible del cielo y de la tierra, encargado á su nombre del gobierno de las cosas divinas, soberano del reino de Dios situado mas allá de este mundo. Su patrimonio es la verdad revelada á los hombres por el hijo .de Dios ba­

jado del cielo y ademas los otros bienes espirituales, la gracia, la caridad, es decir, la piedad, la virtud, los sacramentos que son las fuentes de ella: su fin es la ad­ quisición del reino de la gloria: donde quiera que se le niega esta supremacía de los espíritus y de todo el orden moral entero* y se le propone someter su divino cetro á la potestad civil y entregar á esta la posesion y direc­ ción de aquel, se retira; ¡y ay del pueblo que la re­ chaza, porque desprecia al mismo Dios! De todos estos hechos afianzados por la divina palabra creo poder de­ ducir que el congreso' de Yiena al estipular la libertad de culto en favor de los católicos reunidos á los estados protestantes hizo de los derechos gerárquicos y juris­ diccionales del papa y los obispos en el orden espiritual una clausula estricta del contrato de reunión y del nue­ vo pacto social. Verdaderamente sin lá garantía de este dogma la libertad del culto católico no seria mas que una concesion vana, un nombre, úna palabra vacía y sin realidad. Lo que acaba de probarlo es que la iglesia gozó de esta supremacía en toda la plenitud de su po­ testad é independencia bajo el reinado de los emperado­ res páganos, y en el instante que envainaban la espada de la persecución contra los cristianos, continuaba aque­ lla ejerciendola con tanta publicidad como los soberanos temporales su autoridad y jurisdicción privativas, y to­ davía ejerce hoy este derecho en Inglaterra, los Esta­ dos Unidos y los Países Bajos sin trabas ni coaccion. Los católicos viviun en paz en los estados prusianos como súbditos sumisos en el orden temporal al príncipe que les habia puesto la conquista, y tranquilo3 poseedores de la independencia.de su gobierno espiritual según los términos do la libertad de cultos. Yivian asi bajo la sal­ vaguardia de las leyes divinas y humanas y la garantía 'del tratado de Viena; y ve aquí que el soberano sin Dingun respeto á sus promesas anteriores pone en una nueva situación á sus súbditos católicos de la Polonia, del ducado de Posen, de las provincias del Rin y en x. 45. 2

general de todos los países reunidos por la conquista, sometiéndolos á una legislación hasta entonces inaudita en el catolicismo sobre las materias espirituales mixtas sin exceptuar los sacramentos y las preparaciones de santidad y justicia que estos exigen: acerca de todos estos objetos, aun cuando fuesen calificados de dogmas, artículos de fé y verdades reveladas, declara S. M. V,. que deben prevalecer sus edictos sobre la orden de Dios notificada como tal por el papa vicario de Jesucristo y por los obispos sus legítimos representantes, y ademas que toda resistencia pasiva de sus súbditos católicos fun­ dada en la palabra de Dios y en la obediencia que le es debida, se castigue como un crimen de felonía y re­ belión, queriendo que sus oficiales de justicia queden facultados para compeler con la prisión corpqral los obispos y sacerdotes al estricto cumplimiento de estos reales decretos. En vista de estos actos tiránicos y con­ trarios á lo estipulado en Yiena se conmovieron los ca­ tólicos , y ante« de apelar á Dios y á la iglesia de estas leyes injustas de -Cesar invocaron el pacto de reunión y respondieron á su soberano: «Si quereis interponeros «entre el papa y nosotros como un intérprete mas au­ téntico de la palabra de Dios que el vicario de Jesu­ cristo, os declaramos que no obedeceremos aunque ^hubiese de costamos la vida-, y nunca nos apartare­ m os de este precepto apostólico: Conviene obedecer á »Dios antes que á ios hombres.» Al oír la señal de esta persecución se reanimó y des­ pertó la fé de aquellos países que se deeia estar ador­ mecida y amodorrada; y aquellos intrépidos cristianos á ía manera de los generosos israelitas <jue sentían tem­ blor sus ríñones y deseaba» morir antes que ver la desolación dé la ciudad santa, dijeron: «Primero morir »que sufrir la sujeción de la iglesia á la potestad civil «abdicando el dogma conservatorio de nuestra santa reli­ g ió n , sin el cual estamos fuera del -camino-de la salvaícion y,de la vida.» E l arzobispo de Colonia y el obispo

de Posen son actualmente (1) los confesores y mártires de este dogma, en el cual está interesada la existencia de la misma religión como no nos cansaremos de decir­ lo. A nuestros ojos aquellos dos magnánimos pontífices son otros nuevos Pablos cargados de cadenas por defen­ der la causa mas preciosa. Cuarenta mil sacerdotes se­ culares y regulares y ciento veinte obispos confesaron este dogma en Francia el año 1790 sufriendo el destier­ ro , la deportación ó la muerte. Mas adelante mostrare­ mos que la gran controversia sostenida contra la herejía constitucional se resolvía enteramente en este punto de­ terminado: La potestad civil no es soberana en materias espirituales. Nuestro santísimo padre Gregorio X V I en quien resplandecen la santidad y sabiduría de tantos pon­ tífices que ocuparon antes de él la cátedra principal, este padre común de todos los fieles no ha faltado á los deberes de su divino oficio que es confirmar á sus hermanos en la fé, y ha declarado á la faz de la iglesia universal que aquellos ilustres prelados padecían realmente persecu­ ción por la justicia, y que la supremacía de la potestad temporal en el orden espiritual era la muerte de la re­ ligión. Oigamos á S. Santidad. «La declaración prusiana presenta como incontesta­ b le una máxima errónea, que es como el principio de «donde todo se deriva y al cual pueden referirse todas »las pretensiones y aserciones del gobierno; á saber, que »la iglesia depende de la potestad del estado en los ob­ jetos relativos á la religión. En consecuencia se quiere »que la autoridad real pueda dar órdenes sobre puntos «de religión, aun en oposicion con las leyes de la iglesia, «las cuales deben ceder á las del estado; y que en la «pugna de unas y otras sean tenidos los obispos, el «clero y el pueblo católico á seguir no las leyes de la «iglesia * sino las del reino. Sientase que no solo no pue»de ningún obispo hacer estatutos sobre los asuntos de *

(1)

Esta obra se publicó en 1840.

»la religión y de la iglesia sin licencia del gobierno, ni «deponer á un eclesiástico, sino que la misma santa se»de no puede ejercer ninguna autoridad legislativa en »los otros estados, pues que aun en las materias doctri«nnles no se puede publicar ninguna decisión pontificia, »n¡ obligar en el reino sin el consentimiento del gobier­ n o & c.» Siguen una multitud de usurpaciones, sobre las que reclama el sucesor de Pedro y suprema cabeza do la iglesia; y á la expresión en que declara el soberano tem­ poral no querer jamas renunciar uno solo de sus falsos derechos, opone el papa esta animosa declaración: «La santa sede conoce qué es inútil refutar la má»xima de la dependencia déla iglesia respecto del estado; «sistema que propende á separar del centro de unidad los católicos prusianos. Entonces el gobierno seria el «centro de unidad y establecería una nueva iglesia que «seria diferente de la católica: esta constitución seria » enteramente opuesta á la del divino fundador de la igle«sia. Esta es una por su institución: el hijo de Dios no «formó mas que un rebaño, ni encomendó la dirección «de él á los príncipes de la tierra, sino que dió á su igle«sia una cabeza, cuya potestad se extiende por todo el «orbe católico. « E l rey de Prusía encontró la iglesia católica esta­ blecida en sus estados y debe dejarle la forma, la cons­ titución y los principios que tenia. Aseguró á los cató­ dicos de sus dominios sus derechos y privilegios: ¿pue»de ahora despojarlos de ellos y exigir que observen no «las leyes de la iglesia, sino las del reino, y que obedez­ c a n no á sus pastores, sino al gobierno secular rom«piendo los lazos que los unen con su cabeza natural? «No es cierto que la santa sede quiera ensanchar su po­ testad de un modo inconciliable con los derechos del «soberano y ejercer allí asi corno en los demos estados la ^autoridad legislativa fuera (lelos límites de sus alrfbuwciones eclesiásticas* Quien eé arroga derechos contrarios

»á la constitución inmutable de la iglesia y á la misma »fé de loa tratados es el gobierno prusiano. E l es que «niega públicamente á la santa sede el derecho de pro­ m ulgar leyes sobre puntos religiosos. E l padre santo no »hace mas que defender sus derechos esenciales ;■lo cual »es para él un deber: por eso reclamó en las alocucio­ n e s de 10 de diciembre de 1837 y 13 de diciembre )>de 1838; y por eso se ve obligado á reclamar de nuevo «contra todas las máximas erróneas é injuriosas á la liber­ t a d y autoridad de la iglesia que se contienen en el ma«niüesto prusiano, y á protestar.. Si este gobierno no quie­ bre renunciar ninguno de su pretendidos derechos, mtiMcho menos aun quiere faltar S. Santidad á ningún deber »,de su autoridad suprema y <íe sus apostolado universal. » Sin embargo S. Santidad debe desechar con horror »la mas leve sospecha de sentimiento é intención que no »sea conforme con la máxima de entera sumisión á que «están obligados los súbditos en el orden civil respecto de »la potestad temporal..... «La religión católica no solamente profesa la máxi»ma de completa fidelidad y sumisión á la potestad tem»poral en el orden civil, sino qué inculca esta obligación »aun en-el caso de vejación en materia de religión. La «santa sede ha praotioado siempre ésta máxima, y lo «prueban sus hechos y su lenguaje. Aquí pudiera citarse »!a encíclica de 15 de agosto de 1832 y otros documcn»tos y rescriptos públicos. Mas ia máxima de fidelidad y «sumisión á la potestad temporal en el orden civil no «autoriza la desobediencia a la autoridad de la iglesia en «el orden religioso. Se debe obedecer á los hombres; pe»ro antes se debe obedecer £ Dios, y se le obedece ob­ servando las leyes de la iglesia que en bis cosas de la 33religión no tiene su autoridad sino de Dios. Asi pues si »la potestad secular se atreve á hacer leyes y decretos «que eslen en oposicion con los mandamientos de la igle»sia, los. católicos que guardan estos no faltan á la fide­ lid ad debida al soberano en el orden temporal, sino qw;

3)cumplen la grande obligación de obedecer antes á Dios.» Aquí protesta la cabeza de la iglesia contra el cargo que se le hace de excitar á la rebelión por el cumplimiento del deber sagrado de su ministerio, y apela á los docu­ mentos auténticos que ha expedido á los prelados católi­ cos de los estados prusianos en el discurso de estas dife­ rencias. Notemos la sabiduría que resplandece en esta doctri­ na , y su incomparable oportunidad con las circunstan­ cias de los hombres, de los tiempos y de los siglos. En la edad media los sumos pontífices juzgaron una obra de sabiduría ejercer un supremo dominio sobre las cosas temporales y dar dentro de esta jurisdicción órdenes res­ petadas de los reyes y los pueblos. Entonces era necesa­ rio para sacar ú salvo los verdaderos derechos del hom­ bre y contener en los límites de la justicia una muche­ dumbre innumerable de Boberanosque con sus fortalezas y castillos dominaban todos los lugares y aldeas. Estos señores no conocían mas derecho que la fuerza; y ¿qué hubiera sido'de la humanidad si el papa y los obispos no Jes hubiesen infundido el único temor de que eran ca­ paces, el dé Dios y la excomunión, poderosa espada para herir el alma con una muerte invisible? Bajo la protec­ ción de esta jurisprudencia útil y necesaria los pueblos afligidos por guerras continuas gustaron las dulzuras de 1a paz tres dias á la semana. Por la virtud eficaz de la tregua de Dios un vasto recinto trazado al rededor de los templos llegó á ser un asilo inviolable, donde se salvó de los horrores de la anarquía y de la guerra el labra­ dor con su ganado y lo que estimaba mas que sus bienes, la honra de su mujer y sus hijos. Este derecho de la po­ testad eclesiástica era tan conforme entonces al orden le­ gal y al derecho común» como hoy seria contrario y opuesto. En el día todos los publicistas juiciosos é ilus­ trados confiesan y reconocen este punto de doctrina, y acaba de confirmarse con pruebas nuevas é incontesta­ bles en una obra recien publicada que han juzgado Yen-

ticosamente los diarios de sanas ideas (i), Está agotado este lugar común de declamaciones filosóficas contra el clero, y ia impiedad no tiene ya nada nuevo que sacar en materia de mentira y calumnia: la potestad temporal de la iglesia era entonces la ley del tiempo, y yo añadiré que el resultado de la fuerza de las cosas: asi lo quiere una ley de la naturaleza y siempre será obedecida. A los sabios toca gobernar á los ignorantes, asi como á los que tienen buena vista y aun á los tuertos el guiar á los cie­ gos; y en un tiempo en que la cualidad de letrado ( es decir, de hombre que sabe leer y escribir, era una es­ pecie de deshonor para los nobles y príncipes del siglo y una verdadera imposibilidad para el pueblo, por su condicion siervo; en las tinieblas de semejante barbarie debieron necesariamente dominar los obispos ^sacerdo­ tes y avocar á su tribunal todo el orden judicial y la ad­ ministración que de él depende. Nunca podrá agrade­ cer bastantemente la humanidad el servicio grandísimo, inapreciable, que le prestó la iglesia queriendo adminis­ trar bien su tutela cuando aquella era menor de edad en la vida social. Mas ahora que han cambiado los tiem­ p o s ^ los reyes y los pueblos ilustrados comprenden hasta dónde llegan sus derechos y hablan de recobrarlos, !a iglesia no disputa con ellos; pero en las quejas y de­ clamaciones de nuestros filósofos contra el antiguo orden legal reconoce la exactitud de la nota de ingratos que creyó san Pablo por un efecto de su luz profética deber poner á los novadores de estos últimos tiempos. Esta observación á que rae ha conducido mi asunto, da margen á una reflexión que salta de suyo del discur­ so precedente; y es.admirar la sabiduría y comedimien­ to que resplandecen en la citada alocución. La santa se­ de no piensa ni juzga que pertenezca á la fé católica la autoridad temporal según la ejercieron Gregorio V i l é (1) D* ¡a potestad del papa sobre los soberanos th ta $dad media: un tomo en 8.% 1839.

Ioocencio IV . Vease hasta qué punto abandona á la faz del universo toda dominación en el orden temporal, cuan­ do declara solemnemente que en este está sujeto el mi­ nisterio episcopal á ia jurisdicción secular. Consagro mi obra á la defensa de este dogma funda­ mental y á la discusión de esta cuestión verdaderamen­ te vital para la iglesia* En el rescripto del sumo pontí­ fice que acabo de citar, creo ver una exhortación á to­ dos los teólogos y apologistas déla religión y la iglesia para que dirijan ó ese blanco todos los esfuerzos de su polémica: machos de ellos han respondido ya á este lla­ mamiento; y una vez que en las guerras en que la cosa pública corre grandes riesgos, todo ciudadano es solda­ do, con gusto entro yo también en campaña. Ve aquí to­ do el plan de mi obra. Trazaré un resumen histórico de esta herejía que llamo constitucional y revolucionaria, epítetos que no puede desechar como injuriosos. Es verdaderamente constitucional, porque sirve de basa, fundamento y principio racional á la famosa constitución dada al clero por los constituyentes de 1790, y en cierto modo salió armada de la cabeza de los Camns y de los Treilhard. Ahora bien la voz pública llamó entonces á estos hombres los padres de la constitución civil del clero, y ademas es sabido que todos los clérigos que prestaron su adhesión á ella teórica y prácticamente bajo la fé del juramento, tomaron el nombre de constitucionales con que puedo con justicia llamar constitucional á esta herejía. La llamo revolucionaria, porque se formó bajo del secreto influjo de los Sieyes, Mirabeau y Talleyrand; y si añado que no dejaron de tener parte en ella los Ro bespie r res, los Danton, los Dumoulins y otros jacobinos que empaza^ ban á pulular dentro y fuera de aquella asamblea, y que esos mismos hombres dieron fuerte impulso á esta obra preparativa de las grandes operaciones de 1793, diré la verdad. Por estas causas puedo llamarla revolucionaria* Divídese este libro en dos partes, la primera histó-

ríca y la segunda dogmática. En la primera refiero fa historia de la herejía constitucional desde su origen hasta nuestros dios. Empieza en la reforma de Lutero y pro­ sigue hasta la revolución de 1830, porque la falsa filo­ sofía del sig lo X V III cuyas operaciones dirigió, es una hija ó si se quiere un producto inmediato de la reforma de Lutero, y su reinado oculto ó manifiesto empieza al fin del ministerio del cardenal de F leu ry, continúa en los aciagos y últimos años de Luis X V y acaba en la revo­ lución de 1830. Considero esta herejía en Inglaterra donde tiene cua­ tro épocas distintas: el reinado de Enrique V I I I , fun­ dador y padre de ella, el de Eduardo V I , el de María, porque aunque esta reina intentó atajar los progresos de dicha herejía no lo pudo conseguir, y por fin el de Isabel que le dió su asiento y forma y Iá incorporó con la constitución del estado. E l rey de Prusia y el emperador de Busia afectan ac­ tualmente la supremacía espiritual para con sus súbdi­ tos católicos, que es el fondo mismo de la herejía cons­ titucional, y con este achaque los persiguen cruelmente. Contaré las tristes particularidades de esla persecución, que formarán la materia de la tercera y cuarta conside­ ración. La segunda parte, toda dogmática, combate esta mis­ ma herejía con pruebas de cinco especies diferentes se­ gún las fuentes ó los lugares teológicos de donde las saco: 1.° la sagrada escritura: 2.° la razón y sus discursos sobre los principios de la teología: 3.° la sana política: 4.° !a tradición de la iglesia: 5.° la revolución y muchos he­ chos de su historia que han ocurrido desde 1810 has­ ta 1830. En estas indicaciones ve el lector todo el plan de es­ ta obra.

HISTORIA

DE LA HEREJIA CONSTITUCIONAL. P R IM E R A SECCION. DESDE L A R EFO R M A DE LU T ER O HASTA E L AÑO 1 8 3 &

Esta primera época pudiera subir hasta W iclef y Juan deHuss; pero para mayor brevedad no paso de Lutero. Apenas empezó este á romper con la iglesia romana, conoció la necesidad de buscar en alguna parte un prin­ cipio de unidad para reunir en un mismo símbolo su doctrina que veia todos los dias caerse á pedazos al antojo de tantos espíritus inquietos y turbulentos y á merced de todo viento de doctrina. Si se me pregunta cómo aquel déspota tan codicioso de dominar sobre los espíritus y el pensamiento pudo consentir en entregar el gobierno de la sociedad, cuyo fundador se declaraba, á la voluntad versátil y movediza de todos los príncipes y tiranos que pudiera haber en las edades y siglos futuros; diré que prevalecieron dos grandes intereses sobre su orgullo y dominaron su pasión de mandar, que no consentía igual como la de Cesar. Estos dos graneles intereses creo des­ cubrirlos yo, el primero en la necesidad de la propagación y el segundo en la de la conservación de su secta. I,— D

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SÜ SECTA.

Sin duda que se ocurrieron á Lutero una multitud de medios de propagar su secta en el instante que era-

prendió su nueva carrera , porque tenia no menos viveza y penetración de entendimiento que fogosidad y arrojo; pero entre todas estas causas de adelantar le parecieron las mas activas y eficaces el poder de ios príncipes y el in­ calculable influjo de los gobiernos sobre los^pueblos. Des­ de luego se figura cualquiera que debió contar grande­ mente con la vida licenciosa y desenfrenada de muchos sacerdotes y prelados de entonces, con la terca resisten­ cia de una parte del clero á la reforma de la disciplina, pedida por el voto ó mas bien por el grito de la indig­ nación pública y siempre eludida por medio de artificios, y con la conciencia de su talento y su confianza presun­ tuosa en una elocuencia vehemente y poderosa para mo­ ver, irritar y levantar á la muchedumbre ignorante y* Siempre fácil de impresionar. Parece que oye uno á aquel M aral, á aquel boca de yerro del siglo X V I de­ cir en medio de la exaltación ó mas bien desvanecimien­ to de su orgullo: Yo solo destruiré la iglesia romana y la veré caer á mis golpes, mientras bebo cerveza á la chi­ menea con mi querido Melanchthon. Sin embargo aquel aposto! de mentira debió experimentar un terror páni­ co al ver prontos á levantarse contra él grandes reinos y un emperador pujante con toda su fuerza militar, y hu­ bo de conocer que su reforma era una empresa frustrada, abortada, si no conseguía oponer la espada á la espada y una potencia á otra potencia, ganando para el nuevo evan­ gelio príncipes, soberanos, ciudades imperiales y seño­ res feudales grandes y pequeños: á este blanco asestó todas sus baterías y dirigió lodoa sus esfuerzos. Para atraer á los príncipes y hacerlos secuaces de la nueva doctrina no arredró á Lutero ningún medio: halagó el orgullo y la codicia de los príncipes alemanes con los in­ centivos mas capaces de seducirlos y no perdonó dili­ gencia ni escatimó concesiones, aunque hubiese de entre­ gar su secta atada de pies y manos y abandonar la di­ rección y supremo gobierno de ella á la potestad tem­ poral. Le pareció mas apetecible para losnuevos séctarios

— sa­ ja dominación de los Nerones, Tiberios, Gaferios y Díaelccianos de las edades venideras que el gobierno paeífifico del episcopado y del sacerdocio evangélico, consti­ tuidos por el mismo Dios para administrar las cosas di­ vina?. Y ve aquí los cálculos de su prudencia humana, que eran exactos y estaban combinados con una astucia digna de Satanás y de su profunda malicia. Para enten­ der mejor esta verdad tomemos las cosas de mas arriba. En vida de Lutero y cuando resonaba en leda Ale­ mania la fama de su doctrina, entonces mas que hoy el modo de pensar y la opínion del príncipe llegaban 4 ser fácilmente aun en materia de religión la opinien y creen­ cia de todo un pueblo; de suerte que aquel nuevo após­ tol } aquel nuevo pescador do hombres, cogiendo en las redes de su error á un principe, ó un elector, á un cas­ tellano, al magistrado ó consejo supremo de una ciudad imperial, un cabildo, una abadía y aun una abadesa con un soberano ó príncipe inveslido.de los derechos reales* se llevaba tras sí todo un pueblo. Por aquí se explica cómo aquel hombre soberbio no tavo por costoso ningún sacrificio de orgullo á trueque de ganor para su reforma un soberano ó una potestad de la mas ínfima catego­ ría. Llamaba él á su evangelio el evangelio puro, es decir, limpio de Ja corrupción de tantas prácticas idolátricas y farisaicas añadidas al de nuestro Señor Jesucristo por la superstición romana; pero icuán flexible y acomoda;tício se hacia aquel evangelio tan puro j- taaseve.ro, cuando se trataba de halagar las pasiones de los prínci­ pes alemanes, protectores y defensores armados déla reforma, su codicia de dinero, su pasión por el lujo» su intemperancia y hasta sus liviandades! Hoy es un hecho de pública notoriedad que el alistamiento de uno de ellos en la cruzada contra Roma le valió una dispensa del pre­ cepto divino de la unidad del matrimonio, autorizada por Lutero y Melanchthon su colega en el apostolado del er­ ror, y ademas obtuvo una especie de indulgencia y re* misión del pecado de poligamia.

Por esta época el espíritu huma do esLoba en gran fermentación: parecía que la Europa quería salir del fcctargo en que se hallaba como sumergida: las fuen­ tes de la ciencia se habian abierto para’ todos] A h e­ chóse mas comunicativas por el descubrimiento de ia imprenta. Las obras maestras de la antigüedad profana* modelos inimitables del arte de bien hablar, y los escri­ tos de los santos doctores, depositarios de la tradición de la iglesia , empezaban á pasar de las manos del clero á las de la nobleza y del pueblo. Ya no era para la prime* ra una deshonra, ni para el segundo en cierto modo una imposibilidad el leerlos; pero este impulso intelectual era lento, y en tiempo de Lutero daba, por decido asi, los pri­ meros pasos. Contentase dentro de las cla-ses mas notables de ta sociedad, los príncipes, los magistrados, los docto­ res de las diversas facultades, los estudiantes de las uni­ versidades, en una palabra los hombres de algún viso en la república de las letras. Este movimiento no pasa­ ba de la parte superior del cuerpo social y ni siquiera habia llegado hasta el medio, si es que había medio en un cuerpo que solo tenia cabeza, brazos y pies, es de­ cir (hablando sin figura), señores y siervos, amos y es­ clavos. Recuerdese que cuando los campesinos alemanes, conmovidos con la halagüeña palabra de libertad evangé­ lica que habia llevado la reforma hasta sus oídos, qui­ sieron participar de ella y figurar algo en el orden social reclamando á mano armada ios derechos del hombre, Lutero, ese fogoso predicante de la soberanía del pueblo en materia de religión, se mostró entonces humildísimo servidor ó mas bien vil esclavo de los señores alemanes, y declaró al pueblo que la insurrección contra la tiranía de la iglesia romana era un deber sagrado; mas la resis­ tencia activa á unos amos que ni siquiera los trataban como hombres, era un crimen de felonía y rebelión , y en lugar de mediar entre los opresores y los oprimidos en calidad de evangelista y alcanzar algún alivio del fér­ reo yugo que agobiaba ¿t aquellos desdichados vasallos,

no hizo otro uso de su apostolado que entregarlos inde­ fensos á la venganza de los señores. Estos despuea de ha­ cer horrible carnicería en los mas revoltosos volvieron á amarrar á los otros con las cadenas de la dura servidum­ bre feudal. Si se quiere saber hasta qué extremo llegaba esta en Francia y Alemania , juzguese por el hecho si­ guiente : consta por instrumento y títulos auténticos existentes aun que cuando un señor vendía una tierra, en­ tregaba con ella el ganado, los aperos de la labranza, los muebles y los hombres siervos y unidos á la gleba, homines: es decir que los labradores, los campesinos iban confundidos en el mismo inventario con las bestias y los bienes muebles de la heredad: en una palabra los labradores eran siervos. En cuanto á los soldados eran unos autómatos vivos, y parecía que no tenian alma sino para querer como sus jefes, ni cuerpo sino, para moverse al antojo de estos. No se decia de ellos que sus armas eran inteligentes para someter el mandato superior al examen de ía razón, ni que la lectura de un diario era para ellos una especie de necesidad como la comida: en una pala­ bra ia sociedad alemana no conocía la clase baja del pueblo que nuestra revolución llamó desde el principio los ciudadanos activos: los artesanos y labradores eran unos entes pasivos á las órdenes de la nobleza. En tal estado aun cuando Luter.o hubiera tenido menos talento y sagacidad, habría conocido que la conversión de un elector, de un magistrado y de cuanto tenia el nombre de soberano , era para él una conquista inapreciable y que una cabeza de esta especie equivalía & un pueblo entero. Y supuesto que mi asunto trae este discurso, el lector juicioso é ilustrado descubrirá la razón providencial de la introducción de las soberanías eclesiásticas en la iglesia en el estado de civilización y orden social en que vivía enton­ ces el cristianismo en Europa. No titubeo en decir que aquellas soberanías salvaron el catolicismo en Alemania. No consideraado mas que el espíritu del Evangelio y la

parte que Dios dió á los ministros de su sacerdocio cu ondo le fundó, confieso que está uno tentado por conde­ narlas y reprobarlas como un gran abuso producido por Ja calamidad de los tiempos y el. vicio de ios hombres. Mas si 6e reflexiona profundamente, no larda uno cu corregir estas primeras consideraciones de la rozon, y •confiesa sin dificultad que esta institución era en las ideas de Dios un consejo mas misericordioso que severo para con su iglesia, un remedio de un mal mas grave y estoy por decir que una necesidad de la época y las circuns­ tancias. E l abadí'Ieury, escritor muy estimable por su juicio exquisito y vasta y escogida erudición y tan reco­ mendable por otros títulos, se equivocó aquí. Si este es­ píritu mal contento, admirador exagerado de ios tiem­ pos antiguos basta degenerar en detractor injusto de k>s‘ siglos modernos, hubiera estado mas alerta contra sí mismo; habría omitido buena parte de ew quejas y lamentos contra las soberanías eclesiásticas, y habría vig­ ío que la suma visiblemente ponderada de las desgracias y calamidades que Ies atribuye, era muy inferior é la de ios bienes que resultaron á favor de la religión y la hu­ manidad. Aquel excelente sacerdote no preveía el abuso que harían algún día de esta teoría especiosa los filósofos partidarios de Voltaico, precursores de los jacobinos de 1793 y de todos los niveladores y destructores de aque­ lla época de horrenda memoria, Mas para reducir estas declamaciones á su justo valor decimos á esos hombres engañados: ¿Qué hubiera eido de ese pueblo soberano, cuyos derechos exagerais hasta un extremo absurdo» en ios tenebrosos siglos de la edad media, si al amparo de ■las soberanías eclesiósticasí bajo sus banderas feudales y al abrigo de su tribunal y de su espada temida y temible no hubiese encontrado siempre una protección segura contra la tiranía de los soberanos temporales altos y ba­ jos ? Re floróme aquí á lo que ho dicho mas arriba sobre este punto; pero es un hecho interesantísimo en favor de mi causa que los soberados «elogiásticos salvaron la reli-

gíon católica en aquella parte de Alemania que ocupan todavía. E l pueblo de los países protestantes de este ter­ ritorio no profesó la confesion de Augsburgo, porque habia leído la Biblia y .adquirido una convicción racio­ nal de la legitimidad de la reforma, sino porque les dijo su señor feudal: Quiero que la abracéis. Estas pro­ mesas y amenazas y el imponderable influjo de la potes­ tad gubernativa fueron para los vasallos alemanes la análisis de su fé y la razón ulterior de su creencia. A la misma causa debe atribuirse la perseverancia de la Alemania católica en la religión de sus padres, y esta verdad de hecho se demuestra con solo mirar un mapa geográfico, ¿Por qué se profesa el catolicismo en este lugar ó en aquella ciudad? Porque en tiempo de Lutero perseveró firme en su religión el soberano; pero ¿por qué perseveró? Porque era eclesiástico. A haber sido soberano secular probablemente hubiera flaqueado y pasadose al lado de la reforma. En una palabra en to­ da la vasta región conocida antiguamente con el nombre de Germania un soberano católico fue p&ra la religioa católica una roca, un muro de defensa en donde se estrelló la reformo, y las mas veces este soberano per­ severó católico porque era príncipe eclesiástico. ¿Por qué la ciudad de Stras burgo se compone mitad de pro­ testantes y mitad de católicos? Los hombres ilustrados de aquel pais os lo dirán: porque cuando Bucero y los otros discípulos de Lutero predicaron la reforma, estaba dividida la jurisdicción secular entre el obispo y el ca­ bildo por una parte y el concejo por la otra, Resulta pues que las soberanías eclesiásticas fueron en Alemania como unas fortalezas inexpugnables, donde la religión católica halló un amparo contra la invasión de la refor­ ma, y se mantuvo desde Carlos.Y vencedor de la liga de Smalcalda hasta el tratado de Westfalia, no perdien­ do su preeminencia hasta el último congreso de Viena, donde la filosofía con la misma mano que había exten­ dido los derechos del hombre» firmó esos trueques asom­

brosos de un pueblo por otro, sin descubrir al parecer otra cosa que movimiento y materia en la religión y la moral. Creo que basta lo dicho para probar la conclusión sentada mas arriba; es á saber, que Lutero en el artí­ culo fu ndamen talude su reforma que pone en manos del soberano la supremacía espiritual, consintió en seme­ jante sacrificio solamente con el Ün de atender á un inte­ rés de superior categoría para él, el adelantamiento y propagación de su secta. I I . —- D EL OTRO IN T E R É S NO MENOR QUE T E M A L U ­ TERO , QUE E R A L A CONSERVACION DE SU R E ­ FO RM A,

Despues de haber reconocido Lutero la soberanía de la razón individual en materia de religión é investido á todo ente que piensa y reflexiona, sin exceptuar á la simple aldeana, del"derecho de interpretar la Escritura y revisar todos los juicios de la iglesia, no tardó en pro­ bar los amargos frutos del árbol de la libertad que él habia plantado. Diariamente veia caerse á pedazos su reforma, según el dicho enérgico de Bossuet, é Irsele* de las manos algunos dogmas de la antigua fé romana que habia creído deber conservar. Cumplióse en él este oráculo profético que pronunció san Agustín contra todas'las sectas y todos los sectarios: Ellos cogieron el cu­ chillo de división para separarse de la iglesia romana: este cuchillo se quedó en sus manos; y. ved ahora en cuántas partecillas y pedazos se dividen y reparten. Es tan grande y tan halagüeño el papel de evangelista , de apostol,, de fundador de secta , ó si se quiere de maes­ tro, que Bonaparte se le envidió y muchos discípulos suyos quisieron representarle despues de él. Zuinglio, Ecolampadio, Carlostadio y mas adelante Bucero, Calvino &c.:a§pirarón sucesivamente á la honra de formar secta y tener una escuela. Las paredes de la taberna t . 45. 3

¿otídé pasó !a escena, repitieron mucho tiempo ó los via­ jeros el reto que hizo al heresiarca un discípulo suyo con el vaso en la mano de impugnarle y vencerle cq.n los argumentos de la teología y las armas de la lógica en un libro juzgado por la razón general , intérprete auténtica de ia divina palabra. Agregúese á esto la ley de la invencible naturaleza , según la cual los principios falsos depositados como semillas pestilenciales en el seno de las sociedades humanas, deben llegar hasta sus últi­ mas consecuencias. Como dice enérgicamente el conde de Maistre, el tiempo es el ministro de Dios encargado de ejecutar este decreto de la divina justicio. E l nova­ dor enuncia principios falsos, y los recibe la sociedad en­ gañada con los artificios de aquel. Los defensores de la verdad le ponen á la vista las consecuencias, y él las nie­ ga , no las ve ó cierra ios ojos para no verlas. Espere­ mos algunos años y veremos á alguno dp sus discípulos osado, emprendedor y novador por caracter sacarlas y reunirías en un cuerpo de doctrina seguido, lógico, consiguiente y mas especioso por cuanto todas las propo­ siciones de que se compone salen por via .de deducción y en buena forma de un principio falso, pero admitido, de un punto de partida convenido. E l cebo de la. nove­ dad no tardará en dar muchos discípulos á este nuevo predicante,'porque él espíritu humano.despues de ha­ ber gustado este fruto prohibido todavía desea mas y no se haría nunca. Los novadores dan la mano ó otros, no­ vadores para arrastrar á los pueblos tras sí y precipitar­ los en un abismó insonduble de errores. Entre Jourdan coríücabezas y Lafayetle, decia en 1791 un realista tan puro como excelente lógico, no hay otra distancia que la que existe entre el principio y ia consecuencia. MalietDiipan (1) y otros escritores hábiles, defensores mode­ rados de iú révolucion, tenían por una exageración rí(1) Era el Redactor de un periódico acreditadísimo por aquella época.

dícula este lenguaje. Mas si: yo digo ¡ entre Lutero, Calvino y Yol tai re y eotre Voltaire; Marat y Robespierre no hoy otra'.distancia que el espacio interpuesto entre ei principio y ia consecuencia, ¿quién* me criticará? La Historia de las variantes de la herejía protestante escrita por la mano firme y vigorosa de líossuet y la de las sectas nacidas de la misma reforma, fruto precioso de \h erudición mal digerida del cura Gregoire, hun der­ ramado una lu^viva y experimental sobre esla verdad: ^aquellas dos obras, aunque desiguales en mérito, no lo son en interés. A la objecion que resulta contra la reforma , á saT ber:, que multiplica las religiones como ios individuos, no hay otra respuesta que esta: ese no es un gran ma!, porqué todas las' religiones-so» buenas. Mas ¿no excep­ tuáis siquiera- los que se oponen y contradicen tanto ¿ornó él sí y el no-, la presencia real ó figurada, el culto idolátrico dado á los hombres y h adoracion de un solo Dios en espíritu y en verdad? Si todas estas religiones son buenas, ¿qué os resta que decir sino que no hay verdad ni error en materia de religión, y que el ateísmo y el escepticismo son la religión y la filosofía del hombre sabio que no qüieroextraviarae en la región de las abs­ tracciones y quimeras;? No dejó de aterrarse Lutero al ver delante de sí (an lúgubre perspectiva:; pero mas aterrado estaba su discí­ pulo Melancblhon ¡ .quien no veia otra salida que el restablecimiento de la divina institución del episcopado, y murió atormentado de terrores y remordimientos por no poder salvar en esVe puerto'la nave de la. reforma amenazada de un- naufragio inevitable. Lutero conocía como Melsnchtlvoiv que su secta no podia resistir á aquel torrente de errores; mas como acababa de proclamar la supremacía de;l& ra^oo* no podia buscar el principio de la unidad en Ur fuerza moral del doctor que enseña y decide; y no pudíendo nada la autoridad contra la anar­ quía intélectlualv le fue forzoso p'oner la reforma bajo

la protección de los magistrados, y encomendar la con­ servación de ella á la espada de los Césares, es decir, á la fuerza de la potestad civil* Lutero conoció que su re­ forma-por su constitución misma se resistía á cualquier otra medicina que esta* á no que consintiese en some­ terse otra vez al yugo de la autoridad; pero era dema­ siado soberbio para dar un paso alras, y no podía salir de su boca esta expresión: Me he equivocado. Mas ¿ có­ mo se concilio la supremacía intelectual ó en otros tér­ minos'la soberanía del pueblo en el orden moral con la dependencia civil en el temporal? Unos espíritus capaces de gobernarse áéí mismos en materia de moral y reli­ gión, de descubrir el punto fijo de Ja verdad enmedio de la inundación de tantos errores y de dirigir por sí las cosas de la eternidad» unos hombres tan confiados en el vigor y fortaleza de su razón ¿no son capaces de administrar por sí mismos ó por sus representantes la policía, las rentas y todos los ramos del orden ci vil? Es de creer que Lutero con su natural penetración conoció que la reforma religiosa produciría la política por su tendencia natural y sustituiría el régimen popular al monárquico, y que en aquel se hallaría la armonía de la supremacía de la razón y de la obediencia civil y re­ ligiosa prestada á la potestad política* E l lector me perdonará la prolijidad de estas explicaciones cuando vea que no se podra explicar de otro modo esta impor­ tante materia con alguna profundidad y conocer hasta en sus primeras.causas esta verdad de hecho: que L u ­ tero se vió precisado por loa dos instintos de propaga­ ción y conservación de su secta á ponerla bajo de !a protección de la espada de los príncipes para salvarla de una ruina próxima y de una disolución inevitable.

III.

*— SO BBE XjÁS CAUSAS DEL RÁPID O ADELANTA­ M IENTO DE L A R EFO R M A D E LUTERO .

A juicio de este heresiarca 1$ pronta propagación de

su secta y el rápido adelantamiento de su evangelio son el milagro de los milagros, con que Dios puso sobre la reforma el mismo sello de su divinidad que en otro tiem­ po imprimió en el Evangelio puro predicado por sus apóstoles. Pregúntasele: ¿De dónde venís y quién os enj ia ? Decís que venís á reformar la iglesia romana y sa­ carla del abismo de corrupción en que ha caido y del cúmulo de errores y superstición que como fatal cizaña han sofocado la buena semilla de la divina palabra; mas esta iglesia tiene promesas de eterna duración, y su di­ vino fundador !e dijo desde el principio; Enseñad mi palabra , bautizad, dispensad mis sacramentos: yo estoy con vosotros hasta lá consumación de los siglos * con vos­ otros que os dedicáis á cumplir este divino ministerio de la enseñanza de mi palabra y de la dispensación de mis sacramentos, Y vos mismo creéis tanto en la inmu­ table firmeza de esta promesa, que diariamente decís en la oracion de la mañana: Creo la iglesia santa, cató­ lica , apostólica. Añadís que esta iglesia católica ha cor­ rompido la doctrina de los apóstoles y que Dios os en­ vía para levantarla de sus ruinas; pero ¿dónde están vuestros milagros? Porque Dios uo ha encomendado jamas á sus enviados semejante misión sin ponerles en la mano credenciales justificativas de ella, como hace un rey con sus embajadores. Vuelvo á preguntar, ¿dón­ de estati vuestros milagros? Lutero al empezar la pre­ dicación de su nuevo evangelio no puede decir como san Pedro ó un cojo incurable: No tengo oro ni plata; pero te doy lo que tengo: levántate y anda. E l heresiarca responde: «Ved los progresos de mi nuevo evangelio, »su rápida propagación en las naciones de Europa, su «establecimiento, la macera con que continúa extendien»dose: esa es la prueba de mi misión , y este milagro »me dispensa de presentar otros. Vn fraile obscuro »gwe conmueve segunda vez el cielo y la tierra, y derri))ba por todas partes Iob templos y altares levantados «segunda vez & la idolatría y al culto de tas criaturas

» por fiema corrompida y degenerada , tantas supersli«oiones corno desfiguraban á la iglesia de. Jesucristo, «borradas y abolidas en todos lugares ¿no prueba «esto át tos ojos de todo hombre equitativo que mi «evangelio ds obra de Dios como el primero * su conti«nuación ó ínas bien s« rehabilitación en la forma prí«mitiva?» A este lenguaje fastuoso y arrogante responde \a iglesia : «No lo creáis: el Evangelio de Jesucristo se «propagó contrariando lodos las pasiones de la natura«leza corrompida., sacrificándolas, reduciéndolas á ser«vidumbrey crucificándolas; porque san Pablo creyó «que no podia darnos una idfca suficiente del espíritu «evangélico sino por medio de su lenguaje ^enérgico ; y «vosotros los reformadores no procuráis en vuestro «nuevo evangelio sino halagar las pasiones y condescen» der con los deséos mas perversos : el orgu 11o saIe’blen «librado en vuestra doctrina. Vosotros decís u todos los «cspín'tu’s curiosos y soberbios: el creer sin titubea^ »examinar ni discurrir y por la simple palabra deles » hombres ¿no es dtíscoríocer la dignidad humana y los «derechos imprescriptibles de la rázon y trasladar á la «criatura la infalibilidad y la exención de todo error, »prerogativa incomunicable del Criador? No nos dió «este la razón para vedarnos asi el uso de ella. Vosotros «hálagais la sensualidad y no le' quitáis nada de* lo -que «apetecen los sentidos. Aboliendo el ayuno y abstinencia, »la confesion auricular, los votos religiosos y el celibato «eclesiástico, decís á todos los clérigos, frailes y mon«jas corrompidos: derribad esas barreras del claustro «que convierten vuestra habitación en una cárcel hor^ «rible: el matrimonio es Santo y honroso, y os alan con «ése voto de perpetua castidad como con una cadena de «hierro; pesó intolerable, insoportable parala flaqueza «humana. Al oír el EvÉmgel-io de nuestro Señor se en­ durecieron los reyes de la tierra y meditaron infames «maquinaciones contra la nueva religión diciendo: R<mi-

upamos unos lasos tan duros y rechacemos de nosotros » ese yugo tan severo; y en cuanto empieza Lutero sus » prédicas,dicen los príncipes viciosos y corrompidos de »la confederación germánica: Oigamos á este reforma»dor, que verdaderamente es un profeta: no nos dice »mas que cosas buenas y agradables: somete el sacer­ docio al imperio; y por un efecto inevitable de su sa»bia doctrina la religión, ese medio tan poderoso para íjinfluir en las conciencias, conmoverlas y disponer de «ellas á nuestro arbitrio, va á convertirse en un ins­ trumento dócil de la política. Los bienes eclesiásticos »y las alhojas de las iglesias empleadas en alimentar la «ociosidad de los frailes y el fausto de los sacerdotes van »á producir sumas incalculables en beneficio de nues­ t r o fisco.» Jesús dijo á sus discípulos: Vosotros sereis calum­ niados , perseguidos , azotados, encerrados en calabozos y llevados ante los tribunales como malhechores y ciuda­ danos turbulentos, enemigos dé la paz pública: vendrá un tiempo en que vuestra muerte se juzgará una obraagradable á D i o s Pregunto yo á todo hombre de buena fé: ¿podian conocerse en este retrato los predicantes de la reforma? ¿Qué eran estos hombres? Unos literatos, unos eruditos, bien cuidados y obsequiados en los pa­ lacios de los príncipes y en casa de los magnates y po­ tentados del siglo, ¿Podía decir Lutero como nuestro divino maestro que era el siervo de todos, que habia bajado para servir y no para ser servidlo, y que dejaba á los grandes y príncipes del mundo el fausto y la domi­ nación? ¿Podía hablar asi el reformador, esc fraile apóstata, mas altivo en su lenguaje que los reyes y do­ minadores de la tierra? Nuestro Señor era virgen é hi­ jo de una virgen, y todos saben el sacrilego matrimonio que celebró Lutero con una monja escandalosa ; y si yo repitiera aquí la -moral predicada por este nuevo apos­ to! sobre el matrimonio, diría cosas horribles y se tapa­ ría los oidos ei casto lector.

E l heresiarca se atrevió á hablar desde su destierro y su prisión; pero ya sabemos lo que era esta: el mag­ nífico castillo de un principe soberano, cuyo coto y jardines le servian de cerca: su mesa-era el banqiíete re­ gio del mismo príncipe; y el pontífice de la nueva re­ forma entre fiestas y francachelas bebía vinos exquisi­ tos y gustaba todos los placeres de una vida regalada y de un trato espléndido. Los devotos de la .secta llamaron á esía prisión la isla de Patmos, donde el nuevo evange­ lista escribió sus revelaciones. Nuestro Seíior paseó las calles de Jerusalem maniatado y cautivo , como reo que era conducido al suplicio; y Lulero entró en una de las ciudades mas grandes de Alemania montado en un so­ berbio corcel y rodeado de caballeros magníficamente vestidos, entre salvas de artillería y sirviéndole de guar­ dias de honor dos príncipes soberanos. Pero ¿á qué hemos de poner en parangón cosos tan contrarias como el Evangelio de nuestro Señor Jesucris­ to y la doctrina de Lutero, el ministerio de los apósto­ les y el de este reformador? Yo comparo los progresos del luteranismo á los del mahometismo: estos son dos fenómenos naorales explicables por unos medios en que lejos de reconocerse lo divino y sobrenatural no se ve nada que no sea muy humano. Mahoma lo mismo que Lutero paga en su falsa religión una especie de tributo á todas las pasiones humanas, al deleiLe carnal por la poligamia, á la pereza asiático por el dogma de la fata­ lidad, á la avaricia por la expoliación de los bienes eclesiásticos prometidos á los soldados de su ejército conquistador, ó todas las preocupaciones religiosas por la refundición de todos los cultos acreditados en aquellas regiones confundiéndolos en un mismo cuerpo de doctri­ na en el Coran, Hasta la propagación de la secta maho­ metana por medio del sable se viene á la memoria al considerar que Lutero y sus discípulos propagaron sus doctrinas con la espada de los príncipes alemanes levan­ tada sobre la cabeza de sua vasallos y con los intima-,

clones de los ejércitos protestantes para forzará los moradores de las ciudades y de los campos á abrazar lá reforma. * Aquí concluye el primer periodo histórico de la herejía constitucional que comienza en la reforma dé Lutero. IV ; — LA. FILO SO FÍA

D EL SIGLO X V I I I ES H IJA DE L A r e f o r m a : SU IN FLU EN C IA OCULTA EN L A PO LÍTICA DE EUROPA HASTA E L AÑO 1790.

La filosofía del siglo X V I I I nació de la reforma, y mucho1tiempo há que lo han confesado los ministros protestantes mas ilustrados. Jurieu no tenia reparo, de decir que en Holanda la reforma estoba preñada de la indiferencia en punto de religión por la libertad ili­ mitada de pensar, hablar y escribir que.dejaba á lodos; y Bossuet en todas sus controversias no cesó dé echar en cara á los ministros protestantes esta dura verdad: que la conclusión ulterior de su doctrina sobre la mate­ ria de la iglesia era nada menos que el ateismo puro. En 1790 celebró ln filosofía sus estados generales én Paris, se apoderó de la supremacía espiritual y la elevó al mas alto grado posible, porque ostentó lo que ge llama en política el poder constituyente y se creyó competente para sustituir á lo constitución divina de la iglesia lo que se llamó constitución civil. De mucho tiempo atras meditaba la filosofía esta grande obra y la maduraba con !a reflexión. Los esta­ dos generales de 1790 y la serie de sus operaciones le parecieron una época favorable para sacarla á luz y aplicarla a! gobierno de Francia antes (¡te hacerla el regimen constitucional de todas las potencias europeas en sus relaciones con la iglesia* Sus representantes reunidos en junta en la capital formaban un cuerpo y una especie de poder oculto, siendo directores invisibles de todos los negocios de E u ­

ropa: como dueños de todas los reputaciones disponían dé todas las glorias del talento: como dueños del mando daban muchos empleos altos, medianos é ínfimos: sus iniciados y confidentes gobernaban todos los gabinetes de Europa en calidad de ministros de unos monarcas dé­ biles y poco idoneos: miraban con suma aversión la in­ dependencia de la iglesia católica; y juzgaban necesario preparar con cordura la grande obra de someterla á la potestad civil. Los mayordomos anticristianos de estos palacios cristianos no: descubrían lodo su secreto, por­ que el pueblo religioso y católico de aquel tiempo no era capaz de sufrirle. Nada se había alterado én Ia& for­ mas delasrelaciones diplomáticas con la santa sede, que continuaban siendo filiales y respetuosas; pero todo esto no era más que la capa bajo de la cual se escondía el puñal para clavarle en la iglesia y destruir la jurisdic­ ción espiritual- Este proceder tenia un nombre sabido de los iniciados y descubierto.por la impresión de sus correspondencias secretas: aquellas eran las salutacio­ nes á la infame antes de descargar los golpes en su ca­ beza; y asi se preparaba la gran revolución fraguada y lodo eí gran estrépito que había de oir la posteridad según el dicho del oráculo de Ferney. Efectivamente la ruina de los tronos y del altar cayendo unos encima de otros no podía menos de producir un terrible estruen­ do. He indicado en mi preámbulo tos sucesos á que alu­ do, y debo repetirlos aquí so pena de dejar un vacío en este resumen histórico. He hablado de la corte de Ñapóles y de sus bastardías con motivo del homenaje de la hacanea fundado en títulos indisputables, y cuyos vi­ cios, si hubiera podidotener alguno, estaba!) subsana­ dos, por la posesion de tantos siglos. La facultad de los impedimentos dirimentes del.matrimonio sugería a! mi­ nistro Tanncci materia para una cuestiónen que.la fé católica definida por el concilio de Trento no dejaba vislumbrar ninguna avenencia. Las idease y procedimien­ tos heterodoxos del famoso Carvallo de Portugal sobre

la institución canónica de los obispos eran^I acto mag eminente de la supremacía : de la potestad' civil'eri lo espiritual* En Francia la jurisdicción: Episcopal estaba impedida y reducida á la nada por las usurpaciones de los parlamentos» á quienes contenía débilmente el consejo de estado. En Alemania el emperador José, su colegio filosófico y tantas ideas turbulentas, y extrava­ gantes sobre. los votos monásticos, la'educación ecle­ siástica .y ;Ia jurisdicción episcopal nacidas en el celebro inquieto y revoltoso de aquel monarca filósofo: en Ita ­ lia Febronio, el obispo de Pistoyn, la: teología presbite­ riana y -republicana dé estos escritores censurables y censurados: ve aquí un sumario de las operaciones del partido filosófico para: preparar la revolución de 1790, la constitución civil del cfero, la sujeción de la iglesia al estado y todo lo que hemos llamado la herejía cons­ titucional; Todas estas contiendas suscitadas a la santa sede por el partido filosófico antes desquitarse la más­ cara en 179k) y 1793 y descargar los golpes de muer­ te sobre el edificio del cristianismo llenaron de amar­ gura al santo pontífice Pió V I y promovieron el viaje de este peregrino apostólico á Viena, haciéndole beber hasta las heces el amargo cáliz de los sinsabores y pe­ nas desde el primer año de su pontificado hasta que murió en el duro cautiverio de Valencia, V . — LA SUPREM A C IA E S P IR IT U A L DE X A POTESTAD C IV IL CONSIDERADA EN 1790 Y BA JO E L G O B IE R ­ NO DE 1ÍO N APARTE. ■ . ■

Ya hemos dicho que la filosofía tuvo en 1790 sus grandes juntas en Paris y proclamó en pleno consisto­ rio lo que hasta entonces no habia dicho á sus iniciados mas que al.oido; es Ó saber, que la soberanía de la igle­ sia en materia espiritual era quimérica , y que la reli­ gión miasma no era otra cosa que un» institución civil subordinada como todas lasderaas á la potestad política.

Explicó y explanó este principio en «na serie de de­ cretos ó artículos constitucionales llamados constitución civil deí clero, de la cual no digo mas ahora porque en la tercera sección de la parte dogmática debo formar un capítulo aparte para refutar este error llamado por la iglesia el veneno de todpa los errores. Por fin vino Bonaparte. Este guerrero comprendió con las luces de una razón sólida que el gobierno de un pueblo ateo es una obra imposible para la política y y que la religión es necesaria al cuerpo social como el principio de vida al cuerpo humano. Durante la-vida mortal del hijo de Dios los demo­ nios con su boca impura publicaron la divinidad de Je ­ sucristo, E l concordato de 1802, firmado entre la santa sede y Bonaparte para abrir otra vez los templos del Señor en Francia, presenta á un observador juicioso bastante semejanza para cotejar estos dos héfchos no obstante la distancia que los separa y que el discreto lector sabrá calcular en sus justos límites. Bonaparte cuya fé en el Evangelio era por lo menos sospechosa, confiesa temblando que Jesús, el hijo de María, es eí gran rey por quien únicamente reinan los reyes, el so? lo capaz de afirmar el trono y asegurar la obediencia á las leyes: con un brazo de hierro y seiscientos mil sol­ dados a sus órdenes reconoce, ser impotente para go­ bernar una nación atea, y por el interés de la domina­ ción y el mando que es su pasión le vemos insistir á pesar de las reclamaciones del ejército, de los cuerpos legislativos y de los consejos de estado constituidos por la impiedad en que se abran otra vez los templos de la iglesia católica, y alienta al pueblo francés á que Heve en triunfo sus legítimos pastores para sentarlos en sus sillas. Mas bien pronto echa de ver que el concordato le lleva mas allá de donde él quiere, y que la supremacía del papa tan formalmente expresa en aquel le quita la soberanía de la religión y todos los beneficios que de

ahí puede sacar la potestad civil en favor de ía políti­ ca. Le halaga mucho la idea de un Sacerdocio sujeto á sus órdenes á la manera del clero ruso: asi piensa en recobrar lo que ha dado, y al tiempo de publicarse so­ lemnemente el concordato se admira el clero francés de verle alterado por un cuerpo de leyes llamadas orgáni­ cas, que con el especioso pretexto de completar y ar­ reglar aquel documento le corrompen y adulteran en términos que no le conoce el bondadoso y pacífico Pió V I I que le firmó, y se cree obligado á reclamar y decla­ rarle inficionado de toda la ponzoña de la herejía cons­ titucional. Cumplido este gran deber del oficio de Pedro calla el santo pontífice, y la iglesia católica le escucha y le comprende. ¿Llegamos ya al fin de este orden de cosas en que al paso que se escribe la libertad de cultos á la cabeza de todas las instituciones, continúala servidumbre sien­ do el patrimonio del culto católico, y esta religión en retorno de tantos beneficios coa que ha colmado ince­ santemente á las naciones, es tratada como un malhe­ chor digno por sus fechorías de ser recomendado á la vigilancia especial de la policía?. ¿Hemos llegado al fiu de tan.lamentable orden de cosas? No,¡no puedo creer­ lo cuando veo renovarse la persecución contra el catoli­ cismo en Prusia, Rusia, Dinamarca y las regiones del Norte con tanto furor como en los siglos paganos, y al papa tan agobiado, de disgustos por algunos príncipes que se dicen católicos, que envidia en Roma la suerte del muflí de Constantinopla. jO Dios! ¡Qué densas de­ ben ser estas tinieblas cuando no han podido desvane­ cerlas tantas lecciones dadas del cielo á la tierra en 1790 y en el medio siglo siguienteI Aquí me veo precisado á nombrar dos príncipes que reinan no sin honor y me­ recimiento en sus estados. Estos dos monarcas en quie­ nes se alaban ciertas prendas estimables, tienen venda­ dos los ojos para escribir su nombre en la lista de los perseguidores de la iglesia católica que empieza en Ne-

ron y acaba en Bonaparte. ¿Por qué han de aspirar esos príncipes aprecia bles á la triste honra de hacer márti­ res en el siglo X I X ? : SEC C IO N SEG UN D A. H IST O R IA DE L A H E R E JÍA CONSTITUCIONAL EN IN G L A ­ TERRA., I . — REINADO DE ENRtQÜE V III.'

liemos manifestado que el primer autor de la he­ rejía que sujetó la religión á la potestad temporal, fue Lutero. Esta proposición necesita modificarse y expli­ carse, porque no se verifica sino en un sentido la lo y remoto: la verdad es que este error procede de un ori­ gen mas inmediato que la reforma de Lutero. Nació en Inglaterra, y-su verdadero padre es Enrique V ilI. E l heresiarca aleman no aceptó lá dominación de la po­ testad civil ¡sobre la religión sino como un mal menor, •un correctivo de la licencia de pensar que había conce­ dido á' la razón, y cuyas funestas consecuencias descu­ bría diariamenterpero si: no le hubieran subyugado la constitución viciosa de su secta1y los principios de diso­ lución que advertía en ella cada día , no habría pensa­ ndo en aéeptar un yugo tan-odioso * porque según le dic­ taba su orgullo, mas dispuesto estaba á someter el im­ perio al sacerdocio que este á aquel. Enrique V IH hizo de esta innovación el objeto único de la reforma ó mas bien de la gran revolución religiosa cuyo fundador se declaró eri la Gran Bretaña, rompiendo los lazos que la uhian con la iglesia de Roma, presentándose como pontificesumoó ejemplo de loa Césares, y atribuyendo co■mo estos á la suprema potestad' temporal la supremacía espiritual. Dió la señal á los constitucionales de 1790 para introducir como parte esencial de la conslitucion -del estado esta pretensión herética* y empapada del ve­ neno de todas las .herejías. Nuestros novadores,si guien-

do las huellas del monarca inglés proclamaron la su­ premacía espiritual del soberano como un derecho ina­ lienable de su cororia. Asi creería yo truncar este resu­ men histórico y suprimir la sustancia y la materia principal de él, si al subir al origen de este error no hiciese parar mientes al lector en: Enrique V I I I y sus primeros sucesores ó fin de considerar el nacimiento y progresos de esta herejía y las diferentes formas de que se vistió en Inglaterra antes de tomar su asiento fijo y confundirse en cierto modo con la constitución del es­ tado. Es cosa sabida que Lulero y Enrique V I I I no con­ currieron mas que en un solo punto, el odio encarnizado que juraron á la iglesia romana: fuera de ahí lejos de te­ ner la menor simpatía entre sí se declaran una guerra á muerte, en que la pluma se convierte en una arraa mor­ tífera como la espada. Dejado á un lado la supremacía del papa, no es menos contraría y opuesta la teología del uno y del otro que el concilio de Trento á la confesion de Augsbürgo. Sentemos pues por principio que E n ri­ que V I H es el primer fundador de la iglesia, y aun diré de la religión anglicana. E l le dió su primera for­ ma,* porque no temo decir que la religion en aquel rei­ no ha cambiado hasta tres veces de aspecto. En efecto juzgándola por los símbolos y formulas de fé que ha compuesto no pueden menos de atribuírsele tres reli­ giones diferentes, siempre que se dé este nombre á los dogmas^ creencias, culto y disciplina profesados y prac­ ticados en una sociedad religiosa. Este es el lugar de examinar y juzgar éstas tres pro­ fesiones de fé que afirmo constituyen tres religiones. La profesión de fé de Enrique V I I I es toda católica: añá­ dasele el primado del papa y no veo qué dificultad ten­ dría un católico en suscribirla: un protestante zeloso de nuestros días ño quedaría muy edificado al ver prohibida la lección de la Biblia á los simples fieles. Co­ rno quiera el primer apostol de la iglesia anglicana ex­

plicó mas ampliamente su símbolo y profesión de fé en su libro intitulado : Doctrina necesaria á la 'salvación, que se llamó el Libro del rey; y hasta el reinado de Eduardo V I, en que á esta religión toda romana se sustituyó otra que puede llamarse su contraria eti vísta de que era un resumen, un compuesto del hormiguero de sectas nacidas de la reforma de Luter<*y aborrecidas por Enrique como unas blasfemias dignos del suplicio; hasta entonces, repito, eIZt&ro del rey fue el catecismo dé la nación. E l gobierno no hubiera consentido otro. Detengámonos aquí un instante para considerar mas de cerca la religión anglicana en esta primera época de su historia; y si es verdad que las cosas en ninguna parte se ven y juzgan mejor que en sus orígenes, ¿qué idea, Dios mío, habremos de formarnos de aquella re­ forma? S í, es menester tener una venda en los ojos para creer que Dios escogió tal evangelista y apostol para reformar su iglesia, y que este personaje es el Moisés suscitado por el Señor para sacarla del cautiverio á que la había reducido la Babilonia romana. JE n efecto si á este supuesto libertador se le piden señales de su mi­ sión» ¿cuáles otras puede presentar mas que prodigios de crueldad y licencia ? Un prejuicio muy notable á la par que contrarío á esta misión (y fije bien aquí el lector la atención) es la aBombrosa mudanza en mal ó mas bien la. horrible de­ gradación moral que se obró en aquel desventurado monarca, desde que se entremetió á ejercer aquella mi­ sión extraordinaria y dió principio ú la obra mas exce­ lente que Dios puede encomendar á un hombre. En efecto ¿cómo no se ha de llamar asi una obra en que se traía de cambiar la faz de la iglesia y trastornar do arriba abajo su gerarqufa, su gobierno y todos los fundamentos de su constitución divina? Enrique V IH pone mano á la.obra, y desde luego puede aplicársete en un sentido fatal el dicho del Espíritu Santo á los monarcas del pueblo escogido: Te convertirás en otro

hombre, y trocarás la flaqueza humana por ¡a fortaleza divina y el brazo del hombre por el brazo de Dios: muíaberis in tnrum altcrum. La misma verdad nos au­ toriza para decir á Enrique V IH ; Ya no eres el mismo: te has convertido en otro hombre: eras un gran rey, y te has vuelto un monstruo de crueldad y licencia: has llegado & ser el último hombre, el desecho de la hu­ manidad. Antes de su ruptura con lo iglesia romana figura­ ba Enrique entre ios .príncipes mas cumplidos de su tiempo. Era afortunado en la guerra, y sus brillantes hazañas y señaladas victorias le merecieron el renom­ bre de general perito y de un valiente y leal caba­ llero: en la paz gobernaba sabiamente, y el talento y habilidad de su ministro Wolsey hicieron resplandecer en gran manera aquel período de su reinado. Entonces su corte era el centro de todas las negociaciones, y mien­ tras Garlos Y y Francisco l ge disputaban el imperio, la diestra diplomacia de Enrique consistía en atraer á cada uno por diferente lado y ser preferido en su alian­ za. En el discurso de aquellas guerras tan largas creia la Europa ver en manos del monarca inglés la balanza en que se pesaba su destino, y nadie dudaba que la victoria seguiría fas banderas del dichoso rival que le contase por su auxiliar. Sabido es que durante el cau­ tiverio de Francisco I la reina su madre se postraba suplicante á los pies de Enrique y no creia pagar muy caro á costa de tal humillación la alianza del único príncipe capaz de servir de contrapeso ó la pujanza del emperador, que amenazaba á la libertad de Europa. Los ingleses le amaban á la manera que los franceses á Froncisco I como el caballero mas amable y cumplido de su reino. Hasta la religión fijaba en él una mirada de complacencia, y sus escritos apologéticos del dogma católico le valieren un título no menos honorífico y glo­ rioso que elde hijo primogénito de la iglesia, Despues de la aposlasía de Enrique V I I I y su ruptura con la t . 45. h

sí)nla sede no vemos en él mas que un-hombro despre­ ciable. Su caBa parece haberse convertido en un lugar de prostitución: tanto la manchó con la infamia y el adulterio. Para colmo de horror lo inundó de sangre. De seis mujeres que tuvo mató á dos y llevó la tercera al.pie del cadalso: las otras tres las echó de su tálamo y de su palacio, y las llenó de pesadumbres y amargu­ ra con el crimen de su divorcio. Su persecución contra los católicos y los que no se conformaban con la nueva religión, le hizo comparable á los tiranos de Roma pa­ gana : quitó la vida á millares de sacerdotes de uno y otro clero, á muchos nobles de la nación , á sus mi­ nistros de mas confianza, ó sus viles consejeros, á los cómplices de sus violencias ó injusticias, á los guerreras mas distinguidos por sus servicios y á aquel noble y célebre canciller que en su última hora apelaba de la sentencia del parlamento tan corrompido y venal de IngI aterra al gran parlamento de la iglesia católica. Enrique V I I I se juzgó á sí mismo por el dicho que se le atribuye: Nunca he negado á mi odio la vida de un hombre, ni á mis deseos la honra de una mujer. Su rapacidad fue igual á su crueldad. ¿Quién con­ tará los .incalculables tesoros que allegó con la destruc­ ción de (autos conventos, á cuyos religiosos echó á la calle é hizo perecer de hambre cerrando la puerta de paso á lo multitud de pobres que acudían allí á buscar el pan y el sustento? ¿Qué uso hizo de este patrimonio inestimable y de las sagradas alhajas de Ina iglesias? Un fraile apóstata á quien promovió ni episcopado, nos lo dirá: «Buena parle de estos bienes se gastaron en sos­ tener los juegos de dados, las mascaradas y los banque­ tes: sí, quisiera no tener nunca que hablar de esto: se gastaron en pagar sus.prostitutas y los cómplices de sus liviandades.» Y cuando estas prodigalidades luibiari dejado, exhausto!el tesoro, acudía para llenarle á los re­ cursos siguientes: causas .criminales de lesa majestad formadas con frívolos pretextos A algunos particulares

y á veces’á clases enteras, siendo taleslos prbcedimienfbs que nadie podía resistir: luego venían las derramas ex­ traordinarios y los tributos exorbitantes con* e! nom­ bre elq-dones' gratuitos; y porque nunca se le caia de la boca ó aquélla sanguijuela insaciable el grito de a/^r» afferi trae, trae dinero; se echaba mano de las medidas fiscales mas funestas para la riqueza pública, como alte­ ración de la moneda , aumento de su valor etc» En fin sé ha dicho que la cantidad de contribuciones y gabelas que habia sacado él á sus súbditos , igualaba á la que habían percibido todos sus predecesores juntos. Concluiré este paralelo con un rasgo que no debe omitirse: antes de su ruptura con Roma Enrique era hermoso y bien formado: luego que se hizo apóstala y opresor de su religión, adquirió tan enorme corpulen­ cia de resultas de su intemperancia y vida licenciosa, qüe no podía tenerse en pie y andaba por palacio en un carretón. A ! leer la historia de la reforma de Enrique cami­ na uno siempre de horror en horror, y no puede me­ nos de proferir este dicho de Bossuet, tan aplicable á los anglicanos como á los luteranos: Ye aquí los hechos de los nuevos apóstoles. ■ " II, — REINADO DE EDUARDO VI. Hemos llegado á la segunda época de la historia de la reforma anglicana, que es la completa destrucción de la rélígion antigua, dé manera que podemos con justi­ cia llamarlíi religión nuevo. A fines de enero de 1547 murió Enrique Y I I I , y le sucedió su hijo Eduardo, 1 quíeu había tenido de Juana Seymour, una de sus mu­ jeres. E l nuevo monarca tenía ocho años de edad, y co­ mo jefe de la religión poseia de oficio el derecho de ex­ tender fórmulas de fé añadiendo ó quitando, y trazar al clero el reglamento de las costumbres y la liturgia dé la misa, todo por la constitución del reino. El famoso

Cranraer, arzobispo de Caritorbery, coronó & Eduar­ do, quien prestó oi juramento acostumbrado sobre los santos evangelios, y lo que es mas sobre ia sagrada Eucaristía/que Cranmer llamaba la Idolatría romana. Kste dijo misa.(en la que no creia), porque todavía tenían fuerza de ley los seis artículos, el símbolo de fé y todo e¡ catolicismo de Eurique V I I I . La regen­ cia y el rey niño juraron la conservación de la reli­ gión romana que. se disponían á destruir: el pontí­ fice consogran lo no dejó de mezdar en la arenga de costumbre una piadosa exhortación al rey para que acabara la obra comenzada, diera el último golpe á la tiranía papal y mantuviese la religión del estado; y aquella nación grave lomaba de veras el ridículo espectáculo de un niño proclamado dueño y árbitro supremo de la religión antes de llegar á la edad de discreción. E l imberbe reformador puso manos á la obra , y procedió con mas celeridad que su predecesor; publicó una nueva fórmala en cuarenta y dos artículos, en la que se abolían la ley de los seis y lodo lo que se llamaba el libro del rey, el directorio dejas conciencías. Era dicha fórmula una análisis de la doctrina de todas las sectas establecidas en ASomanía , cada una.de las ^cuales habia aprontado su cuota, teniendo el re­ formador Cranmer bastante espacio en cuarenta y dos artículos para exponer la parte que tomaba de ca­ da una. Algunos intérpretes han creido ver las langostas del Apocalipsis en las sectas nacidas de la reforma de Lule­ ro, y esta alegoría no carece de exactitud. Guando uno piensa en la naturaleza de dichas sectas, solas y separa­ das unas de otras, sin vínculo ni coherencia, juntándose únicamente para embestir á la iglesia católica; se le figura ver en los. reinados de Enrique Y I I I y Eduar­ do V I una nube de herejes, luleratios, calvinistas, sa­ craméntanos etc., que partiendo de Alemania caen so­ bre Inglaterra para destruir la fó católica eu tanto que

dtiermen sus negligentes pastores. Cranmer durante su residencia en Alemania habia alimentado su alma cor­ rompida y perversa del veneno de las doctrinas heré­ ticas, y se dedicó á exprimirle en los cuarenta y dos artículos. El parlamento de Inglaterra despues de haber entregado la religión de sus padres al antojo de las pa­ siones groseras y bestiales de Enrique Y I Í I y destrui­ do la piedra Pobre que se fundaba aquella, se mostró igualmente dócil y condescendiente para sancionar la ley religiosa de los cuarenta y dos artículos, y Eduardo á la edad de ocho años le dió el*caracter de tal con el concurso de los cuerpos legislativos. La profesion exte-, rior de los cuarenta y dos artículos se impuso como una creencia que era preciso profesar de palabra y practi­ car de obra bajo las penas decretadas contra el crimen de alta traición (las leyes de !a época igualaban con los reos de estado á los que no se conformaban con la religión nacional). Y ve aquí abierto el dique para dar libre paso al torrente de corrompidas doctrinas que asolaban la Alemania: ve aquí cómo inundan el territorio de la Gran Bretaña. Los católicos que formaban indisputa­ blemente la mayor parte de la nación, se vieron preci­ sados á disimular su fé-, contenería dentro de su pecho y celebrar á escondidas sus misterios y sacramentos co­ mo otras tantas traiciones y crímenes de estado. Mas ¿qué diremos de una nación que pondera su filosofía y su amor á !a libertad, y consiente que el parlamento la haga mudar de religión dos veces en diez y ocho años atravesando .toda la distancia que separa á la igle­ sia romané de la anglicana en punto al dogma, el culto y la disciplina?

III.

— REIN A D O DE M A RIA.

Esta es la tercera época del error constitucional en Inglaterra. Bien sé que se escondió y eclipsó bajo el reinado de Mario; sin embargo se fortificó y echó raí-

ces como la entinó durante la tempestad, y geria in­ completa su historia- si yo omitiera este período, A Eduardo1sucedió la ruina Mario, hija de E n r i­ que Y I I I , la cual profesaba la religión romana. Los pri­ meros años de su gobierno se distinguieron por una gran moderación y prudencia : su consejo sé componía de hombres sabios cuyo dictamen seguia escrupulosa­ mente. Mantuvo el culto anglicano., reservó e^ catódico para su casa y real capilla , decretó la libertad de con­ ciencia y se contentó con. proscribir por disposiciones reglamentarias las injurias de herejes y papistas diri­ gidas á los que profesaban su religión.: Poco á poco se calmaron los ánimos, y lo mayor parte de la nación naturalmente católica -volvió- al culto de sus padres en que.había nacido. E l parlamento continuó mostrándose en materia de doctrina un instrumento pasivo en ma* nos del soberano* y no fue menester más que. una insi­ nuación de la reina para determinarle á abolir todas las religiones promulgadas bajo el reinado anterior ^ resta­ blecer á los católicos en la posesion dé los templos y la misa según la liturgia del rito romano/lJn año de pre­ paración bastó á la corte para que el, parlamento move­ dizo como una paja fuese á presentar á la reina el voto unánime de la nación y ni mismo tiempo su humildísima Suplica , á fin de que S. M. pusiese término ét la separa^cion que había entre la Inglaterra y la santa sede, é in­ terpusiera su mediación con el papa paro que- revoca­ das Jas censuras-fulminadas contra la nación británica volviese esta á entrar en el gremio, de.líi .iglesia católica. Pío bien había transcurrido el año, cuando el mismo parlamento recibió de rodillas en nombre de la,nación inglesa y por mano del cardenal Polo la absolución de las censuras en que habia incurrido ó causa del cisma. María no gozó mucho tiempo del jubilo inesperado que debió sentir después de consumada una obra tan grandiosa;'Los trea últimos años de su vida fueron un manantial de disgustos y, amarguras para ella. Habíase

casado con el rey Felipe I I de España por insinuación del emperador Carlos V , su tío y. consejero secreto. Este'-matrimonio-* en cierlo modo, opuesto á los intere­ ses políticos y ü\ espíritu de la Gran JBretfiña, disgustó á la rmcion; y el caracter duro y altivo del príncipe y sus planes ambiciosos acabaron de enajenarle el ánimo de los ingleses. Lúa malas doctrinos'había» dejado allí funestas semillas de discordia que fermentaban cada vezs mas: la irritado» habia llegudo al último punto: en to­ das partes ge'advertían síntomas de rebelión; y. para colmo de desgracia Felipe lejos de aplacarlos parecía complacerse en instigar y exasperar mas á los descon­ tentos con su dureza y violencia. La política de este monarca era precisamente la contraposición de aquel conjunto de bondad, moderación, fortaleza y discreción, con que convenia dirigir entonces unos espíritus tan mal contentadizos y tan prevenidos contra su persona. Las leyes penales aplicadas á la herejía no tenían á su favor la oportunidad de las circunstancias. María apo­ yada en el brazo fuerte de su marido dominador de Europa creyó'ser bastante poderosa para-activar la ejecución d’e dichas leyes, y se dice que perecieron dos* cientos herejes en el cadalso. La posteridad se ha mos­ trado severa, y los escritores protestantes, como es consiguiente, han anatematizado la memoria de la reino. Algunos historiadores católicos no la han juzgado exen­ ta de censura, y aun le han hecho algunos cargos de que no trato de justificarla aquí. Pero me parece que no se han apreciado bastante ciertas circunstancias ate­ nuantes, que si no la justifican en todo, la absuelven por lo menos de la mayor parte de la culpa qué se le achaca. Olvidan algunos que los caudillos de los herejes dirigían aquellas conjuraciones, aquellas rebeliones y aquellas gavillas armadas, figurando siempre como actores y muchas veces como cabezas, tlirectores y agitadores, y siendo el alma invisible de aquellos levantamientos, y maquinaciones. ¿Quién no sabe que el fanatismo de

muchos de ellos llegó á tal extremo dé demencia; que hasta al pie de los altares pedían á Dios eti alta voz li­ brase á su pueblo del terrible azote de la reina y de su gobierno anticristiano? Por fin hay otra disculpa, y me parece la mejor que Maria opone á sus detractores: las leyes penales que se aplicaban á los herejes condenados como tales por la iglesia, no eran obro de la reina* sino el derecho público de la época y una legislación que es­ taba obligada ú mantener y creia aplicar justamente. La estadística exacta de sus procesos acreditaría que las sentencias de muerte emanadas de sus tribunales no es­ tán en la.proporción de uno á diez, comparadas con las de los reinados anteriores; y quizá si de los doscientos herejes castigados con la pena capital por este, crimen se rebajasen los foociosos, sediciosos y reos de rebelión á mano armada, quedaría muy reducido aquel número. IV , — K E 1NADO I>E IS A B E L , Llegamos ó la cuarta y última época de la-historia de la herejía anglicana. La hemos^visto Dacer en el reinado de Enrique V I I I , y no. temo decir que esta he­ rejía es una hija ilegítima de ios amores adulterinos y desenfrenada liviandad de este monarca. La hemos visto crecer y fortificarse durante los doce últimos años del reinado de Lan temible tiranola-regencia de Eduardo que duró seis a íí09, permitió que dicha herejía.se arrai­ gase mns profundamente eri el suelo británico:; En este período de diez y ocho años, es decir, tos doce últimos de Enrique y los seis de la menor edad dt* Eduardo, pulularon los sectas alemanas introducidas, en Inglater­ ra, se multiplicaron casi tanto como los cardos de nuestros pampos, y sembraron eldesorden y la confu­ sión. Un soplo de Dios bastó para.derribarla y amena­ zarla de una muerte irremediable bajo el reinado de Maria. Pero entraba en los .íerribles designios de Dios que la antorcha de la fé, que desde el monje Agustiu y

el gran papa Gregorio había iluminado á aquella nación y formado tantos santos doctores / fervorosos solitarios, se apagara , mudase de lugar y dejase aquel precioso reino en las tinieblas del cisma y de la herejía. La jus­ ticia divina quería que el cisma y el error se estable­ ciesen allí de una manera durable y permanente, que viniesen á ser como una rama ponzoñosa ingerta en la constitución det estado y qne produjesen tantos fru-; tos de muerte; é Isabel fue el azote de Dios para cas­ tigar á Inglaterra, La gran revolución obrada en la religión de este reino mientras le gobernó aquella prin­ cesa, es la que vamos á contar aquí. Isabel, hija de Ana Bolena, á quien Enrique V I I I repudió y castigó con la pena de los adúlteros, partici­ pó mucho tiempo del odio á su madre que. le había profesado su padre. Este la exheredó en el primer tes­ tamento hecho ab iralo; pero en el segundo mas pen­ sado y sancionado por el parlamento la restableció en todos los derechos de sucesión ó la corona. La ley del estado la llama é reinar en la belicosa é inquieta nación británica. Criada Isabel en In religión protestante la profesó abiertamente bajo el reinado de su hermano Eduardo; mas en el de sil hermana Mania la abandonó casi con tonta presteza como una mujer se quita un vestido y se pone otro, Sienlase en el solio: las dos re­ ligiones se bailan frente á frente, ambas poderosas y acreditadas. ¿Cuál obtendrá la elección y preferencia de la reina? Algnnos han dicho queestano profesaba ningu­ na y las miraba todas con indiferencia; opinion que tiene mucho peso sí se atiende á la versatilidad en materias religiosas justamente imputada á Isabel. Merece que demos aquí algunas pruebas refiriendo por menor cier­ tos hechos suyo?. En loa dos últimos años del reinado de María la profesion declarada del protestantismo era un crimen de muerte según acabamos de ve*;. Isabel se postra á los pies de su hermana y manifiesta que aur»-. que el protestantismo es el fruto de su educación , rm

está adherida á él y solo desea instruirse. Una semana de conferencia con algunos doctores ortodoxos desvane­ ce todas las dudas :de?a princesa , que se hace católica y.hasta devota fervorosa : los domingos oye en !a capi­ lla la misa de su capellan y comulga con frecuencia. Habiendo llegado á oídos de María algunas dudas sobre la sinceridad de la conversión de su hermana, esta jura y perjura que ha profesado sinceramente la religión católica, y no teme decir una y otra vez: «Dios abra la tierra á mis pies para tragarme viva, si no digo la verdad.» Desde luego se figura uno que ai deliberar esta princesa para decidirse sijbre ün punto lan capital res­ pecto de la felicidad dé su vida ocurrieron las conside­ raciones siguientes á su ilustrado y perspicaz entendi­ miento: lo religión católica es la de la mayor parte d« la nación y tiene títulos favorables que.la recomiendan, como son la mayor sumisión y docilidad á |a autori­ dad constituida; en todas las sectas se observa gran, in­ quietud y turbulencia; más el catolicismo serena y aquie­ ta los ánimos. Considerada baja otros respectos esta misma religión se presenta como utia enemiga irrecon­ ciliable A aquella mujer codiciosa de la corona : según los principios católicos ella es bastarda é ilegítima, y el trono corresponda á su rival Maria por la ley de justi­ cia; y ve levantarse sobre su cabeza un; sacerdote que la emplazo ante su tribunal de Roma y que la juzgará y condenará. De todos estos antecedentes ¿qué conclu­ sión va á sacar una mujer que subordina todos los deb&res á la ambición de reinar? No hay otra que esta: descatolizar á Inglaterra ó resolverse ó reinar con un título disputado por la parte mas sana de la nación: título dudoso, según el cual queda abierta la puerta á -todos los hombres turbulentos que tengan bastante des­ treza para formar facciones y sean bastante audaces pa­ ra abrirse paso al solio por el camino peligroso de las revoluciones. Es coso resuelta: Isabel ha condenado una

religion que la condena: la proscripción del catolicismo se ha decretado por unanimidad en sú consejo .privado. Los individuos'de este son hábiles y protestantes acér­ rimos; Cecil que le preside, como ministro principal y es una especie'de Aquilofel, ha jurado odio á muerte á los católicos: era una alma sublime para obrar el: mal, y muy diestro para urdir una intriga y enredar la ino­ cencia en los lazos de un proceso inextricable. Las prue­ bas de; todos-estos asertos se hallarán en la causa que siguió Cecil hasta llevar aí cadalso á ;la reina María de Escocia. Pues este ministro era ya el alma del .consejo de Isabel, y no cesó de serlo én los treinta y ocho años que ella reinó. Mientras él trabajaba en ganar al parla­ mento , comprar los votos y lener mayoría, la reina se burlaba de lo mas sagrado qiYe tiene Va religión : oia misa y comulgaba-: de orden suya se hiio la coronación según el ceremonial del pontifical romano; y prestó el juramento acostumbrado para afianzar su profesión de fé enteramente católica. Los que han opinado que Isa­ bel no tenia ninguna religión, se fundan no sin alguna probabilidad en estos hechos de tan profundo disimulo. Por fin llegó el gran día dé.la decisión del parla­ mento: la mayor dificultad que se temia no era el voto adverso de este cuerpo, sino eí catoUdsmo.de la mayo­ ría de la nación. Se esperaba que el parlamento despues de haber entregado la religión como objeto de poco va­ lor á los tres soberanos anteriores no haría resistencia á un gobierno'que los superaba en habilidad. La peti­ ción de los ministros fue otorgada. Quedaron abolidas todas las lejes promulgadas bajo los reinados preceden­ tes en favor del catolicismo, sus dogmas y creencias: esta religión y la autoridad del papa su cabeza fueton proscriptas con todas las peños decretadas contra til ciimen de estado; é Isabel fue dcclnrada con nueva solemni­ dad jefe de la religión con el título de suprema gober­ nadora de la iglesia de Inglaterra en lo espiriUul y temporal. Este título quedó perpetuamente anexo á la

corona y ála persona de los. que la ley declarase legíti­ mos sucesores de la princesa reinante. Aquí tenemos la iglesia anglicana segun la formaron sus fundadores. En la persona de Enrique V I I I es mons­ truosa y el producto fatal de stis adulterios y liviandades. Bajo el reinado de Eduardo, doctor, teólogo, refor­ mador y regulador de la religión á la edad en que em­ piezan á hablar los niños» aparece bajo un aspecto menos atroz, pero mas ridículo, Por último en tiempo dé Isabel la mujer á quien san Pablo prohíbe hablar en la iglesia, enseña como soberana la regla de los dog­ mas, de la moral y de la disciplino. Una reina joven gobierna hoy la Gran Bretaña, y algunos le dan mucho talento: esto me da motivo para pensar que el cuidado de una gran iglesia y su episcopado supremo deben ser carga terrible para sus débiles hombros. La papisa Isabel creyó haber recibido el espíritu del apostolado en mayor medida que sus antecesores, y estar destinada obras mas grandes para la gloria de Dios y la exaltación de su iglesia. E l símbolo que ex­ tendió en treinta y nueve artículos, se parece tan poco á los precedentes, que se la puede mirar como fundadora de una tercera religión y la única subsistente, pues que dura todavía. Las dos reformas anteriores no le gusta­ ban: la de Eduardo pecaba por exceso y la de Enrique por defecto. En la de Eduardo criticaba la' demasiada rigidez de In doctrina: hubiera querido ella una cosa mas general é indeterminada en la expresión, de modo que pudiesen acomodarse todas las sectas, y mediante algunos términos mas ambiguos conservar todas sus creencias y vivir en paz bajo su pontificado supremo. En cuanto á la disciplina juzgaba que la segur de los anteriores reformadores habia cercenado demasiado en materia de gerarquía en las dignidades, ceremonial en el culto y arreglo en. la disciplina ; y conservó los obispost canónigos y : curas, el órgano, la música y los ornamentos de iglesia. Gugtabale la pompa en las ce­

remonias que habia visto practicadas en la capilla de su padre y en las iglesias nacionales, donde se celebraban los divinos oficios con toda la magnificencia de la litur­ gia romana. No creemos haber calumniado su memoria suscitando dudas sobre la firmeza de su fé en la misma religión que acababa de arreglar por sus decretos dogmáticos y disciplínales. No obstante la verdad nos precisa á decir que la intolerancia de esta reformadora filósofa igualó en crueldad áHa persecución suscitada contra el cristia­ nismo naciente por aquellos emperadores romanos, cuya muerte trágica y lamentable historia nos refiere Lac­ lando, A mi juicio los edictos de Isabel contra los cató­ licos ingleses en su largo reinado acumularon torio lo odioso de la persecución de los emperadores gentiles y de los revolucionarios de 1793. Convengo con La Havpe en que la persecución re­ volucionaria hizo sufrir á sus mártires tormentos menos crueles que los que se leen en los edictos de los empero* dores romanos-, y que hay mucha distancia de la guillo­ tina, gloriosa invención de aquella época, á ¡as hogueras* la rueda, el potro, los garfios de hierro y todos los su­ plicios inventados por los Galenos y Dioclecianos para vencer ó los confesores del cristianismo. El siglo durante los cuarenta años del remudo ocutto de !a filosofía no habió caminado con tanta celeridad por las sendas del falso progreso, que hiciese olvidarse asi de las leyes de la naturaleza ó la opinion pública ilustrada^por diez y ocho siglos de cristianismo. No obstante advierto en la elección de los suplicios inventados por la filosofía revo­ lucionaria no sé qué mayor insensibilidad, reflexión y sutileza que en los de la política pagana. La primera persecución fue mas franca: la segunda condenada por la opinion á ser mas moderada trató de compensar por la astucia lo qué faltaba é la violencia. Has la vergüenza de Isabel esté en haber reunido en sus decretos contra los católicos ingleses las combinaciones pensadas de ja

peraecuiion de 1793 y la barbarie franca de los empe­ radores romanos. Yamos é probarlo haciendo un parale­ lo entre.sus persecuciones y lasque esperamos en los últimos tiempos del cristianismo. Díre.mos primeramente que la intolerancia filosófica de Isabel se aventaja á la de sus consortes de la revolu­ ción francesa en cuanto ella experimentó menos resis­ tencia que estos á sus edictos heterodoxos. Es verdad que la fé dió bajo su reinado alguna señal de vida antes de extinguirse, y loa obispos reunidos ^enviaron una protesta firmada por los dos universidades del reino contra la supremacía espiritual de Isabel; mas cuando fue preciso llegar á la prueba y optar entre la pobreza, la prisión y la muerte ó la apostaría* solo quince obis­ pos, cinco canónigos y ochenta y cinco curas parrócos perseveraron firmes. Ese'es lodo el grano que nos deja e! orden sacerdotal en Inglaterra: todo lo demas fue arrebatado como uno paja leve por el viento de la per­ secución. Y la iglesia de Francia recuerda aquí, con no­ ble orgullo que hallándose sujeta á una prueba semejan­ te, todos sus obispos excepto dos perseveraron firmes en la fé , y mas de cuarenta mil sacerdotes seculares y regulares marcharon al destierro ó se‘ escondieron eü las cuevas y cavernas de los montes ó en los desvanes de las casas antes que firmar el error ó 1» herejía oculta bajo la fórmula de juramento de la llamada» constitución civil del clero; Irritado e! furor de Isabel con esía resis­ tencia se desató en decretos sanguinarios que no tengo mas que copiar aquí para dar á los lectores ta prueba de mi aserción precedente, á saber, que esta reina sobrepujó en. intolerancia á los ■constituyentes de 1790. La convención francesa que pasa por modelo de la bar­ barie, no dió unos decretos semejantes á los que copio aquí al pie (1), (1) Pena de muerte contra todo sacerdote católico que. diga misa y confiese, y contra todos los que le recojan y

E1 suplicio del tormento impuesto ó los malhecho­ res tenia entre los paganos un grado de crueldad, que las sua.ves costumbres del cristianismo creyeron deber abolir ó mitigar husta en la equitativa seguridad de la legislación criminal. Cuando se'aplicaba ó loa márti­ res cristianos, adquiría un grado de barbarie visible­ mente inspirada por la rabia del infierno, y aquí se hi­ zo Isabel émula de los perseguidores paganos. El tor­ mento á que sujetaba ios sacerdotes pura obligarlos á socorran en sus necesidades. Pena de muerte contra los que oían misa, se confesaban, admitían la supremacía del papa y se resistían á reconocer la que se habia arro­ gado aquella mujer impía. Pena de muerte contra los que obtuviesen y conservaren ninguna bula, escrito ó. instru­ mento del obispo de Roma y los que fuesen absueltos en virtud de estos documentos, contra sus fautores ó cóm­ plices, y contra los que introdujesen ó recibiesen agnus /)ct, cruces, imágenes ó rosarios benditos por el obispo de Roma 11 otras personas con autoridad de él* Estas pe­ n a s : se redujeron á.un código que estuvo en vigor hasta el año 1778: véanse aquí sus disposiciones. Privación de todos ios derechos políticos y civiles para los católicos. Condenación repetida á una, multa de dos mil reales si no entraban en el templo, y esto se reputa­ ba un acto de apostasía. Prohibición con pena de graves castigos de tener armas en sus casas para la propia defen­ sa , defender causas en justicia, ser tutores, ejecutores testamentarios, médicos.y abogados y apartarse mas de legua y media de sus casas. Si una mujer casada no iba al templo anglicano, perdia tos dos tercios de su dote y el derecho de ser ejecutora testamentaria de su marido-, y podia ser reducida á prisión, á no ser que este pagase mil reales, al mes para redimirla. Cuatro jueces de paz; reunidos podían citar ante ellos á todo católico convicto de no asistir al templo y obligarle á abjurar su religión, y si se resistía, condenarle á destierro perpetuo, debiendo ser castigado de muerte en caso de volver. Bos- jueces de paz tenían el derecho de llamar á su presencia sin ningu­ na información previa á cualquier hombre mayor de diez

descubrir el nombre de bus encubridores, bienhechores* oyentes ó asistentes á misa y la habitación de los clé­ rigos implicados en la misma persecución, se llamó en aquella época hijo del barrendero: los gentiles no.habían inventado una cosa semejante. Era aquel tormento un ancho círculo de hierro compuesto de dos partes uni­ das entre sí por una' bisagra : se colocaba ai preso dq, rodillas en el suelo y se le obligaba á doblarse en el mey seis años; y si este rehusaba en seis meses abjurar la religión católica, quedaba incapaz de poseer propiedad territorial, y todas las qué le correspondían recaían en su mas inmediato heredero protestante, quien no debia darle cuenta alguna de las rentas: el católico no podia comprar otras íincas, y era nula toda adquisición hecha por él ó para-él. E l padre de familia que se valia de un maestro católico, era condenado á pagar mil reales de multa al mes y el maestro diez reales diarios. El padre qüe enviaba un hijo suyo á estudiar en una escuela católica extranjera, debia pagar una multa de diez mil reales, y el hijo que­ daba inhábil para heredar, comprar y poseer tierras, ren­ tas, bienes, legados ó cualquier cantidad do dinero. E l sacerdote que decia misa, cuando no era condenado á muerte, debia por una gracia pagar doce mil reales de multa, y el católico que la oia seis mil. Todo sacerdote católico que voívia dél continente á Inglaterra y no abju­ raba su religión en los tres dias siguientes á su llegada, y todo el que abrazaba la religión católica ó contribuía á que otro la abrazase, eran condenados por este código sanguinario apena de horca, y despues les abrían el •vientre, les sacaban las entrañas y los descuartizaban. Esta ostentación de crueldad da á la Inglaterra la prima­ cía sobre los turcos , los cuales se contentan en igual caso con empalar. X adviértase que estos atroces rigores solo se ejercen con los católicos, y ninguno de ellos compren­ de á los miles de sectarios que no ha cesado de engendrar la llamada iglesia anglicaná desde que se estableció; A estos los ve con una serenidad forzada salir todos los dias de su gremio y dejarla desierta. Sin embargo ellos le dan furiosos golpes que no sabe parar.

ñor espacio posible: entonces se arrodillaba el verdugo sobre sus espaldas despues de introducir e! circulo de­ bajo de las piernas y comprimir á la víctima hasta que él pudiese agarrar las extremidades del círculo, y apre­ tarle sobre los riñones. Este horrible tormento duraba hora y mediaren cuyo tiempo el exceso de la compre­ sión hacia brotar sangre por las narices y muchas ve­ ces hasta por tos pies y las manos del preso. Nerón es conocido por la invención de un nuevo suplicio, é Isa­ bel de Inglaterra tiene también esta gloria execrable. Dió orden á sus verdugos de matar á los católicos como ]üs matachines degüellan á los animales: de una cu­ chillada les abrían el vientre* Ies sacaban las entrañas y los descuartizaban. Millares de mártires eclesiásticos y seglares y hasta mujeres padecieron este horrendo suplicio. ;^ Los historiadores hablan de una inscripción grabada en tiempo de Diocleciano, en la que se jactaba este em­ perador de haber abolido hasta el nombre de cristiano: mentira visible,, porque en aquella época se verificaba mas, que nunca la pomposa nomenclatura de Tertuliano sobre el número de los cristianos, que do ignora nadie. Con mas verdad hubiera podido Isabel mandar grabar en,bronce una inscripción semejante. Un sistema de per­ secución, de.injustas exacciones y de ruina, continuado con tanta perseverancia por espacio de cuarenta y cinco años y unido á la abolicion de toda explicación cate­ quística, instrucción elemental y educación religiosa y á la dificultad de acercarse á los sacerdotes para invocar su ministerio, disminuyó por grados el número de los católicos en la Inglaterra propiamente dicha hasta tat punto, que pudiera decirse que se habia extinguido esta religión. En los cuarenta y cinco anos que duró tan gran­ de calamidad, no tuvieron los católicos un instante de sosiego, A todas horas, pero sobre todo de Doche, en­ traban en las casas un puñado de foragidos conducidos t . 4Í>* 5

por los magistrados, rompían las puertas, se desparra­ maban por las habitaciones, forzaban las arcas y cofres, registraban las camas y las faltriqueras de los vestidos, buscando clérigos, libros, cruces ó cualquier otro obje­ to del culto católico.con toda la diligencia de la pobre mujer que perdió su dracma, según nos dice el Evan­ gelio. Aquí nos-reconocemos: nosotros que no abando­ namos el suelo patrio durante la persecución de 1793. Sin duda que no bubo colusion ni comunicación entre los ejecutores de estas obras .en ambas épocas; pero ¿no será cierto que los insignes malvados asi como los gran­ des hombres coinciden en eus pensamientos y pro­ yectos? Cuando, uno considera todas las cosas grandes y ex­ traordinarias que hizo en el orden político esta mujer tan vil, corrompida y despreciable á lo#ójos de la mo­ ral, el alto grado de gloria á que llegó Inglaterra bajo su reinado, sus brillantes hechos de armas contra E s ­ paña, dominadora entonces de la Europa, la asombrosa extensión que dió al comercio de la Gran Bretaña, le­ gándole el imperio del mar y una. opulencia y conside­ ración incalculable en el mundo político; conoce la pro­ funda verdad de este dicho de san Agustín, repetido despues bajo tan diversas formas: que Dios hace bien poco caso de la gloria de las armas y del imperio del mundo, pues que le entrega á los hombres mas bajos y viles déla especie humana según las rectas ideas de la razón y la justicia. . SECCIO N T E R C E R A . L A H E R E JÍA CONSTITUCIONAL CONSIDERADA EN R U SIA DESDE LA E M P E R A T R IZ C ATALINA IIA ST A E L E M ­ PER A D O R NICOLÁS IN C LU SIV E.

No debe omitirse en esta historia la persecución suscitada por el emperador Nicolás contra los católicos de su3 estados- Este monarca dilata en la actualidad su

pretendida supremacía espiritual sobre la religión cató­ lica abusando de su ilimitado poder, y no oculta su pro­ yecto, que es. refundir el catolicismo y su secta cismática en una misma religión. Sus medidas rigurosas van en­ caminadas á exterminar hasta el último católico antes que consentir el ejercicio de este cuito distinto del suyo. No quiere permitir que cada una de estas religiones tenga sus templos y sus altares. Guando se reflexiona sobre las infernales combinaciones de esta persecución contra la religión católica» desde luego se la figura uno bajóla imagen sensible de una ciudad sitiada y tan es­ trechada por el enemigo, que se considera su rendición como inevitable; y cree ver á Jérusalem circunvalada por el emperador Tito antes de destruirla y no dejar en su templo piedra sobre piedra. No conozco una sola defensa de! catolicismo que el emperador Nicolás no in­ tente destruir, ni un solo muro ó antemuro contra el cual no aseste sus baterías. La iglesia católica necesita como toda sociedad re­ ligiosa iglesias* parroquias, clero secular y regular, obis­ pos, escuelas, un episcopado y una enseñanza: por úl­ timo todos sus fieles han menester una libertad real y efectiva de profesar sus dogmas, su culto y su morah Pues basta conocer los procedimientos de la persecución del emperador de Rusia para ver que maquina contra todas esas cosas, y que tendrá levantada la mano sobre los católicos hasta que estos hayan quitado por sí el lin­ dero que los separa de Ja iglesia nacional y cismática. Entremos aquí en particularidades. £1 emperador Nicolás no quiere dar iglesias á los católicos, y se conceden libremente sinagogas á los ju ­ díos, mezquitas á los mahometanos y templos á los idó­ latras, permitiendo á los luteranos y calvinistas multi­ plicar sus prédicas cuanto quieren: se desposee con cruel obstinación á los católicos de las pocas iglesias que tienen y que son insuficientes para atender á las nece­ sidades de su culto, y si ofrecen ediOcar otras nuevas

ó reparar las antiguas, se Ies niega la autorización. Cuando fueron desterrados los jesuítas, el empera­ dor Alejandro se obligó en el edicto de expulsión ¿ de­ jar los bienes é iglesias de aquellos en beneficio y para uso de los católicos; mas su sucesor confiscó dichos, bie­ nes y entregó las iglesias álos cismáticos para quie­ nes eran una carga superflua, negándolas á los católicos que las reclamaban como una necesidad de su culto. La ciudad de Yitebsk tiene veinte mil almas de po­ blación con residencia fija, sin contar los muchos no­ bles transeúntes que van por recreo ó por sus asuntos; pues sin embargo los católicos no han podido conseguir mas que una iglesia, y siempre es negada la petición de una muchedumbre de nobles que exponen la insufi­ ciencia de aquella. Dió el emperador un edicto prohibiendo á los cató­ licos edificar nuevas iglesias ó restaurar J üb antiguas sin licencia del gobierno; y si los católicos ofrecen pagar á su costa las reparaciones que los peritos juzguen nece­ sarias é indispensables» se suscitan una'porcion de obs­ táculos antes de responder: entre tanto se hundirá la iglesia, y los católicos serán victimas del edicto prohi­ bitivo. E l n ú m e ro de parroquias ya insuficiente se reduce cada día mas, llegando á tal grado la escasez, que á Teces tiene que andar el feligrés una jornada para ir á su parroquia. Agrávase este mal con el corto número de sacerdotes, cuyo triste cuadro presentaremos mas abajo. Fácil es de conocer que en una tierra afligida de ta l’calamidad pueden morir muchas veces los en­ fermos sin sacramentos. Este inconveniente hallaba un paliativo y aun un remedio eficaz en la mezcla de loa dos cultos católicos llamados rito latino y rilo griego, unidos por medio ;do las siguientes combinaciones. En aquellas partes deja Rusia en que los pueblos profesan el rito griego unido,: estaban esparcidas y "confundi­ das las parroquias de ambos cultos en la vasta supertí-

cié de aquel territorio con frecuencia árido y desierto. Los nobles, todos católicos latinos, pero en menor nú­ mero naturalmente que las poblaciones griegas, tienen pocas parroquias: mas sucedia que saliendo de sus ca­ sas los domingos y dias festivos para ir al oficio divino encontraban al paso y á menor distancia parroquias del rito griego y se detenían á oír allí misa ó bautizar en caso de necesidad á un recien nacido. Este beneficio era recíproco con respecto á una parroquia que profesaba el rito griego unido. El emperador ha prohibido por va­ rios ukases recientes esta comunicación de auxilios espi­ rituales entre ambos ritos: las persones equitativas se preguntan unas á otras: Cui 6ojio? Y no se vislumbra otro motivo de está ley que el de separar á ios súbditos de Ea religión verdadera. Agrávase esta desgracia con la escasez de párroco?, ecónomos y capellanes, y el gobier­ no tiene también una pérfida astucia para disminuir el número de ellos. Está prohibido á los obispos nombrar un cura ó uncapellan sin autorización del gobierno; y no se crea que este la da en virtud de !a presentación del obispo: nada dé eso. E l sugeto debe ser presentado por el gobernador de la provincia; ¿y qué se ha de esperar del mérito eclesiástico de los pastores presentados por .tales hombres? Por manera que el obispo se ve redu­ cido ó á dejar las parroquias sin curas, ó á enviar lobos vestidos de pastor. Basta esto para acabar de desacredi­ tar el orden sacerdotal, destruir las vocaciones en su ori­ gen y dejar el ministerio como patrimonio de hombres desconocidos ó de santos, los cuales son pocos segUn el Evangelio. ■ , Pero todavía hay otra causa mas espantosa de Ja di­ minución dolos curas párrocos: hablo de las dificulta­ des y obstáculos que pone el gobierno ruso á la entra­ da de sus súbditos en el estado eclesiástico. Veanse aquí estas trabas según constan de los ukases: J . ° el sugeto ha de ser noble: 2.° ha de haber estudiado en la u n i­ versidad: 3.° ha de tener veinticinco años de erad:

4.° ha de estar exento del alistamiento militar: 5.° ha de sacar licencia del ministro de los cultos: 6.° ha de pagar dos mi! cuatrocientos reales al año, cantidad que no pagan los alumnos cismáticos* Todas estas medidas han surtido su efecto* y en toda la Polonia, rusa di­ vidida según la última demarcación ecfesiástica en ca­ torce diócesis mucho mas dilatadas que las de Fra n ­ cia no quedaban mas que trescientos setenta levitas en el año 1834, Se ha calculado la diminución progresiva de ellos promovida por las medidas del gobierno des­ pués de la partición, y según este cálculo será inde­ fectible la extinción total del clero católico dentro de poquísimo tiempo. Efectivamente en las seis diócesis de la metrópoli de Mohilew no quedaban en 1834 mas que ciento ochenta y dos seminaristas: ve ahí el plantel de un clero que ha de servir un territorio igual á toda la Francia. En la actualidad han llegado las cosas á un pun­ to que los habitantes se hallan faltos de auxilios espiri­ tuales, viendose obligados á administrar ellos mismos el sacramento del bautismo y casarse sin cura; y á las reclamaciones de los católicos sobre este particular se responde fríamente: Las cosa3 del gobierno no son de vuestra incumbencia. Pondremos aquí á la vista del lector las tres rela­ ciones de estadística (V. S, 11, n.° xxxi) formadas en 1834 y comparadas con las que se presentaron en los primeros años siguientes á la partición de la Po­ lonia (V. R. p. 69). En solo el gobierno de Mohilew pasaron al cisma tres millones ciento y sesenta mil aU deanos; es ó saber, en la diócesis de Mohilew seis­ cientos mil, en la de Minsk cincuenta mil, en la de Luch ochocientos mil y en la de Kamenietz un millón seiscientos y setenta mil. Se ve ademas que el número de los griegos unidos ha disminuido en ciento y treinta mil en los treinta últimos años. Este soto guarismo es muy crecido atendido el estado mínimo de la poblacion de Rusia en 1804. La prueba racional de todos estos

cálculos se hará mas. clara ¿ medida que adelantemos eo este escrito, Lag órdenes regulares no solamente son el ornato de la iglesia , sino ademas su sosten y cu cierto modo su antemural. Desde el año fatal de 1790 *en que , pa­ rece que rompió Satanás la tripla cadena con que es­ taba amarrado en los infiernos para venir á empezar de nuevo su reinado sobre la tierra, no ha cesado el ge­ nio del mal de descargar nuevos golpes sobre las corpo­ raciones religiosas en Francia, Italia, España y Alema­ nia. En la Polonia y la Rusia mas que en las regiones católicas y meridionales de Europa eran los auxiliares necesarios de los obispos para todas las buenas obras de la religión y del ministerio evangélico; pero principal­ mente en el servicio activo de las parroquias se hacia necesarísima su coóperacion para suplir al orden pasto­ ral. Era imposible que los obispos católicos de uno y otro rilo llenaran las vacantes diarias de los ¡curatos cou los débiles recursos de los seminarios y del clero secu­ lar, y no podia cesar esta viudez de las iglesias á no que acudiesen en su ayuda las órdenes regulares y apron­ tasen operarios para las parroquias que no letiian sacer­ dote, ni altar, ni sacrificio. Asi para la iglesia griega unida la religión de san Basilio en especial era el asilo de la sana doctrina y el santuario donde se conservaban la ciencia divina, el zelo y la piedad sacerdotal (1). E n un antiguo estatuto se -prescribía que todos los obispos se sacasen de los monasterios de tan célebre instituto. Oigamos ahora qué medios ha puestef en planta el go­ bierno para destruir el estado regular en la Polonia y la Rusia europea; y fácilmente se verá que los ha inspirado (1) Sea dicho esto sin perjuicio de la orden de santo Domingo y dé la congregación de misioneros de san V i­ cente de Paul; cuyo zelo y afanes por la salvación de las almas no puede agradecer bastantemente la iglesia de Po­ lonia.

la profunda sabiduría del infierno. Ya en 1829 ge de­ cretó por un ukase que todo el que aspirara al estado religioso se presentase al gobernador de su provincia (formalidad fácil entre nosotros; pero que en aquellos países septentrionales suele.coslar muchos dias de viaje), le exhibiera títulos de nobleza y luego esperara la licen* cía del ministro de los cultos. Bien sabía el gobier­ no que con estas precauciones suscitaría bastantes obs­ táculos para ahogar la vocacion al estado religioso y cerrar ó la juventud el camino de los monasterios. Boste decir que desde el año 1829 solo se han concedido dos licencias de esta clase. Para destruir las órdenes hasta en sus fundamentos se ha trastornado enteramente la constitución de su regimen interior. No solo están. sometidos á la vigilancia en materia de costumbres, que en cierto modo es inherente á la jurisdicción epis­ copal, sino que los obispos son los verdaderos y únicos superiores claustrales: asi no puede haber regla ni subor­ dinación religiosa. E l obispo acumula todos las facultades de superior local y provincial, y mas adelante veremos que el gobierno se ha compuesto de manera que solo haya obispos dóciles y condescendientes, instrumentos pasivos de sus proyectos de muerte y destrucción con­ tra la religión católica. Aquel clero no es ya regular, ni aun secular: no es mas que una sal disipada, que no sirve sino para que la pisen los hombres. E l go­ bierno pretende arreglar hasta los estudios de los re­ gulares prescribiéndoles algunos especiales y particula­ res y señalando el autor por que deben enseñar, sin in­ formarse si está prohibido en el Indice de Roma. No se Jes permite recibir novicios, y luego que; todas estas causas han producido sus efectos, y el manantial ha cesado de dar aguas al arroyo y el, criadero árboles al bosque, viehen los edictos con preámbulos hipócritas, en que se prueba con muchas razones tomadas de los sagrados cánones y dictadas por el mayor bien de la iglesia que el mejor medio de reformar ios monasterios

y conventos es disminuir-su número y que cd prudente y provechoso á la religión y á la cosa pública cerrar todos aquellos en que no puedan mantenerse doce reli­ giosos. Por una disposición semejante se ha arreglado de manera que^ todos queden sujetos á la extinción.’ Es­ tos medios han producido su efecto. En la época de la partición contaha la Polonia rusa trescientas noventa y ocho comunidades religiosas del rito romano y ciento doce del griego unido; y desde entonces hasta el año 1-814 se extinguieron doscientas cuarenta y dos de las primeras y ciento de jas segundas. Por manera que el observador atento ve y toca, por decirlo asi, el tér­ mino cercano eo que no quede un solo religioso en Po­ lonia; y la nota que va al pie lo evidencia con mas cla­ ridad (1). Voy á hablar de la maquina mas formidable de guerra manejada por el gobierno ruso para pervertir el sacerdocio y el pueblo en'sus dominios y precipitarle en el cisma. Si se quiere Inculcar.en una nación la ver­ dad ó el error, la herejía ó la fé católica; no hay mas que apoderarse de la educación, del regimen de las es-cuelas y de la elección de los maestros: el infierno en su profunda malicia no sugerirá otra conducta al prín(1) Vease aquí la lista de los conventos extinguidos el año 1832 en sola la metrópoli de Mohilew: agustinos, se extinguieron tres conventos y quedan dos: bernardos, se extinguieron veinte y quedan veintidós: capuchinos, so extinguieron siete y quedan cinco: carmelitas de la primi­ tiva observancia, se extinguieronveintttres.y quedan siete: carmelitas descalzos se extinguieron siete y quedan dos: canónigos reglares, se extinguieron trece y quedan siete; En 1834 se extinguieron ios siguientes conventos de regulares: dos de. canónigos reglares de san Juan dejLetran y quedan cuatro: cincuenta y cinco de dominicos y quedan veintinueve: treinta y uno de franciscanos y que­ dan diez: cuatro de lazaristas y quedan cinco: dos de níarianistas y queda uno: cuatro de escolapios y quedan seis:

erpc á quien haya escogida por &u ministro y agente en los planes de destrucción de la religión verdadera. E ! gobierno ruso aspira á ese objeto, y es tan dueño ya de la educación eclesiástica, que no veo cómo pueda salir da aquí adelante un sacerdote católico de sus acade­ mias. Bastante decir que en Polonia y Rusia hay do& escuelas abiertas para el clero católico, la una en Yilna y la otra en Yársovia. En cuanto at clera griego unid& no se hace ningún caso- de é l, y de grado ó por fuerza se le asimila al cismático. Yeamos ahora cómo se ar­ regló la universidad dé Vilna por el utasfl imperial de I . ° de septiembre de 183& Se abolió la dependencia inmediata del clero de ta autoridad episcopal: aquella academia no debe depender mas que del ministro del interior y del colegio eclesiástico residente en Petersburgo, verdadera imagen del antigua colegio filosófico creado por el difunto emperador José* cuyo extra­ vagante genio y quisquillosa' filosofía son notorios. La composición y arreglo de la universidad de Yilna deben ser laicales en su mayor parte. E l gobierno se reserva el derecho de poner todos los alumnos que quie­ ra enviar, y la ac&demia debe servir de plantel al clero doce de trinitarios y quedan tres. Todos los bienes de es~ los conventos fueron confiscados. Para acabar de ilustrar esta materia*ereo deber poner á la vista del lector la siguiente tabla que se refiere á la metrópoli de Yarsovia. Una relación estadística inserta en el anuario de 1838 da un resultado lamentable y ente­ ramente nuevo en los anales de aquel país, y prueba qu* el incremento de la poblacion en los últimos años lia sido en un todo á favor de los protestantes y cismáticos. Véa­ se aquí la tabla de las proporciones de la estadística. Incremento del número de los católicos.. 1 por 100 de los griegos. . . 1 deloscalvinistas. l c/2 de los luteranos. . 8 de los judíos.. . . 6

católico superior del imperio. E l clero griego unido no puede educarse, según hemos dicho y a ; mas que en la academia cismática de Petersburgo* y asi le es forzoso frecuentarla , porque no se le franquea otra fue'nte para beber la ciencia y los hábitos del estado clerical E l gobierno ruso para destruir la religión en bus dominios descargó otro golpe, del cual puede decirse con mas verdad que de todos los anteriores que retumbó hasla el fundamento del edificio y quebrantó las pie­ dras angulares de él. La iglesia, dice el Espíritu Santo, está edificada sobre el fundamento de los apóstoles, es decir, de los obispos, sucesores de su apostolado, los cuales están asociados con el papa á su gobierno en las cosas divinas. La religión católica se conservó en Fran­ cia durante la terrible borrasca de 1790 porque los obispos perseveraron firmes en la fé, y ya hemo3 visto que pereció en Inglaterra luego que estos flaquearon. Bien conocía todas estas cosaB el genio del^mal, y no omilió ningún medio para corromper á los obispos y hacerlos instrumentos pasivos de sus proyectos de des­ trucción del catolicismo. Catalina I I con su alta pers­ picacia meditó y preparó este golpe ?para los fines de su política infernal. Por un ukase de 14 de septiem­ bre de 1772 decretó la erección de una silla episcopal en la Rusia blanca, y por otro de Í2 de noviembre de 1773 mandó establecerla en la ciudad de Mohiléw, cuya poblacion era de diez y seis mil almas, y que ha­ bia sido en lo antiguo capital de la Rusia blanca. Por otro edicto fue nombrado para, ocupar la nueva silla el iluslrísircio Siestrencewiez, obispo de Mallo in parítbus y sufroganeo de Vilna. Catalina daba la mayor impor­ tancia á esta elección, de la que hacia depender el triunfo de su política, porque aquel hombre era su ma­ no derecha, y habia de obedecer ciegamente todas las órdenes de su soberana. Por eso esta cuidó de colmarle de honores y prerogativas: hizo la nueva silla superior á (as de todas las iglesias católicas de la Rusia, decía-

randole á él metropolitano; y por el derecho de pre* sentacíon á las demas sillos que gozaba como ta l, las tenia todas bajo su dependencia la emperatriz. A Pió V I no se le'ocultó el peligro inherente á aquel poder colo­ sal anexo á un solo título y la fatal influencia quede ahí podia lesultar sobre las iglesias dependientes de él: asi es que al principio se opuso1'vigorosamente á la nueva fundación; pero al cabo cedió. Catalina no quería ser contradicha. No hay términos para expresar la des­ trucción causada por el gobierno de aquel prelado cor­ tesano en tan infeliz país donde ha dejado huellas pro­ fundas, porque su pontificado Fue largo y eontinuó bajo los sucesores de Catalina, para quienes ha sido siempre el gran objeto de su política destruir el catolicismo. Por consecuencia de esta maquinación se hizo una nueva demarcación de las diócesis y se fijó el número de los obispos sufragáneos y de los metropolitanos: por unaoperaeion semejante se sujetó á la silla de Vareoría casi todo el reino de Polonia, de fundación fratesa y napoleónica. Bien sabia el gobierno que encontraría otro Siestrencewiez para cumplir sus órdenes. Pió V I I atajó todos los planes de la Rusia negando las peticiones exorbitantes que presentó el gobierno en 1815 para el metropolitano católico de Rusia : sti predecesor las habia otorgado á la fuerza, y'Catalina hábia abusado de ellas de un modo muy culpable. No sucedió lo mismo respecto déla iglesia griega unida.-Habiendo muerto el último metropolitano Bulhak en 1827, creyó el papa que no debia nombrarle sucesor. Esta cacante ha sido perjudiciolísima á la iglesia de Polonia, y ha roto ,en cierto modo sus lazos con la santa sede: aquel reino no ha tenido otros representantes que unos obispos dema­ siado complacientes con la corte. Antes por dicho metro­ politano, que daba la investidura á todos sus sufragáneos, tenia el papa bajo su mano á todos los obispos del rei­ no, siendo menos accesibles á las seducciones de la corte estos prelados elegidos por éL Eu 183o el obispo

Siemaszko convocó una: junta á que asistieron su sufra­ gáneo Ztibko y Luzynski, obispo de Orsra. E l resulta­ do de sus conferencias fue una fiinesta traición.' Los tres prelados pusieron en manos del emperador un .escrito, en el que se obligaban ó pasar con las ovejas de sus diócesis á la religión dominante y consumar el cisma, (Gloria al ilustrísimo Bulhak, último metropolitano del rito griego unido, que habia rehusado poner el sello de su aprobación, á esta unión sacrilega propuesta ;ya en vida suya! Siemaszko discurrió para engañarle una pér­ fida astucia digna de Siestrencewiez, el ángel de ¡Sata­ nás de aquella región. Despues de haber solicitado de la corte para Bulhak la orden de san Andrés de pri­ mera clase , distinción reservada á los* principales per­ sonajes del imperio, y habérsela puesto en la mauo fue ¿ ofrecerle de parte del emperador la elevada dig­ nidad de metropolitano de Petérsburgo con una especie de jurisdicción patriarcal sobre todas las iglesias de R u ­ sia. La respuesta del generoso anciano á esta baja in­ triga fue;, V. me falla al respeto: salga Y. de mi habi­ tación, Llamado -por el emperador, á quien el servil prelado habia dado noticia de: tan noble resistencia, Bulhak fue acometido con mas violencia por el ministro del interior, que le intimó él mandato imperial con las mas terribles amenazas. E l nuevo Matatías respon­ dió con firmeza: Excelentísimo señorf ninguna fuerza

humana será capaz de hacerme firmar el acia de unión f y si el gobierno ó los tres obispos piensan en publicarla, yo publicaré inmediatamente mi protesta. Asi todos los esfuerzos combinados de la violeHcia y la astucia se es­ trellaron en la fé de este anciano flaco y débil, que fue para la iglesia,de Polonia la columna de hierro-de que habla el profeta. Bulhak quedó vencedor y cesaron1las tentativas de seducción y coacción. Su muerte gloriosa ocurrida á los pocos meses le llevó al cielo para ceñirse la corono gloriosa reservada á los confesores de la fé. £era vease la digna venganza que tomó de él aquel go­

bierno: para cubrirle de cónfueion y oprobio á los ojos de -sus contemporáneos y de ja posteridad dispuso que el cadaver del prelado fuese conducido con toda pompa en el carro fúnebre de íos metropolitanos de San Petersburgo al monasterio cismático^ de Alejandro Newski. Toda esta baja é indigna superchería no tenia otro obje­ to que persuadir al clero unido á que el ilustrrsimo Buttiak, muerto en olor de santidad, habia aceptado la dignidad de metropolitano de la iglesia rusa ortodoxa despues de adherirse al acta de unión de loe otros tres obispos. La enseñanza de la doctrina es otra prerogativa esencial de la iglesia católica y su episcopado, y esta enseñanza loma diversos formas. Lá iglesia enseña en sus escuelas por el ministerio de los maestros y docto­ res,que ha puesto en ellas: enseña en sus templos por las instrucciones y explicaciones catequísticas de sus pastores y por sus discursos mas solemnes llamados dé una manera especial la predicación evangélica; y ense­ ña por la pluma de sus doctores, á quienes encanga que defiendan sus juicios y las breves declaraciones de su fé en sabios escritos, E l gobierno ruso ejerce la misma su­ premacía sobre la enseñanza de la doctrina que los mo­ narcas ingleses sobre la iglesia anglicana. E l dogma de q\ia fuera de la iglesia católica no hay salvación es uno de los ejes sobre que descansa el cuerpo* entero de la fé ortodoxa. El. gobierno por sus reglamentos proscribe este artículo de nuestra fé, y en cierto modo le excluye de la enseñanza pública ó privada, oral ó escrita; La imprenta es libre hasta el extremo de la licencia en fa­ vor de todo escritor impío que combate á l>ios y su re­ ligión; mas se le pone una mordaza cuando quiere de­ fender la fé católica. Los impíos encontrarán á su dis­ posición todas las librerías: los católicos no hallarán un impresor que los sirva á cualquier precio que le paguen* Pero es una obra ya impresa, que corre en todas partes con aprobación de todos ios doctos* No importa, se le

cerrará la entrada por la aduana fronteriza , que no «e «pondrá de ningún modo á la introdíiccion de las obras de Yoltaire. En fin un catequista, un predicador 6 «u maestro de una escuela eclesiástica, convictos de ha­ ber explicado «a sus lecciones el dogma de la procesiou del Espíritu Santo y del primado del papa y de haber respondido bien ó mal á las objeciones de los soberbios contradictores de la fé’ortodoxa serón delatados á la policía y correrán gras. riesgo de ser apercibidos por la justicia. Si hay un derecho esencial é la potestad espi­ ritual de la iglesia é incomunicable á la potestad civil, es el de arreglar el ceremoRial del culto y la liturgia del sacrificio, y vigilar los libros llamados ritual, misal y ce­ remonial, donde están escritas tas oraciones de la misa y la fórmula de los sacramentos. Pues el emperador de Rusia usurpa en la actualidad.hasta ese derecho; por ío cual nos hallamos autorizados para decirle <jue pone Ja mano en el incensario. Se han enviado á la iglesia griega unida nuevos misales, en los que están borradas todas las diferencias religiosas que la separan de la cis­ mática, á fin de poder decir a l pueblo que ambas están unidas en la misma fé y eo la misma oracioa. La verdad de este hecho se atestigua por el parte que dió al emperador su ministro del interior en 30 de abril de 1837 por io respectivo al estado de los negocio* eclesiásticos en el año 1836: allí se lee textualmente: «Vuestra majestad se sirvió mandar que todos los negó»dos eclesiásticos de la confesion griega unida se pusie-

asen bajo la dirección del procurador general del santo }mnodot para que asi resulte mas facilidad en Ida relawcionés y mas unidad en la dirección de los mismos ne­ gocios,» De aquí se esperan los resultados mas-satis­ factorios para la buena educación de la juventud ecle­ siástica griega unida, y la pronta y durable restauración de los ritos y constituciones de la iglesia griega unida, es decir, de la cismática, en toda su pureza antigua.

A pesar de las grandes dificultades se han establecí-

do los ritos de la iglesia nacional en trescientas diez y siete iglesias de la Lituania en los tres años que van desde 1834 á 1837, A las mas iglesias/griegas unidas de Jas ciudades y lugares se las ha provisto de libros litúr­ gicos impresos en Moscou) y de copones, capas plu­ viales y-otros ornamentos sagrados. Particípase al 'ismperador la feliz abolicion de la costumbre establecida en ías iglesias romanas de anunciar con la campanilla la ele­ vación de la hostia y la comunión en la miso ; y esta in­ novación se justifica por una apología en que el crimen invoca el crimen. La razón que se da es que no expre­ sándose toda la liturgia de la misa rusa en la lengua lalina incomprensible al pueblo, como hace la romana, sino en el idioma esclavón t no necesita el pueblo ser ad­ vertido para seguir y distinguir las diferentes partes del sacrificio* Ademas se'anuncia una nueva forma de altar y la destrucción de todos los altares á la. romana. Isabel de Inglaterra habia conservado los órganos y la música en su reforma y reglamentos litúrgicos; y el ministro ruso anunció que en el año anterior se habia puesto mano á la obra de destruir resueltamente los ór­

ganos que podían quedar en algunas iglesias griegas unidas. Acaso dirá el gobierno que estas reformas se hacen á petición del episcopado; pero ¿ignora que unos obis­ pos que solicitan de la potestad civil la reforma del mi­ sal , de la liturgia y del oficio divino, manifiestan asi no ser ortodoxos? Mas no nos alucine la palabra sonora de episcopado y el título pomposo de obispos dé Lituan ia, administradores de la diócesis de la Rusia blanca y vicario de la de Lituania: esos títulos fastuosos que se arrogan José Siemaszko* Basilio Lüzynski y Antonio Zubko, son invención de la. potestad secular, y no los conoce la iglesia romana, como puede verse la prueba en los documentos justificativos. Asi esios tres individuos no tienen autoridad ni misión, y son para la Rusia lo que era la iglesia constitucional de 1790 para la Fran­

cia, con la diferencia que esta tenia mas importancia y dignidad que la reducida iglesia constitucional rusa, la cual consiste en tres llamados obispos. Toda esta intriga que juega aquí la política imperial con las falsedades en que se apoyo, se descubrirá mas claramente.en los do­ cumentos justificativos. ¡Cuánto ha hecho el gobierno ruso para Forzar ó en­ gañar la conciencia de los pastores fíeles! ¡Guantas as­ tucias y mentiras han puesto en planta sus agentes y los obispos infieles y refractarios consagrados á sus órdenes! Des pues de Siemaszko quien mas se distinguió fue Luzynski. Asegúrase que en un banqnete presentó una promesa de obediencia ai gobierno sobre este punto discipíinal á unos clérigos que acalorados ya con el buen vino del Rin habían perdido el uso de la razón. Con to­ do eso la sana doctrina tuvo también aquí sus confeso­ res, y las pruebas de ello ae contienen en Ja nota que va al pie (1), Tal. es la persecución que so ejerce contra el clero; (1) Cincuenta y cuatro sacerdotes presentaron á Siemaszko un escrito firmado por todos ellos declarando que no podían en conciencia usar de semejantes misales. Esta representación inoportuna irritó al prelado, que á fuerza de amenazas consiguió ganar á muchos de ellos. A los otros los condenó á un año de penitencia, y á todos los encerró en un convento sujetándolos & nuevo examen an­ tes de rehabilitarlos en el ministerio pastoral. Por mate­ ria de este examen se les propuso cierto libro de teología que la autoridad habia introducido en las escuelas de Tos griegos unidos. Espirado el año, Plawski» uno de dichos sacerdotes, hombre distinguido por su ciencia y piedad y cura de Lubczew en la diócesis de Novogrodek, en vez de sufrir el examen refutó todos los errores contenidos en dicho libro é hizo una crítica muy fuerte de él. Apenas la recibió Siemaszko en Petersburgo, le envió desterrado juntamente con sus hijos despues de haber mandado ven­ der sus bienes. Allí se^e mata de hambre, por decirlo asi, á YÍsta de la policía. t . 45. 6

pero no es menos crue! lo queopriríreé los seglares y so­ bre lodo á la clase pobro del pueblo, en términos que to­ das las relaciones tle escritores que pasan por moderados la comparan con las persecuciones suscitadas por los emperadores paganos contra el cristianismo. En algunas parroquias se promete «1 pueblo la exención de cargas si quiere unirse á los cismáticos: en otras parles ciertos emisarios importunan á los aldeanos y se valen de los medios mas perversos y corrompidos pnra vencerlos: se distribuyen cantidades, de dinero y se reparte profusa, mente aguardiente y-vino en las tabernas. Con lan fuertés instigaciones se suele conseguir que firmen algunos un memorial pidiendo la incorporacíon con la religión dominante. E l magistrado provisto de este documento ocupa la iglesia & mano armada , convoca al pueblo y le participa que sus súplicas han sido oídas y que es admi­ tido afectuosamente á profesar la religión del estado: en­ tiéndase que la resolución que se va á tomar, no se pone á deliberación ni se sujeta á la decisión por pluralidad de votos. El presidente despues de hacer su relación levanta la junta ,y despide á los asistentes. ¡Ay del católico discor­ dante que levante la voz en reclamación I La menor pe­ na que se le imponga, serán los azotes como á desertor de la religión que acaba de abrazar. En seguida se anun­ cia mil veces en los diarios públicos que tal parroquia ha adoptado la religión dominante, y que por consiguiente se prohíbe á todo sacerdote católico administrar allí los sacramentos. Si estas intrigas se frustran ia primera vez, no por eso se pierde ánimo; antes se insiste con tesón, y a! cabo se apela ó la fuerza. Asi lo acreditan las adjuntas reclamaciones de los nobles y los plebeyos. Kn, otras partes se ha visto apostarse tropas rusas en los lugares y ciudades cayendo sobre los pueblos re­ nitentes y arruinándolos con enormes gabelas; y si el valor de los habitantes vencía estas pruebas, se tomaban medidas sanguinarias, como era dar azotes de muerte y

poner en los tormentos mas crueles á loa que se registian. Mas gracias á la divino misericordia hasta en aque­ llas regiones medio salvajes ha tenido la fé una multitud de mártires, que han vencido con su constancia la fero­ cidad de los perseguidores no menos crueles que los tíranos gentiles. Los nobles de aquellos países investidos de los dere­ chos realengos merecen mas miramientos. Si el que se resiste es un señor, el gobierno ruso envia á los esta­ dos de él algunos inopes (1) con el nombre de misioneros bíblicos: estos arengan públicamente á loa habitantes de los lugares y. del campo, y agolan todos los recursos de su elocuencia vulgar pora incitarlos á abrazar la religión dominante. “Si el influjo deí señor impide la predica­ ción de aquellos emisarios de Satanás, .el generoso cris­ tiano será delatado y enviado á la Siberia y confiscados sus bienes. Allí permanecerá hosta que su pueblo se convierta á la religión nacional, y entonces el zor firmará el indulto , como lo hizo con el señor Manaricelli, aña­ diendo de su propio puño: «Devuélvansele ahora la li­ bertad y los bienes, supuesto que sus vasallos se han he­ cho ortodoxos.» , Bien conoce«1 emperador de Rusia cuánto le des­ acreditan estas medidas crueles y tiránicas á los ojos de toda Europa. Por eso su ministerio mandó insertar una exposición apologética de la conducta.de aquel gobierno con los católicos en-el Diario de Francfort de 22 de abril de 1839. La iglesia romana dió una respuesta dig­ na de la suprema cabeza del orbe católico, no digo por la sabiduría y exactitud de la doctrina (porque no se alaba semejante mérito en la madre y maestra de todas las iglesias), sino por el espíritu de prudencia y mode­ ración que resplandece en aquel escrito. La'verdad con­ serva todos sus derechos; no obstarte se expone con todas las consideraciones y respetos indispensables para (1)

Asi se llaman loé sacerdotes rusos cismáticos.

con una potencia Que tiene en sus manos la suerte dé tan gran nú mero de católicos en aquellas vastas regiones. Esta respuesta es ín fuente donde yo he bebido todos Ios hechos que acabo de manifestar, añadiendo otros muchísimos que ó ignoró la santa sede, ú omitió por razones de exquisita prudencia. Va impresa á continua­ ción , y á ella remito el lector, como que es el gran do­ cumento justificativo de una parle de mis aserciones en punto á hechos. E l Diario histórico y literario deLieja y ios Anales de filosofía cristiana han tomado de allí la mayor parte de sus documentos en las últimas circuns­ tancias y particularidades que acaban de publicar sobre aquella aflictiva persecución y la apostasía de los obis­ pos infieles. Nuestro santísimo padre el papa Grego­ rio X.VI dió la señal á los defensores de la causa católi­ ca en su alocucion de 22 de noviembre de 1839. La santa sede se ve obligada por su situación á guardar ciertas reticencias, que á sus defensores es Ucito y aun conveniente suplir. La autoridad juzga, decide, discute y discurre poco, dejando á sus doctores el cuidado de explicar y explanar eí sentido y brevedad de sus decla­ raciones. En la especie de manifiesto ruso que acabo de citar, se lee que el clero latino auxiliado por la potestad secu­

lar llegó á introducir en la iglesia griega algunas cere­ monias de la latina valiéndose de las amenazas y hasta de la -fuerza, Y luego estas otras palabras: Desde que se reunieron -al imperio las provincias occidentales, muchos individuos y aun comunidades enteras abandonaron su­ cesivamente la unión para volver á la iglesia nacional. De donde deduce el instrumento del ministerio ruso:

Asi sin ninguna violencia de la potestad secular el tiem­ po solo produjo poco á poco la disolución de un pacto que carecía de sólido fundamento. Las provincias de que habla el apologista, se han unido á Ja Rusia y se han confundido con ella en una misma reíigiou en dos épocas. La primera comprende

el espacio transcurrido entre los años 1772 y 1793, es decir, todo el reinado de Catalina I I ; y la segunda em­ pieza en 9 de junio de 1815, cuando se firmaron los tratados de Yiena , y dura hasta nuestros diaa. Luego que se ha ieido la porcion de hechos que aca­ bo de referir, ocurridos Lodos en los dos períodos de tiempo señalados, se asombra uno al oir tales aserciones y le viene á la boca esta expresión: precisamente las proposiciones contrarias son las ciertas. Nunca se ba va­ lido de amenazas ¡;i iglesia romana, y ha evitado siem­ pre hasta la sombra de la fuerza y la coaccion para re­ ducir la iglesia griega á practicar las ceremonias del cuito latino. Si los individuos y comunidades del rito -griego unido y del latino han entrado en la iglesia na­ cional rusa, ha sido á fuerza de palos, de encarcelamien­ tos y otras medidas de rigor empleadas después de ago­ tar infructuosamente todos los medios imaginables de astucia, mentira y perfidia. Y aquí me refiero ó todos los hechos que acabo de contar, y creo deber añadir á la defensa publicada por la iglesia romana esta reflexión mas conveniente en mi réplica que en la suya: hay de­ coro en el mentir. Nuestros diarios de Varis consagrados á la defensa de las malas doctrinas han adoptado esta máxima: Calumnia, que siempre queda algo. Pero na­ die se ofenda de este discurso: hay decoro en el mentir. Un gobierno que se baja hasta el punto de calumniar por la necesidad de su política, no puede sin faltar ó las consideraciones sociales mentir á la manera de los dia­ rios deParis sobre hechos visibles, palpables y mas claros y luminosos que el sol de mediodía. Tales son las aser­ ciones siguientes según las pruebas que acabo de dar: jE l tiempo so/o, es decir, la fuerza de la verdad en los

entendimientos ha conducido al gremio de la iglesia grie­ ga cismática los griegos unidos y los latinos del rito ro­ mano sin usar de ninguna medida de dolof fraude ó violencia. Ciertamente la iglesia romana tiene razón para decirlo: un viajero que recorra la Siberia, fácilmente se

convencerá de la falsedad de todos las aserciones estam­ padas en el manifiesto de la Rusia al ver tantos católi­ cos deportados en aquel país por causa.de religión. Las reclamaciones á nombre de las ciudades y provincias, que constan en tantos documentos auténticos, y en que se afirman como hechos de pública notoriedad las indignas violencias de que hemos hablado, tendrán mas crédito que un diario tan bien pagado por los ilustres clientes cuya causa defienden. Pueden verse estos testimonios en los documentos justificativos. Con todo hay un articularen dicha apología relati­ vo á estos últimas años, que: merece atención, y voy á copiarle aquí textualmente: «Por último la conducta «tan poco conciliable con los preceptos del cristianismo «que el clero polaco habia observado durante las últí»mas turbulencias de la Polonia, ha acabado de envile­ c e r esta unión á los ojos de los mismos griegos unidos, «los cuales interiormente han perseverado siempre adic­ to s á ia Rusia. Desde entonces vuelven á millares á la wiglesia griega, y hoy solicitan en cuerpo la gracia de »su reintegración en aquel culto antiguo que estiman »como una prenda de salvación y una herencia Bagrada «procedente de sus antepasados. » Antes de hablar de la conducta del clero polaco du­ rante la última insurrección de aquel reino no puedo menos de notar la última frase que acaba de leerse; es á saber, que los griegos unidos y los latinos solicitan en cuerpo la unión y ía quieren cordialmente. A tal afir­ mación opongo yo una negación rotunda, y digo que aquellos pueblos quieren la unión como se quiere la prisión, el tormento, la pérdida de la hacienda y la vi­ da, la apostasía forzada de la religión de sus mayores. ¿ Y por qué no he de repetir aquí, como dije antes, que se ha olvidado el decoro para mentir en un lugar tan inminente? Vengamos al clero de Polonia. Confieso con lo igle­ sia romana que las máximas del Evangelio y los ejem-

píos de los santos de todas las edades del cristianismo re prueban la insurrección considerada en sí. Pero este delito ¿es común á todo el clero de Polonia? Algunos eclesiásticos y no lodos, unos pocos, po^m/mos compa­ rados con la totalidad del clero de aquella nación, son los que han tomado parte en la insurrección: la igle­ sia romana lo dice y es mas digna de fé que el gobier­ no acusador. Los principio3 de la mayor parte del cle­ ro polaco respecto de la fidelidad debida ó los príncipes duros, dañosos y aun perseguidores son los mismos que los del clero de las demás Daciones. Pues bien en todas portes reprueba el sacerdocio la soberanía del pueblo y su falso derecho de insurrección en caso de opresión como un principio antisocial y contrario al Evangelio. No há mucho tiempo que la Inglaterra lo experimentó asi. Un puñado de clérigos y seglares extraviados por las ful9a9 máximas que precipitaron despues á la Polo­ nia en la perniciosa senda de la insurrección por sus negociaciones con la propaganda francesa, habían pro­ movido un desembarco en Irlunda para apoyar la guer­ ra de principios que entonces hacia, la Francia á todas las potencias continentales, Koehe ero un general perito y su ejército poderoso y bien disciplinado: e! parlamen­ to inglés tenia los mas fundados temores, y aquello era mas que una chispa aplicada á un monton de materias inflamables. Los 'obispos y la grandísima mayoría del clero irlandés^se interponen entre el gobierno y el pue­ blo, y sofocan aquellos movimientos de insurrección in­ timando lasaña doctrina del Evangelio ó su nación emi­ nentemente católica. En cuanto á la conducta actual de ese pueblo tan fiel no pienso condenarla, porque me parece justiGcada por el derecho de gentes y el orden legal que no condena el Evangelio; y ademas los obis­ pos son aquí intérpretes y jueces. Ante semejante au­ toridad sello mis labios y callo. En el Canadá el mis­ mo gobierno confiesa que debe roas bien al influjo del clero sobre el pueblo que á la fuerza de las armas el

haber sofocado una insurrección que podia causarle di­ ficultades insuperables. E l clero dijo al pueblo: «La ley »de Dios 08 prohíbe la rebelión contra los tiranos, y «nuestro gobierno no lo es: tolera y protege nuestra «santa religión, y trabaja por emanciparla del férreo «yugo que ha oprimido hasta aquí nuestras cabezas.» ¿Podía el clero ruso hablar semejante lenguaje á la nación polaca irritada, exasperada y oprimida por una tiranía tan contraria á la prudencia como á !a injusti­ cia? E l vencedor en vez de acordarse que su injusta conquista estaba mal asegurada por la prescripción del tiempo, y .que la nación conservaba dolorosos recuerdos de este acontecimiento, y en vez de hacerla amar la dominación extranjera por la equidad de las leyes y la benignidad del gobierno la contrista y desconsuela y no oculta su pensamiento de robarle la propiedad mas sa­ grada é inviolable, la religión verdadera, fuera de la cual no hay dicha ni en esta vida, ni en la otra. ¿Qué puede decir aquí el clero á la nación? Se le han predi­ cado estas máximas seductivas: que el pueblo es sobe­ rano: que no se le puede condenar si en caso de opre­ sión opone la fuerza á la fuerza; y que entonces la in­ surrección es un derecho y hasta un deber. El clero polaco no podia ponderar á aquel pueblo armado la clemencia y bondad de la nación conquistadora, ni la protección declarada que concedía á la religión y £ to­ dos los derechos justos del pueblo conquistado, porque tales palabras en su boca hubieran sido una burla mas á propósito para enconar la llaga que para curarla. No pudo decirle otra cosa que esto: «La Providencia cuya «voluntad se nos manifiesta por la voz terrible de las «revoluciones, ha levantado sobre vuestra cabeza una «nación cristiana que profesa el Evangelio y los mas de «los dogmas y misterios de la iglesia romana; pero des­ agraciadamente tiene algunas creencias y prácticas re­ ligiosas y disciplínales que reprueba la religión cató­ dica. No toméis parte en ellas; pero no os rebeleis;

»la ley de Dios os lo prohibe, y os lo persuaden vuegwtros intereses temporales y humanos. Cuando sus agen* »tes traten de arrastraros á viva fuerza al gremio de la «iglesia cismática, decidles: No podemos, nonpossumus: liantes ae debe obedecer á Dios que á los hombres, Pe»ro no os propaséis de ahí: la resistencia apoyada con »ia fuerza de las armas Os está prohibida por la ley «de Dios, y ademas os amenaza con una ruina inevita»ble,n Lo que acaba de persuadirme lo conformidad de mi discurso con la opinion de la major y mas sana parte del clero de Polonia sobre este punto, es su unión con la santa sede y su disposición á obedecer la voz que se oye en la cátedra de Pedro; y ciertamente S. San­ tidad no omitió en aquella ocosíon ninguna diligencia para confirmarlos en la verdadera fé. E l emperador de Rusia no ignora que no dependió del padre común de los fieles el que la fatal insurrección, causa de tantas calamidades para la infortunada nación polaca, no se atajase y sofocase en su origen. En lo demas todas esas máximas severas del Evangelio sobre ln inviolable ma­ jestad de los soberanos y el crimen inherente á toda rebelión popular que atienta á la seguridad de sus tro­ nos, aun cuando abusen aquellos de su potestad, sien­ tan bien en boca de un católico. Los pastores de la co­ munión romana tienen gracia y autoridad para recor­ darlas á una nación que se aparta de «Has, y predicár­ selas con aquella eficacia persuasiva que la contiene en sus extravíos y viene á ser una regla clara y segura de su conducto social; pero ésas mismas máximas, cuan­ do salen de la boca de un predicante hereje ó de la pluma de un ministro cismático 3 reformado, son mas bien burla ó mofa que una amonestación grave y for­ mal. E l entendimiento menos perspicaz tarda poco en descubrir la fatal contraposición que hacen con las doc­ trinas de la soberanía del pueblo y de la santidad do la insurrección y con todas esas máximas antisociales proclamadas tantas veces por los mismos labios de don-

tlé sale lo frió y lo caliente, lo dulce y lo amargo. Para nosotros es una verdad !a doctrina del Evangelio sobre la fidelidad debida á los potestades .-constituidas: la cree­ mos y hablamos de ella con convicción, Por eso sabe­ mos usar aquel temperamento de moderación y pru¿ dencia que les conserva toda su. fuerza é importancia. Por eso también compadecemos la desgracia de nues­ tros hermanos que se separan de ella, nos identificamos con ellos, y conocemos su Bit unción difícil y delicada y las circunstancias que atenúan su culpabilidad. En esta atención decimos para nosotros: á vista de un sistema de persecución continuado y perseverante muchas ge­ neraciones hó y que se encamina nada menos que á la destrucción total de la verdadera religión, se han con­ movido algunas almas nobles y generosas: la memoria de los Macabeos los ha inflamado en una sonta resolu­ ción: han aplicado falsamente aquel los heroicos ejemplos: les ha parecido, y no sin probabilidad, que Dios esta­ ba amenazado hasta en su templo y altar, y han prefe­ rido morir antea que ver la ruina y desolación de U religión verdadera. [Es tan fácil equivocarse en U in­ terpretación del Evangelio» cuando uno se entrega á su sentido particular y no se dirige por la regla infalible de las decisiones de la iglesia! Aquellos espíritus bien intencionados, pero alucinados por su zelo que no era según ia ciencia, dijeron: Esta persecución es de un orden aparte: no solamente combate un dogma de la fé católica, sino la religión romana entera; quiere des­ truir esta y no dejarle templos ni altares, amenazando exterminar hasta el último hijo de la familia de Dios, Tal vez les hizo fuerza , esta máxima que el dere­ cho público de la edad media habiu consagrado como ley: que siendo la religión el uuieo bien del hombre en la tierra, su conservación es como una cláusula implí­ cita en la carta y pacto social de todas las naciones. Tal vez los escritos de uii hombre de exaltada imagina­ ción y cuya pluma quema el papel, ejercieron en

aquel reino el fatal influjo que en los eclesiásticos jóve­ nes de Francto antes que aquel escritor dejase do ser cristiano. E l ejemplo de los mártires venerados en la iglesia no obstante su insurrección contra los iconoclastas re­ vestidos de la potestad soberana y otras causas de er­ ror que con tanta oportunidad se traen á la memoria en la apología de la iglesia romana , no dejan sin dis­ culpa á tos polacos rebelados; y tanta severidad contra unos hombres mas dignos de compasion que de ira me parece un zelo falso; y si los censores son conocidos por su adhesión á la reforma de Lutero ó mas bien á la falsa Glosofía moderna, ese lenguaje ultra-católico es una mofa y una irrisión en su boca. Para completar lo que he dicho sobre esta materia, no me resta ya sino subir hasta la fuente del error que llamo constitucional y señalar su origen en Rusia, don­ de está hoy tan afirmado y arraigado y es una especie "de <¿ey fundamental del estado. Pedro I en quien empieza la civilización rusa y la admisión de este imperio entre las potencias del orbe cristiano, ese Pedro llamado el Grande:por sus compa­ triotas me parece en cierta manera el Enrique V I I I de Rusia. Antes de él la supremacía religiosa de los monarcas de aquella nación era nominal y nada mas f y él la hizo como una atribución constitucional de la co­ rona. Si se sube mas allá de su reinado, veremos al clero, ruso dependiente en la realidad del patriarca de Constantinopla ó del papa según era cismático ú orto­ doxo. Bespues del zar Pedro el clero ruso se convir­ tió en un agente tan esclavo de las órdenes del em­ perador como el sacerdocio musulmán lo es de las del sultán de Constantinopla. Aquel soberano daba mucho valor á esta obra de su política y se detenia á meditarla con complacencia : cuéntase que respondió con un orgu^ Jlo natural á cierto adulador que le había comparado con Luis X I V : P ero yo he sometido mi clero, y la 1'Van-

cía depende todavía del suyo. Loa qué juzguen ñ este personaje tan célebre sin mas datos querías relaciones de sus viajes hechas por los analistas de aquel tiempo ó las arengas de las autoridades locales y la correspon­ dencia con loa literatos y filósofos notables de la época, incurrirán en los mas graves errores. La idea de un clero independiente y acostumbrado á hablar como so­ berano á los monarcas y sus oficiales dentro de la vasta jurisdicción de la religión y de las cosas eclesiásticas, semejante sistema no podia entrar en la cabeza de un emperador medio escita y medio filósofo, que única­ mente quería dar á su despotismo mas que oriental una especie de barniz de filosofía ó de política europea. En París y en sus conversaciones con los doctores de la Sorbona oia con benevolencia el proyecto de reunión de las dos iglesias de que se hablaba; pero estaba muy lejos de pensar en él. Es cosa sabida que la fuerza ó mas bien el sable era para él la regla ulterior de su gobernación. Habiendo entrado á mano armada en la ciudad de Poloczk se trasladó á la iglesia catedral, y en odio á la santa unión mandó matar á los religiosos que estaban can­ tando ei oficio divino: é! por su mano mató á uno: Jos demas, heridos ó mutilados á palos, fueron encerrados en un estrecho calabozo. De vuelta á sus estados dió idea de sus verdaderos sentimientos hácia la cabeza y el clero de la iglesia latina con aquella farsa burlesca que hizo representar en Moscow y á la que^sin duda asistió. Le Clerc, autor de la Historia de Rusia antigua y mo­ derna, nos la refiere en estos términos: «Pedro habia «creado popa á un loco llamado Zolof y celebró la fiesta »del cónclave: el loco tenia ochenta y cuatro años de »ednd , y el zar discurrió casarle con una viuda de sus )>íiños y celebrar solemnemente esta boda, Mandó que «hicieran el convite cuatro tartamudos. Unos ancianos «decrépitos conducían á la novia: cuatro hombres de «los mas gordos que habia en Rusia hacían de batidores: «la música iba en un curro tirado de cuatro osos, á quie-

»nes se aguijoneaba con rejones; y los animales con sus «mugidos formaban el bajo de ja orquesta que locaba »en el carro. Los novios recibieron la bendición nupcial »en la catedral de manos de un sacerdote, ciego y sordo, quien habían puesto unos anteojos. Lo procesion, el «casamiento, el banquete de boda (tío debo copiar aquí «ciertas particularidades que siguen), todo fue igual»mentp digno de esta diversión burlesca.» Según hemos visto mas arriba, la emperatriz Cata­ lina siguió con no menos tenacidad el mismo plan de destrucción del catolicismo ó sea el proyecto de refun­ dirle en la religión nacional {vease el manifiesto de esta soberana en los documentos justificativos). Una política sin religión ni moral degenera, cuando lo pide el interés» en tal crueldad, que se suspira a veces por la ferocidad de los Atilas y la rabia de los tiranos de Roma. Cata­ lina es una prueba de esto. Hemos visto cómo sabia encubrir sus verdaderos ideas, bajo formas aparentes: abría en su imperio un asilo hospitalario á los jesuilus proscriptos de todos los estados católicos sin exceptuar Roma, y llevó su zelo hasta erigir nuevas siílas católicas; pero bajo de especiosas apariencias se ocultaban unas intenciones de honda perversidad; y lo prueba que viendo la insuficiencia de los medios de seducción y coaccion apeló á tales violencias, que la hicieron com­ parable á los mas crueles perseguidores paganos. Ya he contado muchos hechos, a los cuales pueden añadirse los siguiente?. Los habitantes de un lugar católico hu­ yendo dé los tratamientos atroces y bárbaros que les daban los soldados de la guarnición , llegaron-hasta una laguna helada, y como quisiesen pasarla para interpo­ ner aquella defensa entre ellos y los satélite* de la tira­ nía, se rompió el yelo y se ahogaron los infelices. Añádase la violación de la capitulación otorgada á la confederación de Cracovia y las perfidias y crueldades que se siguieron. Mas no hay términos para expresar la inhumanidad del coronel Drewith, comandante de un destacameuto ruso,

con los confederados de Lecic. La posteridad no querrá creer'que este oficial, despreciando la fé dada á unos' prisioneros de guerra, mandase desnudar y matar en su presencia á lanzadas y bayonetazos unos nobles libres y armados en defensa de la religión de su patria. Aquel ruso no debía nuda á los salvajes, y si Catalina le dió semejante orden, las obras confirman la verdad de esta expresión: no hay mucha distancia de la filosofía mo­ derna á la barbarie. Este seria e! lugar de continuar contando todos los ardides de su persecución : al principio no propone á los griegos unidos que pasen á la iglesia nacional, sitio que se conviertan al rito latino: vease aquí el infame pro­ yecto que se encubre bajo de esta proposición al pare­ cer no heterodoxa. La religión del pueblo suele ser mas exterior que interior, y toda variación de rito, canto y. ceremonias le aflige y empieza por separarle de su ver­ dadera creencia. Con todo como el pastor no ha varia­ do, la fé de este sostiene al pueblo mientras reina; mas apenas cierra los ojos, los nuevos rectores griegos uni­ dos con su traje oriental, con su mujer é hijos, con to­ das sus costumbres (notable monumento de ¡a toleran­ cia romana) y con lodo su ceremonial religioso empie­ zan á decaer en el ánimo del pueblo, y su descrédito redunda desgraciadamente en daño de la verdad. E n ­ tonces los calólirns entrar* con mucha menos dificultad en la religión nacional. Asi lo habia previsto Catalina, y fácil es de figurarse con qué vanidad se complacería en esta combinación política, Su hijo y sucesor P;ib!o I no lilzo mas que continuar e) mismo sistema de gobernación, y ciertamente no peca por un exceso de moderación para con los católicos. A él se debe la medida de enviar misioneros: los popes griegos tenian otras armas que la cruz y el Evangelio para ganar prosélitos del cisma. Entraba cori ellos tro­ pa armada en los lugares y aldeas, y si la predicación era infructuosa, m forzaban las puertas de las iglesias

y se bendecían estas como sí estuviesen profanadas. En ­ tre tanto los oficiales convocaban á junta él concejo é intimaban la orden del soberano , es decir * la reunión; y si no bastaban las razones alegadas, sé añadían otras mas-enérgicas, á saber, todas las violencias que.estoy harto de repetir. E l emperador Alejandro con toda su fama de leal­ tad, religión y piedad én su gobierno no mitigó nada ó casi nada estas formas duras y rigurosas, y el actual Nicolás I las sigue como una herencia de familia con to­ do el odio que profesa al clero y toda lá ceguedad de una pasión. Voy á acabar con una reflexión que no puedo omi­ tir: la mayor parte de los protestantes de nuestros dias no son ni luteranos, ni calvinistas, porque ni siquiera son cristianos; pero debo decir á los devotos de este par­ tido (pues los hay entre ios seglares y aun entre los ministros): Tened cuidado: el poder oculto que dirige sordamente todas estas intrigas, no es protestante, ni guata mas de la reforma que de la iglesia católica : toa­ das las sociedades subterráneas y clandestinas cuya ulma invisible es, nos llevan á la llamada religión natu­ ral. En 1790 se descubrieron tan claramente sus pró4yectos, que solo pueden engañarse ya los que quieren ser engañados. En ésta discusión he pasado en silenció la cuestión de los matrimonios mixtos, acerca de los cuales remito el lector á lo que se dirá en la sección cuarta. Aquí la legislación de estas dos corles aliadas y amigas en sus relaciones con la religión católica está enteramente acorde, é impone al ministerio católico obli­ gaciones incompatibles con la ley divina. Tampoco he hablado de otro medio á que esta corte da mucha importancia pam conseguir su objeto; y es la protección especial concedida á Lodos los cultos disi- ' denles, aunque esten en manifiesta opósicion con la reli­ gión nacional. A loa judíos se los colma de gracias y mercedes en estos estados. ¡Coga extraña! Los hombres

opulentos de este culto le desprecian; pero conservan el odio de sus coreligionarios contra el cristianismo, y . son unos auxiliares del gobierno enteramente dispues­ tos á coadyuvar á las miras hostiles de este contraía iglesia católica. Él gobierno en pago ha mandado re­ cientemente edificarles muchas sinagogas» cuyo número he oído decir que llega á trescientas. E l mismo zelo se manifiesta para aumentar los templos de los luteranos y calvinistas; sin embargo ¿qué punto de contacto hay entre todas estas sectas y la comunion rusa? SECCIO N CUARTA. la

h e r e jía

c o n s id e r a d a e n l a . CON LOS CATÓLICOS DE

c o n s t it u c io n a l

4 PERSECUCION QUE E JE R C E LOS ESTADOS PRUSIANOS.

E l orden de materias me lleva á considerar la su­ premacía espiritual de la potestad civil en manos del rey de Prusia, quien la ejerce actualmente en toda su plenitud y hace un uso tan temible de ella á los ojos de todos tos amigos del catolicismo. Pero veo con gusto que esta parte de mi escrito es menos trabajosa de lo que creía, porque la encuentro ya hecha en un libro que se acaba de publicar en Alemania. En él se descu­ bren los artificios del gobierno prusiano para destruir la religión en todas las provincias rimanas agregadas á aquel reino por el congreso de Yiena, las astucias de aquella potestad émula de Juliano, el último perse­ guidor^ nti i, y ios tortuosos escondrijos en que se ocul­ ta su política infernal; no piirece sino que esos preten­ didos cabios han iniciado al autor, en sus misterios de •iniquidad. Pero debo tomar las cosas de mas arriba para que el lector entienda la cuestión. En 1825 dió el gabinete de Berlín un decreto to­ cante á los matrimonios mixtos, y debo decir de an-

temano que los grandes combates entré la iglesia ‘ dé Dios y Satanás en aquella región se dan ahora en el ter­ reno de ésta doctrina y y que es la descomunalmáquma de guerra, levantada por el hombre enemigo para des­ truir el Catolicismo^ porque el señor Ancilloñ, unodé los ministro^ prusiaíios,'nos reveló en 1828'su secreto pdr estas palabras*'^Ni las guarniciones de las plazas de

giiérra, ni las fortalezas federales son las que nos han de proteger'contra la Fftíhcia protectora de loscatólicos, sino el muro (le bronce del protestantismo. E\ edicto de qué acabo de; hablar, dice en sustancia: Se prohíbe'é iodo católico insertar én el contrato de-matrimonio nin­ guna 'ct-áu'sulá dirigida* á cohibir la potestad del padre para determinar .sobre la rpÁigiorí de los: hijos que «as­ ean. Ademas prohibía esle decreto á los sacerdotes cató­ licos-exigir tw adelanté ninguna' promesa de palabra ó por £scri(o relativa á la educación de tos hijos en la re­ ligión católica. A 'medida qué vayamos adelantando; ve­ rá mas claramente el lector la trascendencia de; este edicto y él gran golpe que dió á los católicos: Los obis­ pos quédaroti: const ernados y y e! difu nlo a rzobispo1dé Colonia y los obispos de'Tréveris, Paderborn y-Mnnster enviaron ftta eánla sedé una relación de los hechos. E l papa Pió V I I I respondió en tin breve fecha 27 de mayo de 1830. Este breve explicado por una instruid cion del cardenal Alba ni dice eh Sustancia que el obispo debe primeramente hacer todos los esfuerzos posibles

p árad isú ád irál contrdy ente- •católico de aquel mcitriiñonio prohibido? _péró que si persiste en la resolución ya tomada, ‘nó podrá él1prelado conceder ninguna dis­ pensa-iVástá hacerle ¿oíibcer'la gravedad del pecado que víí á comdtér delañte tle Dios si cónlrae talmatrimonió

sm -hábir estipulado antes'-que los'; hijos que nazcan ha* yan de educarse exclusivamente en la religión cdtólióui no!obstante eri 'él cáso dé resistirse á hacer esta- promesa podrá el obispo dar la dispensa por evitar el tu­ multo dél pueblo y oíros malis lodavia mas graves. Mas T. 45. 7

la asistencia de los sacerdotes á estos matrimonios gerá pasiva , y solamente permitirán que se. contraigan «n su presencia para-poder acreditar como testigos que se han observado todas las formalidades, requeridas por la.ley civil pena de nulidad, y sentarlos como.matrimonios vá­ lidos en el Hbro ordinario de registro, Ya lo vemos, la iglesia, desaprueba completamente los matrimonios con­ traídos de esta manera.. Los contrayentes, son declara­ dos indignos de la bendición nupcial, de ja participa­ ción de la Eucaristía y de la absolqeion sacramental; no obstante por semejante -disposición; hasta entonces inaudita llevaba la iglesia romana,la condescendencia Jiasta. el újtimo término,, otorgaba la dispensa en virtud de una súplica á que no acompañaba la promesa de edu­ car; á los hijos, en la religión católica,;y levantaba el impedimento dirimente de clandestinidad que ¿>.nujaba aquellos matrimonios., facultando al sacerdote para prestarlas su ministerio de hecho y ser testigo ..nec.e?a-' rio y. único autorizado á fin de atestiguar la validez d$( matrimonio^ Este, breve;se comunicó al encargado de. negocios: del gobierno prusiapQ . en ttoma, quien disin mujó .hasta- el punto de: parecer satisfecho.; É l minis­ terio no le publicó hasta el año 1834, cuando ya tenia tomadas todas las precauciones necesarias para hacerle ilusorio y de ningún valor- Estas precauciones , eran el engaño, la seducción y tal vez la violencia y la ame­ naza empleadas para corromper ;á los obispos á quienes venia, encomendado el cumplimiento del breve; Seme­ jante.medios produjeron su efecto.. Spiegel, arzobispo de Colonia, y luego los obispos de Tréyeris* Munster y Paderborn firmaron una protesta, dexiimpür el decre­ to ,del gobierno comprendido.en cuatro artículos. .Ycan-> se. aquí el segundo >y:, tercero: 2.° Antes de Ja bendición nupcial -m-qverigmm el -.cura católico- en qué religión han de ¡educarse, :to$ hijos¡quenazcan, debiendo.set mdi-; férente .este, .puntopara -la misma bendición: 3.9 E n la

confesion sacramental se pro¡iil>e á Iqs ¿acordóles, obligar

á la parle católica a.que eduque $us de a ¡experiencia que tenia de ki,flaqueza decios deniasi prcludos^para.: quienes: no era desconocido dichá breve, wojúzgabg que el ilustiísimo, Droste purera mostrarse.m&s > severo ique :eJlOsy espeeja(mente cuando fel cebo de una‘ dignidad- tan. pingüe; venia en a.uxijio de^ía^ miras-Üelrgobíernpv E n t a l estado ;d ilustrúámo Droáe.^Ue 110 ^habiasleido quizá■ <el:,congenio,■fjrmadíJ por los'obis’fios! íministenaíesi en ,Coblenlzat abriendo ios ojosy conociendo los1roales i oáaparabíes, ¡de ia-ej^cueio'n dé aquel/ pacto ,' Creyó dobor-explicarle por ined.io gle üria< cai,ta;cÍTCul&r á todo su clüro!;.q*pedida en c2o de

dicíembre; y en ella se limitaba á los términosdel bre­ ve pontificio. Figurémonos la admiración ó mas bien el. pasmo del gabinete de Berlin: veíase completamente chasquea­ do y ecgidoensus propias redes. En lugar de un hora-* bre flaco, de un cortesano , de otro Spiegel habia puestb á la cabeza de las iglesias católicas de sus dominios un Ambrosio, un Tomás Cantuariense,: un muro de bronc­ eé ó mas bien una columna de hierro, contra. la cual serian débiles ó se estrellarían todos sus esfuerzos para acabar con la religión católica.:Vease pues aquí la situa­ ción en que se colocó el gabinete ríe Berlin respecto de sus subdito&de este c'ulto. Los católicos le dicen como antiguamente los apóstoles: Non licet, no es permitido. Juzgad vosotros mismos si debemos obedecer ó los horm bres áníes qué ó Dios. Vosotros nos decís: Eso es iícito; y O íos nos dice por otra parte: Eso es.ilícito; porque ¿de qué olra manera pódemos;reconocer la voz déiDios que por el conducto de los obispos sucesores de los apósw toles y de Pedro su cabeza, A quienes escogió para explicarnos la palabra evangélica? Faltó al tnonarca prusiano el poder para sofocar las declamaciones de la imprenta v como lo. prueba lá si­ guiente ^historia del libro encarnado, Ün hábil escritor comentó en una obra intitulada Suplemento á la hi$'to~ ria eclesiástica de Alemania el reaI decreto de l 825 sobre los matrimonios mixtos, de que acabo de hablar. A llí explica la política del gobierno de Prusia , Ja sigue en todas sus combinaciones y la pone tan al descubier^ tó, que los menos perspicaces pueden verla en- toda su féaldad. Se echó la voz (y algunos católicos, en especial de1Berlin, parece1quemuchas exageraciones: el hecho es que él gobierno prusiano encargó'á un,tal Elléndorf que le refutara;5mas este'nó lo consiguió, y su fútil respues­ ta vino ó ser ufiá confirmación1 del libro. Asi, se lía probado en una refutación auténtica de la pretendida

refutación; y asi rae lo escribe un;eclesiástico conocido en Alemania por sus sabios producciones y que se halla mas én estado que nadie, de conocer las cosas de aquel reino por la naturaleza de su ocupación. Como todos los ejemplares de dicho libro llevaban úna cubierta en­ carnada, no se le llamó mas que el libro encarnado. Su rápido despacho y el' asombroso séquito que tuvo en las provincias del Rin, irritaron á la policía prusia­ na, la cual le declaró, guerra, de exterminio y le persi­ guió, hasta en Baviera donde acababa de publicarse. La poderosa intervención; del gabinete de Berlin con eí de Munich atajó la circulación de él; mas la violencia pro­ dujo el efecto de dar al libro prohibido el incentivo del fruto vedado, y asi se buscó y leyó con mas codicia. No obstante como tenia el inconveniente de ser cieotí.fico y por lo tanto inteligible solamente para los sabios, á fin de acomodarle á la comprensión del pueblo se pu­ blicaron furtivamente las Conversaciones de algunos al­ deanos m sus veladas de invierno en 1836: aquí le halla sustancialmente todo el contenido del libro encar­ nado. Figurémonos unos buenos campesinos colocados én corro al rededor de la ancha chimenea de una cocina de lugar y calentándose á la lumbre. Hablan entre sí acerca del edicto real, y dicen francamente su parecer juzgando que el menor privilegio del pueblo soberano es quejarse de la opresión que sufre. Si hemos de creer al autor, estos diálogos no son juna ficción, sino que realmente se tuvieron, y aun cita ia aldea de las ori­ llas de! Rin- donde pasó la escena. La salida y crédito de las Fc/a<2as de invierno fueron superiores á la del Suplemento histórico. Las medidas coercitivas déla po­ liciano hicieron mas que acelerar el despacho: en los cafées y en las calles y plazas seleian con ansia y sin es­ conderse. ■Un bebedor (asi escribía un testigo ocular á su. corresponsal: de Parie) tomaba el libro y leja en alta voz, escuchándole en silencio la multitud de espectado-resaque se colocaban en corro á su rededor: muchas

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tetes entraban los alguaciles durante la lectura; pero ni está se !stíspendia>- ni nadie dejaba su puesto. Lo que yopiblico' íitjuí os la sustancia deteste folleto alemán sin nombrar 163 interlocutores,aporque su- nombre no hace náda para el caso. Ahí se descubren las maqtiiñátíibíiés del pártilío filosófico pora destruir el, cristianísf r ó t e n :su! lu g ar;sustituir■provisionalmente y. por dé pronto él prckte&tantismo; y; se- vercómo•trabaja :una lima sorda q^e :éorVoc el fundamento del 'edificio- antes dé levantar la pica; para demolerle: á cara descubierta. • Laj cónvérsaeton ;de! ntiegfr os¡!aIdéa nos ¿récae pr imeréhietité^sobre1esta;'disposición del edicto rpál: Se pro­ híbe é;’ü;n:'óbis(10 ésci*ibir al papa , aunque-no séa mas qüe ün rcríglon1,1sin; licencia-del ministerio! y este mínister io es ProtestanVe. ‘ ! J; • ; Mas el papá; replican los buenos aldeanos, es la c£Befc& !y elj-primer pastor dé nuestra iglesia:: nosotros li^ llamamos' nuestro padre, santísimo' padre; y este: es eí nbtttbre que le dan todos los catolicos, ¿Quién ha oidó decir jamás que se prohíba á un feligrés escribirá su cura párroco y ó un hijo corresponderse con'su pa­ dre? ¿No' es esto abusar de fiuestra paciencia é irri­ tarla^ .Í-.¡ . 1: Se prohíbe á un obispo dirigir á sus diocesanos el niénotf documento doctrinal por medio de la imprenta, V; g. én cuaresma una carta ó instrucción pastoral so­ bre el ayuno, la penitencia, él cumplimiento pascual ó lin error' subversivo'de: lasaña doctrina; sin averiguar ‘antes s i: aquel escritor es del agrado del ministro y ño •ofende sus oídos protestantes; y en-caso de no.gustarle debe suspender él obispó'la publicación de su pastoral y reformar su pensamiento por; e l;pensamiento minis­ terial. ’= . '• v : ¿Quién1lia oído jamás semejante lenguaje? respondé uno'de- los"ihitérloeutOreá toas instruido que los otros, pófqú&es él maestro de 'escuela del lugaivNosotrosios ctflólicossi' introdujéramos1tales pretensiones respecto

del papa nuestro pastory padre, teudriamos la traza de un hijo ;cjue dá lección á su padre:* ó de una oveja que: quiere corregir á su pastor. Y sin, que ló lleve á mal el gobierno y sus ¡ministros, en el .orden:temporal son pastores; mas en el espiritual son las ovejas del p&pa y de los obispos. Esta es la doctrina que profesa­ mos nosotros los católicos, Y sí el ministerio la ig­ noran; que váya á aprenderla' antes de gobernarnos. Mucho: se nos habla: hablado de la libertad de impren­ ta; En efecto es libre -y . aun licenciosa para el impío que-blasfétna de nuestra: sagrada religión; mas si un obispo quiere levantar ;la Voz para: defenderla, al punto sele tapa la boca=con una mordaza. Sin embargo ¡nues­ tro buen Dios dijo á los obispos: Enseñad á las:naciones y conservad en su;púreza el,sagrado depósito de la doc4 trina que-os he encomendado. No son tan tontas éstos aldeanos, y no suele discurrirse tan bien sobre la polí­ tica en las tertulias de París. f: i Cotilinuemos lefendo el libro encamado. Comienza la segunda velada^ y vuelve á hablar el maestro.de es­ cuela, que se expresa asi: «Yasabéis que todos los años

»se reúne la junta de fábrica para examinar las necensidades dé la iglesia y determinar las cantidades necevsarias á fin de 'aiender a ellas: una copia de esta de­ liberación se enma al obispo , para que como primer »pastor ía apruebe y exhorte á los fieles á satisfacer estos ^gastos. Mas no bastan tales formalidades para arr.e»glar dicha contribución, sino que ademasha de ser m»vista por d : gobierno protestante, quien determinará »por su última resolución cuántas medidas de vino son »menéster para la xnisa, cuónla cera para el altar y »cuántas hostias para consagrar. Después viene el visto wbueno del ministerio al concejo con largas araonesla»Gionesspara que en todo esto emplee una gran econo■».mía: ¿Quése.¡responde á esto?» 1 ‘ Cristianó que es otro interlocutor, responde ab iratov «esa economía se parece á la de Judas» que en una oca-

- to r­ sión igual decía también: ¿ A qué;viene esté desperd icio?)) ¥ añade con cierto enfado: « Bien pudiera el gobierno: que nos agobia de tributos, cercenar otros artículos del pre­ supuesto: seggramente.no iremos al hospital por lo que gastemos en favor de Dios y-de su iglesia.» . E l proselitismo para convertir los católicos á la comnnion protestante es mas ardiente entre;los prusia­ nos: que lo fue jamas entre los judíos., Yease aquí: un ejemplo : el zapatero de la ald'en de Zaunhcin., hornbre honrado y generalmente querido en el pueblo, .asistió á ia^iglesia católica llevado de la curiosidad: deseába .gaber si habia de rebajar algo del capítulo 'de acusaciones contraeos católicos que constantemente oia á su minis^ tro en todas las:..prédlcar. Edificado de cuanto vio y oyó le asaltaron algunas dudas, y juzgó que la cosa era de­ masiado importante y que asi debía poner los medios pa­ ra salir de ellas.* A l momento corre la yo¿ que el maestro zapatero piensa enlconvfi'rLksé i y. bu frecuenicia á la iglesia católica confirma esta Sospecha; IJamale el ministro protestante, á isu casa, y él y su esposa hacen lo último de potencia para: disuadirle de tal resolución, ¡Qué de halagos y promesas se Emplearon para; volver­ le! Mas el zapatero se mantiene firme, ora, examina y delibera mucho tiempo. Una voz interior le habla al corazon y le dice que el cielo y el infierno son intfereseáde mas importancia que su tienda ;y sus parroquianos: por fin se resuelve’/ hace profesión declarada de la religión romana y conduce á la iglesia católica su mujer y sus hijos que han seguido su ejemplo. Eri esto’, le ocurre ir á casa del pastor protestante á llevarle un par de zapa­ tos encargados antes de su conversión, y recibe esta tarascada: Mejor hubiera sido no,recibir] semejanie ■ ca■ naUa en el lugar. La mujer del pastor qué oye esto, en­ tra ciega de furor, tira loá zapatos al suelo y dice: No, maestro, los zapatos de V. no pueden acomodarnos: vuél­ vaselos Vi á llevar: aquí reconozco al.'imbécil ’ católico:

tienen una forma enteramente' católica y es g.émro ca-

tótico: íomc-V. la puerta á toda prisa, porque de núesira casa no sacará V. nada. EL pastor ño se desarmó con esta réplica grave y sensata del zapa tero: Señor pastor , yo he seguido el consejo que^nos kit repetida V, tantas veces; es á satier, encaminarlo y pesarlo todo y procurar lomar lo piejor. J l i conciencia me manda ser católico y la obedezco s V. me condena; peto Dios no me condenará. Vencido el cura católico por las instancias dél zapatero le recibe én eí gremio de lii iglesia despues de haberle probado mucho tiempo: para cerciorarse si te llevaba alguna mira interesado. Omito aquí las chistosas reflexiones que amenizaron la conversación delos^bue^ ños aldeanos mientras se contó esta anécdota, ! i ■ ■ Tal es el proselitismo del ministerio prusiano para aumentar la religión nacional.' Por otro lado si. un ca­ tólico ¡quiere apostatar de su religión, aunque sea un picaro, lloverán sobre él las igracias del gobierno; y se asegura que muchos católicos arruinados despues de: ha*, ber deliberado con su familia no han encontrado mejor medio para reparar los quebrantos de su hacienda que hacerse protestantes. Hay un hombre de mérito distinguido* un profesor de la academia ó universidadá quien despues de un largo, gravé y profundo exainen le dicta su concien­ cia que sea católico, y él eetíi resuelto á perderlo todo por salvar su alma. Si se aheve ó dar el paso peligroso é indispensnbre de la abjuración, perderá su empleo; y si no se le quita el consejo .académico, se verá él obli­ gado á renunciar ó fuerza dé sinsabores y disgustos.. La misma suerte tendré en caso qu^ sea magistrado. i Uno de los actos mas señalados de la persecución gentilica-era la ocupacion.y demolición de las iglesias-de los cristianos, La intolerancia-del gobierno prusiano ha puesto en: planta este modo de persecución contra los católicos * aun^ue coii todo^ el comedimiento de pruden­ cia , ¡cordura y circunspección que exigen el tiempo y las circunstancias/ Veause aquí unos ejemplos que copio

textualmente del libro encarnado, página 82 y 83. En la Lusacia superior y particularmente en G
»acto-hostil contra la iglesia católica;'perdón el fondd es wuria medida administrativa, éuyas disposiciones ge;nera^ wles habían sido publicadas por éiséñor Bunsqn despues »de arregladas definitivamente en Roma.» A esta apo­ logía rio le falla para ser buena mas que transformar en una verdad de;hecho. la mentira en
y hasta infalible, para "que sin turbulencia:ni conmo­ ción pasen los pueblos de la religión católica al protes­ tantismo, y se confundan en una sola estas dos comu­ niones no menos contrarias que la verdad y el error. Pa­ ra resolver tan difícil problema el gobierno planteará y dirigirá-á su modo los gimnasios, academias, institutos •y escuelas. E l ministro Ancillon , ó quien se atribuyen estos cálculos de política, calcula bien; y si el hombre pudiera ser fuerte contra Dios, y lá piedra sobre que este édifidó su iglesia pudiese-ser destruida por lá mano dé los mortales, ei catolicismo no resistiría en las provincias riniánas á la poderosa sfccíon de esas máquinas de guer­ ra .asestadas para? aniquilarle;: Mas; ¡cuán- débil es la prudencia humana contra DiosI ¡Y cuán de poco alcana ce y faltas de previsión por algún lado son las medidas ■a! parecer mas infalibles' y mas profundamente combi­ nadas, cnnndo contrarían los consejos de lá Providencia! . Nunca la sabiduría humana habia medido mejor la grandeza de la dificultad y extendido una mano mas fuerle, ni uñ brazo mas vigoroso para vfencerla: ya lo hemos dicho* por la educación es el hombre en el orden moral todo 16 que esí, instruido ó ignorante, de buenas ó malas costumbres,'religioso ó irreligioso. - ¿Tan fácil es apoderarse de los gimnasios y acade­ mias? Los católicos de:las provincias rinianas no son uri pueblo que acabe de salir ahora de los bosques: tienen sus costumbres, sus hábitos, sus instituciones v su reli­ gión; [ y qué religión! La religión católica/inflexible en sus dogmas, tan incapaz dé desviarse un instante de ellos como el sol de su carrera .y .determinada á ver perecer eí cielo y la tierra antes que quitar una letra ó un dpi» ■ce. Dicese: ocuparemos los gimnasios y las universidades, y con la educación poseeremos la religión hasta en sus pri­ meras causas: todo eso es mas fácil de decir que de ha­ cer. La iglesia católica tiene esos gimnasios y uni yersi5¡dades, los ha fundado;', los ha provisto de maestros iy no

los Bogará de grado*, ponganse á .viva fuerza maestros protestantes, y osdirán aqueilos/aná/icoi^primeroquisíera ver mbrir niis hijos á rais pies'que,hacerlos protes>. tan tes: reniego y maldigo de toda educación protestante; Todo osló lo vió ct gobierno prusiano;, y. entonces le ocu rrieron estas ideas : nuestra; existencia es de ayer‘. .so­ mos conquistadores*, y nuestro gobierno no ha echado ninguna raíz en defecto detos pueblos. ¿Podemos sin riesgo empezar á gobernar bajo tan funestos auspicios atentando ó su religión y al derecho imprescriptible que tienen los padres de dirigir la educación de sXis hijos? E l gobierno prusiano conoció todas estas dificultades*; pero vió que disponía de grandes^ recursos para vencerlas y dijo para sí: ¿por. qué se ha de desconfiar de un proyecr to cuyo logro es un paso tan grande hácia la regenera-: cion universal? La influencia gubernativa noí tiene límites: disponemos de los empleos j 'dignidades y honores, del ejército, del tesoro y de las rentas públicas. Los ca­ tólicos dirán^ los gimnasios són;iiuestros: porque son fun­ daciones de un elector obispo, dé un cabildo noble, :de un abad óvde una abadesa. Es verdad que son vuestros esos gimnasios, responde el gobierno, y ereeis tener de­ recho de nombrar los maestros de bllos;.;:pefo ¿os halláis ett estado de! pagarlos? Mas nos&tros (replican los católi­ cos) contribuimos, bien ajustada la cuenta , con trescientos millones de reales al tesoro del rey de Prusía* y cargara do con taínaña parte de los tributos públicos ¿no tene­ mos derecho de jqstifiia á- una'pequeña'porcion dé los beneficios? ¿ Y no se podrían'reservar algunos fondos para el pago del maestro de nuestras: escuelas de tantos y tari pingües sueldos como se. satisfacen ó esa nube: de arrendadores y agentes que nos vienen de Prüsia para oprimirnos? ’ Echad algunas.migajas de esa.;espléndida mesa donde sé sientan los extraños, mientras nosotros "nos mprimos de hambre y sóltamos el úUimo maravedí pai$ pagar los enormes tributóse i Un gobierrip que discurre !y delibera cop sus propios ’súbditos y que es düeña deMa

fuerza/públicasiuó quiere ser justojlsinjnvocar cl dicho me llamo león , tiene siempre, recursos á ja. mano y: ra­ zones en los; labios; y al rey.de Prusia no le: faltan* Á. mí ;solo me corresponde el nombramiento de los maes­ tros, y mi título es este:: yo ;Soy rey; los verdaderos fun­ dadores, desaparecieron y. :yo los represento^ en: toda !a latitud de;sus: derechos, en el de patrono y en esto otro que acumulo y que no podían invotar mis predecesores; es ó saber , que:pago, y el qu$ paga es el amo. Quiero qup en los ghimasios ¡mixtos^ compuestos mitad de. ca^ tólicos ymitüd ds protestantes , se saquen todos los pror fesores entre los conformistas* Paseen cuanto á esta proposicion* Mas en los gimnasios: católicos donde el pueblo so compone solo: de católicos,;¿no tendremos maestros católicos? Sí * repone el gobierno; pero la, numo avara que hace éste:don., pone una restricción y es que,uno de ellos ha ^profesar ia:reHgionrdel sobetaño. Este artículo no parece intolerable y seludmite: ya veremos cójno lo accésorio lleva tras s£ 3o principal- ¿ No es. cL monarca el primtir jefe'dela escuelaíV .¿.No Subsisten esta y 8us;maestros por los subsidios que apirontá elgobierno? ¿ A. quién corresponde la pqlbía-deMas .escuelas,- la .elección de sus jefes v dignidades.y la fijación de las relaciones; deisUt bdrdinacioit qtá.e¡ los uueh entró‘Sí? Nadie duda i que, es-r toá‘.son: atribuciónesrdíi la- peerogativa. r.eol; luego ül príncipe^ solo corresponde ■el nombramiento del -rector. Mae*Llt rector)*8:el reguíadjOF de la escuela;¿yel! buen^ó mál /espíritu deestaíp reviene del que la dirige y le dí£ impulsan Pues, cabalmente por eso. el'rector de;estos gítnriástós catóiicos ^erá perpetuamente et profesor pro­ téstale de reál ncwnbramieiito , y una escuela en el nom­ bre católica será protestante en la realidad. : ' , .Prosigamos. Están hombrados Itis profesores, v-se trata desdarles iinsJrucciones .que serán sabias y estarán bien combinadas. -Satanás que ilas acoríseja i es un espí­ ritu puro, de profunda malicia; y; dotado ¡desuna vasta ÍQteljgencia en este género. '¿Quién es ese- profesor-ca>

tólieo? Un joven! dócil y condescfitidiente^ en ;punto á/Ia moral y aunr ál dogmas su residencia,£nt la uhiversidad ha simplificado mucho'sü ortodoxia: tal■ ,vez; se ha abre* viadoras su símbolo desapareciendo) de é l.varios.ar.tí-í culosMuego tiene pocos bienes de; fortuna ♦y necesita y quiere adelantar eii su carrera*;Por lo:;taíilQ :se ;íe dirá: Ño ¡hable Y. de:religion:en. sus: lecciones do gramática ó de literatura. ¿A.qué viene la teología tratándose de;las: reglas de gramática y de!Jos: principios de literatura? Ademas falta Y : á sus compañeros, á quienes debe-cier­ tos miramientos por formar unniismó cuerpo ytuná mis-i rna familia con ellos; y sin embargo, los desaere di la: Y. á los ojos de los comunes; discípulos como secuaces-!de una religión mala y;excomulgados,; q u e d a n füerá^del camino, de la. salvación;: ¡íódOieMiOJos ;cori tris tí) y ]ds re~: baja. ;Esto? discursos: desagradan al gobierno que es muy sentido ■ f délteado en este punto y celosísimo del honor de Irreligión nacional, y mira con grande aversión la in­ tolerancia de la: religión; romana. El ;jovén entiende este lenguaje, conoce losmotivos dtí él; :yios tendrá muy pre­ sentes-en sui consideración.. Oigamos aquí al moestró^de esc^ekjiuno de los: interlocutores^en las:-v.eiatías dé los aldeanos alemanes según queda, dicho. «Dejandeásí^éii »e.i olvidó la .doctrina católica debe resultar úna especie »de indiferencia con respecto áfella en el ánimo ¡de los )?diScí|>ul0S,: borrándose insensiblemente lascontraposi«cioiies entre •estfi religión y.lasj..otras, importa poco

»profesar este culto mas: bien que^aquel,: y la ‘religión »dé: sus maestros se engrandece y reajza en!su juicio jjcoii:;todos los grados.de . estimadan que- han concebido. »hiela la ciencia y toliento de aquellos. Ai cabo ioiim> >portan te es figurar en el mundo, adelantar en su car­ pera ¡y obtener; buenos: empleos * y: el ser ¡eatólitío m*ay BzdoSO río es; Una;gran réeomendacion para con el go~ «bierno*» : Es. verdad■ que;íhayícápeUa&es^n estas casas de édacacidn j.y. doy por sentado q.utí ehcapéllati católico noca­

rezca de zelo para su obra; pero no sé le permite tener mas que dos conferenciará la semana * y si pasa la hora destinada á: cada una de éllás-, le hace callar el toque de la campana, i Dos ó tre3 horas ó la semana destinadas para el estudio de la religión i la primera ciencia de to­ das, cuando sin hablarle las clases de lenguas y matemélicas se conceden ¡cuatro horas á lós maestros de bai­ le y .música, para sus lecciones semanales I Las instrucciones que se dan á los'maestros protes­ tantes son diferentes: ñ estos se les habla con franqueza y se les descifra el enigma1sin rodeos.; «Vollaire y los vsuyos fueron demasiado atrevidos: los tiempos han va«Hado; la gente de buena crianza hasta entre los pro^ «testantes: desaprueba esas declamaciones violentas y «acres:contra el cristianismo: Nada deembestir aspera»mente y en derechura: embestir ai enemigo por el cos­ cado'; pero nunca frente áje n te : es verdad queelgolwpe será menos fuerte; pero será, mas; seguro. Enseña ».uno las humanidades ó-explico los modelos de buena' la­ tinidad: á caria instante se le viendrá ú las manos la mintología pagana ; pues cu lugar de decir que los misterios »y los milagros del antigub: testamentó nd sonsmas que «fábulas, y alegorías, ;Contíntese con, manifestar que el «origen y el modelo del pomposo ceremonia! de la reli­ gión romana fce encuentra el culto-gentílico.* Un pro­ fesor; de historia -al llegar á las cruzadas hará úna feliz «digresión sofíre las1guerras de religión; y entrando en »la edad media<j cuántas y cuán excelentes cosas puede »décir sobre la avocación de las causas civiles ante -el »:tribunal¡eclesiásticoy'la autoridad temporal del papa, »el atiuso ;de la excomunión papal y episcopal , la depo«sicion de los ^príncipes soberanos, la degradación de la »majestad real, Enrique IV , Federico;II7Felipe el Her«KiosfG, Gregorio V H , Inocencio IV , BoniFacio V lll& c .! «jO hj ¡Qué temas tan magníficosI Lo que haya empe»zado él profesor* lo continuará la universidad’y lo con­ clu irá el mundo. Uu empleo.qiie se apetece, una boda

«ventajosa que se desea ajustar &c.: ó presencia de tan «grandes intereses no se resistirá el catolicismo de unos «espíritus armados tan á la ligera en materia de rel-i»gion.» Ya tenemos á nuestros alumnos prontos áentrar en la universidad. Aquí pregunta con un tono algo bur­ lón uno de nuestros aldeanos interlocutores, mas instrui­ do^ no menos criticó que el del Danubio: «¿Qué es la universidad f Aténgome á la respuesta que le dan: es una escuela én donde todas las profesiones sociales reci­ ben sabías instrucciones sobre su respectiva ciencia, la ju ­ risprudencia, la medicina, las bellas letras, las ciencias físico-matemáticas aplicables á la astronomía, la arqui­ tectura , la marina y la profesion de ingenieros civiles y militares. ¡Cuántas ocasiones tiene aquí un maestro hábil para: cooperar á. los planes antireligiosos de su gobierno! Si se presentan, las aprovecha, y si no las busca. No le perjudicará Iá fáma de despreocupado en materia de re­ ligión y de augeto digno de ser iniciado en ios misterios de uRía sociedad secreta: para con algún examinador le valdrá una buena recomendación y un interrogatorio me­ nos severo; porque digámoslo de paso, el examen de la universidad se reputa por muy elástico y capaz de tomar las formas mas diversas. E l examinador indulgente hasta el extremo con un candidato cuya opinion está en buen olor, se volverá duro como el hierro con un individuo del clero católico ó que.aspire á serio (1). Ademas en Ale­ mania varía la enseñanza según los países, y el gobierno^ determina la forma :de ella. Hay regiones en que no se ofende el magistrado si se presentan á cara descubierta el naturalismo y el racionalismo: allí en boca del doctor que enseña, nuestro Señor será un sabio que dejó muy atraá ó Epitecto y Sócrates: Brahma y Confucio noson,comparables con él: fue un médico mas hábil en el arte de carar que Hipócrates y Galeno, un físico que arrebató á la naturaleza, el .secreto de las primeras le(1) Asegúrase que estas artes se conocen en otra par­ te que en Alemania. t . 45. 8

yes y la razón de ios fénomenos mas ocultos» en ana pa­ labra el hombre mas grande de todos; pero no se piensa en hacerle un Dios. ¿Cómo una razón ilustrada ha de admitir la doctrina de un Dios que nace como niño, ere* ce como un joven, come, duerme, padece y muere? Di­ cen que se pondera mucho en esta enseñanza el amor de la libertad; pero si por prudencia se muestra mas cautela respecto de la civil, no se quiere consentir nin­ gún freno respecto de la religiosa; y se exige (concluye nuestro aldeano) que un alumno esté decidido á no de­ jarse guiar como un niño con andadores por el partido clerical y por lo que se llama iglesia y tribunal eclesiás­ tico: sobre lodo nada de jurisdicción ni aun de vigilancia de parte del obispo sobre la disciplina interior de los li­ ceos y colegios de todas clases: la elección de los libros elementales que allí se leen y enseñan sobre la religión y la moral, no le incumbe mas que la de los clásicos en materia de lenguas, literatura y ciencias exactas. Si por su orden se prohibieran alguno ó algunos de estos libros, ¿no seria dar un paso hácia atras en el camino del pro^ greso y de las luces?» A vista de semejante enseñanza escolar y de tal di­ rección de los esludios naturalmente le. ocurre al obser­ vador religioso esta pregunta: un pueblo enseñado asi ¿tendrá sacerdocio? Y si le tiene, ¿qué sacerdocio será? Hablen aquí los hechos, y contentémonos nosotros con sacar las consecuencias* «Nuestra diócesis de Tréveris (va hablando eí mismo aldeano) que cuenta setecientas ochenta y tres iglesias parroquiales sin las ayudas de parroquia, tiene el des­ consuelo de no ver salir mas que quince aspirantes al sacerdocio en cada año (por término medio) de los gim­ nasios' y demás escuelas nacionales. ¿ A. dónde conduce es­ te descubierto que no puede menos de ir en aumento, si­ no á un abismo donde se precipitará y perderá la religión con su sacerdocio? Tomando en una mano el registro mortuorio de los clérigos que han fallecido en la dióce­ sis en los doce meses precedentes, y en otra la lista dé

los ordenados en el mismo período de tiempo, y compa­ rando los nacimientos y muertes, las ordenaciones y en­ tierros en el gremio de la tribu sacerdotal, puede el ob­ servador juicioso fijar aproximadamente las épocas en que no quedará ni un solo sacerdote en los círculos de Coblentza y Trevéris para servirlas parroquias.» Esta es la respuesta deí aldeano á la primera pregunta: ¿Con­ servará la Alemania el sacerdocio? Los franceses pode­ mos decir: tiene razón; y si nuestros liceos fueran el único terreno en que fueron á sentarse desde 1802 las reclutas de nuestra milicia sacerdotal, ¿tendríamos ac­ tualmente en Francia un sacerdote por veinte par­ roquias? He añadido: ¿qué sacerdocio ? Si volvieran al mun­ do sari Garlos Borromeo y san Vicente de Paul, los dos fundadores de las escuelas eclesiásticas abiertas en Ita­ lia y Francia en cumplimiento de los decretos del con­ cilio tridentino; ¿ reconocerían en los gimnasios prusianos y franceses la obra de sus seminarios mayores y meno­ res ? Si sé rae dice que unos jóvenes educados en tal li­ cencia de ideas y principios no se dejarán llevar un dia de todo viento de doctrrnS, y tendrán el alma y el corazon dispuestos para recibir todos esos vatios sistemas de religión y moral que corren con aplauso en Alemania y muchas veces en las escuelas de Francia; sí á este presa­ gio,se me responde que soy un profeta que sueño cala­ midades; continuaré: no, yo no soy mas que el historia­ dor Gel dé lo que veo, de lo que oigo y de lo que pasa delante ,de mis ojos. Mas1si me equivoco como deseo; si realmente salen de esas escuelas clérigos santos en las costumbres y en la doctrina; no, esos hombres no serán clérigos;porque nadie es soldado sin haber aprendido ios ejercicios de la disciplina militar, ni nadie es sacerdote sin haber apren­ dido la piedad como dice san Pablo. E l atleta se ejer­ cita largo tiempo en el combate y la carrera para me­ recer una corona transitoria; mas el hombre de Dios, es decir, el sacerdote (porque el apostol hablaba asi á un

sacerdote joven é quien preparaba para el ministerio pastoral) so ejercita largo tiempo en la piedad, esto es, en esas prácticas piadosas que constituyen la austera dis­ ciplina de las escuelas eclesiásticas, llamadas seminarios en las naciones católicas, escuelas fundadas y formadas no según los edictos del rey de Prusia, sino según los decretos del concilio de Trento. Y aunque me llamen fa­ nático >repetiré segunda vez mi proposicion: esos hombres asi educados y enseñados no serán sacerdotes, aunque podrán ser hombres honrados. Apelo al testimonio de todos los santos: hay inOnita distancia entr,e un hombre de bien y un sacerdote; y según las mismas autoridades un sacerdote que no es mas que hombre de bien, es so­ lamente una fantasma de sacerdote. Continuando el análisis del libro encarnado llego á la gran causa de la persecución prusiana, l a ley orgánica del matrimonio es el seguntló acto de la supremacía espiritual de la potestad civil en Prusia y la segunda máquina de guerra que empleá para: des­ truir el catolicismo y aun diré que las familias católicas en las provincias de su dominación. Esto necesita alguna.espliéacion para entenderse, y asi tomaremos la cosa de mas arriba. E l gobierno erma de la Prusia agentes, oficiales y empleados de todas las carreras civiles y militares, in­ clusa la magistratura: todos estos hombres son protes­ tantes , y como se hallan en la edad de casarse , conocese que han de buscar mujer en el pais donde van á establecerse en virtud de su empleo. Ei casamiento con una,católica es para ellos un deseo y una especie de ne­ cesidad ; pero quieren conciliar este deseo con la plena y entera libertad de educar á sus hijos en la comunion protestante; mas á estose opone un obstáculo insupera­ ble, es á saber, una ley del culto católico que se ase­ gura ser t;an inmutable como el dogma en esta reli­ gión. E l gobierno prusiano ha jurado la abolicion de di­ cha ley y ha comenzado el asalto resuelto á no retroce­ der, porque, considera ser interesa ntisimo el cumplí-

miento do su decreto sobre los matrimonios mixtos, cuyo tenor es el siguiente: U n sacerdote convicto de no que­ rer dar la bendición nupcial ni asistir personalmente á un matrimonio mixto en virtud de haberse negado la mujer ó obedecer los deberes de conciencia que él le im­ pone» esto es, á reservarse por una clausula escrita en el contrato matrimonial la entera libertad de educar á sus hijos en la religión católica* aeró perseguido por solo es­ te acto de su ministerio pastoral ante los tribunales co­ mo un reo de estado, y quedará sujeto á todas las pe­ nas decretadas por la ley contra los perturbadores del orden público y de la paz de las familias. Este edicto real es actualmente en aquellos paises’una señal de persecu­ ción mas que de contradicción. Si se me pregunta cuál es el grande interés político que columbra el gobierno prusiano en el pleno cumplimiento de esta ley, pareciendole una leve pérdida en comparación de aquella des­ honra en que incurre aun á los ojos del partido filosófi­ co por semejante tiranía de las conciencias; diré que sus ardientes deseos son acrecentar en aquellos países el número de las familias protestantes, disminuir en la misma proporcion el de las católicas y extinguirlas gra­ dualmente. A ese fin so encamina grandemente dicha ley. Todos aquellos hombres que gozan de la consideración debida ó unos empleados públicos, á unos ciudadanos notables y distinguidos, acaban do casarse con mujeres católicas según hemos visto. Si el contrato de matrimo­ nio se ha extendido según la ley protestante; si se ha borrado la cláusula rigurosa que reserva la educación de los hijos según la comunion-de la madre; si los cónyu­ ges quedan en toda-libertad de educar á sus hijos en su culto; ya vemos á dónde va á parar esto: el protestantis­ mo habrá adquirido muchas familias y por cierto no de las menos considerables, y disminuirá el de las católicas en la misma proporcion. Todo eslo es una ganancia lí­ quida y libre de pérdida para el culto protestante, pues es manifiesto que una mujer belga ó de las provincias rinianas no irá á buscar un marido en Prusia.

Esta es la ocasion de explicar á los espíritus frivolos y superficiales toda la culpabilidad y la heterodoxia del acto que el ministerio prusiano quiere arrancar á vi­ va fuerza ó las mujeres católicas y á Lodos los pastores de la comunion romana. Sí es cierto que las sectas de Lutero y Calviuo y todas las que corren con crédito en Alemania, están fundadas en la palabra de Dios; si en ellas está asegurada la salvación y no corre ningún ries­ go; puede una mujer obligarse por el contrato matri­ monial á permitir que sus hijos sean educados en aque­ llas sectas separadas de la iglesia romana; pero si por el Contrario es verdadera esta máxima no menos fundamen­ tal que elemental en el catolicismo: Fuera de la iglesia no hay salvación; no puede aquella mujer firmar el con­ trato matrimonial sin incluir la cláusula reservativa de educar á sus hijos en la religión católica. Si le firma no teniendo dicha cláusula, se reputa que profesa y cree que la religión en que consiente sean educados sus hijos, no tiene nada de peligroso para la salvación. Todo esto es de suma trascendencia y lleva á la indiferencia de reli­ gión; y el pastor que admite á la participación de los sacramentos una mujer imbuida de un principio herético próximo á la impiedad, entrega el santo de los santos á los indignos y prevarica contra su ministerio. Nuestro santísimo padre Gregorio X Y J ’á ejemplo de sus dos predecesores de santa memoria en la cátedra de san Pedro ha llevado aquí la condescendencia por el bien de la paz hasta los últimos límites que separan el bien del mal, y ha levantado el impedimento dirimente del matrimonio; es decir , que desaprobando y aun teniendo por una prevaricación grave semejante casamiento no le prohíbe bajo pena de nulidad y permite al obispo conce­ der la dispensa del impedimento que veda á una católi­ ca casarse con un protegíante sin prometer formalmente y por escrito que educará á sus hijos en su religión. Su Santidad permite al sacerdote católico prestar con su presencia su ministerio de hecho á estos matrimonios, es decir, ser testigo necesario y único apto para responder

ante la ley de la validez de ellos, preservándolos asi do la nulidad que recaería sobre los mismos por el impedi­ mento de clandestinidad. Pero si ademas se quiere tapar la boca al sumo pontífice y á los pastores catóiico's y es­ torbar que digan á estos esposos culpables: Eso no es lí­ cito, confundís á Jesucristo coa Belial y juntáis una contravención é* la ley divina con un sacramento de la iglesia: si vuestro matrimonio consigue todos sus efectos civiles y religiosos, no por eso es menos cierto que cons­ tituye un pecado capaz de secar hasta en la fuente las bendiciones de Dios sobre vuestro casamiento, y os expo­ néis a veros malditos entrando en tan peligroso estado; ¿quién duda que los pastores católicos tienen el deber riguroso de responder á tales prescripciones de la ley civil: No podemos, non possumus: antes $c debe obe­

decer á Dios que á los hombi'es ? Suspendo aquí mi historia de la herejía constitucio­ nal , y digo que la suspendo porque no está concluida: coloco ahí una adraja. Si este escrito merece la honra de la segunda edición; entonces contaré (continuando aquella) las persecuciones de los gobiernos protestantes de Suecia y Dinamarca contra los católicos. En varios cantones protestantes de la Suiza los consejos adminis­ trativos me suministrarían, amplia materia para ua nuevo capítulo con sus medidas vejatorias contra nues­ tra iglesia. E l cura de Aversy les ha dado sólidas res­ puestas á nombre de los católicos del distrito de Echallens. En Ginebra obligado el magistrado á guardar mas cautela que los soberanos de Rusia y Prusia por la de­ bilidad y la posicion geográfica del cantón, la libertad de imprenta y la censura pública, deja sin embargo pe­ netrar el veneno por medio de ciertos actos en que no se reconoce ni la libertad de cultos ni el respeto debi­ do á la fé de los tratados. Por lo demás en la parte del territorio ginebrino donde pasan estas hostilidades, la iglesia ve en el ilústrísimo obispo de Lausana y G i­ nebra un centinela vigilante capaz de manejar sus ne­ gocios con una moderación y cordura dignas del alto

puesto que ocupa. En .Ginebra hay defensores activos, cuyo ardiente zelo no ha menester de ningún estímulo. Lo que hay de cierto es que todas estas persecuciones contra ía iglesia católica tienen en todos los países un aire cíe familia que descubre su común origen: la con­ formidad y c! concierto en los medios parecidos mani­ fiestan la acción de un poder oculto, del cual procede e! movimiento en todas las partes del mundo habitable. Aeubo de leer en los papeles públicos las siguientes particularidades» cuya publicación miro como un princi­ pio de cumplimiento de mi promesa. Uno de ios periódicos de Copenhague que pasa por el mas liberal en política y el menos hostil á la religión, contiene Jo que sigue en el número de 3 de marzo. 1.° «Que los religiosos, los jesuítas y los demas clé­ rigos católicos no pueden residir en los estados del rey de Dinamarca bajo pena de muerte. «Una ley del año 1766 que prescribe en cuan­ to a los matrimonios mixtos que las dos partes contra­ tantes están obligadas á comprotcrse previamente por escrito á educar sus hijos en la religión luterana; y cuando el marido es el que profesa la católica, le obliga ademas la misma ley á declarar que su mujer perma­ necerá fiel á la comuníon protestante.» Esta ley se re­ novó por un decreto de 30 de abril de 1823, que pro­ híbe ademas expresamente á los sacerdotes católicos celebrar ningún matrimonio sin licencia de la canci­ llería. 3.° »Un real decreto de 23 de agosto de 1837 que permite á los católicos edificar una capilla; pero con la condicion de no tener campana y de llevar el nombre de la embajada de Austria, aunque sea propiedad dé la comunidad católica.» Del examen de todas las leyes represivas existentes en Dinamarca deduce el autor del artículo que el vicario apostólico á quien se esperaba en Copenhague, merecería la muerte si tuviera la audacia de pasar la frontera del reino sin licencia del gobierno. En el Baile's-

Mágasin se halla que él número de católicos cu Copen­ hague ascendía á cinco m il1en el año 1784 , y según el último censo de la poblacíon no quedan mas que doscientos, inclusos los niños. : En Friedericia habían obtenido los católicos en 1682 el derecho de ejercer .libremente su religión. Con. todo ha disminuido su número, y actualmente tw&on mas que sesenta: tienen sus sacerdotes y una iglesia. Los mismos derechos se otorgaron á los católicos en las .In­ dias occidentales por el rescripto de 20 de septiembre de 1754, exceptuando sin embargo á los jesuítas, á quie­ nes se prohíbe la entrada en aquellos países. De los rescriptos de 1744, 1745 y 1746 aparece que los católicos habían convertido por entonces á su religión muchos habitantes de Friedericia y entre ellos una doncella que se supone haber sido sacada del país por los mismos. Se les mandó que la presentaran otra vez pena de mil talers (1) de mulla y la destrucción de su capilla; y ademas se les apercibió que en caso^de re­ petirse tales ejemplos de seducción quedaría entera­ mente, prohibido el: ejercicio de la religión papista, exercUhtm religionis papista;,



E l diarista de Copenhague de ningún modo acon­ seja al gobierno que ponga á los católicos en el pie de igualdad con los protestantes', porque segu.n é l:es preciso oponerse á la efervescencia religiosa que empieza 6 manifestarse en Dinamarca. «En tanto que el catoli­ cismo, dice, no sea entre nosotros mas que una reli­ gión tolerada; en tanto que la severidad de las leyes quite á sus sectarios la posibilidad de seducir á los es­ píritus vacilantes, y el pueblo no pueda tener ningún conocimiento de esta religión; no haya miedo que el catolicismo suscite jamas turbaciones éntre nosotros.» Otro diario me sugiere nuevos hechos. Don Manuel de la Rica, canónigo de Zaragoza, se arroga el titulo de (1) Cada taler vale unas tres pesetas dé nuestra mo­ neda.

gobernador eclesiástico de aquel arzobispado, é intima á todos los sacerdotes seculares y regulares habitantes en él la orden de presentarse dentro de un breve tér­ mino á renovarlas licencias en su secretaría- ¿De quién tiene esa jurisdicción? Ciertamente no es de su arzo­ bispo, el cuaf reclama y protesta. Pues si su potestad no emana mas que del gobierno civil, como segura­ mente es asi, ¿no está convicto de ser tan constitucio­ nal en España como lo fueron Gregoire y Gobel jen Francia? No hay duda que los breves de Pió V I y las penas decretadas en ellos contra la herejía constitucio­ nal caen con todo su peso sobre la cabeza del intruso gobernador. La misma confusion reina en Portugal. CONCLUSIO N . * No voy á decir mas que una palabra por conclusión de esta parte de mi libro: estas teorías están ya juz­ gadas por el juez á quien llamó Bossuet el gran maestro de ta vida , la experiencia. Verdaderamente es incom­ prensible el siglo en*que vivimos: tanta es su incohe­ rencia é inconsecuencia en las ideas y principios. Sos­ tiene que son falsos todos los motivos de nuestros jui­ cios, y para $\ se reduce el principio de la certidumbre, el criterió de la verdad al cálculo y la experiencia. Pues bien sean aquí nuestros árbitros y jueces el cál­ culo y la experiencia: no se negará que el mundo mo­ ral pueda experimentar como el material la ley del cálculo y la prueba de la experiencia. Todos los años se nos presenta una cuenta de lo que adelanta la sociedad y se perfecciona en el bien; cuenta no menos precisa y exacta que la de los ingresos y gastos del erario y so­ bre todo mas fácil de comprobar: basta para esto so­ meterla á la regla mas sencilla de la aritmética. Los tribunales del crimen y los de policía correccional lle­ van sus regist-ros, de los cuales se saca anualmente un resumen y se da al público: de este modo tenemos no­

ticia dél número de criminnles-, su sexo, edad y condi­ ción y la especie y gravedad de su delito; y por via de noticia se añaden algunas particularidades curiosas sobre s,u familia, su educación y todos los antecedentes de su vida civil y religiosa. Asi estos hechos adquieren la no­ toriedad dé hecho y de derecho. Escribamos en dos líneas paralelas los que se han educado en las escuelas cristianas y en las de Laocaster, los que han aprendido de cojo el catecismo de la diócesis ó el catecismo na­ cional, los que han hecho la primera comunion y creen en el cielo y el infierno, y los que han- nacido y crecido en la irreligión y el ateísmo. No hay cosa mas sencilla que este cálculo, y sin embargo nos basta para poder decir: la causa está juzgada: entre la filosofía cristiana y lá falsa filosofía del siglo X V I I I media toda la dis­ tancia que separa la verdad de la mentira, el bien del mal y el orden de la anarquía social. Sigamos caminando con la luz de la experiencia, y entremos con su antorcha en la mano en nuestras cár­ celes. Aquí hay una donde están detenidos los mucha­ chos que á la edad de doce años merecen ya subir al patíbulo. Antes de la era de la filosofía un muchacho en quien la degradación del ente moral se habia antici­ pado á la edad de la razón, era un fenómeno inaudito: en el dia no hay mas que entrar en una cárcel y se ha­ llarán trescientos muchachos y mas de tan horrible ca­ tegoría. La casa donde están encerrados es espaciosa: el regimen penitencial á que se hallan sujetos es se­ vero y muy estudiado, como que la filosofía ha apura­ do todas las combinaciones de su habilidad: en aquel edificio no tiene la religión ninguna entrada^, ó si Mega á entrar es con las manos atadas y con las trabas de ciertas formalidades que entorpecen su acción. Al lado de este asilo ha levantado la iglesia católica el suyo y allí obra sin obstáculo y con toda libertad: sus agentes son uno ó dos sacerdotes, algunos hermanos de la doc­ trina cristiana, algunas hermanas de la caridad ó del buen socorro: la cuenta de sus gastos en habitaciones,

manutención y educación es diez veces menor. Venga­ mos al resultado: en el asilo nacional los muchachos que han cumplido su condena y han salido mas vicio­ sos, corrompidos y diestros en el crimen, componen el orden común; y un muchacho enmendado, corregido y transformado en un hombre de bien y un ciudadano honrado, es una excepción de la regla: en el asilo re­ ntoso los hombres renovados, regenerados y conver­ tidos en miembros útiles de la sociedad forman la ma­ yor parte. Por lo demas la religión no los cuenta, ni pu­ blica pomposamente la lista en los papeles público?, estando persuadida á que la estadística de ellos se halla escrita en el cielo y sus nombres grabados en las co­ lumnas de la eternidad. Discurramos también con arreglo á la experiencia sobre los hospicios de lo? expósitos, y comparemos tiempos con tiempos, aquellos anos en que.el catolicis­ mo era la religión dominante del estado, con los pos­ teriores al de 1790, en que parece que Dios ha sido excluido de la ley y de la sociedad: dennos á Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar, esto es, á Dios el numero de los huérfanos criados en las casas del Señor y educados por las vírgenes cristianas, y al Cesar aquellos cuya educación social se ha dirigido por la falsa sabiduría del siglo. Vayamos mas adelan­ te, y por la misma regla dé aritmética formemos el resumen de los huérfanos probos y honrados que han salido de los dos asilos después que la religión y la so­ ciedad han trabajado en educarlos cada una por su par­ te: si practicada esta operacion hay alguno que no ha­ ga justicia á la primera y á su feliz influencia sobre el orden social, es porque se obstina en no juzgarle las causas por sus efectos y en cerrar los ojos á la luz de la experiencia. Entro en un hospicio civil ó militar: el primero está servido en lo espiritual y temporal por las hijas de san Vicente de Paul, y el segundo por unos criados mer­ cenarios; es decir, que tenemos & la vista por un lado

el heroísmo de la virtud y por otro el grado más ínfi­ mo de !a corrupción del vicio» porque es manifiesto que solo en esos dos extremos se pueden hallar personas que sirvan á los enfermos en esos albergues donde no cesa el contagio de exhalar su hedor infecto, y donde la muerte ejercita constantemente su implacable saña, En vista de esto los convalecientes que recobran la salud son ios que pueden dar testimonio á ía soeiedad: oigá­ moslos, y unos nos dirán que por los desvelos dé. la religión .el hospital fue verdaderamente para ellos la casa de Dios, una morada preferible á la de su fami­ lia: lós;otros ¿qué podrían decirnos sino que. despues de los malhechores que asesinan, ios seres mas peligrosos para la vida son los hombres mercenarios que sirven á los enfermos en los hospitales, por dinero ( í ) ? Podria yo también repetir mis observaciones acerca de otra clase de instituciones, cuya posesion suelen disputarse la religión y la filosofía,,por ejemplo las casas de educa­ ción. En las que dirige la primera, son veneradas lá piedad y sus.santas prácticas:ios maestros distinguidos con el sagrado caracter del sacerdocio son unos padres y amigos para los discípulos: Dios y su; religión son pa­ ra ellos los ángeles custodios invisibles que los vigilan á la hora de comer j de recrearse, de estudiar y de practicar los demas ejercicios. La sociedad, compáecida fija allí sus-miradas» y contempla con júbilo los mas faustos presagios de su- prosperidad futura y todas las (i) Vease aquí mi suposición* y en la región de Jo posible quedo á cubierto de la censura Ique recae, sobre la calumnia. Un. convaleciente despues.de una obstinada calentura que añadida á la dieta severa le ha dejado una hambre canina, pide de comer, y su enfermero le da un pedazo de carne ó una porcion de gigote: muerese el enfermo, y su guardían le registra el bolsillo y se hace dueño de las pocas ó muchas monedas que constituían el peculio1del infeliz. Eso es imposible ^ dirá alguno; y yo le responderé: en una hermana de la earidad, sí, en un enfermero asalariado, no,

primicias de las virtudes que forman los hijos dóciles, los buenos esposos, los buenos padres de familia, Jos ciudadanos honrados y fieles á la cosa pública. En los colegios y casas de educación que dirige la filosofía, la juventud tiene ya desde las humanidades su sistema formado de religión: para ella Dios es una preocupación y el sacerdocio una impostura: las prácticas religiosas no son mas que unas fórmulas de estilof cuyo fastidio hay que aguantar hasta entrar en el mundo y se cum­ plen como el soldado obedece las órdenes de sus jefes á son de caja. Entre tanto la insurrección contra la auto­ ridad y á las veces ciertos rasgos de profundo disimulo y de una perversidad consumada descubren la corrup­ ción que: allí se abriga. A l ver este espectáculo algunos maestros pruden tes presagian siniestramente y exclaman temblando: ¿qué será de nuestra desgraciada patria obligada á buscar en ése manantial emponzoñado sus padres de familia, sus guerreros, sus magistrados y sus jueces? Y por ventura ¿he sacado yo esta hipótesis de un mundo ideal? jOjalá! Mas si.por desdicha es real y verdadera; estoy autorizado para volver á mi acostum­ brada cantinela y exclamar: \Ay de aquel que no apren­ de con semejante experiencia! Tiene ojos y no ve: tie­ ne oidos y no oye; y es tan insensato que dice: esos frutob son malos; pero el árbol que los produce, es ex­ celente. , Otra experiencia y concluyo: Vease aquella parroquia católica situada en el Can­ tal, en la Lozere, en la antigua Vendea, la segunda en los cinco ó seis departamentos colindantes con París* Allí se oye misa todos los domingos y se cvtentan y notan los cristianos que no cumplen con- el precepto pascual: aquí Dios es un desconocido, su ministro un charlatan y un hombre del oficio y su templo un desierto: el alma de estas inteligencias embrutecidas está tan vacía* de la idea de Dios, del espíritu, de la moral y de la justicia como la de las bestias que pacen en los campos. Hagamos tam­ bién aquí un resumen de los hurtos, rapiñas, homici­

dios y atentados contra las buenas costumbres, la fé conyugn! y la piedad filial; y veremos que todos estos crímenes que destruyen el orden público *ó le minan sordamente, no guardan la proporcioln de uno á ciento en estas dos parroquias, donde los unos adoran á Dios y los otros la nada. Tal vez se me dirá: los caminos están seguros y se viaja sin peligro de dia y de noche: no hay salteadores que salgan á robar y asesinar. Cierto que es irn milagro: habéis descuajado los montes, habéis abierto caminos reales y vecinales en todos los parajes cortados por mon­ tañas, quebradas y precipicios, y habéis puesto compa­ ñías de gendarmas de trecho en trecho y en todas, las paradas: asi los ladrones no pueden ya formarse en cua­ drilla ni guarecerse en las cavernas. Convengo en que hoy se cometen menos asesinatos que antiguamente en los caminos reales; pero si se me dice que son desconoci­ das en la. capital las compañías .de ladrones y rateros y que son menos los homicidios f apelo á los partes que dan todas las noches los comisarios de policía al prefecto de su ramo.en Paris; y lo mismo digo aproximativamente de las demas ciudades populosas del reino. ¿Quién nu­ merará. los malhechores que hacen un oficio del crimen y siibsiste.fi de él en Paris? Asegúrase que se cuentan á millares. La campiña tiene también sus bandidos y en la: literatura, llamada justamente la expresión de la sociedad, veo que algunos poetas célebres han buscado en aquellos elasunto de sus dramas (1). ¿ Y qué diremos del hurto doméstico? Los criados fieles de ambos sexos, adictos á fius amos hasta el punto de mirar la familia de estos como su familia adoptiva y querer envejecer y mo­ rir en la casa , eran tantos antiguamente que no tenían cuenta: ahora los criados ladrones é infieles igualan en número á los que no se confiesan; ¿y quién es capaz de calcular cuántos son estos? En el campo el número de carreteros, gañanes, segadores y jornaleros que traba(i) Uno de los dramas mas célebres de Schleger se in­ titula Los bandidos.

jan con conciencia, es rarísimo desde que el interés personal ha venido á ser la gran ley para el pueblo filoso­ fo. Y ya que- hablamos del campo, ¿quién podrá contar los ladrones y destructores de miéses? No hay mas que leer las sentencias délos tribunales del crimen. Pero sigamos: á la vista de estos nuevos horrores me estremezco y se me cae la pluma- de las manos, horresco referens: el parricidio ha venido á ser un crimen vulgar entre nosotros, y aquel sabio pagano queteniendole por un- delito imposible le borró del código de sus leyes, no se atrevería ó sostener su dicho én nuestro siglo de pro­ greso, porque le desmentirían los tribunaies.: Mas veasé aquí un gétirero de parricidio en el cual quiero que fijé el lector su atención: se ve, se conoce, y la justicia tiene 1¡is manos atadas para castigarle: en nuestros pueblos Si-n Dios afirmó que no es raro este crimen horrendo. U d labrador ■ , un jornalero ,.un trabajador no cree en -Dios y en el infierno , y siente la necesidad dé comer y beber el lunes en la taberna gastándose el jornal de ln semana. S;us,hijos carecen de pan,; y la desconsolada madre no res­ ponde á sus gritos-mas que con lágrimas: el decrépito abuelo desde al zaquizamí donde está acurrucado, mira con los ojos'hoscos de un. moribundo extenuado de ham­ bre. Ya vive demasiado: esta expresión se ha hecho pro­ verbial, según se asegura, en boca de-tales ateos. Aquel hijo parricida ha^Gondenado á su $adre á morirde ham­ bre ¿y,esta; sentenciase cumplirá: ni la navaja niel pu­ ñal tocarán el cuerpo del anciano: bastará unau leve dosis de opio para que pase sin estrépito del sueño á la muer­ te. Algunos'vecinos saben este horrible secreto y hablan de.él sigilosamente: el jues de paz tiene noticia de él y calla. El sol se lamenta de tener que alumbrar con m luz á quél monstruo. El cura-de la: parroquia y el prelado que la visita á su tiempo, están iniciados en estos terribles misterios y serian calificados para contra­ decirme; mas no;lo harán. Si se me objeta que calum­ nio á la sociedad, respondo que la religión me absuelve hasta dél pecado de maledicencia, porque por honra y

en beneGcio de aquella descubro la profundidad del abis­ mo en que se precipita el desgraciado pueblo que ha re­ pudiado los sentimientos religiosos. Me crco obligado á publicar otra reflexión que an­ gustia mi pecho. Nuestros misioneros predican la palabra del Evangelio en la Oceania y en las regiones salvajes; y aquellos pueblos dóciles á la voz del sacerdote católico abandonan la ferocidad de sus costumbres antropófagas para elevarse á la sublime perfección de las virtudes cristianas, cubren su desnudez y se hacen castos, sobrios» templados y virtuosos en todos géneros: y las genera­ ciones enseñadas por la falsa sabiduría de nuestro siglo se degradan, se corrompen y caen en esa barbarie tanto mas antisocial, cuanto mas hábil y diestra es en combi­ nar el mal habiéndole enseñado la cultura de las artes y las letras á prepararle con astucia y á veces con todas las sutilezas y profundidad de la sabiduría humana. Que nos hablen despues del movimiento intelectual hacia la reli­ gión y el bien moral* Esla proposición aplicada á los hombres doctos, á la juventud que piensa y reflexiona, á los propietarios y agricultores, á quienes enseña la ex­ periencia diaria que la labranza de los campos viene á ser al cabo impracticable é inconciliable con la ciencia y fi­ losofía del pueblo .puede presentar algunos puntos de vista respecto de los cuales sea cierta; pero la niego si se considera con respecto al pueblo artesano y labrador que posee la soberanía por el derecho de la fuerza y del número , y digo que el supuesto impulso hácia el bien es mas hácia atrás que hácia adelante', mas en derechura hacia el vicio que hácia la virtud.

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------- -----------------------]. ALOCUCION DE NüESTHO SANTISIMO PADRE EL PAPA GREGORIO XVI EN EL CONSISTORIO SECRETO DE 22 DE NOVIEMBRE DE 1839. Venerables hermanos: Desde el principio de nuestro pontificado nos obligaron las dilatadas calamidades de Eos tiempos á anunciaros en este mismo lugar muchas tosas graves y dolórosas; pero lo que ahora leñemos que comu­ nicaros en medio do la aflicción y lulo de ¡a iglesia, es de tal naturaleza* que excede con mucho á la amargura de los males que habíamos llorado hasta aquí. Ninguno de vosotros ignora que los obispos rusos y toda aquella ilustre nación que despues de haber reci­ bido la unidad católica con la fé cristiana se había sepa­ rado desgraciadamente de ella, y seguía el deplorable cisma de los griegos conservando el uso de su idioma ordi-r nario y el rito griego, pensó mas de una vez con el auxilio de la divina gracia en reconciliarse con la iglesia romana de un modo sincero y durable. Asi primeramen­ te en el concilio general de Florencia el arzobispo de Kiow, metropolitano de toda la Rusia, suscribió con los griegos el célebre decreto de unión, y aunque la cosa se frustró poco despues á causa de las turbulencias que se originaban y por los esfuerzos contrarios de los que re­ beldes á la luz se adherían mas obstinadamente al cisma, sin embargo nunca cesaron los obispos de dirigir sus mi­ ras al mismo objeto, y por fin amaneció el dichoso dia cd que Dios ostentó su miseridordia y fue dado 6 la na-

cion rusa entrar de nuevo en el gremio de la madre á quien habia abandonado, y volver á !a ciudad santa fun­ dada por el A.ltisimo, en la cual solamente puede en­ contrarse la salvación. En efecto á fines del siglo X V I los obispos rusos que estaban sujetos ó !a dominación civil del piadoso Sigis­ mundo 1IÍ, rey de Polonia y gran duque de Lituania, acordándose de la concordia que habia existido antigua­ mente entre las iglesias de Oriente'y Occidente y que sus antecesores habían mantenido con cuidado bajo el gobier­ no de la santa sede, sin ser competidos por la violencia ó engañados con artificios, sin dejarse llevar por inconside­ ración ni seducir de ventajas temporales» sino ilustrados solamente por la luz de arriba y cediendo al conocimien­ to solo de la verdad ( excitados en fin por el único deseo de su salvación y de la de las ovejas que les estaban en­ comendadas , despues de haber deliberado sobre es(e ne­ gocio importante en una reunión común enviaron dos cólegas suyos en nombre de todo el clero y pueblo, y abjurados los errores de los cismáticos pidieron entrar de nuevo en sociedad con la iglesia romana y ser resta­ blecidos en la antigua unidad con ella. Varias constituciones apostóticas atestiguan con qué caridad los recibió nuestro predecesor Clemente V III, de santa memoria, en medio de los aplausos del universo católico, qué solicitud mostró para con ellos la santa se­ de, con qué prudente indulgencia los trató, y cuánto los auxilió en todas maneras. Por dichas constituciones se otorgaron gracias particulares y grandes beneficios á aquella nación : se dejaron á su clero los ritos sagrados que tenia por sus relaciones con la iglesia de Oriente; y se fundaron en muchos lugares y sobre todo en Yilna, 6 bien se sostuvieron con auxilios anuales, algunos colegios para educar los clérigos déla nación rusa en la santidad de la fé y las costumbres. Sin duda fue triste que esta unión tan dichosamente restablecida de los rusos con la iglesia romana estuviese expuesta en los tiempos sucesi­ vo» á funestas alteraciones; pero siempre quedó motivo

par* alegrarse de que ta mayor parte de ellos, guia­ dos en especial por la constancia de los obispos, se mostrasen tan firmemente adictos á la santa sede y tan unidos al centro de unidad, que é pesar de los errores de una vana filosofía introducidos el siglo último en aque­ llos países y á pesar de las opiniones falsas y perversas no se desliaron de la integridad de la doctrina y de la fé católica. Mas [ ó mudansa fata11 jO calamidades que no pue­ den llorarse bastante por los rusos I Los que se les ha­ bían dado como padres y pastores y debían ser maestros y guias por permanecer unidos con los lazos mas estre­ chos al cuerpo de Jesucristo, que es ta iglesia , esos han sido los autores de una nueva apoetasía para desgracia de la nación. Ye aquí, venerables hermanos, lo que nos tiene angustiados: ve aquí lo que aumenta ¡as amargu­ ras que por todas partes nos cercan, y lo que mas bien requiere lágrimas que palabras. Confesamos qu§ al prin­ cipio no podíamos dar crédito á todo cuanto contaba la voz pública sobre este triste acontecimiento: pensábamos en la gran distanciado Jos lugares y la suma dificultad que teníamos de comunicar con tos católicos de aquellos paises. Por eso hemos diferido hasta aquí el levantar la voz y lamentarnos en proporcion de la magnitud del mal. Mas habiéndose recibido despues noticias ciertas y ha­ biendo anunciado formalmente los diarios la cosa, es por desgracia tan incontestable congo doloroso que muchos obispos rusos unidos de la Lituania y de la Husia blanca con parle del clero y pueblo que ies está encomendado, han abandonado la comunion de la iglesia romana de donde procede ta unidad deí sacerdocio, y se han pasado al campo de los cismáticos. lia sido tal su conducta en este inicuo designio, que introdujeron primero por fraude en la celebración de los oficios unos libros que tcnian.de los griegos rusos, y arreglaron casi todo el culto público á los usos de estos, á fin de que el pueblo ignorante cayese co­ mo á pesar suyo en el cisma por la semejanza del rito que insensiblemente se introducía. Por último de orden

suya fueron convocados muchas veces loa curas y se tes pa­ saron cartas circulares, en donde entre impudentes fala­ cias se mandaba que lodos prestasen adhesión á la iglesia griega rusa según la fórmula presentada, advirtiendo al mismo tiempo que los que se resistieran perderán en el acto sus beneficios parroquiales y serian acusados ante la autoridad superior, asi como los demas clérigos que si­ guiesen su ejemplo. Finalmente despues de haber empleado otros medios han llegado á tul punto de perversidad , que no se han avergonzado de declarar en pública su intención de unir­ se á la iglesia griega rusa, pidiendo á nombre de su re­ bano la licencia imperial pora este objeto. El efecto ha correspondido á sus deseos t porque preparado todo y san­ cionado por el sínodo cismático que reside en Pétersburgo, se ha decretado y celebrado con solemnidad la agregación de los obispos, clero y pueblo de Rusia, que hasta entonces habían estado unidos á la iglesia romana, á la griega rusa. Seria demasiado penoso para nos contar aquí lo que hacia prever de mucho tiempo atras tan triste resultado,?y por qué sugestiones se han precipita do aquellos pastores degenerados en ese abismo de mali­ cia y perdición. AI ver su fatal caida no puede menos de decirse con la Escritura: Los juicios de Días son un abismo profundo. Bien veis, venerables hermanos, por esta cruel he­ rida hecha á la iglesia católica cuál es la situación de nuestro ánimo y nuestro hondo y amargo dolor. Llora­ mos de lo íntimo de nuestro corazon tantas almas res7 eatadas con la sangre del Salvador, corren riesgo de su salud eterna. Lloramos que unos obispos cobardes ha­ yan faltado abiertamente á la fidelidad antes prometi­ da ñ la iglesia romana. Lloramos que hayan envileci­ do tan tristemente el caracter sagrado de que esta­ ban revestidos por la autoridad de esta silla apostólica, Pero también estamos en una gran congoja por aque­ llos queridos hijos que en la misma nación no han podi­ do ser engañados con artificios, ni amedrentados con

araenazas, ni seducidos con el ejemplo, y han perseve­ rado con firmeza en los víneulos de la comunion católi­ ca: porque no puede desconocerse qué graves males re­ sultan para ellos de la apostasfa de los demás, y cuánto tendrán que sufrir por su constancia en ta santa uni­ dad. i Ojalá que pudiéramos consolarlos de cerca con exhortaciones paternales y concederles algunas gracias espirituales para confirmarlos! Sin embargo teniendo presente nuestro deber, y pen­ sando que se nos ha dicho desde arriba como antigua­ mente al profeta: Clama, no calles, levanta la voz conno una trompreía, anuncia á mi pueblo y á la casa de Ja ­ cob sus pecados; desde esta cátedra apostólica nos lamen­ tamos incesantemente de la aposíasía de los rusos y en especial de los obispos, y reprobamos con energía la in^* juria que su atentado ha hecho á la iglesia católica. Mas como ocupamos en la tierra el lugar de aquel que es rico m misericordia y tiene pensamientos de paz y no de aflic­ ción , y también tino á buscar y salvar lo que perecía¡ lejos de despojarnos para con ellos de la caridad apos­ tólica advertimos cuidadosamente á todos y cada uno que piensen de dónde han cuido y en qué terribles penas han incurrido, según los agrados cánones: que vean á dónde van temerariamente olvidándose de su salud eter­ na: que teman at príncipe de los pastores que íes pedi­ rá la sangre de las ovejas perdidas; y que movidos para su bien de la expectación del juicio terrible vuelvan al camino de la justicia y la verdad de que se desviaron, y traigan consigo el rebaño tan desgraciamente disperso. Ademas no podemos ocultar, venerables hermanos, que la causa de nuestro dolor sobre la situación del ca­ tolicismo en el vasto imperio de Rusia se extiende mu­ cho mas allá, Sabémos cuánto tiempo há que nuestra santa, religión está allí oprimida y angustiada. Cierta­ mente no hemos dejado de aplicar todo el conato de nuestra pastoral solicitud en aliviar aquellos males, y no omitiremos en lo sucesivo ninguna diligencia para con el poderoso emperador, esperando todavía que en su rec­

titud y elevado juicio reciba con bondad nuestros deseos y peticiones. Para alcanzar este Gn acerquémonos con confianza al trono de la gracia suplicando todos juntos al padre de las misericordias y Dios de tódo consudo que mire bondadoso su heredad, consuele con auxilio oportuno á la iglesia su esposa que llora amargamente la pérdida de sus hijos, y conceda en su clemencia una serenidad mucho tiempo deseada en medio de tantas ad­ versidades. I í . — O b serv a c io n es c r it ic a s s o b r e e l a r t ic u lo RELATIVO A LA RUSIA, INSERTO EN EL DIARIO I)E FRANCFORT EL 22 DE ABRIL DE 1839 (I).

Razón tenia Aristóteles de decir que es menester precaverse contra los que quieren referir hechos muy remotos ó muy modernos, porque en ambos casos es igualmente teraibte el riesgo de incurrir en falsedades. En efecto suele suceder que los documentos de la anti­ güedad son contradictorios entre sí, ó el autor carece to­ talmente de ellos; y cuando entra en los tiempos mo­ dernos» la experiencia prueba que unas veces le falta la facultad y otras la voluntad de decir la verdad completa. Este último peligro es de temer en especial cuando re­ caen )as observaciones sobre la conducta de los gobier­ nos.'Tenemos un ejemplo muy reciente en el artículo re­ lativo á la Rusia inserto en el Diario de Francfort el 22 de abril de 1839. En él se ha intentado hacer la apolo­ gía de la conducta que hoy observa el gobierno ruso con los católicos, y para eso subiendo hasta la época en que fue introducida en Rusia la religión cristiana, se to­ can de paso solamente algunos hechos que parecen im­ portantes para el objeto del articulo, y al punto se lle­ ga á los tiempos actuales. Pues este articulo está atesta(1) Habiéndose hecho de prisa esta traducción del ori­ ginal italiano, se ha debido preferir una escrupulosa exac­ titud á la elegancia del lenguaje(IV. del A.)

do de falsedades de un cabo á otro ya en lo que mira á lo pasado» ya por lo que toca á !o presente; y las ob­ servaciones críticas que tratamos de hacer, probarán cuán verdadera es esta-aserción. Declaramos al lector que nuestro deseo es que no dé una fé ciega á nuestras palabras, sino que se fije en los monumentos de la antigüe­ dad en que nos fundaremos, y en la serie de documentos públicos y de hechos ciertos y notorios de nuestra edad que analizaremos. Estando obligados á examinar el artículo en sus prin­ cipales partes tendremos que dar varios fragmentos sueltos de él para hacer nuestras observaciones particu­ lares sobre cada uno ; y como pudieran ocurrir dudas á algunos sobre la exactitud del sentido que damos noso­ tros al cuerpo del artículo, miramos como un deber co­ piarle íntegro para quitar toda incerlidumbre. «Francfort 22 de abril, de 1839.-^ Pe las fronteras «rusas nos escriben lo siguiente: Prepárase en Rusia un «acontecimiento digno de atención; pero no es una de «esas crisis como tas que conmueven á otros muchos esatados europeos y como se complacen en pronosticarlo «ó mas bien quisieran verlo los enemigos de nuestro go­ bierno; por el contrario es un hecho que prueba cuán»to propende á la concordia el espíritu de los pueblos en «este pais que los ignorantes llaman bárbaro El hecho es »la reunión definitiva de la iglesia griega unida á la igle«sia greco-rusa, que han solicitado la mayor parte del »clero y de los pueblos. »La iglesia llamada griega unida empezó á estable­ cerse con gran sentimiento de los pueblos especial* y «casi exclusivamente en las provincias occidentales, asi «como en la Rusia pequeña perteneciente en otro tiempo »á la Polonia, por los esfuerzos del clero superior de »Kiew y de la curia romana ayudados de la pujanza de los »reyes polacos;, sin embargo no llegó á separarse total «mente de la iglesia nacional, ni pudo penetrar jamas en »ei corazon del imperio. Aquí se conservó siempre el «cristianismo según le habían recibido nuestros antepa-

«sados deWladimiro el Grande, á pesar de todas las vi­ cisitudes que ha sufrido la Rusia y en medio de la san­ grienta época de la dominación tártara que conmovió «el trono y asoló ia nación. «La segunda tentativa ocurrió en el siglo X V I. El »papa Gregorio X I I I envió á Rusia al padre Possevin, «jesuíta sagaz, para negociar una reunión mas vasta »y estrecha de la iglesia griega con la romana. Malogra­ b a su comision en Moscow y otras muchas ciudades po~ «pulosas del imperio marchó hácia la Lituania, la cual «habiendo caido bajo la dominación de unos soberanos «que profesaban con zelo la religión católica, no podia «casi resistir á la introducción de un culto extraño. »En efecto ayudado el jesuíta por el clero latino «logró atraer á su partido el clero superior de Kiew, «y pocos años despues, es decir, en el de 1595 casi que»dó consumada la obra de la reunión por el metropoli«taño Miguel Rogoza que convocó todos los obispos de «su dependencia é Kiew, donde por fin se decidió la «unión de la iglesia griega con la romana. Entonces pa­ usaron dos obispos á Roma para llevar esta noticia al «papa Clemente V I I I , y se firmó un convenio , por el «cual solamente se obligaban los obispos greco-rusos á «reconocer el concilio de Florencia y la supremacía del «pontífice romano; pero sin alterar en nada la enseñan»za religiosa, ni las ceremonias del culto griego, tales «como el idioma de la liturgia ele., innovación que nadie «se atrevía á tentar entonces porque se hubiera estrella«do en la adhesión que siempre han tenido los rusos al «culto de sus padres como lo atestigua la historia, y que »por mucho tiempo fue un obstáculo para este nuevo «orden de cosas. Asi es que solo cuando el clero latino «auxiliado por la potestad secular hubo extendido su «influencia á todas las provincias del gran ducado de «Lituania, se logró empleando las amenazas y hasta «la fuerza introducir algunas ceremonias del culto latino «en la iglesia griega unida. Aun asi no pudieron estos «medios producir jamas una reunión sincera é Intima

«entre las dos iglesias, y en el año 1653 los griegos uni«dos de ia Rusia pequeña no pudienda sufrir la domina«cion de un culto extraño se separaron enteramente de »la unión, prestaron su sumisión espontanea al zar Ale»jo Michailovitch, y volvieron á entrar en el gremio de »la iglesia greco-rusa. «Por último despues que las provincias occidentales «se restituyeron al imperio, muchos individuos y aun wlugares enteros abandonaron sucesivamente la unión «para volver á la iglesia nocional. «Asi que el tiempo solo sin ninguna coaccion por «parte de la potestad secular produjo poco á poco la di«solucion de un pacto que sin duda carecía de sólidos «fundamentos. «Finalmente la conducta tan poco compatible con «los preceptos del cristianismo que ha observado el clero «polaco durante las últimas turbaciones del reino, ha aca»bado de desacreditar la unión á los ojos de los mismos «griegos unidos que en el alma perseveraron siempre «adictos á la Rusia. En efecto volvieron é millares á la «iglesia griega, y hoy solicitan en cuerpo la merced de »ser restituidos á aquel culto antiguo q.ue aman como »una prenda de salvación y una herencia sagrada recibi­ d a de sus antepasados.» Entremos ahora á examinar este artículo. Despues de un breve exordio se trata de explicar cuándo y cómo se estableció la iglesia griega unida en algunas partes del imperio ruso y se dice: «La iglesia llamada grie»ga unida empezó á establecerse con gran sentimiento »de los pueblos especial y casi exclusivamente en las «provincias occidentales, asi como en la Rusia pequeña «perteneciente en otro tiempo á la Polonia, por los es«fuerzo» del clero superior de Kiew y de la curia ro«mana ayudados de ia pujanza de los reyes polacos; peuro sin llegar á separarse totalmente de la iglesia na«cional, ni poder penetrar jamas en ei corazón del «imperio. Aquí se conservó, siempre el cristianismo se«gun le habían recibido- nuestros antepasados de Wla-

»diroiro el Grande.» Todo este trozo cae por su propio peso, como que se funda en un hecho supuesto. Acaba de decirse que lo iglesia griega unida, la cu¡>1 reconoce la supremacía del pontífice romano, empezó á estable­ cerse en Rusia mucho despues del siglo de Wlüdimiro, bajo cuyo reinado se habia hecho cristiana toda aquella nación; y para eso se habla de separación de la iglesia nacional y se nombran las provincias occidentales y la Rusia pequeña. Con respecto á lo división del imperio ruso (usando aquí de una expresión introducida bajo Pedro el Grande) solamente advertiremos que Kiew, ciudad principal de la Rusia pequeña, era en tiempo de Wladimiro la capital de todas los Rusias; y cuando cesó de serlo (que aconteció poco después de mediado el si­ glo X II) , no formó inmediatamente parte del reino de Polonia. Mas para retrasar el origen dts In iglesia griega unida se afirma en el artículo que el cristianismo se-con» servó siempre en el centro de la Rusia según se recibie­ ra de Wkdimiro. Suponese pues que bajo el reinado de este y en tos tiempos inmediatos la nación rusa, aunque cristiana , no estaba unida y sometida á la iglesia roma­ na; mas esto es falso. No queremos quitar á los griegos la gloria de haber sido los primeros predicadores de la fé en Rusia bajo el reinado de Wladimiro; pero enton­ ces habia una unión perfecta entre ta iglesia griega y latina y no existía ningún cisma. Los rusos fueron con­ vertidos ó la religión de Cristo unos años tintes del de 1000 y 'Wladimiro murió en el de 1015: el cisma de los griegos habia cesado á ío menos desde el de 886 (despues que Focio fue depuesto por segunda vez de la silla de Constantinopla), y no se rpnovó hasta 1053 por instigar,ion de Miguel Gerulario. Esta verdad se ha pro­ bado con documentos auténticos en la disertación de los Bolandistas de conversione el fide TMísorum al principio del segundo tomo de septiembre, y con mas extensión todavía en otra disertación impresa en Roma el año 1826 ba jo este título: De origine christiance religtonis in RusPues si los rusos fueron convertidos á la fé por los

griegos mientras la iglesia griega estaba unida á la la­ tina/¿quién no ve que la nación rusa vino á formar parle de esta misma unión? Ademas es sabido que antes de la muerte de Wladimiro fueron también algunos la­ tinos á Rusia á ayudar á los griegos, tanto que la con­ versión de todo el imperio se atribuyó igualmente á los unos y á ios otros, como se ve en muchas crónicas an­ tiguas y por loa testimonios de Dicmaro, obispo de Mersburgo, de Ademaro, monje de Angulema, y de 6an Pedro Da miaño, cardenal y obispo de Ostia , los tres coetáneos de Wladimiro. Estos documentos se citan y examinan en la susodicha disertación de Roma. Muerto Wladimiro la unión de la Rusia con la igle­ sia latina no se rompió, sino que se confirmó y estrechó mas íntimamente. Izaslaa( llamado Demetrio en el bau­ tismo), nieto de Wladimiro y su tercer sucesor , quiso que la nación rusa se pusiese bajo la protección de la santa sede para que la protegiera Dios por Jo intercesión del príncipe de los apóstoles, y llevó á cabo stu piadoso intento enviando á Roma su propio hijo, á fin de que hiciera homenaje de sus estados como donacion ó san Pedro despues de prestar juramento de fidelidad al santo apóstol en manos del sumo pontífice Gregorio V II en­ tonces reinante. A vista de. un hecho tan claro es excu­ sada toda reflexión; y en vano se alegan aquí los artifi­ cios de la curia romana, porque este viaje fue entera­ mente espontaneo por parte del padre y del hijo, como lo muestra la respuesta de san Gregorio á Izaslao ó De­ metrio fecha 17 de abril de 1075. Esta carta se halla en los Anales de Baronio al año 1075, números 27 y siguientes. Karamsin, escritor moderno y ruso cismático, cita algunos pasajes de esta carta en el capítulo cuarto de su Historia del imperio ruso, dedicada al emperador Alejandro I y traducida ya en lengua francesa. Los rusos mostraron una unión tan perfecta con los latinos, que hasta pareció que no querían pertenecer ya á la iglesia griega. El autor á quien acabamos de: citar con elo^ gio, hablando en' el capítulo V del tomo 2.° de la

fiesta instituida por Urbano I I (elevado al solio pontifi­ cio en 1088) en memoria de la traslación de las reli­ quias de san Nicolás ó la ciudad de.Barí confiesa inge­ nuamente que esla fiesta, aunque desechada por los griegos t no dejó por eso de admitirse en Rusia; lo cual prueba t añade, que teníamos. entonces relaciones de amistad con Boma. Dicese que estas relaciones se man­ tuvieron con gran sentimiento de los pueblos; mas enton­ ces falla explicar cómo los rusos profesaron á pesar su­ yo y profesan todavía suma devocion á san Nicolás. Pasemos en silencio otras muchas pruebas* porque las acotadas hasta aquí, aunque pocas, bastan para demos­ trar que los rusos al nacer el cristianismo bajo el impe­ rio de Wladimiro nacieron también y se mantuvieron algún tiempo en la unión con los latinos y en la sumisión á la suprema autoridad de la iglesia romana. De ubí procede que la iglesia griega unida venera aun como santos á Wladimiro y su mujer Olga, llama­ da Helena en el bautismo, la cual se habia consagrado anteriormente con ardiente zelo á la conversión de los rusos (En esta parte pueden consultarse entre otras obras los tomo9 cuarto y quinto de los Calendaría ecclesim wn¿twrscB-de Assema'ni). La sania sede aprobó también el culto de Wladirniro, como lo atestigua Septinio Costanzi, escritor ro­ mano, quien en la obra publicada el ano 1807 bajo el título de Opwsctíía ad revocandos ad S. matrem catholicam apostolicam eedmam dissidenies gmeos el ru~ thmnos ¿fe. asegura en la página 5 del tomo 3.° que al S. Wladimiro tribmlur sanctorum cultus concessít apostólica sedes. También es celebérrimo en Rusia el cul­ to de Bovis y Glcb , ambos hijos de Wladimiro, que re­ cibieron en el bautismo los nombres de Román y David. E l sínodo provincial de Zamosc prescribió á los griegos unidos de la Lituania la obligación de celebrar dos veces al año la fiesta de esloa santos, según se lee en el tí­ tulo X V I De jejuniis et festis: los decretos de dicho sínodo congregado en 1720 bajo la presidencia de mon­

señor Grlmaldi, nuncio apostólico y legado a latere, fueron confirmados por la santidad de Benedicto X I I Í en breve de 19 de julio de 1724. El artículo que vamos examinando, sienta despues que la segunda tentativa ocurrió en el siglo X V I y que fue de está manera: «El papa Gregorio X l l l envió á «Rusia al P*. Possevirt, jesuíta sagaz * para negociar una »reunión, mas vasta y estrecha de bi iglesia griega coa fcla romana.)! Los documentos y papeles de la legación del P. Possevin se imprimieron inmediatamente bajo el título de Añlonii Pos&evini, ¡¡ocietülis Jesu, Moscovia; y descubren que el motivo principal de esta legación fue la paz entre Polonia y Rusia, habiendo implorado el monarca ruro la mediación de Gregorio X III. Ademas no puede decirse que esta fue la segunda tentativa de la santa sede, porque los sumos pontífices antecesores de Gregorio X I I I no dejaron de aprovechar todas las oca­ siones para reunir los rusos á la suprema cátedra de Pedro, como puede verse en la Continuación de los anales de Baronio por Rnímildi y en la ya citada obra de Karamsin. Nadie ignora lo que había hecho Eugenio IV en el concilio de Florencia para traer al gremio de la verdadera iglesia no soto ios griegos, sino los rusos, respecto de los cuales dió instrucciones y facultades é Isidoro, metropolitano de todas las Rusias, que había asistido á dicho concilio y suscrito el decreto de unión de acuerdo con los griegos. Esta gran solicitud de los sumos pontífices no debe atribuirse á su ambición, sino á su ielo, porque su ministerio los obliga á procurar la salud de las almas, y para alcanzarla es preciso que se reúna á la iglesia romana por su primado toda la iglesia, es decir, todos los fieles de todas partes: Ad eam propter potiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est, eos, qui sunt undique ¡ideíes, como dice san Ireneo, de origen griego y discípulo de san Polícarpo, que fue uno de los mas célebres obis­ pos griegos y de los padres apostólicos. Los mismos mo­ narcas rusos aparentaron muchas veces desear la uuion

antes del pontificado de Gregorio X I I I , á cuyo propó­ sito bastará T eco rd ar las embajadas enviadas con este fin á Julio I I I en el siglo X V I y á Sixto IV en el ante­ rior. Hallunse (os documentos auténticos de esto en Raínaldi al año 1553, número 40, y al año 1472, nú­ mero 48, Gontinunndo el articulista dice que el padre Possevin ttdespuea de malograda su comision en Moscow y «otras muchas ciudades populosas deí imperio marchó »bácia la Lituania, la cual habiendo caido bajo la do»ininacion de unos soberanos que profesaban con zeio »la religión católico, no podio casi resistir á la intro«duecion de un culto extraño.» Ciertamente no era ex­ traño este culto para la Lituania, que desechando sitó antiguos errores se habia sometido á la iglesia romana, según dice Godoco, uno de los historiadores mas anti­ guos de aquel pais. Y esto es tan cierto, que como se sabe de Cromer esLe soberano envió una embajada al papa Urbano V I y prometió estar sumiso á sus palabras a ejemplo de los reyes cristianos. Para que permaneciese firme é inalterable la profesión de la religión católica en Lituunia prohibió Jagelon entre otras cosas los matri­ monios entre rusos y católicos, á no ser que el contra­ yente ruso fuese el hombre , ó la mujer pasara de sus filas á las nuestras, es decir, del campo de los griegos al de los latinos, como lo atestigua Damalevicio. Rainaldi trae los testimonios de los tres autores citados al año 1587, número 15- A pesar de las precauciones tomadas por Uladislao Jagelon se introdujo progresi­ vamente el rito griego y con él e) cisma en algunas par­ tes de la Lituania; pero no se aguardó al P. Possevin para convertir los cismáticos á la unidad católica. Cerca de un siglo antes el duque Alejandro de Lituania, cató­ lico zelosisimo, se habia empeñado ya en esta empresa y lievadola ó feliz término. Sobre este particular puede consultarse la obra dos veces citada de Kararmin, capítulo V del tomo 6» y la de Rainaldi al año 1501, donde da también eo el número 38 una bula

de Alejandro V I expedido en 3 de agosto del mismo año para resolver algunas cuestiones relativas al rilo griego, cuyo uso permitía despues de la reunión. En cuanto al P. Possevin ai trató de esta despues de ajusta­ das las paces entre la Polonia y la Rusia, no se dirigie­ ron tanto sus afanes respecto de la Lituania, católica ya y sometida entonces oí rey católico de Polonia, como respecto de la Rusia, acerca de la cual tuvo conferencias con el monarca y los senadores de la nación. S i se ma­ logró su comisión por lo tocante á la reunión, alcanzó á lo menos una cédula, en virtud de la cual se concedía el libre ejercicio de su religión á los comerciantes cató­ licos y á los sacerdotes que se estableciesen con ellos en Rusia, y el mismo ejercicio y libre tránsito para los enviados de la santa sede al Asía. Por estas concesiones y el honorífico recibimiento del P, PosseYÍn escribió Gregorio X l l l una curta de gracias al emperador de Rusia en 1.° de octubre de 1582. Esle es el último do­ cumento copiado en la Moscovia de aquel jesuíta. Háblase despues en el artículo de los efectos que produjo la legación del P. Possevin luego que este se partió, y se dice que la obra de la reunión fue casi consumada en 1595 por el metropolitano Miguel Rogoza, quien convocó á todas los obispos de su depen­ dencia en Kiew, donde por fin se decidió la unión de la iglesia griega con la romana. Ademas se hace menciou de tos dos obispos enviados en embajada á Clemente V I I I paua que este papa confirmase la unión decretada en el sínodo. Es fcierto que se tuvo el sínodo en el año an­ terior, pues que el decreto lleva la fecha del 2 de di­ ciembre de 1594. Omitiendo examinar si fue en Kiew ó en Bresta como dicen otros, y si se congregaron en­ tonces uno ó varios sínodos, es cierto que los obispos del rito griego se reunieron algunas veces á los del rito latino. Entre todos los historiadores Possevin trató con mucha extensión esta materia en su obra Apparatus sacer, tomo I I I , voz rutkeni; y Baronio, contemporáneo de estos acontecí míenlos, insertó una relación'de ellos

en el tomo IV de sus Anales, hoy X de ía edición de Luca. Este cardenal da hasta la fórmula de la profesión de. fé que hicieron los dos obisjpos á nombre del sínodo delante de Clemente V I I I : por ella se some­ tían no solamente á reconocer el concilio de Florencia y la supremacía del pontífice romano, como dice el artículo, sino también á otras muchas decisiones. Mas suponiendo qüe la profesión se redujese á estos dos ob­ jetos, ¿cómo puede defenderse que loa obispos se obli­ garon ó cumplirla sin alterar en nada la enseñanza religiosa! E l autor del artículo hace también la reflexión si­ guiente respecto de la unión: «Asi solo cuando el clero «latino, auxiliado por la potestad secular, hubo ex­ pendido su influencia á todas las provincias del grao «lineado de Lituania, se logró empleando las amena»zas y hasta la fuerza introducir algunas ceremonias del «culto latino en la iglesia griega unida.» Estas últimas palabras ponen nuevamente al articulista en contradic­ ción consigo mismo, pues un poco antes dice que la unión-se hizo sin alterar $n nada la enseñanza reli­ giosa , ni las ceremonias del culto griego, tales como la lengua de la liturgia etc. Mas en breve hablaremos de la diversidad de los ritos. Por ahora fijándonos en las expresiones amenazas y fuerza debemos notar que las cosas sucedieron precisamente al revés. Tomáronse las armas en efecto; pero fueron los cismáticos quienes las tomaron, al paso que los católicos si no lograron ga­ nar las almas de aquellos, á lo menos aplacaron su furor sin emplear la fuerza y con solas las armas de la man­ sedumbre y la bondad. Possevin en la obra ya citada trae una relación individua) de todo esto. Es tan falso que se empleasen amenazas y violen­ cias para efectuar la unión, que los mismos obispos de­ claran paladinamente en la carta escrita á Clemen­ te V I I I haberse determinado á la sumisión á la santa sede por la gran libertad de que gozaban bajo el go­ bierno del rey de Polonia: In his parlibus, decían, T* 10

sub dominio sereníssimi Poloniw el Sueckc regis el ma~ gni ducis iMhuantai consliluli sumus, liberisque nolis propterea esse licet. Y en el decreto dado' por el sínodo habían expresado yá con qué solicitud y buena volun­ tad se reunían á lá silla apostólica, y cuánto habían de­ seado esta unión asi ellos como sus predecesores: Licet hac ipsa de re nos pmdecesoresquc nostri meditad fuerint idque tentaverint. El decreto y la carta se hallan en la ya citada'relación de Baronio. Conviene observar como Karamsin despues de haber sentado también ea el capítulo 4 del tomo X que en Lituania se forza­ ba á los cristianos de la iglesia de Oriente á hacerse papistas; á lo que contribuían ¡os esfuerzos del papa y la voluntad del rey t las seducciones y amenazas; pre­ valeciendo en su corazón el amor á la verdad confiesa que ellos, es decir, el papa y el-rey, no amenazaban con violencia y pcrsecuciun; y queriendo explicar en qué consistían las amenazas y la violencia, se expresa asi: «Sin embargo al alabar la dicha que resultaba de »!a uniformidad de religión en un estado, traían ó la » memoria los disgustos que experimentó el clero en «Lituania cuando desechó, elflecreto del concilio de Flo­ rencia.» Luego se trató entonces no de violentar, sino de desengañar á los cismáticos. Por lo que toca á la diversidad de ios ritos se lee en el artículo que Clemente V IH no alteró nada, porque hubiera sido una innovación que nadie se atrevía á tentar entonces, pues se hubiese estrellado en la adhesión qm han tenido siempre los rusos al culto de sus p a­ dres, como lo atestigua la historia, y que fue por mu­ cho tiempo un obstáculo para el nuevo orden de cosas. Mas lo que resulta realmente de los monumentos his­ tóricos es que la iglesia latina no pensó jamas en abolir el rito griego; antes bien se dedicó siempre, en cuanto le era permitido, á su conservación y fiel observancia entre los griegos* Asi habla el inmortal pontífice Be-, Hedido X IV en la constitución 43, tomo 3 de su Bularlo, que empieza Imposito nobis. El sabio papa

prueba por infinitos hechos escogidos en todos tiem­ pos la verdad de estas proposiciones y especialmen­ te en la constitución 47 del tomo 4, que empieza Allatce sunt\ porque trató tnuchus veces de esta cues­ tión .histórica. Ademas todo el mundo sabe que en Roma misma, capital del cristianismo, á lu vista de los sumos pontífices, y por orden de ellos cada sa­ cerdote celebra el oficio divino y las ceremonias sagra­ das en el rito católico de su propia nación. ¥ no se crea que es reciente en Soma esta costumbre, porque siempre ha estado en práctica el uso de los diferentes ritos. Por eso en el siglo X I cuando se eupo que Miguel Cerulario, patriarca de Constanlínopla, y León, obis­ po de Acrida, habían mandado cerrar las iglesias lati­ nas existentes entre los griegos, les escribió'asi ei san­ to pontífice León IX ; «Yed cuánto mas benigna, dig­ iérela y moderada que vosotros es en este punto laigle»s¡a romano. En Roma y sus cercanías hay muchos «monasterios é iglesias griegas, y ninguno ha sido tur«bado jumas en su tradición ó costumbre; antes bien «se los persuade y exhorta á que las sigan (párra­ fo 9),» Benedicto X IV en la constitución Allalce &untt párrafo 14, para defender á Clemente V III de la acu­ sación que no es nueva, de haber querido alterar los ritos de los rusos cuando se reunieron á la santa se­ de, cita un breve de Paulo V , feclia 10 de diciembre de 3615, en el que declara el pontífice é propósito de los i iLos del clero ruso que no ha sido ni es la intención* espíritu y voluntad de ta iglesia romana destruirlos y reprimirlos, y que no se ha podido jamas ni se puede decirlo ó pensarlo. Y no se'sospeche que Paulo V dijo estas palabras por desvanecer los rumores divulgados en Rusia mas que por explicar el pensamiento de su predecesor, porque se funda en la declaración de la bula de Clemente V I I I de 23 de diciembre de 1595, al fin de la cual habia hablado expresamente de la ob­ servancia de los ritos. La bula y el breve se hallan en el Bulario romano impreso por Mainardi. Asi es un

gran error suponer que Clemente V I I I tuvo la inten­ ción de forzar ó los rusos á cambiar su rito nacional, y también lo es presentar la diversidad de estos como un obstáculo para la reunión de las iglesias griega y latina; Despues de los cargos de amenazas y violencias im­ putados falsamente á los católicos continúa asi el artí­ culo: «Estos medios no pudieron producir jamas una «reunión íntima y sincera entre las dos iglesias, y en »el año 1653 los griegos unidos de la Rusia pequeña, »no pudiendo sufrir la dominación de un culto extraño, j>se separaron enteramente de la unión, prestaron su sumisión espontanea al zar Alejo Michailowitch y vol­ vieron á entrar ón el gremio déla iglesia greco-rusa.» Los griegos unidos de quienes aquí se habla, no son otros que los cosacos de la Rusia pequeña, que muchos años antes se habían rebelado contra su soberano el rey de Polonia. En cuanto á la religión se logró en 1622 resucitar el cisma en Kiew consagrando un nuevo metropolitano y otros obispos cismáticos, los cuales hicieron despues cruda guerra á los católicos en tales términos que mu­ chos fueron desterrados á diferentes lugares y separa­ dos de sus iglesias i y otros perecieron eú crueles tor­ mentos como el beato Josafal, arzobispo de Vifepshr* que murió mártir por la santa verdad, según dice Kulczynski en lá obra intitulada Specimen ecclesicé rutheniccB, página 120. En el año 1624 ocurrió el mar­ tirio del beato Josafat, de .quien habla muchas veces Benedicto X I V en su libró be la beatificación de los siervos de Dios y la canonización de los santos. Urba­ no V I I I le puso en el catálogo de los bienaventurados, y Kulczynski en un apéndice á su libro'da; varios do­ cumentos relativos al martirio de él. Fue tal la obsti­ nación de los cosacos, que en 1650 consiguieron una cédula del rey de Polonia, al tenor de ia cual fueron arrebatadas á los católicos y dadas á los cismáticos ciertas iglesias episcopales y otras, y algunos monaste­ rios, según dice el autor cHado, página 130. Y aun-

quo en 166B revocó el rey aquella cédula ordenando que se restituyese todo á los católicos; sin embargo no cesó el cisma enteramente. Los cosacos enmedio de sus disturbios imploraron el auxilio del monarca ruso Ale­ jo-Mtchailo'vvitch: este tuvo en 1654 un gran consejo en Mosco\v, y allí, según escribe Levesque en su histo­ ria de Rusia, «se interesó á la religión en este asunto «so color de que los cosacos eran molestados en su cul»to, y se determinó enviar comisarios para que reci­ bieran el juramento de aquellos y de las ciudades «que tenían bajo su dependencia.» Esta es la verdadera historia de ¡a innovación que el articulista dice haberse efectuado en 1653. La ventaja del cisma se redujo á ganar cierto número de cosacos, es decir, de bárbaros de la Rusia pequeña, súbditos del rey de Polonia, y la gloria de Alejo á haber concedido su protección á unos cuantos bárbaros rebelados y aprovechadosedees* ta rebelión para ensanchar los límites de su poderío por todos los medios. El artículo no dice una palabra de Pedro el Gran­ de, hijo de Alejo Michuilo'wítch, primer emperador de las Rusias» bien que introdujo muchas innovaciones en sus estados aun en las cosas religiosas. No siendo su histo­ ria ni demasindo antigua ni demasiado nueva para nos­ otros, cualquiera diria que se ha pasado en silencio para que recayesen con todo su peso sobre el articulista las palabras do Aristóteles con que hemos empezado nues­ tras reflexiones. Sea como quiera, el silencio ajeno no puede taparnos la boca, y aquí es muy conveniente notar que Pedro el Grande empleó no solamente la violencia moral y las amenazas , sino la espada respecto de la religión católica. Baste citar por ejemplo lo que ge lee en el Specimen ecclesiae nUhemca>, donde se lee á la página 136 que habiendo llegado Pedro á lo ciu­ dad de Polosk el dia 21 de julio.de 1705 con un ejér­ cito poderoso entró en la iglesia catedral y mandó des­ trozar en odio de la santa unión á los religiosos que cantaban el oficio de la tarde. Uno de ellos fue muerto

por mano del mismo Pedro, y los demos fueron encer­ rados en calabozos despues de apaleados y cruelmente heridos. Ademas entregó al pillaje de la soldadesca la iglesia y el monasterio, y declaró ante muchos nobles de Lituania que lo mismo haría con lodos los unidos. Debe­ mos advenir á mas dos cosas, para que mejor se co­ nozca la indignidad de esla conducta. La primera es que pocos años antes de 1717 Pedro el Grande habia enviado ó Roma el duque Boris Ktirakin pora que declarara en su nombre al papa Clemente X I su firme voluntad de proteger de diferentes maneras la religión católica en sus vastos estadps, prometiendo enviarle mas adelante una real cédula por [a cual fmc omnis benigné fuisse consta­ reis como se lee en la carta que escribió Clemente X I el monarca en 12 de mayo del mismo año 1717 y se halla en el lomo 2.°, página 612 y siguientes de la co­ lección intitulada: Cartas y breves escogidos del sumo pontífice Clemente X I. La segunda es que Pedro el Grande no se habia manifestado hostil 6 la unión de la Rusia con la iglesia romana, cuando en su viaje á Paris en 1717 le hicieron los doctores de la Sorbona vivas instancias á este efecto; antes les dió esperanza de salir bien con la empresa, y les pidió que escribieran uno memoria sobre esta cuestión encargándose de presen­ tarla él á los obispos de Rusia. Hallansc las particulari­ dades- de este suceso en las Memorias para escribir la hisloria eclesiástica del süjlo X V I I I ; tomo 1.°, y en laB demas obras citadas al margen de esta. Según Ion feli­ ces apariencias ¿quién hubiera podido jamas adivinar el resultado? Levesque da una noticia de él en su ya citada Hisloria de la Rusia al año 1718, donde empieza di­ ciendo: De vuelta á sus estados (Pedro el Grande) hizo al papa el personaje principal de una farsa burlesca; y viniendo al hecho se conlenla con indicar la sustancia de él en estos términos: «Tenia un bobo en la corte «■llamado Zolof, que había sido su maestro de escribir, »y le creó príncipe papa. El papa Zolof fue introduci­ d o con toda ceremonia por unos bufones ebrios y le

»arengaron nintro tartamudos: él creó cardenales y «fue procesionalmente á la cabeza de éillos.» Levesque se detiene poco en este hecho por ser demasiado des­ honroso á la memoria de Pedro I; porque como él aña­ de, no-eran de buen gusto ni ingeniosas unas fiestas en que reinaban ¡a ebriedad, ta grosería y la crápula. Pero otro historiador ■mus moderno, considerándola cosa biijo diverso aspecto, no cree deber privar á la posteridad de mas amplio conocimiento de este suceso. Leclerc é quien aludimos, publicó, la historia antigua y moderna de Rusia en dos parles, y en la primera que se titula Historia física, moral, civil y polUica.de let ■Rusia antigua , tomo 3.°, página 546 y siguientes, describe asi el hecho,en cuestión: «Pedro había creado «papa- ó un bobo llamado Zolof y habia celebrado la «fiesta dél cónclave. Tenia el bobo ochenta y cuatro »años de edad, y el zar discurrió casarle con una viu»da de sus años y celebrar solemnemente la boda. A este «efecto mandó que hicieran el convite cuatro tartamli­ ndos: unos viejos decrépitos acompañaban á la novia: «servían de batidores los cuatro hombres mas gordos de «Rusia: la música iba en un carro tirado de cuatro osos «que eran aguijoneados con rejones de hierro, y por «sus bramidos formaban et bajo correspondiente á ¡a «orquesta del carro. Los novios recibieron la bendición «en la iglesia catedral de manos de un sacerdote ciego y «sordo, á quien habían puesto anteojos. La proceston, «el casamiento, el banquete nupcial y la ceremonia de «desnudar á loa esposos y acostarlos, lodo fue igual «mente digno de esta diversión burlesco,» Basta ya de Pedro el Grande,'y volvamos-á nuestro artículo. Pasando de los tiempos de Alejo Michailowitch á la época en que Rusia adquirió nuevos y dilatados do­ minios en Occidente, dice el articulista: «Por último «despues que fueron reunidas al imperio las provincias' «occidentales, muchos individuos y aun comunidades «enteras abandonaron sucesivamente la unión para voi«ver á la iglesia nacional;» y á poco añade: «Asi sin

«ninguna violencia por parte de la potestad secular el »tiempo solo produjo poco á poco la disolución de un «pacto que no tenia sin duda sólidos fundamentos.:? Las provincias de que aquí se quiere hablar, se unieron á la Rusia en dos épocas: la primera comprende el espacio de 1772 á 1795 durante la vida de Catalina I I ; y la segunda puede referirse al año 1815, en el que se firma­ ron los tratados de Yiena el dia 9 de junio. Siendo do nuestros diasesta última época, ¿cómo se puede afir­ mar con desprecio del conocimiento positivo y público de los hechos que el tiempo solo sin violencia por parte de la potestad secular condujo al cisma gran muchedum­ bre de los nuevos vasallos de Rusia? En la primera época á mas de la destrucción de lagerarquía católica, asi del rito latino como del griego, que bien ó mal fue restablecida bajo el reinado de Pa­ blo I t hijo y sucesor de Catalina, por monseñor Loren­ zo Litta, delegado de la santa sede y luego cardenal, el gobierno ruso empleó otro recurso para llevar á cabo sus proyectos. Resolvió enviar á sus nuevos estados falsas misiones de obispos y sacerdotes cismáticos para separar de la comunion de la iglesia romana á los griegos uni­ dos, contra quienes tenia Catalina mas odio todavía que contra los católicos ^el rito latino. La relación de estas misiones se encuentra en las Memorias para escribir la historia eclesiástica del siglo X V III, donde entre otras cosas se dice de aquellos falsos apóstoles lo siguiente: «Los gobernadores lenian orden de auxiliarlos. Estos «misioneros de nueva especie iban acompañados de tro»pa y recorrían los tugares: forzaban las puertas de «las iglesias y las bendecían como si hubieran sido pro»fanadas. Si el párroco no queria adherirse al cisma, se »ponia otro en su lugar. Entre tanto*los oficiales ha»cian comparecer á los habitantes, á quienes se decía ,»que era preciso volver á la religión de sus mayores, »que eran de la comunion griega. Cuando no se los po»dia ganar por la persuasión , se recurría á las vías de «hecho# los palos y la cárcel Por estos medios suaves

»y humanos se hicieron prosélitos. Los obispos no ce«dieron á la borrasca, y se les confiscaron los bienes.» En aquellos países se ha conservado siempre fresca la memoria de esta persecución, de la que hablaban asi loa ciento y veinte habitantes de Lubawícz, provincia de Mohilew, que en ÍO de julio de 1829 representaron al emperador actual Ñ'colás I : «Nuestros antepasados, «nacidos en la fé griega unida y siempre fieles al trono »y á la patria, pasaron tranquilamente la vida en su. «religión; y nosotros nacidos en la misma fé I¡» profesa»bamos libremente hacia mucho tiempo. Mas por la «suprema voluntad (como se nos decia) de la emperatriz «Catalina* de feliz memoria, la autor idad local em­ pleando medios violentos y penas corporales logró for»zar á muchos de nuestros cohermanos á que abando­ naran la religión de nuestros mayores.» En otros oiU' chísímos lugares se vieron apostases semejantes, bijas todas de la persecución. Vengamos á la segunda época que extenderemos solamente desde 1815 á 18^0 , pues que el artículo habla separadamente de los últimos años?, Durante aquel período no puede jactarse de grandes adelantamientos el cisma, precisamente porque la Rusia fue gobernada hasta 1825 por un príncipe que huia de lodos los me­ dios violentos en razón de su caracter y grandeza de alma. Sin embargo en su tiempo se perpetuaron los efectos de la persecución anteriormente suscitada, y no estuvo libre de censura, principalmente por las medidas, tomadas contra los jesuítas. Es cierto también que lo que diremos de los bños posteriores á 1830, estaba em­ pezado en parte antes de esta época. En la susodicha representación de los habitantes de Lubawici se lee: «Nosotros profesábamos libremente hasta hoy esta re»l¡gion bajo la protección de Y. M ., y no creíamos que »sin una orden terminante de vuestra soberana volun­ ta d pudiéramos ser turbados en el libre ejercicio de! «culto y fé que profesaban también nuestros an'tepasa»dos, y en que hemos nacido como ellos. Mas los sa-

«cercotes de la religión dominante, alegando por pre­ texto que algunos de nosotros han sido de la co«munion greco-rasa (lo cual no es asi), nos fuerzan «á abjurar nuestra fé no con penas corporales, sino por »medios mucho mas atroces, es decir, privándonos de «todos los auxilios espirituales y prohibiendo á nuestros «propios sacerdotes que bautícen, confiesen y den la ben«dicion nupcial. De esta manera nos arrancan de las ma«rios de nuestros pastores.» Mas veamos lo que dice el artículo de los últimos años: «Por último la conducta tan poco compatible con «los preceptos dei cristianismo que habia observado e! «clero polaco en las últimas turbulencias del reino, aca­ chó de envilecer esta unión á los ojos de los mismos «griegos unidos, que interiormente han permanecido «siempre fieles a Rusia. Volvieron ó millares á la igle«sia griega, y hoy solicitan encuerpo la merced de user restituidos á aquel culto antiguo que aman como «una prenda de salvación y una herencia sagrada de sus «mayores.» Mas adelante hablaremos.de la conducta del clero polaco. En cuanto á lo demas el que por ca­ sualidad haya corrido la Siberia, no necesitará de nues­ tras palabras, porque al ver el número de católicos de­ portados á aquel pais por causa de religión fácilmente se convencerá de la mentira de cuanto alega el articu­ lista en'tono jactancioso y con aire de triunfo. Pero sin hacer el viaje de Stberio se sabe por la voz pública y por documentos ciertos que esa variación tan ponderada de religión se logró no por la libre voluntad de los ca­ tólicos del rito griego ó latino, sino por maliciosos ar­ tificios empleados con ellos. Y respecto de los griegos unidos, únicos de quienes habla e! artículo, no se puede mentir con mas descaro que afirmando que siempre fueron adictos de corazon al cisma y están ansiosos de abrazarle, cuando por él contrario ellos mismos protes­ tan por sus palabras y obras que quieren vivir y morír en el gremio de la iglesia católica. Entre todas las pruebas de este hecho hay -una que merece especial

atención, y es la relación de los habitantes de Uszacz, en la provincia 'de ViÉepsk, los que después de contar Cómo en él dia 2 de diciembre de 1835 se presentó allí una contiision que reunió ai pueblo y le exhortó á mu­ dar de religión, añaden: «Pero nosotros gritamos todos «á una voz que queríamos morir en nuestra fé y que «no habíamos querido nunca ni queríamos otra reli«gion. Entonces la comisiou dejándose de palabras vino «ó bis obras; es decir que se pusieron á arroncíirnos los «cabellos, maltratarnos -en el rostro hasta hacernos «derramar sangre, darnos golpes en la cabeza, encar­ celar á unos y confinar á otros á la ciudad de Lepe], «Por átlimo viendo !a comision que tampoco le sal ia «bien este medio prohibió á todos los sacerdotes del rilo «griego unido confesarnos 6 administrarnos cualquier «otro auxilio espiritual.» Sin duda no se presumirá contar con la adhesión de los que gritaron: Ames nos reserven la suerte del bealo Josafal: eso es lo que deseamos. En 1834 la no­ bleza de la misma provincia de Yilepsk habia elevado una representación al emperador, en la que se lee entre otras cosas: «No hay medio que no se ponga: por obra * «para atraer á ta fuerza los griegos unidos á la religión ^dominante. Estas intrigas no harian ninguna mella en «los ánimos de estos habitantes, si se permitiera á los «fieles que para la reunión se dirigieran por la voz de «la conciencia y una convicción firme ; mas los medios «que se emplean llenan el alma de terror.» También se refiere en este documento cómo se habían sometido algunos débiles; pero se añade: «Ellos declaraban aun á «los mismos que los obligaban á abrazar la religión do»minan te , que ó la verdad obedecían las órdenes presvcríptas, asistían .ó las iglesias y frecuentaban los sncra«mentos de la religión dominante; pero que en su inuterior perseveraban firmemente adictos á su antigua «religión.» En cuanto á los católicos del rito la Lino baste notar que si hubieran tenido la menor afición al cis­ ma no se habrían opuesto á la cesión de sus iglesias,

como ocurrió en muchos lugares y especialmente en RadoruI, donde fue tan grande la violencia ejercida con ellos, que quedaron muertos ocho en el sitio. Mas cualquiera quesea la oposicionde los católicos, habien­ do tomado á pechos el gobierno ruso alistarlos ó todos bajo del estandarte del cisma, no omite ningún medio de hacerlos cismáticos en realidad ó cuando menos en la apariencia ; y está tan infatuado sobre este punto, que procura engañarse á sí mismo y ó Iqs demas como si hu­ biera conseguido ya el objeto de sus esfuerzos, creyendo sin duda que esta misma ilusión es un excelente medio de alcanzarle realmente. Quiso tentar una acta solemne de reunión entre los cismáticos y los católicos del rito griego, y la profesion de fé que habia de suscribirse, se presentó primero con astucia y luego con violencia al digno metropolitano Josafat Bulhak, quien la desechó generosamente y murió á poco: á pesar de eso se quiso hacer creer que el metropolitano no era ya católico y fue enterrado entre tos cismáticos. Si en una parroquia cató­ lica se hacen cismáticos algunos feligreses, son conside­ rados como tales todos I03 demos, cualquiera que sea su -número; y con que á un individuo de una familia se le antoje profesar el cisma, ya son igualados á él todos los miembros de la misma. Si en uno ú otro caso recurren los católicos al gobierno, no son oidos; y si no obedecen, son castigados. E l gobierno ha conocido que para dilatar y perpe­ tuar el cisma era preciso arrancar del corazon de los católicos el amor y estimación de su religión y evitar que fuese católica la educación de la juventud. No le pareció imposible de conseguir este fin; y como fácil­ mente se puede perder el amor de la religión cuando no le mantienen los desvelos paternales y el próvido zelo de los curas párrocos, el gobierno extinguió muchas parroquias, para que la enorme distancia de los lugares hiciese dificilísima la comunicación de los feligreses con sus pastores. La iglesia ha recibido siempre gran lustre de las órdenes- regulares, en las cuales viendo los cató-

líeos puestos en práctica no solo los preceptos, sino también los consejos evangélicos se forman una idea al­ tísima de su religión. En consecuencia el gobierno ruso ha abolido los monasterios y conventos católicos, y ba de­ jado solsmenteabiertos un número muy reducido.de ellos. Entiéndese que de este modo se aumentan las rentas del erario público; pero los que conozcan bien el gobier­ no ruso, advertirán que el interés del fisco no es el único y principal motivo que le incita á la dpresion. Llegando á la conducta deí gobierno respecto de la educación vemos que recientemente se ha erigido en Yilna una academia eclesiástica católica romana para los clérigos jóvénes del rito latino y armenio, y nótese bien que el director supremo de ella es el ministro del interior. Los griegos unidos no son admitidos en este cuerpo» y para atender con más seguridad á su educación se los envía á la academia cismática de Petersburgo. No se quiere dejar á la voluntad de los padres lá educación de los hijos que nacen de matrimonios mixtos, y se exige que el esposo que profesa diferente religión de la nacional, preste juramento de educar é sUs hijos en el culto cis­ mático; y coiho en 1768 se estipuló en un tratado con­ cluido entre Rusia y la antigua república de Polonia que los hijos nacidos de matrimonios mixtos serian edu­ cados tíit la religión católica, declara el ukase imperial de 23 de noviembre de 1832 que cesan de ser obligato­ rios ei tratado y el acta separada sobre los matrimonios mixtos, en vista de que ya no existe la república. E l gobierno debería saber que aun enmedio de las varia­ ciones políticas no cambia ni puede cambiar jamás la doctrina déla iglesia católica sobre esta materia. La iglesia enseña que en virtud de la ley natural y divina (la cual no depende de las leyes, tratados 6 promesas de ios hombres, y que nadie tiene derecho de derogar) están obligados los padres á educar süs liijós en la reli­ gión católica. Despues dé cuanto dejamos dicho todavía quedaría mucho "que añadir sobre los medios empleados en estos

últimos tiempos por el gobierno ruso para extender y consolidar el cisma en todos sus dominios; pero á fin de no alargarnos demasiado nos contentaremos con decir que para acabar la obra del error se han erigido recien­ temente dos nuevas sillas episcopales del rito griego cis­ mático, launa en Polotzk, durado de Lituania, y la otra en Varsovia* capital de la Polonia. La primera se fundó por un ukase de 30 de abril de 1833 bajo el títu­ lo de obispado de Polotzk y Vilná, y la segunda por otro ukase de 22 de abril de 1834 dando al titular el nombre de obispo de Varsovia y vicario de la epar­ quía de Yolhynia, El gobierno se persuade ó que sa­ cará grandes, ventajas de la .erección de l¡is nuevas diócesis: á lo menos puede esperar que residiendo en dichas dos ciudades dos obispos cismáticos facilitarán el arrancar de la verdadera iglesia á los católicos del rito griego primeramente y luego á los del rito latino; pero bien se ve, por mas que¡ diga el artículo, que asi los unos como los otros están muy distantes de abrazar el cisma. Restaños por fin hacer algunas observaciones sobre la conducta.que observó el clero polaco durante las úl­ timas turbulencias políticas de aquel reino el año 1830. Cualquiera que haya sido esta conducto, tan poco com­ patible con tos preceptos del cristianismo al decir del articulista, era preciso mostrarse .rueños parcial con el gobierno ruso para tener el derecho de vituperar al cle­ ro polaco. Y como el artículo ha sembrado acá y acullá algunos pasajes de historia antigua y moderno sobre la Rusia y la Polonia, no hubiera sido fuera del cnso ad­ vertir que nunca en los tiempos antiguos pudo haber concordia entre, estas dps naciones. Asi se vendría á descubrir que la causa délos últimos1disturbios de Polonía debía buscarse en la rancia antipatía nacional. Si en el artículo se , quiere hablar solamente de la religión, ¿por qué se pasa en silencio lo que se dijo sobre este punto en la última constitución dada á aquel reino des­ pues del congreso de Yiena? A fines del año 1815 el

emperador Alejandro de Rusia dió á sus súbditos pola­ cos en calidad de rey de Polonia una constitución firma­ da por él el 27 de noviembre, en cuyo título segundo se lee: La religión católica romana profesada por la mayor parte del reino de Polonia será ti objeto de los desvelos particulares del gobierno. Y al fin hacia el em­ perador esta declaración: Nos les hemos dado (á los polacos) y les damos la presente caria constitucional, que adoptamos por nos y nuestros sucesores. Pero despues de la muerte de Alejandro y antes de 1830 el bienes­ tar de la religión católica ¿fue realmente el objeto de los desvelos particulares del gobierno en Polonial Digá­ moslo en obsequio de la verdad: resulta de los hechos que el sucesor de Alejandro seguía un camino entera­ mente opuesto al de este con respecto á los intereses de la religión católica. También era menester advertir que en este reino se querían ver no solamente respetados, sino protegidos y defendidos los derechos de la religión católica; y á este propósito dejando á un lado los tiempos mas remotos de nosotros citaremos dos documentos, uno del año 1791 y otro del de 1768. En 5 de mayo de 1791 la dieta de Polonia sancionó por unanimidad una constitución, cuyo párp'fo primero decretaba: «La religión católica apostó­ lic a romada es y será siempre la religión nacional, y »sus leyes conservarán todo su vigor. Cualquiera que ^abandone su culto por otro, sea el que fuere, incurrirá wen las penas decretadas contra la apostasía,» En 24 de febrero de 1768 la misma dieta ajustó un tratado (como quieren llamarle muchos) de concierto con la empera­ triz Catalina de Rusia, y á la cabeza de él se lee: La religión católica se llamará la religión dominante en to­ dos los instrumentos públicos. Y luego para asegurar los intereses de esta en lo venidero se decía: No podrá aspirar ningún principe al lrono si no es católico, ni ser coronada reina ninguna p?imesa si no profesa la reli­ gión romana. Los que cambien de religión>serán casti­ gados con pena, de destierro, E l tratado y constitución

que acabamos de citar están insertos en la Coleccion de constituciones Sfc. publicada en 1823 por los señores Dufau, Duverger y Guadet (al principio del tomo 4.°). Mas volvamos al clero polaco. Dice el artículo que la conducta de este en íos últimos acontecimientos acabó de envilecer la unión á los ojos de los mismos griegos unidos: tan contraria era á los preceptos del cristianis­ mo. Quedese para otros el cuidado de examinar cómo puede concillarse este envilecimiento exagerado con la firmeza con que protestaron los griegos unidos contra los esfuerzos para separarlos de la unión. Considerada én sí, la conducta del clero de Polonia declaramos since­ ramente que es digna dé censura por haber sido poco compatible con los preceptos del cristianismo, como nosotros mismos confesamos; pero digamos también que no debe de achacarse á todo el clero católico del reino una culpa cometida solamente por una parte de él. A l­ gunos, eclesiásticos y no todfos, unos pocos en proporcion de su número total en Polonia resulta que fueron los que se mezclaron en las turbaciones excitadas con­ tra el gobierno. Ademas creemos poder afirmar franca­ mente que los eclesiásticos que entonces se hicieron cul­ pables, no deben reputarse por indignos de escusa é indulgencia. ¿No vivimos en una época en que resue­ nan en todos los ángulos de la tierra ias voces engaño­ sas de los deréchos de las naciones y los pueblos? Estos derechos tan ponderados ¿no se ofrecen ál mundo con una apariencia de título y razón propia.para inflamar los ánimos é inducirlos en error? Añadase que en el caso patticular de la Polonia sé alegó con especialidad él pretexto de defender la religio'n y lá iglesia tanto' como la honra de Dios. Si un motivo tan especioso pro­ dujo gran eféelo en el pueblo; no podía menos de sedu­ cir á algunos clérigos, pues que los intereses de la’ re­ ligión y de la iglesia deben ser más estimados aun del cíeró que del pueblo. ‘ ¿Habrá de suponerse qué los eclesiásticos polacos ignoraban el precepto deí cristianismo sobre los deberes

de los súbditos para con su soberano? No puede tacharse dé tan:vergonzosa ignorancia á un clero ;tan respetable. Los clérigos polacos conocen ciertamente los ejemplos de nuestros padres cuando In necesidad y las calamidades de los tiempos los pusieron debajodel poder de tiranos ó prín­ cipes de diferente religión: ia historiadnos dice que en­ tonces los católicos se distinguieron entre todos los de­ mas súbditos por su obediencia y fidelidad , y que en la pugna de las leyes del príncipe con las divinas y ecle­ siásticas dieron testimonio á sil religión no rebelándose; si­ no sufriendo los tormentos y la muerte. Mas en la úl­ tima revolución de Polonia muchos eclesiásticos de este reino, asustados del grave peligro que amenazaba á la fé católica, creyeron que para defenderla podían entonces valerse de la fuerza á fin de sacudir el yugo del gobier­ no, como en otras circunstancias se habia creído poder hacerlo. En la confusion general, entre el estrépito de las armas , ¿ vista de la innumerable muchedumbre de ■muertosy heridos, con la perspectiva' fundada de una suerte sumamente fatal para la religión era facilísimo confundir las ideas y establecer una semejanza entre ca­ sos de todo punto diferentes. No indagaremos aquí GÓmo al espíritu turbado de los clérigos; polacos se ocurrieron las guerras de ios Macabeos, sobre todo si tenian por verdadera la o; inion de Grocio, el cual en el libro I, capítulo 4." párrafo 7.° De jure belli ac pacis de­ fiende que los reyes de Siria contra quienes peleaban los Macabeos, eran' los reyes legítimos de los hebreos. También se ven despues de la venida de Jesucristo y en el seno de su iglesia algunos ejemplos qué por error pu­ dieran creerse aplicables al estado de la Polonia. Cuando el emperador León el lsáunco declaró la guerra álassagradas imágenes en el año 720, algunos súbditos suyos católicos se levantaron en Oriente y Occidente para de­ fender la doctrina y disciplina de la iglesia sobre el cul­ to de las imágenes. El primer movimiento fue el de las islas Cicladas y otros pueblos de la Grecia, que se rebela­ ron en 726, y dando la corona imperial á un tal Cosme t . 45. U

marcharon con una armada naval contra León* El impío Constantino Coprónimo, hijo y sucesor de este, fue víc­ tima de la rebelión de su primo Arlabas, que habiéndose mostrado siempre firme en la fé fue muy amado y re­ conocido emperador por los vasallos del imperio. Mas conocidos son los levantamientos de Occidente, cu­ yos pueblos entonces sujetos ai imperio oriental, irri­ tados contra León el lsáurico por haber decretadoeste que se quemasen las sagrados imágenes, sacudieron el yugo deMa obediencia , y ayudados de otros príncipes y pue­ blos de Occidente atendieron á su salvación no menos que á la defensa de la fé católica. No podemos alargar­ nos en la historia de las empresas de los súbditos católi­ cos contra los emperadores iconoclastas, y rogamos al lector que consulte sobreestá materia delicada ia diser­ tación escrita por Orsi en italiano bajo el siguiente tita, lo : Del origeñ del dominio y soberanía de los papas sobre los estados que. eslan temporalmente sujetos á ellos. E l capítulo. 5.° hace especialmente á nuestro objeto, porque las¡observaciones del autor sobre el caracter par­ ticular de la persecución de los emperadores iconoclas­ tas y los efectos que esta produjo en el orbe católico, nos llevan ó explicar la ambigüedad que pueden haber presentado ó pudieran presentar por disculpa tos ecle­ siásticos polacos. Orsi nota que la persecución de los he­ rejes iconoclastas se diferenciaba esencialmente de las sus­ citadas por los gentiles y los otros herejes. En efecto ios paganos estaban tan lejos de combatir directamente á Dios, que declaraban perseguir á los cristianos como culpables de ateísmo por haber renunciado el culto de sua dioses y dadose á venerar un hombre crucificado, un seductor de la Judea. Los otros herejes, aunque im­ pugnaban algunos de las verdades enseñadas por Jesu­ cristo , no dirigían su odio y furor contra este, sino coutra unos hombres que juzgaban falsamente ser enemigos de Cristo. Mas la persecución de los iconoclastas se ende­ rezaba directamente contra las imágenes de Jesús á quien ellos reconocían por verdadero Dios, y de consiguiente

combatia al mwmo Dios; y el odio de aquellos no recaía solamente sobre los católicos, defensores do las sagradas imágenes, sino sobre estás mismas,indignamente profana­ das, conculcadas y entregadas á las llamas por los tales he­ rejes. Y cuando en la ciudad de Gonstantinopia fue un ofi­ cial imperial de orden de León el Isáudco á derribar y destruir una célebre imagen de Jesucristo , los católicos que presenciaban aquella escena, no pudieron menos de arrojarse impetuosamente sobre aquel oficial, tirarle de la escalera donde; se hahia subido, y darle muerte* Enton­ ces se hizo horrible matanza de ios católicos de ordeudel emperador; y por las actas de estos que copian en griego y en latín los Bolandistas bajo la fecha de 9 de agosto, sa­ bemos que no eran todos del populacho ó del sexo feme­ nino, cuyo zelo irreflexivo pudiera haberse disculpado por la ignorancia, sino de ambos sexos y de todas condi­ ciones. Mullique (dice el autor de las actas), mullique illa eadem die redimili fuere coroná martyrii: inter quos erant mulieresac viri, sacerdotes ac levita, innuptat ac mónta­ les ¿ pmstdes ac subdüi: quorum numerum et nomina solus novit Dominus; ncqúe enim in nobis tanta esi facul­ tas , ut numerum eorum iniri possimus. Conviene hacer aquí la observación de que estos ca­ tólicos son llamados en las actas redimí»’ coroná marlyrii; de lo cual no quería et- autor que quedasen dudas, pues añade: S í quidem hoc debet veré martyrium censeri. Eu efecto como ha observado justamente Orsi que nos sugie­ re estas reflexiones, aunque la iglesia prohíba admitir en el n¿mero de los mártires á los que provocan imprudeiu temente el furor de los tiranos, i|o ha usado de este ri7 gor con ios que precipitaron de la escalera al ofleial im­ perial» profanador de uua imagen de Jesucristo, y nadie les ha negado la gloria del martirio. La misma iglesia la­ tina y griega celebra la memoria de ellos el 9 de agosto. El martirologio romano los propone en dicho diaá la ve­ neración de los Beles, y dice que eran diez y fueron marti­ rizados ob Salvatoris imaginem, quam in porta cenca consUtuerant. La iglesia griega señala mayor número de ellos

en el menologio de Basilio que describe también la historia compendiada de su martirio. La autoridad de es­ te menologio es grande, porque se compiló en el siglo X bajo el imperio de Basilio Porfirogénito. El cardenal Albani, sobrino de Clemente X I, le publico íntegro por !a primera vez en 1627 con la traducción latina al frente del texto griego, y en ello se lee en el lugar correspondien­ te al 9 de agosto: »Certamen sancti martyris Juliani et 3)Sociorum... At imperalore Leone iconoclasto clarue-

wre..... Animadvertentes. enim íllum á sanctíuura irriagi»num adoratíóne aversum atque eas igríe absumere, ze»Iumex hac concipiebant, moerore contabescentes. At íjcüm viderent venerandam etlam Christi imaginem, quse i)in aerea porta extabat, effringi ,:dignum anitm sensum »ip médium protulerunt spatharioqui scalameífigiem j>destructurus, ascendebat, cum una cum scala deficién»tea, interfecerünt, atque ad iram commoto tyranno, »alii quidem statirti gladio consumpti (múlti enim erant «numero, inter quos.plurcs foemínae et María Patricia), ¿nñliidistodiis traditi, áfacie combusti plurimosque pas«si cruciatus, capite fuere obtruncati.» Volviendo ahora al clero “de Polonia ya hemos advertido que en los últimos disturbios se procuró insinuar la idea de que el combatir contra el gobierno ruso era defender al mismo Dios. Desde liíego convenimos en que el,clero debia oponer á sus insinuaciones los preceptos del cristianismo. No obstante só color'de la gloria de Dios no temieron algunos' eclesiásticos tomar parte en lá re­ belión contra1el gobierno ruso. ¿ Y qué resulta de aquí? Que'su conducta fue culpable; pero no que deba negár­ seles1toda disculpa' En efecto hubo un tiempo en que et Oriente y Occidente resolvieron simultáneamente que en ciertos casos no prohibían los preceptos del crisliai nismo á los súbditos sustraerse de la obediencia á sus So­ beranos 6 emplenr la fuerza contra ellos para ¡defender e! culto verdadero y legítimo de la divinidad. No puede decirse que las circunstancias en. que se encontraba ta Polonia , fuesen semejantes á las de que hablamos; pe­

ro podían parecer!o á los que tenían el alcpa agitada, y es muy fácil en un estado de violenta inquietud tomar un sen* tido equívoco entre ia verdad y la apariencia de las cosas. , * En resumen algunos individuos del clero polaco ha^ bian podido en medio del terror general de aquel reino mirar jas persecuciones délos iconoclastas como-una fiel imagen de las que la Rusia habia ya hecho padecer á la fé católica en Polonia, y de las mas, terribles aun que se temían para lo sucesivo: asi es que pudieron creer que era lícito á su nación lo que en otro tiempo habia pareci­ do,serlo en un imperio mas dilatado y antiguo. Sin du<Ja .estaban obligados á guardar mas prudencia antea de resolverse sobre este punto, .atendiendo, á que fuera de la obscuridad en que están envueltas estas cuestiones por la dificultad de discernir lo que puede negarse ó darse al Cesar sin ofender á Dios, se aumentaba para ellos el peligro de errar por la preocupación del espíritu de partido. Con mas maduro y tranquilo examen hubie­ ran conocido fácilmente que el gobierno ruso , aunque atormentando á sus súbditos católicos se dirigía á hacer­ los todos cismáticos, no tenia intención de imitar en todo á los iconoclastas y declarar directamente la guerra á Dios* Asi no era lícito combatir con las armas, sino que de­ bia hacerse por la fuerza de la virtud-Finalmente note­ mos que se considera como justa la resistencia á los em­ peradores iconoclastas no porque lo decidieran asi con sus actos tos vasallos, que se levantaron, sino porque á causa de circunstancias y condiciones particulares, que se reunían entonces, lo juzgó de este modo todo el orbe católico hasta hacer que las iglesias griega y latina reco­ nocieran por mártires algunos de los que perdieron la vi­ da en aquella ocasion. Cometieron pues un error los ecle­ siásticos polacos de quienes hemos hablado últimamente; pero supuesto que en el error no descubre con claridad el entendimiento todo lo que se necesita para juzgar la gravedad de la culpa bajo su verdadero punto de vista, nace un,justo título de indulgencia y excusa en favor de los culpados.

Aquí concluyen nuestras observaciones críticas so­ bre el artículo relativo á la Rusia inserto en el Zutano de Francfort de 22 de abril de 1839. El motivo por que hemos lomado la pluma es la defensa de la verdad y >1 deseo de desengañar al público. Siempre há estado lejos de nosotros la idea de ofender á nadie y menos aun de perjudicar los derechos del gobierno ruso. Los que se meten á hacer la apología deestcj ctínslituyéndose defen­ sores de los abusos y no de los derechos y desfigurando la historia para fundar sus discursos en falsedades, esos no honran á aquel gobierno y dan asi á entender clara­ mente que debe ser muy mala su causa cuando no tienen otro medid dé defenderla que recurrir á la mentira, —

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A continuador* del documento que acaba de leerse, creemos útil publicar los siguientes que le corroboran, al mismo tiempo que confirman la relación hecha según el Diario histórico y literario de Lieja. y

N.° 1. E l clero griego unido del distrito de NovogrodeJc al üuslrísimo señor José Siemasko, obispo griego U n i­ do de. la diócesis de Lituania, individuo del colegio (eclesiástico católico romano) y caballero de diferentes órdenes. Con el respeto debido á la dignidad pastoral de V,S. I. le exponemos nuestros deseos en los puntos si­ guientes con motivo de la reforma propuesta para los ■ritos griegos unidos. 1.° Del mismo modo que el año 1439 se decretó en el concilio general de Florencia ía unión solemne de Ja iglesia oriental y occidental; se. adoptó también la refor­ mé deios ritos griegos,que no quiso recibir la iglesia cis­ mática instigada por el turbulento Marcos de Efeso. Mas

nosotros estamos decididos unánimemente á seguirla á ejemplo de nuestro metropolitano Isidoro de Kiew y José, patriarca de Constantinopla, porque esta reforma se prescribió para toda Ja iglesia griega como una regla que estamos obligados á observar en calidad de griegos unidos, 2.° Cuando despues del cisma de la Rusia septentrio­ nal el clero romano de Lituania bajo la conducta de su metropolitano Miguel Rogoza se unió a la santa iglesia romana en el sínodo de Brzcsi (Lituania) el año 1594, y él papa Clemente Y I I I confirmó esta unión al siguien­ te; el mismo sínodo nos prescribió como una regla inviolable para todos los siglos futuros la profesión de fé del mismo modo que la reforma de los ritos decretada en el concilio de Florencia. ' 3,° León Kiszka, metropolitano de toda la Rusia, no solamente confirmó con todos sus prelados la antedicha unión eñ el sínodo que tuvo el año 1720 en Zamosc (Ru­ sia pequeña ó roja), sino que para aprobarla mas especi­ ficó la diferencia entre los ritos cismáticos y los griegos unidos, reformó las ceremonias en el sentido de la unión» determinó el aparato para la celebración de la misa y todos-los vasos sagrados-conformándose mas con la sóli­ da devoción y la costumbre del pais que con los antiguos usos de Constantínopla. Para perpetua memoria se dejó un ejemplar auténtico de estas resoluciones al clero de Galitzia, Hungría, Esclavonia , Dalmacia, Croacia &cM y nos obligó con juramento á conservar eternamente Ja unión con la santa iglesia romana. 4.° Comparando las ediciones mas antiguas de los misales hechas por la autoridad y zelo de los obispos, es á saber, l.°e l misal publicado en 1659 por el metropoli­ tano Cipriano Zachowski y dedicado al príncipe Carlos Estanislao Radziwill, con un preciosísimo prólogo en que se exhorta ál clero á conservar la utiion; 2.° los publica­ dos en 1727 por el metropolitano Kiszka y en 1790 por el metropolitano Szeptycki; 3.° (por no hablar de otros muchos ) vel‘publicado en Yilna por nuestro metropoü-

taño José Bulhak que aun vive; vemos que todos estos misales no se diferencian en nada y asimismo que goucuerdan todos los rituales siendo imperceptible la dife­ rencia entre ellos: de donde se sigue que unos y otros emanan del origen común de la iglesia de-Oriente, pues que han sido aprobados por tantos obispos griegos du­ rante tan dilatado espacio de tiempo. 5.° Como el misal que usa el clero griego unido* impreso en Moscow el año 18(31, se diferencia délos nuestros en un punto esencial,.el dogma de la procesion del.Espíritu Santo; como:se le ban añadido ciertas ora­ ciones y ademas no hace mención alguna del sumo pon­ tífice, á quien al tiempo de nuestra consagración prome­ timos con juramento obediencia y respeto aM como al emperador; suplicamos á vuestra autoridad pastoral que no nos fuerce á admitir esle misal y nos deje los de la edición de Yilna que hemos usado hasta ahora. 6.° ; El pueblo griego unido está.acostumbrado hace unos dos siglos ó las genuflexiones, á la exposición del santísimo sacramento los domingos y 'dias festivos ,á las misas privadas, y cantadas, ..las letanías,.procesiones y profunda adoracian de la sagrada Eucaristía* Todas estas cosas son necesariamente de nuestro rito y no pueden aboíirse sin ofender al pueblo, que:comienza; ya ¿ mos­ trarse irritado de veras contra ¡el clero. 7.° Bajo el reinado de nuestro clementísimo empe­ rador.y enmedio de tuutos millones de vasallos el clero griego unido que le debe mas de un beneficio, goza tam* bien sin duda de su protección paternal. Y, como la su­ prema voluntad del monarca deja á todos la completa libertad de profesar su propia religión, ha querido en particular que esta libertad continuase Integra, para el clero griego unido. Por.eso no estamos menos obligados que las demas comuniones á conservar las antiguas y santas prácticas de nuestro; culto, porque no parezca que hacemos poco caso de la soberana bondad de'nuestro clementísimo emperador. Finalmente para que,la iglesia griega unida se dis­

tinga déla cismática,.nuestro clero del.distrito de Novogrodek expone.sus deseos con el respeto debido ó vues­ tro afectó-pastoral é implora la solicitud, ¡y protección de su excelente pastor. Estos: deseos unánimemente expre­ sados sobre todos los puntos susodichos están firmados de nuestro propio puño. Dado en Novogrodek el 2 de abril de 1834. ;
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Représintacion de la nobleza de la provincia de Vilepsk al emperador, votada en La junta dél año 1834. ’■ El clementísimo emperador que hoy.felizmente-reírna y cuyo gobierno vela por los intereses generales de sus pueblos, deseando que en los casos particulares tcngan sus fieles vasallos la facultad de proponer sus liumihies peti­ cione? , resolvió en el decreto relativo al orden de las asarriLdeasquela nobleza reunida pudiera examinar sus propias necesidades y lo que le pareciese útil y darle á conocer sus deseos por el presidente de la asamblea;. Apoyada en este fundamento la nobleza de , la provincia de Vitepsk, poseída de sentimientos: de gratitud y animada de una filial confianza se toma la libertad de exponer los hechos siguientes: V . De algún tiempo acá, pero sobre todo en el presente año,de 1834, no hay diligencia que no se practique pa­ ra atraer los griegos unidos á la religión .dominante. Es­ tos medios no harían ningún efecto en los habitantes de esta provincia* si dejara á. los fieles la libertad de guiarse en este asunto por. jas inspiraciones de su con­ ciencia y por una firme y libre convicqion; pero los me­ dios que se: emplean llenan el alma de terror, porque en muchos lugares se convoca A unos pocos feligreses;sin la participación y noticia de los demos,,y se los obliga¡á abrazar, la religión dominante no por la v,ia de la libre perguasion, sino por una violencia con la que no pueden

pugnar; y luego que se ha sacado asi este acto de fingi­ da. adhesión, que nunca es obra mas que de pocos, se participa á todos los demás habitantes del lugar ó de la parroquia que entre tanto habían permanecido en sus casas, que deben profesar la religión dominante. A ve­ ces sin atender á las reclamaciones que se hacen en la junta pública, se pone d todos los feligreses en el núme­ ro de los que profesan aquella religión, sin consultarlos de ninguna manera. En uno y otro caso se echa al cura antiguo y se convierte la iglesia unida en iglesia griega sin hacer ningún caso de las reglas proscriptas en esta materia. Establecida asi la unión por la violencia y á despecho de los habitantes, si recurren estos á la auto­ ridad eclesiástica ó civil protestando que quieren perse­ verar inviolablemente adidos á la fé de sus antepasados y defender su causa de un modo legal, es considerado este paso como una deserción de la religión dominante qúe se supone han aceptado libremente: son reputados apóstatas y como tales quedan sujetos á diferentes penas. En algunas parroquias donde á pesar de todo se man­ tiene fiel JÜ la fé de sus padres parte .del pueblo, no por eso deja de transformarse en iglesia griega la parroquia ó Se cierra con candado. Asi unos sin previa advertencia y por sólo el mandato de los magistrados, otros ame­ drentados por una persecución atroz de que veian fre­ cuentes ejemplos, y otros también por la esperanza de conseguir algunas mercedes particulares ó quedar libres de las cargas públicas y de la esclavitud han sido obli­ gados á abrazar la religión dominante. Sin embargo per­ severan firmemente adictos en el corazon á )a religión que seguían sus mayores y observaban ellos mismos ha­ ce tanto tiempo; y aun confiesan á los que los compelen, qué si obedecen las órdenes dadas, sí frecuentan las igle­ sias y se acercan á recibir los sacramentos de la religión que los obligan á practicar, eso no quita que conserven interiormente su antigua creencia en el santuario del alma en que la violencia no puede triunfar. Por fln y para decirlo todo de úna vez, los que perseveran en la

fé se ven despojados de sus iglesias y privados de sus sa­ cerdotes, y solo con las mayores dificultades pueden proporcionarse la instrucción cristiana y los demas au­ xilios espirituales. De todo esto resulta que empieza á creerse general­ mente entre el pueblo que puede variar, la religión según las circunstancias: que no es necesario persuadirse á que es verdadera y consentir interiormente en ella; y que se puede abandonar con la mira de procurarse algún pro­ vecho particular. De ahí proviene que las máximas re­ ligiosas no hacen en los corazones la mella que debieran, y cesan de ser el fundamento de todos Iob deberes y vir­ tudes civiles. Los ciudadanos y vasallos están atormen^tados de dudas continuas y vivos recelos ya por la voz generalmente divulgada de que es preciso cambiar de religión, ya á causa de las declaraciones á que están expuestos incesantemente bajo el pretexto de que impi­ den la propagación de la religión dominante. Por estos motivos la nobleza de la provincia de Yitepsk, aunque persuadida ó que la libertad de conciencia está bastante afianzada por las leyes del imperio y la suprema volun­ tad del emperador que felizmente reina, y á que la re­ ligión dominante prescribe no menos que las otras con­ fesiones la obligación de cumplir sus deberes incluyendo los principios de las virtudes religiosas y civiles en su moral; no obstante aterrada de los medios que se em­ plean para propagarla y de las resultas que no puede menos de tener esta violencia, ha resuelto encargar al presidente de la nobleza que reúna todos los hechos par­ ticulares y ciertos relativos á esta cuestión, dé cuenta de ellos á quien corresponda, y eleve una representación al emperador. N.° 3. Relación escrita dada por los habitantes del lugar de Uszacz, dislrilo de Lepel, provincia de Vitepsk.

En el raes de agosto del año 1835 nosotros habitan-

tcs de la parroquia de Uszacz enviamos una:. representa­ ción al ministro de los cultos en Son Petersburgo implo­ rando su gracía y clemencia,; porque privados.de nues­ tra iglesia nos habíamos visto forzados ¿ profesar exteriormente una religión que no hemos querido abrazar; pero no reeibimosi respútísta alguna,: solamente nos ad­ virtió el obispo Bulhak que pronto ljegaria una comisión con el sacerdote que se nos destinaba. En efec^ la comísion se nos presentó el dia 2 de. diciembre./ y., ha­ biendo convocado, al pueblo le exhortó á abrazar la reli­ gión griega. Mas todos gritamos á una voz: Queremos morir en nuestra fé, y nunca hemos querido ni quere­ mos otra religión.Entonces la comisión dejándose de palabras .1 ¡no A -las obras, es decir, que se pusieron á arrancarnos los.cabellos, maltratarnos en el rostro hasta hacernos derramar sangre, darnos golpes en la cabeza, encarcelar á unos y couihiar ó otros á la ciudad de,Le­ pe!. Por; último vi endo’la comision que tampoco 1c-salía bien este medio prohibió á todos los sacerdotes del rito griego unido confesarnos ni administrarnos ningún otro auxilio espiritual. Míis.nosotros dijimos: Viviremos sin sacerdotes, haremos oración en nuestras casas y mori­ remos sin sacerdotes confesándonos unos con otros; pero no abrazaremos vuestra: fé. Antes nos preparen la suer­ te del beato Josafat:'-esoes ló que deseamos. La comision se fue burlándose de nuestras lágrimas y súplicas, y nos­ otros nps quedamos como ovejas errantes y no tenemos ningún asilo. Firmamos. ■

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■ N.° L

Representación de los habitantes del lu(¡ar de Lubotdlz distrito de Babinowieze, provincia de Mohilew. Augusto y clementísimo emperador: Oiga Y. M. I. la voz de los que padecen persecución sin merecerlo, de los que imploran vuestra soberana -clemencia. Nuestros antepasados, nacidas en la fé griega unida y siempre fieles aUrono y át la patria, vivieron tronqui-

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lamente en m religión, y nosotros nacidos en la misma fé la profesábamos libremente hacia mucho tiempo. Mas por la suprema voluntad (como ríos tl^cíári) de la empe­ ratriz Catalina de feliz memori# la autoridad local em­ pleando medios violentos1y'penas corporales logró forzar á muchos feligreses de nuestra parroquia á abandonar la religión dé sus mayores; sin embargo algunos, aun­ que habían sufrido Isrs mismas portas, perseveraron en 1Ü antigua fé contando con el auvilio divino y poniendo su esperanza en 1a c!emenei¡i de la empera trlz. Nú estras esperanzas no salieron fallidas: la emperatriz suspendió la persecución y nos dejó .én la religión de nuestros pa­ dres. Nosotros la profesábamos libremente hasta hoy ba­ jo'la protección de vuestra voluntad imperial* y no creíamos que Sin una orden expresa de Y: M. I. pudié­ semos ser turbados en el libre ejercício.de la fé que pro­ fesaban también nuestros mayores y en la que hemos na­ cido como ellos. Mas los sacerdotes de 1» religión cfominartté, alegando por pretexto ü|üe algunos de nosotros han estado en la comunion de la iglesia griega rusa (!o cual no es asi), nos obligan íi abjurar nuestra fé no por penás corporales, slnd por medios mas atroces, es decir, privándonos de todos ios auxilios espirituales y prohi­ biendo á nuestrbs propios sacerdotes que bauticen, con­ fiesen y den la bendición nupcial. Dé este modo nos ar­ rancan de las manos de nuestros'pastores. En tan cruel persecución no nos queda otro recurso que la clemencia de nuestro augusto monarca. Defien­ da Y. M. I. á los que padecen por la fé. Lubowitz 10 de julio de 1829. ' Firmaron denlo y veinte feligreses.

E l colegio eclesiástico, católico'proliñ\.é á todo sacerdote oir en confcsion á ninguna persona que no le sea bien conocida. ; ¡ Conforme al decreto de S. M. I, el susodicho colegio

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ha oído ana orden del caballero Demetrio. JVicolajewicz Bludow, ministro de lo interior. A! comunicarnos el ministro este documento nos ha participado que tenien­ do que resolver el'santo sínodo permanente el caso par­ ticular de Isabel Weylkowski, la cual pasaba de la fó dominante á la religión católica romana, ha prescriptó al clero griego ruso que lleve nota exacta de cuantos profesan la religión dominante,.y ha presentado un de­ creto al senado gubernativo para que se prohibiese al clero de las demas comuniones oír en confesión y admi­ tir á la participación de los sacramentos las personas desconocidas. El ministro habiendo recibido el decreto del senado gubernativo recomienda al colegio que man­ de por su parle á todos los sacerdotes católicos romanos conformarse puntualmente con el antedicho decreto del santo sínodo y les prohíba bajo grave responsabilidad confesar y dar .la comunion á las personas descono­ cidas. El colegio habiendo recibido este decreto ha resuel­ to prescribir £ todos los obispos, administradores de las diócesis y provinciales que manden á los sacerdotes su­ jetos á su jurisdicción la puntual observancia del dicho decreto del santo sínodo en lo que toca á la prohibición de confesar á las personas desconocidas bajo grave res­ ponsabilidad; y ha comunicado este decreto al caballero Demetrio Nicolajewícz Bludow, ministro del interior. ¡— Firmado.—-Él obispo presidente Ignacio Pawtowski. III. Véanse aquí algunas particularidades preciosas so­ bre el falso relato del emperador: las saco de uno de nuestros papeles eclesiásticos, el mejor informado que yo sepa, acerca de loa cosas del clero francés y extran­ jero. Se las transmitió un sugeto no menos enterado de la situación de la religión en Rusia y Polonia que los mismos naturales, domiciliado'y eslimado en el país ó causa de la distinguida clase á que pertenece y de la

alta fama de ciencia y piedad que goza. Nótase en este documento (hab)a de ia representación extendida en el llamado concilio de Polock y dirigida al sínodo de San PetersbuTgo por los tres obispos cortesanos y após­ tatas, que presidieron en nombre de todo el supuesto clero y de un pueblo que hacen ascender basta el número de un millón y quinientos mil católicos; siendo el objeto de esta representación la reunión de todo aquel vasto ter­ ritorio á la iglesia cismática) que los obispos dicen que los mil trescientos cinco Granantes componen la totali­ dad del clero griego unido; y el diario olicial de san Petersburgo del mes de octubre siguiente hace la obser­ vación de que los tres obispos firmantes son tos únicos del culto griego unido que existen en Rusia. Ahora bien aquí hay una de esas ocultaciones de la verdad ó mas bien una de esas mentiras que hemos visto con tan­ ta frecuencia en esta discusión. Para juzgar de ello con alguna certeza vamos á dar algunas particularidades auténticas sobre el clero griego unido de Rusia. Con­ viene saber que hace mucho tiempo se ha arrogado el go­ bierno ruso la potestad de mudar el nombre y la demar­ cación de las diócesis sin participárselo á la curia roma­ na. Para que;se tengan noticias precisas acerca de este asunto tenebroso y embrollado de intento, ponemos aquí la lista de los obispados del culto griego unido recono­ cidos por la iglesia de Roma, y está sacada del Atmanack oficial publicado en esta ciudad el 12 de junio de 1809. Lista alfabética de todos los obispados del rito griego unido reconocidos por liorna, Brest ó Bresta 6 Brzesc en Cuyavia, silla reunida á la de Wladimir. Yease esta palabra. Chelma ó Chelín en Wolhynia reunida á la de Belc¡, cuyo obispo es el ilustrísimo señor Felipe Feliciano Szumborski. Luck en Wolhynia, reunida á la deOstrog: vacante. -Minsck ó Minsko en Lituania; obispo el iluslrisimo

señor José Hólownía ■de la orden dé san Basilio Mag­ no (1). !" ; v ' “I , : ■ • • Pinsco en Lituania, reunida á la de Turovia: va­ cante, ■ : ; ' ■' * *. PolósUo ; silla arzobispal en ta Rüsia blanca* a que éstán reunidas Itosda Ors'a," MicislbVvy Yitt’psk: vacante. Wlodimir y Brésta reunidas en la Wolhynia y la Lituania: obispo el iliistrteimo seüór Josafát Bulhak, de la orden; de sao Basilio Magno, metropolitano de la Rusia. Murió poco há. : ^ Esta es la constitución de las iglesias-griegas unidas de la Rúsifi según está reconocida por Iü corte de Ro­ ma. Examinemos ahora las innovaciones que se han in­ troducido por la voluntad del gobierno ruso. Innovaciones efectuadas violentamente por el gobierno ■ ruso eñ las iglésias del rito griego unido. '■ Manifestemos antes en pocas palabras cuál es la constitución de las dos iglesias cismática y ortodoxa en Rusia. Lá iglesia rusa cismática estaba unida á la de Constántinopla por la metrópoli de Iíiew: en el siglo X V mientras qüe los' rústanos en la persona de Isidoro, metropolitano de Kiew, asistían al concilio de Florencia celebrado en 1439 y se reunían á la iglesia romana, los rusos se separaron de Constaatinopla y establecieron una silla arzobispal en Moscow. En el siglo X V I mientras que los rusianos se cons­ tituían en griegos unidos en el concilio de Bresla el año 1595, los rusos cismáticos erigían á Moscow en iglesia metropolitana. 1' En el siglo X Y I I Í sé extinguió esta metrópoli, cuan­ do Ptídró el Grande transfirió en 1717 toda la potestad Jurisdiccional ele la iglesia rusa al santo sínodo estable* cidoen San Petersburgo, y se declaró cabeza:suprema de (í j ; Este prelado murió mas de diez anos hace.

la misma iglesia, haciendo que se lo pidieran y suplica­ ron todos los obispos. En esta misma época de 1717 á 1720 los griegos unidos congregados en Zamock com­ pletaron la unión que comenzó en Bresta, y establecie­ ron la iglesia griega unida según la tenemos en el Álmanalt oficial de Boma. En esta reunión se determinó de concierto con la iglesia romana que la iglesia griega unida se corres­ pondería con Roma por conducto del metropolitano de Halicz, el cual nombrado por la sania sede daba ia investidura y jurisdicción á los oíros obispos griegos unidos. Sigamos ahora los actos del gobierno ruso contra la iglesia griega unida. Antes de la partición de Polonia habia en este reino sesenta y nueve obispados latinos < 3 griegos: véan­ se las alteraciones que ocurrieron despues de la par­ tición y en la porcion que se adjudicó la Rusia. En 1794 extinguió Catalina la metrópoli de Halicz, y de este modo destruyó de un golpe toda la iglesia griega unida quitando ia cabeza que se correspondía con la iglesia de Roma, é la cual representaba en Rusia. En 1795 abolió por un „ufoise de 17 de sep­ tiembre todos los obispados griegos unidos, excepto los de Polock y Minsk que transformó en obispado latino. En 1797 se suplicó al emperador Pablo que resta­ bleciera los obispados; pero estas súplicas fueron infruc­ tuosas. Se prohibió á los obispos existentes habitar en sus diócesis, y tuvieron todos que marcharse á Roma ó residir en San Petersburgo. En 1798 autorizó Pablo el restablecimiento de los obispados de Bresta y Luck á petición del cardenal Litta. En 1802 el emperador Alejandro instado por los obispos y la nobleza griega unida consintió en restable­ cer el título de la metrópoli de Halicz; pero por un simple ukase, sin intervención de Roma y como un obispado in pariibus, sin que el titular fuese agregado á ninguna silla existente. Asi es que nombró metropot. 45. 12

1itaño unas veces al obispo 4o-Polock y otras al de Luck, sin que Roma fuese consultada ó los aprobase. Por fin en 1.8.17 el ilustrisimo señor Bulhak, alum­ no de-la propaganda de Roma, fue nombrado metro­ politano de toda la iglesia griega unida, y en 20 de oc­ tubre de 1818 consiguió la bula de institución que le conservaba el título de metropolitano de Halicz. agre­ gándole al obispado de Bresta: ademas fueron reunidos todos los obispados de Polonia en el de Chelm. El ilustrisimo señor Bulhak fue investido de los de­ rechos de delegado apostólico con las facultades ex­ traordinarias necesarias para reparar ludas las ilegali­ dades que se habían cometido mientras no hubo un metropolitano confirmado por k iglesia romana.-El dió la institución canónica á todos los obispos de que vamos á hablar, y restableció la unión entre los griegos unidos y Roma, á la que perseveró fiel hasta el último aliento. Entonces disfrutó la iglesia griega unida de alguna tranquilidad; mas no duró mucho tiempo. En 182S ocupó Nicolás el trono imperial de Rusia, y en 1828 abolió el obispado de Luck por un simple ukase. En 1832 resolvió por otro que solo los obispados de Bresta y Polock (oran los que quedaban) llevaran el nombre de diócesis de la. Lituania y diócesis de ia Ru­ sia blanca y qu$serian los únicos reconocidos en Rusia; lo cual se hizo sin ninguna intervención ó aprobación de la iglesia romana. Por esta época se abolió la orden entera de los basilios como liemos visto .en el núme­ ro 1.°, y una porcion de conventos del rito latino. Ademas se comenzó á seguir ese sistema de per­ secución sorda y no interrumpida que hemos nota­ do ya. Ahora que conocemos el estado real de la iglesia griega unida-según la ha puesto el emperador y según está reconocida por Roma, podemos juzgar con cono­ cimiento de causa á los obispos firmantes de ía repre­ sentación y la aserción oficial ¿z que estos forman la

unanimidad- de los obispos griegos unidos existentes en Rusia. A la cabeza de ellos está José Siemasko que re­ side en san Petersburgo, donde es presidente del colegio griego unido romano bajo la dirección del procurador general del sanio sínodo cismático: el título de obispo de Lituania que tomares creado solamente por el em­ perador. Este prelado es ei instrumento mas dócil de la autoridad imperial y el agente mas activo de toda esta cuestión tenebrosa. EUegündo es Basilio kuzfnskL El título de obispo de Orsza es un título in parlibus, y el de administra­ dor de la diócesis de la Rusia blanca es de creación del emperador. Reside no en Orsífi, sino en Polock. El tercero es Antonio Zubko. Los títulos de obispo de Bresta y vicario de lá diócesis de Lituania son de creación del emperador. Solo era coadjutor de Bresta en tiempo del ilustrisimo Bulliak, título que equivale poco mas ó menos al de vicario general: reside en Bresta. Tales son los obispos que solicitaron bajamente ia reunión, y se dice de oficio que forman la totalidad de los obispos reunidos de Rusia. Ya vemos que ninguno dé ellos es en realidad individuo del clero griego unido reconocido por el papar pero-la mentira será todavía mas patente cuando se sepa que existían otros tres obis­ pos üs\ clero griego unido, de quienes no se hace nin­ guna mención, y son: 1.° Él ilustrisimo señor Zarszki, obispo in parlibus é individuo del clero griego unido de Son Petersburgo, que murió hará cosa de un mes en Bitonia cerca de Bresta protestando su fidelidad á la iglesia romana y habiéndose resistido á firmar la solicitud de reunión. 2.° É l ilustrisimo señor Joszyf, agregado también al colegio eclesiástico romano de San Petersburgo: vive aun y no ha querido firmar. 3.° E l ilustrisimo señor Szumborski, obispo de Chelín desde el año 1818: vive aun y ha perseverado fiel.

Asi se empieza á ver con claridad en esta obra de tinieblas, y se comprende que el gobierno ruso ha hecho respecto de los obispos lo que habia hecho respecto de los monjes de san Basilio. A estos les prohibió primero recibir novicios sin su licencia: en mucho tiempo no concedió ninguna, y luego extinguió todos los monas­ terios de la orden por la razón de que no habia bas­ tantes monjes. Con los obispos lo ha hecho peor. Impi­ dió por largo tiempo llenar las sillas vacantes, y luego cansado de esperar que muriesen tos antiguos poseedo­ res refundió de una plumacjn iodos los obispados exis­ tentes en dos de su hdchurá: nombró para ellos dos criaturas suyas, y al uno le dió un coadjutor, hacién­ dolos firmar una solicitud de reunión y decir elia (asi como dijo el diario oficial) que ellos forman la íoíalidad de los obispos reunidos de la Rusia. A cualquiera le ocurre preguntar cómo puede un gobierno darse tan poca estimación, que eche mano de semejantes me^ dios é vista de la Europa civilizada y del orbe cristiano.

DOCUMENTOS JUSTIFICATIVOS RELATIVOS A LAPRUS 1A, Xqs papeles periódicos de todas opiniones se han in­ dignado de estas medidas tiránicas y han clamado con­ tra ellas. Véase en el Libro encarnado: 1.° La carta de un sabio westfalíano al Universo: % ° El extracto de la correspondencia del Conser­ vador belga: . ■ 3,° E l Correo francés; 4.° La carta de O’Conneil al Morning Ckronicle, IV .



A lodos estos artículos debo agregar otro de mucha importancia que se lee en el Diario de los debatest «Hemos publicado la alocucion que dirigió el papa

á los cardenales en consistorio con motivo de la destruc* cion de la iglesia greco-católica ó griega unida en las pro­ vincias antiguamente polaeas de la Rusia blanca. Deje­ mos á un lado la ruina de las leyes, délas instituciones, de la propiedad polaca, de todo lo que formaba ia na­ cionalidad antigua: esos son añejos lamentos que se di­ ce no mueven ya á nadie. Ahora el emperador Nicolás trabaja en destruir la iglesia católica en Polonia , como el rey de Prusia trata de subyugarla en West falia y en el ducado de Posen. Contra estas violencias se levanta no ya la voz de la imprenta, sijio la del papa, que desde la cátedra pontifical denuncia al mundo este trastorno de las conciencias humanas. «Nt> queremos exagerar la pujanza del Vaticano» y concedemos á la filosofía la honra de haber abierto an­ cha brecha en la potestad papal: resta saber si todo lo que ha quitado la filosofía al papa, lo ha dado á la li­ bertad y á la tolerancia. Por nuestra pártelo dudamosaí ver lo que pasa en el norte de Europa. E l papa (lo con­ cedemos) no es mas que un anciano, que rodeado de otros ancianos deplora las injurias hechas á la iglesia católica. No tiene otra fuerza que la de la queja; pero la queja pública; y tal vez por egte título nos interesa mas. Nosotros, instrumentos de la publicidad, ponemos una secreta confianza en esta publicidad de nueva espe­ cie. Ademas siempre se puede acusar á un periodista de ser hablador y revoltoso; pero el papa tiene derecho de hablar, sobre todo cuando habla á nombre de la iglesia católica entera. Su voz no solamente resuena en las conciencias de los pueblos, sino que tiene derecho de dejarse oir en las cortes. Asi observamos con vivo inte­ rés esta contienda que cada dia se ensancha y extiende entre el pontífice y los príncipes del norte. E l papa no cedió en cuanto al arzobispo de Colonia , y no tardó el de Posen en subir á la brecha, donde se halla aun. Vease ahora una nueva altercación acerca déla opresion de la iglesia católica en Rusia; y no se extrañe ver en­ trar al papa en esta nueva contienda sin temor ni vacú*

lacion, -y no intimidarse mas ante un emperador de Rusia que ante un rey de Prusia. L,a iglesia en nuestros dias no tiene nada que temer*sino la prosperidad; esta es la única cosa que la debilito, «La situación que el emperador de Rusia acaba de destruir por su ukase, no, es de ayer, sino que tiene trescientos años de fecha; lo cual es algo. La misma Abeja de Scfn Petersburgo qúe ha celebrado en térmi7 nos pomposos la, apostasia de los obispos unidos, lo con­ fiesa, porque se gloria de ver anudados olra.vez los la­ zos que habían roto los cristianos del rito griego uñido trescientos años hace, Es verdad que aquel periódico no deja de decir que la unión de los griegos con la iglesia romana se efectuó por la intriga en el año 96 del si­ glo X V J , y se lastima de la opresíoñ con que la iglesia católica ha vejado á loa cristianos del rito griego unido por espacio de trescientos años; sin embargo ella misma, confiesa que la iglesia romana había dejado á los griegos unidos las ceremonias y ritos de la oriental. Pero aquí especialmente es donde vela intriga y el fraude. Se in­ dujo, dice, á una parte del clero griego á reconocer la iglesia romana, y con lodo se le dejó la libertad de con­ servar todas las ceremonias y usos de la iglesia de Oriente, y este reconocimiento tomó el nombre de unión conM iglesia, latina. A la verdad la conducta de Rofna pudo-ser muy diestra en eso si se quiere; pero segura­ mente fue muy poco qpreai vo ; y creemos que cuando la Rusia se mete á oprimir, no.lo hace cotí tanta blandura. En efecto ¿qué es lo que vemos, en la conducta de la iglesia'romana en 1590? Mucha ¡«¡telígencia y toleran­ cia. Exigió que los obispos griegos reconociesen ia su­ premacía de lá silla.pontificia,:es decir, el principio de unidad que constituye h fuerza de la iglesia católica; pero reconocido este principio uo los incomodó en cuán­ to á las ceremonias exteriores del culto, ni quiso tras­ tornar las costumbres del pueblo. ¿Dónde está la opresion? •• »Por lo demas no pretendemos que no hubiese in­

trigas en la historia de la reunión en 1506* ¿Dónde no hay intrigas en las cosas de este mundo? ¿Querría ha­ cer creerá la Europa La abeja de San Petersburgo que no intervino la intriga en la abolición de la unión de 159G? Y aun nos daremos por contentos si no hubo mas que intriga y no se mezclaron la persecución y la opresion. »Veamos pues cómo cuenta aquel periódico.ta his­ toria de la abolicion de ia unión greco-católica. Pura comprobar su relación tenemos ta alocucion consisto­ rial de S. Santidad: asi podemos oponer á la palabra del emperador de Rusia la palabra del papa; lo cwat nos coloca en una situación desembarazada. «Cuando Catalina I I ocupó las provincias polacas de la Rusia blanca, no fue destruida inmediatamente la iglesia griega unida* porque La abeja de San Petersburgo habla de dos millones de almas que perseveraron en la unión. La emperatriz se contentó con prohibir el pase de la iglesia griega unida ó la latina; lo cual era una seguridad de la conservación de la iglesia griega unida; pero al mismo tiempo se añadió la prohibición de pasar de la iglesia latina á la griega unida; lo cual era tam­ bién una seguridad dada al catolicismo contra el proseI¡tísmo moscovita.. Asi la conducta de Catalina lejos de ser violenta y exclusiva fue moderada y tolerante. La emperatriz dió seguridades á la iglesia católica y man­ tuvo á la griega unida; y si la política y su interés !e dictaron esta prudencia, y temió herir muy en lo vivo los sentimientos del pueblo combatiendo abiertamente á la Iglesia unida,, eso prueba solo, que trescientos'años de duración habían dado á esta bastante fuerza para ser respetada* y que la iglesia que habia conservado sus ritos y ceremonias orientales no había aceptado al reco­ nocer la supremacía del papa un yugo que pareciese in­ soportable á la nación. Y en efecto muchos opinaron que dependencia por dependencia mas vale depender de una potestad que solo puede compeler por la conciencia, que de otra que puede compeler por la fuerza.

«Dice La abeja que uno de los primeros cuidados del emperador actual al sentarse en e! solio fue atender á la iglesia griega unido. Asi solamente al emperador Ni­ colás debe quejarse el papa de las medidas que han acar­ reado la destrucción de la iglesia griega unida. Antes de él se había mantenido esta iglesia en su independencia: este es un hecho importante que conviene dejar sentado. Cualquiera que sea el impulso universal de centraliza­ ción al cual ceden todos I09 gobiernos europeos, salvo ia Francia que ha hecho en esta parte todo cuanto podia, y el Austria que parece no querer hacer nada; y cual­ quiera que sea la propensión que existe á reducirlo to­ do á un centro común; nadie habia discurrido hacerlo con la religión.. Veamos las medidas que según La abeja tomó S. M. I. para reducir la iglesia greco-católica á ia moscovita. Se creó en San Petersburgo una junta ecle­ siástica encargada de dirigir los negocios de la iglesia griega unida; y (cosa singular) se le dió una administra­ ción particular, no para mantenerla, sino para destruir­ la. Se procuró reducir en cuanto fuese posible la iglesia griega unida á las formas de la griega moscovita , y se sustituyeron los libros eclesiásticos compuestos según el espíritu de esta á los que se habían formado despues de la unión de 1596. La abeja dice que aquellos libros eran mas correctos. El papo en su alocucion denuncia tam­ bién esta sustitución de nuevos rituales que llama frau­ dulenta , para conducir poco á poco el pueblo al cisma sin que siquiera pudiese sospecharlo. » Estas son algunas de las medidas tomadas para con­ seguir el objeto; pero aun hay mus. Continuemos con referencia é La abeja * la cual dicfe mas que el mismo papa en su alocucion sobre el modo con que se preparó y efectuó la conversión; de -los griegos unidos: «Nadie »fue nombrado ya para ningún empleo eclesiástico sin «sufrir un examen que probase que conocía bastante las «costumbres y ritos de la iglesia oriental. Todos los »obíspos trabajaron con infatigable zelo y un fruto asom3)broso en propagar estas ideas en el clero que estaba

»sujeto á ellos. A! mismo tiempo todos los clérigos jóvé»nes recibieron una dirección declarada hácia la iglesia y>griega oriental en dos seminarios recien instituidos. »Esta .dirección no la podion comprender bien algunos «monjes que habían pasado de !
que le ha dado el emperador Nicolás, porque pudo conseguirla despues de las conquistas de Catalina II-y bajo el imperio de Pablo y Alejandro, y no la buscó ni solicitó- Para que pensase en ella ha sido menester que fuese destruida y, abatida la Polonia , y que una junta eclesiástica residente en San Petersburgo serdedicase particularmente á este asunto. Por todas estas señales no parecerá seguramente muy espontanea la conversión de la iglesia polaca conocida con el nombre de griega unida. »E1 12 de febrero de 1839 los obispos de la iglesia unida congregados en Polock firmaron un instrumento, en que expresaban el deseo de reunirse á su iglesia na­ cional y primitiva, y suplicaron al emperador que se sirviese aprobar aquella reunión. « E l emperador, dice »La abeja, recibió esta carta con un profundo senliamiento de gratitud al rey de los reyes y mandó remi­ tirla al santo sí Godo. Este experimentó el mismo gozó «que el emperador. Por fiu el día 25 de marzo se some»tió á S. M. I. la resolución del santo sínodo que apro»baba la reunión, y el emperador la firmó, añadiendo «estas palabras debajo de su firma: Doy gracias á Dios ay la autorizo. Al punto cundió por todas partes la fejjIíz nuevo de que el clero y pueblo de la iglesia greco«latina eran regenerados para el cielo y la tierra por su »u;e)íod¡.con la iglesia moscovita: para el eielo donde for»marian:de allí adelante parle de la iglesia uinversa! de 3>Cr¡sto; y para lia tierra, donde ya no.- habia nada que «■los separase de su antigua patria moscovita.» » E ¡:papa concluye su alocucion diciendo que fiel á la orden dada al profeta: Qama, m ccsses: quasi tuba e&alla vocrni tuam; no.cesará desde la cátedra apostó­ lica y á la faz del orbe cristiano de denunciar las vio­ lencias cometidas con la iglesia Nosotros que confiamos en el poder de la palabra humana cuando el hombre tiene razón, cualesquiera que sean por otra parle la=de­ bilidad y aislamiento d«l que habla-; nosotros que cree­ mos que no hay una queja justa, que no' vaya cobrando poco á poco una fuerú irresistible, contra el perseguí-

dor; aplaudimos coa júbilo esta firmeza del pontífice. Hoy el poder de la queja equivale al poder de la exco­ munión, porque tiene del mismo modo su fundamen­ to en la conciencia de los pueblos, m V . — =A cta d e l a c o n fed iíiiac io n b e l p a l atinado DE SANDOMIR EXTENDIDA EN MOSZINKA EL 19 DE AB1UL DE 1769. Algunos rusos armados trastornan la constitución fundamental de la patria y anulan las leyes antiguas, que siempre fueron lan sagradas para nosotros. JEstablecense nuevos reglamentos: la autoridad de los gran­ des generales está reducida á nada; y un obispo, un senador, un nuncio á pesar d¿su distinguida clase y de la seguridad púbüea son. presos y yacen hasta ahora enla carcél. E l pais está sobrecargado de tributos, y los soldados rusos viven en él á discreción incendiando . sa­ queando y majando sin ningún motivo á los ciudada­ nos de éste reino: se enriquecen con nuestros despojos y los transportan é la Ukrania, cuya suerte es tan la­ mentable. En el resto de esta provincia que no está su­ jeto todavía á ellos, fomentan la rebelión , obligan me­ diante promesas ó á la fuerza á prestarles juramento de fidelidad, desmembran nuestras provincias * suscifan á sus propios vasallos á rebelarse contra sus señores eti los palatinados de Wolhynia: y de Braclaw y en toda la Rusia , y siembran asi la semilla de una guerra civiL ¿Dónde presenta la historia tales ejemplos? Los patri­ cios zetas son arrancados de sus casascargados de cadenas y metidos en los calabozos*, otros no pudiendo sufrir este tratamiento cruel! espiran; én medio de la misérica y los tormentos. Asi este reino floreciente por una larga paz *bajo, el reinado del amadísimo monarca Au­ gusto I I I es saqueado, incendiado y talado por unas tropas que se dicen auxiliares y amigas.

Imploramos pues el auxilio de todas las potencias, de las q w defimdm nuestra religión, y les presenta­

mos nuestros- misterios profanados, nuestras iglesias despojadas, nuestros sacerdotes maltratados y nuestros obispos arrebatados, Mostramos el estado de nuestra patria á esas potencias respetables que dieron su ga­ rantía en los tratados de Oliva, Carlowitz y Prnth: nuestra situación presente envilece, degrada y destru­ ye su autoridad, Llamamos á las potencias vecinas y tas prevenimos sobre el riesgo que las amenaza; y esas potencias que comercian con nosotros, tendrán una pérdida real en la devastación jje nuestro pois. También pedimos á las potencias amigas los auxi­ lios con que contamos seguramente; pera porque no parezca que los esperamos ociosos, abandonamos al ene­ migo lo posesion de nuestra putria asolada antes que consentir que . siendo libres se nos ponga el yugo igno­ minioso la servidumbre. Corremos apresuradamente á las armas sacrificando nuestras cusas, nuestros bienes y nuestra vida en defensa de la religión, de ta libertad y de nuestras antiguas leyes; y repetimos nuestros ju­ ramentos y promesas mutuas de fidelidad y de no se­ pararnos al unirnos según las reglas de la confederación de Bar que comenzó tanto tiempo hace. Y L — M a n if ie s t o

d e í pa la t in a d o b e

R u s ia .

Los manifiestos de casi todos los palatinados y los clamores de toda la nación lo han publicado suficiente­ mente, y las menores circunstancias de las calamidades de nuestra república han llegado á noticia déla Europa entera; pero no podemos pasar en silencio dos rasgos inauditos de perfidia: y barbarie que han cometido los generales rusos contra todo derecho de gentes y de hu­ manidad. El uno es el tratamiento que experimentó la pri­ mera confederación de Cracovia. Habiendo sido vendi­ dos nuestros hermanos tuvieron que rendirse y capitu­ lar. El general Apraxin les prometió bajo su palabra

de honor que se tendrían con ellos todas las considera* ciones posibles y que podrían regresar libremente á sus familias. Hay mas: despues que se entregó la ciu­ dad, los admitió á los festejos que tuvo por conveniente celebrar; pero de allí: á tres dias fueron encerrados en estrecha prisión y en virtud de nuevas órdenes condu­ cidos al Grod de la ciudad para reiterar la separación y desistimiento de la confederación. La nobleza de cada palatinado accedió sin desconfianza contando con la li­ bertad que se Ies habia prometido; pero no bien hu­ bieron hecho lo que se les exigía, todos los confedera­ dos sin distinción de edades ni clases fueron conducidos á pie por espacio de mas de quince leguas y llevados despues como un vil rebaño hasta Kiew. Mas no hay términos para expresar la inhumanidad con que trató á los confederados de Leeci el coronel üreuritz, coman­ dante de un destacamento rúso. La posteridad no quer­ rá creer que unos caballeros que- habían nacido libres y estaban armados para defender la libertad y la re­ ligión de su patriay sorprendidos y hechos prisioneros por aquel oficial, fuesen de orden del mismo y á su vis­ ta puestosen cueros y muertos ó sangre fría á la punta de las picas y bayonetas. Nos estremecemos al recordar esla atrocidad, acaso desconocida entre los salvajes mas feroces. V IL —

M a n if ie s t o d e , l a e m p e r a t r i z d e R u s ia ’ P A R A EXTIRFAJR. LOS SACERD OTES, LOS NO­ B L E S Y LOS JU D IO S , DADO EN PJÍT ER SBU R G O E L 20 D E JU N IO DE 1768.

Por orden de S. M. la emperatriz Catalina Alexiowna, soberana de todas las Rusias. Como nos vemos claramente con qué desprecio é ig­ nominia somos tratados asi como nuestra religión por los polacas y judíos, siendp perseguidos, oprimidos y castigados de muerte los defensores de nuestra comu­ nión griega; por estas razones no pudiendo consentir ya

tiles ultrajes é ignominias y tal persecución, única­ mente por el desprecio que. sufre nuestra santo religión damos esta orden y mandamos á Maximiliano Zelaznik, de la tierra de Tymoszew, coronel y comandante en el Zaporozo bajo, que entre en el territorio de Polonia, tomando ademas algunas tropas de nuestros ejércitos rusos y de los cosacos del Don para extirpar y destruir con el auxilio de Dios á todos los polacos y á los judios, blasfemos de nuestra santa-religión* Por este medio po­ nemos término á Lodas las quejas elevadas á nuestro trono contra esos desapiadados asesinos, esos perjuros, esos violadores de la ley, esos polacos, que protegiendo la malo creencia de los judios impíos, blasfemando de nuestra religión y despreciándola oprimen á un-pue­ blo fiel é inocente. Ordenamos pues que atravesando la Polonia sea extirpado su nombre y aniquilada su memoria para siempre. Mas para que se guarden los tratados y se. conserve la amistad con nuestros vecinos, prohibimos bajo las penas mas rigurosas molestar ó in­ quietar á los comerciantes turcos, griegos y arme­ nios y los nuestros rusos que atraviesan la Polonia por motivo de comercio; y aun queremos que tengan siem­ pre libre tránsito y todos los. auxilios que pueden re­ querirse de vecinos y amigos. Para mayor fé confirma­ mos esta orden y Ucencia. Dado en Petersburgo, sellado con el sello de nues­ tras armas y firmado de nuestro puño el día 20 de ju­ nio del año 1IG8. — C a t a l i n a I I . — A t a m a n K o s z o y v y . — Pjedro K a l w i s z e w s k i , con los testigos.

REFUTACION

DE LA HEREJIA C0i\STlTI]{10\if.. Está concluida la historia de la herejía constitucio­ nal: ahora trato de refutarla y combatirla. Las prue­ bas que presento, son de cinco especies diferentes según los diversos lugares ó fuentes teológicas de donde las saco; y aunque indiqué ya esta división en la parte histórica, puedo sin óbice repetirla ol principio de esta segunda, que es toda dogmática: .1.° la sagrada escri­ tura: 2.° la razón y sus discursos sobre los principios de la teología: 3.° la sana política: L ° la tradición de la iglesia: 5.° la revolución'y muchos hechos auténticos á que ha dado margen desde el año 1790. Con todo he crehio que á todas estas pruebas debía preceder un argumento de otro género, que en el .foro se llama medio prejudicial y en la teología prejuicio fa­ vorable. Este argumento mas indirecto que directo se saca de la carta constitucional y de su parte dispositiva sobre la libertad de cultos, y es una consecuencia in­ mediata de CíStas dos proposiciones que me parecen in­ contestables, y añado que conexas é indivisibles: 1.a la supremacía de la iglesia en el orden espiritual es un dogma y un artículo de fé: 2.:i siendo esto asi, no pue­ de ser desconocida ni contradicha administrativamente esa supremacía por la potestad civil sin una verdadera contravención al derecho que bajo el nombre de liber­ tad de cultos y de conciencia aseguran á todo ciuda­ dano francés las carias constitucionales* 3.a La supremacía de la iglesia en las cosas divi­ nas es un dogma de la fé católica.

Esta primera propoeicion se prueba por una re­ flexión sencillísima y á mi parecer muy decisiva. En el juicio de los dogmas de la fé católica y en el discerni­ miento que hay que hacer de aquel género de proposicio­ nes que la teología llama simples opiniones* en esla grave cuestión de suma importancia para el catolicismo y en la que se encuentra el desenlace de sus mas serias con­ tiendas con la reforma de Lutero, permítasenos preferir el juicio del popa, de los obispos y de las escuelas cató­ licas al de nuestros adversarios, quienes por la mayor parte desconocen la teología y la ciencia divina. 2.a Supuesto que es un dogma de fé católica la su­ premacía de la iglesia en las cosas divinas* la carta cons­ titucional en su parte dispositiva sobre la libertad de cultos asegura á todo ciudadano francés !a libre mani-festacion de este dogma. Pareceme que la prueba de esta segunda proposicion está saltando á los ojos. Leanse todas nuestras le­ yes fundamentales, y se verá escrito en letras gordas li­ bertad de cultos* igualdad de iodos los cultos ante la ley- ¿Qué se quiere decir con las palabras libertad de cultosl ¿Acuso indican el ceremonial de la misa y los oficios parroquiales? ¿ Es esa toda la libertad que asegu­ ra la carta ó todos los franceses en materia de religión? En efecto tentado está uno por creer que tal fue el pensamiento extravagante de Rousseau, y que el desen­ lace de su sistema sobre la indiferencia de ¡as religiones es no ver en todas mas que un ceremonial y unas cere­ monias arbitrarias y ■convencionales. Montlosier parece que tuvo esta extraña idea- según se ve por su libro Del sacerdote, donde nos .aconseja á los católicos sin ambages que quitemos de nuestra religión los dogmas, los misterios y ios artículos de fé, y solo conservemos las ceremonias que le parecen magníficas y majestuo­ sas. No, ese no es el límite de la libertad de cultos se­ gún tos términos de la carta. Esa expresión asegura á todo ciudadano la libertad de creer ó negar , admitir ó desechar todo dogma y creencia que contrarían su

religión , explicarse Abiertamente acerca de esta mate* ría de viva voz y por escrito, por sus palabras y obras, salvo el respeto debido al orden público, es decir, á Ja ley protectora de las personas y propiedades (1). E l fundamento y esencia de una religión son los dogmas, los misterios y los artículos de fé: la disciplina y las ceremonias no son mas que parles accesorias. Si se con­ tradice á un ciudadano en la libre creencia de los dog­ mas y misterios de su religión é en la manifestación exterior de ella que tiene derecho de hocer; si se le persigue hasta en el santuario de su conciencia dictán­ dole las creencias de olro; si se rechazan las suyas hasta lo intimo de su coruzon y se le obliga á ocultarlas en el hogar doméstico como Jos vergonzosos actos del crimen; con semejante modo de proceder ¿cómo puede decirse que la carta es una verdad y la libertad de religión el paladión de nuestras libertades? Bujo una carta que nos (1) Excusado nos parece advertir que este lenguaje tan repugnante para un católico que tiene la dicha de vi­ vir en una nación donde solo se permite la verdadera religión , es no solo disculpable, sino hasta lícito y nece­ sario en boca de los defensores del catolicismo que viven en países donde se autoriza la funesta libertad.de cultos y de conciencia. Es falso que el error tenga ningún dere­ cho ; y sí es ^cierto, como seguramente lo es, que hay una religión verdadera y divina, se sigue que todas las otras son falsas, porque la verdad . no puede ser mas qué una ; y de consiguiente ninguna de ellas puede pre­ tender esos derechos y libertades. Mas es un hecho que en muchas naciones se consienten y toleran diferentes cultos, ya igualmente libres y protegidos en su ejercicio, ya preponderante el uno y los demás sujetos á ciertas restricciones y cortapisas; y por una calamidad bien fatal á las sociedades en una buena parte de Europa la reli­ gión católica se ve ó perseguida y oprimida abiertamente, ó coartada á la's ciarás ó con cierto hipócrita disimulo. Donde así sucede, nuestros hermanos los católicos para poder profesar su religión con toda lá libertad dable n_6 tienen otro recurso que apelar á los derechos y franquít . 13

prometió ana abundancia de libertad que no teníamos, ¿es justo ni conveniente restringir una libertad llamada tantas veces la gran propiedad de la humanidad, el de­ recho imprescriptible del hombre? Ye aquí lo que lla­ mo yo la primera prueba indirecta ó en otros términos un prejuicio muy legítimo á favor de mi conclusión: su creencia es nada menos que un dogma de la fé católica, cuya posesion no puede disputar la potestad civil á la sociedad católica sin contravenir manifiestamente á lo que dispone la carta sobre la libertad de cultos. A este primer prejuicio legítimo pudiera yo añadir'aquí otros muchos, y las escuelas me suministran su argumento de prescripción con todas las excelentes explicaciones de los escritores de Purt-Royal. Casi no conozco un dogma de la fé católica al que se aplique con mas utilidad este célebre argumento; mas deseando que mi escrito corra en manos de lodos apruebo mucho aquella regla dada por los maestros del arte de bien hablar; á saber, que la cias concedidas en las leyes nacionales á las sectas y cul­ tos permitidos; es decir, que la verdad investida por derecho propio de la facultad de manifestarse libre y re­ sueltamente necesita invocar la participación de los dere­ chos que.se conceden á toda clase de errores con subver­ sión de los buenos principios de moral y lógica. En esas desgraciadas naciones se ven precisados los católicos á hablar asi álos legisladores y gobernantes: Vosotros con­ cedéis por vuestras leyes la libertad de cultos y de con­ ciencia; y como nuestra religión es uno de esos cul­ tos, reclamamos el derecho de profesarla y defenderla li­ bremente haciendo abierta manifestación de nuestros dogmas y doctrina y practicando las ceremonias de nuestro culto, salvo el respeto debido á las personas que ,siguen los diferentes cultos igualmente autorizados. Este lenguaje dictado por la necesidad no abona ni legitima de ningún modo los derechos que se arroga el error ó le conceden sus patronos* Con estas consideraciones no se extrañará el lenguaje de nuestro autor que escribía en Francia, donde la ley es atea según dicen los prohombres del dia. (N. de los RR. de la R. R.J

bondad de los argumentos es mas relativa que absoluta, y que las mejores pruebas no son las mas verdaderas y lógicas, sino las mas adecuadas A las disposiciones del lector ú oyente; y vitupero el abuso más bien que la cosa en el sistema de los que creen deber hoy consi­ derar los asuntos religiosos por el ludo bello, poético y sentimental que ofrece el cristianismo & la imaginación, Asi.se presentan á un paladar estragado y á un estóma­ go extenuado unos manjares muy cargados de especias. El -gusto de los lectores para quienes yo hablo, no se acó' modaria á los argumentos duros y áridos de ta teología escolástica. Con todo dirigiéndose esta obra de un modo mas especial á esos hombres graves, que son para la iglesia el resto bendito de] rebatió y la preciosa semilla de que hablan ton á menudo los profetas, y que deben ser alimentados siempre con el sólido manjar de la pa­ labra divina; continuaré á favor de ellos presentando las pruebas de mí conclusión según el orden que indiqué en el preámbulo de mi obra: La iglesia recibió de su divino fundador una potes­ tad suprema é independiente sobre todos los objetos es­ pirituales* es decirt sobre todas las cosas divinas. SECCION P R IM E R A . P R IM E R A

PRU EBA

BE

E S T E DOGMA. — L A P A L A B R A D IV IN A .

Desde que la lógica se dedicó á reducir á arte el raciocinio y á señalar el buen método de discurrir, no han cesado los maestros (desde Aristóteles hasta nues­ tros dias) de recomendar á los oradores y escritores que hagan buenas definiciones y distinciones. Las buenas de­ finiciones han dé empezar por las palabras, porque siendo estas obscuras y ambiguas son el manantial ina­ gotable de la obscuridad y tinieblas del discurso y jun­ tamente de esas falsas apariencias y sofismas que pre­ senta el escritor á la vista del lector para extraviarle en

una senda errada y desviarle del término á donde se dirige. Las buenas distinciones se encaminan á separar Ja proposicion cuestionada de todos los incidentes que $e han confundido con ella, y lo envuelven y ocultan en vez de mostrarla y exponerla con aquella desnuda simplicidad con que aparece sola y fácil de compren­ der y discernir. Yease una aguja ó cualquier otro objeto natural confundido y perdido en una hacina do heno, pajn ó estiercol: ¿cómo ha de poder encontrarla el que la busque enmedio de todos aquellos cuerpos ex­ traños? Apliquemos estas regías á nuestra cuestión, y á manera de los geómetras procuremos que precedan todas las definiciones y distinciones útiles y necesarias para aclarar el sentido de las palabras y presentar con precisión el estado de la cuestión. 1.° ¿Qué se entiende por un objeto espiritual? 2.° ¿Cuál es la noción exacta de un objeto tem­ poral? 3.° ¿Por qué regla se discernirá sin confusíon ni dificultad lo espiritual de lo temporal? . Llamo objeto espiritual, bien espiritual todo lo que se refiere al mundo de espíritus llamado moral, reli­ gioso y espiritual. Esto3 objetos loman esos nombres por oposicion á los del orden civil y temporal. E l fin ulterior de loa primeros es la felicidad de la vida futura, ía paz, la justicia. E l fin próximo é inmediato de los segundos es la vida presente y sus goces sensibles; y para presentar mejor mi pensamiento digo que la iglesia po­ see en el orden espiritual toda la plenitud de potestad devolata en el orden temporal á los príncipes, expre­ sión genérica y sinónima de la de gobierno, cuales­ quiera que puedan ser la forma y constitución política de él. No nos duelan aquí las explicaciones, porque en tanto que contribuyan á ilustrar mas una cuestión tan capital, tío seremos nunca demasiado prolijos. ¿Por qué principios y regias se ha de distinguir, separar, clasifi­ car y señalar á cada una dé las dos potestades su forma

y jurisdicción y poner en sus respectivos territorios unos límites visibles y palpables como las lindes de nues­ tros campos y caminos? Dicese que los objetos espiri­ tuales son la parte, el-patrimonio, la propiedad de la iglesia, y los temporales el territorio y la esfera dentro de la cual debe obrar él príncipe. Mas ¿qué es un ob­ jeto espiritual y un objeto temporal? Defínanse clara­ mente estas expresiones; porque si quedan por desgracia en un sentido vago y obscuro, no hay mas que turbación y confusion en el universo, y las dos potestades que re­ gulan el orden moral y el físico, tropiezan y chocan en­ tre sí á cada instante; en vez que si se explican bien y aclaran los términos, cada potestad encuentra expresa­ das y determinadas sus atribuciones de lasque no se sale, y todo vuelve á entrar en orden. El objeto espiritual és, como he indicado ya, aquel -que por su naturaleza y efectos próximos é inmedia­ tos se refiere á la perfección y santificación de las al­ mas, y cuyo fin próximo se termina en los bienes del reino de la gloria. Asi el objeto temporal será por oposicion aquel que por sus efectos inmediatos y su fin próximo se aplica á la vida presente y se termina en los bienes materiales de ella. En este asunto es muy esencial una observación, sin la cual lejos de ser palpable el límite de las dos po­ testades, como deseamos, se confunde, obscurece y hace invisible. En el juicio y clasificación de las cosas no debe pensarse mas que en el fondo de la materia , los efectos inmediatos y el fin próximo, en una palabra su natura­ leza y esencia sin hacer ningún caso de las partes acce­ sorias y accidentales que pueden mezclar los tiempos y las circunstancias; pero que se pueden separar de ellas sin que dejen de ser lo que son. Por poco que se pierda de vista esta observación» se confunden y embrollan todas las ideas en esta materia, y todo se vuelve espiri­ tual ó temporal al arbitrio de cada una de las dos po­ testades, de las pasiones ó de los intereses variables que las mueven y agitan. La razón de esío es que aiendo QÍ

hombre un ente mixto, eg decir, compuesto de alma y cuerpo, ciudadano del tiempo y de ta eternidad, lodos los objetos de este mundo visible tienen necesariamente dos aspectos, dos caras como et Jano de la fábula, la una espiritual y la otra lemporül: de donde se sigue que si uno se fija en lo accesorio, se deja un flanco por donde puéden las dos potestades tirar á sí según sus intereses; mas ateniendose á nuestra regla, la clasificación de los objetos es invariable como su naturaleza. Tomemos por ejemplo uno de esos contratos materiales de que se trata extensamente en el código civil. ¿Qué cosa mas temporal que esa especie de cambio ó permuta entre dos objetos iguales? Es la tierra por la tierra, un buey por un'caballoKdinero dado y un campo ó una casa re­ cibidos. Sin embargo [cuántos fraudes, injusticias, enga­ ños y perjurios pueden las pasiones de los hombres mez­ clar accidentalmente en ese convenio todo material! De donde sfc sigue que si no se atiende aquí mas que á lo accesorio, la potestad espiritual de la iglesia podrá re­ clamar esos contratos por su lado moral y religioso que es el pecado. Y á la verdad la iglesia católica en la edad media habia ensanchado y aumentado mucho el fuero de su tribunal eclesiástico por esta razón , y no se exi­ miría del cargo de usurpación que le hace el siglo, si no pudiera rebatirle con este argumento victorioso; á saber, que aquella legislación se habia introducido insensible­ mente por la voluntad, consentimiento y libre concesion de los pueblos, y habia •'venido á ser la ley y el derecho cómun de lá época. No insisto sobre este punto y me refiera á lo que he dicho en mi resumen histórico. La misma observación se aplica ó los tributos, á las guerras de pueblo á pueblo y á otros muchos objetos siempre fáciles de caer bajo la mano de la'potestad reli­ giosa por el lado moral que presentan. La iglesia por su parte no quedará menos vulnerable y expuesta ó los embestidas de la potestad temporal en caso de separarse déla regla establecida. ¿Qué cosa mas espiritual y di­ vina que la fé? Si» embargo jcuántas disputas, con­

tiendas y guerras pueden originar las doctrinas entre los hombresi Ellas son el inagotable lugar común de las declamaciones de nuestros filósofos contra el clero, y por ese lado á todas horas presenta la iglesia un pre­ texto para que la potestad temporal la desposea y des­ poje con el motivo aparente de la turbación dél orden público. ¿Qué cosa mas espiritual también que los sa­ cramentos , esa gracia interior, ese auxilio sobrenatural y divino de que son la fuente y causa inmediata? Sin embargo los atentados de nuestrps antiguos parlamentos, los soldados con que mandaban escoltar ó los sacerdotes católicos para que llevasen los sacramentos á los secta­ rios de su opinion , todas estas violencias nos manifies­ tan claramente que nunca faltarán pretextos i la potes­ tad civil para usurpar la jurisdicción de la iglesia, mien­ tras no se deje de confundir lo accesorio con lo principal y los occidentes con la sustancia de la cosa. En último resultado nuestra conclusión no es mas que el gran principio proclamado por el papa Gelasio: todos nuestros estudiantes de teología saben este pasaje, repetido y escrito en sus libros elementales. Dice en sustancia que Dios, moderador y conservador del orden social, gobierna desde el empíreo todas las cosas huma­ nas por dos potestades que estableció para representarle en h tierra , los príncipes y los magistrados, los reyes y los pontífices, el sacerdocio y el imperio. Uno y otra son soberanas é independientes cada una en su jurisdic­ ción , !a iglesia en,el orden espiritual y el príncipe en el temporal. Cosa notable: estas dos potestades reinan sobre los mismos hombres y en la misma sociedad; no obstante Dios ha separado sos atribuciones y en cierto modo su territorio con límites tan precisos, que cada una de ellas desplegando toda la plenitud de su poder con la completa y entera independencia que le conviene, podrá evitar en el ejercicio desús facultades todo choque y colision con la potestad paralela; ¿y por qué? Porque en la misma sociedad y con los mismos súbditos cada uno se crea un tribunal, una jurisdicción y un territo-

-SO O rio aparte: eslo depende de la naturaleza y diferente especie de las cosas que gobiernan. A la uná correspon­ den las cosas divinas, yá la otra las humanas. La una es depositaría de la verdad y de la fé, y dispensa por el conducto de los sacramentos la gracia, fruto de los méritos de nuestro Señor Jesucristo: la otra conserva á cada ciudadano sus derechos de existencia , libertad y propie­ dad contra los atentados de la violencia y de la injusti­ cia. A la una loca la salud y la vida bienaventurada del alma en la eternidad, j á la otra la conservación del cuerpo, de: su vida temporal, de su felicidad sensible. E l hombre inteligente une estas dos cosas á un princi­ pio mas elevado, la existencia de las dos sociedades y de las dos ciudades tan conocidas en los escritos de san Agustín. En la una entramos por el matrimonio y la ge­ neración carnal,„y el bautismo, segundo nacimiento que se.llama la regeneración espiritual, nos introduce en la otra. Cada sociedad de estas tiene sus leyes, magistrados y constitución aparte: la una no sale del recinto de este mundo, y la otra nos lleva mas allá de él por los bienes de que dispone. Bajo el antiguo regimen de Francia los parlamentos tenían cinco ó seis ganchos á la mano para tirar hácia sí toda la jurisdicción eclesiástica. 1.° La protección de los cánones. En nombre del rey cristianísimo, protector de los cánones y obispo exterior» será anulada esta sentencia de la curia eclesiástica, en la que &ehan quebrantado las formas. En la misma razón mo* tivaban unos tribunales de justicia el examen y pase de las bulas pontificias. ¿Quién sabe si contendrán alguna cláusula contraria á las libertades galicanas, cuyos conservadorea y defensores cornos nosotros? Y en virtud de este fundamento se creían autorizados para reverlas y juzgar lo sustancial de ellas. 2.° La justicia. Ese entredicho del obispo es violento y opresivo, y á nosotros nos toco proteger á los opri­ midos. 3.° La jurisdicción temporal. Ese beneficio es tem­

poral: sú dotacion consiste; en prados y campos, y.sus frutos son trigo y vino: todo esto es temporal&c. Por medio de estos falsos pretextos los oficiales de justicia habían despojado enteramente á la iglesia , la cual re­ curría sin cesar á la protección del consejo de estado para defenderse de los diarios atentadlos de aquellos. Vaya otro ejemplo y concluyo. ¿Qué cosa mas espi­ ritual qué la sepultura y funerales de los cristianos? No son mas que oraciones y sufragios (esta es la voz ecle­ siástica): la iglesia católica cree que estas oraciones estan dotadas de virtud para aliviar el alma del difunto por la aplicación de los superabundantes méritos de nuestro Señor Jesucristo y los de su santísima madre y los santos; y que con esta satisfacción podrán pagarse Jas deudas que tuviera el difunto con la justicia divina al tiempo de morir. Pues si la iglesia quiere declarar que estos bienes son patrimonio exclusivo de los indivi­ duos de su familia, sin que tengan ninguna parte los ex­ traños; ¿no está en su derecho? Los parientes de un protestante trotarán de forzar las puertas del cementerio católico, introducir á mano armada el cadaver de un individuo de su comuriiou , y compeler á nuestros sa­ cerdotes con la pistola en la garganta á que conten res­ ponsos y ofrezcan el divino sacrificio por el alma del difunto; y todo el mundo clamará contra la violencia y la opresion. Pues ved á un llamado filósofo (el señor Monllosier), á quien sus amigos se sirven distinguir con el nombre de devoto católico. ¿Qué es ese hombre? ¿Es protes­ tante? Tentado está uno por creerlo. Como Lulero y Calvíno él no cree en la autoridad de la iglesia, en su infalibilidad ni en su potestad legislativa , y el fijar la creencia con resoluciones precisas y ligar la conciencia con leyes de disciplina y penas canónicas lo llama la par­ te conquistada del sacerdocio. Por esta tiranía el clero es el blanco del odio del pueblo, y los horrores del año 1798 y las bacanales revolucionarias de los vetera­ nos de aquella época no fueron en 1830 mas que el des­

portar del pueblo oprimido por la tiranía sacerdotal, Sin embargq ,110 vacilo en decir que ese hombre no es pro­ testante, y la razón es esta: para ser protestante es preciso ser cristiano; mas él no lo és, porque no cree en el pecado original, y se ríe de la simpleza de los católi­ cos que toman á ^eras el diálogo de Eva y de la ser­ piente: no cree en la revelación, y el Evangelio le parece un libro bastante bueno, con tal que $e supriman de él los dogmas, los misterios y los artículos de fé. La venida del Redentor es un dogma que no se encarga él de pro­ bar y que presenta grandes dificultades al entendimien­ to. Tampoco ese hombre es deísta. Á todas esas amenazas de fuegot de infierno, de tormentos y de demonio, á todas esas sanciones extravagantes que ge han querido agregar al cristianismo, opone el dogma de la indiferencia de las religiones enseñado por Rousseau y mal impugnado por Lamennaie. ¿Es ateo? Sí, lo es efectivamente. «Dios míio es mas que la fuerza general: el alma es la fuerza todos los cuerpos tienen una alma sin exceptuar wlas tenazas de la chimenea: todo cuerpo sin alma im~ aplica una contradicción*. la tierra no es una mole iner»te, sino que tiene una alma que llamamos espíritu de la atierra, principio terrestre. E l sol es un Dios subalter­ n o á la verdadpero que rige y coordina todos tos ^movimientos del ylobo.» Basle esto para muestra de los disparates del tal aulor en el capítulo de la divinidad; y advierto á mis lectores que están sacados de un escrito apologético (1) del gobierno eclesiástico, que privó al señor Montlosier de sepultura por haberse resistido te­ nazmente á retractar los errores enseñados en sus mu­ chos escritos. Confieso que no los he leído todos, sino una parle de ellos; pero he creído poder referirme al autor de dicha apología, porque no presumo que un hombre de su mérito fuese á comprometerse asi en una materia de hecho, donde no se necesitan ma‘g-que ojos {1J E l buen católico según el consejo de estado ó el señor Montlosier juzgado por sus obra$: por el conde de Resie: Clermont 1839.

para descubrir la falsedad. Es tan grande el número de mis citas, que despues de suprimir las tres cuartas par­ tes y la mitad de la otra seria suficiente la justificación del ilustrisimo obispo de Clermont. Los ministros del culto católico se acercan al lecho del moribundo Montlosier y le dicen: «Y, no es cristia»ño: si no retracta Y. tantas proposiciones impías y ^anticristianas que. le colocan entre los deislas ó mas «bien entre los ateos, le declaramos que la iglesia caló­ rica le negará la sepultura y la participación de los «bienes de su comunion.» Con esto comienzan á alboro­ tar algunos hombres notables * claman contra tal opre­ sión y apelan al famoso recurso de fuerza ante el conBejo de estado. Yease cuál fue la solucion definitiva de esta gran cuestión: á un obispo ó á un sacerdote cató­ lico no se les pide cuenta de sus dogmas y creencias en materia de religión: respecto de todos estos puntos la carta constitucional y la libertad de cultos los cubren con su egida; pero en cuanto se manifiesta esta proposición exterior con difamación de las personas y perturbación del orden público, el gobierno tiéne derecho de inter­ ven irt y es claro el caso de recurso de fuerza. En la rea­ lidad con todas estas palabras sonoras se desvanece como el humo la libertad le cultos. Olvídase la distancia in­ conmensurable que hay entre la tiranía délos antiguos parlamentos en materia de religión y lo dispuesto por la carta de 1830 sobre libertad de cultos; y se intenta saltar esa distancia con palabras. No tienen mas que alborotar y escandalizar una turba de descreídos, de carbonarios y de enemigos implacables de! culto católico provocando asonadas ficticias y gritando difamación, y en el acto se suspende la ley fundamental, se cubre con un yelo Ja estatua de la libertad y se pone á los minis­ tros del culto calófíco en la .inevitable alternativa ó de hacer traición á su conciencia por una oposicion mani­ fiesta entre sus convicciones y creencias y los actos ex­ teriores de su ministerio, ó de incurrir en la censura de los tribunales de justicio.

Mas por fortuna hay entre nosotros dos pueblos en un mismo pueblo, y la sentencia de infamia dada en el «no viene ,á ser un título.honorífico en el otro (1). Tiempo es ya de presentar la prüeba de mi proposicion principal. El camino que he andado no será demasiado largo, si he podido en la travesía difundir una luz provechosa para disipar las tinieblas con que se em­ peñan algunos en envolver aquella. Esta cuestión (y no me cansaré de repetirlo) es capital, vital para decirlo en el lenguaje del dia. La iglesia católica no puede entrar en una nación sino con la concesion de este principio, y el negársele es ponerle la inlerdtccio» det agua y del fuego y cerrarle la puerta del territorio. No debe omi­ tirse ningún medio de cuantos contribuyan á ilustrarle. Muchas veces hemos sentado este principio en los siguientes términos: la iglesia sometida al estado en el orden temporal es soberana ¿independiente en todos los objetos del orden espiritual según acabamos de, definir­ los y explicarlos. 1 , Concluyamos estos preliminares, y vengamos á la primera prueba queíe saca de la sagrada escritura. Al principio de esta prueba se ocurre una reflexión muy sencilla. La iglesia no es una institución humana, una república ideal é imaginaria como la de Platón, y nadie puede equivocarse en punto á su legislación, go­ bierno y constitución religiosa. E l hijo de Dios, que se dejó ver en la tierra en forma humana, es el fundador, (1) En nuestra jurisprudencia no debería conocerse ya el recurso de fuerza; expresión que habia de haberse borrado det lenguaje del foro, porque supone un prínci­ pe , un gobierno protector y defensor armado de los cá­ nones y obispo exterior: con éste barniz pudieron nues­ tros antiguos parlamentos introducirle en eí derecho. Pero i cuánta distancia hay de Luis X IY á Bonaparte, de los reyes cristianísimos á los reyes constitucionales, de los hijos primogénitos de** la iglesia á unos monarcas para-quienes todas las religiones, hasta las mas «ontradietorias, son iguales, es decir, ni verdaderas ni falsasl

el regulador y según la admirable expresión de san Pa­ blo el divino arquitecto, de la ciudad de su iglesia: la legislación y la constitución enteramente divina que dió á esta, se hallan como las de los legisladores humanos en el libro cuyo autor es y que dictó é inspiró el Espí­ ritu Santo. ¿ Y qué nos dice este libro en punto á: la constitución de la iglesia? ¿Qué idea nos da de ella? ¿Encomendó la soberanía á Cesar ó á Pedro? ¿Escogió por administradores ó jueces á los magistrados ó á los pontífices? Lo vuelvo á repetir* aquellos varones apos­ tólicos que escribieron la palabra divina recogida de los labios de su maestro, son los que nos lo han de decir. Pues bien leo en el capítulo X X I I , versículo 23 de san Hateo estas expresiones notables: Dad al Cesar lo que es del Cesar ¡ y á Dios-lo-que es de Dios. Aquí seria la ocasion de subir hasta la causa que hizo proferir á nuestro Señor estas palabras tan célebres: la indagación seria curiosa, y admiraríamos con qué divina sabiduría advirlió Jesús el lazo tendido por sus enemigos. Los fariseos, especie de liberales de aquella época, que fomentaban muchísimo la tendencia al mo­ tín ó á la rebelión, cada día mas frecuentes en aquel pueblo, para quien era insoportable el yugo de los ro­ manos, dirigen á nuestro Salvador esta insidiosa pregun­ ta: Maestro, ¿es lícito pagar el tributo al Cesar? Espe­ raban comprometerle con el gobierno romano, si daba una respuesta negativa, ó con la facción de los inde­ pendientes, poderosísimos entre el pueblo, si aquella era afirmativa. Bien quisiera yo explicar aquí la maravillosa habilidad con que nuestro Señor eludió en este punto la dificultad y salió del estrecho á que le quería redu­ cir el enemigo sin comprometer en nada la dignidad del hombre Dios; pero se alargaría demasiado este discurso. Bastame mostrar cómo del pasaje citado sale el dogma de la distinción de ambas potestades. Me parece que está expresado allí con claridad y precisión. Si. el pensamiento del divino legislador es que la potestad única del príncipe está encargada del gobier­

no de las cosas humanas y que se reúno en él la supre­ macía del orden espiritual y temporal; ¿por qué se po­ nen aquí la una frente á la otra y como en dos líneas paralelas dos autoridades iguales, Dios y Cesar? Porque es manifiesto que Cesar no es aquí á juicio de todos sino la; representación y personificación de la potestad tem­ poral, como Dios es la de la religión y su potestad divi­ na. Verdaderamente ¿no están indicadas aquí las atri^ buciones distintivas de la potestad política por la fa­ cultad de acuñar moneda, imponer y recaudar tributos, asi como las de ta potestad espiritual por ese otro tri­ buto que hay 'que pagar á Dios en 1» persona de sus sacerdotes, encargados de mantener el templo y el altar? Di cese que Cesar es el único soberano en lo espiritual y temporal. Pues ¿por qué el Señor del universo, en vez de decirlo en este lugar tiene un lenguaje propio para ha­ cernos pensar lo contrario? Bien sencillo era decir cla­ ramente: Obedeced á Cesaren todo, sobre las cosas di­ vinas y humanas: ál es el pontífice supremo en el orden religioso cómo lo reconocen todas las naciones, y en d civil posee ia dignidad real; facultades que han ejercido no há mucho Cesar y Augusto. En vez de este lenguaje tan sencillo y tan conforme á la verdad según el sistema constitucional Jesucristo separa las funciones de Cesar y las de los ministros de Dios, las atribuciones del sa­ cerdocio y los derechos del imperio por medio de límites distintos y'determinados. Dad al Cesar lo que es det Ce­ sar y á Dios lo que es de Dios. Para aumento de difi­ cultad et divino maestro en vez de desvanecer esta obs­ curidad en el discurso de -su legislación pone el conato en hacerla mas densa y fortificar mas la distinción de lo espiritual y temporal indicado en este pasaje tan .solem­ ne, como veremos en adelánte. San Pablo, intérprete infalible dé las palabras evan­ gélicas qué acabamos de oir, nos dirá : Dad al príncipe honor, tributo y sumisión; que no en vano lleva la espa­ da. Es sabida esa potestad de la* espada, y ademas la sañala él claramente: es el derecho de vida y muerte

sobre los malhechores que turban el orden público. En cuanto á los derechos del sacerdocio y su gerarquía no nos los dejan ignorar nuestro Señor y sus apóstoles, entrando en todas las particularidades apetecibles sobre este punto, sin omitir ninguna de las prerogativas de la supremacía espiritual, como nos convenceremos en el discurso de esta controversia. E l primer derecho asi como el primer deber del sacerdocio y de !a potestad suprema que le preside, es la enseñanza de la divina palabra» la interpretación au­ téntica de los diversos sentidos que pueden darse ó es­ ta, y juntamente el juicio irreformable de las diferen­ cias que puede originar entre los espíritus. ¿ Y ó quién va á encomendar el divino maestro esta facultad? A Pedro ó á Cesar? ¿A los delegados de Ea potestad civiló á los sucesores de sus apóstoles? La cosa es impor­ tante, porque se traía de precaver la anarquía intelec­ tual y no dejar que los espíritus se lleven de todo vien­ to de doctrina. Abro el Evangelio y leo en él textual­ mente eslas palabras; Bautizad, enseñad á 1&8 naciones las verdades que os he enseñado: yo estoy con vosotros enseñando y bautizando: guardad y conservad este de­ pósito sagrado en toda su pureza. Yo estoy con vos­ otros, yo el hijo del Altísimo, á quien ha sido dada to­ da potestad en el cielo y en lo tierra; mi espíritu no se separará de vosotros hasta la consumación de los siglos. Vuelvo á preguntar: ¿á quién se dirige este lenguaje? ¿A Pedro y al colegio apostólico ó á Cesar» sus magis­ trados y jueces? Yo no veo allí mas que á Pedro y los doce apóstoles: el divino maestro* se ha subido á la montaña y los apóstoles están á sus pies. Cesar no es­ taba allí, ni era representado por sus magistrados ni por sus jueces. Hablándonos san Pablo sobre el mismo asunto y mostrando á lodos los siglos los verdaderos doctores é intérpretes de la divina palabra no nos dijo: Dios ha puesto príncipes y magistrados; sino: Dios ha puesto enmedio de su pueblo pastores y doctores» para que

no se deje llevar como la paja ligera de todo vienlo de doctrina. ta segunda atribución de una supremacía espiritual es el dominio y jurisdicción eminente sobre* los sacra­ mentos de la iglesia. De ese elevado origen de la potes­ tad suprema emana en los sacerdotes y pastores de se­ gundo orden ta facultad de abrir y cerrar esas fuentes de la gracia.1Los sacramentos son, como saben los sim­ ples neófitos* los vínculos que unen entre sí á los cris­ tianos y hacen de ellos un mismo cuerpo y una misma sociedad. Por la posesion de esos bienes inestimables, patrimonio común de todos los fieles, presentan el mag­ nífico espectáculo de una familia de hermanos, los cua­ les en cualquier lugar del universo que se encuentren, se sientan á la misma mesa, son iniciados en los mismos misterios, y alimentados de la misma carne en un ban­ quete sagrado vienen á tener el mismo espíritu. Siga­ mos aquí el mismo camino, y con el Evangelio en la mano repitamos la misma pregunta: ¿puso Dios en manos de Pedro ó de Cesar esas facultades, de que tan frecuentemente y con tonta complacencia decimos que no serian dignos los ángeles? El ministerio de sacriíU cador es el poder mas culminante de la gerarquía , y la potestad civil y sus agentes no tienen ninguna parte en él* Ciertamente no hnbia reyes ni magistrados en aque­ lla última cena, en que el hijo de Dios próximo á dejar el mundo instituyó el sacerdocio y sacrfüeio divino; y cuando acabada esta obra de un Dios dijo á todos los convidados presentes aquellas palabras de inconcebible eficacia y virtud, mas fecundas que las que sacaron el universo de la nada, y que perpetuarán hasta el fin de los siglos el divino sacrificio y los sacrificadores; cuan­ do dijo: Haced eslo en memoria de mí; solo se dirigió á los doce apóstoles, únicos convidados que se sentaban á la mesa del Señor, Registremos los demas lugares de la sagrada escri­ tura donde se muestra’la potestad soberana, y siempre veremos nombrar á Pedro» á Cesar nunca. Recordemos

una particularidad notable de la vida de nuestro señor Jesucristo que vemos referida en el Evangelio con ce­ lestial simplicidad. Figúrasele á tino ver al divino maestro conversando con sus discípulos y haciéndoles esta pregunta: ¿Qué idea tiene el mundo dé mi persona y ministerio? ¿Qué dice:la voz pública? Y sus discípulos le responden: JLos unos dicen que eres Elias: otros juzgan que ha vuelto Jeremías á la tierra; y todos te tienen por un gran pro­ feta. Y yo, responde Pedro levantando la voz, digo que eres el hijo de Dios vivo. Bienaventurado Pedro, res­ ponde el .divino maestro , porque ni la carne ni la san­ are té han revelado eslíe misterio1 , sino el espíritu de •mi.padre- que está en ti; y yo que soy el hijo de Dios \ivo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia* y las puertas del infierno no pre~ valecerán contra ella. iGuán vivo, animado y en cierto modo hasta dramático es este diálogo! Yo el hijo de Dios, la vMud de Dios, a Pedro, hijo de Juan. Y apli­ cándole á nuestro asunto, no hay cosa mas común y fa­ miliar -en ek lenguaje: humano que la comparación de una sociedad ó un reino coa un edificio. La sociedad es el cuerpo de él, los súbditos son las piedras y los so­ beranos la basa y el fundamento. Y aquí volvemos á repetir nuestro estribillo acostumbrado: ¿á quién se­ ñala el Espíritu Santo por estos emblemas? ¿A. Pedro 6 a Cesar,á la sociedad civil ó á la eclesiástica? ; Las puertas del infierno no prevalecerán contra elia. De muchas .maneras se ha interpretado este pasaje; pero la siguiente ofrece una imagen tan noble y sublime , que creo deber darle la preferencia. Las ciudades populosas tenían grandes puertas; y es cosa sabida cuántos milla­ res de hombres armados se dice que podían salir forma­ dos y sin confusion por las;puertfis de ia antigua Tebas. Pues bien al. leer uno el> antedicho pasaje del Evange­ lio cree.:ver lüs.ejércitos del infierno saliendo por las puertas de la ;c.iudad de las tinieblas para venir á com­ batir; contra la iglesia; mas esta apoyada en la divina T.'fcS.

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promesa parece que los desafia y Jes dice: Congregaos y sereis vencidos. Con todo me parece muy terrible la trascendencia de estas palabras, en las cuates creo ver anunciadas todas las calamidades posibles, y la iglesia siempre salvada como la barca combatida por Ja tem­ pestad cuando el divino piloto al oir decir á sus discípu­ los: Paveemos; aplaca los vientos y el mar con una sola palabra. No acabaría yo, y este escrito degeneraría en un libro de teología, si continuase exponiendo todos loa pasajes en que el Evangelio al hablar de monarquía y de gobierno de las cosas divinas señala siempre á Pedro y los apóstoles y nunca á Cesar y sus magistrados. ¿ Y es posible que tratándose de la soberanía se indicase el vasallo y se callase el soberano? ¿ Y habla de verse en la boca de la misma verdad esta anomalía , esta in­ versión continua del lenguaje humano? Con solo oir el nombre de potestad soberana é in­ dependiente que manda en la conciencia de sus súbditos y extiende á todas las acciones y hasta á loa pensa­ mientos de estos una vigilancia continua y una juris­ dicción no interrumpida, se concibe cómo se sobresal­ tarán, asustará» y aterrarán los príncipes y goberna­ dores del mundo. Es admirable ver en el sanio Evangelio con qué sabiduría se anticipa el divino maestro á estos temores, y no omite diligencia para disiparlos. El mis­ mo dia de su muerte entra en explicaciones con las po­ testades de la tierra sobre este punto delicado, tan pa­ cíficas y lan capaces de tranquilizar, que debe quedar satisfecho el gobierno mas suspicaz. Pregúntale el go­ bernador romano en nombre de todos los Césares: ¿Eres tú rey de los judios? ¿Eres íú rey? Tu es rex judaortm ? Rex es í«? Sí, soy rey, repone con dignidad el señor del universo: lo soy por derecho de nacimien­ to: Ego ih hoc naíus $«m; y para eso he venido al mundos In hoc, veni in mundurn. En otra ocasion no titubea en decir: También mando yo una milicia temi­ ble, y no tengo mas que decir una palabra, y mi pa­ dre huú'i bajar del cielo millares de úngeles mas pode­

rosos para defenderme que los 6oldados de vuestros ejércitos; y un dia vereisal hijo de! hombre bajar sobre las nubes del cielo y venir con gran pompa y majestad á juzgar el universo. Reyes, príncipes y potestades de la tierra, no temáis ni os sobresaltéis: oíd ío que sigue: M i reino, continúa el hijo de Dios, no es de este mun­ do: yo reino en las almas por la verdad: todo el que busca la verdad y ama el bien, obedece mi ley sin vio­ lencia , por elección y por amor: Ego veni in mundum, ul tesiimonium perhibeam veriíati. Omnis gui est ex verüale, audü vocem meam. Pílalo admirado desecha sus temores y concluye esta grave plática en lono bur­ lón, porque Satanás lo es porcaracter, y en todos tiem­ pos la burla fue el arpia mas aguzada en boca de sus sa­ télites para rechazar la verdad, Quid est vertías? pre­ gunta el gobernador romano á Jesús* Los escritores sa­ grados acostumbran dar el nombre de verdad al réino de Cristo. San Pablo dice: El reino de Dios es la mo­ ral, la justicia y la verdad. Sin embargo los menos perspicaces entienden aquí como Pilato que no puede infundir temores razonables á los príncipes de la tierra un reino cuyo trono está sentado, en la eternidad, que tiene por patrimonio la verdad y por ejército los ángeles del cielo, y cuyo solemne juicio se remite al fin de los tiempos. Si en materia tan grave fuera lícito chan­ cearse, ¿no se podria decir á los que tiemblan en nues­ tros días al ver la influencia de la potestad espiritual: Sois mas tímidos y suspicaces que Pítalo ? SECCION SEGUNDA. L A RAZON Y SUS DISCURSOS SOBUE LOS PR IN C IPIO S DK L A FÉ .

Nadie da lo que no tiene. Ahora bien no puede haber ni se encontrarán nunca en un pueblo, nación ó asamblea popular ni los elementos, ni los primeros prin­ cipios de las facultades divinas deí sacerdocio, ni nada

que se le parezca. Paro ilustrar y explanar mas e'sln verdad tan clara y, palpite que puede decirse materia!, adv.ierto, que si--los .-hambres eligen é instituye» magis­ trados encargados de la seguridad dé las personas, y bienes y de la conservación-de cierto orden general, de donde resultan la armonía, la paz y la felicidad de las sociedades humanas, pueden hacerlo porque poseen los principios, el origen y los primeros elementos de este género de potestad, y se comprende cómo pueden trans­ mitirla á otros hombres. Mas ¿tienen ellos el germen, la raiz y el principio de lo que constituye un' sacrificador y dispensader de los divinos misterios? ¿Puede ema­ nar de una asamblea popular ó de los emperadores y re­ yes la potestad de perdonar los gyecados, inmolar á tiri Dios sobre et altar y derramar los frutos y méritos de la sangre de Jesucristo por el conducto de algunas cere­ monias sagradas? ¿Puede un hombre hacer estas obras ó comisionar á otro para que las haga en su lugar? To^ das estas explicaciones son el comentario de aquel dicho de Fenelon: Los hombres pueden crear jueces y magis­ trados; pero solo Dios puede crear mcrificadoces y dis­ pensadores de-sus misterios. Mas ve aquí otra prueba sacada de la luz natural, y que no hace menos é nuestro-objeto. La sociedad cris­ tiana reconoce por su fundador y legislador no á un sa­ bio de la tierra roas versado en las leyes que los Solo­ nes y Licurgos, sino á un Dios ó mas bien un hombre Dios que habitó entreoíos hombree. Debo pues esperar hallar en esta sociedad la eslampa de una mano divina, tribunales, magistrados y una potestad suprema mas firme que las rocas, en la cual se estrellan todos los esfuerzos de la anarquía. Cuento con encontrar en ella toda la sabiduría y las profundas combinaciones que pue­ de concebir la imaginación para el buen orden y pros­ peridad, de la cosa pública. ¿ Y qué seria si se nos vi­ niese á decir que se echan menos los elementos dé una sociedad, y un principio conservador no digamos de su paz y prosperidad, sino hasta de su existencia? ¿Seria

creíble esta paradoja? Sin embargo eso es lo que pre­ tenden los adversarios á quienes impugno. Figuranse utia 'iglesia, es decir, una sociedad que carece de un principio de unidad, ó tiene uno tan defectuoso, que es enteramente incapaz de conseguir los fines de una so­ ciedad humana. Y en verdad ¿cual es el fin de ia igle­ sia? ¿No es conservar en toda su pureza primitiva la verdad bajada del cielo y enseñada á (os hombres por la misma divinidad? Luego hay en la iglesia ana fuerza represiva déla anarquía intelectual, porque es manifies­ to que esta anarquía en sus ideas no es menos subversiva de toda verdad que la anarquía material lo es de todo or­ den social. En efecto si la verdad de Dios queda entre­ gada sin defensa al arbitrio de lodos los novadores, á las ideas extravagantes, á los delirios de una imaginación caprichosa , el orgullo siempre insaciable de novedad, en una palabra al arbitrio del juicio privado; desconfío de la suerte de aquella en el mundo, porque la córrupdou del entendimiento humano va á producir tantas sectus como cardos ia tierra y miasmas corrompidos el aire. Los siglos paganos me conGrman en este triste pronós­ tico coa el caos desús errores; y todas las sociedades separadas.de la iglesia romana despiden una luz espan­ tosa sobre esto misma verdad por la discordia que las mina y por su división en innumerables fracciones. Asi digo para mí: donde está ese principio de unidad, allí descansa la verdad: allí la depositó el Dios bajado del cielo para enseñarla á los hombres; y eso es lo que me une á la iglesia romana. Lo que me descubre en ella la nota mas visible y. el signo mas característico en que puede reconocerse la ciudad de Dios? es que ella sola posee un principio de unidad capaz de conservar en su pureza el depósito de la divina palabra y mantenerla en un símbolo, en un cuerpo de doctrina siempre uno é invariable. Este principio de unidad es el tribunal eri­ gido en el centro de la sociedad católica para repri­ mir todos los desvarios de) entendimiento con la autori­ dad irrefragable de sua decisiones, mientras que todas



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las. sociedades, separadas de ella dicen á sus sectarios: Buscad la verdad, que eslá en las divinas escrituras; palabras capaces de abatir y desesperar á la innume­ rable muchedumbre de hombres simples é ignorantes de que se compone el género humano. ¿Cómo he de leer la divina escritura si no sé leer? ¿Cómo he de buscar en ella la verdad, si cuando busco el verdadero senti­ do de la palabra de Dios enmedío del caos de errores en que está sumergida, me responde una voz interior: La verdad está perdida paró mí en un abismo, al cual no puedo bajar? Todas las sociedades separadas de la igle­ sia romana son aquel médico ignorante é inseríanlo que dijo al paralítico postrado en el suelo sin fuerza ni mo­ vimiento: Levantate y anda; en vez de darle la mano para levantarle ó llevarle en brazos á la posada como hizo el caritativo samarilano. Solo “la iglesia romana di­ ce á los sabios y á los ignorantes, tanto A los espíritus curiosos y soberbios, como á las almas humildes y dó­ ciles: No hay que buscar la verdad despues de nuestro Señor que la halló, y de su iglesia que le representa en la tierra y está encargada por él de explicárosla. An­ tes subirían los rios hóda bus fuentes que ella pudiera engañaros y extraviaros con sus decisiones: basta para preservarla de todo error la promesa tan solemne y auténtica que le hizo su fundador de dejarle su espíri­ tu hasta la consumación de los siglos. Tal vez se me dirá: mas ese principio de unidad existe: ved al príncipe: ¿por qué no ha de ser el hom­ bre elegido por Dios para conservar la unidad en la religión y en el estado? ¿Por qué no ha de poder contener á los soberbios contradictores de la verdad coa la misma espada que le puso Dios en la mano para re­ primir á los perturbadores del sosiego público? Quereis dos soberanos iguales é independientes en la misma sociedad. ¿A qué viene ese mariiqueismo político, ese principio inagotable de discordia puesto en el corazon de ella? Esta reflexión me da que pensar; pero bien pronto ilustrado por un maduro examen y por medí-

taciones nías profundas sobre ios corade res de la reli­ gión y el estado de la sociedad religiosa según Dios la formó, veo hasta la evidencia que la potestad civil no puede ser el principio conservador de la unidad de la doctrina católica, ni desempeñar este encargo. En efec* to esta sociedad es católico, es decir, universal, visible en todas las partes del mundo: por consiguiente el principio de unidad que busco debe tener el mismo ca­ rácter de universalidad y sentirse en todas las partes del mundo por el foro de su acción y la esfera de su actividad. Mido con el pensamiento todo el globo terrá­ queo y le abureo en toda su extensión: no hay una isla, ni una sola alma en las regiones civilizadas 6 salvajes que no sea utia oveja de Pedro y no tenga derecho de reclamar de él el bautismo, los sacramentos* la palabra divina y el sustento de la vida espiritual, y por conse­ cuencia postores que bauticen y enseñen. ¿ Y quién es el monarca, el conquistador, el dominador de los do­ minadores de la tierra, que puedo gloriarse de seme­ jante universalidad en su monarquía y pujanza? Este principio de unidad debe ser perpetuo, inmó­ vil é indestructible, porque la iglesia tiene todos esos caracteres; sin lo cual podría haber algún tiempo en que fuesen un error estas palabras del símbolo: Creo la iglesia católica y apostólica. Pues también hoy aquí in­ compatibilidad entre esta nota de la iglesia y la potes^ tad civil. A las naciones y ó las monarquías está dicho: el gobierno pasará de un pueblo á otro pueblo y de una familia ó dinastía á otra; mas solo á Pedro se le dijo: Estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos: vuestro trono no será conmovido en todos los siglos de los siglos: non inclimbitur in sotculum &a¡culi. Cuando trato de hacer efectiva semejante promesa de perpetui­ dad y estabilidad en la potestad civil, se confunden to­ das mis ideas. Este principio de unidad debe ser indefectible, in­ falible, y la razón está á la vista: trátase de mantener

en un mismo pensamiento, un misino sentir y un mismo símbolo de doctrina á tantos espíritus, en tós cuales fermenta sin cesar la corrupción del error; empresa tan difícil como si se tratara de purificar el aire de todos los miasmas pestilenciales y-la tierra de todas las exha­ laciones pútridas que despide. Y esto no es para un día, ni para hoy, sino para siempre, en todos los si­ glos* Ahora bien ¿quién podrá desempeñar este en­ cargo y el no menos arduo de sostener á los que vacilan en la verdad y levantar á todos los que caen en el er­ ror? ¿Quién podrá gloriarse de esta indefectibilidad en la fé, sino aquel y aquellos á quienes se dijo: Mi espí­ ritu os enseñará toda verdad: vosotros sois la columna y el apoyo de la verdad? i Qué obcecación es querer dar tal privilegio á la potestad civill Esta se transmito por herencia ¡.puede pasar á manos de un niño, de una mujer >de un simple, de un insensato ó de un frenéti­ co, y cambia con las conquistas de un Atila, de un Tamerlan ó de un Bonaparte. No digo mas porque ya he ilustrado esta observación en mi historia. ■% Ademas en el sistema de la supremacía espiritual de la potestad civil pierde la religión su dignidad y de­ genera bajando desde la altura de una institución divi­ na á la clase de las instituciones humanos, El estado tiene un ministerio de cultos como uno de hacienda y juntas de religión/ y de instrucción lo mismo que de obras públicas y de comercio, SECCION TERC ERA . T ER C ER A P R U E B A .— LA

SANA PO LÍTICA .

En materia de política está por resolver un gran problema , ¿1 cual no hallarán nunca solucion él libera­ lismo y la soberanía del pueblo; y es poner en perfec^ta armonía la doctrina de la sumisión pasiva en el súb­ dito con el abuso de la fuerza en el príncipe, ofrecer al pueblo una seguridad contra la tirauía del príncipe,

al paso que se-le prohíbe ■ebremedio de ¡a resisténtia activa á la opresiony y reemplazar el: temor de las aso­ nadas de la insurrección^ poderoso y eficaz en el alma de los tiranos;, sustituyéndole tin freno 110 menos repre­ sivo de las fogosas pasiones de estos. Pues el cristianismo ha resuelto ese problema, y ha sustituido ai temor del motín y la rebelión otro mas sautü y legítimo, pero no menos eficaz contra la tiranía^ Es verdad que la insurrección hace temblará los tiranos; pero no les enseña la sabiduría. Eí paganismo habia cortado de raiz esta dificultad poniendo grillos fc las ocho décimas partes de la .población, á quienes mantenia-en la esclavitud. El liberalismo proclamando ia' insurrección y la soberanía del pueblo irrita^ y exas­ pera mas que amedrenta al tirano, y no le pone un freno en la boca. El pueblo soberano armado del terri­ ble poder de la rebelión es á los ojos de aquel no una familia cuya prosperidad asegura su dicha y su gloria, sino un enemigo que le malará si él se descuida en ma­ tarle, una fiera capaz de darle muerte si él no aabe su­ jetarla. El sacerdocio católico interpone entre el pueblo y el' monarca una autoridad paternal, que evita la tiranía én el gobierno y hace amar al pueblo la sumisión como un yugo suave y una carga ligera. Es verdad que muestra1 en: el príncipe un superior, un soberano encargado de mantener el orden público y asegurar á todos la paz y el sosiego contra los atentados de la violencia y déla injusticia; pero al mismo tiempo añade estos dulces consuelos: que én el orden do la religión aquel soberano tan temible es igual á sus súbditos; hijo como ellos de un mismo padre y ciudadano de la misma ciudad por el bautismo: que en Vá esencia no es mas que su siervo: que aquella corona tan brillante y rodeada de tanto fausto y magnificencia, no es mas que una honrosa ser-; vidumbve, pues que el príncipe debe al pueblo^ sus afa­ nes y desvelos, una vigilancia y solicitud no interrum­ pida de dia ni de noche y una obligación real de sacri­

ficarle no solamente el tiempo y la tranquilidad, sino hasta su misma vida para protegerle y defenderle. Hay mas: ei sacerdote no teme asegurar que ese soberano ante e) cual dobla el súbdito la cabeza, está emplazado como él en un día solo sabido de Dios para comparecer en el tribunal del señor del universo á fin de dar cuen­ ta de su administración; y que él también, si observa fielmente la ley de Dios, se sentará en un trono de glo­ ria, habitará en magníficos palacios y tendrá bajo de sus pies á los publícanos que le vejaron y á los tiranos que le oprimieron: Exaltabunt sancti in gloria..,, el gladxi ancipües iti manibus eorum... ad alligandos reges eorum in compedtbus, et nobites eorum in manicis fer­ réis (1), Bajo del influjo de una institución tan sonta ta obediencia del pueblo es completa; pero no servil ni abyecta: el gobierno del príncipe soberano é indepen­ diente, y ademas no tiene por qué temer de un pueblo amigo y no enemigo, hijo de su adopcion lejos de ser el rival siempre armado para perderle. Este lenguaje noble y sublime, tanto como prudente y pacífico, que es en sumo grado persuasivo en boca de un sacerdote católico, no conserva ni con mucho la misma eficacia en la de un ministro protestante, porque fuera de que este lejos de ser el ángel del Señor es un hombre como cualquier otro que tiene mujer é hijos, si defiende los intereses del príncipe y habla con calor y energía pn favor del mismo, parece sospechoso su lenguaje, y al punto ocurre esta idea: este hombre es criatura, agente y servidor de la potestad civil, de quien tiene su título y oficio y recibe su sueldo. Mas el sacerdote cató­ lico que habla al pueblo, es verdaderamente ó los ojos de este el ministro de Dios: en su ordenación recibió un caracter sagrado y una misión divina: no debe nada ni á los pueblos ni á los reyes, y puede decirles como su maestro á sus parientes y deudos: No os conozco; yo no conozco mas que á Dios y la justicia. Yed en una so­ (1) Salmo C X U X , v. 5 y 8.

ciedad católica á un monarca tirano y opresor: no pue­ de entrar en el templo sin oir la voz de un profeta que le dice: «No, eso no os es lícito: les asesinos del pue»blo, los opresores del pobre, los que arrebatan á este »sus bienes* los impúdicos, los adúlteros no entrarán »en el reino de Dios.» Y si no se han extinguido en el alma de aquel príncipe la religión y la creencia en la palabra divina; si desea salir de la clase de los exco­ mulgados para participar de la misa y de los misterios de Dios; se verá precisado á comparecer en el tribunal secreto de un sacerdote católico y confesar lodos sus pecados con muestras de sincero arrepentimiento. Bien sabido es que en los mejores tiempos de la iglesia la. humillación y penitencia pública de un Teodosio y de monarcas adúlteros era el derecho común del catolicis­ mo, y su ley se aplicaba á los grandes y á los peque* ños, á los ricos y á los pobres, á los monarcas senta­ dos en el solio lo mismo que al último vasallo. Tal es el sacerdocio católico: monarquía poderosa, enaltecida y colocada por el mismo Dios en los confines que sepa­ ran los dos mundos, el presente y el futuro, el orden físico y el moral: mediador inmortal entre los pueblos y los reyes para librar á las sociedades de la rebelión de aquellos y de la tiranía de estos, dos plagas que siem­ pre están amenazando al género humano: institución admirable, que si no fuera divina podría llamarse la obra acabada de la política humana, y que debieran haber inventado los hombres por interés de su felicidad pre­ sente, si no se la hubiera dado Dios para llevarlos á Ja de la vida futura. Y la falsa sabiduría de nuestro siglo se muestra aquí lo que es y ha sido siempre, no me­ nos injusta que ciega respecto de sus propios intereses, agotando todos los recursos de su astucia y toda fa pro­ fundidad de su diabólica malicia para desacreditar y envilecer una institución siempre poderosa para el bien é impotente para el mal. Poderosa para et bien aca­ bamos de verlo; é impotente para el mal, porque le falta la fuerza física y coactiva, y la moral y directiva

disminuye, ge enflaquece y cae por último desde el ins­ tante eti que Be convierte hácia los fines de su ambición, de su codicia y de sus intereses particulares. SECCION CUARTA. COARTA PttÜ EBA . — L A TRADICEON

DE

LA

IG L E S IA ,

■Esta prueba se resuelve en dos proposiciones que probaré sucesivamente. 1.a En los tres primeros siglos que llamamos apostólicos, poseyó la iglesia todas las atri­ buciones de su potestad suprema y de su coristitúciort divina sobre los objetos espirituales. 2.a No (os perdió cuando convertidos al Evangelio ios Césares y empera­ dores romanos entraron eti la sociedad cristiana. Masantes de deducir por su orden la prueba de es- . tas dog proposiciones creo que debo hacer una observa­ ción importante. El argumento que saco de ellas, si no tiene toda la fuerza de una demostración * puede á mi parecer figurar entre aquellas pruebas indirectas que he llamado medios prejudiciales ó prejuicios favorables á una causa; y es sabido que estos suelen convencer mas el entendimiento que las pruebas directas mas só­ lidas. Por lo tanto la pongo aquí aparte para que el lector se detenga á meditarla y comprenderla. Está con­ cebida en los términos siguientes: La iglesia al nacer no encontró mas que príncipes y emperadores que la aborrecían de muerte, y, no omi­ tieron ningún medió para ahogarla en la cuna y anegar­ la en la sangre de ios primeros cristianos. La trascen­ dencia; de este hecho es mas grande de loque se piensa, y rae parece inconciliable con el sistema que impugno. Espero que se rae conceda esta proposicion; y es que debe suponerse en nuestro señor Jesucristo, fundador y legislador dé su iglesia, y que no se llama en vano el Verbo y .la sabiduría de Dios, aquella cantidad de juicio y sabiduría común á todos lós hombres juiciosos y ra­ zonables. Ahora bien seria menester negar esta sabidu­ ría al fundador de ia sociedad cristiana, si al instituirla'

en el mundo no le hubiera dado oíros conservadores del orden espiritual que los reyes y Césares que gober­ naban entonces; porque ¿á.quién encontró; nuestro Se­ ñor raandando:al tiempo de sü nacimiento? Al vfejo Herodes, asesino de su mujer y de sus hijos, que igno­ ra litio el lugar donde acaba de nacer: el nuevo rey, man­ dil: para no errar" el golpe degollar á todos los niños de dos anos abajo en laá cercanas de Betlileem, y causa el llanto y amargura inconsolable de tantas madres. ¿Y qué Césares y emperadores ocupaban el solio cuando los apóstoles anunciaron la buena nueva del Evangelio? Un Claudio estúpido, un insensato Calfguta, que deseaba que el pueblo romano tuviese una cabeza nada mas para derribarla de un tajo,, un Nerón, homicida de su madre, y cuyo nombre se ha hecho proverbial para dignificar lá crueldad^‘ese tirano que para quitar á todos sus vasa­ llos hasta la idea de abrazar la nueva doctrina decreta contra los cristianos unos tormentos de tan refinada barbarie, que no hubiera querido creerlo la posteridad á no haberío estampado Tácito en sus anales con buril de acero. Ahora bien semejante orden de cosas rae pa­ rece poco cuerdo y juicioso, y creo advertir en él un total olvido de la prudencia humana. ¿Qué diriamos de un tutor, que entregase la administración de los bienes de su pupilo á uh ladrón dispuesto á disiparlos y dilapi­ darlos? ¿Qué juzgaríamos de un padre insensato ó deanaturaMzüdo, que fiara la vida de su hijo á un asesino armado de puñal para' degollarle? Todo esto no :tiene nada de exagerado en el sistema de la supremacía espi­ ritual de la potestad civil por derecho divino'.. Si el fundador de la iglesia llama á estos mismos hombres para que sean en ella1los obispos exteriores, los protectores^ defensores armados de su fé y disci­ plina, y las guardias que velen at rededor del santuario y no centren allí jamas según el noble lenguaje de Fene^ Ion; en tai ■súposicion la conducta anterior me parece sabiajuiciosa , admirable y digna en todo de la sabidu­ ría de utrDios. 'Este quiere echar el sello deOa ¿Jivini-

dad á su religión, y ve aquí uno muy manifiesto y pal­ pable: hacer que crezca y se extienda por unos medios tan propios para destruirla, que solo por un prodigio superior á las fuerzas humanas ha podido resistirse y conservarse: valerse de las cárceles y los cadalsos para propagarla y difundirla en el universo, y convertir Ja sangre de los» mártires en una semilla "de cristianos que producirá mas deciento por uno. Ciertamente que entre los milagros obrados por el hombre Dios en prueba de la divinidad de su religión no hay uno comparable con este modo de fundarla. Tendrá un tiempo en que sus protectores se hagan sus opresores* prueben á arrostrarla al abismo del cis­ ma y del error donde ellos se metieron, y vueívnn contra ella la espada con que habían de protegerla. Entonces Ies dirá la iglesia: La protección que me prestáis os honra; pero nojne es necesario: es mas útil paru vos­ otros que provechosa para mí: os produce frutos de paz y bienestar mas útiles paro la prosperidad de vuestros estados que todos vuestros auxilios para la exaltación del reino de Cristo. Vosotros castigáis los delitos cuando aparecen al exterior, y jo los sofoco en su origen: vosotros reprimís el motin cuando se levanta á mano ar­ mada en las calles y.plazas públicas, y yo le precavo en eí corazon y hasta en el pensamiento donde se fraguan los planes de la rebelión: el trono que os he levantado en el santuario de las conciencias at lado del de Dios, es mas fírme que el que os ha dado la cuna ó la fuerza de las armas; y estáis ciegos si no veis que mi fé es mas poderosa en las olmas para defenderos que vuestros sol­ dados y.verdugos. Sabed que si yo pude nacer, crecer y fortificarme contra vuestra voluntad, puedo mante­ nerme y conservarme sin vuestro auxilio. ¿Dónde esta­ bais vosotros cuando yo echaba raices bien profundas en ia tierra y extendía mis ramas como la palmera? Hubo un tiempo en que vosotros mandabais publicar en vues­ tras ciudades y plazas decretos de proscripción contra mí; y entonces misaio rae extendía yo mas y mas,

penetraba en vuestros palacios y senados, llenaba todas vuestras cas;is y dejaba desiertos vuestros templos. Si habíais de sojuzgarme y dominar sobre mí en este or­ den moral que es el verdadero reino de Dios; si preten­ ded convertirme en ciego instrumento de los consejos de vuestra política ; abandono vuestros estados, y en mi lugar entrarán la confusion y la anarquía, y la discor­ dia y la guerra me vengarán de vuestro soberbio des­ precio y de vuestros injustos tratamientos, La conclusión de este discurso es que suponiendo ser el ministerio de simple protector de la iglesia en el príncipe el orden legal y permanente de la ciudad de Dios y la economía de su gobierno divino, los consejos de su providencia se arreglan y coordinan con facilidad en todo espíritu juicioso y razonable, que admira ía coherencia y profunda sabiduría de ellos. Mas asi que se representa la potestad civil como el centro de unidad y el verdadero soberano de la sociedad cristiano, se con­ funden todas sus ideas, no ve mas que caos y desorden en esa misma sociedad, y se confirma en la idea de que Dios encomendó el gobierno y dominio eminente de las cosas espirituales y divinos á Pedro y no á Cesar. Y cuando ve escrita en las sagradas escrituras y los anales eclesiásticos esa constitución de la iglesia según se la habia demostrado el sano juicio, y las inducciones sacadas del hecho histórico de su nacimiento bajo el cetro de príncipes enemigos y sus progresos enmedio de las persecuciones; aquella presunción viene á ser pa­ ra él casi una demostración. Despues de este argumento prejudicial siento asi mi prueba sacada de la tradición: La iglesia poseyó todas las atribuciones de la potesíad suprema sobre las cosas divinas en los tres prime­ ros siglos de su existencia. En los paises católicos donde oí» se cuestionan la existencia de la potestad espiritual de la iglesia y su independencia en el orden moral, pue­ den originarse algunos choques y pugnas entre las dos potestades acerca de la competencia de su respectiva

jurisdiccion y-de los límites que en cierto modo separan su territorio.'El' origen y la causa de ;estas diferencias son ciertos ohje tos mixtos, compuestos mitad -de espiritual y mitad -de t«mporal -por su naturaleza- y especie é igualmente interesantes -pora timbas potestades; Me correFponden á mí* dice el príncipe ó ia iglesia , y vues­ tra posesor) no equivale á un Ululo, porque eg mani­ fiesto que los poseeis únicamente por mi:libre y Volun­ taria concesion. Y-cu>ndo el'príncipe mismo se prevale tte la posesion, le dirá algunas veces la iglesia; Vues­ tra! posesiónempezó por la violencia y nuncatfue pacífl* e a e s decir, sin que yo la túrbase y reclamase. JEn esta pugna ¿quién juzgará á las dos parles, ambas so­ beranas ¿'independientes v que pueden Mecir' con justi­ cia; Yo no tengo otro juez que Dios? Para poner acor­ des á esto^dos grandes depositarios del poder divino no veo otra regla- mas^ discreta que decirles': Hut*o un tiempo en que el príncipe no hseia ninguna concesion'á la iglesia, y solo la conocía para descargar su espada sobreseí la; y siendo entonces, la potestad espiritual de la iglesra ó' desconocida de los1César esi ó un objeto de mofa para ellos y no estaban mas dispuestos pararecibir dones de la mono de la iglesia -que esta par» ofrecerselos. Su­ bamos pues á ;esos:'siglos apostólicos que empiezaó en Nerón y concluyen en'ConsUntino: entonces es cuando se nos aparece la iglesia en toda su simplicidad según !a íormó su divino aúlor.'Mas adelante se podrá decir, ó que sé enaíínchó y engrandeció por las concesiones de los príncipes, ó que quedó mutilada y despojada por iaft violencias ejercidas contra ella; pero allí está como la esposa en el dia de la boda, engalanada con solas las joyas, que ha recibido del esposo. Pues me parece que puede, ítpMóarsé aquí ¿ ;la cosa misma lo que se ha dich9 de sirs^ceesbrios, y á la potestad misma la defensa ale-» gada:en favor de sus prerógativas, porque aqüí se ha puesto eFJi litigio-la potestad misma : por eso me parece ¿ueha é ihconteMáb.le esta defensa de la iglesia: Yo ¡poseí én toda su plenitud y con entera independencia es-.

tíi supremacía sobre las cosas espirituales y divinas bajo el imperio de los Nerones, Díoclecianos, Galerios y toda esa serie de perseguidores, cuyas atroces violencias para conmigo se leen en mis anales. Esos hombres que me aborrecían de muerte, ¿me habían dado mis facul­ tades? Acaso se me dirá que Ja potestad espiritual de Cesar quedó ügada y suspensa durante los siglos apostólicos por una consecuencia de esa sabia economía de la Pro­ videncia» cuyas razones y motivos se han expuesto. Muy bien; pero en semejante orden de cosas, enteramente libre y dependiente de la voluntad de Dios* ¿dónde están las pruebas de los que hacen esta objecíon? Porque á ellos les toca presentarlos y mostrarnos este gran siste­ ma escrito en los libros sagrados, en la tradicion*y en ese registro donde se contienen las disposiciones de la voluntad divina; y aun entonces usaré yo de mi derecho, obligándolos á dar á esas mismas pruebas el grado de la evidencia, porque por poca duda que encierren, ten­ go facultad para decirles; La iglesia posee, y la pre­ sunción está siempre en .fuvor del poseedor. Presenten ellos sus títulos; pero mientras que los discutimos y demostramos su falsedad, Ies opondremos un principio que siempre ha pasndo husta aquí por un axioma: ya le he sentado. Durante los tres siglos que llamamos apostólicos la iglesia ejerció todas las atribuciones de su constitución divina y soberana en todas las cosas espi-* rituales. Mas antes de probar en forma esta aserción voy á presentar con toda la claridad posible una pintura de !a constitución de la iglesia; y para hacer mas completa esl.a prueba é ilustrarla mas creo deber responder aquí ó las do3 preguntas siguientes: ¿Qué es la constitu­ ción, de la iglesia? ¿Poseyó esta todas las atribuciones de su constitución divina en los siglos apostólicos?

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45.

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S- I¿O U & ES LA CONSTITUCION DE LA IG L E S IA ?

Ki gobierno de la iglesia en las cosas espirituales es una monarquía templada por la aristocracia. La monar­ quía en toda su plenitud se encuentra eit el sumo pon­ tífice, vicario de Jesucristo sobre la tierra y revestido de toda la autoridad que tomó el hombre Dios cuando dijo: Yo soy rey, rey de un reino que no es de este mundo. En virtud de esta suprema potestad el papa es monarca» y la iglesia romana, cuyo obispo es, ha sido llamada por (oda la tradición la iglesia madre y maes­ tra de todas las iglesias. Esta monarquía está templada por la aristocracia. El elemento aristocrático se halla 1.° encada obispo en particular, 2.” en las juntas de obispos llamadas con­ cilios. Según ei orden é institución divina los obispos están asociados al sumo pontífice para el gobierno de la igle­ sia, y son miembros de la soberanía, investidos de ios derechos de regalía en su territorio ó diócesis según veremos m¡¡s adelante; pero no gobiernan como iguales, sino como súbditos del papa su monarca, sometidos á sus leyes y ejecutores de sus decretos. Creo ver una i rpagen do este gobierno, si no perfecta poique toda comparación es incompleta , pero muy parecida en el imperio de Alemania, donde el emperador mandaba á soberanos que tenían su estado y territorio. Los presbíteros y curas párrocos sin participar del gobierno general de la iglesia como miembros de la so­ beranía forman parle de sn constitución como adminis­ tradores, y son en la sociedad eclesiástica lo que la ad­ ministración en la política; porque en toda sociedad son cosas distintas y separadas por una barrera insuperable el gobierno y la administración, Los magistrados, los jueces, los administradores no son legisladores, ni soberanos, ni participantes de la soberanía. Pues esta es la

elevada clase en que están colocados los presbíteros: por la constitución de la iglesia son magistrados, jueces y administradores, y la Escritura señala claramente su lugar; él papa es significado por las palabras dichas á Pedro, los obispos por lasque se dirigen inmediaUiment'e al colegio apostólico, y los presbíteros por la mi­ sión dada á los setenta y dos discípulos. La iglesia es una monarquía, en la que el papa ejerce toda Ja plenitud de la potestad soberana : asi lo dice el gran teólogo é insigne obispo Bossuet en su sermón so­ bre ia unidad de lo iglesia. La monarquía det papa está templada por la aristo­ cracia del episcopado ; asi lo afirma Belarmmo, y este doctor no ha pasado nunca en Francia ni en otra parte por detractor heterodoxo de la autoridad del papa (1). Trátase ahora de buscar en la Escritura y la tradi­ ción estas dos grandes instituciones de la supremacía de la iglesia que acabamos de nombrar, empezando por la monarquía del papa. I.-- La

MONARQUÍA D EL PA PA SEÑALADA EN LA SANTA ES C R IT U R A ,

. Nuestro Señor Jesucristo despues de haber fundado su iglesia piensa en darle un gobierno, Bjar sus atribu­ ciones y facultades administrativas, circunscribir su ex­ tensión y poner sus límites. En este lugar no dirige Ja palabra á la comunidad cristiana , porque el pueblo no es soberano en la ciudad que va á edificar y en la so­ ciedad que víi á constituir, sino que llama á sus discí­ pulos y les dice: Enseñad y bautizad: yo estoy con vos­ otros enseñando y bautizando. Y en otra parte: Yo os daré las llaves del reino de los cielos. Ya tenemos doce hombres escogidos y separados de la multitud, á los cuales encomienda el gobierno, como no podemos dudar en virtud de las palabras citadas. Estas expresan la so(1) Bel armi lio, De romano pontifiee, lib.l, c. 3, 5 y 8.

berania y no falta nada de cuanto constituye la potestad suprema. Ya aabetrvos que en la iglesia no es el pueblo quién rige y gobierna , sino el episcopado: Posuit epi■scopos regere ccclesiam D d (1). Mas ¿por ventura el go­ bierno de la iglesia es puramente aristocrático'? jNto, los depositarios del poder gubernativo no deben formar un cuerpo, un senado, un consejo permanente, sitio que están destinados á vivir solos, separados y dispersos en todo él universo. Fijados en un territorio cuyos gober­ nadores y príncipes son, tienen iguales facultades* y la iglesia no será.un cuerpo con doce cabezas. Es mani­ fiesto que el misterio de la unidad no hace mas que empezar aquí por esta primera separación. YeÉimos ahora la segunda que le consuma y per­ fecciona. Entre estos 'doce caudillos de las doce tribus del nuevo Israel es escogido lino como en otro tiempo 'Moisés, y en él solo se reúne y concentra toda la fuer­ za del colegio apostólico. A la sombra de la autoridad tutelar de este monarca espiritual vivirá en paz la igle­ sia católica, y se remediarán el cisma y la herejía. Busquemos ahora en lo sagrada escritura este centro de unidad, y le veremos demostrado hasta la evidencia. Es­ tas palabras empapadas de la virtud del poder supremo Todo h que alareis, se liabian dicho á Pedro solo antes de decirse al colegio apostólico. Pues bien según la lumi­ nosa observación de Bossuet Dios no se arrepiente de sus dones, y la generalidad, y universalidad de aquellas palabras ha puesto ya bajo la obediencia de aquel ó quien se han dicho, todos aquellos á quienes se dirá mas adelante: Enseñadyquc yo esloy con vosotros: atad y desatad, y todo cuanto alareis y desatareis en la tier­ ra, será atado y desalado en el cielo. Mas aquí tenemos urws palabras que se dijeron á Pedro solo: Apacienta mis corderos: apacienta mis ove­ jas. ¿Y quién ignora la excelente glosa de Bossuet sobre estas palabras? Apacienta los hijuelos y sus madres, (1)

Aet., cap. xx, v. 28.

es decir, los pastores y . los pueblos, los príncipes y losvasallos: reyes, príncipe?» magistrados, patriarcas, me­ tropolitanos, cualesquiera quesean vuestra dignidad, clase y categoría en el orden civil ó religioso, si sois pas-* tores respecto de, los pueblos no sois mas q*ne ovejas de-, Pedro. ¿Quién pues podrá creerse exento de líi jurisdic­ ción de este pastor universal? Solo aquel que no es ni un cordero ni una oveja del rebaño de Jesucristo. ¡Ah! [Desgraciado de e&Le hombre!' En el mismo hecho se declara fuera del aprisco del $eñor. Yo no veo en él mas que una oveja perdida, extraviada , expuesta al rapto de los lobos voraces, los cuales según testimonio del Espíritu Santo siempre andan rondando el redil y bascando una presa que devorar. Pero en ninguna parte ge espresa esta potestad con mas firmeza y energía que-en aquella célebre confesion de la divinidad de Jesucristo, hecha por Pedro en nom­ bre de todo el colegio apostólico cuando le interpeló el divino maestro. Omito aquí esta prueba, porque ya la he explanado con bastante extensión en la sección primera, y seria inútil repetirla. «Esta es la cátedra romana tan celebrada por tos »santos padres, donde ensalzaron como á porfía el prin­ cipado de la cátedra apostólica, el principado princi»pal, la fuente de la unidad, yen el lugar de Pedro la «grada eminente de la cátedra sacerdotal, la iglesia nía»dre que tiene en su mano la conducta de todas las de»mas iglesias, la cabeza del episcopado, de donde parte »el radió del gobierno, la cátedra principa! * la cátedra wúnica, en la cual sola conservan todos la unidad.» tfY »en este discurso, continúa Bossuet, de quien he copiado «este trozo de erudición , oís á san Optnto, san Agus»tin, san Cipriano, san Ireneo, son Avito, Teodoreto, »el concilio de Calcedonia y los demas, el Africa, las »Galias, la Grecia , el Asia , el Oriente y el Occidente «unidos juntamente.» La iglesia pues es una monar­ quía, y la plenitud de la poteBtad monárquica reside en el popa : esta verdad es de fé.

Tiempo es de que busquemos en la constitución de la iglesia ese temperamento de aristocracia ó pura ha­ blar en lenguaje moderno ese elemento aristocrático que templa la mo'narquía en virtud de la potestad epis­ copal , y que le busqnemos hasta en la sagrada escri­ tura donde tan visiblemente está marcado. Ya hemos apuntado esta prueba. A Pedro se le dice: Apacienta mis corderos : apacienta mis ovejas; y á los apóstoles y al colegio apostólico; Enseñad, bautizad', yo estoy con vospiros é£c. Las llaves del reinó de Dios se dan á* Pedro y juntamente á los sucesores de los apóstoles. Estos abren como aquel el reino de Dios» y nadie le cierra: le cierran, y nadie le abre: atan y des­ alan las almas como Pedro: pronuncian como él desde este valle de lágrimas sentencias que se obliga á ratifi­ car el Altísimo; y se atreven* en cierto modo á presen­ tarle la fórmula y el modelo del juicio que va á fallar en el cielo. De Pedro está dicho que es el fundamento de la iglesia; y en otro lugar está escrito que la iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles. Algunos han dicho que I03 obispos, salvo la dependenota del papa, pueden en su diócesis y en materia do jurisdicción todo lo que el papa en la iglesia universa!, jío juzgo que sea verdadera esta proposicion; pero sí creo poder afirmar la verdad de estotra enunciada mas arriba; á saber, que los obispos poseen en su diócesis los derechos llamados de regalía en política , el derecho de pronunciar sentencias sobre la fé, las cuales exigen co­ mo los de un tribunal de primera instancia una obedien­ cia interina hasta que sou reformadas ó anuladas por lá iglesia, el derecho de promulgar leyes sobre la disciplina que liguen las conciencias con censuras y con la exeo' munion, la cual hiere el alma de muerte invisible y representa en la sociedad cristiana la muerte civil de la política. Este es el lugar de explicar et dicho de san Cipria­ no y repetido por toda lo tradición y usado por Bossuet en su sermón sobre la unidad de la iglesia. El épisco-

pjido es uno; lo cual quiere decir que lodos nuestros obispos no tienen mas que una misma cátedra, y que todo lo que un obispo hoce y dispone en unión cou la iglesia y con Pedro que es la cabeza de ella? adquiere la fiiinza insolidum de la iglesia entera, en cuanto esta le suministra su vinculo y le presta toda la fuerzn de&u brazo. Por eso los obispos y los misinos concilios han dicho en sus estatutos y leyes unas veces que obraban por el de­ recho divino de su oficio y como vicarios de Jesucristo» y otras en nombre de Pedro y como vicarios de este* oíce Petri. Aquí podemos exclamar con Bossuet: ¡Cuán firme, vigorosa y . potente para reprimir el vicio y el error es esta constitución, en que todos los poderes son divinos y cada parte habla y obra con el vigor dél todo! Los presbíteros, esa parte integrante de la consti­ tución de la iglesia, están claramente señalados en !a categoría que les dió nuestro divino maestro: no son parti­ cipantes de la soberanía ni legisladores, sino simples administradores. De grado repelimos con la facultad de teología de Paris que son los sucesores de los setenta y dos discípulos de Jesucristo; honor y distinción que los separa del simple pueblo tonto como lo ¿stan los admi­ nistradores de sus administrados. Esta excelente doctrino sobre la unidad de la igle­ sia que hemos bebido en la tradición pura, es muy á propósito para realzar á los ojos de un sacerdote pia­ doso é ilustrado la obediencia debida á las leyes dioce­ sanas y locales. Se conoce y comprende la obligación do obedecer las leyes de la iglesia universal; pero algunos tienen muy tenue convicción del deber de cumplir las leyes diocesanas; sin embargo todns obligan igualmente que los decretos de la iglesia universal, según la doctri­ na de stifi Cipriano, aun aquellas que no son tnas que la simple voluntad del obispo, como las disposiciones sobre el culto y la dispensación de los sacramentos, escritas en el ritual 6 el ceremonial, y los edictos y estatutos sobre la vida honesta que deben hucer los clérigos. De ahí

procede la grave advertencia que dirige Bossuet á sus cohermanos para que en sus estatutos y disposiciones legislativas se remonten á altos pensamientos y no dejen ni consientan nado de que puedo sonrojarse la iglesia, nada que merezca ser censurado por la inviolable y su­ prema autoridad de la iglesia universal y de ta romana que ¡a representa. Un hombre juicioso é ilustrado que baja hasta los fundamentos de la ciudad de Dios, descubre al lado de la piedra angular sobre que estriba este inmortal edifi­ cio, otras que forman parle délos cimientos y nos explican la razón por qué dice el Espíritu Santo unas veces que la iglesia está, edificada sobre la piedra angular de la iglesia de Roma, y otras que son su funda­ mento los apóstoles y las iglesias apostólicas. jOlil [Qué cosas- tan grandiosas dice el nombre de sucesor de los apóstoles y príncipe de lo iglesia á los oidos de un cató­ lico piadoso é ilustrado! Y si es verdad que el esplendor del trono resalta sobre los príncipes de la familia real, y los ministros del imperio, brilla un rayo de la majes­ tad divina de Jesucristo y de su vicario visible en la tierra en la faz del obispo, príncipe de ta iglesia de J)ios y revestido de ta autoridad de los apóstoles. No sin motivo he amplificado mas este punto de ta doctrina católica, que por decirlo asi sale de suyo deí fondo de mi. asunto tratando de la constitución de la igle­ sia, y tiene un interéá vivisimo y de oportunidad para quien conoce la gran enfermedad que atormenta ahora lodos tos ánimos. De ahí resulta una desazón general que penetra hasta en el santuario, porque (es preciso, decirlo) los sacerdotes y ministros de Dios son los hijos de su siglo, cuyo espíritu se filtra é introduce en todas partes, como el aire influye en el temperamento de lo,* das las almas y las altera y corrompe tanto como la at­ mósfera en que vivimos y que respiramos. Y si es cierto que ia insuBordinpcioñ y ia independencia son el carác­ ter específico de nuestro siglo, ¿qué debemos inferir de ahí sipo que la piedad, la religión y la fuerza de la

educación han podido minorar y disminuir la influencia de ese mal tan contagioso en los clérigos jóvenes; mas no curarle y destruirle de raíz? No obstante pues que todas estas, circunstancias morales no quitan et libre al­ bedrío á la voluntad, puedo decir aquí á mis hermanos en el sacerdocio, y en particular á los seminaristas eclesiásticos, cuyo amigo, consejero y padre debo ser mas que nirigun otro: si queremos introducir en la iglesia le turbación y confusion que reinan en el estado, no hay mas que desconocer la autoridad episcopal y re­ bajar su consideración al modo que lo e§tá la de la au­ toridad secular, II,-^De

lo s c o n c il io s , v e r d a d e r a CONSTITUIDA EN LA IG LESIA .

a u t o r id a d

Al tratar de la constitución de la iglesia no debo omitir los concilios que son una parte integrante de ella, y en especial los provinciales, en los que creo ver un instrumento, un muelle esencial del gobierno de la iglesia. En rigor no son un tribunal permanente, pues que no se celebran con fecha fija ni en un período de­ terminado; 110 obstante en los tiempos felices de la iglesia se convocaban con bastante regularidad para que pudieran practicarse la apelación y recurso á ellos, es­ taban ligados.á ciertos hechos, objeto de una previsión cierta, como por ejemplo la vacante de una silla, y el derecho marcaba una clase de asuntos de que eran únicos jueces competentes, teniendo este tribunal como todos los demas su fuero determinado por la ley. Eusebío, el autor eclesiástico mas antiguo, decía estas pala­ bras en el siglo IV : «No pueden arreglarse los grandes «negocios de la iglesia sino por medio de concilios (1).» Y en el de Nicea se lee textualmente: «Ha parecido ^conveniente que todos los años se congreguen dos conjjciiios en cada provincia para tratar en común las (1) Eusebio, De vita Consta lib, 1, c. 51.

>;cuestiones graves.» E! concilio de Antíoquía renueva en el canon X el del concilio niceno sobre la celebra­ ción de dos concilios anudes. En cuanto á los concilios ecuménicos pueden lla­ marse una de las necesidades de la iglesia en ciertos ca­ sos extraordinarios é indeterminables, y yo he leído eti las actas públicas de la antigua Sor bono unas conclusio­ nes sentadas asi: Concüia aecumenica quandoque necessarja. La cuestión de la reiteración del bautismo nos presenta un ejemplo de esto. La fé de lu iglesia univer­ sal se habia obscurecido entonces tanto enmedio déla disidencia de los doctores, los mártires y los concilios, estando San Cipriano do una parte y el papa san Cornelio de la otra; y la confusion y contrariedad de todos estos hechos habia amontonado tan densas nubes en torno de lu fé general de la iglesia, que en decir de san Agustín se necesitaba nada menos que el fallo de un concilio ecuménico para dar á esta cuestión la claridad de la luz del día. En el culor del-luteranísimo y en ia fuerza de su propogauon creo Ver á la iglesia en una situación semej.jnte, siendo no menos necesario el con­ cilio tridentino que el indicado por san Agustín para calmar la agitación de los ánimos y desvanecer las incerlidumbres con una patente manifestación de la fé de la iglesia universal. A juicio de Bossuet un concilio ecuménico es el ejército de la-iglesia con todas sus fuerzas desplegadas en batalla para combatir á la herejía, porque tal es el pensamiento* que expresa en el siguiente pasaje con su ordinaria grandilocuencia: «Mas si se suscitan escánda­ nlos y los enemigos de Otos se atreven á acometerle con »bus blasfemias, sales, Jerusalem, de tus murallas, y »te formas en batalla para combatirlos,-siempre iiermo»sa en tal estado, porqué no te abandona tu hermosura; «pero ahora terrible, porque un ejército qíie parece tan «vistoso cuando pasa muestra, ¡cuán terrible es cuando »se presentaron todos los arcos armados y las picas wenhiestas! {Cuán terrible pues eres, ó iglésia santa,

»cuando caminas cón Pedro á la cabezo....derribando «las cabezas soberbias y toda altanería que se levanta «contra la ciencia de Dios, cerrando ó los enemigos de »este con lúa apiñadas falanges, y rindiéndolos junta­ mente con toda la autoridad de los siglos pasados y wtoda la execración de los futuros!» En mi dictamen este lenguaje tan valiente y figura­ do se aplica al concilio ecuménico, donde está presente toda la iglesia por sus legítimos representantes. Abrese la discusión, se exponen las blasfemias del error* y de todas partes se levanta un grito unánime: Anatema á esas proposiciones. Nunca se oyó en la iglesia semejante cosa; por el contrario ve aquí lo que la iglesia cree ahora, lo que enseñaron siempre nuestros padres, y lo que creerán siempre nuestros sucesores. Tal lenguaje despues de una discusión sabia y animada en que se abrió el libro de las escrituras, se alegaron los pasajes mas luminosos y significativos de la fé católica y se exa­ minó la tradición de los siglos anteriores, es capaz de postrar el error con toda la autoridad de los siglos pa­ sados , deí presente y de los venideros, y no es tan te­ mible la-carga de un fuerte ejército que cierra con el enemiga Despues que el territorio de Europa se dividió en los términos en que hoy está y que se llama equilibrio europeo, fue casi imposible la congregación de concilios ecuménicos, y fácilmente se echa de vér la razón: 3a reunión de todos los representantes del universo católi­ co en un mismo lugar exige la ausencia de los obispos fuera del reino: su permanencia en un país extraño y á veces hostil, la rivalidad de las naciones y los zelos p$r sus distinciones y precedencia , todos estos intereses tan difíciles de conciliar han atado y entorpecido la voluntad de los papas, mas propicios á la convocación de un con­ cilio ecuménico. Tan cierto es que esta materia por su naturaleza mixta requiere la acción de una potestad tínica y dominadora en todo el universo. En la edad media fwdia vencerse la dificultad por el. poder y juris­

dicción temporal del papa, no menos soberana en mu­ chos casos que la de los Constantinos y Teodosios, Desde que el derecho público de las naciones se alteró en esta parte, y volvió lo iglesia á aquella situación de donde había salido únicamente por el bien de la humnaidtid, loa sumos pontífices no pensaban ya en convocar conci­ lios ecuménicos; pero al estallar la herejía de Lutero cuando la voz pública reputaba el concilio general por el remedio único y necesario de los mnles de la iglesia, no faltó á esta ia divina providencia. Carlos V adquirió una pujanza tan preponderante, que estuvo á pique de romperse para siempre el equilibrio de Europa: tomó res­ pecto de los demas soberanos las apariencias, modos y lenguaje de los antiguos emperadores romanos; y fue necesario nada menos que su gigantesco poderío para que se efectuara la reunión del concilio de Trento. Con­ gregóse este á la sombra de la majestad imperial, y con tantos obstáculos y dificultades, con tales interrupciones y continuaciones, que dijeron tos amigos de la religión: Ahí está el dedo de Dios. La rara reunión de ios conci­ lios provinciales en los tiempos modernos debe atribuir­ se á la misma causa. Con todo en Francia se reunía periódicamente el clero, y solia tomar conocimiento de las causas relativas á la fé y la disciplina, supliendo en lo posible el oficio de los concilios provinciales. I1 L

— L a CONSTITUCION DE LA IG L E S IA CON L Á MO­ NARQUÍA D E L P A P A Y L A ARISTO C RA C IA DE LOS OBISPOS PR O B A BA PO R L A TRADICION D E LOS T R E S P R IM E R O S SIGLOS DE LA IG L E S IA .

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Para coger el hilo de esta primera tradición desde su origen la empiezo por este hecho sacado del Evange­ lio. Desde que Bedro mereció por la gloriosa confesion de la divinidad de Jesucristo ser declarado presidente y cabeza del colegio apostólico, entra en cierta manera en poseslon de esta divina prerrogativa; y no se trata en aquel de un asunto importante, en que no intervenga

Pedro como él primero de todos y el representante de todo el cuerpo. Le hemos visto el primero á practicar la fé: ade­ mas es el primero á practicar el gran mandamiento del amor, el primero que ve á nuestro Señor resucitado de entre los muertos, el primero que confiesa ei nombre de Jesuseo presencia de la nación judaica, el primero á presidir la elección de un nuevo apostol, el primero que confirma la fé con miltigros, el primero que convierte á‘los judios* el primero que recibe á los gentiles y los incorpora en el gremio de ta iglesia. Empieza la predicación de) santo Evangelio, y ia palabra de Dios sembrada en Jerusalem por los apósto­ les produce la iglesia cristiana, que por la unión y ca­ ridad de rus miembros vino á hacer real la fabulosa edad de oro de los paganos. Sale el cristianismo de Jerusalem, atraviesa los limi­ tes de la Judea, y es predicado á los gentiles: fórmase una iglesia en Antioquía, y eu primer obispo es Pedro. El Egipto bendecido y santificado por la presencia del niño Jesús oye predicar la divina palabra en premio del asilo hospitalario que dió á un Dios proscripto; y se funda en Alejandría la cátedra dé san Marcos, Pedro por Antioquía llega ó-Roma, anuncia allí el Evangelio, muere y deposita en el sepulcro que ha escogido en aquel centro del gentilismo, las llaves del reino de los cielos entregadas á él por su divino maestro. Roma pa­ gana , la madre de la idolatría, viene á ser la madre y maestra de todas las.iglesias cristianas, y adquirirá mas lustre por la silla de este pescador que por el trono de los Césares. La palabra de Dios lia resonado en los confines del mundo. El linaje de los cristianos se.multiplica en el seno de la gentilidad con tanta rapidez como los hebreos en Egipto: las naciones tiemblan y meditan planes infa­ mes contra la iglesia: corre á torrentes la sangre de los confesores déla fé y principia I r era délos mártires. Muchos se representan á la iglesia en aquellas pri­ meras edades como cautiva y sin atreverse á salir de las

catacumbas donde celebraba sus divinos misterios, y dicen: ¿Cómo en tal estado es capaz de ejercer el menor acto de su soberanía, de desplegar su jurisdicción eclesiástica y congregar los concilios para determinar en común y con Pedro á la cabeza la recta administración de sus sa­ cramentos, la enseñanza conveniente de su doctrina, el procedimiento de sus juicios eclesiásticos y todo, el buen orden de su disciplina? A la' verdad si se considera ¡ü Ja iglesia enmedio del fuego de !a persecución y en lo mas recio de los edictos sanguinarios dados contra ella; en aquellos dias borras­ cosos la iglesia como sociedad no era casi visible en el mundo, ó solo !o era por la profesiou patente de su fé y el testimonio que le daban sus mártires hasta morir en los suplicios. En aquel estado la iglesia experimentaba una especie de eclipse á los ojos de lo que se llamaba entonces y aun en el dia el gran mundo. Mas la perse­ cución á manera de la calentura tenia su accesión, su crecimiento y su delirio frenético y hasta rabiuso: á es­ tos raptos furiosos sucedían algunos lúcidos intervalos, durante los cuales gustaban los cristianos las delicias de una paz profunda; y no queda uno poco admirado al leer en los anales de la iglesia cómo se atrevia esta á ejercer líbre y francamente su culto durante aquellas interrupciones de ia persecución. Verdaderamente era el grano de trigo que está enterrado durante el invierno, y revive, crece y se pone^Iozano á la primavera. Enton­ ces se mostraba la iglesia tal como e?, ha sido y será siem­ pre, una sociedad enmedio de la sociedad pagana, que te­ nia sus leyes, magistrados, policía, gobierno, y cuerpos deliberantes y sobre todo su religión aparte. Estos son los siglos que vamos á recorrer, y en ellos veremos á la igle­ sia cristiana en el pleno ejercicio de toda su suprema­ cía en el orden espiritual. Empecemos por la monarquía del papa. Aquí senos presenta iti gran cuestión de las ceremonias legales, que dió margen ai concilio de Jerusalem, el primero de to­ dos los concilios y la forma y modelo de cuantos se si-

guieron. Le convocó y presidió san Pedro: por eso le ci­ to con justa razón como uno de. Jos primeros actos de la monarquía del papa en la cuna del cristianismo. Me pa­ rece útil y aun necesario pura la mejor inteligencia de la materia dar una sucinta noticia del objeto , oca|ion y causa de esta disputa. La irritación y exasperación de los ánimos Habia llegado á tal grado, que los hombres de bien fi uña voz pedían la convocación del concilio como el único preservativo del cisma próximo á declararse y dividir la naciente iglesia en dos partidos irreconciliables. Los judios convertidos creían necesaria h\ observancia de las ceremonias legales , y los gentiles las desechaban co­ mo un yugo inútil, por no déeír mas, que había sacudi­ do el cristiano por la libertad del Evangelio. Los gentiles no comprendían que la justicia cristiana pudiera ema­ nar de otro origen que de la bondad de las acciones; y sus sabios q«e las habían practicado ¿\ veces hasta el heroisríio sin conocer la ley ni las obras de esta , no les pare­ cían inferiores en nada á los hijos de la alianza. ¡Qué escandolol exclamaban los judaizantes. [Creer que esté abrogado el pacto hecho con Abraham , depositario de las promesas, y que la circuncisión , que era el sello de aquel, no sea ya mas que una ceremonia indiferente! Los judaizantes se prevalían de la autoridad de san Pe ­ dro, y los geni iles alegaban en su favor la de san Pablo: la discordia habia llegado al último punto, como puede juzgarse por el hecho siguiente. En Corinto un judai­ zante fanático que se mcüa á profetizar, excitó una se* dicion furiosa entre los suyos y los exaltó hasta el extre­ mo de instigarlos á precipitarse sobre los gentiles con­ vertidos para obligarlos por fuerza á judaizar. La conducta y práctica contraria que observaron pública­ mente Pedro y Pablo en lo recio de esta disputa , au­ mentaron la irritación de los ánimos y encendieron el fuego de la discordia. No ignoraba san Pedro todo lo grande, sublime y misterioso que escribió después, el apostol de las gentes sobre la esencia de esta doctrina; pero juzgaba deber guardar todos los miramientos posi-

bles á los judíos convertidos y condescender con la queza de su fé, arguyendo á san Pablo con estas palabras suyas: Hagámonos todos para lodos, judíos con los ju ­ díos. Lo cierto es que la extremada caridad del primer pastor producía malísimos efectos, y los judaizantes,se prevalían de esto para mantenerse mas obstinados en su error sobre la necesidad de las observancias legales. E l zelo ardiente de san Pablo no pudo contenerse en vista de támafto mal, y se atrevió á resistir cara á cara á su superior‘y reprenderle públicamente porque era repren­ sible. Nada de esto carecía de misterio: convenia dar la forma y modelo á los pastores de todos los siglos venide­ ros y mostrarles que la humildad etilos puestos máselevados les da mucho mayor realce á los ojos de los pue­ blos que las magnificas prerogotiyas de la potestad, que son el patrimonio de su dignidad. Como la discordia iba siempre en aumento , decian los hombres pacíficos que el verdadero remedio era el concilio general. Se tuvo pues en Jernsalem, asistiendo san Pedro, Santiago, san Pablo y san Bernabé. De aquí dedujo la posteridad esta máxima, que tenía ya á su favor el volo de la razón; a saber , que no es necesaria la presencia de todos los obispos del orbe cristiano en el concilio ecuménico, y que sí un puñado de diputados pueden representar le­ galmente una n.iciun grande, bastan unos pocos obispos para representar ó la iglesia. Pedro presidió el concilio despues de haberle convocado como se cree comunmente: habló el primero, sentó la cuestión que habia de delibe­ rarse, y dió su parecer en forma de juicio: los votos fueron unánimes y conformes con el del primer pastor, y estos votos eran ueios juicios. San Pedro por su conclu­ sión los convirtió en un decreto y les puso el último se­ llo de la autoridad publicándolos: se encargó á los mas notables dei concilio que llevaran estos decretos á donde quiera que hubiese resonado ya la divina palabra, es de­ cir, á todas partes; y bien sabido es que estos mismos decretos fueron calificados no de juicios humanos, sino de decisiones dadas en nombre del Espíritu Santo. Tal

fue el primer concilio celebrado en Jerusalem, que sir­ vió de modelo á los de ias edades siguientes y nos auto­ riza para decir que desde el origen mismo de la iglesia aparecen la monarquía de Pedro y su cualidad de sobe­ rano. No fue menos ruidosa la cuestión del día en que habia de celebrarse la Pascua* ni causó menos agitación y conmocion en los ánimos. En aquellos dias felices pa­ ra que se alteraran estos era preciso que interviniesen Jos asuntos importantes y los grandes intereses de la re­ ligión f sus dogmas, su culto y sus ceremonias. Ei pan­ toque se controvertía era si habia de celebrarse la Pas­ cua en el día que la celebraban los judios, ó en el domin­ go siguiente al dia catorce de la luna de marzo. Los cris­ tianos se agitan, se dividen, y en todas partes se convocan y reúnen la multitud de concilios de que hablaremos des­ pues. Sin embargó todas las miradas se vuelven á Roma: el gran san Policarpo, lumbrera de la iglesia y despues marlir, se traslada á aquella ciudad, respetada ya como la madre y maestra de todas las iglesias, para consultar con Pedro, A quien se cree siempre vivo en la persona do sus sucesores; y le parece áeste obispo, que ha oido la tradición de la boca misma de los apóstoles, que no po­ drá menos de errar sí sigue su juicio privado sin cote­ jarle antes con el del gran maestro á quien se mandó confirmar á todos sus hermanos en la fé, La iglesia ro­ mana por una costumbre recibida de su primer obispo san Pedro celebra la Pascua el domingo siguiente al dia catorce de la luna de marzo, y la tradición de Roma sirve de regla ú todas las iglesias occidentales. Él Oriente sigue otra y se conforma con .la costumbre que parece haber establecido san Juan. Mas acabamos de decirlo, todos apelan alegran tribunal erigido-en Uomo. La santa sede en tales términos se tenia por el juez supremo y en últi­ ma instancia de esta ruidosa causa ¿ que en el discurso de ella amenazaba el papa Yictor excomulgar a los orien­ tal es tenaces en su tradición* Estos no creían deber de­ sistir de ella: tan venerable les parecía por haberla seT. 4ís.

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guidb una serie de mártires cuyo nombre vivía en lá memoria de todos. Decían ademas: la practicaron dos apóstoles: primeramente san Felipe que murió en Hierópolis y dejó tres hijas vírgenes, cuyo testimonio han podido recoger nuestros ancianos, porque aquellas mu­ rieron en olor de santidad y en una edad muy avanzada. Ademas (anadian) se conformó con esta tradición san Juan, mas grande que dicho apostol, que fundó tantas iglesias, estuvo reclinado en el seno de nuestro Se­ ñor Jesucristo, padeció martiriofue doctor y murió eñTífeso. No obstante el gran peso de tantos razones y autoridades se necesitó nada menos que los perseveran­ tes ruegos del célebre san Ireneo, para que la cabeza dé la iglesia no castigase con la excomunión la resistencia de aquellas ilustres iglesias. \Cuántos hechos se me ofre­ cerían en estos dos primeros siglos si tratase yo de re­ correrlos! En Coriülo estallan ruidosas divisiones entre los presbíteros que vieron á nuestro Señor Jesucristo. El papa san Clemente, uno de los primeros sucesores de gan Pedro y encargado como pastor universal del cui'dado de todas las iglesias, toma conocimiento de aquel suceso á petición de los mismos corintios, y para apa­ ciguar la discordia dirige al clero de la misma Iglesia aquella admirable carta venerada en la antigüedad casi tánto como los escritos de los apóstoles. En el mismo siglo Marcion depuesto por su obispo c-rfee que es propio de su honor hacer anular aquella Sentencia, y no ve otro tribunal eu la iglesia superior el 'de los obispos que el de Homa. Sabidos son los disgustos y amarguras que afligieron %1 largo episcopado de san Cipriano coronado por el ■martirio. La fortaleza y vigor del santo prelado para conservar la pureza de la disciplina no tenia igual; asi ‘es que 'no podia permitir su zelo que se debilitase y enervase aquella por un abuso de que solían ser fauto­ res algunos mártires y confesores de la fé acaudillados por el mártir Luciano. Poseídos de una falsa confianza

en sí mismos (porque jali! el martirio no preserva de las tentaciones del orgullo) daban á los que habian caido (Jurante la persecución unas cédulas para obtener dis­ pensa de ia pena-canónica decretada contra el pecado de .idolatría. Buscabase y no se hallaba en ninguna parte el título de estos, confesores pava ejercer tan ex­ traña potestad, I’or mas que san Cipriano predicaba contra esta relajación, cuyos consecuencias le parecían funestas, los obstinados confesores perseveraban en su práctica, el pueblo tomaba partido á su favor, y dü ahí recibía la paz pública no pequeño detrimento. A este propósito escribió el santo doctor á Ja iglesia roma­ na aquella carta admirable que se puede leer en las ac­ tas de los concilios, y que es un testimonio igualmente ventajoso del eminente zelo del obispo cartaginense y dé la supremacía de la igiesia romana sobre todas las iglesias.' ... . ; _ [Cuántas y cuán fatales contiendas suscitaron ade­ mas á este ilustre mártir los novadores de su tiempo, los Novatos, Novacianos y Felicísimos! A todas estas embestidas contra su persona^ autoridad y contra la sana doctrina no opuso nunca Qtra defensVque esta: la iglesia romana, donde se conserva el depósito de la fé católica, y su autoridad tutelar de la de todas las igle­ sias. No conozco un título mas incontestable del prima­ do jurisdiccional de la iglesia de Roma que el testimo­ nio de este gran obispo, á quien suelen invocar como patrono nuestros modernos presbiterianos. Los demas testimonios de los santos doctores de aquellos dichosos siglos no son menos favorables á la monarquía del papa que los actos de su administración. La autoridad de san Ireneo es especialmente célebre en esto materia, y las edades siguientes no facilitan á la iglesia de Roma un título mas precioso de su primado. Queriendo probar eí sanio doctor que Ja-iglesia confunde todas las herejías por la tradición pondera en estos términos magníficos la gran autoridad de:ia iglesia romana: «No pudiendo nosotros descubrir á los ojos de los herejes la tradiciou

«de todas las iglesias nos limitamos á señalar la do la «mayor y mas antigua , conocida de todos y fundada en «Roma por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo. Por «esta fé, que se ha conservado en aquella iglesia por lia «sucesión de sus obispos, confundimos á tocias las sec»tas, engendro'falal de las pasiones humanas: porque «con esta iglesia deben concordar y confrontar su fé «todas las iglesias: allí es donde se ha conservado la «tradición de los apóstoles en su pureza.» Y la .razón que alega el santo doctor es el primado de potestad que fue dado á dicha iglesia. Esta fórmula de fé, con la cual debe ser confrontada como modelo la de todas las iglesias en testimonio de su ortodoxia, este símbolo ¿es una regla de fé menos inmutable que ia confesion de Pedro? Yo.pudiera transcribir tambsm el precioso ho­ menaje de san Gerónimo á la-cátedra de Pedro; pero con ser tan formal me parece menos significativo que el de san Ireneo. ' . " -

§. n. La

a u t o r id a d d e lo s o b i s p o s , e l e m e n t o a r is t o ^ ORÁTICO DE LA CONSTITUCION DE LA IG L E S IA , PRO ­ BA D A POR LOS HECHOS Y TESTIM O N IO S D E LOS SIGLOS APOSTÓLICOS.

En esta importante controversia relativa á la pree­ minencia de jurisdicción de los obispos respecto de los simples presbíteros sobresalen dos hechos confesados y reconocidos ó á lo menos irrecusables para todos nues­ tros adversarios. l. ° En los siglos apostólicos hallamos una distinción mareada y declarada entre los obispos y los presbíteros: 2.° una gerarquía de facultades entre ellos* siendo el primer grado e) diaconado y el supremo el episcopado. Acaso se dirá que esta distinción no tiene otro objeto que una preeminencia de honor, una po­ testad de orden superior; pero que no lleva consigo ni superioridad de. jurisdicción en el obispo, ni deber de obediencia en el presbítero. Mas elatcnto observador

atí>ierte frita n te una superior ida(i de jurisdicción reo!, porque si la considero en el libro del Pastor, subido es que Hermas, tenido por autor de él, era discípulo de los apóstoles y coetáneo del papa san Clemente. Pues este escritor reconoce los tres órdenes nombrados, á sa­ ber, ministros, es decir, diáconos, pastores y obispos, los llama las piedras angulares del edificio y distingue así el oüeiode cada uno: los obispos gobiernan, gesserunt episcopalum {l):los diáconos ministran ó sirven en el ministerio, minisiraverunl (2); y los presbíteros ense­ ñan, docuermU (3). Estas últimas palabras aluden al oficio de instruir á los catecúmenos, prepararlos para el bautismo y predicar la divina palabra; cosas que los obispos encargaban particularmente á los presbíteros. En la carta ya citada que escribió san Clemente é los fieles de Corinto, caracteriza en los siguientes pre­ cisos términos esta distinción de que hablamos, siendo fácil de reconocer las verdaderos relaciones de autori­ dad y dependencia entre ambos órdenes: Antes someti­ dos á vuestros obispos y tributando el debido honor á vuestros presbíteros encargabais á los jóvenes que ob­ servasen una conducta honesta y moderada: Subditi prwposttis vestris el honorem debilum senioribus vestris íribuentes, juvenibus id modérala et honesta cogitarent, mandabalis (4). Y en otro lugar: Respetemos á nues­ tros obispos, pmposüos nostros revercamur, y honre­ mos á nuestros presbíteros, seniores nostros honoremas (5). San' Ignacio de Antioquía se expresa asi en su carta á san Policarpo-: Nada se haga sin lu voluntad, ni tú hagas nada sin la voluntad de Dios: Nihil sine tua roluntatt fiat, ñeque lu quidquam sine volúntate Dei agas (6). (1) Past. 13b- vis. 3, n. S., (2) Idem. (3) Idem. (V} 'Número i. (o) Núm. 21.

• Artfuelao, obispo asiático del siglo I I I , en la rela­ ción que escribió do su disputa con Manes?, reconoce tanta superioridad en el obispo respecto del presbítero, que pone estas palabras en boca de aquel: Dejame dis­ putar con Trífon, porque tú como eres obispo, me aventajas en dignidad: Sirte me cuín Tryphone contmdere; tu enim me-, cüm sis episcopus, diqnilate superas (I). Esta chanza no tendría gracia ni sentido, si el pres­ bítero fuera igual al obispo en autoridad ^ jurisdicción. En el mismo siglo decía san Cipriano en su carta 50 que los órdenes de la iglesia son grados para subir ni episcopado, al-cual llamo cumbre del sacerdocio, fastú gium sacerdoíii; y en la JG enseña que los presbíteros están sujetos á los obispos en virtud de la ley evangé­ lica. (f¿Cómo no se ha de reconocer una grave ofensa á jjDíos, viendo que algunos presbíteros con desprecio de s>los.deberes de su ministerio y del juicio de Dios no »hacen ningún caso del obispo su superior, le insultan »y le ultrajan; desorden que no conocieron nuestros » predecesores? Míentraseste desprecio ha recaído solo «sobre mi dignidad episcopal, he podido disimular; mas »ahora que recae el insulto sobre todos mis hermanos »en ej episcopado, ya no me es permitido el disimulo.» En la carta 1.7 apela de este desorden al mismo Evan­ gelio. No debo omitir el título de sucesores de los após­ toles que se ha reservado exclusivamente á ios obispos: los setenta y dos discípulos á quienes han sucedido los presbíteros, no eran iguales á los apóstoles*. La doctrina y práctica de aquellos dichosos siglos nos.demuestran que las siguientes prerogativas eran unas atribuciones del episcopado incomunicables á los presbíteros ó sea al segundo orden del sacerdocio: 1.° Son el origen de toda jurisdicción en la diócesis y de todas las facultades jurisdiccionales que ejercen los presbíte­ ros. Esto era visible y palpable en la primera edad y sobre todo en los primeros años de la iglesia: entonces (1) Apud S. Epiph. Hair. 66, n. und.

no habia mas que un templo, una cátedra y un altar, si puedo decirlo asi,.en cada iglesia: los presbíteros for­ maban el senado y consejo del obispo, cuyas órdenes obedecían como los soldados al centurión de quien ha­ bla el Evangelio. El obispo decía á uno: Ye ailA y pre­ dica la divina palabra en aquella iglesia; y á otro: Ad­ ministra acullá el bautismo y celebra el santo sacri­ ficio (l). 2.° Muestrcsenos en toda la antigüedad el ejemplo de un obispo juzgado, condenado y depuesto por un simple presbítero; y nosotros respondemos de demos­ trar el orden legal, constante y perpetuo según el cual el obispo ha juzgado siempre en primera instancia ai presbítero, sin que este haya apelado nunca mas que á un tribunal superior presidido por otros obispos. Pero ¿qué necesidad hay de acumular aquí los hechos en una materia tan clara? Sabemos por Tertuliano la pena de deposición que fulminó el aposlol san Juan contra el presbítero falsificador de las actos de santa Tecla (2). Marcion fue depuesto por su padre que era obispo, y Arrio por Alejandro obispo de Alejandría: estos son hechos de pública notoriedad. Y que este* era el derecho común lo manifiestan claramente las constituciones apos­ tólicas por estas palabras: El obispo deponeá todo clé­ rigo digno de ser depuesto: solo no puede deponer á ún obispo: Episcopus deponit omnem clerkum dignum qui deponalur.... solus deponere episcopum non potest (3), ..(Cuántos miles de presbíteros han sido depuestos desde que existe la iglesia! Pues que se cite uno solo cuya deposición haya sido follada por un simple pres­ bítero en virtud de la potestad de su orden. Si se dijese que á todos los juicios asistían los presbíteros como consejeros necesarios con voz deliberativa; seria el er­ ror de los presbiterianos. (1) Vease De la autoridad de ambas potestades, to­ mo 2, segunda edición, p. 1^5 y *2) Tertul. de Bapt. c. 17.

3.° El derecho de decidir sobre ja doctrina en ca-: lidad de jueces. Los presbíteros, dice el pontifical ro­ mano, reciben por su ordenación la potestad de remi­ tir los pecados, ofrecer el santo sacrificio, bendecir, dirigir el oficio divino, predicar y bautizar; y los obispos la de juzgar, interpretar, consagrar: Episcopuní oportet judicare {fe. Al lector que desee las pruebas de este hecho, le remito al libro ya citado De la autoridad de ambas potestades, donde hallará bas­ tantes para quedar satisfecho, por muy propenso que seá al presbiterianísmó (1). Los doctores católicos, con­ cluye, no están divididos en cuanto a esta doctrina: yo la encuentro en el clero de Francia, en Bossuet, eri Fleury, en Tiilemont, en Gerson, en todos los autores menos sospechosos de prevención á favor del episco­ pado. 4.° E l derecho dé ligar las conciencias con cánones de disciplina que obligan en toda la diócesis, no está menos fundado en la antigüedad. Aquí acumularía yo las pruebas de este aserto, si no temiera que muchos lectores lo considerasen como ostentación de una erudi­ ción vulgar; y no me hubiera alargado tanto en esta materia l no ver que algunos fieles y eclesiásticos estan sobresaltados con ciertos síntomas de presbfteria^ nismo que se advierten en muchos lugares. No faltíiria mas que esta calamidad para abatir ¿i la iglesia y afligirla profundamente. ¿Es esta la hora de desunirse los presbíteros, cuando nuestra santa madre haciendo la ^se­ ñal de peligro los exhorta á apiñarse y cerrar sus filas y á caminar unidos al campo de batalla bajo la conducta de sus jefes para combatir á unos enemigos que asestan los Uros contra los templos, los altares y la existencia misma de la iglesia, pro arís et focisJ Yo diré á esos presbíteros turbulentos: No entablaré aquí una disputa con vosotros porque ia materia está agotada: vuestros errores y sofismas no son mas que la triste repetición de (i)

Tom. 2, pag. 149, 150,151 y 152.

las doctrinas deFebronio, del sínodo dePistoya, de sur sectarios y de los canonistas asalariados por los Pombu-. Ies y Tanuccis para defender tan mata causa, Os remi­ to ó los excelentes escritos que han publicado sobre esta cuestión en Italia, Francia y Alemania de unos se­ senta años á esta parte. He llamado la atención del lector acerca de la cons­ titución de la iglesia. A medida que examinemos mas profundamente toda la excelencia de esta obra divina, hallaremos nuevos motivos de veneración y respeto há­ cia el episcopado, y veremos con claridad que en esta institución divina consiste el nervio, la fortaleza y el vi­ gor del gobierno de la iglesia, y que por ella especial­ mente se mantienen el orden, la paz y la tranquilidad en la sociedad cristiana. La iglesia es una monarquíapero es una monarquía que abraza, en su extensión la tierra entera y no tiene otros términos que los del uni­ verso. Abarcad con la vista todo el espacio del globo, y no vereis en sus mares una isla, ni en sus desiertos una región tan ignorada, ni entre sus pueblos un país tan bárbaro, que no pertenezcan á aquel reino de Dios. No, no hay en la tierra un hombre salvaje ni una alma viviente que no sea oveja del redil de Pedro, y si no lo es, tiene este orden de buscarla para llevarle ó él. Ahora pregunto yo á todo hombre razonable: ¿Qué medio pue­ de tener el monarca de tan vasto imperio para abrazar en su vigilancia ese territorio inmenso desde et centro donde está situado? ¿Puede decirse de su vista como del gol que no hay rincón tan apartado del universo que se escónda á su luz? Aquí no podemos admirar bastante­ mente la profunda sabiduría del fundador de la iglesia por haber puesto á la extremidad de todos los radios de este círculo, que tiene por circunferencia el mundo ente* ro, unos príncipes soberanos que le representan, velan, obran y gobiernan en su nombre, y por haber colocado al frente de todos estos principados llamados diócesis una cabeza revestida de todos tos derechos de la regalía; de suerte que á la primera señal del que es cabeza univer-

sal, se comunica el movimiento hasta los términos Je! mundo y todo camina á una. E l papa juzga y define sobre la fé en última instan­ cia; mas el obispo juzga la causa en primera: bajo su dirección y autoridad* y en su misma diócesis es discutid da, examinada, juzgada y muchas veces sofocada en su principio. Si la causa sigue adelante, es llevada ante el tribunal superior det metropolitano asistido de los obis­ pos de la provincia: ti los secuaces del error creccn eu número y se obstinan en su .contumacia, litiga la causa al tribunal supremo de la iglesia madre y maestra de todas las iglesias. Ve aquí el orden de los juicios eclesiás­ ticos: el deseo de la iglesia es que se siga, y si se opo­ nen á ello las circunstancias, mira romo faUl esta ocur­ rencia. El papa falla y decide en materia de disciplina; pero los antiguos dijeron, y nosotros repetimos con ellos, que en las causas mayores y por apelación; y si todos los cristianos ó los presbíteros son autorizados por la costumbre á declinar el fallo del juez ordinario tan ins­ truido é ilustrado en la causa para avocarla ante un tribunal separado por montes, por mares y muchas ve­ ces por un continente enterp; ¡qué motivo de contento para el fraude y la mentira! Nada queda que decir so­ bre esta materia, que dejó agotada san Bernardo, cierta­ mente no sospechoso de parcialidad y prevención contra la santa sede. Es necesario cerrar los ojos para no ver que el papa y su gobierno no pueden vigilar las parro­ quias y sus feligreses, las diócesis y los curas ó pasto­ res de segundo orden. Es pues manifiesto que el orden de la iglesia y la excelencia y santidad de su disciplina estriban en la clase de los obispos llamados los ordina­ rios; y que el tratar de disminuir, rebajar y destruir la autoridad de estos es minar por el pie el edificio de la religión; y si el zelo por conservar ios derechos le­ gítimos de los obispos se llama delito, confieso ser reo de él y declaro que me falta la voluntad para enmen­ darme. Hubo un tiempo en que los hombres de cierto partido

, — 5351 — de quienes-no queremos acordarnos mientras no-dé; ntie^ vas señales de vida, procuraban encubrid su insubordi­ nación y casi e¡Uoy por decir su rebelión contra Sos obis­ pos con las demostraciones de un respeto afectado y aun exagerado á la iglesia de Ruma. ¡Ciegos! No veían que la santa sede llevaba muy á mal y aun tenia por inju­ rioso aquel zelo; y á lo verdad cuando el papa está hu­ millado, cautivo ó cargado de cadenas, todos los obis­ pos dicen con san A vito, ilustre pontífice de Francia: Llo­ remos y gimamos: el mismo golpe que ha herido á la cabeza, ¿no ha herido también á todos los miembros? Recíprocamente cuando bs obispos sufren e! .destierro ó el cautiverio, ge viene h la boca de un Pió Y I y de un Gregorio X V I esta expresión de san Pabia; ¿Quiéa de vosotros padece que no padezca mi corazon? I. — L

a ig l e s ia

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apo stó ­

LA AUTORIDAD I>E SOS CONCILIOS.

Los obispos pertenecen á la constitución de la iglesia no solamente como principes instituidos por el mismo Dios para gobernar la iglesia én unión y bajo la obedien­ cia del papa, sino considerados bajo otro respecto. Ya heifios indicado que cuando se reúnen en concilio * son los instrumentos y principales móviles de su gobierno: ahora vamos á probar este hecho por monumentos au­ ténticos sacados de los siglos apostólicos. Cuando uno piensa en la solemnidad de un concilio, en el eco que debe tener tal suceso en el orden social, y en las turbaciones y diíkuUades que puede producir en las cosas; se admira jie la muchedumbre de concilios convocados y reunidos en Sos tresprimerossiglosde la igle­ sia, y cuesta trabajo conciliarios con el espíritu pagano tan hostil al cristianismo. Ciertamente no faltaba á aque­ llas juntas la publicidad, y la policía pagana no pudo ignorarlas. La tranquilidad de sus agentes y gobernado­ res para quienes el nombre solo de cristiano era en tiem­ po de persecución un objeto de horror y aun un crimen

digno délos mas crueles tormentos, me parece un fenó­ meno verdaderamente extraordinario, y creo deber lla­ mar la atención del lector hácu él. Se hace mas diíicil su explicación cuando.se consideraque esos mismos con­ cilios parecen un desorden político á nuestros gobiernos, mucho menos tolerable que tantos conciliábulos tenebro­ sos que conspiran clara y constantemente contra la so* ciedad é ciencia y paciencia de los gobernantes, los cua­ les no deben ignorarlo pues que nadie lo ignora. Cuentanse hasta sesenta concilios provinciales cele­ brados en los siglos apostólicos; hecho muy fácil de com­ probar porque no hay mas que registrar las actas, Aho­ ra bien dudo que en ningún período de nuestra historia eclesiástica pueda -el lector circunscripto á un espacio de igual número de años contar otros tantos. Fácil me seria ostentar aquí erudición indicando lu causa y motiyo de cada concilio de estos, sus interesan­ tes discusiones y sus excelentes reglamentos sobre la dis­ ciplina eclesiástica. La celebración de la Pascua, las he­ rejías de Montano, Novato y Novaciano, la reiteración del bautismo y mas adelante los errores de Pablo de Sa* mosata fueron la ocasión y causa de reunirse dichos con­ cilios. Estas herejías multiplicaron la reunión de ellos por las turbulencias que produjeron y la violenta con­ moción que ocasionaron en la iglesia. £ 1.número sesei»/a no expresa sino los mas considerables de ellos. Treinta, cuarenta, setenta y hasta cien obispos atravesaban á ve­ ces larguísimas distancias para asistir á los concilios. Es­ tos viajes y peregrinaciones y la publicidad de las sesio­ nes en las ciudades mas populosas del imperio no' eran cosas para hechas sin que llegase á noticia de los genti­ les; y aquí es donde quería yo venir á parar.*El hecho de reunirse tantas juntas eclesiásticas en un tiempo de proscripción y persecución contra los cristianos es inte­ resante por sí; pero me mueve un motivo mas elevado para llamar la atención del lector. He querido por un paralelo que completará e l‘ lector solo* demostrar* por un lado la tolerancia pagana y por otro la intolerancia

filosófica de tos gobiernos de nuestros días con respecto á la reunión de los concilios. Esta intolerancia que me cuesta mucho trabajo comprender, contribuye no poco ó afirmarme en una idea, y es que el mundo pagano visto en globo y en su totalidad no ero rencoroso contra el cristianismo hasta desearle la muerte, ni aprobaba los crueles tormentos decretados-por la autoridad contra ios discípulos de este. Después de haber presenciado la revoiucion y sus diferentes transformaciones hemos ad­ quirido mas luz que nunca sobre el verdadero sentido de estas palabras, pueblo, juicio, sufragio y voto del pueblo. Hemos visto muchísimas veces que la voz de un puñado de hombres sofocaba á fuérzale estruendo y alboroto la voz de !a verdadera opinion publica, ía com­ primía y la sepultaba en lo hondo del corazon. Aquel cúmulo de crímenes, de asfesinatos, de rapiñas, de sacri­ legios, llamado el regimendel terror, aquel orden mons­ truoso de cosas que el sol no habia alumbrado jamas, no era obra del pueblo francés, y seguramente no tenia la sanción ni el voto de este. Si en las clases alta , media y baja se hubiera preguntado aparte á todos los hom­ bres que estaban ligados con el estado por la propiedad, el comercio, la industria ó la profesión de un arle cual­ quiera liberal ó mecánica, no digo á los hombres de bien, porque esta palabra considerada rigurosamente nos lle­ varía muy allá, sino á los individuos no ladrones ni foragidos; de cada diez hombres de estos no hubiera habido uno que volase á favor del terror. La cosa apareció bien á las claras despues del 9 de lermidoro, y la reacción se siguió á ía caida de Robespierre. Los verdaderos terro­ ristas , dueños poco habia de la sociedad patriótica y so­ beranos ó mas bien tiranos de la ciudad ó del lugar, esos mismos hombres que se llamaban el pueblo y por cuya boca solamente hablaba este, asustados de su soledad á los pocos dias se escondían como el buho en las tinieblas, 4 apelaban al hierro^al agua ó al fuego para acabar con su existencia. Sin querer llevar este paralelo hasta un grado de exacta precisión siento que el pueblo pagano

visto en globo no era mas perseguidor y sediento desan­ gre cristiana bajo el imperio de Galerio y Dioeleemno, que el pueblo cristiano terrorista, nivelador y descamK sado bajo la dominación de Danlon y Bobi'Spierre. Sé ios gritos feroces que daban en el circo aquellos hombres pidiendo la sangre de los cristianos; pero aque­ llos hombrea no eran el pueblo; es cosa muy fácil que se apelliden con este nombre un puñado de perversos cuando tienen á su favor la ley, el gobierno, los magis­ trados y la fuerza pública, v entre los pagunos todos estos elementos'eran contrarios al cristianismo. En cuan­ to á la moral procedente del pueblo gentil ó era cristia­ na, ó favorable á los cristianos: vamos á ilustrar en se­ guida esta verdad que ¿ primera vista parece una pa­ radoja i y á subir á las causas de la tolerancia de ;los gentiles de los primeros siglos con respecto á los cris­ tianos y á la s juntas te estos. I I , — So b r e l a s c a ü sa s d e * l a t o l e r a n c ia p a g a ­ n a CON RESPECTO A LOS CONCILIOS 1)E L A IG L E ­ S IA C RISTIAN A.

Hoy no se podría verificar sin un gran movimiento público la reunión de sesenta, setenta ú ochenta obispos que concurriesen de todas las partes de un reino y mas aun de las naciones vecinas. Tal reunión llamaría la aten­ ción de .todos los curiosos,,^ sus deliberaciones darían ■pábulo á la conversación de los hombres de todas clases y partidos. Los concilios cristianos debieron causar una -sensación mas marcada y una eoKmion .mas viva entre los gentiles; y verdaderamente es un fenómeno notable aquella indiferencia de la policía pagana y de sus auto­ ridades administrativas y judiciales á vista de unas reu­ niones tan sospechosas y en la apariencia tan contrarias ;ai espirita público. Debo investigar aquí las causas de este fenómeno. La primera que creo poder señalar es la religión y el caracter de la sociedad gentílica tan declarado en este jgénero. Los paganoseran profundamente religiosos í cteián

en 1< ] divinidad y en la Vida futura: la moral, las nocio­ nes de lo justo é injusto y el bien supremo no eran para ellos simples nombres ni convendones variables y arbi­ trarias. Ahora bien advierto que la índole especial del ateísmo es engendrar ese odio sereno, profundo, calcu­ lado y á veces también frenético contra su Dios y su Cristo; y afirmo que se trasluce y á veces se manifiesta á las claras no sé qué disposición parecida á esta entre los enemigos det cristianismo y de la fé católica. Con solo oir ei nombre de nuestro señor Jesucristo experimenta­ ba Yoltaíre contracciones de nervios, le veuian las in­ jurias á la boca, y su pluma vertía ó torrentes la hiel y el rencor. Mo sucedia aei entre los paganos; al contra­ rio se encontraba a Dios en todas partes y dirigía todos los actos de la sociedad doméstica y civil, y aun me atre­ vo á decir que en una y otra pecaba el paganismo mas por exceso que por defecto en sus demostraciones reli­ giosas, convirtiéndose en prueba de mi aserto este dicho tan repetido, si ¿e entiende y explica bien: Entre los pa­ ganos lodo era Dios excepto Dios. Sentemos pues por principió que el espíritu pagano es infinitamente menos contrario al cristianismo que el espíritu filosófico. Una clase numerosa de gentiles, entre los cuales fi­ guraban f^us sabios y aun Lodos los ciudadanos graves y de costumbres austeras, se declaraba por las doctrinas mas severas de Zenon y Diógenes. Algunos de ellos que llevaban el nombre y traje de filósofos, se hicieron cris­ tianos y figuran entre nuestros doctores: los demas pro­ fesaban respecto del cristianismo unos sentimientos mas próximos ái la estimación y la amistad que á la enemis­ tad y el odio, y no eran adversos á él. Pues siempre he pensado que los magistrados paganos* ejecutores de los edictos de proscripción contra los cristianos y prontos á agravar el rigor de ellos, profesaban abiertamente la doctrina de Epicuro. Entre ellos y nuestros filósofos ha­ bía identidad de dogma y de moral. Creían en la nada, y el placer y el interés sensible eran la regla del bien y del mal para ellos. La muchedumbre del pueblo pagano,

adorador de los ídolos y fiel al culto nacional, era reli­ giosa en exceso, y contaba en el seno de las familias muchos que eran cristianos ó sin serlo no aborrecían el cristianismo. Esto me conduce á continuar exponiendo el fenómeno moral que he indicado y prometido expli­ car al lector. La segunda causa de la tolerancia pagana con res­ pecto á los cristianos y á los concilios y juntas eclesiás­ ticas de estos se saca, según acabo de indicar* de‘ la innumerable muchedumbre de cristianos mezclados en la sociedad gentil. Eran tantos, que hablando Tertuliano en nombre de los discípulos de Jesús se creía autorizado para decir ó tos emperadores en el acto m;is solemne, cuando el interés de la causa que se defiende obliga á decir la exacta verdad y omitir las figuras oratorias: So­ mos de ayer, y todo lo ocupamos, ciudades, islas, for­ talezas i :municipios* juntas, campamentos, tribus, de­ curias, el palacio, el;senado y el foro: solo os dejamos los templos: Hestérni sumus, et vestra omnia implenmus, urbes, Ínsulas., casicita, municipio,, conciliabula, castra ipsa, tribus, decurias, palalium, senatum, forum : sota vobis rdinquimus lempta. ¡Cuánto dice este pasaje! Si en la sociedad gentil habia Un padre de fa^ milia honrado y caritativo, podia decirse con justa pre­ sunción que era cristiano; y pocas familias paganas ha­ bía que no contasen-cristianos entre sus individuos. Las roas veces eran los mas: la esposa, la hija, el hijo, la criada ó la esclava solian profesar el cristianismo, y sus costumbres puras, su vida irreprensible, sus palabras dulces, tiernas y caritativas y el buen olor de virtud que sé exhalaba dé su persona, eran el suave imán y el en­ canto invisible que atraía todos los corazones hácia ía re­ ligión cristiana. Pero donde esta se hacia especialmente digna de veneración y por lo tanto verdadera para los gentiles honrados, era enmedio de tos estragos de una epidemia ó un contagio. ¡Cuántas hermanas de la cari­ dad , ángeles de consuelo en la tierra, eran entonces los predicadores y misioneros del cristianismo I

Asi fermentaba la palabra del Evangelio como una levadura saludable y penetraba mas y mas la masa santificándola; y el universo se volvió cristiano insen­ siblemente y casi sin saberlo. Es sabida la entrevis­ ta de Licinio y Constantino antes de romper'"abierta­ mente: allí se concertaron la tolerancia y la profesion pública del cristianismo como la ley común de los dos imperios; y algunos han dicho que la sana política tan­ to como el progreso de la ilustración favorable á la reli­ gión cristiana fue la que dictó esta medida á ambos príncipes, porqueta muchedumbre del pueblo era ya cristiana en las provinciaa-del imperio. La conversión de Constantino no hizo mas que declarar un hecho ya cumplido y darle nuevo incremento. Tiempo es de aplicar á la cuestión presente todos estos hechos, que son á propósito para ilustrarla mucho y explicar ia tolerancia pagana respecto de loá concilios, cuando la persecución no sofocaba la voz pública por sus edictos sanguinarios y la dejaba manifestarse exteriormente en toda libertad. No, no puedo creer que el nombre de concilio diese á la multitud gentil las ideas odiosas de conciliábulo < 5junta clandestina, donde se fraguaban cons­ piraciones funestas para el sosiego y tranquilidad pública; al contrario al oír aquella palabra les ocurrirían pensa­ mientos graves, Los paganos vituperaron con mofa á Constantino hecho cristiano por haber empleado inútil­ mente los carruajes del fisco destinados al servicio del go­ bierno en transportar los obispos cristianos á los multi­ plicados concilios que para él eran el negocio importante del estado. Me figuro ^que antes de su tiempo, en el de san Cipriano y hasta eñ el de Tertuliano,*se encontraban obispos viajando. Supongamos que un gentil honrado y cortés viajase en un carruaje público con un obispo cris­ tiano: 1¿quién duda que observaría con este todos los mi­ ramientos que prescribe la buena educación para con un hombre decenté y un ministro dé la religión? Y en ia ciudad donde estaban reunidos en concilio sesenta ú ochen­ ta obispos y deliberando en un mismo lugar, ¿quién podrá t. 45. 17

creer que un hecho tan notorio no excitase la curiosidad pública y fuese materia délas conversaciones de los pa­ ganos? Si se afirma que era el objeto de la mofa y crí­ tica de estos; no lo creo, y me parece mas conformo á la verdad lo contrario. Y aquí una triste idea oprime penosamente á una alma honrada: los paganos podían justificar los actos de su persecución por motivos que faltan á nuestros filósofos. Aquellos objétabun al cristia­ nismo: l.°su novedad: era de ayer, y el género humano □o habia oido hablar de él hasta entonces: 2 .° su intole­ rancia: si se le dejaba trabajar, meditaba la idea de der­ ribar los templos y los altares de los dioses en todas las naciones y arrojar del Capitolio á Júpiter, á quien Roma se reconocía deudora de tantas victorias y del imperio del universo: 3>° las leyes imperiales que prohibían todo culto nuevo. Mas nuestros filósofos ¿qué tienen que im­ putar al cristianismo, que cuenta á su favor una posesion de diez y ocho’ siglos y se recomienda á la gratitud de los hombres por tantos beneficios? Las artes, las cien­ cias, las letras y todos los elementos de la civilización se salvaron de una destrucción total por la honrosa hos­ pitalidad que les dió en sus templos y monasterios du­ rante la barbarie de la edad media*. Concluyamos este capítulo, en el cual creo haber probado suficientemente que la iglesia en los tres pri­ meros siglos de su existencia desplegó todos los poderes de su divina constitución, su monarquía por el pleno ejercicio de la suprema autoridad del papa y su aristo­ cracia por el principado de los obispos y la jurisdicción de los concilios. La conclusión que saca naturalmente.un espíritu atento i es esta: el episcopado y sugerarquía no ejercían entonces tales facultades tm nombre de los Ne­ rones y Domicianos: estos príncipes ó mas bien eslos ti­ ranos que solo*la conocían por sus edictos sanguinarios, no estaban dispuestos á concederle los honores de la so­ beranía; pues ¿de dónde podia venirle sino del mismo Dios? -

S. U L L A IG L E S IA NO PERD IÓ SU POTESTAD SU PREM A POR LA CONVERSION DE LOS C ÉSA R ES A L C RISTIAN ISM O .

No me costará mucho trabajo la exposición de esta prueba. Al entrar los Césares en la iglesia después de haber sido por tanto tiempo sus enemigos y persegui­ dores la dejaron tal como habia salido de los manos de -su uuLor. No añadieron ni quitaron nada á su gobierno y prerogativas divinas: no hubo una innovación eu su eslado; y en una palabra continuó siendo lo que era. Con un emperador cristiano no adquirió eu rigor otra cosa bujo muchos {ispéelos que un cristiano mas, some­ tido á sus leyes espirituales, asi como ella lo estaba á las leyes temporales del emperador. Sin embargo no exa­ geremos. En los consejos de la Providencia estaban des­ tinados los reyes de la tierra á ser tos obispos exterio­ res, los protectores y los defensores armados de la igle­ sia. Constantino fue escogido por DioSpara empezar este nuevo orden de cosas, y bajo su reinado se pusieron las dos potestades una al lado de otra para ejercer con igual independencia y en una dirección paralela sus respec­ tivos oficios, rio menos distintos en su objeto que el espíritu y el cuerpo, el cielo y la tierra. E l único apo­ yo en que la herejía constitucional puede fundar su sis­ tema, es este:-U supremacía de los príncipes en lo espi­ ritual estaba atada en tiempo dejos emperadores idó­ latras; mas se desaló cuando estos se hicieron cristianos, y principió bajo el reinado de Constantino. Pero ¿quién no ve que á los constitucionales corresponde mostrarnos en la Escritura ese sistema de su invención? Hasta en­ tonces se mantiene por su propio peso la posesion de la iglesia. Mas para dar por el pie ese argumento nos basta examinar aquí con todas sus circunstancias el reinado, las ideas y la profesion de fé de Constantino sobre las prerogativas de la potestad civil en sus reía-

ciones con ia iglesia. Completaremos nuestra prueba tradicional con el examen qu& vamos á hacer de la con­ ducta de este emperador antes y despues del concilio de Nicea. I. — P r u e b a s q u e r e s u l t a n d e l a co n d u c ta d e C o n s t a n t in o c o n v e r t i d o a l c r i s t i a n i s m o e n FAVO R* DE L A SU PREM A C ÍA DE L A IG L E S IA SOBRE tA S COSAS D IV IN A S,

Constantino despues de tomar las riendas del impe­ rio vence por la cruz: lo sabe y no lo niega. La última victoria suya fue para él el título de la dominación uní. versal como la de Farsalia para el primero de los Cé­ sares; y confiesa no deber este triunfo ni á la superio­ ridad de su ingenio, ni á la táctica militar, ni al valor de bus soldados» ni ó la pericia de sus generales, sino única y exclusivamente al signo de la redención del género humano. Este signo se le apareció en los cielos, y él le vió con sus ojos y le tocó con sus manos: llevado por los soldados de su guardia en forma de estandarte de fila en fila fue arma mas poderosa para derrotar las legiones enemigas sembrando el espanto y el terror, que las antiguas águilas del imperio. Constantino confiesa todo esto, y cree que es un deber inviolable para él certificar este prodigio á la faz del universo con su irrefragable testimonio y escribirle, digámoslo asi, por su mano en los fastos de la historia, No ignora qué es lle­ gado el tiempo de fijar las relaciones de su goberna­ ción imperial en el orden temporal con la otra potestad de que le han hablado, y que reclama en el orden espi­ ritual un poder igual alüuyoen el temporal. El obispo de Roma y los obispos asociados á la suprema potestad de este están delante del emperador, el cual ve en ellos no una potestad rival, sino una potestad amiga, mas poderosa para afirmar el imperio que las guardias pretorianas y las legiones triunfantes, bastando el nombre solo de ella para mantener en respeto á los enemigos

interiores y exteriores. Conoce la eficacia del cristianis­ mo para obrar en las conciencias y sabe que es la vir­ tud del mismo Dios: ha estudiado esta religión divina y leido tas santas escrituras. Su entendimiento claro y perspicaz ha comprendido los máximas de ella, y su co­ razon bueno y generoso las ha gustado. Los sabios obis­ pos con quienes conversa diariamente, le han iniciado en los dogmas y misterios del cristianismo y en el or­ den gerárquico de los ministros de está religión; y ad­ vierte !a necesidad de sentar los'límites entre ambas potestades con una precisión que pueda servir de regla á las edades futuras. Conservando á Dios y á la iglesia todos sus derechos'está resuelto á no menoscabar en na­ da los de los Césares que posee y mira como un depó­ sito ^sagrado puesto en sus manos y perteneciente por una sucesión no interrumpida á los legítimos herederos de su potestad soberana. ¿Qué lugar va á oeupar res­ pecto de la iglesia cristiana? ¿El dé un soberano ó el de un vasallo? ¿El de un regulador supremo ó el de un obispo exterior, protector y conservador de los derechos del sacerdocio? ¿Dará á sus sucesores como , forma y modelo de su regimen el que siguieron despues de él Xeodosio, Clodoveo y Cario Magno , ó bien el que trazaron Enrique V IH é Isabel de Inglaterra y Pedro el Grande de Rusia? Los hechos nos lo dirán. Abramos aquí los anales dé la historia eclesiástica. Algunos se figuran que el piadoso Constantino, siendo simple catecúmeno, conoció su error acerca de las ideas que se habia formado de la santidad y perfección de la iglesia y de ía sublime virtud de los cristianos. Los obispos no eran unos apóstoles, üeles imitadores del fundador del cristianismo. Los cristianos no eran los santos de la primitiva iglesia de Jerusalem, que no te­ nia mas que un corazon y una alma. Lejos de presentarle la imagen de una familia de hermanos notaba en ellos las intrigas y, enredos de la sociedad gentílica. El cisma de los novacianos no tardó en ofrecerle la prueba de esto. La humildad que somete sin reflexión ni restric-

cíon el juicio particular de cada uno ¿1 juicio de los re­ presentantes de Dios en la tierra , no era la propiedad de Novato y de sus discípulos, sino por el contrario la terquedad que acumula una apelación sobre otra antes que proferir esta expresión tan terrible para el orgullo: He errado. Aquellos novadores transmitieron á sus su­ cesores la triste herencia de atrincherarse tras de la autoridad imperial contra la autoridad de la iglesia, malquistar á ambas potestades entre sí y á fuerza de seducción y mentiras hacer cómplice á la civil de las re­ beldías de ellos contra el episcopado y la iglesia mues­ tra que le gobierna. Los novacianos presentaron al empe­ rador Constantino un memorial apoyado con una repre­ sentación, en que aparece el espíritu cismático de todos tiempo?. «Os suplicamos, poderosísimo emperador Cons­ tantino, que sois de un linaje justo y cuyo padre fue »el único emperador que no ejerció ia persecución, quo »pues la Galio está libre de crímenes, mandéis darnos ^jueces de la Galia paro fallar las diferencias que tene­ smos en Africa con los demas obispos. Firmado. — «Luciano.— Capitón &c.» ¿Qué cosa mas justa , regular.y canónica á los ojos de un príncipe convencido de la verdad del sistema on* glicano y que mira como anexa á su corona lo suprema potestad sobre las cosas divinas; qué cosa mas justa, vuelvo á decir, que juzgar en una causa eclesiástica en materia de fé y disciplina, 6 lo que viene á ser lo mis­ mo hacer que lo juzguen su consejo de estado y sus tri­ bunales civiles? Pero las ideas de Constantino sobre los derechos de la potestad imperial no son constitucionales 6 reformadas, y dice para sí: este asunto no me toca á mí;- ni yo soy juez de él: el juicio de esta causa mayor corresponde á los obispos congregados en concilio. Por lo tanto y sabiendo que la conv.ocacion de estos puede considerarse en cierto modo como un objeto mixto en que intervienen ambas potestades, escribe á Anuüno para que vayan á Roma CeciUano y sus adversarios* ca*da uno con diez clérigos de su partido, á fin de que el

papa y el concilio de los obispos instruyan y juzguen en última instancia aquella causa. Ya Yernos que no le asustan los concilios, en los cuales solo descubre la ma­ nifestación natural de lo jurisdicción eclesiástica. Con­ forme á esta orden se congrega en Roma el concilio en el palacio de la emperatriz: Fausta, que hoy es la basí­ lica de San Juan de Letran, No es esta la ocasion de refe­ rir las sesiones y trabajosos procedimientos de este con­ cilio tocante á una cuestión realmente difícil, compli­ cada de suyo y obscurecida ademas y embrollada por la mala fé de los herejes: me contento con citar la con­ clusión, tan notable por su moderación y por la lección que encierra, Ceciliano es declarado inocente y aproba­ da su ordenación; no obstante los obispos cismáticos é intrusos, excepto Donato, consagrante y cabeza de ellos, conservan sus sillas con la condición de abandonar el cisma. Es tan grande y de tonta consideración á los ojos del concilio el bien de la paz y de la extinción del cisma, que dispone lo siguiente: «En todas las iglesias «donde residen dos obispos (como sucedió,en la iglesia «constitucional de Francia), el uno ordenado en el gremio »de la iglesia católica y el otro entre los cismáticos, »el primero que se haya ordenado conservará su título, »y su concurrente ortodoxo se contentará con la simple «expectativa de la primera iglesia vacante.» Los donaíistas obstinados acuden al emperador con nuevas quejas diciendo: E l concilio de Roma no era muy numeroso: la Galia es un lugar mas seguro y mas distante del foco de las intrigas: haced que se nos juz ­ gue en ia Galia. Constantino por apurar todos los me­ dios que sugiere la condescendencia, convoca segundo concilio: ú este asistirán mas padres que al primero, y se tendrá en Arlés como desean los descontentos, Ablavio, vicario de Africa y buen cristiano , queda encar­ gado del cumplimiento de esta orden imperial, De esta provincia asistirán tantos obispos como sea posible, y los de las comarcanos Trípoli, Numidia y Mauritania enviarán sus diputados. ¿Quién puede tener ui\£ idea

de la mañera noble y generosa con que aquel empe­ rador religioso y magnánimo trató esta cuestión con gran escándalo de los paganos? La antigüedad nos ha conservado la corla que el príncipe mismo envió á Gres* to , obispo de Siracusa, y todo induce á creer que era copia de una circular remitida á todos los demas padres del concilio. «Llevad en vuestra compañía dos clérigos «del segundo orden y tres criados para que os sirvan. «LatroniAno, gobernador de la provincia de Sicilia, cuida* »rá de que se os apronte el carruaje, la posada y el man­ tenimiento.» Discurro qué de este modo se costeaban los viajes á los magistrados y empleados mas distingui­ dos que iban á desempeñar comisiones del' estado. El gobierno les satisfacía iguales resarcimientos, y creo que se llamaban viaje < 5 expedición pública. ¿Obraba asi Constantino en consideración á la categoría civil de los obispo8 .de aquel tiempo, tan pobres la mayor parte co­ mo nuestros ecónomos y tenientes de parroquia? De ningún modo; pero qtieria realzar á los ojos de los pa­ ganos el sacerdocio cristiano y el grandioso caracter impreso por la religión en la persona de sus pontífices. En el concilio de Arlés fue de nuevo absuello Cecilmoo y condenados los donatistas como en el de Roma. Mu­ chos de eslos'se apartaron del cisma , y algunos de los mas obstinados apelaron al emperador. Esta apelación de una sentencia conciliar al tribunal imperial es una suerte para tantos presuntos canonistas de nuestro tiempo, que bajo el estandarte de Rícber, Febronio y el obispo de Pistoya lian suministrado armas ú muchos soberanos del siglo anterior ó mas bien á los ministros de estos para preparar la terrible revolución de 1790, en la que los reyes cogieron lo que habian sembrado, es decir, que habiendo sembrado viento cogieron tempes­ tades. Et piadoso Constantino lejos de lisonjearse y en­ vanecerse con esta apelación envia tribunos y soldados para aprehender á los sediciosos, amenazando llevarlos á la-cárcel con escolta si no obedecían la sentencia délos obispos. No ignoro la última revisión á que cree deber

someter esta causa tantas veces juzgada por jueces com­ petentes; pero Véase la fórmula que precede á este acto de condescendencia á que !e impele el bien de la paz, y que tan justamente se ie ha censurado: «No presumo, «dice, proceder á este examen como juez y superior de > 5los obispos, pues en esta materia reconozco que debo »ser juzgado por ellos.» Sabido es el último resultado de esta indulgencia excesiva, que produjo los donatistas llamados circunceliones y conocidos por sus actos de Fu* ror < 5 mas bien de fanatismo delirante. II. —

L a c o n d u c t a d e C o n s t a n t in o e n e l c o n c i l i o D E N lC E A CONFIRMA NUESTRAS PRUEBAS*

Hay épocas en que son necesarios los concilios ecu­ ménicos, como se lee en las actas de la antigua Sorbona: Contilia cemmenica quandoque necessaria. ¿Y cuáles son estas épocas que Lraen tan fatal necesidad, que yo llamaré mas bien un remedio extremo? Aquellas en que el sofisma , 1a falsa elocuencia , la intriga, la fuerza, la violencia de los gobiernos y todos las causas de nuestros errores han obscurecido en términos la fé católica , que se ha hecho dudosa y problemática para el que la busca. Entonces no hay otro remedio que la reunión de la iglesia universal en un mismo lugar, donde declara por boca de sus representantes la fé que profesa, y que es hoy la misma que ayer , como lo será mañana y en todas las edades venideras. En el siglo X V I se experi­ mentó semejante necesidad; entonces se separaron de la unidad muchaB Iglesias, parte de la Alemania, la Sue­ cia, la Dinamarca y la Inglaterra: entonces se dejaron llevar del viento de la falsa doctrina tantos eruditos y literatos, que la iglesia én cierto modo no se conocía á sí misma, y advertía la necesidad de oponer á tan extre­ mados males el gran remedio de un concilio ecuménico, donde fuesen convocados, oidos y convidados á defen­ derse por sí mismos los herejes. Aquí se nos presentan Arrio y su herejía, Lutero

y su reforma, y creo ver sorprendentes analogías entre Arrio y Latero, el orrianismo y el protestantismo, el concilio de Trénto y el concilio de Nicea. La secta arriana reunía en su seno todos los eruditos de la época, es decir, todos los espíritus furiosos y soberbios, enfer­ mos todavía del orgullo dé la filosofía pagana. Entonces como en tiempo de Lutero apuró la iglesia todos los medios de conciliación y persuasión antes de convocar el concilio ecuménico. ¿Qué no hizo el santo obispo Alejandro para amansar á fuerza de bondad y paciencia el espíritu áspero é indomable de Arrio? Se reunieron dos numerosos concilios, y ál segundo asistían nada me­ nos qjie ciento y un obispos. Se había dejado completa libertad al novador para defender su causa y explicar los motivos y la razón de su, doctrina, A estos dos jui­ cios se siguió una carta sinodal, en que se exponía el error can admirable claridad y se refalaba con un vi­ gor y profundidad capaces de ilustrar y convencer todos los entendimientos; sin embargo lejos de contenerse el error hacia de dia en dia progresos mas espantosos, Conocése cuántas ventajas daba á la doctrina del novador el peso terrible de este misterio respecto de una multi­ tud de clérigos y seglares educados en las escuelas pa­ ganas, y que no habían mamado con 1a leche como nosotros la sana doctrina, ni doblado la cabeza desde lu niñez bajo el yugo de la autoridad. Ademas se conoce que el Espíritu Santo al hablar del Yerbo como hom­ bre debió emplear muchas expresiones de que podía aprovecharse el error para representar al hijo de Dios como una criatura maa grande que el Júpiter de los gentiles. Arrio que venia á ser el Lutero de aquella época con todas las modificaciones de índole, ca ráetev y doctrina propias de las circunstancias, era muy á propósito, para aprovecharse de todas estas ventajas. San Epifanio nos pinta aquel heresiarca como un an­ ciano dotado de todas las prendas propias para seducir ó los hombres de su tiempo: «Era de alta estatura, wdice el santo, doctor, de rostro grave, ojos severos y

^extenuados por la mortificación; su traje correspondía »á su fisonomía : no llevaba mas: que una túnica sin nmangas y un manto corto. Su conversación era apaci»ble, grata y muy propia para ganar el corazon: era «hombre instruido y letrado, versadísimo en Ja dialéc­ tica y las ciencias profanas, y poseía en sumo grado »el tálenlo de bien decir,» Con este conjunto de cua­ lidades seductivas ¿cómo no habia de propagarse rápi­ damente el error de Arrio entre lc^*grandes? Para que penetrara entre los pequeños el heresiarca dió á su doc­ trina una forma graciosa y vulgar y la redujo á una canción llamada Jafj’a, que no era otra cosa que su fór­ mula de fé puesta en verso: asegúrase que el .pueblo quedó tan prendado de ella, que la cantaba en las ta­ bernas, La herida que habia recibido la religión, se en­ ganchaba cada vez mas. El gran misterio de la fe (¿quién lo creeria?) se habia hecho el asunto de todas las con­ versaciones y la materia de una disputa escandalosa, que se ventilaba en las ca?as de los grandes y de los peque­ ños y hasta en las calles y plazas públicas. Era tal el escándalo, que los gentiles tomabon de ahí motivo para desatarse contra el cristianismo y rgirse y mofar­ se de Cristo, objeto de locura para ellos. Dícese que los cristianos fueron asunto de las farsas y representaciones teatrales. El religioso Constantino y sus discretos conse­ jeros conocieron que solo un concilio ecuménico, mas numeroso que el que se acababa de celebrar en Arlés, podia salvar á la religión, porque la división era mucho mas peligrosa que la provocada por Donato y los suyos. El emperador escogió la ciudad de Nicea, una de las principales de Bitinia y próxima á-Nicomedia, lugar de la residencia imperial, para que se juntase allí el Concilio. Esc-iibió honoríficas y respetuosas cartas da convocación á todos los obispos del imperio, y se co­ municaron órdenes ájos gobernadores y magistrados de las provincias para que aprontaran liberalmente á los prelados cristianos caballos, carruajes y euantas como­ didades proporcionaban los romanos al que viajaba por

comision del egtado. En poco tiempo llegaron á Nicea trescientos diez y ocho obispos sin contar los presbíte­ ros y diáconos, A vista de tan respetable asamblea se recuerdan aquellos emblemas bajo de los cuales vieron tantas veces los profetas á la iglesia en sus visiones mis­ teriosas: un campamento bien ordenado, un ejército formado en orden de batalla. Las potestades infernales habían salido verdaderamente de los profundos abismos para ir á Nicea íKpelear contra el Altísimo, y todas tenían allí sus representantes empezando por Ea filoso­ fía. Habia filósofos paganos: los unos atraídos por una vana curiosidad platicaban con nuestros obispos para estudiar aquella nueva doctrina que ellos llamaban la locura cristiana; y los mas no disimulaban sus inten­ ciones hostiles, y encolerizados al ver que el paganismo propendía á su ruina, procuraban excitar disputas en­ tre los cristianos y dividirlos para destmir á unos por medio de los otros. Uno de ellos como otro Goliath parecía desafiar con su soberbio lenguaje á todo aquel ejército de Dios y retar ios mas valerosos al cómbale. Aquí un anciano del número de los confesores y már­ tires, simple Jego, ignorante y tenido por tal, se pre­ senta como otro David y admite el combate con su ar­ co y su honda, es decir, con las armas de la humildad y simplicidad cristiana. Los sabios que le conocen no dejan de temer y sobresaltarse por el honor de la reli­ gión; con todo prevalece el respeto y le dejan obrar. Levántase pues y habla así: «Filósofo, oye en nombre »de Jesucristo. No hay . mas que un Dios, criador del «cíelo y de la tierra, de todas las cosas visibles é invi­ sibles?, que lo hizo todo por la virtud de su Verbo y »lo afirma todo por la santidad de su espíritu. Ese Yer»bo, á quien nosotros llamamos el hijo de Dios, apia«dandose de los mortales y de la vida bestial que lleva»ban, se dignó de nacer de una mujer, conversar con »1os hombres y morir por ellos, y vendrá otra vez para «juzgar cómo haya vivido cada uno. Esto es lo que nos­ otros creemos sin curiosidad* Note canses pues en va-

»no para indagar razones contra las verdades de la fé »<5 para examinar cómo puede haberse hecho < 5 no es»Lo, sino respóndeme si lo crees: eso es lo que yo te «pregunto.» — «Lo creo,» dijo el filósof&admirado; y dando gracias al santo anciano por haberle vencido, se hizo cristiano y aconsejó á los demos que obraran lo mismo, asegurando con juramento que se había sentido impelido por una fuerza divina á convertirse. En este mismo dia dió la iglesia una batalla no me­ nos decisiva contra ia herejía. Esta había acudido lambien con todas sus fuerzas, la dialéctica y la sutileza de sus argumentos, la metafísica y ei aparato de sus profundas demostraciones, ía falsa elocuencia y la pom­ pa de las palabras y dé.los recursos oratorios. Alií esta­ ba Arrio y á su lado Eusebio de Nicomedia, orador y literato: también estaban allí todas las personas ins­ truidas de la secta,, que hubieran c'reido faltar á su ho­ nor y á su deber no concurriendo á un combate Lan decisivo. La iglesia opuso una defensa proporcionada ó la violencia de la acometida, bÍ juzgamos por la natura­ leza de 1¿ia fuerzas y auxilios que la verdad del Evan­ gelio no se desdeñó de buscar en los medios humanos. Habia en Nicea doctores no menos versados en las cien­ cias y le lm humanas que en el conocimiento de Ia6 di­ vinas escrituras, sabios y eruditos que manejaban las armas de la dialéctica y de la filosofía de la época, y. eran útiles auxiliares de aquellos buenos obispos, ios cuales en su mayor parte no eran doctos, y algunos ha­ bían dejado el arado y el oficio de pastores para empu­ ñar el báculo episcopal. Añádase también que lo que daba á este auxilio el mérito de la oportunidad, es que el misterio de Iíi generación del Verbo, de la palabra interior de Dios estaba ligado real y efectivamente con el conocimiento fisiológico del alma y de las elevadas operaciones de la inteligencia. La materia se discutió largamente, y se ilustró y preparó en muchas conferen­ cias preliminares: y con este motivo diremos que la so­ ciedad política ha copiado de ios concilios de la iglesia

la forma y modelo de sus asambleas deliberantes. Por fin Ilegó: el .dia de la sesión general, á que quería asistir el emperador según habia declarado: enlre tos roma­ nos era el 13 de las calendas de julio 6 sea el 19 de junio del año 325 de Cristo. En el concilio de Nicea toma ía iglesia un caracler imponente de gravedad, dignidad y grandeza, con que no pueden .compararse las escenas mas magníficas de la historia profana. Figurémonos el salón mas espacioso de aquel palacio, el cual era lan grande como la ciudad: los padrea sentados en bancos cubiertos de ricas alfom­ bras aguardan silenciosos: abrense las puertas y entran algunos personajes de fisonomía noble y modesto conti­ nente: no son loa grandes del estado, ni los jefes de la guardia imperial, sino unos cristianos piadosos, dotados de virtud, amigos del emperador y dignos de acompa­ ñarle en aquel senado sacerdotal, donde va; á defender la honra de Dios contra los enemigos de su Cristo. Oye­ se una voz: E l emperador. Entonces se levantan todos, y entra el príncipe adornado de la púrpura, en que res­ plandecen el oro y las piedras preciosas. [Qué espectáculo tan grandioáot Aquel es el señor del mundo, el'uuevo Augusto que ha vencido á los tiranos y pacificado todas las discordias: ante él enmudece el universo, y solo se habla de sus victorias. La religión y la piedad son como la luz de'Dios que brilla en su semblante. Anda con pa­ so grave y majestuoso: es hermoso, bien formado, fuer­ te, vigoroso y de elevada estatura , y todas estas dotes ventajosas realzan la grandeza de su alma. Al llegar al extremo superior del salón se mantiene un instante en pie junto á su sillón de oro considerando aquella respe­ table junta de pontífices. Hecha 1» señal toma asiento y lo mismo hacen todos los asistentes. Un -obispo que por la dignidad de su mitra ocupa el primer lugar cerca del emperador , reza una breve oración de acción de gracias y vuelve á sentarse: todos guardan silencio. Deapues de un rato el príncipe dice con voz dulce y apacible un discurso latino (-su idioma patrio), que los intérpretes

traducen en griego. En ¿1 manifiesta su gozo y los sen­ timientos de que está poseído al verse enmedio de-una asamblea presidida por el mismo Espíritu Santo. Luego el presidente del concilio sienta la cuestión con claridad, y empieza la discusión , advirtiéndose á todos que la vo­ luntad imperial es que cada uno dé su parecer con tran­ quilidad jf. al mismo tiempo con' pienu libertad. Los eusebianos explican sus doctrinas sin rodeos, y muchos de aquellos santos obispos que iban de lan lejos y habi­ taban unos países donde se había conservado mas pura la fé á la sombra de las costumbres sencillas, no ocultan su*horror al oir aquella doctrina impía, blasfema y ofensiva de los oídos piadosos. Los arríanos parece que se turban y confunden y los abandona su confianza ordinoriat El emperador sigue el hilo de la discusión con toda la atención de un hombre entendido en la materia, y no es menos admirable su paciencia en oir á las partes que su inteligencia en comprender las cuestiones venti­ ladas, exponiéndolas con claridad, trayendo al asunto á los que se distraen de él , mostrando con señas y medias palabras que no le gustan eí estrépito y Já9 disputas, y mezclando los ruegos, la alabanza y las razones para reducir todos los contendientes á la cuestron. üñas*veces se explicaba en latin y otras en griego, que no era idio­ ma extraño para él, y á todos dejaba atónitos de que un.guerrero criado en los campamentos hablase como doctor y obispo. E l resultado de este concilio es conocido,' y sq sabe <jue san Alejandro y su-diácono, Lan famoso despues bajo el nombre del gran Atanasio, hicieron que el concilio adoptase la pulabra consustancial, la cual sola (con exclusión de cualquier otra) les parecía á propósito para destruir el error en sihorigen y rio dejar ninguna callejuela á ios subterfugios de los herejes. És­ tos querían introducir la«.expresiónsemejante en subs­ tancia , porque estaban dispuestos á concederlo todo al hijo de Dios, con tal que no se los obligase ó creer que el Hijo fue engendrado por el Padre sin ninguna priori­ dad de origen y con aquella identidad de naturaleza y

sustancia que no consiente distinción ni separación. Pues la palabra consustancial expresaba todas estas co­ sas con una precisión que afligía á los sofistas y disputadores. Todo esto lo comprendió el emperador, y las explicaciones de los católicos desterraron de su en­ tendimiento todas las ideas materiales con quelehabian prevenido contra aquel término tan temible para los he­ rejes. En Nicea se compuso el famoso símbolo que rezamos en el santo sacrificio de la misa, y los obispos que se resistieron á suscribirle no se libraron de la pena de de­ posición. Se enviaron comisarios del orden episcopal para que llevaron los decretos á todas tas provincias del impe­ rio como se habia praelicado en el concilio de Jerusa­ lem, y el emperador.los publicó por un rescripto, en que sé leen estas notables palabras: Nos queremos que todos se conformen con esta decisión en que ha hablado Dios, porque todo toque se hace en los concilios, se hace por ta voluntad divina. La sentencia de trescientos obis­ pos no es otra cosa que ta sentencia del hijo de Dios. E l Espíritu Santo ha declarado su voluntad en este concilio. Asi usó. al concluirse este el mismo len­ guaje respetuoso al episcopado que había hablado al principio. Conocida es la respuesta que dió al memorial de los arríanos y á las acusaciones duros y virulentas que en él se contenían, asi como á la apelación queseinterppnfa. En el dia señalado para examinar aquellos memoriales el religioso príncipe congregó á las partes y no quiso tomar otro carocter que el de árbitro para terminar las desavenencias diciendoles: Foso/ros, a quie­ nes ha escogido Dios para juzgarnos á nos mismo, no debeis ser juzgados por los hombres. Acabado el concilio convidó el emperador todos los obispos; á un magníGco festín, ¿uya relación nos han de­ jado los historiadores coetáneos. En-aquel vasto salón se habían dispuesto unas mesas, á cuyo rededor se sen­ taron trescientos obispos, no en sillas como nosotros acostumbramos, sino en magnificas camillas: á la mesa

del emperador fueron admitidos variosprelados de loi de mayor distinción, Los obispos llegaban al salón del banquete roas bien consolados que aterrados de pasar por entre las guardias imperiales), que los esperaban con espada en mano y ios saludaban.respetuosamente* Pare­ cíales que habia empezado el reinado visible de Jesu­ cristo en la tierra. Los pobres tuvieron buena parte en aquellos festejos» y se hicieron largas dádivas en las ciudades y lugares. Los obispos al regresar á sus dióce­ sis llevaron algunos rescriptos, en que se concedían pen­ siones anuales á las vírgenes, viudas y clérigos de sus iglesias, que se pagaron puntualmente hasta e! reinado de Juliano el Apóstata, A vista del descrédito y oprobio en que nuestro siglo anticristiano se complace en tener á la iglesia, una alma religiosa considera llena de jú­ bilo aquellos honores tributados al sacerdocio por el primer emperador cristiano de gloriosa y eterna me­ moria. Si buscamos en Constantino el principe protector de la iglesia y de los cánones y disciplina de esta; hallare­ mos que visiblemente le escogió Dios para desempeñar todos estos santos oficios y trazar la forma y modelo de conducta á los depositarios de la potestad civil en lodos los siglos futuros. Todas las obras y actos de aquel em­ perador guardan perfecta correspondencia con este re­ gio y divino ministerio. En cuanto á esa supremacía so­ bre la religión, los sacramentos y la geraiquía de la iglesia que hoy afectan muchos soberanos, el reinado de Constantino no solo no ofrece ninguna analogía con semejante conducta, sino que es contrario á ella; y pa­ ra convencerse de esto no hay mas que abrir los ojos y leer la-, historia. I I L — C o n s e jo s d e i a P r o v i d e n c i a co n r e s p e c t o X 80 IG L E S IA EN E L BBIN AD O GLORIOSO DE CONS­ TANTINO.

Dios dió á Constantino el imperio del universo y tot. 45.

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das los riqüezas
sus altares, dolar á la iglesia católica y- edificarle templos ó míis bien' grandes "y espaciosas basílica?, conformes al nuevo estado civil que tomaba en !a tier­ ra. Estos templos no debian per los de antiguamente» oht>ra que se verificaban respecto de ella aquellas ex­ presiones proféticas: Si on, ensancha tus tiendas y le­ vanta nuevos pabellones: ve aquí1qué las naciones acu­ den en tropa pava entrar y llegan innumerables hijos de las islas mas lejanas: ya no eres la esposa estéril y abandonada, sino la madre fecunda destinada á alimentar á lus naciones y darles á mamar la leche dé tus pechos. ' . Los profetas habion señalado dos épocas de la du­ ración de la iglesia y del destino tan variado y contra rio - de ella durante su peregrinación en la tierra: una épo­ ca en que no serian ni pudrían ser cristianos los Cíésares, y en la que según' los consejos de la Providencia debia crecer, dilatarse y propagarse la iglesia'bajo ía espada de ja persecución y íí pesar de todos los esfuerzos de los emperadores para destruirla; y otra época en que estos mismos serian los protectores y sustentadores de ella, ios adoradores de Cristo en espíritu y en ver­ dad y los propagadores del Evangelio. Constantino es escogido por Dios para comenzar este nuevo orden y esta nueva descendencia de reyes y pastores de los pue­ blos; y aqm;I gran príncipe necesitaba nada menos que el imperio del universo para desempeñar cumplidamente tal encargo. Nosotros apoyados en los ejemplos que él díó en su perdona & los reyes de todas las edades y na­ ciones, podumos decirles: Mirad, y obmd según el gran modelo que os trazó aquel religioso monarca. Tratábase de acabar de destruir la idolatría en todo el mundo, y Constantino llevó á cabo esta empresa con tara prudencia: dirigió esta obra tan'difícil con una ínano blanda y delicada : dejó ó los paganos sus empleos y oficios en los ejércitos,-en los tribunales y en oi gobierno: conservó los bienes de los templos gentílicos; comprimió el zelo indiscreto de aquellos hijos del true­

no, que no podían tolerar la subsistencia de ellos; y se contentó con fortificar el descrédito en.que caían en la opinion pública , y descubrir la impostura de los sacer­ dotes y oráculos paganos. Todos entendieron que para ser amigos del principe y tener parte en el gobierno era preciso hacerse cristiano; pero hasta que el culto gen­ tílico consumido por el tiempo se vió arruinado por el cambio de la opinion pública y los progresos de la ilus­ tración, no dió Constantino el último golpe para derri­ bar sus templos y altares, y aun entonces no se atrevió á llegar á los de Roma, Por último habia que dotar á ia iglesia cristiana, proveer á la subsistencia de sus ministros y proporcio­ narle iglesias en razón del aumento de su poblacion. Sin duda el tesoro imperial no podia á pesar de sus incal­ culables recursos sufragar por sí solo eslos gastos; y lo que sacó de é\ Constantino parecería Increíble, si no estuviera atestiguado con monumentos irrecusables. Ya hemos visto que señaló pensiones á las vírgenes, viudas y clérigos en Lodo el imperio, y entregó gruesas sumas para rescatar parle de las casas y templos confiscados 4 los cristianos. Por su piedad y espléndidas dádivas ge construyeron magnificas iglesias en Nicomedia, residen­ cia ordinaria del emperador, en Antioquía, capital del Oriente» en Alba, Ostia, Capua y en toda la Italia. Es­ tas basílicas eran grandes y espaciosas: las vastas pro­ porciones de su arquitectura sorprendían á los paganos, y el ornato interior correspondía á aquella grandeza; Juzguese por urca de las que mandó edificar en Antio­ quía, porque en las ciudades populosas edificaba mas de una; y Roma contaba hasta ocho erigidas por la muni­ ficencia imperial. La iglesia de Antioquía se llamaba la iglesia de oro; nombre que manifiesta cuál era su ri­ queza. Cada una de estas iglesias estaba dotada decente y aun -opulentamente. La de san Juan de. Letran, la mas ilustre entonpes como ahora de la ciudad de Roma, y que era la residencia de los papas, poseia en Italia, Grecia y Sicilia un patrimonio que; se cree poder com­

putar en una renta de unos cuatrocientos sesenta mü reales de nuestra moneda. Si este monarca religioso se­ ñalaba ú tantas iglesias, cuyo fundador fue, una dotacion proporcionada ó la importancia de ellas, no sabemos con qué número expresar su magnífica liberalidad para con la casa de Dios, y habremos de reconocer en él el primero y mas grande de aquellos monarcas bienhecho­ res y sustentadores de la nueva Sion, que habían anun­ ciado los profetas en sus visiones. En aquella era dichosa en que no habia sido envilecida aun la majestad real por una falsa sabiduría, ni habia perdido nada de la justa consideración que se le debe, la influencia de su ejemplo era un noble motivo de emulación para las ciudades y provincias cristianas, entre las cuales habia á manera de una santa y religiosa competencia sobre quién ador­ naría la ciudad con una iglesia mas magnífica y opu­ lenta. De ahí tuvieron origen aquellas dedicaciones en que el culto cristiano desplegaba su grandiosa pompa. Los fieles piadosos lloraban de gozo como antiguamen­ te los israelitas de vuelta á su amada Sion al ver tanta muchedumbre de templos erigidos en honor y para glo­ ria de Dios, de la Virgen santísima y de los santos apóstoles. Mas vengamos á la construcción de la nueva Roma. Aquí se aveataja Constantino á Salomon como se le aventajaba en poderío. Este era el último golpe dado á la idolatría de Roma gentil, anticristiana, obstinada y contumaz en el eulto de los ídolos, embriagada y tal vez ansiosa todavía de la sangre de los mártires inmo­ lados á su odio contra Dios y contra Cristo. Las galerías levantadas al rededor de las plazas de la nueva ciudad, los palacios, el circo, les estadios ó cosos destinados á las carreras á pie, los paseos con soportales y columna­ tas de grandiosa arquitectura, el anfiteatro, el teatro, los baños, acueductos y fuentes, el Capitolio donde ha­ bitaban los maestros de la ciencia, el pretorio donde se administrába la justicia/ los graneros públicos, todos estos monumentos consagrados á ia utilidad común eran

de una magnificencia increíble; pero no llegaba á ía de las iglesias. Aquí es.donde se complacía el piadoso emperador en-desplegar todo su poder como Dios en el cielo. Se habla mucho de ¡a iglesia principal dedicada á la sabiduría eterno, de do¡ide tomó el nombre de -santa Sofía;, pero parece que la de lus doce apóstolas la ^upe-r raba en grandeza y opulencia. El historiador Fleury, de quien he sacado estas noticias, responde de la verdad de ellas. Figurémonos un edííicio de prodigiosa eleva­ ción en forma de cruz y las paredes desde el pavimento hágta el techo embutidas de marmol de diferentes colo­ res. Allí no se veia ni bóveda, ni techo , sino que la par­ te inferior de este era un artesanado de talla todo res­ plandeciente de oro, y la parte superior no estaba cu­ bierta de tejas ó ladrillos, sino de planchas de cobre dorado. El sol en los -hermosos dias de aquel clima deli­ cioso vibraba sus rayos sobre el metal pulimentado, y los reflejos que reverberaban en el aire, anunciaban á los viajeros que habitaba allí el sol de ,verdad y justi­ cia. Del medio se levantaba un cimborio con su balaus­ trada de cobre dorado al rededor, y aquí se repetían los mismos fenómenos de la !uz reflectida. El. vasto re­ cinto del patio en cuyo medio se hallaba la iglesia, es­ taba cerrado por cuatro galerías. Allí habia baños y muchos aposentos para los clérigos y seglares encarga­ dos de la custodia del lugar santo. Constantino, había mandado construir en este paraje su sepulcro, y se de­ leitaba con la piadosa idea de que despues de muerto des­ cansaría en mas-dulce paz bajode la protección de los após­ toles y enmedio de los sufragios y oraciones de los fieUs. No he podido residir, á la tentación de decir lodo esto para avergonzar á nuestros tacanas reformadores, que tanta avaricia muestran cuando.se trata del cuito del Altísimo. Si fuera preciso, los templos.pacanos me sugerirían materia para hacer un paralelo no. megos humillante á aquellos- á quienes le; dirijo, Bonaparte ora filósofo; pero por el sola instinto, de su sólida- ra­ zón comprendía que si Dioses grande y su religión emi-

lientemente ..conservadora del orden público,,deben ser tratados cotí honor el culta-y sus ministros, para que sirvan utilmente fá los'.fines de la política; ;y cuando rio íe alucinaba el orgullo-, en sus relaciones con el clero mas bien se echaba de ver el noble de la antigua mo­ narquía que ei hombre de la revolución, porque reunía estos dos caracteres. K est ame hacer la -siguiente observación acerca de Constantino y los consejos-do la divina providencia : el encargo que estn le habió encomendado , no se hubiera desempeñado completamente, si aquel; monarca no hu­ biese convocado un. concilio general para presentará todos los gobiernos venideros la forma y modelo de la conducta que habían de observar en tales circunstancias. E l concilio ecuménico corresponde á las-materias que se llaman mixhsyque requieren; para su ejecu­ ción el concurso de ambas potestades: ahora bien cuan­ do es necesario congregarle, es de desear que no haya mas que un solo imperante y un solo imperio en el inundo. Si recordamos' todas las .dificultades que trae consigo lá congregación de los concilios, los obispos au­ sentes de su reino, su reunión en país extraño y á veces enemigo, la rivalidad de las naciones, tantas distincio­ nes y'precedencias que afectan y conque es preciso con­ temporizar, y los privilegios de las mismas iglesias que suelen pugnar entre sí; canudo pensamos en el modo de concordar y-componer todas estas cosas; conocemos la dtfícií tarea que toraa sobre si la- cabeza de la iglesia para dirigir con sabiduría las sesiones de un concilio, y decimos: ¡cuántos obstáculos se allanaban ó quitaban en sus principios con el poder de los‘.Constantinos y Teodosiost Es verdad que se reunieron algunos conci­ lios ecuménicos en la edad media y durante aquel equi­ librio de poderes entre los reyes de Europa de que se componía la república cristinna; pero recuérdese que el-papa en el orden de la religión poseía en efecto la monarquía universal, y ya hemos hecho notar que era legal, aprobada y reconocida por el derecho público de

Europa. Cuando las naciones adoptaron otras leyes y entraron en otras ideas sobre la potestad eclesiástica;los papas aterrados y confundidos con la dificultad no se atrevieron ya á convocar los concilios generales; y cuan­ do fue necesario congregar uno por los progresos de la herejía de Lutero que pusieron á la iglesia en la pen­ diente de su ruina, intervino la divina providencia, se rompió el equilibrio de las potencias europeas, y volvió á aparecer en Alemania el poderío de los antiguos empe­ radores de Occidente. Carlos V y su hijo Felipe I I afec­ taron las apariencias, usos y lenguaje de los emperadores romanos por los cuantiosísimos tesoros del nuevo mun­ do, la vasta extensión de sus estados, la pericia de sus generales y la disciplina de sus ejércitos. Lo que me im­ porta considerar es que por un efecto de la misma pre­ ponderancia militar atajaron los progresos de la herejía de Lutero y reprimieron íos planes ambiciosos de los so­ beranos que le eran devotos. A la sombra de la pujanza tutelar de estos monarcas se reunió el concilio de Trento, el cual puso una mano reparadora en el edificio va­ cilante de 1a fé, reformó todos los órdenes de la iglesia, y en cierto modo restituyó ó esta la hermosura y es­ plendor de los dias antiguos. Carlos V humilló á los so­ beranos de Alemania fautores y propagadores de la he­ rejía, y vencida la liga de Smalcalda los puso á sus pies y los obligó á arrodillarse en su presencia temblando como unos reos que son conducidos a! suplicio. Su po­ derío pasó un instante á la casa de Austria, ia cual de resultas del descubrimiento del nuevo mundo adquirió en tiempo de Felipe I I un aumento de influencia y pu­ janza que cerró las puertás de Italia y España á la he­ rejía. En el muro invencible de la liga católica de Fran­ cia que el monarca español protegió, se estrellaron los proyéctos siempre crecientes de la herejía, y cuando por un juicio secreto de Dios se debilita, tambalea y cae el poder de aquella dinastía eminentemente católi­ ca á impulsos de la política de Richelieu y por las ar­ mas del rey de Suecia, ya habia cesado de ser necesa^

ría su protección á la iglesia. Entonces se contienen los progresos de la reforma: el tratado de Westfalia fija los límites del territorio de esta; y se salva ta preponderancia de la iglesia católica. La herejía se seca como una rama separada del tronco, y poco falta para que pierda la forma de una secta cristiana yendo á precipi­ tarse en los abismos del ateísmo ó de la indiferencia religiosa: en vano se esfuerzan sus partidarios á resti­ tuirle un soplo de vida. No, la tendencia del mundo mo­ ral y político no es al protestantismo, sino al ateísmo; y los protestantes de buena fé que trabajan por resuci­ tar el cadaver de su comunion, ignoran tai vez que son los agentes de un poder oculto y anticristiano. Mas ya es tiempo de volver á mi asunto. Decía que un solo emperador y un solo imperio eran en cierto mo­ do las condiciones necesarias para convocar un concilio ecuménico, y hacia la observación que Constantino era el hombre escogido por Dios para dar la forma y modelo de estos concilios bajo de los príncipes cristianos, obis­ pos exteriores y protectores de la iglesia, y que entraba en su encargo condenar con su ejemplo á los reyes cris­ tianos, que como el impío Ozias se atreven á echar la roano al incensario y afectar la supremacía de la potes­ tad temporal en el orden de la religión. Todo esto nos explica los consejos de la Providencia sobre Constantino y su reinado, de gloriosa y católica memoria, ¡í pesar de fíertos defectos que pueden tachársele. SECCION QUINTA, Q U IST A P R U E B A .— LA REVOLUCION Y LOS HECHOS PO ST ER IO R ES k E L L A HASTA E L AÑO 1830.

Llego dé un salto é la memorable época que acabo v de citar / porque haría un agravio al lector inteligente ... gi quisiera probarle la posesion de la iglesia durante to­ ados los siglos intermedios desde el concilio de Nicea al .tiempo,de que hablo, siendo este hecho mas claro que

la luz del-sol^ Todos aqii el los siglos admitieron y reco;-, nocieron al papa por cabeza-de la,iglesia, y los esfuer­ zos de la herejía para sustraerse'de la autoridad do esto suponen la existencia de ella. . Los diez y ocho años que van desde el de- 1790 a,l de 1807, presentan cuatro hechos de alta importancia, y'cada uno de ellos me.sugiere una de las pruebas mas acomodadas á las" disposiciones de los adversarios á quie-, nes impugno: 1.® la asamblea constituyente de 1790 y sus decretos sobre la constitución civil del clero: 2 ,° el concordato firmado en París entre el cónsul Bonaparte y la santa sede: 3.° los hechos a-uUSnlictjs que ocurrie­ ron cuando el papa Pío V Ií coronó por su mano á Bo­ naparte: 4-.° Us discusiones de nuestros cuerpos legis­ lativos en los dias 25 y 2 0 de mayo de 1826. § .L

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LA ASAM BLEA CONSTITUYE NT JE CON SU CONSTltüCJON C IV IL D E L CLERO ES M A D RE DE LA IG L E S IA CONS­ TITUCION AL.

Esta prueba es tanto mas .decisiva para nuestra con­ clusión, cuanto que el punto en litigio fue entonces ilus­ trado, discutido y defendido contradictoriamente ante el juez competente. Entonces pasó en autoridad de cosa juz­ gada mediante dos juicios dogmáticos posteriores al año 1.790 y formalmente aprobados por la suscripción ex­ presa de todos los obispos del universo que estaban en comunion con Roma ; y estos dos juicios irrefragables serán inscriptos en las actas de nuestros concilios. Debo dar al lector la prueba- de ;todos estos asertos. Digo que la cuestión presente se ilustró y discutió por aquella época; porque ¿cuál sino era la causa de una controversia tan acalorada y decidido entre los ca­ tólicos poruña parte y los defensores :de la constitución civil del clero por la otra, que tomaron entonces el nom­ bre de constitucionales? La asamblea constituyente éjercia la supremacía espiritual de la potestad temporal en

el grado. mas alto á que puede aspirara el da poder cons­ tituyente , porque sabido es que osó dar una constitución á la.iglesia católica , sin que se altere lajiaturuleza de.esta medida- de usurpación por el. epíteto de ci vil que_, aña-, dió á dicha constitución. Léase el examen que hi/o de ella S. Santidad, y se verá que la asamblea trastornó enteramente la constitución divina dada por Dios á su iglesia , y que no menos febajó la potestad monárquicadel papa en el orden espiritual que lá de los reyes-ele Francia , hijos primogénitos de la iglesia, en el tempo­ ral,, aboliendo el juruínenlo de obediencia y fiOelidad que prestan á aquel los obispos¿ para convertirle encuna simple carta de cortesía en que le avisan habejsido nom­ brados obispos por la gracia deV pueblo . y que desean, mantenerse en comunion con. él, destruyendo el poderaristocrático de los obispos, degradándolos de su calidad de príncipes de la iglesia asociados al gobierno del papa , igualándolos it los simples presbíteros, no dejándoles en su consejo mas que la voz deliberativa y poniendo, en el pueblo el origen de tocia la potestad gerárquica;. porque él es quien da la investidura y por consecuencia la jurisdicción espiritual ó los presbíteros y obispos en las juntas de partido y provincia. En-fin según la mis­ ma constitución es ton soberano el pueblo, que-si-á un constitucional so le pregunta cuál es su tituló para el gobierno de las almas, se ve reducido á dar esta úu'h ca respuesta: El pueblo. ¿.Y por qué? Porque este hizo sin ninguna participación de ta iglesia una nueva de-;: marcación de todo el'territorio eclesiástico. Esta proposicion admira al pronto, y vamos á ver que es una verdad rigurosa; porque al fin la iglesia no tenia ninguna parte cp. estu misma operacion. Si pregunto .al obis­ po constitucional de dónde le viene la jurisdicción espi­ ritual sobre Jas ovejas existentes en el nuevo territorio que 1$ ha dado la potestad civil sola; ¿qué puede res­ ponderme sino que el pueblo reunido en la junta electoral de la provincia le ha nombrado pastor de aquellas almas? Pero si-replico y pregunto si la, iglesia ha .agreg,ado,á

aquel título la misión canónica t no pudiendo responder­ me se ve preciado á sostener que ata y desata las almas, remite ó retiene los pecados en nombre del pueblo. Sien­ do esto asi, ¿qué se lia de pensar de tai orden de cosas Sino que ha cambiado la constitución divina de la iglesia y que se ha convertido en un estado popular donde to­ da potestad emana del pueblo ? Todo esto, se ha dicho, y el único asilo á donde se acogen los .defensores de tan falso sistema es la quimera del caracter sacerdotal del presbítero, convertido en Utulo de una misión que no tiene mas límites que los del universo. Mas el número sin número de escritos y folletos de todos tamaños y formas en que se explicaron y descubrieron estas ver­ dades , estos escritos distribuidos y esparcidos en todas las provincias* y casi estoy por decir en todos las parro­ quias, por el zelo de una propaganda verdaderamente santa y apostólica que entonces se estableció, prueban la certeza de mi aserto; es á saber, que la presente cues­ tión se ilustró, discutió y puso en un grado de claridad como la luz del día. Y aquí viene d cuento una observa­ ción que se ha hecho muchas veces. Si queremos saber á fondo la verdadera doctrina sobre una verdad evangé­ lica, trasladémonos al tiempo en que este dogma com­ batido por el error fue declarado y solemnemente procla­ mado por las definiciones de la iglesia. En los escritos de los doctores de aquel tiempo hallaremos un caudal de luces sobre aquella verdad dogmática,..que inútilmente se buscarían en la polémica anterior ó posterior á estas disputas. En tiempo del concilio niceno y de tos subsi­ guientes se habló bien sobre la divinidad del Verbo: du­ rante los grandes concilios de Efeso y Calcedonia y des­ pues se hizo preciso, exncto y correcto el lenguaje de la teología sobre los misterios de la encarnación y de la redención : entonces la controversia expuso las admira­ bles correspondencias de estos mismos misterios con las formas mas excelentes de !a dialéctica y elocuencia, Aplicando esta teoria á la presente cuestión digo á mis adversarios: Si sois cristianos 6 si discurriendo con cris-

tianos teneis en algo la doctrina y documentos de la iglésia; si deseáis discutir esta cuestión con Ja formalidad y gravedad convenientes y juntamente con todos los mi­ ramientos debidos á la religión de la sociedad cristiana y católica; trasladémonos á los años 1788, 1789 y 1790, y leamos los escritos publicados entonces sobre esta mate­ ria y las decisiones que dió la iglesia. Entonces se puso la verdad de este dogma en toda su claridad y evidencia, y lejos de ocultarse vuestras razones se expusieron con todo ese vigor y se discutieron de buena fé; pues si nuestras razones parecieron entonces buenas y quedaron sin réplica» lo son también ahora y lo serán siempre. Asimismo viene aquí á propósito esta observación que Byssuet copia de san Agustín. Uno de los diversos sentidos que pueden darse á la expresión de san Pablo; Oportet htereses esse; es este: las herejías contribuyen.al triunfo de la verdad, porque cada una de ellas trae un fruto y como un tributo aparte, y es un mayor grado de luz derramada sobre los dogmas controvertidos que resalta del choque de la verdad con el error, Pues la presente cuestión ha sufrido esta prueba * y nunca ha habido una disputa mas acalorada ni animada, testigos los muchos escritos .producidos por una y otra parte, que si no llegan al infinito, son á lo menos indefinidos. Pero lo mas decisivo es que por aquella misma épo­ ca jungó la iglesia la causa con una solemnidad y concor­ dia unánime entre el episcopado y su cabeza, que hasta entonces quizá no habia tenido ejemplo en nuestros ana­ le s eclesiásticos. Estos juicios constan en los rescriptos enviados de Roma, el primero con fecha 10 de marzo de 1791 al cardenal déla Rochefoucauld y á los obispos que tenían asiento en la asamblea constituyente, el segun­ do á Luis X V I en el mismo riño, el tercero con fecha del mismo mes y «ño á todos los metropolitanos con la obli­ gación de que estos le comunicasen á todos los obispos d^l reino, y el cuarto en 19 de marzo de 179*2. Las califica­ ciones que se dan á la constitución civil del clero y á la

supremacía espiritual de la potestad civil* basa de ella,

bou eblast estriba en principios heréticos: és herética, sticrílvgé, cismática >destructiva de los derechos de la santa sede, contraria á la. ' antigua y ■ nueva disciplina de ¿a iglesia de Francia y forjada con el intento dé des­ truir la iglesia católica en usté reino. Este juicio fue sus­ crito-por todos los oíjispos de l;i: iglesia universal. La pruébfrex-iste en ios arclmós de la romana , y el hecho fue testificado y notificado personalmente á los obispos constitucionales por el difunto papa Pió V il de santa memor ia en la 'peregrinación apostólica, que hizo á Pa~ ris ch 1804/ Fundado en todos estos hechos concluyó que nunca ha habido una:cuestión mejor ilustrada y dis­ cutida y mas solemnemente juzgada en la iglesia, y vuel­ vo á mi primer sentir; y es que si se quiere juzgar nó según los principios de una filosofía que no los tiene en materia de religión, Mno conforme á las máximas dé la teología católica, es decir, de la palabra del mismo Dios, esta verdad es un dogma cuy» profesión práctica no pue­ de disputarse á un católico sin manifiesta contravención de la ley de líberuid de cultos. '

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■ ■ SANTA SEDE.

E l adversario que opongo á este sistema erroneo, y el juez y árbitro á quien consiento sómel er esta disputa, es Btinaparte. Su autoridad en este punto no es metios grande que ?m nombre, y seguramente no es sospechoso de un es ceso de parcialidad en favor de los; derechos de !a Iglesia.-En cuanló, al documento que presento^ no puede citarse otro mas decisivo. ; . Despues de haber, vencido Bonapnrte á los pueblos y las naciones como los dos primeros Césares y sofocado como ellos las facciones y discordias, ve llegado ’ei. instan­ te de dominar el universo á: ejemplo de aquellos monar­ cas. Superior á estos por su sólida razón y profundos

planes piensa en dar á su tronó y dinastía un fundamen­ to. mas firme y' durable: que; lií devoción del soldado y ia celebridad de IniíftoriarN'n costumbres río hay sociedad1 , y la moral no existe sin reiigion.-Eslfi ranció axioma ha producido en su alma si no una completa convicción; á Eó menos un efecto profundo. L a ‘verdad penetra mucho mas erré! ■espíritu cuando los intereses de; cüífntía acuden a auxi1iií rha, y e1m»yor para BotVfi par te ei-a dominar. Dios que tiene ios corazones en sus manos y los sujeta y di­ rige1 ,hacia los fines de su 'Sabiduría , -queria sacar está inapreciable declaración de ios labios 'del conqúi^tádori que sin Dios y sin religión no basta la fuerza material paril gobernar á los hombres. Bonaparte quiere reinar, cegar el abismo de las revolucionas y enfrenar las fac­ ciones , y con su brazo de hierro y seiscientos mil hom­ bres que ú una seña suya corren á la muerte, no se cree con bacante fuerza para gobernar : una n.icioñ atea le póréceindiiscipliiiuble por las leyes, y tin trono y una di­ nastía edificados s&bre ekterror de las armas y la cele­ bridad de la gloria militar 310 tiene á sus ojo1 » tirmes fundamentos. Está resuelto á edificar en el terreno do !a religión, y uo aspira á Ia: honra de inventar uno, porque, et desgraciado éxito de las farsas religiosas re-: presentadas por Robespierrc y Revertiere-Lepaux está demasiado reciente, y no le ocurre tentar uri nuevo en­ sayo,' Dos religiones hay establecidas en Francia, la ighisia.constHucional y la católica. La primera es servil, obediente al que manda é incapaz de oponer la menor resistencia, y ademas ha- nacido de la revolución y es amaila de los revolucionarios: Bonaparte esel jefe de es­ tos que le han encumbrado, y por ellos reina en nombre del pueblo con el modesto título de primer cónsul y go­ bierna la república francesa por la gracia de la revolu­ ción. Al contrario la religión católica se le presenta con apariencias mucho menos lisonjeras para su orgullo: es imperiosa y se declara soberana é independiente en todo el vasto dominio de los objetos espirituales: se apodera de las conciencias y no deja á la potestad civil mas que los

cuerpos, la materia y los objetos temporales (1): es abor­ recida de su ejército revolucionario y.de todos los agen­ tes de su gobierno. Todos estos hombres recuerdan el mal que han hecho’al catolicismo , y esa es una nueva causa de la aversión y odio que le tienen, Dada la señal de restablecerle temblarán cuantos le rodean; ¿y hasta dónde .no pueden llegar sus infames maquinaciones? A Bonaparte no le detienen estas consideraciones: ha re* suelto restablecer la religión católica, abrir los templos y levantar los altares, y se ejecuta su voluntad. En sa idio­ ma militar son desconocidas las palabras imposible, imposibilidad: abre negociaciones con (a santa sede, que serán largos * difíciles y trabajosas, porque en el ánimo del cónsul se unen y confunden las ideas filosóficas con los pensamientos católicos. No obstante todas las cosas tienen fin, y esta discusión le tendrá también. La santa sede inspirada por la prudencia evangélica abandona el tmrpo para salvar la cabeza: e1 cuerpo es toda la disci­ plina, y la cabeza es el dogma inmutable como el mismo Dios. El supremo pastor de la iglesia ilustrado con las luces celestiales conoce que en la sociedad católica lo mismo que en todas las humanos la conservación es la gran ley é que debe ceder todo excepto Dios y sus pre­ ceptos , y que habiendo reducido la Providencia por sus inescrutables designios la iglesia de Francia al extre^ mo de ver extinguirse la luz de la fé ó perder su disci­ plina , no debe él titubear en admitir unas condiciones tan duras. Pió V i l con mano trémula ratifica el concor­ dato firmado en París el lo de julio de 1810. Este tratado merece escribirse en los anales de la historia eclesiástica .-con unos caracteres mas durables que el bronce. No creo que pueda leerse en los registros déla iglesia un monumento mas decisivo é favor de J a supremacía de esta en el orden espiritual* El papa por (1) Estos secretos se let escaparon á Bonaparte en las conferencias con sus confidentes (Historia de PioaVII por el caballero Artaud)í -

un lado y Bonaparte por otro, el sacerdocio y el impe­ rio son aquí las partes contratantes. ¿Quién si no el so­ berano de la religión puede disponer de sus intereses de mas cuantía, ele sus templos, sus altares, sus parroquias, sus sillas episcopales, sus metrópolis y los límites dentro de los cuales deben ejercer estas iglesias su jurisdicción es­ piritual sobre las almas? En una palabra solo con el so­ berano de una religión puede tratarse de su existencia ó no existencia, del fin ó continuación de su destierro, del abandono de sus bienes, leyes, fiestas y solemnida­ des y de todo lo que no está ligado con su esencia, es decir, con áu fé, dogmas y misterios. Y ademas sin. ver mas que la forma ¿ no son dos soberanos que tratan de igualá igual? Uno y otro nombran sus plenipotenciarios, los cuales canjeados los poderes respectivos acuerdan los artículos del convenio. Precede;al tratado un preámbulo digno de llamarla atención. El papa no recibe la restauración del culto ca­ tólico como una gracia del soberano temporal, y se guar­ da hasta de suponer-qué se le pueda negar; pero conflesa que la religión espera muchos bienes de este fe­ liz suceso y dé la profesión pública del catolicismo que hacen los cónsules. Por otra parte el gobierno de la re­ pública reconoce que la religión, no la cristiana, sino la católica apostólica,romana es la religión no solo de la mayor, sino de la máxima parte del pueblo francés. Este hecho dice mas dé lo que parece, y pora quien re­ flexiona y le combina con la carta de 1830, la sobera­ nía del pueblo y el derecho de insurrección, que es el fundamento de ella, ¿á dónde no iria á parar ? La po­ blación católica veria consagrado eni esa ley su derecho' de apelar á las arméis en caso de atentado contra los derechos esenciales de su religión, y semejante consecuen­ cia seria legítima. Mas respondo que lós católicos no la sacarán , porque saben que los .preceptos .del Evangelio son anteriores á las prescripciones de la. carta constitu­ cional. En el artículo 3 hace la sania sede una asouir t .

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- §9 fi­ brosa ostentación áe la potestad papal. Iodo» los obispa­ dos, todas las parroquias, en una palabra todos los be­ neficios con sus derechos é inmunidades son abolidos y reducidos á la nada, y sus poseedores reemplazados á pesar de sus respetuosas reclamaciones. Verdaderamen­ te esta es uua de aquellas medidas extraordinarias y des­ usadas, que según hemos dicho no tiene otra excusa que la salvación pública y las inevitables ex ¡geneias de los tiempos. Todo eslo es notable y providencial. Esta época es lo misma en que los soberanos temporales tuvieron asalariados hasta entonces en Italia t Alemania, Portu­ gal y Francia (1) teólogos jansenistas, presbiterianos y febronistas, siempre dispuestos á coadyuvar ó los inten­ tos hostiles de aquellos contra la jurisdicción del papa» menguándola, minándote sordamente y aniquilandola ya con los recursos de fuerza, ya con las apelaciones eventuales, contingentes é inasequibles ante los concilios ecuménicos; y ve aquí que el monarca mas orgulloso y zeloso de los derechos de la potestad civil reconoce en el papa á pesar de las preocupaciones de la falsa filosofía la mas ilimitada plenitud del poder monárquico y unos de­ rechos tan latos, que algunos obispos católicos se mues­ tran sobresaltados y se creen en el caso de elevar hu­ mildísimas representaciones. He omitido el artículo 2.° que merece atención: ÍA santa sede de muerdo con el gobierno hará una nue­ va demarcación de las diócesis francesas. Primero la santa sede, á la cual sola corresponde el derecho de de­ marcar las diócesis y extender ó reducir los términos del territorio dentro del cual han de ejercer los obispos la jurisdicción espiritual sobre sus ovejas. E l artícu­ [1] Por desgracia también penetró en España el fatal espíritu de novedad , y los partidarios que contaban Tos jansenistas y febronistas en el consejo de Castilla y en el supremo gobierno, facilitaron la propagación de ciertos libros perniciosos, y contribuyeron álos atentados come­ tidos ya entonces contra las facultades y prerogativas dé in potestad espiritual (tf: di (di RB. de h B. n.). ¡ -

lo 9.° añade que la demarcación de las parroquias no ten­ drá efecto sino conforme á la demarcación del gobierno; porque la materia es mixtíi y la conveniencia de la po­ testad civil es preciosa paro ia iglesia. De esta sola plu­ mada queda borrada toda la constitución del clero y confundida la potestad civil, que presume ser el origen de toda la jurisdicción espiritual. Vengamos a! artículo 13, en el que debemos deto­ nemos un instante f porque abunda en consecuencias fa­ vorables á la potestad espiritual y á la iglesia. S. Santi­ dad declara que por el bien de la paz y el feliz restable­ cimiento de la religión católica ni é l, ni sus sucesores turbarán en ninguna manera á los compradores de los bienes eclesiásticos enajenados, y que en consecuencia ia propiedad de estos y los derechos y
Hiiuestro sudor, de nuestro trabajo, del descuajo de «nuestros colonos y solitarios.
S* I H -

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CONFIRM ACION DE TODAS ESTAS CONSECUENCIAS CON VAIUO S HECHOS AUTÉNTICOS QDE OCURRIERON EN 1804 DURANTE LA RESID EN CIA D EL P A PA EN

P a r ís .

El concordato se habia firmado en París el 15 de julio de 1801. Entre su conclusión y su publicación auténtica que se hizo el 9 de abril de 1802 transcurrie­ ron nueve meses, que equivalían á nueve años para los católicos, impacientes por ver abiertos los templos y renovadas la& solemnidades del Señor. Entre tanto Bonaparte estaba en el apogeo de la gloria, y los escritores religiosos le prodigaban á porfía con gran disgusto de los revolucionarios los nombres de nuevo Ciro y nuevo restaurador del templo de I>ios. Al tiempo que Tos papeles públicos anunciaban ta presentación del concor­ dato á los cuerpos legislativos para que le ratificasen, ge turbó el júbilo de la Francia cristiana con la noticia de­ masiado cierta por desgracia de que se reservaba la’ tercera parle en el nombramiento de beneficios curados é iglesias episcopales á los clérigos llamados constitucio­ nales. E l partido revolucionario (y nótese que pertene^ cían á él los mas de los magistrados y empleados en las carreras civil, y milirtar) se creia humillado en la perso­ na de jos clérigos juramentados, que en cierlo modo eran

sus hermanos de armas en la guerra revolucionaria y bus componeros en la defensa -de la antigua causo. Se ofrece, decían estos hombres, admitirlos con tal que retracten su juramento, y se alega esta condescendencia como un gran sacrificio hecho á la paz; pero ¿por ven­ tura no es renegar de la revolución el pedir perdón de un acto tan glorioso y confesar que es digno de vituperio? ¿Y no recae sobre nosotros el oprobio con que se trata de mancillar aquella? Bonaparte, hijo de la revolución, participa de estas ideas, y quiere con aquella voluntad inflexible que no consiente contradicción, que los consti­ tucionales senn nombrados sin retractarse ó reconciliar­ se; y si á algunos de ellos les remuerde el juramento, pueden explicarse en el sigilo del fuero interno y del santo tribunal; mas la ley no puede dar fuerza á seme­ jante acto sin deshonra de la revolución. Por otra parte la iglesia considera como inconciliable con su constitu­ ción divina la reconciliación de los excomulgados sin ninguno abjuración del error y sin ninguna absolución de las censuras incurridas por el delito de cisma y he­ rejía, pedida y alcanzada por la súplica y el arrepenti­ miento, En efecto si con aprobación suya y 9in retrac­ tación previa puede ser rehabilitado un solo hereje en todos los derechos de un hijo de la iglesia y admitido á la participación de los sacramentos, confiesa aquella que se ha equivocado, abjura su infalibilidad, hace fla­ quear la certeza de lodos los juicios y decisiones dadas desde el tiempo de los apóstoles, autoriza á todos los herejes condenados para pedir la revisión de sus juicios, volver á la comunion de nuestra santa madre y partici­ par de todos los bienes sin excluir la dignidad episcopal; y no puede negárseles su pretensión. Bonaparte no entendía esto, y le parecía inexplica­ ble semejante resistencia á su voluntad. Mas el legado y la legación miraban la preconización de los constitucio­ nales como el último grado de la condescendencia. Su retractación debía ser una condición de su institución canónica, de que no podía dispensarios el papa; y se

asegura que monseñor Sula, secretario enlonces de la legación, hablaba un lenguaje ton firme é inflexible so­ bre el particular, que Bonaparte quiso tener explica­ ciones con él, y viendole irrevocablemente decidido á no desistir le amenazó enviarle como preso de estado de brigada en brigada hasta las fronteras de Italia. Enton­ ces corrió la voz que el prelado había dado esta intré­ pida respuesta : General cónsul, el dia que V. cumpla semejante amenaza será el mejor de mi vida. Éi presbítero Bernier, uno de los negociadores del concordato, y cuya memoria es tan poco honrosa en los fastos de la Yendea, mientras la historia le señala su lugar en los de la iglesia , contemplaba con espanto el rumbo de esta cuestión : como conocía al cónsul, sabia que no retrocedería y temia que estrellándose el con­ cordato en este escolio pereciesen con ól sus esperanzas de engrandecimiento y prosperidad. La religión santifi*caba sus temores» y él en vez de abandonar ia conduc­ ción de la barca de san Pedro á su divino piloto cree poder preservarla del naufragio por una artería de su política , y escribe al cardenal Caprara: Os ruego con las lágrimas en- los ojos que salvéis la religión. Én una conferencia tenida con el legado, cuyo caracter no es­ taba exento de debilidad, conciertan los dos negocia­ dores este plan, en que se trasluce mas ta astucia ita­ liana que el vigor apostólico. El legado nombra á Beruier comisario suyo para que reduzca los constituciona­ les á dar satisfacción á la iglesia, y en virtud del infor­ me de este promete despachar ó negar la institución. Los constitucionales conocían su situación y sabiati que podian contar con el gobierno, quién los sostendría en su terca resistencia. A la proposicion del comisario para qué retractara el juramento, y á la oferta de expedir­ les la absolución de las censuras dan esta respuesta con­ tumaz, que ño tardarán en publicar por la prensa: «Yo «abandono esta constitución en vista de que la nueva la »háce impracticable; mas lejos de retractarla continúo »amandólá y respetaodola, y lejos de arrepentírme de

«haber si4o fiel á ella no conozco en mi vida pasada un »acto mas laudable y digno del galardón eterno que el »de haberla obedecido. V. me ofrece la absolución de »ías censuras; pero se olvida de la regla que le prohíbe wabsolver ai que no se arrepiente y no pide perdón y wabsolucion.n No obsLante esta respuesta Bernier les puso en la mono la absolución del legado, y el consti­ tucional Lacombe asegura en la, relación de esta escena publicada por él que el compañero suyo que habló tal lenguaje á Bernier, arrojó al fuego delante de este la absolución del legado. «Por mi parte, dice, no fui apremiado con semejante oferta: bien sabían que yo no aera mas sufrido que los otros.» No obstante una con­ ducta tan obstinada en la herejía creyó Bernier que le autorizaban la urgeocia de las circunstancias y el peli­ gro de la religión pura escribir al legado que los consti­ tucionales habian dado satisfacción ála iglesia y que ha­ bia creído poder absolverlos de las censuras. Este mis­ terio de iniquidad solo era sabido de unos pocos buenos que estaban profundamente afligidos. La iglesia romana podía afirmar con justa razón que no habia tenido nin­ guna parte en él, porque se habia tramado y consuma­ do sin su conocimiento , y ella no habia abierto su apris­ co á aquellos malos clérigos que entraron por la puerta falsa del fraude y la mentira. Con todo eso tan­ tos pastores cubiertos de la ignominia del cisma y la herejía , con la cabeza erguida y vanagloriosos de su in­ trusión eran para la iglesia galicana como una Haga se­ creta que aíligia á muchas diócesis, y para la universal una vergüenza , un oprobio, un lunar feo de que estaba como manchada. En esta coyuntura vino en su auxilio la Providencia, y los menos perspicaces conocieron que el Espíritu Santo velaba por la conservación de la iglesia y dirigía á este fln todas las escenas que pasan en el teatro del mundo. Bonaparte cada vez mas envanecido, y orgulloso quiere proporcionarse nuevas satisfacciones de gloria , y fermenta en su ánimo una serie de proyec­ to* fastuosos, en que se trasluce una arrogancia nunca

vista. Quiere declararse emperador y crearlos títulos pomposos y las dignidades que componen una corte im­ perial en el seno de aquella república , cuyos mas nota­ bles ciudadanos se jactaban no bá mucho de conculcar todas las distinciones sociales: quiere condecorar á sus parientes y generales con todas las insignias de honor y los magníficos trajes que deslumbraban en los días mas gloriosos del reinado de Luis X IV . Proponese ademas convocar en Paris á todos los representantes de la nación francesa, llevar allí al sumo pontifico para recibir ía corona imperial de las augustas manos de este y apare­ cer al mundo con la gloria de un Cario Magno, mientras puede conquistar toda la de que se sació Alejandro en los últimos instantes de su vida. Pió V I I condesciende con la solicitud del cónsul; pero conoce que despues de tal. abnegación de si propio y de su suprema digni­ dad y despues de los trabajos y fatigas de lan larga peregrinación .enmedio de su ancianidad y achaques, Bonaparte que aun no era dueño del mundo» debia dar al pontífice grandes testimonios de gratitud. El cónsul comprendió lo que exigía la dignidad, y conoció que de­ bía reprimir su orgullo. A mas de los honores calcula­ dos con cautela que se tributaron en Paris al papa, obtuvo este algún valimiento por un breve espacio que pasó 'como el relámpago, sucediendose aquella mu­ chedumbre de ultrajes y pesadumbres que han inscripto su Hombreen el catálogo de los ¿onfesores y mártires, y el de .Bonaparte entre ios hombres mas ingratos y los perseguidores mas injustos de la iglesia.. Dicese .que Pió V i l presentó al emperador una larga memoria, en que expresaba sus quejas sobre las grandes calamidades que afligían ó ia iglesia de- Francia. La respuesta fue coma debia esperarse: algunos cumplimientos vagos de la misma especie y por el mismo estilo que los de Iqs sayones que azotaron ¿ Cristo. Con todo.S., Santidad- fue feliz en las,quejas que dió acerca de la intrusión y pro- , mocion de los constitucionales al episcopado por haber sido sorprendida la religión de la santa sede con el dolo

y la mentira. Presentó en prueba los escandalosos es* critos que acababan de publicar aquellos haciendo alar­ de de su obstinación en et error como de un título de gloria. Bonaparte que veía comprometido el honor de su concordato y observaba la iglesia chica (1) y Si sordo descontento y síntomas de rebelión de la Vendea, aco­ gió propicio esta petición del papa. Los obispos consti­ tucionales recibieron orden de la. policía para Acercarse al papa y darle la satisfacción que exigía, S. Santidad se avocó con ellos y les intimó que retractaron el juramen­ to á la constitución civil del clero, suscribieran á los breves de su predecesor, y desaprobaran los escritos censurables que acababan de publicar profesando su obs­ tinación en el cisma. Y como diesen unas respuestas negativas, dilatorias y evasivas respectivamente , aquel mansísimo pontífice levantóla voz, habló como sobe­ rano y amenazó á unos hombres tan pertinaces en la herejía con ia pena de excomunión: ia firmeza de Ja ca­ beza de la iglesia los dejó confundidos (2). Bonaparte, su emperador en lo espiritual y temporal, quería ser obe(1) Se llamó en Francia la iglesia chica (la petiie église) ó de los anticoncordatarios la reunión de unos po­ cos hombres díscolos y propensos á la rebelión, que levan­ taron la voz contra el concordato de 1801. (2) Asegúrase que en el curso de estas conferencias Pío V II habló asi á los constitucionales: «No quiero pre»valerme del privilegio de la infalibilidad de la santa sede, »en la que no creen * W . ; pero Ids galicanos no po»nen en duda un juicio dogmático de la cabeza de la wiglesia, aprobado expresamente por la universal y sus­ crito por lá máxima parte.de los obispos del orbe cató­ dico. Pues actualmente sn halla en los archivos de la «iglesia romana la prueba auténtica de haber suscrito á »los breves de mi predecesor Pió VI los mas de los obis»pos que ocupan las sillas mayores del universo.» A este argumento solo respondían ooñ el silencio los obispos pertinaces. Añádese ademas que el bondadoso Pío V II, viendo la confíision en qué estaban, les dijo con ámable sonrisa: Es in sacco.

decido; y como sabían en qué aprieto podía ponerlos Id resistencia á los mandatos de aquel, hicieron -la retrac­ tación exigida, conservando tal vez sus opiniones en el corazon. Con todo se cerró la llaga de la iglesia, y Pío Y1I estimó esta victoria ganada al error como una recompensa superabundante de todas las penalidades y fatigas de su viaje. La conducta de Bonaparte en esta ocasion es una confirmación nada despreciable de todas (as pruebas que hemos alegado hasta aquí tocante á la supremacía de la iglesia en el orden espiritual. Aquel orgulloso so­ berano reconoció entonces al papa con toda Ut plenitud de la monarquía espiritual. El emperador que no igno­ raba nada, ni aun la teología, discurría doctamente con­ tra los constitucionales de Francia, y los estrechaba con sus argumentos como en otro tiempo Jacobo I de Inglaterra á ios presbiterianos. Los diarios asalariados por el gobierno imperial ponderaban la autoridad del papa y la hacían superior á la de los concilios, diciendo cosas que quizá la Sorbona hubiera mandado borrar de sus conclusiones autes de 1790. Bonaparte que des­ pues de haber sido excomulgado por el pontífice de­ cía en tono de burla: Yo estoy á caballo sobre los cuatro artículos y me rio de la excomunión del papa; aquel hombre soberbio era en la ocasion á que nos referimos una especie de protector de la iglesia, armado de punta en blanco para defender los derechos del sumo pontífice y sostener la autoridad de I03 juicios dogmáticos de este. «En los tiempos modernos en que son raros é impracti^cables los concilios, ¿qué defensa quedará á la iglesia «contra el error si se conmueve la firmeza de los juicios »de la santa sede?» Este era su lenguaje, y en ver­ dad que no hubiera hablado mejor la escuela de la Sa­ piencia. Lo mismo decían todos los periódicos conocidamente pagados por el gobierno. Asi una fuerza superior domi­ naba á aquel hombre extraordinario y le impelía sin sa­ berlo él á confesar claramente la misma autoridad qae

iba á desconocer dentro de pocos dias por medio de atentados tan sacrilegos, y á ensalzar como el soberano de las cosas divinas al mismo vicario de Jesucristo que estaba en vísperas de sepultar en un calabozo y cargar de grillos como un súbdito insubordinado y rebelde á su supremacía religiosa. Semejante voto le tengo por mas concluyente que una serie de doctores y concilios con­ tra los adversarios á quienes impugno. S- IVLA D ELIBER A C IO N

DE NUESTROS CUERPOS L E G IS L A ­ TIVOS iín 1826.

No menos concluyente que las anteriores me pare­ ce esta cuarta prueba. Un ministro det rey proclamó esta misma doctrina eu un cuerpo legislativo como un dogma de la religión del estado. La revolución de 1830 no ha podido cambiar ni modificar los dogmas de la re­ ligión católica , porque la nueva carta al prometernos mayor cantidad de libertad no excluyó de esta garan­ tía la libertad de religión, la libertad de conciencia. El ministro que hablaba en nombre de su rey, á quien no era disputada ta potestad de reinar y gobernar, se ex­ presaba así delante de Benjamín Gonstant, Casimiro Perier, el general Foy y muchos de los autores y funda­ dores de la constitución actual. Aunque aquel ministro era un obispo, fue escuchado con tanta atención por la asamblea y ios diputados de la oposicion antedichos, que' el mismo Perier exclamó: Viva el obispo.de Bermópolis, viva su tolerancia. Pues este discurro que cito aquí textualmente, es nada menos que un resumen preciso y sustancial de la doctrina explicada en este libro, la cual se expresa con la claridad, nobleza y dignidad que se admiran en los discursos religiosos ó políticos de tan Célebre orador. «Señores , desde el principio de la legislatura se han. levantado en esta cámara algunas quejas respecto

del clero, se han hecho observaciones sobre su estafo presente en nuestro nuevo sistema político, y se han manifestado deseos para la mejora de su suerte y su mas completo arreglo. »Esas quejas, observaciones* y deseos no han que­ dado dentro de las paredes de este recinto, aino que naturalmente se han extendido en lodo el ámbito de la Francia por el vehículo ordinario de los papeles públi­ cos ; y quizá no es indiferente para su sosiego que todos estos objetos se discutan con alguna madurez y se re­ duzcan á su justo valor. «Yo me propongo dar hoy algunas aclaraciones so­ bre estas materias, complaciéndome en que sea de­ lante de unos diputados-que toman con singular empeño los verdaderos intereses de la religión y de la patria, y que siendo llamados á pesar aquí el destino de la Fran­ cia deben dar tanta importancia á lo que puede ase­ gurar la paz doméstica y civil, tranquilizar los espíritus agitados y curarlos en fin, si es posible, de no sé qué en­ fermedad indefinible que parece atormentarlos en la ac­ tualidad. - »A dos principales se reducen los cargos que,algunos creen poder hacer al clero. Primeramente se le acusa de u d espíritu perseverante de dominación, que propende á apoderarse de todo y á someter la autoridad temporal á la espiritual como se dice: en segundo lugar se le acusa de ultratnontanismo, de una inclinación muy decidida á favor de opiniones extrañas y‘ poco conciliables con las libertades de la iglesia galicana. Señores, examinaré sucesivamente estas dos acusaciones. «Conozco muy bien que mi situación es delicadísi­ ma por la naturaleza de la^ cosas que tengo que tratar, sobre todo en los tiempos presentes, Probablemenle la cámara lo conoce como yo, y quizá algunas personas han entrado ya de antemano en cuidado sobre lo;-.que voy á decir.; pero que se tranquilicen. SitLd¡simular m i. modo de pensar no diré nada que no deba decirse: ; no sé si me engaño; pero me atrevo á creerme tan incapaz

de exageración como de pusilanimidad. Sin duda seria temerario buscar cuestiones difíciles ; pero á laB veces son inevitables, y cuando ocurren, es preciso tener va­ lor para ventilarías. Puedo decir también que no care­ cen de atractivo por lo mismo que no carecen de peli­ gro: este es un combate, y he experimentado con mucha frecuencia que no ero imposible saiir felizmente de él siendo franco en las ideas y comedido en las ex­ presiones. Estos armas han sido siempre las nuestras, y con ellas voy á examinar el primer cargo hecho al clero, el de su espíritu de dominación y usurpación. »No se trata de detenerse en vagas alegaciones que una vez publicadas van tomando cuerpo á medida que se apartan de su origen, y acaban muchísimas veces por dominar ol vulgo y aun alucinar ó los sabios. Las prue­ bas de ese espíritu de usurpación y dominación han de buscarse ó en las doctrinas profesadas por el clero so­ bre su autoridad espiritual que exagera y lleva mas allá de todo término, ó en arterías secretas mucho tiempo ignoradas, pero que descubiertas por fin Imn manifestado tal espíritu dominador, ó en hechos pa­ tentes cuya existencia sea imposible negar. «¿Deberé hablar primero de nuestras doctrinas? Mas las doctrinas qué profesamos no son nuevas : nos­ otros no las hemos inventado, sino que las hemos re­ cibido como una herencia preciosa para transmitirla á los que vengan despues. Nuestras doctrinas son las de Bossuet y Fleury, del antiguo clero de Francia, tan cé­ lebre en el mundo entero por su elevada ilustración, y de la antigua Sorbona, esa escuela de teología tan nombrada en el orbe, y aun pudiera decir que las de los varo­ nes mas venerables por su ciencia y graves costumbres que ha tenido la magistratura francesa , tales como loa Talón, los Domat, los d’Aguesseau. Ved aquí estas doc­ trinas en toda su pureza. «Dentro de toda nación católica existen dos autori­ dades, la una espiritual instituida por Dios mismo pa­ ra íatréglar las cosas de la religión, y la otra temporal

que entra igualmente en los fines y designios de la Providencia pura la conservación de los sociedades bumanas y fue establecida para ordenar las cosas civiles y políticos. A la primera-corresponde por institución divina el derecho de decidir sobre la f é , la regla de las costumbres, la administración de los sacramentos y la disciplina que se refiere á las cosas santas y al bieá es­ piritual de los pueblos. A la segunda pertenece el de­ recho de arreglar lo que mira á lus personas y propie­ dades, loa derechos civiles y políticos de los ciudadanos. .«Señores, ni á los pueblos, ni á los magistrados ¿ ni á los príncipes se les dijo: Id , enseñad A todas las na­ ciones: estas palabras inmortales se dirigieron al cole­ gio apostólico cuya cabeza era san Pedro, á sus suceso­ res, quiero decir al cuerpo de los primeros pastores, á los obispos unidos con el sumo pontífice su cabeza; Mas tampoco dijo el Salvador del mundo á los’pontífices de la nueva ley: Id, gobernad la tierra: los príncipes y reyes no son mas que vuestros lugartenientes. Si su au­ toridad compromete la suerte de la religión que os está, encomendada; declaradlos destituidos del trono. Este no es el lenguaje de los libros santos. Nosotros hemos aprendido del Evangelio á dar 6 Cesar lo que es de Cesar, y de san Pablo á respetar las potestades consti­ tuidas y observar las leyes no solo por temor, sino por conciencia. »Es verdad por un lado que el magistrado y «1 príncipe están sujetos lo mismo que el pueblo á la igle^* sia en las cosas espirituales*, pero también por otro el pontífice, el sacerdote y el levita están sujetos al estado como el simple fiel én las cosas civiles; y asi se ha de entender la máxima: la iglesia está en el estado. »Seg«n la institución divina el pontífice no decreta ninguna pena en el orden temporal, asi como el magis­ trado no impone ninguna en el espiritual; y el pontífice no tiene mas derecho de deponer ai magistrado que el magistrado de excomulgar al ponííficfv ^n - ¿Qué décimo? ademásT Q íte Jesucristo» fio dió1nin­

guna forma de gobierno á los pueblos, y que si la esen* cía de la potestad viene de. Dios, la forma viene de ios hombres. La forma de ios gobiernos varía según las costumbres , usos, necesidades é índole de los pueblos. Bien esté la autoridad en mano de uno solo ó de .mu­ chos, bien resida en un rey y unas cuerpos deliberantes unidos mutuamente, la esencia de aquella siempre es la misma. La autoridad suprema trae consigo el derecho de mandar por una parte y la obligación de obedecer en conciencia por la otra. Esta autoridad entendida, asi entra sin duda en los designios de la divina providencia para la armonía del mundo moral, asi como la gravita­ ción para la del mundo físico* Pero al cobo todas estas cosas pueden experimentar variaciones, y la calidad del Evangelio es acomodarse á todas las formas de gobier­ no que halle establecidas: a&i lo mismo ha saotiúcado los estados populares que las monarquías. Antes del siglo X V I profesaban la religión católica todas las re­ públicas de la Suiza, y aun en el dia los cantones me­ nores, los pueblos quizá' mas felices y libres de la tierra, son al mismo tiempo católicos y republicanos. »S¡ no existiera mas que una sola potestad, la espi­ ritual dominando en lo temporal; podría decirse en­ tonces que vivíamos en una especie de teocracia. Si no existiera mas que la potestad temporal dominando en lo espiritual, no profesaría ya Francia la religión cató­ lica con todo de ser la de treinta millones de habitan­ tes; porque la piedra fundamental del edificio, el centro de unidad es el romano pontífice, cabeza de toda la iglesia y del episcopado. Asi, señores, continúen siempre unidas ambos potestades para la felicidad común de los pueblos y de la Francia en particular, y esta alianza verdaderamente santa conservará BÍempre la monarquía y la religión de san Luis.» ¿Cómo es que unas aserciones que pasaban en 1826 por verdades indisputables y tan incontrastables que la misma cámara de diputados ante quien se proclamaban, creía ver en ellas el espíritu mas puro de nuestro dere­

cho público , han venido' á ser en el transcurso de ca­ torce ó quince años unas antífrasis ó por lo mentís unas ideas añejas, retrógradas y que se quedan muy atras de los progresos del siglo? ' Ruego al lector que vuelva á leer aquí la conclusión puesta al fin de ta parte histórica de este libro.

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DE LOS SEÑORES ALLIGNOL, HERMANOS, •*

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A LA IMPUGNACION DE LA HEREJIA CONSTITUCIONAL i 3N && S£K* SKE»3K&3&9 DlHECfOH D IÍL S E S i m it lí ) DE S, SlJLPIC IO ETÍ P A R IS ,

Estaba yo imprimiendo mi obra cuando me vino A Ins manos la de los señores Altignol. Al ver esa licencia de doctrina, ese cúmulo de aserciones erróneas ó cen­ surables* ese desprecio del episcopado mal encubierto con el velo de tantas fórmulas de alabanza y veneración y ese respetó con que dichos escritores clavan el puña^ experimenté una viva emocion y dije paro mí : dejemos trabajar á esos teólogos de la nueva Francia* y pronto habrán formado una teología en que no quede ningún vestigio de la antigua ni en el rigor del dogma, ni en la exactitud del lenguaje, ni en el respeto debido á las autoridades constituidas en !a iglesia. Antiguamente nuestras universidades diseminadas en todo el reino parecían otras tantas fortalezas, donde se custodiaba el depósito de lo fé, ú otras tantas centinelas avanzadas prontas siempre á dar el grito de alarma en cuanto se columbraba el error. Nuestros prelados con­ vocados en Paris formaban una junta permanente y pe­ riódica; y si estas juntos y congregaciones no eran el concilio permanente de las Galias, como ee los quiso llamar ú veces por honor, eran sin disputa un tribunal mucho mas competente para juzgar las nialas doctrinas que nuestras mismas facultades de teología. Detras de estos muros de ía fé habia un número sin cuento de hombres doctoá y de docíom siempre pjroútoa para de­ fender stia decisiones con las armas de la erudición,■

de la lógica y de la elocuencia. En el dia nuestros prela­ dos, aislados y sin comunicación entre sí, tío se atreven á aventurar los actos de su poder judicial sino temblan­ do: se ha agotado enteramente aquel caudal de antiguos doctores con el cual nos hemos mantenido hasta aquí de ciencia y doctrina; y ai me atreviera á llevar mas * allá la metáfora, diria que ca á apagarse la luz y que el sol se pone. El nuevo clero, no menos entendido y quizá mas precoz que el antiguo en su talento, es ar­ rebatado y transportado al salir de] seminario enraedio del trabajo activo de la cura de almas, y con se­ mejante ministerio no puede adquirir aquella ciencia vasta y profunda que forma los doctores y los defenso­ res ilustrados de la religión. En tal estado de cosas la ciencia divina casi no tiene otro asilo que las escuelas eclesiásticas, y un seminarista tiene mas vocacion que antiguamente para defender la fé y confundir á esos no­ vadores, llamados por san Pablo los soberbios contradic­ tores de la palabra divina. Esta es la tarea que estoy resuelto á desempeñar según mis débiles fuerzas, mien­ tras Dios me conserve In vida. En cuanto el error en materia de fé, dejando el tono tímido y reservado que. suele aparentar, se manifieste con el orgullo de los sec­ tarios, y el espíritu de insubordinación levante, el es­ tandarte de la rebelión, yo esforzaré mi voz, y no se dirá que ha faltado en Francia quien dé el grito de la fé, que denuncia siempre el error en ía iglesia. Sin duda otros desempeñarían esta tarea con mas acierto; pero no viendo á nadie en las filas obedezco á mi conciencia que me la pinta como un deber. No há mucho nos de­ cía un anciano que el error había penetrado lodo el cuerpo de la iglesia de Francia,,y la herejía el de la iglesia romana; y ve ahí unos jóvenes que acusan á nuestro clero de haber abandonado la. constitución divi­ na de la iglesia y sustituido en Francia un derecho nuevo al.derecho común, Gon este fundamento se creen destinados á levantar el gobierno y las leyes de la igle­ sia de entre siis ruinas. Bueno es que se sepa que no

obstante la anarquía que nos aqueja, todavía hay entre nosotros una reliquia de policía para reprimir tales atentados. En tanto que la gravedad de sus acusaciones justifi­ ca la severidad de este exordio , creo deber hacer á di­ chos escritores una declaración que servirá ai mismo tiempo de proposicion de este opúsculo. Les declaro pues que su libro contiene una multitud de errores 1.° de derecho, 2,° de hecho, SECCION P R IM E R A . ER R O R E S J>E DERECHO EN E L L IB R O D E LOS SEÑORES ALLlGJíOí.»

Este libro se intitula: Del estado actual del clero en Francia y en particular de los curas rurales llamados coadjutores. Nótese bien, los autores nos prometen una especie de estadística moral y religiosa del clero y de los coadjutores no de tal provincia ó diócesis, sino de toda la Francia. AI ver este título fastuoso ocurre una reflexión. Que emprendan semejante obra el nun­ cio del papa ó el arzobispo de París, esos varones destinados ó por su estado, ó por su dignidad á corres­ ponderse con todos los prelados del reino y á responder á sus consultas, sobre todo el representante de la san­ ta sede que reside entre nosotros y que con tal oficio y tan eminente dignidad tiene un gran conocimiento de los hombres y de las cosas; pase: con un autor tan respetable podría disputarse sobre la oportunidad de pu­ blicar tal obra ; mas no sobre la nocion que tiene en la materia. Mas ¿se hallan en este caso los señores, Allignol ? Con solo ver el título de su libro ¿ no está uno ten­ tado por decirles: sois capaces de cumplirle? ¿Dónde eslan vuestros caudales * vuestra proyision de ciencia sobre los hombres y las cosas para edificar esa torre y sufragar tos gastos de la guerra? ¿No temeis os su­ ceda lo que previó el divino maestro cuando dijo: Ccepü

mdifieare, el non politii consunimare? A. esta pregunta responden: E n veinticinco años que llevamos de ejercer el ministerio de coadjutores hemos tenido tiempo de descubrir la profundidad de los males que afligen al clero en el estado en que actualmente se halla en Francia esta parle del santo ministerio. Yo respondo negamlo la cónsecuencia é . insto con este argumento: ¿habéis visitado todas las iglesias del reino? ¿Habéis residido en cada una de ellas el tiempo necesario para conocer por me­ nor toda la profundidad de los males que las afligen? ¿Habéis conversado con los prelados que las gobiernan, y con los vicarios generales que no forman mas que una misma persona moral con ellos en el gobierno? ¿Os ha­ béis puesto en relación con los arcedianos, arciprestes y otros superiores eclesiásticos, depositarios de la auto­ ridad episcopal en todo < 5 en parte? Eslos señores ¿os han descubierto el secreto del estado en que se en­ cuentran. sus súbditos? ¿Os.han manifestado lo bueno y lo malo, lo fuerte y lo flaco? ¿Os han participado los curas y coadjutores mas notables lodos, sus conoci­ mientos locales? A todas estas preguntas la respuesta que dan los dos autores ó íirmatites responsables de la obra, es eHa: Ocupadisimos nosotros en nuestro minis­ terio, conociendo muy poco el mundo, escribiendo en medio de ¡os bosques, faltos. xlel auxilio de los libros y del consejo de personas instruidas en la materia...,, no seria extraño que se nos hubieran escapado algunos, yer­ ros ó inexactitudes en mieslra obra. Mas un hombre juicioso repone: vuestras observaciones son excelentes; pero es para probar que no debíais escribir sobre la materia; escribid acerca del estado dé la diócesis en que residís* de su clero y comijuLores, y examinad ademas si conviene imprimir vuestro :escrito. Mas si contra.el precepto de modestia en el título, recomendado tantas veces por los maestros del arle, anunciáis una estadísti­ ca moral y religiosa de todas las diócesis de Francia; os pitfecereis á un viajero que llegando é París se detu. viese en uno de los arrabales, y sin pasar mas adelante

escribiese un libro con este título: Descripción geográ­ fica de Paris, sus iglesias>sus monumentos de arqui­ tectura , sus calles y sus- plazas públicas¡: (i); 1Pero prosigamos. Concedo desdeJuego á estos escri­ tores que los hechos referidos por ellos son verídicos é incontestables. Aun en este caso ¿es oportuno publicar­ los? La iglesia está cercada de enemigos irreconciliables, siempre en acecho para descubrir las anécdotas calum­ niosas ^reunirías y publicarlas en la crónica del es­ cóndalo; pues ¿á qué viene pertrechar de armas el arsenal del enemigo? Hoy que el partido protestante confederado con; las mas de las potencias europeas tra­ baja en la destrucción del catolicismo con tañía tenaci­ dad y casi estoy por decir que con fruto desgraciada­ mente para nosotros, ¿es esta la ocasion oportuna á los ojos de un amigo de la religión para descubrir las injusticias de algunos ministros suyos, exagerarlas y acriminarlas? ¿No es mas bien la de ocultarlas á la vista del público y cubrirlas con un manto, como harían con su padre unos hijos sumisos y respetuosos? Cuando loa magistrados acaban de hacer la señal del.peligro y publicar la extremidad del apuro; en el mismo instan­ te en que se ve á todos los ciudadanos honrados reunir sus esfuerzos y no pensar mas que en correr á las armas y exponer su hacienda y su vida por defender la co­ sa pública; ¿es este el tiempo á propósito para que 53 dividan los sacerdotes por ruines cálculos de interés ó de amor propio, cuando el estado y la religión están en peligro? Y aquí merecen los hijos de la luz el cargo que les hace el divino maestro; es á saber, que se muestran me­ nos cuerdos y prudentes que los hijos de las tinieblas. Los enemigos de Dios están divididos y separados por ■'(I) Cuentase la historia de aquel viajero, que recien llegado á la posada tuvo una breve disputa con su hués­ peda’, y al punto escribió esta observación en su diario; . i m wujeres de esta ciudad son agrías y tercas.

tantos motivos de odio y discordia como intereses y pa­ siones contrarias hay entre elIqs; y sin embargo á la primera señal para que acudan á pelear contra Dios los vemos, dar tregua á^sus odios, acallar las disensiones y marchar unidos como si fueran un solo hombre bajo las órdenes del jefe que los manda. Pero aquí me detengo porqjue el lector entendido adivina la consecuencia, y te­ mo que mis adversarios me imputen la culpa que no tardaré yo en censurarles, y consiste en sustituir las declamaciones déla retórica ¿.las pruebas de la sana ló­ gica; Y ve aquí mi primer medio prejudicial contra el escrito que impugno: 1.° es inoportuno: 2.° está escri­ to sin conocimiento del asunto, Ahora voy á entrar en:materia y enumerar los errores de derecho conteni­ dos en este libro, I. E l primer* error se lee en el capítulo 1.° de Ja je ­ rarquía eclesiástica páginas 4 y 5. «Los obispos pues son.superiores á los presbíteros en cuanto á la potestad de orden y jurisdicción. Nosotros no juzgamos que;esta superioridad sea una institución humana, y creemos que es de derecho divino, no obstante lo que han escri­ to algunos autores católicos por otra parte respetables. Asi lo sentian los mas de los padres del concilio tridentino,» La superioridad de los obispos sobre loa presbíteros no es una de aquellas cuestiones que se llaman teológicas en las escuelas para distinguirlas de las proposiciones llamadas artículos de fé mlálka, ni una de aquellas opi­ niones abandonadas á la libre disputa de los teólogos* sobre las cuales es lícito, sostener la afirmaliva y la ne­ gativa sin ofender. la fé. Esta cuestión debe sentarse asi en tesis: proposicion cierta, incontestable en materia dejé ; y era la creencia no de los mas r sino de todos los padres unánimes del concilio de Trenzo. Sj este no . la erigió en dogma insertándola en; $u declaración cotí. Ia expresión jure divino, en cierto modo esencial para ex-y

presar esta idea; tenia para ello Tazones de profunda sa­ biduría, y nuestros contrincantes citan la principal de ellas refiriéndose á Pallavicini. Ademas el santo concilio enuncia la cosa en un lenguaje casi equivalenteá una de­ finición de fé. Dice qqe la gerarquía eclesiástica «S de derecho divino y . que Ws obispos ocupan ¿a cumbre de ella: ahora bien la ¿cumbre de una institución divina no puede ser una institución humana. Añade que los obispos son los sucesores de los apóstoles: ahora bien estos no habian sido llamados al apostolado por la auto­ ridad de los hombres. De aquí infiero que un escritor que defiende la proposición contraria > mas merece el nombre de temerario que de teólogo respetable. Solo co^ nozco uno llamado Travers (1) que haya defendido esta opinion errónea; y si es respetable, la iglesia le ha res­ petado muy poco» pues que le ha censurado. Si el autor conoce un escritor de buena nota en lo teología que de­ fienda esa opinion; debería á ejemplo de los teólogos exactos citar el nombre de él al pie de la página.. II. . En el mismo capítulo página 3 se lee: « E l sacerdo­ cio es único, el mismo en los presbíteros y en los obis­ pos. Los presbíteros pueden hacer las mismas funciones sacramentales que los obispos excepto la del orden. Quid facit episcopus, dice san Gerónimo,^excepta ordinalione, quodnon facial presbyier? Vorque en la iglesia de Orien-^ te los presbíteros han administrado y administran aun la confirmación, y en la latina pueden conferirla con.el consentimiento del papa.» (1) Este era un sacerdote jansenista y apelante, de la diócesis de liantes, y publicó en 173o úna Consulta sobre la jurisdiccíon necesaria para confesar , que fue censurada poir la Sorbona y por los arzobispos de Sens y Embrun. Despues dió á luz un enorme libro sobre las facultades del prim ero y segundo ord en , y también,fue censurado y notadas de herejía veinte y siete proposiciones.

Todo esto es falso, ambiguo é inexacto. E l sacerdo­ cio es único; pero admite grados, y en esta escala¡el obispo ocupa la cumbre: allí está separado del¿présbite^* ro no por un grado único, es decir, por la potestad de conferir el orden, sino por dos, que indican los dos sa­ cramentos cuya colacion le está reservada, á saber el orden y la confirmación; porque el presbítero solamente conGrma en casos extraordinarios y de excepción„ y eníonces la administración de este sacramento no tanto es en él una función sacramental emauadade su potestad de orden, cuanto de una jurisdicción delegada, ácuya dele­ gación solo sirve de fundamento el orden. La cosa se ma­ nifiesta palpablemente por este ejemplo: un obispo intru­ so y sin jurisdicción administra el sacramento dela confir­ mación: pues es válido, imprime caractep y confiere ia gracia á un sugeto bien dispuesto. ¿Por qué? Porque esta facultad emana en él principalmente de su potestad de or­ den. Un presbítero sin delegación de la santa sede dispen­ sa el mismo sacramento: pues es nulo y de ningún efecto y debe reiterarse: la razón es que no emana en él como en el obispo dé una potestad cuya esencia y sustancia constituye el orden. De donde se sigue que el presbítero no ha recibido en su ordenación masque una potestad de orden incompleta con respecto á la confirmación, que se reduce á una simple aptitud para administrarla por comi­ sión. Ademas los autores parece que ignoran aquí la infi­ nita distancia que en materia de sacramento separa la po­ testad ordinaria de la extraordinaria. En. cuanto al texto de san Gerónimo con que corroboran su sentir, está tan trillado, y los escuelas le han explicado tantas veces y reducido al sentido ortodoxo, que Bossuet le llama una objeción vulgar , y los antiguos licenciados-en teología sabían de memoria la respuesta..

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En el capítulo 2.° donde se trata, de la autoridad del cura en su parroquia, deciden los autores que á,éh

solo corresponde el derecho de elegir su teniente con exclusión del obispo: E l derecho común lo quiere asi, y tal es la opinion de la mayor parle de los canonistas. La proposición contraria es la verdadera. Según el derecho común y el sentir de la mayor parte de los canonistas esta prerogativa desde el concilio de Trento ha pasado al.obispo por derecho de devolución; mas no quiero dis­ putar en materia dudoso. Concediendo á los adversarios todos sus pretensiones digo que no tienen razón de to­ mar pie de ahí para equiparar la potestad de los curas á la de los obispos, y alborotan mucho por nada. Et obis­ po puede reducir á la nada ese derecho por un simple acto de su voluntad, porque ellos mismos convieneíken que á él solo corresponde la aprobación é institución, es decir, la misión dada al sacerdote, y que es en este el origen de toda jurisdicción. Sentado esto discurro asi, el cura elige un teniente que no es del gusto del obispo: y este no quiere aprobarle éinstituirle: forzoso será que el cura se baje y reciba el elegido de su obispo, Y a l' decir.esto confieso que en buena correspondencia debe ser favorablemente recibida y aprobada la presentación de teniente hecha por el cura á su obispo, salvo razones poderosas. Mas el objeto de mi discurso es mostrar á nuestros censores que todo Ies parece bien , hasta unas ¿imples légatelas, para ensalzar al cura y levantar su pedestal á la altura del trono del obispo. 1Y. En la página 36 y siguientes se dice que el obispo está obligado á expensas de su sueldo ó de su patrimonio á-proveer á la manutención de un clérigo á quien orde­ nó sin título patrimonial ó beneficia). A esta proposición aplicóla fórmula tan sabida de las escuelas, Iranseat; lo cual equivale á decir que podria negarse con razones no menos concluyentes que las de los otros; pero solo quiero disputar coti ellos por lá necesidad de la fé. Pareceme bastante claro que ha caido en desuso el anti-

guo derecho sobre este punto y que hablando en general es hoy impracticable. V. Llegamos á tratar de unos errores de derecho mas graves ¿ importantes. Los autores hablan largamente desde la página 17 á la 57 de la autoridad de los curas 1.° en el gobierno de las diócesis, 2.° en el de la iglesia universal. - Según la doctrina que he defendido constantemente en todo el libro á que sirve de apéndice este opúsculo, los derechos gubernativos de los presbíteros y curas en las diócesis y en la iglesia universal no son nada; y su verdadera expresión es cero. E l Espíritu Santo lo dijo, y su palabra vale mas que la de estos escritores: Dios en­ comienda el gobierno de su iglesia á los obispos: P o su ü episcopos regere ecclesiam Dei. Para inculcar mejor el sentido de esta expresión hemos explicado con alguna extensión la constitución, es decir, el gobierno de la igle­ sia i monarquía templada por la aristocracia: la cabeza de la iglesia ejerce la plena potestad monárquica, y los obispos en sus diócesis son el elemento aristocrático que la templa. Los obispos son príncipes en su diócesis res­ pectiva, y bajo la dependencia del papa están investidos de todos los derechos realengos en el principado de su iglesia. Como legisladores publican leyes sobre el culto y la disciplina en forma de estatutos y edictos, y estas leyes ligan la conciencia igualmente que las de la iglesia .universal. Como jueces decretan penas canónicas sin ex­ ceptuar la excomunión que en el orden espiritual repre­ senta la pena capital , y los presbíteros wo tienen ningu­ na parte en este poder supremo. Querer hacerlos parti­ cipantes de di bajo cualquier forma es el error de los presbiterianos, el cual consiste esencialmente en dividir la potestad legislativa entre los obispos y los presbíteros, hacer á estos los consejeros necesarios del obispo, siendo su consentimiento .una condicion esencial para la validez de la ley, y darles vos no solo consultiva, sino delibera-

ti va. Esta pretensión se encamina á degradar al obispo de su potestad legislativa y suprema y rebajarle á lá con­ dición del presidente de un tribunal ó del gobernador.de una provincia en lo político, los cuales despues de re^ coger los votos cuya mayoría produce la ley, publican las resoluciones de la corporacion y hacen que las eje­ cuten los oficiales públicos. Es muy diferente la iiocion que se ha de tener de la potestad suprema: la voluntad del soberano es la que crea la ley y le comunica su vir­ tud, es decir, su fuerza directiva y coactiva, esc vín­ culo moral con que liga la conciencia y le impone el deber de la obediencia. No quiere.decir esto que en los tórminos de la prudencia , de la ley eterna del orden y* de la t azón no esté obligado el obispo en conciencia , lo mismo que el soberano temporal, é,no concluir ni deter­ minar nada grave é importante en materia de adminis­ tración y mucho menos de legislación sin consultar antes á los vocales de su consejo, deliberar con ellos y pesar en la balanza del santuario' las ventajas é inconvenientes de la ley. Aquí la cuestión está en saber si esta conducta es un deber ó una buena correspondencia para ei obis­ po, utía obligación rigurosa ó un consejo de prudencia, un vicio radical que invalida la ley en su principio y la hiere de nulidad, ó bien un simple defecto que la vicia, mas le deja.su ser y subsistencia, ó hablando el idioma de la teología un vicio que hace de ella no uíiá nulidad, sino un pecado , no un acto inválido*, sino ilícito. En una palabra todo sistema según el cual el, consentimiento del orden sacerdotal es parte integrante de Ja !ey (>con­ serva la esencia del presbiterianismo y es el radicalismo^ la soberanía del pueblo introducida en el gobierno de la iglesia. Apresurémonos á demostrar que este mismo siste­ ma se defiende, justifica y expresa con bastante clari^ dad en, la obra de los señores Allignol, para que no puedan imputarnos con j,uSticia haberlos calumniado ó entendido mal:.bien que bastaría indicar solo los títulos de los capítulos de la gerarquía ■eclesiástica, de la potes-

tad de los curas en el gobierno de la diócesis, de la po­ testad de los curas en el gobierno de la iglesia universal

(potestad que es nula y se reduce á una invención er­ rónea de nuestros autores) para pintarlos como sospe­ chosos de este error* Ya lo hemos dicho en la refuta­ ción de la herejía constitucional cuyos defensores se de­ claran, y la cosa es cierta: los curas no entran en la constitución de lo iglesia como miembros de la sobera­ nía ni participantes.de la potestad legislativa: el grande honor que los separa del pueblo, es que poseen la admi­ nistración y están puestos fx la cabeza de este en calidad de magistrados, administradores y jueces. Mas no nos cansemos de repetirlo. Los magistrados no son legisla­ dores, ni los jueces miembros de la soberanía: la- ley saca su fuerza únicamente de la voluntad del'soberano. No piensan asi nuestros autores. Ellos saben que su fatal sistema fue ya condenado por ia facultad de teo­ logía de Paris y lo ha sido mas recientemente aun por Pió V I en sus breves contra la iglesia constitucional, es decir, por el juicio de la iglesia universa! tal vez mas unánime que existe en sus anales. No ignoran que des­ pues de condenado un error el lenguaje de la teología sobre está materia debe ser mas correcto, exacto y se-' , vero qué nunca; y sin embargo el suyo lleva el carác­ ter de reprobación marcado por san Pablo; porque ¿no es una profana novedad-de palabras hablar de .gobierno de la diócesis y de gobierno de la iglesia universal ¿pro­ pósito de jurisdicción parroquial ? Ademas estas pala­ bras dictadas por la abundancia del error que tienen en el corazon, concurso, consentimiento del orden sacer­ dotal en la ley, concurso tan necesario é indispensable que los sínodos donde toman asiento todos los presbíte­ ros, declaran (si se los oye) que la ley estriba «no en la ^voluntad única del obispo, sino en el libre y común «consentimiento del sínodo: testigo el' de Auxerre, el » único de los tiempos algo antiguos (añaden con afee«tacion) cuyos-actas se han conservado? S i quis hanc vde/initionem , qiiam ex auctoritale canónica el eommuni

»con$m$u conscripsimus et staluim us. De ahí proviene «el nombre de decretos ó estatutos sinodales dado á los «estatutos del obispo; nombre que no tendría ninguna «significación ni.sentido, si pudiera promulgarlos el obis»po solo y sin el concurso del sínodo. De ahí también »la obligación que tienen los obispos de congregar todos «los años el sínodo diocesano, y el derecho de ios curas »de asistir á él y dar libremente su voto. Esta obliga»c¡on renovada por el concilio de Trento y que subsiste «aun, se descubre en las fórmulas prescriptas para la «celebración délos sínodos. De ahí esta fórmula de r i»gor én todos ios edictos ordinarios y pastorales: des: »pues de-haber tomado el parecer de nuestxos venera» bles hermanos los canónigos.» Nuestros autores invo­ can en prueba hasta el nombre de hermanos que suelen dar los prelados á los curas por condescendencia: esa palabra los autorizaría también á llamarlos papas desde que san Gregorio empezó á apellidarse el siervo de los siervos, servus servorum. De ahí nacen todas las pre­ rogativas de los dos consejos de que debe rodearse el obispo: consejo ordinario para ios negocios corrientes que es el cabildo, y consejo extraordinario para los que penden de la legislación (el sínodo), y por todas partes consejos no solamente facultativos, sino necesarios: esta palabra sola expresa todo el fondo del presbitertonismo. De ahí el derecho que se da en el mismo capítulo á los presbíteros de asistir á los concilios generales y emitir su voto, y por esta transformación de un simple privi­ legio en un derecho riguroso se muestra á las claras el error presbiteriano, En fin es menester cerrar les ojos para no verle diseminado en todas partes desde la pági­ na 17 hasta la 74. ; Los defensores de este error, cuyas pisadas siguen nuestros autores, le prueban con autoridades sin fuerza y con razones todavia mas fútiles. Sus autoridades son concilios» y citan muchos, Para resolver la dificultad no hay mas que desvanecer la perpetua ambigüedad que se nota en todo este aparato de erudición. No hay duda

que los concilios amonestan á los obispos que so aconse­ jen antes de obrar y qUe no determínen nada grave ni importante, sobre todo en materia de legislación, sin haber oído antes el parecer de un consejo ilustrado. ¿Y qué.hombre prudente, cuanto mas el que ejercfc auto­ ridad civil ó eclesiástica, no toma para sí esta advertencia y la mira como un deber? Mas ¿cuál es el recurso á este consejo' y- cuál su necesidad ? La omisión de este deber ¿es-una nulidad ó defecto en la ley, un^vicio que anule todos los actos de los obispos por falta de potes­ tad, ó un defecto que sin tocar á su potestad deja á sus actos todo el valor? Repito que ahí está la cuestión. Mas aquí uos dicen los presbiterianos qué leamos con atención los cánones, los cuales prescriben textualmente que lo ley es nula y de ningún efecto por contraven^ cion á este mandamiento. Muy bien ; pero ésa obliga­ ción ¿es general ó particular? ¿Abma los actos legis­ lativos del obispo universal ó especialmente, por ejem­ plo el caso eri que quisiese enajenar los fundos dé’ ía diócesis, gravar al cabildo, las parroquias y los íuras con una carga muy pesada, hacer un nuevo breviario, construir de nuevo unos misales ó antifonarios, y otros actos de este género? Esa es la cuestión; y si la especie no es tal ,■ no pruéban nada vuestras autoridades. No hay duda que la'iglesia puede como soberana atar-la autoridad del obispo por razones1de sabia economía y en tal caso los mismos obi$pos: con el papa á su cabezá son los que han pueBto límites á’ su autoridad, corrió sé ha dicho juiciosamente. Por estos dos casos^de: excep­ ción suponéis aun mas que destruís la potestad suprema y absoluta del obispo, porque es visible que el derecho no puede poner una excepción y una restricción á uri po­ der que no existe. En cuanto á vuestras autoridades su sentido dudoso y ámbiguo se determina y reduce póVsí mismo áMa fé pública de la iglesia; mas esta os es con­ traria, como aparece de las condenaciones consignadas en los registros de la facultad de teología y aun mas de unos instrumentos de mayor solemnidad, ó saber, Tos

breves del papa Pió V I contra la iglesia constitucional y la bula Áuctorem ftdei contra el obispo y sínodo de P istoya. Las razones de estos escritores prueban todavia me­ nos que sus autoridades, porque son declamaciones sa­ cadas de los lugares comunes de la retórica mas que de las fuentes de ia teología y una afectación sentimental, ó que sirven de testo el Evangelio y las lecciones que nuestro Señor dió á los obispos en la persona de los apóstoles. Mas nuestros prelados saben todo esto: asis­ tieron en espíritu al lavatorio y repiten todos los años esta tierna ceremonia. Han meditado sobre estas pala­ bras que les dirigió nuestro Señor en aquella ocasión solemne: Los reyes de la tierra afectan usar palabras de imperio en sus actos y ostentar magnificencia en su re­ presentación; y en esto no son reprensibles. Pero vues­ tra conducta ha de ser muy otra: siendo los primeros en dignidad sed como los últimos entre vuestros súbdi­ tos, y manteneos á sus pies por la humildad, mientras que estáis encargados de gobernarlos por la dignidad, Estas advertencias que los prelados saben muy bien, no hay necesidad de que se las repitan hasta el fastidio unos hombres que no tienen título para dárselos, sobre todo cuando esos mismos consejeros son incapaces de sostenerlas con la autoridad del empleo y menos aun del ejemplo. Estos nos traen á la memoria la ridiculez pe­ dantesca, cuando no fuera impía, de muchos filósofos nuestros, que ostentan pomposas máximas en sus nove* las y dramas (1). A mi juicio dos grandes manantiales de nuestros errores son el abuso de las verdades generales y de los ejemplos de la antigüedad. No hay un sofista que no alegue alguna gran verdad, y de ahí parte para llegar á los errores mas graves por via de deducción. En cunn. (1) La novela á e B e lis a r io abunda en sermones de mo­ ral, y es sabido que Voltaire la ostenta también con mucha pompa en sus tragedias. t

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lo á loe ejemplos de la antigüedad se ha criticado á Fleury que abusó de ellos hasta hacerse detractor in­ justo de los siglos modernos. ¡Cosa notable 1 Nunca lic­ uó mejor el gobierno eclesiástico los fines de mi insti­ tución, ni se mostró mas conforme al divino modelo que le trazó nuestro Señor;,y no obstante [tunca fue mas absoluto ni independiente. Entonces no era impedi­ do ni entorpecido por las formas del derecho positivo, civil y., canónico y por tantas inmunidades y privilegios que han limitado la jurisdicción episcopal. Bien humilde era el gobierno cuando san'Pablo decia t los fieles de su tiempo: «Yo he «■ido enmedio de vosotros como la nodriza entre sus hijos, débil con los débiles y pequeño con los pequeños.» Mas el apostol sabia lomar el tono imperativo cuando escribía á los de Conoto: ((¿Queréis probar mi autoridad y que me presente entre vosotros con la vara en la mano?» ¿Qué cosa mas prudente que guiarse p a r a obrar de un consejo? Mas en la práctica sucede con esta máxima lo.que con (odaslas de la prudencia: l a diversidad délos tiempos puede introducir circunstancias locales y tem­ porales que la llagan impracticable. No sal gamos.,de la cuestión presente. Dicese que los obispos mas santos de los tiempos apostólicos no ejecutaron nada sin consultar á sus presbíteros ¿Y nuestros cabildos y canónigos son una imagen fiel de uquel senado venerable? La voz pú­ blica había señalado á los individuos que le componían como la honra del clero, y eran unos hombres elegidos por los obispos y de la devocion de estos. Mas los ca­ bildos de la antigua Francia ¿qué eran en su parte per­ sonal? Muchos canónigos eran clérigos jóvenes, á ve­ ces simples tonsurados, que habian logrado la cañongfa por un título de resignación inspirado frecuentemente por la voz de la carne y la sangre: otros la habían con­ seguido por la presentación de un patrono laical; y los mas por el privilegio del grado y por los meses de gra­ cia y ordinarios. Todos estos cuerpos se presentaban á los obispos con una valla de inmunidades, y privilegios en

oposicion con el ejercicio muchas veces legitimo de su jurisdicción, y eran una potencia al lado de lo suya mas rival y hostil que amiga. ¿Qué extraño es que can­ sados los prelados con tantos molestos procesos, müchos de los cuales'se habían acercado al escándalo, hubiesen conocido la necesidad de sustituir un consejo privado al legal t salvo el consultar este úfctmo en los casos pre­ vistos por la ley? En el intervalo comprendido entre los años 1700 y 1790, es decir, unos treinta años antes de la revolu­ ción, revivió el presbiterianismo ó si se quiere tomó mas cuerpo. Los discípulos de Jansenio confederados con los anlignos parlamentos, á quienes habían inficionado de sus errores, intentaron reanimar con sus escritos aquel error casi extinguido entre nosotros, Entonces un jansenista muy conocido en aquella época sacó á luz un opúsculo con el título de Reflexiones sobre et despo­ tism o de (os obispos y los entredichos a rb itr a r io s , donde se defendía el mismo sistema. Los curas se pusieron de su lado (vease la obra intitulada Derechos de los curas, 1766 y 1769, página 383). Por fin un jurisconsulto pu­ blicó los Derechos del segundo o rd e n , á quien prestó todo el auxilio de su talento que no era mediano. Mas conviene observar que aquellos errores tenian entonces una disculpa que no tienen hoy despues que tan solem­ nemente los ha condenado la santa sede por-boca de Pió Y L Vuelvan á leer nuestros autores ese juicio de la iglesia, y verán combatido su sistema por el sabio pon­ tífice en su breve de 10 de marzo de 1791 (1). A llí se ñola el consejo permanente residentévnl lado del qbispo con voz deliberativa como una institución sM&ucr.sira del episcopado y dd derecho d ivino de este al gobierno de la iglesia. E l sabio papa cita en corroboracion de esta de­

(1) Coleccion eeriei’at de los breves é instrucciones de'nuestro santísimo padre el papa Pió V I relativos á la revolución francesa : por el presbítero Nicolás Maria S il­ vestre Guillon, tomo pag. 183 á 188.

cisión á uno de sus predecesores todavía mas sabio que él, Benedicto X IV , cuyo nombre solo vale por todos ios elogios. Seguramente rio pueden esperar nuestros autores decir nada nuevo sobre esta materia, que quedó como agotada con las cincuíMtta pastorales publicadas enton­ ces por los obispos c^nsitucionales, y fue defendida con todas las ventajas de la fuIsa erudición por los Camus y Treilhard, padres de la constitución civil del clero. E s ­ tos hombres y sus causantes no eran unos solitarios e x ­ tra n je ro s en el orbe lite ra rio , n i cafaban privados del a u x ilio de los lib ro s y bibliotecas y de ia conversación con los sugefos expertos en la m a te ria , sino que se dis­

tinguían entre los jurisconsultos mas instruidos de la época. Mas lleguemos á un error no menos censurable de nuestros autores, que se loe en las páginas 217 y 218 del libro, arCunndo eran inamovibles como lo son aun •en todas partes excepto en Francia, estaban sujetos (los coadjutores) á la ley general de estabilidad; mas hoy que contra las leyes y costumbre constante de la iglesia se los ha hecho amovibles y revocables ad n u tu m , ha des­ aparecido su obligación con el derecho, y pueden cuan­ do quieren renunciar el ministerio y retirarse. No es necesario que una ley les otorgue esta facultad, que resulta evidentemente de la naturaleza misma de los cosas y se halla establecida suficientemente por el ejem­ plo de los vicarios y aun dolos vicarios episcopales y otros oficiales públicos revocables, todos los cuales sin excepción han gozado siempre y en todas partes del derecho de hacer renuncia y dejar su empico. En vano se alegaría la obediencia prometida ul tiempo de la or­ denación , que no puede invalidar un derecho natural fundado en la esencia misma de ias cosas. Ademas la obediencia debe ser razonable y no ciega, y no puede obligar á hacer la voluntad del obispo sino en tanto que esta es justa y legal, es decir, conforme á los cánones y leyes de la iglesia.»

Esta doctrina es formalmente contraria á la divina palabra revelada por boca de los grandes apóstoles san Pedro y san Pablo y relativa á la obediencia que se debe á los príncipes y magistrados en e\ orden civil y ectesiéstico, y propende á introducir la anarquía en lá igle­ sia y hacer imposible el gobierno. Para que este error sea perceptible á los ojos de nuestros mismos autores, pido que se me conceda un principio que tíenc á su fa\or la luz de la evidencia, y es que Dios es sabio, y fundó y constituyó el reino y la ciudad de su iglesia con tanto orden y economía co­ mo los legisladores humanos las sociedades de la tierra. Ahora bien faltaría totalmente la sabiduría en la cons­ titución de ta iglesia, si Dios la hubiera ordenado según el sistema de nuestros autores. Dios quiere que el obispo gobierne la diócesis: P o suü episcopos regere eedesiam D e i : es asi que un obis­ po no puede gobernar solo una diócesis dilatada, ni ha­ cer que sientan su acción las trescientas, cuatrocientas ó quinientas parroquias de que se compone; luego á es­ te deber divino de gobernar la diócesis debe correspon­ der un derecho del mismo orden, que es poder obligar,' si hay necesidad, á los presbíteros sujetos á su autori­ dad ó que sirvan los parroquias del territorio cuyo so­ berano espiritual es, y conturnen esto servicio mientras él lo juzgue necesario ó útil para el bien público. ¿Qué se diria de una ciudad cuyo gobierno careciese de po­ testad para dar jueces y magistrados á los tribunales? Y sirviéndose de una comparación mas adecuada á la cosa , ¿qué se diria de un ejército cuyos individuos se­ gún la disciplina recibida estuviesen autorizados para ad­ mitir ó desechar los puestos peligrosos y defenderlos ó abandonarlos á su arbitrio? ¿No quedaría este ejército entregado á merced del enemigo sin esperanza de sal­ vación? Y en todas estas alegorías ¿no reconocen nues­ tros autores su sistema? ¿Dónde estaría la sabiduría de Dios si tal sistema fuese una obra divina? Luego que­ da refutado por las consecuencias ó que conduce m

práctica; cuyo género do. demostración se llama en buena lógica reducción al absurdo. Supongamos por un instante que todos los coadjutores y tenientes de cura de uno diócesis presentan al obispo la renuncia que este se halla obligado á admitir , ó abandonan simultáneamente sus cargos: ¿qué seria semejante diócesis sino un reba­ ño de ovejas errantes sin pastor? Qui/.á me dirán los señores Allignol: Haced cur¡¡s inamovibles á lodos los coadjutores y ya esta remediado el mal. Mas si la ley civil».-la necesidad del momento y la fuerza de las co­ sas ponen un obstáculo invencible áesa pretensión; ¿có­ mo se evitarán los inconvenientes que acabamos do apuntar? Añaden que acaso se les objetará. ía promesa de obe­ diencia hecha p o r el sacerdote á m obispo a l tiempo de ordenarse. Sí que la objeto, y véanla aquí según la pro­

nunciaron y con todas las circunstancias de que fue acompañada. Enmedio del santo sacrificio, estando pre­ sente en el altar la divina majestad y delante del pue­ blo cristiano congregado os preguntó el obispo: ¿Pro­ metes obediencia ó tu obispo? P ro m ü lis p o n tific i tuo ohedientiam*! ¿Y qué' respondisteis vosotros? Sí prome­ to, promittó. Esta promesa general no distingue nada. Si hubierais respondido: prometo obediencia; pero si el cargo es amovible, díficil de servir y lleno de disgustos y sinsabores para el que le sirve, ie desecharé ó le pro­ baré, salvo el dejarle-cuando mesen muy oneroso; el obispo hubiera retirado la mano y os hubiera dicho: la obediencia eclesiástica no admite todas esas distinciones: es del. mismo orden que la obediencia militar; y si añndo que es una condicion implícitamente incluida en la ordenación, no digo nada que no aparezca de la cosa misma. Cuando estos escritores añaden que su sistema anárquico antisocial está fundado en los derechos del hombre y en la naturaleza y esencia misma de las co­ sas, no debo decir sino que este lenguaje es subversivo de todo orden eclesiástico y no puede defenderse. Despues de todos estos errores de derecho viene

otro no menos grave que se lee en la página 51, capí­ tulo 4.° do la primera parte de este libro funesto. Se­ gún sus autores «los presbíteros condenados por'sus «obispos tuvieron siempre el-derecho de apelar á una «jurisdicción superior para conseguir la reforma de las «sentencias que los condenan. Balsa mon comentando ios »cánones de Cartago discute la cuestión de si los cléri»gos- durante la apelación debían cumplir la primera «sentencia, y dice: Muchos creen que es necesario so«meterse á ella por injusta que sea. Otros juzgan que «habiendo determinado las leyes de la iglesia los delitos «que merecen una censura jurídica, deben obedecerse «lus sentencias conformes á los cánones y en el caso «contrario no hay obligación de someterse á ellas; sin «lo cual, añade el sabio canonista, «eria ilusorio el freno «puesto á la voluntad de los obispos, y podrian estos «ejercer una tiranía insoportable sobre el clero.« No sabemos por dónde empezar para refutar este texto: tantos son los errores en que hormiguea. E l primero es en cuanto á la persona de Bulsamon y el peso de su autoridad: cualquiera creería oyendo á nues­ tros autores que el sabio canonista lialsamon es uno de aquellos intérpretes de las santas reglas, cuyas decisio­ nes tienen bastante autoridad para persuadir á un sa­ cerdote injustamente condenado á que puede con segu­ ridad de conciencia dejar de respetar el entredicho y Ea suspensión, á lo menos mientras está pendiente la ape­ lación. Mas conviene notar 1.° que Teodoro Bulsamon es un canonista del siglo X I I , y hay que confesar que de entonces acá pudiera haber sufrido la disciplina al­ gunas modificaciones: 2.° que Balsamou no es un co­ mentador del cuerpo de nuestro derecho, sino un grie­ go cismático y patriarca de Antioquía en 1186, hombre docto á la verdad, pero que no puede ser un cano­ nista muy autorizado para los católicos latinos del s i­ glo X IX . También yerran nuestros autores acerca del pensa­ miento del mismo Balsamon, el cual no dice lo que se

ie hace decir. E s verdad que expone las dos opiniones citadas-en su comentario sobre el canon 32 del segundo concilio cartaginense; pero no se declara por ninguna. La primera, es decir» la que impone al sacerdote injus­ tamente condenado la obligación de obedecer interina­ mente no obstante su apelación, le parece mas conforme á la piedad y al respeto debido al obispo. Esla razón le inclina hacia este sentir; sin embargo por otro ludo se aparta de él porque no le gusta la infracción de los cá­ nones, y luego concluye: Deseo pues saber lo que debe hacerse como quien quiere ser toda su vida niño y discí­ pulo: Cupio ergo discere quod agm dum , u l qui iota vita velim esse puer et disclpulus, Es muy prudente esta re­ serva , y seria de desear que se imitase mas este ejemplo. Pero vengamos al fondo de. la cuestión. ¿ Debe un sacerdote condenado por su obispo cumplir ia primera sentencia, estando pendiente su apelación? Aquí son muchos y graves los' errores de los señores Aljignol: l. ° omiten una distinción esencial, y por esta omision au­ torizan las apelaciones sediciosas y trastornan todo el or­ den deja sociedad eclesiástica: 2.° contradicen abiertatamente el derecho común. * Ve aquí la omision que Ies critico: todos tos cano­ nistas hacen en igual caso una distinción esencia! y capi­ tal, y los autores no tienen disculpa de haberla omitido, Van-Espen á quien citan con complacencia porque no es sospechoso de un respeto exagerado á la autoridad epis­ copal, la explicó con mucha claridad (i). E l obispo, dice este canonista, puede proceder contra los eclesiás­ ticos de dos modos muy distintos, ó por la via rigurosamente contenciosa , con las formalidades y aparato judi­ cial, citación jurídica de los testigos, discusiones contra­ dictorias &c,; lo cual se verifica cuando se trata de im­ poner penas gravísimas, sobre todo aquellas cuyas con(1) Jus eeclesiasticum m iv e rsu m , part. 1.% tíÉ. 17, cap. 4, part. 3.a, tít, 10. Puede agregarse el tratado de beneficios por Gohard, tom. I o, pág, 302, edición de 1775;

secueneias son por su naturaleza irreparables y que no tanto se encaminan á la enmienda de las costumbres co­ mo al castigo del delito , non tam cid rnorum emendationem, quám ad ddieli vindictam; ó bien el obispo pro­ cede como pastor y padre aun mas que como juez pro­ poniéndose antes la corrección de sus clérigos y el bien del3s almas que la vindicta pública; y aunque entonces imponga á veces penas duras y humillantes, no obstante sus sentencias son mas bien correccionales que judiciales, y tas pronuncia no desechando las precauciones que exi­ ge la prudencia para conseguir el conocimiento cabní de los hechos, sino simplemente y de plano j sin estrépito ni forma de juicio: Sim p lic ile r eí de plano ac swe slre p ilu judien et figura. Asi lo disponen expresamente los cánones (t). Ahora bien solo en el primer caso cuando el obispo ó mejor su provisor ha procedido según todas las formalidades de la justicia, suspende la apelación interpuesta el efecto de la sentencia hasta la resolución del juez su­ perior; mas en las sentencias sumarias y en.materia de corrección dicen los canonistas que la apelación tiene efecto devolutivo, pero no suspensivo; es decir que se re­ mite la causa á un tribunal superior, el cual podrá anu~ lar la sentencia; mas eso no quita que entre tanto deba el clérigo condenado someterse á la pena , observar el en­ tredicho, guardar el retiro ó practicar cualquier otra penitencia canónica. Esto se llama hablar con mesura, discreción y pru­ dencia y dar su parte al buen orden y policía de la so­ ciedad eclesiástica y al mismo tiempo á la inocencia in­ justamente acusada y víctima de las sorpresas de la po­ testad legítima ó de las sentencias injustas y arbitrarias que pudiera esta pronunciar. Y cuando acuso á nuestros autores de que con la omision de una distinción tan esen­ cial provocan apelaciones sediciosas y trastornan el buen orden en el clero diocesano, nada digo que no aparezca ■ (1) Cap, Vi$pen4iosam%: de judie. T. l.° Clem. lib. 2.

de la cosa misma: porque quitando el caso (sumamente raro) de un procedimiento judicial encaminado á la des­ titu c ió n de un cura de d is trito ; ¿qué son todas las deci­ siones emanadas en la actualidad del gobierno episcopal sino sentencias correccionales, exentas por el derecho de toda apelación suspensiva y sujetas á la ejecución p ro­ visional* es decir, suspensiones, e ntre d ic h o s, revocacio­ nes de facultades delegadas y traslaciones de coadjutores amovibles de un lug a r 6 otro? Ve aquí todas las penas decretadas por el gobierno episcopal'. Lo s procesos in s­ taurados para la destitución de los curas párrocos son unos hechos de que seguramente no se encontrarían diez ejemplares en la h isto ria eclesiástica de los cuarenta ú l­ tim o s años tra n sc u rrid o s desde el concordato. S in em go al leer la obra de los señores ASIignol y ver su doc­ trin a radical no habrá sacerdotes suspensos y e n tre d i­ chos que no se crean autorizados para despreciar la autoridad con su apelación suspensiva. P o r ú ltim o no me queda mas que probar sino que este sistema pone a sus autores en man i fiesta oposicíon con eí derecho común ; y aquí tengo que citarles unos cánones algo mas im portantes que la autoridad de B a l­ samen, E l cuarto concilio laterariense celebrado en tiempo de Inocencio I I I decide expresamente (1) que los prela­ dos pueden y aun deben c o rre g irla s faltas de sus súbdi­ to s , especialmente de los c lé rig o s, y que ninguna cos­ tu m b re 6 apelación pueda im pedir el cum plim iento de sus sentencias: Irre fra g a b ili conslitutione sancimus u t eedesiarum p ra ü a tia d corrigendum suhdiCorum excessus, m áxim e d e ric o ru m , ad re fo r mandos mores p ru d e n le r ac düigcnler in te n d a n l, tic sanguis eorum de s u is m anib us re q u ira íu r. U t aulem earreclionis et re fo rm a íio n is o ffid u m liberé valeant exonere d e c m iim u s u l e x e c u tio NGAI

IP SO R U U

v a l i í .v t

N 0LLA

CONSÜETUDO V E L

A P P E L L A T IO

iM pEDHVE. L a razón de esto se da en o tro ca­

(1) Cap. Irre fra g a b ili, 13: de offic. ja d . o rd in a r. t ítu ­ lo 3 1 : decrct. lib . 1.

non dél papa Alejandro I I I : porque el remedio de la apelación rose inventó para dar protección á ios malos y viciosos: qitia remedium appeUalionis ñon est inventum u t aticui á religionh ct 'Ordinis observancia e xo rb iía n li debeal ín sita nequüia patrocinium exhibere (1). De ahí es

que el santo concilio dé Trento, apoyándose en estas re­ glas que el espíritu de sabiduría dictó á los sumos pon­ tífices, decide expresamente en el capítulo-1.° de re fó r­ mate de la sesión 22 que todos los cánones de los papas y concilios relativos á la vida y costumbres de los cléri­ gos, al culto divino y á la conservación de la sana doc­ trina, todas las leyes que prohíben el lujo, !a intempe­ rancia, los juegos de azur y toda especie de delitos, de­ ben observarse rigurosamente bajo lus penas de derecho y otras á voluntad del ordinario, y luego añade: nec appellatio executionem hanc, qucs ad morumcorrectionem p e rtin e n l , suspéndate La nrmma doctrina, y la misma dis­ posición se leen en el capítulo 10 de reform at. en la se■sion 24 , donde el santo concilio se expresa todavia con mas vigor: Nec in h is , ubi de m itatione aut morum correctione a gi(urt exempiio, aul ulla inhibitio , appeUatio, seü querela, ctiam ad sedem apostolicam inlerposiUu executionem eorum , quai ab ki$ [episcopis) mandata , decreía aut judicata fu c rin l, quoquomodo impe dial a ul suspendal. En fin sise duda que esta disciplinase haya admitido en Francia, bastará abrir el Compendio de las memorias del clero en la voz corrección §. I I y recurso de fu e rza §. I X , y se hallarán pruebas mns que sufi­

cientes para sentar que ia iglesia galicana, tan zelosa siempre de la pureza de su disciplina y de las costum­ bres de su clero, ha observado estos satitos decretos con tanto conalocomo otra cualquiera. Nos contentaremos con citar el célebre y religioso edicto de Luis X IV sobre la . jurisdicción eclesiástica {.año 1095) artículo 36: «Los re­ cursos de fuerza que se interpusieren de los decretos y (1) lib. 2.

Cap. ad nostram , 3 : de apelt. , tifc. 28: decret,

«sentencias dadas por los arzobispos, obispos y jueces «eclesiásticos en cuarto 6 la celebración del oficio divino, «reparación de las iglesias, corrección de las costumbres «de los clérigos y cualesquier otras cosas relativas á la disciplina eclesiástica , no tendrán efecto suspensivo, si«no solo devolutivo; y aquellos decretos y sentencias se «cumplirán no obstante y sin perjuicio de dichas apela«ciones.» Mas entre todos los errores de los señores Allignol el mas falso y digno de anatema es e! que leo. en la pági­ na 7 do la introducción sobre la libertad de imprenta. « Y nótese bien, la fé no se restaura hoy entre las «clases inteligentes y el pueblo de las ciudades por el «clero propiamente, sino por la imprenta ese nuevo «motor de las inteligencias que ha llegado á ser ornni pó­ rtente: ella sola ha dado á los espíritus ese movimiento «de conversión hácia las ideas religiosas, que ha de sal­ ivar la sociedad sentándola otra vez sobre su basa ver«dadera. E l clero trabaja, por decirio asi, subordinado, y «no puede hacer otra cosa que a u xilia r y arreglar el im«pulso.)) Sobre las ruinas todavia recientes de todas las insti­ tuciones útiles a la religión y á la sociedad humana que ha derribado y demolido la libertad de imprenta , des-pues del terrible sacudimiento con que ha cunmovido la. tierra y dejado al descubierto los cimientos de la socie­ dad humana, despues do tales calamidades venir diciendonos que esta invención es el único m otor capaz de sa lv a r la sociedad y se n ta rla o tra vez sobre su ba­ sa verdadera p o r el movimiento dado á los e sp íritu s;

es una proposicion que no tengo términos cotí que cali­ ficar. Yo pregunto á los autores cómo concilian su teoría con la autoridad de la iglesia, que la ha desaprobado y reprobado en la persona del doctor Lamennais por la en­ cíclica de nuestro santísimo padre el papa Gregorio X V I. Aquel escritor impío que despues de haber salido de la iglesia nos declara que há encontrado un asilo én la gran

familia de la humanidad (1), no ha mostrado unas ideas tan descaradas como las de nuestros autores respecto de la libertad de imprenta, ni ha merecido tanto como es­ tos la censura riel padre común .de los Heles por su es­ candalosa teoría sobre esta gran cuestión de la política. ¿Cómo lograrán conciliar su doctrina con la práctica constante de la iglesia romana y el índice permanente de libros prohibidos, con la doctrina y práctica del cle­ ro de Francia ? Nos hablan mucho del derecho antiguo: también nosotros tenemos antiguas autoridades que ci’ tarles: en 1528 se celebró en Paris un concilio de la provincia de Sens, que prohíbe imprimir sin licencia del ordinario ningún libro en que se trate de religión. Esto prohibición fue renovada por una autoridad aun mas respetable, él concilio de Trento, y luego por los pro­ vinciales de B qurges y Burdeos. Todos los hombres de bien suspiran por el restable­ cimiento de esta excelente disciplina y le aguardan co­ mo uuo de los primeros efectos de la restauración del or­ den entre nosotros (2). Aquí el asunto me obliga á mi pesar á entrar en mayores explicaciones* Los verdaderos efectos de la libertad de imprenta juz­ gados por la experiencia son tres grandes revoluciones que acaban de trastornar la Europa y sembrar de cadáveres y ruinas el suelo de ella. 4La primera es la revolución francesa , y nuestros contrincantes asi como lodos los defensores del mismo sistema se ven encerrados en un desfiladero del que no pueden salir: ó tienen que decir que la revolución de 1790 no es una obra mala , ó Itan de negar que es un efecto de la libertad de imprenta. Ahora bien estas dos proposiciones son igualmente..im­ posibles de defenderse. La primera, es decir, la calificacacion de la revolución de 1790 como obra buena , es un monstruoso error; y entiéndase que no Hamo con este (1)

Carta al presbítero Combalot.

(2) E l ilu strísim o señor de Q u e le n , arzobispo de Pa­ r i s , acaba de dar la señal á todos nue stro s prelados in se r­ tando en su R it u a l el citado decreto del concilio de 1528.

honibre todas las cosas que nos lia dejado aquella revo­ lución j sino los principios: que sentó. E l q u e re r ju s lific a rlo s es declararse.apologista ,de las asambleas cons­ titu y e n te y legislativa * de la convención- y del gobierno dictatorial ; la posteridad las ha juzgado y no es líc ito yo defenderlas á un escritor amante del orden y mucho menos á un sacerdote. De igual evidencia es la segunda proposicion, á saber, que la revolución es obra de la l i ­ bertad de im prenta ; y se prueba en p rim e r lug a r por la autoridad de los sabios. Todos-los hombres que piensan, al su b ir á las causas de aquella calamidad no se lian de­ tenido en el descubierto de la hacienda pública, ni en la debilidad del monarca, sino que han invocado los malos lib ro s y las malas d o c trina s, es decir, la libertad de im ­ prenta, como la causa directa y próxim a de aquel gran tra sto rn o del orden civil y- religioso. Pruebo ademas la proposicion por el testim onio de los mismos autores de esa obra infe rna l. A n te s de J 7 9 0 cuando ellos la veían de sp unta r, la saludaron como ia aurora de un hermoso día: én este lugar se. acostumbra c ita r ó Y o lta ire , M a rm onlel, G h a m p fo rt, L a - H e rp e , C ondorcet: estos te s ti­ monios son conocidos hoy y se encuentran en todas par­ tes. Hasta los representantes de ía convención en su m i­ sión revolucionaria se llamaron los ejecutores testamen­ ta rio s de la últim a voluntad de V o ita ire por boca de Lakanal, clérigo casado. Poner en duda este hecho es disputar sobre ía evidencia. Luego la revolución francesa es obra de la libertad de im prenta y obra mala ú ju ic io de sus propios a u to re s, quienes renegaron de ella despues de haberla visto y considerado mas de cerca, y la «semejaron á aquellos m onstruo s que produce Su naturaleza cuando se desvia del orden asi moral como físico. E l segundo producto de la libertad de im prenta es la revolución de España, Ahora que la xetnos e n .su incremento-, la llamamos desde luego la hija segun­ da de la revolución de 1 7 9 0 : la nío se le parece por sus obras y discursos, España opuso por largo .tiem ­ po la inquisición como una m ura lla im penetrable á lu

irrup c ió n de. los malos iib ros y á los estragos de la libe?* tmi de im prenta. N o obstante la filosofía por medio de r u s inteligencias con la policía m iniste ria l de aquel reino habia conseguido fo rza r la b a rre ra , y los malos lib ro s hacinados y escondidos en los desvanes-da los lib re ro s pa­ paban clandestinamente y bajo mano á casa de los gra n­ des. Hacia -mucho tiempo que fermentaba-ocultamente en los e sp íritu s de la gente distinguida este m o rtífe ro veneno de las doctrinas, Mas adelanta se rompe el dique, sale de madre el to rre n te , y centenares de m iles de ejemplares de las obras de V o lta ire , Rousseau y Yol noy traducidas al español llegan bien empaquetados á las lib re ría s d« la católica España. La s clases Hita y media, los nobles y los ricos devoran con ansia aquel fru to nue­ vo y prohibido. La revolución hecha ya en las ideas de­ bía según el orden natural manifestarse tarde ó tem pra­ no en las cosas. Nosotros somos testigos de ese uioi'MmV-n-

io que ha dado á in sociedad humana para su sal ración y restauración el gran motor de las inteligencias. La clase elevada in stru id a por Ja libertad de im prenta aplau­ de las escenas trágicas y sangrientas que pasan en aque­ lla nación. La m u ltitu d de los labradores y artesanos, ignorantes de las buenas doctrinas que ha enseñado la im p re n ta .lib re como por ejemplo que Dios es una pala­ bra , que el pueblo es soberano, permanecen inm óviles y estacionarios en sus felices preocupaciones favorables ai catolicismo. E n P o rtu g a l las mismas causas han produ­ cido los m ism os efectos. L a libertad de im prenta es madre de uno tercera re ­ volución obrnda en Fra n c ia . Sabida es !a, fecha que le ha d¡ido nombre. A q u í callo y adoro ios consejos impe­ netrables de la Provid encia , que ensalza y hum illa á los im píos y traslada el poder y ia dominación de un reino á o tro reino y de una fam ilia á otra . N o es bastante de­ c ir que D ios lia p erm itido esta obra, si no se añade que la ha q ue rid o , que la ha mandado y que es un verdade­ ro decreto-de su providencia, Digámoslo aquí sin tem er el escándalo de los débiles: no hay otros térm inos p ro ­

píos para - caracterizar la clase de acontecimientos que llamamos revoluciones de los imperios mus que estos: son unos decretos;promulgados en el cielo y ejecutados on la tierra por el ministerio de los hombres y aun diré de sus crímenes y mas execrables fechoría». Y el triunfo del poder infinito del Altísimo consiste en hacer que s ir­ van las voluntades desordenadas de los hombres á la eje­ cución de sus decretos soberanos, obligarlos ó que sean los agentes y los instrumentos activos é inmediatos de ellos, y manejarlos con tanta fuerza y blandura que en­ tren en los caminos á donde quiero conducirlos' siguien­ do la inclinación de su voluntad libre ó inteligente. No conozco cosa mas propia que esta comparación del Sabio para poner un misterio ton profundo al alcance do nuestra inteligencia; Dios dirige las voluntades como el hombre lleva el agua á sus campos y huertos. Mirad á ese jardinero: ve precipitarse el agua por su natural pen­ diente hácia una cloaca infecta, y quiere llevarla-á su campo 6 su huerto para que lo fecunde y fertilice, ¿Y qué hace? A fuerza de levantar diques y abrir regue­ ras la domina do sueite que no hallando ya salida entra de suyo y por su libre curso en el sendero que él le ha trazado y mandado seguir. Esta es mía imagen de la conducta del señor del universo. Conoce el corazon del hombre pues le ha hecho: conoce sus libras mas delica­ das y sabe cómo manejarlas; y presenta á los malos unas miras, motivos ¿intereses tan adecuados á sus deseos, á sus propensiones y aun 4 sus pasiones, que loman por deliberación y elección unas resoluciones, siempre conformes á los decretos divinos, y eso con tanta certeza que Dios las anuncia por sus profetas mas de mil siglos antes de que sucedan. Asi ejecuta en el orden moral y por la libre voluntad de ios hombres unos decretos no menos absolutos é inevitables que los del orden físico, donde no tiene otro agente que los elementos líi mal­ tona. Si en vista de esto decís que Dios hace el mah, os responderán los santos doctores que no le hace, sino que le permite, ó mas bien se vale de él de manera que le

convierte en elemento y materia del orden. Ved ese pin­ tor: él no ha hecho el dia nUa noche; más por el conoci­ miento que tiene de las propiedades de la luz refleja, las combina de modo que hace.resaltar reverberaciones de admirable resplandor. Un farmacéutico no ha hecho los venenos ni las yerbas venenosas; y con todo eso sabe por medio desús nociones botánicas y químicas compo­ ner con aquellas los remedios mas saludables* Pues ¡ cuán­ to mas sabrá el eterno y soberano artífice que tiene en su mano lodos los siglos y todas las voluntades, prepa­ rar desde tiempos antiguos los electos hasta en sus cau­ sas mas remotas y conducirlos oportunamente á los fines de su providencia! Por aquí entiende el humilde cris­ tiano cómo convierte Dioslas voluntades humanas, y hasta las domina de modo que fuerza á ios malos á eje­ cutar los decretos de la sabiduría divina aun cuando trabajan á su parecer en contrariarlos y desbaratarlo?. Creo que esta excelente teoría, que á primera vista ha­ brá parecido una digresión, es en sumo grado á propó­ sito para ilustrar mi pensamiento. Los hombres en sus teorías insensatas ponderan la imprenta libre y sin fre­ no como el instrumento mas activo del bien social en manos de ün sabio legislador que sepa emplear ese gran motor da las■inteligenciáSi Dios deja obrar á los traba­ jadores de 1ü nueva Babel: estos decretan !a libertad de imprenta: los libros perniciosos y las malas doctrinas inundan los estados como tas aguas multiplicadas; y los tronos caen unos tras de otros. Despues de la revolución de 1830 me parece que e! Altísimo dirige desde el cielo á los reyes de la tierra aquella amonestación que de su párte les di(5 el real profeta: Ahora entended los que juzg á is la tie rra . E l trono de un gran monarca, nueva­ mente coronado por la victoria y defendido poT1 un ejér­ cito fie! ¡no ha caido á los tiros de una multitud de obre­ ros amotinados y armados de piedras, palos y fusiles, que crecieron en número durante tres dias como las olas del mar embravecido: no hay proporcion entre aquella Causa y semejante efecto; T . 45; 22

La libertad de imprenta habió obrado ya esta revo­ lución en las ideas por el desenfreno siempre creciente de sus malas doctrinas, y la ley de la inflexible naturale­ za lo quiere, y será siempre ejecutada: es preciso que tar^ de ó temprano se establezca la igualdad entre las ideas» doctrinas y convicciones de los hombres y sus obras. E l conde de M-aistre enunció esta teoría de un modo admi­ rable en su mas célebre tratado. Si se abriera delante de nosotros el libro de los consejos divinos, veríamos ea él las sentencias que condenan ámuerte las naciones y las generaciones culpables, asi como los decretos de nuestros parlamentos en sus libros de registro. Pero una autori­ dad mas respetable que la de tan distinguido publicista ha hablado sobre este grave asunto, y presumo haber ex> puesto aquí nada menos que una doctrina revelada de Dios. La muerte de Jesucristo y la gran revolución que obró, ea..el. mundo, eran unos decretos dados en. el cielo, « Y osotros le, habéis quitado la vida por manos de vuestros soldados y verdugos, dccia san Pedro á la naqion judaica reunida; pero sabed que Dios por su decre­ to le habia entregado antes en vuestras manos: él habia respondido por todas las iniquidades de los hombres, y según los términos de la eterna justicia de Dios debia pagar la pena de aquellas.» Al ver u» populacho enfu­ recido que se. precipita al palacio de su soberano, un cristiano levanta el pensamiento al cielo y considera en aquellos hombres que arrojan piedras y disparan tiros, los ejecutores del. decreto promulgado en el consejo de Dios para derribar de su trono al imprudente y desven­ turado monarca, que sin quererlo entregó la majestad divina á la irrisión de la impiedad y á toda la licencia de la imprenta desenfrenada y de los escritos blasfemos que vomita esta sin cesar. Para profundizar mas esta materia debo añadir los hechos siguientes. En 1825 el señor Mu ti n, escritor cono­ cido por algunas obras buenas y por la discreción con que dirigió el D ia rio de los debales en los dias felices de este papel, asustado dd diluvio de libros impíos y obscenos

que iba siempre en aumento, presentó como director de la librería tres memorias consecutivas á los ministros de Carlos X para ilustrarlos y abrirles los ojos acerca del abismo de revolución en que debia precipitar al reino el desenfreno de la imprenta. Aquellas memorias rebosaban en vigor de raciocinio y energía y vehemencia dél esti­ lo. Su autor no titubeaba en predecir al rey que lo l i ­ cencia siempre creciente déla imprenta iba amontonando?negras nubes que descargarían por una violenta bor­ rasca. Los datos estaban sacados de la fuente auténtica é irrecusable del D ia rio de la librería. No hay cosa mas clara, exacta, completa y metódica que dichas memo­ rias.- Los libros malos estari clasificados en tres catego­ rías: libros contra la fé, impíos y blasfemos, libros con­ tra las costumbres y novelas obscenas y libros históricos en-forma de memorias y compendios. A llí se mencionan y>aun se cuentan los libelos irreligiosos y antidinásticos: es «na cuenta escrupulosa en que se ven distinguidos por columnas el número de las ediciones y elde los ejem­ plares impresos i acompañado todo denotas donde se manifiesta al lector lá intención infernal de los editores para aumentar la perniciosidad de aquellos elementos de corrupción. Pero lo que yo estimo mucho en este trabajo es que á la enumeración y catálogo de las pro­ ducciones impías se seguia una idea de su contenido y, del genero y grado de perversidad de cada una; trabajo singularmente útil á.la religión. La razón de esto es fá­ cil de comprender: el nuevo sacerdote destinado á la di­ rección de l᧠almas debe poseer todas las nociones qué da el autor sobre estos malos libros, porque por su oQcid ha de permitir ó prohibir la lectura de ellos. Has como la prudencia, el derecho natural y la íey eclesiás­ tica le prohíben leerlos, aquel catálogo con los juicios motivados y dignos de confianza que le acompañan, se­ rá una guia segura é ilustrada para él en la práctica di* ficil de su ministerio (1).

■ (i)

,

Los libros de que este informe da una análisis su-

Aquí me contento con presentur al lector el res til­ lado general de;este resumen: ediciones y ejemplares de Voítuire 3 L,600: número tolaklelos volúmenes 1.598,000: Rousseau ediciones y ejemplares 24,500: número total de volúmenes 492,500: volúmenes sueltos fie Yoltaire 144,200 ejemplares, 288,900 volúmenes: novelas im­ pías y obscenos de PigaúlULebrun 32,000 ejemplares, 138,000 volúmenes: memorias ó compendios históricos, sediciosos ó ¡tupios 123,500 ejemplares, 268,500 volú­ menes. Asi en los ocho anos que van de 1816 á 1824, hasta donde llega la cuenta del autor, habia producido la imprenta 31,600 ejemplares de las obras completas de Yoltaire, que hacen en todo 1.598,000 volúmenes, y 24r500 ejemplares de Jas.obrñs completas de Rousseau, que hacen 492,500 volúmenes, los cuales agregados ó los que ya circulaban, montan á una suma de 60,600 ejempla.resi que componen un total de 4.698,000 volú­ menes de Yoltaire. É l autor indica otras nuevas edicio­ nes anunciadas para 1825, dos de Yoltaire y una do Rousseau. Siguiendo las mismas huellas pudiera otro es­ critor darnos un estado semejante de las ponzoñosas producciones de la imprento desde 1825 luista 1830 y cinta con citas curiosas y escogidas y juicios exactos y motivados, son Yoltaire, su F ilo s o fía , Diálogo# y Confe­ rencias filosóficas: Rousseau , el E m ilio y el Contrato so­ cial: Helvecio, sus libros det E s p íritu y del Hombre: Dide^ rc t, la Religiosa y Santiago el fa ta lista : Rainald, H is to ­ ria filosófica de los europeos en las dos Indias con las netas de Diderot y su obra De los pueblos y de los gobier­ nos: Saint-Lambert, € catecismo filosófico: Condore.et, De los progresos del entendimiento humano: Holbach, Siste­ ma de la naturaleza, Sistema social, M o ra l universalT Ensayo acerca de las preompaciones: e! cura Mesíier*. Dupnis, Origen de todos los cultos y el compendio de esta obra: YoVney, ta s ru in a s: Sieyes ¡¿ Qué es el estado llano? Paine, fe'í sentido comitn: las novelas impías y obscenas de Pigauít-Lebrun etc. y la dilatada nomenclatura deesas producciones novelescas llamadas resúmenes históricos, los juicios formados sobre los fastos civiles de Francia etc.

de 1830 á 1840, enlazando su obra con la del señor Mutiü. E! trabajo es fácil en cuanto é la parte mecá­ nica, porque se reduce á un exlráfcto del D ia rio de (a lib re ría : en cuanto á la porte religiosa y moral solo puede encomdndarse'á un hombre de igual probidad y Si eis posible capacidad qüe el señor Mutiri. Este autor apreciabíe poco a^ntes de morir tuvo á bien entregarme1 dichas tres memorias, qué yo he impreso en mi libro sobre el orden social (1) (porque creo no haber omitido nada sustancial de lo que contienen); y me perece que publicándolas he efectuado el bien que él no hizo mas que diseñar. Deseo que este trabajo no sea perdido para los eclesiásticos jóvenes: si le leen , en poco tiempo y sin riesgo ni peligro adquirirán el conocimiento del mal que necesitan para desempeñar sin tacha el santo ministerio de la dirección de las almas. En vista de semejante trabajo falle el público equi­ tativo y tengan á bien juzgarse los mismos autores. Xa libertad de imprenta está juzgada por sus obras: un ár­ bol1que da tan :malos frutos no puede ser bueno; y des­ pues de las tres grande? revoluciones que ha obrado' en Europa, es cosa demostrada que un reino no puede subsistir mucho tiempo en estado de sociedad con tal elemento disolvente. Con razón pues he contado entre los errores de derecho de los señores Allignol esta ex­ traña aserción: «La imprenta ha dado á los espíritus ese movimiento de conversión hácia las ideas religiosas que ha de salvar1 la sociedad y sentarla otra vez sobre la verdadera basa.»-Cuando añaden éstos escritores: ((El clero no trabaja en la grande obra de la restauración de lá fé en las clases inteligentes y entre el pueblo de tos ciudades sino como subordinado» por decirlo asi» y no hace unas que arreglar y dirigir el impulso dado á las inteligencias por la imprenta; » se conoce que escri­ (1) Defensa del orden social, segunda parte , tercera disertación, art. k-.° de la libertad de imprenta , pág. 321 á -■

ben en lojnterior de los bosques y con grande ¡gnorán-cia de! estado do la religión entré el pueblo de Ins ciu' dades y las clases inteligentes de la sociedad. Si hubieran visto en nuestras ciudades ^especialmente en la capital que no bastaba el espacioso recinto de sué* iglesias para contener á la juventud estudiosa, los sabios, los esta­ distas y los hombres notables de todas clases que. con­ currían; si hubieran visto el innumerable auditorio-que atraia el P. Macarthy y que acude igualmente a oir los sermones:del señor Combalot; si hubieran visto estas cosas; no dirían que el clero en ¡as ciudades trabaja á las órdenes de nadie, es d«cir» como una especie de acompañante y agente subalterno para auxiliar el im­ pulso hácia las ideas religiosas y morales -que ha dado la imprenta á las inteligencias mas sublimes entre los grandes y el pueblo. Mas cuando se escribe en los bos­ ques y con tan poco conocimiento de mundo; ¿por qué se trata semejante materia? Quizá se me objete que me detengo en hablar del mal y no tengo en consideración el bien que puede Cobrar la libertad de imprenta, car­ gando asi con toda la sinrazón de uno que para explicar una medalla solamente mostrase el reverso. Concedo todo el argumento: yo no veo mas que mal en la im­ prenta libre y sin freno, porque si trae consigo algún bien, no le quita la tijera de la censura, y con la im ­ prenta reprimida y censurada tenemos todo el bien de esta institución menos el mal. Todos los errores que acabo de notar son monstruosos; pero cuando se nos repite hasta el fastidio que el episcopado ha alterado la constitución de la iglesia y abolido entre nosotros el de­ recho común p a ra su stitu irle otro nuevo t se traspasan

todos los términos de la calumnia. ■V-SECCION SEGUNDA; ERRO RES

»B

HECnO D E LOS A U TO R ES.

Aquí concluye mi polémica sobre los errores de de­

recho, y paso á Jos de hecho que no son menores en número , aunque sí menos peligrosos, y recaen en ge­ neral sobre la amovilidad de los coadjutores. Esta ley de nuestro niieyo derecho eclesiástico preocupa la imagina­ ción de los señores Allignol, y es como una fantasma que los persigue á todas partes. Mqs yo Íes declaró que yerran en este punto 1.° sobre ei origen de esta ley, 2.° sobre su antigüedad, 3.° sobre su naturaleza y ver­ dadero caracter, 4,c sobre el sentido que conviene darle» 5.° sobre sus inconvenientes y malos efecto^ 6.° sobre la causa de Jas desgracias de la. iglesia de Francia, y 7.° sobre e! remedio que se les debe aplicar. I, — O r ig e n

de

la

ley

de

la

a m o v il id a d

.

Si se oye á nuestros autores, la amovilidad de los coadjutores es !a obra ó mas bien !a tiranía de la potestad civil y de la ley orgánica anexa al concordato, contra ta.cunl.no han cesado de reclamar tos obispos^y la san­ ta sede lejos de haber tenido la-menor parte en ella. Por lo tanto participa de toda la reprobación que ha mere­ cido aquella legislación, en la cual no es el error nías pequeño. Lejos de adoptar yo las ideas de los señores Allignol sobre el origen de la amovilidad de los coadjuto­ res, juzgo que si esta no m un artículo secreto del con­ cordato como todo induce á creer, fue conocida y apro­ bada formalmente por la santa sede y nuestros obispos. E s probabilísimo que fuese un artículo secreto del concordato., porque sabido es que los hay en todos los tratados* Nosotros , contemporaneos.de la época en que ee ajustó, somos testigos de las razones de profunda sabiduría que asistían ó las augustas partes contratan­ tes para tenerle secreto hasta el tiempo de su publica­ ción. Recordamos el completo aniquilamiento de nues­ tra hacienda: Bonaparte, recien nombrado cónsul, de­ tenido por los suyos y por los trabas de la constitución republicana, cuyo agente y ministro aparecía aun, np podía sin comprometer su autoridad mostrar ú sus sol­

dados, á sus consejeros, á sus cámaras anticristianas y at pueblo francés arruinado la carga de uu, sueldo des­ tinado á cuarenta; mil eclesiásticos; pensión alimenticia reservada en el contratóle venta de los bienes del clero para igual y ocaso superior número de frailes y monjas, de titulares y beneficiados, jubilados y pensionados en­ tonces. Este presupuesto eclesiástico durante los apuros del erario debia diferirse hasta una ocasion mas opor^ tuna. Es preciso decirlo eu alabanza de Bonaparte: cuando se entregaba á sí mismo y estaba libre de las preocupaciones de su orgullo, tenia ideas nobles y eleva­ das sobre la religión y el honor y decoro que se debia al sacerdocio: entonces no se conocía al hombre de 1793, aquel á quien llamaron los mas célebres diplomáticos de su tiempo unas veces Robespierre á caballo, otras la revolución encamada. Y si la sumo que había reserva­ do para el presupuesto del clero no se hubiera distraído de su d$sl¿no; si la renta vitalicia pagada á los monjas y beneficiados despojados por la ley de usurpación de los bienes eclesiásticos hubiera entrado en el acervo á la muerte de cada alimentista según las miras de Bo­ naparte; ó la hora presente nuestro presupuesto acre­ centado con tantas pensiones extinguidas montaría á un capital suficiente para atender á todas las necesida­ des del culto, á la decente manutención de sus minis­ tros y á la conservación de sus edificios é instituciones públicas. Este capital no seria ahora inferior á tan innumerables necesidades, y para satisfacer los deseos de todos los hombres de bien no le faltarla otra cosa que estar impuesto sobre la hipoteca ó mas bien la pro­ piedad de las fincas no vendidas y todavía subsistentes despues de la gran rapiña de 1790. Mas al tiempo de firmarse el concordato no estaba aun bastante prepara­ da, la Francia revolucionaria para saber con paciencia la notíciíK de semejante carga. Un, año despues Bonaparte había hecho á paso de gigante incalculables pro­ greso en su carrera: las formas de su gobierno eran menos republicanas y se acercaban mas á la monarquía*

y ya hablaba como soberniio rjué quería, ser contra dicho* E l buen orden que empezaba ¿ introducir en la hacienda, le había dado bastante confianza para descu­ brir su secreto, y se publicó el concordato tal como ge había concebido con un cura inamovible por distrito y un coadjutor amovible-por concejo. La aprobación que unánimemente dieron á esta disposición los obispos nombrados en virtud del concordato, amostró1con to­ da la claridad del dia. La primera operacion de estos prelados fue publicar el nombramiento que habían he­ cho para todas las parroquias vacantes (lo estaban todas según la nueva demarcación que acababan de ejecutar). Habían dividido estas parroquias en dos clases, curaa inamovibles y coadjutores amoviblesy la amovilidad é inomovilidüd se establecían entre ellos como un l í ­ mite para marcar su diferencia. Los obispos no podían contradecirlo sin reclamar contra su propia obra. Hay mas: aun cuando se les hubiera dado á optar entre es­ tos dos órdenes de pastores, estoy seguro que hubiesen cedido á la fatal necesidad de los tiempos y optado por la amovilidad del mayor número de los cooperadores de su ministerio.-No hay duda que su adhesión á esta me­ dida equivale á un consentimiento formal, y si no lo es, no le falta nada de lo que le constituye un consenti­ miento tácito. Mas podemos dar un paso adelante, y ahora que esta ley invoca en su favor una posesion tan larga y pacífica, no hay inconveniente de que discurramos asi: una costumbre adornada de todas las condiciones requeridas por el derecho tiene fuerza de ley; ¿y se ha oido jumas la menor queja en cuarenta años que se está practicando-esa'ley ? E l papa reclamó contra la ley orgánica desde su promulgación, y notó y especificó por menor todas tas disposiciones que le parecían reprensi­ bles. Pío V I I , ese peregrino apostólico que yíno á Pa­ risié n el tiempo de su pasajero valimiento, con el empe­ rador presentó un enorme cuaderno en que no se omi­ tía ninguna de las llagas mas ocultas que afligían á la igtesia de Francia. En estas doá ocasiones ni una pala­

bra dijo contra esa ley (1), que según los señores Allignol es la caja de Pandora de donde salen todas nuestras calamidades. En 1819 todos nuestros prelados, y á su cabeza Los cardenales de Perigord y La Luzerne, afligi­ dos deja inobservancia ó mas bien abrogación del con-: cordato de 1817, firmaron por unanimidad una carta al papa en que desahogan las quejas y angustias de su a l­ ma en el corazón del padre común de todos los fieles. A llí exponen menudamente todas las desgracias de la iglesia de Francia, la opresion que sufre, la licencia de las costumbres que va siempre en aumento; y la libertad dé imprenta que llaman nuestros autores el gran agente de lodo bien, se apellida allí fa gangrena que la devora. Ni una palabra se dice contra la amo^ vilidad de los coadjutores ni aun al llegar al capítulo de las leyes orgánicas, contentándose los prelados con indicar Jas disposiciones publicadas sin noticia de S. Santidad i lo cual implica una aprobación tácita de la Iey.de la amovilidad tan conocida del papa y de su representante en París, y que todos los firmantes eje­ cutaron libremente lejos de haberse opuesto jamas á ella. Dicese que Luis X V I I I reclamaba contra esta me­ dida: nada de eso. Por entonces creó muchos miles de ayudas de parroquia : cierto que su pensamiento era que fuesen inamovibles; y si los autores le hubiesen enviado sus prolijos lamentos sobre este punto tan de­ licado de su corazon, seguramente no hubieran recibido una respuesta favorable. Nuestros prelados pensaban del mismo modo, y si esta ley estuviera por hacer, la hubieran hecho. Mas si nuestros autores se equivocan en cuanto al origen de la ley, nó es menor su error res­ pecto dei caracter de novedad que lo atribuyen. (1)

Iba á imprirtíirse este pliego cuando he leído en

E l amigo de la religión de los días 7 y 11 de julio el texto

dé las reclamaciones de la Santa sede contra la ley orgá­ nica. Ese documento confirma plenamente todo cuanto siento aquí. * . .. ;

II

-

De

la

a n tig ü e d a d

de e s ta le y .

La ley de la inamovilidad de los paslores está lejos de poseer aquel carácter de antigüedad, perpetuidad y universalidad que constituye in preciosa cualidad de muchas leyes de la disciplina eclesiástica, y ha sido temporal, local y variable según los tiempos y circuns­ tancias como toda las leyes disciplinares. Nuestros autores olvidan que despues de la irrup­ ción de los pueblos del norte, suspendidos los estudios de las escuelas durante ios tiniebU’s de la edad media, cayeron los curas en el mayor envilecimiento: éste era el efecto fatal é inevitable de* su crasa ignorancia y de su vida abyecta. Entonces conoció lá iglesia la necesi­ dad de encomendar la administración de bis parroquias á los monasterios y corporaciones religiosas , y es sabi­ do que aquellas c:>sas fueron ei único asilo donde se re­ fugiaron la ciencia y !a regularidad clerical. Conocese que no pudiendo estas corporaciones gobernar colecti­ vamente debieron cometer la administración de las par­ roquias á algunos individuos revocables á voluntad de tos superiores. Ye aquí pues una multitud de curas amovibles, y digo una- multitud porque era tan crecida como los lugares en que los monasterios eran propieta­ rios ó diezmcros , y muchas ciudades, villas muradas y pueblos grandes estaban bnjo la dependencia feudal do aquellos. La iglesia aplaudía esta amovilidad y con ra­ zón. Nadie ignora la misión providencial que desempe-' fiaron luego las esclarecidas órdenes" de san Francisco y santo Domingo supliendo con su predicación la de ios curas de entonces, semejantes á perros mudos que no sa­ bían ladrar; y esa es la honrosa etimología del título de fra ile s predicadores que la voz pública dióá los domi­ nicos. Aquel orden de cosas no era vituperado de nadie, y lo que nuestros autores quieren llamar un enorme abuso, tuvo nada menos que cinco ó seis siglos de du­ ración. ¿Habrá que recordar aquellos tiempos de obscu-

ridad y tinieblas, en que era tan abyecta la vida dé mu chos clérigos y pastores qué Córria en boca de! pueblo este refrán: Quien quiera condenarse, no tiene mas que hacerse clérigo? Omito las circunstancias particulares de aquella monstruosa situación. ¿Y era un bien tan apetecible para la iglesia la inamovilidad de aquellos curas que andaban erguidos con U oprobiosa marca del vicio en la frente? Este desorden subsistió hasta el con­ cilio de Trento, cuyos padres pusieron término á él con sus decretos de reforma. Las órdenes religiosas por esa fatal propensión de nuestro corazon hácia la relajación decayeron también de su primitiva regularidad y ob­ servancia con el transcurso de los siglos , y necesitaron de reforma en vez de ser ellas reformadores útiles de los rectores de las parroquias. Los hechos ae leen éri lag historias profanas y en los anales eclesiásticos, y nues­ tros enemigos, no los ignoran.-Sin embargo siento que nuestros autores me obliguen á traerlos aquí á la me­ moria por la necesidad de la causa santa que defiendo. Mas si los religiosos se habían hecho débiles pastores, las corporaciones á que pertenecían incomodaban al episcopado por el abuso desús inmunidades y privile­ gios. Desde entonces los obispos se fueron haciendo mas y mas propicios á los curas; pero hasta despues de publicada la reforma de! concilio tridentino no em­ pezaron estos árehabilitarse honoríficamente en la opinion pública, ni continuaron adelantando en una nueva car­ rera, es decirt en honrarse ellos y su corporacion con las ventajas de la ciencia y de la regularidad de vida. Abriéronse ios seminarios, fruto inapreciable de la re­ forma de Trento, y dé estas escuelas eclesiásticas salie­ ron un número sin número de pastores piadosos é ilu s­ trados. E l abuso de los beneficios simples, la' parte Ico' n in a que . los diezmeros se reservaban en el beneficio, mientras que descargaban todo ei oficio en los servido­ res mediante una porcion llamada congrua y que vino á ser incongrua con e! transcurso del tiempo; este ábu^o que el concilio de Trento habia visto y no había repa-

rodo por prudencia y por el respeto debido ála propiedad, se hacia:cada vez mas; escandaloso. Todos convenían en que el patrimonio de la iglesia considerado en sí no exce­ día desús necesidades; pero hubieran deseado una dis­ tribución mas útil y conveniente; y no hay duda que si Ja iglesia hubies^tenido una congregación general en 1790, habria podado las ramas del árbol que nuestros cons­ tituyentes, juzgaron oportuno cortar por el tronco pa­ ra limpiarle mejor. En fin hacia mucho tiempo, y en especial unos cincuenta años antes de la revolución, que la opinion pública era cada día mas favorable á los congruistas y mas adversa á los diezmeros. Los curas eosoberbepidos por la prosperidad y extraviados por los falsos consejos del partido jansenista y las alabanzas pérfidas del filosófico olvidaron al cabo el respeto y la subordi­ nación debidos á los obispos. E l error presbiteriano se introdujo entre ellos, y la historia imparcial dirá á to­ dos los siglos que los curas presbiterianos sentados en la asamblea constituyente fueron uno de los primeros fún­ dameutos del cisma y de lu herejía constitucional y una causa real y eficaz de la funesta revolución de 1790. Ese presbiterianismo es el que revive en la obra de los señores Allignol. Mas aq,uí ocurre al entendimiento y aun salta á los ojos una reflexión. Tentado está uno por decirles; Si creeis tener encargo para proponer á la iglesia reformas á vuestro juicio necesarias é indispen­ sables, el medio indefectible de impedir su efecto es proponerlas fuera de tiempo. Aguardad la época tan deseada y siempre esperada, en que nos sea dado ver los dias felices de la iglesia reunida en concilios par­ ticulares ó .generales. Mas me diréis: ¿Cuando llegará ese tiempo? Dios lo sabe, convengo en ello; pero antes de .que llegue ¿de qué sirve vuestro escrito? Para la iglesia es un rumor perdido en los aires y para la im ­ piedad,una palabra que regala dulcemente sus oidos, y qije recogida con gozo le suministrará arm3g para com­ batir contra la iglesia.

III. — N ta

a tu r a leza

y

v É im A D E tto

c a r á c ter

de

e s­

I-IíY.

Este es el lugar de cumplir mi prdmesa y probar que la amovilidad de los curas era, cuando se publicó el

concordato, una necesidad del tiempo y de las circuns­ tancias. Esta necesidad'la saco del fatal estado moral de las personas puestas á disposición de los obispos para proveer las parroquias vacantes. Estas personas pueden clasificarse en tres categorías. La primérá se compone de los sacerdotes constitucionales, á quienes correspon­ día una tercero parte de los empleos vacantes en virtud de la ley dictada por el sable de Bonaparte; y á la ver­ dad que este era bien pobre recurso, porque para encon­ trar un sacerdote honrado y de arreglada conducta ha­ bia que pasar por cima de mas de diez malos y de mu­ chos contumaces1en la herejía. La segunda categoría dé los sacerdotes en tonces elegibles para el; ministerio par­ roquial era la de los religiosos. Ya en tiempo de san Vicente, de Paul se habian relujado tanto las institu­ ciones monásticas en Francia, que aquel ejemplar sacer­ dote decía de muchas que mas eran desórdenes que ó r ­ denes. E l hambre y la indigencia solian llevar estos tris­ tes operarios ó los pies del obispo para pedir trabajo en lá viña del Señor, y aquel padre de familia afligido se le daba, juzgando que tal ministerio era un mal menor que la falta de toda religión y del culto público en untt parroquia.. A estossacérdotes se agregaba otra tercera clase de pastores no menos sospechosos de indignidad: la muchedumbre de antiguos poseedores de beneficios simples, para quienes el santo ministerio se habla con­ vertido en una especie de oficio necesario. Por último la única pordon buena y preciosa del sacerdocio, cuyos individuos sin ser profetas decian al prelado: Aquí estoy, envíame: ecce ego, müte me; eran los párrocos, que pen­ dían volverá sus antiguas iglesias. Mas ¿qué eran estos pocos trabajadores para un campo igual en extensión á

una provincia eclesiástica? Si era triste el estado pre­ sente déla iglesia, no afligía menos el venidero. Para proveer tantas parroquias vacantes, para reemplazar á tantos ancianos decrépitos ó corporaciones destruidos por ta persecución ¿qué recursos se presentaban aquí á la iglesia? Un puñado de alumnos del santuario, que ha­ bía que.colocar en los empleos mas elevados al salir del seminario. Pues yo pregunto si en tal situación debió parecer la inaipoYilidad de los párrocos tan apetecible á los prelados que intervinieron en el concordato, como lo parece á nuestros dos escritores; y aun cuando fuese cierto (lo cual no está probado) que la iniciativa dé es­ ta ley corresponde á la potestad civil, ¿es verdad que el episcopado merece tanta censura por no haber reclama­ do con perseverancia contra esta disposición y aun des­ obedecido formalmente el orden legal? Por último aña­ do con gran escándalo de nuestros autores que no ha llegado todavia laocasion oportuna para sustituir la inamovilidad a¡ estado amovible de los redores de las ayu­ das de par roquio, . . Esta ley no debe considerarse en sí é in abstracto, sino que se ha de combinar con la ley civil que admite el recurso de fuerza ante el consejo de estado por la sentencia que luí pronunciado el provisor del obispo contra los párrocos inamovibles. Estos casos son raros, rarísimos, á causa del mérito de los curas de distrito, que ordinariamente son lo mas florido de la diócesis; mas cuando ocurren, ¡cuántos disgustos y apuros cau­ san, al primer pastor! E s sabido que el recurso de fuerza llega por el conducto del prefecto al ministro y por este al consejo de estado. Asi el prelado antes de.meterse en este procedimiento tendrá que concertarse con el prefec­ to y descubrirle con los papeles en la niano todos los horribles secretos.que puede ocultar el misterio de se­ mejante causa. Muchas veces preferirá á tal difamación del sacerdocio ver sentada la iniquidad en el lugar de la justicia ( es decir , en las cátedras raas altas del mi­ nisterio parroquial.

■- -Los obispós de láantigua Francia , obligados por el recurso
e n t id o

m

la

ley

de

la

a m o v il id a d .

He sentado que nuestros autores se equivocan en cuanto al sentido do la ley civil y eclesiástica relativa á la amovilidad de los coadjutores (Je las parroquias. En efecto todos convienen en que ¡a práctica y la costum­ bre son los-verdaderos intérpretes dé las leyes, y que la decisión de aquellas prevalece sobre lá de los doctores, teólogos ó canonistas. Pues consultemos aquí la costum­ bre sobre el grado verdadero á que queda reducida en la práctica la jurisdicción del cuta de distrito, y la infe­ rioridad y dependencia délos coadjutores respecto dé él; E s mani Resta que los señores Allignol han Visto' aquí la jurisdicción de distrito con el telescopio de su imagina­ ción. Si se los* oye, la jurisdicción del cura de distrito se extiende á todo el territorio del juzgado de paz y á todas-las personas habitantes en él; y de aquel solo y bajo su dirección deben estas recibir la instrucción, los sacramen­ tos y los auxilios de la religión. A él sülo corresponden el pie de altar y todos los fondos que se recaudan, y los coadjutores no son mas que unos tenientes que van á des­ empeñar en lugar del cura las funciones del ministerio en las capillas rurales de su vasta parroquia. En una palabra los curas de distrito por los privilegios de ho-

ñor y autoridad que reúnen en sus personas, forman otra casta sacerdotal, que de buena gana se compararía á ios bramaues de la India. Reduzcamos á su justo valor todas estas exageracio­ nes, y opongamos los pacíficos y tranquilos servidores de las ay udas de parroquia á los coadjutores exaltados y preocupados por ia pasión. « E s menester hacer justicia á nuestros obispos, nos dirán en la página 187. No lardaron en conocer cuán perjudicial era á la religión esta situación (amovible de ios coadjutores) y cuánto envilecía el ministerio pastoral á ios ojos délos pue­ blos. Asi se dieron priesa á conferir é los coadjutores la potestad de que siempre ha revestido la iglesia á los pastores délas almas, sustrayéndolos de esta suerte de la dirección de los curas, si no de derecho * á lo menos de hecho. Hablase, añaden también, de una ley civil que con­ tiene una disposición semejante.» En vista de esto todo el alboroto de nuestros autores se reduce á un sonido vano que se pierde-en- el aire , á un terror pánico de la imaginación preocupada por unas fantasmas como las que se ven en los sueños nocturnos. «Mas ¿porqué, continúan, no se han mostrado los obispos mas consecuentes acabando su obra? La cosa estaba en sus facultades. Nada Imbia mas sencillo y fácil para ellos que elevar los servidores de las ayudas de parroquia al título de curas. Nuestros prelados no han creído deber seguir esta conducta ni adelantar tanto (Ibid. p. 187 y 188).» T en otra parte nos dirán que esta ley es una ne­ cesidad para esos mismos prelados, y tienen razón. Su­ poniéndolos convencidos de que esta disciplina era no solo conveniente y ú til, sino también oportuna en los tiempos y circunstancias, ¿pueden efectuarla en la práctica delante de la potestad civil y de la invencible resistencia de esta? Enhorabuena que nuestros autores expongan libremente sus ideas; pero las del papa y los obispos son otras; y en el centro de administracioo don­ de están colocados teniendo en lá mano todos los hilos t.

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de las cuestiones, poseen aquella gracia del ministerio y aquel conocimiento de las cosas para discernir el bien general de la iglesia, que no puede tener un coadjutor en lo interior de su provincia. Su política eclesiástica que quiere reformar en el hogar doméstico la disciplina ge­ neral de la iglesia, se parece á la de tantos diplomáticos ociosos que con el diario en la mano y conversando en las tertulias dirigen á su antojo todos los gabinetes y dan impulso á los negocios generales de Europa. V. — D e

lo s m a lo s e f e c to s achacado s á

es ta l e y

.

Pero un error de los autores mas importante á mi parecer y que degenera en su libro en un cúmulo de calumnias atroces, es la serie de los malos efectos acha­ cados á esta ley. Si son tales como dicen, tienen razón, y la reforma que indican es necesaria; solo ie falta ser posible y pasar de una utopia ó una belleza ideal, en vez de ser un reglamento conveniente y útil. Pero si es­ tos hechos son invenciones calumniosas y nada mas» nos permitirán los aulóres que perseveremos en nuestra opinion según la hemos expresado; y es que por mas que la in» movilidad.de los coadjutores sea una institución utíl y apetecible en teoría, debe diferirse para otros tiem­ pos, .cuando nuestra iglesia de Francia esté madura pa­ ra esta reforma. Para probar mi conclusión registremos juntos los capítulos del libro en cuestión que se intitu­ lan: Resultados del nuevo regimen eclesiástico: De ia amovilidad de los coadjutores.

En el-capítulo 2.°, página 137 leo: «Las relaciones del episcopado francés con la santa sede han disminuido considerablemente. Nuestros obis­ pos no recurren ya al papa mas que para solicitar su institución canónica.... Ya no se ven aquellas comunica­ ciones íntimas é incesantes entre la cabeza y sus miem­ bros, que dan la suprema dirección á la primera, vigilan activamente la fé y la conducta de los segundos y comu­ nican á todo el cuerpo un poder tan grande. Fácil nos

seria mostrar que se han roto ó relajado todos los'víüculos que deben unir á los miembros con la cabeza. Difícil es dar pruebas de una ignorancia mas comple­ ta del estado actual del clero, y cabalmente en un libro donde se trata esprofeso del estado actual de ese mismo clero en Fra n c ia . Si yo quisiera alegar una de las te­ nues compensaciones que la revolución francesa ha mez­ clado con laníos males ocasionados á la iglesia de Fran­ cia; citaría de buena gana el restablecimiento de las re­ laciones con la santa sede en materia de jurisdicción espiritual. Recuerdese la §umo delicadeza de loa antiguos parlamentos respecto de cualquier acto de la jurisdic­ ción papal llamado inmediato en nuestras diócesis: el menor ejercicio de ella era casado, anulado y declarado de ningún efecto por aquellos tribunales supremos. Esta era una de bis servidumbres con que nos oprimían bajo el faUo nombre de libertades, es decir, de costumbres de la iglesia de Francia, cuyos conservadores se decían en nombre del rey protector de los cánones. E l nuncio del papa en París no era otra cosa á sus ojos que un embajador extranjero, y tenia las manos atadas para, ejercer el menor acto de la jurisdicción de la sonta sede: los parlamentos no lo hubieran consentido. Nuestros prelados no se correspondían con Roma por el conducto de é l, sino por el de los banqueros expedícioneros. Hoy sí quiere ejercer esos actos de la jurisdicción voluntaria en nombre de la iglesia madre y maestra de todas las iglesias y con el consenlimiento.de nuestros obispos, ¿quién le fiscaliza y se le opone? Y si cree que no debe ejecutar algunos actos, sirve de conducto intermedio pa­ ra solicitar el despacho en los diversos tribunales de Roma, Nuestros obispos escriben directamente al papa y reciben respuestas de él por el correo. Le piden esas mismas dispensas que en otro tiempo se creian ellos autorizados para otorgar en virtud de un privilegio de su silla , el cual habia venido á ser legal por la pres­ cripción del tiempo; y recurren con frecuencia á Roma para obtener licencias que antes no solicitaban. Los sira-

ples sacerdotes se acostumbran á interponer apelación de loa netos .jurfsdiccionnles del obispo omisso medio y en perjuicio del tribunal del metropolitano- Tales actos hubieran excitado antigua mente la reclamación , no digo de nuestros parlamentos , sino de nuestros obispos, de nuestras universidades y de todos los defensores zeiosos del derecho de nuestros ordinarios; lo cual no digo aquí por quejarme de este nuevo estado de cósás, sino para mostrar é nuestros autores que dicen verdad cuando confiesan modestamente que en la situación local en que se encuentran pueden escapádseles muchas equivocacio­ nes respecto de los asunto» de Francia. A mi juicio una de las diferencias mas distintas y en cierto modo mar­ cadas entre la iglesia de Francia antigua y la nueva es la libertad actual de nuestros preladós para comunicar­ se con Boma, que es mucho menor en loa otros estados. Pareceme que habría mas coherencia y armonía en nuestra administración, si nuestros prelados pudieran reunirse libremente para concertar un regimen disci­ plinar uniforme despues de haber arreglado entre sí el orden y la congregación de estas juntas. De la intole­ rancia de nuestra policía bajo este respecto resulta una fatal coiitraposióíon entre nuestras cartas constituciona­ les y leyes sobre la libertad de imprenta y esa toleran­ cia pagana que no se desmintió durante los siglos llama­ dos la era de los mártires» como lo atestiguan las per­ secuciones de dicha época, de que queda hecha mención en el cuerpo de esta obra. Con la mismai exactitud en las ideas y la misma verdad en la narración de los hechos dirán nuestros au­ tores que.la amovilidad de los coadjutores y la creación de los curas de distrito han rolo las comunicaciones an­ tiguas éntre el obispo y los individuos de su clero. Los errores de hecho de estos autores que señalo aquí, son de otro género. Los hechos son calumniosos contra el episcopado y el clero francés en cuerpo. E s cosa fácil refutarlos, porque no hay mas que negarlos» y una negación sin prueba vale tanto cotóo una afir-

macion que no alega ninguna. Por mi parte no trato de ser creído sin pruebas como ellos, y juzgo que pue­ do producirlas mas firmes y de mas valor que las suyos. «Cada prelado» se diqe en la página 205, tiene par «lo menos cinco ó seis vicarios generales efectivos u «honorarios, independientes unos de otros, lodos con «facultad de emplear y deseraplear sin formalidad ni «intervención y sin tener que seguir sobre esfe punta «otra ley que su voluntad. E l uno quiere servir á un «protegido: el otro quiere humillar á ta! ó cual sugeto, «de quien cree tener motivos de queja. Aquel quita un «empleo por el gusto, de mostrar su poder: este cree «obrar por motivo de conciencia. Todos naturalmente, «y acaso sin saberlo, tratan de predominar. Si ademas «de esto el obispo es de un earacter débil <5 no gobierna «por s í; forzosamente habrá confusión y se tnuHipLica»rán las mudanzas.» ; Niego esta aserción. No hay diócesis alguna eo que el vicario general, sea titular ú honorario, esté autori­ zado por el obispo para emplear y desemplear sin form a­ lidad n i otro motivo que su resentimiento á el gusto de ostentar autoridad. Todos estos actos, cuando no,son

obra de la voluntad sola del obispo, se han determinado en pleno consejo. Si algunos prelados gobiernan , en los términos de que hablan nuestros autores, ignoro su nombre; y sin embargo los conozco á todos y he visita­ do sus diócesis. Tal obispo, si no es un errte ideal, «8 único, y quedan convictos de calumnia los señores Allig­ nol por imputar á todo el clero de Francia un modo de gobernar tan injusto y arbitrario. « Asi es que en muchas diócesis no se efectúan ya «egtas mudanzas parcial é individualmente, sino en glo»bo y por cartas circulares. Nosotros hemos visto de«cretarse de un golpe veinte, treinta y cuarenta ánuea»tro rededor, y se nos asegura que en otras partes «han pasado de este número. Si se suponen parciali«dad, prevención, mala voluntad y pasión en un vica«rio general influente; ¿á donde irán á parar les eo-

«sas? Podrán verse separados ó colocados en destino «que no les corresponda, todos los sacerdotes buenos y »todos los sugetos distinguidos, y empleados en su Ju­ agar loa dudosos y medianos, La suposición no es qui­ mérica, porque todos saben que se ha cumplido en >juna diócesis del interior de Francia. Lo que allí ha «sucedido puede suceder en otra. Sin duda será rara »una desgracia tan grande; pero el mal sin ir tan ade­ lante debe sentirse mas ó menos en todos portes, por»que está en la naturaleza de las cosas.» Niego formalmente esta aserción. Todo9 los años ocurren mudanzas en las diócesis; pero de esta manera: las roas han sido pedidas por los coadjutores: muchas veces se hace por via de gracia y ascenso ó por simple consejo; y cuando se hacen con rigor, siempre han s i­ do advertidos los párrocos sobre quienes recaen,'y mu­ chas veces han consentido en ellas. Vé ahí el gobierno del clero de Francia según es, y añado según debe ser; porque siendo tales nuestros prelados, según la pintura que nos harán muy pronto los autores, que nos los hubieran envidiado los mejores siglos de la iglesia, el atribuirles un gobierno absurdo como el que han descripto en el pasaje citado, es decir cosas increíbles, aun cuando no fueran falsas de notoriedad. Los demagogos y los independientes, defensores de la soberanía del pueblo, han propuesto para justificar la insurrección contra el gobierno Ja hipótesis de un ti­ rano, á quien se antojíise matar á todos sus súbditos para reinar luego sobre los árboles y los bosques; y aquí tenemos unos escritores que suponen en un obispo la voluntad de destituir á lodos los buenos sacerdotes y sugetos distinguidos para poner en su lugar curas dudo­ sos y medianos. Ciertamente hay mucha analogía en­ tre ambos hechos, con la diferencia que el primero es aventurado como una hipótesis por sus autores, y el segundo se afirma como una realidad que han vis­ to ya muchas diócesis y que no ta rda rá en sentirse en todas parles, porque está en la naturaleza de las co­

sas. Basta enunciar tales objeciones para refutarlas*

«Todavia no son estos, continúan, los mayores ma­ úles producidos por la amovilidad, Esta ha destruido la «armonía que exislia entre los sacerdotes con carga de «almas y el gobierno diocesano, entre los inferiores y » Ios superiores, y ha cambiado las relaciones benévolas »y amistosas en altanería y dominación por un lado y «en temor y servidumbre por el otro. La autoridad ha «dejado de ser paternal y la obediencia filial. E l infeliz «coadjutor, siempre amenazado en sus afectos y exis«tencia, y viendo suspendida sobre su cabeza la mu«danza ó la destitución, no puede amar á sus superio­ r e s , sino temerlos. E s un esclavo que sirve dominado «por el miedo; mns no un hijo que obedece por amor, «Las consecuencias necesarias de tal situación son la «inquietud, el desaliento, la desconfianza, la tibieza y «jahl tal vez el- odio.» Niego también todos estos hechos. Semejante rela­ ción no es la historia fiel del estado del clero en F r a n ­ cia, sino una novela declamatoria, cuya falsedad viene á ser una calumnia al episcopado y al clero de Francia. Continuemos leyendo el libro de los señores Allignol. «E n este estado permanente de inquietud y temor «con respecto á los superiores no pueden los pastores «amovibles conservar enlre sí la unión, la concordia y «la caridad fraternal, virtudes indispensables que ha«rian grata y dichosa su existencia. Colocados hoy en «un curato que les acomoda, tal vez se vean mañana «reemplazados por un compañero estimado hasta enton«ces, un vecino ó un amigo, con Cuyo afecto se habia «contado; y como todas las mudanzas se conciertan se«creta y tenebrosamente, y nunca se sabe la razón ni la «causa de ellas, se pierde uno en conjeturas y supone «informes, delaciones y calumnias. Asi los desventura­ dos coadjutores se vuelven forzosamente enemigos se«cretos unos de otros: desaparecen para nunca mas «volver lá franqueza, la cordialidad y las estrechas re«laciones, y se suceden en su lugar la desconfianza, la

»envidia y ocaso el odio. Todos se observan: cíeyeudo »ver ensu vecino un enemigo disfrazado ó un conope-? »tidor peligroso. Nadie se atreve á fiarse de otro y vi»ve retirado en su casg, q si visita á sus compañeros »es por ptsra urbanidad y pnra sondearlos. »Esta triste situación ha producido otro resultado «bien lamentable. Entre el clero de cada diócesis se »han formado dos partidos opuestos, que á semejanza »de los políticos 'pueden distinguirse con l&s nombres »de partido ministerial y partido de la oposicion. Aque­ jólos que se reputa pertenecen al primero, son trata­ dos de espías, soplones y validos de los depositarios síde la autoridad por sus adversarios; y los del partí»do contrario son acusados de oposicion sistemática, de ^insubordinación y casi de cisma. Los superiores mis­ amos mantienen esta división fatal, ciertamente sin «querer y solo por la necesidad de su situación.)) Doy’la misma respuesta? error, mentira, calumnia. Vease aquí el verdadero punto á que deben reducirse esas aserciones falsas: todos ios clérigos de las diócesis ge dividen verdaderamente no en dos p a rtid o s, sino en dos clases, á saber, buenos y. malos. Los últimos sober­ bios, altivos y nó pudíendo sufrir el freno de la auto­ ridad, representan en la iglesia e^ partido que llamaría yo de buena gana antienlesiéstico y que en los estados populares se llama de la oposicion: los otros, piadosos, dé regular conducta, amigos de la iglesia y .fieles obser­ vantes de la disciplina, no son un partido, ó rí le for­ man, cuando haya que nombrarle, le llamaré partido $e la religión y de la iglesia.

La misma exageración se nota en el discurso de los autores respecto del exceso de honor y consideración que da el pueblo á; los curas de distrito en perjuicio de los coadjutores y del >ien espiritual de las almas. La falsedad de estos hechos es manifiesta para el observa­ dor juicioso de los hombres y de las cosas. Parte de es­ ta consideración es anexa at empleo de cura de dis­ trito; pero no pende tanto de su inamovilidad coma de

la posicion geográfica del curato. Antiguamente ios de las ciudades, villas y lugares grandes eran reputados por mas considerables que los de loa pueblos chicos: pues lo mismo sucede en el dia. Por lo demas un coad­ jutor eminente en ciencia, piedad y doctrina na es me­ nos estimado y venerado qué el cura de distrito con ser aquel amovible y éste no, yes mas consultado en las dudas que ofrece la ley de Dios, si le aventaja en saber y doctrina. Hasta aquí no he hecho mas que negar las aser­ ciones de nuestros autores; pero ha llegado la ocasion de cumplir m i promesa. He dicho que no quería :ser creído por mi palabra, y aunque la legitimidad de mis; medios y títulos no pende de mi persona, sino del vene­ rable ministerio que ejerzo'en ló iglesia , por eso solo no puedo producirlas sin hablar de mí. Debo pues usar antes esta precaución oratoria, mas conveniente y pre­ cisa ¡en mi pluma que en la de san Pablo: Hablo como in sensato; pero soy obligado á ello p or lü necesidad de una causa santa. ' ■ : :- ; . v

He visitado todas las iglesias de Francia excepto cinco ó seis, las rnas de etfás dos veces y muchas 'hasta tres, y en el curso de mi expedición lie conversado con nuestros ilustrisimos prelados i sus vicarios generales, sus provicarios, los curas mas notables de primera y segunda clase y los servidores de las ayudas de parro­ quia. He podido fijar de una ojeada general el estado re­ ligioso y moral de aquellas diócesis, y muchas veees'se me han confiado los secretos mas íntimos. Con arreglo á todos estos datos preguntado y obligado á declarar co­ mo testigo en el escandaloso proceso que suscitan estos autores al episcopado y á los curas propios de Francia ante el tribunal del público, declaro que mi deposición, es enteramente en descargo de los ilustres acusados y da una desmentida formal ó los acusadores.

V I, —

S o b r e l a c a usa d e IG LE S IA D E FRA N C IA .

la s

d e s g r a c ia s

de

la

Tío debo omitir tampoco aquí otra acusación que se repite incesantemente en sus discursos: gobierno a rb i­ tra rio , gobierno de capricho, gobierno libre de todas las formalidades que precaven el error y prolegen la ino­ cencia , exigidas rigurosamente por el derecho. Los obispos gobiernan hoy como en lo antiguo pro­ cediendo contra los curas propios inamovibles yen ca­ so de destitución ante el provisor, despues que la parte ha sido amonestada canónicamente y citada para defen­ derse en juicio contradictorio. De otro modo proceden contra los vicarios y pastores amovibles, y todos los coadjutores lo son en virtud de una ley que nuestros ter­ cos autores han llamado tiranía é injusticia, y que nos­ otros miramos solamente como una necesidad fatal, desgraciada, si se quiere, y reformable en tiempo opor­ tuno; pero provocada ahora por la fuerza de las cosas. En cuanto á tas sentencias de suspensión , entredicho y otras inferiores á la pena capital el régimen episcopal de la iglesia de Francia de hoy no se diferencia del de la antigua: antes del juicio se emplean moniciones y otras formas caritativas; pero ajenas de la publicidad y del estrépito de la justicia contenciosa. Los iudependientes de entonces no. cesaban de gritar como los de ahora contra la arbitrariedad y el despotismo; lo cual rae da motivo para recordar A estos m urm uradores pen­ dencieros las verdaderas nociones del derecho público en esta materia y la diferencia que en él se indica entre el gobierno legítimo y monárquico y el arbitrario y des­ pótico. Empiezo haciendo una observación, y es que los autores deberían citarnos el nombre de esos escritores á quienes combaten, y que a u to riza n , si se los oye á ellos, el regimen eclesiástico fundado no en la ra zó n y ta eterna ju s tic ia , sino en la voluntad a rb itra ria y el ca-

prietio. E l monarca, dicen unánimes los publicistas, go­

bierna por leyes, y el déspota por su simple voluntad como el señor á sus esclavos: ve ahí el límite que ponen entre la monarquía y el despotismo, es decir, el go­ bierno arbitrario. Es verdad que la voluntad del monar­ ca esquíen hace la ley; pero ya se ha puesto una gran barrera á la voluntad arbitraria de un tirano con obli­ garle á explicarla y publicarla en forma de ley. E l dés­ pota que quiere arrebatar los bienes ó la vida á un ino­ cente, le envia un cordon para que se ahorque ó un es­ birro para que le mate; mas el monarca antes de poner ía mano én un vasallo debe emplazarle ante un tribunal y buscar hombres tan corrompidos que perviertan ía razón y conviertan en ley el homicidio. Esto es cierto en todos tiempos, y mas aun en aquel en que la opinión pública pasa por ser la reina del mundo. Estas cosas las conoce un entendimiento á quien no preocupa la pa­ sión. Pero ahora debo citar á los autores una autoridad que pesa mucho en su balanza, y es su propio juicio. Ruego al lector considere atentamente y reflexione u ii instante sobre el testimonio que dan los señores Allignol al episcopado francés, y saque de ahí las conse­ cuencias. « S í, !o decimos sin vacilar y bieii persuadidos de «que nos aplaudirá todo el mundo: á pesar de la gloria «inmortal de la antigua iglesia galicana no nos presen­ t a sil historia ninguna época en que el episcopado «francés haya sido mas digno de la confianza del clero »y de la veneración de los pueblos. En todos los siglos, »aun los mas bárbaros, se encuentran pontífices emi«nentes en ciencia y piedad: sobre todo en el gran siglo »de Luis X IV * que es modelo en todas cosas, se hallan «prelados dolados déla virtud mas sublime, delingenio «mas brillante y de la ciencia mas profunda: los nomwbres de Bossuet y Fenelon inspiran todavía el amor y «exigen el respeto; pero ¿dónde se encontrará un cuer»po episcopal entero, cuyos miembros hayan sido mas »verdaderamente pastores que nuestros obispos, mas

jnledicados á la felicidad de su rebaño, mas asiduos para «instruirle, mas desinteresados, mas accesibles á lodos »y animados de un zelo mas ilustrado, prudente y «compasivo? No, no creemos que ninguna otra época »de nuestra historia., ni aun los anales de ninguna otra «nación hayan presentado jamas al mundo ochenta pon­ tífic e s mas á propósito para merecer el amor y esti«macion de su clera y la confianza y el respeto de los «fieles.» ¿Cómo al escribir esta página no han visto los seño^ res Allignol que borraban de una plumuda casi lodoslos capítulos de su libro? ¿Cómo no ven que todos los¡ desórdenes notados por ellos en la iglesia de Francia y todos los agravios que alegan no pueden ser reales sin recaer con todo su peso sobre el episcopado, el cual no solamente lo sufre y tolera, sino que es la causa inme­ diata de ellos y Jos emplea como un agente activo y u lil para satisfacer su orgullo, ambición y deseó de mandar? Si ,nuestros ochenta prelados son modelos' de pastores y ge-los debe comparar, no con los Feneiones y Bossuet, sino con los Atanasios, Ambrosios y los mas venerables de los mejores siglos; ¿cómo esos mismos prelados tie­ nen cinco ó seis vicarios generales con ¡a facultad de poner y quitar ^info rm a lid a d n i intervención y sin otro motivo que su capricho ó mas bien stts pasiones por h u m illa r al u«o, vengarse del otro y hacer alarde de su valimiento y poder? Esos mismos oprimen á sus inferio­

res con un yugo de hierro: lea parece que gobiernan esclavos, y alimentan y fomentan esas extrañas discor­ dias de que los autores nos han trazado una horrible

pintura, capaz de hacer verter lágrimas de sangre á un amigo de la religión, sino fuera fingida. No vengan des­ pues deciéndonos que estos desórdenes no tanto son obra de la voluntad délos obispos como un efecto fatal é ine­ vitable de la ley orgánica y aun de la naluraleza de las cosas. En primer lugar nos han dicho en otra parte que en mano de los prelados estaba el sobreponerse á esa ley orgánica y no hacer ningún caso de ella; pero pasemos-

les esta contradicción. Que nos cilea esa ley orgánica que manda fas injusticias señaladas por ellos: ¿dóndfr está la ley que manda considerar «como un crimen hasta la sombra de la mas leve oposición y la menor desaprobación de sus actos „ mirar como únicos dignos du premio ajos que los aduian¡y aplauden, reservar para estos indigné aduladores los mejores empleos, separar de ellos á todos los hombres de mérito, sin podérseles ocultar que con tan indigna conducta dividen á su clero en dos partidos irreconciliables?» ¿Por qué artificio nos demostrarán que no pue^e un obispo gobernar á una multitud de pastores amovibles sin verse precisado por el destino y la inevitable necesidad á cometer tan enor­ mes injusticias? S í, no dudo decirlo, estos autores por su muía lógica se ponen en un estrecho sin salida, y tienen que decir ó que esos desórdenes no son delitos eu materia de gobernación eclesiástica * ó que los obispos han podido gobernar su diócesis sin tomar parte en ellos, ó que han podido ser sus autores sin dejar de ser santos y perfectos. No se sabe qué vicio domina mas eu semejante declamación si Ía ignorancia, la inconsecuen­ cia ó la calumnia. No he dicho nada de otro agravio que imputan al episcopado, y que por sí solo pone el colmo á sus yerros y los anula todos. Dicén que el cuerpo episcopal ha derribado en Francia hasta ios cimientos ta constitución divina de !a iglesia, la ha dejado sm leyes fija s y sin disciplina especial, y ha introducido u n régi­ men vago y confuso y u n derecho nuévo , en el que no se reconoce ningún vestigio del antiguo. A la verdad que todo esto es grave, y si eu la cabeza de ios autores se compone y conciba con la santidad de los Ambrosios y Atanasios, es que tienen la habilidad de*unir y con­ cordar los contrarios, * Engañanse (y este es otro error de hecho que Íes censuro) en cuanto á la causa de las desgracias de la re­ ligión y en particular del envilecimiento del clero. La causa principal de que pende esta gran calamidad, es el haberse propagado entre el pueblo la irreligión y el

ateismo. Un pueblo imbuido en las ideas de que la re li­ gión es una preocupación, los ministros de ella unos impostores que propalan en el pfilpitb una doctrina que no creen, el sacerdocio un oficio como cualquier otro, y las oraciones y las misas un medio lucrativo para vivir, se cura poco de que sean los pastores amovibles ó inamovibles, porqueá todos loa desprecia igualmen­ te (1). A. vista ,de una causa semejante ¿no es cosa donosa oir ü nuestros autores acubar todos sus lamentaciones sobre las calamidades de la religión y del orden social con este único estribillo: Amovilidad de los coadjutores, inamomlidad de los curas de’d istrü o ? V II, — S o b r e tos les

r e m e d io s

a p l ic a b l e s

á lo s m a

­

D E L A IG LE S IA D E FRANCIA.

También se equivocan nuestros autores (y este es el último error de hecho que les tacho) en todos los medios que indican en el cnpítulo V I I I para restablecer en Fra n c ia la disciplina de la iglesia y re s titu ir pron­ tamente a l clero, y sobre lodo á los curas ru ra le s , la consideración y el influ jo qu& les ha arrebatado el nuevo regimeñ eclesiástico.

Los señores Allignol hablan de un recurso de lodos nuestros obispos á la santa sede, y se figuran al pontí­ fice de Roma bastante poderoso como en tiempo de Gregorio V II para corregir los vicios de ia administra­ ción civil en Francia é intimar órdenes al poder legisla(1) Bajo el glorioso reinado de María Teresa en Ale­ mania, mientras que el gabinete de España era el mas enconado de todos contra los jesuítas, cuya destrucción «leseaba, el anciano príucipe de Kaunitz, ministro de la emperatriz, decía de un ministro español conocido por su aversión á aquellos regulares: Hse hombre lleva un je su ifa montado á horcajadas en las narices. Si yo no te­ miese mezclar la chanza en unas materias tan graves; diria de los autores que cada uno de ellos lleva unJ(.cura inamovible montado de la misma manera.

tivo:, al rey que reina y no gobierna. Indican la libertad de imprenta (y aquí repiten la escandalosa teoría sobre la cual me he explicado ya) y el derecho de petición. Pueden ellos ensayar ese medio mágico» y la experien­ cia les mostrará el fruto de él y sabrán si su palabra se dirige á sordos. Hablan-de los concilios provinciales, y yo no me cansaré de repetirles lo que han dicho ellos mismos: que no conocen el mundo , n i los sucesos que pasan en él iodos los dias. Aquí suspendo mi tarea, porque no tengo ánimo para seguir todas esas utopias y proyectos ociosos. Un medio hay de restituir al orden sacerdotal par­ te de su antigua consideración, medio aplicable y prac­ ticable en el día y que ninguna fuerza humano puede impedir; y es la virtud y santidad de los párrocos y sobre todo de los coadjutores que son los mas en esta clase.* i Oh I Si cada lugar estuviera gobernado por un cura discreto, prudente, desinteresado en el ejercicio de su ministerio y caritativo hasta el punto de partir con el pobre su pan y su módico salario; entonces si que entraríamos en un camino de progreso, y la reli­ gión habría adelantado infinitamente hácia su restau­ ración. Antiguamente decíamos: tal cura, tal parro­ quia; y bajo un pastor santo y perfecto es infalible la reforma del rebaño. Esta proposicion se verifica aun en aquellas provincias en que la fé subsiste viva en las al­ mas y cada oveja oye la voz de su pastor y camina bajo del cayado de este; pero en las mas de las parro­ quias sin Dios que confinan con la capital, ha dejado de ser cierta. ¿Y por qué? Porque la fé empieza por el oído; y esos infelices están aferrados en la funesta resolución de no acudir á la iglesia para oir la divina palabra. Pero si los desventurados habitantes de esos paises de desolación tienen oidos y no oyen, tienen ojos y no ven; todavía queda á un buen pastor el me­ dio de llamarles la atención con el admirable espectá­ culo de las obras heroicas de la virtud pastoral: el des­ precio de la muerte junto al lecho de los enfermos y

moribundos, el heroísmo de la caridad que derrama toda su sustancia en el seno del pobre, esa paciencia inalterable'que todo lo sufre y aguanta sin que se can­ se jamas por los mayores ultrajes, en una palabra esa vida ejemplar de un pastor santo, á quien no pueden ver sus feligreses sin decir á una : ese es el padre de nuestros huérfanos, el maestro de nuestros hijos, el consolador de todos los afligidos y el amparo de la vejez y del infortunio. Donde quiera que lá voz pública repita todas estas bendiciones, el pueblo no preguntará si su pastor es amovible 6 inamovible, sino que le profesará amor y respeto, y la sola vista de él será á los ojos del mundo una apología mas patente del cristianismo que las demostraciones mas doctas de sus defensores. Y todo esto se verificará hasta en esas tierras malditas, donde no puede caer el rocío del cielo como en los montes de Gelboé. ¿No tengo pues razón para decir que este me­ dio de consideración es de todos los tiempos y lugares y que no está nunca en manos de los hombres el quitár­ nosle?

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PRIMERA PA RTE. H is to ria de la iglesia constitucional. SECCION PRIM ERA.

Desde la reforma de Lutero hasta el; año 1830.. ,, 2$ I . — De la necesidad que tenia Lutero de propagar su secta................................. . . . . . . . . . . . . . . J lbi
H is to ria de. la herejía constitucional en Ing la te rra .

I. — Reinado de Enrique V I I I ............... . ............. I I . Reinado de Eduardo V I................. 51 I I I . — Reinado de Maria................................. . IV ..— Reinado de Isabel.. . . . ................ t . 45. 24

46 53 ¿6

SECCION TERCERA.

La herejía constitucional considerada en Rusia des-; de. la emperatriz Catalina hasta el emperador , Nicolás inclusive............................................... . 66 SECCION CUARTA.

La herejía constitucional considerada en la perse­ cución que ejerce con los católicos de los estados prusianos........................................ .................. Conclusión. . ................................ : ......... 122 Documentos justificativos relativos á la Rusia.. . .

96 130

SEGUNDA PA RTERefutación de la herejía constitucional.................

Í9 Í

SECCION PRIMERA.

Primeraprueba de este dogma.— La palabra divina.

Í95

SECCION SEGUNDA,

La razori y sus discursos sobre Jas principios de la fé. . . . . . . . . . . A . . . . . . . . . . . 211; SECCION' TERCERA.

Tercera, prueba.-^La sana política.. . . . . . . . . . . .

216

SECCION CUARTA. > v .

Cuarta prueba. — Lá" tradición de la iglesia. . . . . . . 220 §. L — ¿Qué es la constitución de la iglesia?. *»- *. 22G L — Lá monarquía del papa' señalada en la santa >escritura....................... ...... . . .. . . . . . . . . . . . . 227 I I . — De los 'cdñcil ios , verdadera autoridad consti­ tuida eh la ig le s ia ,.,........... ............. ............. ...233 III.- r- L a constitución de la iglesia con la monar­

quía deí papa y la aristocracia de los obispos pro­ bada por la tradición de ltos tres primeros siglos de la iglesia......... ...................... ......................... §. I I . —;La autoridad délos obispos, elementó arístocratico de la constitución de la iglesia, probad,a por los hechos y testimonios de los siglos apos­ tólicos............................ ..................................... I. — La iglesia manifestó en los siglos apostólicos la autoridad de sus concilios.. , ; , : .................... II, Sobre las causas de la tolerancia pagana con respecto, á los concilios de la iglesia cristiana. I I I . — La iglesia no perdió su potestad suprema por la conversión de los Césares al cristianismo. I, — Pruebas qué resultan de la conducta de Cons­ tantino convertido al cristianismo en favcr de la supremacía dé la iglesia sobré las cosas divinas. I I . — La conducta de Constantino en el concilio (íe Nicea confirma estas pruebas-. . . . . . . . . . . . . . . 1IJ. — Consejos de la Providencia con respecto á su iglesia en el reinado glorioso de Constantino'.. . .

236 . Ü44 251 254; í

250 _ ■ 260. ' 205 " SÍ73

SECCION QUINTA.

Quinta prueba. — La revolución y los hechos pos­ teriores á ella hasta el año 1830................... . I . — La asamblea constituyente con su consti­ tución civil del Clero es madre de la iglesia cons­ titucional....................... ..................................... §. U. — E l concordato firmado entre Bonaparte y la santa sede......................... ........... ................. I I I . —Confirmación de lodas estas consecuen­ cias con varios hechos auténticos que ocurrieron en 180i durante la residencia del papa en París. §. IV. — Las deliberaciones de nuestros cuerpos legislativos en 1826.. * ................ .................. ..

281 282 286 292 299

APENDICE. *

Razones que ha tenido el autor para refutar el es­ crito de los señores Allignol................. .......... .

307

ÍECC10X P & IK E ftA .

Errores de derecho de estos escritores. Su libro e» inoportuno y está escrito sin conocimiento de la materia.............................. ............... ................ 309 SECCION SEGUNDA.

Errores de hecho,. . ................................................ I . — Origen de la ley de la amovilidad.. . . . . . . . . . I I . — De la antigüedad de esta ley.. . . . . r . . . . . . . I I I . — Naturaleza y verdadero caracter de esta ley. IV . — Sentido de la ley de la amovilidad.......... !... V. — De los malos efectos achacados á esta ley.. . V I. — Sobre la causa de las desgracias de la iglesia

343 34-3 34-7 350 359 354

de Francia.............................. ..............................

362

V I I . —' Sobre los remedios aplicables á los males de esta iglesia...................................................

366

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