Baisers Ardents - Si Algun Día Decides Volver

  • Uploaded by: militel
  • 0
  • 0
  • February 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Baisers Ardents - Si Algun Día Decides Volver as PDF for free.

More details

  • Words: 454,777
  • Pages: 1,020
Loading documents preview...
Si algún día decides volver by Baisers Ardents

Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía. Los personajes son de Stephenie Meyer. Contiene escenas sexuales +18. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Prólogo . Forks, 1969 Las zapatillas rojas y desgastadas tenían hoyos en la suela, por lo que el agua entraba en cada pisada que daba. Intentaba evitar los charcos, pero la preocupación constante no le permitía concentrarse. Chocó contra la parada del autobús y murmuró unas palabrotas. —Bella, no puedes irte —insistió él, apoyándose en el tronco más cercano. La lluvia los tenía a ambos empapados, pero no les importó, el agua que caía del cielo era lo menos importante en ese momento. Bella solo atinó a dejar la deplorable maleta en el suelo y cruzarse de brazos, levantando la barbilla para darle el discurso que había estado preparando con tanta antelación. —¡Bella! Respóndeme —le suplicó Edward—. Dime qué sucedió, por qué te vas, quién te hizo daño… —¡Ya para Edward! —le gritó Bella con la temperatura interna subiendo de a poco. Se sentía desesperada, no quería hacerle daño—. Me voy de este maldito pueblo, no quiero que me busques, solo que me olvides, nada más. ¿Cómo es que no logras entenderlo? El rostro de Edward se crispó, lo que a Bella le provocó una larga punzada en el corazón. Inspiró aire, llevando la tranquilidad necesaria a sus pulmones. No podía flaquear ahora, no ahora que no era bienvenida ni en su propia casa. —No logro entenderlo, porque no has sido capaz de decirme qué es lo que sucede contigo. —Ésta vez Edward utilizó un tono de voz bastante más duro. Bella evitó mirarlo, le cohibía. —¿Qué quieres que te diga? —inquirió. —¿Por qué te vas? —preguntó rápidamente. Isabella tragó y se obligó a mirarlo, pues ésta sería la última vez. Intentaba ser fuerte, pero era un esfuerzo agotador. —Mírate —escupió—, eres solo un pintor, ¿crees que llegarás lejos? Lo dudo mucho. Yo soy una artista, no puedo quedarme en este pueblo, no a tu lado. ¡Necesito crecer! Nací para ser actriz,

para ser reconocida en este maldito mundo de mierda. Nací para que me veneren, no para ayudarte a limpiar la habitación cada vez que chorrea el tarro de pintura. Cada palabra salía con tanta veracidad, que hasta a ella le costó perdonárselo. No había querido decirlo en realidad, pero debía, era la única forma. Edward sintió el odio hacia sí mismo por ser un bueno para nada, un chico incapaz de hacer feliz a una mujer tan delicada y completa como lo era ella. Pero no lograba entenderlo, hace solo unos días habían hecho el amor por primera vez en su vida, creía… creía que por alguna razón ese sería el camino correcto para ser al fin lo que tanto había deseado. —¿Por qué ahora? Cuando fuimos a… —Lo que sucedió camino al lago no fue nada —susurró ella, apretando su vestido con los puños cerrados. Nada… Esa palabra se quedó estancada en el cálido cerebro de Edward. Asintió con las lágrimas atascadas en su garganta de su bolsillo sacó un pequeño regalo. Un regalo de despedida para la mujer que amaba desde que era un niño. —Supongo que tenía que dártelo en algún momento —le dijo él. Bella suplicó que sus lágrimas no cayeran delante del cobrizo, pues su espectáculo se iría a los mil demonios. —Gracias. Lo guardó en la bolsa con cuidado para que no fuese a arrugarse. Por alguna extraña razón, sabía que ese sería su único lazo con Edward. No volvería a verlo, de eso estaba completamente segura. Él se dio media vuelta para irse y recuperar el orgullo que tanto habían pisoteado, pero se dio la vuelta para decirle un par de cosas antes. —Lamento no haber podido cumplir tus necesidades. Pudimos ser grandes amigos. —Fuimos amigos, Edward. —No. No lo fuimos. Nunca fuimos nada, solo… dos jóvenes que se acostaron a las afueras de la laguna. Salió corriendo bajo la lluvia tosca, suplicando que ella se encontrase bien cuando llegase a destino. Llegó a casa en unos minutos y no tardó en derrumbarse contra la alfombra. Ella se había ido, le había dejado sin una gota de vacilación, le había dejado por ser un bueno para nada… Bella recargó la cabeza en el letrero de la parada y comenzó a llorar. Le amaba con fervor, con tanta intensidad como nunca podría amar a alguien, pero lo sucedido hace unas horas no podía tolerarlo, ya no más. Edward jamás podría entenderlo, ni siquiera podía entenderla a ella. La única manera era irse de ahí y comenzar una nueva vida como tanto lo había soñado. Tenía que ser la mejor actriz de todas, sea como sea. Se limpió las lágrimas y a lo lejos pudo ver el autobús acercándose lentamente. Le hizo la señal para que parara y se subió con la ayuda de un auxiliar. Cuando pagó el ticket hacia Nueva York, se sentó en el último asiento del lado izquierdo, mirando hacia la ventana mojada y empañada,

diciéndole un último adiós a Forks, un último adiós a su madre y un último adiós a Edward. . Buenas noches chicas, les traigo una nueva historia muy romántica y dramática. Les prometo lágrimas y muchos suspiros, muchos más que en DCCF. Bella será una mujer muy enredada, tanto que tiene secretos guardados muy dentro. Edward es un sol, un hombre lleno de amor para dar. Veamos quiénes serán los villanos también. Si les interesa pueden ver el trailer de este fanfic aquí (quita espacios): www . youtube watch?v = b0ZxK6XXR9w Si les interesa pueden unirse al grupo de mis historias, en donde podremos hablar del fanfic y muchas cosas más (quita espacios): www . facebook groups / 285661511533250 / ¡La próxima actualización será el domingo 13 de Octubre! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía y los personajes de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar la canción HACKENSACK de FOUNTAINS OF WAYNE o la versión de KATY PERRY. . I . Edward POV Forks, 11 de Febrero, 1979 Amarro los cordones de mi converse izquierda, mientras mi padre lee el periódico de esta mañana. Se ve relajado, eso me relaja a mí también. Últimamente no puede estar un minuto sentado sin que se pare para ir al baño; la diabetes hace estragos en su cuerpo. Reviso mi agenda mental, quizá hoy tenía que ir a la casa de nuestra vecina, la Sra. Clancy, para arreglarle su sitial favorito. Su gran masa corporal le pasa la cuenta, aplastando todo lo que queda bajo su trasero. Quizá podría recomendarle un gimnasio, aunque acá en Forks no haya ni de esos. No sé cocinar, me cruje el estómago; no sé qué hacer. Pienso en llamar a Jessica para que me ayude, pero luego recuerdo que está enojada conmigo porque no acepto que quiera algo más allá

de una amistad. A veces siento que me hostiga, pero cocina muy bien. Y mi padre le adora. —¿A qué hora es la cena? —inquiere, impaciente. Ahora está mejor para comer y eso me alegra. —No tengo idea, papá —le contesto con sinceridad—. Yo no sé cocinar. Se queda pensando un momento, con el ceño fruncido y la boca estirada, los lentes se le resbalan por la nariz, pero se las vuelve a posicionar con el dedo índice. Al minuto, alza el dedo que había utilizado para acomodar sus gafas y luego abre la boca para hablar. —Podríamos pedir unos sándwiches y… —Sabes que no puedes, tienes diabetes y los glúcidos están prohibidos para ti. No quiero que bajes más de peso —lo regaño. Odio que no se cuide. Siento una punzada de culpabilidad por la manera en la que le hablo, pero no puedo evitarlo. Doce kilos perdidos por la diabetes y una cuenta carísima para él. Siento mucho que ahora yo tenga que trabajar para él más seguido; y las horas son muy malas. Extraño a mi madre. Sé que a él también le duele no poder servir de mucho, aunque yo le digo lo contrario, para que no se sienta mal. Antes, Carlisle Cullen era el mejor carpintero del pueblo, ahora era un viejo que tenía a su hijo inútil trabajando en su taller, pagando el peor salario que cualquiera se pudiese imaginar. Muchos me dicen que podría buscar un trabajo mejor, como por ejemplo tía Elizabeth, que me daría el doble por tomar el puesto de junior en su pequeña empresa. La verdad es que no podía dejar a mi padre solo, su trabajo era lo que más le agradaba en la vida luego de que murió mamá. —Llamaré a Jessica para que venga a hacernos algo, ¿sí? —le digo—. Creo que debo trabajar hoy. —Ah, sí, sí. Me llamaron para un trabajo tuyo. El director de la preparatoria está aburrido de las goteras del techo, necesita que vayas a arreglarlo. El material es de madera, lo mismo que trabajar en carpintería, ¿no? Miro mal a mi padre por aceptar ese trabajo para mí. Debo estar en altura para arreglar ese techo. No sé arreglar techos y odio las alturas. Lástima que ahora necesite dinero, aunque… viendo que Jessica pasará por estos lados y estaba enojada conmigo, será bueno irme por un rato, así no tengo que soportar malas miradas. Cuando llamo a Jessica, las manos me sudan, creo que a veces le temo; es algo agresiva. No me he separado de ella desde aquella noche de graduación que me ayudó a salir de la broma de Emmett McCarty. Le debo tamaña generosidad. —Lo hago por tu padre, no por ti. —Repito la misma frase internamente; siempre la dice cuando está enojada—. Dile que pasaré por ahí alrededor de las cuatro. Adiós. Cuelgo el teléfono con fuerza. Tengo rabia. Se cae el retrato de mi madre con el movimiento de la mesita. —Bruja —susurro al teléfono, como si aquello fuese Jessica. Le comunico a mi padre que Jessica vendrá a hacerle algo para comer, sin antes darle una mirada triste al retrato de mi madre, Esme, que descansa en el mueble contiguo al sofá predilecto de Carlisle. Sin ella la vida se hace un poco más pesada, sobre todo ahora que mi padre está cargando con la enfermedad.

Me preparo mentalmente para lo que se viene, subirse en unas escaleras y arreglar un techo de metros más alto que yo. De tan solo pensarlo me da escalofríos. Pero el dinero que me pagarán servirá para pagar otro poco de la medicina de papá. Es necesario, tanto como para comer. Me subo a mi camioneta Chevy del 50, color durazno ya desteñido. Tiene casi 30 años. Fue un regalo que le dio mi abuelo a mi padre el año 1959. Creo que debería pintarlo. Llueve a cantaros en Forks, no hay ni rastros de la salida del sol. El frío me cala los huesos y los dedos se ponen rígidos contra el manubrio, por lo que debo moverlos constantemente para que no se me estanquen en la misma posición. Odio este frío insoportable, pero no puedo hacer más que quedarme hasta secarme; papá no puede estar solo. Cuando estaciono frente al instituto de Forks, miles de recuerdos golpean mi cabeza. Por eso es que no me gusta venir, solo me hace recordar feos momentos. Intento buscar un recuerdo que me produzca algún signo de agrado, pero no hay. Bajo del auto, sintiendo las gotas de lluvia golpeando mi cabeza con fuerza, no duro ni un segundo sin estar completamente mojado. En la entrada espera el director del establecimiento; es gordito y alto, risueño y suda bastante, por lo que siempre anda con un pañuelo bordado, que frota constantemente sobre su frente. Me hace un gesto de saludo con la mano, alegre y emocionado de verme. —¡Muchas gracias por venir, Edward! —exclama, dando dos pasos hacia adelante, pero retractándose al notar las gotas gruesas contra su escasa cabellera. —Buenas tardes, Sr. Dublin. ¿En dónde es el problema? —inquiero rápidamente, no tengo ánimos para charlar. Por el rostro estupefacto del director, noto que mi directa y escasa forma de entablar conversación le es una total y horrible sorpresa, sobre todo porque fue mi mayor apoyo cuando estuve estudiando ahí. Sí, puede ser bastante feo de mi parte, pero ya estaba cansado de trabajar para los demás, siendo enviado como un simple obrero de mi padre. —Bien. Podríamos ir a por el problema directamente, sí… —divaga. Lo sigo por el recorrido que él utiliza, veo sus pies ir hacia el pasillo más próximo, justo frente a la repisa de cristal que contenía los premios y diplomas de alumnos destacados. A su lado descansaba el anuario, el cual contenía recuerdos de todos los años. Quizá estoy yo por ahí, aunque no me atrevo a mirarlo, el simple hecho de observarme hace diez años me da un poco de vergüenza y hace de este viaje algo más que incómodo. El Sr. Dublin me muestra unos pequeños agujeros del techo ya podrido por la madera vieja. Noto que está tan arcaico, que en algún momento podría desquebrajarse. Es algo más serio, quizá necesitaré la ayuda de mi colega. —Veo que necesitaré remodelar todo esto, ya está por caerse —le indico con mi dedo mientras le voy diciendo el problema. El hombre asiente, aunque sé que no entiende absolutamente nada. Desde que estaba en este instituto, el pobre hombre era un cabeza dura, alguien poco autoritario para tener tal nivel en el lugar. —Entonces le dejo hacer su trabajo, yo mientras iré a hacer lo mío. Muchas gracias, Edward —se despide afectuosamente de mí.

Suspiro cuando se va por el pasillo y entra a la salita pequeña, su oficina. Miro al techo nuevamente, buscando lo más fácil para hacer. No, definitivamente necesito de la ayuda de Jasper. Jasper es mi primo, mi madre era una Whitlock, la segunda hija de Lucius Whitlock. Su hermana era la madre de Jasper, Martha Whitlock. Desde pequeños nos llevamos bien, ambos somos unos desdichados de la vida. Intento no pensar tan mal por él, al fin y al cabo recibirá la herencia de su padre el cual nunca lo quiso reconocer hasta hace unas semanas. Yo, en cambio, moriría trabajando de carpintero. O bueno, hasta que mi padre se fuese al mundo de los muertos. Tomo el banquillo y subo dos peldaños, sintiendo la altura en la que me estaba inmiscuyendo. Inspecciono con los dedos la mojada madera, que ya está gris. Está completamente podrida, creo que no podrá resistir más temporales de Forks. Pongo mis manos en la cintura y respiro profundamente, aguantando el frío casi asfixiante del lugar. También está húmedo, algo que no aguanto. Odio Forks, sin embargo, no tengo la suficiente valentía de irme de aquí. Giro mi cabeza, distrayéndome un poco de la soledad y el silencio profundo del pasillo. Hoy es domingo, por lo cual, no hay nadie ni mucha actividad que digamos. Pero algo me llama la atención, es una fotografía de la generación del año 1969. La mía. Sonrío apesadumbrado, no es algo que me gusta recordar, tampoco me genera buenas sensaciones. Solo hay algo…, alguien que me llama la atención. —Bella —gimo. Me palpita la cabeza, siento nauseas. No me había acordado de ella hace un buen tiempo. Qué cambiada está a como sale en la fotografía. Me acerco al anuario y acaricio la fotografía gris y pastosa. Sus ojos tristes me llaman la atención, lo más probable es que aquel día no fue de los mejores, su mirada lo dice. A pesar de todo, sonríe, apelmaza el efecto casi horrible de la foto, con todos los chicos a su alrededor. Yo estoy en la otra esquina, observando a la nada; tampoco fue un buen día para mí aquella vez. No sé cómo ni cuándo dejé de pensar en ella, como fue que de un día para otro mis pensamientos se hicieron humo. Quizá estaba tan ocupado en la diabetes de mi padre, que simplemente el ver televisión se hizo un lujo. Sí, solo ahí podía ver a Bella, ya que ella estaba felizmente situada en su mansión. Comienzo a sufrir nuevamente su partida. Es intolerable. ¿Por qué me siento así? Es estúpido. Ambos jamás fuimos algo, ni siquiera amigos. Tampoco se debe acordar de mí. Soy un tarado. Sacudo la cabeza para olvidarla, aunque sé que será difícil, dado que es la única mujer por la que he esperado cerca de 15 años. La amo desde que tengo uso de razón. O bueno, desde que la conocí; a los 13 años. Era el primer periodo de la clase, un viernes a las 8.15; justo en matemáticas. Odiaba las matemáticas, y más ahora que era un nuevo año y todavía quedaban los meses restantes. No conocía a nadie a mí alrededor, nunca me quise integrar a ellos, porque la mayoría eran muy diferentes, no terminaban por agradarme. —¿Puedo sentarme aquí? —me preguntó una chica de voz poco chillona en comparación a las demás de la clase. Su aroma a fresas había calado hondo en mis fosas nasales, mareándome levemente.

No me preocupé en mirarla, no me interesaba ningún niño de mi edad. Menos aquella niña, que había profanado mi tranquilidad. Solo quería ir con mamá para que me abrazara cada vez que salía de clase y que me diese chocolate caliente como siempre. ¡Quería a mamá! Y luego ir al trabajo de papá para que me enseñara a hacer la cuna de mi hermanita, la que vendría pronto. Estaba muy emocionado por verla. —Sí. Y rápido, que la Srta. Travelech ya ha llegado —gruñí. Sentí como depositaba suavemente sus libros en la mesa y luego cruzaba sus manos y las dejaba ahí. Era bastante delicada, claro, como todas las niñitas que habían ahí. —¿Eres nuevo? —me preguntó amigablemente. La miré por el rabillo del ojo, solo noté una melena salvaje y rizada de color castaño, tan oscuro y frondoso que tapaba bastante su cara. Era pálida, lo vi en sus manos. —No. Nací aquí y he estado toda mi vida en esta escuela —dije, ahora más tranquilo al notar que la chica era más agradable que los demás. La mayoría terminaba hablándome de objetos caros y tecnología futurista, de juguetes tan estrafalarios como ridículos. Lo que más me causaba gracia era que ninguno podría pagarlo, eran demasiado caros, todos se ilusionaban, pero yo no servía para aquello. En 1962 era imposible pagarlo. —¿Y por qué estás sentado solo? —volvió a cuestionar. Me dolía contestar aquello. A pesar de todo, yo nunca había querido estar solo. —Bueno… No encajo con esos chicos —le contesté, encogiéndome de hombros. Dio una pequeña risita, lo que me estremeció ligeramente. Poseía una muy linda melodía. —Yo tampoco creo encajar mucho, aquí la mayoría parece tener su propio círculo y soy nueva… —Eso ya lo sé —dije secamente. —Auch. —Ok, lo siento. No soy muy amigable que digamos —me disculpé, girándome levemente para poder mirarla por primera vez. Casi me caí del pupitre. Era la chica más linda que había visto en mi corta vida. Grandes ojos marrones, con pestañas negras decorando su alrededor; una nariz respingada y larga; unos labios llenos y de fuerte color coral. Su cabello, rizado levemente y amontonado en un lado de su hombro, no era muy largo, pero sí sedoso y femenino. Lo que más me atrajo fue el leve rubor de sus mejillas. Ambos nos quedamos mirando un largo rato, sin decir ni hacer nada. . Agito mi cabeza para evitar pensar en ello. Solo me hace mal. Me da una nostalgia enorme y me hace reír por lo estúpido que fui de niño. Era un amargado, odiaba a mí alrededor. Pero solo ella había puesto en mí una chispa de entusiasmo. Si tan solo hubiese sido fiel a mi amistad…

Sigo con mi trabajo, pasándome por la mente cualquier escenario menos doloroso. Aunque mi mente me juega chueco, porque las preguntas rutinarias con respecto a ella se hacen cada vez más grandes. A veces me pregunto ¿en dónde estás?, sabiendo ya la respuesta a aquello. En L.A. O teniendo citas con guapos actores de cine. La última vez que la vi, estaba con Christopher Walken en una linda cita, a pesar de que ya llevaban años de diferencia. Termino con el techo, inspeccionando toda la madera podrida; veo que me hará falta la ayuda de Jasper. Espero que no tenga cosas que hacer. Desde lejos veo acercarse el director. Ahora tengo menos ánimos de aguantar palabrería, quiero salir del lugar, todo me trae recuerdos. Pero no alcanzo a irme, él ya está a mi lado con una sonrisa bobalicona. —¿Y qué tal? —me indica al techo con su cabeza. Inspiro aire y luego lo exhalo, intentando calmarme. —Todo bien. Vendré mañana con Jasper para cambiar la madera y restaurar el techo, así no tendrá goteras en su escuela. ¡Nos vemos mañana, Sr. Dublin! —me escabullo rápidamente con aquellas palabras de despedida. —Dale mis saludos a tu padre, ¿eh? Asiento levemente, tomo mi maletín con las herramientas y salgo disparado hacia la lluvia. Doy un respingo en cuanto la primera gota moja mi rostro. Hace mucho frío. Me subo a la camioneta, temblando, y de inmediato enciendo la calefacción. Tengo una sensación amarga creciendo en mi garganta, como si volviese el vómito que he guardado por tantos años. Me río con pesar. Nunca podré olvidarla, ni aunque me borrasen la memoria. ¡Pero quiero hacerlo! Odio con todo mi corazón el sentimiento que crece más y más todos los días. Quizá un trago haría bien. Sí. Eso limpiará mis nervios. O por lo menos me hará olvidar por unas horas, si es que me embriago, claro. —Lo de siempre, Will, gracias —pido, sentándome en la barra. —Te ha pillado la lluvia, ¿eh, Edward? —dice el viejo Will. Asiento distraídamente, él sabe cómo soy. Callado, tranquilo. Me gusta estar en mi propio mundo, mi propio dolor. —Ese hombre sí que es un afortunado —comenta un hombre a mi lado, mirando hacia la televisión que hay en lo alto, justo en la esquina. Veo que Will ha decidido comprar una de último modelo. Debe irle bien, pienso. Comienzan a conversar sobre Christopher Walken, un actor de televisión ya bastante famoso. A mí no me interesa, o eso creí. Con tan solo escuchar su voz se elevaron mis bellos. —Isabella —susurro para mis adentros. Era ella, la Isabella que conocí hace tantos años y se fue a Los Ángeles a probar suerte. Entabla una conversación con Christopher Walken, en una aproximación bastante dolorosa. No lo culpo, sí que es guapo, cualquier mujer famosa como ella puede acercársele y quién sabe intentar algo

más. Están en un evento, al parecer es noticia que ellos puedan ser pareja. O eso se deja entrever. —Ya cámbiale. Pon western —exclama uno de los que juega billar cerca de la entrada al segundo piso. —No. Espera —digo. Noto que darán una entrevista de ella. Cielos. Es tan guapa. Demasiado, en realidad. Viste un vestido rojo carne, su cabello rizado hacia un lado de su hombro, su piel crema hace juego con aquellos colores que resaltan su cutis tan bien cuidado, y sus ojos…, sus cuencas chocolate están marchitas, rotas y dolidas. Su mirada es de tristeza, tanto así que a mí también me duele en lo más profundo de mi alma. Trago de golpe el ron, el cuerpo entero me da cosquillas y sé que pronto caeré. El alcohol acaba conmigo en un segundo. Manejo intranquilo por el mismo recorrido de todos los días. Ya no me molesta la monotonía. A veces no sé si es costumbre, pero si llegasen a perturbar mi vida, no me sentiría cómodo. A pesar de todo, me gusta hacer siempre lo mismo, me hace sentir seguro. Estaciono frente a mi casa, pero me quedo un momento divagando dentro de mi mente, creyendo quizá que lo mejor sería no volver a pisar la casa de mi padre, solo demuestro ser un hombre infeliz y eso le duele mucho. Sé que por un momento él buscará de mí algo más, me pedirá que me case, que tenga hijos, que le haga feliz… No sé cómo hacerlo, ni con quién. Desde que mamá se fue no he podido entender cómo es que el amor que mi padre nunca terminó por profesar le ha vuelto loco. Yo amo, sin correspondencia, sin un receptor, y ya me estoy volviendo loco. Gimo y apego mi frente en el manubrio y de pronto sonrío, pues los recuerdos golpean mi cabeza como si fuesen remolinos estrellados que reavivan mi felicidad por segundos. Hace tanto que no sé de ella, hace tanto que no veo su rostro en vivo. —Mamá cree que estoy en casa de Ángela —me dijo, sentándose de golpe en el asiento del lado derecho. —No me gusta que le mientas —proferí un tanto preocupado. —No seas gruñón, Tony —su tono de voz era divertido. Rodé los ojos y no pude ocultar una sonrisa. —Sabes que no me gusta que me digan Tony, Bella —susurré lentamente, poniendo mi codo en el manubrio para observarla mejor. Se cruzó de brazos con aire indiferente. —Pero a mí me gusta decirte así. —Hizo un puchero ridículo. Negué ante su forma infantil de expresarse, a pesar de que quería reírme junto a ella. Siempre alegaba que parecía un viejo, que mi forma de ser me adquiría una madurez notable, pero sabía que muy en el fondo, si yo no hubiese sido así, ella nunca habría madurado lo suficiente para irse de mi lado. —Supongo que hoy me llevarás al lago —me instó inconscientemente.

Le sonreí abiertamente. —Es tu lugar favorito. Sus mejillas se sonrojaron profundamente, hasta el punto en que solo me provocaron ternura. Acerqué mi mano hasta su rostro para acariciar su piel, ella no se apartó, cerró los ojos y de golpe juntó sus labios con los míos. Yo lo deseaba hace tanto que hasta me parecía un sueño. Su beso era delicado, esponjoso, cálido y mojado. Sabía a frutas y a tranquilidad. Sus brazos se enredaron en mi cuello, invitándome a seguir. Se acomodó sobre mí, a pesar de que el auto era pequeño e incómodo. Yo no sabía qué hacer, era Isabella la que estaba sobre mí, la persona con la que soñé día a día, la única chica que adornaba mis fantasías. Era como un sueño. —No seas tímido —me susurró contra los labios. Tomó ambas manos y las puso contra sus muslos. El ardor en cada parte de mi cuerpo se hizo notar enseguida. —Bella —jadeé—. Me sorprende. —Shh… —siseó—. Déjate llevar. Suspiro y golpeo el manubrio con rabia. Todos esos recuerdos deberían irse a parar al demonio. ¿Por qué insisto? ¿Por qué no sé nada de ella? Hola. Este es el primer capítulo del fanfic. Es de la perspectiva de Edward así que ahí saben lo que sucedió, Bella nunca volvió ni luego de diez largos años. ¿Qué sucederá en el futuro? ¿Qué es de Bella? ¿Qué pasará por su mente? Eso se vendrá en el próximo capítulo que será actualizado el mismísimo domingo :D La historia se me ocurrió gracias a la canción HACKENSACK, la que expuse arriba para que la escucharan. Si notan la letra se darán cuenta que quise darle un significado también al fanfic. Espero sus rr y sus comentarios en el grupo :333 Muchos besos. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía y los personajes de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar la canción Dark Paradise de Lana del Rey. . II

. Isabella POV Las Vegas, 4 de Julio, 1979 Golpeo la tabla con mi tacón mientras bebo de mi última botella de vodka. Cuando acabo la lanzo hacia la pared y ésta termina haciéndose trizas en el suelo. Sonrío con ironía, la sensación es exquisita. Tomo la cajetilla de la mesa y saco un cigarrillo con los dientes, el que luego enciendo con la llama de la vela que ilumina mi solitario cuarto de hotel. Odio la soledad a pesar de lo acostumbrada que estoy de ella. La veo saludarme todas las mañanas, diciéndome buenos días, como también la noto abrazarme por las noches cada vez que intento dormir. A pesar de todo termino bebiendo otra botella de vodka y me fumo las cajetillas que el dinero en efectivo puede comprarme. Froto mi frente con lentitud, aplacando el dolor que se forma constantemente. James adula mi tranquilidad con respecto a esto, pues sabe que el dolor ya ha sido parte de mi día a día cada vez que me embriago. Me paro de la escalera y camino hasta el jukebox para poner algo de Jim Morrison. Oh… Brillante y talentoso Jim, tan solitario y demente como yo presente en este cuarto. La música me hace vibrar, mueve mis entrañas en un extraño júbilo que pocas veces reconozco. Eso es. Me hace feliz. No acostumbro a estar feliz. Hago una pirueta en el aire y caigo al suelo con fuerza. Comienzo a reír desenfrenadamente; la sonrisa solo puede dármela el alcohol y mis caídas de mierda. Oh, cómo extraño reír y sonreír, gritarle al mundo que soy feliz. No lo soy y no lo seré, y no sé por qué. Me froto el trasero que solo cubre la bombacha y doy un par de traspiés. Procuro estabilizarme, el alcohol no debe ganarme la batalla esta vez. Apago el cigarrillo, no debo causar un accidente como el de aquella vez en mi departamento, cuando quemé gran parte de la sala por quedarme dormida con uno encendido. Me sacaron por milagro. El recuerdo me hace sonreír. Esa fue la única vez que mamá se preocupó por mí desde que me marché. James me aconseja que no deba hacerlo otra vez, que es peligroso para mí y para mi carrera. Mi carrera… ¿Esto es una carrera? Solo me paro contra una cámara y narro un par de palabras; ahí todos me adoran y gano mucho dinero. Demasiado. Y ni sé qué hacer con él. Me quito la remera con rapidez, ésta cae desparramada al suelo. Luego me acerco a la ventana y miro con esplendor las luces de Las Vegas: incandescentes, sofisticadas, ambiciosas. Oh Dios, cómo odio este lugar. Otra vez me siento hundida y miserable, incapaz de ver lo hermoso de la vida. ¡No hay nada hermoso en esta vida! Nunca lo habrá. Mis dedos pican y ansían tomar el teléfono que está solo a metros. Ansío llamar a mamá, pero ella me odia. No debí dejarla sola, gracias a mí consiguió ese cáncer de páncreas. Tampoco acepta mi dinero, dice que es sucio, como yo. ¿Y entonces cómo planea evitar esa enfermedad miserable? ¡No tiene ni un peso! Phill se lo quitó todo. Apago la luz y me lanzo a la cama blanda y esponjosa, restriego mi rostro en la almohada limpia y por un momento extraño un solo lugar. Su cama. Pero, ¿qué estoy pensando? Es la borrachera, eso es.

La última vez que sentí la compañía de alguien en mi cama fue ayer, con James. Vuelvo a dar una sonrisa bobalicona, pues los recuerdos me estremecen. James es un buen amigo, sabe hacer muchas cosas… Y hacérmelas, también. Pero en el fondo sé que solo le importa mantener su trabajo en lo alto, representarme y llevarme a entrevistas como es costumbre. Así él gana dinero y yo también. Aunque a él le sirve, pero a mí realmente no sé de qué. Bostezo por última vez y caigo en la inconciencia rotunda, dejándome llevar al único momento en el cual me siento paciente, plena, el único momento en que no siento rencor, dolor y angustia. ... —No quiero —gimo rotundamente. —Tienes que levantarte ahora, Isabella —me dice en tono paciente. Sé que está al lado de la cama con sus manos puestas en la cintura, mirándome ceñudo. Siempre lo hace y eso me divierte hasta cierto punto. Siento demasiado sueño. Los párpados me pesan, la cabeza me palpita y la garganta raspa contra cada trago de saliva que doy inconscientemente. —La habitación apesta a cigarrillo. ¿Cómo planeas entregarla? ¿No te da vergüenza? —insiste con sus palabras, las que me hacen martillear aún más el cerebro. Reprimo un grito, me levanto a duras penas y golpeo la pared con la almohada que tenía entre las manos. —¡¿Nunca me dejarás tranquila?! —le grito. Me paro frente al espejo del baño y me miro un momento. Estoy desastrosa. Cabello revuelto, maquillaje corrido por el rostro y unas ojeras descomunales. Abro el grifo y dejo caer el agua por un rato hasta meter las manos y mojarlas, luego froto ambas contra mi cara. James aparece detrás de mí y me mira con decepción. —¿Te importa si te largas para que me dejes refrescarme? —le digo irritada. —Isabella, son las 2 de la tarde. Louis quiere que conozcas el casino Matrushka. —¿Para que después me acueste con él? —le susurro. James cierra la boca bruscamente. Luego insiste. —Sabes que yo no te obligué a que lo hicieras —indicó. Tiene razón, pero por una parte me siento utilizada por él. —Soy un producto sonriente, a ti qué te importa lo que sienta. Me doy la vuelta y busco entre los cajones el vestido necesario. Uno rojo sin hombros y brillante como una estela; es demasiado ceñido. James me sigue en mi recorrido sin decirme nada, por lo que me molesta. —Prometiste dejar de sentir —me susurra detrás de mí. Me quedo pensando en sus palabras, en el horrible sentimiento que me embarga. Lo desecho de

inmediato, cualquier sentimiento dejó de existir cuando me marché de casa. —Es difícil si cada vez que veo un cuadro me acuerdo de él —gimo. James cierra los ojos por un momento, preparado para darme el discurso de siempre. —Te saqué de aquellos callejones sin pensar en lo talentosa que eras, vi en ti las ganas de triunfar, de ser alguien en la vida. —Y te lo agradezco —repito mis palabras. Pone ambas manos en mi cintura y me queda mirando con sus ojos azules por un largo rato, observando mi rostro, pincelando sus pacíficos océanos en mí. No tarda en descender su mano hasta mi coxis y tirar levemente de la piel; es su única forma de decirme que le pertenezco, es demasiado cobarde para gritarlo, o incluso demasiado cobarde para rebatir, pues no soy suya. —No busco tus sentimientos, mi pequeño Picaflor, busco tu talento. Quita aquel rencor, esa desazón. Eso acabó. ¿O quieres volver a las calles? No quería volver a tocar ese tema, no con él. —No lo haré, James —le susurro. Enredo mis manos en su cuello y elevo mi rostro hasta el suyo para lamer su cuello. Es la única forma de que se quede callado, excitándolo a pesar de que no tengo ganas. James me aprieta con fuerza y atrapa mi trasero con sus manos. —Así me gusta, mi pequeño Picaflor. James me representa desde hace años, me sacó de la calle en mis peores periodos. Trabajaba en un prostíbulo de jovencitas; recordaba perfectamente a Madame Esther, quien me ofreció el puesto de puta cara al ver mi rostro delicado y mi delgado cuerpo. Ahí me encontró James, cuando disponía a hacerle una felación a cambio de una buena suma de dinero. Me afirmó que me elevaría y me haría famosa, a pesar de que no le encontraba sentido, pero sentí la necesidad de decirle a todos aquellos que mi talento tenía futuro, y así todos los que se rieron de mí podrían atragantarse con sus propias palabras. Y lo hice, ahora soy famosa, tanto que Christopher Walken me pretendía, tanto que tenía películas y dinero suficiente para seguir elevándome aún más. Y de lo único que me preocupo constantemente era de lo que él puede pensar. Él… Edward. Intenté olvidarlo, día a día me prometí dejarlo ir, evitarle este sufrimiento. Yo no podía ofrecerle nada, solo miseria. Nunca lo entendió, o por lo menos no lo hizo cuando me fui de Forks. No logramos ser nada. Junto mis labios con los suyos y rápidamente lamo su lengua con la mía, enredándolas en el único punto que no me sentí yo. La lujuria nubla mi mente, incrementa las ganas de volar, de fluir. James baja lentamente mi bombacha y cae al piso sin el menor ruido, mientras yo le quito la cara camisa blanca y la lanzo detrás de mí. Me levanta con ambas manos y me enreda en su cadera, me quita la playera y ahí estoy, desnuda ante él. Caemos en la cama, él sobre mí como poseso. Tiro de su cabello rubio y lo miro con ojos amenazantes. —Tú abajo. Sabes que quien manda aquí soy yo —gruño.

Asiente y me da la vuelta, dejándome sobre él. . Estoy desnuda sobre la cama viendo a James arreglarse la ropa. Otra vez me mira ceñudo, porque es muy tarde. Le doy otra calada a mi cigarrillo y me yergo con los codos sobre la cama. Me siento sucia, tan sucia que no soy capaz de quitarme la mugre ni con miles y miles de orgasmos. Me doy asco y a pesar de todo no puedo evitar seguir haciéndolo. —¿Qué se siente acostarse con la puta de Hollywood? —le pregunto, sonriendo de por medio. —¿Así quieres llamarte? —Se da la vuelta, abrochando los últimos botones de su camisa. Me encojo de hombros y vuelvo a inhalar el humo del cigarrillo. Me siento invadida del vicio por unos segundos y de inmediato lo boto. Miro la abstracta forma del humo, la forma en que se marcha de mi lado, como mis sueños y mis deseos. —Siempre seré una puta, ¿no? —insisto en despotricar contra mí. James y yo somos amantes, y amigos, quizá. A veces creo que el sexo es la única forma de sentirme alguien, porque mi cuerpo reacciona con un orgasmo y ahí me siento hermosa, única e inigualable. Pero son solo segundos. Los demás minutos de mi día a día son solo dinero, flashes, cenas de mierda, fumar, beber alcohol y mirar por la ventana, pensando en mi madre y en él. —Las putas se venden, cariño. Tú estás acá para brillar, para decirle al mundo que eres una princesa —me sonríe. —Una princesa —río—. No seas ridículo, James, las princesas tienen de qué sentirse útiles en la vida, viven con la corona y la gente alaba hasta su respiración. Prefiero no seguir con el tema. Me levanto de la cama y me meto al baño para darme una ducha. Pronto me espera la peor de las necedades. . —Te ves hermosa —insiste James, luego de cerrar el vestido por mi espalda. No le contesto, su calificativo es superficial. Camino hasta el tocador, en donde espera mi maquillista, Charlotte. Es preciosa. Rubia, rizos a la moda y una suave caída de sus senos abultados. Ella perfectamente podría ser estrella de cine, no yo, que no tengo nada que ofrecer más que sexo. —Tu vestido es muy bonito —me dice con su típico acento francés. —Gracias —respondo. Está siendo sincera, alabó mi vestido, no a mí. —Voy a remarcarte los pómulos y profundizaré tus ojos… Tiene la mala costumbre de detallarme cada uno de sus procesos en mi cara, lo que a mí me importa una mierda. No me interesa su trabajo, solo que acabe ya, pues me estresa. —Termina ya. Queda poco tiempo —ordeno.

Asiente rápidamente, sin antes darme una mirada intimidada, abriendo sus ojos verdes más de lo que éstos acostumbran. Enseguida recurre a limpiar mi cutis con una esponja, mientras James se acerca sigilosamente hacia mí para recitarme todo mi espectáculo junto a la empresa y ese tal Louis. Louis es un conocido magnate que prepara una fiesta en su casino de lujo, ubicado aquí en Las Vegas. No sé qué edad tiene ni cómo es. Tampoco me importa. Solo sé que invitó a muchas estrellas, entre ellas yo. Cuando James supo se volvió histérico, pues, según él, era todo un honor su invitación. Una novedad en pleno 4 de Julio del 79. —¿Alice asistirá? —exclamo al oír su nombre. —Por supuesto. Ambas son mis estrellas —dice. Alice Brandon fue mi compañera de cuarto en el prostíbulo. Se había escapado de un manicomio cerca de Pensilvania, según sus padres ella era una loca. Sufría de sueños premonitorios y podía leer las cartas, como las gitanas. Todavía lo hace, pero últimamente dice que le trae malos recuerdos. Es mi única amiga, sabe entenderme completamente. Pero nunca he necesitado de sus consejos; me gusta estar sola en mi paraíso oscuro, en el único lugar en donde puedo pensar y sentirme la basura que soy. —¿En dónde se encuentra ahora? —digo algo incómoda, pues Charlotte maquilla mis labios con un pincel. —De camino al Matrushka. Ella es responsable, no como yo. Me siento estúpida en las inmensidades de este cuarto, tan grande y tan claustrofóbico. Mas tanto protocola me asquea, ser el centro de atención para tanta gente, que me preparen para dejar de ser yo misma: una basura. Recuerdo bien la sensación de alivio cuando mi vida se consumía en aquellas llamas y en el monóxido, sentía que por primera vez era importante, alguien que merecía la atención de un puñado de personas. Patético, vil y cruel. Cuando me dormí aquella vez sentía que era el momento de olvidarme del mundo, de dejar de pensar por un solo momento. El cigarrillo no tardó en consumir las cortinas y gran parte de las sábanas; yo dormía en las escaleras, tan borracha que no pude darme cuenta del humo que estaba respirando. Rememoré muy bien que soñé maravillas, que vivía feliz en un mundo de amor, en una fantasía utópica e hilarante. Cuando desperté solo vi la cabeza de James y de Alice, la última lloraba amargamente, no así el primero, que de lo único que se preocupaba era de lo que tenía que inventar para los medios. Sentí frustración, un calor interno imposible de evitar. Pero también tenía marcas físicas, pues una llama logró penetrar mi piel en mi costado derecho, una parte casi ridícula de mí. Lo agradecí, pues era la marca de la única vez que deseé morir. E, irónicamente, se parecían bastante a las marcas de cigarrillo que había dejado mi padrastro en la parte trasera de mi cuello. Charlotte acaba y me ofrece el espejo, pero lo evito, no me importa verme en el espejo. ¿En qué momento podría interesarme ver la máscara que han puesto sobre mí, intentando ocultar la

oscuridad de mis ojos? —Ya sabes que lo odio, Charlotte. Ahora lárgate y déjanos a James y a mí a solas —vuelvo a ordenarle sin mirarla. Siento la puerta cerrarse detrás de mí y con rapidez me levanto. Aliso mi vestido, que cae con elegancia por mis piernas hasta los tobillos. James me tiende una caja de una marca de tacones bastante conocida. La tomo, abro la tapa y calzo el par de quince centímetros en mis pies. Son rojos y tienen la punta descubierta para que se vean un par de dedos. —Te tengo un regalo —me señala otra cajita, de terciopelo. Una joya. —¿De tu parte? —le pregunto extrañada; no acostumbra a regalarme cosas, es demasiado tacaño. —No. De Louis. Ruedo los ojos con rabia. ¿Qué quiere ese tipo de mí? —Dejé de venderme por joyas cuando mamá no aceptó mi dinero. Devuélveselo —gruño. En el prostíbulo muchas veces me regalaban joyas, aretes de diamante y perlas carísimas, las que yo vendía para tener dinero y enviárselo a mamá. Al tiempo después supe que ese dinero lo devolvía y mi prima se lo quedaba. Nunca me sentí más miserable que aquella vez. Por esa razón recuerdo muy bien que me acosté con todos los que pude, deseando que todo llegase a sus oídos para que supiera todo lo que pasé por ella y nunca supo agradecer. —Debes usarlo. Es la manera de agradecer por tu visita. Hazlo —me dice con severidad. Reprimo un gemido de dolor. ¡Ansío salir de este túnel lo antes posible! ¿Cuánto me queda para la muerte? ¿Cuántos segundos faltan para terminar para siempre? Mi vida acabó cuando supe que la suya lo había hecho hace mucho tiempo. 1969, Nueva York. —¡Carta de Washington! —me gritó Alice, entrando a la habitación con leves saltos. Llevaba un conjunto rojo y unos ligueros del mismo color. Pronto debía cogerse a otro cliente. —¿Para quién? —le pregunté cuando acabé de maquillarme. —Para ti, claro está —me indicó al sobre. Lo tomé con rapidez y lo rompí de inmediato. El remitente era de Forks, de mi prima Carmen. —Pero… —logré soltar de mis labios petrificados. Lamento profundamente informarte de esto mediante carta, pero me era imprescindible, sobre todo porque nadie más podía hacerlo. A la guerra de Vietnam asistió Edward, no logró salir vivo. Lo lamento mucho. Espero que estés bien, sea donde sea que te encuentres. Lo siento, de verdad. Carmen.

Fruncí el ceño al ver el trozo de papel que estaba en el fondo del sobre. Era la carta de condolencias de parte del ejército. El papel, amarillento y levemente roto en sus costados, decía claramente Edward Cullen. No me percaté de las lágrimas que estaba lanzando, de cómo mojaba mis mejillas y las envolvía de la desazón, de la amargura. —Bella, ¿sucede algo? —me preguntó Alice, atrapando mis hombros con sus pequeñas manos. Arrugué ambos papeles y gemí. No podría describir el dolor que sentí en ese momento, la culpa y la angustia de no volver a verlo. Nunca pensé que aquello sucedería, nunca creí que el mundo se me derrumbaría de tal manera. Lloré noches y días completos, envuelta en la nube obscura de la soledad errante. No podía creerlo, seguía insistiendo en que pudo ser un error, pero volvía a mirar el papel, una y otra vez, para darme cuenta de que realmente estaba muerto. Y yo lo dejé, sin la posibilidad de ser algo más. Tecleaba una y otra vez su número, esperando a que su padre me contestara para darle el pésame, pero enseguida me arrepentía. Lo consideraba inútil dadas las circunstancias. Desde ese momento no volví a ver la vida de otra manera. . Me meto a la limusina junto a James, un espacioso carro lleno de lujos. Por la ventana veo las luces incandescentes y el movimiento bohemio de las personas felices. Feliz es una palabra que no entra en mi vocabulario. Y lo deseo. —No te gusta Las Vegas —me susurra, besando mi hombro. Lo quité de inmediato. —Todo este mundo me da asco —le susurro también. —¿Más que aquel prostíbulo? ¿Va a sacar eso en cara cada vez que yo revele la rabia interna que estoy sintiendo? —Déjame en paz. Cuando llegamos al famoso casino, casi caigo de bruces. Es gigante y hermoso, tengo que decirlo. Parece un palacio ruso, de esos que escasamente pude ver en películas. En graves letras moradas y con luces decía: CASINO MATRUSHKA. —Llegamos —anuncia James. —No me digas —murmuro sardónicamente. Mi representante me ignora. El chofer se baja y nos abre la puerta. Salgo yo primero y los flashes me enceguecen. Oigo mi nombre y de inmediato me dedico a sonreír, a saludar y a decirle a todo el mundo lo feliz que estoy de estar aquí. Me siento tan vacía, tan idiota y falsa. Con este vestido rojo, estos tacones caros, este maquillaje absurdo en la cara. No soy más que un producto, una sustancia para que la sociedad zacee sus

ganas. Nunca he sido yo misma en estas tierras, nunca he podido gritar toda la mierda que guardo dentro, ni siquiera con Alice. Ni siquiera morir se me hace posible; terminaría siendo una mártir del espectáculo como tantos otros. No era Marilyn Monroe, a pesar de cuánto le admiraba. Fácil era acostarme en la cama a drogarme con pastillas, pero así todos me recordarían, ¡pero de nada! La muerte es el intento de liberación más prolijo del que conozco, no hay más que eso. Ni los cobardes, ni siquiera los más miserables… Solo la liberación y ya, estás del otro lado, durmiendo quizá. Yo quería hundirme, porque la sola idea de estar muerta me parecía incluso inmerecida para mí. No ansiaba que toda la masa terrenal me ame luego de matarme, solo ansiaba despertarme en mi cama y sentirme importante, realmente importante. Pero lo había perdido todo. Muchas veces creía que, ese afán por desmerecer a la muerte, eran solo ilusiones vanas muy dentro de mi mente, creyendo quizá que todavía quedaba algo de esperanza en mi mente. Nunca entendía por qué no agarraba una navaja y me daba de lleno en las muñecas, o me metía al mar hasta retorcerme sin aire. Quizá no era lo suficientemente valiente. Pero, ¿por qué? Cada vez que cerraba mis ojos podía sumergirme en lo miserable de la vida, pensando por todo lo que estaba pasando. Deseaba con fervor volver a verlo y es por eso que cerrando los ojos solo podía estar junto a él. En un momento sí quise estar muerta, pero él no hubiese preferido que lo haga, porque siempre decía que tenía tanto talento por descubrir… Mis ojos se llenaron de lágrimas al volver a recordarlo, a sumergir mis recuerdos en él. No tuve la oportunidad de volver a verlo y ya estaba muerto. Muerto. Recuerdo muy bien la última vez que lo vi, él empapado por la lluvia que caía torrencialmente. Me retuvo por largos minutos, pero yo no le hice caso, necesitaba salir de la casa de mi padrastro, aunque eso tuviese que dejar a mi madre podrida en la soledad. Yo esperaba en la parada del bus, con Edward a mi lado para que no me marchara, pidiéndome explicaciones del por qué lo dejaba ahí. "No somos nada. No te debo explicaciones de mi paradero. Lárgate". Aquella frase… Aquella maldita frase llena de odio. No sé por qué se la dije, quizá para no hacerle daño. O para no hacerme daño a mí misma. Ahí solo fue capaz de mirarme y largarse, pateando las piedras que había en el suelo, con el cabello pegado a la frente y la ropa mojada. Enseguida llegó el autobús. Ahora está muerto. Simple para la vida, el tormento eterno para mí. ¿Me habrá perdonado? ¿Habrá estado bien en todo el tiempo que no pudimos vernos? ¿Me habrá buscado? ¡Basta de preguntas!, me regañé. Debía levantar la barbilla, dejar de sentir, por lo menos esta noche, ser la estrella, la grande, la Isabella. El Picaflor de cada hombre existente, llevándome el polen de sus pétales adinerados, largándome con rapidez para que nadie pudiese secuestrarme. —¡Bella! —grita Alice, corriendo hasta mí con su vestido lleno de plumas. Solo ella podría llevar algo tan vanguardista y exorbitante—. ¿Sucede algo? ¿No te gusta el lugar? ¡Es precioso! Sin darme cuenta, ya estoy del brazo de James en el hall del casino más conocido de Las Vegas. Ni siquiera tomé atención en los periodistas, solo en mis recuerdos me sumergí y sin tener noción del tiempo ni del lugar.

—No, no te preocupes —le susurro. James me mira interrogante y algo molesto, pues no estoy actuando correctamente el papel de perra celestial. Le da dos golpes a su barbilla con el dedo índice y corazón. Sé la perra, quiere decirme. Barbilla arriba, arrogancia y lujuria. Le hago caso. Levanto mi barbilla y miro a cada ser como si fuesen algo más que mugre en mis zapatos. Hola. Este cap muestra la vida de Bella y su forma de ver la vida. Muy pronto saldrán los secretos y el reencuentro que les cambiará la vida. A pesar de todo estoy viendo si seguir con la historia ya que creo que no han entendido muy bien a qué va, espero poder arreglar eso y que esto acabe completo. Gracias por quienes la leen y se toman el tiempo de dejar un rr. Muchas gracias. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . III . Edward POV Forks, 11 de Febrero, 1979 Cuando entro a mi casa, Jessica y mi padre charlan animadamente sobre el último partido de baseball. Sonrío a pesar de todo, me gusta que papá tenga con quien hablar. A mí no me gusta tanto el baseball, aunque cuando niño lo jugaba con Jasper. —¿Edward? —exclamó mi padre, entrando a la sala. No me había dado cuenta de que estaba absorto, mirando con tranquilidad el lugar. —Oh. Hola, papá. ¿Jessica? —inquirí. —¡Aquí, Edward! —indicó. Dejo mi chamarra a un lado, en el brazo del sillón y camino hasta la cocina. Jessica está de espaldas, cocinando algo en la olla vieja de mi madre. Revuelve con esmero los guisantes y el suave caldo. Se huele delicioso.

—Te dignaste a aparecer —dice dándose la vuelta para mirarme. Le sonrío por primera vez en mucho tiempo, pues se ve preocupada. —Supongo que me estabas esperando —le sonrío otra vez, elevando mis comisuras. Rueda los ojos, pero veo un leve rubor en sus mejillas que mi padre logra captar, por lo que eleva sus cejas sugestivamente. Le niego con la cabeza. —¿Qué tal el trabajo en la escuela? Supongo que te pagará muy bien —conversa Jessica. Me encojo de hombros. —Eso creo. Pero es un trabajo duro, ya que requiere cambiar completamente la plancha y la madera del techo, está rota y picada. Necesitaré de Jasper —les digo a ambos, que me miran expectantes. Se oye la puerta del baño abrirse con rapidez y la voz suave de Jasper. —Veo que hablan de mí —exclama con ese tono juguetón en su voz. Me abraza fuertemente, con fraternidad. No nos veíamos hace mucho, un mes más o menos. Él tiene más tiempo libre que yo, así que acostumbramos a acercarnos en casa de nuestros padres respectivos. —¿Qué es de ti? —me pregunta mientras se acerca a la nevera y coge una cerveza. Tenemos la confianza suficiente para movernos en casa, somos muy unidos. Me encojo de hombros intentando parecer despreocupado. —Nada nuevo —susurro. Papá intenta no prestarnos atención, pero al fin y al cabo lo hace quitando los ojos del periódico y dirigiéndolos a nosotros. Jessica también finge no escuchar, pero lo hace, aunque sé que no le importa lo que hablemos. —¿Nada nuevo? Oh, viejo, ¿cómo es eso? —comienza a reír—. ¿Ninguna novia? ¿Algo? Niego rotundamente con la cabeza. Jasper bufa y me da una palmada en el hombro. —Yo tampoco —dice pausadamente—. Estamos en 1979, Edward, ahora las mujeres no buscan muertos de hambre que viven de lo que la guerra de Vietnam les dejó, sino que famosos actorcitos o músicos drogadictos. Se sienta en la silla que está frente a mi padre y me pide que me acerque. Lo hago. Me siento a su lado mientras papá hojea el papel débil de su periódico de hoy. —Tengo algo que contarte —me susurra mi primo, bebiendo con lentitud de su botella. Levanto las cejas con cierto interés. ¿Qué novedades podrían haber en este maldito pueblo? —En realidad son dos —comentó distraídamente. —Podrían actuar más discretamente si no quieren que escuchemos —dice mi padre con bastante curiosidad.

Lo miro de mala manera; a veces es algo asfixiante. —Bien, tío Carlisle, lo mejor sería que Edward me acompañara a fumar un cigarrillo en el porche. —Tú no fumas, Jasper. —Estoy comenzando, no se preocupe. —Jasper me toma desde el brazo para que le acompañe y yo le sigo. Cuando salimos de casa me hace sentarme en la acera. Bebe un poco más de cerveza y mira hacia el horizonte en busca de las palabras. Al parecer es grave. ¿Qué puede haber de grave en nuestra vida? ¿Qué cosa tan importante y completamente interesante nos podía afectar a nosotros? —Todavía te acuerdas de Bella, ¿no? —me susurra con lentitud. Sabe que el tema me afecta e intenta no tocarlo, pero ahora le es indispensable. Me tenso en el momento y me giro solo un poco para observarlo. ¿Qué novedades podían haber en la vida de una mujer que lo tiene todo? ¿Alguna otra película? ¿Un novio lo suficientemente rico para alejarse todavía más de mi lado? Qué babosadas pienso. —Supongo que verla todos los días en televisión me ayuda a refrescar la memoria —le digo en tono sardónico. —Ya, no te pongas así. Lo siento. Creí que se te había olvidado. —¿Olvidado? Jasper… —iba a darle mi discurso, pero preferí callarme—. No podría olvidarla —le digo con sinceridad. Se queda en silencio por un momento, quizá buscando las palabras exactas. Jasper es buena persona, no le gusta hacerme sentir mal y se lo agradezco, pero estoy acostumbrado. Es gracioso notar el dolor como algo tan propio, cuando en realidad eso está mal. —Ayer vi a Charlie Swan —suelta de repente. Siento la bilis subir por mi garganta, pero evito vomitar sobre mi primo. Charlie… Charlie Swan. ¿Qué puede hablarme Jasper del jefe de policía borracho? —Tranquilo, Edward —susurra. Asiento. —Estaba bebiendo una botella en la acera de la casa y creyó que estaba haciendo fechorías —lanza una risotada—, pero le dije que era mi casa. Aunque en realidad era una excusa para hablarme de ti. —Da vuelta el rostro para mirarme. —¿Hablarme a mí? —Le pregunto entornando los ojos en el intento—. ¿Qué tiene que hablarme él a mí? —Pensó que sabías algo de Bella. Nuevamente siento náuseas y es porque estoy nervioso. Demonios, cómo quiero dejar de escuchar su nombre, aunque sea una vez nada más. —¿Ahora es el padre responsable? Bella ni siquiera lo consideraba como tal, tenía a Phill y él fue su padre durante todos esos años. Luego ella se fue… —la voz se me quiebra en la última sílaba.

Mi primo pone una mano en mi hombro y lo aprieta ligeramente, infundiéndome el aliento que yo no tengo. Odio ser tan débil, tan sentimental, ser un hombre tan diferente y tan repugnante. Cuando era un adolescente me molestaban por eso, me decían marica u homosexual. Yo no entendía por qué utilizaban esos términos como un insulto y no entendía tampoco por qué me lo decían a mí, siendo que siempre me gustó una sola chica. Recuerdo que Emmett McCarty era el responsable gestor de aquellas bromas, y era el novio de aquella chica. Yo era sensible, me gustaba escuchar música, cantarla a pesar de que no lo hacía bien y pintar paisajes en el balcón que daba hacia la montaña llena de pinos. Según los chicos yo era demasiado maricón, que los hombres no hacen esas cosas. Emmett demostraba su masculinidad golpeando a los demás y agarrándole el trasero a ella, sobre todo delante de mis ojos. Agradezco que no le haya pedido a Bella que me dejara a un lado, porque era mi única amiga. Bella no entendió hasta que tuvo quince años, pero le dejó porque era un imbécil. Y, sin embargo, yo no tuve el valor suficiente para pedirle que fuese mi novia. Aunque claro, cualquiera me vería como vencedor ya que habíamos perdido la virginidad en el auto de mi papá junto al lago, pero no era un vencedor… Solo fue sexo entre dos adolescentes y me dolía pensarlo, porque de verdad la adoraba, quería algo serio, hacerle feliz. Nunca lo entendió y lo comprendí, era obvio que cualquier chica tan linda e inteligente no se quedaría con un muerto de hambre. —Es grave, Edward —insiste mi primo rubio. Frunzo el ceño rápidamente. —¿Es sobre ella? ¿Es ella la que está grave? —inquiero con otra opresión en el pecho. Jasper negó, por lo que me tranquilicé. —Es su madre —dice al fin. Aprieto mis labios, Renée estaba enferma la última vez que supe de ella. Claramente ahora está peor, no necesito ser un genio para adivinarlo. Desde que Bella se fue y Phill le dejó… ella decayó profundamente. Siempre me saludaba y preguntaba por mi padre y yo le iba a limpiar el suelo del porche sin cobrar. Quizá era la única manera de mejorar el vacío que nos había dejado Bella, viéndonos y sintiendo en nuestras miradas el dolor. —¿Morirá? —Es lo único que me importa. —No lo sé —señala—, pero deberías ir a verla. Miro al suelo y frunzo el ceño. ¿Debo hacerlo? —¿Bella lo sabe? ¿Alguien le ha avisado que su madre está mal? Muy en mi interior crece la ilusión de que ella aparezca, solo unos minutos, segundos, lo que sea. La extraño más de lo que puedo soportar, recordarla se me hace doloroso, pero no menos saludable para mi corazón que palpita con cada recuerdo en mi memoria. —Sí, lo sabe, pero no quiere saber nada de ella. Las palabras de mi primo me duelen. —¿Por qué tendría que ser verdad? —insisto. —Según Charlie ella no contesta cartas ni el teléfono. Su prima Carmen intentó comunicarse,

pero es demasiado reacia. No le importa, Edward, desde que se fue los demás ya no le importaron. ¿O debo recordarte las palabras que utilizó y que tú mismo me confesaste? No le interesaste nunca. —Sus palabras me duelen, pero son ciertas. Se da cuenta de que su comentario es demasiado honesto e intenta disculparse—: No debí decirte eso, lo siento… —Tienes razón —susurro—. Solo fui un amigo. Un amigo con el cual tuvo su primera vez, un amigo con el que hizo el amor. Pero no podía confesar aquello, no podía permitírmelo, no era de un caballero, no era propio si le quería tanto. Dios… quiero arrancarme el corazón del pecho. —Edward —me llama Jasper luego de acabarse la cerveza. Giro la cabeza para prestar atención y así eliminar tantos pensamientos absorbentes. —Olvídala —me insta—. Tienes a alguien que espera realmente por ti y podría hacerte feliz. —Sé a quién se refiere y creo que tiene razón—. Jessica ha estado contigo siempre, te acompañó en todo momento y nunca has podido brindarle un poco de atención. Te quiere, y no como amigo. —Lo sé. —¿Entonces qué esperas? Me encojo de hombros. —Quizá esperé a que regresara. Pero ya no lo hizo. —No. No lo hizo y ahora menos lo hará. Olvídala, Edward, tienes a alguien que podría ayudarte. Y con ese comentario sé que debo hacerlo, dejar de pensar en ella y olvidar esta tortura agobiante. Debía darle una oportunidad a la vida, dejar que el pasado no se convirtiese en mi presente. Además, saber que Bella jamás estuvo interesada en su madre me generaba algo de decepción. Jasper se levanta y me tiende su mano para que yo lo haga también. Cuando entramos a la casa, Carlisle me mira a través de sus gafas y Jessica ya está sirviendo los platos con la comida. Huele realmente bien. Le sonrío, recordando la conversación reciente entre mi primo y yo. Jessica sí se ha portado bien conmigo durante todo el tiempo que nos conocimos. Ella iba conmigo en la secundaria, nos conocimos accidentalmente en una clase de pintura. Bella estaba de novia con Emmett por lo que me encontraba de mal humor casi todos los días, pero Jessica me alumbraba las mañanas con sus charlas extensas, ya que, como a mí no me gustaba hablar mucho ella era la que llevaba el tema hacia adelante y yo solo escuchaba. Siempre me decía que no le gustaba pintar, pero su madre le obligaba pues no tenía ninguna aspiración y eso lo encontraba lindo. Conectamos enseguida, ella era extrovertida y yo tímido, por lo que me hacía sentir vivo y reluciente en tanta porquería interna. Fue la primera vez que vi a Bella celosa, pero no eran celos de amor, solo celos de atención, porque no le tomaba en cuenta. Jessica y yo tuvimos una discusión el mismo día de la fiesta de graduación. Yo le conté que había perdido mi virginidad con Bella y ella lo encontró estúpido, decía que luego de esto mi corazón iba a destrozarse. No quería creerle, la sola idea me parecía absurda. ¿Por qué Bella me haría daño? ¿Por qué si ambos nos queríamos tanto? Fui tan estúpido. Y lo soy todavía. —¡Te hará sufrir! —insistió Jessica tirando de su vestido burdeos con rabia.

Rodé los ojos, cansado de tanta palabra barata. —La quiero, Jessica, lo sabes muy bien. He esperado todos estos años para que sucediera —susurré con algo de inhibición—. Y sucedió —me encogí de hombros con la intención de sonar despreocupado. Se quitó el cabello miel de su rostro y bufó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y yo acerqué mis manos hasta su rostro para que no lo hiciera. Me las quitó de un manotazo y se fue hacia atrás con los dientes apretados entre sí. —Ella no es para ti, tiene demasiados problemas a su alrededor —insistió—. Emmett no te la dejará fácil, su padrastro es una mierda, su padre es un alcohólico y está obsesionada con brillar en Hollywood —suspiró—. Dime, Edward, ¿qué le darías tú a alguien tan ahuecado como ella? ¿Un retrato de ella desnuda? ¿Su rostro pincelado en un cuadro? —Tomó mis manos entre las suyas y me suplicó con la mirada—. Eres un pintor, un chico realmente perfecto, sensible, encantador —se ruborizó cuando decía eso y yo lo hice también; no estaba acostumbrado a ese tipo de palabras—, te hundirás con ella. Me soltó y salió hacia la puerta de salida para irse a su casa. La vi correr con el vestido que tanto habíamos buscado, con los tacos de su madre muerta y el cabello sudoroso por el baile que había tenido con Mike Newton. No sabía por qué, pero verla irse me apretó el corazón. A Jessica le debía mucho, realmente jamás me había dejado solo y menos ahora, a pesar de todo sabría que iba a acompañarme en cualquier momento de la vida. —Hey —llamó Bella, saliendo del baño de chicas—. ¿Sucede algo? —inquirió con el ceño fruncido. Sus mejillas estaban teñidas de rosa y su maquillaje negro bajo los ojos escurría como si hubiese llorado abundantemente, pero era el propio sudor del atestado gimnasio escolar. Era nuestro baile de graduación y ella estaba adonizada de pies a cabeza. Me martilleé los sesos por invitarla, sabiendo que no era muy propio luego del fracasado noviazgo con Emmett. Pero lo hice, luego de una semana de terminada la relación. Aceptó en un segundo y me puse bastante contento, cinco días después le invité al lago, como siempre, pero esta vez había algo, una cercanía constante entre los dos que nos producía un extraño jadeo impropio. Acabamos haciendo el amor frente a los árboles salvajes y la brisa exquisita de Portland. Ella se entregó al completo y me miraba embelesada, realmente no entendía qué sucedía entre los dos, pero muy dentro de mí se escondía la teoría de que sí sentía lo mismo que yo. Recuerdo muy bien unas pequeñas palabras que dijo al tenerla entre mis brazos, las palabras exactas que quedaron guardadas en mi cerebro para jamás irse. —Es la primera vez que me siento segura. Aquí, en tus brazos, es como vivir en la calidez innata. Me gusta estar así contigo —susurró, pegando la mejilla a mi pecho y cerrando los ojos en el intento. Su respiración chocaba con mi piel y su cuerpo desnudo se amoldaba al mío como si siempre hubiésemos estado destinados a esto. —Entonces no te vayas de mi lado nunca más —le dije, suplicando que así fuese. Me miró con tanta intensidad que me cohibí ligeramente. Sus ojos… El reflejo mismo de la destrucción y el paradójico paraíso, juntos, la calidez humana y la necesidad propia. Eso era ella. Con su brillo espontáneo y mágico, el que me liberaba de cualquier miseria.

Le adoraba, realmente le adoraba a más no poder… Pasaron los días y la situación entre los dos era diferente, pasábamos juntos más tiempo que antes y no temíamos de lo que los demás pensaran. Nos sentábamos en la misma mesa en la cafetería, con Jessica de lado de Mike, mirándonos con recelo. Nunca demostramos nada más allá que una amistad frente a los demás, y realmente tampoco avanzamos mucho entre los dos luego de aquel encuentro. Isabella se mostraba muchas veces triste y acomplejada, pero eso lo atribuía al final de año cada vez que le preguntaba. Una sola vez le vi una marca en la piel, justo en la muñeca. Eran dedos. No insistí en saber quién era, porque era tan propio de ella que me daba miedo. Sabía que Bella no se llevaba bien con su madre y el causante de eso era Phill, un hombre que aparentaba ser un hombre modelo y que tenía a muchas mujeres comiendo de su mano, en especial Renée, la madre de Bella. Él no trabajaba y se la pasaba en el bar, mientras ambas mujeres discutían día y noche gracias a él. A Bella nunca le agradó y eso le molestaba en demasía a su madre. —No sucede nada, tranquila. —Le di una sonrisa tranquilizadora y ella corrió hasta mi lado para abrazarme de golpe. Así era ella, muchas veces arisca, pero en otras ocasiones se pegaba a mí como si me necesitara. De cualquier manera le abracé también, me gustaba sentirla contra mí. Levantó el rostro para mirarme y me tomó la mano para entrelazar sus dedos con los míos y llevarme hasta la zona del baile, dentro del gimnasio de la escuela. —¿Ya quieres bailar? —le pregunté cuando tiraba de mi mano para que nos acercáramos a la pista. Llevaba un vestido precioso de color azul profundo. Era vaporoso como el de Marilyn Monroe en "The Seven Year Itch", aunque no tenía tanto escote, ya que a Bella no le gustaba. Cuando daba vueltas entre pasos de baile, el vestido se elevaba ligeramente hasta hacerle notar entre las personas en su alrededor. Me tomó con una mano y me acercó a ella para que bailara también mientras los demás miraban. Yo solo agaché la mirada y me dediqué a bailar con ella, girándola y sonriéndole a cada segundo. —¡Vamos! Hazlo más rápido —me pidió. Tomé su mano y le hice girar otra vez en su propio eje; el vestido volvió a elevarse entre sus caderas y su cabello rizado estaba enmarañado sobre sus hombros. Cuando paré de hacerle girar, cayó contra mi pecho, mirándonos entre risotadas y jadeos múltiples. Se apegó a mi camisa y cerró los ojos otra vez, amarró sus brazos en mi cintura y me apretó con fuerza. —Me encanta bailar contigo —susurró. —Y a mí. Fue el momento exacto en que alguien puso aquella canción, como si nos indicara que todos estaban pendientes de nosotros. Blue Velvet de Bobby Vinton cantaba, indicándonos el azul terciopelo del vestido de su amada. Bella abrió los ojos y me quedó mirando un largo rato, invitándome a bailar otra vez. Subió sus brazos a mi cuello, poniéndose de puntillas para alcanzarme. Sonreí y la tomé desde la cintura para elevarla y dejarla sobre mis pies, para así movernos como uno solo, un solo ser bajo

la luna que se colaba por los grandes ventanales. —Es una canción muy triste —murmuró mientras girábamos. —Lo es. Pero le ama con tanta pasión que la estará esperando toda la vida —le dije, escuchando el coro. But in my heart there'll always be Precious and warm, a memory Through the years… —Ella usaba terciopelo azul —señaló con la mirada triste. La estreché con más fuerza y apegué mi mentón en su hombro, respirando su perfume excitante. Ella movió el rostro hasta el mío y me besó con lentitud, poniendo ambas manos ahora en mi pecho. Yo me dejé llevar, sintiendo su piel contra la mía, recogiendo sus jadeos y friccionando nuestra carne. El aire se acabó y terminamos respirando con dificultad, juntando nuestras frentes y mirándonos. Bella tomó mi mano y me llevó hacia afuera, se quitó los tacos y me hizo correr junto a ella. Pasamos por el pasto y algunos autos que estaban aparcados entre ellos hasta acabar en medio de la plaza de la escuela. Hacía frío, pero no tanto, el viento azotaba nuestros rostros con fuerza, sin embargo, no sentimos escalofríos en ningún minuto. Sentimos el silbido de alguien a lo lejos y unas pisadas tórridas hacia nosotros. Nos giramos y vimos a Emmett McCarty, Mike Newton y Sam Uley mirándonos amenazadoramente. No sabía qué hacer, pero eso terminaría muy mal. —No tenemos ni dos semanas de solteros ¿y ya te metiste con este pintor de cuarta? —exclamó Emmett, dirigiéndose única y exclusivamente a Bella. Ella se tensó y se soltó de mi mano. Fruncí el ceño. ¿Por qué había hecho eso? —Mi vida no es de tu incumbencia —le dijo. —¿Y tus sueños, Bella? ¿No que nos iríamos a Nueva York para cumplir tu sueño? Yo tengo dinero, Edward no. ¿Serás su nueva ayudante de pintura? —Reía mientras hablaba, lo que le daba un aspecto de imbécil atragantado con aire. Sin embargo, sus palabras dolieron. Sabía que no era cierto, yo podía hacer de Bella la mujer más feliz del mundo, pero dolía, porque realmente no era nadie en esta vida y ella sí tenía el talento suficiente para brillar ante el mundo. Y Emmett podía hacerlo. —No necesitas hacer este espectáculo, Emmett —le susurró ella, liberando ligeramente la tensión. Los tres tipos rieron estrepitosamente. —¿Por qué? ¿Porque tu novio puede enojarse? Se hizo un silencio eterno entre todos nosotros, en especial en Bella. —Edward no es mi novio.

Entonces qué habíamos sido? ¿Por qué ella se había atrevido a acostarse conmigo sin importar nada más? ¿Por qué me había besado con tanta adoración y me miraba como si quisiese decirme algo? ¿Por qué había creído que sentía, por muy pequeño que fuese, un poco de amor por mí? Luego de aquel tétrico y bochornoso momento, los tres me golpearon y alejaron a Bella, a pesar de que ella pedía a gritos que le dejaran. Cuando Jessica buscaba a Mike, me encontró ensangrentado en el pasto. Me dolía todo el cuerpo y ella me ayudó a limpiar algunas heridas. No me dijo nada con respecto a Bella, solo me avisó que no saldría nunca jamás con Mike. Vi a Bella en nuestra graduación y luego cuando se fue sin razón, alegando que yo no podría darle absolutamente nada. Me dejó vacío y sin nada, con el corazón muerto y a la espera de que alguna vez volviese, pero ya de eso habían pasado diez años. Diez largos y tortuosos años… — ¿Por qué me miras así? —pregunta Jessica luego de pasarme el plato. —Recordaba algunas cosas —le digo. —¿Cómo qué? No sé si es mi idea o qué, pero hoy parece mucho más dulce que antes. —Recordaba la noche de la fiesta. —Ella sabe perfectamente de lo que hablo, no necesito explicar más. Me mira un momento, lo que indica que pronto nos sentaremos a hablar. Luego de eso nos proponemos cenar tranquilamente bajo la luz de la televisión, hablando de nuestros próximos proyectos de vida, o sea ninguno. Papá cuenta sobre su enfermedad y nos propone que estemos más preocupados por nuestra salud, ya que la diabetes se está volviendo una masacre en pleno año 79. Cuando acabamos la gustosa cena, papá se va a acostar y Jasper tiene que irse a casa, pues mañana debe ir a trabajar. Jessica y yo nos quedamos en silencio, aunque es cómodo a pesar de todo. No tarda en comenzar: —¿Sigues recordándole? Asiento. —Lo sabía, sabía que ibas a ver aquella noticia en la televisión. —Lo lamento… —No tienes nada que lamentar, Edward —susurra. Por primera vez creo que no va a regañarme—. Pero me duele que pases por estas cosas. Miro al suelo, avergonzado e intranquilo. No sé qué hacer. Quiero olvidarla, dejar de pensar en ella, pero es imposible. Pero creo que ya es tiempo de acercarme a quien me ha estado esperando toda mi vida, dejar el pasado atrás y asegurarme del presente. Y sé que puedo hacerlo con Jessica. Cuando ella se va a su casa, yo subo las escaleras hasta mi cuarto y me acuesto sobre los edredones y con ropa, mirando hacia el techo, meditando y reflexionando sobre mi vida.

¿Qué es lo que espero de la vida? ¿Cuáles son mis metas? Nada. Ninguna. ¿Qué estoy haciendo conmigo mismo? No lo sé. Suspiro y me aferro a la almohada por un momento, aún no puedo dormir. Miro hacia mi izquierda y veo los cuatro cuadros que he estado pintando durante estos últimos meses. Isabella sonriendo, Isabella entre las flores, Isabella de niña, Isabella con vestidos exuberantes… No puedo quitármela de la cabeza, realmente no puedo. Cuando ella se fue, me alisté en la guerra para quitarme la rabia, lo bueno fue que no sucedió nada fuera de lo común, luego estuve cerca de dos años viajando hacia algunas ciudades mostrando los cuadros que tenía con su rostro, preguntando si alguien le había visto o algo, pero siempre recibía un 'no'. Me preguntaban si los vendía, pero yo no quería vender el retrato de Bella, era como profanar su espíritu. Volví a casa cuando supe que papá tenía diabetes, y luego de tres años más supimos que Isabella trabajaría en una conocida película. En ese momento fui feliz, porque todos sus sueños habían sido cumplidos. Verla en algunas pantallas de televisión era un sueño surrealista, la vi crecer cinco años, hasta hoy. Insisto en pensar que es feliz, que encontró el amor, qué se yo. Pero también ansío que vuelva, que deje los vicios, que se aferre a mí para quitarla de ese mundo lleno de lujos horribles y quizá qué maldades, porque quiero que seamos lo que nunca fuimos. Y sé que todo eso es un sueño. Un maldito sueño volátil. Espero les haya gustado :3 Las espero muy pronto para subir el cap IV de parte de Bella. Un beso grande a aquellas que me leen incondicionalmente. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar la canción Bel Air de Lana del Rey y I wanna be loved by you de Marilyn Monroe. . IV . Bella POV Las Vegas, 4 de Julio, 1979 Las luces se entremezclan con las cámaras de algunos personajes y los flashes iluminan mis ojos hasta marearme eternamente. Me aferro al brazo de James e intento parecer inquebrantable. Es difícil, algo casi imposible. Siento un hoyo inmundo en mi pecho cada vez que me muestro como no soy, nunca tiene sentido

y se me hace realmente difícil. Y odio a los hombres que me miran como si fuese nada más que un objeto, un sucio y placentero diamante en bruto. Sí, odio a los hombres y sé que muchos de los que me rodean no son capaces de amar. Y yo tampoco soy capaz de amar. Soy una explosión constante, libero gases tóxicos y detono a ratos, incapaz de continuar. Deberían de alejarse de mí, soy miserable, trastornada… Pero tengo talento, actúo frente a todos ellos haciéndoles creer que todo esto es lo que me agrada, que cada uno es tan importante para mí como yo lo soy para ellos. Patrañas. Quiero una botella de alcohol y embriagarme para aferrarme al recuerdo de mis años felices. No sé por qué lo hago, pero recordar a mamá aliviana un poco mi dolor, pero a mi madre antes de que llegase Phill, porque luego se me hizo insoportable. Un chico me ofrece una bandeja con copas y enseguida tomo una. James me mira por el rabillo del ojo para que no vaya a hacer alguna estupidez. Me encojo de hombros y me dedico a saludar a la gente que no me interesa, pues es más divertido. —¿Te ha sucedido algo de camino hasta acá? —me pregunta Alice tomándome del brazo para que le haga caso. —No —le digo. —Bella, me preocupas, has estado bebiendo bastante últimamente. Ruedo los ojos en ese mismo instante. ¿Qué le importa? Es mi vida, puedo hacer lo que quiera con ella. Sin embargo, no le contesto y me encojo de hombros. —James está preocupado —me dice y yo río. —No digas estupideces. —¿Es una estupidez que él se preocupe? Parece molesta y yo también lo estoy. —Sí. ¿A quién quieres engañar? A él no le interesamos más que por el dinero, nada más. Alice no dice nada al respecto porque tengo razón. Me duele pensarlo, a pesar de todo me duele pensar que solo somos una atractiva fuente de dinero. —Pareces una flapper* —le molesto y me río otra vez. Frunce el ceño notoriamente y luego sonríe, mostrando sus bonitos dientes. —Creí que esto estaba de moda —señala hacia su vestuario de plumas vanguardistas. —Estaba de moda, pero en los años veinte, Marie Alice Brandon. Luego de un rato, Alice se pone a coquetear con un chico que había más allá, creo que es empresario. Yo miro hacia mi alrededor con una copa en la mano y trago grandes sorbos. El líquido calienta mi esófago y yo espero a que haga efecto muy luego. Me recargo en la barra y me dedico a esperar a que pase el tiempo, que la vida me consuma y me deje escapar de este infierno. Es en este momento cuando llego a la conclusión de que quiero

estar muerta, pero la misma muerte es demasiado apacible, demasiado tranquila. No me la merezco. —No deberías mirar tan fijamente, das un poco de miedo —me dice un hombre a mi lado. Giro la cabeza de inmediato y me encuentro con un chico moreno y alto de grandes ojos marrones. Me sonríe y sus dientes son bonitos, su perfume cala mis fosas nasales y su traje le hace ver apetecible y seguro de sí mismo. —Supongo que doy miedo todo el tiempo —le contesto. El chico ríe y eso me hace sonreír a mí. Me tiende otra copa y yo la recibo encantada. —Soy Jacob Black —dice—. Bailo en Broadway desde hace años. Tú eres Isabella Swan, la grandiosa Isabella Swan. Miro al suelo algo frustrada. ¿Qué tengo de grandioso? ¿Dinero? ¿Una cara bonita? Solo soy una puta cara creyéndose la estrella del mundo. No, eso ni yo puedo creérmelo. —A veces las personas demostramos ser mucho, cuando en realidad estamos podridos por dentro. —Me trago el líquido carmesí y caliento mis entrañas. Jacob no dice nada por un largo rato y yo tampoco, quizá porque mi comentario sonó demasiado confianzudo y a él no lo conocía. Al rato abre la boca para hablar: —Feliz 4 de Julio. —Golpea mi copa con la suya y yo no puedo evitar sonreír. —Feliz 4 de Julio —le digo también. James me mira y me pide que me acerque. Jacob me sigue y no sé por qué, aunque no me molesta. Alice está a su lado y espera con ansias el momento de bailar; le fascina indudablemente. A ella le gusta divertirse, sonreírle a la vida y yo le envidio aquello, pues no soy capaz de olvidar todo lo que he pasado en estos diez años. —Sería bueno que fuesen a tocador ustedes dos, el Sr. Louis quiere conocerlas. Miro a Alice y ella me hace un gesto con los labios. Veo que tengo que obedecer pues es serio. Asiento y me voy junto a Alice hacia los baños que están a media vuelta de las máquinas llenas de luces y gente apostando, ganando millones, perdiendo millones, sufriendo por ello… Cuando entro al lugar me deslumbro notoriamente: es un lujo de pies a cabeza. Dorados retretes y mármol en las paredes. Se ve que el tal Louis es un hombre muy adinerado y poderoso, ya que todos le hacen caso y nosotros somos los juguetitos que quiere conocer. Me giro y veo a Alice cerrando la puerta con llave. Le miro algo curiosa y ella se acerca, se pone las manos en la cintura como un jarrón y levanta las cejas. —¿Qué sucede contigo últimamente? No sé a qué se refiere. Niego y siento que el cerebro se me remueve, me mareo y tambaleo. Ups. Me he emborrachado antes de lo previsto. —Estás ebria —afirma.

Me encojo de hombro, pongo mis manos en el grifo para mojarlas y llevarlas a mi rostro. —Bella, me preocupa… —No comiences con eso —le ordeno. —¿Por qué? —bufa—. ¡Deja de huir de los problemas! ¿No lo entiendes? Si sigues así no podrás ser feliz. Ese comentario ya me tenía harta. —¡Ya basta de decirme que sea feliz! —le grito salpicando el agua—. ¡No seré feliz nunca! No sirvo, no lo necesito. Perdí a quienes podían darme la felicidad y no puedo recuperarlos. —Las palabras salían como el aire—. Tú eres capaz, yo no. A través del espejo pude notar el dolor en los ojos de Alice. Apreté mi mordida, aún sentía rabia acumulada y odio hacia todo lo que me rodeaba. —Estoy bien —afirmo. Asintió. —Estaré esperando afuera —me dice. Arreglo mi podrido maquillaje y salgo a rastras del lugar. Estoy mareada y todo me da vueltas. No debí beber tanto, pero me siento angustiada inclusive ahora que no debería estarlo. Me aferro a la pared e inspiro hondo el aire que hay a mi alrededor. Necesito un cigarrillo para quitar el dolor, sexo y alcohol. Edward. Dios… ¡Sal de mi cabeza!, me digo a mí misma. No sé por qué, pero últimamente solo lo recuerdo, una y otra vez, sin consideración. Siento culpa, rabia, desazón. No puedo evitar pensar qué sería de mi vida ahora si me hubiese quedado con él en Forks. Cuando Madame Esther me encontró yo tenía diecinueve años recién cumplidos, recién llevaba un año fuera de mi casa y de Forks, por lo cual no me adaptaba mucho al mundo exterior y lo doloroso que era vivir en Nueva York. Trabajé seis meses de mesera en una conocida cafetería de la carretera y luego incursioné en el cine pornográfico, pero no como actriz, sino como asistente. Vi cosas terribles, cosas que cualquier persona no se atrevería a soportar, pero yo necesitaba dinero, necesitaba alejarme de mi antigua vida y meterme en otra. Lo peor era que todo era mejor que vivir lo que viví, absolutamente todo. El cine pornográfico había comenzado su boom hacía muy poco, recién en ese año, 1972, la gente compraba sus tickets para ver públicamente Deep Throat. Conocí a Linda Lovelace, pero solo porque yo tuve que sostener uno de los focos. Le golpeaban y le obligaban a consumir su dignidad frente a la cámara con un hombre que no conocía y que, además, no sabía tratarle. Me despidieron cuando intenté defenderle. Luego no supe más de ella. Vagabundeé por las calles de Brooklyn, dormía en pequeñas piezas con el poco dinero que me quedaba. Todos esos ahorros para integrarme a Broadway se habían ido abajo. Además, solo quería un puesto pequeño, ya que no sabía cantar. Todo, absolutamente todo se había ido a la basura. Cuando pretendía dormir en una banca de la plaza, una linda chica me encontró entre la

oscuridad. Se llamaba Rosalie Lilian Hale, una rubia mujer de veinticinco años. Era hermosa, tan hermosa y perfecta que hasta me costaba creerlo. Cualquier mujer perdería su autoestima al verla, realmente no consideraba ningún error en ella. —¿Estás bien? —me preguntó, acercando su mano a mi rostro para tocarlo. Asentí rápidamente. La observé. Tenía un lindo vestido verde agua y un sombrerito recto en la cabeza. El collar de perlas que colgaba de su cuello solo le alargaba más y más su perfecta simetría. Era elegante, perfecta y hermosa como ninguna. —Tengo frío —proferí jadeante. La rubia frunció el ceño y luego gesticuló con lástima. Sus manos tenían guantes de cuero blanco y eran cálidos. Me tomó desde la muñeca y me pidió que me levantara. Lo hice a duras penas, me sentía tan débil que apenas podía sostenerme. —¿No tienes adónde ir? Negué con mi cabeza. —Yo puedo llevarte a un lugar muy cálido, ¿te parece? —Su aliento olía a canela y a fresas. —Pero no tengo dinero para pagarte —siseé. Una nueva brisa atravesó mis huesos. La rubia sonrió, mostrándome sus blancos y perfectos dientes. Las comisuras de sus labios se elevaron por s rostro hasta hacer aparecer unos hoyuelos en lo alto de sus mejillas. —Puedes pagarme de otra manera —finalizó. Tomé mi pequeña maleta y me fui con ella. Ahí conocí a Esther, Madame Esther De Louville. Rosalie era una de sus más grandes prostitutas, servía solo a políticos conocidos y estrellas de camino a Broadway. Un par de veces se ofrecía a mujeres, aunque era más caro. Madame Esther me ofreció un trabajo de inmediato, tenía que compartir cuarto con Alice Brandon, la que luego se convirtió en mi amiga. A Rosalie la veía muchas veces cuando nos dábamos baños de tina o compartíamos experiencias y yo no terminaba por agradecerle a duras penas todo lo que hizo por mí. Sí, quizá me había adentrado al peor de los mundos, pero si así no hubiese sucedido entonces mi vida hubiese terminado en el congelamiento de las calles de Greenwich. Envidiaba la soberbia de Rosalie y su impenetrable corazón. Siempre me confesaba que quería casarse con un hombre rico y tener muchos hijos. Yo lo encontraba estúpido. ¿Para qué casarse? Enamorarse era una mierda y ligarse a alguien legalmente lo era aún más. Tener hijos era aún peor, porque mi vida no era un ejemplo, menos la de Rosalie. Madame Esther me dijo una vez que para lograr nuestros objetivos teníamos que olvidarnos de ser felices, sobre todo del amor, la familia y la amistad. Tenía razón. Yo ahora soy la acaudalada actriz de cine Isabella Swan, el Picaflor de Hollywood, pero ¿qué tengo entre mis dedos? ¿Dinero? ¿Placeres burdos? ¿Todo eso después de vivir tantas humillaciones, engaños y lágrimas? La vida es una mierda y yo estoy en lo más profundo, en el bodrio de la delicadeza y sofisticación, una vida miserable. ¿Cómo pueden adorar a una prostituta como yo? Al fin y al cabo era un caro lujo de mierda, el dinero me movía, el sexo sin ataduras, el rencor y la miserable conducta suicida.

Sonrío frente al espejo y luego golpeo mi reflejo con odio. —¿En qué te convertiste? —me pregunto a mí misma, golpeando el espejo una y otra vez. Tan hermosa, tan perfecta… Perfecta, já. No poseo ningún tipo de narcisismo, alguna vanidad, nada. —I couln't aspire to anything higher, than to fill the desire to make you my own, paah-dum paahdum doo bee dum, pooooo!*—canto sonriendo con petulancia, poniéndome el cigarrillo en la boca y encendiéndolo al mismo tiempo—. Solo aspiro al deseo de hacerte mío… Solo quiero sentirme protegida en tus brazos otra vez… —lloro, quitándome el cigarrillo de la boca con una mano y con la otra apoyándome contra mi reflejo. El maquillaje me chorrea por las mejillas y siento el cálido dolor en mi pecho. Pero reprimo otro sollozo, no puedo permitírmelo, se suponía que estaba olvidado, que todo lo referente a él se había ido a parar a su lado, o sea que estaba muerto. Pero solo quiero estar muerta, solo eso… Inspiro el humo de mi cigarrillo y luego exhalo haciendo pequeños círculos en el aire. Me limpio la piel manchada y retoco los labios con el labial. Intento sonreír a pesar del dolor y la angustia, tengo que ser fuerte y no dejarme caer por mi pasado, no cuando el pasado está muerto. Todavía me siento borracha y las piernas me flaquean un tanto, pero logro estabilizarme. La gente me para de vez en cuando para saludarme o sonreírme, me dicen que me admiran y que soy una mujer hermosa. Qué patético. ¿Cómo pueden admirar a una persona tan nefasta, a una puta obsesionada con su imagen frente a la cámara? Tengo que ser cínica y sonreír también, diciendo un 'gracias' sin fundamento. Me pierdo entre la gente que se junta para escuchar al cantante famoso y llego a subir algunos escalones hacia algún lugar que no conozco. Escucho la música dance y disco de Abba; están cantando en vivo y por eso la gente está desesperadamente envuelta en la multitud. No sé por qué me meto en una de las puertas creyendo que podía salir del gentío, pero sé que es la puerta incorrecta. —Oh. Lo siento —exclamo al topar con un hermoso escritorio de fina madera. Un hombre de cabello negro como la noche mira hacia el gran cristal, fumando un puro en su silla gigante de cuero. Se gira lentamente a mirarme y me topo con un hombre de ojos azules, quijada dura y labios carnosos. Es joven, no pasa de los 32. —Buenas noches —susurra con una voz varonil, ruda y electrizante. —Buenas noches —susurro también algo intimidada por la intromisión de mi parte. Eleva una ceja y sonríe. Oh Dios, estoy haciendo el ridículo. —¿Está usted bien, Srta. Swan? —me pregunta levantándose de la silla para rodearme la cintura con un brazo—. No se ve muy sobria —dice en broma. Ruedo los ojos y me dejo agarrar porque creo que puedo desmoronarme. Siento su perfume intenso y la calidez que hace mucho no percibo. Me siento tan cómoda en sus brazos que es raro. —Debería estar abajo, mi padre no querría que usted estuviese tan expuesta en estos lugares. Es el ligue de todo el público, ¿sabe? —¿Quién es usted?

Entrecierro los ojos, pero no logro identificarlo, menos con la luz tan apagada. —William Harrington —toma mi mano y besa el dorso sin quitarme la mirada de encima—. Mi padre es Louis Harrington. Abro mi boca sin poder creerlo y le quito mi mano con disimulo. No sabía que tenía un hijo. ¿Esta era oficina de él o de su padre? Miro a mi alrededor, pero no reconozco nada. —Disculpe, buscaba la manera de salir de tanta opresión, me metí al lugar incorrecto. William hace un gesto con su mano, quitándole importancia al asunto. —Tiene suerte de que haya aparecido yo, a mí padre le molesta un poco que se entrometan en sus… asuntos —dice con la voz baja. Ugh. Al parecer el tal Louis Harrington no tiene el carácter muy amable. —Descuide, yo solo me he equivocado de lugar. Mis amigos deben estar esperándome para ver el espectáculo. Si me disculpa… —Intenté salir de su paso, pero me retuvo por un momento, mirándome extasiado con sus potentes ojos azules. —Me gustaría acompañarle. Mi padre quiere conocerle y yo puedo llevarle con él. Asentí para irme luego de este oscuro lugar. Me tiende el brazo y yo lo rodeo con nerviosismo. No sé qué es, pero el tipo me causa escalofríos. Veo a la multitud con copas en la mano mirando al conjunto sueco bailar al ritmo de su música movediza. No me gusta realmente, se me hace demasiado feliz y yo no estoy feliz. Alice me encuentra con los ojos y corre hasta mí para regañarme por mi horrible falta de compromiso, pero nota la presencia del hombre que está a mi lado y se calla. —Buenas noches, señor… —Harrington, William Harrington. —Le toma la pequeña mano a Alice y se la besa tal como lo hizo conmigo—. Es un agrado conocerla, Srta. Brandon. —El gusto es mío —señaló ella sonriéndole de por medio—. ¡El espectáculo está increíble! Adoraría conocer a su padre para agradecerle el que nos haya invitado. William esboza una sonrisa arrebatadora y Alice se sonroja un poco. Ruedo los ojos y me rio un momento, me gusta verla tan enamoradiza, picando por aquí y por acá con cada espécimen humano en busca de un corazón bueno que le dé amor. Esa es la diferencia entre Alice y yo, ella quiere amar y yo solo coger. Tomo uno de mis cigarrillos y me dedico a encenderlo, pero rápidamente ponen una llama frente a él para ayudarme. Observo, es William con sus ojos oceánicos. Inhalo el humo y él quita la llama para encender uno él también. Alice no fuma, así que prefiere acercarse a James. —¿Puedo preguntarle algo sumamente personal? —inquiere él distraídamente. Me encojo de hombros. ¿Qué puede preguntar él que me llegase a molestar si apenas me conoce? —¿Por qué ha estado llorando?

La pregunta me descoloca y me siento encerrada. ¿Qué puedo responderle? —Eso a usted no le importa —digo quedamente. William se ríe y eso me molesta en demasía. —Usted dio la aprobación a mi pregunta —se nota divertido. Lo miro. —Solo me encogí de hombros, lo que no quiere decir que deba responderle a todo lo que usted quiera. —Siento que mi tono de voz se ha elevado, pero intento no darle importancia. Se queda callado y eso me llama la atención. —¿Es infeliz? —Otra pregunta que me descoloca. —Las personas no siempre somos felices, solo demostramos serlo por órdenes o… por placer —susurro. —¿Cómo una persona puede fingir ser feliz por placer? —Simple. Si quiero el dinero no puedo demostrar debilidad, toda queja pasa a segundo plano cuando tengo que mostrar una sonrisa radiante, de lo contrario pierdo todo lo que tengo. —O sea nada. William se queda callado y el espectáculo ha finalizado. Comienza la música en vivo llena de covers que conozco interpretada por cantantes muy poco famosos. En este caso tocan música de Elvis porque ya está muerto. —Pero qué tenemos aquí —exclama una voz ronca y gastada. La conozco, pero no sé de dónde. —Papá, mira a quién tengo a mi lado —le dice William a Louis Harrington. Me giro lentamente con el corazón apretado y veo a un hombre de cabello gris y mirada petulante. Es grande, como su hijo, alto y no parece que tuviese más de cincuentaicinco años. Lo conozco…, pero de dónde, no lo sé. Los ojos azules de Louis me analizan y se topa con mi rostro. Ya sé quién es. En el prostíbulo conocí cosas muy diversas, maravillas y sofisticaciones que no cualquiera conocía. Nos educaban para satisfacer el 'hambre' masculino y ahí aprendí a hacer muchas cosas, sobre todo a satisfacer el deseo de diferentes formas. Había prostitutas diversas; chinas, japonesas, rusas, francesas, inglesas, americanas y latinas. Muchas de ellas estaban ahí por el dinero o porque no tenían qué hacer con su vida consumida por las drogas, pero también habían mujeres que estaban ahí por obligación. Más de una vez vi a mexicanas y dominicanas esclavizadas bajo hombres poderosos, pedían a gritos el socorro de nosotras. Muchas eran vírgenes, unas niñas que apenas conocían la vida. Y lo más peligroso era que, si llegábamos a abrir la boca, nos llegaba un balazo en medio de los ojos. No sé si fue suerte, una maldición, una perversidad de la vida, pero a Rosalie la vendieron a un hombre que muchas veces la pedía a ella exclusivamente y le pagaba miles de dólares. Le prometió casarse en cuanto pisaran su casa junto a la playa, que iba a darle una familia llena de niños. Rose aceptó, pero no entendía por qué la habían vendido como a un paquete.

Royce King Junior, así se llamaba, amigo de Louis Harrington, a quien vi asesinar frente a mis ojos a dos chicas españolas, el dueño de aquel tráfico de mujeres y el beneficiario del prostíbulo de Madame Esther. Me pagó más de tres veces una cogida y yo tenía que ir con él, sino me quedaba sin trabajo. Busqué en sus ojos algún dejo de reconocimiento, pero no había. Luego miré a William, quien me sonreía abiertamente. ¿Él sabría de las andanzas de su padre? ¿Por qué quería conocer? ¿Era por mi nombre de actriz o porque quería volver a ver a la prostituta que salió de sus redes para convertirse en un nombrecillo de Hollywood? —Es un honor conocerla, Srta. Swan —dijo Louis. FLAPPER*: es un anglicismo que se utilizaba en los años 1920 para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial (denominado bob cut), escuchaban música no convencional para esa época (jazz), que también bailaban. Las flappers usaban mucho maquillaje, bebían licores fuertes, fumaban, conducían, con frecuencia a mucha velocidad, y tenían otras conductas similares, que eran un desafío a las leyes o contrarias a lo que se consideraba en ese entonces socialmente correcto. I couln't aspire to anything higher, than to fill the desire to make you my own, paah-dum paah-dum doo bee dum, pooooo!*: Canción interpretada por Marilyn Monroe; I wanna be loved by you. Buenas noches, vengo con el cuarto capítulo de este fanfic que recién está comenzando. Las dudas están aún, pero pronto saldrán a la luz algunos secretos muy rudos. Espero les guste :) Y un gran abrazo a quienes aún siguen pendientes. Solo pido paciencia... Un beso grande. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . V . Bella POV Las Vegas, 4 de Julio, 1979 A pesar de todo no tengo miedo, si yo no abro la boca entonces él tampoco lo hará. El pasado de puta jamás me lo podré quitar de encima, más con los demonios eternos que tengo sobre mi cuerpo. Louis no puede abrir la boca, porque de igual manera lo único que tengo es esto, mi

fama, mi dinero, mi carrera. Quizá no me gusta, quizá estoy inmunda en la miseria eterna, pero es lo único que he logrado en mi vida y no podré dejarlo ir por haber sido una puta. ¿Qué pensarían de mí al saber que estuve en un prostíbulo vendiendo mi cuerpo sin consideración? ¿En qué quedaría Isabella Swan, el Picaflor de Hollywood, si todo el mundo supiera que en mí se esconde una bazofia asquerosa? Deseo y suplico que Louis no abra la boca y yo tampoco lo haré. —Muchas gracias por la invitación, Sr. Harrington —le digo lentamente, analizando su forma de comportarse. Tiene un bigote pequeño en el labio superior que se encorva hacia los lados. Sus ojos son fríos y calculadores, eran los ojos de un asesino. Lleva un esmoquin negro y un moño en el cuello, como su hijo. Se parecen, ambos tienen similitudes, sin embargo, William posee unos ojos dulces y cautivadores. —No sabe lo feliz que me hace saber que está en mi nuevo casino, la gente sabe que las estrellas como usted solo se presentan en lugares lujosos y perfectos como Matrushka. ¿Gusta beber algo? —me ofrece Louis cuando un chico para frente a nosotros. Yo tomo una copa con rapidez y la sostengo con fuerza entre mis dedos. Sopeso el impacto que esto me produce, pero creo que puedo hacerlo. —¿Qué tal si nos ponemos a bailar? El ambiente está muy agradable —señala Louis. Yo asiento y me acerco a los demás, quienes bailan felizmente en la pista junto a los demás. Miro a Alice y ella hace lo mismo en cuanto contacta sus ojos con los del Sr. Harrington. Se estremece y me toma la muñeca con rapidez. —Buenas noches, Srta. Brandon —susurra él elevando el puro en sus dedos. —Buenas noches, Sr. Harrington. Su fiesta y su casino son una maravilla. Muchas gracias por la invitación —dice ella—. Si me disculpa, mi amiga y yo queremos ir a beber unos Martini —sonríe adorablemente y Louis lo hace también. Cuando nos alejamos veo por el rabillo de mi ojo que él también lo hace. Siempre nos ha reconocido, algo quiere, no sé por qué hace esto. Me siento nerviosa. Dios. —¡Carajo! —gruñe Alice al chocar contra la barra—. ¡Es él! Dios mío… Siento mis ojos picando, las lágrimas quieren salir y yo no sé qué hacer para evitarlo. La gente nos mira y nos señala, sonríen y se sienten en la gloria porque respiran nuestro oxígeno. —Es lo único que tengo. Si él abre la boca todo esto se irá abajo —exclamo. —¿Te ha dicho algo? —me pregunta. —No. —Ah. Entonces quizá no se acuerda de nosotras. Niego con la cabeza. —Es imposible. Me pagó muchas veces, ¿cómo no acordarse de mí?

Alice retuerce sus plumas entre sus dedos y muerde su labio. Está nerviosa. La comprendo, yo también lo estoy y mucho. Gracias al cielo que ella nunca se acostó con él, sino sería todo aún peor. En un segundo rápido me toma el rostro entre sus manos y me mira. —No dejaremos que esto nos hunda jamás, Bella. ¿De acuerdo? —Su voz es enérgica y férvida. Asiento ante sus palabras. —Nos costó mucho llegar hasta aquí; sudor, lágrimas y sangre. Ese viejo de mierda no abrirá la boca, te lo aseguro, no lo hará. Asiento otra vez. Cuando Alice dice esas cosas sé que tiene razón, ella siempre me protege y se lo agradezco muchísimo. Además, si tiene incertidumbre ante su futuro ve las cartas; nunca falla. Sí. Debo permanecer tranquila y aferrarme a la idea que aquel hombre no abrirá la boca. Mi carrera es lo único que tengo, lo único que he logrado. No puedo darme el lujo de perderlo, no ahora que he dejado de lado tantas cosas por esto. —Ahora iremos a bailar y a disfrutar —vuelve a decir Alice. Le quito las manos de mi rostro y me acerco hacia William y Louis. El primero me tiende su mano y yo la agarro con fuerza para intentar actuar normal. La sonrisa que él me da me tranquiliza en varios grados y no sé por qué, ya que es el hijo de aquel hombre al que vi asesinar a sangre fría. La música es tranquila y sofisticada, pero sin dejar la alegría de lado. De a poco voy soltando el aire y me relajo. No es la primera vez que me encuentro con un cliente (aunque no con un asesino), puedo manejar la situación, no es difícil, solo debo actuar normal, como ahora. —Me intriga la forma en que observas —me susurra Jacob, el chico bailarín que encontré en la barra. Estamos bailando en la pista, los demás también lo hacen pasivamente. —No sé qué tengo de especial —le digo sinceramente. —Estás triste —indica—, lo estás todo el tiempo. —¿Cómo sabes eso? —inquiero atolondradamente. No me doy cuenta de lo rápido que doy vueltas en la pista. Se encoge de hombros y sonríe amigablemente. —Tú no me recuerdas —parece divertido. Frunzo el ceño con profundidad y Jacob pone su dedo índice entre mis cejas para que relaje el gesto. —Estábamos juntos en el campamento de verano en La Push —recuerda—. Tú tenías 16 y yo 14. Fue un castigo que te dieron por haber faltado el respeto a la Srta. Travelech, de lengua. Me pusieron a cargo para que te enseñara como subirte a una canoa y tú te caíste en el intento.

Miro al suelo. Lo recuerdo, sí. Dios, qué días aquellos. Estaba feliz a pesar del dolor que me producía mi padrastro, más que nada porque Edward iluminaba mis días. —Ahora sí te recuerdo —susurro—. Perdón yo… a veces acostumbro a olvidarme de mi pasado. Jacob asiente y frunce los labios. —Cuando supe que vendrías no dudé en buscarte, me caíste bien aquella vez —dice. Louis toca el hombro de Jacob y yo me tenso en un segundo. Oh Dios, ¿qué quiere? —¡Sr. Harrington! Qué gusto. —¿Sería tan amable de entregarme a la señorita por un momento? —le pregunta el hombre. Jacob le deja el pase libre y yo trago saliva cuando sus manos me tocan. Bailamos unos segundos bajo la música natural del jazz y yo espero a que diga algo hasta que lo hace, y lo que dice me deja realmente inquieta. —Tanto tiempo sin vernos, Marie Marilyn. Lo dijo, dijo mi nombre de aquel prostíbulo. Todos me conocían como Marie Marilyn por mi corte de cabello tan parecido al de Monroe, a aquella sensualidad innata que poseía según ellos, los hombres. Muchos de ellos me pedían que les cantara a pesar de que no lo hacía muy bien. Una vez un político aspirante a la presidencia me pidió mis servicios y en medio del coito ansiaba que le cantara el cumpleaños como lo había hecho Marilyn Monroe aquella vez con Kennedy. Él también estaba de cumpleaños. No sabía por qué generaba aquello. Quizá por mi admiración hacia ella, por mi forma de comportarme, por mi vida tan parecida a la de aquella diva… Pero Marilyn jamás fue una zorra como yo. Y no nos parecíamos nada físicamente. Ella tenía atributos, belleza ideal, una sonrisa perfecta, un cuerpo envidiable. Yo era la nada misma. —La joya te queda perfecta —señala con una sonrisa cínica—. Pensé en regalártela como lo pedías antes, ¿lo recuerdas? Aprieto los labios, él no puede hacerme sentir mal. —Ya no las necesito —le digo. —Ya veo… Dejaste el pasado de puta para convertirte en una bonita actriz de cine. Vaya cambio. —¿Qué quiere? —le pregunto. Louis sonríe y me toca el cabello que está puesto a un lado de mi hombro. —Te ha crecido bastante —señala—. Solo quería volver a verte, cariño. —¿Quiere desenmascarar mi pasado y echar abajo mi carrera? —sueno directa y segura de sí misma, eso me sorprende. Tengo miedo, tanto que quiero salir corriendo y morir en el intento. Me siento expuesta y odio aquello, odio que todo lo que tanto temía saliera a la luz. —Oh no, claro que no —susurra—. Solo quiero advertirle que el pasado jamás se va, cariño, el

pasado está siempre presente entre nosotros. ¿O me equivoco? —vuelve a sonreírme. Niego con mi cabeza. —Las putas como tú merecen que se les recuerde lo que son. Jamás dejan de serlo, por más dinero, joyas, regalos y amor que tengan para con su alrededor, siguen siendo unas putas —ríe—. El deber de ustedes es satisfacer, nada más que eso. Eres una ramera, Isabella Swan, y eres testigo también de un trabajo que hice en aquel prostíbulo. Maldición. Siento la sangre helada y un sudor horrible en mi columna. ¿Es capaz de extorsionarme por esto? ¿Pero por qué ahora que ha pasado tanto tiempo? Mamá está enferma, no quiero que sepa en los pasos que estuve metida anteriormente, por Dios no, no quiero. —Sabe que no diré nada… —Shh… —me calla—. Te he tenido bajo mis ojos durante todo este tiempo. James no lo sabe, pero me ha hecho un favor al traerte aquí. ¿Sabes? Él también está inmiscuido en mis redes. —Acerca sus labios a mi rostro con sumo cuidado—. Nadie sale de mis garras, Isabella, nadie, menos una puta como tú. Trago otra vez y me obligo a no llorar, eso es para débiles. Debo ser fuerte y dejarme fluir. —Puedo volarte los sesos a ti y a tu amiga Alice. ¿Quieres eso? —Alice quiere vivir, no te metas con ella. Ríe otra vez y me da la vuelta. —Podríamos hacer un trato —me dice—, haces lo que yo te ordene y dejo libre a tu amiga, ¿te parece, putita? Asiento rápidamente. —Así me gusta. —Mira hacia un lado y levanta las cejas—. Tengo un placer culpable y ese es ver a mi hijo feliz sea como sea. ¿Sabes que está horriblemente obsesionado contigo? Yo no sé por qué tiene ese afán de atribuirse todas las mujeres putas y zorras —su comentario no debe dolerme, pero lo hace—, pero bueno, está ensimismado en conocerte. Mis ojos se llenan de lágrimas por todo esto, no me lo merezco, siento que no merezco seguir viviendo la miseria que fui. —Quiere que su hijo se acueste con esta puta —digo con ironía. Me mira inescrutable y luego sonríe otra vez. —Si eso le divierte, pues que así sea. —Vuelve a darle una revisada a mi cabello—. Me gustabas cuando tenías el cabello corto, sumergías mis fantasías —ríe estrepitosamente—. ¿Recuerdas cuando íbamos al cuarto y tú te paseabas por la cama bajo la luz de las velas? Cierro mis ojos por un momento e intento responder con algo, pero simplemente no puedo. Siguen ahí los recuerdos, la suciedad estancada en cada poro de mi piel. No se ha ido, todo aquel martirio no se ha ido y yo solo quiero que lo haga. Nadie estaría orgulloso de mí, nadie podría rescatar un pedazo de lo que soy, porque simplemente soy una escoria. ¿Todo esto gané al haberme ido de Forks? Desanudé lentamente el corsé hasta que cayó por el suelo. Caminé por la habitación y encendí

las velas en cada rincón, iluminando muy poco el lugar. No me gustaba mirar demasiado a los hombres; solo aumentaban el horror que esto me producía. Mis senos estaban desnudos y me sentía desprotegida. Cada vez que puedo me doy el privilegio de sentir pudor, de sentir la vergüenza que cualquier mujer tiene derecho a tener. Pero otras veces me rehúso a percibir eso, pues no soy digna de aquello. ¿Por qué una puta debe tener vergüenza? Sentía sus pasos detrás de mí, ese calor que a la vez se volvía tan frío. Faltaba algo, y ese algo era amor. Sus manos me agarraron del cabello y tiraron con lentitud para tener acceso a mi cuello. Lo olió y muy lentamente viajó con pequeños besos hasta mi mentón. Él sabía que estaba prohibido el solo hecho de besarme, pues era demasiado íntimo para nosotras, las putas. —Has estado usando el perfume que te regalé —murmuró. Asentí lentamente, sintiendo la incomodidad de su agarre en mi cabello. —Buena chica. Y así era siempre. Me poseía en aquella inmunda cama de doseles gigantes, llevándose consigo todo lo que tenía: mi intimidad. Pero no tenía nada más que hacer, solo vender lo que Dios me había dado para poder comer. Además, prefería mil veces esta forma de hacerlo que en las calles. Nunca llegaba a un orgasmo con ellos, nunca podía sentir placer. No había éxtasis en algo que yo no quería. Sus manos me tocaban entera, agarrando mi piel con lujuria. Depositaba besos, mordiscos y tirones en todo mi cuerpo, dejando las marcas de su posesión. Me sentía indigna, fácil y perdida. Cómo quería alejarlo, olvidarme de los labios ajenos, pero no podía, éste era mi trabajo. Cuando tenía ya su orgasmo él se acostaba boca arriba y me quedaba mirando para que siguiera haciendo mi trabajo. Asentía, siempre asentía y aceptaba todo lo que él quería… Lo que ellos querían. Lo miraba mientras ocupaba mi boca en aquella porquería, en darle placer como una esclava. Sus ojos me seguían y agarraban mi cabeza para que lo hiciera más rápido y profundo. Tosía un par de veces por la brusquedad y mis ojos se llenaban de lágrimas por el asco. Y cuando acababa yo cerraba los ojos y suplicaba porque todo el asunto terminara. Él me miraba y depositaba un fajo de billetes en mis senos, luego se iba. Me recordaba una y otra vez podrida en aquella cama, mirando hacia la puerta que siempre utilizaban para irse. Tapaba mi boca con mi mano y corría al baño a cepillarme los dientes entre lágrimas. No sé cuántas veces supliqué que acabara, no sé cuántas veces lloré en las piernas de Madame Esther, cansada de todo, podrida de la vida. Ella me acariciaba el cabello y me infundía valor como una madre, me decía que ya todo acabaría, que solo debía encomendarme a Dios para que el infierno acabara. Luego supe que Edward había muerto, por lo cual ya no me quedaba nada más por qué luchar. El sexo se transformó en una especie de trampa conmigo misma, sentía que volvía a ser yo cuando me acostaba con James. Ser puta era mi estigma, tan simple y tan deplorable. Nada, nada se había ido de mi vida, todo seguía ahí como la primera vez. ¿A quién quería engañar? Siempre sería lo que soy, una mujer de la noche, una vendida que iba por la vida

creyendo que todo estaría bien. —Qué bien movías el culo, Marie Marilyn —me dice. Sé que quiere sacarme de quicio, pero no le daré en el gusto. Le sonrío y me inclino un poco para susurrarle: —Contigo no sentí ni siquiera cosquillas. Frunzo los labios cuando él me atrapa la muñeca con fuerza y me clava los dedos en la piel. Me mira amenazante y me promete el martirio mismo, pero William aparece frente a nosotras y él relaja la fuerza aplicada en mí. Lo miro, sus ojos claros están inquisitivos. Yo atino a algo simple. —Bueno, Sr. Louis, fue un placer —susurro. —¿Te gustaría bailar? —me pregunta el más joven. Yo asiento por inercia y me dejo llevar por él hasta la pista que está atestada de gente. Logro encontrar a Alice otra vez, me mira y espera a que le cuente qué demonios sucedió con aquel maldito. William es especial, sé que no se parece a su padre en lo absoluto. Tiene una mirada suave y tranquila. Sé que es capaz de amar como cualquier ser humano y yo siempre rescato aquello. Me sonríe cada vez que oímos la melancolía de la música, me envuelve respetuosamente con sus manos y me hace sentir más tranquila. —¿Mi padre te ha dicho algo malo? —me pregunta. Me descoloca, porque me está hablando de su padre. No sé qué contestar, así que solo decido a hacerme la estúpida. —No sé de qué hablas. Me mira un momento y luego abre la boca para hablar, pero yo decido a hacer algo para que no siga. —¿Te gusta esta canción? Suena una muy conocida de Elvis Presley. —Es divertida —susurra. Bailamos en silencio, más que nada porque yo necesito tranquilizar mi mente de todo lo que acababa de suceder. Él me mira profundamente y sé que es por lo que dijo Louis. Está ensimismado en mí, pero no sé por qué. Tampoco sé por qué su padre lo permite. Salimos un momento a ver los fuegos artificiales y yo me estremezco cuando William pasa una mano por mi cintura. Es grande, fuerte y cálido. Su rostro se ilumina cuando estallan los fuegos en el cielo, luego me mira para sonreírme. Yo suspiro, cansada y aburrida de todo, miro hacia el espectáculo y solo deseo que la velada termine. La música cambia rotundamente por una que me levanta los vellos del cuerpo: Blue Velvet de Bobby Vinton. Enseguida se viene Edward a mi cabeza, a recordarme por qué lo quería tanto. Las últimas semanas junto a él habían sido preciosas, mágicas, pero se fueron tan rápidas como llegaron.

Aquel encuentro entre ambos tan marcado por la ternura, ese afán de él por hacerme sentir la única mujer plena en el mundo, su cariño incondicional… Se había ido para siempre y yo no tuve el valor de volver por él. Oh Edward… La música sigue sonando y yo no sé cómo ocultar el dolor. Me siento culpable por haberle soltado la mano aquella vez, por no haber podido corresponder a todo lo que él quería conmigo. No aceptaba el hecho de comprometerme a él por miedo a hacerle daño, pero sí le permití que me hiciese suya por primera vez, que me besara en aquella fiesta bajo la luz de la luna colada por el ventanal. Qué estupidez. Sus brazos en mi cuerpo siempre estaban ahí, como si hubiese quedado una marca imposible de borrar. Con él era como sentirme frágil, perfecta, amada y digna. Le amaba, sí, le amaba demasiado y solo me di cuenta de eso cuando lo dejé bajo la lluvia de Forks. Recuerdo sus ojos, ese iris tan sobrenatural que me hechizaba con tan solo mirarme. Tenía un color extraño, una mezcla única que jamás podría encontrarme otra vez. Dorados como el mismo sol, brillantes como el rey espacial, el único. Sus ojos proferían amor y nadie podía dudarlo… Era un chico perfecto, humano, un chico tan increíble y talentoso… Lo dejé ir y murió. —¿Isabella, estás bien? —me preguntó. Lo miro y le quito las manos de encima. —Necesito… Necesito ir al baño —tartamudeo. Ignoro las preguntas de William y me meto a un cubículo para que nadie me escuche. A pesar de todo, el baño está desocupado completamente, no hay nadie que me escuche respirar como ahora. Gimo internamente y golpeo la pared de mármol; de inmediato me arde la mano, pero no me preocupo, siento rabia y odio hacia todo lo que me rodea. Con mis uñas largas y arregladas rasgo una mancha invisible en la pared y apego mi frente a ella. Es fría, dura e inerte, como mi corazón. Río con desgana y nuevamente rompo a llorar. La sensación que tengo dentro es tan asfixiante y dolorosa que lo único que necesito es gritar. Pero no puedo, el lugar es tan público que solo armaría un escándalo. ¿Por qué justamente hoy comienzo a recordarlo? ¿Por qué hoy rememoro sus ojos dorados y sus brazos estrechándome? ¿Por qué carajo está muerto? Oh Dios, me lo quitaste sin oportunidad de decirle que le amaba. Hoy ya es demasiado tarde, estoy demasiado utilizada para volver a querer… Busco otro cigarrillo en mi cartera y topo con un manojo de papeles que nunca he revisado. Aprovecho de encender el tabaco e inhalo mientras arrugo algunos que no necesito… Hasta que topo con su fotografía con algo unido a un clip: es un papel doblado en cuatro partes. Está algo amarillo y muy viejo y yo sé por qué es… Lo había desdoblado tantas veces que ya no podía más. Tapo mi boca con la mano derecha para evitar soltar un graznido de dolor y de inmediato libero las lágrimas que hace mucho tenía guardadas. Son espesas y duelen, mis mejillas arden y sueltan calor. Con mis dedos torpes reviso la fotografía de Edward y acaricio una de las esquinas que está ligeramente doblada. Sonrío un momento y apego la fotografía a mi pecho, como si estuviese conmigo.

—Perdóname —le pedí a la nada—, perdóname por no haber podido ir por ti antes de que te fueses a la guerra. Con cuidado miré el papel que le acompañaba, suspiré y lloré otro poco, gimiendo de agonía por lo que estaba sintiendo. Era el regalo que me había dado antes de que me hubiera ido de Forks, justo cuando me suplicaba que me quedara bajo la lluvia del invierno. Era uno de sus dibujos más hermosos, siempre le decía que era grandioso y que debería venderlo, pero él prefirió regalármelo. Era un paisaje dibujado solo a grafito, los detalles eran tan reales que te transportabas a un mundo en blanco y negro muy poderoso, tan mágico, tan angelical… Edward era talentoso, un hombre tan increíble… Mi amuleto de la suerte era aquel pequeño regalo y su fotografía. Verlo a través de aquel papel me inundaba de valor y me hacía sentir bien por algunos segundos. Pero le extrañaba demasiado, cada minuto de mi vida era recordarle y proseguir en el dolor. Cuando entré al prostíbulo y supe de su muerte estuve días enteros en cama, Madame Esther entraba a consolarme y a decirme que ese era el destino, que por algo no había podido verlo antes. ¿Qué podía decir al respecto? —Tú no estarías orgulloso de mí —susurré a la fotografía. ¿Cómo un chico tan correcto podía estar orgulloso de alguien como yo? Falté a cada uno de mis principios solo por sobrevivir… Y sobreviví solo para sufrir. Tomo el papel de aquel paisaje dibujado en grafito y lo arrugo entre mis manos y mi pecho, sollozando de por medio. Hace mucho que no lloro, pero ahora no puedo aguantarlo más. Oír su canción, perseguir la melodía hasta aquí, encerrada en el cubículo por el dolor que nunca pude expulsar totalmente… Recuerdo las palabras que había puesto en la parte de atrás del papel. Sorbo por la nariz y me dedico a leer palabra por palabra y de inmediato arrugo el rostro al topar con el sentimiento impuesto en cada una de ellas. "21 de Diciembre, 1968. Querida Bella: Me he propuesto escribirte estas palabras en el único lugar que podrás tomar en cuenta. En un principio creí que era algo feo, pero sé que a ti te da igual. Últimamente estás extraña, pienso día y noche que eso tuvo que ver con el baile que tuvimos hace unas semanas. No has contestado mis llamadas, me evitas cuando te encuentro en el supermercado… Sé que es culpa de Emmett y de tu padrastro, pero no es justo que evites ser feliz por ellos. A no ser de que tú no quieras verme… Y espero que aquello no sea cierto. Sabes que siempre estaré para ti, que cualquier problema que tengas yo te tenderé los brazos. Te amo, creo que siempre te lo he dicho. No te preocupes si no sientes lo mismo, puedo entenderlo, solo quiero que lo sepas cada vez que leas esta carta. No cambiaré lo que siento, discúlpame si esto te incomoda, pero no puedo evitar mis sentimientos. Siempre pensaré en tu felicidad, hagas lo que hagas yo lo apoyaré, solo no cometas una locura, ¿bien? No huyas, porque yo puedo ayudarte. Solo quiero que lo recuerdes y que cuando leas esta carta no sea demasiado tarde.

Te amo y no me importa si esto es ridículo. PD: Ya faltan 11 días para tu cumpleaños, solo espero que me permitas estar contigo ese día. Edward." —Te amé, Tony —murmuro—. Y podría seguir haciéndolo. Perdóname. Buenas noches, llegué un poco tarde así que me demoré en subir el cap. ¡Espero les guste! Queda muy poco para que vengan las mejores partes de este hermoso fanfic. Un beso y gracias por sus reviews! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar la canción Maybe de Janis Joplin y The End de The Doors . VI . Bella POV Los Ángeles, 21 de Diciembre, 1979 —¡Corten! —exclama Mateo. Las luces se encienden—. La escena está lista, pero estoy muy decepcionado de tu trabajo, Isabella, estás muy distraída. Me pongo un abrigo porque siento frío y me meto a mi camarín. En el tocador hay un ramo de flores gigantes y de diferentes colores y formas. Frunzo el ceño y dejo escapar un suspiro. No se cansará de hacerlo a pesar de que le he dicho que no me gusta tanta cosa, porque sinceramente nunca logrará nada más que un polvo conmigo. Tomo la tarjeta que estaba entre los pétalos y reviso el remitente, aunque sé quién puede ser: William Harrington. Nunca me equivoco con él, y ya ha pasado medio año desde que está detrás de mí. Por una parte intento acercarme lo que más puedo a él, ya que así puedo fastidiar a Louis, su padre. —No me gustan las flores —susurro hacia el gran ramo. Me pongo un cigarrillo en la boca, tomo mis cosas y me dispongo a salir del camarín para irme a mi cuarto de hotel. Pero me retiene Alec, mi asistente. —¿Quiere que haga algo con las flores, Srta. Swan? —me pregunta luego de entrar a la pequeña habitación.

—Quédatelas —murmuro. Salgo del lugar y escucho cómo los demás se despiden de mí. Hago oídos sordos, no me interesa simpatizar con ellos. Afuera hace frío, un frío que me cala los huesos. Odio L. A., es estratosféricamente un lujo en todo aspecto. Me desagradan los lujos, pero vivo en ellos, qué estúpida. Tomo la llave de mi cartera y me meto a mi auto, un Chrysler Cordoba del 77, color rojo. Me pongo un pañuelo en el cuello para evitar el viento que se colará, ya que es un convertible, y me dispongo a ir al departamento a olvidarme del mundo. Pongo la radio y oigo al fin buena música, una antigua canción de Led Zeppelin; no recuerdo el nombre. Cierro los ojos un momento y muevo los dedos contra el manubrio; cuando los abro reprimo un gemido al saber que sigo viva en este mundo asqueroso. Se aproxima navidad y lo odio, tengo que estar en el hotel de Louis y sonreír abiertamente. Quiero morir, día a día quiero morir y no sé ni cómo hacerlo. Soy cobarde, es eso, soy cobarde y no soy capaz de terminar con esto de una buena vez. Paro frente al hotel de mierda y le entrego las llaves al tipo para que estacione mi auto. Me saludan, yo ignoro. Me sumerjo en el ascensor y me elevo hasta el piso 14. Mi cuarto es la del fondo. Abro la puerta y me embriago con el hedor de la limpieza. Todo está en perfecto estado, ya sea la pequeña sala, las murallas con diseños exagerados y extremados hacia la sobriedad; es aburrido y me deprime la soledad. Me quito la chamarra y me quedo en bragas por el cuarto. Enciendo la radio y oigo la buena música que cuela mis oídos. Sonrío levemente, me acerco a mi cajón y saco la botella de vodka, mi fiel compañera. Ahora canta Janis Joplin. Maybe… Sí, es Maybe. Qué hermosa canción. La voz áspera de Janis me da escalofríos. Doy vueltas por la habitación y bebo de la botella en grandes sorbos. La calidez del brebaje arde en mi garganta y doy uno que otro respingo. Me siento en el sofá, enciendo un cigarrillo y me dedico a revisar la correspondencia que me ha llegado hoy. —Eres famosa, ¿eh? —le susurro a la mujer que mira sensualmente en la portada de tan conocida revista. Le doy una calada a mi cigarrillo, es un Marlboro corriente. Bebo otro poco y sonrío ante la crueldad de mis sensaciones. —¿Quién eres? —le pregunto a la mujer—. Tú no eres Isabella Swan —sollozo—. ¿En qué me convertí? —susurro. Apago el cigarrillo en la cara de esa Isabella, la 'famosa' Isabella… Já… Dios, quiero morir, salir de este círculo agotador. Rompo entre mis dedos la puta revista, tirando de las hojas con fuerza, quitándome la rabia y el desazón. Tiro de mi cabello y agacho la cabeza entre mis piernas para llorar. Quiero dejar de sentir dolor, quiero evitarme todo este sufrimiento, ya no lo merezco. Termino de beberme la botella de vodka, enciendo otro cigarrillo y me quito la ropa. Trago duramente y rompo la rasuradora que ha dejado William hoy. La navaja cae al suelo y yo la tomo con mis dedos, la miro y me fijo en lo filosa que está. No tengo tiempo de pensarlo más, soy infeliz, quiero morir… Sí, quiero acabar con todo de una buena vez. Abro la llave del agua caliente y tempero con otro poco de agua fría. Meto el pie y compruebo que está cómoda. Me tambaleo y saco el pie para mirarme en el gigante espejo que tengo frente a mí,

suspiro y lloro otra vez. Desde aquel cuatro de julio no puedo dejar de llorar, es enfermizo, porque siento que lo necesito con mayor intensidad. Es cierto cuando dicen que todo artista está maldito, sobre todo yo que lo estoy por el amor. No sé cómo referirme a todo lo que siento, pero mi mayor decaída fue haber recordado a Edward… Él es lo único que quiero y no puedo tenerlo. Qué mierda de vida, qué asco de destino, él nunca merecía haber muerto. No supe aprovecharlo, hui de su lado, no supe confiarle por todo lo que estaba pasando… —¡Y ahora estás muerto! —gimo Le di una repasada a mi cuerpo, al fiel testigo de mi sufrimiento. Lo utilicé para terminar con la pobreza, vendí mi única fortaleza: mi dignidad. —Eres un asco —le susurro al reflejo—. Mírate —lloro—, no eres nadie. Me meto a la bañera y sumerjo mi cuerpo en el agua limpia. Logro encender mi último cigarrillo, le doy una calada, tomo la navaja y la doy vuelta entre mis dedos. —No safety or surprise. The end. I'll never look into your eyes again —canto con la voz baja, mezclada de lágrimas y gimoteos—. Oh, Jim… —jadeo—. Oh, Morrison. Cierro los ojos y me dejo llevar por mis pensamientos, la suavidad del alivio al saber pronto acabaré con todo. —El amor no puede salvarte de tu propio destino —recito solemnemente. Río otra vez, inspiro el humo y exhalo. Con la mano izquierda tomando el cigarrillo libero la muñeca, acerco la navaja y me quedo mirándola. Le daré un corte y acabaré. Al fin, sí… Al fin. Cierro los ojos y me preparo para el intenso dolor, pero sé que debo pagar con aquel leve sufrimiento para evitar el que me depara el destino. Abren la puerta y William entra con rapidez al baño. Me regaña y evita que acabe con mi vida. Reprimo un grito, ¡quiero hacerlo! Pero él es egoísta, no piensa en lo que yo quiero. Pataleo en el agua cuando quiere sacarme de ahí, pero al final me dejo. ¿Qué puedo hacer? Me envuelve en una toalla y me toma entre sus brazos hasta acabar sobre la cama. Él es caballero y evita tocar mi cuerpo mientras me seca. No pronuncia palabra y yo tampoco. Me siento algo avergonzada, debí haber pensado en esto antes de haber acabado con mi vida, no podía hacerlo en el cuarto de un hotel, es demasiado mártir de la televisión, como tantos otros. Me envuelvo como feto y lo siento dar vueltas por la habitación, me pone nerviosa. —¿Por qué ibas a hacerlo? —me pregunta con la voz demasiado elevada. —Porque quiero —pronuncio. Siento su peso en la cama y sus brazos enredándome. Dejo que lo haga, él es el único que me hace sentir bien con su calor. —¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta. Sé que él haría cualquier cosa, cualquiera sea la circunstancia. —Permitirme acabar con mi vida —le digo.

Se queda en silencio por un momento y se dedica a acariciar mi espalda desnuda. Me aferro a él como una niña y no sé por qué, pero necesito sentir cariño aunque sea una vez en esta vida. Cierro los ojos y las lágrimas vuelven a caer por mis mejillas, recordando mi vida, revolviendo en lo que soy… Ni siquiera me permiten acabar conmigo. —No me pidas eso, Isabella —me dice—, sabes que debo protegerte. Frunzo el ceño y me despego de él. —Tú no debes protegerme, yo no te lo he pedido. Me levanto de la cama y me pongo la bata que encuentro colgada. Me paro frente a la ventana que da al mar y me quedo observando la profundidad de éste, a la gente que camina y vive su vida. No pasan muchos segundos hasta que siento sus brazos a mi alrededor otra vez. Doy un respingo, pues no estoy acostumbrada a esto. —Eres… mi amigo, William, no mi guardaespaldas —le susurro dándome la vuelta para afrontar su mirada azul. Mira hacia el lado y sé que se siente terrible el que yo le llame amigo, pero es lo que es, un amigo y nada más. William quiere algo más conmigo, pero yo no puedo brindárselo, sobre todo porque es el hijo de Louis Harrington. Por un lado comencé a acercarme a él por el simple hecho de molestar al magnate, no obstante, William es un hombre muy cálido, me hace sentir muy bien y me quiere mucho… Pero siempre acabo comparándolo con Edward y eso es tan estúpido que a veces me odio demasiado. —Sé lo que hiciste con las flores —murmura, apretando su mandíbula. —No puedo permitirme algo más, William, tú y yo… —Sí, pasamos noches intensas —vuelve a murmurar—. Te quiero, Isabella. Sus palabras me queman porque no puedo responderle. —No quiero que te hagas daño. Muerdo mi labio inferior e intento desesperadamente evitar el tema. —No quiero vivir —le confieso. Frunce el ceño duramente, sé que se siente contrariado con mi sinceridad. Si tú supieras lo que fui, por lo que tuve que pasar por todos estos años… Nadie sería capaz de querer a una prostituta, claro que no, por esa razón tampoco puedo permitirle que me quiera como algo más, no sería justo ser el novio de la mujer que recibía el dinero de su propio padre. Lo beso y él a mí. Nuestra relación es extraña, porque tampoco puede llamarse relación. Somos amigos, de eso estoy segura, porque él siempre se preocupa por mí, pero también nos besamos y tenemos sexo… Y él siempre me dice te quiero… El teléfono que está a unos pasos más allá suena insistentemente, por lo que nos separamos y respiramos con complejidad. Camino hasta él y contesto; es Alice, suena muy preocupada y yo de inmediato me asusto.

—Me han llamado desde Forks —anuncia con la voz temblorosa. —¿Quién ha llamado desde Forks? —inquiero repentinamente muy asustada, porque sé que es mamá quién está en problemas—. ¿Ha sido Carmen? —No… Fue una enfermera. Es tu madre, Bella, está muy decaída en el hospital —susurra—. La enfermera dijo que Carmen, tu prima, ha estado evitando que te llamaran, según alega que no quieren verte por ahí. —Toma aire—. Pero tu mamá te necesita, ha estado preguntando por ti durante meses. Aprieto el aparato con fuerza y de mi boca no sale más que aire. No había pensado en mamá, no había equiparado en todo lo que ella podía sufrir. ¿Por qué Carmen me ha hecho esto? ¿Por qué alega que no quieren verme si mamá pregunta por mí? Dios, ¿quién podía ser esa enfermera? —Bella, ¿estás ahí? —pregunta Alice. —Sí —digo ahogadamente—. Necesito… necesito que me excuses con James, aunque en realidad no me interesa yo… —suspiro—. Tengo que ir con mi mamá ahora. Me despido de Alice y contemplo a William que me mira expectante. Tiene la camisa impecable y un botón abierto, como siempre. Lo cierro con mis dedos y cierro los ojos, me siento tan avergonzada de que me haya visto tan decaída en aquella bañera. Soy una tonta. —Tengo que irme —le digo. —¿Adónde? —Eso no te importa. Él está enfrente de mí y no me permite el paso para acomodar mis cosas. Sus ojos centellean, están tristes. Por un momento se me viene Edward a la cabeza, aquella vez que me suplicó que me quedara. Oh Dios, siempre les hago daño… No quiero causarles eso, no. —¿Te veré nuevamente? —inquiere. Tomo aire y sostengo su mirada por unos momentos. La conexión es inquebrantable, es muy intenso. —Puedes llamarme. O yo lo haré, a tu oficina, claro —murmuro, mirándome los dedos que se enlazan entre sí. Se quita el cabello del rostro y tensa la mandíbula otra vez. Me aprisiona entre su cuerpo y la pared, lo observo descender sus manos por mi cuerpo, mientras abre la bata para extender sus dedos por mi cintura desnuda. —No hagas esto más difícil, William, lo lamento yo… No puedo corresponder a más, tengo muchas cosas que hacer y tú no eres nada mío —le digo francamente. Mis palabras le duelen, pero no flaquea. —Una última vez —insiste. Cierro los ojos y me dejo llevar por sus palabras. Sí, una última vez será necesaria para cerrar este momento. Lo beso y enredo mis brazos en su cuello, él me levanta y me agarra de ambos muslos para no dejarme caer. No tardamos en caer en la cama y entregarnos, como siempre, sin tabúes.

Él insiste en entregar todo para mí, pero yo no puedo soportarlo, no acostumbro a flaquear frente a los hombres. Quizá estoy desperdiciando mi mundo y mi vida en ello, en dejar escapar cualquier emoción. No lo sé, pero quiero terminar con esto ya. Exhalo luego de recibir el éxtasis, sus brazos me aprietan con fuerza alrededor de la cintura. Apoyo todo mi cuerpo en el suyo y él reparte besos en mi cuello. Me siento tan incómoda, pero no puedo separarme, me siento paralizada por lo que estoy sintiendo en estos momentos. Es un torrente de emociones. Su pecho tiene un poco de vello muy oscuro que hace contraste con su cremosa piel, tiro de él con suavidad, estar sobre su cuerpo me da múltiples ventajas. Mis piernas están puestas al lado de su pelvis y él las agarra con aprehensión. —Debo irme, William —le susurro. Asiente y se separa de mí. Al levantarse de la cama puedo ver el espectáculo de su cuerpo y la hermosura masculina. Aun así no puedo sentirme bien, no logra provocar algo más allá de lo físico. Me desespera, siento que soy una piedra ninfomaníaca. No puedo empacar muchas cosas, solo un par de blusas y polleras, vestidos y bombachas limpias. El tiempo se hace mi enemigo, veo a cada minuto la hora y no sé por qué estoy tan nerviosa. Me decido a irme en mi auto para evitar el caos que podría ocasionar mi presencia en el aeropuerto o en la estación de trenes. William se viste a mi lado y me regala una sonrisa tranquilizadora que no le llega a los ojos. Ahora realmente lamente haber sido tan cruel con sus flores. Cuando subo a mi auto solo puedo suspirar y decido hacer una parada en el departamento de Alice. Toco a la puerta y me recibe con su rostro limpio de maquillaje. Siento el palpitar de mi mentón, pero no me permito llorar aún. —¿Estás bien? Dios, Bella, cuando supe de tu madre yo… —Vine a despedirme —le digo para cortar el drama. Abre sus ojos azules con sorpresa y no dice nada. No sé por qué tiende a reaccionar así. —¿Cómo así? —me pregunta—. ¿Y si aquella enfermera en realidad no lo es? ¿Y si… Y si es una broma? Bella, por Dios. —¡Ya basta! —gimo—. Siento… Siento que mi mamá está realmente mal, yo… dudo mucho que sea una broma. Mira al suelo frustrada y me deja pasar, pues hemos estado hablando brevemente en la puerta. Camino por el pasillo y espero a que ella se gire para mirarme; tengo mucho que decirle. Alice solo viste una bata y se nota que se ha aplicado una crema de 'algo' en el rostro. Se nota repuesta y muy descansada, mientras que yo hace apenas unas horas planeaba acabar con mi vida. No creo que sea el momento de comentárselo a ella, podría ponerse frenética y evitarme que viaje hasta Forks. Odio parecer su hija, muchas veces se toma la atribución de creer que puede decirme qué tengo que hacer. Además, a Alice no le gusta William y si sabe que estuve con él hace poco es capaz de discutirme por muchos minutos. —Bella yo… —suspira. Se acerca hasta mí y me queda mirando—. No quiero que vayas sola, me

aterra que decaigas. —No volveré a las drogas, Alice —le susurro realmente dolida. Hace unos meses logré dejar el vicio por las pastillas. Éstas me permitían olvidarme de la mierda que estaba viviendo, pero me costaban mucho dinero y mi salud comenzó a complicarse. Pude dejarlas, pero no así con el alcohol, sin el alcohol no podía estar. Luego de eso Alice nunca volvió a dejarme sola, así me tenía bajo su ojo para que no cometiera locuras. No sé qué tenía el mundo contra mis decisiones, pero si quería acabar con mi vida ellos no me lo permitían, como si todo de mí les perteneciera. No entiendo el por qué es así, no entiendo ese afán de las personas por evitar que cumpla con lo que he deseado desde hace mucho. Y todavía sigue esa parte de mí que no quiere ser una mártir de sus problemas para que así te recuerden día a día. —No me refiero a eso —me dice cabreada—. Es solo que no quiero que vayas sola, es demasiado lejos. Aprieto mis labios hasta formar una fina línea. —Te llamaré, no te preocupes. —James lo entiende, dice que puedes tomarte el tiempo que gustes. Frunzo el ceño. Ese no es el comportamiento que tiende a tomar mi representante. Pero no doy más vueltas en eso. —Sabes que si tienes algún problema puedes llamarme. —Claro que lo haré. Por su gesto sé que se siente muy dolida y curiosa por todo esto que está sucediendo. Alice no sabe por qué tanto rechazo aquella ciudad, por qué no he vuelto con mi madre y por qué ahora sí lo haré, que ya está moribunda en un cuchitril. En realidad nadie lo sabe, solo yo. Y Rosalie. Cuando Rose me llevó a aquel prostíbulo yo no sabía absolutamente nada de eso. Madame Esther estaba sumamente enojada con ella, alegaba que no podía llevar niñitas así como así a un lugar tan peligroso. Les supliqué que me ayudaran, me ofrecí a limpiar los baños, a tender las camas. Rose evitó más discusiones y me dispuso a dormir en su habitación por esa noche, me pidió que le contara lo que me sucedía, el porqué de tanto sufrimiento. Le conté de Edward, de lo doloroso que había sido dejarlo, le conté sobre mi madre, sobre mi padrastro, Emmett… Luego me ofrecieron el puesto de prostituta y yo no dudé en decir que sí, necesitaba tanto el dinero, realmente estaba desesperada. Me pusieron junto a Alice, otra nueva, y ahí nos hicimos muy amigas. Al año supe que Edward había muerto y todo se fue directo a la mierda. —No vuelvas a hacerte daño —me dice. Sé que se refiere a aquella vez que incendié mi habitación con el cigarrillo. —Ni a caer en aquellas mierdas… —¡Basta! —le reprendo—. No sucederá. Me siento culpable, pues todavía conservo aquel sentimiento en mi interior cuando planeé atentar contra mi vida. Creo que tampoco es bueno comentárselo a Alice, y sé que William dirá nada.

—¿William estaba contigo? —pregunta. Tanta pregunta me marea, pero sé que está preocupada. —S… Sí. Pero eso no es tema, me he despedido de él y prometí llamarle cuando estuviese ahí. Asiente y me da un abrazo. Yo lo acepto, necesito el apoyo de mi única amiga. Cuando nos separamos me mira y me besa la mejilla. —Cuídate mucho. Cuando salgo a las calles de Los Ángeles un viento me azota el rostro. Cierro los ojos en ese instante y reprimo un jadeo. Veré nuevamente a mi mamá, veré a Carlisle, a Jasper… Oh Dios… Me agarro de la pared y reprimo un grito. No sé si estoy lista para ver a tanta gente, a las personas que alguna vez me tendieron la mano, a mi mamá que jamás entendió cuánto quería ayudarle… Dios mío, tengo que decirle a Carlisle que siento tanto la pérdida. ¡Y Jessica! Debe odiarme, debe estarme aborreciendo por todo lo que le hice a Edward. ¿Por qué mamá ha estado preguntando por mí? ¿Va a morir? Oh mamá, cómo quisiera que todo lo que pasamos no hubiese sucedido. Pero Phill nos arruinó la vida, en especial a mí que me quitó lo único que al fin tenía de él. Oh Edward, por qué. Siento el desencadenante horror al recordar los dos meses más tortuosos de mi vida, cuando planeaba tantas cosas con él y luego todo se fue al carajo gracias a mi padrastro. Él no quería a Edward, nunca me dejó ir más allá. Y recuerdo cuando estaba asustada y a la vez tan feliz por aquella noticia, pero Phill me lo arrebató me obligó a acabar con aquel pedazo inocente que de nada tenía la culpa. Pienso en lo que pudo haber sucedido si Phill no hubiese hecho eso, lo que hubiera hecho Edward. Enseguida rompo a llorar, incapaz de seguir con mis recuerdos y utopías baratas. Me meto a mi auto y manejo a toda velocidad. Recorro la autopista y enseguida la carretera, pronto se hace de noche y solo me abrigo con el pañuelo que tengo en el cuello. Mis ojos pesan y acabo durmiendo en un hotel, muy cerca del mar. El viaje dura días, quizá unos tres. Me fijo en la neblina que se forma y en el torrente de autos que pasa por Seattle. Debo pasar por Portland y luego recorro hasta Forks. Forks… Hasta el nombre me da escalofríos. ¿Qué dirán cuando me vean? Oh no, no pueden verme, quizá es mejor que evite pasar por el barrio y me quede en algún hotel de por ahí. ¿Hay algún hotel en aquel maldito pueblo? Debe de haberlo. Tengo que ir con Carmen, mi prima, y pedirle explicaciones del por qué no quiso dar aviso de todo lo que sucedía con mi madre. No tardo en ver los pinos y el musgo. El olor a humedad se queda prendado en mí y por un minuto siento nostalgia. Recorro el manubrio de cuero en busca de algo que calme mis nervios. No hay nada. La maleza que hay a mi lado le da un toque oscuro a los cerros, los pinos están mojados y la tierra llena de hojas ya secas. El invierno es dur0, pero no tan frío. Y recuerdo que quedan doce días para mi cumpleaños. El gran letrero que da la bienvenida a Forks aparece frente a mis narices y con el acelerador a tope paso de verlo, no me gusta, porque no estoy feliz de volver. Buenas noches. Muchas gracias a todas por leer, a aquellas sagradas que me dejan un rr y en realidad a todos que se toman el tiempo de leer esta historia tan profunda y melancólica... Bueno,

Bella volverá a Forks y ¿qué cree que sucederá? En el próximo cap lo sabrán ;) Las espero a todas. Un beso Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo All You Need de May Jailer. . VII . Edward POV Forks, 24 de Diciembre, 1979 Me alejo un poco para contemplar el retrato, a pesar de que no es correcto lo que estoy haciendo. Me siento culpable, sobre todo por Jessica. He terminado otro cuadro, ahora en óleo. Sus ojos marrones me siguen en cada movimiento, sus labios esbozan una suave sonrisa. Oh sí, ha quedado perfecto. Jessica no puede verlo, sino se sentirá muy mal. Le doy un último sorbo a la botella y ésta se acaba, por lo que le dejo a un lado y con la cabeza ladeada contemplo por última vez la grandeza del cuadro que he terminado luego de dos meses. Papá tampoco puede saber que he hecho un retrato de Bella, ya estaba harto que mirara la televisión cuando aparecía ella o que hiciera tantos dibujos en su nombre. Alegaba que era una estupidez, que ella nunca me quiso y no se merecía mi miserable nostalgia. Creo que tiene razón en muchos aspectos, estaba perdiendo mi vida en seguir sus pasos con la ilusión de que apareciera por la ciudad por un momento. Fui un iluso, un iluso que no era capaz de ver la realidad de la vida. Bella está bien, va a fiestas, filma películas, va siempre bien vestida, tiene relaciones con hombres que le desean y gana mucho dinero. Yo trabajo para mi papá, al único lugar que voy es al lago o al bosque, pinto en mis tiempos libres, limpio el piso de ancianas que no pueden hacerlo, visto con lo primero que encuentro y hasta hace solo seis meses pude tener una relación estable. Y bueno, soy pobre. Me siento ligeramente decepcionado, pues Renée está muriendo sin dignidad en el hospital más terrible que te puedes encontrar. Una de las enfermeras quiere llamarle, pero Carmen no le deja, dice que no es correcto. Yo ya no sé qué decir. Tocan a la puerta y yo me desespero. Tapo el cuadro con la manta y enseguida siento el susurro suave de Jessica; está divertida, puedo percibirlo. —Edward, ¿estás ahí? —me pregunta, tocando la puerta con sus nudillos.

—Sí, espera, estoy… —piensa rápido—. Vistiéndome. Se ríe ligeramente. —Te estás tomando el comienzo de tus vacaciones con mucho esmero, si ya te estás levantando bien tarde. Sonrío entre dientes y me limpio las manos con el paño que hay a mi lado. Miro el cielo gris y frío, agradecido de que papá me hubiese dado un mes completo para refrescar mi estresada vida. Jasper también tiene tiempo libre por lo que muchas veces salimos a Seattle para beber algo. La vida comienza a sonreírme, y por muy raro que parezca, Jessica y yo somos novios. Me costó tomar la decisión, en un principio me mostré reticente, pero luego entendí que en la vida no puedo esperar cosas que nunca llegarán, así que me atreví con ella. Son muy diferentes, compararlas está muy mal, pero ¿qué puedo hacer? Salgo de la habitación y Jessica enreda sus brazos en mi cuello para darme un casto beso sobre los labios. Yo le recibo con toda la naturalidad que puedo, pero aún me siento muy mal por estar creando cuadros de Bella. ¿Por qué lo hago? No lo sé. —¿Iremos al lago hoy? Demonios. Lo había olvidado. Le prometí ir al lago para olvidarnos de todo, pero se me hace difícil, aquel lago tiene muchos recuerdos. Vuelvo a darle una sonrisa y esa es mi respuesta: claro que iremos. Jessica me acaricia el cabello, se ve feliz y eso me hace muy feliz a mí. Mi papá también está muy contento por nosotros y eso me genera algo de tranquilidad, así deja de molestarme por lo mucho que he desperdiciado a Jessica. —Estás callado —susurra suspicaz. Me encojo de hombros. —Sabes que siempre soy así —le digo. Caminamos por el pasillo y veo que la habitación de mi padre está lista. Bien, ha salido. Quizá irá a pescar con su único amigo, Billy Black, un hombre en silla de ruedas que vive en La Push. Me agrada que salga, así no tengo que preocuparme tanto por él. Bajo la escalera detrás de ella a paso lento, ella camina por la sala hasta la cocina y toma algunas cosas de la alacena. Yo le sigo la mirada y siento que no es la monotonía que acostumbraba a tener cuando no éramos… novios. Me cuesta un poco sostener la idea de que nuestra relación ha cambiado, quizá porque nunca lo pensé, quizá porque en realidad somos demasiado amigos. —Jessica… —profiero lentamente. Ella deja un cuenco en mi mesa con cereales y leche. No me gusta que me sirva, me siento malvado, como la sociedad de mierda que acostumbra a utilizar a las mujeres. He intentado cambiar eso de ella, pero su propia madre la crio para 'dar' y no 'recibir'. Jessica es una mujer muy bella, demasiado inclusive. Su pelo castaño le cae por la espalda con suaves ondas, siempre lleva un moño de diferentes colores para que el flequillo no le caiga en picada contra el rostro y nunca se maquilla más que las pestañas. Es natural, joven a pesar de los años, sencilla, servicial. Quizá eso le puede parecer perfecta ante el ojo masculino 'típico', pero a

veces sentía que era demasiado para mí, o demasiado parecida a lo que también soy yo. A papá le fascina Jessica, siempre la ha querido como la hija que nunca pudo tener. Y bueno, desde que mamá murió con mi hermana en el vientre ha quedado con ese dolor prendado en el alma. Mamá murió cuando tenía siete meses de embarazo. Supimos cuando estábamos creando la cuna de mi hermana; iba a llamarse Bree, ese nombre le gustaba mucho a papá. Fue una estupidez aquella forma de fallecer, mamá nunca vio el camión estacionado y el auto no resistió el pequeño choque. A los minutos se incendió y explotó; de mi madre solo quedaron sus cenizas, y ni hablar de Bree. Cuando supe no sabía mucho en qué pensar, aunque tenía la madurez suficiente para saber que mamá se había muerto y que jamás podría volver a verla. Todo ese entusiasmo al recordar lo que sería tener a una hermana, ver a mis padres tan felices, tan ensimismados… Creo que eso dolía mucho más, no soy quién para sentir a una persona como mía, la naturaleza es así, te lleva y ni hay forma de saberlo. Pero… mamá y papá estaban felices, no sé por qué Dios nos lo quitó tan rápido. Luego de que yo hubiese nacido pasaron muchos años para que pudiese concebir. ¿Por qué el destino era tan cruel? Mamá me quería, realmente me quería mucho. Era de ese tipo de personas que no puede enojarse por mucho tiempo, tenía el corazón más grande de todo el mundo. Podría pensarlo siempre: Esme Cullen era la mujer que cualquier hombre habría querido, pero agradecía el que haya elegido a mi papá, a pesar de todo ellos jamás podrían dejarse de amar. Todo se quebró tan rápido… Mi vida siempre marcada por la miseria, viendo a papá descomponerse con los años. Me pregunto todos los días que habría sucedido si mi madre no hubiese muerto, pero toda aquella suposición se iba al demonio, pues jamás iba a suceder. —Estás muy pensativo hoy —insiste Jessica. Sé que se preocupa, pero siento que no puedo hablar esto con ella. —A veces los artistas necesitamos tiempo para pensar —bromeo. Ella levanta su ceja y entorna los ojos verdes para mirarme con falsa molestia. —Recuerda que trabajo vendiendo vinilos en la tienda de la esquina, eso también cuenta como sabionda del arte —dice con orgullo. Se sienta a mi lado y come junto a mí los sencillos cereales con leche. —¿Has estado pintando últimamente? Me meto delicadamente la cuchara en la boca y dejo que el frío metal caliente mi lengua. No sé qué decirle. —Bueno, sí —le respondo. —¿Algo en especial? La miro, pero no noto nada suspicaz. —Lo mismo de siempre —digo tranquilamente. Recuerdo internamente que la madre de Bella está peor y necesita que vaya a verle. Últimamente

quiere saber más de mí y no sé por qué. Lo que sí, siempre estoy intentando levantarle el ánimo, hace poco ha ido bajando su ánimo sin razón. A veces creo que sí necesita de su hija, pero Bella ha dicho tajantemente que no, o eso es lo que dice Carmen todo el tiempo. Jessica y Carmen son amigas desde hace mucho, creo que comenzaron a conectar por todo lo que sucedió entre Bella y yo. No lo entiendo, creo que a veces utilizan esos pasajes de mi vida para complementar el odio que sienten hacia Bella; aunque a veces Jessica dice que no la odia. Hoy es noche buena, la tradición de mi pequeña familia es juntarse para comer. Ahora se unirá Jessica, por lo que me siento algo nervioso. Tía Elizabeth y tía Martha acostumbran a venir a pasar la velada con mi papá, así no está tan solo. Jasper y yo nos dedicamos a hablar de la podrida vida que llevamos, comemos un pavo y nos dedicamos a jugar cartas cuando ya están todos dormidos. Nada especial, ahora con Jessica no sé en qué cambiará. —Me sentiré un poco incómoda con tu familia aquí —dice Jessica luego de terminar de fregar lo que ocupamos. No me dejó ayudarle. Levanto la cabeza para observarle, su comentario me llama la atención súbitamente. —Ni que fueran a cortarte la cabeza. Jasper estará con nosotros, no habrá nada que te haga sentir incómoda. Mis tías son amigables. Se encoge de hombros. Jessica tiene que ir a terminar las horas en su trabajo en aquella tiende de vinilos, yo iré a darme una vuelta al hospital para ver cómo sigue Renée. Estoy asustado, no quiero que muera sin ver a su hija, aunque creo que es si sucederá. Diablos, tampoco quiero que Phill regrese, pero me han contado que ha vuelto y Carmen está muy molesta por eso. Carmen tiene 32 años. Soltera, sin hijos, sin futuro… Creo que todos los que nos quedamos en esta ciudad vamos a terminar viviendo miserablemente. Siempre agradezco que Carmen se haya encargado de Renée, pues su propia hija la dejó aquí sin darle un céntimo por todo lo que ella ha hecho por ella. A veces me pregunto qué fue lo que le sucedió a Bella para que todo esto haya ocurrido, por qué reacciona de esta manera, por qué no se preocupa de ella… Quizá Renée tuvo la culpa de aquel horrible suceso que le impidió seguir en Forks, quizá… Rayos, debo dejar de pensar en ella y en el porqué de su huida. Lo más probable es que te dejó por la simple razón de que eres un maldito pobre incapaz de más, pienso. Antes de salir de la casa, tomo mi pequeña mochila que contiene cuadernos pequeños y algunos lápices, quizá si se me da el tiempo puedo dibujarle algo a Renée, lo que le fascina muchísimo. Jessica se despide de mí luego de bastante preámbulo y nos dirigimos a caminos diferentes. Ella camina hasta la parte central de Forks y yo hacia la salida Sur, por donde queda el hospital. No me gusta ir en auto, así que troto hasta las calles más limpias de autos. Observo y noto que todos son bastante viejos, destartalados, ninguno en particular logra llamarme la atención. Excepto el Chrysler rojo que está aparcado a un lado de aquella tienda de ropa. Frunzo el ceño. ¿Qué personaje rico podría parar en Forks? Me río internamente. Papá siempre decía que aquella tienda de ropa exclusiva nunca serviría, ahora veía que sí, porque estaban comprando en ella. Wow… En serio, qué bonito Chrysler. Y descapotable. Lanzo un silbido, me parece espectacular que tan bonita máquina esté aparcada en las calles de Forks. Toda una novedad.

Luego camino hasta la salida del centro con las manos en los bolsillos de mis pantalones y pateo las piedras que me encuentro en el camino. Topo con el hospital en unos veinte minutos después y se me forma un nudo en la garganta, un nudo traicionero que me hace arrepentirme de haber venido. Pero no me dejo flaquear, tengo que ver a Renée, pedirle que sea fuerte. Llego a recepción y le pido a la enfermera que me diga hacia dónde debo ir; no soy muy bueno en orientación, siempre termino perdido. Primer piso a la izquierda, luego a derecha y al fondo. Uff, ¿cómo voy a aprenderme todo ese sendero? Es larguísimo. Cuando llego a la habitación número 12 está Carmen sentada ahí farfullando con un hombre que conozco muy bien. Me sorprende que Carmen no lo eche a patadas del lugar, creía que se llevaban mal. Toco la puerta con lentitud y abro sin que me den la autorización para entrar. Por el hueco puedo ver a Renée durmiendo plácidamente. Ha adelgazado tanto que me parece una mentira, sus pómulos se marcan con profundidad y sus ojos no parecen más que líneas gastadas en su ceniciento rostro. El cabello rubio oscuro le ha crecido desordenadamente por los hombros y se ha vuelto grasiento por la falta de lavados constantes. Phill, el padrastro de Bella, me mira intimidado por mi presencia y se aleja lentamente de Carmen. Ella está sorprendida y algo aturdida por verme tan pronto. Me quedo callado un momento y espero a que digan algo, pero al ver que no hacen nada tomo la palabra. —¿Qué haces aquí? Phill cambia de semblante y ahora parece molesto, incluso arrogante. ¿Qué se cree? Ha estado atormentado la vida de Renée durante muchos años, luego se largó cuando ella comenzó con su cáncer. ¿Cómo es posible tanta desfachatez? La ira crece dentro de mí hasta el punto de la explosión, pero debía aguantar mi berrinche, a mi lado estaba Renée tan cansada que apenas podía respirar. —¿Quién te crees tú para hablarme así, pequeñito? —me pregunta poniéndose las manos en la cintura. Me molesta que no sienta vergüenza. —Realmente no puedo creer que después de todo lo que usted hizo venga aquí a mostrar preocupación por la enfermedad de Renée. —No me levantes la voz, niñato. Phill es calvo y tiene una pequeña acumulación de grasa en la parte trasera de su nuca. Tiene un bigote gastado en el labio superior y siempre vista con camisas escocesas, lo que le da un aspecto de leñador viejo. No sé qué le pueden ver esas mujeres que han estado con él, las causantes de tanto sufrimiento de parte de Phill. —¿Ya olvidaste a la última ramera? —inquiero con la mandíbula apretada y mis brazos aferrados entre sí. Carmen sale a la defensa de la situación. —¡Ya, por favor! —exclama—. Están en la habitación de mi tía. Me quedo callado, tiene razón, la situación es delicada. Carmen se quita el cabello castaño del rostro y se acerca a mí para luego juntar sus manos entre

sí y mirarme con súplica. —Necesito que vayas a darte una vuelta, Phill no quiere irse y me temo que no se irá en unos minutos más. Por favor, ayúdame con esto —sostiene. Asiento algo contrariado y me doy la vuelta para volver a los pasillos. No pienso irme, tengo que estar pendiente para volver con Renée, no sé por qué, pero necesito verla. Me siento en la mesa más alejada de la cafetería, aunque no sé por qué, pero me intimida la mujer que vende golosinas. Saco uno de los cuadernos, el lápiz de carbón y comienzo a trazar algunas líneas imaginarias, mis manos se manejan solas en la hoja blanca, lo que mi cabeza dictaba ellas lo hacían. Y acabo como siempre: dibujando un rostro ovalado y perfecto, con la sonrisa más hermosa que podría imaginarme, pero no necesitaba imaginarla, porque hace mucho tiempo había tenido el privilegio de ser el causante de muchas de ellas. —Sal de mi cabeza —le digo a la mujer que me mira con unos grandes ojos inocentes—. Isabella, ¿por qué? Isabella POV Forks, 24 de diciembre, 1979 Cuando entro a las puertas de Forks mi corazón ya está desbocado en mi tórax. Es asfixiante el gris del cielo y la poca gente que camina por los alrededores. Aunque no es de extrañarse, es muy temprano como para que comience el caos. Si se le puede llamar caos… Me pongo unas gafas leopardo y redondas, las que estaban de moda hace unos años, un pañuelo en la cabeza de fuertes lunares blancos y fondo negro, estaciono en la primera tienda de dulces y entro al lugar. Noto que la mayoría se queda mirando mi auto, pero intento ignorarlo. La mujer gorda que atiende parece algo hosca, por lo cual me acerco lentamente y le pido con un claro por favor que me dé una bolsa de galletas y un vaso de chocolate. Es la primera vez que como algo tan nutritivo y dulce, últimamente he descuidado mi alimentación en grandes cantidades. Miro mi muñeca y aprieto los labios. Ahora hubiese estado muerta de no ser por la intromisión de William. Cuando acabo de comer me acerco al teléfono público y llamo al departamento de Alice. Me contesta somnolienta. —Hola, Alice —susurro. —¡Bella! ¿Estás bien? ¿Ya viste a tu madre? Me tenías preocupadísima, hace tres días que no sé de ti. Suspiro con pesadez. —Viajé en auto, duró tres días. —¡Bella! ¿Cómo se te ha ocurrido hacer semejante estupidez? Intento no oír sus sermones, me pesan y me hacen sentir una niña otra vez, y de niña no me queda nada. Cuando acaba sé que puedo continuar. —No he ido a ver a mamá claramente, me da un poco de terror aparecerme por ahí y… ver a

tanta gente que dejé atrás. —Siento el picor de las lágrimas a medida que hablo. —Oh, carajo, no me gusta que estés ahí sola. —Está bien, puedo con esto. Planeo ir con Carlisle para darle mi pésame, ya sabes —suspiro otra vez—. Espero que me deje entrar a su casa —doy una risa tonta y gastada. Alice no dice nada, lo que tomo como un grave momento incómodo. Sé que siente mucho por lo que estoy pasando, sobre todo porque ella es de esas que le gusta apoyarme en todo lo que necesito. Pero necesito estar sola, por lo menos unos días mientras mamá me ve. Tengo miedo, realmente tengo miedo, porque es como volver a tocar las peores heridas de mi vida. Abrazo mi vientre por un momento, es la única manera de aplacar el dolor que tengo en estos momentos. Forks ha cambiado, se ha vuelto más urbano, e incluso la gente viste a la moda, lo que considero patético. Puedo sentir la brisa, la frialdad de esta ciudad que profirió tantos momentos cálidos. Qué incongruente, pero qué bonito recordarlo. —Alice, sé que debes estar muy cansada. Te llamaré en unas horas para contarte lo que sucedió, ¿sí? —Ajá —bufa—. Cuídate, Bella. —Lo haré —reprimo un sollozo. —Te deseo toda la suerte del mundo, ya lo sabes. Hablamos más tarde. Cuando cuelgo, dejo la mano puesta en el teléfono y lloro. Me tapo la boca con la mano y espero a que los gemidos se acaben; no quiero hacer un espectáculo. La gente pasa a mi lado y me mira, quizá por dos razones. Uno: estoy completamente tapada; dos: lloro como una tonta frente a un teléfono público. Aliso mis pantalones de tela apretados, color uva fuerte y me preparo para topar con toda la vida que dejé atrás. Me meto a una tienda de ropa exclusiva, algo sorprendente en tan pequeña ciudad. Miro algunas blusas y polleras, bragas, sujetadores, lo que encuentro. Compro algunas prendas y la dependienta me observa con curiosidad, como si dudara de quién soy. Evito su mirada y me escabullo con rapidez, lo que menos necesito es que comiencen a reconocerme para que así llegue a oídos de todos. Aparco el Chrysler en un lugar alejado del hospital y con las manos temblorosas y el cuerpo rígido me acerco a la enfermera de la entrada. Le pido la dirección hacia la hospitalizada Renée Swan (no sé por qué no se cambió el apellido de ese Charlie), pero ella me mira con el entrecejo fruncido. Escucho mi nombre fuerte y claro detrás de mí, una voz femenina, cálida y juvenil. Me giro y encuentro a una rubia chica de cabello liso, parece una niña pero sé que no lo es, sus ojos muestran mucha vida. —Srta. Swan, es usted —dice con sopor, pero sin quitar una bella sonrisa de su rostro. —Buenos días, ¿usted es…? —Jane Vulturi —afirma tendiéndome una mano muy limpia y suave—. Yo estuve intentando contactarme con usted por lo de su madre. Abro la boca para hablar, pero no sé qué decir. ¿Gracias? ¿Por qué lo hizo? ¿Tengo que ser breve y preguntarle qué quiere o algo? Prefiero esperar a que ella diga algo.

—Su madre me habla siempre de usted, realmente no sé qué pensar. —Su rostro parece contrariado y creo que se pregunta muy en su interior si decir lo que tiene en la punta de la lengua. —No evite decirme las cosas —le pido. No lo duda ni un segundo. —¿Por qué le ha abandonado? ¿Cómo usted, teniendo tanto dinero, no ha sido capaz de brindarle mejores cuidados a esa pobre mujer? Siento mucha rabia en mi interior porque eso es mentira, una sarta de mentiras baratas que han inventado y no sé quién. —Lo siento, no quería ser tan directa —dice atolondradamente y agarrándose la frente con su dedo anular e índice. Asiento. No siento la necesidad de explicarle que le han explicado muy mal la situación, ella no tiene por qué saberlo, aunque siento un nudo en mi garganta, necesito desahogar todo. Me pide que le siga y yo lo hago con el nerviosismo en mis rodillas que me impiden caminar con normalidad. Siento morbo y miro hacia algunas habitaciones, me aterra ver a algunas personas con cáncer, sin pelo, pálidas, moribundas. ¿Mamá estará así? Oh no, por favor, Dios, no me la entregues de esa manera. A mi izquierda una niña tira de mi blusa y me sonríe, yo lo hago también y mis ojos se llenan de lágrimas al instante. Está calva y muy hinchada: quimioterapia. Me agacho y acaricio su cabeza, la miro e intento volver a sonreírle, pero ahora me duele mucho hacerlo. Lo que siento en mi interior es tan terrible, pero me hace sentir tan viva… Es la primera vez luego de tanto tiempo que realmente siento compasión. Sí, siento compasión y mucho ardor en mi corazón. —¡Es usted! La de A la orilla de Manhattan —afirma solemnemente. A la orilla de Manhattan fue una de mis películas más galardonadas, por ese papel me conocieron mundialmente. —¡Isabella! —vuelve a afirmar cuando yo le sonrío. Le beso la mejilla y le enredo el pañuelo que tenía en mi cuello. Sus ojos brillan con fervor y yo no puedo sentirme más agradecida de aquel gesto. —Prométeme que serás muy fuerte —le susurro. —Lo prometo. Muchas gracias. Su voz canturreada y vivaz me conmueve, me hace sentir tan débil con mi mundo, tan horrenda. Ella, tan joven y, se supone, debería estar llena de vida, pescó una de las peores enfermedades que pueden haber en este mundo, un maldito cáncer. Y yo, una mujer que se suponía lo tenía todo no hace más que odiar el mundo. Que niña tan valiente que es capaz de sonreír ante las circunstancias más adversas. Me alejo de ella con una extraña sensación en mi interior, en el pasillo del fondo me espera la enfermera con una sonrisa triste y yo no puedo evitar fruncir los labios por el horror que siento. Quizá está acostumbrada a esto, pero yo no.

—Me gustaría saber… bueno, por qué no ha venido a verla —me dice algo avergonzada por sus palabras. Me dedico a ver sus ojos turquesa, limpios de maquillaje y tan inocentes. Ella no es de las personas que miente, se preocupa por los demás, es muy compasiva, puedo verlo. Una buena enfermera que me avisó de lo que estaba sucediendo, quizá porque Carmen estaba ocultándome muchas cosas. —Yo creí que ella no quería verme —susurro. Frunce el ceño y hace un mohín nervioso. —¿Quién le dijo eso? La señora ha estado preguntando por usted durante mucho tiempo. La conozco desde hace años, cuando comencé ella ya tenía cáncer y ella me señalaba que usted era su hija, que estaba muy orgullosa de usted. —Se queda callada un momento, quizá al ver mi rostro—. ¿No lo sabía? Niego con mi cabeza, atontada por sus palabras. Me siento en el aire, como si no pudiera creerlo. —Ella rechazó muchas veces mi ayuda —consigo decir. —Discúlpeme, pero no hemos sabido de ninguna ayuda de su parte. No puedo decir más, me siento impactada por todo lo que me ha estado diciendo. ¿Cómo es eso de que se siente orgullosa de mí? ¿Cómo es que nunca han llegado noticias de mis ganas de ayudarle? —Le mandé joyas, dinero, de todo. Cuando supe de su enfermedad me asusté y no dudé en ofrecerle lo que tenía en ese momento. Jane Vulturi se tapa la boca y no dice nada más. Me abre la puerta de la última habitación y me sumerjo al lugar cálido y brumoso. A lo lejos veo a Carmen y a Phill, y a su lado está mi madre durmiendo pacíficamente. Los primeros discuten entre murmullos y no se percatan de mi presencia. Jane se mete y revisa el suero de mi madre con sigilo. —Buenos días —digo con voz enérgica. Se giran y me quedan mirando con los ojos muy abiertos, incrédulos de mi presencia. Carmen se torna pálida, tan pálida que hasta parece que puede descompensarse. Puedo asegurar que está aterrada por haberme mentido, y ahora estoy aquí. Y Phill, el maldito de Phill no puede ocultar su asombro, aunque no parece asustado y yo le aborrezco por no mostrar toda la culpa que debería tener. Me ha hecho tanto daño, y a mi madre que dio todo por él. Qué repugnancia. —¿Qué haces tú aquí? —me pregunta Carmen—. ¿Tú la trajiste aquí, maldita estúpida? —le grita a la enfermera que se esconde contra la pared. Mamá da un respingo y abre los ojos de sopetón. Sus ojos no brillan, me apena tanto… Su cabello está tan corto, sus arrugas se han marcado con notoriedad… Dios mío, ¿qué hice? ¿Cómo le dejé con Carmen? Diablos, no puedo llorar frente a todos ellos, pero el nudo en la garganta amenaza las caídas libres por mis mejillas. —¿Bella? —susurra mamá. Se levanta un poco para mirarme y yo me acerco a su cama sin saber qué hacer. Me siento muy mal, ella viste tan pobremente, mientras que yo tengo ropa cara y muy elegante a cuestas. Soy una mierda.

—Mamá, llegué. Los ojos de mi madre brillan sin poder creerlo y en ese momento solo sé que Carmen me ha estado mintiendo todo este tiempo. Ella siempre ha estado preocupada de mí, siempre orgullosa de lo que soy. Mi prima es malévola, puedo asegurarlo. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué rayos cometí con ella para que me ocultara aquello? —Carmen, ¿qué hace Phill aquí? —su voz suena rasposa y cansada—. Salgan de aquí, por favor, quiero estar a solas con mi hija. Los siento salir lentamente y Jane me observa con una sonrisa sincera. Yo no se la devuelvo, no puedo. Mamá me mira por un largo rato y yo también, me siento mal al tenerla así. La última vez que la vi estaba compuesta, joven, radiante. ¿Cómo cambió tanto? —Al fin te has decidido a venir —me dice—. Creí que nunca ibas a hacerlo. Frunzo mis labios y rompo a llorar, soy incapaz de aguantar el dolor. —Pero ya estoy aquí, quiero ayudarte. Llevo una mano a su cabello y lo acaricio lentamente. —¿No te irás? —Claro que no —afirmo. Por lo menos hasta que muera…, pienso con agonía. —Oh Bella, estás tan hermosa. —Sus dedos delgados repasan mi rostro lentamente, acariciándolo lentamente. Cierro mis ojos por un momento y una sensación nostálgica atraviesa mi pecho—. Estoy muy orgullosa de ti, veo siempre tus películas. Comienzo a reír y unas pequeñas gotas caen en mi boca. Mis lágrimas saben a sal y a emoción, verla nuevamente ha abierto muchas cosas en mi corazón. Su rostro se vuelve lúgubre y sé lo que está pensando. —Perdóname por todo, fue mi culpa que te hayas ido yo… —No hablemos de eso, el tema me duele mucho —le digo. —Pero Bella, yo no te defendí, fui una tonta, permití que… Niego rotundamente con la cabeza, no quiero volver a tocar ese tema. —Eso es pasado. Una enfermera irrumpe en la habitación y me pide que deje el cuarto por un momento para que el doctor revise a mi mamá. Asiento y le doy un beso en la frente antes de irme. —No te vayas, ¿sí? —No me iré, mamá. —¿Volverás pronto? —Muy pronto —le sonrío.

Siento el pecho oprimido, como si fuese a ocurrir algo horrible. Pero sé que es el tumulto de sensaciones que he acarreado este último tiempo. Ver a mi mamá me ha dejado con mucho dolor, pero también con alivio, no me hubiese perdonado su fallecimiento sin haberla visto antes. Pero sigue esa duda por Carmen, el por qué ha hecho esto. Siento los labios secos y la garganta áspera, así que me acerco a la cafetería y pido un café cargado para recuperar las fuerzas. La mujer gorda que atiene me mira raro y yo me siento en una de las mesas más cercanas a la salida. Pero algo me descoloca. En un primer momento no puedo descifrarlo, pero giro un poco la cabeza y topo con una cabeza gacha de alborotados cabellos bronceados. —Dios, ya me estoy volviendo loca —me digo a mí misma mientras revuelvo el café. Entorno los ojos en la mesa y hago un puño con mis manos. Vuelvo a levantar la cabeza y veo otra vez esa mata de cabellos alborotados y bronceados. Es un hombro de aspecto delgado y masculino, de anchos hombros y fuertes manos. Tiene las piernas cruzadas, lleva unos jeans gastados. Pero lo que me llama la atención es lo que hace: dibuja con concentración en una hoja blanca, utilizando lápices de carbón y su dedo largo. Trago y me obligo a olvidar esto, a dejar salir a Edward de mi cabeza. ¡Ahora lo veo! ¿Cómo es eso posible? Oh mi Dios, estoy enferma. ¿Qué tiene el café? ¿Me han puesto algunas dosis de algo? Mis manos tiemblan como si tuviese alguna enfermedad, las piernas flaquean incluso ahora que estoy sentada. Siento un fuerte sudor en mi nuca y la sangre en mi rostro acumulada hasta explotar. Me lanzo hacia atrás con la silla, rechinando en la cerámica. Tomo mi café y me levanto para salir de aquí. Pero por el rabillo del ojo veo que he llamado la atención de aquel hombre, por lo que levanta la cabeza, deja el dibujo a un lado y puedo verlo con detalle. —Carajo —susurro. Es Edward. Dios santo, es Edward… ¿¡Cómo es eso posible!? ¿Cómo…? Dios… Cielo Santo… Mi cuerpo no se mueve aunque le ordeno que salga corriendo de aquí, pareciera que tiene autonomía. ¿Pero qué diablos? —¿Bella? —exclama él. Escuchar su voz fue como invadirme de diversas emociones que hace años no sentía. Mi estómago se retorció con fuerza, el sudor frío se hizo aún más presente. Tú estás muerto, tú estás muerto, tú estás muerto…, pienso constantemente. Él comienza a acercarse y yo me echó a caminar lentamente, de espaldas a la multitud. El café tirita en mis manos y yo no soy capaz de contener el horror. Mi rostro debe ser un espectáculo digno de ver, un paisaje bello. —Bella, regresaste —me dice con los ojos brillantes. Sus hermosos ojos hacen contacto con los míos y yo me siento desvanecer, la garganta se prepara para expulsar los peores gritos. —¡Aléjate de mí! —vocifero.

Él se estanca en sus pasos y levanta las manos con asombro. Sus dedos están bañados en carbón lo que genera en mí los recuerdos más hermosos y terribles de mi vida. —Soy yo, ¿me recuerdas? Esa melodía celestial, esa vibración… Su voz, su aterciopelada canción. Su garganta, su quijada, su barba de ya dos días, sus ojos soleados, sus labios carnosos… —¡No sé quién eres! —gimo—. Aléjate de mí —vuelvo a demandar. Esto es una locura, él no es Edward. ¡Estaba muerto! ¿Cómo podía concebir la idea de que Edward estaba vivo? Han pasado ocho años desde que está muerto, no es posible que haya resucitado de la nada. ¡Eso no existe! ¡Estoy loca! ¿En qué momento pude ver este tipo de visiones? ¿Soy una desquiciada que ya ha quebrantado cualquier porcentaje de noción en mi cabeza? ¿Quién soy? ¿Es tanta mi desesperación por verlo que ya estoy inventándolo? Él hace un gesto lastimero con su rostro y abre la boca para hablar, pero no puede. Nos quedamos en silencio, mientras yo me aferro a la única idea lógica: estoy loca. En un rápido movimiento acerca el dorso de su mano a mi mejilla. Lo siento en mi piel, en aquella pequeña caricia. Los recuerdos, ah, los malditos recuerdos de mierda vuelven a posarse muy en mi interior. Sus ojos dorados me siguen con preocupación, mientras sus propios dedos hacen caricias furtivas en mi rostro. Su suave toque es tan exquisito, como si fuese real, oh Dios, es tal cual lo recordaba… El nudo está en mi garganta, las lágrimas quieren salir y yo no soy capaz de respirar. Dios, ¿qué estoy haciendo? Estoy disfrutando de las fantasías que crea mi cabeza, estoy tan loca que necesito desesperadamente de su imagen para poder sobrevivir. ¡Esta es una utopía! ¡Estoy imaginando! No debo aprovecharme de este delirio, podré terminar aún peor de lo que ya estoy al saber que está muerto. Su mano se apodera de mi muñeca para acercarme a él, pero yo no puedo seguir, todo esto me está… —¡Suélteme! Yo no sé quién es usted —grito. El café tirita un poco más y cae duramente en mi blusa y el suelo. Está caliente, lanzo un alarido y él frunce el ceño con desesperación. Quiere acercarse a ayudarme, pero yo no se lo permito. —¡Déjeme en paz! —le digo por última vez antes de salir corriendo por los pasillos. Siento mi nombre detrás de mí, pero no me giro, eso solo me hará peor. Doy traspiés contra el suelo y topo con Jane, que me mira con miedo. —¿Está usted bien, señorita? —me pregunta. Su voz suena lejana, como si se fuese metiendo en un cubículo. —Yo… ¡Necesito…! Mis piernas se doblan y caigo al suelo. La oscuridad se apodera de mí y me sumerjo en una inconciencia espantosa, con sus ojos fijos en mí, esos dos soles dorados que me miraban fijamente y su roce perfecto en mi mejilla.

Pero qué cap... Demoré en actualizar, pero llegó. Espero les haya gustado. Un beso Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . VIII . Edward POV Estoy acabando el rostro de Bella en el papel. Sonrío cuando esos ojos abstractos se encuentran con los míos. Deseo tenerla al frente de mí solo para decirle que le quiero, nada más, solo eso. Puede irse al demonio cualquiera oportunidad de volver a ser lo que nunca fuimos, solo deseo verla por última vez. Mis dedos están negros por el carbón y estoy sudando frío. No sé qué es, pero siento una mirada furtiva en mí. Levanto la cabeza y la encuentro. Al principio pestañeo y no entiendo lo que veo, creo que es una imagen loca de mi cabeza. Acostumbro a imaginarme a Bella muy cerca de mí sabiendo que son solo fantasías, pero en este caso la veo moverse con cautela y ella también me mira. Se nota nerviosa, no sé por qué. Y yo también lo estoy y es por el simple hecho de tenerla a centímetros. Ha vuelto. Oh Dios, ha vuelto por su madre, ella jamás podría dejarla sola. Me siento avergonzado por haber sentido decepción en su momento. Se levanta de su silla y emerge un recorrido con el vaso de humeante líquido. Yo hago lo mismo, no puedo dejarle ir. Ella se tensa y me mira con expresión horrorizada. —¿Bella? —le digo claramente, buscando la forma de acercarme a su asustado semblante. A medida que me acerco a ella va yendo hacia atrás para alejarse de mí. Su café da brincos en su mano, posesa de un terror inigualable. Pero yo no puedo ocultar la emoción que siento de tan solo verla. Soné tanto con ese momento que ahora no puedo ver la magnitud de su mirada. Tengo mi atención puesta en su boca, en el movimiento frenético de sus labios, como si diera una plegaria. Siento un leve temblor dentro de mí al imaginarme besándola, teniéndola entre mis brazos para hacerle sentir viva. Pero sus ojos están distintos, demasiado maduros, demasiado expuestos en el dolor más inmundo que un ser humano puede tomar. ¿Dónde quedó esa chica que conocí y sonreía a pesar de todo? Ahora me mira como si fuese un demonio. —Bella, regresaste. Hace un mohín y abre la boca.

—¡Aléjate de mí! —me grita con fuerza. Levanto mis manos y paro con mi persecución lenta. Dios, ¿por qué ha hecho eso? ¿Qué le ha sucedido conmigo? Mi garganta se aprieta y yo trago, intentando deshacer el nudo. —Soy yo, ¿me recuerdas? Parece batallar en su cabeza, una turbulenta masa de palabras internas. No sé qué le sucede y temo por ella. —¡No sé quién eres! Aléjate de mí —demanda con hostilidad. Su trato me revuelve el estómago y duele. Quiero decirle que todo está bien, que no tiene por qué tratarme así, pero sinceramente, las palabras no salen. Me siento aprisionado por los sentimientos que embargo ahora, me siento mal, muy mal, no la reconozco, pero sin embargo sé que es ella. ¿Qué demonios sucede? Nunca reparé en que este momento llegaría, menos de esta manera. Su respiración está acompasada, como un pequeño animal indefenso, como si yo fuese un cazador dispuesto a asesinarla. Pero me aferro a la idea de que es solo un mecanismo de defensa, ¿el por qué? No lo sé. Quizá su mundo no compatibiliza con el mío y le aterra que le vean conmigo. Esa idea me parece aún más asfixiante que cualquier otra. Sin embargo, necesito sentir su piel, aunque sea una última vez. Lo más probable es que luego se vaya, así que debo aprovechar de inundarme de ella antes de que se vaya para siempre, porque este es nuestro para siempre, sin nada más que miradas y despedidas terribles a cuesta. Le acaricio la mejilla con el dorso de mi mano, temiendo a cada segundo que me grite, pero no lo hace, ella cierra los ojos por un instante, inundada de los recuerdos. Mi corazón bombea, aunque trato irrevocablemente a permanecer intacto ante sus ojos. Como si ella fuese un animal, un pequeño ser cediendo a las caricias del ser humano, llevo mi mano lentamente hasta su muñeca para acercarla a mí, pero hace un mohín y sé que todo intento ha sido en vano. Me grita y finge nuevamente no reconocerme, su mano da un vuelco terrible y el café se derrama en su blusa. Quiero ayudarle, pero no me deja, insiste en que debo dejarle marchar porque no me conoce y soy un extraño. Corre rápidamente entre la gente del hospital y yo grito su nombre para que me explique por qué está haciendo esto, pero ella me ignora. Me siento pisoteado nuevamente. ¿Qué hice mal? La he querido incondicionalmente todos estos años, he esperado por ella, no para que acepte cosas de mí, sino para preguntarle qué tal su vida, para decirle todo lo que no pude en su momento. Pero huyó, fingió no conocerme, como si lo nuestro no hubiese sido nada… La gente me mira, parecen anonadados con el espectáculo. Me observan con cierto recelo, pues las palabras de Bella sonaron como si le hubiese atacado. Tomo las hojas llenas de dibujos y los meto atolondradamente al bolso que llevo conmigo. Doy media vuelta y me dirijo hasta la salida del hospital para dirigirme hasta el único punto donde mi cabeza podía esclarecerse. Paro frente a la tumba de mi madre y me acerco hasta el áspero cemento de la cruz. Lo acaricio y dejo llevar mis emociones con ella, viendo las letras parduzcas con su nombre puesta en la lápida. Esme Cullen. Esposa, madre y hermana. 10 de Septiembre de 1930 — 30 de Agosto 1965

La necesito, sé que por alguna razón ella sería capaz de decirme qué hacer. No tengo idea de por qué el destino me la había quitado tan pronto, ahora necesito los sabios consejos de mi madre. Ojalá pudiera tenerla conmigo, decirle lo que siento. Con papá no puedo hablar, él insiste en que Bella no es para mí, la detesta por el simple hecho de dejarme destrozado en Forks, al igual que Jessica. Oh por Dios, Jessica… No sé qué hacer con ella, los sentimientos han vuelto como demonios y… ¿Qué hago? ¿Qué le digo? ¿Qué dirá ella cuando vea a Bella? Siento un doloroso sollozo a una lápida de diferencia. Me yergo y veo a una mujer llorando contra una pequeña tumba llena de flores y rosas de diferentes colores. Hago un mohín, la mujer llora contra los restos de su bebé. Es rubia, adulta y entre sus brazos se esconde una niña de unos 5 años. La pequeña también observa la tumba y ella le pregunta a su madre si es su hermanita la que duerme ahí. La mujer le asiente con la cabeza y vuelve a hacer otro mohín. La rubia mujer lleva ropas delicadas y muy finas, la niña también. Las pequeñas manos del infante depositan las flores en el pedazo de tierra y ella mira con devoción, como si ahí se encontrase su hermana. No puedo despegar mis ojos de ellas, estoy ensimismado en la situación, aunque muy dentro de mí siento el dolor, mamá y Bree también descansan en su tumba. La mujer se levanta y me mira, abre la boca con sorpresa y se limpia las mejillas con el dorso de su mano. Toma a la niña de su mano y se alisa la falda con la otra. Tiene los ojos parduzcos y azules, muy cansados, como si embargara un tormento terrible dentro de ella. La niña es su copia exacta, ambas rubias y sangre de su sangre. No sé por qué siento que la he visto antes, pero sinceramente no se me vienen nombres a la cabeza. Tampoco parece ser de aquí, admito que es hermosa y en estos lugares la hermosura, fineza y delicadez contrastan bastante con la brutalidad de un pueblo como Forks. —Yo te he visto antes —me dice ella, con la mirada entornada hacia mi rostro. Me sorprendo de que ella piense lo mismo que yo. Ella parece meditar algunas cosas internamente, luego sonríe. —Tú eres el que pinta cuadros de aquella mujer —me dice—. Yo quise comprarte uno aquella vez, nos vimos en Nueva York. Ella y yo nos encontramos cuando yo buscaba a Bella en aquella ciudad, con los retratos que había hecho de ella la gente se paraba a preguntarme quién era o si los vendía, y por supuesto esta mujer fue una de aquellas. —Estabas con un hombre, pero eso fue hace más de cinco años —le susurro. La mirada de la rubia se enturbia y se ve más triste que antes. —Royce King Jr. Mi ex marido —finge un tono de voz neutral, pero se quiebra—. Soy Rosalie. Levanto mis cejas ante su presentación. Ella es directa, pero dulce. —Un gusto. Edward Cullen —le acerco mi mano y ella la estrecha. La forma en que me mira me envuelve realmente, siento que ella me conoce aún más que este simple momento, siento que me reconoce aún más allá. —¿Encontraste a aquella mujer misteriosa? ¿Cómo era que se llamaba? —inquiere.

—Isabella Swan —decir su nombre me es difícil, sé que todos pueden reírse porque es famosa y yo un pobre diablo. Pero ella no lo hace, no sonríe ni finge creerme un loco, al contrario, sus ojos se vuelven tristes y melancólicos. —La famosa Isabella, ¿o me equivoco? Sonrío con tristeza y asiento. —¿La has vuelto a ver luego de aquella búsqueda? —Sus ojos explosionan en un brillo inaudito. Miro mis manos e intento sonar normal, a pesar de que tengo las lágrimas atascadas en mi garganta. —Hoy —digo. —¿Hoy? —suena asombrada—. ¿Y qué tal? Me encojo de hombros. —Ha fingido no reconocerme. El rostro de Rosalie cambia de diferentes emociones hasta topar con la decepción, luego recuerda algo y murmulla un demonios. —¿Estás bien? —La verdad es que no, he pasado diez años de mi vida esperándola y ahora esto… —No debe ser fácil —dice distraídamente—. Me gustaría que pasaras a mi nuevo proyecto, es una tienda de flores y chocolatería. Sería un honor que pintaras las paredes internas con muchos paisajes, algo natural —se encoge de hombros—. Me has agradado en cuanto te conocí aquella vez en Nueva York. La niña me mira y sonríe; no puedo evitar devolverle aquel gesto. —Yo también he sufrido muchos problemas amorosos, tanto así que he tenido que huir de Nueva York cuando se me presentó la oportunidad. —¿Por qué Forks? —Aquí murió mi bebé y… necesitaba quedarme junto a ella, a pesar de que no la pude tener mucho tiempo conmigo. —Sus ojos se aguaron hasta formar un pequeño riachuelo entre sus mejillas—. ¿Tú qué hacías aquí? —Quería ver a mi madre. Asiente. —Bueno. ¿Aceptas venir y pintar mi muralla? Te pagaré muy bien. Sonrío. —No necesitas pagarme. El arte no se vende —le guiño un ojo. Isabella POV

Siento el suave peso de la oscuridad sobre mí, el piqueteo incesante de un reloj que está a mi lado y los golpes de algunos metales puestos en una caja. Lanzo un jadeo involuntario, me pesa la cabeza y tengo un dolor terrible en mi costado. Tiro de mi brazo para llevarlo hasta mi frente y el suero incrustado en mi vena me lo impide. —Tenga cuidado, puede salirse —me dice la enfermera, Jane. Abro los ojos de sopetón y me estremezco con el frío lugar. Me ha desabotonado la blusa y se me ve el sujetador. Me tapo disimuladamente. —¿Qué ha sucedido? —inquiero, asustada y ansiosa. No recuerdo mucho, tengo la cabeza envuelta en muchos torbellinos. Jane se acerca y me da una sonrisa tranquilizadora. —Se ha desmayado. Miro al suelo y me pregunto por qué ha sucedido aquello, por qué es que tuve aquel horrible shock. Levanto la cabeza y me quedo estática en la camilla, mirando hacia ningún lugar en específico, solo fijamente y con la vista borrosa. —¡Edward! —grito. La enfermera camina hacia atrás y mira hacia el lugar en donde tengo puesta la mirada, pero al no encontrar nada sospechoso, se acerca y espera pacientemente a que le diga algo. —¿Por qué me duele el costado? —le pregunto, ignorando sus intrínsecas ganas de saber mi dolor interno. —Se ha golpeado al caer al suelo, me tomó desprevenida y no pude contenerle —susurra. Asiento. —¿Ha venido algún chico a preguntar por mí? —mi voz es solo un hilo casi inaudible. Jane frunce el ceño y luego los labios, niega y sé que su mirada es de consuelo. Poso mis ojos en mis manos y hago círculos con los pulgares. —¿Puedes dejarme un minuto a solas? Me gustaría esclarecer mis pensamientos un momento —le pido. Ella sale en silencio. Me levanto de la camilla, miro el suero conectado a mi vena y tiro de él con fuerza. Jadeo y exclamo algunas palabras. Tomo un algodón y lo pongo en el pequeño punto de mi antebrazo, palpo y espero a que la sangre deje de salir. Me siento completamente neutralizada, no sé qué pensar, qué decir, cómo actuar. Me he desmayado, sí, ¿por qué? Por Edward… Edward… Cierro mis ojos y me dejo llevar por los recuerdos de hace unos minutos, horas, no lo sé. Está vivo, es lo único que pienso, está vivo y no ha cambiado absolutamente nada de lo que siente por mí. Mi corazón bombea rápidamente dentro de mi cuerpo, infunde mi cuerpo de sangre, se desboca, solo de pensar en él… Vivo. Recuerdo su mirada, su súplica… Y yo hui de él, inventé la estúpida excusa de no conocerlo. Sé que es mejor, prefiero que no me busque. Pero su toque, ah, ese toque mágico en mi rostro… Qué éxtasis el volver a sentirlo, qué maravilla poder sentir su respiración tan cerca.

—Dios mío, está vivo —me digo a mí misma. Me siento flaquear otra vez, las piernas que se doblan, los brazos débiles. ¿Cómo puedo soportarlo? ¿Cómo…Carmen? Me tapo la boca con la mano para ahogar un grito. Quiero asesinarla, quiero recuperar el tiempo que ella me quitó. ¿Qué hubiese sido de mí si él no estuviese muerto? Oh, cielo santo, arruinó mi vida. Arreglo mi blusa y salgo lentamente de la habitación, la gente no se preocupa de mi presencia, lo que agradezco infinitamente. Vuelvo a la habitación de mi madre, pero ésta duerme; prefiero no molestarla. Tampoco está Carmen, lo que me genera una gran ventaja. Sé dónde está y necesito verla, sí, ahora. Cuando topo con la cafetería, entro y reviso el lugar un momento. Algo llama mi atención; es un papel. Lo tomo y lo miro con agonía, mis ojos se llenan de lágrimas y tapo mi boca con mi mano para no soltar un sollozo. Soy yo. Oh por Dios, soy yo. No está acabado, el dibujo aún no termina por completarse, eso quiere decir que Edward estaba dibujándolo hace unos minutos, antes de que yo haya aparecido ante él. La sola idea me revuelve el estómago y me quema el corazón. Él jamás se ha olvidado de mí; me quiere, aún me quiere. No sé por qué siento pena por eso, una horrible desazón. Me entrego a los paisajes de Forks, camino por las calles y topo con mi auto. Miro hacia los lados, rogando para que Edward no se apareciera por estos lados. Me meto al auto y manejo con velocidad por la carretera, escrutando los alrededores con mi mirada. Llego hasta mi barrio, el lugar en el que viví por cuatro años de mi adolescencia. La casa tiene un color desvaído. Ahora parece celeste claro, pero antes era chillón. Es de dos pisos, como todas las demás, de madera tosca y gastada. Los techos caen con fuerza y el tejado ha perdido una que otra pieza. El porche está lleno de luces de navidad, y más allá está aparcada mi bicicleta. —Viejos recuerdos —susurro. Si tengo un poco de suerte, la llave estará escondida debajo del macetero que está puesto en la ventana más pequeña, la del baño. Reviso y sonrío triunfal; ahí está. Meto el pequeño metal dentro de la cerradura y abro la puerta marfil con pequeñas manchas por la suciedad de los años. Debajo de mis pies hay una alfombra llena de polvo que me da la bienvenida. Dudo por un momento en meter el pie, pues puede haber alguien y ese alguien sufrirá las consecuencias de mi ira. La casa al parecer está ocupada. Siento el olor del perfume de mi madre, la suave brisa de la ventana abierta también me hace apreciar que el jardín ha estado adornado de muchas flores. Paso mi mano por la cortina de la ventana más próxima, el papel de las paredes, los muebles limpios, muchos de ellos picoteados. Hago un mohín y comienzo a llorar de golpe, la sensación que me ha embargado es exhaustiva. Tantos recuerdos en estos lugares, tantos llantos, gritos, emociones, navidades. Pongo una mano en mi pecho y respiro profundamente mientras mi pecho da espasmos por los sollozos, aunque aún no puedo parar de llorar, de soltar todas las emociones que he mantenido. —Oh Edward —susurro con un hilo de voz. Paso mi mano por la mesa de la cocina y camino por entre la pequeña isla y los muebles decorados con las flores que pintaba Edward cuando entraba en casa, cuando Phill no estaba para hacerle sentir incómodo. Esbozo una sonrisa al ver la pequeña oración en la esquina de la

encimera, bien escondida de los ojos curiosos: Te quiero, Bella. Suspiro y me dejo caer en la silla más próxima. Escondo mi rostro entre mis manos y dejo escapar el resto de emociones que tengo guardadas. Sollozo con fuerza, el pecho se eleva con las exclamaciones de dolor que salen de mi garganta. Luego me duele la cabeza, dejo caer mi frente en la dura madera vieja y percibo el olor del barniz. Estiro mis brazos por todo lo largo y vuelvo a llorar como si la vida se me fuera en ello. No fue un sueño, no fue una ilusión, no fue una fehaciente enfermedad de mi cabeza. Fue real. Edward está vivo, y todos estos años he estado engañada por la irrefutable envidia de mi prima. ¿Cómo tan estúpida? ¿Cómo es que pudo engañarme en tamaña magnitud? Me siento sucia, esclava de mentiras, de la sociedad. ¿Por qué tanto daño? ¿Qué le hice a ella? Si hubiese sabido que realmente estaba vivo yo… Oh diablos, ¿qué puedo pensar? ¿Qué puedo decir? Primero el engaño de mi madre, luego Edward… ¡Por Dios! Creerá que le odio, que no quiero verlo. ¿Quiero verlo en realidad? ¿Es lo que necesito? —No puedo irme de aquí —me digo—, no puedo dejar a mamá sola, no con Carmen. Aún estoy paralizada, aún sigo en ese estado de trance que no me deja salir. Ver a Edward me ha hecho una estatua. No puedo parar de llorar. Siento la puerta de la habitación superior abrirse de par en par, lentamente. Los pasos de aquella persona son lentos y suaves. Alarmados. Yo me quedo esperando a que aparezca, aguantando el horrible sentimiento que me embarga. —¿Alguien anda por ahí? —pregunta Carmen. Su voz produce una furia tan irreconocible en mí, que sé que pronto puedo cometer la peor locura de mi vida. Sus pasos aumentan hacia mi dirección, la cocina. Yo espero, paciente, con el lado de la cara hacia la puerta, esperando a ver sus ojos castaños contra los míos, tan hipócritas. Carmen atraviesa el umbral y abre la boca con horror, a pesar de todo le sorprende mi presencia. Espera pacientemente a que hable, pero yo no le daré ese privilegio. Me recorre con sus ojos y levanta la barbilla; siempre tan soberbia, altiva y arribista. —¿Por qué estás tú aquí? —me pregunta. Su voz va emprendiendo un vuelo sorprendente, como si estuviese agarrando la seguridad de los aires. Yo aún estoy abstraída, incapaz de soltar lo que tengo en mi pecho. Quizá todavía no proceso lo que debería. —Es mi casa —le digo con contención, pasando por alto que ella no es más que una invitada de lo que siempre fue mi hogar. —¿Tu casa? Ésta dejó de ser tu casa cuando te fuiste. Sus palabras me hacen enfurecer. —Es mi casa —afirmo y me acerco hasta ella, apretando mis puños—, no la tuya. No dice más, solo ignora mi presencia. ¿Cómo puede ser así?

—¡Me mentiste! —le grito con rabia. Da un respingo. —No sé de qué hablas. Lanzo una risotada agotada. —¡A lo de mi madre! ¡A lo de Edward! —grito con fervor—. ¡Provocaste mi dolor por años! ¿Por qué? —A medida que hablo muevo las manos desesperadamente, atrapando mi ropa entre los dedos—. Lo de mi madre podía perdonártelo, quizá estabas ensimismada en hacerle ver a mi madre que no soy una buena compañía, lo sé… Pero Edward… ¡Me mantuviste alejada del hombre que amaba por todos estos años! Mi voz se vuelve áspera, gastada, rota. Quiero llorar, pero tengo todas las lágrimas atascadas en mi garganta. Carmen traga, no sabe qué decir; yo tampoco. Me quito el cabello de la cara, dándome cuenta de lo que acababa de decir. Nunca había afirmado lo que sentía por él, a nadie. ¿Lo amo? Ahora no lo sé, estuve tantos años creyendo que jamás lo volvería a ver que la simple idea de tenerlo tan cerca ahora me revolvía el estómago como si tuviera millones de mariposas dentro. —Nadie puede probarlo. Es tu palabra contra la mía. Miro al suelo con frustración y dejo de apretar mis ropas. —¿Quién te crees tú para venir a decir eso? —mi voz sube dos octavas más. —¡Todo! —grita—. Estuviste años causándole dolor a mi tía, preocupándole, denigrando nuestro apellido. Eres una cualquiera, Isabella, no tardaste en acostarte con Edward, le hiciste sufrir, para luego marcharte sin darle siquiera una razón coherente. —Mis ojos se llenan de lágrimas al recordar el momento exacto—. Por zorra Phill te quitó lo único que pudo unirlos… La ira me consume y le aviento una cachetada en toda la mejilla derecha. Ladea la cara y frunce el ceño. Me duelen la palma y los dedos, arden como condenados. Carmen está roja de rabia, sé que atacará, no es tonta. —Nunca vuelvas a mencionar a ese pedazo inocente que no tenía la culpa de nada, no vuelvas a mencionar al único ser que pude haber protegido con mi vida. ¡Nunca! —gimo, con los dientes apretados por la rabia—. O te romperé la cara. Carmen estruja sus ojos, mientras yo acabo de llorar afirmada de la isla de la cocina. Miro al techo e intento ocultar todo lo que me está consumiendo por dentro, comportarme como una mujer adulta, pero no puedo evitar volver a sentirme como aquella niña que huyó de Forks por culpa de su padrastro. —Agradezco infinitamente que te hayan obligado a hacerte el aborto —sonríe—. Eras una zorra que se acostó con el primer pelmazo que sintió atracción, quedó preñada y ocultó el secretito durante dos largos meses. ¡Es una bendición que lo haya asesinado! ¡Es una bendición que no hayas podido parirlo…! Tomo lo primero que hay a mi lado: unas tijeras. Aprieto a Carmen contra mi cuerpo y la pared, con las tijeras cerca de su cuello. Siento la sangre hirviendo, la furia creciendo en mi pecho como si fuesen llamas que crecen, inflamándose y alimentándose de los malos sentimientos. Sus ojos brillan de horror puro, puedo verme en su pupila y su iris castaño, veo mi rostro

desfigurado por el odio y la tristeza. No puedo hacerlo, por mucho que le odie, por mucho que me hayan dolido sus palabras… ésta no soy yo. No soy una asesina. Tiro las tijeras al suelo y me alejo lentamente, llorando de por medio. —Viví ocho años creyendo que Edward había muerto en aquella guerra, mortificándome por lo que le dije, por lo que no pude decirle, por todo —le digo—. Él era lo único que me hacía sentir linda, inteligente y digna de amor, nadie más. Me arrepiento tanto de no haberle dicho que le quería cuando era correspondido, ahora debe odiarme. Hubiese sido lindo haber tenido a su hijo. Miro mis dedos y éstos tiritan con fuerza. —Edward merece una chica mejor que tú. No eres nadie para él, Isabella, él necesita de alguien con los pies en la tierra, no una soñadora viciada con quizá qué barbaridades. Me quito los residuos de mis lágrimas y aliso mis pantalones. Tomo su cabello entre mis dedos y lo tiro. Carmen llora ahora y yo no soy capaz de soltarle. —Nunca vuelvas a profanar la memoria de mi hijo no nato, o te mato —gruño—. Yo tuve que cargar con ese dolor hasta ahora, tú qué sabes de amar con devoción hacia un ser que esperabas con ansias. —Tenías diecisiete… —¡Me importa una mierda la edad que haya tenido en ese momento! —le grito—. Yo estaba feliz y el maldito de Phill me obligó. La suelto y la lanzo contra la pared. Se golpea el hombro, gime y se soba. —Fui prostituta en Nueva York para poder enviarle dinero a mamá cuando supe de su cáncer —respiro con profundidad—. ¿Y qué hiciste tú? ¡Me decías que ella no lo quería! —Tomo uno de los platos y lo lanzo al suelo. Voy dándome cuenta de todo el daño que me ha causado. Sus mentiras, ese odio palpable, las ganas de verme abajo… ¡Me ha roto la vida! —¡¿Por qué?! —gimo—. Yo solo quería ayudarle. ¡Es mi madre! —¡Porque ya tenía suficiente contigo! —¿Suficiente conmigo? —me río—. Es mi madre, la quiero… ¿Por qué no me permitiste ayudarle? —Tú presencia en esta ciudad solo traería problemas. Intento controlarme, pero sigo sintiendo una rabia inmunda en mi pecho. —¿Y por eso inventaste que Edward estaba muerto? ¿Por eso me hiciste llorar día y noche durante un año? ¿Por eso evitaste que volviera a Forks para poder venir a verlo? Me acerco con peligrosidad hacia mi prima. —¿Qué tienes con Phill? Ésta vez siento su vergüenza y culpa.

—Eso a ti no te importa. —No, no me importa —susurro—. ¡Lo que a mí me importa es todo el daño que me hiciste! Da un respingo. —Me han roto la vida completamente, yo ya no quiero más —le digo. Me alejo, aliso mis pantalones otra vez y me calmo, respirando lentamente por unos minutos. —Quiero que te largues de esta casa. Toma tus cosas y lárgate de la casa de mi madre. No quiero volver a ver a nadie de ustedes por acá. ¿Oíste? —¡No puedes echarme! No tengo adónde ir —me dice con desesperación. —Lárgate —ordeno. Le tomo del brazo y le obligo a salir de la casa. Mis dedos se clavan en su piel con rabia y la lanzo hacia la salida. Da un par de traspiés y cae de boca al suelo. Comienza a sangrar y me amenaza que traerá a la policía, pero no temo, ella no lo hará porque sabe que si eso ocurre yo puedo ir y contarle todo a mamá. Subo las escaleras y veo por la ventana que ella intenta levantarse con lentitud. Reviso la habitación y sé que es de ella, en los muebles está su ropa. La saco y la lanzo hacia la ventana. —Púdrete en la mierda —le digo antes de cerrar la ventana detrás de mí. Caigo al suelo con la espalda en la pared y tapo mi rostro con mis manos para luego romper a llorar. Listo, capítulo para ustedes. Lamento la demora, espero la historia siga siendo de su agrado. Un beso y un abrazo. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Gods & Monsters de Lana del Rey. . IX . Isabella POV Me abrazo a mí misma en el cuarto pobremente decorado, mirando hacia un punto inexistente. Mis manos tiemblan y se sienten débiles al igual que mis piernas, como si tuviese fatiga. Es la

rabia lo que me mantiene de esta manera, y el dolor, sí… El dolor… Me toco el vientre y cierro los ojos un momento. Forjé un camino de hielo toda mi vida, esperando a que el sol lo calentara hasta derretirlo, pero ahora sé que el único sol capaz de hacerlo es Edward. Él es el sol que derrite mi hielo. Ahora no sé qué puedo pensar con respecto a esto, tampoco sé que pensar con todo lo sucedido hace solo minutos. Carmen se atrevió a profanar el recuerdo de mi embarazo, el que apenas duró dos meses. Me arrepiento tanto de haber sido débil, de no haber podido protegerle de las garras bestiales de mi padrastro. Sé que es mi culpa, porque si tan solo le hubiese dicho a Edward en su debido momento… Ahora es muy tarde, él nunca lo supo y no tiene por qué saberlo. Me limpio la nariz con la mano y me levanto a duras penas del suelo. Debo ser fuerte pase lo que pase, no dejarme caer por los ruidos de mi pasado. Sé que será difícil con Edward a tan cerca, con el hecho de que en realidad no está muerto. Comienzo a reír de felicidad, una felicidad que nunca jamás había podido sentir. —Está vivo —susurro—. Gracias Dios —miro al techo y junto mis manos. Con saber de su bienestar mi corazón se tranquiliza. Necesito hablar con él, decirle que lo siento mucho, que realmente le quise y que todo lo que pude haberle dicho con anterioridad solo era pasado. No sé si decirle la razón por la que hui, aunque al haber sido el padre de aquel pequeño le da el derecho. Pero hay algo que está completamente claro entre nosotros, y es que, precisamente, nunca habrá un 'nosotros'. No puedo permitírmelo. Reviso la guía telefónica que guarda mi madre celosamente debajo de su cama. Siempre lo hace. Eso me saca una efímera sonrisa porque me trae recuerdos. Reviso las páginas y encuentro el número de un cerrajero para que cambie la chapa de cada puerta. Le llamo y él me contesta enseguida. —Cerrajería Weber —contesta una mujer. Le doy las coordenadas de la casa y ella ya sabe quién es la dueña. Bien. El pueblo sigue siendo una caja de fósforos donde todos se conocen. Terrorífico. Se supone que el cerrajero llegaba en unas horas más, o sea casi a la cena. Supongo que no comenzará a trabajar enseguida. Entro a la habitación de mi madre y reviso el lugar que aún huele a ella. Espero que vuelva pronto a esta casa, pues quiero quedarme con ella hasta que se encuentre mejor. También puedo llevármela a conocer Los Ángeles, que vea el mar y el sol en todo su esplendor. Sonrío y siento un poco de ansiedad por verla, quizá era solo lo que le hacía falta a mi vida… Amor. Ver a mi madre y saber que jamás se sintió asqueada de mí sino orgullosa de todo lo que hecho, sea bueno o malo, me aumentaba el aire de los pulmones y me reanimaba a seguir con mi vida mierda. Un sudor frío recorre mi nuca cuando recuerdo mi intento de suicidio. Cierro mis ojos y me reprendo internamente. Gracias a Dios no sucedió, sino hubiese muerto sin saber que mamá estaba tan orgullosa de mí. Diablos… Hubiese muerto pensando que Edward estaba muerto.

Carmen no se quedará tranquila y eso me asusta, la maldad es lo último en morir. No puedo escapar, debo estar aquí para mi mamá… Y la perspectiva de ver a Edward nuevamente me eriza los vellos del cuerpo. Verlo tan vivo, tan adulto… Está tan lindo, tan cambiado en muchos sentidos. ¿Habrá estado con otra mujer en estos largos años? La simple idea me revuelve el estómago y yo me odio por aquello. Él no es mío, nunca lo fue, sí estuvimos cerca de tener nuestro propio pedazo, pero eso quedó en el pasado. Vuelvo a tocar mi vientre y cierro los ojos un momento. Carmen ha vuelto a abrir la herida que estaba ya cerrada, haber perdido al único ser realmente mío fue la peor herida de todas y no pude perdonármelo hasta hace muy poco. Por eso y mucho más me fui, el aborto que Phill me provocó fue la gota que rebalsó el vaso de mi aguante, le soporté tantas humillaciones, tantas palabras, tantos episodios de violencia, pero su homicidio jamás. Cuando salí del hospital y el médico me explicó que había sido un aborto espontáneo —claro, espontáneo—, no pude ver a Edward por mucho tiempo. Me tomó mucho tiempo darme cuenta que no podía seguir pisando el mismo suelo que él, sabiendo todo el daño que nos habían hecho a Edward y a mí, él sin saberlo. Ah. No puedo superarlo, pero sí aguantarlo. Diez años, já, diez años con eso en mi mente todo el tiempo, muchas veces creyendo que lo había olvidado. Ahora Carmen logró abrir la herida y ésta está supurando. Me encojo de hombros, respiro hondo y paso los recuerdos hacia otro lado. Me meto a mi antigua habitación y otra vez lloro. Es doloroso. Mucho. Estar separada de tus raíces, sufrir por tanto tiempo, dormir en camas extrañas y luego volver a lo que realmente fue tu hogar… La sensación es indescriptible. Soy como una niña luego del largo viaje en vacaciones, regresando al nido… Me siento en la cama de pobres edredones amarillentos, el polvo salta y forma pequeños vahos que vuelan por el aire. La luz me da en la cara, la ventana es grande e ilumina por completo la pequeña habitación. Las paredes están desnudas, pero recuerdo que hubo muchos dibujos en la pared izquierda. Phill los debe haber sacado antes de irse y dejar a mamá sola. Debajo de la cama hay una caja muy rota y pisoteada, aunque su interior está intacto. Soy tan masoquista que me inundo de los recuerdos que hay dentro. Fotografías, escritos, cartas y dos soquetes de color azul; son de bebé, yo misma los tejí cuando supe de mi embarazo. No los quise botar cuando le perdí, aún creo que es parte de mi vida y de mi historia. Las fotografías más viejas son de mi padre biológico, el que me botó por el alcohol. Charlie Swan. Me buscó un par de veces, pero no le acepté sus peticiones. Ni Phill, ni Charlie, ni ningún hombre, ninguno merecía mi respeto. Mama decía siempre que él era egoísta y por eso le dejó. Cuando era pequeña me buscaba y me regalaba dulces, mamá se asustó y le prohibió acercarse a mí. El cielo se ha despejado y sale el sol de inmediato. Un milagro. Necesito salir, me estoy volviendo loca en esta casa. Me pongo un abrigo y meto los soquetes de bebé en el bolsillo. Corro hasta mi carro, saco las maletas y las guardo en mi habitación. Al instante me meto al auto y manejo hasta el único lugar que me relajará al completo. Sí, sigo siendo masoquista, pero no voy a ese lago hace mucho tiempo. Portland, salida poniente. Son las cinco de la tarde, el cerrajero llegará a casa más tarde. Tengo

tiempo suficiente para esclarecer mis pensamientos. El cielo sigue alumbrando con su sol brillante, está un poco abajo, lo que me avisa que muy pronto oscurecerá. Paso por Portland, donde no hace tanto frío. Aún siguen aquellas tiendas de dulces, no se han ido a pesar de que muy pocas personas pasan por aquí. Aparco en la pradera, junto a las piedras. El campo está lleno de flores silvestres, coloridas y desparramadas por las pisadas de unos individuos. No le doy importancia y sigo aquel rumbo, admirando desde lejos el tranquilo horizonte de la laguna. El agua es parduzca, pueden verse las piedras de la orilla y luego la arenilla que hay más al fondo. En el lado izquierdo hay un sauce y en la rama cuelga una cuerda gruesa. Sonrío con nostalgia ante aquel pedazo inerte; Edward la puso ahí cuando ambos teníamos 16 años. "—Tienes que agarrarte fuerte de la cuerda, sino te caerás —exclamó Edward desde el lado más profundo de la laguna. Él es alto, por lo cual el agua no le llegaba más allá de los muslos. —¡Sabes que no sé nadar, Tony! —vociferé con las rodillas temblando. —¿No confías en mí? —rodó los ojos—. Yo te atraparé cuando caigas al agua. No era que no confiara en él, solo temía mucho de golpearme en alguna parte del cuerpo. —Cuando cuente hasta tres. Estiré los brazos unos segundos y luego enredé la cuerda en mis manos. —Si me llega a suceder algo… —No permitiré que te hagas daño, Bella, recuérdalo —dice con un tono cansino, pero divertido. Asentí, cerré mis ojos y me impulsé caminando hacia atrás, enseguida volviendo hacia delante y volando con la fuerza de la cuerda. Sentía cómo el viento chocaba contra mi rostro, el sol que me hacía ver anaranjado a pesar de que tenía los parpados apretados, luego los brazos de Edward y el agua salpicando contra mi cara. Abrí mis ojos y lo encontré observándome profundamente. El dorado de sus ojos era como la miel derretida y brillante, suave y dulce. Le sonreí y él también a mí. —¿Ves que jamás permitiría que algo te hiciese daño?" Aún no sé por qué dejé pasar tanto tiempo, por qué demoré tanto en aceptar lo que sentía por él. Cuando algo se te escapa de las manos y ya no lo tienes para asegurarte de su presencia, valoras mucho más lo que pasaste con él. Eso me sucedió a mí. Permití que el tiempo pasara, permití que Emmett se adueñara de mí por mucho tiempo, mientras veía a Edward sufrir en los rincones. Pienso que, al no haber sentido demasiado con Emmett, me apreciaba mucho más segura, si me acercaba a Edward era como acercarse al remolino de emociones que yo no quería sentir. Y fue que, un día como cualquier me levanté de la cama, con un sol fuerte atravesando mi ventana, vi a Edward parado fuera de mi ventana desde la primera planta. Sonreí como nunca lo había hecho, repasando mis ojos en su cuerpo y en su rostro. Mi corazón bombeó con fuerza y la sangre llegó hasta cada punto de mi cuerpo. Me sonrojé y agradecí que él estuviese a través de la ventana para no notarlo. Luego de aquello mamá me avisó que él había llegado y que esperaba en la sala. Me vestí con nerviosismo, esperando a no parecer tan fea ante su mirada. Luego me sonrojé más por eso y

negué con la cabeza. Ahí supe y logré aceptar que él era el único que me preocupaba, tanto en su opinión, su forma de verme y sus sentimientos hacia mi persona. Aquel día dejé a Emmett y él se molestó mucho como también yo me molesté con él. Emmett McCarty iba a ser médico, ese era su sueño, mientras que mi único sueño era vivir en una cabaña alejada de la ciudad, escuchando mi música favorita y, si es que podía, con los hijos que tendría en un futuro próximo. No éramos compatibles en lo absoluto, pero él alegaba quererme. Edward se mostró feliz cuando le conté. Le acompañaba durante semanas hacia la laguna mientras él pintaba y miraba hacia el horizonte con los ojos empañados en emoción. Sabía muy bien que mi presencia le hacía sentir tranquilo, que me quería mucho, demasiado quizá. Fui egoísta, porque pensé solo en mis sentimientos y me atreví a acercarme a él cuando solo me sentía sola y sabía que él no iba a atreverse a nada malo. Pasaron los días y lo besé, una cosa dio a la otra, la ropa sobró y… Mis entrañas se remueven al recordar, puedo vomitar mariposas ahora mismo. Pero, Dios, jamás había recordado con tanta viveza cada beso de sus labios en mi cuerpo, sus caricias delicadas, su mirada esperando a mis gemidos. Quería ser amada y él me amó, pero la maldad ganó y me separó de Edward. Me siento en la tierra elevada junto al sauce, acerco mi cabeza al tronco y suspiro pesadamente. Aprieto mis rodillas a mi regazo y me aferro a mí misma para no llorar. Sé que tengo ganas de sollozar, de quitarme los sentimientos de dentro, pero no puedo vivir toda mi vida pensando en lo que fue cuando me queda vida para un habrá. Suena ilógico cuando hace tan solo unos días planeaba quitarme la vida, pero ahora siento que me puede esperar algo, sobre todo ahora que tengo muchas cosas por hacer. Fui tan tonta al haber dejado que lo de Edward y yo haya ido tan lejos, pero estar en sus brazos era el momento más feliz de mi vida. Él no le temía a Phill, pero yo sí. Llegar a casa luego de estar con Edward era un martirio. Phill es obsesivo, lo era mucho más hace diez años. Una vez comenzó a olerme para declarar que había pasado todo el día cogiendo con Edward. Mamá negaba con la cabeza, miraba de lejos mientras él tiraba de mi cabello y me lanzaba a mi habitación para que me encerrara y rezara a Dios. Mi madre esperaba a que terminara y lloraba amargamente, demasiado cobarde para interferir en la prepotencia de un hombre que no tenía siquiera mi sangre. Y lo más gracioso era que aquella vez que me decidí a entregarle mi pureza a Edward, la única vez que cogí con él, Phill no estaba en casa. Odiaba el término coger cuando era con amor, no sabía por qué mi padrastro utilizaba esa palabra cuando aquel momento entre Edward y yo había sido tan hermoso. Semanas más tarde comencé a vomitar y todo se fue a la mierda. No me cuidé y ese fue el gran problema, aunque… no era un problema en sí, yo estaba feliz y asustada, qué estúpido. El problema era Phill… Niego con mi cabeza y sacudo mi cuerpo con un sollozo. En un tiempo atrás fui una mujer tan soñadora, pero de eso no queda nada. Todas esas ilusiones e ideas de mi cabeza se estancaron en cuanto pisé Nueva York, cuando dejé todos mis recuerdos y deseos en la butaca debajo de mi cama, en Forks.

El viento azota mis cabellos y el pañuelo que tengo en mi cuello sale volando junto a algunas ramillas que quedan del otoño pasado. No le doy importancia a aquel pedazo de tela, pero sí a las risotadas que puedo escuchar a un lado de la maleza, contra el lago y el sauce. Están a unos pasos más allá, las hierbas, arbustos, flores y el sauce me tapa de los individuos divertidos que hablan de la navidad. Las voces me son conocidas, no podría olvidarlas, menos cuando la voz masculina la había oído hace solo horas. Mis dedos están estancados en su posición por el frío que hace, machacan el césped helado de mi alrededor. Dejo de respirar para que no me oigan, aunque muy bien sé que están más enfrascados en su burbuja que en lo que sucede a su alrededor. Miro por entre las ramas y me fijo en el espectáculo más horroroso que alguna vez pude presenciar. Jessica y Edward están firmemente abrazados en una manta, contemplando el lago que alguna vez fue nuestro. —No estoy segura de ir a tu casa, me da un poco de vergüenza —le dice Jessica con una boba sonrisa. Edward le quita el cabello del rostro y la queda mirando con los ojos emocionados. Luego desciende el dedo índice y anular por su mejilla y la barbilla. El estómago se me contrae con fuerza, siento un sudor helado en mi espalda y la brisa hace que me produzca un frío arrebatador. Mi corazón se enrosca en sí mismo. Una sensación vieja y avasalladora llega hasta mí, siento la calidez de mis sentimientos como si mi cuerpo entero volviese a la vida. Es el sol que está derritiendo el hielo forjado por tantos años, es el mismo Edward que, sea como sea, me está obligando a sentir. —Sabes que mi padre te adora, Jasper también estará muy feliz de verte hoy —le susurra él. Reprimo un sollozo al saber sus planes, pero al instante me siento una imbécil. ¿Por qué siento esto? ¿A qué demonios quiere jugar mi podrido corazón? No tengo razones para sentirlo, ni derechos, claro que no. Yo le dejé hace diez años y Jessica le ayudó a sobrellevarlo, claro que sí. Fue mi culpa. Pero, ¿por qué me quema tanto? ¿Por qué verle con ella me produce tanto dolor? Me siento imbécil. Una niña. Siento la pérdida de alguien que jamás fue mío, la pérdida de alguien a quien deseché sin mirar atrás. Soy masoquista, pues sigo pendiente de lo que hablan. Noche buena juntos, navidad juntos, familia entera a la espera de que ellos se besen tan enamorados. La idea me causa náuseas. Me atonta también el hecho de que sienta el sabor a traición, la ligera decepción que me causa esto. Jessica logró tener lo que tanto deseó por años. Edward siempre fue su amor, siempre lo esperó y lo cuidó cuando yo me fui. Es una buena recompensa. Tampoco siento simpatía por ella, porque puedo apretar la mandíbula ante el odio que siento. Lo logró, y yo no. Lo tiene, y yo no. Aún sigo escuchando sus palabras dulces; no puedo irme todavía, puedo hundirme aún más. El frío viento se cuela entre los pliegues de mi blusa manchada con café. Eso me recuerda lo que sucedió con él, mis palabras saliendo de la garganta con un sonido gutural y escalofriante. Pero no es para menos. Le creí muerto por tantos años que… la simple idea de verlo respirar parecía

un sueño y una pesadilla. Por una parte me resigné a enterrar mis emociones porque jamás iba a volverle a ver, pero me asusta mucho el hecho de que todo haya quedado en el aire, a la espera de que se aclare. Huir fue la peor decisión, pero no quedaba de otra. Si seguía con Edward, si le contaba a él todo lo que mi padrastro me provocó… De seguro él ya estaría muerto. Realmente muerto. Irónico fue que, queriendo protegerle de la muerte, dos años después Carmen me avisó de su fallecimiento. Y con esa ironía de la vida viví ocho años más. Siento odio, rencor, las ganas de una venganza sin remordimientos. Tuve la oportunidad con la traidora Carmen Denali, pero no era yo… Simplemente no soy una asesina. A pesar de que Phill me lo decía día a día luego de aquel aborto. Aún me siento culpable. —¿Mi regalo está bien guardado? —le pregunta Jessica mientras acerca su boca a la de él. Edward no se separa, la sigue con la mirada, le sonríe. La quiere mucho. —Bajo siete llaves —le dice con voz dulcificada y suave. Siento celos. Dios, no puedo creerlo. Siento celos. Jessica le acaricia el cabello y le da una sonrisa traviesa. —Soy muy curiosa —afirma ella. Su voz suena a calor, a deseo. Mis entrañas vuelven a revolverse, incómodas y ansiosas para que acabe todo este espectáculo de amor barato. Espero a que Edward ataque, al fin y al cabo es un hombre. Ningún hombre apacigua el fuego que crece en su interior, menos por el recuerdo de una mujer que le dejó, sin antes pisotearle el orgullo y dignidad. Edward es un animal, y los animales dejan que sus instintos fluyan espontáneamente. Aparto mi vista del hueco de las ramas cuando Jessica enreda sus brazos en el cuello de él y tira para besarlo con pasión. Mis ojos se aguan y crean un recorrido por mis mejillas hasta acabar en mi boca. El dolor que siento es aún más deprimente. Pero es infundado, no entiendo por qué mi corazón se hunde cada vez más al sentir los besos de Edward y Jessica a tan solo metros de distancia. Mi cerebro me pide que me retire, que deje atrás estos recuerdos que me carcomen el alma. No es mío, nunca lo fue y jamás lo será. Esa posesión que siento no me hace orgullosa, al contrario, me siento basura por apropiarme del único hombre que he amado toda mi puta vida. Sonrío con desgana y me levanto sigilosamente, sin tomarme el privilegio de espiarlos una última vez. Me da asco. Duele. Quema. Sofoca. Cobijo el tejido que una vez hice para mi hijo y camino hasta mi auto que está más allá. Me meto en él, suspiro, dejo los soquetes a un lado y enciendo el carro con furia. Mis manos tiemblan por el frío y la ira. Los dedos se acalambran cuando intento moverlos, pero responden a mis peticiones. Arranco y manejo hasta mi hogar. Sí, al fin puedo llamar algo como hogar. Forks está blanco y

lleno de luces navideñas por doquier. Miro mi reloj de pulsera y noto que son las siete de la tarde. Queda un poco de tiempo para comprar algunas cosas en el supermercado. Paro frente al supermercado más grande, justamente el que queda más cerca de casa. Y ese supermercado es tan conocido para mí que hasta me produce nauseas recordarlo. Los McCarty son los dueños. Abro la puerta y suena una campana, la que da aviso de mi llegada. El lugar está casi vacío. Y está cambiado. Lo han ampliado hartas veces, pues la última vez que lo vi era un pequeño lugarcito de compras. Ahora venden hasta juguetes, carísimos. ¿Quién podría comprarlos en un lugar tan pobre como Forks? Con sigilo tomo un carrito de compras y manejo por el pasillo principal. Hay varias dependientas y unas cajeras a la espera de que se acabe su turno. Me dedico a contemplar el estante de licores, eligiendo mis próximos compañeros de noche. Tomo unas cuantas botellas de cerveza y otras de vodka, ignorando la dirección de algunos pocos ojos que me miran con asombro y asco. Una borracha más en Forks, pensarán, es igual a su padre, Charlie. El policía más torpe y estúpido de los Estados Unidos. Todos los Swan somos una basura. —Isabella, qué sorpresa —me dice una conocida voz masculina, gastada y vieja. Me giro y encuentro al dueño del supermercado. Matt McCarty, el padre de Emmett. De inmediato me siento nerviosa, como si fuese la tonta niña que pudieron obligar a abortar. —Matt —susurro contrariada. Él me mira como si no pudiese creer que estuviese ahí. —¿Qué haces por aquí? Te habías ido a probar suerte y la tuviste. ¿Por qué regresar a un pueblo tan horrible? —dice con algo de humor en su voz. —Mi madre —vuelvo a susurrar con la timidez impregnada en mi piel. Abre la boca y deja escapar un jadeo. Al fin ha recordado que Renée Swan ha decaído de su cáncer de páncreas. —Qué tonto, debí haberlo recordado. ¿Cómo estás? Su forma de comportarse me hace sonreír débilmente. Matt McCarty siempre había sido así: natural, humilde y espontáneo, sin rencores o deudas del pasado. Era su esposa la que me provocaba terror. —Dispuesta a celebrar la noche buena —digo mirando hacia las botellas que estaban puestas en el carrito. Me mira con algo de tristeza. —Emmett estaría encantado de verte… —No creo que sea buena idea. —Me aferro al barrote del carro para comenzar a andar y pagar las botellas. —Tienes razón, nuestra familia no ha sido muy buena contigo. Intento avanzar hacia la caja más próxima, pero él me detiene con su mano en la malla metálica

del carrito. Lo miro, Matt sonríe. —Tu compra va como regalo. No sé qué decir. Muerdo mi mejilla interna y medito lo que está sucediendo. No está bien aceptar regalos de una familia que me odió tanto tiempo, no está bien volver a entablar conversaciones con los McCarty. —Ni te atrevas, Matt, sabes que ésta mujer no es bienvenida aquí —le dice una mujer. Me giro y contemplo el arrugado rostro de Marcie McCarty, la madre de Emmett. Sus ojos escrutadores y azules me observan de par en par, en busca de algún detalle para sacarme en cara. —Deja ya los malos entendidos y dale una oportunidad de bienvenida a la chica —insiste Matt. —De ninguna manera. Yo no trabajo todos los días para regalarle cientos de botellas de alcohol a una borracha. Mi sangre se enciende, pero hago caso omiso a mi deseo de venganza. No puedo hacer un espectáculo, realmente soy una figura pública ahora. —No te preocupes, Matt, puedo pagar todo esto yo sola. Sueno tranquila y neutral. Pongo todas mis botellas en la cinta de la caja para que la chica las pase por el código. Cuando acaba le pago, mientras la vieja madre de Emmett sigue hablando mal de mí sin importarle que yo esté escuchando. Meto las botellas atolondradamente en las bolsas, me pongo las gafas y camino hacia afuera para subirme a mi auto. Al bajar por la escalera hasta la calle no me percato del hielo que ahora está pegado al cemento. Me doy un fuerte golpe en el trasero y sigo bajando de escalón en escalón hasta llegar abajo, con ambos muslos rasmillados y las bolsas desparramadas. Las cervezas se reventaron y quedaron dos botellas de vodka sanas y salvas. Una mano grande, de delgados dedos níveos y masculinos, se apodera de mi brazo para sujetarme de otra resbalosa caída. Me fijo en sus zapatillas, luego en sus jeans desgastados, que por cierto, había visto anteriormente, una remera roja y una chamarra de cuero apretada a su cuerpo. Casi emito un grito cuando topo con sus ojos de color miel. Es de noche, está oscuro, la luz apenas alumbra su rostro, pero sé que es él. Buenas noches, cumplo con otro capítulo de este fanfic ¡que está recién comenzando! :P Pronto viene el verdadero drama de esta historia. Gracias por leer. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos.

La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Winter Song (Ft. Ingrid Michaelson) de Sara Barielles. . X . Isabella POV —¿Te has lastimado? —me pregunta con aquella voz delicada y poderosa a la vez. Niego rápidamente. Me paro con algo de dificultad y recojo las botellas que consiguieron salir con vida. Él me mira lentamente, a pesar de la oscuridad. Pero no me reconoce, porque tiene una sonrisa respetuosa y distante, la que una persona esboza cuando no le conoces. Dejo escapar el aire que tengo incrustado en mis pulmones, pero la luz de un coche logra darme en el rostro y Edward frunce el ceño de inmediato. —Disculpe, pero ¿por qué utiliza gafas cuando es de noche? Sé que quiere que me las quite, avergonzada claro, por lo estúpida que me veo con las gafas de sol puestas en el rostro. —No me gusta quitármelas —digo suavemente. No se quiere dar por vencido, claro que no, Edward no es de esos. Me fijo en la silueta de su nariz y en la forma roja de sus mejillas. Siento cosquillas en mi estómago, pero las evito con un solo pensamiento: "concéntrate", me digo internamente. —Yo… Creo… Te he visto antes —dice mientras sacude la cabeza buscándome en sus archivos cerebrales. —¡Edward! ¡Mira ese cascanueces! —le grita Jessica desde la tienda que está frente al supermercado. Edward se gira para mirarla y yo aprovecho de correr hasta mi auto. Cuando me meto él se queda de pie mirando con curiosidad y suspicacia, pero no hace nada más. Niega y da la vuelta para ir con Jessica, su novia. Es mi pase para meter la llave e ir a andar hacia mi casa. Mis manos tiemblan contra el manubrio y los dedos se incrustan en el cuero. En un momento tengo que parar porque no puedo seguir conduciendo. Respiro y luego dejo escapar el aire, una y otra vez, solo para controlarme. No sé qué es, pero la presencia de Edward me ha puesto a un nivel casi histérico. Quizá es el hecho de que se me haya presentado por sorpresa… Otra vez. Y Jessica, nuevamente presente cuando tengo aquella imagen de ambos en el lago que alguna vez fue nuestro. ¿Cómo puede ser así? ¿No le persigue nuestro recuerdo? ¿Nada? De pronto quiero un vaso de vodka, como siempre. Han pasado muchos días sin beber y lo necesito, realmente embriagarme se ha vuelto mi necesidad humana, como el agua, respirar.

Estoy pensando babosadas. Soy mujer. Soy sentimental. Es normal que piense babosadas de un hombre que ha intentado arreglar su vida del caos que le he dejado. Debería sentirme bien de que él haya dejado todo el dolor a segundo plano, sobre todo con una mujer como lo es Jessica. Pero siento celos y no puedo evitarlo. Cuando topo con la casa, saco las botellas y me escabullo por el oscuro lugar hasta entrar. Se me hace extraño que el cerrajero no haya llegado, aunque todavía es bastante temprano para la cena de noche buena. O quizá él no tiene familia. Bueno, en ese caso le entiendo. Mi única familia está en el hospital. Espero que Jane le acompañe si es que todavía está en el hospital. Enciendo la radio y escucho la música que tocan en una emisora de la zona. Al parecer es buena música. Incluso antigua para estos tiempos. Vincent, de Don McLean. Esa canción es dolorosa, realmente sofocante. Me trae recuerdos de mi pasado de puta, cuando ya estaba experimentando los vestigios de la dolorosa muerte de Edward. Siempre le recordaba pintando, dibujando. Sonreía creyendo que fue feliz a pesar de todo lo que le dije. La melodía me hacía recordarlo, y aún más los estribillos, la poética forma de Don para expresar el arte de Vincent van Gogh. Edward es un profundo admirador de aquel artista. Pasaba horas viendo el cuadro "Starry Night", una copia que su madre le había regalado cuando era muy niño. For they could not love you But still your love was true Esa parte me gustaba mucho. Explicaba claramente todo lo que Edward era para los demás, el sentimiento que sentía yo al ver cómo pisoteaban su autoestima en la escuela, cuando era solo envidia de su gran potencial artístico. —Ellos no pudieron amarte, pero aun así tu amor fue verdadero —recito con fuerza, mientras tanto me meto a la cocina para intentar cocinar algo para mi cuerpo. No he comido nada. —Este mundo no fue hecho para alguien tan bello como tú. Le hice daño y permití que otros lo hicieran. Apagué su luz. Y ahora, cuando él quiere ser feliz aparezco frente a sus narices. Soy un estorbo. Busco en la alacena alguna cosa para comer, pero solo encuentro carne de cordero añeja. Me encojo de hombros y preparo la olla para cocinar un poco de sopa. Mientras sigo escuchando la canción para Vincent van Gogh, rebano una que otra verdura y me recuerdo que debo ir a comprar más verduras estos días. Bebo el vodka desde la botella y revuelvo la sopa que se hace calurosamente en la olla. Huele bien, aunque no la tomo mucho en cuenta gracias al alcohol que comienza a meterse en mi sangre. Por cada recuerdo, cada beso entre Edward y Jessica, doy un sorbo. Por cada cicatriz, cada arrepentimiento, doy un sorbo. Me conduzco hacia la sala donde está la gran mesa y el florero de porcelana que mi abuela le obsequió a mamá hace muchos años. Lo quito con cuidado y pongo algunas velas. No quiero luz, no la siento necesaria.

La sopa está lista y el cordero ya caliente. Lo mezclo, sazono y pongo verduritas sobre éstos. Miro hacia mi improvisada decoración navideña; mis ojos se llenan de lágrimas. Estoy completamente sola. —Feliz navidad, Bella —susurro, para luego beber otra vez desde la botella. Nuevamente me atormento al rememorar que Edward y Jessica pasarán la noche juntos. Cuando pongo el plato en la mesa y me siento para comer junto a los soquetes azules, escucho unas voces detrás de la puerta principal. Frunzo el ceño y me levanto bruscamente. Tocan a la puerta; una voz femenina y otra masculina, las siento muy lejanas. No las puedo reconocer. Abro con lentitud y casi caigo hacia atrás, desmayada. ¡Alice! Oh mi Dios, Alice Brandon ha llegado y está en Forks. —¡Sorpresa! —exclama, levantando dos valijas de color burdeos. —Eh… Si me disculpa, he llegado para arreglar la cerradura de… Bella —susurra Jasper Whitlock abriéndose paso entre nosotras dos. Su rostro se ha desfigurado y ahora me mira como si fuese un sueño. O una pesadilla. Yo no sé qué decir, estoy callada y apenas consigo respirar. Por una parte está la sorpresa de Alice, mi única amiga, y ahora Jasper, el primo y mejor amigo de Edward me ha encontrado. ¡Diablos! Le diré que estoy durmiendo aquí, quizá vendrá hacia acá a pedirme explicaciones. O simplemente le dará igual, me reprendo en un segundo. —¿Quién es éste? —dice Alice con mala mirada. Jasper se hace a un lado incómodo. Lleva una camisa a cuadros y unos jeans desgastados, como su primo. Las botas gruesas le quedan bastante bien. Se ve más hombre, más cambiado y más maduro. Me pregunto si tendrá novia. —Oh, Bella, yo, eh… Mmm… —Los sonidos que hace con la boca me demuestran sus nervios—. ¿Has llegado hoy? —Sí, Jasper, he llegado hoy —le digo cansinamente. Alice entra a la casa y deja las valijas en el suelo. Se cruza de brazos y da golpecitos con sus relucientes zapatos de tacón. Jasper le sigue la mirada a sus esbeltas piernas y se sonroja. Parece un infante ante una tentación. —Lamento la demora yo… Creí que era nuevamente Carmen a la espera de que le arregle las cerraduras. —Se corre el cabello rubio del delgado rostro. —¿Carmen te ha pedido que vinieras? —inquiero sorprendida. —Para que no entre Phill ni Charlie a molestar a tu madre. Levanto las cejas sin poder evitarlo. —Bueno, creo que puedes irte a casa ahora. Llamaré para que vuelvas cuando acabes las fiestas. Asiente y se da la vuelta para irse, pero algo le detiene. Alice bufa exasperada.

—Feliz navidad, Bella —dice—. Es un gusto tenerte nuevamente en el pueblo. No puedo evitar sonreír. Pero luego recuerdo que él estará junto a Edward y a Jessica. —Feliz navidad, Jasper. Espero que la pases muy bien con tu familia. —Mi voz sale ácida y ahogada en rabia. Él abre sus ojos verdes y asiente. —Un gusto conocerla, Srta. Brandon —le dice a Alice. —Adiós —gruñe mi amiga a mi lado, dándose la vuelta y sujetándose la mata de cabello castaño entre los dedos. Cuando Jasper sale de la casa, Alice se aprieta entre mis brazos y grita de euforia al verme. Su aroma se cuela en mis fosas nasales y puedo asegurar que ya no estoy sola en estos lugares. —No quería que pasaras la navidad a solas —me susurra con los ojos llenos de lágrimas—. No ahora que te vas a enfrentar a tantos demonios. —Oh, Alice —gimo. Nunca he sido muy efusiva, pero en estos momentos la emoción me gana. La sorpresa de ver a Alice entrar por mi puerta y la aparición de Jasper me habían elevado más de una vez. —¿Cómo supiste que estaba aquí? ¿Cómo es que…? —me enredo en mis propias palabras. No sé cómo expresarme. Alice me toma de ambas manos y me obliga a sentarme en el sofá. Me pasa las manos por el rostro, probando mi temperatura. —Es un pueblo, Bella. No me costó nada valerme de mi nombre para que un par de chicos me dijera que ésta era la casa Swan. Supe de inmediato que estarías aquí. Te conozco como la palma de mi mano —susurra—. Estás muy pálida, quizá te ha bajado la presión. ¿Ha sucedido algo muy malo? Me siento realmente mal con sus palabras: "te conozco como la palma de mi mano". Ay, Alice, hay cosas que no conoces de mí. Le he ocultado mis peores dolores, solo porque no soy capaz de decirlo a viva voz. —Solo es… Ha sido un día muy largo —le digo. Se levanta y mira hacia la mesa. Le da una ojeada al plato que pobremente he preparado y a la botella de vodka. Niega con los labios fruncidos. Va a regañarme. Pero algo la detiene y es precisamente lo que no debería ver. —¿Qué es esto, Bella? —me pregunta con la voz alterada. Toma los soquetes azules y los mira con horror. —¡No te atrevas a decirme que estás embarazada de William porque voy y te abofeteo! —me grita. Me ruborizo enseguida, me levanto del sofá y le quito los soquetes de las manos. —¡Claro que no estoy embarazada de William, Alice, no seas estúpida!

Me siento indignada. ¿Qué tiene que ver él en todo esto? El rostro de Alice se relaja notoriamente. —¿Entonces? —inquiere preocupada—. ¿No estás embarazada? Niego con lentitud y rompo a llorar. Edward POV Llego a casa con las piernas débiles y cansadas; la caminata ha sido pesada. Jessica salta de la emoción por el cascanueces que le regalé. Ahora ha ido a su casa para cambiarse. Papá está en su habitación, creo que vistiéndose. Yo mientras me voy a la ducha para quitarme todo el estrés que he sentido en el día. Cuando el agua caliente cae sobre mi cabeza, cierro los ojos. Mis hombros están tensos y los músculos contraídos, el agua pasa por toda mi piel y éstos parecen relajarse. Apego la frente al azulejo y el frío me hace reanimar mis emociones pasadas. Bella en Forks. Bella me grita. Bella me mira con desprecio. Bella se va… Cierro los ojos y frunzo los labios sin poder evitarlos. Hoy no he podido dejar de pensar en ella. No puedo dejar de pensar en todo lo que ha cambiado. La culpa me atormenta, sobre todo ahora que Jessica parece estar más efusiva. Es de esperarse. No hemos podido consumar nada desde que estamos juntos, y de eso hace cinco meses. Bueno, yo no he podido consumar nada porque no puedo. Una persona no puede estar con alguien pensando en otro individuo, y yo no voy a acostarme con Jessica pensando en Bella entre mis brazos. La idea me produce un ligero temblor. Estar con Bella era una maravilla; aún la recuerdo. Desnuda, con el cabello aleonado y desparramado entre mis brazos. Piel con piel, su hálito contra mi rostro, el sonido de la carne, frotándose placenteramente. Todos esos recuerdos estaban bien grabados en mi memoria y yo solo quería compartir esos momentos con Bella, con nadie más que ella. Me sentía culpable por la falta de atención que había tenido para con Jessica durante toda la tarde que pasamos en el lago. Me preguntaba a cada momento qué estaría haciendo Bella en el pueblo, lo que pensaría de mí, dónde iría a dormir. Jessica me comentaba cosas triviales, como siempre, pero yo no podía centrar mi cabeza en ella, solo en la morena de ojos grandes y marrones que me había mirado aterrada en el hospital. Cierro los ojos cuando el agua de la ducha me da de lleno en la cara y paso mis manos por mi cabello para quitarlo del rostro. Eso me da la instancia para pensar aún mejor en todo lo que me ha sucedido. —Soy muy curiosa —me dijo Jessica. Enredó sus brazos en mi cuello para besarme con pasión y deseo. Jamás me había besado así antes. Me tomó desprevenido, así que solo atiné a seguirle el juego a pesar de mi sorpresa. Ella me pedía con su cuerpo que nos entreguemos, pero yo no podía hacerlo así como así. El lago era un lugar especial que no podía compartir con nadie más que con Bella. Y lo sentía mucho. —No, Jessica, aquí no —le reprendí quitándole las manos de mi cuello. —¿Por qué no? —exclamó aturdida.

—Sabes bien que no me traería buenos recuerdos en este lugar. Me acomodé a un lado para evitar el escrutinio de su mirada. —¿En este lugar? ¡Por Dios, Edward! Pero si no quieres en ninguna parte —gimió. Me miré las manos por un momento y luego hacia un lado, junto al sauce y las ramas que hacían un fuerte hasta el otro lado. Fruncí el ceño y distinguí un pañuelo de seda casi transparente entre las hojas menos marchitas. Al parecer el viento lo había traído hasta acá. —¿Qué es eso? —inquirió Jessica cuando me paré para tomarlo. Se lo tendí solo un momento para que lo viera. Frunció el ceño y miró hacia el lugar de procedencia. —El viento tuvo que traerlo hacia acá —afirmé. Lo observé largos minutos, pues me traía recuerdos muy frescos. Quizá era de Rosalie, porque me parecía realmente familiar. Pero Rosalie… No, no era de ella. Apreté la seda entre mis dedos y fruncí el ceño. ¿Podía ser de Bella? Ella era la única persona que adoraba la seda incluso antes de que se fuese de Forks. Pero también podía ser el pañuelo de cualquier mujer que pisaba la laguna. No obstante, la laguna no era muy conocida, solo Bella y yo la frecuentábamos. Eso me hizo pensar seriamente. ¿Cómo pensé en traer a Jessica a la laguna? Bueno, ella insistía frecuentemente por lo que no dudé mucho en hacerle conocer ese pequeño espacio. Fui culpable de una estúpida reacción para no hacerle sentir mal a ella, pero ahora me sentía mal yo mismo. Ni Jessica, ni yo, ni mucho menos Bella nos merecemos esto. Negué con mi cabeza y me obligué a olvidar el pañuelo. No podía ser de Bella, eso era una coincidencia macabra. Si era de ella entonces nos podría haber visto a Jessica y a mí. —¿Por qué lo guardas? —volvió a inquirir ella, levantándose de la manta para hacer frente a su repentino mal humor—. Quizá es de alguna mala mujer. Estaba metiéndolo en el bolsillo de mi pantalón. El pañuelo era bonito, fino y emitía un exquisito aroma. Jessica tomó la pequeña tela y lo miró con algo de asco. Su actitud me incomodó. Lo acercó a sus fosas nasales y olió lentamente. —Veo que tenemos personas con gustos caros —dijo irónica—. Chanel. Levanté la ceja y me permití borrar la curiosidad que me producía sentir el aroma de aquel pedazo de tela, solo para no parecer un animal. ¿Estoy haciendo bien al intentar olvidar a Bella con Jessica? Me siento una basura podrida, más aún al intentar hacer lo imposible para que ella se sienta bien. No estoy siendo egoísta, solo quiero lo mejor para ella. Pero lo estoy haciendo mal. ¡Y diablos! Tenía que aparecerse ella justo hoy, justo cuando estoy intentando dejarle ir. Nada es justo en esta vida, claramente. Tampoco es justo que esté sintiendo esto a pesar de que Bella me odia. O eso vi yo cuando escapó sin decirme nada más "no te conozco". El agua tiende a relajarme muchas veces, pero ésta vez no logra hacer el mismo efecto en mi cerebro. Me siento tensionado, como nunca. Me imagino a Bella sola, sentada en algún taburete, sosteniendo la tristeza entre sus manos.

Y era eso lo que me había llamado la atención cuando la vi. El dolor. Bella nunca fue una chica risueña, siempre fruncía el ceño cuando era oportuno. Jamás había tenido una suerte de dioses para que le permitieran sonreír a menudo. Sin embargo, jamás había visto sus ojos tan miserables. En ella no había inocencia, ni pureza. Me estremece pensar lo que pudo haberle ocurrido para cambiar tanto. Y me entristece profundamente saber que ella ya no es la misma. Necesito expulsar todo esto y la única forma es pintando. Mañana tengo que ir al orfanato de Forks para enseñarles a los niños a pintar. La hermana Sonya me había pedido expresamente que fuese, como todos los años, a darles una clase entretenida a los huérfanos. Aprovecharé de expulsar toda esa desazón impregnada en la sangre y me sumergiré en la bondad de un grupo de niños. Tocan a la puerta. Es papá, me dice que Jessica está esperando y que no es de buena educación dejarla sola. Me apresuro, salgo de la ducha y me visto con lo primero que encuentro. Cuando salgo hacia la sala está ella junto a mis tías. Todas sonríen y se abalanzan para besar mi mejilla. Veo a Jessica; está muy guapa. Lleva un vestido sencillo de color ciruela y unas sandalias del mismo color. El cabello se lo ha tomado en un suave moño. En sus manos sostiene el cascanueces que le he regalado hoy, hace muy poco. Otro recuerdo peligroso. ¿Quién era aquella mujer que sostuve entre mis dedos? Estuvo a punto de caerse. Llevaba gafas y apenas pude distinguir que también tenía el cabello oscuro, cayendo hacia un lado del rostro para taparse. Evito creer que fue Bella, comienzo a preocuparme al estar viéndola en cada lugar al que voy. Jessica ha traído el pavo, el que huele muy bien, por cierto. Tías Hale se pasean por la casa con total sofisticación. Me recuerdan mucho a mi madre, ella era muy delicada y hermosa. —¿Jasper no ha llegado? —inquiero con distracción mientras aliso mi camisa frente al espejo. —Se suponía que acababa su trabajo hace unos minutos —me dice su madre. Frunzo el ceño. Jessica está poniendo la mesa con cuidado. Intenta dar una buena impresión hacia mi familia, aunque no lo necesita, la adoran de cualquier forma. Debo admitir que me gusta estar acompañado por ella en esta ocasión, siento el calor que me ha faltado. Papá sonríe y me mira con orgullo, sé muy bien que le agrada en demasía no verme derrotado como acostumbraba. Miro el reloj apresuradamente cada tantos minutos, la hora va avanzando y Jasper no aparece. Me pregunto qué le habrá sucedido de camino a casa o qué le habrá detenido. Las luces del árbol de navidad captan mi atención y me pierdo en las parpadeantes y coloridas incandescencias. La estrella dorada que está en la punta brilla también, como si tuviera vida propia. Me meto las manos en los bolsillos y siento el pañuelo de seda. Lo aprieto, lo estrujo entre mis dedos y le doy vueltas con nerviosismo. Tocan a la puerta con insistencia. Jessica abre, dejando entrar a un apesadumbrado Jasper. Me alivia verlo bien físicamente. Cuando me ve me lanza una mirada breve pero que explica mucho. Quiere hablarme de algo. Pero es imposible, todos esperan el jugoso pavo oloroso que está en medio de la mesa.

Cenamos tranquilos y compartimos anécdotas divertidas, aunque Jasper come apresuradamente y yo le imito para poder acompañarle a hablar. Me inquiera su mirada, está muy preocupado. —Esto ha estado demasiado bueno —dice Jasper—. ¿Me permiten salir un momento con Edward? Necesito mostrarle algo. Todos asienten y siguen hablando de la política de Estados Unidos. Aburrido. Le sigo y le veo caminar hasta el patio trasero. Se para, me da la espalda y cruza los brazos, mirando al cielo estrellado. —¿Qué necesitas hablar? Acá hace demasiado frío y… —Bella está en el pueblo —dice girándose hacia mí. Sus ojos claros se muestran tensos y temerosos. —Lo sé —digo al fin. Frunce el año. —¿Cómo que lo sabes? —La vi en el hospital esta mañana —me encojo de hombros para quitarle importancia al asunto a pesar de lo mierda que me siento por dentro. Jasper suspira y pone una mano en mi hombro. —No vayas a cometer una locura por esa mujer, Edward. —No puedo evitar mortificarme por su presencia —suspiro—. Intento olvidarla, pero no puedo. Mis ojos se llenan de lágrimas lo que a Jasper le llama súbitamente la atención. —Ella te hizo mucho daño, primo, no quiero recordarte lo que sufriste por ella. ¿Cómo puedes seguir pensando en Bella a pesar de todo lo que te dijo? —A veces la ausencia duele mucho más que el daño infringido —le digo con sinceridad—. ¿Alguna vez has hablado con alguien de la misma manera que hablas contigo mismo? —Lo veo negar con su cabeza—. Eso me sucedía con ella. Bella era una chica sencilla, natural y encantadora. Ella me instaba a seguir pintando, me hacía sentir talentoso. Podía hablar horas con ella y no me aburría. Me miro las manos. Tiritan. La sinceridad me provoca temor. —¿Te ha reconocido? La pregunta duele. —Fingió ser una desconocida. No me miró más de dos segundos y se echó a correr. —Me permito ser el abogado del diablo —habla—. Hoy fui a la casa de Renée a cumplir con mi trabajo, ya sabes, me avisan la casa y voy por mi trabajo a domicilio. —Busca las palabras internamente—. Me sorprendí al ver entrar a una mujer muy pequeña y menuda a ese lugar, llevaba maletas. Luego noté que era Alice Brandon. Abrieron la puerta y vi a Bella. Levanta las cejas y se lame los labios.

—Ella había estado llorando —susurra—, sus ojos estaban mojados, intranquilos y muy tristes. Aquí hay gato encerrado, Edward. —¡Si tan solo pudiera saber qué es lo que le carcome por dentro! —gimo. Me paseo como león enjaulado en el pequeño trozo de patio, mientras Jasper me mira con tristeza. —¿Y Jessica? ¿Qué harás con Jessica? La pregunta no tiene respuesta. Pero digo: —No necesitas hacer nada, puedes quedarte con Bella si quieres —afirma ella con la voz rasposa. ¡Nos leemos en el próximo domingo! Un beso y un abrazo. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . XI . Isabella POV —Tranquila, Bella, ya te has desahogado —me dice Alice sobándome la espalda con lentitud. Estoy con el rostro enterrado en mis manos para sofocar los gemidos duros que salen de mi garganta. He expulsado todo lo que sucedió en el pasado; Alice me ha estado escuchando durante cuarentaicinco minutos atentamente. Me acompañó llorando también, pues ha pasado por sucesos desastrosos en su vida, como yo. —Así que… tu padrastro… —No puede acabar la oración. —Sí, me obligó a abortar —susurro. Alice se retuerce en el sofá y me abraza. Yo me despego de mi posición defensiva y la abrazo también. Su calor me hace sentir mejor, aunque sigo sintiendo el dolor en mi pecho. Su aroma a femineidad me trae múltiples sensaciones: no estoy sola, Alice me cuidará. La idea me reconforta. —¿Por qué no me lo habías dicho? —me pregunta y sé que tiene derecho a sentirse dolida. —Porque es muy doloroso para mí —digo con sinceridad—. Luego Carmen me mintió diciéndome que Edward había muerto en aquella guerra. El mundo se me había venido abajo.

Miro al techo y cuento las grietas que hay en la madera. Es mi manera de despejar la mente de toda la basura en la que me encuentro. —Y ahora resulta que está vivo —susurra ella con miedo de decirlo más fuerte. Asiento lentamente, subo mis piernas al sofá y me aprieto a mí misma para protegerme de mi alrededor. —¿Le has saludado? —murmulla. —No. —Pero, Bella… —¡No quiero sermones! No con Edward —gimo, lloriqueando otra vez—. No soy capaz de decirle siquiera 'hola'. —¡¿Por qué?! —Ahora Alice sube la escala de su voz. Me cruzo de brazos y me enfurruño contra las cobijas del sofá. Alice bufa, se levanta y luego vuelve a posarse de rodillas delante de mí, tomándome las manos entre sus dedos. Me mira. Sus ojos azules se conectan con los míos y me hace ceder. —¿Por qué no quieres acercarte a él? —me pregunta lentamente, como si hablara con una niñita. Frunzo los labios, respiro lentamente y cierro los ojos. —No quiero volver a sentir lo que sentí con él. —¿Qué sentías con él? —Oh, Dios, tantas preguntas. —Demasiado dolor, pero a la vez me sentía viva. Estar con Edward era como nadar en un océano sin fin, profundo, duro, pero tan lleno de secretos —suspiro—. Dolía sentir el pecho lleno de… aire, caliente y espeso. Verlo me estremecía las entrañas hasta un punto asfixiante. Alice me sonríe con complicidad. —Así es el amor —profiere—. El amor es morir en vida. Duele, te amarga y te dulcifica al mismo tiempo. ¿No quieres volver a sentir? Bella, nuestra vida no puede girar en torno al burdel, menos a lo de tu hijo. Incluso Edward necesita saber la verdad. No, es imposible contárselo. Me desarmaría. No quiero hablar con él, menos mirarlo. Hoy he recibido lo suficiente y ha dolido como un demonio. —Aún le amas —afirma. —Claro que no —miento. —¡Le amas! —exclama—. Le amas y darías todo por romperle las costillas a esa mujer que te lo ha quitado. Sonrío con desgana ante el recuerdo. Aún siento asco. —Edward jamás fue mío… —¡Sí lo fue! ¿Quieres que te recuerde lo que vivieron ustedes en aquel lago? Ambos dieron rienda a su cariño, culminaron… ¡Lo hicieron! Es tuyo y tú eres suya —sentencia con apremio.

—No digas esas bobadas de teatro francés. Yo no le amo, jamás fue mío y yo nunca he sido suya. ¡Somos seres libres sin dueño! —insisto. Soy tan taciturna… Incapaz de ver lo que está enfrente de mis ojos. Alice lo sabe, ¡yo lo sé! Tampoco soy capaz de remediar ese defecto, simplemente no puedo y me asusta. Alice levanta las cejas, se vuelve a sentar a mi lado y sé que me dará el discurso exacto para que le cuente toda la verdad que he estado ocultándole. —A veces nos cuesta mucho expresar nuestros sentimientos. Cuando creíamos que podíamos gritar el amor, viene algo que se interpone y nos aprisiona para dejarle ir. Tú creíste que él estaba muerto y no fuiste capaz de quitar ese dolor, te convenciste que no volverías a verlo y por esa misma razón te hiciste creer a ti misma que no le necesitabas más. —Tiene tanta razón—. Pero ¿sabes? Le necesitas mucho, lo ves y tus mejillas se calientan con fervor, mas tu vientre se retuerce, con agonía, con dolor. Ese amor nunca muere, y hoy me has demostrado. Tienes miedo de volver a querer y, que de ese modo, algo les separe como lo hizo tu padrastro. Me ha dejado sin aliento. Ella sabe leerme. Bueno, es una adivina. Me impresiona su gran objetividad en esto, me gusta mucho que haya dicho nada con respecto a él y su relación con Jessica. —Bella —prosigue—, hoy te he visto por fin con ese color marrón de tus ojos centelleando en tus cuencas, brillan, sonríen. No finjas que no te importa, porque no te creeré. ¡Y soy tu amiga! Necesito sacarte eso de tu interior —bufa—. Pero no insistiré, creo que ya hemos hablado lo suficiente como para que pienses un poco por todo lo que has pasado. Sin embargo, no permitiré que te quedes en esta casa tan triste, quiero que salgamos y me enseñes las maravillas de Forks. Ruedo los ojos y me obligo a sonreírle. —¿Y qué esperas ver en este pueblo pequeño? —le pregunto. Se encoge de hombros. Parece risueña. —Me gustan los lugares tranquilos como éstos —suspira—. Tan pacíficos, tan… humanos. —Niega con su cabeza y frunce el ceño—. Estoy cansada de vivir llena de flashes, luces, mierda ostentosa. Asiento y vuelvo mi vista a mis manos. —Yo también estoy cansada, Alice —susurro—, pero no tengo otra forma de ganarme la vida. Entorna los ojos, con gesto ausente. Alisa su lindo vestido de cuadros, luego se pasa las manos por el cabello. —Cualquier cosa es mejor que ser puta —declara—, pero también es mejor cualquier cosa antes que ser un frasco reluciente para satisfacer a los demás. Alice cocinó y comimos pacíficamente en la mesa. Ahora hablamos de cosas triviales, lo que le agradezco profundamente. Me cuenta sobre proyectos y algunos chicos que desea conocer más allá. Me gusta verla enamoradiza, sus hoyuelos en las mejillas le sientan bien. —A propósito, William quiere hablar contigo —me dice mientras se mete el tenedor en la boca. Levanto la ceja bruscamente. Siento un remolino interior que no me gusta nada. Me siento… culpable, y no por lo poco que le he hablado de mi estado. Me siento culpable de la relación que llevo con él. Niego con fuerza y me quito esos pensamientos de la cabeza

—¿Qué quiere hablar? —inquiero haciéndome la tonta. Se encoge de hombros. —Es entendible que quiera saber qué demonios sucede entre ustedes dos —dice Alice con un dejo de interrogación. —Somos amigos —insisto con algo de rabia. —Ya, pero que yo sepa los amigos no se acuestan y se quedan en los hoteles para pasar la noche. —Tienes un concepto bastante anticuado sobre los amigos. Sé que él quiere más, pero no puedo, son demasiados los demonios que me consumen como para intentar algo con alguien. William es amable, caballero y un buen hombre, con futuro… pero yo no puedo estar con él. Me aterra esa posibilidad, sobre todo porque mi cabeza solo está puesta en un solo hombre. Y ese hombre lo creí muerto hace años. Alice no me vuelve a hablar de William, ahora parece entusiasmada por algo que ha pasado súbitamente por su cabeza. —Mañana quiero ir al orfanato a regalar juguetes. Ya sabes, como lo hice en Chicago, Nueva Jersey y Nueva York. Alice Brandon tiene un sentido de la amabilidad muy elevado. Cada navidad va hacia los orfanatos a regalar los juguetes que compra con el dinero que tiene a mano. No puede tener hijos. En el siquiátrico le administraron mal un medicamento que ella necesitaba por indicación médica, pues presentaba varios problemas en su útero. Claramente cabía una ínfima posibilidad de que algún día ella pudiese concebir, pero gracias a ese mal procedimiento todos sus sueños se fueron a parar a la basura. A Alice no le gusta hablar de eso, siempre lo evita, y por eso evité también hablarle de mi aborto. —El orfanato queda muy cerca del hospital, aprovecharé de ir con mi madre mientras tú le regalas juguetes a esos niños. Arruga la nariz, sonríe con suspicacia. Algo trama. —Quiero conocer a tu madre, luego de eso tú me acompañas con los niños. La idea me parece demasiado elevada, no soy capaz de acercarme a esos seres tan inocentes. —Pero, Alice… No creo que sea buena idea —niego lentamente—. Además, nunca me lo habías pedido. —Quiero que me acompañes ahora, de verdad. —Me toma ambas manos. Sus ojos azules me lo suplican y yo no soy capaz de decirle que no. . Alice está durmiendo pacíficamente en la habitación de Carmen. Le hemos cambiado los edredones y sábanas para que se sienta cómoda. Yo estoy en mi cama, junto a los recuerdos que evité por muchos años. Ésta cama la elegí cuando tenía 12 años. Mamá había vuelto al pueblo que también evitó por largos años.

Cuando ella se separó de mi padre yo tenía apenas dos años. Mi madre huyó de su tortuosa vida junto a Phill, quien en ese entonces era su único amigo. Yo era solo un pequeño bultito que jugaba y babeaba a cada segundo, no me percataba de los llantos que tenía mi madre día y noche recordando al hombre que amó por tanto tiempo. Cuando cumplí cinco, mamá estaba ya con Phill y al poco tiempo se casaron. Vivíamos tranquilamente en Phoenix, Arizona, pero luego, hasta mis doce, ella decidió irse a Forks por el deseo irrefutable de volver junto a su hermana, la madre de Carmen. Me gustaba ver a mi madre feliz, sobre todo porque Forks era su tierra. Su hermana murió al poco tiempo y yo tuve que entrar a la escuela. El primer día conocí a un chico de cabello cobrizo, delgado y de aspecto introvertido. No hablaba con nadie, miraba directamente hacia sus manos y ahí se quedaba hasta que la profesora hiciera su entrada al aula. Pero yo quería sentarme con él. Ese mismo día me persiguió un hombre para regalarme dulces. Tenía los ojos más bonitos que había visto en mi vida, un cabello oscuro y rizado tan parecido al mío… Nunca supe que era mi padre hasta que mamá me encontró con él. Me prometió que nunca más debía volver a verlo, ni siquiera dirigirle la palabra. Yo acepté solo porque no quería verla tan afligida, acepté a pesar de todas las preguntas que tenía en la cabeza. Me tapo con el edredón amarillo y gastado, paso la mano por la almohada y enseguida comienzo a llorar. Estoy algo sensible. Rememoro todo lo sucedido en el día y aun así no puedo entender cuán largo me ha parecido. Ha sido como un milenio de agonía, una cantidad exorbitante de desconsuelo incapaz de soportar. Lo único bueno ha sido la visita de Alice; espero que no se vaya tan pronto. Me preocupa mucho William, no quiero tener que darle explicaciones. La luna está tan tranquila, con su reflejo sobre mi rostro. Acusatoria y gran testigo de mis demonios. Brilla, inquietante. Me estremezco entre los edredones, cierro los ojos por un momento y dejo escapar un largo suspiro. Quiero dormir, realmente quiero dormir. Llevo ligueros y un conjunto de negro, creo que es un corsé. Aprieta con fuerza, me lastima y me hace sentir ahogada. Me paso una mano por el cabello y ahogo un jadeo al sentir la melena corta y rizada. Me doy cuenta que más allá hay un espejo. Frunzo el ceño, ¿dónde estoy? Me fijo en mi alrededor y solo distingo una cama con grandes doseles rojos, al igual que las sábanas de terciopelo. Me intimida. El lugar es oscuro, mi instinto me avisa de peligro y una brisa cálida me atraviesa la espalda. Una mano suave recorre mi muslo, el roce es etéreo, inhumano. Siento una descarga potentísima en toda mi espina dorsal, mis vellos se despiertan y apuntan hacia el cielo. Jadeo, incapaz de controlarme. ¿Quién es el dueño de este roce tan increíble? ¿Por qué me afecta tanto? —¿Estás asustada, Isabella? —me pregunta. Su voz es magistral, dulce y natural. No sé qué responderle, solo siento curiosidad y mucho placer. Me gusta sentir su aliento en mi nuca, me gusta sentir cómo poco a poco su cuerpo se apega al mío. Pero me decido a responderle con lo primero que se cruza por mi cabeza: —A menudo siento miedo. Con la otra mano recorre el vientre, y a pesar de que tengo puesto el corsé, sus dedos traspasan el calor abrasante que emana de su sangre. Su mano es de largos dedos y la palma alcanza la extensión completa de mi piel. Me siento pequeña, frágil… e inocente. ¿Por qué me siento

inocente? —¿Me tienes miedo a mí? Apoyo mi cabeza en su pecho y siento la dureza de su cuerpo. Me aprieta ésta vez, con sus brazos a mi alrededor para atraparme junto a él. —¿Por qué tendría que temerle? —vuelvo a jadear. Recuerdo lo que soy: una ramera. Es por eso que ha venido aquí. Pero, ¿cuándo regresé a este trabajo? Jamás me había sentido así con un cliente, tampoco me había tocado un cliente tan… delicado. —Podría hacer de tu corazón tu único enemigo —me dice, pasando sus labios por mi mejilla derecha. Mis piernas flaquean, mi estómago se contrae y una extraña sensación se apodera de mi interior. —¿Quién eres? —gimo. Me ignora y me tiende una pequeña caja de oscuro color azul. La tomo con los dedos temblorosos y la abro; es un collar de diamantes. —Marilyn cantaba que los diamantes eran los mejores amigos de las chicas —susurra. Sonrío con cierto dolor y reprimo las lágrimas. —Mi amor por Monroe no alcanzó esa afición por los diamantes. No puedo ocultar la amargura de mi garganta. Él se da cuenta, pues me da la vuelta y me obliga a mirarle… aunque no le veo el rostro por la oscuridad del lugar. —¿Te he ofendido? —¿Por qué me suena tan familiar? Niego con mi cabeza, aunque en verdad sí me ha ofendido. —Solo… creí que eras diferente. —Siento el rubor de mis mejillas como si fuese una niña otra vez. Las sombras me permiten notar cómo frunce el ceño y aprieta la mandíbula. —Luché bastante por comprártelo, creí que te gustaría. Enseguida me siento culpable. Claro que es diferente a todos esos hombres. Por un instante siento vergüenza de lo que soy, solo porque él ya reconoce mi profesión de mierda. Deseo ser una mujer normal, no una puta. ¿Y por qué ha venido él hasta aquí? —Si viene de tu parte entonces me gusta —susurro, dándome la vuelta para que tenga acceso a mi cuello—. Gracias. La joya pasa por mi piel, se siente fría y pesada. La sensación me apasiona y me hace sentir bonita. Sus manos se dedican a acariciar la piel que va atravesándose en el camino y de un rápido movimiento me da la vuelta otra vez. El collar cae al suelo haciéndose trizas, pero no tengo tiempo de sobresaltarme o preguntar por qué lo hizo, ya que sus labios se apoderan de los míos con cierta pasión desmedida.

Me quedo sin aliento, no sé a qué aferrarme, pero opto por su pecho cubierto de una fina camisa negra. Sus labios se manejan profesionalmente contra los míos, su suave toque me enloquece y me hace pedir más. Sus grandes manos se apoderan de mi espalda y me sujetan con firmeza, me reclaman como suya y sé que lo soy. Soy de éste hombre que apenas conozco y del cual debería temer. Sus labios saben a gloria, a masculinidad y a un cariño que desconozco. Me aferro a su cuello y tiro del cabello de su nuca. —No sé quién eres —susurro contra sus labios—. Debería temer de lo que estoy sintiendo —le digo con sinceridad. Me toma desde los muslos y me retiene junto a él. Yo enredo mis piernas en su cintura y me aferro a su esbelta figura. La luz se cuela por una rendija muy pequeña, creo que es la de la puerta. Caigo a la cama de terciopelo rojo, mi cabello se desparrama y él pone ambas manos a la altura de mi cabeza para observarme. Dejo escapar un grito al ver sus ojos dorados, su mirada me intimida y me resulta tan familiar como escalofriante. —Edward —susurro, escrutando mis ojos para poder verle con mayor detalle. —Nunca deberías temer de mí, sabes que jamás podría hacerte daño —me dice con lentitud, saboreando las palabras que salen de su boca. Había soñado tanto con tenerle a mi lado… Oh Dios, es él, es mi Edward. Comienzo a llorar y él levanta ambas cejas, con tristeza, no quiere verme así, claro que no. Él nunca podría hacerme daño, mi Edward es demasiado bueno para eso. La única persona que puede hacerme daño soy yo misma. Me limpia ambas mejillas y me besa otra vez. No quiero soltarle más. Me despierto de sopetón con el aire atascado en mi garganta y gimo de dolor. ¡Era tan real! Carajo, el aire me sube como condenado por mis pulmones. Golpeo los edredones y me levanto bruscamente. ¿Qué significa todo esto? Por Dios, claro que no es una señal divina, son solo burradas mías. Me impacta que esté soñando con el hombre que tanto deseo, había pasado mucho tiempo hasta que mi cerebro por fin haya podido decidirse a recordarlo incluso en mis sueños. Edward había desaparecido tanto de mi vida que ni en mi mente podía surgir, no había sombra del hombre que había amado con tanta pasión, no había más que simples recuerdos de lo que alguna vez fuimos. Me pregunto seriamente qué es lo que estoy sintiendo. Es inaudito. ¿Le deseo? ¿Después de todo este tiempo deseo a Edward Cullen? Supongo que sí. Quiero ser suya desde que me entregué a sus brazos y no he podido lograr nada con él. Es como una maldición. Desde el primer piso suena una suave melodía. Es la voz de Stevie Nicks cantando sobre la diosa Rhiannon de la vieja leyenda celta. Me conmueve profundamente. Alice es bastante fanática de Nicks, siempre la escuchaba cuando vivíamos juntas en el burdel de Madame Esther. Miro hacia la ventana que está frente a mí y me conmuevo al notar cómo la nieve cae con lentitud sobre los techos, los automóviles y el pavimento. Hay niños a unas casas más allá, se lanzan bolas de nieve sobre sus cabezas, ríen y sonríen.

El ambiente es bastante distinto, me siento algo bien. ¿Será por el sueño? Quizá… Ese efecto tenía él sobre mí. Siempre. Me llenaba de positivismo y ganas de vivir. Pero está mal, claro que lo está, ¿cómo depender de un hombre sin morir en el intento? Miro hacia mi viejo reloj de pared, pero está parado. Me impresiona que nadie haya quitado mis cosas de aquí, ni haya intentado remodelar el espacio. A lo mejor mamá nunca lo permitió. La idea me reconforta. Me pongo la bata que traje en la maleta, me hago una colita con una liga y salgo del lugar para seguir la melodía que sale de la cocina. Hay un olor tostado, también a panceta y a café. Mi estómago cruje duramente y me ruborizo. Alice está parada frente a la isla, leyendo el periódico de esta mañana. Tiene un pañuelo rojo en la cabeza para sujetar el cabello corto de su cabeza. Está despampanante, hermosa y recuperada, como siempre. Siente mi presencia, levanta la cabeza y me sonríe. Hago lo mismo, aunque en verdad me siento algo triste por todo lo ocurrido el día de ayer. Dice nada más, solo se dedica a depositar el periódico en la mesita, para luego girarse hacia la cocinilla y seguir revolviendo el huevo y la panceta. —¿Café? —pregunta con aire distraído. —Por favor —le digo. Apaga la cocinilla y saca la tetera del fuego. Deposita una cantidad en la taza y luego vierte una cucharada de café, dos más de azúcar y revuelve. El aroma vuelve a traspasar mis fosas nasales. Sigue cantante Stevie Nicks, hablando de la diosa Rhiannon que perdió a su bebé a manos del hombre que quería casarse con ella. Muy apropiado. Poder femenino, dice ella, pero las mujeres no tenemos más que falsos derechos. Alice canta lentamente mientras se mueve por los muebles en busca de platos. Es una artista innata. Cómo adora esa canción. Sus labios se mueven al compás de la música y la letra, canta con solemnidad como si yo fuese una estatua. —Ya he ido a comprar los juguetes —me cuenta con buen humor—. Aquí es bastante barato, ¿sabes? Me he ahorrado bastante dinero. ¡Ni comparado con el carísimo Nevada! Ese estado es un insulto a la billetera. —Veo que está maquillada y que lleva un bonito vestido rosa. Alice y su indudable gusto por la moda de los años cuarenta. Le sonrío, ella sabe que no hablo demasiado. Me gusta escucharla, siempre me gusta escuchar a los demás. Alice se maneja con maestría en la cocina de mi madre, eso me da gusto. En la radio suenan The Andrew Sisters, creo que es Boogie Woogie Bugle Boy, pero no estoy segura. A Alice también le gusta, como todo aquello antiguo. —Te he hecho panceta y huevos revueltos, espero te gusten —me dice, tendiéndome la paila de acero. —Gracias, Alice —le digo con sinceridad—. ¿Desde qué hora estás despierta? Ya has comprado los juguetes, has hecho desayuno, te has vestido y maquillado… —Desde las seis —dice—. No podía seguir durmiendo más. Hoy es navidad y… ¡te tengo un regalo! —Oh, Dios, Alice, yo no he podido comprarte nada…

—¡No seas aburrida! Yo te traje un regalo y no importa si tú no, lo entiendo. —Frunce los labios, recordando todo lo que hablamos ayer. Me tiende una pequeña cajita de terciopelo, me recuerda vagamente a la de mi sueño, pero no le doy vueltas. La abro lentamente y diviso un bonito peine de plata para el cabello. —Es hermoso, Alice —susurro. Lo saco de la almohada blanca y lo muevo entre mis dedos. Es duro, pesado y bastante opaco. Es antiguo, como aquellos que usaban las reinas y duquesas en Inglaterra o Escocia. —Lo compré en la tienda de antigüedades —me dice con entusiasmo—. El vendedor me dijo que perteneció a una joven dama española. Se lo regaló un inca, estaba enamorado de ella, pero sabía que no podía corresponder. Al poco tiempo se lo quitaron y lo vendieron, pasando de mano en mano… Hasta la tuya. Los dijes rojos brillan a lo largo del peine. Las rendijas filudas son amenazantes. Me doy la vuelta y muevo el cabello para que Alice lo ponga. Y lo hace en un segundo, creando un moño con mi abundante cabello rizado. El peine se clava en mi cuero cabelludo, pero no produce dolor, está sujeto con fuerza. Varios cabellos caen por la frente y las mejillas, pero no le doy importancia. —¿Has comprado todo esto en tan corta mañana? ¿Qué hora es? —Bostezo sin poder evitarlo, estirándome como un felino dentro de la cocina. —Son las once de la mañana —me susurra—, has dormido bastante. Levanto las cejas y reprimo un bufido. Odio levantarme tarde. —¿Tuviste una pesadilla? —suena suspicaz. De repente ha cambiado su tono de voz. Bebo con cuidado del café, finjo inocencia. —No. —Balbuceabas mientras dormías. —Sigue leyendo el periódico. —Siempre lo hago. Rueda los ojos, deja de mirarme con desaprobación y reprime un bufido enojado. —Cómo me gustaría que te sintieras bien aunque sea una vez en tu vida —dice y se va. Contemplo el humeante café que tengo entre mis manos, con la mirada ausente y desprovista de brillo. Sé que ella quiere que deje de atormentarme internamente, pues no es la primera vez que sueño locuras y grito en medio de la noche. Pero ésta vez, Alice no sabe que mi sueño me ha dotado de mucha paz, de muchas ganas. Aun así, sigue ese tormento que no me deja descansar completamente. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Jessica se encontrará en su cama, mirándolo dormir mientras ella apoya la mejilla en su pecho, justo a la altura de su corazón? ¿Sentirá su fuerte palpitar, el calor abrasante que te sumerge en una gran burbuja incapaz de romperse? Me doy cuenta de cuánto le aborrezco, a ella y a su maldita fortuna. Pero, otra vez, desecho cualquier sentimiento posesivo; Edward no es mío. Le doy vueltas a las palabras de Alice, cuando

afirmó que ambos nos pertenecíamos. ¿Qué pensará Edward con respecto a eso? Debo dejar de hacer preguntas, no puedo más con tanta intriga. Me ducho y me despierto de toda la pesadumbre, necesito estar bien para ver a mi madre. Recordar su sonrisa más alegre cuando me vio por primera vez me hace sentir mejor, realmente mucho mejor. Luego recuerdo que estuve años sin ella por culpa de Carmen y siento rabia. Me obligo a controlar mi ira, así que sigo pasando la esponja por mi cuerpo. —¡Apúrate, Bella! Quiero que me maquilles —grita Alice detrás de la puerta, tocando con sus nudillos tan fuerte que puedo oírlo perfectamente a pesar de la fuerte lluvia que cae por la regadera. Sonrío. Le pediré que lleve las cartas para que entretenga a mi madre mientras yo busco a la enfermera Jane, tengo que hablar algo muy importante con ella. Sé que a mi madre le agradará Alice, pues ella es realmente un dulce con todos. Adoro a Alice por acompañarme en todo esto, sin ella creo que me sentiría aún más sola de lo que debería. Salgo de la ducha con la bata puesta y una toalla en mi cabello, dando vueltas por mi frente y mi nuca. Alice sigue radiante, vestida y ahora limpia del maquillaje de la mañana. Me palpa el espacio que hay a un lado de mi cama, invitándome a acompañarla. —Espero agradarle a tu mamá —dice, tocándose los vuelos de su vestido. —Claro que sí. Cuando termino de trazarle los ojos con una pluma negra, sus ojos azules se armonizan, como Elizabeth Taylor. Es hermosa. Su cabello corto termina en puntas desiguales hacia los lados, expandiéndose cuan pino navideño. La quiero, pues fue mi familia por largos años. Ella aprovecha de hacerme un peinado rápido con el peine que me regaló, asegurando que mi rostro no tenga algún cabello suelto por ahí. Decido que hoy tengo que verme bonita, que cada persona de este mugroso pueblo me vea y me reconozco por quién soy. También quiero que mamá me vea repuesta, que no se sienta inquieta por mi dolor… que a toda costa se nota. Debo sonreír, aunque me cueste. Me visto con una pollera azul, no es apretada ni se apega a mis muslos. Le acompaña una blusa pastel, el cuello está adornado de pequeños vuelitos y los botones son dorados. Se me nota el sujetador negro, la trasparencia me delata. Me pongo un abrigo encima, es grande y grueso, le hacen juego a las botas que me llegan a las rodillas. Al salir de la casa veo a Carmen apoyada en mi auto. Su rostro me intimida, pues la sombría forma de sus ojos me llena de profundo miedo. Ella es capaz de muchas cosas, no lo dudo. Lleva un abrigo café que le llega a las rodillas, unas botas de goma negra y ese fiel sombrero cuadrado que le queda horrendo. Siendo objetiva, Carmen es muy bella, pero se ha quedado sin sacar sus atributos a flote. Quizá es la razón por la que me envidia, odia, qué se yo. Aún sigo sin entenderlo, antes ella no era así, recuerdo muy bien que me fui a su casa cuando peleaba con mamá y por supuesto, con Phill. Yo me fui con el alivio de que mamá sería cuidada por ella, que nuestro lazo como familia nos permitiría seguir en contacto entre nosotras. Alice me mira interrogante, pero con mi gesto asustado advierte que esto no es bueno. Intento hacerme la dura, demostrar que su presencia no me afecta en lo más mínimo, pero no es así. Me aterra, a veces creo que no soy capaz de decirle algo sin ponerme a llorar. Soy frágil, en estos

momentos lo que menos tengo son fuerzas y ganas de luchar contra su maldad. —Disculpe, ¿necesita algo? —le pregunta Alice con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa. Yo me entretengo metiendo algunos juguetes en la maleta grande. Miro de reojo la intensa ojeada que me da, prometiendo el infierno. —¿Ésta es tu colega puta? —me interroga directamente, traspasando el antejardín para hacerme frente—. No me extrañaría que trajeras a este tipo de mujeres a mi casa, con la forma en la que se maquillan, el descaro de vestirse de esa manera… —No es tu casa, Carmen —le digo cansinamente. Miro a Alice, tiene las mejillas rojas por la rabia que tiene acumulada en su sangre. A ella tampoco le agrada que la critiquen, menos por un pasado tan horroroso. Creo que no fue buena idea comentar ese tipo de pasado con mi prima. —¡Sí lo es! —grita. —Si sigue insistiendo en molestar por aquí llamaré a la policía, ya ha hecho bastante maldad —le dice Alice, acercándose a ella con paso decidido—. Comenzando con haberle mentido con respecto a Edward. Carmen abre los ojos con sorpresa al saber que no soy la única que está enterada de la horrorosa verdad, de que Edward no estaba muerto como me dijo. Me pregunto cómo es que Carmen me envió aquel papel que decía claramente su muerte, no podía extrañarme si decía claramente "Ejército de los Estados Unidos de América". La hago a un lado, pues esto debo solucionarlo yo. —¿Cómo es que me convenciste que Edward estaba muerto? ¿De dónde sacaste aquel papel amarillo del ejército? Carmen se retuerce en su abrigo horrible, se sonroja, se inquieta. Frunzo el ceño. —Dímelo —ordeno. —Edward… fue declarado erróneamente de fallecido. Carlisle no podía creerlo, ni Jessica, ni Jasper… Su familia estaba consternada. —Carmen miraba al suelo, recordando aquel periodo de tiempo—. Al mes llegó él con su bolso y la boina del ejército, asombrándonos a todos de que en realidad estaba vivo. Había sido un error, él no estaba muerto y nos alegramos muchísimo. El Ejército confundió los papeles de un chico que tenía la misma edad y el mismo nombre, una coincidencia horrible. Aún espero que me diga por qué lo hizo, qué la llevó a cometer esa gran locura. —Yo no lo pensé dos veces. Cuando vi que Edward se alistaba para buscarte en Nueva York, haciendo retratos para encontrarte, Jessica y Carlisle estaban terriblemente tristes, indignados, él no hablaba de otra cosa más que de ti, de verte otra vez. —Frunce el ceño, se estremece de odio hacia mi persona. Me mira, me contempla, piensa y piensa, me rodea con sus ojos castaños—. Habías dejado a Edward y a tu madre a la suerte del mundo, no merecías que ellos pensaran en ti. Te mandé la carta y robé el papel del falso fallecimiento, todo para que fuese más creíble. También lo hice por Jessica, que moría por tener una oportunidad con quién tenías prendado aun cuando te habías ido. Mi barbilla tiembla, sube y baja por el terrible sollozo que quiero lanzar. Es terrible, es diabólico…

Y la culpable de todo soy yo. En ese momento me arrepiento férvidamente de lo que hice, de cómo hui, inundada de dolor. —No tenías derecho a matarme en vida —le susurro, conteniendo las lágrimas. —¿Matarte en vida? ¿Realmente crees que yo estaba pensando en tu sufrimiento? ¡El que sufría era Edward y a ti no te importaba nada! Ni siquiera sabía que lo amabas tanto —tiene un dejo de ironía en su voz. —¡Lo amo! —gimo. Me doy cuenta de que lo he gritado, lo he expulsado sin pensarlo dos veces. Aclaro mi garganta, aliso mi flequillo y respiro—. Cuando pierdas un hijo sabrás de lo que hablo, de lo encerrada que estuve por tanto tiempo. Alice me toma del brazo y me dirige hasta el auto, le sostiene la mirada a Carmen y yo ignoro por completo las ganas de llorar. Antes de que ella se vaya, le lanzo una amenaza encubierta. —No ocultes el deseo que sientes por Edward diciéndome que lo hiciste por ellos, eres tan egoísta… No juegues conmigo. Luego de meter la bolsa llena de juguetes en la cajuela, Alice se instala en el asiento del copiloto con cierto entusiasmo que se adhiere a mi ser por un momento. Enciende la radio del vehículo, se pone el cinturón de seguridad y se mueve al ritmo de la música. Me pongo un cigarrillo en la boca y lo enciendo antes de partir hacia el hospital. El viento se pega en mi rostro con una fuerza casi imperceptible, el cabello se me desparrama y varias veces se pega a mi labial pastel. Siento las mejillas calientes, contrariamente a mis dedos que se quedan quietos y acalambrados junto al volante. Alice parece no afectarle el gran frío de Forks, es más, creo que le agrada demasiado. En la parada de un semáforo en rojo, Alice me mira, puedo notarlo por el rabillo del ojo. Me giro y le sonrío. —¿Estás bien? —inquiere mordiéndose la mejilla interna. —Sí, ¿por qué? —Ya sabes… Tu prima. —No le des importancia. La verdad es que no estoy bien, pero no quiero que Alice se preocupe. Cuando vea a mi madre lloraré, lo sé. Cuando entro a la habitación de mi mamá ella me observa con una sonrisa radiante. Su cabello está menos opaco, la blancura de sus dientes irradia destellos que iluminan completamente toda la habitación. Se nota tan viva, tan despierta. Me emociono, camino rápidamente hasta ella y la abrazo. En lo único que pienso es en decirle cuánto lo siento. —Mamá, de verdad lo siento, no quería dejarte sola —lloriqueo contra su regazo y la áspera sábana. Me acaricia el cabello con sus dedos delgados, me sisea y me dice que deje de llorar, que no soy culpable de nada y yo insisto. Alice se acerca tímidamente a la habitación, le sonríe a mi madre y espera pacientemente que deje de llorar. Cuando lo logro, mamá me pregunta quién es ella, aunque debe reconocerla, mi amiga es aún más famosa que yo.

—Es mi amiga, mamá, me ha acompañado esta navidad y ha querido conocerte. Al cabo de unos minutos ya están hablando del clima y de lo increíble que han decorado el hospital. Alice se ha ofrecido a pintarle las uñas y quiere leerle las cartas, a pesar de que mi madre es algo escéptica. Yo las dejo un momento, algo asfixiada por la tristeza, y me dirijo hasta la habitación contigua, en busca de Jane. No tardo en encontrarla, saliendo de una sala. Me saluda y me pregunta frenéticamente cómo estoy. —He estado muy preocupada por usted, Srta. Swan. Después de su desmayo lo único que supe fue que se había ido. —Estoy bien, no te preocupes —le digo rápidamente—. Jane, necesito hablar algo contigo. Pestañea rápidamente, se quita el flequillo liso de su frente y me queda mirando con mucha atención. —No quiero que Carmen entre a la habitación de mi madre, por favor. —¿Su prima? —pregunta al confundida. —Sí. La de cabello castaño y tez blanca —le digo—. No puedes permitirle que entre, ella es malvada, no quiero que le invente cosas a mi madre. ¿La has visto? Sin Carmen está mucho más repuesta. Jane me sonríe con dulzura. —Claro que lo he notado, su llegada ha mejorado mucho a su madre, Srta. Swan. Confío en su petición, no se preocupe. A eso de las una de la tarde, Alice y yo salimos del hospital. Nos dirigimos al orfanato con el gran equipaje lleno de juguetes. Mi amiga está contenta, ilusionada por compartir conmigo lo que para ella es su rutina en navidad; regalar juguetes, ver felices a los niños y acompañarlos. Quizá me hará bien. La Hermana Sonya nos recibe con gran entusiasmo, nos observa fascinada pues los niños estarán contentos de vernos llenas de juguetes. Con sus ojos verdes nos invita al pequeño hogar repleto de árboles cubiertos de luces de diferentes colores. No están encendidas, supongo que porque es de día. Debe ser muy bonito ver esto de noche, pienso. El hogar es como una casa, perfectamente podrían habitar treinta niños de diferentes edades. Me conmueve cuan hogareño puede resultar, cuan cálido es para todos los pequeños que habitan. La Hermana Sonya nos indica que debemos entrar en la puerta principal, esa de color avellana con grandes cerraduras de bronce. Cuando entramos me sumerjo en un cómodo hogar lleno de paz y música clásica. Alice conversa alegremente con la religiosa, mientras yo me dejo guiar por las risitas de niñitas y la palabrería dulce de los niños. Se notan entretenidos, embobados con la otra persona que les enseña quizá qué cosa. Están en el aula, según la Hermana Sonya, junto a un joven profesor de pintura y dibujo que se mostró voluntario en colaborar. Nos invita a entrar al lugar. Veo a los niñitos amontonados en un rincón, mirando al chico de alborotado cabello bronce y camisa celeste, que está de espaldas a nosotros. Mueve el pincel con maestría, con naturalidad. Es tan sofisticado, tan dulce con el papel y el pincel.

Al escuchar nuestros pasos, todos se dirigen a nosotros, sobre todo él, Edward, que está tan asombrado como yo de verlo otra vez. Lamento profundamente la demora, no fue nunca la idea dejarlas así con la historia. ¡No volverá a suceder! Debo excusarme con las múltiples cosas que me resultaron estas últimas semanas, por lo cual escribir se convertía en una maldición. Ruego que me perdonen. Espero que me sigan leyendo, porque desde acá comienza el acercamiento entre Edwardd y Bella *-* Un beso grande. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Together de The XX . XII . Edward POV Jessica se planta en el jardín para mirarme con sus ojos profundos. Yo me intimido un momento, pero luego no me dejo amedrentar por ella. Jasper pide permiso para retirarse, consciente de que esta discusión se tornará espesa y asfixiante. Pero Jessica le hace un alto. —¿Vas a escapar? ¡Creí que eras mi amigo, Jasper! ¿Y qué haces? Te plantas aquí y le dices a Edward que Bella estuvo llorando cuando eso no es cierto. Las mujeres como ella no sienten nada, solo ha hecho daño… —Basta —le digo con furia—. ¡Contrólate! —Yo no voy a apelar a una relación en la cual el amor no es recíproco. —Miro mal a Jasper por seguir lanzándole leña al fuego—. Es la verdad, primo, aquí la cosa no es mutuo, deberían dejar de mentirse. Se va, entrando con paso decidido a la casa. Me quedo mirándolo por un largo rato hasta que Jessica me toma el brazo con su mano. —¿Vas a dejarme? —Sus ojos se llenan de lágrimas, se enturbian, enloquecen. No sé qué contestarle porque no sé qué pensar. Jessica me preocupa, pues no acostumbro a pensar en los problemas que ella tiene. Es peligroso, su enfermedad no le permite racionar completamente y por esa razón no me atrevo a dejarla. —Sin ti yo me muero, Edward —me dice y se apega a mí con sus brazos en mi cintura. Intento no compararlas, pero me es inevitable… Son tan diferentes.

Cierro los ojos y me obligo a no llorar como una niña, a ser fuerte para con mis sentimientos. Le acaricio el cabello con lentitud, necesito que se tranquilice y me deje explicarle las cosas. —Jessica… Necesito que me des un tiempo para pensar… Levanta la cabeza con rapidez y me queda mirando otra vez con los ojos turbios. —¿Es por ella? —gime—. ¡Lo sabía! No ha pasado ni siquiera un día de que esa mujer está aquí y tú ya planeas arrastrarte como una babosa. ¿No te da vergüenza ser tan poco digno? Miro al suelo, dolido por sus palabras. ¿Tengo poca dignidad? —Sabes que Bella es importante… —¡No digas su nombre en mi presencia! —grita con fervor. Me preocupa que papá escuche, o mis tías. No es justo pasar una navidad así. —Eres lo único que me queda, por favor no te vayas así como así —llora—, sabes por todo lo que he pasado, no me hagas esto, te lo suplico. Asiento, sin saber qué hacer. La abrazo y ella deja caer su rostro en mi pecho para comenzar a llorar. De pronto se cruza una idea cruel en mi cabeza, no me gusta tocar ese tema, pero es necesario; me preocupa. —¿Te has tomado los medicamentos? Deja de llorar, me mira y se seca las lágrimas con el dorso de su mano. —Hoy no he podido tomármelos —me susurra. Me preocupa que no sea la primera vez que deja de tomárselos, papá ha estado muy al pendiente de ella y todos hemos hecho lo imposible por comprárselos. Metroxyna. Para la esquizofrenia. El siquiatra estuvo muy preocupado por ella y nos encargó que no podía dejarlos o sino sería una dosis mucho más elevada. —Te llevaré a mi cama para que te acuestes, te daré un té y el medicamento. ¿Bien? Jessica asiente y me toma de la mano. Nos adentramos en la casa y yo me llevo a Jessica sigilosamente a mi habitación. La acuesto, le permito su intimidad y la dejo un momento para ir a por el medicamento. Cuando bajo las escaleras, a un paso lento y temeroso, me encuentro con el murmullo incesante de mi familia entera. Mi padre parece asustado, mis tías no saben qué decir… Y Jasper se pasea por la sala con la mirada perdida. —¿Cómo está Jessica? —me pregunta rápidamente mi padre, pasándose una mano por el escaso cabello blanco. —Está bien, papá —le digo con cansancio. —No puedo creer que esa mujer esté nuevamente en Forks como si nada hubiese pasado. —Niega con la cabeza, ofuscado y enojado—. Y tú… ¿planeas correr hasta ella después de todo lo que te hizo? ¿Tan poca dignidad tienes? Me rio, dolido e intranquilo. Me pongo ambas manos en mi cintura y exhalo el aire que tengo

atascado en mi garganta. —¿Sabes? Jessica también dijo lo mismo —susurro—. Agradecería que no volvieras a tocar esos asuntos, papá… —Los toco porque Jessica es parte de mi familia y ella también está pasando por un muy mal momento y eso es culpa tuya. —¿Culpa mía? ¿Pero de qué hablas, papá? Carlisle se quita los lentes y se soba el puente de la nariz con el dedo pulgar y el corazón. Miro a mis tías que intentan ignorarnos a toda costa, al igual que Jasper, pero no lo logran. —Sabes por lo que ha tenido que pasar ella todo este tiempo. Su madre, la carga genética que ha tenido que llevar en ella, sus hermanas, el propio padre y por sobre todo el dinero que no tiene para comprar los medicamentos. Dime, ¿por qué te has olvidado de ella? Entorno mis ojos, llenos de lágrimas. Lo miro, lo analizo y no veo más que sinceridad en sus pupilas. —He pensado en su felicidad todos estos meses, he acompañado a Jessica durante años ¿y aún crees que me olvidaría de ella? He dejado de ser feliz por ella. —¿No eres feliz con Jessica? —No es eso… —¿Entonces qué? —Solo… No lo sé, papá, estoy muy confundido. Han sucedido tantas cosas hoy. —Quieres a Bella. —¡Ya basta, Carlisle! —gimo exasperado. Papá me mira asombrado, no acostumbro a decirle así todo el tiempo—. Iré por el medicamento de Jessica, dormiré en el sofá. Paso entre mis familiares y entro a la cocina, choco con la encimera y gimo algunas palabrotas que salen inconscientemente de mi boca. Me siento tan estúpido tan… egoísta. No he pensado en Jessica por ningún momento y es eso lo que debería de hacer. ¿Sigo consciente de que soy un estúpido? ¿O ya lo he olvidado otra vez? ¿Cómo es posible que siga pensando en ella cuando me ha negado frente a todo el hospital? ¿En dónde dejé mi dignidad? No soy un hombre orgulloso, mamá me enseñó que la vida es demasiado corta para ser así, pero ¿qué hago, mamá? ¿Sigo pasando por alto todo lo que ella ha hecho conmigo? Niego con mi cabeza, busco un vaso y luego la pastilla que está guardada en el cajón izquierdo. Jessica tiene una caja aquí y otra en su casa. Tengo que cuidarla, Jessica no puede pasar por emociones tan fuertes. Ha dado tanto por mí y yo no he podido recompensarle. Traspaso la sala, en donde están los demás mirándome con alevosía. Paso por alto su escrutinio y subo las escaleras de dos en dos. Antes de que pueda tocar a la puerta escucho un fuerte sollozo. Trago y soy incapaz de abrir, de interrumpir aquel momento, y sin embargo, tampoco soy capaz de darme la vuelta. Me doy cuenta de cuánto quiero llorar. Tengo rabia, dolor, el pesar está adherido a mi piel. Le he

hecho daño a Jessica a sabiendas de cuánto ha sufrido ella a lo largo de toda su vida. La esquizofrenia no es un juego, me repito como una mantra, la esquizofrenia no es un juego. Jessica está sollozando fuertemente, ha subido la intensidad de sus llantos. Frunzo el ceño y entro con cuidado, depositando el vaso en la mesita de noche, junto a la pastilla. La sigo con mi mirada y la encuentro fijamente contra los cuadros que he hecho durante meses. Bella, Bella y más Bella. —¿Por qué la has estado pintando? —me pregunta con la voz lenta y suave. No sé qué contestar, porque ni yo sé. —Sabes que ella es muy importante para mí —expongo con sinceridad. Jessica no dice nada, solo sigue con la vista fija en ella, en Isabella Swan. —Yo de verdad te quiero, Edward —me susurra de repente. Se gira y me contempla con sus ojos esmeralda—. He dado tanto por ti ¿y es así como me lo pagas? —No ha sido mi intención, Jessica, yo… —¡He estado contigo para nada! No puedo creerlo, Edward. Después de todo lo que te ha hecho, de lo que te dijo, de cómo te basureó aquel día… ¿Aún guardas un poquito de amor propio dentro de ti? Me deja sin palabras, sin aliento y sin ganas de seguir, porque tiene razón. —Lo dudo —me dice al ver que no le respondo—. Creí que habías aprendido luego de todos estos años. Mira hacia la mesita, en donde descansa la pastilla y el vaso con agua cristalina, luego vuelve a dirigirse a mí, da una sonrisa y se acerca. —Piensa bien y ordena tus prioridades, Edward, ninguno de nosotros merece esto. —Me da un beso en la mejilla, muy suavemente, da la vuelta y traspasa la puerta, aunque se queda en el umbral, pensando algo—. No vuelvas a cometer los mismos errores. La veo irse y yo sin poder hacer algo al respecto. Me ha dejado impactado y herido en mi habitación. Oigo cómo se despide de todos y sale de la casa. No me atrevo a mirar por la ventana, no quiero sentirme aún peor. Camino hasta la pared más alejada, recojo el telón blanco y polvoriento y lo pongo sobre los cuadros y retratos otra vez, no quiero ver la mirada castaña de la única mujer que me ha traído problemas a mi vida, y de los cuales no puedo alejar. Es asfixiante cuán prendada está de mi vida, de lo fuerte que ha calado en mí. ¡Han pasado diez años y ahora que planeo rehacer mi vida aparece como si nada hubiese sucedido! Aunque claro, me ha mirado con asombro y me ha negado frente a una multitud de personas. Claro, soy un bueno para nada, sí, un bueno para nada que la amó como nunca nadie podría hacerlo. Fue mía, sí, sí que lo fue. Me quedo en ropa interior mirando hacia la nada, reflexionando sobre mi vida de mierda. No sé cómo ni cuándo hago el mohín y lloro, con expresión delirante, adolorida. Mi pecho se infla y contiene lamentos que brotan de mi garganta. —Algún día sabré por qué no he sido suficiente para ti.

Mis sueños abundan y se entremezclan con ojos castaños, cabellos aleonados y una brillante sonrisa. Me despierto temprano, a eso de las siete. Los cielos están ya claros y el clima aún no me mejora siquiera un poco. Es navidad y es natural que todos comiencen a abrir sus regalos, pero yo no. Siento la televisión encendida, están dando telebasura. No sé quién podría estar despierto a esta hora, papá solo ve deportes y noticias. Luego de ducharme y ponerme lo primero que encuentro, bajo las escaleras con mucho cuidado y topo con Jasper que está acostado frente a la televisión, sobre el pequeño sofá. Está con un brazo metido entre la almohada de su cama improvisada y la cabeza, apretándolo. Frente a él está la televisión. No puedo evitar reír al ver a mi primo con la boca abierta, los ojos cerrados y la saliva cayéndole libremente por el costado. Está profundamente dormido. Tiene una manta burdeos sobre el cuerpo, aunque no es suficiente para taparlo entero, ya que tiene los pies descubiertos. —Jasper —le llamo en un susurro. Me responde un ronquido—. Jasper —vuelvo a decir. Me pongo frente a él y lo quedo mirando unos segundos hasta que abre los ojos de sopetón y pega un grito de terror. Se frota los ojos y me frunce el ceño. —¿Qué planeabas plantándote frente a mí con tu cara a centímetros de la mía? ¿Eres homosexual? —gruñe con mal humor. —Despabílate y ven conmigo al orfanato como prometiste. —Le lanzo la bolsa de tela con su disfraz y me meto a la cocina para comer algo. Siento cómo me sigue con desorientación y se queda mirando el disfraz con horror. —Aún no sé por qué acepté hacer esto —susurra. —Por los niños, ¿recuerdas? Me paro frente a la encimera, pongo un plato y leche fría, luego los cereales, revuelvo y lo llevo hasta la mesa pequeña que hay junto a la pared. Jasper levanta el disfraz de elfo navideño, vuelve a mirarlo con horror y se asquea. —Primera y última que hago por ti, Edward —me amenaza con el dedo índice apuntando hacia mi cara. —Te verás hermoso de elfo navideño —le molesto. Me remeda unos segundos y luego se sienta junto a mí con un plato de cereales como los míos. Comemos durante cinco minutos, luego él se va a duchar y yo preparo los bocetos, lápices y carbones. Todo queda dentro de mi bolso cuando Jasper ya está sacudiendo su cabeza al son del viento para que los rizos rubios terminen de secarse. Me escabullo antes de que papá despierte y me pregunte por Jessica. Nos vamos en mi camioneta hacia el orfanato, pues queda algo lejos. Jasper y yo entablamos una conversación simple sobre su equipo de fútbol favorito, aunque soy el que menos habla porque no lo conozco. —Lamento haber arruinado tu noche con Jessica —me dice Jasper cuando el silencio se hizo más presente entre ambos.

Le sonrío tranquilizadoramente, claro que no es su culpa. —De todos modos iba a explotar cuando supiera que Bella ya estaba en Forks. La nieve se ha hecho más espesa que de costumbre y el aire frío se cuela por la ventilación. Jasper se retuerce levemente en su asiento, por lo cual apresuro la marcha hacia el orfanato. No tardo en ver la cruz alta del último piso, mi primo se va poniendo la chaqueta verde con incomodidad y luego se pone el sombrerito de duende. El alcalde le regala juguetes a los niños del pueblo y siempre hay personas, como nosotros, que se ofrecen a colaborar para que el día sea más ameno para los niños que no tienen posibilidades de sentirse en familia. Y hoy les enseñaré a pintar. Me siento bien, porque siempre ha sido mi sueño. Cuando cumplí mi mayoría de edad soñaba con ser profesor de artes, con perfeccionarme y ser alguien que se notara ante el público, y la verdad es que no era para mí, sino que por ella, por Bella, yo quería ser realmente digno de esa chica. Tomo la palanca de hierro y la golpeo contra la puerta de madera una vez, otra, hasta que la Hermana Sonya abre con lentitud y me queda observando con una sonrisa de oreja a oreja. Es imposible no devolvérsela. —Buenos días —nos saluda con una adormilada y gastada voz. Al cabo de dos minutos, Jasper ya está regalando los juguetes y diciendo con una cantarina voz que Santa Claus no ha podido asistir y que él, como asistente del trineo, ha venido aquí a entregarles personalmente su presente. No he parado de reír durante unos buenos minutos, y Jasper, con paciencia, ríe sin parar a los niños que lo observan embelesados. —Muchas gracias por traer ayuda, los niños se notan tan felices —me dice una de las monjas, acercándose a mí con el entusiasmo vivo en sus ojos. —Mi primo tiene un muy buen sentido del humor —le digo sin despegar mis ojos de él. Varios niños desenvuelven las cintas de sus paquetes y rompen duramente los envoltorios; no hay paciencia para lo entusiasmados que están. Me percato de una niña, al parecer es de las más pequeñas, debe tener cerca de cinco años. No puede abrir su presente y no quiere romper el bonito lazo rosa que tiene pegado al papel. —¿Te ayudo? —le pregunto con una dulzura innata que sale de mis labios. Sube la cabeza de golpe, los rizos castaños se le remueven en el rostro y abre los ojos con una fuerza casi impresionante. El chocolate brilla, se remueve cálido en sus cuencas, y yo ahí me siento completamente perdido. —He intentado abrirlo, pero el papel es muy bonito —me susurra con timidez. La sonrisa está estancada en mis labios, no puedo dejar de estirarlos. Le quito suavemente las manos y yo intento quitar el lazo para que no rompa el bonito papel. Lo logro y me siento triunfante. Le entrego el bonito… Pestañeo una y otra vez al ver su regalo. Es un bonito peine con diversos dibujos. —Hermana Sonya dijo que debíamos mandar una carta y dejarla en el buzón para que Santa Claus las leyera y nos trajera nuestro deseo —me cuenta con paciencia mientras aprieta el peine

contra su pecho. —¿Y tú pediste ese peine? —inquiero con curiosidad, agachándome aún más para poder estar a su altura. —Hermana Sonya decía que mamá tenía una cabellera muy larga y que ella utilizaba uno como éstos sobre ella. Su pequeña confesión se clava duramente en mi corazón. Me impresiona. No puedo seguir mi pequeña charla con la niña, pues la Hermana Sonya pide que todos se reúnan en torno al Jesucristo que hay en la esquina de la sala. Cuando lo hacen, ya con sus juguetes y regalías, una de las monjas anuncia el taller de pintura que daré yo. Me sorprenden los gritos de entusiasmo y las ganas que tienen ellos, al parecer hoy sí seré una ayuda para estos pequeños seres. Jasper se disculpa y va hacia el baño para sacarse el ridículo disfraz —aunque hay que destacar cuánta felicidad provocó en la inocencia de esos niños—, mientras yo instalo el gran lienzo sobre el atril de madera gruesa y clara. Mi primo estará ocupado arreglando algunas fallas del orfanato, por lo cual no lo veré hasta la salida del voluntariado. Las pequeñas, que no sobrepasan los 14 años, se reúnen en un círculo y me quedan mirando con las mejillas ruborizadas. Frunzo el ceño y niego mientras afilo el carbón. —¿Es usted nuestro profesor de dibujo? —pregunta uno de los varones más grandes. Es pecoso y tiene los dientes chuecos. —Supongo que sí —susurro—. Aunque pueden llamarme Edward, a secas. —Oh, entonces hola Edward. —Me tiende la mano y yo se la sostengo unos segundos. El ambiente es grato, increíble. Desde lejos veo a la Madre Superiora inclinarse levemente en un claro gesto de saludo, me sonríe y yo a ella. Me doy cuenta de cómo han criado al pequeño grupo de niños, de cuántos valores le han entregado. Al instante se va. La sala es bastante grande, pero la acústica es malísima. A los dos minutos de breves explicaciones sobre dibujo termino con la garganta apretada e indispuesta. Los niños tienen pequeños cuadernos de dibujo en sus manos y un lápiz HB nº 2 de grafito, así que solo les pido que dibujen cómo imaginan el amor. Ellos me piden un ejemplo así que comienzo con mi versión del amor. —¿Una llama? —pregunta el pecoso. Veo las miradas curiosas y entusiastas de los demás, de lo alucinados que están del dibujo. Me sonrojo duramente. —El amor es fuerte, cálido y pasional, pero es tan fácil extinguirlo, apagarlo y dejarlo ahí. Aunque, con un solo empujón puede volver a crecer, y se expande sin que te des cuenta. El fuego es así, las llamas se consumen entre ellas con mucha fuerza, nadie es capaz de detenerlo sin salir lastimado. ¿Y saben? Cualquier cosa que esté al alcance del fuego se quema, y el amor es así, nos quema en el momento que lo tocamos. No tenía planeado dar mis discursos, personificando y metaforizando mi concepto de amor, por Dios santo son solo niños… Me dedico a mirar los demás dibujos, que comienzan siendo solo simples corazones a familias

enteras. Me conmueve, me hace sentir tranquilo al hacerles explorar su imaginación. —Profesor Edward —una chica levanta la mano. —No necesitas decirme profesor, solo dime Edward —le corrijo, llevan diciéndome profesor todo este tiempo. —Edward —dice—. ¿Cómo imagina usted la perfección? La quedo mirando un momento, sin entender su punto. —¿Podría dibujarlo? Levanto las cejas, tomo mi carbón y trazo lo primero que se viene a mi mente, no lo maquino, solo dibujo y expreso lo que tengo muy dentro. Primero su boca, luego el mentón pequeño… Sus ojos terminan directos sobre los míos, con la misma melancolía que vi el día de ayer. De pronto sé que lo que hago está mal, que aún debo conservar aunque sea un poco de mi dignidad. Tomo el papel, lo doblo y lo boto a la papelera. —Me gustaría que pintasen lo que para ustedes significa la navidad, ¿bien? Con pincel y óleo. La Hermana Sonya me dijo que ustedes saben dónde están los materiales. La pequeña de cabello rizado, la que apretaba su peine con tanto amor, corre hacia el estante más largo y toma el balde naranja, desde ahí comienza a pasarle a los demás sus materiales. Luego se acerca a mí con un pincel delgado nº3 en su regordeta y pálida mano, me mira con sus enormes ojos castaños, tan grandes que ocupan casi todo su rostro. —La amas —me dice—. ¿Cómo se llama? —Podemos hablar después. Ve a pintar —me escabullo. En dos minutos ya tengo la mitad de mi paisaje pintado a la ligera, con distracción. Pero no tardo en llevar toda mi atención al ruido que provocan contra la puerta. Oigo cómo la abren, cómo entran, cómo suspiran. Giro mi cabeza, los niños se extasían y yo no puedo evitar sorprenderme de las mujeres que han pisado la sala. Una chica de cabello corto y alborotado mira con amor a los niños y preadolescentes, tiene una gran maleta en su mano. Y ella, Dios mío, Isabella está ahí tan guapa, perfecta… No recordaba lo preciosa que podía verse con ese cabello tomado. Y ahí reconozco que no puedo ocultar todo el amor que siento por ella. Isabella POV Los niños sonríen y gritan de emoción al vernos. Yo estoy congelada en mi posición, Alice no se percata de lo que sucede. La Hermana Sonya le hace un gesto a Edward para que se acerque. Lo observo con atención, miro su camisa y sus jeans, el carbón de sus dedos, la forma en la cual su cabello cae por la frente estrecha. Su ceño fruncido me llama la atención, sobre todo porque me ha mirado una sola vez, y esa mirada solo duró un segundo. —Niños, niños, paz, recuerden que estamos en territorio de nuestro Señor —le dice una de las monjas, moviendo sus manos para que los niños dejen de hablar sobre nosotras. Alice sigue sonriendo y acariciando el cabello de algunos infantes —y otros no tan infantes—, mirando sus dibujos y señalando cuán hermosos son, a pesar de que muchos de ellos no tienen

talento. Mis ojos intentan un paseo por la sala, pero instintivamente van a parar en él. Sus cuencas de suave tono miel están clavadas en el suelo, aprieta el pincel con tanta fuerza que podría romperse. Me intimido, me asusto y me pregunto qué he hecho. Es mi culpa, Edward me odia por mi culpa. —Es un verdadero placer verlas aquí, señoritas —comenta una monja que entra a la sala con lentitud y gracia. Es anciana, encorvada y muy cansada; sus ojos son solemnes y muy serenos—. Este orfanato necesita de toda la ayuda posible. —Madre Superiora, las señoritas quieren compartir con los niños en este día tan especial para nosotras. Nuestro Señor estaría muy orgulloso de que hayan tantas personas este año dispuestas a entretener —dice la Hermana Sonya. —Un privilegio —prosigue la Madre Superiora—. Sr. Cullen, ¿no le incomoda compartir el lugar? —Claro que no, Madre —susurra, incómodo. Alice frunce el ceño de repente, para de saludar a los niños y se yergue. —Hola, soy Alice Brandon. —Le tiende la mano y él la aprieta sutilmente. —Edward Cullen. Las cuencas azules de mi amiga saltan de sus órbitas, quita la mano con rapidez y me mira ahora, incapaz de decir algo. Yo aprieto mis labios, me acerco a él y hago lo mismo que Alice, le tiendo la mano con timidez. —Buenos días. Isabella… —Swan —completa, enredando su mano con la mía. El calor que irradia por mi columna es… indescriptible. Mi corazón acelera su trabajo, enviando sangre hacia todos los lados de mi cuerpo, en especial mis mejillas, que se sonrojan rápidamente. —¿Se conocen? —inquiere la Hermana Sonya. La Madre Superiora le da un codazo en las entrañas que no pasa desapercibido por nosotros. —No, no la conozco —contesta Edward, mirándome directamente a los ojos, miel clara al castaño oscuro—. Pero se ve bastante en televisión. No debería, pero el dolor que siento es casi desolador. Su tono de voz, la forma en la que intenta comportarse. Me ha renegado y con justa razón, yo hice lo mismo. ¿Así se sintió él el día de ayer? Recuerdo el sueño, cuando él me susurraba que con su compañía no me sucedería nada malo. Lo necesito, necesito de Edward… Pero no puedo, sería volver a abrir heridas que aún no terminan de sanar. —Bien, niños, ¿qué tal si acabamos la clase de pintura y luego vemos los demás regalos que han traído nuestras recientes visitantes? —dice la Hermana Sonya, aplaudiendo y caminando hacia el grupo. Aprieto mi mandíbula, mirándolo aún, insistiendo, contemplando. Edward niega. Un movimiento casi imperceptible. Se marcha hacia el atril, toma su pincel y sigue. Los niños le siguen la corriente con obediencia.

Alice y yo nos sentamos en unas sillas que hay en una esquina, mirando el trabajo voluntario del cobrizo que está de espaldas. Se nota tenso, abstraído en su imaginación. Siento cómo mi amiga me toma una mano y se queda ahí, con la vista azul perdida en él. —Es tu Edward —afirma. No sé qué decirle. Por una parte me siento presa del destino, quiero salir corriendo por la puerta y no volver jamás. Y por el otro… simplemente se muere por llorarle a mi mejor amiga. —Se ha notado la tensión, Bella, hasta la Hermana Sonya ha quedado curiosa —suspira—. Es guapo —susurra—, y muy bueno en lo que hace. Mis labios se transforman en una línea fina, dura y tensa, la garganta se aprieta, los ojos se humedecen. —No podía encontrarlo en un lugar peor —le digo—. De todas las posibilidades, ¿tenía que ser justo hoy y en un orfanato? No le dije el peor martirio de tener a Edward a metros: no había nada más hermoso que verlo pintar. Su rostro se volvía mucho más masculino, más tranquilo, verle mover los dedos o el brazo por todo el papel era… impresionante. Y ahora, después de diez años de recordarle, de creer que jamás volvería a ser testigo de su pasión, volvían a revivir todas las sensaciones que creí extintas. —Conserva la calma, ya pasará y podremos irnos. Pero había un problema, no quería irme. Mi cerebro estaba enfrascado en una disputa ridícula. ¿Me voy o me quedo? ¿Lo observo en silencio o simplemente le ignoro? Lamentablemente, las segunda y la primera posibilidad, respectivamente, ganaba a gran escala. No, no quería irme, quería verlo y que la tarde se hiciese lenta, que me quemase. Lo más probable es que me odie, que se indigne de que yo lo esté mirando. La posibilidad duele, pero la comprendo. Edward termina su dibujo. Es un paisaje y lo reconozco perfectamente. El lago. Mi estómago se contrae con los recuerdos que golpean mi mente, sus besos, los abrazos, y por sobre todo, la bendita seguridad de sentirlo mío. Todo pasado, todo lo que debería haber olvidado. Cuando se separa para ver los dibujos de los niños, posa sus ojos en mí. Me quema, mis brazos se electrifican y la columna pica con fuerza. Trago, necesito quitar el nudo de mi garganta. Lo observo con lentitud mientras finjo atención a la conversación de Alice, veo cómo Edward le sonríe a los niños y les acaricia las mejillas, cómo los felicita. Recuerdos otra vez. Cierro los ojos unos minutos para intentar olvidar, verlo con niños no es bueno. Insisto, de todos los escenarios, justo tenía que ser en un orfanato. Un paraíso oscuro era lo que veía en cada sueño. Justo al final, donde alumbraba el único halo, estaba Edward con un niño pequeño entre los brazos. Ambos seres que alguna vez fueron míos y se me fueron arrebatados sin consideración. No sé cómo sobreviví a ese calvario, cómo es que trabaja en ese puterío con la mejor sonrisa que podía sacar. Satisfacía, pero nadie lo hacía conmigo. Los primeros meses no podía dormir, revivía una y otra y otra vez el instrumento metálico que me metieron para corroborar que mi hijo se había ido por el retrete, luego de que Phill me hubiese administrado una potente hierba. También revivía las sensaciones de aquella carta, cuando leí expresamente que Edward había muerto. Asimismo imaginaba lo que pudo haber pasado, odiaba al que le hubiese disparado, o el que lo molió en una posible bomba.

Todo había sido mentira, excepto lo de mi hijo. Qué ganas de que sea solo una mentira, una ilusión. Mientras, volvía a aquel paraíso oscuro, profundo, espeso y por sobre todo, infernal. Era abrumador. Como el humo que cala tus fosas nasales, quema cada extensión con tal solo entrar en ti. La miseria es mi único testigo, vivía como Jim Morrison, haciendo lo que me gustaba, sin embargo existía aún el dolor. El alcohol me borra la memoria, pero solo unas horas. ¿Quién podría sentirse orgulloso de mí? Edward se agacha para estar a la altura de la niña con ricitos castaños y un peine mal puesto en su cabello. Me enternece a tal punto que quiero llorar. El peine es muy parecido al mío. Edward le aprieta las mejillas y ella ríe con fuerza. De golpe me paro, con la vista borrosa e impregnada de humedad. Acerco mis manos al peine de la niña y se lo quito. Ella me observa con los labios de color coral en forma de 'o'. —Yo te peino —le susurro con la voz melosa. Ha salido de improvisto, porque muy en mi interior guardo el papel de madre malograda. Edward ha quedado agachado, con los ojos claros fijos en mí. Intento ignorarle, pero fallo, lo miro, me grabo su rostro. Agarro su melena, la desparramo y pongo algunos mechones en sus hombros. Tomo unos pocos centímetros delgados desde las sienes de ambos lados y los amontono en la nuca, ahí coloco el peine grueso que tan increíblemente se parece al mío. Con mis dedos tomo las puntas y vuelvo a doblarlas para formar sus resortes. —Estás increíble —le digo con sinceridad—. Yo tengo un peine muy parecido al tuyo. Me quito el mío, dejando caer la frondosa cabellera por toda mi espalda. Edward me sigue con la mirada, no puede quitarla. Traga, se retuerce. La niña lo mira con los ojos grandes, luego a mí; también me he estancado en mi posición, con las manos en el peine. La niña toma la iniciativa, me quita el artilugio y sonríe. —Es muy bonito. Tú también eres muy bonita —me dice con sinceridad. Su forma de mirarme tan inocente… Quiero llorar. Toda su dulzura me es impresionante. Y Edward, fijo en ambas con los ojos vidriosos. No sé cómo salir de esto sin sollozar en el intento. Trago el nudo que nuevamente se ha formado y me obligo a sonreír. —Gracias. —Tú eres la del dibujo —vuelve a hablar—. ¿No es cierto, profesor? —No lo entiendo —le dice él, algo nervioso. —La perfección —insiste—. Usted la dibujó a ella —me apunta. ¿Edward me ha dibujado ante todo el grupo de niños? Buenas noches. Espero les haya gustado este capítulo que tiene muchas novedades. Edward es un encanto y Bella una muy mísera mujer. Nos leemos en una próxima ocasión.

Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Can't help falling in love with you de Elvis Presley y Shelter de Birdy. . XIII . Isabella POV Me quedo mirándolo por un largo minuto, y al igual que él, podemos descifrar nuestros sentimientos con el cálido movimiento de nuestro iris. Miel a castaño. Siento dicha, una extraña dicha en mi interior, sé que aquella sensación es exclusivamente por lo que acabo de oír. Me ha pintado ante toda su clase como la perfección misma. ¿Qué puedo decirle? Miro a la niña ahora, que con sus ojos gigantes me dice completamente toda la verdad. Los niños no mienten. —Eso no es posible, querida, nosotros no nos conocemos —afirmo con dolor, agachándome y acariciando su cabello espeso con mis dedos. Me tiende una hoja doblada en miles de partes. Su mano pequeña está insegura ante mi proximidad, así que lentamente se la recibo y la desdoblo, hasta que me encuentro con mi viva imagen. Es el dibujo que Edward hizo hace solo minutos, antes de que llegáramos. Mis ojos se humedecen y la niña se asusta, hago un mohín duro; es increíble que no pueda evitarlo, siendo que Edward está frente a mí. —Necesito… Necesito ir al baño —susurro con la garganta apretada y gastada. Fijo mis ojos al suelo e intento salir hacia algún lado, pero él me sujeta desde la muñeca. Cierro los ojos, subo mi mirada hasta su rostro y ahí conectamos, como siempre. Miel a castaño, miel a castaño, miel a castaño… Él separa sus dedos, quitando el suave agarre de mi muñeca pequeña. No, no la quites, necesito sentirte, pienso frenéticamente. ¡Realmente lo necesito! Necesito aunque sea un abrazo, que sea mi amigo por lo menos una vez. —Claro, somos desconocidos —murmullo antes de salir a trompicones hasta la sala principal del orfanato. Jesucristo me observa con sus ojos agónicos, con los brazos abiertos y las manos clavadas a la madera de la cruz. La corona de espinas le clava las sienes y la frente, hiriéndole hasta sangrar. Me acerco hasta la figura sagrada y me inclino por piedad, suplico para que todo este infierno se acabe. ¿Pero cómo? No sé cómo demonios evitar que el dolor siga dentro de mí, es insoportable.

Años aguantando e ignorando lo que llevo dentro; ya no puedo más. —Por favor, haz que pare —gimo—, no me obligues a mirarlo si nuestro contacto es así de frío, me duele mucho. Me siento en la banqueta, afirmo mi cabeza entre mis manos y aprieto para que el dolor pase. —Ya no lo soporto, ya no puedo seguir viéndolo —susurro atolondradamente en mi burbuja. Siento un ligero movimiento, alguien se sienta a mi lado y me miran, lo presiento. —Vete de aquí, Alice —gimo entre lágrimas—, puedo sola. —¿Estás segura que me quieres lejos? —me dice él, con aquella voz que tantos recuerdos traen a mi mente. Despego mis manos de mis ojos, lo observo y en automático me levanto de la banqueta, incapaz de hablar ni de consolarme. Edward se para casi al mismo tiempo, levanta sus brazos, solo un poco, me invita a cobijarme con timidez. No puedo decirle que no, no ahora que realmente lo necesito. Me lanzo hacia él y dejo caer mi cabeza en su pecho. Su camisa huele a Edward: pintura, madera y a regaliz. Lloro contra la tela y él tímidamente deposita una mano en mi cabello, acariciándolo. Quiero que me abrace, pero eso ya es demasiado. Ni siquiera sé que hago junto a su contacto. Cómo adoro volver a abrir mis heridas. Soy masoquista y cruel conmigo misma, pero no puedo evitarlo, realmente quiero sentirlo junto a mí, olerlo, tocarlo, saber que está vivo. Aprieto mis manos en su camisa, la estrujo, la retuerzo. Edward me contiene y no sé cómo lo hace, parezco una gata asustada. Cuando el cansancio y las lágrimas me ganan, él enreda sus brazos en mi alrededor y me atrae hasta su cuerpo. Su calor me es insostenible, es como un torrente de energías que corren por mi columna y van a parar hasta cada vena, llegando de repente al corazón. No quiero mirarlo, la sola idea me vuelve loca. Lo tengo solo a centímetros, quizá dos o tres, sus ojos deben estar fijos en mí y los míos en el suelo. ¿Qué estoy pensando? ¿Qué debo hacer? —Han pasado diez años, no quiero que te vayas, no ahora —consigo decir después de separar mis ojos del suelo. Su visual brilla, al igual que su cabello tan parecido al sol. Quiero tocarlo, pasar mis dedos por cada hebra revoltosa y perderme en la maravilla del tacto. Puedo notar que no sabe qué decirme, está tan nervioso, como yo. Aún mantiene sus manos puestas en mi alrededor y yo me aferro a su pecho, a centímetros de su rostro. —Te he extrañado —murmura. —Y yo —logro decir. Suspira con fuerza, con pesar. Frunzo el ceño y él se separa. Me encuentro tan desprotegida ahora. —¿Por qué corriste aquella vez en el hospital? La pregunta me toma desprevenida. ¿Le digo la verdad u oculto todo lo que sí debería decirle?

Creo que es muy pronto. —Lo siento, Edward, yo… Me ha sorprendido demasiado verte —digo con sinceridad. Se pasa una mano por el cabello y luego la deja caer a su rostro. Está cabreado de mí, de la forma en la que lo he tratado todos estos años, está cansado de cuánto le he pisoteado. —¿Por qué te fuiste? —interroga—. ¿Fue por Phill? ¿Te hizo algo? Sí, Edward. Me obligó a abortar porque estaba embarazada… de ti. —Ya te dije por qué —miento. —No te creo —gruñe. —Entonces no me lo creas —susurro, pasando por su lado para irme a mi casa. Pero él me detiene poniendo una mano en mi vientre, yo de espaldas a él, con el paso decidido para escapar. Me doy la vuelta y Edward se acerca para limpiar las lágrimas que cayeron hace unos minutos. Corre unos mechones de mi cabello amarrado que han caído sobre mi cara, insiste en observarme con esos ojos de amor, ese encanto maldito que me tiene embobada bajo su dominio. Oh Edward, ¿qué haré contigo?, pienso. —Ya te dejé ir una vez, ahora no lo permitiré más. Acerca nuevamente sus dedos a mi rostro y lo acaricia con lentitud. Me es imposible no cerrar los ojos, percibir con un solo sentido la grandeza de su tacto, la forma en que su piel hace contacto con la mía. Mi respiración se comprime y tarda en aparecer, la tengo atascada, como también la sangre dentro de mis mejillas. Cuando abro los ojos y lo veo, puedo observar al Edward que dejé, marchito, adolorido, con miles de preguntas en la cabeza. No ha cambiado, realmente ninguno de sus sentimientos ha cambiado. Le amo y eso tampoco puedo cambiarlo, le quiero tanto y lo deseo tanto que no soy capaz de separarme de él, por lo menos no ahora. He sido demasiado cruel con Edward, le he roto el corazón por más de una ocasión. ¿Merece siquiera una conversación digna? —Hay tantas cosas de que hablar —le digo. Sonríe por primera vez con una sinceridad palpable, le alegra tanto poder hablar conmigo. Me enternece y me duele a la vez. Parece el mismo niño del que me enamoré hace tanto tiempo. —Tengo todo el tiempo del mundo. Se despide de los niños con una alegría palpable y yo no puedo ocultar una sonrisa maldita. Alice me observa, mientras más allá se ve a Jasper junto a Edward, hablando atolondradamente de quizá qué. Mi amiga camina lentamente hasta mí, quiere saber qué ha pasado, sin duda. —¿Te irás con Edward? —me susurra. —Necesito hablar muchas cosas con él —le digo, reprimiendo un gesto de dolor, porque sí, realmente me duele volver a entablar una conversación con el hombre que dejé a la deriva por tantos años. Alice parece contrariada, curiosa y muy triste. Mi dolor debe notarse hasta en China.

—Espérame en casa y te diré todo. Me doy la vuelta sin antes ver cómo Jasper me mira, intrínseco, expectante incluso de lo que yo pueda hacer. Prefiero olvidarlo y salir de la sala, despedirme de las monjas y caminar lentamente por el gran jardín del orfanato. Siento que me siguen y sé perfectamente quién es. Me giro y lo encuentro frente a mí, fijamente con sus ojos dorados escrutándome. —Me gustaría… Me gustaría ir a algún parque, si no te molesta… claro —le digo en tartamudeos, incapaz de sonar más segura porque simplemente no lo estoy. Tengo miedo de lo que fuese a preguntarme, de cuánto averigüe de mí. Temo que se decepcione por lo que fui y soy, que de todo lo que le dije y diré nada se lo crea. —Está bien —consigue decir. Caminamos a paso lento y en silencio, un silencio jodidamente incómodo, hostil, lleno de secretos y ganas de confesar. Sé cuánto quiere saber de mí y yo sé cuánto quiero saber de él. El sentimiento es recíproco en todos los sentidos, pero de parte mía no puedo declarar mucho. Prostitución, cine pornográfico, mafia, asesinatos, depresión, drogas, alcohol, sexo, vacío… ¿Planeo decirle eso? Claro que no, pues no puedo, la sola idea me vuelve loca. Isabella Swan luchó por ser actriz y lo consiguió. "¿Viste All That Jazz? La acaban de estrenar. ¿Viste cómo seleccionaban a las actrices para Brodway? Bueno, eso hice yo. Muchas felaciones, relaciones sexuales con el director… Sí, Edward, soy una puta. Pero, ¡mírame! Soy una famosísima actriz de cine, ¿no es maravilloso?". Claro que no puedo decirle eso, claro que no. Para ante el parque Washington, el único parque decente y viejo de Forks. Es muy grande, magnífico y lleno de vegetación, la cual ahora está cubierta de nieve y hielo. Las bancas van en hileras por el torrente de piedras que hay en un solo frente, hay una fuente también más allá, pero está escarchada. Los niños juegan con la nieve, arman hombres gordos y redondos, lo abrigan, lo decoran… Quisiera ser niña nuevamente. Voy a sentarme, pero Edward me detiene y pone su abrigo en el asiento helado. Me ruborizo, le sonrío con timidez. Él también se ve nervioso, algo asustado… Cómo adoro tenerlo tan cerca, sentir su calor aunque no sea de la manera en la cual realmente le quiero, pero está conmigo al fin y al cabo. Edward se sienta a mi lado sin decir nada, tiene sus manos entrelazadas, moviendo los pulgares de vez en cuando. Yo miro su perfil, la forma en la que su nariz mira al cielo, roja, suave y respingada. El cabello cobrizo hace un juego, haciendo un leve rizo desordenado, vil y sensual sobre su frente. —Te extrañé mucho —susurro. Creo que él me lo ha dicho hace un momento, pero necesito decírselo yo también—. Cuando te dejé no me lo podía perdonar… Pero era la única forma, ya sabes. —Creí que no tenías tiempo para pensar en mí —murmura, mirándome ahora. Su barba comenzará a crecer muy pronto, se ve áspero y tentador. Quiero sentirlo junto a mi piel, saborearlo, invadirme de él, de su calor enteramente perfecto. Su comentario golpea mi cabeza con demasiada fuerza, enviando al demonio mis fantasías carnales y puramente desequilibradas. Lo vuelvo a mirar, ésta vez con la culpa incrustada en mis entrañas. ¿Qué imagen tiene de mí? ¡Claro que he pensado en él! He pasado diez años creyendo que estaba muerto, que no volvería a verlo nunca más. ¿Cómo no tener tiempo para pensar en él

si llegaba a atormentarme hasta un punto casi asfixiante? —Cuando veía pinturas, óleos y retratos estabas tú ahí, pintando en mi habitación, manchado hasta el cuello —rio, de pronto invadida por los recuerdos más vívidos y hermosos de mi niñez. Edward carcajea un poco, también compartiendo mi momento de memorias y recuerdos—. Era imposible no recordarte cuando veía Starry Night o simplemente… mis peores temores estaban en esa guerra. —Mi garganta se aprieta y me impide la salida de la voz en la última sílaba—. Era obvio que ibas a ir. Edward se mira las manos esta vez. Está manchado de negro por el carbón, pero aun así puedo notar la hermosura de sus largos dedos, la majestuosidad con la que simplemente mueve su parte más talentosa. —Siento mucho haberte dejado aquí, pero era necesario —le digo. —¿Era necesario? —parece ofendido—. Bella… —jadea—, lo único necesario era que te quedaras. Quiero llorar, maldita sea no soporto verlo sufrir. Quema y arde, supura el dolor con tanta maldad… No puedo… Edward, lo siento. —No podía quedarme —intento hacerle entender. —Sí podías, pero tú preferiste irte. Lo sé, es entendible que quisieras alejarte de mí, sé que por tu parte me amas como a un amigo y que todo te estaba asustando, pero todo lo que viví solo fue necesario para volverme loco y preguntar por ti a cada hora —dice enérgicamente; tiene guardado ese discurso desde el día en que me fui, lo sé. —No era mi intención que pasaras por eso. —Claro que no era tu intención, Bella —dice—, tu única intención era arrancar, armar una nueva vida lejos de esta basura. Cierro los ojos y escondo mis manos bajo mis muslos. Muevo el hielo suelto que hay en el piso con mis zapatos, queriendo arrancar del difícil momento que estaba llevando. Edward por su parte solo tiene la mirada fija en la banca de enfrente. No sé qué decirle, porque en realidad tiene una idea bastante errada del por qué me fui. Por un fugaz segundo me planteo comentarle la razón real. "Edward, ¿recuerdas cuando hicimos el amor por primera vez? Bueno, quedé embarazada, sí, aunque cueste creerlo. Yo estaba feliz, aunque nerviosa, porque claro, tenía que contarte, pero fui tan cobarde que no lo hice y ya era demasiado tarde. ¿Por qué? Bien. Phill me obligó a beber unas hierbas, sufrí dolores y fui a parar al hospital. ¿Resultado? Bebé muerto. Fin." Claro que no puedo decirle eso… ¡Sería una locura! ¡Me odiaría! No… No puedo decirle lo del aborto, no puedo porque simplemente acabaría destrozada y eso no es bueno, no ahora que todo parece ir en calma. —Yo creí que ibas a rehacer tu vida, a intentar algo nuevo. ¡Lo que me dijiste! Querías ser profesor de artes, ¿por qué no lo hiciste? —Intento ocultar el grave temblor de mi voz con un poco de entusiasmo inventado. Sonríe y me mira. —No lo hice porque realmente me importaba una mierda mi propia vida. Cuando te fuiste se fueron los sueños y los deseos —suspira.

Quedo estática y tan culpable que apenas puedo mirarlo a la cara. Parece tan seguro de lo que dice, tan reticente a cambiar de opinión porque simplemente no le interesa hacerlo. Él me quiere tanto, es tan sincero, tan leal a sus sentimientos y yo simplemente no puedo decirle las cosas a la cara… Debería darle vergüenza, pero ahí está, Edward Cullen, con quien pasé tantas aventuras, a mi lado sin importarle cuánto daño le he provocado. —Me alegra saber que estés con Jessica —miento. —¿Cómo lo supiste? —inquiere, preso de la curiosidad. Mierda. ¿Cómo pude soltar semejante secreto? Claro que él no sabe que lo vi con Jessica en el lago. —Casi caigo por las escaleras del supermercado y tú me sujetaste. Ibas a preguntarme algo y ella te llamó para que vieras un cascanueces —le digo la verdad, pues sí lo vi aquella vez. —Eras tú —susurra—. ¿Por qué arrancaste? Sonrío a medias. —No quería interferir en tu momento junto a Jessica. Pasan unos minutos en un grave silencio que me carcome por dentro, pero él no tarda en hablar: —Lo nuestro no es más que amistad, yo no puedo corresponderle. Siento un extraño júbilo cuando me dice eso, pero de inmediato me regaño. ¿Cómo es posible que me venga con eso ahora? ¡No puede pensar en dejarla por mí! Sería inmiscuirlo demasiado en mi vida… Y mi vida ya está demasiado rota como para intentar algo… No… No quiero defraudarlo. —No juegues con ella, Jessica ha estado contigo ahí mientras yo intentaba enriquecerme —mi voz sale con sorna, no puedo evitarlo. —Lo sé… —hace una pausa—. Tiene esquizofrenia, Bella, ha estado muy mal y yo soy su único apoyo. Tapo mi boca con mi mano, lo miro y veo el torrente de dolor que pasa por su rostro. Me atrevo a tomar una de sus manos y entrelazar sus dedos con los míos. Necesita de mi apoyo y tengo que brindárselo, como en los viejos tiempos… A pesar de cuánto me duele esta situación. Me duele realmente que ella esté pegada a Edward como si fuese una sabandija en necesidad… pero no puedo ser cruel, la esquizofrenia es una enfermedad maldita. —Entonces no la dejes de lado —susurro—, aunque el sacrificio te destruya por dentro, nunca la dejes, cuando debes proteger a quien quieres lo que menos debes pensar es en tu felicidad. Asiente y aprieta mi mano con más fuerza. Me infunde con valor, a pesar de que por dentro estoy hecha jirones. Claro que tengo que dejarlo ir, por lo menos si es que quiero tener un lazo amistoso con él. Por un lado se ve bastante contento con mi consejo, y por otro lado eso me molesta bastante. ¿Realmente planea volver a tenerla? No puedo entenderme. —¿Desde cuándo estás con Jessica? —inquiero, intentando ocultar la terrible curiosidad que me embarga. Se demora en contestar, por lo cual mi impaciencia se infla más y más. Suelta mi mano con lentitud, así que la escondo entre mis muslos otra vez para calentarla y no sentir el vacío al no

tenerla unida con la suya. —Hace más o menos seis meses —susurra. Wow, bastante, pero no tanto como imaginé en su momento. Me pregunto qué hubiese sucedido si yo hubiera llegado antes a Forks… No tengo que pensar burradas, es como hacerme daño a propósito. —¿La amas? —inquiero, pero al segundo me regaño, ¡Bella, no debes parecer desesperada! —La quiero mucho —señala, girando su rostro hacia mí, con sus ojos directos en mi mejilla derecha. Me obligo a mirarlo, a conectar por undécima vez mis ojos castaños con sus dorados. Sus pestañas largas hacen contraste con su cabello y su piel blanquecina, lo que me permitió encontrar la sonrojes de sus mejillas. —Así que has estado con alguien luego de… tú sabes —carraspeo fuertemente, nerviosa e intimidada por el tema que acabo de tocar. Edward sonríe con tristeza y niega con la cabeza. Frunzo el ceño, creo que no debí tocar un tema tan delicado, más aún cuando hemos comenzado a hablar hace solo unos veinte minutos. —¿Qué tal tú, Bella? ¿Algún novio del que pueda saber? —me cambia el tema con rapidez. Me pasmo y quedo pensando qué decir. "Sí, Edward, aunque yo no le llamaría novio, sino 'cliente'. Es lo mismo, ¿no?". Prefiero ocultar esa dura verdad y decirle algo más simple. —En mi mundo los novios no son permitidos. —Me alegro mucho que hayas podido ser lo que tanto deseabas. —¿Una actriz de cine? Realmente no lo pensaba con tanta viveza, me fui de Forks con el deseo de crecer y participar en el teatro, fue una sorpresa haber podido entrar al cine derechamente. —Estás diferente —dice de repente—, cuando te miro intento encontrar a la Isabella que eras antes de irte, pero no puedo, simplemente no puedo. Mi garganta se aprieta y dejo de respirar por un rato. Las palabras recién dichas por él realmente me han dolido, porque es cierto, porque ni yo puedo encontrar a quién fui en su momento. —No debí decir eso —se disculpa—, no quería hacerte sentir así. —Tienes razón, Edward, yo ya no soy la misma Isabella —afirmo, con la voz segura y firme—, dejé de serlo y busqué cambiar, la niña que era antes se fue para convertirse en una mujer y esa mujer es quien soy yo ahora. Sueno tan creíble, tan real… Me sorprendo, no acostumbro a notarme tan segura de quién soy. Quizá las ganas de que Edward no se decepcione de mí ejercen un control muy fuerte sobre mi mente. Realmente no quiero que sepa cuánto he sufrido, no quiero que sepa lo que tuve que hacer para subsistir. ¿Cómo podría él aguantarlo si yo misma me doy asco? Es ilógico pensar en un Edward orgulloso de ésta Isabella tan dura, tan deshinibida. —Bella —me llama. Ahora suena tan nervioso. Me giro para mirarlo, prestando toda mi atención en él.

—No quiero que vuelvas a huir de mí —susurra—, por más que intento evitarlo… No puedo dejarte ir. Sus palabras me conmueven, me estremecen las entrañas. Mi estómago se ha vuelto un nido de mariposas que aletean con gracia, lo que me produce unas intensas ganas de vomitar. Son los puros nervios que me comen por dentro, son esas sensaciones que dejé atrás para nunca jamás volver a ver, pero no es así, porque ahora me estoy enfrascando con el peor de mis demonios, fantasías y deseos: solo él. —¿Qué quieres de mí? —inquiero con el corazón en mi garganta. Traga. Su manzana de Adán se mueve desde arriba hacia abajo. Sus ojos me envuelven, me recorren, me sacude. —Quiero que volvamos a ser amigos —me dice, tendiéndome la mano. Miro sus dedos, la muñeca y parte de su brazo, luego su mirada. Me suplica con un simple gesto. Sé que ser amiga de él me dolerá, me dolerá mucho más que estar separada de su lado. Ser amiga de Edward es tener frente a un alcohólico una jarra de helada cerveza, es acercar a un drogadicto a su heroína. Sin embargo, no soy capaz de decirle que no, no ahora que estoy tan feliz de verlo contento. —¿Como en los viejos tiempos? —sonrío, aunque el dolor me quema por dentro. —Como en los viejos tiempos —contesta. Estrecho mi mano con la suya, con la amistad que simplemente ya no queda… Solo el amor y el deseo que le pertenece, porque soy suya, aunque no lo sepa. ¡perdón la tardanza! Pero es que he tenido un millón de cosas que hacer D: Pero de todos modos ha llegado cap y espero que les haya gustado el acercamiento de Edward y Bella. ¡Hasta a mí me dolió el estómago al escribirlo! Perdón por las mariposas también. Espero sus reviews y sus palabras de aliento que instan a seguir con esta gran locura -y triste-. Muchos besos a todas/os. Gracias leo por leer esta tontería 3 Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Mujer que camina de Alejandro Filio. . XIV .

Edward POV Cuando separo mi mano de la suya el corazón me da un brinco estrafalario que me llama la atención. Por su mirada sé que no soy el único tan emocionado y dolido de volver a ser amigos, de intentar llevar la fiesta en paz cuando realmente no nos queda nada más que amor para dar… No sé por qué, pero la posibilidad efímera de rehacer una vida con un trato tan moralmente normal, como amigos y compañeros con la confianza necesaria, me vuelve loco… En este momento quiero besarla, abrazarla, retomar a la Isabella dulce y sensata que conocí, esa que observaba con la inocencia y fragilidad en los ojos… Ahora no estaba esa chica joven y despreocupada que conocí, estaba tan grande, dura y arisca. Quiero saber qué le sucedió, qué le hizo el destino para comportarse así. Sé que no es nada bueno, sino ya me habría dicho toda la verdad. La conozco como a la palma de mi mano y afirmo solemnemente que me oculta algo, simplemente no quiere decírmelo por miedo a cómo lo tome. ¿Qué puede ser tan horroroso para que no pueda perdonárselo? ¿Tan poco me conoce? Jamás podría decepcionarme hasta no querer verla, jamás podría tenerle asco a la mujer que llevo amando por tantos años. Me lastima que no me tenga confianza y no quiera contármelo todo, pero no puedo obligarla, es su vida y no puedo interferir. —¿Qué ha dicho tu madre al verte? —le pregunto, intentando evadir mis pensamientos. Noto el cambio de expresión, ese alivio que siente al pasar por alto nuestros silencios tan llenos de dudas mutuas. —Estaba tan feliz —susurra—, la he extrañado mucho y creo que ella a mí también. Sonrío con sinceridad. —Renée siempre preguntaba por ti. La primera vez que vio tu película lloró en cada escena, fue sorprendente —le cuento. Bella me mira, hace un mohín y comienza a llorar, en silencio, cansada. Yo me siento mal al tocar el tema de su madre, aún no sé qué ha sucedido entre ellas dos. Soy un idiota. —Lamento decir eso, no quería que te pusieras así… —No, no. Soy yo la maldita sensible —gime y lloriquea, medio riendo. Se limpia las lágrimas con los dedos, desparramando su maquillaje—. Me sorprende cuán orgullosa estaba mi madre de mí, yo… No lo sé, creí que nunca sería de su agrado, sobre todo porque en varias partes salía desnuda. Ahora río yo, porque es verdad. Aun así, verla desnuda era la forma de sentirme bien conmigo mismo, porque ese cuerpo fue mío en su momento, fui el único capaz de brindarle calor y compañía, el amor que tanto necesitaba a sus 17. Me ruborizo y maquino una idea para sacarme esas imágenes de mi cabeza, no debo pensar así de Bella. —Tienes talento —le digo con sinceridad. —¿Tú crees? —me pregunta, bastante asombrada de mis palabras. —Claro que sí. Estás en Hollywood por tu talento, no creo que por mérito ajeno. Me da una sonrisa pequeña, aun así no alcanza hasta los ojos. Me desespera no saber qué le

ocurre ni cómo solucionar ese dolor permanente. Sus movimientos son tan limitados, tan fríos… ¿Qué le ha ocurrido a la Isabella que conocí hace tantos años? Me entristece profundamente saber que esa chica ya no estará conmigo… Y me entristece aún más comprender que jamás me dejará saber qué es lo que le ha sucedido durante todo este tiempo. —Me gustaría que me acompañaras a pintar una tienda. Tengo un trabajo junto a una chica que ha llegado al pueblo y me gustaría que me ayudaras… como en los viejos tiempos —le digo con la voz baja, con temor de que me diga que no. Sus ojos se iluminan con tanta viveza, brillan e irradian un calor increíble. La sonrisa se enancha, mostrando su perfecta dentadura, tan perfecta como ella misma dentro de toda su imperfección. Me impacta cuan enamorado sigo de ella, me impacta el mero hecho de seguir tan deslumbrado con su vestido de estrellas, con su silueta de luna, esclava de la fama imponente que lleva a cuestas. Es hermosa, así, tan adulta y cambiada… Y sé que la razón del por qué la amo aun así es su esencia misma, su rostro y su manera de mirarme. —Claro que sí —exclama, con un entusiasmo notorio en su voz. —Es una tienda de chocolates, será un buen negocio por aquí. —Forks está muy cambiado, ¡si hasta hay tiendas de ropa exclusiva! —Supongo que ya te pasaste por ahí. Su expresión se vuelve culpable y pícara a la vez. —No pude resistirme. Bella y yo terminamos de hablar a eso de las 4 pm. Nos dimos cuenta porque la mayoría de los niños ya había entrado a sus casas para comer. Miró su reloj caro y abrió los ojos desmesuradamente, enseguida se levantó y alisó su falda con las manos. —El horario de visita se acabará en media hora —dice con algo de terror en la voz—. Tengo que ir a ver a mamá. Me decepciona la idea de que se vaya. No puedo ocultarlo, creo… Me mira y arquea las cejas con tristeza; tampoco quiere irse. La idea me alegra un poco. —Podemos ponernos de acuerdo en otra ocasión, puedo llamarte en la noche y así charlamos… —Acompáñame —me dice—, de seguro mamá quiere verte. Mi corazón bombea de alegría, estaré con ella durante más tiempo. Parezco un niño ahogado en excitación, no lo sé, siento que he vuelto a ser el chico que era antes; un bobo. Bella me mira cuando me levanto yo también, sube sus ojos hasta mi rostro, pues soy demasiado alto y ella muy pequeña. Sonríe, ríe y gime, se abraza a mi cuerpo, enredando sus brazos en mi cintura. Por unos segundos me siento asombrado, tan asombrado que ni puedo moverme, pero luego despierto y la abrazo también, con toda la fuerza que me es permitida en su pequeño y delgado cuerpo. —Mamá estará tan feliz de verte conmigo —me susurra contra el pecho—. La última vez que me fui logré hablar un par de veces con ella y solo me contaba de ti. Llegó un momento en que sus palabras dañaban más allá de lo soportable y simplemente le pedí que no lo hiciera más.

Lo que dice me duele, pensar en aquellos momentos es como abrir una herida que creías cicatrizada. Ahora veo que no es así, que esa herida sigue tan abierta como hace un tiempo… un tiempo largo. —Perdóname por dejarte así —solloza—, yo no quería seguir sufriendo, sabes cuán importante has sido para mí durante todo este tiempo. —Siento las lágrimas calientes que impactan con mi camisa, mojándola—. Lamento haberte dejado así cuando Emmett te golpeó y entiendo que te hayas refugiado en Jessica, pues fue la única que limpió tus heridas. De verdad, lo lamento, soy una tonta… Tenía miedo, quería protegerte. Emmett era capaz de muchas cosas si escapaba a tu lado, por eso preferí irme y explicarle que entre él y yo no sucedía ni sucederá nada. Acaricio su cabello mientras me explica las cosas que no debería, no le guardo rencor en lo absoluto y menos planeo recordarle los momentos que ella no podía evitar. Nuestra vida era así y no había razón para lamentaciones. El amor y todo lo que siento por ella no se ha ido, no tiene por qué insistir en pedirme perdón, cualquier cosa que haga está saldada para mí. —No tienes que pedirme perdón, Bella, cuando te fuiste nunca pude guardarte rencor ni resentimiento —le respondo. —Tienes un buen corazón, Edward —murmura, separándose lentamente. Sus mejillas están manchadas en maquillaje, sus labios se han hinchado. Sin embargo sus ojos no ocultan la sensación culpable, el odio hacia sí misma. —Tú también lo tienes, Bella, y aunque me digas que no yo lo sé —le digo. Niega con una sonrisilla. Sus ojos marrones se vuelven tan vivos, alegres y dulces, me miran como la Isabella de la cual me enamoré, de esa que quedé prendado en el momento que se sentó junto a mí en el pupitre en clase de matemática. Caminamos hasta el hospital principal de Forks, mientras un leve sol ilumina nuestros rostros. Es extraño, porque no acostumbra haber sol en pleno invierno, menos con nieve. Bella se queda congelada con sus ojos frente a los míos, justo antes de entrar por la puerta principal. —¿Qué? —inquiero, tocándome la cara en repetidas ocasiones, buscando algo fuera de lo normal. Se encoge de hombros con expresión culpable. —Te ves guapo con el sol —susurra. No puedo decirle nada más, porque entra y camina sin esperarme. Sonrío mientras la sigo, la observo con ese paso tan decidido y esa aura tan potente que le rodea. Paramos en oncología, Bella topa con una enfermera de cabello rubio y largo. Lleva un uniforme blanco y una pequeña chaquetilla de lana azul. Me mira por un momento, sonríe con amabilidad y me tiende la mano. —Enfermera Jane Vulturi, atiendo a la Sra. Swan —me dice con un ligero tono infantil. Miro a Isabella, luego a la rubia enfermera. Tiendo su mano y le sonrío de vuelta. —Edward Cullen, un… —Viejo amigo —completa la morena.

Asiento lentamente. Jane nos lleva hasta una habitación aislada, creo que la han cambiado. Renée está leyendo una revista modas con aires despreocupados, mientras la música de Frank Sinatra suena con un volumen moderado y educado. Bella carraspea, tomándome ligeramente del brazo. La rubia nos mira, pero quita rápidamente la atención de nuestro mísero contacto. Renée levanta la vista, le cuesta un poco aceptar lo que ve y enseguida sonríe sin poder creérselo. —¡Es surrealista! —exclama, abrazándome con sus, ahora, muy delgados brazos. —Tranquila, mamá, no quiero que te exaltes —le dice Bella, acariciándole el cabello con lentitud. Renée, en cambio, no quita sus ojos de mí, me observa y sé que quiere preguntarme un millón de cosas. Es un alivio que no pueda por la presencia de Bella y de la enfermera Jane, la verdad es que no sé qué es lo que podría preguntarme y prefiero no saber por ahora. El momento que pasamos junto a Renée es fenomenal. He visto a Bella tan alegre como nunca, me siento realmente bien de ser el causante de sus sonrisas y carcajadas. Su madre nos enseña algunas modas extrañas que encuentra en las revistas y nosotros le acompañamos con la aprobación o desaprobación del look. Bella hace una escapada junto a la enfermera, así que Renée y yo nos quedamos en la habitación por un momento, bajo un silencio cómodo y sereno. Me llama la atención lo inquieta que se pone en un rato, mirando hacia la ventana y luego hasta mí. —Edward —llama. —¿Sí? —inquiero, fingiendo sorpresa; sé que quiere decirme algo. —Bella y tú… —no sabe cómo terminar la oración. —Somos amigos —digo con sequedad. Levanta sus cejas, mira hacia el suelo, luego a las manos. —Qué decepción —susurra—, por un momento creí… —No pienses esas cosas, Renée, sabes que nuestro cariño es diferente. Fuimos amigos y hoy hemos decidido comenzar de nuevo como lo fuimos en el pasado. Renée se ve tan desilusionada, le han reventado el globo de la alegría. Se toma las manos con demasiada frecuencia, la veo mover los pies de un lado al otro con la esperanza de quitar los nervios que le carcomen por dentro. —¿Sucede algo? —Me preocupa. De un momento a otro parece desesperada por quitarse los pensamientos de la cabeza. Me mira, noto cómo su pupila se oscurece y sus labios gruesos se forman en una línea muy fina. No sabe qué decir. Frunzo el ceño. —Bella tiene que contarte muchas cosas —dice, y sé que no volverá a hablarme de esto. Me quedo pasmado, incapaz de pensar en otra cosa. Bella entra junto a la enfermera, ambas sonríen encantadoramente. Me quedo mirando a la morena suspicazmente, pero ella no se da

cuenta de eso. ¿Qué tiene que contarme? ¿Por qué Renée ha dicho eso? Me inquieta. —Mamá, ya he hablado con Jane y necesito que te tomes esto con calma —le dice Bella, acercándose a ella con cuidado para tomarla de ambas manos. Renée la queda mirando con la ansiedad y la alegría de siempre, sé cuán feliz le ponen las sorpresas, sobre todo proveniente de la hija que tanto ama. —Te harán unos estudios durante el mes, todo lo pagaré yo. Te irás al hospital de Seattle, no quiero que estés un minuto más en este maldito lugar —susurra—. Jane te acompañará a todo, ¿bien? —Bella se gira a mirar a la rubia enfermera, que asiente firmemente a lo que dice. —Trabajaré para usted, Sra. Swan, día y noche para que esté con la máxima seguridad. —Jane me ha dicho que en el hospital de Seattle permiten enfermeras externas, claro que pagándoles un tanto extra. —No quiero que gastes dinero en mí, hija… —¡Mamá! Puedo pagarlo, tengo tanto dinero como oxígeno en los pulmones —ríe—, he estado años sin poder agradecerte todo lo que has hecho por mí. Déjame hacerlo. A Renée se le aguaron los ojos casi al instante. Yo me muevo inquieto por la habitación, ya que no me parece un tema realmente en el que deba estar presente. Pero una oración me llama la atención. —Sabes que no me lo merezco. Bella se queda callada. Miro hacia ellas y la enfermera se siente aún más fuera de lugar. Le sonrío con empatía y ella hace lo mismo. La morena se gira a mirar por un rápido segundo, pero luego quita la mirada para dirigirla a mí. —Edward, necesito pedirte algo —susurra, mordiéndose el labio inferior—. ¿Me harías el favor de convencer a mi madre testaruda de aceptar lo que le estoy pidiendo? —Me da una simple sonrisa llena de sinceridad. Me derrito, tan simple como eso. Le sonrío de vuelta y sin pensarlo dos veces acerco una mano a su mejilla, la cual acaricio por un segundo. Bella se sonroja, y en ese momento me doy cuenta de que no estamos solos. —Renée, sabes que Bella quiere lo mejor para ti, no necesito convencerte, la respuesta es obvia. Necesitas mejores cuidados, luchar con la ayuda de los médicos especialistas. Tendrás tu propia enfermera, ¡eso es genial! No seas taciturna. Ella me observa con sus claros ojos, me sonríe y asiente. —Te debo una —me susurra Bella muy cerca de mi oído. No puedo evitar quedar prendado de ese gesto, observarla atentamente mientras se mueve sigilosamente por el lugar. Ella me mira por un rato, luego desvía la mirada. Me fijo en sus manos y éstas tiemblan con furia, como si hubiese acarreado algo pesado por mucho tiempo. Nos despedimos de la enfermera y de Renée a eso de las siete pm. Caminamos juntos por el parque que topamos antes de llegar al hospital, mientras la luna hace un gesto de despedida para ambos. Las estrellas se ven brumosas y abundantes en el cielo despejado de nubes, los faroles alumbran también sobre nosotros y los grillos se oyen desde lo lejos. La nieve se ha derretido un

poco, por lo que el frío se hace aún más soportable. —Gracias por acompañarme al hospital, mamá se ha alegrado mucho de vernos a ambos —me dice de repente. —No es nada, sabes que me gusta verla —le digo. La noto sonreír otra vez, lo que se contagia indudablemente en mi rostro. —¿Por qué sonríes tanto? —le pregunto, parando de improvisto en medio de la acera. Se encoge de hombros, ensanchando aún más su gesto alegre. —Estoy contenta —confiesa. —¿Contenta de ver a tu madre? Niega. —Contenta de estar contigo nuevamente —murmura. Me pasma su reciente sinceridad sobre sus sentimientos y sensaciones, cuando era una adolescente no podía siquiera decirme que estaba feliz, no le gustaba expresar nada y eso me angustiaba mucho. —¿Por qué me miras así? —Porque siempre soñé que expresaras lo que sientes. Baja la mirada hasta sus pies, se ha ruborizado con furia. No sé por qué no puedo evitar reírme. —¿Te estás riendo de mí? —inquiere, frunciendo el ceño. —¿Qué supones tú? Entorna los ojos, vuelve a sonreír y cruza de brazos contra su pecho. —Que sí. —Río otra vez—. Eres un estúpido, Edward Cullen —ríe también. Mete la mano en su bolso e indaga torpemente dentro. Cuando da con su destino, suspira triunfante y lo saca. Es un pedazo de papel medio arrugado. Ladeo la cabeza con curiosidad. —Se te cayó en el hospital. Lo encontré en el suelo cuando venía de vuelta a casa. —Me tiende la hoja y yo la tomo. La giro y noto el dibujo que estaba haciendo aquel día, cuando vi a Bella por primera vez en los diez mortíferos años. Me tiembla la garganta. —Una de muchas —susurro distraídamente—. Puedes quedártela. —Quiero que la termines —me dice, acercándose lentamente a mí—. Me gustaría mucho verte pintar de nuevo. No sé qué decirle, muevo la hoja de mano en mano sin saber cómo salir de esto. Sus ojos castaños brillan con tal intensidad, con ese entusiasmo que me come el alma. —Si tú me lo pides lo haré —jadeo. Tenerla tan cerca es… cautivador. Bella acerca sus manos a mi pecho y lo acaricia lentamente, luego pasa su rostro por él, como si

se asegurara de que realmente soy yo. Me sorprende cuánto se apega a mí, lo mucho que me ha abrazado hoy y lo cálida que se ha vuelto de repente. Me gusta… me gusta mucho. Pero por otro lado temo, porque no quiero que se vaya de nuevo, no quiero que se despida, porque no podría soportarlo. Es increíble cuán cerca estamos y cómo nos vamos acercando aún más, cómo siento su aliento caliente contra mi rostro, el perfume que le rodea y la elegancia propia que tiene con un solo movimiento. Pero paro y me alejo. Quito sus manos sigilosamente, sin antes besar su frente con apremio. Quiero besarla con ganas, muero por hacerlo desde hace años, pero no en este momento, no cuando sé que es incorrecto para los dos. Noto la desilusión en sus ojos. —Necesito ir a casa —susurra. Ahora veo a la niña inocente, esa que se encogía en sí misma y parecía un polluelo asustado de la vida. Mi corazón se detiene un segundo y luego vuelve a su ritmo normal. —Sola —me pide con una súplica encubierta. Asiento por inercia, sin antes darle un último beso en la coronilla. Pero me detiene, dándome un amistoso abrazo apretado y cálido. —Gracias por ser mi mejor amigo —murmura. Buenas :D Agradezco la espera y la paciencia, sé que esperar los capítulos no es fácil. Y agradezco montones que me envíen tan bellos rr :) Con respecto al capítulo... ¿Qué puedo decir? Ambos están muy confundidos, esperemos a que ésto explote luego, porque ellos no aguantaran mucho. Un beso y un abrazo a todas :) Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo I'm in here de Sia y White Flag de Dido. XV . Edward POV —Gracias por ser mi mejor amigo —murmura. Le sonrío, aunque en realidad no quiero sonreírle. Su mejor amigo… Sí, he sido su mejor amigo

siempre y me cuesta demasiado aceptarlo, porque para mí no solo ha sido una amiga. Al parecer soy el único afectado. Aunque aun no entiendo por qué Bella se ha acercado tanto a mí. Es… confuso. —Te llamaré —me dice. Asiento y la veo acercarse para luego besar mi mejilla con sus suaves labios. Al rato se aleja por el camino tranquilo que lleva el parque y yo me devuelvo por el sentido contrario, hasta mi casa. Cuando arribo, luego de unos veinte minutos de pasos lentos, veo a Jasper con la pequeña amiga de Bella, la de cabello alborotado y corto. Ambos me ven y me saludan con la alegría prendada en el rostro. —¿Y Bella? —pregunta Jasper. —Se ha ido a su casa —susurro. —Entonces tengo tiempo para alcanzarla —exclama Alice, alzando alegremente el vinilo de Fleetwood Mac. Miro a Jasper interrogante, ya que él mismo me regaló el disco porque no le gustaba ese grupo. —Prometo cuidarlo como si fuese mi propia vida —le dice ella, besando suavemente su mejilla. Jasper se rasca la cabeza, mientras sus mejillas se van tornando coloradas como un tomate. Hago un mohín; nunca lo había visto así. —Eh sí, sí, pero no te apresures, escúchalo con calma —logra decir, luego de su letargo. —Podríamos escucharlo juntos, como a ti también te gusta Fleetwood Mac —dice ella como quién no quiere la cosa. Me siento horriblemente fuera de lugar… Y bastante incómodo. Oh por Dios, Jasper, ya cierra la maldita boca. ¡Eres un mentiroso! Odias Fleetwood Mac, pienso. Alice le guiña un ojo y a Jasper casi le sangran las narices. Cuando se dan cuenta de que estoy presente, ella me tiende la mano y yo la estrecho con la mía cortésmente. —Gracias por seguir de su lado —me susurra. —Fue mi amiga en un pasado, no veo por qué no ahora. Me queda mirando con sus profundos ojos azules y luego se va, caminando delicadamente sobre sus altos y poderosos tacones. Me giro hacia mi primo y solo veo a un hombre embobado, ni siquiera se da cuenta de que le muevo la mano frente a sus ojos. —Ya cierra la maldita boca, se te cae la saliva —le digo con diversión. Jasper mueve ligeramente la cabeza y me mira, ¡al fin! Se sonroja otra vez y me sonríe de oreja a oreja. —Es hermosa —suspira—. No puedo creer que Alice Brandon me haya dado un beso en la mejilla. —Ya basta de babosadas. ¡Le has dado el vinilo de Fleetwood Mac! Ni siquiera te gusta.

Mentiroso. —Ya, ya, admito que fue para impresionarla. Pero debes entenderme, es tan hermosa, tan… —Claro que te entiendo, te entiendo perfectamente —murmuro. Mi primo me queda mirando con sus ojos grandes. Se ha dado cuenta del rostro añejado que tengo. Y no es para menos, tengo el corazón estrujado precisamente por Bella. —Hey, Edward, ¿qué ha sucedido? —me acaricia el hombro, mientras yo me apego al muro de la casa vecina, con los brazos cruzados y la vista fija en el cimiento. Muerdo mi labio inferior a falta de otra cosa; los nervios me comen por dentro. Mis ojos no tardan en llenarse de lágrimas, las cuales caen al primer pestañeo. Me limpio con rapidez, aunque sigo llorando. Mi primo me está observando, lo que me avergüenza bastante. —¿Te ha dicho algo malo otra vez? —inquiere con suavidad. —No, claro que no —le digo casi al instante—. Ella se ha comportado muy dulce hoy. —Lo miro—. Es ese maldito nudo en el estómago cada vez que la veo, es… ese sentimiento que siento por ella que no me deja vivir, Jasper, de verdad no puedo —lloro; los sollozos salen sin importarles las ganas que tengo de guardarlos. Jasper retuerce sus dedos, le inquieta que me ponga así. Y la verdad, es la primera vez que no puedo evitar llorar con ganas delante de él, siempre he evitado exponerme a tal grado para no parecer un estúpido. Me siento en el suelo, poniendo mis brazos en mis rodillas. Mi primo me imita, percibo sus movimientos a pocos centímetros de distancia. —Es tan confusa, tan… impredecible. Me abraza, se apega con fuerza a mí como si me necesitara tanto, y luego se acerca como si quisiera besarme —susurro, mirándome las manos—. Pero no pasan ni dos segundos, cuando decido no aprovecharme de eso, de esperar a que me diga lo que quiere de mí, que Bella recalca que soy su mejor amigo. ¿Qué puedo pensar, Jasper? Dime yo… ¿Estoy mal? ¿Me imagino todo esto con el fin de creer que le importo? —Mi voz suena frenética, cansada y rasposa. —Nunca me cansaré de decírtelo, primo, pero Bella necesita que, así como tú quieres que te hable honestamente, tú también lo seas. Lo mejor sería que le dejes pasar, que aceptes que son amigos. A Bella la aprecio mucho, lo sabes perfectamente, pero también eres mi familia y no quiero que vuelvas a sufrir. Tiene razón. Yo tampoco quiero sufrir nuevamente. —No quiero volver a perderla. —No tienes por qué perderla, Edward, simplemente… deja que todos esos sentimientos se conviertan en la amistad que los unió en su primer momento. Ya tienes a alguien que espera por ti dentro de casa. —¿Jessica está ahí? Jasper sonríe con serenidad y plenitud. —Quiere pedirte disculpas.

. Cuando entro a mi casa se oye el televisor, están relatando un partido de baseball de la semana pasada. Las risas de mi padre y de Jessica retumban en las paredes de madera y ladrillo. Jasper me sigue, está detrás de mí. Yo carraspeo cuando entro a la sala y los veo platicar risueñamente de algo que aparece en las revistas. Se percatan de mi presencia casi al instante. Jessica se yergue, mientras que mi padre me da una corta mirada desde el sofá, para luego dirigirse al televisor con seriedad. —Hola, Jessica —le susurro. —Hola, Edward —me saluda. Se queda callada al instante y yo no sé qué decirle—. Me gustaría hablar en privado. —En mi habitación. Cuando ella cierra la puerta de mi cuarto, yo me muevo hasta la ventana para mirar hacia la luna. Ésta brilla, pero no sé por qué me parece tan melancólica. El cielo se ha cubierto de nubes, por lo cual las estrellas son imposibles de ver. Jessica pone sus manos en mi espalda, por lo cual me giro a mirarla. Se ha maquillado y se ha arreglado el cabello con bastante esmero; sé que es por mí. La miro a los ojos ésta vez, el iris verde se ha dulcificado junto a la línea de su párpado, que está pintado de negro. —¿Qué tal tu día? —me pregunta, mientras pone ambas manos en mi pecho, acariciándolo. —Lo de siempre —susurro, incomodado por su toque tan cálido. —Estuviste con Bella. —¿Quién te ha dicho eso? —inquiero, preocupado. Se encoge de hombros. —Te han visto en el parque. Noto la tristeza de su rostro y no puedo evitar sentirme culpable conmigo mismo. ¿Cómo puedo hacerle tanto daño? No debería jugar tanto con ella, fingir que somos perfectos cuando en realidad ni siquiera nos hemos acostado. —Lo siento… Niega lentamente. —No lo sientas, la que debe sentirlo soy yo y de verdad… Perdóname. —Pero… —No he sido justa contigo, enseguida rompí tu alegría con mis caprichos. Sé que la quieres, que fue tu amiga y que la amaste mucho. Siento mucho comportarme así, pero yo también te amo y no quiero que ella te haga daño —solloza, mirando hasta el suelo a falta de otra cosa. No sé qué hacer, así que la abrazo con fuerza para contenerla—. No te alejes de ella, Edward. Si quieres puedo hablar con Bella, intentar solidificar un trato noble entre ambas para que te sientas a gusto. Me lastima lo que intenta hacer, esas ganas de remediar una relación casi imposible. Jamás se

llevaron bien, ¿cómo planea que Bella le abra los brazos para ser amigas? Es extraño, pero lastima saber que Jessica quiere intentar llevar la fiesta en paz solo para que yo me sienta cómodo. —No quiero que hagas sacrificios por mí, solo pido que te tomes esto con calma, solo he hablado con ella hoy y… —¿Volverán a ser los de antes? —inquiere, nuevamente con sus ojos bien abiertos y asustados. —Solo amigos, Jessica —le digo, tomando su rostro entre mis manos para que no centrase su atención en otro lugar. —Solo amigos —repite—. Entonces… ¿no me dejarás? Frunzo los labios, pensando en los momentos que he tenido hoy con Bella, la forma en la cual me miraba, sus abrazos, su toque… Todos esos momentos que no puedo repetir, porque ya no me quedan fuerzas para luchar por un amor imposible. —No, no te dejaré —le sonrío a duras penas porque el dolor me carcome por dentro. Sonríe, iluminando sus mejillas y sus ojos. Se abalanza sobre mí y me abraza con fuerza, apegando su rostro en mi pecho. Siento las lágrimas que caen por sus mejillas y mojan mi remera, la calidez que me envuelve, sus risotadas de alegría. Me enternece y me hacen sentir bien por un momento, porque a pesar de todo me hace feliz que ella esté feliz. Lo demás ya no importa. Isabella POV Camino por las calles desiertas de la avenida principal, el viento azota mi cuerpo y yo doy unos respingos. Miro hacia atrás con la esperanza de encontrar a Edward mirándome y velando por mí, pero solo veo la nada misma, sin autos, sin peatones, nada. Pero sonrío, sonrío ante la inmensidad de mi solitaria caminata. Es gracioso, porque mi corazón da brincos que pocas veces reconozco… Y sé que es solo con él. Me regaño a mí misma porque no dejo de pensar en Edward Cullen. Estoy loca. Agradezco que me haya permitido irme sola, tengo tantas cosas que pensar. No es fácil. Y, ¡rayos!, cómo quería que me besara en medio del parque. Me preocupa que se haya alejado, pero es lo mejor, es solo mi mejor amigo. Siento los pasos de alguien detrás de mí, muy despacio, muy sigiloso. Mi corazón comienza a brincar con furia, pero ésta vez no es por Edward, sino porque tengo un miedo terrible. ¿Quién anda ahí? ¿Quieren robarme? Dios mío, qué horrible. Tengo que correr. Pero no lo logro, su mano se posa en mi garganta y me acerca a él. Me pongo a gritar, pero me gira y noto que no es un ladrón, ni sicópata, ni asesino… Es William. —¡¿Quieres matarme?! —exclamo, furibunda con la mano en la garganta con el fin de tranquilizar mi respiración errática. —Lamento haberte asustado —me dice. De inmediato lo abrazo, con el fin de cobijarme en un calor potente y solamente propio de él. William me abraza también, apretándome fuertemente. Cuando me despego y lo veo, noto que no son ojos dorados sino azules los que me miran. Me duele la desilusión que siento en ese preciso momento, pero desecho cualquier sentimiento que no sea alegría.

—¿Por qué has venido? —le pregunto. —No quería dejarte a solas en este lugar —me susurra, tomando mi rostro entre sus manos para mirarme. —Has venido en buen momento —le digo, intentando sofocar un gemido de tristeza. Vuelve a abrazarme y yo lloro contra su pecho. Me susurra que todo estará bien, que pronto volveré a reír, que podemos cenar en algún lugar de Seattle, que simplemente con él no me sucederá nada. —Me ahorraré las preguntas, ¿bien? Asiento lentamente. William me lleva hasta su coche, un_. Es negro, sofisticado, y en el asiento del conductor maneja un hombre de piel oscura, cabello semilargo y negro. Cuando su jefe señala algo, él sale y se acerca para agacharse lentamente. —Laurent Da Revin, a su servicio, Srta. Swan. Su acento es medio francés, lo sé porque conozco a muchos residentes franceses en los Estados Unidos. Me tiende su mano y yo la aprieto con delicadeza. Me siento avergonzada porque he estado llorando hace solo minutos. —Vamos, te llevaré a casa —me susurra William, sacándome de mi trance y separándome del contacto efímero que tengo con su chofer. Lo observo. Lleva un traje oscuro, como su cabello, y una corbata roja que contrasta con su piel blanca. Me enternece que esté aquí, en Forks, un lugar salvaje para un hombre tan increíble como lo es él. Me meto al auto, siento el cuero en mis piernas descubiertas y el aroma a delicadeza. Acaricio el asiento con mis dedos mientras lo percibo a mi lado, mirándome al mismo tiempo que el coche arranca. Fijo mi vista en la ventana y apoyo mi mentón en el puño; las casas pasan y algunos coches no hacen frente, la luna brilla y las estrellas siguen ahí, escondidas como si las ganas se les hubiesen ido a la basura. William me agarra la barbilla con sus dedos y me obliga ligeramente a mirarle. Me siento culpable al instante, pues no he sido capaz de mirarlo y no sé por qué. —James está muy enojado contigo —me dice. —No me interesa James en este momento. Frunce el ceño. —¿No te importa tu carrera? —inquiere. —William, han pasado solo cuatro días desde que me fui de Los Ángeles… —Pero no has sido sincera en esto. Es tu trabajo el que está en juego, tienes un contrato que cumplir, una vida social que mantener… ¡Ni siquiera has sido capaz de decirnos qué ha sucedido! He estado tan preocupado por ti, Bella —dice calmadamente, aún con su agarre en mi barbilla. Sé que he sido una malagradecida con él, lo reconozco, ¿pero es tan difícil entender que no puedo gritar mis problemas? No quiero que se adquiera atribuciones que no le corresponden, más ahora que tengo un nudo en el estómago desde que dejé a Edward en medio del parque.

—Lo que menos me importa es mi trabajo. El contrato queda paralizado si me resultan problemas familiares —susurro atolondradamente. —¿Problemas familiares? —William deja de tocarme y aleja la mano, atontado. —Mi madre —digo—. Tiene cáncer y está mal, necesito cuidarla y no puedo irme de aquí hasta verla de pie para llevarla a California y enseñarle el mar. William levanta sus cejas y frunce los labios, como una sola línea que cruza su rostro horizontalmente. —No lo sabía. —No tenías por qué saberlo. —Me apena. Me encojo de hombros y vuelvo a posar mis ojos en la ventana, mientras las casas corren a un lado como si escaparan de mí. —¿Te molesta que haya venido a verte? —Su voz es inocente, temerosa y repentinamente muy triste. La pregunta me resulta estúpida. —Claro que no me molesta. —Lo observo y me acerco a él—. Cuando te vi fue… Gracias, necesitaba a un amigo. —Un amigo al que no ame y quiera besarlo cada vez que me mira, pienso. Sigue doliéndome que él no entienda que no puedo ser más, que simplemente le pertenezco a otro hombre… Aunque claro, él no sabe cuánto amo a Edward Cullen, y tampoco tiene que saberlo… No todavía, pero debo contárselo. —Llamaré a James y le diré lo del contrato, lo leí y no me permití enclaustrarme en esa película. Me sonríe y me abraza con fuerza. Deposito mi mentón sobre su hombro y ahí me quedo hasta que el chofer señala que ya hemos llegado a mi casa. Me separo y espero a que William me abra la puerta, mientras Laurent espera a un lado con las manos detrás de la espalda. —¿Vas a quedarte aquí? —le pregunto. Por un segundo se me pasa por la cabeza que eso está mal, porque estoy tan devastada que podría suceder cualquier cosa entre nosotros dos, pero luego pienso en Edward, en lo que hemos pasado en una sola tarde… ¿Qué dirá si me ve con él? Qué estúpida, la sola idea es simplemente estúpida. ¿Qué estoy pensando? ¿En que se podría poner celosa? ¿Me importa? Maldición, tantas preguntas que rondan mi cabeza. Reventaré muy pronto y temo por eso. —No, iré a un hotel muy cerca de aquí para que te sientas cómoda. Además, Alice está aquí y tener a dos señoritas como ustedes es demasiado… raro —ríe. Le acompaño, liberando la carga de opresión que he sentido durante el día. Uf, qué alivio. —¿Me llamarás? —Claro que sí. Alice me ha dado el número. Me da un suave beso en la mejilla y luego uno en la frente.

—Gracias por venir, es un sacrificio enorme… —Haría muchas cosas por ti, Isabella Swan —murmura, dándose la vuelta con lentitud, gracia y sofisticación. Lo veo meterse en el automóvil e irse rápidamente por el pavimento. Me doy la vuelta y veo mi coche aparcado, Alice tuvo que haberlo traído. Paso una mano por el capó; es lisa, brillante y dura, una reliquia. Oigo la música que sale por la ventana: Rhiannon otra vez, de Fleetwood Mac. Sonrío y toco la puerta, al segundo la música baja y una Alice sonriente, limpia de maquillaje y ya en pijama me sonríe como si no hubiera cero grados y la nieve estuviese pegada al suelo. —Alguien ha tenido un bello día —digo, pasando hacia la casa. Alice ha encendido la chimenea y el ambiente se ha vuelto menos hosco que la última vez que dejamos la casa. Huelo unas galletas ya a punto de salir, mientras sigue Stevie Nicks cantando con amor hacia esa diosa, Rhiannon. —¡Ha sido fenomenal! —exclama. Va dando saltos hacia la cocina, al mismo tiempo que yo me siento en el sofá para tranquilizar mi respiración y mis revoltosos pensamientos. Si bien la llegada de William me ha hecho sentir más acompañada, no puedo quitarme el sabor a culpa de la boca… Sobre todo porque se me ha pasado por la cabeza la sola idea de volver a acostarme con él por mero despecho. Sé cuánto odia a Jessica, cuánto desprecio que ella se acerque a Edward de la forma en la que yo quiero acercarme, y por eso y muchas cosas más necesito quitarme eso haciendo lo mismo que ellos. No obstante… La idea me parece descabellada, cruel, fría y asquerosa. Fui una puta, pero no soy una zorra asquerosa, tengo sentimientos y no puedo alejarme de Edward ahora que sé que está vivo. Debo aprender a vivir un celibato, o simplemente borrar esa integridad que no debería pertenecerme. Sí, quizá solo es cosa de tiempo para obligarme a mí misma a entender que puedo acostarme con quien yo quiera. —¿Qué ha sucedido hoy que te tiene tan contenta? ¿Es por los niños? —le pregunto distraídamente y al mismo tiempo hojeo una revista que ha dejado sobre la mesa. Alice ríe desde adentro, moviendo platos y algunas cosas que chocan, produciendo un sonido estridente. —Los niños me alegran mucho —exclama. Frunzo el ceño. Paso el dedo por las hojas, una a una sin ver nada interesante en las páginas. —Es la primera vez que te veo tan feliz —digo con la suspicacia innata en mi voz. Me intriga esa aura de amor que proyecta, lo sé porque me ha tocado verlo cuando está entusiasmada. —Ah. ¿Escuchas el disco de Rhiannon? —Sí —murmuro, pasando por alto el hecho de que me ha evitado la pequeña acusación. —Me lo ha prestado el primo de tu… Edward. Cierro la revista de golpe y me quedo pensando en lo que me acaba de decir. ¿Jasper? Pero si Jasper no es su tipo. A Alice le gustan los hombres estúpidos que solo piensan en sí mismos, por eso siempre la veo triste cuando termina con ellos. El último fue un músico fracasado, que precisamente la dejó porque ella sabía cantar mejor que él. Una mierda. Pero,

¿Jasper? Es… raro. Jasper es un hombre tierno, amable y sumamente humilde. Me muerdo el labio inferior con los dientes, mientras llego a una conclusión que me parece aún más extraña: no quiero que Alice le haga daño. Sé que es inverosímil viniendo de alguien como yo, sobre todo porque Jasper es el primo de Edward, y claro que al ser su familia él debería odiarme por haberle hecho daño a su sangre. Pero lo estimo, Jasper fue un apoyo más para nosotros y siempre se mantuvo objetivo ante las circunstancias. Me levanto del sofá y camino hasta la cocina. La veo decorando las galletas con glaseado, metiendo el dedo para saborear su propia creación. Mueve la cabeza al son de la música, canturrea levemente los coros y zapatea contra el suelo. —Alice… Jasper es… —Diferente, lo sé —susurra. Gira el rostro hacia mí y me sonríe tranquilizadoramente. No sé por qué, pero no le creo a su expresión. —Somos diferentes a ellos, somos… —¿Putas? Bella, por favor, que nosotras hayamos vendido nuestro cuerpo (el que es nuestro, por si no te acuerdas), no nos evita que podamos relacionarnos con personas normales… —¡Eso es! Son personas normales, Alice —gruño—. Y las personas normales no pueden acercarse a seres tan fríos como nosotros. Ella deja la bolsa con glaseado a un lado, se pone ambas manos en las caderas y me queda mirando con desilusión. —¿Quién ha dicho que somos frías? ¿Crees que no podemos amar por el simple hecho de que tenemos un poco más de dinero? —Bufa, asqueada y arrebatada—. Quítate eso de la cabeza, maldita sea, quítate esa idea de que todo el mundo nos juzgará… ¿O no crees que sé qué es lo que piensas sobre tu relación con Edward? Me irrito, porque enseguida toca el tema de Edward en nuestra conversación. ¿Por qué tiene que estar presente a cada segundo? —¡No saques conclusiones de mí que desconoces! —le grito. —¡Lo hago porque te conozco! Deja ya eso, Bella, no le haremos daño si queremos, las personas normales son hermosas, más la clase de hombre que son ellos. Ni Edward ni Jasper nos podrán juzgar; ellos no son ese tipo de personas. Cómo odio ese temple, esas palabras que le salen de la boca como si todo estuviera bien. —Cuando te aburras de Jasper, ¿qué harás? ¿Lo botarás? Eso has hecho innumerable cantidad de veces, Alice. Yo también te conozco y muy bien. ¡Son personas sensibles y por eso no quiero que sufran! —gimo, cansada porque simplemente no quiero soltar los graznidos que tengo atascados en la garganta—. ¿Planeas que un hombre normal como Jasper acepte tus salidas y tus vestidos sugerentes? Alice… quieras o no ya estamos estigmatizadas, ellos… ellos necesitan gente normal, no putas. Mi amiga mira al suelo porque lo sabe y le come por dentro ese mero hecho. Puede decir una y otra vez que no le importa su pasado, pero no es así, a ella le duele. Un pasado no puede olvidarse y luchamos juntas por quitárnoslo del camino aunque sea por momentos. Y cuesta

tanto… —No los merecemos —susurro. Camino hasta Alice y la abrazo con fuerza, dejando de lado nuestra pequeña discusión. Pone su cabeza en mi hombro y ahí se queda por un largo. —Ahora sé por qué prefieres a los buenos hombres como ellos, y sin embargo duele tanto ir más allá. Es un chico mono, lo acabo de conocer y realmente parece que es parte de mi vida desde que nací. Sonrío, porque eso nunca me lo había comentado. Quizá le guste de verdad, pienso. —A veces como amigas de ellos servimos más —le digo, separándome para mirarla. No logramos decir nada más cuando tocan a la puerta. Me inquieta; son más de las ocho. Abro, pero de inmediato intento cerrarla para no verle la cara. Pone su pie para, impidiendo mi cometido. —¿Qué quieres, Carmen? Su abrigo está lleno de pequeños copos de nieve al igual que su horrendo sombrero. El cabello corto le llega a la pera, haciéndosele unas curvas desde las puntas hacia dentro. No se ve agresiva, ni propensa a discutirme, hasta parece arrepentida. —Necesito hablar algo importante contigo —susurra. Alice entra a la sala y la ve. —¿Problemas? —No, Alice, no te preocupes. Asiente y se mete a la cocina de nuevo, cerrando la puerta consigo. Dejo entrar a Carmen si bajar la guardia, y ella, con una calma impresionante, se queda mirando hacia su alrededor, inspeccionando el lugar intentando encontrar alguna cosa extraña o fuera de lugar. —¿Qué tienes que hablarme? —me apresuro, tengo muchas cosas que hacer esta noche. Se sienta en mi sofá y pone ambas manos en sus piernas. Hago lo mismo, esperando a que hable cerca de treinta segundos. —Más bien quiero hacer un trato contigo. —Viniendo de ti no sé si me conviene —le digo con sinceridad. —Nos conviene a ambas. Arqueo una ceja; ¿qué nos puede convenir a las dos? No veo la similitud entre nosotras. Si quiere que le devuelva mi casa está muy equivocada, ni permitirle visitas a mi madre. Además no veo qué puede tener ella para mí. —Habla —profiero secamente. Se quita el sombrero con cuidado y lo deposita a un lado de su bolso. Suspira y retuerce sus dedos entre sí, sin saber qué más hacer.

—Ambas tenemos secretos que nos pueden destruir —susurra—, y la mejor arma es hacer un trato para no delatarnos… Y cumplir. —No sé de qué hablas. —En este mismo momento podría ir a casa de Edward y confesarle que tú huiste porque quedaste embarazada y Phill te obligó a abortar. O simplemente decirle que fuiste prostituta para ganarte la vida antes de ser famosa. No se le mueve ningún músculo de la cara al decir cada una de las palabras, como si realmente no le importara o no sintiera. Yo me entumo, porque no quiero que confiese aquello, realmente no quiero. —Vendrá a pedirte explicaciones y tú no serás capaz de mentirle, no ahora que no quieres arruinar más tu imagen frente a él. ¿O me equivoco? Maldita víbora. ¿Cómo es capaz? Es tan crudo como toma el hecho de que estuve embarazada, el que no acepte cuán doloroso fue para mí, pues no es cualquier tema que puedo tomar a la ligera. Fue mi hijo… ¿es que no puede ponerse en mis zapatos? Yo jamás chantajearía a alguien con eso, con un niño que no se le permitió la vida, más cuando Edward podría sufrir más que yo… Muchísimo más. No quiero que él se sienta culpable de eso, porque le conozco y sé que lo haría. Perseguiría en su cabeza todas las posibilidades que tuvo de prevenir el aborto, que si hubiese sabido antes pudo haberme defendido… Pero no, claro que no me hubiese podido defender sin salir herido. Mucho más herido, claro está. Tampoco quiero que me odie. La idea se me cruza por la cabeza y es… escalofriante. Lo soporté muerto durante años y saber que vivo pudiese odiarme es descabellado, tenebroso y terriblemente doloroso. Le mentí, le oculté la verdad incluso ahora, pero solo lo hago por él, porque no quiero que sufra conmigo. Quizá es una estupidez, pero me siento mejor sabiendo que él duerme día y noche sin acordarse de lo que perdió y no pudo disfrutar. O en mi caso, acordándome de aquel dolor en mis entrañas, esa opresión que cruzaba horizontalmente mi vientre como un cuchillo… Mi barbilla tirita cuando rememoro aquel tumulto de sangre en el retrete, la forma que tenía y el dolor en la entrepierna. Dios, por favor, quítame esa imagen de la cabeza, pienso constantemente. —Deja de recordármelo, Carmen —sollozo en voz baja. Cuando noto una lágrima la limpio de inmediato para no dar más lástima de la que quiero, ya bastante he generado. —No quieres eso, ¿cierto? Niego, mirando al suelo, incómoda. —No se lo diré… Pero por favor no le digas que te mentí con respecto a él, no quiero que sepa lo que hice, que robé el papel y fingí su muerte. Qué inteligente. Carmen sabe cómo chantajearme. Si ella no dice lo que sabe entonces yo tampoco. ¿Qué puedo decirle? Es difícil, porque deseo contarle a todo el mundo su verdadera identidad. —Tampoco quiero que le digas a tía Renée que oculté el dinero y las joyas. Te dejaré en esta

casa, no me apareceré por el hospital, pero no le digas lo que hice. Por favor. No me atrevo a pensarlo más, la verdad es que de pronto me siento tan cansada que no me puedo ni siquiera las ganas de hablar. No han pasado ni veinte minutos y ya me siento mal al estar hablando con ella de cada barbaridad que me hecho y sin fundamente, pues yo jamás he sido descortés. —Tú ganas, Carmen. No diré nada en absoluto y tú aprendes a callarte la boca. Asiente, se levanta y sale por la puerta principal como si nada hubiese ocurrido. No pasan ni dos segundos cuando comienzo a gemir desconsoladamente, de pie y con la vista frente a la pared. Las manos se mueven sin control al igual que mi labio inferior, la garganta profiere sonidos inhumanos, autónomos y sin permiso. Caigo al suelo, con la espalda apoyada en el sofá y el rostro enterrado en mis manos. Veo los tacones negros de Alice a un paso de distancia, y en solo pestañeo ya está agachada para abrazarme con fuerza. —Estoy cansada —susurro contra su cuello. —Solo un poco más y pasará —me dice acariciando mi cabello. —¡No puedo tener mi cabeza cada uno de esos escenarios! Me duele tanto, Alice, me duele tanto pensar que ahora mi hijo tendría diez años —sollozo y la garganta da espasmos, impidiéndome respirar. No sabe qué decirme y la entiendo tanto, nadie es capaz de darme el consuelo perfecto para quitarme el dolor que siento en el pecho… Ni yo. —Intento no hacerme más daño pensando en lo que pudo haber sido. ¿Una niña? ¿Un niño? ¿Habría sido bueno pintando como Edward? ¿Se parecería a él o a mí? —Ese niño te está cuidando donde quiera que esté, es tu ángel y no quisiera que sufrieras tanto por el pasado. Es doloroso, te entiendo mucho, sabes que yo no puedo tener hijos —me sorprende que toque su propio martirio, sé cuánto prefiere conservarlo para ella misma—, pero tengo la esperanza de que aquel destino sea solo una prueba de que no solo se puede ser madre concibiendo, sino criando. Tu hijo guía tus pasos y pronto recibirás los frutos de todo lo que luchaste por él. Miro hacia mis manos y muevo los dedos a falta de otra cosa. Noto como las lágrimas van cayendo y manchan mi piel; son calientes, espesas y poderosas, guardan tantos secretos, mentiras y depresiones… Es veneno puro. —Edward se sentiría tan culpable al saber que nunca pudo hacer algo por su hijo —le digo a Alice—, se preguntaría una y otra vez por qué no se dio cuenta, qué fue lo que hizo mal… Me tranquiliza saber que él duerme sin saber el dolor de lo que es perder a tu primogénito, a pesar de que éste no nació… Mis pesadillas muchas veces no me dejaban descansar, era tan horrible, Alice. —Ella asiente a medida que voy contándole cada uno de mis sentimientos, tan absorta y deprimida como ella sabe hacerlo—. Por eso sé que es difícil entender por qué no quiero contarle a él la razón por la que hui, pero de verdad, no quiero verlo sufrir más, no quiero verlo como yo estuve hace unos años atrás, imaginando y fantaseando con la idea de volver a sentir que tu corazón se agrandaba para cobijar a alguien que iba a necesitarte hasta el día de tu muerte. Mi amiga rompe a llorar y me cobija entre sus brazos, me susurra que me quiere, que siempre

estará conmigo. Consigo sentirme tan acompañada y entendida como nunca. —Has lo que tú creas correcto, Bella, yo siempre te apoyaré. Me obliga a acostarme y a los minutos me lleva una charola con galletas y un té. Me siento tan calentita bajo las sábanas, la tristeza ha disminuido un poco, lo que me alivia considerablemente. Cuando acabo, Alice se despide de mí con un suave "buenas noches". No tardo en quedarme dormida con el rostro hacia la ventana, la que refleja admirablemente la hermosa luna y sus ocultas estrellas. . Mi respiración es errática y las manos me sudan. Miro hacia los lados y no veo nada, solo un pasillo oscuro, muy oscuro… y tenebroso. Sobre mi cabeza parpadea un foco, aturdiéndome. Camino con la mano hacia delante, por si topo con algo que me entorpezca bajo la oscuridad. Paro de caminar cuando escucho un claro "mamá", un "mamá" muy suave, cálido y enternecedor. La garganta se me aprieta, pero ignoro la sensación. Me llaman otra vez… Mamá, mamá, mamá, mamá… Es enloquecedor, porque no sé cómo atender al niño que se supone es mi hijo. Acaricio la pared que hay a mi lado y voy caminando a paso lento. Topo con un interruptor. La luz se enciende, pero es muy poco luminosa, hasta ridícula. Estrecho mi mirada y observo la puerta de madera vieja que hay frente a mí y no tardo en abrirla. Escucho un grito que me llama, me necesita tanto, es tan desgarrador. Pero alguien comienza a arrullarlo y él se calla, el bebé entra en una paz increíble. Camino y veo una suave y grande cama de sábanas blancas. Hay un hombre de espaldas, un hombre al que conozco como a la palma de mi mano. Toco su hombro y él gira el rostro para verme. Sonríe con tanta sinceridad y alegría, como ese Edward que conocí hace tanto tiempo. Me enseña al niño pequeño que hay sobre sus piernas, una réplica exacta de él. Ambos me miran con sus ojos mieles y ambos sonríen como si me esperasen hace mucho tiempo. Cuando quiero tocarlo, desaparece. Abro mis ojos y la decepción es lo que predomina en mí. Ya es de día y tengo las mejillas mojadas por las lágrimas que he lanzado inconscientemente por mis sueños traidores. La sensación que embarga mi corazón es dolorosa, desilusionante y tremendamente nostálgica, aunque ni siquiera he estado con ese niño anteriormente. No lo sé, siento que lo he visto antes, que es… él, el niño que perdí. Niego y me levanto, sin olvidarme de estirar mis extremidades. Bostezo, con la mirada fija en el final de mi cuarto, una puerta a medio abrir. Frunzo el ceño; Alice nunca se mete a mi cuarto cuando estoy durmiendo. —Buenos días, Bella —susurra William desde el otro extremo. Pego un brinco y de inmediato me irrito. Siempre está asustándome. —Tienes serios problemas con eso de asustarme —le gruño. —Y tú tienes serios problemas con la irritabilidad, Isabella Swan —dice en un tono alegre y confianzudo.

Niego con mi cabeza y espero a que salga del cuarto, pero no lo hace, se queda ahí pavoneándose con su caro traje gris marengo. Lleva una sonrisa que no le llega a los ojos, lo cual intento ignorar para no culpabilizarme. —Tengo que bañarme —le digo. —Más tarde —murmura. Se quita la parte de arriba, quedando con una camisa y una corbata sobre él. Sus brazos se aprietan alrededor de la tela, marcando sus fornidos músculos. Trago y me obligo a no seguir mirándolo para no causar mayor problema en mí. —En serio, tengo que bañarme —jadeo, intimidada por la cercanía que pronto ha estado tomando. Camina hacia mí con su mirada cálida, pero sigilosa. Quiero alimentarse de mí, lo puedo ver en sus ojos. Tengo que tomar una posición defensiva, así no cometo una locura. —¿Me permites desnudarme para poder ir a la ducha? —Por mí no hay problema. Pego mi vista a la suya, intentando intimidar como él también lo hace. Me quito la remera que llevo sobre mí y la lanzo al suelo. Solo estoy en bragas, nada más que la ropa interior. William me sonríe con picardía y me recorre con la mirada. —Ya veo tu propósito… Levanto la barbilla en un gesto arrogante, me cruzo de brazos y espero a que salga de mi habitación. Pero no, me toma entre sus brazos y me aprieta con fuerza. Le pido que me suelte, pero él solo ríe. Se acerca para besarme, sin embargo se lo impido, quitando mi rostro de su alcance. —No es un buen momento, William —susurro. —Déjate llevar —me dice—. Estás soltera, yo también, ¿qué puede haber de malo? Cierro los ojos y junto mis labios con los suyos. Nuestro contacto es íntimo y avasallador, no tardamos en caer en la cama, tocando nuestros cuerpos con ímpetu y rapidez. Se me escapan algunos gemidos cuando él agarra mis muslos o mi trasero, unos gemidos ocultos contra su boca que me devora con lujuria. De pronto, el timbre suena, quitándonos de la ensoñación. No quiero hacerle caso al incesante sonido, estoy feliz con los ojos cerrados, sintiendo las manos del hombre que desea hacerme suya. Pero William me llama, diciéndome que debo quitarme las bragas. Abro los ojos y cuando lo veo siento una culpabilidad enorme, por lo que paro, me quito de su lado y me levanto. Mi respiración es errática al igual que mi corazón que está a mil. Tomo la camisa su camisa y me la pongo, desesperada y con los dedos temblando a un compás incontrolable. —No… No está bien —susurro, ya con la barbilla dando movimientos a la espera de los llantos. Bajo las escaleras con un William confuso y enojado, pidiéndome explicaciones del por qué acabo de dejarlo con una erección monumental. Me giro y lo veo, sin antes romper a llorar con fuerza. —¡Tú no lo entiendes! —gimo.

—¿Qué es lo que no entiendo? ¡Ha sido como siempre! —No… ya no es como siempre, William. Vuelvo a correr escaleras abajo y grande es mi sorpresa cuando veo a una Alice con una sonrisa nerviosa y desesperada. Frunzo el ceño, miro a mi alrededor y noto a Edward en medio de la sala con una gran interrogante en el rostro. Me mira, de pies a cabeza, no puede ocultar el horror de sus ojos, el asco y la desilusión. Oh por Dios, está Edward aquí y yo con la camisa de William, William desnudo y la erección en su entrepierna. Qué he hecho… Buenas noches... Qué cap, ¿no? Uff, el siguiente viene INFARTANTE, no se lo pueden perder. Gracias por leer. Un beso muy grande Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Hamburg Song de Keane. XVI . Edward POV Isabella está parada frente a mí con una camisa tres tallas más grande que ella, con los dos primeros botones desabrochados, lo que me permite ver una panorámica de sus pequeños y delicados senos. Quito rápidamente mi mirada de su piel cremosa y Bella, sonrojada con fuerza se cierra la única prenda hasta el cuello. Miro al tipo que está detrás. No la culpo; es guapo, rico y bastante soberbio. Lleva el cabello negro perfectamente peinado y unos pantalones que no pueden ocultar la dureza que hay entre sus piernas. Se me aprieta la garganta, no sé hacia dónde mirar. Prefiero dirigirme hasta Alice, quien me mira con una disculpa notoria en el rostro. —Creo que es un mal momento. Te llamaré, Bella —le digo, sin poder dirigir mi mirada a sus ojos marrones. No puedo… Simplemente se me revuelve el estómago. No puedo imaginar a mi Isabella, la frágil chica que se fue hace diez años, entablando ese tipo de relaciones con hombres como él. Intento quitarme las sensaciones que tengo en mi corazón, pero es imposible. Es mi Isabella, la niña de la que me enamoré, destapada con otro. Estaban acostándose… Qué tonto, es tan obvio, por Dios, tiene que rehacer su vida, no puede serme "fiel" si no fuimos nada.

Fuimos la nada en lo que pudo haber sido todo. Nada… Qué palabra tan horripilante en este mundo subyacente, vacío de ideas, imitaciones del arte; dramas, llantos y lamentos. ¿Qué seríamos nosotros sin la palabra "nada"? ¡Nada! Es tan… terrorífico. Nada, nada, nada… Repito y repito esa palabra una y otra dentro de mi cabeza. Es molesto, pero a pesar de todo me hace entrar en razón, aunque eso sea lo más doloroso en esta cuestión. Me doy la vuelta, con la cabeza frente a la puerta, un objeto inanimado que, sin embargo, me saluda y me invita a traspasarla con la poca dignidad que me queda. Soy un ser infrahumano de lo estúpido que soy. ¡Camina más rápido!, me grita una voz desde un hemisferio cerebral, ¡has que pare toda esta burla hacia ti!, exclama otra vez, tan furibunda por mi lentitud. —Espera, Edward —me dice. Escucho como traga saliva, cómo se ahoga su melodía en un peculiar jadeo sinigual, melancólico. Me toma la mano y me retiene. Está fría… Eso me lleva a un recuerdo que debería ser doloroso, sin embargo la sensación que me embarga es de pura satisfacción. Cuando hicimos el amor ella ardía por dentro y por fuera, no estaba fría ni su voz parecía melancólica. Fue la primera vez que la vi tan completa, no como ahora que parece descompuesta y a punto de desmayarse. Me devuelvo y me obligo a mirarla, debo encarar mis peores temores y demonios. Su pupila se ha dilatado y sus labios están secos. Parece recién despierta. Me da una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos; algo le preocupa. —Lamento que me veas así. —Se abrocha los primeros botones, mientras sus manos tiemblan. —No es necesario que dejes a tu… visita de lado por mí, puedes seguir con él mientras yo voy a hacer unos trámites. Me suelto sigilosamente; no quiero que me toque, no ahora. Abro la puerta, sin antes darle una pequeña mirada al hombre. Tiene una sonrisa estúpida en el rostro. Me cae mal enseguida. —Pero… Edward —me llama ella, caminando detrás de mí—. Discúlpame, no es lo que tú crees yo… Me giro en medio de la calle, Bella está semidesnuda. Se pasa una mano por el cabello cuando me mira, finge no hacerlo y luego se dirige al suelo. Tirita por completo, como si tuviese miedo de lo que yo pudiese pensar. Por Dios, Bella, no tengo nada que pensar. —No tienes por qué disculparte. Es tu casa y tú haces lo que quieras en ella —susurro. —¡No sucedió nada entre los dos! —gime—, solo fue un error yo… —tartamudea—. No tengo cabeza para esas cosas. Sé que no me está mintiendo, pero por una extraña razón me molesta que me esté dando explicaciones. —Lo siento —murmura. Sus ojos se vuelven espesos y las lágrimas se aflojan para caer. No quiero que llore, eso sería aún peor para mí.

La abrazo como puedo y apoyo mi rostro en su cabello, impregnándome de ese aroma tan exquisito. La única vez que pude apreciar el aroma de sus mañanas, fue cuando estuvimos juntos en el lago. La aprieto contra mí para sentirla y ella ríe con fuerza. Enreda sus brazos en mi cintura y descansa su mejilla en mi pecho. —¿Buenos días? —inquiero, sin saber qué decir realmente en esta situación. Vuelve a reír, moviendo los hombros y emitiendo ese exquisito sonido que hace tanto no oía. —Es bastante temprano —susurra. —Claro que no —digo divertido. De pronto recuerdo dónde estamos: en la calle. Me quito el abrigo y se lo pongo encima, intentando quitarle ese aroma a hombre caro que lleva a cuestas. ¿Quién será él? ¿Su novio? —Ven conmigo. —Me toma la mano con sus ahora cálidos dedos. Cuando entramos nuevamente a la casa, él está de brazos cruzados mirándonos inquisitivamente. Alice parece tan nerviosa, no sé qué le sucede—. ¡William! —ahora quien parece nerviosa es Bella—. Te presento a… —Edward Cullen —digo, elevando minuciosamente mi voz. No es tan alto como yo creí, ni siquiera me sobrepasa. Aunque es bastante grande, sobre todo ahora que puedo ver bien cercana su escultural figura. Sus ojos azules me intimidan, debo reconocerlo, aunque cualquiera lo haría, pues tiene algo que no logra generarme la suficiente confianza. —William Harrington. —Tiende su mano con fuerza y yo se la aprieto. —Edward, él es un… amigo —murmura, mirando al moreno—. William, Edward es mi mejor amigo. —Mucho gusto —dice, apretando suavemente su mandíbula. Alice carraspea y rápidamente comienza a aplaudir. —¡Bueno, William! Me dijiste que tu asistente te esperaba en el hotel, ¿es eso cierto? ... William Harrington me quitó bastante tiempo de Bella, ambos hablaban de cosas que a mí no me incumbían, e incluso sospecho que lo hacía para molestarme. Es un hombre muy agobiante, y eso que tengo bastante paciencia. Alice me ha invitado a tomar un té, mientras él y Bella organizan la agenda de la última. —Quita esa cara, niño bonito —me dice, palpándome la silla que hay a su lado. Me impacta un poco lo confianzuda que es, la conozco hace solo un día y ya me trata como si fuese amigo de toda la vida. A pesar de todo me gusta. —¿Se me nota mucho? —Hm… Lo suficiente como para instar a William a seguir meando más lejos. —No somos perros.

—Pero él sí. Río y espero a que Alice Brandon vierta el agua caliente de la tetera. Me tiende una caja de té negro mientras, junto al azúcar y la leche. Se sienta a mi lado, me llena la pequeña taza y me queda mirando con una atención que no logro entender. —¿Tengo algo en la cara? —inquiero, tocándome en las mejillas y la nariz. Ríe y se acomoda la corta melena. —Es solo que… se nota tanto el amor en tus ojos —susurra. Se me cae la bolsa del té sobre la mesa, ensuciando un poco el inmaculado mantel. —¿Amor? —carraspeo—. ¿De qué hablas? Niega lentamente, sonriendo de por medio como si fuese un gran chiste. Me siento pequeño en mi asiento, pero intento no demostrárselo para que no se burle de mí. —¡Edward! Soy una persona muy vivaz —exclama—. Quieres tanto a Bella. —Suspira. Dejo escapar el aire que tengo en mis pulmones y agrego dos cucharadas de té a mi taza. —Supongo que soy un libro abierto. —No. Bella es un libro abierto, sé perfectamente lo que dicen sus ojos. Pero tú, Edward, lo demuestras con tan solo hablar. ¿No te das cuenta? Tomo tímidamente de mi té, mientras siento su mirada escrutadora sobre mí. —¿No te ha dicho aún por qué se fue? —inquiere. —No —respondo lentamente. —¿No sospechas? —Alice, claro que sospecho, pero eso no me va a decir con certeza qué demonios sucedió. Asiente y se queda callada mientras bebe su té. —Eres una buena persona. Me acabo el té con rapidez, la verdad es que no quiero seguir esperando a Bella. Ha estado demasiado tiempo junto a ese hombre y yo tengo cosas que hacer. Cuando termino de ayudar a Alice, Bella irrumpe en la cocina ya vestida y aseada. Lleva unos pantalones negros de tela, un sweater rosa y unos tacos del mismo color. —¿Ya te vas? —me pregunta, levantando las cejas con pesar. Me ha visto levantándome y tomando mi abrigo. —Sí, tengo muchas cosas que hacer hoy —susurro. Sé que no debo estar molesto con ella, no tiene la culpa de que ese hombre la absorba tanto. Debo entender que ese es su trabajo, rellenar su agenda y acordar qué hacer para no perder su preciada fama.

—¿No puedes quedarte un momento? Por favor —suplica. Cuando voy a decirle que sí, William entra, me mira con desconfianza y pone una mano sobre el hombro de ella. La sangre me hierve, mandando al demonio cualquier consideración que pudiese haber tenido con Bella. Claro que no tiene la culpa, pero mientras él esté junto a ella no somos buena compañía. —Tengo que estar con Jessica hoy, la he dejado un poco botada —digo, intentando parecer normal e indiferente. Abre la boca para hablar, pero no sale nada más que un jadeo. Frunce los labios y asiente. De verdad quiero quedarme, pero una parte de mí está completamente furioso. —¿Me llamarás? —inquiere. —Claro… Quizá mañana —murmuro. No me atrevo a besar su frente, no quiero generarle problemas con su… amigo, ya es bastante incómodo que se la pase mirándonos en el escaso tiempo que tuvimos juntos. Bella mueve su mano en un claro gesto de despedida y se gira con la molestia palpable en su rostro. Camino hasta la calle con la garganta apretada, con el deseo de haber sacado mi dignidad a flote siquiera una vez, pero no, el estúpido de Edward Cullen tiene que sonreírle encantadoramente a Isabella, la mujer que ha amado toda su vida. Soy tan patético… Y tan autocompasivo. Pateo las piedras que hay en mi camino; la ciudad está medio desierta, los automóviles corren con lentitud y las personas ignoran mi presencia como yo también la de ellos. No hay sol, solo una nubosidad asfixiante sobre mi cabeza. La nueve ya no es tan espesa, las calles pronuncian sus carreteras, ya no hay hielo, solo un frío muy duro que traspasa mis entrañas… y gran parte es lo que he vivido recientemente con Bella. Me confunde tanto, a veces no sé qué pensar sobre ella. Según Alice, Bella es un libro abierto. Un libro muy difícil, pienso. De pronto me doy cuenta de algo que se me hace tan difícil de aceptar. Estoy furioso, muy furioso y molesto, y no es con ese tal William, sino que estoy furioso con Bella. ¿La razón? Quizá el haberla visto tan desprovista de ropa, el que no haya hecho nada por estar a mi lado solo un momento. Me enoja tanto que no demuestre su cariño por mí. Por esa y muchas razones no sé qué pensar, estoy entre los límites de la cólera y del cansancio. Lo mejor es que la deje a un lado, tomar otro camino y seguir por el puente de siempre. Estoy tan furioso y necesito expulsar mi rabia. Camino hasta la casa de Jasper, debe estar recién duchándose. Me saluda su madre, mientras arregla su peinado; al parecer saldrá. Me indica que Jasper está en el cuarto del fondo haciendo ejercicio. Perfecto. —Qué sorpresa, Ed… No le dejo terminar. Le hago a un lado, me pongo la cinta blanca en las manos y los dedos, estiro, crujo los huesos y le doy un golpe de lleno al saco de arena que tengo en frente. —Veo que has estado guardando mucha energía —dice, mofándose ligeramente de mí. Frunzo el ceño, mientras le doy golpes al saco. Uno, dos, tres, cuatro… Patada.

—Guarda tus chistes para otra ocasión, Jasper, no estoy de humor —susurro. Paro y me quito la camisa, quedando solo con una simple sudadera blanca. Y así expulso toda la rabia, desazón y podredumbre de mi corazón, golpeando a un estúpido saco de arena. —Edward, ya para, sé que quieres seguir creando ese físico excepcional, pero no necesitas matarte sudando como un burro… —¿Puedes callarte? —gimo. Dejo de golpear al ser inerte que tengo enfrente para enfrentar el rostro paralizado de Jasper. Ha dejado de levantar esas pesas de quince kilógramos. —Bueno, creo que no ha sido un buen día para ti —susurra mirando al suelo con cierto temor. —Lo siento, es solo que… —¿Sabes? Te traeré agua, temo por mí y no quiero que me golpees. —Yo no voy a… —¡Adiós! Sale y cierra la puerta, dejándome sumido en mi silencio y en la rabia incrustada en mis extrañas. No ha podido pasar, sigue ahí como un parásito de mierda. Le doy un golpe al saco, otro y otro, hasta que no puedo más. El sudor está por todas partes y las manos me duelen. Me reviso y noto la sangre escurriendo de mis nudillos; veo que el vendaje no sirvió. Siento que la puerta se abre con lentitud, escucho silenciosamente unos pasos detrás de mí. —Te has demorado, Jasper, necesitaba ese vaso con agua… Me mira un par de ojos marrones, se ven tristes y tímidos. La dueña de aquellas cuencas se muerde el labio inferior, se ruboriza y me contempla con profundidad, de arriba abajo. —No me ha gustado la forma en que te has ido, por eso vine aquí para saber si estás bien —susurra, poniendo ambas manos detrás de ella. Suspiro lentamente, no quiero herirla ahora que estoy tan molesto. Ella se da cuenta, así que prefiere acercarse al estante que hay a un lado. La veo venir hacia mí otra vez con una toalla en sus manos, la cual pasa por mi rostro lentamente. Sus ojos me generan una dulzura que cubre rápidamente la furia que siento; es su forma de mirarme ahora, el cariño que al fin percibo en sus ojos, lo que me calma con tanta instantaneidad. —Has estado haciendo mucho ejercicio hoy, Edward Cullen —dice. Su voz suena temblorosa, intranquila. —Lo hago de vez en cuando. Sobre todo cuando me enojo, pienso. Pasa la toalla por mis hombros y mi cuello. De pronto da un suspiro, y sin tener tiempo de

analizarlo, ella se apega a mí con necesidad. Me gusta que lo haga. —Has estado muy cariñosa hoy, Isabella Swan —digo con algo de diversión. El buen humor al fin ha aparecido. —Sucede cada vez que la cago —gime—. No era mi intención parecer una cualquiera ante tus ojos, perdóname, de verdad, yo solo estaba… —Más despacio —profiero. Me separo un poco para observarla, tomo su mentón con mis dedos y la obligo a mirarme. Hay un tormento en sus ojos, un tornado que me parte el corazón en mil pedazos—. Te creo, Bella. —¿Entonces por qué te has ido así? Te conozco, Edward, tú no eres así. —Porque no me gusta verte con él —le digo—. Fui a verte a ti y no he podido estar siquiera unos minutos contigo sin que él se interponga. Tensa su mordida y se separa completamente de mí. Tiene las manos unidas entre sí contra su vientre, mirando hacia la ventana perdidamente. No sé qué pasa por su cabeza, pero le doy vueltas y vueltas a las ideas. —Lo siento, ¿sí? —susurra. Camino hasta ella, abrazándola por detrás. Ella da un respingo y pone mis manos en su vientre con rapidez, luego ella pone las suyas sobre las mías para apretarse con fuerza contra mí. —No vuelvas a enojarte conmigo, por favor —pide. —No lo haré. Puedo oler su cabello, sentir su calor contra mi pecho. La sensación es inmensa, propagando las múltiples emociones por todo mi cuerpo. Me impresiona que no se quite, que no quiera alejarse de mí con temor de que esto se vea mal, que nos dañe a ambos. De pronto sonrío, sonrío porque la amo demasiado y este acercamiento agrande mi corazón en grandes proporciones. Me siento una nena sensible, pero no puedo evitarlo. —William es un patán, lo sé, pero siempre está intentando protegerme. Ruedo los ojos, m0lesto al escuchar su nombre. —¿Estás celoso, Edward? —se mofa, tocándome el pecho con ambos dedos índice. Me ruborizo sin poder evitarlo, pero ella lejos de ofenderse se larga a reír. —Solo bromeo —susurra. De pronto frunce el ceño, lo que me llama la atención súbitamente. Le pongo un dedo entre las cejas para que relaje el gesto y ella sonríe desprovistamente. —Yo también puedo protegerla, Srta. Swan —le digo guiñándole el ojo derecho. Levanta ambas cejas. —Sería un placer tenerlo como guardaespaldas, Sr. Cullen —murmura. Le tomo una mano y la beso con lentitud, sin quitar mis ojos de los suyos. Jadea y pestañea con

lentitud, con la boca medio abierta. —El placer es todo mío —digo. —Estás tan guapo, Edward —me cuenta con la distracción impregnada en su voz. Su cumplido me noquea. —¿Tengo que decírtelo? Me mira confusa. —¿Decirme qué? Suspiro y le quito un mechón de cabello que ha caído sobre su rostro. —Que siempre has sido la mujer más hermosa que he conocido en mi vida. Sus mejillas se tiñen de un fucsia muy fuerte, veo cómo la sangre traspasa con rudeza la palidez de su piel. Es adorable, tanto así que mi estómago ruge de ternura. —Eres increíble, Edward —suspira. Me abraza con fuerza, posando su mano en el estrecho camino de mi vientre y mi abdomen. Su rostro se amolda a la forma de mi pecho, mientras respira e irradia el calor natural de su sangre. Me gusta su forma de ser, esa dulzura que destaca cuando le da la gana. Quizá no la entiendo, quizá si solo fuese un poco más específica… Da igual, no podría cambiar nada de ella. Dije tantas cosas cuando estaba enojado… Es increíble lo rápido que puede cambiar mi ánimo con una sonrisa suya. Las ganas de besarla se me hacen insoportables, tenerla a tan pocos centímetros, más ahora que ha puesto sus labios en mi cuello. ¿Qué pretende? ¿Que me descontrole? Dios mío, Bella no hagas eso. —Me siento tan pequeña, Edward —me dice con la voz muy baja, tan baja que apenas puedo escucharla. Esa frase la dijo aquella vez, cuando estuvimos juntos ante la laguna como testigo. Se estremece todo mi cuerpo, la planta de los pies, la punta de mis dedos… hasta mi corazón. Ella acerca lentamente sus labios, caminando por mi cuello, mi mejilla y… Nos quitamos con rapidez en cuanto oímos la cerradura de la puerta. Tengo el ceño fruncido y la desilusión puesta en la frente. Bella se recarga en el mueble que hay más allá, frotándose la coronilla con sus dedos. Está tan ruborizada… Miro al frente, Jessica tiene los ojos estrechos y la mirada suspicaz. Pero lejos de abalanzarse sobre mí a decirme lo celosa que está, se acerca a Bella y le tiende la mano con una sonrisa sincera en su rostro. —Tanto tiempo, Bella —susurra. Capítulo corto porque el tema se termina ahí, ya vemos que las ganas entre ambos están, lo malo es que tienen serios personajes que quieren acabar con estas situaciones tan bonitas entre ambos. El próximo cap tendrá muchas sorpresas. GRACIAS POR LEER :D Adoro sus comentarios, son los mejores. Muchos besos a mis fieles lectores y a los nuevos, son lo máximo.

Besos. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo When you're gone de The Cranberries XVI . Isabella POV Me siento como a una niña que le han quitado las ilusiones infantiles, esas que te hacían feliz con los gestos más mínimos. Esa persona que me ha quitado las ilusiones es Jessica, quien está parada frente a mí con una sonrisa extraña en sus labios. Intento descifrar cuánto odio contienen sus ojos, pero solo veo una honestidad impresionante. Me pregunto qué ha sucedido con esa Jessica que, yo inofensivamente, creía odiarme. Aún no sé qué podría estar tramando, pero una parte de mí no quiere pensar mal de ella, quiere verle el lado bueno a la chica que cuidó de Edward cuando yo no lo hice. —Buenas tardes, Jessica —susurro. No puedo pronunciar el saludo más alto, siento que si lo hago saldrá expuesta la ira que siento con ella, los celos y la envidia. —¡Hay tantas de que hablar! —exclama, quitándose el flequillo del rostro anguloso para poder mirarme con atención. Sus ojos verdes brillan con incandescencia, preparados para analizar cualquier movimiento. Es como un puma. Me mira, me analiza y se guarda las expectativas dentro para poder atacar cuando le sea posible. Además, sus ojos y la forma de su nariz le dan la silueta perfecta de un felino feroz, inteligente y muy astuto. Yo me siento como un borrego, puesto a la deriva para que el puma ataque. No sé por qué, pero Jessica siempre me ha intimidado, más que nada por la forma en que me mira… como si esperara algo de mí. —No sé qué tengo que hablar contigo —le digo con sinceridad. Me obligo a hacerle frente, a no agachar la cabeza. Soy una mujer hecha y derecha, que ha ido en contra de personas más peligrosas que ella. De pronto recuerdo a Louis y me da miedo, no sé, su solo recuerdo me eriza los vellos del cuerpo. Aún puedo ver sus asesinatos delante de mis ojos y sus amenazas en contra de mí. Jessica mira a Edward, se acerca a él y le planta un beso en los labios. Enseguida me siento mal. Me duele el estómago y me pitan los oídos. Edward me da una rápida mirada, pero yo intento no hacerlo, la verdad es que tengo un hueco bien grande en el pecho. No sé en qué momento se me pudo pasar por la cabeza besar a Edward Cullen. He hecho cantidad de cosas en mi vida, pero jamás podría inmiscuirme conscientemente en una relación

ajena. Es inconcebible. Me siento mal conmigo misma al estar teniendo el deseo en mi sangre, cuando él no es mío sino de ella, de Jessica Stanley. Y ella, que me mira como si fuésemos amigas de toda la vida, no sabe cuán prendada estoy de su novio. ¿Qué pensará Edward de todo esto? ¿Querría besarme? Ay por Dios, qué estúpida. Debería dejar de pensar en sus "posibles" y aferrarme a un "es". Edward no me ha tratado como a una novia, solo como una amiga, esa amiga que protegía cuando éramos pequeños. Me pregunto: ¿qué es peor? ¿Saber que solo podemos ser amigos o que, en una posibilidad remota, eso ni siquiera puede existir entre nosotros de lo dañados que estamos? Ambas posiciones son dolorosas. Veo a Edward, quién también parece observarme, o bueno, en realidad no lo sé… se ve extraño. Parece incómodo. —¿Cariño, podrías dejarnos a solas? —inquiere Jessica de pronto, dándose la vuelta hasta su novio con un entusiasmo poco claro en su voz. Él, callado y fatigado, me mira directamente ahora. Parece contrariado al igual que yo, tan decaído, tan desvalido. Se me encoge el corazón con tanta fuerza que solo quiero abrazarlo, pero luego recuerdo que no puedo, es estúpido porque somos solo amigos. Me encojo de hombros disimuladamente y él sale a paso lento de la sala. Me fijo en el saco que ha estado golpeando, parece hundido en la cara frontal. Ha estado muy enojado y creo que ha sido derechamente por mi culpa. ¿Realmente pudo haber estado celoso? Dios, no quiero sacar conclusiones, luego puedo desilusionarme. —Bella, sé que crees que te odio por todo lo que hemos pasado, pero realmente no es así. En el pasado sé que cometimos errores, pero ahora somos adultas y puedes contar conmigo en esta ciudad. Quiero retomar una relación formal contigo para que Edward no se sienta incómodo, sé que son grandes amigos y que los grandes amigos siempre vuelven a estar juntos. ¡Estoy muy contenta por eso! Me marean sus palabras, son tantas. —Claro, Jessica, yo… está bien por mí —susurro. —Perdóname si alguna vez dije algo que te molestara, sabes que siempre he querido mucho a Edward. —Lo sé, no hay nada que perdonar —me obligo a decir. Luego de unos minutos, Jessica ha parado de decirme mil y un razones de por qué ella quiere a Edward y de lo bonito que ha sido todo para ellos. Miro el reloj y ya es bastante tarde, debo irme. Me excuso y ella asiente satisfecha de haberme irritado más de lo aguantable. A veces creo que solo lo hace a propósito. Salgo a la sala, donde la Sra. Whitlock me da una rápida mirada y sale de la casa con total desprecio. Ya es segunda vez que lo hace, incluso peor que cuando llegué a esta casa. Había llamado a Jasper con la esperanza de que aquí podría encontrar un lugar para estar a solas con Edward, pero ni ella ni Jessica me dejaron en paz. Edward está sentado en el sofá mirando a la televisión junto a Jasper, que parece nervioso. Me notan y yo me encojo en mi posición. Edward sigue con esa sudadera blanca que le marca tanto el cuerpo, mostrando lo que la naturaleza y los años le han brindado. Se levanta a la espera de

que algo pase, pero yo solo frunzo los labios sin saber qué decir. —¿Te quedarás a cenar, Bella? —me pregunta Jasper, levantándose también. —No… Tengo muchas cosas que hacer y… —¡Ha sido un placer hablar! ¿Quieres que Jasper vaya a dejarte? La miro con cierta incredulidad, ¿cree que Jasper es un perro guardián? —No quiero causar molestias —digo. —No son molestias, Bella, claro que no, pero si quieres Edward puede acompañarte mientras yo voy… —Edward y yo tenemos muchas cosas que hacer —interrumpe Jessica con sorna. Hago ambas manos un puño y ahí descargo mi rabia. Edward me observa, frunce el ceño y siento la molestia dentro de él. —Tengo que hablar algo con Bella, lo que tengamos que hacer podemos dejarlo para mañana —dice de repente—. Si es que había algo —agrega. Me toma de la muñeca y me direcciona hasta la calle, mientras yo lo miro con cierto temor; no quiero causar peleas entre ellos. Edward tiene la mandíbula apretada, con la vista frente a la nada. Quiero mirar hacia atrás para ver si Jessica está enojada o algo, pero él me lo impide, tomando mi barbilla y girándome hasta él. —Carajo, Edward, qué sucede —exclamo, irritada al ver que el tierno y suave Edward se está comportando de esta manera. —No le hagas caso a Jessica, por favor… —¡Solo quiere hacer las paces conmigo! —gimo. Se agarra la barbilla él mismo esta vez, está tan enojado y sé que no es conmigo. Yo comienzo a llorar, estoy tan cansada de sufrir por nosotros, de que todo quede a la deriva. Apresuro mi paso y camino hasta la otra calle para irme sin Edward. Me toma desprevenida, aprisionándome contra la pared más cercana y juntando su cuerpo con el mío. Lo miro a los ojos y solo veo lo cansado y marchito que le ha vuelto el tiempo… y yo. —Tengo que irme, Edward —susurro. —Bella, yo… Me quedo mirando su boca sin importarme lo que va a decirme. Pero por más que quiero besarlo, Jessica se interpone en mi mente y siento lástima, lástima por ella y su enfermedad, porque soy tan malvada que quiero arrebatarle lo único que tiene. Él está mirando fijamente mis labios, con el deseo dentro de él. ¡Por Dios, Edward! No… No puedo… Siento su respiración, el aroma que emana de su boca entreabierta. Aún le recuerdo, la forma en la que me besaba, ambos desnudos bajo la luz del atardecer bañándonos con su luz anaranjada. Las sensaciones que experimenté durante ese momento fueron tan fuertes, tan increíbles… Aún

después de todos estos años no he podido volver a sentirlo, pasando con tantos hombres, con tantas personalidades habidas y por haber. Él único capaz de hacerme sentir está enfrente de mí mirándome con el deseo y el amor que nunca pudimos compartir y aún así, con la suerte inexistente, no podemos. Edward, por favor, quítate, no puedo evitarte teniéndote delante. Quiero besarte, Dios mío cómo deseo y ansío besarte, sentirte mío y sentirme tuya. Cierro mis ojos y choco mi frente con la suya. Oigo su respiración frustrada, pero me abraza y besa mi mejilla, limpiando las lágrimas que derramé torpemente de la rabia y la intensidad de la situación. Quiero más de él, de verdad, pero es tan difícil maldita sea. —Lo siento —susurro. —No lo sientas. Soy un estúpido. Bufo. No quiero que se trate así, él no es estúpido. Es tan talentoso, tan precioso e increíble. No sé por qué se ha hundido tanto, no sé por qué no se quiere como yo le quiero. —Debería dejar de intentar algo que no sucederá —profiere casi en un susurro. Se separa, incómodo. Se mete ambas manos a los bolsillos y me da una media sonrisa muy ácida, fingida y plástica. Reprimo un sollozo ligero; no quiero mostrar más emociones si son en vano. Sé que cuando él me mira me da todo su amor, lo que necesito, lo que quiero. Deseo decirle lo mismo, gritarle que le amo y que, a pesar de todo, lo ansío día y noche como si no hubiera un mañana. Pero soy cobarde, frágil, la sola idea me da miedo porque no sé enfrentar mis demonios. —Edward… —murmuro, sin saber qué decirle en realidad. Me siento tan pequeña en mi posición, y cuando él me mira, empequeñezco aún más. Quiero sus brazos a mi alrededor, esos brazos esbeltos y fuertes que irradian el calor suficiente. Rememoro cuando perdí a mi bebé. Estaba devastada y le necesitaba tanto. Día y noche imaginando y comiéndome las uñas porque sus cartas eran tan constantes, tan tristes. Él me necesitaba de la misma manera. Nunca pude contestarle hasta que me decidí a largarme, cuando ya no podía más. La última imagen de su rostro quedó como una fotografía en mi cabeza, el dolor y su miseria impresa en cada facción. La culpabilidad me mataba, pero podía vivir con ella, envenenándome al mismo tiempo para suavizar cada acto suicida que tenía para conmigo misma. —No te molestes en decirme lo que ya sé —dice secamente. Me froto la frente y doy un paso al frente para salir pitando de aquí, pero una mujer impresionantemente rubia, alta y perfectamente maquillada choca conmigo. Voy a lanzarle unos improperios, pero me doy cuenta que es Rosalie Hale, la mujer que me llevó a los calabozos del sexo, pero que a la vez me ayudó a comer cuando no quería más que morirme. No tengo palabras para explicar lo que siento en este momento, verla enfrente de mí con tanta hermosura me es desconcertante, nostálgico y duro, porque es como volver a sentirme la que era antes. —¡Bella! —exclama fuertemente.

—Rose —susurro. A diferencia de ella, mi voz no puede salir más alta. Me abraza con aprehensión, sujetándome de los hombros. Luego me doy cuenta de lo débil que me encuentro. —Aún no puedo creer que estés aquí. No sé por qué, pero no la veo sorprendida de mi presencia. No le doy más vueltas al asunto, más que nada porque Rosalie Hale tiene puesta su atención en Edward. —¡Edward Cullen! ¿Qué haces con Bella aquí? —inquiere, dejándome a un lado para abrazarlo a él también. No entiendo nada. Él la recibe con cariño y Rose, tan extrovertida como siempre, deposita un suave beso en su mejilla. —Es increíble. ¿Ustedes se conocen? —pregunta ella, tocándose su bonito peinado. Miro a Edward, pero no logro ver nada en él. Por eso asiento, incapaz de hablar. —Ella es mi… amiga —dice. —¡Ah! ¿Cómo es que no he podido darme cuenta? Era tan obvio, qué tonta. —Parece nerviosa. De pronto caigo en cuenta que a un lado de Rose hay una niña muy parecida a ella. Abro mi boca del asombro, nunca creí que pudiese haber tenido una niña. Debe tener siete años. Ella se acerca y me tiende una mano con una tímida sonrisa. —¿Cómo es que…? —pregunto a su madre, aunque sin saber cómo continuar. —Hay tantas cosas de qué hablar, Bella. Miro inconscientemente a Edward, quién se devuelve a enseñarme el brillo de sus ojos. Yo también tengo muchas cosas que contarte, Rose, pienso. —¿Qué tal si vienen a la chocolatería? Así, Edward, ves lo que debes pintar y te haces una idea y Bella aprovecha de conocer mi nuevo negocio —nos dice con un entusiasmo maravilloso en su voz. Edward se rasca la nuca con incomodidad. —Tengo que irme, la verdad —dice—. Puedo ir en otra ocasión, si gustas. —Claro, Edward, estoy siempre disponible —exclama. Yo estoy callada en mi posición, mientras veo cómo Edward se despide de la pequeña y de Rosalie Hale. Lo noto caminar hasta mí, y cuando creo que solo se irá con un frío adiós, él se acerca y deposita un suave beso en mi frente. Tengo los ojos cerrados y no quiero abrirlos porque así puedo seguir sintiendo su cariño. Él me dice que pronto me llamará y yo asiento, aún con los parpados abajo. No puedo evitar un suspiro largo, del que me despierta Rose con su mano en mi muñeca. —Tienes que explicarme esto, Isabella —profiere.

... Cuando entro al lugar, un aroma a chocolate choca con mis fosas nasales. Es exquisito, cálido y muy dulce. Las paredes son de un color rosa muy pálido, con la claridad de la luz entrando por la ventana gigante que da a la calle. Un mostrador está vacío; la madera es blanca y los cristales están impecables. El piso blanco e inmaculado, de cerámica lisa, delicada y cara, hacen un retumbe de mis tacones junto a los de Rose, que se pasea por el lugar junto a su pequeña hija. Me siento tímidamente en el sofá rojo de tres cuerpos, la espalda se pega a la suavidad de su respaldo asimétrico, mientras que mis piernas se cruzan entre sí, al mismo tiempo que espero a que me diga algo, quizá cómo conoció a Edward. Pero Rose sigue de pie junto a la ventana, mirando con alevosía. Me estremece la forma asustada en la que mira a la calle, como si esperase a que llegase el mismo demonio. ¿Qué pasará por su cabeza? Dios, ¿qué pudo haber sucedido hace unos años? ¿Qué carajo pasó con Royce King? La pequeña se mete a un cuarto, ese debe ser el pase hacia su habitación. Rose se da la vuelta y camina hasta el sofá, se sienta y me toma ambas manos. Intenta ocultar el dolor que siente, pero claro que conmigo no podría, no fuimos grandes amigas pero la conozco muy bien. Ella siempre intentaba ocultar sus sentimientos con esa sonrisa para que nosotras, las más deprimidas, pudiéramos desahogarnos junto a ella. Sin embargo hoy soy una mujer un poco más fuerte, así que no podrá ocultarme todo lo que quiere decirme. —Desahógate —le susurro. Sonríe. Veo sus hoyuelos y sus dientes perfectos, brillantes y blancos. Pestañea un rato, mientras me mira con algo de diversión. Su cambio de humor me confunde levemente. —Hazlo tú primero, te veo muy triste —me dice con seriedad. Doy una risotada, pero sin pensarlo, mi cara se transforma en un feo mohín. Me tapo el rostro con ambas manos, reprimiendo los sollozos que quieren salir. Rose chasquea la lengua y me da un fuerte abrazo. Me siento como una niña. —Sigo siendo la misma mierda —digo, sollozando contra su hombro. —No digas eso, Bella —me regaña—. Tienes tu carrera… —¡A la mierda mi carrera! —gimo. Pasa su mano por la espalda, la columna y mis hombros, como si fuese una gata asustada. Y lo estoy, pero no sé de qué. —Él era… —Edward Cullen. El causante de mis lamentos —añado. —Aún no entiendo cómo es que no está… bueno, tú llorabas por su muerte, cariño, no lo entiendo. Me separo un poco de ella y le cuento con detalles cada uno de los sucesos que estuvieron sucediendo en mi vida, recordando mi aborto y todo lo que he sufrido hasta llegar a Forks. Rose no da crédito a mis palabras, se pasa la mano por los labios tapando su asombro.

Mientras miro a la ventana; el cielo está morado y la nieve comienza a caer. Recuerdo que no he traído abrigo y me reprendo internamente. —Cuánto lo siento —susurra, tocándome ambas mejillas con sus cálidas manos. —No sabes cómo me cuesta mirarlo sin pensar en todo lo que pasó en el pasado —susurro. —¿Y por qué no puedes intentar? La sola pregunta me hace reír de tristeza. —Tiene novia, Rose, y no puedo llegar a arrebatarle lo que tanto le costó conseguir. Niega, taciturna. —Los humanos no somos juguetes, él no le pertenece a esa chica. —Pero está enferma —indico. Rosalie se calla. Me tomo el tiempo de ver su rostro y noto unas cuantas arrugas en su rostro. La edad ha caído sobre ella y no me di cuenta. Me sorprendo, porque no tiene más de 35 años. —Rose, ¿ha sucedido algo de lo que tengas que contarme? —Royce murió —susurra. Abro mis ojos como dos platos y tomo sus manos. —¿Se enfermó? Niega. —Cuando me fui con Royce creí que era el hombre perfecto —me dice—: atento, cariñoso y bastante caballero —sonríe, recordándolo—. Nunca supe que todo eso se iría al demonio. La escucho atentamente, curiosa por el rumbo que ha tomado la conversación. —Nos casamos, él me regaló una preciosa casa a la orilla de la playa. Era un sueño maravilloso. —Me mira directamente con sus ojos de mar y se limpia una lágrima que no tarda en caer ni medio centímetro; no se permite derramar tristeza—. Me sentía tan pura, tan mágica y mujer en sus brazos. Dime, ¿a qué puta no le gustaría eso? Me estremezco al escuchar eso, puesto que eso lo pienso todos los días. ¿Dónde está aquel hombre que me hace sentir pura en sus brazos? Seguro que junto a Jessica. Se da la vuelta en su propio eje, metiendo la mano en su costosa cartera de color plata. No le toma ni dos minutos dar con lo que buscaba: una cajetilla de plata e incrustaciones. La abre con lentitud, la cabeza de un cigarro corriente sale por el hueco y ella lo saca con los dientes. Levanta la llama de su encendedor y el fuego quema. —Royce tenía tanto dinero que nada me faltaba. A los meses quedé embarazada. ¿Podría suceder algo mejor? No lo creía, todo estaba resultando como quería, e incluso pensaba en los nombres de los otros tres niños que planeaba tener con él. Levanto las cejas, asombrada y atrapada en su relato. Rose me tiende un cigarrillo, así que yo lo tomo y lo enciendo con la llama que me tiene delante.

Inhalo y exhalo con rapidez, por lo que no tarda en dolerme la cabeza. —Cuando mi hija cumplió tres años le preparé una fiesta de cumpleaños. Royce no llegó. Le perdoné por su trabajo, entendía que él estaba siempre ocupado y que eso lo hacía por nosotras —bufa—. Volvió a hacerlo unas cuentas veces, así que un día decidí partir hasta la empresa y grande fue mi sorpresa al ver a esa linda pelirroja lamiéndole su maldita… —Aprieta la mandíbula, mirando hacia el suelo—. Decidí dar un paso atrás e irme a casa, marcharme con mi hija hacia algún hotel y ahí quedarme mientras buscaba trabajo. Nada de eso dio resultado. Me obligo a callarme porque realmente no sé qué decirle, lo que me dice me entristece, no podría soportar ver al hombre que amas engañándote. Aunque sé muy bien lo que es ver al hombre que amas con la mujer que te ha odiado toda tu vida, pienso. —No lloré en ningún momento, no podía permitírmelo, ¡el error fue mío al soportarle que llegase tarde la primera noche! —dice, indignada ante sus recuerdos—. Cuando notó que me había ido corrió hasta el hotel y me pidió perdón. Y bueno, soy tan estúpida que le lo soporté hasta cinco años después, embarazándome hasta hace solo unos meses atrás. Miro hasta su vientre y no noto más que planicie… Oh no, no me digas que… —Royce me golpeaba —cuenta—, tanto así que acabó matando a su propio hijo. Me petrifico en la posición en la que estoy, no puedo creerlo. ¿Cómo es posible…? Mi corazón bombea y solo logro tragar la saliva que se ha acumulado en mi garganta. —No sabes cómo le odié, cómo deseé su muerte —susurra—. Lo maté mientras dormía, clavándole la daga de su padre en el corazón. ¡Fue un milagro saber que sí tenía! Se escucha tan fría, pero le entiendo. El dolor absorbe tanto de ti que ya no queda nada. —Es por eso que decidí venirme hasta acá, nadie me buscará mientras cubra mi identidad. No puedo mentirte, aún temo por la policía, pero no es por mí, es por ella. La abrazo y envío toda mi energía a su corazón, porque sé que ahí aún se esconde la bondad y dulzura de Rosalie Hale. —Eres muy valiente —le digo al soltarnos. —Desde que la tuve entre mis brazos lo fui, antes solo era una cría. Frunzo mis labios; cómo quisiera tenerlo también. —Aún puedes, nena, un hijo que se va no es impedimento para volver a ilusionarse. Su comentario me irrita. —No digas eso. —¿Es por él? —susurra, quitándome el cabello del rostro. Me encojo de hombros. —Yo de verdad quería tenerlo. Sus ojos se llenan de lágrimas instantáneamente.

—Yo también. —Me alegra saber que pudiste enterrarlo, yo nunca pude saber adónde fue a parar su cuerpo. Al cabo de un rato me cuenta de su bonito negocio, de todos los planes que tiene de abrir y de cómo su hija ya está lista para ir a clases. En un momento me afirma que Edward le pintará la pared, por lo que considero la pregunta del millón. —¿Cómo lo conociste? Ella está de espaldas, per se gira y me muestra una sonrisa bobalicona. —Él te buscaba en Nueva York —confiesa. Mi corazón da un brinco. —¿Me buscaba? —mi voz sale chirriante y pequeña. —Pintaba cuadros de ti y los enseñaba a los transeúntes. Eso sucedió por el 73, yo ya estaba casada con Royce —cuenta—. La gente solo quería comprarles, era… sorprendente, tiene tanto talento. Pero él nunca vendió tu rostro, Bella. Por eso le conocí y le recuerdo, porque el amor que tenía por ti iba más allá que el dinero, más allá que la fama. ¡Ni siquiera miró a los múltiples artistas que querían hacerlo famoso! Solo eras tú, Bella. Siento dolor y una nube se esclarece en mi cabeza. Pero aún así no hay alivio. Yo le lloraba y él me buscaba, ¿por qué Carmen no me dijo…? Dios mío, todo sería tan diferente si ella no hubiese mentido. Pero hay una sola cosa de la que estoy completamente segura: Edward me amaba con todo su corazón. —No supe decirle que estabas en un prostíbulo… Discúlpame, Bella. Asiento. Tiene razón. —¿Es por eso que temes amarlo? ¿Por lo que fuiste? Me tomo el tiempo para contestarle: —Ya no quiero hacerle más daño. QUE CAP. Odien a William y odien a Jessica, que seguirán pisoteando talones. Rose me encanta, tan distinguida y valiente. ¡Veamos qué tal el siguiente cap! Y muchas gracias por sus rr, los agradezco montones :)Un beso muy grande Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos.

Recomiendo Heart of Stone de Iko XVIII . Isabella POV Rosalie niega con su cabeza, mirando al suelo sonriendo con pesar. Tiene los brazos cruzados, de frente a la gran ventana. De pronto se oye un pequeño susurro desde atrás. Nos giramos y vemos a la pequeña niña, una gota de agua al lado de su madre. Rose le abre los brazos y ella se acurruca entre sus brazos sin importarle el aroma a tabaco que desprende de ambas. Le besa la cabeza y le amontona los cabellos en una coleta negra. Intento no mirar con demasiada atención para que no me afecte, aunque sé que es en vano. —Alice debe estar esperándome —le digo—, tengo que irme. William también tiene que estar preocupado por mí. —¿Alice está contigo? —pregunta sorprendida. —Va a acompañarme durante el tiempo que esté aquí. —Bueno, dile que le mando muchos saludos y que me gustaría verla. —Sonríe y se acerca a mí para besar mi mejilla—. Cuídate mucho. —Lo haré —susurro. Me despido de la niña y me encamino hasta la puerta; en medio hay una cruz. Antes de que pueda girar el picaporte, Rose me habla. —Dile a Edward que estaré esperándolo. Asiento sin mirar atrás y salgo rápidamente de la chocolatería de mi rubia amiga. Tengo hambre y me siento cansada, los pies arden con cada paso que doy y los brazos me caen con fuerza. La luna juega a perseguirme por todo el camino junto a las estrellas que amasan el cielo oscuro y sin fin. El viento choca una que otra vez en mi piel y yo tirito ante la tempestad de la corriente que recorre mis brazos y piernas. Voy recordando lo que ha sucedido en el día y me embarga la vergüenza. Edward me ha visto con William y no ha habido nada. No puedo quitarme de la cabeza la idea de que él estaba tan furioso que no encontró nada mejor que golpear ese saco de arena. Pero, ¿por qué estaba tan furioso? Quizá porque soy tan idiota que no me doy cuenta de las cosas que siente por mí. Ah, Edward. Aún no llevo ni una semana pisando el mismo suelo que tú y ya me estás volviendo loca. Le doy un repaso a la tarde, en lo que hablé con Jessica. Claro que lo ama… Quizá lo ama más que yo, y contra eso no hay nada que hacer. Cómo quisiera volver a él, intentar lo que fuimos antes, pero la sangre sube su temperatura con un solo roce. Es imposible. Todos los días preguntándome si algún día decidiría volver al lugar al que pertenezco, y ahora que lo estoy simplemente quiero irme.

Solo quiero dormir, dejar de pensar aunque sea unas horas. La inconsciencia es el mejor remedio, sin embargo, la cura debe estar en su hogar, pintando los cuadros más preciosos y perfectos que cualquier ser humano podría admirar. Cuando llego a casa las luces están encendidas y se oye la música de Fleetwood Mac. Ruedo los ojos, Alice no dejará de escuchar a Stevie Nicks nunca jamás. Creo que debería quitarle ese vinilo. Toco la puerta con cuidado, la música desciende y en dos segundos William está abriéndome para permitirme la entrada. No sé por qué, pero la forma en que mira no me gusta. —Buenas noches, Bella. —Buenas noches —digo seca, pasando por su lado para entrar a mi casa e irme a dormir. Alice me saluda distraídamente mientras conversa con el interlocutor desde el teléfono, el cual lo tiene agarrado con el hombro y su mejilla. Creo que es su asistente, Victoria. ¿Ves, William? Alice ni siquiera se preocupa de que yo llegue tarde, aprende de él, pienso. Pero antes de irme a dormir entro a la cocina y me sirvo un vaso de agua bien fría. Dios, la necesitaba, mi garganta estaba tan seca. Me recargo en la encimera por un rato y no tardo en sentir las pisadas duras de él. —Te he esperado por horas. Estaba preocupado —susurra. Respiro para no alterarme y gritarle lo furiosa que estoy con su protección absurda. —¿Alice lo estaba? —inquiero, sin mirarle. —No, pero… —Entonces no te tomes la molestia de sentir preocupación por mí. Con permiso —gruño. Me doy la vuelta y me escabullo hasta la sala, donde Alice me mira con los ojos curiosos. Siento a William unos pasos atrás, intentando explicarme el por qué se ha sentido así todo este tiempo. —¡Ya es suficiente! Fuiste descortés con mi mejor amigo —le grito, poniéndome de frente ante él. Me observa con los ojos azules, abiertos de par en par. Trago para quitarme la amargura que tengo en la garganta, tampoco puedo desquitar toda mi furia con William, porque la verdad es que estoy furiosa con la situación, no con él. —No pensé que iba a afectarle el que yo te quiera proteger —susurra. Y aquí estamos, los dos parados en medio de la sala con una Alice efusiva con el teléfono para intentar darnos un poco de privacidad. Me quito el cabello del rostro, reprimiendo las ganas que tengo de gritarle y de paso salir corriendo hasta mi cuarto para no salir jamás. Pero eso lo hacía cuando tenía 15 años, no ahora que tengo casi el doble de esa edad. —No necesitas protegerme de Edward —digo calmadamente—, él fue parte de mi vida por muchos años y sería incapaz de hacerme daño. —Intencionalmente, pienso. Lo veo celoso, pero me enerva que lo sienta, que crea que le pertenezco. ¿Por qué simplemente

no es mi amigo y ya? Es lo que agradecería sinceramente, ya que estoy enamorada de mi mejor amigo. —¿Y crees que yo podría hacerte daño? —inquiere. —No es eso —susurro, cansada. —¿Entonces? —insiste. Me muerdo el labio inferior, buscando las palabras. No quiero soltar lo que no puedo. Miro a Alice, quién ha dejado de hablar y se escabulle lentamente hacia las habitaciones. —No sabes lo importante que es para mí. Me siento en el sofá, apoyando mis codos en las piernas con ambas manos entre mi rostro. ¿Qué hago contigo, William? Tampoco quiero dañarte a ti, tú también eres importante. Él se sienta a mi lado y me pasa un brazo por los hombros. —Intento comprenderte, pero todo lo que hemos pasado... No lo sé, Bella… —No te ofendas, William, pero con él también he pasado muchas cosas, cosas que quizá nunca podré repetir —murmuro, mirándolo de reojo. Traga. Su garganta profiere un pequeño sonido que no me pasa inadvertido. —Hablas de él como si… —¿Cómo qué? —le interrumpo bruscamente, apretando mis nudillos contra los muslos. —Como si estuvieses enamorada de él —acaba. Su respuesta ha sido tan acertada, tan directa. No sé qué responderle. No puedo decirle que sí, creo que no es correcto. —Estás tan errado —miento—, has ido demasiado lejos. —Pues entonces no sé por qué te has puesto así. —Porque no quiero que defiendas territorio que no es tuyo. Además, Edward ni siquiera siente un mínimo de atracción por mí para que andes por ahí gruñéndole como un animal. Se queda callado por unos minutos, quizá meditando qué decirme. —Lo siento, ¿sí? —dice al fin. Se levanta del sofá y sale por la puerta con rapidez, sin darme tiempo de darme cuenta de lo que estaba pasando. Bufo exasperada y golpeo las almohadas con mis manos. Todo se está saliendo de control y odio que mi vida participe en ello. No fue buena idea venir a Forks, pienso, aunque luego descarto eso de mi mente, ya que si no hubiese venido pude terminar con mi vida mucho antes de saber sobre las mentiras de Carmen. Me miro las cicatrices que tengo en el cuerpo frente al espejo; el cuello, una parte mínima de mi brazo, el codo derecho. Muevo mi cabeza con desaprobación. Fui tan impulsiva. Si William no me hubiese encontrado aquella vez quizá hubiese muerto con la idea equívoca. Qué tonta fui. Sé muy bien que en ese momento yo era tan inmadura, sobre todo cuando dormí plácidamente

con un cigarrillo encendido, provocando así un incendio en grandes proporciones. Dios no quiere que muera aún, quedan tantas cosas por hacer, tanto que arreglar. Suena el teléfono, así que voy hasta la mesita que sostiene al aparato negro. —Diga. Se oye una respiración antes de que el interlocutor se dignase a pronunciar algo. —Bella —dice. El estómago se me contrae por la sorpresa… Una agradable sorpresa. Me muerdo el labio inferior y aprieto el teléfono con más fuerza. —Edward. —Estaba preocupado por ti, llamé antes para allá, pero Alice me dijo que estabas fuera… Sonrío como una boba hacia la pared, pasándome la lengua por los labios. Edward está preocupado por mí y no sé por qué me siento como si tuviese 16 años otra vez. Enamorada, oyéndolo y sintiéndome la mujer más feliz del universo. Él se preocupa por mí y me ha llamado. —Estaba con Rosalie —susurro. —Ya veo —murmura—. Así que la conoces. Toda la felicidad se cae al suelo. Claro que la conozco, fuimos prostitutas. Me siento mal, tan mal que el estómago ahora me duele. Cómo odio ese pasado, cómo… Demonios, si tan solo pudiese borrarlo de mi mente. —Fuimos… colegas —digo. —Ella es muy agradable —comenta. Sonrío, más relajada. —Claro que lo es. —Veo a Alice bajar por las escaleras, me pregunta entre gestos quién es y yo le señalo que es Edward. De inmediato cierra la boca y se encierra en la cocina—. Rose me comentó que tú vas a pintarle la pared de su chocolatería. Oigo que está oyendo música, pero no sé logro reconocerla. Lo que sí sé es que Edward siempre escucha música cuando pinta. Eso me hace ensanchar la sonrisa, pues aún recuerdo muchas cosas de él. Sé que a pesar de todo lo conozco completamente, sé lo que adora, lo que necesita, lo que ansía… No soy una mujer cualquiera en su vida y él tampoco es cualquier hombre en mi corazón. —Ah, claro. Aún no sé qué tema quiere, algo en específico, aunque si ella gusta podría pintarle algún paisaje que le traiga recuerdos —me cuenta—. Me gustaría que fueses conmigo, hace mucho que no pinto contigo. Su tímida invitación me eriza los vellos y me hacen reír como desquiciada. Estoy feliz y sé que suena tan raro. Estoy feliz por el simple hecho de que Edward me haya invitado a pintar con él como en los viejos tiempos. Tiene tanto efecto en mí.

—Antes me gustaría que pintases conmigo… a solas —añado. Edward se queda callado, por lo que creo que he metido la pata. Quizá no debí decir eso. —Creí que nunca ibas a decirlo —me dice, suspirando de por medio. Mis ojos se llenan de lágrimas y mi garganta se aprieta con el nudo que tengo en ella. —Extraño… —mi voz sale gruesa y triste, por lo que me la aclaro con un carraspeo—. Extraño esos momentos. Puedo asegurar a que está sonriendo en estos momentos. La música de fondo ha cambiado y ahora la reconozco, es Edvard Grieg. Ah, me encanta esa melodía, tan clásica, tan enérgica. —Yo te extraño a ti —murmura. Oh no, otro retorcijón en mis entrañas. Es tan delicioso. —¿Y sabes? Estoy pintando en estos momentos —me comenta. —Lo sé. Ríe. Me doy cuenta que no he oído esa carcajada desde hace 10 años. —Pintas con esa música, es la única que te inspira. —Te acuerdas —afirma. —Claro que sí. Suspiramos al mismo tiempo, por lo que sonrío como desquiciada frente al teléfono. Alice sale de la cocina en ese momento, se cruza de brazos y me queda mirando, apoyada en el umbral de la puerta. Lleva una boba sonrisa, burlona y radiante. Le doy una mala mirada, cohibiéndome por el espectáculo que estoy dando. —Creí que estabas enojado conmigo —le digo, enredando el cable del teléfono en mi dedo índice. —¿Por qué habría de estar enojado contigo? —Tú sabes, todo lo que sucedió antes de que Rosalie apareciera… —No puedo acabar la frase, me da vergüenza repetir el acercamiento que tuvimos. Alice me hace otros gestos, preguntándome qué sucedió. Ruedo los ojos y la alejo, pero ella se va corriendo hacia su posición anterior para contemplarme con dulzura en sus ojos. —No puedo enojarme por eso, Bella —murmura—. ¿Aún está tu amigo en casa? —Se ha ido. Profiere un sonido de gusto. —No te ha caído bien, ¿no?

—La verdad es que no —confiesa—, pero sé que es tu amigo y que no puedo hacer nada contra eso. —Tú tampoco le has caído muy bien —río. Edward me sigue, soltando carcajadas elevadas—. Pero no quiero hablar de él. Nos quedamos en silencio. Puedo sentir su respiración, sus movimientos. Cómo quisiera estar ahí, es… No lo sé, me persiguen las ganas de tocarlo, de sentir su calor. La verdad es que cuando él no estaba sentí tanto frío, un frío del que me acostumbré con los años. Ahora esa necesidad se hace más presente, es tan helado sin él, tan hostil. Me cala los huesos. —¿Qué pintas? —Quiero retomar la conversación, aún necesito su voz para conciliar mis sueños. —A ti —dice. Me siento de golpe en la silla que tengo más cerca y tiro del cable para seguir atada al aparato que me une a Edward. Su respuesta me marea, me acorta la respiración, me enamora. —Eres un objeto de inspiración, como la música. Me preocupa ser tan importante para él, el daño es tan grande si llego a decepcionarlo. Tengo miedo, no quisiera que todo ese cariño que siente por mí se acabe, no quiero que sepa lo utilizada que estoy. —No sabía que utilizaras la inspiración de Dante Alighieri —bromeo, intentando salir de la opresión de mi pecho. —La imagen idealizada es uno de mis fuertes, Bella. Tú, mi Beatriz Portinari. —Beatriz es la pureza, la guía hasta el paraíso. Yo… —Me callo. ¿Qué puedo decirle? ¿Que soy su guía hacia el infierno mismo, hacia los aposentos del diablo y toda su comitiva?—. ¿Has pintado algo más? —La única manera es cambiar el tema. Oigo como la música da un giro hasta ir a las cuatro estaciones de Vivaldi. Primavera. —Flores, mamá, Bree, la naturaleza muerta, el lago, de todo, Bella —susurra—. Solo que… eras tú quien estaba más presente en mis cuadros. Trago, pues ese maldito nudo ha vuelto a crecer. Me inquieta lo que me dice, cómo está confesando sus secretos. Si tan solo yo fuese más valiente… —¿Aún sigues imaginándote a Bree así? —¿Cabello negro, largo, ojos cristalinos? —Ríe—. Claro que no, ha crecido junto a mí. A veces la imagino estudiando, de camino a la secundaria… No lo sé, Bella, aún la extraño y nunca pude conocerla. Asiento, aunque sé que él no va a verme. Tiro de mi collar, necesito estar ocupada con algo mientras la tristeza me come por dentro. Recuerdo muy bien lo que sufría Edward contándome sobre su pérdida, cómo veía a su papá, la forma en la cual tuvo que ayudar para que no quedase en la calle. Es un hombre bueno, honrado y trabajador, aún no sé cómo es que me di cuenta tan tarde de lo loca que estaba por él. —Pero no quiero aburrirte con lo mismo de siempre…

—No me aburres, Edward —digo con sinceridad—. Pero bueno, sé que es un tema complicado y que es preferible hablar de algo más entretenido. Alice me hace una seña, apuntando hacia el reloj que lleva en su muñeca. Pongo los ojos en blanco; sé que he estado hablando mucho y mi mejor amiga necesita los detalles con urgencia. —Eh… Edward —llamo—. Alice requiere mis atenciones en este momento, así que estoy en la obligación de cortar. —¡Hey, no le digas eso! —exclama ella, poniendo ambas manos en su cintura. Oigo a Edward reír, consiguiendo que yo le imitara a carcajada abierta. —Alice es muy agradable —me cuenta. —Claro que lo es —susurro. —Buenas noches. Suspiro fuertemente contra el teléfono, sin percatarme de lo profundo de mi respiración. —Buenas noches, Edward —murmuro, cerrando los ojos un momento. Colgamos y yo solo logro acercarme a la pared para golpear suavemente mi nuca y resbalarme hasta sentarme en el suelo. Mi amiga lleva una sonrisa tan boba en los labios. Se acerca, se sienta a mi lado y me queda mirando. —¿Qué? —Me encanta verte enamorada —susurra. Ruedo los ojos y comienzo a reír; soy tan patética. —Extrañaba hablar con él, solo eso —miento. Lanza un bufido exasperado y se levanta. Vuelve a depositar sus manos en la cintura y me mira con los ojos estrechos. —¡Suspiraste 7 veces! —exclama, mostrándome la cifra con sus dedos—. Solo faltaba que te salieran dulces por la boca. —¡Bueno, está bien! —me exaspero, levantándome con brusquedad—. Lo admito. Me derrito por dentro. La comisura de sus labios se levanta. —¿Qué te ha dicho? ¡Cuéntame todo! Corre hasta la cocina y yo la sigo con el entusiasmo en menor cantidad que el que muestra ella. Se mete entre la alacena y saca dos tazas de té. —¿Tomaremos té? —inquiero, indignada. —No habrá alcohol, Bella —susurra. Sé que es un tema delicado, creo que no debería volver a tocarlo. La verdad es que en este último momento no he necesitado ni una gota de alcohol, lo que me reconforta; no quiero terminar

enferma por culpa de mi irresponsabilidad. —Quiero que me cuentes todo con detalles. —Se sienta frente a mí mientras esperamos que el agua hierva—. ¿Se besaron? Muevo mi cabeza negativamente. La alegría de Alice queda ahí. —No somos nada más que amigos, debes entenderlo —susurro—. Yo solo… siento nostalgia, porque antes éramos distintos, jóvenes, con una vida por delante. No puedo negarte que casi lo beso, la necesidad era tan… grande, no sé, Alice, todo esto me está matando. Mi amiga curva sus cejas con tristeza y toma una de mis manos. Yo intento no llorar, reprimo el picor que tengo en mis ojos; es difícil, pero lo logro. —Él estaba enojado conmigo, quise disculparme y solo se dedicó a abrazarme. Te juro que sentir su calor, su olor, sus manos, la respiración… —Cierro mis ojos, recordándole—. No hay palabras más simples para explicar esto… Lo quiero tanto, Alice. Suspira, mientras acaricia el dorso de mi mano. Sus ojos expresan el pesar que siente por mí. Ojalá pudiese decirme algo, un consejo, una oración que me alegrase. Pero no, en estos casos ya no se puede. Es un tema delicado. —Pero el remordimiento es fuerte. Jessica tiene esquizofrenia y no puedo estar pensando así de Edward, es sucio y repulsivo. —Te entiendo —me susurra—. Ojalá pudiese decirte que vayas con él, que te importe una mierda lo que sucedió en un pasado, que corrieses por lo que sientes y lo beses y… No puedes —acaba diciendo. Yo asiento, apretando mis labios—. Esa niña llamada Jessica, lo que tú crees que no es correcto, los prejuicios que sientes contigo misma al haber sido prostituta, tu hijo… Son tantos factores y es tan imposible separarse. —Si tan solo pudiese huir de esta ciudad —digo distraídamente—. Aún así es imposible. No puedo —exclamo—. Mi mamá está aquí y… no podría volver a dejarlo, Alice, de tan solo recordar la mirada, dando media vuelta hacia su casa en plena lluvia, mientras yo esperaba el autobús. Mi corazón se desgarró, fue… —Respiro, buscando la palabra para exacta para describir lo doloroso de la situación. Niego, sin tener éxito. Alice brinca de un salto al oír la tetera pitar con furia. Yo mientras toco las grietas que hay en la mesa, distrayendo mi mente de todo lo que sucede a mi alrededor. —¿Qué tal si vamos a tu cama a beber el té? —propone y al mismo tiempo busca un par de cosas en la elevada alacena que hay sobre su cabeza. —¿Como unas adolescentes? —inquiero bobamente, riéndome por lo ridículo que suena. Se da vuelta para decirme claramente que sí, frunciendo el ceño. ... Me acomodo en la almohada, poniendo la espalda sobre ella. Alice está frente a mí con la taza entre sus manos, poniendo sus pies bajo los muslos. Ya se ha puesto pijama y lleva los tubos en el cabello. Estamos iluminadas con la luz eléctrica de mi lámpara de noche, la cual está a un lado de mi cama, sobre la mesita de noche.

Tomo la taza con té y bebo para que el frío dentro de mí se extinga. —¿Qué te dijo William cuando regresaste? Te vi alterada —inquiere, llevándose la porcelana a su boca. Me encojo de hombros quitándole importancia. —Ya sabes. Todo ese problema de lo que siente. —¿Fue por Edward? —Tú viste cómo lo trató cuando estaba aquí. Para mí es inconcebible que venga y se jacte de que somos algo más que amigos. ¡Además, Edward fue muy importante para mí! De tan solo recordarlo siento furia. —Debes comprender que es fácil confundir sentimientos, cuando él pasaba en tu cama más veces que yo —dice con sorna. Doy un trago al té para calmar las ganas que tengo de gritarle que se calle la boca. Le hago un mohín irónico. —Desde un principio le dije que entre nosotros no sucederá nada, Alice —digo calmadamente—, nunca quise hacerle creer que entre nosotros pasaría algo. Estuvo mal que solo lo tratase para calmar mi soledad, lo sé, pero necesitaba del calor, aunque ese me ayudase en nada más que minutos. —Y desde que lo viste vivo todas esas necesidades acabaron —termina. Asiento, acercándome otra vez la taza de té. —Pero bueno, hemos hablado mucho de mí. Cuéntame sobre ti. —Alzo las cejas sugestivamente, a lo cual Alice responde con un suave sonrojo. —El primo de Edward es bastante amable —susurra—. ¡Y le gusta Fleetwood Mac! —gime, enardecida—. Jasper es el tipo de chico que me saca suspiros. Se muerde el labio inferior como una niña pequeña. Veo el brillo de sus ojos, el entusiasmo que tiene generado en sus cuencas de color azul. Qué impresionante. —Te ha dado fuerte —le comento. Seguimos toda la noche hablando de ellos como dos adolescentes. Era extraño, pues tenemos 27 años. Le conté sobre Rosalie, de su hija y de lo que tenía propuesto hacer. Evité contarlo su secreto, no me incumbía. Cuando Alice me avisó que ya iba a dormirse, sentí un vacío enorme. Caí en cuenta de lo sola que me sentía a veces, de lo inestable emocionalmente que yo podía estar. De igual manera estaba tan cansada. Los brazos y las piernas estaban muy sensibles, caían con pesadez producto de la gravedad. Mis párpados pesaban, dolían y el solo hecho de mirar hacia la luna me cerraba los ojos. Sin embargo, cuando me propuse dormir, aferrándome a las sábanas que estaban sobre mí, no pude cerrar los ojos sin recibir un huracán de todas las palabras que expulsé hoy. A pesar de lo fatigada que estaba, no podía concentrarme en dormir. Era ilógico.

Soñé con Phill aquella vez. Pero no era más que un recuerdo de mi adolescencia. Sus golpes, sus gritos, sus insultos contra mi mamá, contra mí. Desperté sudando aquella vez, porque volvía a rememorar los miedos y la ira. William llegó aquel día a pedirme perdón por su impertinencia. No pude rechazarle, la verdad es que entendía sus sentimientos. La conversación con Alice me abrió mucho los ojos y entendí que acostándome con él no sacaría nada, solo alargar una relación que no es más que amistosa. Edward y yo no volvimos a hablar hasta el día de hoy. Estoy muy preocupada. Le llamé varias veces, pero nunca estaba. No me atreví a pisar su casa y enfrentar a Carlisle Cullen, me intimidaba siquiera pensar en una conversación junto a él. Jasper fue a casa en busca de Alice para salir, pero cuando yo le preguntaba por su primo, solo me respondía que era el trabajo, tan secamente que no me permitía seguir ahondando en el tema. Es 30 de diciembre y han pasado 3 días desde que no sé de él. Quizá estoy exagerando, pero no creí que pudiese olvidarse de mí luego de lo que hablamos por teléfono. Intento olvidarme de mis preocupaciones visitando a mi madre. William ha venido conmigo al hospital, dice que quiere conocerla. Temo que Renée piense mal sobre esto, pues nunca le he presentado a ningún amigo, excepto Edward. Está alegre y compuesta, los colores han vuelto a su rostro e incluso se ha maquillado. Me saca una sonrisa tan pronto; es increíble. Sus ojos observan a William con cierta impresión. La entiendo. Él es muy guapo y refinado, tanto que nadie es capaz de pasar a su lado sin mirarle con los ojos bien abiertos. Se saludan con cortesía y de inmediato mi madre pregunta qué somos, a lo que respondo tan rápido que es imposible no notar mi desesperación por corroborar nuestra relación "amistosa". —¿Y en qué trabajas, William? —pregunta mamá con esa inquisición propia en su mirar. Ruedo los ojos y reprimo un gruñido; odio que haga eso con la gente que no conoce. Es tan desconfiada. —Soy vicepresidente de la cadena de hoteles Matrushka —dice con serenidad, sin inmutarse por la pregunta. —Eso es muy interesante. Me impresiona lo rápido que William y mamá han tomado confianza. No tardan ni un segundo en tratarse con informalidad, como si se conocieran hace mucho. Sospecho que es el indudable espíritu encantador de él, tan galante, tan inteligente. No te das cuenta cuando ya estás acercando tu tronco para mirarle de más cerca. —Pero Bella, no me habías dicho que tu amigo era tan simpático —murmuró mamá, tocando mi brazo para que prestara atención. Levanté mi ceja, algo molesta por la confianza tan elevada que estaban tomando. —Bella se molesta demasiado con mis humoradas, Sra. Swan, usted sabe, gruñe y gruñe cuando se le ocurre —bromea, tan encantadoramente, con esa sonrisa deslumbrante. —Deberías darte cuenta, hija, William es un buen tipo —me dice, sugerente. —Mamá, somos amigos —exclamo, irritándome con notoriedad.

—Tu madre siempre tiene la razón, nena, hazme caso —dice, de tan buen humor que ya no quepo dentro de mis cabales. Pasa una hora en la que simplemente me siento fuera de lugar, ellos dos hablan de tantas cosas que sinceramente la idea de integrarme me parece incómoda. Veo la hora en el reloj de la pared y finjo sorpresa, porque es temprano y no tengo nada que hacer en todo el día. —¿Es hora de irnos? —me pregunta él, saliendo de su conversación con mamá. —Sí, tengo que hacer algunas cosas. Mamá me queda mirando con alevosía; sé que está molesta por mi hermetismo, pero yo no quiero que se imagine cosas con William. ¿Hasta cuándo tendría que decirle que es solo mi amigo? —Espero que cuando vengas otra vez te acompañe William, ha sido un momento muy reconfortante —me dice cuando se despide de mí con un abrazo. Salgo de la sala con el corazón palpitante y a punto de estallar, no espero a que William me siga, no estoy de humor para nada más. Además, me sigue molestando el que Edward no me haya llamado, ¿quién se cree que es? Me acomodo el abrigo café con cuello de zorro sobre el cuerpo, pues el frío se ha hecho más notorio ahora que he salido del cálido hospital. Me giro y veo como él corre hasta mí con gesto preocupado. Para quitar mi rabia, meto la mano por los bolsillos y busco un cigarrillo. Cuando me lo meto a la boca noto que no tengo fuego. —Demonios —murmuro, desenfrenada. —¿Y ahora por qué estás molesta? —pregunta con cierto tono inocente que me hace bajar la guardia. Estrecho mis ojos, arrugo la nariz y expulso toda la sarta de malas palabras que he tenido guardadas. Por él, por mamá, por Edward que no me ha llamado. —¿Ese es el problema? —Suena tan divertido, lo que me genera más mal humor—. ¿Te molesta que le haya caído bien a tu madre? —¡No es eso! —grito. Me meto otra vez el cigarrillo y busco entre mis bolsillos el mechero qye llevo hacia todos lados. William me tiende la llama y yo me acerco de mala gana. —No quiero que te ganes a mi madre, o que busques complacer a los que están a mi alrededor. ¿No lo entiendes, William? Nosotros no… No alcanzo a terminar, pues siento que una chica me toca el hombro. Doy un respingo y doy vuelta la cabeza para ver quién es. No puedo ocultar mi sorpresa, porque es Jessica, quien está de la mano con Edward. Esta historia parece escribirse sola, es increíble. No desesperen, que Edward tiene sus razones del por qué se comporta así. Y William, sé que lo odian jaja, incluso más que Jessica. En fin... espero les haya gustado, nos leemos muy pronto :) Un beso grande a todos. Si algún día decides volver

. Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Oh Say Can You See de Lana del Rey. XIX . Isabella POV —¿Isabella? ¡Hola! —me saluda amablemente, pasando un brazo por mis hombros para acercarme a ella. —Ho… hola —murmuro, sin alcanzar el mismo entusiasmo de mi parte. No deposito mis ojos en él hasta que, sin pensarlo, él se acerca para saludarme. Lo miro a los ojos y solo noto una profunda tristeza, lo que empequeñece aún más mi corazón. No lo entiendo. Lleva una cazadora del mismo color que mi abrigo y unos jeans que le quedan bastante bien a sus largas piernas. Me enternece la bufanda verde olivo que está enredada en su cuello, se ve tan joven, tan… apuesto. Me sonrojo ahí, al lado de su novia que parece increíblemente contenta de verme. Me impresiona lo bonitos que se ven juntos… y me angustia. Ambos con ese aire tan juvenil, esos cabellos al viento, con ambos ojos de contrastados colores. Verde y dorado. Sí, hacen una linda pareja. Me giro a ver a William, quien tímidamente ha puesto su mano en mi cintura. Por una extraña razón, toda esa rabia que tenía con él se ha ido, quizá porque es mi única manera de evitar quedar patética ante las miradas que le doy a Edward. Él, con sus labios que se han tornado rojos, quizá por los morreos que se ha dado con su novia, acerca su rostro hasta el mío para saludarme. Beso la piel de su mejilla, percibo la barba incipiente, la calidez de su cercanía y el perfume que sale de su cuello. Lanzo mi cigarrillo al suelo y lo piso hasta apagarse. —Buenas tardes, Bella —susurra—. William. —Cuando se refiere a él, agacha milimétricamente su cabeza con educación. —¡Ah! ¿Él es tu novio? —me pregunta Jessica, mirando al hombre de ojos azules que me tiene firmemente agarrada de la cintura. Voy a contestar, pero él lo hace primero. —No. Somos amigos —aclara, sonriendo encantadoramente. Asiento, dándole la razón. Edward se queda mirando fijamente hacia el agarre, pero luego la quita al notar que Jessica se percata de ello. Frunzo el ceño un momento, pues no entiendo por qué se ha comportado así…

no entiendo por qué no me ha llamado, si la última vez que me dijo adiós fue todo tan diferente. —¿Qué hacían por aquí? —inquiero, intentando aclarar mi cabeza ante tanta confusión. —Oh. Simplemente habíamos salido a comprar —dice ella, encogiéndose de hombros. —Qué oportuno —exclama William, atrayendo la atención de nosotros dos—. Tenía pensado decirle a Bella que me gustaría invitarlos a ustedes a la fiesta de año nuevo, camino a Seattle. Lo miro, asombrada. ¿Qué está tramando? —Vamos, Bella, tengo que enmendar lo mal educado que fui con Edward en tu casa —me dice. Suena tan sincero, como nunca. Sé que quiere cambiar su forma de ser por mí, quiere dejar de ser el hombre aprensivo que sostiene mi cuerpo cada vez que se me acerca un hombre. Supongo que debo agradecerlo. Edward frunce el ceño y Jessica tiene la mirada inquisitiva, curiosa y bastante animada. —Bueno, Edward. —William se dirige a él, sonriendo amigablemente—. Bella me explicó lo importante que eres para ella. —Me ruborizo y evito mirar a Edward; odio que William exponga lo que dije en su momento, hoy no quiero que sepa cuán importante es para mí—. Claro que ahora no lo dudo, la confianza que ustedes tienen es mucho mayor a la mía, así que estoy en la obligación moral de pedirte disculpas por lo poco gentil que fui aquella vez. Además, la fiesta será divertida, iremos todos juntos al hotel y disfrutaremos hasta que los fuegos artificiales sean lanzados al cielo. —Le guiña el ojo a la pareja, provocando así que Jessica salte de alegría. —¡Sería fenomenal! —exclama ella, juntando ambas manos—. ¿Qué dices, Edward? Ésta vez lo miro y descubro que también lo hace. Me mira con sus ojos de color miel, con ese destello dorado en sus cuencas, tan líquidas, tan dulces. Parece meditar la respuesta, y por muy enojada que esté con él, ansío profundamente que vaya. —Estaría bien —susurra, mirando ahora a William. El moreno le tiende su mano y el cobrizo se la estrecha con educación. Jessica me sonríe y yo se la devuelvo de mala gana. —¡Muchas gracias por la invitación, Bella! —me dice, pero yo no la he invitado. Ni siquiera sabía que había una fiesta de camino a Seattle. —Será divertido —logro decirle, con un atisbo de sonrisa tan agrio como los sentimientos que tengo en este momento. ¿Por qué William no me ha dicho que habría una fiesta en Seattle, donde claramente estaba "invitada"? Es extraño que se muestre tan arrepentido ante lo que sucedió en mi casa; él es muy orgulloso. Frunzo el ceño, temerosa de que esto traiga consigo más confusiones a mi cabeza. Estoy tan enredada en mis propios pensamientos, me mareo y me enfurruño a pesar de todo. Y aún no sé por qué Edward está así, tan distante, tan… extraño. Tres días en los cuales no fue capaz de llamarme, tres días que esperé volver a oír quien fue al teléfono aquella noche. Me siento tan tonta. Y yo que pensaba que seríamos amigos. Quizá, si puedo acercarme un poco, podré decirle de una buena vez toda la sarta de palabras que quiero expulsar, todo ese enojo que siento por él en este preciso momento. Me indigna ser yo la única embobada, la única recordando lo que fuimos.

Miro por primera vez lo que Jessica lleva en las manos: un ramo de flores. Siento un nudo en la garganta. Las únicas flores que recibiría serían de él, pero solo se las regala a ella. Cuánto la envidio. —Tenemos que irnos. Edward y yo planeamos salir a comer a algún lugar hoy, así que debemos retirarnos —dice Jessica, plantándome un beso en la mejilla. —Los veré en casa de Bella mañana a las siete, me gustaría que vayamos los seis al hotel… —¿Los seis? —inquirimos al mismo tiempo Edward y yo. Lo miro, pero solo unos segundos. —No creías que me iba a olvidar de Alice, ¿no? Además, es obvio a quién invitará —me dice William, sonriéndome como si tuviese todo controlado. Claro… Jasper. Cuando me acerco para despedirme de Edward, él acerca sus labios a mi oído, mientras los otros dos platican sobre algo que no me interesa. —Fue un gusto verte, Bella —susurra, erizándome todos los vellos que tengo en mi nuca. Siento las piernas como dos hilos, débiles y flácidos, a punto de caer. Dios mío, no debió hacer eso. No entiendo esto. Me indigna. —Lástima que no pueda decir lo mismo. Me separo y me doy la vuelta, pongo mi mano en el brazo de William y le pido con mi silencio que nos vayamos ya. No miro a Edward hasta que se van en sentido contrario. Me doy cuenta de que he estado rechinando los dientes, callada y bajo las atentas miradas del hombre que me sujeta ligeramente con un agarre sustancioso. ¿Luzco enfadada? Lo más probable. —No sabía que tu amigo tenía una novia tan encantadora —me comenta para liberar la tensión. Estrecho mis ojos y me giro a contemplar su rostro. Parece sincero. Le sonrío, arisca, incapaz de ocultar la ironía de mi gesto. —Completamente encantadora —susurro, apresurando el paso hasta el coche que logro divisar aparcado en la calle próxima. Siento que se ríe, lo que me genera más odio. —No te cae bien —afirma con ese tono tan divertido. —No digas estupideces —me enardezco. Sigo caminando bruscamente en el pavimento, golpeando el suelo con mis tacones y expulsando ahí toda mi furia. De pronto recuerdo que no fue capaz de decirme con anterioridad de sus planes, tampoco tengo todo el tiempo del mundo… Bueno sí, pero tampoco voy al ritmo de él. —¿Por qué no me habías dicho que querías invitarnos a todos a esa fiesta? —inquiero, parando de repente.

William me mira antes de responder, analizando mi conducta. —Iba a decírtelo en tu casa junto a Alice, pero aparecieron ellos y no encontré mejor solución que decírselos a ellos para que reservaran el día por si tenían algo más que hacer —dice, encogiéndose de hombros. —¿Y si yo también tengo algo que hacer? —bramo, acercándome por fin al auto, a la espera de que el chofer se digne a abrirme la puerta. —Bella, yo no… Se calla cuando el hombre aparece y me abre la puerta. Me siento y me quedo mirando a la ventana, esperando partir. —Bien, Bella, yo no sé qué sucede contigo este último tiempo, pero yo solo quiero hacerte pasar un buen momento dentro de todo esto —me susurra en tono cansino. Sé que tiene razón y lo único que quiere es distraerme, pero simplemente no puedo. Tengo tantos celos dentro de mí, tanta… envidia. Jessica y su tonta forma de querer a Edward, ese afán por tocarlo tanto. Me enerva. Si tan solo pudiera quitarme estos sentimientos del pecho, solo para comportarme como debe ser. Sin embargo es imposible. Me obligo a olvidar por un momento todo lo que he vivido, e incluso pasar por alto esas ganas de William por caerle bien a mi mamá. Cuando llegamos a mi casa Alice cocina absorta mientras escucha música clásica. En cuanto nos oye la baja para atraer su atención a nosotros. William le cuenta sobre la fiesta, a lo que ella responde con unos grititos ensordecedores; adora las fiestas, sobre todo de año nuevo. Insiste en que debemos comprarnos vestidos e ir a Seattle a revisar las tenidas que nos pueden ofrecer. Pero no me siento muy entusiasmada. William se disculpa luego de comer, indicando que debe ajustar unos asuntos importantes sobre la cadena de hoteles que maneja. Mi amiga aprovecha de tomarme de ambas manos, indicándome que es hora de irnos hacia Seattle a buscar ese vestido soñado. Ruedo los ojos, rendida ante su insistencia. Nos vamos por la ruta más rápida con el ambiente musical de Led Zeppelin. Tarareo una que otra canción, mientras Alice las grita contra el viento que se cuela abiertamente en el convertible. La carretera está vacía y helada, mis dedos se acalambran contra el manubrio. —¿A quién llevarás a tu fiesta? —le pregunto. Deja de cantar y se acomoda con entusiasmo a mi lado. —A Jasper —contesta. —Es extraño, pero ya lo sabía. —Le sonrió, mirándole a ambos ojos azules. —A mí también me parece extraño que estés de ese humor cuando verás a Edward en esa fiesta —me dice. Aprieto mis labios por un momento, incapaz de hablar. No sé qué contestarle. —Quizá uno de los factores es que se haya olvidado de mi existencia —murmuro. Ella suspira y se separa de mí, mirando hacia la carretera y los árboles que hay a su alrededor.

—Pregúntale qué sucedió y ya —me dice. Niego, taciturna. Llegamos a Seattle en unas dos horas, aunque el viaje fue bastante corto a mi apreciación. Entre tantos pensamientos no tuve conocimiento del tiempo que pasaba. Está nublado, húmedo y muy verde. El olor a musgo cubre mis fosas nasales con fuerza. Inhalo otra vez con más fuerza, envuelta en el poderoso hedor de la vegetación. Alice y yo nos calzamos las gafas oscuras y un pañuelo para evitar a la multitud. Si bien en Forks no lo hacíamos, en Seattle el conocimiento sobre Hollywood era bastante vasto. Una ciudad bastante ruidosa y luminosa, llena de tiendas y automóviles que pasan a tu alrededor como si la vida se les fuese en ello. Es como volver a nuestro antiguo hogar. Miro a Alice, la cual demuestra su incomodidad con los ojos; no le gusta el bullicio. Pasamos por muchas tiendas, pero no damos con la calidad y la elegancia que necesitamos. Hasta que se nos cruza una bastante conocida. Sé que son diseñadores jóvenes y bastante excéntricos, algo diferente. Los maniquíes, fríos y duros en la vitrina, visten lujosos vestidos entallados de diferentes colores y formas. Cuando entramos al lugar, varias de las dependientas se levantan y nos miran con los ojos bien abiertos. Trago fuerte, esperando la turba sobre nosotras, pero solo saludan con un respetuoso buenas tardes, parándose derechamente ante nosotras y preguntando si necesitamos algo. Edward POV Camino por la sala, mirando el aparato de vez en cuando con temor de que salga corriendo despavorido ante mi acoso. Me paso ambas manos por el rostro y bufo hacia el techo; no puedo hacerlo. Sé que fui demasiado lejos, sé que está furiosa, sé que debo disculparme. Sin embargo no puedo. Quiero llamarla desde hace tres días, más ahora que la he visto en pleno centro de la ciudad. No me pareció raro que me haya contestado de esa forma cuando decidí ser un poco más amigable y tampoco se me hace difícil entender la razón. Soy un estúpido. Jessica está en su casa… al fin. Me parece extraño que haya decidido quedarse conmigo estos tres días. Quizá será porque te encontró hablando con Bella, idiota, pienso. Me siento en el sofá y me quedo mirando hacia el cuadro de mi madre, suspirando de por medio. Lo más probable es que ella no quería que yo aceptase ir a la fiesta, a la que "amablemente" nos ha invitado William. Debe haberlo decidido cuando me vio junto a Jessica, aceptando que su camino hasta Bella es bastante fácil. Idiota. Ya no puedo retractarme, Jessica está entusiasmada con esa fiesta de año nuevo. Feliz año nuevo, 1980 será todo un desafío cuando la chica que amas te odia. Estúpido, estúpido, estúpido. —Edward —llama mi padre desde el pasillo. Lo miro con rapidez, avergonzado de que me haya visto tan desastroso otra vez. No quiero que Jessica sepa cuán infeliz me siento, sobre todo porque estos tres días sin poder hablar con Bella han sido obra de ella y sus insistentes ganas de salir al lago.

—¿Necesitas algo? —inquiero. Asiente, cabizbajo. —Necesito que me digas por qué estás tan triste —dice, y en su voz noto la preocupación. Se acerca con paso lento hacia el sofá, intranquilo y callado. Oigo cada movimiento que da, el roce de sus zapatos contra el suelo. Se sienta a mi lado y palpa mi espalda, como si advirtiese la razón de mi sufrimiento. —Se me nota, ¿eh? —comento, dándole algo de humor a esta solitaria conversación. Carlisle, mi viejo padre, sonríe levemente, pero con una preocupación en sus ojos que no pasa desapercibida para mí. —Es por Bella —asegura, frunciendo los labios. Bufo, mirando hacia el techo. No quiero hablar de ella, menos con mi padre. —No voy a decir nada malo de eso, claro que no —explica—. Me preocupa verte así. —Mira, papá, sé que no quieres que sufra y todo eso, pero… —Jessica ha estado aquí durante tres días seguidos, ¿es motivo para preocuparme aún más? No le contesto, porque es verdad. Jessica ha estado aquí para evitar que llame a Bella. Claro que es preocupante, sobre todo porque temo enfurecerme con ella y decirle que me está asfixiando, que necesito salir de este aprieto; no quiero que se ponga mal, que le den esas crisis que tanto odio. Es tan doloroso verla gritar descontroladamente sin una gota de sentido común. —Debo preocuparme —asevera. Se queda callado, mirando hacia las paredes y a los cuadros que cuelgan de ella. Luego, por el rabillo del ojo, noto que me mira con intensidad. —No es bueno que Jessica tenga que venir aquí todos los días, su relación no puede ser tan aprensiva, por su enfermedad lo peor es que dependa de ti. —Lo sé, papá, lo sé, yo solo… —No debiste hablar con ella por teléfono, con todo lo que Jessica quería hacer por ti, planeando salir con Bella un día de estos… —Yo no se lo pedí, papá —exclamo, algo furibundo—, nunca fue mi intención que ellas se acercaran, sabes lo incómodo que me resulta. Asiente, comprensivo. Me hace mirarlo a ambos ojos, percibo el color gastado de sus ojos: esmeralda. Quizá tenga razón, quizá… A quién quiero engañar, Jessica necesita que le dé tiempo, que le abra un espacio… Pero cómo decirle. —Bella no es para ti, hijo —susurra. —A lo mejor ni ella ni nadie es para mí, papá. Con permiso. Me levanto del sofá y me obligo a partir hacia mi cuarto, con la garganta atestada de nudos. Cierro la puerta detrás de mí, respirando con complejidad. Tiro de mi cabello a falta de otra cosa,

con la pesadumbre sobre mí. No me doy cuenta cómo ni cuándo, pero acabo soñando sobre lagunas, pastos y flores, con una mujer de cabellos oscuros y alborotados, desnuda en medio del paisaje. Me despierta el frío que se cuela por la ventana, el cielo está burdeos y la luna se va escondiendo para dar paso a la luz del sol. Me siento cansado, sobre todo cuando logro levantarme para cerrar la ventana. Pero antes de poder hacerlo, veo los focos de un automóvil que se acerca por la acera, aparcando delante de mi casa. Frunzo el ceño, enfocando hacia el primer piso. Sale una mujer, baja, con un pañuelo en la cabeza y unas gafas bien grandes en el rostro. Mira hasta arriba y me nota, me gesticula algo. Alice Brandon está de madrugada, esperándome para algo que yo no sé. Bajo las escaleras con cuidado, deseando que por favor papá no se levante. Cuando topo con un reloj, veo que son las 7.30 de la mañana. ¿Qué pretende? —¿Alice? ¿Qué demo…? No alcanzo a decir nada, pues ella se mete y sube rápidamente las escaleras, como si supiese desde siempre por dónde queda mi habitación. La sigo, asombrado y muy confuso por su comportamiento. Cuando cierra la puerta, se sienta sobre la cama, cruza sus brazos y me queda mirando. —Tenemos que ir a Seattle —dice. Ladeo la cabeza sin entender. —¿Es que acaso es ahora la famosa fiesta? —inquiero. De pronto se cruza algo por mi cabeza: no tengo un traje. —No tengo qué ponerme —susurro. —¡Exacto! —exclama—. Suponía perfectamente…—murmura para sí misma. ¿Cómo se me pudo olvidar semejante detalle? Nunca lo había pensado. Yo no uso trajes, mi vida no me lo permite. —Bien. Tenemos que ir a Seattle. Queda a dos horas de aquí, así que necesitas ducharte, vestirte e iremos de inmediato a buscarte un traje —me dice, levantándose de la cama, para luego palpar mi brazo izquierdo. Enarco una ceja; ¿a qué quería jugar? —No sé cómo demonios elegir un traje, ni cuánto salen. Rueda los ojos. —¡Yo soy experta! —Parece ofendida—. Además, yo quiero pagártelo. Quiero que vistas con el mejor traje en esa fiesta, que las mujeres se pregunten quién es ese hombre tan apuesto y que la tonta de Isabella entienda de una vez por todas que eres el hombre más sexy de Estados Unidos. —Alice yo… —¡Ve a ducharte, se hace tarde! —Me sonríe, elevando sus comisuras.

No tengo otra escapatoria; debo hacer lo que me dice. Cuando acabo, Alice está esperándome mientras ve los múltiples cuadros y retratos que tengo en mi habitación. Una vez que me oye se separa y veo en sus ojos un brillo que no pasa desapercibido. Parece emocionada, triste, no lo sé, es tan difícil definirlo en una sola característica, podría ser una, dos, miles. —Tu pasatiempo es maravilloso —me dice. Su voz suena rasposa, dura y tremendamente grave. —Gracias —consigo decir. —Quiero que me pintes desnuda. —¡¿Qué?! —grito. Comienza a reír desenfrenadamente, lo que es contagioso viniendo de ella. —Claro que bromeo, Edward —dice, calmando su respiración. Qué idiota… Le imito su carcajada por un rato. Conseguimos salir de casa sin que papá se haya despertado, llegando al automóvil, sanos y salvos de la inquisición de Carlisle Cullen. Alice me cuenta que éste es de Bella. Vaya qué dinero tiene, aunque no me sorprende. Maneja con prudencia en la helada carretera, mientras yo, en silencio, miro hacia el bosque que tengo a un lado. Es inmenso. Los árboles son tan intensos y verdes, parece un océano de hojas y tallos gruesos del mismo color. —Jasper eligió un bonito traje gris. La corbata roja le sentaba bastante bien —me cuenta, matando el silencio para entrar en calor. Le agradezco aquello. —No me contó nada ayer —le digo. —Le pedí que no lo hiciera —murmura—, necesitaba que fuese una sorpresa, ya sabes, para que no salieras corriendo, evitando que te ayudase. Sonrío, mirando hacia la palanca de cambio. Es de cuero negro. La mano pequeña de Alice atrapa el mando, haciendo titilar su brazalete de piedras. —Qué astuta eres. Ésta vez sonríe ella, mostrando una suave dentadura. —Soy tu hada madrina —bromea con diversión. —¿Estás queriendo decir que soy una princesa? —le sigo la broma. —No. Eres un príncipe que no sabe cuán importante es para la princesa. No sé qué responderle, sus confesiones me dejan perplejo. Me gustaría escuchar eso de Bella, saber que soy importante para ella. ¿Por qué me lo dice su mejor amiga? Admiro cuán sincera es. Seattle está despierto, lleno de automóviles y tiendas a medio abrir. Alice me toma del brazo, llevándome con el espíritu alegre sobre ella, lo cual me contagia fuertemente, inyectándome de ese poderío y entusiasmo.

Noto por qué está cubierta con esas gafas y el pañuelo; no quiere que la descubran. Es obvio, Seattle es cuna de televidentes y fanáticos del cine. Entramos al famoso local. Es blanco, frío y muy sofisticado. Me siento fuera de lugar ante la fachada inmaculada y los sólidos muros que le rodean. Hay pilares de estilo griego, con los detalles marcados en la parte superior e inferior. Dos mujeres esperan en el mostrador y un hombre ordena los trajes que hay apartados en un rincón. La muralla más cálida está adornada de cuadros y retratos conocidos, seguro son la copia de los originales. Me acerco a uno de ellos, tal parece que es romanticismo. Escruto mis ojos, buscando más detalles que den cuenta del estilo y del periodo. Los contrastes entre luz y sombra, el color prevalece en el dibujo, es duro, explosivo… No es mi favorito. Alice se posiciona a mi lado lentamente, mirando también con total atención. —¿Te gustan? —pregunta. —No —respondo con sinceridad—. Baudelaire dijo que el romanticismo es la expresión más reciente y actual de la belleza. Discrepo totalmente. —Le sonrío, mirándola a ella esta vez. Me mira con asombro y orgullo. —Te creo. Tú sí que sabes de estos temas. —El gusto del romanticismo es lo exótico, erótico y mortal. Delacroix y La Muerte de Sardanápalo —murmuro, caminando hasta el otro cuadro—. Aquelarre, de Goya —comento, mirando la negrura del siguiente cuadro. Tan espeluznante—. Pesadilla Nocturna. Füssli. Avasallador. —Lo brutal no es lo tuyo —susurra Alice—. Supongo que podrías enseñarme los cuadros que te gustan. —Buenos días, señorita. Lamento decirle que aún no hemos abierto al público... —comienza a decir el hombre. Ella se quita las gafas junto al pañuelo de la cabeza, provocando que el hombre, que lleva anteojos cuadrados a medio caer por su nariz larga y ancha, dé un sobresalto. La reconoce, por supuesto. —¡Srta. Brandon! Es un placer tenerla en nuestra tienda —exclama, acercándose a ella, pasando de mí. Sonrío tenuemente. —Creí que estaba cerrado —profiere, frunciendo el ceño. El hombre palidece. —No se preocupe, para usted el servicio será completamente instantáneo —sostiene, poniendo la cinta de medir en su hombro. —En realidad, solo vengo a regalarle un traje a mi amigo Edward. Alice me apunta con su dedo y yo solo atino a mirar con algo de timidez. —¡Pero claro! ¿Qué necesita? ¿Un traje a medida? Tenemos las mejores telas de Washington…

—Necesito el traje más elegante de su tienda, para un príncipe como él. Rodeo los ojos, asqueado por la dulzura de sus palabras. Aunque río sin poder evitarlo. —Podemos hacer uno a su medida, solo necesitamos medir. —Es para esta noche —interrumpe, mordiéndose el labio. El hombre frunce los labios, algo decepcionado. —Está claro que es imposible hacer un traje a la medida, pero podemos probar con los que tenemos listos y hacerle modificaciones. —Alice, no creo que sea buena idea, yo… —¡Ya basta! Te harás ese traje. Me toma del brazo y me tira hasta la cortina que hay en el fondo de la tienda. Comienzan con unos que no logran agradarme, son demasiado apretados. O muy holgados. Colores oscuros, telas suaves, rasposas, gruesas, delgadas. Hay un sinfín de materiales, formas y detalles. Es impresionante. Y yo que creí que la vanidad era propia del retrato, de la mujer y la sociedad bohemia. —¡Éste me gusta! —exclama Alice, saltando del sitial. Me miro en el espejo por un rato, pasando mis ojos por los gemelos, que son de plata, y la camisa blanca, impecable. Huele a canela, al igual que el chaleco, de color pastel. Aliso la tela negra de mi saco y luego aprieto la corbata azul, con un toque brillante. —Es un traje cruzado, con dos botones. Es antiquísimo, elegante y bastante diferente en este país. Se caracteriza por llevar dos filas de botones, muy propio de Inglaterra —comenta el hombre, sonriendo amablemente. Alice se acerca y pasa sus manos por el cuello y las solapas. —Es realmente perfecto, Edward —susurra—. Hasta los zapatos te quedan bien —declara, mirándolos. Me doy una vuelta ridícula frente al espejo y debo reconocer que me veo distinto, más distinguido, menos modesto. —Eres muy guapo, cariño —me confiesa ella, apretándome ambas mejillas. La pequeña amiga de Bella es agradable, dulce y gentil. Es como una hermana… Un hada madrina, como ella misma dice. —¡Me lo llevo! —grita, sonriendo. No me parece bien que ella me compre un traje, es… raro. Tampoco la conozco hace mucho. Pero me obligo a permanecer callado, a pesar de que me siento como el novio interesado de una celebridad. Aunque claro que no lo soy. . —Y bien. No me dijiste cuál es tu estilo de pintura favorito.

Me sorprende su intento de conversa, pues he estado pensando durante casi cuarenta minutos. El viaje hacia Forks será largo. —El retrato —digo, de pronto. —¿El retrato? —pregunta, asombrada—. ¿Qué tiene de especial para ti? No hace falta pensarlo mucho. —Veo la vanidad, la hermosura y los detalles como un pasatiempo personal. Levanta las cejas sin mirarme, solo de rostro frente a la carretera. —¿Y el autoretrato no? Podría asegurar que has querido pintarte a ti mismo en un cuadro. Niego, imaginándome aquello. No va conmigo. —No le veo lo divertido a eso. Aunque admiro profundamente el estilo de Van Gogh. Realizó bastantes autoretratos, aunque su expresión principal era el postimpresionismo. —Él estaba loco —comenta, ésta vez mirándome. —La locura depende de los ojos que la vean —susurro. Asiente tranquilamente. —¿Algún otro estilo en particular? Me quedo pensando. Sé la respuesta, pero es difícil explicarla a los demás. —Soy un admirador de la belleza humana más que la de la naturaleza. El desnudismo es algo que me atrae. —¡Uau, Edward! Eso no lo esperaba. Me sonrojo, aunque sé que es un sonrojo sin fundamento; el arte no tiene por qué avergonzar. —Píntame desnuda —me dice y suena bastante real. —Alice, yo… —Bromeo —expresa, ocultando una sonrisilla divertida, asomando por sus comisuras. Niego, asombrado por la alegría y felicidad de esta pequeña mujer. Me pregunto si su vida ha sido de estrellas, como ella, no puedo concebir que una mujer tan amigable, con la luz del sol sobre su cuerpo, haya sufrido alguna vez. Ya sé por qué Bella es amiga de ella; con solo una sonrisa tu ánimo sube como la espuma. —El desnudismo es… la expresión enterísima de la belleza humana —susurro, recordando los múltiples exponentes de ese estilo—. A veces pienso que debería pintar a alguien desnudo. Quiero comenzar con la mujer que amo y acabar con un bebé —comento, distraído por mi imaginación, que va recreando los escenarios. —O la mujer que amas, desnuda, con un bebé en sus brazos —murmura, suspirando de por medio.

—Me has quitado el escenario completo de la boca. Después de un largo e incómodo silencio, Alice baja la marcha para dejar pasar al tren. —Entonces no has pintado a Jessica. —No —contesto, con la voz baja y grave. —¿Y qué otro estilo te gusta? ¿El paisaje? ¿El cubismo? Es impactante cuán rápido ha cambiado de tema. Se lo agradezco. —El surrealismo. Aunque no lo hago, claramente. —De pronto una duda cruza mi mente con demasiada fuerza, siento la necesidad de aclararla—. ¿Por qué eres amiga de Bella? Aprieta el acelerador y andamos por la carretera otra vez, sintiendo ya la frescura de Forks. La veo pensar, aclarar sus ideas. Quizá nunca se lo ha preguntado, quizá simplemente no hay razones. Necesito saberlo. —Seguramente por las mismas razones que tú, Edward —dice, suspicaz—. Es una mujer muy dulce, muy… cálida. Todo su dolor me es admirable, cuán valiente fue en su vida… Aunque claro, lo de ambos fue diferente, ustedes… —Bella no sabe lo valiosa que es, realmente no lo sabe. Ni siquiera tiene idea de lo que haríamos por ella. —Tú especialmente, cariño —dice—. Yo solo soy una amiga, tú eres mucho más. No sé qué responderle y opto por callarme, pensando en sus palabras y en lo que yo acabo de decir. . Son las 6.30 de la tarde, ya es hora de ir a esa bendita fiesta. No me siento cómodo, la verdad, menos con lo entusiasmados que están todos, incluyendo a Jasper. Jessica se acerca a mí para arreglarme la corbata por cuarta vez, no se cansa de eso. Ruedo los ojos, incapaz de generar la paciencia suficiente. No puedo negar que se ve muy linda con el vestido verde menta que lleva a cuestas, más aún con el escote ligero y sin hombros. El cabello lo ha recogido en un medio moño, dejando escapar múltiples ondas por la espalda. —Alice me dijo que nos iremos con ella y Jasper. Bella y William se irán en el coche de él —me dice, luego de pasar sus manos por mi pecho. Asiento, asqueado por la posibilidad. William irrumpe en el sala con un traje negro, atravesando el lugar con su estampa elegante y perfumada. Ya no me siento intimidado, estoy igualmente elegante e igualmente perfumado, como un hombre caro. Intenté peinarme, pero mi cabello parece tener vida propia. —Buenas tardes, Edward —saluda, tendiéndome su mano, la cual estrecho a duras penas.

—Buenas tardes —contesto. William saluda a Jessica, mientras yo miro al reloj que cuelga de la pared. ¿Por qué Alice y Bella no bajan ya? Jasper toca la puerta y entra con rapidez. Su nariz está roja por el frío. —Jessica, se te ha quedado la cartera sobre la mesa —afirma, apuntando con su índice hacia afuera. —¡Debo ir por ella! Tengo mis medicamentos —gime. —Te acompaño. Cierran la puerta y casi al mismo tiempo baja Alice con un vestido impresionante de color lila. Es… increíble. Su cabello corto, a lo bob cut, ha sido adornado por una bonita pluma de diversos colores. Brilla y sonríe con satisfacción. Cuando voy a ayudarle a bajar, ella me niega con la cabeza y mira hacia arriba, donde va bajando Bella. No puedo evitar abrir mi boca, impactado e introducido a los sueños más eróticos de mi cabeza. Decir que se ve perfecta es muy poco, la palabra es tan estrecha que no logra satisfacer las sensaciones que tengo en este momento. Su cabello lleno de rizos delgados y castaños ha caído a su lado izquierdo, tapando el seno. El vestido es burdeos, apegado a su cuerpo y a su piel como si fuese de ella. Percibo la delgadez de su cuerpo, las curvas necesarias en su frágil ser, el tajo en su larga pierna, que acaba en los tacones más exóticos y deseosos que he visto en mi puta y mísera vida. Dios. Es perfecta. No… No es perfecta, es… una diosa. La forma en que el bendito vestido se adapta su pequeño busto, sin tirantes, sin broches, solo la presión de la tela sobre su cálida y suave piel. Ella me mira, haciendo que el contacto con sus ojos brillantes sea la gota que rebalsa mi cordura. Sus párpados están castaños y lleva consigo una línea negra que va desde el lagrimal hasta el final del párpado móvil. Abre la boca; sus labios llenos, de color coral, opacos y perfilados, se frunce, cansada y marchita. No puedo dejar de admirar su belleza, sus pómulos sonrojados, la forma de su nariz, todo en ella es simplemente perfecto. Quiero decírselo, pero recuerdo que están todos observándonos como condenados. William le tiende la mano y ella la recibe, sin gastar más minutos en nuestro contacto. —Estás hermosa —le murmura él, acercándose a su oído. Su rostro lo dice todo. Ha percibido el perfume de Bella, su satisfacción es increíble. Ella le pone ambas manos en el pecho y se separa levemente. —Gracias —jadea, algo intranquila. Se gira, me mira y todo en ella parece cambiar de eje. Sus ojos se han agrandado y sus mejillas han vuelto a estar rojas como manzanas. Me sonríe levemente, con la barbilla tiritando. Isabella POV

Edward está tan diferente, tan… increíblemente guapo. No sabía cuán precioso podía verse con traje, es deslumbrante. No puedo evitar pasar mis manos por el vestido ceñido que llevo conmigo; es algo brillante, como la piel de una culebra. Le sonrío, solo un poco, a pesar de todo estoy enojada con él. Me tirita la barbilla, porque lo único que veo en sus ojos es un tormento delicioso que remueve mis entrañas. Siento la extraña necesidad de lanzarme en sus brazos y besar sus labios, uno por cada día que pasé separada de él. Quiero su calor, no el del abrigo que llevo en una mano. Quiero ir junto a él a aquella fiesta, no con William. —Buenas tardes, Edward —le saludo. —Buenas tardes, Bella —dice, mirándome directamente a los ojos. No sé cómo, pero mi cuerpo camina en automático a su lado para lanzarle los brazos y besar la piel de su mejilla. Mmm… Huele tan jodidamente bien. Siento la horrible necesidad de que me toque, que acaricie la piel que tengo al descubierto. Paro con esas tonterías, no puedo ruborizarme más de lo que estoy. —Estás tan guapo —le susurro, mirándolo de arriba abajo. No puedo optar por una sola palabra, son tantas para lo que siento. El saco le queda tan bien… ¿De dónde lo sacó? Parece tan caro, tan sofisticado. Me impresiona. Noto que la corbata está ladeada. Frunzo el ceño e instintivamente me pongo a ordenarlo. Me nublo con la exquisitez que emana de él, me inquieto al tenerlo tan cerca. Su respiración se ha hecho pesada, provocando que dé contra mi cara. —Alguien te ha desordenado el nudo —le digo, intentando salir del paso. —Confío en tus habilidades —me susurra, mientras toca unos rizos de mi cabello, junto a mi pecho. Oh, Edward… Quiero llorar. —¡Allá afuera hace un frío de los mil demo…! Hola, Bella —saluda Jasper, interrumpiendo nuestra burbuja. Demonios, qué tonta, ¡ni siquiera estamos solos! Me separo bruscamente, algo tan notorio que hasta Alice rueda los ojos en desaprobación. Edward traga y Jessica se acerca a mí. —No pensé que lo había anudado tan mal —exclama ella, atrapando su brazo con el de Edward. Abro mis ojos de sopetón, yo no pensé… Voy a disculparme, pero Alice toma mi mano y me gira para que la mire. —Yo me iré con Edward, Jasper y Jessica, tú vete con William —me ordena. Asiento, cabizbaja. ¿La he cagado? Tengo miedo de lo que pueda suceder. Veo a William y le tomo el brazo, sin poder ocultar la frustración que siento. —Te ves muy guapo —le comento.

Lleva un traje muy bien puesto, como siempre. Es tan elegante, lo lleva en la sangre con justas razones. —Gracias, Bella. Me subo al carro de William, noto que él manejará. Por la ventana noto a Alice que sube a mi auto, donde le siguen los demás. No sé por qué, pero no me siento cómoda aquí a solas con el moreno, sobre todo porque Edward está en el otro automóvil. De verdad quiero estar con él, con Edward. Y quiero, precisamente, preguntarle por qué no ha sido capaz de llamarme. —Estás triste, Bella —comenta luego del gran silencio. —No, claro que no —le digo de inmediato, aunque no es verdad. —No me mientas, sé que algo pasó entre ustedes. Miro hacia otro lado para evitar el nerviosismo que tengo en este momento. —Es solo que… Jessica tiende a intimidarme. No quiero que se sienta mal si me acerco mucho a él. —Pero sabe que es tu mejor amigo, ¿no? Asiento. —¿Entonces? No tienes por qué temer por ella —me tranquiliza. Si tan solo supieras que él es el amor de mi vida, William Harrington. —Ella quiere mucho a Edward, no puedo quitarle su espacio —susurro, apenada por eso. —Creí que sería bueno invitarlo a la fiesta para que se acerquen. Cuando estuviste con él te vi tan feliz, alegraste el rostro por primera vez en mucho tiempo; nunca te habías mostrado tan risueña con una presencia. Y hoy descubrí que es mutuo —me comenta, mirándome de vez en cuando, según lo amerita el camino. ¿Será cierto? No puedo negar que Edward proporciona grandes grados de alegría en mí, ¿pero yo en la de él? ¿Es posible? Oh William, no creí que fueses tan generoso. Las dos horas se hacen tan eternas, como mil años. Ni la música, ni la leve conversación de William, ni tampoco los intentos por pensar en cosas agradables, lograron arrebatarme el aburrimiento del cuerpo. Durante todos esos minutos estuve ansiosa por salir del carro y respirar un poco de aire, ver a Edward e intentar acercarme. Aparcamos en un estacionamiento obscuro y desolador. Es tan infinito, como una caja gigante. Un hombre de traje blanco y negro le pide la llave al conductor, quién se la entrega sin mirarlo a los ojos. William baja y luego me abre la puerta, invitándome a salir, mientras el hombre de traje blanco y negro espera con una sonrisa. El moreno me tiende su brazo y yo se lo tomo con timidez. Me tiemblan los dedos y él lo nota, puesto que me mira interrogante. Le niego y esperamos a que aparezcan los demás. —¡Ha sido un viaje largo! —exclama Alice, quien aparece con Jasper de la mano. Alice, amiga mía, déjalo respirar.

—¿Y los demás? —inquiero, susurrante. Edward aparece junto a Jessica, quién tiene una mano unida a él con fuerza. Es jodidamente asqueroso lo bien que se ven, la forma en que combinan sus hermosuras. Intento no pensar en eso, en entender que él es mi mejor amigo, que este es un momento para compartir e intentar convivir en una velada agradable. Sé que es difícil, de solo verlos así me provoca nudos en la garganta, pero debo hacer este sacrificio, he hecho cosas peores, como dejarlo en la lluvia, como irme para siempre… Me obligo a sonreírle a Alice y a Jasper, a darle una corta mirada a los otros dos. Miro hacia el frente y William nos encamina hasta unas escaleras. A ambos lados de la puerta que hay arriba, dos hombres de rojo nos abren las puertas. Agachan la cabeza, sonríen con frialdad y nos dan la bienvenida al jodido hotel. El vestíbulo es dorado en todas direcciones. Paredes de papel, rombos y flores, suelos de cerámica fina, cobre y mármol, sitiales y sofás de terciopelo, uno que otro de estilo griego. Las recepcionistas, dos rubias a los extremos del mesón y al medio una morena, visten atuendos crema, con sacos de grandes hombros. Un hombre de gafas y cabello blanco, abre sus brazos y se dirige a William. —¡William Harrington! Has venido —exclama él, con una voz profunda de fumador compulsivo—. Derecho, hacia el salón principal. Caminamos por un pasillo lleno de ventanas que completan desde arriba hasta abajo. Del otro lado solo hay plantas. Dos hombres, otra vez de rojo, vuelven a abrirnos la puerta, y desde ahí podemos ver la música y las luces. Suena Donna Summer, con un torrente de colores en varias pistas de baile. Hay muchas mesas a su alrededor, todas con gente vestida tan elegante como nosotros. Las personas son jóvenes, algunas bailan, otras fuman sus puros a las afueras del lugar, que es parecido a una terraza. Quizá ahí se pueden ver los fuegos artificiales. William me invita a conocer a las personalidades amigas de él, lo que me tiene sumamente aburrida. De lejos veo a los demás bailar, Jessica tan entusiasta que Edward no puede dejar de sonreír. Alice y Jasper están en una mesa, platicando sobre algo. —¿Habrán fuegos artificiales? —inquiere William. —Claro. Una vez que sean las doce de la noche, deben ir hacia la terraza, junto a la pista de baile —le dice el dueño de la fiesta, Sir Paul Akmann. Miro hasta el lugar, que está decorado de muchas luces que caen por los techos. Hay plantas por doquier, mesas y sillas de metal blanco. Me llama la atención la pista de baile, el cual parece un carrusel. Un asta se inclina hacia arriba, como un remolino, mientras que varias barras de metal caen alrededor del círculo que contempla la pista, que está sobre unos escalones. Luces y más luces, enrolladas en cada metal blanco. Es tan… romántico. —William, Sir Paul, con sus permisos, me gustaría ir a mi mesa a compartir con mis amigos —les digo, sonriendo falsamente. Asienten y siguen con su plática superficial y arribista sobre los hoteles y demás. De camino hasta la mesa, varias personas me saludan, extasiados por quién soy. Intento ser igualmente,

cordial y amigable, pero no resulta; me sacan de mis casillas. Le doy una mirada a Alice, quien ni se inmuta en correspondérmela. Me trago la frustración, pues me siento completamente sola en un lugar, que irónicamente, está lleno de personas, sobre todo mi mejor amiga. Intento no darle importancia, sobre todo porque estoy acostumbrada a esas sensaciones. Sin embargo, ¿por qué me siento de esta manera? Es tan hostil, tan… amargo. Desde lo lejos miro a Jessica, quien acaricia con esmero el cabello de Edward. Me dan unas cuantas punzadas en el estómago, más de rabia que otra cosa. Recuerdo que él no me ha dado ninguna razón del por qué no me llamó, tampoco ha sido capaz de acercarse como corresponde. No entiendo por qué cuando Jessica no está se muestra tan… maravilloso. Me mira, me acaricia y me alegra. Pero, ¿por qué en la presencia de ella tiene que ser tan frío? Demonios, no lo entiendo. Camino hasta la barra y me siento en el taburete alto, de cuero negro. Un hombre de moño y camisa blanca, impecable, está sirviendo tragos diversos. Qué moderno. Observo el ambiente, mientras suena rock & roll del viejo. Hay muchas personas bailando, pero otras conversan animadamente en sus mesas. La barra está medio vacía, así que aprovecho de relajarme del terrible barullo que hay detrás de mí. El hombre, alto y moreno, me tiende un Martini. Levanto una ceja, agarrando la copa del cuello. —Srta. Swan, es un gusto tenerla aquí —me dice, sonriendo de tal manera que una margarita se forma en su rostro. —¿Acostumbras a regalar tragos a las estrellas? —inquiero, algo suspicaz. —No… —murmura, algo serio—. Pero déjeme decirle que no se ven mujeres como usted en este lugar. Levanto ambas cejas esta vez, oliendo ligeramente el trago. Está bueno. Voy a dar una probada, pero alguien la agarra detrás de mí, impidiendo mi cometido. —No es buena idea —murmura Edward, quien se sienta a mi lado, mirándome con sus ojos. Parece enojado. Frunzo el ceño. ¿Sucede algo malo en que quiera beber un trago? —No te metas en mis asuntos, Cullen —gruño, volviendo a acercar la copa a mi boca. —Eres mi amiga, Bella… Su comentario me indigna tanto, que alejo la copa con fuerza, derramando unas gotas en la mesa. Miro al tipo que me acaba de servir el Martini, quién se aleja con lentitud para atender a la mujer rubia que hay al otro lado. —Así que ahora soy tu amiga —susurro casi ininteligiblemente—. No estoy para tus burradas, Edward, no ahora que no has sido capaz de dirigirme la palabra como corresponde. No entiendo por qué, pero mi voz suena temblorosa, débil y ligera. La temperatura ha subido hasta mi cabeza, al igual que las lágrimas. Estoy furiosa. Por él, por Jessica, por todo mi alrededor. Buenas noches :D les traigo este cap laaaaaargo, pero habrán más largos aún jaja. ¡Ya vienen algunos acontecimientos que marcarán a estos dos! Estoy sumamente entusiasmada con lo que

vendrá, así espero que ustedes también *-* Un beso a cada una y espero que entiendan que no soy experta en arte, así que si hay algún error en las palabras de Edward, cúlpenme a mí jaja. ¡Hasta la próxima! Y atentas al grupo, que habrá un adelanto. Además, la actualización será más pronto de lo que creen. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Bullet Proof… I Wish I Was de Radiohead y Not Like The Movies de Katy Perry. Nota del autor: También recomiendo escuchar las canciones que salen en el capítulo, para que así entren en el ambiente de la fiesta y los sucesos que hay en él. ¡A disfrutar! . XX . Isabella POV Se ha quedado mudo, incapaz de pronunciar siquiera una vocal ininteligible. —¿Así que de esto se trata todo? —inquiero, dando una sonrisa medio ácida, mirándolo de repente con los ojos escrutados. Él ahora no me mira, solo se fija en el suelo. Odio que no sea capaz de mirarme cuando le hablo, sobre todo ahora que estoy siendo totalmente seria. De pronto mis ojos han acumulado lágrimas, no me doy cuenta cuando, sin querer, pestañeo y una de ellas cae por mi mejilla. Me la quito con el dorso de mi mano, sorbiendo por mi nariz lo más rápido posible. —¡No, no me toques! —le grito cuando él intenta ayudarme a quitarme las lágrimas—. ¡Respóndeme! —gimo—. ¿Así será siempre? —Bella, yo… —¿Me tocarás solo cuando ella no esté mirándonos? ¿Evitarás llamarme cuando ella, tan jodidamente inteligente, te persiga día y noche? —gruño, con los dientes tan apretados. Edward tensa la mandíbula, estrechando sus ojos ante mi mirada demandante. —Bien —susurro, mirando hasta mis tacones negros—. Vete al diablo. Las últimas frases salen gruesas de mi garganta, cargadas de amargura y desolación. No puedo

evitarlo, un sollozo agrio sale de mi boca cuando menos me lo espero. Me desespero y doy la vuelta para introducirme a la masa que baila alegremente al ritmo de Abba. Sin embargo, es Jessica quien se ha puesto delante de mí, mirándome con curiosidad. No soy capaz de quedarme, menos con su insistente persecución adonde quiera que vaya su novio. Me cruzo, sin pedir permiso y me meto entre el gentío. Antes de que pueda ir más allá, alguien me agarra del brazo, girándome para mirarme. —Jasper —exclamo, asustada. —¿Qué te ha sucedido? —me pregunta, pasando una mano por mi rostro, quitando las lágrimas. Niego, incapaz de hablar. No sé qué decirle sin sacar a Edward a la conversación. —¿Quieres ir a sentarte? No es bueno que te mezcles en el bucle humano —me dice, pasando su brazo por mis hombros. Me siento bien con el leve cariño de Jasper, algo apoyada, supongo. Nos acercamos a la mesa, donde Alice bebe una copa de champan. Se ve tan radiante con el bob cut y su característica pluma en la cabeza. Está distraída mirando hacia los demás, pero cuando se gira para mirarme a mí, abre los ojos y se levanta para venir hasta mí. Pero no hace falta, Jasper me ayuda a sentarme en la silla más próxima, da unas palmaditas en mi espalda y se va. —Oh no, Bella, tranquila —me dice, acercándose a mí. Me está viendo llorar, muda, sin hacer ruido. Es increíble cómo caen las lágrimas sin siquiera hacer el menor gesto. Estoy vacía. —Es un patán —gruño. —Dale un respiro, sabes que no es fácil con la novia al lado —me susurra, tocándome el cabello. —¿Darle un respiro? ¡Alice! Es ella quien no le da un respiro —exclamo entre lagrimones—. No fue capaz de darme una sola explicación de por qué es así conmigo. —Me abrumo y me dejo caer en el mesa, con mis manos entre mis cabellos—. Ni siquiera me dejó beber del Martini. Suspira y acerca su silla hasta mi lado para enredar sus brazos conmigo. Aunque de nada sirve, simplemente no puedo evitar la cólera. —¿No será mejor que le digas lo que sientes? Estás celosa, Bella, ¡es natural! Lo amas, ¿cómo es posible ocultar algo que deberías gritar a los cuatro vientos? Me encojo de hombros, pues no sé qué decirle. —Nena, los celos hacen mucho daño —susurra, pasando su mano por mi cabello. —Soy cobarde, Alice —digo—. Esa es la única razón por la cual no soy capaz de decirle lo que siento por él. Oímos un carraspeo proveniente de Jasper, que nos hace darnos cuenta de que se acercan los demás. El rubio, un claro confidente de mis sucesos, me hace un gesto con los dedos: que me quite las lágrimas de las mejillas. Lo hago, muy rápido, aunque sé que se notará. William frunce el ceño cuando me observa, pero se calla; sé que pronto me preguntará qué me ha sucedido. Sin embargo, Jessica no puede ocultar la curiosidad de mi profunda tristeza, mira a

Edward y le susurra algo al oído. —Me gustaría que nos sentemos, para así esperar a que nos sirvan nuestros platos —nos dice William, palpando sus manos a un ritmo constante. Se siente una tensión horrible en el ambiente y yo no puedo sentirme más fuera de lugar. Sé que no soy la única que piensa lo mismo, ya que todos parecen mirarse los dedos, incómodos, sin saber qué decir. Pero Alice es tan brillante que no tarda en alegrar…los. No soy capaz de sonreír a menudo, menos ahora que no tengo con qué. Acaban hablando de la fama, del cine y de Hollywood en general. Jasper se muestra curioso por su vida, por lo que hace y cómo logró entrar a ese mundillo. —Fue gracias a Bella —dice, mirándome. Me obligo a sonreír para que los demás piensen que estoy igualmente feliz de compartir anécdotas con ellos—. Ella fue generosa en invitarme a esta aventura. Frunzo los labios, recordando aquellos momentos. No podía dejarla en su mísero mundo, yo le inculqué una ambición que no había dentro de mí. No quería que acabara en un lugar tan pestilente como ese burdel. —¿Y cómo le hiciste tú, Bella? Está claro que diste en el clavo. Ahora eres una talentosa actriz de cine —dice Jessica, dirigiendo la atención hasta ella. —Bueno… —murmuro—. Las oportunidades se van dando una vez que buscas la forma de cumplir tus sueños. —Me encojo de hombros—. Debo decir que no es fácil, sobre todo cuando el estereotipo de mujer perfecta es buscado constantemente para proporcionarlo en la gran pantalla. Y bueno, no tengo lo que tantas tienen. Me falta mucho carisma, mucha sensualidad. —Pero, Bella, ¡tú estás perfecta! —exclama William, tomando una mis manos para besar el dorso de ésta. Le sonrío por el cumplido. Al cabo de unos minutos ya casi todos se han comido la mitad de la entrada de verduras que nos han servido. Yo apenas he tocado la zanahoria; la verdad es que no tengo hambre. Y no soy la única, Edward se lleva uno que otro bocado a la boca sin disfrutar del suculento plato. —¿Qué les sucede a ambos? —inquiere Jessica con un dejo de buen humor—. ¡Ya veo por qué son tan amigos! Hasta para no tener apetito se parecen. Hago un mohín por su comentario, ignorando por completo la frase. —¿Te sientes bien? —me pregunta William, sobando mi espalda. —Solo estoy un poco cansada, ya sabes, muy pronto tengo que soportar a James con sus indicaciones. —Suspiro—. No es nada importante. —¿Quién es James? —Jasper salta con una inquisición inocente muy propia de él. Me saca una sonrisa. —Mi representante —digo—. Y bueno, también el de Alice, pero ella tiende a ser un poco rebelde ante sus indicaciones —profiero, dándole una mirada a mi amiga. Ella levanta las cejas.

Deja los cubiertos sobre el plato y cruza ambos brazos, apoyándose en la mesa. —Es un tonto —exclama—. No me gusta que lleven el control sobre mi vida. Bella tiende a ser un poco más paciente con sus palabras. —Debo agradecerle el que haya confiado en mí —susurro—. A pesar de todo él me ayudó a entrar a ese teatro. Edward está callado mirándome detenidamente. Yo le sigo, pero al rato no puedo seguir, sus ojos tienden a intimidarme de una forma que no es correcta, sobre todo en la mesa, junto a su novia. Retiran mi plato casi exactamente de la misma forma en la que llegó: intacto. Ponen delante de mí un plato tan elaborado que da pena siquiera tocarlo. Carne de res rebosado en especias, salsa de almendras y… algo que no sé qué es. —Caviar —me susurra William al oído—. Te gustará. —Oh. No parece suculento. ¿Cómo puede gustarme un puñado de huevecillos negros? —Vamos, Bella, no has comido nada —gime Alice, dándome un codazo tan notorio, que todos se giran a observarnos—. ¡Por eso estás tan flaca! —De verdad no tengo hambre —digo, encogiéndome en mi asiento. Doy un intento por llevarme un pedazo de carne a la boca, mastico un poco y trago. Bebo algo de vino y así me quedo por otros minutos, oyendo las conversaciones que se van tornando más y más personales. ¿Soy la única que no se siente cómoda? No, claro. Edward está peor que yo. No sé si es por lo que sucedió hace una hora o simplemente porque tampoco es muy sociable. —En Forks ha sido bastante fácil adaptarme. Me gusta mucho ese lugar. No acostumbro a sentirme tan feliz en lugares que no conozco, si hasta hace poco mi único hogar era L.A. —dice Alice. —Forks es precioso. ¡Tienes que conocer el lago! ¿Cierto que es hermoso, cariño? —Jessica se dirige hasta su novio, quién le da una sonrisa nerviosa—. ¿Lo conoces Bella? Te encantará ir. Aprieto mi mandíbula discretamente, al mismo tiempo que todos los ojos se depositan en mí. —Por supuesto que lo conozco, Jessica —musito tranquilamente en mi posición. Ésta vez, con toda valentía, miro a Edward, quien parece envuelto en sus recuerdos, los mismos que los míos. "Sentía el césped en mi espalda desnuda, la suavidad de la húmeda textura. Era blando, terso. Sonreí de pronto, sonreí a pesar de sus besos que me comían el alma enteramente. Él paró, me miró y se dedicó a analizar lo sucedido. Sonrió también. Su iris estaba derretido, lo veía caliente, bajo una temperatura constantemente ardiente. La miel de sus ojos me endulzaba con tan solo mirarme, no sé por qué no me había dado cuenta de aquello. El cabello de Edward estaba mojado contra su frente, al igual que el mío, que se pegaba a mi cuello.

—¿Te he hecho daño? —preguntó, frunciendo las cejas en un gesto lastimero. —Claro que no —susurro, pasando mis dedos en su pecho. —Siento mucho si te ha dolido yo… Reí. Reí porque aquel dolor me hacía sentir tan viva, tan… inmensamente completa. —Abrázame —le pedí—, por favor. Edward pestañeó y no tardó en enredar sus brazos en mi cuerpo. Su calor me hizo suspirar, sobre todo porque nunca había sentido algo igual en mi vida. Giró, de tal manera que su espalda dio contra el césped y yo, mordiéndome el labio inferior, deposité mi cabeza muy cerca de su cuello. —No sientas algo que me ha hecho tan feliz —le susurré, pasando una pierna entre las suyas, apretándome aún más a su ser entero—. ¿Estás feliz también? Miró hacia abajo, encontrándose con mis ojos. Su mirada lo decía todo. —Felicidad es una palabra muy pequeña. Daba pequeñas caricias en mi cabello, mientras seguíamos mirándonos como si nada sucediera." —Edward me lo enseñó hace más de trece años —afirmo—. Me sorprende que él te haya llevado. Miro al cobrizo, quien escruta sus ojos, intentando ser intimidante. Jessica carraspea y cruza sus dedos entre sí. Creo que se me pasó la mano, no quería sonar tan directa. —No te preocupes. Las cosas entre ambos están resultando mejor de lo que crees. —Me guiña un ojo con diversión—. Hace poco estábamos hablando de muchas cosas para nuestro futuro —susurra, mirándolo ésta vez con todo el amor en sus ojos. Me limpio los labios con la servilleta de tela, color crema, a falta de otra cosa. Doy una rápida mirada hasta Alice, quien ha levantado las cejas en modo de sorpresa. —¿Cómo qué… cosas? —inquiere sin pelos en la lengua. —No creo que sea bueno hablar de esas cosas aquí en la mesa… —Queremos casarnos —interfiere ella, con un júbilo sorprendentemente irritable. Dentro de mí crece un espiral de sensaciones que nunca había sentido. Miedo, dolor, un ardiente tumulto de odio. Y lo peor: desesperación. —Oh, bueno. Yo se lo he planteado el día de ayer y ha estado de acuerdo con que sería un buen paso. Los ojos se humedecen, pero yo contengo las lágrimas para no quedar en ridículo. Todos y todo a mi alrededor ha dejado de existir. Parece que cada palabra que suena en el gigante lugar no son más que susurros ininteligibles en un acopio de oscuridades profundas. En mi cabeza solo suenan las palabras de Jessica, "lo que quieren para su futuro". Pero por una extraña razón no me duele tanto. Saber que eso es lo que quiere para su futuro me

tranquiliza, porque yo soy feliz si él lo es. Duele, claro. Duele porque lo quiero para mí, es lógico. No imagino amarlo más de lo que ya lo hago. Amarlo aún más es ilógico, porque mi corazón simplemente estallaría. —Tengo que ir al tocador —susurro—. Con permiso. Levanto mi vestido para no tropezar y salgo de esa mesa. —Deja de llorar, deja de llorar —me digo, dando paso por paso en el oscuro lugar. Soy incapaz de parar y no sé por qué. Quizá es esa amargura que tengo en el pecho, el hecho de que me siento prisionera de un sentimiento que no puedo aprovechar. No lo sé. Son lágrimas mezcladas de furia, de desesperación. Edward no fue capaz de decirme algo, solo murmullos y esa jodida forma de mirarme que me enloquece, Jessica ha dicho que quiere casarse con él, ambos se aman y yo solo estorbo en esa relación. No puedo engañarme a mí misma; cómo me gustaría estar en su lugar. Me quito el cabello del rostro y salgo hasta la terraza, donde no hay más que unos cuantos hombres de cuarenta y pico. El viento afuera es helado, pero por una extraña razón solo siento un calor que se propaga por cada vena de mi cuerpo. Miro hacia el cielo, donde se ve una amplia cantidad de estrellas en diferentes posiciones. Más allá está la luna, clara y grande. Me siento en la escalera de la desolada pista de baile, ensuciando el caro vestido; no me importa. Insisto en mirar hacia las estrellas, mientras lloro en mi burbuja. De vez en cuando se me escapan sollozos y gimoteos tan fuertes, pero nadie viene hasta mí simplemente porque no tienen por qué. Escapo entre recuerdos agradables, otros amargos, otros que simplemente no debería recordar. Son tantos, y en cada uno está implicado él, Edward. Los minutos se hacen tan largos. Voy contando cada segundo que pasa, mirando hasta el gran reloj que tengo enfrente, de espalda a la pared de ladrillos. Ya se han ido cuarenta y cinco minutos llorando, acurrucada en mi espacio, en la escalera de la pista que nadie está utilizando. Hago un hueco entre mis brazos y ahí escondo mi rostro para evitar seguir dando lástima. Deja de llorar, deja de llorar, me repito internamente, pero no da resultado, ¡nada da resultado! Apego mi cabeza en el fierro largo de la pista de baile y ahí descanso con los ojos cerrados. Hago un mohín, nuevamente dejando caer mis lágrimas. Es increíble lo difícil que se me hace parar. Si él es feliz tú también debes serlo, si él feliz tú también debes serlo… Siento un dedo que acaricia mi mejilla, quitando mi llanto del rostro. Abro los ojos de inmediato, encontrándome con él. Su sola presencia no provoca más que otro nudo en mi garganta, dejándome escapar un gimoteo largo y fuerte. Edward se agacha delante de mí, me mira, pone ambas manos en mi rostro y ahí se queda por un largo minuto, mientras yo sigo derramando la tristeza que tengo pegada a mi pecho. Se me hace tan difícil mirarlo, quizá por vergüenza, por miedo a que me vea tan débil, pero bajo mi vista hasta mis manos, que tiritan con fuerza. Aproxima unos dedos hasta mi barbilla para elevar mi rostro otra vez y ahí se acerca para besar mi frente. Cierro mis ojos ante el contacto de sus labios contra mi piel, que arde. Me atrevo a mirar, solo un poco, mientras siento su respiración a solo centímetros de la mía. Sus ojos de color

miel están brillantes, aguados; quiere llorar, como yo. Traga, la manzana de su garganta se mueve. —No llores —susurra—, por favor —consigue decir. Con todo el aliento necesario, acerco mi mejilla a su pecho y me cobijo en la suavidad de su abrazo. Ya tengo los ojos cerrados, disfrutando de mi lugar favorito en el mundo entero. Él me cobija y besa mi cabello por unos segundos, para luego apretarme contra él como si la vida se le fuese en ello. —Lamento ser un idiota —murmura—, pero todo esto me estaba matando, ya sabes, a veces simplemente no sé qué decirte. —Creí que era importante para ti —digo, mordiendo mi labio inferior. Me separa de su pecho, me toma de ambos hombros y me mira. —No vuelvas a decir eso —dice tajante—. Sabes cuánto me importas. —¿Por qué con ella eres tan diferente? No estamos haciendo nada malo, solo… —No sé cómo acabar la oración, me pierdo en su iris—. Edward, sabes que te necesito. —Lo sé, Bella, lo sé —susurra, apenado, con la garganta apretada—. Lo que dijo Jessica no tiene sentido, solo eran conversaciones al aire, nada que fuese a suceder. Entiende lo que más me ha dolido: la confesión de Jessica. No quiero que se sienta obligado a explicarme algo que es suyo, de nadie más. Solo soy una amiga. —No tienes que explicármelo, Edward —exclamo, separándome completamente de él—. Si fue una conversación al aire o si es serio a mí me da igual, sabes que te apoyaré en lo que quieras. Yo… No puedo seguir, porque simplemente estallo en un llanto que desconozco de mí. Estoy desesperada por decirle que realmente lo quiero. —Bella… —suspira, llevando sus manos a mi rostro para limpiarlo—. No quería que esto acabara así. Cuando te fuiste tenía tantas cosas por decirte y hoy… justo hoy… —No te sientas obligado a hacer algo que no quieres, el pasado es el pasado y ambos sabemos que diez años es demasiado para intentarlo —le digo, quitándole las manos de mi rostro. Me mira, mientras deja caer las manos a los lados. Inclina las cejas, se lamenta. Yo aún intento callar los sollozos que salen de mi garganta. Me levanto de la escalera y paso a su lado, sin detenerme a mirarlo. No puedo seguir; creo que debo irme. Pero antes de que pueda dar otro paso más, él me dice algo que me mantiene pegada al suelo. —Solo di algo y no te dejaré ir nunca más. Trago. —Cualquier cosa. Me giro, lo veo abrirme los brazos y yo corro hasta él para cubrirme de su aroma, de su calor y de

su amor. —Te quiero, Edward —susurro—. Mientras tú seas feliz yo también lo seré. Eres mi mejor amigo. Nunca se lo había dicho. Nunca. Me sonríe, pasando sus dedos en mi mejilla. —Yo también te quiero, Bella. De muchas maneras te quiero —completa—. Y sabes que suceda lo que suceda entre nosotros yo te seguiré queriendo. Pongo mis brazos alrededor de su cuello y ahí me quedo por un largo rato. Suspiro y me relajo, al fin con su compañía. —Deberíamos entrar. Todos están muy preocupados por ti —me dice cerca del oído. Siento unas cosquillas en todo mi cuerpo. —Siento ser tan efusiva contigo. Me separo con algo de timidez. Lo miro y él me vuelve a sonreír. Acaricio su barbilla, su mejilla y parte de su quijada; está áspera, masculina, deseable. Agradezco a Dios por mantenerlo tan vivo y sano, tan adulto y gentil, como siempre. —¿Por qué me miras así? —Creí que nunca volvería a verte —le digo con sinceridad, frunciendo el ceño de paso. Realmente nunca creí que podría volver a verlo. Pone un dedo entre mis cejas para suavizar mi gesto. Besa mi mejilla con pasión y me pasa un brazo sobre los hombros. Sí, está en plan de amigos. Suspiro sin poder evitarlo, la sola idea me decepciona y no tengo por qué. —¿A qué viene eso? —inquiere mientras pasamos hacia la zona donde bailan todos al ritmo de Queen. —Solo… —Bufo—. Nada, Edward. Miro el reloj por última vez. Solo cuarenta minutos más y ya es año nuevo. Edward mira a Jessica y le hace un gesto, ella se acerca a mí y me da un apretado abrazo que me descoloca. —Sea lo que sea que te tenga así, lo siento mucho. —No es nada —le digo. Me pasa los pulgares por debajo de los ojos, quitándome algo. —Maquillaje —me aclara—. Ya está. Alice está bebiendo en la barra. Necesito beber ahora. Camino hasta ella y me siento a su lado, le pido al chico que me dé una copa, lo que sea. —Bien, Bella, hoy no lucharé por tu adicción —me susurra muy cerca del oído para que yo pueda escuchar. Ruedo los ojos, quitándole el peso al asunto.

—No es una adicción, Alice, es solo una copa —gimo, exasperada. —Tienes a favor el hecho de que Edward esté con ella. No te preocupes, yo ya estaría borracha —vuelve a susurrarme—. Aunque claro, tienes a tu mejor amiga planeando la salida a tan tortuosa noche —exclama, se para y se va. Me quedo por varios minutos pensando en lo que ha dicho. ¿Planeando qué? Oh no, no… Alice… Me bebo la primera copa de un licor bastante suave y dulce. No sé qué es. Pongo ambas manos en mi mentón y me quedo mirando hacia la nada, repasando lo sucedido en estas horas. Ha sido francamente espeluznante y vergonzoso. Sin embargo sonrío por la plenitud que siento. Francamente, el mero hecho de estar con él me eriza los vellos del cuerpo. —Hola —me susurra, provocando que su respiración chocase con mi cuello. Doy un ligero salto, envuelta en el placer que solo su voz provoca en mí. —Hola —respondo algo soberbia, emitiendo una sonrisa boba. No me giro aún. —Eres la comidilla de todos en esta fiesta. Levanto una ceja y doy un ligero movimiento con mi cabeza. —¿Estás seguro de eso? —inquiero, presa del placer que siento al tenerlo detrás, respirando contra la piel de mi nuca y cuello. Siento su risa. Mi corazón vibra. —Estás preciosa hoy. Y eres Isabella Swan. ¿Por qué no estar seguro? Tomo mi segunda copa medio llena y me doy la vuelta, encontrándome con sus ojos de color miel. Tiene una media sonrisa en sus labios, con una comisura elevada. —Supongo que me convidarás de eso —me dice—. ¡Hey! Lo mismo que la señorita —le pide al hombre detrás de la barra. Edward tiene una tolerancia al alcohol impresionante, ha bebido tres copas y sigue tan fuerte como siempre. No sucede lo mismo conmigo; ya estoy mareada y voy por la segunda y media. No veo a los demás y lo agradezco, no quiero que interrumpan mi momento junto a él. —¿Por qué estás tan sonriente? —le pregunto, escrutando mis ojos. —Cuando estás tan alegre provocas ese efecto en mí —dice. El chico le entrega otra copa y Edward se la pone en los labios, pero no bebe. Me mira por un largo rato y yo, avergonzada, quito mis ojos de él. —Sigues siendo tan hermosa —murmura—. Ven a bailar conmigo —exclama, tendiéndome su mano. La miro, algo insegura. ¿Y Jessica…? —Es Elvis. Sabes que será divertido. Sí, Elvis Presley. Por Dios, es "It's Now or Never", la canción más romántica que puedes poner en un lugar como este.

—Es ahora o nunca —repite en mi oído y luego besa mi mejilla. Ruedo los ojos y tomo su mano. No puedo negar que la sonrisa se ha enanchado. Edward está más osado y sé que es culpa del alcohol. Me ha agarrado sutilmente la cintura y yo, sin saber qué hacer, he puesto mis manos en su pecho. —¿Por qué no me llamaste? —interrogo de pronto, envuelta en tantas preguntas como hipótesis. Edward suspira. —Jessica ha estado bastante efusiva y… Bella, no puedo negarle mi atención, necesita de mí y de mi compañía. No tiene a nadie y papá la adora como a su propia hija. Debes entenderme —susurra mientras damos vueltas en la pista de baile—. ¿Por qué no me llamaste tú? Doy una pequeña risita sardónica. —Temía que tu padre fuese a contestarme —le digo con sinceridad—. Sabes que me intimida. Asiente, algo tenso. —Lamento todo esto, de verdad —me dice y acerca mi cuerpo al suyo con un solo apretón de caderas. Dios, Edward, no hagas eso. Me pongo rígida, mirando hacia el suelo a falta de otra cosa. Damos un par de vueltas en la pista con los demás, mientras Elvis le pide a su amada que sea suya esa noche. De vez en cuando nos miramos y sonreímos, recordando la belleza de nuestro contacto. Es ahora o nunca, mi amor no esperará más… —¿Por qué has venido? Sé que no te gusta William, por eso es que no entiendo por qué es que aceptaste pasar toda una velada con él —le comento, rompiendo el silencio de nosotros dos. Me hace un mohín pícaro, uno muy gracioso. No puedo evitar sonreír y dar un par de carcajadas. —Para pasar más tiempo contigo —me susurra, masajeando mi espalda baja. —¿Sabiendo que estaba muy enojada contigo? Frunce el ceño con los labios elevados, pensando. —No había estimado que estabas "tan" enojada, pero sí, sabiendo aún que estabas "muy" enojada conmigo. Muevo mi cabeza negativamente. —Pareces cansada —me comenta, acariciando mi mejilla. Me ruborizo al sentir sus dedos sobre mi piel, la delicadeza con la que los pasa por mi rostro. Como a una flor… Como un pintor a su lienzo. —No ha sido el mejor día de mi vida —susurro, avergonzada. —Las lágrimas son la forma de liberación más hermosa que un ser humano puede tener. Sin embargo, cansa, como si hubieses corrido cinco cuadras seguidas.

Nuestro baile va en automático, balanceándonos mutuamente en el suelo y la música que ya acaba. —Estoy acostumbrada a llorar —digo—, pero no me había percatado de lo terrible que era verte tan feliz con ella —confieso. Sus ojos se oscurecen, sus cejas se encorvan con lástima y su agarre en mi cintura se ha hecho más fuerte, más pasional. —¿Crees que estoy feliz? —me pregunta con suma seriedad. —Sí —contesto fugazmente, sin plantearme en realidad lo que me acaba de preguntar. Bufa y me abraza con un cariño tan palpable, tan mágico, que solo me provoca ganas de llorar. Lo huelo y sonrío, tan alegre de poder tocarlo, de tenerlo para mí por unos minutos. Me doy cuenta de que soy afortunada, porque está tan sano y fuerte que ni yo puedo creérmelo. —La primera vez que me sentí feliz fue hace unos días, Bella, cuando te vi en ese hospital —me dice, acariciando mi cabello—. Habían pasado diez largos años donde no había todas estas sensaciones que tengo en el cuerpo. Es como volver a nacer. Oh Dios, las mariposas. La música cambia de pronto a Queen, una guitarra rápida y alegre: Crazy Little Things Called Love. Freddie Mercury nos invita a movernos. —¡Vamos a divertirnos como en los viejos tiempos! —exclama Edward, tomando mi mano derecha. Me lleva hasta la barra otra vez y le pide al chico de los tragos dos especiales para ambos. No pasan ni veinte segundos cuando ya estamos con 150 ml de licor dulce. Siento que mis piernas tienen vida propia. —¡Hoy olvidaremos todo! —vuelve a exclamar para que lo oiga. Nos encontramos saltando y girando en un minuto más. Edward toma ambas manos, me mueve y me atrae hasta él con una mirada tan sensual, que me provoca entera. Doy un par de gritos y risotadas cuando él me susurra algunos versos muy cerca del cuello. Decir que lo estoy pasando bomba es quedarse corto. Estoy sudando y él también. Se ve tan contento, como cuando éramos unos jóvenes. La batería da su pequeño solo y nosotros volvemos a saltar. Mercury nos repite una y otra vez que las pequeñas cosas se llaman "amor". Cuando todo termina, Edward ha pegado su frente a la mía, respirando con complejidad. —Años que esto no sucedía —le digo. Siento estasis en las mejillas, un bombeo en mi pecho. Estoy atragantada con mi propio aire. Diablos, ha sido magnífico. Entendemos que esto debe parar, ya ha sido demasiado. Nos separamos y caminamos hasta las mesas, donde Jessica ya no parece tan feliz como antes. Alice y Jasper están riendo juntos, mientras ella le da de comer en la boca. William está bebiéndose un whisky. Cuando nos ven, su rostro pasa de la furia a la tranquilidad. Frunzo el ceño.

—¿En dónde estaban? —nos pregunta Jessica, levantándose de golpe. Miro a Edward, quien con un leve gesto me afirma que todo estará bien. —Bella quería tomar un poco de aire y yo la acompañé, eso es todo —dice—. ¿Algún problema con eso? Ella se lo piensa muy bien antes de contestar. —No. Nos enfrascamos en un silencio incómodo, hostil y desagradable. Pero Alice se levanta también con una alegría poco normal en su rostro. —Sería fenomenal si vamos a bailar, aún queda mucho por divertirse —exclama. Le da un codazo a Jasper, quien da un ligero salto. —Edward, primo, ¿me prestas a tu novia para bailar? —dice él de pronto, acercándose a nosotros. El cobrizo me mira, sus ojos brillan. Sonríe y asiente. —A Jessica —susurra el rubio, acongojado y avergonzado. —Sí, claro —dice algo distraído. Me ruborizo como un tomate. El lugar está oscuro, pero sé que se nota aunque estuviésemos en las tinieblas del demonio. —¡Oh por Dios! ¡Es Fleetwood Mac! —grita Alice, tomando a William de la mano—. ¡Vamos a bailar! Él me da una ligera mirada cuando se va con mi mejor amiga, mientras suena la canción "Say you love me", una de sus favoritas. Jessica tiene los ojos escrutados contra nosotros, así que me separo unos centímetros de ellos. Jasper me sujeta cuando doy un traspié, y un mareo revoluciona a mi cuerpo entero. —¿Estás bien? —me pregunta en un susurro casi ininteligible. —Sí, solo he bebido de más —le digo. —¿Estás borracho, Edward? —inquiere Jessica, mirándolo con atención. Él sonríe y abre los ojos exageradamente. —¡Estoy bien! —exclama—. Ve a bailar con Jasper, en un rato iré contigo. —¿Qué harán? —Ahora la pregunta va dirigida a ambos. Me miro las manos sin saber qué decir, porque simplemente no sé qué ha hecho Alice en esta ocasión. —He tenido un día horroroso, solo extrañaba a mi mejor amigo —le digo a ella. Asiente, bajando la guardia.

—Siento lo que te ha sucedido. Edward —le dice—, alegra a la pobre de Bella. Caminan hasta la multitud y ahí nos quedamos nosotros, en silencio. —¿Estás bien? —me pregunta, pasando un brazo por mis hombros para atraerme a él. —La verdad es que no, creo que he bebido demasiado. —También yo —ríe. Nos quedamos un momento en silencio, con nuestras manos unidas. Es raro, porque no hemos sentido la necesidad de retirarnos, incómodos. Ni siquiera recuerdo cuando nos unimos. Pero es simplemente maravilloso y cálido. Él de vez en cuando besa el dorso, mirándome entre sonrisas. Mi estómago es un criadero de mariposas, que aletean sin cesar ante el cariño de Edward. —¿Quieres salir? —me pregunta. —Claro —respondo. Nos escabullimos hasta la terraza, donde nos espera una pista de baile con unas pocas parejas en ella. Las luces parpadean ahora, mientras que la noche nos indica que pronto lanzarán los fuegos artificiales. Muchos nos dan saludos con la cabeza y otros simplemente nos sonríen. Cuatro parejas, dos de ancianos y dos de adultos enamorados, tan ensimismados en sus sentimientos que no pueden dejar de mirarse. Es simplemente hermoso. Se oye claramente a The Platters con "Twilight Time". Romántico. Edward se agacha ridículamente ante mí con un aspecto gracioso en el rostro. Me mira ligeramente. —¿Sería tan amable de compartir un último baile conmigo, Srta. Swan? —Con todo gusto, Sr. Cullen —susurro, mordiéndome el labio inferior. Me toma una mano y la besa. Veo cómo sus labios se curvan, divertidos, y depositan el cariño en mi piel. Jadeo, contemplando la escena. De un fuerte movimiento me atrae a su cuerpo, provocando así que choquemos entre sí. Le sonrío y él a mí, pongo ambos brazos alrededor de su cuello tímidamente, y él, con una osadía que solo le provoca el alcohol, me envuelve tan fuerte con sus brazos, que nuestros alientos hambrientos chocan entre sí, suplicando por unirse. Nos movemos sigilosamente otra vez, la sincronización es estupenda. Siento un poco de frío, así que me apego a su pecho y descanso mi cuerpo por un momento. —Mi pequeña Bella —murmura, oliendo mi cabello. —Tuya —le digo, cerrando los ojos. Sentimos que el espacio se va llenando, pero no le damos importancia. Nada es importante cuando estamos juntos, realmente. Ni lo que nos rodea. —Quisiera que esto no acabara nunca —digo con sinceridad—, estoy tan cómoda. Siento su risa, por lo que me separo y lo miro. Está feliz. —No llores —me pide, secando una de las lágrimas con su pulgar.

Oh. No me había dado cuenta de que ya estoy llorando. —No sabes lo mucho que te he extrañado, Edward, realmente no lo sabes. Me da una sonrisa triste, solitaria. —Ninguno sabe lo que pasó en nuestros corazones, pero podemos remediarlo juntos —murmura, volviendo a acariciar mi mejilla. Pasa un dedo por mis labios y yo lo beso, cerrando los ojos. Se acerca y besa mi frente, con fuerza, presionando como si la vida se le fuese en ello. —Diez, nueve, ocho, siete… —susurra, separándose. No entiendo… Lo miro interrogante, pero él me gira hacia la pared, que muestra los segundos que faltan para las doce. —Tres, dos, uno… Feliz año nuevo, Bella —me dice, colocándose detrás y susurrando en mi oído. —Feliz año nuevo, Edward —repito automáticamente. Mi primer año nuevo con él después de mucho tiempo. Siento un fuerte sonido en el cielo que estalla en miles de colores. Miro, Edward me sigue, tomando mi mano. Es rojo con dorado, como millones de gotas esparcidas junto a las estrellas. Simplemente hermoso. —Es increíblemente precioso —le susurro, abrazándolo. —Como tú —señala. Me sonrojo y lo observo. Sus ojos dorados están aguados, pero no menos felices. Siento nuevamente su respiración, y la mía, tan tórrida y bestial. No puedo controlarme, ¡es imposible! Acaricio su mejilla con mi nariz, sintiendo la aspereza de la pronta barba, la textura masculina. Edward parece controlar sus instintos, esos que le piden mil y un acciones bestiales. —Creo que… Junto mis labios con los suyos y dejo escapar la pasión y el amor que he guardado por tantos años. Sabe a miel, una dulzura infantil, suave, perfecta. Edward. Él me recibe, saboreándome con tranquilidad, como si fuese una escultura que alimenta con su talento. Mi corazón salta desbocado, las piernas me tiemblan y las manos no saben qué hacer. —…voy a besarte —completo, separándome solo un poco para respirar. Edward jadea y vuelve a besarme, comiéndose mis penas, succionando la depresión. Edward está besándome, sí, lo hace. Y yo no puedo parar. Uau. Qué magnífico el final jaja. Las he dejado en ascuas. Gracias por todos sus rr, contestaré lo más pronto posible. El próximo capítulo se viene INFERNAL, MAGNÍFICO. Un beso a todos :) Si algún día decides volver

. Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Recomiendo Give Up The Ghost de Radiohead y The Day Before The Day de Dido. XXI . Isabella POV Sentimos otro sonido estridente en el cielo, pero es imposible separarse. Edward saborea mis labios con regocijo, lo siento jadear, me aprieta las caderas y me sujeta con un solo movimiento. Cuando notamos que el lugar se comienza a llenar, nos separamos, solo para respirar y mirarnos a los ojos. Tiene los labios hinchados y pintados con mi labial. Sonrío. Se ve tan adorable. El alcohol nos ha dado una osadía no muy propia de ambos. O bueno, quizá solo necesitábamos un empuje. Él me abraza y se dirige al cielo, donde yo le sigo, observando los fuegos artificiales que estallan en millones de colores y formas. Me besa la cabeza un par de veces y me enreda entre sus brazos cálidos, fuertes y masculinos. —Un nuevo año para remediarlo todo —susurra. No le contesto. ¿Qué puedo decirle? De pronto tengo miedo, porque él no sabe mi pasado ni nada de lo que nos obligó a separarnos. Deseo contárselo ahora mismo, pero está tan cómodo conmigo, tan feliz de que nos hayamos besado. ¿Qué piensa sobre nosotros? ¿Qué ansía de nuestra relación? Doy un respingo de dolor, de desesperanza. No quiero desilusionarlo. —¿Tienes frío? —me pregunta, mirándome atentamente. —No —le sonrío y apego mi cabeza a su pecho—. Abrázame. —Eso no tienes por qué pedirlo. Nos quedamos unos minutos entre abrazos, incapaces de decir algo más. De vez en cuando dábamos respingos producto de los fuertes sonidos que provocaban los fuegos artificiales. Cuando acaba, la gente comienza a felicitarse y a decirse feliz año nuevo. Yo limpio los labios de Edward con mis dedos, al mismo tiempo que sentimos la cercanía de otras personas. Sé quiénes son. Me pongo rígida, al igual que Edward, y lejos de recibir alguna palabra irritada o simplemente algún saludo de su parte, me preocupa el tono de voz con el que me habla. —Bella, ha sucedido un problema —me dice Jessica.

La miro, asustada. William está tenso, mientras que Alice y Jasper están más callados que asombrados con el problema. —¿Ha sucedido algo? —pregunta Edward, frunciendo el ceño. —William… —carraspea—. Ha recibido una llamada desde el hospital. Abro mis ojos de sopetón. Sé por qué me han llamado. Dios mío… —Antes de venirnos a Seattle, llamé a Jane Vulturi para que anotara el número de la recepción del hotel por si ocurría algún problema. Creo que fue de gran ayuda. —Respira William, acercándose a mí—. Tu madre ha sido trasladada a Seattle. Ha presentado una gran recaída. Trago. Me sujeto de Edward, quien gentilmente deposita su mano en mi espalda. —Tranquilla, Bells —susurra. Asiento, inhalando y exhalando el aire. —¿Jane te llamó? —inquiero, atragantada con mi saliva. —Sí, sí —me contesta—. Te estábamos buscando por todo el bendito lugar. ¿En dónde estaban? Miro a Edward, quien parece más nervioso que yo. No puedo decirle que estaba… Realmente estaba besando a Edward. —Yo no estoy muy bien —murmuro. —Claro que no, amiga, estás borracha —interfiere Alice, acercándose a mí. Mira a Edward y frunce el ceño—. Se suponía que ambos no iban a sobrepasarse. ¡Están borrachos! Me tapo la boca y comienzo a llorar, porque mi madre está grave en el hospital. Alice se da cuenta y me abraza, besando mi cabello. —Lo siento, cariño, no me gusta que bebas. Tu mamá estará bien, tenlo por seguro. —Necesito ir con ella —profiero. Me escucho y me doy cuenta de que no estoy reaccionando como debe ser. Oh Dios, no puedo mover bien la lengua. —Alice y los demás irán devuelta a Forks, aprovechando de firmar unos papeles que se necesitan para el traslado de Renée. Yo me quedaré contigo —me dice William. Siento decepción, pues quiero que Edward esté conmigo. —Yo puedo quedarme con Bella —interviene el cobrizo, mirándome de paso. —Pero Edward, tu padre se preocupará —susurra Jessica. —Tengo 28 años, Jessica, puedo cuidarme solo —exclama, elevando un tanto la voz—. Me quedaré con Bella. William asiente, apretando la mandíbula. Está cabreado. Intento aparentar que nada ha sucedido, pues no tengo cabeza para otra cosa. Me entristece mi madre, lo que pueda estarle sucediendo. No quiero perderla, aún queda mucho

por vivir, aún quedan muchos sucesos que pasar. Tengo escalofríos, la sola idea de encontrarla sin vida me es tremenda, imposible de soportar. De lejos veo a Jessica con un rostro de tres metros. No la culpo; Edward no quiso irse con ella. Lo miro y me pierdo en él, pues me provoca una tranquilidad especial. —¿Quieres que los deje en el hospital? —me pregunta el moreno. —No te preocupes, William, Bella tiene su auto —le dice Alice—. Te lo dejo. Yo me iré con los demás —me explica, entregándome la llave. Me da un beso en la mejilla cuando ya estamos afuera, mientras que Jasper se despide de su primo. Le da una corta mirada y luego se dirige a mí para darme un corto y conciso abrazo. Me dice que tenga cuidado y tiene razón. Edward tiene novia. Jessica deposita un suave beso en los labios del cobrizo, y él se pone rígido en su posición. Me siento horrible. Oh Dios, no creí que fuese a sentirme tan culpable de lo que acaba de suceder entre ambos. —Supongo que te tendré que llamar una vez que vuelvas a Forks —me dice William, mirándome apenado. Se me estruja el corazón con la mirada que me da. No quiero herirlo más. —Sí —susurro—. En Forks estará bien. —Cuida de tu madre. —Lo haré. Los veo partir hacia la carretera y recién ahí me doy cuenta de que ni siquiera nos hemos felicitado por el año nuevo. La verdad es que ya nada tiene de feliz. Me angustia pensar en mamá, me angustia no saber qué le ha sucedido. —Lo que sucedió anteriormente… —comienza a decir Edward. Me doy la vuelta y le tapo los labios con mi mano. —No es el momento de hablar de eso —le digo con sequedad. Asiente, apenado. Trago el nudo de mi garganta y me obligo a mostrarme fría con todo esto. No soy digna de Edward Cullen, realmente no puedo ser digna de alguien tan inocente. Desde que lo besé he experimentado miles de sensaciones paganas para mí misma. Es esa forma de mirarme, de tocarme, de demostrarme que me quiere, que no me deja respirar en paz. ¡Edward es un ser que espera por mí desde que deposité mi inocencia en el lago, junto a él! Yo, en cambio, vendí todo lo que él considera santo de su devoción, regalé y exploté lo único que fue suyo a lo largo de los años. No me merezco a una persona tan preciosa, porque simplemente él no puede rebajarse a mi nivel. Ese beso fue una inconsistencia muy propia de mí cuando no tengo control de mis acciones, cuando escapo en esa adicción maldita llamada alcohol. Y además, todo era una presión imposible de resistir. Besar a Edward era una de mis necesidades más humanas durante muchos

años. ¿Cómo aguantar todo ese periodo que estuvimos juntos? No pude evitarlo. El demonio atrae tentativamente a su escabroso infierno, y eso es lo que acabo de hacer con él. No quiero contaminarlo de mi veneno. Con cada beso es una estocada al corazón. Cada beso significa un paso más hacia la muerte. —¿Podrías conducir tú? —inquiero en voz baja—. No tengo fuerzas para hacerlo yo. Edward POV El coche de Bella es muy avanzado y se me hace muy difícil manejarlo, pero simplemente hago todos mis intentos por no demostrarlo. La mujer que me acompaña al lado tiene los ojos fijos al frente, con unas ojeras producto de las lágrimas y el cansancio. El vestido ceñido aún no parece desencajar en su agotamiento, simplemente no podría, porque la elegancia va prendada de ella. Sé más o menos donde queda el hospital de Seattle, solo que el maldito coche no me es fácil. Además, pareciera que incrementa su velocidad con facilidad y en automático. Pongo la radio y suena una canción que no conozco, pero es muy bonita. Bella se acomoda en el asiento y cierra los ojos. No tardo en sentir su respiración pesada y un suave murmullo que dice Edward en repetidas ocasiones. Justo hay un semáforo en rojo, permitiéndome así dirigirme hacia ella. Está durmiendo plácidamente en el asiento, con la cabeza ladeada. Me quito rápidamente el saco y lo pongo encima de ella para que la caliente. Se remueve y sigue durmiendo con una media sonrisa en los labios. Acaricio su mejilla con mis dedos y suspiro. Es asombroso verla dormir, más aún cuando han sucedido tantos años desde que eso no pasaba. ¿Qué tan frágil puede parecer? A veces es como volver a ver a la Isabella inocente. Me separo lentamente para seguir manejando, sintiendo el viento y la humedad. Remojo mis labios recordando lo sucedido hace solo una hora atrás. Besé a Bella. De inmediato siento una alteración en gran parte de mi cuerpo, traspasando cosquilleos por mi epidermis. Sin embargo siento una punzada de algo más: culpa. Quizá fue demasiado pronto besarla. Bella no ha vuelto a hablar de eso y ya sé por qué. Fue un error del que realmente no podría arrepentirme, pero todo esto nos está matando. Sé que debería aclarar mi cabeza, pero las cosas suceden muy rápido, no me doy cuenta cuando mi ansiedad por tenerla para mí ha bloqueado cualquier pizca de cordura en mi cerebro. Así ha sido siempre. Sin pensar en las consecuencias en ese momento, pero luego recordando por qué no debí. Bella es una mujer prohibida y lo que hemos hecho ha sido prohibido. He estado antes en Seattle, por lo que me manejo perfectamente en la ciudad. Reconozco algunos lugares y sé que pronto llegaremos al hospital. Ella aún sigue soñando, embobándome con su dormir. Puedo ser un sicópata vigilando su descanso, o simplemente un loco enamorado incapaz de quitar la vista. No sabe que en cada parada toco su piel, tampoco sabe que cada vez que puede se apega a mi saco y lo huele. Debo reconocer que Bella no conoce nada en este mundo, aunque se haya ido para dominar las tierras que le esperaban para crecer. Bella ni siquiera se conoce a sí misma. El hospital de Seattle tiene las luces encendidas en varias ventanas, las que se apilan derechamente hacia arriba y hacia abajo. Muchas de ellas albergan la vida y la muerte, debatiéndose en una escabrosa lucha. El único testigo es el destino, tan soberbio. No escatima

en edad, ni recuerdos, menos en el deseo que ellos mismos tienen. El destino elige qué bando apoyar, buscando la forma de satisfacer su necesidad. La madre de Bella está en medio de eso, sin saber lo que en realidad le depara el futuro. No sería justo para su hija, no sería justo para ella. Ambas necesitan remediar tantos daños. Sería una crueldad dejarlas a ambas sin poder disfrutarse. Vi a Renée sufrir por Bella. Vi a Renée orgullosa por Bella. Vi a Renée día tras día esperando el día en que Bella viniese a por ella. ¿Por qué tiene que ser todo tan injusto? Y ella. La frágil nena que duerme a mi lado, respirando con profundidad, dispuesta a sufrir más aún por su mamá. Me preocupa tanto su bienestar, lo demacrada que resulta ahora que no sabe qué rayos sucederá con Renée. Aparco en el estacionamiento vacío y desolado, en donde la oscuridad ha hecho acopio de cada espacio. Salgo y me doy la vuelta para abrir la puerta de ella, quien sigue durmiendo serenamente. Acerco mi cuerpo y la muevo ligeramente. Da un respingo y abre los ojos lentamente, intentando acostumbrarse al lugar en el que se encuentra. —Hemos llegado —le susurro—. Necesitar ver a tu madre. Se sienta y restriega sus ojos con las manos hechas un puño. Me enternece. —Siento haberme dormido —susurra con voz adormilada. —Estás muy cansada —le digo, acariciando su frente. Me mira con sus ojos cansados y me da una media sonrisa, algo nerviosa. Debe haberse acordado de lo sucedido en la fiesta. —No he dormido muy bien los últimos días. Asiento, recargándome ahora para mirarla mejor. La ayudo a salir del automóvil, pasando mi brazo por sobre sus hombros. Lleva mi saco encima, por lo que está calentita a mi lado. Ella me abraza, pasando su mano por mi espalda baja. —No me gustan estos lugares —dice con la voz pesada y hostil. —Estoy aquí —le repito constantemente. Beso su cabello y ella respira. Le asusta tanto la noticia que pueden tenerle, lo puedo notar, y es por eso que intento acompañarla como sea. Caminamos por un pasillo largo y gris, con las luces en el techo, una que otra parpadeando. Varias son de emergencia, las que están sobre el umbral de algunas habitaciones, por ejemplo. Intento no mirar hacia adentro, pero el morbo puede más. Es tan desolador. Veo la palabra "urgencias" en lo alto de un mostrador redondo en medio de la gran sala. Hay una mujer de cabello rojo sentada detrás de aquel mostrador, vestida de blanco, con unas gafas negras y triangulares frente a sus ojos. Parece murmurar cosas para sí misma, como si estuviese cantando, mientras anota algunas cosas en una gran agenda. —Buenas noches —digo, ya que Bella se niega a hacerlo. La mujer se percata de nuestra presencia y levanta la cabeza de golpe. Nos sonríe y deja el lápiz

en su escritorio. —Buenas noches —nos responde—. Su esposa no parece tener buen aspecto, ¿necesita algo? —Oh, no es mi esposa —respondo. Bella me mira y apega su cabeza a mi pecho, agotada. —Ah. Disculpe —profiere. —Solo está cansada, nada importante —susurro—. Venimos porque nos han avisado que un familiar ha sido trasladado aquí, pues ha tenido complicaciones en su enfermedad. La mujer asiente y se acomoda las gafas en el tabique. —¿Cuál es el nombre del paciente? —Renée Higginbotham Swan —contesta Bella, sacando el habla. La miro y ella a mí. Está muy nerviosa. La pelirroja revisa el libro y pasa el dedo por una larga lista de personas. Acaba a la mitad de la siguiente hoja, con una sonrisa satisfactoria en su rostro. —La han trasladado a oncología —dice—. Ha venido en compañía de su enfermera personal —comunica. —Sí. Mamá tiene a Jane Vulturi para sus cuidados. —¿Adónde queda oncología? —inquiero. —Segundo piso, al fondo y a la izquierda. Nos despedimos y caminamos hasta el ascensor. Cuando nos orientamos y damos con el lugar, ambos sentimos el dolor que representa el cáncer en cada familia. Jane está vestida de civil, con unos pantalones de tela negros y un sweater rojo de cuello alto. Parece pensativa, mirando al suelo mientras muerde su mejilla interna. Isabella se separa de mí para caminar hasta ella y yo la sigo. Jane levanta la cabeza y nos da un leve saludo. —Srta. Swan, lamento mucho que esto haya sucedido —dice la rubia con un dejo de tristeza en su voz—. No era mi intención vestir así, pero no pude venir con mi uniforme de trabajo. —Está bien, está bien —la tranquiliza la morena. Se nota ansiosa y muy asustada. La contengo, tomando su mano—. ¿Qué ha sucedido? Jane parece pensar muy bien sus palabras, quizá para no decirle toda la información de golpe. Yo también estoy asustado, más que nada por ella. —Hoy se ha puesto muy mal. Ha decaído de golpe y sin ninguna señal previa. El doctor de turno ha decidido que debía venirse a Seattle lo antes posible, pues podría ser alguna complicación de su páncreas. —Se calla y me mira—. El doctor teme que sea una metástasis no diagnosticada previamente, aunque es muy probable que todo se haya dado de un día para otros. El cáncer de páncreas es muy difícil de controlar.

Bella asiente, jadeando. Me aprieta la mano con sus dedos y yo lo hago devuelta. —¿El médico se ha aparecido? —pregunto, pues ella es incapaz de seguir hablando. —Sí. Pero está esperando las radiografías —informa. —¿La operarán? —Lo más probable. Jane va hacia los baños y Bella aprovecha de sentarse en una banca. Yo la imito y ella instantáneamente comienza a llorar. Pone su cabeza en mi pecho y ahí se descarga, derramando todo lo que tenía guardado dentro de su corazón. Solloza y yo no sé qué hacer, simplemente la abrazo y la acaricio, dándole mi compañía. —No quiero que muera —gime. —No lo hará. Intento ser optimista, pensar positivo sobre todo esto. —Debí haber venido antes, con mi ayuda esto no estaría pasando —exclama. Me duele su dolor. Todo lo que expresa en sus lágrimas no es nada más que todo el amor contenido que le tiene a su madre. Claro que no es su culpa, ella no tenía cómo saber todo lo que iba a suceder. —Las cosas suceden por una sola razón. —Ella es la única familia que me queda, Edward. —Lo sé —susurro. Me separo y la miro, con ambas manos en su rostro. El tormento de sus cuencas me parte el corazón. Bella necesita descansar, salir de tanto dolor. Me intriga lo que le ha hecho tanto daño, la forma en que me mira me dice muchas cosas, sobre todo me implora misericordia y no sé por qué. —No estás sola, Bella, sabes que me quedaré contigo. Creí decirte que siempre iba a estar a tu lado, pasara lo que pasara, puedes contar conmigo —le digo. Sus cuencas se mueven por mi rostro y de inmediato deja de llorar. Dos líneas rojas trazan sus mejillas y su nariz está del mismo color. —Gracias —murmura—. Lamento que tengas que verme así. Se separa y se limpia la cara con el dorso de sus manos. Se levanta de la silla y da un ligero paseo por el área. La quedo mirando con el ceño fruncido por tan repentino cambio de ánimo, como si se sintiese avergonzada de que la vea llorar. —Te he visto llorar muchas veces. Me levanto también, siguiendo su ritmo. Me posiciono detrás de ella, quien tiene los brazos cruzados contra su pecho. —Jessica no se enojará por esto, ¿no? —Suena irónica.

—Claro que no. Ella lo entiende —la tranquilizo. Asiente lentamente. —Supongo que no estaría muy contenta con lo que sucedió en esa fiesta. No sé qué responderle, me ha tomado por sorpresa. —No tiene por qué saber —le digo—. Además, estábamos medio borrachos hace dos horas atrás —aclaro. Bella se da la vuelta y me mira. Pestañea un par de veces y luego se dirige al suelo, haciendo un mohín. —Lamento que haya ocurrido, no estaba en mis planes cometer semejante error —exclama. ¿Por qué parece tan enojada? No puedo seguir con la conversación, pues veo a la enfermera Jane venir hasta nosotros con una incomodidad tangible en su rostro. —¿Alguna novedad? —le pregunto, pues Bella no es capaz de hablar. —El doctor especialista viene para informarle el diagnóstico —informa—, muy pronto la Sra. Renée pasará a pabellón. Con nerviosismo me fijo en mi alrededor, evitando el tema que da vueltas en mi cabeza. El lugar es bastante espacioso y hay una recepcionista en un mostrador, pero parece menos amable que la pelirroja de abajo. Hay muchos carteles sobre el cáncer y cómo prevenir la detección tardía, como también algunos mensajes emotivos para los padres que están soportando esa situación tan difícil. Se me remueven las entrañas al divisar algunas personas escondidas en las habitaciones, sin cabello y a la espera de una salvación. Mientras, algunos de los familiares se sientan en las sillas, con sus plegarias a Dios. Las paredes son de color rosa muy pálido y el suelo de cerámica blanca. Hace calor y no hay ventanas hasta en la pared más alejada, donde se ven unas luces de la ciudad. Qué horrible pasar el año nuevo bajo este techo, sin la alegría suficiente. Siento un jadeo que viene de Bella, me giro para verla, pero ella está contemplando algo que la horroriza, paralelamente traspasando la curiosidad en su mirada. Intento dar con lo que la está atormentando, y grande es mi horror cuando veo que el famoso doctor es nada más y nada menos que Emmett McCarty. Isabella POV Es como encontrar la salida al laberinto y darte cuenta que es solo una trampa. Sus ojos marrón oscuro están protegidos por unos anteojos cuadrados de marco negro. No le sorprende encontrarme en el mismo lugar, compartiendo el infortunio de mi madre. Se ve más adulto que cuando lo dejé de ver, con un poco de barba oscura en su quijada y el cabello corto en puntas disparejas. Lleva una bata blanca, lo que indica su profesión. Estrecha su mirada frente a mí, dando una leve sonrisa nostálgica. Yo evito cualquier expresión, aunque sé que desde un primer momento no pude ocultar mi asombro. No sé qué sucede por su cabeza, lo que pueda pensar de la Isabella que tiene frene a él. La verdad es que me sorprende

que no se haya abalanzado contra Edward a decirle lo mejor que es, o a provocarle, aunque debo deducir que ha encontrado la madurez suficiente con estos diez años. Miro a Edward, quien lo mira con un odio muy palpable. No lo culpo. Él fue el culpable de cada una de sus penas, desde que ambos se encontraron en el mismo lugar, Emmett era ocasionaba todo tipo de bromas hacia el cobrizo. Recuerdo que Edward no podía creer que yo estuviese saliendo con él, pero yo solo quería salir de mi casa y la única manera era teniendo un novio. Fui tan estúpida. Emmett era soberbio, arribista, incapaz de amar. No sé por qué no me di cuenta de que estaba enamorada de mi mejor amigo, que lo que más necesitaba era su compañía. Quizá no quería afrontar las consecuencias. —¿Isabella Swan? —profiere, quitándose los anteojos con rapidez—. ¡Eres tú! —Hola, Emmett —susurro, cruzándome de brazos para darme calor y valor. —Edward —exclama, sonriendo. Parece sincero. Mi mejor amigo no dice nada, solo se mantiene en un silencio completo. La enfermera Jane está de pie con algo de confusión, aunque claro, sabe que no le incumbe. Emmett se acerca y me da un abrazo que me descoloca. Pero él siempre fue así, algo impulsivo y efusivo, eso no ha cambiado en lo absoluto. —Feliz año nuevo —dice, mirándome ahora que me ha soltado. —Feliz año nuevo —murmuro con los brazos caídos, sin poder responder a su muestra de cariño. Edward carraspea y mi ex novio me suelta. —Le he hecho unas radiografías a tu madre, la Sra. Renée Swan, para averiguar el estado de su páncreas —me informa, utilizando el tono profesional—. He notado unas pequeñas bolas en el tejido, por lo que necesito hacer una biopsia urgente. Siento una punzada de desesperación, mezclada con desasosiego. ¿Qué puedo pensar? Me preocupa su salud, que su cuerpo no responda. Ella necesita vivir. No sé qué podría pasar conmigo si ella se va, mamá es mi apoyo, mi fuerza, es en quién pensaba día y noche, generándome el valor que nadie más podría darme. Es la única persona que realmente se siente orgullosa de mí. —Ella estará bien, Bella. La conozco, es muy fuerte. De seguro estará pensando en ti. Emmett pone su mano en mi hombro. Me siento incómoda. —¿Está inconsciente? —inquiero. —Aún no. Pero no puedes verla. Lo mejor sería que fueses a descansar, Edward puede llevarte —me dice, mirando ahora al cobrizo. Me sorprende que en su mirada solo haya amabilidad, como si en su vida pasada hubiesen sido muy buenos amigos. Edward no parece sentir lo mismo. —La verdad es que me estoy quedando en Forks…

—La operación se llevará a cabo en dos horas más, además durará cerca de cinco horas o más, eso depende, y de eso a que te dé noticias es una hora más. Ve a un hotel, estás en buenas manos. —Sonríe y se acerca a Edward—. Cuídala bien —dice, poniendo una mano en el hombro de él—. Hasta luego. Jane se adelanta y nos comunica que ella puede avisarnos, que solo debo decirle donde hospedaré. No se me ocurre otro lugar más que el famoso hotel de Seattle, el único que conozco. Prefiero no volver al hotel de aquella fiesta, no quiero ser el blanco de las miradas otra vez. En el hotel Fairmont no se atreverían a atentar contra mi privacidad, son demasiado petimetre. —En el Fairmont Olympic Hotel —informo—. ¿Te quedas o te vas? —le pregunto a Edward. Me da una sonrisa cansada. —¿Tengo que repetirlo? Siempre estaré contigo. ... El hombre que viste de blanco me pide las llaves del carro y yo se las entrego. Con Edward caminamos por las escaleras de piedra gris, las cuales dan con un jardín de grandes proporciones. Al fondo hay tres puertas de vidrio que giran mientras salen y entran personajes de gran delicadeza. Dos hombres más, vestidos de rojo, nos dan la bienvenida con una sonrisa. En el fondo hay dos recepcionistas con energía suficiente para sonreír todo el jodido momento. Son perfectas, rubias y hermosas. Nos acercamos a ellas, mientras Edward sujeta mi cintura con su mano cálida. —Buenas noches, Sra. ¿Podemos ayudarle en algo? —dice la rubia de cabello corto. —Buenas noches. Necesito un cuarto. La rubia de cabello largo busca en su gran agenda y hace una mueca. —Hay solo un cuarto matrimonial, y solo está disponible hasta mañana, por lo cual tendría que abandonar la habitación a primera hora. Miro a Edward, quien parece algo incómodo. No sería oportuno compartir la cama. —¿No hay nada con doble habitación? —Me muerdo el labio inferior. —Nada, señora. No puedo pensarlo más. —Está bien. La tomo. ¿No te molesta, cierto, Edward? —me giro a preguntarle. Se encoge de hombros. Luego de dar mis datos, el botones nos lleva a la habitación. Caminamos hasta el ascensor, uno de los cuatro que se comparten en hileras. El material parece ser bañado en algo dorado, arriba hay una especie de reloj que indica en qué nivel se encuentra la caja. Cuando entramos al ascensor y contemplo la delicadeza de sus paredes abstractas, el suelo de alfombra persa. Café, crema, oro. Solo tres colores decorando el lugar. Hay un espejo detrás de mí, reluciente y grande, me doy la vuelta y me observo.

Luzco tan demacrada, aunque debo decir que el brillo en mis ojos es… escalofriante. No quiero pensar que es producto del beso con Edward, pero sé que es así. Él y su efecto. Está callado, mirando al frente. Creo que fui demasiado fría en el hospital. Debo pedirle perdón. El botones sale del ascensor cuando ya estamos en el nivel número cinco. Es un pasillo largo con fotografías de frutas y flores, todas con la luz dándole del lado derecho. Edward las mira y yo lo miro a él. Me gusta su expresión cada vez que observa el arte, es una iluminación que proviene de su alma. El botones nos abre la puerta de madera tallada y la abre, permitiéndonos la hermosura de la suite. Hay dos sitiales de tela con formas de flores bordadas, los brazos son de madera, al igual que su soporte, cuatro patas firmes en el suelo. Una mesa, pulida y brillante, se encarga de sostener un florero de grandes margaritas, las cuales emanan un olor particular. Arrugo el rostro. Soy alérgica al polen, no puedo permitirme convivir con las flores. Pero me gustan, sobre todo si combinan con Edward. Por eso odio cuando los demás hombres me regalan flores, porque no saben nada de mí a pesar de lo mucho que buscan mi atención. Es él, un hombre de cabello cobrizo y mirada gentil, quien conoce absolutamente todo. O bueno, "conocía" todo de mí. Edward Cullen siempre me regalaba flores, y aún así me llevaba a plantarlas al jardín, pues sabía lo que me provocaban. Hay más fotografías en la pared de papel crema, con diseños de flor de lis esparcidas por el espacio, gigantes ventanales que ocupaban gran parte del muro principal, dándonos una imagen de la bella ciudad de Seattle, una alfombra persa de exquisito color café y una gran lámpara de lágrimas colgando del techo. El botones se va cuando ya nos da la llave y su bienvenida. Edward se gira para mirarme. Parece nervioso y no le culpo. —¿Vas a dormir ya? —inquiere. —Quiero ducharme primero. Asiente y se acerca a la gran ventana con la mano en los bolsillos. Cuando entro al baño no puedo evitar lanzar un gemido. Hay un jacuzzi tan romántico junto a un centenar de velas dispuestas a encenderse, junto a las pasiones de la pareja afortunada. Me siento desilusionada de no poder disfrutar tanta belleza, solo porque el hombre al que quiero está comprometido con otra, porque ponemos en juego una amistad que nos costó años volver a tener. Y mírennos. Disgustados porque hemos cometido un error en pleno año nuevo. Sé que no debimos besarnos, entre nosotros falta mucho por hablar. Mis impulsos fueron demasiado bruscos. Me desvisto lentamente, sintiendo una electricidad en mi piel producto de los metros de distancia que me separan de él. Si tan solo fuese más desvergonzada, iría de puntillas hasta la sala, desnuda y deseosa de poder sentirme suya. Claro que no, eso me mantendría en vilo de mis pensamientos durante toda mi vida. Suspiro y acabo bañándome con el agua caliente. En varias ocasiones golpeo mi cabeza con los azulejos, implorando misericordia divina para superar esta noche sin poder tocarlo. Realmente es un sufrimiento siquiera pensarlo.

Me pongo una bata al salir y camino por el corto pasillo hasta dar con la sala principal. Edward está sentado en el sitial, moviendo una pierna de vez en cuando. Se ha quitado la corbata y la ha dejado en el brazo de su silla. —Eh… Edward —murmuro, sin saber qué decir. ¿Cómo vamos a dormir? Da un respingo y se levanta. Me queda mirando por un minuto, de arriba abajo. Traga, incapaz de tranquilizarse. Me ruborizo y tomo mis manos entre sí, moviendo los dedos. —Puedes ir a la cama tranquila, yo me quedaré aquí. ¿Toda la noche? —Edward, necesitas dormir —digo cansinamente. —No tienes por qué compartir la misma cama conmigo, yo estaré bien aquí. Asiento y me doy la vuelta. Pero no tardo en darme cuenta que es mi única oportunidad. —Edward —susurro—. Ven conmigo. Quiero que duermas conmigo. Sus ojos se agrandan y sus fosas nasales se dilatan. —Dormir. Literal —aclaro entre risas pequeñas. Sus ojos se alegran, algo aliviado. —Claro —. Parece divertido—. No estaba pensando en… eso. Niega, con una sonrisa entre dientes. —De verdad no te preocupes, no tienes… Ruedo los ojos y me acerco a él, levantando el rostro para poder mirarlo directamente a los ojos. La verdad es que descalza aún soy más pequeña que Edward. —Si te sientes culpable o… simplemente no lo consideras correcto, puedo entenderlo —le digo. Sé que Jessica no es invisible, y a pesar de que esto no es nada malo, su recuerdo está entre nosotros. La culpa. —Jessica… —suspira—. Cuando te miro ella no está en mis pensamientos. Grave confesión. Me desasosiego, pero mantengo la calma a los segundos. —¿Qué es? —continúo. Parece meditar si decírmelo. Sus ojos divagan por mi rostro buscando una salida, pero no la encuentra. —Tengo miedo de revivir lo poco y nada que logramos ser. Mis ojos se llenan de lágrimas. No, Edward, no me digas eso. Me armo de valor. Estoy dispuesta a todo. —La sensación es mutua —confieso—. Y asimismo, solo quiero poder dormir contigo por esta

noche. Edward me sonríe de oreja a oreja y me levanta entre sus brazos. Estoy de vientre en su hombro y él me agarra fuertemente de los muslos. Estoy ruborizada como una niña pequeña, pegando gritos descontrolados en toda la habitación. Lo oído reír y un par de veces le lanzo insultos no muy apropiados, aunque Edward sigue divertido, haciéndomelo saber con sus carcajadas. Me deposita en la cama y yo caigo de espaldas sobre la cama. Me remuevo y lo miro. Tiene la camisa desabrochada, permitiéndome contemplar el comienzo de un escaso vello creciente en su pecho. Su cabello está desordenado, más de lo normal y su forma de mirarme enciende hasta la última gota de mi sangre. Tiro de la bata para tapar mis muslos y me siento en el blando colchón. Paso mis manos por el edredón y me magnifico con la suavidad de la tela. Me doy cuenta que la habitación tiene una gran ventana al lado, otra vez permitiéndonos la luna y las luces de Seattle. Edward camina hasta el interruptor y apaga la luz, dejándonos solo con la iluminación exterior. Se acerca a la cama y yo, nerviosa, me alejo unos centímetros hacia el lado derecho. Él se acuesta a mi lado y me invita a cobijarme en su pecho. No lo pienso mucho y me acuesto, sintiendo la calidez de su cuerpo. —Así que Jessica no está en tus pensamientos —digo. —No ahora —murmura. Me abraza y yo me apego aún más si es posible. —No sé cómo sentirme a eso —le confieso. Respira, sin hablar nada. —Permíteme disfrutar de tu compañía. Solo por esta noche —insiste, llevando unos dedos a mi cabello. Me obligo a callar mis culpas y a hacer lo mismo: disfrutar. Los minutos pasan y yo aún sigo sintiendo su respiración, su pecho bajando y subiendo con tranquilidad. Vivo. Aún no puedo entender cómo las cosas suceden tan rápido. Un día Edward estaba muerto y enterrado, y al otro tan vivo y más hombre que nunca. —¿No puedes dormir? —inquiero, levantándome un poco para mirarlo. Tiene los ojos con pereza, pero aún así hay algo que lo mantiene despierto. —Simplemente mis pensamientos trabajan con mayor frecuencia una vez que me propongo dormir. Sonrío. —¿Qué te tiene pensando tanto? —Temo que mi pregunta sea demasiado confianzuda. Lleva una mano a mi mejilla y la acaricia con dos dedos. Me observa como a la flor más hermosa, pura y divina. Pureza. Es eso lo único que veo en sus ojos cada vez que se detiene a contemplarme. Es una tortura. —Que en la mañana, cuando despierte de mis sueños, tendré miedo de perderte aún sin haberte

tenido. Sus palabras duelen. No quiero que sienta eso, no quiero que piense que no soy suya porque sí lo soy. Me obligo a dejar caer la cabeza en su cuello, incapacitada para seguir con esto. No podría responder nada cuerdo, no ahora que me ha dicho aquello. —Feliz año nuevo otra vez —dice. Río. —Feliz año nuevo. Antes de caer en los brazos de un hambriento Morfeo, decido quitarme el peso del cuerpo. —Lamento haberte besado —susurro. No oigo nada más que su respiración, y yo, dominada por el hijo de Hipnos, me dejo caer en el descanso. Edward POV Siento los sonidos de unos pájaros, muy a lo lejos, luego el sonido de un teléfono que suena sin cesar. Mis párpados pesan, impidiéndome abrirlos para dejar entrar la luz. Es como si no hubiese descansado lo suficiente. Me muevo un poco, pues la postura que he tenido toda la noche me ha acalambrado todo el cuerpo. Pero algo, o más bien alguien, se aferra a mi cintura con demasiada fuerza. Sonrío casi de inmediato. Bajo mis ojos hasta ella, quien descansa con su cabeza en mi pecho, con la mejilla pegada a mi cuerpo. Ha acercado una pierna a las mías, permitiéndome ver la entereza de su piel inmaculada, el muslo en su totalidad y algo más que no debería mirar. —¿Qué voy a hacer contigo? —susurro, acariciando su mejilla sonrosada. Su cabello se ha desordenado más de lo normal, dándole un aspecto salvaje no muy propio de ella. Sus mejillas arden bajo mis dedos, su respiración es tranquila y ha asomado una sonrisa entre sueños. Me pregunto por qué. Si fuese lo suficientemente valiente ya estaría diciéndole todo lo que siento por ella. Quisiera decirle que la amo y que segundo a segundo temo que se escape como hace años. Lloro la pérdida de una mujer que nunca ha sido mía, pero ilógicamente no puedo evitarlo. Se acerca a mí, y con el movimiento, la tela se le ha corrido. Puedo ver el nacimiento de sus senos y no puedo quitar la vista de su piel. Deseo tocarla. Niego y con rapidez la cubro. Creo que no es buena idea seguir viendo esto. Me separo lentamente y Bella, con un suave murmullo, se da la vuelta destapando su humanidad. No puedo evitar reír y llevar una de las mantas sobre ella. Cuando termino de cubrirla, deposito un beso en su cabello. Decido darme una ducha para refrescar mi cordura. La cercanía de una mujer como ella no pasa inadvertido ni por el mejor de los santos. Doy una repasada a la ventana y noto que aún ni siquiera se ha aclarado el cielo. No deben pasar de las cinco y media. Enciendo la luz del baño y doy un silbido por la grandeza del lugar. Mármol, aceites y un gran jacuzzi prometedor. Suspiro y me dirijo a la ducha, muevo la manilla para que el agua corra. Me desvisto y con rapidez entro al

pequeño cubículo. El chorro de agua caliente cae por mi cabeza, pero ni con eso logro sacarme la imagen de Bella. No debí acostarme con ella, su cuerpo junto al mío solo provocan fuego. Y claro, tiene un problema con eso de mostrar más de lo que debe cuando duerme. Corto el agua caliente y me decido a ducharme con agua fría. No es gentil decirle buenos días a una mujer mientras tienes un problema en la zona sur. Dios, qué vergüenza, si supiera pensará que soy un degenerado. Permito que el agua caliente dé contra mi cabeza otra vez. Doy un respingo, pero me obligo a seguir bajo el chorro helado. Aprieto la mandíbula y dejo que cualquier pensamiento fuera de sí se escape de mi cabeza. Salgo tiritando de la ducha y me visto de inmediato, no quiero andar semidesnudo por el lugar, sería incómodo para Bella. Camino por la sala sin saber qué hacer, es un lugar tan grande, pero tan vacío. Me siento solo, a la espera de que la única compañía que tengo despierte y me haga sentir completo. Siento el sonido del teléfono y yo corro hasta él, deseando que Bella no se haya despertado. —Buenos días —dice. Es Jane, la enfermera. Mi corazón bombea con fuerza en mi pecho, a la espera de la noticia. —Buenos días, Jane —susurro, mientras doy miradas esporádicas al pasillo, por si Bella despierta. —¡Ah! Sr. Edward. —Isabella está durmiendo, lo que tengas que decir dímelo —aclaro. Jane carraspea. —La Sra. Swan ha salido de la operación. Todo parece indicar que no hay riesgos. El dolor es producto de un tumor que le oprimía el tejido. Pero ya ha sido extirpado. No hay peligro —informa con una alegría adorable. Siento un alivio que me recorre lentamente, una satisfacción y una felicidad muy poco propia de mí. —No le avise aún a la señorita, sería bueno que descanse un momento. —Lo entiendo —murmuro. Paso las manos por mi cabello mojado y me acerco a la habitación. El cielo está burdeos, los pájaros cantan y el tráfico se ha vuelto espeso. Es el inicio de año más extraño que he tenido en mi vida. Me recargo en el umbral de la puerta y me quedo mirando a la flor que descansa entre las cobijas. Se ha vuelto a destapar, dejando ver parte de sus muslos y el inicio de sus senos. Niego con mi cabeza junto a una sonrisa divertida. —No debí dejarte ir —susurra—. Sabía que diez años no eran en vano.

Frunzo el ceño. Bella hablando en sueños. No había ocurrido antes. —No debí… No debí —repite constantemente—. Ni siquiera debí besarte. Se gira en la cama y de golpe abre los ojos. Se yergue y tira de la bata, tapándose la desnudez. Me mira y pega un pequeño grito. Me obligo a sonreír, a pesar de que se me hace difícil con lo que acaba de decir inconscientemente. Puedo notar su sonrojo en la distancia y oscuridad, la forma en que abre los ojos desmesuradamente y se tapa incontrolablemente. Es adorable. —¿Qué haces ahí parado? —inquiere. —Mirarte mientras duermes. —Sicópata —exclama. —Sí, lo soy. Y tú tienes graves problemas con eso de desnudarte en sueños. Abre la boca para decirme algo, pero de ella sale solo un jadeo. Toma una de las almohadas y me la lanza. Me agacho con rapidez y la esquivo entre risas, mientras ella insiste en lanzarme las demás. —Ah. Quieres guerra —le digo, mirándola como un furioso animal. Me acerco hasta la cama y la acecho. Bella da grititos asustados, mientras sonríe como una boba. Se va alejando de mí a medida que yo doy paso por paso, yendo hacia atrás encima de la cama. Cuando choca con la cabecera, me vuelve a dar una sonrisa nerviosa. Tomo sus tobillos y la arrastro por los edredones, provocando así que su única prenda suba por sus piernas hasta acabar centímetros antes de su intimidad. Pongo ambas manos a los lados de su cabeza y ahí me afirmo para observarla. —Eres un jugador rudo, ¿eh? —me susurra, jadeante—. Un jugador muy rudo y mojado —añade cuando un par de gotas provenientes de mi cabello caen sobre su frente. Paso unos dedos por su frente para quitarlas y ambos sonreímos. Siento el hálito exquisito que choca con mi rostro, la inestabilidad al respirar. Noto los detalles de su rostro: algunas líneas de expresión y unas pocas pecas que cubren una fina línea que va desde la mejilla izquierda hasta la derecha. Su rostro ha cambiado, ella ahora me observa con atención, grabándose mi expresión. Posa una mano en mi quijada y la acaricia. Va a acercarse más, pero de pronto se aleja. Me decepciono. —Se ha acabado el juego —me dice. Su voz suena estrangulada. Me obligo a separarme también, no puedo intentar algo que es imposible. Camino hasta la sala y ahí me quedo, sentándome en la silla más cercana, mientras observo al sol que despierta por las montañas. Siento un ligero "maldición" a mis espaldas y yo me giro. Bella parece desanimada por algo o alguien. —¿Sucede algo? —Olvidé que solo tengo ese vestido de fiesta. Dejé un par de prendas en la cajuela del auto, pero no puedo ir…

—Yo iré, tú tranquila —le digo. Cuando me pongo el abrigo y voy a abrir la puerta, Bella me pregunta algo que me debate entre la verdad y la mentira. —¿Jane no ha llamado? Cuando doy la vuelta y miro las ojeras, el cansancio prendado en su débil cuerpo, me siento obligado a ocultarlo. Bella necesita descansar aunque sea unas horas más. —No. Quizá haya novedades más tarde. Frunce el ceño y mira al suelo. —Ah —dice. Levanta la mirada hasta mí y me sonríe—. Ve con tranquilidad. Antes de salir, deposito un suave beso en su frente. En la cajuela del auto encuentro un sweater negro y unos pantalones grises. Las guardo en su bolsa y corro otra vez hasta el nivel correspondiente. Abro y percibo un olor bastante apetecible que me abre el hambre. —¡Por aquí, Edward! —vocifera desde un pasillo al que no había entrado. Vaya. Hay una mesa pequeña y dos sillas bastante delicadas. Se nota la fineza. Hay comida servida y Bella me espera con sus manitos bajo la barbilla, mirándome con diversión. Doy una ojeada a las charolas: huevo y panceta, café y jugo de naranjas. En medio hay un cuenco con frutas diversas. —Te estaba esperando —me dice. —Veo que el servicio a la habitación es bastante rápido —comento mientras me siento. Levanta ambas cejas y reprime una carcajada. —O tú eres demasiado lento —bromea. ... Nuevamente estoy manejando el coche de Bella, pues ella aún no es capaz de concentrarse. Está nublada con lo de su madre y no he podido decirle que ya me han llamado, que su madre está bien. El camino está difícil, tal parece que todo Seattle ha decidido comenzar un viaje. Llegamos al hospital en media hora más, minuto a minuto agregándole un poco de ansiedad a Bella. El lugar ya es conocido y no tardamos en encontrar oncología. Ella camina hasta donde está la enfermera y pregunta por el nombre de su madre. Aunque no tardamos en oír la voz de Jane. —Al fin han llegado —dice frenética. —¿Qué sucede? —inquiere Bella. —Ha habido un pequeño error —exclama—. La operación anterior no sirvió para extirpar todo el tumor. Al parecer ha habido metástasis. Y es grave.

Buenas noches :) Como dije, el capítulo ha estado muy infernal. Ha habido prácticamente de todo. Emmett llegará con muchas sorpresas, les aseguro. Y, sobre todo, ha sido un capítulo sin mucha Jessica. Sé que la odian jaja. El siguiente capítulo brindará a cada Team AntiJessica una dosis de paz y venganza. ¿Qué será? Lean el siguiente capítulo. ¡Lo amarán! Cada review será contestado para que sepan que los leo y los aprecio mucho a pesar de que no son cantidades exorbitantes. Gracias por leerme. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . XXII . Isabella POV —¿Qué? ¿Segunda operación? ¡Creí que iban recién en la primera! —exclamo furibunda. Me tapo la cara con ambas manos y ahí me quedo, pensando en cómo reaccionar, qué decir. Mamá tiene graves problemas, su cáncer está consumiendo toda su energía. Puede morir tan rápido como un suspiro, tan voraz como un incendio. No puedo permitirlo, claro que no. —Bella, creí que era mejor dejarte dormir unos minutos más. Te veías tan demacrada que no me permití despertarte —me dice Edward, poniendo su mano en mi espalda. Frunzo el ceño y despego mis manos de mi rostro para poder mirarlo. ¿Cómo ha podido hacer eso? —¿Qué derecho tienes tú para hacer eso? —gimo exasperada, apretando mis manos en dos puños. Hace una mueca de dolor, pero no bajo la guardia. —Con ninguno —responde. —¡Mi mamá está peor y yo no he estado aquí para velarla! —le grito—. Oh por Dios, Edward, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Es la segunda operación! Han pasado casi cinco horas. —Señorita Swan, yo le dije al Sr. Cullen que no la llamase…

—¡Al demonio! ¿Ahora hablan a escondidas ustedes dos? —grito, sintiendo una punzada de algo desconocido. Es una sensación caliente; un sentimiento—. No tienen el derecho a tomar decisiones por mí. Si estoy cansada o no, es mi problema. Además, no sabía que eran tan amigos. Edward está parado observándome atentamente con sus ojos de color miel. Jane insiste en explicarme las cosas, pero yo le hago un alto con mi mano. —¿Vas a reaccionar así después de todo lo que he hecho? —me pregunta él, atrayendo mi atención. —¿Ahora me estás sacando las cosas en cara? —bramo. Rueda los ojos y se cruza los brazos. —¡Claro que no! —responde—. Es solo que… no entiendo por qué actúas así. Me distraigo en mamá y en Emmett, quien se ha sentado a mi lado a decirme que las siguientes dos horas son decisivas. Vive o muere. Solo dos opciones. Mi corazón se estruja como una pequeña cucaracha bajo la suela del cáncer. Tengo miedo, eso es lógico. Pero es un miedo que no va dirigido derechamente a mí, sino a ella. Temo que sufra, que el dolor la consuma. Quisiera correr a su habitación y decirle que la amo, que a pesar de todo lo que ella considera su culpa, no es así. La culpa es de Phill. Me largo a llorar y Edward se acerca con cautela, pero no, no quiero su compañía, no quiero que vuelva a tomarse esas atribuciones. —Déjame en paz —exclamo. Emmett se sorprende y se levanta de la silla, mientras yo seco mis lágrimas con rapidez. —Bien. ¿Este es tu juego? —me pregunta, pero yo no entiendo—. Yo no estoy dispuesto a seguirlo. Yo me largo. Se da media vuelta y desaparece en el ascensor. Yo me quedo mirando el vacío que ha dejado, mientras me pregunto qué hice mal. Él es quien me ocultó algo tan importante, es quién parece creer que tiene derecho en mis decisiones. Dios, ¡no quiero que mamá muera! La sola idea me descoloca. —No te alteres, Bella, él no tiene la culpa de que tu madre esté en ese estado —me dice Emmett. —No estoy diciendo eso —me sulfuro. —Pero eso se nota —dice entre risas—. Mira, creo que cuando te tranquilices y veas que Renée está bien, podrás pedirle perdón. Ahora voy a pabellón. Paso la tarde entera en pensamientos fugaces y en lo que debe estar haciendo Edward. No sé si volvió a Forks o sigue aquí, esperándome. Lo que sé es que ahora debe estar odiándome. No medí mis palabras, realmente no pensé cómo reaccionar. En la noche Jane ha intentado hablarme, pero yo no puedo parar de llorar porque estoy sumida en el miedo. Sola. Le pido disculpas por haber interrumpido su año nuevo, pero claramente no le toma importancia a un día cualquiera, como ella lo llama. —La Sra. Renée siempre habla de usted —dice Jane, con una sonrisa real en su rostro.

No puedo evitar imitarla, sus palabras calan hondo en mi pecho. Saber que soy tema para mamá es más que agradable de escuchar. —Estoy tan agradecida de todo. Se ve que es muy buena hija. —Eso intento ser —susurro. Todos tuvimos periodos rebeldes en nuestra adolescencia, es parte de la vida de cada persona. Pero yo fui muy severa. Lo asocio a lo sucedido con Phill y su llegada a mi vida cuando creí que todo era perfecto, que mi padre biológico haya insistido en verme, cuando sé de muy buenas fuentes que no se lo merece. Mamá quería evitar que anduviese haciendo cosas indebidas, pero yo solo quería salir de casa, no sucumbir en problemas y olvidarme de mi hogar. Por eso es que Renée adora tanto a Edward, porque él me mantenía segura de cualquier atrocidad externa. Él me protegía y me aconsejaba. Edward logró que evitara seguir con esa rebeldía absurda. Jane me cuenta de su vida para distraerme. Vive sola con su gato, un persa blanco y ciego; era de su madre. No está muy acostumbrada a la soledad, más aún cuando lo único que oyes es a tu gato enfermo. Tiene 25 años recién cumplidos. Nunca ha tenido un novio. Me sorprende su confesión. —No debió tratar así al Sr. Cullen. Él es una muy buena persona —me dice cuando el silencio entre nosotras se ha propagado por demasiado tiempo. Me miro los dedos ante la culpa que siento. —No estoy preparada para que los demás tengan consideraciones —afirmo—. Es mi madre y nadie tiene el derecho a quitarme el tiempo cerca de ella. El descanso pasa a segundo plano cuando se trata de la gente que amo. —La Sra. Renée me dijo que usted lo quiere mucho. La miro y le sonrío. —Así es. —¿Hay algo más…? Bueno, sé que es una pregunta muy personal, pero… Jane es la única persona con la que puedo desahogarme y lo sé. No puedo ser grosera con sus intentos de distracción. —¿Alguna vez has amado tanto a alguien, que ni el tiempo ni la distancia puede evitarlo? —le pregunto distraídamente. Va a contestarme, pero Emmett nos llama la atención. Está alegre, por lo que dejo escapar el aire que tengo en mis pulmones. —Bella —llama—. Te tengo buenas noticias. Tu madre ha despertado. Puedes verla ahora, pero solo unos minutos. Asiento con la garganta atestada de lágrimas. Me meten a una habitación, no sin antes vestirme de verde menta y ponerme una mascarilla en la boca. Me siento ridícula, pero evito protestar, todo sea por el bien de mamá. Me saca un gemido verla tan descompuesta. Su rostro está ceniciento y parece algo dormida.

Suena un pitido insistente, junto a un suave jadeo que viene de ella. Sé que está débil. —Hola, mamá —susurro lentamente. Ella, distraída y expectante de algo que se mueve en la ventana, se percata de mi presencia y pone sus ojos en mí. Me sonríe, y tal parece que es la única sonrisa sincera que he visto de ella en mucho tiempo. —Hola, Bella —me dice—. Has venido. —Claro que he venido —murmuro. Me acerco a su cama y me siento en la silla que hay a un lado. Gira su rostro para seguir mirándome y me tiende cansinamente su mano derecha. —Estaba esperándote. No puedo evitar llorar al verla tan débil, tan cabizbaja. Siento que ha perdido las fuerzas, que de ella ya no quedan las ganas de vivir. Pero no quiero que piense eso. Ahora estamos en el hospital de Seattle, podrá sanarse si la suerte está de nuestra parte. —He velado tus siestas por todo el día —le digo entre risas, tomando su mano entre mis dedos. Está fría y más huesuda que nunca. Oh mamá… —Te falta dormir un poco —me regaña. Niego, sonriendo. —No puedo dormir si tú estás aquí —le confieso—. Cuando vea que has vuelto a ser la misma, pues entonces dormiré. Me da una mirada triste y desolada, pero no quiero que me mire así, me provoca pánico. —Vaya, no estás tan pesimista como de costumbre —dice de buen humor. —Contigo nunca podría serlo —susurro, acariciando su mano—. Feliz año nuevo. Levanta las cejas, recordando la festividad. —Feliz año nuevo, hija. Intento subirle el ánimo con palabras de aliento, recordando buenos momentos entre ella y yo. De pronto entro en recuerdos junto a Edward y eso le llama la atención de improvisto. —¿Dónde está Edward? —inquiere, frunciendo el ceño. Me muerdo el labio inferior. —Discutimos… —Mamá hace una mueca de horror—. No es nada importante. —¿Es por Emmett? —exclama. Frunzo el ceño. ¿Puede ser…? Aparte de nuestra discusión, lo noté algo incómodo con la presencia de mi ex novio. Miraba extraño al aludido cuando hablaba de mamá con tanta

confianza. Quizá también le molestó. —No lo sé —digo distraídamente—. Aunque puede haber algo ahí, tú sabes todo lo que sucedió hace diez años. Mamá se toma su tiempo pensando. Me impacta que no parezca enferma ahora. Me estremezco, pues hace lo posible para aliviar mis problemas, cuando los suyos son peores. —Edward es perfecto para ti y lo sabes —me susurra, llevando una mano a mi rostro para acariciarlo. Trago saliva e intento hacer como que no afectan sus palabras. —Mamá, no digas eso. —Nunca podrá entrar en tu cabecita dura, ¿no? —Sonríe—. Te lo digo desde que lo conociste y no has hecho más que huir de esos sentimientos. —Suspira. Aprieto mis labios sin poder evitarlo, dándome cuenta de mis propias acciones innatas. Estoy alejando a Edward por miedo, y sé que gran parte de esto es por lo que me dijo en el hotel. —Bien, mamá. Demasiada charla por hoy. Quiero que descanses —le digo. Estoy aliviada por una parte. Mamá parece reaccionar bien luego de la operación. Tengo a Renée para un tiempo más… O eso creo. Debo hablar con Emmett. Me despido de Jane, pero antes de que pueda irme, me agarra de un brazo y me retiene. La observo, curiosa. —Discúlpeme por lo sucedido con el Sr. Edward, no quería parecer demasiado confianzuda con él —me dice, y sé que presiente que entre él y yo algo más hay. Asiento y me marcho a por mi carro, pero como si el destino me impidiera abandonar el hospital, Emmett grita mi nombre detrás de mí. Me giro y él se acerca a paso rápido, mientras se acomoda los lentes en el puente de su nariz. —Necesitaba decirte algo antes de que te marcharas. Enarco una ceja, intrigada y algo asombrada por esto. —Di lo que tengas que decir —le insto. Pasea su mirada por nuestro alrededor y al último posa sus ojos en los míos. —Dame tu teléfono —escupe. ¿Qué? —Me gustaría invitarte a comer un día de estos, tengo que decirte muchas cosas y el tiempo no parece ser suficiente. Es una sorpresa saber que estás por aquí y no puedo dejar pasar la oportunidad de pedirte perdón por todo lo que he hecho contigo en el pasado. Levanto ambas cejas por la sorpresa, y por una extraña razón, me entusiasma poder ajustar algunas cuentas con él. —Procura no perderlo. No te lo daré dos veces —digo con tono divertido. Él sonríe y saca una

pluma de su bolsillo. ... 4 de Enero, 1980 Cierro la puerta detrás de mí y de inmediato lanzo un suspiro que me remueve hasta el alma. Tenía la esperanza de encontrar a Edward por los alrededores de Seattle, pero al fin y al cabo se había ido como prometió. Estúpido. Después de tres días en esa ciudad no he sabido nada de él. Me quito los tacones y los deposito con cuidado a un lado del sofá; odio el desorden. La casa está vacía, o eso parece, ya que nadie parece gritar. Camino hasta la cocina y revuelvo entre las cosas hasta encontrar un vaso para llenarlo de agua. Cuando acabo de beber, subo las escaleras y, por curiosidad, me meto en el cuarto de Alice. Grande es mi sorpresa al verla a ella ensimismada en una revista de gran renombre comercial. Parece afligida. —¿Alice? —inquiero con voz suave. Ella da un salto y un grito, mezclado de algo muy cercano al malestar. —Oh, Bella, no te he escuchado llegar. —Se quita el cabello del rostro con las manos temblorosas. Frunzo el ceño y me acerco a ella. —¿Sucede algo? Cierra los ojos con fuerza y me entrega la revista de chismes. Mis ojos salen de sus orbitas cuando me encuentro a mí junto a Edward en esa fiesta. Gracias a Dios no es aquel beso, solo es un abrazo y nada más. —¡¿Cómo carajo…?! —exclamo entre gemidos. —James me llamó y me dijo que tenían la primicia en esta revista. No dudé en comprarla. Me siento en la cama y leo el encabezado: el amigo desconocido de la actriz Isabella Swan. Pero qué carajo. —Demonios. Por poco y sale el beso —digo para mí. —¿Beso? ¿Qué? ¡Bella! No me digas que… —Sí, lo besé. Alice lleva sus manos al rostro y se queda así por un largo rato. La miro, luego miro la revista. —Bella, no sé qué decir. —Todo pasó muy rápido, yo tampoco tengo mucho que decir —consigo hablar. Leo la noticia completa y el aire vuelve a mis pulmones. No hace referencia a nada más que un simple acompañante desconocido. Debo cuidar las apariencias, más bien para cuidar a Edward de todo este mundo asqueroso. Él es demasiado bueno para sucumbir en un infierno como ese. Alice no me dice nada por un buen rato, hasta que rompe la tensión con una sola oración.

—¿Y estuvo bien? Pongo los ojos en blanco y le lanzo la revista. Ella ríe. —Eso no es importante ahora —le digo—. Tengo a un hombre que cuidar de los medios. —Hago una mueca. —Ya lo sé. Pero el morbo puede más. Me recargo en la pared y me cruzo de brazos. La quedo mirando. —Si te soy sincera… Había extrañado uno de sus besos —digo entre suspiros—. Me he sentido al fin la mujer más feliz de este maldito mundo —exclamo, dejándome caer una vez más en la cama con los brazos abiertos. Parezco una adolescente. Todo sería genial si ambos no estuviésemos enojados. —Oh —gime—. Nunca habías reaccionado así. Me sonrojo y me reincorporo. No soy una mujer que demuestre mucho sus sentimientos, hasta ahora, que no puedo evitar gritar cómo me sentí aquella vez. —Dormimos juntos en el hotel —le digo. —¿Dormir? ¡Te acostaste con él! —grita. —No, Alice. Dormí literalmente con Edward. —Ah. Qué aburrido. —Alice… Sabes que no puede haber nada más. Bufa y me da un abrazo. —Y algo malo sucedió luego de todo eso, ¿no es así? Digo, has vuelto sola. Alice es tan… No me sorprende. Me conoce tan bien. Además es una observadora nata. Me encojo de hombros y hago un mohín, evitando lo que serían lagrimones inútiles. Ya no quiero seguir llorando por todo lo que me sucede, ya no soy una nena, debo enfrentar mis problemas a como dé lugar. —Soy tan tonta y cobarde. Iba todo tan bien… —Tienes miedo y no hayas nada mejor que enojarte con él —dice—. Bella, ¿por qué? Ni yo sé por qué. —Deja de lado ese prejuicio, todos tenemos pasados y él te aceptará hasta con tres cabezas. —¿Y si todo va a parar al retrete? Alice, él aún ve en mí lo que ya no hay. Parece cansada de todo esto, puesto que se quita el cabello del rostro con demasiada brusquedad.

—¿Qué ve en ti que ya no lo hay? —me pregunta. —Pureza —exclamo—. Ser prostituta ya no va ligado con eso. No sabe qué decir y lo entiendo. —La presión por lo de mi madre pudo más y no supe nada más que alterarme con cosas pequeñas. Edward se enojó y regresó a Forks. —¿Cómo está tu madre? —Intentando mejorar —suspiro—. La última vez que la vi fue hoy en la mañana. Parece más compuesta. —Con razón Jasper ha estado más por aquí. Esperaba encontrarte para poder asegurarse de que estuvieses bien. —Yo esperaba que Edward me llamase, pero veo que no. 9 de Enero, 1980 Jasper está sentado en mi sofá y Alice le ha tendido una taza de té. Me muerdo una uña mientras espero a que nos deje a solas para preguntarle por undécima vez dónde está Edward. Mi mejor amigo, o bueno, lo que queda de él, no me ha llamado. Mi orgullo me impidió hacerlo hace más de una semana, pero la soledad sin Edward es prácticamente insoportable. Gracias al cielo me he distraído con William, quien ha insistido en acompañarme junto a Alice para ver a mi madre. Ella está mejor, sin duda, aunque no podemos dar la batalla por ganada. Hoy, William se ha ido a Nueva York por negocios, y no tengo idea de cuándo volverá. Parece mucho más amable ahora que sabe la pelea que tuve con el cobrizo. Suspiro y me acerco a Jasper con la intención de saber de Edward, pero antes de que pueda decir palabra alguna, él ya sabe para donde quiero ir. —Edward está bien —me dice amablemente—. Pero muy enojado. Lo que sea que haya sucedido entre ustedes, lo tiene bien molesto. Mi estómago se revuelve con la culpa. He querido pedirle perdón en varias ocasiones, pero me frena el simple hecho de ver a su padre. Siempre me ha intimidado Carlisle Cullen, no sé por qué. Nunca le agradé, o eso creo, ya que nunca pudimos congeniar en algún tema. —Bella, a veces sería mejor que lo dejes pasar —me susurro—. Quizá lo mejor para ustedes es que dejen de verse. —Pero ya ha pasado más de una semana —consigo decir. Jasper me mira como si fuese una niña de cuatro años. —Sabes que no me refiero a eso. Suspiro y reprimo un sollozo. Quizá tenga razón. —Sé que le hago daño, Jasper —le digo—. A veces soy tan tonta —gimo. Alice aparece con una taza de té para mí y para ella. Le doy vueltas al asunto, mientas ella me

entrega el brebaje caliente. Lo revuelvo con la cuchara y así me quedo por largos minutos, sin saber cómo reaccionar a todo lo que me ha dicho Jasper. Puede que tenga razón. El teléfono suena cuando menos me lo espero. Y el interlocutor tampoco me lo esperaba. Emmett me invita a cenar aquí a las afueras de Forks, en Port Angeles. —¿Qué me dices? —insiste. —Bueno… No tengo nada que hacer —susurro. Me pregunto si es correcto. —Bien. Pasaré por ti a las nueve, ¿te parece? —Suena entusiasmado, por lo que no puedo evitar sonreír. —Está bien —le digo—. Te veo luego. Alice tiene una mirada curiosa, mientras que Jasper intenta ocultar su fisgoneo, cosa que no logra. Me encojo de hombros y subo las escaleras para ducharme. Opto por una blusa blanca y una falda tubo hasta la mitad del muslo, color café oscuro. Me calzo las medias con rapidez y luego los tacones con hebilla en el empeine. Me paro y camino unos momentos, buscando el abrigo que llevaré. Peino mi cabello con los dedos, como siempre y los rizos caen sobre mi espalda, desparramados. Suspiro y me observo en el espejo. No parece una cita, claro que no. Una reunión entre antiguos… amigos. ¿Esta es la forma de vestir cuando sales con tu ex novio de adolescencia? Me paso el dedo bajo las pestañas para levantarlas y termino, satisfecha. Limpia de maquillaje absurdo. Siento el timbre y sé que es él. Alice ya ha abierto, porque me grita que vienen a por mí. Bajo las escaleras con rapidez y me encuentro con un Emmett bastante casual, como yo. Me sonríe, sacando a relucir ese hoyuelo en su mejilla. Viste un abrigo café y unos pantalones negros. Mi mejor amiga me mira, pidiéndome explicaciones. Carraspeo. —Alice. Él es mi… ex novio, Emmett McCarty —digo algo nerviosa—. Emmett. Mi mejor amiga… —Un gusto, Srta. Brandon —me interrumpe él, tomando la mano de ella y besando sus nudillos. Claro que la conoce. Alice me sonríe, maravillada con el trato caballero del moreno. —Bueno, nos vamos. Espérame, que llegaré temprano —le susurro. Jasper aparece luego, saliendo de la cocina con un paño en el hombro de color azul. Debe estar cocinando. Frunce el ceño sin entender mucho, pero de inmediato frunce los labios y vuelve a entrar al lugar del que salió, sin siquiera presentarse.

Me mira con suspicacia y salgo del brazo con Emmett. Su coche es muy bonito. Un último modelo familiar, de color rojo. No sé la marca. El clima está frío, húmedo y extrañamente nostálgico. Faltan solo días para mi cumpleaños y simplemente no me interesa. Cumpliré 29 años, lo que extrañamente significa que ya serán once años desde esa vez que dejé a Edward. El recuerdo me agobia. —Sigues tan callada como siempre —me dice, sacándome de mis pensamientos. Lo miro y él parece de buen humor. —Hay cosas que nunca cambian —respondo con una media sonrisa. Me abre la puerta del carro y yo entro. El olor me llama la atención. —Me gustaría saber muchas cosas de ti hoy, Bella. ... Port Angeles es increíblemente atractivo para ser tan pequeño. Siento la brisa del océano, muy cerca, da contra mi rostro en múltiples ocasiones. Cuando me fijo en la deriva, junto al puerto lleno de luces, Edward aparece en mi mente como si algo quisiese decirme mi corazón y mi cabeza. —Siempre has sido muy silenciosa, callada, tímida. Pero hoy hay algo diferente —me dice Emmett, sacándome de mis pensamientos. Cabe destacar que el restaurante es bastante lindo. Muy elegante. Es una terraza semicerrada con la vista frente al puerto lleno de luces, con un camino hasta los botes más cercanos. La luna hace un juego sutil con las estrellas de la mano, intento aparentar una noche romántica que no existe. No he podido tocar la entrada de camarones, tengo un nudo en el estómago que me impide probar bocado. Es como si estuviesen apretando parte de mi tráquea, mientras que los intestinos se mueven incapaces de soportar la presión. Me falta el aire, mi estómago duele y gran parte de mi concentración se la llevan los pensamientos hostiles de mi cabeza. —¿Qué puede haber de diferente en mí? —inquiero. El brillo de sus ojos es divertido. Sonríe y se acomoda en su silla. —Pareces triste —me dice y tiene razón—. ¿Puedo saber por qué? Tomo mi copa de vino blanco y bebo con algo de desesperación. Debo ganar tiempo. —Siempre he sido una mujer melancólica, Emmett. Levanta las cejas. —Sí —me responde—, pero no parece ser solo melancolía, ¿no? Niego con mi cabeza y con una suplicante mirada le pido que no siga con el cuestionario. La música en el lugar es agradable, muy amigable y, por cierto, cálida. No siento frío, a pesar de estar a pasos del océano.

Me obligo a probar bocado, no debo ser tan poco educada. La entrada es perfecta, pequeña, simple. Emmett bebe vino en grandes cantidades, pero yo solo voy por la primera. —Hace tanto tiempo que no sabía de ti, Bella. Me sorprende —dice medio riendo, lo que me saca a mí una sonrisa—. Estás muy linda, por lo demás. —Gracias —susurro, sonrojada. —Desde aquella última vez que te vi… De verdad no creí que ibas a irte. Todo parecía ir tan bien entre tú y… —Era necesario —digo con sequedad—. Edward no iba a entenderlo. —Mi voz se hace espesa. Él asiente, entendiendo hacia donde quiero ir. —¿Nunca volvieron a…? —No —le respondo—. Somos amigos, nada más. Dejo los cubiertos en el plato, sin poder seguir. —No me mientas —me dice—. Te conozco y al mirarte sé que te preocupa él. ¿Sucedió algo? Doy un suspiro y me obligo a seguir pareciendo amable. No quiero estropear esta velada con mis tristezas. —Solo temo que lo de antes vuelva a ocurrir, nada más. Emmett frunce el ceño con pesar, recordando cuánto le enojó saber lo que había sucedido entre Edward y yo. Cuando supo había reaccionado tan horrible, que temí por la vida de mi mejor amigo. Él no tenía la culpa; yo jugué hasta con mis propios sentimientos. Siempre tan tonta, tan indecisa, insegura. Nunca en mi vida he podido dar con una elección que realmente me haga feliz, menos en un pasado en el cual no era más que una nena. —Edward es muy sincero. Lo reconozco luego de años. Ladeo mi cabeza, saboreando sus palabras. Son nuevas, porque viniendo de él simplemente es extraordinario. —Lo odiaba por ser tan… amable. No entendía cómo podía ser así —susurra, mirando hacia la nada—. Ese Cullen siempre pintando, siempre admirando la belleza cuando nadie más la veía. Debo reconocer que él vio en ti una belleza que yo no pude discutirle, y asimismo lo odié, porque sabía que siempre le perteneciste y yo no era más que un ladrón. Me impactan sus palabras. ¿Qué quiere decir con eso? Dios, estoy pasmada. —Y no me malinterpretes. No eres un objeto —dice—. Las personas pertenecemos a sentimientos y estoy completamente seguro que tú eres la dueña de ese corazón tan bondadoso. Me ruborizo con fuerza, sopesando todas esas palabras tan increíbles viniendo de Emmett. —¿Desde cuándo…? —¿Desde cuándo es que pienso así? Créeme, dejé de ser ese hombre que conociste en la primera ocasión.

¿Por qué?, deseo preguntar, pero aún creo que no ha terminado con su discurso. —Siempre pensé que ustedes dos iban a casarse —acaba. Doy una sonrisa triste, imaginando aquello. Niego con mi cabeza y me obligo a olvidar todas esas escenas utópicas. —¿Por qué? —me atrevo a preguntar. No se toma ni dos segundos en decirlo. —Siempre parecían ser novios más que mejores amigos. ¿Cómo es que nunca nos dimos cuenta de ello? ¿O es que Edward siempre lo notó y yo nunca quise entenderlo? —Volví a verlo hace solo días, Emm. —¿Qué? —inquiere—. ¿No lo viste en diez años? Asiento. —Sucedieron muchas cosas como para no volver por él. —No te preguntaré por ellas, no quiero ser demasiado confianzudo —me confiesa—. ¿Y no te casaste? ¿Hijos? Suspiro por undécima vez en la noche, recordando el martirio de mi destino. —No, claro que no —respondo—. Como tú sabes solo tengo una fama que no me interesa, una carrera que jamás deseé. Soy Isabella Swan, una actriz que hasta el día de hoy busca la verdadera razón de vivir. No quería dar lástima, pero ahora veo que sí. Bebo de mi copa otra vez. —Me apena escuchar eso. —Basta de hablar de mí —exclamo—. Dime, ¿por qué es que ya no eres ese Emmett egocéntrico y pedante? —digo en modo de broma. Me hace un mohín dolido, del que yo respondo con un par de risotadas. —Debo decirte que también te conquisté con ese espíritu mezquino que tenía. Le sonrío, pues tiene razón. —La medicina me cambió, Bella. Ves tanta barbaridad, tanta… Dios, es increíble las realidades que te enfrentas. La vida en tus manos, el delgado hilo entre el respiro y la muerte. —Hace una pausa, recordando su historia. Le entiendo. Nuestras vidas y personalidades se van construyendo a base de sucesos—. Pasé años enteros decidido a ser otra persona, avergonzado de quien fui en un pasado. Me impacta este nuevo Emmett, tan agradable. Es una alegría que ahora aprecie el espíritu humilde, que deje de lado la maldad. —Me agrada escuchar eso —murmuro, palpando la mano que descansa sobre la mesa.

La mesera llega hasta nuestra mesa y Emmett le pide que retire los platos. Mientras, él me sirve otra copa de vino. Cuando la chica se va, ya estoy dispuesta a preguntarle más cosas de su vida. —¿No has tenido novias? Se pone a reír con algo de incomodidad. No quiero saber la respuesta, aunque ya es demasiado tarde. —He pasado toda mi vida buscando alguien como tú —me confiesa. Por muy extraño que pueda ser, sabía que iba a decirme eso. —¿Por qué? —me atrevo a preguntar. Se encoge de hombros y evita ponerse serio con una sonrisa que le llega a los ojos. —Porque me enamoré de ti —dice. —Oh —consigo decir. Me duele oír eso. No esperaba que aún aguardara sentimientos así por el resto de su vida. Es difícil, pues no le puedo corresponder. Mi corazón pertenece a una sola persona, aguardando bajo cuatro paredes, quizá pintando. Es inimaginable todo lo que siento. —No quiero que te sientas incómoda. He aprendido a sobrellevarlo —susurra. Pero es imposible no ponerme incómoda, nunca quise jugar con los sentimientos de nadie. Y algo nuevo cubre mi cerebro. He estado jugando con Edward y necesito, ansío decirle que no es mi intención. He herido a mi mejor amigo por mis indecisiones, él ha hecho muchas cosas por mí y ésta es la manera de agradecérselo, enojándome por sucesos que no tienen relación con Edward. —No quería… —No tienes la culpa —me corta. Asiento, mirando hacia mis manos. Emmett cambia radicalmente el ambiente de nuestro entorno, contándome anécdotas que simplemente me hacen estallar en carcajadas. Adoro que se comporte tan alegre conmigo, que aprecie esta conversación como ahora lo hace. El nuevo Emmett es amigable, tranquilo y volátil. No me doy ni cuenta cuando ya ha lanzado una broma que me hace vibrar. —No sabía que Alice estaba contigo. Es muy linda —me dice. Levanto mis cejas por el cumplido. —Lo sé. Decidió acompañarme cuando supo lo de mi madre. —¿Es mi idea o Jasper ya planea conquistarla? —pregunta con los ojos escrutados. Estallo en risas, porque es la verdad. Es enternecedora la forma en la cual interaccionan ambos. —Solo deseo que todo acabe bien. .

Emmett y yo acabamos de comer con un ambiente grato. Al fin. Nos costó entrar en confianza, bueno, más bien a mí. A eso de las 1 am ya estaba en mi casa, recordando cada una de las palabras de mi ex novio, lo que mi cabeza intentó progresar con respecto a sus sentimientos. Descubrí que soy una egoísta, que no sabe si lo que quiere es dulce o salado, ni blanco ni negro… Me desespero. No sé lo que espero ni lo que quiero de Edward Cullen. Todo lo sucedido en ese hotel solo aumentó la presión al asunto. Me acuesto en la cama con la mirada perdida, al igual que mis pensamientos. Mi estómago se retuerce y mi corazón da brincos por la caja torácica. —¡Maldición! —gimo, golpeando el edredón con mis manos. Me doy vueltas durante toda la noche hasta que el sol se filtra por mi ventana. Me resigno a las ojeras y me levanto de la cama con una sola idea en la cabeza: tengo que hablar con Edward. Me ducho y en unos minutos ya estoy vestida. No puedo probar bocado, por lo cual parto a casa de Edward sin mayor preámbulo. Sé que estoy débil, pero necesito disculparme por como fui con él. Lo que más temo es que no quiera verme, que cuando sepa que estoy en su casa solo desee que me vaya. Salgo de casa a eso de las 9 am. Toco la puerta de Edward con un esmero que no conozco de mí, mis dedos tiritan y no es por el frío. Se tardan en abrir y yo no sé si salir huyendo o quedarme estancada en la posición, de pie ante la puerta de madera. El Sr. Carlisle Cullen abre y yo me atraganto con mi propia saliva. Me observa con un odio que nunca había percibido en los ojos de alguien, es un rencor que entiendo, pues he dañado en más de una ocasión a Edward, su único hijo. Se cruza de brazos, mientras insiste en poner sus frías cuencas en mi rostro. El color se ha ido de mis mejillas y no sé qué decirle. Me he olvidado de respirar, pues este hombre me intimida más de lo que ya recordaba. —Se… señor Cullen —tartamudeo, temblando por dentro y por fuera. —Vaya qué sorpresa. Isabella Swan. ¿Qué quieres? —brama. —Necesito hablar con Edward —murmullo. Levanta ambas cejas rubias y sus brazos cruzados se afirman con mayor presión. —No sé qué haya sucedido entre ustedes, ambos son adultos y saben en lo que se meten. Pero no quiero saber que le has roto nuevamente el corazón, porque no te lo perdonaré —exclama. Mi barbilla tirita, pero mantengo firme mi posición ante él. —No es mi intención hacerle daño —intento decir. —Vete, Isabella, deja a mi hijo en paz por primera vez en su vida. Mis ojos se llenan de lágrimas y yo evito expulsarlas. No ahora, Bella, no ahora. —No voy a irme —afirmo—. Por favor, Sr. Cullen, solo necesito decirle lo mucho que lo quiero. Carlisle baja sus cejas y, por muy extraño que parezca, el brillo de sus ojos se enternece por un segundo.

—Haz lo que quieras, niña —dice, abriéndome la puerta. Entro a paso rápido a la casa, mis piernas no responden como yo deseo, pero de igual manera consigo entrar al lugar. Sin pensarlo mucho, doy una carrera hasta el segundo piso, buscando la habitación de Edward. Siempre ha sido la misma. Toco la puerta, pero no responden, por lo que me atrevo a entrar. El corazón me late, una y otra vez, a medida que mi campo de visión se concentra en la persona que duerme en la cama hecha. Edward está sobre la cama sin deshacer, con un cuaderno en una mano y un lápiz negro. Me atrevo a mirar: soy yo, otra vez. Luego miro a Edward, con el corazón en la boca, y con lentitud paso mis dedos por su mejilla. Debió quedarse dormido mientras me dibujaba… a mí. Me siento en el espacio que ha dejado y ahí me quedo, contemplando su belleza. Mi pecho se infla, lleno de un amor que necesita expresarse, un amor que he guardado por años. —Lo siento —murmuro. "Edward sobaba mi espalda mientras lloro. Impotencia, cólera y una gran falta de dignidad es lo que me embargaba. Me apegué a mi mejor amigo y ahí me quedé, esperando a escuchar sus sabios consejos. —Sabes que Emmett es así, no le interesa nada más que su propio bienestar —me dijo, y sonaba diferente, había algo. Me separé y lo miré, sus ojos estaban desorbitados, conscientes del odio que tenía en su interior. Fruncí el ceño. —¿Te sucede algo? —le pregunté. Negó y volvió a abrazarme. Y ahí me quedé, llorando de rabia. —Aún no sé por qué lo dejaste. Creí que todo ese rollo del noviazgo "para siempre" sería precisamente eso, para siempre —me susurró. Observé mis manos que tiritaban, que intentaban movimientos autómatas hacia cualquier lado. Cómo decirle, cómo entender lo que pasa por mi cabeza, pensaba constantemente. —Hay alguien que me está atormentando todos los días. Dejé a Emmett, porque no puedo estar con él si alguien está todo el día persiguiendo mis pensamientos —le dije, midiendo mis palabras. Edward fijó sus ojos dorados en mí, pestañeando lentamente. De pronto, frunció el ceño. —Así que te atormenta—. Me miró con tristeza y no sé por qué—. Sabes que si hay alguien que te está incomodando me debes decir y yo lo mataré, te lo juro —prometió entre risas ligeras. Suspiré y dejé caer mi cabeza entre mis manos. —El suicidio es horrible, Edward Cullen. No se oía nada más, solo nuestras respiraciones. —Y a propósito, no me atormentas de la forma en la que tú crees, Edward." Abre los ojos, despacio. Al percatarse de mi existencia, se aleja y se frota los ojos. Parece

aturdido, como si yo fuese parte de una alucinación. —¿Qué haces aquí? —inquiere, sentándose en la cama y poniendo sus codos en los muslos para sujetar su cabeza. Su pregunta me intimida. —No podía quedarme tranquila desde la última vez que te vi. Estaba preocupada. —¿Por qué? ¿Porque no fui a tu casa a implorarte que me perdonaras? Ésta vez no lo haré, Bella —me dice. Parece cabreado, más de lo que yo creí. Frunzo el ceño. —Edward —intento hablar, pero es en vano. —He intentado evitarte en mi cabeza, en no seguir tu juego, pero es imposible —exclama—. Sigues aquí —se apunta a la sien con su dedo índice—, torturando todo lo que queda de mí. —Para, suspirando—. No te entiendo. Cierro los ojos, sintiendo el dolor en mis entrañas. Cómo me duele que diga eso. —Yo tampoco me entiendo —susurro. Ríe, pero no parece haber rastro de humor. —No puedo ayudarte con eso, Bella. Ya no más. ¿Ya no más? ¿Qué quiere decir? —¿Así nada más? —inquiero, presa del pánico. —Es la mejor manera —dice, encogiéndose de hombros. No me doy cuenta cuando ya estoy llorando en silencio. —Pasas dibujándome, me dices que me quieres, afirmas que temes volver a lo mismo, pero cuando yo me ahogo y me encierro en esta maldita burbuja, ¿tú desechas todo así nada más? —exclamo. Deja de mirarme, girando su rostro hacia el otro lado de la habitación. —No es fácil, Edward, créeme que no lo es —susurro—. Pasas toda tu maldita vida creyendo que tu mejor amigo ya te había olvidado, pero regresas y todo es exactamente igual a como lo dejé. —¡Entonces no retrocedas todo lo que hemos avanzado! —gime, acercándose a mí con desesperación. —¡Si tan solo supieras! —lloriqueo, sentándome en la cama. —¿Si tan solo supiera qué? Se sienta a mi lado, manteniendo las distancias. Percibo su aroma y mi estómago se retuerce al igual que mi autocontrol.

Pongo mi frente en su hombro y me dejo llevar por mis sentimientos, clavando mis penas en su camisa. Por primera vez temo que no me toque, que se aleje y rechace mi acercamiento. Y es por eso que mi llanto se incremente, provocando sollozos desagradables que salen de mi garganta sin permiso. Si tan solo supieras que vendí mi dignidad sin pensarlo dos veces, que esa Bella pura, ideal y frágil ya no existe. —Mi vida no ha sido perfecta desde que te dejé —profiero con lentitud—. Son tantas cosas… Me abraza y deposita un par de besos en mi cabello, apretándome fuerte. Su calor me hace sentir completa luego de todos esos días sin él. Esta sensación me da miedo, porque no quiero volver a depender de Edward. —Lo siento —susurro, despegándome unos centímetros para mirarlo—. Siento haberte gritado en el hospital, no era mi intención ser tan descortés —murmuro. De pronto sonríe. —Un día me vas a volver loco —dice y pega sus labios a mi frente. Sonrío también. Mi respiración se estabiliza. Estoy serena entre sus brazos, con la calidez de su cuerpo. Tocan a la puerta con rapidez y no nos dan ni tiempo de separarnos. Una mujer grita algo y yo me giro para mirar qué demonios ha sucedido. Jessica tiene los ojos bien grandes en nuestra dirección, como si viese demonios alrededor. Me levanto y me pego a Edward sin quererlo, pero lo hago. —¿Es por esto que me has dicho que necesitas un tiempo sin mí? —inquiere, presa del pánico. Edward pone una mano en mi brazo, impidiendo que Jessica se acerque más a mí. Me asusta, pero el contacto del cobrizo me hace sentir segura. ¿Un tiempo? ¿Edward le ha pedido un tiempo? —Cálmate, Jessica, no has tomado tu medicina —razona él, hablando con una calma inexistente. Realmente me asusta, la forma en la que me mira, ¡en la que mira a Edward! Dios, ella no está bien. —¡No me trates como si estuviese desquiciada! —grita. No quiero pensar que Carlisle la ha llamado para boicotear nuestro momento, pero así es. Él sabe que nuestro impedimento es la mujer de cabello castaño claro y ojos verdes. Jessica se acerca al dibujo que Edward ha hecho de mí. Sus fosas nasales se dilatan, sus nudillos se vuelven blancos. No es normal su comportamiento. De pronto, el bello dibujo se ha hecho añicos entre sus dedos furiosos. Mi rostro se ha convertido en papelillo inservible. ¿Dónde quedó esa Jessica carismática que conocí en la fiesta? —Creo que debo irme —le digo a Edward.

—Ven conmigo, necesito ir por la medicina —me susurra. —¡No estoy loca! —grita ella, provocando un respingo de mi parte. Salgo rápidamente de la habitación, mientras oigo vociferaciones descontroladas de su parte. Edward intenta calmarla, pero ella no puede evitar seguir lanzando improperios hacia mi persona. —¿Por qué la ha llamado? —le pregunto a Carlisle, quien parece asustado por la mujer que él adora tanto. —Yo no la he llamado, Isabella —me dice con suma seriedad. ¿Entonces cómo…? —Ella vino directamente hasta aquí, nombrándote. Parece tan asombrado como yo, por fin compartiendo algo en común. —No sabía que reaccionaría así —profiere, sentándose en el sofá. Yo me apego a la pared, frente a la escalera. De pronto siento a Edward bajar rápidamente, me mira y lo noto nervioso. Se mete a la cocina y desaparece por unos segundos. Pero sin poder darme cuenta antes, una Jessica desorbitada me mira desde el primer escalón con sus ojos penetrantes. Es tenebrosa. —¿Qué haces? —exclamo. Me acerco a ella por inercia al ver los cortes en sus brazos, subiendo un par de escalones para alcanzarla. Sin embargo sonríe y sin poder evitarlo, me lanza escaleras abajo, cayendo ambas escalón por escalón. Mi lucidez me permite sujetarme como puedo, mientras que Jessica no. Al acabar sobre el suelo, veo su fémur expuesto, sangrando junto a sus brazos. Tiene cardenales frescos en el rostro y seguramente en gran parte de su cuerpo. —Dios mío —gimo, entre gritos. Jessica tiene los ojos cerrados. Siento un dolor en mi costado producto de algún golpe. Me levanto y Carlisle ya está a nuestro lado, gritándole a Edward que por favor venga. ... —¿Cómo está? —inquiero, sintiendo su calor. —Lúcida. Aunque se ha golpeado muy fuerte la cabeza —murmura. Él mira la herida de mi sien y besa la piel. La palpitación ha bajado. —No pensé que sucedería esto —me dice. —Nadie nunca podría pensarlo, Edward. Vuelve a abrazarme y yo doy un gritito de dolor. —Lo siento.

—Está bien —murmuro. Nadie sabe por qué lo hizo ni por qué me culpó a mí de haberla lanzado escaleras abajo. Cuando despertó lo primero que hizo fue gritar mi nombre con miedo, diciendo que yo la había atacado. Claro que no fue así. La policía vino a interrogarme, pero de inmediato lo negué todo. Para mi sorpresa, Carlisle Cullen atestiguó a mi favor, justificándolo como un simple accidente. Pero yo sé que no fue así. Jessica, lúcida o no, se lanzó por las escaleras con el fin de atraer la atención de Edward. Manipulación. ¿Es eso normal en un enfermo de esquizofrenia? Quiero creer que sí. Pero no estoy segura. ¿Por qué es que reaccionó así, tan salvajemente? Edward, en un momento de desesperación, justo cuando discutían en el segundo piso sin que nadie pudiese oírlos, le pidió que le dejara en paz una vez en su vida. Cuando lo oí no pude creerlo. Cierro los ojos y recuerdo la sonrisa que me dio antes de lanzarme a mí junto a ella. No quiero creer que también planeaba accidentarme a mí. Solo fue producto de su consternación, solo fue producto de su consternación, pienso. Solo tengo un par de cardenales en mi espalda y parte del vientre. El golpe duro fue en la sien derecha, donde di contra un pequeño clavo junto al suelo. Casi fue a mayores, pero mi cordura me mantuvo a salvo. No así con Jessica. Una fractura expuesta al caer en mala posición, golpes múltiples en las costillas y otro muy fuerte en su cabeza. —Lo siento —murmura Edward. —No tienes que sentirlo, todo está bien —afirmo, sonriéndole. Pero por la mirada que me da, sé que para él nada está bien. —Todo esto es mi culpa, no debí dejar a Jessica a solas, menos contigo en la misma casa. Creí que papá iba a impedir que pudiese hacerte algo, pero todo fue en vano… —Calla —le digo—, calla. Me levanto, mientras él sigue sentado en la banca del hospital. Pongo mis manos en su rostro y le obligo a mirarme. —Estoy bien. Sus ojos destilan preocupación. Pasa un dedo por mi herida, traspasándome su cariño. —Debo agradecerle a tu padre el haberme evitado una noche en prisión —susurro, poniendo mis manos en sus hombros anchos—, solo espero que esto no llegue a oídos de periodistas entrometidos. De pronto recuerdo que Edward ya salió en una maldita revista. Me muerdo el labio; debo confesárselo, pero no ahora. —Él puede aparentar ser muy frío, muy malvado —sonríe mientras lo dice—, pero sé muy bien que jamás va contra la verdad y sus principios.

—Aunque sea yo —le digo sin poder evitarlo con una mirada triste y sombría. Aún recuerdo las palabras que me dijo en las puertas de su casa. Los ojos miel de Edward brillan, asomando un sentimiento de culpa aún más fuerte. —Haré lo que pueda para que vea en ti lo que yo veo —profiere, siguiendo con sus caricias por mi mejilla derecha. La sonrisa brota de mis labios sin necesidad de esforzarse. —Él no sabe lo increíble que puedes ser, Isabella Swan —dice—, y sé que tú tampoco lo sabes —completa. Me tomo el atrevimiento de sentarme sobre sus muslos, mientras me abrazo a su cuello. Edward me queda mirando y de pronto él ya tiene su nariz en mi cuello. —Tu lugar favorito, ¿lo recuerdas? —inquiero. Su sonrisa se enancha en mi piel, puedo sentirlo. —Claro que sí. Mi cuello siempre fue su lugar favorito. Cuando pequeños, Edward dormitaba en él con paz, mientras yo leía tranquilamente, sintiendo su respiración. Sin poder evitarlo, la charla junto a Emmett vuelve a mi cabeza. ¿Será que siempre parecíamos más novios que amigos? No lo sé. Me aterra preguntárselo, siendo algo tan íntimo, al hombre que descansa en mi piel, a centímetros de mi mentón. —De verdad siento haberte hecho sentir mal en el hospital, sobre todo porque Emmett estaba ahí —le digo, pasando mi mano por su espalda. Se tensa. —Gran parte de mi amargura era producto de su sorprendente participación en ello —me confiesa. —Él ya no es el mismo que conociste, Edward. Eso termina por quebrar su tranquilidad. Se despega de mi cuello y se recarga en la silla otra vez, observándome atentamente. —¿Cómo lo sabes? —inquiere con el ceño muy fruncido. Me pongo nerviosa, como si hubiese cometido una fechoría del tamaño de un buque. ¿Por qué el sentimiento de culpa alojado en mi pecho? Es como si lo hubiese traicionado, pero realmente no hay traición. Veo algo en sus ojos, un sentimiento negro que se va alojando en su corazón. No me gusta, me recuerda a… los celos. Voy a decirle algo, pero el médico nos interrumpe, diciéndole a Edward que Jessica ya puede recibir de una visita. Me muerdo la mejilla interna y lo veo irse por el pasillo para entrar a la habitación de Jessica Stanley.

... Cuando Alice me vio con el parche en mi sien y uno que otro cardenal en el rostro, saltó asustada para preguntarme qué demonios había ocurrido. Luego notó que Edward venía conmigo, por lo que solo pudo aseverarlo a lo obvio. —¡No me digas que me tranquilice! —me grita, levantándose del sofá. Yo me encojo en mi lugar, mirando a mi mejor amiga caminar de un lado al otro, como león enjaulado. —Solo me caí —susurro—. No hagas un espectáculo, no con Edward en la casa. Ya se ha preocupado bastante. Alice gira su rostro para mirarme como si hubiese dicho una barbaridad. —¡No te caíste! —exclama—. Ella te lanzó por las escaleras —termina susurrando con los dientes apretados. Edward sale de la cocina, cabizbajo y con las palabras de Alice bien frescas. Me observa y aún veo la culpa, pero yo no entiendo por qué me mira así, ¡él no tiene la culpa de nada! Le doy una mirada a mi amiga para que se tranquilice, y ella, bufando, se sienta en la silla más próxima. Edward se sienta a mi lado y me tiende cuidadosamente una taza de té humeante con limón y una pastilla en su mano. —Para que se te quite el dolor —me dice. Le sonrío, realmente agradecida de toda su atención. Edward no ha vuelto a hablarme de Jessica y la curiosidad me está matando. —¿Y bien, Edward? —suelta Alice, cruzando sus piernas entre sí—. ¿No vas a decirme por qué es que Bella ha llegado con todas esas heridas? —gruñe. —Ni yo sé lo que sucedió en realidad —dice—. Por un lado está la versión de Bella, pero por el otro está la de Jessica. Mi amiga bufa y se recarga en el respaldo, mientras yo niego con mi cabeza. Ella no es mi madre para que se ande molestando por esto. Ni siquiera yo estoy enojada. —¿Y tú me vas a decir a mí que no sabes por cuál decidirte? ¡Error! —exclama—. Sé perfectamente que mi mejor amiga jamás mentiría. —Alice —murmuro—, no sigas con esto —le pido. Edward aprieta su mandíbula, claramente molesto por las acusaciones de ella. —Sé que Bella dice la verdad —dice, mirándome—. Jamás dudaría de su palabra, la conozco y ella no miente. Bebo del té y pongo la pastilla en mi boca para tragarla después. —Lo que sucedió es confuso, ni siquiera Jessica sabe explicarlo. Pero yo sé por qué no quiere explicarlo, porque es la única manera de mantener a Edward con la

atención las 24 horas del día. Me asusta que sea así, no quiero que mi mejor amigo acabe siendo esclavo de una mujer enfermiza. Él es joven, necesita divertirse, olvidar los problemas aunque sea una vez en su vida. No me decido a decirle mis sospechas, simplemente porque no tengo las evidencias necesarias. También me preocupa que Jessica afirme que soy yo la causante de su accidente, cuando eso claramente no fue así. Tengo miedo de desconfiar de alguien aparentemente fuera de sus cabales. No quiero pensar que está loca, solo un poco desequilibrada por una enfermedad de la cual no tiene la culpa. —Yo la vi con los brazos ensangrentados, me asusté en demasía —profiero, recordando la escena—. Nunca creí que iba a lanzarse conmigo. Edward suspira apesadumbrado y pasa uno de sus brazos por mis hombros para atraerme hacia él. Alice sonríe ligeramente, menos preocupada. —Lamento ser un tanto agresiva en estos momentos, Edward, pero esa chica no es santa de mi devoción —confiesa ella con la mirada desafiante. —Lo sé —dice. —No quiero que Bella salga lastimada. —Alice —susurro. —No, Bella, esto es serio —brama—. ¿Qué hubiese sucedido si te golpeas la cabeza con un escalón? ¿O en la columna? ¡Te mueres! O peor, te quedas de por vida sin poder mover las piernas. Edward se tensa a mi lado. —Pero solo fueron unos golpes pequeños —intento persuadirla. —Tú nunca vas a entenderlo, Bella, eres tan terca como una mula —dice, cruzándose de brazos. Yo me ofendo—. Pero sé, Edward, que tanto tú como yo, deseas que esta mujer esté a salvo de cualquier circunstancia que la tenga en peligro. —Asiente, apegándose a mí—. Por eso te pido que por favor, sea cual sea la medida, evites que esta mierda le siga haciendo daño. Tu noviecilla terminará matándonos a todos, inclusive a ti —afirma, levantándose y metiéndose en la cocina. Nos quedamos en silencio, analizando lo que Alice ha dicho valientemente. Tiene razón, pero no quiero preocupar a Edward, él ya ha cargado con mucho. Sin embargo, parece aún peor de lo que yo me imaginé. —No me mires así —le pido—, por favor —gimo, sintiendo el rostro caliente por las lágrimas que imploran su escape. Me abraza y me dice que me quiere, una y otra vez, sin hacer de la frase algo monótono. Es hermoso oírlo de sus labios, más aún en repetidas ocasiones. Sé que Jessica depende de él, sé que no puede ir y decirle que ambos deben tomar rutas diferentes. Y realmente sé que yo lo necesito más de lo que puedo aceptarlo y que Jessica me lo está impidiendo con esa necesidad imperante. —Nunca creí que ella podría hacerte algo como esto —dice, atrapando mi rostro con sus manos.

—Está enferma —insisto—, pero yo estaré bien. De pronto mis parpados pesan dos toneladas cada uno. —Confía en mí —me susurra—, nadie volverá a tocarte, lo juro. Le sonrío. —Siempre he confiado en ti, deberías saberlo. —Y te creo, sé que no mientes —insiste. Suspiro y acaricio su mandíbula con mis dedos. —Claro que me crees, Edward. Gracias por eso. Al cabo de un rato, mis ojos se van cerrando a medida que pasan los segundos. Es insoportable no poder abrirlos aunque sea por unos momentos más. Bostezo y Edward suelta una pequeña risita. —Necesitas descansar, hoy ha sido un día muy largo —me dice—. Ven, voy a llevarte a la cama. —¿Y cómo? —pregunto, con un ojo abierto y el otro cerrado. Dos segundos después ya estoy en sus brazos como un bebé. Me agarro de su cuello y lo miro, con el sueño espantado por tan rápido movimiento. —¿Cómo es que me elevas con tanta facilidad? —inquiero algo irritada de parecer un paquete de plumas. Me sonríe, juguetón. —Eres muy pequeñita —me contesta. Cuando estamos en mi habitación, Edward no puede evitar mirar con una nostalgia palpable. Mi garganta se aprieta al ver su expresión tan mortificada, inundado de recuerdos tan profundos entre ambos. —Sigue igual —murmura, volátil. Me siento en mi cama y lo miro, mientras él, de frente a la ventana y de espaldas a mí, observa el paisaje exterior. —Es bueno volver a lo que éramos antes —le digo. Se gira y me planta una sonrisa que no le llega a los ojos. Camina hasta la cama y él mismo me quita el broche del cabello, desparramándolo por mi espalda. —Con algunas experiencias a cuestas —añade, besando mi frente. Me quita los zapatos con delicadeza y yo simplemente me quedo mirándolo actuar. Me acomodo entre los edredones y cuando apego mi cabeza a la almohada, hace el ademán de irse. —¡No! —jadeo—. Quédate conmigo. —Creí que…

—Ven conmigo —le pido. Se acuesta a mi lado, recargando su espalda en el cabecero. Yo, con mi reciente costumbre, pongo mi cabeza en su pecho y ahí me quedo, suspirando agradablemente. —¿Jessica está muy mal? —pregunto con timidez. Edward se toma su tiempo. —Sí —responde—. Le espera mucho tiempo en esa cama. Quizá un par de meses. Me invade la alegría, pero muy prontamente la culpa le hace competencia. Mi preocupación por Edward se eleva, pues no quiero que se haga esclavo de la culpa por algo que él no hizo. No sé si Jessica estaba realmente consciente, si lo que hizo fue pura manipulación. Lo que sí sé es que le haré una visita que ella nunca olvidará, porque si Edward me protegía, yo también lo voy con él. Buenas noches :) El capítulo ha sido realmente largo, incluso más de lo que esperé. Y eso que ni siquiera planeaba terminar en esa parte. Gracias a todas por sus rr, los adoro infinitamente. Debo decir que lo que se viene es aún más divertido, tanto por edward y bella y el destino de Jessica. Habrá un respiro sin ella y los resultados serán sorprendentes. ¡No pierdan de vista esta historia! Y Emmett viene a mover suelos, lo juro. Besos y más para todos. Gracias por leer. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. LEER NOTA DE AUTOR AL FINAL. . Recomiendo Summertime de Janis Joplin y Sun de Sleeping At Last. . XXIII . Isabella POV

Me remuevo entre las sábanas, palpando entre sueños. Lo único que consigo es una cama vacía y fría. Abro los ojos de golpe y me levanto. Me arrepiento; el dolor de los golpes en mi cuerpo se han vuelto más graves. Mi cabeza es una canasta llena de preguntas referente a la desaparición de Edward. Ya es de día, quizá más tarde de lo que creo. Hace frío, silencioso. Como puedo me levanto y bajo las escaleras a paso lento, el dolor en mis piernas y torso se ha hecho aún más insoportable. Algo me dice que si Edward no me hubiese dado esa pastilla, yo estaría peor. Oigo el sonido de unos platos en la cocina, la puerta está medio cerrada, pero puedo corroborar que Alice intenta lavar los trastos sin mucho éxito. Ella nota mi presencia cuando me meto descaradamente en el lugar, pero no se da la vuelta como es costumbre. Está enojada por lo de ayer. —Buenos días —digo con lentitud. Espero que me conteste, pero no lo hace. Bufo y me siento, rechinando los dientes. —Te duele —afirma—. Supongo que es por lo de ayer —dice con ironía. Ruedo los ojos, estirando mi paciencia hasta el límite. Ayer soporté su papel de madre, hoy ya es demasiado. —Sí, me duele —respondo con el mismo tono—. Alice —la llamo. —¿Sí? Tomo un respiro. —Por favor, haz que esto sea más fácil —pido. Sus hombros se relajan y se gira para mirarme por primera vez en el día. Sus ojos se muestran ligeramente mansedumbres, sin embargo, hace un ligero mohín irritado. —Nada es fácil, Bella —me dice—. Mírate, por favor. Frunzo mis labios sin saber qué decirle. De reojo doy una repasada al cardenal que se extiende por mi piel, justo en mi pierna descubierta. Suspiro, pues tiene razón. Nada está bien, nada es fácil y ha sido un grave error creer que podría pasar por alto lo que me ha hecho Jessica. —Nunca creí que iba a tirarme por las escaleras —murmuro. Noto que ella se muerde los labios para no proferir unos cuantos insultos hacia la aludida. —Me preocupa que luego de esto haga algo peor —me confiesa—. O a Edward. Cuando lo nombra me desespero. No podría aceptar que le hiciese daño, preferiría mil veces no estar con él a que salga herido. —¿Crees que Jessica haría algo así al hombre que ama? Bufa, exasperada.

—¿Piensas que eso es amor? Eso no es amor, Bella, eso es obsesión —exclama. Me miro los dedos, mientras los entrelazo con nerviosismo. La palabra obsesión nunca ha sido buena. —Debo preocuparme —digo más para a mí misma. Alice se acerca a la mesa y se sienta en la silla frente a la mía. Me toma las manos que llevo unidas y me observa, analizando lo que ocurre, lo que confiesan mis ojos. —No quiero que Edward sufra por esto —le comento—, sabes que haría cualquier cosa para que esté bien… —¿Dejarlo? —espeta, de pronto enfadada—. ¿Crees que eso sirva para que él deje de sentirse abatido? No sé qué responderle, es lo único que se me ocurre. —¡Bella! —me grita—. Eso solo le haría sentir peor. Me sulfuro. —¿Entonces qué quieres que haga? —Defiende al hombre que amas como la hembra que eres. ... Alice me confesó que Edward se había ido pocos minutos antes de que despertara, tenía muchas cosas que hacer con respecto a Jessica. Ella al no tener familia, necesita de cuidados y él es el único capaz de brindárselos. No me permito ser cruel, menos sentir celos. La verdad es que sé bien cómo se siente la soledad. Es dura, una muy mala consejera. Ruin. No obstante, mi cabeza ha dado vueltas en muchas ideas hipotéticas, aunque en realidad sin ninguna base teórica comprobada. No sé si la esquizofrenia provoca realmente una manipulación o si eso es estrictamente de cada persona. La verdad es que no conozco mucho de la enfermedad, pero algo me dice que mi hipótesis es correcta. Luego de vestirme y preparar mi bolso para salir, me despido de Alice, no sin antes preguntarle si Jasper estaría en su casa. La respuesta fue de mi agrado. Me subo a mi carro y conduzco hasta la biblioteca de Forks, uno de los pocos lugares con historia dentro de este pequeño pueblo. El lugar es gris y viejo, lleno de tanta información. Dios, cuánto libro hay en cada estante, cuanta reliquia antigua que nadie se atreve a leer. Miro hacia la anciana que apila unos cuantos y me acerco hasta ella, quien me observa detrás de sus anteojos gigantes y gruesos. Sonríe con amabilidad. —Buenos días —me dice, sujetando un libro entre sus dedos—. ¿Puedo ayudarle en algo? —Buenos días —contesto—. ¿Dónde puedo encontrar libros de enfermedades mentales? La anciana se lo piensa antes de contestar, moviendo sus labios arrugados y sujetando sus anteojos con un par de dedos.

—Siga derecho, frente a Fisiología. Miro hacia donde apunta y noto un pequeño cartelito que dice expresamente en letras negras y fondo blanco: "Fisiología". —Gracias. Camino hacia el lugar y frente a fisiología está el gran librero de Salud. Me pregunto cómo es que podré encontrar un libro tan exacto entre tantos más. Son cientos… ¡No! Miles y miles de libros de diferentes colores y edades. Meto las narices entre los apilados y ahí me quedo, mirando portadas y comparando títulos. Paso entre embriología hasta sexualidad humana, neurología, cardiología, cirugía en el siglo XX… Me exaspero y me siento en el banquillo, mirando hacia el tumulto de libros que he dejado a un lado. Escucho unas cuantas frases que alguien recita con serenidad. La voz me es conocida. Miro entre las repisas, hago un hueco entre los espacios y lo veo. Jasper tiene un libro entre sus manos y lee para sí mismo en voz alta. Me fijo en el título: "La Gaya Ciencia", Friedrich Nietzsche. Me sorprendo, pues no creí que Jasper fuese un lector de la filosofía. —Nosotros, los sin patria, somos demasiado variados, demasiado mezclados de razas y de origen para ser hombres modernos… —susurra, apoyado contra la pared mientras lee con demasiada concentración. Toco su hombro y él da un pequeño salto que me saca una sonrisa. Cuando me ve no da crédito, como si yo no perteneciese aquí. —¿Bella? Digo, tú… ¿Qué haces en la biblioteca? Ruedo los ojos y me cruzo de brazos. —Leer —respondo. Se sonroja. —Ya. Solo me parece muy raro. —Hey. Yo sé leer y lo hago a menudo —replico. —No quería decir eso —me responde, avergonzado. Le doy una ligera sonrisa. —¿Vienes muy a menudo? Se encoge de hombros y cierra el libro, para luego dejarlo bajo su brazo. —Es un lugar al que estoy acostumbrado a visitar cuando estoy libre. —Hace una pausa y frunce el ceño, mirándome con atención—. ¿Qué buscas por aquí? Me muerdo el labio, pues no sé si contarle las sospechas que tengo de Jessica. Jasper me genera confianza, pero no quiero parecer una loca a los ojos de él, además puede contarle a Alice. —Jasper —susurro—. Sabes lo que sucedió ayer, ¿verdad? En casa de Edward…

Su rostro cambia, preocupándose. —Claro que lo sé —espeta, mirando hacia el suelo—. Aún estoy consternado. Como si fuese automático, siento el dolor punzante en mis piernas producto de los cardenales. —¿Cómo estás? —inquiere con un claro gesto preocupado. Pienso bien en la respuesta, buscando la palabra correcta. —Fatal. No voy por ahí creyendo que la novia de mi mejor amiga vaya a lanzarme por las escaleras con ella encima de mí. Levanta ambas cejas rubias y deja caer una suave mano en mi hombro. —Estoy preocupado por esto. Pudiste salir herida. —Suena bastante parecido a Alice—. Es una suerte que estés entera. Creo que es buena idea confesarle a Jasper todos mis temores. —Necesito información —le digo rápidamente, tomo su mano y lo dirijo hasta la repisa anterior—. Ayúdame a buscar un libro sobre esquizofrenia, enfermedades mentales, lo que sea. Jasper me observa con sus ojos celestes como el cielo y con algo de recelo, se acerca al librero para buscar. Yo lo sigo y repaso entre otros títulos que no me interesan. Veinte minutos después, Jasper grita un suave "¡bingo!" y me tiende un libro de portada roja y letras doradas. Enfermedades mentales y sus consecuencias. Cuando doy otra repasada, encuentro dos tomos sobre la manipulación mental. Nos sentamos en las sillas apiladas alrededor de una mesa de madera limpia y él se cruza de brazos esperando a que le cuente qué demonios sucede conmigo. No he dado muchos indicios de mis "intenciones", por lo que parece muy curioso y asustado. —Edward dijo que pasaría por ti cuando yo fuese a por Alice —me cuenta, mientras yo apilo los libros y tamborileo sobre la portada de uno. —No me ha dicho nada de eso. Ha salido corriendo cuando Jessica se lo ha pedido —digo con cierto resquemor. —Debes entenderlo, es su novia… —¡Claro que la entiendo! —exclamo—. A la que no entiendo es a Jessica. Jasper frunce el ceño, claramente interesado en mi tentativa de conversación. Se acerca a mí y me queda mirando. —¿Qué te tiene tan interesada en la investigación, Bella? Suspiro, suplicando que no me trate de loca a mí. —Esa mujer no se comporta con normalidad, eso está claro —murmuro—. ¿Sabes? Cuando comenzó a discutir, Edward intentó calmarla y bajó a buscar las pastillas. No tardó ni tres minutos en apuñalarse los brazos con el bolígrafo de carbón de Edward, ¿sabes por qué? Porque él me había dibujado —gruño, asfixiada en temor—. Caminó hasta la escalera y me miraba, analizando

mi conducta. Cuando la vi llena de sangre lo único que hice fue correr escalera arriba para socorrerla, ni siquiera lo pensé. Me sonrió con una frialdad perturbadora y de un empujón me lanzó por las escaleras, mientras me agarraba de ella, lo que provocó que se lanzara también —acabo. Jasper tiene los ojos grandes, asustados. Sabe a lo que quiero llegar y por una extraña razón, sé que también l0 ha pensado. —La verdad es que Jessica siempre ha sido extraña, incluso antes de que ella haya manifestado la enfermedad —susurra—. Edward me dijo que estaba confundida, decía que tú la habías lanzado, pero que era obra de su golpe en la cabeza y la discusión. Me frustro cada vez que oigo aquello. No es confusión, no es ningún golpe, ella sabía que parándose ahí iba a socorrerla, es algo natural. —Nadie lanza a cualquier persona por las escaleras —afirmo. —Es diferente —me dice—. Tú no eres cualquier persona. Edward te ama y Jessica lo ama a él. —¡Es ruin! —gimo. —Lo sé —murmura—. De verdad sé el miedo que tienes. Cierro los ojos y respiro para tranquilizarme, de pronto me siento ahogada en miedo. —Quiero pensar que es la enfermedad, quiero leer en este libro que esto no es más que un efecto de la esquizofrenia. Jasper toma mi mano y me obliga a sosegarme. —Independientemente de la razón por la cual Jessica actúa así, no es justo —espeta—, no es justo que tú acabes envuelta en cardenales por un capricho idiota. Mírate, Bella, eres una mujer muy frágil hoy, ella puede hacerte daño. —¡No me importa si salgo herida! —gimo—. Yo no quiero que Edward cargue con una culpa innecesaria, tampoco quiero que ella le siga quitando respiros. —Lo sigues amando de la misma forma —susurra, sonriéndome. Me ruborizo y abro el libro de enfermedades mentales. No le respondo. Jasper me ayuda buscando en el índice y revisa hasta encontrar la hoja de esquizofrenia. Lo primero que leo es que es una enfermedad grave y crónica, que se caracteriza por la tener alteraciones en la percepción o la expresión de la realidad. Dou otras ojeadas y también me informo de algunas consecuencias, como alucinaciones, delirios y conducta inapropiada. Me quedo con lo último: trastornos afectivos. Uno de los trastornos afectivos es la bipolaridad, un término muy nuevo. Me quedo pensando en lo peligroso que esto para Edward, para mí e incluso para el mismísimo Carlisle. Me atormento al saber que también puede provocar demencia. ¿Qué podría ser peor ahora que Jessica solo está en una fase inicial de esta enfermedad? —Dios, Jasper, esto es terrible —le digo, mordiéndome el labio inferior. —Revisa el de la manipulación mental, quizá salga algo.

Lo hago. Paso mi dedo por algunas líneas, donde hablan de la religión, televisión y otros medios masivos. Me percato de que muchas personas esquizofrénicas lidian con la manipulación de sí mismos, pero no habla de los demás. La esquizofrenia no es una causante de las actitudes manipuladores de Jessica. Cierro el libro de golpe y miro al primo de Edward. —Tengo que ir al hospital. ... —¡No es buena idea! —me grita, agobiado. —¿Qué? ¿Crees que va a matarme? —inquiero, dándome la vuelta para mirarlo. —¿Y si Edward te ve? —Evado mi pregunta. Ruedo los ojos. —Él no está aquí, llamé a Alice desde el teléfono público y está en mi casa, esperándome. La enfermera me dijo que Jessica Stanley estaba en el segundo piso, en la habitación nueve. Nadie parece custodiar cuando yo me asomo, así que con valentía le pido a Jasper que me espere afuera mientras intento hablar con esta mujer. La habitación es pequeña y en ella hay dos mujeres más. Jessica está al fondo, junto a la ventana, su pierna derecha está levantada con yeso y su rostro está bañado en cardenales. Parece distraída, envuelta en sus propios pensamientos. Mientras camino, las otras mujeres parecen estar más pendientes de mí que de sus fracturas. Carraspeo y ella da un respingo. Cuando me mira no puede ocultar su asombro y por lo demás miedo, un miedo que nunca había visto en sus ojos. Mi expresión ha de ser un poema a la rabia que siento en estos momentos. —Bella… —murmura, retrayéndose en su cama. —Isabella —le corrijo—. No te tomes atribuciones que no te corresponden. Con los brazos cruzados analizo en busca de una silla. Cuando doy con ella, me siento y me acerco a Jessica sin apartar mi vista de sus ojos. Ahora ya no parece tan intimidante, ya no parece la mujer que me lanzó por las escaleras. —Vine por algo muy simple —le comento—. ¿Por qué me lanzaste por las escaleras? Su rostro es un viaje a múltiples sensaciones y estados de ánimo. Sorpresa, enojo, desesperación y mucho más. Es increíble. Mueve los labios en busca de palabras que no encuentra, en alguna excusa que le sirva para que yo pueda redimirle de sus culpas. Pero no, ya nada podrá ayudarle, su actuación manipuladora no es más que una farsa para tener a Edward consigo y dejarme a mí a la deriva. —Lo siento, no estaba en mis cabales —me dice al fin. Sin embargo, no es la respuesta que esperaba. —No te creo —exclamo con furia—. Ya basta de manipular, basta de mentir —le pido—. ¿Por qué?

Pasea sus ojos por la habitación, sin saber cómo salir de esto. Quizá planea gritar para que las enfermeras me saquen de aquí o piensa en la forma de decirle a Edward que la he atacado de nuevo. —Nunca quise hacerlo —insiste. Endurezco mi semblante. —¿Por qué le dijiste a Edward que yo te lancé por las escaleras? —vuelvo a cuestionar—. Casi me envían a prisión por tu culpa. Sus ojos se vuelven acuosos, desesperados y repentinamente tristes. Mantengo mi mente fría, ella ya no puede generarme lástima. —¡Fue lo primero que se me ocurrió! Debes entenderme —me dice desesperadamente—. Bella, por favor… —Ah, sí. ¡Qué fácil es! —espeto—. Eso no se hace, Jessica, no tenías por qué lanzarme de las escaleras y acusarme de eso. ¿Y qué si me hubieses asesinado? ¿Eso querías? —¡Claro que no! —Parece ofendida—. Bella, por Dios, amo a Edward, estaba desesperada… —Basta —bramo—. No quiero que mi mejor amigo salga perjudicado en esto, le haces daño, lo presionas, no le permites respirar. ¿Crees que eso es sano? Eres una manipuladora y él estará agradecido de que le diga tus excusas de mi accidente. Me levanto de la silla, pero antes de que pueda dar un paso, ella agarra mi muñeca y me obliga a quedarme. La miro y ella con súplica, me pide que me siente nuevamente. —No le digas nada, por favor —me pide entre lágrimas—. Haré lo que quieras, pero no le digas. Me la pienso bien y concluyo en que quizá esto me ayude a mí también. Acerco mi rostro al de ella. —Déjalo en paz. No lo llames, no le presiones y no sigas manipulándolo. Si vuelvo a saber que tú estás sacándole cada una de las cosas que ha hecho por ti, pues haré lo posible para que te deje y no vuelva a dirigirte la palabra nunca más —concluyo—. ¿Está claro? —inquiero con los dientes apretados. Asiente frenéticamente y yo sé que esto está terminado, por lo menos hasta un buen tiempo. Pero antes de irme, sé que debo decirle algo. —Él no está solo, Jessica. Lo defenderé aunque mi vida dependa de ello —digo y me voy. Camino por las calles con una sensación gratificante en mi pecho y sé que es producto de esta pequeña discusión con Jessica Stanley. Merecía mucho más de lo que yo le pude decir, pero debía mantener la compostura en ese hospital, también habían más mujeres ahí. Jasper me sigue aún sin preguntarme algo, quizá por temor a ser demasiado desfachatado conmigo. Él carga con el libro de esquizofrenia que pedí expresamente en la biblioteca, tengo que leerlo con más tranquilidad para poder ahondar en el tema. Necesito saberlo todo. No sé si Edward sigue en mi casa, pero lo único que espero es que sí esté. Siento movimientos en mi estómago por la ansiedad y el camino se hace aún más interminable hasta el barrio. Cuando entro con Jasper pisándome los talones, siento un aroma bastante agradable desde la

cocina. Escucho risas y algunas conversaciones divertidas que me sacan una sonrisa. —¿Y bien? ¿Vas a decirme qué sorpresa te traes? —le pregunta la voz masculina con un tono alegre en su voz. —Tenía planeado muchas cosas, pero tú me has entorpecido los planes —dice la voz femenina, riendo como pajarillo. Carraspeo y entro al lugar, mientras que Jasper frunce el ceño sin entender mucho. Alice está sentada en uno de los muebles y Edward está frente a ella con los brazos cruzados. Se lanzan miradas enigmáticas cuando se dan cuenta de nuestra presencia, y yo al mismo tiempo siento una punzada de desconcierto. ¿Qué hacen tan cerca? —¡Bella! ¿En qué demonios andabas metida? —me pregunta Alice, bajando y acercándose a mí. A Jasper lo saluda con un gran beso en la mejilla, pero el rubio ya no parece tan contento. Incluso corrió levemente el rostro. —¿Y a ti qué te ocurrió? —exclama mi amiga, sin quitar su buen humor. Yo aprovecho de subir las escaleras para calmar la intensa rabia que tengo dentro. Odio sentir esto porque es estúpido. No puedo estar sintiendo estos celos, no a esta altura. Me siento en la cama y entierro mi rostro entre mis manos, respirando para tranquilizar a mi corazón. Al mismo tiempo percibo los pasos de alguien a mis espaldas, caminando hasta mi lado para sentarse luego unos centímetros más allá de mí. Giro lentamente para mirarlo y lo único que veo es el par de ojos dorados. De pronto sonríe como nunca lo había visto sonreírme, parece tan divertido de mi actitud. Me sulfuro y me cruzo de brazos. —¿Estás molesta? —me pregunta con tranquilidad. —No —exclamo—. Solo estoy cansada. Levanta ambas cejas y vuelve a sonreír entre dientes. —¿En serio no estás molesta? —insiste. —¡No! No estoy molesta, ya te lo dije, Edward —grito. Se carcajea, lo que me pone de mal humor. —Sí lo estás —profiere—. ¿Puedo preguntarte algo? Suspiro, paciente. Asiento. —¿Estás celosa? —inquiere de repente. Abro mis ojos como dos platos y me levanto con brusquedad. Me doy un par de vueltas por mi pequeña habitación buscando qué decir. Lo miro y no puede ocultar su sonrisa, parece tan divertido como un niño. —¿Por qué tendría que estarlo?

Se encoge de hombros y de pronto ya está acercándose a mí con esa mirada que promete besos y caricias por doquier. Dios, no puedo evitar mirar hacia sus labios y saborear los míos, esperando a que me bese. Pero él solo se para a centímetros de mí y me sonríe sin parar. —Me miras como si quisieras asesinarme —me susurra—. Además, te has ido sin decir ni pío. Es lo único que se me ocurre. Me ruborizo y sigo sin poder apartar mis ojos de su boca. La veo gesticular, moverse y… Cierro los ojos y me aparto. —¿Qué planean? —Es… algo que no tiene importancia. Frunzo el ceño. —Ah —susurro—. Supongo que está bien. —No puedo ocultar la rabia en mi voz. —Así que estás celosa de Alice —murmura. —¡Que no estoy…! Bien —exclamo—. Sí, lo estoy. ¿Contento? Se larga a reír frente a mí como si yo no estuviese ya molesta. Pasan los minutos y aún sigue con lo mismo, provocando sonidos escandalosos y asfixiándose con sus propias carcajadas. —Qué celosa eres, Isabella, nunca lo pensé de ti —me molesta como un niño. Ruedo los ojos y lo empujo hacia la cama, pero éste me ha agarrado de la muñeca y me ha hecho caer sobre él. Choco con su pecho y sin poder evitarlo, me largo a reír con él. Paso mis manos por su pecho y acomodo mi mejilla ahí, sintiendo su calidez. —No me gusta compartir a mi mejor amigo —susurro, levantando el rostro para observarlo. Él pone unos dedos en mi mentón y me queda mirando por un buen rato. —No sabía que eras tan posesiva, cariño. ¿Me ha llamado… cariño? Mi cuerpo vibra en un millón de sensaciones. Mis dedos se agarran de su remera y la aprietan con fuerza, sacando valor para seguir. —Contigo puedo ser muchas cosas —le confieso. Escondo mi rostro en su pecho otra vez y ahí me quedo, roja y avergonzada por haber dicho eso. —Me gustaría ser testigo de todas ellas —me responde. El silencio se hace entre nosotros, pero no parece incómodo, sino todo lo contrario. Estamos en paz, respirando a un ritmo tierno y cálido. El único sonido que siento es el de su corazón, al ritmo pacífico de siempre. De vez en cuando acaricia mi cabello con sus dedos o mi mejilla. Me tranquiliza después de tener este día tan… violento. Recuerdo a Jessica y se me levantan los vellos del cuerpo. Tengo miedo de que luego de lo que le dije actúe como una loca. Pero no es miedo por mi seguridad, sino por la del hombre que me sostiene entre sus brazos fuertes. Lo observo y sé que debo defenderlo, que yo estoy para él. Soy la única que puede hacerle daño.

—Me gusta estar así contigo —le confieso, apoyando mi barbilla en su clavícula. Huelo su aroma y cierro los ojos. Es increíble. Me genera tanta protección, tanta seguridad. Es como si todos mis problemas desaparecieran, como si todos estos años de dolor no sean más que una pesadilla de la que acabo de despertar. ¿Qué tiene él que me provoca este efecto? Es como la medicina que cura todo de mí. Me pregunto qué sucedería si volviese a ser mío aunque sea por una noche. —Bueno, pues es mutuo —me responde con un tono divertido—. También me gusta observarte dormir y sentir tu calor. —Eres un sicópata —le digo, acariciando su quijada. Me sonríe. —Entonces, ¿por qué no alejarse de alguien tan peligroso como un sicópata? —me pregunta. Me ha dejado sin palabras. ¿Qué puedo contestarle? Porque estoy enamorada de ti. No, eso no. Debo ser franca, pero no a aquel extremo. —A veces nos hacemos adictos a las personas peligrosas —le susurro. Cuando nos miramos nos transmitimos lo que no podemos decir. Es increíble. La atracción nos une, el amor nos enlaza y el deseo reprimido es lo que reina. Tenemos miedo de volver a intentar algo demasiado peligroso, pero sin embargo no hacemos nada por evitarlo. ¿Por qué? Quiero que me tome y me haga el amor una y otra vez, deseo sus besos y no solo en mi boca. Lo deseo. Dios… Sus ojos están oscuros, hambrientos. Lo necesito, pero freno cualquier impulso. —Eso es masoquista. —El temor es excitante —le susurro muy cerca de su oreja—. ¿Qué podemos hacer? ¿Frenarlo? —Niego—. Hay que disfrutarlo. Me sonríe. —Qué increíble suenas. Hace diez años no eras tan valiente. Hago una mueca, recordando el por qué. —El tiempo nos convierte en personas muy duras, Edward —le comento, quitándole el cabello que ha caído sobre su frente. —Me gustaría saber por qué —murmura, acariciando mi rostro. Evito sus ojos. De pronto me desespero, porque no sé si contarle ahora o nunca. El aborto, Carmen, la prostitución, su falso fallecimiento… Es demasiado para mí. Mi corazón se rompe en mil pedazos cuando me atrevo a mirarlo. Está tan preocupado. Oh, mi Edward. Lo abrazo como nunca lo había hecho antes, llenándome de su calor, olor y esencia. Uno que

otro suspiro se me escapa, rompiendo la tensión que se ha formado entre ambos. —Me asusta que no me lo quieras contar —profiere. Sé que no le enoja, pero sí le duele. —Mi mundo es una mierda, Edward, no te entrometas en el infierno. —Permíteme ir por ti —me dice. —Ya lo has hecho. Se ha hecho de noche y ya nos ha dado hambre. Además, Edward pronto tiene que irse. La razón es más que obvia. No quiero sentir decepción, confío en que mi visita le haya hecho reflexionar, Jessica no es tonta. Incluso estoy dejando de creer que está ciegamente loca. Intento no tocar el tema de mis celos con Alice, aunque me mira con bastante diversión. Jasper parece culpable cuando Edward le dirige la palabra, quizá porque sintió lo mismo que yo. ¿Qué hay entre Jasper y Alice? —¿Qué secretos esconden ustedes? —inquiero cuando mi mejor amigo y mi mejor amiga se miran con suspicacia. Se encogen de hombros al mismo tiempo y estallan en carcajadas. Enarco mi ceja y reprimo un gesto indecoroso para ambos. —¿Podrías dejar los celos y entender que queremos darte una sorpresa? —me dice Alice rodando los ojos. —¡Alice! —la reprendo. —¿Qué? —No estoy celosa —exclamo. Edward estalla en risas. —Te estás ganando puntos en contra, Cullen —le gruño. Jasper los mira y solo pone los ojos en blanco. —Ambos se están ganando puntos en contra —me dice el rubio, solidarizando. Alice junta sus cejas oscuras y gime, ofuscada. Se para de su silla y va hacia la sala, a los segundos aparece con la revista en sus manos, esa donde salgo yo junto a Edward. Mi rostro ha de ser una oda hacia la desesperación, puesto que el cobrizo me mira suspicaz. Cuando mi amiga pone el objeto ante él, éste no puede ocultar su asombro. —Vaya, no me veo tan mal —susurra, luego de bastantes minutos sin pronunciar palabra. Noto lo rígida que estaba cuando mis hombros se relajan. No le ha molestado. —Perdóname, Edward, no quería exponerte. —Está bien —me dice con calma—. Es a lo que debemos exponernos al tener a dos estrellas en nuestro círculo.

Le doy una mirada reprobatoria a la tonta de Alice, se suponía que yo tenía que mostrárselo. ¿Iba a mostrárselo? La verdad es que no había pasado por mi cabeza. —Mientras no nos pidan una portada en una revista, está todo bien —bromea Jasper, rompiendo nuevamente una tensión acumulada en el ambiente. Edward me da una mirada que conecta conmigo enseguida. Claro que recuerda el contexto de esa fotografía, no podría olvidarlo. Un beso con el hombre que amas jamás se olvida. . Edward me pone un poco de antiséptico en la herida de la sien, al mismo tiempo que yo lo observo tan cerca de mí. Su respiración choca con mi rostro, en calma, está muy concentrado y no se da cuenta de todo el tiempo que me he quedado a contemplarlo. —Aún está demasiado abierta —murmura, poniendo un poco más. —¿Crees que cicatrice por sí sola? —Claro que sí, pero te seguirá doliendo. Hago un mohín. —Ya está —dice y me besa la frente. —Eres un excelente doctor —exclamo—. Gracias. —Beso su mejilla con toda mi gratitud y cariño. —La verdad es que la medicina nunca ha sido mi interés —comenta, mientras tapa la botellita y la deja en la mesita de noche. —Pero lo haces muy bien. —Hablando de médicos y esas cosas, ¿has vuelto a ver a Emmett? No sé por qué creo que Alice le ha comentado algo. Entrometida. —Sí —susurro. Lo noto tensarse—. Es el médico de mi madre. Es el mejor oncólogo que tiene Washington. —No me refiero a eso. Me levanto de la cama y me pase un par de veces por la habitación; no quiero que se enoje. Aún siento que es una traición, que no debí comer con Emmett. ¡Pero está tan distinto! Ya no es el mismo arrogante de antes, claro que no. ¿Pero va a entenderlo? Edward sufrió mucho a manos de él. —Sí —le respondo, lo que le llama súbitamente la atención—. Emmett me invitó a cenar y fui. Su rostro pasa por múltiples expresiones: rabia, dolor, decepción y una tristeza tan palpable que me ennudece la garganta. —¿De nada sirvieron todas las lágrimas que derramaste por él? —me dice. —Edward… —Creí que ya lo habías olvidado. —Sus ojos se tornan oscuros por la rabia.

—¡Ya lo olvidé! —gimo. Cierra los ojos un momento para tranquilizarse. Emmett siempre le ha sacado de quicio. —Es a ti a quien nunca he podido olvidar —suelto. Los abre de sopetón y me queda mirando con una atención placentera. Le doy una sonrisa avergonzada. —Emmett es mi pasado, por favor déjalo ir —le pido. —Me gustaría volver a hablar sobre eso, pero no hoy —me dice, pasando su dedo índice por mi mejilla. —Nunca podrás olvidar a mi ex novio, ¿no? Niega, sonriéndome como disculpa. Ruedo los ojos y en unos segundos tengo sus labios en mi frente, presionándome a un adiós. No quiero que se vaya, la sensación sin él es terrible. Lo miro y no puedo hacer nada más que sonreír de vuelta, agradecer por el tiempo que ha pasado conmigo. —Bella —me llama antes de irse. Yo centro mi completa atención en él—. Te quiero. Mi pecho se infla hasta que duele. Mil mariposas aletean en mi vientre. —Te quiero —le respondo. Quiero decirle que lo amo. Lo veo salir por la puerta de mi habitación y no soy capaz de despedirme en la puerta principal, nunca me ha gustado verlo irse. Me siento en mi cama y suspiro. El día ha sido tan largo, tan lleno de sentimientos. Me pregunto cuándo irán a parar, no creo aguantar tantos niveles de emoción en los meses que seguiré aquí. ¿Cuándo volveré a Los Ángeles? Mi trabajo está allá, necesito seguir en lo que tanto he luchado. Quizá debo esperar a que mamá se recupere lo suficiente para llevarla a California y buscarle un experto. Sí, eso está bien. Quiero a mamá muy cerca de mí mientras trabajo. ¿Y Edward?, me pregunto de pronto. No puedo llevarlo conmigo, no somos más que… amigos. Entro en desesperación al notar que debo volver a dejarlo tarde o temprano. ¡No! No podría, dejarlo sería volver a sentir la miseria corriendo por mis venas. Dejarlo significa que él volvería a las garras de Jessica. Yo lo quiero para mí. ¿Pero qué es correcto? ¿Qué debo hacer? Alice entra a mi habitación y me queda mirando. Va a decir algo, pero le corto. —Ahora no, estoy muy molesta contigo —espeto. Rueda los ojos, quitándole importancia a mi advertencia. Debí haberlo sabido, a ella no le importa si le digo que se vaya o no, se quedará sin importar lo frustrada que me encuentre. Se sienta a mi lado y me soba la espalda con lentitud. —Siento haberme comportado de esa manera, pero si no lo hacía yo, Edward jamás habría sabido que su imagen rondaba por las portadas…

—¡Pero no tenías por qué hacerlo! —exclamo—. Por Dios, Alice, es un tema delicado. —Ok, ya dije que lo sentía —murmura—. Y sé que estás así de enojada porque no quieres que me acerque tanto a tu adorado Edward. Frunzo el ceño, enojada. —¡Ya deja de decir eso! —¿Qué? ¿Que estás celosa? Dios, Bella, pero si lo estás. Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos. —Solo somos amigos —me dice—. Además, me gusta Jasper. —Hasta que te decides a confesármelo —murmuro. —Pero si es tan notorio —profiere, cabreada—. Además, ni siquiera sé qué siente él por mí… Bueno, da igual. No te quitaré a tu mejor amigo. Suspiro e intento que no se note lo colérica que estoy en estos últimos minutos. La verdad es que no es realmente por Alice y sus secretos, sino por Jessica. —Ni siquiera sé por qué reacciono así —digo. —Será porque lo amas —murmura. Me encojo de hombros, harta de que los demás vean mi celoso amor por Edward Cullen. Odio que se note, que dé hincapié para seguir con los rumores. —No quiero dejarlo ir —confieso, observándola directamente a sus ojos azules. Me sonríe con ternura. —No lo hagas —dice como si fuese lo más obvio en el mundo. —¿Y mi carrera? —le pregunto, esperando a que tenga una respuesta que me quite la amargura del pecho. —Ay, Bella. No seas tan pesimista —me regaña—. A veces creo que te gusta sufrir. —Pasa un brazo por mis hombros y me atrae a ella—. ¿Cuál es la gracia de verle lo negativo a todo? Eres mi mejor amiga y no me gusta que vivas pensando en lo que podría suceder. Me miro los dedos, algo impactada por sus palabras. Odio ser así, pero desde que tengo conciencia le he visto lo negativo a cada cosa que me sucede. —¿Por qué pensar en que dejarás a Edward? No tienes por qué… —Pero tengo que trabajar, él no partirá conmigo… —¡Otra vez con lo mismo! —me vuelve a regañar—. ¿Crees que él te dejará ir? Bella, él me ha dicho… —¿Qué te ha dicho? —inquiero, de pronto demasiado interesada. Se separa lentamente y frunce los labios.

—Oh no, creo que eso no debería decírtelo yo. —¡Alice! —exclamo. —Lo siento, prometí guardar el secreto —se encoge de hombros. Gruño y me paseo por la habitación, mientras me despojo de mi ropa para reemplazarla por el pijama. Alice me mira atenta a los movimientos que hago y a las barbaridades incoherentes que digo producto de la frustración. —Ahora ni siquiera sé si Edward va a contarme el secreto que te acaba de confesar —digo, irónica. —Si te comportas así con él cada vez que te place, creo que no lo hará —afirma. —Edward sabe como soy. —Y tenía la esperanza de que hayas cambiado eso. Sé que a veces puedo ser un infierno y qué gran infierno. Pero, ¿por qué no me lo dijo él mismo? ¿Por qué oírlo de mi mejor amiga? Me duele. —Siento que si me apropio de mis sentimientos y me dejo llevar, todo volverá a ser como antes —jadeo. —¿Y qué tiene de malo? —No quiero que volvamos a lo mismo —susurro—. Hui por miedo, no quiero volver a lo mismo. Alice cierra su boca, indispuesta. No volverá a repetirme lo mismo, ella no es así. Quisiera poder intentarlo, pero sería innecesario ahora que Jessica está entre mi escrutadora mirada. ¡Jessica! Debo contárselo. Mi mejor amiga no se sorprende cuando lee el libro de esquizofrenia, menos cuando le comento que fui a verla al hospital. Insiste en que atacará, pero que no debería tener miedo, Edward va a protegerme. —Yo no quiero que me proteja. Precisamente era para protegerlo a él que he ido a visitarla a esa maldita habitación. —Edward es el único capaz de calmarla. —¿A punta de manipulación? Alice, ella se calma cuando él la complace en todo lo que quiere, es injusto. Piensa por unos segundos, mirando hacia el suelo. Levanta la cabeza y me sorprende lo tranquila que está. —Has sido valiente. Le sonrío. —Por él puedo dejar de lado cualquier cosa, hasta mi felicidad. ... 13 de Enero, 1980

Gracias al cielo Jessica no ha vuelto a molestar. A Edward le ha sorprendido y le entiendo, sobre todo porque Mike Newton se ha encargado de ayudarle en todo lo posible. No sabía que seguían siendo amigos, más aún cuando el cobrizo ha estado tan presente en la vida de ella. No he podido ir a Seattle, por lo que me siento culpable. Llamé a mamá en la mañana y ella me ha dicho que no pasa nada y que tuviera un muy feliz cumpleaños. Sí, feliz… No estoy acostumbrada a celebrar estas cosas y no estoy segura de hacerlo esta vez. Me agobia saber que ya tengo 29, una edad en la que debería estar casada y tener hijos. Pero no hay nada de eso, solo un amor atormentado por nuestro círculo, un amor que nunca he podido confesar a pesar de que mis gestos lo gritan a los cuatro vientos. Alice me llama desde el teléfono, señalándome con la nariz arrugada que es alguien que no me simpatiza. Tomo el aparato y lo pongo en mi oreja, pero no tardo en descubrir que es James. Pongo los ojos en blanco y escucho sus cínicas palabras de felicitación. Lo detesto. —No me pasaré por L.A. hasta nuevo aviso —le digo cuando acaba. —Pero, Isabella, necesitas seguir con tu carrera… —Mi familia es más importante —espeto. No dice nada hasta unos minutos después. —¿Es que acaso tiene que ver con ese chico de la revista? —¿Qué chico? —inquiero, sin entender. —¡No me mientas! Salías abrazada junto a un hombre en esa celebración de año nuevo. Suelto el aire que tengo conservado en mis pulmones y taconeo contra el suelo. No sé qué decirle para quitar a Edward de esta conversación. —Eso a ti no te importa, James —escupo. Se larga a reír con sorna, elevando los vellos de mi cuerpo. Me cuesta mucho aceptarlo, pero James siempre me ha dado temor. A veces no reacciona como esperaría de un hombre normal y Alice comparte la opinión. Si seguimos trabajando con él es porque quizá no nos interesaba mucho nuestra vida, pero ahora… tengo dos razones, o más bien dos personas por las que seguir. —Ten cuidado con quien estás hablando —me amenaza. —No te tengo miedo —miento—. Debes tener cuidado de hablarme así a mí, yo te he dado trabajo. Siento un golpecito en la puerta, Alice brinca hasta ella para abrirla y grande es mi sorpresa al ver a Edward con una cajita plateada en sus manos. Él me mira y me guiña un ojo. Dios, se ve espectacular con ese sweater azul y esos blue jeans a la moda. —Tengo que cortar —le digo, y no espero a que me responda, me da igual. Cuelgo y me acerco con las piernas temblorosas hacia su encuentro. Me paro frente a él y le doy una sonrisa nerviosa, viendo la cajita plateada entre sus hábiles y esbeltos dedos. Él tiene las mejillas ruborizadas y los labios levemente elevados, ocultando un temblor.

Alice me da una corta mirada y se marcha hacia otra parte para darnos intimidad. —Hola —saluda tímidamente. —Hola —le imito con el mismo tono. —¿Sigues teniendo esa pequeña aversión a los cumpleaños? —me pregunta. La expresión de mi rostro debe decir mucho, porque él solo se ríe de mí. —Nunca me gustó ser mayor que tú —le contesto. —Son solo cinco meses —ríe. Pasa sus dedos en mi mejilla, grabándose mis expresiones. Siempre lo hace y yo suspiro. Sí… suspiro de amor. Es un imán y yo me apego a él, abrazándolo por su cintura. Besa mi cabello y deposita caricias furtivas por mi espalda. —Me encanta que estés hoy conmigo —le confieso. —La última vez no pudo ser —me recuerda. Y es cierto. Mi cumpleaños fue tres días antes de marcharme de Forks. No había querido verlo y él me entregó una carta, explicándome sus sentimientos. Me obligué a no corresponder y a cerrar mi corazón. —Olvídalo —le suplico—. Hoy estoy aquí. Se separa y me tiende una pequeña cajita plateada. Es hermosa, tan hermosa que no quiero romperla para ver qué hay dentro. Tiene un lazo blanco de tela, anudado alrededor y acabando en un moño en su portada. Lo hizo él, lo sé. —Iba a dártelo aquel día, pero ya sabes… Bien, debo olvidarlo, lo siento. Se me aprieta la garganta al tomarlo entre mis dedos, los cuales tiritan sin control. Edward toma la caja también, poniendo sus manos sobre las mías. Nuestros ojos están puestos en contacto mutuo, saboreándose —No quiero romperlo —le confieso. —El papel nació para un propósito, y ese es romperlo —me dice. Le sonrío, y con cuidado voy abriéndolo, descubriendo la solidez de la caja, que es de madera. Está tallada con una delicadeza propia de un artista, no un simple carpintero. Es mi nombre junto a un montón de flores que parecen reales, la letra es cursiva y detallada, pulcra y espaciosa. Una deliciosa pieza de arte. Oh Dios, Edward. —Ábrela —me pide. Busco el broche dorado que hay a un lado, lo levanto y voy quitando la tapa. Mi corazón se ha parado y mis ojos se han llenado de lágrimas. El interior de la preciosa caja está forrado de terciopelo rojo, y dentro se esconde el regalo más hermoso que nadie jamás me ha hecho. Es una pareja que simula un baile en una pista de baile,

la cual tiene un techo de ramas y hojas. —Supongo que recuerdas lo mucho que te gustaban las cajitas musicales —me dice. Asiento sin poder evitar las lágrimas. Edward con cierta delicadeza le da vueltas a la llave, y al acabar suena una melodía inconfundible, Claro de Luna. Me pregunto cómo la hizo… Es perfecta. La pareja baila, dando vueltas en una sincronía perfecta. Están pintados con los detalles únicos que solo él podría brindarles. —¿Y qué dices? —profiere, pues yo no he dicho nada, solo lloriquear. La apego a mi pecho con un cariño empoderado en mí. —Es perfecta —susurro—. Gracias, Edward. Beso su mejilla, mojándolo con mis lágrimas. Me cuelgo de su cuello y lo miro con todo el amor que puedo brindarle, quizá no puedo decírselo, pero sí expresárselo. —¿Te gustaría venir conmigo? Frunzo el ceño con una sonrisa divertida en mis labios. —¿Podría saber dónde? Me niega con su cabeza, prometiéndome el día más feliz de mi vida. . Me despido de Alice y parto junto a Edward hacia donde sea que me quiera llevar. Me quejo un poquito, no me siento totalmente presentable con la ropa que llevo puesta, aunque él afirma que no necesito. Le entrego mis llaves para que él conduzca. El clima está estable y ha salido el sol. El sol me pone alegre. Edward me mira de vez en cuando y me sonríe, a lo que respondo de la misma forma. Me doy cuenta que salimos de Forks, pero no me atrevo a preguntar, sé que no me dirá a dónde nos dirigimos. Pasamos por un lugar que conozco hace mucho tiempo, el que no había pisado hasta hace poco, cuando lo vi junto a Jessica. Aquí no hay nieve, solo humedad. Es el típico clima mojado de este lugar, tan cerca de Port Angels. El sol sale por las colinas, pegando fuerte ante nuestros rostros. Es agradable sentir el viento, como también el aroma a pino. Miles de recuerdos… Piso el pasto con cuidado y camino con Edward. Nuestras manos se han entrelazado, lo que a ambos nos parece lo más normal del mundo. Me ayuda a evadir ramas y troncos viejos, aunque un par de veces tropecé. Cuando llegamos al destino, parece que hubiese sido ayer cuando lo vi por última vez junto a él. —No me culpes si me pongo a llorar en cualquier momento —le advierto, frunciendo los labios. —No te preocupes, sé lo sensible que eres —me dice. Me siento en una piedra, de frente a la laguna. Me apoyo con los codos en las rodillas y dejo

escapar todo lo que siento. Mi pecho sucumbe en sollozos descontrolados y mi rostro es un charco de lágrimas gruesas y llenas de pesadumbre. No tardo en sentir su calor a mi lado, uniéndose a mis sentimientos llenos de dolor y placer. Dolor por todo lo que dejamos atrás y placer por lo que volvemos a obtener. —Lo siento —le digo—. Estoy arruinando todo al llorar. De verdad, lo siento. Intento separarme mientras limpio las lágrimas de mi rostro, pero él mueve su cabeza negativamente. Pasa sus pulgares por mis mejillas y me las besa esporádicamente, como si quisiera reparar todo el daño que hay en mí. Se agacha frente a mí con una rodilla en el pasto, tomando una de mis manos. Me mira y me sonríe con amabilidad, como si quisiese guardar todos mis secretos. —Cada vez que te veo llorar me dan ganas de que sea la última vez —me confiesa—. Daría todo lo que tengo por saber qué es lo que te ocurrió para que seas como eres. Hago un mohín al oírlo decir eso, las lágrimas se tornan más gruesas y los sollozos son audibles en todo el paraje. —Quisiera volver a ser la misma de antes, pero no puedo —susurro—, quisiera volver a ser quien tú quieres que sea. —No. No necesitas volver a ser la misma de antes. Yo también he cambiado. —Me es tan difícil estar aquí contigo —le confieso—. Vuelvo a ser la Isabella que dejé aquí, contigo. Me da una sonrisa triste y entrelaza sus dedos con los míos. —No, Bella, esa Isabella se fue contigo. Yo me quedé solo con tu recuerdo, esperando el día en el que decidieras volver. Suspiro. —Feliz cumpleaños —añade. Vuelvo a llorar y me entierro en sus brazos para no volver a salir. Edward es el mejor regalo, Edward es la mejor medicina. Es su calidez, su ternura y su fortaleza, todo eso es lo que me permite seguir. —Ven, quiero mostrarte algo. —Vuelve a entrelazar sus dedos con los míos y me incita a caminar por el sendero, con la laguna frente a nosotros. Los árboles crean una barrera gruesa, lo que tapa considerablemente una pequeña cabaña que nunca había visto. Es antigua, bonita y muy especial, como la de los cuentos infantiles. El tejado es color burdeos y la fachada de un extraño tono marfil. Su alrededor está cubierto por una valla de ladrillo cubierta de musgo y enredadera. —¿Cómo es que nunca la vimos? —le pregunto, maravillada. Me sonríe como si supiese el secreto de la creación humana. —Jamás nos propusimos cruzar el sendero —me dice. —Quizá porque éramos demasiado jóvenes.

La cabaña está a tres o cuatro metros del lago, un camino de piedras genera una dirección desde la puerta hasta la entrada del agua. El pasto, cubierto de flores silvestres, le da algo de color al deteriorado entorno del lugar. Al parecer no se han pasado muy seguido por aquí. —Hace unos años caminé hasta acá con la intensión de despejar mi mente —me cuenta—, lo que me encontré fue esta hermosa cabaña a pies del lago que tiene tantos recuerdos para mí. —Suspira. —¿Sabes quién vive aquí? —le pregunto, mientras acaricio el ladrillo con mis dedos. —Nadie vive aquí. Levanto mis cejas, algo asombrada. ¿Quién dejaría una cabaña tan hermosa en medio de un paisaje tan fenomenal como este? Además tiene chimenea. ¡Y está a metros del lago! —El Señor Masen ha vivido aquí junto a su esposa por muchos años —dice, mirando de soslayo hacia el bosque—. Aquí criaron a sus hijos, disfrutaron de sus nietos… Hasta que ella decidió partir. —Su voz se torna melancólica. —¿Le dejó? —inquiero. —No. —Frunce los labios, pues al parecer es peor que eso—. Murió. Qué terrible. Saber que quien amas está muerto es imposible de describir, no hay palabras, no existen. —Debe haber quedado devastado —murmuro. —Sí —me dice—. Por eso decidió venderla. Se mudará con su hijo en Seattle y no necesita nada de lo que hay ahí—. Voy a comprarla. Mi atención se centra completamente en él. ¿Va a comprarla? Oh… Eso no me lo esperaba. —Quiero restaurarla. Voy a recrear esta casa como lo era antes —dice con apremio. —Me encantaría ayudarte. Pasa un brazo por mis hombros y me besa la frente. —Por eso es que te lo he comentado, porque quiero que estés conmigo cuando sea mía. Edward me cuenta que el Sr. Masen es un viejo amigo de su padre, aunque él le dobla en años. Muchas veces el cobrizo corría por los campos mientras la Sra. Masen lo perseguía entre risas. De pronto me imagino a un pequeño Edward corriendo como si la vida se le fuese en ello. La imagen me hace sonreír. Me abrazo a mí misma, inundada de ternura. Debió ser el niño más hermoso que una madre podría tener. La Sra. Cullen tuvo que amarlo con todo su corazón. —Ayer vine al lago, necesitaba pensar muchas cosas —me cuenta—. Vi a Emmett de camino hacia Forks, en la bencinera. Frunzo el ceño. —¿Qué hacía aquí? Se encoge de hombros. Aún parece furioso con él.

—Se atrevió a saludarme —dice con ironía—. Es curioso, antes ni siquiera me miraba. —Emmett ya no es el mismo, ya te lo dije. Levanta las cejas, con ánimo rendido. —No te preocupes, sé que tu primer amor jamás podrías olvidarlo. Entiendo que quieras saber de él, no tengo cómo impedírtelo —dice atolondradamente. —¿Por qué dices que es mi primer amor? —le pregunto. —Es lo lógico, fue tu primer novio… Niego rotundamente. —El primer amor no siempre es la primera persona con la que estás —le digo calmadamente—. El primer amor es con quién comparas a todos los demás, aunque no quieras hacerlo. Tu primer amor es la persona a la que jamás superarás, aunque estés convencido de que ya lo hiciste. Si tan solo supieras, Edward… —¿Él no lo fue? —se atreve a preguntar. Niego cansinamente. —Yo solo he querido ser amable con él. ¿Es que acaso no se lo merece? Suspira. Parece cansado. —Eres una obra de arte, la cual no acepta que le toquen. Permites que te admiren, que te halaguen, pero al primer roce ya es un delito. Mis ojos se aguan con la intensidad de su metáfora. —Sabes que me da miedo… —Tu fragilidad está a salvo conmigo —murmura—, pero no puedo adivinar qué es lo que te ha pasado para que estés así. Lloro, de pronto devastada por los recuerdos. Todo sería tan distinto si desde un principio le hubiese dicho que esperaba un pedazo de él. Quizá hasta haya salido a salvo. —Eres mi pintura favorita —manifiesta—. Una obra de arte incalculable para mí. Verte llorar es ver demacrada a la pieza más pura de mi colección. No llores más, por favor—. Su dolor es tan palpable, tan mortificante. A Edward le duele mi sufrimiento. No. No quiero que sienta mi miseria, no quiero que se inunde de mis llantos. —Una obra de arte —susurra, acariciando mi rostro—. Solo puedo admirarte, es eso lo que permites. —No digas eso —le pido. —Shh… —sisea. La brisa se mueve ante nosotros y el sauce nos llama con un movimiento feroz de sus ramas. Ese viejo sauce… Edward, con sus dedos entrelazados entre los míos, tira de mí para levantarme. Me

hace caminar hasta el árbol y nos quedamos bajo su sombra protectora, con el rostro frente a la laguna cristalina y limpia. El reflejo nos muestra a una pareja enamorada, con sus manos unidas, incapaces de declarar su amor por el temor. Y la cobarde soy yo. Esa Isabella es la misma niña que dejé atrás, y él, el Edward que siempre ha sido, él no ha cambiado en lo absoluto. Su pureza jamás se irá. No quiero que me pertenezca, no soy digna de eso. James insiste en que tengo todo lo que necesito allá, en Nueva York, en California. Dinero, sí, dinero, gente que adora mi rostro, mi cuerpo… Tengo fama, luces, talento. Pero no soy nada sin él. Todas esas porquerías son insignificantes, simplemente porque lo que realmente me alimenta es su cariño. No me importa cómo ni lo que demuestre, sea su amistad, su compañía, su calor, todo de él servirá, aunque seamos unos simples amigos. Yo le pertenezco y él es digno de algo mucho más limpio. Pero él no lo entendería, no, porque no conoce nada. Y no quiero que lo conozca. Edward no debe traspasar esa línea, es por su bien. —Debo confesarte que vine al lago el primer día que pisé Forks. —Largo una sonrisa amarga—. Te vi con Jessica… ¿Por qué? Edward —inspiro para evitar alterarme—, es nuestro lago. —Trago saliva, dispuesta a decir lo que tanto he temido—. Aquí me hiciste el amor, fui tuya a orillas del agua y tú la trajiste aquí… ¿Por qué? —vuelvo a preguntar. Respira, mira hacia el pasto medio arrancado y a las piedrecillas que se esconden en el fondo. Espero a que diga algo, a que sea sincera como yo también lo he sido con él. Estoy sonrojada y sé que es por lo que dije. Sé que no soy quién para ruborizarme cuando hablo del sexo, pero es que precisamente, con Edward nunca fue sexo. Hicimos el amor, me entregué a él sin pensarlo, porque no necesitaba hacerlo, estaba escrito, debía hacerlo y lo quería. Y es que con Edward vuelvo a ser una niña enamorada, esa que se avergüenza de cosas tan simples como hacer el amor. —Porque soy un estúpido —declara—. Creí que podía hacerlo, que esos recuerdos iban a irse con el tiempo. —Me sonríe con pesar—. Nunca sucedió. Nunca pude dejarte ir. Jessica insistía tanto, solo la traje para que viera que estabas tú en todas partes. —Pero… tú y ella… —Trago saliva, recordando cómo Jessica besaba a mi cobrizo, saboreándolo de la forma en la que yo quiero saborearlo. —No, Bella —dice—. Yo nunca me acosté con Jessica. ¿Qué? Mi corazón da un salto. —Si lo hacía tú volvías a mi mente —confiesa—. Eras tú siempre, tú aquí en el lago, observándome con las ansias incrustadas en tus cuencas. Su inocencia es mía, solo mía… Dios mío. Buenas noches :D cumplo con otro capítulo del fanfic. DIOS estos dos son tan románticos, ya quieren comerse a besos. En los próximos capítulos les prometo el infierno, la tierra y el cielo, se viene una explosion de emociones que hasta a mí me tiene entusiasmada. Espero les haya gustado este largo capítulo, lleno de amor y llanto. He cambiado la fecha de cumpleaños de Bella para darle una cronología a la historia y algo diferente. Espero no moleste.

Gracias por sus rr, estare respondiendo mañana a cada una. Muchos besos. PD: puedes unirte al grupo de mis fanfics. (Quita espacios) www . facebook groups / 285661511533250 / Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . XXIV . Isabella POV Busco la manera de responder a su confesión, pero no encuentro la palabra correcta, ni siquiera sé cómo expresarme. Estoy en un estupor no muy común en mí, un estupor que solo me provoca Edward cada vez que puede. Él me mira, esperando una respuesta, pero no sé qué contestarle. Siento que si abro la boca, la cago, así de simple. Sus francos ojos dorados están expectantes y muy abiertos, casi como si buscara algo en mi rostro o en mi expresión. —Perdóname, no quería decirte más de la cuenta… —No, está bien —lo interrumpo—. Solo me sorprende… —No sé cómo acabar la frase, de mi boca solo sale jadeos. —No podía mentirle a Jessica —se encoge de hombros cuando dice eso—, y tampoco puedo mentirte a ti. —Lo entiendo —murmuro—. Edward, yo sí lo hice con otras personas… —Da igual —ahora me interrumpe él—, no puedo pedirte fidelidad. Asiento con los ojos llenos de lágrimas. —Me hubiese gustado ser como tú —le comento. —¿Qué tiene de especial ser como yo? ¿Te hubiese gustado estar toda una vida esperando a que tu mejor amiga vuelva, cuando sabes que no sucedería nada entre ambos? Acaricio sus mejillas sin apartar mis ojos de los suyos, quiero grabarme su expresión cuando se lo diga.

—Déjame ir —le suplico, mientras un sollozo escapa de mi garganta—. Eres una persona buena, leal, pura… Olvídate del pasado y quédate con el presente —inspiro aire para controlar el temblor de mi voz—, yo no te hago bien. —Sí, sí me haces bien —exclama—. Por favor, Bella, quédate conmigo. No te pediré nada a cambio, solo… olvídate de todo lo que pasó antes. Que esto sea como comenzar de nuevo. No puedo pensarlo, porque de verdad lo quiero, lo necesito. —Quiero a mi mejor amiga otra vez —me susurra—, a esa que adoraba abrazar mientras veía televisión. La que se quedaba dormida a mi lado cuan gato doméstico, enroscada en el sofá. Bella, no sabes cuánto te he extrañado. Pongo mi mejilla en su cuello y me quedo con su calor. Sería cruel para conmigo misma siquiera pensar en una negativa. ¿Qué cosa mala podría suceder? —Está bien, Edward, comencemos otra vez. ... 11 de Febrero, 1980 Los días pasan casi tan rápidos como los minutos y los segundos con él, no me doy cuenta cuando ya he pasado una tarde completa con Edward, como en los viejos tiempos. A veces él viene a mi casa para cenar y nos quedamos viendo una película, o simplemente leemos en silencio bajo la luz tenue de mi habitación. Nuestro silencio es cómodo, ligero y típico. A Alice no le gusta estar con nosotros la mayoría del tiempo, dice que nuestra burbuja es tan gruesa que es imposible penetrarla. Con frecuencia va a cenar con Jasper, quien ya me ha confesado los intereses de él hacia ella. Le gusta, mucho, tanto así que tiene planeado muchas con cosas con Alice Brandon. A mí también me gusta que compartan esos sentimientos. Mamá ya está mejor, tanto así que ya le ha vuelto el color a sus mejillas y su cabello brilla, tan rubio y perfecto como siempre. Incluso sus ojos han recuperado el brillo natural y el color azul del que tanto recordaba cuando estaba lejos de ella. A Jessica aún le falta un mes más para recuperarse, por lo que tiene reposo absoluto para bastante tiempo más. Edward la visita cada vez menos y pasa mayor tiempo conmigo. No sé por qué me siento culpable. Intento desechar todo rastro de culpa de mí y prosigo con mi vida como si nada malo sucediera. Es lo que intento y lo he logrado por casi un mes. Edward está más contento y eso se nota. Incluso el clima parece sonreírnos, ya que solo llueve y la nieve nos ha abandonado. Aunque claro, Forks nunca se ha caracterizado por ser un pueblo donde nieva mucho. La primavera se aproxima y ansío el olor de las flores junto a sus colores, a pesar de ser alérgica. Pongo mi abrigo en el asiento de cuero negro y acomodo un poco para que no estorbe al sentarme. Cuando acabo, me pongo ahí y enciendo el motor. Escucho el sonido del encendido y ya comienza a funcionar, lo que a Edward le alerta de que debemos irnos. Él sale de casa y corre hasta el asiento del copiloto, donde se posiciona con rapidez.

Iremos a Seattle para ver a mi mamá, quien se muere por estar con nosotros. Claro, es una sorpresa. —Estará muy feliz de verte —le digo, guiñándole un ojo. —Y me regañará porque no he ido a verla antes —murmura. —Está bien —intento quitarle presión al asunto—. Tienes trabajo y necesitas cumplir. Y yo también tengo que hacerlo. James me ha llamado cada día para cerciorarse de que aún no planeo dejar la carrera. Me está sacando de quicio, odio las presiones y las órdenes. Alice planea viajar a Nueva York, aunque lo veo poco probable, ya que está bastante entusiasmada con Jasper. Manejo con cuidado por la interestatal, mirando de reojo hacia Edward que cambia de emisora a cada minuto. Al parecer no le gusta la música que yo suelo escuchar. —¡Hey! ¿Por qué la cambiaste? —le pregunto cuando ha pasado de mi favorita, Janis Joplin. —Recuerdos —me dice rápidamente. Sé que no debo responderle nada más, pues no quiero ahondar en la tristeza que me ha estado embargando cada dos minutos. Decido optar por la alegría y dejar pasar esto, así ninguno de los dos se sentirá incómodo. Durante el mes hemos tenido algunos contactos que nos mantienen al borde de las llamas. Y no sé cómo es que el autocontrol ha sido tan fuerte, pero no hemos obtenido nada más que caricias furtivas que nos motivan a más. Sentir su calor en mi espalda cuando de pronto aparece detrás de mí, o el simple contacto de nuestros dedos cuando hemos intentado alcanzar el mismo objeto. —¿Cómo está Jessica? —pregunto para generar un ambiente más grato. No es que ella me interese, pero sigue siendo la novia de mi mejor amigo. —Igual que siempre —me contesta—. Me parece extraño que ya no se interese tanto por mí. —¿Te molesta? —inquiero con el corazón en la boca. Él da una pequeña risa que me mantiene en vilo de la respuesta. —No —contesta—, solo me parece… raro. Levanto mis cejas y muevo mis dedos por el manubrio, mientras suena Suspicious Mind de Elvis Presley. —Debe sentirse mal por lo que me hizo —digo con ironía. —Sé que estuvo mal. Me encojo de hombros y lo miro, pues estamos en rojo. Alargo una mano hasta la suya y con timidez acaricio sus dedos. Él los entrelaza con rapidez y acaricia el dorso con su dedo pulgar. —Gracias por preocuparte, no sabes cómo me sirvió que estuvieras conmigo esos días —profiero. —Debo remediar todos los días que no estuve contigo para cuidarte —me dice.

El semáforo ahora está en verde, por lo que separo mi mano con un poco de brusquedad. Durante el mes me ha lanzado muchas indirectas que me revuelven el estómago. Quiere saber por qué es que soy así, cómo logré ser actriz y qué hice durante los pocos años que toqué puertas, buscando la forma de entrar a algún casting. Todas las noches me imagino su reacción cuando le cuente, pasando del enojo hasta la decepción. A veces solo quisiera que mi pasado nunca se revelara, que jamás haya existido… Pero existe, es real y me atormenta cada vez que puede. —¿Le has hablado a tu padre de la cabaña que quieres comprar? —Quiero cambiar de tema lo más rápido posible. —Aún no lo creo correcto —me dice, lo que me llama la atención—. Ha estado muy irritable este último tiempo. Su comentario me entristece. —Debe ser por mí. —No lo tomes en cuenta —me aconseja con la voz calmada. Asiento con un nudo en la garganta. Últimamente me preocupa Carlisle. Había intentando creer que no me importaba, pero no puedo. Me hubiese gustado que mi relación con él haya sido diferente, algo así como la de Edward y mi madre. Sé que he dañado a su hijo en más de una ocasión, pero estoy arrepentida. Él nunca podrá aceptarme y debo acostumbrarme a la idea. Aparcamos en el estacionamiento a eso de las 12 pm. El clima ha descendido bruscamente, lo que nos alerta que aún falta para que la primavera toque a nuestra puerta. El cobrizo pasa un brazo por mis hombros y me da su calor, yo me apego a él y me olvido de mis pensamientos pesimistas. El hospital parece un palacio ahora que estoy con su compañía, es ese el efecto, soy feliz a su lado sea como sea. Toco la puerta de la habitación y a los dos segundos Jane ya ha abierto. Viste de enfermera, ha peinado su cabello e incluso se ha maquillado levemente. Se ve hermosa. Le doy un leve abrazo y con cuidado me acerco hasta la mujer de cabello brillante como el sol, que me sonríe con la gracia propia de siempre. Cuando nota a Edward, sus ojos pasan a la emoción absoluta. Siempre lo ha querido como a su propio hijo. Pero antes de que pueda dar otro paso más, veo a alguien que conozco muy bien en un rincón, intimidada por mi aparición. Carmen viste el típico abrigo negro y su sombrero horrendo con la flor tejida en el lado inferior derecho. El cabello le ha crecido un poco, enroscándose a la altura de la barbilla. —¡Qué grata sorpresa! —exclama ella, elevando sus brazos para estrecharme con fuerza. Uau. Ha recuperado hasta su peso. —¡Y tú, que no has venido antes! —le regaña a Edward. Cuando me separo, ella también lo abraza. Puedo notar su cariño de madre, pues sabe que él la

perdió a los 12 años. Yo por mi parte solo sonrío viendo la escena que se me es presentada. —Lo lamento, Renée, es el trabajo… Ya sabes —se disculpa el cobrizo. Mi atención no se centra completamente en mi madre y sus constantes palabras a las que no tomo en cuenta, sino en mi prima y en Jane, a quien le doy una corta mirada. Ella tenía prohibido dejar entrar a esa mujer. —Hola, Bella —me saluda Carmen, acercándose lentamente con los ojos llorosos por el miedo. Edward pasa un brazo por mi cintura con inercia y yo me apego a él. Lo miro y solo veo preocupación. Sé que es por el constante temblor que tengo en mis manos y la furia incrustada en mis venas. —Carmen —espeto—. ¿Qué haces aquí? Renée no entiende nada, posa sus ojos en cada uno de nosotros buscando algo de información. —Solo venía a despedirme de mi tía —dice—. Me marcho a Tacoma mañana. —Ah. No lo repitas, querida, sabes que me apena mucho —exclama mamá, haciendo un mohín triste. Si mamá supiera todo lo que Carmen ha hecho, de seguro no la trataría de la misma manera, pienso. Miro a mi prima, quien mueve sus dedos y los aprieta entre ellos; está nerviosa. Yo trato de respirar y reprimir mi enojo, sobre todo porque está Edward a mi lado y mi madre, a quien no quiero preocupar. —Supongo que… suerte —murmuro—. ¿Puedo saber por qué? Hasta hace un tiempo decías que cuidarías de mi mamá. O eso hiciste los últimos diez años. La miro con odio. Quisiera decirle mil cosas, pero nada podría devolverme el tiempo con mi madre… O con Edward. —Ahora que has llegado creo que es necesario que me vaya —finaliza—. Hasta pronto, tía Renée. —Se acerca a ella y le da un largo abrazo. Cuando acaba se acerca a Edward—. Es bueno verlos juntos. Me impacta su hipocresía. Ella, que tanto quería vernos separados. Ella, que mintió, asesinando en vida al único hombre al que he amado… Es ruin y adora ser así. —Buena suerte, Carmen —le dice Edward, ignorando todo el daño que nos ha hecho. Cuando ella hace el ademán de irse, yo me decido a hacerle frente. —Carmen, espérame, me gustaría hablar contigo. A solas. La acompaño pisando sus talones. Nos quedamos unos pasos más allá, saliendo de oncología. Por un momento espero a que el lugar esté un poco más vacío, mientras que ella parece aún más nerviosa. —¿No te cansas de intervenir en mi vida? —inquiero. Frunce el ceño.

—No sé de qué hablas… —¡Ya basta! —espeto—. Te dije que no debías volver con mi madre. —Solo quería despedirme. —¡No! No te lo permito —grito—. Has provocado sufrimiento durante mucho tiempo, ya es hora de que dejes de hacerlo. Ignoro las intensas ganas que tengo de llorar, de plantarle una bofetada y de escupirle la cara. Claro que no lo haré. —No volverás a verme, te lo aseguro —susurra. La quedo mirando, analizando su iris marrón, como el mío. No puedo creerle, hay algo que no me provoca tranquilidad. —Espero que no abras la boca —le amenazo—, tenemos un trato. —Tú no hablas y yo tampoco, ya lo recuerdo —dice—. ¿Estás con él? Niego lentamente. —Y aunque estuviésemos juntos jamás te lo diría —exclamo—. Ahora vete, no quiero volver a verte. Asiente y marcha hacia el ascensor, donde la veo marcharse en cosa de segundos. —Vete al infierno, maldita perra —murmuro por lo bajo. . Mamá no me preguntó nada sobre Carmen, lo que agradezco mucho. Edward habla distraídamente de lo que ha hecho en el día y yo aprovecho de decorar el lugar con las flores que le he comprado. Jane me ayuda con algunas, en silencio. De vez en cuando la miro, pero ella no devuelve la mirada hasta mí. Espero a que Renée y Edward estén más enfrascados en su conversación y le lanzo la pregunta del millón. —¿Por qué la dejaste entrar? Sus dedos han dejado de acomodar las lilas, adopta una postura recta y me mira. —Ella dijo que solo iba a estar unos minutos nada más —contesta. —Estaba prohibido. —Lo sé. Lo siento, Srta. Swan. Aprieto mi mordida y me obligo a sosegarme, no saco nada regañándole. Además, no puedo darme el lujo de perderla, es muy buena enfermera. —¿Va a despedirme? —me pregunta tímidamente. —No, claro que no —le respondo con rapidez—. Pero por favor, no vuelvas a permitirle la entrada. Mueve la cabeza positivamente junto a una sonrisa.

Mamá me llama para tenderme una bonita cajita de terciopelo color vino. Es pequeña y redonda. —¿Qué es? —inquiero. —Tu regalo de cumpleaños —me dice como si fuese lo más obvio del mundo. Le sonrío. —No tenías por qué… —Sí, sí tenía por qué —me corta—. Feliz cumpleaños, hija. Le doy una sonrisa y un abrazo con todo mi amor. Sentir su calor y su aroma es como volver a ser la niña de seis años que se escondía entre sus faldas, llorando para que por favor no se fuese y me dejase en la escuela. Cómo odiaba ir a la escuela, sobre todo cuando la veía irse. Siempre he tenido una aversión singular al ver a las personas marchar. No me gusta. Es agonizante observar su espalda, mientras emprende un camino sin saber cuándo volveré a verle. Aún recuerdo cuando Edward se fue, luego de su deplorable intento por convencerme de seguir en Forks… La imagen jamás se fue. Miro a Edward, quien también hace lo mismo conmigo. Sus ojos miel repasan mi rostro y una sonrisa juguetona asoma. Abro mi caja con rapidez y adentro puedo ver un lindo collar de plata, la joya que cuelga es nada más y nada menos que una perla blanca y pulcra. —Mamá, esto es bello. Gracias —le digo, elevándolo para poder verlo en su entereza. —Era de tu abuela Marie —me cuenta—. Tu amiga Alice me ayudó a buscarlo en mi habitación y me lo trajo hace un par de días. Mi abuela Marie… Nunca la conocí, pero sé que ella era una mujer muy hermosa. Rubia, ojos verdes y una delicadeza no muy propia de su clase social. Sé que amó mucho a mamá y que ésta sufrió demasiado por su muerte, justo unos días antes de que diera a luz. Edward toma el collar con sus dedos, se acomoda detrás de mí y lo pone en mi cuello, abrochándolo con rapidez. Sentir su dedos en mi piel me ha brindado de un calor delicioso en mi ser, elevando todos mis sentidos. No puedo evitar jadear, sonrojándome de paso porque mi madre y la enfermera están presente. —Ya está —dice, susurrándome en el oído. —Gracias —logro decir. Renée me mira de forma particular, esa que hacía hace algunos años. Niego junto a una sonrisa tímida y nerviosa. Jane comienza a ver el suero de mi madre, el cual se ha agotado. No tarda en inyectar algo, quizá para que mamá no sienta tantos dolores. —Es hora de dormir, Sra. Renée —le dice la rubia. No me queda más remedio que despedirme de ella a pesar de que no me quiero ir. Lo último que le digo es que la quiero, algo que nunca había hecho cuando era más joven. Ella lo repite una y otra vez, sabiendo que no volveré en unos días más. Le acaricio el rostro por última vez y me despido de Jane.

Cuando camino hasta el ascensor, Edward se ha tomado la atribución de entrelazar sus dedos con los míos. Lo miro y él parece analizar mi actitud con respecto a este pequeño gesto. Le sonrío, sin saber qué más hacer. Nunca me he sentido incómoda entrelazando mis dedos con los suyos, es más, me gusta. Sin embargo no sé cómo comportarme cuando esto pasa. Las palabras de Emmett vuelven a mi cabeza, esas que asumían que ambos éramos novios sin saberlo. Novios sin besos, sin caricias y sin saberlo, pienso con ironía. Y como si mi mente fuese un imán, él aparece ante nuestros ojos con una sonrisa perfecta, sincera y natural. Edward me aprieta los dedos y me atrae consigo, yo lo único que hago es mirarlo y darme cuenta de lo cabreado que está. Mi ex novio no se percata, o simplemente lo ignora, no lo sé. —¡Bella! Otra vez nos encontramos —exclama. Estampa un beso en mi mejilla y me da un pequeño abrazo. Cabe destacar que Edward no me ha soltado en ningún momento, a pesar de las cortas miradas que le doy. Emmett deposita sus ojos en nuestras manos entrelazadas, pero los quita rápidamente. —Venía a ver a mamá. Ya hemos acabado —le digo. —Hola, Edward —saluda al cobrizo, quien no se ha propuesto decir siquiera una sola sílaba. —Hola, Emmett —le imita, aunque no suena igualmente alegre. —Veo que andan juntos —profiere, escrutando sus ojos—. Bien, Bella, pasaré por tu casa en unos días más para mostrarte algunos exámenes de tu madre. Nos vemos. Edward y yo marchamos en silencio hasta el automóvil, la verdad es que no sé cómo cortar el hilo de tensión que se ha formado tan rápido entre nosotros. Él abre mi puerta y yo entro, mientras que se da la vuelta para entrar al otro asiento. —No sabía que Emmett iba a aparecer así como así. Lo siento —digo de pronto. No quiero discutir manejando. —Tiene un gran talento para inmiscuirse en los momentos menos apropiados —exclama con la mandíbula apretada. Ruedo los ojos, incapaz de entender por qué actúa de esa manera. —¿Te vas a enojar conmigo? —le pregunto inocentemente. Bufa exasperado. —No, claro que no —murmura. ... 17 de Febrero, 1980 Edward me ha pedido que le acompañe a comprar la casa, por lo que me he puesto bastante nerviosa. Estoy tan orgullosa y contenta por él. Al fin podrá vivir su vida en paz, dejar de lado el pasado y alimentarse de la buena energía.

Me doy vueltas en el espejo y reviso mi vestido rosa pálido. Es como el estilo que utilizaba mi madre en el 55. De lunares blancos y voluptuosa caída. Los tacos son blancos y la punta mostaza, brillantes y relucientes. Hacen la combinación perfecta con mi cabello aleonado, cayendo por mi espalda con vida propia. Alice aparece detrás de mí y me tiende una cartera, su favorita. Parece tan feliz de que salga con Edward, lo que no entiende es que solo somos amigos y que solo le acompañaré a comprar lo que tanto desea. —¿Harás algo en la tarde? —le pregunto, mientras remarco mis labios con el labial. Me da una mirada por el espejo, una mirada pícara y alegre, esa que solo le provoca cuando es Jasper el aludido. —Tengo una cita con Jasper —dice. —Qué novedad —murmuro. —Qué pesada —gruñe con humor. Me meto al carro y me despido de Alice con la mano, gesticulando desde el interior. Ella hace lo mismo. Miro de reojo a mi acompañante, un cabernet francés del 46. Edward se comprará una casa, eso hay que celebrarlo. Yo no tengo hogar, o bueno, no lo tenía hasta hace casi dos meses. Solo departamentos que he comprado y que no visito casi nunca, sin contar con las habitaciones de hotel que utilizo constantemente por mi trabajo. Toco el claxon frente al gran cerco de ladrillo y enredaderas, con el portón del garaje a un lado. Edward aparece desde la entrada principal, una puerta de roble muy antigua, de detalles únicos tallados a mano. En su centro hay un vidrio en mosaicos, cubierto de hierro negro para protegerle. El cobrizo me sonríe y se acerca hasta el garaje, abriéndome la gran puerta rústica para poder guardar el automóvil. Cuando termino de estacionar, él se acerca a mí a paso lento, mientras que yo troto hasta él para abrazarlo. No sé por qué estoy tan contenta, pero es por Edward. Orgullo, admiración… Es verlo crecer ante mis ojos. —El Sr. Masen nos espera en la sala —me susurra, ya que no puedo soltarlo. Me sonrojo y desenredo mis brazos de su cintura, no sin antes recibir uno de sus besos en mi frente. Caminamos hasta la puerta, donde siento el brusco cambio del frío exterior y la calidez de la cabaña. Debe ser por la chimenea. Me deslumbro con los colores y formas que hay. La fachada es de color marfil, en algunos puntos el mural se reemplaza por papel con diseños muy propios de Inglaterra. Al fondo noto la chimenea, la cual es bastante grande. En su interior brota el calor y el fuego en su punto. A un lado hay dos sofás café oscuro, de cuero natural, y en medio de ellos, una mesa de madera fina con un gran y abundante conjunto de flores. Estantes vacíos, dos sitiales de cara a la ventana, la cual da a los profundos bosques de Forks. Es increíblemente bello. Un tocadiscos antiguo, un teléfono en la pared más cercana y una alfombra de mosaicos fríos en el suelo. Hay una lámpara de lágrimas sobre mi cabeza y otra más allá, junto a la otra habitación: el comedor. Me reservo la vista hasta más tarde, pues Edward tira de mí para llevarme hasta la última habitación, esa que está oculta entre dos puertas que conectan al mismo lugar. Es un estudio, donde aguarda un hombre calvo de casi ochenta años.

Me sonríe con una alegría tan conmovedora, su sonrisa es tan sincera como sus ojos verdes de gastado iris. Viste muy elegante, aunque algo me dice que siempre ha vestido así. En el escritorio están apiladas todas las fotografías de él y su esposa, algunas con sus hijos, que son cuatro, y otras de sus nietos. Qué desgarrados ver algunas muy recientes, otras antiguas, como la de su boda. No puedo evitar acercar mis dedos hasta la de la fallecida mujer con su bebé entre sus brazos y el Sr. Masen viéndola a ella como al ser celestial más ridículamente bello de la tierra. De pronto me doy cuenta de mi inoportuno gesto y me alejo, mirando de reojo al anciano, quien sigue sonriendo incluso con mayor alegría. —Buenas tardes —susurro avergonzada. —Buenas tardes —me contesta él con una enérgica y masculina voz—. No sabía que estabas tan bien acompañado de una estrella, Edward. Me conoce. Comienzo a reír con nerviosismo. —A veces yo tampoco me lo creo —afirma el cobrizo, entrelazando sus dedos con los míos. Le sonrío al hombre que me tiene agarrada con delicadeza, transmutándole todo mi amor. —¡Bien! —exclama el Sr. Masen—. ¿Estás seguro de querer comprarla? Edward asiente con rapidez. —Lo que yo no entiendo es el precio… —No insistas, Edward, no inflaré el costo. Eres como un nieto para mí, tu padre se crió aquí —le corta—. Tú tallaste mi puerta, pintaste para nosotros y pasaste tu infancia en mi jardín. ¿Por qué no hacer una oferta? Edward hace un mohín, mortificado por la gran oferta. Mi hermoso Edward no puede aceptarlo, lo que me genera una sonrisa de gran tamaño. Él me mira con el ceño fruncido. —Acéptalo —le digo. Levanta sus cejas y mira al anciano, quien con una sonrisa le invita a decir que sí. —Es una casa tan grande, tan hermosa, no puedo aceptar ese precio, es ridículo. —Eres el único que la cuidará como se lo merece —dice con temple—. De seguro a la Srta. Swan le gustaría ver a sus hijos crecer por aquí. No puedo evitar volver a sonreír, pero de una tristeza abismante. Mi garganta se ennudece y mis ojos escuecen. No debo llorar. El viejo Sr. Masen le enseña un papel y un bolígrafo, incitándolo a firmar. Le doy un pequeño empujón y él brinca, acercándose automáticamente al escritorio para firmar. Suelta mi mano para hacerlo más cómodamente y acaba estampando su hermosa signatura en el espacio en blanco. Al terminar, ambos se dan un apretón de manos, sellando el pacto. —Ha sido un placer, hijo —dice él, palpando su hombro.

Cuando despedimos al Sr. Masen, me dejo caer en el sofá, maravillada por el inconfundible olor de la madera. El piso flotante tiende a hacer un pequeño susurro con los pasos suaves del cobrizo, al instante siento su peso a mi lado y su aroma característico. Ambos estamos sumidos en un cómodo silencio. Dejo caer mi cabeza en su hombro y así nos quedamos por un buen rato. Nuestras manos han vuelto a entrelazarse y ahora él ha tomado mis piernas para que las deposite en sus muslos. Ha sido un movimiento atrevido y feroz, el que ha encendido mi temperatura a varios niveles arriba de lo permitido. Acaricio su mandíbula con mis dedos libres y él cierra los ojos. Hay un detalle en Edward que me llama súbitamente la atención. Hace mucho tiempo mi gran pasatiempo era ver sus pestañas y ahora éstas son el centro de todo mi universo. Largas y oscuras, hermosas… De pronto el sol nos golpea desde la ventana gigante que hay frente a nosotros. El vidrio cubre desde el suelo hasta el techo completamente, dándonos la perspectiva del bosque en todo su hermoso esplendor. Miro a Edward, quien es abrumado por el luminoso y último rayo de sol antes de esconderse. Sus ojos parecen dos esferas cálidas llenas de fuego y sus pestañas han pasado de la oscuridad al mismo tono de su cabello, cobrizo. No deja de mirarme y de admirarme. Porque claro, él solo me admira, como a una obra maestra… —Tu nueva casa es hermosa —le comento, apegando mi mejilla hasta su pecho—. Estoy muy orgullosa de ti. Él acaricia mi cabello y de mí parecen brotar suaves ronroneos. —Aún no puedo creer el precio —susurra. Lanzo una pequeña risita cansada. —Ese hombre te quiere mucho, sabe que tú la cuidarás con cariño. Lo siento sonreír. —Supongo que tienes razón —dice—. ¿Quieres conocer las demás habitaciones? —me pregunta. Levanto la cabeza y lo miro risueña. Claro que sí. Me ayuda a levantarme y yo me quito los tacones para sentir la suavidad de la alfombra. Los filamentos se meten entre mis dedos y yo cierro los ojos del placer. Mis pies son un centro bastante sensible de mi cuerpo. —Es excitante —susurro, suspirando entre medio. Edward toma mi mano y la acaricia con sus labios. —No sabía eso —dice. Me lleva hasta el pasillo, el que conecta al estudio que era del Sr. Masen. Edward me cuenta que pasará por lo que le queda dentro de unos días y él aprovechará de decorar a su gusto. El estudio pasará a ser su guarida de colores, donde pintará y se dedicará a aprovechar su talento. No me extraña, puesto que la vista es envidiable, con las colinas y el sol a medio esconder.

—Me gustaría ayudarte a decorar —le digo, mordiéndome el labio inferior. —Estás invitada a hacer lo quieras aquí. Sus palabras suenan a una invitación misteriosa, está implícito. ¿Qué es? Me lleva hasta la habitación de al lado, la cual conecta directamente con una puerta escondida en el estudio. Es su cuarto. O bueno, un cuarto que debería ser de dos. —La compré y la restauré con mi padre. Estuvo por años en el taller —me comenta, señalándome la cama. Me acerco lentamente, embobada por la belleza del inerte objeto. Es tan… majestuosa. Un gran cabezal de madera fina y delicada, que cubre prácticamente toda la pared marfil. Es de estilo romántico, con sutiles detalles alrededor. Toco uno de ellos y me doy cuenta que es un rayo de sol. ¡Claro! Es un sol que emana luz de su interior. Debajo hay una cita. "La luce dei miei occhi" —La luz de mis ojos —dice él. Mi corazón de infla, embobada por algo tan bello. Hasta en este tipo de cosas Edward es magnífico. Claro que no me lo merezco. El edredón es de color café, al igual que las dos almohadas que le acompañan. Es esponjosa, suave y limpia. Aunque parece demasiado grande para él, demasiado espaciosa para un hombre como lo es Edward. —¿No te provocará soledad dormir aquí? —le pregunto, mientras me siento de golpe en la cama. Doy un brinco y me doy cuenta de que no es una cama normal, sino de agua. Uau. —No—. Niega con su cabeza en repetidas ocasiones—. Quizá debería buscar a una compañera para cada noche. Mi felicidad cae brutalmente por un abismo sin fin. —Bromeo —se ríe. —Más te vale —amenazo sutilmente—. La vista aquí es más hermosa que la de la sala —suspiro, dándome cuenta de la gran ventana que hay frente a la cama. El paisaje es de ensueño, casi venerando a la naturaleza. Veo el lago tan cerca, con esa plenitud característica. Más allá hay vegetación; árboles, unas pocas flores y los pinos. Es increíblemente nostálgico y Edward lo sabe. Me siento en la cama otra vez, de cara a la ventana. Sonrío con tristeza sin poder evitarlo. —No pensé que aún recordaras lo que pasó entre tú y yo, justo en este lugar —me susurra, acercándose a mí. —Jamás podría olvidarlo. Es ahora cuando Edward suspira, quizá por mi nueva faceta honesta. ...

La nueva casa de mi mejor amigo es perfecta. Hay un par de habitaciones que no ocupará aún, y dudo que lo haga en un futuro. La cocina es grande, mucho más que la de mi madre. Se me ocurre una idea enseguida, como motivo para celebrar. —Tengo algo para ti —le digo, brincando emocionada—. La ocasión lo amerita. Enarca una ceja, lo que le hace ver muy atractivo. Mi estómago se retuerce y yo lucho por no lanzarme a sus brazos como una loca. Corro hasta mi coche y saco el vino, dejando a Edward atrás. Cuando regreso, veo que está ordenando algunas cosas. Cuando ve la botella abre los ojos desmesuradamente, maravillado. Edward siempre amó el vino. —Es bastante fino —le comento y se lo entrego. Lo inspecciona con delicadeza, concentradamente. Me gusta verlo así, tan serio. Debo suprimir un suspiro y alejar todas esas emociones enamoradas. —Sí que lo es —me responde. —Me gustaría preparar algo y beberlo. Me da una sonrisa que eleva mis vellos. —Haz lo que gustes, yo estaré encantado. Me muevo en la cocina con una maestría que hace tiempo no tenía, descubriendo algunos utensilios con Edward de espectador. Él está sentado en la isla, mirándome atentamente mientras yo reúno lo que necesitaré para la cena. Tuvimos que ir hacia el supermercado más cercano y comprar algunas cosas, ya que Edward no está acostumbrado a cocinar. Le entiendo. Estuvo prácticamente toda la mitad de su vida criado por Carlisle, quien es reacio a entrar a una cocina. —Me pones nerviosa —le hago saber al mismo tiempo que corto algunas verduras. —¿Por qué? —inquiere, soltando una pequeña risita. Ruedo los ojos y muevo el cuchillo contra el perejil. —¿Crees que es divertido sentir una mirada cada dos segundos? Edward no me contesta, solo sigue riendo. —Deberías ayudarme en esto —señalo. Siento cómo se acerca desde la espalda y me rodea para mirar lo que hago. Siento una electricidad monstruosa cruzando mi espina dorsal, elevando mis más oscuros sentidos. Su respiración choca con mi mejilla y yo solo jadeo, muerta de deseo. —Te ayudo con eso, creo que puedo —me susurra. Asiento, frunciendo mis labios. Me concentro en pelar la zanahoria, aunque mis dedos tiritan, haciéndome el trabajo más difícil. Cuando acabo me dedico en cortarla en trocitos, pero mi nerviosismo me traiciona, por lo que me corto un dedo. Grito de dolor y sorpresa, llevando mi dedo a mi pecho, apretándolo con todas mis fuerzas.

—¿Qué sucede? —inquiere Edward, un tanto preocupado. —Me he cortado —le cuento. El olor de mi sangre me marea, pero hago caso omiso al ligero tambaleo. Edward hace un mohín y me mira el dedo índice. —No fue tanto. —Me ha dolido mucho. —Tranquila, traeré algo para ti —dice y se va hacia la sala. Al rato me cubre la herida con una bandita de color caqui. Cuando me cura, él solo me mira de vez en cuando, con cierto reproche divertido en sus ojos dorados. Al acabar besa mi dedo y yo esbozo una sonrisa. Él pone el agua a hervir para cocer las verduras que estamos picando, lo que demorará bastante. La herida arde, pero solo aprieto los dientes. Me decido a seguir cortando la verdura sobre el encimero color marfil —como casi toda la casa—, aunque la tarea es aún más difícil con la herida. —Demonios —susurro. —Déjame, yo te ayudo —me dice él. Nos quedamos mirando por un largo segundo. —Eres tan… —¿Torpe? —inquiero. Me muerdo el labio inferior, ya que él eleva su sonrisa hasta completar todo su rostro. —Como muchas veces, en realidad —completo. —Iba a decir adorable. No tardo en ruborizarme cuan niña pequeña. Oh por Dios, puedo sentir el calor en mis mejillas. ¡Debo parecer un tomate! —Adorable —musito muy bajo, mientras tomo el cuchillo rápidamente, frunciendo el ceño. Estoy tan nerviosa que solo me escapo volviendo a cortar… mi dedo. —¡Mierda! —grito. —Hey —exclama Edward—, estás distraída. No puedo ser tan tonta… —Lo siento —murmuro. —No, está bien. Te ayudo. Él se pone detrás de mí, pasando sus manos hasta las mías, haciendo un roce francamente

íntimo con mi cintura. Puedo sentir su pecho contra mi espalda. No puedo evitar arquearme sutilmente ante la sensación. Pero me muerdo el labio y me dedico a ver su próximo movimiento. —Al parecer soy mucho más hábil en este tipo de cosas que tú —dice. Su boca está a milímetros de mi oreja, por lo que sus palabras no hacen más que desazogarme. —Eres muy hábil con los dedos, Edward, eso deberías saberlo —digo sin aliento. Siento el esbozo de una juguetona sonrisa. Cierro mis ojos por un momento, disfrutando de la sensación. Me debato internamente; ¿lo beso? ¿Es correcto? ¿Lo deseo? Claro que sí. ¿Me dejo llevar? Ha hecho de mí una marioneta y él es el titiritero. Mueve mis manos y me hace cortar delicadamente la zanahoria, tomando el cuchillo como a una pluma. Todo en Edward es tan suave. —Muy lento —me vuelve a susurrar. Cierro mis piernas de golpe, envuelta en las sensaciones más morbosas y sensuales que jamás he experimentado antes. ¿Así me haría el amor? De forma lenta, tan lenta que podría sentir todo mi cuerpo envuelto en las llamas. —Edward —susurro. Él no hace nada por atender a mi pequeña e inútil queja. Sus manos ahora no hacen nada con la zanahoria, sino que acaricia suavemente mi cintura y vientre. Mi respiración se hace pesada. Me doy la vuelta y paso mis manos por su camisa a cuadros. Edward me está mirando y yo a él, no somos capaces de cortar el hilo de la tensión tan exquisita que hemos creado. Me apego aún más a él, sintiendo tan pequeña ante su imponente cuerpo. Su pecho inmenso es acariciado por mis dedos, mientras él me tiene aferrada con ambas manos en su cintura. De pronto estoy sobre el encimero. El movimiento de Edward al subirme en el mueble fue tan rápido, que no tuve tiempo de reaccionar. Tampoco soy consciente de lo que he hecho con él; he enredado mis piernas en su cintura. Pongo mis brazos en su cuello, nublada por el fuerte deseo. Sin embargo, Edward se lleva a la boca un pequeño cubito de zanahoria, el cual mastica y traga con una sensualidad que me nubla por completo la razón. Debo recordar cómo respirar y a controlar el impulso que tengo. Lleva otro cubito a mi boca. Lo miro y luego lo hago con el pequeño trozo. Lo mastico con cuidado hasta acabar. Y cuando menos me lo espero cierro los ojos, con el calor de su aproximación. Puedo percibir su respiración, su perfume y todo de él. Nuestros labios hacen un leve roce, pero es encender la chispa para quemar definitivamente a mi pobre autocontrol. Voy a besarlo. Suena el silbido de la tetera, lo que nos hace saltar de inmediato. Doy un leve grito y me bajo del

mueble, con la sangre corriendo fuertemente por mis venas. Estábamos a punto de besarnos y esa maldita tetera… Mierda. —Tengo que ir al… baño —musito. Edward asiente sin mirarme, mientras apaga el fuego. Yo corro hasta el baño más cercano y me encierro ahí. Entierro mi rostro en mis manos y calmo mi respiración. Me acerco al espejo y compruebo que soy toda deseo. Me lamo los labios y de paso los muerdo, muerta de vergüenza. ¿Qué hubiese sucedido si…? Por Dios. Todo era tan ardiente. Me largo a reír y mis ojos han recuperado un brillo magnífico. Es increíble lo que él me hace. Pero no… Ahora no, no puedo. Necesito tiempo. Suspiro y salgo del baño, suplicando que Edward lo haya olvidado. Mis piernas tiritan mientras camino, el corazón aún no deja de bombear con una velocidad alarmante. Y lo encuentro de espalda a la puerta, terminando de cortar las demás verduras. Voy a decirle algo, pero él me gana. —Esto no es tan difícil, creo que puedo aprender muy rápido. Suena como a mi mejor amigo, aquel que jamás intentaría besarme, ese que no haría lo que hicimos hace solo minutos. Lo ha olvidado muy rápido. Pero la idea debería agradarme, incluso debo sentirme aliviada porque me ha facilitado el trabajo. Sin embargo, la decepción es simplemente lo único que me embarga. ... No volvimos a tocar el tema por el resto de la cena, o bueno, han pasado cinco días en los que ni siquiera lo he visto. Luego de la cena bebí un poco de vino y me vine a casa, estaba tan oscuro y desolador, tan abismante. Pero ni siquiera Edward se atrevió a acompañarme, tan avergonzado por lo que sucedió como yo. El largo camino a casa lo conduje acompañada de música, como siempre, pero con las lágrimas entorpeciendo a tal grado que tuve que parar un par de veces para poder tranquilizarme. A cada minuto me preguntaba qué estaba haciendo conmigo, con él, con todo. Paso a paso es un error y no puedo regresar, porque es imposible. Ni el tiempo ni las personas pueden evitarse. No me detuve a contarle a Alice, tampoco a avisarle a Edward que había llegado a salvo, simplemente mi ánimo ya no soportaba más. Hasta hoy, que no he recibido sus llamadas, tampoco lo he hecho yo. No puedo mentir, he querido hacerlo, pero no me atrevo y tampoco tengo la seguridad de que todo resulte bien entre nosotros dos. Corro las cortinas de mi ventana para dejar entrar el extraño sol deslumbrante de hoy y maravillarme con el calor que desprenden sus rayos. Por un instante cierro los ojos, disfrutando. Suspiro, dándome ánimos.

Rosalie me llamó el día de ayer, pidiéndome que le ayudara a ordenar algunos chocolates, porque iba a abrir en la semana. Acepté de inmediato, está tan sola con su hija. Además necesito salir, la cabeza me estallará en cualquier momento. Alice no se ha atrevido a preguntarme por Edward ni la razón por la cual él no ha tocado nuestra puerta. Ella es tan… inquisidora. Todo lo sabe. Pero también conoce mi temperamento y ahora soy capaz de liberarlo sea quien sea. —¿No vendrás conmigo? —le pregunto a Alice, mientras bebo de mi té. Niega mientras se calza un vestido de lunares negros y fondo blanco. Cómo le gustan esos lunares… —Ya sabes que Rose no ha sido muy amiga mía. —Ya, solo me parece que habías superado todo ese rollo con ella. —Yo nunca olvido, Bella. Rosalie y Alice nunca pudieron llevarse muy bien, una de las razones fue la envidia que había de por medio por un cliente de ambas. No recuerdo su nombre. Lo adoraban, más que nada porque era de los pocos clientes que las trataba como a una rosa. Luego supieron que se suicidó y la paz nunca reinó entre ellas. Aunque sé que de parte de Rose lo más importante es su hija, no una tonta pelea de años atrás. —Debo ayudarle, es lo mínimo que puedo hacer. Espero que no te moleste —añado. Se encoge de hombros, pero sé que le importa. No me gusta que esté así. —No le debes nada, ella te introdujo a la prostitución, no es una cosa de la que deberías agradecer eternamente —comenta. Me dedico a beber de mi té para ganar tiempo y sopesar la ira que me cubre. Quizá no debo agradecer aquello, pero sí el que me haya dado algo de comer. Prefiero no seguir con el tema, será una discusión asegurada. Jasper pasa por Alice a eso de las dos. Está afeitado, perfumado y bastante guapo. No puedo quitarme la sonrisa, su nerviosismo es adorable. Está sentado en el sofá con sus manos muy juntas, mirándome de vez en cuando con desesperación, quizá necesita que le distraiga. Carraspeo y me cruzo de piernas, buscando algún tema de conversación. —Y… ¿Qué tal el trabajo? —le pregunto. Frunzo el ceño. Es un pésimo tema de conversación. —Sí, bastante bien —me dice—. ¿Y tú? Me largo a reír. —Las vacaciones aún no han acabado —bromeo. Él logra reír conmigo, pero luego se calla y yo sé por qué. Alice baja las escaleras con su bonito vestido de lunares. Se ve preciosa. Me sorprende que ambos se tomen de las manos y se despidan sin mirarme porque están demasiado ocupados en lo suyo, en mirarse ambos de una

manera demasiado especial. Dejo de darme vueltas en pensamientos y me calzo un abrigo caqui sobre mis hombros. Salgo de la casa y me meto al carro enseguida, frotando mis manos al mismo tiempo. Hace un frío que me cala los huesos a pesar del grandioso sol que ilumina el paraje. El motor está helado, por lo que estoy cerca de diez minutos esperando a que parta. Cuando lo logra, enciendo la radio y me dedico a escuchar a Frank Sinatra. La tienda de Rosalie está pintada de un rosa muy pálido y en las orillas hay flores pintadas a mano. Ese de seguro fue Edward. Su recuerdo me duele, pero lo evito enseguida. Hay un letrero gigante en lo alto, dice Chocolatería Lilian. Como la puerta de vidrio está cerrada y en su interior no logro distinguir nada, toco con mis nudillos en el cristal esperando a que me abra. Rose aparece con un peinado muy propio de los cuarenta y un bonito vestido turquesa, lo que hace resaltar sus preciosos ojos. Se ve tan intimidante con esos tacos que le hacen ver el doble de mi estatura. —¡Bella! —exclama, abrazándome con fuerza. No estoy acostumbrada a los tratos efusivos, pero viniendo de Rosalie no me extraña. —Creí que no estabas —le digo cuando nos separamos. Mueve sus pestañas rápidamente, elevando una sonrisa divertida. —Ya estaba por abrir. Me invita a pasar y me conduce hasta el interior de la tienda, la que rápidamente se convierte en una casa. Wow. Es hermosa. Predomina en demasía el color celeste. —¿Tu hija no está? —pregunto al no verla por ningún lado. De pronto ha dejado de sonreír, —No… —susurra—. Salió con un amigo. —Ah —me animo a decir. Me señala los miles y miles de chocolate que hay, su tipo, su color y sus ingredientes especiales. Debo reunirlos todos en su mismo grupo y depositarlos en las cajitas trasparentes que me ha entregado. Mi paciencia es grande, así que comienzo de inmediato. Rosalie me ayuda de vez en cuando, pero yo le pido que me deje sola, así ella termina por botar las cajas que tiene en el suelo. —Edward pintará la pared principal —me comenta de repente. Me tenso y hago un mohín, pero como estoy de espaldas a ella, no lo ve. —¿Sí? Espero le quede bien —susurro. —Claro que así será —insiste. Suspiro y sigo con lo mío. Suenan unos golpecitos en la puerta y Rose corre a abrir. Debe ser la pequeña. No tardo en oír

unas risotadas que vienen hasta mí para saludarme. Me agacho para corresponder a su delicioso y cariñoso besito, y al incorporarme veo a un hombre de potentes ojos dorados y sedoso cabello cobrizo. —Edward —susurro, sin entender. Miro a Rose pidiéndole explicaciones, pero ella me evade. Luego a Edward y su intrínseco mirar. ¿Qué hago? ¿Qué le digo? —Hola —suelto atolondradamente. —Hola —responde él con más calma. La pequeña no siente la tensión que se ha formado, en cambio su madre sí. Aún no entiendo por qué no me dijo que Edward estaba por aquí. —Eh… Debo comprar unas cosas en el supermercado, me cuidan la tienda, ¿sí? Asiento con lentitud y Edward se limita a sonreírle. Cuando siento la puerta cerrarse, lo que indica que estamos solos, me dedico a seguir con mi trabajo. Pero Edward no deja de mirarme y me pone nerviosa, cada vez que miro por el rabillo del ojo él está ensimismado en mí. —¿No tienes nada mejor que hacer? —le pregunto. Lo siento reír. —Necesitaba unos días para pensar —suelta y yo no entiendo a qué se refiere. —¿Qué…? —Por eso no te llamé —añade, interrumpiéndome—. Sé que te has molestado, pero de verdad necesitaba pensar. Me siento culpable. —Yo también lo necesitaba —miento, porque ni siquiera pude pensar, solo me confundí aún más. Nos sumimos en un silencio incómodo del que no sé cómo salir. Repaso con mis ojos su hermoso rostro, la barba incipiente y los penetrantes ojos miel y dorado. —Lo siento —dice de pronto. Sé que se refiere a lo sucedido en su cocina. —Da igual —le contesto. Suspiro—. Yo lo siento, fue demasiado apresurada y… —No, está bien —susurra—. Supongo que ambos tenemos la culpa. Asiento, intentando una sonrisa. Termino de ordenar los chocolates, mientras Edward apila los colores y los pinceles en el suelo. Finjo no tomar atención a lo que hace, pero me paso casi todo el rato mirándolo. Son muchos tarros de pintura y pinceles de diferentes grosores y formas, supongo que él sabrá qué hacer con ellos. Hace el ademán de irse hasta la parte de la tienda, lo que me desasosiega por unos segundos; aún no sé cómo están las cosas entre ambos. Cuando se da cuenta de que le estoy mirando

fijamente, se gira sonriéndome. —¿Quieres acompañarme a pintar? Asiento frenéticamente, corriendo hasta su lado para verlo trabajar. La pared de dos metros y algo más de alto, está cubierta de blanco, preparada para su transformación. Edward se calza una remera llena de pintura y yo me quedo mirándolo con tentación. Cuando él se me fija en mí, yo quito los ojos con rapidez. Yo me siento en una banca y lo miro, él de espaldas a mí. Admiro cómo se mueve y repasa el lugar, analizándolo. De pronto ya tiene su brocha sobre la inmaculada pared, pintando la zona inferior izquierda. Los músculos se marcan a pesar de la delgada prenda que lleva y sus dedos trabajan a un compás lento y educado. Me nublo con la vista que tengo frente a mí, contemplando desde su cabello hasta la punta de sus zapatos. Todo en él me gusta, sobre todo el talento que lleva en su sangre. —Qué serio —digo al acercarme a él y ver su ceño fruncido. Como si mi voz fuese un estimulante, Edward ha cambiado su expresión con una gran sonrisa. —¿Estás aburrida? —me pregunta, dejando la brocha a un lado. Se estira lentamente por la posición que ha adoptado. —No… Aunque este lugar es bastante silencioso, ¿no crees? —le comento, acercándome a la radio de Rose, la que tiene sobre la mesita. Levanta ambas cejas con picardía y yo voy hasta el aparato para encenderla y buscar una emisora decente. Topo con una bastante buena y ahí la dejo, para que Edward se concentre en su cometido. Edward ha vuelto a pintar, lo que ahora ha tomado forma: una flor bastante exótica. Sus detalles son ricos en textura y relieve, lo que hace que se vea demasiado real. —Me gusta esa canción —profiere de repente. Sonrío. Suena Love Me Tender de Elvis Presley. —No sabía que tenías gustos tan románticos —le molesto, acercando mi silla hasta él. —Puedo ser muy romántico a veces. Suspiro, algo devastada por sus palabras. —Qué suerte tiene esa chica entonces. Me acerco de a poco a él para mirar con una mejor perspectiva lo que hace. Es tan mágico, divertido y perfecto. Adoro cómo sus dedos se mueven, creando imágenes, colores y emociones. Todo lo que viene de Edward es una metáfora a los sentimientos, sobre todo a los que embargo en mi corazón, para él. —Mira aquí —me señala el tallo de la flor. Yo lo hago, obediente, pero me sorprende con su pincel en mi mejilla, marcando mi piel con la

pintura verde oscuro. Grito y exclamo barbaridades por la sorpresa e irritación que me ha provocado, sobre todo sus carcajadas divertidas y poco caballerosas. Cuando me doy cuenta de lo que ha ocurrido, le acompaño entre risas y jadeos. —Eres un estúpido —le digo, mordiéndome el labio para no seguir con mi ataque risueño. Levanta sus manos, rindiéndose. Pero me aprovecho de su gesto para agarrar la brocha más cercana y le lanzo un poco en su frente. Su rostro sorpresivo me saca aún más carcajadas. —Creí que la venganza no estaba dentro de tus características —se mofa, limpiándose con los dedos. —Hay muchas cosas en mí que no conoces. Camino hasta el fregadero y mojo un paño. Limpio la pintura que hay en su frente con cuidado, mientras él me mira atentamente. No sé qué tienen sus ojos que siempre me distraen y me intimidan de un modo no muy convencional. Me provoca cosas que no debería sentir. —Tu madurez se ha estancado —le comento. Froto el pañito sobre su frente y voy quitando la difícil mancha. —Es mutuo. —Yo no comencé. —Pero me seguiste el juego. Niego con una sonrisa estampada en el rostro. Ha acabado la canción de The Platters y ahora, como si el destino nos quisiera atormentar aún más, Bobby Vinton ha comenzado a cantar Blue Velvet, nuestra canción. La bailé con él en la fiesta de graduación, bajo las tenues luces del salón. Mi vestido era azul, de terciopelo. Edward me miraba con tristeza, quizá con la imagen de mí vestida de azul abandonándolo, como la canción lo dice. Él se ha dado cuenta de lo que ha ocurrido, sus ojos me lo explican tan bien. A veces creo que nos comunicamos de esa manera casi siempre. Puedo leerle. Me tiende su mano y yo la tomo de inmediato, sin pensarlo, porque si lo pienso sé que no resultaría nada en absoluto. Me mueve hasta el centro de la tienda y me da vueltas, mientras pone sus manos en mi cintura. Yo apego mi mejilla a su pecho y escucho su corazón; es una melodía deliciosa. Tengo mis manos en su cuello, para moverme a su ritmo delicado y lento. —Te veías muy bien con ese vestido —me dice. —Gracias —le contesto—. Aún recuerdo ese momento, nunca podría olvidarlo. Me despego un poco para mirarlo directamente a sus ojos y transmitirle todos mis sentimientos. Sus ojos brillan llenos de felicidad, quizá por estar viviendo los sentimientos que plantamos aquella noche, cuando Emmett y sus amigos acabaron golpeándolo y yo, cobarde y estúpida, me largué. En ese momento yo sabía que estaba embarazada, pero no quería aceptarlo.

—Lamento tanto haberte dejado solo. —Ya da igual, yo estaba más preocupado de tu bienestar. Vuelvo a su pecho y seguimos dando vueltas, escuchando los lamentos de ese hombre enamorado que ansía volver a ver a su adorada mujer. Sus manos ascienden y descienden, una y otra vez por mi espalda y mi cintura. Yo estoy aferrada a su cuerpo como si se tratara de mi propia salvación. A veces besa mi cabeza y yo beso su corazón, el que bombea cada vez más rápido. La canción acaba y nuestra respiración es pesada. Puedo sentir el aroma de Edward venir cada vez más cerca; sé que hará lo de siempre, pero yo no quiero lo de siempre. —Bella, yo… —comienza a decir, pero nunca acaba. Niega, cansado y taciturno. Besa mi frente y yo, despiadada y ansiosa por romper las reglas como el demonio infernal que soy, lo beso. Pego mis labios a los de él con lentitud, pero con fuerza. Edward no puede hacer nada, porque ya me he separado. Me queda mirando sin entender nada en lo absoluto. —Enséñame a pintar —jadeo. Tomo sus manos y tiro de ellas. Me sonríe y me lleva hasta la pared, donde me pone delante de él y me pasa una brocha delgada. Edward posa su mano derecha en mi costado y la otra está en la brocha, junto con la mía. Él mueve mi brazo como un títere, lo que me lleva a los recuerdos pasados, donde cocinamos juntos y todo acabó en un desastre; no lo ha olvidado. —Debe ser lento —me susurra muy cerca del oído. Dios, Edward, no otra vez. —¿Así? —vuelvo a jadear, incapaz de sostener el aliento. Muevo mi mano en el espacio, dejando llevar mi imaginación, Edward mueve también, señalándome cómo hacerlo. —Así —aprueba. Su pecho en mi espalda, al fricción de su cuerpo con el mío, el calor, la sensación entera… Es demasiado, incluso para ambos. —Aprendes con rapidez —bufa, casi en un gruñido. Su mano pasa por mi cintura y el costado, casi al llegar a mis senos. Llevo solo una blusa muy pequeña, incluso para mi menudo cuerpo. Puedo sentir sus manos grandes en mi pequeño ser. Me siento tan frágil, tan débil entre sus brazos. De pronto he dejado caer la brocha al suelo. Me giro a observar a Edward, quien simplemente no entiende qué ocurre. ¿Es que acaso él no ve que sus caricias y su cercanía ya han roto mi cordura? O es un muy buen actor. —¿Sucede algo? —me pregunta. Lo miro por última vez antes de cerrar mis ojos y dejarme llevar por sus besos. Nuestros labios se

han unido, siento su ansiedad. Me incorporo para que él me abrace con fuerza como no lo hizo en aquella fiesta de año nuevo. Sus brazos a mi alrededor me apegan aún más a su cuerpo, culminando mi autocontrol. Tiro de su cabello con delicadeza, mientras sus dedos se aferran a mis caderas. El sabor de sus labios es aún más dulce de lo que imaginaba, tan suaves, tan delicados. Paramos para dar un respiro, apegando nuestras narices, respirando nuestro aire. Sonreímos a la par, recobrando la conciencia. Pero no es suficiente, porque vuelvo a besarle, comiéndome sus labios una y otra vez, sin parar. Lo necesito, lo quiero… Lo amo. —Edward —jadeo. Se despega para dar castos besos en mi mentón y luego volver a mis labios, que aún le esperan con hambre. Al terminar, me aferro a su cuerpo con un abrazo fuerte y necesario. Sus brazos grandes me envuelven y sus labios acaban en mi frente. —Necesitaba uno de estos —me dice, acariciando mis labios. Me largo a reír, dichosa y amada. —Yo también. Nos quedamos parados y abrazados por unos largos minutos, disfrutando del silencio lleno de palabras. Ah, su calor, su compañía… Nunca me había sentido más completa en toda mi vida. —Si tan solo pudiera detener el tiempo —murmura. —¿Por qué? —le pregunto. —Para que esto dure para siempre —acaba. Sus palabras me ennudecen la garganta. —Esto estará siempre en mi memoria, ¿es que eso no es suficiente? —inquiero con los ojos llenos de lágrimas. —Lo es —dice—. Quizá es redundante, pero le agregaría mil besos como estos todos los días de tu vida. Oh, Edward… Antes de que pueda derramar una lágrima, sentimos el golpe de la puerta principal. Nos despegamos un poco para ver que es Rosalie con su pequeña niña, quien entra y nos ve a medio abrazo. No puede dejar escapar una sonrisa. —Vaya, no quería importunar —exclama. —Rose —la regaño en un susurro. Edward se larga a reír y se despega completamente para que esto sea más cómodo para mí, pero yo no quiero que se aleje ni un centímetro más. La pequeña corre hasta su habitación para jugar con su nuevo amigo, un oso blanco que le ha

comprado su madre en las tiendas del centro del pueblo. —¡Le has distraído! No ha avanzado nada en la pintura. —No te preocupes, no me demoraré. —Recuérdenme de no dejarlos a solas. Me ruborizo fuertemente. Rose a veces tan… Tocan a la puerta y grande es mi sorpresa al ver a Emmett. ¡Ah! Él quería hablar de mi madre. Rose le abre y le queda mirando atentamente; nunca la había visto así. Mi ex novio la repasa desde los pies a la cabeza, sin poder ocultar el increíble asomo de asombro en sus ojos. Le sonríe y la rubia cae rendida a los pies del seductor doctor McCartey. —Buenas tardes —saluda. —B…buenas tardes —tartamudea Rose, alisando su falda una y otra vez. —¡Bella! —exclama él al verme. El rostro de Rose decae. —¿Vienes a verla? —pregunta, algo agobiada. —¡Ah! Emmett, hola —digo atolondradamente—. ¿Cómo supiste que estaba aquí? —Alice me lo dijo hace unas horas. Estúpida Alice. De inmediato siento la presencia de Edward detrás de mí, entrelazando sus dedos con los míos. No quiero apartarme, me gusta que vean que le pertenezco, a pesar de que no hemos concretado nada en lo absoluto. —Ella es Rosalie, una amiga —le digo a Emmett. Él levanta ambas cejas sin poder ocultar el cierto interés que ha despertado por ella. —Rose, éste es Emmett McCartey, mi… el doctor de mi madre. Me arrepiento de decir que es mi novio, realmente no quiero incomodar aún más a Edward. Lo miro y él solo parece estar sereno. —Un placer —dice Rose, estrechando sus dedos con los de él. Nos sumimos en un silencio algo incómodo, del cual quiero salir lo más rápido posible. —¿Sucede algo con mamá? —le pregunto. —No, no —dice rápidamente—. Vengo a entregarte los resultados de algunos exámenes. Espero que no te moleste que haya venido hasta acá. —No, claro que no.

¡Claro que sí! De su maletín saca unos cuantos sobres blancos, los que apilo en mi mano libre. —Te llamaré —dice—. Hasta pronto. Y antes de irse, se da la vuelta para estrechar nuevamente la mano de Rose, para luego besar su dorso. Le guiña un ojo con picardía y él le dedica unas palabras. —Estaré pendiente de venir a su negocio, Srta. Rose. ... Edward acabó unos cuantos ramilletes de flores en la pared y decidimos partir, pues él tenía que ver a su padre, quien no estaba muy contento de que se haya ido de su casa. Jessica saldría en un mes más del hospital y se quedaría con Carlisle, al fin y al cabo siempre se llevaron bien. —Tengo que hablar con ella —me dice—. Jessica necesita saber que… —Todo a su tiempo —le susurro—, no quiero saber que te ha atacado o que se ha hecho daño a sí misma. Llevamos nuestras manos unidas como si lo hubiésemos hecho toda una vida. Me gusta. —Gracias por traerme a casa —le digo, empinándome para acercar mi nariz a la suya. —Debo asegurarme de que estás a salvo. Sentimos el ruido de unos arbustos, justo aquellos que están en mi casa. Edward frunce el ceño y se acerca lentamente. —Ten cuidado —musito con el corazón en la boca. Pero antes de que pueda averiguar más allá, un hombre de unos cincuenta sale de ahí, quien parece haber estado sentado en el porche de la casa. —¿Quién es? —exclamo. Edward no parece asombrado ni receloso de la persona, sino más bien algo tranquilo. Me acerco y el mundo se cae a mis pies al verlo. Es un rostro que ni en mil años podría olvidar, sobre todo porque mamá lloraba con su foto todos los días que pude convivir con ella. Mi padre. —Charlie —digo, con la garganta apretada. Ya ven, me he demorado bastante en acabar este capítulo. Me salió muy largo, la verdad es que estuve tentada a cortarlo en dos muchas veces, pero no, este capítulo necesitaba estar completísimo. ¡Uy estos dos están que arden! Tarde o temprano la atracción es más fuerte, por lo cual ya no sirve mucho pensar. Bella está a pasos de descubrirse a sí misma y sus sentimientos, como Edward está también más seguro de lo que quiere, ¿pero a qué precio? La próxima actualización estará muy pronto porque ya he avanzado mucho :) Nos leemos en la próxima y espero sus lindos reviews :D

Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18 y lenguaje subido de tono. No apto para personas sensibles. Escenas de violencia +18. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo: Chelsea Hotel No. 2 de Lana del Rey Beautiful One de Agua de Annique, Thinking of You de Katy Perry, Dirty Little Secret de Sarah McLachlan . XXV . "Si un día la vida te arranca de mi lado, si murieras lejos de mí; no me importaría si me amas, yo también me moriría." Edith Piaf . Isabella POV Me aferro a Edward, buscando su apoyo. Él me sostiene, pasando su brazo por mi cintura. —Bella… —susurra él, acercándose a mí. —¡No! —gimo—. No… Charlie Swan tiene el cabello castaño oscuro y rizado, como el mío, ojos chocolate como los míos y un carácter que mamá decía ser idéntico al mío. Llevo su sangre, soy su mitad. Sin embargo no me conoce ni yo a él, porque prefirió irse a cuidarme y cuidar de mamá. —Maldito viejo alcohólico —escupo. —Necesito hablar contigo —insiste. Lleva su traje de policía y un bigote en el labio superior. Lo que más recuerdo de él es ese mismo bigote y el uniforme negro. No ha cambiado nada a simple vista. —Hoy es muy tarde. —Charlie, por favor, no es un buen momento —dice Edward.

El tono que emplea el cobrizo es bastante amable, incluso confianzudo. ¿Cómo es que…? Edward insiste en sostenerme en sus brazos y yo estoy protegida gracias a él. Por una extraña razón no puedo ver a Charlie Swan a los ojos, simplemente me repugna. Si él no se hubiese ido, mamá nunca habría estado con Phill y él nunca me habría golpeado… Phill no hubiese podido golpear también a mamá, ni me hubiese hecho llorar todas las noches escuchando sus gritos. Edward nunca supo eso, contárselo me hacía sentir tan humillante… Jamás pude hacerlo, es por eso que nunca entendió mi mala relación con Phill, solo le atribuía su mal carácter y sus ganas de controlar todo lo que yo hacía. —Sácalo de aquí, por favor —lloro, aferrándome a la camisa del cobrizo. —Bella, tranquila… —susurra, besando mi frente. Cierro mis ojos y me entierro en su pecho como una niña pequeña. Puedo percibir la cercanía del borracho de Charlie, su respiración y los pasos. Creo que está llorando, pero no me importa, nada de él me importa realmente. —¡Aléjate, Charlie! —exclama Edward, apretándome con sus brazos. Estoy comenzando a tiritar, quizá de rabia, de dolor. Es mi trauma, mi secreto. Odio a mi padre, porque gracias a él todo fue desgracia. ¿Por qué no se quedó conmigo? ¿Por qué nunca me quiso?, pienso constantemente, sintiendo ligeros mareos. Estoy sudando y sé que es de desesperación y pánico. No lo soporto. No soporto sentir su presencia ni su voz… No quiero parecerme a él, pero no puedo evitarlo porque nos parecemos demasiado… De pronto mamá viene a mi cabeza, sus gemidos de dolor, su rostro retorcido, la agonía de perder a quien tanto amaba. Era tan pequeña, pero jamás pude olvidarlo. Su foto entre sus manos, que tiritaban al mismo ritmo que las mías, el charco de sangre a un lado cuando rompió el vidrio del retrato con sus uñas y dedos. Quería abrazarla, pero estaba estancada, vulnerable. Pero mamá no quería que la viera sufrir, claro que no. "No ocurre nada, nena, no ocurre nada", pronunciaba entre jadeos, besando mis mejillas, mojándomelas con sus lágrimas. Pero todo ocurría. —Está asustada, por favor déjala —le dice Edward al hombre. —Bella, hija —lloriquea. Me separo bruscamente de Edward y le hago frente al hombre que me dio sus ojos. Está asustado, marchito, es incapaz de contenerse y vuelve a llorar. Alarga sus manos con el claro ademán de tocarme, pero no lo hace. —Estás tan preciosa —susurra, mirándome con un amor que me envenena las entrañas—, tan exitosa. Hija… Trago saliva con fuerza. —No soy tu hija. Me doy la vuelta y me meto a mi casa antes de que me desmaye. Me siento en el suelo y enredo

mis piernas con mis brazos, formando una fortaleza de mí misma. La puerta está cerrada detrás de mí y no oigo más que una suave comunicación entre dos hombres. El breve momento vuelve a mi cabeza, así que me aferro con más fuerza a mis piernas y descargo mis lágrimas espesas en el silencio y la oscuridad de la casa. Papá… No, él no es papá. Yo no tengo padre. Nunca lo tuve. ¿Para qué me quiere? Debe ser por mi dinero, de eso no me cabe duda. Quizá está tan enfermo que necesita mi ayuda… Pero ya es demasiado tarde. Me limpio las mejillas, pero de nada sirve, pues sigo llorando sin poder parar. ¿Adónde está Edward? No importa, necesito estar a solas. Mi subconsciente me recuerda que mi madre no debe saber nada de esto, la destrozaría. Pobre de mi madre. Ambas llevamos el sufrimiento en la sangre. Nuevamente recuerdo golpes, llantos, gritos y súplicas. Mías, de mi madre, de ambas al mismo tiempo. Me paso la mano por la nuca y toco la cicatriz de mi piel. De pronto siento el dolor de aquella vez, cuando me quemó con su cigarrillo. —¡Bella! —llama Edward detrás de la puerta, tocando con sus nudillos para que le oiga—. Por favor, déjame pasar. Mi intento por parar de gemir es en vano, mi garganta sigue lloriqueando. Me levanto como puedo y abro, sintiendo un duro peso sobre mis hombros. Edward me observa atentamente con las cejas arqueadas por la tristeza; debo ser un desastre ante sus ojos. Da un paso al frente y yo retrocedo por inercia, me ha entrado un miedo que desconozco. —Todo está bien, todo está bien —repite constantemente. Niego, haciendo un mohín. Sigo retrocediendo hasta chocar con la mesa. —Ya se ha ido —me cuenta. Sus ojos brillan y el iris se ha vuelto más claro. —¿Por qué hablabas con él de esa forma? —le pregunto, llena de preguntas que han llegado sin permiso, agolpándose en mi mente. Mira al suelo, así que deduzco que no es la respuesta que espero. —No me pidas que vea lo que tú ves en él. En estos últimos años lo único que ha hecho es preguntar por ti… —¡¿Qué crees que veo en Charlie?! —grito—. ¿Miedo? ¿Odio? Edward no me contesta. —Pues no veo nada, solo basura —exclamo con asco—. No tenías por qué hablar con él. Las lágrimas se han secado en mis mejillas y de mis ojos ya no sale nada. De pronto siento una parálisis en todas mis emociones, como si me las hubieran arrebatado. —Bella… —dice cansado. —¡Ese maldito viejo de mierda puede irse al demonio! —gimo—. Dejó a mamá, me dejó a mí y por su culpa Phill nos arruinó la vida.

De pronto estallo en lágrimas histéricas, gritando de dolor. Todo ha vuelto a mi cabeza, todo lo que creí olvidado ha aparecido. No quiero que vuelvan a golpearme, me aterra. Ya no soy una mujer, soy otra vez esa niña solitaria que aguardaba en su habitación mientras oía los gritos de su madre. Dios… mi cabeza insiste en reproducir cada evento como si se tratara de una película. Edward alarga una mano a mi rostro, pero yo me alejo, aterrada. No quiero que me golpee, no… Me acurruco en la pared y de pronto todo se ha esclarecido. —No te haré daño —me susurra. Claro que no lo hará… Solo Phill lo haría. Pestañeo, dejando caer mi tristeza una vez más y me entierro entre sus brazos para no volver a salir. Besa mi cabeza y me acaricia la espalda. Tengo los ojos cerrados y mi rostro contra su pecho. Lo huelo para calmarme, para que mi cuerpo conserve su cordura. —Jamás podría poner un dedo sobre ti —me dice después de un rato—, eso no me lo permitiría. Asiento atolondradamente. —Lo siento —murmuro. Me separo un poco y lo observo, un poco más tranquila. Está tan triste. No quiero que me vea así, no lo merece. —Nunca voy a golpearte —repite con énfasis, saboreando sus palabras. Nunca. —Sentí miedo de mis propios recuerdos —le digo. Me siento en el sofá junto a él. Me mira, esperando a que le diga algo, aunque no sé cómo comenzar. —Mamá le amaba tanto —suspiro—. Ella era feliz, lo sé. Cuando se fue yo era tan pequeña, Renée no podía sola. Mis recuerdos siempre son sus llantos, su dolor. Quería remediarlo y jamás pude hacerlo. Edward está callado, mientras tiene mis dedos aferrados a los suyos, acariciándome de vez en cuando la yema de éstos o el dorso. Sé que me escucha, quizá no lo entiende, pero comprende mis sentimientos. —A ese hombre jamás le importaron sus sentimientos, menos los míos. Yo tenía una idea vaga de lo que era mi padre, del porqué se largó sin decirme ni un adiós. —Mi voz se hace áspera, gruesa y nostálgica—. Nunca oí a mamá hablar mal de Charlie Swan. Nunca. Ella jamás me diría las barbaridades del hombre que tanto amaba. —¿Por qué se casó con Phill? —inquiere con timidez. Sé que él guarda preguntas desde hace muchísimos años, porque yo nunca quise tocar esos temas. —Para olvidar —murmuro—, para poder darme un sustento que ella no podía. Su empleo era miserable y Phill era un muy buen policía en esos años.

—¿Como Charlie? —Parece sorprendido. —Una maldita coincidencia —profiero—. Pero ya no quiero hablar de esto… Edward me mira con la duda en sus cuencas. —¿Fue por Phill que huiste? Abro la boca, pero de ésta no sale nada. —Te dije que no quiero hablar de Phill, ni de nada más —digo, fastidiada. Me levanto del sofá y me cruzo de brazos, suplicando que Edward no insista. Una parte de mí sabe que tiene derecho a saber que iba a ser padre, que el asesino fue Phill y que por eso hui sin decirle nada. Pero la parte cobarde, esa otra que domina a mi hemisferio honesto y audaz, prefiere guardar silencio por miedo a que me odie. Él jamás podría recuperarse de esto. Yo aún no lo hago y creo que jamás podría hacerlo. A veces preferiría ser torturada por sus manos a ver morir al hijo que nunca pude permitir la vida. —Mamá siempre decía que, o el amor era una mierda, o ella era tan mierda que no podía considerar un sentimiento tan maravilloso como lo es el amor —susurro sin mirarlo, de espaldas a su rostro—. A veces creo que llevo en la sangre aquello, ese miedo horroroso por demostrar mis sentimientos y sentir que no soy capaz. Hay mucho de mí que no te gustaría conocer, Edward —le digo, girándome para contemplarlo. Tiene el ceño fruncido y una grave línea de expresión marcada bajo sus ojos. Debe estar muy cansado. —Nada podría alejarme de ti —dice. Me mira los labios por un instante y yo los muerdo inconscientemente—. A no ser que tú me lo pidas. —Ahora me mira a los ojos, expresándome su honestidad. Paso mis dedos por su rostro y su labio inferior, tirando de él, sintiendo la suavidad. Cierro mis ojos y dejo escapar las lágrimas que aún están ahí, esperando a ser derramadas. Atrapa con su mano unas cuantas y me limpia de la tristeza desoladora que me ha embargado. —No permitiré que Charlie te haga daño —me dice—, ni Phill. Nadie. Ha ahuecado sus manos en mis mejillas para observarme con atención. Me lo promete y lo hará, él siempre me protegerá, sea cual sea nuestra relación. Yo le doy mi primera sonrisa y Edward la complementa con un roce de sus labios en los míos. Su movimiento me toma por sorpresa, pero no lo evito; es tan suave y cálido. —Vamos a esperar a que Alice y Jasper se dignen en aparecer para que todos vayamos a mi casa, así te despejarás. Podemos decirle a Rose también… —Vamos ahora —le interrumpo con fervor—, llamamos a Alice y a Rose desde allí. Será divertido. Me mira con emoción y reprime una sonrisilla malévola que le cruza todo el rostro. Sus ojos de miel brillan, ardientes y esplendorosos. Es… magnífico. —Está bien, hoy mandas —dice.

Intento relajarme a medida que Edward se acerca a la casa, aunque es en vano con la música estridente de Abba. Cómo la odio. Al cobrizo no parece importarle y yo me aguanto, para no seguir molestándolo, ya bastante ha sido que me viera llorar por mi fracasado padre biológico. —¿Estás mejor? —inquiere luego de ayudarme a salir del carro. —Sí —susurro. Me siento en el sofá de cuero, ese que está tan cerca del fuego. Es tan agradable. Me he quitado los tacos y he puesto los pies en la alfombra peluda. Masajeo la planta de éstos con lentitud y cierro los ojos de placer. —Toma. Su voz me llama la atención y más aún la taza de té que tiene frente a mis ojos. Le sonrío otra vez y la tomo. Está caliente y humeante. Le doy la prueba y sé que le ha añadido limón, algo que yo solía hacer hace unos años. Este pequeño detalle expande mi corazón y me hace sentir amada. —Lo recuerdas —digo sin ocultar mi emoción. Edward se sienta a mi lado con una taza igual entre sus manos, humeante y dulce. —Debes saber que todos los días recordaba un detalle de ti —murmura, esbozando una sonrisa. —No puedo mentirte —exclamo yo—. Tú estabas en mis sueños y en mis pesadillas. Frunce el ceño. Tomo su taza y bebo un poco: miel. Arrugo el rostro y luego me largo a reír. —Como siempre, miel —digo—. Yo también recuerdo muchos detalles, Edward. Siempre odié la miel, e irónicamente, amaba la miel de sus ojos. Hoy no puedo recordar el dolor de creer que jamás volvería a verlo. Esos momentos me hacen sentir afortunada. —Somos culpables. —Choca su taza con la mía y de un solo movimiento pasa su brazo por mis hombros, acortando la distancia entre él y yo. De pronto recuerdo que no fue a ver a su padre. Carlisle debe estar furioso y muy dolido. —Tu padre… —Él puede esperar —dice—, tú necesitas de mí ahora. ... —¡Está casa es magnífica! —grita Alice, sentándose de un salto en el sofá. Ruedo los ojos y me siento frente a la televisión, justo unos puestos más a la derecha de ella. Edward está a mi lado, entrelazando sutilmente nuestros dedos. Rose ha dejado a su hija con su vecina, una madre soltera de cuatro niños. Parece relajada al no estar tan preocupada de nada en absoluto, a pesar de que Alice la ha evitado en todo el momento. Jasper ha mantenido las distancias correspondientes junto a mi mejor amiga, aunque ella le da

algunas miradas que no pasan desapercibidas. De vez en cuando no puedo evitar esbozar una sonrisa, más aún cuando Edward se da cuenta y me susurra algunas cosas al oído. Estamos frente a la televisión para ver Cleopatra, un clásico de hace algunos años. Al fin la transmitirán, he ansiado verla por muchos años. Anteriormente, Rose ha preparado algunos bocadillos, mientras que Jasper se encargó de tener cerveza suficiente para todos. Intento no recurrir al alcohol, sobre todo porque Alice se limita a mirarme con desaprobación. He dejado caer mi cabeza en el pecho de mi mejor amigo, mientras él besa mi cabello. Somos la comidilla de los tres que están a un lado de nosotros, no pueden siquiera disimular sus curiosas miradas. Intento ignorarlas, pues me siento muy cómoda entre los brazos del hombre que amo. Me pregunto, ¿qué somos? Todo ha ocurrido en un solo momento y no sé qué pensar. La película comienza y Alice grita de inmediato. Ama a Elizabeth Taylor. Es su mayor inspiración. Incluso se parecen con sus ojos claros y azulados, más el cabello oscuro, casi negro, brillante y perfecto. El bob cut que lleva mi mejor amiga es idéntico al de Cleopatra, por lo que es el blanco de las bromas de Edward y Jasper. —Ella dijo que estaba orgullosa de que siguiera sus tendencias —afirma solemnemente. —Eso es verdad —exclamo. Alice la conoció hace dos años atrás en una fiesta en Las Vegas, al ser colegas no pudieron evitar llevarse bien, sobre todo mi mejor amiga. Edward jamás ha visto la película, aunque no lo veo muy entusiasmado. No así con Jasper, que grita de vez en cuando junto a Alice, aunque debo admitir que el rubio parece más preocupado de satisfacer la felicidad de la mujer que le acompaña, que de tomar atención en el nudo de la historia. —¿No te gusta Cleopatra? —le pregunta Rosalie al cobrizo. —No es eso, es solo que… no está bien —dice, frunciendo el ceño. —Pero si es muy buena —salta Alice. Yo me despego un poco de su pecho y él me da una corta mirada. —Los egipcios y sus pocos prejuicios nunca me han caído bien —dice—. Falta la cultura hedonista que tanto les caracterizaba. Su comentario me deja en un abismo lleno de preguntas, sobre todo la peor: ¿qué quiere decir con eso? —Si hicieran algo así entonces sería pornografía —bromea Rose, lo que a todos les hace reír, menos a mí. Me ha preocupado. —Creí que considerabas al poder femenino como un símbolo de avance mundial —digo, estrechando mi mirada. —Así es —afirma—. No así con las mujeres que utilizan su cuerpo para conseguir sus metas.

Siento un frío que recorre mi nuca y espalda hasta llegar a mis pies. Su afirmación me ha dejado muda. ¿Qué es esto que está creciendo dentro de mí? Es inmenso y jamás lo he sentido, no con Edward. Le doy una corta mirada a Rose, quien tiene los labios fruncidos al igual que su ceño. Luego miro a Alice, la cual se debate internamente si salir enfurecida de la sala o quedarse ahí como si nada hubiera pasado. Las mujeres que utilizan su cuerpo para conseguir sus metas…, pienso, una y otra vez. La cabeza se arremolina en interrogantes y en un profundo eslabón. Lo que más prima es la desilusión. Me duele estar desilusionada de Edward. —¿Y los hombres que ayudan a que eso ocurra? ¿Acaso eso no es malo también? —salta Alice, de pronto con un color excesivo en sus mejillas. Edward piensa tranquilamente y yo bajo la mirada para dejar de mirarlo. De pronto quiero salir de aquí. —Por supuesto —afirma—. Solo que no sé qué tiene de maravilloso una mujer como Cleopatra. —¡Hey! —le llama Jasper—. No puedes negar que era hermosa. Edward sonríe. —Y se aprovechó de eso para elevar su nombre en la historia —dice con ironía. —Como si realmente ella supiera que aquello ocurriría —exclama Rose. Se encoge de hombros y parece tomar una postura relajada con el pequeño debate. —Nos dejó uno de los primeros legados de aborto y anticoncepción —dice, apuntando hacia la televisión—. Eso es aún más terrible. La bilis me sube por la garganta, pero hago caso omiso a eso. Rose parece desasosegarse y me da una mirada íntima. —Pero ya basta de debatir sobre la vida de Cleopatra, ¡disfrutemos de esto! —exclama la rubia. Los demás olvidan por completo todo lo que ha ocurrido, o por lo menos las mujeres que me acompañan son excelentes actrices. Yo estoy hecha un ovillo en mi posición, sin saber qué pensar o decir. Las declaraciones de Edward me han dejado en vilo, nunca creí que pudiese ser tan sensible con respecto a esos temas, más aún con algo tan cercano a mí. Me levanto del sofá, dándole una última mirada a Elizabeth Taylor, y salgo sin darle explicaciones a nadie. Me meto en el baño más próximo y me recargo en el lavado, mirando mi reflejo. Mi rostro está pálido y demacrado, los ojos se han tornado rojos y mojados. Hago un mohín y lloro, completamente anonadada de lo que estoy sintiendo. Es aún peor de lo que creí. Me tapo la boca para no soltar los ligeros gemidos que se han formado en mi garganta, aunque es difícil evitarlos. ¿Qué diría Edward si la Isabella que era antes se ha convertido en una puta? No podría decirle, no… No quiero que me tenga asco, no podría soportarlo.

Me paso las manos por el vientre y vuelvo a llorar, inmensamente agobiada. No sé cómo se comportaría si le cuento de su hijo perdido… Dios, no puedo más con tanto… Salgo del baño y me meto rápidamente al antiguo estudio del Sr. Masen. Todo ha cambiado aquí. Ya no hay un escritorio, sino una serie de caballetes y cuadros a medio pintar o terminados. También está el Starry Night de Vincent Van Gogh. Más allá hay un sofá de terciopelo, no puedo notar su color, pues está muy oscuro. La ventana gigante que da a la luna y al lejano reflejo de las montañas me saca una serie de suspiros que pasan otra vez a las lágrimas. Intento recomponerme, pero es inevitable, siento un hoyo que escuece en mi pecho, la necesidad de quitármelo de encima es inevitable. Me asusto cuando siento unos dedos cálidos que recorren mi cuello y quitan el cabello de mi espalda para pasarlo a mi hombro derecho. Ahora sus manos se alejan y pasan a mi cintura. Siento su respiración en mi nuca y el aroma que siempre emana de él. Cierro los ojos y mis sentidos se agudizan. —Me he preocupado al verte salir tan rápido de la sala —dice con lentitud, como si tuviese miedo de exponer algo más. Reprimo otro gemido de dolor; su voz hace que la herida se abra aún más. —Necesitaba ir al baño —susurro. Mi voz sale gruesa y gastada. Lanza una pequeña risita confidente. —Y te has colado en el estudio —dice con suspicacia. Trago fuertemente, con el corazón martilleando en mi pecho. Con sus manos hace al ademán de girarme y yo no alcanzo a esconder mi tristeza. Lo nota, pues estrecha sus ojos y percibo el dolor. —Estabas… llorando —afirma. Miro hacia un lado para no seguir sintiendo sus ojos contra los míos. Hay una sola cosa en mi pecho, un solo sentimiento que me está matando: decepción. Maldita decepción. —No, no… —intento decir, pero jadeo y vuelvo a llorar. —Bella —murmura, sin entender. Va a abrazarme, pero yo le hago parar. Por favor no, no quiero que me abraces, pienso. No querrías abrazar a una mujer que ha utilizado su cuerpo para cumplir sus metas. —Necesito… —Mi voz se estanca y me desespero. Me quito el cabello del rostro y doy una corta mirada a su rostro. Me arrepiento. Con la escasa luz de la luna, sus ojos se han tornado melancólicos y amargos. —Dime qué te sucede —dice, acercando sus dedos a mi mejilla. Ésta vez no lo evito, necesito sentir su calor, aunque sea por última vez. —Nada —exclamo en un chillido.

Tengo tantas cosas que pensar, tanto que analizar. Dios, todo ha ocurrido tan rápido, han sido muchas estocadas en mi débil corazón. Pero ya he tomado una decisión, una que por lo menos me mantendrá en ventaja para todo lo que tengo que hacer. —Bésame —le digo, aferrando mis manos en su camisa. Aunque está oscuro, puedo leer sus pensamientos. No sabe qué hacer ni qué decirme y le entiendo. Pero no puedo esperar más, le necesito por última vez. Junto mis labios a los de él y me dejo llevar, acariciándolos. Edward parece asustado, pero no tarda en seguir mi ritmo, uno desenfrenado y exigente. Sus dedos se aferran a mis caderas y recorren mi piel cubierta de ropa. Jadeo contra su boca y muerdo su labio inferior, exigiéndole aún más. Caminamos a la par, sin saber hasta dónde debemos parar. Mientras, el cobrizo acerca sus dedos a mi mentón y me mantiene aferrada a sus besos. De pronto cae en el sofá, y yo, posesa de sus labios, también sobre sus piernas. Tiro de su cabello y luego muerdo su labio inferior. Edward jadea, hambriento de mí. Pero no, ¡no quiero seguir haciéndole sufrir! Esto ya ha sido suficiente para los dos. —Bella —me dice, alarmado al verme llorar. Me limpio las lágrimas con las manos y me separo de él. Le doy una última mirada, una mirada que rebana mi corazón en miles de pedazos y corro hasta la salida sin mirar atrás. ... El botones tiene mi maleta entre sus manos cubiertas de guantes blancos y me conduce hasta la habitación de siempre. Todo parece tan igual a como era antes, pero paradójicamente es tan distinto a lo que viví. Soy una metamorfosis de la Isabella que nuevamente dejé atrás, en Forks. No presto atención a la decoración y me meto de inmediato a la cama. Ya han pasado tres días. Antes de venir a Los Ángeles, fui al hospital para despedirme de mamá, por lo menos hasta que volviera a Seattle a verla. De inmediato notó que nada estaba bien, sobre todo porque ya era muy tarde. "—No, tú no puedes mentirme, Bella, algo muy malo ocurrió —me dijo mamá, frunciendo el ceño mientras se incorporaba en la cama. Me miraba las manos constantemente, buscando la forma de confesárselo de la manera más sutil posible. —Tengo muchas cosas que pensar y Edward no va a permitírmelo —proferí. Mamá hizo un gesto cansado. —No vas a lograr nada huyendo de esa forma. —No estoy huyendo, solo estoy tratando de calmar esta ansiedad que me come por dentro —jadeé, levantándome de la silla con intranquilidad. Sentía su mirada clavada en mí mientras me paseaba por la habitación.

—Él no va a perdonarme lo de su hijo, mamá —susurré, rompiendo a llorar—. No me lo perdonará y si no me perdona yo me muero. Me acerqué a ella y deposité mi cabeza en su pecho, al mismo tiempo que acariciaba mis cabellos con ternura. —Sí lo hará, amor, sí lo hará —repetía—. ¿Tú harías lo mismo? No me detengo a pensarlo ni dos minutos. —Claro que sí. —Entonces, ¿por qué le tienes miedo a su reacción? —Porque sé que le haría demasiado daño." Luego de eso le prometí que volvería, jamás podría dejarla sola, no con lo mucho que la extrañé por años enteros. Sin embargo su última mirada antes de partir fue de una desesperanza absoluta. Sentí miedo en ese mismo momento, pero no había otra forma de pensar, no había otra manera de salir de mi dolor. Dejo caer mi cabeza en la almohada, mirando hacia la ventana que asoma un sol esplendoroso y gentil. Pero ya casi cae el crepúsculo, asomando la hostilidad de la habitación. No quiero oscuridad, no quiero ese paraíso extenso y brumoso que me consumía. Siento culpabilidad dentro de mí al recordar los motivos de mi huida, más aún sin decirle algo a mi mejor amiga. Alice ni siquiera debe sospechar qué demonios me ocurrió, y ni hablar de Edward… Su recuerdo me agobia, por lo que tengo que levantarme de mi cama para poder dar un paseo por el lugar. Me paso las manos por el cabello y bufo en incalculables veces. No sé qué está haciendo ni qué piensa de mí, quizá se está preguntando qué hizo mal. Todo comenzó con esa estúpida película… ¡No! Todo comenzó con mis intentos de creer que todo estaría bien entre los dos, más aún cuando yo jamás fui capaz de decirle todo de mí. Hoy estamos en un punto intermedio; no somos ni amigos ni novios, algo que me hace trizas el corazón. Sin embargo quedaba una pequeña satisfacción que me permitía respirar, una cantidad ínfima de ilusión dentro de mí. Nada se comparará jamás al sentimiento que tuve cuando lo creí muerto, nada… Basta con que supiese que él está vivo para que yo pueda vivir. Puedo soportarlo todo tan solo con saber que Edward respira apaciblemente en su cama. Me obligo a no llorar por esta vez, tengo demasiadas cosas que hacer en Los Ángeles. . Paso entre cámaras y me meto al estudio, mientras unos cuantos tipos me preguntan algunas cosas que me obligo a ignorar. Los periodistas siguen insistiendo una vez que yo he entrado al lugar, pero un serio y formal Alec me toma del brazo para tirarme suavemente hacia donde se encuentran los demás. —Señorita Swan, por aquí —dice él con su perfecto inglés británico. Había olvidado lo delicado que era. —¿No vas a saludar a tu jefa, Alec? —profiere James, caminando hacia nosotros.

—No lo necesita —le interrumpo—. ¿Cómo has estado? —le pregunto a mi asistente. Él me da una pequeña sonrisa y sus ojos se alegran al mirarme. Me gustan sus ojos avellana, son muy dulces. Alec Pitt es mi asistente desde hace años. Es un chico de 24 años educado perfectamente con las normas inglesas del siglo XIX. Tiene el cabello rubio oscuro, corto y perfectamente peinado. Siempre viste un traje negro que no le hace juego a su cara de adolescente, es tan joven, pero tan serio. Es muy leal y sumamente profesional. —Esperando a que regresara, Srta. Swan —murmura, mostrándome su hoyuelo. Levanto mis cejas con asombro, mientras me quito mi abrigo rojo. Alec lo toma entre sus brazos para que me deshaga de él. —Es bueno saber que me extrañaste —le digo, apretando su mejilla. —¿A mí no me dirás nada, Isabella? —insiste James, alertándome de su presencia. Inspiro el aire brumoso del lugar lleno de tabaco caro y me obligo a sonreírle de forma ácida. Lleva su sombrero negro y un traje del mismo color junto a un abrigo que le hace ver realmente siniestro. Sus ojos azul cielo me observan y analizan fríamente, buscando en mí la razón por la que volví. Intento ocultar mis emociones, aunque sé que el dolor se nota en mis ojos. —Es un gusto volver a verte, James. Camino hasta los demás hombres que fuman como posesos, otros aspiran el humo de su puro y comentan barbaridades de las mujeres de la televisión. Cuando me ven se callan y tragan, levantándose de sus asientos para darme un poco de su respeto. Al fin y al cabo tengo poder en cada ser humano que me observa en esta sala. Uno de ellos, el más gordo y calvo de todos, se acerca a mí. Alec se interpone sutilmente, pero yo le doy una sonrisa para que no se preocupe. —Es un placer conocerla, Srta. Swan —dice con cierto nerviosismo en su voz. Su aliento huele a humo y a goma de mascar a medio digerir. —Dime Isabella —profiero. Me acerco a la silla más próxima y ahí espero a que todos los presentes se reúnan a mi encuentro. Todos los ojos están puestos en mí, esperando al valiente que se atreva a hablarme. James y Alec están a mis lados, izquierdo y derecho respectivamente. —El Sr. James nos ha pedido que guardemos silencio con respecto a esto, pero se nos ha hecho demasiado difícil —susurra el calvo. Al parecer es el jefe de todos los demás—. Nosotros no pedimos esto a muchas mujeres, pero… —Sin rodeos —exclamo. —Sí, sí… —Se pasa un pañuelo por la frente—. Nuestra revista la necesita. Dejo escapar el aire para dar paso a otra bocanada. —¿Una portada? —inquiero, aunque no sé por qué, es tan obvio.

—Desnuda —completa. Ah. Eso es nuevo. —Creí que tenían en mente a Alice Brandon. —Hoy la queremos a usted —finaliza. Playboy me quiero a mí. Desnuda. ¿Qué puedo pensar? De inmediato me embarga una serie de sentimientos encontrados, sobre todo la de dicha porque podría ser Playmate, como todas las mujeres que he admirado por años. Pero, también siento incomodidad. Antes nadie me importaba, pero hoy… —¿Y es que Hugh Hefner acabó por olvidarse de la voluptuosidad? —digo con algo de ironía. Todos los hombres se largan a reír, menos Alec, quien parece recto y serio, como siempre. —Solo buscamos la belleza más llamativa para plasmarla en portada —explica uno, encogiéndose de hombros—. La suma es francamente imposible de resistir, Srta. Swan. Además, adheriría su carrera aún más para que nadie pudiese olvidarla. Miro a James, quien me incita a firmar ya. Pero yo no quiero hacerlo ahora, necesito pensarlo. —Llamen a mi asistente. Yo le comunicaré a él qué decidí. Me levanto de la silla y los demás hacen lo mismo. Miro a James para que se encargue del dinero y Alec me pasa mi abrigo. Ellos sabrán qué hacer. Salgo hacia el tibio clima de L.A., la Costa Oeste es húmeda y ligeramente agobiante. Demasiadas luces ahora que la luna ha hecho su aparición. No es como Forks, ese pacífico silencio que le hacía especial y apacible. Todo es bohemio, alarmante y cruel. Me meto a mi coche y manejo un poco en las frías calles, muy cerca de la playa. Oigo las olas que chocan con algunas rocas y algunas bocinas detrás de mí. Me paro en la galería de arte vanguardista que está haciendo exposición frente al callejón próximo. De pronto siento la necesidad de tocar arte y olerlo, solo para sentirme cerca de Edward. La gente se detiene a mirarme como si fuese un objeto diferente y surrealista, brillante. Yo me dedico a ignorar mientras veo las esculturas que el artista ha hecho. Todo parece ser hecho de arcilla y se ha moldeado perfectamente para parecerse a las figuras humanas, una a la otra en un abrazo fraterno. Leo el afiche y puedo deducir que es un francés con aspiraciones hippie. "Jean Pierre Brièrre, conceptualizando el amor como materia" Puedo detenerme a identificar al artista, pues no para de presumir con la mirada, moviendo también su tonto bigote. Lleva una bufanda roja que no combina con sus pantalones negros y su camisa a rayas blancas. Con algo de incomodidad sigo con mi recorrido en las esculturas, aunque no puedo sentirme completo con ninguna de ellas. Todas parecen tan vacías, y la razón es bastante obvia. Si el creador es vacío y soberbio, el resultado será de vacío y soberbio. No entiendo por qué la gente admira esto, no es nada fuera de lo común. Es Edward quien debería ser admirado por todos ellos. Suspiro con estos pensamientos, basados en mis ilusiones e ideas locas, todas ellas remarcadas por el único hombre al que amé y amaré por siempre.

Esto no es arte, es basura. Me doy la vuelta y choco con un hombre que me sobrepasa por varios centímetros y que, además, parece aún más despistado que yo. —Hey —exclama. —Lo siento —profiero atolondradamente—. Soy una tonta. Es moreno, fornido y sus ojos son risueños como su sonrisa. Aunque… creo que lo he visto antes. —No, no te preocupes —dice, algo asombrado al reconocerme. Y la verdad es que yo también estoy asombrada, porque sé que lo he visto antes. —¿Te conozco? —le pregunto de repente, con los ojos entornados—. Discúlpame, pero creo que te he visto en alguna parte. Esboza una sonrisa deslumbrante. —¿De verdad te acuerdas de mí? Asiento, entrando en una sonrisa tímida. —Soy Jacob Black, el bailarín de Broadway que estaba en la fiesta del 4 de Julio, en el Matrushka —exclama—. Vaya, aún no puedo creer que hemos coincidido aquí. Qué pequeño es el mundo. Levanto mis cejas, sorprendida. —Aquel que me enseñó a utilizar el bote en La Push —profiero, entrando en recuerdos profundos. —El mismo —sonríe—. ¿Qué haces por aquí? Miro a mi alrededor; la verdad es que no lo sé. —Recordar —susurro con la tristeza en mi voz. —¿Algo en particular? —Nada importante. Lleva el cabello más corto que la última vez que le vi y ya no viste ese traje entallado, muy propio de los bailarines alegres de Broadway. Ahora utiliza unos jeans gastados que me recuerdan mucho a James Dean, una camisa abierta de color azul claro que deja ver su pecho achocolatado y un pañuelo negro en su cuello. —¿Y tú? —me atrevo a preguntar. Mira hacia las esculturas y luego al artista en cuestión. —Acompañaba a uno de mis mejores amigos, es un día muy especial para él, ¿sabes? —me dice. Me siento un tanto culpable, pues su amigo no es muy bueno en esto. Claro que no voy a decirle. —Es un arte… diferente —mascullo.

Estamos cerca de veinte minutos hablando de todas las cosas que su amigo francés ha hecho, algo que me tiene sin cuidado. Intento prestar atención, pero la verdad es que me escapo a lugares que no debería ir. —Conozco a alguien que debería tener una exposición como ésta —digo—. Él es tan talentoso, tan increíble. Todo lo que hace simplemente se convierte en las cosas más hermosas que mis ojos podrían ver. —¿Por qué no lo hace? Digo, si es tan bueno quizá yo podría recomendarlo. Conozco a muchos poderosos de la pintura. Le sonrío. —Gracias, pero él no lo haría a menos que se vaya de Forks —exclamo, cruzando mis brazos ante la inmensidad que siento en mi corazón. Me paro frente al único cuadro que hay en la exposición, sin mirarlo en realidad. Tengo la necesidad de escapar de mis sentimientos. —No es que sea insistente, pero yo voy a Forks dentro de dos meses más. —¿Vuelves con tu familia? —inquiero, pues en Forks todos se conocen. Quizá hasta conozcan a mi madre. —Sí —dice, sonriendo afectuosamente—. Vuelvo a las playas de La Push para ver a mi padre que está muy enfermo. —Mi madre estaba muy enferma también y tuve que ir hasta Forks para poder cuidarla. Se asombra con mi confesión. —Vaya. ¿Y cómo es que has vuelto a Los Ángeles? ¿Ella ya está bien? Sonrío con tristeza. Niego con mi cabeza. —Tenía muchas cosas que pensar y allá entre tantos recuerdos no podía. Nos quedamos callados un momento, el cual me parece eterno. —Bueno, papá está inválido y desde aquella vez que tuvo el accidente ya nada pudo ser como antes. Vuelvo a Forks para cuidarlo, pues mis hermanas ya no pueden hacerlo—. Se encoge de hombros—. Sé que es feliz con sus amigos, es su única manera de no recordar a mamá. Qué triste. Por la manera en que Jacob me mira, sé que le duele mucho volver. Es dejar atrás un trabajo, más aún cuando el espectáculo es algo tan discriminatorio. La edad se convierte en un factor negativo, los años son un peligro. Sin embargo, para personas como nosotros, hay algo más importante que la vejez: el amor. —Hey. Tú debes conocer a los amigos de mi padre —exclama, de pronto alegre. No sé por qué, pero creo que le agrada la idea de que yo esté escuchando sus intimidades. No lo culpo, puedo ser una muy buena amiga. —Debes conocer a Carlisle Cullen —dice. Mi pecho se aprieta cuando escucho ese nombre; no quería recordarlo. Ahora él debe estar

odiándome aún más de lo que debería. He vuelto a abandonar a su hijo, le he destrozado. —Sí —profiero—. Aunque no nos llevamos muy… bien. Un tema superado. —Ah —susurra—. Quil Ateara… —¡A él lo recuerdo! —exclamo, envuelta en la dicha de mis recuerdos más bellos—. Mamá me llevaba con él cuando pa… Sí, lo recuerdo. Mamá era muy amiga de aquel hombre. Le acompañó cuando papá nos abandonó, aún cuando Charlie y él eran muy amigos. Yo iba con frecuencia a La Push, pero mamá decidió llevarme al sur con la esperanza de que me alegraba bajo el sol de Phoenix. Luego regresamos y conocí a Edward, por lo que íbamos varias veces a la playa, mamá acompañándonos más que nada para preguntarle a Quil dónde estaba Charlie Swan. —Y hace muy poco Charlie Swan volvió a las fogatas y a la pesca con sus antiguos amigos. Es tu padre, ¿no? Trago saliva, de pronto asqueada al oír su nombre. —No. Él no es mi padre. Al cabo de un rato me despido de Jacob Black, con la esperanza de que en un tiempo más volvamos a encontrarnos. Camino por las calles oscuras, oculta bajo mi abrigo rojo y cuello de pelos. Siento el suave sonido del viento y de las olas que chocan constantemente con las rocas. No veo a mucha gente y ya me he perdido en esta gran ciudad, ya ni recuerdo dónde está mi auto. Pero diviso el suave brillo de uno, está aparcado un tanto más allá. Me acerco para contemplarlo, sin embargo no tardo en sentir un ruido detrás de mí que alerta todos mis sentidos. Miro a ambos lados y solo veo un abismo negro que es mutilado por la tenue luz de un foco en lo alto de la pared de ladrillos, que parpadea constantemente. Mi corazón brinca una y otra vez en mi pecho, al mismo tiempo que mi cerebro avisa rápidamente que hay peligro. Me giro un par de veces a ver qué hay detrás de mí, pero simplemente veo esa negrura profunda e inacabable. El sonido de unos cuantos pasos vuelven a llamar mi atención y es ahora cuando siento un calor que irradia un cuerpo en mi espalda. Preparo mi garganta para gritar, pero una de sus manos atrapa mis labios para que no pueda llamar la atención de nadie más. Y es aquí cuando siento que no es la piel la que hace contacto con mi carne, sino cuero. La persona que me tiene aferrada es alguien que no quiere que descubra ni siquiera el sabor de su piel. —Shh —sisea perezosamente, como si arrastrara las sílabas con cansancio—. No grites. Trago como puedo, mi garganta está seca. Voy a comenzar a llorar, pero él me niega suavemente. Es un hombre que lleva un sombrero alto en su cabeza y un traje que oculta completamente todo su cabello. No puedo verle la cara y su voz tampoco se me hace conocida, solo puedo aseverar que ha fumado mucho en su vida. —La fama es efímera —me dice—. Mírate, Isabella, estás desprotegida y hace un tiempo gozabas de una fama casi ridícula.

Su aliento huele a whisky, uno muy caro. Me transmite a aquellos recuerdos donde vivía en el prostíbulo, siempre olían igual: cigarrillo y whisky, todo muy caro y lujoso. Cómo odiaba ese olor, la espesura que transmitían con tan solo hablarme. —Deberías tener presente algo de seguridad —profiere, riendo al mismo tiempo. Quiero decirle que me suelte, que puedo darle todo el dinero que quiera, pero su mano entorpece. —¿Quieres hablar? —me pregunta con una amabilidad suspicaz. Asiento con lentitud. Me quita la mano lentamente, pero antes me advierte: —No grites —dice y me apunta con algo duro en las entrañas. Trago—. No me interesaría acabar con otra estrella. Serviría para aumentar tu fama, ¿no? —Tengo todo el dinero que quieras, pero por favor no me hagas daño —gimo, envuelta en un terror que remueve mis entrañas. Se larga a reír con sorna. Su risa es cansada y pastosa. —No es dinero lo que quiero, Isabella Swan —murmura, acercando su rostro al mío. Ladeo mi cara para no seguir sintiendo su aroma, ese que tanto me recuerda al sexo en el burdel. —Voy a dar aviso a la policía —amenazo en vano—, tengo contactos. Vuelve a reír, esta vez con menos paciencia. —¿Qué vas a hacer tú, Isabella Swan? —me pregunta. Temo responder—. Una mujer solitaria sin nadie que vele sus sueños —susurra—, una mujer que no ama a nadie, solo a su madre enferma. ¿Tu madre te defenderá, Isabella? ¿Cómo sabe eso? Carajo, esto no está bien… —¡¿Quién eres?! —grito. Se aferra a mis caderas y me apega a su cuerpo. Besa mi mejilla y me huele con fervor, provocando mi desasosiego. Intento despegarme de él, pero es tan fuerte. Le pido a Dios que no me haga nada, que no me toque, que no me humille, ya ha sido bastante con mi pasado, no me hagas más inmunda. —Tranquila, Isabella —me dice—, hace un tiempo dejé de estar con putas. Mis ojos se llenan de lágrimas, por lo cual no puedo contenerlas. Mis ojos expulsan mi terror y mi tristeza. ¿Quién es y cómo es que lo sabe? Mi mente viaja en un sinnúmero de rostros, interpretando su voz para poder reconocerlo, pero no hay nada, es solo su aroma el que me recuerda a tantos clientes. —Solo vine a decirte una cosa. Te estamos vigilando —expulsa—. Nunca mires atrás. —¿Quién eres? —vuelvo a preguntar, desesperada. —No mires atrás —repite y se va. Mis piernas son solo una masa inservible que no pueden sostenerme, solo las arrastro hasta el

lugar más iluminado de L.A. A lo lejos puedo notar que mi carro ha estado en el otro extremo, esperando a que me lo lleve. Cuando me subo en él y voy a encenderlo, pongo mi frente en el manubrio y comienzo a llorar desconsoladamente. Necesito que me abrecen ahora mismo, que me digan que me quieren. Siento tanto miedo y dolor, no entiendo qué acaba de ocurrir, todo ha sido tan rápido. De pronto me doy cuenta que estoy en peligro, pero no sé en qué clase de peligro me he metido. ¿He hecho algo malo? No lo sé y me desespera no tener idea. Sé que Louis tiene que ver con esto y su solo recuerdo me revuelve el estómago; me siento tan desprotegida, sola. Es un hoyo sin fondo, nada puede llenarlo, solo el amor infinito de él. Me limpio la cara y parto hasta la habitación del hotel, con la música de Led Zeppelin. Ah, es lo único que me hace escapar del incesante recuerdo, ese que solo me atormenta. Extraño a Edward, creo que es lo único que predomina en mí además del terror. Él me espera y lo sé, él necesita que le diga qué pienso de todo lo que ha pasado entre nosotros. Pero, ¿qué ha pasado? Últimamente nos hemos besado, lo he necesitado más de lo que debería, más de lo permitido, pero no sé qué pasa por su cabeza. ¿Qué estoy dispuesta a darle? Lo último que dijo me dañó tanto, más aún porque no sabe todo lo que he vendido de mi integridad. Sé que jamás me lo perdonaría. Es un juego en el que perderé todo, no solo mis ilusiones, sino también al único hombre que amo. Una parte de mi raciocinio me dice que debería contárselo, que no todo está perdido. ¿Él me ama tanto como para aceptar todos mis errores? No lo sé y la verdad es que toda esta incertidumbre me está matando. Cuando el botones me mira y me reconoce, asoma un atisbo de recuerdo que no pasa desapercibido. De inmediato me trae una carta muy bien sellada, la cual me entrega con cuidado. Leo el remitente: William Harrington. Frunzo el ceño y me apresuro a guardarla en el bolsillo de mi abrigo, no sin antes agradecerle al hombre. Una vez en la sala de mi cuarto de hotel, me siento en el sitial parduzco, frente a la ventana con vista al mar y paso mis dedos por el sobre de color crema. Su letra cursiva está estampada en medio, mi nombre con tinta negra, impecable. El papel que hay dentro es como el arroz, espeso y blanco, muy suave. La tinta se ha aplicado con fuerza en el papel, como si William estuviese muy preocupado o muy herido. Me preocupa… "Querida Isabella: Sé que últimamente no he podido llamarte, menos saber de ti, hasta hace poco creí que todo estaría bien en tu vida, tanto así que ya no necesitarías más de mi compañía. He decidido llamar hasta tu casa para saber qué ha ocurrido en estos últimos días, pero Alice Brandon me ha informado que tú te fuiste de Forks hace poco. Me he preocupado. ¿Qué ha ocurrido entre tú y ese chico, Cullen? Sé que no tiene por qué importarme, pero realmente si lo hace, sabes lo que significas para mí. No quiero que sufras. Me he tomado la atribución de llamar a Alec, quien no ha tardado en darme el número de teléfono de tu habitación. No he querido llamarte hasta estar seguro de que esta carta ha llegado a tus manos, no quiero importunar. También le he dado el número a Alice y espero no te moleste, ella está muy preocupada por ti.

Por favor, reflexiona, y si es necesario sé sincera con Edward Cullen. No sabes cómo deseo verte feliz y a su lado es lo más cerca que he visto a tu felicidad. Me duele, sí, pero prefiero mil veces saber que eres plena a vivir fantasías ilusorias con alguien a quien no amas. Recuerda lo mucho que te amo. Me despido afectuosamente de ti, Isabella, mi hermosa estrella. William Harrington." Unas cuantas lágrimas han caído en la elegante hoja y yo las limpio con rapidez para no estropearla. Claro que no me molestaría si me llama, sería un poco de morfina a mi dolor. Paseo por la sala con las manos unidas entre sí, recitando unas cuantas melodías de Jim Morrison para relajar mi mente. Luego de unos minutos paso a Janis Joplin y acabo con Marilyn Monroe. Nunca he sido buena cantando, pero cuando lo hago es como si liberara kilotones de energía. El sonido de mi teléfono suena y mi corazón bombea sangre con la esperanza de que sea William, pero es una mujer la que habla. Frunzo el ceño de inmediato. —Bella —susurra. —Alice —murmuro también. —Oh por Dios, Bella, estás bien —dice, dejando escapar el aire de sus pulmones—. Estaba tan asustada. —No ha sucedido nada, Alice, tranquila —miento, pues hace solo una hora un hombre me ha amenazado con un arma. Se queda callada por un momento, quizá buscando qué decirme. —¿Por qué hiciste esto? —me pregunta de pronto. —No sé de qué hablas. —Si lo sabes —exclama—. Escapaste de Edward como un animalillo indefenso, sin darle una explicación. Es por lo que dijo en plena película, ¿no? Trago. —Sí —respondo—. Y por mi papá. —Eso pensó él —susurra distraídamente—. Pero sabe que hay algo más. Me muerdo el labio inferior y muevo el cable del teléfono con mi dedo. —Ay, Bella, a mí también me dolió lo que dijo, pero si él supiera lo que nos sucedió no pensaría de la misma forma —insiste—. Edward no está bien —termina. Mi corazón se oprime. —Necesito pensar, Alice, no sabes lo mucho que he sufrido al estar separada de él —sollozo junto al teléfono—. Lo extraño y lo necesito, pero debo pensar.

—¿Qué debes pensar? Lo amas —dice—. Solo escucha a tu corazón por primera vez y aléjate de tu cabeza. Él necesita saber la verdad. —Lo sé —susurro. Se queda callada otra vez. La oigo respirar y reflexionar. —Es como si te hubieses llevado todo contigo —dice—. Está triste, cabizbajo, con frecuencia viene hasta acá a preguntar por ti y yo no sé qué decirle. ¿Quizá que tú no volverás? ¿O que definitivamente debería olvidarse de ti? No lo sé, Bella, no puedo soportar todo esto. —Lo siento mucho —lloro—. Necesito tiempo, nada más que eso. Además, he cerrado una oferta, me he dedicado a mi carrera y James… —Demonios, Bella, a quién carajos le importa eso ahora —me interrumpe—. Piensa en todo el daño que le estás causando, por favor. —Yo tampoco estoy bien. —Es tu decisión, no la de él, porque ya la ha tomado hace muchos años —acaba—. Solo reflexiona antes de dormir. Te quiero. . Estoy en la cama mirando el techo y dándome vueltas con el edredón retorcido y las sábanas enrolladas en mis piernas. A veces me posiciono en la parte más fría, esperando a que eso me haga dormir, pero de inmediato rememoro mi soledad, por lo que retrocedo hasta el lado más cálido, donde imagino que Edward está aquí, conmigo. ¿Cuántas veces temí que esto sucedería? Lo extraño y no ha pasado el tiempo suficiente, realmente lo extraño y aún no sé qué demonios quiero. Sí, quiero sus besos y sus abrazos, lo necesito, pero ¿a qué precio? Él es una paloma blanca en un jardín de extraños, jamás podría decirle a todo el mundo que Edward es quien amo, porque de inmediato estaría contaminado en la basura de Hollywood, aunque él no tenga la fama que yo tengo. —Edward —susurro, llorando un poco. La verdad es que ya no tengo fuerzas para llorar. Y es aquí cuando me pregunto qué estará haciendo, qué pensará de mí. Sé que aún me espera, su paciencia es infinita, mucho más que la mía. William también lo piensa. 20 de Marzo, 1980 El flash me ha enceguecido un par de veces, pero mantengo mi actitud recta y seria ante la cámara, con la mirada fría y una sonrisa pedante. El fotógrafo sonríe también, embelesado con las poses que le doy. Estoy sobre una tela negra, que brilla levemente. James está más allá, observando también y diciendo qué le parece o no. Veo su lascivia, su deseo irrefutable. Me quiere a mí para sus noches, pero yo ya no le necesito. Me obligo a no observarlo, mientras me olvido de que estoy simplemente desnuda entre las telas brillantes y el fotógrafo. James y uno de los creadores de esto han puesto a Frank Sinatra para darle un ambiente cincuentero al lugar. La temática de estas fotografías es recrear la imagen de Ava Gardner. Ava es una estrella rompecorazones que amó a Frank Sinatra incluso hasta estos días, cuando no

están juntos. Siempre nos han comparado, incluso más de lo que podría soportar. Yo solo me dejo llevar, escuchando I'm a fool to want you. Frank canta con desgarro lo mucho que la amó, y aún así sabe que es un tonto al conservar esos sentimientos. Ava y yo compartimos lo mismo; hacemos sufrir. —Estás perfecta, Isabella. Incluso más bella que Ava —dice James, juntando sus manos. Cuando esto acaba, Alec me entrega una bata mirándome solo a los ojos. Le sonrío. Camino hasta la puerta que tiene mi nombre y entro a la pequeña sala para poder vestirme. Al rato tocan la puerta, es la periodista que se encargó de entrevistarme mientras me maquillaban. Me sonríe y pide permiso para poder entrar, yo se lo concedo para que esto acabe lo más rápido posible, en dos horas más tengo una fiesta. —Señorita Swan —susurra, algo intimidada. Es nueva, se nota. —¿Hay algún problema con la entrevista? —inquiero, quitándome las pestañas postizas. Se quita el cabello rojizo del rostro y lo pone detrás de su oreja. La miro a través del espejo y ella se retuerce un tanto. —Siéntate —ordeno. Ella lo hace enseguida. Me doy la vuelta y la miro para que hable. —Con frecuencia los periodistas sabemos cómo es su estilo, Srta. Swan, y asimismo estamos acostumbrados y conocemos que usted no habla de su vida privada —dice. Nunca he sido una estrella que alguna vez haya afirmado enamorarme, jamás han podido sacarme una sola palabra. Un par de veces me han visto junto a grandes artistas, pero esos solo han sido coqueteos o encuentros de una noche. Jamás me atreví a hablar de Edward, su solo nombre estaba prohibido para cualquiera, más que nada por el respeto que tenía por él, pensando inocentemente en su muerte, una muerte inventada por mi envidiosa prima. Dejo las pestañas junto a la caja, mientras planeo qué decirle. Pero se me adelanta con una frase que me llama sumamente la atención. —Mi jefe me ha ordenado que le pregunte por Edward Cullen. Frunzo el ceño, sintiendo la rabia por mis venas. La miro, dispuesta a escupirle todo lo que siento, pero de pronto me doy cuenta que no es su culpa, es solo un estúpido trabajo. —¿Cómo es que saben de él? —le pregunto, con los ojos llenos de lágrimas. La periodista se retuerce en la silla y junta sus manos para poder ganar tiempo. —La han seguido todo este tiempo —afirma—, han averiguado muchas cosas de él. Me levanto de mi silla y me aferro al mueble que sostiene el maquillaje y las cremas, mirándome al espejo de vez en cuando. —¿Por qué me dices esto? —le pregunto.

—Porque no me gusta atentar contra la privacidad de las personas —me dice, mirando hacia el suelo. Con los dedos temblorosos saco un cigarrillo de la cajetilla que tengo a un lado y lo enciendo rápidamente. Me quedo mirando la cara encendida, la cual desprende el humo del tabaco que va quemando de a poco. Así se consume mi vida, pienso, así se van mis secretos. —¿Entonces por qué trabajas para él? —inquiero—. Debo suponer que es un trabajo de mierda para una persona a la que no le gusta atentar contra la privacidad. —Porque me despidieron del New York Times —dice, algo avergonzada. Levanto mis cejas y fumo al mismo tiempo. —¿No eras lo suficientemente buena para eso? —No era lo suficientemente buena para aceptar abusos sexuales de parte del editor —susurra. Frunzo los labios, algo apenada. —¿Qué te hace pensar que puedo confiar en ti? Se encoge de hombros. —He sido fan de usted durante mucho tiempo. Eso me hace sonreír. —Además, esta será mi última entrevista, no trabajaré más para Playboy —dice—. Y tampoco espero a que me conteste quién es él, solo vine a advertirle que están averiguando todo de Edward Cullen. Ya sabe, están a punto de descubrir quién es esa persona que mantiene a la secreta vida de Isabella Swan ocupada. Niego lentamente, pensando en todos esos malditos buitres buscando la noticia fácil. —Edward Cullen es el hombre que he amado durante más de quince años —le digo, sonriendo con tristeza mientras me fumo el cigarrillo—. Es eso lo que todos buscan, que afirme que al fin amo a alguien —río, recargándome en la pared—. Lo que no saben es que él ha sido parte de mi vida mucho antes de convertirme en lo que soy ahora, por eso lo protejo, porque no lo quiero ante estas personas que solo buscan destruir. La periodista se muerde el labio inferior, algo intimidada con lo que le he dicho. —¿No puedes creer que Isabella Swan ama a alguien? —le pregunto—. Pues sí, amo a Edward Cullen, pero haría lo que fuera para que esté fuera de esto —digo amenazadoramente. —Puede confiar en mí, Srta. Swan, no diré nada… —No, ¿sabes qué? Puedes agregar a la entrevista una sola pregunta, y quiero que la hagas ahora —la interrumpo—. Quiero que me preguntes si amo a alguien. Repite conmigo, "¿está enamorada de algún hombre en este mismo momento?" Y quiero que describas mi expresión —le digo. Ella me mira sin entender—. ¡Vamos, nena! Hazlo. Me siento en el sofá de cuero y me enrosco como una gata. Ella se gira para mirarme, al mismo

tiempo saca una pluma y un cuaderno de notas, junto a la grabadora de voz. Se aclara la garganta y yo enciendo otro cigarrillo. —¿Está enamorada de algún hombre en este momento? —inquiere, luego de haber encendido la cinta. Yo doy una risita, recordando a ese hombre. Me muerdo el labio inferior y me dejo caer en el sofá. Su cabello cobrizo y desordenado, vagando al mismo tiempo que el viento; sus puros ojos divinos y dorados, como la miel cálida y líquida cubierta de la dulzura propia. Ah… Su sonrisa, el color de sus mejillas cada vez que admite quererme. Y no podría olvidar el sonido de su voz, la suavidad con que habla, el temple, la pasividad. —Sí —contesto—. Y espero que cuando lea esto sepa que es él. La periodista aprieta el botón para que esto acabe. Me mira con inseguridad una vez que deja de anotar. —¿Está usted segura de esto? —me pregunta. —Claro que sí, no tienen por qué saber que es él —digo—. Además, quiero que todos sepan que soy de Edward Cullen —murmuro. . James me ha mirado de una forma extraña, mientras vamos caminando por el pasillo. Alec para cuando estamos frente a la puerta de metal y yo lo miro sin entender. —Shh —sisea, con su dedo puesto contra los labios, indicándome silencio. Escucho una infinidad de gritos desde fuera, flashes, pisadas y mi corazón que ha comenzado a latir con más fuerza. —La gente está afuera esperándola —dice. De inmediato llegan dos guardias junto al editor de Playboy, un hombre de unos cuarenta años y rubio. Me saluda cortésmente y le dice a ambos hombres que abran la puerta con cuidado. —Son alrededor de cuarenta, más los periodistas —dice el afroamericano. —Diles que Isabella no hablará ninguna palabra, ni a los periodistas ni a las personas —ordena James. Me enfurece que tome las decisiones por mí. —No —exclamo—. La gente debe estar esperando hace muchísimo tiempo. Déjame salir, yo sé lidiar con esto, no me harán daño. Me aferro a mi grueso abrigo, con Alec detrás de mí. Los dos gorilas están con James a los lados, para que así no puedan hacerme nada. Cuando salgo del lugar y veo los rayos del sol californiano, escucho gritos múltiples que me descolocan varias veces, sobre todo las múltiples preguntas de bastantes cadenas de televisión y revistas mundialmente conocidas. Unas me preguntan por qué es que estoy junto a los dueños de Playboy, otros dan por hecho que ha sido una sesión fotográfica. Algunas personas esperan con bolígrafos para que les firme una hoja o una parte de su cuerpo, otros solo quieren fotografías. Me acerco a ellos y firmo unas cuantas cosas y me saco algunas fotos, intentando sonreír de la mejor manera. Me siento un tanto querida.

—Ya es hora de irnos, señorita —dice Gorila número 1. —Aún no he terminado —le digo algo enojada. —¡Isabella! —grita un par de periodistas—. ¿Quién es Edward Cullen? Me giro a mirar al hombre que me ha preguntado eso. —Eso no te importa —gruño. —¿Es verdad que ha sido tu amante por algunos años? —pregunta otra. Me aferro a mi asistente y éste me ayuda a dar unos pasos entre el gentío y los periodistas que insisten, diciendo el nombre de Edward una y otra vez. —¡No me toques! —le grito a uno—. Aléjate —gimo. No paran, solo insisten e insisten en preguntar por él. ¡No quiero que lo conozcan! No quiero que lo contaminen. —¿Es a él a quien fuiste a ver a Forks, Isabella? —¡Déjenlo en paz! —vocifero, dejando escapar toda mi furia—. No voy a permitir que hables de él. ¡Ya basta! Todo lo que haga con mi vida es asunto mío, no te metas en lo que no te importa. Le doy un golpe al micrófono y los demás me introducen en el carro junto a los demás. Gorila número 2 le da un golpe a la puerta y el chofer parte. Giro un poco mi cabeza, observando por la ventana trasera cómo los periodistas siguen corriendo, intentando hablar conmigo. . Tengo mis manos aferradas a la silla, mientras James mueve el cierre de mi vestido hacia arriba. De paso toca la piel de mi espalda, intentando seducirme en vano. Me giro y contemplo mi imagen en el espejo que da una imagen de mí de pies a cabeza. Llevo una cola en lo alto de mi cabeza y un collar de diamantes en mi cuello. Cómo odio los diamantes. El vestido es color carmesí al igual que mis tacones, aunque éstos no se ven por lo largo de la seda. No tiene mangas ni tiras, por lo que solo se aferra a mi pequeño busto. —¿Sucede algo? —me pregunta, tocando mi barbilla con sus dedos. Quito su mano con delicadeza y camino hasta el gancho para tomar el gran chal de zorrillo y ponérmelo sobre los hombros. Charlotte me ha maquillado una vez más, embadurnándome para que no se me noten mis ojeras. Ha sido un día cansador. Me he bebido una copa de vino antes de ir a la fiesta y me he sentido culpable hasta que la última gota pasara por mi garganta, Alice ha estado todo el rato en mi cabeza, mirándome reprobatoriamente por mi repentino alcoholismo. —Vamos, llegaremos tarde —le digo, tomando mi pequeña cartera. . La música clásica está siendo aburrida en una fiesta como ésta, donde se supone todo debe ser alegría y gritos desbordantes. Alec ha venido, por lo que me siento mucho más contenta, cuando él está todo parece estar bajo control, al igual que cuando Alice está conmigo.

La extraño. El mozo me enseña una bandeja llena de champagne, así que tomo dos, una para Alec y otra para mí. Él niega, pero yo insisto. —Srta. Swan, yo trabajo para usted, no necesito beber —me dice. —Pero yo soy tu jefa y quiero que bebas. Un viejo de traje y gordo quiere que baile con él. Miro a James y él me hace un gesto; debo hacerlo. El hombre es un accionista de una cadena de televisión bastante importante, se la pasa hablando de eso, cosa que no me interesa. Finjo que lo escucho, mientras miro a los demás que van acompañados de mujeres que no son más que prostitutas. Claro, las han vestido como a mujeres caras y elegantes, pero sé diferenciar quién está siendo pagada por hora. Bailo con otros hombres, uno más guapo que otro, al mismo tiempo que voy bebiendo la champaña que pasa por mi lado. No tardo en sentir cómo mis sentidos se distorsionan y la gente comienza a ser agradable. Las conversaciones se tornan agrias y yo dejo de bailar, recordando aquella fiesta de año nuevo, bailando con Edward y elevando mis sensaciones hasta lo insuperable. Todo se convierte en una comparación odiosa. Edward y… Edward con… Si Edward estuviera aquí. No tardo en darme cuenta de todos los errores que he cometido, en todos esos pensamientos recurrentes que son solo cobardía. Necesito a Edward aquí conmigo y no me importa que él sepa de mi pasado. Lo amo. Sería capaz de decirle todo, solo para tenerlo aquí. ¿Sería capaz de aceptar todo lo que soy? ¿Me ama de tal forma que no importan los defectos? —Señorita Swan —me dice Alec. Me tapo la boca para evitar sollozar y camino hasta el lugar más apartado, con mi asistente pisándome los talones. Observo a mi alrededor: todo es tan vacío, oscuro, desolador, la gente habla de banalidades, cosas sin el más mínimo sentido. Soy lo más llamativo en este lugar y aún así no logran satisfacer mi más grande deseo. Imagino cómo sería mi lugar ideal: Edward atrapándome entre sus brazos y dejándome caer en el sofá frente a la chimenea, ambos riéndonos de lo más mínimo, hablando de los logros personales. Él estaría realmente orgulloso de mí, yo sería lo más llamativo de su lugar, su corazón; todos mis deseos estarían satisfechos. Vería en mí cosas que nadie más ve, porque es esa forma en la que te mira, donde sabes que nada más pasa por su cabeza, toda su atención eres tú. Edward es la luz que necesito en mi vida, nada más que él. —Srta. Swan, ¿está usted bien? —me pregunta mi asistente. Niego, mientras lloro. —La llevaré al hotel —me dice. —No le digas a James —le pido.

El carro aparca a eso de las 2 am. La noche aún no acaba para L.A. Cuando entro a mi habitación, Alec entra también con el rostro envuelto en preocupación, aunque no entiendo por qué. Veo que se saca la chaqueta y la cuelga ordenadamente en el perchero. Yo mientras saco una botella de whisky y dos vasos con hielo. Mi asistente comienza a protestar, pero yo lo fulmino con la mirada. —Te ordeno que bebas. —Le entrego uno de los vasos. Me bebo todo el contenido de un solo trago y hago un mohín con el ardor de mi garganta. Me siento en el sofá y Alec hace lo mismo, mientras me mira con… ¿lástima? No lo sé. —Debo verme fatal, ¿eh? —le pregunto. —Parece cansada —dice. Ruedo los ojos. —¡Ya basta de tratarme como si fuese una vieja! —exclamo—. Dime Isabella. Y es una orden. Alec esboza una sonrisa sincera, por lo que me relajo bastante. —Debes ir a dormir, Isabella. —No quiero —le digo—, Necesito olvidar. Me sirvo otro poco más. Miro al vaso de mi asistente, pero sigue intacto. —¿No te gusta beber? —le pregunto. Se encoge de hombros. —Desde que vi a mi padre hacerlo le he tenido un poco de rechazo a estas cosas —dice. —Debo parecerte una especie de monstruo —susurro—. ¿Pero sabes? Mi padre también bebía, hasta nos dejó por eso. —No sé por qué me parece tan gracioso, pero río descontroladamente al recordar lo mucho que sufrí por él. Fue tan… triste. De eso ha pasado mucho tiempo, sí. —Lo siento mucho —murmura. Bebo otro poco y hago otro mohín por el ardor. —No —digo algo atragantada—, no lo sientas. Si él no lo siente, ¿entonces por qué tendrías que sentirlo tú? La vida jamás ha sido justa. Me queda mirando con sus ojos almendrados y bebe por primera vez. Choco mi vaso con el suyo y vuelvo a empinarme todo el contenido como si fuese agua. —Me gusta sentir cómo mis sentidos se van yendo de a poco —le confieso, recargándome en el respaldo del sofá para poder mirarlo más cómodamente. —Tienes un gran problema con el alcohol entonces. —Supongo que sí —sonrío—. Todos tenemos una adicción… O dos. Asiente lentamente.

—No eres feliz —me dice de repente. De pronto siento unas inmensas ganas de llorar, quizá porque ha dado en el clavo. Me encojo de hombros y vuelvo a beber, con los ojos llenos de lágrimas. —Hace dos meses era feliz —le confieso, sintiendo el enredo de mi propia lengua. —¿Por qué has huido de la felicidad? —Porque tengo miedo. —¿Miedo a qué? Suspiro. —Miedo a no ser buena para él. Se queda callado por un largo momento, pero yo no quiero que se calle, ya no quiero silencio. ¡Odio el silencio! —¿Te has enamorado alguna vez? —Sí —responde—, pero no ha sido la experiencia más grata de mi vida. —El amor jamás es grato —le digo—. Dios mío, es terrible. Te pasas todo el tiempo con el miedo de hacer las cosas mal. Mi inseguridad no me permite querer, es tan divertido. Bebo por cuarta vez y ya no parece tener el mismo ardor de antes. —¿Estás enamorada? —me pregunta. Estallo en carcajadas, pero él no ríe conmigo. —Debería notarse. —Me encojo de hombros—. Ya sabes, todo lo que hablan. —Mi voz baja su volumen, casi volviéndose ininteligible. Alec me queda mirando otra vez con esa especie de lástima que odio. —Amo a un hombre desde hace muuuuchos años —alargo la palabra, denotando todo el tiempo que he estado guardando mis sentimientos muy adentro de mí—. No quiero compartirlo con nadie, es solo mío —suspiro—. Vine hasta California para aclarar mi mente y hoy… todo se ha aclarado —digo, frunciendo el ceño. —Debería ir con él, la felicidad siempre es más importante que las consecuencias de los actos —me aconseja. Le sonrío. —¿Y si tengo un secreto que podría separarnos? —le pregunto. Su rostro cambia de expresión—. ¡Eh! Te he dejado sin palabras. Pues bien, Isabella Swan tiene muchos secretos. Si se llegasen a saber de seguro toda mi fama se iría a la mierda. —Yo he amado y he perdonado muchas atrocidades. Creo que a veces es bueno arriesgarse —me dice. Palpo su hombro y le guiño un ojo.

—Eres bueno en estas cosas, un buen asistente. Intento levantarme, pero me tambaleo duramente. —Ups —exclamo—. Alguien se ha emborrachado. —Debe dormir —me regaña. Hago sonidos reprobatorios con mi lengua. —Necesito llamar al aeropuerto —exclamo—, tengo que volver a Forks lo antes posible. —Yo llamaré, no se preocupe. —¡Volviste a tratarme como a una vieja! —me sulfuro. Me acuesta sobre la cama con delicadeza y me tapa con cuidado. Pero qué incómodo es dormir con ropa. —Voy a ordenar un poco, cualquier cosa me lo dice. Se va y yo aprovecho de quitarme rápidamente el vestido y lanzarlo al suelo, qué me importa donde ha caído. Dejo caer mi cabeza en la almohada y el mundo gira. Dios, es imposible dormir así. Oigo el sonido de la puerta principal, alguien toca con desesperación. No me interesa quién es. —La Srta. Swan está durmiendo —dice Alec. —Y eso a mí qué me importa —gruñe alguien, me parece bastante conocido. —Está cansada, necesita recuperarse —insiste. —Vete de aquí, yo sé cuidarla. —Pero… señor… —¡Yo sé cuidarla, Alec! Vete de aquí. La puerta principal se cierra y ya no oigo la voz de Alec, sino cómo la puerta de mi habitación se abre lentamente. Me levanto de inmediato cuando percibo el peso que ha acarreado mi cama y mi cabeza da vueltas en varias direcciones. Es James y me está mirando de una forma que no me gusta. —¿Qué haces tú aquí? —le pregunto. —Te fuiste sin avisar —comenta, mirando mis senos cubiertos solo con el sujetador negro. Me tapo lentamente con el edredón, pero James tira de él para que no lo haga. —No me sentía bien —susurro. —No estás bien —me corrige—. Tú y tu maldita adicción al alcohol. —Necesito dormir —digo—, puedes irte. Deposito mi cuerpo en la cama otra vez y cierro los ojos, deseando que James se vaya. Pero no lo hace. Ahora se ha acercado a mí y me está mirando, hambriento. Pasa unos dedos por la piel

de mi hombro y baja la mano por mi costado. Tengo la garganta seca por los nervios. —¡James! —grito, separándome de él. Su mano llega hasta mi cadera, pero no le permito más. —¿Qué? Hace solo unos meses esto te gustaba. —Ya no —le digo. Me levanto como puedo, pero todo se gira como un espiral. Cierro los ojos y me recompongo sentándome en la cama. Me paro y camino hasta la puerta para poder escapar, pero me toma la muñeca y me gira para tomarme entre sus brazos y acercarme a él. —¿Es así como lo haces? —me dice—. Seduces y luego escapas. —Ya te dije que no quiero —exclamo, quitando sus brazos de mi cuerpo. Estoy con ropa interior, expuesta a que sus manos me recorran como si fuese suya. Siento asco, no lo deseo y no lo quiero. Pero James insiste, besando mi rostro y mis labios, poseso de su deseo irrefrenable. —¡James! —le grito, entrando en desesperación—. ¡No quiero! Ya no más. Me suelta con brusquedad y yo choco contra la pared. Sus ojos parecen salirse de sus orbitas y sus labios están hinchados. —¿Una prostituta diciéndole no al sexo? ¿Es una broma? Mis ojos se tornan acuosos, pero no me largo a llorar frente a su cara. —¿Es eso lo que soy? —le pregunto—. ¿Una puta? ¿Siempre seré una puta? James se larga a reír como si yo hubiese dicho un gran chiste. —Te saqué de ese mugriento burdel, te conocí como a una puta, a ti y a la tonta de Alice —dice—, ¿crees que eso puedes dejarlo atrás? Me debes todo, Isabella. Tu dinero, tu fama, tus amoríos. —Sonríe—. Yo te pago con esto y tú me devuelves todo lo que he hecho por ti con una sesión de sexo, como siempre. ¿En qué ha cambiado? Antes te gustaba. Mi barbilla tirita y mi corazón se triza hasta romperse. —¡Ya no soy una prostituta, James! —vocifero—. Yo ya no te debo nada. Me da una mirada amenazadora y de un movimiento me acorrala contra la pared y su cuerpo. Besa mi cuello esporádicamente, mientras intenta quitarme las únicas prendas que tengo en mi cuerpo. Yo sollozo, sin entender qué está sucediendo, todo es tan feroz, tan irreal, lo odio. Golpeo su pecho, pero no tengo fuerzas. —Por favor —le pido. Él para y me observa. Veo su excitación y sus ansias. Estoy aterrada. —¡¿Por qué ya no?! —grita y yo me encojo en mi lugar. —¡Porque esto no es amor!

James me queda mirando por unos segundos y rompe a reír otra vez. —¿Estás tomándome el pelo? Mi sangre hierve. —¡Estoy enamorada! —gimo—. Estoy completamente enamorada y solo lo deseo a él. Se separa abruptamente y sin poder darme cuenta antes, James me da una bofetada. Pestañeo un par de veces entendiendo lo que acaba de suceder. Frunzo el ceño y de inmediato me pongo gritar y a arañar su maldito rostro, mientras que el mío está bañado en lágrimas. James me ha golpeado por primera vez y duele, duele mucho. Me siento como hace algunos años, cuando Phill me golpeaba luego de ir con Edward. La ira y la fragilidad es incalculable. Me toma el cabello con los dedos y tira de él para que lo mire. —Es ese Edward, ¿no? Yo no respondo, no tengo por qué. No quiero que James sepa de su existencia, no quiero que sospeche de él. Me vuelve a abofetear y tira del cabello con más fuerza. Grito. —Es ese Edward, ¿cierto? —repite. Me abofetea y tira aún más fuerte—. ¡Dímelo! Reprimo un sollozo. —S… sí —tartamudeo. —Tú eres mía —advierte. Niego lentamente. —Soy de Edward. Me lanza a la cama y se pone sobre mí, tomando mis muñecas para que no pueda luchar. Siento sus labios en todo mi cuerpo, su peso es asfixiante. No puedo dejar de llorar, la desesperación no me permite pensar con claridad. Grito pidiendo ayuda, pero nadie viene para quitarme a James de encima. —¡James! —grito—. No hagas una locura, por favor. —¡Cállate! —¡Aléjate y juro que podemos hablar, por favor! Tiene sus manos en mis senos, apretándolos. Me suelta lentamente y se separa para mirarme. No pasan ni dos segundos cuando se larga de la habitación del hotel, dejándome completamente a solas. Me quedo unos cuantos minutos en la cama, reflexionando de todo lo que ha pasado. Me levanto entre lágrimas y me pongo la primera blusa y falda que encuentro. Estoy temblando y sé que es de terror, aún presiento que James llegará y me hará daño. Me meto al baño y me miro al espejo. Mi mejilla está hinchada y mi cuello lleno de cardenales producto de sus violentos besos. Me paso

los dedos por la piel herida y noto que mis uñas están llenas de sangre. Me lavo las manos y luego camino por la sala, intentando no seguir con los llantos. Con rapidez llamo a la aerolínea y pido un pasaje a Seattle con escala en Port Angels. Pido en exclusiva que mi coche llegue al mismo tiempo desde otro avión, aunque sale bastante dinero no me importa. El vuelo es en solo cuatro horas, por lo que alisto mi maleta con rapidez. Cuando acabo de hacer todo lo necesario, me acerco otra vez al teléfono y lo tomo entre mis manos. Digito unos cuantos números que conozco de memoria y espero a que suene. Pasa un segundo, otro y otro… Hasta que contesta. —¿Diga? Hago un mohín y comienzo a llorar, pero no es de tristeza sino de felicidad. Su voz es como volver a nacer, como si mi vida comenzase otra vez. La suavidad, su textura fina. Demonios… —¿Hay alguien ahí? Me tapo la boca para no soltar un sollozo, pero es vano, un jadeo involuntario le advierte que efectivamente sí hay alguien aquí. —¿Bella? —susurra, sin poder creerlo—. ¡Bella! Pero antes de hablar, corto, porque simplemente no quiero que me escuche llorar. Mañana estaré para él, si es que el tiempo me lo permite. La sola idea me llena de gozo, como si todo lo de James hubiese sido una pesadilla ya inexistente. . Alec me ha puesto algo en la mejilla para que deshinche. Ha sido prudente y bastante cauto, pero sé que se muere por preguntar. —Gracias por venir —le digo. —Es mi deber, señorita Swan. —No tenías por qué acompañarme, de verdad… —Ya lo hice —me interrumpe—. No quiero que haga esto a solas. Además, James no es lo suficientemente hombre para enfrentarse a uno que realmente lo es. Le sonrío agradecida, más que nada por ahorrarme todo el trabajo de explicarle por qué estoy golpeada sin sentir vergüenza. —Te pagaré un hotel en Seattle, yo puedo ir a Forks a solas. Él asiente. —La portada de la revista saldrá en unas semanas, supongo que querrá verla. Miro hacia la ventana, donde puedo notar el océano en todo su esplendor. —La necesitaré, sí —digo—, será un buen regalo para Edward. Alec me sonríe. .

Ha llovido hoy en Forks. El suelo está más húmedo de lo normal y los árboles más frondosos y verdes. El aroma es adictivo, increíblemente nostálgico. Mi coche había llegado una hora antes, así que no tuve problemas para manejar hasta el bosque, donde vería a Edward. La laguna se me hace conocida en cuanto entro al campo abierto. Sonrío de inmediato. Unos minutos más manejando a toda marcha, puedo ver el humo de la chimenea de Edward. Bajo lentamente de mi convertible y más allá puedo notar a Jasper y a unos cuantos chicos apilando algunas hojas, quizá para ayudar a Edward. El rubio me mira y abre los ojos de sopetón, le doy una sonrisa y parto hasta la puerta abierta, donde me escabullo hasta la sala. Escucho la música mágica de Don Mclean y un suave murmullo. Abro la puerta de su habitación y lo veo de espaldas, observando hacia la cama deshecha. Me muerdo el labio inferior, mientras una lágrima cae por mi mejilla. —Edward —llamo con la voz temblorosa. Él se gira, sorprendido de verme. Sus ojos brillan, embelesados. Dejo escapar una pequeña risita y camino hasta él para poder abrazarlo. Buenas! Ya han pasado muchos días sin actualización, pero la verdad es que el capítulo ha sido tan espeso que me ha mantenido en vela por noches. Siento mucho la demora. El capítulo sé que no será del agrado de nadie, al fin y al cabo es sumamente triste y desolador, pero prometo que será la última vez que sufrirán sin Edward. Incluso a mí me ha dolido XD Contestaré reviews mañana, así que no se olviden de decirme qué les ha parecido ^^ Muchos besos a todas las que siguen leyendo esto, a pesar de que he alargado bastante un momento entre Edward y Bella. ¡Mucho amor! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. CONTIENE ESCENAS SEXUALES EXPLÍCITAS. +18. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. N/A: El capítulo comienza con un POV Edward recordando todos sus sentimientos al saber que Bella se fue. Luego se retoma la historia desde el instante en el que acabó el capítulo anterior. ¡Disfrútenlo! Recomiendo If the creek don't rise de Dylan LeBlanc, Canon in D de Classical Studio Music, My Love de Sia, Turning Page de Sleeping At Last

y Not About Angels de Birdy . XXVI . "Posiblemente me quisiera, vaya a saberlo uno, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme." Mario Benedetti . Edward POV 11 de Marzo, 1980 Es un sueño roto, vacío… miserable. Me he despertado semana por medio en la noche, a eso de las cuatro, sudando helado y desparramando las sábanas para darme cuenta que estoy solo en medio de la oscuridad. Siempre miro a mi alrededor buscándola, porque en mis sueños siempre está en problemas o en peligro. Acabo desesperándome porque no sé nada de ella, y al final vuelvo a dormir fingiendo que todo está bien. Pero hoy no es lo mismo. Son las tres menos cuatro y he despertado con la angustia prendada de mí. Sé que no es normal. Mi garganta está ennudecida, mi pecho se oprime y el sudor ha vuelto a mi nuca. Salgo de la cama para poder despejarme, creo que no podré volver a dormir, no esta vez. La luna brilla en lo alto, dándome la luz contra la cara. La laguna también está iluminada, aunque tiene un aspecto sombrío y solitario, como yo. Siento un bocanada de aire que atraviesa mis entrañas y busco desde donde viene el espantoso terror que me cubre. La ventana de la sala está abierta, eso es. Me pongo un abrigo de cuero y salgo hasta el oscuro bosque, buscando que algo me quite el miedo. Nada lo hace, solo se incrementa. Camino por la orilla de la laguna y noto al gran sauce que siempre nos ha acompañado, a ella y a mí. Puedo sentir su perfume, sus risas y su calor, pero sé que no está aquí. Es raro. ¿Cómo es posible que no esté y aún pueda sentirla completamente? Es como si mi cerebro quisiera hacerme daño. Se fue de tal manera que dejó un vacío imposible de llenar, preferiría mil veces que me haya gritado, o cualquier cosa… todo es mejor que saber que se fue sin decir por qué. Realmente hubiese preferido que me hubiese partido las bolas de una patada. Todo es mejor que la incertidumbre. Me siento a orillas de la laguna, ésta está pacífica, solo unas cuantas ondas de viento han enturbiado esa calma. Tomo un puñado de piedras pequeñas y las lanzo, de modo que éstas dan unos cuantos saltos antes de hundirse. El agua se vuelve turbia cuando apuñalo su paz y siento que yo soy el agua. Estoy turbio y revoltoso, han roto mi paz, todo lo que creí tener se ha ido

lejos. El clima se ha tornado aún más frío y la neblina amenaza con disminuir la visión de mi alrededor. Las estrellas han aparecido, dando un aspecto más celestial a esta desolada noche. Muy en lo profundo, creo que los presentimientos sí existen y las estrellas son testigo de lo que tengo en mi corazón. Aún no puedo entender por qué se fue sin decirme algo al respecto, lo único que recuerdo es que ella lloraba y yo la abracé y nos besamos y… Cierro los ojos, maravillado y asqueado de que mis recuerdos sigan en esa noche, cuando creí que todo estaba bien. Pero nada estaba bien. Aquel día salí detrás de ella, pero parecía ausente, caminando apresuradamente hasta su coche. Tomo las llaves y condujo hasta que no la vi más, en el espeso bosque con la laguna a su lado. Verla partir fue desgarrador, porque sabía que de ésta jamás volvería a verla. No siempre soy pesimista y me declaro muchas veces un soñador ridículo. Pero ese Edward se perdió cuando aprecié que todos esos sueños que habían ido con ella. Ahora siento lo mismo. Estoy empecinado en creer que ella nunca más volverá, que ésta es la última vez que crucé palabra con Bella. Gracias a Dios será la última vez, no podría soportarlo una vez más. El sentimiento es abrumador. He intentado mantenerme alegre, o simplemente fingir que todo estará bien sin ella, pero ¿qué carajo? Nada está bien cuando ella se va. Llegué a un punto en el que ya no me importa que los demás me digan "te lo dije", que me tengan lástima o que simplemente me brinden un apoyo que no sirve de nada. Es liberador llorar y pintar su rostro, al fin y al cabo ella solo está y estará siempre en mis recuerdos. Ignoro cómo se aprieta mi pecho, ya no quiero sentirme mal. Mientras camino me hago las mismas preguntas de siempre. ¿Por qué? ¿Cuál fue la razón? Prima bastante que su padre haya aparecido de la nada. Pero por eso no pudo haberse ido sin decirme. ¿Hice algo mal? ¿Pero cómo voy a saber qué hice mal si simplemente no conozco a esta nueva Isabella herida y marchita, esa Isabella que cada vez que me mira me muestra la culpa y el dolor? No es normal y la duda me está matando. En estos instantes sé que la respuesta es más que obvia, sobre todo hoy que la vi en televisión; no soy suficiente para ella. Sé que me quiere, pero no como a mí me gustaría que lo hiciera. Pero quién soy yo para obligarle a sentir, ella ya está acostumbrada a ser quien es. . Tocan a la puerta y yo dejo el pincel en el frasco. Le doy una última mirada a la boca de Isabella y abro. Es papá. Me mira, me analiza. No lo he visto desde que Bella se marchó y de eso es casi un mes. Me he abstraído completamente del mundo. Trabajo en silencio con algunos compañeros, con Jasper en silencio. Solo he hablado con Alice. De Rosalie solo sé por llamadas que me da. —¿Qué haces aquí? —inquiero, sin dejarle pasar. No me molesta el tono brusco que ha salido de mis labios, no quiero más sermones de Carlisle Cullen. —Estaba preocupado por ti —me susurra.

—Podrías haber llamado —le digo, suavizando mi tono. —Te he llamado por días y no eres capaz de contestarme. Lo dejo entrar y le doy la espalda, mientras camino hasta la sala. —Dejé pasar algunos días para que estuvieses tranquilo… —Y hoy te has decidido a averiguar cómo estoy —le interrumpo. Me giro, con ambas manos en la cintura y lo miro—. No necesitas cuidarme, papá, estoy bien. Él camina lenta y tímidamente hasta mi lado para poner una de sus manos en mi hombro. Su toque me destruye, no lo sé, mis sentimientos vuelven de pronto, sin darme tiempo ni de respirar. —Sabes que lo sé —murmura—, y conozco muy bien tus sentimientos. Me acerco a la cocina y busco en la despensa algo que me despierte. No dormí en toda la noche. —No necesitas ir al trabajo hoy, Edward. Jasper puede cubrirte… —No estoy lisiado ni nada parecido —le digo, mientras pongo una cucharada de café a la taza. Escucho que suspira, cabreado. —No estás de buen ánimo y lo entiendo. —He estado diez años con ganas de morir y siempre trabajé para ti. ¿No es estoy diferente? —le pregunto, golpeando la cuchara contra el mueble. Mi padre da un respingo, cerrando también los ojos. Sé que no debo enojarme con él, pero estoy cansado de esto. —¿Por qué nunca me dijiste que no querías vivir? —me pregunta, ignorando mi furia. —Desde que murió mamá nada volvió a ser como antes, pero Bella lo mejoraba bastante —le confieso—. Cuando se ve fue como ver morir a mamá otra vez. Por eso no te lo dije. Los ojos verde esmeralda de mi padre se iluminan con las lágrimas. Mi corazón se oprime; no quiero que sufra conmigo. —Es segunda vez que lo hace —dice. Asiento. —Lo recuerdo todos los días —susurro. Espero a que el agua hierva, mientras finjo que ordeno mis cosas. —¿Qué harás cuando regrese? ¿La perdonarás después de todo lo que te ha hecho? —Sí —le contesto enseguida—. Pero debo decirte algo. —Suspiro—. No creo que vuelva a esta mugrosa ciudad. Ya la viste, está preciosa. Yo soy un pobre diablo. —No digas eso —masculla con gravedad—. Ella no es más que una… —Una qué —interrumpo—. Dilo.

—Una puta —exclama sin hacer el menor gesto de arrepentimiento por sus palabras. Me acerco a mi padre y me planto con furia, sin importarme las consecuencias. Quiero golpearlo por escupir su nombre, por decir tan fea palabra. Ella no entra en ese calificativo, ella jamás… Es mi Isabella y sea cual sea su pasado yo jamás podría despreciarla. No. Ella no es una puta, porque simplemente ninguna mujer lo es. —No lo vuelvas a repetir, papá —escupo—. Eso jamás podría perdonártelo. —A tu padre no le gustaría verte en este estado, corriendo detrás de una mujer que no te aprecia. —¡Pero está muerta! —grito, de pronto sin poder controlar mis sentimientos oprimidos durante tantos años—. Entiéndelo, papá. Mi madre está muerta. Ella nos dejó para siempre y no hay manera de evitar la muerte. Estoy jadeando y sé que es por la rabia. Me recargo en la isla e intento calmarme. Pero antes de que pueda darme cuenta del error que he cometido al gritarle a papá, éste me da la espalda para marcharse. Sin embargo se detiene para decirme: —Jessica será dada de alta en unos días —susurra con la voz pastosa—, por favor ve por ella. Por lo menos hazlo por todo lo que ella ha hecho por ti durante todos los años que aquella mujer te escupió en la cara. Buenos días. . Alice me ha llamado repentinamente sobresaltada, ha estado llorando durante mucho tiempo y yo decidí partir hasta la casa de inmediato, aunque sean las ocho de la noche. Cuando entro a la casa de Bella, el corazón vuelve a dar un brinco espontáneamente lúgubre. Con valentía toco la puerta y no es Alice quien me abre, sino un Jasper bastante acongojado por los llantos de la pequeña mujer de cabello corto. Paso con lentitud, sin flaquear. Le doy un corto saludo a mi primo con la cabeza y él me imita. Alice me ve y se levanta del sofá para estrecharme con sus brazos. Estoy sumamente asustado. Mi corazón ahora salta desbocado en mi pecho, como si quisiera salir arrancando de una buena vez. Trago saliva y apoyo mi barbilla en su cabeza, todavía sintiendo las lágrimas duras que salen de sus ojos azules. —Siento haberte preocupado de esta manera, pero… —¿Qué le ocurrió a Bella? —pregunto de inmediato. Si algo malo le ha pasado yo… yo realmente me muero. Me mira un momento, pero luego me evita. Entro en desesperación, imaginándome mil y un escenarios que rompen mi corazón. —Algo malo le pasó, ¿no? —exclamo—. Dímelo, Alice, por favor… —No ocurrió nada que lamentar —me susurra. —¿Cómo…? —William me ha llamado —profiere. Frunzo el ceño de inmediato, y los celos se apoderan de mí como epidemia.

—¿Qué ha dicho? —Mi voz sale grave y molesta. Se sienta en el sofá con las manos unidas entre sí, yo la imito. Jasper se mete en la cocina, quizá para darnos intimidad. —Me ha dado el número de la habitación del hotel —dice. —¿Cuál es? ¡Dámelo! Podría llamarla o buscarla. Niega lentamente con los ojos envueltos en lágrimas. —Bella no está bien —dice por fin—. Edward… —murmura—. Hay muchas cosas de Bella que de verdad no sabes. ¿Qué podría ser tan malo para que Bella piense que dejaré de quererla? Porque eso es, ¿no? Quizá es ridículo decirlo a esta altura cuando ya me ha hecho bastante daño, pero la conozco, sé cómo piensa y qué necesita. Me irrita no saber cómo ayudarla. —William ha hablado con Alec, el asistente personal de Bella. —Se calla, intentando respirar—. Y me ha afirmado que está cabizbaja, intranquila y… —Suspira— no deja de beber. —Estás queriendo decir que… Asiente lentamente. Sus ojos me expresan todo el dolor que siente, como el de una hermana. Está preocupada por ella y yo no sé qué decir. —Ha pasado por periodos dolorosos y todo lo ha tapado con el alcohol. He intentado muchas veces ayudarla, pero ahora que está lejos y no puedo vigilarla no sé qué ocurrirá con ella —solloza. —¿Sabes dónde está? —pregunto frenéticamente. Soy capaz de cruzar el país para ir a por ella. —No te lo diré —dice. La miro sin entender—. No quiere verte. —¿Cómo es que lo sabes? —inquiero con el corazón en la garganta. Me mira con los ojos rojos y llorosos. —Hablé con ella hace un rato —masculla—, me ha dicho que no quiere verte, que está harta de que la presionen y… —Se mira las manos, ganando tiempo—. No la esperes, porque no volverá. Mis ojos se llenan de lágrimas en ese mismo instante. Sé que aún guardaba la esperanza de que ella fuese a volver como lo había hecho antes. Quizá lo haga, pienso. ¿En diez años más?, profiere ese lado maligno de mi cerebro. Me miro las manos y sé que estoy temblando, quizá de la furia descontrolada que intenta explotar. Pero no, no es furia, solo estoy… —No te puedo creer —le digo al fin. Carraspeo, pues mi garganta está seca—. No sé por qué, pero no te creo. Alice se frota el brazo izquierdo con la mano derecha, apartando su mirada de mí. Parece culpable… ¿Pero, por qué? —Es lo que necesitas escuchar —me dice—, no la esperes, por favor.

Me acerco a la pared y la observo por un largo rato, meditando lo que acaba de decirme Alice Brandon. Respiro, intento mantener mi control, pero de pronto exploto en un llanto que desconozco de mí. Es como si hubiese guardado demasiada agua dentro y ésta se ha derramado en grandes cantidades. Una mano pequeña me acaricia el hombro, acompañándome. —No sabes cuánto siento verte así. De verdad. —Hace un mohín cansado. —Parece que no está en mi destino poder decirle te amo —murmuro. ... Siento un sonido a través de mis sueños. Es fuerte y esporádico, viene y va como si fuese un gran torrente de gritos que atraviesan las paredes de mi descanso. Abro los ojos y me doy cuenta que es de noche. Llueve fuertemente y las gotas de agua chocan directamente en la ventana. Me levanto de la cama con los ojos entrecerrados y camino hasta la sala, donde el teléfono sigue sonando como condenado. ¿Quién es a estas horas de la noche? Deben ser las cuatro y algo más. —Diga —exclamo y luego bostezo. Se tardan en hablar y yo me impaciento, algo asustado—. ¿Hay alguien ahí? Escucho un jadeo que nunca podría confundir. No sé si son mis emociones frustradas o las ganas inmensas de saber de ella, pero puedo asegurar que es ella. Y como si todos mis temores hubiesen dado directo en el blanco, la siento llorar con una amargura que quiebra mi corazón en miles de pequeños pedazos. —¿Bella? —gimo, algo desesperado. Siento un chillido involuntario. ¿Qué le sucede? ¿Por qué llora de esa manera? —. ¡Bella! —grito, desesperado. Sé que me necesita, no me cabe duda. Algo muy malo debió ocurrir. Cuando la vi por primera vez supe que algo iba mal. Esa forma de mirarme culpable, ese dejo de dolor que nunca ha podido salir de mi cabeza. ¿Qué demonios me oculta? Quisiera poder hacerle entender que yo jamás la juzgaría. La aceptaría incluso con el peor de los errores. Quiero abrazarla para que llore conmigo, y si es necesario yo lloraré también. Es una mujer frágil que finge ser muy fuerte, tan sensible, tan… melancólica. Pero antes de que pueda decirle algo más, me corta. La electricidad de la desesperación cruza mi columna de un modo tan cruel y surrealista. No puedo contener el dolor de no haber escuchado su voz, solo un llanto desgarrador que me ha invadido repentinamente de un temor invasivo. No quiero aceptar la idea de que alguien le ha hecho daño, simplemente no podría aceptarlo. Una vez dije que jamás permitiría que le hicieran daño y no estoy cumpliendo mi promesa. Antes de colgar yo también, escuchando como interlocutor a un incesante sonido vacío detrás de la línea, pronuncio dos palabras que he planeado decir durante casi quince años. —Te amo —susurro con la melancolía en cada sílaba. Desde aquella vez que supe de Bella gracias a su mejor amiga, he dado vueltas en cuán verídico ha sido su argumento. No puedo creerlo, no ahora que ella me ha llamado. Creo que nunca he extrañado tanto a alguien, de ese modo en el que hueles su perfume en cada rincón y ves el color de sus ojos en cosas realmente insignificantes. Quizá el amor vuelve loco a las personas y sé que moriré enamorado. Quiero creer que todo esto que siento y afirmo tener en

mi corazón no es en vano, que cada larga espera no es más que un largo camino hasta llegar a la plenitud. Sigue lloviendo con fuerza, el techo es blanco de los duros golpes de las gotas, es una melodía auténtica que quiero compartir con alguien que no sea esta maldita soledad. —¿Qué voy a hacer contigo, Bella? —le pregunto a la luna. ¿Qué estará haciendo? No quiero que siga llorando, por favor no. ¿Alguien le ha hecho daño? Me paso las manos por el rostro buscando como salir del dolor que tengo en mi pecho. Sé que me necesita, ella ya no puede ocultármelo. Alice no fue directa al decirme las cosas, Bella oculta algo y no sé cómo averiguarlo. Y lloraba tan amargamente, en plena noche obscura. Sí. Me necesita y todo lo demás es un invento para mantenerme alejado de todo esto puto dolor asfixiante. Diez años muerto en vida, regresa para darme aliento y nuevamente se va para dejarme aún más enterrado. Sí que es cruel. Tenía la esperanza de que al fin fuésemos algo, de que ella haya aceptado que me quiere. Temo muchas cosas y estoy segura de otras, pero lo que más me aterra es que Bella no sienta lo mismo que yo. Ya me ha dado mucho para aceptar ser su amigo, ese lazo está quebrado. Realmente está quebrado desde que se entregó a mí y yo a ella, claro que no éramos dos amigos haciendo el amor, pero… ¿qué éramos entonces? Luego de eso todo era fantástico, pasaron dos meses en donde planeaba pedírselo oficialmente, pero en ese baile todo se fue al carajo. Por Mike, por Emmett… Bastaron otros dos meses en donde ella simplemente me ignoró y huyó de mí, hasta que me dijo que se iba. La seguí en medio de la lluvia dura, mientras observaba su maleta revejecida, no podía creer lo que mis ojos veían. ¿Bella marchándose? Eso no podía ser cierto, habíamos sido amigos por años, habíamos compartido todo… Y se iba. ¿Cómo iba a soportarlo? Cuando se marchó no dejé de llorar como una niña y cada día que pasó la recordé sagradamente. Incluso en esa maldita guerra, donde me dispuse contra el destino. La busqué retratándola por todo Nueva York, pero jamás pude dar con ella. Algunas veces llegué a pensar que ella estaba huyendo de mí, pero ¿por qué? Era ridículo pensarlo. Luego la vi en televisión, sonriendo con una belleza tan increíble. Fue la primera vez que olvidé el dolor. Sin embargo insistía en que sus ojos no eran los mismos. Pude comprobarlo cuando pisó Forks y me miró horrorizada, incapaz de aceptar que yo estaba a solo metros. Oh Dios, recordar su mirada frágil me hace llorar otra vez, con sollozos gruesos que rebanan el ruido profundo de la lluvia. Ella no sabe cómo me gustaría hacerla sentir mejor. No lo sabe… . Jessica ha recuperado el color de su rostro y parece más alegre que la última vez que la vi. Hasta parece que estar en el hospital le ha hecho bien. Me saluda con un entusiasmo increíble y ha corrido a besarme como si fuésemos lo que éramos, pero no somos nada ahora. —Supongo que papá te dijo que te quedarás conmigo —le comento, mientras tomo su maleta. Asiente como una niña pequeña. —Supongo que no te molesta. Niego, aunque la respuesta es positiva. Ha entrelazado sus dedos con los míos mientras caminamos hasta la Chevy, su alegría es

contagiosa hasta cierto punto. No sé cómo comportarme con ella. Dentro del coche enciende la radio y suena Led Zeppelin, arrugo el rostro y la cambio enseguida, me recuerda a Bella. —Muero por conocer tu casa. Carlisle dijo que es hermosa —exclama, saltando en el asiento del copiloto. —Papá pasó gran parte de su juventud ahí —le digo—, el dueño ha sido bastante amable con el precio. —Estoy segura que te lo merecías —dice sonriendo—, has trabajado por años y necesitabas salir de esa casa. Miro al frente, mientras pienso en lo que me acaba de decir. Sé muy bien que esa casa acumula pesadillas y sufrimiento, de papá, de mí… Hay muchos recuerdos tristes, pérdidas y llantos, el aire estaba siendo tan espeso y Jessica lo sabe bien. Por un momento siento que Jessica ha vuelto a ser esa amiga que me acompañó por tanto tiempo, dejando de lado a aquella celópata novia con esa enfermedad tan grave. —Te preparé la cama —digo—, en el cuarto de visitas. Mi cama le pertenece a otra mujer, o por lo menos sé que jamás podría compartirla con alguien que no sea… ella. —Está bien —murmura—. Muchas gracias por aceptarme en tu casa. —Papá irá por ti mañana. Cruzamos el lago por unos minutos, Jessica se tensa considerablemente, quizá al darse cuenta de que todo esto jamás podrá pertenecerle a ella. Es de Bella y de nadie más. Le ayudo a bajar de la Chevy y la llevo hasta la entrada. Se maravilla y contempla completamente el lugar, sin poder ocultar su sonrisa. Me gusta que sonría, se parece más a mi amiga. Sus ojos verdes repasan el lugar una vez más y se deja caer suavemente en el sofá. Mirarla es doloroso, hace solo unos meses estaba Bella ahí. Me regaño a mí mismo y evito pensar en ella por una vez en el día, aunque sea una sola vez. —¿Quiéres comer algo? —le pregunto, mientras camino hasta donde está ella. Jessica tiene las piernas juntas y las manos sobre las rodillas. Se quedó mirando fijamente hasta el cuadro de mi madre. Cuando me escucha se concentra exclusivamente en mí, dándome otra de sus amigables sonrisas. El cabello castaño claro, casi rubio, le cae por los hombros como una cascada. No parece haber salido de un hospital. —La verdad es que muero de hambre —me dice, sonrojándose de paso. —Está bien, te prepararé tu favorito. —Es lo único que sabes hacer y es porque te enseñé —señala con la nariz arrugada, sin ocultar su buen humor. Ese recuerdo me hace sonreír sinceramente por primera vez en estos últimos días. —Gofres —acabo.

Desde la cocina puedo escuchar la música que ha puesto, es alegre y rítmica. Abba es su favorito en cada momento oportuno. Nunca se me ha dado bien la cocina, pero aprendí a hacer gofres por Jessica, me quedan bastante bien. Jessica come con rapidez y yo apenas he probado bocado. Me mira algo avergonzada y yo le sonrío con amabilidad. —Estás bien apetente —le digo. Se encoge de hombros, mordiéndose el labio inferior. —La comida del hospital es hoooorrible —exclama, haciendo un gesto de asco—, todo es desabrido, frío y blanco. —Da un brinco, recordándolo. —No quiero ni imaginarlo —comento. A propósito de hospital, recuerdo que aún no he conversado algunas cosas con ella. Jessica se da cuenta de mi reacción, por lo que me mira algo suspicaz. Sabe que tengo que preguntarle muchas cosas y ella a mí, porque sabe que Bella no está aquí. —Jess —llamo su atención—, ¿por qué lo hiciste? Deja el tenedor en el plato y se mira los dedos con nerviosismo. Suspiro con paciencia y espero a que se digne a decirme algo, aunque sea una sola palabra… —Estaba asustada y todo se confundió —expulsa rápidamente—, con la desesperación me hice daño, recordando los dibujos que habías hecho de ella, ya sabes, me duele bastante porque a mí no me has dibujado nunca—. Suspira—. Cuando la vi ahí abajo y ella me vio a mí, con la sangre en los brazos, solo corrió para ver si estaba bien, yo me desplomé, sentía frío y un dolor terrible en mi piel. Me desmayé y caí sobre Bella, ella supo evitar heridas graves y yo, bueno, caí de muy mala manera. —Me mira para comprobar mi reacción, pero yo solo la observo, buscando algún signo de mentira en su cara; no la hay—. Cuando desperté estaba demasiado confundida, todo era un enredo en mi cabeza. De primeras solo acusé a Bella y lo siento, estaba demasiado asustada, pero me retracté enseguida. —Porque mi padre atestiguó a su favor —digo, entrecerrando mis ojos. —Algo bastante raro en él… —susurra, y suena como si fuese una traición. —Papá solo hizo lo que debía, Jessica, podían llevarse a Bella y eso hubiese arruinado completamente todo —exclamo ya bastante alterado. Me doy cuenta de mi reacción y para calmarme me corro el cabello del rostro. Respiro profundamente y me tranquilizo. —¿Más de lo que ya está? —me dice de pronto. —¿De qué hablas? Se levanta de la silla y se agarra la cintura como una jarra. Me mira acusatoriamente, como si todo esto fuese culpa mía. —Lo sabes muy bien —masculla—. Ella te dejó nuevamente, ¿no? No quiero saber las razones, no me hace falta imaginar lo destrozado que te ha dejado otra vez. —Mueve las manos, restándole importancia a lo horrible que ha sonado—. ¡¿Cómo es que no has aprendido nada de esto?! Es insólito, Edward, ella se fue una vez y luego otra… ¿Vas a esperar otros diez años para

que ella vuelva y haga lo mismo? ¡Demonios! Me levanto de la silla también, indignado y confuso de esto. No sabía que tocaría este tema, y el que debería estar enojado soy yo. —Lo que sucedió entre ella y yo… —No, Edward. —Se acerca a mí y pone ambas manos en mis mejillas—. Ella solo te ha hecho daño, jamás te dará amor. Es una mujer con dinero, cree que el mundo gira en torno de ella. No, claro que Bella no es así. Ella solo es… difícil. —Yo siempre estaré para ti, Edward, siempre, yo puedo darte amor y lo sabes —me dice, acariciando mi rostro lentamente—. Quizás… quizás —las lágrimas brotan de sus ojos— no soy ella, pero puedo intentarlo. Trago saliva, perplejo. No quiero hacerle daño y ella siempre ha sido sincera conmigo. ¿Qué puedo decirle? —Bella nunca fue la amiga que necesitabas, pero yo sí —dice con fervor—, cada momento juntos ha sido maravilloso, permití que tus sentimientos correspondieran por años a aquella mujer, no importaba mi dolor, yo solo aceptaba que tu corazón perteneciera a alguien que lo había roto. Yo tomé cada pedazo y lo uní con mis propias manos, con la esperanza de que por fin éste funcionara para mí. Me mira con sus ojos acuosos, de un verde tan intenso como las hojas ahora en primavera. Sus palabras son duras, tan duras que yo también quiero llorar con ella. —Tú sabes muy bien quién ha estado para ti cada vez que lo necesitabas —susurra, acercando sus labios a los míos para unirlos. Su roce es cálido y suave, como el del algodón. Sus labios gruesos se apoderan de los míos como posesos, ardientes y demandantes. Puedo sentir su perfume también, un aroma que simplemente no logra producirme nada. No, no es Bella, simplemente no lo es. Yo la quiero a ella, no a Jessica y de verdad… lo lamento. Y ahí comprendo que sencillamente los besos no son nada sin amor. La separo con lentitud, no quiero que siga. Ella me mira con la esperanza incrustada en sus cuencas, pero no puedo corresponderle. —Sí, lo sé —le respondo—, pero esa mujer que ha estado para mí es mi amiga y eso es lo que espero. Se separa abruptamente, rompiendo a llorar amargamente. Me obligo a ser firme, a no quebrarme por mi negativa. —Creo que necesito dormir —me dice de pronto, colapsada en lágrimas—. ¿Voy a dormir en tu habitación? Niego con lentitud. Ella frunce el ceño. —En la habitación de visitas —le comento—. Yo te llevaré. Asiente.

—A propósito, le he pedido a Alice que venga, espero que no te moleste. Me mira por un rato, pero luego niega rotundamente con su cabeza. Pero antes de que parta, decido preguntarle algo más que ha estado rondando en mi cabeza. —¿Por qué me dijiste que Mike y tú nunca…? —No sé cómo concretar la oración. Sus ojos dan un fulgor que no me gusta, no quiero que malentienda lo que quiero decirle. Se acerca a mí con una sonrisa divertida. —Se preocupó por mí en cuanto supo de mi estancia en el hospital —afirma. Hago un mohín; él nunca me gustó. Ahora es un mecánico con su propio taller a las afueras de Forks, creí que nunca iba a saber de su persona, pero desde que Jessica estuvo internada lo único que hacía era verlo. A veces, cuando necesitaba salir de mis horrorosos recuerdos iba para verla y saber cómo estaba, pero siempre estaba el rubio. Lo único que podía sentir eran los golpes que me dio junto a Emmett, unos golpes que nunca disculparon. —Es un agradable sujeto —digo, irónico. Frunce el ceño. —¿Estás celoso? —me pregunta. Ahora me toca fruncir el ceño a mí. Niego y acaricio su cabello, dejando su pregunta al aire. —Voy a hacer unas cosas —le informo—. Ve a la habitación que está ahí —le apunto hasta el pasillo más largo—, a la izquierda. Ponte cómoda. Te llevaré con papá mañana en la mañana. No me detengo a observarla, la verdad es que tampoco quiero. Siento que la puerta se cierra y yo aprovecho de llamar a Alice, la última vez estaba bastante triste y me pidió que le ayudase a despejar su cabeza. —Diga —exclama. —Alice —digo. —Oh, hola, Edward —imita el mismo tono amable y alegre de siempre, pero sé que está bastante preocupada. —Hola, Alice —susurro—. ¿Ha sucedido algo? Suspira con exageración y luego bufa, algo exasperada. —Sí —me responde—, pero no es buena idea hablar de esas cosas por teléfono. —La verdad es que te llamaba para que vinieras, Jessica… —No puedes con ella sola, lo sé. Alice es una adivina total. —Jasper irá a dejarme… —se ríe como un pajarillo—. Tu primo me está mirando atentamente y ahora sonríe. —Puedo adivinar que se ha sonrojado fuertemente y que algo más está ocurriendo. Los envidio—. Supongo que tú también necesitas una compañía sana mentalmente.

—Alice —la reprendo, aunque por dentro puedo decir que es divertido. —Está bien —exclama—, nos vemos. . Alice ha estado cocinando por unos largos minutos, mientras Jessica está sentada en el sofá, algo intimidada. Desde un primer momento ambas miradas conectaron, los ojos azules de Alice dieron en su blanco y lograron incomodar bastante a los verdes de Jessica. Estoy asustado, la mejor amiga de Bella es bastante explosiva y directa, no quiero discusiones. El ambiente huele delicioso, mis tripas se revolucionan. Jasper me ha dicho que la cuide con aire severo y sé que debo hacerlo, ella es para él sin duda. Pero me pregunto si mi primo soportaría el gran peso mediático de una mujer como ella. ¿Yo lo haría? —Voy a dormir, buenas noches —me dice Jessica con los nudillos blancos, está apretando sus manos con fuerza. —Buenas noches —le susurro. Está extraña, pálida, temblorosa. Alice aparece de pronto con una sonrisa que me da escalofríos. Se sienta en el sofá, a mi lado y con las piernas cruzadas. —No le caigo bien —dice, como si fuese un privilegio—. Es tan desagradable, no entiendo cómo es que tú y ella… —No conoces lo que yo conozco de Jessica —susurro, sonriéndole. Alice rueda los ojos y deja caer la espalda en el respaldo del sofá. —No te acostaste con ella, ¿no? Me sonrojo súbitamente. —N… no —tartamudeo. —Eso deduje —dice—, hay cosas que se notan a simple vista —se encoge de hombros—, no hace falta ser adivina. ¿Por qué ahora el tema es Jessica? —Shh… —siseo—, puede escucharte. —Aunque lo haga no me importa —exclama—, vine aquí para evitar que esa chica siguiera asfixiándote. Suspiro, pues tiene razón. —¿Por qué fuiste a buscarla? Sabes que no se lo merece —me reprende. Ahora es mi turno de encogerme de hombros. —Nadie iba a hacerlo. Puede que haya cometido muchos errores, pero aún recuerdo a la Jessica que compartió conmigo en mis días amargos. Se lo debo. —Tú no le debes nada.

—Es… gratitud. Alice no me dice nada más al respecto, es más parece querer cambiar de tema rápidamente. —Hoy hablé con James —me dice. La miro sin entender. —¿Quién es James? —le pregunto. Se alisa la falda plisada con las manos, algo nerviosa. —Nuestro representante —dice con desdén. —Parece que no te cae muy bien —murmuro como quien no quiere la cosa, mientras quito pelusas imaginarias de la almohada del sofá. Hace un gesto molesto, como si quisiera sacarse algo de la cabeza. —La verdad es que no —exclama, suspirando con pesadez—, a Bella tampoco le cae muy bien. Escuchar su nombre me hace olvidar completamente todo para centrarme solo en ella, no importa el contexto ni el lugar. A veces creo que me ha hechizado. —¿Y por qué no lo corren? Puedo deducir que no es un hombre muy… simpático. —¡Já! No va tan allá. James es muy inteligente, nos hizo brillar cuando no éramos más que… —se calla tan abruptamente, como si fuese a decir algo malo, algo prohibido y que yo no debo saber—. Estamos acostumbradas a que organice todo lo que necesitamos. Aunque a Bella le da miedo… Diablos, olvida eso —se reprende a sí misma, mordiéndose el labio inferior. Se levanta del sofá y se marcha hasta la cocina, dejándome con las palabras atascadas en la garganta. ¿Bella está con él? ¿Por qué le tiene miedo? Es… raro. Con frecuencia pienso que la Isabella de ahora no le teme a nada, pero claro que no es así. Quizá no la conozco tanto como alardeo. Alice ya no habla con tanta explosividad y a veces le cuesta mucho observarme. Me incomoda, más aún porque no sé por qué. Estamos en la mesa con la luz de la luna sobre nosotros y una pobre lámpara a lo lejos. La pequeña mujer que está frente a mí ha preparado un pastel de verduras bastante sabroso. —Hey, Alice, ya deja de estar tan callada —le reprendo. Salta sobre su silla y me sonríe. —Lo siento —susurra. —Estoy terriblemente intrigado por tu comportamiento, pero tranquila, no te preguntaré absolutamente nada de eso —le digo con una pisca ironía. Respira con calma, como si le hubiese quitado un peso gigante de encima. —Edward —me llama—, sé que tienes muchas preguntas, del por qué se fue, por qué se comporta así, pero de verdad ella es la única que puede decirte las razones. —Me mira con pesar y yo también lo hago, porque de verdad quiero saber qué demonios sucede—. Solo te pido que tengas paciencia con ella, a veces no sé qué esperar, me imagino que tú ya estás cansado de

esto. —Esperé diez años, creo que puedo esperar un poco más. . Es agradable estar con Alice, sobre todo porque amaina un poco el solitario lugar. Jasper la ha llamado, así que la he dejado a solas un momento, mientras busco una charola y pongo un plato para Jessica. Toco a su puerta y me responde con un tranquilo "pase". El lugar está iluminado por una pequeña lamparilla y la luna que se filtra en la ventanilla. Me mira y luego mira la charola; sonríe. Se sienta en la cama y espera hasta que pongo el objeto en sus piernas. —Estaba dispuesta a dormir ahora —me dice divertida. —Pensé que tendrías hambre, además debes tomar tu medicamento antes de la cena —le digo, acariciando su cabello. Asiente. Toma las dos píldoras y las introduce en su boca, para luego beber el vaso de agua casi hasta la mitad. Me tranquiliza saber que ahora está dispuesta a cuidar de su salud mental, para que así no vuelvan a haber más accidentes. —Tu amiga me odia, ¿no? —Me mira con culpabilidad y me rompe el corazón. —Tranquila, ella solo… —Se mantiene fiel a su mejor amiga —acaba por mí. Ríe—. Está bien, lo entiendo. Yo no quería molestar, Edward, si tan solo me hubieses dicho que ella iba a estar aquí, hubiera ido a mi casa, lo sabes. Niego, mientras saco un poco del pastel con el tenedor. —No molestas. Alguien tiene que vigilarte, eso es lo que ha dicho el médico. —Mañana iré con tu padre para no seguir molestando, lo juro. —Shh… Ya te lo dije, no molestas —siseo—. Ahora debes comer —le sonrío. Ella me devuelve su sonrisa y acerca su boca hasta el tenedor para comer del pastel. ... Aparte de mi habitación y la de invitados, hay otra que no he querido quitar, con la esperanza de que Bella viniese aquí. No puedo negar que mi idea siempre fue dormir con ella, en mi cama con la luna sobre nosotros. Y no para tener sexo… para recostarme a su lado, dormir con su cabeza en mi pecho mientras acaricio su cabello y pasar a su frente y besarla con lentitud. A ese momento me refiero, sin segundas intenciones. Pero ya veo que nada es como alguna vez lo pensé. Alice duerme en esa habitación, plácidamente e ignorante de aquello. Prefiero no decírselo, está bien así. Yo ya estoy cansado y me meto a la cama, a la espera de que nuevamente las pesadillas me atormenten. Aunque quizá mañana sea un mejor día. .

Hoy está nublado y brumoso, como si el cielo fuese a abrirse. Las nubes son grandes y grises; va a llover pronto. Por la ventana puedo ver a Alice corriendo de vez en cuando, mientras Jasper le tira unos cuantos pedazos de césped. Hay otros dos hombres que intentan ayudar a mi primo a arreglar el cercado, los que ahora se están llevando todo el trabajo duro. La camioneta azul de mi primo está aparcada en la entrada, con unas cuantas tablas en la parte de atrás. Terminarán el trabajo muy pronto y los dos enamorados que están ahí afuera, lanzándose el pasto en la cabeza como dementes, podrán tener su momento a solas. Mi cama está algo deshecha a pesar de que no dormí en ella el suficiente tiempo para que esto ocurriera. Quizá un par de horas. Desperté cuando estaba amaneciendo y no sé por qué. Alice se levantó unas horas después y Jasper apareció. Jessica aún no se levanta y sé que es obra de esas píldoras. Me siento en la cama y entierro mis manos en mi rostro. El cansancio mental me está matando. Ni siquiera la ducha que me he dado ha resultado calmante. Solo tengo puestos los jeans, nada más que eso. Miro hacia la ventana buscando algo para calmarme, pero no hay nada, ni siquiera la pequeña brisa que pasa por mi pecho. De pronto siento el suave toque de unas manos cálidas y pequeñas en mi cintura, me abrazan, se apegan a mí. Frunzo el ceño y me giro, para encontrarme con un par de ojos verdes, llamativos y penetrantes. —¿Qué haces aquí? —No me detengo a pensar en lo descortés que ha sonado esto—. No deberías… No puedo terminar la oración, estoy impactado con la tentativa de Jessica. Está frente a mí solo con ropa interior. Trago rápidamente sin saber qué hacer. De pronto me invade la nausea. —Necesitaba ducharme —dice con tono lento y suave, inocente. Frunzo el ceño. No le creo. —No, Jessica… —Le quito las manos de mi cintura y las pongo suavemente a su lado. —Pero, Edward… ¿Qué te preocupa? ¿Qué le hace pensar que quiero algo con ella? Venir aquí, medio desnuda, mientras yo también lo estoy… Hace solo unas horas, en medio de la noche, le dije que no quería recibir sus besos, ¿es que no lo entiende? —No puedo corresponderte —le digo, frunciendo el ceño. Jessica me mira con dureza. No se rendirá. —Ella no regresará, ¿qué demonios te preocupa? —gruñe. Suspiro con calma. Tomo sus brazos y acaricio su mentón. —Ve a ducharte, ya hablaremos de esto —mi tono es algo condescendiente, pero ella asiente, con una alegría poderosísima en su rostro. Así es Jessica, no hay forma de quitarle una idea gritándoselo, o proponiéndoselo, es como una niña, hay que tratarla con suavidad y así, quizá, logre entenderlo. Debo tener paciencia, necesita aceptar que entre ella y yo no sucederá nada.

—Ponte esto —le entrego mi camisa—. No es buena idea que estés así. Me sonríe y se la pone rápidamente, abotonándosela a gran velocidad. Cuando acaba se acerca a mi cama y se sienta en ella. —Uau. Es bastante grande —exclama—. Me hubiese gustado dormir aquí. Levanto mis comisuras con el intento de una modesta sonrisa, pero no sé qué sale. —Se hará tarde, debes volver con mi padre. Te estará esperando. —¡Tienes razón! ¿Irás conmig0? —Se levanta con rapidez, elevando suavemente la camisa que le he prestado. Puedo verle los muslos y su ingle. —No te preocupes, iré contigo. Cuando Jessica se pierde en la puerta de mi baño, yo aprovecho de ponerme una de mis camisas. Me quedo de pie ante la cama, observando hacia la cama, buscando la forma de liberarme de todo esto. No quiero ver a papá, no quiero volver a Forks, siento la necesidad de seguir aquí, aunque parezca un ermitaño. Siento el golpe de un objeto contra el piso de madera y un suave jadeo que se me hace perfectamente conocido. No quiero creer que son ilusiones, que mi mente me está jugando malas pasadas. Pero una sola palabra es necesaria para darme cuenta que no es mi mente, sino la realidad: —Edward —exclama detrás de mí, como si tuviese un peso ahogado sobre ella. Me giro para contemplar a la dueña de esa grave y profunda voz femenina, la única posible de alterar cada una de mis fibras. Mis ojos se humedecen, testigos de lo que he deseado los últimos dos meses. Lleva un vestido apretado desde el pecho hasta la cintura, cayendo abruptamente como un algodón hasta la mitad de su muslo. Es burdeos claro, con algunas partes en blanco y marfil. Su cabello está suelto y tiene una cinta blanca amarrada, permitiendo que su flequillo caiga hacia los lados. Su rostro está limpio de maquillaje, pero sus ojos están mojados y listos para llorar. Me sonríe y mi corazón se alborota como un pájaro a punto de volar. Es como ver a mi Isabella, la que era antes de marcharse hace once años atrás. Me agobio y solo quiero llorar, pero no sé por qué no salen las lágrimas. Acorta la distancia entre nosotros, corriendo. Yo abro mis brazos instantáneamente y ella se cobija en mi pecho como si necesitara de mí, como si yo fuese su aire. Siento su perfume, más su calor que recorre mi espina en toda su longitud. Solo reina el silencio, mas el único sonido que ahora interrumpe son sus pesadas y agrias lágrimas. Solloza con una fuerza que me desgarra el alma, tanto que yo por primera vez no sé cómo reaccionar ante este tumulto de sentimientos agrios. Me decido por abrazarla, procurando no hacerle daño. Me separo solo un poco para mirarla de cerca y descubro que su rostro no estaba del todo limpio, sino que tenía una capa de maquillaje que se ha corrido por el llanto en sus mejillas. Frunzo el ceño de inmediato, hay algo que no está bien. Su pómulo derecho está… morado. Pero antes de que pueda preguntarle algo, la puerta del baño se abre, dejando salir a una Jessica distraída y semidesnuda.

—No he podido dar con el agua calien… Se interrumpe al ver a Bella entre mis brazos. Como acto reflejo camina unos pasos atrás, chocando con la pared. Diablos, no había recordado que estaba aquí. Miro a Bella y ésta a mí. Está anonadada, dolida, perdida en sus emociones. Sus ojos chocolate están brillantes, quebrados. —Oh, no quería molestar —exclama con ironía. —Bella, esto no es… —¿Así que de esto se trata? —gruñe Jessica con una valentía que no conocía de ella—. Te vas y regresas cuando se te antoja, creyendo que Edward va a estar para ti cada vez que quieres. —Tiene los brazos cruzados contra el pecho, acercándose de a poco hasta donde estamos nosotros. Bella me suelta con lentitud y se limpia las mejillas con furia. Mira a Jessica con asco, sin inmutarse al comprobarla centímetro a centímetro, de pies a cabeza. —No sabía que estabas ocupado —me dice con los dientes apretados, ignorando las palabras de Jessica. —Bella —susurro, sin saber qué decir. Está tan furiosa, tan triste. Tiene las manos hechas un puño, apretándolas a falta de otra cosa. —Creo que debo irme —murmura más para sí misma. Se da la vuelta, mirando de soslayo a la mujer de ojos verdes que nos mira con un triunfo que no pasa desapercibido para mí. —Y ojalá no vuelvas —le dice Jessica, lanzándole más leña a este fuego—. Aquí sobras, como siempre lo has hecho. No me extraña que tu padre te haya abandonado… —Jessica —le advierto. —¡Ya basta de aceptar todo lo que ella hace, por Dios! —exclama—. ¿Tú crees que ella siente algo por ti? Ni siquiera le importaste cuando eran amigos, no seas ingenuo. Una mujer como ella no puede amar, ¿no es cierto, Bella? Lo único que adoras es hacerle sufrir. Que no te extrañe, si ya lo ha hecho con ese tal William. —¡Ya basta! —le grito, furibundo y asqueado. Bella para, lista para contraatacar, pero cuando creo que lo hará, ella vuelve a tomar su impulso, caminando con furia por la sala. Antes de seguirla como un estúpido, me planto ante Jessica. Estoy furioso. ¿Quién es ella para decirle eso? ¿Quién es para creer lo que es bueno para mí o no? ¿Cómo ha osado en interferir en un momento tan especial, cuando creí que todo iba a resultar como lo esperaba? —¿Cuál es tu maldito problema? —bramo y me largo, corriendo detrás de la mujer que amo. Veo la pequeña espalda de Bella caminando rápidamente hasta la puerta principal, donde están los demás charlando. Tienen que haberla visto llegar, ¿por qué no me avisaron? Alice aparece detrás de mí con el ceño fruncido, al parecer no ha sido testigo de la inesperada llegada de su mejor amiga.

—¿Ha sucedido algo? —me pregunta. —Bella —jadeo—, ha llegado y luego… se largó. Alice levanta las cejas y abre la boca, pero de ésta no sale nada. —Te ha visto con Jessica —susurra—. Ve a por ella —me ordena. Sin detenerme a pensarlo, corro y salgo de la cabaña, para luego encontrarme con mi primo que ha retenido a Isabella, y los demás hombres intentando ignorar todo lo que está ocurriendo. Alice está detrás de mí, algo intimidada por esto. Sin importarme nada más, me acerco a la morena. Sin embargo, antes de poder poner un dedo sobre ella, Bella se aleja con furia. —Ok —digo molesto—. Vienes aquí y finges que todo está bien, pero luego vuelves a marcharte sin decirme nada. Vuelves y me abrazas, pero has corrido en cuanto se te ha presentado la oportunidad. —Respiro y evito pensar que muchos nos están observando—. Dime entonces, ¿a qué has venido? Bella me repasa con sus achocolatados ojos, brillantes y espesos. —He venido a despedirme definitivamente —dice—. Me iré a Seattle, no quiero volver a este puto pueblo. —Levanta la barbilla con una arrogancia que simplemente no le queda—. Lo mejor era decírtelo sin… ella, pero dado que ha aparecido sin razón, creo que no me quedó de otra —manifiesta—. Puedes tirarte a quien quieras, a mí no me importa. Se gira y se va caminando rápidamente fuera, con la mirada de todos ante nosotros. Alice pone una mano en mi hombro, ella tiene los ojos llorosos y lastimados. —Iré con ella —me dice—. Por favor… por favor no creas nada de lo que ha dicho. Asiento, porque de verdad no puedo creerle. Ella ha llegado con ilusiones, me ha abrazado buscando más de mí y Jessica… ¡Maldita sea! Bella está mal, de verdad lo está, alguien le ha hecho daño… Su rostro, bañado en cardenales hasta el cuello… Demonios… La bilis me sube por la garganta, como si la ira ascendiera de mi estómago hasta mi boca. —Hey, Edward —me llama Jasper con delicadeza—. ¿Estás bien? Ignoro sus palabras y corro hasta la casa, buscando a Jessica. Cuando la encuentro, ella está acostada sobre mi cama como si aquel lugar fuese al fin de ella. Me invade la furia, el dolor y la desilusión. ¿Quién es esta mujer? —Jessica —bramo. Ella se levanta con rapidez y me mira con temor. —Vístete —gruño. —P…pero, Edward… —Ahora. No se demora ni dos minutos en ponerse las primeras prendas que encuentra y cuando acaba se acerca a mí con lágrimas en sus ojos. —Le diré a Jasper que te lleve hasta la casa de mi padre, no te quiero aquí.

Va a protestar, pero Jasper llega en el momento adecuado. No tarda en entender qué ha sucedido. —Llévatela —le digo. Asiente. —Te dejaremos a solas. ... Isabella POV Mis tacos se hunden en la hierba húmeda con cada paso que doy, más aún cuando llego a orillas del lago. Diviso mi coche en la lejanía y busco mi llave en la maleta. Pero lo que encuentro es la cajita musical que Edward me regaló para mi cumpleaños. Rompo a llorar con tanta fuerza, que mi garganta se irrita con el solo grito que pego ante el silencioso lugar. No quiero creer lo que he visto, no quiero, no quiero… No quiero que las palabras de Jessica me duelan, realmente no lo quiero. No quiero recordar lo que le he dicho a Edward, solo con la intención de que me deje ir. Soy una tonta, no debí llegar así. Era tan obvio, Edward no iba a aceptar lo que le hice, abandonarlo fue simplemente una acción animal, ridícula y la peor de todas las desiciones que he tomado en mi vida. ¡Debí decirle mucho antes que esperaba un hijo de él! Debí explicarle todo el martirio que estaba pasando, para evitar el sufrimiento de dejarlo la primera vez. Quizá hubiese resultado algo entre nosotros, quizá hubiésemos sido novios desde ese primer momento, quizá me hubiese hecho el amor para consolar mi dolor, quizá nos hubieses casado bajo la luz de las estrellas, quizá… hubiésemos sido felices. Choco contra el sauce y lloro, apoyada en él. Saco la cajita musical y le doy la cuerda, escuchando la suave melodía del Claro de Luna. Mi rostro es un charco de tristeza, ahora la naturaleza es testigo de los golpes que me ha dado el mayor error de mi vida. Si tan solo hubiese evitado dejarme llevar por mi cobardía… —¡Bella! —me llama una voz femenina que conozco perfectamente. Me giro para verla. No es la Alice empática y amiga, es esa Alice que ha olvidado completamente el cariño que hay entre nosotras. Dejo la cajita a un lado y me yergo para enfrentar a mis propios demonios. —¿Qué ha sido todo esto? —escupe, cruzando sus brazos. —Ya lo has visto. —Trago saliva y aliso mi falda con las manos. Se pone a reír sin sentir el mínimo grado de humor. —¡Deja de mentir! ¡Deja de mentirte a ti misma! —me grita. Pego un salto ante su súbito volumen. —Es lo mejor que puedo hacer —susurro, mirándome los dedos. —¡No! No es lo mejor que puedes hacer —exclama—. ¿Vas a huir sin saber la razón del por qué

los encontraste juntos? No le contesto. —Te has equivocado, Bella. Él no la tocó, ni siquiera intentó compartir un momento con ella. ¿Sabes por qué? —me pregunta. No espera a que conteste—: Porque estaba cada segundo pensando en ti —gime—. Ese hombre al que tú has despreciado ante cuatro espectadores, sabe que no existen los príncipes azules, pero es capaz de teñirse de azul para hacerte feliz —acaba. Un sollozo brota de mi garganta. —Y tú lo has despreciado una y otra vez —jadea, muerta de rabia—. Yo no te lo perdonaría nunca —añade—, pero él no es como yo. —Sabes que lo amo más a que mi misma —murmuro—. Pero a veces el mayor acto de amor hacia una persona, consiste en desaparecer de su vida para siempre. —Pero Edward no es cualquier persona —me dice cabreada—. ¿Sabes qué? Eres una cobarde, una tonta que teme amar —me insulta furibunda—. Irse —exclama con asco— siempre será la manera más cobarde de amar. Miro al suelo, destrozada. —Siempre me pregunté qué demonios pasaba con el amor, por qué en las películas demostramos realidades tan diferentes, mientras en el mundo normal lloramos y nos retorcimos porque nuestro destino siempre ha sido estar solas, sufriendo por un amor que no nos corresponde o no nos conviene. Pero hoy al fin he entendido que el problema no es el amor, el problema son las personas… esas como tú que no luchan por lo que aman. Se da la vuelta y se aleja lentamente, dejándome con el alma en los pies. Cada una de sus palabras han sido… terribles. Dios… cuánto error he cometido. Lloro con la cajita musical entre mis brazos, escuchando la melodía una y otra vez. Me he quitado los tacos y he puesto los pies junto al agua a pesar de que llevo medias. Aún no me quiero ir y no sé por qué. Estar cerca de la cabaña me hace sentir menos peor, quizá Edward sea capaz de perdonarme… A quién engaño, ya le he hecho suficiente daño. No he sido capaz de luchar por él, por lo que siento, por mi felicidad. ¿Qué demonios me sucede? Es como si me gustara sufrir, como si… estuviese tan acostumbrada a este dolor, que cuando llega una persona y me hace feliz, cuando siento su amor y su respeto, todo me da miedo. Me paso las manos por mis brazos y me doy algo de calor, a pesar de que no hace frío. Más bien es ese rechazo que siento ante mi misma, sobre todo por lo que ocurrió ayer en la noche. De tan solo recordar sus manos en mí, sus labios, su cuerpo apegado al mío… Muevo mis pies en el agua helada, buscando la manera de sosegarme. Nada da resultado. Siento los pasos rápidos de alguien detrás de mí y yo rápidamente me giro, quizá esta vez sea Jasper, pidiéndome que me vaya por el bien de todos. Pero es Edward. De inmediato me pongo a temblar, a la espera de que me pida que salga de su vista, que ya deje de hacerle sufrir. Pues no, tiene las cejas arqueadas al igual que sus labios. Él también está temblando de una manera que desconozco, como yo, que apenas puedo sostenerme en pie. Sus ojos están brillantes y claros, dispuestos a dejar escapar las lágrimas que él impide botar. De inmediato quito

mi mirada de la de Edward, no soy capaz de seguir mirándolo, me siento tan asquerosa. Está a solo dos miserables pasos de mí, manteniendo una distancia que no me gusta, pero a la vez me permite pensar con claridad todo lo que debo decirle. Me limpio las mejillas con mis manos y salgo del agua, pisando la arenilla fina. Siento sus ojos fijos en mí, de una manera que me inquieta. No sabemos qué decir ni cómo comportarnos, es como si nos diese pudor el mero hecho de estar tan alejados. Para quitarme el nerviosismo, guardo la caja en la maleta, aunque puedo sentir la mirada de Edward sobre mí. —¿Qué haces aquí? —inquiero. Mi voz sale gruesa, atestada de dolor. Me aclaro la garganta con cuidado. —Alice me dijo… —murmura, algo tímido—. Me dijo que tú estabas aquí. —Aún es muy pronto para manejar —susurro. Mi barbilla tiembla. Siento un suspiro de su parte. Se acerca, pero yo doy un paso hacia atrás. —Lo intento, de verdad lo intento —dice, cansado—, pero no te entiendo. De la nada llegas a mi casa, te plantas luego de meses y me abrazas como si… como si de verdad sintieras algo por mí. Pero ves a Jessica y te vas y me dices que esto es definitivo, que ya no volverás. Dime, por favor dime, ¿por qué te comportas así? Tengo mis ojos fijos en el suelo, contemplando la arenilla y algunos trozos de césped. —Dios, Bella… Cuando te largaste la primera vez te llevaste absolutamente todo. Dijiste que te llevarías todo contigo, que no dejarías nada tuyo. ¿Y sabes qué? Te llevaste todo lo que era tuyo, cumpliste lo prometido. Te llevaste todo y no me llevaste a mí… y yo era tuyo —acaba. Mi respiración se entrecorta y en automático pongo mis ojos en los suyos. —Cuando regresaste fue como devolver el aire que necesitaba, vivía ahogado en mi congoja por ti —dice con furia, con una furia que jamás había visto en él—. Creí… creí que por primera vez todo saldría bien, que a pesar de ser una mierda en comparación contigo, tú y yo íbamos a intentar algo. Pero cuando todo estaba bien, te vas y no me dices nada —jadea—. ¡Todo se fue a la mierda! —vocifera. Doy un salto ante su grito y me abrazo a mí misma. —Estuve días y días pensando en ti, fingiendo que todo estaba bien para no parecer un estúpido. Mi orgullo me decía: "mándala a la mierda", pero estaba seguro que apenas con el contacto de tu mano con la mía, lo único que se iría a la mierda sería mi orgullo —ríe sin humor—. Y sucedió —añade. Hace un mohín de tristeza y mi corazón se hace trizas—. En cuanto cruzaste mi puerta hoy y me abrazaste, olvidé absolutamente todo. Se acerca y yo ésta vez no me alejo, mantengo mi mirada en él a pesar de todo el esfuerzo que estoy teniendo para no lanzarme a llorar. Recuerdo a Jessica y mis celos me nublan de una manera que desconozco. —Pero estaba ella —escupo con los dientes apretados—. Estabas con ella… Aprieta sus puños, alterado. —¿Y eso a ti te importa? —me pregunta con brusquedad—. No me pidas que te espere toda la

vida, porque lo único que has hecho ha sido huir de mí. —Por favor, no digas eso —sollozo, dejando caer mis lágrimas de inmediato. Mi pecho se contrae ante el eco de sus palabras en mi mente. —Mis problemas se llaman tú —exclama, gimiendo de por medio—. Cada vez que estás aquí acabo vuelto loco. —Entonces déjame ir —susurro. Vuelve a reír como si todo esto fuese un chiste. —Busca una excusa y luego márchate —me dice. Trago con brusquedad y me doy la vuelta, dispuesta a irme. No quiero seguir escuchando esto, me hace daño. Pero él toma mi muñeca y me gira con rapidez, apretándome contra su cuerpo. Mi pecho abultado choca con el suyo, duro y plano, nuestras narices se rozan al igual que las respiraciones. El cielo produce un sonido bestial, unas luces nos iluminan a ambos, las nubes parecen llorar y gemir, el viento nos azota como si fuésemos dos hojas a la deriva, dos hojas que se observan con atención. —¿Crees que eres el único que sufrió? —le grito—. ¿Crees que has sido el único que se ha pasado diez malditos años creyendo que la vida es una mierda? —Sollozo sin poder controlarme—. Estuve día a día pensando en ti como una tonta, imaginando mi vida contigo —gimo—. ¡Pasé días enteros llorando en una cama ajena, deseando que tú estés conmigo! La barbilla de Edward tirita y se marcan unas grandes ojeras en sus ojos. Mira al suelo con el ceño fruncido. —Te busqué por un año completo —susurra—. ¡Te busqué, maldita sea! —Todo se acabó, ya no quiero hacerte más daño —lloro—. No puedo volver el tiempo atrás y evitar todo el sufrimiento que te he brindado. Lo siento. Edward está jadeando. Los truenos suenan una vez más y un relámpago ilumina nuevamente. Una lluvia espesa nos cubre por completo. Estamos empapados al instante y nuestras ropas se pegan a nuestros cuerpos. —Claro, el pasado es el pasado, pero aún queda mucho futuro por construir. Nada se ha acabado. Ni mis sentimientos ni el tiempo podrían parar lo que siento por ti. Nos miramos por un instante y él pone su mano en mi nuca para atraerme hasta su boca. Pega sus labios a los míos, con el agua que cae del cielo sobre nuestras cabezas. Debería sentir frío, pero el calor me ha invadido de una manera absolutamente dura. Pongo mis manos en su cuello y lo abrazo, mientras Edward me besa con furia. En un momento muerde mi labio inferior y yo, muerta de deseo, introduzco mi lengua en su boca, pasándola por sus dientes. Su respiración es errática, gruesa y pesada, como la mía. Jadeo sobre sus labios y doy cortos besos en ellos, para luego dedicarme a su mentón. La barba incipiente me pica, y a su vez enciende mi temperatura como jamás lo había hecho.

Enreda sus brazos en mi cintura y me abraza también, como si no quisiera que me escape de su lado. Pero yo no quiero escapar, preferiría morir ahora mismo, pero en sus brazos. Es como invadirme de una protección divina, jamás me había sentido tan llena, pero no me extraña, pues Edward es el único capaz de hacerlo. En mi rostro corren las lágrimas y la lluvia; es una mezcla turbulenta. Nuestros cabellos se pegan en nuestros cuellos, los truenos nos sacan un par de saltos involuntarios y los relámpagos nos indican que esto empeorará. Pero estamos pegados a un lado del lago, con el sauce moviéndose al son del viento. Él ahora es testigo de lo que estamos haciendo, besándonos como jamás lo habíamos hechos. —No te dejaré ir, no más —jadea sobre mi boca, mordiendo nuevamente mi labio inferior. Rozo mi nariz con la suya y lo miro a los ojos. Pongo mis manos en sus mejillas para que no pierda la atención de mí. —No me voy a ir, no ahora —le digo. Sus ojos se oscurecen y de un movimiento vuelve a besarme. Se separa y deposita cálidos besos en mi mandíbula, mientras yo me aferro a su ropa mojada, envuelta en llamas. Miro hacia el cielo y sonrío, plena y satisfecha de todo a pesar del sufrimiento que nos costó llegar a este momento. Pone sus manos en mi cintura y me eleva, yo enredo mis piernas en su cintura y sigo besándolo ahora, hambrienta de más. Tiro de su cabello muy suavemente y él delinea mi espalda con su dedo índice. —Edward —gimo mirándolo, pidiéndole que por favor libere todos mis demonios. Él sabe cómo hacerlo, ya hemos esperado demasiados años. Sus ojos miel me repasan con cuidado, pero no tarda en abrazarme y cerrar los ojos. Pone su rostro en mi cuello y ahí se queda por un momento, como si yo realmente fuese una quimera, un sueño del que despertará muy pronto. —Estoy aquí, contigo —le susurro—, no me iré. Cree en mí, por favor —sollozo—, no me atrevería a hacerte daño nuevamente, antes prefiero morir. —Shh… —sisea, envuelto en lágrimas—. Solo estaba asegurándome de que la mujer de mis sueños está al fin conmigo, dispuesta a todo. Trago, incapaz de articular una palabra. Mi corazón palpita a un ritmo descontrolado, como el suyo. —Sí… Dispuesta a todo —murmuro contra sus labios. Vuelve a besarme, tomando mi barbilla con sus dedos. Ahora es un beso lento, un roce suave. Puedo saborear la forma en que lo hace, en cómo mueve su boca y me invita a una gloria infinita. Jamás, realmente jamás había sentido esto. Entre sus brazos me lleva por el césped, no sin antes haber tomado mi maleta con la mano libre. Pero no me importa a dónde iremos a parar, solo hay una cosa en mi mente y es él. Tengo los ojos cerrados y Edward sigue besándome mientras me transporta. Puedo oír el suave murmullo de una puerta la que luego se cierra detrás de nosotros. Siento el aroma a madera y barniz, mezclados con la pintura. Sonrío. —Debo suponer que estamos…

—Solos —acaba, con la respiración elevada. Mi estómago se retuerce de una emoción mágica, una ilusión maléfica que estaba escondida en el lugar más recóndito de mi cuerpo. Mis dedos van hasta el primer botón de su camisa, pero antes de hacer algo más, lo miro. Nuestras narices están a un milímetro de distancia y puedo asegurar que nuestros labios están hinchados. —Por favor dime que ella… —No —dice secamente—. La única persona que está punto de ocupar mi cama eres tú, nadie más. Le sonrío. Me acerco hasta su oído derecho para pedirle lo que tanto he deseado. —Llévame y hazlo. Sus inocentes ojos están más oscuros, llenos de deseo. Pasamos por el umbral de su puerta, mientras la lluvia sigue afuera, sonando de una manera arrolladora. Todo el lugar huele a él, lo que me alerta de lo que sucederá en un momento… Mi estómago nuevamente se retuerce lleno de emoción. Sus besos se aceleran al igual que su respiración, mientras yo desabrocho los botones de su camisa, uno por uno, lentamente. Aún sigo en sus brazos y no sé cómo es que tiene la fuerza para sostenerme todavía, más con la tortura de mis dedos. Cuando descubro su piel, paso mis dedos por su pecho, maravillada al sentir su textura. Edward me deja caer lentamente hasta el suelo, deslizando sus manos por mis muslos, pasando por mi ingle y luego mi trasero, el que toca con delicadeza, como si fuese una flor. Mi vestido se ha elevado hasta la cintura, de manera que ahora ambos estamos mostrando más piel. Cuando acabo de desabotonar, abro la camisa y se la quito con rapidez. Me muerdo el labio inferior al ver la extensión de su pecho, el escaso vello claro y una humanidad tan masculina como jamás la había visto. La última vez que lo vi de esta manera no era más que un adolescente de 18 años, un joven hombre con sueños y esperanzas. Ahora es un hombre adulto, a la espera de cumplir sus 29. Está tan guapo, tan varonil… Me acerco a él y paso mi mano por su torso, mi respiración es más errática con cada toque, y la suya es un jadeo cálido que choca contra mi rostro. Mis ojos se llenan de lágrimas, nunca me había sentido más feliz en mi vida. Beso el lado izquierdo de su pecho, justo donde palpita su corazón, quiero curar su dolor y quitar todos esos malos recuerdos que guarda. Sé que es imposible, pero puedo intentar llenar su corazón de amor, ahora que realmente es lo que deseo, lo que quiero. Edward se tensa y yo lo observo; está absorto en mis movimientos y yo de inmediato le sonrío. Él acerca su mano a mi rostro y se fija en los golpes, me quita el cabello del cuello y descubre otros golpes. Le suplico que lo deje pasar, por lo menos ahora. Y tal como yo, besa mi mejilla maltratada con cuidado, bajando hasta mi cuello. Suspiro, porque todas las lágrimas que derramé por esos dolores ya se han ido gracias a Edward. No hay dolor junto a él, no hay sufrimiento, porque mi felicidad está completa en sus brazos. —Permíteme hacerte olvidar —me susurra contra mi oreja, pasando su nariz por mi cabello—. Sé que algo está mal, pero créeme que yo jamás voy a juzgarte…

Pestañeo y las lágrimas se caen por mi mejilla, pero me la quito rápidamente. —Lo sé —miento, porque aún conservo el terror de que jamás lo entienda—. Por favor, bésame. Te necesito. Asiente, haciendo un mohín. No quiero que llore, por favor… Me abraza con fuerza y me transmite su calor. Oh Dios, el mejor lugar es estar entre sus brazos. Me separo y lo beso una vez más, no puedo cansarme de él, nunca. Me recibe con lentitud, tomándose su tiempo en acariciar mis labios. Su lengua es cálida, tan dulce, paciente… —Dame la espalda —me susurra. Me doy la vuelta y corro mi cabello hacia el lado para que tenga un mejor acceso. Mis piernas tiritan cuando él deposita un beso en mi clavícula, luego en mi hombro y luego en mi espalda, justo en el centro. Me arqueo, solo un poco, y él baja sutilmente el cierre de mi vestido, el que culmina de golpe en mi coxis. Me lo quito y lo bajo, cae al suelo en un golpe sin sonido. Me doy la vuelta y lo observo, Edward no puede evitar mirar mi cuerpo semidesnudo, mi cuerpo que ahora será suyo. No importa quién lo haya tocado, ni quién se haya apropiado sin mi permiso de él, el único que podría tomarme y tocarme de la manera que lo desee es Edward. —Eres hermosa —me dice sin pudor. Me ruborizo con fuerza, me siento una niña otra vez. A veces creo que jamás dejaré de ser esa niña con él. Me siento pura a su lado, no una pecadora como todas esas veces. Su corazón es tan grande que jamás podría hacerme daño, jamás podría hacerme sentir un envase vacío para satisfacer a los demás. Me siento importante, amada… Sí, él me ama y yo a él. Nos besamos y caminamos hasta que choco con la cama. Me siento y lo observo, él varios centímetros más arriba de mí. Llevo mis manos hasta el cinturón y lo desabrocho con los dedos temblorosos, torpes. El corazón ha subido por mi garganta de una manera incómoda, de modo que mis mejillas arden como el mismísimo fuego. Cuando logro liberarlo, paso a desabotonar lo que me queda. Bajo el cierre de su pantalón y trago saliva, acaricio lentamente la piel que va liberando y Edward jadea, observándome desde su altura. Ahora solo tiene puesta la ropa interior y yo también junto a las medias que cubren mis piernas hasta un poco más allá de las rodillas. No puedo evitar ruborizarme aún más cuando veo la dureza entre sus piernas. Edward me tiende su mano y yo la estrecho con la mía. Nos observamos de una manera tan íntima, tan… nuestra. Siento el flashback instantáneo, cuando él me hizo el amor por primera vez. ¿Cuántas veces deseé estar en este mismo momento, llorando en ese burdel? Es incalculable. Por la forma en que sus ojos me miran sé que no soy la única. Me levanto y adoptamos la misma postura, uno frente al otro. Él es tan alto, tan grande… Me siento tan pequeña a su lado, tan desprotegida si no me abraza. Quiero que me haga suya, ahora. Me acerco a él, le doy un beso corto en sus labios y ahí me quedo, rozando su boca. Pongo ambas manos en su pecho y lo acaricio, de puntillas para alcanzar su estatura. Edward está serio, guapo y perfecto, observándome, sin perderse un solo detalle de mí. Acerca sus manos a mi espalda, de manera que yo acorto aún más la distancia entre los dos. Con sus dedos acaricia la piel hasta llegar al broche de mi sujetador, el cual libera con un movimiento. Me atrevo a quitármelo yo, al mismo tiempo que él me mira hacerlo. Cuando cae al suelo yo me separo un poco para que me repase como el artista que es. Debería sentir pudor de que Edward esté

mirándome de esta manera, pero me gusta que lo haga. Le pido con un suave gesto que se acerque a mí y él lo hace, acariciando mi cuello, luego descendiendo hasta en medio de mis senos, por mi vientre, por mi monte. Jadeo y dejo caer mi cabeza en su pecho. Beso la piel que tengo cerca y enredo mis brazos en su cuello. Vuelve a tomarme entre sus brazos, elevándome para que yo pueda sujetarme con las piernas en su cintura. Ahora puedo sentir el suave roce de su intimidad con la mía, las cuales están cubiertas solo con la fina tela de la ropa. No puedo evitar gemir contra sus labios, la sensación es gloriosa, una sensación que cruza mi cuerpo entero. Edward me deposita sobre la cama otra vez, la cama que yo ocuparé y nadie más que yo lo haría, como él lo dijo. Mi cuerpo se sumerge en el colchón de agua y él sobre mí. Su pecho presiona mis senos con cuidado; el contacto es maravilloso. Frente a nosotros está la ventana, el cual muestra el lago que brilla con cada relámpago, el receptor de cada gota de lluvia que cae con furia sobre el lugar. —Edward —digo en un susurro. Él me observa sin despegar su nariz de la mía, mientras yo voy quitando poco a poco su ropa interior. De a poco acaricio su trasero y parte de su cintura, pidiéndole que por favor haga lo mismo conmigo, quiero que me despoje de toda mi ropa, que me desnude ya. Se arrodilla entre mis piernas y yo subo una hasta su hombro. Quita la media de ésta, y la lanza hacia algún lugar, pero no me importa. Besa mi pantorrilla y la deja a un lado. Subo la otra pierna en su hombro y él repite el movimiento, quitándome la media y lanzándola. Vuelve a besar mi pantorrilla sin quitarme los ojos de encima. Está ruborizado y sus labios se han hinchado por los besos, algo me dice que yo estoy aún peor. Aunque peor no sería la palabra adecuada. Me atrevo a mirar su masculinidad y mi deseo se incrementa de un modo desesperante. Pero antes, Edward acerca sus labios a mi cuello, el que besa lentamente, descendiendo por mis pechos. Cuando acerco sus labios a mi pezón izquierdo y tira de él con suavidad, un gemido involuntario sale de mi boca. Tiro de su cabello con delicadeza y me arqueo ante la sensación que recorre mi cuerpo entero. Me sujeta con su mano en mi cintura y tortura mi sosiego. Me mira y sonríe, no puedo devolvérsela porque estoy ardiendo en llamas. Le hago acercarse para besarlo por milésima vez en este corto momento, mientras él tira de mi ropa interior y la desliza por mis piernas. Yo le ayudo también, sin despegar mis labios de los suyos, hasta que acaba en el suelo, como todas las otras prendas. Estoy desnuda ante él, deseosa, sin poder controlarme. Edward respira con dificultad entre mis piernas, mirándome con sus ojos dorados de miel. Rozo mi nariz con la suya y le doy un corto beso en los labios. —Hazme el amor —le pido. Asiente con una sonrisa tímida. Delinea mi cintura con su dedo índice, recorriendo mi muslo. Sin dejar de observarnos él se acerca a mí y roza su intimidad con la mía, hasta que al fin entra en mí de forma lenta, suave y delicada. No puedo evitar soltar un gemido bajo. Estoy completa con él dentro de mí, sintiendo su calor que invade mi cuerpo. Edward gruñe contra mis labios, acostumbrándose a mi temperatura. La sensación es inmensa,

utópica… Acaricio su pecho, al mismo tiempo que él acaricia mi mejilla con su nariz. Y cuando creo que nada puede ser mejor, él se mueve, saliendo y entrando en un movimiento lento, permitiendo saborear el placer por completo. Gimo incapaz de callarme, y Edward jadea, enterrando su rostro en mi cuello. Vuelve a moverse con la misma velocidad, ahora aferrándose al cabecero de sol que hay en nuestras cabezas. La cama adopta el mismo movimiento que Edward provoca, hacia adelante, hacia atrás… Me arqueo nuevamente, el placer nubla mis sentidos. No me permito cerrar los ojos cuando él me está mirando, a pesar de que la sensación me lo pide a gritos. Nos besamos por unos segundos hasta que un grito se escapa de mis labios, lo que me hace aumentar la presión de mi interior, como también el roce de su piel con la mía. —Ven conmigo —jadea. Con su mano en mi espalda me eleva, él arrodillado en su cama y yo entre sus piernas, sin salir de mí. Me abraza y yo a él, ahora somos una sola persona. Una bocanada de fuego se forma en mi interior, la que se expande en diferentes lugares de mi cuerpo. Edward sigue moviéndose, ahora con rapidez, moviéndome también consigo. Saboreo su lengua con la mía hasta acabar en un éxtasis completo, del que no puedo escapar con un grave gemido, el que es opacado por un gruñido de su parte y la lluvia que hay afuera. El remolino de intensidades acaba en una contracción monstruosa, mis ojos se tornan acuosos y termino con un suspiro. Edward concluye con un beso largo y yo siento la calidez de su orgasmo en mi interior. Nos dejamos caer, él sobre mí sin ejercer presión, con su rostro en mi cuello. Yo acaricio su cabello con lentitud, sin poder creer lo que acaba de ocurrir. Sonrío, inmersa en una felicidad que no había percibido desde aquella vez que me hizo suya. Edward se deja caer a mi lado y yo desesperadamente me acuesto sobre su pecho, no quiero pasar un momento más separada de él, aunque sean solo milímetros de distancia. Nos quedamos un largo rato sobre la cama, acostados de una manera íntima y tan natural que me sorprende. Lo miro, me está sonriendo. Acerca dos dedos a mi mejilla y la acaricia. Cierro los ojos para sentir su roce y me muerdo el labio inferior. Un golpe de otros sentimientos vuelven a mí, mi garganta se ennudece y sin poder evitarlo lloro delante de él. —Hey —susurra con tristeza—. ¿Qué sucede? No puedo hablar, las palabras no quieren salir. Hago un mohín y vuelvo a llorar, sollozando levemente. Edward me toma entre sus brazos y me apega a él, besa mi cabeza un par de veces y me quita las lágrimas de los ojos. —Es solo que… no sabes lo mucho que esperé este momento —digo. Días y noches esperando a que atravesara mi puerta y viniese a por mí, pesadillas y llantos descomunales creyendo que estaba muerto. Lo toco y compruebo una vez más que todo eso fue una mentira, que ese sufrimiento fue en vano, pues él esperaba a que yo también atravesara su puerta. —Lo sé —me susurra—. Sabes que te entiendo.

—Siento haber arruinado este momento, no quería llorar… —No importa —me interrumpe, sonriendo condescendientemente—. Llorar está bien. Le sonrío también y lo abrazo. —Gracias por toda la paciencia que has tenido para mí. Besa mi frente con cuidado. —Toda la paciencia que he tenido es porque… eres importante para mí. Lo observo detalladamente, fijando en sus pestañas claras y en la forma de sus labios. Doy besos esporádicos en su rostro, él se ríe con cada uno. —Quiero que sepas que tú también eres importante para mí. —Me muerdo el labio inferior—. No sabes cuánto. Uno de sus besos me toma por sorpresa. —Supongo que nunca sabremos cuánto nos importamos mutuamente. —Perdóname por haberte dejado, de verdad, perdóname —le suplico, otra vez dispuesta a llorar. —Shh… —sisea—. Ya habrá tiempo para hablar. Suspiro, pues bien este momento no es el mejor para decirle todo lo arrepentida que estoy por haberme marchado. Me acuesto a su lado, de manera que puedo mirarlo con atención. Él hace lo mismo, no sin antes taparnos a ambos con el edredón y las sábanas. Pasa un brazo para acariciar mi cabeza y entrelaza los dedos de su mano libre con la mía. —¿No es muy pronto ya para decirte lo mucho que te adoro? —me susurra. Me acurruco contra él y le sonrío. —Ya han pasado casi 18 años, ¿no crees que es tiempo suficiente? —le digo, rozando mi nariz con la suya. No había pensado nunca lo íntimo y romántico que me parece hacer esto con una persona, más aún con él—. Quiero que sepas que soy tuya, que siempre lo he sido y que nada jamás me haría cambiar de opinión. —Sus ojos se tornan acuosos y brillantes—. La última vez que lloré al no estar contigo me di cuenta de que eres el único en este mundo para mí. Nunca olvides que tú fuiste el primero y el último. Sella el momento con uno de sus besos en mis labios, para luego besar mi coronilla. Sus dedos se entrelazan con mis cabellos, como también con mi mano. —Siempre serás mi pequeña Isabella —susurra—, el dulce y frágil amor de mi vida. Descanso mis ojos, no sin antes darle una última mirada, quiero soñar con él al dormir. Pero antes de caer en la inconsciencia, le pido algo. —Abrázame y no me dejes nunca —le pido. —Jamás te dejaré. Aprieto mi mano con la suya y apego mi rostro en su pecho, dispuesta a que los brazos de Morfeo me lleven.

No tardo en quedarme dormida entre sus brazos y sus caricias, el momento que había soñado durante años. La sensación es incluso mejor ahora, una sensación vívida y natural entre ambos. Espero que las lectoras ya sean mayores, sino me veré en varios problemas jaja. Buenas noches, nenas, espero les haya gustado el capítulo. Sí, salió un poquito más largo que el otro, pero bueno, el final ha sido hermoso, feliz en comparación con los otros (que harto las ha hecho sufrir). Un beso a todas las lectoras que me siguen atentamente y se enojan con Bella u_u Pero ella ya entendió :D Un saludo a las lectoras que no puedo responder, esas que no tienen cuenta :( que sepan que leo sus comentarios y me encantan. ¡Esperen hasta el proximo cap que estará aun mejor que este! Besos Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo: What's the reason? — Anneke van Giersbergen. NOTA DE AUTOR: Pido disculpas por mi gran desaparición. Debo atribuir la culpa a varios factores. Primero: necesitaba un espacio para mí, a veces es necesario y el escribir me estaba distrayendo demasiado, por lo cual no podía seguir. Segundo: tengo muchísimas cosas que estudiar y la verdad es que en estas semanas debía prestar mucha atención a eso. Tercero: tuve un par de problemas con Word, así que como no podía abrirlo entonces no podía escribir. Ruego que me comprendan por esto, sé que lo había dejado en la mejor parte y eso no me lo perdonaré jamás :( . Pero no volverá a suceder, ahora tengo el tiempo para seguir con esto y las actualizaciones volverán a como eran antes sin demoras. ¿Espero que sigan al pendiente de esta historia, que ya viene lo mejor! ¡A disfrutar! . Capítulo XXVII . Isabella POV Tengo las manos sudorosas, frías y temblorosas, envueltas y enredadas en la carta que hay en mis manos. El papel está algo arrugado y amarillo, como si hubiese pasado por muchas guerras antes de llegar a su destino. En el centro está mi nombre y atrás el lugar de donde proviene, como también quién me la está entregando: Carmen desde Forks. ¿Qué puede decirme Carmen que ya no me lo haya dicho por teléfono? La última vez admitió que mi madre no aceptó mi dinero, que incluso lo escupió. Por eso lo ocupó a escondidas, para que mi madre comiese bien. Me sentí mal cuando supe que lo rechazó, aunque luego descarté ese

dolor en mi pecho, pues ya no podía seguir sintiéndome de esa manera, más cuando aquel dinero venía de un trabajo tan sucio. Es válido que lo deseche. Me paseo por la habitación y escucho el sonido de la puerta que se abre a mis espaldas. No tardo en oler el perfume de Alice y verla en el reflejo de mi espejo. Lleva un conjunto bastante bonito de no ser por el uso que le dará en unos minutos. Lleva un maquillaje exorbitante; de seguro al cliente le encanta aquello. Me pone su pequeña mano en mi hombro y frunce el ceño. —¿Qué sucede? —me pregunta. —Me ha llegado esto —le digo, señalándole la carta que hay en mis manos. —¿Es de tu madre? Niego lentamente. —Ojalá fuese ella. Es mi prima. No sé qué querrá. Me rodea con su brazo y se sienta a mi lado. Nunca he sido una mujer efusiva ni de abrazos dulces, pero ésta vez necesitaba de esa mismísima dulzura, y la única persona capaz de brindármelo era mi mejor amiga. Ella era amor y rosas, un caramelo dulce que todos adorarían tener a su lado. Yo estoy podrida. —Pues ábrela —me insta con su característico tono de voz—. Quizá sea importante. Siento una punzada en mi pecho, de esas que no debería dejar pasar. —No sé por qué, pero no quiero abrirla —le digo. —Bella, sea lo que sea debe ser sumamente importante. —Me acaricia el hombro con su mano y luego mi mejilla. Asiento, dándome un rápido respiro hasta llenar mis pulmones hasta su tope. Con la garganta apretada tomo la lima de uñas y rajo el extremo izquierdo, de manera que el papel se corta regular de principio a fin. Suspiro y meto el dedo índice, quitando el suave papel de arroz, el cual lleva adjuntado un papel amarillo que me llama súbitamente la atención. Tiene el escudo estadounidense y el símbolo militar. ¿Qué puede decirme Carmen sobre las fuerzas armadas del país? No tiene mucho sentido. —Léela. Si quieres me voy y… —No. Quédate —le pido. Algo me dice que yo no podría con esto a solas. Deposito el papel de arroz sobre la encimera y la desdoblo con cuidado, el papel es tan frágil… Es una carta extensa, la letra está corrida y la tinta parece incrustada en la hoja, puedo sentir el nerviosismo de mi prima, el dolor… De primer momento solo pienso en mi madre y en la posibilidad de que algo le pudo haber ocurrido. Leo de inmediato, imaginando lo peor. Quizás Phill volvió a molestarla, recordando lo de mi aborto. O quizás se ha sentido mal otra vez… recuerdo que ella, unos días antes de huir, presentaba graves dolores de estómago. Mientras mis ojos repasan las oraciones de saludo, salto hasta ver que en primer lugar dice 'Edward' claramente y sin rodeos. Dejo de leer al sentir el dolor en mi pecho, es como un

presentimiento de esos que no puedes dejar pasar. No sé cómo es que mis manos sujetan con tanta fuerza la hoja, parece arrugada ya y ni siquiera he acabado de leer. Carmen se refiere a Edward con delicadeza, diciéndome que él había decidido por voluntad propia ir hacia la guerra… La guerra de Vietnam. La bilis me sube por la garganta y una sacudida en mi cerebro me hace saltar desde donde estoy sentada. —¿Sucede algo malo? —me pregunta Alice, lo que me alienta a mantener la compostura. Niego, taciturna. Aún no quiero creer que algo malo le ha sucedido a él. Sigo leyendo con una rapidez que me impresiona, no sé cómo puedo hilar las palabras de una manera tan incoherente. Repaso una y otra vez la oración sin poder creérmela. No, claro que esto es una broma. Edward ha muerto… Edward explotó en una trampa… Edward se ha ido… Carlisle está destrozado… Lo último que dijo antes de irse fue tu nombre… Doy un grito ahogado cuando acabo. No hay palabras ni abrazos que me ayuden a sopesar el frío que tengo en mi cuerpo. Es una amargura que ha invadido mi sangre, duele y arde hasta llegar a mi corazón. De pronto recuerdo que estoy viva y él no. Alice me toma de los hombros y me pregunta una y otra vez qué ha sucedido. Con la garganta atestada en lágrimas hago un ruido ininteligible, mas no puedo hablar. Abro una vez más el sobre y encuentro aquel papel amarillo del ejército, ese que dice claramente que Edward Anthony Cullen ha muerto. Lo único que queda en mí es el dolor de no haberle dicho jamás cuánto le amaba y cuánto ansiaba estar en sus brazos. . Me remuevo lentamente con los ojos cerrados, lo único que siento es el calor abrasante que me envuelve con fuerza. Una suave respiración choca con mi rostro y yo abro los ojos lentamente para encontrarme con su rostro pacífico, durmiendo con una tranquilidad impresionante. Estoy desnuda junto a él, con nuestras piernas entrelazadas al igual que nuestros dedos. Lo único que nos protege del exterior es el edredón que ha puesto sobre nosotros. Me atrevo a suspirar y me apego a su cuerpo; está caliente. Me río. Me separo solo un poco para observarlo con mayor detenimiento. Es tan guapo. Otro suspiro se escapa de mí al notar sus ruborizadas mejillas, sus pestañas largas y sus labios carnosos. Paso mi mano por su cabello cobrizo, está más desordenado que de costumbre. Luego paso mis dedos por su quijada y después por su pecho. —Pronto lo sabrás todo —le susurro—. Espero me perdones. Beso suavemente su pecho. Edward murmura algo, pero no está despierto. Me abraza una vez más entre sueños, como si necesitara de mí. Yo también te necesito, pienso. Los recuerdos de lo que sucedió la noche anterior me paraliza por completo, lo que da lugar a una satisfacción profunda. Sonrío y me muerdo el labio inferior, encantada por mis recuerdos. No podría volver a huir de él, lo quiero para mí todos los días de mi vida si es que lo permite. Soy feliz a su lado, no hay otra forma de expresarlo.

Pero también soy consciente de lo que he soñado, o más bien recordado. Mi subconsciente parece querer contrastar el dolor que sentí en un pasado y en todo lo que estoy sintiendo ahora. Se lo agradezco en cierta parte, no hay felicidad sin haber sentido dolor. Si tan solo hubiese sido verdad no estaría entre sus brazos, y esa posibilidad hace que mi corazón se estruje con demasiada fuerza. Quiero decirle que lo amo con fervor, pero no ahora, no es buena idea luego de hacer el amor. Beso sus labios entreabiertos y él se despierta. Me observa con sus ojos de miel, parecen sorprendidos. —Buenos días —me atrevo a decir. Edward me sonríe y me devuelve el saludo con un beso que atrapa mis labios por varios segundos. —Buenos días —dice al separarse. Con otro movimiento instantáneo me abraza, apretándome fuertemente con sus brazos. Lo único que puedo hacer es abrazarlo yo también y fundirme en su cariño. Sé que está feliz, incluso puede que más que yo, no lo sé. Sus ojos brillan y lo único que veo es su amor. —Siempre cabe la posibilidad de que no estuvieras a mi lado hoy en la mañana —me susurra. Frunzo el ceño y me separo. —No digas eso —mi garganta se aprieta, por la cual mi voz sale grave y triste—. Quiero que sepas que fue la segunda mejor noche de mi vida —le confieso. —¿Y cuál es la primera? —inquiere con suspicacia. —Cuando me hiciste el amor por primera vez —susurro—. Todos los días recordaba tu olor, tu rostro y tus labios cuando estabas haciéndome tuya. Se sonroja y yo también. Somos unos niños otra vez. Es increíble lo rápido que podemos avergonzarnos como lo hacíamos antes. Quizá eso nunca cambie. —Cada vez que te miro es el mejor instante de mi vida —me dice sobre mis labios, acariciándolos con los suyos. Lo beso, enamorada. Dios, Edward me volverá loca. ¿Qué decirle a un hombre que te deja completamente muda? —Gracias por tu paciencia, de verdad, debiste haberme mandado a la mierda cuando tu orgullo lo dijo —le digo, algo entristecida. No quiero que vuelva a sufrir por mí, me duele tanto verlo triste. Edward toma mi rostro entre sus manos y me besa la frente, luego la nariz y los labios. —Mi orgullo es débil frente a tus ojos —confiesa—. La verdad es que yo soy débil frente a ti. —No es justo —digo, asqueada de mí. Soy una tonta… —Edward, de verdad lo siento, lo siento muchísimo. Por huir, por no ser sincera contigo, por no expresar lo mucho que te quiero desde la primera vez que sentí esto por ti. De verdad perdóname por volver y salir corriendo, es tan solo que… —no puedo encontrar la palabra correcta— verte fue una sorpresa. Estaba tan enfrascada en mi mundo, en mi porquería, no pensé volver a ver a la única persona que me ha hecho feliz los últimos años de mi vida. —No me doy cuenta cuando una lágrima cae por mi ojo derecho.

Niega ligeramente con su cabeza y me abraza con fuerza, de manera que acabo asfixiándome entre sus brazos gruesos. Su aroma en la mañana es incluso más embriagador, su piel y mi piel, el roce. Quita las pocas lágrimas que he derramado con sus dedos y besa mi mejilla, su barba incipiente me roza y me hace sonreír. —No merezco esto —le digo. —Claro que no mereces a alguien como yo. Tú eres preciosa, talentosa, increíble… —Tú también lo eres —le interrumpo, no me gusta que piense mal de él mismo—. No tienes ni idea de lo hermoso que eres, Edward —le confieso, tomando su rostro con mis manos. Mira hacia la derecha, confuso y avergonzado, mientras se aferra a mi cintura. Yo hago dibujos imaginarios sobre su pecho, tirando levemente de algunos vellos claros. —Tu talento jamás lo he podido encontrar en otro lugar —me sincero—. Siempre has sido tan único, tan… bueno. Una persona como yo no merece un alma tan bondadosa y pura. Sonríe como si yo estuviese demasiado equivocada para rebatirme. —¿Qué te hace pensar que tú no lo eres? —me pregunta directamente. Me quedo sin palabras, no quiero decir más de la cuenta. Si bien quiero contarle absolutamente todo, creo que este momento no es el más indicado. Necesito que esté tranquilo y consciente de lo que confesaré. No, ahora no es bueno. —La nueva Isabella es distinta, muy distinta a esa niña que dejé aquí —le susurro. —Claro que no —me rebate—, hace solo unas horas vi a esa niña, la que me acompañaba en mis sueños. No has cambiado, solo… quieres hacerlo. Claro que quiero hacerlo, cometí demasiados errores cuando era esa niña inconsciente. —Sabes lo mucho que te hice sufrir cuando te dejé aquí, ya no quiero cometer los mismos errores. —Volvería a sufrir incluso peor con tan solo estar contigo —dice, mirándome directamente a los ojos. —Yo también quiero estar contigo —susurro—. Solo que no sé si te haré bien. —Mírame y dime si me veo horroroso. Lo miro, sin entender. Sonrío, porque jamás podría verse horroroso. Son sus mejillas ruborizadas y sus ojos con ese brillo particular que me hacen sentir movimientos preciosos en mi estómago. —Eres el hombre más hermoso que jamás podría conocer —murmuro, acercándome a sus labios. Antes de que pueda besarlo, él agarra mi barbilla impidiéndolo. —Ese es el efecto que provocas en mí —dice, rozando su nariz con la mía—. Me liberas de una forma inimaginable. Desde aquella vez que te sentaste a mi lado en matemáticas, todo cambió. Siempre fuiste la chica más hermosa de la escuela, aquella que todos giraban para contemplar o envidiar.

Me siento incómoda con sus palabras, sobre todo porque jamás he aceptado que me vea de esa manera. Si tan solo él se viese a sí mismo de la misma manera en la que yo lo hago… Aunque claro, todo cambiaría si fuese mutuo. Pero Edward no ha acabado su ataque de sinceridad, parece recordar tantas cosas que jamás se había atrevido a decirme. —Me inspiras —susurra. Su hálito cálido me invade y doy un brusco respingo—. Tu belleza me inspira y… te quiero. Te quiero y sé que lo he dicho muchas veces, pero hoy y en este mismo momento quiero que lo recuerdes para siempre. Asiento. —Hoy te quiero como la mujer que soy —le susurro, hambrienta de sus labios. Pero él insiste en sostener mi rostro, evitando que lo haga. Me observa con los ojos entrecerrados, analizándome—. Ya no soy tu mejor amiga, soy Isabella, la mujer que es completamente tuya. Su sonrisa torcida asoma y de inmediato junta sus labios con los míos, provocando que nuestros cuerpos caigan nuevamente en la cama. Enredo su cintura con mis piernas y lo aprisiono; no quiero que escape y yo tampoco pienso hacerlo. Acaricia sutilmente mi muslo desnudo y yo aprovecho de enlazar mis brazos con su cuello. Cuando el aire se acaba y nuestro esfuerzo por seguir se esfuma, nos quedamos jadeando en la boca del otro, robando el oxígeno exterior. —Si me tienes de esta manera no seré consciente de lo que haga contigo —me amenaza. Dios mío, jamás había visto a Edward con este tipo de comentarios. Y me encanta. —Quiero saber de lo que eres capaz —ronroneo. Vuelve a besarme de manera voraz, devorándome. Pero mi estómago gruñe, despiadado, y acaba asesinando el momento. Frunzo el ceño, pues Edward se separa. —Creo que tienes hambre —me dice divertido. —Sí, de ti —gimo, volviendo a besar sus labios. Se separa nuevamente. —Tienes que comer algo. —A ti. Esbozo una sonrisa pecadora y risueña. Edward niega lentamente con su cabeza. —Luego podemos hacer lo que queramos —me promete, guiñándome un ojo. Le sonrío y me muerdo el labio inferior. Le doy un casto beso. —Quédate aquí. Te prepararé el desayuno. —Me has robado la idea —finge enojo desmedido. Yo me río. Beso su pecho y lo tapo hasta el abdomen con el edredón y las sábanas. —Hoy me toca a mí darte todo mi amor —le digo, algo sonrojada por mis palabras. Nunca he sido muy demostrativa en estos sentidos, pero hoy siento que soy una caja a punto de estallar que

necesita expulsar las cosas ya. Edward me observa con amor—. ¿Qué quieres? —le pregunto mientras lo beso—. ¿Panceta? ¿Huevo? Acaricia mi mejilla con sus dedos y besa mi frente. Sus ojos de miel me repasan con un amor que me perturba. Necesito separarme de él, solo un momento, pero estoy estancada en mi posición, sin poder dejar de observarlo como lo hace conmigo. Pero me levanto de la cama, desnuda y desprotegida. Intenta no mirar, pero no puede evitarlo; sus ojos se han oscurecido. —Todo lo que me hagas estará bien —susurra con timidez. Jamás le ha gustado que le sirvan, y es lo que más he adorado de él, desde que lo conocí. Tomo su camisa y me la pongo, a pesar del recuerdo que llega a mi cabeza. Jessica también lo hizo. Cuando la vi fue perturbador. Intento no seguir con eso y mandar su recuerdo a la basura, ella ya no tiene por qué estar entre nosotros. Su camisa es bastante grande, por lo que alcanza a tapar mi trasero y parte de mis muslos. Antes de ir hacia la sala le lanzo un pequeño beso, él hace el ademán de atraparlo con su mano derecha y depositarlo en sus labios. Doy una corta mirada a la ventana y me impacto con la inmensidad de la lluvia que cae cuan diluvio bíblico; el cielo es apenas azul, como si comenzara a amanecer. ¿Cuánto dormimos? Me meto al baño y me miro al espejo. Soy un desastre. Me río y sigo observándome atentamente, sin poder creer el brillo que tengo en mis ojos ni el color que ha invadido mi rostro. Soy otra persona, una que jamás creí volver a ver. Realmente es como volver a ser yo. Me aferro al lavado y cierro mis ojos, recordando sus besos. Creo que jamás podré quitármelo de la cabeza. Me paso una mano en el cuello y luego por mis senos, como si fuese Edward. Cuando abro mis ojos y me veo, vuelvo a sonreír y me muerdo el labio. Me mojo la cara con el agua que corre de la llave y doy un fuerte suspiro. Cuando salgo hasta la sala y veo la hora, los ojos se me agrandan como dos platos: las seis de la mañana. Es bastante temprano para desayunar, incluso demasiado pronto para levantarse, pero todo ahora parece tan nuevo para mí, como si este fuese el comienzo de una nueva vida. Quiero hacer todo con él, desde dormir hasta pasar un tranquilo desayuno. Sé que este sentimiento que crece en mi interior no es más que 18 años sin poder decirle lo que siento, 11 sin poder verlo… Me estiro frente a la ventana y observo cómo el agua cae y choca con el césped, luego las nubes que cubren el cielo y la tenue luz azul de la madrugada. Enciendo la radio y sintonizo en mi canal favorito, siempre tocan a Led Zeppelin ahí, o a Leonard Cohen. Encuentro un par de veces a Abba y a Bee Gees, hago un mohín, asqueada; detesto la música disco. Me meto a la cocina, no sin antes mirar las flores que hay por doquier. No son reales, claro, sino estaría estornudando a cada segundo. Están pintadas por cada rincón sobre la cerámica pastel, unas parecen enredarse y atenuarse, otras dispersas por las esquinas. Me recuerda a los dibujos que hacía en mi habitación, buscando la forma de traer luz a mi vida. Él sabía cuánto adoraba las flores, pero también conocía mi aversión biológica al polen. Claro, Edward ingenió una forma preciosa de regalarme flores, y esas eran pintadas y dibujadas en cada lugar permitido. No amarlo sería una locura. Sobre la encimera hay un libro que me parece familiar, es de cuero azul y las hojas son amarillas, como los dientes de un castor. Las esquinas están manchadas por la comida y frituras, y algunas dobladas producto del uso de los años. Es el libro de recetas de Alice Brandon, el único bien familiar que le ha quedado a lo largo de los años.

Cuando huyó del manicomio tenía solo el recetario y un par de prendas. Le habían cortado el cabello como a un hombre y estaba repleta de agujeros por la droga que le administraban. Ella relataba con detalle cada momento: el mareo al escapar, pues no acababa de pasársele el efecto de la droga, la ropa desvaída que caía a cada paso que daba, el sudor incómodo y la sensación de soledad. A las semanas seguía sin encontrar un trabajo, temiendo también que su padre la encontrara para volver a internarla. Había pasado casi dos meses en ese lugar, no podía imaginarse más tiempo. La desesperación le hizo tener ideas ridículas, incluso suicidarse. Cuando me lo relató fue la primera vez que la vi llorar. Fue desgarrador. No había salida a la pobreza, no había posibilidad de trabajo y su dinero se iba como agua entre sus dedos. El único camino que tenía era la prostitución, en donde la encontré. Acerco mis dedos a la portada de cuero, la acaricio y mi garganta se ennudece. No sé cómo es que Alice ha podido cerrar esa herida, cómo es que no parece tan muerta como yo. Ojalá pudiera hacerlo. Me alegra saber que ella estuvo con Edward, sé muy bien que lo acompañó, por algo me regañó al actuar así cuando vi a Jessica. Suspiro. Debo pensar antes de actuar, pues siempre acabo dañando a quien amo. Eso no está bien. Caliento el aceite vegetal y dejo caer dos huevos. Siento el chapoteo de las gotitas ardientes, mientras pico el tocino sobre éstos. En minutos ya está listo. El agua ha hervido en la tetera, así que aprovecho de verter el agua en las dos tazas más cercanas con la infusión de té negro. Pongo todo en la bandeja, lista para partir a la cama nuevamente. Pero cuando voy a agarrarla, dos brazos me cruzan el vientre, apegando mi espalda a un duro pecho. Doy un leve grito de susto y Edward ríe detrás de mí. Pone su barbilla en mi hombro y respira, oliéndome. Sonrío, me gusta este Edward… Realmente me gusta mucho. —Te he advertido que quería darte el desayuno en la cama —le digo sin darme la vuelta. —Solo quería ayudarte —dice en tono infantil. Me giro y lo contemplo, reprimiendo una sonrisilla, aunque me cuesta. No es justo. Está semidesnudo, solo lleva unos pantaloncillos cortos de color azul. La casa está cálida, pero no tanto. ¿Es que no tiene frío? La chimenea debe estar a punto de apagarse. Su cabello está desparramado y tiene una sonrisa que hace perfecta combinación con ello. Y de repente lo beso, ahogada en mis sentimientos, en intentos por plasmar todo lo que siento, para que lo sepa. Es como si hubiese nacido para él y él para mí. Es ilógico. Es como si el destino, por más que nos separe, intenta volver a reunirlos. Y esto es definitivo. Ya no hay más huidas estúpidas, de esas que solo una cobarde provoca. Ya no hay razones para no internarlo, aunque eso me cuesta mi dignidad y todo lo que Edward cree conocer de mí. Debo ser fuerte y superar este miedo que tengo dentro, una cosa es decirle sobre la prostitución y otra muy distinta es lo del aborto. Me separo para respirar y reposar mi frente en su barbilla. De repente besa la piel que ahí se encuentra y la electricidad recorre mi cuerpo hasta llegar a mi vientre. Las tripas parecen removerse con tenazas y sé que no es ninguna necesidad biológica; no es hambre, ni dolor… Es amor y devoción, es todo él que me inclina hacia la locura, a una pérdida incontrolable de cordura. Todo Edward es delirio para mí y yo estoy demente por él.

Me gusta que me sostenga entre sus brazos, que me permita unirme a su cuerpo. Siento su protección, la forma en la que cobija mi tristeza. Me quita el cabello del cuello y vuelve a observar los golpes: son unos cardenales de diferentes colores, serían asombrosamente bellos de no ser por su procedencia y el dolor que me provoca. Algunos son grandes y otros pequeños, hechos por besos y golpes. Pero no dice nada, solo se limita a observarlos con curiosidad. No quiero mirarlo pues me echaré a llorar. Sé que aún no está preparado para saber quién me ha hecho daño, ha tensado tanto los músculos que parece haber sido congelado ahí en su posición. —Creo que el té se enfriará —le digo, acariciando su pecho desnudo con mis dedos. Vuelve a besar mi frente y luego mis labios, entonces se separa con lentitud y se aleja. Voy hasta la charola y la deposito en la isla: es una mesa de color musgo y crema, hay dos sillas del mismo estilo, una frente a otra. Edward se sienta en una y yo haré lo mismo, pero él me frena. —Ven aquí —me dice, levantándose. Yo lo miro sin entender, pero le hago caso. Me acerco hasta su lado y él me toma entre sus brazos, depositándome luego en la isla, frente a su silla. De pronto me ruborizo al recordar que debajo de esta camisa no lleva absolutamente nada. Voy a bajarme, pero no me lo permite, sonriéndome con una desinhibición impresionante. —Edward —gruño algo irritada y medio avergonzada. —¿Qué? —inquiere, haciéndose el estúpido. Frunzo los labios, sintiéndome estúpida. Acabo de hacer el amor con él, no tengo por qué avergonzarme. Pero demonios, no puedo evitarlo. Tiro de la camisa con fuerza, tapando la desnudez que hay entre mis piernas. Edward me mira con ternura y me sonríe. —Crúzalas. Tranquila —susurra. Lo hago. Me largo a reír. —Creo que debo ir a por mi ropa interior. Me lo impide otra vez. —Me gusta tu posición ahora. Intento mantener mi cordura y parecer más mujer que niña. Me aferro al filo de la mesa. —Solo te miraré a los ojos, ¿de acuerdo? —dice, tan divertido que a mí solo me hace sonreír como una estúpida. Cruzo las piernas con más fuerza y permito que él las deposite suavemente en sus muslos. Las acaricia mientras yo tomo su taza y se la paso. Está humeante. Cuando me la quita de las manos aprovecho de tomar la mía también. Bebo un poco y hago un mohín, está demasiado caliente. Los minutos pasan y es como estar en una burbuja perfectamente hecha para nosotros. No nos incomoda vernos comer (descartando mi semidesnuda posición, casi abierta de piernas para él), tampoco nos incomoda la forma de mirarnos. Todo es tan… perfecto.

Al mirarlo veo su felicidad y plenitud, me hace sentir de igual manera el saber que soy la causante de eso. Él me hace feliz con tan solo respirar. Es como un niño en navidad, y yo soy su regalo. Le doy un último sorbo a mi té, siendo el espectáculo de unos ojos dorados y curiosos. Sus dedos acarician mi pantorrilla; adoro sus caricias. Desde siempre he adorado que me toque, sea de la manera que sea, no importa nuestra relación. Se levanta con rapidez, imponiendo su altura delante de mí. Yo deposito suavemente la porcelana sobre la mesa, no quiero que se rompa. Me mira con deseo y también con amor, es una mezcla de devoción y admiración. No pido permiso y no lo necesito, paso mis dedos por su pecho: es amplio, níveo y masculino. El recuerdo de su sudor por toda la longitud es excitante, delicioso, la noche anterior fue tan profunda y maravillosa. Agarra ambos muslos y me atrae hacia sí, permitiendo que yo pueda amarrar mis piernas en las suyas. Acaricio su cabello ahora, con una lentitud poco característica de mí. Sus ojos brillantes me alimentan y me sosiegan, y ahora sus labios sobre los míos me permiten entender que es el único hombre capaz de hacerme sentir esto con un beso. Pero doy un respingo involuntario, no sé por qué. De pronto entiendo que la lluvia ha cesado y el frío ha entrado hasta aquí. Edward me abraza sin dejar de abrazarme y sonríe, incapaz de separarse. —La chimenea se ha apagado —me susurra. Todavía siento el calor de sus besos. —Eso da igual, hay otras maneras de entrar en calor —le digo, mordiéndome el labio inferior y desabotonando la camisa. Su sonrisa se tuerce y sus ojos se empequeñecen, formando unas cálidas arrugas en los extremos de sus ojos; su alegría es contagiosa, pero luego recuerdo que no he dicho nada gracioso. O por lo menos nunca fue mi intención. —Paciencia, cariño mío —murmura, acercando mi rostro hasta su pecho. Suspiro por dos razones. La primera: soy su cariño y él es mi amor; la segunda: no recordaba lo pacífico, tímido y tranquilo que era Edward en estos sentidos. Debo acostumbrarme a esa lentitud, a ese andar tan… tierno. No tengo que conducirlo a esta lujuria de la que me acostumbré, su paz e inocencia no deben ser arrebatadas por mí. Es un ser muchas veces abnegado y yo necesito seguir sus pasos. Aún así no puedo evitar sentirme una violadora, una mujer malvada pervirtiendo a un santo. Sacudo mi cabeza un par de veces, no debo pensar tanta estupidez. —Iré a por leña al garaje. Ponte cómoda. Se aleja dándome un suave roce de sus labios en mi frente. Su perfume es lo último que percibo hasta que lo veo por última vez, saliendo por la puerta de atrás. Suspiro y doy otro respingo de frío. Miro hacia la ventana de la sala, la que acapara toda la pared frente a los sofás. La música ha cesado sin poder darnos cuenta, aunque no sé por qué. Observo el reloj, son las siete. Las nubes ahora se han profundizado, por lo que también oscurecido hasta hacerlo desesperante; no me gusta la oscuridad. Enciendo la luz, presionando el interruptor más cercano. Nada. Vuelvo a hacerlo, como si eso

fuese a accionar energía mágicamente. Otra vez nada. Debió ser la fatídica lluvia. Dios, por eso odio Forks. La puerta principal suena con unos golpecitos pequeños, sé que es Edward. Qué rápido ha reunido la leña, quizá se ha apurado para que la lluvia no lo pille de improviso. Pero cuando abro me es imposible no taparme la boca con la mano, esperando que el grito no se me escape de los labios. Sus ojos claros son tan intimidantes… —Sr. Cullen —susurro sin saber qué más decir. No debería sentirme tan asustada, como si hubiese hecho algo malo, Edward es adulto y puede acostarse con la mujer que desea. Pero no puedo evitar creer que esto está mal y que es un craso error que él me vea semidesnuda en la casa de su hijo. Es como si no quisiera que se decepcionara de Edward, como si estar conmigo fuese degradante, terrible y desilusionante. Sé que Edward se merece algo mejor que yo y no quiero que su padre vea que ha faltado a sus deseos. Hace un mohín que me paraliza el corazón, siento su asco. Mi garganta se ennudece hasta que duele. No quiero llorar delante de Carlisle Cullen. Insiste en mirarme, en clavarme sus ojos revueltos en diversos colores azules y celestes, son tan hermosos pero tan fríos. No agacho la mirada como hubiese acostumbrado, no tengo por qué mostrarle algún signo de sumisión. Mantengo mis ojos delante de los suyos hasta que él baja lentamente su mirar por mi cuerpo, no como lo haría un hombre hacia una mujer, sino con un rechazo bastante notorio. Me abotono lentamente la camisa, tengo los dedos temblorosos por lo que me cuesta un poco. El estrecho canal formado por mis senos ya no está a la vista del padre de Edward. La brisa me da contra las piernas, los muslos y la ingle, me ruborizo y cierro las piernas con brusquedad. —¿Dónde está mi hijo? —gruñe, estampando su cuerpo contra el mío, que está frente a la entrada. Me alejo, asustada. —Está… Está afuera —tartamudeo sin subir mucho la voz. Aún no soy capaz de quitar mi mirada de la suya, intentando ser lo bastante valiente. No quiero que Edward regrese para que vea cómo su padre se asquea por mi presencia, se formaría un pleito demasiado grande. Pero tiene que regresar en cualquier momento… —Ya veo. —Me repasa una vez más y se cruza de brazos, caminando por la sala e inspeccionando por si hay algo fuera de lugar—. No te costó nada convencerlo de que lo perdonaras una vez más, ¿no? Me pongo rígida. Estoy harta de que me digan lo mismo. Edward sabrá si perdonar mis pecados y él será el único que conocerá mis cicatrices. ¿A él qué le importa? Si su hijo fuese primordial pensaría en lo que quiere y no en los caprichos de una mujer esquizofrénica. —Jessica le ha dicho que estoy aquí, ¿no? —exclamo, levantando la barbilla. Carlisle se ríe con sorna, expulsando el aire por sus fosas nasales, como un toro. —Sí —responde—. Ha estado llorando toda la noche. Me niego a sentir culpa; ya no tengo por qué.

—¿Ha venido aquí para decirle a Edward que me deje y vuelva con Jessica, quien llora desconsoladamente por un capricho imposible de evitar? Sueno tan irónica, tan fuerte. No me reconozco. Carlisle frunce el ceño con fuerza, el entrecejo ahora parece solo una línea muy fina. Aprieta los puños. —Jessica es como una hija para mí y no voy a permitir que una mujer de tu calaña se acerque al hombre que ama —escupe. —¿Cómo es que usted no acepta las decisiones de Edward? ¡Él es libre de elegir! A Jessica no la ama. —¿Y a ti sí? Me quedo callada, no soy quién para responder a eso. Quiero decirle que sí, pero una nunca se está segura. —Yo no soy la encargada de responder a esa pregunta. Me sonríe con amargura y arrogancia, como si conociera a su hijo de pies a cabeza. Se vuelve a pasear por el lugar, analizando lo que hay a su paso. Toma algunas prendas del suelo, el pantalón de Edward, sus calcetas… Va caminando de a poco hasta topar con la entrada del cuarto, el cual debe reflejar el sexo y el desorden. Me acerco a paso rápido, tirando de a poco la camisa para conseguir tapar mis muslos. Para al ver las sábanas revueltas y la ropa que ha caído por el suelo. La mía especialmente. —Sr. Cullen —consigo decir con la garganta apretada. No me hace caso, solo insiste en observar. Toma mi vestido y una que otra prenda, entre ellas mi ropa interior. No sé qué hará. Mi corazón late con fuerza y de reojo veo hacia la puerta, buscando la forma de que Edward venga para que evite todo esto. Me lanza el vestido contra el rostro y yo lo único que consigo hacer es atraparla con los ojos llorosos. —Una zorra en la cama de mi hijo —gime, furibundo—. Eres igual de asquerosa que tu padre. Frunzo el ceño a pesar de mis ganas de llorar; ¿qué tiene que ver Charlie Swan en todo esto? ¿O es que está hablando de Phill? —Yo no tengo padre —murmuro. Intento ignorar el calificativo que me ha brindado, no quiero darles vueltas. Pero insiste: —Una ramera, una cualquiera —repite constantemente, mientras me lanza con fuerza mi sujetador. La rabia se aprisiona en mis venas al igual que la vergüenza. No merezco esto. Es inconcebible. —¡Yo jamás le he hecho daño! —grito con la garganta apretada. No quiero llorar frente a él, la sola idea de volver a hacerlo me parece repugnante. —¡Una Swan siempre dará problemas! —gruñe, lanzándome mis bragas.

Mis manos tiritan a un nivel constante y sé que es la desazón, el desamparo. Mantengo la barbilla en lo alto, soy una mujer, no debería sentirme de esta manera. —Usted no conoce a mi familia, Sr. Cullen —susurro, conteniendo la rabia. Vuelve a reír, esbozando una desagradable sonrisa que le arruga la comisura de los ojos. No sé por qué, pero siento que quiere expresarme algo. —Vete de aquí —exclama y yo doy un salto—. ¿Cuánto quieres? —me pregunta. Mi boca se seca al instante. ¿Qué ha dicho? Su expresión es tan dura, tan escasa de bondad. No puedo entender cómo este hombre es el padre de Edward, la ternura y la dulzura en todo su esplendor. Lo único que los une es la estatura que rebasa el metro noventa, esa mandíbula perfecta y precisa, la nariz fina y el color de la piel, blanca y lisa. Carlisle Cullen es guapo a pesar de su edad, debo reconocerlo, pero por dentro no es más que mierda. Deduzco que Esme Cullen debió ser una mujer tan dulce y carismática como su hijo, sino no sabría cómo entenderlo. —¿Cuánto quieres? —insiste. Por un segundo pienso que es una broma, pero del bolsillo trasero de su pantalón obtiene su billetera y saca unos cuantos dólares. Me los tiende y yo los quedo mirando, tan verdes, tan superficiales. Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Pestañeo y éstas caen por mis mejillas. Aprieto mi mandíbula y me cruzo de brazos, dándome calor. —A las prostitutas se les paga por los servicios, aquí está lo que Edward te debe. —¡Edward no me debe nada! —grito. Es un sonido sordo que hasta a mí me sorprende. —¡No necesito su dinero, Sr. Cullen! —sollozo, dejando escapar un profundo graznido desde lo más profundo de mi alma—. Yo no soy… una prostituta. Ya no más. —Lo llevas dentro —escupe—. Edward no te necesita, no le sirves. —Pero lo amo —gimo—. No le sirvo, no le hago bien —susurro, mirando al suelo—, pero lo amo. Me lanza las medias al suelo y yo me agacho a recogerlas, con el rostro bañado en lágrimas. Pero antes de poder levantarme, unos pies se acercan y se posicionan junto a mis manos, luego unos dedos toman los míos y me ayudan a pararme. Es Edward, quien me mira con los ojos redondos y muy abiertos. Está paralizado. Eso no es bueno. —Vete de aquí —dice con sus ojos en los míos. Por un momento pienso que me lo dice a mí—. ¡Vete de aquí, papá! Me limpia el rostro con sus pulgares y después me abraza. Su calor es reconfortante, tan embriagador. No quiero hacerme la víctima, pero rompo a llorar con rabia, moviendo los hombros con las bocanadas de aire que intento dar. —¿Cómo es posible…? —Edward busca las palabras. No las hay.

—Ella es… —No… No te atreverías a insultarla delante de mí —gruñe. Me atrevo a mirar, solo un poco. Carlisle parece algo asustado, quizá por la actitud de su hijo. Luego miro a Edward, pero solo veo su barbilla y parte de su torso desnudo. Me tiene apretada con mucha fuerza, su piel está caliente y sudorosa. —Vine por Jessica. ¡Ni siquiera le has dado una explicación! Edward se ríe con asco. Por un momento he podido notar un rasgo semejante entre su padre y él: la risa sardónica. —¿Y es que ella no ha podido pedirlas? No quiero nada con Jessica, no con… esto —escupe—. Has invadido mi casa, has tomado mis cosas y has maltratado a la persona que más quiero en este mundo. Así que, por favor, lárgate. Ambos se miran, se analizan. —Te hace daño. —Tú me haces daño —le rebate—. No te reconozco. Me acurruco contra su pecho y suplico para que Carlisle se vaya pronto, todo esto me está matando. —A tu madre jamás le habría gustado que estuvieras con una mujer como ella… —Me apunta. —¡Ya deje de tratarme así! —le pido, separándome de Edward—. Todo ese maltrato gratuito, esas palabras venenosas… No me diga que es por lo que ha sucedido a lo largo de estos diez años, porque no es así. Desde aquel día en el que me presenté como la mejor amiga de su hijo, usted jamás pudo volver a sonreírme. ¿Qué demonios le he hecho? —Me acerco más a él mediante hablo—. ¿Me vestí mal aquel día, Sr. Cullen? ¿Dije algo que no debí? ¿O es que está tan dolido por la muerte de su esposa, que ya no puede ver a ninguna mujer que no sea ella y su querida Jessica? Sus ojos ya no son claros como el mar, sino profundos como el veneno. Va a lanzarse contra mí, con su mano lista para abofetearme, como lo haría un hombre a una niña. Intento protegerme con mis manos, envuelta en pánico. ¡No quiero que vuelvan a golpearme! La sola idea me descoloca. Todo pasa tan rápido. Los gritos, los golpes de objetos y luego la puerta. No tardo en volver a sentir un calor a mi alrededor, unos besos en mi frente y las caricias de las palabras. —No te hará daño —me dice con la voz tranquila y serena. Asiento, una y otra vez. Y lloro contra su piel, mojándolo. Me besa el cabello ahora y me aprieta aún más. Pone su mano en mi nuca y me obliga a mirarlo. —¿Estás bien? —me pregunta. Niego. Lanza una maldición al aire. —Lo siento, Bella, de verdad… —Su voz se vuelve espesa y agotada, como si fuese a…—No quería que esto acabara así, por favor perdóname—…llorar. Está llorando.

Me separo y tomo sus mejillas con mis manos, las acaricio con mis dedos y luego lo hago con mis labios. No quiero que llore, no por esto. —No llores, cariño —le susurro, algo sorprendida por cómo lo he llamado. Es agradable de decir. —No mereces escuchar tanta basura —me dice. Puedo sentir su dolor, me clava el corazón. —Ya estoy acostumbrada —miento. Nunca se puede estar acostumbrada a tanta porquería. Me ha llamado prostituta y no quiero creer que sabe mi pasado. Solo es una manera de atormentarme —y qué manera— para que me sienta sucia por lo que he hecho. —Lo que hemos hecho… —va a decir. —Lo que hemos hecho se llama amor —le interrumpo con la garganta seca—. Ya somos adultos y te quiero, no voy a privarme del placer de estar contigo, de ser tuya. Me sonríe y me acaricia el cuello con los dedos. —¿Desde cuándo hablas así? —Suena orgulloso. —¿Cómo así? —inquiero con el ceño fruncido. —Tan apasionada. Son tantas razones. Creer que estabas muerto, pienso. —Estar lejos de ti me hizo reaccionar de muchas maneras —le digo. —Sin embargo, desde esta mañana he vuelto a ver a mi Isabella —me dice—, con las mejillas rojas y los ojos brillantes. Dime por favor que soy el culpable. Lo beso. Tomo una de sus manos y la pongo en mi pecho, justo donde está mi corazón. —¿Lo sientes? —le pregunto. Asiente y traga. —Palpita con tanta fuerza —susurro, cerrando los ojos por un momento. Luego los abro y lo observo, su iris dorado es tan cálido como él mismo, me tranquiliza y me transporta—. Esto solo lo provocas tú. Veo un dejo de tristeza que me preocupa. ¿Por qué me mira así? Voy a preguntarle, pero él se me adelanta. —Eres tan preciosa —exclama—, todo el mundo te ama. Cuando te vean conmigo… Si es que aceptas que las cámaras me observen… Desentonaré. Todos pensarán que no combino con tu belleza, tu elegancia. Ojalá pudiera ser igual que tú y no estorbar en lo que eres… Mis ojos se tornan acuosos. —No digas eso —jadeo—, no me importa lo que piensen los demás, solo me importas tú. —Me río porque es ridículo que él desentone a mi lado. Todos le amarían, su sonrisa es tan perfecta que nadie podría decirle que no. ¿Cómo es que piensa de esa manera? —. Prefiero un amor que se note en la mirada y no de las que salen en tantas fotos. Te quiero y no me importa lo demás. Asiente y me besa con pasión. Puedo sentir sus movimientos demandantes, cálidos y suaves. Me

hace suspirar entre segundos, mi estómago es una batalla de nervios. —De verdad siento tanto que mi padre haya hecho eso —me dice—, él no es así. Ni siquiera sé por qué se está comportando de esta manera. Si tan solo viera lo feliz que me haces. —Tiene razón de alguna manera —murmuro—, me demoré demasiados años en aceptar que estar contigo es lo mejor que me ha sucedido en la vida. Me sonríe, pero su sonrisa no le llega a los ojos. —Quiero golpearlo. —No, tranquilo —le susurro. Acaricio su quijada con mi nariz. Puedo sentir el picor de la barba que está creciendo. —No debiste agacharte frente a él y no debió lanzarte la ropa a la cara… —Tranquilo —repito con suavidad. Sus músculos se han tensado; la rabia ha vuelto a él. —¿Te dijo algo más? —Eso ya no importa. Gruñe. —Eres mi pieza de arte. Nadie puede tocarte —susurra con los dientes apretados. Me toca el cardenal del rostro y luego pasa al lateral de mi cuello. Trago con fuerza—. Ni siquiera Jessica te ha dejado así. —Calma a esa chica, solo te quiere para ti —intento cambiar la conversación, estoy demasiado nerviosa—. Sé que has querido olvidarme junto a ella, jamás podría culparte por ello, solo necesito que seas sincero… —Yo no quería olvidarte —me interrumpe—. Solo planeaba recordarte sin que me duelas. Abro la boca para decirle algo, pero nada sale. —Nunca pudiste hacerlo —adivino. No es difícil. Asiente cabizbajo. Me toma de la mano y me conduce hasta la sala, donde el sol ya está saliendo. Es tan rojo y precioso. Nos da justo en la cara. Edward está detrás de mí, enrollado con sus brazos en mi cuerpo. —Es la segunda vez que lo veo —me comenta de pronto. —¿El amanecer? —No. Tu reacción. Me intrigo por lo que ha dicho. ¿Qué reacción…? Me giro para observarlo e ignoro por completo la hermosura del sol. Parece intranquilo y ahora también lo estoy yo. Aún está desnudo y, para ser franca, me distrae. —No sé de qué hablas —murmuro.

—Es la segunda vez que te asustas cuando crees que alguien va a golpearte —me dice condescendientemente. Me tenso y lo dejo de mirar para pasar al suelo, que ahora se ha puesto interesante. —¿Por qué? Inspiro e intento ser valiente, ya no tengo por qué mentirle. Tomo una de sus manos y lo conduzco hasta el sofá, en donde le pido que tome asiento. Él lo hace con un dejo de inocencia en su mirada, lo que me enternece. Me siento a su lado y antes de hablar lo beso. Es un beso suave y corto, de esos que dejan pidiendo más. Quiere preguntar qué sucede, pero no le salen las palabras. —Cuando era una niña mamá llegó junto a Phill. Él era un hombre muy apuesto en ese entonces, un policía alto y rubio, de grave voz masculina. Me cayó muy bien. Jugaba conmigo y me enseñaba a cantar —río con melancolía, me hubiese gustado que ese Phill fuese real—. Veía a mamá feliz y cuando ella se veía feliz entonces yo también lo era. Miro a Edward y él está absorto escuchándome. Vuelvo a tomar su mano y entrelazo mis dedos con los suyos, los que luego suelto para volver a enlazarlos. Es mi forma de distraer mis temblores. —Una noche los escuché discutir, él ya estaba viviendo con nosotras y mi vida parecía tranquila. Me acerqué al cuarto y abrí, mamá lloraba tan apenada, le pedía que por favor le dijera quién era esa 'otra'. Yo era pequeña, no fui capaz de entender, hasta unos años después. Es increíble cómo es que los recuerdos son tan vívidos, como si hubiese pasado ayer. Los dedos de Edward me están acariciando el dorso de la mano, es su forma de decirme que está presente. —Phill tenía una mirada tan arrogante, lo que mamá le decía no le afectaba en lo absoluto. No tardó en darle una bofetada, sonó tan fuerte… —Mi garganta se ennudece—. Corrí hasta mi cama y me quedé dormida con la imagen viva en mi cabeza. Suspiro, buscando fuerzas para poder decirle lo que sigue. —Ese mismo día te conocí. Mamá se había demorado un tanto en inscribirme en la escuela producto de la bofetada que le había dejado Phill en su rostro. Quizá suena ridículo, pero me hiciste sonreír luego de mucho llanto. Edward besa la mano que acariciaba hace un instante. —Cuando regresé a casa fue la primera vez que encontré a mamá con el rostro envuelto en sangre. Fue tormentoso, horrible. —Cierro mis ojos para evitar el dolor y de inmediato caen las lágrimas—. La limpié y ella me rogaba que me fuera, que olvidara lo que había sucedido. Pero no, no iba a hacerlo. Cuando papá se había ido sucedió lo mismo, solo que ella se había herido las manos. No podía dejarla sola, es mi madre y la amo por sobre todas las cosas. Me besa las manos una y otra vez, me sonríe, me susurra que todo está bien… Edward parece ocultar la impresión de mi relato. —Desde aquel entonces solo viví la violencia de ella, escuchaba cada noche sus gritos y me sentaba junto a la puerta de mi recámara a llorar. No sabes cuántas veces sueño con eso, esperando una vez más que eso ocurra. Es la peor pesadilla.

—Pero… él te… —Sí, lo hizo conmigo. Edward traga y suelta mi mano. Se pasa las palmas por los muslos, quitando el sudor nervioso de sus manos. —Las marcas en tu cuello… Asiento con los labios apretados. —Fue cuando tenía 14. Se había molestado tanto que no encontró nada mejor que dejar la marca de su cigarrillo en mi piel —digo, quitándole importancia. —¿Cuál fue su motivo? El motivo principal fue él y por eso nunca me atreví a decírselo. —Que tú te habías demorado en llevarme a casa —susurro. Los ojos de Edward se tornan oscuros, graves y espesos. De pronto arruga el entrecejo, su boca tirita. —Por mí… —murmura—. Porque aquella vez te pedí que bebieras la leche conmigo… Te aseguré que tu padrastro jamás iba a enojarse. Fue mi culpa. —No, Edward, claro que no —le digo. —¿Nunca te había golpeado antes de eso? Asiento, cabizbaja. —¿Por qué no me lo dijiste en ese momento? Lo hubiese entendido… —No. Hubieses ido conmigo a golpearlo —le interrumpo. Se queda callado, porque es cierto. Edward traga y mira hacia los lados, buscando cómo sosegarse. —¿Cómo te golpeaba? —me pregunta con los dientes apretados. —Con el cinturón en un primer momento, luego… —carraspeo, algo avergonzada—. Luego con los puños. —¿Cómo es que jamás vi un cardenal? —Porque nunca me golpeó en el rostro. Sabía que tú pasabas mucho tiempo conmigo y que Jasper te acompañaba también. Sea quien sea, nadie podía saberlo. El pueblo es pequeño, no tardaría en enterarse cada uno de los que habita aquí. Nos quedamos un momento en silencio. —Pero cada marca estaba en algún lugar recóndito de ti —susurra. Asiento, haciendo un mohín. Rompo a llorar en silencio, recordando el por qué jamás pude sentir dignidad. —La marca en tu costado…

—Él no la hizo. —Ah. —Te la explicaré muy pronto —añado. Es esa pequeña quemadura producto del cigarrillo que dejé encendido por mis constantes borracheras… Ah. Tantas verdades que debe descubrir. —Phill estaba obsesionado contigo —le confieso. Edward abre los ojos, tan sorprendido como jamás lo he visto—. Siempre me olía pensando que tú y yo… Bueno… —Me sonrojo—. Asumía que solo querías aprovecharte de mí, pero yo no entendía por qué se preocupaba por eso, si él siempre me golpeó. —Y cuando supo que tú y yo… Asiento, llorando nuevamente. —Hizo lo imposible para no volver a verte nunca más —gimo. El sollozo es audible y vivo. Me tapo el rostro con mis manos y ahí me quedo, llorando producto de los horribles recuerdos. —Juro que no quería dejarte —le digo con desesperación—. Cuando te dije todo eso fue solo para que me dejaras ir… Sabía que con una súplica más de tu parte yo no podría resistirme. Pero todo era demasiado para mí. Edward me abraza y me besa la cabeza. Me mece de un lado a otro como a una niña con su padre. —Eso es el pasado, ahora estamos aquí y Phill no nos hará daño. —Aún tengo miedo. —Pero yo siempre te protegeré. Quiero que recuerdes eso. —Me separa para observarme—. Siempre. Siempre te protegeré, cueste lo que cueste. Recuerda que solo debes decirme quién te ha hecho daño, porque lo mataré y lo juro. —Sus ojos brillan. Pego mis labios a los suyos con fuerza. Lo beso con desesperación, sus labios me buscan de igual manera. Cuando se separa pega su frente a la mía. —Lo lamento —me dice—. Realmente lamento no haber podido ayudarte en esos momentos. Me acaricia las mejillas con cuidado. —¿Podré saber qué hizo para que te fueras? Asiento. —Pero no hoy. Prometo que lo haré, pero cuando… cuando estés realmente preparado. Frunce el ceño y en sus ojos veo una profunda preocupación. —Me asustas. Prefiero no contestarle.

Me pasa nuevamente los dedos por la mejilla y sus ojos se ponen brillantes, como si fuese a llorar. Luego pasa a mi cuello y presiona; duele. Me recuerda que ahí llevo los golpes. Frunce los labios y su barbilla tirita. Traga; puedo ver el movimiento de su garganta. —Cuando te vi llegar ayer, justo en el umbral de mi puerta y luego te acercaste para abrazarme, no pude evitar preguntarme quién demonios se había atrevido a tocar a mi obra de arte. Sin duda son unas manos asquerosas, porque una joya artística como tú no se merece que le dejen marcas como éstas. Su voz es tan suave, tan delicada. —La impotencia que siento al ver tu rostro, el pensar quién pudo hacerte daño, me vuelve loco —jadea—. Eres mi Isabella, la chica que tanto quiero, dime quién lo hizo porque juro que no descansaré hasta hacerlo trizas. Su cuello se ha engruesado. Puedo ver venas y cartílagos. —El hecho de que te toquen me vuelve loco, me lastima… Todos esos golpes los prefiero en mí, ¡los deseo! Dime quién lo hizo, por favor. Está tan enojado. Me ha tomado las manos con mucha fuerza. —Fue James. —James… —susurra, como si lo reconociera, pero no sabe de dónde. —Mi representante. Se levanta con brusquedad del sofá y se pasea de un lado a otro. Se pasa una mano por el rostro, busca su sosiego pero no lo encuentra. Me levanto y voy tras él. Pongo mis manos en su vientre y descanso mi rostro en su espalda. —¿Por qué? —inquiere. Su voz es calma, como si fuese a estallar en cualquier momento. —Quiso… Quiso violarme. Cierro los ojos con fuerza. Siento tanto asco. Otra vez comienzo a llorar, recordando sus labios en mi cuerpo. Quiero quitarlo de mi mente, no quiero volver a verlo. Me aterra. Me abraza, poniendo sus labios en mis heridas. Sé que quiere reventar y gritar cuánto desea golpearlo, pero no lo hace. —Lo siento tanto —me dice—, de verdad siento tanto no haber estado ahí. —No debí irme de aquí —sollozo—. Volví a recordar los golpes de Phill, la desprotección que sentía cuando era una adolescente. Dios… —¿No alcanzó a…? Niego rápidamente. —Gracias a Dios —suspira, apretándome con más fuerza—. Nadie volverá a tocarte, te lo juro.

—Confío en ti. Me dejo llevar por sus caricias durante unos minutos, es lo que necesito para tranquilizarme. Huelo su piel masculina y dejo escapar un jadeo; es maravilloso. Me limpia las lágrimas y me besa las mejillas. Luego roza su nariz con la mía; pero sus ojos aún conservan una tormenta constante. —Juro que voy a golpearlo y no me cansaré hasta verlo implorar misericordia —gruñe. —No, cariño, no te ensucies las manos. Niega, taciturno. —Nadie puede tocarte, nadie —repite con fervor—. ¡Ponerte una mano encima es un pecado, una mierda! Eres hermosa. Una mujer hermosa como tú no puede ser maltratada, a ti deben darte amor, hacerte sonreír. Lo que ellos hicieron no tiene perdón. Está tan enojado, tan lastimado. —También golpearé a Phill. Por ti, por tu madre. Ese maldito no es un hombre, es un… marica —escupe. —No quiero que los golpees, eso no solucionará nada. Tú eres bueno, eres pura bondad y sé que me quieres. Pero no te ensucies las manos, están tan limpias en arte que la violencia solo arruinaría la belleza que hay en ti. No lo hagas, por favor. Me sonríe y me besa. —Lo intentaré, Bella, juro que lo intentaré. Pero no prometo nada. Asiento, mordiéndome el labio inferior. —Tengo miedo —le confieso. Por primera vez logro dilucidar lo que ha estado en mi cabeza, pero he intentado evitar. —¿Por qué? —me pregunta un Edward nuevamente preocupado. —James está obsesionado… Me quiere para él y cuando supo que quien está en mi mente eres tú se puso como loco. No quiero que te haga daño —confieso—. Es peligrosísimo, Edward, no te metas con él. —No le tengo miedo. Y sé que es verdad, no le tiene miedo alguno. —Cuídate —le pido, agarrando sus manos con fuerza—. Piensa en mí y en lo mucho que te quiero. Quédate conmigo y olvida todo lo que te he dicho. —No puedo… —Sé que puedes. Yo… no podría concebir un mundo sin ti. Me besa la frente con fuerza. —De verdad… No podría.

Las lágrimas salen autómatas, necesitan liberarse. No quiero volver a recordar… —Hazme olvidar sus besos, por favor —le suplico entre sollozos mientras lo abrazo—, hazme olvidar sus manos, sus agarres bruscos… ¿Qué hubiese pasado si…? Me dejo caer en el sofá con las manos en mis brazos, sacudiendo sus huellas. De inmediato reconozco que no puedo olvidarlo, que lo quiero muerto por tocarme, por atreverse a faltar mi respeto. Siento tanto asco, tanta repulsión. Edward se sienta a mi lado sin decirme nada y yo deposito mi cabeza en sus piernas, con las lágrimas en la garganta. Quiero llorar, necesito hacerlo. —Tranquila, puedes llorar todo lo que quieras —me dice. Me acaricia el cabello con sus dedos y con paciencia me oye sollozar y gemir. —¿No te molesta? —inquiero, mordiéndome el labio inferior. Suelta una pequeña risa. —Claro que no. Lo miro desde mi posición y él a mí; está sonriendo con timidez. Lloro hasta que ya no puedo más. Acabo sin soltar ningún sonido, estoy tan cansada. Comienzo a cerrar los ojos con lentitud y Edward se da cuento de ello. —¿Ya estás mejor? —me pregunta con dulzura. —Sí, solo estoy muy cansada —murmuro. —Duerme, te hará bien. —Pero estoy cómoda aquí —digo. No quiero ir a su cama. —Entonces duerme en mis piernas —susurra—. Yo estaré aquí. Asiento y me limpio las lágrimas. —Cántame —le pido. —Lo haré —contesta. Es un arrullo dulce y paciente, un suave roce de sus palabras en mi ser. Mis ojos se cierran lentamente hasta que me dejo llevar por completo en el abismo. Siento una profunda tranquilidad que me hace sonreír. Es la primera vez que estoy tan tranquila, tan… en paz. Edward ya conoce algo más de lo que fui, solo un poco, pero lo logré. Sé que esperará hasta que cuente lo que queda, pero esperará y yo detallaré todo. Puedo hacerlo, ya no tengo miedo. Y bueno, ¿qué les ha parecido? Estos dos son muy dulces. Y qué cabrón es Carlisle. Pero bueno, él maneja secretos que pueden venir a remover muchísimo a estos dos, secretos que afectan principalmente a él y a otros personajes muy importantes. Pronto aparecerán nuevas personas,

como Tanya, Irina y los Black. Y sobre todo, aún falta por saber quién es realmente Carmen. Espero les haya gustado y que mi tonta disculpa no les parezca barata u_u Volveré a actualizar en una semanita más. Los rr los iré contestando como siempre. Muchos besos a todas las fieles lectoras Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo: Masterpiece de Madonna, How Long Will I Love You de Ellie Goulding, Blue Velvet de Lana del Rey . NOTA DEL AUTOR: Como verán me he demorado y odio demorarme, siento que no cumplo con ustedes y esto me lo tomo muy en serio. Como excusa vuelvo a informarles que estoy a pasos de la universidad esperando estudiar enfermería lo que me requiere muchísimo estudio :c a veces estoy muy cansada y me cuesta demasiado inspirarme para seguir esta historia. Pido disculpas por esto, intento de todo corazón no demorarme, pero a veces me es imposible. Espero que me entiendan y que no se aburran, porque lo bueno ya comenzó :) Además que no le quedan taaaantos capítulos a este fanfic, porque ya comenzaremos el clímax. Pero bueno, nenas, les mando muuuuuchos besos a todas las que aguardan pacientemente para leerme, no saben cuánto aprecio sus lindos comentarios. - -SI NO TE GUSTA NO LEAS. - . . . Capítulo XXVIII . Edward POV Me relajo cuando percibo su respiración pacífica y profunda. Se ha quedado dormida. Lo necesita, necesita descansar después de todo… esto. De repente se mueve, solo un poco, se lame los labios y se aferra a mi cintura. Sonrío con tristeza, ni siquiera en sueños puede estar tranquila. Derramo un par de lágrimas que de inmediato seco, lo único que saco llorando es debilitarme y Bella necesita fuerza. No entiendo cómo es que soportó tanto sin contármelo, o como es que

nunca se atrevió a decírmelo. Aunque ya no hay tiempo para lamentaciones y menos para odiar, ya tendré mi momento para aquello. En este momento no sé a quién odio más. ¿Phill o James? Uno de los dos se llevará mis golpes primero, luego el otro; no escaparán. Estrecho mis ojos, imaginando el dolor que pudo haber sentido Bella. Y dijo que había cosas peores. ¿Qué cosa puede ser peor que los maltratos que a menudo debe recibir? Mi imaginación no puede ir más allá, pero temo absolutamente de lo que esconde. ¿Es muy malo? Claro que sí, su mirada me lo dice siempre. Suspiro y acaricio su cabello con mis dedos, como si eso fuese a relajarla para que pueda olvidar todo lo que le ha sucedido. Me detengo en sus pestañas largas y oscuras, luego paso a contemplar sus labios entreabiertos; está haciendo un mohín como si quisiera llorar. Mi garganta se ennudece, así que miro hacia otro extremo, quizá al cielo que me muestra la ventana. Me llama la atención la revista que está en el suelo, a un lado de la repisa de madera, no logro distinguir de qué compañía y menos quién sale en portada. ¿Qué hace una revista en mi casa? Nunca me ha gustado leerlas, menos enterarme de la vida de otras personas. Voy a levantarme para buscarla, pero Bella lanza un suave susurro. Creo que no podré salir de aquí por un largo momento. Beso su mejilla y siento su aroma dulce. Es exquisito. Me acuerdo de lo sucedido el día de ayer y los vellos de mis brazos se levantan. Es un escalofrío que recorre mi columna y se va degradando de a poco. Es mía y yo soy suyo. Nos pertenecemos. Quiero volver a sentirla junto a mí, una y otra vez, no me cansaría jamás. Reprimo una sonrisa bobalicona, esta mujer preciosa es simplemente mía y me quiere, soy el único que puede abrazar su fina cintura en las noches y besar su espalda desnuda luego de hacer el amor. Es tan frágil, pero tan fuerte a la vez. No sabe lo que provoca en mí, no tiene ni idea. Descanso mi cabeza en el respaldo del sofá y me doy cuenta de lo cansado que estaba, el cuello se me relaja y mi cuerpo entra en un estado de paz. La tensión se sentía en el aire desde que papá atravesó la puerta. Siento una punzada de culpa en mi corazón, mi padre fue capaz de humillar a Bella, sabiendo cuánto la quiero. ¿Por qué lo hace? No lo entiendo. Todo ese odio es injusto. Habría sido una mañana perfecta de no ser por la intromisión de Carlisle. Todo hubiese sido perfecto sin él. Respiro y dejo escapar gran parte de mi ira, ya ha sido suficiente cólera por hoy. Cierro mis ojos, no sin antes darle una última mirada a la mujer que duerme en mi regazo. Es una buena imagen. No tardo en quedarme dormido por completo. .. Un grito ensordecedor me abre los ojos bruscamente, me yergo rápido y veo el cuerpo retorcido de Bella. Tiene los párpados arrugados y los puños me aprietan las piernas. Siseo por el dolor y atrapo sus muñecas con mis dedos, evitando que siga apretando con tanta fuerza. Llora con desesperación y gime, como si alguien en su cabeza quisiera matarla. —¡Hay sangre, mamá, hay sangre! —solloza. Las venas de su cuello se engruesan y el sudor tiene la piel empapada, con el cabello pegado a él. Frunzo el sueño y la remeso un par de veces, pero no consigue despertar. Su último grito me

da contra la oreja y me desespero. Su grito me parte el alma. —Llévame al hospital, por favor —suplica a la nada. —Nena, tranquila, no pasa nada —le susurro al oído, acariciando su frente con el dedo pulgar. Abre los ojos de sopetón y me queda mirando atentamente, con el iris vidrioso y las ojeras marcadas. —Era una pesadilla —le digo ante su desorientación. Niega, pasando una mano por su frente. —No era una pesadilla —me dice—. Era un recuerdo. Me busca con sus brazos y yo la imito. Pone su nariz en mi cuello y ahí se queda, respirándome. Yo acaricio su espalda con mis dedos, la aprieto contra mí. —Era tan real —murmura. —Pero no lo era. —No… Suspiro. —Necesitas relajarte. —Lo sé. Es solo que… no sé cómo. —Ven conmigo. La ayudo a levantarse y la conduzco hasta el baño de mi cuarto. Ahí está el mejor artilugio de la casa. Cuando la observa deja escapar una risita que me levanta los ánimos. Caminamos por el suelo de cerámica inmaculada, ella, descalza, se aproxima hasta la alfombra azul cielo y restriega los dedos en los filamentos para sentirlos. La sigo y beso su cabeza, mientras los dos observamos la bañera gigante que hay en medio, tan blanca y redonda. —Dios, es tan hermosa —dice. —Como tú. Sé que sonríe, la conozco. Se gira para mirarme. —¿Qué haremos aquí? —Te daré un baño. Levanta ambas cejas, sorprendida. —¿Tú y yo en esa bañera? —inquiere, nuevamente alegre. Le sonrío y niego lentamente con mi cabeza. Hace un puchero adorable. —Esta vez quiero que te relajes. Podemos hacerlo otro día, tú y yo juntos en esta bañera, pero hoy necesitas relajarte.

Me sonríe con inocencia y paz. Me gusta que me sonría así, con tanta naturalidad, como si no hubiera preocupaciones en su cabeza. —Sería más cortés que me dijeras directamente que estoy fétida —murmura, arrugando su nariz. Niego con mi cabeza y me acerco hasta su frente para besarla otra vez. Luego doy caricias con mis labios por sus mejillas, pasando por sus labios. Me quedo en la curva de su cuello y hombro. Bella lanza pequeñas risitas y me acaricia la nuca con sus dedos. —Me gusta como hueles, siempre —le susurro—. Solo quiero amarte —le doy un beso en la piel descubierta—, que dejes de lado las pesadillas. Levanto la cabeza para observarla directamente a los ojos; la gratitud está impregnada en ellos. Paso mi dedo índice por el tabique de su nariz. —Con un baño te relajarás y descansarás bien. —Confío en ti —me dice, pero no sé por qué—. Hazme olvidar. Atrapo su rostro entre mis manos. —Lo haré, cariño, lo haré. Rozo mis labios con los suyos, dándole valor. Está frágil, pero yo puedo ser lo suficientemente fuerte para ella si lo necesita. Atrapo su cuerpo con mis dedos y sé qué camino recorrer, no necesito mirar, no tengo por qué dudar de lo que hago. Ella también sabe hacia dónde guiarse, sus manos viajan por mi pecho suavemente. Nos conocemos por completo, la confianza prima y simplemente no nos falta nada entre los dos. —Voy a preparar el agua —le susurro. —Ajá —murmura distraídamente y se separa con lentitud. Ella se queda contemplando la magnificencia de mi baño. En el medio se encuentra la bañera, que es grande y muy antigua. Pero el cuarto es muy grande, incluso demasiado para lo que acostumbro. El suelo es de cerámica color marfil, como acostumbra a ser la casa en su totalidad, pero las paredes tienen diseños hechos por mí, pero no es la gran cosa, solo dibujos abstractos mal hechos. Odio lo abstracto, pero necesitaba alejarme del retrato cotidiano de Bella. Hay una ducha en la esquina, algo alejada, está apegada a la ventana. —Supongo que lo pintaste tú —me dice de repente. Sé a qué se refiere. —Sí. Pero no me gustó… tanto. Lanza una pequeña risa, o eso creo que quiere parecer, pues me suena más a bufido. —Me gustaría que dejaras de pintarme, ¿sabes? Me acerco a la bañera y le doy vueltas a la llave del agua caliente. La miro y frunzo el ceño. —¿Y eso por qué?

Se sienta en el mueble de las toallas y se cruza de brazos y piernas. Vuelve a retorcer sus dedos en la alfombra, pero ésta vez con aires distraídos. Se ve pequeña desde lejos, como una niña de 11 años esperando a su madre en la escuela. Eso me hace sonreír efímeramente; siempre la veré como a esa niña. —Me gustaría que probaras con otras cosas, no lo sé. ¿Paisajes, quizá? —dice cruzándose de hombros. Reprimo una sonrisa. —Yo pinto lo que me inspira —le digo, tocando el agua con mis dedos. La temperatura está bien, pero no sé si a Bella le guste. Camino hasta la alacena de roble, una reliquia que el Sr. Masen me regaló con la casa, y cojo la botella de jabón con el champú. Dejo caer el líquido espeso en el agua y no tarda en formarse una espuma bastante extravagante. —Me gustaría verte pintar otras cosas, no lo sé —susurra—. Quiero que la gente conozca tu trabajo, que se maravillen como yo lo hago contigo… —suspira—. No quiero que digan que Edward Cullen es el novio de Isabella Swan, quiero que griten y se emocionen con las creaciones del pintor que tú eres. Serías famoso. Niego un par de veces y prosigo con las burbujas. —¿Qué puede hacer un hombre como yo? —murmuro. —¡Edward! No seas taciturno, sabes que lograrías mucho y no me cansaré hasta verte exponer en Nueva York… ¡O en Londres! —exclama, brincando en su posición. Me río con cansancio y no digo nada más. Gruñe. —Edward —vuelve a exclamar—. Estoy hablando en serio. Quiero que pintes en París, Milán y Venecia. —Bien, cariño, ven aquí —la interrumpo, ignorando sus Levanta ambas cejas, anonadada y se cruza de brazos. Gira el rostro hacia la izquierda y deja de observarme, inflando las mejillas con furia. Está enojada. —Bella —digo. No me contesta—. Bella —vuelvo a llamarla. Veo que por el rabillo del ojo intenta observarme. Aprieta aún más sus brazos contra el pecho. Me río y me levanto para ir hasta donde está ella—. ¿Sucede algo? Vuelvo a agacharme para alcanzar su estatura. Sigue sentada sobre el pequeño armario de las toallas, malhumorada e indignada. Pongo mis manos en sus rodillas y las acaricio. —¿No vas a decirme nada? —¿Qué quieres que te diga si insistes en ignorarme? Me río y enredo mis dedos en el cabello que tiene sobre los hombros. —Bien. ¿Quieres que pinte muchas cosas y busque a un tonto cazatalentos para que publique mis jodidos cuadros?

Me mira con sus ojos achocolatados. —Solo quiero que creas en ti mismo y dejes esa idiota idea de que nadie te apoyará —dice, anonadada. —Nadie me compraría un óleo aunque estuviera en oferta —insisto. Rueda los ojos. —¡Van Gogh solo vendió un cuadro antes de morir! —exclama. Me largo a reír y beso su mejilla derecha. —Está bien. Tú me dirás qué quieres que pinte y yo lo haré —le digo—. Si quieres que pinte un tonto puñado de hojas sobre el césped lo haré. Pero no me pidas que intente venderlos… Salta y se aferra a mi cuello con sus brazos a mi alrededor. —¡Prometo que venderás tu primer cuadro muy pronto! —grita contra mis labios. Me río y enredo mis brazos en su cintura para atraerla más a mí. —¿Sabes? —¿Mmm…? —masculla. Nos quedamos mirando un momento. —Siempre me ha gustado cuando te molestas. Va a decirme algo, pero se le escapa un grito descontrolado. La he tomado entre mis brazos y la he llevado hasta la bañera. —¡No te atrevas a zambullirme porque juro que me iré a dormir al sofá por el resto de mis días! —grita entre risas. —Te odio. Permito que sus pies toquen el suelo. Bufa y se quita el cabello del rostro. —Pues yo te quiero y mucho. Gracias, Edward. Beso su frente. —Solo bromeaba —le digo. —Lo sé —murmura—. Quítame la camisa —me invita. Asiento con la respiración elevada y acerco mis manos hasta los botones. Los voy liberando uno a uno y de inmediato puedo ver el inicio de su piel blanca junto al estrecho canal de sus senos. Éstos son pequeños, redondos y firmes. Tiro de la tela para que caiga al suelo y ella esté desnuda delante de mí. Cuando esto ocurre, me atrevo a separarme un poco para contemplarla sin lujuria, es solo… admiración. —De verdad quiero que te des un baño conmigo —jadea, moviendo sus dedos por mi pecho. Resisto el fuerte impulso de hacerla mía en el suelo de este baño.

—Déjame agasajarte un momento —le susurro junto a su oreja derecha, antes de darle un casto beso en la sien. Bufa con frustración, pero luego se ríe. —Como mande, Sr. Cullen —se mofa, dándose la vuelta ante mi mirada. Veo su espalda pequeña, la cintura y su trasero. Levanta una de sus delgadas piernas y deposita el diminuto pie en el agua. La comprueba con tranquilidad hasta introducir ambas extremidades inferiores, de modo que el agua le llega más arriba de la pantorrilla. Cuando se sienta, las burbujas se abarrotan en su pecho, permitiéndome la visión de su cuello y hombros, todo lo demás ha quedado oculto. —Esto es muy agradable —dice, sacando los brazos. Me acerco hasta ella y la veo en el agua. Es como una sirena con los cabellos largos y rizados, flotando en sentidos indirectos y desiguales. Ha doblado las rodillas y ha echado la cabeza hacia atrás. Paso mis manos por su rostro, la magulladura aún está madura. Es una sirena maltratada, una belleza que no ha sido valorada jamás. —¿Vas a bañarme? —me pregunta. —Sí —le contesto secamente—. Siempre he querido hacerlo. —Debiste comprar una muñeca —bromea. —La tengo frente a mí. Levanta ambas cejas. —Pero a mí no me compraste —comenta—. Yo mismo busqué a mi dueño. La sigo escuchando mientras paso la esponja por su brazo derecho. —No utilizaría esa palabra… —¿Cuál? ¿Dueño? Asiento y le sonrío. El jabón cubre su espalda y masajeo con cuidado, de manera que ella solo pueda sentir placer. Suspira una y otra vez, lo que me genera confianza; lo estoy haciendo bien. —Entonces, ¿qué? ¿Amo? ¿Maestro? —dice con la voz adormilada. —Yo diría —voy dejando besos cortos por su clavícula hasta llegar a su cuello— compañero. Se remueve y se ríe. Muerdo la piel caliente y luego acaricio la piel que he herido sutilmente. —Es una bonita palabra, pero yo lo llamaría príncipe —comenta. Vuelvo a pasar el jabón por muchos lugares, lugares que ella permite tocar y algunos que conozco muy bien. Me sorprende lo natural que me parece, es todo tan fácil. —Los príncipes tienen su castillo, riquezas… Creo que te has equivocado. —Qué va. ¡Esto es un castillo! —exclama, lanzando un poco de agua a la rejilla del desagüe—. Toda la riqueza que tienes no se expresa en dinero ni tierras, está en tu corazón.

La observo y le vuelvo a sonreír, embobado. Me gusta que diga eso. —Eres mi príncipe —repite lentamente. Sus mejillas están rojas producto del calor y del vapor que expulsa el agua—. Y te quiero. Beso su frente con cuidado sin preocuparme por las gotitas que chocan con mi pecho desnudo. —Te quiero —le digo también. Cuando acabo de masajear su cuerpo, me dedico a su cabello como puedo, no me acostumbro a lo largo que es y a la forma en cómo se enreda entre mis dedos. Es muy fino, oscuro, son como resortes débiles que se desparraman sutilmente. Bella tiene los ojos cerrados cuando mis dedos acarician su cuero cabelludo y suspira cuando el agua cae por su frente. Al momento de terminar mi ritual, la beso en los labios y ella se despereza, levantando los brazos para atrapar mi rostro con sus manos. El beso se alarga e intensifica hasta el punto en el cual he sumergido parte de mi cuerpo en el agua solo para poder tenerla junto a mí. —Te traeré una toalla —le digo antes de separarme. La envuelvo en la tela esponjosa y blanca, le ayudo a secar su cuerpo con suavidad y acabo secando también su cabello. Cuando acabamos la tomo entre mis brazos mientras se ríe y la conduzco hasta la habitación, pero incluso antes de poner un pie en el umbral de la puerta, ella ya se ha dejado caer al suelo. Voy a preguntarle algo, pero no me deja siquiera abrir la boca. Me estampa contra la pared y me besa con hambre. Lo único que pienso es en la escasa posibilidad de resistirme a esto y en lo rápido que me dejo caer en sus encantos. —Eres insaciable —susurro junto a su hombro, mientras atrapo sus caderas con mis manos. —Solo contigo —murmuro. Se ríe y comienza a dar rápidos besos en mi torso, de manera que la respiración sale gruesa. Es impresionante lo rápido con la que puede dominar este asunto, pero ésta vez quiero hacerlo yo. Le doy la vuelta y la encarcelo entre mi cuerpo y la pared. Sus ojos se abren, dándole un aspecto bastante inocente. La beso como jamás lo he hecho y no tardo en subir mis manos por sus muslos, para luego meterme dentro de su toalla y acariciar la nalga. Bella hace un ruido contra mis labios y yo sonrío. Sus pequeños dedos se acercan a la hebilla de mi pantalón y no tardan en desabrocharlo con maestría. Yo aprovecho de tirar de la toalla hasta desnudarla para mí. La tomo entre mis brazos nuevamente, pero ahora con sus piernas a mis costados. Nos besamos otra vez, disminuyendo la intensidad hasta convertirlo en un suave roce. ... Su desnudez acaba en unos pocos centímetros de su trasero, pues el edredón está sobre ella. Y sobre mí. Sus senos están apegados a mi pecho, la siento respirar constantemente en un hilo de aire que entra y sale con lentitud. Mis dedos viajan de a poco por su piel tersa, acariciando su columna, masajeando su entereza. Hace más de una hora que estamos así, o bueno, que yo estoy así. Contemplarla es como un sueño del que no quiero despertar.

Tiene los labios pegados a mi torso, su hálito es cálido, tranquilo. No sé qué hora es y no me importa, pero las estrellas hacen eco en el cielo. La laguna está en paz con el viento elevando su corriente, pero solo un poco. Es un asombroso alivio para mí estar aquí, ser capaz de verla de nuevo. Los últimos meses me llenaron de angustia, una angustia que ahora se fue volando. Su cabello está algo desparramado por el lado, tan largo y frondoso como él mismo. Se lo acomodo y ella hace el ademán de moverse un poco, pero sin separarse lo suficiente. Puedo observar su cara un momento, noto las mejillas rojas como manzanas, los labios hinchados como la fresa y una sonrisa estampada en la cara. Debo tener los mismos síntomas, los reales síntomas de haber hecho el amor. Vuelvo a notar la inmensidad de sus moratones y mi pecho se aprieta con fuerza, es una angustia que seguirá prendada de mí a lo largo de los días. Y me dijo que ya viene más, por lo que tranquilo no puedo estar. Suspiro y observo sus detalles, unos cuantos que delatan su edad y otros que jamás podrá borrar. Ella no es bonita, en lo absoluto, jamás se ve bonita tampoco. Se ve como si fuese arte, aquí y ahora, entre mis brazos. Y no se supone que el arte sea bonito, el arte es perfección a los ojos de quién le mire. Mi hermosa obra de arte… Beso su cabeza una vez en este prolongado estado de insomnio y me dedico a pensar en lo que ha sucedido durante todo el día. Luego de bañarla hemos caído en travesuras, como si fuésemos unos adolescentes, luego se dedicó a cocinar una cena bastante apetitosa y acabamos escuchando música mientras yo le ayudaba lavando los trastos. Fue bastante trivial, pero no por eso menos emocionante. Hasta que nos dieron las ocho de la noche intercambiando anécdotas y mucha emoción en las palabras. No recordaba haber pasado tantas cosas junto a ella. Y luego hicimos el amor… Me gusta la vida que estoy llevando, a pesar de que Bella y yo solo estamos juntos hace un día. Aunque para mí ya es una eternidad, cada segundo se cuenta como una experiencia más en mi corazón. Me pregunto qué pensará de nosotros, aunque quizá es muy pronto para averiguarlo. Sin embargo, no me considero un hombre de trato informal, me gusta ponerle nombre a las cosas de la manera más bonita posible. Sé que ella también piensa lo mismo, a Bella le gustan las formalidades más que a cualquier persona. Lo nuestro no tiene nombre y no me gusta la idea de que así sea… Suspiro y la abrazo, aún queda mucho por construir entre ambos. Quiero cuidarla y amarla, creo que no es mucho, pero mis sentimientos son verdaderos. Murmura algo entre dientes y se da la vuelta, abrazándome desde el lado. —Te necesito —susurra. Es prácticamente ininteligible ante el susurro del viento exterior. Paso mis dedos por su mejilla lastimada, y a pesar de que mis ojos se llenan de lágrimas, sonrío. Siempre estaré con ella, aunque me lastime en el intento. Isabella POV Me paso las manos por el cabello para desenredarlo, aunque es en vano, es tan fino que las

hebras se cruzan entre ellas haciendo nudos imposibles de desarmar. Miro a la ventana algo frustrada, no me gusta ir despeinada por la vida. El sol que alumbra me saca una sonrisa, es tan brillante. El cielo también está celeste y afuera hace calor. Y pensar que hace tres días no dejaba de llover. Edward entra por la puerta principal y me saluda con la mano, en la otra tiene una canasta grande y algo pesada al parecer. Suena el teléfono y él contesta rápidamente. Me da curiosidad saber quién es, pues hace ya días que no sé nada ni de Jasper ni Alice. —Hey, Bella, es para ti —me dice. Me intrigo y camino hasta donde está Edward. Me está tendiendo el teléfono con sus largos dedos. Cuando voy a tomarlo me lo aleja. Lo miro y parece algo nervioso. —Es un hombre, dice que trabaja para ti —susurra. Trago saliva y con los dedos temblorosos tomo el aparato. No quiero que sea James, la sola idea me asusta. Edward va a irse, pero yo tomo su mano y lo obligo a quedarse. Asiente y me besa la frente. —Diga —murmuro. —Srta. Swan —dice una voz tímida y clara. No es James, es Alec. Doy un fuerte suspiro ya más tranquila. —Oh, Alec, creí que eras… —James, sí —me interrumpe—. No se preocupe, sé que algo anda muy mal con él. ¿Le ha hecho daño? —No me gustaría hablar de eso por teléfono. —Ah. Claro. Miro a Edward, quien está muchísimo más tranquilo, se le nota. Me pide permiso para buscar la manta y yo se lo permito. Antes de separarse me da un beso en los labios y se va. Aún siento la electricidad en mis labios. —¿Cómo sabes que… algo anda mal? —le pregunto. James es capaz de hacer muchas cosas, menos de gritar a todo pulmón que ha intentado violarme, eso arruinaría completamente su imagen. —Me ha llamado muchas veces para preguntarme dónde se encuentra. Por su tono de voz está claro que algo no anda bien. —Supongo que no le has dicho que estoy en Forks —exclamo. —Claro que no, Srta. Swan. Respiro más tranquila. —Le dije que usted necesitaba descansar y por eso nos habíamos retirado hasta París por unas semanas.

Parece una mentira creíble, siempre iba para allá cuando necesitaba quitarme algo de la cabeza. —¿Se la ha creído? —Eso creo. Me quito unos mechones de pelo que se han esparcido por mi cara y busco a Edward por el lugar. Está en el mueble más alto, buscando algo entre las repisas. —He intentado llamar antes, pero el temporal no me lo ha permitido. Pero he hablado con la Srta. Brandon y su asistente, al parecer se irá hasta Las Vegas la otra semana. Me extraño. ¿Va a irse? ¿Por qué? De inmediato siento el impulso de tomar mi coche y manejar hasta Alice, pero no sé qué tan enojada estará conmigo y tampoco sé lo enojada que estoy con ella. Lo que me dijo fue muy sincero y me permitió entender que huir es una cobardía imperdonable cuando el amor prima. Sin embargo, siento que no era el momento para decirme esas cosas, estaba demasiado frágil… A veces es muy brusca. —¿Te ha preguntado por mí? —Sí, pero para tranquilizarla le he dicho que usted estaba conmigo. No me ha pedido hablar con usted —añade. Ya veo. Debe estar furiosa conmigo. Quizá piensa que no estoy con Edward y que le he dejado, como siempre. Con razón no ha llamado. —¿Estás a gusto en el hotel? —le pregunto para desviar el tema. Siento su risa desde el aparato, lo que me saca una sonrisa también. —Es muy bonito, Srta. Swan —responde—. He ido hasta el hospital, buscando a la enfermera de su madre. —Su voz sale extraña cuando habla de Jane, aunque quizá es solo mi imaginación. —¿Y qué ha dicho? —Me sorprendo al notar como mi corazón palpita con fuerza. Ahora más que nunca deseo ver a mi mamá, estará feliz de ver que Edward y yo estemos juntos. —La enfermera Jane me dijo que su madre entrará a cirugía en esta semana, ha preguntado mucho por usted y por un tal Edward Cullen —me cuenta. Reprimo una risita, Alec no conoce a Edward. —¿Alguna otra novedad? Me gustaría poder seguir charlando, pero Edward y yo tenemos que ir a algún que él no me ha querido decir. —Sí —dice y suena preocupado—. La revista ha salido antes de lo planificado. Oh… ¿En qué momento se me pudo haber olvidado? Posé desnuda en una revista de gran renombre masculino y no le he dicho a Edward. ¿Y si su padre lo ve? ¿Y si mi madre llega a enterarse? Demonios, soy una tonta. —¿Te ha llegado la copia? —inquiero, mordiendo la uña de mi dedo índice. —No —me contesta—. Pero en Seattle ya es toda una sensación.

—¿Qué quieres decir? Suspira. —Todos especulan e intentan adivinar de quién se ha enamorado. Carajo. ¿Habrán intentado averiguar…algo? La sola idea me asusta, no sería a la primera actriz a la que le averiguan la vida completa con tal de satisfacer sus caprichos. No quiero que Edward entre a su mundo, es demasiado horrible para él. No quiero compartirlo, no quiero que lo hundan, es mío. —Mierda —se me escapa—. Necesito una charla contigo. A solas. Te llamaré, lo prometo. Mañana estaré en Seattle, lo juro. —Está bien, Srta. Swan. Tenga cuidado, James me ha dicho que los periodistas se han vuelto locos. ¿No ha visto televisión? Solo le contesto con una negativa en monosílabos. —Será mejor que no la vea nunca más, porque usted está sonando en todas partes. Oh Dios. Me despido de él con el pecho algo agitado y cuelgo con fuerza, intentando dejar ahí todo lo que me ha dicho. Por una parte me he quitado un peso de encima, pronto todos tendrán que conocer lo que soy. A Monroe aún la aman, pienso. Edward se acerca a paso lento con algo entre las manos. Una vez que está lo suficientemente cerca, puedo notar que entre sus dedos se esconde la revista masculina Playboy. —¿Qué es esto? —me pregunta. Trago saliva con rapidez, los ojos se me han llenado de lágrimas en un segundo. Cierro los ojos, buscando las palabras. Se va a asquear, me odiará, lo sé…, pienso a cada segundo. —Fue… una tontería. Me ofrecieron mucho dinero y bueno, quería participar en algo grande… En sus manos noto la portada: me veo sensual y seria, mirando a la cámara, provocando con mis ojos. Mi piel blanca se ve iluminada y mis brazos me tapan los senos, haciendo de la pose algo sumamente natural. En mis dedos hay un cigarrillo humeando, a centímetros de mi boca pintada de rojo. No puedo creer cómo es que no se nota el dolor que sentía en ese mismo momento. Parezco feliz de poder incitar al hombre a jugar consigo mismo, utilizando mi imagen como referente sexual. Pero sé por qué ha sucedido esto, porque soy actriz. Sé ocultar mis emociones en el mejor de los casos. —Lo siento mucho, debí decirte. Edward se larga a reír. Lo miro pues parece mofarse de mí. Pero no, se ríe de la situación. —Demonios, Bella, te ves… uau. Dejo caer los brazos a mis extremos y frunzo el ceño. —¿No estás enojado conmigo?

Edward frunce el ceño también, pero luego se sonríe. —¿Por qué? —inquiere—. Bella, te ves hermosa. Abro mi boca para decirle algo, pero no tengo palabras. Nuevamente me he equivocado con él, creí que se enojaría, que se sentiría ofendido, pero ha sucedido todo lo contrario. Definitivamente no conozco a los hombres o estoy subestimando la comprensión del hombre que amo. —¿Puedo leer la entrevista? —me pregunta. De inmediato recuerdo lo que he dicho en esa entrevista. No, no quiero que sepa que estoy enamorada de él por ese medio, quiero decírselo yo misma en un lugar tranquilo. —Me gustaría que lo hicieras con tranquilidad, hay muchas cosas que dije y… quiero que las conozcas con lentitud —susurro. Me sonríe con condescendencia y pone sus dedos cálidos en mi mejilla. —Debo confesar que la idea de que cientos o miles de hombres te vean desnuda me parece algo morboso, y quiero ser egoísta, dominarte. —Cuando me lo dice sus ojos se tornan oscuros y graves—. Pero por otro lado es lo que eres, es tu trabajo y son tus decisiones. ¿Quién soy yo para interferir en tu vida? Me río, pues Edward es capaz de interferir de una manera preciosa en lo que a mi vida respecta. —Quiero que me domines, que interfieras y me digas una y otra vez que soy tuya —contradigo, tomando sus manos entre las mías—. Porque soy tuya, completamente tuya —digo con fervor—. Y lo que hice en esa sesión de fotos fue… —bufo—. Solo le daba fin a mi pasado. Esa vez solo —trago—, solo quería arrancar de lo que estaba sintiendo y se me escapó de las manos… Quiero que tú me toques, que tú me veas desnuda, que tú me hagas el amor con la mirada… Ya no quiero ser lo que era, no quiero más fama de mierda. Mi respiración está exaltada y no sé por qué. Sus ojos de miel me repasan un segundo, pero luego mira al suelo, con una sonrisa tranquila en su rostro. —Me gusta la idea de que seas dueña de tus propias decisiones e ideas —me dice—, yo solo soy tu guía. —Me siento como Alighieri —susurro, apoyando mi cabeza en su pecho y respirando su aroma masculino—. El amor es el mejor guía hacia nuestros propios paraísos. No es un pensamiento tan renacentista como el de él, pero es mi inferencia ante su mundo —divago, perdida en mis pensamientos. Edward besa mi cabeza y me abraza con fuerza, impregnándome de valor. Su entrega me armoniza y me transporta, es mi paraíso. —¿De verdad planeas dejar lo que tanto amas? —me pregunta. Y de pronto una pregunta efímera pasa por mi cabeza. Es como el aire que atraviesa mi rostro en pleno invierno, tan rápido, tan abstracto, pero lo sigues sintiendo, su frío es impresionantemente fácil de recordar. ¿De verdad amo ser quién soy? La respuesta es tan obvia que me deprimo. Cuando era pequeña adoraba ver las películas de Marilyn Monroe, era una idónea forma de salir de mi realidad. Me parecía una mujer tan valiente, talentosa y hermosa, un ejemplo que me planteé seguir desde que tengo uso de razón. Sin pensarlo me convertí en una mujer esclava de la melancolía, de esas que ocultaba su tristeza en falsas sonrisas para agradar a los demás.

Descubrí que no es agradable, que ocultar mi pesar no es más que cobardía envuelta en un falso concepto de fuerza y viveza. Sin embargo, aún siento esa profunda admiración por la mujer más capaz que jamás puede albergar la Tierra. Monroe sabía cómo manejar su fama, su riqueza y sus estados depresivos constantes. Es mi placer culpable, una imagen que siempre contemplaré como el mayor tesoro que el cine y la televisión pudo tener. Su forma de contemplar la vida era tan ambigua. Ah, ella era increíble. No sé en qué momento pude creer que lograría su forma de canalizar las emociones. Pero no amo lo que soy. No amo ser una mujer "sonrisas", bajo capas de arrogante belleza. No es el verdadero sueño que mamá tanto me alentó a cumplir. Yo no quería ser famosa como Monroe, porque ella es irremplazable. Yo quería gritar ante cuatro paredes unas cuantas líneas y expresar emociones que no son mías, quería vestir prendas que jamás podría ponerme, quería decir y vivir vidas que simplemente jamás podré guardar en mi corazón. Quería ser actriz y estar en Broadway, o en los mejores teatros franceses. El teatro era mi pasión y jamás pude lograrlo. Todos dirían que el cine es lo mismo, que todos esos sueños podrían verse pagados por el dinero que recibo por mostrar las tetas o un escote ante miles y miles de flashes. ¡No! Nadie puede cambiar el amor de unos aplausos tranquilos y el discreto aullido de los asistentes en sus bancas, donde las paredes abordan nuestros libretos llenos de dramaturgia y poesía bien fabricada. Hoy, en este mismo instante me doy cuenta de que precisamente no hago lo que amo y me asusta saber que he vivido mucho tiempo sin poder cumplir mi sueño. Marilyn diría que debo cumplir mis anhelos, que necesito sonreírle al público si es lo que quiero. Pero, ¿cómo? ¿Es demasiado tarde? ¿Qué haría ella? Qué estupideces estoy pensando, Marilyn a pesar de todo su precioso dolor ya había cumplido sus sueños. Yo simplemente he enmascarado mis ganas con mediocre dinero superficial. Lo siento, Monroe, no he podido seguir tus pasos, pienso. Aunque no puedo negar que he disfrutado de personificar mujeres diferentes a mí, o quizá no tan diferentes. Se acerca al teatro de alguna manera, pero no lo es. No se puede vivir siempre de lo que parece y no es. ¿Qué puedo decirle a Edward? No quiero causarle dolores de cabeza con mis problemas existenciales. Le sonrío para tranquilizarlo. —No planeo dejarlo, claro que no. Es solo que… si voy a decirle a todo el mundo que tú y yo estamos juntos, me gustaría que hubiera el menor número de escándalos posibles. No he sido una blanca paloma, Edward. Me toma la barbilla con su dedo pulgar e índice, llevándome hasta su rostro para rozar mi nariz con la suya. —¿De verdad quieres decirle a todo el mundo lo de nosotros? Niego, cerrando los ojos un momento. Cuando los abro veo que Edward está bastante asustado por mi respuesta. —No quiero, no quiero decírselo a nadie —respondo con vehemencia—. Van a buscar cualquier

excusa para que tú te ensucies. Es un mundo vacío, sin escrúpulos… Mi nombre ya está manchado por ese mundo. —Para mí eres una blanca paloma —insiste. —Pero para ellos no —susurro—. Pero lo haré, porque quiero que todos sepan que te quiero. —Me largo a reír—. Soy una antítesis. En un momento quiero, pero al otro no. —Tranquila —me dice, abrazándome—, aún hay mucho tiempo, ¿no crees? Asiento, más sosegada. —Debes intentar calmar esos ataques de angustia, no quiero que mi Bella acabe enferma de los nervios —susurra, separándose un poco. Mis palmas están pegadas a su espalda ancha, sobándola para calentar mis manos. —Lo sé, lo siento —me disculpo—. Yo… —Vamos al lugar que te prometí, ya hemos hablado lo suficiente de cosas que te desasosiegan —interrumpe. Me largo a reír y permito que entrelace sus dedos con los míos. Me conduce hasta la puerta y lanza la revista con cuidado hasta el sofá; va a leerla en cualquier instante. Se pone la manta en el hombro y la canasta la lleva con su mano libre. Le pregunto si necesita que le ayude, pero no parece querer que lo haga. Edward se ha vestido con unos jeans azules y un sweater negro de cuello alto. Su cabello ligeramente desordenado por el viento y sus dedos, le da un toque bastante sensual que me ha mantenido pendiente de él durante todo el momento. Yo me limité a vestir unos pantalones de tela color violeta apretados en la cintura y una blusa blanca con diferentes triángulos de colores, de tela delgada. Me dará frío, lo sé, pero me agrada la idea de que Edward me abrace para no sentirlo. —¿Vamos en mi coche? —le pregunto. —No —dice distraído—. Iremos caminando. Abro la boca desmesuradamente y él se me queda mirando. —¿Qué? —inquiere. —¿Planeas que camine con estos zapatos? —exclamo, apuntando hacia mis pies. Son unos slipers de cuero color negro, con cordones en la punta para darle un aspecto más acabado. Son caros y muy lindos. Acostumbro a llevarlos cuando quiero que mis pies vayan cómodamente descansados, además están muy de moda desde el 75. Aunque ya veo que no es la ocasión para llevarlos. Edward me sonríe con malicia. —Yo te pedí que vistieras con comodidad. —Se encoge de hombros. —¡No entendí tu concepto! —bufo. Se larga a reír.

—Ya no estamos en California, cariño, esto es Forks, el bosque en todo su esplendor. —Me mira con ternura y yo me siento la mujer más vanidosa de la tierra. Me ruborizo. La única ropa que traje a Forks fue precisamente de verano, de esas que utilizas en la playa, bajo el abrasante sol de la Costa Oeste. Me río también, desde que pisé Forks debí saber que aquí necesito un buen par de botas y quizá un abrigo tan pesado como yo. —Estoy acostumbrada al verano. —Está bien —suspira—, podemos ir a comprar algo de ropa a Seattle, algo que te venga bien. Me encanta como te ves, de verdad. Pero a Forks ¿con esos…? —se ríe, pues ni siquiera sabe cómo se llaman. —Slippers —le ayudo con una sonrisa. —Slippers, sí… —Vuelve a reírse—. Vamos, nena, California y Nueva York te han dejado bastante al gustillo. —Eso sucede cuando te acostumbras a las ciudades más glamorosas de Estados Unidos —digo. —Nada es mejor como el norte—me guiña el ojo. Le sonrío y le beso los labios con rapidez. Es una caricia suave y espontánea. —Donde tú estés para mí es el paraíso. Sus ojos da un fulgor que solo es de alegría y pasividad. Me gusta que esté así. Suspiro y me obligo a dar marcha por el sendero que hay entre los árboles, mientras el sol nos ilumina con fervor. Me gusta el clima primaveral, no hace mucho calor, pero el sol es tan brillante que cuesta incluso abrir los ojos hasta el cielo. Edward se ve muy guapo con el brillo natural sobre nuestras cabezas. De vez en cuando lo miro desde mi pequeña altura y a veces lo encuentro observándome también. Pasan los minutos y voy recordando el lugar como si fuese una lejana fotografía. El tronco de algunos pinos me llama la atención, pues están lijadas con lo que parece ha sido una navaja. Más allá veo el lago, aunque es solo una línea lejana llena de agua, con el sauce sacudiéndose y liberando las hojas desafortunadas al caer. —Hey —lo llamo. Edward eleva las cejas con expresión curiosa. —Conozco este lugar. Me fijo en las flores que hay desparramadas en un extremo, como ramas y raíces que sobresalen de la tierra ya seca. Puedo sentir el aroma a musgo y a naturaleza, los colores se aferran a mis ojos y yo inspiro una y otra vez, disfrutando del ambiente. Giro rápidamente la cabeza, envuelta en recuerdos. Más allá logro ver una hamaca a medio caer producto del tiempo, una hamaca que Edward confeccionó cuando era un niño de trece años… junto a mí. —Edward —susurro, atragantada de palabras que no sé cómo decirlas. —Vinimos hace mucho —me dice—, creí que no lo recordarías. De mi boca sale una risa estrangulada.

—Cuando acabaste de amarrarla a los árboles quisiste probarla y te caíste con un golpe muy fuerte. Estallamos en risas. Ya sé hacia dónde quiere llevarme Edward. Mi estómago se retuerce de amor. Sigo el camino con atención, pisando con cuidado el peligroso enredo de raíces gracias a los árboles. Pero un par de veces tropiezo y gracias a él no caigo de bruces al suelo. Frena cuando logro divisar un fuerte color a lo lejos, escondido entre dos colinas pequeñísimas. No debe ser muy lejos, quizá un par de metros más allá. El sol da justo en ese pequeño lugar, es como un círculo rodeado de pinos altos y gruesos, con la sola intención de ocultar algo en ese espacio vacío. Las flores. —El prado —murmuro. Sus dedos cálidos me rodean la cintura desde detrás y hunde su nariz en mi cuello. Puedo sentir su respiración tranquila, esa que solo tiene cuando está seguro de lo que va a hacer. —No te hará mal estar con tus mayores enemigas por un momento —me susurra justo contra la piel. Doy un respingo. —Es bueno tener a tus enemigos cerca. Además, este prado es tan… hermoso. De pronto me toma entre sus brazos como a un bebé, con facilidad me eleva y me sostiene mientras camina. Yo tengo que aferrarme a su cuello para no perder el equilibrio y acabo riéndome por undécima vez. —No quiero que te caigas, esta parte sí que es peligrosa. —Muy gracioso —murmuro. Edward da grandes zancadas por lo cual no tardo en sentir el fulgor de las flores frente a mí. Me baja con cuidado y yo me maravillo con lo que ven mis ojos. Es un campo atiborrado de flores silvestres de diferentes colores y tamaños. Unas son lilas, rosadas, azules y rojas, aunque la gran mayoría son lilas. Lo miro sin poder decir mucho, este lugar tiene demasiados recuerdos, quizá no son los más felices, como tampoco los más tristes, pero aquí vinimos la primera vez que nos prometimos amistad sin creer que pronto nuestros sentimientos se harían más fuertes, hasta el punto de amarnos con una intensidad que aún perdura, a pesar de lo separados que hemos estado. —Significa mucho para mí —le digo, girándome para verlo. Tiene una sonrisa pequeña en sus labios, aunque es como si no quisiera regalarla. —Tiene una buena memoria, Srta. Swan —ronronea, acercándose a mí. Yo abro los brazos para que me abrace, y lo hace, muy fuerte. —Y usted tiene unos detalles preciosos, Sr. Cullen. Gracias por traerme. Mi garganta se ha ennudecido y no sé por qué, nunca he sido buena para controlar y conocer mis

emociones. —Me gusta hacerte feliz. Pone sus palmas en mis mejillas y acerca su frente hasta la mía para rozarlas. —Eres el único capaz de hacerlo. Nos separamos y él aprovecha de extender la manta sobre las flores, justo en el punto central del prado. Me permito curiosear en la canasta de mimbre; me muerdo el labio al ver que ha traído frutas, muchísima fruta fresca. Gateo por la extensión de la manta, mirándolo, aunque está de espaldas a mí, anudándose los cordones de los zapatos. —Me gusta la fruta —le susurro como él lo hizo conmigo, rozando el lóbulo de su oreja con mis labios. —Lo sé —dice sin girarse, pero sé que está esbozando una sonrisa. Arrojo mis brazos por sus hombros y descanso mi barbilla en su cabeza. —Sabes muchas cosas sobre mí, ¿eh? —Tantos años compartiendo contigo me han dotado de una sabiduría magistral. Toma uno de mis brazos y me gira para que acabe frente a él, sé que le gusta mirarme. Un mechón de cabello ha caído justo sobre su sus cejas, y con naturalidad se lo quito. Edward sigue mis movimientos con ternura, moviendo sus pestañas con lentitud. —Sabes que te quiero, ¿no? —digo. —Lo sé… —Y sabes que eres muy importante para mí. —Lo sé —repite. Respiro con fuerza, elevando mi pecho. De pronto la angustia me invade. —Tienes muchas preguntas —adivino. Su mirada es un pozo profundo, lleno de incertidumbre, de duda. —Eso da igual. Niego un par de veces con mi cabeza. —Sí, tengo muchas preguntas, sobre todo por qué te fuiste de Forks la segunda vez, luego de ver Cleopatra, por qué Alice teme que bebas alcohol… Miro hacia el cielo, algo desesperada. Me llevo las manos al pecho e inspiro aire. —¿Lo ves? No quiero incomodarte —dice, algo alterado. Me toma las manos entre las suyas y las aprieta con fuerza pero sin hacerme daño—. No quiero que te sientas mal, no ahora. Quiero que lo pasemos bien, que disfrutes y te tranquilices, estás siempre tensa y eso no es bueno. Ya habrá tiempo de hablar. Asiento y le sonrío, más calmada. Cuando me dice estas cosas siento mayor seguridad y me infundo de valor, ese valor que necesito para lo que vendrá.

—Me gusta que sonrías —señala, acariciando mi mejilla. En un ataque de amor me lanzo sobre sus brazos y él cae sobre las miles de flores, aplastándolas con su espalda ancha. Yo estoy sobre su cuerpo y nuestros rostros se acercan con una lentitud que, lejos de ser incómoda, me permite contemplarlo con mayor detenimiento. Nunca jamás me podré cansar de mirar sus ojos llenos de paz, una paz que siempre me ha dotado a mí de calma y sosiego. Sé muy bien que es malo depender de los sentimientos ajenos, más aún del amor mismo, pero saber que me quiere con tanta fuerza me hace sentir protegida, porque el amor es lo único que no muere si es verdadero. Nos besamos por unos minutos, no sé cuántos, el tiempo deja de existir en un momento. Edward me aprieta sutilmente las caderas con sus manos y yo arrugo su sweater con fuerza. Mi estómago está completamente revuelto, lleno de insectos que planean salir lo más pronto posible. Siento el rostro arder, un calor que se propaga por todo mi cuerpo y explota en mis mejillas. Luego de un momento en paz, respirándonos y tranquilizando nuestros corazones, Edward me observa como lo hacía ese Edward amigo que se preocupaba constantemente de mi bienestar. Me llena la nostalgia y le sonrío. —¿No tienes hambre? —me pregunta, enredando sus dedos en mi cintura estrecha. Lo pienso un momento, pues lo único que tengo en cabeza es la necesidad de estar junto a él por siempre. —La verdad es que sí —susurro distraída. Mis palmas están sobre su pecho y nuestras piernas entrelazadas. Me quito el cabello que ha caído producto de la gravedad y lo sujeto detrás de la oreja. —Pues yo también —me dice. Me largo a reír y luego él también. Me dejo caer a su lado, con la espalda sobre las flores y miro hacia el cielo. Arrugo el rostro producto de los rayos solares y me tapo un poco. A pesar de todo me gusta sentir el calor sobre mi cara, hasta el punto en el cual cierro los ojos y lo único que veo es un gran espacio rojo que me cubre por completo. Cuando los abro solo veo una manzana muy roja delante de mí. Pestañeo y frunzo el ceño; sonrío. Edward sabe que es mi favorita. —¿Por qué me miras así? —pregunta con aire inocente. —Me sorprende que recuerdes todo lo que me gusta —susurro. Mi tono de voz es como el azúcar, muy meloso, casi infantil. —¿Por qué ha de sorprenderte? —me dice, sentándose a mi lado. Yo tomo la manzana y le doy un mordisco suave; está riquísima. Esbozo una pequeña sonrisa. —No todos… son así —respondo entrecortadamente. Puedo ver su perfil: la nariz recta y los labios llenos. Su mandíbula es marcada y ahora está invadida de minúsculos vellos de color oscuro; no se ha afeitado. Me gusta así.

Le doy otro mordisco a la manzana y el jugo se escurre por mis labios y mi mentón. —¿Qué quieres decir con eso? —me pregunta con el mismo tono de voz que yo, como el azúcar terso. Busco la palabra correcta o alguna expresión digna que resuma todo lo que él me provoca, para que vea y note cuán diferente es a todos los hombres que he conocido. No la encuentro, no puedo, incluso aquí en un prado de flores con los pinos a nuestro alrededor, con el sol y las nubes sobre nuestras cabezas. —Edward Cullen—le susurro. Mi corazón palpita sin poder controlarse, es una ráfaga de adrenalina que se ha incrustado en mis venas. El aludido me mira sin entender mucho, pero sus ojos me incitan a seguir, porque da igual que no entienda lo que voy a decirle, necesito decírselo. Me arrodillo delante de él y lo miro de frente. Quizá no soy la mujer más efusiva, ni la más dulce de este mundo, pero con Edward siento amor, un amor que alimenta y eso no podría quitármelo nadie. —Te amo —completo, dejando escapar el aire de mis pulmones. Los ojos de Edward se abren con asombro y el cabello ha vuelto a caérsele por la frente. Parece estático, o quizá no cree lo que le he dicho. Quizá fui demasiado brusca. —Yo… también te amo —murmura, acercando sus dedos a mi mejilla—. Te amo desde hace mucho tiempo… —Lo sé —le digo. Pongo mi mejilla en su hombro y lo siento abrazarme con mucha fuerza—. Siempre había querido decírtelo, pero no me atrevía. —Tranquila, yo tampoco me atrevía a hacerlo. Respiro su perfume y su calor me inunda. Decirle te amo por primera vez… Nunca creí que sería tan tranquilizador. —Realmente te amo, Edward. —Me separo y tomo sus dedos entre los míos—. Te amo, te amo, te amo… —digo una y otra vez, saboreando las palabras. Lo beso con pasión, tirando ligeramente del cabello de su nuca. Edward parece sin palabras y me siento completamente satisfecha por eso, es mi turno de dejarlo mudo. —Hey —me llama, separándose un poco de mí. Sonríe y la comisura de sus ojos se ha arrugado. Está… feliz, como si todo lo que habría soñado en la vida se le hubiera cumplido justo aquí, ahora—. Eres la mujer de mi vida y no me importa si es muy pronto para decírtelo. Me largo a reír y luego comienzo a llorar, pero no sé por qué. Edward ahora está preocupado, pero no quiero que se preocupe. —¿Pronto? —pregunto, algo enojada. Pero no estoy enojada con él, sino con cada una de las razones por las que tuve que separarme de su lado—. Ya he pasado demasiado tiempo desperdiciando mi vida sin ti, por favor no creas que es muy pronto. —Me quito las lágrimas de los ojos y suspiro—. No quiero volver a separarme de ti, la sola idea me rompe el corazón. Edward vuelve a abrazarme como lo hacía antes, cuando yo me encontraba triste siendo solo una adolescente estúpida, cuando Emmett me hacía daño y él recurría a sus abrazos tan simples, pero tan perfectos al mismo tiempo. Lo nuestro no ha cambiado ni cambiará, seguimos siendo amigos, seguimos siendo esos niños que se observaron por primera vez en la clase de

matemática, esos adolescentes que jugaban con una cuerda amarrada al sauce del lago y se salpicaban de agua antes de correr a sus respectivas casas para cenar, esos jóvenes que se atrevieron a hacer el amor en ese mismo lugar, esos dos que iban a tener un bebé… Siempre fuimos una sola persona, desiguales en muchos aspectos, pero nos amábamos desde un instante, hasta ahora. Siempre seremos amigos, siempre seremos los mismos, siempre nos amaremos, solo que ahora no ocultamos cuánto nos deseamos y cuánto ansiamos rozar nuestros labios hasta que la luna se esconda y despierte el sol. —¿Separarme de ti? —se ríe—. ¿Separarme de la mujer que amo? ¿Qué clase de tonto haría eso? ¿Qué razón habría para dejar de tenerte a mi lado en la noche y verte dormir en mis brazos? Mi garganta se ennudece. —Ninguna —me convenzo a mí misma. Me quiere, me ama… Lo entenderá—. Eres mi amigo, mi mejor amigo, pero también te amo y sencillamente no puedo privarme de ti. —Yo tampoco puedo hacerlo. —Sus ojos dan un fulgor—. Sé que no te lo he pedido oficialmente y sé que amas las cosas con formalidad y… —Mira a su alrededor, pero no sé lo que busca. Con sus dedos corta una pequeña flor de color rosa y me la tiende. Yo me río, aunque no lo entiendo—. Bella… —Traga con fuerza—. Sé que hemos hecho el amor y que te he dicho que te amo, sé que no hay necesidad, que es obvio, pero… ¿quieres ser… mi novia? Me muerdo el labio inferior reprimiendo las ganas de llorar. Dios mío, ¿cuántas veces deseé que esto sucediera? —Claro que quiero —exclamo, lanzándome a sus brazos—. Quiero ser tu novia. Me besa los labios con lentitud, sujetándome con su mano en mi nuca. Me quita las lágrimas de las mejillas con sus pulgares y se separa, pero sin dejar de rozar sus labios con los míos. —Te amo —repite por quinta vez, pero no puedo cansarme de escucharlo, es precioso. —Te amo —digo también. Por un largo momento Edward ha descansado su cabeza en mi vientre, mientras hago movimientos con mis dedos en su cabello. Esta siempre fue nuestra rutina, pero dejamos de hacerlo cuando nos dimos cuenta que era lo más parecido a un noviazgo, y bueno, nos asustamos. Tengo la espalda elevada gracias a la manta, mientras pongo flores en el cabello sedoso de mi novio. Edward está mirando al cielo, aunque algunas veces se gira para mirarme. —Extrañaba acomodarme así contigo —comenta de pronto. —¿Desde cuándo me quieres… más que a una amiga, Edward? —me atrevo a preguntar. Sabe que me refiero exclusivamente al momento en el que temió por nuestra amistad. Lo piensa, lo sé porque repasa el lugar con sumo cuidado, buscando las palabras. —¿Recuerdas aquella vez que discutimos muy fuerte? —me pregunta. Hago memoria, pero no necesito indagar mucho, lo tengo muy fresco en la mente. —Cuando no pude ir al concurso de pintura en la escuela —susurro. Teníamos catorce. Asiente—. Lo recuerdo perfectamente.

—Me sentí tan mal… Te necesitaba ahí conmigo, era el momento de que todos conocieran lo que tanto me gustaba hacer… —se calla. Aquella vez Emmett me había invitado a casa de sus padres y había prometido llevarme a la exposición de la escuela a la hora acordada, pero a último momento se excusó con la idea de que el carro se había quedado sin batería. Me obligué a creer que Edward no iba a molestarse, siempre era muy comprensivo y yo me aproveché de eso. Pero cuando regresé a casa mamá me miraba con muchísima tensión en los ojos, aunque yo creí que era porque Phill podría llegar en cualquier momento. Pues no, Edward estaba en mi habitación con un papel enrollado en sus manos. Le pregunté cómo estaba y él solo se limitó a mostrarme la cinta que exponía claramente un 1 en color dorado. Había ganado y yo no estaba para él. No tardó en desenrollar el papel y mostrarme su dibujo: era yo con una perfección absoluta, magnífica. Me corazón se rompió en mil pedazos y me sentí un monstruo. Te necesitaba y no estabas ahí, me dijo. —No hablamos en muchos días —me recuerda. —Tú me cortabas el teléfono —susurro—. Debiste haberme mandado al demonio, fui una tonta. —Fue ahí cuando me di cuenta que no podía estar un minuto sin ti, cuando te extrañaba a ti, a tu aroma y a tu sonrisa —me cuenta con la voz neutra y tranquila—. Me asusté, porque siempre discutíamos y no sentía esa maldita necesidad de abrazarte. Pero desde aquella vez me di cuenta que mi corazón te pertenecía a ti y a nadie más, y que solo tú podías hacerme feliz, hacerme sentir seguro. Oh. Acaricio su cabello otra vez, luego su frente. —¿Por qué no me lo dijiste en ese mismo momento? —le pregunto, mordiéndome el labio inferior. —No era correcto, tú no sentías lo mismo por mí y… —Desde mucho antes me gustabas —digo con tristeza—, muchísimo antes de que tú te enojaras conmigo. Edward se queda callado, demasiado callado para mi gusto. —Lo siento, fui demasiado cobarde, tú estabas coqueteando con Emmett y… —Me acerqué a Emmett para olvidar todas esas putas mariposas que se formaban en mi vientre cuando tú me mirabas —le interrumpo—. No quería seguir sintiendo algo que correspondía. Nos quedamos ambos callados, algo incómodos por estas confesiones. Es increíble lo que provoca el silencio y la cobardía, ese miedo irracional al no ser correspondido, más aún cuando sientes cosas que no debes por una persona que deberías sentir como un hermano. —¿Te acuerdas cuando no querías probar el budín de mi mamá porque tenía espinaca? ¡Dios, cómo odias la espinaca! —Edward se ríe, liberando las tensiones—. Pero yo te insistí, te decía que mamá hacía los pasteles más sabrosos de toda la galaxia. Me miraste con tus preciosos ojos y me dijiste con resignación que lo intentarías. Te acerqué el tenedor con el pequeño pedazo, sin poder despegar mi mirada de ti y tú acercaste tu boca a él y probaste, solo porque yo te lo pedí. Te observé saborear y me pediste más, te di todo el pastel en la boca bajo risas estúpidas y…

Dios, ahí me di cuenta de cuánto te deseaba, de cuánto te adoraba. Me gustaste con el solo hecho de mirarme. Me asusté tanto. Teníamos trece años, solo trece años… Yo estaba enamorada de él mucho antes de que Edward se atreviera a sentir lo mismo. Y luego me obligué a olvidar porque no quería que esto acabara mal. Pero, ¿cómo puede acabar mal algo que es tan hermoso? Edward me mira ahora, con los mismos ojos que me miraron mientras comía del pastel de espinaca. Le sonrío y acaricio sus labios con mis dedos. Nos tardamos casi 17 años en reaccionar. Al fin es mi novio, es mío y yo soy suya. Lo amo, nos amamos. Y podría amarlo por mil años más. Me toma una mano y besa cada uno de los dedos. Yo simplemente lo miro, embobada y dejo que lo haga. —Mi obra de arte —susurra. Y cada palabra que dice suena a amor… a su amor puro e incondicional. En ese preciso instante no deseé otra cosa que no fuese estar con él. ... Pasamos la mayor parte del tiempo restante visitando el árbol de naranjas que florecía ahora en primavera. Ese árbol era nuestro punto de encuentro cuando nos escapábamos de casa o de clase, luego corríamos por el bosque hasta llegar al sauce, sin fijarnos en la cabaña del Sr. Masen, pues rodeábamos el sitio por un atajo que Edward había descubierto una vez. Me subí sobre sus hombros y él me sujetaba con sus manos en mis tobillos, llevándome consigo mientras sacaba algunas flores del naranjo. Luego comenzó a correr y yo creí que me caería, pero después me tranquilicé, pues Edward jamás dejaría que me cayera. Acabamos exhaustos, aunque la verdad es que yo más que él. Mi pecho subía y bajaba de forma rápida, pero todavía sentía un poco de energía para seguir jugando con mi novio, no importaba que pareciéramos niños de cinco años. Ahora caminamos por el mismo sendero para ir a su casa, Edward parece una lechuga y yo una vieja cansada. Yo tengo la manta entre mis manos que tiritan cansadas y él aprieta fuertemente el mango de mimbre con las pocas frutas que no nos alcanzamos a comer. —¿Cómo le haces para estar tan sereno luego de todo lo que hemos corrido? —le pregunto medio riendo. Edward se vuelve para mirarme con una sonrisa bobalicona. —No fumo —susurra. Hago un mohín; sabía que tarde o temprano iba a reprocharme mi vicio—. Aunque debo decir que el periodo en el ejército me sirvió de mucho. Me tenso inmediatamente. El hecho de que haya estado en medio de esa guerra se me había olvidado por completo. —Aprendí muchos hábitos y me acostumbré a llevar una vida más activa —sigue diciendo con entusiasmo. Me trago el nudo de la garganta y carraspeo.

—¿Fue una buena experiencia? —le pregunto susurrante. Se la piensa, solo un poco. Baja la cabeza y se mira los zapatos. —Una guerra jamás será una buena experiencia en la vida. Prefiero no seguir preguntándole más, sino acabaré gritándole que pensé que estaba muerto y no es buena idea justo ahora, en medio del parque. Planeo relatarle lo más horrible primero, luego seguiré en el orden que corresponde. Cuando llegamos a casa el cielo ya está completamente oscuro; la hora del crepúsculo ha acabado. Edward abre la puerta con la llave y la empuja para que pueda pasar. —Bienvenida otra vez a mi humilde morada —me dice divertido. —Siempre es un placer —le guiño un ojo. Voy a encender la luz, pero lo único que veo es oscuridad. —Oh no, se ha ido la luz —exclamo, aferrándome a la pared para no caer. Hay algo en la oscuridad que jamás me ha gustado, desde pequeña no puedo soportarla sola. —Debió ser el viento de la tormenta pasada —dice Edward en un tono bajo—, los cables debieron terminar por soltarse durante los días que restaron. La única luz que llega al lugar es la de la luna que se cuela por la habitación de Edward. Me mira, y debe ser mi expresión de alarma, pues me abraza de inmediato. —Voy a encender algunas velas para que no tengas miedo —lo dice de tal forma que mi miedo no parece ridículo—, así voy a revisar los cables afuera. Asiento para que no se preocupe por mí. Edward enciende unas cuantas velas en la sala y se lleva la más grande para salir. Cuando cierra la puerta yo me abrazo a mi misma para quitar el frío que siento en mi cuerpo. Camino por el lugar y veo la Playboy encima del sofá. La tomo y la escondo bajo la mesita de café que está entre los dos sofás restantes. Luego voy tomo dos velas y las llevo hasta la habitación de Edward; me miro al espejo largo y amplio algo distraída: mi cabello está desparramado por mis hombros, tengo el rostro sudado por la caminata y la nariz roja por las flores. Me río, soy un asco. Me quito la blusa con cuidado, desabotonándola lentamente. La dejo caer el suelo. Mi pecho está brillante por el sudor y el sujetador me aprieta fuertemente los senos; mi presión sanguínea debe ser un torbellino. Voy a quitármelo, pero de pronto veo una sombra detrás de mí que me paraliza completamente. Estoy a punto de alcanzar la vela para alumbrar hacia mi espalda, pero unas manos grandes me aprietan el vientre, de manera que mi espalda y mi trasero chocan con su cuerpo. Lanzo un grito de excitación y sorpresa, aunque quizá es alarma. —Tranquila, soy yo —murmura detrás de mi oreja. Su hálito choca contra los vellos de mi nuca y lo único que siento es una corriente que cruza desde mi cerebro, la columna y entre mis piernas.

No puedo decir mucho, me he quedado sin voz. Edward ha comenzado un recorrido de besos por mi cuello y mi hombro, pero lo único que logro hacer es a cerrar las piernas con brusquedad. —Los cables se han roto, creo que fue el viento lo que terminó por estropearlos —me comenta con la voz ronca, mientras acaricia mi vientre con sus dedos. Siento el inmenso deseo de brincar, es un espasmo de placer que me nubla la razón. Jamás me había hablado de esa forma, jamás se había comportado de esta manera conmigo. Me enloquece. —¿Nos quedaremos sin luz hasta que…? —No puedo acabar la frase, pues mi voz no es más que un chillido pequeño y gastado. Se ríe contra mi cuello, como si mi debilidad ante él le estuviera gustando mucho. Y no me extrañaría si eso fuese cierto. No sé a qué aferrarme, así que aprieto mis manos en puños, respirando y jadeando de la peor manera posible. —Hasta que venga alguien y lo arregle —murmura quitándole importancia al asunto. No se me ocurre qué más decirle, mi mente está totalmente bloqueada por el deseo. Me gusta que me toque y que se apropie de mí, sentirlo es maravilloso. Tomo sus grandes manos y las conduzco hasta mis senos. Sonrío, complacida. Edward los aprieta sutilmente, como si yo fuese una flor demasiado frágil. Yo me muevo, extasiada, restregando mi cuerpo con el suyo. —Te gusta seducir a las señoritas —le digo jadeante, girando mi rostro para que él acerque el suyo también. —No sabes cuánto —me responde, para luego unir sus labios a los míos. La posición no es la más cómoda: los dos de pie ante un espejo espectador, yo semidesnuda, excitada, y él detrás de mí, acariciándome. Pero me gusta demasiado. Deliro. —Ven conmigo a la bañera —me susurra. —¿Vas a hacerme el amor en el agua? —inquiero, aguardando la respiración. Se ríe contra mi boca entreabierta, hambrienta de él. Me da la vuelta, girándome con su mano en mi muñeca. Sus ojos dorados ahora son tan oscuros que me sorprende. —Es lo que más deseo —me contesta. Me muerdo el labio inferior y me lanzo a sus brazos sin pensarlo. Edward me recibe y me besa en el mismo momento, tirando de mi labio con sus dientes. Sus manos recorren mi trasero con una osadía que me vuelve loca, luego sube por mi coxis, mi cintura, hasta llegar al menjunje de broches que cubren mis senos. Cuando me despoja de él y éste cae al suelo yo aprovecho de llevar mis manos hasta la hebilla de su pantalón. Caminamos en silencio hasta el baño, él y yo con una vela cada uno para alumbrar nuestro encuentro. Yo camino descalza por el suelo de cerámica y lo veo despojarse él mismo de la ropa que le va sobrando. Cuando acaba abre las llaves para que el agua corra y de inmediato se llena hasta el punto en el cual el vapor sube hasta el techo.

Se hunde con cuidado y yo camino bajo su atenta mirada, sus atentos ojos dorados. Tiene una sonrisilla traviesa, una sonrisa que me hace apresurar el paso hasta él. Levanto una pierna a unos centímetros de su masculinidad y la hundo en el agua; está caliente. Cuando tengo ambos pies en la bañera, Edward me tiende una mano y me permite sentarme sobre su cuerpo, yo de espaldas. Me besa la columna, despacio y delicado, mientras lleva una de sus manos a mi ingle. Yo me aferro a sus brazos y me dedico a besarlo con lentitud, tal como él me acaricia. Se me escapa un leve gemido cuando sus dedos llegan hasta mi intimidad, muerdo su labio inferior y luego su barbilla. El agua me cubre ligeramente los senos, pero aún así puedo ver cómo su mano se cuela entre mis piernas. No aguanto y me giro, a horcajadas encima de él. Le sonrío y vuelvo a besarlo, mientras él enreda sus brazos con fuerza a mi alrededor. Mi pecho choca con el suyo, tan húmedo y caliente, su vientre y mi vientre rozan sutilmente su piel y nuestras intimidades se tocan con deseo. Lo quiero en mí, entre mis caderas. —Me debes un baño —me dice entre jadeos. —Déjame amarte primero —le susurro, juguetona y entusiasta. Beso su mejilla y vuelvo a sus labios; no puedo separarme de él. Llevo mi mano hasta su miembro y lo conduzco hasta mi interior. Cierro los ojos con fuerza y grito. Puedo sentir por completo su textura, la dureza y por sobre todo su temperatura… Caliente. Me siento completa así, con Edward dentro de mí. No podemos dejar de besarnos a pesar de que mis movimientos nos sacan graves gritos. Araño su espalda ante la sensación y él aprieta aún más su abrazo en mi cintura. Abre su boca y yo gimo sobre ella, hasta que de una sola estocada Edward se hunde en mi por completo. Me separo un poco y miro hasta el techo, mientras me besa los senos y el cuello. El agua se mueve hacia los lados y cae por el desagüe. Nuestros movimientos parecen una tormenta en el mar. Vuelvo a besarlo y grito de placer, mi corazón me sube hasta la boca y trabaja a un nivel frenético. Nos observamos en aquel momento especial entre ambos y llego al éxtasis, ese momento glorioso que me ilumina con divinidad. Edward gruñe y se mueve por última vez debajo de mí. Nos quedamos un buen rato en esta posición, él adentro y yo abrazada por sus brazos. La respiración está errática y mis ojos llorosos por el placer. Hasta que me acaricia el cuello con sus dedos y me despierta de mi estado de letargo. Lo miro y le sonrío. —Me encantas —le susurro, descansando mi frente en su hombro. —Tú también me encantas —dice. Me doy la vuelta con lentitud y me acuesto sobre su cuerpo, mientras el agua nos rodea, ahora con tranquilidad. Nos quedamos por varios minutos así, respirando y controlando lo que vamos sintiendo. Luego comienza a besar mi hombro derecho sin cesar y a hacer caricias en mi vientre; le encanta mi vientre. Yo aprovecho de entrelazar sus dedos libres con los míos. —Estás enamorado de mi hombro, ¿eh? —le digo entre risitas.

Él también se ríe. —No —dice—, estoy enamorado de ti. Mi sonrisa se eleva varios centímetros. —Me encanta que digas eso —ronroneo. Luego de un rato lo lavo con mis manos, pasando mis dedos por su cuerpo, mimándolo y amándolo. Me encanta enjabonar su cabello sedoso y dejar caer el agua por su cabeza y sé que a él también le gusta mucho. ... Enciendo el interrumptor de luz y la bombilla se ilumina con fulgor. Al fin ha llegado la electricidad. Camino por el pasillo y tomo mi abrigo de piel, afuera hace muchísimo frío y no quiero desabrigarme. Me cuelgo el bolso en el hombro y reviso si se me queda algo. Nada. Cuando salgo hacia el exterior veo a Edward pasando un paño suave por el capó de mi coche, ensuciando su camisa a cuadros azul. Ruedo los ojos y sonrío, me acerco a él y me cruzo de brazos esperando a que se dé cuenta de que estoy aquí. En el momento que se percata de mi presencia me sonríe y lanza el paño lejos, para luego abrirme la puerta del coche y permitirme subir. Paso mis manos por el manubrio y me maravillo con la textura del cuero. Suspiro. La última vez que estuve aquí fue cuando llegué de California, manejando rápidamente con tal de disculparme con Edward. Hoy es mi novio. Sonrío. Nos despertamos con un aire nuevo y fresco, naturales, y bastante calmados. La dosis de ayer en la noche surtió un efecto tranquilizante en ambos, además de que algo nos unió mucho más desde que fuimos al prado. Quizá es el mero hecho de saber que soy oficialmente su novia. Por el espejo retrovisor veo que Edward pone la maleta detrás, cierra la puerta, se da la vuelta y entra a mi lado. Tengo que comprar ropa cómoda y sencilla si quiero pasar desapercibida en este pueblo, mas sentirme bien en un lugar como lo es Forks: rústico, verde y salvaje. No sé si sea el efecto 'Edward', pero no me molestaría vivir toda mi vida junto a él en esta misma cabaña. Me sonrojo con este súbito pensamiento y me abrocho el cinturón. Pongo la radio y suena David Bowie, tarareo un tanto y Edward está callado a mi lado, pero sé que está pendiente de lo que hago, pues se gira a mirarme cada vez que puede. Es un silencio cómodo y gratificante. Me agrada mucho la idea. Mamá siempre me contaba que si el silencio era ameno y dulce entre dos personas, es que simplemente hay un lazo muy grande que los une. Claro que es cierto. También tengo que ir a casa y ver a Alice… La sola idea me revuelve el estómago. Paro frente a mi pequeña casa, esa casa de pequeñas ventanas cuadradas y madera de nogal, con las cortinas envejecidas mas no amarillas, con el tejado característico de Washington y el

jardín que alguna vez estuvo lleno de flores maravillosas. Cuidarlas era el pasatiempo favorito de mi madre. —Iré contigo en un minuto, quizá sea buena idea que ella converse contigo a solas —me susurra, acariciando mi rostro con sus suaves dedos. Asiento y le doy un corto beso en los labios. Camino por el sendero de piedrecitas que alguna vez construyó Charlie, prometiéndole la vida más feliz a su mujer. Patrañas. Mi corazón palpita muy fuerte, estoy muy nerviosa. Acerco mis nudillos a la puerta y toco un par de veces con suavidad. No sé si es mi imaginación, pero puedo escuchar perfectamente sus pasos hasta acabar frente a mí. Cuando la veo es como despertar de un sueño y volver de golpe a la realidad. Entro y dejo la puerta entreabierta. Viste solo una bata de satín negra y lo que hay debajo prefiero dejarlo a la imaginación. No parece despierta hace poco, pero sí lo bastante desarreglada como para… —¿Quién es, nena? —exclama Jasper desde alguna parte de la casa. Reprimo las ganas de reír. —¿Puedo pasar? —le pregunto despacio. Me mira con esa crueldad de amiga, me odia en este momento porque cree que prefiero sufrir antes de ser feliz, y ser feliz en mi caso es estar con quien amo. Pero no sabe que he aceptado sus retos, aún así cuando me han parecido muy duros. —No puedo negarte el acceso a esta casa, es de tu madre, por ende también es tuya —dice y se da la vuelta, dejándome la puerta abierta. Doy un paso dubitativa y me encuentro a Jasper con su pijama a rayas. Levanto las cejas en modo de saludo y él me levanta las manos con el mismo gesto, hasta que se va a la cocina. ¿Es que la cocina es su refugio? Cuando creo que Alice va a dejarme sola en medio de la sala, ella se sienta en el sofá y se cruza de piernas, esperando a que diga algo. Me aclaro la garganta y me quedo de pie, no soy capaz de tranzar una conversación sentada, no ahora que estoy muy tensa. Pero veo la gran maleta burdeos marca Chanel de Alice, justo en medio del pasillo. Frunzo el ceño. —¿Por qué…? —No sé cómo preguntárselo. Suspira. —Voy a Las Vegas por unos días, necesito terminar unos contratos y regular unas caídas de mi dinero —dice sin detenerse a mirarme. —Entonces no te lleves tanta ropa, puedes dejar unas pocas en el armario de arriba, así cuando vuelvas tienes algo para ponerte. Alice me mira con sus penetrantes ojos azules. —No volveré a casa de tu madre, Bella.

Frunzo el ceño. —Alice —suspiro con cansancio—, sé que hice mal al huir mil y un veces de Edward, pero… Se levanta furiosa del sofá y me hace frente, cruzándose de brazos contra el pecho. —¡No te importó lo que te dije camino al lago! Simplemente te fuiste y lo dejaste solo —gruñe—. ¿Es que no entiendes lo mucho que te ama? —Alice… —¡No, Bella! Alec ya dijo lo que tenía que decirme. —Levanta la barbilla—. Estás siendo muy injusta con él, ¡desperdiciarás toda tu vida por miedo! Yo creí por un momento que no veías a casa porque estabas con él arreglando sus problemas, pero cuando tu asistente me afirmó que estabas en el hotel de Seattle simplemente… me decepcioné completamente de ti. Me duele que piense eso de mí, que crea que soy una tonta. —¿Y acaso tú no eres injusta conmigo? —exclamo ya enojada—. Déjame explicarte. —Bella —dice alguien desde la puerta. Alice se queda callada y el color de su cara cambia completamente. Está pálida y parece culpable. —Las escuché discutir, lo siento. Edward camina hacia nosotras y entrelaza sus dedos con los míos. Me los aprieta fuerte, como si él supiera arreglar la situación. Mi mejor amiga no dice nada, simplemente tiene la boca medio abierta y mira nuestro contacto con sorpresa. —No me fui a Seattle ese día —le explico con calma—, me quedé con él y… bueno, simplemente sucedió lo que tenía que suceder. —Le dije que la amaba y que no quería volver a separarme nunca más de ella —prosigue Edward, acercándome a su pecho para besar mis labios. Alice frunce el ceño y mira al suelo, se muerde el labio inferior y tira de la bata, sonrojándose. —¿Por qué Alec…? —Él hizo lo que debía, yo necesitaba explicártelo en persona. Se pasa una mano por el cabello despeinado y ahora nos vuelve a mirar avergonzada. Ahora que la puedo observar de cerca, noto el maquillaje corrido con agua y los ojos brillantes como esferas de zafiro. —Bella, pudiste haberme llamado —me dice con voz ahogada, pasándose las manos por la cara—. Me hubiese ahorrado todos estos pensamientos y… lo que te dije… Bufo, algo molesta. Edward me besa la frente para que calme mi cólera. —A veces también deberías pensar en mí —le susurro con los dientes apretados. Aún estoy dolida con ella, sobre todo por lo que acaba de decirme antes de que Edward

interfiriera. Alice se deja caer en el sofá. —Sí, tienes razón. Metí la pata —gime—. ¡Lo siento, Bella! Edward me mira comprensivo, instándome para que vaya y hable tranquilamente con ella. Yo asiento y él se va hacia la cocina en donde está también su primo. Respiro hondo y me acerco a la morena de cabello corto, me siento a su lado y espero a que ella me diga algo. —Tu relación con Edward es tuya, lo sé —susurra—, pero yo quería que fueras feliz, que entendieras que él te quería y que le estabas haciendo daño. —Lo entiendo —le digo—, pero sabes lo frágil que soy, lo cobarde que me comporto cuando se trata de él… Yo lo amo y ese día planeaba decirle que me perdonara, pero vi a Jessica y… soy una tonta porque creí que se habían acostado —mi estómago se revuelve con la sola idea— pero es inaudito porque Edward no es así. Alice me toma una mano con timidez y yo se lo permito. —Sé que no fue la forma adecuada para hacerte entender, pero tú nunca has sido la mujer más fácil de convencer que yo recuerde, siempre tan terca como una mula. Me río y comienzo a llorar a la vez, no lo entiendo. —Hey, Bella, ¿sucede algo malo? ¿Dije algo que no debí? —pregunta preocupada. Niego y me seco las lágrimas. —Solo estoy feliz —exclamo, encogiéndome de hombros. Alice sonríe de oreja a oreja—. Me ha amado con tanta pasión, con tanto amor. Cuando me dijo que me amaba mi mundo dejó de girar para centrarse solo en él… —Oh diablos, sí que estás enamorada —bromea—, tanto que me hace muy feliz. Cuando los vi juntos fue… increíble, no hay palabras. Siento los hombros más livianos, y mi mente completamente fresca, es como si una gran carga se hubiese salido de mi espalda de un momento a otro. —¿Aún no sabe lo de… bueno…? —No —murmuro—. Pero quiero decírselo en una semana más. Quiero disfrutar de nuestra paz por un tiempo y hacer lo que todos los novios hacen. —¿Tener sexo? —me pregunta con picardía. Yo me río. —Aparte de eso —digo algo avergonzada—, quiero que vayamos a cenar a algún lugar cerca de la costa o que veamos una película. —O sea que no te irás a vivir con Edward a su cabaña. Mis ojos se salen de mis orbitas con la idea. —Es demasiado pronto —murmuro—, necesitamos un tiempo en nuestro mundo, tampoco quiero estar ahogándolo ni nada de eso.

—Sí. Tienes razón, ambos necesitan acostumbrarse a este gran paso. Pero no creo que les cueste, ya han pasado mucho tiempo separados y se nota que Edward está muy feliz contigo. —¿Tú crees? La sola idea me hace feliz a mí también. —¡Por Dios, Bella! Cuando te mira parece que nadie más existe, ¿me vas a decir que eso no es ya suficiente para saber lo importante que eres para él? Sonrío y abrazo el cojín del sofá con ambos brazos. —Me siento una niña otra vez —suspiro—. Pero tú no me has dicho qué hace Jasper aquí. La expresión de Alice cambia de orgullo a un gran mohín de vergüenza. —Eh, bueno, hicimos el amor la noche anterior —dice en tono bajo—. ¡Y no sabes cuánto me ha encantado! —exclama, abrazándome con fuerza. Yo le devuelvo el gesto, muy feliz por este paso que han dado—. Oh Dios, no sabes cómo me encanta. —¿Te ha pedido que seas su novia o algo? —le pregunto cuando nos separamos. Sus ojos se vuelven tristes. —No —susurra—, la verdad es que tengo miedo de que se arrepienta de lo nuestro si es que sabe que fui… —No lo hará —la interrumpo—, tú misma me dices que Edward me entenderá, ¿por qué Jasper no? Mira al suelo. No me gusta que tome esta actitud. —Edward te conoce, sabe cómo piensas y lo mucho que has sufrido. Te ama y no sabes cuánto le he oído decirlo, una y otra vez. Él jamás se atrevería a despreciarte. —Su tono de voz se hace cada vez más bajo—. Pero Jasper… No conoce tanto de mí como para abogar a mi favor. —Tranquila —solo logro decir—, solo sé sincera. Dios sabe qué pasará y tú nada más puedes decir la verdad. Vuelvo a abrazarla y nos quedamos un buen rato en la misma posición. Me gusta volver a estar tan unida con mi mejor amiga, mi cable a tierra, me siento mucho más segura, mucho más completa. Ahora solo queda ver a mamá y decirle lo feliz que me encuentro. Nada puede romper lo que siento en este momento. Escuchamos la puerta de la cocina que se abre y los zapatos que se arrastran por el suelo. —Hey, cariño, lamento la interrupción pero la hora de visita se aproxima y el viaje a Seattle es largo —dice Edward, llamando mi atención. Me levanto y tomo su mano: está tibia y suave. Miro a Jasper y le sonrío con complicidad. Ambos somos bastante callados, pero siempre hemos sabido expresarnos con los ojos; puedo notar su felicidad, por nosotros y por ellos. —Cuida de mi amiga, eh, cobrizo —dice Alice sonriendo.

—Eso ni me lo digas —susurra mi novio, besando suavemente mi mejilla—. Yo aprovecho de decirle a Jasper que por favor se digne a pedirte noviazgo. —Les guiña un ojo y los otros se ponen nerviosos. —Ah, Alice —la llamo—. No tienes por qué irte de aquí, mamá está muy contenta de que me hagas compañía. —Lo sé, Bella —me sonríe—, pero no puedo abusar, ella pronto regresará aquí y es su espacio. Además tengo que ver un par de cosas en Las Vegas. Suspiro abatida, nuevamente estaré sola aquí. —Pero no estés triste, aún me quedan unos cuantos días aquí mientras busco un lugar donde vivir. La vuelvo a abrazar y me despido, luego beso la mejilla de Jasper, no sin antes susurrarle algo al oído. —Quiérela mucho. Cuando lo miro él me sonríe para que me tranquilice; lo hará. El aire de Seattle parece limpio y nuevo, hasta cierro los ojos para percibirlo en cuanto bajo del carro. Edward me queda mirando sin entender, pero yo solo le sonrío. El hospital parece tan lejano desde la última vez que llegué aquí, cuando le dije a mamá que volvería en un tiempo más. Ese tiempo más fueron dos meses y unas cuantas semanas. Me siento sumamente culpable, pero sé que cuando me vea junto a Edward ella va a estar muy feliz. Ah, la sola idea de que pronto pueda salir de este hospital me pone aún más ansiosa y alegre, cómo ansío llevarla a las costas de California para que conozca la hermosura de ese lugar. Llegamos al piso de oncología sin perdernos mucho en la inmensidad del lugar, ya nos lo sabemos completamente de memoria. La habitación de mamá está al fondo, muy cerca del final del pasillo. Cuando nos vamos acercando, Edward aprovecha de robarme un beso que me hace dar risitas locas, hasta que una voz masculina nos hace frenar de golpe. —Sabes muy bien que eso sucedió hace muchísimos años —le replicaba mamá con vehemencia. —Para mí no ha sido más que una eternidad de recuerdos, Renée —dijo Carlisle con el tono de voz indulgente. Se me hacía tan extraño escuchar a Carlisle Cullen hablar así, con esa condescendencia tan suave, más aún que estuviera hablando con mi madre. ¿Desde cuándo que tienen contacto? Cuando era amiga de Edward ellos jamás llegaron a toparse, ¿o sí? No puedo recordarlo. Miro a Edward y él me mira a mí, sus ojos dorados están preocupados y muy curiosos. —¿Seguirás con lo mismo? —dijo mamá con cansancio—. Lo que sucedió entre nosotros… —se calla, de pronto siento su angustia. ¿Qué sucedió entre ellos? Uuuuuuuuuuuuuuuuuuh, ¡esto se pone muy bueno! Ya entramos a averiguar directamente los secretos. Ahora para las que están preocupadas por Bella que no ha contado sus secretos, pues bien eso ya lo tengo bien pensado y se viene el próximo capítulo, paciencia :)

Estos dos son muy dulces, me gusta mucho la forma en la que expresan su cariño, es un agrado escribirlos. Bella está aprendiendo a amar y bueno Edward está aprendiendo también que su amor está dando frutos. Y muchos se preguntan donde está James, pues bien como dije anteriormente lo bueno está por comenzar. Muchos besos por sus comentarios y por su paciencia. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. No apto para personas sensibles. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . . N/A: Queridas lectoras. Al fin he actualizado. La verdad es que este capítulo tuve que dividirlo en dos, ya que estaba tan largo que era ridículo dejarlo en uno, los sucesos eran tantos que iban a acabar con las ideas revueltas. Las chicas que tengo en facebook deben saber que he estado pasando por múltiples sucesos en mi vida que me han mantenido en pausa, como también mi pronta ida a la universidad. Pero no se preocupen, ya he regresado y la próxima actualización será en una semana, ya no habrán más esperas largas. ¡Ahora a disfrutar! . Capítulo XXIX . Isabella POV No se siente ni el aire que exhalamos al respirar, tampoco el corazón que nos brinca fuertemente en nuestro torso, las palabras de mi mamá nos ha hecho olvidar incluso el por qué estamos espiando lo que hablan. Aún no logro comprender lo que ha dicho, tampoco logro recordar desde cuándo que tienen esta confianza. Miro hacia mi alrededor para que ninguna enfermera o doctor nos encuentre en esta actitud, hurgando en conversaciones ajenas. Edward ni se inmuta, solo está pendiente de lo que oye con los ojos distanciados de la realidad. —¡Esto no tiene por qué involucrar a nuestros hijos, Carlisle! —dice mamá con voz enérgica—. Es otra historia, son otras personas.

—No quiero que Edward cometa el mismo error que yo cometí hace más de treinta años —sisea él, puedo asegurar que tiene los dientes apretados con fuerza. —Edward es muy diferente a ti y lo sabes —replica ella—. Y Bella no es capaz de eso. Yo… cometí muchos errores. Y para mi sorpresa, Carlisle se queda callado. Veo que mi novio se mueve y entra rápidamente a la habitación, no sé a qué se debe este movimiento impulsivo. Yo lo sigo con rapidez, alcanzando su mano. Lo miro y está furioso, no quiero que se enoje con su padre justo en el hospital. Cuando ambos adultos se dan cuenta de nuestra presencia abren los ojos desmesuradamente. Renée está sentada en su cama y Carlisle de pie, pero muy cerca de ella. Se separan abruptamente y yo solo logro respirar con dificultad. ¿Qué historia tienen estos dos? ¿Por qué mamá jamás me ha comentado de esto? —Bella, Edward —exclama mamá, llevándose una mano al pecho. Carlisle no parece enojado al mirarme, sino atento y claramente asustado. Cuando su mirada topa con la de Edward, él la esconde hacia el suelo. Jamás lo había visto así. —¿Qué haces tú aquí? —inquiere Edward con la voz grave y espesa. Tiene mi mano agarrada con fuerza, pero a su vez me siento muy protegida de su padre. Ambos, Renée y Carlisle, se quedan mirando nuestro agarre, la primera con asombro y el segundo con recelo. —No te entrometas en asuntos que no son tuyos, Edward —gruñe Carlisle recuperando su cotidiano mal humor. Yo no sé hacia quién mirar, menos cómo comportarme. Todo esto es tan extraño. —No seas ridículo —exclama mi novio, riendo con sorna. Odio cuando se pone así—. Te has pasado toda la vida entrometiéndote en mi vida, ¿por qué yo no puedo? Carlisle aprieta su mandíbula y luego levanta las cejas. A un lado de la cama de mamá hay un gran ramo de flores, sus favoritas, los tulipanes. Frunzo el ceño, ésta vez preocupada, si Carlisle le trajo ese regalo debe conocerla muy bien. Me aclaro la garganta. —Usted no tiene nada que hacer aquí, Sr. Cullen —digo con la voz ahogada—, sabe muy bien que cuando se trata de mí usted no es bienvenido. —¡Bella! —me regaña mamá. Mis ojos se llenan de lágrimas. —¡No, mamá! Yo no le debo ningún respeto —escupo con los dientes apretados. Se lleva dos manos a la sien, ya cansada. Me trago las mil y un palabras que quiero decirle, está débil y no puedo estresarla.

Edward está sospechosamente callado y eso no es bueno. Suspiro y me separo de él. —Ya le dije, Sr. Cullen, lárguese. Me mira con sus ojos azules con esa mezcla de celeste alrededor de su pupila. Me sorprende que no me dé una mirada de asco o desaprobación, aunque no es difícil adivinar por qué se ha aguantado su arisca forma de tratarme: es porque está mi madre y le interesa mucho lo que piense ella de esto. Atraviesa la puerta sin siquiera despedirse y Edward lo sigue con los puños apretados. Yo voy a seguirlo para que no agrande aún más el problema entre ellos, pero mamá me toma de la mano y me obliga a quedarme. —Déjalo. Me paso una mano por el cabello y tiro de él para que no siga cayéndome por el rostro. Vuelvo a suspirar y dejo caer mis manos a los costados. —¿Por qué estaba aquí? —le pregunto sin detenerme a mirarla. Como no me contesta repito la pregunta, ahora con la voz más dura. —No tengo por qué decirte lo que pasa entre Carlisle y yo, Bella —murmura. Ruedo los ojos. —¡Claro que tienes que decirme, mamá! Es el padre de Edward, no quiero secretos en esto. —Mi voz suena desesperada. Ésta vez la miro y ella también a mí. —Cariño —dice—, a veces es mejor no saber algunas cosas. Trago con fuerza, me siento a su lado y tomo sus manos. —Vino a pedirte que le ayudes a separarnos, ¿no? —susurro con la angustia en mi garganta—. Eso es lo que quiere, que Edward y yo dejemos de vernos… Primero Phill y luego él —sollozo, de pronto estallando en un mar de angustia dura—. ¿Vas a aceptar, mamá? ¿Vas a volver a cruzarte de brazos mientras alguien me hace daño como lo hizo Phill? —No, nena, claro que no —me susurra, pasando una mano por mi cabello—. Jamás volvería a aceptar que te pasen a llevar y sabes muy bien que lo único que deseo es que Edward y tú estén bien. —¿Por qué no puedo ser feliz con él, mamá? —le pregunto, mientras las lágrimas corren lentamente por mis mejillas. No me molesto en quitármelas, pues mamá lo hace por mí—. Ya he sufrido mucho, lo único que quiero es estar en paz. —Me encojo de hombros. —Carlisle solo está asustado —me arrulla como cuando era una niña, abrazándome ahora con sus delgados brazos. Yo deposito mi mejilla en su hombro e inhalo su aroma—, aunque te cueste creerlo. Intento creerle, pero se me hace tan difícil imaginármelo asustado. Además, ¿por qué tendría que estar asustado? —Te diré algo y espero que lo tengas en cuenta: hay secretos muy bien protegidos, unos quizá muy obvios con los que tú no te has dado cuenta.

—Los secretos hacen daño, mamá, sabes cómo temo de ellos. —Lo sé muy bien, pero en estos momentos no es bueno que hagas preguntas. —Me acaricia el rostro con sus dedos huesudos y fríos. Mi corazón se acelera con una fuerza destructiva. ¿Por qué? ¿Qué hay en el pasado que está teniendo represalias ahora que han pasado tantos años? No puedo tranquilizarme, siento angustia y miedo. —Hay algo más en Carlisle… Tú y él… Se conocen muy bien —susurro con los ojos entrecerrados. Mamá mira al suelo y su semblante se vuelve astuto, voraz y tremendamente ágil. —Hay secretos, hija, que a veces solo puedes guardar tú con siete llaves y una cadena fuertemente amarrada en torno a él —me dice—. O quizás en un diario —se encoge de hombros. O quizás en un diario, repito en mi mente No puedo seguir diciendo más, de pronto el color de su rostro se vuelve tan pálido como la muerte. Es como si hubiese vuelto a ser esa Renée enferma. Me trago las preguntas y me obligo a callar, tiene cáncer y necesita reposo. Las pisadas de alguien contra el suelo de cerámica me alertan de que no estamos solas y me limpio las lágrimas rápidamente. Me levanto de la cama y veo a un Edward extrañamente dolido, cansado y asombrado. ¿Qué ha hablado con su padre? Cuando nota mis ojos rojos camina hasta mí y me da un fuerte abrazo. —Lamento que mi padre siga dándote problemas —me dice con suavidad. Sé que mamá está viéndonos, pero no me importa. —Da igual, Edward, a veces es mejor ignorar —suspiro contra su pecho. Me besa la cabeza durante varios segundos. —Te amo —dice bajito. —Te amo —repito, sonriéndole para tranquilizarlo. Beso sus labios por unos segundos y me giro a ver a mi mamá, que está con la boca abierta y los ojos notoriamente fuera de sus orbitas. —¿Cuándo pensabas decírmelo, Isabella Marie Swan? —exclama con falsa molestia. Sus ojos ahora están tan brillantes. Reprimo una risita y Edward me toma de la mano, besando los nudillos. —Creí que ya lo habías notado, Renée. —El tono de voz del cobrizo es bastante divertido. Mamá se sonroja ligeramente. —No es nada raro verlos tomados de la mano, siempre has protegido a mi hija. Pero con ese beso… Dios, qué sorpresivo. O bueno, no tan sorpresivo, siempre creí que ustedes iban a acabar juntos.

Y es cierto, mamá siempre me lo decía. Cuando tenía mis sospechas de embarazo y lo pude corroborar, ella era la más entusiasta. Me incitaba a decirle a Edward, lo único que quería era que nos casáramos y formáramos una familia. Pero yo quería esperar un tiempo, pues Phill engañaba a mamá con una mujer muy rica y él pronto iba a irse con ella —mamá estaba muy feliz por eso—, pero él se enteró antes y… nada fue como lo deseamos. —Me han hecho la mujer más feliz del mundo —exclama con las mejillas sonrosadas. La felicidad le ha brindado de salud notoriamente. —Lamento que mi padre haya venido hasta aquí, de verdad lo lamento —dice Edward con voz apenada. Mamá frunce los labios y asiente. —Está bien, Edward, todo está bajo control. Lo miro y sé muy bien que está tan intrigado como yo de lo que vimos recientemente. Y yo también… No sé cómo tomarme las palabras que oímos a escondidas, menos las que me dijo mi propia madre cuando Edward no estaba. ¿Debo asustarme o debo arrancar estos pensamientos de mi mente para que así no siga atormentándome con lo que puede ser una estupidez? Simplemente no lo sé. Me asusta la idea de que Carlisle tenga razones suficientes como para querer vernos separados, o quizá tiene razones, ridículas, pero razones al fin y al cabo. —Pero basta de hablar de eso, quiero que me cuenten desde cuándo que ustedes… —no puede acabar la frase. Frunce el ceño—. Bella, tú te fuiste y nunca más supe de ti. Asiento, de pronto me siento demasiado culpable. —Lo sé —murmuro—. Volví hace solo unos días luego de estar en California. Sabes que necesitaba pensar y bueno, llegué a la tonta conclusión de que quiero estar con él. Edward me mira y me sonríe. —Así que oficialmente somos novios —masculla él. Mamá alarga sus brazos hasta nosotros y nos abraza, quizá no con la fuerza de una persona normal, pero puedo notar todo lo que siente con el simple gesto. —Estoy muy feliz por ustedes —nos susurra. —Prometo cuidarla —dice Edward al separarse. Besa mi frente con cuidado. —Eso ya lo sé —se ríe ella—. Lo que realmente quiero es que mi hija cuide muy bien de ti —bromea. Su comentario me duele, pero finjo que me rió como los demás. Todos temen que lo hiera y lo entiendo, pero yo sería incapaz de hacerlo sufrir más, no me lo perdonaría. Inconscientemente acaricio el rostro de mi novio con mis dedos y dejo caer mi cabeza en su pecho otra vez. No, no podría hacerle daño si es quien más provee de felicidad en este mundo. —Creo que estoy sobrando aquí —murmura mamá con su característico humor. Nos largamos a reír, yo esta vez de verdad, y nos separamos definitivamente.

—Lo siento, mamá, pero lo amo —me disculpo encogiéndome de hombros y caminando hasta la ventana para correr las cortinas. Edward se quita la cazadora y la deposita en la silla que hay apegada a la muralla. —Conozco bien esa necesidad de estar pegados constantemente el uno de otro, ese es el amor… —Se calla abruptamente y yo me giro a mirarla: sus ojos se han entristecido evidentemente. Se acaba de acordar de Charlie Swan. Pobre de mi madre, aún no puede superarlo… Y yo tampoco. Qué difícil sería saber que a quién tanto amas ya no le interesas. La sola idea me revuelve el estómago. Miro a Edward y la garganta me pica con la sola idea de que deje de amarme; me volvería loca. Mamá fue muy fuerte como para no permitirme ver su depresión, siempre buscó la forma de sonreír para mí y es lo que más le agradezco. Recuerdo a Charlie y su aparición a la salida de mi casa. No puedo decirle a mamá que él me busca, sé perfectamente que le afectaría. Además sé que no se han visto desde hace mucho y que solo un contacto visual afectaría a mamá para toda su vida… O todo lo que le queda. Oh, mamá… Me acerco a ella y me siento a un lado de la cama, la abrazo con cuidado por el exceso de mangueras que cuelgan de sus brazos, y dejo caer mi mejilla en su cabeza. —No lo recuerdes ahora, quiero que estés contenta —le susurro. —Es lo que haré —me responde en mismo tono, bajo y apenas claro. Edward nos queda mirando por un momento y sonríe, tan ajeno a todo nuestro dolor. Jane y Alec entran a la habitación unos minutos después, riendo y hablando del trabajo del último. Jane se llevaba una mano a la boca y movía las pestañas lentamente hacia él. Alec se veía muy guapo, así que entendía a Jane en cierto modo. Cuando nos ven se callan, en especial Jane, quien se pone recta y camina ruborizada hasta el suero de mi madre. —Hola, Alec —murmuro, reprimiendo una risita. —Oh, Srta. Swan, lamento n... no haber estado aquí para cu… cuando usted llegó —se disculpa entre graves tartamudeos. —No te preocupes, Alec, sé que estabas bien divertido afuera —lo molesto. Edward lo queda mirando sin entender mucho, mientras que mamá está mirándonos con diversión. Ella de seguro se debió dar cuenta del rollo entre ambos jóvenes. —Bien, Edward, te presento a mi asistente y mano derecha de absolutamente todo lo que hago, Alec Jones. Alec le tiende su mano a Edward y ambos se la estrechan suavemente. El cobrizo le sonríe con amabilidad al igual que mi asistente, aunque el último sin entender quién demonios es él. —Alec, te presento a mi novio, Edward Cullen —añado. Eleva sus cejas al igual que mamá y dibuja una sonrisa gigante en su rostro.

—Es un placer conocerlo, Sr. Cullen —dice, arrugando también sus ojos. —El placer es mío, Alec, me gusta la idea de conocer a las personas que cuidan de Bella. Me separo de ellos cuando comienzan a conocerse. No es que no me guste la idea, pero en conversaciones masculinas nunca he sido muy buena. En cambio, prefiero acercarme a Jane y a mamá, la rubia le está reuniendo mil y un papeles que no conozco en una carpeta de color azul. —Srta. Swan, tanto tiempo sin verla —me susurra aún sonrojada y sin mirarme. —Creo que me merezco un saludo civilizado, Jane. Asiente y se planta frente a mí, mirándome con sus claros ojos azules. Besa mi mejilla y me da un abrazo que me sorprende gratamente. —Es bueno tenerla aquí nuevamente. —Tenía muchas cosas que hacer. —Miro hacia mis zapatos para evitar verme triste ante sus ojos. —Veo que ya ha solucionado sus inconvenientes —me dice sin mala intención. Asiento y me acerco hasta su oído. —Ya es mi novio. Cuando la observo ella sonríe de oreja a oreja. —Pues felicitaciones, Srta. Swan. —¿Te ha caído bien Alec? —pregunto como quién no quiere la cosa. Da un pequeño salto y sus ojos se abren como dos grandes platos. Me río y antes de alejarme de ella le paso una mano en el hombro, dándole mi "consentimiento". Ambos son jóvenes, podrían intentar algo. —Deja de ponerla nerviosa —me dice mamá entre risitas—. Desde que llegó no ha parado de mirarlo. Es un chico muy agradable. ¿Cómo lo conociste? Me siento a su lado y entrelazo mis dedos con los suyos. —Fue la única persona que me enseñó cómo funcionaba la vida en California —susurro para que nadie más pueda oírnos—. Yo recién había entrado a este mundo y solo tenía a Alice, y como comprenderás ambas éramos unas novatas en esto. Alec era asistente de mi representante y la verdad es que de inmediato se acercó a nosotras para ayudarnos en todo. Con el tiempo lo contraté, pagándole la nada misma y cuando me hice de dinero su sueldo creció. Le debo mucho, no sabes cuánto, mamá. Allá la vida es tan sola que el simple hecho de trabajar con alguien tan humano como él, te hace volver a sentir acompañado. Mamá me mira como si supiera todo mi pasado, como si todo mi dolor y mi miseria lo conociera. Pero sé que no sabe nada, es solo su instinto maternal que conoce mis expresiones y la forma en la que sufro: en silencio. Me pasa las manos por el rostro y aún sigue mirándome, esta vez con preocupación. —¿Sucede algo? —inquiero.

—Eres muy famosa, cariño, eso lo sabes —murmura. Asiento lentamente. No entiendo a dónde quiere llegar. —Carlisle me contó que Jessica está muy destrozada, ha llorado por días… Pongo los ojos en blanco y dejo escapar el aire de mis pulmones. Creí que era algo más importante. —No, Bella, tienes que escucharme —insiste. —¿Qué voy a escuchar, mamá? ¿Que por el capricho de dos personas no puedo estar con la persona que amo? —le susurro muy bajito, pero bastante cabreada. —Sé muy bien que es un capricho tonto, no soy como Carlisle que le cree todo a esa niña —replica también cabreada—. Pero sabes muy bien que si Edward no habla con ella esto no acabará bien. Los periodistas te buscarán, van a indagar por completo lo de tu vida y acabarás destruyendo tu imagen y la de Edward. ¿Quieres que hablen de cómo le quitaste el novio a una esquizofrénica? ¿O quieres que comenten de lo horrible que es tu nuevo novio al dejar a su enferma novia por ti, que eres rica y exitosa? Mis ojos se llenan de lágrimas automáticamente. Desecho la sola idea de llorar, no puedo ahora. —Sabes que Edward no es así —susurro. —Lo sé, claro que lo sé, hija, pero los demás no lo saben. Me miro los dedos y me muerdo el labio inferior. Mamá tiene toda la razón. Además, lo que menos quiero es que Edward quede como un interesado, o peor aún, como un cruel despiadado. Lo miro detenidamente, está de perfil mientras habla de algo con Alec, quien es mucho más bajo que él. Se ve muy feliz. —Hablaré con Edward. Mamá asiente y me acaricia la cara. Jane aparece luego de un rato y le inyecta algo al suero. Mamá se está quedando dormida en su cama, de a poco cerrando sus ojos ante todos los demás. Paso mis dedos por su cabello algo enredado y espero hasta que se queda completamente dormida. Cuando su respiración se hace uniforme, calmada y lenta sé que se ha quedado dormida. Me levanto de la cama y antes de separarme de ella le beso la frente. No tuve oportunidad de decirle adiós, pero sabe que pronto volveré para verla. Edward ve que mamá se ha quedado dormida, así que camina hasta la cama y besa los nudillos de su mano izquierda. También se está despidiendo. —El médico necesita verla, Srta. —me comenta Alec—. Su madre ha tenido algunos avances y lo mejor sería que usted los supiera. Me había olvidado por completo de Emmett. Asiento y tomo mi bolso, lo que a Edward lo alerta para poder marcharnos. Él se encarga de ponerse la cazadora otra vez. —Jane, ¿podrías buscar al Dr. McCarty, por favor?

—Claro, Srta. Swan —exclama, caminando fuera de la habitación con su uniforme de enfermera. Alec se queda mirándola hasta que desaparece completamente de nuestra visual y yo lo miro con fingido reproche. Al cabo de unos minutos Alec se disculpa para ir a hablar por teléfono con algunas personas importantes y Jane al rato regresa con Emmett detrás. Cuando me mira me sonríe, pero al ver a Edward la cara se le desencaja. Suspiro, algo agobiada por la situación. —Buenos días, Bella —dice sin quitar su buen humor—. Edward —murmura, levantando la cabeza—. Te he estado buscando todos estos días para platicar sobre los resultados que tu madre ha tenido a lo largo del tiempo. ¿Dónde estabas? —Tenía asuntos que atender —me limito a decir. —Oh, vaya, menos mal que has venido —frunce el ceño. —¿Hay algo malo con mi mamá? —le pregunto directamente, no quiero rodeos. Emmett frunce los labios. —No necesariamente. Vuelvo a respirar tranquilamente. —Realmente es un gusto volver a verte, Bella, estás mucho más guapa ahora —comenta sonriendo. ¿Cómo se ha atrevido a decir eso con Edward y Jane presente? El cobrizo lleva lentamente su mano hasta la mía y las entrelaza, yo la aprieto más fuerte y me apego a él. Emmett nos queda mirando con incredulidad y se pone rojo al poco tiempo. Cuando vuelve a recuperar la compostura se aclara la garganta y separa sus ojos de nuestro agarre. —Me gustaría hablar de los resultados en privado. Ven a mi oficina. Se da la vuelta, ya seguro de que voy a seguirlo como una tonta. Rechino los dientes en silencio ante su súbito cambio de personalidad, es igual al Emmett que se atrevía a ignorar a Edward en mi presencia y molestaba sin cesar mientras me coqueteaba en su cara. Cuando se da cuenta de que Edward viene conmigo, todavía con nuestros dedos entrelazados, entrecierra los ojos y para. —No creo que sea buena idea que Edward venga también —comenta. —Pero yo quiero que me acompañe —gruño. —Ve despacio —me susurra Edward. Respiro para calmarme. —Está bien —murmura Emmett, volviendo a caminar por el pasillo. Paramos frente una puerta blanca con el nombre del Dr. Emmett McCarty en letras negras y el fondo dorado de la placa; culmina con una diminuta palabra: oncólogo.

Entramos en un silencio tenso y agobiante. Su oficina es espaciosa, inmaculada y bastante iluminada, todo está rodeado de ventanas. Puedo ver el Space Needle a lo lejos, junto a los demás edificios a su alrededor. Vuelvo mi vista a la oficina y me acerco junto a Edward a las sillas que hay frente al escritorio. —Por favor, toma asiento —masculla Emmett, sentándose en su gran silla de cuero. Insiste en ignorar la presencia de mi novio. Rechino los dientes otra vez. —Te veré afuera, necesitas hablar cosas importantes —me dice Edward, separando su mano de la mía. —Pero yo quiero que estés aquí —insisto, volviendo a tomar su mano. Él me mira con sus ojos de miel y sonríe. Es una sonrisa tranquila, paciente. —Lo sé —susurra—, pero este tema no me corresponde. Tranquila, yo estaré esperándote detrás de la puerta. —Me guiña un ojo y me besa la frente con cuidado. Pero yo quiero que Emmett observe que le pertenezco al hombre que tanto ha odiado. Me empino y beso sus labios con delicadeza, sintiendo su sabor y dejándome atrapar por la sensación. Sin embargo se separa. Yo abro mis ojos cuando aún no me doy cuenta de que los tenía cerrados, tan maravillada por sus besos, y lo vuelvo a observar. —Te amo —me dice bajito. —Te amo —repito, sintiendo cómo mi corazón late a un ritmo casi bestial. Cuando la puerta se cierra detrás de él, dejándonos a Emmett y a mí a solas, el silencio se hace nuevamente tan ensordecedor como siempre. Me siento al fin frente al moreno y cruzo mis manos sobre el escritorio. Mi ex novio tiene un lápiz muy fino entre sus gruesos dedos, el cual golpea lentamente contra su agenda. Sus ojos almendrados me observan atentamente y yo lo fulmino con los míos, sin hablar, no hay necesidad. Lo analizo y, basándome en lo que logré conocerlo hace algunos años, puedo notar que parece cabizbajo, sorprendido y pensativo. Trago saliva. ¿Es que no entendió nunca que ya no me interesa estar con él? ¿Creyó que entre nosotros podría… suceder algo? La idea parece tan ridícula. —Te pedí un momento a solas para decirte que tu madre entrará en un proceso clave de su enfermedad —dice al fin. Todo enojo es reemplazado por una sensación de angustia que me envuelve por completo. —No te asustes, es algo normal con el cáncer. Tu mamá es muy fuerte, Bella —explica con voz tranquilizadora. —¿Entonces por qué tienen que operarla? Desde la última recaída no ha sido más que operación tras operación y… —Despacio, Bells. Intento ignorar cómo me ha llamado.

Se levanta de su silla y se acerca hasta la mía, pasando una mano por mi espalda. Me tenso, pero no entiendo por qué. —La última recaída fue producto de la mala atención. Tu madre necesitaba los cuidados necesarios de cualquier paciente con cáncer. Los hospitales de pueblo no están acostumbrados a solventar esta enfermedad tan mortal en plena década del ochenta, todo esto es muy nuevo. No quiero imaginar qué hubiese ocurrido si yo no hubiese llegado a Forks. —Ahora su cuerpo ha vuelto a crear los anticuerpos necesarios para sostenerse del cáncer —me cuenta, pasando su gran mano por la extensión de mi piel. A pesar de llevar un gran abrigo sobre mi cuerpo, no puedo evitar sentirme incómoda por su contacto. —La operación es solo una biopsia, una especie de investigación para analizar cuánto hemos hecho para que el cáncer no se expanda más allá del páncreas. —¿Estará a salvo? Emmett, quiero llevarla a casa lo más pronto posible, quiero que conozca California y pasee por la playa. ¿Podrá? —inquiero, mirándolo a los ojos atentamente para que no me mienta. Sonríe y se agacha para estar a mi altura. Sus ojos dan un fulgor que me recuerda demasiado a Edward. —Claro que sí —suena sincero—. En un mes todo estará como antes… Como cuando iba hasta tu casa y tu madre me invitaba a cenar —recuerda con nostalgia. Quito mis ojos de los suyos, demasiado fuera de lugar. —No creo que sea buena idea que recuerdes esas cosas, no ahora —le reprendo. Parece ignorar mi respuesta. —Estás tan hermosa… —Emmett —interrumpo, cansada de que me mire así. No puedo corresponderle. —Nunca pensé que entre tú y él… bueno, no ahora, no de esa manera. Me levanto con brusquedad, alejándome lo que más pueda de él. —Era necesario que notaras que somos novios—exclamo. —Lo siento, es solo que… Me cruzo de brazos y aprieto la mandíbula. —¿Qué? ¿Creías que entre tú y yo pasaría algo? —me enervo. No contesta—. Por Dios, Emmett, lo nuestro sucedió hace más de doce años, ¿cómo es posible que creas que entre tú y yo podría existir algo? Además, tú expusiste que siempre lo pensaste, que siempre creíste que íbamos a estar juntos. —Sabes que mis sentimientos no han cambiado por ti. Por un momento creí que iba a tener una oportunidad contigo.

—¡Pero los míos sí! Mis sentimientos por ti cambiaron hace mucho tiempo —exclamo—. Y sabes que quiero a Edward desde hace mucho, todo este cariño ha aumentado con los años como una bola de nieve en el camino, no podía evadir más lo que era evidente. Tengo los nudillos tan apretados que duele. Las uñas están incrustadas en la carne de mis palmas. Emmett pestañea un par de veces, herido y taciturno. —Lo nuestro acabó el mismo día que quisiste aprovecharte de nuestra relación —susurro. —No me lo recuerdes, en ese entonces era otra persona, un inmaduro… —¿Y ahora eres otra persona, Emmett McCarty? —espeto con una sonrisa petulante—. Hoy comprobé que sigues siendo el mismo asqueroso que ignoraba a mi mejor amigo, ese petulante engreído que espera hasta que me emborrache para aprovecharse de mí. Miro al suelo al recordarlo y recordárselo a él mismo. Veo en sus ojos la desesperación y la vergüenza, la inmensidad del arrepentimiento. Sin embargo aún conservo el rencor de aquel terrible momento, la decepción que sentí por Emmett jamás se pudo deshacer. —Aún lo recuerdo, Emmett, y la verdad dudo que lo olvide —mascullo con la voz firme. Todos creían que nuestro noviazgo había acabado por su petulancia y falta de cosas en común, pero no, fue por aquel atrevimiento que tuvo para conmigo. Yo estaba medio borracha en plena fiesta, Edward no estaba para darse cuenta porque Emmett le había prohibido siquiera estar presente. Me llevó a su habitación y cerró la puerta, luego las imágenes se hicieron borrosas, quizá por el alcohol y la distorsión del momento, pero lo único que recuerdo después de eso fue que se abalanzó contra mí con mucha fuerza. Yo era virgen y no tenía intenciones de acostarme con él, no sé por qué, pero la sola idea me era desconcertante. Emmett fue tan brusco y por un momento creí que iba a obligarme… Hasta que llegó Jasper y me sacó de ahí. Nunca se lo pude decir a Edward, pues Emmett me amenazó, poniéndolo en peligro. En ese entonces lo único que me importaba era mantenerlo alejado de una posible golpiza en grupos como acostumbraban a hacerlos contra quienes se interpusieran en su camino. Jasper tampoco se lo dijo, siempre afirmó que no tenía por qué hacerlo. Edward, al final, terminó sacando sus propias conclusiones, erradas, pero tampoco tan alejadas de la realidad. —¿Jamás vas a perdonármelo? Me cruzo de brazos. —No puedo perdonar el que te hayas aprovechado de mí, que hayas amenazado a Edward y que luego de los meses le hayas golpeado de esa manera. —¡Él ya era un adulto! Podía cuidarse solo —vocifera y yo doy un salto por la sorpresa—. Cuando aceptaste la cena conmigo creí que habías dejado los rencores. —Eres un maldito, no has cambiado —exclamo apretando mis dientes. Percibo una parte de decepción en mi cerebro, lo que me apena, no sabía que aún conservaba la ilusión de que Emmett fuese otro. —Si acepté ir a esa cena fue porque necesitaba saber quién eras. Y simplemente no has cambiado. La gente jamás cambia.

Me doy media vuelta para salir de su oficina, mi corazón palpita con tanta fuerza que no soy capaz de controlar mis impulsos. Si me toca lo golpeo, pienso. Emmett enreda sus dedos en mi muñeca y me impide que siga caminando. —¡Déjame en paz! —chillo. —¡Creí que serías capaz de olvidar! Siempre has sido una rencorosa, la verdad es que no tengo de qué sorprenderme. —¿Rencorosa? ¿Crees que soy de esta manera porque así lo quiero? —vuelvo a gritar, sintiendo el calor de la furia. Emmett me repasa con sus ojos detrás del cristal de sus lentes y endurece su gesto. —Cada vez que estás con él pareces cambiar —me dice como si fuese lo peor de este mundo—, te olvidas de todos, hasta de tu madre. Lo empujo con todas mis fuerzas, pero no me suelta. —Mamá sabe muy bien todo lo que he pasado en mi vida. Cállate la maldita boca. La puerta se abre de inmediato, Edward me separa de él, posicionándome justo detrás de su espalda; me protege. Emmett va a acercar mi mano hasta mí, pero mi novio la sujeta con tanta fuerza, que McCarty hace un mohín con su rostro. —Ya has ido demasiado lejos —susurra Edward con la voz aterciopelada—. No querrías verme realmente enojado. Se da la vuelta y me conduce hasta afuera, tomando mi mano con la suya. Prácticamente trotamos por el pasillo, mientras las enfermeras nos observan con curiosidad. Lo miro y solo veo una serenidad que me perturba, porque Edward puede explotar en cualquier momento. —Hey —lo llamo. No me contesta. Sigue tirando de mi mano hasta que alcanzamos la salida del hospital. —Hey, Edward, ya basta —lo regaño. Para y tensa su mandíbula, respira con dificultad y antes de que pueda abrir la boca, una rubia escultural se posiciona ante nosotros con una sonrisa. —¡Bella, Edward! —nos llama. Rosalie lleva un conjunto propio de los sesenta como siempre acostumbra a vestir, de color rojo pasión. Es impactantemente bella, tan bella como jamás la había visto. Su cabello está suelto por su espalda y su rostro está discretamente maquillado. ¿Qué hace en el hospital de Seattle? —Rose… —solo logro murmurar. Ella frunce el ceño ante la tensión acumulada, es bastante detallista. —Creo que no es un buen momento para conversar. Estoy esperando una visita de ustedes para charlar —dice algo intranquila, pero sin quitar su sonrisa del rostro. Yo intento relajarme, pero es en vano.

—Claro que iremos, no te preocupes —le digo. —Hasta luego —murmura. Avanza para adentrarse en el hospital, pero antes de marcharse me susurra algo al oído. —Supongo que no te molestará que Emmett y yo salgamos. Niego con lentitud y ella sonríe agradecida. Cuando se va mi garganta arde de rabia, estoy segura que Rosalie no sabe todo lo que él 'insiste' en sentir por mí. Es ridículo. ¿Por qué cortejarme si está con ella? No quiero seguir dándole vueltas a esto, quizá no resulte nada entre ellos dos. El aire de Seattle me roza la cara en cuanto salimos hacia el exterior, lo que me ayuda ligeramente a despejar el calor de la cólera. Edward está callado y no me atrevo a insistirle, no quiero discutir. Pero es él quien rompe el silencio. —Nunca me lo dijiste —murmura, levantando las cejas y observando hacia la nada. —Ed… —Jamás me permites protegerte y tú siempre dices hacerlo. ¿Crees que es justo? —me interrumpe. Miro hacia mi alrededor, algo tímida. No quiero que la gente sea testigo de esto. —Lo escuchaste —murmuro. —Sí, lo escuché, no pude evitarlo y lo siento —exclama, levantando sus manos con la palma hacia arriba. —Es injusto que discutamos por Emmett —replico. Lanza una risotada agotada. —Es realmente injusto que jamás me permitas hacer cosas por ti. —¡Sí lo hago! Rueda los ojos. —No, no me lo permites. Siempre tengo que esperar hasta el peor momento para saber qué demonios ocultas, y cuando sé tus secretos ya es demasiado tarde para ayudarte —gruñe, dándose la vuelta para largarse. Corro tras él y toco su espalda para que no se vaya. —¿Vas a enfadarte por eso? —inquiero con el corazón en la boca. —No voy a enfadarme, ni siquiera estoy enojado, solo estoy cansado de perseguirte y creer que puedo hacer algo por ti luego de todos estos años. Lo suelto y me alejo también hasta mi coche, ya ni siquiera tengo ganas de seguir hablando con él. Se le pasará, lo sé, es el típico berrinche que suelta cuando Emmett le enfurece y le hace

sentir inútil. Cuando Edward llega hasta mi lado espero paciente a que abra la puerta del carro, mirando hacia mis zapatos y al suelo. Pero estira un brazo y me acaricia el rostro con cuidado, como si tuviese miedo de mi reacción. —Creí que ya no te ponías así por su culpa —digo con una media sonrisa, aunque algo cansada—. Es cansador volver a ver estos escenarios. Edward parece culpable e inmóvil, incapaz de decir o hacer algo. —¿Crees que no es suficiente lo mucho que me haces feliz con tan solo respirar? —susurro con el nudo en la garganta. —Bella… —suspira. —¡Es ridículo que creas que no me proteges o que no me haces feliz porque sí me proteges y sí me haces feliz! —exclamo, mirándolo a los ojos para que se dé cuenta de que hablo completamente en serio. Me quito el cabello del rostro y aprieto los párpados con fuerza. —Es solo que… —No —espeto—, no te permito que dudes de lo mucho que me haces feliz. Desde que estoy contigo mi vida cambió, ¿es que no lo ves en mis ojos? Edward, te amo y no me importa que en un pasado no hayas podido protegerme de todo lo que me ha pasado, realmente no me importa. Tú al abrazarme me haces sentir protegida y en paz, qué diablos me importa Emmett o James o quién putas sea —exclamo—. Ahora si no vas a besarme es mejor que me dejes sola… Y me besa, me besa de una manera que me paraliza y me hace olvidar todos mis temores. Acaricia sus labios con los míos y entierra sus dedos en mi cintura, apretándome contra su cuerpo. Y ahí está esa bendita sensación, esa hermosa protección que solo él me proporciona. Me separo con cuidado y apego mi frente a la suya. —¿Lo ves? Ahí está, me haces feliz con un solo beso —murmuro. —Soy un idiota. Niego, mordiendo mi labio inferior. —Sé que he sido deshonesta y que te he ocultado muchas cosas en mi vida, pero no por eso quiero que creas que no me proteges, porque lo haces siempre, un solo beso y un abrazo, solo eso y ya me tienes completamente feliz. Me abraza y besa mi cabeza. Apego mi nariz a su hombro y lo huelo… Mmm, no hay palabras, cómo lo amo. —Al diablo Emmett —susurra mirándome los labios y acercándose de a poco. —Al diablo todos. Y que Emmett McCarty se joda de una vez por todas, que le den… —Eh… —me para sonriendo de oreja a oreja—. Esa boca. Me ruborizo y lo beso.

—Perdón. Nuevamente nos besamos, dejando ir toda la tensión que en algún momento se acumuló. ... Viajamos a Forks algo más alegres y tranquilos, aunque le he dado un par de vueltas a lo que mamá me dijo sobre Jessica. No quiero que los medios hablen mal de nosotros. En la radio suena Janis Joplin, mientras Edward maneja a una velocidad normal. En medio del paraje lleno de árboles y belleza verde, me acuerdo de la presencia de Carlisle justo a un lado de mi madre, las cosas que le dijo, parecían tan cercanos. Y por sobre todas las cosas, recuerdo las palabras de mi madre: o quizás en un diario. —Mataría por saber qué estás pensando —dice Edward llamando mi atención. Lo miro y le sonrío para tranquilizarlo. Supongo que no es nada de qué preocuparse. —¿Tú no sabías que mi mamá y tu papá tenían contacto? Y era un contacto de muchos años, cuando hablaban era de un pasado, pero de hace años. Aún no entiendo por qué jamás me había dicho nada. —La verdad es que no —me respondo con seriedad. Su rostro cambia de expresión, volviéndose preocupada e intrigada—. ¿Tú sí? —pregunta, girándose para mirarme. Niego. —Bella, ¿tienes alguna teoría? —me pregunta, pero su voz suena estrangulada, como si temiera de que le responda algo que no quiere realmente saber. Levanto las cejas, rendida. —Debería tenerlas, pero simplemente todo me parece tan extraño. ¿Tu padre no te dijo nada? —Carlisle huyó como un cobarde —gruñe. Trago saliva. Ni siquiera Carlisle fue capaz de ser sincero con su propio hijo. —Mamá afirmó que no debía preocuparme. —Quizá deberíamos tenerlo en cuenta. Me quedo dormida en la mitad del viaje y despierto por el suave movimiento de una mano en mi rostro. Al despertar lo veo y sonrío. —Ya estamos en tu casa, amor —me dice con su voz suave y dulce. Mi sonrisa se eleva aún más por cómo me ha llamado. —Mmm… —me desperezo, estirando mi cuerpo hasta el suyo, que está en el otro asiento—. Me gusta como suena eso. —¿Amor? —inquiere, agravando su voz. Vuelvo a sonreír.

—Sí —mascullo—. Me gusta ser tu amor, porque tú lo eres para mí. Me siento sobre sus piernas en el reducido espacio del coche, paso mis brazos por su cuello y descanso mi cabeza en su hombro. —Así que soy tu amor —dice distraídamente. —Sí. Mi amor. . Cierro la puerta con el corazón apretado, Edward se ha ido y la sola idea me hace sentir angustiada. Luego me río, no puedo extrañarlo si apenas han pasado doce segundos desde que se ha marchado. Quedamos de vernos en un par de días más como si fuésemos novios adolescentes. Claro que estamos pasados con algunos años. Supongo que me llamará o no aguantaré la incomunicación y lo haré yo. Alice llegaría el día de mañana, pues estaba viendo un par de cosas junto a Jasper. Ella planea quedarse en Forks, lo sé. Me impresiona lo rápido que cambia de decisiones, aunque claro, ella lo único que quería era irse de todas las ciudades con luces por doquier. En la noche, a eso de las once, Edward me llama, tomándome completamente por sorpresa. De inmediato sonrío al escuchar su voz y él solo ha dicho hola. —Hola —le respondo devuelta—. Te estaba extrañando. Se ríe desde el otro lado. Mi cuerpo vibra al mismo tiempo. —Yo también —susurra. Nos quedamos en silencio por un largo momento, yo por mi parte para escuchar su respiración. De pronto vuelve a reír. —De verdad quiero estar contigo hoy —me susurra con la voz dulce. —Acabarás aburrido de mí —le respondo, mordiéndome el labio. —Pude haberme aburrido de ti durante años, pero no lo hice, ahora que te tengo para mí es insoportable no poder siquiera olerte. Suena frustrado. —Quiero hacerte el amor ahora —dice. Dios, qué directo. Enrollo los cables con mis dedos a falta de su cabello. Quiero tocar su cabello en este mismo momento. —Edward —mascullo, sin saber qué decir. —Es en serio —ríe. Niego, aunque no me esté mirando. —¿Es que acaso esto se basa en una relación pura y llanamente carnal? —finjo enojo. —Oh, amor, me has descubierto.

Acabo riendo como una boba otra vez, apretando el teléfono contra mi mejilla. —Hablando en serio, solo quiero estar contigo —suena afligido—, me gusta mirarte. Mi estómago se retuerce en sí mismo. —Son solo un par de días, nada más —le tranquilizo. —Lo sé —suspira—. Debo terminar un par de trabajos en el taller de mi padre. Quiero tener mi propio lugar para hacer mi negocio. —Eso es maravilloso, Edward, muy pronto podrás hacerlo. —Espero que el dinero que tengo sea suficiente. —Yo puedo ayudarte —exclamo. —No, claro que no —susurra—, sabes que no es necesario. Suspiro, esta sería una discusión asegurada. —Está bien, pero yo quiero ayudarte a decorarla. Puedo adivinar que está sonriendo. —En eso no te preocupes —me susurra—. Bella, aprovecharé de hablar con mi padre, necesito saber qué demonios vi en el hospital —su voz se ha vuelto espesa y preocupada. —Yo… Yo creo que debo averiguar por mí misma. Te tendré noticias muy pronto. —Te llamaré mañana —me promete. —Lo estaré esperando —le susurro. —Te amo —dice. —Te amo —le respondo con la voz melosa. Me cuesta poner el teléfono en su sitio sin sentirme vacía. Solo bastaron unos cuantos días para acostumbrarme a despertar y vivir con él. Miro hacia mi alrededor y me siento completamente sola. Alice volverá mañana. Escucho que tocan a la puerta con suavidad. Camino hasta ella y la abro, encontrándome con la nada misma. Es extraño. Miro hacia los lados y la reja de la casa está abierta. Temblando corro hasta allá y la cierro. Antes de entrar miro al suelo y veo una bonita caja roja. Frunzo el ceño y la tomo entre mis dedos; no debe medir más de 15 centímetros. Entro a la casa y cierro la puerta con llave. Me siento en el sofá y con cuidado abro el envoltorio: dentro de él hay un collar de diamantes, puros y finos diamantes. Dios mío. Esto es una broma. Lo tomo entre mis dedos, es tan pesada que me toma por sorpresa. Lo elevo frente a mi cara y las pequeñas piezas brillan en miles de colores, como una prisma. —Es una locura.

La pongo nuevamente en su sitio y sin siquiera poder seguir mirándola, la contemplo, buscando alguna nota, pero no hay nada. Me voy a dormir, no sin antes dejar la caja en el ático. No me interesan los diamantes. ... Camino por la sala y subo las escaleras, desecho el sentimiento de culpa que tengo en el pecho por lo que haré y me adentro a la habitación de mi madre. Está oscura al igual que toda la casa, pero la ventana deja entrar la luz de la luna justo frente a la cama. Me siento sobre ella e indago entre los cajones de la mesita de noche izquierda, la cual tiene tres cajones pequeños. En el primero hay medicamentos y uno que otro dólar. En el segundo guarda sus joyas: perlas, aretes de oro y sus dos anillos de bodas. Me sorprende notar que el anillo que compartía con Charlie está pulido y brillante dentro de una pequeña cajita de terciopelo. Es de oro puro, grueso y tiene un relieve muy impreciso en su interior; no sé qué dice. En cambio, el anillo que mi madre utilizó junto a Phill está suelto dentro del cajón, lleno de pelusas y polvo. Sonrío con pesar, cubierta de melancolía. Mamá jamás podría dejar de amar a Charlie, no importa cuánto tiempo pase. A Phill lo quiso, pero también le tenía mucho respeto. Cuando se vio libre de él sé que pudo descansar, toda la culpabilidad la estaba matando. Me olvido de los anillos y paso hasta el tercer cajón. Está algo atascado, algo de dentro me impide abrirlo. Tiro con fuerza y un tumulto de papeles saltan por el aire y caen al suelo con lentitud. Son miles y miles de papeles, unos tan amarillos y sucios que debo soplarlos para poder distinguir qué son. Siento otra punzada de culpabilidad en mi pecho. ¿Es buena idea seguir indagando en las cosas de mi madre? Jamás lo había hecho. Pero el recuerdo de aquella conversación me nubla y de inmediato me pongo de pie para encender la luz. Son cartas y recibos, algunas de distinta letra. Los primeros parecen ser recetas que mamá escribió efímeramente desde la televisión, las que siguen son pensamientos. Deposito las hojas en la cama, luego las leeré; no parecen ser tan importantes por ahora. En el fondo del último cajón encuentro un cuaderno de cuero negro con unas cuantas hojas dentro de ella. La cinta divisora roja está en el medio. Viajo hasta la primera página y veo la signatura de mi madre en medio de la plana. Es un diario. Me muerdo el labio, es el único camino para saber qué demonios sucede entre Carlisle y Renée. O quizás en un diario… Mi propia madre me lo dijo. ¿Es posible que… haya querido que lo hiciera, que buscara el diario? Al primer momento me rehúso a leerlo, pero luego mis ojos viajan a la primera oración sin poder evitarlo. "19 de Noviembre, 1949: Se ha ido por la ventana. Padre no lo ha encontrado. Es un milagro… Me hace tan feliz. Lo sé, no debería acercarme más, pero ¿qué malo podría suceder? La vida es tan corta."

Paso mi mano por el párrafo escrito, la fecha data del año 1947. Mamá debió tener 15 años. Apego el diario contra mi pecho y me quedo pensando en lo que acabo de leer. ¿A quién se refiere? Ni siquiera sé cuándo conoció a Charlie, así que puede ser cualquier hombre. Nuevamente abro el diario y busco una hoja al azar. "6 de Enero, 1950: ¡LO ODIO! Prometió venir a por mí, pero la cobardía le ha ganado. A veces no sé por qué estoy con él." Solo eso. No escribió nada más en esa hoja. La punta del lápiz parece haber sido incrustada en la hoja. Mamá tenía mucha rabia. ¿Por qué no dice ningún nombre? Todo sería más fácil si en uno de estos extractos ella dijera quién demonios es este hombre al que un día ama y al otro lo odia. ¿O son diferentes? Cierro el diario de golpe para poder dar un respiro. No sale nada de Carlisle, nada que pueda darme alguna pista de su vida. "15 de Enero, 1950: Ya no puedo seguir escribiendo este diario con frecuencia, no por ahora. Mi padre me ha prohibido salir de casa durante todo lo que queda del año, y Dios, recién es Marzo. Quiere llevarme a un internado en Philadelphia, pero le he suplicado que no lo haga. Mamá me apoya, pero no es nadie a un lado de papá cuando está furioso. Tengo miedo de que lea este diario, es por eso que aún no soy capaz de revelar mucho. No quiero que lo encuentre realmente, si lo supiera se volvería loco. ¡Lo mataría! La sola idea me aterra. Papá está tan furioso y él es capaz de todo cuando está así. Tengo mucho miedo. Pero lo amo y no puedo separarme de él." . Me sorprendo y no tengo palabras para expresar lo que siento al haber leído esto. Jamás había leído a mamá y la verdad es que no sé mucho de su vida, ella siempre fue tan reacia a contarme su pasado. Ya veo por qué. En este relato mamá ya tenía 18 años, faltaban unos cuantos meses para cumplir sus 19, cuando me concibió. ¿Habrá escrito sobre eso? Necesito seguir leyendo. . "30 de Enero, 1950: Me he escapado de clase para verlo. Hoy espero que me bese y me diga que le gusto o algo. Ya no quiero que sean solo fantasías de mi cabeza, ya ha pasado mucho tiempo, le necesito. Supongo que Carlisle no se molestará por esto."

Oh, demonios. Me paro y me doy unas cuantas vueltas por la casa, buscando en qué pensar o en qué enviar a mi mente para que reaccione. ¿Qué fue Carlisle en la vida de mi madre? ¿Por qué lo ha nombrado a él y al otro chico no? ¿Será que temía que le leyeran sus escritos? ¿Por qué temía? ¿Es que acaso ese otro hombre era malo? ¡Pero quién demonios es Carlisle en este relato! ¿Su amigo? ¿Su conciencia? ¿Por qué jamás lo vi juntos si ellos se conocían desde que eran jóvenes? ¿Por qué Carlisle Cullen tenía que molestarse? Sigo pasando de hoja en hoja, pero la mayoría parecen haber sido arrancadas y arrugadas hasta hacerlas polvo. Las hojas que siguen datan del 4 de Abril, tres meses después de lo que sucedió en su último relato. Me extraña. Es como si alguien hubiese arrancado hoja por hoja para hacerlas desaparecer con mucha rabia. "18 de Febrero, 1950: Carlisle me ha invitado a casa de sus padres y me he quedado muda. Es preciosa. Queda alejada de la ciudad y es muy grande. Su padre y mi padre no han parado de cotillear sobre él, mi gran amor, pero intenté no prestar atención, creo que hay cosas más importantes. Sé que cuando entre a formarse como policía papá lo querrá, o bueno, intentará hacerlo. Solo así se le quitará esa tonta idea de que Carlisle y yo deberíamos casarnos. Aunque debo reconocer que aún conservo el temor en mi corazón. Carlisle estaría feliz de que eso pase y con eso no tengo escapatoria. Además de todo eso, hoy he conocido a la criada más pequeña de la casa de los Cullen. Se llama Esme. Siempre está tan triste, sobre todo cuando Carlisle me mira a mí. Me apena, sé muy bien que está enamorada de él." . Cuando dejo de leer me doy cuenta de que había dejado de respirar por un rato. Es demasiada información, una información difícil de tragar. Carlisle Cullen era rico, o por lo menos su padre lo era. Mi abuelo gran amigo de él, quizá porque también tenía bastantes riquezas (debo suponer que cuando murió no le dejó nada a mi madre ni a mi abuela por algo muy malo). El gran amor de mi madre quería formarse como policía… Demonios, ese sin duda fue Charlie. Mi abuelo no lo quería, lo más probable que la razón sea su humilde procedencia. Dejo a un lado el diario y me paso las manos por la frente, algo aturdida. Pero mamá lo amaba, lo amaba tanto que no encontró nada mejor que escaparse de vez en cuando para verlo, y ella con la ilusa esperanza de poder besarlo. Carlisle y mamá eran amigos, y éste último albergaba una ligera esperanza de que los sentimientos de mi madre fuesen mucho más fuertes, quizá porque él la amaba y la quería como su esposa, algo que su padre y mi abuelo ansiaban aún más. ¿Cómo es que de todo eso mamá pudo salirse con la suya? ¿Cómo es que Carlisle dejó ir esa fortuna? ¿Y cómo demonios es que esa chica, Esme, una pobre criada, llegó a casarse con su patrón? Algo me dice que no fue fácil y que todo eso tiene muchas consecuencias, por algo es

que estos dos amigos nunca jamás volvieron a dirigirse la palabra. Hasta ahora. Escucho la puerta de la casa y yo guardo algunas cosas en el cajón. El diario lo dejo debajo de la cama y me yergo para recibir a Alice. Cuando bajo las escaleras ella está colgando su abrigo en el perchero a una esquina de la puerta. Me mira y me sonríe. Yo intento devolverle la sonrisa, pero lo que sale no es más que un mohín nervioso. Frunce el ceño, preocupada. —No me digas que sucedió algo con Edward. Niego con mi cabeza. Relaja los hombros y se acerca a mí. Yo termino de bajar las escaleras y dejo caer los brazos a los lados de mi cuerpo. —Es una larga historia —susurro, en realidad sin saber cómo contarle todo. Vuelve a fruncir el ceño, ésta vez extrañada. —¿Debo preocuparme? —me pregunta. Me encojo de hombros. —La verdad es que no puedo creerlo. —Bella, dime qué demonios sucede. Y le cuento absolutamente todo, incluso le he llevado el diario de mi madre, pero Alice no quiso leerlo. Ella me mira con las cejas levantadas, pero algo en ella me tranquiliza. —Esto es sorpresivo, me lo imagino —dice, dejando el diario en su regazo. —No sé cómo tomármelo, ni siquiera sé si seguir leyéndolo —le respondo. Ella niega haciendo una mueca. —No creo que sea buena idea que yo lo vea. Es tu madre, no la mía. Asiento, mordiéndome el labio. —Necesito saber cómo es que mamá y Charlie se quedaron juntos, cómo es que Carlisle y Esme Cullen se casaron. No lo sé, por qué es que yo jamás supe que eran amigos —comienzo a desesperarme—. Alice, mamá me veía todos los días junto a Edward, ella sabía que era un Cullen, el hijo de dos personas que ella conocía muy bien. ¿No te parece raro? ¡Carlisle era su amigo! Ahora puedo notar la duda en la mirada de Alice. —Te entiendo, yo recurriría a esto también —dice— ¿Realmente ella jamás dijo algo? Niego en respuesta. —No deberías preocuparte.

—No estoy preocupada, solo estoy intrigada. Carlisle Cullen siempre me odió, algo hizo mi madre para que esto acabara así. Asiente frunciendo el ceño. —¿Cuándo se lo dirás a Edward? —me pregunta. La respuesta es obvia. —En cuanto lo vea. . Luego de un rato le he comentado lo de Emmett, agregándole también lo de Rosalie. Alice afirmó que esto era una locura y que él debía parar, que no era posible que se siguiera comportando así. Me pidió que hablara con Rose, así no habían malos entendidos. Me sorprendí, pues no se llevan muy bien. También le tendí la caja con el collar de diamantes y ella casi dio un grito. —¡Esto es una broma! —afirmó. —No lo es. Lo toma entre sus dedos con algo de temor. —Parecen tan caros. ¿Estás segura que son reales? —Sí, los clientes del prostíbulo me daban unos cuantos de estos para darle el dinero a mi madre. Alice frunce el ceño. —Quizá se equivocaron —dice. —O tengo un admirador secreto. Me encojo de hombros. —Lo venderé en Seattle —le digo—, con el dinero le daré de comer a los niños del orfanato. De pronto, Alice sube súbitamente su cabeza para mirarme. —Hablé con James hoy, me ha llamado por teléfono. ¿Por qué Alec le dijo que tú estás en París? —inquiere con los ojos entrecerrados. Trago saliva y me siento de golpe en la silla más próxima. —James me… bueno —tartamudeo—, James se quiso propasar conmigo —logro decir. Siento un sudor helado por toda mi columna. —Esa no es novedad —dice con tono alegre—, siempre ha querido mucho más contigo. Aprieto mis nudillos con aquella idea. —Quiso violarme —murmuro.

Traga saliva con rapidez y me mira con angustia. De un momento a otro se lleva la mano a la boca para dejar ir el aire. —Oh Dios mío. ¡Bella! ¿Estás bien? —Corre hasta mi lado y me da un abrazo. Por una extraña razón no me largo a llorar como quizás hubiese hecho un tiempo atrás. —Sí, sí, estoy bien —le digo—. Solo logró golpearme. Me miro las manos y siento vergüenza; es humillante admitir que hay alguien que logró derrumbarte, aunque sea por un rato. —Debes denunciarlo —insta—, eso es un delito. —Quiero hacerlo, pero temo que me haga daño —le confieso. Hace un sonido de reproche con su lengua y me toma ambas manos con las suyas. —Sé que es peligroso, pero no hay otro escape —insiste. —Es mi representante, por lo menos permíteme quitarle todos los beneficios. Asiente, comprendiendo mi punto. —Él conoce todo de ti, ten mucho cuidado. Al verla preocupada me asusto. Cuando Alice se preocupa es porque lo que nos ocurre es realmente horrible. —Lo sé, es por eso que le he pedido a Alec que mienta. —¿Edward lo sabe? —Claro que sí, por eso estoy un poco más tranquila. Me sonríe y sus ojos se esclarecen, dejando súbitamente la preocupación. —Que él lo sepa es suficiente para sentirme en paz aunque sea por un tiempo. —¡Gracias a Dios has sido capaz de contarle una parte de ti! —exclama, levantando ambas manos al techo. Me largo a reír. —Cuando llegué de improviso a su cabaña estaba destruida, le necesitaba. Se entristece. —Lamento haberte tratado así, no sabía, yo… Lo lamento. —No… está bien —Me levanto y la abrazo con fuerza—. Eres mi conciencia, por lo cual es necesario que a veces me hagan darme cuenta de mis estupideces. ... Al día siguiente busqué por toda la casa, pero no encontré absolutamente nada más. Era extraño, ¿dónde podían estar esas dos últimas hojas? La verdad es que entrada la tarde, a eso de las

cuatro, preferí sosegarme y dejar ir todas mis inquietudes. No estaba bien que siguiera en esto, o por lo menos no mientras mamá estuviese tan asechada por la enfermedad. Quizá quiere que lo lea o es mi imaginación, pero en estos momentos debo estar tranquila, con lo que he averiguado el día de ayer estoy por pagada. Alice ya está lista para partir el día de mañana, dice que no sabe cuándo volverá, pero que lo hará lo más pronto posible. La extrañaré. Ahora está sentada sobre el sofá, cosiendo un pañito de mesa. Sonrío al verla y un pensamiento tonto cruza mi cabeza: a veces siento que hemos dejado de ser las actrices famosas y que ahora solo somos humanas. La sola idea me reconforta de una manera sublime; me descoloca. Pero, ¿qué espero de mi vida? A veces tengo la ligera idea de que Alice dejará todo para quedarse aquí, sus ojos están tan llenos de paz. No solo es porque Jasper le gusta muchísimo, sino porque jamás deseó ser lo que es. Ella me siguió para salir del prostíbulo y porque yo se lo pedí prácticamente de rodillas a James, no fue idea suya. Cuando Alice nota que la miro ella me sonrío y sigue con lo suyo. —Tranquila, solo me demoraré un par de días —exclama. —Ni creas que te extrañaré, eh —le digo para molestarla. Solo se limita a mostrarme la lengua. ... Mi mejor amiga se ha marchado por la puerta principal para ir con Jasper. Él la acompañará a Nueva York por unos días mientras Alice revisa su contrato. Me confesó que quiere preparar a las cámaras e irse retirando de a poco. Yo me limité a sonreírle, mientras internamente me preguntaba si yo debía hacer lo mismo. Yo tengo a Chanel directamente asociado a mí, no me es tan fácil como alguna vez pude soñar. Además, apenas me ha llegado el número de Playboy a casa y será lanzada oficialmente la otra semana. Estaré presente en los medios más de lo que alguna vez pude soñar. Me dedico a cocinar algo rápido mientras escucho música. Me sorprende notar que hoy la soledad no es tan dura como antes. Quizá porque ya ni siquiera estoy sola. Unos nudillos chocan con la puerta principal, así que dejo el paño de cocina sobre la encimera y corro hasta la sala. Cuando abro me encuentro con sus ojos de miel contra los míos y su suave sonrisa ladeada. Tiene los brazos cruzados contra el pecho y está apoyado a un lado de la puerta. Lo único que puedo hacer es sonreírle de oreja a oreja como una tonta, su presencia ha acabado por romper todo límite en mí. Antes de permitirle que pueda pasar me lanzo a sus brazos y deposito mi barbilla en su hombro, él me cobija y me aprieta con cuidado, pero yo quiero que me apriete aún más fuerte. —Me gusta cuando estás así —susurra, acariciando mi espalda. —¿Así cómo? —le pregunto al separarme. —Tan efusiva —me responde, mordiéndose el labio inferior al mirar mis labios. A pesar de que su gesto es innato, no puedo evitar ruborizarme por él. —Últimamente no puedo evitarlo —le digo, mirándome los zapatos.

Luego de unos segundos él carraspea y sonríe. Le hago pasar dentro, mientras yo, torpemente, voy recogiendo algunas cosas del suelo; no sabía que vendría hoy. Cuando lo miro él aún sonríe con una alegría que me hace sonreír a mí también. —Ven aquí —me susurra, tirando de mi mano. Doy un leve choque con su cuerpo y él aferra sus dedos en mi barbilla. Me besa con efusividad, llevándose todo de mí: respiración, sentimientos y lo que quizá alguna vez fue soledad. Me hace sentir viva con sus caricias. Yo me aferro acariciando sus brazos y al mismo tiempo dejo ir mis emociones. Edward se separa para mirarme, con sus labios entre mi nariz y mi boca. Luego deja caer besitos esporádicos por mi rostro. —Necesitaba besarte. Lo siento —dice. Su sonrisa se hace tan grande que sus ojos se ven cada vez diminutos. —Me gustas cuando estás así —le copio la frase. Edward eleva sus cejas. —¿Así cómo? —me pregunta. —Tan efusivo. Rompe a reír. El sonido de su carcajada me hace sentir tan feliz. Cuando deja de reírse se pone serio y me acaricia la mejilla. —No podía ser así de efusivo contigo hace un tiempo, ahora me gusta aprovechar tu compañía. —Sus ojos se vuelven nostálgicos, pero no tristes. Lo dejo caer en el sofá y yo me acuesto sobre su cuerpo. Doy besitos por su rostro, frente, nariz, párpados y cuello. No son besos lujuriosos ni pasionales, mis besos son una mezcla de ternura, necesidad y amor. Y él lo nota. —Uno por cada día que no pude estar contigo —murmuro mirándolo a los ojos. Sus ojos dan un fulgor electrizante. —Uno por cada día que no pude estar contigo —repite en un susurro casi ininteligible. Doy besos cortos, pero profundos, uno a uno por su pecho, subiendo por su cuello. Paro y huelo la piel, sonrío, lo siento mío. Mi hombre. Prosigo y doy otros besos por su quijada, subiendo por su mentón y evitando sus labios. Me está mirando y al mismo tiempo da caricias por mi cintura. Hago mi recorrido por su rostro por segunda vez y choco mi frente con la suya, respirando su aire también. Acabo besando sus labios con una lentitud abrasante, profunda y avasalladora. Cierro mis ojos para poder sentir el roce de su boca con la mía, para que el sentimiento nos deje llevar. Ahora su caricia es delicada, muy sutil, no puedo evitar compararla con una pluma, cayendo a una velocidad mínima hacia el vacío. Y es ahora, cuando cae sobre mi piel, que su simple roce hace colapsar cada terminación nerviosa. Cuando paramos me obligo a abrir los ojos. Me está mirando. —Puede que todos estos besos no sean suficientes para todo el tiempo que no pudimos

compartir, pero quiero que sepas que cada vez que puedo intento que todo ese vacío sea llenado con lo que somos ahora —le digo con sinceridad. Aún me mira de una manera que me pone muy nerviosa. Me quita el cabello del rostro y lo deja detrás de mi oreja. —Tenerte en mis brazos ya me ha hecho olvidar completamente todo —me responde—, ya no hace falta nada. Ven aquí. Me aprieta con sus brazos, ésta vez con la fuerza que tanto he deseado. Descanso mi mejilla en su pecho, ambos recostados en el sofá con la respiración en calma. Río despacito con el pensamiento que acaba de cruzar mi cabeza: nuestra relación no ha cambiado mucho, la verdad es que solo le hemos agregado roces y besos, el vernos desnudos y el que ahora él ya no me llame Bella sino "mi amor". Sus ojos siguen mirándome como siempre lo ha hecho y yo sigo aferrada a su pecho como cada tarde de verano. Miro a Edward y por la forma en que sonríe sé que también lo piensa. Es mi mejor amigo y es el único hombre al que podré amar para toda la vida. ... Le tiendo un sándwich de queso caliente junto a un vaso de jugo, mientras él está sentado en el sofá con la mirada distraída. Cuando se da cuenta de mi presencia me sonríe. —Gracias —me dice con timidez—. No tenías por qué molestarte. Ruedo los ojos y le doy un besito en la mejilla. —Lamento no tener nada más decente, pero no acostumbro a comprar comida, lo hacen por mí —susurro, encogiéndome de hombros. Me sienta en sus piernas, no sin antes tomar el plato y el vaso con ambas manos y depositarlo en la mesa de café. Yo pongo mis brazos en su cuello y lo observo de cerca, descubriendo por enésima vez las sutiles líneas de expresión que están naciendo en la orilla de sus ojos. —Creo que necesitas unas buenas clases de "vida mortal" —bromea. Sé que es un chiste, pero creo que tiene razón. He olvidado lo que es vivir la cotidianeidad como un 'algo' normal, mi vida cotidiana era beber mirando hacia la ventana grande mi habitación. El recuerdo me amarga. —Me gustaría que me ayudaras a recordar lo que es vivir una vida normal —le digo. Frunce el ceño sin quitar su sonrisa del rostro. —¿No lo he hecho ya? Le sonrío mordiéndome el labio, pues tiene razón. Desde que me abrazó en aquel orfanato volví a respirar amor, cuando estoy con él me olvido de las luces, del dinero y de la fama, soy yo otra vez. —Claro que sí lo has hecho. Olvídalo. Le doy un corto beso en los labios y me separo de él para que acabe su sándwich.

... —¿Qué es esto? —me pregunta al ver el diario que he puesto sobre la mesa. Suspiro y me cruzo de brazos. —Es el diario de mi madre —le susurro como si alguien fuese a escucharnos. Frunce el ceño. —¿Tengo que asustarme? —No —respondo enseguida—, solo me genera más preguntas. Lo acaricia con un dedo, mirándolo con lentitud. —Es sobre mi padre, ¿no es así? Asiento, poniendo mis codos en la mesa. —Sabía que había gato encerrado —gruñe—. Hoy hablé con él pero ni siquiera pudo decirme algo coherente, solo palabrería barata. Intenté con tía Hale y la verdad es que con lo que ha dicho me ha dejado aún más curioso. —Tu padre y mi madre fueron amigos en su juventud —le cuento y por su expresión sé que lo sabe. —Mi tía me lo ha dicho —dice al mismo tiempo que asiente con su cabeza—. Como tú y yo —murmura. —Carajo —mascullo. Lo siento respirar con profundidad. Le cuento todo lo que recuerdo, intentando rescatar los más mínimos detalles, incluso le comento la pérdida de las últimas hojas. —¿Por qué jamás nos dijeron? —me pregunta con algo de rabia—. ¿Por qué mi propio padre puede tratarte de esa manera, a sabiendas de que tu madre fue su gran amiga? ¡Es ilógico! —Algo debió suceder —suspiro. Se recoge el cabello de la frente, malhumorado. —Algo que les hizo mucho daño —acaba. Me tiende sus brazos y yo me levanto de mi silla para acabar en sus piernas y abrazarlo también. —Mi tía me dijo que papá había sufrido mucho, tanto que se obligó a olvidar a tu madre —dice—. Y ahora sé que la mía era su criada —ríe sin el más mínimo sentido del humor —. Carlisle tenía dinero y lo perdió todo. Lo abrazo con más fuerza, pues Edward se está enfureciendo. No quiero que esté así por culpa de su padre. —Hey, Edward, tranquilo, no pasa nada —lo tranquilizo mientras le acaricio la nuca con mis dedos—. Lo que sucedió ya es pasado, permíteme averiguar con mamá, pero no te aprontes a

los hechos, no está bien. Sus puños se aprietan. —Ninguno fue capaz de decírmelo, he vivido engañado toda mi vida —insiste. Tomo su rostro con mis manos y lo obligo a mirarme. Sus ojos son dos tormentos. —Nada de eso iba a cambiar nuestras vidas —lo tranquilizo—, quizá tu madre necesitaba esconderlo. A veces los padres también se merecen los secretos. —¿Estás queriendo decir que deberíamos quedarnos de brazos cruzados y adivinar lo que sucedió entre ellos? Niego, cansada de su insistencia. Pero sonrío para que se calme. —Yo también quiero saber qué pasó, mamá jamás ha sido capaz de contarme de su vida más allá desde cuando conoció a Charlie. Pero ¿sabes? A veces deberíamos darle tiempo al tiempo. Me acaricia el rostro con sus dedos y de pronto sonríe. —Mi madre era hermosa. Cuando murió papá iba a visitarme a la cama solo para observar mis ojos y decirme lo parecidos que éramos —me cuenta con tranquilidad. Beso su frente y luego pego la mía a ella. Y sí que lo eran. Tuve la oportunidad de mirar una foto de Esme Cullen y era muy hermosa. El color de sus cabellos, bronceado y ondeado, el de sus ojos, miel dorada, líquida, y por sobre todo su sonrisa. Cualquiera diría que eran dos gotas de agua, sobre todo cuando Edward era un niño. Cuando alcanzó su juventud fue adoptando la masculinidad de Carlisle. —No debes temer. Tu madre tuvo buenos motivos para ocultar su pasado. Pero en mi fuero interno no puedo evitar sentirme ligeramente interesada por saber si es que Carlisle me odia por culpa de mi madre. ¡Buenas noches! Extrañaba escribir estos pequeños extractos para ustedes. La verdad es que disculpas por mi demora deberían ser en vano, pero he pasado por una depresión muy aguda que me ha mantenido en guerra con la escritura (ya lo sé, no debería contarles esto), pero necesito que me entiendan. Pero bueno, la próxima semana sí hay actualización, así que pueden estar esperando tranquilas porque no habrá demora, el capítulo está listo solo falta mi revisión. Espero que los secretos entre Carlisle y Renée les hayan sido esclarecidos un poco, ya que aún falta un poco por descubrir. ¡Un beso muy grande a todas! Las extrañaba. Cariños... Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. No apto para personas sensibles.

Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. NOTA DE AUTOR: Quiero agradecer a todas las lectoras fieles que como siempre, ante mis demoras, siguen y siguen esperando con una paciencia infinita y hermosa. GRACIAS a todas también por entender las múltiples cosas que paso día a día, lo difícil que es plasmar tristeza cuando ya en mi corazón está plagado de una miserable angustia que no se va tan fácil. GRACIAS INFINITAS A TODAS LAS LECTORAS QUE HAN ESTADO EN ESTA TRAVESÍA, ¡SON LAS MEJORES! . Recomiendo: The Power of Love de Anneke van Giersbergen. By The Grace Of God de Katy Perry. . Capítulo XXX . "Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos una frontera de palabras no dichas entre tus labios y mis labios y algo que brilla así de triste entre tus ojos y mis ojos" Edward POV Me pongo la camisa con tranquilidad mirándome al espejo de vez en cuando. Tengo que ir al taller en una hora más, mi padre me ha dado el aviso de que dos personas necesitan mis trabajos. Lo único que quiero es acabar con la dependencia de mi padre y comenzar con mis propias ideas, como abrir mi taller acá en Forks. Aunque no puedo evitar ilusionarme con la tonta idea de poder dar clases de arte, de esas reales, donde yo sea un verdadero profesor. Pero para eso tendría que estudiar y no tengo los medios para hacerlo. —Tan serio —comenta ella desde su cama. Me giro para contemplarla y la encuentro revuelta entre sábanas tapándole los senos y dejando al descubierto la curva de su cintura y cadera. Sus ojos están brillantes y una sonrisa blanca asoma. —Solo pensaba —le respondo con una sonrisa también. Se retuerce en su lugar como una niña pequeña, desparramando aún más su cabello. —¿Ya tienes que irte? —En una hora más o menos.

Bufa. —Supongo que te quedarás a desayunar. —Claro que sí. Meto la camisa dentro de mis jeans, peino mi cabello aún mojado con los dedos y me calzo los zapatos. Cuando la observo no puedo evitar maravillarme con lo hermosa que se ve. Está desnuda entre sábanas blancas, mirándome con los ojitos brillantes y las mejillas sonrosadas. Parece tan divertida y plena, como si me invitara a otra sesión de aventuras. Me obligo a controlarme y a recordarme que debo trabajar en muy poco tiempo. Además, Alice llegó hace media hora más o menos. Cuando me acerco a ella se sienta entre los edredones y yo me siento también a su lado. —Tengo que conversar algo contigo —susurra algo incómoda. Frunzo el ceño, mientras le acaricio la pierna que tiene descubierta. Parece tan asustada, o más bien agobiada de tener que tocar esos temas conmigo. ¿Pero qué? —Tranquila, ve con calma —la aliento, aún con las caricias. Se acerca más a mí. —Aquella vez que fuimos al hospital tuve una conversación bastante curiosa con mi madre —me dice. Pasa sus dedos por mi pecho. Asiento. —Me habló de cosas que jamás se me habían pasado por la cabeza y tiene mucho que ver contigo. Me preocupo. ¿Qué puede decir ella de mí que tenga a Bella con tanta alerta? —Edward. —¿Sí? Pero no me dice nada hasta unos largos segundos después. —Alec dijo que tengo que pisar Los Ángeles en un mes más —susurra con displicencia—, lo que significa que tendré que darle explicaciones a todo el mundo de lo que han dicho los medios. No entiendo qué tiene que ver eso con lo de su madre, pero asentí condescendientemente. —¿Por qué tienes que dar explicaciones? —le preguntó con lentitud. Aunque no sabía qué decían los medios de ella, la última vez que vi televisión basura fue hace meses, un tiempo antes de que Bella regresa a Forks. Ver la televisión era la única manera de sentirme a su lado, pero ahora que la tengo conmigo no es necesario—. No hay necesidad, es tu vida, Bella. Suspira. La veo abismarse en un sueño de ideas en medio de su mente. Frunzo el ceño. Se separa de mí para abrir el cajón de la mesita de noche y de él saca una revista gruesa de

colores rojos muy fuertes. La tomo entre mis manos y nuevamente me siento dubitativo ante esto. —Es mi última portada —me dice, mirándola como si se tratara de un recuerdo que no quiere volver a tocar. —Playboy —leo en voz alta. Las letras son doradas y muy grandes—. Es la misma que estaba en mi casa. Asiente con una sonrisa preocupada. —Tu padre la compró aquella vez y la llevó a tu casa… Se queda callada y yo sé por qué es. No quiere hablar mal de él al frente de mí. —Te ves hermosa —le susurro. Se sonroja y me sonríe. —Te dije una vez que quería que leyeras la entrevista en su momento y creo que ya es tiempo de que lo hagas… si es que quieres. —Lo haré —le digo. Se mueve incómoda entre mis brazos y yo me separo. —Todos están buscando tu identidad, Edward, todos quieren saber quién eres —dice con miedo. —Tranquila, cariño, no tengo nada que temer. Traga saliva. —Mamá me dio un consejo muy sabio —susurra. De pronto recuerdo cómo surgió esta conversación, y fue precisamente por su madre—. También me habló de Jessica. Arrugo el rostro, sintiéndome algo exasperado. No he querido saber nada de ella desde que se atrevió a entrar a mi habitación para seducirme, más aún cuando vi en sus ojos a otra persona, no a la verdadera Jessica. Es como si de pronto ella se hubiera mudado a otro mundo, dejando de reemplazo a una mujer fría y manipuladora. —Edward, escúchame —insiste, convulsa tomando mis manos entre las suyas—. Tienes que hablar con ella. —No creo que sea lo correcto… —¡Sí lo es! —vuelve a insistir—. De un momento a otro la dejaste por mí. —Creí eso era lo que querías. —Sí, sí es lo que quiero —dice atolondradamente—. Pero no de esa manera. Comienza caricias furtivas por mis manos, sus pequeños dedos me traspasan calor y un suave movimiento de ellos. Está temblorosa. —Los medios te buscarán e indagarán cualquier defecto que tengas, y en este caso es Jessica. ¿Crees que es justo que tengas ya que cargar con mi fama, para que luego mientan y digan que tú has dejado a tu novia esquizofrénica por mí?

Trago saliva. Está aterrada y no es por ella, es por mí. —Aunque hable con Jessica los medios podrán mentir, ¿qué caso tienen? —Que al menos hiciste lo correcto. Y es con aquella respuesta que decido hacer lo que me dice. —Eres un hombre sincero, lo sé, no quiero que nuestra relación se base en esto, por lo menos no para nosotros —dice—. Mamá me lo dijo hace unos días y le he dado mucho sentido. No quiero que seas uno de esos tantos seres humanos que ha sido derrotado por la fama, es muy cruel. Además, Jessica necesita que le hables claro, me preocupa mucho que se haga daño o que se deprima aún más. La abrazo, pues cada vez que me atrevo a observarla parece más asustada que antes. —Muchas veces he notado el pavor que le tienes a la multitud y a la fama. Se estremece. —Se convirtió en mi peor enemigo. . Bella se levanta de la cama mientras se calza una bata de satín negra. Abre la puerta del baño y se la quita sin cerrarla, permitiéndome la vista de su espalda estrecha y su trasero. Sonrío y la contemplo hasta que acaba denegándome el paisaje, cerrando con cuidado. Me gusta su cuerpo. O bueno, siempre me gustó. Aunque no toda la vida me permití pensar así de ella, de esa manera carnal y pasional, aquella donde ansiaba e imaginaba las mil y un maneras de poder tocarla. La primera vez que la deseé fue cuando fuimos al lago y teníamos 14 años. Su cambio no fue brusco, ya que siempre conservaba ese espíritu inocente en sus ojos, más aún su cuerpo delgado y pequeño. Incluso yo cambié de pronto. Un día mi voz se convirtió en un grave susurro y mi cuerpo creció sin poder detenerme a contemplarlo. Pero Bella conservaba su inocencia de muchas maneras. No obstante, cuando fuimos a aquel lago aprecié un cambio significativo en su cuerpo, y fue precisamente cuando ella se permitió vestir un bañador que revelaba gran parte de ella. Me quedé maravillado al ver curvas, unas curvas que jamás había podido contemplar antes, su trasero se había moldeado y sus ojos ya no me miraban como si yo fuese un niño para jugar, claro que no, me miraba como si todo en ella fuese un coqueteo emergiendo, de pronto, de sus ojos abiertos y dulces. Me miraba y me invitaba a pensar en ella de la manera más carnal e impura. Claro que no era con intención, yo ya estaba prendado de su ser sin poder evitarlo. Bajo las escaleras y me encuentro con una Alice metiendo cosas en la maleta Chanel de color burdeos, a simple vista ya notaba que cerraría sin esfuerzo. —¡Hey! Me nota y se yergue para darme un abrazo y un beso en la mejilla, algo muy cálido para el corto tiempo que la conozco.

—¿Qué tal? —me pregunta. Me sonríe y la punta de su nariz sube, como si fuese un elfo o un duende—. ¿Interrumpí algo? Cuando Alice llegó, a eso de las ocho de la mañana, hizo tal ruido que nos despertó enseguida. Bella se enfureció, pero a mí me pareció divertido, sobre todo porque nos despertó al caerse de la escalera mientras intentaba subir su gran maleta. —No, claro que no —le digo—. Lo que aún me pregunto es cómo pudiste bajar eso otra vez sin caerte. Su expresión pícara desaparece y ahora me mira alardeando. —La pequeña Alice Brandon no tropieza dos veces con la misma piedra, eh, Cullen. Le sonrío y acaricio su cabeza como si fuese una niña. Aunque bueno, a veces tiende a comportarse como tal. Me hubiese gustado que mi hermana hubiera crecido y que hubiese sido como Alice. Bella no se demora mucho en su ducha, la verdad es que luego de 20 minutos aparece con el cabello mojado frente a nosotros. Alice levanta las cejas mientras se lleva la taza de té a los labios, con el vapor del agua caliente quemándole las fosas nasales. Yo preferí no comer ni beber nada hasta que Bella haya bajado. —Buenos días —exclama la mejor amiga más pequeña con un tono de voz bastante pícaro. —Buenos días —la saluda Bella con la mirada escrutada, luego me mira a mí y yo me encojo de hombros. —¿Qué tal la noche? Bella se sonroja y rueda los ojos. —¿Y qué tal la tuya? —contraataca. Alice se encoje de hombros y me mira con sus ojos azules. —A Edward no le gustaría que hable de su primo, claro está. Carraspeo y me levanto para ayudarle a mi novia, quien se mueve en la cocina con suma rapidez. —Cuida esa boca, Brandon. La miro y ella se lleva sus pequeños dedos hasta la boca, imitando un zipper. ... Carlisle está mirando hacia el cuadro que hice de mi madre hace unos años. Parece nostálgico, cabizbajo y notoriamente triste. Hacía mucho tiempo que no se comportaba así. Cierro la puerta detrás de mí y mi padre se gira rápidamente. Cuando me mira hace un mohín y llora, llora de una manera que jamás había visto en mi vida. O bueno, llora como aquella vez, cuando mamá murió con Bree en el vientre. —Pa… No me permite articular una sola palabra o sílaba, pues se acerca y me abraza de una manera

dura y sumamente insistente. Yo solo logro abrazarlo con delicadeza a pesar de todo lo que me ha hecho pasar este último tiempo. Siento sus lágrimas en mi hombro, sus sollozos graves y duros, su cuerpo convulso entre mis brazos. Es incómodo, papá jamás se quebraba así. Trago saliva y me atrevo a preguntarle algo. —¿Ha sucedido algo malo? —le pregunto. Se separa abruptamente y veo sus ojos azules inyectados de sangre. —Es solo… solo… No creo que entiendas, Edward. Se aleja lentamente, con las manos detrás de su espalda, nuevamente con la vista frente al retrato. —Ya no tengo 10 años, papá, sabes que entiendo muy bien las cosas —le susurro. —A veces la necesito conmigo —se limita a decir. Frunzo el ceño y mis ojos se llenan de lágrimas. Yo también la necesito, incluso cada día me detengo a pensar en ella y en los consejos que quizá me hubiese dado. —Tiene que ver con todo lo que ha sucedido con Renée Swan, ¿no? Con todos estos… secretos que Bella y yo hemos estado descubriendo… —Te repetí una y otra vez que eso no es asunto tuyo —brama. Aprieto los labios con fuerza. —¿Que no es asunto mío? —le pregunto con la voz atestada de suavidad—. Es la madre de Bella, ¿cómo es que no entiendes que ya nos han unido a sus secretos? Estoy a punto de gritarle a la cara todo lo que tía Hale y el diario de vida nos ha revelado, pero me detengo. —Tu madre sufrió por mi culpa y es eso lo que me atormenta día a día, maldita sea. Se aleja de mí a paso rápido y sale de casa sin darme ninguna explicación. Suspiro y me acerco al retrato. Paso mis manos por la madera que lo enmarca, aún con mis ojos llenos de lágrimas. —Tú jamás me habrías ocultado algo de esta magnitud —le digo. Aunque sé que eso no es así. . Golpeo la puerta con mis nudillos. Siento mi corazón en la boca a punto de estallar. Detrás de la puerta no se oye nada más que la suavidad de unos pies deslizándose en la madera del suelo. Miro el porche de Jessica, su antigua casa, las flores medio arrancadas de la calzada y un paraguas a medio romper, apoyado justo a un lado de la puerta. Jessica volvió a su casa unos pocos días después de que la haya echado de mi cabaña, y la

verdad es que no sé por qué. Cuando siento que mueve la manilla de la puerta mi corazón se acelera aún más. Me pone nervioso tener que darle explicaciones, o bueno, ella a veces me pone nervioso. Abre de par en par, sus ojos se han agrandado ante los míos. Lleva el cabello tomado en una cola de caballo muy apretada y un delantal sobre su ropa corriente; estaba cocinando. —Edward —murmura—. ¿Qué haces aquí? —inquiere. Miro al suelo una vez más y respiro hondo. Cuando me atrevo a mirarla intento sonreírle tranquilizadoramente, pero lo único que logro demostrar es mi inquietud, pues frunce el ceño. —Tengo que hablar contigo —le digo. Mi voz es estrangulada. Cuando creo que me cerrará la puerta en mis narices, ella alza la voz para invitarme a pasar. —Te escucharé. Doy un paso al frente y me adentro en sus aposentos. Aún huele a azúcar y a vainilla. Mi cuerpo tiembla de tristeza; fueron buenos momentos, pero creo que ella merece a alguien que sí la ame. Merece un amor recíproco. Camino por la sala y la veo sentarse en el sofá, yo prefiero permanecer de pie, jamás me ha gustado hablar de cosas tan serias sentado, me desconcentra. —Creí que nunca más volvería a verte —dice con los ojos provistos de lágrimas. —Y aquí me tienes. Suspira y acerca sus rodillas aún más a su cuerpo. —Lamento lo que sucedió ese día en mi cabaña… —comienzo a disculparme. —No, no… —me interrumpe—. La que debe pedirte disculpas soy yo. No debí comportarme de esa manera, no sé qué estaba pensando. Asiento. —Sabes que siempre guardo la esperanza de que me correspondas de la misma manera. —Una lágrima cae por su mejilla y yo aprieto los nudillos—. Ya sabes —dice con apatía—, las mismas esperanzas que tenías tú con Bella. —Créeme que jamás fue mi intención. —¿A qué te refieres? —Se quita las lágrimas del rostro y respira. Me es incómodo tener que seguir manteniendo esta conversación con ella, pero recuerdo que se lo prometí a Bella, su rostro compungido pasa por mi mente y me trago los malestares. —A todo esto. —Levanto las manos al aire y luego las dejo caer, haciéndolas chocar con mis muslos—. Al modo en el que sufres, todo lo que no pude darte. Y lo que más siento es que hayas tenido que recurrir a manipulaciones para poder tenerme a tu lado —le comunico, rememorando lo que Bella siempre me dijo—. Créeme que no era la mejor manera. Se pasa las manos por el cabello tomado y se levanta del sofá para acercarse a mí con sus

dedos entrelazados. —Créeme que jamás me perdonaré aquello —susurra—. Yo solo quería que estuvieras conmigo —solloza—, te necesitaba tanto. Frunzo los labios. —Solo tenías que pedirlo. Se encoge de hombros con una actitud repentinamente indolente. —Aunque lo hiciera seguirías pensando en ella. No puedes obligarme a pensar en ti como un amigo para que te sientas cómodo, no cuando pasaste por lo mismo. Nos quedamos en silencio por unos largos segundos, yo intentando distraerme un poco de todas sus palabras. Me es difícil, pues el cariño que le tengo me oprime el pecho. Le debo mucho, aunque las relaciones humanas deban ser desinteresadas sé que le debo mucho. Fue mi cable a tierra por años y yo intenté dar el primer paso con ella. Cuando supe de su enfermedad le prometí que jamás la dejaría sola. —Hoy debo decirte adiós —murmuro. Eleva sus ojos hasta mí, los abre, incrédula. —Es la mejor manera —completo. Nuevamente llora, mirándome como si yo estuviese a punto de morir. Me da escalofríos. —¿Por qué ella, Edward? —me pregunta, tomándome las manos entre las suyas para que no me separe. —No creo que deba... —¡Por favor, dímelo! —grita. Doy una bocanada de aire. —Desde la primera vez que la vi la amé y eso no acabará nunca. Lo siento, de verdad lo siento. Yo también te quiero, no sabes cuánto… —Pero soy solo una amiga —termina por mí—, una simple amiga. Se separa de mí mirando al suelo. —Quiero que seas feliz, Jessica. Suelta una risotada. —Pero yo no —dice—, yo no quiero que tú seas feliz con ella. —No me digas eso… —Me conoces, Edward, soy egoísta y no quiero que seas feliz con Isabella —llora. ¿Qué puedo decirle? No quiero que esto acabe aún peor.

De pronto me siento cansado y colapsado en mis emociones, ser sincero con Jessica es doloroso, más aún porque aún me siento culpable de todo lo que le he hecho. Me asusta la forma en la que me mira y en la que habla de Bella, ella no tiene la culpa de mis sentimientos y de todo lo que le hice pasar. Pero eso jamás podría entenderlo, no permite comprender que Bella está haciendo esto para acabar con esto de forma sana. Y aunque se lo comentara no me creería. —Permíteme volver a ver a la Jessica que curó mis heridas cuando nadie más lo hizo, a esa chica que me compraba vinilos a mitad de precio en la tienda en la que trabajaba y los envolvía de manera irregular —deja escapar otro sollozo audible de sus labios y pega su frente a mi pecho. Se lo permito, necesito darle un último abrazo—. No me hagas ver a esta mujer egoísta y rencorosa, hazme ver a la dulce chica que eres. Quiero reconocerte y ver que en tus ojos no hay resentimientos. No me dice nada, solo se limita a apegarse a mí con fuerza. Yo cruzo mis brazos con su cuerpo. —Esto se acabó, Jess —digo—, necesito recuperar el tiempo perdido con ella. Aprieta sus manos en mi camisa. —Vete antes de que sea más doloroso, por favor —me pide. Asiento y beso su frente con fuerza. Su perfume es lo último que siento antes de partir, abrir la puerta y caminar devuelta al taller de mi padre. Pero antes de alejarme lo suficiente, puedo ver a Mike Newton caminando frente a mí. Quiere saludarme, pero yo desentiendo y cruzo la calle. Me siento un hipócrita al decirle a Jessica que no debía ser rencorosa, yo mismo siento un rencor agobiante a cada recuerdo que conviva con Mike y Emmett. Ambos hicieron mucho daño, un daño que jamás podría perdonar. Me persiguieron por años y destruyeron mi imagen en la escuela por pura maldad. Todos los días busco la manera de alejar esos recuerdos, pero no puedo. . El taller de papá es grande y ocupa un terreno al completo. Consta de dos partes: el cuarto de confección y el cuarto de exhibición. Papá y mamá lo compraron con el dinero de una herencia, ahora no se me hace difícil adivinar que debió ser algún dinero que su padre le dejó. Es bastante bonito y ha cambiado bastante con los años. Cuando Carlisle me enseñó el oficio no se me hizo tan difícil, aunque sí tuve que practicar por hartos meses. Las paredes del cuarto de exhibición son de color pálido y están decoradas con los cuadros que mamá pintó hacía muchísimos años. Sí, mi madre pintaba, pero su estilo era muy diferente al mío, y la verdad es que solo lo hacía cuando estaba triste. Recuerdo muy bien que cada vez que se sentaba en la mesa de la cocina con un cuadernillo y un lápiz significaba que algo iba mal. Pero siempre prefería distraerme de su tristeza, sentándome en sus rodillas y hacerme su marioneta para enseñarme a dibujar. "Eres increíble, Edward, tienes mucho talento", siempre decía, besándome la coronilla. Me trago la melancolía y cruzo el lugar con diferentes muebles, en el mostrador están los cachivaches más pequeños, como joyeros, cajitas musicales y juguetes. La Carpintería Cullen

fue mi refugio por muchísimos años, más aún cuando papá dejó de trabajar de la misma manera. —¡Hey! ¡Has vuelto! —exclama Ángela desde la caja. Al mismo tiempo le entrega el vuelto a un cliente, el Sr. Jones, un ex militar excluido en su casa, muy cerca de Vancouver—. Creí que jamás volvería a verte. ¡Tu padre ni siquiera me dijo que habría otro carpintero a domicilio…! Ángela Weber era la hija del Sr. Weber, un viejo amigo de mi padre. Murió hace un par de años, de cáncer exactamente. Ángela ha trabajado en la caja por muchos años, mi padre le tiene mucho cariño. —¿No te lo había dicho? —le pregunto extrañado. Antes yo tenía que ir de casa en casa arreglando muebles o techos, hasta que papá se dedicó a contratar a un joven chico inglés desesperado por trabajo. Él sabe que ya no quiero trabajar como esclavo para su beneficio, ya no más. —Cuando se pasó por aquí creí que era un estafador o algo así —se lleva una mano al pecho—. Ya veo que las cosas no andan muy bien. Me encojo de hombros y le doy un abrazo de saludo. —Necesito más tiempo para mí —le digo con una sonrisilla. —¡Tenemos mucho de que hablar tú y yo! —exclama. Le guiño un ojo y aprovecho de darle un apretón de manos al ex militar excluido antes de que parta nuevamente a excluirse. Ángela toma una libreta y va tarjando algunas cosas en ella con su lápiz. De pronto se acerca a mí con su delantal atestado de aserrín. —La señora del espejo vendrá hoy a retirarlo. Supongo que lo tienes listo —me mira con suspicacia. La "señora del espejo" es una mujer que hace meses vino hasta aquí para pedirme un espejo. Me demoré bastante en hacer lo que quería, pero hace ya un tiempo había podido terminarlo. —Claro que sí. Estaré esperando a que llegue —le cuento—. Voy al taller. Me avisas cualquier cosa. Antes de irme le doy una ojeada a uno de los tantos retratos de mi madre, el que pende de un clavo justo en la parte central de la pared principal. Es la única manera de sentirla viva en cada lugar que le perteneció en su momento. ... A las cuatro en punto escucho los toques delicados de Ángela que me dan aviso de la llegada de la clienta. Es imposible olvidarla, sobre todo porque pagará muy bien por el espejo que tanto pedía. Me quito los guantes y soplo la superficie del ropero para quitar los restos de aserrín. Cuelgo el delantal en la percha y salgo hacia el cuarto de exhibición. Dos mujeres esperan en el lugar, mientras Ángela recibe una llamada. Ninguna de ellas es como recordaba a la clienta, sobre todo porque estas dos mujeres son mucho más jóvenes. Una tiene el cabello rubio, tan pálido que hasta parece ser blanco, liso y largo. Parece tan fría como el hielo, a pesar de que lleva un vientre ligeramente redondeado por el embarazo.

Pero la otra sonríe con diversión, como si el mismo hecho de vivir, con toda y cada una de sus desgracias, fuese un placer para ella. No es muy diferente a la mujer que le tiene el brazo aferrado a su cuerpo, más que nada es su cabello, rubio con un extraño toque rojizo, lleno de rizos perfectamente puestos en su lugar, lo que las hace diferentes en casi toda su expresión. No me cuesta identificar que son hermanas ante su proximidad y similitud física. —Dit is shattig —susurra la rubia más alegre, mientras toca uno de los muebles de bebé que confeccioné hace algún tiempo. No tengo idea de lo que acaba de decir, pero le sonrío mientras camino hasta el mostrador, acompañando a Ángela. —Oh, Tanya, niet aanraken dat —dice la otra rubia, tirándola hacia ella con sus manos. Parece avergonzada de que su hermana toque los muebles. —No se preocupe, puede tocarlos —le digo a la chica, Tanya—. ¿Vienen por el espejo? La rubia fría ahora me sonríe con educación. Su expresión aletargada cambia rotundamente. —Mi madre lo mandó confeccionar hace unos meses —me explica. He ahí la razón—. Supongo que no hay problema de que nosotras lo retiremos por ella. Frunzo los labios un segundo. —¿Tienen la factura? —inquiero. Le doy un codazo a Ángela para que deje de hablar por teléfono, pues no soy muy bueno en la caja. —Oh, sí, claro. Mientras la mujer busca entre sus cosas, la otra mira los muebles con admiración. Parece una niña pequeña ante una juguetería. No puedo evitar fijarme en lo diferentes que se ven a lo normalmente establecido en un lugar como lo es Forks. Estoy seguro que no son de por aquí, sobre todo por el idioma que utilizaron entre ellas (el cual ni siquiera logro identificar), pero a juzgar por su forma de vestir son bastante elegantes… y distinguidas, incluso parecen modelos de alta costura. Además son muy bonitas… en realidad bastante, tanto que me es difícil dejar de mirarlas, intentando identificar alguna imperfección en sus rostros. Pero no la hay. Es espeluznante. Ángela cuelga y recibe la factura de garantía, impone una signatura en la esquina y se lo vuelve a entregar. —El pedido es a nombre de Sasha de Van der Vaart Kutsnetzova. —Mientras lo lee en voz alta, Ángela profiere unos cuantos mohines nerviosos por la complejidad de los apellidos. Reprimo las ganas de reír—. Sí, creo que lo pronuncié bien —susurra para sí. —Somos sus hijas —exclama Tanya desde el fondo con un gracioso acento, mientras contempla los cuadros de mi madre. —Disculpe, mi hermana es profesora y experta en arte, todo el día mira cuadros de cualquier lugar y… —Es increíble —dice con expresión iluminada—. Es tan… harmonieuze. Uau. Una experta alaba las pinturas de mi madre. No puedo evitar sentirme orgulloso.

—Lo pintó mi madre hace muchos años —le cuento. —Talento… Ella tener mucho talento. —Sonríe; noto unos hoyuelos en sus mejillas. Asiento con los labios fruncidos. Les tiendo el espejo frente a ellas para que lo inspeccionen, aunque no hace mucha falta, pues enseguida ambas aplauden como si yo fuese un actor de teatro o algo así. Evito hacer una reverencia. —Ha quedado muy lindo, ¿crees que a Jacob le guste? —le pregunta la rubia más pálida a su hermana. —Tu esposo aceptará cualquier regalo que venga de nuestra madre, Irina —murmura. Irina nos tiende un cheque con una gran suma de dinero, tanto así que mis ojos parecen no creer lo que veo. —Ha hecho un trabajo impresionante, señor… —Cullen —completo. —Nos sería de mucha ayuda que usted nos ayudara a llevar el espejo al coche, puede notar que estoy encinta, espero no le moleste… Tanya lanza un grito que nos hace saltar de inmediato. Tiene las manos junto a la boca, mirando fijamente hacia la pared principal. —¡Oh mijn god! —vocifera—. ¡Este cuadro es…! ¿Lo pintó su madre? Miro hacia la pared y veo el retrato que yo mismo hice de mi mamá. —Lo pinté yo —le contesto con inseguridad. No soy muy bueno aceptando la opinión de otros con respecto a mis creaciones, es muy incómodo. Además no soy muy bueno… —Esto es arte —dice caminando hasta mí—. Yo misma no poder creerlo. Me sonrojo y le sonrío con gratitud. —Usted es un artista, Sr. Cullen. No sé qué contestarle, de pronto parece ser una broma. ¿Yo un artista? Realmente debe ser una broma. Ignoro sus palabras y tomo el espejo para llevarlo hasta el coche de las hermanas. Cuando lo pongo en su lugar, acomodado y afirmado de manera que no vaya a romperse, vuelvo a entrar al cuarto de ventas con las dos mujeres pisándome los talones. —Ha hecho un trabajo muy impresionante. Lo recomendaré con todos mis amigos. ¡Tiene las manos de Jesús! —dice Irina antes de salir del lugar. Pero su hermana se acerca hasta mi lado, de manera que puedo ver su rostro liso como la porcelana y unos ojos celestes muy grandes. Sus pestañas son largas y frondosas. Pone una tarjeta entre mis manos, haciendo contacto de nuestros dedos. —Me gustaría poder hablar con usted con mayor privacidad. Llámeme. —Antes de irse me guiña

un ojo y se va, dejando un rastro de fragancia exquisita. Una experta en arte me ha dado su teléfono. Leo la tarjeta con cuidado. Tanya Van der Vaart Kutsnetzova, experta en arte Barroco Neerlandés. Doy un silbido. —¿Es mi idea o esa modelito te ha echado el ojo? —pregunta Ángela, recargando su tronco en el mostrador de vidrio. Me largo a reír. —Es bastante bonita —le digo sin darle mucha importancia. Rueda los ojos y hace un mohín de displicencia. —Ni que lo digas. Es como esas Barbies perfectas, toda rubia y magnífica —gruñe—. Qué envidia. Me largo a reír y aprovecho de regañarla por afirmarse sobre el mostrador de vidrio. —Lástima que ni siquiera le hayas tomado atención —ríe—, no es tu estilo de chica, eso está claro. —Nunca me han gustado las rubias. Además tengo novia. Ángela abre los ojos de sopetón y sale del mostrador para acribillarme a preguntas. —¿Es que Jessica y tú ya dieron el gran paso? —Ángela jamás llegó a saber que nosotros habíamos sido novios. —No precisamente —le contesto—. Es otra chica. —Oh diablos, Edward, ¡tus ojos comenzaron a brillar! ¿La conozco? —Mmm… puede ser. —¿Puede ser? Oh Dios, Edward, más te vale que me la presentes. —Lo haré. Me olvidé mencionarle a Ángela que había otro impedimento para poder siquiera interesarme por Tanya: estoy enamorado de Bella desde hace tantos años como respiros he dado. Sonrío y la recuerdo… mi Bella. Suspiro y niego con mi cabeza. Ninguna es tan hermosa como ella. Es incluso ridículo llegar a pensar que alguien pudiese igualarla. Bella es increíble de muchas maneras. ... Isabella POV Le doy cuerda por enésima vez a la cajita musical que Edward me regaló hace unos meses para

mi cumpleaños y la contemplo girar mientras suena. Cierro mis ojos unos momentos y me acurruco junto a ella en mi cama, como si él estuviese conmigo. Intento imaginar sus dedos en mi cabello, sus caricias furtivas y tranquilizadoras, justo en mi piel… Sus besos, sus sonrisas contra mis labios, su voz muy cerca de mi oído. Me estremezco y abro los ojos. Me separo un poco de la cajita y me fijo en sus detalles. A Edward no se le escapa nada. Es un artista… Mi Edward es un artista y lo amo. Me siento un tanto sola en las inmensidades de la habitación, Alice se fue a Las Vegas hace muy poco con Jasper acompañándola. Por una parte me tranquiliza que vaya a arreglar sus asuntos y que por sobre todo vaya con el hombre que le gusta. Pero estoy tan acostumbrada a estar con ella… Es la única que me tranquilizaría en este estado en el que me encuentro. Estoy nerviosa y ansiosa por saber sobre Edward, por saber si es que habló con Jessica. Ella ya no me intimida como antes, pero sí me intriga lo que pudo haberle dicho a él. Suspiro. No puedo desearle mal, tampoco puedo exigirle que deje de sentir por Edward, es como si ella me pidiera que dejara de amarlo. Es ilógico y vil de tan solo pensarlo. Me acerco al teléfono de la sala y marco el número de Rose. Suena un par de veces hasta que una voz dulce y delicada me contesta. Es su hija. Le pido amablemente que me pase a su madre a lo que ella educadamente responde con un sí. Siento el ruido ambiental de la música clásica y unos tacos que chocan con la cerámica, cada vez más próximo. —¿Diga? —Rose —exclamo—. Hey, tanto tiempo. —¡Oh, Bella! Sí, tanto tiempo. ¿Cómo estás? No dudo en responderle. —Un poco sola. Alice se ha ido a Las Vegas y me ha dejado aquí —respondo con un bufido—. ¿Y tú? Profiere un suspiro largo. —Bella, ¿puedo pasar por tu casa en un rato más? —Su pregunta me toma por sorpresa. —Claro… ¿Sucede algo malo? —me atrevo a preguntar. Se toma su tiempo para responder. —No realmente, son solo… dudas. . Rose se pasa por mi casa en una hora más tarde, justo cuando yo acababa de ordenar todo. Viene vestida con elegancia, como siempre, sin su hija. Cuando me ve me abraza con fuerza y su perfume se cuela en mis narices. Le permito la entrada y ella mira con curiosidad los retratos de mi niñez.

—Tu madre es muy linda, Bella —comenta algo distraída, pasando sus dedos por el vidrio de uno de ellos. Yo solo sonrío sin saber qué decirle, su visita me ha tomado por sorpresa. Le pido que tome asiento en el sofá y yo le imito cuando lo hace, justo al frente de ella. Parece nerviosa y tensa, aunque en sus ojos no expresa más que alegría. Es extraño. —¿Sucede algo? —le pregunto. Mueve la cabeza y pone su cartera sobre sus muslos. —Son solo inquietudes mías —dice quitándole importancia. Estoy segura que Emmett tiene mucho que ver con esto. Pero prefiero que ella toque el tema si es que quiere contármelo. —¿Y bien? —inquiere. Yo me encojo de hombros sin entender—. ¿No vas a comentarme lo de Edward y tú? Le sonrío y me acerco más a ella. —Lo notaste —le comento. —Sí, en el hospital. —Parece entusiasmada por conocer los detalles, lo que me hace sentir acompañada y comprendida—. ¿Quién dio el primer paso? —Fue una locura —exclamo—. Acabamos besándonos en medio de la lluvia de una manera que jamás lo habíamos hecho. Creí que iba a rechazarme, pero no lo hizo. Miro a Rose y solo veo emoción en sus ojos. Es impresionante que a pesar de todo hemos podido emocionar incluso a una mujer que ya ha pasado por todo. Su iris azul me corroe de una manera especial. —Él realmente te ama con todo su corazón —me dice. Por una extraña razón escucharlo de boca de otros me hace sentir aún más dichosa de él. —Eres muy afortunada —completa. Asiento, porque simplemente tiene razón. Me apena que ella no haya podido encontrar aún a ese hombre que la ame y la proteja como tanto se lo merece, pues todos lo merecemos. Rose se quita el cabello que le ha caído por la frente y bufa. Se nota que quiere decirme algo, pero la verdad es que no quiero presionarla. Sé que tiene que ver con Emmett. Quizás él le ha dicho algo. Me acerco aún más a ella y se lo pregunto: —¿Te pasa algo? Percibo un grado de desasosiego cuando me mira. —Bella… —Se toma su tiempo—. Sé que lo que te dije afuera del hospital pudo haberte incomodado y… —vuelve a resoplar—. Me gusta Emmett. No sé qué decirle. Es evidente que está asustada por cómo me lo puedo tomar, pero ella no

entiende que lo único que podría preocuparme a mí es su bienestar. —Me has dejado sin palabras —susurro. —Cuando atravesó mi puerta en mi tienda, justo ahí para buscarte a ti, lo vi y me gustó —se encoge de hombros cuando lo dice—. No creí que fuese a interesarle, ya lo ves, ninguna madre soltera es muy atractiva. —Rose no —la interrumpo—, no digas eso. Eres hermosa y tu hija es perfecta, nadie se resistiría ante ustedes. ¡Yo sería feliz de formar una familia con dos mujeres tan preciosas! —le aseguro. Me inunda la rabia al escuchar sus palabras, ¡son tan ridículas! ¿Cómo es posible que no vea cuan hermosa es ella y su hija? La forma en que ha sacado a su pequeña familia adelante es admirable, no cualquiera tiene la valentía suficiente para afrontar todos esos dolores y mostrarse impenetrable ante los ojos de sus hijos. Las madres son capaces de mucho y no tienen de qué avergonzarse. ¿De qué? ¿Para qué? El hombre que huye de esa fortaleza lo hace porque conoce muy bien su propia cobardía interna. El rostro de Rose da un fulgor precioso, su sonrisa me ilumina. —Gracias, Bells —responde—. Es solo que… no creí que un hombre tan inteligente, guapo y exitoso fuese a interesarse por mí. Suspiro. No utilizaría esos adjetivos para describirlo. —La verdad es que no quiero que te sientas incómoda por esto, sé que fueron novios, pero me gusta mucho. Necesito saber que a ti no te molesta. Fuerzo mi mejor sonrisa. —No me molesta, claro que no —manifiesto—. Es solo que… —Me muerdo el labio, indecisa ante la idea de continuar, no quiero arruinarle su alegría. Por una parte quiero que sea feliz; me mira de esa manera tan peculiar, esos ojos que me observaban, llenos de viveza, hace tantos años atrás. Pero su sufrimiento sería mi culpa si no le advierto del Emmett que me encontré aquel mismo día, cuando se atrevió a admitir sus sentimientos por mí. El sonido de mi teléfono me interrumpe y ambas damos un leve salto en el sofá. Me incorporo y corro hasta él, de manera que mis zapatos suenan contra el piso flotante. Tomo el aparato entre mis manos, mientras Rose me mira con curiosidad, cruzando sus largas y esbeltas piernas. —¿Diga? Hay un sonido de fondo, una discusión. Frunzo el ceño, nadie es capaz de hablar. —¿Diga? —repito, ésta vez más fuerte. Solo se oye la discusión. Voy a colgar, pero la voz de Jane, algo exaltada, me lo impide. —¡Srta. Swan! —exclama.

—Jane, ¿qué sucede? —le pregunto. Siento su respiración detrás de la línea, cómo si hubiese corrido muchísimo, poco antes de llamarme. —Es… es que hay alguien en la habitación de su madre. Mi corazón retumba en su cavidad torácica, me sube a la garganta y me palpitan los oídos. Rose debió darse cuenta de mi expresión, porque de inmediato se ha levantado y se ha acercado a mí. —¿Quién es? —pregunto. Da un respiro rápido y vivaz, quizá dándose valor. ¿Por qué…? —Lo he visto antes, pero no sé su nombre —masculla, como si estuviera intentando hacer el menor ruido posible—. Ha estado antes aquí. —¿Cómo es? —Alto y robusto —consigue decir—, lleva una gorra de béisbol… una gorra roja. Phill. —Jane, escúchame bien —me lamo los labios; de pronto los tengo tan secos que me cuesta siquiera moverlos—. Es Phill, mi… padrastro —logro decir. Rose se tapa la boca con la mano, sabe perfectamente quién es—. Él es malo —susurro con la garganta apretada. —Lo suponía. Su madre no se ve bien —me informa—. Le he avisado al Dr. Emmett Cullen, pero no se encuentra aquí, no quería llamar a seguridad, pero ahora… —Hazlo —exclamo con brusquedad—. No es bueno que mi madre lo vea. Por favor, sácalo de ahí. Me paso una mano en la frente cuando cuelgo. Debo permanecer tranquila, debo permanecer tranquila… Jane me pidió que lo haga, que me sosiegue por un momento, pero es muy difícil. No creí que fuese a molestar a mi madre luego de todo lo que ha sucedido. ¿Por qué? No lo entiendo. Además, su salud pende de un hilo, necesita paz. Oh Dios, es como si nadie la quisiese tranquila. Rose me acaricia el hombro con cuidado; sus manos están cálidas y muy suaves. Me reconforta. A los minutos vuelve a llamar, avisándome que seguridad no pudo quitar a Phill de la habitación, puesto que Renée ha decidido que debía quedarse. Inundada en cólera tomo mi bolso y le pido a Rose que por favor vaya a por Edward y le avise que voy a Seattle. Corro hasta mi coche y manejo hacia la carretera a gran velocidad. En medio de la carretera llamo a Jane desde un teléfono público, a lo que me responde alterada, mucho más alterada que antes. —Nos ha amenazado —me dice—. Se encerró junto a su madre en la habitación y lo único que oímos son gritos. Está llorando, puedo oírla. Srta. Swan, ¿qué hago? No he querido llamar a seguridad, temo que le haga daño a su madre.

Mamá aún lo respeta y la sola idea me repugna. Algo le ha dicho con la única intención de hacerla sufrir. Ha buscado a mi madre solo para verla llorar. Mi madre le tiene miedo, sufrir por sus nauseabundas manos le concedió un cierto poder que hasta ahora no ha podido quitar… Y yo lo odio de la misma manera en que le temo. —Tranquila, no los llames, no le hará daño —por lo menos no ahora que hay testigos por todas partes—, yo estoy en la carretera, voy hacia allá. ¿Alec está por ahí? —No ha aparecido en todo el día. —Bien. Llegaré pronto. Mis dedos tiemblan contra el manubrio y no es el frío, es el miedo que me recorre. Soy la menos indicada para suplicarle a Phill que abra la puerta, pero sí soy la única capaz de matarlo si le ha hecho daño. El cielo se ha oscurecido muy deprisa y no me he dado cuenta de lo rápido que la hora ha pasado. Cuando aparco en el hospital y salgo del coche veo un coche de policías frente a la puerta de urgencias. Dejo escapar el aire de mis pulmones y me llevo una mano al pecho. Mamá es mi único pensamiento en ese momento. Corro hacia la entrada y choco con un hombre de gran cuerpo. Estoy a punto de caer al suelo, pero él me sujeta por los hombros, hundiendo sus dedos en mi carne. —Oh, lo siento muchísimo —digo con exaltación. Me separo abruptamente para salir corriendo hasta la habitación de mi madre. Pero me detiene, lo que me desasosiega y encoleriza aún más. —Isabella Swan, eres tú —murmura, mirándome con sus ojos escrutados. Por un momento no puedo acordarme de él, lo miro una y otra vez sin hallar un nombre para su rostro. Hasta que lo recuerdo por completo. Lo vi una vez en la fiesta del Matrushka, justo antes de volver a Forks, y lo vi también afuera de aquella galería de arte, antes de que un hombre me atacase en la oscuridad de un callejón, amenazándome. Jacob Black. —¿Qué haces aquí? —le pregunto. No le doy importancia a lo brusca que he sonado. Se toma su tiempo para pensar, mientras pone su mano izquierda en el bolsillo trasero de su pantalón. O eso creo. Golpeo constantemente mi zapato contra la cerámica del suelo, desesperada por ir a por mi madre. —Mi padre está enfermo. —Oh, discúlpame… —Nada grave. Parece serio, demasiado inclusive. Las veces que tuve la oportunidad de hablar con él, por muy

cortas que haya sido, pude apreciar a un hombre muy sonriente. Es increíble que cada vez que puedo lo encuentro, sea como sea, siempre lo encuentro accidentalmente. —A veces parece que estuvieras siguiéndome —le digo con los ojos escrutados, imitándolo. Abre los ojos de sopetón. Intento caminar otra vez hacia el elevador, pero me lo impide. —No, claro que n… Un sonido estridente nos llama súbitamente la atención. Viene de los pisos más altos. —¡Debo ver a mi madre! —grito. Parto rauda hasta el elevador, pero Jacob pone sus dedos en mi hombro. —Hey, te explico. Mi madre está en graves problemas ahora y… Otro sonido estridente. Un grito. Un golpe. Murmullos descontrolados. —Iré contigo —susurra, metiéndose conmigo al elevador. Lo miro sin entender qué sucede con él, hasta que del bolsillo trasero de sus blujeans saca un revólver. Doy un salto y me arrincono en el estrecho lugar. —Shh… —sisea, poniéndose un dedo índice en los labios—. Algo le sucedió a tu madre, ¿no? Asiento lentamente. Sus ojos de marrón oscuro, al posarse en mí, me producen una confianza que me tranquiliza el corazón súbitamente. —Ya veo —dice para sí mismo. —¿De dónde sacaste ese revólver? Es una Smith & Wesson —divago. —Sabes de armas —comenta, mientras revisa su munición—. Mi padre fue policía. —El mío también —me cruzo de brazos—. Dejó su arma favorita en casa antes de huir, una Smith &Wesson, y nunca regresó. La contemplaba todos los días. Jacob me mira como si comprendiera absolutamente todo lo que le estoy diciendo. Las puertas se abren y Jacob sale a paso lento pero seguro. Tiene su mano libre hacia atrás para que yo no avance más allá. —¡Manos arriba! —exclama. Phill levanta sus manos y se aprisiona contra la pared. Lo observo por un largo momento y él al percatarse de mi presencia me sonríe, burlándose de todo lo que ha provocado, a pesar de su nerviosismo notorio. Una gota de sudor le corre por la mejilla izquierda, la cual se seca con el dorso de su regordeta mano. Verlo ahí, plantado de esa manera me enfurece, por lo que corro hasta su lado con los puños apretados.

—¡Eres un cobarde y siempre lo has sido! —le grito. Profiere un gruñido estridente. —Calla, maldita mocosa insolente. Siento que mis mejillas se calientan al igual que mi cuerpo al completo. Es tanta la rabia que lo único que quiero es llorar de frustración. —Bella, por favor, quítate —exclama Jacob. Escruto mis ojos y me alejo unos centímetros. Jacob avanza hasta él, aún con el arma entre sus manos. Me impresiona lo profesional que se ve con aquello entre sus manos, la manera en la que se mueve. Phill aún mantiene sus manos en lo alto, pero mirándome a mí fijamente. Sus ojos, dos esferas de un verde muy pálido, un verde seco y desvaído, se tornan espesos y siniestros. Por un momento me recorre el miedo de una manera muy rápida, como una ráfaga de viento. Pero tan rápido como llegó se va. Phill me odia incluso desde el primer día que me vio de la mano de mi madre, justo aquella tarde de primavera cuando Renée me lo presentó como a alguien muy importante. Yo tenía nueve años o algo así, sabía que mi madre tenía otro novio. En un momento Phill fue como cualquier hombre frente a la hija de su novia, algo distante, pero simpático. Cuando crecí me di cuenta que sus miradas solo expresaban una repulsión dolorosa, tan dolorosa como maligna. Él siempre buscó la forma de hacernos sufrir por puro placer. Y ahora me observa con el placer que le provoca el hacernos sufrir otra vez. —Es él —masculla Carmen, entrando al pasillo junto a dos policías jóvenes. Phill observa a mi prima y escruta sus ojos con fuerza, la mira con una furia enloquecida. ¿Qué hace ella aquí? ¡Siempre afirma irse, pero jamás cumple lo que promete! —¡Traidora! —grita Phill. Miro a Carmen, incapaz de entender. ¿Por qué…? Los policías corren hasta Phill y lo esposan de inmediato. Jacob se acerca a ellos también, quizá para explicarles por qué llevaba un arma. Espero que tenga permiso de tenencia. Le debo mucho. Carmen me evade y camina hasta los policías, yendo junto a Phill que va esposado, gritando y acusándola de ser una traidora. —Maldigo el puto día que cruzaste la puerta de mi casa, hijo de perra —le gruño antes de que se lo lleven. Vuelve a sonreírme con petulancia y escupe el suelo. Uno de los policías le hunde la cabeza y lo tira hacia adelante. Jacob va con ellos. Voy hasta la habitación y veo a mi madre junto a Jane, quién tiene uno de sus brazos aferrados a sus dedos. Le acaricia la cabeza y le dice algunas cosas al oído. Pero mamá llora, no

desconsoladamente, pero sí con mucho cansancio, como si derramar lágrimas fuese un sacrificio que tiene que sopesar sea como sea. Jane también está alterada, pero intenta ocultarlo bajo una capa de serenidad que solo una enfermera puede imponer. Mamá me ve y se limpia las lágrimas con rapidez. Jane se hace a un lado y yo me posiciono a un lado de Renée. Aún tiene las mangueras conectadas al brazo. —Hija —susurra con una tristeza que me cala el alma. Yo aprieto los ojos y pongo su cabeza en mi pecho. De inmediato rompe a llorar. Es la primera vez que esto ocurre, la primera vez que mi propia madre me demuestra su debilidad y me suplica con sus sollozos que la defienda y proteja como debí hacerlo hace tantos años. —Lo lamento tanto, mamá —repito una y otra vez. Yo permito que moje mi blusa y la arrugue con sus puños, mi ropa es lo que menos me importa en este momento. Acaricio su cabello con mis dedos y le pido que por favor me perdone, por no haber podido estar con ella durante los años que sufrió a solas, por no haber dado aviso a la policía del primer golpe que recibió, por escuchar sus gritos e intentar ignorarlos cuando sabía que ella me pedía ayuda. Debí ser valiente y me arrepiento de no haber podido defenderla. —¿Te hizo daño? —le pregunto. Se separa para observarme. Sus ojos están hinchados. —Ya sabes cuál es su método —se ríe sin sentir la más mínima gracia—, llega, me dice que ha cambiado y luego se pone violento, pues no le creo —suspira—. Ésta vez, sin embargo, ha venido a pedirme dinero. —¿Es que aquella mujer que se encontró no fue capaz de dárselo? Niega con su cabeza. —Quiere tu dinero —murmura, apretando los labios. Suspiro. Ya veo… —Si vuelve a molestarnos se lo daremos, no te preocupes por eso… —¡NO! —exclama—. ¡Ese dinero es tuyo, has luchado por ser quién eres y no es justo que tú tengas que dar una parte de tu esfuerzo a un holgazán hijo de puta! Me sorprendo ante el vocabulario agresivo de mi madre, pero por otra parte me alegra saber que ya no se expresa de la misma forma que antes. Ahora parece más consciente del asqueroso ser que es Phill. —No me importa darle mi dinero si con eso aseguro tu bienestar, mamá. La miro, pero no me está escuchando, parece ausente y muy débil. Su rostro se ha tornado ceniciento, quebradizo y brusco. —Mamá…

—Ha dicho cosas tan horribles —susurra—, cosas muy feas. —¿Qué te ha dicho, mamá? Cuando la miro solo noto en sus ojos los tantos pensamientos que están pasando ahora por su cabeza. Cada segundo que pasa es como una puñalada en su ya acribillada alma. —Carmen… ¡Carmen! —exclama, llevándose las manos a la boca—. Oh Dios, todo es un engaño, un vil engaño. ¡Me mintió y te mintió a ti! Oh por Dios… Es por eso que Phill le ha gritado a Carmen. Traidora… Ella y Phill forman una alianza. —Carmen le permitió entrar, Ca… Carmen le ha dado la idea de que tú serías una buena proveedora de dinero. Ambos buscaban la forma de tener tus riquezas, Bella. —Mamá, tranquila… —Ella permitía que Phill pisara mi casa cuando tú te fuiste, me robaba, se reía de mí… —De pronto rompe a llorar con rabia—. Tú me enviabas dinero y Carmen lo gastaba con Phill. Me llevo una mano al pecho y aprieto los labios. Carmen gastaba mi dinero… las joyas que yo enviaba para mi madre con los trabajos sucios en ese burdel. No se sintió satisfecha con haberme ocultado la verdad con respecto a Edward, con la falsa actitud de mi madre ante todo el dinero que pude darle y ahora… ahora sé que ella gastaba el dinero con el hombre que le destrozó la vida a las únicas personas que tiene por familia. Pero por otro lado no puedo impresionarme en demasía; Phill y Carmen siempre compartieron simpatía, incluso cuando las cosas aún no se ponían tan turbias. Jane me quita del lado de mi madre y yo protesto una y otra vez. —Está teniendo un ataque de pánico, Srta. Swan, por favor, permítame a mí —me susurra. Me alejo hasta el rincón y veo como su enfermera intenta calmarla, para luego inyectar algo a su suero. La veo cerrar los ojos con lentitud, decayendo profundamente como una pluma en el vacío. —Ha sufrido mucho impacto por hoy, Srta. Swan, necesito que duerma hasta que el Dr. McCarty regrese. Asiento, invadida de tristeza. Salgo de la habitación por petición de la enfermera, bajo la mirada de un gentío insoportable. No me importa si uno de ellos es un periodista o si por alguna razón me reconocen, simplemente dejo caer un par de lágrimas inútiles mientras me paseo por el lugar. Por unos minutos me paro frente a la ventana y contemplo el panorama que hay varios niveles más abajo, justo a las afueras del hospital de Seattle. Las luces del coche de policía brillan y parpadean constantemente. Puedo ver a Jacob discutiendo con uno de ellos, un policía que ha llegado hace muy poco. Es más adulto, con una barba profundamente oscura y el rostro duramente cansado. Debe de ser el jefe de policía de Seattle, y está regañando a Jacob. Mi rostro se crispa cuando la miro, luego desvío mis ojos de su rostro; me avergüenza. Ha llegado a su límite, ya ha hecho mucho daño.

Una mujer muy vieja me tiende un pañuelito de papel algo arrugado y yo se lo acepto con una sonrisa algo avergonzada. Un barullo proveniente del pasillo me llama la atención, es como si un ejército caminara por él, acercándose peligrosamente hasta la sección de oncología. Pero no es un ejército, son Edward y Rose con la preocupación inminente en sus ojos. Sin embargo, es él quien parece más preocupado e incluso aterrorizado al verme. Rosalie para a varios centímetros más allá que yo, no así con Edward, que se acerca a mí para rodearme con sus brazos fuertes. Cuando siento su calidez y su aroma masculino, una profunda paz se instaura en mi pecho. Una sonrisa escapa de mis labios y sin poder evitarlo descanso mi mejilla en el lado derecho de su torso, ahí donde palpita su corazón a cada segundo. Edward, por su parte, da caricias furtivas por mi nuca y me aprieta contra él aún más si es posible, evita decirme algo, solo está callado y lo único que oigo es su respiración algo revuelta; debió correr mucho para llegar hasta mí. —¿Estás bien? —me pregunta al separarse y rodear mi rostro con sus palmas. Asiento sin despegar mis ojos de los suyos. —¿Y tu madre? —Algo intranquila —logro decir—, pero nada tan grave. Besa mi frente y vuelve a abrazarme con fuerza. Suspiramos al mismo tiempo, él de alivio y yo de serenidad. —¿Dónde está él? —gruñe. De inmediato el color de sus ojos se vuelve oscuro y peligroso. —Lo han detenido —susurro. Tensa su mordida. —Solo quiero verle la cara, solo una vez y molerlo a golpes. —Siento la veracidad de sus palabras, la forma en cómo escupe cada sílaba con la mayor de las promesas. Niego cansinamente, tomando sus manos al mismo tiempo. —No te contamines, no con él —le pido. Sus ojos se ablandan ligeramente al hacer nuevamente contacto con los míos. —Gracias por venir, te necesitaba mucho —le confieso. —Rose llegó a la carpintería y me lo contó todo —dice, pasando un brazo por mis hombros para luego conducirme hasta un asiento. Le doy una mirada a Rose de gratitud y ella me sonríe. —Ha sido todo tan caótico —murmuro. —¿Tu madre no te dijo nada? Tuerzo el gesto al recordarlo. Me paso los dedos por el cabello para desenredarlo. Me encojo de hombros ante él, explicándole mi confusión. Frunce el ceño y vuelve a besar mi

frente con preocupación. —Lamento que mi vida solo sea un… huracán —expreso al no encontrar la palabra correcta. Edward se larga a reír, permitiéndome el ligero placer de ver sus dientes ante mi rostro. —Cariño, siempre le has dado sabor a mi vida. Me abrazo a él por unos minutos, mientras esperamos a que la enfermera aparezca. Yo me dedico a observar a las personas que me van reconociendo y ven de esto un espectáculo. Me tenso en varias ocasiones, pero luego me acostumbro a las miradas esporádicas, no es tan difícil de soportar. Rosalie se sienta a nuestro lado con las manos junto a las rodillas, esperando también. Cuando se me presenta la oportunidad le agradezco infinitamente todo lo que hizo hoy por mí, hoy era necesario tener una amiga a mi lado. —Sí, ha sido descuido mío, no se preocupe —exclama un hombre, entrando al pasillo con energía. Es Emmett. Lleva mal puesto su delantal por la prisa y tiene unas ojeras muy marcadas bajo sus ojos. Casi me da tristeza. Rose se tensa y se levanta del asiento, tirando de su bonito vestido para tapar la desnudez de sus piernas. Por nuestra parte nos sentimos algo intranquilos mientras nos levantamos también, Edward aún muy molesto de verlo y yo furibunda porque él no estaba presente cuando era necesario. —Bella, Edward —masculla sin aliento—. Rose. —Se detiene a mirarla con la tensión en sus cuencas—. Realmente lamento no haber podido estar aquí antes, Bella. Tuve problemas familiares y la verdad es que todo se ha complicado —bufa. —Entiendo… Entiendo que tengas una vida —le susurro sin dejar de observarlo—. Pero por favor necesito que me prometas que ese hombre no volverá a entrar. Emmett aprieta la mandíbula y se quita los anteojos para apretarse el puente de la nariz. —Sí, Bella, jamás volverá a ocurrir. —Se acerca a mí y pone ambas manos en mis hombros. Me tenso con notoriedad. Emmett quita las manos casi al instante de darse cuenta de su craso error. —Te lo prometo —sus ojos brillan. Emmett salió hacia su consulta sin mirar a Rose. Ella inconscientemente sonrió, creyendo que él se detendría a hacerlo también. Pero al percatarse de la situación solo se encogió de hombros y se sentó en su silla. El jefe de policía quiso reunirse conmigo para hacer unas preguntas de rigor, pero la verdad es que no pude decir mucho, quizás uno que otro antecedente familiar. Jane tuvo que contar absolutamente todo, incluyendo detalles. No quise escucharlos, la verdad, no podía. La rubia enfermera se notaba nerviosa, triste y tímida. Claro que la entendía. Phill lograba intimidar con frecuencia. Jacob Black penetró la unidad de oncología con los hombros decaídos y la expresión inconsciente. No había reparado en la ropa que llevaba, menos ahora que parecía más desaliñado, como si hubiese tenido una trifulca con alguien.

Cuando reconsidero lo sucedido con anterioridad, no logro entender por qué me protegió sin siquiera pensarlo, por qué sacó un arma de su gabardina café… Por qué, si el Jacob Black que pude conocer ligeramente desde aquella fiesta en Las Vegas no era más que un sencillo bailarín de Broadway probando suerte en ciudades del pecado. Todo aquello no parecía muy propio de él. Ni siquiera entendía por qué se atrevió a ir contra Phill. Pero sí estoy segura de una sola cosa: me había salvado a mí y a mi madre. Al encontrarme con su cansada mirada marrón oscura no tarda en acercarse a mí. En el momento que pudo identificar a Edward a mi lado levanta las cejas y sonríe en un gesto casi imperceptible que no pudo escapar de mi escrutadora mirada. —Me presento —alarga la mano hasta el cobrizo—. Jacob Black. Edward me da una ligera mirada y tiende también su mano. —Edward Cullen —dice con un tono educado y sereno. Edward lo escudriña con su mirada detenidamente—. Yo te conozco —afirma. —Yo nací y viví en Forks, ya sabes, es un lugar pequeño —divaga—. Tú pintabas en el instituto, ¿no? —Edward lanza una carcajada y Jacob le guiña un ojo—. Tengo una buena memoria. ¿Ustedes son…? Nos miramos y yo apego mi cabeza en su pecho. —Ah, vale, ya lo he notado —se ríe—. Podrían pasarse por La Push, creo que ustedes iban allí. O bueno, era el lugar de recreo para todos los alumnos de la escuela. Luego todos se olvidaron de la playa de los Quileutes. —Niega con su cabeza, reprochando aquello. Mamá me llevaba hacia La Push, manejando con la música de The Andrew Sisters. Yo tenía apenas 7 años, o eso es lo único que recuerdo. Las imágenes en mi cabeza son muy difusas, aunque también me atrevo a pensar que Charlie también llegó a ir con nosotras, cuando éramos "felices". Pero constantemente tengo recuerdos distorsionados, acaso soñando e ilusionada con la idea de que aún tengo recuerdos de él. La verdad es que mamá me llevó al siquiatra un tiempo y el doctor confirmó que muchos de mis recuerdos solo eran quimeras de una vida junto a mi papá, por lo que no puedo confirmar nada de lo que hay en mi cabeza con respecto a él. Mucho tiempo después, cuando conocí a Edward y nos habíamos hecho amigos, mamá dejó de ir a La Push como lo hacía antes conmigo. Siempre me llevaba en su coche con Edward en el asiento de atrás y nos dejaba al cuidado de un tal Clearwather. La verdad es que no sé si ese era su nombre o su apodo. Clearwather era un hombre alto, robusto y de cabello gris, aunque sinceramente no le veía más de cuarenta y cinco años. Era muy amable, pero Edward y yo preferíamos irnos a la playa a jugar con las algas que dejaba las olas. Solo una vez vi a Jacob en aquella playa, en La Push, y fue precisamente cuando Edward y yo no estábamos juntos, en esa excursión donde debíamos desatar un bote y meternos en él. Todos los compañeros de clase debían ir con una pareja y mi pareja no había asistido. Pero un chico moreno y flacucho de estatura media se acercó a mí para ayudarme a desatar el nudo y subirse conmigo, a pesar de que él ni siquiera asistía a la misma escuela que yo en esos años. Con el paso del tiempo su recuerdo claramente se disipó, pero ahora era como abrir nuevas puertas en mi cerebro. Era volver a sentirme completamente llena de recuerdos que muchas veces hice desaparecer, pues Edward estaba presente en cada uno de ellos y siempre buscaba

la manera de hacerme daño, sobre todo porque creía que jamás volvería a verlo. ¿Para qué recordarlo una y otra vez, si jamás podría volver a compartir aquello con él? Era tan… doloroso. —Si no hubiese sido por él lo más probable es que Phill haya escapado —suspiro. Edward sonríe—. Gracias, Jake… —Eh, me gusta cómo suena. Jake… Sí —exclama con alegría, disipando su antiguo semblante preocupado—. No fue nada, Bella, yo solo actué. Asiento con mi cabeza. —¿Cómo es que no te detuvieron por el arma? —le pregunto. Edward frunce el ceño ante su súbita preocupación. —¿Llevabas un arma? —interfiere él. Jacob se rasca la nuca con su dedo índice y evita mirarnos a la cara. Se encoge de hombros. —Mi padre era policía y siempre me inculcó la idea de que debía estar protegido. Al principio no entendía, ya sabes, andar por ahí con un arma te hace parecer un loco —aseguró—. Pero hoy me di cuenta de que era necesario. —Tienes razón —afirmó Edward—. Realmente te lo agradezco. El jefe de policía me aseguró que Jacob estaba fuera de alguna medida disciplinaria producto de su arma, creo que tiene la vía libre más que nada porque su padre es policía, o quizá porque tiene algún permiso especial para andar con ella. Quién lo diría. Un bailarín risueño de Broadway siempre lleva un arma consigo. Edward me dejó a solas con el policía para ir a por un café y Jacob se alejó hasta los asientos, entablando rápidamente una conversación con Rose. El alma empática de Jake no le permitía dejarla ahí con su rostro de tres metros, triste y abrumada por la indiferencia de Emmett McCarty, el guapo e inteligente médico que le había flechado el corazón. Aún ni siquiera tenía la oportunidad de acercarme a ella, más aún de decirle la verdad sobre Emmett. El jefe de policía se llama Martin Price. Es muy viejo y tiene un bigote parecido al de los vaqueros de esas películas Western. Sus ojos son prácticamente negros y tiene unas arrugas muy pronunciadas en las esquinas de sus ojos. —Sé que es fuera de lugar en este preciso momento… —dice con nerviosismo y pasándose las manos por los pantalones. Cuando me tiende una hojita y un bolígrafo. Reprimo una sonrisa nerviosa—. Mire, mi hija siempre habla de usted, ha visto todas sus películas. ¿Podría…? Bueno… Asiento y tomo la hojita junto al bolígrafo. Le pregunto el nombre de su hija y luego entre sonrisas escribo un mensaje con mi mejor letra. Cuando se la entrego, él parece sumamente agradecido. —Sr. Price —manifiesto—. Tengo una última cosa que pedirle… El jefe de policía guarda el papel en su gabardina oscura y se centra completamente en mí. —El detenido no volverá a molestarla, Srta. Swan, ya presenta cargos suficientes como para

señalarlo como un peligro. Nosotros presentaremos la denuncia al juez, y créame, en este tipo de delincuentes no hay mucha escapatoria. La orden de alejamiento, más los meses de reclusión la tendrán a salvo a usted y a su madre, no tiene por qué temer. —Lo entiendo —le digo—. Pero hay alguien más en esto… Mi madre, bueno, no estaba completamente consciente cuando la vi, sin embargo me señaló que hay alguien más involucrado, alguien que le sirvió de ayuda. Phill se lo confesó en medio de la discusión. La verdad es que no creo que esté mintiendo. Él frunce el ceño y saca su libreta del bolsillo interno de la gabardina. —¿Está usted segura? —Sí —susurro—. No estaba segura de presentar cargos, pero ahora que lo pienso, la verdad es que no quiero más problemas. Asiente. El jefe llama a los dos policías más jóvenes que le acompañan y éstos se acercan con seriedad. —Por ahora no podemos hablar con su madre, pero necesito que usted me diga lo que le ha dicho. Doy una bocanada de aire y hablo. Al principio el Sr. Price no parece convencido de nada en absoluto, pero a medida que voy reproduciendo lo que mamá afirmó entre gritos él se preocupa. —¿Puedo saber el nombre? Veo a Carmen saliendo del elevador como si nada hubiera pasado. Incluso parece satisfecha, pues fue ella quien entregó a Phill a la policía. —Es ella. Carmen Dwyer —señalo. Carmen se percata que algo va mal, pues el Sr. Price hace unos gestos con los dedos de su mano derecho hacia los policías y éstos caminan hacia ella para que no escape si es lo que se propone. Edward se aparece con un café entre las manos, mirando de soslayo. Rose ha dejado de hablar y Jacob se ha levantado de su asiento. —¿Qué es esto? —exclama y mira a cada persona, buscando la forma de dar lástima. —Srta. Carmen Dwyer, ¿no es así? —le pregunta el jefe de policía. —Sí, soy yo, ¿es que no me recuerda? Yo fui quien los llamó a ustedes. —Su voz serena ahora es un chillido espantoso. Martin Price asiente y suspira. —Según la enfermera, usted no había aparecido antes del ataque. Carmen tensa la mordida y sus ojos chispean. —¡Yo recién había llegado! Ni siquiera di un paso adelante cuando noté los gritos. Él eleva las espesas cejas y se rasca la barbilla. Me da una mirada de complicidad.

—Su prima me ha dicho que usted tenía prohibida la entrada. ¿Por qué? Me mira y siento su odio y veneno en mis entrañas. Rose le susurra algo a Edward y él le entrega el café. Jacob lo mira y se acerca, ambos caminando simultáneamente hacia mí. —¡Y yo qué sé! Bella jamás me ha permitido ver a mi tía —grita—. Me odia —escupe. —Mamá me lo ha dicho, Carmen. ¿Por qué lo has hecho? —le pregunto. No puedo despegar mis ojos de los suyos, a pesar de todo lo que me ha hecho aún no puedo aceptar que le haya hecho tanto daño a mi madre, la única persona que ha tenido todos estos años—. Ella te quería, realmente te quería. Se tensa. —¡Yo no he hecho nada! —profiere con rabia—, ¡me acusan sin fundamentos! —Le has ayudado a Phill, Carmen, traicionaste a mi madre durante tantos años —susurro con cansancio, repetirlo es desolador—. Lo sabe absolutamente todo. ¿Creías que con llamar a la policía tenías todo el asunto arreglado? Phill te delató con mi madre, ella sabe todo lo ruin que pudiste ser. Yo no podía callarme. —Si yo hubiese tenido que ver con eso, entonces Phill se lo hubiese dicho a la policía —exclama, mirando a los hombres con la esperanza de que tenga razón. El jefe de policía, el Sr. Price, suspira hastiado. —Es por eso que odio el derecho a guardar silencio —bufa—. Llévensela de aquí. Carmen va a abalanzarse contra mí, pero Jacob la toma entre sus brazos y se lo impide. Edward me toma de la mano y me aleja. Lo miro con el corazón apretado y noto sus ojos abiertos y asustados. —¡Todo lo hice por ti, maldita sea! —me grita—. Todo —dice más despacio—. Espero seas igual de sincera con Edward. —Lo mira, pero yo no quiero que se atreva a clavar sus ojos en él—. ¡Ella es una prostituta! ¡Se ha vendido ante todo el mundo! ¡Eres una puta malagradecida! ¡Una mentirosa…! Me tenso y me desespero. Es capaz de gritarlo a todo el mundo, de gritar que fui una prostituta en Nueva York para poder vivir. Edward me aleja de todos ellos, hasta que a Carmen se la llevan. El jefe de policía se acerca hasta mi lado para decirme que lo único que lograré es ganar una orden de alejamiento, pero con eso me basta. Se despide y me asegura que todo estará bien. Me alejo de oncología y me meto en el acceso de las escaleras para bajar hasta donde pueda respirar aire fresco. Pero siento las pisadas de alguien más, no tengo que girarme para saber que es Edward. Cuando llego hasta la salida de atrás, en donde puedo ver una porción de césped y flores con una banquilla de madera oscura y revejecida, me giro para verlo. Tiene la expresión algo preocupada, pero intenta ocultármelo. Temo que lo que haya dicho Carmen le haya hecho sentirse así.

—Necesitaba salir de ahí —le explico. Asiente. —Si quieres yo… me voy. —¡No! —No lo soportaría—. Quédate conmigo, por favor. Vuelve a asentir con los labios fruncidos. —No sabía que Carmen pensara eso de ti —me dice con la voz grave. Está furioso. Quiero decirle que es verdad, que realmente soy una… Suspiro. ¿Cómo podría decírselo justo ahora? Me desasosiego y camino hasta la banca. Debo calmar mis nervios, debo tranquilizarme, sino Edward se preocupará aún más. —Me odia desde hace mucho —le digo. Se sienta a mi lado y entrelaza sus dedos con los míos. Lleva mi mano hasta sus labios y la besa. Cierro los ojos y dejo escapar un suspiro al sentir sus toques. —¿Por qué? —No lo sé —digo cansinamente—. Hoy descubrí que ella tampoco protegía a mi madre. —Niego con lentitud y apego mi cabeza en su hombro—. Le mandaba dinero y ella lo ocupaba sí misma. Edward me aprieta contra su cuerpo y besa mi cabeza. —No permitiré que alguien vuelva a hacerte daño —susurra—. Te lo prometo, Bella. Verte así, tan… triste, tan destrozada… —se calla—. Me rompe el corazón. Lo miro y el solo hecho de ver el color de sus ojos me hace llorar, como si no lo hubiese hecho hace muchísimo tiempo. Descanso mi mejilla en su pecho y siento sus caricias lentas en mi mejilla y mi cuello. —Hay tantas cosas que debo decirte, tantas cosas… —susurro mirándolo a los ojos. Me limpia las lágrimas con cuidado. —Dios, incluso llorando eres hermosa también —comenta y yo me ruborizo. Suspira—. Lo que sea que debas decirme no me hará alejarme de ti, eso debes saberlo. Miro al suelo, desconcertada. —¿Te quedarías conmigo siempre? —le pregunto con un hilillo de voz. Sonríe como si la pregunta fuese tan obvia. —Siempre —me responde. Tomo aire con fuerza para llenar mis pulmones y llenarme también de valor. —Hace muchísimo tiempo yo… Me calla, poniendo su dedo índice en mis labios.

—Shh… —sisea—. No te sientas obligada a hacerlo ahora, nada puede ser tan malo, ¿no? Lo abrazo y acaricio su nuca con lentitud. Cierro los ojos y huelo su aroma masculino. —Nada puede ser tan malo —repito. Lo beso, tomándolo desprevenido. El sonido de nuestro contacto es tranquilizador. El roce de su boca, llevándose mi dolor. Es mi medicina, mi camino hacia la felicidad. Cuando nos separamos un poco, rozando nuestras frentes intentando respirar, lo miro y entiendo que éste hombre se merece toda mi verdad lo más rápido posible. No quiero que nuestro amor siga creciendo a base de secretos, no quiero que me mire y vea en mí una mujer que ya no existe. Quiero que me ame por quién soy, una mujer que vendió todo de ella para poder alimentarse. Lo amo y no quiero hacerle sufrir, realmente no quiero. —¿Estás mejor? Le sonrío y asiento. No estoy mejor, pero sí he podido entender muchas cosas. Pasa un brazo por mis hombros y con su mano libre toma una de las mías con cuidado. Miro su palma y el dorso de ella, está manchada de pintura y agrietada. La beso; no quiero que dañe sus manos, quiero que pinte como el artista que es. —Hoy estuve todo el día en el taller —me cuenta. —Me he dado cuenta —señalo—. No quiero que te hagas daño. Hace un mohín. —Solo pasa de vez en cuando, no es nada importante. Vuelvo a besarlas y a acariciarlas, como si eso fuese a sanarlas. —¿Cómo estuvo tu día? Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. Se ríe y besa mi mejilla. —¿Tengo que repetirlo? —¿Qué? —Tú le das sabor a mi vida. Me sonrojo. —He hablado con Jessica —me cuenta. Me llevo una mano a la boca sin poder creerlo. —¿De verdad lo has hecho? Quita el cabello que me ha caído por la frente y me mira con una intensidad que me remueve las entrañas. —Tenías razón. ¿Cómo estar contigo si con Jessica aún tenía algo pendiente? Nadie merece

eso. Le sonrío. —Este es el comienzo de un para siempre, ya nada puede evitar que pueda seguir sintiendo todo esto por ti —susurra. Me pone tan nerviosa. Soy una adolescente otra vez. Mi estómago duele, pero es un dolor riquísimo, como hacer el amor con él por primera vez. —Eres increíble, Edward Cullen. —Y tuyo —añade. Niego y río, para luego besarlo con ansias. . Jacob se disculpó y de despidió de mí al rato, me pidió que visitara la reserva cuando tuviese la oportunidad junto a Edward. Yo le prometí que lo haría, la verdad es que una tarde en la playa de La Push no nos haría mal. Rose se había ido antes de que yo hubiese tenido la oportunidad de despedirme. Intenté no preocuparme o sentirme culpable, pero era imposible. Jane me dijo que mamá no podría volver a decirme algo hoy y era mejor no tocar el tema en unos días más. Está en aquella cama, conectada al suero. Tiene sus ojos cerrados y las manos en su regazo. Edward se ha quedado parado en medio de la habitación, pero yo me acerqué para depositar un último beso en su frente, y con ello prometerle que nadie jamás volvería a hacerle daño. ... —Si no te llamo yo tú no lo haces —me regaña la interlocutora. Ruedo los ojos y sonrío. —No quería molestarte —le digo—, ¡a nadie le gusta que le molesten cuando estás acompañada! —¡Eso es verdad! —exclama Edward desde el pasillo. —Edward me ha dado la razón —le cuento a mi mejor amiga. —Ah. Eso es lo que dice porque tú le das sexo. —Y amor —completo. Alice bufa. —Okay, te perdono —se ríe— solo porque estoy feliz. Levanto mis cejas. Ya sé hacia dónde va… —Hum… Estás feliz, debo suponer que es por aquel rubio que secuestraste. Alice se ríe como una ardilla, lo que me resuelve todas las dudas.

—¡Ya somos novios! —grita y yo también lo hago. Es un grito que dura bastante, pues Edward ha dejado de ordenar las cajas y ha corrido para comprobar que no estoy loca o que me ha sucedido algo malo. —Hey, me has asustado —me dice. —Lo siento —me disculpo. —Dile a tu bonito novio, su primo es el aludido —me ordena Alice. Me muerdo el labio y me quito el teléfono de la mejilla, lo tapo con mi palma y me giro para mirar a Edward, quien se ha sentado en el sofá, ya cansado. —Jasper se lo ha pedido —le digo. Edward eleva las cejas y sonríe. —¡Al fin! —exclama—. Ya puedo imaginarme a Jasper hablando todo el tiempo de Alice. Oh Dios, será un martirio. Niego entre risas y vuelvo a ponerme el teléfono en el oído. —Créeme que está muy feliz —le cuento a Alice. —¡Más le vale! —advierte—. Bien, Bella, tengo que irme. Prométeme que me llamarás. —Claro que lo haré. —¡Te quiero! Y no me extrañes. —Te quiero —me despido—. ¡Y no me atreveré a extrañarte! . Edward y yo iremos hoy al orfanato, aprovechamos la invitación de la Hermana Sonya, pues lo que más esperaban era otra visita. No me costó vender los diamantes que misteriosamente llegaron a la puerta de mi casa, por lo que todo ese dinero lo donaré para ellos, los niños. El cheque lo hice con prisa, mientras él me besaba el cuello, tirando de mi bata. Me vestí con rapidez, mientras veía a Edward medio desnudo en la habitación, poniéndose la ropa con pasividad. Me puse ropa nueva, algo más apto para el clima y la vegetación de Forks. Unos pantalones apretados de color azul, una blusa lisa rosa, una cazadora café bastante larga y unas botas negras. No acostumbraba a vestir así desde hace mucho y la verdad es que al mirarme al espejo no lograba encontrar a la Isabella elegante y rica que se paseaba por las calles de Hollywood. Me gustó. Me hice una cola de caballo muy alta, dejando caer cabellos hacia los lados de mi rostro. No utilicé maquillaje. Edward y yo preferimos caminar hasta el orfanato, quizá porque el día está soleado. Recién entramos a Abril, pero parece una primavera diferente, más cálida. Caminar es agradable con el sol sobre nosotros, con los sonidos de los pájaros y el aroma a vegetación. Aunque nos surgió la

necesidad de utilizar el nuevo coche de Edward, un Renault Torino rojo del 76. Le costó una ganga, sobre todo porque el que se lo vendió intercambió una parte por el antiguo coche de su tío Carlos —una herencia de parte de familiares—. El coche estaba perfectamente bueno, había que repasarle un poco la pintura y parecía nuevo. La Hermana Sonya nos abre las puertas con una sonrisa gigante en su rostro. Sus ojos verdes dan un fulgor al vernos con nuestras manos entrelazadas y nos invita a pasar. La última vez que entramos todo estaba cubierto de luces y objetos navideños, pero ahora lo más llamativo es el Cristo, testigo de la primera vez que pude abrazar a Edward luego de todos esos años. No había reparado en lo gris que era el lugar. Él se disculpa y va hacia la sala de juegos, una pobre habitación llena de niños con sus juguetes. Yo camino junto a la hermana, quien me conduce hasta la oficina de la Madre Superiora. Cuando ella me ve me regala una de sus sabias sonrisas y me invita a pasar. Tomo asiento frente al suyo y la Hermana Sonya se posiciona a un lado de la madre. Les tiendo el cheque sin saber qué decirles y ellas lo observan con los ojos muy abiertos. —Es un regalo —les digo—, a los niños les hace falta mucho. —¡Muchísimas gracias, Srta. Swan! —exclama la hermana, uniendo sus manos entre sí para llevárselas al pecho. La madre se levanta de su silla y me abraza con fuerza. Cierro los ojos un momento, inundada de una paz que me conmueve profundamente. —Que el Señor te bendiga, hija. Le sonrío. Quizás el haber perdido a un hijo me hace sentir la simple necesidad de ayudar a todos esos niños que no tienen madre. —¿Le gustaría estar con los niños un momento? —me pregunta. —Me encantaría —exclamo—. Además, mi novio está con ellos. Ambas me sonríen como el Gato de Cheshire. El lugar genera un extraño eco, sobre todo el del sonido de mis botas al chocar contra el suelo de madera. Abro la puerta de la sala y veo un gran número de niños jugando, algunos con una pelota algo desinflada y las niñas con unas muñecas sucias y despeinadas. El corazón se me estrujó de inmediato; a mí jamás me faltó con qué jugar, aunque sea algo sumamente material, el niño siempre querrá jugar y no hay nada más saludable que jugar con cosas limpias y nuevas. Muchos de ellos me saludaron al verme, sobre todo las niñas que me reconocieron, probablemente porque una de mis famosas películas era una estúpida historia de amor, blanco perfecto para niñas de diferentes edades. Busco a Edward y lo encuentro con una monja muy joven. Él está de espaldas y habla bajito con la religiosa, mientras menea su cuerpo de lado a lado. Cuando llego hasta su lado puedo notar que entre sus brazos hay un bebé de apenas unos cuantos meses, muy rosado y sin pelo. Mi primer instinto es llevar mis manos hasta su pequeño cuerpo y tocarlo, pero luego me rehúso. —Hola —me saluda él con una sonrisa hermosa. —Hola —lo saludo también. Me quedo mirando al niño y a Edward al mismo tiempo, la forma en que sus brazos grandes se

amoldan al pequeño cuerpo que tiene entre ellos, cómo lo mira… —Llegó hace una semana. Lo encontraron en el suelo, junto a un basurero —me cuenta la religiosa con la voz apenada. —Oh Dios, eso es terrible —gimo. No puedo imaginar cómo una mujer puede abandonar a su propio hijo en medio del frío, habiendo mujeres que simplemente no pueden tenerlos. —Con permiso, debo llevar a los niños más grandes al almuerzo. ¿No les preocupa quedarse con los más pequeños? Ambos negamos con la cabeza sin prestar mucha atención. Edward sigue meneando su cuerpo para que el bebé se tranquilice, las gotitas bajo sus ojos demuestran que lloró hace muy poco. —Es tan… pequeño —comenta. —Tan frágil —añado. Me mira y solo veo una ternura que me ciega, sus ojos parecen tan… mágicos. Jamás lo había visto así. Llevo mis dedos hasta las mejillas del bebé y lo acaricio con lentitud. Es tan suave y pura, una piel magnífica, joven. Sus ojos son extrañamente castaños, muy grandes y redondos. Parece tan despierto, mirándonos como si fuésemos dos grandes seres contemplando el mundo. Su mundo. Cuando Edward se acerca para besar su mejilla lo único que siento en mi pecho es un dolor paralizante y ruin. Se ve hermoso así, cargando al bebé. Es como todos esos sueños que concebía en mis noches de soledad, llenas de ira, culpa y miseria. —Déjame cargarlo —le pido. Edward sonríe y me lo tiende. Yo en un principio me siento muy torpe e incapaz de tomarlo entre mis brazos, pero me impresiona la habilidad innata que tengo al posarlo en mi pecho. Llevo una mano a su espalda pequeña y lo acaricio, mientras él hace soniditos ininteligibles. Edward me ayuda a quitarme la cazadora y el bebé aprovecha de chupetear mi hombro a falta de otra cosa. Su calidez me envuelve de manera sutil y encantadora, su aroma a inocencia es embriagadora y el simple hecho de sentir la vida entre mis dedos me envuelve de dicha. Soy una madre que no tuvo la oportunidad de cargar a su hijo porque se lo arrebataron de manera asquerosa y ruin. Poder imaginar que el niño que tengo entre mis brazos pudo ser él me mata. Recién cuando abro los ojos puedo darme cuenta de que los tenía cerrados, mientras Edward me mira con los ojos brillantes y emocionados. —Te ves hermosa con él —comenta, acariciando ahora mi rostro. Vuelvo a cerrar los ojos producto de sus caricias y de los leves soniditos del bebé. Imagino que es mi hijo, el pedazo de mi Edward y de mí. Quiero imaginar que es mío y que yo jamás podría abandonarlo en medio del frío, que le doy de comer de mi pecho, que le doy calor con mis abrazos, que le doy amor, que su padre nos observa con orgullo, que espera el momento para llevarnos a la cama y abrazarnos para protegernos de las adversidades. Que Phill jamás pudo

hacernos daño. Cuando abro los ojos veo que nada es real, que solo es una fantasía ridícula que jamás podría suceder. El bebé chilla de un momento a otro, justo a un lado de mi oído izquierdo. Me largo a reír. —Creo que tiene hambre, la hermana estaba esperando que la leche se enfriara un poco. Nos sentamos en el sofá más cercano y Edward lo alimenta mientras yo lo aferro a mis brazos. El bebé chupa con fuerza, inflando sus mejillas en el proceso. He sonreído tanto que ya me duelen las mejillas. Una niña pequeña se acerca a nosotros y nos sonríe. —Hola —saluda con una voz estridente y femenina. Debe tener unos cinco años. —Hola —decimos Edward y yo al mismo tiempo. —¿Ustedes son los nuevos papis de Junior? —nos pregunta. —No, nena, solo lo cuidamos —le responde Edward. La pequeña asiente cabizbaja. —¿Entonces yo puedo ser su hija? Nosotros nos damos una mirada llena de tristeza. Pero luego Edward la eleva y la sienta en su pierna. El bebé ya dejó de comer. —Tú eres muy bonita, quiero que seas mi mamá —me dice, observándome con sus grandes ojos marrones. Mis ojos se llenan de lágrimas. —Yo no puedo ser tu mamá, pero habrán muchas mamis para ti esperando para llevarte —le digo, acariciando su cabello. —¿Ustedes van a hacer a su propio bebé? —nos pregunta con inocencia, llevándose un dedo a la boca. Ésta vez lo miro a él, a mi Edward, quien también me mira con una intensidad profunda. —Sí, cariño, nosotros haremos a nuestro propio bebé —le contesto sin dejar de mirar a mi hombre de ojos de miel. La niña se levanta para volver a jugar con sus amigos, dejándonos a ambos con una sensación muy extraña. Apego al bebé a mi hombro y palpo su espalda para que bote los gases. Edward pasa su brazo por mi cintura y me abraza. Vuelvo a acunar a la criatura para que se disponga a dormir. Él se apega a mi pecho al instante, llevado por su instinto y el mío. Edward toma mi barbilla entre sus dedos para que lo mire, pero ¿por qué ahora parece tan triste? No lo sé hasta que las lágrimas que han caído de mis ojos topan con mi boca. Estoy llorando.

—Lo siento —me disculpo con torpeza. —¿Sucede algo? —Solo… me imaginaba al pequeño en medio del frío y… me da mucha tristeza —miento, rompiendo a llorar con mayor fuerza. Lloro porque me duelen mis recuerdos, me duele lo que pudo ser de nosotros si mi hijo hubiese nacido. Me duele ver a Edward ignorante de todo lo que debo contarle y me desespera su reacción. Lloro porque tengo a un bebé entre mis brazos, con Edward a mi lado y no puedo evitar desear que todo esto sea mi realidad, que el bebé sea mi niño, que mi Edward nos mire con amor… Lloro porque el dolor que siento no puedo compartirlo. —Hey, tranquila, la hermana me dijo que ya han encontrado una familia adoptiva. —Me pasa sus manos por el rostro para quitarme las lágrimas. —Eso es maravilloso —susurro. Edward besa mis labios por unos segundos y luego besa mi frente. Tengo que confesárselo hoy… Tengo que confesarle lo del aborto hoy mismo. No puedo seguir ocultándolo. Ya no más… —Edward —lo llamo cuando el silencio se ha establecido entre nosotros—. Tengo que ver a Rosalie ahora, ya sabes, con todo lo que sucedió en el hospital no tuve oportunidad de volver a hablar con ella. Siento las lágrimas aún agrupadas en mis ojos y la garganta me arde. No voy a ver a Rose, simplemente iré a despejar mi mente y a idear el mejor contexto para confesarle mis secretos. —Bien. Yo te espero aquí —me dice condescendientemente. —No. No me esperes. Me mira extrañado, mientras mueve los dedos sobre el rostro del bebé, quien entrecierra los ojos e intenta agarrarlos. —No tengo problemas en esperarte, tengo asuntos que atender en el taller. Acaricio su quijada con barba incipiente. —Yo no demoraré mucho, te estaré esperando en tu cabaña como habíamos acordado. Asiente. —Llévate tu coche —le entrego sus llaves, pues yo las tenía —, yo me iré en el mío. Me levanto, beso el rosado rostro del bebé y luego beso los labios de Edward. Lo último que veo es su cuerpo masculino acurrucando al pequeño ser que ya se está quedando dormido. Parto rauda hacia afuera sin detenerme para decirles adiós a las religiosas. Miro de soslayo al Cristo sufriendo en su cruz, sus ojos marchitos mirando hacia arriba, implorando misericordia de su padre.

El sol se ha escondido y ahora solo hay nubes oscuras sobre mi cabeza. Lloverá. No le doy importancia y troto hasta llegar a la avenida, pasando por calles y lugares, llenas de personas ignorantes de mi dolor. Cuando topo con el barrio de mi casa, saco mis llaves lo más rápido posible y me meto a mi coche, tiritando de un frío imponente y hostil. No es el viento, sino el miedo que recorre mis huesos, la incertidumbre ante lo que podrá pensar Edward cuando conozca todo de mí. Me limpio las lágrimas otra vez y enciendo el motor. . La lluvia me ha mojado por completo. Siento la ropa pegada a mi cuerpo como si me hubiese sumergido en un charco de agua. No sé qué hora es, pero el cielo aún no se oscurece del todo. Parece tan hostil, tan espeso. La niebla pronto aparecerá y los pájaros ni siquiera se sienten. El bosque es una masa de tierra mojada y hojas llenas de agua, el olor a moho es penetrante, como también el aroma a leña carbonizada. De mi boca salen vahos difusos que se van con lentitud y mis botas se hunden en el lecho de las múltiples ramas y césped del suelo. Lo único que quiero es que Edward aparezca pronto . Pongo el último cubierto en la mesa y doy un suspiro. Ya he acabado. El risotto está casi listo y el fuego de la chimenea está caliente y llameante. Me miro en el espejo que cuelga de la pared más cercana y lo único que noto es dos ojeras prominentes con unos ojos hinchados, incapaces de ocultarlos. Enciendo las velas largas de color rojo y soplo el fósforo restante. La puerta se abre detrás de mí y oigo el silbido de Edward. —Qué bien huele —exclama, depositando su cazadora en el perchero de la pared. Parece tan alegre que lo único que hago es correr hasta su lado y abrazarlo. —Oh, ¿sucede algo, cariño? —me pregunta. Niego, incapaz de hablar. —Hey, Bella, ¿es que acaso hoy es un día especial y yo no lo recuerdo? Diablos. ¿Es eso? —me pregunta. Me largo a reír y me separo un poco para poder mirarlo. La poca iluminación del fuego le brinda un halo de misterio a sus preocupadas facciones, su iris convertido en dos bolas de oro, danzando alrededor del orificio oscuro. Pero luego recuerdo lo que nos ha traído a esto. El por qué. Ese maldito 'por qué'. —Hoy simplemente quiero ser lo más sincera posible —le cuento. Me escruta con su mirada y luego sonríe, pero su sonrisa no le llega a los ojos. Lleva uno de sus dedos a mi rostro y lo acaricia. —Pareces cansada —comenta.

Me encojo de hombros. —Ha sido un día muy largo. —Has estado más sensible últimamente. —Se sienta en la silla, encabezando la larga mesa. —Creo que con lo que he tenido que pasar estos últimos días no he podido tranquilizarme —confieso desde la cocina. Edward no me dice nada más. Pongo el plato con risotto de setas frente a él, a lo que me responde con un leve brinco. Está muy pensativo. Me siento a su lado con un plato exactamente igual. Edward se dedica a servirnos el vino a la mitad de la copa, yo lo huelo y me inundo del aroma a uvas. —Es la vieja receta de mi madre, creo que nunca la probaste. Se lleva un poco a la boca y saborea con lentitud. Eleva sus cejas y sonríe de inmediato. —Es maravillosa —exclama. —Risotto con setas —añado. La comida es extrañamente silenciosa, como si Edward supiera que algo va mal. Yo no he probado mucho, tengo un nudo intenso en mi estómago que no me permite sentir hambre. —Un buen vino. ¿Lo compraste todo tú? —Rompe el silencio. Miro los cubiertos y los tomo con las manos algo temblorosas. —Sí —le respondo—. No pasé a la chocolatería. Al no recibir más palabras de su parte, lo miro. —Tenía que pensar muchísimas cosas —mascullo. Edward acerca su mano a la mía y las entrelaza. No puedo mirarlo; recorro con mi mirada la estancia, los detalles del lugar, pero no puedo mirarlo, simplemente no puedo. —Hay algo que pasó hace muchísimo tiempo que tú tienes que saber —susurro, aguantando las lágrimas. Edward aprieta aún más fuerte el agarre de nuestros dedos. Estoy tiritando—. Fue… fue la principal razón por la que escapé de Forks. ¡Buenas noches! Espero les haya gustado el capítulo. ¡Sí! Es sumamente largo y los capítulos que siguen son aún más largos que éste; es mi regalo por demorarme tanto. Estoy trabajando aún en el capítulo 31, lo que ustedes entenderán es difícil, ya saben, lo que viene es sumamente complejo, pero solucionable. No se asusten jaja, Edward es un chico comprensivo, ¿él dejaría a la mujer que ama por algo en lo que ninguno tuvo la culpa? No lo creo. Nos leemos en unas semanas más, ¡ya me queda muy poco para dar la prueba de selección para entrar a la universidad! Así que... ¡GRACIAS! Gracias por la paciencia. En cuanto a los capítulos aún queda su resto de ellos. Muchos besos a todas.

Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo: The Power of Love de Anneke van Giersbergen. All of Me de John Legend. Wait de M83 NOTA DE AUTOR: Este capítulo está constituido por puntos de vista entre Edward y Bella, los cuales se van intercalando uno a uno para entender su visión de lo que les está pasando. Advierto que es doloroso, quizá no exageradamente. Aún así Bella narrará dolor. ¡A leer! . Capítulo XXXI . Lo quiero con la sangre, con el hueso, con el ojo que mira y el aliento, con la frente que el pensamiento, con este corazón caliente y preso…" Juana de Ibarbourou. . Isabella POV —Fue… la principal razón por la que escapé de Forks. Edward deja de mirarme y se centra en la mesa, aún enredando sus dedos con los míos. —Tenía miedo, tenía… Dios —doy una bocanada de aire para relajarme—, estaba realmente muerta por dentro. Siento el escozor de las lágrimas, a punto de derramarse. Pero las contengo; recuerdo bien el dolor que sentía en aquel momento y sé que eso ya sucedió, que no volverá a ocurrir. Si fui capaz de pasar por todo aquello hace tantos años, ¿por qué temer ahora? Ya no hay nada que se le compare. Saber que Edward conocerá todo de mí le da un cierto beneficio: al menos sabrá que la Isabella de la que se enamoró fue destruida, y que de ella no queda nada, ya no sería un romance a base de antiguos sentimientos. —¿Por qué vas a contármelo ahora? —El silencio ha muerto a manos de él—. ¿Por qué simplemente… hoy? Lo miro y sus ojos se abren de a poco. Sé que está analizando todo lo que ha ocurrido, todo el dolor que he plasmado con mi actuar. No es estúpido, es realmente inteligente y conoce al mundo, aunque crea lo contrario.

—Porque ya no soporto que me ames si no conoces quién soy en realidad. Hoy soy solo cicatrices. Soy irreversible. Me deja de mirar y se centra otra vez en la mesa. Acaricia el dorso de mi mano y asiente, me insta a continuar. —¿Recuerdas cuando fuimos al lago, en aquel verano tan hermoso? —le pregunto. Sonríe con nostalgia y asiente otra vez. —Te besé —susurro—, te miré a los ojos y solo vi amor, todo lo que no querías decirme. Tú respondiste al instante, diciéndome que mamá iba a preocuparse si no me llevabas a casa temprano —me río—. Lo que menos me importaba era mi madre en aquel entonces. Nos quedamos en silencio otra vez, recordando aquel instante. Suspiro. —¿Sabes por qué te besé? Niega. —Porque estaba tan enamorada de ti —digo con agonía. Edward crispa su rostro con dolor. —Todas tus atenciones, tus cariños, tú… Siempre estuviste para mí, siempre fuiste el mejor amigo que nunca nadie podría tener. Eras todo tú, y me enamoré profundamente. Me tardé meses en poder darme la suficiente valentía para poder hacerlo, para demostrarte que te quería, que los demás ya no me importaban. Se lleva la mano libre a la frente y así se queda, asumiendo mis palabras. —Y te besé —finalizo—, tú me besaste, me miraste a los ojos una vez más y sonreíste. —Mi barbilla tirita y mi garganta se atesta de nudos gruesos y dolorosos—. ¿Sabes qué deduje de tu expresión? No podías creer que yo estuviese besándote, me mirabas como si fuese, no lo sé, un ángel y tú un demonio. Sentí impotencia, porque los roles estaban invertidos—. Vuelvo a suspirar. Su mirada de oro se centra en mí. —Luego de aquello regresé a casa y Phill me golpeó —digo—, alguien le había dicho que tú y yo nos estábamos besando. Edward se tensa. —Fue tan extraño —murmuro—, cuando supo que Emmett y yo salíamos solo se limitó a encerrarme en casa por una semana entera. Pero cuando supo que tú y yo nos habíamos besado, simplemente se puso furioso, tan furioso que lo único que temí fue que fuese a golpearte a ti. —Hubiese sido más fácil de soportar —dice con la voz estrangulada—. Es por eso que no quisiste verme por esa semana, por eso huías de mí, porque estabas golpeada. Asiento con lentitud, mordiéndome el labio inferior. —No quería que me vieses así —susurro. —Yo creí que estabas arrepentida de haberme besado.

—Estabas tan equivocado —mascullo. Me quedo mirando la manecilla del reloj por varios segundos, intentando idear la mejor forma de proseguir. Todo se hace más difícil mediante hablo. —Después volvimos al lago, estabas tan frío —sonrío con pesar— y yo me sentía tan culpable. Volví a besarte, una y otra vez, y tú me dejabas hacerlo. Me acariciabas el rostro y me mirabas, dejando ir tus dudas. Y así siguió por un mes, no teníamos nombre, solo éramos nosotros en el lago, besándonos y observándonos sin decir nada… —Hasta que… —se calla. Me muerdo el labio inferior, sabiendo hacia dónde se dirige. —Hasta que mi pasión me llevó a subirme a tu regazo —recuerdo—. Estabas asustado, yo también, pero sabía que no habría otro día, que el momento era aquel. "Tú parecías receloso y algo inseguro, yo simplemente dejé ir todo lo que tenía en mi cuerpo. Te besé y te besé y te besé… —cierro los ojos y es como si lo viviera otra vez—. Tus manos se ahuecaban en mi cuerpo como si siempre hubiesen pertenecido ahí. Tirabas de mi vestido y yo desabotonaba aquella camisa a cuadros tan bonita —me río—. Me hiciste el amor con una delicadeza tan propia de ti, me hiciste mujer y te tomaste tu tiempo para hacerlo. Me mira y sonríe, sus ojos brillan, acuosos. Lo beso a base de miradas y lo acaricio con mis palabras. —El agua de la laguna nos bañaba los pies, pero tú te habías preocupado de cubrirme con tus brazos y tu ropa. Me sentía tan feliz cuando me abrazaste y tu corazón estaba a centímetros de mi mejilla… —Cuando me miraste y yo a ti, noté tu cuerpo pequeño junto a mí, me sentí el hombre más feliz de este puto mundo —exclama—. Éramos solo tú y yo, solo tú y yo. Siento su rabia, como si la hubiese guardado por mucho tiempo. No me extraña. Edward observa, analiza, oculta sus sentimientos y luego explota. —Regresé a casa con la ropa hecha un desastre, llena de barro y agua —prosigo y me río con intensidad—, Dios, mi cuerpo entero olía a ti. Mamá notó algo, pero no le dio muchas vueltas al asunto, parecía asustada, por Phill. Pero él no supo nada, hasta que… —¿Hasta qué? —me interrumpe. Suspiro y bajo la mirada hasta nuestras manos unidas. —Luego de que hicimos el amor te fuiste con tu padre a Seattle por unos días. —Sí —susurra distraídamente—, teníamos que visitar a mi tía Hale. Hago un mohín y las lágrimas se caen, incapaces de contenerse. —Dos semanas —murmuro con agonía—. Me levanté de la cama un día jueves, aún lo recuerdo, y lo único que hice fue ir al baño para vomitar. Los días siguieron así y… ya me estaba asustando. Me sentía sola y asustada. Fui al hospital de Forks y el médico me pidió un examen de sangre —suspiro—. Hasta ese momento ya sabía lo que podía ser. Mi periodo debió llegar hace días y yo irregular jamás fui —un sollozo se escapa de mi garganta y tapo mi boca con la mano libre—. Estaba embarazada.

Edward separa su mano de la mía, alejándose lentamente. Soy incapaz de mirarlo y él es incapaz de tocarme. —¿Tú…? Y su frase acaba ahí, yéndose con el viento. —Tú y yo íbamos a tener un bebé —lloro—, estaba tan… feliz. Sí, éramos muy jóvenes, pero… la vida es así… Lo miro y me arrepiento inmediatamente de haberlo hecho. Sus ojos están posados en el vacío, heridos y marchitos. Sus hombros están caídos, sus labios rectos sin expresión. No va a perdonármelo… No lo hará. —Cuando Phill se enteró fue un caos —susurro—, me golpeó con tanta rabia, sus ojos eran tan… —siento un escalofrío que recorre mi cuerpo—. Creí que iba a matarme —me río—. Me hizo abortar cuando tenía tres meses recién cumplidos. No se oye absolutamente nada, solo un par de grillos afuera, ya de noche. El ambiente está tenso, grueso y doloroso. Ni siquiera puedo escuchar su respiración. Los segundos pasan, mis pensamientos siguen haciendo su trabajo: mortificarme. No hay ningún signo de vida de su parte. Hasta que Edward se levanta de golpe y lanza los platos al suelo, tirando del mantel consigo. Cierro los ojos ante el ruido de la porcelana rompiéndose en el suelo y me quedo sentada, dando saltos producto de la tensión. Siento sus sollozos duros y graves, junto a su respiración elevada y jadeante. Abro los ojos y lo veo agarrándose de los cabellos con fuerza, dándome la espalda. Llora con una fuerza que me descoloca; nunca lo había visto así, nunca. Me levanto y pongo mis manos en su espalda, pero él me las quita rápidamente. —¿Por qué no me lo habías dicho? —me pregunta con dureza—. ¿Tres meses? ¿¡No te parece tiempo suficiente!? —grita. Se da la vuelta y puedo ver sus ojos, su furia, su impotencia. —¿¡Por qué no me lo dijiste en ese mismo momento, en vez de irte de aquí como una cobarde!? —vocifera—. ¡Ahora han pasado más de doce años! Me limpio las lágrimas con furia. —Edward, yo… —¡También era mi hijo! —gruñe. Entierra su rostro en sus manos y otra vez llora, incapaz de seguir. —Ed… —Y ese hijo de puta… se atrevió a… —bufa—. Justo ahora… —Por favor, déjame explicarte… —le pido entre lágrimas.

—No —exclama—. No… Hace gestos inexpresivos con sus manos y toma su cazadora, para luego salir por su puerta y dejarme sola en su propia casa. Edward POV Cierro la puerta detrás de mí, pero no soy capaz de dar un paso más hacia adelante, no me quedan fuerzas. Me dejo caer en el suelo, con la puerta en mi espalda. —No me iré de aquí, mi amor, te estaré esperando —murmura ella detrás de mí. Luego rompe a llorar. Soy incapaz de oírla llorar, por lo que me acerco hasta mi coche y lo enciendo con rapidez. Afuera hace frío, está oscuro y solitario. La luna es lo único que tengo frente a mis narices. El suelo húmedo es lo que queda de la espesa lluvia. Aparco en el lago, en aquel lugar donde Isabella fue mía. Me bajo del coche y me acerco al agua a paso lento. Dejo escapar un suspiro cuando recuerdo lo que me ha dicho, toda su verdad. Me dejo caer al suelo otra vez y golpeo la tierra con mis puños, sin parar, una y otra vez. Siento la suciedad en mis uñas, la frialdad y la humedad entre mis dedos. Quiero que el dolor se aleje, que me abandone, no quiero sentir, no quiero amar. Ya no más. Todo lo que amo lo destruyo. Un hijo mío y de ella. Y murió. La brisa me remueve y la laguna también. La luna está tan brillante, tan grande, como si quisiese estar conmigo para siempre. Pero yo solo quiero llorar. Recojo la tierra maltratada y la aprieto con mis puños. Grito otra vez hasta que ya no puedo más. Me duelen los nudillos; están rojos y sangrientos, pero no me importa el dolor, hay dolores más importantes, como el dolor de haber perdido a mi hijo y no haber sabido jamás que existía. Tres meses… Bella estaba embarazada, Dios, estaba embarazada. ¿Por qué no me lo dijo? ¿¡Por qué!? ¿Por qué ahora? Cierro mis ojos un momento e intento tranquilizar mis sentimientos, pero es inútil, es insoportable. Quisiera retroceder el tiempo y poder hacer algo, lo que sea, quizá matar a Phill con mis propias manos. Maldito hijo de puta… ¡Maldito hijo de puta! Me levanto del suelo húmedo y pateo las hojas, ramas y piedras, con un intento vago por depositar ahí mi odio. Miro el sauce y pateo todo lo que puedo, quisiera arrancarlo de las fauces del suelo. Golpeo el árbol con mis puños otra vez, no me importa si me quiebro los dedos… no me importa… —¿Por qué, maldita sea? —le pregunto al árbol, como si él fuese Phill.

Sollozo ante la penumbra de mi desgracia y me dejo caer con las rodillas al suelo. Fui un inútil en su vida. No pude protegerla. ¡Pero tampoco me permitió ayudarle! —Era mi hijo también —sollozo—. Era nuestro, Bella, era nuestro —repito con inercia. Es una caída a un pozo oscuro, lleno de dolor, de vacío, de muerte. ¿Qué le he hecho a la vida? ¿He sido malo? ¿He causado tanto daño que solo recibo mierda? Cuando se fue dejó en mí un vacío imposible de llenar, mi amor por ella rebalsaba cualquier poder humano, nada era más importante que ella, nada. Saber el por qué me dejó aquí es aún peor. Tres meses de vida en su vientre, solo tres meses. —Por qué —repito. Grito al viento, a la luna, a toda esta mierda. Quisiera poder arrancarme todo esto de la cabeza, dejar de sentir… Me meto al coche otra vez y manejo hasta Forks, parando de vez en cuando porque las lágrimas me impiden concentrarme. Cada diez minutos siento su voz diciéndome: hasta que Phill me obligó a abortar. Y cada diez minutos rompo a llorar, golpeando el manubrio. Es estúpido. Todo esto es estúpido. Estábamos tan bien y ahora, justo ahora, maldita sea… ¿Por qué no me lo dijo? ¿Qué pasó por su cabeza? Ya ha sido demasiado tiempo. Mi hijo… Nuestro hijo… Se fue. Jamás pudo nacer. Paro de golpe frente a una tienda pequeña y compro una botella de whisky de litro y medio. Es cuadrada, no conozco la marca. Tampoco es muy cara. Me meto al coche otra vez, la abro y doy un sorbo. Toso con fuerza, poniéndome el antebrazo contra los labios. Dios, qué fuerte es. Pero ignoro el ardor de mi garganta y vuelvo a beber, ésta vez sin toser mucho. Arrugo el rostro un par de veces, pero me acostumbro a la amargura del brebaje. De pronto ya no siento ganas de llorar, ni de amar, ni de sufrir. Es como que todo es reemplazado por un vacío inhóspito, ridículo, lejano. Cuando cierro los ojos la veo, la huelo, la siento. Y la extraño. Suspiro. Aunque quisiese odiarla no podría, a pesar de todo el daño que me ha causado. —Todo esto apesta —bufo, medio mareado. Doy marcha y manejo unas cuadras más allá. Paro ante el hogar de mi padre y me bajo con las piernas algo torpes. Sonrío apenado, eso le pasaba a Bella siempre. Golpeo la puerta con las palmas de mis manos y mi papá abre, mirándome con la sorpresa y el miedo en sus cuencas. ¿Por qué me mira así? ¿Tengo algo en la cara? La cara de estúpido, quizá, pero ¿tanto se nota?

—¿Estás borracho? —Frunce el ceño y mira la botella que tengo en la mano. No puede ocultar el asombro que esto le causa. La levanto e imito un choque de copas. Le guiño un ojo y bebo otra vez el whisky. Viste una bata de polar tan gruesa que apenas veo su cuello. Creo que tiene frío. Me da igual. Le sonrío. —¿Ha sucedido algo? Creí que tenías tu cabaña y que no necesitabas de mí… —¡Oh por Dios, ya basta de tratarme como si tuviese 17 años! —grito ¡Ya no soy un niño! Siempre creyendo que aún conservo al ser que fui hace tantos años, ese ignorante que no sabía ni dónde estaba parado, que no sabía que la mujer que amaba esperaba un hijo. Carlisle evita mirarme por un rato y posa sus ojos claros en el suelo de madera. —¿Entonces qué quieres? Me encojo de hombros, indolente. —Hoy ni siquiera sé lo que quiero —me río con desgana—. Todo de repente es tan… vacío —digo distraídamente. Arrugo mi frente ante la inminente preocupación que cruza por mi pecho. ¿Qué haré ahora? Paso hacia la casa, el calor de la chimenea me embadurna. —¿Es… ella? —inquiere con cuidado. —¿Ella? —le pregunto, girándome para verlo—. Isabella, ese es su nombre —gruño. —Isabella —repite lentamente—. ¿Ha sucedido algo? Pensar en ella me destruye. Las lágrimas se agrupan en mis ojos. —Ya no sé qué decirte —susurro. Se acerca a mí y posa sus manos en mis hombros, pero yo lo quito rápidamente; no quiero que me toquen. —Cada vez que vienes aquí te veo así, destruido, muerto por dentro. ¡Ya basta de sufrir! A veces pareces masoquista, deseando que vuelva a hacerte daño una y otra vez. ¡Quiérete, hombre! Tiro la botella hacia la pared y ésta se rompe en mil pedazos, profiriendo un grito duro y bestial. Cuando me giro a contemplarlo él está asustado y sorprendido. Puedo ver mi reflejo en sus ojos abiertos de par en par. —¿Y tú qué sabes de ella? ¿Eh? —le grito, apretando mis puños con fuerza. Carlisle da un salto. Siento que mis ojos se salen de sus cuencas. Se encoge de hombros, quitándole importancia.

—Es imposible saber de alguien que tiene tantos secretos —susurra, apretando los labios. Me largo a reír. —¿Secretos? ¿Tú hablando de secretos? Frunce el ceño. —Sí, papá, tú y tus… secretos —mascullo—. Podrías haber comenzado por decirme dónde quedó todo ese dinero que tenía tu padre, ¿no? —Va a hablar, pero lo interrumpo elevando mi voz—. ¡O la razón por la que mamá te conoció mientras ella limpiaba tu mierda! Carlisle abre la boca y de ella solo escapan jadeos. De fondo puedo oír las llamas del fuego y la televisión a bajo volumen, como él suele verla. —¿Quién te ha dicho eso? —me escruta con su mirada. Le quito importancia con mi mano, meciéndola en el aire, barriendo su curiosidad. Me doy la vuelta para subir hacia mi habitación, pero él me llama antes de que ponga un pie en el primer escalón. —¿Por qué estás así, hijo? —me pregunta. Agacho la mirada un segundo. —No sabes nada —murmuro. —Hijo… Lo único que sé es que Isabella… —¡No sabes nada! —bufo—. Y no eres quién para juzgarla. —Oh por Dios, Edward… —dice malhumorado. —Estaba embarazada —lo interrumpo. No le hago caso a sus insistentes llamadas; no miro hacia atrás. Entro a mi habitación y cierro la puerta detrás de mí con un sonido sordo. Desordeno mi cama, boto mis lápices, mis hojas, todo lo que hay dentro de la habitación. Doy un par de gritos, pisando todo lo que hay a mi paso. Cuando paro mi respiración es fuerte y violenta. Observo, ya más tranquilo, y noto que no queda nada en su lugar, solo cosas rotas, sucias. Pero lo único que ha quedado en su lugar es su imagen, puesta en los mil y un retratos que he hecho de ella. Me siento en la cama deshecha y la quedo mirando; me sonríe. No siento nada. Como si dentro de mí solo hubiera… vacío. Me levanto y toco el óleo plasmado en la tela. La forma de su cabello, la de sus ojos, la de su boca… No es Isabella. Todos estos cuadros no son ella, es una imagen utópica de la mujer de la que me enamoré. No es ella. No. No lo es.

Pongo mi frente en su imagen y vuelvo a llorar. —¿Por qué ahora? . Isabella POV Luego de unos minutos observo el desorden que hay en el suelo y con inercia me acerco hasta el tumulto de porcelana rota. Lo recojo con lentitud sin detenerme a recordar cómo ha sucedido esto. Algunos pedazos son muy pequeños, por lo que tendré que barrerlos. La comida la boto en una bolsa, pero cuando termino hago un mohín y me pongo a llorar. Pero de inmediato freno mis sentimientos, limpiándome las mejillas con el dorso de mi mano derecha. —Ya es muy tarde para llorar —me reprocho. Ignoro el dolor que se produce en mi pecho y respiro profundamente un par de veces. Cuando consigo mantenerme serena, vuelvo a limpiar el desastre que hay en medio del comedor. . Miro el reloj que hay colgando en la pared y de inmediato siento una punzada de preocupación en mi corazón. Me paso una mano por la frente y me obligo a tranquilizarme. Es un hombre adulto, sabe cuidarse, pienso. Pero ya ha pasado mucho tiempo desde que se fue despavorido y enojado de aquí, temo que su cólera le haga daño. A quién engaño, yo soy quien más daño le ha hecho. Hasta Edward cree que soy una cobarde. Niego y me siento sobre el sofá de tres puestos, mirando hacia el vacío y oscuridad que han quedado prendados en medio de la sala. No he querido encender la luz desde que se fue, a pesar de lo mucho que le temo a la penumbra. Nada se compara al vacío que siento en este momento, nada. Es como si volviese a ser la Isabella que no le importaba nada, porque ya lo había perdido todo. Son las cinco de la mañana. No volverá. No por ahora. Sin embargo, no voy a irme. No lo haré. Le prometí que jamás lo dejaría, que nunca volvería a escapar como una tonta, no romperé mi promesa. Me quedaré aquí, esperando a que escuche todo lo que tengo que decirle. Acerco mis piernas hasta mi pecho y me abrazo a mí misma. Miro a través de la ventana que hay a un lado y veo mi sutil reflejo, la forma de mi rostro, de mis ojos. Estoy destrozada. ¿Por qué simplemente en mi interior no siento nada? Quizás él se lo ha llevado todo consigo y me ha dejado sin nada. Lo amo y podría esperarlo mil años aquí, sentada sobre un sofá frío y una ventana con mi reflejo fantasmal. Él fue lo suficientemente fuerte para esperarme a mí, y yo solo lo he decepcionado. Soy capaz de soportar otras grandes toneladas de mierda sobre mi espalda. Suspiro con agonía cuando recuerdo su expresión, la forma en la que me miraba, sus gritos, sus jadeos de desesperación. Cierro mis ojos y dejo caer mi cabeza en el respaldo; nunca me ha gustado verlo enojado, menos aún conmigo. Es increíblemente doloroso, incluso insoportable. No quiero creer que me odia, no cuando ya le he escuchado tantas veces decirme te amo.

¿Qué pensará de mí? ¿Qué pensaría de mí si supiera todo con detalles? Necesito que me entienda, yo tampoco lo pasé… bien. —No lo pasé bien —repito, mirándome los dedos. Si tan solo me escuchara… Suspiro otra vez. No puedo pedirle comprensión, no cuando ha pasado tan poco tiempo. Le doy otra ojeada al reloj y me sorprendo de lo rápido que ha pasado la hora desde que la vi por última vez. ¿Tan abstraída estoy? Dios, son casi las cinco y media. ¿Dónde estará? Me levanto y me paseo por la sala como león enjaulado. ¿Estará bien? Es tan tarde. ¿Pasará la noche en casa de su padre? Por un instante me planteo llamar a casa de Carlisle con la intención de saber si está ahí, a salvo al menos de la noche. Pero me contengo casi al instante, si su padre se da cuenta de todo seguirá odiándome aún más que antes y la verdad ya estoy cansada de eso. A veces me gustaría dormir hasta olvidar mis cicatrices. Pero, ¿qué somos sin ellas? Nada. El cielo poco a poco se va coloreando de burdeos y naranjas. Pasa la hora. Ya son las seis de la mañana. Mis ojos se sienten pesados y cansados, pero no quiero dormir. No quiero dormir sin él. La idea simplemente me… descoloca. Sollozo, como si una bomba se reventara dentro de mí. Le tomo el peso al asunto con una rapidez que me impresiona y me descoloca de una manera siniestra: no puedo imaginar mi vida sin él, simplemente no puedo. Quizá no debería, quizás es enfermizo, pero no puedo imaginarme sin Edward. No quiero mis mañanas sin sus miradas y sus besos, realmente no las quiero. Justo ahora, cuando la cobardía se había esfumado, cuando todo parecía tan bien. Estaba comenzando una vida, una verdadera vida. Y era con él. Todo estaba destruido. Deambulo por el pasillo que tengo a mi derecha, tocando las paredes. Me encuentro de cara con su estudio, su lugar sagrado. No dudo en dar un pie al frente y unirme a su reconfortante aroma a óleo y papel. Quisiera que estuviera aquí, moviendo su mano por la tela, mirando al paisaje que le muestra la ventana frente al atril. Sus cuadros están sobre el suelo y en las paredes. Soy yo en la mayoría de ellos, cuadros frescos de mí. Los otros los ha dejado en casa de su padre. —¿Por qué yo? —inquiero, tocando uno de los retratos. Estoy mirando hacia algún lugar lejano, sentada sobre una roca, a un lado del mar. Uso un vestido que se camufla con las olas y su espuma. Llevo los dedos al retrato y me impresiono ante el realismo. Cualquiera diría que es una fotografía, sin embargo jamás he estado ahí, en ese mar profundo y oscuro, mirando al horizonte como si esperara algo. O alguien. Me acerco a uno de los cuadros que no había visto antes. Lo tomo entre mis manos, pues no es muy grande. No puedo esconder la emoción que me provoca, la dulzura y la bondad que representa. Es tan simple, tan inocente. Son los niños del orfanato, todos sentados en torno a una pelota vieja y gastada.

Lo cuelgo nuevamente y voy dando miradas a los que quedan: una taberna con borrachos tristes, con un cantinero alegre que intenta animarlos, acariciando sus hombros. Un campo lleno de flores y en medio una niña con un ramo de ellas en su regazo, apretándolas contra sí y sonriendo con una alegría arrebatadora, sus ojos son tan reales, tan demostrativos, parecen tener vida propia. Un niño tocando su flauta, mientras que un gato pequeño es su único público. Un vagabundo raquítico, abrazando a su perro mientras un policía intenta llevárselo por dormir frente a la Casa Blanca. Me impresiona, simplemente… Es perfecto. —¿Lo ves? Podías pintar cualquier cosa que te propusieras. Eres un artista —susurro, como si él me estuviese escuchando. Su realismo es absorbente. Los sentimientos y las injusticias los plasma en un solo cuadro. Su forma de ver el mundo es tan simple, pero tan compleja a la vez. Sería un revolucionario, un idealista. Salgo de la sala con un extraño peso sobre mis hombros y me adentro a su habitación, aunque lo dudé por unos largos segundos. Quizá sea la última vez que vea esta habitación, debo aprovechar mi última visita. Acaricio el edredón marfil con mis dedos y cierro los ojos, maravillada y adolorida por mis recuerdos. Aún puedo sentir sus manos en mi cuerpo, sus dedos tocando cada rincón, haciendo de mí su propio arte. Sobre esta cama hicimos el amor luego de tantos años. Me río, ligeramente ruborizada y avergonzada. Suspiro y pongo mi cabeza en la almohada, busco su aroma, pero no lo encuentro. Lo necesito. Me paro y busco su camisa favorita, aquella que siempre deja sobre las otras. Es azul por completo, lisa y delgada. La llevo hasta mis fosas nasales y ahí está, su aroma característico. Dejo ir el aire y caigo sobre la cama otra vez, llorando sin poder evitarlo. —Soy una tonta —me repito—, soy una tonta. Miro al techo y me arrepiento de haber escapado, debí decirle lo que ocurría, lo que acarreaba y temía. Pero Phill me prometió matarlo con sus propias manos si me atrevía a denunciar, ya había perdido a mi hijo, no podía perderlo también a él. Estaba entre la espada y la pared. Abrazo su camisa, disculpándome mentalmente por arrugarla. La huelo otra vez y me acuesto sobre los edredones como si él estuviese conmigo. —Perdóname —le susurro. Cuando voy cayendo en la inconsciencia en lo único que pienso es en Edward. Lo imagino sonriendo, Dios, cómo adoro su sonrisa. Sabes que te amo y que haría por ti cualquier cosa, pienso y me dejo ir en los brazos de Morfeo. ... Ya ha pasado un día completo. Cada segundo, cada minuto y cada hora es sofocante, dolorosa… Un martirio. He salido hacia el lago para asegurarme de que no está, de que realmente no queda nada de él. Efectivamente no queda nada. El agua sigue siendo calma, lisa y pálida. El sauce se mueve con melancolía según el ritmo del viento, susurrando con sus ramas una melodía lenta y angustiosa.

Me siento sobre el césped y miro el leve oleaje que se ha formado cuando he lanzado una piedra al fondo del agua. Me quito las lágrimas cansadas que se escapan por mi rostro, pero enseguida vuelven a caer, apoderándose de mi piel. Cierro mis ojos y me dedico a sentir el hoyo que tengo en medio de mi pecho, la forma hosca y hundida, muy cerca de mi corazón. Nada lo llena, nada. Tengo tanto miedo, pero no tengo las fuerzas suficientes para luchar por esta tristeza tan brusca que se ha apoderado de mí en este corto tiempo. No tengo a nadie. Ni siquiera a Alice. No quiero preocuparla, necesita estar bien con su nuevo novio, disfrutar y pasarla bien. No puedo arruinar su felicidad, sería muy injusto de mi parte. He pensado en ir a la ciudad, no para presionarlo, sino para saber que está bien, que nada malo le ha ocurrido. Pero no quiero irme de aquí, siento que si doy un paso fuera de este lugar todo se habrá destruido. Al fin y al cabo lo que queda de nosotros son solo recuerdos y energías, y no quiero irme y dejar de sentir su presencia en estos lugares, no hasta que regresa. Porque lo hará, ¿no? —Si tan solo me entendieras, Edward. Dios —exclamo, llevando mis manos a mi rostro, dejando ir otra bocanada de tristeza. Me noto tan frágil, tan pequeña. Me miro y sé que una sola palabra de él me haría pedazos. He evitado mirar el reloj, el movimiento de las manecillas, segundo a segundo, dejando ir el tiempo. Duele, como el latido de la sangre ante la presencia de un cardenal. Pero pasa, el tiempo pasa y no he podido evitarlo. Pero para mí transcurre de una manera desigual, extraña, dando saltos de conciencia e inconsciencia, imitando una normalidad barata de la que no logro zafar. Pero el tiempo pasa y no puedo evitarlo. . Ya van tres días. Ningún rastro. Nada. Me he dado un baño y me he cepillado el cabello, más por inercia que por necesidad. He comenzado a sentir lo de antes y me asusta, me asusta mucho. Era como si alguien hubiera muerto, como si yo hubiera muerto, de forma cruel y despiadada. A veces me siento como una tonta, esperando a alguien que no iba a regresar. Pero otras veces me digo a mí misma: debo hacerlo, por él debo esperar. . Edward POV Cruzo la valla de piedra y camino por el recorrido de cemento hasta la puerta de dos perillas algo oxidadas. Inspiro y exhalo para calmar mi agitación. Empujo la puerta y me adentro en el orfanato. Siento los sonidos de las risas y los llantos, las palabras inocentes de los pequeños y las pisadas frenéticas de sus pequeños pies. El lugar a pesar de todo siempre ha sido un tanto hosco. Gris por doquier, con luces parpadeantes en las paredes y en el techo. El acceso principal apenas y tiene unas cuantas

bancas de madera frente al Cristo gigante de la pared, sin embargo, alguien se dedicó a poner flores para alegrar un poco el ambiente. Camino por el pasillo de murallas marfil y cuadros de Via Crucis, los contemplo por unos segundos y luego quito mi mirada de ellas. Puedo ver a un par de niños jugando y corriendo; sonrío con sinceridad y me acerco a ellos. Entran al jardín, su lugar de juegos, y los sigo. Varios de ellos me conocen, sobre todo los más grandes. Me sonríen y se acercan, preguntándome si habrá otra clase de pintura. Doy un suspiro y me agacho para acariciar sus cabellos con mis dedos. Mis ojos se llenan automáticamente de lágrimas, pero las contengo. No estaría bien llorar frente a todos estos niños. —Hoy no podré darles otra clase de pintura, pero los veré jugar —les digo y todos profieren un sonido de decepción. Los hombres juegan con un balón muy pequeño, mientras que las niñas se dedican a intercambiar sus muñecas. Yo me siento sobre una de las bancas y ahí me quedo, observándolos jugar. La inocencia de sus gritos, sus palabras agudas, todo en ellos me conmueve como antes jamás me había conmovido. Sé que la principal razón es lo que Bella me contó hace un día atrás. No sé por qué sentí la necesidad de venir, pero necesitaba hacerlo. Recuerdo al bebé que cargó Bella entre sus brazos y la forma en la que me miraba, sus ojos marrones destilaban una miseria que me comió la curiosidad en ese mismo momento. Busqué la forma de olvidarlo, porque no entendía que podía ir mal con ella en un lugar tan inocente como lo es un orfanato. Fui un estúpido. ¿Cómo no me di cuenta antes? La forma del abrazo a ese pequeño bebé, podía sentir su necesidad, su dolor. Pero lo ignoré, no sé por qué, pero lo ignoré. Un dolor punzante cruza por mi pecho, una agonía que me quema. Cierro los ojos y dejo escapar el aire de mis pulmones. ¿Cómo debió sentirse ella al estar rodeada de niños sin una madre? ¿Cómo debió sentirse ella, cuando le quitaron a nuestro hijo del vientre sin previo aviso y sin poder permitirle conocerlo? Dios. —Dios —repito en voz alta, enterrando mi cabeza entre mis manos. Por eso huyó, porque no tenía a nadie. —Bella, debiste decírmelo —digo, expulsando las lágrimas de mis ojos—. Demonios, debiste decírmelo —gimo. —No creo que sea buena idea lanzar demonios en un lugar sagrado, ¿no lo cree, Sr. Cullen? —murmura una mujer. Me limpio las lágrimas con rapidez y ella se sienta a mi lado, pero no quiero que se siente, quiero estar solo. —Lo siento —me limito a decir. El silencio se hace entre la hermana Sonya y yo. No me atrevo a mirarla con mis ojos llorosos y rojos, no me gusta que los demás me vean llorar. —Sr. Cullen —la siento vacilar—, ¿ha ocurrido algo grave?

Frunzo los labios. —¿Se nota? —le pregunto aún sin mirarla. Junto mis dedos entre sí para calmar el temblor de mis movimientos. La Hermana Sonya acerca sus manos a mi brazo y lo aprieta sutilmente. Yo doy un respingo ante la intensidad de su roce. No puedo evitar mirarla y fijarme por primera vez de lo joven que es a la luz del día. Tiene unos ojos verdes muy tristes por lo demás, y un cabello que se pierde en las grandes telas negras. —No ha pasado desapercibido ante mis ojos —me dice con sutileza. La pequeña niña que se acercó a Bella y a mí la vez pasada vuelve a hacerlo conmigo, tiene una pose pícara y delicada, parada en frente de nosotros. Me sonríe de oreja a oreja, iluminando incluso mi ánimo. —Hola —le digo con la voz más serena posible. —Hola —me responde ella de inmediato. Tiene las manos detrás de ella y se mueve hacia adelante y hacia atrás con sus puntillas. A pesar de vivir en un orfanato, su cabello castaño está limpio al igual que su redondo y rosado rostro. —Ve a jugar, Lucia —le pide la religiosa. Lucia hace un puchero. —Pero… —¿Qué haces aquí, Lucia? —le pregunto con dulzura. Vuelve a sonreír y un hoyuelo muy bonito se forma en su mejilla. —Tú siempre vienes aquí —murmura, y de pronto se vuelve muy tímida ante mis ojos—. ¿Tu esposa no vino hoy? Mi sonrisa se apaga y mis hombros decaen. Bella… —Ella… no pudo venir hoy —susurro. Cuando observo a esta pequeña niña es imposible no preguntarme si así hubiese sido mi hijo… o hija. Tendría casi once años. Es tan injusto, tan doloroso. Hago esfuerzos por no pararme y largarme muy lejos de aquí, para olvidar a estos niños, olvidar que todo lo que Bella me contó ocurrió en verdad. Porque no hay un momento en el que no implore que todo sea una mentira. Lucia me mira con decepción, se despide de mí con un suave beso en mi mejilla y se va a jugar con sus amigas. —Sr. Cullen, ¿sabe usted que Dios es el mejor consejero que puede encontrar? Búsquelo. —Se levanta de la banca para marcharse, pero yo atrapo su muñeca con cuidado para que no lo haga. —No se vaya —le pido. Necesito expulsar todo esto, quitarme el dolor de mis entrañas.

Ella se sienta y asiente con los ojos muy abiertos. Junta sus manos en su regazo y me mira atentamente. —Es… —me froto las palmas de las manos, con nerviosismo—. Es difícil. —Jamás lo juzgaré, Sr. Cullen, por favor dígame qué ocurre. Me es imposible evitar las lágrimas ahora, pero también me avergüenza estar dando este espectáculo. La Hermana Sonya me mira con tristeza, como si mi dolor fuese el suyo también. —Ella y yo… —me aclaro la garganta— nos conocíamos hace muchísimos años y… —Dejaron de verse y se reencontraron hace unos meses, lo sé. —La miro sin entender, pero ella me sonríe—. Cuando ambos pusieron un pie en el orfanato fue casi imposible no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Sr. Cullen, eso jamás pasa desapercibido ante los ojos ajenos. Asiento y vuelvo a mirarme las manos. —Todo iba tan bien entre nosotros —susurro—, era todo lo que habíamos esperado, estar juntos, poder compartir nuestros sentimientos… —Me callo, no encuentro las palabras suficientes para poder narrar todo lo que pasa por mi cabeza. —¿Le ha ocurrido algo a la Srta. Isabella? —me pregunta con el miedo en sus cuencas. Niego con mi cabeza, horrorizado ante aquella idea. No sé qué sería de mí si algo grave le pasara ahora mismo… —Después de once años se atrevió a decirme que ella y yo… esperábamos un niño —mascullo con la garganta apretada. Mi voz sale ahogada y jadeante. La religiosa se lleva una mano a la boca, con sus ojos verdes muy abiertos. —Su padrastro la obligó a abortar. —Me restriego los ojos con las yemas de mis dedos para quitarme las lágrimas. Me encojo de hombros y la miro con intensidad—. Y yo no pude hacer nada. No me dice nada, solo escucho su respiración y sus ojos que me recorren por completo. Dejo de mirarla y me dedico a ver a los niños. —Por eso ha venido usted aquí, ¿no? —rompe el silencio. Asiento, incapaz de hablar. Escucho su suspiro. —¿Por qué siente tanta ira, Sr. Cullen? —Tenía que haberla protegido, tenía que estar con ella. Ya no sé ni qué siento por ella —completo y me arrepiento enseguida de lo que acabo de decir. —¿En verdad ya no la ama o es su tonta preocupación por escapar de todo el inmenso amor que siente usted por ella? Me encojo de hombros, incapaz de decidir entre sus dos opciones. —Debió decírmelo hace muchos años, debió…

—No debió hacer nada —me interrumpe—. Ella solo se inundó en su profunda tristeza, en su miedo. ¡Era una niña! No le pida que piense con el cerebro, porque un hijo solo se piensa con el corazón. Me callo. Tiene razón. ¿No he pensado con mi corazón todo este tiempo? —Ella lo tuvo en su vientre, Sr. Cullen, no tenía fuerzas para decírselo. ¡Mírese! Está destrozado —gime—, ella ha estado pensando en usted todo este momento, ha querido evitar su sufrimiento. ¿No se da cuenta de todo el amor que ella siente por usted y de todo el daño que su padrastro le ha brindado? —¿Cómo lo sabe usted? —Porque soy mujer —me dice enseguida—. A pesar de todo esto soy mujer. —Necesitaba protegerla, por mi culpa ella sufrió, fue solo por mí culpa —reflexiono en voz alta, sollozando con una ira que me perturba—. Yo la embaracé, yo… yo provoqué todo esto. —Sr. Cullen —me acaricia el hombro con lentitud—, ni usted ni ella son los culpables —me dice con fervor—. ¿No se imagino lo destrozada que puede estar ahora mismo? ¿Lo mucho que a usted lo necesita? Asiento. —No me pida que no sienta este dolor, hermana, porque no lo haré. He pasado días buscando la razón a esto, implorando que solo sea una mentira. —¿No cree usted que la mejor manera de entender todos estos sentimientos es con la persona que ama? —me dice y se levanta—. Tengo que irme, Sr. Cullen. Piénselo bien. Yo también estoy muy apenada con esto. —Mira a los niños con tristeza—. A veces este mundo es tan injusto —susurra—, unas madres pierden a sus hijos y otras simplemente los abandonan —niega con reproche—. Que Dios lo bendiga. No le respondo nada, solo la quedo mirando hasta que se va. . Isabella POV Cuatro días. La botella de whisky está frente a mí. Yo la miro con recelo desde el sofá, sopesando las intensas ganas que tengo de ir contra ella y bebérmela. La analizo, buscando una razón para no hacerlo. Me acerco a ella y la destapo. Hago un mohín, dejando ir mis llantos. Doy una bocanada de aire y me la acerco a la boca, cerrando los ojos con fuerza. Necesito beber, necesito olvidar todo lo que estoy pasando, dejar de ser yo misma. —¡No! —grito, alejándola de mí—. No lo haré, no volveré a ser una alcohólica, ya no más —susurro. A pesar de que mis dedos tiemblan de forma frenética al igual que mis rodillas, logro botar la botella a la basura, enviando al infierno todos esos años que desperdicié bebiendo. No puedo seguir refugiando mis tristezas en el alcohol. No puedo. —Soy una débil —me susurro a mí misma.

Doy sorbos por mi nariz un par de veces y salgo hacia el porche, tambaleándome. De mi bolsillo saco un cigarrillo y lo pongo en mi boca; solo me quedan tres. Pero antes de encenderlo quedo mirando la llama, tan cerca del papel. Me lo quito y lo piso. Me paso las manos por el rostro. —¿Esta soy yo cuando me odio? ¿Así me ataco a mí misma? —me pregunto—. ¿Cada vez que ya no puedo más con esta miseria me emborracharé y fumaré hasta dejar de respirar? —me regaño—. Ya no más, Isabella, ya no más. Apego mi cabeza en el ladrillo, mirando al cielo que pronto se ha vuelto soleado. Como una luz de esperanza, pienso. Luego niego con mi cabeza. El sonido del teléfono suena y yo doy un brinco. Es el primer sonido que se oye en esta casa luego de todos estos días aparte de mi respiración. Mi corazón se descontrola y yo salgo despavorida a atender. Con mis dedos temblorosos lo tomo y me lo acerco al oído. Doy una respiración entrecortada y hablo: —Diga. No se oye nada, solo un leve jadeo mísero, casi ininteligible. —Bella —susurra él, dejando ir el aire de sus pulmones con agonía. —¡Edward! —exclamo, llevándome una mano a los labios—. Ed… Corta, dejándome con la ilusión de poder hablar con él entre los dedos, escurriéndose como el agua. ... Edward POV El policía me hace un gesto frío con la barbilla y yo doy un paso adelante, adentrándome en las profundidades de este oscuro lugar. La prisión de Seattle es grande y desabrida, hasta los policías son bastante peculiares, como si todos fuésemos delincuentes. Estoy rodeado de personas frente a una mesa redonda con los prisioneros que han venido a visitar. Yo también me siento frente a una de las mesas, mirando mis manos entrelazadas. Uno de los policías me hace una señal y luego puedo ver a un hombre robusto, con sus manos esposadas y una mirada insípida. Ya no lleva una gorra de béisbol, puedo ver su cabeza calva. Incluso le ha crecido algo de barba en su lampiña cara. Cuando me ve sonríe con frialdad a pesar de que el policía lo tira de las esposas para que se siente frente a mí. Yo aprieto mis puños cuando sus ojos hacen contacto con los míos y reprimo las ganas de estrangularlo. Veo sus manos gruesas y sus dedos cortos e imagino inmediatamente todo el daño que le hicieron a Bella y a su madre. No puedo reprimir la multitud de imágenes que se cruzan con mi cabeza. Imagino los llantos de Bella, lo mucho que debió implorarle misericordia. ¿Tanto le costó dejar de hacerlo, dejar de maltratarla? ¿Cómo es que al mirarla no topó con sus hermosos ojos y ralentizó su violencia? ¿Ni siquiera su rostro inocente y angelical le impidió siquiera un segundo seguir golpeándole y abusar de ella? Qué demonio podría tocarla de esa manera, qué bestia. Cuando se sienta frente a mí comienza a hacer mohines, quizá para molestarme. Pongo mis puños sobre la mesa y lo quedo mirando, mientras me obligo a no llorar de rabia, a exigirle por qué nos quitó algo que no era de él. ¿Con qué derecho?, quiero preguntarle, ¿con qué derecho

nos quitaste a nuestro hijo? ¡Solo tenía tres miserables meses, joder! —Es extraño que vengas aquí, ¿eh? —dice con su voz gruesa y asquerosa. Cierro mis ojos ante el torrente de nuevas imágenes. Imagino los gritos que le dio, sus insultos, sus blasfemias. Y otra vez, Bella llorando, pidiéndole que no lo haga. —No tenías derecho a hacerlo —exclamo con la voz estrangulada. Se larga a reír, mientras me mira como si estuviera loco. —Mira, Edward, siempre me has parecido extraño, pero ésta vez me has tomado por sorpresa. ¿Qué demonios haces aquí? —me pregunta. ¿Cómo es que no siente ni una porción de culpa en su corazón? La forma en que observa, habla y se mueve… Yo no podría con la culpa. ¿Definitivamente no tiene valores? —Si viniste a insultarme por lo que hice en el hospital créeme que… —No me interesa lo que tengas que decir con respecto a eso, Phill —escupo—. Ya estás en prisión, por mí quédate aquí toda tu vida. Se larga a reír con intensidad, sonando como un perro asmático. Se agarra de la barriga y se mueve, lanzando carcajadas al techo. —La obligaste a abortar —susurro. Deja de reírse y me mira con los ojos escrutados—. La obligaste a abortar cuando ella no tenía la culpa de nada. Levanta las cejas y me observa, lamiéndose los labios. Sonríe. —Te lo ha contado —me dice como si hablara del tiempo—. No creí que sería tan honesta contigo, ya sabes, siempre fue una puta mentirosa… —¡Cállate! —le grito—. Cá-lla-te —le digo pausadamente con los dientes apretados—. No permitiré que vuelvas a tratarla de esa manera. Algo en mi forma de mirarle lo hace tragar y mirar hacia otro lado. Luego recupera su expresión arrogante. —¿Por qué te ensañaste con ella? —mi voz suena tan lastimera, me obligo a tranquilizarme—. ¿Por qué con ella, Phill? Por qué no lo hiciste conmigo, ¿¡por qué no me mataste a mí, hijo de puta!? ¡Ella no le hizo daño a nadie, menos un niño que venía en camino…! Se acerca a mí con sus manos encarceladas. —Matarla a ella hubiese sido suficiente para matarte a ti —me susurra con indiferencia—. Pero ella me suplicó que no te hiciera daño, ¡Jesús! Qué manera de llorar esa pobre puta —dice con asco. La furia me nubla, al igual que el dolor y la necesidad de asesinarlo. Me lanzo sobre él y atrapo su cuello con mis manos. Puedo ver su rostro pasar por una infinidad de colores, pero no me importa, lo único que veo es toda su maldad, todo lo que nos hizo sufrir. ¡Todo lo que hizo en contra de ella! No me importan los gritos que alertan de mi conducta y las voces de los policías que se acercan, no me importa nada. Pero dejo de estrangularlo y bajo los hombros, sollozando sobre el cuerpo de Phill. No puedo

seguir haciéndolo, éste no soy yo, no soy un asesino como él. Mientras Phill tose, yo me levanto cabizbajo. Lo miro, intentando recuperar su aire. —Maricón —me grita—. ¡Cómo deseé que vieras el charco de sangre que había derramado entre sus piernas! —se larga a reír y vuelve a toser. Aprieto mis dientes y le propino un golpe con mi puño derecho. Lo veo reírse otra vez, disfrutando de las lágrimas que estoy derramando mientras lo golpeo. —No volverás a tocarla, porque te mataré antes —sollozo, propinándole golpes y golpes sobre su putrefacto rostro—. No volverás a tocarla… Ya no más… Muchos brazos me impiden seguir con los golpes, agarrándome de la cintura y de los brazos. —¡Déjenme en paz! —bramo. Cuando me alejan lo suficiente, puedo ver a Phill embadurnado de sangre. Está desfigurado, pero aún no cae en inconsciencia, incluso parece sonriente de que lo haya golpeado. Abro mis ojos con fuerza, incrédulo. ¿Yo he hecho esto? El policía me aleja hasta sacarme del lugar de visitas. Me tira fuera y me apunta con su dedo. —Lo que has hecho está muy mal —me regaña. Tiene los ojos muy abiertos, como si todo lo que acaba de ver fuese una horrenda película de terror. —Pero lo que hizo fue aún peor —susurra, bajando la guardia. Tiene los ojos vidriosos, pone una mano sobre mi hombro y me entrega un pañuelo de tela—. Vete de aquí y descansa, hijo, necesitas relajarte. Asiento y me voy con el pañuelo entre las manos. ¿Para qué me lo ha pasado? Siento un mareo fuerte, por lo que me agarro rápidamente del árbol más cercano. Doy un alarido de dolor y me miro las manos. Están cubiertas de sangre, de la sangre inmunda de Phill y mía. Me he hecho daño. Me toco con cuidado y siento un duro dolor que me atraviesa. Me paso el pañuelo por las heridas para quitar la sangre, pero es inútil, el dolor es abismante. Me recargo en el árbol, ésta vez con mi espalda, e intento respirar con normalidad luego de lo que acaba de ocurrir. Me limpio el rostro de las lágrimas y grande es mi sorpresa al encontrar salpicaduras de sangre en él. Niego con mi cabeza, notando el peso de lo que ha ocurrido. No estuvo bien, no estuvo… bien. Pero lo que ha dicho, Dios, no pude soportar todo lo que dijo de ella. Me meto a mi coche y enciendo el coche con cuidado. Tomo el manubrio con sutileza a pesar del dolor que me produce en los nudillos. Mediante pasa el tiempo voy recordando todo lo que ha ocurrido, todo lo que he hecho nublado por el odio. La necesito, necesito estar con ella. —¡Como si hubiera alguna manera de que yo pudiera existir sin necesitarte! —exclamo.

Freno de golpe y me recargo en la silla. Cierro los ojos un momento y tomo una bocanada de aire. —Debí estar para ti cuando más lo necesitabas, mi amor —susurro—, mientras él hacía de ti lo que quería. Vuelvo a derramar unas cuantas lágrimas que torpemente intento quitarme. Busco en el maletero de mi coche algo para poder secarme las lágrimas, pero encuentro otra cosa: la revista en donde sale Bella de portada. Debí dejarla ahí la última vez. No he tenido posibilidad de leerla y ella me pidió que lo hiciera. Cuando llego a Forks aparco cerca de un parque, y entrada a la avenida hacia Seattle veo a Carmen, caminando cabizbaja. Voy a bajarme a preguntarle qué sucede, pero freno, impulsado ante los recuerdos de lo sucedido aquel día en el hospital. Pueden ser las acusaciones de Bella, lo que su madre le dijo de ella, la traición que significó para su familia. Pero no. Algo me impresionó más allá aquel día y fueron las crudas palabras que expulsó Carmen delante de Bella. Puta… Bella no pudo ocultar la vergüenza y asco ante esas palabras. ¿Por qué? Luego viene papá a mi mente, aquel día que pisó mi casa con el afán de insultarla. También le gritó aquello y Bella vaciló, dejando entrever un punto débil. ¿Por qué? ¿Puta? Qué palabra tan horrible y cliché. Dejo de darle vueltas al asunto cuando Carmen se pierde de mi vista y me siento en una de las bancas junto a la revista. La miro atentamente y sonrío, se ve tan bonita. Pero sus ojos, ¿qué le sucedió aquella vez? Parece tan triste. Todo lo demás es como siempre ha sido ella. Está desnuda, pero a pesar de eso no muestra nada y yo sé qué es. Bella es otra persona con los demás, pero conmigo es simplemente ella, puedo verlo en sus ojos. Isabella se ha entregado a mí de muchas maneras, pero yo no soy capaz de darme cuenta. Paso mis dedos por la imagen, mientras reparo en lo que Phill me dijo antes de entrar en cólera. Ella le suplicó que no me hiciera daño, sabiendo incluso de lo que él era capaz. ¿Por qué, Bella?, pienso, sintiendo un dolor insoportable. Abro la revista en la página de su entrevista. Ahí se ven más fotos de ella, todas en posiciones sugestivas, ella sonriendo con suficiencia. A pesar de todo tiene una elegancia impresionante, una hermosura que cala hasta al más rígido. Y es mía, mi Isabella. Nadie la conoce como yo a ella y nadie jamás podrá pasar todo lo que nosotros hemos pasado. Me dispongo a leer su entrevista, que comienza de inmediato con un encabezado: "el eterno Picaflor de Hollywood ha encontrado con quién pasar el resto de sus días". Me sorprendo y leo lo que sigue. Habla de su carrera, de lo mucho que ha avanzado. Se refiere de una manera un poco corta, como si inventara todos esos calificativos. A veces noto su miedo a la multitud y la forma en que lo dice en la entrevista puedo asegurarlo: no ama quién es. ¿Por qué? La periodista hace hincapié en muchos hombres a los que se han vinculado, con los que ninguna vez ha pasado más allá. Hasta que hablan de mí… ¡Hablan de mí!

"… se estaba convirtiendo en una leyenda, una mujer inconquistable y blanco de múltiples fantasías eróticas, tanto masculinas como femeninas. Hasta que un nombre comenzó a sonar dentro de las múltiples voces del espectáculo, llegando incluso a indagar por pistas. Un viaje a su natal Forks nos brindó de mucha información. Él se llama Edward Cullen, más allá de eso es imposible saber. Al parecer tendremos que quedarnos con las dudas, ya que Isabella Swan ha sido bastante reacia —y violenta— con respecto a esto. ¿Será él o alguien más? Aunque ya se puede asegurar que estamos muy cerca de asegurarnos que Edward Cullen es el gran amor del Picaflor de Hollywood. Sentada ahora sobre el sofá burdeos de su camarín, vestida solo con una bata de satín negra y unos tacones negros de infarto, fumando un cigarrillo con lentitud y mirándome con esa frialdad sensual muy propia de ella, espera a que le pregunte lo que tanto han evitado los medios. Es astuta y conoce a los medios. '¿Estás enamorada de alguien en este momento?', nos atrevemos a preguntar. Cuando pensamos que no nos responderá nada, como es su costumbre, ella sonríe y mira al suelo. Al momento de volver a mirarnos a nosotros notamos un brillo especial en sus marrones ojos. Es impactante, incluso inédito. -Sí. Y espero que cuando lea esto sepa que es él –responde ella con el pecho inflado. Es ineludible, Isabella Swan está enamorada. Y no dice nada más, lo que nos deja aún más impacientes por saber quién es él. ¿Algún empresario o un director de cine?" Dejo de leer para sopesar todo. Creí que nadie sabía de mí, que nadie sabía lo que Bella sentía por mí. Bueno, hasta ahora ni yo entendía sus sentimientos, siempre abrumado ante la idea de ser 'nadie' ante su todo. Pero me ama y no teme decirlo, aunque nadie sepa quién soy. Me ama a pesar de quién es. No me ha olvidado. Ella se equivoca al decir que es otra persona, porque no es así. Y yo también me he equivocado al creer que con todos estos sucesos Bella dejó de ser la misma. Sigue siendo la Isabella de la que me enamoré y no dejará de serlo nunca. Es ella, solo que con muchas cicatrices, una Isabella madura, consciente y mujer. Con rapidez me acerco hasta el teléfono público y llamo a mi casa. Lo más probable es que ya se fue, pero necesito saber si está ahí, de cualquier forma soy capaz de buscarla por cielo, mar y tierra. El teléfono suena un par de veces hasta que me contesta ella con la voz ahogada y desesperada. —Diga. No soy capaz de decirle absolutamente nada, oír su voz es como volver a salir del agua turbia para respirar. Mi pecho duele de tanto aire acumulado. Su hermosa voz. Cierro los ojos y sonrío. —Bella —susurro. Quiero abrazarla en este momento, poder oler su aroma. Quisiera decirle que la amo y que todo esto que ha ocurrido ha sido una locura. —¡Edward! —exclama—. Ed…

Corto con dificultad. Escuchar su voz es imposible de resistir. Quieres seguir oyéndola hasta que te quedas dormido para poder volver soñar con ella, hasta que la bruma oscura te cubra para despertar nuevamente en su celestial melodía. Me está esperando, lo pude notar. Soy una mierda. No quiero ni imaginar cuán destrozada puede estar, creyendo quizás que la odio. ¿Odiarla? Odiarla sería una blasfemia estúpida para todo lo que he dicho amarla. No. No podría. La amo, sea lo que sea que haya confesado. Soy un imbécil a huir de todos estos sentimientos, de obligarme a dejar de amarla por miedo a enfrentar todo este dolor. Soy un imbécil por mentirme a mí mismo y fingir que todo esto me ha quitado el privilegio de amarla, porque no es así, ahora la amo incluso más. . El lago está tan calmo, nada lo hace descontrolarse, ni el viento ni la corriente. Nada parece haber cambiado en el paisaje, nada salvo el clima. El sol está a punto de esconderse. Aparco el coche un poco lejos de la cabaña, no quiero que Bella oiga el motor. Bajo con cuidado y de paso me golpeo los nudillos lastimados. Reprimo un grito, cierro los ojos un momento y emprendo mi ritmo otra vez. Saco las llaves de mi bolsillo y camino por el porche. El corazón me martillea con fuerza y mi boca está seca. Abro la puerta y cierro con cuidado; el lugar está oscuro. Camino por el pasillo hasta llegar a la sala. Ahí la veo, sentada en el sofá con las piernas sobre él. Tiene la mano derecha sujetando su cabeza, con el codo sobre el respaldo. Mira hacia la ventana con los ojos perdidos, pero a pesar de estar de perfil puedo notar sus ojeras y el cansancio en su cuerpo. Lleva una de mis camisas, dejando al descubierto la piel de sus piernas. Su cabello oscuro está húmedo. Su imagen me quita el aliento. Me parecen tantos años sin verla, pero solo han sido cuatro días. —Bella —la llamo con un susurro muy bajo. Ella se gira y me mira, abre los ojos y eleva las cejas. Se levanta, tira de la camisa y se ruboriza. Se acerca un poco a mí, pero para. Su barbilla tirita y sus ojos brillan con una tristeza que me desespera. Elevo las manos para acariciarla, pero paro, no creo que sea buena idea todavía. —Estás bien —susurra con la voz desgarrada. Físicamente sí, pienso. —Han sido muchos días de pensar —le digo y miro los detalles de su piel. Quisiera besarlos uno a uno. Asiente y junta sus manos contra su vientre, como si le doliera. —Puse mi ropa a lavar, por eso utilicé tu camisa —se disculpa con torpeza—. De cualquier manera si quieres puedo irme… Niego. —No. No te vayas. —Creí que… —Quiero que me cuentes todo con detalles, aunque duela, quiero saber qué sucedió como si yo lo hubiera vivido —le pido. Su rostro se arruga de dolor y sé que no es fácil para ella, revivir todos

los castigos debe ser desgarrador, pero también merezco saber cómo pasó todo—. Por favor. Nos quedamos callados un momento, hasta que noto sus pequeños y delicados sufrimientos, uno en cada cicatriz. Voy a abrazarla, pero ella me ve las manos destrozadas y gime, reemplazando su dolor por el asombro y el susto. —Oh, Dios, Edward, ¿qué ha pasado? —me pregunta, pero no me da tiempo para contestarle, ya que corre hasta el baño. Al rato regresa con una maleta blanca muy pequeña, un plato hondo con agua y hielo. —Siéntate ahí por favor —me indica y yo lo hago. Se agacha frente a mí y unta un pedazo de algodón en el agua. Me toma la mano, la suya está muy fría, y me pasa el algodón con delicadeza. No siento más que un ligero ardor. Pasa el algodón con agua por todas las heridas, quitando los restos de sangre, para descubrir después que mi piel está morada e hinchada. La mira con atención, veo una expresión de dolor en su rostro y una angustia inmensa. Luego unta el líquido extraño sobre mis heridas, y ésta vez duele mucho. Siseo un poco y ella posa sus ojos en mí, quizá pidiéndome perdón. Pero yo sigo observándola con atención mientras me cura las heridas con dedicación y amor. Me venda los nudillos con una gasa. Besa las heridas con sus labios llenos y de inmediato una calidez exhaustiva se desprende de ella para envolverme con fervor. Dios… Acaricio su rostro con mis dedos y ella cierra los ojos. Cuando los abre yo ya estoy lo suficientemente cerca de sus labios, percibiendo el aire que respira. Me mira ante la corta distancia, deja el agua a un lado y me envuelve con sus brazos. Yo la beso con una pasión que a ambos nos deja impresionados y a la vez satisfechos de poder tenernos. Es un beso inmenso, lleno de sentimientos. Es el comienzo de una nueva oportunidad. Como puedo la tomo entre mis brazos y la jalo hasta tenerla sobre mis piernas, ella me envuelve como si temiera perderme, como si yo fuese su tabla de salvación. Y luego de pasar por todos estos días sin ella sé que soy su salvación como ella es la mía. Ahora sé que la amo y que no importa todo lo que queda por decirme. Nada jamás podría separarme de ella. Isabella POV Percibo su aroma, su esencia y su calor. He vuelto a encontrar el sol. Escondo mi rostro en su cuello y lo huelo para asegurarme de que está aquí conmigo. Sonrío. Está aquí, al fin, después de todo sí está aquí. Pero como si fuese una bomba de sentimientos me largo a llorar y Edward me abraza aún más fuerte. Me besa la cabeza y me aprieta consigo. —Edward, perdóname, por favor, perdóname por haber ocultado ese secreto por tantos años —le suplico, tomando su rostro entre mis manos para que me mire y sepa que hablo en serio. Sus ojos brillan con fuerza, me quita las manos de su rostro para besármelas. —Perdóname tú a mí, salí despavorido de aquí sin escucharte, pensé tantas estupideces… —se calla, avergonzado de sí mismo—. No fuiste cobarde, fuiste valiente. Sonrío, pero no es cierto. No fui valiente.

—¿Qué… pensaste? —le pregunto con cuidado. Acaricio su rostro con mis dedos y luego lo hago con su cuello. —Solo temía no poder enfrentar todo esto que siento por ti. Ya lo ves —sonríe con tristeza—, algo nos unió aún más hoy día. Aunque, en realidad, algo nos unió hace once años. Me acaricia el vientre y sus ojos se tornan acuosos. Luego los cierra. Acerco mi mano hasta donde están las suyas, acariciando la piel de mi obligo y abdominal, y las entrelazo. Abre los ojos y me mira. —Te amo —le digo con sinceridad—. No quiero perderte otra vez. Lleva un dedo a mi nariz y la acaricia. Sonríe. —Te amo —me dice también—. Pero dime cómo fue, por favor, necesito saberlo. Asiento. —¿Quién te ha hecho daño? —le pregunto con cuidado. Suspira, como si todo aquel recuerdo fuese puro dolor. —Fui a la prisión —me dice. —¿A la prisión? —Visité a Phill. Mi corazón deja de latir por un momento. —No puedo mentirte, desde aquel primer momento solo quería golpearlo —suspira—. Pero me contuve al verlo —su voz se espesa—, le pedí explicaciones —ríe—. Explicaciones —repite para sí mismo—. Era obvio. Iba a contestarme con alguna imbecilidad. Pero ésta vez… lo que oí… —se lleva una mano a la boca y ahí se queda, reprimiendo las lágrimas—. Todo aquel daño que te hizo… Bella… —jadea—. No pude soportarlo. Lo miraba un segundo y veía sus manos manchadas de sangre. Lo siento, Bella, tenía que golpearlo, quitarme esta mierda de encima… —Shh… —siseo. Vuelvo a envolver mis brazos en torno a su cuello, poniendo mi barbilla en uno de sus hombros. —No manches tus manos, no lo hagas por favor —le pido, susurrándoselo a la altura del oído—. Él ya lo hizo conmigo, no te rebajes —suplico, dejando ir mis lágrimas—. Él ya lo hizo conmigo —repito entre sollozos. Su mano pasea por mi espalda, me acaricia, me acompaña. —Cuando yo estaba en Seattle tú ya estabas embarazada —dice. Asiento y me separo. Me siento en el sofá, a un lado de él. Entrelazada sus dedos con los míos y con la mano libre me quita las lágrimas. Miro a la ventana y veo la oscuridad de la noche, aproximándose lentamente. Solo saldrán estrellas, la luna no quiere. Es un hoyo muy negro que va tragando la luz del sol. Es vacío, pero a la vez tan profundo.

—Mi periodo se retrasó de forma anormal —comienzo—, dos semanas, más o menos. —Doy un suspiro largo—. Busqué entre mis ahorros, que no eran muchos, y partí rauda hacia el hospital. Me sentía tan sola en aquella camilla, era tan fría —recuerdo—. Aquel médico me pidió una muestra de sangre, aunque ya sabía hacia dónde quería ir. —Sonrío con tristeza—. Se demoró una semana más. Estaba muy asustada, no puedo negártelo. El médico incluso parecía más asustado que yo, quizá mi edad resultaba doloroso, irresponsable. Él me mira con los ojos envueltos en lágrimas, unas lágrimas que evita derramar. —Me dijo que tenía tres semanas y media, que esperaba un hijo. ¿Y sabes? Me sentí feliz, tan feliz como cuando hicimos el amor por primera vez. Pero luego recordé a Phill y caí en una desesperación inédita, como nunca. Aparte de protegerme a mí, tenía que protegerte a ti y al niño que esperaba. Fue una carga inmensa sobre mis hombros… —Eras una niña —me dice él con los puños apretados—. Yo… yo fui… Niego y llevo mi mano libre hasta sus labios. —Acepté aquella carga como un regalo. Bastó un segundo para que ustedes dos se convirtieran en la razón de mi vida. Era ilógico —me largo a reír, pero ésta vez recordando el placer de entender el por qué estaba viviendo—. Era un aluvión de sensaciones y sentimientos. Tenía miedo por Phill, pero a su vez solo experimenté una valentía que no volví a reconocer luego. Beso sus labios un segundo y me separo para continuar. —Cuando regresé a casa, mamá me esperaba de brazos cruzados, sentada sobre la escalera. Le pregunté si ocurría algo malo mientras cerraba la puerta detrás de mi espalda. Ella se levantó y caminó directamente hasta mí. Me miró la mochila con atención, escrutando sus ojos. La apreté más contra mi regazo y aparté mi mirada de ella, sentía que en cualquier momento podría leerme y entender todo lo que estaba sucediendo. "Me la arrebató de los brazos y la abrió, pero sentía que ya lo sabía, sus ojos solo querían comprobarlo —murmuro—. Y efectivamente asintió, se llevo el papel de los resultados al pecho y bufó. Fue como ver todo su sufrimiento en un solo gesto. —¿Qué te dijo? —me pregunta, llamando mi atención. Lo recuerdo perfectamente. —Edward. Me mira sin entender. —Me dijo: Edward. Lo asumía y no sabía por qué. Le dije que sí, que tú y yo… —suspiro—. Me abrazó y repetía constantemente que había crecido, que ya no era su pequeña hija —sonrío—, que no iba a juzgarme, pues ella también se había embarazado a esa edad. Edward deja de mirarme para concentrarse en sus manos. —Ella sabía todo y jamás se atrevió a decírmelo —susurra. Niego. —En algún momento creí que ella te lo contaría todo. Nos quedamos callados unos segundos, pero yo rompo el silencio de inmediato.

—Me preguntó si tú lo sabías y yo le dije que no, pero quería decírtelo. —Siento el nudo en mi garganta otra vez—. Durante ese día, de camino a casa con la noticia del embarazo, ideé muchas formas de decírtelo y escaparnos, presentía que no sería tan fácil con Phill cerca de nosotros. —Debiste decírmelo —dice lastimeramente—. No iba a enojarme, ni siquiera… —suspira—. Jamás podría haber escapado de aquella responsabilidad. Hubiese sido feliz de poder irme junto a ti… con la idea de que nosotros seríamos… —se calla. Frunzo mis labios. —Confiaba en ti, créeme, confiaba en ti a ojos cerrados —le digo, atrapando sus manos con las mías—. Ese día mamá me suplicó que no saliera de casa, pues Phill llegaría temprano y si me veía afuera me golpearía como era costumbre, y si me golpeaba también ponía en peligro la vida de él. Me llevo una mano al vientre, recordando aquella sensación. Cierro los ojos y niego, en ese momento sentía tanta fortaleza. —Ambas sabíamos que Phill no podía saberlo, y si lo sabía iría detrás de ti para matarte. Edward se pasa las manos por la cara, hastiado, culpable. —Cariño, mírame —le pido, llevando mis dedos hasta su rostro—. Si hubieses visto su expresión cuando me prometía que buscaría la manera de matarte, Dios, no hubieses podido dormir. Comienzo a llorar, recordando el miedo que sentía en esos momentos. Segundo a segundo temía que fuese a hacerle daño, no podía soportar aquella idea. Edward me mira y me acaricia la mejilla con sus manos heridas. —Siempre te odió —susurro. —Siempre odió verlas felices —gruñe. —Mamá me hizo prometerle que no te diría nada, por lo menos no aquel día. A pesar de todo, Phill se estaba comportando como un padre lo haría con su hija —digo con hastío—. No quería que saliera, que te viera siquiera. Era enfermizo —murmuro. "Luego de aquello regresó él a eso de las siete de la tarde como siempre: dando portazos fuertes, mientras le exigía a mamá que le sirviera la cena. Yo estaba escondida detrás del sillón intentando estudiar para los últimos exámenes, ya sabes, estaba ensimismada con ir a la universidad. "Phill comenzó a protestar sobre lo mal educada que era al no saludarlo. Mamá me miró alarmada y tuve que pararme para besar su asqueroso rostro. Me repasó con la mirada y entre gruñidos me preguntó por qué estaba tan demacrada, tan fea. Me llevé las manos al vientre con temor, suplicando que no lo notara, pero claro, no iba a notarlo, aún tenía solo un mes —mascullo—. Le dije que había tenido un mal día y él me preguntó si era porque tú no estabas en la ciudad, ya que quería revolcarme contigo, como una puta. No lo aguanté, ya era demasiado, y exploté; le escupí en la cara que no era mi padre, que no tenía derecho a llamarme así y que te quería, que de verdad te amaba, Edward. Me mira y se acerca, me pasa un brazo por los hombros y me besa la sien, mientras yo tirito ante los recuerdos. —No tuve tiempo para pensar en el error que eso significaba, fue simplemente una bomba que

explotó dentro de mí, ya no quería más humillaciones de su parte. Pero cuando lo vi levantarse y lanzar el plato de comida con lejanía, rompiendo todo, supe que no debí, que realmente no debí. ¡Estaba embarazada! Fui una tonta. —Niego y me llevo las manos a la cara. "Iba a golpearme, pero mamá se interpuso y le pidió que no lo hiciera. Cuando lo retuvo recuerdo muy bien que se marchó. Ella me miró y me abrazó, preguntándome si estaba bien, no supe qué contestarle; no me había golpeado, pero aún así sentía los las heridas de sus palabras. "Pero regresó casi al instante, se había arrepentido de dejarnos así. Cuando vi aquel palo en su mano pensé que iba a matarme. Sin embargo, se acercó a mamá y se la llevó a su habitación, mientras yo oía sus gritos. No podía quedarme ahí, por lo que recurrí a la única persona que podía ayudarme. —Carmen —adivina Edward. Asiento. —Vivía a unos minutos, en la casa de su antiguo novio. Iba a una cita con él, pero cuando me vio me abrazó y… —Siento un nudo en mi garganta, un bloqueo en mis cuerdas. No puedo seguir hablando. Es doloroso seguir sintiendo tristeza ante los recuerdos, ante la idea de que Carmen no siempre fue lo que hoy es—. Lo único que recuerdo es que le dije entre gritos que Phill mataría a mi madre, que me ayudara a hacer algo. Llamó a la policía y a los minutos irrumpieron, encontrando a mi madre medio sangrando. A mí me prohibieron verla hasta unos días después. "Phill fue detenido, pero como mamá nunca denunció lesiones de su parte no estuvo más que unos días. Le supliqué que lo hiciera, que le denunciara, le hice saber del miedo que sentía, que no me dejaba dormir. Quizá presentía lo que él podía hacerle al bebé que estaba creciendo. Edward me rodea con sus brazos con más fuerza y me provee de calor, rompiendo las barreras de hielo que se ha formado en mis huesos producto de todas mis cicatrices. —Mamá me confesó que Phill le dijo entre gritos que iba a irse, así no habría necesidad de acusarlo con la policía, además podía contarte a ti lo del embarazo. Pero en ese entonces no le creí, imaginaba que le había amenazado con matarme si abríamos la boca para denunciarlo. Aún lo creo. —Cuando te llamé me dijiste que tu madre estaba… —En un viaje con Phill —completo. Edward se separa un poco y cierra los ojos, hastiado de conocer la verdad luego de tanto tiempo. —Todo eso ocurría y yo no tenía idea —susurra para sus adentros. Quisiera poder decirle que lo siento, que me arrepiento de no haberle dicho aquello antes, pero sé que estoy aún agradecida de no haber abierto la boca en ese momento. Edward hubiese hecho lo imposible por encontrar a Phill, tal como lo hizo ahora, solo que hace algunos años hubiese sido una pelea en desventaja. ¡Phill era brutal, violento! Una bestia. Edward no conoce cómo se pone cuando alguien se enfrenta a él. —En todo momento pensé en ti —le digo, mirándolo con atención, viéndolo reaccionar ante las verdades. Asiente más calmado. —Tú eras capaz… —Lo sé, Bella, lo sé —me interrumpe.

Nos quedamos un momento en silencio hasta que abro la boca para proseguir. —Pasaron tres meses —mascullo—, aún no se me notaba nada —me encojo de hombros—. Phill no regresaba a casa y mamá estaba recuperándose de sus golpes en casa para que nadie más que Carmen y yo la viéramos. Tú querías acercarte a mí, pero yo no te dejaba, temía que te dieras cuenta o que yo fuese a abrir la boca de lo ansiosa que estaba por ver tu rostro al saber que estaba embarazada. —Mientras hablo las lágrimas se derraman por mi rostro, algunas cayendo por mi boca. Son saladas y gruesas; cansadas—. No sabes lo doloroso que era verte tocar la puerta desde afuera por mi ventana y Carmen diciéndote que yo no estaba. Imagina una bomba de fuego, creciendo lentamente en tu pecho. Cada vez que te veía ella luchaba por salir, impulsándome a correr a tus brazos y suplicarte que me protegieras. Porque eso era lo que más necesitaba de ti, tu protección. Pero esa bola de fuego se apagaba, imaginando lo que podría pasarte si Phill llegaba a aparecer. —Pudimos escapar juntos… Phill no estaba… —Pero podía llegar en cualquier momento, con mamá en peligro. Era más de una espada en mi espalda. Sus ojos dorados comprenden y él vuelve a asentir. —La última semana de escuela fue caótica —murmuro—. Entre las finales, las cartas a la universidad y la fiesta de primavera, nadie se dio cuenta de lo que me estaba sucediendo. Solo Emmett —añado. "Él planeaba invitarme a la fiesta —me río y niego con mi cabeza—. ¡No tenía intenciones de ir! Ni siquiera tenía vestido. "Cuando me lo quité de encima me buscaste, en esa especial clase de matemáticas —sonrío y él también lo hace—. Me invitaste y no pude decirte que no. —Estabas triste —susurra. —Y no tenía vestido —digo. "Como faltaba una semana supuse que aún podía comprar un vestido de segunda mano. Pero cuando llegué a casa estaba Phill leyendo el periódico. No lo pensé ni un segundo, iba a llamarte para cancelar todos los planes. Phill no iba a dejarme ir. —¿Cómo le hiciste para…? Hago un mohín y me abrazó a mí misma. —Se lo conté a mi mamá, creí que me entendería y me instaría a llamarte para cancelarlo todo, pero se entusiasmó en demasía. Me entregó su vestido de graduación, el mismo que había usado años atrás. Había querido hacer el mismo modelo de Marilyn Monroe, pero en azul, el color favorito de mi padre… —me callo—. Me quedó algo grande, pero ella hizo maravillas con él. "Aquel día, cuando Phill fue a por una cerveza a la taberna de la ciudad, me maquilló y me arregló el cabello. Tú pasaste a por mí y me subí apresuradamente, temía que Phill regresara antes de lo previsto. Me sentía como cenicienta. Acaricio el rostro de Edward, trasladándome hacia aquel entonces. Claro, está más adulto, pero sigue siendo aquel adolescente, ese joven que apenas conocía del dolor que nos caracterizaría luego de muchos años.

—Estabas tan guapo —le comento—. No sé cómo no notaste lo mucho que te miraba. —Sí lo noté, pero no lo interpreté de la forma correcta. Niego con mi cabeza. —Mis ojos decían a gritos todo lo que me estaba sucediendo —susurro—. Te miraba y suplicaba que te dieras cuenta de que ibas a ser padre. —Mi voz se marchita y acaba entre jirones. Su rostro se descompone—. No creo que sea buena idea que siga… —No —exclama de inmediato—. Necesito oírlo todo… a no ser que tú no puedas. Me lo quedo pensando un momento, aunque la respuesta es clara. Edward lo necesita y yo también. —Eras mi dama de azul —me susurra, acercando sus labios a mi oído—. Eras mía en ese momento. —Siempre lo fui. —Bailaste conmigo con una intensidad enloquecedora, como si llevaras más vidas contigo… y así era —suspira—. Me besaste, estuviste cerca de mí ante la mirada de cientos de personas. Si la felicidad fuese momentánea, créeme, en ese momento yo era feliz. Dejo caer mi frente en su pecho y lloro, abrazada en su calor. —Yo también fui feliz aquella vez —susurro—. Me tocabas el vientre, y aunque no sabías qué ocurría, para mí todo aquello era el paraíso. Si hubiese sabido que ir hacia el jardín de la escuela ocasionaría aquello, no lo hubiera hecho. Tiene sus dedos enredados en mi cintura, me acaricia, me protege de mis recuerdos. —No pude defenderte de los golpes porque me desmayé —le confieso. Edward se tensa y se separa, me mira con los ojos muy abiertos. —Recuerdo que tú gritabas para que dejaran de golpearme —me dice—, pero luego tus gritos cesaron, yo creí que te habías ido… Cuando se alejaron no te vi y Jessica se acercó a mí, me curó las heridas y… no supe más de ti. Mi barbilla tirita y un extraño sudor se acumula en mi espalda. Fue aquella vez… —Verte ahí me descompuso y me desmayé, las energías no me acompañaron. Desperté cuando Emmett me dejó en casa, explicándole a Phill y a mamá que yo me había desmayado en medio del jardín. Cuando él se fue me persiguió por la casa, bramando y preguntando por qué escapé para acostarme contigo, mientras mamá corría tras nosotros, explicándole a él que acababa de despertar de un desmayo. Pero él insistía en mirarme de aquella manera —escruto mis ojos y me miro las manos—. Cuando me tiró del cabello yo le rasguñé la cara, quería proteger a mi hijo como sea. Se enfureció tanto. "Sus ojos claros me miraron y de un movimiento estampó su puño en mi rostro. Dolía, dolía mucho. Iba a volver a hacerlo, pero me arrodillé ante él y le supliqué que no volviera a hacerlo porque estaba esperando un bebé. Por un momento creí que iba a sentirse conmovido… o que por un segundo la lástima haya cruzado por su mente. Pero no fue así. Me llevo las manos a los labios y ahogo un sollozo. Edward me besa la frente, pero las lágrimas

caen por mi piel de forma sutil y callada. —Volvió a tirar de mi cabello y me hizo mirarlo con atención mientras hablaba y lanzaba su hálito alcohólico sobre mí. Es increíble lo bien que lo recuerdo —me río con pesar—. No lo dudó, de inmediato la furia cruzó sus ojos y me dijo entre escupitajos: es de Edward, es de Edward… Y yo solo le dije que sí, no podía negar que mi hijo era tuyo —profiero con agonía. "Voy a matarlo, murmuraba como un loco, voy a matarlo, repetía. De su cazadora gastada sacó un arma, su vieja arma de policía. Dios… —vuelvo a sollozar—. Vi tu vida entre sus dedos, Edward, yo… no sabía qué hacer, qué decir. Realmente iba a matarte. —Sabes que moriría por ti —me susurra. —No podría soportarlo, mi amor, no podría —le digo convulsa—. La desesperación me hizo presa de ella, entre lágrimas le supliqué por Dios que no lo hiciera, que si quería yo no te vería nunca más, pero que te dejara vivir. "Y mamá tocaba la puerta detrás de nosotros, pidiéndole que le dejase entrar de la misma manera que yo también le suplicaba. Debió sentir el poder suficiente para hacer lo que hizo luego. "Phill comenzó a reírse de mí. Me describía cómo morirías sin saber que serías padre, cómo aquella bala te atravesaría, cómo estaría feliz de poder verme sufrir, cómo luego mataría a mi madre… Y acabó con una oración que siempre me persigue en mis pesadillas, jamás podré olvidarla: has hecho tu elección. Y acabó golpeándome de una manera inhumana. No sé por qué no caí en la inconsciencia en aquel momento. Tampoco sé por qué no acabó rompiéndome algún hueso. "Cuando acabó y la sangre no me permitía ver, él se marchó y mamá entró apresuradamente. Sus gritos eran escalofriantes, estaba tan desorientada que no podía entender por qué gritaba así. Hasta que me levantó y me limpió la cara con agua tibia, pidiéndome perdón. Nunca la había visto así. Me dijo que me llevaría con tu padre… —frunzo el ceño—. Fue la primera vez que ella habló de él, pero no le di importancia—. Dijo que él podía ayudarnos y que tú me llevarías lejos de aquí, que ella estaría bien… Edward gruñe mientras me abraza, y llora. —Hasta que aquel maldito dolor me cruzó las entrañas. Fue punzante, fijo y no paraba. Mi vestido azul se empapó de sangre y el suelo acabó envuelto en mi propio charco rojo y caliente —sollozo, botando toda la mierda que he guardado por años—. Le grité a mamá y le pedía que me llevara al hospital, que no quería perder a mi hijo, que tú necesitabas saber que existía… Era pequeñito, pero lo amaba, realmente lo amaba —acabo con la voz jadeante, mientras mis mejillas arden con las lágrimas. "Me paré y corrí hasta el baño con unas intensas ganas de orinar, pero sabía que era aquello. Fue ahí cuando lo boté… y lo miré… No puedo seguir, es demasiado para mí. Edward tiene su rostro bañado en lágrimas, pero no expresa nada, solo respira como algo obligatorio. Llevo mi mano a su nuca y lo acerco a mi hombro. Ahí suspira con agonía y besa mi piel. Luego prosigue con besos esporádicos hasta llegar a mis labios, donde deposita uno largo y cansado. Hace un mohín cuando me observa y vuelvo a llorar.

—Lamento no haber podido estar ahí para ti —solloza desgarradamente. —Estabas en mi corazón, solo ahí ibas a estar a salvo —lo tranquilizo, aunque también lloro. —Él no tenía la culpa. Niego, incapaz de decirle algo más. —Demonios, ninguno de nosotros tenía la culpa de amar —me susurra, tranquilizando su respiración. Doy caricias por su cabello, mientras la imagen de aquella bolsita marrón en medio del retrete todavía me da vueltas. Cierro mis ojos y aún percibo aquel dolor. ¿Cómo una mujer puede sobrevivir a aquel martirio? Perder a tu hijo, a ese pequeño ser que llevas contigo con la ilusión de que lo verás crecer. ¿Qué hacemos nosotras cuando eso se esfuma? ¿Y si hubiera sido un niño? ¿O una niña? ¿Un artista…? Ya no hay cabida a aquellos pensamientos, porque son solo sueños y fantasías que nunca podrán ocurrir. Un hijo es único. ¿Cómo volver a empezar si aquel ser único se ha ido para no volver? —Tuve una hemorragia y acabé en el hospital. Cuando salí de aquel lugar entendí que no podía decírtelo, no era lo suficientemente fuerte para hacerlo. Te hice aquella carta y huí, mi cabeza era un torbellino de cosas, de miseria, de mierda. Edward, cuando te dejé no volví a ser feliz hasta que volví a verte, hace meses. Diez años de tortura, diez años imaginando lo mucho que me odiarías por no haberte contado esto, por haberte privado del privilegio de saber que serías padre… —¿Por qué dejaste pasar tantos años? —exclama con desesperación—. ¿Por qué no regresaste? Te estuve esperando día tras día, buscando la razón de tu huida. ¿Por qué luego de diez años…? —Sé que deberías odiarme por eso… —digo cansada. —No te odio —susurra con la voz calma—. Te sigo amando, incluso más que antes. Es solo que… Fueron demasiados años, solo eso. —Se calla, me toma el mentón con los dedos y me sostiene la mirada—. Fuiste valiente. —No… —protesto. —Sí, sí lo fuiste —dice con la voz temblorosa y débil—. Viviste aquel proceso tú sola. Lloro, sofocada en lágrimas y dolor. Aún siento aquel delirante ahogo en mi pecho cuando iba dejando Forks detrás de mí. Aún tengo que confesarle muchas cosas más —Aún conservo secretos que debo decirte, razones del por qué no regresé, todo lo que viví aquel periodo… Siquiera pensarlo me abruma. —Sea lo que sea que debas decirme no me hará alejarme de ti —me dice—. No puedo alejarme, no ahora que sé lo mucho que nos une a ambos. Nuestro… —cierra la boca con brusquedad, dejándonos en silencio—. Es increíble saber que tú esperabas un bebé… yo… Hubiese sido lindo de ver. —Se lleva una de mis manos a sus labios y besa el dorso de ésta—. Aún quedan noches

para oírte. Asiento y me abraza con fervor. Su pecho se mueve convulso porque llora en silencio; está viviendo su propio infierno y me quema, me quema profundamente. Miro hacia la ventana y no veo luna ni estrellas, es un abrumador hoyo oscuro que parece tragar todo a su alrededor. Es tenebroso, plano. Los árboles que nos rodean están caídos y los sauces lloran al compás del viento. No hay vida ahora, todo está en silencio, oyendo mi verdad, testigos de nuestro dolor. Hoy nuestro corazón es una bomba de sangre que fluye, contaminada de melancolía, marchitada, envuelta en desdicha. Pero ¿por qué siento una libertad cálida recorriéndome, de pronto redimida de años en claustrofobia? —Shh… duele, lo sé, pero escúchame —le susurro con dulzura a un Edward herido y deprimido entre mis brazos. Es la primera vez que yo lo consuelo. —Él ahora está en algún lugar mejor —le digo, recordando las dulces palabras de Rosalie y Alice—. Es una estrella en nuestro camino. ¿Sabes? Creo que él me envió nuevamente a Forks para poder estar contigo, sabía que tarde o temprano sus padres iban a volver a amarse. Fue bastante inteligente… ¿No lo crees? —mascullo con la voz lacerada. Siento una pequeña risa suya en la base de mi cuello. Sonrío. —Un ángel —profiere. —Un pequeño ángel de la guarda —añado. Edward acuesta su cabeza sobre mis muslos y yo doy caricias por su cabello. Se gira a mirarme desde su posición y yo le sonrío. Cierra sus ojos y veo su dolor otra vez, pero me obligo a entenderlo, aún queda mucha herida que cerrar, yo ya pasé por aquel periodo. Las hebras de su pelo se mueven por mis dedos, mientras yo tengo mi cabeza en el respaldo del sofá, velando sus sueños. Está durmiendo pacíficamente sobre mis piernas con una mano amarrada a una de ellas, asegurándose de que estoy con él. Suspiro y llevo mis dedos a su mejilla. —Nuestro hijo está en un mejor lugar —le digo bajito. Cierro mis ojos e intento olvidar todos los recuerdos que devolví a la vida. Buenas noches. Cumplo con uno de los capítulos más dolorosos de este fanfic. Es un pasado muy triste. Ahora quizá se justifica un poco el hermetismo de Bella, pues fue un golpe muy duro en su joven vida. Edward es muy fuerte y eso se nota a pesar de lo bien que se quiebra algunas veces. Espero les haya hecho entender un poco la personalidad de Bella u_u Y también espero que sigan atenta a lo que sigue, ya que nos va quedando poco para todas las verdades. Un beso a todas y gracias por los lindos reviews que me llegan, también a las que me desean mucha suerte en lo que viene. En 40 días exactos doy mi prueba para entrar a la universidad, así que cada vez queda menos para estar completamente libre para ustedes.

¡Gracias por leer! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo All The Wild Horses de Ray LaMontagne. She has no time de Keane. My Love de Sia N/A: Quiero disculparme por mi ausencia, pero como siempre, debo culpar a mi examen para entrar a la universidad. Con gusto puedo decir que hace unos dias lo rendí, así que tengo el tiempo libre ahora para actualizar como antes, ¡cada dos semanas! Espero sigan pendientes de esta historia, que aún encierra muchísimas cosas más. También espero que todas ustedes recen por mí y pidan para que mi examen haya dado un excelente resultado. GRACIAS A TODAS POR LEER. . Capítulo XXXII . Isabella POV Mis párpados pesan y al abrirlos me demoro bastante en acostumbrarme a la oscuridad en la que me encuentro. Es una bruma que es asesinada por la luz de la luna que se cuela por la ventana. Gracias a ella puedo notar que estoy en la habitación de Edward, acostada sobre su cama. ¿Cómo es que llegué hasta aquí? Lo más probable es que él me trajo mientras dormía, pienso en medio de mi desorientación. No está a mi lado, ni en la habitación. Suspiro pesadamente y me levanto de la cama. El suelo de madera está frío y el ambiente puede cortarse con un cuchillo. No escucho ningún sonido, nada que me alerte de su presencia. Paro al entrar a la sala; el golpe de una llama me alarma y veo su cuerpo frente a la chimenea, cabizbajo y algo soñoliento, dándole vueltas a un objeto entre los dedos. Tiene el pecho desnudo y el cabello desordenado. No sé qué hora es, pero verlo así me estrecha el corazón. Debe estar muy cansado. Camino lentamente, algo dubitativa ante la idea de molestarlo. Freno un par de veces, creyendo que quizá debería dejarle su espacio. Pero por otro lado aquella idea me haría estar sola a mí con mis sentimientos, y la verdad es que necesito saber qué pasa por su cabeza en este mismo instante. Está tan ensimismado en sus pensamientos, pues no termina por escuchar mis pasos hasta que entrelazo mis brazos con su espalda para tocar su abdomen. Su cuerpo da un ligero salto, poniéndose ligeramente rígido.

—Creí que dormías —me dice con sequedad. Me quedo callada un momento, con mi mano en su piel, acariciándola ligeramente con mis dedos. No me importa el tono que ha empleado conmigo; beso el camino que mis dedos han trazado en su espalda. Su olor me traspasa el corazón, hace de mí su marioneta. Apego mi frente y sigo con mis caricias, con cuidado y lentitud. Busco las cicatrices de sus alas, pues estoy segura que es un ángel caído del cielo, un ángel que ha tenido demasiada paciencia con un ser mundano, como yo. Mis ojos se llenan de lágrimas y le pido perdón en mi silencio. Aún siento su fragilidad. Lo abrazo como puedo para apegarme a su calor abrasante. Él da un respingo y gira su rostro para observarme con el cansancio en sus ojos. Me arrepiento enseguida de haber destrozado su soledad. —Bella… —susurra con la voz adormilada. —Shh… Lo siento, cariño, no quería interrumpirte, ya me voy —le susurro también, mientras me limpio las lágrimas. Me mira con mayor atención y se despereza de inmediato. Se da la vuelta y me limpia las lágrimas que siguen saliendo como condenadas. Su rostro se vuelve compungido. —¿Has tenido alguna pesadilla? —me pregunta—. ¿Ha pasado algo? No te vayas, claro que no. Niego con mi cabeza. —Solo es… —Lo que hablamos —termina por mí. Suspira—. A mí me costó conciliar el sueño luego de traerte a la habitación —cuenta—, todo el tiempo imaginando y… —Lo siento —le digo—, lo siento, de verdad. Me pone un dedo sobre los labios. —Tú debes perdonarme a mí —masculla—, yo fui quien corrió lejos de ti y no te dio tiempo de explicarme. Cierro mis ojos y permito que me abrace con fuerza. Dejo ir el aire de mis pulmones, ya más tranquila. —Quisiera poder arreglarlo todo, cariño, créeme —me confiesa con la voz baja—, quisiera quitarte todos esos recuerdos de tu mente. —Se queda pensando un momento, mirando hacia la nada—. Es por esto que huiste de aquí la última vez, cuando estábamos viendo esa película, ¿no? Asiento. —Lamento haber dicho eso, Bella, jamás creí que habías pasado por eso, si lo hubiese sabido créeme que jamás habría pronunciado siquiera… —No, no lo sabías, no tienes la culpa —lo interrumpo—. Huir tampoco fue la decisión correcta —susurro, reprochando internamente mi actuar.

Lo miro entre la negrura de la noche, acariciando su mandíbula con mis dedos. —Es nuestra historia. Todos tienen una, ¿no? Sonríe. —Sí, todos la tienen. —Me besa los dedos. —Ahora solo quiero que me abraces hasta dormirme, es la única manera de recordar que contigo no estoy en medio del infierno. Sus cuencas se tornan acuosas y de inmediato me abraza con muchísima fuerza. Cualquiera diría que está quebrándome entre sus brazos, sin embargo, él lo que hace es recomponer todos los trozos que quedaron de mí en el camino. Es la única manera en la que puedo dormir, con su contacto. . Cuando la cama hace contacto con mis pies, me dejo caer en ella, mientras él hace su recorrido para encontrarme. Besa mi frente y desciende sus dedos por mi cuello, clavícula y hombro. Yo, en un arrebato, beso la punta de su nariz y le sonrío con sinceridad. Edward también lo hace y por debajo deja ir un suspiro. Mi mejilla choca con su pecho desnudo y él imparte pequeñas caricias en mi cabello. Me gusta tanto escuchar su corazón palpitar, me tranquiliza y me transporta. Quiero estar siempre entre sus brazos… Siempre. Mis ojos van cerrándose de a poco, dejándome llevar por la somnolencia de la noche. Ignoro si Edward se ha quedado dormido, solo oigo su corazón palpitar a un ritmo constante y tranquilo. Cuando la línea entre la realidad y mis sueños se vuelve cada vez más delgada, puedo sentir un ligero movimiento de su parte, sus labios viajando por mi mejilla y mi lóbulo. Me remuevo con los ojos cerrados y lo abrazo con mayor aprehensión. Entonces murmura: —No sabes lo mucho que deseo poder volver a intentar lo que Phill nos quitó… Poder tenerlo… esta vez. ... Entre sueños siento una gran cantidad de besos que pasan por mi frente hasta acabar en mis hombros. Me remuevo bruscamente ante las sensaciones y entierro mi rostro en la almohada. Rompo a reír y me vuelvo a remover. Una seguidilla de besos cae en mi espalda. Cuando abro mis ojos me encuentro con otro par de color dorado. Parecen risueños y brillantes. Pestañeo un par de veces para acostumbrarme a la luz del sol que se cuela por la ventana y apego mi cara a la almohada. Un dedo recorre mi rostro y por instinto llevo mi mano hasta la suya. Sonrío abiertamente ante su mirar y él también lo hace. —Creí que nunca despertarías —me susurra. Entierro mi rostro en la almohada otra vez. Dios, ¿cuánto he dormido? Me yergo y siento que he dejado ir muchos kilos que antes estaban en mi espalda. Edward está vestido ya y me mira muy despierto. Debió levantarse hace muchísimo rato.

—No sabía que estaba tan cansada —le susurro, reincorporándome para poder despertar completamente. Sus dedos ahora acarician mi mejilla con cuidado. Me atrevo a conectar su mirada con la mía y veo diversión. —Con todo lo que sucedió en la noche… Fueron emociones muy grandes —me sonríe. Me sonrojo. —Buenos días —murmuro sobre sus labios. Edward me sostiene con sus brazos y me besa con efusividad. No lo entiendo, es como si necesitara tanto de mí. Cuando se separa él tiene los ojos brillantes, acuosos y muy nostálgicos. —Te amo —dice de inmediato. Lo miro sin entender, pero le respondo: —Te amo. Niega con su cabeza y vuelve a abrazarme. —¿Qué sucede? —le pregunto, sobando su espalda con mis dedos. —Nada, solo estoy feliz de poder estar contigo. Sonrío de inmediato. Dejo ir el aire y ahora soy yo quien lo abraza con efusividad. —Saber lo que nos ocurrió me ha hecho amarte aún más —me cuenta con serenidad—. Solo… no quiero que te sientas presionada a contarme todo de una buena vez, he sido un imbécil a pedirte toda la historia en una sola noche. —Suspira—. Si tan solo te hubieras visto ayer, Bella. Lamento haberte gritado, también. Lo miro sin entender. Pero Edward me mira con culpabilidad. —Cuando me marché no sentía rabia contigo, sino con el destino. Me demoré mucho en reconocer que era más fácil huir y hacer de esto un obstáculo entre nosotros —susurra. Siento que una parte de nosotros está incluso más unida, una parte muy importante de quienes somos en nuestra propia historia. —Y ahora deberías comer el desayuno que te he preparado, el té se enfriará y las tostadas no estarán crujientes por mucho tiempo —señala con la mirada divertida. Elevo mis cejas y miro hacia la mesita de noche, a un lado de mí. ¡Me ha traído el desayuno a la cama! —Eres increíble —le digo con sinceridad—. Realmente eres increíble. . La mesa está puesta en medio del comedor. Una tetera con agua hirviendo, una taza frente a su respectiva silla y las tostadas humeando en el plato. Edward me corre la silla para que pueda sentarme y él toma su lugar frente a mí, pone el agua en las tazas y luego la bolsita de té. —Alice ha llamado —me dice al rato.

Elevo mis cejas y al mismo tiempo unto un poco de mantequilla a la tostada. —¿Alguna novedad? Frunce el ceño y se lleva la taza a la boca. —Parecía apurada. —No me extraña, esa mujer siempre anda corriendo por todos lados. —Me río. Deja la taza sobre el plato. —Así parece ser, ya que a media tarde estará en Forks. Ahora la que frunce el ceño soy yo. ¿Ya estará en Forks? ¿Tan pronto? Su viaje era de un mes y solo han pasado unos días. —¿Estás seguro de eso? —le pregunto. Asiente con la tostada en la boca—. ¿Tan pronto? Se encoje de hombros. —Alice solo me pidió que te lo dijera, supongo que quiere que te pases por ahí. Me parece extraño que ella haya regresado tan rápido, no es de dejar planes hasta la mitad, menos si ha ido Jasper para acompañarle. —Tranquila, quizá solo tuvieron que regresar por algo en específico —me calma. ... Para quedarme tranquila le he pedido a Edward que me acompañe a la casa de mi madre, Alice debió llegar hasta ahí por si algo se le había quedado, además, parte de lo que quedó de su ropa estaba en casa. A eso de las cinco ya estamos frente a la puerta. La valla de hierro estaba abierta, por lo que deducimos que ellos ya estaban aquí. Meto la llave en la cerradura, pero antes de que pueda abrir siento un grito masculino que nos hiela la sangre. Edward me mira expectante. Abrimos y él es quien pone un pie dentro primero. —¿Solo por eso vas a marcharte? —le pregunta Alice entre gritos a quien suponemos es Jasper. —¡No puedo quedarme! —grita él también. Jamás había oído a Jasper gritar, y a juzgar por la expresión de Edward, él tampoco. —¿Vas a juzgarme? —exclama, llorando como si la vida se le fuese en ello. Están en la cocina. La puerta está cerrada, pero la intensidad de las palabras puede oírse incluso desde donde estamos. Me llevo una mano al pecho. ¿Qué demonios ha pasado? —Creo que deberíamos marcharnos —le susurro a Edward. Éste asiente con la mirada perdida. —Puedes pensar lo que quieras de mí. ¡Pudiste decírmelo antes, carajo! —grita el rubio, abriendo la puerta.

Cuando nos ve, su furia mengua, me mira como si no lo pudiese creer —¿creer qué?, me pregunto— y luego se dirige a Edward con culpabilidad. Sin embargo, sale rápidamente de la casa, marcando fuertemente sus pisadas. De inmediato siento el llanto de Alice, un llanto agudo y sofocado. Siento la angustia en mi pecho y me dispongo rápidamente a consolarla, donde sea que esté. —Ve con ella, yo iré a por Jasper —me dice el cobrizo, marchándose por el mismo lugar en el que salió disparado su primo. Doy un paso hacia la cocina y los llantos cansados de Alice me alerta, haciéndose más notorios con cada aproximación que doy. La veo con el tronco sobre la mesa y los brazos en su rostro, llorando con agonía. Está despeinada, algo inusual en ella. No puedo evitar hacer un mohín de dolor, nunca la había visto así. —Alice —susurro a una distancia decente de ella, por si no quiere que la consuele. Ella me escucha y me mira. Sus ojos azules parecen tristes y lastimados, la piel debajo de sus ojos se ha tornado oscura y el maquillaje se ha desparramado en todo su rostro. —Bella —solloza, estirando sus brazos para abrazarme. —Tranquila, Alice, tranquila —le pido con dulzura, mientras nos fundimos en un cálido abrazo—. Edward me dijo que tú llegarías a media tarde, no creí que ustedes estuvieran… —Le he contado todo, Bella —me confiesa mirándome a los ojos. No sé qué decirle. —Le he contado todo lo que soy y se ha marchado —vuelve a sollozar, inundando mi ropa de lágrimas. Acaricio su cabello con mis dedos y la aprieto aún más contra mí. —Todo iba mal desde que me atreví a hablar en aquella habitación, no creí que fuese a reaccionar así. Fui una tonta. —¿Qué le has dicho? —me atrevo a preguntar. Se encoje de hombros y se pasa el dorso de la mano por la nariz. —Ya lo sabes —susurra—, que fui una prostituta. Abro mis ojos ante la sorpresa y la aprieto aún más si es posible. Imagino cómo debe sentirse… Dios mío. Es por eso que llora así, con tanto desgarro. —Por un único momento creí que iba a aceptarme —gime—, creí que de verdad sentía cosas por mí. —Suspira con desgana—. No se atrevió a dirigirme la palabra hasta que llegamos a esta casa. Cuando lo vi llevarse sus cosas de aquí yo me desasosegué y le imploré que me escuchara, que me permitiera contarle cómo sucedieron las cosas más allá de lo que realmente fue. Se calla abruptamente y deja ir otra vez un par de sollozos desgarradores. Mi garganta está apretada, soy incapaz de verla sufrir de esta manera.

—Y el solo dijo que no podía, que realmente no podía quedarse —dice en un susurro ininteligible. —Él solo debe pensar, sé que es difícil para ti, pero para Jasper también lo es —intento decir con el nudo en la garganta—. ¿Él sabe que yo también…? Asiente con lentitud. —Perdóname, yo no se lo dije, lo dedujo. Siento un frío doloroso que me cruza la espina. Imploro que por favor Jasper no vaya a decirle nada a Edward, la sola idea sería completamente desastrosa. —Tranquila, no hay problema, no es tu culpa. Fuiste sincera, estoy muy orgullosa de ti. Ella me mira a los ojos un instante muy largo. —Lo quiero. No podría perderlo —sostiene con la voz desgarrada. —No es tu culpa haber tenido aquel pasado, Alice —insisto. ¿Cómo podría ser su culpa, si no tenía ni siquiera para comer aquella vez? —Siempre seré juzgada. Cierro mis ojos un momento. La mujer prostituta nunca será bien vista a los ojos de la gente. Aquella idea me desilusiona ligeramente. —Él también te quiere, dale tiempo al tiempo —le susurro—, solo los minutos y las horas sabrán qué hacer. . Alice se quedó profundamente dormida luego de llorar todo cuanto su cuerpo aguantó. No fue fácil, nunca la había visto de esa manera. Muevo mi mano por su corto cabello y le imploro a Dios que Jasper la acepte tal cual es, no quiero desilusionarme de él. Sé muy bien que es difícil, pero nunca la había visto tan feliz. Que él la deje definitivamente la destrozaría en mil pedazos. No… Sería inconcebible. Siento los golpecitos suaves de alguien en la puerta de entrada y yo corro hasta ella para abrir: es Edward. Me observa con tristeza y por un momento deduzco que Jasper le ha contado absolutamente todo. Pero me besa la frente con cuidado, saludándome, y luego me regala una sonrisa. —Hola —susurra. —Hola —le respondo en voz baja—. Alice se ha quedado dormida. Levanta ambas cejas. —Estos dos nos la han puesto difícil —murmura. Asiento, algo más tranquila. Ya veo que Jasper no le ha contado nada. —Ha llorado por un largo rato. Nunca la había visto así —le cuento. Edward se pasa una mano por el cabello y se sienta en el sofá.

—Jasper está… —deja ir un bufido—. Sea lo que sea por lo que han discutido lo tiene muy destrozado. Me siento a su lado y lo repaso con mi mirada. —¿No te ha contado nada? —le pregunto. Niega. —Supongo que Alice a ti sí. Opto por la vía de escape más fácil. —El mundo de nosotras es bastante oscuro —mascullo con amargura—, a Jasper le asustó un tanto y… los ha hecho discutir. —Veo que la fama es difícil de tratar —añade con el tono de voz un poco cansado. Apego mi cabeza en su hombro y ahí me quedo. Edward besa mi cabello y me aprieta contra sí. —Quisiera poder decirte que no —le contesto. Lo siento sonreír. —Soy capaz de aceptar muchas cosas por ti, un puñado de cámaras no me intimidan. Aquello me hace sonreír a mí. —¿Dónde está ella? —inquiere con suavidad. Dejo escapar un suspiro. —Arriba, durmiendo profundamente —le digo—. No ha parado de llorar. Edward vuelve a besar mi cabeza. —Es triste —dice con sequedad. Asiento. . Cuando el reloj marcó las 9 de la noche, Edward partió a su casa, a las afueras de Forks, prometí que cualquier cosa lo llamaría, pues necesitaba quedarme con Alice. En realidad, era ella quien me necesitaba a mí. Despertó horas más tarde. Desorientada, desaliñada y, por sobre todo, triste. Intenté levantarle el ánimo, pero parte de ella lo prefería así. Le sirvo un té caliente, sin azúcar, como a ella le gusta, y me siento en la cama, a centímetros de su cuerpo. Me sonríe para agradecerme y lo sostiene entre sus manos. —Si quieres hablar tú solo me dices y… —No quiero seguir hablando de él, Bella —me interrumpe con suavidad. Asiento condescendientemente.

—Si quieres te dejo a solas para que pienses. —Voy a levantarme, pero ella me sostiene con su mano libre en mi muñeca. —Tengo que hablarte de James. Al oír su nombre me siento de golpe en la cama. —¿Lo viste? —Sí —responde—. No parecía contento de verme y bueno, yo tampoco. Con lo que me contaste la última vez… —Se calla, pero enseguida prosigue—. Es una basura. —Lo sé —susurro con los ojos llenos de lágrimas. —¿Cuándo planeas volver? La sola pregunta me desasosiega. —Bella, todos saben quién es Edward, su privacidad tiene los días contados —exclama—, sumándole a la portada que acaban de publicar, todas las entrevistas que James ha agendado para ti. Frunzo el ceño de inmediato. —Sí, Bella, James aún se comporta como si nada hubiese sucedido. —Quisiera poder salir de aquí, pero no quiero —le digo. —¿Qué te detiene? —El miedo a dejar ir mi felicidad —mascullo con las lágrimas a punto de escapar. Alice deja ir el aire con cuidado. No me atrevo a mirarla. —Le he contado lo del aborto —digo con sequedad. Profiere un suave jadeo. —¡Lo hiciste! —exclama, saltando sobre la cama para acercarse a mí. Asiento. —¿Qué dijo? —inquiere. —No supe de él por días —susurro—, creí que no iba a perdonarme. —Pero lo hizo, ¿no? Vuelvo a asentir. Alice bufa. —Aún está muy triste por aquello —murmuro—. Quisiera poder hacerle olvidar. Ella hace un mohín de tristeza y me acaricia el dorso de la mano izquierda. —Al menos sabe una parte de tu vida —me dice con dulzura. Me largo a reír y le doy un abrazo efusivo, algo extraño en mí.

—No debería hablarte de mis problemas en estos momentos, tú necesitas de mi apoyo ahora. —Le sonrío. —¿Sabes? En el fondo sé que mi pasado solo ha sido la gota que rebalsó su cuota de paciencia. La miro sin entender. —Él no era feliz con quien realmente era, no era feliz de verme sonreír ante las cámaras. —No digas eso… —Le asustaba y yo creí ingenuamente que se le pasaría. No puedo forzarlo, es solo un chico, yo soy solo una… —No lo digas, Alice, por favor —le pido. Suspira y traga. —Ya estoy mejor —añade. Pero en el fondo de sus ojos sé que aún está muy triste. ... Toco su puerta con cuidado y en el instante me abre la madre de Jasper, la tía materna de Edward. Pocas veces tuve la oportunidad de conocer el rostro de Esme Cullen, pero puedo decir que la Sra. Hale lleva un parecido increíble con ella. Lo único que sé de la madre de esta mujer es que fue madre soltera, odiada en sus años pasados por no haberse casado y una amante empedernida de los gatos. Jasper vive con ella y su otra tía, la tercera hermana Hale. Aunque ésta última casi nunca está en la casa. Es una casa rústica y muy grande. Está llena de flores y conserva un colorido poco habitual en el frío y gris Forks. Es muy bonita. La Sra. Hale se asombra al encontrarme frente a su puerta. Su cabello cobrizo está envuelto en unos tubos de plástico y se ha maquillado con unos llamativos colores. Me recuerda a las antiguas cantantes de ópera, específicamente en el barroco. —Buenos días, Sra. Hale —la saludo con la voz baja. La última vez que nos vimos fue hace muchísimo y no me trató de la manera que podía esperar. Parte de eso se lo atribuí a Carlisle, quien de seguro le había hablado pestes de mí. —Buenos días, Bella —me saluda también, pero ésta vez me sonríe con dulzura. Me quedo en una pieza, analizando esto. ¿A qué se ha debido? —Me… Me gustaría ver a Jasper —le digo, intentando sonreírle también. Asiente y me permite la entrada. Cuando doy un paso al frente se me atraviesa un gato blanco con una cantidad increíble de pelos. —¡Cindy! —le regaña la ama—. Perdón por esto —me dice, señalándome el sofá. La casa huele a lavanda y el calor de la chimenea es impresionantemente agradable.

—¿Quieres algo de beber? —me pregunta con amabilidad. Estoy sentada con la espalda recta, sin depositar todo mi cuerpo en el respaldo. —No, gracias —le respondo. La Sra. Hale me mira durante unos segundos y se sienta a mi lado. Ante su proximidad puedo sentir su aroma a vainilla. —Bella… —me llama—. ¿Puedo llamarte Bella? —Claro que sí. Me vuelve a sonreír. —Quiero pedirte perdón —me dice con los ojos brillantes. La miro sin entender. —No me mires así, sabes de lo que hablo. Me observo los dedos sin saber qué decir. —Carlisle y yo tenemos una relación muy estrecha, Edward es como un segundo hijo para mí y lo vi sufrir por ti durante años. —Lo sé —murmuro con pesar—. Créame que sé muy bien todo el daño que le he hecho —explico con resquemor. La Sra. Hale toma mi mano entre las suyas, algo que nunca imaginé que haría. —Te pareces tanto a tu madre —susurra—, no podrías ser una mala persona, no cuando ella te ha criado. —Usted conocía a mi madre —le digo como quien no quiere la cosa. Aprieta los labios, como si hubiese dicho algo que no debía. —Sí, la conocía —murmura, mirando hacia el suelo de alfombra. Otro gato pasea por mi regazo, analizándome. —Después de todo eres una buena chica —dice, sonriéndome otra vez—. Edward te quiere mucho. —Lo amo, Sra. Hale —le digo mirándola directamente a los ojos. Su sonrisa se ensancha. —Eso he podido apreciar —me susurra. —Ojalá… el Sr. Cullen pudiera entenderlo, ya sabe… —Oh. Me dedico a observar al gato que se pasea, escapando de la mirada de la Sra. Hale.

—A mí también me gustaría que él lo entendiera… O que lo notara como yo. La madre de Jasper se levanta del sofá y con su mirada me invita a que atraviese el pasillo y entre a la última habitación. Asiento y lo hago. Sé muy bien dónde está Jasper y lo que debo decirle. La Sra. Hale me deja a solas frente a la puerta oscura y yo con cuidado la abro. El lugar es muy grande y está bastante iluminado por la luz exterior que entra por la ventana. Jasper está sobre la cama, leyendo un libro de Nietzsche, al parecer le gusta mucho. Carraspeo para que note mi presencia. Jasper me ve y cierra el libro de golpe. —Hola —le digo rápidamente con algo de timidez. Sus ojos claros me repasan con cuidado. No veo lo que imaginé ver en ellos: asco, rechazo, e incluso, algo de decepción. No hay nada de aquello. —Hola, Bella —susurra, aún más tímido que yo. Hace algunos años, cuando aún no me iba de Forks, llegué a pensar que Jasper y yo nos parecíamos en muchos aspectos, sobre todo en nuestra forma de ser: muy silenciosa. —Tu madre me permitió la entrada, espero que no te moleste —añado, haciendo un mohín. Me regala una sonrisa débil y dice: —Claro que no. No sé cómo comenzar con todo lo que quiero decirle, no encuentro las palabras y él me observa esperando a que comience a hablar. —¿Cómo estás? —inquiero, acercándome a él. El rubio se encoje de hombros y chasquea la lengua. —Ya puedes imaginarte. Lo único que hago es leer a Nietzsche, buscando la solución a todo esto. Suspiro y me siento a su lado. —Quizá la respuesta no esté dentro de un libro de filosofía, ¿no lo crees? Asiente despacio. —Te debes preguntar por qué he venido —susurro. —La verdad es que no me es difícil imaginarlo —me responde con sinceridad—. Edward y tú vieron el deplorable espectáculo que di. Veo culpabilidad en él. Pongo mi mano en su hombro. Jasper me sonríe, como si no supiera que realmente fui una prostituta. —Quiero entenderte —le explico con sinceridad. Lanza una pequeña risa sardónica.

—Intentas no juzgarme, ¿no? Es irónico, pues yo la juzgué a ella —susurra—. Pero es que se me hace difícil poder ponerme en su lugar. Frunzo mis labios, incapaz de decirle algo en este mismo instante. —¿Qué te dijo ella? —inquiere. Me encojo de hombros. —No me ha dicho nada que tú no hayas escuchado. Deja de mirarme para dedicarse a observar el suelo. —Ella te necesita, Jasper —le digo con los ojos llenos de lágrimas—, es difícil tener aquel pasado, persiguiéndote siempre… Me callo. Jasper me observa por unos largos segundos, unos segundos interminables. Me remuevo incómoda en la cama. —Sé muy bien que tú también… Bueno, no voy a cambiar la percepción que tengo de ti por esto, Bella —me dice. Yo frunzo el ceño. —¿Y lo harás con Alice? —le pregunto directamente. Se demora en contestarme. —Es diferente —dice al fin. —Claro, es diferente, ella se ha entregado a ti. Te quiere —le hago entender—. ¿No crees que es lo suficientemente diferente? ¿No crees que, así como tú no cambiarás la percepción que tienes de mí, tampoco deberías cambiar la de que tienes de Alice? Bufa. Yo aprovecho de dar una mirada a su habitación. Las paredes son azules, las cortinas blancas y tiene unos cuantos afiches con frases filosóficas pegados. Es una habitación muy amplia, aunque no tiene muchas cosas en ella. Lo único gratamente gigante es su librero, atestado de libros de diferentes colores. Es grandioso. —Cuando Edward vino hasta mí luego de la discusión no sabía cómo mirarlo, ¿sabes? Me sentía increíblemente imbécil al saber el secreto más íntimo de su novia. —¿Cómo sabías que él no… lo conocía aquello? Se encoje de hombros. —Lo supuse —murmura mirándome. —Oh vaya —murmuro, con la barbilla batiéndose de arriba abajo. Jasper pasa un brazo por mis hombros con cuidado, quizá temiendo a que la idea de esto sea demasiado elevada para la relación que tenemos. Pero me gusta su calidez. —Edward vino hasta mí, le pedí que me dejara a solas, pero mi primo es duro con sus convicciones —se ríe; yo le sigo con una sonrisa—, se quedó conmigo, recordándome que podía contarle todo lo que me estaba atormentando. Lo miré a los ojos y… sabía que no había manera

de que él lo supiera, realmente no la había. Si tan solo hubiese sospechado algo, o acaso hubiera dado un atisbo de ello… Pero no, él no conocía absolutamente nada de tu pasado, era obvio. —Temía que tú hubieras… —Claro que no iba a contárselo y no lo haré —me dice—, solo tú puedes hacerlo. No sé qué decirle. —Alice está destruida, Jasper —mascullo—. No le hagas esto —le pido. Jasper me da un último abrazo y se levanta de la cama. Se pasea y mira hacia la ventana con sus manos en la cintura. Su cabello rubio y medianamente largo está más despeinado que antes, solo lleva una camisa a cuadros de color rojo y unos pantalones oscuros. Es un hombre guapo y Alice lo quiere más de lo que imagina. —¿Tú… qué sientes por ella? —le pregunto, levantándome también de la cama para acercarme a él. No se gira a mirarme, no abre la boca, no sé qué tiene en su cabeza. Solo observa, observa de manera atenta, distraída. —La amo —dice en un susurro casi ininteligible—. Es tan fuerte que ya no sé qué hacer con este sentimiento. Saber que ella… No sé qué hacer. Dejo ir el aire, sorprendida. —No la dejes ir —le susurro. Me marcho de su habitación en aquel instante. Me despido de la Sra. Hale y por un instante me pregunto si ella sabe quién es Alice. Tienen pinta de llevarse bien. Edward POV Cuando pongo el pie en mi antigua casa dejo escapar un silbido. La última vez que estuve aquí recuerdo muy bien mi estado etílico y emocional. Niego un par de veces con mi cabeza y camino por los pasillos, aprovechando que no veo la presencia de mi padre por ningún lado. Necesito llevarme los cuadros de Bella y los que le siguen, que son bastante, además de algunas cosas que aún no he podido sacar de aquí. Voy a subir las escaleras, pero los sonidos del suelo crujiendo me alertan de su presencia. Mi padre está frente a mí con el rostro cabizbajo, noto su ansiedad, como si quisiera decirme algo. Frunzo el ceño y lo saludo algo avergonzado, la última vez que hablamos no lo recuerdo muy bien, ni siquiera sé qué burradas le dije ante mi endemoniada borrachera y mi enojo súbito. —¿Viniste a por los cuadros? —pregunta. Su voz es suave y un tanto cálida. Me recuerda al Carlisle de antes. —Sí —le respondo con sequedad, bastante extrañado por el cambio de rumbo que ha tomado su personalidad y trato hacia mí. Ya comenzaba a olvidar los segundos que no estábamos discutiendo con tanta frecuencia. —Si no te molesta, voy a buscarlos a mi cuarto —le digo, sintiéndome incómodo. Necesito salir

rápidamente del paso. No logro ni dar dos pasos en la escalera cuando él exclama mi nombre. Lo miro para contemplarlo. ¿Qué le sucede? —¿Podríamos sentarnos a hablar por un momento? Mi padre me enseña el sofá y yo camino hasta él en automático. Cuando me acomodo aún me estoy preguntando qué demonios sucede con Carlisle. Él, en cambio, se sienta con tranquilidad frente a mí. Lo veo y sé que está incómodo, por lo que deduzco que quizá me hablará de Jessica. —Papá, si vas a hablarme de Jessica prefiero que no… —No se trata de ella, se trata de Bella —susurra. Bufo, exasperado y aburrido. —Papá, no quiero escuchar nuevamente que hables de ella. —Escúchame —exclama con algo de desesperación. Dejo caer mis manos sobre las rodillas y me quedo ahí, esperando a que abra la boca de una vez. Intento buscar la paciencia en dónde sea que esté, no quiero volver a discutir con mi padre, menos por Bella. —Cuando viniste hasta esta casa estabas borracho —murmura con acidez—, nunca te había visto así. Evito mirarlo a los ojos, sintiendo algo de vergüenza por mí mismo. Apenas y recuerda la sarta de tonterías baratas que le grité a la cara. Mi propio padre no tenía la culpa de todo lo que me estaba pasando… al fin y al cabo. —Fue una estupidez —le explico—, algo sin importancia. —No noté que fuese una estupidez sin importancia, hijo. —Estaba borracho —insisto. —Por ella —dice con pesar. Mi sangre se calienta de inmediato. —Por nosotros —le corrijo. Asiente con lentitud. —Fue solo una discusión entre ambos, papá. —¿Y cada vez que discutes con ella beberás y llegarás a esta casa a gritarme? —inquiere. Está sereno y me mira con insistencia. —Fue una estupidez de mi parte, ¿bien? No volvería a hacerlo. Odiaba que me tratara como a un niño, como a ese niño que acabó destruido en medio de la sala, luego de verla marcharse. Carlisle se levanta de su lugar y se sienta a mi lado. Está preocupado.

—Afirmaste que tú y ella… habían perdido… No acaba la oración, pero sé perfectamente lo que quiere decir. Abro los labios para decir algo, pero no soy capaz de soltar siquiera un monosílabo. Trago. No soy capaz de idear una respuesta decente. ¿Debo afirmárselo al hombre que humilló a la principal víctima de este infierno? Sin embargo, es mi padre, mi única familia directa. Mamá hubiese sido la primera en estar a mi lado, junto a papá. Ella habría sido directa, sin rodeos. —Sí —le respondo—. Ella perdió un bebé. Carlisle deja escapar un jadeo duro y espeso. —¿Fue… hace muy poco? —inquiere. Me paso las manos por el rostro, buscando cómo evadir esto. ¿Qué puedo decirle? Gran parte de esto es de Bella, y mi padre ha sido una mierda con ella. Es nuestro secreto. Me levanto del sofá y me paseo, ideando la forma de ser conciso. ¿Se lo digo absolutamente todo? Por Dios… Doy unas cuantas miradas a la sala y topo con el cuadro de mamá. Me observa con detenimiento como si lo supiera absolutamente todo. —Papá… —Dímelo. Doy una bocanada de aire y luego me remojo los labios. —Fue hace diez años —le digo—, no lo soportó y… se fue. Decirlo se me hace difícil, increíblemente doloroso. Vuelvo a recordar mi infierno y por alguna razón imagino el suyo mil veces peor que el mío. —Dios mío —deja ir las palabras con agonía—. Es por eso que tú estabas así. Asiento, de pronto sintiendo una furia despiadada. —Ella no pudo soportarlo —repito con lentitud. Me queda mirado con atención. Sé cuánto analiza todo esto. —Yo creí que ella… —No, papá —lo interrumpo—. Ella también siente. —Nunca he dicho que Bella no siente. Bufo con exasperación. —Fuiste a mi casa y la llamaste puta —escupo. El solo hecho de recordarlo me exaspera—, no te importó todo lo que ella dejó ir para estar conmigo. —Fue un arrebato —murmura—. Verte con ella luego de todo lo que te había visto sufrir. Me paso las manos por el cabello. Busco la manera de no explotar frente a él, pero me es insoportable que hable de ella como si todo hubiese sido fácil. Mi sufrimiento no fue absolutamente nada en comparación con el suyo, su infierno aún la consumía de manera

impertérrita. —Bella también sufrió, papá —le digo con un nudo en la garganta. Hago un mohín y me dejo caer nuevamente en el sofá, con ambas manos en mi rostro—. Si tan solo la hubieses visto llorar —le explico—, si tan solo hubieses escuchado lo que ella tuvo que pasar para poder permitirme vivir… —¿Qué has dicho? —inquiere con el ceño fruncido. Por un momento no sé si continuar, aquella idea me aterra. No sé qué demonios tuvieron Carlisle y Renée hace algunos años, no quiero derramar secretos pasados como si no compartiese esto ya con la vida de dos mujeres rotas. Pero necesito expulsarlo, necesito botar de mí esta experiencia. No puedo permitirme seguir alimentando una imagen de Bella que no es a los ojos de mi padre. No es quien cree que es, no es una mujer fría con dinero hasta el cuello, no es una puta… Es la mujer que inundó miseria en sus entrañas para poder permitirme vivir, la mujer que hizo lo posible por huir del demonio mismo, fallando ante un aborto a manos de aquella bestia. Lo hago. Me ahorro detalles específicos; me es imposible ahondar más allá sin recordar la mirada perdida de Bella cuando narraba los hechos como si los observara en vivo. —Phill… Oh Dios —gime. Su rostro se torna opaco, enfermo y acabado. —Las golpeaba —vuelve a gemir, incapaz de creerlo. Sus manos tiritan con fuerza y acaba poniéndoselas en la cara. —Su madre siempre recibía la peor parte —acabo con pesar. Mi padre deja ir un suspiro lastimado, como una queja. Me sorprende y lo miro: sus ojos están llenos de lágrimas. —Todo aquello sucedía y nosotros no sabíamos —me dice—. Renée —susurra débilmente. —Todo ello guardaban sus corazones. Phill no soportó la idea de vernos juntos y cuando supo que Bella estaba embarazada, él… Dejo la frase en el aire pues no puedo seguir, de inmediato comienzo a recrear su relato, todo cuanto pudo detallar. Aprieto mis puños con rabia, inhalo aire, pero no lo soporto… Saberlo, recordarlo, decírselo. Phill aún gira en mi mente como una mosca nauseabunda, interfiriendo mi paz, inundándome de rencor. Tenso mi mandíbula y respiro para tranquilizarme, impido volver a hacerme la pregunta que no acaba de golpearme: ¿qué derecho tenía de quitárnoslo? —Solo era una niña —comenta mi padre con la voz quebrada. —Y yo no pude defenderla —le digo, dejando escapar un gruñido. No soporto recordarlo y derramo mis lágrimas, las que quedan pues estoy muy cansado de hacerlo. Mi padre se gira a contemplarme, pero no se sorprende. —Sí, papá —exclamo—. Ella no pudo evitarlo. Solo huyó, aterrada. Phill logró convencerla de que era bastante fácil matarme. Nos quitó años, nos inundó de añoranzas por días y nos arrebató a nuestro hijo.

—¿Cómo está Bella? Me levanto del sofá por tercera vez en este corto instante y me alejo de mi padre, a una distancia que no me permita gritarle a la cara lo estúpida que es su pregunta. ¿Cómo puede siquiera pensar en ello? ¿No tiene un poco de sentido común? ¿Nada? ¿Aún cree que la mujer que amo es solo una tonta actriz de cine? ¡Por Dios! —¿Qué demonios sentirías tú llevando este dolor por más de diez años, siendo incapaz de contármelo sin yo saber absolutamente nada al respecto? No la protegí, no pude hacerlo. Ella era solo una chica… Mi chica —le digo con los ojos llenos de lágrimas—. ¡La destruyó! Él se levanta también y sostiene mi mirada con fuerza. Me repasa, me analiza. Sé que intenta comprenderme, necesita hacerlo. Y yo también lo necesito. Traga con fuerza y de un solo movimiento me abraza. —Lo siento —susurra. Rompo a llorar otra vez. La calidez de su abrazo me es gratificante. —Quiero hacerle olvidar. —Solo… quiérela —finaliza. Nos separamos luego de aquello. Lo miro con detenimiento, pero Carlisle se ve destruido, impactado y ligeramente fuera de sí. Se despide de mí con ligereza y entra a su cuarto sin decirme nada más. No creo que mi padre cambie su actitud con ella, solo espero que la entienda… solo eso. ... Han pasado días. Muchos. He querido enfrascarme en mis últimos trabajos, últimamente me han llegado nuevos clientes a la espera de que realice sus peticiones. Al parecer la llegada de aquellas mujeres a la carpintería me ha brindado de muchísima clientela. Estoy pensando en reivindicar mi idea de alejarme de este taller, quizá si hablo con papá, yo pueda comprárselo. Ángela está adornando las paredes con los últimos relojes que he puesto a la venta. Me ha preguntado incansablemente quién es mi novia, pero yo no me he atrevido a decirle. Quizás aún me parece una barbaridad que la mujer que amo es una actriz como lo es ella, pero luego me recuerdo que cuando la conocí solo era mi chica, mi Bella. Seguía siendo la misma. Supongo que Ángela sabrá de Bella cuando ella se presente por aquí. Aunque no sé qué haría ella en un lugar tan mundano como este. —Me gusta cómo queda ese ahí —le comento con mis manos en la cintura. Ángela se sacude las manos para quitar los pocos residuos de aserrín que han quedado en el último reloj. Me acaba sonriendo luego, ahora sacudiendo sus pantalones del aserrín. —Te han quedado bonitos. Se parecen a los que hacía tu papá —me dice. Levanto mis cejas. He estado evitando pensar en él desde que sucedió aquello en casa. No hemos vuelto a hablar y

ya han pasado dos días. Solo quiero que medite las cosas de una vez por todas, así como yo también lo he hecho. Casi no he visto a Bella en estos días y es que he preferido que esté con Alice. Me ha llamado y yo también, me ha dicho que me extraña y yo también, pero su mejor amiga aún necesita el consuelo de alguien y yo no soy quién para impedírselo. Aún me pregunto qué vio Jasper que lo ha asustado tanto. Porque está asustado, lo noté cuando lo vi. No quiso decirme, se escabulló como un ratón asustado. Solo espero que, sea lo que sea, la perdone o sea valiente. Yo termino de ordenar los juguetes que he terminado para la venta. De reojo veo a Ángela contestando el teléfono, luego me llama en medio de un siseo. Tapa con su mano la hendidura del sonido para que así el interlocutor no vaya a escucharnos. —Es la rubia otra vez —murmura. Frunzo el ceño. Tanya Denali ha llamado un par de veces el día de ayer. No entiendo a qué se debe tanta insistencia. Cuando Ángela le pregunta la razón ella no le contesta nada concreto, solo pidió hablar conmigo. Yo no he querido atender, más que nada porque no sabría qué contestarle; no parece ser el tipo de mujer con la que acostumbraría a tener una conversación "normal". —Dile que no estoy —le pido, caminando hasta la puerta para entrar al taller. Lo último que escucho es su bufido. Desde que hablé con papá sobre el aborto de Bella me ha costado dormir y no he podido dejar de pensar en ello. No en mi padre, sino en ella. Ahora, cada vez que la observo o la escucho no puedo evitar imaginar todos sus llantos sin yo poder velarla, sin poder abrazarla. Todo el tiempo me recuerdo que ya no puedo hacer nada para remediar el pasado, pero es tan difícil aceptarlo. Me avergüenza un poco reconocer que la única forma de conciliar el sueño es tener una llamada suya y saber que está bien… No parece algo propio de un hombre adulto como yo. No obstante, con Bella vuelvo a ser un tonto de 15 años. . Barro el aserrín y lo dejo en un rincón para botarlo después. Tocan a la puerta con una rapidez impresionante. Corro a abrir y veo a Ángela algo intranquila. No da el tiempo de responder cuando ya entra al taller, cerrando la puerta detrás de ella. —Te buscan —dice. —¿Tanya? —inquiero. —¿Quién? —Ya sabes, la rubia que me ha llamado… —No —exclama—. Es un hombre. Aún no concibo que siga tan alterada por un solo hombre. —¿Te ha atacado o algo?

Niega con rapidez. —Ha preguntado por ti con una desesperación increíble —gime—. Y afuera aguardan muchos más. Frunzo el ceño. ¿Quiénes podrían…? —¿Qué te han dicho? —Solo que necesitaban hablar contigo —susurra—. Edward —me llama—. Son periodistas y todos ellos esperan por ti con cámaras a la entrada de la carpintería. ¿En qué demonios te has metido? Me sube la bilis por la garganta, un extraño sudor se forma en mi nuca y la desesperación se apodera de mí. Me sobo la frente mientras intento tragar todo lo que Ángela me ha dicho. ¿Qué mierda…? —¿Qué le has dicho tú? —inquiero—. No me digas que les has contado que estoy aquí —digo con desesperación. —¡No, claro que no! —exclama—. Me ha parecido tan raro que he mentido. ¡Por un momento creí que era la policía! Suspiro de alivio. —Les inventé que esta era la carpintería de tu tío fallecido y que tú pasaste por aquí hace unas semanas —murmura—. También me han preguntado por Isabella Swan, lo que consideré ilógico ya que… Espera, ¿ella te conoce? Asiento con lentitud. Pongo mis manos en sus hombros y la miro con detenimiento. —Diles que me marché a Nueva York, California, ¡a Texas si es necesario! No pueden saber que existo en este pueblo… Ni siquiera que Bella está aquí. —¿Bella? —inquiere, mirándome con extrañeza—. Edward, ¿hay algo que yo no sepa? —No te preocupes, te lo contaré muy pronto, pero por favor cúbreme —le pido con desesperación—. Has que se marchen y no vuelvan jamás. Si por alguna razón regresan durante el día me avisas, ¿bueno? Asiente, aunque aún conserva la expresión de desconcierto. —Espera, ¿te irás? —No puedo quedarme aquí con todos ellos —le comento, mientras saco la cazadora del perchero y me la pongo sobre los hombros—. Me iré por la puerta trasera. Asiente y me da un ligero abrazo. Se marcha hacia la tienda por la puerta principal, dejándome hundido en el terror súbito en el que me ha puesto. Doy una bocanada de aire y abro la puerta que da al callejón trasero. Miro un par de veces hacia los lados y corro hasta la esquina más cercana, para luego tomar el acceso hasta la calle en donde aparqué mi coche. Mi corazón no se tranquiliza hasta que aparco frente a la casa de Jasper. Cuando salgo miro hacia los lados otra vez y corro hasta el porche, toco la puerta con rapidez y con esa misma rapidez me abre Jasper.

—Hey —exclama. Cuando nota mi expresión frunce el ceño—. Parece que vienes escapando de un monstruo. Venga, pasa. Cuando el calor de la chimenea choca con mi cara puedo respirar más tranquilo. Me siento en el sofá, en donde reposa uno de los gatos de tía Hale: Socks. —Bien —profiere, sentándose a mi lado—. ¿Ha sido un monstruo? ¿Jessica acaso ha perdido la razón por completo y te ha estado persiguiendo con un arma? —se ríe pero yo le doy una mala mirada. —¿Y tú? Hace solo días estabas hecho un desastre. Su rostro se descompone de inmediato. —Veo que las cosas siguen igual… —Intentaba olvidarlo por un momento, gracias —me responde mi primo, sentándose a mi lado. Socks se levanta y se escabulle por el pasillo hasta que ya no puedo verlo. —Lo siento —le susurro. —Da igual, solo intentaba no demostrar lo mal que me siento delante de ti —exclama encogiéndose de hombros. Pongo mi mano en su hombro y lo aprieto débilmente. —Sabes que cualquier cosa que sientas puedes decirme. Asiente y mira hacia el suelo. —Lamento no haber venido en estos últimos días, no quería molestarte —me disculpo. —No te preocupes, Edward, sabes que me gusta estar solo de vez en cuando —me sonríe, levantando la mirada del suelo para posarla en mí. Sus labios se estiran ante la alegría y modestia falsa que me quiere demostrar, pero sus ojos están tan tristes. No recordaba haberlo visto así antes. —No necesitas hacerme creer que estás bien, créeme que veo otra cosa en ti —le comento. Se encoje de hombros. —¿Has sabido algo de ella? —¿Por qué habría de saberlo? No me contesta enseguida. —No lo sé —dice al fin. Suspiro y sobo su espalda con lentitud. Jasper se hunde aún más en sí mismo. —Sé que aún no has querido contarme con mayor detalle lo que has visto y te ha asustado tanto, pero como te dije antes, Alice te quiere, ¿qué más da? No le sigas haciendo esto, ¡no te lo sigas haciendo tú mismo!

Jasper me mira con intensidad, algo que me asusta un poco. Luego vuelve a fijar su mirada en otro punto. —Cuando vi la inmensidad de Las Vegas quedé pasmado —murmura. Jasper nunca había visitado esa ciudad. —Tantas luces, tantas cámaras, tanto dinero… tanto pecado —vuelve a suspirar—. No soy un santo, pero ha sido más de lo que imaginé. Me largo a reír. —No me sorprendería ver mujeres borrachas por esos lares —le comento—.Vamos, primo, ¡es la ciudad del pecado! Ríe y niega con su cabeza. —Alice se manejaba con total maestría entre personajes ricos y famosos, yo me sentía como una virgen en medio de sátiros a la espera de mi inocencia —dice—. Yo no encajaba en medio de todas esas cámaras buscando el mejor ángulo de mi rostro, hablando de Alice como si la conocieran. ¿Y sabes de lo que me di cuenta? —me pregunta. Voy a contestarle que no lo sé, pero se me adelanta—. De que realmente no la conozco. Se enceguecía ante la grandeza de quien era, y yo… jamás pude encajar con lo que es —dice, bajando de a poco la voz—. No puedo lidiar con su pasado, no puedo lidiar con su fama, no puedo lidiar con ella misma —gime, ofuscado, quizá consigo mismo—. Si permito que esto avance aún más acabaré conmigo y no quiero perder a quien realmente soy: el Jasper sencillo que solo arregla cerraduras por un poco de dinero. No sé qué decirle, me asusta tanto. Ambos venimos del mismo mundo. Pero yo jamás podría asustarme siquiera del mundo de Bella… y si así fuese me siento lo suficientemente valiente para soportarlo. ¿Es que aquello no es suficiente? Recuerdo a los periodistas buscándome sin una razón realmente importante. Me asusté tanto, ¿pero de qué? ¿De que sepan que soy nadie al lado de la increíble Isabella Swan? Por Dios. —Pero ella te quiere —le digo—. ¿No crees que eso es motivo suficiente? —También la quiero —susurra—. Es increíble como la he extrañado durante estos días —bufa, dispuesto a llorar, algo que no hace muy seguido—. Pero… me asusta lo que ella guarda. Frunzo el ceño ante la incertidumbre. ¿Qué puede ser tan malo? Evito preguntarle, no quiero inmiscuirme en la vida de Alice. —Todos tenemos un pasado cargado de cicatrices. —Lo sé —masculla. Cuando lo veo evitar mi mirada sé que me esconde algo. —Mamá quería conocerla —me cuenta—. Me temo que la verá en los medios muy pronto. Y lo peor es que me veo realmente horrible a su lado. —No seas tan cruel contigo mismo. Oh espera, ¿saldrás en la televisión o algo así? Se encoge de hombros.

—Si así fuese solo espero que Alice desmienta todo. Solo soy un maldito cerrajero. —Eso no es verdad. Sabes que estuviste en la universidad… —Solo fueron tres míseros años de Filosofía… —Y te faltó solo uno para poder acabarla. —Un puto año —repite en voz baja—, un puto año. Luego de un rato en silencio me atrevo a hablar primero. —Arregla el asunto con Alice, quiero estar con mi novia. Lo único que hace es reír con desgana y yo le imito. ... La chimenea enciende rápidamente, la lluvia ha cesado y afuera comienza a extenderse un frío que se cuela en mi casa. Cuando el calor del fuego se expande por la sala, me quito la gruesa cazadora y la cuelgo en el perchero de madera. Doy unas cuantas pisadas, las que crujen, rompiendo el silencio. Me miro las heridas de los nudillos y no me atrevo a tocar, sé que dolerá. Todas están moradas y con dificultad logro distinguir los cortes que me he hecho con los golpes que le he dado a Phill. Hubiese seguido con mi cometido de no ser por los policías. Niego un par de veces con mi cabeza. Así no habría solucionado nada. Escucho un coche que aparca muy cerca de la puerta. Tocan el timbre y mi corazón se acelera. Debe ser Bella. Cuando paso delante del ventanal principal noto que es un coche negro y muy brillante; mis hombros decaen ante la desilusión. Claro que no es ella. Abro la puerta principal y de inmediato miro sus imponentes tacones negros, en conjunto con un vestido ligero del mismo color. Me sonríe y sus ojos celestes se iluminan con una intensidad arrebatadora. El viento helado menea su vestido y su rubio cabello, que solo alcanza a su barbilla. Tanya Denali sostiene una carpeta de cuero azul entre sus dedos. No entiendo cómo no siente frío, encontrándose en medio del bosque y con un vestido ligero a cuestas. —¡Buenos días, Sr. Cullen! —exclama. Su tono de voz rebosa alegría y un hoyuelo bastante bonito se logra ver en su mejilla. Me tiende su mano y yo la aprieto con suavidad—. Debo suponer que usted me reconoce, ¿no es así? Su acento es divertido. —Buenos días —digo con algo de sequedad—. Ha llamado a mi trabajo durante días, ¿cómo no olvidarla? Tanya se ruboriza ligeramente. —Perdón por insistir, Sr. Cullen. Asiento y le sonrío también, aunque mi sonrisa no es más que incomodidad y sorpresa ante su

repentina aparición frente a mi casa. ¿Cómo llegó hasta aquí? Mi casa está a kilómetros de la carretera, en medio del bosque y a pasos de una laguna. Tanya se remece ante la nueva brisa que la atraviesa y yo recuerdo que aún no le he permitido la entrada. Con un gesto de manos le pido que entre y ella de inmediato taconea hacia el interior, mirando con asombro. —Usted tiene una casa muy bonita —exclama, girándose a mirarme. —Gracias —profiero en voz baja. Pongo mis manos en los bolsillos de mi pantalón, a la espera de que hable, aunque sé hacia dónde quiere llegar. Debe ser por las pinturas. Por alguna razón me siento terriblemente agobiado. —¿Cómo encontró mi casa? —le pregunto para romper el silencio. Ella se mueve por el lugar, observando los cuadros que están colgados en las paredes. Todos son míos, pero en ninguno se ve reflejada Bella. Por alguna razón creo que no se sentiría cómoda al venir aquí y verse en cada rincón. —La mujer de su taller —dice—, ella me ha dado las indicaciones para llegar a su casa —añade, acercándose a mí. Me mira de pies a cabeza y luego sonríe. No sé a qué viene eso, pero le sonrío también, sin saber qué hacer. —Increíble —profiero—. Tendré que hablar con ella —susurro entre dientes. —Oh, descuide, fue mi insistencia. Creo que tengo un cierto poder de convencimiento. Sus ojos dan un fulgor intimidante, lo que me hace desviar ligeramente la mirada de ella. —Espero que no le haya molestado —dice al fin. —Oh no, descuide —murmuro con cortesía. —¿Quiere beber algo? —le pregunto con algo de timidez. Ella se sienta en el sofá del fondo, cruzando sus largas piernas. Rebosa una seguridad impresionante e imperturbable. Me sorprende. La forma en la que observa las cosas es como si buscara algo en su interior, o incluso en la forma en la que están hechas. Suspiro. —Vino. Gracias. Asiento. . Pongo la copa a la altura de su rostro. Ella, medio distraída otra vez, observando los cuadros desde la distancia, da un respingo de sorpresa y sonríe. Toma la copa con cuidado y se la lleva a la boca.

Se ha quitado los guantes, permitiéndome la vista de sus manos lisas y blancas. Tiene las uñas pintadas de rojo al igual que sus labios. Cuando el labial hace contacto con el cristal, la marca escarlata de su contacto queda impresa en él. —Un muy buen vino —comenta, moviéndolo en círculos—. Tiene un excelente gusto. Le sonrío y me siento frente a ella en el otro sofá con una copa para mí también. Pone la carpeta de cuero sobre la mesa de centro y con cuidado va sacando algunas fotografías de esta. —Fui profesora experta en arte neerlandés durante unos años, como explica mi tarjeta —comenta—, gran parte de mi vida fue educada bajo conceptos de ese arte, Sr. Cullen. Conocí a muchos aspirantes, muchísimos, todos estudiantes desde pequeños, con talentos que venían de generaciones. Todos bajo el concepto de Van Gogh. Mi corazón vibra de éxtasis cuando le nombra. Van Gogh podría hacer de mí su esclavo sin dudarlo. —Y sus ojos, que rápidamente han brillado, me dan un claro ejemplo de que usted le venera incluso más que todos esos hombres que han pasado por la universidad —señala—. Impartí clases en innumerables universidad, todas increíbles, llenas de talento, llenas de amor por esta cultura impresionante a la que llamamos la pintura. —Suspira—. Soy doctora en realismo y licenciada en arte pictórico, experta en pintura neerlandés, ¡estudié por años la magia del bolígrafo, de la brocha! Hice ricos y famosos a muchísimos artistas que hoy hacen lo mismo que yo, dar clases en universidades flamantes y de renombre. Pero ninguno… ninguno se ha asemejado con lo que he visto de usted, Sr Cullen. Trago saliva fuertemente y deposito la copa sobre la mesa. ¿Qué ha querido decir? —Yo… yo ni siquiera he estudiado, simplemente pinto… —¡Exacto! —exclama—. Usted solo plasma lo que siente y vive, por Dios, ¡es magnífico! Miro al suelo sin saber qué decir. Nunca nadie me había dicho algo semejante. Solo Bella… Pero jamás me creí mucho sus cumplidos, ella me quiere y cuando se quiere nada es objetivo. —Tan solo observe esto —se sienta a mi lado y me muestra una cantidad increíble de fotografías, unas de Van Gogh y otras de artistas que no conozco—. Gustave Courbet pintó todo esto. —Me entrega unas cuantas fotografías, las cuales observo con detenimiento—. El Estudio —señala, apuntando hacia la pintura de una mujer sujetando un velo sobre sus senos, mientras otro hombre le enseña con total naturalidad un papel—. El Sueño —señala otra vez, ahora mostrándome la imagen de dos mujeres desnudas, cayendo en un profundo letargo, juntas en lo que parece ser una cama—. Y mi favorito: El origen del mundo. Tomo con cuidado la pintura favorita de Tanya Denali y me maravillo con la profundidad de lo que demuestra. Es la intimidad femenina. Dos piernas abiertas, con el pubis detallado, dejando ver también la hendidura de lo que más abajo es el trasero. Jamás había visto un desnudismo tan explícito en una pintura. Es increíble. —L' origine du monde —profiere en un perfecto francés. Los detalles, la rebeldía misma que cruje intentando romper los paradigmas del arte. El verdadero origen del mundo, el nacimiento que se lleva a cabo en el lugar más precioso de una mujer: su intimidad.

No puedo dejar de mirarlo. Es precioso. —Es mi favorita —vuelve a decirme—. Yo misma saqué esta fotografía con mucho esmero. Han intentado ocultarla por decenas de años, ¡desde 1866! Ningún museo quiere siquiera exhibirlo. Yo tuve la suerte de poder revisarla en París este mismo año, pero todos mis intentos por hacerla pública en el Museo de Orsay, en donde yo misma he trabajado, han sido nulos. —Es un pecado no hacerles parte a las personas de esta belleza —murmuro, aún sin poder quitarle los ojos de encima—. Es asombroso, hostil, pero hermoso, rebelde, una revolución impresionante… —Es realismo —me dice—. Y es lo que usted me entrega en cada pintura que he podido ver. —Jamás había conocido a Gustave, jamás había podido ver sus obras —le explico con pesar. Soy un ignorante en estos temas—. Yo solo pintaba lo que mis ojos veían y lo que los demás disfrazan. —Eso es —murmura. Siento su mirada escrutadora, así que dejo de observar la fotografía para centrarme en ella—. Usted tiene una mezcla exquisita del arte. ¡Qué importa el romanticismo, qué importa el retrato antiguo! Sr. Edward, usted tiene la magia de Van Gogh y eso no puedo dejarlo ir, ¡tiene las ideas de Gustave en su sangre! Dos exponentes increíbles en uno solo y es usted. Me miro las manos, pero solo veo mi piel y las heridas que he dejado por los golpes con Phill. ¿Dos artistas en mí? —Es una blasfemia que este país no conozca quién es usted y lo que puede entregarle a cada uno de ellos —acaba—. ¡El romanticismo no es nada en comparación con la crueldad y el amor expuesto en el realismo! —Mis pinturas son… parte de mi vida. Todo lo que plasmo en ellas es mi alma, lo que llevo en mi interior y… No podría permitir que otros la adquirieran para su bien. Recuerdo cuando pasé por Nueva York con mis pinturas de Bella, preguntando por ella en una de las calles de Manhattan. Fue la primera vez y la última que permití que otros se robaran su imagen, contemplándola con admiración. En aquel entonces estaba tan desesperado por ella, por tenerla conmigo otra vez, que no me importa la idea de que todo el mundo la mirase y quisiesen comprarla. Cuando nada dio resultado preferí irme y volver a guardar mis pinturas, atesorando su recuerdo en mis lienzos, dejando ir mi imaginación e viéndola en mi mente hasta hacerla sólida en un pedazo de tela. Se convirtió en el objeto de mi inspiración, en el único ser que podía plasmar hasta hacerme sentir miserable, pero feliz. No puedo permitir que otros se lleven lo que esto significa para mí. —Usted ni siquiera ha visto mis otras pinturas —susurro—. Todas esas que he colgado son un par de ideas que he dejado salir, no son absolutamente nada… —No quiero ni imaginar todo lo que usted guarda en su interior, todos los lienzos que ha escondido —me dice. Pone su mano en mi muslo y yo doy un pequeño salto. —Sr. Cullen —susurra, acercándose más a mí—, conozco a adictos del arte, ricos y muy poderosos, puedo hacer de usted alguien increíble. Sería el pintor más famoso de esta década… Niego y le quito la mano con delicadeza.

—También conozco a Jovine Batervillè, el crítico de arte más famoso de Francia y todo el mundo… —Srta. Denali —intento decir ante su proximidad—, no puedo permitírmelo, yo… no soy más que un hombre que pinta en su cabaña —me encojo de hombros—, no me compare con ellos. Tanya vuelve a poner su mano, pero ésta vez sobre la mía. —Es usted un hombre muy humilde, Sr. Cullen —susurra. Baja su mirada y luego vuelve a mirarme con la intensidad de su iris celeste—. Medítelo, por favor —suplica—. Solo medite y entiéndalo, yo… —suelta una pequeña risita—. No puedo dejar ir al artista que usted es. Recuerde muy bien a Vincent: Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, terrible. Pero eso no les impide hacerse a la mar. Me guiña un ojo y yo no puedo evitar sonreír. . Isabella POV Alice está horneando galletas como es costumbre cada vez que quiere alegrarse luego de días horribles. Sonrío y cierro mis ojos, persiguiendo el olor que desprende del horno. Aliso mi nuevo vestido y me miro al espejo de cuerpo completo que está en la pared de mi habitación. Doy una vuelta y asiento para mí misma. Me veo bien. Me tomo el cabello en una cola de caballo y me permito llevar solo una capa de rímel en mis pestañas. De reojo diviso la cajita musical que Edward me regaló. Sonrío y me acerco a ella. Le doy un poco de cuerda y la canción comienza a sonar, mientras la pareja de madera se mueve. Lo extraño. Busco entre mis cosas y encuentro los soquetes de lana que tejí para mi bebé. Los oculto en mi bolsa y la cierro, para luego colgarla sobre mi hombro. Bajo las escaleras, mientras percibo el olor de las galletas cada vez más cerca, cuando entro a la cocino veo a Alice bailando mientras dibuja algunas cosas sobre las galletas con un glaseado de múltiples colores. —Uau. Te ves muy bonita —exclama ella. Luego se chupa los dedos. —Gracias. Me gusta mucho este color. Es un vestido de color rosa muy pálido de manga corta; me tapa hasta las rodillas. —Más te vale que comas unas cuantas, porque las hice para ti —exclama, mostrándome su trabajo en la cocina. Tomo una con cuidado y me la llevo a la boca. Es crujiente y muy sabrosa. . El aire está frío hasta que entro en mi coche. Acaricio el cuero del manubrio y enciendo la radio de inmediato. Cuando encuentro una emisora decente manejo hasta la salida, para irme a la carretera y llegar a casa de Edward.

No lo veo hace un par de días, pero realmente lo extraño… Mucho más que antes. Alice ha llorado noches enteras, por lo que no pude permitirme dejarla a solas. Aún recuerdo todas las veces que ella me retuvo entre sus brazos en el prostíbulo, e incluso en los hoteles en los que dormíamos. Simplemente no pude dejarla ahí con su tristeza. Si tan solo Jasper la perdonara… Aunque no entiendo por qué él tiene que perdonarla, Alice solo… vivió. Doblo a la derecha y me adentro al bosque, conduzco por el sendero habilitado y de fondo escucho música clásica mezclada con los sonidos de los pájaros que están parados sobre las ramas de los pinos que hay en todo mi alrededor. Diviso ya más cerca el cerco de cemento y ladrillos de la casa, veo el humo de la chimenea, como también un carro que no es de él. Me bajo de mi coche con el ceño fruncido, me acerco al carro y lo miro con detenimiento. ¿Quién podría ser? Es un coche muy lujoso. Voy a tocar la puerta, pero veo que no está cerrada, así que la abro con cuidado. El calor de la chimenea es acogedor. Siento el olor de la pintura tan propia de Edward y la voz serena de una mujer. Camino hasta la sala y lo veo, precisamente con una mujer muy rubia, la cual lleva un vestido negro muy sofisticado. Es muy bonita, como una modelo. Su mirada parece inquebrantable. Ella tiene una mano a milímetros de la de él, y Edward sostiene unas fotografías en su mano libre. Trago saliva y por alguna razón quiero darme la vuelta para volver a tocar la puerta y evitar encontrarme con esto. Claro que ya no hay vuelta atrás. —Buenas tardes —murmuro a regañadientes. Me quito el chal y lo cuelgo en el perchero más cercano. Edward se levanta del sofá en el que se encontraba y me sonríe con una alegría arrebatadora. No puedo evitar devolvérsela. —Hola —me dice, acercándose para darme un pequeño beso en los labios. Si la rubia no hubiese estado de seguro el recibimiento habría sido diferente. La miro y ella también lo hace conmigo. Me sonríe con nerviosismo, lo que no entiendo. —Ah —exclama Edward al notar que ambas mujeres estamos calladas—. Bella, ella es Tanya, una… —Una amiga —le interrumpe ella. Me tiende su mano y yo la aprieto—. Profesora de arte. Enarco mi ceja y miro al cobrizo. —Tanya, ella es Bella, mi novia. —Creo que te he visto en alguna parte —señala ella, escrutando sus bonitos ojos celestes. —Soy actriz. Isabella Swan —le digo en voz baja. —¡Oh! Ya veo —se ríe—. La verdad es que no veo mucha televisión. Levanto mis cejas y las dejo caer. ¿Su comentario fue… en mala intención?

—Bueno, Edward, fue un gusto pasar una tarde contigo. Ya sabes lo que te dije, solo piénsalo. Le da unos toquecitos en el pecho, unos toquecitos lentos y suaves. Abro mi boca para decirle algo, pero me aguanto. Con los ojos escrutados la observo darle un pequeño beso en la mejilla y se despide de mí con unos movimientos de sus dedos en el aire. Se calza unos guantes de cuero negro, me dice que ha sido un placer conocerme y sale de la casa sin que Edward la encamine. Nos quedamos en silencio y yo camino por la sala buscando qué decirle. —Una amiga —susurro. Por alguna extraña razón siento que la sangre comienza a hervir dentro de mis venas. ¡¿Cómo se atrevió a tocarlo?! —Supongo que fue una bonita tarde. Me giro a verlo: tiene las manos en sus bolsillos. Me sonríe como si fuese una niñita pequeña. Ruedo los ojos y dejo de mirarlo. —Verte llegar la ha convertido en una bonita tarde —me dice. Sonrío, pero sé que él no puede verme, pues estoy dándole la espalda. Noto la copa de cristal sobre la mesa de centro, la tomo entre mis dedos y veo la marca de su labial rojo sangre. De pronto, sus manos me abrazan desde atrás, amarrándose a mi cintura con fuerza. Deposita cálidos besos en mi cuello, para luego recorrer un camino por mi hombro. Siento su respiración, me huele y me besa con dulzura. Sé que sonríe. —¿Qué quería ella? —le pregunto. Me come la curiosidad. —Ella ha venido hasta aquí para hablarme de pintura, nada importante —susurra. —Es muy bonita. —Pero tú eres hermosa —me dice en el oído. Dejo escapar unas risitas. —Te miraba mucho —le digo, esta vez algo molesta de tan solo recordarlo. Me gira y yo enredo mis brazos en su cuello, para luego besarlo como tanto he deseado: con pasión. Sus manos me acarician la espalda y yo me aprieto a su entereza. Cuando nos separamos él sostiene mi barbilla entre sus dedos. —¿Estás celosa? —inquiere con el ceño fruncido. —No —gruño. Edward se pone a reír. —Bueno sí —admito—. ¡Pero ella te miraba mucho! —Yo solo quiero que tú me mires.

Me sonrojo y él me roba otro beso, ésta vez más pasional que el anterior. De inmediato mando a aquella rubia al demonio. —Te extrañaba tanto —le digo, dibujando trazos imaginarios en su rostro. Edward pone su mano sobre la mía y la acerca aún más a su piel, cierra los ojos y yo no puedo evitar mirarlo, embobada ante su serenidad. —Yo también. No sabes cuánto, Bella —susurra. Me aprieto a él y deposito mi mejilla en su pecho. Lo huelo y sonrío de inmediato con los ojos cerrados. —Te tengo algo —le digo. —¿Ah sí? —profiere, acariciando mi cabello. Levanto mi mirada hasta la suya. Le pido que se siente y él lo hace enseguida, tomando mi mano de paso para sentarme sobre sus piernas también. Busco en mi bolso lo que he guardado para él y cuando lo encuentro se los paso en sus manos. Edward las mira por un largo momento y luego sonríe con tristeza. —Los tejí hace diez años —le cuento—, no pude botarlos —murmuro, bajando la voz. Dejo caer mi cabeza en su hombro y me abrazo a él, mientras ambos miramos los soquetes como si ese fuese nuestro bebé. —Son azules —ríe, aunque su voz suena un tanto estrangulada, como si tuviera un nudo en la garganta. —Siempre lo imaginé como un varón —le digo—, un niñito como tú. Sé que recordar o imaginar quién habría sido nos hace muchísimo daño, pero no puedo callarlo, ya le he ocultado mucho a Edward. Además, esos soquetes debía conocerlos, fue su padre. Los tiene entre sus dedos, por lo que los soquetes se ven aún más pequeños de lo que son. Tienen una cinta muy pequeñita envuelta en ellos. —Un niño —masculla. Reparto caricias por su cuello y su quijada, mirándolo atentamente, mientras que él aún mira los soquetes con una devoción muy extraña. —Aún es temprano para intentarlo otra vez —me susurra, poniendo sus cuencas doradas sobre mí. Reduzco mis caricias y me separo un poco de él. Miro hacia otro lado para no topar con sus ojos. —N… no lo sé —mascullo. Me aterra la idea de perder a mi hijo otra vez, de tan solo pensarlo me… Cierro mis ojos de golpe y doy un respingo. No quiero que suceda otra vez, no podría soportarlo. Cuando ingresé al prostíbulo me puse un dispositivo intrauterino para no poder engendrar, el cual aún conservo. Pasé años creyendo que nunca volvería a sentir la necesidad de quitármelo, de

poder ilusionarme con la idea. Pero cuando Edward me mira no puedo dejar escapar la pequeña ilusión y sueño de revivir lo que Phill nos quitó. Sin embargo… No podría. Le temo a la adversidad, a que vuelvan a quitarme toda la ilusión de las manos. Él me mira por última vez y suspira. Sabe que no quiero hablar de esto. —Gracias por traerlos, Bella —me susurra. Besa mi mejilla y yo me giro para encontrarlo con mis labios. —Le temo a perderlo otra vez —le digo, apegando mi mejilla a su hombro. Edward pasa un brazo por mis hombros y me atrae a él. —Solo recuerda que aún podemos intentarlo —me repite con delicadeza. Asiento y mis ojos se llenan de lágrimas. Si tan solo fuese un poco más valiente… Realmente quiero intentarlo, quiero volver a sentir la vida dentro de mí, quiero saber que una parte de Edward aguarda en mi interior. Pero Phill… ¡Lous! O James... Hoy soy una mujer tan diferente, tan herida, rodeada de personas que quieren dañarme. Toda la fama a cuestas, toda esta mierda que no me permite ilusionarme. Realmente quiero volver a sentir la vida de su mitad otra vez. ¿Podría? ¿Aún es temprano para ello? —Lo sé —le digo. Beso sus labios y él me sostiene con fuerza, como si no quisiese que huya de su lado. Cuando me separo lo miro con intensidad y considero que la idea de huir de sus brazos es una total locura. —Quiero proponerte algo. —Todo lo que me propongas me gustará —profiero, acercándome a él para volver a besarlo. Pero el sostiene mi barbilla con sus dedos, impidiendo mi cometido. En sus ojos noto diversión y entusiasmo. —Todo lo de nosotros retomó su ritmo de manera muy rápida, no me dio tiempo siquiera de pensar en todo esto. Me separo un poco y lo miro algo asustada. ¿Qué quiere decir? —No me mires así —se ríe—. Solo quiero invitarte a comer, al cine, quizá a pasar un rato juntos como si fuésemos unos novios adolescentes. Le sonrío. —¿Cómo no pudimos hacerlo hace diez años atrás? —inquiero. —Solo… quiero hacer lo que tanto soñé hace algunos años. —Se encoje de hombros. Me río yo esta vez y me lanzo sobre su cuerpo, de manera que ambos caemos en medio del sofá. —Me encanta la idea.

. Edward regresa a mi lado con una taza de té para mí y para él. Me nota mirando de reojo la carpeta que la rubia Tanya ha dejado sobre la mesa. No me atrevo a tocarla, quizá es personal. —Esa mujer ha venido a verte específicamente a ti, ¿o me equivoco? Tomo la taza con mis manos, a la espera de que responda. —Bueno, sí —dice—. Vio mis pinturas y le pareció interesante. —Debe ser muy poderosa —advierto. —No lo sé, no habló tanto de ella, solo sé que es experta en pintura. —Siempre te he dicho que eres talentoso y tú nunca me creíste. Edward se pone a reír. —Aún no lo creo. Enarco una ceja. —¿En serio? —exclamo—. Pero si lo eres. Desde que te conozco has sabido pintar y dibujar tan bien. —Es un talento como cualquier otro —dice, quitándole importancia. Ruedo los ojos. —Se le ha quedado esa carpeta —apunto hacia el objeto de cuero azul. —Ah, no. Me la ha dejado a mí. —¿Qué es eso? —inquiero al ver unas cuantas fotografías—. ¿Una vulva? Qué oportuna —exclamo con ironía. —Bella —me reprocha—, es solo una pintura. —Bastante inquietante. —Yo la encuentro muy bonita. —Y estas. ¿Son lesbianas? Uau. Intenso —comento, moviendo las imágenes entre mis dedos—. Es mucho desnudismo y realismo. —Exacto. Realismo. Me gusta muchísimo. —Son hermosas —mascullo, mirando a la pareja que se besa con una pasión intensa sobre una roca puntiaguda—. Puedo sentir todo con tan solo verlas, como tú. Edward guarda las fotografías, dejándome con las ganas de seguir mirando lo que hay dentro. —Me ha gustado esa vulva después de todo —le digo, acariciando mi nariz con la suya. Lo siento sonreír entre dientes.

—El Origen de la Vida —profiere—. Sus detalles y su trasfondo lo dicen todo. —Podrías pintar algo así alguna vez —le susurro—. Quizá a mí, desnuda para ti —le digo con la voz cargada de lascivia. Los ojos de Edward han oscurecido. —Sería una reliquia, una pintura que nunca vendería —susurra. —Solo tuya —acabo, besando sus labios. ... —¿Y? —inquiero—. ¿Cómo me veo? Alice se recarga en el umbral de la puerta y me mira de pies a cabeza. Sonríe. —Realmente te ves fantástica —susurra. Llevo un vestido rojo… Muy rojo. Es corto y muy suelto. Mis tacones son del mismo color, con una plataforma negra. He peinado mi cabello de manera que mis rizos se han aplastado ligeramente. Se ve muy oscuro y me gusta mucho. —Te ves nerviosa. ¿No crees que es exagerado? Edward me ha invitado a cenar esta noche. Antes de esto hemos ido al cine y me pasado mucho tiempo con él, pero no he dormido a su lado. Es abrumante. Por otra parte me hace sentir incluso más ansiosa de poder verlo cada vez que puedo. Hemos ido a ver a mi madre, pero ella está muy distante. Edward me aconseja que la deje tranquila por unos días más, quizás aún le persiguen los recuerdos de lo sucedido con Phill. Aun así le he preguntado a Jane por qué está así conmigo, a lo que ella me ha tranquilizado, diciendo que solo está un poco paralizada. —Sí, puede ser un poco exagerado, pero me he arreglado para él y quiero que me encuentre linda. —Nena —dice con cansancio, acercando sus manos a mi cabello—, sabes que él te considera preciosa, no necesitas hacerlo por Edward. —Quiero sentirme como una adolescente. Nunca pudimos compartir estos momentos. —Han ido mucho al cine —exclama, sentándose sobre mi cama, cruzando sus piernas de paso—. Supongo que se han tocado en medio de la oscuridad. Pongo los ojos en blanco. —Alice —la regaño. Se tapa la boca con sus manos mientras ríe. —¡Los adolescentes hacen eso! Niego un par de veces y termino de maquillarme. Me pongo perfume y al segundo oigo el sonido del timbre. Doy un salto y aliso mi vestido con las manos a falta de otra cosa. —Yo voy —advierte Alice, levantándose para luego correr escaleras abajo como una niña.

Desde arriba oigo la voz de Edward saludando a Alice. Me muerdo el labio inferior y bajo lentamente, marcando ligeramente mis pasos en la madera de las escaleras. Cuando lo veo noto un brillo divertido en sus ojos, por lo que reprimo una risita. —Hola —lo saludo. —Hola —me saluda también. Deposito un beso en sus labios y él reprime su deseo de seguir por Alice. Acaricio la chaqueta de su nuevo traje, que es negro y muy fino. Lleva una camisa de lino y una corbata roja, como mi vestido. Se ve muy guapo. Muy… Me muerdo la mejilla interna para reprimir las ganas que tengo de enredarme a él y besarlo hasta perdernos en la cama. Remuevo un poco mi cabeza y me obligo a dejar ir semejantes pensamientos. Todo a su tiempo. —Te ves muy guapo —me sincero. Me guiña un ojo y mi corazón se desboca de inmediato. —Jasper me ayudó a elegir el traje —señala. Luego hace un mohín y mira a Alice—. Siento nombrarlo… —Oh no, no te preocupes —dice ella—. Los dejo solos, tortolitos. Cuídala mucho. Edward asiente y nos quedamos en silencio hasta que se retira. —¿La he cagado? —inquiere con algo de inocencia. —No, no te preocupes —le digo. Me sonríe con picardía y me mira de pies a cabeza. —Estás preciosa —exclama—. Más que preciosa, perfecta. Me sonrojo y lo beso con ansiedad. —Si seguimos así nuestro plan de ir a cenar se irá al demonio en este mismo instante —dice con la voz ronca. —Perdón. Me separo y le limpio los labios que han quedado manchados con mi labial rosa. . Edward ha manejado todo el trayecto, mientras me cuenta algunas cosas que ha hecho últimamente. Yo lo escucho atentamente y de paso lo miro, embobada ante su perfil. Me encanta. Estaciona en Seattle, junto a un restaurante completamente iluminado de velas y candelabros, puedo notarlo desde la ventana. Es una casa… o lo era antes de convertirlo en lo que hoy es, un restaurante. Un camino de piedra nos indica dónde está la entrada principal. Toma mi mano y me conduce dentro, donde un hombre nos recibe. —Sr. y Sra. Cullen, pasen por aquí. Levanto mis cejas y le doy una mirada a Edward. Con nuestros dedos entrelazados caminamos

por el lugar, el cual, tal como noté desde afuera, está solo iluminado de velas y candelabros. —Sra. Cullen, ¿eh? —susurro muy cerca de su oído—. Me gusta como suena. Sus labios acarician mi sien y me abraza. —A mí también me gusta —confiesa. El hombre para en el lugar más alejado, un privado al aire libre. A nuestro lado hay una laguna artificial, repleta de peces. La luna brilla, por lo que se refleja de manera increíble sobre la calma del agua. Sobre nuestras cabezas hay un toldo de hierro, semejantes a las ramas y flores. Es magnífico. Edward me corre la silla para que yo pueda sentarme y él luego se sienta frente a mí, en una mesa adornada con una vela sujeta en hierro. Mi cobrizo pide vino y el hombre se va, dándonos privacidad. —Edward, esto es precioso —le digo con sinceridad, maravilladas con las estrellas, la luna, las velas, la fuente y la intimidad. —Sabía que te gustaría —me cuenta, acariciando mi mano sobre la mesa. —Es extraño —murmuro—. Nunca habíamos compartido algo como esto. Me sonríe con tristeza. —Créeme que siempre he querido hacerlo. Edward acaricia mi mejilla y yo beso sus dedos cuando éstos topan con ellos. —Solo quiero hacerte feliz. Es mi pasatiempo favorito. Si tan solo vieras tu rostro cada vez que estás alegre, me enamoro cada vez más de ti. Me río un momento y vuelvo a besar sus dedos. —Estoy enamorada de ti —comento, aunque sé que lo sabe—. Podría amarte toda mi vida. Edward me sonríe entre dientes y ahí estoy yo, convertida en una adicta a él, mirándolo sin poder evitarlo, bajo su hechizo. —Hagamos un trato —me susurra, acercando su tronco lo más que la distancia entre la mesa y yo le permitimos—. Yo te hago feliz todos los días de tu vida y tú me amas todos los días de mi vida. Me muerdo el labio inferior. —Trato hecho —susurro. . Me llevo el último bocado a la boca y cierro los ojos, alucinada por el sabor de la salsa de camarones. —Esto estaba delicioso —exclamo. Llevo la copa hasta mis labios y bebo.

Un hombre se nos acerca y nos pide una foto. Yo miro a Edward y éste se nota nervioso. —Tomamos fotografías a las parejas, es una tradición del lugar —susurra él, enseñándonos su cámara—. Cuando las revelamos las ponemos en nuestro mural, cerca de recepción, por si quieren retirarla para ustedes. Pero Edward parece asustado. No lo entiendo. —Claro —digo. Sonrío y Edward intenta poner su mejor cara. Cuando el flash nos da contra la cara, parpadeo un poco. —Gracias —dice el fotógrafo y se va. —¿Qué sucede, Edward? Bebe un poco de vino y se lleva un par de dedos a la frente. —Solo estoy un poco nervioso con las fotografías —me confiesa. Frunzo el ceño sin entender a qué se refiere. —Bella, iba a decírtelo en otro momento, pero… —Me asustas. —A la salida del taller me esperaba una horda de periodistas, preguntando por mí específicamente. —Oh Dios —exclamo, llevándome una mano a los labios. Lo noto repentinamente cabizbajo, quizá un tanto asustado de recordarlo. —¿Te preguntaron algo? ¿Te acosaron? —inquiero convulsa. Niega. —Me escabullí a la primera oportunidad que tuve. ¿Cómo es que conocen tanto de mí? ¿Cómo sabían que yo trabajaba ahí? —Oh, cariño, lo siento —murmuro—, esos malditos —gimo. Me siento realmente culpable. ¡Es por mí que lo buscan! Lo que tanto temía… Dios. Trago saliva con nerviosismo. —Debiste decírmelo en aquella oportunidad. Llamaré a mi asistente para que borren tu nombre y… —Tranquila, Bella —susurra, tomando mis manos—, es algo que debo afrontar, por ti, por nosotros. —No quiero que te incomodes. —Es algo nuevo para mí, lo sé, pero ¿qué puedo hacer? Te amo, Bella, y puedo pasar un millón de infiernos por ti.

Me da unos toquecitos en la barbilla y yo le sonrío. —Si tan solo te sientes presionado, dímelo, yo también te amo y quiero que estés bien conmigo, no quiero ser una incomodidad en tu vida. —Jamás lo serías. Suspiro. —A Alice también le asustaba esto, sobre todo por Jasper —murmuro. —¿Está mejor? Jasper solo lee filosofía y me está matando. ¡Hasta escucha a Stevie Nicks creyendo que así Alice está más cerca! Son unos tontos. —En especial tu primo. —Idem. Nos callamos y luego estallamos en risas, algo más relajados. —¿Crees que vuelvan a estar juntos? —me pregunta. La pregunta es tan abstracta que hasta siento una punzada de tristeza por ambos. —No lo sé, pero realmente me gustaría. —A mí también. El hombre nos entrega el postre, que es a base de frutos rojos. El chocolate le da una mezcla realmente apasionante, muy adulta. Me lo devoro enseguida, incapaz de dejar escapar un solo bocado. Edward va más lento, como si aún le rondara algo en su cabeza. —Bella, hoy esperaba decirte algo, algo muy importante —me dice, sacándome de mis pensamientos. Lo miro atentamente, esperándolo. —Cuando nos separamos en esos días yo estaba muy enojado y cometí un error. Bebí y la cólera me nubló. —Suspira—. Le grité a Carlisle lo que había sucedido entre nosotros, quise defenderte a pesar de estar dolido contigo y… le conté sobre el bebé que perdiste. —Oh —solo logro decir. —Luego él me pidió explicaciones, muchos días después, y no pude evitar contarle. Bella, lo siento. No sé qué decirle. —Lo de Phill se me escapó y… —Fue impulsivo —murmuro—. Tú no eres así. Mueve sus cejas con tristeza y deja caer sus brazos. —Últimamente no puedo evitarlo. —Primero los golpes, luego esto… Edward —gimo—. Tu padre va a odiarme aún más.

Niega, taciturno. —No lo hará. Le he dejado en claro todo lo que pasaste, todo lo que luchaste por mí, por el bebé… Todo el sufrimiento que ese hijo de… que ese estúpido que hizo pasar. No podría odiarte. Es mi padre y necesitaba decírselo, Bella, es la única familia que tengo. —Lo sé, lo sé, Edward —murmuro—. Solo me duele un poco que él lo sepa luego de todo lo que me ha dicho. —Siento no haberte preguntado antes, realmente lo siento. Asiento y lo beso para que se calme. —No tienes la culpa, este secreto también es tuyo. —Solo de nosotros y nuestros padres. A pesar de todo, ellos nos vieron sufrir. ... Ya han pasado tres semanas y media, el clima cada vez se torna menos frío. Las flores comienzan a florecer, coloreando el paisaje verde y gris de Forks. Es mi primera primavera junto a Edward y en cierto modo me hace mucho más feliz. Alice dejará mi casa, pues ha comprado una nueva en el nuevo barrio, cercano al bosque de Forks. Es familiar, espacioso y muy bonito. Todas diseñadas con lindos tonos blancos y crema. Estoy viendo la posibilidad de comprarle una a mi madre, sacándola de la casa que tanto la vio sufrir. Pero aún ni siquiera sé cuándo estará sana para poder darle el alta. Ayer la vi y está muy alegre, como si nada hubiera sucedido. No he querido preguntarle qué le ha dicho Phill antes de atacarla, no es correcto. Alice abre las cortinas de color rosa de su nueva habitación, la cual tiene un balcón muy grande. Mira al cielo y sonríe. Finge estar bien, pero sé que cada vez que puede llora por Jasper. Lo adora, es imposible que siga negándolo. Se la pasa escuchando a Stevie Nicks, bajo melodías y letras de amor y sufrimiento. Yo no le he dicho nada, no quiero hundirla. Edward está apilando unas cajas afuera, las cuales contienen algunas cosas de Alice que trajo de mi casa. —Tu nueva casa es muy grande —le digo, tocando las paredes. —Es tan linda. Me enamoró desde que la vi. —Tus vecinos deben estar esperando para poder venir a conocerte. —Ugh. Espero sean agradables y me permitan escuchar mi música en paz. Le sonrío y le ayudo a tener la cama de hierro blanco. Siento un barullo desde abajo, unas entonadas algo conocidas que provienen de lo que parece ser una banda. Salgo por el balcón y grande es mi sorpresa al ver a Jasper con una guitarra en sus manos, cantando Dreams de Fleetwood Mac, la banda favorita de Alice. Lo acompañan unos hombres, todos vestidos de negro, con unos instrumentos en sus manos.

—¡Alice! Tienes que ver esto —le grito. Jasper le está cantando, ¡Jasper le pedirá perdón! Dios. Este cap se me hizo larguísimo. ¡NO ODIEN A TANYA! Ella será muy divertida. Me gusta escribir cursilería, sobre todo si viene de parte de estos dos. Es muy dulce. Debo recalcar que aún falta para esta historia, (me reconocen por tener historias larguitas), y también espero que sigan pendiente de mis actualizaciones, a pesar de lo mucho que me he demorado en actualizar. Ya saben por qué... Y lo siento. Gracias a todas por sus reviews, los iré contestando durante hoy y mañana. Espero sus comentarios sobre este capitulo. Un beso a todas, son las mejores por esperarme. ¡No volverá a suceder! Lo prometo de corazón. Muchos abrazos Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Small Hands de Keaton Henson . Capítulo XXXIII . Isabella POV La brisa que corre por Forks me golpea la cara y de inmediato siento un frío glorioso que me remueve las entrañas. Alice abre las puertas para salir por el balcón sin entender mucho. —¿Qué pasa, Bella? —me pregunta, pero sus palabras se las lleva la misma brisa que me ha dado en el rostro. De su boca deja de salir sílaba alguna. Cuando mira hacia abajo, en donde Jasper aún sigue cantando, deja escapar un jadeo bastante perceptible, se lleva una mano a la boca y su mirada se torna, más que sorprendida, ilusionada otra vez de verlo. Jasper le confiesa su amor en la delicada canción de la banda favorita de Alice, con los hombres que le siguen, tocando algunos instrumentos variados, vestidos de la misma manera: pantalones negros, camisa blanca y un pañuelo rojo en sus cuellos. Quiero alejarme del balcón e ir con Edward para que ellos tengan intimidad, pero Alice aprieta mis dedos con muchísima fuerza, por lo que me mantengo imperturbable en mi posición.

La música deja de sonar de a poco, hasta que el rubio baja sus manos y la guitarra acaba colgando de su cuello y hombro. El balcón no es tan alto, por lo cual él no necesita más que acercarse y elevar ligeramente su cuello; Jasper debe medir un metro ochenta y pico. —A-Alice —tartamudea él. Se aclara la garganta y mira al suelo por un momento—. Alice —repite, con más valor—, he venido aquí para pedirte perdón. Mi amiga aprieta mi mano otra vez, pero la suelta, para luego acercar sus manos a la barandilla de seguridad. Siento un silbido pícaro desde la puerta y veo que Edward me llama. Me acerco ligeramente a él y me rodea con sus brazos. —Estuvo toda la semana aprendiéndose la canción —me cuenta en un susurro, besando mi mejilla esporádicamente. —¿Tú lo sabías? —le pregunto, ligeramente sorprendida. —Yo le ayudé —dice con orgullo—. Los que le acompañan son unos músicos aficionados, amigos de Jasper. Le sonrío y esta vez soy yo quien lo besa. Alice se acomoda el cabello con los dedos, sin saber qué hacer. —Sé que he sido un tonto, un verdadero estúpido —profiere—, pero tú no tienes la culpa de nada, he sido yo quien ha huido cobardemente de tu lado. ¡Pero te amo, Alice Brandon! —grita con desesperación. Alice rompe a llorar, llevándose una mano a los labios para amortiguar el sonido de su gemido. Voy tras ella, pero Edward me retiene. —Alice debe enfrentarlo —me susurra. Yo asiento. —Me has roto el corazón en mil pedazos, Jasper —exclama, golpeando el barandal con sus dedos—. Te mostré todo lo que soy —solloza. —¡Y te sigo amando! Quiero hacerte feliz, quiero estar contigo y no me importa quién eres ni las cicatrices que lleves contigo —gime ante la desesperación—. Te he extrañado todos estos días, cariño. Despierto cada mañana y parte de mí no existe, porque tú la conservas contigo. Libero un suspiro ante sus palabras. Son sinceras. —Jasper —gime Alice, incapaz de contenerse. Pero el rubio no la oye, simplemente prosigue sincerándose, dejando ir lo que quizá siempre ha querido decirle. —Extraño la melodía de tu risa, verte sin maquillaje deambulando por los lares, sin imaginarte cuán hermosa me pareces. Extraño tu sentido del humor, tu astucia… Alice mira al suelo, aún envuelta en lágrimas. —Yo también te amo, Jasper —masculla, pero Jasper la escucha perfectamente. El rubio deposita la guitarra en el suelo y de un solo salto se eleva con rapidez en el barandal del

balcón. Alice camina dos pasos hacia atrás, algo sorprendida ante el movimiento. Jasper tiene ambas manos a los lados de su cuerpo, mirándola con una atención enloquecedora. Mi mejor amiga salta sobre sus brazos y luego enreda los suyos en el cuello del rubio. Se besan con una pasión que nunca me permitieron contemplar, algo que jamás había visto en Alice. Puedo notar su desesperación por tocarse, sentirse y amarse, lo que me transporta a la primera vez que besé a Edward luego de 10 años. Lo miro y él no nota que lo contemplo como una tonta, hechizada por sus ojos dorados, hambrienta de sus labios llenos y enamorada de todo su ser. En aquella fiesta, cuando nos besamos a segundos del nuevo año, sentí florecer en mí todo, y que me tomara entre sus brazos lo hacía insoportable. No cabía más deseo, pasión y amor en mi interior. Quería gritárselo, hacerle saber cuánto le necesitaba. El poder hacerlo ahora me hacía volver a apegarme a su pecho, mientras él me enreda con sus brazos. —Quisiera sentirme incómodo ante este espectáculo, pero los entiendo —me comenta, riéndose en medio de la oración—. La primera vez que me besaste quería devorarte. Me largo a reír. —La sensación fue mutua —le digo. —Perdóname, Alice, por favor —suplica Jasper, tomando sus manos luego de haber separado sus labios de los de ella. Desde mi posición noto sus ojos brillantes, alarmados y preparados para la posible negativa de Alice. Pero ella vuelve a amarrar sus brazos al cuello de Jasper y sin más se larga a llorar como si la vida se le fuera en ello. Mis ojos también se llenaron de lágrimas, pero por una razón no me permito derramarlas. Entiendo su llanto, entiendo cuánto le duele perdonarlo. Pero no le duele porque no quiere, le duele porque perdonarlo significa que quien ama obró de mala manera, y nadie está acostumbrado a aceptar que tu amor es imperfecto, digan lo que digan. El amor vuelve perfectos al causante de ello, nos endiosa en base a cuánto adoran contemplarnos. Es cuestión de analizarme, vez que puedo lo observo y caigo en cuenta de que no podría cambiar nada de él porque es perfecto para mí. A Alice le quebraron la ilusión de esto de una manera tan rápida, que no le dio tiempo ni de analizarlo siquiera un poco. Y aquel culpable fue Jasper. Sin embargo, no puedo culparlo, él estuvo toda su vida en un pueblo conservador, bajo ideas de la vida tan simples, que el solo hecho de saber que la mujer que quieres fue prostituta, llevando una vida de regalías gracias a aquel pasado, lo convertía en un verdadero cobarde. —Claro que te perdono, Jasper —dice ella, separándose para mirarlo a los ojos. Lo último que escuchamos son los gritos de júbilo de los hombres de la banda. . Edward POV He invitado a papá a mi casa. La última vez que estuvimos juntos fue algo triste, pero también le abrí mi corazón. Ha estado triste, como cada aniversario de muerte de mi madre, aunque aún quedan algunas semanas para eso. El periodo de letargo es largo para él, es cuestión de ver todos los años que han pasado desde aquel entonces y aún no ha podido dejar ir todo el

sufrimiento. Últimamente me pregunto si es posible que sienta culpa, una abstracta idea que se me ha presentado ante las múltiples dudas que contengo en mi cabeza luego de saber los múltiples secretos que tiene guardados bajo llave, junto a la madre de Bella. Podrían ser muchas cosas… Dejando de lado aquello, su actitud se ha vuelto mucho más amable, olvidando la antipatía que se atribuyó desde que Bella pisó Forks. Acaso cambió un tanto con lo que le comenté la última vez, vaya a saber uno, solo esperaba que esto durase, que esto realmente sea para siempre. Veo su silueta atravesando el antejardín. Utiliza una cazadora muy gruesa, se ve sombrío y ligeramente cabizbajo. Cuando toca a mi puerta y yo abro de inmediato, toda la tristeza que creí encontrar en él desaparece, es más, parece feliz de verme y de poder entrar a mi casa de mejor manera que aquella última vez, cuando insultó y provocó que Bella cayera de bruces en el suelo, buscando su ropa interior. El solo recuerdo se me devuelve en el esófago cuan vómito repugnante, inundándome de asco. —Papá —le digo en modo de saludo, agachando ligeramente mi cabeza para él. —Hijo —murmura, sonriendo abiertamente para mí. Le permito la entrada, y cuando él ya está en medio de la sala, cierro a mis espaldas. Él pone su abrigo en el perchero y con timidez me mira. —¿Quieres beber algo? —le pregunto. —Un té estaría bien. Lo noto pasear por el lugar, mirando los cuadros que hace unos días Tanya Denali analizó. Sonríe de lleno y mi corazón se ablanda de manera increíble. Siempre he rescatado lo mucho que papá se enorgullece de mí, incluso si son pequeñas cosas. Siento tanto que últimamente nos hayamos separado, pero… solo me gustaría que me entendiese. Preparo la tetera de porcelana, la que Bella compró especialmente para la hora del té: tiene florecitas adornadas en el fondo blanco y la boquilla es triangular. Carlisle la mira, algo divertido y sostiene la taza entre sus dedos largos, mientras vierto el agua sobre la porcelana y la bolsita del té. —No creí que te gustaran las teteras con flores —dice divertido. Le sonrío. —Es de Bella —le contesto. —Ah —se limita a decir, no tan sorprendido como creí. Luego eleva las cejas—. Tiene un muy buen gusto —señala. De pronto me doy cuenta de que mi padre no conoce en lo absoluto a la mujer que amo, solo conserva una idea bastante alejada de una actriz con mucho dinero: egocéntrica quizá, superficial y arribista. Qué equivocado. Incluso me hace gracia. Bella no es un ápice de aquello. —Le gustan las flores —murmuro. Evito decirle que aun así les tiene alergia a ellas, lo que es gracioso para los dos. Y entonces dice algo que me sorprende:

—A su madre también le gustaban mucho. Me siento frente a él con una cerveza y la choco con su taza de té. —Salud —profiero. —Salud —me imita. Nos quedamos callados por un momento. Papá y yo somos muy callados, generalmente vivíamos en una armonía serena, la que solo era atravesada por el sonido de la radio o la televisión. Nunca nos molestaba, era cómodo. Pero ahora parezco algo intranquilo al no decir nada, pues es mi padre y no hablamos hace mucho tiempo. —Tengo muchas cosas que decirte, papá —afirmo, mirándolo con seriedad. —Yo también, Edward. Muchísimas —susurra, mirando hacia la taza humeante. Suspiro y bebo la cerveza con lentitud. —Así que, lo de Bella y tú va en serio —dice, reclinándose en el sofá. —Siempre ha ido en serio para mí —murmuro de buen humor. Levanta las cejas y vuelve a acercar el tronco hacia mí. —Estás enamorado de ella —dice más para él—. Espero que Bella te haga feliz. —Lo hace —le respondo casi de inmediato. Bebe de la taza sin inmutarse con el calor que se desprende de ella. Luego me mira con sus claros ojos. —Te mentiría si dijera que Bella me simpatiza —aclara, encogiéndose de hombros. Sus ojos parecen transportarse hacia miles de kilómetros, quizá a algún momento de su vida—. Todos los días me he preguntado por qué te has fijado en ella… Ésta vez yo me encojo de hombros. —De la misma manera en que tú te enamoraste de mamá. —O de la misma manera en la que quedaste prendado de Renée Swan, pienso, aún atorado con la revelación de mi padre en la frase pasada. A su madre también le gustaban las flores… Asiente y se mira las manos. —Aún temo que te haga daño —me confiesa, aunque sé que no es solo eso lo que le inquieta, es por Renée, toda la vida ha sido por Renée. —¿Estás seguro de ello? —le pregunto. Traga, parece nervioso. Bebe de la taza, ahora menos caliente y yo lo imito con mi cerveza. —Vi esto en el ático hace unos días y de inmediato recordé lo que me confesaste hace unas semanas —murmura, cambiando rotundamente de tema. Se levanta y camina hasta su cazadora, la cual pende del perchero. Del bolsillo interior saca algo, pero desde la leve lejanía no logro ver qué es. Cuando se acerca y me lo tiende, yo lo único que hago es mirarlo con letargo—. Fue tu primera playera. A tu madre le gustaban ese color, el azul era su favorito.

Es tan pequeña. Tiene algunos hoyuelos ínfimos, por las polillas quizá. —Imagino que un nieto hubiera alegrado mucho mi vida —susurra—. Ya sabes, las risas, la alegría, la inocencia de un niño. Asiento y vuelvo a mirar la ínfima pendra. —No sé cómo Bella vivió con esto guardado tanto tiempo, o por qué no volvió cuando pudo contarme todo durante diez años. Estuve disponible para ella toda mi vida. —Ya no hay cómo evitarlo, hijo. Tiene razón. ¿Qué puedo hacer ya? Todo está hecho. —Fui a prisión para ver a Phill —se ríe—. Pero al saber que soy un Cullen me mandaron al demonio. Puedo adivinar que lo heriste hasta los huesos. —Niega, decepcionado—. No es esa la manera de tratar a las personas… —¡Ese hijo de puta mató a mi hijo! —exclamo. —Eso no puedo negártelo, ¡claro que no! —me dice—. Pero ¿y qué? ¿Así tu hijo volverá a la vida? Se acerca para tomar mis manos y observar mis nudillos de cerca. Quiero alejarme de su contemplación, pero al final me quedo ahí. —Bella te curó las heridas —dice—. Estoy seguro que piensa igual que yo. Miro hacia otro lado y escondo mis manos. —No quiero que él acabe suelto de prisión y haga añicos tu vida —me dice—. Hey, mírame —lo hago—, debes protegerla a ella, pero no de esta forma. Me quedo callado. Este es mi padre, el Carlisle que amo. Sus consejos siempre me han hecho reflexionar más de una vez en la vida. Mamá decía que veía la vida siempre detrás de un velo. —Eres un chico tranquilo —susurra—, siempre lo has sido. No acabes como él, en prisión por hacer daño. Asiento, aunque por un lado, si tuviera la oportunidad de golpear a James, o incluso a Phill, lo volvería a hacer. Sobre todo al primero. Si papá supiera que ese hombre intentó violar a Bella, aunque no sea de su simpatía, sería el primero en preparar la mejor de las emboscadas para hacerlo añicos. —Hijo, ¿hay algo que no me has querido decir? —me pregunta, poniendo su mano en mi hombro. Podrían ser muchas las cosas que no he podido decirle, pero solo una podría haberle llegado a sus oídos. —¿A qué te refieres? —Intento zafar. Se encoge de hombros, quitándole cierta importancia al asunto. —Han visto gran multitud de periodistas afuera de la carpintería… Pongo los ojos en blanco. ¿Ángela no pudo quedarse callada?

—Ella se preocupó por ti, ¡creía que estabas en malos pasos! No veo por qué no. Una turba de periodistas buscándote sí que era algo malo. —Me buscaron, yo escapé. Fin de la historia. Mi padre frunce el ceño. —Solo me asusté. Fue algo diferente para mí y… —bufo. —Ella es muy conocida, ¿no? —Asiento—. No creí que fuesen a encontrar tan rápido tu identidad —dice, levantando ambas cejas. —Fue algo nuevo para mí —le confieso—. Quizá demasiado nuevo. Ya sabes, toda mi vida bajo el alero de la soledad, sin que nadie me conociese demasiado. Sabía que Bella tenía un ejército de personas detrás de ella, pero… jamás creí que fuesen así. Me llevo la botella a la boca y bebo. Ya se ha desvanecido un tanto. —Para que cada relación funcione, ambos deben darlo todo para librarse de los impedimentos. Si no eres capaz de hacerlo, lo mejor es que la dejes ir, ¿no lo crees? Me miro los nudillos heridos y ligeramente vendados, veo las cicatrices internas dentro de ellas, las que creí dejar ir golpeando a Phill. Veo en ellas todo lo que sufrió, todo lo que dejó ir para que su padrastro no me hiciera daño. También veo lo mucho que luchó por olvidar, y también lo que luchó por volver a estar junto a mí. Y entiendo que yo podría hacerlo, que podría olvidar mi miedo y gritarle a todo el mundo, frente a las cámaras, frente a una audiencia, cuánto la amo. He llevado a mi padre —porque él me lo ha pedido— a conocer la casa en su inmensidad. Aunque claro, ya había estado antes aquí, pero solo cuando era muy joven. Yo había remodelado bastante, cambiado colores y movido algunas cosas. Papá miraba el lugar con cierto orgullo, ese orgullo inmenso que siempre conservaba en sus cuencas por mí. Suspiro. Extrañaba tanto a mi padre, a este Carlisle maduro y risueño, mi verdadero padre. —Aún recuerdo lo mucho que pasaba por aquí. Creo que iré a ver al Sr. Masen un día de estos para agradecerle todo lo que ha hecho por ti. La última vez que lo vi fue en el funeral de su esposa —comenta papá. Pasamos por el estudio, mi casita del arte, como le dice Bella. Carlisle observa con tranquilidad el lugar, que aún ni siquiera está adornado. Todos mis cuadros están esparcidos por el lugar, algunos pobremente colgados, y los pinceles aún están guardados en una caja, junto a la pintura. Bella está pintada en casi todas partes, aunque también lo está mi madre, lo que yo sueño de mi hermana, los niños del orfanato… Cada pintura es mi diario vivir y mi exposición a mis sentimientos. Mi amor por la mujer de mi vida, el dolor que en mí provocó la muerte de mi madre y hermana, la tristeza que me confiere ver a todos esos niños sin una familia… Sería una buena idea de exposición, pienso efímeramente. Sí, vuelvo a decir en mi cabeza, sería una buena idea de exposición: Mis propios sentimientos y mi diario vivir. Quizá mi vida no es tan monótona y aburrida como creí. Cuando papá se sienta en el único sofá que hay en el estudio, yo saco el cheque de mi cajoncillo. Él está distraído mirando el paisaje de la gran ventana que da al bosque, donde el sol ya está preparado para esconderse; deben ser las seis de la tarde.

Se lo tiendo de frente, sorprendiéndolo. En un principio no lo entiende muy bien hasta que ve la suma de dinero. —¿Y esto qué es? —me pregunta, tomándolo ligeramente con sus dedos. —Un cheque. Pone los ojos en blanco, pero luego se ríe. —Ya sabes a lo que me refiero. Le sonrío. —Quiero comprarte la carpintería. Papá frunce el ceño. Me recuerda a aquella expresión que ponía cada vez que me encontraba jugando con tierra. En cierto modo es divertido. —Estás de broma —dice. Niego con mi cabeza. Vuelve a mirar el cheque con detenimiento, contemplando los números escritos en él. —Quiero ser parte de ella como tú lo has sido —le digo, poniendo mi brazo sobre sus hombros—. Ya no quiero trabajar para mi padre, quiero ser parte de esto. Papá suspira y se lleva unos dedos a la frente. —Siempre has sido parte de esto, hijo —exclama—. Nunca has trabajado para mí, has trabajado conmigo. Miro al suelo. Quizá tenga razón. —Con tu madre siempre planeamos que ese taller sería tuyo, pero no que lo comprarías. —No quiero esperar a que mueras para que eso sea mío. Carlisle se queda pensando con sus codos en las rodillas, mirando al suelo con el cheque entre los dedos. Niega y yo pierdo toda esperanza. —No puedo aceptarlo —me dice—. No ahora. Le pongo una mano en el hombro y lo aprieto ligeramente. —Prométeme que lo pensarás —le digo. —Claro que sí, hijo —susurra, sonriéndome. Él se da un paseo por mis pinturas, viéndolas de cerca y sin inmutarse como antes lo hacía cuando veía a Bella en cada pintura. Pero pasa rápido de ellos, para irse a los de mi madre. Al rato se dirige a mí con un rostro sereno, pero con los ojos insertos de orgullo. —Pintas muy bien, como tu madre —me dice sonriendo. —¿Mamá siempre pintó? —le pregunto.

Hace un mohín triste. —Desde el momento que la conocí. Era increíble. Asiento, pues no quiero sentir la melancolía que siempre se apodera de mí cuando hablo de ella. —¿Has dejado de escribir? —me pregunta. Es extraño, porque no recordaba que lo hacía. —Desde que me cansé de hacerlo… no lo recordaba, hasta que lo has dicho —le susurro. Desde el primer día que Bella se fue comencé una serie de cartas dirigidas a ellas, pero entendía que jamás llegarían a destino. No conocía su dirección, ni siquiera el estado en el que estaba viviendo. ¡Tampoco si tenía algo de comer! Mi única manera de expresar todo lo que sentía eran esas tontas cartas, larguísimas de primera, luego acortándose como mis esperanzas. Estuve furibundo por meses hasta que entré a la guerra por decisión propia, con mi familia en mi contra. Gracias al cielo no sucedió mucho, pues el conflicto estaba acabando. Lo único realmente interesante fue que creyeron que estaba muerto; me habían confundido con otro… Edgard Cullen. Era de Texas, por lo que solo era un alcance de apellido. Cuando regresé de la guerra Carmen amablemente me dijo que Bella estaba en Nueva York, por lo que no dudé en ir hacia allá para verla. Como no tenía cómo buscarla, recurrí a mis dibujos y pinturas. Nadie más que Rosalie fue capaz de decirme que la conocía, pero nada más, solo un "la he visto. Suerte" efímero. Regresé a Forks peor que aquella vez que se fue, me odiaba por ser hacer tan poco, por no lograr mi cometido. Me refugié otra vez en las cartas, ésta vez estampando el nombre de Nueva York en la solapa. Al menos sabía dónde dormía. —¿Nunca has pensado en… entregárselas? —me pregunta. —Están envueltas en desdicha, no sé si sea correcto —le contesto. Y él no vuelve a tocar el tema otra vez. . Despido a papá a un lado de su viejo coche. Pero antes de partir él me abre la ventanilla con rapidez. —Me gustaría invitar a Bella a cenar, quiero conocerla. De inmediato sonrío. —Se lo diré. —Haré lo posible por ser agradable. Asiento y luego lo veo partir, escondiéndose entre los árboles. Comienza a hacer frío y la noche se acerca lentamente, paso a paso, mientras el sol se esconde entre las colinas más lejanas. Me sobo los brazos para generar calor y camino con rapidez hasta la entrada de mi casa. No sé por qué, pero siento un ligero halo de misterio entre la oscuridad, como si estuviesen mirándome. No me había ocurrido antes.

Cierro la puerta detrás de mí y apego mi espalda a la madera. El calor de la chimenea me reconforta. Pongo un poco de música en el tocadiscos de mi cuarto y me echo en la cama. En mi mesita de noche está la revista en la que sale Bella junto a la carpeta que me ha dejado Tanya. Toco su rostro y la observo con tranquilidad. Tiene una mirada tan penetrante, que es capaz de seguirte hacia donde vayas. La página de su entrevista está marcada, por lo que no me es difícil llegar a ella. Vuelvo a leer su entrevista como si no lo hubiera hecho ya unas quince veces antes. Y vuelvo a toparme con el superficial comentario de la periodista: "¿Será un director o un empresario el que ha conquistado su corazón?". Lo último que pienso y respondo luego de eso, es que solo soy un carpintero que aún trabaja para su padre, que pinta sí, dibuja sí, pero no tiene ni la valentía ni el talento suficiente para hacerlo público. Solo soy… Edward. Siento tristeza y un poco de furia conmigo mismo. Me hubiese gustado ser otra persona cuando ella regresó a Forks. Quizá un profesor de arte, lo que tanto me empeñé en creer junto a ella. A veces pienso que la oferta de Tanya es justamente lo que necesito para no parecer cualquier cosa al lado de Bella, de la gran actriz de cine. Pero luego… luego me arrepiento de pensar en tanta estupidez. Le doy una hojeada a las fotografías, nuevamente maravillado con las pinturas de las que tanto habló Tanya Denali. Además de esas, encuentro otras que no había visto entre medio: todas con el mismo estilo, algunas más toscas, otras suaves y realistas. Llego hasta la última, que es una niña recién nacida entre dos manos. Sonrío y la contemplo por unos minutos, hasta que el pequeño papel que está en su esquina, pegado con lo que parece cinta adhesiva de papel. Lo tomo entre mis dedos. Es un número de teléfono, debo suponer que es el de Tanya. Arriba de él dice "llámame", y una cara dibujada a lápiz. Su letra es muy bonita. Cierro mi puño con él dentro y lo arrugo con fuerza. No creo que necesite llamarla, tiende a parecerme extraño, más aún cuando aún ni la conozco. ... Bella aprieta mi mano cuando Emmett cierra la puerta detrás de nosotros, camina hasta su silla y se sienta frente a los dos. Parece serio, algo imposible en él. Como no me interesa lo que haga, lo dejo pasar. Mi novia está nerviosa y debo reconocer que yo también. Hoy sabremos si Renée acaba con su tratamiento y cuál es su pronóstico de vida. Acaricio el dorso de su mano con mi dedo pulgar para infundirle todo el valor que necesita, pues sé lo difícil que es esto para ella. Emmett se quita los anteojos, lo cual me permite ver lo cansado que se ve. Me preocupa, no él, sino Renée. Quizá hay malas noticias. —Bueno, Bella —dice, mirándola. No me sorprende que siga ignorándome—, el último examen que mandé a practicarle ha demorado más de lo que esperé. La biopsia que recogimos de la última intervención nos ayudó a esclarecer bastante el aspecto de los tumores cancerosos del páncreas. —Se aclara la garganta con calma—. No hay metástasis, por lo que ya está bastante controlado en su sitio —prosigue. Bella deja ir el aire en un fuerte suspiro. Beso sus dedos y ella me mira con los ojos brillantes—. No podría dar un diagnóstico certero en cuestión al poco tiempo de análisis, pero… —sonríe—. Vamos por un buen camino. Si Dios quiere, tu madre podrá irse contigo en unas semanas más.

Bella se lleva la mano libre al pecho y luego me abraza con fuerza. Yo lo único que hago es susurrarle al oído que siempre supe que ella iba a lograrlo, aunque mentí un poco, pues un par de veces creí que no saldría de esta. La vez que la vi tan desvaída, ahogada en congoja por su enfermedad y el no saber nada de su hija, creí que moriría. Fue increíble que ante la presencia de Bella, Renée haya mejorado tanto. Quizá una parte era que su hija había pagado al mejor médico del estado de Washington, pero su compañía le brindó inmediatos cambios. Renée siempre fue feliz sabiendo que su hija estaba con ella. —Muchas gracias, Emmett —le dice Bella, mucho menos efusiva que conmigo. Hasta parece más seria. —Muy pronto podrás llevártela a la playa de California —responde Emmett, pasándole la mano por el brazo a ella. Yo le tiendo mi mano, realmente agradecido de su servicio como médico. —Gracias, Emmett —susurro, dejando volar mi orgullo. —No hay de qué, Edward. —Me aprieta la mano con ligereza y también sonríe. Cuando salimos de la consulta, Jane nos cuenta que Renée necesita lavarse, así que Bella le pide que nos despida a ambos de ella. Bella enreda sus dedos con los míos y me abraza, otra vez tan efusiva. Se pone así cada vez que está feliz, y yo soy dichoso por completo de saber que es feliz en pequeños momentos, sus ojos tristes dejan de estarlo, para pasar a la dicha más preciosa que jamás podría ver. —Quiero comprarle una casa muy cerca de donde vivirá Alice. —Pero es una casa muy grande —le digo, besando su cabeza. Sonríe. —Pero tiene un gran patio —susurra. Pasa unos dedos por mi pecho—. Y es una casa sin recuerdos —acaba diciendo. —¿Eso es lo que te preocupa, cariño? ¿Sus recuerdos? —Si yo veo todos esos momentos en aquella casa cada vez que estoy ahí, ¿cómo será la presencia de mi madre al volver? Ahí la golpearon, ahí dejó sus esperanzas. Esa casa está atestada de odio y maldad, creo que le haría bien cambiarse de casa. Le corro unos cuantos mechones que han caído sobre su cara producto del viento y me quedo mirándola con atención, fijándome una vez más en los hermosos detalles de su rostro… hasta que acabo en sus preciosos ojos achocolatados. Tiro de su labio inferior con mis dedos y la hago sonreír. —¿Cuándo lo harás? —le pregunto. —Cuando esté segura de que mamá pueda salir del hospital. —Solo le quedan unas cuantas semanas —digo, recordando las palabras de McCarty. —No quiero apresurarme a los hechos, prefiero disfrutar de saber que mi mamá está cada vez mejor —me sigue sonriendo.

La beso por unos segundos y luego me separo para volver a contemplarla. —Concentrarse en la felicidad del momento —expreso, acariciando sus mejillas. Ella cierra los ojos un instante—. Me gusta esto, podríamos intentarlo juntos —la invito. —Claro que sí —afirma y vuelve a besarme. Abro la puerta del coche y ella se sube a él. Yo le doy la vuelta y me siento a su lado, la radio ya está puesta y yo pongo marcha para irnos a Forks nuevamente. Me gusta oír la música de fondo, como también el silencio de ambos, disfrutando del paisaje de la carretera. Quizá es cierto que cuando se encuentra a la persona correcta, el silencio es cómodo, grácil y común entre nosotros dos. Hasta que apaga la radio y me toca la mano que tengo puesta sobre la palanca de cambio. La miro y ella solo sonríe con timidez, algo nerviosa por cortar el momento. —Cuando hablabas con Alec, mamá me contó algunas cosas sobre tu papá —dice, mirando directamente a la carretera que tiene en frente. Yo apresuro la marcha, recordando la conversación que tuve con papá unos días atrás. Él también dijo algo sobre ella, aunque no fue mucho. —¿Te habló algo sobre lo que sucedió con Phill? —le pregunto. —No, de eso ni siquiera se acuerda —dice, tocándose los dedos entre sí—. Pero hoy recordó a tu padre. —¿Qué dijo? —murmuro. Suspira, como si de tan solo pensarlo le cansara. —Que había vuelto a dejarle flores. Ah, aquellas rojas que estaban en la mesita. —Creí que había sido Jane —comento. Se larga a reír con letargo, sin humor. —Pero fue tu papá, Edward, luego de tantos años sabemos que se conocen… y que lo hacen muy bien —murmura. La observo de reojo, y por lo parece no está muy contenta con esto. —Hace unos días papá fue a mi casa —le cuento, aumentando la marcha del coche. Nuevamente veo a Bella por el rabillo del ojo —. Le comenté que te gustaban las flores y él dijo, casi para sí mismo, que a tu madre también. Me quedo callado, pues no sé qué más decirle. Estamos hablando de nuestros padres, de dos personas que nos ocultaban una amistad de años. —A veces no entiendo qué fueron, qué son y por qué dejaron de verse, de inventar una historia tan convincente. Si no fuera porque ese día los vimos juntos en la habitación de mi madre, creo que nunca habríamos conocido esa parte de la historia, una historia que nos une más de lo que puedo soportar —me dice, elevando cada vez la voz.

—¿Crees que conocemos parte de la historia? —exclamo, mirándola de soslayo. Bella se encoje de hombros—. No la conocemos —profiero—, ni siquiera, viendo que cada día más salen secretos de ambos a flote, podemos decir que conocemos su historia. —Es decepcionante. Nos volvemos a quedar callados, ya no tan cómodos como antes. —¿Has vuelto a saber sobre el diario de tu madre? —le pregunto luego de unos segundos. —No —me responde—. Las hojas desaparecieron de mi vista. Mamá debió arrancarlas hace muchísimos años. Mi mente viaja hacia el pasado, recordando la primera vez que papá conoció a Bella. Teníamos once años (creo), habíamos salido de la escuela. Habían pasado unos cuantos meses de la muerte de mi madre y no sonreía a menudo. Papá siempre recalcaba que quería conocer a la niña que lograba sacarme unas pequeñas risotadas en mi serio hermetismo; estaba preocupado, generalmente porque no sabía cómo hacerme niño, pues me había convertido en un adulto con una rapidez inigualable. Tenía que estar para mi papá, que lloraba todas las noches con el cuadro de mi madre entre sus brazos. Tía Whitlock iba a verme con Jasper, quien me ayudaba con la tarea a menudo. Jasper siempre fue muy listo. Pero yo me rehusaba y bajé mis calificaciones, odiaba todo, todo en absoluto. Incluso ella comenzó a cocinar en casa cada mañana, disponiéndonos de una vida que queríamos fuese "normal". No resultó. Por eso, para papá fue necesario conocer a la niña que, según sus propias palabras, me ayudaba a sonreír. Nunca le dije su nombre hasta que ella misma se presentó, un día con muchísimo sol. Fue raro, en Forks había sol tres días por cada cinco meses. Creo que el primer momento que la vio supo que era hija de Renée, pues su rostro cambió de mil maneras insospechadas. Bella había llevaba un vestido rosa, con una cinta del mismo color amarrada al cabello. Se veía preciosa, dulce y muy lista para agradarle a mi padre. Pero él fue grosero, serio y la incomodó tanto que no le dio oportunidad de darse a conocer. Nunca entendí porque la odiaba, y ahora estaba entendiendo las cosas de a poco. —Debió hacerlo por algo muy doloroso —comento, imaginándola haciendo trizas lo que alguna vez fue su único escape de la realidad, un diario de vida. —No sé con quién hablar para saberlo. Mis abuelos están muertos, no tengo tíos vivos. Ni siquiera Carmen podría ayudarme —susurra. Trago y no pienso ni un segundo en lo que diré. —¿Y tu padre? Regresó a Forks hace unos meses… Te buscó y… —No —exclama—. No lo vuelvas a mencionar —dice tajantemente. Asiento, algo entristecido por haber tocado un tema tan suyo. —Supongo que yo podría intentarlo con mi tía —intento remediar las cosas. Pone su pequeña mano sobre la mía, que mueve la palanca de cambio. La miro y me sonríe tranquilizadoramente.

—Por ahora enfrasquémonos en nosotros —murmura. Asiento y también le sonrío. . La dejo en la puerta y antes de darle mi último adiós, me atrevo a contarle lo que me ha pedido mi padre hace unos días, por si tiene otros planes. —¿No pasarás? —me dice, ladeando ligeramente la cabeza con picardía. Cómo adoro que me mire así. Sus mejillas están rosadas y de sus labios asoma una sonrisa divertida. —No quiero abusar de tu hospitalidad —murmuro, apoyándome en el umbral de la puerta. Su sonrisa se enancha con naturalidad. —Quiero despertar contigo otra vez —murmura, apegándose a mí desde la cintura. Me mira desde su posición, unos treinta centímetros por debajo de mí. —Eres una señorita muy insistente. Se sonroja. —Solo quiero estar contigo. Me largo a reír. —¿Cuántas noches serían suficientes para ti? —le pregunto. —Todas las de mi vida —afirma y sus ojos dan un fulgor resplandeciente. Beso su frente con fuerza. —Cásate conmigo y estarás todas las noches junto a mí —le digo—, toda tu vida, a mi lado. Suspira, abre la boca y se separa un poco. Ahora todo su rostro es de fuerte color carmesí. —Edward —susurra, negando lentamente—, no… —Tranquila, solo… decía —murmuro, volviendo a besar su frente. En ningún momento bromeé. Pero Bella no parece entendida de ello, porque no parece tomarlo tan en serio. —También me gusta la idea —dice, empinándose para poder estar más a mi altura. Le quito el cabello de la cara y ella poco a poco va recuperando el color natural de su piel. —Papá quiere que vayas a cenar a su casa —le comento. Abre sus ojos de sopetón y mira hacia los lados sin saber qué pensar. No puedo evitar sonreír, de esta manera natural se me hace tan hermosa. —¿Cenar? ¿Conmigo? —inquiere.

—Sí —le respondo—. Quiere… conocerte. Se calla. —Hey, nada malo ocurrirá. —Solo se me hace tan extraño de su parte. Luego de todos estos años… —Sabe que te amo, lo sabe totalmente. Cuando te conozca realmente como eres caerá rendido a tus pies. Eres irresistible, cariño. Me sonríe, pero aún sigue preocupada. —¿Y si aun así no le parezco bien? —me pregunta, entristeciendo su mirar—. No quiero arruinar esto más de lo que ya está. —No, tranquila. —Tomo sus manos y las entrelazo con mis dedos—. Él me lo pidió, cariño, no vas a arruinarlo, no podrías hacerlo. Se abraza a mí, pidiéndome a gritos que la proteja de todos quienes han querido hacerle daño. Y mi padre está en ese grupo. ¿Por qué no se asegura de quién es? Es preciosa, educada y muy inteligente. Papá cometió un error y quiere remediarlo. —Yo estaré contigo y no te dejaré por lo que piense mi padre. Besa mis labios y se aferra a mi cuello con sus delgados brazos. Yo la arrastro hasta mí aún más si es posible y respiro su aroma a fresas, aquel que siempre ha llevado con ella. ... Isabella POV Llevo el cabello húmedo y enmarañado, las pocas gotas que aún quedan se caen por mi cuerpo con lentitud, mezclándose con el agua que aún no he secado. Me pongo crema en las piernas y con rapidez me la esparzo. Luego hago lo mismo con mi cuerpo, mirando el reloj de la pared a ratos. Dios, qué tarde es, ¡no debí decirle a Edward que me esperara en casa de su padre! Gruño y me desenredo el cabello con agitación, tirando de vez en cuando de ellos sin intención. Llegaré tarde, pienso, llegaré tarde y Carlisle Cullen me odiará –más si es posible-. Saco el vestido del armario y lo aliso con mis manos sobre la cama. Es de color salmón en las solapas, con lunares del mismo color sobre un fondo pastel, bordeando el rosa pálido. Tiene botones desde el pecho hasta las rodillas, en donde termina la tela del vestido. Me lo pongo y después me calzo los tacones. El cabello aún parece descontrolado. Bufo y me maquillo con prudencia, intentando ocultar la noche en vela. No pude dormir más de dos horas, cada vez despertaba recordando la cena que tendría en la tarde. Mi relación con Edward no iba a cambiar si Carlisle me odiaba aún más, pero había algo que me dejaba intranquila en medio de la noche. Incluso ahora puedo sentir el miedo que me provoca siquiera pisar su casa.

Y si no me arreglo el cabello acabaré aún más atrasada de lo que estoy, y para peor, hecha un desastre. Me acomodo el húmedo cabello en una cola de caballo relajada, así los mechones de adelante caen por mi cara, como me gusta. Miro el reloj otra vez, tomo mi bolso y corro hasta la cocina para llevarme el pastel de frutillas que he cocinado. Es lo único que me hace sentirme orgullosa y feliz de ver a Carlisle. De seguro le gustará. . Doy una bocanada de aire y toco la puerta con suavidad. Escucho los pasos del interior que se acercan de a poco, hasta que el Sr. Cullen me abre, mirándome rápidamente de pies a cabeza. Levanta sus cejas cuando ve el pastel y me invita a pasar, no sin antes besar mi mejilla. Es la primera vez que tenemos un contacto así, como también la primera vez que lo huelo. Es un aroma masculino, pero no fuerte. Incluso delicado, maduro. —Te ves muy linda hoy, Isabella —me susurra, sonriéndome de oreja a oreja. Pero sus ojos parecen humeantes, expectativos y la única razón que considero para ello es que está enojado porque he llegado tarde, ni siquiera sabiendo en cuantos minutos. —Gracias —digo con la voz queda. Busco a Edward entre la sala y el pasillo, pero no lo veo. —Acompáñame al comedor. Yo te llevo el pastel. Pone su mano en mi espalda, casi con un roce inexistente. Camino a su lado, realmente impresionada con este trato, hasta que veo a Edward de pie en medio del lugar, ayudando a poner unas rosas en el florero que hay en medio de la mesa. Siente nuestra presencia y él de inmediato se gira a contemplarnos. Sonríe, camina hasta donde estoy yo y luego me besa los labios. Está vestido con elegancia, usando unos pantalones de tela y una camisa blanca. Se ha afeitado la barba y su cabello está ligeramente peinado. —Hola —me dice, quitando los mechones sueltos de mi cara. —Hola —le digo en voz baja, mirándolo a los ojos—. Has puesto flores —digo ocultando una sonrisa. Se sonroja y se encoje de hombros. —Solo quería alegrar un poco el lugar con lo que más te gusta. Espero no te molesten —dice algo avergonzado. Vuelvo a besarlo, pero es solo un pico. —Son preciosas —susurro. —Tú te ves preciosa —contradice sonriéndome divertido. Me sonrojo un tanto. Carlisle carraspea y yo me despego con brusquedad de su hijo. Sacudo la cabeza y lo miro, apenas consciente de cuan incómoda me siento con él a centímetros de

nosotros. A Edward no parece importarle y yo intento que no me importe, no quiero que lo note. —Tu novia nos ha traído un pastel de fresas —exclama él, levantándolo con una mano. Ésta vez sonríe con sinceridad, lo que me permite respirar con mayor tranquilidad. Quizá… Quizá solo estoy demasiado nerviosa, él me ha invitado y quiere conocerme. Solo se enojó un poco al ver que llegué tarde, pienso. —Uau, Bella, eso se ve muy bien —me dice, pasando su brazo por mis hombros—. Gracias. —Gracias, Bella, es un lindo detalle. Iré a dejarla a la cocina. Edward asiente y en segundos nos quedamos a solas. Levanto ligeramente la cabeza para mirarlo y él la baja hasta mí. Parece contento y verlo así me pone feliz. —Pareces tensa —comenta. —Ah —me largo a reír—. Es solo lo nuevo que me parece esto. Tu padre está siendo muy amable. —Quiere arreglar las cosas. —Lo sé —murmuro. La mesa está puesta ya. Es grandísima y tiene muchísimas sillas a su alrededor. Está puesta para seis, lo que en verdad no entiendo, creí que sería una cena entre Edward, Carlisle y yo. —¡Tu pastel se ve muy bien, Bella! —grita Jasper, entrando al comedor. Voy a saludarlo, pero Alice se sube a su espalda como un mono y le besa la mejilla desde atrás. Cuando se baja me abraza y me sostiene con fuerza por unos segundos. Sé que me da valor para todo esto, pues sabe cuánto tiempo me ha costado mirar a Carlisle Cullen sin creer que hago todo mal. Cuando me suelta se me queda mirando y hace un gesto con sus hombros, como quitándole importancia a todo lo que sucede. Es un algo natural, todas debemos conocer a nuestros suegros , quiere decir. Beso la mejilla de Jasper y éste me susurra al oído que estoy muy bonita hoy. —Siempre estoy bonita —le digo para sonrojarlo. —Eres una persona muy egocéntrica, ¿lo sabes? —me bromea y lo me pongo a reír—. Hoy lo estás mucho más… Con el debido respeto de mi primo y mi novia, claro. Me alegra estar más acompañada, sobre todo de mis amigos y mi novio. Todo estará bien, Carlisle Cullen ya no me odia. ¿Por qué debería odiarme? Jamás le he hecho daño. Solo estaba herido por lo que le hice pasar a Edward, pero ya no lo haré. Me siento en un terreno menos peligroso. . —Espero que te guste el pavo, cariño —me dice la Sra. Whitlock, poniendo el pavo sobre la

mesa. La madre de Jasper también está presente esta noche lo que me alegra montones. Nunca creí que fuese una persona tan agradable y alegre, cuando pequeña la vi muy pocas veces y en todas ellas parecía alejarse de mí con temor. Jamás le di la importancia que ahora le doy, quizá porque estoy mucho más madura. Solo me cabe decir que ella parece haber olvidado todo, como si fuese la novia de su sobrino más encantadora del mundo. Es increíble lo cómoda que me ha hecho sentir junto a Jasper y a Alice, quienes no han parado de reírse de todo lo que sucede. Carlisle está sentado en la cabeza de la mesa y yo estoy a su lado izquierdo y a su derecha el puesto vacío de su cuñada. Edward está a mi lado con sus dedos entrelazados en los míos, me mira de vez en cuando, quizá para comprobar que estoy tranquila. Yo a ratos dejo caer mi cabeza en su hombro, buscando su calor y compañía. Jasper y Alice se tocan más a menudo, sentados a un lado de la Sra. Whitlock. Están tan ensimismados en ellos mismos, que su aura de felicidad se siente con intensidad. No los culpo, pasar separados los hizo extrañarse. Estoy tan feliz por ellos. —Me encanta el pavo, Sra. Whitlock —le digo sonriéndole, sin poder evitarlo. —Oh no, no me trates con formalidades. —Frunce el ceño—. Dime Mia. —Está bien, Mia. —Le sonrío. Cuando ella se aleja Edward me susurra al oído: —Le agradas mucho. —Ella también a mí —le digo en voz baja. Sus ojos se posan en los míos por un rato y luego me besa la sien. Mia Whitlock se sienta en su puesto y Carlisle eleva su copa de vino antes de que todos comencemos a comer. Yo también lo hago, imitando a todos los demás. —Quiero agradecer a todos ustedes por acompañarme en esta cena, en especial a mi hijo y su novia. —Me mira y me apunta con la copa—. Gracias, Bella, por estar en esta casa luego de todo lo ocurrido —me dice con seriedad—, gracias por acompañar a mi hijo. Me aclaro la garganta para decirle algo, pero no sale nada de mí. ¿Qué puedo decirle? Miro el vino y giro la copa con mis dedos. —Gracias por invitarme —murmuro al fin. Asiente y aprieta la mordida. Me quedo mirándolo, extrañada. —Y gracias a ti, Alice, por acompañarnos también. —Alice sonríe—. Verán, nuestra familia es muy reducida y tenerlas aquí nos hace sentir mucho más acompañados. El semblante de Carlisle se oscurece, lo que me llama profundamente la atención. . El pavo está tan delicioso que no paro de probar bocado, y a juzgar por las expresiones de los demás, no es solo mi idea.

Me limpio los labios con la servilleta de género y Carlisle me ofrece vino, el cual acepto a pesar de que es mi tercera copa en el corto tiempo que llevamos comiendo. —Y cuéntanos, Bella, ¿qué te gusta hacer? —inquiere el Sr. Cullen, acercándose a mí. Me siento ligeramente intimidada ante su proximidad y su pregunta. —Bueno… —titubeo. Por una razón que odio, lo que menos quiero es decepcionar al padre del hombre que amo. —Aparte de actuar, claro está —añade la tía de Jasper, ayudándome un poco. Me río con nerviosismo. —Me gusta cocinar, Sr. Cullen, es algo que siempre se me ha dado muy bien. —Eso solo puedo asegurarlo cuando pruebe tu postre —me dice. Me sonrojo. —E… espero que le guste —tartamudeo. Me queda mirando por un largo rato hasta que decide quitarme los ojos de encima. —Claro que me gustará —masculla—. ¿Ustedes cómo se conocieron? Alice y yo nos miramos. No voy a decirle que en un prostíbulo. Mi amiga se aclara la garganta y se yergue en su silla, tomando su posición favorita. Jasper se aclara la garganta. —Yo trabajaba en un local de comida a las afueras de Nueva York. Bella era nueva y tuve que enseñarle todo lo que debía saber. Ser mesera no es tan fácil —se ríe Alice, moviendo sus pequeños hombros al compás de sus carcajadas. Su relato es muy convincente, tanto así que yo no puedo ocultar mi admiración. —Uau —profiero—. Había olvidado todo eso —me justifico, moviendo mi cabeza—. Fue hace muchísimos años. —No sabía que habías trabajado en un local de comida —exclama Edward, levantando las cejas—. Espero que las hayan tratado bien; esos locales no tienen muy buena fama. Trago y muevo la servilleta con mis dedos. —Ah, no sabías eso —murmura Carlisle con seriedad. Luego sonríe, pero se ve tan falso—. Qué bueno que ahora lo sabes. —Vamos, tío Carlisle, trabajar en un local de comida no tiene mucha importancia —exclama Jasper. El aludido se pone a reír y los demás también, incluido Jasper. —Es impresionante y admirable el gran paso que diste —dice Mia Whitlock—. Alice me contó que gracias a ti ella es lo que es ahora. Doy otro sorbo al vino. —Fue una suerte del destino, golpeé muchas puertas en el proceso.

Siento que es la primera vez que no miento en este maldito relato. —Me imagino que tu talento los dejó a todos boquiabiertos —dice Carlisle. Miro a Edward por unos segundos, quizá con la intención de comprobar si soy la única que sintió la ironía de sus palabras. Pero sí, al parecer soy la única que siento eso. Edward sostiene mi mirada y me acaricia la barbilla por unos efímeros segundos. —Sí, Sr. Cullen, los impresioné —profiero con la voz enérgica. En muchísimas ocasiones no me cuesta hacer un diagnóstico rápido de lo que el padre de Edward piensa de mí, pero hoy, en la mesa junto a todos los demás, simplemente no logro entender si ha dado vuelta la página o sigue sintiendo lo mismo de antes. Es tan difícil y abrumante. Mi garganta se ennudece, pero reprimo mis ganas de llorar. Toda mi vida he vivido con el odio de muchos en mi espalda, me supera de sobremanera que aún exista ello de él. —Eres conocedora de todo tu talento —me dice—. Qué admirable. No le contesto y me enfrasco en seguir comiendo el pavo que ha cocinado Mia Whitlock, aunque ya se me ha quitado el hambre. La cena acaba con Alice contando algunas anécdotas, incluyéndome en todas, pero la verdad es que no quiero ser el centro de atención para cada tema que sacan a relucir. Sin embargo, Carlisle insiste en preguntarme cosas, cosas que de verdad jamás he tenido la oportunidad de plantearme. Es como si quisiera ponerme nerviosa, más de lo que puedo soportar. Dejamos los platos en la mesa y vamos a la sala, en donde nos sentamos todos. La chimenea aún sigue encendida y la noche se ve desde la ventana principal, la que nos da de frente a Edward y a mí. Me tiene rodeada con sus brazos, ambos sobre el sofá con una posición menos erguida de lo que acostumbramos al público. Sé que está más relajado, mayormente porque su padre ya no se molesta por esto. Me mima con sus labios en mi mejilla, escuchando cómo Jasper nos cuenta de Las Vegas y su última escapada con Alice. Edward quiere demostrarle a su padre que en verdad me quiere, que esto es real y yo de verdad quiero hacerlo, quiero que Carlisle me acepte, porque mis sentimientos por su hijo son reales. —Las tragaperras son un martirio, no les creo nada —finaliza el rubio. —¡Oh no! —exclama Alice elevando la barbilla hacia Jasper—. Tú tienes mala suerte que es diferente —se ríe—. ¿Podrían creer que perdió 200 dólares? ¡Y no consiguió ni el 1% de devolución! Jasper se hace el ofendido y luego se echa a reír. Su madre también lo hace y al mismo tiempo le da un ligero abrazo a Alice. La envidié por unos cortos segundos; al menos su suegra la adora. —¿Y ustedes aún no piensan en hacer lo mismo? —nos pregunta Carlisle, mirándonos a ambos. —La verdad es que no me gustaría conocer Las Vegas —afirma Edward. —No me refería a eso —le responde su padre con sequedad. —La decisión de mostrarse ante la prensa es exclusivamente de Edward —explico—. Ya sabe que yo estoy más que dispuesta a que me acompañe en todos mis procesos.

Carlisle escruta sus ojos y se dirige a mí. —¿A irse contigo a Nueva York? —me pregunta casi con una burla en su rostro. —Vamos, papá, no la presiones —dice Edward, alivianando el asunto. No dejo de mirarlo y él tampoco a mí. —Era solo una pregunta —se larga a reír, rompiendo el contacto visual—. Solo se me hace difícil verte en esos lugares tan lujosos. Nunca te ha gustado eso. Aprieto la mandíbula. —Ya le dije a Bella que puedo soportarlo —dice y me mira. Yo me pierdo en su mirada limpia y sincera, el solo color de sus ojos me tranquiliza y me hace sentir bien. Aunque Carlisle me odie, Edward seguirá amándome. —Se ven muy bien juntos —dice Jasper, abrazando también a Alice—. No tanto como nosotros, claro está —afirma mirándonos con arrogancia. Me saca una sonrisa enseguida. —Van muy en serio ustedes, ¿o me equivoco? —Carlisle logra callar a todos con sus palabras. —Así es, papá —afirma Edward, entrelazando sus dedos con los míos. —Es muy bueno saberlo —murmura con ironía. Me aclaro la garganta y me levanto de golpe, de pronto encolerizada por su trato. ¿Es que jamás se cansará de menoscabarme, sea en el lugar que sea? ¡Es ridículo! Todos me miran. Me aclaro la garganta y aliso mi vestido. —Traeré el postre —les digo a todos, esforzándome por no quebrar la voz. Todos exclaman con entusiasmo que desean probarlo y yo camino lo más rápido que puedo hasta la cocina. Me apoyo en el lavaplatos y me pongo a llorar, ya estoy cansada de esto. Quizá no me ha insultado, pero ésta vez creí que sería diferente. ¡Demonios! Respiro y vuelvo a llorar, estoy aburrida de que me menoscaben. Es un hombre cobarde, un hombre de mierda que me odia sin razón aparente. Limpio mis lágrimas y corto el pastel en pedazos iguales, implorando que Edward no se haya dado cuenta de lo mucho que estoy sufriendo. No quiero que discuta con su padre por mí, sé que le necesita, es su única familia directa. Sé cuán feliz le hace la idea de que Carlisle Cullen haya querido conocerme, se le nota. No quiero arruinar su alegría. —Vaya, eso se ve apetitoso —afirma Carlisle, entrando a la cocina. Me pongo rígida desde donde estoy y me vuelvo a limpiar las lágrimas que se obligaron a caer. —Es una receta de mi… madre. Cierro mis ojos de golpe. No debí nombrarla. —Ah.

Pongo los platos servidos en una charola, la cual tomo, dispuesta a ir hacia la sala. Pero Carlisle me sujeta la muñeca, provocándome un ligero tambaleo. Me giro a mirarlo, asustada por si Edward se aparece por aquí. —¿Qué le pasa? Escruta su mirada, me analiza. ¿Por qué carajo siempre hace eso? ¡No soy un ser de otro mundo! Solo soy una mujer… Una mujer muy frágil que necesita paz, que ansía profundamente que sus problemas terminen. ¿Por qué simplemente insiste? —Deja la charola ahí —susurra en voz baja pero enérgica. Aprieto mi mordida y no lo hago, no voy a aceptar sus órdenes. Me mira desafiante y súbitamente enojado. —Tengo que llevar el pastel… —Es increíble lo mal que actúas ante mí, Isabella —gruñe—. Todos se han comprado tu imagen, pero yo no. —No sé de qué habla —digo en voz baja frunciendo el ceño—. Creí que usted quería pasar esta noche conmigo para conocerme —me sincero entrando en un ligero pánico. Niega, taciturno. Se frota la frente con la mano izquierda, se ve cansado y agobiado con mi sola presencia. —Iba a intentarlo, pero con solo mirarte… —No termina la frase, solo se calla. Trago y deposito la charola sobre la mesa pequeña de la cocina. —Jamás le he hecho daño, Sr. Cullen —susurro—. Jamás me he comportado de mala manera con usted. —Bufo y dejo ir mis lágrimas cansadas—. Siempre he buscado la forma de agradarle, siquiera un poco, pero usted no me lo permite —me agobio—. Dígame, por favor, qué le he hecho. Profiere una sonrisa sardónica, acercándose a mí con lentitud. Su sola mirada intensa me descoloca, me dice tantas cosas con tan solo fijar sus ojos claros en mí. Me hace sentir pequeña, indefensa y por sobre todo, me hace sentir inútil. —Enamorar a mi hijo —responde a centímetros de mí. —Sabe lo mucho que nos ha costado estar juntos, Sr. Cullen, ¡su hijo le explicó la principal razón por la que hui de todo esto! Intenté protegerlo, intenté amarlo, ¡intenté darle todo lo que pude! —exclamo, pero sus ojos no expresan nada, son tan fríos—. Hoy es la primera vez que grito cuánto lo amo, que lo grito frente a usted sin miedo, no haga de esto mi infierno porque ya no tengo fuerzas para luchar con usted, no puedo luchar con la familia del hombre que amo. Me limpio las mejillas con furia y vuelvo a tomar la charola entre mis dedos. Voy a seguir mi camino hasta la sala, donde aún se escuchan las risas de los demás. En un momento oigo la risa divertida de Edward, lo que me hace girar otra vez hacia Carlisle Cullen. —Permítanos amarnos —le pido—, es lo que hemos querido hacer durante diez largos años. ¿No lo vio hoy? Respóndame: ¿no vio lo feliz que estaba de saber que usted y yo podíamos entendernos? Él se cruza de brazos sin responderme esta vez. Suspiro rendida. Cuando voy a irme él me dice:

—Tu representante me ha buscado el día de ayer. Paro, y una brisa fría me cubre la columna. —¿Quién era? —James era su nombre, a secas me lo dijo. Abro la boca para dejar ir el aire, comienzo a sentir el sudor cubriendo la piel de mi nuca y el temblor de mis piernas, queriendo desprenderse de mi cordura. ¿Qué hace él en Forks? Dios mío. Me ha encontrado. Debió saberlo cuando los periodistas vinieron a por Edward al taller de carpintería. Oh no… —¿Qué… le ha dicho? —Te buscaba —me responde—. Pero no le dije adónde encontrarte. —Dios —susurro. —Sé perfectamente que ese hombre fue tu amante por años, Isabella, él me lo ha dicho. —Sr. Cullen… —Le temo a que todo lo que te rodea haga trizas la vida de mi hijo —murmura, escupiendo las palabras de su boca—. Tú estás envuelta en problemas y lo sabes muy bien. Miro hacia otro lado porque ésta vez tiene razón. Mi entorno es una mierda. Se aleja de mí y sale de la cocina, dejándome sola en medio del lugar. Me pongo a llorar y dejo escapar unos ligeros sollozos que intento ocultar, pero casi al mismo tiempo otros pasos se oyen acercándose a mí. Me limpio rápidamente las lágrimas. —Hey, Bella, el Sr. Cullen nos ha dicho que venías con el postre. ¿Te ayudo en algo? Alice pasa una mano por mi brazo para atrer mi atención. —¿Te pasa algo? —inquiere con el entrecejo fruncido por la preocupación. —Claro que no —me obligo a sonreír—, solo estoy un poco cansada. Todo esto de la cena con el Sr. Carlisle me tiene un poco nerviosa, eso es todo. Entrecierra sus ojos pero asiente con recelo. —Esto se ve apetitoso. ¿Te ayudo? —Por favor —espeto. . Cuando el reloj marca las nueve de la noche, Edward y yo marchamos hacia nuestras casas respectivas. Nos despedimos y yo intento demostrar que no ha sucedido nada anteriormente que me haya afectado en lo más mínimo. El coche de Edward parece el único lugar que me proporciona paz en este momento, y la principal razón es que Carlisle no está aquí para intimidarme.

Al sentarse a mi lado, poniendo el coche en marcha, me acuerdo de que no estoy sola. Edward pone la radio como es costumbre entre los dos. No me ha preguntado por qué no me he sentado yo a manejar y la verdad es que no sabría qué decirle. Durante el trayecto lo siento mirarme, pero yo evito hacerlo, quizá con miedo de que me pregunte qué tal me ha parecido la cena. Por más que lo intente, mentirle sería algo que no querría, pero que de igual forma tendría que hacer. Prefiero evitarlo, si eso es posible. En el viaje que emprendo junto a mi novio, no dejo de pensar en una sola cosa. Ni siquiera mi discusión con su padre me repite tantas veces como el miedo de que James esté en Forks. Sabe donde trabaja Edward y la última vez que quiso tocarme no parecía muy cuerdo. Quizá Carlisle tenga razón al temer por la vida de su hijo, pues yo también temo por ella. No me perdonaría jamás que él saliese herido producto de quién me convertí. Cuando llegamos a mi casa yo voy a abrir la puerta para irme, pero Edward sostiene mi mano con delicadeza. Lo observo y parece preocupado. —Estás callada —dice—, ¿sucede algo? Suspiro y me recargo en el asiento. —Solo estoy cansada —le quito importancia. Frunce el ceño. —No, no lo estás —masculla—. Pareces triste y preocupada. Niego, pero en seguida me pongo a llorar. Suspiro, intentando quitármelas de la cara, pero éstas siguen cayendo como si mi sangre fluyera por mis mejillas. Edward desabrocha el cinturón de seguridad y me abraza con muchísima fuerza. Me quedo ahí, en el único lugar seguro capaz de sostenerme para no dejarme caer. Edward no dice nada, solo se limita a estrecharme y a escuchar mis lamentos. Cuando de mí ya no quedan fuerzas, él se separa y me mira con atención. —Dime qué ha pasado —me pide como si yo fuese a decirle mis mayores secretos. —Tu padre me ha contado lo ha contado —le digo, aclarando mi garganta. —Cariño, por favor, dime qué te ha contado. —Que James está aquí —gimo. Edward no me dice nada y sé que también le asusta la perspectiva de todo esto. Me aprieta contra él como si temiera perderme, pero soy yo quien teme perderlo a él. —Tu papá no quiso decírselo, por supuesto que notó que James está loco —profiero. —Yo estaré contigo, no sucederá nada, amor —me arrulla, besando mi frente. —¿Y si te hace daño? Sería por mi culpa. —No lo hará, claro que no. .

Edward se quedó dormido en el lado izquierdo de la cama, con el pecho descubierto y la sábana tapando sus piernas. Me encuentro observándolo como es mi costumbre, enrollada entre sus piernas y sus brazos apremiantes. Las velas se han apagado y solo queda una. Acaricio su pecho, siento su temperatura, me maravillo con su textura. Ya no me quedan palabras para expresar todo lo que siento por él, pero no me basta con recordarlo todos los días, siempre necesito mirarlo y asegurarme de que con Edward sería feliz toda mi vida. Aún recuerdo su efímera broma hace un par de días: "Cásate conmigo". Niego y me acurruco aún más a su lado. Suspiro e imagino aquella posibilidad. Aún tengo miedo de perderlo y es tan estúpido porque me ama y yo a él. Y la única manera de que nos separemos es gracias a los demás. Qué ridículo e injusto. Ni siquiera aún soy lo suficientemente valiente para confesarle que fui una prostituta. El solo recuerdo me revuelve el estómago. Dios, podría perderlo para siempre. Quizá por eso aún no quiero decirle, porque realmente quiero conservar más días junto a él. Sacudo mi cabeza y recuesto mi cabeza en la almohada, mientras acaricio su torso. Se oyen los grillos afuera y prontamente el timbre. El reloj de mi mesita de noche marca las 2 de la madrugada. Es muy tarde. Me separo con cuidado de Edward para que no despierte y me cubro el cuerpo semidesnudo con la bata que encuentro a mano. Miro por la ventana para ver quién es, pero no hay nadie. Bajo las escaleras en puntillas y de paso enciendo la luz de la sala. Abro la puerta, pero no hay nadie. Estiro el cuello hacia afuera y el viento me cala los huesos. Simplemente no hay nadie. Aferro aún más la bata contra mis senos para taparme, y cuando voy a cerrar el destello de una cajita dorada me llama súbitamente la atención. Está en el porche, justo en el medio de la acera. Me debato entre recogerla o dejarla ahí, pero de inmediato la curiosidad me invade. Es pequeña, como la palma de mi mano, y de terciopelo. No es la primera vez que algo como esto sucede, la otra vez me había llegado una caja muy parecida. La abro con los dedos temblorosos y a su vez siento que alguien me observa desde algún lugar. Cuando descubro que es otra joya, sé que no es nada bueno. Es un anillo, un anillo lujosísimo con una piedra inmensa en su centro. Es de color carmesí, como la sangre fresca. La tomo con temor, pero ésta parece indefensa. Frunzo el ceño, ¿quién podría regalarme una joya tan cara y tan preciosa afuera de mi casa? Pienso en James, pero no sé por qué la idea me parece ridícula. Vuelven a tocar el timbre y yo corro hasta la cocina para tomar un moledor de papas desde la despensa. Supongo que con un buen golpe aturdirá lo necesario. De paso miro la escalera por si Edward baja, pero debe seguir durmiendo. Abro la puerta con los dientes apretados y el moledor en la mano, dispuesta a atacar a la persona que me está acosando con sus joyas. Pero es… —William —susurro. Él tiene las manos levantadas como demostrándome la paz. Ruedo los ojos, suspiro y dejo caer los brazos a los lados de mi cuerpo. Cuando me doy cuenta de quién está frente a mi puerta recupero mi semblante defensivo.

—¿Qué haces aquí? —inquiero. —Vaya, no es el recibimiento que esperaba. Entra a la casa y yo me alejo lentamente de él. Me vuelvo a tapar los senos con aprensión, intimidada de que William me vea de esta forma, lo que es un tanto ridículo pues nos acostamos más de una vez. —Sabes que no es… el momento —mascullo. Me mira por primera vez con atención y sus ojos se oscurecen, congelados en mi cuerpo. Sé que aún siente cosas por mí y yo insisto en avergonzarme por esto. A William le debo el haberme salvado la vida en aquella ocasión, pero me incomoda profundamente que esté a metros de Edward. —Ah… Ya veo —murmura—. ¿El pintorcito está arriba? —No le digas así —profiero—. ¿A qué has venido? No quiero que te vea aquí. —Hey, ¿es celoso? Qué extraño. Se ve tan tranquilo. Ruedo los ojos. —¿Qué quieres? —vuelvo a decir. —Pasaba por Forks y recordé que estabas aquí —dice, encogiéndose de hombros. —No estoy de humor, William. —Vengo por ti y tu fama, Bella. William Harrington estaba tan obsesionado con mi fama, pues en mí había invertido millones y millones de dólares para financiar una película de manos de Stanley Kubrick. No podría permitirse perderlo todo. —¿Stanley ha reventado ya? Dios, ese hombre me detesta. William esboza una sonrisa divertida. —Stanley detesta a todos —me responde—. Y en ti confía. Hago un mohín de indiferencia y aprieto mis brazos cruzados. —Es un proyecto ambicioso. La Naranja Mecánica lo impulsó de tal manera que ahora todo el mundo amará a quienes participen en ella. Ruedo los ojos otra vez. —La Naranja Mecánica es una película y la que haré con él es otra, William. Toma mi barbilla entre sus dedos, sujetándome para que lo mire a los ojos. —No vayas a desperdiciar todo lo que has hecho por un hombre, Bella. Me suelto con fiereza.

—No es solo un hombre, es mi novio y lo amo. Ésta vez es William quien rueda los ojos. —Tienes un contrato firmado. ¡Debes cumplir! Bufo. —¿Cuánto tiempo me quiere ahí? —Un mes y regresas. Solo un mes. Asiento, cabizbaja. —¿Utilizaré la peluca nuevamente? —Stanley solo quiere acabar. Utiliza lo que quieras. —No puedo ir sola. Gruñe. —¿Y qué? ¿Ahora quieres llevar a Edward? —¡James quiso violarme y temo que me encuentre! —le grito. William cambia su semblante a una muy seria. —¿Qué? —Quiso hacerlo la última vez que pisé Nueva York. Se volvió loco cuando supo que estoy con Edward. —Hijo de puta —murmura—. Voy a secarlo en prisión. Inspiro aire y me siento en el sofá con mis manos entre mi cabeza. Toma la caja con la joya entre sus manos y la mira con atención. —¿Qué es esto? —inquiere. —Me la han dejado afuera de la puerta, creí que habías sido tú —le digo con extrañeza. Se sienta en el sofá y la abre a mi lado. El diamante brilla con sorna, es tan rojo. Lo saca y me lo pone en el dedo. —Ningún anillo logra calzar con el tamaño de tus pequeños dedos, pero justo este… Se adhiere a mi dedo como si hubiese pertenecido siempre ahí. Me lo quito y lo deposito sobre la mesa de centro, asqueada. Tengo una sensación extraña en mí. William quita la almohadilla del fondo y de ésta sale un papel pequeño. Lo abre con cuidado y lo lee. Se lo quito de las manos al no recibir respuestas de su parte. "Una joya para la más bonita de las mías.

Las putas las aman". —Conozco esta letra —susurra con los ojos vidriosos. Buenas noches :D Les traigo otro capitulo de mi fanfic. Les comento que ya quedan muy pocos y estamos entrando a la recta final. Espero les haya gustado este capitulo cargado de miedos, sobre todo de parte de Bella. Muchas gracias a todas por leerme durante estos largos periodos. Les comento que ya entré a la universidad, por lo que estoy muy contenta. Muchos besos y abrazos. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo You de Keaton Henson, Shelter de Birdy . Capítulo XXXIV . Isabella POV Vuelvo a leer la carta una y otra vez, asegurándome de que es real. Cada vez lo parece más. Miro a William y me siento a su lado. Se levanta, dejándome con la mano estirada hacia él. —¿Qué demonios es esto? —inquiere, apuntando hacia el pedazo de papel. Sus ojos brillan preocupadísimos. Aprieto mis párpados y me abrazo a mi misma. —¡Respóndeme, Bella! —grita provocándome un respingo. Me levanto del sofá y le doy la espalda. Arrugo el papel y lo aprieto una vez más entre mis dedos, temerosa de que él pueda leerlo otra vez. —Es… —comienzo a decir, pero al final sé que no tengo ninguna excusa razonable para esto. ¿Por qué me han enviado esto? ¿Por qué simplemente… joyas? Trago y me embargo en una inconclusión que me desestabiliza por unos cuantos segundos. —William —susurro, girándome para contemplarlo.

Está ido, pero a la vez pendiente de lo que pueda decirle. Sé que no lo entiende, porque no conoce nada de mi historia con su padre, y yo también me culpo por no haber podido abrir mi boca. Pero ¿cómo hacerlo? Todas las putas no somos bien vistas en este mundo, no somos… dignas, como si mis sentimientos, por muy intensos y sinceros que sean, no sirviesen, porque mi pasado me absorbe de una manera irrevocable. He luchado mucho tiempo por dejar ir aquello, creyendo de por medio que la única persona a la que he amado ya estaba muerta, no tenía sentido seguir creyendo que debía exponer mis secretos, y cuando tuve la opción de abrir mi corazón con William, yo ya estaba demasiado inmersa en mi amor por Edward como para permitirlo. Luego volví a Forks y parte de mi corazón volvió a la vida porque, sin planearlo, lo vi respirar. Y entendí, en un efímero segundo, que había desperdiciado mis años en hacer añicos todo lo bueno que quedaba de mí. Había insistido en hacerme daño yo, recordando e impidiendo ser la mujer que siempre había querido. Él no podría entender por qué me dicen puta en aquella carta, por qué un insulto tan tonto podría dejarme callada. Quizá… James me quiere torturar… Quizá Louis. Suspiro y sacudo mi cabeza lentamente, no debo intimidarme, no me hará daño, no. —¿Por qué te ha llamado puta? —vocifera provocándome otro respingo. Lo llevo hasta la salida de mi casa y en el porche se queda. —Baja la voz —siseo, juntando la puerta en mi espalda—. Edward está arriba. Afuera hace frío y el viento traspasa la delgada tela de mi bata. Debajo de ella solo están mis bragas, por lo que de inmediato comienzo a temblar. —¿Por qué te han enviado ese anillo con esa extraña carta? —me pregunta más calmado. Mis ojos se llenan de lágrimas, mientras, en el único lugar más cuerdo de mi cerebro, busco la mejor respuesta sin mencionar lo que tanto desprecio de mí. —No lo sé, William —le digo con la garganta apretada. —Conozco esa letra —vuelve a decir, mirando sus zapatos. Por un momento creo que quizá no quiere decirme a quién le recuerda la letra. —También he visto una caja como aquellas anteriormente —añade—. Lo sé porque esa marca de joyas le enviaba mi padre a su amante por muchísimos años. Sus ojos azules se disuelven en un mar de bruma, repentinamente asqueado. —William —vuelvo a decir con los labios apretados—. Él y yo tuvimos una historia en un pasado, pero no era más que… —Lo suponía —jadea. Aprieta sus puños y cierra los ojos por un momento. Frunzo el ceño y en el proceso una lágrima agria se cae. No hago el ademán de quitarla, pues es la única que derramaré en esta noche. No me permitiré más por esta noche… Ya no podría soportarlo. —Sabía que tanta insistencia por saber de ti no era por nada. —Lanza una pequeña risa

abrumada y ahogada. Me paso una mano por el brazo derecho y me brindo calor. —Fue algo muy corto, ni siquiera te conocía cuando… —Pero no te importó verme con mi padre en todas esas ocasiones que te invité a las fiestas del Matrushka —ironiza. —¡En aquel entonces no me importaba nada! —le grito—. Sabes perfectamente lo mucho que quería morir. Me encontraste en la bañera con una navaja en las muñecas y no sabes cuánto te agradezco que me hayas salvado. Pero no quería vivir, William, tampoco me importaba tu padre… —¿Cómo lo conociste? —William… —Dímelo —exclama. —¡Era una niña! Yo… yo no tenía idea de la vida y me dejé llevar por… por… Bufo y me paso las manos por el cabello, desesperada. Deja de inquirir, William, deja de hacerlo, pienso, déjalo ya. —¿Y Edward? ¿Qué dirá cuando sepa todas esas barbaridades? Siento un subidón de desesperación en mis entrañas. —Él es la persona más importante que tengo en este momento junto a mi madre, ¿crees que no me lo he planteado? Mi barbilla tirita y siento la garganta tan apretada que apenas puedo pronunciar palabra. —Tengo que irme. Déjalo así, yo… Mi padre tendrá que darme las explicaciones, no tú. Se marcha de mi casa en un coche negro, fundiéndose en la bruma de la noche. Yo me quedo parada en la entrada con la mirada firme en el suelo sin saber en qué pensar. Tomo una gran bocanada de aire y en ese mismo momento alguien abre la puerta a mis espaldas. —Hey, ¿qué haces acá afuera? Hace frío —me dice Edward, anudando sus brazos en mi cintura. Cuando sus dedos me tocan olvido todo. —William había venido —le cuento dándome la vuelta. Eleva las cejas, pero sus ojos chispean un tanto. Aún no le cae bien y lo acepto, William no fue muy agradable con él y Edward tampoco. No me gusta estar en medio, me siento muy incómoda. —¿Y qué quería? —dice al fin. Suspiro. —Venía a darme las buenas nuevas. —No te veo muy contenta —comenta—. Ven, vamos adentro, te resfriarás.

Me toma la mano y me atrae hacia adentro El cambio de temperatura entre el exterior y el interior de la casa es impresionante. Edward se cruza de brazos frente a mí y me mira con atención. Está más despeinado que de costumbre y tiene el pecho desnudo, por lo que es obvio, acaba de despertar. —William tiene unas acciones puestas en mí —le digo incómoda. Eleva las cejas y luego frunce los labios. —¿Qué tipo de acciones? —Ya sabes, ha puesto gran capital para financiar una película que estaba en proceso. —¿Y por qué estás tan triste? —me pregunta. Suspiro y me abrazo a su cintura, poniendo mi frente en su torso, beso la piel y ahí me quedo, sintiendo la calidez de él. —Porque tengo que ir a terminar de grabarla —susurro apesadumbrada. Edward también suspira y sé por qué lo hace. —Me gustaría que vinieras conmigo —le pido—, conocerías mi mundo, todo lo que soy. Sus ojos dorados decaen prontamente asustados. Frunzo mis labios, adivinando ya su tentativa de escape para esto. —¿Quieres que te acompañe a…? —A Los Ángeles —exclamo—. No estaremos mucho, solo un mes. Daríamos por terminados los rumores, al fin y al cabo es cierto que tú eres mi novio. Podríamos ir a la playa… —No sé si aún sea correcto —comienza a decir—, quizá es muy pronto… Me separo con brusquedad y lo quedo mirando con los brazos cruzados. —¿Pronto? —inquiero como si fuese la afirmación más ridículamente insultante para todo lo que hemos pasado juntos—. ¿Crees que todo lo que hemos pasado es muy poco para gritarle al mundo que te amo? Bufo y con los mismos brazos cruzados cruzo la sala, subo las escaleras y me meto a la habitación. Me quito la bata y la dejo caer al suelo, no me importa estar semidesnuda en medio de ella. —Bella… —me llama, atravesando la habitación también—. Bella, escúchame. Me cierro en mi propia concha y lo ignoro, estoy demasiado dolida. Me meto al baño de mi cuarto y antes de que él pueda entrar le cierro la puerta en las narices. Por un momento me arrepiento de haber hecho eso, pero de inmediato recuerdo que "aún es demasiado pronto para decirle a los medios que el hombre que amo es él". Gruño y me dejo caer en el suelo de cerámica con la espalda apegada a la puerta. Edward toca un par de veces con sus nudillos, pero yo no digo nada, solo apego mis rodillas a mi pecho y me abrazo a mí misma. —Bella, ¿no vas a escucharme? Vamos, ábreme la puerta y no me hagas esto —insiste. Yo

pongo mi barbilla en una de mis rodillas y me quedo mirando la bañera a falta de otra cosa—. Bella —susurra en un tono cansino—, no quise decir eso. Suspiro y cierro mis ojos, escuchando de fondo el sonido de los golpes en la puerta y su voz que me pide que salga. —Por favor, abre —me dice, apagando la voz. Me levanto, abro la puerta y salgo del baño. Edward se me queda mirando mientras busco algo para ponerme. Cuando doy con un pijama algo pequeño, me lo pongo enseguida y me quedo mirando la luna que se ve desde la ventana. Siento sus pasos sobre el suelo de madera crujiente y luego su respiración a centímetros de mi cuello. No me permito doblegarme, esta vez estoy demasiado sentida con sus palabras. Creí que quería besarme sin miedo, creí que la sola idea de que al fin tuviese la valentía suficiente de entender que ningún mundo podría corromperlo lo alegraría, o peor aún, creí que de verdad la idea de gritarle al mundo que me ama sería de su agrado y no solo una suerte de tiempo. Para mí no es pronto, para mí es suficiente, a pesar del miedo que me provocó antes siquiera pensarlo, hoy la idea de que los medios lo vean es un paso adelante, hacer oficial que él siempre ha sido el amor de mi vida. Una parte de mí tenía razón: mi mundo no combina con él. No lo soportaría. —Bella —me llama. No me giro a mirarlo porque si lo hago demostraré todo el dolor que esto me causa, y por primera vez juntos, no quiero que me vea sufrir por sus decisiones. —Tienes razón, quizá es muy pronto —murmuro con una cuota de ironía. —¿No vas a decirme las cosas a la cara? ¿Vas a estar así todo el tiempo, dándome de bruces con la puerta y mostrándome la espalda? Aprieto mi mordida y me giro, solo un poco nada más. Logro ver el atisbo de sus ojos dorados opacos por la oscuridad del cuarto; las velas a punto de apagarse son lo único que nos iluminan en el lugar. —No creí que te molestaría tanto la idea de ir a L.A conmigo… —susurro y mi voz se atasca en la última silaba. —No es… —¿Y qué es? —le pregunto dándome la vuelta para mirarlo de frente—. A mí también me ha costado poder ser valiente con este tema, ¿sabes por qué? Porque en todo momento pienso en ti y en la manera en la que no puedan hacerte daño —sollozo—. Pero cuando te necesito conmigo, cuando de verdad ansío poder gritarle a todos los que buscan saber de mí que tú eres el amor de mi vida… simplemente me dices que es muy pronto. —Me encojo de hombros. Edward me mira con culpabilidad. —No ha sido nada personal, cariño, claro que no —me dice con la voz melosa y suave—. Es solo… —suspiro. De pronto es como si él no quisiese decírmelo, pero luego lo hace—. La última vez que sucedió aquello… cuando irrumpieron en el taller… No me sentí muy cómodo. Asiento y agacho la mirada, entendiendo a la perfección su punto de vista.

—Sentí pánico, como si me persiguiera una turba. Y lo era —masculla—. Pronto es para mí el hecho de pararme frente a todos ellos mientras muero de terror por dentro, pero sabes muy bien que para mí lo nuestro tiene una historia, una historia llena de altos y bajos —me dice. —Pero esto es quien soy —murmuro. Odio ser la actriz famosa de Hollywood. Odio que todos me vean como una botella de vidrio con un contenido efímero y utilizable al antojo de sus necesidades. Odio que todos ellos estén pendientes de mí. Odio profundamente que Edward no pueda amarme con tranquilidad por todos los demonios que se me cruzan en una compenetración digna del diablo. —Esta soy yo aunque lo odie, aunque odie que no podamos ir por ahí sin miedo a que nos observen como si fuésemos el centro de la tierra. Y maldita sea —gimo—, odio que gracias a mí le tengas miedo a un puñado de idiotas. —No es tu culpa, mi amor, no lo es —me dice acercando sus manos a mi rostro para acariciarlo. Me abrazo a él con los ojos cerrados, oliéndolo y embadurnándome de su calor—. Soy yo el estúpido. Le temo a muchas cosas, pero la principal es a perderte. Lo nuestro no es pronto, claro que no —me tranquiliza mientras me limpia las lágrimas—, tenemos años de amarnos, ¿cómo puedes pensar que me he referido a eso? Me muerdo el labio inferior y me quedo mirándolo mientras me tiende el rostro entre sus manos. —Yo soy el idiota, el que considero pronto el enfrentarme ante todos ellos, a que hablen de mí, a que me evalúen como a una presa… —Créeme que jamás he querido que pases por esto. Dios, es mi culpa… Debí despejar el pueblo de ellos, debí decirle a Alec que diera avisos falsos y… —No es tu culpa, Bella —me interrumpe. Une sus labios con los míos y yo me dejo caer en la magia de su contacto. Es recibir el aire luego de hundirme en el mar. —Te amo y eso es lo único que quiero que recuerdes de esto —me dice contra los labios—. Iré contigo y será en muy poco tiempo. Solo por favor no dudes de lo mucho que me importas, de lo mucho que eres en mi vida. Ya son más de 17 años ya —me guiña el ojo. Le sonrío y me amarro a su cuello. —Siento reaccionar así. —No es tu culpa —masculla. Nos quedamos un momento abrazados, oyendo nuestras respiraciones y tranquilizándonos de a poco luego de lo sucedido. —Me tienta la idea de ir a la playa de California —me susurra al oído luego de un rato. Vuelvo a sonreír. —A mí solo me tienta la idea de estar contigo —le digo. Suspira. Pasa sus dedos por mi espalda con lentitud.

—Si… —Trago y me lamo los labios—. Si algún día todo mi mundo te colapsa o te desagrada solo dímelo, ¿sí? —Siento un dolor firme en mi estómago—. Por favor, no me lo ocultes. Si llegas a incomodarte, si ya no lo soportas… —No pasará. Solo debo acostumbrarme. Será cosa de tiempo. Beso su mandíbula y me encanto con el picor de su barba incipiente. —Te amo, Edward. Siento su sonrisa a milímetros. —Cada vez que te oído decir eso, mi corazón da un salto. Es impresionante. —Pues ve acostumbrándolo, aún quedan muchísimos más por decir. —Le sonrío. Me pasa los dedos por los labios y me observa otra vez como si yo fuese su obra de arte. —Cuando sonríes eres aún más hermosa. Nunca dejes de hacerlo. —No dejaré de hacerlo, Edward, ya no. ... Sería solo un mes alejada de él, un reposo a su amor. Un infierno. No tuve una buena noche a pesar de que él durmió junto a mí toda la noche. Tuve pesadillas, todas referentes al anillo, a William, a Louis y a un Edward muy enfadado. Cuando desperté y lo vi mirándome fue cuando respiré con tranquilidad. Todo había sido un sueño. Me apresuré a esconder el anillo en mi bolso, no quería que Edward se preocupara por eso. Mientras Edward dormía hice una nota para él, luego fui a empeñarlo y me dieron una buena cantidad de dinero. Hice un cheque, lo guardé y me encontré con él haciendo el desayuno. Me preguntó qué había empeñado y le contesté con la verdad: una joya insignificante que no utilizaría. No ahondó en el tema. Estaba más atento que de costumbre —como si eso fuera posible—, quizá porque aún se sentía mal con lo de ayer. Puede que me haya tomado las cosas muy a pecho, dudé de lo mucho que él me ama. Pero lo hace, me ama. Nos une una historia que, si bien está llena de dolor, también está llena de alegrías. Llamé a Rosalie, pero no me contestó. Estoy preocupada, no he sabido de ella desde hace días. A veces no sé si Emmett le ha hecho suficiente daño y me odia porque sabe que él está interesado en mí. Quisiera quitarle importancia, pero detesto estar implicada en cada suceso. Dios. Suspiro. Quizá solo está ocupada. Alec me ha dado aviso de lo que William me adelantó. Es exactamente un mes, contando los días de viaje, que son tres. Debo ir a Los Ángeles exactamente en cuatro días más, así que aún tengo tiempo para terminar algunas cosas pendientes. —¿Y Alice nos acompañará? —me pregunta frente al volante.

—Sí. Debes pasar a buscarla. Estará con Jasper. —Alice no puede tener bebés, ¿verdad? —me dice en voz baja, como si fuese prohibido. Suspiro algo apesadumbrada de recordarlo. —No, no puede —mascullo—. A veces su única salida de aquel vacío es regalar cosas a los niños, o acompañarlos en sus días. —Sonrío y al mismo tiempo recuerdo las muchas veces que la acompañé a hospitales y a escuelas de escasos recursos en California—. Todas las navidades íbamos hacia los lugares con niños para regalarles algo, y lo más importante, una sonrisa. No te imaginas lo solitarios que son algunos, lo abandonados que están en un lugar tan abarrotado. —Por eso te vi en el orfanato —murmura—, era navidad y Alice había traído juguetes. Asiento. —Yo di mis primeras clases aquella vez —me cuenta—, la hermana Sonya me invitó porque conocía a mi madre y sabía que yo pintaba. Obligué a Jasper a vestir de gnomo navideño, o duende, no lo sé, se veía tan ridículo. Rompemos a reír al recordarlo. —No se veía ridículo, se veía muy tierno —digo entre carcajadas. —Me fue de gran ayuda ese día —añade—. También fue precioso verte de nuevo, justo ahí con todo ese ambiente —Suspira. Justo nos toca un semáforo en rojo, así que nos detenemos por un momento. Edward se recarga en el manubrio y me queda mirando para luego decir—: ¿Por qué te veías tan desesperada por salir de la sala? Me muerdo el labio y dejo ir el aire. —Verte en el hospital me volvió loca y sentí vergüenza de mirarte otra vez cuando había actuado de mal manera, y tú no te merecías eso —le explico—. Luego fue demasiado la desesperación y salí de ahí, me puse a llorar y tú apareciste como caído del cielo. Dios, sentir tu calor luego de todos esos años de mierda fue… —Como volver a respirar —acaba. Nos acariciamos los dedos y por un instante estamos sincronizados en una armonía preciosa. El barrio de Alice tiene un portón gigante de hierro que es resguardado por un conserje, quien pasa la mayor parte del tiempo en la casilla de ladrillo, a un lado del acceso automovilístico. Es muy moderno, jamás había visto algo así en un pueblo pequeño. También es perfecto para lo que quiero, así mamá no volverá a ser molestada por Phill, el cual aún aguarda en la cárcel. No creo que le den mucho… Si es que lo hacen. Mamá no presentó cargos, sino yo, lo que en resumen no sirve de nada. Aún me pregunto qué le habrá dicho a mamá para que haya reaccionado de esa manera, pues ella siempre se rehúsa a darme siquiera una pista, algo para entenderlo. Llevo semanas indagando y simplemente se queda callada. Edward aparca a centímetros de la entrada, que está repleta de flores. Tiene un cerco corto de madera pintada de blanco, seguramente para proteger las plantas que cuidadosamente ha dejado en el antejardín. Caminamos por el tránsito de piedras hasta la puerta de caoba y toco el timbre. Alice me abre, vestida de pantalones color ciruela, angostos en la cintura y anchos en los tobillos,

y una blusa blanca de tirantes. Lleva uno de los pañuelos Chanel que le regalé en uno de sus últimos cumpleaños sobre su cabello corto, y los labios del mismo color de sus pantalones. —Uau. Te ves muy guapa —señalo y al mismo tiempo le doy un abrazo. —No más que tú, cariño —me dice alegremente. Me permite la entrada y en la punta de la sala veo a Jasper, quien está terminando por adornar la casa. —Oh, hola, bonito —exclama ella, abrazando a Edward. Me maravillo mirando la decoración de la casa, toda perfectamente combinada. Colores amarillos, dorados y por sobre todo armonizados, como un hogar de recién casados. Es espacioso, iluminado, con una escalera de caracol que da hacia el segundo piso. —Hey, Bella —me saluda Jasper, dándome un abrazo incluso más apretado que el de su novia. —Qué linda está esta casa —señalo. —Yo la he decorado —me dice Jasper golpeándose el pecho con orgullo. —¡Oye! Yo también te he ayudado —exclama Alice. —¿Saben qué se vería bien aquí? —Edward se para frente a la pared mayormente desnuda y la toca—. Un cuadro. Alice suspira y Jasper sonríe. Nadie pronuncia nada, solo sus respiraciones contemplando a Edward mientras toca la pared, pensativo. Yo observo a Alice, quien parece entusiasmada con lo que mi novio ha dicho. —Sería fenomenal, primo —murmura Jasper. Mientras los dos hombres recogen la ropa de niño y la van depositando en diferentes bolsitas de tela, nosotras nos escapamos hasta la terraza. Alice lideró el escape hasta los jardines frondosos de su nueva casa, tirándome de los dedos. —Te he visto las cartas —me dice con la respiración entrecortada—. Fue… algo rápido, un poco de revuelta, cartas sobre la mesa, segundos para plantearme qué estaba mirando y ¡boom! —Doy un salto cuando finge lanzarme algo con los dedos sobre la cara—. Algo te pasa, ¿no? Según las cartas algo te persigue, pero no sé si es una metáfora o literal —dice, un poco frustrada—. De cualquier manera, solo sé que debes tener cuidado, pero no quiero asustarte, porque vi las cartas sin concentrarme mucho y… Dejé de escucharla. Me parecía impresionante que supiera exactamente lo que me había sucedido. Quizá era suerte, o Alice era muy buena en ello, pero había dado en el clavo, yo estaba en medio de una persecución. —Es la segunda vez que me regalan una joya, Alice. Alguien está dejándome joyas en la puerta de mi casa —murmuro. Abre sus azules ojos y luego se tapa la boca con la mano para evitar el grito. —¿Crees que sea James? —me pregunta susurrante y dando esporádicas miradas hacia la puerta.

Niego con el ceño fruncido, mirando hacia el suelo. —Creo que es Louis. Alice me mira como si le hubiese confesado el mayor secreto del universo. —Justo en aquel momento apareció William —le confieso—. Creí que había sido él, pero no parecía enterado de eso. Me ha dicho que Stanley me quiere otra vez en L.A, que estoy dejando de lado esto y bueno, tiene razón. Al rato toqueteó la caja de la joya y descubrió una nota escondida en medio del terciopelo. Ahí él me dijo que conocía perfectamente la letra. —Entonces es seguro que ha sido Louis —exclama como si fuese obvio. Pero no lo es. —No, no pudo haberla escrito él. William me hubiese dicho que la habría escrito su padre. —¿Tú conocías la letra? —inquiere. —No —murmuro—. Pero Will me dijo que la marca de la joya era exactamente la misma que su padre le enviaba a su amante hace algunos años —le digo, bajando la voz hasta extinguirla. Alice deja ir el aire y se muerde el labio. Me pasa una mano por el hombro, el cual soba constantemente con sus dedos. —Tuve que contarle que él y yo fuimos… Ni siquiera soy capaz de decirlo, el solo recuerdo me asquea. —¿No sabe que tú y yo…? —Alice tampoco es capaz de decirlo. —No —exclamo sin pasar ni un segundo—. Pero sé que no demorará en averiguarlo. —¿Crees que se lo cuente a Edward? Mi estómago se revuelve. —Le he pedido que no lo haga, supongo que mi rostro debió ser bastante convincente. Estaba desesperada, Alice. Asiente, cabizbaja. —¿Qué harás con el anillo? —Lo he empeñado. Me han dado una buena suma de dinero, así que lo donaré. De mi bolsa saco el cheque y se lo tiendo. —Uau. Es suficiente para alimentar al hospital —comenta mirándolo con los ojos bien grandes. Formo con mis labios una O y tomo a Alice de los hombros. —Amiga, me has dado la idea perfecta de cómo gastar ese dinero. Eleva las cejas y me sonríe, satisfecha. Luego parece rememorar algo. —¿Edward vio el anillo? —me pregunta.

Bufo. —No —respondo—. Preferí no pronunciar palabra con respecto a ello. Jasper asoma su cabeza entre el umbral y la puerta. —Dejen los secretos y vengan acá, ya hemos acabado —nos dice. Guardo el cheque en mi bolsa y junto a Alice nos metemos nuevamente a su casa. . La feliz pareja se instala en la parte de atrás del coche y de inmediato se abrazan, con Edward podemos verlos desde el espejo. Antes de partir, mi cobrizo me planta un beso cálido en los labios, para luego dirigirse concentradamente a manejar. El barrio de Alice es el más alejado de Forks. Está a 30 minutos en coche hasta la entrada principal al pueblo y a 25 de la casa de Edward. Alice tiene puestos sus brazos alrededor de mi cuello, desde atrás. Me aprieta un tanto, pero no la aparto, realmente me gusta que se acerque a mí de esa manera. Escucho a Jasper tararear una canción que no tiene nada que ver con la que suena en la radio, pero ninguno dice nada, menos Edward, quien acostumbra a molestarlo siempre. Miro el bosque desde la ventanilla que tengo al lado derecho, contemplo detenidamente el frondoso manto verde y a la niebla densa que se incrusta más arriba, cerca de la montaña. A unos cuantos kilómetros al oeste está la playa más conocida de estos lugares, La Push, detrás del pico rocoso y en caída. Vancouver está apegado, no hace falta andar mucho para toparse con él. Me acuerdo de Jacob y su invitación, también recuerdo que mamá era muy apegada a la gente de La Push. Creo que son familias tradicionales las que viven ahí, los Quileute si es que recuerdo bien. Por un mínimo segundo me animo a ir a aquel lugar, quizá tienen alguna idea de Carlisle y puedan decirnos qué sucedió entre él y mi madre. —Hey, Bella —me llama Alice desde atrás—. ¿Cuándo regresas a Los Ángeles? Edward carraspea un poco y se tensa. —Eh… Los Ángeles, sí —divago. En estos momentos la idea de ir me repugna. No quiero pisar aquel lugar, menos aun cuando sé que a Edward le asusta todo ello. Pero de inmediato recuerdo que es mi obligación, que tengo un contrato y que este es mi trabajo. Me vuelvo a mirar a Edward, pero éste no me devuelve el gesto; lo noto nervioso y quizá decepcionado consigo mismo por no acompañarme. Yo también quiero que me acompañe, pienso. —¿Te irás? —me pregunta Jasper, de pronto elevando la voz como no lo había hecho antes en el coche. —Sí —susurro—. En cuatro días para ser exactos —mascullo. Siento a Alice suspirar. —Eso es muy poco tiempo —exclama con pesar—. ¿Cuándo regresarán?

Reparo en el regresarán que ha salido de su boca, pero me callo. —En un mes estaré lista. —Enfatizo ligeramente en la palabra estaré. —Qué va, Edward, conocerás la Costa Oeste —dice Jasper, agarrando sus hombros en el proceso. Edward lo mira por el espejo retrovisor y luego frunce los labios. —Yo no iré, Jasper —le contesta él con suavidad. Se forma un silencio incómodo entre todos y yo me enfrasco en mirar por la ventana como si eso estuviese muy interesante. De reojo veo que Edward se pasa una mano por el cabello y luego mira hacia atrás, pues el semáforo ha dado en rojo. —Iré con ella en otro minuto… —Aún es muy pronto, a Edward no le gustan los periodistas —lo interrumpo para que acabe de dar explicaciones que no van al caso. Ni Alice ni Jasper pronuncian algo en seguida, como si planearan qué decir para no tensar aún más el ambiente. —Oh sí, tienes razón. Los periodistas son una peste —dice Jasper al fin. Edward para en un terreno medio vacío a un lado del orfanato. Mi mejor amiga y su novio se bajan primero, entusiastas por ir a por los niños. Edward les comenta que él llevará las bolsas con juguetes mientras que yo me preparo para bajar, abriendo la puerta con cuidado. Pero el cobrizo se baja primero y de un rápido movimiento me ayuda a bajar, tendiéndome su mano. —¿Por qué siento que aún sigues molesta? —me pregunta con delicadeza. Niego y aliso su camisa con mis manos. —Solo no quiero separarme de ti. Sus ojos se cristalizan y por un segundo veo que quiere estallar, pero no sé de qué. Traga y vuelve a serenarse. —Si quieres podría… Niego y pongo mis dedos en sus labios. —No quiero presionarte, sabes que no me lo perdonaría. —Porque sé que si todo esto acaba mal, nuestra relación se iría al carajo. Me da un abrazo muy fuerte y luego deposita un beso en mi frente. —Ven, vamos con los niños. Toma mi mano y, mientras él saca los regalos, yo me empino para besar su mejilla y apegar mi nariz a su barba incipiente. Está dejando de afeitarse tan a menudo y eso me gusta. El orfanato sigue igual que siempre, solo que para mí está especial como nunca antes. Quizá porque conozco a la mayoría de los niños, o porque la última vez que doné el dinero de aquella joya no habían tantas remodelaciones en la fachada como ahora. Me sentí medio satisfecha,

pues aún faltaba mucho para darles a todos esos niños. —¡Srta. Swan! ¡Sr. Cullen! —exclama la hermana Sonya caminando hacia nosotros—. Qué gusto de verlos. —Sus ojos verdes se posan en Edward como si llevasen un secreto que solo ellos conocen—. Pasen por aquí, sus amigos están en la sala de recreo. Mientras la seguimos me acerco a Edward y le pregunto: —¿A qué se debió esa mirada? Me sonríe divertido ante mi curiosidad. —Digamos que ella me ayudó cuando estábamos separados —murmura. Ya veo. La hermana Sonya estuvo con Edward mientras yo lo esperaba en su casa. La religiosa abre una puerta de madera vejecida y de inmediato oímos el barullo infantil. Todos juegan con los mismos juguetes que les regalamos en navidad y uno que otro nuevo, probablemente comprados con el dinero que dejé aquí. Me apeno cuando noto que las pocas prendas que tienen son muy viejas, aunque algunos lleven ropa de segunda mano relativamente nueva, seguramente comprada por las hermanas con el dinero de la joya. Es impresionante que un solo cheque ayude a este lugar, quizá el único cheque que han recibido en mucho tiempo. Y lejos de sentirme la heroína de estos niños, me siento aún más impotente de que todas esas madres hayan depositado a sus hijos en este lugar tan carente de recursos, y no quiero enjuiciar la realidad de todas esas mujeres que no criaron a los niños, solo me entristece que no hayan pensado en lo mucho que sufrirían en este lugar. Alice y Jasper están con unos niños muy pequeños, jugueteando entre pelotas desgastadas y faltas de color. La hermana nos acerca a ellos, pasando en medio de todos los protagonistas del lugar. Muchos se detienen a saludarnos con educación, otros ni siquiera se percatan de nuestra presencia ante su inevitable entusiasmo con los juguetes. La hermana se alegra en demasía cuando le comentamos del regalo de nuestra parte y nos cuenta que a muchos ya ni siquiera les queda la ropa. Los niños que se aferran a Alice y a Jasper no tienen más de dos años. Son cuatro y todos fueron trasladados desde otro orfanato. El más tímido fue rescatado de su madre, una drogadicta que apenas le cambiaba los pañales. Noto en mi amiga unos cálidos ojos cristalinos, mientras juega con ellos, y al mismo tiempo Jasper en lo mismo, enfrascados ambos en su cometido sano y dulce. Me parte el corazón. ¿Por qué Alice no puede tener un bebé, cuando muchas mujeres los botan como si no fueran nada? Edward aprieta mis dedos y me señala con su barbilla hacia la pared. Está cubierta completamente de papeles, todos con dibujos muy bonitos en los que predominaba la palabra amor en la parte de arriba. —Han aprendido del mejor —le susurro entre sonrisas. Besa mis nudillos sin quitarme la mirada de encima. Me siento en el sofá y tomo a la niña entre mis brazos, la cual es muy gordita y sonriente. La hermana me cuenta que tiene solo un año y meses. Su abuela la dejó aquí diciendo que volvería y jamás lo hizo.

—¿Quieres la pelota? —le pregunto mirándola a sus ojos avellana—. Tómala. Se la pongo entre las manos regordetas y pequeñas, ella la aprieta y refunfuña. Luego me mira atenta y hace el ademán de tocar mi cabello. —Le gusta —masculla Edward—. Creo que tenemos algo en común. —Le pone un dedo en la barbilla y ella se echa a reír. Permito que tome mi cabello entre sus dedos, pero no lo tira, solo se lo acerca a la cara y cierra los ojos, aventurada en las sensaciones del tacto. —Lucy es muy sociable —me cuenta la hermana Sonya—. Aunque muy astuta para su corta edad. La pequeña Lucy mira a Edward ahora, quien le hace gestos con sus manos. Cuando cambio mi atención completa hacia él, mi corazón se encoge ligeramente de amor y luego palpita con una fuerza incontrolable. Se ve tan feliz con la niña, como si su pureza le atrajera. A Edward le encanta la pureza que le invade porque él también es puro. Lucy es basta inquieta por ende debo tomarla con fuerza entre mis brazos para que no caiga. Edward hace caricias en sus mejillas regordetas y Lucy con sus pequeñas manos acerca las suyas a las de él para sostenerlo en su cometido. Entonces mi novio comienza a conversar con ella, diciéndole cosas sin mucho sentido, a lo que la bebé responde en monosílabos o saltos divertidos. Siempre he creído que las personas ante un bebé se vuelven estúpidos, pero Edward no lo parece, se ve precioso, iluminado y muy emocionado. Una punzada dolorosa me cruza la espina y miro hacia otro lado, pues el espectáculo me está haciendo daño. Alice me pasa un brazo por los hombros, sentándose en el pequeño hueco que hay a mi lado, y al mismo tiempo Edward sigue con lo suyo, embobado con la niña. —Tranquila —me susurra al oído. Asiento y sonrío por cortesía. —A mí también me ha dolido —añade en el mismo tono de voz—, Jasper me ha dicho que quizá deberíamos dedicarnos a regalar la ropa, pero yo no he podido dejar de estar con los pequeños, siento que es la única manera de sentirme mamá por unos minutos. Le doy un ligero abrazo, poniendo mi cabeza en su hombro. Alice se separa de mí para ir con los otros infantes, los cuales cuida Jasper. Vuelvo a lo mío: mirar a Edward. Pero la niña se cansa y se recuesta en mi pecho, aprieta mi blusa con sus deditos y se apega aún más. Es increíble lo carentes que están los bebés de amor, a pesar de vivir con un séquito de religiosas. Entonces entiendo que nada reemplaza el cariño de una madre. Abrazo a la niña con fuerza, pues sé que casi nunca recibe este tipo de trato. Me pregunto efímeramente si algún día esto traerá consecuencias en ellos; espero pacientemente que no sea así.

—Te ves tan linda así —me dice Edward. Le sonrío con pereza. —Me gusta sentir el calor que transmite un bebé. Sin darme un segundo para dar cuenta de ello, Edward me besa los labios con una necesidad abismante. Me sostiene el rostro con sus manos y me impide separarme, pero nunca podría pensar en hacerlo, menos aun cuando me besa. Al separarse de manera lenta de mí, me queda mirando en la corta distancia. Sus ojos de miel dicen tantas cosas, pero por primera vez me cuesta muchísimo reconocer qué. Su iris estalla de manera difusa y luego desvía sus ojos hasta un extremo, quizá avergonzado de mirarme así… como si me pidiera algo. O como si quisiera decirme un secreto que le asusta… o que me asuste a mí. La niña se queda profundamente dormida en mi pecho, así que la hermana Sonya regresa para llevársela junto a los demás infantes de dos años como máximo. Los cuatro nos dedicamos a regalar la ropa a los niños, permitiéndoles conocer sus nuevas adquisiciones. Al contrario de lo que pensé, se alegraban mucho más de saber que eran nuevos vestidos, zapatos o camisas, a que fueran juguetes. —Me gusta este vestido —afirma una pequeña niñita de cinco años, mientras sostenía uno de color caqui contra su pequeño pecho. La reconozco, quizá porque la vi un par de veces en este lugar. Tiene una sonrisa tan sincera que es difícil de olvidar. —Cada vez que te miro pareces más grande —le dice Edward con dulzura, también reconociéndola. La pequeña sonríe y se pone ambas manos en la espalda. —¿Por qué ustedes siempre vienen aquí? —nos pregunta sin intimidarse. Nos miramos y reprimimos una risa. —Porque nos gusta ayudar —le digo, llevando una mano a su cabello para acariciarlo. —Con Chelsea creemos que ustedes quieren adoptar a uno de nosotros —nos cuenta con inocencia. No sé quién es Chelsea, pero puedo apostar a que es otra niña. Edward da una media sonrisa algo desabrida, quizá porque la idea de la nena es muy triste. —Pero a mí no me gustaría que Chelsea sea su hija, porque ella no se parece a ti —gime ofuscada y muy triste, mirándome de por medio—. Pero yo sí —dice con repentino entusiasmo. Trago saliva y con lentitud le acaricio el rostro. —Los padres no necesitan parecerse a sus hijos para demostrar que los aman —le susurro. —Debes esperar a que lleguen los padres correctos —le dice Edward. Ella le sonríe algo ruborizada y se va con su vestido hacia otra habitación. .

La hermana Sonya nos despide en la puerta y agradeciéndonos infinitamente todo lo que hicimos hoy por los niños. A escondidas le entrego el cheque a Alice y le pido que uno de estos días vaya al hospital a entregarlo. No es tanto dinero, pero es suficiente para aumentar los recursos del lugar. Jasper y Alice nos invitaron a festejar en casa de ella junto a la Sra. Whitlock y otros amigos, como Ángela, una de las cajeras de la carpintería, junto a su novio Ben. No los conozco, pero creo haberlos escuchado de boca de Edward alguna vez. No sé a qué se debe el festejo, pero lo acepté, más que nada porque sería una despedida para mi pronto viaje. —Hace un frío de los mil demonios —siseó Alice, moviéndose de lado a lado en la cocina. Me largué a reír y ayudé a cortar los bocadillos de queso que habíamos terminado de cocinar hacía un minuto. Estaban calientes y esponjosos. —¿No han encendido la chimenea? —inquirió la Sra. Whitlock, mientras acababa de hacer la salsa ácida. —Creo que Jasper fue a buscar leña a la bodega —comento. Miro el reloj de reojo y noto que ya son las nueve de la noche. Bastante tarde. Edward había ido a buscar a Ángela y Ben a su casa, la que quedaba muy cerca de la de Carlisle, el que, a propósito, también había ido a buscar. Cuando los bocados estuvieron listos, Jasper apareció con unos cuantos troncos que metió dentro de la chimenea. No le costó demasiado encender las llamas, calentando el lugar de inmediato. —Tienes una casa preciosa, Alice —le dice la Sra. Whitlock, ambas sentadas en el sofá más largo, frente a mí. Yo estoy sentada en uno individual, mirando hacia las llamas. —Gracias, Mia —le responde ella—. Eres bienvenida a venir cuando quieras. Dejé de escucharlas mientras rememoraba todo lo que tendría que hacer al llegar a L.A. El hotel quedaba de frente a la playa de California, así que tomaría un taxi para llegar más rápido. Stanley me vería en el set al día siguiente y me prepararían con los maquillistas y estilistas del equipo. Me alistarían la peluca rubia y me pondrían las uñas postizas que tanto detestaba. —Hey, tierra llamando a Bella —me dice Jasper, haciendo sonar sus dedos frente a mis narices—. Edward ya ha llegado. —Oh, lo siento, Jasper —me disculpé, volviendo la cabeza hacia la entrada de la casa. Veo a Alice saludar a una mujer de cabello castaño, muy largo, y liso. Junto a ella está la Sra. Whitlock, dándole un beso en la mejilla al que supuse es el novio de la chica. Éste tiene el cabello oscuro y lleva gafas. Edward entra con dos botellas de vino, uno rosé y el otro tinto. —Oh, Ben, hace semanas que no te veía —exclama Jasper, abrazando con fuerza al chico. Entonces ella debe ser Ángela, pienso. —Dios, tú también estás muy cambiado —le responde, palpando su espalda. Edward me llama con su mano para que me acerque, a lo que tímidamente respondo con una sonrisa.

—Bella, ella es Ángela, una gran amiga —me dice, alargando su brazo hasta la espalda de ella. —Mucho gusto —murmuro. —Y Ángela, ella es… —Isabella Swan —exclama, interrumpiéndolo. —Mi novia —añade Edward. Nos sumimos en un silencio, mientras ella me mira como si no perteneciese a este lugar. —Vaya, ¿realmente eres tú? —me pregunta con una sonrisa repentinamente divertida. —Sí, soy yo —mascullo, algo intimidada. —¡Uau! Es increíble conocerte, Edward casi no me habló de ti. Miro a Edward con las cejas enarcadas y éste responde con su perplejidad. —No acostumbro a gritarle a todo el mundo que mi novia es actriz de cine —dice él con ironía. Me largo a reír y le tomo la mano, apretándosela para que sepa que lo entiendo. —Oh. Espero que no me hayas malentendido, Edward sí me contó que tenía novia, solo no me contó que fueses tú. —Llama a su novio Ben, quien se percata rápidamente de mi presencia—. Las veces que le he preguntado por ti sus ojos brillan —añade, apretando dulcemente la mejilla de mi cobrizo—. Mira, cariño, ella es la novia de Edward —dice con entusiasmo, casi brincando. Los ojos verdes de Ben se abren de sopetón, otro más asombrado de verme en este lugar. —Entre Alice Brandon e Isabella Swan, creo que me he transportado a Hollywood —exclama—. Mucho gusto, Ben Cheney. —Me tiende su mano con naturalidad y yo se la aprieto. —¿Cómo es que ustedes dos consiguieron conquistar a estas chicas? ¿Eh? —inquiere Ángela, quitándose el bolso del hombro para colgarlo en el perchero de la pared a un lado de la puerta—. Tienes una casa preciosa, Alice. ¿Qué te parece, Ben? Podríamos comprar una así para cuando nos casemos. Ben nos hace un mohín de auxilio cuando su novia no lo está mirando, y nosotros nos largamos a reír. —¡Hey, te vi! —se ríe—. Oh, Sra. Whitlock, tanto tiempo sin vernos. Edward me corre el cabello del rostro y lo pasa hacia el otro hombro, y me susurra al oído. —¿Y qué te parece? No puedo evitar sonreír. —Son adorables. Me besa la coronilla, bajando repentinamente por mi nariz hasta mis labios. No me importa si estamos rodeados de gente, yo simplemente le sigo el juego. Cuando paramos él sostiene mi rostro entre sus manos y junta su frente con la mía.

—Hoy quiero que olvides lo del viaje y disfrutes. Te he visto muy preocupada. —Lo sé, lo siento —me disculpo—. La idea de viajar me es completamente aburrida. Edward me mira con culpabilidad y luego desvía sus ojos hacia otro lado. Suspiro. —Oigan, tortolos, vengan a comer —nos llama Alice, quien nos sigue observando como si fuese una niña frente a la tv, disfrutando de Lo que el viento se llevó. Pero me llama la atención la falta de alguien. —¿Y tu padre? —le susurro. —Ah. No pudo venir, estaba un poco cansado. Te ha mandado saludos. Asiento. Sé muy bien que no está cansado, solo ha preferido evitarme luego de lo sucedido en su casa. Trago saliva y me obligo a sonreír como si estuviera agradecida de sus amargos saludos. . Edward descorcha el vino y lo sirve en cada copa hasta más debajo de la mitad. Cuando va a servirme a mí, Alice pone su mano contra la copa. —No, Bella —dice duramente. La quedo mirando sin entender. —Ya sabes que no puedes beber alcohol —me susurra con la voz enérgica. —Alice —gruño. Miro a Edward y él se encuentra algo extrañado, aún con la botella contra el cristal de mi copa. —La última vez lo permití, pero ya no más —murmura con autoritarismo. Apreto mi mordida y puse la copa sobre la mesa. —No, gracias —le digo a Edward. —Si quieres te traigo otra cosa —ofrecce él, aun mirándonos a Alice y a mí con inquisición. Relajo mi gesto y noto que todos han dejado de hablar hace bastante, mirándonos con curiosidad. —No te preocupes —le susurro con una apagada sonrisa. Entiendo que Alice se preocupe por mí, ya me había visto ponerme en peligro muchas veces, pero no tenía el derecho a impedirme el derecho de beber una copa, no como si yo fuese una niña. ¡Ya he dejado de tener excesos! Bufo y me paso la mano por la frente, consciente de que todos nos han visto a Alice y a mí, sobre todo Edward. Debe estar pensando en la razón por la que ella me ha impedido tajantemente beber. —Estos bocadillos están muy sabrosos —exclama Ángela, volviendo a animar el ambiente.

—La receta es de Bella, nosotras le hemos ayudado —dice Alice, tomando mi mano. Yo la quito con rapidez. Se me queda mirando con el ceño fruncido, pero enseguida relaja su gesto hacia los demás. —Me la enseñó mi madre hace muchos años —les cuento. Veo que Ben me levanta uno de sus pulgares con un pedazo en la boca, mientras Jasper toma otro del platillo. La Sra. Whitlock está bebiendo de la copa de vino con cuidado, como quien le teme a emborracharse. —¡Oh! —exclama Ángela—. ¿Por qué no has traído a tu madre también? Tengo entendido que tu familia vive aquí en Forks, ¿no? Hago un mohín. —Oh no, mi mamá está enferma. Se encuentra en Seattle, hospitalizada. —Lo siento mucho, Bella —me dice apenada. —No te preocupes. La verdad es que a mí me apenaba no poder compartir con mi madre, no sentir su presencia a mi lado con salud. La última vez que la había visto al menos estaba de pie, suplicándome que no me fuera de Forks. Si tan solo hubiese sabido que mamá iba a enfermarse, juro que jamás me habría ido. Luego de los años me di cuenta que aquella decisión fue tan estúpida, tan cobarde y tan espontánea. Quizá Edward y yo nos habríamos escapado. Suspiro y me aferro al brazo que me rodea, justo el suyo. Al menos acabamos juntos y eso era lo único que importa ahora. . La conversación fue sumamente larga, la verdad. Acabé dando un monólogo de cómo era la vida en Hollywood, cómo eran algunos actores o cantantes y mi sentimiento frente a todo lo que conllevaba la vida de esa manera. También conocí más a fondo a Ángela y a Ben. Llevan muchísimos años juntos y nunca se han propuesto casarse, aunque ella ya comienza a desesperarse. Conocen a Edward desde hace mucho tiempo, mayormente por Jasper, quien es muy amigo de Ben. Salgo al patio cuando todos se han relajado, conversando entre grupitos a la luz del fuego. He preferido descansar de la vida social por un momento; no reacciono muy bien después de un rato. Me siento en la banca de madera y hierro, la cual está en medio de una gran cantidad de rosales puestos como enredadera en las patas de un toldo de hierro. Imagino que Jasper ha hecho esto. Le ha quedado muy hermoso… si es que realmente estoy en lo correcto. Doy un leve respingo al sentir el viento de Forks, justo en medio de la noche. De pronto siento una melancolía increíble de tener que abandonar la ciudad por un mes. A ratos me doy cuenta de que realmente amo este lugar y que nunca lo cambiaría. Me costó una huida darme cuenta.

—Qué sola estás —me dice Alice, llamando mi atención. No me giro a mirarla, la verdad es que aún siento mucho que haya hecho eso frente a todos. —El ambiente dentro está muy bueno, deberías entrar. Acá hace frío —sigue diciendo. Se sienta a mi lado y se cruza de brazos. Bosteza y se queda mirando el cielo. No le digo nada, solo permanezco en silencio. —Oye, Bella, ¿te sucede algo? Estás un poquito rara —exclama. Bufo y me quito el cabello de la cara. —Alice, por favor, quiero estar sola —susurro. —Pero, Bella… —¡No eres mi madre! —le grito—. No puedes vociferar frente a un montón de personas que no debo beber alcohol. Además, era solo una mísera copa, ¡una! ¿En qué demonios te afectaba a ti, Alice? La quedo mirando a los ojos y ella la desvía un momento. Suspira y frunce los labios, un poco incómoda. —Solo me preocupo de mi mejor amiga —murmura con acidez. —Alice, gracias, pero yo ya conozco mis límites. —¿Que ya los conoces? —me pregunta con ironía—. Por Dios, Bella, hace seis meses implorabas por una gota de alcohol. ¿O qué? ¿Me dirás que con Edward te has convertido en una mujer de bien? Me levanto de la banca, anonadada. —¿Qué estás queriendo decir? —inquiero con los dientes apretados. —Estoy diciendo que estar con Edward no te garantiza nada, Bella. —Suspira—. Has vuelto a sonreír, pero no quiero bases sus besos en tu felicidad. Frunzo el ceño. —¿Crees que mi felicidad depende de él? —le pregunto directamente. Se encoje de hombros. —Estás equivocada —gruño—. Mi felicidad dependía de mi necesidad por volver a ser la misma. Mírame, Alice, ¿es que acaso crees que esto significan un par de besos, te amo y nada más? Mira al suelo, reflexionando. —Edward fue parte de mi vida durante años, perderlo fue mi mayor tristeza. Cuando supe que estaba sano, aquí en Forks, independiente de las circunstancias, fui feliz. ¡Fui feliz cuando él sonreía! Mi satisfacción es que él sea feliz, nada más. Descubrí que aún puedo sonreír, porque Edward me lo enseñó. Perder un hijo no significa que deba hundir mi vida como cualquier cosa, entendí que desperdiciar el respiro de mi madre fue un pecado y que ahora es el momento de disfrutarla. ¡Descubrí que ambas podemos amar otra vez!

Alice traga y me abraza de golpe. Su perfume de lavandas me recompone de tranquilidad luego de mi cólera. —Edward es más que cualquier hombre, Alice —le susurro al oído—. Hoy solo quiero que él brille también, como me hizo brillar a mí. La vida se encarga de unirnos con otras personas para darnos una experiencia más en la vida, para aprender. No hay nada de malo en aprender todos los días de quien amas y desear que él sea tu tutor toda la vida. Asiente y se pone a llorar. —No quiero depender de Jasper, Bella —escupe las palabras con miedo. Hago un gesto lastimero y vuelvo a abrazarla. —Tranquila, Alice —murmuro—. Solo recuerda algo cada vez que tengas miedo —le digo al separarnos. Asiente—. No lo necesitas; haz decidido pasar tu vida con él porque lo amas y no lo deseas con nadie más. Yo quiero vivir mi vida con Edward, pero si… no resulta… —murmuro con la garganta apretada—, al menos lo intentamos. Siempre me llevaré aquella experiencia junto a mí. Sé que a Edward le asusta mi mundo como a mí, no puedo retenerlo si mi vida acaba asfixiándolo, no voy a obligarlo a estar conmigo de esa manera. Nuestros deseos acaban cuando se interrumpe la libertad de otros. —Lo siento mucho, Bella, solo le temo a tu adicción. —Yo también le temo, Alice, pero ya no lo necesito. Cuando Edward me dejó aquellos días, luego de haberle confesado lo del aborto, no bebí ni fumé, sentía que volver hacerlo era romper con todo lo que había avanzado. No puedo caer en excesos porque Edward no está conmigo, cariño —le susurro, acariciando su cabello con mis dedos—. Yo quiero ser una mejor persona. Me sonríe y sus ojos brillan con una intensidad impresionante. —Me impresiona escuchar esto de ti —me dice—, sobre todo el saber que has dejado todo eso ya. —Puse en peligro mi vida por estupideces, por la culpa, por las mentiras de Carmen… Si lo pensaba detenidamente, Carmen me hizo mucho daño. Me había mentido sobre mi madre, sobre Edward, sobre las joyas, sobre Phill… ¿Me habrá mentido sobre algo más? —Ten cuidado con ella —me aconseja. —Claro que sí —le respondo—. Ya no podrá volver a dañarme. No lo iba a permitir. —Solo falta que analices lo que realmente quieres. La miré sin entender. —Te deprime seguir en ese mundo, Bella —insiste. —Creí que sería distinto.

—Sabes que nunca fue tu sueño… —Pero es de lo que he vivido por años. —¿Y el teatro? —me pregunta—. Amas el teatro. ¡Desde niña querías estar ahí! Tú me lo dijiste —me insiste—. ¿Por qué no lo intentas? Bufo exasperada de solo recordar todos mis intentos por entrar ahí. —Sabes que fallé en cada audición —murmuro entre dientes. Camino hacia las rosas enredadas en la pata de hierro y toco los pétalos rojos—. Lo único que querían todos esos… malditos dramaturgos era acostarse conmigo. Estoy de espaldas a Alice, quiero evitar sus ojos azules por un momento. Recordar todo lo que luché por abrirme paso en el teatro limpiamente, tal como le prometí a todos aquí en Forks antes de irme, es doloroso. —Acababan diciéndome que no cuando les quitaba la mano de mi pierna o de mi seno. —Lanzo una risotada agotada—. Lo único que logré fue entrar al casting de aquella película como un personaje recurrente, y solo porque me encontré a James en ese prostíbulo. Ni siquiera fue limpio… Tuve que seducir a aquel director y demostrar que solo soy una puta. —Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me las trago como acostumbro—. Como muchas personas en esta vida, Alice, no logré cumplir uno de mis sueños, pero puedo intentar verle el lado bueno a las cosas. —¿Y cuáles son? —inquiere ella con la voz débil. Sonrío débilmente. —Al menos aún puedo ver viva a mamá, insistirle a Edward para que cumpla lo que yo no pude… sus sueños más íntimos. Siento la mano de Alice en mi hombro, me giro y me abraza. —Créeme que algún día podrás huir de este escabroso mundo de mierda —me susurra al oído—. Voy adentro. Perdóname por cuidarte tanto, pero te quiero mucho. Cuando nos separamos le doy una sonrisa. —Perdonada —profiero. Alice me sonríe entre dientes. La veo entrar a la casa algo cabizbaja hasta desaparecer. Suspiro y me siento en la banca otra vez con mis pies arriba. Llevo unos mocasines planos de tela color ciruela, combinados con unos pantalones de tela apretados hasta unos cinco centímetros más arriba de mi tobillo y una blusa de estampados diversos. Nada más sobre mi cuerpo y el viento me roza constantemente. Tirito de vez en cuando, sobre todo porque el frío entra por las rendijas de mi delgada ropa. Pero aún no quiero entrar a la casa. Unos dedos me recorren el cuello y los hombros. Doy un ligero salto por la sorpresa, notando de inmediato de quién se trata. Me besa la piel descubierta de la clavícula y ahí deposita su cabeza por un momento. —Hace demasiado frío aquí —murmura—, deberías entrar, el lugar está demasiado vacío sin ti. Me enternezco y lo busco. Se sienta a mi lado y yo aprovecho de acariciar su mejilla con lentitud,

cerrando los ojos. Me gusta grabarse su rostro con mis dedos, así es más fácil soñar con él por las noches. —Necesitaba pensar sobre algunas cosas —le digo quitándole importancia al asunto. —¿De verdad? ¿Hay algo que va mal? Lo miro por primera vez desde que llegó y me encuentro con su mirada penetrante. No se ve preocupado, pero sí curioso. —Solo… pensar. No hay nada malo. Asiente y se queda callado, yo también. —Bella —me llama. —¿Mm? —murmuro. —¿Por qué Alice te ha prohibido beber? Me tenso un poco, pero dentro de todo sabía que iba a preguntarme tarde o temprano. Giro mi cuerpo hacia él y tomo una de sus manos para entrelazar sus dedos con los míos. —Hace algunos años el estrés de todo lo que mi vida conllevaba me hizo hacer cosas muy malas. Conocí a personas que no me hicieron bien, sobre todo a algunos que no les importaba ni un poco lo que me podía suceder con sus juergas. Edward me observa con atención e inocencia. Dejo de mirarlo, pues siento vergüenza de mí misma. —Alice era mi único apoyo a toda mi miseria, me aconsejaba, me hacía compañía y… nunca le hice total caso. Con el paso del tiempo el cigarrillo me hizo su esclavo, pero ¿quién no fuma en esta vida? —Me encogí de hombros—. Fui muy tonta. Luego probé con el alcohol —niego y me miro la mano libre—, me hice adicta a él de forma incontrolable, me emborrachaba en cada fiesta y acababa inconsciente sin ayuda de nadie más que de Alice. Mi voz se quiebra pues un nudo muy grande se forma en mi garganta. —Luego probé con una que otra pastilla para la depresión, pero lo dejé enseguida, supongo que tomé conciencia con ello. Le temía a lo que podían hablar los medios de mí. Su pulgar me acaricia el dorso de la mano, pero yo aún no soy capaz de mirarlo. Estoy revelándole uno de mis mayores defectos: mi debilidad y mi pasado de excesos. ¿Por qué aún siento tanta vergüenza? —Me hice alcohólica y no reparé en el daño hasta que me emborraché en un cuarto de hotel, incendiando el lugar producto de un cigarrillo que no apagué, demasiado inconsciente para darme cuenta de ello. Me salvaron la vida de milagro. —Es por eso que tienes una… —Sí. Unas cuantas quemaduras, la verdad —murmuro—. Me sacaron y yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, tan borracha en medio de mi soledad. Edward suelta mi mano y me abraza. Acuesto parte de mí en su pecho.

—Por eso Alice me ha pedido que deje de beber y yo he aceptado. Ya no necesito emborracharme o fumar, ya no quiero morir… —Estuviste a punto de morir y yo no tenía ni idea —susurra con la voz quebrada. Me besa la cabeza un par de veces y me aferra a él con muchísima fuerza—. ¿En qué demonios estabas pensando, Bella? Si tan solo supiera que estuve a punto de cortarme las venas en medio de la tina. —Pensaba en mamá —murmuro—, en mi hijo… y en ti. Edward gruñe, pero no está enojado, no, solo está muy triste por mi estupidez. —No tenía nada, amor, solo dinero. Dime, ¿qué es eso cuando nadie te quiere? —Pudiste buscarme —me susurra con dulzura. Niego, apegada a su pecho. —No podía, créeme que no podía aunque lo hubiese querido. —Lo miro a los ojos y él a mí—. Perdón por comportarme así. Edward cierra sus ojos y vuelve abrazarme. —No vuelvas a hacerlo, por favor. —Claro que no lo volveré a hacer, ahora simplemente comencé a amarme… —Como yo te amo —murmura, tomando mi barbilla con sus dedos. Suspiro, sonrío y asiento. Me besa los labios por unos segundos, tan efusivo como a mí me gusta. Cuando nos separamos él esconde su rostro en mi cuello y se queda oliéndome por unos segundos. —Estoy ansiosa por vivir, Edward, y te quiero en la mía por mucho tiempo. Hago pequeñas caricias en su nuca mientras lo siento respirar contra mi piel. —Te amo cada vez más, cariño, aún con lo que acabas de contarme. —Temía decepcionarte… Se separa de mí y me toma ambas manos. —Tendría que ser un estúpido para llegar a decepcionarme de ti por lo que acabas de contarme. Has sido fuerte, mi amor. ¿Cuánto llevas sin emborracharte? —Unos cuantos meses ya… —¿Lo ves? Has podido huir del exceso. Estoy orgulloso de ti. Me besa la frente con sus labios llenos y yo me derrito en aquel instante, demasiado enamorada para estar cuerda. —Aún debo seguir contándote de mí —murmuro.

—Lo sé, tus ojos aún parecen muy asustados. Es increíble lo fácil que puede leerme algunas veces. Me siento ligeramente expuesta y escondo mi mirada de él, bajando hasta el suelo. —No son muy buenas. —Haré lo posible por entenderte. —No te obligaré a hacerlo. —Yo tampoco te obligaré a contarme de inmediato, la última vez que lo hiciste acabaste tan herida que aún no soy capaz de perdonármelo. Me siento muchísimo más libre ahora que he sido capaz de confesar otro secreto… solo faltan unos cuantos más. . Los días se hicieron débiles y espesos a medida que se acercaba mi día de vuelo. Visité a mamá para despedirme. Le prometí que volvería en un mes exacto, así ella podía estar más tranquila. Me preguntó si Edward se sentía cómodo de ir, pero le conté que él no me acompañaría. Jane estaba como siempre: amable y muy alegre. Me junté con Alec y él me comentó que William ni siquiera le había avisado de mi ida a L.A. Era claro que su visita era una excusa para poder verme más que nada. Edward me pidió que estuviera con mi asistente cuanto sea posible, así él se quedaría tranquilo. A él igual le asustaba James. Debo irme mañana, a eso de las diez. Edward me irá a dejar al aeropuerto de Seattle. Aparqué a un lado de su coche y me bajé casi al instante. Salía humo de la chimenea y desde mi distancia podía oír la música clásica que él estaba escuchando. Estaba pintando, de eso no cabía duda. La puerta está abierta, por lo que entro sin mucho esfuerzo. La música se oye desde el pasillo más alejado, donde está su habitación y de frente el estudio. Deposito mi abrigo en el sofá y camino hasta donde la melodía de Mozart me lleve. La puerta del estudio está abierta, así que solo doy un paso hacia él. Edward está de espaldas a mí con un caballete que le llega al abdomen, moviendo su mano en un lienzo ya colorido. De repente mira hacia la gran ventana que acapara toda la pared saliente, de vista a las montañas y a la inmensidad del bosque. El ocaso se acerca y el lugar es iluminado por un increíble color burdeos oscuro. —Hola —lo saludo en voz baja, temerosa de hacerlo perder la concentración. Se gira rápidamente a mirarme y me sonríe levemente. Pone su pincel dentro de una lata con aguarrás y lo revuelve un poco, se limpia las manos con lo que parece ser un paño húmedo lleno de pintura y se acerca a mí. Lo abrazo con fuerza, aprovechando las horas que nos quedan juntos. Edward no lo hace devuelta y cuando lo miro pidiéndole que lo haga me muestra ambas manos manchadas. Me encojo de hombros y él me sonríe. Tomo sus muñecas y me las acerco al cuerpo para que me ensucie de pintura. Sus dedos se unen a mi trasero y sé que mi pantalón caqui ha quedado

manchado e irremediablemente inservible gracias al óleo. No me importa. —¿Ahora me darás un beso? —inquiero, haciendo dibujos con la punta de mi nariz en su pecho. Adoro su aroma a pintura, madera y regaliz, todo eso mezclado con su propia esencia y el inconfundible olor a ducha. Me resulta embriagador, adictivo y me transmite muchísima seguridad. Sé que en caso de haber estar en peligro, él sería el único que con un abrazo lograría calmar todo de mí, porque sabía que cuando Edward estaba a mi lado nada malo podría pasarme. Mi cobrizo emite una sonrisa torcida y el corazón me baja y me sube de un solo tirón. Sus labios se unen a los míos con una pasión desmedida que es propia de él cuando me extraña ya sin haberme ido. Yo aprieto mis manos en torno a su playera gris, ya incapaz de sostenerme a mí misma entre sus brazos. Su lengua pasa por mi labio inferior y luego lo succiona. Me largo a reír y muerdo su barbilla, ya sin saber cómo demostrarle que lo deseo irrevocablemente. —Muchos besos para mi hermosa novia —susurra, aún sin separarse completamente de mí. Vuelve a darme un beso, esta vez más corto. Viaja hasta mi cuello y ahí me tortura, besándolo con delicadez. Me dibuja, me pinta y me modela ante sus ojos, el verdadero espectador de sus obras de arte. Me siento su mayor creación ahora, entre sus dedos y caricias. Sus grandes dedos viajan desde mi trasero hasta mi espalda baja y en un segundo se separa. Apega su frente junto a la mía y me sonríe como el gato de Cheshire. —Te espero en el lago en diez minutos —susurra. Luego se va por la puerta, dejándome medio acalorada en medio de su estudio. Me paso una mano por el pecho y en mis dedos percibo el palpitar de mi corazón, desbocado y a punto de salirme por la boca. De reojo veo la pintura de Edward y me muerdo el labio enseguida. ¿Otra creación? Es un mosaico con muchos rostros, todos de diferentes expresiones. El primero está enojado. Me largo a reír de hiperventilación. Dios, es perfecto e increíble lo mucho que puedo sentir las emociones en una simple pintura. ¿Cómo es eso posible? La otra mujer que le sigue está pensando, la forma de las cejas, rectas y sin expresión, lo demuestran. La siguiente ríe y en sus ojos noto su efímera felicidad. Y la última parece entrar en placer, en un éxtasis muy propio de… un orgasmo. Vuelvo a morderme el labio. Todas las mujeres llevan un moño apretado y tienen la nariz fina y alargada. Sus ojos son castaños y la piel aceitunada. No puedo ver ropa, tampoco senos, pues el cuadro comienza con sus hombros descubiertos y luego sus expresiones, que acaparan todo el lienzo. Me pregunto qué nombre le habrá puesto… si es que lo ha hecho. Creo que aún no lo termina, pues en una esquina aún falta el sombreado y el brillo. Otra vez siento el impulso por hacer de sus cuadros lo más conocido de Seattle, para luego darlo a conocer en Nueva York. Pero si lo hago se enojaría conmigo… Sus pinturas son una parte muy íntima de él. Me pregunto cuándo se atreverá a intentarlo, ¡nadie pierde intentando! Muevo la cabeza y me voy del estudio. Veo que Edward no está en ninguna parte de la sala, así que doy por sentado que se ha ido a la laguna, tal cual me lo dijo él. Miro por la ventana y el sol aún no termina por esconderse, pero ya es cuestión de minutos. No debe hacer mucho calor que

digamos. Edward y sus repentinas locuras. Quizá me dio el chance para que me preparara. El estómago me ruge de ansiedad. Voy al baño y me miro al espejo: estoy pálida. Hago un mohín. Cuando termino de asearme a la ligera, salgo de la casa con el viento golpeando mi rostro. Camino unos metros más allá y veo el sauce… el viejo y querido sauce. ¿De cuántos momentos ya ha sido testigo? No podría contarlas. Nos vio crecer y nosotros lo hemos visto envejecer a él. Sus ramas ya están descoloridas y las hojas que caen ya no vuelven a crecer. Camino con sigilo esperando a que no me escuche. Cuando estoy lo suficientemente cerca puedo ver que está medio desnudo ahí y su espalda ancha se mueve cada vez que se adentra al agua. Por inercia llevo mis dedos hasta los botones de mi blusa y los voy liberando uno a uno. El canal de mis senos se ve junto al sujetador negro, pero sé que él no está enterado de mi presencia aún. La dejo caer al suelo en un golpe sin sonido y luego hago lo mismo con mi pantalón caqui. Ahora estoy frente al lago, vestida de lencería con encaje negro. El viento me hace dudar de cometer el siguiente movimiento, pero lo hago. Me quito el sujetador con cuidado y lo dejo caer libremente, vaya a saber dónde, qué me importa. El viento vuelve a golpearme y mis pezones se endurecen. Me bajo las bragas hasta los tobillos y levanto los pies para librarme de ellas. Meto mis dedos al agua y doy un respingo: está fría. Meto la pierna izquierda completa y el frío se vuelve duro, hasta que meto ambas hasta la cintura. Veo la espalda de Edward a lo lejos y un calor abrasante vuelve a mí. Camino por la arenilla que hay en el fondo, poco a poco para alcanzar a mi novio. Maldito Edward, deja de nadar, no soy tan alta como tú y el agua acabará por devorarme, pienso, ¡además ni siquiera sé nadar! Lo único que queda descubierto del agua son mis hombros, mi cuello y mi cabeza. No recordaba que el agua fuese tan profunda por aquí. Toco su espalda, alcanzándolo al fin. Da un pequeño salto y se gira a mirarme extrañado, quizá porque he llegado hasta aquí sola. Seguro recuerda todas aquellas veces que intentó enseñarme a nadar y yo fui un completo desastre. —Me tomé la atribución de entrar al agua contigo —comento, tocando la superficie con mis dedos. —Desnuda —señala, mirándome divertido. Sus dedos audaces viajan por el agua hasta posarse en la piel de mi cintura. Evito cerrar los ojos y gemir. Levanto mis cejas y me pongo a reír. —Fue bastante tentador verte aquí con el agua tan calma —le digo en tono inocente, llevando mis dedos hasta su pecho denudo. Edward me mira fijamente y al mismo tiempo reprime una sonrisilla, y cada vez que lo hace me ruborizo aún más.

—Me gusta verte así… Y aquí en el agua —señala, alejándose un poco para tener una mejor perspectiva de mí. Lo miro sin entender. ¿Qué le sucede? Parece… más inspirado que de costumbre. Sonrío. El viento se ha vuelto menos violento y ha entrado en un estado de paz sumamente agradable. Mis hombros se sienten ligeramente desnudos al no estar debajo del agua y a la vez siento el agarre de Edward debajo del agua. Es increíble que aún debajo de ésta siga sintiendo el calor de su tacto. Veo las gotas de agua caer por su cuello, hombros y pecho, su cabello mojado le ha dado un aspecto más salvaje y descuidado, algo tan jodidamente sexy como nunca había podido ver. Su barba aún seguía sin rasurar, pero aún parecían solo vellos cortos a punto de esparcirse por su rostro. Edward se apropia de mí dando caricias por mi espalda, bajando con una lentitud que me sofoca y desespera. Pero no digo ni hago nada, porque me gusta ir hasta el límite, sobre todo al que él me lleve. —Siempre fuiste un muy buen nadador —le comento con voz suave. Eleva sus cejas y hace un mohín coqueto. Me derrite por completo. —Mi padre me enseñó todo aquello —me cuenta, elevando sus dedos por mi columna vertebral—. Mi madre nos miraba desde la orilla —me dice, viendo algo que está detrás de mí. Me giro y efectivamente veo la orilla de la laguna—. Supongo que nunca lo olvidé. —Nunca pude seguirte el ritmo. Se pone a reír y me besa la coronilla. —Aún lo recuerdas. —¿Cómo podría olvidarlo? Me hiciste lanzarme con esa cuerda y yo aún no sabía flotar —exclamo. —Necesitabas un empujón. Niego y luego me largo a reír junto a él. —Y ahora no encontraste nada mejor que sumergirte en la parte más profunda de la laguna —le comento con algo de temor. —Relájate, amor mío —susurra, acercando sus labios a mi cuello. Comienza un recorrido de besos, que acunan mi piel, clavícula y hombros. Yo aferro mis dedos a su cabello, cerrando los ojos a su paso. Me gusta sentir su tacto, me ama de manera tan física y emocional. —Sumérgete conmigo —me dice al oído. Abro mis ojos de golpe y él se desaparece de mi vista, hundiéndose debajo del agua. Siento que estoy rodeada de tiburones y Edward es el más grande, dispuesto a devorarme. Pero él atrapa mis piernas debajo del agua, sacando de mí un tumulto de gritos.

Vuelve a aparecer desde la profundidad, salpicándome de agua. El cabello se le ha pegado a la frente y está completamente empapado. Sus ojos se ven aún más dorados que de costumbre. —Ven a nadar conmigo —me invita con su brazo alargado hacia mí. —Sabes que yo… —Te enseñaré, como en los viejos tiempos. Camino lentamente, hundiéndome un poco más. Pronto lo único que resalta fuera del agua es mi cuello y cabeza. Pero Edward tira de mi brazo y me acerca a la profundidad absoluta de la laguna, sacándome un grito muy fuerte. Sin embargo, me hace flotar con sus brazos en mi cintura, sujetándome con fuerza. Pongo mi rostro en su pecho y ahí me quedo, respirando con complejidad. —Te dije una vez que jamás permitiría que te hicieran daño —masculla—. Confía en mí. Me largo a reír. —¿Qué confíe en ti? Edward, te he confiado todo de mí desde pequeños. ¿O no recuerdas nuestra primera vez, justo a metros de aquí? Se larga a reír con nerviosismo. —Solo le temo al agua —le digo—. Ni siquiera sé por qué. —Permíteme ayudarte. Me da la vuelta y me sostiene contra el agua, me da pequeños besos en la mejilla mientras yo pataleo con lentitud en el agua. Cierro los ojos mientras la brisa me roza el vientre y los senos. —Me volverás loca —susurro. —Tú ya me has vuelto loco —me dice—. Me has vuelto loco de amor por ti. Se va separando de mí con lentitud mientras yo guardo la calma. Hasta que acabo flotando en la laguna, ajena a todo junto al amor de mi vida. Olvido por completo que mañana debo irme a L.A. Olvido que tenía una vida allá y que debo asegurarme de mi trabajo. Hoy solo disfruto del silencio, del agua y de su presencia. —Lo has logrado —me dice al oído. —Tengo al mejor maestro del mundo —murmuro, acercando mis labios a los suyos. El cielo se ha oscurecido, dando paso hacia la noche. Edward mira hacia la luna, luego a mí. Suspira. —Es el paisaje perfecto, tú ahí, con tus hombros al descubierto y el agua tapando lo que queda debajo, la luna iluminándote… ¿Será que algún día dejarás de ser el único ser de inspiración para mí? —murmura con fervor. Me acerco hasta él y enredo mis brazos en su cuello. —Espero serlo por siempre —le susurro mirándolo a los ojos—, ser tu único objeto de inspiración. —Siento que he pintado de ti a alguien que no quieres —me dice, acariciando mi cabello con sus

dedos. —No es eso —rebato—. Solo le temo a la idealización, a que me veas como a alguien perfecto. Edward, si te he contado parte de mi vida es para que… —No cambia nada, Bella —me interrumpe—. Sigues siendo tú… —murmura, sonriendo ante mis ojos—. Mi pequeña Bella. —Te amo —susurro. Su rostro se ilumina y el brillo de sus ojos me remueve las entrañas. —Te amo —me dice también. Pone sus manos en mi cintura y me acerca a él. Me abraza con muchísima fuerza, traspasándome toda su vitalidad en este contacto. Yo cierro mis ojos y apoyo mi mejilla en su piel mojada. Me gusta que me abrace, me gusta que esté conmigo. Me besa la frente, la nariz y los labios, éstos últimos con desesperación, buscando mi calor y mi contacto, insistiendo en que no sea efímero. Podría besarlo una eternidad sin que sea monótono o aburrido, cada vez es diferente, cada sensación aumenta, más ahora, que he plasmado mis huellas en él. —Mira —susurra en mi oído. Yo hago lo que me dice, miro hacia el cielo: la luna ha crecido, está algo pálida. Las estrellas hacen su conjunto perfecto. —Es hermosa. —Como tú —me dice. Ahora lo contemplo a él y no puedo entender cómo ha osado a compararme con la luna. Algo tan hermoso solo puede ser asemejado a Edward, a quién me aprieta el cuerpo con sus brazos y me sostiene para no caer. Su dedo índice delinea mi columna vertebral desde la parte trasera de mi cuello hasta acabar en mi coxis. Siento un ligero temblor y no es el viento que nos recorre. Sus labios depositan besos esporádicos en mi hombro, maquinando toda clase de planes para poder derrumbarme y hacerme caer. Hoy, Edward es una bestia que quiere devorarme, un león incapaz de contener el hambre ante la oveja que se resguarda entre sus garras. Me siento una oveja tonta, que es incapaz de escapar aunque él me gritara que corriese para salvar mi vida. En este preciso momento soy una oveja y él es un león, no podría haber mejor comparación que ésta. Y quiero que me convierta en parte de su ser. —Esto me recuerda a… —comienza a decir entre besos. —Nuestra primera vez —murmuro con los ojos cerrados. Se ríe divertido. —Había soñado con volver a hacerlo aquí muchas veces —susurra.

Me giro para estar de cara frente a él. —Hazlo ahora —lo invito. Sus ojos se oscurecen de forma siniestra y en un segundo ya estoy apegada a él besándolo. Su calor es abrasante, la magia de sus dedos recorriendo todo de mí, su cuerpo apegándose al mío y su deseo irrefrenable, todo me deja sin aliento. Mi corazón se desboca mientras vuelve a besarme el cuello, ésta vez bajando lentamente por mis pechos ya cubiertos de agua. Me muerdo el labio inferior y enredo nuevamente mis dedos en las hebras de cabello. Es un cabello tan sedoso y armonioso. Tira de las cuentas de mis pechos con sus dientes y yo evito un grito. Sus dedos me recorren la columna bajo el agua y rápidamente se dirigen a mi trasero. Edward se hunde aún en la profundidad, recorriendo el camino de mi vientre. —Dios —murmuro jadeante. Muerde la piel y sigue besándola y bajando, tan lentamente que apenas puedo respirar. Me siento algo intimidada hacia dónde planea llegar, pero el deseo me nubla la razón casi al instante. Me toma las caderas y me sube hasta sus hombros, de manera que él tiene completo acceso a mi intimidad. Ahora está afuera del agua, mirándome desde abajo. —Edward yo… —voy a decirle, algo avergonzada. Pone un dedo sobre mis labios, callándome. —Afírmate y no te caigas —me advierte. Me besa las ingles y yo cierro los ojos de golpe. Luego siento sus besos en mi centro, a lo que respondo con un fuerte gemido de mi parte. Me besa, me hace su diosa, me transporta hacia el paraíso. Su lengua traza caminos en mi botón y yo lo único que puedo hacer es gritar su nombre una y otra vez, aferrándome a sus cabellos como me es costumbre. Su incipiente barba me roza la piel de mi intimidad, pero no me importa. Pronto me acerco hasta la cúspide, mirando hacia el cielo que se ha vuelto negro. Edward hace arte conmigo, me dibuja sonrisas, placeres y gemidos. Voy a llegar hasta el final, voy a dejar escapar mi alma en sus caricias. Pero se detiene, volviendo sus labios a mi vientre con cuidado. Mi respiración está agitada y todo está nublado cuando abro los ojos. Aún me sostiene, pero ya no sigue con sus dibujos en mí. —Edward, vamos —le pido con desesperación. Me mira con ternura y una pasión mezclada. ¿Cómo puede expresar su amor y su deseo de poseerme a la vez? Me baja y vuelve a besarme, ésta vez recorriendo mi cuello, mi mentón y mi quijada. Mi estómago es un manojo de nervios, una llamarada que se enciende cada vez más. Quiero explotar, desgarrar mi voz gimiendo su nombre. Lo necesito. —Vamos, cariño, no me hagas esto —le susurro con caricias en el pecho.

Me mira. Está serio. —Shh… Ven aquí. Vuelve a elevarme y yo esta vez enredo mis piernas en su cintura. Puedo sentir su desnudez junto a la mía, lo que me genera más desesperación si es posible. —Hazme el amor —le pido. Asiente y sin despegar la vista de mis ojos se apodera de mí, sacándome un gemido lento y suave. Parte del agua entra en mí, pero no me importa. Es una sensación muy diferente. —Bella —susurra junto a mi hombro izquierdo. Luego gruñe. Acaricio su espalda ante la sensación. Edward se mueve constante y lento, permitiéndome descubrir la sensación enterísima de su acción. Me hace suya en medio del agua, con la luna y las estrellas. Me hace suya de manera diferente, mirándome de una forma conectiva, aceptando todo de mí. En un breve momento camina, aún unidos. Cuando llega a la orilla me recuesta en la arenilla con él sobre mí, haciéndome el amor a su ritmo, como permitiéndome el disfrute de manera detallada, marcando su presencia en cada rincón de mi cuerpo. Dejamos ir el aire de vez en cuando. Toco su pecho con mis dedos y me maravillo con la textura mojada. Lo aproximo aún más, no quiero que se separe ni un poco de mí. Está tan guapo, mirándome con una pasión enloquecedora. Lo beso y lo nombro una y otra vez, quiero que sepa todo lo que me provoca, lo que ningún hombre ha sido jamás capaz de hacer. Me ama y me respeta, me sumerge en un mar de placeres que solo él y su dedicación podrían brindarme. Con una estocada libera mis gritos y sus jadeos acaban en mi boca entreabierta. Esconde su rostro en mi pecho y al mismo tiempo siento los vestigios de nuestro orgasmo, acabando con todo mi autocontrol. Mi respiración se entrecorta, hasta que se calma en un suave siseo de ambos. La luna sigue brillando y las estrellas parpadean al unísono. Un suspiro se me escapa ante la hermosa vista del cielo oscuro y el haber sido amada por Edward. Suspiro otra vez; no quiero irme de que aquí nunca, quiero estar entre sus brazos como si nada más nos preocupara. Quisiera poder vivir aquí con él, despertarme a su lado hasta que mi vida se vea reducida a recuerdos pasados, en los que Edward, solo él, esté presente. Lo amo con una entereza que arde, pero me sostiene en pie. Siento exactamente lo mismo de nuestra primera vez. No sé si sea por dónde hemos acabado, pero es imposible no recordarlo. Me siento realmente amada, acompañada y completa. Soy feliz junto a él. Edward se remueve en mi interior y yo me sonrojo. Pasa sus labios por mi frente y me atrae a él para mantenernos unidos. Lo observo y ambos nos largamos a reír al recordar lo que acabamos de hacer. —Es como regresar años atrás —murmuro, apegándome a su cuello para fundirme con su calor. —Podemos repetirlo las veces que quieras —me susurra entre caricias en el vientre. El tiempo pasa y nosotros seguimos en la arenilla, en medio de la luna, con el viento soplando a cada minuto, desnudos y entrelazados como si nada nos pudiera separar. Es una serenidad que nos llena, un momento que quisiera no olvidar jamás. Cada vez que Edward me hace el amor me siento completa, una mujer sin pasado ni cicatrices.

Me ama con delicadeza, no me daña. Solo con él puedo sentir que no estoy haciendo algo mal, que no vendo mi dignidad. Podría estar entre sus brazos, desnuda, y no me importaría nada. Como ahora, que siento solo el suave susurro de las ramas, el agua y el viento sobre nuestras pieles. No me importa resfriarme, no me importa enfermar. La somnolencia acaba por cubrirme lentamente hasta que mis ojos se cierran. Me quedo ligeramente dormida sobre su pecho, con parte de mi cuerpo sobre el suyo y sus piernas entre las mías. Siento en la lejanía que tiene sus dedos entrelazados con los míos. Sus labios recorren mi mejilla, provocando mi despertar; yo me estremezco. —Comenzará a enfriar —me susurra entre risas—. Vamos, cariño, vamos adentro, no querrás que nos dé hipotermia aquí. Me desperezo, mientras se levanta desnudo frente a mí. Me restriego los ojos y noto que no hay más luz que la de la luna. —¿Qué hora es? —le pregunto, reprimiendo una sonrisa. —No tengo idea, pero es muy tarde —me responde con el mismo gesto. Me tiende su mano y me ayuda a levantarme. . Edward está haciendo fuego en la chimenea, mientras me caliento con una de sus mantas, envuelta desde la cabeza hasta las piernas. Estoy en su habitación, sentada en el suelo, mientras hojeo una revista de arte europeo renacentista. No sé de dónde la habrá sacado, pero es primera vez que la veo en su casa. Me acuesto en el suelo de madera y me dedico a leer un par de encabezados que no entiendo, porque hablan de técnicas que desconozco. Pero me gustan las imágenes, son lindas y tienen colores un tanto opacos, pero bonitos. No me importa estar medio desnuda en la manta, pues me siento muy a gusto en este lugar. Dejo la revista a un lado y suspiro, mirando hacia el techo, al rato hacia la ventana gigante que hay frente a la cama. Es un lugar tan lindo, tan calmo… tan Edward. Sonrío y sujeto mi cabeza con la mano, apoyando mi codo en la madera. La palabra que más define a mi cobrizo es esa, la tranquilidad, la grandeza en la sencillez. Abre la puerta y me encuentra en su piso, mirando su revista y vistiendo su playera. Le sonrío con timidez, llevando la manta hasta mi rostro para taparme. Edward me sonríe. Está desnudo de la cintura para arriba y lleva unos pantalones de pijama color azul. Veo que sus pies descalzos se acercan hasta mí, luego se agacha, sosteniéndose con ellos. Lleva su mano derecha a mi barbilla y me acaricia. —¿Qué haces? —inquiere. Me repasa el cuerpo por unos segundos y vuelve a posar sus dorados ojos en los míos—. Deberías guardar un poco de tu ropa aquí, así no tendrías que vestir la mía. —Pero a mí me gusta usar tu ropa —le digo—, ¿acaso a ti no? ¿No te gusta que la use? Edward sacude su cabeza y se pone a reír. —Deambulas semidesnuda y eso me distrae. Te ves preciosa como sea, cariño, solo quiero que

estés cómoda aquí. Gateo unos centímetros hasta él para estar lo más cerca que se pueda. —Siempre estoy cómoda contigo, sobre todo aquí, en tu casa —le susurro. —Me gusta que estés aquí, le brindas color al lugar. Le sonrío y niego. Me levanto, trayendo conmigo la manta. Edward también lo hace, sobrepasándome por varios centímetros. —Ven —me susurra, tendiéndome su mano. Yo se la tomo y él me conduce hasta el estudio, donde aún reposa el lienzo con las mujeres a medio acabar. —Vengo enseguida —me dice, marchándose al instante. Entro y repaso el lugar como es costumbre, me siento en el sofá, a metros de su atril. Edward regresa casi al minuto con una taza de té para mí, tan humeante y caliente que soy incapaz de beberla enseguida. —Gracias —le susurro. Edward, con el pecho desnudo y unos pantalones de pijama, comienza a mojar uno de los pinceles gruesos en el agua, para luego dejarlos airear sobre un paño manchado. Camina por el estudio hasta la repisa de la esquina, toma los tubos y los deja caer en una paleta digna de Leonardo Da Vinci y mezcla con lo que parece ser un pincel especial. Su ceño está fruncido y una marca grave se ha formado en medio de sus dos cejas. Está serio y muy concentrado. Me muerdo el labio inferior y me estremezco dentro de su camisa, demasiado atraída de su semblante. Edward vuelve con el pincel, que no es muy grueso ni muy delgado, y lo hunde en la paleta; creo que es un color burdeos. Lo levanta y lo deja caer en el lienzo con su mano favorita: la izquierda, pintando con lentitud en todo lo largo. No puedo quitarle los ojos de encima, es hipnótico. Ha mejorado tanto… Cuando era un adolescente era muy talentoso y hacíamos lo mismo cada tarde: yo lo observaba pintar y él se dejaba llevar por la inspiración, o sea yo. Hoy es aún mejor y cada vez mejora más. No ha puesto música, lo que significa que está demasiado absorto para siquiera pensarlo. Cada vez que necesita expulsar sus ideas de manera brutal y rápida prefiere el silencio. Me llevo el té a los labios y lo bebo, calentando mi cuerpo por completo. Sonrío. El té sabe tan bien. Deja de pintar y se da una vuelta, buscando algo. Hasta que toma el vaso con aguarrás y hunde el pincel, liberando el óleo. Lo saca, lo lava y luego lo airea en el paño. Toma un pincel más pequeño y hace el mismo procedimiento anterior: agua, aire, paleta de colores y al lienzo. Los minutos pasan y yo no dejo de mirarlo en ningún segundo, hasta que para, me mira y sonríe. Me es imposible no hacerlo yo también. Tiene los dedos manchados de colores vivos y una parte del pecho también.

—¿Quieres verlo? —inquiere. Asiento con los ojos muy grandes y me levanto de un brinco. Cuando llego hasta el lienzo alargo el cuello y miro su creación: está perfecta. No puedo expresar con palabras su talento, es increíble. —Eres un artista —susurro de inmediato. —¿Lo crees? —me pregunta. Es la primera vez que siento su pregunta con una seriedad e inseguridad palpables. Lo miro y él a mí. —Claro que sí. ¿Nunca vas a creerme? Agacha la mirada. —Te gustaría que me diera a conocer, ¿no es así? Hago un mohín de incomodidad, pero pongo mis manos en su pecho. —Sabes que todo lo que hagas me parecerá bien —le digo con sinceridad—. Adoro que construyas todo con tus propias manos, que las acabes y ayudes a tu padre, que ayudes a los niños y, por sobre todo, que quieras independizarte de Carlisle. Hagas lo que hagas yo estaré muy feliz por ti. Edward da una media sonrisa y lleva su mano hasta mi rostro. Me toma la barbilla con su mano derecha y me toca el labio inferior con el pulgar. —No sabes cuánto te amo, Isabella Swan —dice, como si no creyera que estoy junto a él, bajo su hechizo—. Siento que debí acompañarte a Los Ángeles… Soy un imbécil. —Bufa, alejándose de mí. Lo sigo y toco su espalda con mis dedos. —No, Edward, está bien —intento tranquilizarlo—. Fue… —Soy un cobarde —murmura con la voz grave—. Tú ya has hecho demasiado por mí. —Tú también —le respondo—. No voy a obligarte a hacer algo que aún te asusta. Vamos, ¡es un lugar extraño! Niega y se pasa una mano por el rostro. —Prométeme que no dudarás de lo mucho que te amo por mi cobardía, Bella —murmura, volviendo a acercarse a mí. —Claro que no, Edward. Yo me equivoqué al alterarme aquella noche, tú solo… —Solo soy un cobarde —masculla con la mandíbula tensa. Yo se la acaricio para que la relaje. —No, no lo eres —le digo con dulzura—. Intentaré volver antes, así podremos estar juntos más rápido. Asiente y me sostiene el rostro con sus manos. Me besa con desesperación y lo único que percibo de sus caricias es lo mucho que me necesita, lo mucho que le asusta dejarme ir así como

así. Sé que también le teme a lo que James pueda hacer, pero confío en Alec. Con él no sucederá nada. Delineo su barbilla con mis besos y luego me dejo abrazar por su fuerte cuerpo. . Edward está detrás de mí, ambos sentados sobre la alfombra de su sala de estar, con la chimenea frente a nosotros. Él afirma su espalda en los pies del sofá y yo me afirmo de su pecho. Me abraza con sus manos en mi vientre y yo acaricio sus dedos, perdida en las llamas. —Te comenté que quería comprar el taller de mi padre, ¿no? —profiere. Asiento. —No quiso aceptar el cheque. Giro mi cabeza para mirarlo con incredulidad. —¿No pudiste convencerlo? Chasquea la lengua. —Es un viejo terco, ni siquiera pudo caer en la tentación de la suma que le di. De pronto me cruza una gran duda. —¿Cómo conseguiste aquella "gran" suma de dinero? Me sonríe divertido. —Me ha ido bien en el taller. Últimamente mis trabajos son muy solicitados. Elevo mis cejas. —Entonces tu padre no tendría por qué decirte que no. —Eso creí, pero me ha evadido diciendo que necesita dinero para vivir. No entiende que yo también puedo darle dinero periódicamente, sin embargo insiste en que quiere darme el taller como una herencia, o sea hasta que se muera. Me largo a reír. Me doy la vuelta con todo el cuerpo, boca abajo sobre su pecho. Me acaricia el cabello con los dedos. —Es un hombre muy difícil —murmuro. Y vaya que lo es, pienso. Si bien el padre de Edward me odia, lo entiendo. Es un hombre que ya no puede trabajar y gran parte del dinero lo saca su hijo adelante. A él le asusta quedarse sin nada, porque es tan testarudo y orgulloso que no permitiría que su hijo le diese el dinero como si fuese una carga, podía apostarlo. —Quizá podrías ofrecerle un trato —le comento.

—¿Un trato? —inquiere, repentinamente interesado. —Sí. Lo miro y le sonrío. —Podrías ofrecerle un trato: que sea tu socio. Frunce el ceño y ladea un poco la cabeza. —Tú estarás a cargo de todo, pero para Carlisle Cullen no será como sentirse una carga para ti. Estoy segura que aceptará encantado, sobre todo si le explicas que tú te encargarás de todo. Yo lo entiendo, él solo no quiere dejar ir lo que tanto los mantuvo en pie durante años. Permíteselo, cariño. ¿Quieres quitarle algo tan propio de él? Edward me sonríe con los ojos brillantes y me acaricia la mejilla con el dorso de sus dedos. —Eres muy inteligente, ¿lo sabías? Si papá sabe que has pensado así de él, se sentirá muy contento… —No se lo digas —lo interrumpo—. Solo propónselo. No quiero agradarle a Carlisle Cullen, ya veo que es imposible. Reprimo el ligero dolor que aquello me produce, más aún porque no sé el por qué. —Está bien, Bella. . . . Edward deja la maleta más pesada en el piso y yo hago lo mismo con la más liviana. Doy un respingo al sentir la brisa del frío mañanero y, al exhalar, un vaho sale de mi boca. Volvemos a tomar las maletas y entramos al aeropuerto, no sin antes taparme un poco con gafas y una boina de color vino. Alec se encargó de despistar cualquier intento de la prensa por encontrarnos, por lo que estoy un poco menos nerviosa. Llegará en unos cuantos minutos, dice que quiere dejarnos en privado por un momento, lo que le agradezco infinitamente. Nos escabullimos hasta la cafetería, y mientras Edward compra dos cafés, yo me apropio de la mesa más lejana y oculta. Cuando él me tiende el mío, que es con leche, y deposita el suyo, uno con crema, se sienta frente a mí y se pone a leer el periódico de hoy. Al mismo tiempo yo retoco la posición de mi sombrero, que está algo ladeado. Pero Edward se queda congelado, leyendo algo que yo no puedo. Luego bufa y deposita de golpe el periódico en la mesa. Guardo el espejo en mi bolso y le toco la mano con mis dedos, sin embargo evita mirarme y yo tomo el periódico para indagar. Sale él de perfil, medio escondido en su cazadora favorita, con su mirada en el suelo. Hablan de que al fin han conocido el rostro del enamorado de Isabella Swan, que tiene 28 años y que vive en Forks desde siempre. Nada más. Solo características ridículas, como que se ve callado, misterioso y muy guapo.

—Veo que te han encontrado guapo —digo para amenizar el ambiente. Edward alarga su mirada hasta la mía, pero no ríe, es más, siento que me está regañando. —Lo siento mucho —le susurro apenada—. Pero al menos no saben dónde vives ni quiénes son tus familiares. —Ni siquiera saben que soy un carpintero —masculla con desprecio, un desprecio claro hacia él mismo. —Edward —ésta vez lo regaño yo—, no digas eso… Me calla ligeramente con su dedo índice en mis labios. —No quiero seguir hablando de estos… periodistas —susurra—, ¿podríamos cambiar de tema? —inquiere, doblando el periódico y poniéndolo en la mesa del otro lado. . En el altavoz anuncian que en 10 minutos debemos subir al avión y Edward me aprieta la mano con fuerza. Lo miro de reojo y no quiero levantarme de la silla nunca más, quiero quedarme en Forks. Pero lo hago, me levanto y camino junto a él hacia el embarque. Pero Alec grita mi nombre desde el pasillo izquierdo y ambos nos giramos a mirarlo. Viste más informal que de costumbre y lleva una simple maleta pequeña en su mano izquierda. Nos saluda a ambos con formalidad y de inmediato Edward se pone a interrogarlo. —¿Estás seguro que estará bien? Alec parece nervioso. —Claro que sí, Sr. Cullen, la Srta. Swan estará muy bien junto a mí. James no estará en L.A ni por asomo, me he encargado de enviarlo hacia Nueva York. —Me da una ligera mirada—. Me dedicaré a protegerla exclusivamente, Sr. Cullen, no permitiría que le hicieran daño. Edward, al ver que éste es sincero, le palpa ligeramente el hombro y le sonríe, pero parece igualmente nervioso que antes. —Dime Edward. Alec deja ir el aire y le sonríe. —Me cuesta un poco tratar con las personas de esa manera, pero lo intentaré. —Ni que lo digas —murmuro con una risita. . Alec ya ha entrado a la cabina y yo estoy con mi boleto en la mano. La azafata me espera con una sonrisa fingida, pero yo tengo los pies clavados en el suelo. Edward me toma la barbilla con sus dedos y me atrae hacia sus labios. Lo beso con desesperación unos segundos hasta que escucho nuevamente que debo entrar a la cabina. —Ya es hora —me dice, separándose de mí. Se lame el labio inferior manchado de mi labial y siento el impulso de volver a besarlo otra vez.

Siento la calidez de las lágrimas en mis ojos, a punto de salir, pero me aguanto. —Te extrañaré —mascullo con la garganta apretada. —Vuelve pronto —jadea, tomando mis manos junto a las suyas. Me las aprieta fuertemente y yo también dejo que lo haga. —Lo haré, te lo prometo. Le doy otro beso, ésta vez muy casto y sencillo. Me da un abrazo muy fuerte y yo me dejo impregnar de él antes de partir. —Al menos has dejado tu perfume en mi casa —me dice riendo, aunque en sus ojos noto una profunda tristeza. Le doy caricias esporádicas en la barbilla y lo miro embelesada. —Pinta todo lo que puedas —le susurro en su oído. Le doy un beso en la mejilla y me meto junto a la azafata, no sin antes despedirme con la mano de él. Lo último que veo es su rostro desvaneciéndose, tan descompuesto como jamás lo había visto. Apreté mi mandíbula y me obligué a seguir mi camino. Buenas noches, cumplo con otro capítulo para todos mis lectores fieles que siempre esperan el capítulo siguiente. ¡Espero que les guste! Es de los más largos que he hecho, incluso tuve que cortar un poquito porque se estaba haciendo extremadamente extenso. Gracias por leerme, de verdad este "trabajo" no pagado que se hace con amor también es un esfuerzo enorme, sobre todo cuando la historia es tan desgarradora, al final siento absolutamente todo lo que sienten mis personajes. Les cuento también que he estado a la par editando esta historia en versión original :D creo que es digna de serla, ¿no? -por eso también me he demorado en subir-. Espero férvidamente que, de publicarla muy pronto en algún medio de internet, la lean y me ayuden. Gracias a todos! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo I'm a fool to want you de Billie Holiday . Capítulo XXXV .

"En Hollywood te pueden pagar mil dólares por un beso, pero sólo 50 centavos por tu alma" -Marilyn Monroe. . Isabella POV —¿Está segura que no quiere que le ayude con eso, Srta. Swan? —inquiere Charlotte, parada detrás de mi silla. La miro por medio del espejo con luces a su alrededor y le niego un par de veces. —Puedo hacerlo sola —murmuro. Luego de pasar el pincel sobre mis párpados y delinearlo con un lápiz negro, voy colocando mis pestañas, una por una. Pestañeo al acabar y me aseguro de que están bien puestas. Le hago una señal a Charlotte para que se apresure a ponerme las uñas postizas y luego las pinte del color que deseen. —¿Ha llegado Félix? —le pregunto mientras la veía actuar en mis dedos. Levanta ligeramente la cabeza para mirarme. —Sí, Srta. Swan, está en el camarín del frente. Asiento y con una mirada le pido que continúe con su labor. Félix Soulmate es mi pareja en la película y fue una escapada de camas hace un año atrás. No sé qué tan fácil será volver a interactuar con él ahora que yo estoy con Edward, pero me pone un poco nerviosa. Al menos es solo la grabación de dos escenas que no salieron bien según Stanley; la película ya está prácticamente lista. Cuando Charlotte acaba con su trabajo y las uñas están bien puestas y pintadas, me cambio de ropa con rapidez. Un suéter rosa de cuello alto y una falda de cintura hasta las rodillas color caqui. Me doy una última mirada en el espejo y hago un mohín, tiro de mis cabellos rubios y me aseguro de que la peluca está apegada a mi frente. Antes de salir me calzo una bata. —En diez la necesitamos, Srta. Swan —anuncia un asistente medio apurado, yendo hacia el estudio. Asiento y me aferro a la bata. Los faroles de las esquinas parpadean de vez en cuando hasta que topo con uno más grande, que da al estudio principal. En la esquina está Stanley con un megáfono atrapado entre los labios y una carpeta en una de sus manos. Ahí veo a parte del elenco tomando una taza de café con unos cuantos cigarrillos, charlando de algo por lo cual ríen. Félix es uno de ellos, vistiendo como mi marido en esta película. —Buenos días, Isabella —exclama Stanley, levantándose de la silla. Me besa ambas mejillas con su picuda barba, tomándome de los hombros—. Vamos, querida, a escena, necesito a mi principal. Me mira con sus gafas cayéndose poco a poco de su nariz y luego vuelve a subírselas. Su cabello despeinado y medio arrancado parece más desorganizado que antes, hasta se ve más gordo.

—Buenos días, Stanley —le digo con una sonrisa suficiente y arrogante. Yo soy su estrella en este mismo momento. Muevo los hombros para quitar rigidez y retiro la bata de mi cuerpo. Le doy un saludo a los asistentes de cámara y vuelvo a sonreír, imaginando que ésta podría ser mi última escena en un largo tiempo. Estoy decidida. Siento la luz contra mi rostro y comienzo mi escena, repitiendo el guion que ya me sé perfectamente. Me sale con total naturalidad y sé que Stanley está callado porque no he hecho nada mal, todo lo contrario. Félix aparece también y me besa los labios, permitiéndome seguir con la escena, que va perfectamente. . Alec me ayuda a salir del coche y me indica que dentro se encuentra el corredor de propiedades. Pero antes de entrar doy un ligero suspiro, este apartamento fue mi primera adquisición con el primer papel. Es tan inmenso y jamás lo sentí mío. —Si gusta no lo hacemos —me repite con undécima vez. —No, no, Alec, esta vez sí lo haré. Asiente y me conduce hasta lo que alguna vez fue mi apartamento. En la entrada espera el corredor, por lo que de inmediato nos saludamos. Es cano y lleva un impecable traje. Mi ama de llaves me saluda amablemente al verme, me cuenta que ha limpiado mis cuadros durante todo este tiempo y que los premios están intactos en mi estante. Es pelirroja y muy gordita, me da muchísima ternura. Aunque sus ojos grises siempre andan tristes por el fallecimiento de su único hijo en un trágico accidente, generalmente me sonríe y me atiende como si fuese su niña. —Déjanos a solas, Marianne —le pido con suavidad. Asiente y se va, cerrando la puerta del estudio. —Como puede ver es un apartamento de lujo, avaluado en muchos dólares —le comento al corredor. Alec está parado a mi lado y sostiene su mirada firme. —El Sr. Krugher ha especificado el precio en 3 millones de dólares. —Al contado —murmuro con acidez. —Así es, Srta. Swan —me dice con aires fríos. Sonrío. —El Sr. Krugher debe firmar antes del 30 de Abril, o de lo contrario yo me buscaré otro comprador. —Créame que lo hará. ¿Sigue en pie la oferta de los muebles? —Desde luego —mascullo—. Nada de eso me sirve.

Asiente y me entrega algunos papeles para que el contrato de venta quede estipulado lo más pronto posible. El corredor se va de inmediato con sus aires suficientes y al sentir la puerta cerrada le sonrío a Alec, quien también lo hace. —Ha salido de esta, Srta. Swan —murmura—. Al menos ya está casi vendida. —Así es —mascullo—. Viví tanta miseria en este estúpido apartamento de lujo. Camino por los rincones tan limpios pero tan desprovistos de vida. Los cuadros por todos lados con mi rostro mirando a la cámara; son cuadros de fotografía de todas mis portadas y sesiones, casi todas de gran tamaño. Nunca me gustó vivir aquí, más que nada porque odiaba observarme por todos lados. El estante que está en mi habitación está lleno de mis premios, unos más importantes que otros. Rozo el más importante de todos con mis dedos y sonrío, al menos hice historia en este mundillo de mierda. —¿Va a llevarse todo esto con usted? —me pregunta mi asistente. —Claro que sí, todo esto fue el resultado de muchas lágrimas y dolores —murmuro—. Es lo único bueno de esto. La estatuilla del hombre deja de estar en mis manos, parándose nuevamente en el estante. Me meto entre las cajas llenas de polvo y encuentro lo más importante: el dibujo que me dio Edward cuando hui de Forks. Suspiro y lo sostengo entre mis dedos, reprimiendo mi llanto. Luego sonrío, porque sé que él me espera en casa. Lo único que deseo es verlo y besarlo, no quiero separarme nunca más de él. Alec me deja a solas para que seleccione lo que sirve y lo que no, así que meto de inmediato el dibujo en mi bolso. Me lanzo a la gigante cama que hay en mi habitación, aunque sé que ni siquiera es mi habitación. Aquí estuve llorando durante tanto tiempo, qué graciosa era la vida, cuando creí que lo tenía todo perdido aparece nuevamente él. Le doy vueltas a la cuerda y vuelvo a escuchar el sonido de la música, la pareja vuelve a bailar y me vuelvo a transportar en Edward con su bello regalo. Toco el detalle tan bien tallado y me muerdo el labio para luego apretar la cajita de música entre mis brazos. Lo extraño tanto y queda tanto para volver a verlo. Me quedo dormida sobre el edredón y la cajita entre mis manos, sin darme cuenta de ello hasta que alguien toca la puerta de la habitación. Me desperezo enseguida y deposito la cajita de música sobre la mesita de noche, abriendo con rapidez la puerta. —Srta. Swan, la ama de llaves, Marianne, me ha avisado que han llamado desde el banco. ¿Qué quiere que haga? Bostezo ligeramente y le pido entre gestos que vaya él a hablar con ellos. Al rato lo sigo y lo noto hablando con fervor, mientras va anotando algunas cosas en su agenda. Cuando me ve me llama con sus dedos y yo me siento frente a él, sobre el escritorio de mi despacho. —Un segundo. —Se quita el aparato de la oreja y lo tapa con la palma de su mano—. Me han avisado que James ya no tiene acceso a su cuenta, por lo que puede estar tranquila, él ya no tiene poder sobre usted. Ahora solo falta que rompamos el contrato. —¡Eso es perfecto, Alec! —exclamo—. Ahora necesito que requisen todas las actividades de mi

cuenta, sabes bien que no he tenido acceso a ella desde hace muchísimo tiempo y James controlaba todo ello… —En eso estamos, Srta. Swan —me dice con dulzura—. Sr. Jones, por favor, necesito la actividad de la cuenta. —Se calla—. Está bien, lo espero. Srta. Swan, por mientras debería seleccionar lo que dejará aquí para llamar a mudanza y llevar sus pertenencias hasta Forks. La Srta. Brandon esperará y guardará todo en su casa, así usted podrá acabar por firmar rápidamente el contrato de venta con el Sr. Krugher. Cuando voy hacia la cocina para comer algo, Alec profiere un ligero grito de cólera. —¡¿Está queriendo decir que alguien ha tenido acceso a la cuenta por más de siete años?! Frunzo el ceño y corro hasta el estudio, en donde veo a Alec agarrando firmemente el aparato con sus dedos. —¿Está seguro de eso? —vuelve a preguntarle—. Maldita sea. —¿Qué es lo que sucede, Alec? —le pregunto con la voz queda, un poco temerosa de su respuesta. Corta de golpe y se levanta del sofá para hacerme frente. —Srta. Swan, James ha tenido acceso a su fortuna, ¿no? —S… sí —tartamudeo—, pero se lo permití cuando comencé con mi… —James ha estado robando su dinero antes de que abriese la cuenta para almacenar el dinero de la primera película. Un balde de agua fría cae de lleno sobre mi cabeza y yo me sostengo del brazo del sofá más próximo para no caer. Viajo por los años hasta regresar a mi pasado de prostituta y me interno en las mil imágenes que he querido borrar durante todos estos años. Yo abrí esa cuenta mucho antes de que hiciera mi primera película y ganara dinero. Recuerdo perfectamente que fui al banco el primer día que el negocio de la prostitución me daba buenos frutos, tanto así que no tardé en ponerme el dispositivo en el útero, dispuesta ciegamente a no ser madre nunca más y menos a quedar embarazada de uno de esos imbéciles. No creí que fuese a desear tanto quitármelo. James en ese entonces… me buscaba… Él me robaba el dinero que tenía en el banco, mientras me prostituía. Él me quitaba el dinero que con tanto asco lograba poseer, sin siquiera yo darme cuenta. ¿Cómo fui tan tonta? ¿Cómo lo hizo? —¿Se llevaba mi dinero directamente? —le pregunto con un hilo de voz. Maldito hijo de perra. Me robaba hace tanto tiempo sin siquiera yo poder evitarlo. Me robaba cuando me veía llorar por todo lo que sufría acostándome con esos hombres. Robaba el dinero que él me daba cuando quería un polvo. —Lo traspasaba a una cuenta , Srta. Swan. —¿Él es el titular de la cuenta? —inquiero con un hilo de voz. —No —responde—. Es Louis Harrington.

Aprieto mis manos con fuerza y sostengo mi barbilla en lo alto, digiriendo lo que acabo de escuchar. No. Eso no puede ser cierto. James le ha dado mi dinero a Louis… Todo cuanto me prostituí no sirvió de nada, porque ese dinero iba a parar a sus manos otra vez. Sigo siendo su puta, porque luego de todos estos años es como si estuviese pagando… mi libertad. —Dios mío —gimo—. ¿Cuánto me han quitado? —Casi el 35% —murmura con preocupación. —Dios, eso es muchísimo —exclamo con la voz rota—. ¡Es demasiado dinero! —Podemos demandarlo, quizá si… Alec frunce el ceño y me queda mirando con preocupación. —¿Quién es Louis Harrington, Srta. Swan? Me miro las manos y éstas tiemblan constantemente. Trago saliva y levanto la barbilla otra vez. —Mi ex proxeneta. . Edward POV —Tu novia me ha caído muy bien —exclama Ángela detrás del mesón de atención. —Tú también le has caído muy bien —le digo, mientras saco mi abrigo del perchero. —Fue tan genial poder hablar con ella. No sabía que fuese tan callada y serena —me susurra para evitar llamar la atención del cliente que está revisando algunos muebles cerca de la entrada. Al menos nos da la espalda—. Creí que era más… —¿Más vanidosa? ¿Extrovertida? ¿Charlatana? Se encoge de hombros. —Algo así —murmura—. Supongo que todos tenemos estereotipos y prejuicios con la gente que trabaja frente a una pantalla. —La conozco hace más de 16 años, hasta yo creí que no sería la misma. —Señor, no puede tocar los cuadros —le advirtió ella al hombre que nos daba la espalda—. Esas cosas pasan, Edward. Asiento y ella me queda mirando un buen rato. —¿Aún no te persiguen los periodistas? —vuelve a susurrar como si confesara un crimen. La sola idea me asusta. —No —mascullo—. Pero debiste ver el periódico. Ahora todo Forks y gran parte de Seattle me reconocerá en la calle. Ella hace un mohín y camina hasta el cliente que aún sigue observando, mientras yo aprovecho

de pasar un paño en el mostrador de vidrio. Sin embargo el hombre se da la vuelta y lo sorprendo observándome, mientras sostiene un juguete de madera entre sus dedos. Charlie mueve su bigote en lo que parece ser una sonrisa, y Ángela lo sigue con la mirada hasta mí. Frunce el ceño y de paso me pide explicaciones del porqué de su mirada. Él acaba acercándose algo indeciso, pero sin flaquear, yo por lo menos no me alejaré, me intriga su presencia. —Buenas tardes, ¿necesita ayuda con algún producto a la venta? ¿O prefiere la confección personalizada de algún mueble a elección? —le digo con naturalidad y amabilidad. Charlie no viste traje de policía como solía hacerlo hace mucho tiempo, ahora lo reemplaza una ropa muy oscura que le acentúa las pocas canas del cabello castaño oscuro y ondulado. Lo demás sigue intacto, pues con los años no se ha puesto tan viejo como cualquier ser humano. Tiene buena sangre, pienso. Tiene unas cuantas arrugas sumadas en las comisuras de sus ojos y la piel de la frente ya desgastada, pero su iris castaño ya no está inyectada de sangre como hace unos años, cuando corrían los rumores de que era un policía borracho. Cuando conocí a Bella lo veía constantemente cerca de la cantina vistiendo un uniforme gastado y maltratado con los años, con la placa a medio salir y el bigote sin peinar. Ahora parecía… recompuesto. La última vez que oí de él fue cuando le pidió a Jasper que no bebiera en vía pública y la última vez que lo vi fue cuando buscó a Bella; en aquella oportunidad no tuve la posibilidad de analizarlo. —Buenas tardes, creo que solo pasaba a mirar —me dice con su característica voz. —Puede seguir haciéndolo. Ángela, ¿qué tal si vas al taller y traes las últimas confecciones? —Claro, Edward. Cuando cierra la puerta detrás de mí, yo le doy una repasada a Charlie. Suspira y mueve el juguete de madera entre sus dedos. —¿Qué hace aquí, Sr. Swan? —Rompo el silencio incómodo, ya que él no iba a hacerlo. —Te buscaba —masculla. Elevo mis cejas por la sorpresa de sus palabras y luego me cruzo de brazos. —¿Qué necesita? —inquiero directamente, ya no quiero rodeos. Charlie Swan no abre la boca de inmediato, porque medita bastante qué decirme. Yo lo espero pacientemente, analizándolo de por medio para conocer sus intenciones. —Leí el periódico de hace unos días —murmura con cuidado. Me lamo el labio inferior a falta de otra cosa, ya sé hacia dónde quiere llegar—. Fue una sorpresa leer tu nombre en aquella nota. —Charlie… Pero no me deja terminar. —¿Desde cuándo que ustedes dos son...? —Ya van unos meses —mascullo un poco incómodo, al fin y al cabo es el padre de mi novia. Él asiente y me quita los ojos de encima por un rato.

—Siempre han sido muy íntimos. No le contesto. —¿Dónde está ella? —me pregunta, de pronto con los ojos iluminados. —Está en Los Ángeles —respondo con voz queda. —¿En Los Ángeles? —exclama—. Vaya. Necesitaba hablar con ella. La sangre se sube a mi cabeza de inmediato. Aprieto mis puños hasta que los nudillos se vuelven blancos. —Venir aquí no le asegura absolutamente nada, Sr. Swan —le digo con sequedad. Charlie frunce el ceño y deposita suavemente el juguete sobre el mueble. —Sé muy bien que en este mundo ya no puedo asegurarme el rol de padre. —Que usted claramente dejó ir al abandonarla —escupo. Él gruñe, pero no insiste en hacerme nada. Se pasa una mano por el rostro, afligido, y luego la deja caer a un lado de su cuerpo. —Tú no sabes qué sucedió realmente, ¡ni siquiera Bella o Renée! —vocifera con voz temblorosa. Tenso mi mordida. —Usted tampoco sabe lo que ambas tuvieron que sufrir por su abandono. Charlie frunce el ceño y su bigote parece arrugarse junto a sus labios. —No hables si no sabes, Edward —me dice con voz severa. Bufo exasperado y doy un paso al frente. —Vi llorar a Bella lo suficiente para saber de lo que hablo, Sr. Charlie Swan —escupo a regañadientes—. ¿Qué quiere con ella? ¿Eh? Tuvo muchísimo tiempo para enmendar su error, ahora ya es muy tarde, Bella no lo quiere… —Ya calla, chiquillo insolente —me interrumpe—, he luchado toda mi vida por acercarme a ellas. Sus ojos marrones se tornan acuosos y por un instante creo que va a llorar. —¿No crees tú que no he discutido conmigo mismo si visitar a Renée o no al hospital? —su voz se quiebra—. ¿O cuando Isabella era una niña, ir a ver sus presentaciones de teatro en la primaria, a hurtadillas de su madre? —Entonces, ¿por qué las abandonó? —le pregunto con un nudo en la garganta. ¿Por qué me decía esto ahora? —Yo no quería, pero tuve que hacerlo —afirma con la barbilla tensa—. Volveré cuando sea pertinente, buenas tardes. Lo vi salir de la tienda con la cabeza gacha, caminando hacia el frente para luego cruzar la calle. Suspiré y dejé caer los brazos, algo de lo que me había dicho Charlie había quedado muy fresco

en mi mente y era precisamente el hecho de que no era él quien quería hacerlo. ¿Lo habían obligado? No, eso era imposible, Charlie era un policía muy respetado en Forks, ¿quién podría ejercer poder sobre él? Negué para quitarme esas ideas de la cabeza y me volví a mi trabajo. . Me despedí de Ángela en cuanto hube salido del taller. El público se había hecho más numeroso desde que salió en televisión, donde exponían que yo era el dueño del taller y que era un empresario. Gracioso, cuando aún trabajaba para mi padre. De cualquier manera, el dinero se hacía más fácil de ganar, pero mi trabajo volvía a hacerse pesado, a pesar de que mi padre había contratado a alguien para que me ayudara. . Ya llegaba el ocaso y era hora de irme. Ha cesado la lluvia, por lo que aprovecho de caminar por el lugar más corto hasta recoger mi coche. Aún hay luz en el cielo y los focos todavía no se han encendidos. Cuando llego a la calle siguiente una gran cantidad de focos me dan contra la cara y yo lo único que logro hacer es taparme con una mano. —¡Edward Cullen! ¿Qué podrías decirnos de tu noviazgo con Isabella Swan? Hemos sabido que ustedes se conocían desde hace muchísimos… —¡Hey, Edward Cullen! ¿Es cierto que planeas mudarte con ella a Los Ángeles? —¿Qué tan ciertos son los rumores de que ella firmará un contrato con Universal? Dios, son miles y miles de preguntas tan ridículas. Retrocedo unos cuantos pasos, topando con una gran cámara que me enfoca, luego me ponen un micrófono contra la cara. —¡Aléjense! —exclamo. Corro hacia la otra calle con el corazón en la boca, pero nada parece tener salida. La gente se va dando cuenta de quién soy yo y hacen de esto algo mucho más difícil de digerir. Miro hacia atrás y me aseguro de que no tengo escapatoria, ellos me siguen corriendo. Mi corazón está desbocado y me pitan los oídos. Pero unas luces me hacen una señal, justo cuando he entrado a un callejón sin salida. Es un coche negro y estoy casi seguro que lo he visto antes. Se pone al frente de mí al mismo tiempo que los periodistas van acercándose a mí, abren la ventanilla y de ella sale Tanya Denali al volante. —¡Sube! —exclama. No lo dudo ni un segundo. Abro la puerta trasera y me meto dentro, rebotando sobre la silla. Tanya mueve la palanca de cambio y acelera, haciendo que las ruedas chirreen de manera grotesca. —¿Estás bien? —me pregunta, ladeando ligeramente la cabeza para mirarme. Me recompongo luego de unos segundos y apego mi espalda al respaldo.

—Algo así —le contesto—. Me has salvado. Se larga a reír un poco lo que libera tensiones. —Fue una suerte encontrarme justo en ese momento, ¿no? —Ni que lo digas. —¿Qué ha sido todo eso? —me pregunta luego de un rato. Ahora me mira por el espejo retrovisor. Me encojo de hombros, pero al final hago un gesto de desesperación. —Es por tu novia —afirma. —De un día para otro pareciera que todos quieren hablar conmigo. Es… —¿Diferente? Vuelvo a encogerme de hombros, arrugando mi gesto. —Creí que podría soportarlo más rápido. Tanya Denali se calla y sigue conduciendo concentradamente. Para frente a una fuente de soda y se recarga en el manubrio, mirándome con sus ojos claros. —Te invito un café y así podemos charlar —me dice amistosamente. . Me pongo el popote en la boca y succiono hasta beber la malteada de chocolate. No soy bueno hablando en este momento. Tanya está sentada a mi lado en un taburete largo, apoyada de hombros sobre la barra con una malteada de fresa. Es raro verla en una fuente de soda, sobre todo con su forma de vestir tan elegante. —Fue una suerte que me encontraras en medio de la estampida —le digo para cortar el silencio—, no supe cómo zafar. —Es natural, no es tu mundo —habla con el popote en los labios. —Gracias —acabo. Me sonríe y se quita el popote de la boca para hablar con mayor claridad. —¿Ella no está aquí? —No —respondo—. Se ha ido a L.A por unos días —murmuro—, tiene que terminar de ver un par de cosas. Eleva las cejas y vuelve a beber la malteada. Yo la imito. —¿Sabes, Edward Cullen? A veces es bueno enfrentar los miedos. —Tienes razón. —Sueno avergonzado—. Soy cobarde. —Puedo apostar a que estás mintiendo. No creo que seas cobarde. Los artistas son muy valientes.

Elevo mis cejas y bufo. —Ah, ya veo, otra vez ese cuento de que no eres un artista. A veces no sé si exageras tu humildad. —Solo… —Yo creo que tu novia debe tener razones suficientes para quererte, las mismas que yo veo en ti —me interrumpe con la voz queda. Agacha la mirada y se dedica a beber su vaso con fervor. No sé qué decirle. —Ya te he dado suficientes razones para que hagamos esto juntos, conozco a muchas personas que podrían ayudarte, haríamos una exposición de tus cuadros en Seattle y… Ésta vez la interrumpo yo: —Prefiero no hablar de eso. . —Hola, cariño —le digo a la interlocutora. —Hola, Edward —murmura ella con la voz queda—. Extrañaba tu voz. Aprieto el aparato entre mis dedos y me muerdo el labio inferior. —Yo te extraño a ti —mascullo. Bella lanza un jadeo cansado y sé que está aburrida ahí, sola. —¿Cómo están las cosas ahí? ¿Has estado mucho tiempo frente a la cámara? —Muchísimo, es tan cansador. Quisiera poder irme a Forks lo antes posible, aquí todos me están preguntando por ti. La garganta se me aprieta. —¿Y… les has hablado de mí? —le pregunto con la voz baja. Bella se queda callada un momento. —No sé si sea correcto, ya sabes, como te incómoda. Asiento, aunque sé que no me está mirando. —¿Estás bien, Edward? —inquiere. Tapo el teléfono para que no escuche mi bufido cansado. —Sí, estoy bien —le miento—. Todo va bien. Me evito decirle que he visto a su padre, no quiero que se preocupe estando tan lejos. Tampoco voy a decirle que me ha perseguido una turba en medio de la calle y que ahora Forks me mira desde otra perspectiva. Tampoco voy a decirle que tengo miedo de que todos sepan que solo soy un carpintero de mierda que trabaja para su papá y no un empresario como todos dicen en los medios (ya lo he escuchado incansablemente por todos los medios), ya que todos no entenderían

cómo una actriz de tal nivel esté enamorada de un hombre tan simple como yo. —Suenas extraño. Suspiro. —Tranquila, solo he trabajado mucho. —Quisiera poder estar contigo en este momento. Mi garganta se ennudece. —Yo también —le hago saber con sinceridad—. Te amo, recuérdalo, ¿sí? —Te amo, Edward. Por favor, si algo te sucede dímelo. —Lo haré. . Jasper sostiene una caja entre sus brazos luego de sacarla del maletero de su coche, me saluda con las cejas y yo también lo hago, mientras sigo tallando el pedazo de madera que tengo entre mis dedos. —¿Lo dejo adentro? —me pregunta. —Sí, encima de la mesa del comedor. He llamado a Renée para que me diga si tiene algunos registros de Bella durante su carrera, ya que yo solo tengo unas cuantas revistas. Nunca pude comprarlas todas, pues me ganaba la angustia. Ella me confesó que coleccionó todos sus recuerdos en una caja que estaba en su armario. Le pregunté si podría revisarla y ella accedió. Le pedí a Jasper que me ayudara trayéndolas, pues no quería pisar la ciudad otra vez, con lo último ya estaba exhausto. Me pregunto a cada instante qué quiero hacer con las revistas, a lo que me respondo de inmediato: Quiero asegurarme de que su mundo no es tan ruin. Quizás un viaje a su vida de famosa me ayuda a esclarecer todo. Dejé de tallar y me metí dentro. Jasper ya estaba desembalando la caja grande, de la cual sacó otras dos más pequeñas. —Me debes una, primo —murmuró—. Tuve que decirle a Alice que venía a beber unas cervezas contigo para que ella no viniese, como tú me pediste. ¿Qué pretendes? No entiendo por qué ocultarle esto a ella. ¿Sucede algo malo? Niego con mi cabeza y le pido que siga ayudándome a sacar las cosas. Entre el tumulto de la primera caja encuentro muchísimas fotos de Bella cuando era una bebé. Sonrío y me dejo llevar por el brillo de sus inocentes ojos. No tiene cabello y sonríe con un par de dientes abajo. Renée la sostiene con aprehensión y le besa la cabecita. Se nota con su sola mirada que la ama con todo su corazón y bien sé que gran parte de los pesares de ella comenzaron cuando su hija se fue de su lado. —¿Por qué nunca se fue? —pregunto a la nada. Jasper me aprieta el hombro y se acerca para ver la foto.

—¿Te refieres al hecho de que nunca dejó a Phill? —inquiere con timidez. Asiento. —Ama tanto a Bella, pero nunca la liberó de los maltratos de él. Mi primo suspira y me aprieta aún más fuerte el hombro. —Quizás hay una razón demasiado fuerte —murmura. Y es lo más sensato. Entre Carlisle, Renée, Charlie y Phill hay más secretos que verdades. Sigo mirando las fotos, en todas es Bella cada vez más grande. Son increíbles todas las fotos que hay. Me topo con unas cuantas en donde sale Charlie arropando a su hija, lo que a mí realmente me hace sentir incómodo. "Yo no quería abandonarlas; tuve que hacerlo". ¿Por qué…? Sigo sacando algunas cosas hasta topar con un montón de periódicos y revistas, todas de Bella. Se me escapa otra sonrisa cuando veo sus portadas, sus nombramientos en la prensa, las calificaciones de sus películas y sus primeras apariciones. Renée conservó todo, incluso más que yo. "La nueva promesa del cine", dice en la plana de su primera portada. Mi pecho se infla y me muerdo el labio. Jasper la mira también sonriente. —¿Recuerdas la primera vez que vimos esta portada? Estábamos de camino a Seattle. Tú gritaste, diciéndole a todos que Bella lo había logrado al fin. —Fue la primera vez que agradecí que se fuera de Forks. Seguí leyendo las adulaciones a su trabajo, como también el nuevo apodo que le habían puesto en esos años: El Picaflor de Hollywood debido a su gran capacidad por escabullirse del amor, no sin antes robarse el polen de las flores. Aquello me hace preguntarme por qué Bella nunca lo intentó con alguien más. —Se ve muy linda aquí —me dice Jasper—. Pero ¿sabes? Aun no entiendo qué quieres buscar. Me sincero con él de forma rápida, dejando ir todas mis preocupaciones. Sé que me entenderá. —Busco su historial según la prensa. Hace unos días una turba de periodistas volvió a acecharme, me inundaron de preguntas y… según la prensa soy un empresario. ¿Te das cuenta de eso? Jasper se pone una mano bajo el mentón y niega con la cabeza. —Solo están mal informados… —Sí, lo están, porque yo solo soy un simple carpintero. Tomo entre mis dedos las revistas y periódicos que hablan de los amoríos de Bella, en donde aparecen actores de gran renombre, empresarios, músicos y uno que otro director de cine. —Edward, tú no eres un simple carpintero —me regaña Jasper, quitándome las hojas de las manos—. Pintas, dibujas y creas, ninguno de estos hombres lo han podido hacer. —Todos se reirán de Bella y de mí cuando sepan que soy un hombre simple.

—Por Dios, primo, ¿qué importan los demás? Además, ni siquiera sabes si Bella ha estado con esos hombres. Eres tú el único que ha podido escuchar su "te amo", ¿no es eso ya suficiente? Me siento en el sofá porque tiene razón y todo esto me está abrumando. —No pensé que sería tan difícil convivir con su vida. Jasper se sienta a mi lado. —Sé lo que piensas, ¿se te ha olvidado que también tengo una novia hollywoodense? Le sonrío y paso mi brazo sobre sus hombros. —Las cámaras nos acabarán matando. —Ellas también —me dice. Mi sonrisa se enancha. —Ya nos tienen acabados, ¿no? Y sabemos que estamos demasiado enamorados para rebatirlo. . —Vaya que ha sido vinculada a hartas personas —me dice Jasper, moviendo las revistas y los periódicos a lo largo de la mesa. —No me extraña que gran parte de ello sea mentira —digo un poco molesto. —Ah, eso está claro. Alice una vez me dijo que Bella solía coquetear mucho, pero al rato se aburría… —Por eso el apodo —acabo por él—. Ten, esto podría gustarte. Le tiendo una revista en donde salen Bella y Alice juntas. Los ojos de Jasper caen en una dulzura bastante peculiar. —Es tan preciosa —susurra. Me largo a reír y niego reprobatoriamente, pero le entiendo completamente. Reviso una caja pequeña medio escondida entre las otras, también más vieja y más sucia. Parece que nadie se ha metido a hurgar durante mucho tiempo. De inmediato la dejo donde estaba, un poco culpable siquiera de tocarla. Pero Renée me permitió ver todo lo que había adentro, quizá solo hay fotos y nada más. —¿Qué hay ahí? —me pregunta Jasper, viniendo de la cocina con dos botellas de cerveza. Me tiende una y yo le pido que me la sostenga un momento—. Parece que nadie la ha abierto por siglos. El polvo se expande cuando quito las fotografías y demás papeles, revisando entre lo que me encuentro. Topo con la imagen de Charlie vestido de policía a un lado de su patrulla, debió ser cuando asumió la jefatura. Se ve feliz bajo el color gris que lo invade. No sé por qué Renée guarda estas fotos, pero parece que no ha vuelto a tocarlas en muchísimo tiempo. Frunzo el ceño inmediatamente cuando veo una foto de Renée y mi padre, juntos y abrazados. Mi

corazón retumba y siento un sudor muy helado. Parecen tan jóvenes. Vuelvo a mirar las fotografías que van quedando y topo con una que me asusta, tanto así que dejo caer el pedazo de papel al suelo. —¿Qué sucede, Edward? —me pregunta Jasper, levantando la fotografía—. Oh… Carajo —farfulla. Phill y Charlie aparecen abrazados como dos viejos amigos, los dos vistiendo su traje de policía, solo que el primero parece ser el acompañante de menor rango. Phill era su pareja en las rotativas por la ciudad y sé que ni siquiera Bella lo sabe. No sabe que su padre biológico y el asqueroso de su padrastro fueron muy amigos, como lo muestra la fotografía. —Esto no está bien, Edward, creo que nos estamos adentrando a terreno demasiado peligroso —sisea Jasper, dejando caer la fotografía a la caja como si ésta fuese a explotar. Asiento, dándole la razón. Nos estamos desviando. En automático comienzo a ordenar las revistas de Bella y las dejo para mí con el consentimiento previo de Renée. Jasper me ayuda a guardar las cosas más personales de ella, pero con la prisa y el nerviosismo una de las cajas se derrama sobre el suelo. Lanzo una maldición y me inclino para guardar los múltiples papeles, hasta que tomo entre mis manos una de las páginas del diario que Bella estaba leyendo. Frunzo los labios y evito darle una repasada, no me incumbe en lo absoluto, pero sé que a Bella sí. No dudo ni un momento; la dejo entre las fotografías y revistas de mi novia y me hago el estúpido. . Jasper se va de mi cabaña bastante temprano, alegando que debe estar con Alice. Me quedo completamente solo cuando el sol aún no se pone y enciendo la televisión por primera vez desde que la instalé. Bostezo un par de veces y me lanzo sobre el sillón que hay junto a la cama de huéspedes. Recuerdo efímeramente a Jessica y su estadía en mi casa, y sin embargo una extraña sensación se forma en mi pecho: la extraño, sobre todo su cordura. Si tan solo se hubiese tomado las cosas con calma… Suspiro. Yo fui un gran culpable, dándole alas cuando sabía que aún estaba enamorado de Bella. Topo con un canal de espectáculos y comienzan a hablar de Bella y su nueva película, en donde debe utilizar una peluca rubia, ambientándose en la década de los treinta. Sale una imagen oficial de las grabaciones, ella medio sonríe, sosteniendo su cabeza con sus manos y sus brazos apoyados en la mesa, mirando intensamente a otro hombre, el quizá sea su pareja en la vida real. Es increíble lo parecida que se ve a su madre con aquella peluca. —Eres tan preciosa, Bella —murmuro para mis adentros. También hablan de lo mucho que se ha desaparecido de ese mundo, apuntando a un nuevo amor. Mis entrañas se retuercen y yo estoy a punto de cambiarla, pero muestran mi rostro, medio tapado con las intensas cámaras que me persiguieron, aludiéndome como al nuevo novio de Isabella Swan. La periodista vuelve a señalar que soy un empresario, como también un misterioso hombre incapaz de enfocar directamente. Muy misterioso. Apago la televisión y cierro la puerta detrás de mí al salir del cuarto. Le doy una repasada a mi despacho, en donde me dedico a pintar. ¿Qué dirían si Edward Cullen fuese un pintor? Sería mucho más llamativo que un empresario. "Isabella Swan sale con un pintor, con un artista", dirían. .

Le doy vueltas a la tarjeta una y otra vez, mirando el número de Tanya. Si tan solo fuese fuerte para intentarlo… Suspiro y tomo el aparato con mis dedos, tecleo y espero a que conteste. Un timbre, dos, tres… Voy a colgar, pero me contesta de inmediato con la respiración un tanto revoltosa. —Tanya Denali. —Ho… hola, soy Edward. —¡Edward! Veo que has decidido llamarme. —Necesito conversar sobre esto… Sobre tus propuestas. . Tanya Denali vive en un apartamento de Seattle, muy cercano a la ciudad. Es de ladrillo rojo y de muchos pisos. Vive en el último, con unos cuantos vecinos. Parece ser lujoso y muy elegante, lo que sostiene mi idea de que ella es una mujer muy exitosa. Cuando toco ella me abre enseguida, vestida con un bonito vestido rojo. Me sonríe y me invita a pasar. El lugar es bastante grande para una mujer sola, aunque está muy bien decorado. Se nota que vive sola, porque la femineidad reina. —Me has dejado muda, Edward Cullen —murmura. Me pide que me siente en el sofá junto a ella y yo tímidamente lo hago. Tanya me imita y se cruza de piernas frente a mí, pero antes de seguir hablando, vuelve a levantarse y me pregunta si quiero beber algo, aunque ni siquiera escucha mi "no, debo conducir de vuelta", pues me tiende rápidamente una copa de vino. Le correspondo con una sonrisa algo incómoda, mientras dudo considerablemente si lo que estoy haciendo está bien. —¿Qué sucede, Edward? —inquiere—. ¿Has decidido que te ayude? Me miro los dedos y me llevo la copa a la boca para beber. —He… he decidido que quiero dedicarme a la pintura —susurro. —Dios, has decidido muy bien —me responde—. No sabes lo feliz que estarán todos de tenerte en una de sus exposiciones. Deja la copa sobre la mesa y se va hacia lo que parece ser su habitación, luego regresa con una agenda de cuero y una pluma muy bonita de color plata. Comienza a escribir en ella, sosteniéndola sobre los muslos. —¿Por qué no te veo feliz? —me pregunta—. Cada vez que he comenzado a asesorar a los jóvenes artistas veo ojos llenos y sonrisas suficientes. Tú… —Estoy asustado, Tanya —le digo—, no quiero fracasar en el intento. Ella me da una mirada empática y se acaba sentando a mi lado, poniendo su mano sobre mi rodilla. —¿Es por tu novia? —inquiere.

—Es por mi inseguridad. Nada tiene que ver con ella —digo quedamente. Asiente y vuelve a escribir algo en su agenda, sin saber yo qué. —Bien, Edward, quiero que sepas que tienes que estar seguro sobre este paso, yo ya tengo mis contactos listos para ti. Debes creerme cuando digo que tú eres un genio. He visto muy pocas de tus pinturas, pero eso ha sido suficiente para entender que tu talento sobra. Mr. Van Houten estará impresionado cuando vea tus creaciones. —¿Mr. Van Houten? —Es el crítico de arte más conocido de Estados Unidos, muy exigente. —Se me aprietan las entrañas—. Vive en Seattle las primaveras y regresa a Nueva York para los inviernos. —O sea que está en este Estado —mascullo nervioso. —Así es, Edward, y yo ya le he hablado de ti. Asiento y me limpio las palmas de las manos para quitar el sudor. Trago y la miro, Tanya lo hace también y me sonríe con naturalidad. —Vas a brillar, Edward Cullen, no tardarás en hacerte muy famoso. Has tomado la mejor decisión del mundo: permitirme ayudarte. . Isabella POV Alec me ayudó a hacer constancia en la policía de Los Ángeles para que estuviese más tranquila. Pero por otro lado me daba miedo demandar a James, sobre todo por Louis. ¿Y si la gente sabía que fui prostituta? Sin embargo mi asistente insistió, diciéndome que si yo perdía ellos aún más, porque el delito fue hecho por ellos. Y tenía mucha razón. La policía me prometió ayudarme, más que nada a impedir que James volviese a atacar mi dinero. Con eso me quedé un poco más tranquila, aunque no menos ansiosa por el miedo de sus ataques. La última vez casi me viola, pero no lo hizo. Terminé de grabar mi quinta escena y final, ya lista para preparar solo los afinamientos. Stanley es demasiado perfeccionista, así que nunca se sabe. —¿Ya está aquí? —le pregunto a Alec, mientras reviso los papeles que hay sobre mi escritorio. Asiente. —Dile que pase, tú te quedas a mi lado cuanto puedas. Desaparece y luego vuelve, pero acompañado del corredor de propiedades y el comprador, un hombre rechoncho y moreno. Ambos me saludan dándome la mano y se sientan frente a mí. Alec prefiere pararse a mi lado con las manos unidas entre sí frente a su cuerpo. —Buenas tardes, Srta. Swan, es un placer conocerla —me dice el comprador con una sonrisa bobalicona—. Es usted muy bonita en persona. Solo le sonrío agriamente y estiro el contrato sobre la madera del escritorio.

—Todo está perfectamente estipulado en la hoja, si gusta puede leerlo. —No hace falta, Srta. Swan, ya le he explicado perfectamente lo que dice y debe hacer —me dice el corredor. —Entonces no hay nada más que hablar —les sonrío. El comprador firma el contrato de venta y de sus rodillas eleva un maletín negro y medianamente grande. Lo pone sobre el escritorio y lo abre frente a mis ojos, mostrándome todos los dólares que yo le he pedido en efectivo por el departamento. —Como usted lo ha pedido —me dice con una sonrisa suficiente. Le sonrío también, pero de satisfacción. Al fin este departamento no me pertenece. Es como desprenderme de muchos malos ratos. Alec me brinda otra mirada, pero sé que está tan feliz como yo. Lo hemos conseguido. . Edward POV —¿Has estado pintando? —me pregunta con dulzura. Sonrío contra el aparato y suspiro. Cómo adoro escuchar su voz. —Como siempre —mascullo. Luego mi sonrisa se quiebra lentamente, espero que cuando regrese ya habré conquistado al crítico de arte del que tanto me habló Tanya. —¿Seguiré esperando a que te dediques a ello? Ya sabes, darte a conocer… Por un momento me planteo comentarle lo que va a suceder hoy, pero lo reprimo, pues la sorpresa será muchísimo mejor. Además, sé que hay una gran posibilidad de que nada resulte y no quiero darle falsas esperanzas. —Soy un cabeza dura y lo sabes —le digo, algo culpable por mentirle. Sé que quiere estar conmigo cuando ocurra, pero ésta vez deseo hacerlo solo—. ¿Qué tal allá? ¿Hace calor? Bella se demora en contestar, pero al fin y al cabo lo hace. —No está tan mal —me contesta. . —Bien. No te sentirás mal si él no entiende tu arte —le digo a mi reflejo, mientras me arreglo la corbata frente al espejo. Tanya Denali abre la puerta y me señala que el hombre ya ha llegado. Ella lleva otro de sus vestidos rojos, pero más formal, junto a un moño en lo alto de su cabeza, sujetando el cabello rubio con muchísima fuerza. Está nerviosa, aunque temo que yo más. A pesar de que estoy en mi cabaña siento que no es mi hogar por primera vez en mi vida. Me siento muy extraño. El crítico es un hombre regordete y calvo, no parece especial ni mucho menos muy sabiondo.

Lleva un traje apretado, sobre todo en sus cortas piernas, y un maletín muy fino en su mano izquierda. Cuando me ve sonríe de oreja a oreja, lo que me sorprende, no creí que fuese tan amable, al menos de primera vista. Se acerca y me tiende la mano libre, la cual aprieto con algo de temblor en mis dedos. —Es un gusto conocerlo, Sr. Cullen, la Dra. Denali me ha hablado mucho de usted. Tanya se sonroja levemente y me sonríe. —El gusto es mío, Mr. Van Houten. El tipo es un holandés sabiondo del arte europeo, expresamente del vanguardismo. Creo que tiene muchos contactos y que de gustarle podría brillar… muchísimo. Será perfecto, porque todos me conocerían como Edward Cullen, el pintor, no el carpintero mediocre. —Pero bueno, que estoy muy ansioso, muéstrame lo que tienes para mí —murmura él, sacando un puro del bolsillo interno de su traje. Asiento y con el corazón en la mano lo conduzco hasta la sala más interna, en donde he colgado tres cuadros. Son los cuadros más malos que he hecho, prefiero que analice ellos antes que los mejores, así tengo más chance. Tanya se apega a mí y me sonríe para que me tranquilice, pero yo miro hacia un lado, consciente de que la única persona que podría tranquilizarme es Bella. Mr. Van Houten se acerca a los cuadros colgados y deposita su maletín sobre el sofá. Se lleva una mano al mentón y analiza con los ojos bien abiertos, los comienza a tocar con la mano libre y lo remueve lentamente. En este momento siento el estómago removerse incómodamente y el corazón se me desboca. ¿Qué sucede si me dice que son horribles? Dios, debí mostrarles todos mis retratos de Bella, todos mis sentimientos hacia ella. Dios… Debí esperar a que estuviera ella aquí, al menos tendría cómo aferrarme sin caer. Y el crítico está por lo menos media hora observando, mientras yo me estremezco cada dos minutos. Cuando levanta la cabeza él me mira y se acerca a mí. Me fijo por primera vez en sus ojos marrones y luego me tiende la mano. —Increíble, Sr. Cullen, Tanya tenía razón, usted brillará. ¡Su talento es increíble! Todo el aire que tenía acumulado se va lentamente, ya más relajado. Luego, un júbilo desconocido se cierne sobre mí, al fin siento que he logrado algo. —Es un trabajo prolijo, lleno de vanguardia. Hace mucho tiempo que no conocía a alguien que manejara el realismo de manera que éste se confundiera con lo surreal y onírico. ¿Quién te ha enseñado esto? —murmura. Me encojo de hombros. —Siempre vi a mi madre pintar y dibujar, lo demás es fruto de mi imaginación. —Naciste con el talento, hijo, es lo único que se me ocurre. ¿Nunca estudiaste algo? Miro al suelo un momento.

—No pude hacerlo, aunque me hubiese gustado. —Es magnífico, Sr. Cullen. Le tengo una propuesta. Esbozo una sonrisa de inmediato. —Lo invito a exponer sus tres cuadros en la galería de aficionados en Seattle, verá que tendrá muchos frutos. —¿Cuándo será? —En cuatro días. Lo espero ahí. Solo le pediré algo, únicamente por esta vez. Asiento, mientras Tanya me enseña otra sonrisa. —No revelará su identidad, aún es muy pronto, ya sabrá por qué. . . Isabella POV Hoy es la fiesta que organizó la productora que es bastante comercial, así que habrá muchos fotógrafos. Hay que ir vestido de gala, así que me he visto obligada a llevar un vestido ceñido de color azul oscuro a juego con unos tacones de ensueño. Charlotte me ha maquillado más de lo que he podido tolerar y cada vez que pestañeo las postizas se remueven de mis párpados. No la culpo, mi rostro se veía muy cansado antes de maquillarme, más que nada porque acabé hablando con Edward hasta las 3 de la madrugada. Teníamos tanto que decirnos. Parecía más feliz, incluso lo notaba entusiasmado, aunque no me dijo por qué. Esperaba que fuese alguna sorpresa de su parte, quizá Carlisle había aceptado venderle el taller. Lo extraño muchísimo y siento que la espera para verlo se hace cada vez más larga. Y la noticia de mi noviazgo con él no se hizo esperar en boca de mis colegas, menos en la de Félix que hasta me felicitó. Pero lo conocía, sus ojos aún me miraban como antes y eso que nosotros jamás fuimos más que una noche de imbecilidades. La fiesta era en un palacete, cerca de la playa. Es más, se veía el mar desde el balcón, que tenía las puertas abiertas para que todos pudiesen salir y mirar el paisaje. —Oh no —sonrío, mostrando mis dientes con nerviosismo—, yo no hablo de eso —murmuro al periodista que me sostiene el micrófono frente a los labios, preguntándome por mi novio. Contoneo mi cuerpo en medio de la gente, muchos se paran a sonreírme y a hablar un poco conmigo. Me adulan, me dicen que con esta película consagraré muchísimo más mi carrera, que quizá ganaré otro premio. Una pareja bastante extravagante se me queda mirando y me van a saludar amablemente. No los conozco, pero algo en ellos me agrada, quizá su forma muy humana de darme un cálido abrazo. Yo, algo fuera de lugar, les sonrío. Ella es muy rubia y bastante alta, con el cabello liso y recto hasta más allá de la cintura. Lleva un vestido alargado y de telas muy suaves, dibujada de formas que no logro entender. Debe ser hippie o el resto de lo que quedó de su moda hace ya un año. Tiene los pómulos altos y los ojos azules, muy grandes, al igual que sus labios. Pero él es más alto que ella, de cabello castaño

desordenado en la nuca y en la frente, cayéndole a mechones. Tiene una sonrisa muy amable y su traje es lo más parecido a Ziggy Stardust que he visto en toda mi vida. Muy excéntrico. —Es un gusto para nosotros conocerte, Isabella —me dice la chica rubia, atrapando mi mano con sus delgados y níveos dedos—. Soy Katrina Solberg, pero me dicen Kate. —Garrett Solberg, Srta. Swan. —Él me sostiene la otra mano y me besa el dorso de ella. Su barba prominente me pica. Es un matrimonio muy particular. —Un gusto para mí también —murmuro, un poco intimidada con su contacto. Me pregunto qué son y por qué unas personas tan originales están aquí, en una fiesta organizada por Stanley Kubrick y la producción de la película, un puñado de aburridos. —¿Son invitados de Stanley? No los había visto por aquí —les digo. Ambos se miran y sonríen. —Somos actores —explican al mismo tiempo—. Estamos dentro del gremio. —Nunca los había visto —me sorprendo—, serían muy difíciles de olvidar. Se largan a reír y yo me sonrojo, pues he sido un poco descortés. —Lo sabemos. ¿Por qué hablan en plural? —Usted es muy difícil de olvidar —me dice Garrett. Vuelvo a sonrojarme, más que nada porque me ha adulado frente a su esposa. Pero a ella parece no importarle. —Hemos buscado la forma de dar con usted y hoy es el momento, ha sido muy difícil, usted no ha participado en ningún evento desde hace meses… —No estaba en la ciudad. —Ah. No, nosotros no somos de aquí —susurran—. Somos de Nueva York. Elevo mis cejas por la sorpresa. ¿Han venido hasta aquí por mí? —Pero eso es muy lejos —exclamo. —Eso no ha sido problema —me dice Kate, poniendo su mano en mi antebrazo—. Necesitábamos verla. Frunzo el ceño. ¿Por qué tanta insistencia? —Somos actores y tenemos un espacio en Broadway, pero nuestro mayor apego es en Seattle, donde trabajamos la mayor parte del tiempo. Solemos estrenar cada dos semanas y hemos agrupado a muchos actores, de muchas partes del mundo —prosigue Garrett—. Créame que ha sido un trabajo muy duro desde que hemos viajado desde nuestra Noruega, pero es nuestra pasión, ¿sabe?

Asiento. Y claro que lo sé, el teatro es lo más hermoso dentro del arte. Desde pequeña he guardado en mi corazón una porción de ello, incapaz de olvidarlo. Por más que me doliera, mis únicos recuerdos de Charlie son aquellos en donde me llevaba al teatro de Seattle. Tengo imágenes difusas en donde aplaudo entre sus brazos, apuntándoles a los actores con euforia. Desde aquella vez algo creció en mi corazón, un amor a los escenarios en vivo que jamás pude aprovechar, porque no tengo talento según aquellos directores que me dieron el papel de extra por unos cuantos momentos íntimos. Según James resultaría. Mentira. Al menos tengo talento para las cámaras. Ja. —Los entiendo —murmuro, llevando mis dedos a la frente. —Sabemos que a usted le gusta —me dice Garrett. Lo miro interrogante y Kate le da una corta mirada. Luego se dirige a mí con sus ojos azules. —Nos lo ha contado alguien que la conoce, bueno, fue algo trivial en un encuentro. Debo decirle, Isabella, que la admiro, admiro su trabajo y su versatilidad. Pero cuando me confirmaron que usted era aficionada al teatro pero nunca pudo estar en uno… simplemente decidimos que la queríamos en el nuestro. Abro mi boca, sorprendida. ¿Quién le dijo que me gusta el teatro? Eso solo es parte de lo más profundo de mi corazón, muy pocos lo sabían. El nombre de James me cruza por la cabeza como la única persona capaz de decir abiertamente mis secretos, pero algo no me cuadraba. —La necesitamos en él —me dice Garrett, mientras me atrapa las manos con fuerza—. Sabemos que el teatro es muy diferente al cine, pero… Dejo de escucharlo y me centro en lo que sucede en mi cabeza. ¿Una propuesta para el teatro? Dios mío. Lo que tanto he soñado… El teatro… para mí. Mi corazón se desboca y en él se abrazan todas las ilusiones, todos mis deseos. Actuar entre luces tenues, aprender mis libretos en una corta semana, poder moverme en un espacio sin capacidad de error, liberando mis palabras frente a un público respetuoso, educado y por sobre todo naturalmente amable. El bendito teatro. —Sabemos que no es el lugar más apropiado para decírselo, pero nos era indispensable, pues debemos volver a nuestro lugar. —Es… no sé qué decir —murmuro con los labios apretados—. No saben lo mucho que amo el teatro. —Miro al suelo. —Le damos la cordial bienvenida al teatro de La Quinta Avenida. Abro mis ojos de sopetón. ¡Por Dios! Jamás habría pensado que sería aquel teatro, pues Seattle es cuna de más de 100 teatros independientes. ¡La Quinta Avenida! —¿Ustedes son actores de La Quinta Avenida? Oh mi Dios, ese teatro es… —El mejor del estado, el más hermoso de Estados Unidos, la cuna de los mejores actores junto con Broadway —añade Garrett con una sonrisa entre dientes. Dejo ir el aire y me abrazo a mí misma. —¿Realmente ustedes quieren que yo esté ahí? —le pregunto con mis mejillas un tanto ruborizadas. —Sería un placer, Srta. Swan. Hemos sido parte de numerosos espectáculos con artistas de su

calibre, pero usted específicamente es a quien queremos para nuestro próximo proyecto. Nuestro director, Vladimir Albu, está entusiasmado y lo que más desea es hacerle una prueba de escena teatral y… No, eso no sería posible, pienso con los dientes apretados. ¿De qué serviría hacerme ilusiones? Todos los directores que conocí probaron haciéndome una escena teatral y me dijeron que no tenía talento para ello, que buscara cineastas básicos para entrar al cine, que eso es más basura . No quiero llevarme otra decepción. Le sonrío de forma agria a los dos y asiento, solo para que no insistan más. —Pueden llamar a mi asistente. —De mi bolsa saco una pluma y Garrett me entrega una servilleta tímidamente. Anoto rápidamente el número de Alec, mordiéndome el labio inferior al mismo tiempo, y se la entrego—. No aseguro nada, la verdad es que el cine me sienta bien —miento—, tengo mi agenda completamente llena. —A veces es bueno cambiar de ambiente —masculla Kate con cierta seriedad. Pero yo solo les sonrío de vuelta, me despido y me escabullo hasta el aparatoso banquete de la esquina, sacando tranquilamente un bocado de carne, aunque no tengo mucha hambre. Suspiro un poquito e intento olvidar las pocas ilusiones que me he hecho con lo del teatro, no puedo perder toda mi carrera de cine por el teatro, no cuando no tengo el talento que me hubiese gustado. Doy una corta mirada hacia mis colegas, incluso a algunos asistentes, todos acompañados de su pareja o lo que sea. Suspiro, deseando que Edward se encontrase aquí. Lo extraño tanto. Niego con mi cabeza y suspiro nuevamente; quizá ha sido bueno separarnos un poco, para desearnos un poco más quizá. Pero ¿por qué me desespero tanto? —Estás despampanante —me susurra alguien detrás de mi oreja y yo doy un salto, girándome rápidamente. —Me has asustado —exclamo, llevándome una mano al pecho. Es mi pareja en la película, Félix, quien me mira de pies a cabeza con un labio mordido por sus dientes. Está muy guapo con traje, debo reconocerlo. Una canción de David Bowie comienza a sonar de fondo y yo me distraigo un momento con su letra. —No ha sido mi intención —me dice, pero su mirada me dice otra cosa. Ruedo los ojos y le sonrío débilmente. —¿Por qué no estás bailando? —me pregunta, llevándose una mano a la barbilla. Doy una corta mirada a la gente que está bailando con Bowie, pero la retiro enseguida. —No me siento muy cómoda —le contesto. Félix pasa un brazo por mis hombros y me aleja de la gente, llevándome hasta las puertas del balcón. De camino un mesero me tiende una bandeja con alcohol, pero yo la rechazo, manteniendo mi promesa. No volveré a beber. Cuando salimos al balcón, que es espacioso y bastante solitario, Félix se recarga en la baranda de mármol, mirando hacia la playa y la luna. Luego se gira a mirarme y me sostiene una sonrisa

bastante coqueta en sus labios. Yo inspiro con paciencia y me quito el cabello de la cara, mirando de vez en cuando al mar. Qué hermosa vista, pero no puedo sentirme mejor. —¿Desde cuándo que no bebes? —inquiere de pronto, mirándome con inquisición. —Eso no te incumbe. Lanza una risita. —Te conocí sin tapujos, supongo que verte de esta manera es algo… raro. Estás embarazada, ¿no? —Por Dios, no —le susurro, tapando su boca con mis manos—. No digas eso tan alto, que los periodistas pueden creerlo. Me sonríe con mis manos en sus labios. Las quito con rapidez. —No me extrañaría si lo estuvieras, ya sabes, con todo lo que han hablado… Te ves diferente. —¿Qué han hablado, Félix? —Lo de tu novio nuevo. —Sabes que no he tenido otros a lo largo de mi carrera. —Ya, pero te han vinculado con muchos, hasta conmigo. Ruedo los ojos y me recargo en el mármol, mirando el horizonte con cierto resquemor. No me gusta que me lo recuerden. —Lo de nosotros… —Fue increíble —interrumpe con aire socarrón—. Ahora no bebes, no bailas, no me miras como antes —me toma la barbilla con los dedos—. ¿Es de quien todos hablan? Estrecho mi mirada y me suelto de él. Debo reconocer que Félix me gustaba, pero eso, me gustaba. Ahora no puedo mirarlo como antes. —Es de quien todos hablan —mascullo. —¿Estás segura que no estás…? Me largo a reír. —No. No he concebido —digo mordaz. Tenía el DIU desde hace mucho tiempo, me lo puse cuando era prostituta y me lo cambié un tiempo después. Las razones eran obvias. ¿Cómo iba a embarazarme de todos esos malditos que se acostaban conmigo? Lo conservé durante muchísimos años, hasta hoy, cuando le he pedido al médico que me lo quite. He cambiado por las pastillas, creo que es más cómodo y menos invasivo. —Edward Cullen —murmura para sus adentros—. Me pregunto quién será. Aprieto la mordida.

—¿Por qué no te ha acompañado? —Tiene trabajo que hacer. —¿Qué es? —Ya basta, Félix. Nos quedamos en silencio un momento hasta que él me sostiene la cintura con sus manos y me aprisiona contra su cuerpo. —Félix, suéltame —le digo con la boca seca—. Anda un grupo de periodistas, pueden vernos. —¿Y? ¿Acaso Edward es muy celoso? Me enfurruño. —Debo respetarlo, es mi novio —le digo con sequedad. Hace un mohín y se larga a reír. —Pero te ha dejado venir sola, entonces no le importas mucho —insiste. Lo empujo, pero no me puedo quitar a Félix de encima. —No le importa tu mundo, Bella. ¿Por qué no volvemos a la cama? Tengo un cuarto de hotel en el de enfrente, podríamos rememorarlo. —Mi novio me ama y me respeta, no como tú —le escupo—. No quiero nada contigo, déjame ir. Me aprisiona una vez más y con esto da una corta mirada hacia el lado, pero no puedo seguirlo porque me besa los labios con fervor. Tira de mi inferior, mientras un flash iluminante me da contra el rostro. Me suelta entre risas y con las manos temblorosas le doy un golpe en la mejilla, botándolo en el suelo. —¡No vuelvas a tocarme! —le grito. Sigo al periodista que sostiene la cámara con los ojos muy abiertos y le imploro que por favor no vaya a venderla. —Ya lo has visto, no ha pasado nada —exclamo con desesperación—. Te puedo pagar… —Es mi trabajo —insiste, yéndose hacia adentro. Maldición, maldición, maldición, es lo único que pienso. Me acomodo el chal sobre los hombros y con rapidez pido a mi chofer. Luego de unos minutos éste aparece con la limusina y me abre la puerta para entrar. —Al departamento, ahora. La ama de llaves me sostiene el chal cuando estoy dentro de mi departamento, el cual aún falta por empacar, mientras llamo a Alec entre gritos. Él aparece de dentro del despacho y con mi sola mirada él entiende lo que está sucediendo. —¿Qué ocurrió?

Me siento en la silla alta de cuero y me quedo mirando las manos. —Félix me besó —digo, pero él no entiende la gravedad del asunto—. Una cámara me apuntó y el maldito periodista escapó con la foto. ¿Qué le diré a Edward? —No permito que Alec me conteste, pues me levanto de la silla y le tiendo el teléfono a mi asistente—. Llama al aeropuerto, necesito irme cuanto antes a Forks. —¿Y Stanley? —Él entenderá. —¿Qué haremos con las cosas de su casa, Srta. Swan? —insiste. Suspiro. —Mis premios, mis cuadros y mis mayores objetos preciados se irán contigo, los envías directamente a esta dirección. Anoto rápidamente la dirección de Edward, la verdad es que no se me ocurre otra que esa, la casa de mi madre voy a venderla pronto y no tengo tiempo de enviar todas mis cosas a otro lugar. —Ten —murmuro. Asiente. —¡Marianne! —doy un ligero grito y ella aparece en el umbral de la puerta. Veo sus mejillas sonrosadas tan típicas y su cabello rojo amarrado en dos tomates en sus extremos. Con suavidad tomo sus manos y ella me sonríe. —¿Estás lista para venirte conmigo a Forks? Ella asiente con los ojos brillantes y le susurro en su oído. —Empaca tus cosas junto a Alec, se irán juntos. Recuerda qué debes traer contigo. Vuelve a asentir y se da media vuelta para seguir su orden. Decidí que no podía dejarla sin trabajo, no cuando estaba tan sola. Junto a mi madre podrá vivir muy feliz. . . . Edward POV Me quedo mirando el cheque entre mis dedos sin poder creerlo, esto es brillante. Es mucho dinero para mi primera venta. Vendí tres cuadros… al fin. El crítico quedó de venir para otra ocasión, incluso para mover un poco las piezas y conocer mis otros cuadros. Dice que hará todo lo posible para asignarme un lugar en una feria de arte en Seattle, que se celebrará en unas semanas, lo que me dará tiempo para pintar otras cosas, quizá

con una temática. Siento que aún es muy pronto para dar a conocer la historia de Bella en mis cuadros, de dar al mundo todo mi sufrimiento vertido en esas pinturas que tanto trabajé en mis ratos de soledad. No… Es muy pronto aún. La cantidad de ceros parecen increíbles. Uau. Bella se pondrá feliz y… Es maravilloso. Al fin. Y eso que solo eran los cuadros más burdos que tuve a mano. —¡Esto es increíble! —grita Alice, dándome un abrazo—. Aunque no sé si Bella se ponga tan contenta de saber que has decidido incursionar en el mundo del arte justo con los consejos de Tanya —murmura con un tono agrio. Yo ladeo mi cabeza sin entender. Pero Jasper se larga a reír y le pasa un brazo sobre los hombros de su novia. —Alice cree que estás muy apegado a Tanya y eso le molesta. Viejo, yo no sé si Bella esté muy contenta con la idea de que no le hayas dicho, hubiera venido tan solo para estar contigo en ese momento tan importante. Me miro las manos a falta de otra cosa. No lo había pensado de esa manera hasta ahora. —Necesitaba hacerlo yo solo —les contesto. —Con Tanya —dice Alice. Suspiro. —Ya, está bien, amor, dejemos que Edward tome sus decisiones. —Le hago un mohín de agradecimiento y Alice se cruza de brazos. Pero tan pronto como ella se molesta cambia a la felicidad. —Ya está lista la compra de la casa del frente, la mamá de Bella podrá venir a vivir aquí. Lo bueno es que yo podría ir a verla y no estará tan sola. —Eso es increíble, Alice, al fin podrá salir de esa casa —murmuro, recordando todo lo que me contó Bella de los golpes que le propinó Phill. —Solo espero que salga luego de ese hospital para que disfrute de su nueva casa, así tendrá más tiempo de estar con su hija. Supongo que Bella vivirá con ella, así podré verla más seguido —exclama Alice con entusiasmo, aplaudiendo y saltando sobre la silla, mientras Jasper se ríe de ella y le besa el cabello de vez en cuando. —Me parece que eso no ocurrirá —les digo a ambos con una media sonrisa. Me quedan mirando interrogantes. —¿Qué? —Quiero pedirle que se venga a vivir conmigo. Alice se tapa la boca con ambas manos y salta gritando casi al mismo tiempo. —Edward, eso es muy lindo —susurra con los ojos brillantes—. Oh Dios —masculla con la garganta apretada. Oh, qué sensible está—, lo siento, es que vi a Bella llorar tantas veces por no tenerte consigo, que ahora estoy tan feliz por ustedes. Jasper me palmea la espalda y me sonríe, también consciente de lo mucho que nos costó a ambos estar juntos.

—Solo espero que acepte —murmuro algo nervioso. —¡Claro que lo hará! —exclama la pequeña Brandon—. Bella te ama tanto, Edward, nunca te dejaría, no ahora. Sonrío y me quedo más tranquilo. Alice hace el ademán de mirar hacia el lado y ve, por medio de la ventana de la sala, cómo un hombre lanza el periódico matutino sobre la cerámica de la entrada. Sonríe y va tras él, y al regresar tiene en sus manos la bolsita que lo protege. Cuando abre el periódico ella esboza una mueca de horror y lo cierra de golpe, cambiando de expresión de una manera tan drástica como increíble. —¿Qué sucede, nena? —inquiere Jasper, levantándose de la silla para observarla desde cerca. Frunzo el ceño e imito a mi primo, acercándome curiosamente a ella para ver si está bien. Sin embargo Alice se lleva el periódico al pecho y yo le pido amablemente que me lo pase. Cuando lo hace me arrepiento de habérselo pedido y una sensación muy extraña se prende de mi pecho. —Esto no es verdad —murmuro. En la portada sale Isabella besándose con un hombre al que todos llaman Félix, aludiendo a que quizá Edward Cullen no existe y el único amor de Bella es él. Pero no es verdad… ¿Y por qué se besan? ¿Es… real? —Edward no le creas a estos medios… —No, está bien —susurro. Pero no está bien, porque no entiendo qué hace mi novia besando a otro hombre. Me cuesta procesarlo. Pestañeo un par de veces y me alejo de Alice, lanzando el periódico el suelo. Mi corazón da un giro sobresaltado y se cierne una increíble desazón que me parte el pecho en mil pedazos. ¿Es que creí mal al pensar que me amaba? Niego y me despido de ellos, corriendo bajo la lluvia típica de Forks. ¿Cuándo sucedió aquello? ¿En qué momento? ¿Por qué…? ¿Por qué no me lo contó? Tuvo muchas instancias para hacerlo. Miro hacia el cielo cubierto de nubes y agua, respiro hondamente, cierro los ojos. Gruño y saco el cheque de mi bolsillo trasero, cuento la cantidad de ceros, cuento los días que me faltan para verla, cuento los días para contarle lo mucho que la amo. Solo quedaban un par de días… ¿Por qué no me lo dijo?, me pregunto otra vez. Tanto dinero. ¿Por qué ya no me importa? ¿Por qué la idea de pedirle que se venga a vivir conmigo ahora parece absurda y sinsentido? ¿Quién carajos es él? Todo el dolor se transforma en ira. Vi un par de segundos aquella fotografía y es increíble cuán prendada quedó en mis ojos. ¿Cómo se atrevió a besarla? ¿¡Por qué!? Una idea irrefutable cruza mi cabeza. No debí permitir que se fuera sola hacia aquel estado, no

debí ignorar sus peticiones por mi cobardía, sin embargo lo hice. Me cruzo con un callejón por andar caminando sin rumbo y en él siento que me llaman, muy despacio. Freno con el corazón en la mano y giro sobre mi eje, esperando a que solo sean mis sentidos dándome una mala pasada. Pero vuelven a llamarme y por una extraña razón siento que me están siguiendo, porque oigo sus pasos. Por esto corro y me encamino hasta la otra calle, acercándome raudamente hacia otro callejón, en donde me meto y parto como una bala, pero no el callejón está cerrado. —Maldición —gimo. Alguien me pone un pañuelo a la altura de los ojos y de inmediato siento el sonido de un gatillo a milímetros de mi frente. —¿Quién es? —inquiero con la voz temblorosa. Una risotada me escupe el rostro, pero no puedo ver quién es. Luego le sigue otra, otra más grave y así, hasta que las cuento todas. Son cinco. Maldición. —Así que tú eres Edward Cullen —me dice uno. Su aliento huele a puros y a whisky. No sé por qué, pero su voz me parece conocida, pero no sé a quién. —Este chico ha salido ya en los medios, debe estar muy contento de robarle nuestro dinero a Isabella Swan —susurra otro. ¿Nuestro dinero? —La puta ha buscado muchas maneras de escaparse de nuestras manos —exclama el hombre de la voz. —¡No la llames así! —gruño con los dientes apretados—. ¿Quiénes son ustedes? No logro distinguir nada con el pedazo de tela sobre mis ojos, pero puedo escucharlos muy bien. —Cuida tu tono de voz, maldito bastardo, yo conozco a Bella mucho más que tú —me gruñe también él, sosteniéndome el arma con mucha fuerza contra la piel de mi frente. ¿Qué? —Bella nos pertenece, jamás se huye de la Elite, ¿te ha quedado claro? —¿La Elite? ¿De qué demonios estás hablando? Se largan a reír con fuerza, esta vez con prepotencia. Me abren la boca y en ella me meten lo que parece ser un pedazo de tela. Siento el perfume. Abro los ojos de golpe a sabiendas de que tampoco podré ver quiénes me están haciendo esto. Es el aroma de Bella. ¿Qué me han puesto en la boca? ¿Por qué tienen algo tan propio de ella en sus manos? ¿Y si la tienen cautiva? —Tengo muchos de estos guardados en mi ropero, te lo regalo, no le gusta mucho el blanco —masculla, soltándome suavemente el arma de la frente. Me propinan un golpe duro en las entrañas, y lanzo un grito amortiguado por la tela que han puesto en mi boca. Luego me golpean la cabeza con el arma y antes de liberarme de sus agarres me susurra al oído:

—Nos pertenece, tenlo muy claro. Tú decides si inmiscuirte en estos asuntos, mocoso de mierda. De nada por el regalo. Me lanzan al suelo y yo ahí puedo quitarle la venda de los ojos. Me quito la tela de la boca y la miro confundido. Es una de sus bragas. ¡Son sus bragas! Son blancas. Mis ojos se llenan de lágrimas y las miro con detenimiento. ¿Por qué huelen tanto a ella? Mi corazón martillea duramente contra mi pecho y recuerdo las palabras detalladas del tipo que me ha retenido y golpeado: no le gusta mucho el blanco. Aprieto mis puños con toda la fuerza que conservo y un profundo dolor de cabeza se apodera de mí. —¡Hey! ¿Edward? —exclama un hombre, acercándose a mí. Miro algo mareado al sujeto y solo veo dos iris muy azules. Frunzo el ceño. —William —susurro. —¿Quién te ha hecho esto, Edward? —inquiere, ayudándome a levantarme. ¿Qué hace él aquí? Creí que se había ido de Forks. Me ayuda a levantarme y mira las bragas del suelo. Yo las recojo y las guardo en el bolsillo trasero de mi pantalón. —¿Esas son…? —No te importa. Se queda callado hasta que termino por pararme dignamente del suelo. Me ayuda a caminar hasta mi coche mientras hago mohines producto del dolor en mis entrañas y mi cabeza. —¿Estás seguro que manejarás bien en ese estado? Por Dios, Edward, ¿quién te ha hecho esto? —No te importa —le repito. William eleva sus manos dándome signos de paz, pero no le creo. Niega con su cabeza, como reprochándome, y saca del bolsillo de su chaqueta cara un puro muy grueso. No me despido de él y manejo con rapidez hasta alcanzar la autopista de la carretera, para ir a mi cabaña. Miro por el espejo retrovisor, buscando si alguien me persigue, pero no hay nadie. Parpadeo y siento un líquido caliente cayendo débilmente por mi frente. Freno, me toco y lo veo en mis dedos: sangre. . Cuando abro el gran cerco de hierro veo a un hombre esperándome con hartas cajas en su poder. Parece aburrido. ¿Quién es? —¿Quién es usted? —inquiero. —Oh, buenas tardes, ¿es usted Edward Cullen? —Sí —susurro en siseos, mientras me pongo el trozo de mi camisa sobre la herida de mi cabeza. —Me han pedido que deje esto aquí, es de una mudanza.

—Yo no lo he pedido. ¿De parte de quién? Se encoge de hombros y me tiende una hoja con un lápiz. Firmo rápidamente y me acerco a las cajas. En una hay muchísimos cuadros de Bella. —Ayúdeme a entrarlos, no me siento muy bien. Miro las cajas y veo algo de su ropa, aunque parecen ser vestidos muy caros y zapatos avaluados quizá en el precio de mi casa. Muchos cuadros con sus portadas y sesiones de fotos. En la caja que dice "FRÁGIL" con letra mayúscula, blindada casi con mil cajas más dentro, se encuentran todos sus premios, chiches y joyas. —¿Qué demonios es esto? Pestañeo y en mis labios caen gotitas de sangre fresca. Gimo, esto no está bien. Busco entre mis cosas un paño grande para empapar la sangre que aún cae, pero en menos cantidad y aprieto para que deje de salir. Comienzo a sentir frío. —Te besas con él y luego envías tus cosas a mi cabaña —susurro con la garganta apretada. De mi bolsillo saco sus bragas blancas y las miro con detenimiento. Puedo sentir su aroma. ¿Y si algo malo le ha ocurrido? Me desespero y me arrepiento de mi pensamiento, pero la rabia se cierne sobre mí, mas no es tan dura como el profundo miedo que tengo. ¿Quién podría tener las bragas de Bella en sus manos? Es algo tan íntimo de ella. Como puedo me aproximo al teléfono y digito el número que ella me dio, pero no contesta nadie. —Maldición —mascullo. Tengo mis manos temblorosas y gran parte de eso es mi miedo a que Bella le haya pasado algo. Bufo y espero a que la sangre deje de brotar, para luego irme hacia el patio y talar algo con el tronco liso que he encontrado en el bosque esta mañana. El dolor se difumina al mismo tiempo que yo voy haciendo detalles en el cascanueces que acabo de hacer precariamente y la sangre parece no seguir brotando de mi piel. Aun así tengo mucho frío y estoy un poco mareado. Tallar el tronquito fue la única forma de despejar a Bella de mi cabeza. Al fin. Veo de reojo que alguien corre hacia mí con dos maletas muy grandes en sus manos. Su vestido parece un paracaídas con el viento de la tarde y su cabello casi negro se esparce por su cuerpo. —¡Edward! —llama ella con la voz desgarrada, como si estuviese muy cansada. Dejo de tallar para levantarme a su encuentro, pero en su carrera una de las ramas se enreda en su vestido, haciéndola caer duramente contra el prado de rosales que he hecho crecer en este mes gracias a Alice, quien me las regaló. Su mirada inocente se cruza con la mía y yo no tarde en correr hacia ella, quitándole las espinas de su cuerpo. La sujeto de la cintura y la elevo. Sus piernas sangran junto con sus brazos, la tierra parece haberse apoderado de ella como también su sudor, y su rostro de ojos grandes y mejillas ruborizadas me hacen estremecer, ahora sí, como jamás lo había hecho. —Lo siento —susurra con el aire escaso en sus pulmones—, no quería caerme, yo… las rosas me agarraron el vestido y…

Sus ojos se tornan brillantes al verme perplejo y se abraza a mi cuello, pidiéndome y ansiándome. ¿Por qué me pide perdón? Solo se ha caído, no tiene la culpa de eso. Es increíble lo mucho que extraño su calor cuando no está cerca de mí, sobre todo cuando se va y vuelve de esta manera, sin avisar. Siempre sucede entre los dos. Acaricio su mejilla y tiro de su labio inferior. Bella no me quita los ojos de encima, ahora parece a punto de llorar. —¿Te has hecho daño? —le pregunto quedamente, con la voz baja. Asiente y baja la mirada, y es ahí cuando dos pequeñas gotitas caen de sus ojos. Una punzada muy dura me cruza el vientre. —Pero más daño me hace que no me mires como antes —me dice, llevando sus dedos a mi mentón. —Quizá es mejor que me… vaya —susurra. Toma con cuidado sus maletas, pero sus brazos tiemblan, suspira y vuelve a tomarlas con fuerza, para luego caminar hacia adelante. Pero no quiero permitírselo. Tomo su muñeca y la giro para besarla, rozando sus labios con furia. Bella se retuerce entre mis brazos, dejando caer las maletas al suelo. Isabella POV Su beso es rápido, me toma entre sus brazos con tanta fuerza. Deseé unos de sus besos por semanas y ahora lo tengo, pero me está haciendo daño. Se separa de mí y pone su frente junto a la mía, respirando mi aire. Tira otra vez de mi labio inferior y me mira, pero no es mi Edward. El corazón se sube a mi garganta y un dolor agudo se cierne en mis entrañas. —¿Él te besó como yo lo hago ahora? —me pregunta con sequedad. Toma mi rostro entre sus manos y yo pongo las mías sobre las suyas. Vuelve a besarme, pero me está haciendo daño y realmente no lo soporto. —No, Edward, nadie jamás podrá besarme como tú lo haces —le respondo con rapidez—. Pero por favor, no me hagas esto, me haces mucho daño. Gruñe y se aleja de mí. —Él lo hizo a la fuerza —lloro—, un periodista nos encontró y sacó la fotografía. Créeme que yo no quise hacerlo, por favor, Edward, créeme. Sus ojos se nublan y dejan de mirarme otra vez. —¿Por qué lo hizo? —murmura. —Porque todos creen que no tengo dignidad. —¿Por qué creen eso? —me pregunta con la voz queda. —Porque cometí muchas estupideces antes de volver a caer en tus brazos. Pero me miras de esta manera y me duele tanto. Si no me crees por favor dímelo. —No tengo nada que creer, Bella, simplemente ya no sé qué pensar de esto.

Siento desesperación y lo único que quiero es que deje de comportarse así, pero no puedo exigirle nada. —Te amo, Edward, no quería faltarte el respeto —insisto, tomando sus manos entre las mías—, perdóname. —La culpa es mía por permitirme dejarte ir sola, cuando me implorabas constantemente con tu mirada que te acompañara. ¿Por qué no me doy cuenta de lo fácil que es dañarte como si no tuvieras ya demasiadas cicatrices? —me dice con la voz suave, mientras me observa atentamente con el ceño fruncido—. Perdóname tú a mí, Bella, sobre todo por ser un maldito cobarde incapaz de afrontar quién eres y lo mucho que haces por mí. Solo le temía a todo esto que se está generando. Le temo a no ser nadie. Frunzo el ceño y de mi boca no logra salir ninguna palabra. ¿A no ser nadie? ¿Qué demonios quiere decir? De su bolsillo trasero saca un cheque, me lo entrega y yo leo la cantidad de ceros. Es mucho dinero. —Vendí tres cuadros, Bella —susurra. —¿Cuándo? —Este mes —me responde. —¿Por qué no me lo dijiste? —No lo sé —me dice con sinceridad. Dejo caer mis brazos a los lados, cansada. —Veo que Tanya logró convencerte. Es grandioso, pues llevo años intentando convencerte de ello —le digo entristecida. Le tiendo el cheque, pero no me lo recibe. —Gran parte de mis sueños se acabaron cuando tú te fuiste, no es fácil para mí. Mi corazón se hace trizas en un segundo. Asiento con la barbilla tiritando, a punto de llorar frente a él. Sus ojos dorados se han tornado líquidos y su cabello bronceado ondea con el viento que nos azota constantemente en medio de la vegetación. —Siento haberte cagado la vida, Edward. Al menos has decidido pintar —le digo con una risa sardónica. —No he querido decir eso, Bella, sabes perfectamente que eres lo más importante en mi vida. Me limpio las lágrimas con la manga de mi vestido, mientras Edward gruñe furioso. —Necesitaba comenzar con esto para que así no me conocieran como el carpintero, sino como el pintor. Eres Isabella Swan, serías el hazmerreír de todo Hollywood si todos supieran que soy un bueno para nada. Ahora al menos he vendido tres cuadros… En un mes más podré ser algo más que simplemente… yo. Me llevo una mano a la boca y miro al suelo, es inaudito.

—¿Es que no es suficiente lo mucho que te amo? ¿No te basta eso? —Lo hice por ti —susurra. Niego con la cabeza. —Todo lo que puedes hacer por mí es acompañarme en esto. Te quiero en mi vida de cualquier manera y a mí no me importa si te reconocen por un pintor o un carpintero. Eres mí Edward, qué demonios me importa lo que piensen los demás. Edward me mira ahora y me abraza con fuerza. Necesitaba tanto sus abrazos. Cierro mis ojos y huelo el aroma que expele de su cuello; es volver a casa. Pone una mano en mi espalda y me acaricia con lentitud. No me odies, por favor, pienso para mis adentros. Si no vuelve a mirarme como antes debería irme, no puedo soportar la forma en la que me analiza, como si no me creyera, como si todo lo que le he dicho y confesado no valiera de nada. Se acerca lentamente a mis labios y ahora sí me besa como el Edward de siempre, tan lento, tan delicado. Me separo un poco para dejar ir pequeños besos en su mentón y quedarme ahí con los ojos cerrados. —No cambiaría tus besos por nada en el mundo, Tony, quiero que lo sepas. Se larga a reír por primera vez desde que nos hemos vuelto a ver y mi vientre se estremece con el sonido. Es tan hermoso cuando ríe. Sus mejillas se elevan y unos hoyuelos acaban adornando sus mejillas. Su forma de sonreír es tan deliciosa, tan masculina, tan… mío. Verlo sonreír es de las cosas más preciosas que podría regalarme. —Tony —susurra con la mirada brillante—. ¿Hace cuánto que no me llamas así? —inquiere. Ahora soy yo quien se larga a reír. —Hace muchísimo tiempo. Te amo, Tony. Vuelve a besarme, ésta vez con un gruñido de por medio. —Perdóname por ser un tonto. —Créeme, cariño, por favor, te amo de todas las maneras posibles. No quiero que te dediques a esto por lo que digan en la televisión. No quiero que dudes nunca de lo mucho que haría por ti. —Shh… —me calla, mordiendo suavemente mi labio inferior—. No lo dudaría nunca. Te amo, cariño. Suspiro y me dejo caer en su pecho. Cuando levanto mi cabeza para mirarlo, una gota gruesa de sangre cae por mi nariz. Miro a Edward asustada, pues un hilillo de sangre brota de su cabello. Buenas noches, lectoras y lectores. Cumplo con otro capítulo de mi fic. Sé que ha pasado tiempo, no saben cómo lo lamento, pero la universidad me consumió de manera brutal durante un mes completo y escribir a la par se me hizo imposible. Con todo mi esfuerzo he terminado este capítulo que a simple vista no tiene grandes secretos descubiertos, pero nos adentramos de lleno a lo que viene principalmente después: los sueños de Edward y por sobre todo James. Aparte de

eso quiero informar que ya quedan pocos capítulos, aunque éstos son largos como acostumbran a ser. Lamento si no tiene la emoción de antes, pero estos capítulos de por sí eran un poquito más lentos, para abrir la caja de secretos. Gracias a las lectoras fieles que siguen ahí a pesar de todo, juro solemnemente que terminaré esto como debe ser. Gracias por entenderme también, porque a pesar de lo mucho que amo escribir, el deber me llama. Quisiera poder escribir siempre, pero el tiempo se desgasta. Lo bueno es que ya terminé mis primeras pruebas, lo que me da chance de escribir más por este mes. ¡Un beso enorme a todas! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. Contiene escenas sexuales +18. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo Saturn de Sleeping At Last y Muchacha Ojos de Papel de Luis Alberto Spinetta . -Dedicado a Less, por ayudarme siempre y brindarme su cariño incondicional. Además, me has brindado la cuota perfecta de tu talento al escribir. ¡Gracias!. Capítulo XXXVI . Isabella POV Edward recae entre mis brazos y yo lo sostengo con todas mis fuerzas, aunque flaqueo, pues pesa muchísimo. Entre mi desesperación y la necesidad de no hacerlo caer, le pido por favor que no cierre los ojos, pero no me escucha, pues simplemente dejo de ver sus ojos de miel casi al instante. —Dios mío —gimo, sintiendo otra vez cómo escurre su sangre. ¿Cómo le ha pasado esto? —No me siento bien. Me duele la cabeza —me susurra con la voz apagada. —Cariño, por favor, no decaigas —le pido con desesperación. Siento que mis piernas tiemblan y con esmero lo conduzco hasta la entrada de su casa. Lo siento quejarse débilmente, pero parece demasiado cansado para proseguir. Él me ayuda a caminar, pero al final tengo que conducirlo yo mismo hasta su habitación. Cuando llego hasta su cama lo acuesto con la cabeza levantada, mientras la sangre que comienza a escurrir otra vez le baña el rostro. Si no me apresuro Edward podría desangrarse.

—¿Quién te ha hecho esto, Edward? —pregunto desesperada, corriendo hacia el teléfono. Llamo a Emmett con la garganta seca y muy apretada, con los ojos llenos de lágrimas y la sensación más asquerosa dentro de mi corazón. Miro de reojo a Edward una y otra vez, angustiada de que algo pudiese pasarle, mientras el teléfono sigue sonando. —¡Emmett! —grito al oírlo detrás del aparato—. Por favor, Emmett, necesito que vengas conmigo, te lo suplico. —Espera, Bella, ¿te ha ocurrido algo? —me pregunta preocupado. —Es Edward, está sangrando y… y no sé qué hacer, no quiero que le pase algo, por favor, Emmett, ayúdame —le pido entre sollozos. Me limpio el rostro bañado en lágrimas y luego me doy cuenta de que mis manos están bañadas en sangre. —Claro, voy enseguida, ¿dónde están? . Miro el reloj de vez en cuando, mientras voy limpiando la herida que encuentro en su cuero cabelludo. Es muy gruesa y la sangre a veces planea no salir como también sí. Luego aprieto el pañito en su herida y a veces beso su frente, con la esperanza de que no se desmaye. Pero solo lo oigo respirar y abrir muy poco los ojos. Cada vez se pone más blanco. —Ya vendrán a ayudarte, mi amor, pero por favor mantente aquí —le susurro en su oído. Tocan el timbre y corro a abrir. Emmett me observa asustado, quizá por mi apariencia llena de sangre, pero no me importa. Lo conduzco rápidamente a la habitación y él ni siquiera lo duda, solo corre hasta mi novio y comienza a inspeccionarlo. —¿Cómo pasó esto, Bella? —me pregunta, mientras le toca la herida con guantes. —No lo sé —lloro—, llegué aquí y parecía un poco cansado. Al rato comenzó a sangrar y se dejó caer entre mis brazos. Dime que estará bien, por favor. —Tranquila, Bella, haré lo posible por ayudarlo —me dice con sinceridad. Asiento, mientras lo veo tocarlo con cuidado. —Alguien lo golpeó con algo muy duro y le provocó una incisura. Dudo que haya perdido mucha sangre hasta el momento, el corte es profundo, pero pequeño. ¿Algo lo enojó antes de que comenzara a sentirse así? —me pregunta. Miro hacia el suelo, un poco culpable. —Sí —le contesto—, algo le enojó. Emmett asiente y de su maletín saca algo que no logro identificar. —La presión y la fatiga le jugaron una mala pasada. La sangre que derramó ha sido mucha, pero no peligrosa, aún no se desmaya. ¿No te dijo quién pudo golpearlo? Parece ser algo muy grueso —comenta con seriedad. Me acerco a Edward y le tomo la mano, mientras él con todas sus fuerzas me la sostiene, pero

parece tan débil. Sé que apenas me escucha, pero le susurro que lo amo. Emmett me queda mirando, pero desvía sus ojos casi al instante, volviendo a ponerle algo en la herida. Mi cobrizo se queja casi en un susurro. . —¿Estará bien? —le pregunto cuando acaba, mientras me quito las lágrimas de la cara, ésta vez con las manos limpias. Emmett me sonríe con dulzura. —Tranquila, Bella, estará bien. Ahora dormirá y quizá se quejará de un gran dolor de cabeza, pero estará bien. Solo dale mucha agua y quédate con él —me dice, bajando la voz—, Edward estará mucho mejor contigo acompañándole. Miro hacia otro lado, sintiéndome muy incómoda. Sé que Emmett aún siente cosas por mí, pero yo no, solo gratitud. —Muchas gracias, Emmett, de verdad. Me sonríe con los ojos brillantes y me da un abrazo, el cual le recibo con mucha fuerza. —Perdón por lo que ha pasado entre nosotros… —Da igual, Emm, eso ya sucedió. Asiente y me sostiene una mano en el hombro, mirándome atentamente detrás de los cristales de sus anteojos. —No quiero incomodarte con esto, pero ¿has sabido de Rose? No contesta mis llamadas, tampoco la he visto en su tienda. Me muerdo el labio inferior y me separo poco a poco de él. Luego frunzo el ceño, yo tampoco he sabido de ella. —¿Ni siquiera has visto a su hija? —inquiero. —No, parece que nadie quisiera verme —suena culpable y cansado—. Me llamas si ocurre algo, Bella, cuida de él. —Hace el ademán de irse, pero regresa—. Ponte un poco de agua en las heridas de tus piernas, no querrás que la sangre acabe secándose en tu piel. Se despide de mí con un beso en la mejilla y yo lo veo alejarse. Suspiro al cerrar la puerta y pongo mi frente en la madera. Quisiera que Emmett dejase de mirarme de esta manera… Quisiera que Rose estuviera bien. Camino hacia el baño y limpio muy despacio las espinas, la sangre y la tierra que ha quedado en mis piernas producto de las espinas de las rosas que me he incrustado al caerme. Cuando me meto a la habitación de Edward lo miro y me voy acercando lentamente a él. Tomo una manta y lo arropo, mientras él parece demasiado decaído incluso para saber que estoy a su lado. Toco su frente y percibo lo frío que está. Mi garganta se ennudece y beso la piel. Me acuesto a su lado y lo abrazo, apego mi mejilla a su pecho y espero a que despierte, aunque demore muchísimo tiempo. .

Me he quedado dormida y es Edward quien me despierta con un pequeño gemido. Me desperezo enseguida y lo veo removerse, mientras se palpa la curación que le ha hecho Emmett. —Tranquilo, cariño, no te toques ahí —le susurro, acariciando suavemente su barbilla. Abre los ojos muy despacio y me busca. Cuando sus dorados iris topan conmigo sonríe débilmente, luego frunce el ceño. —Me… —Sí, te duele la cabeza —le digo con dulzura—, te traeré algo para que tomes. —No… —Me toma la muñeca para evitar que me levante—. No me dejes solo. Le doy pequeños besos en la frente. —No demoraré. Le llevo una pastilla y un vaso de agua, con un analgésico será más que suficiente. Edward parece un poco desorbitado y sus ojos están un tanto rojos. Nunca lo había visto así, tan desamparado. Jamás lo vi enfermo, un par de veces herido sí, pero jamás de esta manera, en donde realmente me necesite. Me duele tanto. —Abre la boca —le pido y lo hace—. Ahora bebe esto. Lo veo tragar con rapidez y yo lo felicito por eso. Le acaricio el cabello con cuidado y luego los labios. —Estoy hecho un desastre, ¿verdad? Me largo a reír. —No, claro que no —le respondo—. Solo perdiste sangre, ya está. Toma mi mano con cuidado y se la lleva a los labios. —¿Quién lo hizo, Edward? Desvía su mirada hacia algún lado. —Me atacaron en un callejón —me cuenta. —¿Por qué? Endurece su semblante. —Me hablaron de ti. Algo dentro de mí parece retorcerse. —Parecían… peligrosos y se reían de mí —susurra en voz baja—. Uno parecía conocerte, no entiendo por qué —sus ojos se tornan iracundos—, hablaban de la Elite. —¿La Elite? —inquiero, presa del horror—. ¿Qué más te han contado? —Me han confesado que… —traga— si me inmiscuyo más en tu vida saldré muy herido.

El aire se atasca en mis pulmones y no encuentro la forma de dejarlo salir. Aprieto sus dedos y siento la desesperación fluir con rapidez por mis venas. Es Louis, Louis me está buscando. ¿Pero por qué? Ya han sido demasiados años sin pertenecerle, ¿qué más quiere? ¿Por qué me busca precisamente hoy? —¿Qué harás? —le pregunto con los ojos llenos de lágrimas. Edward hace un mohín desgarrado y me abraza con fuerza. Yo apego mi rostro en su hombro e intento tranquilizarme con su calor. Aún está aquí, aún lo está, pienso. —Nada —me contesta—. Solo seguir a tu lado. —Te han hecho daño, Edward, no quiero que vuelva a ocurrir —le digo. —No volverá a ocurrir. —¿Con qué te golpearon? —Tranquila, cariño, todo está bien —me tranquiliza acariciando mis hombros—. Yo no importo, lo que realmente importa eres tú. Bella, ¿quiénes son? ¿Por qué no puedo amarte? Es… ilógico. ¿Qué es la Elite? Suspiro y dejo caer mis hombros con lentitud. ¿Cómo contarle todo lo que me ha ocurrido? Acaricio suavemente mi nariz con la suya y luego deposito un suave beso sobre sus labios. Cuando me separo Edward tiene los ojos cerrados. —Me preocupa, Bella, porque aquel hombre te conoce muy bien. Me entregó esto. Del bolsillo de su pantalón saca unas bragas blancas, me las tiende y yo las miro. Dios mío… ¿Esas son…? —Dijo que eran tuyas —murmura adolorido—. Huelen a ti. Las tomo con cuidado y las reconozco casi enseguida. Son blancas y siempre odié el color blanco en la ropa interior. Tuve dos, una se las regalé a William y otras a James. Y el último las conservó con mi perfume favorito, el Chanel nro. 5. —Son… son mías —le digo. Lo veo quebrar su mirada y lentamente dirigirla a sus manos. —Entonces… —Fue James, Edward, James te atacó —exclamo. Frunce el ceño lentamente y sus manos se empuñan. —¿Tu representante? —inquiere—. ¿Cómo demonios tiene tu ropa interior? Me levanto de la cama y me desespero. Edward también lo hace con la mirada algo desquiciada. —Edward… —murmuro. —¡No lo entiendo! —exclama.

Me muerdo el labio inferior, cierro los ojos con fuerza y me llevo una mano al pecho. —Él y yo… fuimos amantes muchísimo tiempo, Edward. Sus ojos dorados se entornan y lo veo analizar lo que le he dicho. Vuelvo a cerrar los ojos, esperando a que diga algo. —No… No lo entiendo. Mi barbilla tirita y comienzo a llorar. —Fui una tonta durante todo esos años, Edward, creí que no volvería a verte y no me importaba nada —le confieso—. Sé que acostarme con James fue una tontería, pero en ese periodo yo ni siquiera me detenía a pensar si lo que hacía estaba bien o mal. Cuando regresé a Forks por la enfermedad de mi madre y te vi, sentí que aún quedaba algo de mí, de la antigua Bella. James comenzó a decirme que estaba mal quedarme aquí, en el pueblo, pero no le hice caso. Edward, yo aún te amaba y eso le impactó, tanto así que me amenazó muchas veces. Lo miro y él parece descolocado con mi respuesta. —Por eso intentó violarme, porque aquella vez que regresé a mi mundo le grité que te amaba, que no quería volver a sentirlo. Lleva su mano a mi nuca y me atrae hacia su rostro para besarme. Me limpia las lágrimas con sus pulgares y me susurra que todo está bien. —Es un grandísimo hijo de puta —masculla al separarse solo unos milímetros. —Le temo tanto, Edward, no podría vivir si te ocurre algo aún peor de lo de hoy, ya viví la sola idea de perderte creyendo que tú estabas… —¿Muerto? —inquiere con la voz muy baja. Asiento. El solo recuerdo me remece de pies a cabeza. —¿Por qué? —pregunta. —Me llegó una carta muy bien sellada a mis manos en donde expresaban que tú habías muerto en la guerra —sollozo—, que habías explotado gracias a una mina. La carta era tan real. —Shh… Tranquila —me dice. Me hace sentarme en la cama y él lo hace a mi lado. —Fue Carmen. No sé de dónde sacó ese papel, pero me hizo creer que tú no ibas a volver. Fue un año después de que yo decidiera irme de Forks. Sentí que todo mi pecho se hundía, que algo estaba haciendo trizas mi corazón. Dios, me arrepentí tanto de haberte dejado, tanto que estuve a punto de venirme a Forks a pedirle perdón a tu padre por haberte hecho esto, por no poder decirte que te amaba cuando estabas vivo. Edward, fue el peor día de mi vida. Lloré días y noches con la idea de que tú habías muerto. Su mano hace caricias en mi cabello, mientras me mira con los ojos brillantes y acuosos. —¿Cuándo supiste que yo… estaba realmente vivo? —Cuando regresé, hace tan solo meses atrás.

—Oh… Carajo —murmura. —Por eso hui de ti, porque creí que estaba loca. Viví diez años con la idea de que tú estabas muerto, por eso jamás te llamé, por eso nunca regresé, sino lo hubiera hecho. Carmen destrozó mi vida. —No —me dice—, no solo destrozó la tuya, también destrozó la mía. Te esperé durante diez años y me obligué a creer que tú ya me habías olvidado. Niego y me vuelvo a abrazar a él con muchísima fuerza. Está vivo, está aquí, conmigo. —Pero ya estoy aquí, junto a ti, después de todo pude decirte que te amo —me susurra. Beso su cuello y ahí me quedo, con los labios apegados a su piel. —¿Ahora entiendes por qué le temo tanto a la idea de que algo te ocurra? —le pregunto—. La sola idea de que tú… Dios, no podría soportarlo. —Tranquila, Bella, no ocurrirá nada —murmura. —James está aquí… —No me da miedo. —Parece decirlo en serio—. Es un imbécil que se esconde detrás para atacarme, no voy a temerle. Nos quedamos en silencio un momento, él acostado sobre la cama y yo sobre su pecho, apoderándome de su tacto. Estoy más tranquila ahora que Edward me sostiene, aferrada a la idea de que no le ocurrirá nada. —¿Fue lo único que hizo, Carmen? —me pregunta de pronto. Niego. —Me mintió con respecto a mamá —me largo a reír con cansancio—. Le enviaba dinero y lo gastaba, me decía que ella no quería verme pero que el dinero sin embargo le sentaba bien. Me besa el cabello y va bajando por mis mejillas hasta el cuello. —Yo creí que tú no estabas interesada en tu madre. Sonrío agriamente. —Amo a mi madre, jamás dejó de importarme. Simplemente me creí las mentiras de mi prima. —Es increíble lo rodeados que estamos de la gente que nos quiere ver separados. —Siempre le he temido a la idea de que eso ocurra, sobre todo ahora que te amo cada vez más —le confieso. Su nariz me roza la clavícula, mientras sus manos recorren mi cintura. Entrelazo mis dedos en su cabello, hebra por hebra, hechizada ante la suavidad de ellas. —Yo le temo a que ellos te hagan daño, Bella, te quieren a ti ¿y qué puedo hacer yo? A veces siento que tengo las manos vacías y que en cualquier momento te llevarán. Eres muy frágil en este momento, siento que hasta yo podría hacerte añicos. —Lo único que puedes hacer es abrazarme con todas tus fuerzas y no soltarme nunca —le

susurro—, solo es bastará estar segura. Me da un profundo beso en la frente y me aprieta así, muy fuerte. No me duele, pero me hace sentir muy segura, aprisionada solo a él. Quisiera estar aunada a sus brazos por siempre. —Aún me pregunto de dónde sacó Carmen ese papel, era del ejército… —Me tomaron por muerto en un error de parte del gobierno. Un alcance de nombres. Me acurruco con su calor entre los edredones y cierro los ojos. —Carmen debió robarlo cuando fue a preguntar si era cierto —me cuenta—. Ahora entiendo tantas cosas. —¿Cómo qué? —Lo miro a los ojos y él lo hace conmigo, recorriéndome el rostro con sus dorados ojos. Luego baja hasta toparse con mis labios y más allá, con mis manos aferradas a su pecho. —Como que tú no venías aquí no porque no quisieras, sino porque me creías muerto, el por qué huiste de mí, tu madre… ¿Por qué Carmen hizo todo eso? —inquiere. Me encojo de hombros y suspiro. —Quizá gran parte de esto lo hizo Phill. Carmen es extraña, Edward, no podemos entenderla. Asiente y se queda callado, yo también lo hago. —Tony —lo llamo con dulzura. Me mira con los ojos adormilados y me regala una pequeña sonrisa. —Espero que, de seguir con esto de la pintura, no lo hagas por mí sino por ti —susurro—. No soportaría la idea de que rompas tus miedos a costa de lo que amas. Por favor. Me besa la cabeza y me aprieta contra sí, como si quisiera tranquilizarme. —Lucharé por mis sueños, Bella, lo haré porque ya ha pasado mucho tiempo. Prometo pintar por mí y no por los demás, solo quiero que me acompañes en esto, prácticamente has sido tú quien me ha insistido en hacerlo. Le sonrío y asiento. Edward va quedándose dormido de a poco, quizá la pastilla ha sido muy fuerte. Yo mientras lo veo huir con Morfeo, embobada de sentirlo. Cuando oigo que su respiración se hace pesada, yo huyo lentamente de su lado para evitar que descanse a medias, prefiero ir a cocinarle algo mientras se recupera, además necesita mucha agua. No estoy segura si hice bien en comentarle lo de Carmen o lo de James, no ahora, pero solo espero que no acabe cagándola otra vez, como cuando le hice enojar en medio de un golpe en la cabeza. Edward intenta impedirme zafar, hasta que lo logro. Me largo a reír bajito y me despido de él con un beso. Lo tapo con cuidado y le toco la frente. Está más caliente. Pero antes de que me vaya, mi cobrizo me llama con cuidado.

—Bella —susurra. Me giro a mirarlo, pero está dormido—. No sé qué haría sin ti… No sé qué haría. . Llamé a Emmett para preguntarle qué podía darle de comer a Edward y si era normal que le fuese a dar fiebre, a lo que respondió que, si llegaba a ocurrir aquello, debíamos recurrir al hospital de inmediato. Me decidí por una sopa liviana de verduras según me recomendó Emmett, no debía cargar a Edward con comida muy sólida, porque no iba a estar muy hambriento. Me recalcó que los líquidos eran indispensables. Como Edward aún no despertaba preferí caminar por ahí y recoger algunas rosas. ¿De dónde las había sacado? Parecen ya crecidas y desde que me fui no las tenía. De cualquier manera se ven muy hermosas, le dan otro color a su preciosa cabaña. Las pongo en el delantal y las acurruco para que no se caigan. Hace muchísimo frío y percibo que lloverá, aunque el clima no parece tan húmedo ahora. Corro hasta la casa y dejo las rosas en un jarrón alto con agua, otras esparcidas por la casa para darle aún más sazón al ambiente. No me importa si me pica la nariz, ésta vez me parecen tan bonitas que no puedo evitar ponerlas por todo el lugar. Espero que a Edward le gusten. Veo de reojo el cheque que le han dado por sus cuadros y me siento muy mal por todo. No me gusta la idea de que se haya inmiscuido en la pintura por mí, debería ser por él. Al menos vendió tres cuadros, aunque me pregunto cuáles son. Doblo el papel y lo guardo en el cajón del mueble, junto a la sala. Pongo leña en la chimenea y la enciendo, con paciencia espero a que el fuego crezca y se estabilice. Comienza a hacer más frío y no quiero que Edward despierte a baja temperatura. . Los minutos comienzan a pasar y la sopa ya está casi lista, solo espero que Edward descanse lo suficiente, pues no quiero despertarlo. Me dediqué a ordenar un poco y a asegurarme de que mis cosas han llegado hasta aquí. Y efectivamente llegaron. Las encontré en la habitación de huéspedes, todas las cajas apiladas entre sí. No quiero ni imaginar lo que Edward pensó al verlas aquí sin haberle preguntado, solo espero que no se haya enojado. De cualquier manera no tardaré en mandarlas hacia la nueva casa de mi madre. Voy a llamar a Alec para saber si ha llegado a Forks o no junto a Marianne, pero a un lado del aparato diviso un pequeño papel. Lo tomo entre mis dedos y reconozco el nombre enseguida: Tanya Denali. Endurezco mi mordida y lo retengo entre mis dedos. Me enoja que ella haya podido estar con él y yo no. Maldita entrometida. —¿Qué haces, Bella? —me pregunta Edward. Doy un ligero grito y dejo caer la tarjeta al suelo. Camina hasta mí y levanta el papel casi al instante, tocándose el vendaje de la cabeza débilmente. Frunce el ceño y me mira, quizá pidiendo una explicación. —Solo estaba… —Bufo—. Iba a llamar a Alec.

—Ah —murmura—. ¿No ibas a llamar a Tanya? —inquiere como quién no quiere la cosa. Esta vez soy yo quien frunce el ceño. —¡Claro que no! —me indigno—. ¿Por qué tendría que llamarla? Se encoge de hombros y pone la tarjeta en el doblez de su pantalón. Se ha quitado la camisa con sangre, por lo que está desnudo del pecho para arriba. —Escucha, Bella, Tanya me ha ayudado mucho —me dice tranquilamente. —Eso ya lo sé —le digo mordiéndome la lengua—. Voy a cambiarme de ropa, no me siento muy cómoda con este vestido. Me disculpo con la mirada, dando un paso hacia la habitación de huéspedes, en donde he dejado mi maleta. —Hey, te conozco, Bella. —Me sostiene la cintura con un brazo para que no me vaya—. Siempre huyes de lo que te molesta. ¿Qué ocurre? —De verdad no estoy molesta —susurro mirándolo a los ojos. Dice nada por un momento. —Estás dolida aún, ¿no? Miro al suelo y me quito el flequillo de la cara. —Edward, de verdad no quiero discutir contigo, no ahora. ¿Puedo ir a cambiarme de ropa? Pero no me suelta, su brazo se enrolla en mi cintura como una prisión. —Bien —susurra, dejando caer su brazo. Trago y me encamino otra vez hasta la habitación, metiéndome al baño para ducharme. Me pongo una playera lisa de manga hasta el antebrazo de color rosa pálido y unos pantalones negros. Me enrollo el cabello mojado en lo alto de mi cabeza y me calzo rápidamente unos mocasines azules muy oscuros. Salgo de la habitación y lo veo sobre el sofá con las piernas bajo su cuerpo, mientras hojea otra de esas carpetas de cuero. Parece concentrado y muy serio. Entro a la cocina y percibo el suave olor de las perduras y el pollo ya listo. Lo revuelvo un poco y espero a que se acaben los minutos de espera. Dejo caer un poco de sal a la olla y la pruebo. Está deliciosa. Sus brazos se cruzan otra vez en mi vientre y me aprieta contra su pecho duro. —Eso huele muy bien —me dice entre ronroneos. Roza sus labios por mi cuello y yo solo apelo a la cordura. Odio que haga eso, porque me tiene a su merced al instante. —¿Aún te duele la cabeza? —No —me contesta. —Ah —murmuro.

Me gira. —Tanya es solo una amiga —me dice. Me ruborizo. —Ahá —contesto—. Lo sé. —Intento sonreírle pero más parece una mueca que otra cosa—. Solo espero que ella sepa que yo soy tu novia y que te quiero. Me sonríe y me da un pellizco en la nariz. —Lo sabe perfectamente, sobre todo el hecho de que te amo. Llevo mis manos a su cuello y ahí me quedo, en puntillas para poder igualar su altura. —Es bueno saberlo. ¿Quieres comer? Edward me sonríe como el gato de Cheshire y me muerde el labio inferior, para luego besarme con pasión. El aire se me escapa con mucha rapidez. —¿Vendrás conmigo a la exposición de la otra semana? —me pregunta contra los labios. —Claro que sí —le digo entre jadeos—. No volveré a perderme nada, sé que es muy importante para ti. . —Tienes que volver a la cama. Me hace un gesto de súplica. Parece un niño pequeño. —Ya me siento muchísimo mejor, me has vendado muy bien la herida. Estoy bien. Me muerdo el labio y pongo la cuchara sobre la mesa. —¿Qué? —inquiere. —No fui yo. Fue Emmett quien te ha curado. Él eleva las cejas y también deja la cuchara a un lado. Ruedo los ojos, porque no puedo creer que vaya a molestarse. —¿Por qué ha venido? Bufo y me cruzo de brazos. —Tuve que llamarlo, estabas perdiendo sangre y no tenía cómo llevarte al hospital. Estaba muy asustada, no quería que te sucediera nada. Baja la guardia de a poco, relajando los hombros. —Lo siento —murmura, mirando al plato. Me levanto y voy hasta él para sentarme sobre sus piernas. Me recibe con sus manos en mi cintura, sujetándome para no caer. Le doy caricias furtivas por su quijada y su cabello, admirándolo como siempre.

—Emmett no dudó en ayudarte. ¿No crees que ya es momento de olvidarte de lo que sucedió? —le digo con suavidad. Edward se tensa, pero no me dice nada. Suspiro, creo que será un camino largo. —Necesito meditarlo —me dice. Asiento. —No puedes negar que eres la mejor enfermera del mundo —dice, cambiando de tema luego de un rato. Se me escapa una sonrisilla casi al instante. —Por ti soy muchas cosas. . Abro la puerta de la casa que he comprado y el aroma a barniz me traspasa el cuerpo. Cierro los ojos un momento, porque al fin he logrado algo que me propuse una vez en la vida: comprarle una casa a mi madre. Es increíble la sensación. Camino sobre el suelo de madera nueva y palpo las paredes pintadas de color crema. De a poco voy ideando en mi cabeza dónde poner cada cosa, pues sé cómo a mamá le gusta. Solo espero que la idea de cambiarla radicalmente de lugar no le moleste tanto, aunque sé que tardará unos segundos en darse cuenta que la otra casa está cargada de dolor. Es tan simple como respirar el nuevo aire, tan simple como darse una vuelta por el balcón y fijarse en el increíble paisaje que da justo a su habitación. La cocina es simplemente preciosa y me he asegurado de que venga con todo lo necesario, sé que querrá hacer una cena inmensa para todos en modo de festejo por su llegada a casa. Solo espero que sea tan pronto como esperamos. —Siempre le han gustado las chimeneas. Estará muy contenta de ver una —murmuro, girándome a contemplar a Edward. Me sonríe y se acerca un poco con las manos en los bolsillos. —Es bastante espacioso, imagino que no vivirá sola —me dice. —Oh no, claro que no —mascullo distraídamente, mientras pongo los adornitos de porcelana favoritos de mi madre sobre la repisa de la chimenea—. Jane y mi ama de llaves se encargarán de ella, no quiero que vuelva a trabajar y que además tenga que hacer todo en esta casa. Mamá trabajó toda su vida de peluquera en el barrio, la conocían todos por eso. Recuerdo que cuando pequeña siempre me sentaba sobre la banca del salón improvisado y veía el cabello caer, mientras mi madre pasaba las tijeras por las cabezas. Todas la elogiaban tanto. A medida que yo iba creciendo, ella también se introducía más en la estética, hasta que aprendió a maquillar de maravilla y le pagaban por hacerlo. Sus clientas favoritas eran las vecinas del barrio, como también las mujeres de otros lugares. Renée Swan logró hacerse de fama. Cuando me fui supe que siguió haciéndolo, hasta que la enfermedad se lo impidió. —¿En qué piensas? —me pregunta, sacándome de mis recuerdos. Me encojo de hombros y pongo el último adornito de porcelana.

—En la peluquería de mamá —susurro con nostalgia. Edward se larga a reír y se sumerge también en los recuerdos, porque muchas veces fue a cortarse el cabello con ella para verme a mí y llevarme sus revistas de arte. —Aún conservo esas revistas —le digo, pasando mi dedo por su nariz. —No recordaba que tú las tenías —me responde—. Lo que sí recuerdo es cuando nos colábamos en tu cuarto y tu madre no tenía idea de que practicábamos los cortes de cabello. Creo que con ello sí que no tengo talento —se larga a reír y yo le sigo. —Hey, una vez me dispuse a ser como mi madre y corrí hacia el baño, tomé unas tijeras y me corté muchísimo el cabello. Mamá tuvo que hacerme un bob cut tan masculino que lloré por días. Tú al menos no me destruiste la cabellera. Se ríe más fuerte y de paso me besa la frente. —Quiero que mi mamá viva para siempre, aunque sé que eso es imposible —murmuro, cayendo en cuenta muy pronto de lo mucho que desperdicié el tiempo con ella—. Esos diez años pude haberla cuidado como debía. —Pero va mejorando y es gracias a ti. Sonrío débilmente y suspiro. Camino por la sala vacía y doy una ligera mirada a la ventana grande. —Llegué a tiempo. —Me giro y Edward me está mirando—. Es una mujer muy fuerte. Saco las fotografías de mi infancia y voy poniendo una a una sobre la repisa nueva que he adquirido. Luego hago lo mismo con sus fotografías y con algún adorno bonito. Casi todo lo que he traído a la nueva casa es de ella, más que nada porque quiero que se sienta unida a lo que siempre ha sido. Mi madre es muy sentimental y sé que le apenaría mucho cambiarse a un lugar que no tiene su esencia y su historia, tampoco quiero incomodarla, sobre todo cuando sé que ella no me diría nada porque es muy agradecida. —¿Hemos traído todo? —me pregunta suspicaz. —Hm, no, creo que faltan algunas cosas. Tengo que ir a buscarlas a la casa. ¡Ah! Se me olvidaba, tengo que ir a por mi cama y las cajas que he dejado en la tuya, ya he asignado la que será mi habita… —Creo que eso no podrá ser —me interrumpe, tomando mis manos entre las suyas. Lo miro sin entender. —Ven a vivir conmigo —suelta de repente. Abro mis ojos de sopetón y me aferro a sus manos como si fuese a caerme. ¿De verdad? Dios mío. —¿Qué? —Es lo único que logro decir. —Bella —repite lentamente—, me gusta verte despertar junto a mí, me gusta olerte adónde quiera que yo vaya, me encanta conocerte cada día más aunque sé que lo hago desde que tienes

once años. Bella, te amo y quiero vivir contigo, aprender de ti y de quién eres. Hemos vivido tantas cosas pero… ¿por qué no intentar una nueva aventura? ¿Quieres irte a vivir conmigo? Me muerdo el labio inferior y lo único que sale de mi boca es un sí, porque no podría negarme a una propuesta tan preciosa como esa. Vivir con Edward… es la idea más hermosa que he escuchado en mucho tiempo. —Claro que sí, Tony, claro que sí —le digo jadeante, abrazándolo desde el cuello. Una profunda bomba de felicidad se anuda en mi corazón como hace tiempo no lo hacía, porque es un paso más a estar unida a él. Cada vez temo un poco menos a perderlo y cada vez lo amo más. ¿Qué tan lógico es eso? No me importa, porque el amor nunca ha sido lógico. Ahora a lo único que le tengo miedo es a que deje de amarme, pero desecho de inmediato la idea de mi cabeza. . Mamá se operará en dos semanas más, pero quiero ir a verla y contarle que Edward y yo viviremos juntos lo antes posible. Además necesito presentarle a Marianne, mi ama de llaves, para que así comiencen a conocerse. Dudo que no acaben siendo muy amigas. Cuelgo el teléfono por décima vez y suspiro. Rose sigue sin contentarme y estoy comenzando a preocuparme. Espero ir a visitarla lo más pronto posible. Ángela me mira de reojo y yo me sonrojo. —¿Quieres que te ayude con esto? —me pregunta. Me he quedado a ayudar a atender la caja de la carpintería mientras Ángela ordena algunas cosas. Edward pasaría por la ciudad para comprar algunas cosas, por lo que debe estar por llegar. He procurado agarrarme el cabello con una cola muy alta y asegurármelo con una cinta roja en alrededor de la cabeza para hacerlo más cómodo, me he maquillado solo las pestañas y visto con una camisa burdeos de franela a cuadros, una playera gris debajo de ella y unos pantalones con unos cuantos centímetros más arriba de mi tobillo. No llevo tacones, solo mis infaltables mocasines negros. Todo eso para que nadie de los que entra al taller piense que soy realmente yo. Al menos hasta ahora funciona. —No, gracias, solo estoy preocupada —le confieso con una sonrisilla incómoda. —Hm, ya veo —deja escapar de sus labios—. ¿Sabes qué? Si quieres tú ordenas los juguetes que he dejado en la esquina y simulas la habitación de un bebé, yo me ocupo de la caja. Asiento agradecida y me escabullo a la esquina más alejada, en donde están los juguetes apilados. Tomo el trenecito y lo pongo en la repisa junto a un cascanueces. Voy dejando otros carritos y algunos hombrecillos de madera, todos muy bien ordenados para que se vean más atractivos. De reojo me fijo en la cuna que ha puesto Edward a la venta y la acaricio muy suavemente con los dedos. Es blanca y muy grande, y tiene cajoncitos. Sonrío con los ojos escocidos y me recargo un poco en ella. Noto que le ha puesto un colchón y una sábana celeste, muy claro. Tienen que haberla pedido, pienso para mis adentros. Es muy hermosa. Me gustaría que él hiciese una para… nosotros. Me largo a reír muy bajito. Qué cosas estoy pensando.

Sigo con lo mío y a veces oigo a las personas comprar. Unos me miran y otros no, pero los primeros no me toman mucho en cuenta, aunque unos cuantos parecen reconocerme pero sin éxito, pues yo me hago la tonta. Mientras no sean periodistas… —Buenas tardes, señor, ¿busca algo en especial? —inquiere Ángela con la voz un poco tensa. —Busco a Edward Cullen. Debes acordarte ya de mí —dice un hombre. Conozco esa voz. Es gruesa, un tanto cansada, muy grave y por sobre todo, la misma de mi padre. Charlie Swan está frente a la caja con las manos suavemente puestas sobre el mesón, vestido de negro y con el cabello muy bien peinado. No parece ser un borracho de mierda, no aquel que abandonó a mi madre. Siento que mis piernas tiritan al instante, no sé por qué. Verlo me aterra… No. No me aterra verlo, me aterra recordar que al irse viví el peor de los infiernos. ¡Quiero odiarlo! Pero no puedo, no puedo odiarlo porque en este mismo momento me dan ganas de llorar y de pedirle que por favor me diga por qué se fue y me dejó a solas con mi mamá. No puedo odiarlo porque, aunque me cueste aceptarlo, no puedo olvidar sus abrazos, a pesar de que me los daba hace muchísimos años. "—¿Papi? —murmuro suavemente al abrir la puerta. Papi se ve triste y no entiendo por qué. No quiero verlo así. Se gira lentamente y me mira, me tiende sus brazos y yo lo rodeo con fuerza. —¿Te sucede algo, papi? Su bigote me roza la mejilla y me hace cosquillas. —Te has levantado muy temprano, hija mía, ¿no crees que deberías seguir durmiendo? —No he visto a mami y he bajado, pero no la vi y te encontré a ti. Papi suspira y me abraza muy fuerte otra vez. Me gusta que me abrace. —Ve a la cama, hace frío. —Su voz está ronca y parece que fuera a llorar. Pongo mis manos en sus mejillas y lo acaricio. Hago un puchero, porque no quiero que llore. ¿A papi le duele algo? ¿Papi se siente muy mal? —No quiero ir, quiero estar contigo —insisto. Papi me besa la frente y se separa de mí. Camina y toma una maleta. ¿Irá de viaje? —Papi, ¿adónde vas? —le pregunto, caminando hacia él. Se agacha para darme otro beso y rozarme con su bigote. —Te amo, Bella. Siempre serás mi sol, la luz de mi vida. Perdóname. Se levanta y yo me aferro a sus piernas. No, papi, por favor no te vayas. Pero papi avanza hacia la puerta y encuentra a mami llorando sobre el sofá. Ella se da cuenta que está aquí y se levanta muy rápido. Yo no entiendo nada, porque mamá me regaña y me dice

que vaya a la cama, pero yo no quiero. —¡Charlie, por favor! —le suplica mami a papi con sus manos unidas—. Bella te necesita, ¡yo te necesito! —Basta, Renée, ya es suficiente. —¿No me amas? —No. Mami da un paso atrás y no entiendo por qué sus ojos se apagan tanto. ¿Por qué ya no parecen azules? —Pero yo te amo, cariño. Los hombros de mami se caen poco a poco y yo temo que vaya a desplomarse. ¿Por qué a papá parece no importarle? —¡Por favor, Charlie! —grita mamá, tomando su mano—. Dime qué he hecho mal. ¿Es por él? ¡Sabes que no es verdad! ¡Charlie! Papá abre la puerta para irse, pero yo no quiero que se vaya. ¡¿Por qué lo hace?! ¿No nos quiere? —¡Papi! ¡No! —le grito, tirando de su chaqueta de policía. —Bella, por favor —me suplica. —¡Charlie, no me hagas esto! —grita mamá entre sollozos. —¡Papi! —exclamo, siguiéndolo hasta afuera—. ¡No me dejes, papi! —¡Ya basta, Isabella! —vocifera. Sus ojos parecen salirse de sus orbitas. Paro en medio del césped y lo veo subirse a la patrulla. No enciende las luces como antes, despidiéndose de mí, solo se limita a irse sin decirme adiós. Papi se ha ido… Papi no volverá. —Charlie —susurro, dejando caer los brazos a los lados de mi cuerpo. Siento el sollozo de mamá, me aterra tanto, parece que estuviese sintiendo tanto dolor. Corro hasta ella y la veo con el retrato de Charlie entre sus manos llenas de sangre, apretándolo contra su pecho. El suelo está lleno de pedacitos de vidrio, pero no me importa, me arrodillo frente a mamá y la abrazo, a pesar de que me pide que me vaya. Sus ojos azules están gastados y tiembla mucho, como si le hubieran sacado algo de dentro." Mamá no pudo mirarme a los ojos durante cinco meses, no podía porque los míos eran los suyos. Pensé que me odiaba, que me aborrecía porque una parte de mí era una parte de él. Lloré tanto por eso, tanto que aún no puedo superarlo. Cada vez que lo recuerdo se me erizan los vellos del cuerpo, siento que algo dentro de mí se rompe de manera absoluta. Dejo caer accidentalmente un par de juguetitos de madera, desarmándolos completamente en el suelo. Lanzo un par de palabrotas y me agacho enseguida a recogerlo. Unas manos se unen a ayudarme y yo levanto temerosa la cabeza, encontrándome con sus ojos marrones tan idénticos a los míos. Mi barbilla tirita y me separo abruptamente, levantándome de golpe. Sin embargo no

voy a salir corriendo como lo hice hace unos meses, no voy a permitirme el pánico, pues soy fuerte, aunque me cueste asumir ese rol. No voy a llorar, no delante de él. No quiero que sepa que aún lo extraño y que aún guardo sus recuerdos en mi corazón. —Hija —murmura. —No soy su hija, Sr. Charlie. ¿Qué quiere? —exclamo abruptamente. Mi tono es tan seco que duele, más aún a él. Ángela escapa rápidamente hacia adentro por lo que estamos los dos solos. No voy a entrar en pánico, no lo haré, sostengo. Temo romper en sollozos frente a sus narices. —Buscaba a Edward —susurra con la voz dulce. Un escalofrío duro me recorre la columna. —No está, ahora váyase —escupo entre dientes. Charlie parece muy compuesto, hasta parece que los años no le han pasado por encima. Su bigote está algo cano al igual que su cabello, pero es idéntico a mi padre, el que se largó en su patrulla para no volver jamás. —Bella, no me hagas esto —me suplica. Una lágrima muy gruesa le corre por la mejilla, pero yo no me dejo compadecer, él no lo hizo con nosotras. —¿Que no le haga esto? ¡Es usted un caradura! Fui yo quien vio a mi madre sufrir por años gracias a usted. No le importó nada. Váyase al carajo y váyase de aquí. Me paso las manos por la cara para mantener la compostura, pues mi pecho sube y baja, mi corazón parece a punto de estallar. —Si supieras toda la verdad… Frunzo el ceño de inmediato. —La única verdad es que usted se fue. No le importaron mis súplicas, Sr. Swan, ni siquiera le importaron las de mi madre, la mujer que probaba su café cada mañana para asegurarse que era como a usted le gustaba, la mujer que planchaba sus camisas con la paciencia más superflua del universo, la mujer que día y noche le decía que lo amaba, ¡la mujer que le pidió de rodillas que se quedara, porque para ella no había otro hombre más que usted! —le grito con los puños apretados—. Y agradezca, Sr. Swan, que no lo trato de usted y no como se merece, porque no es más que un hijo de pu… —Calla, Isabella, por favor calla —me interrumpe. Elevo mi barbilla y evito con todas mis fuerzas llorar. Charlie se toca la barbilla con las manos y luego el cabello. Parece desesperado. ¿De qué? —Si tan solo supieras, hija, si tan solo… —¡No! ¡No lo sé! —bramo—. No lo sé, Charlie, porque se largó sin decir nada. —Mi voz baja y se convierte en la nada misma.

—¿Qué sucede aquí? —inquiere Edward con la mirada expectante. Le suplico que lo saque de aquí con un solo gesto y él se acerca a Charlie. —Por favor, Sr. Swan —susurra. Charlie lo mira y asiente, largándose por el mismo lugar en el que entró. Me agacho a recoger lo que no pude cuando se cayó y con los ojos llenos de lágrimas le pido a Edward que me perdone por lo que he hecho. Pero me quita de ahí y me impide que siga agachada. Me toma la cabeza con ambas manos y me pide que lo mire a los ojos. Lo hago y un sollozo muy grueso me recorre la garganta. —Me duele tanto mirarlo —le confieso, desviando mis ojos hacia el suelo. Asiente y me da toquecitos en la barbilla. —Todo está bien, cariño, ya se fue. Suspiro y me acurruco en su pecho. —¿Por qué me busca ahora? ¿Por qué no cuando lo necesitaba? —Shh… —sisea—. No sigas pensando en eso, por favor. —¿Por qué te buscaba a ti? —Me limpio las lágrimas al separarme de él—. Edward. Mira hacia un lado y se incomoda. —Vino hace unas semanas, cuando tú estabas en L.A. Preguntó por ti, necesitaba verte y le pedí que se fuera. No creí que fuese a insistir. Me paso una mano por el rostro. ¿Qué necesita? ¿Por qué ahora? Mi corazón palpita tan fuerte, como si supiera que no es nada bueno. Es tan angustiante. Ángela entra por la puerta trasera y se acerca a mí con la mirada lastimera. —Oh Bella, siento mucho dejarte sola, pero… —Descuida, Ángela, todo está bien. Perdón por romper el trencito, lo pagaré. Edward sonríe débilmente y niega con su cabeza. —No pasa nada, ya te lo dije —murmura mi novio con la voz melosa. Ángela se acomoda las gafas y me mira. —Te traeré un té —me dice. —Gracias. . —¡Dijiste que sí! —exclama Alice, echándose sobre mis brazos. La recibo algo incómoda por su increíble abrazo. Aprieta muy fuerte.

—No pude resistirme —le confieso con una sonrisilla—. Aunque me ha sorprendido. A Edward se le escapa una sonrisilla mientras se acerca a nosotras. —Cuando nos lo contó yo no sabía cómo te lo tomarías, ya sabes… con lo de Tanya. Hasta a mí me ha molestado. Me larga a reír, pero luego Bella endurece el rostro. No confío en Tanya Denali. La sonrisa de Edward desaparece. —Alice —murmura. —Ya, tema saldado. —Con sus dedos en los labios hace la imitación de un zipper. Jasper regresa con el ramo de rosas que tengo para mi madre y Alice se despide apresuradamente de mí. —Salúdame a tu madre —murmura y luego me besa la mejilla. —Claro. Disfruten. Alice le dice algo a Edward cuando ésta se despide, pero finjo que no los veo. Jasper me da una sonrisa y pasa un brazo por mis hombros. —Me gusta que Alice esté feliz. Quiérela mucho —le digo con la voz baja y una sonrisa en mis labios. Jasper asiente. —Lo hago —me contesta con convicción. Los veo alejarse tomados de la mano y yo instintivamente lo hago con Edward. Me besa la mejilla y me gira para proseguir el camino hacia el hospital de Seattle, en donde veré a mi madre antes de su operación definitiva. Saldrá carísima, pero no me importa absolutamente nada, pues lo único que deseo es que se mejore de todo. Alice y Jasper han partido a la ciudad de Seattle para pasear, o bueno, eso nos han dicho. Aprovecharon de venirse con nosotros, separándonos a puertas del hospital. Quedamos de juntarnos a una hora exacta, solo espero que Jasper nos ayude a que mi amiga sea puntual. Entrar al lugar me deprime levemente pero me obligo a no decaer. Desde hace años que no soy muy amistosa con la idea de entrar a un hospital, sobre todo porque casi todo lo malo ocurre aquí… sin contar con los partos. Bufo y aprieto la mano de mi novio, debería relajarme. Los tulipanes naranjos están brillantes en el papel de color, sé que a mamá le encantarán. También puedo sentir su aroma a pesar de lo mucho que me pica la nariz. —¡Hola! —saludo alegremente al entrar. Jane se gira y me sonríe abiertamente, mientras anota un par de cosas en una ficha. Mamá levanta su tronco rápidamente y junta sus manos al vernos a ambos con nuestros dedos entrelazados. Qué linda que está. Mi garganta se ennudece al ver que se ha pintado las uñas. Hace tantos años que no veía sus manos tan bonitas, como cuando era niña y le ayudaba a colorearlas con esmalte rojo pasión.

Saludamos a Jane con un beso en la mejilla, aunque yo aprovecho de darle un gran abrazo. Le agradezco tanto que la acompañe. —¿Cómo estás, hija mía? —me dice mamá, sujetándome la cabeza para besar mi mejilla con muchísima dulzura. Cierro los ojos por un rato y siento su olor. Oh, mamá… —Estoy tan bien, mamá —le contesto al separarme—. ¿Cómo estás tú? —¡Excelente! —exclama—. Entusiasta de poder acabar con todo esto. Le sonrío de oreja a oreja y aprieto mis dedos en torno a los suyos. Han engordado al igual que todo su cuerpo. Aun así le faltan unos kilos, pero Jane dice que cuando salga de alta ella podrá recuperar todo lo que perdió. —Edward, querido, ven a darme un beso —dice mamá, alargando los brazos hacia él. Es adorable cuánto lo quiere. Mi novio le sonríe con serenidad y con una delicadeza muy sublime la rodea. —Estás más guapa de lo normal, Renée —afirma él con un tono galante. Mi madre eleva las cejas y reprime un mohín de orgullo. Es tan hermoso verla así, tan rejuvenecida. Emmett es un genio y Jane una increíble enfermera. ¿Qué sería mi madre sin ellos? —Hoy estoy muy entusiasmada. Le pido internamente a Dios que esté con ella cuando la operen, que todo ocurra como debería ser. Suspiro y reprimo las lágrimas, no sirven de nada, sean de alegría, tristeza o emoción. Mamá necesita que yo esté sólida. —Te quiero tanto, mamá —le digo, sentándome a un lado de su cama. Ella me observa atentamente con sus ojos claros y brillan con increíble belleza. —Mi cielo —susurra, acariciando mi barbilla—, estoy tan feliz de que estés aquí conmigo. —No volveré a irme nunca, mamá, te lo prometo. —Mi garganta se seca y la voz se espesa. Asiente y se limpia bajo los ojos, aunque no llora. Eso lo hace cada vez que aguanta las lágrimas… como cuando llegaba de la escuela y ella sujetaba un cuadro de Charlie entre sus dedos, le preguntaba qué sucedía y ella afirmaba que no ocurría nada. Recuerdo a Charlie y luego veo a mamá, y es como encontrar el punto medio entre dos hemisferios de mi cerebro. ¿Qué puedo pensar, cuando siento que no todo es como mamá lo piensa? ¿Qué puedo decirle, cuando mi padre ha entrado al taller de Edward y me ha implorado con sus ojos que le escuche y le entienda? Porque sí, Charlie Swan me ha mirado de una manera tan intrínseca y necesitada, que no fui capaz de seguir ante sus ojos más de un minuto. ¿Y si se fue por otra cosa? ¿Y si nunca dejó de amar a mamá? Esa idea me da náuseas y de los nervios aprieto los dedos. No sé por qué, pero aquello es aún peor que la idea de que Charlie sí dejó de sentir cosas por ellas, razón por la que se fue. No voy a contarle nada, hacerlo sería un infierno para el paraíso en el que se encuentra. No podría permitirme arruinarle el día.

Edward me da una corta mirada, porque sé que me entiende. No obstante se calla y se mantiene sereno junto a mi madre. —Srta. Swan, su madre entrará a pabellón en una hora. ¿Va a esperar acá hasta que la lleven en la camilla? —me pregunta Jane, más feliz de lo normal. Me pregunto por qué será. —Claro, esperaré aquí —le contesto. Veo que Edward comienza a entablar una conversación fluida con mamá y ella lo escucha con total admiración. Se lleva las manos a la boca para ahogar un grito que jamás sale y luego alarga los brazos para abrazarlo con fuerza. —¡3 cuadros! Este chico es increíble, ¿no, Bella? —me llama mamá. —Claro que sí —afirmo, tocando la baja espalda de mi novio y acomodando mi mejilla en su pecho—. Es increíble —murmuro, mirándolo desde mi posición. Edward me da un pequeño beso en la frente y me roza la nariz con la suya. No me besará en los labios porque le tiene muchísimo respeto a mi madre, aunque sabe que a ella no le molesta, sino al contrario. Cuando nos separamos veo que ella está mirándonos con una sonrisa inmensa. Es inmensamente feliz de vernos juntos cada vez que puede. Recuerdo perfectamente que siempre adoró a Edward, pero en un principio lo veía como el chico que cuida de su hija, su mejor amigo. Luego, cuando cumplí mis 15 años, mamá comenzó a pensar que sería el chico ideal para mí. Cuando me hice novia de Emmett dejó de pensarlo porque McCarty le caía bien también. Al romper con él siguió insistiendo y haciendo comentarios, pero jamás cuando Phill estuviese en casa. No sé por qué a él jamás le agradó la idea de que tuviese novio o que me sintiese atraída a uno, ni siquiera es mi padre, menos un padrastro que supiera suplir todo el abandono que significó Charlie. —Mamá, Edward y yo queremos contarte algo —confieso. Jane sonríe mientras escucha y sigue gestionando la ficha de mamá. —Oh por Dios —murmura, acercándose cuanto puede hacia nosotros. —La sonda, Sra. Swan —le advierte la enfermera con dulzura y algo de apremio. —Lo siento, querida —exclama ella—. ¿Qué quieren contarme? —nos pregunta con ansiedad. Miro a mi novio y él a mí con confidencialidad. —Edward me propuso… bueno… —Le pedí que se viniese a vivir conmigo —termina por mí. Mamá no puede aguantar su mohín de sorpresa. Me largo a reír. —¡Eso es grandioso! —exclama—. ¿Lo oíste, Jane? Jane se larga a reír como yo y asiente. —¡Es increíble! Pero… en mi época casarse era primordial, ¿no, Edward? —dice mamá con el entrecejo fruncido.

Me pongo incómoda y carraspeo. —¡Mamá! Por favor —la regaño. Miro a Edward muy apenada, pero él me queda mirando un largo rato, como si estuviera pensando. Luego sonríe como si no hubiera ocurrido nada. —Espero que no le preocupe que me haya robado a su hija, Sra. Swan —dice él cambiando ligeramente el rumbo de la conversación. —Claro que no, Edward, sabes que para mí eres el hombre ideal para mi hija. Trago y me despego un poco de ellos para que hablen, caminando un poco hacia el bolso que he traído para mi mamá. Me dispongo a ordenar los pijamas que he traído para ella y siento la presencia de Jane detrás de mí. —Felicidades, Srta. Swan. Le sonrío. —Gracias, Jane. ¿Has visto a Alec? Se sonroja de manera increíble. —Me… me ha venido a buscar la mañana de ayer, pero me ha sido difícil, pues su madre no puede estar sola. Suspiro. —Jane, tienes permitido salir, no puedes estar en estas cuatro paredes todo el día. Además hay otras enfermeras. Se muerde el labio inferior. —¿No le molestaría? —¡Claro que no! —exclamo, tomando sus manos entre las mías—. Alec es un buen chico, aprovecha y ve con él. —Lo llamaré hoy —me cuenta con entusiasmo—. Muchísimas gracias, Srta. Swan, buscaré a Cynthia. . Emmett entra a la habitación y cuando me ve me regala una sonrisa amistosa. Edward lo nota y deja de hablar con mamá. Mi ex novio me saluda con un beso en la mejilla y luego va hacia mi madre, haciéndolo también. Cuando topa con Edward, el ambiente se torna muy tenso, por lo que me acerco cuanto puedo a ellos, porsiacaso. —Buenas tardes, Edward. —Buenas tardes, Emmett. Ninguno dice algo durante unos cuantos segundos. Voy a interferir, pero mi novio le tiende la mano al médico. —Gracias por curarme la herida, sin ti quizá me hubiese desangrado. Sé que lo hiciste por ella, pero es un noble gesto ante todo lo que hemos pasado.

Emmett sostiene los dedos de Edward con fuerza y le sonríe amablemente. —La vocación es ciega, no podía decir que no —susurra él—. Me alegra que estés mejor. Mamá me mira pidiéndome explicaciones, pero yo no sé qué decirle. —Y me alegra mucho verlos juntos, de verdad —añade—. Y usted, Sra. Swan, vengo a darle la noticia —Emmett cambia rápidamente de tema—: está lista para irse a la otra sala. Espero que no se encuentre nerviosa. —Estoy ansiosa —masculla. Jane le quita las mangueras y llama a algunos paramédicos para que la muevan. Ella sigue escribiendo algunas cosas en la ficha de mi madre e indica hacia dónde debe ir. Yo los sigo junto a Edward, mientras Emmett se adelanta hacia la sala en donde se supone se preparará. Tengo un nudo en el estómago, y si no fuera por Edward yo ya estaría estallando de los nervios. Es la operación definitiva de mamá, en donde se compromete su vida, su futuro y su salud. Solo espero que todo esté bien, lo único que pido es que mamá vuelva a casa. A mamá la instalan en una sala preoperatoria y yo le cambio la ropa. Jane se mueve hacia muchos lugares, asegurándose que todo se encuentre bien. Edward ha querido esperarme afuera, así que solo estoy con mamá en la fría sala, tan blanca e indeseable, con focos tan fuerte sobre nuestras cabezas que apenas puedo mirar. —¿Estás lista? —le pregunto entre caricias sobre su cabello. Me sonríe y asiente. Es tan valiente. —Prométeme que lucharás y ayudarás a todos ellos a combatir contra el cáncer. ¿Vale? Tengo los ojos llenos de lágrimas y apenas puedo mirarla. —Todo saldrá bien, hija, te prometo que volveré a casa lo más pronto posible. Mi barbilla se mueve porque estoy aguantando el llanto, así que beso su frente para que no se note tanto. —Está todo listo, Sra. Swan, vamos a la sala —le dice Jane, quien está muy serena—. Puede esperar afuera, el Dr. McCarty le tendrá noticias en cuanto sea posible. Asiento y me despido una vez más de ella. Lo último que veo es su rostro sonriente, yéndose hacia la sala, en donde esperan muchas personas vestidas de verde. Suspiro y permito que Jane pase su brazo por mis hombros. —Su madre saldrá de esta, Srta. Swan, no tema. Sus palabras me hacen tranquilizar y asiento. Cuando atravieso la puerta veo a Edward de espaldas, mirando hacia el Space Needle. Le toco la espalda baja y él se gira a mirarme. Tiene los ojos brillantes y parece tan nostálgico. —¿Qué sucede, cariño? —me atrevo a preguntar. —Créeme que también ansío que tu madre se recupere —murmura—. Me fue inevitable recordar a mi mamá.

Lo abrazo con fuerza y él me recibe con los suyos. —Me hubiese gustado tanto conocerla —le comento—. Era muy hermosa, ¿verdad? Se larga a reír, pero luego calla. —Lo era —me contesta—. ¿Mi padre la habrá amado realmente? Digo… No puedo evitar pensar en que tu madre y mi padre… bueno… No lo sé. Asiento y le acaricio el rostro. —No dudes jamás de eso, Edward, todo eso de las cartas no nos dice nada realmente. —Bella, encontré las que faltan —me dice de pronto. —¿Dónde? —inquiero. Se debate entre decírmelo y no. —En unas cajas —responde—. Tu madre me permitió verlas cuando le pedí unas fotografías de ti. —¿Las leíste? —Claro que no —murmura—, eso no me compete a mí, sino a ti. Le pido que me abrace muy fuerte y él lo hace, aferrándose a mis brazos con total apremio. —No hay nada que temer, ya verás que todos estos secretos no son tan terribles. —Me sorprende mi optimismo en esto, es algo muy nuevo en mí. Lanza una pequeña risa y yo me separo para verlo. Parece más tranquilo. . Son demasiadas las horas sin noticias de mi mamá, me doy una y otra vuelta en la sala de espera, miro el reloj que pende de la pared. Y nada. Alice está a un lado de Edward y Jasper parece tan sereno como una planta, leyendo lo que parece ser un catálogo de coches. Jane se ha paseado un par de veces por aquí para decirme que esté tranquila, pero no le insisto en nada, ya que ella no está dentro de la cirugía. Nunca me he sentido más feliz de ver a Emmett, quien se acerca con su ropaje verde. Parece cansado y no es para menos, pues ya han pasado 5 horas. —Bueno, Bella —dice él. Los demás se acercan a mí para escuchar—, la operación ha finalizado y hemos indagado en tu madre. No hay riesgos, el cáncer ha disminuido y su organismo parece estar en paz al fin. Una gran bocanada de aire se adentra en mis pulmones, lo que se asemeja mucho al respirar luego de estar horas bajo el agua. Luego, como si aquel oxígeno que ha traspasado por mi cuerpo quisiera liberarse, me encaramo en Edward y le digo entre risas que mamá está bien, que podré llevarla a su nueva casa. —Tranquila, tranquila —susurra Emmett con una media sonrisa—. Tómate esto con calma, no quiero tomarme riesgos y decir que está todo en perfecto estado. Pero tu madre está bien.

Asiento con los ojos llenos de lágrimas y le agradezco mucho por todo. —Es mi trabajo —me responde con serenidad. . Sacan a mamá en una camilla llena de tubos, pero la imagen es tan fea que apenas puedo tranquilizarme. Está dormida y lo más probable es que no despierte hasta dentro de 3 horas. Los paramédicos la mueven hasta la sala postoperatoria para que cuando se normalice su situación la lleven a su sala de siempre. La enfermera Jane me deja a solas a mí y a Edward, mientras que Alice y Jasper deciden reservar un lugar para comer los cuatro, ya que ha pasado muchísimo tiempo y es hora de cenar. Pero no tengo hambre, por lo menos no hasta el momento, pues mi único pensamiento es que mi madre tiene que estar bien. —Estaré afuera, cariño —me susurra Edward a milímetros de mi oreja. —No, quédate —le pido, tomando su mano. Percibo su sonrisa y me besa la cabeza durante unos segundos. —Es necesario que estés a solas con ella —insiste—, lo necesitas. Asiento y lo siento salir, pero no lo veo ya que estoy de espaldas a la puerta. La cama de mamá está apegada a la ventana y ella reposa con el cuerpo casi inmóvil. Su pecho sube y baja de manera constante, el monitor de la izquierda corrobora que ella está en calma. Me acerco a ella y la quedo mirando, preguntándome qué estará soñando en este momento. Tomo su mano entre mis dedos y noto que está fría. —Eres una mujer muy valiente, mamá, a pesar de todo, luchas sin dejar de sonreír. Si tan solo supieras lo mucho que te extrañé todos estos años, si tan solo supieras que no fue mi intención dejarte aquí. Quisiera poder remediar todo el daño que te hice, ahora estás pagando todo en esta cama. —Mi voz se torna tan gruesa e indescifrable, que apenas me oigo. Trago el nudo y beso el dorso de su mano—. Yo fui cobarde, mamá, porque nunca me atreví a venir contigo, solo me quedé ahí con la idea de que tú no querías verme. Fui tonta, inconsciente, escuché a Carmen y no dudé de ella, pero dudé de ti, porque ¿recuerdas?, antes de marcharme me dijiste que siempre me esperarías con los brazos abiertos. Y tú, madre, me esperaste por tanto tiempo. Te amo tanto, mamá, tanto que no podría soportar la idea de que te fueras de mi lado. Solo aférrate a mí y lucha contra este maldito cáncer. Por favor. Beso su frente y me separo con el rostro lleno de lágrimas. Salgo de la sala con el estómago anudado, pero más tranquila, porque confío en ella y en su fortaleza. . A lo largo de los días, mamá va mejorando progresivamente. Era increíble verla con su rostro más limpio y con color, riendo sin parar y sin sentir dolor o cansancio. Emmett me estuvo comentando cómo sería su pronóstico cada vez que iba a visitarla y me afirmó que, de seguir así en cinco días más, mamá se vendría conmigo en una semana. Estoy feliz, porque al fin podré quererla como se lo merece. Jane me confesó que ella debería tomar algunos medicamentos, muchos y caros, pero eso a mí no me importa, porque tengo dinero de sobra para ella. Alec me ha contado que debo ir a Los Ángeles para la promoción de mi película en dos meses y medio, lo que me genera mayor tiempo para planteárselo a Edward. Solo espero que no se sienta

agobiado. Aparte de eso he ido a la casa de Rosalie ya que no he sabido nada ella en casi dos meses. Emmett está angustiado, pero no le he querido preguntar la razón a eso, sobre todo porque no me compete y me siento ligeramente culpable de ello. Pero nadie abrió la puerta y estuve mucho tiempo detrás de la puerta. Supuse que ella debía estar en otro lugar junto a su hija, porque ¿en dónde más podría estar? Me pongo la bata sobre el cuerpo y abro la puerta de la que ahora es mi habitación. Está calentito y es por la chimenea que encendió Edward. Ya es de noche y, como siempre, llueve a cantaros en las afueras de Forks. Mi novio parece haberse ido al abismo del silencio, lo que significa que debe estar en su mundo, inmerso en la pintura. La puerta del estudio está medio abierta, lo que quiere decir que puedo entrar. De pronto siento una ligera brisa penetrar entre mis piernas, lo que significa que debe tener una ventana abierta para dejar ir el olor del aguarrás. Cuando penetro la habitación puedo ver su espalda frente a la ventana y un tocadiscos que libera la música de A Time For Us de Nino Rota, la canción de Romeo y Julieta. Es tan triste que me eleva los vellos de los brazos. —¿Molesto? —inquiero con la voz baja. Gira su cabeza, encontrándose con mis ojos. Luego me sonríe y deposita el pincel sobre agua destilada. Está semidesnudo, como siempre que está en su mundo, solo con un pantalón rasgado. Es tan guapo que me quita la respiración. —Claro que no —me responde con la mirada divertida—. Vives conmigo, puedes entrar cuando quieras —ronronea mientras se acerca a mí. Me rodea con sus fuertes brazos y yo me siento muy pequeña. —Es que siempre estás tan concentrado —suspiro—, es un pecado interrumpirte cada vez que necesito darte un beso. Solo uno —digo con la voz dulce. Su sonrisa se hace visible. —¿Venías a por ello? —inquiere. Asiento con aires inocentes. Sus ojos se oscurecen lentamente, pasando del dorado al negro. Es increíble. Noto su rostro acercarse al mío y, evitando besarme, roza sus labios con los míos. No puedo evitar cerrar mis ojos de golpe, dispuesta únicamente a sentirlo. Mis manos se apoyan en su torso y delineo su piel con mis dedos, mientras que Edward aferra los suyos en mis caderas. Sus labios trazan un camino muy lánguido hasta mi barbilla y yo comienzo a temblar. —¿Estás segura que solo venías a eso? —inquiere con la respiración pesada y a milímetros de mi boca entreabierta, a la espera de que me bese. Voy a contestarle, pero su mano se despega de mi cadera derecha y la lleva hasta mi muslo, subiéndolo acompasadamente hasta mi trasero. Levanta ligeramente la tela de la bata y no encuentra más que mi desnudez. Hace un recorrido por la parte baja de mi espalda y me atrae aún más hacia él, por lo que choco contra su pecho. Con su otra mano me quita la tira de la bata y ésta se cae al suelo, dejándome completamente desnuda para él. Edward me recorre con sus

ojos y, a pesar de lo mucho que me ruborizo, me mantengo serena porque es el único capaz de hacerme sentir de esta manera. Me separo lentamente de él y camino hasta las pinturas de colores. Veo de reojo la increíble que está haciendo: una espalda femenina con el trasero desnudo y una única sábana cubriéndole la parte trasera de los muslos. Lo que lo hace llamativo y tan propio de Edward es que la sábana se va convirtiendo lentamente en unas serpientes albinas. Me impresiona el brillo y lo rápido que se ha secado, lo que me dice que obviamente no es óleo, sino una pintura mucho más liviana. Además el aguarrás está cerrado y solo hay un poco de agua destilada para quitarle los pigmentos al pincel. Me siento sobre el escritorio y, con la pintura entre los dedos, invito a Edward para que se acerque. Cuando lo hace, tan cargado de placer en sus ojos, mirándome como si fuese el único ser existente en este vil mundo, le ofrezco el color azul, su favorito. —Píntame —murmuro. Me queda mirando un rato a mí y luego al frasquito de pintura azul. De pronto lo toma y antes de proseguir, se acerca para rozar otra vez sus labios con los míos. —Te haré mi obra de arte. —Soy toda tuya. En vez de pintarme con un pincel, lo hace con los dedos. Su índice recorre mi clavícula y va trazando alguna forma que no veo, porque estoy pendiente de su mirada sobre mí. Soy incapaz de despegar mis ojos de su rostro porque no encuentro una razón necesaria para hacerlo, pues verlo me enamora más y más. Cuando acaba con mi clavícula, Edward va alternando los colores en mi pecho, utilizando el verde, el violeta, el amarillo y el anaranjado. Su dedo delinea el canal de mis senos, lo que me quita más de un suspiro, pero no para porque sigue trazando dibujos en mi piel, ahora depositando su arte alrededor de mis pezones. Noto que su respiración va haciéndose pesada, de manera que muchas veces deja de concentrarse porque no puede evitar mirarme a los ojos. —Sigue así —murmuro con la voz grave. Pone una de sus manos en mi nuca y me da un beso lento, mordiendo suavemente mi labio inferior. Yo enredo mis brazos en su cuello, atrapada en sus redes. Al rato se separa y su nariz roza la mía, como también nuestros labios y la respiración que sale frenética. Se separa para seguir pintándome con seriedad, el ceño medio fruncido y los labios hinchados. Utiliza un color rojo en mi vientre, bajando lentamente. Traza dibujos en mis costados, en mi cintura y en mis caderas, transitando de manera desesperante hasta mi monte, en donde se detiene. Gruño y él me sonríe levemente. Junto mis piernas de golpe, abatida. —Edward… —susurro con el corazón golpeando duramente en mi pecho. —Shh —sisea y luego me da un corto beso en la barbilla. Abro las piernas lentamente y sus dedos me acarician las pantorrillas, aunado a sus dibujos. Su camino va hacia mis piernas y yo comienzo a temblar porque lo necesito ahora, pero no parece estar dispuesto a dejar a medias su trabajo en mi piel. Prosigue en mi muslo hasta acabar en mi ingle. Un gemido escapa de mi boca.

Tiro de su cinturón para que se acerque a mí, tomo su rostro entre mis manos y lo beso como me gusta, de manera feroz y hambrienta. Él no se aleja, pues tira de mis labios con sus dientes. Con mis piernas aprisiono sus caderas y le pido que por favor me haga el amor. Edward lo entiende y me levanta del escritorio para luego seguir besándome hasta llevarme a la sala, en donde esperan las llamas en la chimenea, iluminando únicamente el lugar con su destello. . El sonido de un clic me llama la atención; me remuevo, que se calle. Vuelve a sonar el clic, pero más fuerte. Con mis dedos logro tocar algo peludo entre mis dedos y me remuevo ligeramente. Abro mis ojos y lo único que veo es el fuego ardiente de la chimenea, a su punto y tan calentito que podría ir desnuda por el lugar sin sentir frío. Esperen… Sí estoy desnuda, lo único que me tapa es una manta, pero me cubre solo la mitad del trasero hacia abajo, con una pierna doblada y hacia afuera. ¿Dónde estoy?, es lo primero que pienso. No me bastan ni dos segundos para darme cuenta de que es la alfombra de Edward. Estoy en la sala. Casi de inmediato lo veo frente a mí, dibujando concentradamente en su croquera. Está usando solo ropa interior y se apoya la espalda con las patas del sofá. Su cabello está más desordenado que de costumbre y, casi de inmediato, me mira. Sonríe y sus ojos se iluminan. Es imposible no devolverle la sonrisa. Pero nadie dice algo, nos limitamos a quedarnos callados. Edward prosigue con su lápiz hasta que me doy cuenta de que me está dibujando a mí, desnuda en medio de su sala luego de hacer el amor. Me miro fugazmente el cuerpo y noto los dibujos que me ha hecho. ¡Es una galaxia! O más bien un universo. ¿Cómo ha podido hacer semejante belleza en tan poco tiempo? Hasta le costaba concentrarse. Quiero entender su metáfora, porque sí, Edward es una metáfora hecha hombre. Quizá me quiere decir algo con su dibujo. —Tan serio —murmuro. Su ceño se relaja y deja a un lado la croquera y el lápiz negro. Se pasa la mano por el cabello y camina hasta a mí. Lo adelanto y me levanto de la alfombra, toda desnuda y sin importarme mucho eso. Me echo sobre sus brazos y lo obligo a caminar hasta el sofá, él debajo de mí. Lo bueno es que alcancé a tomar la manta. —Me gusta cuando estás serio, Tony —le digo, mientras siento que me tapa con la manta—. Te ves mucho más guapo. Me sonríe y me acaricia el rostro con sus dedos. —Qué irónico, tú me pareces mucho más hermosa cuando ríes —susurra. Me largo a reír y me acuesto sobre su pecho. —Me encanta estar así contigo —le confieso—. Soy muy feliz contigo, Edward. Mis palabras le generan un brillo muy lindo en sus dorados ojos. —Yo también soy muy feliz contigo, Bella. —Y me has pintado muy bien, por cierto —le digo en tono juguetón. Se despega un poco de mí para poder ver mi vientre pintado. En ella se plasma una estrella muy grande y de muchos colores. Es extraña, porque no parece ni el sol ni nada por el estilo.

—Te hice mi universo, Bella —me dice, mirándome a los ojos. Mis entrañas se remueven, siento mariposas queriendo devorarme—, porque eres mi universo. Esta estrella es la Estrella Madre —apunta a mi vientre—, de ella nacen todas las demás y las cuida hasta que tienen suficiente luz para brillar por sí solas. Algunas mueren y la Estrella Madre es incapaz de dejarlas ir, aprisionándolas contra ella hasta que todas acaban brillando juntas, a pesar de que las muertas solo reflejan su propio brillo. Miro el resto de mi cuerpo y sí, las demás estrellas están expulsadas brillando por sí mismas, pero alrededor de la Estrella Madre hay una sola estrellita que ella no ha podido dejar ir. Me llevo una mano a la boca y evito ponerme a llorar, pero de pronto comprendo su metáfora y todo lo que significa. Dios mío, no quiero llorar. —Edward… —mascullo con la garganta apretada. —Eres brillante, cariño, serías capaz de darle vida a todo lo que ya no —me dice suavemente—. Un verdadero universo. Cada vez soy incapaz de explicar lo increíble que es. Estoy segura que muy pocos artistas lograrían penetrar la belleza de esta manera, de hacer al mundo su propio arte, de hacer a la mujer que ama su propia adoración. Estoy tan enamorada de él. De pronto no sé qué decirle. Me he quedado sin palabras. Me quedo pensando en la explicación de su pintura, hasta que en mi cabeza se genera una idea que de primer momento me parece muy adorable: ¿podríamos tener otra vez nuestra propia estrellita sin miedo a perderla de nuevo? Sacudo la cabeza y sonrío. No debo pensar en eso por ahora. —Eres increíble, realmente lo eres —le digo acariciando su cabello—, podría escucharte y mirarte toda mi vida. ¿Es eso demasiado? Me sonríe. —Claro que no —murmura, para luego besarme la frente. Nos quedamos callados un momento, pero por alguna razón yo no quiero callarme, sino hablar con él. —¿Con qué me has pintado? Creo que el óleo no sale fácilmente de la piel. Ups. Se larga a reír y por alguna razón creo que lo que dije no tiene sentido. —¿Creías que iba a pintarte con cualquier cosa? —me pregunta. Me sonrojo y me uno a sus risas. —Fue lo primero que encontré encima, suponía que tu talento era con el óleo. Estaba entusiasmada porque lo hicieras, así es que no pensé en las consecuencias de la pintura. —Es acrílico —me comenta. Yo nunca lo había escuchado—. Es a base de agua, con un baño

lleno de jabón saldrá fácilmente. De haber sido óleo jamás te habría pintado, sería un pecado arruinar tu piel. —Su dedo índice me recorre la cintura, provocándome un escalofrío. —Nunca lo había escuchado. —Es muy nuevo. Los encontré en una tienda de Seattle y me han llamado lo atención. Son brillantes y coloridos, pero no tan buenos como el óleo. Ahora les acabo de encontrar una utilidad muy buena —me dice divertido. Estoy segura que se refiere a pintarme. No tengo idea de qué hora es, pero no parece ser muy de noche ni muy de día. Miro a la ventana, solo logro notar el cielo medio azulado de la madrugada y el viento que remece los árboles ahí afuera. No se oye nada más que nuestras respiraciones y el mismísimo fuego en la chimenea. Edward me tiene sujeta entre sus brazos y yo estoy acostada sobre su pecho, cómoda y desnuda con su contacto, aunque ha procurado taparme hasta el pecho con la manta. De cualquier manera, es su calor lo que me hace sentir más cómoda, como si sus abrazos siempre hubieran sido mi hogar. —¿Estabas dibujándome? —Así es —susurra con un beso en mi cabeza. —Y desnuda —profiero—. Esa es una violación a mi imagen, Sr. Cullen. —Era tentadora la imagen, Srta. Swan, me disculpo por ello. Hago un camino con mis dedos en su pecho hasta llegar su barbilla y labios. Lo miro y él a mí. —Tengo algo para ti —murmura, pero un gesto en su rostro me dice que no está seguro de dármelo. ¿Qué será? —. Quédate aquí, volveré en un segundo. Cuando él se va hacia la habitación yo aprovecho de enredar la manta en mi cuerpo, como si fuese un vestido sin tirantes. A los pocos minutos Edward regresa con una hoja muy maltratada, quizá porque estuvo arrugada y abandonada mucho tiempo hasta que él decidió sacarla de su escondite. —¿Qué es eso? —le pregunto. Suspira y sé que es difícil para él, pero me la entrega con cuidado. La miro y es su letra, aunque muy cargada contra la hoja, como si estuviese enojado o preocupado al momento de escribir. —Yo la escribí exactamente hace cinco años —murmura. Miro la fecha del escrito, 13 de enero de 1975. Reconozco el contexto de mi vida en aquella fiesta, fue cuando estaba siendo famosa y salía en muchísimas partes y, además, era mi cumpleaños. —Edward —murmuro. —Léelo, por favor. Por instinto aprieto la manta contra mi pecho, mientras me dispongo a leer lo que sea que Edward me ha entregado. "13 de Enero de 1975

Azul Cuando la hora cansada se apodera de mí, le evoco. Miro los diversos cuadros a mi alrededor, solo me encuentro con su mirada; incierta y cargada de melancolía. El ruego silencioso en sus ojos invade las paredes de mi cuarto. Ella vive en mis lienzos. Mis manos van trayéndole de vuelta. Cada trazo por la tela es una caricia que deseo darle, cada color que representa su ser, es la intensidad del amor que se funde a mis huesos. Le he arrancado del recuerdo, quisiera poder hacerlo también de dónde sea que esté. Acaricio la pintura, pronuncio su nombre como un bello secreto, como si temiese quedar en descubierto. Por un instante me siento bendecido con su presencia, le siento cerca. Puedo sentir su piel debajo de mí. Deviene la brisa del lago, la sombra del sauce creando diversas figuras sobre su cuerpo. Le siento frágil, etérea, como nadie más le ve, como nadie más le verá. Su recuerdo me dulcifica, me inspira. Y le anhelo, Dios sabe cuánto le anhelo… La tristeza cala hondo, su rostro ausente me aniquila. No estaré junto a ella, hoy es su día… Sin embargo jamás he podido darle algo, o tal vez sí. Sé que no es suficiente, mas le he dado un espacio en mi corazón para que habite, ah, todo de mí. ¡Y ni siquiera esto bastaría! ¿Pero qué otra cosa podría otorgarle? Solo mi amor. Si pudiera regalarle algo más sería una hora al amanecer, cuando el cielo se tiñe de azul e inmortaliza al amor. Bajo el firmamento de la hora azul, aquella donde los artistas crean y hacen eternas a sus musas, idealizarla y amarla. Supongo que lo hago de igual manera retratándola a estas horas. Desconoce que le he comprado todos los amaneceres, donde ha quedado y espera para siempre mi amor por ella. El amor que se resume en un solo nombre; Isabella." Cuando acabo mis pulmones se deshacen, no tengo aire, no percibo mi vida, mi corazón se despedaza. La vida vuelve para mí cuando siento que una gota cae sobre la hoja y esa gota es una de mis lágrimas. Aprieto mis labios y no soy capaz de mirarlo a los ojos, simplemente no puedo. De pronto me siento desesperada, porque todo eso lo sintió sin poder tocarme, amándome con tanta intensidad y sin ser capaz de besarme ni de decirme qué sentía por mí. Nuestro último adiós había sido solo una mirada irrevocablemente malentendida. Lo sé, todo eso lo sé porque lo sentí, porque creí que nunca más iba a volver a verlo, porque no hay forma de explicar la sensación de amar y no poder tocarlo, de no poder sentir su calor. Ah, Edward. Se me escapa un sollozo muy bajito, pero eso es suficiente para que me sienta muy tonta. —Necesitaba entregártelo —me dice él. Asiento y aprieto el papel contra mi pecho. —Bella, tranquila. Se acerca a mí y me da un abrazo. —Mi amor, perdóname —profiero con la garganta ennudecida—, perdóname por todo lo que te he hecho sentir.

—No tengo nada que perdonarte, Bella, yo… —Me has hecho tu arte todas tus noches, mientras te pensaba en aquellas horas mirando el dibujo que me regalaste antes de partir. De igual manera estábamos conectados. —No quería hacerte llorar, Bella, solo necesitaba entregarte una parte de mí. Me limpia el rostro con sus pulgares mientras lo miro a los ojos. —Acepto tu regalo —susurro—, quiero todos los amaneceres contigo. Sus ojos se tornan acuosos y temo que se ponga a llorar como yo lo he hecho, pero no lo hace, solo pestañea y me da un beso en los labios. —Cuando el cielo se tiñe de azul e inmortaliza el amor —masculla contra mis labios. Lo tomo de la mano y con la manta en el cuerpo lo encamino hasta afuera, en donde efectivamente se efectuará el amanecer. Caminamos hasta la piedra alta que hay en el otro extremo del lago y vemos cómo en medio de las montañas algo asomará muy pronto. —Quiero que sepas que te amo, Edward, y que lo hago desde que soy una niña. Tu escrito me ha… me ha partido el corazón —tartamudeo—. Solo ámame y nunca dejes de abrazarme, por cada día que estuve separada de ti, por cada trazo que inmortalizaste en los lienzos. Sus labios me recorren el cuello, la clavícula y el hombro. Para justo en mi brazo derecho y me sostiene, apretándome muy fuerte. Cierro los ojos un momento, porque su aroma y su roce me fascinan. —No dejaré de hacerlo nunca, porque te amo desde que traspasaste la puerta del salón, porque siempre has sido la razón de mi inspiración. Mi hermosa Bella, el dulce amor de mi vida. En ese momento el sol va naciendo poco a poco, iluminando los árboles, las plantas y la cabaña que está a unos cuantos metros. Es precioso. Miro a Edward y sus ojos se han vuelto tan dorados como el sol. Lo beso y vuelvo a abrazarme a él, porque sí, es mi hogar. . . . Cuelgo el teléfono y no soy capaz de evitar un gritito de emoción. —¡Mamá estará lista para mañana! —exclamo. Edward sale corriendo de la habitación con la corbata a medio anudar y me acompaña en mi emoción, tomándome entre sus brazos para luego darme unas cuantas vueltas en el aire. —Lo ha conseguido —me dice—, al fin lo ha conseguido. —Dios, podremos mostrarle su nueva casa. ¡Es increíble! Solo espero que se ponga muy feliz con la decoración. —Claro que lo hará, necesitaba salir de todo eso. Le ayudo con la corbata mientras él intenta distraerme a punta de besos esporádicos. Yo solo río

y me dejo querer. —Te queda muy bien el vestido —apunta. Llevo un vestido color ciruela de manga corta y escote en v, un poco corto y ajustado a mi cintura. La tela es suave y cae muy bien. Solo espero que en la exposición de Edward no se me queden mirando a mí. —Gracias —respondo. La famosa Tanya Denali llamó a Edward el día de ayer, advirtiéndolo de la exposición de arte de Seattle. Por supuesto que apoyé a Edward a ir a ella, conozco muy bien sus deseos. El único requisito era presentar sus obras llamativas, pero no las mejores, ahí estarían presentes algunos hombres y mujeres muy famosos, hasta iría la televisión, muchos críticos y sabiondos, sumándole a una cantidad razonable de artistas que estarían presentando su arte, todos ansiados de poder y dispuestos a hacer lo que sea por la atención de todos. Veo que Edward está tranquilo, o al menos eso intenta demostrarme. Quizá hasta yo estoy más nerviosa que él. . Conduce de manera rápida, pero no veloz ni peligrosa. En Seattle no llueve y ha salido un sol algo cálido para lo habitual, aunque la brisa sigue siendo muy fresca. El evento parte a eso de las 5 pm, pero vamos atrasados. Alec debe esperar en la puerta con dos gorilas dispuestos a defender a Edward si es que llegasen a atacarlo, pero nadie va a verlos porque trabajan a escondidas. Además soy una figura pública. El Museo de Seattle es gigante, recuerdo muy poco de él. La parte principal está llena de flores y el césped está muy bien cuidado. Hay pancartas por todos lados de la exposición de los once artistas nuevos, entre ellos Edward. La fachada del Museo es de piedra y reina el color gris, los diseños en el techo son tan interesantes que me quedo durante harto rato mirándolos. —Vamos, cariño —me susurra Edward, sosteniéndome la mano con sus dedos. Uau. Es gigante. Como una cúpula de roca. La gente no es escasa, lo que me impresiona, es más, está atiborrado. Las pinturas ya están aquí, por lo que Edward solo debe posicionarse frente a su lugar y esperar a que la gente llegue y le pregunte cuál ha sido su técnica, qué lo inspiró, etc. Aún me preguntó qué presentará. Nos llevan hacia una sala de alfombra muy roja y paredes de color marfil, con cortinas de terciopelo en lo alto del techo, seguramente tapando los cuadros impresionantes de todos los artistas que logro divisar de lejos. Es un espacio muy grande y la gente que aguarda se ve muy elegante, incluso mucho más que yo. El espacio es ligeramente iluminado, pues solo hay velas en lo alto. El aroma del lugar es semejante al de la vainilla y a pino. En unas mesas hay bandejas llenas de champagne y algunos bocadillos, todos dispuestos para los presentes. Es un evento sencillo, pero no menos importante para nadie, pues veo cómo muchos críticos aguardan, a la espera de que quiten los velos de los cuadros para observarlos. Además de ellos también está la prensa, pero de periódicos, seguramente del The Seattle Times. Me pregunto cuándo habrá una exposición solo de Edward, en donde él decida la temática de sus obras y la gente lo alabe como siempre debió ser. Otro hombre, cano y snob, se nos adelanta y saluda amablemente a Edward. A mí me mira dos

segundos y no se lo cree. —Sr. Cullen, Tanya Denali me ha hablado mucho de usted —afirma con una voz y un acento ridículamente perfectos—. Se me ha olvidado por completo presentarme, soy Sir Smith, un aficionado de toda esta maravilla. Edward sonríe un poco incómodo y le da la mano que le ha tendido. —Ah, y cómo olvidar las alabanzas que me ha hecho Mr. Van Houten sobre su trabajo. Créame que ambos se han encargado de darlo a conocer, espero que no nos desilusione. —Se larga a reír débilmente, como si temiera hacerlo muy fuerte. —Hace una pausa y se me queda mirando otra vez—. A propósito, creo que a usted la conozco. Por supuesto que me conoce, es cosa de mirarlo a los ojos. Le doy una ligera sonrisa, porque a pesar de todo me siento muy incómoda. —Isabella Swan —murmuro. —Un gusto. Cuando se va nos encaminamos hacia algún lugar más apartado, la verdad es que yo quiero darle un abrazo a Edward antes de que siga saludando y hablando con los demás artistas. Él no está acostumbrado a lidiar con muchas personas a la vez. Pero cuando voy a hacerlo, una mujer llama a Edward desde la lejanía hasta encaminarse hacia nosotros. La rubia mujer está impecable con su vestido blanco y sus tacones del mismo color, además de que acentúa su color de ojos y de labios, tan rojos como la sangre. Le planta un beso en la mejilla y a mí también, pero menos efusivo. —Esto es grandioso, me he encargado de hablarle a todo el mundo de ti, ahora nadie te recordará como el novio de una celebridad —se larga a reír. Me siento pésimo. Evito mirarla por un rato y me dedico a contar el número de velitas. ¿Edward seguirá haciendo todo esto por él y no por mí? De ser la primera opción me angustio tanto que se me seca la boca. —Cariño, estoy segura que tendrás la atención de todos los presentes. ¡Hasta Sir Smith te ha ido a dar la bienvenida! Es grandioso. Cariño… —Es un lugar un poco incómodo —afirma él, lo que me llama la atención. —¿Estás bien? —le pregunto en un susurro. Asiente y me da un beso en la frente. Le acaricio la espalda baja para que sepa que estoy con él y voy a apoyarlo, no importa lo que suceda. Tanya se va a hablar con unos cuantas personas que no conozcan, pero maldigo a cada una que se me queda mirando. Al parecer nadie puede creer que yo esté aquí. Mr. Van Houten es mucho más amable, él me saluda con una dulzura muy poco común, más aún porque tengo entendido que sabe muchísimo. Quizá solo estoy acostumbrada a pensar que todos los expertos son arrogantes, acostumbrada de todos esos directores que me usaron.

—Tienes una novia muy linda —afirma con respeto—. Así que el famoso enamorado eres tú, ¿eh? —Se ríe. Me ruborizo y también me río. —Creo que nadie se lo podrá creer —dice. —Eres un verdadero genio. —Se dirige a mí—. Se ha enamorado con su talento, a que sí —me dice. —Sí —afirmo—, es un hombre increíble. Solo espero que todos entiendan qué quiere trasmitir en sus pinturas. Mr. Van Houten me mira otra vez con dulzura y con algo más en sus ojos: me entiende. Sí, sabe muy bien que Edward no es cualquier pintor, sino un creador de metáforas ocultas en muchos colores, un creador de metáforas y de historias con solo trazar dibujos, sí. Nos entendemos. Y de pronto me tranquilizo, porque sé que él no permitirá que un puñado de tontos admire su trabajo sin conocerlo, pues hará lo posible por llevarlo hacia donde se merece, al mismo lugar de todos los genios. Los artistas comienzan a darse a conocer, la mayoría acompañados de sus agentes y cazatalentos, muy pocos en pareja o con familia, muy solitarios además. Me siento un poco extraña al captar tanta atención de los demás, pero sé que solo será por un momento, porque es la novedad. Hay una mujer entre las exponentes, una de pelo aleonado y rojo. No tengo idea de cómo se llama, pero me parece interesante la forma en la que se viste, hasta puedo adivinar que es una mujer excéntrica y amante de los colores. También hay uno de cabello algo largo y rubio, usa una ropa no muy digna de un evento como este. Le suman otros pocos que, a simple vista, provienen de buen pasar económico. Veo que Tanya Denali camina hasta la entrada en donde saluda a una mujer de cabello largo y recto, tan rubio que parece blanco. Su vientre es muy redondeado y lo sujeta con cariño. Se dan un par de besos en las mejillas, lo que denota lo bien que se llevan. Diría que son amigas, pero su parecido es notorio. Son hermanas. Pero algo me llama muchísimo la atención y es que la hermana de Tanya tiene de la mano a un hombre moreno, estatura media e inconfundible sonrisa. Jacob Black. —¿Quién es ella? —le pregunto a Edward. —Ella es Irina, la hermana de Tanya, seguramente ha venido a… ¿Qué hace Jacob con ella? De todas las posibilidades, jamás habría imaginado a Jacob de la mano de la hermana de Tanya. Veo que se acercan a nosotros, él sin quitar la sonrisa de la cara. Irina se ve muy seria y su piel parece dura como un témpano de hielo. De pronto sonríe también, borrando las facciones duras de su hermoso rostro. —Es un gusto volver a verte, Edward Cullen —dice ella, alargando la mano hacia mi novio. Él la sostiene, pero con recelo hacia Jacob—. Y tú eres Isabella Swan, ¿no? —me dice a mí. —Mucho gusto, Irina. Hola, Jake. Jacob ensancha su sonrisa y me da un abrazo. Luego lo hace con Edward, quien parece otra vez receloso de la situación.

—¿Se conocen? —preguntan Tanya e Irina a la vez. Aunque Irina no parece tan asombrada. —Oh sí —afirma Jacob—. La he encontrado un par de veces, ya sabes, cuando bailé en Nueva York. Irina parece esforzarse a recordar y luego sonríe. —Qué pequeño es el mundo —afirma—. ¿No es así, hermana? —Así lo noto —nos dice—. Les pido que nos acompañen por aquí, el pianista comenzará a tocar. Les encantará. El pianista es un hombre muy serio que sin duda ama la música. Toca con los ojos cerrados, mientras todos escuchan o conversan con una copa en la mano. Muchos vienen a saludar a Edward y por supuesto a mí, como si yo realmente no perteneciera aquí. Un hombre anuncia que se develarán las pinturas y que el artista debe estar frente a cada una de sus obras. Yo me separo de mi novio y me coloco a un lado de Jacob, pues es quien me hace sentir menos extraña. La exposición es sorprendente, pues cada uno tiene su temática. La chica efectivamente ha utilizado muchísimos colores, creando líneas hasta formar flores diversas. No puedo mentir, tiene muchísimo talento. El hombre de cabello algo largo y rubio ha manejado con cuidado su estilo, un tanto rústico para mi gusto. Ha pintado con algo que no conozco, porque es todo de diferentes tonalidades de café no muy parecidas al óleo ni nada parecido. Cada una de sus obras —cinco para ser exactos— contaban algo, como una historia; muy oscuras y carentes de alegría. Los otros también eran interesantes, como aquel que utilizó pigmentos reales de flores y plasmó un océano de colores con ellos. O el hombre que hacía pop art con fluorescentes. Pero Edward proyecta algo tan… mágico. Mis ojos viajan hacia su lugar e instintivamente camino hacia él. Tiene exactamente cinco cuadros de mediano tamaño, todos coloridos pero no en exceso. Es realismo, como a él siempre le ha gustado. El primero es de una mujer desnuda apoyada contra un vidrio lleno de vapor, como si esperara a algo o a alguien. También hay uno de una mujer llena de flores mirando hacia el frente. Es su madre. Pero si me fijo bien ella no está cubierta de flores, sino que nace de ellas, de la tierra. La gente balbucea algunas cosas al toparse de lleno con el cuadro del lado izquierdo, en donde se ve claramente a una nena de cuatro años medio llorando y con la ropa hecha jirones, mirando tristemente a una pareja enamorada. De inmediato reconozco que esa es la representación de sus pensamientos respecto a lo que ambos hemos sido capaces de observar en el orfanato. El penúltimo cuadro es la mujer que estaba pintando en el estudio, aquella envuelta en sábanas convertidas lentamente en serpientes albinas. Es tan grandioso, tan diferente. Es muy real, pero se mezcla bastante algo fantasioso o imaginativo. Sé que no es surrealismo, pero ¿cómo se llama su movimiento? A Edward siempre le gustó Van Gogh, pero de él se inspira nada más al describir su vida en diferentes cuadros, no en su técnica. El último, y no menos importante, es un tronco de mujer llena de notas musicales. La figura comienza con sus pechos y acaba directamente en el monte. Una mano acaricia su vientre ligeramente plano, ha de ser de ella, y no lo sé, pero puedo entender el sentimiento: amor puro. Lo entiendo de inmediato y es mi favorito. La gente está sorprendida, los críticos intentan no abrir tanto los ojos, y es que Edward es el único que ha sido capaz de plasmar emociones al máximo con su pincel, siendo su sensibilidad la principal razón de ello.

Está nervioso, pues mueve constantemente sus dedos detrás de su espalda. Lo conozco muy bien. —Tiene mucho talento —manifiesta Jacob a mi lado. Lo miro de reojo y sonrío. —Le costó muchos años darse cuenta de ello. —Ya lo veo. Está nervioso, ¿o es mi idea? —Lo está. ¿Por qué no me dijiste que estabas casado? Y para más remate con la hermana de Tanya Denali, la mujer que planea trabajar con Edward. Se queda callado un momento, lo que realmente no entiendo. ¿Por qué siento que me oculta algo? La verdad es que no tendría por qué dudarlo, ya que para mí es un extraño que casualmente encuentro cada vez que puedo. Una idea muy grave se me cruza por la cabeza, lo que me hace entrar en pánico; ¿y si él trabaja para Louis? ¿O para James? Quizá incentivó a su cuñada para que se acercara a Edward por órdenes de alguno de ellos. Me giro para observarlo y algo en sus ojos me hace desechar ligeramente la idea. ¿Por qué simplemente no puedo creer que él esté en esos pasos? —La verdad es que no sabía que el famoso artista del que tanto alardeaba Tanya fuese Edward, ella jamás me dijo su nombre porque él es muy reticente a darse a conocer, como si le temiera al rechazo. Me muerdo el labio inferior porque es cierto, Edward le teme mucho al fracaso, ya que la pintura para él es su alma viva. Y también es cierto que cabía la posibilidad de que no supiera que era precisamente mi novio. —Lo supe hace algunos días, cuando nos invitó a este evento —murmura. Miro hacia ambos lados en busca de su esposa, pero ella está entusiasmadísima mirando los cuadros de Edward. —¿Ella sabe que llevas una pistola? —inquiero. Aún recuerdo que él llevaba una muy parecida a la de mi padre aquella vez que Phill se acercó a mi madre. No imagino que su esposa quisiese una cerca cuando va a dar a luz en un corto tiempo. Se pone un poco tenso y mira al suelo. —La verdad es que no —susurra—, pero, desde la última vez que intentaron robar a mi padre en La Push, llevo una. —Oh, debió ser un momento muy horrible para querer llevar una adonde sea —le digo con sinceridad—. Pero deberías tener cuidado, tu esposa dará a luz muy pronto. Su sonrisa aparece y un hoyuelo bastante notorio se forma en sus mejillas. —Aún le quedan tres meses y medio —me cuenta y sus ojos brillan—. A veces no sé cómo saldrá, quizá mitad rubio y mitad moreno —se larga a reír y yo lo sigo. Es divertido, pues su esposa es una rubia bastante llamativa, y él un hombre muy moreno, un

quileute. —Bueno, te felicito, tienes una linda familia. —Y tú un novio muy talentoso. De eso no hay duda. . Edward es acosado por cada uno de los críticos y los asistentes, la mayoría ricos o familias que van pasando por aquí. Él explica que ha usado óleo y acrílico, sobre todo en los últimos, y uno de los hombres exclama que Diego Rivera estaría orgulloso de él al verlo utilizar tantos colores de manera brillante. Una mujer le explica a su amiga rica que no sabe cómo Edward puede utilizar las influencias culturales de tantos lugares hasta hacerlos una sola pintura, quizá refiriéndose a la propia influencia de Van Gogh y la forma de expresión de algunos artistas mexicanos al que ha sido referido. Una sensación muy linda se agolpa en mi pecho, una sensación de regocijo. Lo veo feliz, puedo leer sus ojos y sí, lo está. —Me perdí la parte inaugural por el maldito tráfico, Jasper manejas muy lento —exclama Alice, entrando al lugar con su voz característica. —Tú estabas entusiasmada en maquillarte y no te diste cuenta del tiempo —insiste el rubio primo de Edward. —¡Ash! —bufa—. ¡Bella! Se encarama en mi cuello y me besa la mejilla, luego Jasper también pero con menos efusividad. —Dile a mi novio que las chicas necesitan arreglarse para salir bonitas —profiere, poniéndose las manos en las caderas. Reprimo una risilla. —Cariño, tú eres hermosa y no necesitas pasar horas en el tocador —le dice Jasper con una sonrisa dulce. Alice deja ir un suspiro y se abraza a él con los ojos brillantes. Esta vez sí me río. —¿Ha venido Carlisle? —le pregunto a Jasper y él niega con su cabeza. Me siento muy mal, porque pienso que quizá soy la culpable de que ambos no se lleven bien. Edward defendiéndome porque su padre me odia y para evitarse el mal momento entonces prefiere no asistir al evento que, hasta el momento, podría definir el futuro de su hijo. Miro a Alice y a Jasper, y ambos bajan la mirada porque entienden muy bien la situación. —No puedo obligar a mi tío a venir, él es el único que debería solucionar sus trancas —me dice el rubio con mucha seriedad. La prensa se ha dedicado a sacar muchísimas fotografías y hasta la televisión ha llegado. Veo a Alec en la lejanía del museo, justo en la ventana, lo que me da tranquilidad pues los Gorilas están cerca. Edward está demasiado ocupado con las personas que están constantemente preguntándole cómo elaboró todo, así que yo espero pacientemente junto a Alice, mientras

ambas miramos los demás cuadros. Cuando estamos de frente a la mujer de cabello rojo y aleonado, se nos queda mirando de muy mala manera pero no le hacemos caso. A Alice se le ocurre preguntarle de qué se trata su cuadro lleno de colores y la respuesta es más horrible de lo que creí. —¿Y ustedes qué van a saber? Son actrices de cine y las actrices de cine tienen la cabeza hueca. Qué idiota. Miro los cuadros de mi novio por décima vez y sonrío cada vez que leo lo que intenta decir. Me fascinan. Tanya se queda a mi lado y también mira, como si estuviese satisfecha de su trabajo. Me pregunto cuál es. —Son hermosos, ¿verdad? Yo sabía que Edward lo lograría, la gente está encantada con todos los lienzos. ¡Valdrán mucho! —me comenta. Como si yo no lo supiera. —Yo también sabía que lo lograría… hace 14 años, específicamente —profiero con altivez. Tanya me ignora o simplemente no lo entiende. —¿Has notado la expresión de Edward en este cuadro? —inquiere, apuntando hacia el de la mujer con sábanas transformadas en serpientes blancas. No sé por qué la víbora más grande me recuerda a ella. Sí, he notado completamente la expresión de Edward en el cuadro, lo sé porque en ese preciso momento nosotros íbamos a hacer el amor e incluso me pintó, pienso para mis adentros. —Sí, es muy bonito, siempre hace ese tipo de creaciones. —¡No son solo creaciones! Es un movimiento realista maravilloso que lo va cambiando a hiperrealismo. Si ves la técnica podrías notar que él se inspiró plenamente en Latinoamérica y que además utilizó la fuente inspirativa en los holandeses… Pero da igual, no creo que me entiendas. —Se pone a reír con delicadeza, como si su chiste fuese perfectamente compartible conmigo. Pero me ofendo. Y mucho. —¿Qué has dicho? —profiero con sequedad. Tanya me queda mirando inocentemente, moviendo sus largas pestañas y haciendo una expresión de sorpresa con sus labios pintados de rojo. —Solo no creo que lo entiendas, Isabella, este tipo de arte es muy complejo y… —Edward es mi novio y lo entiendo perfectamente, Tanya —exclamo. Sus ojos se agrandan hasta que puedo ver muy bien su hermoso iris azul. —Yo solo… —No soy tonta, conozco a Edward mejor que tú y siempre lo he apoyado, como también conozco la mayoría de sus influencias porque lo amo desde que soy una niña. ¡Y no necesito conocer los

movimientos ni las técnicas para entenderlo! Mi voz va aumentando de volumen hasta que me doy cuenta de lo enojada que estoy con ella. Me pone celosa su proximidad y los frenesís que tiene en ocasiones, como si ella hubiese impulsado a Edward todos estos años. Y sí, a veces pienso que fue mi culpa que él no se haya atrevido a hacerlo en los diez años que yo me largué de Forks, pero ella no lo conoce, no lo ama ni lo protege. Su visión es la fama, la mía es que Edward sea feliz haciendo lo que adora y es parte de él. —Hey, Isabella, no te pongas así… Me doy media vuelta y me encuentro con unos cuantos ojos mirándome, muchos de ellos son de los ridículos ricos que dicen saber tanto de arte. Y sí, soy una simple actriz que no tiene idea del realismo mágico e hiperrealismo. Me vienen unas intensas ganas de gritarles. Pero les ignoro y sigo caminando, topando de frente con Edward. Me sostiene de los hombros y me queda mirando, pero estoy tan triste, enojada e incómoda, que no soy capaz de mirarlo yo también. —No te había visto por ningún lado, ¿en dónde estabas? —me pregunta. —Por ahí. —¿Por ahí? ¿Bella ocurre algo? Niego e intento sonreírle. —Bella —insiste—, ¿es porque no estuve a tu lado durante todo este rato? —Esta vez lo miro a los ojos y veo que se siente culpable. —Claro que no —le digo—, tú necesitas estar con las personas, estás exponiendo. Solo creo que estoy un poco fuera de lugar, ya sabes, soy una actriz de medios y no sé mucho de esto. Al menos estoy aquí contigo, ¿no? Solo espero que la gente no se lleve una impresión particular de ti porque sales con esta hollywoodense —divago algo nerviosa. No quiero reconocerlo, pero lo de Tanya me dejó muy triste. Es la primera vez que me doy cuenta de la diferencia entre ambos, de lo inteligente que es él y de la mancha que ocupa mi prontuario en mi vida. Edward frunce el ceño y mira a su alrededor. Yo me atrevo a hacerlo y muchos lo hacen de reojo, la mayoría notando que soy la acompañante del artista que más han ovacionado en la exposición. —No eres actriz de medios, eres mi novia, la única persona que confió en mí durante toda mi vida y me acompaña hoy para verme seguir mis sueños —murmura, llevando una mano a mi mentón—. Y te amo —añade. Se acerca a mí y me besa frente a todos. Cuando sus labios conectan con mayor necesidad en los míos, parte de toda mi incomodidad se echa a volar porque él siempre me hace sentir mejor. Claro que sí, soy su novia y desde pequeños le insistí en que debía seguir ese camino, el de la pintura. Tanya nunca conocerá el lado más hermoso de Edward, ni ninguno de los que me han mirado en menos. Solo él sería capaz de juzgarme… solo él. —Gracias por estar aquí —me dice con cariño. —No podría no estar, aunque estuviésemos separados iría a verte exponer —le comento. La idea resulta dolorosa, como nunca, pero mantendría la promesa para siempre de verlo en cada

exposición. Frunce el ceño de inmediato y ladea ligeramente la cabeza. —Pero yo no quiero separarme de ti. Nunca —enfatiza. De pronto su rostro entra en un pánico que nunca había visto, como si yo fuese a dejarlo en este preciso momento. —Yo tampoco quiero hacerlo, Edward —le digo poniendo mis manos en su rostro. Se relaja notoriamente y pone sus labios en mi hombro mientras le acaricio el cabello de su nuca con mis dedos. —Solo quiero que sepas que pase lo que pase nunca te dejaré de apoyar —murmuro. Quizá, muy dentro de mí, aún teme que Edward se asuste de todo lo que representan mis cicatrices, incluso lo que yo aún no conozco de mi familia. Sé que Carlisle es más importante para mi madre, más que un simple amigo. Sé que aún no le he contado toda la verdad a Edward, pero es que no soy capaz aún, me horroriza su reacción. —La única manera en que me puedes apoyar es estando a mi lado, solo eso bastaría. Suspiro y cierro mis ojos, aun proveyéndole mis caricias. —Has pintado tan maravillosamente, toda la gente acabará amándote —le digo para cambiar de tema. Lo siento sonreír contra mi piel y se yergue para pasarme su dedo índice por mi nariz. Eso me hace sonreír aún más. —Solo me interesa que tú lo hagas —profiere. Me largo a reír. —¿No te parece increíble todo esto? —Sí, es increíble, al parecer, todos tenían razón, a la gente parece gustarle lo que hago. —Es porque tienes talento. —Me hubiera gustado que mamá estuviese aquí —susurra, nostálgico. Me entristece de sobremanera que la añore tanto, sobre todo desde que mi madre se haya visto tan necesitada de mí estos últimos días. Esa tristeza jamás se irá de su corazón, haberla perdido tan pequeño solo hizo que el dolor se haya quedado muy intrínseco en su pecho. Carlisle también siente ese dolor, sus ojos están tan entristecidos que es imposible no darse cuenta de lo mucho que caló la muerte de Esme Cullen para ellos dos. Edward siempre me comentó que no sabían hacer nada, ni siquiera había música en casa, a él nadie le hacía arrumacos, nadie lo esperaba en los actos del día de la madre en la escuela, nadie le decía te amo constantemente como lo hace una madre. Cualquiera podría decir que mi cobrizo habría terminado como una roca, un hombre lleno de resentimiento y frío, sin necesidad de querer, pero no, Edward tuvo la suerte de que su tía le ayudó muchísimo y mi madre, que constantemente lo abrazaba cuando él me iba a ver a mi casa, cuando Phill no estaba. Y Jessica, que luego de los años hizo que Carlisle lograba sobreponerse, alimentándolo y dándole vida a su hogar.

Jessica… ¿Qué será de ella en este momento? Es increíble que ya no la vea, de eso ha pasado tanto tiempo. No puedo sentir rencor, menos odio hacia ella, amó a Edward cuando nadie más lo hacía y eso, a pesar de todo, debo agradecérselo. Lo único que espero es que ya no lo siga amando, sé muy bien que amar sin poder gritarlo es la angustia más terrible que tu corazón puede soportar, tanto como el miedo a perder a quienes amas. Peor aún es que ames sin que esa persona te corresponda, y no estoy segura si eso será parte de mi experiencia. —De algún lugar te estará mirando, no pienses que ella no está aquí porque sí lo está. Intenta sonreír, pero le apena y muchísimo. Solo puedo enredar mis brazos en su cintura y apegarme a él. —Uy, par de tortolos, ¡son el blanco de miradas! —exclama Alice, irrumpiendo en nuestra burbuja. —Alice —le regaña en voz baja el siempre disimulado Jasper. Nosotros nos ponemos a reír y nos separamos. Edward les da un abrazo muy fuerte a ambos, de paso diciéndoles lo mucho que aprecia su compañía en un día como este. De reojo noto que mi cobrizo busca a alguien más, pero no lo encuentra, entonces traga y se obliga a sonreír otra vez. Ha notado que su padre no ha sido capaz de venir. Se me aprieta el corazón de tristeza, sin embargo lo único que soy capaz de hacer es permitirle sentir. —Uff, estas personas son tan snobs —exclama Alice con un mohín de desagrado. —La verdad es que sí, sobre todo porque el creador de este evento es un snob número 1. Créanme que no todos son así —les dice Edward. —Mr. Van Houten es muy agradable —les comento—, es el hombre que ayudó a Edward a entrar a este evento. Le ha caído del cielo. —Primo, gracias al cielo que has podido hacer esto, de verdad, eres muy talentoso —profiere Jasper con orgullo. La prensa se nos acerca para preguntarnos un par de cosas a nosotros, en especial a las más famosas. Estoy un poco incómoda, pues preguntan cosas sin mucho sentido. Miro el micrófono y noto el logo del programa. Ah… Son de la prensa rosa, esa que se interesa más por la vida de otros que por el arte de nuestro alrededor. —¿Estás con tu novio, Bella? —me preguntan. Miro instintivamente a un Edward algo asombrado, vestido con su hermoso traje elegante y una camisa negra debajo de la chaqueta del mismo color. Es tan guapo y tan talentoso que no soy capaz de decir que no, estoy tan orgullosa de él que es imposible no querer gritarlo. —Sí, estoy con mi novio —les digo—, es uno de los pintores que ha venido a la exposición. De improviso creo que podría haber metido la pata, así que observo a Edward otra vez y él con tranquilidad sonríe, como si se hubiese llenado de valentía de un momento a otro. Me toma de la mano y me besa los nudillos, no sin antes poner sus ojos en mí. El periodista parece entusiasmado hasta la médula por tener la primicia, pero eso no me importa mucho porque estoy feliz de que mi novio parezca tranquilo con lo que soy, así como también yo adoro lo que es él.

—¿Es aquel del que todos están hablando por aquí? —nos pregunta con alegría. Edward rompe a reír y yo también lo hago. —Pues sí —les dice Edward. Uau. —Edward, ¿podrías contarnos qué estás presentando hoy? Él se separa un poco de mí, pero de inmediato vuelve a tomarme la mano. Conduce a la cámara, al camarógrafo y a mí hasta sus creaciones, todas protegidas por una cinta que impide acercarse a menos de 10 centímetros. Ahí comienza a explicarles cada una de sus metáforas, demostrando un temple muy curioso en él, como también un carisma increíblemente atrayente, como nunca. Edward podría atraer a la multitud con una sola oración; su voz es deliciosa. . . . Iremos a buscar a mamá en tres días más, pero mientras tenemos que terminar de empacar todo para ordenarlo en la nueva casa. Tengo que terminar de sacar las cosas de mi habitación y la de mi madre, botar lo que nos recuerde a algo que no nos guste y terminar por sembrar esta maldita casa llena de malos sucesos. Lo que me pagarán por el arriendo se lo daré mes a mes a mi madre, así podrá comprarse lo que más le gusta, sumado a lo que yo le brindaré cada vez que pueda. A pesar de que James robó parte de mi riqueza, lo que queda aún es más de lo que podría necesitar para toda mi vida, además la nueva película saldrá muy pronto y ganaré mucho más. Alec interpuso una medida cautelar de mi parte en contra de James. Si vuelve a intentar robar mi dinero lo denunciaré sin miedo. Edward se sienta a un lado de mi cama y la queda mirando con nostalgia. Yo desde el otro extremo de la habitación lo miro un poco nostálgica también. Es increíble que él pasara en mi habitación tanto tiempo, hasta ahora, que está hecho todo un hombre. —¿Sabes? Aún recuerdo al chiquillo que dibujaba flores en mi pared diciéndome "te quiero" —le digo, dando pasos hacia él. Levanta la mirada hasta posarla en mí, y sonríe. —Ese chiquillo tan tonto —murmura—. Cuánto miedo le tenía a la hermosa Isabella —añade, tomando mi muñeca para hacerme sentar en sus muslos. —¿Miedo? —me río—. Ese chiquillo no era tonto, la chiquilla Isabella era tonta —le digo—. No poder darle un beso cada vez que lo ansiaba, aquí entre las cuatro paredes de su pequeña habitación… —Acerco mi nariz a la suya y cierro los ojos un momento—. Sí que era tonta. Acaba dándome un corto beso en los labios. —Tantos años —susurro. —Tantos momentos.

—Aún no soy consciente siquiera de todo lo que guardo aquí. Busco debajo de la cama todas las cajas que tengo, completamente llenas de polvo. Edward me ayuda a tirarlas hasta el otro extremo y las limpia rápidamente. Al revisarlas me detengo en un par de cartas que me envió Edward una vez que fui con mamá a Phoenix y Phill, las cuales guardo en mi bolso. No podría botarlas. También encuentro algunas joyas de mi abuela, fotografías mías de cuando era un bebé, fotografías de mamá cuando era muy joven y la medallita de plata que me regaló ella cuando tenía dos meses y medio de embarazo. Se supone que iba a ser para mi hijo cuando naciera, creo que la había ocupado cuando pequeña, para protegerme de todo lo adverso. Me la engancho en mi suéter de lana color crema y me aguanto la tristeza que me ha embargado súbitamente. No voy a dársela a Edward, no creo que sea lo correcto, pues el tema le afecta demasiado y él está muy feliz hoy. Termino de sacar todo lo que hay en mi habitación y luego lo hago con la de mi madre, encontrándome de improviso con la caja de mis revistas, en donde él encontró las cartas. Me la pienso muy bien y la guardo. La casa acaba vacía y de pronto se me forma un duro hoyo en mi pecho. No sé por qué de pronto siento muchísimo pesar. Edward me da la mano y me queda mirando. —No es fácil a pesar de todo, ¿no es así? —me dice suavemente. Niego y paso mi mano por las paredes llenas de flores, todas hechas por Edward. Siento que me sigue. —Te pintaré muchísimas en casa, ya lo verás —murmura dulcemente. Escuchar que nombra su casa como nuestra me hace sonreír a pesar de todo. —¿Harías eso por mí? —le pregunto, dándome la vuelta para mirarlo. Sonríe. —Eso y mucho más. Tantos recuerdos, tanto dolor, tanta emoción y tanto llanto. Todo eso está aquí, en casa. Es impresionante que en mi corazón aguarden tantas emociones distintas. Edward sale para dejar algunas cosas de Alice en casa de Jasper, que queda a unos 5 minutos en coche. Mientras yo aparto las últimas cosas en las cajas al mismo tiempo que me paseo por el lugar ya vacío, cantando algunas melodías de Marilyn Monroe. Cierran la puerta detrás de mí y yo sonrío sin girarme a mirar. —¿Qué se te ha quedado, cariño? —inquiero—. ¿O es que has ido demasiado rápido? No consigo respuesta. Frunzo el ceño y me giro a comprobar que él está aquí. Pero no, no hay nadie. Trago y me obligo a seguir haciendo lo mío, sin preocuparme por el hecho de que he escuchado perfectamente cómo se cerraba la puerta principal. Alguien respira en mi oreja, puedo sentir su calor en mi espalda. Un escalofrío me pasa por la columna vertebral y mis miembros se paralizan. No es Edward, no es su calor ni su aroma. Mi Edward no huele a whisky ni a puros. Abro la boca y de ella no sale nada, ningún grito.

—Hola, mi precioso manjar —susurra con la voz grave y rasposa. Es James. Un final intenso para dar inicio a la recta final. Uff, y a pesar de eso quedan muchos secretos. Agradezco a todas las que esperan pacientes por un capítulo más, no sé cómo agradecerles la fidelidad que tienen muchas de mis lectoras. La universidad demanda mucho tiempo y qué daría yo por escribir muchísimo y darles los capítulos rápidamente, pero el tiempo se agota muy rápido :( Solo resta decirles que este fanfic lo acabo como debe ser. Gracias a todas por leer, y como siempre GRACIAS por los reviews! Un beso Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Capítulo XXXVII . Isabella POV Siento el apuro de gritar y salir corriendo, pero algo me dice que no debo hacerlo. Resisto el impulso de darme la vuelta. —Ha sonado muy bien la palabra cariño con tu voz. ¿A quién esperabas? —me pregunta. Intento pasar el nudo de mi garganta, pero es prácticamente imposible. —¿Te han comido la lengua los ratones? ¿Eh? —inquiere con suavidad. Se acerca a mí para correrme el cabello y pasarlo por mi cuello. Es increíble la diferencia entre su tacto y el de Edward. Estoy tiritando, apenas y puedo controlar el miedo súbito que me ha embargado. De pronto ansío que Edward llegue, que encuentre a James y lo saque de mi vista, porque simplemente no puedo mirarlo, me asquea, me repugna. Mis ojos se llenan de lágrimas con los súbitos recuerdos de aquella vez en el cuarto de hotel. Me gira de golpe hasta hacerme tambalear. Hago contacto con sus ojos azules e instintivamente me voy alejando de él, topando con rapidez en la pared contigua. Me siento indefensa e incapaz de reaccionar, lo único que atino a hacer es proteger mi cuerpo de sus garras, porque no quiero que intente tocarme otra vez, ni que vuelva a tirar de mi ropa para que me desnude frente a él,

¡no! No podría, simplemente ni siquiera lo aguantaría. —James, aléjate —le advierto con la voz temblorosa. Mis ojos dejan caer las lágrimas que almaceno torpemente, topando con mis labios. Mi barbilla tirita y mis manos se apegan a mi cuerpo como si estuviese petrificada. Su sonrisa se hace visible y se ladea, demasiado divertido con mi reacción. Es un animal. —¿No quieres que te toque, Bella? —inquiere con falso pesar—. ¿Por qué? Si hace unos meses me dejabas hacerlo. —¡Hace diez meses! —le grito—. La última vez… la última vez casi… No puedo siquiera decir en voz alta que casi me viola. Se larga a reír con fuerza, haciéndome sentir una basura. Luego su rostro deja de sonreír, tornándose muy oscuro y serio. —¿Quién te crees que eres para impedirme hacerlo? —Se va acercando a mí a medida que habla, con tal lentitud que de a poco voy desesperándome. Necesito salir de aquí, necesito que alguien me ayude—. Me debes todo lo que tienes. —¿Todo? —exclamo con el rostro bañado en lágrimas. A pesar de eso me río—. ¿Todo? —vuelvo a preguntar, esta vez no puedo creer su desfachatez—. ¡Me hiciste vender mi cuerpo incluso cuando no era una prostituta! —Era necesario para entrar al mundo que tanto amas, ese que implorabas para salir de ese burdel de mierda, ¿no es así? —Se acaba acercando a mi en una proximidad no mayor de los cinco centímetros. Me pone las manos en las caderas y me atrae contra él. Su aroma me asquea a tal punto que me retuerzo cuanto puedo de su contacto. —No era el mundo que amaba, ¡no lo era! —le grito—. Mi pasión era el teatro y me infundiste la tonta idea del cine, ¡de este mundo que no me deja en paz! Todo tan vacío y estúpido que solo tardaron en acostarse conmigo para aceptarme en un papel de mierda. ¡NO ME TOQUES! —gruño, arañando su cuello. Lanza un grito, pero ni siquiera soy capaz de salir corriendo, porque es tan rápido que no tarda en poner mis muñecas contra la pared, apretándome con tanta fuerza que dejo escapar un grito. —Yo no te obligué a hacerlo —gruñe. Niego, porque tiene razón. —Pero era la única forma de salir del burdel —murmuro con los dientes apretados—. Te atreviste a robar mi dinero durante todos estos años, ¡todos estos años me quitaste el sudor de mi frente, mis esfuerzos y mis lágrimas! Se larga a reír. —Así que ya lo sabes —susurra divertido. Luego frunce el ceño—. Me has delatado con la policía. —No te escaparas ahora, voy a demandarte y estarás en la cárcel toda tu vida… Me estampa su puño en el rostro, haciéndome ladear la cara hacia la derecha. Siento el ardor en la comisura de mis labios y cómo fluye un hilillo de algo caliente; sangre.

—Nos perteneces, Isabella, nadie sale del burdel, nadie —me dice al oído—. ¿Tu novio te ha contado de la paliza que le dimos? Creo que le encantó mi regalo. A propósito, ¿aún usas tus bragas blancas? Un balde de agua fría me cruza la médula, un miedo tan entero como hace tiempo no sentía. "Nos perteneces". —Ahora eres toda una mujer, ruda, ¿eh? Ahora que tienes a alguien que soporta todo tu pasado. ¿Qué diría él si supiera que su novia no es más que un juguete para todos nosotros? —Se pone a reír fuertemente—. ¡Te dejaría! Claro que sí. —Me toma la barbilla y la aprieta fuertemente con sus dedos—. No dudaría en decirte adiós, Bella, ¿sabes por qué? Porque no eres más que una zorra, el juguete de todos los que han pasado entre tus piernas. Estás sucia, completamente sucia… Le pateo el pene con todas mis fuerzas y él se aleja rápidamente de mí. Con toda desesperación corro hacia el segundo piso, pues ahí está el teléfono y podría llamar a la policía. Tropiezo un par de veces, ya que el miedo y las lágrimas agrupadas en mis ojos me son incapaces de equilibrar mi cuerpo. Topo con el aparato y lo tomo, pero su mano me aprieta el tobillo, haciéndome caer bruscamente de bruces contra el suelo. —¿Qué intentabas hacer? —me grita—. ¿Llamar a la policía? Me da la vuelta y tira de mí, levantándome con brusquedad y luego lanzarme a mi cama. —James, por favor, no me hagas esto —suplico con desesperación—. Te doy mi dinero, todo el que quieras, pero por favor no lo hagas —sollozo. —No necesito tu dinero, no ahora —me dice, poniéndose sobre mí y apretándome las carnes del muslo. Edward, por favor, te necesito, pienso desesperada, ¡Edward! —¡Edward! —vocifero, como si eso fuese a traerlo aquí—. No me hagas esto, James —sollozo—, la última vez… —La última vez solo aumentó mis ganas de hacerlo. Edward no aparece, debió quedarse conversando con Jasper, no volverá dentro de mucho. James lo hará, hará trizas mi dignidad, todo lo que he logrado construir. —¡Edward! —vuelvo a gritar, hasta que mi garganta se apaga. —¡Cállate! —me regaña, poniéndome una mano sobre los labios. Me abre la blusa con un solo tirón, mientras con la otra me agarra firmemente las manos. Me siento asquerosa y lo único que hago es llorar. Cierro los ojos con fuerza, pensando en él, en Edward, y en cuanto lo ansío. Alguien tira de James, quitándolo de mi cuerpo, luego lo golpean en la cabeza con un palo. James está tirado en el suelo, inconsciente. Me levanta con suavidad pero con rapidez y entre lágrimas veo sus ojos dorados con una preocupación tan grande que solo me decido a abrazarlo. —Estoy aquí —me susurra al oído, y luego me besa la mejilla. —Edward —solo logro pronunciar. Su calor me hace sentir tan protegida, aún más su abrazo y su

beso. Me inspecciona, encontrándose con mi blusa medio abierta, luciendo mi sujetador. Su gesto se endurece y me intenta abotonar torpemente la ropa. Pongo mis manos en su rostro y lo acaricio, porque es mi ángel y me ha protegido. Sin embargo no puedo dejar de llorar. —Te ha golpeado —susurra con la voz cargada de ira. Me pasa el dedo por el golpe y yo siseo de dolor—. Bella, yo… lo siento tanto. —Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no las derrama—. Ha intentado… Otra vez… Esta vez miro hacia el lado, tan avergonzada que soy incapaz de solventar la idea. —No estuve para ti —murmura culpable. Niego y me amarro a su cuello, sollozando con todas mis fuerzas. —No es tu culpa —gimo. Escucho un gruñido detrás de Edward y de inmediato le aviso que está despierto. Pero mi cobrizo logra darse la vuelta y pone su cuerpo frente al mío, protegiéndome. Lo golpea y lo tira hacia el pasillo, mientras le grito que tenga cuidado. Lanza a James hacia las escaleras y éste se cae rodando, medio aturdido. Corro escalones abajo y los encuentro golpeándose, aunque James ya parece abatido. —¡Nunca más permitiré que le hagas daño! —exclama Edward, tomándolo desde las solapas de la chaqueta—. Ni un dedo encima, hijo de puta, ¡ni uno! O te juro que las pagarás. —¡Edward! —grito al ver que James saca un cuchillo de su chaqueta. Dios mío. Mi cobrizo lo suelta y camina hacia atrás, topando conmigo. —¡Corre! —me suplica. —¡No! No te dejaré aquí. —Bella… —murmura con las cejas arqueadas. Niego. —James, por favor, guarda eso —le digo con la voz temblorosa. Bañado en sangre sonríe, dispuesto a hacerlo sin lugar a dudas. Edward pone un brazo a mi alcance y yo me aprieto a él. Está protegiéndome otra vez. Pero James quiere clavar la filuda lámina en mi novio, tomándolo del cuello con su antebrazo. Lanzo un grito de pánico, poniendo mis manos automáticamente a mis labios. Edward intenta quitarse a James de encima para que no siga apretándole el cuello, pero le es muy difícil. —¿Esto es lo que querías? —me pregunta con voz amenazadora. Irrumpen en la casa pateando la puerta y de inmediato entra Jacob, apuntándolo con su arma. James se separa lentamente y sigue las órdenes del moreno, dejando suavemente el cuchillo en el suelo, con lo cual Jacob lo patea hasta alejarlo. Otras personas entran a la casa, entre ellas mi propio padre y unos policías.

—FBI, no se mueva —le dice Jacob con seriedad. Edward me envuelve con sus brazos y me besa la cabeza, aunque ambos estamos consternados con lo que estamos viendo. Una pregunta me cruza con demasiada rapidez: ¿quién es Jacob Black y qué hace con Charlie Swan? FBI… Creí que Charlie era… policía. Dios mío. Es por eso que siempre anda de colores oscuros, es por eso que Jacob siempre lleva una pistola, la misma de mi padre… Dios… Charlie no es policía, por lo menos no desde hace muchos años. Mi propio padre es un agente del FBI que, junto a Jacob Black, nos han salvado la vida. —Dios… —susurra Edward con perplejidad, aun sosteniendo mi cuerpo con su brazo. Cierro los ojos y beso el pecho de mi novio, envolviendo yo esta vez mis brazos en su cintura. Estoy temblando todavía, ligeramente consciente de todo lo que ha sucedido y de lo que no podemos procesar. Mi corazón está tan estrujado que aún no puedo respirar. —Bella —me llama mi novio, sosteniendo mi rostro con sus manos. Mi cabeza da giros y giros, me tambaleo, incapaz de sostenerme en pie. El aire finalmente llega cuando cierro un poco los ojos. —Creí que iba a hacerte daño —le digo con la voz baja. Me desespero de solo pensarlo. —¿Estás bien? Estás muy pálida —me dice él al oído. Suena tan preocupado, que abro de inmediato los ojos solo para que se tranquilice. Asiento. Me encamina hasta el sofá, en donde me hace sentarme. Apenas oigo el grito de James desde el suelo, mientras la policía lo levanta de ahí para llevarlo detenido. Miro a mi padre desde donde estoy y él con muchísimo pesar me sigue, al igual que Jacob, quien desconcentradamente les da órdenes a los demás. Mi cuerpo tiembla, soy incapaz de sostener incluso mi cabeza. Todo gira y no puedo quitarme la desesperación del pecho. ¿Es que nada de lo que me rodea es auténtico?, pienso en medio de los torbellinos de mi cabeza. Un sudor muy helado me corre la espina y tomo el brazo de Edward para sentirme real por lo menos una única vez. ¿Por qué Jacob de un día para otro se ha convertido en un detective, como Charlie? ¿Quién demonios son? —Te volveré a ver, Isabella, ¡lo juro! —exclama James con cizaña. Intento no hacerle caso y me abstraigo en mí misma, pero siento que Edward se separa con furia hacia él. —¡Edward, no! —le grito con la garganta apretada. Me levanto para sostener su brazo, pero antes de llegar a hacerlo él para, dándome la espalda. —Por favor —añado en un susurro. Cuando se lo llevan y dejo de verlo, parte de mis nauseas se van, pero algo me aprieta aún más el pecho. Me sostengo de su brazo, sin fuerzas en las piernas. —¿Se han ido? —le pregunto con la voz titilante de nervios.

—James se ha ido con la policía —susurra con los labios apegados a mi cabello—. Pero… los demás siguen aquí. Veo entrar a Charlie y a Jacob con preocupación, llevando su arma en el cinturón. Los miro una sola vez y no soy capaz de proseguir, estoy tan asustada de todo que lo único que puedo hacer es huir, al menos dejándolos de mirar. ¿Quién carajos son? Todo esto ha sido una vil mentira… ¡Jacob no es un bailarín! ¿Por qué…? ¿Qué demonios hacía él en Las Vegas, aun cuando ni siquiera llegaba a Forks? Me ha estado siguiendo, sí… ¿Pero por qué? ¿Por qué un detective habría de seguirme cuando ni siquiera volvía a saber de mi padre? ¡Estoy rodeada de mentiras! —Hija, ¿estás bien? —inquiere Charlie, acercándose a mí. Su voz me llena el pecho de resentimiento. —Ni un paso más —le advierte Edward con la voz dura. —¡Ya es suficiente! —grito entre llantos—. ¿Qué demonios ha sido todo esto? La policía se ha ido con James, así que solo estamos nosotros. Es un momento tan tenso que temo desmayarme. Me impresiona y me asusta estar cada vez más débil, no entiendo qué está sucediendo conmigo. Edward me mira, pero no dice nada. En cambio Jacob y Charlie titubean si dan un paso hacia mí. —Así que bailarín —murmuro colérica hacia el moreno—. Eres un mentiroso. —Si me dejaras explicarlo… —¡Mentiroso! —gruño—. No hay nada que explicar, Jacob. ¿Cómo esperas que tome lo que acabo de ver? ¡Me seguiste todo este tiempo! Tu pistola… ¡Todo era mentira! —Estoy rechinando los dientes y mi voz apenas se escucha en medio de mis gruñidos—. Pudiste decirme lo que eras, pero preferiste mentir. Jacob hace una mueca de culpabilidad y baja la guardia, decayendo así junto a sus hombros. Pero Charlie es reticente y me mira con algo de resentimiento. Evito seguir observándolo, girando mi cabeza hacia Edward. —Lo de James… —pestañeo un poco para no seguir llorando—. Eso no podré pagárselos nunca. Por favor, váyanse, es lo único que pido. Cuando cierran la puerta me dejo caer en el sofá con el rostro entre las manos, sopesando todo lo que está ocurriendo. Aún siento que el aire se estanca en mi tráquea y se impide llegar a los pulmones. Edward grita mi nombre y me toca las mejillas, pero no puedo responder porque no tengo fuerzas. . Me sostiene la mano con fuerza mientras el médico se acerca a mí con el fonendoscopio en la mano. Me alumbra los ojos y me hace sacar la lengua, para luego ponerme una paleta en ella. Me vienen arcadas, pero las aguanto cuanto puedo. —Bueno, Isabella —me dice él con una sonrisa serena—. Solo ha sido el shock. La descompensación ha alterado un poco tu sistema nervioso, de manera que tu autocontrol se ha

saturado y te has apagado repentinamente. Además tienes la presión muy baja. ¿Algún indicio familiar? Suspiro y aprieto aún más fuerte la mano de mi novio. Niego con mi cabeza. —La herida puedes curártela tú misma con una pomada, aplícate hielo para deshincharla y estará mejor. ¿Has afirmado que él no te ha alcanzado a tocar? Con algo de vergüenza niego y miro hacia otro lado. Me entristece recordarlo, porque no es la primera vez que ese… loco ha intentado abusar de mí. —Solo me golpeó cuando intenté llamar a la policía. Me da una sonrisa de empatía y me acaricia el hombro. —Todo esto quedará en confidencia, ¿bien? No tienes de qué preocuparte —me dice el médico. Asiento y suspiro. Cuando él se va, Edward me sigue sosteniendo la mano con sus dedos. A los segundos me toma la barbilla y me hace girar el rostro para que lo observe. —Te ha hecho daño, gracias a Dios que alcancé a llegar. —Has sido mi ángel una vez más —le digo con sinceridad. —Siempre voy a protegerte —dice—, con mi vida si es necesario. Lo beso con desesperación, ansiando su entereza. Pero Edward está demasiado asustado, porque me mira durante mucho tiempo con los ojos brillantes, acariciando el golpe que me ha dado James. —Solo bastó un segundo sin ti y mira lo que te ha hecho —susurra jadeante. Luego cierra los ojos con fuerza, aguantándose la rabia quizá—. Sus amenazas no son en vano —murmura. —Nunca han sido en vano —murmuro con pesar. —¿Quién es realmente? —me pregunta—. No le teme a la policía. Me muerdo el labio inferior —Tiene mucho poder —le digo—, él mismo logró introducirme al mundo al que he estado sujeta todos estos años. Tiene contactos y maneja muy bien todo eso. Es peligroso, Edward, te lo he dicho muchas veces… —Lo sé, lo sé —exclama cansinamente—, fui un estúpido al subestimarlo. Me toca el labio inferior con su dedo pulgar y se me queda mirando. —Lo único que me preocupa eres tú —me dice suavemente—, no es la primera vez que lo intenta. Me separo, con el miedo cruzándome el esófago. —Está obsesionado conmigo —mascullo.

—¿Tanto así que lo único que desea es abusar de ti? Me vuelvo a morder el labio con los ojos llenos de lágrimas. —Al parecer olvidó que yo también puedo tener dignidad. Creí estar acostumbrada a los hombres así, pero no. Su rostro se descompone y se acerca a mí. —Esos hombres no valen la pena, cariño. —Solo abrázame muy fuerte y no me sueltes, por favor —le pido. Lo hace, sosteniéndome con sus brazos por un largo rato. Cierro los ojos y veo a James tocándome. Es como volver a abrir una herida que creí cerrada. Cierro los ojos y veo el arma cortante entre sus dedos, apuntando directamente hacia Edward. Mis temores se han vuelto a abrir. Y cierro los ojos, me introduzco en esa bruma y lo último que veo es que Charlie y Jacob nos salvaron la vida… y me han envuelto en dudas, en intrigas y en preguntas. —Me has asustado con todo esto, casi te desmayas —me susurra con la voz melosa. —Todo esto acabará matándome —le confieso. —Lo encerraremos y todo acabará. No le digo nada más, pero sé muy bien que esto no acabará, por lo menos no tan pronto. Lo único que me queda es abrazarme a él y oler su aroma, ese tan característico que me vuelve loca. Puedo sentir el bosque, la chimenea, sus pinturas y las flores afuera de su cabaña… nuestra, como él siempre enfatiza. Es el único lugar en donde me siento completamente segura. Edward me lleva a casa en su coche cuando el cielo aún está iluminado. Ahí me prepara la chimenea y me lleva a la cama, reprochándome si es que no quería hacerlo. Al final acabé tan calentita que fui incapaz de separarme de los edredones, más aún cuando se acostó a mi lado para hacerme compañía. Me gusta que me cuide, me siento aún más amada. En lo único que quiero pensar es en darle una linda bienvenida a mamá y olvidarme de los secretos, aunque sea un momento. . No le he comentado nada a Alice de lo ocurrido con James, menos a Jasper. Edward no ha dicho absolutamente nada y sé que no lo hará a menos que yo se lo pida. Si mi mejor amiga llegase a saberlo, por lo menos ahora, se moriría de los nervios y realmente no quiero preocuparla porque ya lo está. Jane me avisa que ya están listas todas las cosas de mamá y las de ella, así que mi novio parte a buscarlas, aunque no son muchas. Yo entro al cuarto y mis ojos se llenan de lágrimas al ver a Renée Swan con un vestido hasta la rodilla de muchos lunares rojos, con un fondo blanco impecable. Lleva el cabello rubio suelto hasta los hombros, con unas olas en las puntas apuntando al cielo y el flequillo fuera del rostro. Hasta los tacones son un indicio de lo bien que se siente, sumándole al maquillaje que lleva en el rostro.

—¡Te ves hermosa, mamá! —exclamo con sinceridad. Ella se da la vuelta para mirarme y sonríe de inmediato. Me abre los brazos y yo lo hago también, fundiéndome junto a ella en un contacto tan íntimo como hace mucho no lo sentía. Mamá me da besitos en la cabeza y yo los recibo con una emoción muy fuerte, transportándome en una niñez muy feliz, en la cual ella sonreía y salía muy firme de los sucesos de la vida. Lo último que vi antes de irme fue eso, una mujer muy fuerte, pero al regresar solo eran restos de ella. Ahora es como volver a respirar su felicidad y sus ganas infinitas de vivir. —Qué alegría que ya estés aquí, hija —me dice, sosteniendo mi rostro entre sus manos. Se las tomo entre las mías y siento el calor. Ya no están frías, es increíble. —¿Estás lista para volver? —le pregunto con los ojos bañados en lágrimas. —Claro que sí, Bella —murmura con una voz muy extraña. Sus ojos parecen querer decirme algo, pero no sé qué. Lo dejo pasar y con un brazo amarrado al suyo, nos conducimos hacia la salida de la habitación que fue suya por casi siete meses, mientras Jane se adelanta para terminar con algunos papeles. Jane Vulturi vive en Forks, muy cerca de la salida hacia Portland, así que le es muy fácil adecuarse a la nueva casa de mamá, aunque claro, ella sabe que no puede decir nada hasta la sorpresa final. Su pago será muy bueno, se lo merece, ha estado fielmente acompañando a mi madre y es una muy buena enfermera. Ahora viste una tenida muy sencilla y ha dejado el uniforme tradicional. Está claro que no volverá a ocuparlo, no es necesario. Edward espera a un lado del coche con las manos puestas en los bolsillos y una sonrisa divertida en sus labios. Mi corazón se desboca de inmediato, pero reprimo mis ganas de correr hacia sus brazos y unirme a él con un beso. Mi madre le da un largo y apretado abrazo y él la recibe con la misma calidez, susurrándole algo que no logro captar. Nos metemos en el coche bajo miradas cómplices entre los demás, dejando a mi madre sin una pizca de sospecha de la sorpresa que le tengo. Yo estoy sentada a su lado, justo en la parte de atrás. Edward conduce y Jane está de copiloto. Ambos hablan algunas cosas banales, a veces se ríen y comentan cosas sobre algunos libros que han leído en común. Pero mi madre me tiene la mano fuertemente aferrada a la suya y yo me he cobijado a su lado, como cuando era muy pequeña. El silencio entre ambas es necesario para darnos cuenta de lo mucho que extrañábamos sentirnos así, apegadas como si el día de mañana no existiese. Mamá comienza a desperezarse cuando se da cuenta de que Edward ha cambiado el rumbo del coche. Mi novio ha entrado campo adentro, justo en donde se esconde una villa llena de casas relucientes, bellísimas y muy impecables. Las montañas dan con el lado oeste, en la ventana de su habitación, y el prado lleno de flores en el balcón. —¿Hemos hecho una parada en tu casa, Jane? —inquiere mamá, mirando por la ventana con cierto brillo en sus cuencas. —Oh no, yo no vivo por aquí —dice la enfermera con una sonrisilla. —Alice se ha comprado una casa aquí pues ha decidido que Forks es más tranquilo que el apestoso L.A. —le comenta Edward—. Solo venimos a saludar.

Mamá se la cree y sonríe, muy contenta de conocer la casa de mi mejor amiga. —Es un lugar precioso —dice, todavía mirando el recorrido de casas—. Debe costar mucho vivir aquí… Oh Dios, qué lindas flores. Sonrío levemente para no levantar sospechas. Edward se introduce más allá del valle, hasta topar con las casas más apegadas al bosque de la montaña. Cuando aparca afuera del antejardín lleno de botones de rosa que Alice ha plantado para mi madre, le digo a mamá que deberíamos pasar a saludar un rato. —Hace un día estupendo —me comenta con alegría. Le sonrío a pesar de que no estoy de acuerdo con ella, ya que está muy gris y apenas hay calor. Aunque la entiendo, pues no pudo mirar el cielo ni respirar el aire externo durante mucho tiempo. Edward pasa primero entre las matas de verde y botoncitos a punto de brotar, saca una llave del bolsillo trasero de su pantalón y la mete en la cerradura mostaza. —Vaya, ¿ella les entregó las llaves de su casa? —inquiere inocentemente, mientras delinea con su tacón las piedritas perfectamente puestas en el suelo. —Nunca escucha al timbre, así que prefiere que entremos libremente —le miento, ya que Alice tiene el sentido del oído muy bien desarrollado. Cuando Edward abre la puerta para que nosotras entremos primero, un aroma a pavo recién horneado nos impacta de lleno contra el rostro. Mamá profiere un gemido; adora el pavo y sé muy bien que durante toda su estancia en el hospital no tuvo manera de comerlo. —¡Vamos! —exclamo, tirando suavemente de su brazo. Le sonrío a Jane y ella también da un paso adelante. Cuando mamá cruza el umbral de la puerta, Alice está poniendo un cuenco grande con ensaladas sobre la mesa, mientras Jasper termina con las últimas servilletas. Al vernos se giran para luego sonreír, en especial a mi madre. En la cocina se oye un barullo y sé de quién se trata: Marianne, mi ama de llaves en L.A. —Bueno, mamá —murmuro, tomando su mano entre mis dedos. Le doy una corta mirada a la sala, que está tan hermosa como jamás imaginé. Sé que le encanta porque tiene los ojos muy abiertos y brillantes. Ella topa con mis fotografías de niña y otras en las que salimos juntas. Después de un rato nota las figurillas de porcelana, sus favoritas. Se acerca a la chimenea para percibir el calor y cómo arriba de ella pende un paisaje hecho exclusivamente por Edward, en donde se ve el mar, el lugar favorito de mi madre. Se lleva una mano a la boca y se gira a mirarme, como pidiéndome explicaciones. Me muerdo el labio inferior, soy incapaz de abrir la boca con la emoción. —Bienvenida a tu nueva casa, mamá —le digo de pronto. Renée Swan abre la boca sin poder creerlo. —¿Qué? —inquiere. —Esta es tu nueva casa, mamá, es un regalo.

En un segundo siento sus brazos en mi cuello y como respira pesadamente frente a él. —Bella… —murmura, pero al final no dice nada más. —Quería quitarte de ese lugar lleno de recuerdos —le confieso en voz baja. —Oh Bella, mi dulce niña. —Me pone las manos en el rostro luego de separarse y me acaricia frenéticamente—. Mi dulce niña —repite con la voz quebrada. —Te lo mereces todo, mamá, te debo la vida entera y esto es lo mínimo que puedo darte por ello. Sus ojos se tornan acuosos y me da un gracias tan lleno de amor, que lo único que hago es abrazarla muy fuerte, mientras los demás aplauden. No recordaba estar rodeada de ellos. —¡Es una casa preciosa! —exclama, girando para observarlo todo—. Y tiene chimenea, por Dios. ¡Tu cuadro, Edward! Oh Dios, esto es demasiado para mí. —Claro que no, Sra. Swan, esto es todo lo que merece —le dice Alice, acercándose para darle un abrazo. Mamá se lo recibe con dulzura y cariño. Luego Jasper se acerca a saludarla y ella lo queda mirando con una nostalgia inmensa. —Estás igual que tu madre, cariño —le susurra, luego de darle un profundo abrazo. Jasper se queda en una pieza, pero sonríe. Yo en un corto segundo me pregunto a qué se debe eso. Marianne aparece con un delantal de cocina y una sonrisilla suficiente. Mamá la mira con curiosidad y yo me río. —Te tengo otra sorpresa. Abre sus grandes ojos azules. —Ella es Marianne, mi ama de llaves. —Le paso un brazo por los hombros—. Estará para ti, junto a Jane —la miro y ella sonríe otra vez—, cuidándote y ayudándote cuando yo no esté. Mamá está sorprendida y no sabe qué decir. —Bella —me nombra otra vez—, esto es demasiado, yo… —No, mamá, es todo lo que necesitas. Estaré muy tranquila si Marianne y Jane te acompañan. Me sonríe de oreja a oreja y me da un gran abrazo, mientras todos los presentes murmuran cosas muy bonitas de ambas. —Te amo, mamá, y te quiero sana por mucho tiempo más —le susurro para finalizar. Ella me besa ambas mejillas y luego sostiene sus manos en mis brazos. —Te amo, Bella, eres la mejor hija del mundo. Edward abre una copa de vino aunque ni mamá ni yo podamos beber —aún estoy consciente de mi promesa, no volveré a beber—, aunque la primera no puede por los medicamentos. Marianne y ella se ponen a chacharear, lo que considero estupendo, ya que vivirán juntas. Jane ha decidido beber una pequeña copa, más que nada porque hace muchísimo tiempo que no bebe absolutamente ni una gota de alcohol. Me pregunto si ella se divierte a menudo, aunque no lo

creo; a veces creo que no disfruta mucho. Edward se sienta a mi lado con una copa entre sus largos dedos y yo instintivamente pongo mi cabeza en su hombro. El hedor del alcohol me llena las fosas nasales, pero arrugo los labios a falta de otra cosa. No debo beber, me repito para mis adentros. —Si quieres lo alejo —me dice, notando mi insuficiente autocontrol. —Claro que no. Debo convivir con ello. —¿Definitivamente lo dejarás? —inquiere con suavidad. Sonrío y me empino un poco para besarle los labios castamente. —Viví borracha casi siete años, es momento de dejarlo atrás. Ya no siento amargura al hacerle frente al problema, no me avergüenza. —No es muy buena idea que te entorpezca —profiere mirando la copa—. Me sumo a tu causa. —Ahora él me besa, pero de manera un poco menos inhibida. Mamá se pasea por la cocina ayudándole a Marianne a cocinar lo poco que le queda mientras hablan de algunos métodos naturales para suavizar el cabello sin productos químicos, hasta han acordado probarlo uno de estos días. Aunque al rato mamá comienza a cansarse y Jane le dice que debe estar en reposo en lo que queda de la semana. —Es una casa preciosa, hija —me dice mi madre. —Y muy espaciosa —afirmo—, podrás hacer muchas cosas aquí. Es más, Alice vive a unas cuantas casas más allá, la verás muy seguido. Alice se sienta a mi lado, ya que Edward se ha puesto a hablar con su primo sobre algunos coches. —Estaré pendiente de que me haga su famosa tarta de fresas, ¿eh? Bella es una buena alumna de ella, pero la maestra conoce todos los secretos. —Oh claro que sí, querida, pásate cuando quieras para poder charlar, aunque sé que a Jasper le gustará más mi pastel de limón. —¡Adoro el limón! —exclama el rubio desde la otra posición del sofá mientras Edward nos queda mirando entre risitas. —Lo mejor de todo esto es que la cabaña de Edward está a solo veinte minutos en coche, aunque la ruta es un poco complicada, es cosa de práctica —le comenta mi mejor amiga, apegando su cabeza en mi hombro—. Ahora que viven juntos es de suponer que estará prendada a él por un buen tiempo —afirma con la voz pícara. Me río pero luego finjo una mirada de reprobación. Nos llaman a la mesa y es impresionante como todos lanzamos suspiros de agrado cuando el pavo está servido. Mamá está en la cabeza de la mesa conmigo al lado. Hoy será tratada como una reina. Ella nos comenta algunas anécdotas mientras comemos del pavo, que está exquisito. En su interior está humedecido con algunas frutas y una salsa de setas muy espesa, acompañado todo

ello con una cantidad de ensaladas muy grande, sin olvidar tampoco el puré rústico de legumbres. Increíble. Marianne siempre ha sabido cocinar muy bien, cada vez que iba a L.A. prefería comer con ella porque la comida era lo que mejor me hacía sentir dentro de todo. —Y fue ahí cuando encontré a Bella con el cabello a medio arrancar luego de intentar cortarse el cabello, seguramente ante tantas veces que me vio hacerlo con las clientas. No puedo evitar reírme nerviosamente con ello. Todos los demás abundan en carcajadas y me lanzan comentarios divertidos. —No heredé el talento de mi madre, eso está claro —afirmo. —Pero tienes otros —me dice Edward espontáneamente con un brillo en sus ojos que no pasa desapercibido para mí. Mamá deja escapar un suspiro. —Estoy muy feliz de verlos juntos —dice ella, dejando los cubiertos en el plato. Mi novio sonríe dulcemente y luego apega sus labios a mi sien izquierda. —Es quizá el mejor regalo que ustedes pudieron haberme dado cuando estaba hospitalizada. Marianne, Alice y Jane profieren un suspiro muy dulce. —Les costó tanto ser valientes. —Ni que lo diga —exclama Jasper rodando los ojos. De todos modos me río porque sí que fuimos estúpidos. —¿Y ustedes, cariños? —inquiere mi madre hacia la otra pareja. Jasper se ruboriza un poquito y Alice se prende de él desde el cuello—. Se ven tan bien. Se conocieron por Bella, ¿no? —Me enamoré de ella desde el primer momento —confiesa Jasper con los ojos prendados de su amada. Esta vez quien suspira profundamente soy yo. —¡Cómo me encanta sentir el amor! —exclama mamá con las manos muy juntas entre sí, como si fuese a besar—. Gracias a todos por estar presente, no tengo cómo agradecerles, sobre todo a mi hermosa hija. Yo simplemente estiro mi mano por la mesa y ella me la aprieta con la suya. —Es uno de los mejores días de mi vida, estoy muy feliz. Todos levantamos las copas y las chocamos para luego beber el contenido. Yo también estoy muy feliz. Cuando acabamos la comida, Marianne parte a la cocina para traer el postre, un regalo de parte de la Sra. Whitlock, como dijo Jasper. Mamá no puede creer que ella le hiciese uno de sus postres favoritos: helado de pasas y canela. Veo que ella sabe muchísimo de Renée Swan. Y también veo que la madre de Jasper ha sido incapaz de no dar un presente. —Está delicioso —afirma mamá con alegría.

Edward me mira con suspicacia pero intentamos dejar pasar la intriga. Al rato mamá debe irse a la cama, más que nada para no sobre exigirse. Yo misma la arropo con su nuevo edredón y le pongo los cojines detrás de la espalda para que esté bien sentada. Cuando le beso la frente y le cuento que iré abajo para estar con las visitas y mi novio, ella me toma la mano para que no me vaya. —¿Quieres que me quede contigo hasta que te quedes dormida? —le pregunto. Asiente y me sonríe de oreja a oreja. Palpa el espacio vacío que hay al lado de su cama y yo me siento ahí. Pasa su pulgar por mi rostro hasta acabar en mi barbilla, en donde toca accidentalmente la comisura golpeada de mi boca. Doy un pequeño gritito de dolor y me alejo de ella para que no note nada, aunque ya es demasiado tarde. —¿Qué es eso? —inquiere endureciendo su voz. —N-nada —tartamudeo. No me cuesta darme cuenta de que me ha quitado el maquillaje que me he puesto encima para pasar desapercibida. —¿Quién lo hizo? —demanda—. Edward no pudo haberlo hecho. —Fue mi ex representante, nada importante. —¿Cómo no va a serlo? ¡Te ha golpeado! Lo que menos quiero es preocuparla, no en este preciso momento. Pero suspiro y me acomodo a su lado, para luego proveerle caricias en su rubio cabello. —Ocurrió anteayer —murmuro—. Estaba acabando de empacar las cosas de la antigua casa y él me buscó cuando Edward había ido a casa de Jasper. James está obsesionado conmigo y… simplemente está muerto de celos porque estoy enamorada de otro hombre. —Pero te golpeó y no quiero que le quites importancia a eso. ¡Ningún hombre puede hacerlo! ¡Mírame a mí! —exclama—. Yo soporté la violencia durante gran parte de mi vida. —Lo sé, mamá —suspiro—. Él está en prisión y no volverá a atacar, por lo menos hasta un tiempo más. Vuelve a mirarme el golpe y la furia le cruza el rostro. —¿Qué ha dicho Edward? —Se puso como loco —digo con pesar—. Detesto verlo así. Frunce su ceño con algo de culpabilidad. —No volveré a permitir que me pase a llevar, puedes estar tranquila. Asiente y me besa la mejilla. —Cántame una canción —cambia el tema para desviar el ambiente que se ha formado—. ¿Recuerdas esa que te cantaba yo cuando eras bebé? Asiento y me apego a ella para cantársela, mientras enrollo sus cabellos en mis dedos.

Mamá insistirá en los detalles, no se quedará tranquila con eso. . Cuando se queda dormida la quedo mirando por un rato, agradecida de la vida por traérmela devuelta y permitirle pasar el tiempo conmigo sin estar entubada. Pronto podré llevarla a la playa, estará tan feliz. Suspiro y salgo de la habitación. Camino por el pasillo y bajo por las escaleras hasta el primer piso, en donde todos parecen charlar animadamente sobre algo. Edward está sentado en el sofá y cuando me ve sonríe. —¿Se ha dormido? —inquiere, como si mi madre fuese nuestra bebé. Me hace gracia. —Profundamente. ... Ya va una semana y Rose ha cortado el teléfono. Me he preocupado tanto que he manejado de inmediato hacia su casa. No veo rastro de vida por ningún lado, todas las flores de la decoración del antejardín están marchitas. Toco la puerta un par de veces pero nadie me abre, así que me doy la vuelta y busco la puertecilla del patio. Cuando la veo la empujo bruscamente y casi me caigo de bruces. Estoy dentro de lo que parece ser una bodeguilla diminuta, porque está lleno de cosas inservibles, además está oscuro. Confiada en mis instintos sigo mi camino hacia adelante, chocando de vez en cuando con unas cajas. —Bingo —mascullo. He encontrado un picaporte, aunque muy sucio. Tiro de él pero no abre. Bufo y a ciegas toco entre las cosas por si encuentro un artilugio que me ayude a abrir, pero la mayoría de las cosas no sirven. Voy a darme por vencida hasta que toco el suave filo de un hacha. No demoro ni dos segundos en intentar aventarle al picaporte, pero mi fuerza es muy poca. Tomo aire en pequeñas bocanadas y golpeo la puerta una y otra vez, hasta que ésta se abre lentamente. Inspecciono apresuradamente lo que hay delante: un cuarto oscuro y nada más. —Rose —llamo—. ¿Dónde estás, Rose? Tanteo las paredes para encender la luz, ya que ni siquiera hay ventanas en las que pueda entrar la luz. Cuando enciendo una ésta parpadea ligeramente hasta estabilizarse. Lo que luego veo no es más que un lugar ya sucio y polvoriento, todas las sillas han sido revueltas junto al sofá, que está de cabeza. Hay algunos vidrios en el suelo, así que piso con cuidado. Mi corazón tamborilea en mi pecho y mis manos tiemblan de manera incontrolable. Entro a la otra habitación que está más iluminada y busco entre todo el desorden, pero no parece haber vida. Además, todo está tirado en el suelo, lo que le da un aspecto desesperante. Alguien hizo todo esto con el único propósito de desordenar, de causar daño. ¿Rose? No, no lo creo. ¿Por qué habría de hacerlo? —Rose —digo con tono calmo. No hay respuesta pero sí un ruido en una esquina. Me sobresalto y levanto el hacha hasta apegarlo a mi pecho.

—¿Rose? Mi boca está seca y mis piernas apenas están estables. Voy dando pasitos lentos con la respiración quieta, pisando de vez en cuando algunas cosas del suelo. De pronto siento que algo me roza el tobillo y doy un pequeño grito. Me giro rápidamente y siento dos pequeños brazos amarrarse fuertemente a mi cintura, como si yo fuese una tabla de salvación. Es la hija de Rosalie. Me abraza muy fuerte, con el rostro apegado a mi vientre. Dejo caer el hacha y yo también lo hago. Le acaricio el cabello para que se sienta tranquila, porque se ve muy asustada. —Tranquila, estoy aquí —le digo con dulzura, al mismo tiempo observando el resto de la habitación. Rose. ¿Dónde está? Comienzo a pensar lo peor. —¿Quieres algo? —le pregunto. Ella asiente lentamente y con vergüenza. —¿Qué quieres? Me mira con sus ojos claros y opacos de manera suplicante. Me rompe el corazón. —Comer —murmura lentamente. Frunzo el ceño y vuelvo a abrazarla. Dios mío, esta niña está abandonada. ¿Dónde demonios está Rosalie? ¿La ha dejado aquí? Eso es imposible. —Te daré algo de comer, pero tienes que decirme dónde está tu mamá, ¿bueno? Asiente y se echa a llorar. —No despierta —me dice ella, tirando de mi mano. Me lleva hasta un tumulto de mantas y ahí está Rose, ensangrentada y golpeada. Con lágrimas en los ojos me acerco a ella para sentir su respiración, la cual está débil pero constante. Dios, está viva. —Cariño, ¿qué ha pasado? —Unos hombres entraron y mamá me encerró en mi habitación así que no pude ayudarla —me dice con la voz temblorosa. —¿Cuándo sucedió? —Ayer —lloriquea. Eso no tiene sentido. Rose no contesta llamadas hace ya casi dos semanas. —Nena, escúchame bien, ¿bueno? —le digo con la voz calma para que ella también se calme—. ¿Han estado en casa hace una semana atrás? Asiente y se limpia el rostro con sus manitos.

—Mamá cerró toda la casa porque decía que habían unos hombres malos que querían molestar, pero que estaríamos tranquilas si no hacíamos ruido. No contestó el teléfono pero sonaba mucho. Tío Emmett vino aquí algunas veces pero mamá no quería abrirle. Maldita sea, son ellos, han venido aquí para atormentarla. La Elite. —Quédate aquí, ¿vale? Iré a llamar a una ambulancia para que cuiden a tu mamá —le digo a ella, acariciando suavemente sus trencitas. Estoy luchando por no perder los nervios frente a ella. Rose está muy malherida y estoy muy asustada. Debo decírselo a Alice, no sé por qué tengo miedo por ella. Si vinieron por nosotras, ¿por qué no a por ella? —Por favor no se vaya, tía Bella —me suplica. No me lo pienso ni dos veces y la tomo entre mis brazos a pesar de que ya es una niña más grande. La arropo con la primera manta que encuentro y la aprieto contra mí. Maldigo internamente al encontrarme con todas las salidas tapadas con tablas mal clavadas y voy hacia el otro camino, ese que me hice para llegar hasta acá. Afuera el clima está un poco frío y el cielo se está oscureciendo. Toco la puerta de una casa vecina pero nadie me hace caso, así que voy hacia la otra. Me abre una señora muy delgada con hartos tubos en la cabeza. Cuando me ve con la niña entonces se espanta. —Hay una mujer accidentada a dos casas más allá, necesito que me preste su teléfono por favor. Ella me queda mirando un largo rato, quizá muy asustada por mi desesperación. —La niña está muy asustada. Por favor —estoy a punto de llorar entre súplicas. La mujer asiente y me abre la puerta, indicándome apresuradamente que el teléfono está en el pasillo próximo. Ella me pregunta si me puede ayudar con la niña y yo acepto. Se la lleva para ofrecerle un vaso de leche y dulces. Digito de inmediato el número de la ambulancia y cuando me contestan les doy las coordenadas de manera rápida. Me prometen estar aquí lo más rápido posible y me cuelgan. Con las manos sudorosas digito otro número, el de Emmett y espero los timbrazos hasta que me contesta de manera tranquila y neutra. —Emm —susurro con la garganta muy apretada. —¿Bella? —inquiere—. Hola, ¿cómo estás? ¿Tu madre está bien? —Emmett —lo llamo en un chillido—. Rose —dejo escapar—. He ido a su casa y la he encontrado muy mal. —Dios mío. ¿Y cómo? —Golpeada y ensangrentada, apenas y he podido entrar, todo estaba revuelto y la niña… —¿Qué sucede con ella, Bella? —Puedo sentir su desesperación a la par con la mía. Intento tomar aire, pero es imposible calmarme. —Está bien —susurro. Suspira más tranquilo—. Pero está muy asustada. Emm, por favor ven al hospital de Forks, la ambulancia ya viene en camino y tengo que ir para allá cuanto antes.

—Lo haré. Nos vemos, Bella. Voy a buscar a la delgada mujer y le doy las gracias por prestarme su teléfono. Ella me dice que puede quedarse con la niña mientras yo espero a la ambulancia, lo que le agradezco mucho. Troto hasta la casa de Rose y busco el hacha para romper las tablas de la entrada. Acabo cansada pero con la puerta abierta para que entren los paramédicos. Luego voy hasta Rose y le acaricio lentamente el cabello desordenado. No quiero tocarle la cara, está tan magullada que apenas puedo soportarlo. —Pagarán por hacerte daño, Rose, lo prometo —le susurro con las lágrimas corriéndome por las mejillas—. Ellos no nos destrozarán la vida porque no les pertenecemos. Cuidaremos de tu hija, no estás sola. Siento el sonido chillón de la ambulancia, así que la deposito suavemente entre las mantas y voy hasta la puerta para abrirla. Los paramédicos me preguntan dónde está y yo se los digo para que actúen rápido. La evalúan ahí, entre las mantas, pero no quiero verlo así que salgo de la casa. Espero pacientemente afuera hasta que la veo salir en la camilla completamente rígida. Hablo con los hombres, pero estoy muy distraída, lo único que entiendo es que irán al hospital y que yo debo ir hacia allá lo más pronto posible. Cuando voy a buscar a la hija de Rose, la mujer delgada me pregunta si necesito hacer una última llamada y yo asiento. Solo una más. —Diga —dice el interlocutor. —Edward —susurro. —Bella, cariño, ¿dónde estás? Me aclaro la garganta aunque es en vano. —Vine a buscar a Rose, me preocupé cuando el teléfono dejó de tener servicio. —¿Por qué no me lo dijiste? Pude haberte acompañado. Bella —hace una pausa—, ¿estás bien? —No —murmuro—. La encontré malherida con su hija encerrada, moría de hambre y… Por favor, ¿podrías ir al hospital? Estaré aquí con Lilian. —En un rato estoy contigo, espérame ahí. La mujer delgada está parada frente a mí con la niña de la mano. La pequeña tiene una bolsita de dulces, supongo que se la ha regalado. —¿Estará bien? —me pregunta, probablemente refiriéndose a Rose. —Eso espero —susurro, aterrorizada de que eso solo sea una suposición mía, Asiente y se despide de mí. Le doy las gracias por haberme ayudado y también me despido. La niña me toma la mano con confianza y se va junto a mí, diciendo adiós con la mano. Meto a Lilian a mi coche, no sin antes taparla con unas mantas. Antes de irme a mi asiento, ella me toma la mano y me queda mirando. —¿Dónde está mamá, tía Bella?

Le acaricio el suave cabello rubio y la tapo aún más. —La están ayudando a mejorar. ¿Vamos a ver qué tal va? Asiente y me sonríe por primera vez en todo este rato. Luego me abraza muy fuerte del cuello. . Miro a la hija de Rose con su cabeza en mis piernas y su cuerpo estirado en una de las bancas, durmiendo pacíficamente ante las recientes horas de terror que le han embargado. Es una niña tranquila, no ha llorado ni se ha alterado, sin embargo es imposible no darse cuenta de lo cansada que está. Al menos las he encontrado, no sé qué habría sucedido de no ser así. Suspiro y sigo mirando el reloj de la pared, de vez en cuando escuchando desde lejos la voz de la recepcionista en urgencias. Hasta que noto su cabello bronce ondeando al viento, dando pasos hacia mí de manera rápida. Lo noto preocupado. Se sienta a mi lado y casi al instante me rodea con su brazo, para así apegarme a él cuanto sea posible. —¿Cómo está ella? —me pregunta entre los besos que me da en la mejilla. —No lo sé —susurro—. No he visto salir a ningún médico. Se queda mirando a la niña con un dejo de tristeza, luego desvía sus ojos hacia otro lado. —La encontré sola y asustada, con su madre golpeada sin conciencia. Es solo una niña de 8 años. —¿Fue un ladrón? ¿Quién demonios podría hacer eso? —inquiere. Los culpables son tan obvios. ¿Quién más podría gestar semejante atrocidad? Una duda me asalta de inmediato: ¿qué quiere Louis? ¿Podrá ser el fallecido Royce King la causa de ello? Recuerdo muy bien que Rose estaba aterrada de que la siguieran ya que ella había asesinado a su esposo. Hasta ahora creía que podría referirse a la policía, pero con el reciente suceso estoy casi segura que es La Elite. Royce King era uno de los proveedores, hasta era muy apegado a James porque siempre llegaban juntos al burdel. Louis siempre alardeó de que su vendedor estrella era el comprador de putas más importante de su negocio y, antes de permitirle la salida a Rosalie para casarse con él, Louis le advirtió en tono de broma que lo cuidara, porque si no se metería en problemas. Ahora sé bien que esa no era ninguna broma. —No, no le robaron nada —murmuro. Me separo de él para poder mirarlo a los ojos. Su iris de color miel está disuelto en sus cuencas—. Sabes bien que Rose y yo nos conocemos hace muchísimo, ¿no? —Asiente, muy atento—. Éramos amigas cuando conocí a James. Él era amigo de Royce King, el ex esposo de Rosalie. Se enamoraron de inmediato y dejé de verla cuando se casó con él… —Paro en un intento tonto por ordenar mis pensamientos sin sacar a relucir todo lo del burdel—. Ella… sufrió muchos maltratos de su parte; parece obvio imaginarse que era un mal hombre si siempre andaba con James —añado—. Perdió a su bebé de ocho meses gracias a uno de sus golpes —mi voz comienza a bajar pero la elevo casi de inmediato—, Rose no encontró nada mejor que asesinarlo y huir, dejando atrás una vida que creía perfecta. Hasta que llegó a Forks con su hija, atemorizada de las repercusiones de sus actos. Él pertenecía al mismo grupo de James y, de ser mis sospechas acertadas, han sido ellos quienes le han hecho esto. Aunque claro, James no pudo hacerlo directamente ya que está en prisión.

Edward dice nada por un momento, meditando quizá lo que le acabo de decir. Necesita saber que esto es serio, que James está loco y que probablemente todo su grupo también lo esté. Al menos los abogados están viendo todas las posibilidades para hundir a James en la cárcel, eso me deja más tranquila. —¿Han querido asesinarla? —dice al fin. —No —murmuro—. Tenían la oportunidad perfecta. Probablemente asustarla. —Asustarnos —corrige. Sé que muere de deseos por preguntarme de donde he sacado la idea de relacionarme con ellos, de saber en qué trabajábamos Rose y yo para haber tenido la oportunidad de relacionarnos con personas de esa índole, lo noto en la forma en que me mira y suplica con sus bellos ojos. Pero no lo dice, simplemente se limita a volver a abrazarme para hacerme sentir mejor. —Solo espero que Rose no esté tan grave —le susurro en voz muy baja—, no sabría qué hacer con Lilian, ella necesita a su madre. Edward la mira dormir y la preocupación le cruza el rostro. Luego de unos minutos de espera, Lilian despierta de la siesta y al encontrarse con Edward, sonríe. No es de extrañarse pues ellos pasaron mucho tiempo juntos, sobre todo cuando él pintaba la casa de su madre. Además, él es tan dulce y divertido, que ninguna niña se le resiste. Veo a Emmett cruzar la puerta principal de la urgencia con bastante desesperación, buscándome entre las personas. Cuando sus ojos topan con los míos, él viene hacia mí. Me levanto de la banca y dejo a Lilian con Edward. —Bella —dice con la respiración agitada—. ¿Cómo está? Niego lentamente. —No lo sé. La encontré muy malherida en su casa y rápidamente llamé a la ambulancia. —¿Sabes quién lo hizo? —inquiere con la mordida tensa—. ¿Han querido robarle? Vuelvo a negar. —Le han golpeado adrede —murmuro—. Estoy muy asustada por ella. Y por todos nosotros, pienso para mis adentros. —¿Por qué han hecho eso? —inquiere—. ¿Por qué simplemente… golpearla sin ninguna razón? —Ella es la única persona que puede contarte la razón. —O sea que tú lo sabes… —¿Qué sucedió entre ambos, Emmett? —lo interrumpo—. Ella simplemente no quería verte, ¿no es así? Él desvía su mirada hacia otro lado, mientras que yo intento vanamente leer sus gestos. No sé qué pensar. —Cuando supo lo que sucedió entre nosotros dos hace años… simplemente no quiso volver a

verme —me cuenta con algo de culpabilidad—. No pude ocultarle todo lo que sentía por ti. Cierro los ojos un momento, tragando la información. ¿Cómo se le ha ocurrido decirle eso? —Pero ahora a quien quiero es a ella —me dice—, y no sé si seré capaz de declarárselo ahora. Sus ojos brillan ante la inmensidad de sus sentimientos, pero se contiene. Mi garganta se aprieta ligeramente; no soy capaz de decirle algo más, creo que no es necesario. Solo espero que tenga la oportunidad de quererla como pudo hacerlo cuando ella estaba interesada en él. Que la quiera ahora, que hay personas buscando dañarla. ... Rosalie no abre los ojos hace tres días. Al menos está viva, aunque grave, pero viva. Su hija no ha podido verla, aún no es correcto. Cuando Alice supo de todo lo ocurrido no dudó en ofrecerse para cuidar de Lilian cuando yo no pudiera, a pesar de todos los años que estuvo en contra de Rosalie. Sin embargo fue Edward quien se llevó a la niña a casa, sabiendo que ella tiene mucho cariño por él e incluso por mí. Emmett no sale del hospital y yo me estoy preocupando por él. Duerme en las bancas y se da una ducha rápida en casa de Alice cuando lo necesita, aunque siempre usa la misma ropa. Sé que se siente culpable, que se pregunta todo el tiempo por qué no estuvo para ella, pero creo que haberse dado cuenta de sus sentimientos, sea cual sea la situación, es provechoso para todos nosotros, especialmente para él. En cuanto a mí, debo regresar definitivamente a Nueva York para promocionar mi película y Edward lo único que quiere es acompañarme, además Jasper y Alice serán nuestros compañeros de viaje. Solo falta que Rose despierte, solo eso… Entro a la habitación de Rose y lo veo sentado a su lado con ambas manos en su cara, intentando vanamente mantenerse despierto. Ella tiene el cabello largo y peinado sobre sus hombros, tan rubio y lacio como siempre. Parecería una princesa a la espera de su príncipe, durmiendo plácidamente, de no ser por los tubos metidos en sus fosas nasales y los magullados brazos descubiertos. La sola imagen me encoleriza. Maldito Louis, maldito él y toda su tropa de cobardes. —Vete a dormir, ya es tarde. Yo me quedaré con ella —le digo, pasando suavemente mi mano por su ancha espalda. Él se da cuenta de mi presencia con algo de torpeza producto del cansancio, y me regala una sonrisa a pesar de todo. —No te preocupes, aún me queda energía —me dice, aunque sé que no es así. Sus ojos apenas se mantienen abiertos. Me siento en la silla que está a su lado y nos quedamos callados con la mirada al frente, viendo a Rose respirar tranquilamente mientras un aparatito pitea cada dos segundos. —Han pasado demasiados días, estoy comenzando a asustarme —comenta con lentitud. Suspiro. No es el único.

—Pero saldrá de esta, ¿no es así? Tú eres médico y… —Me callo, creo que no es necesario seguir hablando. —Claro que lo hará. Los traumas no son mi especialidad, pero Rose solo debe… despertar —murmura. Sus manos tiritan y se contiene para no llorar. Me rompe el corazón. —Nada de esto es tu culpa. No dice nada. —Todo lo que le sucedió a Rose fue… parte de su pasado, un suceso que ella debe contarte cuando esté bien. —Pero yo no estuve para ella, Bella, preferí ocultarme para no tener que darle explicaciones y afrontar lo que yo sentía —afirma con rabia. —Emmett, esto estaba fuera de nuestras manos. —¿Por qué lo hicieron, Bella? —Ya te dije que solo ella puede decírtelo —murmuro. —Dime quién lo hizo, por favor. Niego y miro al suelo, demasiado incómoda. —Solo te diré que son unas personas muy peligrosas, no hagas estupideces. Me acerco a Rose y le acaricio el cabello. Ya no se le notan tanto las heridas de su rostro, pero los brazos siguen muy magullados. Más abajo está su pie en alto pues tuvo una fractura en el peroné. —Cuídala, por favor cuídala y quiérela, porque lo necesita muchísimo. Emmett me mira atentamente y asiente como si le hubiera confesado un gran secreto. Me despido de él y con una última mirada a Rose me voy, cerrando la puerta con cuidado detrás de mí. . Me siento en el sofá con un libro entre las manos para esperar a Edward. Ya se ha demorado bastante de una junta en Seattle con Tanya, Mr. Van Houten y unos cuantos hombres más que quieren concretar un acuerdo con él, la verdad ni siquiera sé para qué en específico. El reloj marca las diez de la noche y el cielo está bastante oscuro. Lilian está durmiendo hace ya una media hora, así que es como si estuviese completamente sola. Me muerdo el labio inferior y me pongo a leer para distraerme, ya que con todo lo que ha ocurrido últimamente no puedo evitar estar asustada. Hasta que oigo la llave y la puerta abrirse con rapidez. Me levanto y corro hasta él, pero me frena su profundo ceño fruncido. Para aliviar la seria tensión que se me ha acumulado casi en un instante, me acaricio el cabello rápidamente. —Hola —lo saludo. Es primera vez que no sé cómo reaccionar frente a él. Parece… enojado. Nunca había llegado

así. —Hola —susurra con la voz seca. Se quita la cazadora y la cuelga en el perchero de la pared. Luego se quita la corbata y se desabotona la camisa hasta la mitad del pecho. —Voy a pintar al estudio, no me esperes. No quiere que vaya a verlo, menos que me mantenga despierta hasta que se decida a salir del estudio. Tampoco pretende que lo espere en la cama para quedarme dormida abrazada a él, como siempre. Pasa frente a mí sin mirarme y traspasa la sala a paso rápido. Lo pierdo de vista cuando se mete en el pasillo y lo último que escucho es la puerta del estudio cerrarse. Me trago el nudo de la garganta y me sobo los brazos para quitarme el extraño frío del cuerpo. ¿Qué hice?, pienso atolondradamente, ¿he hecho algo malo? Me muerdo el labio inferior. Durante unos cuantos minutos me pongo a meditar qué hacer, pero la ansiedad puede más y no me importan las consecuencias. Voy tras él antes de arrepentirme, y abro la puerta para encontrármelo de espaldas, como es costumbre, solo que ni siquiera puede pintar, porque sostiene el pincel sin poder mover la mano. —Edward, ¿qué sucede? —inquiero en voz baja. No se gira a mirarme o a decirme que me largue, solo se mantiene cauto, sosteniendo aún el pincel entre sus dedos. Pero lo deja caer en el vaso de agua y la pintura forma un ligero almohadón de color en medio de la transparencia. —Bella, te pedí que no me esperaras —susurra suavemente. Se ve hastiado. —¿Por qué estás así? —me atrevo a preguntar. Se pasa ambas manos por el rostro y camina por la habitación, dejándome en medio de su frustración. —No es nada importante, ¿bien? Hoy solo quiero estar solo. Asiento, aunque él no me está mirando. —Me iré a dormir —le digo—. Buenas noches. Cuando tengo un pie afuera del estudio él me llama. —Bella. —Me doy la vuelta y me encuentro con sus orbes dorados—. Solo no quiero hacerte daño, estoy enojado y prefiero alejarte de ello —murmura. Vuelvo a morderme el labio inferior solo para no seguir insistiéndole, asiento por segunda vez y me marcho hasta la cocina para hacerme un té. Llamo a mamá para darle las buenas noches y ella me cuenta que Marianne le preparó un postre tradicional de los quileute, muy propio de los habitantes de La Push. Me acuerdo de Jacob y prefiero cambiarle de tema, así que le comento que me he estado sintiendo un poco cansada estos últimos días, con todo lo de Rose y su hija, así que prefiere dejarme descansar y nos despedimos.

—Yo también te quiero, mamá. —Cuelgo el teléfono y me marcho hacia el baño de la habitación. Edward aún no sale del estudio, es más, lo único que oigo detrás de las paredes es la música clásica que siempre pone cuando quiere concentrarse. Me doy un baño entre pensamientos fugaces, tragándome la curiosidad y la preocupación. Edward parece desilusionado, como también bastante triste. No quiero comenzar a adivinar lo que puede estar pasando por su cabeza ya que es primera vez que no logro adaptarme a su comportamiento, es más, en este momento sería incapaz de adivinar qué rayos pasa por su mente y lo conozco tanto que aquello me asusta. ¿Qué pasó con Tanya? Suspiro. Debo dejar de pensar. Tarareo una canción y me froto los brazos con la esponja. Eso es suficiente para dejar de pensar tanto. Salgo de la bañera y me abrigo con las toallas y la bata, procurando secarme al mismo tiempo para meterme rápidamente a la cama. Cuando me desvisto y me pongo las bragas, un dedo curioso se aproxima a mi espalda baja, acariciándola. Me estremezco y me giro para mirarlo. —Creí que estabas dormida —me susurra, mirándome de pies a cabeza. —Me… me estaba bañando. Nos quedamos mirando un rato y, por alguna extraña razón, necesito ponerme algo encima. Me cubro con una playera blanca de tirantes y me anudo el cabello en lo alto de la cabeza. Pero antes de que pueda alejarme aún más de él, me sostiene la muñeca con sus dedos fuertes. —¿Ya no estás molesto? —le pregunto en un hilo de voz. —Aún lo estoy, pero no es contigo, claro que no —me dice. —¿Y entonces con quién? Respira con pesadez y se deja caer en la orilla de la cama. Yo hago lo mismo y pongo tímidamente una mano sobre su muslo. Lo quedo mirando mientras que él sostiene la suya en sus dedos, que se mueven constantes. —Nadie es capaz de ver el arte como yo lo veo —dice al fin, marginando mi pregunta para no contestarla. Le tomo una mano, pero él está muy rígido así que la aparto. —¿Por qué lo dices? —inquiero—. El arte es subjetivo. —Lo es —murmura—. Pero a todos esos directores les parece genial la idea de que debería utilizar mi noviazgo contigo para generar mayor atención hacia mi pintura, ya que lo mío es demasiado sensible para escalar con rapidez. Tiene la mandíbula tensa y las manos más rígidas que antes. Yo no sé qué decirle. ¿Utilizar nuestro noviazgo? —¿Demasiado sensible? Edward, eso es lo bueno de ti —exclamo—. ¿Cuántos artistas plasman los sentimientos como tú lo haces? ¿Cuántos de los que admiras lo hicieron? Sentir está en ti, ¿para qué escalar con rapidez si puedes hacerlo paso a paso, disfrutando de ello?

Lleva uno de sus dedos a mi barbilla y me mira, me mira de esa manera tan linda que tiene para decirme que soy su mejor confidente. ¿Y quién más que yo sé de lo que tratan sus pinturas? ¿Quién más que yo conocería tan bien su corazón plasmado en tantos trazos preciosos? —No quiero usar lo nuestro, menos a ti —murmura, dando caricias furtivas por mi labio inferior—. Ellos ni siquiera entienden lo que quiero plasmar. Quizá nadie lo entienda al fin y al cabo y solo estoy perdiendo mi tiempo. —No, eso jamás lo digas —le digo tajantemente—. Llegará el momento en que todo lo que haces cale tan fuerte en alguien que todo esfuerzo valdrá la pena. Créeme. —¿Y si solo quiero que cale en ti y en nadie más? —Tira de mi labio inferior con su dedo pulgar. Sonríe y me acerco para darle un beso. —Eso ya lo hiciste. Confía en ti, regálale al mundo todo lo que tienes, aunque demore encontrarás la manera de que te entiendan —murmuro. Asiente y me da un abrazo muy fuerte, como cuando éramos solo amigos. Es una sensación que me produce mucha nostalgia, pero me gusta, sobre todo el hecho de recordar que aún lo somos, amigos y amantes. ... Marianne me abre la puerta y me da un gran abrazo, como si no nos hubiéramos visto hace muchísimo tiempo. Y la verdad es que nos vimos hace solo una semana. A pesar de todo, su calidez es enternecedora. Al entrar a la casa veo a mi madre sentada en el sofá tejiéndose una bufanda. Al notar mi presencia deja todo de lado y se levanta para abrazarme. —Suponía que vendrías sin Edward —me dice. La miro algo extrañada, pero luego me encojo de hombros. —Ven, vamos a la cocina a desayunar. Es muy temprano y hay un sol muy cálido. Raro en Forks. —Marianne y yo pusimos la mesa para ti. Te hice hot cakes. —Me señala la silla que hay frente a ella. En la mesa hay jugo de naranja, té, panecillos y los calientes hot cakes con la miel al lado. Se ve delicioso. Marianne se disculpa y avisa que tenderá las camas, mamá asiente y se prepara una taza de té sin azúcar, como es su costumbre. Se sienta frente a mí con el líquido humeante entre sus manos y me queda mirando un rato. —¿Qué pasa, mamá? Mira hacia la puerta y, al notar que no hay nadie, me atrapa las manos entre las suyas. —Hay una conversación pendiente entre nosotras —comenta. Me meto el tenedor en la boca y mastico.

—Mamá… ¿De qué hablas? Me deja tragar mientras ella se bebe la taza con lentitud. —Nunca pude contarte lo que Phill y Carmen me dijeron aquella vez en el hospital. El hambre se me acaba enseguida. Intento transportarme hacia aquel suceso y, de pronto, recuerdo perfectamente que mamá huyó de las palabras por muchas semanas hasta que dejé de insistirle. Es increíble que eso se me haya pasado por alto, nunca supe qué demonios le contaron para dejarla tan rota y asustada. —¿Crees que sea necesario justo ahora, mamá? —le pregunto. Aunque muero de curiosidad, ella acaba de salir del hospital y es imprescindible que no se altere. Pero por su mirada, sé que está decidida. —¿Aún lo recuerdas? Asiento, ella suspira. —Vi a Carmen entrar pacientemente y yo la saludé como siempre lo hacía, a pesar de que tú habías pedido que no la permitiera en la habitación. ¿Te soy sincera? No me gustaba que me privaras de verla, el hecho de que me haya cuidado por tantos años… —No puede terminar. Acaricio sus manos con mis pulgares. —La gratitud —digo con la voz un tanto baja—. Te cuidó por muchos años, la quieres, lo sé. Yo tan solo… —Carmen era más que una sobrina, se había convertido en la única persona que veía al despertar. Me hacía sentir menos triste y sola desde que te fuiste. Me pregunto hasta qué punto es bueno eso. —Y ya sabes, siempre me sentí un poco culpable por el hecho de que nunca se haya casado, vivió diez años conmigo y olvidó disfrutar de la vida. Que le ofreciera mi techo era lo mínimo para recompensárselo. Niego y miro hacia otro lado. ¿Qué debía recompensarle? Carmen ocupó su dinero, el mismo dinero que yo le enviaba luego de vender las joyas que me regalaban los clientes del prostíbulo. De pronto siento cólera, una rabia inmunda que me eriza los vellos de los brazos. —Carmen me miró al entrar a la habitación del hospital y me sonrió, pero estaba nerviosa, afirmó que solo venía a verme. Confundí torpemente aquel nerviosismo con la posibilidad de que tú llegaras, pero no fue así. —Suspira profundamente y sus ojos se tornan acuosos, profundos y muy cansados por el simple hecho de recordar—. Phill dio un paso adelante, me saludó un poco sardónico y luego me preguntó cómo estaba. Le pedí a Carmen que lo llevara hacia afuera o que diera aviso a Jane, pero simplemente se quedó parada sin decir nada. Me sentí muy decepcionada. Ya no me impresiona la desfachatez de Phill, él no tiene vergüenza, está claro. Pero ¿para qué seguir haciéndole daño a mi madre? Ya hizo suficiente. ¿Jamás se cansará? Ese jamás me aterra muchísimo. —Sus ojos cambiaron en un instante. Phill se acercó y apretó muy fuerte el fierro de mi camilla, lo

recuerdo muy bien. ¿Y qué crees? —Recordaste todo —afirmo y ella asiente. —Viví su violencia por muchos años, es imposible que no reconozca sus movimientos, menos aún sus gestos amenazantes. Sabía que, de intentar gritar, él me haría algo. Carmen nos observaba desde el otro extremo, pero casi no se inmutaba. Phill comenzó a hostigarme y a rememorar todo lo que te hizo y todo lo que me hizo a mí, me puse a llorar de rabia y no pude evitar insultarlo. Creí que iba a golpearme otra vez. Pero no… —A mamá se le escapa un sollozo muy pequeño, uno tan triste que no puedo compararlo con nada, simplemente nada. —Mamá —susurro con miedo mientras la abrazo con todas mis fuerzas—, ¿qué sucedió después? Ella lucha por ordenar sus pensamientos y aclarar su atascada garganta, pero a ratos le es imposible. Cuando lo logra parece más atormentada que antes. —Lo que me dijo fue peor que un golpe —sentencia con la voz grave y pastosa—. Carmen intervino junto a él y con ira comenzó a degradarte, a hablar cosas malas de ti… —¿Cómo qué? —inquiero con un hilillo de voz. —Que tú te negaste rotundamente a darme dinero cuando Carmen te lo pidió. Pero eso no puedo creerlo. ¡Qué injusto! —Trabajé durante muchísimo tiempo en algunos lugares que simplemente no quisiera recordar, pero lo hice solo para vivir, mamá. Te mandé dinero cada mes y Carmen era mi intermediaria. Sin embargo, una vez me comentó que tú no querías nada de mí, que era un dinero sucio, así que aseguró que lo guardaría para cuando no te dieras cuenta. Mamá arruga los párpados y luego los abre, alarmados. —Nos mintió a ambas —susurra, arrastrando las palabras—. Yo nunca supe que me mandaste dinero, Bella, jamás llegué a gastarlo. —Mi propia prima se rio de mí. Aun no entiendo por qué lo hizo, por qué mentir. Por su forma de observarme sé que algo más sucedió aquel día. —Se rio de ambas, hija. Hasta el día de hoy no puedo creer lo bajo que cayó. —¿Qué más te dijo? —le pregunto en un hilillo de voz. —Que tú eras una cualquiera, una mujer fría y manipuladora. Pero eso es estúpido, tú eres la mujer más dulce y pura que puede existir, eres mi niña, mi tesoro —me dice, acariciando mi rostro con la yema de sus dedos—. Sin embargo, para Phill esos insultos no eran suficientes, claro que no —se ríe sin gracia—. Me afirmó que fuiste prostituta en Nueva York, que tú… —Que vendí mi cuerpo por unos cuantos pesos —completo. Mamá me quita un mechón de la cara y me queda mirando como siempre, como su niñita. —Entonces es cierto —susurra.

Asiento con una vergüenza que me come los huesos. No soy capaz de mirar a mi madre a los ojos. —¿Cómo lo supo? —me pregunta. —Se me escapó en una discusión con Carmen, ella debió decírselo. Mamá sigue con sus caricias, como si no le hubiese confesado nada malo. Cuando me siento capacitada para mirarla a sus azules ojos, ella sonríe con tristeza. —Fue en un burdel que tuve la desdicha de conocer. En un primer momento trabajé haciendo aseo en las habitaciones, pero el dinero no me alcanzaba y… se me presentó la oportunidad —le digo con los ojos llenos de lágrimas—. Los clientes me regalaban joyas y las vendí para enviarte el dinero a ti. Cuando Carmen me afirmó que rechazaste el dinero simplemente me rompió el corazón. Ella rompe a llorar y me da un fuerte abrazo, mientras me susurra que no hice nada malo, que la necesidad simplemente pudo más. —No estoy orgullosa de eso, mamá, no puedo estarlo —exclamo. —Pero no puedes huir de eso, es parte de tu pasado —afirma con la voz muy fuerte—. Nada cambiará lo orgullosa que estoy de ti, nada de ti. Solo me hubiera gustado saberlo de tu boca y no de la de ellos. —Se encoge de hombros—. Sigues siendo mi niña, mi pequeñita hija a la que abrazaba todas las noches de lluvia y truenos. Me aferro a mi madre y me dedico a sentir su aroma, su calor y su compañía. Ella no es capaz de juzgarme, no lo haría jamás. Nos quedamos calladas un momento, yo acostada a su lado con mis brazos en su cintura, y ella me sostiene la cabeza bajo su barbilla, besándola de vez en cuando. —Debo confesarte que no quería creerlo, o bueno, que no quería creerles a ellos —comenta, rompiendo el silencio—. Luego, al asimilarlo, sentí una gran culpa. Debí estar para ti, Bella, debí sostenerte cuando estabas débil… —Claro que no, mamá, la culpa es mía —exclamo—. Si tan solo hubiese vuelto a Forks, jamás me habría convertido en una prostituta, quizá hubiese encontrado a Edward aquí y hubiera ahorrado diez años de dolor. Una profunda tristeza le cruza el rostro y es incapaz de ocultar el dolor de aquella idea. Mamá fue testigo de todo ello, incluso más que yo. Mamá vio el dolor de Edward, lo más probable es que se preguntó día a día por qué no regresé. Quizá hasta la decepcioné. —¿Por qué dejaste a Edward aquí? Te esperó tantos años —me dice con la voz melancólica—. Fue a buscarte a Nueva York cuando supo que residías ahí, pero regresó con las manos vacías. Si tan solo hubieras visto su… La interrumpo para decirle concisamente que Carmen me engañó, que no pisé Forks porque ella afirmó que Edward estaba muerto y que me envió el papel del ejército. Mamá lo entiende todo en ese mismo instante, pero algo cruza brevemente su rostro, como si lo todo encajase perfectamente; Carmen nos arruinó la vida al igual que Phill. Y lo peor de todo es que nos dimos cuenta de eso mucho tiempo después. —Él no lo sabe, ¿cierto? —me pregunta en un susurro ininteligible.

Niego. No puedo hablar. Siento su suspiro. —Bella… —Lo sé —mascullo. —¿Por qué no le has dicho? Me paso el dorso de la mano por las mejillas para quitarme las pequeñas gotitas. —Estoy aterrada, mamá. Me mira de una manera tan comprensiva que me asusta. No soy la única que entiende las consecuencias de mi pasado. —Es una parte muy importante de ti, cariño, ocultárselo no solucionará nada. —No quiero perderlo, la sola idea me… —No puedo terminar. Cierro los ojos y percibo la electricidad atemorizante que me cruza la espina. Y otra vez mamá me mira de forma comprensiva. ¿Quién mejor que ella puede entender el miedo de perder a quien amas? —Edward podría comprenderlo —afirma—. Te ama tanto… —Esa es la peor de las razones —confieso con la voz temblorosa—. Me ama de una manera tan pura que yo no puedo entrar en ello. Vendí mi cuerpo por dinero, lo hice para entrar a una película y luego dejó de importarme absolutamente todo. No es solo eso, mamá, mis errores siguieron durante toda mi estancia en ese sucio mundo. Lo único que sabe es que viví alcohólica y me manejé entre excesos, que nada me importó porque creí perdido todo en mi vida; la posibilidad de vivir con él junto a nuestro hijo, la de volver a verlo para pedirle perdón por mi huida y la idea de que tú me odiabas profundamente. —¿A qué le tienes miedo? —inquiere. —A que deje de amarme, solo eso bastaría para destrozarme. —Una punzada muy dura me cruza el pecho—. Sé que nada resultará hasta que conozca todo de mí, pero el miedo me ciega. Mamá me acaricia el rostro con sus dedos y una lágrima le cruza la mejilla. —Si hubiese sido valiente habría dejado a Phill y nada de esto habría ocurrido —me confiesa—. Si hubiese sido sincera… tu padre jamás… —Niega y cierra los ojos con brusquedad, limpiándose de paso las mejillas. —¿Qué sucedió con Charlie, mamá? —inquiero. ¿Qué hubiese pasado si ella hubiera sido sincera? ¿Qué quiere decir? —Tienes que decírselo, hija, debes hacerlo —cambia de tema notoriamente—. No hoy, claro que no, tampoco mañana. Pero que sea pronto, tanto como puedas. No quiero que te arrepientas de haber callado, Bella. Me quito el cabello de la cara a falta de otra cosa. Me cruza la desesperación porque es más de un puñal en mi espalda. Edward tiene muchas razones para dejarme, solo que no las sabe todas.

—Lo haré, pero primero meditaré cuándo decírselo. No será en mucho tiempo, más bien luego —le digo con la voz neutra, casi fría a pesar de lo mucho que temo por dentro. Es definitivo. Tengo que hacerlo lo antes posible. . . . Muy buenas noches a mis fieles lectoras que aún están pendientes de mi historia, la cual ya entró en fase final. Debo aclarar a la chica que me ha enviado un mensaje en "GUEST" que no puedo contestarle al menos que tenga una cuenta en fanfiction, y que sí, yo sigo actualizando esta historia aunque tenga mil cosas que hacer :) Con respecto a ello quiero informar que mis pruebas de universidad acabaron y que ahora estoy en exámenes finales, asi que tendré tiempito extra para actualizar lo que sigue. Gracias a las pacientes y fieles, esas que siempre me comentan la historia sin importar el tiempo que ha pasado y lo poco que he logrado avanzar en esta historia -Nenas, cuesta harto cuando tienes que estudiarte todo los órganos y demás u_u- pero soy feliz escribiendo, es lo que más amo y amo mucho más leer sus comentarios, en serio, me dan una pequeñita felicidad dentro de mis responsabilidades, a pesar de que fanfiction se convirtió en una responsabilidad más para mí, pero la disfruto a pesar de todo. En cuanto a la historia, bueno, dije que Jacob y Charlie iban a sobresalir desde ahora, porque serán trascendentales desde ahora en adelante. ¡Y ojo que viene una sorpresa en la historia! Atentas chicas, que quienes han leído mis antiguos trabajos saben que mis fases finales no dejan nada suelto y menos la tensión. Muchas gracias a todas, son geniales! Besos Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Capítulo XXXVIII . Edward POV El trozo que he tallado es tan diminuto que solo ocupa una porción diminuta de mi mano. Le doy un par de vueltas y sigo haciéndole los detalles. Sonrío e imagino la cara que pondrá cuando se lo entregue. Solo espero que le guste. Aunque

aún falta mucho para entregárselo. Veo el nuevo coche de Alice aparcada en la entrada de la cabaña. Sale de él y se aproxima de inmediato al notarme sobre la hamaca, tallando el pequeño artilugio entre mis dedos. Sonríe y me da un pequeño golpecillo cariñoso en mi pectoral derecho. —Eres un desvergonzado, ponte una camisa —me dice. —Oh, lo haré enseguida… —Voy a pararme para ir a por una, pero ella se pone a reír haciendo un sonido divertido con su nariz. —Estoy bromeando, Edward —exclama con otra sonrisilla—. ¿Qué tienes ahí? —me pregunta, mirando como una espía. Le doy un tirón a su pequeña nariz y ella me muestra la lengua. Antes de mostrárselo le acerco una silla de mimbre esponjada con un robusto colchón de lana lila. Me vuelvo a recostar en la hamaca y le entrego mi pequeña creación. Ella lo toma entre sus diminutas manos y lo mira con total atención. —¡Lo hiciste, Edward! —profiere con los ojos muy abiertos. —Aún le faltan algunos detalles, pero solo es eso, detalles. —Es muy hermoso —afirma con los ojos brillantes, como si fuese a llorar—. ¿Cuándo se lo entregarás? Suspiro e imagino la cara que pondrá cuando se lo entregue. Imagino su boca formando una perfecta "o", sus ojos marrones muy abiertos y un rubor imborrable en sus mejillas. Solo eso me hace sentir ansioso, tanto así que se lo entregaría hoy mismo. Luego niego un par de veces con mi cabeza; aún faltan los detalles, me recuerdo a mí mismo. —Tengo que ir a la joyería con el modelo —le comento. Ella me lo entrega mientras se muerde el labio inferior—. Quiero entregarle una piedra con su color favorito. De pronto me da un abrazo muy fuerte y se queda así por un buen rato. Yo sonrío aunque no entiendo mucho su actitud, y la abrazo también. —La amas muchísimo, ¿verdad? —inquiere con el mentón en mi hombro. —No tengo palabras para explicar cuánto —murmuro con sinceridad. Suspira y se separa, permitiéndome ver sus ojitos a punto de derramar un llanto. —Eres un chico muy valioso, Edward. Solo hazla feliz porque ella haría todo por ti, incluso lo que menos puedas imaginarte. —Tranquila, lo haré —le sonrío y le doy unos toquecitos en el mentón—. Eso sí, podrías ayudarme con el joyero. Ella se pone a reír y se vuelve a sentar en la silla de mimbre, cruzando sus piernas envueltas en unos pantalones de color rosa pálido. —Te ayudaré en eso y muchísimo más. Como por ejemplo —mueve las cejas hacia arriba y hacia abajo— a darle la sorpresa. —Eres mi ángel, Alice Brandon.

—¡Soy tu ángel! —chilla y salta hacia las flores, bailando y tirando su pañuelo hacia el aire—. ¡Soy tu bellísimo ángel! —canturrea, sacando rosas y claveles de diferentes colores. Me largo a reír y prosigo con los detalles en la madera. —¿Y dónde está Lilian? —me pregunta luego de un rato. —Emmett ha venido a buscarle, supongo que para ver a su madre. —¿Ya no te desagrada verlo? Suspiro y dejo de tallar. Estiro los brazos hacia el suelo, dejándolos colgando. —No —susurro—. Me di cuenta de que Bella y él solo serán amigos y nada más. Lo que hizo antes fue un error. Si ella lo olvidó ¿por qué yo no? Sujeta su rostro con sus manos y me sonríe. —¿Y Rose? ¿Cómo está? No he querido ir a verla, sería muy hipócrita de mi parte. Lo único que sé es que ellas nunca se agradaron, lo demás lo ignoro. Sin embargo Alice parece un poco arrepentida de ello. —Mejorará… supongo. Solo le temo un poco al hecho de que Lilian podría quedarse sola. —Rosalie no la dejaría jamás. Solo hay que tener fe. Suspira y se soba los brazos ante la fría brisa. —Bueno, ¿te parece hoy en la tarde? Ya sabes, lo del joyero, yo sé dónde puedes ir. Asiento y le sonrío. —A las cinco, en la plaza. Me guiña un ojo y luego saca su lengua por la comisura de sus labios. Eso es un sí. . Guardo muy bien el pequeño artilugio en una cajita para que Bella no vaya a verlo. No quiero que se arruine la sorpresa. Me pongo una camisa, y cuando voy a salir de casa para el taller, veo venir a Tanya con su clásica carpeta entre los dedos. Está impecable en un vestido bastante corto de color ciruela y las ondas en su cabello rubio están más marcadas. Cuando me ve sonríe, pero parece nerviosa. No dudo por qué, ya que la última vez no acabamos muy bien. —Buenas tardes —me dice con un extraño rubor. —Buenas tardes, Tanya —mascullo. Se queda callada y yo no sé qué decirle. La quedo mirando un rato, pero veo que no sale na de sus labios. —¿A qué has venido? —inquiero. —Supe lo de Jacob Black —susurra.

Ah, ya veo. —Isabella debe estar un poco paranoica con ello —se ríe débilmente. Elevo una ceja. —No creo que sea para menos. ¿Tú lo sabías? —digo con sequedad. Hace un mohín un poco molesto. —No, no lo sabía —me dice cabreada—. ¿Crees que todos nosotros conocíamos los pasos de Jacob? Solo soy su cuñada… —¿Quieres que me crea la idea de que el destino nos hizo cruzarnos siendo tú la cuñada del hombre que ha seguido a mi novia durante casi un año? —Mi voz se eleva notoriamente así que intento calmarme. Tanya acaba dándome la espalda y se quita los pocos mechones que se le escapan de la cara. Luego se da la vuelta con el ceño muy fruncido; su piel lisa de porcelana parece romperse. —Jacob me dio la dirección de tu taller para que pudiera ver tus creaciones, solo fue eso. Me quedé sorprendida de ver tus cuadros e incluso de tus trabajos en madera, eras justo lo que buscaba. ¿Sabes lo difícil que es encontrarme con un talento a estas alturas? Un talento que mezcla tantas culturas… —Niega con su cabeza y se toca la frente—. Lo que sucedió con Jacob no fue culpa mía, pero él te salvó la vida ¿no es así? Asiento algo culpable. Sí, me salvó la vida a manos de James. Él no hubiera alejado el cuchillo de no ser por la llegada de la policía y los detectives. —Y sé que también estás molesto por lo sucedido en esa junta. Edward, perdón —Suspira—. Sabes que no me gusta la idea de que tú y ella…—Se calla abruptamente y cierra los ojos. Tenso mi mordida y me cruzo de brazos. —Fue un error pedirte que utilizaras a tu novia para esto. Te estoy siendo sincera, todo esto se terminará convirtiendo en una distracción para ti… Bufo y avanzo hacia mi coche para salir. —Pero te inspira y lo entiendo. Paro y me doy la vuelta para mirarla. —De lo contrario no podré trabajar contigo —murmuro apesadumbrado—. No puedo utilizar a las personas que amo para cumplir mis metas. Creí que esto se trataba del talento, de la pintura, no de tener contactos con la fama de mi novia… Tanya asiente y levanta una mano para que deje de hablar. —Fue una idea barata, ni siquiera fue mía y… Lo siento, Edward, Mr. Van Houten estuvo muy enojado conmigo y no sabes lo mal que me siento. Asiento y doy una media sonrisa. —Está demás decir que no hay trato con ellos, ¿no?

Se ríe débilmente. —Buscaremos mejores personas para auspiciar la exposición. . No me había percatado de lo rápido que se venía mi cumpleaños, quizá porque me acostumbré a no hacerlo. La vez pasada preferí irme al lago a pensar… o a recordar, algo que se me da muy bien. Todos lo entendían y bueno, me dejaban ir. No había torta, regalos ni mucho menos una fiesta, solo un solitario Edward que solía caminar por la orilla del agua, mirando al horizonte mientras el día pasaba. La única persona que siempre insistió y logró darme algo era Jessica, siempre tan entusiasta. Suspiro recordándola. Hace mucho tiempo que no sé de ella, ni siquiera la he visto por la ciudad. No me atrevo a llamarla porque la última vez me pidió que no siguiera haciéndole daño a pesar de lo mucho que me quería a su lado. Jessica acabó siendo un mar de contradicciones. Alice quedó de juntarse conmigo por lo del joyero hace más de media hora y aún no aparece. Ella siempre ha sido un poco desorganizada con su tiempo, pero ya parece que quiere dejarme plantado. Por eso llegué hasta su casa, para ver si está bien. Veo su coche mal estacionado en una esquina con las puertas abiertas. Con el ceño fruncido toco su puerta con mis nudillos y espero hasta que me abran, pero nadie lo hace, solo escucho un leve sonido en el interior. ¿Está Alice dentro? Empujo la puerta y ésta se abre, así que doy un paso adelante. Veo a mi amiga apegada a la pared mientras se sostiene la cabeza con una mano. De la frente escurre un chorro leve de sangre, producto de un golpe quizá. —Alice —exclamo, corriendo hacia ella. Parece un poco desorientada y me mira con los ojos decaídos. Examino su herida, la cual parece ser solo un tajo. —¿Qué ha pasado? —inquiero. No espero su respuesta, voy ciegamente hacia la cocina para llevarle un paño. Cuando empapo la sangre ella me queda mirando. —Había tomado mi coche para ir a verte y… Ah —sisea con los dientes apretados. La hago callar y la siento en el sofá. —Voy a llamar a Jasper… —Y ve a buscar a Jane… —dice en voz baja—. Es enfermera, ¿no? —Me sonríe débilmente y cierra los ojos, lanzando un gemido. De seguro le duele la cabeza. Troto hasta la casa de Renée, en donde seguramente están Jane y Bella… si es que no se ha ido ya. Quien me abre es Marianne sosteniendo un pañito entre sus manos, como si se secara la humedad. Debe estar cocinando, pienso. —Todas están en la cocina, joven Edward… —Gracias, Marianne —le digo con una sonrisa algo nerviosa. Troto otro poco hasta la cocina, en donde efectivamente están las tres mujeres tomando té y charlando sobre cosas banales, solo que Bella está un poco callada.

—¡Edward! —exclama Renée dejando la taza sobre la isla de la cocina—. ¡Qué grata sorpresa…! ¿Sucede algo? —inquiere al ver mi expresión. —Encontré a Alice sangrando en su casa, no sé qué demonios ha sucedido pero —busco a Jane y me acerco a ella— necesito que vengas a verla, de seguro tú sabrás cómo hacer parar la sangre. Su expresión risueña cambia drásticamente a la de una profesional. Asiente y se levanta para internarse en la sala. Cuando miro a Bella noto que sus ojos están muy abiertos, como si quisieran salirse de sus orbitas. Parece tan asustada que es incapaz de levantarse de la silla o incluso decir algo. —Ay Dios mío, ¿alguien le hizo daño? —me pregunta Renée con evidente preocupación. —No lo sé —susurro encogiéndome de hombros—, aunque eso parece. —Tengo que ir a verla —dice Bella, saliendo de su trance. Me da una corta mirada, una mirada un poco intimidada, y luego va a buscar a Jane. Miro a Renée inquisitivamente, pero ella no dice mucho, solo parece pensar para sí misma. Me despido de ella y voy tras la enfermera y mi novia, la primera ordenando su maletín con todos los implementos necesarios, la segunda poniéndose un abrigo. Jane entra y de inmediato inspecciona a Alice, quien apenas puede abrir los ojos. Bella se acerca a ella y le toma una mano mientras le susurra un par de cosas al oído. . Luego de un rato Alice pudo quedarse dormida. Jane tuvo que ponerle puntos debido a la profundidad del corte. Según ella debió ser con un arma, como me sucedió a mí aquella vez. Además de eso la pequeña Brandon confesó que la golpearon para quitarle el bolso, en donde llevaba algunas cosas valiosas, aunque no lograron quitárselo. —Así que todo se trataba de un robo, ¿no es así? —comento. Bella se sienta en el sofá con una postura un poco rígida, quizá demasiado preocupada por la situación. —Es lo que parece. Dios, qué miedo, Forks está cada día más peligroso. Y pensar que antes ni siquiera temíamos de un robo —dice Jane, guardando sus cosas en el maletín—. Lo bueno es que Alice estará bien. Voy a dejar las cosas en casa de la Sra. Renée, ¿bueno? Ambos asentimos y luego ella se va, dejándome a solas con Bella. Acerco mi mano a la suya y la aprieto; está muy helada. Da un respingo y me mira con los ojos abiertos otra vez. —Hola —murmura con la voz seca. —¿Sucede algo? Suspira y mira al suelo. —Nada. O bueno… —se muerde el labio inferior—. Solo estoy un poco asustada por Alice, eso es todo. Pestañea rápidamente y me acaricia la mejilla.

—¿Estás segura que es solo eso? Me mira de una manera diferente, casi como si fuese a explotar. Como si tuviese miedo de… mí. —Hey, cariño, ¿ha ocurrido algo con tu ma…? Me abraza desde el cuello y apega su mejilla en mi hombro. —Solo estoy más sensible que de costumbre. Abrázame, ¿sí? —Eso no tienes que pedirlo. La envuelvo con mis brazos y la siento respirar pesadamente, como cuando está intranquila. Intento tragarme las preguntas y me quedo callado, no voy a interferir en su cabeza. . Me han enviado a comprar un analgésico para Alice, así que he ido a parar al centro de Forks. Bella se quedó cuidándola mientras esperan que Jasper llegue. Como el analgésico lo venden sin receta médica no me es muy difícil obtenerlo. Entro a la única farmacia de Forks y me detengo un poco al ver lo lleno que está. Al parecer todos se han enfermado hoy, pienso. Con un bufido me pongo frente al mostrador, en donde un par de vendedores se dedican a atender a los compradores. Uno de ellos parece discutir con una mujer, a quien le dice casi hastiado que no puede venderle ese medicamento sin una certificación médica. —Pero se la he pasado —afirma ella con las manos apegadas a la mesilla. Conozco esa voz. La mujer lleva una cola de caballo desordenada y una ropa ancha, arrugada, como si no se preocupase de su apariencia. —Esta expiró hace dos meses, señorita. —Por favor, necesito esos medicamentos —suplica ella—, me ha costado muchísimo conseguir el dinero y… —No puedo vendérsela, es un medicamento muy peligroso que necesita de una certificación médica. Sé quién es, su voz es imposible de olvidar al menos para mí. Jessica… Asiente y se da la vuelta, encontrándose conmigo frente a frente. Sus ojos se tornan acuosos casi al instante pero no se mueve, es incapaz. Yo tampoco soy capaz de hacer algo, estoy impactado con su estado. Su rostro está ceniciento, su cuerpo delgado y el cabello opaco. Es increíble verla así, no parece Jessica. —Hola —murmuro. —Hola —susurra ella con una sonrisa melancólica. —¿Estabas…?

—Sí, estaba intentando comprar mis medicamentos —me dice mirando al suelo. —¿Podemos hablar afuera? —le pregunto, apuntando hacia la puerta con mi dedo pulgar. Asiente y camina hacia adelante. Cuando estamos afuera ella no habla, solo se limita a apretar contra ella la deplorable certificación médica caducada. —Hace tanto tiempo que no sé de ti. —Me es muy difícil elegir una oración correcta para ella—. ¿Cómo estás? Me da una sonrisa algo agria y se encoje de hombros. —Es cosa de verme, ¿no? Apenas puedo conseguirme el dinero para mi enfermedad, ni siquiera puedo controlarla —Siento algo de resentimiento en su voz, como si me acusara de algo. —Jessica… ¿Y no has pensado ir con el médico? Quizá él te renovará el certificado y podrás… —Ya lo intenté, ¿bien? —exclama un tanto irritada—. No quiere renovarla —susurra. ¿Por qué no querría hacerlo? El clima ha bajado considerablemente y los dientes me comienzan a castañear. No sé cómo es que Jessica no siente el frío, parece tan insensible a todo, apenas lleva un abrigo de lana y una falda larga que roza el suelo. No deben ser más de las siete de la tarde, pero como es natural en esta ciudad, es imposible que la luz dure más allá de las cinco. —¿Por qué? —inquiero al notar que ha parado su débil y corto relato. Noto que se muerde las mejillas internas, eso hace siempre que está nerviosa. —Porque según él yo necesito otro tratamiento —se ríe sardónicamente—, tú sabes, para tenerme durmiendo todo el día. Cree que estoy descontrolada, pero yo no lo siento así, solo sigo triste y… No, no debería contarte estas cosas, quizá estoy dando demasiada lástima y tú ya tuviste suficiente conmigo la última vez. —No, no, Jessica. —Pongo mis manos en sus hombros y ella cierra los ojos—. No estás dando lástima, claro que no. Pone sus manos en mi pecho como si quisiera apartarme y a la vez no. Luego las empuña y ahí se queda sin hacer un menor movimiento. —Pero si el médico lo dice… —¿Crees que estoy loca? Me asusta, ¿qué habrá visto el médico en ella? No soy siquiatra, no podría dar mi apreciación, pero está cambiada, menos Jessica, como si la enfermedad la hubiera consumido. —No estás loca —susurro. Está demás decir que Jessica apenas puede trabajar y ni siquiera sé de dónde sacó el dinero para las medicinas. Sé muy bien que son carísimas y que duran solo para el mes. ¿Alguien se lo habrá dado? La última vez estaba amistada con Mike y ella no tiene familia. —Aún estás con ella —murmura con pesar—. Desde que ella llegó a Forks siento su perfume impregnado en ti.

No hay rabia en su voz sino desasosiego. —Jess… —Te vi en televisión, estabas en tu exposición —me cuenta—. Te has atrevido a hacerlo. —Ya era tiempo. Asiente y se pone a llorar en silencio. No me gusta que lo haga, no delante de mí. —Tengo que irme, Edward, verte me hace muy mal. —Se separa y aprieta su bolsa contra el pecho. Se limpia las lágrimas y me da una ligera caricia en la mejilla. —Jess… —es lo único que puedo decir. —Aún la odio, Edward, jamás podré perdonarle el que me haya separado de ti. —Su voz se apaga. Se gira y cruza la calle sin mirar atrás. . Isabella POV Alice duerme plácidamente en su habitación, la situación que vivió hace una hora atrás la ha dejado bastante cansada. No es para menos. Aprovecho de reunir su ropa sucia y depositarla en el tiesto. Su blusa está manchada de sangre, seguramente la que cayó de su frente. Sé perfectamente quiénes fueron, no es necesario ser unos genios. La Elite… Aprieto la mandíbula y apego mi espalda a la pared mientras la veo dormir. Primero fui yo, luego Rose y ahora Alice. No me trago el cuento del robo, no, eso es improbable. Reviso el bolso de mi amiga y noto que en ella no aguardan muchas cosas de valor pero sí una cajita de terciopelo muy antigua. —Así que revisando mis cosas —murmura ella con voz somnolienta pero con algo de humor. Bufo. Ella siempre revisa mis cosas para sacarme el maquillaje. —Solo estaba asegurándome de que estaban todas tus cosas en su sitio. ¿Cómo estás? Me siento a un lado de la cama mientras ella se restriega los ojos con las manos. —Mucho mejor —señala apuntando a su cabeza—. Jane ha hecho un gran trabajo, ¿a que sí? Le ayudo a sentarse con una almohada en la espalda. Luego me queda mirando un rato, como analizándome. La bruja Alice de nuevo… —Me he asustado muchísimo —le confieso—, cuando Edward llegó a casa de mi madre lo vi muy asustado también. Ella toma el peso del asunto y baja la guardia. Se mira las manos aún sucias de sangre y las uñas con restos, seguramente ahora es consciente de lo que le ha ocurrido. —Oh Bella, si no hubiera sido por él seguramente me hubiese desmayado —exclama mientras yo voy al baño de su habitación y junto agua caliente para lavar sus manos—. Esos malditos brabucones… Suspiro y me siento frente a ella. Tomo sus manos y las introduzco en el agua para luego frotarlas

con una toalla limpia, el agua clara se va tornando rosa a medida que la sangre seca va saliendo de sus uñas y piel. —¿Quiénes fueron? —le pregunto. Ella me mira sin entender. —Los que te han atacado. ¿Los reconociste? Se muerde el labio inferior y aplana los edredones con algo de nerviosismo. —No —susurra—. O sea, no me dejaron verlos porque me cubrieron los ojos e intentaron quitarme el bolso. —¿Tenías algo muy valioso dentro? —inquiero. Se pone a pensar un buen rato y luego niega. —Nada muy importante. Esta vez soy yo la que se pone nerviosa y comienza a morderse el labio inferior. —Fueron ellos, Alice… —Oh no, no —masculla. Su barbilla comienza a temblar—. Es… imposible que sean ellos —bufa—. ¿Cómo…? No… —Primero yo, luego Rose y luego tú. Nos persiguen. —Bella, lo tuyo fue venganza de James, lo de Rose quizá está íntimamente relacionado con lo ocurrido con Royce King, ¿qué he hecho yo para que un grupo de hombres me ataque? —solloza. Me rodea con sus brazos y me aprieta muy fuerte, la siento respirar con pesadez junto a mi oreja. Yo acaricio su espalda y me aguanto la ansiedad. —No has hecho nada, Alice… —Ninguna de nosotras —añade en un susurro—. Ni siquiera Edward. Pensar en el daño que le hicieron me hace entrar en cólera, en una tan profunda como agobiante. ¿Qué culpa tiene él de mi pasado? ¿Qué culpa tiene de amarme? Ninguna, por supuesto. —Tengo tanto miedo, Bella. Creí que una vez fuera del burdel nosotras podríamos olvidarnos de todos ellos, pero no, está prendado de nosotras. —Solo queda hablar con las autoridades, quizá… —suspiro—. Al menos daremos un aviso. Ambas sabemos perfectamente que ellos son poderosos, es casi imposible que nos tomen en cuenta así nada más. Con nuestra fama perfectamente podríamos lograr algo más, pero de dar resultado su venganza sería confesar abiertamente nuestro pasado y por más que asumamos nuestra antigua profesión, la dignidad nos es primordial y necesaria. —¿Jasper aún no ha llegado? Me río por primera vez.

—¿Crees que estaría muy tranquilo allá abajo? De haber llegado no te soltaría. —Tienes razón —me dice con una sonrisilla—. Lo quiero conmigo ahora —hace un puchero y se abraza a sí misma. —Ya lo he llamado, ni te cuento cómo ha reaccionado. Jasper llegó a casa de Alice unos minutos después. Estaba todo empapado pues le agarró la lluvia a la salida del trabajo. Cuando vio a mi amiga lo primero que hizo fue correr hasta ella para besarla… hasta que me sentí un poco incómoda en medio. El rubio se encargó de cuidarla y mimarla durante bastante rato mientras yo me ofrecí para prepararle una taza de leche caliente y galletas mientras miraba por la ventana a la espera de que llegase Edward. La última vez que nos vimos no fue un buen momento, más que nada porque aún conservaba las palabras de mi madre. Estuve todo el rato dándole vueltas a la confesión que tenía que hacerle, ideando el momento más oportuno para no hacerle tanto daño. Falta tan poco para su cumpleaños que me es imposible hacerlo ahora o mañana, o pasado y así, sería una crueldad inimaginable. Cuando llegó a casa de mamá había rebasado a la conclusión de que lo mejor sería hacerlo en Los Ángeles, cuando las cosas entre nosotros sean más calmas. Y bueno, con todo lo de Alice ni siquiera pude saludarlo o besarlo, sentir su calidez para confirmar que mis temores no son nada en comparación a cuánto lo amo. Mi corazón comienza a acelerarse en cuanto veo las luces de su coche titilar contra la ventana empapada por la lluvia. Lo oigo cerrar la puerta y mover las llaves, es su costumbre. Sonrío con algo de nerviosismo. Toca a la puerta con los nudillos evitando el timbre, seguramente con temor de despertar a Alice. Corro hasta allá y le abro, encontrándome con sus ojos hundidos y brillantes. Oh no, Edward está triste. Lo primero que hago es echarme a sus brazos y apretarlo contra mí, y él me eleva con sus manos en mis caderas hasta sostenerme fuertemente. Sus labios se apegan a mi cuello y ahí se queda, respirando contra mi piel. —¿Qué ha pasado? —inquiero con el pecho apretado. —He visto a Jessica —susurra con algo de temor. Me separo un poco de él y con nuestras manos entrelazadas lo invito a sentarse al sofá. —¿Cómo que la has visto? ¿Dónde? —Estaba en la tienda intentando comprar el analgésico para Alice y la vi… —Su voz se hace tan baja que tengo que hacer esfuerzos para oírlo—. Bella, hace tanto tiempo que no… —Parece ido, como si en su mente ocurriese algo más interesante que la realidad. Por un momento me pregunto qué tanto le puede afectar a él estar alejado de su gran amiga, la única chica que se preocupó por su estado. Edward a veces evita demostrar su debilidad porque yo estoy muy débil. —¿Cómo estaba ella? —Le quito el cabello de la frente y le acaricio la piel. Cuando se encuentra con mis ojos él suspira y me da un par de toquecitos en la barbilla. Sus ojos se tornan acuosos, brillantes y más tristes aún. Debo suponer que no ha sido agradable verla así como así. —Luchaba con el vendedor para que le entregara la medicina de su esquizofrenia, al parecer el certificado del médico está vencido y es demasiado peligroso vender la droga así como así —murmura pensativo.

—Oh no —exclamo con pesar. —Cuando no pudo hacer nada más se dio la vuelta y me miró —se encoge de hombros—, parecía… otra persona. No era la sensible y carismática Jessica que conociste alguna vez, Bella, está delgada, pálida y muy trastornada, ¡sus ojos ni siquiera lograron enfocarse en mí! —Eso quiere decir que está empeorando —susurro—. ¿Lograste hablar con ella? Hace un mohín de reproche. —Fue lo mismo de siempre, ya sabes, culparme a mí por todo lo que le está pasando. —No estás planteándotelo realmente, ¿cierto? —Lo que menos quiero es que comience a culparse otra vez. Niega. Se lleva una de mis manos a sus labios y la sostiene contra ellos, mientras medita lo que le acaba de ocurrir. Yo doy un largo suspiro; cómo odio verlo así, preocupado por algo que no está en sus manos. —Tampoco quiero que te lo plantees —murmura. —No, no lo haré. De alguna manera siento que le debo muchísimo a Jessica y no he encontrado la forma de pagarle. —Me comentó vagamente que el dinero apenas le alcanza y que el médico no quiere darle otro certificado. —Seguramente ha ido empeorando. Ríe con pesar. —Ella tiene metido en la cabeza que quiere dormirla todo el día, y como es obvio, Jessica ni siquiera puede sostenerse. Me pregunto de dónde sacó el dinero para el medicamento, es demasiado costoso. Me muerdo el labio inferior y me sorprendo con el pensamiento que me cruza rápidamente en la cabeza. Quizá yo podría ayudarla, sin ánimo absoluto de recibir algo a cambio, sería mi forma de agradecerle todo el cariño que le dio a Edward cuando estaba prácticamente solo. Sin embargo es obvio que no lo aceptará, no al saber que soy yo la que pondría el dinero. Tengo que averiguar cómo hacerlo, o quizá irla a visitar aunque eso me cuesta la seguridad (no puedo olvidar aquella vez que me lanzó por las escaleras). —Ya veremos qué hacer con ella, cariño, prometo ayudarte con lo que sea —le digo con dulzura. Me sonríe con sinceridad ahora, como si se encontrara conmigo por primera vez. —Eres una muy buena persona, ¿alguna vez te lo dije? Esta vez soy yo quien sonríe de oreja a oreja. —No, no me lo habías dicho. Tomo su rostro con mis manos y le doy un casto beso. Va a decirme algo, pero el grito de Alice nos interrumpe.

—¡¿Está Edward por ahí?! ¡Creo que necesito mis analgésicos! Puedo imaginar a Alice mordiéndose la lengua para reprimir la risa. Es increíble. —Los compraste ¿no es así? —Claro que sí. . Alice es increíble. No ha emitido ningún grito desde que Jane le está limpiando todos los rasguños y cortes en la piel, hasta está de buen humor conversándole a la rubia enfermera que sabe leer las cartas, el futuro y los ojos. Mientras Jasper está preparando algo abajo para nosotros, pues nos quedaremos por hoy más que nada porque se nos ha hecho tarde. Además la pequeña hija de Rose vendrá para acá ya que Emmett prometió traerla antes de las 9 de la noche. —El tarot nunca miente, te lo digo —insiste Alice mirando a Jane. La enfermera eleva las cejas mientras cierra la botellita y bota la gasa sucia. —¿Y siempre ha sido asertiva en sus adivinanzas? —inquiere. Alice bufa, elevando su flequillo por los aires. —Trátame de tú —profiere—. Desde pequeña he sido muy buena para ver el futuro, lo que ocasionó bastantes problemas con mis conservadores padres —afirma con la mirada perdida, seguramente en sus débiles recuerdos. Edward la queda mirando aunque finge no prestar atención a sus palabras, creando un nuevo interés en la revista que tiene entre sus dedos. Yo mientras corro las cortinas de la habitación para que no entre el frío del exterior y la chimenea acabe por calentar la casa entera. —Eso debió ser muy duro —comenta Jane. —No tanto. De cierto modo era divertido verlos tan asustados con mi sangre de bruja —ríe—. Hasta que decidieron enviarme a un internado siquiátrico. Fue ahí cuando me di cuenta de lo bien que me queda el cabello a los hombros. Jane la mira con un poco de tristeza, nadie es lo suficientemente estúpido para no darse cuenta de que debió ser una época muy fea para ella. —Tu talento es parte de tu alma… Alice —susurra tímidamente Jane—. Me impresiona que usted sea tan alegre, yo simplemente no podría… —Sonreír es la mejor arma contra el mundo —dice. Jane se despide y nos deja a los cuatro solos en la casa. Jasper nos llama para beber unas cervezas aunque ni yo ni Alice podemos beber, aunque ésta no lo tiene permitido por el analgésico. —Tienes que quedarte en cama —la regaño al verla bajar por las escaleras con un grueso pijama largo. No es lo que acostumbra a usar cuando duerme, seguramente planea tapar los cardenales. —Ya estoy bien —profiere, sonando ridícula al ver el gran parche en su frente. —Es una mujer de acero, cuando a mí me golpearon apenas y podía levantarme —afirma

Edward, haciendo que todos nos riamos. Es inconcebible que nos estemos riendo de quién aguanta más un golpe de revólver en la cabeza, pero así es la necesidad de mantener todo bajo control. Además no estamos solos, somos todos bajo una misma causa. —Está bien, quédate, pero recuerda que necesitas reposo. Jasper me hace una morisqueta, explicándome gestualmente que Alice está loca. —Sentarse en una silla también es reposar. Jasper le lanza otra cerveza a Edward y éste la atrapa ágilmente con sus manos. —¿Qué te traes ahí? —inquiero. Estoy preparando unos sándwiches para todos y de reojo noto que tiene algo entre manos. Ella desliza suavemente un pañito de terciopelo rojo en la superficie de la mesa y luego deposita un mazo de cartas con unos diseños muy raros en la parte de atrás. —Quiero leer las cartas otra vez, hace mucho tiempo que no me conecto con mi "yo" interior. —Las mezcla con unos increíbles trucos, como si fuese experta en el póker. —Eres una mujer muy tenebrosa, Brandon —molesta Edward, tirando suavemente de su nariz. Alice le muestra el dedo medio y Jasper rompe a reír. —Y muy brava —añade el rubio. —Lo sabes muy bien —juguetea ella, acariciando el mentón de su novio, el cual cae rendido ante sus ojos. Les llevo los sándwiches en un plato grande y lo deposito en la mesa frente a la tela roja. —¿Es con queso? —me pregunta la pequeña adivina refiriéndose al sándwich. Pone las cartas como si fuesen abanico, todas mirando hacia el terciopelo. —Como a ti te gusta. —Perfecto. Me siento en los fuertes muslos de mi novio y lo abrazo con mi brazo izquierdo detrás de su cuello. Él acaricia mi pierna por debajo de la mesa y comienza un recorrido muy lento con la punta de su nariz en mi hombro. —No pierdes el tiempo, Cullen —exclama Jasper entre risitas. —Deberías de aprovechar tú también —le contesta Edward luego de besar suavemente mi piel. —Lo haría si mi pequeña brujita se concentrara en mí y no en sus cartas —dice acusatoriamente. Alice rueda los ojos y se ríe. Acerca su rostro al de él y le da un jugoso beso en los labios. —Tu pequeña brujita quiere que saques una carta. —¿Cualquiera?

—La que más te guste. —Pero son todas iguales. —Jasper —masculla con irritación. —¿Y no debe hacer una pregunta antes? —inquiere Edward con algo de duda. Él saca una de la esquina derecha, luego y así, hasta seis. —Esta vez el destino te llevará a la carta y el tarot sabrá perfectamente qué decir. Jasper entre sorbos le muestra las cartas a su novia y ella comienza a leerlas poco a poco, dejándolas suavemente en la tela roja. Sonríe pero luego se reprime. Tengo que separarme un poco de Edward para curiosear más. Veo cartas con muchísimo oro como arcanos menores (creo que eso me lo dijo Alice una vez), y en los mayores el sol como carta principal y los amantes. Debo suponer que es buen augurio, Alice apenas se aguanta la sonrisa. —¿Qué ves? —inquiere Jasper con un toque de inocencia en la voz. Edward niega con una sonrisa y se bebe el resto de la botella. —¿Es normal que sea un poco escéptico con estas cosas? —me pregunta en un susurro, haciéndome cosquillas. Me giro para susurrarle contra los labios: —Eso lo dices porque no conoces el talento de Alice. Me queda mirando la boca al separarme sin darle un beso. —Te proyectas en muchos ámbitos, pero cualquiera de ellos te traerá prosperidad. La harmonía reinará junto con la persona que amas, en donde los proyectos se verán muy posibles de concretarse. —Mueve las cartas y las observa, leyéndolas quizá. Topa con un arcano menor y frunce levemente el ceño, tal parece que no la había visto: es de espadas—. Habrán disturbios —susurra—, un dolor de cabeza que querrás solucionar aunque eso no te compete, el amor por quienes dices tu familia es más importante que cualquier cosa—. Toma la carta de los enamorados y la junta con las demás—. Todo proyecto y felicidad se llevará a cabo a pesar de las adversidades, amarás con fervor y cuidarás de tu corazón con garras y dientes, recuerda que el sol siempre está sobre ti, iluminando tu camino. Será una época feliz a pesar de todo. Veo que sus ojos brillan con fervor, un fervor muy delicioso. Pero no lo suelta, simplemente se calla y se muerde el labio. Estoy segura que la espada no le importó, al menos no en comparación con las otras, llenas de oro, de sol y de amantes. —Uau. Es como si estuviera viendo una película —comenta Edward divertido. —¿Lo notaste? Tiene un don. —Ya veo cuáles son los planes —dice Jasper, sosteniendo la mano de su adorada Alice. Ella se sonroja y se miran como si estuviesen hablándose en base a eso, a simples miradas tan íntimas que no puedes descifrarlas. Alice vuelve con su papel de brujita y comienza a revolver las cartas con su maestría de siempre para luego depositarlas como abanico en la tela. Nos queda mirando para saber cuál irá ahora.

—Ve tú, quiero prepararme para esto —se ríe Edward. —Qué risueño estás, Cullen. —Alice le muestra la lengua y él levanta sus manos como si no estuviese haciendo nada malo. En las piernas de Edward estiro mi tronco y el brazo para sacar las cartas que me llaman la atención. Cuando termino, Alice las toma y las revisa, primero una: la Emperatriz. Alice abre los ojos pero luego se reprime. Mira la otra, una vez más los amantes pero éste acompañado del arcano menor de las tres espadas. Mi mejor amiga frunce el ceño otra vez, pensando y leyendo. Sigue La Sacerdotisa, pero de cabeza. Alice insiste en fruncir el ceño. Oh no. Carraspea y sigue leyendo las cartas. La siguiente es una carta menor de copas, junto a la muerte. Detesto esa carta. Y la última es horrible: La Torre. —¿Qué quieren decir? —pregunta Edward con la voz un poco más seria. —Hey, Alice —insiste Jasper. Sonríe y se muerde el labio, enterada ya de la lectura. Parece estar en un remolino de sensaciones y visiones. —Viene tempestad, venganza y envidia —susurra, tocando al diablo, la Torre y las tres espadas—. Debes tener cuidado, las tres espadas darán angustia, dolor y tristeza, pero cariño, debes observar el sol, todo tiene solución, sobre todo cuando ves el amor de los amantes, el amor que protege y a pesar de todo siempre estará contigo. —¿A pesar de todo? —inquiero débilmente. Asiente con un suspiro. —Las tres espadas junto a la tempestad de las cartas anuncian mucha tristeza, pero ninguna tristeza es para siempre. Debes ser sincera, La Sacerdotisa representa los sentimientos más profundos, el amor que hierve dentro de ti pero que no eres capaz de hacer brotar de tus poros por el miedo, la reserva y la incapacidad para desnudarte frente al amante —explica, apuntándome con su dedo índice a la carta de los amantes. Me mira y sus ojos brillan con un azul tan inmenso que me come la piel. Está atascada en sus visiones de manera tan llana que me es imposible entenderle—. Viene una nueva ilusión a tu vida, Bella, una ilusión tan hermosa como jamás la has imaginado. —Traga—. Edward saca tres. Él lo hace con obediencia y veo su mano frente al abanico incompleto. La primera es El Emperador. Alice asiente como si entendiera todo pero ni él ni yo comprendemos, menos Jasper que parece absorto, como si estuviese frente a un thriller de Hitchcock. La segunda es La Luna y la tercera es un As de Bastos. Alice las deja junto a la Emperatriz, las mira, las analiza y las ordena. Las Tres Espadas junto a Los Amantes, La Torre y El Diablo juntos, La Sacerdotisa a un lado de las Copas y la Muerte. —Esta ilusión les hará tan felices como jamás lo han imaginado. Eres un hombre poderoso, Edward, el Emperador lo está anunciando. La Luna insiste en que debes enfrentarte a la tempestad como el hombre que eres porque esta ilusión los necesita a ambos muy fuertes, La Torre y El Diablo se desatarán, no deben permitir que eso desequilibre todo lo que pueden hacer. Y de lograrlo, el As de Bastos los premiará con algo tan bello como la riqueza, pero no de dinero, sino de algo muy puro, muy divino. Deben tener cuidado con ello, deben protegerse, las espadas se desatan contra los amantes pero recuerden, la oportunidad de hacer brillar el sol entre las colinas está con ustedes —finaliza, mostrándonos el dibujo de las Espadas y los Amantes—. Todo ello generará un cambio, La Muerte es eso, un gran cambio, al estar junto a cartas tan diferentes entre sí solo depende ustedes que el cambio sea bueno o malo. —Se muerde el labio

inferior y nos queda mirando un largo rato, el cual parece interminable. De pronto siento miedo, Alice jamás diría algo así porque se le da la gana. Tempestad… Lucha… Ilusión… —Debes desnudarte, Bella, de lo contrario será demasiado tarde —me dice—. Cuidado con lo que digan, están en una línea muy delgada —añade—. Deben proteger a esta ilusión, deben hacerla brillar juntos, de lo contrario Las Espadas podría dañarla. Mi corazón comienza a latir muy fuerte pero no sé por qué. Edward no sabe qué cara poner y lo entiendo. Alice se ríe con nerviosismo y guarda las cartas sin ordenarlas. —No me hagan mucho caso —su voz es algo temblorosa—. Muchas veces fallo. Pero yo sé que aquel margen de error es ridículo como su talento para ocultar las emociones. Alice me queda mirando y asiente, aseverando que todo lo que dice podría ser perfectamente cierto. Son solo cartas, me dice mi cerebro. Debo hacerle caso. Miro a Edward y él parece un poco trastocado, pero a millas de preocuparse por el Tarot de mi mejor amiga. —Lo de la ilusión me pareció bonito, ¿qué crees que sea? —Mi novio me permite apoyar mi mejilla en su hombro mientras le profiero caricias en su pecho. —No lo sé —le respondo—, solo sé que suena muy bonito. Al menos es nuestra ilusión —sonrío. Me acaricia suavemente la línea de mi cadera, pasando por mi vientre y subiendo repentinamente hasta llevar a mi mejilla. —Solo imagina las posibilidades —me susurra. Podrían ser miles pero lo único que cruza por mi mente es que seamos felices, solo esa sería mi ilusión perfecta: nada de peligro, nada de dolor, solo ser feliz junto a él y amarlo hasta que ya no me quede aliento. Alice guarda las cartas y lanza algunos chistes, haciendo que Jasper se ría. Cuando la miro ella sigue teniendo los ojos muy brillantes, tan felices, tan ansiosos, pero también muy asustados. Debo tener cuidado. —¿Saben? —Alice eleva la voz y nosotros centramos inmediatamente la atención en ella. Tiene las manos apoyadas en sus cartas, envueltas en el paño de terciopelo rojo—. Hoy desperté con una visión muy fuerte. Veía a Edward en peligro —casi de inmediato lo aprieto junto a mí—, por eso fui a verte a tu casa hoy —explica. Todos miramos al cobrizo ahora. —No sabía que ustedes se habían visto hoy —murmuro. Edward se inquieta un poco y se encoge de hombros. —Me encontró haciendo un poco de carpintería —dice con algo de enigmática. Alice sonríe con complicidad y le guiña un ojo. Jasper y yo ladeamos la cabeza sin entender nada.

—Como sea. Edward estaba bien, nada le había ocurrido, ¡estaba demasiado bien! Feliz quizá —expresa—. Fallé en una visión, no soy perfecta. El tarot a veces no es perfecto, como tampoco mis predicciones. —Se encoge de hombros. —La que realmente estaba en peligro eras tú —añade Edward frunciendo el ceño—. Veo que tus predicciones solo sirven con los demás y no contigo. —Quizá no la vi bien y me confundí contigo —ríe—. Hoy sí que fue un día de locos —afirma cambiando de tema. Edward le pide a Jasper otra cerveza y ambos se beben otra con lentitud mientras comentan el largo día que les tocó, enfocándose netamente en el ataque de Alice. Ella se lo toma a la ligera pero yo no puedo, aunque me ahorro cualquier comentario para no aguar el ambiente liviano. Me molesta un poco que mi mejor amiga no le tome el peso a lo que significa esto, al peligro de todos esos bastardos que hurgaron en su bolsa buscando algo y luego, sin encontrar nada, desataron su furia golpeándola. —Gracias a Dios la encontraste, Edward, de lo contrario nadie hubiera sabido de su estado —dice Jasper con algo de preocupación—. Esos… bastardos. —Encontré su coche medio abierto y mal estacionado, supuse que algo iba mal y entré a su casa. No entiendo cómo caminaste esos metros en tu estado, apenas podías mantenerte de pie con los mareos. Alice se tapa la boca para ocultar su ligera sorpresa. —Se me había olvidado por completo decírtelo, Bella, pero cuando me atacaron fue Jacob quien me sacó de ahí y me condujo a la casa. A los segundos se fue para ir contra los tipos, solo que luego de eso no supe más de él y todo me daba vueltas. Me sumo en un silencio catatónico de tan solo escuchar el nombre de Jacob. De pronto todo tiene sentido. La primera vez que lo conocí fue en la fiesta de Las Vegas, en el Matrushka, cuando vi a Louis luego de todos esos años. Jacob se me presentó como bailarín de Broadway. Luego lo vi en aquella exposición de arte cuando dejé a Edward por segunda vez aquí en Forks, parecía casualidad, pero no, porque luego de eso me atacaron. No obstante lo vi por tercera vez cuando atacaron a mi madre, él iba armado y dispuesto a ayudarme. ¿Cómo demonios lo supo? La respuesta es tan simple… Estuvo protegiéndome todo este tiempo. Me resguardaba para que no fuese a ocurrirme nada malo. ¿Por qué siento que mi padre tiene algo que ver en esto? ¿Cómo es que Jacob conoce a la banda y al mismísimo Louis? Charlie… Dios… Nadie tiene mucho tiempo de hablar ya que el teléfono de Alice suena incesantemente. Ella corre para hablar mientras que Jasper la sigue. En cambio Edward me mira con complicidad. Sí, ha atado todos los cabos sueltos. Jasper vuelve con nosotros con una sonrisa inmensa en sus labios. —Era Emmett. Rosalie despertó. . Trotamos por el lugar en busca de la sección de informaciones hasta que damos con una mujer muy delgada vestida de blanco. Hojea deliberadamente unos cuantos papeles mientras bebe una

taza de café humeante. Me apoyo en su mesón y con dificultad logro recuperar el aliento. —¿Sí? —La mujer alza la voz y me queda mirando con poco interés. —Venimos a ver a Rosalie Hale —espeta Edward. Con lentitud revisa los archivos en busca de mi amiga, como si le fastidiara mover los músculos… Hasta que los encuentra. Los lee con la misma lentitud mientras nosotros nos miramos para calmar las ansias. —Bien, la Srta. Rosalie Hale será trasladada a recuperación en una hora. Solo sus familiares pueden pasar. —Oh claro. —Esbozo una falsa y nerviosa sonrisa. —Es mi prima —afirma convincentemente Edward. —Y yo soy… Bueno, usted debe conocerme… La mujer bufa. —No, no la conozco. ¿Realmente debería? —me pregunta con petulancia. Dios, debe estar muy cansada u odia su trabajo, pienso. —Mi esposo y yo queremos verla. —Viajamos horas —añade Edward. Ella asiente, hostigada y anota unas cosas en la ficha. —Deben apresurarse, el cambio de sala se efectuará en una hora. Luego de darnos la indicación de pasillo, sección y sala, partimos raudos hasta el lugar. Es aislado y está en completo silencio. Al ser de noche solo están encendidas las luces de emergencia, que son blancas y fúnebres. La puerta está medio abierta y una luz débil se cuela al exterior. Edward me niega con la cabeza para que no entre y yo no entiendo por qué hasta que oigo la suave voz de Rose. —Sabes por qué me alejé. —Sí, lo sé —profiere Emmett—. Pero no tenías por qué preocupar a los demás… —Estoy muy arrepentida de haber alejado a mi única amiga de esto, no tenía la culpa… —Claro que no —interrumpe—. Siento que fue todo culpa mía. Ni siquiera debí decirte lo que sentía por ella, Dios ¡ni siquiera debí ilusionarte! Escucho el suspiro de Rose y la maquinilla que controla su pulso, nada más. —Pero ahora todo es diferente, Rose —dice Emmett con la voz más melosa que he escuchado en mi vida. —¿De qué hablas? —inquiere ella con un dejo de inocencia.

—Cuando supe que tú estabas mal el mundo se me vino abajo. No asimilaba el dolor que me provocaba la idea de perderte, Rose, viví un infierno todos estos días, ¿sabes por qué? Porque te amo, y soy un imbécil al darme cuenta de esto ahora, cuando ya te he roto el corazón en mil pedazos. Sin embargo no puedo evitarlo, te amo y quiero hacerte feliz, cuidar de tu hija, ser una familia. Miro a Edward y éste me sonríe con total sinceridad. —Oh Emm —gime ella—. ¿De verdad? —No podría estar mintiéndote con algo así, cariño. Se quedan callados y oímos suaves besos, la alarma de que esto es demasiado privado. Nos damos la vuelta para volver más tarde, pero una enfermera nos encuentra de frente. —¿Vienen a ver a la Srta. Hale? Pueden pasar, no hay problema. Nos vemos obligados a entrar a la sala. La pequeña duerme en un pequeño sofá, mientras que Rose está junto a Emmett lo más abrazados que le permite su posición. Ella al vernos lanza un gritito emocionado y nos lanza los brazos. —Han venido —susurra emocionada pero ya cansada de tantas emociones. Es entendible, apenas ha despertado—. No saben lo feliz que me hacen verlos aquí. Emmett me tiende la silla en la que está sentado y a Edward le da un fuerte apretón de manos, sin nada de rencor. Mi novio le sonríe por primera vez en la vida. Rose tiene la tez de un papel, demasiado pálida para creerlo, pero sus ojos están muy azules y brillan contentísimos. Le beso la coronilla y ella me da un abrazo como puede, ya que está rodeada de mangueras en los brazos. —Has despertado al fin —le digo, acariciando su cabello. —Gracias, Bella —comenta con seriedad. Le sonrío aún más. —No tienes que darme las gracias. —Tú me encontraste ahí y te llevaste a mi hija, llamaste a la ambulancia y me pudieron atender a tiempo, ¿cómo no voy a darte las gracias? —Sus ojos están acuosos, puedo notar su emoción lo que me hace emocionarme a mí también—. Edward, tú también hiciste mucho por nosotras, cuidaste de Lilian como si fuera tu propia hija, ella te adora —afirma mirando a mi novio y luego a su hija, que está arropada con una manta muy bonita sobre el sofá. —Es una niña increíble. Verla sin ti era recordarme a mí a los once años —le contesta Edward—. Estoy muy contento de volver a verte así, Rose. —Ahora tienes que descansar, disfrutar de tu hija y reponerte para salir luego de aquí. Y lo mejor es dejarte querer. —Le guiño un ojo y Rose se ríe un poquito. Emmett se ruboriza levemente, lo que me da muchísima ternura. La pequeña Lilian despertó justo cuando su madre tiene que ser trasladada a la otra habitación. Al verme corrió a darme un abrazo y preguntarme por qué me veía tan bonita hoy. Lo encontré tan adorable que no aguanté darle un gran beso en sus mejillas regordetas. Luego se lanzó a los brazos de Edward y le dijo a su madre que mi cobrizo era su príncipe y ella la princesa pero que

yo no debía ponerme celosa porque él me amaba muchísimo y yo era su reina. Lilian estaba tan contenta que le preguntó a Emmett si sería su papá, pero él no supo que decir hasta unos segundos después. —Yo solo sé que las amaré y las protegeré para que nada malo les pase —dijo. Lilian se agarró de su cuello y le depositó un suave beso en la mejilla. —Entonces el nombre no importa, ¿no? Solo importa que me quieras a mí y a mi mami. Fue una respuesta tan tremenda y original que nos dejó a todos mudos, hasta a la enfermera que aguardaba pacientemente mientras anotaba algunas cosas en la ficha. Es indudable. Lilian nos ha robado el corazón. . La nueva habitación es compartida con dos pacientes más por lo que es necesario que solo estemos tres personas como máximo. Edward se lleva a la niña a dar una vuelta y Emmett va a hablar con el médico para preguntar sobre los avances, así que quedo a solas con Rose. Le ayudo a reposar la espalda en una leve inclinación, así le es más fácil hablarme. —¿Cómo se ha portado Lilian en su casa? Supe que están viviendo juntos —Rose mueve sus cejas de arriba abajo. Me río. Estoy algo ruborizada. —Lilian es una señorita muy independiente y dulce. Y sí, estamos viviendo juntos. Él me lo pidió y ni muerta le decía que no, me encanta despertar a su lado. —Suspiro—. Su casa es tan hermosa, Rose, todo su entorno es perfecto. Si vieras el bosque, la pradera y el lago, todo tan significativo, tan apegado a nuestro pasado. —Yo creo que él siempre pensó en ti cuando la compró y la adornó. —Hace una pausa—. Es tan romántico… —Ah. Se me había olvidado decirte que Alice te ha enviado saludos. La sorpresa de Rose es imposible de ocultar. —¿En serio? Esa es una novedad. —Ella lo ha olvidado —le digo—, hasta se ofreció de cuidar a Lilian en caso de que tuviésemos contratiempos. —Cuando salga de este hospital iré a verla, creo que limar un poco las asperezas nos hará bien. Me siento a un lado de la cama y me apoyo en el brazo de la silla. Le doy una mirada inquisitiva a Rose y ella se pone a reír. —Ya sabes lo que sucedió. Lo escuchaste al llegar. —Quiero oírlo de tu boca. Rueda los ojos y reprime una sonrisa. —Bien. Emmett me confesó su amor, fue tan increíble que aún me da vueltas en la cabeza.

Deseé esto por meses y justo ahora, luego de estar en peligro. Creo que Dios me ha dado una oportunidad increíble para ser feliz y quiero aprovecharlo, solo tengo que ser sincera con él y contarle todo de mí, es lo que todas debemos hacer, ¿no? Trago saliva y me muerdo el labio. Sí, debemos hacerlo. —¿Estás dispuesta? Asiente muy convencida. —Si se queda conmigo es porque me ama de verdad, sino —respira profundamente— no me merece. Pero confío en él, confío en todo lo que me quiere. Me es difícil decirle algo más, no soy la indicada para inculcarle valor en algo que me tiene aterrada. Admiro profundamente su convicción, es algo muy propio de ella. Supongo que es la única que no le teme muchísimo a su pasado, al menos no a su antiguo trabajo. Rosalie Hale era una joven de 18 años nativa de Carolina del Norte cuando escapó de su aristocrática familia. La razón principal fue el hecho de que la iban a enviar a un internado a Europa. Rose me confesó que siempre quiso escapar de los modales y de la sociedad, siempre viendo a su padre engañando a su madre con las criadas y las esposas de sus socios, consolando a su madre y dándole los medicamentos para la depresión que sufría. Su hermana se había casa recientemente con un hombre que la golpeaba pero tenía muchísimo dinero, además se había embarazado antes del gran día y nadie iba a soportar el escándalo. Todo eso le hizo huir, aterrada de vivir de esa manera, queriendo romper las reglas. Rose no necesitaba dinero, ella podría haber ido a cualquier lugar y la aceptarían pues es preciosa, tiene modales, estudios desde pequeña y toca el violín como los dioses. ¡Conservaba aptitudes precisas para subsistir! Pero no, ella quería demostrar que nada de eso le pertenecía. Conoció el burdel gracias a una de las prostitutas que compraba constantemente en el almacén que atendía (uno de los trabajos que tomó rápidamente para pagar un alquiler). Entre palabras Rose confesó que odiaba su actual trabajo y la prostituta felizmente le dijo que podía venir junto a ella para conocer a la madame. A Rose le gustó tanto que luego comenzó a trabajar ahí, convirtiéndose en la mujer más codiciada del burdel. —Quiero pedirte perdón, Bella. —La miro sin entender—. Ya sabes que fui una ingrata al no dirigirte la palabra durante tanto tiempo, no te llamé ni contesté llamadas. La verdad es que no quería ver a nadie. —Yo nunca quise que tú sufrieras… —Lo sé —me dice—. Solo estaba celosa y me dolía tanto todo. Tú no tuviste la culpa, fue Emmett. No obstante me estaban acosando constantemente por teléfono, así que decidí cortarlo para que no siguiera, Lilian estaba cada vez más aterrada. Las demás mujeres de la habitación están dormidas y el ambiente está en total calma. No sé cuándo irán a volver Edward, Emmett y la niña, así que me apresuro. —Fueron ellos, ¿cierto? El rostro de Rose cambia de inmediato, tornándose pálido y horrorizado. Luego pestañea y una ligera lágrima le corre por la mejilla izquierda.

Asiente. —Nombraban a Royce todos los días en esas malditas llamadas, recordándome las consecuencias de su muerte. Ellos saben muy bien que fui yo quien lo asesinó, saben que todo está encubierto en la policía. Saben que mis padres evadieron mi condena. Me quedo sorprendida. Eso jamás me lo había contado. —Sí, Bella, fueron ellos quienes me ayudaron a salir de ahí sin pagar con la cárcel. —Creí que no habías vuelto a hablar con ellos. —Mi hermana les fue con el chisme de mi prisión preventiva, se sintió tan animada de que yo haya hecho justicia con mis propias manos mientras ella duerme con el hijo de perra que la maltrata todos los días y frente a sus hijos. Mis padres llegaron de inmediato y —ríe—, Dios, por la maldita sociedad movieron aire, mar y tierra para sacarme de ahí. Vieras tú cómo les asustaba lo que iban a decir los amigos de la familia. En fin, solo les debo agradecer el que hayan cuidado a mi hija, ella era lo que más me preocupaba en aquel instante. —Pero… ¿por qué estabas tan asustada aquel día que llegaste a Forks? ¿Por qué… mirabas tan aterrorizada hacia la ventana? Pensé que era por los policías, temiendo que te encontraran. Niega lentamente y luego se frota la frente con los dedos. —Era por La Elite. ¿La persiguieron durante todo este tiempo? ¿Todo este tiempo… cerca? —Me amenazaron con matarme en cuanto tuvieran la oportunidad y sin miedo viajé hasta la punta más lejana de Estados Unidos, con la idea de que así no me encontrarían, pero lo lograron, me extorsionaron hasta que ya no lo aguanté y corté la línea del teléfono. A los días llegaron a mi casa, entraron a la fuerza y comenzaron a preguntarme otra vez por Royce King. Cuando noté que iban a golpearme envié a mi hija a su habitación y la encerré. —Su voz tiembla al igual que toda ella—. Les supliqué que no le hicieran nada, era lo que más me importaba, pero al final todo lo acabé olvidando en el momento que me golpearon y me escupieron todas esas feas palabras a la cara, argumentando que al matar a mi dueño se me acabaría la libertad condicional. Caí en la inconsciencia muy pronto y luego desperté aquí. Libertad condicional… Mi corazón comienza un frenético baile en mi pecho. Me recorre un miedo tan inmenso que no soy capaz de moverme. —Golpearon a Alice ayer. —¿Qué? —Fue cuando entraba a su coche. Ella afirma que iban a robarle, pero no, eso es imposible… —¿Quieres decir que…? —Un policía le ayudó. —¿Cómo sabes eso? —Él… nos ha estado siguiendo todo este tiempo… La policía nos encubre. Rose se queda pasmada y quieta, pensativa. Luego abre los ojos de golpe.

—Bella… A la salida del supermercado un hombre de negro me preguntó hacia dónde iba, me dio tanta mala espina que le mentí, aterrorizada por los llamados. Luego noté que se comunicó por radio con alguien más y luego se metió a un coche escondido entre los árboles. ¿Crees que haya sido la policía? Asiento rápidamente. —Buscan la forma de dar con todos, pero el pez gordo… —Louis. —Sí —contesto—. Es él a quien necesitan. Tengo que hablar con Jacob y Charlie. Ahora. ... La casa de Charlie Swan es pequeñita y está escondida en un barrio de Seattle. No fue tan difícil dar con ella, solo bastó una mirada a la guía telefónica. Edward me dijo que vivía en la gran ciudad, no tengo idea cómo lo supo. El barrio parece bueno y muy moderno, con casas desiguales y con originalidad. Carecen los árboles pero abunda el tráfico. Su casa es la 510, es de esquina y en ella abundan las flores. En mi rostro se forma automáticamente una sonrisa, y cuando me doy cuenta de ello intento reprimirla. La fachada es de ladrillo y madera, con ventanas grandes y una puerta con vidrio brumoso. Lo primero que hago es inspirar hondo y sostener la mirada al frente, sin miedo. Debo suponer que está en casa aunque estoy tan aterrada que lo único que quiero es que no esté. Levanto la barbilla y toco el timbre. Pasan unos segundos y siento los pasos de alguien acercándose. Mi primer impulso es huir antes de que me vean, pero no, alejo toda la cobardía y me propongo a enfrentar a mi padre, aunque sea una única vez. Cuando papá abre, él y yo nos quedamos mirando a los ojos, conscientes de esto. Veo su iris achocolatado, como el mío, el brillo entusiasmado y sorprendido que le ha encendido los ojos. Noto que traga y luego eleva sus manos como si quisiera abrazarme. Me cruzo de brazos y me aclaro la garganta en un vago intento por no derrumbar mi imagen delante de él. No sé por qué, pero últimamente se me ha hecho difícil endurecerme con él, probablemente porque me salvó de James, junto a Jacob. —Hola —lo saludo cortésmente. —Hola —dice también con la voz algo apretada. —Necesitaba… bueno… hablar contigo —mascullo. Aprieto fuertemente mi bolso contra mi vientre. Sus ojos se ponen rojos, como cuando reprimes las lágrimas. Quisiera creerle. —Por supuesto, hija. —Ni siquiera me interesa corregirle, decirle que no soy su hija pues me abandonó, ya no me tomo la molestia—. Pasa. Me abre la puerta y me indica con la mano hacia el interior. Escucho un par de voces, mi padre me mira y me sonríe algo tímido.

—Es… tengo visita. Asiento y doy un paso adelante. Un olor a galletas me impacta de inmediato, están recién horneadas o a punto de estarlo. La casa está decorada con muchos muebles de madera, todo con un toque muy masculino. Se nota que vive solo. Hay una chimenea muy grande en la sala de estar, frente a ella reposan dos sofá rojo oscuro con una mesita de hierro entre medio. Hay una cantidad increíble de cuadros, pero no sé de quiénes son, aunque son muy diferentes y raros. —Pasa a la sala. ¿Quieres algo? —inquiere con amabilidad. No quiero ser descortés, Charlie parece esforzarse mucho, lo noto en sus ojos. Quiero apartarlos pero me es imposible, es como volver a tener 6 años. —Un té… —Con limón —acaba por mí—. Desde pequeña te gustaba así. Asiento y agacho la cabeza. Él se pone algo incómodo y se va hacia la cocina, de donde proviene el barullo de la "visita". —Ponte cómoda —susurra. Con timidez camino por el suelo de madera pulida, tropiezo con una alfombra plana y reparo en la cantidad de hermosos muebles que hay. Un almacén de discos, estantes llenos de libros, figurillas y… ¡Claro! Son trabajos de Edward, es por eso que él sabe tanto de Charlie. Paso mi mano por el tablero de ajedrez perfectamente hecho. Más allá hay un estante junto a la ventana, la cual está repleta de fotografías. De inmediato camino hasta él y tomo la primera foto enmarcada que veo, una de mí cuando era apenas un bebé recién nacido. Es imposible que no sienta un nudo en la garganta. No es necesario que lo piense más, la gran mayoría de las fotografías son mías y de mamá. Una que otra es de él cuando era joven, junto a su preciada moto. Una vez mamá me contó que tuvo que venderla para pagar mi parto, era tan preciada para él que ella no podía creerlo, ¡iba a vender a su mejor amiga! Y lo hizo, argumentando que yo ahora era toda su vida. ¿Por qué, papá? También hay fotos mías recientes, todas de revistas y sesiones de foto públicas. También hay fotos del diario con el encabezado. Cualquiera diría que se siente orgulloso de ser mi padre. De pronto siento nauseas. —Espero que no te sientas incómoda con ellas —profiere, asustándome. —No, solo es… —Suspiro. Mi primer propósito era el de esclarecer su participación en el FBI, por qué nadie me dijo que había abandonado la policía y la maldita verdad con respecto a Jacob. Pero ahora… ahora solo hay una cosa que me mantiene en vilo, solo una duda que no soy capaz de mantener. —¿Por qué todo esto? Charlie tiene la taza en la mano derecha y está clavado en el suelo, sin siquiera pestañear. —¿Por qué fotos mías? Tú fuiste el que huyó —Esta vez mi voz se quiebra en un último intento por sonar fuerte y decidida. Siento el escozor de las lágrimas.

Él parece recobrar la conciencia y me indica que me siente en el sofá. Me tiende la taza con cuidado y yo la sostengo con la misma delicadeza. —Bella, yo… —Se calla—. Eres mi hija, la única —enfatiza—. ¿Cómo quieres que no me sienta orgulloso de ti? Mira adónde has llegado. —Ni siquiera sabes todo lo que pasé para llegar a esto —espeto. Él sonríe apesadumbrado. —Lo sé —dice. ¿Qué quiere decir con eso? Charlie parece tan seguro de esto, de tenerme frente y poder compartir conmigo luego de casi 23 años. En realidad parece seguro de comprenderme, de entender por fin quién soy. —Sigues teniendo la misma mirada, la misma mirada dulce y consciente del mundo. Para mí sigues siendo la niñita que adoraba cantar y vestir las prendas de su mamá, creyendo que era Audrey Hepburn. Todos esos recuerdos parecen tan lejanos, como el inicio de un viaje sin retorno que nos valió de tristezas, alegrías y desesperación. Tengo la garganta tan seca que me bebo rápidamente el té con limón. —Vine por lo de aquella vez, en la antigua casa de mi madre. Charlie eleva las cejas, aprieta sus labios y asiente, consciente de ello. Se rasca ligeramente la barba que comienza a salir y luego su bigote característico. —No creí que fueses a indagar en ello. —Lo miro sin entender—. Te vi demasiado asustada y enojada con nosotros. Creí que no ibas a hablarme nunca más —afirma con voz temblorosa. —Pensé en hacerlo, es más, nunca he tenido la intención de volver a hablar contigo pero… han estado pasando cosas muy duras a mi alrededor y necesito respuestas, estoy harta de los secretos que me rodean y del peligro. Él no dice nada. Entre nosotros se forma un profundo silencio que solo es roto de vez en cuando por las personas que hay en la cocina. Parecen hablar constantemente sobre algo en particular, lo que calienta a veces las aguas. Me pregunto si es un buen momento para Charlie. —¿Qué quieres saber, Bells? ¿Puedo llamarte Bells? Asiento. ¿Qué más da? Es un apodo que él inventó cuando tenía apenas unos días. Según él era porque constantemente lloraba, como una campana*. —Quiero saber todo. Quién es Jacob, por qué me lo encontré tantas veces, justamente estando sola. ¿Qué tienen que ver ustedes con lo que nos está pasando? ¿Por qué estás implicado en el asunto? ¿Quién eres? —Soy tu padre —interrumpe. —¿Mi padre? —repito—. ¿Quién es él en realidad? No te conozco, no sé nada de ti desde que huiste como un… —¿Como un qué?

—Como un cobarde —le suelto con ira. Charlie suspira y junta sus manos, probablemente meditando todo lo que siento en este momento. No es difícil darse cuenta que no caeré en el juego, nada cambiará entre nosotros. —Sí, eso no voy a negártelo, fui un pobre cobarde estúpido. Suspiro cansada. —Luego de que James Stand te haya atacado a ti y a Edward, ¿ha sucedido algo más? —Sí —le respondo, preguntándome cómo sabe el nombre de mi ex representante—. Atacaron a mi amiga… —¿Rosalie? —inquiere con temor. Asiento con el ceño fruncido. Él gruñe. —Luego lo hicieron con mi mejor amiga Alice, si no hubiera sido por Jacob ella habría resultado peor. —Tenían la coartada perfecta. —Lo sabes todo, todo sobre estos incidentes que nos están consumiendo. ¿Qué está pasando? Charlie no habla, no se mueve, solo me mira. Yo tampoco soy capaz de hacer mucho. —Soy policía pero trabajo para el FBI. Conocí a Jacob Black en la institución, era un chico desabrido y torpe, no sabía mucho. Mi jefe me envió junto a él para investigar delitos de lavado de dinero y trata de blancas —murmura. Trata de blancas… Las prostitutas que llegan ilegalmente a los burdeles para entrenarlas y sacar mayor dinero. Se me vienen a la cabeza automáticamente las chicas que vi junto a Louis en el callejón a punta de pistolas. —En el 73 dimos con un caso especial que nos llegó de Nueva York, nosotros teníamos nuestro lugar en Seattle pero un viejo amigo nos pidió ayuda a Jacob y a mí. El acusado era tan jugoso que apenas supimos nos dedicamos a él. El lavado de dinero se efectuaba en una de las empresas del gran Royce King Jr., estaba todo perfecto para poder atraparlo pero luego nos dimos cuenta de mayores detalles, como el dinero que les pagaba a los fiscales. A las semanas dimos con uno de sus mayores reliquias, la trata de blancas y la prostitución, lo que es completamente ilegal. Me queda mirando y yo me siento presionada por él. Quiero que deje de mirarme pues ya sé hacia dónde quiere llegar. —Louis Harrington era el cabecilla, un magnate dueño de hoteles y una fortuna avaluada en millones de dólares. Sabíamos que era difícil poder lograr algo en su contra, nada los hundiría mucho en prisión, ni siquiera la trata de blancas. Teníamos pruebas pero aún no podíamos lograr un testimonio más real. Hasta que di con una latina, aterrada e incapaz de sostenerse en este país. La habían secuestrado y era menor de edad. Iba a darme el testimonio de lo que sucedía ahí dentro, me dio las identidades de cada una de las mujeres que trabajaban ahí… y supe que una de ellas eras tú. —Su voz se quiebra de manera dura, casi como si temiera decirlo. Cierro mis ojos de golpe y aprieto los párpados, queriendo escapar de mi realidad. No… Charlie no puede saberlo, es… ¡Dios!

—Sentí tanta rabia conmigo mismo… —Charlie… —Yo podía protegerte, ¡eres mi hija! —Yo tomé ese camino —murmuro. —Por la necesidad. Ni siquiera sabías el tipo de lugar en el que te habías metido. Probablemente aún no sabes quiénes son todos ellos. —Hace una pausa y luego prosigue—. Le temí tanto a tu futuro, hija, no sabes el miedo que sentí. Al tiempo supe que tú habías logrado salir del burdel junto a una amiga, todo gracias a las gestiones de James Stand. —Se ríe pesadamente y niega con su cabeza—. La mano derecha, el comprador y proveedor. Siempre tan encantador, ¿no, Bells? Mis ojos se llenan de lágrimas y me abrazo a mí misma. Estaba tan desesperada que simplemente no me detuve a pensarlo, era el único escape. Pero no me arrepiento, la sola idea de haberme quedado ahí hasta no salir jamás me hace temblar. Es muy difícil ser feliz en un burdel. —Creí que estabas a salvo, comenzaste a hacerte famosa mientras Jacob, yo y todos los otros colegas íbamos investigando, pero nada iba dando resultado. Hasta que supe otra vez de ti, cuando el buen Jacob descubrió que Louis armaría una fiesta muy importante, con toda esa gente especial y conocida. Tú irías a ella, justamente con la mano derecha de Louis… —Yo no tenía idea que él era su mano derecha, siempre afirmaba que trabajaba para Harrington pero no con aquella importancia. Cuando le permití dirigir mi fama James decía que había dejado esas andanzas, y yo le creí todo. Me siento tan tonta. No hacían falta muchas pruebas tampoco, James siempre avaro, buscando cómo lograr que mi dinero creciera mientras yo vivía una vida de mierda. ¿Qué ganaba él de todo esto? Un porcentaje no menor, todo ello para sostenerse. —Lo sé, Bells. Pero él lo tenía todo calculado, eras un botín, Bella, un juguete divertido con el cual atraer a grandes narcotraficantes. James te llevó ahí para coartar la atención y cerrar planes, para asegurarse que su mano derecha aún mantenía prisionera a… la trabajadora que más le proveía dinero desde que Rosalie Hale se fue con Royce King Jr. —¿Qué quieres decir con eso? —Que Louis nunca ha dejado de estar pendiente de ti. Aquella vez los narcotraficantes te vieron y sucumbieron, dejando a Louis como al dueño del Picaflor de Hollywood. Todo este tiempo envuelta en injurias, nunca estuve a salvo de sus garras. —Por eso Jacob estuvo ahí, porque él podía protegerte. Seguía todos tus pasos en esa fiesta, cuidando también de Alice Brandon. Era la única manera de que estuviera tranquilo, enviando a mis hombres para que cuidaran de ti. Jacob Black me protegía y yo creyendo que solo era un bailarín en una fiesta. —Entonces cuando lo encontré en aquella galería de arte… —Fue porque estabas siendo perseguida en aquel instante por La Elite. Siento un miedo demoledor en todo mi cuerpo. Los dedos de mis pies están helados y la cabeza

me zumba. Todo este maldito tiempo en peligro… —Soy solo un juguete —susurro—, un botín. —No, hija… —Se calla y suspira—. Estamos casi listos, Bells, hemos demorado casi 8 años en acabar con esta banda de criminales ricos, pero estamos a punto de llegar a Louis Harrington. ¿Por qué crees que hemos estado tras la banda de James? Para poder atraparlos a cada uno. —Hasta que atraparon a James —añado—. Por eso lo encontraron justo cuando nos atacaban. —Sí, Bells. Estábamos tras sus pasos desde que supimos de su existencia. —Traga saliva y se frota los ojos como si estuviera cansado—. Detuve su persecución cuando noté que estaba trabajando contigo, sabía que de intentar apresarlo era demasiado arriesgado para tu carrera. Rechino los dientes. Qué padre tan considerado. —Tuve una discusión con mis colegas, casi pierdo mi trabajo, pero al final todos me encontraron la razón. Es imposible atacar sin meditarlo, no con los medios de su lado, Louis sabría inmediatamente del asunto y se habría esfumado en la primera ocasión. —¿Por qué Jacob me seguía en el hospital? ¿Por qué apareció justo cuando mi mamá estaba en peligro? Charlie traga y se mira las manos, nervioso. —Porque le pedí que te estuviera siguiendo durante todo este tiempo cuando yo no podía. No voy a permitir que te suceda algo… —¿No te parece gracioso, Charlie? Preocuparse por la hija que abandonaste, dándotelas del padre ideal. —Me río—. Qué bueno eres, cuidando la fama de tu niña, enviando a su coleguita a actuar como bailarín para protegerme. ¡Eres un excelente papá! —grito sardónica. —Yo no… —¿Qué? ¿Lo negarás? ¡Por favor! Me levanto del sofá y camino hasta los retratos que él tiene de mí, en donde también sale mi madre. Tomo una en donde salimos los tres mirando a la cámara, yo solo siendo un bebé, mamá está muy joven al igual que Charlie. Me la apego al pecho y comienzo a llorar en silencio, sabiendo que él está atrás, pero no me importa. —¿Por qué me abandonaste? —le pregunto mirándolo a los ojos. Su mirada de angustia no me llega, no me convence. No le creo nada. —¡¿Por qué?! —insisto. —¡Yo no quise hacerlo! —grita también. Tengo tanta rabia que tiro el cuadro al suelo, éste se hace trizas. —¡Te vi marcharte mientras te suplicaba que te quedaras! Dejaste a mamá hecha un mar de lágrimas, nos dejaste una herida tan profunda que jamás hemos podido cerrarla, ¡en especial yo! —gruño—. ¿Sabes qué? ¡Vete a la mierda! Tu puta hija no necesita que la protejas, no alguien a

quien solo le interesa encontrar a unos mafiosos para ascender en su trabajo. Supongo que no te sentiste tan orgulloso de mí cuando supiste lo que era, ¿no? —Tengo las manos apretadas en puños, los nudillos ya están blancos. —¡¿Crees que quería dejarlas?! —brama encolerizado—. Nunca estuvo en mis planes… Yo… —Su voz se quiebra de manera tan dura, tan triste y lastimera, que por primera vez me conmociono—. Por Phill me vi obligado a huir. Niego, incrédula. Eso es imposible… ¿Por qué simplemente él? ¿Por qué cuando estamos hablando de mi padre? Mis dedos comienzan a tiritar, luego mis piernas. Miro hacia la ventana, solo noto el movimiento de un par de árboles. Miro hacia el estante lleno de recuerdos, cierro mis ojos de golpe. Luego los abro, repitiendo sus palabras en mi cabeza, algo que me parece tan imposible como ridículo. Veo a Charlie derramando unas pocas lágrimas, sin siquiera dando una expresión, su rostro está paralizado. Retrocedo y topo con Jacob, quien me pregunta qué está sucediendo; me libero de él y corro hacia la salida, cerrando la puerta detrás de mi espalda con una sensación entumecida en mi pecho. Phill… *Bells en inglés significa campanas. Buenas noches! :D Cumplo con otro capítulo de mi fic, ya entrando cada vez más a la parte final. Primero quiero darles las gracias a todas las que sagradamente me leen, de verdad que les agradezco mucho eso a pesar de que siempre me demoro, a veces simplemente no hay tiempo para escribir y dado que hago capítulos largos, es muy difícil terminar lo más pronto posible. De cualquier manera contestaré a todos sus bellos mensajes, los cuales leo felizmente. Muchas gracias, chicas, son realmente las mejores. Con respecto al fanfic ya vamos viendo la verdad sobre Charlie, sobre todo el pasado lleno de secretos. Phill tiene tanto que ver como Renée, hasta Carlisle. Y bueno, pronto se viene una sorpresa increíble. También recuerden que Alice es una adivina... ¡Ojo! ¡Muchas gracias por leer y por sus rr! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Capítulo XXXIX .

—Bella —murmura Jacob detrás de mí. Ni siquiera le pido que se vaya, en este momento no me interesa articular palabra. Me siento en el porche y aprieto mis piernas contra mí. Tengo una gran confusión en mi cabeza. Él se sienta a mi lado y me soba la espalda. —¿Estás bien? —No, no lo estoy —le respondo. Suspira y sigue sobando mi espalda con cuidado, mientras yo voy reconociendo una y otra vez las palabras de Charlie. Phill, Phill, Phill… —Escuché su discusión —me cuenta. Lo miro a los ojos y él agacha la cabeza—. Espero que no te moleste mucho. Me encojo de hombros. —¿Qué más da? Tengo un padre cobarde y una vida que gira en torno a mi padrastro abusivo, es una historia que ya debería asumir. —Necesito pedirte perdón —me dice. Suspiro. —No digas eso, Jake, tú nos salvaste la vida. James pudo matar a Edward sin miedo —murmuro. Los ojos oscuros de Jacob se desvían hacia el paisaje mientras que yo sigo con los míos puestos en él. —Recibías órdenes de Charlie, realmente no tienes la culpa —añado. —Tu padre te protege y lo seguirá haciendo, Bella… Niego y me aprieto aún más contra mis piernas. —A él solo le interesa esta investigación, atrapar al flamante Louis y destruir la mafia. Protegerme es solo una manera de enmendar todo el daño que nos produjo su ausencia, Jake. Con lo último yo… no sé si seré capaz de seguir escuchándolo, es demasiado para mí. Él asiente y frunce los labios, me mira de manera decepcionada. Sé bien que ellos son muy buenos amigos, que él debe comprender muchísimo a Charlie porque han sido compañeros por hartos años, quizá cuántas veces se han contado sus más íntimos secretos. Sin embargo solo yo sé cuán doloroso es para mí todo esto, lo difícil que me es incluso volver a tocar estos temas que he querido dejar atrás. —Deberías irte a casa, no es bueno que sigas con esto por hoy —me aconseja mientras se levanta. Me tiende su mano y yo se la tomo, para luego ayudarme a estar de pie nuevamente—. Quizá no te interese mi opinión en este caso, pero Charlie tiene muchas cosas que decirte, escúchalo solo cuando estés lista. —Lo intentaré. —Ahora… Quiero que sepas que de igual manera estaré cuidándote. —Me sonríe de oreja a

oreja y en su mejilla se le forma un tierno hoyuelo—. A ti y a tus amigas —enfatiza, guiñándome un ojo. —Gracias por lo de Alice. —Habría hecho algo más por Rosalie Hale pero nos mintió. —Se encoje de hombros y luego me da un apretado abrazo—. Nos vemos, Bella. —Nos vemos, Jake. . Aparco el coche con algo de cansancio en el campo abierto del antejardín. Salgo y cierro la cerquilla de madera. De reojo vislumbro la luz proveniente de la ventana de la habitación, lo que significa que hay gente en casa. Suspiro y contemplo el hogar que tengo frente a mis ojos, el lugar más tranquilo en el que he vivido. Cierro los ojos y me concentro en el suave ulular, en la brisa que roza al lago y a algunos grillos revoloteando entre matorrales. Entre dos cerezos descansa una hamaca y a su lado hay una frondosa porción de rosas de diferentes colores. Busco la puerta principal, una de muchas ventanillas, me meto en casa y busco a Edward. Lo encuentro semidesnudo luego de una ducha frente al espejo del baño, su cabello gotea y solo lleva unos pantalones de pijama, además su rostro tiene espuma de afeitar y en su mano aguarda la rasuradora. Me abrazo a su abdomen y apego mi mejilla en su espalda. Él me toma las muñecas y las acaricia, pasando a mis antebrazos. Huelo su piel, me impregno de ello y lo beso ahí. Podría vivir toda mi vida de esta forma junto a Edward, disfrutando de un silencio en el que las palabras muchas veces sobran, rodeados de un ambiente tan calmo y natural. No. La verdad es que realmente quiero vivir con él cuanto me lo permita. Me da la vuelta y nos encontramos de frente. Me regala una sonrisa natural y yo me derrito por completo con sus mejillas llenas de espuma. Le ayudo a quitársela con una toalla. —¿Es esta una hora prudente para llegar, Srta. Swan? —me pregunta con un muy fingido tono mandón. —Ya soy una mujer adulta, ¿no lo cree, Sr. Cullen? Entrecierra los ojos y frunce los labios. Tira de mi labio inferior con su pulgar y se queda acariciándolo por unos cuantos segundos… hasta que me besa. —¿Qué tal estuvo? —me pregunta suavemente. Dejo escapar un suspiro mientras me quito el abrigo y lo deposito en el perchero más cercano. —Me ha destrozado otra vez —digo con la mayor naturalidad del mundo—. No es para menos, me cuesta mucho ser valiente ante él. —Me encojo de hombros. Edward se recarga en el lavamanos y me queda mirando. —¿Qué te ha contado? —Tú ya debes haber atado cabos sueltos. —Te han estado siguiendo desde antes, ¿no? —Asiento—. Ya veo —murmura.

—También lo hacen con Rose y Alice, están muy preocupados por lo que ha ocurrido. El plan es atrapar a los amigos de James… Gran parte de ellos se ganan la vida con el tráfico. Edward se ve más joven con la barba rasurada, pero sus ojos maduros y llenos de experiencia intentan descifrarme, son tan inquisitivos. —Charlie ha estado todo este tiempo detrás de mí y yo ni siquiera lo sabía —digo al fin, con un colapso inmenso en mi espalda—. Es primera vez que me he quebrado delante de él, Edward, y siento que no debí darle ese privilegio… —Dudo que sea un privilegio para él verte así, Bella, es tu padre… Asiento y me recargo junto a él. —Su casa es muy linda, ¿sabes? Todo está muy ordenado —murmuro—. Recuerdo que siempre ayudaba a mamá a limpiar, cuando habían fiestas de patrulla sus colegas siempre se reían de él, ya sabes que gran parte de ellos son muy machistas —me encojo de hombros—, pero nunca le importó. Debo suponer que todos esos recuerdos se han quedado en mi cabeza por algo. Llevo mi mano a sus mejillas y acaricio la tersa piel, algo diferente a lo que acostumbro a tocar, siempre con su barba incipiente picándome los dedos. —Su antejardín estaba atestado de flores y… —se me quiebra la voz pero me recompongo de inmediato—. Todo estaba lleno de fotografías mías y de mamá —mascullo. Mi cobrizo de ojos de miel me regala una ligera y triste sonrisa. —También habían muchos muebles de la carpintería —susurro. —Hace algunos años él se la pasaba comprando ahí, me preguntaba por ti pero yo no tenía mucho que decirle. —Se encoge de hombros y se pasa una toalla por el cabello mojado. Me suelto el cabello quitándome las horquillas, las hebras acaban cayendo por mi espalda algo despeinadas y más onduladas que de costumbre. —Estás extraña, cariño —me suelta. Lo miro y él tiene el ceño fruncido—. ¿Qué te ha dicho? ¿No quieres decírmelo? —De pronto parece algo asustado. Niego con mi cabeza y me cruzo de brazos, suspirando tanto que mis pulmones no dan abasto. —Ha dicho que por culpa de Phill él huyó, pero no tiene ningún sentido… —Dejo de hablar cuando Edward entrecierra sus ojos y murmura una maldición muy clara—. ¿Qué sucede? Se pasa una mano por la frente y me mira con culpabilidad. Yo no entiendo nada. —Hace un mes encontré una fotografía mientras revisaba unas cajas, Renée me permitió sacar todas tus cosas para quedármelas y liberarlas del encierro. Lo que no pensaba encontrarme fue una en donde Charlie y Phill aparecían abrazados… como amigos. No te lo comenté porque era demasiado personal —susurra con culpabilidad. Bufo y me siento en la orilla de la bañera, me tapo el rostro con las manos y me quedo ahí, sopesando lo que me ha dicho. —Oh Dios, Edward —espeto. Se sienta a mi lado pero no me toca.

—Lo siento, no quería… —¿Preocuparte? —Acabo por él. No me dice nada, solo espera a mi lado sin hacer nada más. —¿Y a mamá nunca le importó? ¿Por qué nadie me lo dijo? Phill estaba cerca de nosotros antes incluso de que Charlie se marchara. Dios… —gruño. —Hey —exclama Edward tirando de mi brazo—, necesitas dejar de pensar en esto y hablarlo con alguien, y ese alguien debe ser uno de ellos. Gimo y dejo caer mis hombros. —Estoy exhausta. Son tantas cosas, tanta… porquería. Crecí en base a secretos, mentiras y enredos entre mis padres. Ahora el maldito de Phill vuelve a la palestra. Mi vida gira en torno a su maldita mierda. —O simplemente descansar —añade con tono preocupado—. Estás explotando, Bella, ya ni siquiera duermes como antes. —Estoy hablando en sueños, ¿no es así? —Él asiente—. He tenido pesadillas y sueños muy extraños estos días, siento que no descanso y-y no sé a qué se debe —tartamudeo. Me besa la sien y me atrae hacia él como es su costumbre. —Estás cansada, cariño. Asiento y se me llenan los ojos de lágrimas. —No sé si soy capaz de saber toda la verdad de Charlie, después de todos estos años aún… lo extraño —le confieso con la voz estrangulada por el llanto que soy incapaz de derramar—. Y lo odio. Siento sus brazos fuertes enredarse en mí, sosteniéndome y apretándome. No quiero que me suelte. —Saber que Phill es… —Cierro los ojos y percibo el dolor en mis entrañas—. No, no quiero saber de él, no lo soportaría. —Solo tú sabrás cuándo es el momento correcto. —Suspira—. Siento haber omitido aquello, pero no era de mi incumbencia. —No, no lo sientas. Pero si vuelves a notar algo de esa magnitud, por favor dímelo. Asiente y me besa los labios. Me parece extraño no sentir el picor de sus mejillas cada vez que lo acaricio o simplemente nos besamos. —Te has rasurado —comento. —Estaba convirtiéndome en un pintor peludo, algo cliché para mi gusto. Me largo a reír y llevo mis dedos a su cabello ya húmedo. Sus hebras finas y cobres están largas, le rozan en las orejas.

—Me gusta tu barba, pero así te ves muy guapo —le digo con una sonrisilla. —Estaré perfecto para L.A. —Tú siempre estás perfecto, mi amor —le susurro al oído. Luego de su cumpleaños le contaré todo lo que queda de mí, ya no quedarán más secretos entre ambos. No puedo mentir, ningún amor, por grande que fuera, soportaría todo lo que soy. Solo resta pensar como Rose, o al menos intentar hacerlo: si me ama sabrá entenderlo. Aunque eso no quiera decir que aguante todo mi pasado, solo… entenderlo. Con eso me conformo. Todo de Edward se acabará convirtiendo en una caja de sorpresas. —Alec ha llamado —me cuenta—. Dice que hay que viajar para el 6 de Julio, lo demás quería hablarlo contigo. Creí que iríamos a L.A. antes de mi cumpleaños. —Le pedí que fuese después. Pensé que tú querrías pasar ese día aquí, en casa… Espero que no te moleste. —Me desabrocho la blusa con una mano mientras abro la llave de la bañera. —Claro que no me molesta, puedo pasarlo en cualquier lugar mientras sea contigo —dice mirándome con los ojos repentinamente oscuros. Quiero hacerle algo sorpresa, al menos con la ayuda de Alice todo saldrá muy bien. Sé que Edward no es de celebraciones grandes (si es que las hace), pero pasar con sus amigos no es una mala idea, además creo que se lo merece, al fin y al cabo ha logrado muchas cosas este último tiempo. Le pedí a Alec que mandara a traer algo especialmente desde París, es un regalo que siempre he soñado con hacerle a Edward. Solo espero que le guste. . —Estas son las cosas que guardé de tu madre, no se las he llevado por falta de tiempo, supongo que tú querrás hacerlo personalmente —me dice con la gran caja entre sus manos. La deposita frente a mis pies mientras yo dejo mi libro a un lado—. ¿Recuerdas que encontré las páginas perdidas del diario? Estoy sentada en la alfombra, medio apoyada de espaldas en el sofá. El ambiente es muy cálido y el silencio una gran medicina para mi día intenso. —¿Están ahí? —inquiero apuntando con mi dedo hacia la caja de cartón. —Sí. No saqué el tema a colación porque, bueno, tu madre apenas estaba siendo operada y ahora está… bien —susurra algo incómodo. —Se las llevaré mañana, de seguro estará esperando que vaya a verla. Además tengo que ir a comprar algunas cosas, nada muy importante. —Me encojo de hombros y le sonrío con ligereza—. No estoy segura de leerlas, ¿sabes? Yo… yo… —tartamudeo—. Te avisaré cualquier cosa, ¿sí? Edward asiente. Se agacha, me besa la frente y me acaricia el mentón. —Iré a terminar un boceto, te veo en la cama —murmura. —Ve. —Le doy un toquecito en los labios antes de que se vaya. Me deja a solas a la luz de la chimenea. Siento la música en su estudio, la única que le ayuda a

concentrarse. Suspiro y tomo la caja, está tan pesada que apenas logro moverla unos cuantos centímetros. Meto la nariz en ella y reviso que haya algo que vaya a perturbar a mamá, o cosas que no sirvan. De primera encuentro algunas boletas de compras, unas fotos de mamá siendo un bebé o en brazos de sus padres. Son cosas irrelevantes… hasta que encuentro la foto de la que habló Edward. Está Charlie con una sonrisa delante de la patrulla, con Phill acompañándole con el mismo uniforme. Se ven jóvenes. Pongo la fotografía nuevamente en su sitio, asqueada de solo imaginar qué secretos ocultan. La curiosidad me consume y sigo buscando algunas cosas, hasta dar efectivamente con las famosas páginas del diario. Están muy arrugadas y la tinta se ha corrido levemente, aunque es legible. Son solo 3, nada más que eso. Me acomodo en la alfombra, acostando mi cabeza en ella. Tomo la primera hoja, la que data de mayo de 1950. "1 de Marzo, 1950: Quisiera poder estar feliz, pero no puedo. Sé que me quiere y me cuida, pero acabo pensando en él cada vez que puedo. Estoy traicionando a Carlisle, sé que lo hago, pero ¿qué puedo hacer? Mi cuerpo necesita de mi gran amor y Carlisle jamás podría entenderlo. Ojalá pudiera leer esto solo para decirle que lo siento. He suspirado días y días, buscando liberar lo que tanto he callado. Esme es la única que me entiende, aparte de este diario con el que puedo soltar cada temor y miedo. También me siento culpable por Esme, que cada vez que puede me dice que le perdone por estar enamorada de mi novio. Mi novio… Me cuesta acostumbrarme a la idea de que Carlisle ahora es mi novio, pero no tenía escapatoria, nuestros padres iban a enfurecerse si no lo hacíamos. En lo único que pienso constantemente es en proteger a mi gran amigo estando con él, porque su padre es capaz de dejarlo en la calle, de matarlo si es que no conseguía estar conmigo. No quedaba alternativa. Sé que él me quiere de una manera que yo no puedo corresponderle y que se ve con Esme también. No me gusta que se hagan daño. No me gusta que Carlisle le haga sentir emociones a ella si intenta complacerme a mí también. No sé si fue correcto contarle a Esme esto, tampoco sé si es correcto el que yo vaya a escribirlo en este diario, pero no puedo evitarlo, sino estallaré. Hoy él me hizo el amor, mi hombre me ha hecho el amor. Me siento tan completa, tan amada. Es el hombre de mi vida. Quiero que él sea mi novio, no Carlisle. Su nombre está prohibido. Ojalá algún día pueda explicar todo lo que he sentido. Supongo que hoy me queda seguir recordando sus besos y sus caricias."

Es tan íntimo que me genera escalofríos. Tan revelador… Carlisle y mi madre estaban de novios por obligación, él ni siquiera se sentía bien por eso. ¿Y Esme? ¿Quién carajos pensó en ella realmente? Y mamá pasó la noche con Charlie, cruzando cualquier línea que le hayan impuesto. Sí que lo amaba. ¿Pero cómo puedo dudarlo? Hasta el día de hoy veo sus ojos brillantes, esperando a que él vuelva a estrecharla entre sus brazos. La otra carta está dibujada con garabatos llenos de colores, corazones, estrellas y flores. Todo parece alegría. "14 de Mayo, 1950 Lo he confirmado al fin. Dios, sí que estoy feliz, pero muy asustada. Se supone que esto está mal pero ¿cómo puede ser eso? Es un nuevo comienzo… Solo tengo que decírselo a mi gran amor. De solo pensar en su reacción se me erizan los vellos del cuerpo. Nuestro amor ha dado frutos, nos ha brindado de alegrías. Estoy esperando un bebé, ¡sí! Estoy embarazada. ¿Cómo esto puede estar mal? Siento que ya amo a mi pequeño pedacito, la nueva luz de mi vida." Tengo una sonrisa inmensa en el rostro, más unas cuantas lágrimas que se me han caído inconscientemente. Sé que mamá me ama pero leerlo es muy bonito. Es increíble que la entienda tanto, ese miedo exquisito que te recorre el cuerpo, la ansiedad por contárselo a él y esperar a ver su reacción. Sigo con la siguiente hoja, la última. Es la única que puede darme una pista más de sus vidas. "9 de Julio Padre lo sabe. Casi me mata. No me he atrevido a decirle quién era el padre aunque le ha valido, simplemente ha ido a buscarlo al taller y le ha dado una buena paliza. Dios, ni siquiera sé cómo está, estoy aterrada. He estado todo el día llorando y la incertidumbre me hace aún peor. Madre ha venido a verme hoy y me ha consolado durante un rato. Creí que estaría en mi contra, pero parece que no. Es un avance que haya decidido irse en contra de su marido. Ella dice que soy lo más importante en su vida y de inmediato me he puesto a llorar, pero por más que le imploré no quiso decirme qué pasó con él… con el amor de mi vida. Estoy desesperada y no sé con quién recurrir. Carlisle está destrozado cuando nuestros padres nos han obligado a casarnos. ¡Ni siquiera sé cómo zafar! Además tendré un bebé y sé que Carlisle no lo querrá, veo en sus ojos su odio. Me parte el corazón… Fuimos tan íntimos, creí que podíamos serlo para siempre, pero… no. Ahora simplemente soy una escoria para él. ¡Necesito escapar! No puedo hacer que mi bebé nazca así, en un ambiente hostil y miserable. No puedo casarme, no puedo imponerle a Carlisle un hijo que no es suyo. Si tan solo supiera qué ha hecho mi padre con mi amor, qué daño le ha causado. Todo esto es culpa mía. Él insistió en que nos fuéramos, ahora no somos nada… Simplemente nada." Cuando termino de leer me quedo un rato con la mirada fija, tragando las palabras. Carlisle y mamá iban a casarse por obligación, él pudo haber asumido como mi padre. La sola idea me descoloca y me pone la piel de gallina. ¿Qué sucedió después? ¿Cómo carajos zafaron de eso? ¿Qué ocurrió con Charlie realmente?

Creí que iba a despejar mis dudas pero solo he creado más. Lo único que sé es que Carlisle jugó un papel muy importante en la vida de mi madre y ambos supieron esconderlo muy bien durante casi 30 años. Ni Edward ni yo habríamos sabido de no ser porque los encontramos en la habitación del hospital, no es muy difícil adivinar que se lo habrían callado para siempre si es que hubiera sido posible. ¿Carlisle me odia desde ahí o solo porque le hice daño a su hijo? ¿Cómo puede odiarme desde que estaba en el vientre de mamá? Es… tan difícil de prever. Guardo la carta a ritmo pausado, mientras voy pensando en todas las palabras íntimas de mi madre. Imagino que no tuvo amigas, o al menos no eran dignas de confianza, pues su única fuente de desahogo fueron precisamente esas hojas. Me intriga tanto que se hayan perdido las hojas que quedaron, que mamá jamás haya nombrado a Charlie por su nombre y que las hojas hayan sido arrancadas con tanta fuerza. La única que puede responder mis preguntas es ella, Renée, pero por una extraña razón sé que no será completamente sincera. Nunca ha sido capaz de abrirse de esa manera conmigo, es por eso que prefirió darme la posibilidad de leer sus cartas antes que hablarme a mí. Siempre fue abierta en muchos sentidos, menos con su pasado, como si quisiera alejarse constantemente de él. Renée Swan siempre fue un enigma para mí y ahora se estaba convirtiendo en uno muy grande. … La casa de Carlisle siempre ha sido muy grande. Hace poco le debió dar una mano a las tablas y ladrillos porque la pintura parece muy nueva. Es blanca, sin cerco y con un antejardín muy espacioso. No tiene flores, pero sí muchísimos arbustos y árboles a punto de dar sus frutos, lo normal cuando ya estamos a finales de Junio. Las cortinas parecen cerradas y no vuela ni una mosca. Hace meses habría estado aterrada de estar frente a Carlisle como planeo hacerlo ahora, pero hoy me siento más valiente, no volveré a sentirme intimidada por sus ojos claros y fríos. Tampoco me siento mal producto de todos sus insultos, ni la forma en la que me trató cuando pasé mi primera noche junto a Edward, luego de todos nuestros años separados. Hablar de mamá y de Carlisle es aún más difuso. He intentado establecer una conversación con Renée desde hace días, esperando a que me contara sobre lo que leí en las páginas del diario. Nada. Es increíble lo mucho que me estuvo eludiendo y peor aún, cambia de tema con tanta brusquedad que ni yo puedo entenderlo. Comencé a desesperarme, pero luego preferí acatar. Luego de tocar la puerta un par de veces, aguardo pacientemente sin escuchar algún ruido aparente… hasta que me abre. Sus ojos dan un fulgor de sorpresa y yo mantengo mi postura firme. —¿Podemos hablar, Sr. Cullen? Cuando creo que me dirá que no, él asiente lentamente, con los ojos entornados. —Pasa —dice con sequedad. La casa sigue estando igual, aunque un poco silenciosa. Siento que han pasado muchos años desde la última vez que estuve aquí. —Toma asiento. —Señala hacia el sofá con su dedo índice. Yo obedientemente me siento, juntando sutilmente mis manos en mis rodillas.

Carlisle me imita, sentándose frente a mí con lentitud. —¿Qué quieres hablarme, Isabella? Me aclaro la garganta. —Quiero invitarlo a la fiesta de cumpleaños de Edward. —¿Una fiesta? —se ríe—. Edward odia esas cosas. —Lo sé, pero no veo por qué no celebrar íntimamente un día tan importante. Él se cruza de brazos y me analiza serenamente por un momento. —Es su padre, Sr. Cullen, ni siquiera fue a su exposición… —Él no me quería ahí —exclama, levantándose del sofá y recargándose en la pared, aún con los brazos cruzados. —¿Que no lo quería? —escupo—. Si tan solo hubiera visto su cara de decepción, Sr. Cullen… Es su única familia directa, ¡es su padre! Lo necesitaba. Carlisle traga y mira hacia otro lado. —Hizo un cuadro de Esme —le cuento con la voz suave—. Le hubiera gustado verlo. —¿Qué pretendes con esto, Isabella? Ambos sabemos lo que pienso de ti. —Sí, sé que me odia, pero su hijo aún cree que le simpatizo, al menos un poco —murmuro—. Y no pretendo nada, solo quiero que Edward sea feliz y que por mí culpa acaben separados. Él lanza una carcajada sardónica y yo no puedo evitar rodar los ojos. —¿Que sea feliz? Sabes que la única manera de que sea feliz es alejándolo de todo lo que te rodea. Edward no soportará toda esa presión, todos esos hombres queriendo tocarte. —¡Ya basta! —grito—. Dígame aquí y ahora por qué me odia tanto. No fundamente todo con Edward, ambos sabemos que desde que conoció mi nombre no quiso volver a verme, ni siquiera me dio una oportunidad de caerle bien. Solo era una niña, Sr. Cullen, y usted lo único que hizo fue cerrarme la puerta de su casa. —No sé de qué hablas… —¡Deje de mentir y afronte todo esto de una buena vez! ¡Al menos afirme que iba a casarse con mi madre por culpa mía! —vocifero con rabia. Carlisle abre sus ojos con un horror tan palpable que solo siento escalofríos. Trago y me alejo lentamente hasta la salida, viendo cómo su mirada se torna acuosa—. Hágalo por su hijo, es su única oportunidad de pagar todos sus errores. Me voy de ahí sin siquiera ver su expresión, no me interesa en lo más mínimo. Sé que él no vendrá pero al menos hice el intento. Solo espero que Edward no lo eche de menos como lo hizo en aquella exposición, aquello me dolió muchísimo. … Nunca había sido anfitriona en alguna fiesta, al menos no que recuerde. Siempre sentí que ese tipo de cosas no se me daban, o al menos eso me hice creer todo este tiempo.

Me alejo del arreglo que he hecho y pongo mis manos en la cintura, contemplando satisfechamente cómo ha quedado todo. Está muy bonito y me siento muy orgullosa. Alice va pasando por la sala y se queda mirando mi decoración. —¡Uau! —exclama—. Muy bonito. Hace tanto tiempo que no estoy en un cumpleaños así. —Me sonríe entre dientes. —¿Así cómo? —le pregunto mientras deposito la última servilleta de diseños en la mesa. —Uno hecho con tanto cariño —me dice, acariciando levemente mi hombro—. Voy a buscar a tu madre, te quiero vestida hasta cuando regresemos, ¿bien? Y de verdad que todo está hecho con mucho cariño. Me he esmerado mucho en que este cumpleaños sea lo más familiar posible, o al menos en un núcleo tan íntimo como el nuestro. Sé perfectamente que Edward no ha querido celebrar nada los últimos años, pero esta vez no quiero que ocurra. El ambiente está tan delicioso que hemos decidido armar todo en el patio, junto al bosque y las flores. Sobre nuestras cabezas nos cubre una densa capa de enredaderas, palillos y tablas, armando una pérgola ancha y larga, ahí Alice se encargó de instalar luces, como las de navidad, pero de un solo tono, algo así como el ocre oscuro. Como el cumpleaños comienza a eso de las 5 y Forks comienza a oscurecer a esa hora, es imprescindible que el ambiente sea iluminado de una forma tan bonita como esta. —Jasper vendrá para acá en una hora más, solo espero que los invitados estén aquí —bufa, levantando su flequillo de la frente—. Edward no ha sospechado nada y aún cree que iremos a cenar los cuatro a ese aburrido restaurant. ¡Pero tienes que estar perfecta! ¡Ve a arreglarte! —me ordena. Toma su cartera del sofá, me lanza un beso y cierra la puerta por fuera. —Como usted diga, Srta. Brandon —digo con una media sonrisa. . Mamá llega a casa con un vestido amarillo hasta las rodillas y un peinado digno de una celebridad de Hollywood. Está despampanante. Jane la acompaña de manera más sutil, pero se ve muy hermosa también con un entero blanco. —Ya veo por qué se han demorado en llegar —digo como quien no quiere la cosa a una Alice perfectamente maquillada y arreglada, usando una de sus mejores tenidas: un vestido azul oscuro con ligeros brillantes—. Se ven preciosas todas —añado con una sonrisilla. Voy hasta mamá y nos abrazamos. El ligero recuerdo de mi lectura en su diario de vida me hace descomponerme brevemente, pero luego intento olvidar todo ello. —Tú también te ves preciosa, Bella, ¡en realidad te ves espectacular! —exclama mamá, tomando mi mano para darme una vuelta—. El rojo te sienta bien —me guiña un ojo. —Gracias —le digo algo sonrojada. Llevo un vestido de tela opaca con un tono rojo oscuro, con brazos descubiertos y tirantes gruesos en los hombros. Desde el pecho hasta la cintura el vestido es apegado a mí, pero una vez en las caderas éste cae abierto por mis muslos, acabando un poco más arriba de las rodillas. Me he tomado parte del pelo y dejado una porción caer en mi espalda. Ellas de inmediato se ofrecen a ayudar a Mariane, quien ha sido mi aliada durante todo esta tarde

en la cocina. Mientras reviso el jardín trasero para asegurarme que todo está bien. Las luces ya están encendidas y el viento ha cesado por hoy. No hace frío, el clima está muy agradable. Hay tres mesas de comida, por supuesto que aún no está puesta para conservar la frescura. También hay bebidas, como alcohol. Alice ha adornado las mesas con diferentes flores, todas y cada una muy distintas entre sí. Los colores le confieren un toque fresco y colorido. —¿Quieres que ponga música? —me pregunta Alice. —Sí, algo ambiental —le digo. Tocan el timbre de casa y yo voy hasta allá a ver quién es. Me sorprendo al ver la rubia cabellera de Rosalie y su hija, ambas tomadas de las manos, con Emmett atrás. —¡Me dijeron que no podían venir! —exclamo entre risas. Les doy un abrazo a todos—. Oh Rose, te ves tan hermosa —susurro, mordiéndome el labio. Rose usa uno de sus característicos vestidos sueltos, algo parecido a la era hippie—. Y tú te ves hermosa también, nena —le digo a Lilian, vestida de rosa—. Gracias por venir, Emmett —murmuro. Casi al instante tocan el timbre nuevamente y en la puerta me encuentro a la madre de Jasper, a Ángela y a su novio. Los hago pasar a todos al jardín, en donde ya están servidas las copas de champaña. Alice se ha puesto a conversar con todos y mamá está ayudando a Marianne en la cocina. Los regalos de Edward están en la mesa, supongo que él querrá abrirlos por su cuenta en un espacio más íntimo. —¡Bella! —me llama Alice, entrando a la sala a paso rápido—. ¡Es Jasper! Vienen en el coche, los acabo de ver. —Oh, mierda. ¡Mamá! ¡Marianne! Vayan al jardín, ya están aquí —exclamo, alisando torpemente mi vestido y tropezando constantemente con el suelo. Sentimos el coche aparcar en el jardín delantero, mientras ambos conversan sobre algo referente al 4 de julio. Ambos se echan bromas hasta que Edward afirma que está oliendo delicioso. —¿Es que Bella acaba de cocinar? —le pregunta él a su primo. —No lo sé, quizá es algo para ti —afirma—. No se han visto en todo el día. —Probablemente debí venir a verla en la tarde, seguramente quería pasar mi cumpleaños junto a mí. —Las consecuencias del trabajo —exclama Jasper—. Hey, acompáñame a buscar algo atrás, Alice me dijo que estaría el repuesto de su coche. Los presentes se miran con complicidad y yo me aferro ligeramente a Alice, quien no puede de la emoción. Cuando veo la cabellera bronce de Edward y el rubio de Jasper, suelto el expresivo ¡feliz cumpleaños!, junto a todos los demás. Mi novio se queda en una pieza y observa detenidamente por unos segundos toda la decoración: las flores sobre la cabeza, en la mesa, a un lado de la comida, la música, las luces… Parpadea y camina hasta mí para darme un abrazo muy apretado. —Feliz cumpleaños, mi amor —le susurro. Me besa la frente, recorre mi nariz y llega a mis labios, en donde se entretiene unos segundos.

—¿Una fiesta sorpresa? —inquiere con una sonrisa—. Pues sí me sorprendiste, cariño —me susurra al oído—. Y te ves muy, muy preciosa hoy —añade, sosteniendo su mirada desde mis tacones hasta mi cabello—. Me gustaría tenerte solo para mí esta noche —me dice suavemente al oído. Me toma la mano y me conduce a saludar a los demás mientras mi corazón se desboca de solo imaginar mi noche junto a él. La Sra. Whitlock se emociona, seguramente porque Carlisle no está aquí. Yo me trago las palabras y me recuerdo que hice lo posible por traerlo aquí, por su hijo. —Eres todo un adulto, Edward —afirma, acariciando su mejilla. —Es momento de asumirlo —le dice él con una sonrisilla—. Gracias por esto y por venir. —Era imposible que me lo perdiera, además tu preciosa novia fue la gestora de esto. Creo que necesitabas celebrarlo, ¿no crees? Él aprieta los labios y asiente. Beso su saco, justo en su brazo. Me pasa un brazo por la cintura y me acaricia la frente con sus labios. Edward se va a saludar a Ángela y a su novio, ambos están tan divertidos como siempre. Me adulan y afirman que hace poco vieron publicidad de mi nueva película, la que seguramente irán a ver. —Feliz cumpleaños, hijo —dice mamá, abrazándolo con muchísima fuerza—. ¡Todo está tan lindo! —Nunca hubiera podido planear algo así para mí. Tu hija es increíble —afirma. Yo le sonrío—. Gracias por estar aquí, Renée. —¡Entonces debes disfrutarlo! —exclama. Me quedo junto a mamá mientras veo cómo Edward se va a saludar a los demás, como a Jane, a la mismísima Marianne, a Alice —quien salta sobre él y le da un muy apretado abrazo—, y por supuesto a Rose, su hija y Emmett. Rose y Edward se abrazan por un largo rato y la pequeña Lilian se aferra a mi novio desde las piernas. Luego él la eleva entre sus brazos para que así pueda abrazarlo mejor. —Es un milagro que Rosalie esté aquí en la fiesta, después de aquel… incidente. Suspiro. —Es una mujer fuerte. Edward se da un fuerte apretón de manos con Emmett que luego culmina en una sonrisa sincera y un abrazo. Se me escapa una sonrisa a mí también, verlos en paz me hace sentir en paz a mí también. —Qué bien que ya se llevan bien —murmura mamá. —Era hora —le digo—. Había una rivalidad ridícula. Mamá se larga a reír.

—Cuando se encontraban en el hospital no sabía cuál de los dos sacaba más chispa. Lo gracioso era que Edward y tú no tenían nada aún. Se le notaba tanto lo mucho que te quiere, creí que algún día iba a explotar con todo eso dentro. Aprieto los labios y luego dejo ir el aire por mis fosas nasales. De la mesita saco una copa de zumo sin alcohol y bebo unos cuantos sorbos. Edward ahora está conversando con Ángela, su novio, Rose, Emmett y Alice. Lilian está correteando entre las flores, mientras Jane le ayuda a no tropezar con el vestido, uniéndose también al juego de la pequeña. La Sra. Whitlock parlotea junto a su hijo, quien tiene hartos bocadillos en la boca. Observo a mi novio, que está de perfil. Su nariz se eleva ligeramente hacia arriba, respingada y masculina. A ratos eleva ligeramente la comisura de su boca y se pone las manos en los bolsillos con naturalidad. Su cabello cobre se despeina constantemente, no hay caso. Es tan guapo… Suspiro y me muerdo el labio. Me gusta su traje gris, me gusta también su camisa negra. Me gusta de todas maneras. —Yo tampoco podía soportarlo —le cuento a mi madre—. Se supone que luego de diez años lo lógico sería que hubiese olvidado parte de mis sentimientos hacia él, pero no, se intensificaron tanto que me estaba haciendo muchísimo daño. Mamá no dice nada más pero sí me abraza suavemente con un brazo. Se siente tan bien compartir estos momentos con ella. Mi novio de pronto me busca con la mirada, hasta que me encuentra. Me regala un simple mensaje con sus ojos y la comisura de sus labios, culminando con uno de sus guiños. Siento una punzada deliciosa en mi vientre. La música es agradable y los demás están haciendo una vida social estupenda. Yo me muevo de lado a lado para oír que la fiesta está perfecta y que Edward y yo nos vemos perfectos juntos. Marianne me avisa que hay dos personas en la puerta y yo le pido que los deje entrar. Ya sé quiénes son. Tanya Denali, vistiendo unos pantalones rojos furia y una blusa blanca inmaculada, se acerca a los demás para saludar. Mr. Van Houten, tan agradable como siempre, viene hacia mí para darme un suave beso en la mejilla. —¡Oh, Edward, lamentamos mucho no haber podido llegar antes! Quería ver tu rostro al gritar feliz cumpleaños —exclama Tanya, dándole dos besos en la mejilla a mi novio. Al verme se tensa ligeramente y yo me mantengo serena mientras me tiende pacíficamente la mano. La última vez que hablamos no fue una conversación realmente plena. Recuerdo muy bien que discutimos. —Es el tráfico —señala Mr. Van Houten, como quitándole importancia—. ¡Esto está bellísimo! —afirma, mirando hacia el techo, donde están las luces y las flores—. Y usted también lo es —deja escapar, estirando la mano hacia mi madre. Ella se sonroja un poco y le sonríe con algo de arrogancia. Reprimo la risa. —¿Con quién tengo el gusto? —inquiere él. —Renée Swan. Mr. Van Houten eleva las cejas y se digna a quitarle los ojos a mi madre para enfrentarse a los míos.

—¿Su madre? Asiento. —Es mi bellísima madre. Soltera, por cierto. —Le guiño un ojo y me alejo para que conversen. Alice me ataja rápidamente y me lleva hasta las mesas, en donde aprovecho de llevarme a la boca un bocadillo. Se me queda mirando con sus ojos azules y yo elevo una ceja, esperando a que lance sus dardos contra mí. —¿En serio? —inquiere—. Es Tanya Denali. Me encojo de hombros. —Ha ayudado mucho a Edward. —Sí y vaya que le encanta —suelta—. Bueno, quizá estoy siendo muy mala persona y todo eso, pero no la soporto. ¡Y Jasper no me apoya! Me río en su cara. —Es el cumpleaños de Edward, hoy simplemente no pienso detestarla ni caer en el juego. La última vez perdí mis cabales pero no esta vez. No voy a negártelo, no me fío de ella, pero ha hecho mucho por él. Alice suspira y deja caer los hombros. Me sonríe y me da un apretado abrazo. —Tienes razón. ¡Olvida todo lo que te dije! —Mueve las manos en el aire y luego salta hacia las copas de champagne—. Beberé esta por ti, nena. —Se empina y se bebe todo el líquido de un solo trago. —Entonces deberán ser mínimo 3 —bromeo. Agranda sus ojos y deposita la copa vacía sobre la mesa. —No querrás que me emborrache y haga un espectáculo delante de todos, ¿no es así? Edward se ve radiante y por supuesto es el centro de atención. Él es encantador por naturaleza, tiene una forma de expresarme tan sincera y carismática que es muy difícil no perderte en sus conversaciones. Aunque siempre fue un chico tímido, y creo que por eso él y yo nos llevamos tan bien desde que somos niños. Nos encerrábamos en nuestra propia burbuja, odiábamos que alguien más intentara adherírsenos, Edward expresaba todo conmigo y yo con él. Hoy creo que ha aprendido a abrirse al mundo. Y siento que yo también puedo hacerlo. —Te ha quedado precioso todo —me dice Emmett, acercándose a mí. Estoy sentada en una de las sillitas con forma de flor, observando atentamente cómo bailan bajo la pérgola o cómo conversan de cosas banales. —Gracias —le contesto con una sonrisa—. Todo fue hecho para él. No disfrutaba de una desde hace 12 años. —Suspiro. —Había olvidado disfrutar, ¿no es así? —Asiento—. Se nota que lo quieres bastante, ¿sabes? Y por Dios, ese hombre no te quita los ojos de encima. Cada vez que te perdías te buscaba con la mirada. Claro que intentaba pasar desapercibido, pero cuando se trata de ti él no puede ocultar

prácticamente nada. —Me toma la mano, pero por primera vez no me siento incómoda de que lo haga—. Espero que sean muy felices. —También lo espero de ustedes —murmuro. Diviso a Rose en la distancia y ella me eleva una copa junto a una sonrisa—. Todos merecemos ser felices en esta vida, está en nosotros decidir con quién compartirla. Cuando los bocadillos se acaban voy por más a la cocina y abastezco lo más rápido que puedo. La mano de Marianne es increíblemente adulada esta noche y ella no puede ocultar su orgullo. La veo mucho más contenta aquí en Forks, alejada del recuerdo diario de su hijo. Quizá este lugar, muchas veces frío, gris y pequeño, hace realmente feliz a las personas, como es el caso de Alice, Rose, Marianne… o yo. Me di cuenta de que aquí no hay mucho que pedir para ser feliz. —Debo confesar que hoy me es casi imposible quitarte los ojos de encima —murmura Edward detrás de mí, justo a milímetros de mi oreja. Doy un salto de los nervios. —Dios, me has asustado —le confieso, dándome la vuelta para observarlo. Sus ojos dorados dan un fulgor divertido. —Veo que te ha gustado el vestido —susurro. Pongo mis manos en su pecho y acaricio las solapas de su traje. —Me gusta todo de ti hoy. Los presentes se quedan repentinamente en silencio por lo que Edward y yo nos separamos ante la curiosidad. Casi se me cae el mundo a los pies cuando veo a Carlisle vestido elegantemente, caminando hacia el jardín. Parece un poco nervioso y creo que no es para menos. Creí que no iba a venir. Miro a mi novio y él parece rígido, seguramente porque no esperaba que su padre llegase a la fiesta sorpresa de su cumpleaños. En realidad Carlisle me había dado a entender que no vendría. Fijo mi vista en mamá, a quien le tiemblan las manos e intenta sujetar torpemente la copa de champagne. Asumo el control acortando la distancia entre nosotros, no quiero que se sienta fuera de lugar. —Hola, Sr. Cullen. —Le pongo una mano en el brazo para saludarlo. Él lo hace pero su frialdad es imposible de ocultar. —Escuché la música y pasé hasta el jardín. Espero que no te moleste. —Por supuesto que no. Qué bueno que ha venido —le digo con sinceridad. —Me demoré un poco en llegar, eso es todo. Ambos sabemos que eso no es cierto. —Papá —profiere Edward, acercándose a nosotros. Se abrazan fraternalmente durante un rato mientras todos los observamos. Sé muy bien que se extrañaban, salta a la vista lo mucho que necesitaban tener su contacto. Estoy muy contenta de que por fin el Sr. Cullen haya decidido venir, Edward necesita del apoyo y del cariño de su familia, sobre todo del hombre que lo crio cuando apenas podía sostenerse en pie al haber perdido a su esposa y a la niña que venía en camino. —Gracias por venir —dice el cobrizo. Mira a su padre sin poder entenderlo—. ¿Cómo es que tú has…?

—Fue Isabella quien me invitó, solo que me demoré un poco en llegar —le contesta el rubio, templando un poco su carácter. Ambos se giran a mirarme, Edward con gratitud y Carlisle con algo de complicidad. Este último nunca me había mirado así. —Quería que todos quienes son importantes para ti estuvieran presente. Carlisle se encuentra cara a cara con mi madre. Se saludan de manera tan torpe que soy incapaz de seguir mirándolo. Aún me es difícil imaginar que ellos estuvieron comprometidos y que casi me crío dentro de ese matrimonio arreglado. Edward toma mi mano y me sostiene junto a él. Con un solo gesto me comunica que está pensando lo mismo. —Gracias por invitarlo, cariño, no sabes cuánto quería verlo —me confiesa. —Lo sé. Desde la exposición que planeabas verlo. —Hace un mes no habría imaginado por qué se había alejado tanto, pero ahora sé que sigues sin caerle bien. Miro al suelo y me muerdo el labio. —¿Por qué no me lo dijiste? Ese mismo día, cuando él organizó todo lo de la comida para poder conocerte mejor, creí que habían limado todas esas asperezas ridículas que creó por culpa de los enredos de nuestros padres. —Claro que no iba a decírtelo, Edward. Te veías tan contento con ello que al final no pude hacerlo. Creí que él podría hacer el esfuerzo de fingir, al menos para que todo fuera en calma, pero cuando no se presentó a la exposición… —Supusiste que fue por tu culpa. —Asiento—. Todo este odio tan injustificado… —suspira—. No tienes la culpa de nada. —Tu padre está herido, cariño, quiero entenderlo, de verdad, solo que me tomará un poco de tiempo. —Me sonríe y me da caricias en la barbilla—. Por eso fui a su casa y le pedí que viniera, porque es lo que tú quieres y a quien quieres. Has pasado tanto tiempo a solas en tu cumpleaños, es tiempo de que disfrutes con quienes amas. —Es increíble que luego de todo lo que mi padre te ha dicho sigas intentando comprender por qué es así. —Olvida todo esto, Edward, ve y habla con él, disfruta de tenerlo contigo. Cuéntale lo grandiosa que fue tu exposición, lo mucho que lo has extrañado. Porque es así, ¿verdad? —Asiente y me toma el rostro con sus manos. —Iré con él —me susurra antes de besarme. Lo veo emprender camino hasta Carlisle, a quien vuelve a abrazar. Suspiro de felicidad. . Edward golpea la copa con una cuchara para que todos se queden callados. Jasper baja la música y los demás rodean a mi novio, dejando de chacharear. —Primero quiero agradecerles a todos por haber venido y hacer de esta fiesta una de las mejores en mi vida. Sin embargo nada de esto habría ocurrido sin la dedicación de mi novia. —Me toma la

mano y me besa los nudillos—. Gracias por darme el mejor regalo del mundo: estar conmigo —murmura. Aprieto los labios ante la inmensa emoción que comienzo a sentir. No puedo quitar mis ojos de los de él. —Gracias también papá, que estés aquí me hace inmensamente feliz —confiesa—. Sé que no he celebrado mi cumpleaños por muchos años, pero creo que ya es momento de sonreír frente a las velas —afirma. Marianne viene caminando con una torta que nosotras mismas preparamos, aunque ella es más experta que yo. Es de nueces, chocolate y vainilla; sé que le gustará. Es cuadrada y tiene muchísimas velas enterradas en la crema, y en medio dice feliz cumpleaños, Tony. Sé que pocos entenderán por qué dice Tony y no Edward, pero bueno, lo importante es que él lo disfrute. Mi novio la lee y me sonríe entre dientes. —Así que Tony —murmura. —Mi Tony —profiero. Marianne me pone la torta en las manos y yo la acerco a él mientras comienzo a cantar. Se me unen los demás en un coro pero realmente ninguno de los dos nos dejamos de mirar. Estoy ruborizada frente a sus ojos. Edward reprime una risilla y me escucha cantar, algo que me pone muy nerviosa. Es increíble que él aún haga que me ruborice y me tense por completo, como si tuviera 17 años. Cuando la canción termina él va a soplar las velas, pero Alice se lo impide de inmediato. —¡Tienes que pedir tres deseos! —le recuerda. Edward rueda los ojos y luego los cierra. Cuando termina sopla cada una de las velas, dejando que el humo nos irradie. Le acerco la torta al rostro para que la muerda y en el intento le embadurno el mentón y la nariz. Mi novio es el blanco de las risas y yo no soy ajena a ellas. —Feliz cumpleaños —profiero. Pone una mano en mi nuca y me besa, manchándome también. —Esto aún no acaba. ... Las luces aún están encendidas allá afuera, puedo notarlo desde la sala. Edward ha ido a dejar a mi madre mientras yo he terminado de ordenar todo lo que ha quedado de la fiesta. Estoy en medio de la soledad del cuarto y ansiosa porque él regrese. Carlisle se fue un rato después del cumpleaños feliz, alegando que necesitaba descansar. Le dio su regalo antes de marchar, un sobre pequeño y muy grueso, aunque Edward no lo ha abierto. Nuestros padres no fueron capaces de tocarse, fue algo muy raro y difícil de llevar y él también lo notó. Ninguno de los dos quiere entrometerse en el tema, pero no creo que seamos capaces de soportar esto, los secretos nos están matando. Tanya hizo una declaración ante todos los presentes diciéndole a Edward que él entrará a la exposición de Nueva York en unas semanas, en donde se presentan artistas de diferentes lugares. Todos fuimos incapaces de ocultar nuestro orgullo, en especial Carlisle, que acabó con

los ojos llenos de lágrimas. Edward abre la puerta principal y yo me escabullo hasta la habitación. Escucho que me llama, caminando por la sala, el pasillo y finalmente en donde yo me encuentro. Cruzo mis piernas frente a sus ojos, dejando escapar ligeramente el liguero. Veo cómo me repasa con sus orbes de miel, de pies a cabeza. La bata negra sutilmente translúcida promete una imagen peligrosa de lo que llevo debajo. La habitación está repleta de velas, dando el ambiente perfecto para lo que planeo. Él lanza las llaves a la mesilla de al lado, sobre la fuente. Escruta sus ojos ante mí, caminando lentamente hasta la cama. Pero me adelanto a su andar, dando pasos sobre mis tacones negros. Siento la tensión sobre nosotros, una tensión mortal que me revuelve el estómago, puedo percibir el calor que trasciende cualquier barrera física. —Te estaba esperando —le digo con aquel tono inocente que logro desbaratar de mi cuerpo. Me regala una media sonrisa tan coqueta como su postura. —Ya estoy aquí. Tomo su mano y lo acerco a mí. Pongo mis dedos en su rostro y acaricio su rostro, que otra vez comienza a ponerse áspero por la barba incipiente. —Siéntate. Él lo hace sobre la cama, tranquilo y paciente. Enciendo el tocadiscos y de inmediato suena Nina Simone, generando un cálido ambiente de romanticismo, pasión y necesidad. Me subo a la cama mientras mi cobrizo me da la espalda, acaricio los edredones en mi paso, tan suaves y esponjosos. Cuando llego a mi destino acuno mi rostro en uno de sus hombros y paso mis manos por su pecho, subiendo débilmente entre sus botones, buscando la corbata para deshacerme de ella. La lanzo al suelo y desabrocho el primer botón, siguiendo al segundo y así sucesivamente, acompañando mi cometido de suaves besos en el cuello. Escucho el ligero sonido de su respiración, pesada y ansiosa. —¿Qué pretende mi bellísima novia? —profiere entre exhalaciones. —Amarte —le murmuro al oído. Me alejo de él para bajar el volumen de la música. Edward se gira a mirarme con suma curiosidad. Le comienzo a cantar suavemente cumpleaños feliz, dando pasos hasta él mientras me voy quitando lentamente la bata… hasta que la lanzo al suelo, a pocos centímetros de su cuerpo. Me mira hechizado, sus ojos se han centrado exclusivamente en mí. Me siento sobre sus muslos y enredo mis brazos en su cuello. Sus manos me recorren los ligueros, tira de ellos, aumenta mi desasosiego. Lo beso con frenesí, dándole a entender todo lo que quiero de él. —Dios mío, quiero arrancarte todo lo que llevas puesto y a la vez mirarte por horas solo para asegurarme de que eres real —susurra, mordiendo mi labio inferior. Exhalo contra su boca, apegando mi frente contra la suya. —Estoy desatando al demonio que llevas dentro. Mi ángel poco a poco se va convirtiendo en un demonio, puedo sentir las llamas recorrerme. Me separo de Edward y me queda mirando con ansiedad.

—Creo que un poco de champagne no nos haría mal —murmuro. Vuelvo a encender la música; Nina Simone comienza a cantar I Get Along Without You Very Well con esa lentitud magnífica y esa voz grave y concisa como su carácter. Topo con los ojos dorados, que me miran desde la cama. Edward reposa, acostando en medio, acosándome con su mirada inquisitiva, divertida y excitada. Es una mezcla impresionante de sensaciones y emociones que le recorren en torbellinos. Tiene sus manos detrás de la cabeza, su cabello está algo despeinado, la camisa abierta me muestra la piel de su pecho y más abajo veo los efectos de mi cometido en esta noche. Vierto el líquido en dos copas altas y las llevo hacia la cama. —¿Vas a beber? —inquiere suavemente. Asiento y le doy un pequeño beso. —Esta es una ocasión especial. —Me llevo la copa a los labios y bebo un sorbo de champagne—. Es un secreto entre tú y yo. —Me sonríe entre dientes y también bebe un sorbo de su copa. —Todos tus secretos están a salvo conmigo —afirma. Acabo de desabotonar su camisa y la abro, descubriendo su piel y los vellos de su cuerpo. Beso aquel camino ideal, mirando de vez en cuando sus expresiones. Lo despojo de sus ropajes lo más lento posible, jugando con sus terminaciones nerviosas y martirizándolo. Lo oigo susurrar mi nombre, pidiéndome. —Ven aquí —murmura. Me toma la mano y me conduce a su lado. Choca su copa con la mía y se bebe todo de un rápido sorbo. Me quita la mía y me acuesta sobre la cama, posicionándose sobre mí. Doy risitas nerviosas y me sujeto de sus brazos. Nos quedamos mirando un largo rato hasta sucumbir en profundos besos. Pero él no se detiene en mis labios porque sigue bajando, dejando un húmedo recorrido en mi barbilla, mi cuello y pecho. Cuando me despoja de la bata y de mi sujetador a juego, se queda mirándome y yo me veo reflejada en sus cuencas. Están tan oscuras. Aprieta las carnes de mis muslos y tira de mis bragas. Me las quita junto a los ligueros, y estoy desnuda frente a él. Enredo mis piernas en su cintura y cierro mis ojos, aunada al placer. Con un suave suspiro me dejo caer en sus brazos, en sus caricias y en todo su ser. . Sus dedos juguetean con mi espalda mientras yo lo hago con los vuelitos de la sábana. Es un silencio mantenido por mucho tiempo, una costumbre muy normal entre nosotros. Creo que no siempre hace falta decir algo con una compañía que te conoce tan bien. Es de noche aunque ni siquiera he mirado a la ventana. Sí puedo oír el viento de madrugada y algunos animales. El disco de Nina Simone se ha acabado desde hace 15 minutos, a segundos de haber hecho el amor con Edward. Sonrío al recordar otro de nuestros momentos juntos y me apego un poquito a mi hombre. Él me besa la cabeza y se queda un rato ahí, con sus labios en mi cuero cabelludo. Me regocijo contra la almohada, atenta a su mirada dorada. —Debo suponer que ha sido uno de tus mejores cumpleaños —digo como quien no quiere la

cosa. Edward eleva las cejas y las comisuras de sus labios. —He tenido el mejor regalo, más no puedo pedir. Me acuerdo que aún no le he dado mi regalo… Bueno, el que le compré. Dios, ¿cómo pudo habérseme olvidado? Me levanto de la cama y corro hasta los cajones para sumergirme en ellos. Cuando encuentro la cajita sonrío triunfal y me vuelvo a la cama nuevamente. —¿Qué es esto? —inquiere con la mirada inocente. Le pongo la caja en las manos. —Mi regalo de cumpleaños —le respondo. Él se yergue en la cama y yo también lo hago. Mi piel desnuda se eriza cuando él me roza con su cuerpo, también desnudo. —Uau, Bella. Es pesado —murmura, moviéndolo ligeramente. Es una caja negra y opaca, de unos 35 cm aproximadamente. Edward le abre la tapa y descubre otra cajita, pero de terciopelo azul. Sé cuánto le gusta ese color. El broche de plata está adherido fuertemente, cerrando su contenido. Lo mueve a contraluz y descubre que tiene grabadas sus iniciales. —Probablemente te parezca demasiado, pero… Levanta la tapa y se encuentra con un set de pinceles de diferentes tamaños y para diferentes técnicas. Todos tienen madera blanca y pelos de marta kolinsky. Abre sus ojos desmesuradamente y luego me mira a mí, sin poder creerlo. —¿Son pinceles de…? —Sí. Son de marta kolinsky. ¿Recuerdas que un día te prometí que te los regalaría? Eran los que más querías. —Te acordaste —profiere en voz baja. Se pone a tocarlos con cuidado, como si fuesen una reliquia. —¿Cómo podría olvidarlo? Siempre quisiste tener aunque sea uno de ellos. Ahora puedes pintar todo lo que quieras, esos 20 pinceles son tuyos. —Son preciosos, Bella —susurra—. ¡Uau…! —Los toca cuidadosamente, haciendo movimientos suaves con sus dedos—. Creí que nunca los tendría, es más, nunca pensé que recordarías esas charlas tontas que te daba luego de clase, solo teníamos 15 años. Dios mío, son hermosos. Gracias, cariño… de verdad. Me da un fuerte abrazo por un largo minuto, besando mi cuello de vez en cuando. Al separarnos, me dirijo a la caja, de donde saco un sobre de papel levemente grueso y se lo muestro. Él lo toma con sus dedos, dispuesto a abrirlo, pero lo freno. —Quiero que la leas otro día —susurro. Se me aprieta la garganta—. Siento que en un momento necesitarás leer todo lo que he escrito ahí, creo que te acordarás.

Me repasa con sus ojos dorados y escrutados, luego se dedica a mirar el sobre. Escribí su nombre en medio con mi mejor letra, aunque estuve un poco descontrolada una vez que plasmaba todo en el papel. —¿Por qué? —inquiere al fin. —Porque necesitarás hacerlo —le digo. Edward frunce el ceño evidenciando su inminente preocupación—. No es nada, cariño, solo prométeme que la leerás otro día, ¿sí? Asiente. Se lleva mi mano derecha a sus labios y me besa los nudillos, de paso cerrando los ojos. —Ha sido una velada estupenda, cariño —me comenta—. Gracias. —De verdad quería que lo fuera. —Ven aquí. —Me tiende los brazos y yo me dejo caer en ellos, calentita entre sus caricias—. ¿Por qué no puedo evitar sentirme intranquilo con aquella carta? Mi vientre siente un ligero temblor de miedo. —Tranquilo, no es nada malo. —¿Me lo prometes? Me la pienso un rato. —Lo prometo. Vuelvo a separarme de él para buscar en la mesita de noche el sobre que le ha dejado Carlisle antes de marcharse. Creo que tiene que leerlo. —Había olvidado esto —susurra. Rompe el sello y quita el papel envoltorio. De él saca otro papel, el cual está doblado. Edward lo lee durante un rato y se queda pasmado, no sin antes tendérmelo. Al leerlo yo también me pasmo y de golpe suelto una oración: —Lo ha hecho. El escrito, en tinta de máquina, anuncia que Edward es el dueño ahora de la Carpintería y que él podría manejar todo el taller. Estoy estupefacta. ¡Lo hizo! Ha tomado muy en serio mi visita. —¿Por qué ha hecho esto? —inquiere. —Porque te quiere —murmuro. —Tengo que ir a verlo y darle las gracias —masculla con el ceño fruncido. —Hazlo. ... Tomo suficiente aire para atreverme a hacerlo. Pero no. Doy un paso atrás. Me muerdo la mejilla interna y doy un paso adelante. Miro al cielo, cansada de mí; soy un chiste.

El Teatro de Seattle está frente a mis ojos, tan esplendoroso como nunca. Vine un par de veces, cuando niña, pero cuando mis sueños se vieron truncados, aposté a que jamás volvería. Heme aquí. Es increíble que tenga frente a mis ojos a uno de los teatros más famosos de Estados Unidos. Qué irónico. Una actriz famosa de Hollywood no está contenta con el ambiente que le rodea, en donde todos me aman sin importar lo que haga, me llueve el dinero por aprenderme el libreto y liberar palabras frente a la cámara. Esa actriz famosa quería oír aplausos de verdad, en vivo, gritar si es posible las líneas de mis libretos, expresar, llorar y reír, de manera fulminante frente a miles de ojos, todos dispuestos a criticarme sin pelos en la lengua. Sonrío de manera extraña porque di un paso adelante y me atreví. El suelo era de alfombra roja y las paredes de un color crema opaco. Tenía carteles de muchos avisos, todos anunciando clases de teatro, funciones y hasta talleres de cerámica en frío. Respiré y olí el aroma a especias e incienso de mirra. Había expositores grandes en la pared contigua, con luces en el contorno. Promocionaban distintas obras, todas de directores muy conocidos, y en una de las portadas aparecían Garrett y Kate, esos dos extraños actores que me encontraron en esa fiesta de Los Ángeles. Kate me llamó ayer para invitarme al teatro. El director quería conocerme. De primera sentí emoción, pero luego creí que me había llamado porque le generaba curiosidad mi nombre. Fue mi madre, Edward, Alice y Jasper quienes me alentaron a venir, aunque sea para observar el ambiente… Pero claro, en el momento en que me fuera sentiría un vacío inmenso. —Disculpe —le digo a un hombre que barre el piso—. ¿Dónde es el acceso al ensayo? El hombre me mira y eleva sus cejas. Me ha reconocido. —Hay una función en la sala 2. Si no quiere que todos corran hacia usted sería bueno que venga conmigo, yo la llevaré. Asiento. El hombre, que es un anciano muy sonriente, me lleva por las escaleras, bajando hasta un lugar en donde oigo la música ambiental y divertida, como la de un circo moderno. Escucho risas, murmullos y palabras vagas entre un montón de personas. Cuando entro, todas las personas que anteriormente reían, murmuraban y hablaban, se callan repentinamente, observándome con atención. El director es un hombre barbudo pero calvo, que se levanta de su butaca. Lo he visto cientos de veces porque ha presentado en Broadway desde hace mucho tiempo. —Miren a quién tenemos aquí —exclama. Le hace un gesto a uno de los asistentes para que apague la música—. Isabella Swan —susurra. Me toma una mano y me besa el dorso; su barba pica—. Siempre quise conocerla. He visto cada una de sus películas, no deja de sorprenderme. —Vladimir Salvatore, es un gusto también. Vladimir Salvatore es un director joven de entre todos los que gobiernan Broadway y los demás teatros de Estados Unidos. Nunca llegué a conocerle cuando yo luché por hacerme de un lugar en el teatro. —Mis amigos me han comentado de usted —señala, mirando a Garrett y a Kate. Ellos me saludan con una mano—. Le gusta el teatro, ¿es así? —Debo serle sincera. Ha sido parte de mis sueños por años, pero decidí inclinarme por el cine. Cuando sus amigos me han invitado, yo no pude negarme. Será una experiencia grandiosa.

Él sonríe y aplaude. —El teatro es una experiencia que no querría olvidar. ¿Qué le parece si nos observa en la butaca? . —Veo el sol ante mis ojos de manera esporádica —exclama la actriz pelirroja, caminando en círculos, con la mirada perdida en el techo. El lugar de ensayo se parece mucho a un escenario, solo que es más pequeño. Está poco iluminado y hay música de fondo, pero con un volumen muy bajo. Tiene bastidores burdeos, en donde se esconden los demás actores. —¡Quisiera arrancarlo de mis cuencas! Os aviso, pueblo adoquín, que de haber visto mi furia creciente, la muerte ha de ser con vosotros. La actriz improvisa un contexto antiguo, cercano al siglo XVII. Es una bruja de Salem. El ejercicio de teatro que están utilizando es la improvisación con un objeto en común, en este caso es una silla. Es impresionante cómo logran sacar a flote emociones de manera espontánea, casi como si vivieran todo el tiempo con ellas en el pecho. —Siento el fatuo e irascible calor, arrastrándose por mis piernas. Se lleva con él todo por lo que luché. ¡Os veo en el infierno, adoquines! Que las llamas que consumen mi debilidad permita entrar en sus entrañas sin permiso. Ella llora, mirando al cielo. Susurra unas palabras y se deja caer, derrotada por lo que, se supone, son las flamantes llamas de la quema de Salem. Me levanto de la butaca y aplaudo, aunada a un mar de emociones. ¡Ha sido fenomenal, como todos los demás! —Muy bien, Laura, eso ha sido intenso. —Da unas palmadas y llama a los demás actores, quienes aplauden ante la excitación de la actuación—. ¿Qué tal si baja usted, Isabella? Todos me miran y aplauden, para que me una a su mundo de emociones. Me bombea el corazón de manera casi mortal. Asiento y camino hasta el escenario, en donde los demás me soban los brazos y me dan palabras de aliento. Es impresionante lo cercanos que son y apenas me conocen. Incluso no me han mirado de mala manera por ser actriz de cine. Es más, estoy segura que más de uno de ellos le ha costado montones estar aquí. —Sr. Salvatore… No lo sé, yo vine a conocer el lugar, a ver los ensayos, no a… —Vamos, Isabella, yo sé que quieres —me susurra Kate, instándome. La última vez que me pidieron improvisar ni siquiera me dejaron pronunciar dos palabras. —Está bien —sonrío para aliviar tensiones—. Debo admitir que esto es peor que pronunciar palabra delante de Kubrick. Los chicos ríen. —Ese tipo debe ser un demente —me dice uno de los más jóvenes, quien también baila.

—Es un perfeccionista. En El Resplandor intentó grabar una escena casi 100 veces en un día —le sigue otra chica, una morena de voz muy ronca. —Es de terror —les digo. El objeto con el que tengo que improvisar es con un lápiz. Algo bastante simple. Todos los actores se sientan en las butacas, ansiosos por ver actuar en vivo a Isabella Swan. Cualquiera estaría feliz de recibir esta atención, pero yo estoy aterrada, no puedo sacarme de la cabeza a todos esos directores que se rieron de mí. Pero las palabras de Alice hacen eco en mi cabeza: "cuando amas algo no hay forma de que seas mala en ello. Algún día demostrarás que todos tus sueños están en tu corazón por algo, ¿o crees que a ti se te ocurrió actuar en un teatro por obra de un capricho? ¡Es parte de ti! Naciste para eso. ¡Debes enfrentarlo algún día! No dejes que esos directores degenerados apaguen toda la esperanza que hay en ti". Cierro mis ojos y me dejo caer en el suelo, posicionándome ahí como si hubiese perdido las fuerzas. El lápiz se ha convertido en mi cigarrillo, como mi antiguo vicio. —He malgastado mi tiempo, he quebrado segundos de paz. ¡Quiero asesinarlo! —grito—. Tú, escoria, ¡sal ya de este lugar! —Me levanto del suelo, con el lápiz en la boca—. Me atormentas —murmuro, mirando hacia mis extremos con desesperación—. Esas voces —siseo. Me tomo los cabellos entre los dedos y suplico hacia el horizonte—. No. No lo haré. ¡Me transformas! Me muevo en el espacio, queriendo quitar la imagen de las sombras. Mis ojos escuecen y yo dejo ir esa emoción, haciéndola mía, incluyéndome en ese papel trastornado. —Ya te dije que no quiero hacerlo. ¡Sal de mi cabeza! Lo imploro. —Me fumo el lápiz como desquiciada. Me froto la frente y vuelvo a caer al suelo, delirante—. Me debato entre seres irreconocibles, entre demonios fragmentados. Todos son parte de mí y no los quiero, no los acepto. Veo a la prudencia de mis actos arrancar como el humo de mi cigarro, se esparce entre espacios generando daño. Esa soy yo, ya he sumergido mi cabeza en el infierno. Escucho un aplauso gigantesco frente a mí y yo recién soy consciente de lo que he hecho. —¡Eso ha sido estupendo! —exclama Vladimir, aplaudiendo con fervor—. Uau, Isabella, usted lleva la actuación en la sangre. Respiro pesadamente, intentando retornar el aire a mis pulmones de forma calmada. Pero no puedo. Es impresionante cómo me hierve la sangre, cómo mis piernas tiemblan, pero de éxtasis. Mi corazón está lleno de dicha, lleno de una alegría que se centra en mi alma al completo. Cómo adoro el teatro. Por primera vez imagino mi vida así, dejando de lado todo ese mundo lleno de espectáculos. ... Hoy es 4 de julio y apenas puedo contener la emoción. Mamá ha venido junto a Alice, Jasper y su madre, para ver los fuegos artificiales que vienen desde Seattle y Forks. Es una tradición estar en el césped, comiendo algunas cosas mientras disfrutamos del aire libre. Es nuestra despedida. Mañana partimos a L.A. a quedarnos en el hotel. Me siento un poco intranquila, pero todo se solucionará, tengo fe de ello. Solo no quiero que Edward se sienta incómodo. Aunque él se ha mostrado bastante entusiasmado.

Recuerdo que el pasado 4 de Julio yo estaba en aquel hotel, el Matrushka, saboreando tragos y viendo cómo mi vida se hacía añicos. Me asusta la idea de no haber venido nunca y que todo esto sea un sueño, pero al tocar a Edward, ver a mamá tan bien junto a la Sra. Whitlock, a Alice y a Jasper recostados en el césped, jugando con las frutas… Todo cobra sentido. Haber regresado a Forks fue de las mejores decisiones de mi vida, e irme la peor. —¿En qué piensas? —inquiere Edward, acariciando mi cabello con su nariz. Sonrío de inmediato. —En mi pasado 4 de julio. —Debe haber un mar de diferencias. —Ni te lo imaginas. —Cuéntame de ello —me insta. —Era un hotel muy grande. Bebí alcohol sin parar, fumé y dejé ir muchos recuerdos. Tenía rabia, James me usaba un montón y ahí conocí a William. No te mentiré, me dejé llevar con él. —Paro, con miedo de haber ido demasiado lejos. Pero Edward me mira ensimismado y consciente de que es mi pasado y nada podrá cambiar—. Fue una mierda, cariño. Y ahora estoy contigo, en paz, rodeada de las personas que quiero, frente a la casa del lago. —Suspiro—. Claro que hay un mar de diferencias. —¿No quieres volver a L.A.? Niego y dejo de mirarlo para recostarme en la manta y jugar con el pasto a mi alrededor. —¿Por qué? —Porque cada vez que vuelvo siento que me alejo de mis raíces, como si fuese una persona distinta. —Pero irás conmigo… Me muerdo el labio y le acaricio la mejilla. —Eres lo único que me mantiene en pie. Quiero que me abraces fuerte todos esos días que estaremos allá y que no te separes de mí. —No lo haré. —Me besa la frente—. ¿Sabes qué te haría bien para que te tranquilices por el viaje de mañana? ¡Una caminata! Lo miro extrañada. —¿Una caminata? Pero creí que íbamos a ver los… —No les molestará que vayamos un rato a estar juntos, ¿no? —Parece tan entusiasmado que me contagia enseguida—. Bella y yo iremos a caminar un rato, volveremos en unos minutos —les dice a los demás. . Me lleva de la mano por un sendero lleno de árboles y flores diversas. Son preciosas todas. La luna está llena y brillante, divina. Pero algo ilumina más allá, parece un caminito de velas,

perdiéndose entre un océano de tréboles. Escucho el sonido del agua caer de golpe, como una cascada. —¿Qué es eso? No me contesta. Cruzamos el mismo sendero de las velitas hasta que llegamos a destino, en donde reposa una manta gigante y blanca, sobre tréboles y flores silvestres. Frente a nosotros hay una entrada de montañas en donde más allá parecen haber acantilados. De seguro es la entrada a la playa de La Push. Pero justo frente a nosotros hay una cascada, no muy grande, pero es fenomenal. Sin embargo, lo que más me enternece de todo, es que Edward ha rodeado todo el campus con unas botellitas de vidrio que, en su interior, alberga una vela blanca. —Esto es para ti —me dice al oído. Me conduce hasta al medio, haciéndome sentar en la manta. Edward también lo hace, entrelazando sus dedos con los míos. Me besa los labios y me sumerge en el delirio, acariciando mi cintura. Yo tiro ligeramente de su cabello, ansiosa de él. —Todo este tiempo he querido decirte que eres la mujer de mi vida —murmura sobre mis labios. Yo le muerdo el inferior. —Tú eres el hombre de mi vida —susurro. —Me he sacado la lotería contigo. Cuando le confesé a Jasper que te amaba, hace casi 16 años, estaba seguro que tú jamás ibas a quererme de la misma forma… siempre fuiste la mayor inspiración en mi vida, y lo sigues siendo. Quisiera pintarte todos los días de mi vida, así, desnuda entre sábanas. —Pasa su dedo índice y medio por el contorno de mis senos, bajando por mi vientre. Yo siento la ligera vibración de mis terminaciones nerviosas. —Entonces hazlo —exclamo. Me encaramo en su cuerpo y lo beso—. Haz de mí tu arte, todos los días de tu vida. Me acaricia la frente y la parte izquierda de mi cabeza, quitándome, de paso, el cabello que ha caído a mi cara. Me mira con tanta adoración, grabándose mis expresiones de una manera tan intensa que, otra vez, me está generando un cierto vibrar por todo mi cuerpo. —No sabes cómo te amo, Isabella Swan. Dejo caer mi cabeza en su pecho, a centímetros de su cuello. Puedo escuchar sus pulsaciones, su corazón vivo latiendo a una velocidad fuerte. Está nervioso y no entiendo por qué. Se mete la mano en el bolsillo de su cazadora y de ahí saca una pequeña cajita de terciopelo. Se me ahoga un grito en la garganta. La cajita es cuadrada, negra, muy preciosa. Siento un tambaleo en mi interior, como si todo esto no estuviera pasando. —Isabella Swan, quiero cada instante de mi vida contigo. Te amo desde que tengo 14 años y todo ese amor ha ido creciendo con los años. Creí que te había perdido, que había dejado ir a la única mujer que ha hecho de mi vida un huracán. —Sus ojos se llenan de lágrimas y los míos también. Abre la cajita y ahí descansa el anillo más hermoso que alguna vez he visto. Es una flor azulada y muy brillante, sus pétalos destellan, llenos de vida. La sortija es plateada y pequeña. Dios mío, es precioso—. Te vi nuevamente y volví a la vida, cariño. Te amo y este amor

calcinante podría conservarlo en mi corazón toda mi vida, pero solo podría compartirlo contigo. —Se acerca más a mí y saca el anillo de la caja, elevándolo para mí—. Isabella Marie Swan, mi preciosa obra de arte, ¿quieres casarte conmigo? ¡Buenas noches! Estoy aquí nuevamente, con un mar de tardanza, pero al fin publicando el capitulo. He luchado bastante por hacerme de tiempo y poder proseguir en los capítulos, pero mi tiempo es muchas veces limitado y tengo que apretar muchísimo mis espacios para poder terminar, las que están cursando alguna licenciatura probablemente me entenderán :P Pero bueno... GRACIAS A TODAS LAS QUE AÚN ESTÁN AHÍ, son las mejores al soportar todas mis demoras. En fin, ¿qué tal el capítulo? ¡Edward es un amor! Me encanta. ¿Qué creen que dirá Bella a la petición de él? Uff, ya viene lo mejor. Les comento que los capítulos ya están en la final, por ende vienen recargados de mucha emoción. Veremos si Alice acierta con sus predicciones. Y ni hablar de Renée y Carlisle. Solo espero que estén atentas a lo que viene y, que de paso, me comenten qué les pareció este cap, saben que siempre estoy atenta a sus reviews. Gracias chicas por esperar, es por ustedes que escribo, aunque me cueste un mundo. ¡Gracias y un beso a todas! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Capítulo XXXX . Un subidón de algo muy cálido me emana las entrañas, apenas siento los dedos. Me pierdo durante varios segundos en los profundos y dorados ojos de Edward, en la suavidad de su iris y en cómo éstos se enfrascan en los míos. Veo al hombre que amo, a su suave amor y su apasionada forma de demostrármelo. Veo su inalcanzable detallismo, la forma en la que cuida de mí y busca demostrarme sus sentimientos día a día. También veo a un hombre bueno, al pintor que prefería quedarse conmigo todos los días de su vida, aunque yo estuviese lejos pensando que jamás volvería a verlo. Pienso en la angustiosa idea de no haber vuelto nunca más, en aquella efímera y deprimente sensación que me embargaba todos los días al creer que estaba muerto. Recreo los momentos más preciosos junto a él, cada instante de felicidad iluminado por su sonrisa tan intensa y sincera. Lo amo tanto que ya no cabe más en mi corazón, lo amo tanto que esto no acabará nunca. En algunos fragmentos de tiempo tengo que volver a recordar su pregunta para poder intentar mantener mi cable a tierra.

Un impulso eléctrico me despierta y muevo la cabeza hacia arriba y hacia abajo, llevando mis manos al pecho para intentar calmar el incrementado ritmo de mi respiración. —¡Sí! —exclamo ahogada, viendo ahora el anillo que me tiende, tan precioso… —. Claro que quiero casarme contigo, Edward. Conduce la sortija hacia mi dedo anular izquierdo, hasta que lo coloca perfectamente. Me abrazo a él de forma efusiva, aunada al mar de emociones que me están inundando ahora. Escondo mi rostro en su cuello y dejo ir mi emoción. Edward soba mi espalda y me aprieta contra él, como si quisiera permanecer junto a mí para siempre. Lo beso con pasión, queriéndole transmitir todo lo que siento por él. Damos un salto ante el inmenso sonido de los fuegos artificiales del 4 de julio. —Te amo, cariño —susurro contra sus labios. Comienza a reír, tomando mi rostro entre sus manos. Sus ojos están tan brillantes. . —Me encanta observarte justo ahora —me susurra, juntando su frente a la mía. Nuestras narices se rozan y nuestros labios quieren hacerlo. Doy caricias en su espalda y cierro mis ojos. Oigo el sonido de los búhos y algunos insectos en la lejanía, el murmullo del lago y la alegría del 4 de Julio. En el cielo aún estallan los fuegos artificiales, aún se oyen los gritos de las personas que, en su espacio, gozan de la inmensidad de la festividad. Pero para nosotros existe otra cosa, algo mucho más grande. La pradera nos confiere una conexión tan preciosa como el primer día que hice el amor con él. No sé por qué me siento tan plena ahora, justo en sus brazos, ignorando el frío del bosque porque su calor es más fuerte. —Podrás hacerlo todos los días que quieras —le contesto. Cuando abro mis ojos lo noto sonriente, como si todo esto fuese un sueño del que despertará pronto. —De verdad serás mi esposa —masculla, como si no pudiese creerlo. Alejo mi mano para observarla. El anillo incrementa su fulgor cada vez que lo muevo ante la luz de la luna, las estrellas y los últimos fuegos artificiales. Seré la Señora Cullen, pienso de manera esporádica. Me embarga una emoción muy intensa, que comienza en mi vientre y culmina en mis hombros. —Lo mandé a confeccionar especialmente para ti —me cuenta tomando mi mano con la suya. Se refiere al destellante anillo. —Es tan precioso —le digo con sinceridad—. Sabes cómo adoro las flores. Me da caricias en mi mejilla. —Lo tallé y luego envié el modelo a replicar. Doy un salto, me separo y lo observo. —¿De verdad hiciste eso por mí? —inquiero. —Podría hacer eso y mucho más.

—Dios, Edward. Me llevo la mano al pecho, con los ojos bañados en lágrimas. ¿Realmente hizo eso por mí? Vuelvo a mirar los pétalos diamantinos y las hojas verdes, su esmerado trabajo solo para pedirme que sea su esposa. —¿Por qué hui? —me pregunto a mí misma—. ¿Por qué volví tan tarde? El nombre de Carmen vuelve a mi cabeza como si su presencia siempre estuviese marcada. —Ninguna medida de tiempo fue suficiente para acabar con nosotros. Hoy es nuestro momento de ser felices —me dice, abrazándome. Me acuesto en la manta y me abrigo con él. Estamos desnudos en medio del bosque, sin miedo a que alguien nos vea, ya que este lugar solo lo conocemos nosotros. De pronto siento un ligero miedo de viajar, como si mi felicidad se derrumbase en L.A. Pero descarto todo eso casi de inmediato, no dejaré que ese terror infundado vuelva a acobardarme. Yo entré a este mundo, nadie me obligó. —Siempre ideé la forma de pedirte la mano, incluso cuando tú y yo solo éramos amigos. En un principio fueron tonterías de niño, imaginando que el mejor escenario sería en Disneyland. —Me largo a reír. Le beso la frente, llenísima de amor—. ¿Sabes lo estúpido que me siento ahora al contártelo? ¡Qué idiotez! Luego pasaron los años… tú y yo acabamos frente al lago, como ahora —me susurra, pasando sus dedos por mi espalda y culminando a centímetros de mi trasero—. Y pensé que podríamos estar juntos para siempre —completa. Lo miro durante muchísimo tiempo, recordando aquel entonces. Me duele mucho repasar el tiempo, todo lo que nos llevó a esto. La nostalgia siempre ha hecho estragos conmigo. —Te dije que era la primera vez que me sentía segura, ahuecada entre tus brazos, viviendo una calidez innata. Nunca había sentido algo tan bello en mi vida. Me peina el cabello con sus dedos, junta su frente a la mía y así se queda. —Aún recuerdo el sabor de tu piel, tu rostro húmedo por mis besos y el sudor, tu enmarañado cabello y la fragilidad de tu cuerpo. Te estoy mirando ahora y puedo transportarme ahí, en ese momento exacto. —Suspira y entrelaza sus dedos con los míos—. ¿Te acuerdas de lo que te dije aquella vez, cuando me confesaste lo bien que te sentías conmigo? —Asiento. —Me dijiste que no me fuera nunca más de tu lado. Lanza una risotada, parecida a un bufido exasperado. —De haber sabido todo lo que nos costaría volver a encontrarnos juro que jamás te hubiera permitido volver a casa —me confiesa. Y aquí estamos. Dos enamorados que tardaron años en poder quererse abiertamente más de un día seguido, en poder decirse "te amo" sin miedo. Dos enamorados dispuestos a dar el paso final. . Decidimos regresar cuando comenzó a hacer frío. Nos damos miradas cómplices en cuanto notamos a los demás aún sobre las mantas, viendo ya los residuos de los fuegos artificiales. Edward me da besos en el cuello cuando caminamos y yo le doy miradas cortas para que no me haga reír.

Mamá se gira a mirarnos y sonríe en cuanto nota nuestra proximidad. Le dice algo a la madre de Jasper, quien también sonríe tiernamente. —Vaya que se han demorado —afirma mamá, mirándonos como quien no quiere la cosa. Me pongo roja como un tomate mientras que Edward se pone a reír. Mira a Alice, quien se ha acercado a nosotros, acompañada de Jasper. Elevo mi mano hacia sus ojos, moviendo mis dedos para que brille. —Edward me ha pedido que me case con él. Mamá lanza un grito y me abraza efusivamente, para luego hacerlo con Edward. La tía de Edward también nos felicita con la misma efusividad. —Estoy feliz por ustedes, chicos. —Jasper tiene los ojos brillantes y una increíble sonrisa. —Ay, amiga mía, no puedo creer que esto vaya a suceder —dice Alice, a punto de derramar una lágrima. Edward y yo nos miramos pero no decimos nada. Mi mejor amiga parece involucrada en muchísimas emociones—. Esperé muchos años para verte así, nena —confiesa—, tan feliz —susurra—. ¡Y tú, Romeo, has hecho que quiera casarme! —le dice a mi cobrizo. Jasper abre los ojos de sopetón pero luego se pone a reír. Abraza a su novia con ternura y nuestras madres se quedan viéndonos, seguramente embargadas de nostalgia. ... El sonido del teléfono me despierta de golpe. Me levanto de la cama a duras penas y voy hasta él para contestarlo. —¿Diga? —¡Bella! —exclama Jacob con la voz agitada—. No puedes viajar hoy. —¿Qué? —James ha salido de prisión —me comenta con preocupación. Siento un balde de agua fría sobre mí. Me aferro a la pared y miro a la ventana, a las habitaciones y afuera, temerosa de que él haya llegado hasta acá. La paranoia no me permite respirar hasta que recuerdo que James fue enviado a la prisión de Nueva York. —¡¿Cómo es eso posible?! Creí que estaría más tiempo tras las rejas. ¿Es que el hecho de haber contribuido a un proxeneta no es un suficiente delito, aparte de haber amenazado la vida de Edward y la mía? —le grito exaltada. Miro al reloj de pared: son las 8 de la mañana. El vuelo es en la noche, justo a las 10. —No encontraron las pruebas suficientes para inculparlo en el rollo —me dice—. Todo el tiempo que estuvo en prisión fue suficiente castigo para lo sucedido en tu casa, Bella. —Maldita justicia —gruño—. ¿Y qué haré ahora? ¡Tengo que viajar lo antes posible! El interlocutor suspira. Sé que busca alguna solución, pero con esta noticia es imposible. —Daré aviso a mis colegas. La policía merodeará sus pasos durante unos días. Prometo que, en

cuanto notemos que él no pretende viajar acá o a L.A., podrás ir a tu destino. Recuerda que tengo a cargo a Rose y a Alice. —Alice viene conmigo. Rose está con su novio, él probablemente se enterará muy pronto de todo lo que está pasando, al menos con detalles —susurro angustiada. Me miro el anillo, nuevamente parpadeando de fulgores. Lo beso y cierro los ojos. —Está bien, estaré informándote —me dice. —¿Qué ha dicho Charlie? —inquiero. Jake no pronuncia palabra durante bastante rato, incluso creo que ha cortado. —No sabes lo triste que está desde que te has marchado de su casa. Me muerdo el labio inferior con la intención de reprimir mis ganas de llorar. —No le digas que pregunté por él, por favor. —No pensaba hacerlo. Luego de colgar siento un ligero ruido, pero no sé de dónde proviene. Por el reflejo de las ventanillas de la puerta veo la silueta de Edward, viniendo lentamente hacia la casa. Parece que no esperaba verme despierta, porque me mira extrañado. Voy a saludarlo, pero él se lleva el dedo índice contra los labios, indicándome silencio. —Ve hacia la habitación, iré a ver algo —me dice en un susurro casi ininteligible. Asiento. Tengo un nudo en el estómago. Doy paso tras paso, con cuidado, hasta que llego a la habitación. Pierdo de vista al cobrizo, como si se lo hubiera tragado la tierra. Algo raro está pasando. Me quito la bata para irme al baño, pero antes me reviso en el espejo. Me veo cansada, tengo las ojeras bastante marcadas… y detrás de mí veo un par de ojos verdes, tan intensos como el césped, junto al brillo de algo muy puntiagudo. Voy a gritar, pero Jessica pone sus manos contra mi boca. Puedo verla en el espejo, sujetándome con fuerza, mientras yo le imploro al reflejo que por favor me libere, que esto es una locura. Pero a ella no le importa, parece no estar dispuesta a soltarme. Intento vanamente quitar su mano de mi boca y nariz, porque me está asfixiando, tirando con mis dedos, sin embargo tiene bastante fuerza. Ella rápidamente se fija en mi anillo; ojos se tornan oscuros, siniestros. Edward penetra en la habitación, como si supiera exactamente que algo estaba mal, que alguien estaba tras de mí. Se encuentra con nosotras y Jessica rápidamente me libera, levantando las manos. —Jessica —exclama—. Hey, basta —gruñe—. No te atrevas a acercártele. Me alejo cuanto puedo de ella, aterrada al ver aquella navaja en su mano. Es la de Edward, la que ocupa para cortar la madera que talla. Debió estar en el estudio. —Te vas a casar con ella —le recrimina—. Esta mujerzuela hará trizas tu vida.

Tengo el impulso de gritarle que eso no es cierto, que lo amo y que preferiría perderlo que hacerle daño. Me aprieto el anillo contra mí, temerosa de que vaya a quitármelo. —¡Es suficiente, Jessica! —vocifera él. Tiene los ojos desorbitados, me mira de vez en cuando, envuelto en terror—. Ya no más, Jess, por favor, sabes todo lo que siento por Bella, ¡entiéndelo! Cierra los ojos de golpe, bajando tanto el artilugio como los hombros. Se larga a llorar y corre hacia la salida, huyendo despavorida de lo que estaba a punto de hacer. Edward corre tras ella y yo lo sigo, aunque con las piernas laxas, aún con la adrenalina en mis entrañas. —¡Por qué lo hiciste! —le reprocha ella. Él la sostiene con sus manos en las muñecas, impidiendo su huida. Jessica llora, aterrorizada de ver a un Edward furioso. —Suéltame —le pide—. Con tan solo fijarme en la forma en la que me miras es suficiente tortura —solloza. Voy hasta ellos y le pido al cobrizo, con una sola mirada, que por favor la suelte. Lo hace despacio, con recelo. Jessica se cae al suelo, algo aturdida, lo que me hace pensar que quizá su enfermedad la está desquiciando de manera irreparable. —No sigas haciéndote esto, por favor —le susurro. Con temor pongo mi mano en su hombro, para demostrarle que de verdad lo siento, que me duele mucho haber estado destruyendo sus planes todo este tiempo. Ella me mira la mano, luego a mí. Sale despavorida de la casa, dejándonos a Edward y a mí en un silencio entumecido. Quiero hacer algo por ella, ¿pero qué? ¡Jessica se está saliendo de control! Si hubiese delirado un poco más quizá… me habría hecho daño. —Dios —suspira mi prometido, cogiéndome entre sus brazos—, creí que iba a hacerte daño. —No fue capaz —murmuro—. Sus ojos estaban desesperados. Pero te vio y bajó la guardia de inmediato. Sus ojos se tornan brillantes y su ceño se frunce con seriedad. —Tengo que hacer algo por ella —susurro—. No es una mala persona, cuidó de ti, de tu padre y te esperó por tantos años. Acaricio su rostro mientras lo veo quebrarse, asustado y dolido de la situación de su mejor amiga. —Hice todo lo que pude, todo lo que estuvo en mis manos. Esa enfermedad la está consumiendo. Ella jamás habría hecho esto —me explica con desesperación. No lo pienso dos veces. —Tenemos que ayudarla —le digo—. Podemos internarla, probablemente así estará mejor. —No querría… —No si tú se lo pides —afirmo con convicción. Jessica adora a Edward, jamás le diría que no. He visto con mis propios ojos la inmensidad de su relación. Debo confesar que, de no haber regresado jamás, habría querido que terminaran juntos.

En realidad quiero que sea feliz, no importa cómo. Pone un dedo en mi mentón, pasando por mi labio inferior. —Gracias por estar conmigo —susurra. Lo abrazo con todas mis fuerzas. Solo quiero que esté bien. ... Me veo en una penumbra muy sofocante, apenas puedo visualizar el suelo, menos el horizonte. Intento encontrar el interruptor de la luz, pero las paredes parecen interminables. Doy un salto cuando, de improvisto, suena un disparo a centímetros de mí. Paro, completamente erguida, asustada de lo que me pueda ocurrir o de que vaya a ocurrirme algo. De pronto se ilumina mi espacio y algo pesa entre mis manos. Siento el tacto abrasante de un arma ente mis dedos. Siento náuseas, desesperación y un desgarro inmenso en mi pecho cuando noto a Edward en el suelo, mirándome con ojos acusatorios, heridos y ya a punto de perder la vida. Dejo caer el arma y me dedico a socorrerlo entre gritos, pidiéndole que no me deje, aun cuando siento la culpa agolpándose en mi pecho. Pero él cierra los ojos, dispuesto a dejarme al fin. —¡No! ¡No! —repito entre gritos, sujetando su cabeza para que abra los ojos y me mire. Pero no respira—. ¡No me dejes! Abro los ojos con lentitud, el sol quema sobre mi cara y desde lejos se oye música mientras alguien canturrea tranquilamente, removiendo platos y cuchillería. Levanto mi cabeza del cojín, un poco aturdida. Cuando me concentro en el tiempo y el espacio me doy cuenta de que estoy en casa de mi madre, bañada en las lágrimas que derrame en sueños. Siento un alivio gigantesco, como si recibiera aire nuevamente. Era un sueño, me digo a mí misma. —Oh, qué bien que ya has despertado —profiere mamá, entrando a la sala con una taza humeante de té con limón—. Justo te he traído una tacita de té. Me acomodo en el sofá, algo fatigada y con ligero dolor en la parte inferior de mi cuerpo. —¿Todavía te sientes mal? —me pregunta. Pone la taza en la mesa de centro y se sienta a mi lado. Me pone su mano en la frente, sintiendo mi temperatura. —Solo es este maldito cansancio —le digo—. He dormido tan mal últimamente. —No tienes temperatura, lo que es bueno. ¿Son esas pesadillas de las que habló Edward? Suspiro. Edward ha tenido que irse a Seattle muy temprano estos últimos días. El tema de la carpintería y los nuevos papeles ha hecho que tenga que estar muy ocupado, lo cual ha aprovechado bastante mientras Jacob nos dice cuándo es conveniente irnos a L.A., algo que debió suceder hace cuatro días. Debido a todo esto, me he quedado muy sola, durmiendo de manera deplorable, producto de

unas extrañas pesadillas que me aquejan con frecuencia. Acabo despertando aterrorizada, sola y sin Edward. Él cree que es producto de la salida de James de prisión —lo que lo ha mantenido histérico por periodos enteros—, el viaje a otro estado y a lo sucedido con Jessica hace unos cuantos días atrás. Lo único que yo sé es que lo extraño cada mañana, tanto así que no lo entiendo. Por todo esto, me ha pedido que viniera a casa de mi madre mientras él terminaba el papeleo, lo que ha empeorado en desmedida el calibre de mis pesadillas. Es tan extraño, no concibo por qué. —Sí, son esas malditas pesadillas —bufo—. Parece que no acabarán nunca. —Estás un poco pálida —murmura—. Tómatelo, aprovecha que aún está caliente. Me llevo la taza a mis labios y bebo. Puedo sentir el calor en mis mejillas. —No me he sentido muy bien estos últimos días —confieso. Mamá me da caricias en el cabello con algo de preocupación. —Creí que estando conmigo te sentirías mejor. —Me siento mejor —le soy sincera—. Pero estoy preocupada… por él. —Se me forma un nudo en la garganta. —Esa gente malvada no le hará daño, no con la policía de tu lado —me tranquiliza. No le he dicho que el detective a cargo que acompaña a la policía es Charlie, eso la pondría de los nervios en un instante, y dado a lo reticente que es a hablarme del diario, prefiero no sacar el tema nuevamente a colación. —No me hagas caso, es mi cuerpo fastidiándome —bromeo—. Es un poco raro que lo extrañe tanto, ¿sabes? O bueno, más de lo que acostumbro. —Debe ser por todo esto del compromiso, quieres estar todo el día con él, mirarte el anillo y asegurarte de que todo es real. —Mamá suspira, como si el amor brotara de sus poros. Me largo a reír. —No sabía que eras tan romántica, mamá. —Me gusta el amor —confiesa con suficiencia—, sobre todo cuando eres tú una de las enamoradas. Toco mi anillo, disfrutando del brillo. Veo a Edward en cada destello. —A este paso, Edward tendrá una esposa cansada y dormilona —digo en tono sardónico. Mamá me sonríe y me toca la cara, mirándome con intensidad. —A pesar de todo estás más bonita que de costumbre. Le doy un abrazo. Me gusta cuando me mima, me hace sentir pequeña otra vez. Mamá se levanta a abrir la puerta, ya que han tocado el timbre. Me recuesto en el sofá, acomodando mi espalda en el brazo. —Está muy cansada —le comenta mamá a alguien. Alargo el cuello para ver quién ha llegado.

Edward entra a la sala con algo pequeño entre las manos. Yo hago el ademán de levantarme, pero él me lo impide. Se sienta a un lado de mis piernas y me acaricia suavemente la mano que tengo sobre mi vientre, justo en la que llevo el anillo que me ha regalado. —¿Cómo te sientes? —inquiere con un dejo de preocupación. —Estoy un poco cansada, pero no es nada —le respondo. Tira de mi barbilla para acercar mi rostro al suyo. —Cómo me gustaría estar contigo cada noche, cariño —susurra contra mis labios. Cierro mis ojos, embriagada de él. —Solo es el estrés —le quito importancia—. No puedes dejar de hacer las cosas solo porque tengo pesadillas. Me es difícil hablar de ellas como si fuesen una tontería porque en la mayoría de ellas lo veo a él muerto, una y otra vez, en muchas de ellas siendo yo la culpable. —Apenas puedes dormir —insiste. —Son solo malestares —murmuro. Me besa suavemente durante un rato. Al separarnos me abrazo a él porque sí, lo extraño. Ayer no pude verlo más de una hora, ya que estuvo con Jacob y Alec, mientras yo intentaba no entrar en crisis producto de las insistencias de la productora, que necesita de mi presencia lo antes posible en L.A. —Traje algo que me pareció entretenido —me cuenta, enseñándome la caja. Me la entrega en las manos y yo de inmediato la abro. —¿Una polaroid? —inquiero sorprendida. Asiente con entusiasmo. —No tenemos muchas fotografías juntos, podríamos comenzar a hacerlas —me insta. Me la quita de las manos y, sin que yo tenga tiempo de reaccionar, me pone el flash en la cara. —¡Edward! —lo regaño. La instantánea sale del aparato. La agita un poco hasta que él se asegura de que está seca, y me la entrega. —¡Me veo horrible! —refunfuño—. ¿Tenías que tomarme una fotografía cuando estoy más horrible que de costumbre? —Oh, vamos, cariño, ¡estás preciosa! Mírate. —Parece decirlo en serio. Mamá nos mira desde el comedor mientras teje tenidas pequeñas para las niñas y niños del orfanato de Forks, el cual visita regularme luego de saber nuestra experiencia en ese lugar. —Ven aquí —le digo. Tiro de su mano para que se arrope junto a mí en el sofá. Le doy un beso en la frente mientras saco la fotografía. El flash nos ilumina a ambos y luego la foto aparece instantáneamente.

—Creo que guardaré esto en mi bolso. Me encanta. —La apego en mi pecho. Doy un ligero bostezo mientras mis ojos se van apagando a pesar de que intento mantenerlos abiertos. Edward me da un beso en la frente. —Creo que necesitas dormir —me dice él—. ¿Quieres que me quede contigo? Acuesto mi cabeza en su pecho y lo abrazo. —Un ratito. —Vuelvo a bostezar—. Hace tantos días que no estaba así contigo —susurro, dejándome ir en los brazos de Morfeo. —Créeme que yo también te he extrañado. ... No he tenido pesadillas, tampoco sueños extraños en los que no me reconozco. Aún siento el cansancio prendado de mí, pero he dormido tranquila aunque sea un rato. Puedo sentir el aroma exquisito emanando de la cocina, lo que me abre excesivamente el apetito. Uau. Como Edward no está en ninguna parte debo suponer que está en la cocina, con mamá, quien escucha la radio a buen volumen. Me estiro sobre el sofá y me quito la manta de los pies. Aún hay luz natural afuera, aunque ya se acaba, entrando al crepúsculo. Cuando entro a la cocina solo veo a mamá, cocinando algo en una gran olla humeante. Edward no está por ningún lado. Ella me encuentra husmeando y me sonríe, dándome ligeros aires de nostalgia. —Hey, has despertado —comenta—. Estoy preparando la cena. Marianne y Jane llegarán mañana, así que podríamos aprovechar nuestra noche juntas, ¿te parece? —Claro, mamá, será nuestra noche —le digo, entusiasmada—. Dios, estoy hambrienta, ¿cuándo estará listo? —Apunto hacia la olla que comienza a hervir. Mamá revuelve con un cucharón de madera. Baja la intensidad de la llama y mira el reloj. —Más o menos media hora —cuenta. Pongo cara de sufrimiento—. ¿Qué? ¿Tienes hambre? —Es que huele tan bien. —Has estado comiendo todo el día, Bella —se ríe mamá, poniendo sus manos en la cintura. Me ruborizo un poco y hago un mohín. —¿Dónde está Edward? —Le cambio rápidamente de tema. —¡Ah! Se me había olvidado decirte —exclama—. Vino Alec, tu asistente, y también el FBI Oh. —¿El FBI? —inquiero, como quien no quiere la cosa—. ¿Eran muchos? Mamá toma un frasquito de algo café y derrama un poco en la olla. Parece relajada.

—No. Solo era un joven —me dice—. Se llamaba Jacob. Me parece conocido, ¿es de acá? Tomo una manzana de la frutera y le doy un mordisco. —Ah, sí, es un Black, hijo de Billy Black, ¿lo recuerdas? Pasabas por ahí junto a los Clearwater. —Oh, ¡qué recuerdos! —exclama—. Hace tanto tiempo que no voy para allá —susurra con nostalgia. Creo que algún día tengo que volver. —Claro que sí, mamá, muchos de ellos estarán contentos de verte otra vez. —Harry falleció hace casi seis años. —Aprieta los labios, adolorida de recordarlo. Me llevo una mano a los labios, sorprendida. Dios mío, nunca lo supe… Harry Clearwater fue el mejor amigo de Charlie Swan hasta que él dejó a mamá. Harry no soportó que aquello sucediera y perdió contacto con él, apegándose a Renée. Siempre me cuidó cuando ella tenía que trabajar, así que se convirtió en parte de mi infancia muy pronto. Además, mamá constantemente me llevaba a La Push para que disfrutara de la playa y de la cultura de aquel lugar, hasta que Phill hizo que eso se hiciese una odisea, prohibiéndonos incluso acercarnos a Harry. Mamá perdió contacto con él por un tiempo, hasta que prefirió verlo a escondidas para pasar un momento grato, aunque sea uno pequeño. Hasta que me fui de Forks y no supe más de Harry. —Cielos, no lo sabía —susurro con tristeza. —Lo atacaron en el bosque, cuando iba a despejar los caminos. No te llamé porque no tenía tu número en ese entonces. Me muerdo el labio para apaciguar lo doloroso de esto. Nunca tuve la menor intención de olvidar a quienes estuvieron conmigo en esta ciudad, solo necesitaba huir de Phill, de mis miedos, de todo lo que me estaba haciendo daño. Dejé tanto, disfruté tan poco allá… recuperé mucho, pero aún siento que pudo haber sido mejor quedarme, aunque quizá no hubiera sido tan fácil ser feliz con Phill aquí. Se me llenan los ojos de lágrimas, siento algo de desesperación. No quiero derramarlas, siento que ya ha sido suficiente. —A veces quisiera retroceder en el tiempo —mascullo. Mamá se acerca a mí y me da un abrazo. —No pienses eso. Ya estás aquí, conmigo —me anima—. Y con el chico que has amado prácticamente toda la vida. Miro hacia otro lado, temerosa de todo lo que soy. —Aún no le… —Bella —me regaña—. ¿Qué esperas? —Acaba de ser su cumpleaños —le explico—. ¿Cómo podía decirle? —Tranquila. Lo harás pronto, ¿no? ¿Uno de estos días?

Asiento, apegando mi barbilla en el hombro de mi madre. —Estoy aterrada. Creo que eso es lo que no me deja dormir —susurro. Me acaricia el cabello suavemente con sus dedos. —Cualquier cosa que suceda, yo estoy aquí, hija, recuerda que nada de lo que hiciste en Nueva York te hará menos persona. Vuelvo a asentir y me aferro cuanto puedo a ella. Mamá me promete hacer una tarta de manzana para recuperar mi ánimo. Me dice que Edward y los demás están en la sala interior, donde guarda sus libros. Yo me excuso con que tengo que ir a verlos y dejo la manzana a medio morder. Cuando traspaso el pasillo puedo oír la conversación exaltada que llevan en la sala interior. Oigo las voces de Edward y Jacob, discutiendo algo que no logro comprender hasta que me acerco más a la puerta. —Está exhausta, Jacob, ¿cómo les es tan difícil comprenderlo? —exclama Edward—. Hace poco ustedes afirmaban que James iba a ser condenado y que le daban más de 40 años, y luego, como si nada, le avisan que no puede viajar porque ha salido libre, pagando una fianza tan estrafalaria que podrían quitar el hambre de África casi en un abrir y cerrar de ojos. —Él bufa, en un intento por calmarse—. Hace solo cuatro días la atacaron en casa, ¿sabes? Y no, no fueron ellos, pero fue alguien muy cercano. Le cuesta dormir, hasta concentrarse. Luego viene ese hijo de puta, ¿no es así, Alec? Ese hijo de puta llama, insistiendo en que Bella debe presentarse prontamente a L.A. —En eso estoy de acuerdo, Edward, es un gran hijo de puta —afirma Alec con la voz enérgica—. Ha insistido día a día para que ella vuelva. A pesar de todo la Srta. Swan necesita cumplir con el contrato, sino pueden demandarla. Es muy grave someterla a eso ahora mismo. ¡Le he trabajado los siete años! Sé que la presión y el estrés la desorientan. No me gusta que hablen así de mí. Quizá estoy demasiado frágil ahora, pero no dejaría que se metieran conmigo, no más. Sé que Edward quiere protegerme, pero se está convirtiendo en un objeto fácilmente destruible para los demás. —Si doy la autorización, mi jefe podría… —Tu jefe es Charlie Swan, Jake, el padre de Bella —gruñe Edward. —Por esa misma razón él quiere lo mejor para ella —insiste Black. Abro la puerta con tranquilidad. Los tres pares de ojos se centran en mí como si estuviesen haciendo algo malo. Suspiro, me cruzo de brazos y espero a que alguien diga algo. —Creí que dormías —comenta el cobrizo, con recelo. —Pues aquí me ves —exclamo—. ¿Qué han dicho en L.A.? —Es el productor, la quiere lo más pronto posible en Los Ángeles —me contesta Alec con serenidad. Miro a Jacob, quien no ha pronunciado palabra. —¿Tu jefe te ha impedido que vaya? —digo con algo de ira.

—Bella, no es que quiera enclaustrarte aquí, pero es peligroso. —Tengo trabajo que cumplir —insisto—. Si no voy estaré faltando al contrato y, de verdad, no sería bueno para mí ni para nadie. Miro a Edward, justo a los ojos, pero él los desvía hacia otro lado. Está enojado. —Está bien, Bella, pero tenemos que ir contigo —exhorta el detective. Gruño. —O sea que no estaremos a solas ningún momento. Jacob se lleva una mano a la frente y bufa. —Es el único recurso que tenemos, Bella, de lo contrario será muy difícil estar al tanto de los pasos de esa mafia. —No quiero que Charlie esté… —Basta, Isabella —me corta Edward con la voz enérgica. Me sube un escalofrío desde los pies a la cabeza. —Es suficiente de esto. ¿Vas a estar toda la vida castigándolo? ¿Prefieres eso a que la policía cubra tu espalda? He estado todos estos días buscando la manera de que nadie intente hacerte daño, me he pasado noches como un miserable, buscando la manera de que todos esos malditos asesinos no logren dar con nosotros. Charlie ha sido el primero en reclamar ayuda para tus amigas… hasta Renée estaría protegida. ¡Deja ya de comportarte así! —vocifera, hastiado. No soy capaz de responderle porque se va de la sala, sumiéndome en un profundo y amargo desazón. Ni Alec ni Jacob me dicen algo y de verdad que lo prefiero así. —Déjenme sola —murmuro—. Partiré en cuanto la policía y el FBI estén listos. Cierran la puerta y me hundo en un silencio inquietante. Aún me late muy fuerte el corazón. Me siento en el sofá individual y me quedo mirando hacia la nada, repasando las palabras de Edward. —Soy una tonta —mascullo—. Pero no puedo dejar de detestarlo —susurro, recordando a Charlie. No quiero que se dedique a protegerme porque no lo hizo cuando perdí a mi hijo, no quiero que haga cosas por mamá porque gracias a él Phill llegó a nuestras vidas. Realmente no lo soporto. Y ahora Edward me ha sacado todo en cara. Me río con tristeza y niego. Tiene todo el derecho. Observo mi anillo. Toco los pétalos brillantes, recordando aquel lindo momento. Soy su prometida y ha acabado gritándome. Exploto en llanto casi en un segundo. Me ha dolido muchísimo. Mamá toca a la puerta, pero no le contesto, no quiero hablar con nadie, ni siquiera con Edward. . Dormito sobre el sofá individual, algo consciente de lo que hay a mi alrededor. Abro mis ojos

cuando siento que no estoy sola y me encuentro con ese par de ojos que tanto me gustan, solo que esta vez finjo que no me enamoran más. Está parado frente a mí con las manos empuñadas, tan rígido como nunca. —¿Qué haces aquí? —inquiero con sequedad. —Venía a decirte adiós —masculla. Mi corazón se acelera. —Oh… Bueno —susurro—. Entonces… —trago. Me muerdo el labio instintivamente. Tengo los ojos escocidos y me duele un poco la cabeza. Se agacha para alcanzar mi altura, se lleva la mano izquierda a sus labios y me besa los nudillos. Le acaricio la mejilla, los labios y la mandíbula. —De verdad no quiero que te vayas —susurro. —Creí que podría ser lo mejor para nosotros, por ahora. Niego, un tanto desesperada. —Nunca pienses eso —profiero—. Edward, lo siento, me comporté como una niña. Me da los toquecitos en la nariz. —Solo quiero que estés bien, Bella, es lo único que me mantiene en vela. Siento tanto habértelo sacado a relucir, pero estaba molesto, de verdad lo siento… —Por favor, no vuelvas a gritarme —le pido con desazón—, me ha hecho muchísimo daño. —Oh, cariño —exclama. Me abraza y me sostiene entre sus brazos por unos segundos—. No llores —me suplica—, por favor. Me aferro a su cuello; no quiero que me suelte. Dios, estoy hecha jirones. ¿Qué sucede conmigo? Siento una bomba de emociones en mi pecho. —No me gusta que lo hagas —le hago saber. Me acaricia el rostro mientras me mira con profundidad. Me limpia las lágrimas con sus pulgares y luego me besa. —Lo siento, de verdad lo siento —insisto con energía. —Aún me desequilibran los gritos. Sus ojos se tornan brillantes y acuosos. Sabe perfectamente a lo que me refiero. —Nunca haría lo mismo que Phill, Bella, jamás —dice, enérgico, hasta un poco dolido—. Jamás podría… —escruta sus ojos—. Ni siquiera lo pensaría, Bella. —Lo sé, Edward, solo… son traumas.

Me besa la frente y ambas mejillas. —Y bueno, hoy estoy más sensible que de costumbre —me largo a reír—. Tendrás una esposa bastante especial, ¿eh, Cullen? Se ríe también, acompañándome con sus suaves carcajadas. —No sabe cuánto amo a la futura Sra. Cullen, aún más si es tan especial. Acomodo mi cuerpo junto al suyo. Me fascina su calor. —Yo también te amo —le susurro. ... Hace muchísimo frío y llueve de manera torrencial, aunque dentro de unas horas estaremos en el caluroso L.A. Mamá me acompaña en la banquita mientras me como un bocadillo. Edward se fue para comunicarse con el FBI, quienes marcharán junto a nosotros en media hora más. Charlie tomará otro vuelo, la razón de ello es muy obvia: no quiere molestarme, menos atormentar a mamá. Miro a Renée Swan, quien está de perfil, concentrada en sus pensamientos. Su cabello rubio ha crecido bastante y en las puntas se le han formado las características olas, que caen elegantemente sobre sus hombros. Sus ojos azules han pasado del opaco al nítido, hasta inclusive brillar. Ella no sabe que Charlie ha estado en contacto conmigo, tampoco sabe que me ha estado observando incluso en Nueva York. Dudo mucho que le sienta bien saberlo, conozco tanto a mi madre que sería imposible que me equivocara. Debo suponer también que, si llegase a verlo, volvería a sentir lo mismo que cuando se marchó. Charlie es su debilidad. Alec está en un rincón junto a Jane, están saliendo desde hace pocos días. Se les ve tan bien, me gustaría permitirle a mi asistente que se quedara pero eso es imposible, sin él yo sería absolutamente nada. —Me asusta todo esto de la policía —afirma mamá. —Tranquila. Todo estará bien. Además, el FBI nos cubre las espaldas y las de Rosalie acá en Forks. —Mi instinto de madre no me dice eso, Bella —insiste. Ha repetido eso en reiteradas ocasiones. —Mamá, por favor —reitero—, tranquila. Paso un brazo sobre sus hombros y la apego a mí. —Volveré a por ti y te llevaré a California. —Me prometiste eso cuando tenías 15 años, ¿lo recuerdas? Sonrío con nostalgia. —Imposible que lo olvide, mamá.

Alice y Jasper regresan de revisar los pasajes cuando faltan cerca de diez minutos para abordar. Mi mejor amiga está entusiasmadísima por este viaje y la verdad es que acaba pegándomelo. Es imposible que su entusiasmo no me genero lo mismo, a pesar de lo mucho que me cuesta volver a esos lugares. Alec regresa con Jane de la mano, se dan unas cuantas miradas cómplices. Son muy reservados, no sé cómo lo hacen. —Srta. Swan, Srta. Brandon —agacha la cabeza hacia nosotras—, Sr. Whitlock, tenemos que abordar. Mamá lanza un suspiro de tristeza y me da otro abrazo. —Voy a extrañarte mucho —me dice ella, acariciando mi espalda. —Oh mamá, no me digas eso —susurro. Se me llenan los ojos de lágrimas casi al instante. Me sorprendo. —Vaya, Bella, estás con los sentimientos a flor de piel. —Mamá se ríe y me besa la mejilla. Alice ya registró las maletas de todos y Jasper tiene los vuelos en sus manos. Primera clase hacia L.A., California. No puedo negarlo, el ambiente junto al mar es exquisito, pero tener que ver a todas esas personas vacías me genera sentimientos encontrados. —Hey, falta Edward —exclamo. Miro hacia todos lados, pero él ni asoma. Me invade la cólera, ¡cómo se le ocurre desaparecerse! —De seguro regresará pronto, aún tenemos seis minutos de ventaja, si quieres yo lo espero mientras ustedes van al avión —me dice Jasper con tranquilidad. Asiento, poco convencida. Alice me lleva junto a ella y mamá, quien nos acompañará hasta la entrada de la cabina. Alec se despide de Jane entre besos, algo que no había visto nunca entre ellos. Se ven tan lindos. La azafata nos pide los tickets y Alice se los entrega. Mamá me dice adiós, sé que está un poco triste, despedirse de mí otra vez debe ser muy duro para ella, tanto como lo es para mí. —Te llamaré pronto. Por favor, cuídate mucho. —Lo haré, mamá. Alice me lleva de la mano mientras me comenta que podríamos ir a algún restaurant y desayunar ahí. Yo estoy tan preocupada por Edward, que simplemente no la tomo mucho en cuenta. El avión es pequeño pues es privado y reducido. La azafata nos lleva a nuestras cabinas, con Alice pidiéndole que por favor espere a nuestros acompañantes. Ella nos dice que en 2 minutos el avión despegará. Me siento junto a la ventana y miro el paisaje de Seattle, con el estómago hecho un nudo. Mi mejor amiga se sienta junto al pasillo, en los asientos paralelos a nosotros. Alec sube luego, llevando un maletín en su mano derecha. Sin embargo, no hay rastro de Jasper ni de Edward. Le pido a la azafata que me dé un vaso de agua para aguantarme los nervios. Cuando me lo trae me dice que ya partiremos a L.A. y que por favor me abroche el cinturón. Comienzo a sudar helado y mis pies se sienten débiles como dos hilos delgados, mientras que Alice parece estática, mordiéndose las uñas perfectamente cuidadas. El capitán del avión nos saluda y yo me suelto del cinturón, no puedo partir sin Edward. ¿A dónde se fue? Mi corazón se arrancará de mi pecho.

—No puedo partir, faltan dos personas —exclamo hacia la azafata, quien me observa con preocupación. Otra azafata sube de las escalerillas con dos personas, Edward y Jasper. Toda mi preocupación se convierte en un infortunado enojo, que dejo ir en cuanto Edward se acerca a mí. —¡¿Dónde estabas?! —le grito. No espero a que me responda y me siento de golpe en mi silla. Miro hacia la ventana con los brazos cruzados, a punto de inflar las mejillas. —Hey, Bella, lo siento —me dice en serio. Me toca el brazo, pero yo se lo quito—. Tuve un percance, nada más que eso. Lo miro a los ojos, fulminándolo. —¡Pensé que ibas a dejarme aquí! —exclamo, en un ataque de nervios desatados. —No, por supuesto que no. —Quiere abrazarme y yo lo dejo, porque la verdad es que enojarme con él es una pérdida de tiempo—. Estuve junto al FBI, creí ver algo extraño pero no era nada malo. Se me pasaron los minutos y cuando me di cuenta que tenía que subir al avión, ya faltaban tres minutos. Menos mal encontré a Jasper. Sus ojos parecen nerviosos o algo alterados. Le acaricio el cabello con cuidado, pero él está algo ido. —¿Estás seguro que todo está bien? —inquiero con preocupación. Se da cuenta que estoy presente y me mira a los ojos. Sus cuencas doradas parecen seguir viendo algo perturbador. —Todo está bien, Bella, tranquila —insiste. Me sonríe con mayor tranquilidad en cuanto se da cuenta de que ya estamos moviéndonos—. Es la segunda vez que me subo a un avión y estoy más nervioso, ¿sabes? Suspiro, en un intento rápido de olvidar todo lo que acaba de ocurrir. Me asusté muchísimo, creí que no iba a subirse. —¿Cuándo fue la primera vez? —inquiero. —Cuando me vine de Nueva York, esa vez que fui a buscarte —murmura—. Primero me fui en tren y luego me vine en avión. —Oh —le contesto—. Si te hubiese visto en aquel entonces, creo que me habría ido contigo sin pensarlo. —Pero no habrías alcanzado la fama —le dice, tomando mi mano con la suya. Sonrío con pesar. —¿Sabes? No me habría importado. —De todos modos pude volver a tocarte —susurra, llevando sus dedos libres a mi mejilla y mentón, recorriéndolos suavemente—, era lo que más añoraba, sentir que todavía eras real. Se me forma un nudo en la garganta. Cuando lo trago me recorre el pecho hasta el vientre, en

donde comienza a arder. —No sigas, por favor. —Respiro forzosamente para no llorar—. Esos momentos son los que más me cuesta superar. Edward me observa con tristeza y asiente. Me besa la frente con cuidado y se recuesta en el asiento, conmigo apegada a su hombro. El avión comienza el despegue y mi vientre duele aún más. Es esa sensación impresionante que se agolpa en mi cuerpo cada vez que vamos en contra de la gravedad. Miro a Jasper y Alice de reojo. El rubio está disfrutando de su primer viaje en el cielo, aferrado a su novia con un miedo imposible de solventar. —Tu primo está asustado —le comento a Edward. Él se sonríe. —Créeme que yo estaba peor. . El dolor de vientre que creí era parte del despegue, se intensifica, durando así más de lo planeado. Lo divertido es que se pasa cada una hora y, además, no he dejado de sentir hambre. Comienzo a extrañar a mamá al rato, mientras observo el paisaje por la ventana y Edward duerme en mi hombro. Es algo normal al fin y al cabo, la última vez que le dije adiós fue hace casi cuatro meses atrás. Lo bueno es que la Sra. Whitlock, Jane y Marianne estarán con ella, además de Rosalie, que se ofreció a visitarla junto a Emmett y la niña. Espero que la policía esté vigilando continuamente, así como prometió Jacob. La azafata nos entrega una manta para nosotros dos, ya que comienza a hacerse de noche. Le pido que me traiga también un vaso de soda y algo para comer. Edward se despereza a mi lado, bostezando y mirando a su alrededor con algo de recelo, hasta que se da cuenta de dónde está. —Vaya, ya es de noche, he dormido bastante —murmura. —Has roncado lo suficiente para fastidiar a todo el avión —lo molesto. —Yo no ronco —me contesta con los ojos escrutados. Me largo a reír. La azafata me entrega la soda con dos rodajas de limón y unos bocadillos de queso. Se ven tan deliciosos que soy incapaz de despegar mis ojos de ellos. . Unos besos me despiertan de la somnolencia y otro de mis sueños extraños. Lo primero que noto son los brazos de Edward rodeándome y la manta sobre mis piernas. Todo está en silencio por lo que quizá aún es muy temprano. Hago un ruidito de flojera, volviendo a cerrar los ojos. —¿No quieres ver el amanecer conmigo? —me susurra al oído. Abro mis ojos de sopetón y me desperezo enseguida. —¿Cuánto he dormido?

—Lo suficiente —me responde junto a una sonrisa—. Has dicho mi nombre entre sueños, así que debo suponer que ha sido un sueño agradable para ti. Me río. Sí que ha sido un sueño agradable, pero extraño. —Mira. —Me señala hacia la ventana, en donde las nubes comienzan a tornarse rojas, naranjas y amarillas—. Comienza a amanecer —dice. El paisaje es impresionante. Todo brilla y el sol parece estar tan cerca de nosotros, como si pudiera tocarlo. Todo es luz ahora, puedo sentir el calor abrasante y el aroma a verano, ese verano de verdad que quema. Es precioso. —Otro amanecer más para nosotros —le digo. Pone su barbilla en mi hombro. —Una colección de amaneceres. ... Veo el mar de California justo a nuestros pies, la Costa Oeste es impresionante y profunda. Cuando nos vamos acercando a Los Ángeles, veo cientos de palmeras, todas agrupadas en diferentes partes. El capitán del avión nos avisa que pronto aterrizaremos y que podemos ver el bello paisaje. . Cuando piso el suelo de L.A., siento el calor abrasante del verano playero y la brisa helada que contrasta duramente. Edward me toma de la mano y me conduce hacia adelante, consciente de que hay unos cuantos periodistas con la cámara en la mano. Alec coordina con los gorilas de cada extremo, protegiendo las espaldas de nosotros cuatro. Nos metemos en un coche lujosísimo, Alice y Jasper se van en otro. Puedo ver los flashes de múltiples cámaras, aun cuando el coche tiene vidrios polarizados. Edward está un poco nervioso, aunque yo también lo estoy, como siempre. —Se irán al hotel —nos dice Alec desde el asiento del copiloto. Nos hospedaremos en The Beverly Hills Hotel, ya que es un lugar al que ningún medio podría entrar. Y notando la forma en la que nos han venido a recibir, creo que ha sido la decisión mejor tomada del día. Edward entrelaza sus dedos con los míos, diciéndome de manera discreta que está aquí, conmigo, y que no se irá. Llegamos media hora después, segundos antes que Alice y Jasper. Me bajo del auto bañada en sudor, puesto que aún llevo la ropa algo abrigadora de Forks. La diferencia de temperatura es impresionante. Edward se ha quitado el suéter y ahora solo lleva una camisa, aunque eso aún no sea suficiente para sentirse fresco. En cambio Alice ya se ha puesto un vestido llenísimo de estampados a la moda y unas sandalias con plataforma de color blanco. Se tan contenta que me contagia, como siempre. Jasper sigue los pasos de su primo, llevando la camisa a punto de desabrochar. Un botones nos conduce discretamente hacia la entrada mientras Alec le da las órdenes para que el equipaje sea ingresado a nuestras habitaciones. En la muralla más alta está escrito en cursiva The Beverly Hills Hotel, ¡bienvenido! Todo, absolutamente todo tiene flores, cada color parece no

repetirse, lo que le confiere un toque tan hermoso que no soy capaz de dejar de sonreír. El suelo es de mármol y el vestíbulo principal está completamente iluminado de curiosas lámparas de lágrimas. El calor dentro del lugar parece no existir, todo está tan fresco. —Qué lujoso —murmura Edward con las cejas levantadas. —Convivo con estos lugares todo el tiempo, pero nunca había venido aquí. Todo parece tan lindo. El diseño es enloquecido, ambientado en la diversión de la playa hawaiana. La discreción es estupenda y nosotros nos hospedaremos en los exclusivos bungalós, con patios que colindan entre dos. Nosotros tendremos el bungaló nro. 1 y ellos el bungaló nro. 2. El botones nos va diciendo todos los recovecos del hotel, apuntándonos en la izquierda el vestíbulo de descanso, el cual consiste en una sala con sofás, música en vivo casi las 24 horas del día y bocadillos por doquier. Parece ser un lugar de plática y conversaciones amenas. Luego nos muestra cuatro de los grandes restaurantes que se encuentran aquí, cada uno con una especialidad, prácticamente encontrando de todo un poco. Nos abre las altas y pesadas puertas de vidrio para dar a conocer el mayor lujo del hotel, las increíbles piscinas rodeadas de vegetación, justo en medio de los bungalós más lujosos. Las flores y las palmeras hacen que el lugar parezca un verdadero paraíso. Hay escaleras que comunican a cada bungaló especial. —Pueden descubrir más espacios del hotel, están invitados a disfrutar de este espectacular lugar —nos dice el botones. —No tengo calificativos para comunicarte cuan impresionante estoy de este lugar —murmura Edward al oído. —Créeme que yo tampoco tengo. —Me siento un plebeyo en el Palacio de Versalles, a punto de coronarse como el Rey de Francia. —Entonces seré tu reina —le guiño un ojo—. La plebeya que sabe jugar a ser de la realeza. Me sonríe, divertido. Alice y Jasper se van a su bungaló, quedando nosotros dos y el botones. Él nos hace subir unas escaleras ocultas entre un montón de plantas y hojas. Toco la barandilla con cuidado, que son de color oro y parecen haber sido creada desde hace muchos años. Hay jarrones de rosas a mi izquierda y, a medida que subo, puedo sentir el aroma a agua limpia. Cuando llegamos a nuestro bungaló nro. 1, me encuentro con una casa con una piscina de frente. Nos protege un muro de piedra con diseños extraños y pulidos, de color crema. La piscina es perfecta para dos, con una sombra idónea, creada por los múltiples arbustos que adornan cada rincón. En la punta distal de la piscina hay un encimero de tres niveles con toallas limpias y blancas. —Todo está, muchas gracias —dice Edward y el botones se va, después de agachar sutilmente la cabeza con elegancia. Nos quedamos callados un momento, recuperando el aliento. Tomo la mano de mi prometido y lo llevo hacia adentro. El lugar es magnífico. Corro hasta el esponjoso sofá persa y me lanzo hacia él. Edward se larga a reír con profundidad y el sonido me eriza la piel. Camina con cuidado hacia mí y se agacha para besar mi frente. Cierro los ojos un momento, para luego abrirlos y sentarme cómodamente. Ambos nos dedicamos a mirar el orden, los muebles y los colores sobrios. No hay televisión, pero sí radio, una de último modelo. Los muebles se ven caros, elegantes y todo está tan bien puesto que dan ganas de desordenarlo todo. En las paredes hay espejos y cuadros, la ventana gigantesca da hacia el paisaje californiano y te puedes acostar en el sofá que está

adherido a ella, mientras observas el cambio de las olas y la luz del día transformándose en noche. —Es el paraíso —me susurra el oído. —Contigo cualquier lugar es el paraíso. —Me muerdo el labio y me giro para besarlo, entusiasmada por tenerlo aquí. Nuestro contacto se intensifica y ambos estamos a punto de caer el suelo… hasta que nos recomponemos con el sonido del timbre. Edward lanza una maldición y camina hasta el teléfono para contestar al visitador. —Bien. Esperaremos las maletas —murmura con algo de irritación. Cuando cuelga vuelve a posar sus ojos en mí—. Por primera vez me he planteado asesinar a Alice. —Comenzamos a sentir lo mismo —le digo. Me quito los zapatos y los lanzo hacia cualquier lugar. Doy saltitos por la sala y me meto a la habitación, quedando boquiabierta. ¡Es perfecta! Una cama con doseles y telas que caen en cascada, plantas y más flores, edredones de tela y mil hilos, una puerta a la salida de la piscina y otra al baño, una tenue oscuridad que no se va ni con los fuertes rayos del sol. Me lanzo en la cama, disfrutando de la comodidad. Él se acomoda en el umbral, mirándome divertido. Me recargo entre los edredones, poniendo mi mano bajo mi cabeza para sostenerla. —¿Sabes lo que hace perfecto esto? Levanta sus cejas con curiosidad. —Tú. Su sonrisa se hace visible, de oreja a oreja. —Estás tan contenta, no sabes lo hermosa que te ves así —me comenta con sinceridad—. Dejas de estar preocupada, de andar cansada. Asiento y miro hacia la ventana que da a la playa. Probablemente sea el viaje más intenso de mi vida. —Gracias por acompañarme. Se acerca a la cama y se sienta a mi lado. Entrelazo mis dedos con los suyos y me quedo ahí, sintiendo su cercanía. . Me despierto cuando el sol está en su punto. Aprecio el cielo azul, sin nubes. Hay gaviotas que vuelan y se van hacia el mar, en donde las olas baten constantemente contra la blanca arena. Bostezo y palpo a mi lado, pero no hay nadie, solo un papel escrito. Me restriego los ojos y lo leo. "Ven a la playa. Estaré en la zona más desierta". Acaricio su caligrafía antes de levantarme. Me doy una ducha rápida y fría. Me amarro el cabello húmedo en lo alto de la cabeza y me pongo un traje de baño de dos piezas, color fucsia. No estoy

acostumbrada a esos colores, pero Alice me lo ha regalado, así que confío en ella. La parte de abajo tapa parte de mi vientre y el sujetador es redondeado, de amarras en el cuello. Quito el anillo de mi dedo para que la sal del mar no estropee las piedras preciosas ni el platino, quiero que esté perfecto siempre. Me calzo unas sandalias y salgo del bungaló, en donde nadie se detiene a mirarme, lo que es estupendo. Me protejo los ojos con gafas en cuanto el sol me da en la cara. La playa es privada, así que debo caminar un par de metros hasta llegar a la arena. La parte más desierta está oculta entre unas cuantas palmeras, y sobre una gran roca veo a mi cobrizo, sentado tranquilamente mientras la brisa le mueve los cabellos. Me cuesta muchísimo subir, no entiendo cómo Edward no se da cuenta de que estoy presente. Le toco el hombro y él recién nota mi presencia. Me queda mirando de pies a cabeza, luego sonríe con picardía. —Preciosa —murmura. Él lleva un traje corto, mostrando sus fuertes piernas. Toco su pecho desnudo, el cual ha cambiado ligeramente de color con el sol veraniego de California. Es increíble lo tostado que se ha puesto en una tarde. Su piel nívea ha cambiado, el frío de Forks se ha transformado en el calor de L.A. Hasta su cabello se ve más claro. —Mi guapo pintor se ha transformado en un surfista experimentado —lo molesto, agarrándome a su cuello para abrazarlo. —Es el efecto de la playa, nena. Me río y beso su mejilla. —No te estoy mintiendo. Te ves increíblemente guapo al sol —susurro junto a sus labios—. Estás comenzando a broncearte. Me toca el rostro con cuidado, como si fuese una reliquia. —Cuando te vi por primera vez, luego de esos años, también noté eso. Tu piel estaba ligeramente más tostada, tenías un aire a verano y a playa. Entendí que la niña de piel blanca y grandes bufandas se había quedado en Forks. Beso su hombro. —¿Vamos? Se levanta y me tiende la mano para que yo también lo haga. Pero antes de que yo tenga oportunidad de comprender sus movimientos, él me sostiene entre sus brazos y me lleva hasta el mar, dejándome caer en una ola gigantesca y helada. Entre gritos tiro de su brazo para que caiga conmigo, sin soltar su mano. —Me las pagarás, Edward —le digo entre risas, salpicando su rostro ya mojado. —Hey, hey, hey, haces trampa. —Toma mis muñecas para que deje de salpicarlo, abriendo torpemente sus ojos. Luego se pone a reír a carcajadas. Cuando para, toma mi nuca y me besa los labios apasionadamente, quitándome el poco aire que me queda en los pulmones. Dejo caer mis brazos a los costados de mi cuerpo, presa de sus caricias. —Uau —digo al separarnos.

—Alguien podría estar sacándonos fotos ahora —me dice en tono cómplice. Ambos sabemos que eso no podría ocurrir, ya que estamos rodeados de seguridad. —Si eso sucediera juro que no me importa. Edward se muerde el labio y me vuelve a besar. Eso quiere decir que tampoco le importa. . Su cuerpo está cubierto de arena y el escaso sol que va quedando se transforma lentamente en un ocaso. La sombra nos ha protegido durante todo nuestro reposo, por lo que nuestra piel refleja solo un poco de verano. —Hay muy poca gente en este lugar, eh —comenta él, moviendo su dedo índice por el contorno de mi cuerpo. —Esas son las ventajas de hospedarse aquí. No le importas a nadie. —Me dijiste que nunca habías estado aquí, ¿por qué? Es un lugar que te garantiza vivir una vida normal en la ciudad más glamorosa de Estados Unidos. Se acomoda entre mis piernas, poniendo su cabeza justo en medio de mis muslos. Le acaricio el cabello, mientras miro su bello perfil. —Porque James se encargaba de todo eso —murmuro con cuidado—, está demás decir que nunca le importó nuestra opinión. —¿Y a ustedes nunca les preocupó? Son las estrellas —dice, sin poder entenderlo. —A Alice un poco, pero a mí —me encojo de hombros— nunca me importó disfrutar de quién soy, o de lo que tengo, estaba sola y jamás me quedaba mucho tiempo en los lugares. Soy una mujer que disfruta mucho de la compañía, pero no de cualquiera, sino de quienes amo. Alice era la única persona que me hacía sentir bien, pero muy pocas veces andábamos juntas. A ella le gustan las campañas de moda, las fotografías, yo me dediqué a actuar. Distintos rubros en un mismo trabajo. Edward se queda callado por un rato, mirándome a los ojos hasta que comienzo a cohibirme. —Siempre has sido una chica solitaria, que disfrutes la compañía es una antítesis valedera. Silenciosa y calma, te encanta escuchar, mas no hablar. Fue lo primero que descubrí de ti. Sonrío ligeramente. —Alec parece preocuparse más por ti que por el dinero que recaudes. Es un buen tipo. Siento un grito que se viene acercando a nosotros. Es Alice, saltando alegremente por la arena, usando un traje de baño de una pieza, sin tirantes. Es rojo y tiene lunares blancos. Jasper le sigue con un short azul claro, llevando una sonrisa de oreja a oreja. —¡Al fin los encontramos! —exclama mi mejor amiga. En sus manos tiene unas paletas de madera y dos pelotas, Jasper tiene dos paletas más. —Hey, ¿jugamos? —El rubio mueve sus cejas, invitándonos. Edward y yo nos miramos un par de segundos y nos levantamos casi enseguida. Alice agarra mi

brazo y me tiende una paleta. —¿Mujeres contra hombres? —dice el cobrizo. —Debo recordarles que soy un asco en estos deportes —comento entre dientes. —Conmigo los destruiremos —afirma Alice con los ojos escrutados. . . . —No hay novedades —me dice Edward, sentándose a mi lado. Cierro el libro y lo dejo a mi lado. Muevo mis pies en el agua de la piscina, atrayendo unos cuantos pétales que han caído de las flores contiguas. —¿La policía aún no tiene idea de qué harán para mantener encarcelado a James? —No —susurra—. Pero hay algo bueno —añade al ver mi rostro algo descompuesto por la noticia—: Jacob afirmó que han encontrado algunos sospechosos, aunque no quiso contarme más allá, quiere que tú hables con él… y Charlie. Asiento. Debo asumir que Charlie estará siguiendo mis pasos durante mucho tiempo más. Reconozco que no quiero verlo por temor a lo que pueda decirme, lo que me confundirá más. Con lo sucedido la vez pasada acabé aterrorizada por los secretos y sé que la verdad de todo es atroz. —¿Quién te ha llamado? —inquiero. Eleva sus cejas, como si recién se hubiera acordado de algo. —Ha sido Tanya Denali. —Eso es suficiente para tensarme con ligereza—. Me presentará con algunos críticos de aquí, me ha parecido estupendo ya que aquí se concentra gran parte de las oportunidades. —¡Eso es magnífico, cariño! —exclamo—. ¿Ella vendrá pronto? —No lo sé, pero si llega a hacerlo supongo que te lo diré. ¡Ah! Y te ha mandado muchas felicitaciones, bueno, a ambos —me sonríe como quien no quiere la cosa—. Le he contado que estamos comprometidos. —Toma mi mano izquierda y me besa los nudillos. —Supongo que eso hará que deje de poner sus ojos en ti —le digo con diversión. El teléfono del bungaló vuelve a sonar. Desde la línea del hotel me informan que es un número privado y que la conversación podría ser grabada. —¿Diga? —Hola, Bella —saluda Jacob con voz amable. —Hola, Jake. —Edward ya debió contarte algo, ¿no es así?

—Acaba de hacerlo —respondo. —Bien. No quisimos decirle algo más porque, bueno, sé que no comprende todo —susurra. Me miro los dedos con nerviosismo. Reviso los rincones para ver si Edward está cerca, pero noto que luego escucho un chapuzón en la piscina. —Tengo previsto comentarle mi pasado luego de la cena, que es en unos días, fue el consejo de una amiga. La cena en realidad es una fiesta, como motivo de mi película. —Tranquila —dice con calma—. Tengo más novedades. Han encontrado a tres proveedores asiáticos, todos inmiscuidos en el comercio de mujeres. Necesito que vengas y me digas si los has visto, generalmente iban a los burdeles para cerrar tratos en persona. Louis prefiere terminar sus tratos cara a cara. —¿Están ahí? —No, Charlie no permitiría que ellos se acercasen a ti —dice—. Tenemos sus fotografías una vez capturados, necesito que vengas ahora. La policía estará esperándote en Beverly Hills, en la esquina de Rodeo Drive. —Bien —murmuro—. Estaré ahí. ... Edward me ha deseado suerte. De seguro piensa que iré a hablar con Charlie. Aunque, quien sabe, quizá eso es inevitable. Lo certero es que él parece muy entusiasmado en permitirme un momento a solas, probablemente porque aún siente que este lugar me pertenece. Ahora que lo pienso, quizá es así. La policía me lleva hasta una oficina discreta del FBI. He procurado salir con mi identidad oculta, ya que Beverly Hills está infestado de paparazzi. Una mujer de aspecto serio e intachable me pide mi identificación, un mero protocolo. Me conduce hasta una habitación blanca y llena de luces, la sala de confesionario. Veo a mi padre y a Jacob, usando el característico pantalón oscuro y una camisa a juego, portando su placa en el lado derecho y su arma en el cinturón. Charlie parece cansado y en su mano derecha tiene un café humeante. —Buenas tardes —saludo con discreción. La mujer también entra a la habitación y me tiende su mano, ahora sí con mayor dureza. —Buenas tardes, Oficial Leah Pitt. —Hola, hija —profiere Charlie con una sonrisa tímida pero amistosa—. Toma asiento. —¿Quieres algo, Bella? —me pregunta Jacob, corriendo la silla para que me siente. —No, gracias. Charlie mira mi mano izquierda con curiosidad. Cuando se da cuenta del simbolismo sus ojos parecen emocionados de verdad. —Oh, Bella, ¿es lo que creo?

—Sí… Charlie —le respondo—. Edward me pidió matrimonio. —Eso es grandioso. Jacob no me había dicho nada. —Lo mira en un oculto regaño y el aludido se encoje de hombros, un poco tocado—. Felicitaciones a los dos —me dice, poniendo tímidamente su mano en mi antebrazo. No lo quito. —Gracias —le digo con sinceridad. Una vez que me siento, la Oficial Leah me pone unas imágenes en la mesa. Son tres tipos, todos asiáticos y de mirada amenazante. —Yoon Eun Hye. —Me indica al hombre calvo y protuberante barba. —Nunca lo he visto. —Jeong Ji Hoon. —El siguiente es un viejo al que recuerdo muy bien. Me tenso de manera súbita. —Sí, lo he visto —murmuro con asco—. Mató a dos chicas una vez, lo vi cuando intenté huir. Miro a mi padre, quien tiene los brazos cruzados. —¿Por qué nunca lo denunció? —No hay que ser muy inteligente para darse cuenta que es un tipo peligroso. Si abría la boca, Louis iba a matarme sin miedo, a pesar de que era una de las trabajadoras con mayores ventajas en el burdel. Leah comienza a interesarse. —¿Qué ventajas tenía? Aprieto mis puños, asustada de los recuerdos. Hace tanto que no me detenía a pensar en quién era, en quién me convertí para sobrevivir. —Fui una reliquia —mascullo—, no cualquiera podía tenerme. Trabajaba tres días a la semana, en el lugar señalado. Clientes sanos, bien educados y, claro, al maestro de todos, a Louis. Era quien mejor me trataba. Solo yo tenía el "placer" de conservarlo como un… cliente, pero la verdad es que siempre me inspiró miedo, un terror extraño. —¿Y a él? ¿Lo ha visto? —me pregunta—. Shin Min Ah. —Probablemente, pero no recuerdo qué hacía. Leah asiente. Apila las fotografías en la mesa y las deja a un lado. —¿Sabe usted que Louis podría destruirla, Srta. Swan? ¿A usted y a sus amigas? —Lo sé perfectamente, Srta. Pitt, es por eso que estoy aquí, porque quiero que los atrape antes de que arruinen aún más mi vida y de las personas que amo. Charlie y Jacob permanecen en silencio, atentos a todo lo que está ocurriendo. —Si él llegase a ser encarcelado, no tardaría en acusarla a usted de haber ocultado lo ocurrido en ese burdel. Fue testigo y jamás abrió la boca. —¡¿No le parece que haber sido perseguida por esa mafia durante tantos años me generó temor

por hablar?! —grito, exaltada. —Lo mejor que puede hacer, entonces, es cooperar con nosotros. Para todos nosotros nos es extraño que solo ustedes tres estén con vida… —¿Qué? —Las demás prostitutas fueron asesinadas, Srta. Swan. —¿Cuándo? —Ha sido progresivo. Han ido muriendo de a poco, todas luego de haberles otorgado la libertad del burdel. Siento una punzada dolorosa en el vientre y un sudor helado en la nuca. —¿O sea que podrían perfectamente asesinarnos a nosotras un día de estos? Leah asiente con lentitud. Charlie se remueve de su serenidad, ahora descompuesto de escucharlo. —Sin embargo… —añade ella—. No lo ha hecho. Me sujeto la frente con las manos mientras medito sus palabras. Dios, ¿qué quieren? —¿Quiere un poco de agua, Srta. Swan? Parece estar un poco pálida. Niego. —Déjennos a solas —dice Charlie con voz enérgica. Escondo mi rostro entre mis manos. Oigo la puerta cerrarse y luego un silencio que es entorpecido por las pisadas de mi padre, el movimiento de una silla arrastrándose por el suelo y el calor de sus manos, arropando a las mías. —No permitiré que te hagan daño, Bella… Rompo en llanto, como si una bomba estallara en mi pecho. Muevo mi cabeza en repetidas ocasiones, negando todas sus palabras. —Tienes que creerme. No permitiré que te toquen, ni a ti ni a tus amigas. Estoy para ti, soy papá, cuando naciste prometí que… —¡No! —grito—. Rompiste tu promesa. Dijiste que jamás dejarías de cuidarme y años después nos vendiste al demonio, a mí y a mamá. Un espasmo de aire me cruza el pecho, esa desesperación desdichada de querer soltar todas las desgracias, pero sin poder. Lo miro a los ojos, esos de color chocolate idénticos a los míos. —Perdí a papá cuando cruzaste la puerta, Charlie, me rompiste el corazón y me hiciste extrañarte hasta el día de hoy. Si tan solo hubieras visto a mamá —sollozo y golpeo la mesa—, tan frágil y marchita, día a día haciéndose más miserable. Siempre te amó, Charlie, siempre… —Yo no quería dejarlas, Bells, todo se fue en mi contra.

Se agarra el puente de la nariz, abrumado. —Trabajaba para la unidad de Forks junto a mi compañero, Phill. Teníamos que abrir fuerzas en diferentes lugares, pero aquella vez el equipo tuvo que controlar a un padre loco que quería asesinar a su hijo, luego de haber matado a la esposa en frente de él. Aquel día te dije adiós como siempre, feliz de tenerte a ti y a tu madre —me cuenta con la voz entrecortada—. Ese mismo día iba a celebrar con ustedes mi nueva asociación con departamento del FBI, en Seattle, pero eso sería en la noche… —Pudiste haberme dicho, Charlie —insistió Phill con enojo, mientras apretaba su arma. Me dediqué a seguir el sendero del bosque, mirando de soslayo a mi compañero. —Fui seleccionado, Phill, ni siquiera tuve tiempo de contárselo a mi esposa —insisto. —Era mi oportunidad de entrar también… —Lo sé, lo sé. De algún modo creo que hasta a mí me tomó por sorpresa. La radio de la patrulla siseó, y Sara, una colega, nos avisó de un altercado en una casa en las afueras de Forks. Tomé el aparato de voz y me lo acerqué a los labios. —Estaremos allá en 10 minutos. Repito, estaremos allá en 10 minutos. Manejé rápidamente por la vía corta. Phill estaba callado y meditaba, algo no muy propio de él, pero lo dejé pasar. Todo era gritos. La casa estaba envuelta en llamas. Tomé mi arma con cuidado y entre gestos le pedí a Phill que pidiera refuerzos. Caminé silenciosamente, buscando al niño que gritaba. Lo encontré amarrado a los brazos del que, supuse, era su padre. La madre yacía, entre quemaduras, muerta en medio del pasto. El tipo estaba loco, sus ojos no eran normales. Nadie en su sano juicio le haría daño a sus propios hijos, menos a la mujer que ama. —Alto. Policía —gruñí con fiereza, con la sangre envuelta en llamas. El hombre no tambaleó, el arma que tenía en su mano le generaba poder. En cambio el niño pedía auxilio, sus ojos exigían un socorro. Miré hacia los extremos, buscando a mi compañero y a los refuerzos, pero no había nadie. —Baje el arma o disparo. Sabía que la ley estaba de mi lado en caso de que no tuviese más alternativa, pero había algo extraño en la situación que me hizo temer. Phill apareció con el arma levantada hacia el criminal. —¿Y los refuerzos? —inquirí. —No han contestado. La radio no funciona —me dijo con preocupación. —Maldición —susurré—. Baje el arma ahora. —¡Que la bajes ya, hijo de puta! —exclamó Phill con agresividad.

Maldición. —Calla, Phill. Él me miró con extrañeza. —Baje el arma o tendrá más problemas con la policía, señor. El hombre nos observaba con nerviosismo y el niño, Dios, estaba desmayado casi del miedo. —Ya nada tiene sentido —lloró el hombre—. ¡Nada! —No arruines aún más tu destino, deja al niño. Phill cargó la bala, dispuesto a matarlo. —Phill, ¡no! —grité. El calor de la casa envuelta en llamas me tenía sudado, asfixiado y desesperado. Pero todo aquello se incentivó cuando noté que aquel hombre planeaba dispararle en los sesos a su propio hijo. Sabía que mi probabilidad de darle en la mano y evitar que el sujeto le matara al niño era casi nula. El error de Phill había sido demasiado caro. Fueron tres balas, al mismo tiempo. Una le dio al niño, otra al asesino y la última erró. . Las lágrimas que derramé se han quedado secas en mis mejillas. El relato de Charlie es tan vívido que estoy inmiscuida con muchísima profundidad en él. Mi padre parece abrumado, asfixiado de sus recuerdos. No me mira a mí, sino a la nada. —Creí que era yo quien había errado el tiro, pero no —solloza—. Phill me dio aviso de que mi arma había sido considerada como culpable del asesinato del niño. Había sido yo quien había errado el tiro. El sujeto erró porque Phill lo había asesinado primero. ¡Iba a irme a prisión! Serían 45 años, por crimen en servicio. Me llevo las manos a los labios, reprimiendo mi horror. Oh, Charlie… —No fui capaz de decirle a tu madre, Bella, la destruiría aún más —llora con angustia—. Y te vi a ti, hija, tan pequeñita… —Se ahoga en su propio dolor. Por instinto llevo mis manos a las suyas y las aprieto—. Mi compañero me aconsejó que huyera, que él iba a hacer lo posible por cuidarlas a ustedes, pero yo insistía que ese asesinato no podría haber sido culpa mía, yo... no podía creerlo. Pero la desesperación se hizo sangre en mis venas, Bella, si yo me iba a la cárcel ustedes dos quedarían arruinadas, sin dinero, sin un hogar. Por eso dejé a tu madre, la abandoné pensando que eso remediaría mi error. Craso error —gime, desconsolado. Niego, envuelta en desdicha. Esto no puede ser cierto… Papá… Papá se fue sin siquiera dejar de amarnos. —Creo que ningún dolor se compara con el que sentí al verlas llorar por mis palabras. Amaba tanto a tu madre, tanto como ahora —me confiesa, sorprendiéndome en demasía—. Jamás dejé de quererla. Y a ti, mi hermosa niña —se quiebra, apesadumbrado—, dejarte fue el peor error que he cometido en mi vida —rompe a llorar otra vez, quebrando por completo la imagen que alguna vez tuve de él—. Confiaba en Phill, ¡él me había ayudado muchísimo! Pero todo era una farsa. A los meses el FBI me comprobó que alguien había alterado las evidencias, yo había errado el tiro y Phill había asesinado al sujeto. El niño había muerto por culpa de su propio padre. —Niega, sin

poder creer aún que eso haya ocurrido—. Era obvio. Mi compañero había hecho eso, no había otra explicación, toda esa envidia infundada… solo por haber subido de rango. —¿Por qué no volviste? Mamá y yo te esperamos por años. —Porque Renée estaba con él —me responde con la mirada rota, triste y muerta—. Mi esposa se había olvidado de mí y había acabado en los brazos del hombre que me destruyó la vida. —Oh por Dios —gimo—, no puede ser, ¡no puede ser! Mi cuerpo tiembla a medida que voy repasando su relato, la forma en la que me cuenta todo con detalles. Phill… Dios mio, ese demonio… Buenas noches. Cumplo con otro capítulo, no sin antes decir que mi fanfic ya cumple 2 años, algo increible y que realmente me emociona. Esta vez actualizo capitulo mucho más rápido que las veces pasadas. Es un capítulo llenísimo de verdades, fiel a mis gustos, doloroso, con presencia de personajes que revelan muchísimo. Quiero agradecer a todas por leerme, por ser pacientes y estar pendientes de esta historia que, si bien ya le va quedando poco, aún está cargadísima de dolor (ay, cómo me gusta) y también de mucha felicidad, por supuesto. En los siguientes capítulos volveré a un estado inicial de mi fanfic, con sensaciones muy interiorizadas, de las que espero hacer llegar a todas ustedes. ¡Son geniales! Muchos besos a todas. PD: pido disculpas si encuentran un error, a veces se me pasan a pesar de mis revisiones :P Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar Hello de Adele, Never Let Me Go de Florence and the Machine y Devuélvete de Carla Morrison . Capítulo XLI . "Ella está loca pero es mágica. No hay mentira en su fuego" —Charles Bukowski . Phill buscó la manera de estar con mamá, de acercarse a mí familia y destruirla. Si tan solo

Charlie hubiera sido sincero con ella… nada de esto habría ocurrido, ni los golpes, ni los gritos, menos aún todas las veces que él me hizo daño, tampoco habría perdido el embarazo. Ni siquiera hubiera huido. Si me pongo a pensar en todo lo que Phill y Carmen me quitaron, comenzaría a volverme loca. No siento furia, tampoco siento odio, lo único que sí siento es tristeza, miedo y una profunda angustia, por mi padre, sobre todo. No puedo negarlo, todas esas ofensas, esa ira que sentí por él, ahora ya no son nada. Siento un profundo rencor por mí misma, a pesar de que no es mi culpa, viví entre engaños. —¿Por qué nunca me buscaste, Charlie? —murmuro, con las manos puestas en mis ojos para no ver. —De todos los años que pasaron, yo fui a buscarte, pero era un maldito alcohólico. No te miento, esa sí fue mi culpa. Basé mis pesares en botellas y botellas… —susurra. ¿Quién soy yo para cuestionar eso? Yo también basé mis pesares en el alcohol. Todo deja de importar; tu propia salud, tu cuerpo, tu mente e incluso tu vida. Quieres huir, dejar el pasado, el presente y el futuro en un baúl. —A tu madre le parecía una suciedad que yo fuese un alcohólico y me impidió verte. No sé si recuerdas todas las veces que me acerqué a ti… —Me dabas dulces y me conversabas a la salida de la escuela. Cuando mamá se enteró… me dijo que tú estabas enfermo y que podías hacerme daño. A Charlie se le llenan los ojos de lágrimas otra vez. —Después de lo mucho que me conocía, ella dice eso. Nunca te haría daño. —Seguramente pensó que, luego de que nos destrozaras el corazón, en especial al de ella, tú sí eras capaz de hacernos daño —le digo con sinceridad. —A veces, cuando un hombre ama tanto a una mujer, la única manera de no hacerles daño es huir, aunque suene cobarde. Si no les decía todas esas cosas, aquella vez que hui, probablemente habrían acabado peor conmigo que sin mí. Me limpio las lágrimas con mi antebrazo. No digo más, no sé qué demonios preguntarle o comentarle. Veo a Charlie y solo veo a un hombre herido, pero no sé si pueda perdonar todos esos años que pasé alejada de él. No creo que sepa lo que nos hizo Phill, y en caso de que lo supiera… probablemente quiera asesinarlo, lo que es peor aún. —No sé qué pensar o a qué recurrir, contigo, Charlie, todos esos secretos revelados me… —suspiro, en busca de aire—. Si Renée se entera yo no sé qué podría ocurrir. Ella aún es tan frágil con tu recuerdo, sufrió tanto, Charlie, tanto —enfatizo—. Yo al menos era una niña, el tiempo me ha hecho olvidar muchas cosas, pero ella era una mujer que hubiera dado todo por ti, y ante eso yo no puedo dejarla. Asiente y se limpia bajo los ojos. —Tengo que irme, por favor, no me busques, ¿sí? Yo lo haré, te lo prometo, solo debo pensar en todo esto. —Muevo la cabeza, buscando la manera de alejarme de lo que acaba de ocurrir. ... Llego al Bungaló con el pulso bajo y todo dándome vueltas. No hay absolutamente nadie en el

lugar, lo que es mejor aún para mí. Hoy no quiero que Edward me vea de esta manera, no quiero asumirlo en mis desgracias, al menos de momento. Con lentitud me inclino en el balcón del bungaló, el cual está a varios pies del suelo, con el mar de frente, bañando la arena. Distintas imágenes se me van presentando, todas imaginando los diferentes escenarios que Charlie me ha comentado. Tengo que restregarme la nariz para evitar el llanto, aunque eso ni siquiera valga la pena. Pienso en mi mamá, en su agonía. Quisiera retroceder el tiempo… Suspiro, eso no es posible. Luego recuerdo a Phill pero no siento furia, ni siquiera tristeza u odio por él. No puedo compartir ningún sentimiento por aquel hombre, lo que es mucho peor. Por último pienso en Charlie, en todo lo que tuvo que pasar y en cuánto tiempo guardó el secreto. Debió ser una miseria. Ahueco mi rostro entre mis brazos, mirando tranquilamente hacia la nada. Escucho la puerta del bungaló. Es él. Edward camina hacia mí para saludarme pero lo primero que hago es abrazarlo con muchísima fuerza. . —Creí que él no nos quería, pero era culpa de Phill. Edward en un principio parece no creerme, pero mi cara de seriedad debe ser tan convincente, que simplemente se limita a mirarme con los ojos redondeados como dos platillos. —Él destruyó a mi familia y jamás pagará todo el daño que ha hecho. ¿Qué voy a decirle a mamá? Si ella llega a enterarse… se derrumbaría. —¿Qué pasará con mi mamá, Edward? —inquiero, desesperándome. —Tú no tienes que tomar esa responsabilidad, Bella, te atribuyes todo a ti. Tu padre es el único que debe decirle la verdad porque él fue quien la abandonó, no tú… —Sí lo hice, Edward. —¡Es un escenario distinto! —insiste—. Hey, nena, escúchame —me toma el rostro con sus manos para que lo mire pero eso solo hace que un nudo espeso se me forme en la garganta—, él aún te ama, nunca dejó de hacerlo. Asiento. Mi barbilla tirita y comienzo a llorar, como si entendiese al fin mis sentimientos. —Lo hubieras visto sollozar, Edward, estaba destrozado. Creo que nunca había visto a alguien mirarme así, implorándome que lo abrace… y yo no lo hice —susurro con culpabilidad—. Me siento tan extraña, como si la venda de mis ojos se hubiera caído. Me abraza con fuerza, lo que me hace sentir ligeramente más tranquila. —Medita, permítete perdonar, él está para ti. Tu madre lo entenderá, y sí, dolerá muchísimo, pero te juro que lo entenderá mejor que nadie —me susurra al oído—, todos los días te demuestra lo fuerte que es, ¿no? Sonrío ligeramente y lo miro a los ojos. Él me limpia las mejillas con sus pulgares. —Está demás decirte que estaré contigo, suceda lo que suceda, ¿bien?

Antes de esconder mi rostro en su pecho, veo en sus ojos un ligero atisbo de preocupación. —¿Sucede algo, cariño? Edward parece pensativo. —Solo estoy preocupado por ti —afirma. … Me quedo en medio de la noche, pensando en mi nueva pesadilla. Ha sido un desastre. Edward sigue rodeándome con sus brazos pero respira con pesadez, así que debe estar durmiendo. Acaricio sus brazos, me impregno de su calor, aunque eso no quita el dolor que se interna en mi pecho cada vez que asimilo la verdad que le contaré. No puedo mentir, me he hecho la estúpida durante todo este tiempo, suplicando que ese pasado que me condena no exista más, pero claro, ¿a quién voy a engañar? Debo asumir las consecuencias de quién soy yo en realidad. Me hubiese gustado hacerlo antes pero ¿qué habría resultado de eso? No lo sé. También viene papá a mi mente, en cómo él, sin querer, destruyó la vida de la mujer que amaba y de su hija, sumiéndolas en las manos de un demonio. No quiero eso… ¡claro que no! Estoy construyendo una realidad en base a mentiras. Miro mi anillo, el que no soy capaz de quitar. ¿Edward me habría pedido que sea su esposa si supiera que fui una prostituta? ¿Le daría asco dormir con una mujer que vendió su cuerpo a los hombres ricos y peligrosos que hoy quieren matarla? No quiero cometer el mismo error, no quiero seguir ocultando parte de mí porque no soy perfecta y tengo tanto de mí que quiere explotar. Tengo que apretarme a la almohada para sosegarme. Me doy la vuelta para encontrarme con su respiración y sus ojos cerrados, su cabello revuelto en la cabeza y caído en la frente, su plácido dormir e ignorante de todos mis pensamientos. Me cuesta asumir el coraje que necesito para lo que vendrá, porque ya no puedo alargar el tiempo y mentirme a mí misma, creyendo que todo lo que fui ya no existe, porque eso no es así. No quiero cometer el mismo error que Charlie, quien nos mintió para evitar hacernos daño. ¿Qué es mejor? ¿Ocultarle la verdad al hombre que amo, a una de las personas que más me importa en la vida, solo para no someterlo a la tortura de quién fui, soy y seré? ¿O contarle la verdad, exponiendo quién soy yo, con cada una de mis cicatrices, confiándole todo de mí para que él, como adulto, asuma la responsabilidad de estar conmigo o simplemente terminar con lo que somos? ¡No quiero que suceda lo mismo con mi padre! Él destruyó a mamá, solo por amor, no haré lo mismo con Edward. También recuerdo lo que hizo conmigo y cómo me alejó de él solo para que no nos sucediera nada malo. Si tuviese un hijo con Edward, la verdad es que no querría que las mentiras lo destruyan. Mi cobrizo me aprieta aún más contra él y entre sueños susurra algunas cosas que no entiendo. Apego mi frente en su pecho y ahí me quedo, asumiendo lo que ya es inevitable. Antes de quedarme dormida un pensamiento errante se inserta en mi cabeza, tanto así que persiste incluso en mis sueños: ¿cómo voy a pedirle a Edward que me acepte con mis desgracias si no soy capaz de hacerlo con mi propio padre? . .

. Camino por las calles de Los Ángeles, con el sol apenas queriendo salir. Es de madrugada y la verdad es que el tráfico ha ido estupendamente bien. El coche para frente al semáforo en rojo y Jacob Black baja la radio para entonces mirarme con atención. —Menos mal me encontraste despierto —me dice en tono amistoso. —Siento haberte llamado a esta hora —me disculpo por quinta vez, quizá. —No te preocupes. Todo el equipo no ha pegado pestaña en todo lo que llevamos del viaje, Charlie está ensimismado en cubrir la espalda de todos en Forks y en especial la tuya —me cuenta. Me ataca un sentimiento de culpa. Pobre de Charlie. —¿Qué hacías despierta tan temprano y por qué quieres que te lleve con nosotros? —inquiere. —No podía dormir de solo pensar en todo lo que me está pasando. El estrés me está generando unos dolores muy extraños en el vientre —susurro—. Además tengo que ver a Charlie. Jacob eleva las cejas y se centra en el volante. El semáforo da verde y él avanza con rapidez. Por la ventanilla voy mirando el paisaje, topando con algunas casetas de revista, en donde salimos Edward y yo de portada, nombrándolo a él como el pintor que conquistó al Picaflor de Hollywood. —Eso se llama ansiedad —me dice. —No me extraña que esté pasando por esos ataques —murmuro con sequedad. . Toco la puerta del despacho de Charlie mientras los demás trabajan, insertos en la mafia de Harrington. Cuando él me abre lo primero que noto son sus ojeras y el cansancio prendado de él, y peor aún, el llanto que le ha enrojecido los ojos de manera muy notoria. No lo pienso ni dos veces cuando me veo rodeándolo entre mis brazos y sintiendo el aroma de la persona a la cual vi irse hace ya 24 años. Escucho un sollozo gutural en mi oído y luego siento sus brazos apretando mi cuerpo, como si todas sus cadenas hubieran sido rotas para liberarse. —Perdóname, Bella, hija… —Su voz se corta. —Claro que te perdono… papá. Es la primera vez que le digo papá luego de todos estos años, y lo sabe. Me queda mirando con los ojos bañados en lágrimas y me acaricia el rostro con cuidado. —Creí que después de lo que te dije no me ibas a dirigir jamás la palabra. —No podía seguir haciéndote esto, menos a mí. Te necesito, papá, te he necesitado todos estos años —rompo a llorar—. Ahora más que nunca… —sollozo—. Alejarte de mí sería torturarnos, peor ahora que sé toda la verdad. Él me sostiene la barbilla con los dedos. Sonríe con una alegría tan contagiosa como preciosa. —Mi niña… Mi preciosa niñita…

Lo abrazo otra vez, con los ojos cerrados. Lo perdono, por cada uno de los días que pasé lejos de él, suplicando que volviera. Lo perdono por sumir a mamá en la tristeza, sobre todo por mentirle sobre sus verdaderos sentimientos. Lo perdono por todos sus errores, porque sé que él fue engañado y que no solo nosotras sufrimos, sino que él también, muerto en vida en intentos por callar solo para protegernos, ignorando, sí, que eso al final traería peores errores para nuestras vidas. Lo perdono porque él también ha sido víctima de la inmundicia de Phill, porque las víctimas del diablo necesitan liberación. Lo perdono porque es mi papá, porque he fingido odiarlo para ocultar lo mucho que lo he extrañado. —Tienes que decirle a mamá, por favor. —Lo haré —me responde al instante—, ella necesita saberlo. Estoy completamente segura que él no conoce todo el daño que nos ha hecho Phill. —Debes tener cuidado, papá, a ella aún le afecta todo respecto a ti —le confieso. Él frunce el ceño y cavila. —No te refieres a que siga… sintiendo lo mismo por mí, ¿cierto? —Sus ojos se tornan brillantes, ilusionados y prósperos. Es increíble el fulgor que emana de ellos. Es indudable que él sigue enamorado de mi madre. ¿Cómo es posible tanta crueldad del destino y de ellos mismos, estando separados e incapaces de amarse? Tantos años… —Sí, papá, ella aún… La barbilla de Charlie tirita de manera constante frente a mis ojos. —No se hagan esto, por favor, ya ha sido demasiado el daño. A veces… es mejor no intentar algo que ya se destruyó —le digo. Papá asiente, sosteniendo la mirada en el suelo. Me duele muchísimo verlo así, pero es verdad, mamá ha sufrido muchísimo intentando olvidarlo, quizá sea mejor no intentar algo que acabó hace tanto tiempo. Pero también pienso en Edward y en cómo intenté hacer lo mismo con él una vez que volví a Forks, huyendo y fingiendo que era mejor ser amigos. El tiempo no cura, porque el amor siempre queda ahí. Pero a veces, solo a veces, la mejor opción es evitar todo aquello que nos destrozó la vida. El amor más grande es el que más nos daña. —Creí que con Phill ella ya me había olvidado. No. Claro que papá desconoce todo el daño que nos hizo. Me pregunto cómo se sentiría él si supiera que golpeaba a mamá, que a mí muchas veces también me golpeó, que ambas tenemos marcas físicas y sicológicas, y que destrozó mi vida, provocándome un aborto a punta de patadas en el suelo. —Mamá no es una persona que olvide. Charlie sonríe y me pasa un brazo por los hombros. —Siempre fue una mujer apasionada —recuerda, mirando hacia la nada—. Creo que tú has conservado parte de eso. —Toma mi mano izquierda y se queda mirando mi anillo con detención—. Vaya, Edward es un chico bastante detallista.

Sonrío de inmediato. Claro que lo es, pienso. . . . Me dan una llamada desde la conserjería, explicándome que hay una carta esperando a Edward. Como él no está soy yo quien debe ir a buscarla. Edward ha salido con Jasper y Alice. Yo no he podido pues Alec tiene que venir a por mí, ya que esta noche es nuestra fiesta con el reparto de la película, algo privado. Cuando bajo me encuentro con un hombre amable y muy educado. Me tiende la carta de inmediato, pero con los ojos me explica que algo no va bien. —Srta. Swan, qué gusto tenerla aquí. Por favor, venga con nosotros —me dice él, incitándome a seguirlo hacia el otro vestíbulo. Yo lo hago obediente y con una extraña sensación en el pecho. —Srta. Swan, nosotros tenemos órdenes de proteger su integridad durante su estadía aquí —me susurra en tono cómplice. Dos guardias cubren nuestras espaldas, mirando atentamente hacia las puertas. El hombre tira de su traje elegante y me mira con nerviosismo. —Esa carta —apunta con el dedo hacia el papel que tengo en mis manos— la ha venido a dejar un hombre. No le veo lo malo al asunto hasta que noto la letra. Es de Louis, conozco muy bien sus trazos. —Le hemos pedido la identificación, pero fue muy hermético. Estaba tapado hasta el cuello, y con este calor —eleva los ojos—, eso es imposible. Muy sospechoso. Asiento con un nudo en la garganta. —La hemos recibido por si… era un mal entendido. Espero que no le moleste. Con los dedos temblorosos vuelvo a asentir. —No sucede nada, señor, usted ha hecho muy bien su trabajo. Iré a mi suite, espero que ante cualquier emergencia me avise, ¿bien? —Por supuesto, Srta. Swan. Están en Los Ángeles. Dios mío, están aquí. Los latidos de mi corazón se incrementan de manera súbita. Troto hasta mi bungaló, mirando de soslayo hacia todos lados, temerosa de que alguien me persiga. Cuando entro a la suite me encuentro con las fotografías que Edward ha sacado con la polaroid. Él las ha dejado sobre la mesa mientras ordenaba cada una. Tomo unas cuantas, y noto que las ha juntado por categoría. Unas cuantas de ellas son fotografías de nosotros, en donde salimos felices e incapaces de

separarnos. Veo mis ojos, brillantes y esplendorosos y luego noto los suyos, los cuales se ven tan felices. Me hace sonreír. Pero hay un grupo numeroso de fotografías y en todas ellas salgo yo, durmiendo, mirando hacia la playa o simplemente posando para él. Tiene talento para esto, es como si encontrase la luz precisa y la belleza de mi entorno para realzarme. Me pregunto qué trata de hacer con tanta fotografía. Me largo a reír con nerviosismo, hay fotos que ni sé cuándo tomó. El otro tanto de fotografías me parece tan adorable que tengo que apegármelo al pecho. Suspiro y las miro una a una. Son todas las fotos que yo le he sacado a él. Probablemente no tengo el mismo talento de Edward, pero al menos he capturado cada momento en el que le he dicho que lo amo. —¿Me amarías con cada uno de mis errores? —le pregunto a la imagen. Sus ojos de color miel me miran fijamente y sus labios sonríen. No me contesta, claro. Tomo la carta de Louis y la abro. Sé que la carta iba dirigida a Edward, pero no pienso entregársela hasta saber qué dice. Estiro el papel aunque es inútil, cada vez que lo tomo lo arrugo inconscientemente. "Estimado Edward Cullen Probablemente no me conoces, no sabes quién soy ni a qué me dedico. Probablemente escuchaste mi nombre o quizá el de James, mi fiel lacayo. No me conoces, pero yo sí. Conozco cada uno de tus pasos, cada centímetro de tus andanzas. Sé quién eres y por qué planeo asesinarte. Te acercaste a la persona equivocada, Edward Cullen, las mercancías no son propiedad ajena. Sé que la policía está cerca de nosotros, fuiste tú y tu primo, Jasper Whitlock, quienes se atrevieron a desafiarnos acercándose a la policía. La mercancía es nuestra, Edward, y nadie me quita lo que es mío. Claro, te preguntarás de qué demonios estoy hablando, o probablemente eres suficientemente inteligente para darte cuenta ya. Sí, Isabella Swan. Te has atrevido a robarnos lo que es nuestro, ¡lo que es mío! La Elite espera por ti, 'pintorcito'. ¿Seguirías protegiendo a la ramera si supieras sus pasos? Se despide atentamente Louis Harrington" Una náusea me atraviesa la garganta. Me llevo una mano al cuello e intento respirar con profundidad para calmar el malestar. Pero no es suficiente, porque las náuseas prosiguen de manera insoportable. Aprieto la carta con fuerza y la lanzo al suelo, maldiciendo a Louis y a James. ¿Cómo se atreven? "Por eso planeo asesinarte", revivo la frase en mi mente, una y otra vez. La sola idea me desespera de una manera exorbitante, tanto que el aire se agolpa en mi cabeza y ésta comienza a palpitar. ¿Por qué enviar una carta? ¡Cuál es su fin!

Jasper abre la puerta con la llave que le hemos dado para que entre libremente al bungaló. Me queda mirando durante un largo rato y luego corre hasta mí para asegurarse de que estoy bien. Me toma las manos y me dice algunas cosas, pero la verdad es que me pitan los oídos. Otra profunda náusea se agolpa en mi garganta y sin previo aviso corro al baño para expulsar mi desayuno. —Estoy… bien —le digo a Jasper entre arcadas. —¿Quieres que le avise a Edward? Están en la playa, puedo… —¡No! —exclamo. Me recargo frente al retrete caro y me llevo la mano a la boca. Las náuseas se han ido tan rápido como han llegado. —Estás enferma, tengo que avisarle a… —Jasper, no —insisto. Suspira preocupado. —Ven, te llevaré adentro. Me toma la mano y me ayuda a levantarme. Con cuidado me conduce hasta la sala, me hace sentarme en el sofá y luego se fija en la carta arrugada que está en el piso. Me queda mirando, interrogante. —Léela —le pido con la voz quebrada. Jasper no tarda en hacerlo, ya tenemos confianza y somos amigos. Lo observo hacerlo con rapidez, moviendo sus ojos de lado a lado hasta acabar. Él también acaba arrugándola, no sin antes pasar su brazo por mis hombros y abrazarme. —Todo estará bien, Bella —me susurra al oído. Me largo a llorar y él insiste en decirme que todo estará bien. Quiero creerle, su voz tranquila y dulce me reconforta, me hace sentir protegida, pero es Edward a quien necesito tener a salvo. Sé que Jasper me entiende, porque sabe absolutamente todo de mi pasado gracias a Alice, pero… Edward… —Él no entendería nada —susurro. —Mi primo comprenderá. Es un hombre bondadoso. Sus ojos claros me incitan a confiar. —Y si no lo hace —prosigue, con lentitud— yo lo hago. Sabes que siempre estaré contigo. Sonrío ligeramente. —En este último tiempo te has convertido en más que una amiga, Bella, eres como una hermana. Todos en Forks nos hemos dado cuenta de tus sentimientos. Eres una buena mujer. —Haría todo por él. —Lo sé. —Suspira—. Yo también estoy muy preocupado por él.

—Me angustia tanto, Jasper, no quiero que le hagan daño —me desasosiego—. Todo es por mi culpa. Me limpia las lágrimas con los pulgares. Me repasa con sus ojos preocupados y se queda pensando en algo. —Tenemos que ir con Charlie —murmura, mirando hacia la puerta, reflexionando—, él tiene que saber que están aquí. Edward y Alice se han quedado en la playa y la verdad, si no nos apuramos, mi primo se volverá loco por ti y querrá verte. Me toma la mano con cariño y me levanta del sofá. —Ve a ponerte algo y nos vamos. . Jasper me mira de reojo mientras el chofer nos lleva hasta donde está mi padre. Estoy callada y apenas puedo sentirme bien, he estado pensando todo el viaje en mis náuseas y en Edward. —Debiste estar bastante tensa como para haber reaccionado así, eh Bella —profiere. —Pronto me sobrepasaré —suspiro. —Deberías contarle lo de las náuseas a Edward… Jasper me mira de forma extraña, como si intentase descubrirme. —¿Qué ocurre? —Tengo que preguntarle. Pestañea. —Nada —murmura. Mira hacia el horizonte, pensativo—. Bueno, solo pienso que sería bueno que Edward esté al tanto de todo esto. No le contesto. . Veo a Jacob en la entrada. Está fumando junto a sus colegas, todos vestidos de civiles y con la placa bien escondida. Cuando me ve, él instintivamente apaga el cigarrillo y se acerca a mí para asegurarse de que estoy bien. —Estás muy pálida —exclama—. Hey, Whitlock, hola —saluda al rubio estrechando su mano. —Se ha sentido muy mal —le cuenta Jasper. —Son ellos. Están aquí —afirmo. El rostro del moreno cambia radicalmente. Asiente con seriedad y con un gesto llama a los demás colegas para que cubran la entrada a las oficinas. La puerta de Charlie está abierta, noto su espalda frente a la ventana mientras piensa con los dedos puestos en la barbilla. Carraspeo y los hombres detrás de mí me abren la puerta. Mi padre me nota al instante y sonríe, pero al acercarse y ver mi rostro moribundo su sonrisa se deshace. —¿Qué ha sucedido? —le pregunta a Jasper—. Ven, nena. —Me conduce hasta la silla.

—Le ha llegado esta carta. Papá asiente. Los demás nos dejan a solas y mi padre se sienta frente a mí con la mirada preocupada, esperando a que le muestre la carta. Con los dedos temblorosos se la entrego, arrugada y maltratada. —¿Quién te la entregó? —inquiere luego de leerla. —El conserje. Encontraron sospechoso que fuese a dejarla un tipo totalmente cubierto, así que me avisaron de inmediato. Me dijeron que ya estaban al tanto con lo de la policía, así que supuse que tú habías gestionado todo —le digo. —Están aquí —susurra. Noto cómo reprime el pánico frente a mí—. Tengo que alejarlos de ti… —No, papá, no me entiendes, no entiendes lo que acabas de leer —exclamo entre sollozos—. Quieren matarlo, ¡quieren acabar con Edward! Sus cejas se arquean y al mismo tiempo se levanta de la silla para acercarse a mí y abrazarme. —No permitiré que lo hagan… —Si le hacen algo yo… no sabría qué hacer. Es mi culpa. —No es tu culpa, nena —me susurra al oído. —Papá, tienes que cuidar su espalda, por favor, Edward es demasiado terco para entenderlo pero tienes que hacerlo. —Tomo sus manos y las aprieto. Lo miro a los ojos y se lo imploro—. No quiero que lo maten —exploto en un sollozo. Sus ojos achocolatados se le humedecen y me abraza con fuerza. Acabo derramando mis lágrimas en su hombro y apretando su espalda para intentar calmarme. —Haré todo lo que me sea posible. Moveré cielo, mar y tierra por ustedes, lo prometo. Pero debes decírselo, Edward no es estúpido… —No, no es estúpido —susurro. … Hoy es la segunda fiesta a la que debo asistir y la verdad es que no es tan terrible junto a Edward, menos aún con Alice y Jasper. La primera fue una experiencia nueva y divertida, aunque no nos quitaron los ojos de encima y la prensa buscó la manera de atrapar nuevas anécdotas nuestras, en especial de mi cobrizo, quien acabó un poco desconcertado con la insistencia de todas esas personas. Tampoco se podía negar que Edward se veía demasiado guapo. Termino de ponerme el arete en la oreja izquierda y me doy vuelta frente al espejo para observar mi vestido negro y ligeramente brillante. Es tan largo y espléndido, acabando en mis pies como una cascada. Tengo el cabello suelto y llevo muy pocas joyas. Acabo poniéndome un chal sobre los hombros y Edward entra a la habitación casi al mismo tiempo. Me quedo boquiabierta. Lleva un smoking negro con broches plateados, una camisa blanca, impecable, y el ya conocido moño. Su cabello está desordenado, rebelde, lo que me fascina. Sin duda seré envidiada y, por supuesto, él no pasará desapercibido. —Uau —exclamo, estirando los brazos hacia Edward—. Te ves tan guapo.

No se ha afeitado, lo que me gusta muchísimo. —Mi novio no dejará jamás de salir en televisión. Él se ruboriza ligeramente, algo que no acostumbra a suceder ya que esa siempre soy yo. Sus ojos dorados se cohíben de solo recordar la portada que ha salido hace unos días, en donde estalló su nombre. Lo nombran "el pintor que conquistó al Picaflor de Hollywood", lo que me genera cierta incomodidad. Siento un ligero dolor en mi vientre, un dolor de nervios y ansiedad. Él ha notado mi cambio en estos pocos días, pero no me dice nada y eso no lo entiendo, nos gritamos palabras a los ojos y somos incapaces de hablarnos más allá. Tengo que hablar con él, ya no lo soporto, he dejado pasar el tiempo y cada segundo que pasa es una herida más. Mi corazón se desboca de ansiedad y mis manos comienzan a sudar. Tengo que hacerlo, cuanto antes. . Edward huele a champagne, a perfume y a él. Tiene mis dedos entrelazados junto a los suyos y los apoya sobre su muslo. El coche va rápidamente hacia el hotel por lo que llegaremos muy pronto. La fiesta fue un completo desenfreno, como siempre. Aún recuerdo cómo me comportaba antes y vaya que lo detesto ahora. No me sorprende que Edward esté más callado ahora, porque lo que ha visto es increíble. El chofer nos abre la puerta y nosotros salimos rápidamente para entrar al hotel, en donde nos espera un botones aunque no llevemos nada en nuestras manos. —Vamos a la suite —me dice al oído. Asiento. Edward POV Isabella pasea suavemente sus ojos por la estancia, buscando alguna forma de escapar a su evidente temor. Ha gritado en cada pesadilla, y ahora no solo de noche, sino de día. No ha dejado de dormir, en el día acaba fatigada, pero no marchita. Es tan extraño. Se ve radiante, mas no feliz. Me asusta muchísimo. Me contradice en cada situación. Paseo mis ojos por su cuerpo y en la forma en que su vestido encaja perfecto en la silueta de su cuerpo. A veces me cuesta comprender que esta mujer vaya a ser mi esposa, porque es tan preciosa que es inconcebible para mí. Todo este mundo de estrellas le pertenece y no se da cuenta, lo que es comprensible. Bella es una mujer camaleónica, y no lo digo porque sea actriz, sino porque ha podido convertirse en muchas mujeres a lo largo de los años que la conozco, y sin embargo jamás ha dejado de ser ella misma. En la primera fiesta a la que asistimos yo no podía creer que ella se manejara tan bien en un ambiente lleno de ojos, testigos de cualquier cosa que ella hiciera, de todas esas luces acosándola y de cada merodeador dispuesto a sacar cualquier cosa privada para hacerla pública. Pero todo eso era una imagen más, se mimetizó entre todos esos superficiales, porque bien sé yo que su temor solo lo reflejan sus ojos. Bella se mimetiza con el mundo exterior, con las cámaras, con extraños, con Hollywood, hasta

con su propio padre, a quien ahuyentó por años. Pero conmigo siento que es ella, la verdadera Isabella, tan sensible y apasionada, aunque a veces me cuesta comprender todo ese menjunje de mujeres que la integran, porque sí, es una mujer difícil, pero ¿a qué le teme? Siento que cada vez que me observa ve en mí un demonio, pero yo jamás podría hacerle daño. Me recuerda tan bien a la Isabella que llegó a Forks, desorbitada, viéndome aterrorizada porque creía que yo estaba muerto y yo no era más que un fantasma de sus recuerdos. Le acaricio la quijada y la miro a los ojos, sin ánimos de intimidarla, solo queriendo encontrar el momento exacto en que vi ese atisbo aterrorizado de mí. Y lo hago, casi en el instante que rememoro nuestros primeros abrazos, cuando ella me decía una y otra vez que mucho de ella sería insoportable para mí. ¿Cómo algo podría ser insoportable si es viniendo de ella? ¿A qué le temes tanto, Bella? —¿Estás listo para dar un último baile, cariño? —le susurro al oído. Ella sonríe, pero me sigue mirando de manera adolorida. Frunzo el ceño. Me abraza de manera impulsiva y se sostiene junto a mí, cerrando los ojos al mismo tiempo, con una aprehensión tan vehemente que me perturba con ligereza. —Hey, estás muy cariñosa —le comento, quitándole importancia al nudo que se me ha formado en la garganta. Ella eleva sus ojos hasta los míos y me sonríe con nerviosismo. —Siempre soy cariñosa contigo —me dice, haciéndose la ofendida. Prefiero no decirle que últimamente ha estado algo alejada de mí. —Hoy me has tomado por sorpresa —confieso, acariciando con suavidad parte de su cuello. Ella sonríe, pero más parece un mohín. —¿Ya te he dicho que te ves guapo así? —murmura, apegando otra vez su cabeza a mi pecho—. Quiero quedarme un ratito así contigo. Paso mis dedos por su cabello y beso su cabeza. Bella enreda lentamente sus brazos en mi cintura, para luego recorrer mi espalda con las palmas de sus manos. —¿Pasa algo malo, cariño? —inquiero. No soy capaz ya de aguantar las dudas. Ella se queda callada por un buen rato. —Solo estoy más sensible que de costumbre —dice, quitándole importancia—. ¿Qué decías del último baile? —inquiere, cambiando el rumbo de la conversación. Camino hasta el precioso tocadiscos de la suite y enciendo la música. Es suave y muy ligera, un vals lentísimo que nos lleva a ambos a conectarnos. Pongo mi mano en su cintura y ella en mi hombro, entrelazando los dedos de la otra. Nos miramos a los ojos y, de pronto, siento el impulso de aferrarme a ella para no dejarla ir jamás, algo que no pasaba hace tiempo. —Déjate llevar conmigo —le susurro, apegando mi frente a la suya. Ella sonríe, ahora sí con sinceridad. La giro por la sala, repasando los trazos en el arte que tengo entre mis dedos. Se larga a reír cuando la sostengo y la dejo caer suavemente hacia atrás. Beso su cuello y desciendo hasta el

escote, en donde paro. Bella jadea y cierro los ojos. La levanto y la mantengo frente a mí, aun manteniendo sus ojos cerrados. Suspira y su barbilla comienza a tiritar, veo en sus ojos el horror. —Bella, ¿qué sucede? —inquiero, preocupado. Se sostiene la frente con una mano y con la otra aún me tiene unido. —Edward hay algo que tengo que contarte —murmura entre dientes. —¿Sucede algo malo… contigo? —No sé por qué la respuesta me parece demasiado obvia. Mira al suelo y asiente. Una lagrimilla le recorre la mejilla con lentitud. Se me acelera el corazón. —Debí decirte esto antes de que el amor que te tengo me cegara de esta manera… —Bella, no sé de qué hablas. —Hoy quizá es demasiado tarde —murmura para sí misma. —Me asustas —le confieso. Su rostro se descompone. Pone su mano en mi rostro y me provee caricias furtivas. —Una vez te dije que yo tenía un pasado, ¿no es así? Isabella POV Él asiente con cuidado. —Me afirmabas que eso cambiaría por completo la forma en la que te veo. Siento un calor súbito por mi rostro y mis ojos amenazan con derramar las lágrimas que con torpeza intento aguantar. —Es cierto. Bufa. —Eso no pasará jamás… Pongo mi mano en sus labios. Necesito que me escuche. —Cometí tantos errores para sobrevivir, Edward, tantos —enfatizo con rabia—. Todo eso ocurría cuando yo no tenía siquiera qué comer. —Mi barbilla comienza a tiritar y la verdad es que ya no soporto mirarlo a la cara. —Nada cambiaría lo que siento por ti, cariño, ¡nada! —sostiene—. Ya he visto tu mundo, todo lo que has luchado por no perder la cordura con todas esas personas. Sé que participabas en esas fiestas y que en aquel instante vivías de ello, pero por favor… No lo soporto. —¡Deja de decir eso, Edward, por favor! —le suplico—. Edward, yo… —Mi barbilla comienza a

tiritar. Voy hasta mi bolso y busco la carta. Se la entrego en las manos y él se queda mirándola. —¿Qué es esto? —inquiere. —Léela. Lo hace. Veo cómo sus ojos repasan las palabras plasmadas en aquel papel, veo su expresión, que va cambiando hasta que termina de leer. Su expresión es dura, pero jamás teme. —¿Una mercancía? ¿La ramera? ¿Por qué demonios te tratan así? —me pregunta con enojo—. No me harán daño, Bella, juro que no lo harán —comienza a decir cuando nota que voy a llorar. Se acerca a mí y me toma el rostro con sus manos. Me besa la frente y yo no puedo evitar cerrar mis ojos ante su tacto. —Soy una mercancía —susurro en medio de los espasmos de mi llanto—. Me compraron hace muchísimos años. —Eso es ridículo, Bella, tú no eres un objeto —insiste. —No lo entiendes, Edward, no lo entiendes —murmuro. —Fui prostituta, Edward, en Nueva York —le digo con la garganta ardiendo. Siento que en cualquier momento puedo romper a llorar como una condenada—. Por eso soy tan oscura, por eso me persigue todo este infierno. Fui una puta y ese es mi estigma. Siento tanta vergüenza, tanta que no puedo mirarlo a los ojos. Las manos de Edward se alejan de mí y de pronto me embarga un frío que me cala los huesos. No quiero mirarlo porque sé que mi mundo se derrumbará con su mirada. —Luego de todo este tiempo… me lo acabas de decir —susurra con la voz gutural. Me estremezco. —Me dijiste que… me tomara mi tiempo —le explico en voz baja. Me siento tan pequeña, tan destruible. Mi alma está en sus manos. Edward se pone a reír, como si esto fuese un chiste. Es ahí cuando me lleno de valor y lo miro, posando mis ojos en los suyos. Parece un fantasma; mi amor se ha ido y ahora hay un hombre vacío frente a mí. Se pasa una mano por la cara y se recarga en la pared. Su rostro se tensa y apoya la frente en aquel frío muro. —Que te tomaras tu tiempo —exclama, sardónico—. ¡Que te tomaras el tiempo! Carajo —grita. Doy un salto brusco desde mi posición. Me sobo los brazos con las manos, buscando generar el calor que he perdido ante su gélido trato. —Meses, Isabella, meses —me dice acusatoriamente. De pronto la voz se aleja de su garganta y un sollozo ruin se le escapa—. Demoraste meses para decirme esto, Isabella, ¡¿por qué?! —me vuelve a gritar—. ¡Mírame! Lo hago de golpe. Sus ojos de témpano ahora es odio, un odio tan palpable que el mundo se cae a mis pies. —¿Tú crees que fue fácil para mí cargar con eso? Luego de todo lo que tú pensabas de mí…

—murmuro, acongojada. —Por eso James y… Louis —escupe los nombres con rabia— hablaban de ti como si… les pertenecieses. —Bufa y mira al techo, poniéndose las manos en las caderas—. Porque eras una… —aprieta los labios con fuerza, incapaz de decirlo. —Dilo, Edward, ya nada me importa. Me mira con sarcasmo y vuelve a negar. —No, nunca nada te importa. Creí que nada de ti había cambiado, ahora… —Me mira de manera asqueada—, ahora no sé qué pensar de ti. Una angustia incomparable se agolpa en mi vientre y de inmediato me llevo las manos ahí, sintiéndome débil como nunca antes. Se aleja de mí mientras se quita la corbata, lanzándola al suelo. Luego se quita la chaqueta y así, con rabia. —Edward… ¡Edward! —bramo, con el aire atascado en mis pulmones—. Por favor, escúchame, permíteme contarte todo lo que sucedió… —¡Calla! —Se gira a mirarme de manera plana y vacía. —Edward —sollozo. Tiro de mi vestido, persiguiéndole por la sala, el pasillo y la habitación. Las telas son tan pesadas que me caigo de bruces frente a sus pies. —Moría de hambre, era mi única alternativa —le comento, implorando que por favor me escuche. Me mueve la cabeza de lado a lado. Se sienta de golpe en la cama y se pone ambas manos en el rostro. —Amarte es una tortura, Bella, no… ya no tengas fuerzas para sostenernos a ambos —gime—. ¡Ya no quiero tus excusas! Ya no quiero tus historias… Me lo ocultaste, te atreviste a hacerlo. Me arrodillo en el suelo, con el vestido cubriendo mis piernas y armando una fortaleza a mi alrededor. Él también lo hace, pero puedo percibir su rechazo. Es tan doloroso que no soy capaz de mirarlo. Me pone un dedo en el mentón y me obliga a hacerlo. —¿Por qué, Isabella? —me pregunta, arrugando su ceño—. Con todos esos… hombres, pagando por ti. —Aprieta la mandíbula, incapaz ya de sostener su cordura—. Todas esas manos… en ti —gruñe, apretando los dientes—. Esa suciedad en tu hermosura, Bella. —Deja ir un gemido de dolor. Pongo mi mano sobre la suya, cerrando los ojos para no olvidar su toque. —Estaba desesperada, no tenía otra salida —le intento explicar—, ¿crees que fue por placer? ¿De verdad lo crees? —Abro mis ojos y pongo mi mano sobre su mejilla. Edward no puede controlar las lágrimas que salen con rapidez de sus ojos—. ¿Crees que no me odio, crees que no he luchado por alejar esta cobardía que hay dentro de mí? ¿Crees que no me odio por sumirte en esta amargura? —acabo hecha jirones. Él suspira y me quita la mano. Es tan duro el gesto que otra náusea se apodera de mí.

—Es demasiado para mí, Bella, tengo que irme de aquí —susurra, apretando la mordida, sin molestarse por echarme una mirada. Se levanta y se agarra los cabellos, mirando hacia la ventana que da a la playa. Hace un mohín y llora, me demuestra su pesar, el odio que siente por mi confesión. Le doy vueltas a mi anillo de compromiso, buscando la manera de callar los sollozos que salen de mi boca como si yo no tuviese control sobre mi cuerpo. —¿Cuánto tiempo? —me pregunta de pronto. Sus ojos se posan en mí y la verdad es que apenas soporto su frialdad. Tengo que hacer esfuerzos por comprender su pregunta. —Tres años y medio —le respondo en voz baja. —Tres años y medio —repite—. Te acostaste con Louis, ¿no? Por eso te ansía tanto… —No digas eso —le pido. Me levanto del suelo y me acerco a su lado, pero se aleja casi al instante—. Edward —le suplico. —¿Te acostaste con él? —me pregunta. —Sí —susurro. Me arde el vientre de manera voraz. Sus palabras hieren cada milímetro de mí. —Es un Harrington —bufa—. ¿Por qué ahora estoy uniendo los cables sueltos? —se pregunta a sí mismo—. William y él… —Deja la frase al aire, supongo que esperando a que le conteste. —Sí —repito. —¡¿Y eso tampoco planeabas decírmelo?! —me grita. —No me hables así —le pido—, por favor. —¿Cómo has podido ocultarme todo esto, Bella? ¿Cómo… pudiste mantener cerca al hijo del hombre que…? —Si me escucharas podría… —No, no necesito saberlo, todo está dicho —escupe. Me mira de una manera asqueada, como si yo ya no fuese la mujer que ha estado cuidando de él, como si no fuese la Isabella que día a día lo abrazaba en el sofá mientras él relataba sus ideas radicales de pintura, como si ya no fuese aquella que curó sus heridas, cuando la mafia le hirió la cabeza… como si yo no fuese la mujer que lo ama con tanta pasión e intensidad. Ha olvidado todos mis gestos y palabras que gritan todo lo que siento por él, lo ha olvidado porque fui una prostituta, porque seguramente le asquea haberme tocado luego de que todos ellos ya lo hubieran hecho. Me ofende, pero también me hiere de una manera tan palpable que apenas soy capaz de sostenerme. Me duele tanto que comienzo a desesperarme. —No te preocupes, Edward, no enfermé en el prostíbulo, estás a salvo. Sus ojos vacíos se ven ofendidos por mi comentario, pero no me responde. —Vete al carajo —me escupe, llevándose la llave que hay sobre la mesita de noche.

Asiento, ya muerta en vida. Lo veo caminar hacia la salida y una furia poco natural sale de mí. —Dijiste que pasara lo que pasara no te irías. Para de golpe. —Nunca te ha importado todo el daño que me haces —murmura sin mirarme. Aprieto mis labios. Claro que me importa, Edward, porque te amo, pienso. —¡Deja de hablar como si no me conocieras! —le grito, desesperada. —¡Es que no te conozco! —grita también, dándose la vuelta. Su rostro está tan cerca de mí que puedo sentir el calor de su furia. Aprieta sus ojos, intentando mantener su odio intacto. Sé que mi Edward está aún ahí, esperando a estrecharme entre sus brazos, sé que no se ha ido aquel hombre dulce que buscará comprender todos mis miedos, sé que aún… está ahí. Aquel pensamiento me lleva a decaer. ¿Lo he perdido? —¿Me abandonarás otra vez? —le pregunto—. ¡¿Harás lo mismo cada vez que te narro todos mis infiernos?! —la desesperación por que se quede me está impidiendo pensar. Se muerde el labio inferior y niega, hastiado. —Ya calla, por favor —me pide. Me da una última mirada, un adiós, cierra la puerta y me deja a solas, sollozando contra la puerta. Pongo mi frente en ella, ansiando su calor. ¿A dónde fuiste a parar, cariño? Aquel hombre no era Edward, era… un hombre herido, marchito. —Todo es mi culpa —susurro—, como siempre. Me arrodillo frente a la puerta y me recargo ahí, mientras fantaseo con que él regrese y me estreche entre sus brazos. Pero el tiempo pasa y Edward no lo hace, no regresa, porque se ha ido. Es como si me hubiesen sacado una parte de mí. Las náuseas me atormentan, pero lo ignoro, no quiero preocuparme de más. Las fuerzas de mis piernas se han acabado, como también las de mis brazos. —Te confesé la parte más frágil de mi historia y tú me has destrozado, Edward —digo al cuarto vacío. Veo mi anillo y rompo en un llanto tan duro que el aire no es suficiente para mí. Me duele tanto la cabeza. Noto la carta de Louis en el suelo y me acuerdo de su amenaza, de su deseo por matarlo. Un sentimiento de terror me embarga. Es de noche y cualquiera puede hacerle daño allá afuera. Tiene que volver… ¡tiene que escucharme! —Ah, Edward —murmuro—. Vuelve.

Quiero parar de llorar, pero es tan imposible. Hay una bomba de sentimientos en mi cuerpo que necesita desprenderse lo más rápido posible de mí. ¿Qué haremos ahora, cariño?, pienso. Me quito el vestido y lo tiro. Me meto a la cama con la ropa interior, poniendo mis manos en el lado vacío. Apego mi cabeza en la almohada, mojándola con mis lágrimas. —Cuídate, por favor, no permitas que te suceda algo malo allá, solo —susurro. Intento dormir, pero es inútil. Necesito saber que está bien, necesito saber que volverá. Doy un paseo con la luna de testigo, caminando a la orilla del mar. Cierro los ojos cuando la brisa me da en la cara, eso me sosiega un poco. El cielo se esclarece con lentitud y la verdad es que no me doy cuenta de cómo pasan las horas hasta que veo el sol salir desde el horizonte. Todas estas horas han sido pensar en él, en su rostro asqueado y en cómo me envió al carajo. Me remueve un escalofrío. Sé que hice mal en ocultarle esa parte de mí, pero creí que al menos escucharía mi historia. Decido volver al bungaló cuando el sol se torna quemante, probablemente sean las 9 de la mañana. Noto a Jasper en la puerta, trayéndome un cuenco con frutas pues habíamos quedado de prepararlas para pasar una tarde en la piscina, juntos los cuatro. Me saluda con la mano libre, algo contrariado de verme tan temprano y sola, viniendo de la playa. —Hey, Bella, no quise entrar porque pensé que Edward y tú iban a estar, bueno, ya sabes, juntitos en la mañana —afirma con algo de timidez. Troto hasta su lado y lo abrazo. Jasper dice nada, solo me abraza con la misma fuerza y espera a que deje de llorar en su hombro. —¿Quieres pasar adentro? Podemos hablar. —Ajá —sollozo. —Bien. Abre la puerta y me conduce al interior. La chaqueta de Edward está tirada en el suelo junto a la corbata, mi vestido, mis tacones y las joyas. Me siento en el sofá y él con cuidado evita emitir comentarios respecto al desorden. Deja el cuenco con frutas sobre la mesita de centro y se sienta frente a mí. —Se ha ido —murmuro—, luego de que… le contase mi trabajo en el burdel. El rostro del rubio se contrae. Me pasa una mano por el brazo, generándome calor. —¿Qué te ha dicho? —inquiere suavemente. Pensar en sus palabras es muy doloroso. —Que la he cagado, que… todo para él ha cambiado. Alice abre la puerta con una sonrisilla. Se quita las gafas del rostro y entra con entusiasmo a la

sala… hasta que me ve. —¿Qué pasó? —me pregunta con el ceño fruncido. —Se ha ido, Alice. Deja caer su bolso playero y se sienta a mi lado. —Se lo has contado. Asiento. —No lo entendió —susurra. Parece tan decepcionada. Subo las piernas al sofá y las abrazo contra mi pecho. —Me ha mirado con tanto asco —lloro—, me ha hecho trizas. Alice me acaricia el cabello con aprehensión. —Hey, Bella, nosotros los hombres somos muy imbéciles —me comenta Jasper, tomando mi barbilla con cuidado para que la observe—. Probablemente él… —titubea— vuelva a hablar contigo. Sonrío ante esa posibilidad utópica. —Si tan solo hubieras visto sus ojos —comento con la mirada perdida—, siempre fueron tan dulces, tan intensos, pero cuando le confesé aquello fue… como si me odiase. —No, no te odia. —El rubio se agacha frente a mí y mira a su novia. Alice me besa la sien y me sigue acariciando el cabello—. Es imposible que te odie, es inconcebible. —Necesito estar sola, por favor —les pido en voz baja. Comienza a dolerme el cuerpo y la fatiga luego de los llantos me consume desprovistamente. —¿No quieres que te prepare algo? —me pregunta Alice. Otro sollozo se escapa de mi garganta. —No, gracias. Mi mejor amiga parece triste pero no me dice nada más. Toma a Jasper de la mano y ambos se encaminan para dejarme a solas. Pero antes de que lo hagan les pido algo: —Asegúrense de que esté bien, por favor —susurro—, es lo único que necesito saber para estar tranquila. Ambos asienten y se marchan, sumiéndome nuevamente en un profundo, miserable y doloroso silencio. ... Me despierta otra pesadilla tan vívida que, por unos segundos, no distingo si es real o no. Me yergo lentamente sobre la cama y mantengo mi vista en la ventana. Por inercia pienso en buscar a Edward pero luego recuerdo que se ha ido hace ya cinco días. No sé absolutamente nada de él. Jasper está desesperado y yo no sé cómo sosegarme.

Para tranquilizarme me dedico a mirar televisión y encuentro una película de Marilyn Monroe a la mitad. Me quedo cantando su canción mientras mi mente divaga, encontrándose con todas las incógnitas que he esperado por resolver. Te has ido, cariño, me has dejado destrozada, has herido una parte de mí que jamás sanará. Quiero tus besos, tus abrazos… Ah, Edward. Cierro mis ojos de golpe y me regaño por volver a llorar, sumida en estos deseos incontrolables de salir huyendo solo para encontrarlo. —Lamento haber vuelvo a tu vida, lo siento, de verdad lo siento —digo. Mi pecho sube y baja, el aire otra vez comienza a faltarme. —Nunca dejaré de amarte, eso es la peor de las desgracias —murmuro con los dientes apretados—. Vuelve, cariño, por favor, compréndeme. La noche oscura me ahoga, las mañanas brillantes me desesperan, las tardes de calor me queman. Ahora todo parece vacío sin él, todo es terrible sin su calor, sin su aroma al despertar. Lanzo un grito mezclado en llantos y me odio otra vez más, por ser quien soy y por haber arruinado todo. —Vuelve, Edward —pido a la nada. Lo peor es que jamás me dijo qué hacer con nosotros dos. ¿Quedará así, sin un adiós? ¿Qué haré? ¿Qué tengo que pensar ahora? Me quema, me ahoga, me está matando. Tengo que levantarme del sofá y posarme frente a la ventana, mientras la tormenta tropical se desarrolla con total fuerza frente a mí. El mar se desbarata a la par de mis emociones, junto con la lluvia que cae sobre él. Me aferro al marco de la ventana, respirando el aire que aún le falta a mis pulmones. ... Alice ha venido a verme un par de veces pero no sé qué conversarle, lo que menos quiero es que lo nombre. Ella solo me acaricia el anillo, afirma que todo estará bien y luego se va. No he podido quitármelo, siento que de solo hacerlo parte de lo que fuimos se irá al demonio. Sé que es solo un anillo pero… lo hizo él… para mí. Envío al demonio ese insistente nudo y vuelvo a entrar en esos pensamientos neutrales, sin permitirme sentir mucho, como lo hacía antes, cuando pensaba que Edward estaba muerto. Lo irónico es que ahora su vida corre peligro y, para mí, es como si en verdad ya no existiese físicamente, sino en mis recuerdos. No hay día en que no pueda dormir sin tener pesadillas, se ha convertido en mi preciosa rutina. . . .

Me aferro al taburete mientras Charlotte, mi maquillista, está parada detrás de mí, esperando a que me sienta mejor. —Puedo avisarle al Sr. Alec que usted no puede… Niego. Aprieto el filo del taburete e inspiro el aire que necesito. Pero vuelvo a llorar, las lágrimas no se acaban. Deja de llorar, me regaño. Me miro al espejo y no me reconozco, soy un fantasma. —Bien. Puedes comenzar —le digo. Ella arquea las cejas con pesar. Noto la preocupación en sus ojos avellana. —Si necesita que pare, por favor, avíseme. Asiento. Cierro los ojos y al rato la siento actuar en mi rostro, limpiándolo de impurezas y relajando la piel irritada de lágrimas. Es la primera vez que Charlotte me ve así. Nunca, de todos los años que ha trabajado conmigo, me ha visto llorar de esta manera. Ella está callada trabajando en mi rostro. A ratos me pasa el pincel por el párpado, luego las mejillas, los labios, las pestañas y así, hasta tapar por completo los restos de mis lágrimas y las noches que no he podido dormir. —Ya hemos acabado, Srta. Swan —me dice con voz cálida. Abro mis ojos y me observo al espejo. Me sorprendo de lo bien que ha ocultado mi desastre, haciéndome bonita para las entrevistas con los periodistas. —Ha quedado divino —comento con una sincera sonrisa. . Alec aparece junto a mi padre, ambos con la preocupación inminente en su rostro. Me levanto de mi silla y le doy un abrazo a Charlie, pues necesito que alguien me contenga. —Jacob me comentó algo —murmura despacio. Hace un par de días recurrí a Jacob para implorarle que buscara a Edward, solo para saber que está bien. Le conté y le pedí que me ayudara, pero nunca pudo encontrarlo o siquiera saber de su paradero. Era como si lo hubiese tragado la tierra. —Los hombres somos unos verdaderos imbéciles —me comenta con dulzura—, te lo digo yo que soy el rey. —Tengo la angustia prendada de mí, papá —murmuro—, tengo miedo de que algo le haya pasado. —Tranquila, ya he dado con su pista. —¿¡Cómo está!? ¿Dónde? —le pregunto enseguida.

—Lo único que sé es que está en otro hotel, el Plaza. Frunzo el ceño. ¿Qué hace en otro hotel? ¿Por qué simplemente… no vuelve para hablar de nosotros? ¡Me conoce! Sabe quién soy y cuánto le quiero, ¿por qué es tan injusto conmigo? —Con eso es suficiente para tranquilizar mis noches —murmuro. Papá pone sus dedos en mi mentón para que lo mire. Tiene los ojos brillantes y tristes, seguramente por cómo me veo, pero de verdad que intento reprimir todo ese rollo de melancolía y angustia, pero se libera autónomamente de mí, no puedo ocultar todo el pesar que siento sin Edward, me es desconcertante. —¿Sabes algo, Bella? —dice, llamando mi atención—. Me impresiona un poco que estés más preocupada de su bienestar que de cómo te ha menospreciado. Y digo solo un poco porque sé que lo quieres mucho. No quiero pensar que él me ha menospreciado, que ha lanzado al retrete lo mucho que lo quiero. De verdad, no quiero. . Los guardaespaldas tienen cada rincón de la sala de conferencias cubierto por sus miradas y mi padre junto a la policía y el FBI aguardan en la calle del frente, monitorizando la cuadra. Se han tomado muy en serio la carta de Louis. Los periodistas hacen hincapié en mi película y en cómo ha sido trabajar con mis compañeros de reparto. A un lado tengo a Frederick, uno de mis amantes en la película y en la vida real. Recuerdo bien que tuve una leve discusión con Edward gracias a él, cuando me besó a la fuerza. Ahora me ignora, lo que es bastante conveniente para mí. —No voy a hablar de eso —exclamo tajantemente cuando un periodista me pregunta por Edward—. Estoy aquí para hablar de mi película, no de mi vida privada —añado con la voz un poco más tranquila. Cuando lo nombran siento que una parte de mí se amarga y se quiebra aún más. Respiro profundamente para tranquilizar aquel espacio de mi cuerpo que lo recuerda, necesito alejar un poco su ausencia. . Papá se encarga expresamente de custodiar mi salida del salón porque han encontrado una actividad sospechosa desde el techo del edificio del frente. —No creo que sea necesario tanto alboroto, llamarán la atención de los medios —le digo—. Además estamos en Times Garden, es un edificio inmensamente conocido y llamativo para Hollywood. Charlie frunce los labios un momento. —No subestimes mis instintos, Bella, sé que algo anda mal. Me sacan con un ejército de guardaespaldas y la policía custodiando la calle del frente. Los periodistas insisten en saber de mi vida privada, aunque poco pueden acercarse a mí por la protección que me están dando. Charlie agarra mi mano y me lleva junto a él para liberarme del

gentío y llevarme hasta el coche que me espera. Todo parece ir bien hasta que escucho un disparo a lo lejos. Me sobresalto y un grito escapa de mi boca. Charlie saca un aparato de detrás de su pantalón y comienza a hablar entre susurros, aunque dudo mucho que eso sirva ya que todo se ha tornado un alboroto. —Hey, cuidado —exclama un guardaespaldas detrás de mí, intentando alejar a la gente de mi contacto. Estoy aterrada, es como una estampida que corre hacia cualquier lado. Otro disparo. Dios mío. No sé de dónde viene, pero la bala parece acercarse… a mí. Veo el terror en los ojos de mi padre. Un punto rojo me cruza la cabeza, luego el estómago. Viene desde el penthouse del frente, en ese edificio alto que colinda con el Times Garden. No me doy cuenta de que quieren matarme hasta que siento el grito de Charlie, uno tan grave, duro y angustiado como nunca lo había escuchado. Él tira de mí y los guardaespaldas gritan a la policía. El francotirador dispara porque siento el sonido, pero no logra darle a mi estómago. Papá me sujeta fuertemente mientras grita a la policía que requise el pentahouse y la gente se vuelve loca intentando saber de mí. Siento un dolor abismal en mi brazo izquierdo. Al mirarlo noto una herida que pudo ser más profunda. Parece una quemadura o un corte de gran impacto. Me sangra tanto que ésta comienza a escurrir hasta acabar en el suelo. —Papá —exclamo. Hago un mohín de dolor. Él abre sus ojos de golpe y rompe su suéter para tapar la herida. Me duele tanto que lanzo un grito. —¿Me han disparado? —le pregunto. Charlie está tan preocupado que ni siquiera se dedica a escucharme. —¡Está herida! —grita él—. ¡Despejen el camino! Me toma en brazos y me lleva hasta el coche. En él está sentado Alec quien me ayuda acomodarme. Me mira la herida sin entender por qué ha ocurrido y por qué afuera todo se ha tornado una pesadilla. —Al hospital ahora mismo, ¡rápido! —exclama Alec, acomodándome el brazo. . Han tenido que curarme y asegurarse de que existiese un resto de bala, aunque era realmente improbable porque ésta debía medir unos 15 centímetros como mínimo. Me ha rozado el brazo en solo milímetros, de haberme dado en el estómago como era el objetivo, probablemente me habrían asesinado ahí mismo, y de haber llevado el tiro hasta mi brazo, como realmente sucedió pero sin errar el tiro, el impacto habría sido tan grande que me habrían tenido que amputar el miembro sin remedio. Gracias a Dios solo fue el roce, aunque eso significara que la piel estuviese colgando y la sangre saliese de golpe. Como el médico estimó que no había daño en el húmero, no me realizaron

radiografía. Ahora mi brazo está forrado en una tela muy rara y no puedo hacer fuerzas con él porque la herida está propensa a perder más sangre de la que debería. Papá entra a la habitación del hospital y me queda mirando con agonía. —Ya estoy bien, papá —le digo con una media sonrisa. Mi sonrisa es sincera a pesar de la preocupación y el miedo que me ha acompañado durante estos momentos. Alguien ha querido asesinarme, alguien estuvo a punto de darme en el estómago. Me llevo una mano ahí y por alguna razón siento un alivio tan intenso como vívido. —Tus amigos están histéricos —afirma. Se cruza de brazos y me acompaña a un lado de la camilla. —No es para menos —murmuro. —Ha venido William Harrington, nena —me cuenta. —¿Qué? ¿Qué hace aquí? —inquiere. —Ha querido venir a verte por lo que ha sucedido. Salió en televisión y todos hablan de ti ahora. —Creí que estaba en Nueva York —murmuro—. Él jamás quiso saber de mí luego de… lo que hablamos en Forks. Me pregunto efímeramente cómo Charlie parece tan tranquilo al darse cuenta que él es hijo de Louis, el hombre que quiere meter en prisión. —Sabes quién es, ¿no es así? Asiente, suspirando. —Te has hecho muy amiga del hijo de aquel proxeneta —me regaña. Miro hacia otro lado, recordando el descontrol de Edward al saber aquello. —Pero no te diré más, ya lo he investigado y estoy seguro de que no está interesado en seguir los pasos de su padre. —Él no sabía que Louis era un proxeneta. —Lo sé —murmura—. Se ha marchado rápido pues no quería molestar. Asiento. —También ha venido Edward —me comenta despacio. Mi corazón salta de improviso. —¿Dónde está? —inquiero, entrando en desesperación. —Se ha marchado al saber que estaba William aquí —murmura.

—Vaya —susurro—. ¿No ha dicho nada? —Mi voz acaba por quebrarse y me pongo a llorar. Charlie me observa con congoja. Sé que quiere tener una buena respuesta pero no la hay. —No —murmura—. Alice y Jasper quisieron atajarlo pero… él estaba empecinado en irse de aquí. Suspiro para calmar mi llanto silencioso. —Al menos ha venido a verme. Papá asiente, no muy convencido de que aquello esté bien. —Al menos ha venido a verte —repite distraído. . Alice entra con la cara roja de llanto junto a un Jasper preocupado. Ella me abraza con fuerza, asegurándose de que estoy bien. Me mira el vientre, luego el rostro y el brazo. —Iban a matarte —dice ella angustiada—. Ay, Dios, menos mal que no sucedió nada. —Es extraño —murmura Jasper con el ceño fruncido. Mi padre sonríe, como si él hubiera dicho la frase de oro. —¿Por qué ha errado un francotirador? —dice. Charlie asiente, comprendiendo el meollo el asunto. Pero ni Alice ni yo entendemos a qué conclusiones han llegado. —Digo, un francotirador tiene una capacidad impresionante de acabar con cualquier persona en una distancia de kilómetros y él estaba en lo alto de un edificio. —Y erró —añade papá. El rubio se tensa ligeramente. —Iba a dispararte justo en el estómago —me comenta—, en segundos te hubiera asesinado, pero… el puntero se dirigió luego al brazo, en donde podría haberte destrozado el miembro. —Y sin embargo… erró —continúa Charlie. Alice cambia de expresión como si lo hubiese entendido todo. Y yo también. Me han avisado que tienen mi vida en sus manos, y los culpables de todo este suceso son las mismas personas que afirman ser mis dueños… Louis y su Elite. . . . Estoy ordenando yo misma mi cabello por primera vez luego de 12 días. Pongo horquillas enterradas en una pequeña trencita que rodea la mitad de mi cabeza. He intentado tapar mis ojeras y mis ojos hinchados, pero la verdad es que es imposible. Luzco fatal. Charlotte es la única

persona capaz de hacerlo. De pronto topo con unos ojos destellantes y dorados. Me sobresalto y me giro a mirarlo por primera vez en estos 12 días. Me impresiona lo rápido que me he puesto a tiritar y en la forma en que lucho con mi propio corazón por alejar el impulso de lanzarme a sus brazos. Se ve compuesto, limpio y guapo, como siempre. —Hola —me saluda con neutralidad. —Hola —le digo con cuidado. Quiero ser tan neutral como él, pero en realidad parezco desesperada por acercarme. Él frunce el ceño y sus ojos se tornan acuosos. Se aproxima a mí y eleva su mano junto a mi rostro, acariciando levemente mi mejilla. Se me cae una lágrima, pero me la limpia enseguida. Luego se asegura de cómo está mi brazo vendado, rozándolo con sus talentosos dedos. —Tenemos que hablar —dice en voz grave. Aleja su mano, manteniendo la distancia. —Sí, tenemos que hablar —repito. —¿Qué tal si salimos afuera? —me pregunta, apuntándome la dirección del patio con la barbilla. Asiento. Mi corazón comienza a acelerarse. Empiezo a armar el discurso en mi cabeza mientras lo sigo, suplicando que por favor me escuche esta vez. No quiero perderlo, necesito que me perdone. Se para a un lado de la piscina con los ojos fijos en el agua limpia y calma. —Edward, para mí no es fácil todo esto… yo… de verdad quiero que me entiendas —susurro—, si tan solo supieras… —Reservé un hotel en Nueva York —me interrumpe. Me quedo pasmada, intentando entablar conexión con el suelo bajo mis pies. —Te refieres a que… —Me marcho de Los Ángeles —me dice con sequedad. Abro la boca para hablar, sin embargo no sé qué decir. Siento un nudo en la boca del estómago. Mi frecuencia respiratoria enloquece, delatando el comienzo de mi desesperación. —Oh. —Me llevaré algunas cosas, lo demás puedes quedártelo tú —profiere sin ningún atisbo de emoción en su rostro. Asiento lentamente al mismo tiempo que repaso sus palabras, como si esto no estuviese sucediendo. —Edward… —insisto. Intento mantener el control y eso también significa no llorar frente a él. —Es por haber sido prostituta, ¿no? —me río sin ganas—, se ha roto la imagen de la Isabella pura, aquella que siempre estuvo en tu mente. Sí, soy sucia, pero mi amor por ti es lo más puro

que puedo regalarte, lo último que queda para mí. Él sonríe con aire burlesco, pero sus malditos ojos me evitan y están muy brillantes. —No se trata de eso —murmura con la voz quebrada. Carraspea—. Quiero que me olvides, que entierres todo lo que fuimos —dice tajante. Aprieto los ojos ante sus palabras. Puedo sentir el quebrar de lo que queda de mí. Me quema el pecho y los pedazos de mi corazón terminan por debilitar lo que queda de mí. —Desapareceré, será como si nunca hubiera existido. No volverás a verme nunca más, te lo prometo. Asiento sin escucharlo, porque no quiero que eso sea cierto. Mis ojos escuecen pero evito a toda costa mostrar mis sentimientos frente a él. Me pitan los oídos y mi corazón enloquece en mi pecho, sumiéndome en una agonía tan inmensa que ya no tengo de dónde contener mi cordura. No volverá a verme nunca más, te lo prometo, piensa. —Luego de todo lo que hemos vivido —murmuro entre dientes—. ¿Ya no me amas? —me atrevo a preguntar. Me aseguro de mirarlo a los ojos, de reconocer su honestidad. Craso error. —No —responde tajantemente. Mantiene la barbilla elevada y la postura rígida, apretando sus manos como dos puños. Comienzo a tiritar de manera notoria, ya no puedo contenerme. Ya no me ama. Edward ya no… me ama. —Prométeme que no cometerás una locura, por tu madre, por Charlie… por todos —me dice en tono paternal. Se incrementa mi rabia, puedo sentir la sangre subiendo a mi cabeza y el calor en mis mejillas. —Ten —le digo, sacándome el anillo del dedo anular—. Ya no tiene sentido que lo ocupe. Suspira y niega. Me corre la mano y me obliga a quedármelo. —Quédatelo. Lo aprieto en mi mano izquierda y lo miro entre súplicas. Quédate, Edward, mi amor, quédate. Quiero estar contigo toda mi vida, te quiero en mis mañanas, en mis noches y en cada etapa de mi vida. ¡Edward!, no me hagas esto. Ya no te ama, me recrimino a mí misma, ya no tiene sentido. —Adiós, Bella. Se acerca para besarme la frente por última vez. Comienzo a hiperventilar en el momento en que siento su aroma y la textura de sus labios contra mi piel. Cierro mis ojos y le digo adiós, un adiós tan destrozado que no soy capaz de abrir la boca porque sé que romperé en el peor de los

llantos. Aún tengo los ojos cerrados cuando siento el cerrar de la puerta, cuando Edward se ha ido, ahora sí, para siempre. Me ha dejado. La única persona que podría haberme destrozado simplemente lo ha hecho, se ha ido. Me llevo una mano al pecho, percibiendo la angustia. No volverás a verme nunca más, te lo prometo… Caigo al suelo, frágil, rota y acabada. De mi pecho quiere salir un grito, una llamada de auxilio para este martirio, pero cuando abro la boca solo lanzo un jadeo. Mis recuerdos luchan por salir y yo no sé cómo defenderme ante la tempestad. Me siento sumergida en un profundo agujero y parte de mí desea no volver a verlo nunca, desea olvidarse de que alguna vez toqué sus labios y también desea olvidar que sus brazos fueron mi hogar, el único. Sin embargo me cuesta engañarme porque sé que mañana buscaré la forma de no borrar su imagen de mi cabeza, de no borrar su aroma de mis perfumes favoritos y atesorar aquel beso de despedida, aquel insistente y lleno de secretos. Buenas noches. Un capítulo bastante triste, ambiguo, ¿qué más puedo decir? Solo pedirles paciencia con este Edward sensible y esta Bella apasionada (los cuales me tienen con los pelos de punta). No es fácil escribir cuando lo que plasmas en unas simples palabras te llega mucho, en este caso, el capítulo ha sido duro de escribir, creo que siempre me sucede con este tipo de situaciones (por qué, ni idea). Está demás decirles que espero no se vuelvan locas imaginando un montón de cosas, solo disfruten o sientan el capítulo, comprendan a este Edward y comprendan también a esta Bella, que ellos piensan autónomamente y a mí me dejan como su marioneta. ¿Qué más puedo decirles? ¡Gracias por seguir ahí! Ustedes saben que estoy hasta la coronilla con cositas de mi universidad pero con su paciencia este fanfic sigue saliendo adelante. Les mando un beso a todas y espero esos review queriendo asesinarme por este capítulo. ¡Recuerden que no soy una autora con deseos de amargarles la historia! Un beso y un abrazo para mis lectoras especiales 3 Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar Goodbye My Lover de James Blunt . Capítulo XLII .

"De nadie seré, solo de ti. Hasta que mis huesos se vuelvan ceniza y mi corazón deje de latir" —Pablo Neruda Edward POV Soy consciente de lo que le he dicho cuando ya he llegado a la playa. Tengo que sentarme en la arena para sosegarme y no acabar hiperventilado. Mil pensamientos vuelven a mi cabeza, todos son producto de ella, de la mujer que más he amado en mi puta vida. Siento el descontrol en mi mente, en cómo sus palabras vuelven a herirme una vez más. Fue prostituta, me recuerdo. Tengo que apretar mis párpados con fuerza para alejar todas esas imágenes que me hacen imaginármela junto a todos esos hombres que la tocaron por un poco de dinero. Aunque quizá no era poco, sino bastante. Tres años y medio… Su cuerpo menudo en manos ajenas, dedos que no son los míos acariciando su piel. Me miro mis manos y luego rememoro cada distancia que tracé con ellos en su silueta. Formo un puño y golpeo la arena, buscando la manera de olvidar su confesión, de que no me afecte, pero es imposible, siento que me volveré loco. Pero lo que más me perturba es la forma en que ella olvidó su bienestar, en cómo recurrió al venderse por el dinero. Tanto tiempo… No puedo soportarlo, todo esto ya no lo aguanto. Amarla es… doloroso, ya no me sostengo, tampoco puedo sostenerla a ella. —Quiero arrancarte de mi mente, Bella —le digo aunque sé que no me escucha. Y William Harrington. Bufo. Es su hijo, el hijo del hombre que la vendió y utilizó todo de ella por años. ¿Cómo fue capaz de no decírmelo? ¿Con él también se… acostó? ¿Quién eres, Isabella Swan? Rompo en un llanto que antes fue desconocido para mí, porque sus confesiones me han hecho trizas. De verdad quiero arrancarla de mi mente, olvidarla, pero es tan imposible. Amarla es tortura, es veneno. ¿Quién eres, Bella? ¡Por favor dime quién eres! Otra vez me amenaza la furia, el odio que ahora siento por ella, por ser tan inconsecuente, por conservar aquella verdad de mierda, ese calcinante secreto que ocultó temerosa. Intento vanamente alejar su imagen destruida frente a mis ojos, en cómo imploraba una y otra vez que me quedara y que le correspondiera en sus súplicas. Pero no pude, porque algo en mí se destruye cada vez que pienso en su verdad. No quiero volver a verla, no quiero, de verdad que no. Sin embargo, algo dentro de mí suplica por tocarla, por asegurarme de que está bien, por abrazarla y asegurarme de que todas sus piezas están en su sitio, porque sé muy bien que está destrozada tanto como yo. Todo está oscuro y me siento ahogado, podrido y ligeramente intimidado con mi vida. De verdad que quiero odiarla, incluso quiero mentir y decir a viva voz que la odio ahora, pero, qué rayos, la

amo. Louis vuelve a mi cabeza de manera súbita, tanto como mi furia y mi desasosiego. De pronto creo que me voy a descontrolar, tanto así que quiero matarlo con mis propias manos, por hacerle esto, por atormentarnos. La usó, la ocupó… sació sus deseos asquerosos con mí Isabella, la niña preciosa que me acompañaba a la laguna, la chica que creció junto a mí y permaneció entre mis brazos mientras la amaba y procuraba tocarla como lo que siempre fue… mi obra de arte, mi inspiración. Quiero gritar, gemir su nombre con rabia, pero de mi boca no sale nada. Si lo tuviera en frente probablemente perdería todo mi control. — ¿Por qué, Bella? —Inquiero otra vez—. ¿Por qué cuando te pedí que te casaras conmigo? ¿Por qué no me dijiste que William era hijo de tu proxeneta? ¿Por qué…? Tomo la arena entre mis manos y la aprieto con desesperación. —Quisiera arrancarme todo esto de la cabeza —me digo entre dientes. Tengo que huir de la playa, sofocado de tanta mierda, de tanto recuerdo. Son cerca de las cuatro de la mañana y ya no tengo dónde ir. Sé que, de presentarme donde Alice, acabaré aún peor, me odiará. Me encamino por las calles de Beverly Hills, sintiéndome como siempre, ajeno, dentro de un lugar que no me pertenece. Me pregunto cómo se sintió Bella aquí, cuando acababa de llegar a este lugar, tan frágil, joven y vulnerable. Me tiritan las manos, buscando su contacto. Ignoro mis profundos deseos y sigo deambulando, pensando en ella, como siempre ha sido. Me limpio el rostro con el dorso de la mano, quitando mis lágrimas. Me encamino a pasar lo que queda de noche en el club de la esquina, esperando a que nadie me reconozca. . Me has hecho mucho daño, Bella, cariño, pienso con el creciente dolor en mi cabeza. Es mi quinta noche con resaca y, por muy extraño que parezca, prefiero el dolor de cabeza que el dolor en mi pecho cada vez que la recuerdo. El alcohol me hace olvidarla un poco, o a veces a intensificar su imagen en mi cabeza. —¿Por qué me confesaste eso, nena? Ahora no sé qué pensar de ti —le digo a la butaca del frente, que está vacía como casi todo el lugar. Es otra noche en un club a las afueras de Los Ángeles central. Estoy perdido y no sé qué hacer. —La usaste, viejo de mierda, le arrebataste su inocencia de manera asquerosa, maldito hijo de puta —murmuro entre dientes. Tres años y medio… ¿Por qué no te marchaste antes? ¿Por qué seguir? ¿El dinero era importante para ti, nena? Rompo en un llanto ya obsoleto, no sé cómo reprimir este intenso sentimiento y ardor desquiciante que conservo en mi pecho. Ni siquiera sé si seré capaz de enfrentarme nuevamente a su presencia porque soy tan débil a ella. Sin embargo sé que le he hecho daño, tanto como ella a mí. Quizá… olvidarnos de nosotros es la mejor opción.

Pero ¿por qué aquella opción me parece tan dolorosa? ¿Tan infernal? Pongo mi mano en mi frente y otra vez me siento tiritar. Ya no tengo control de mí. Escondo mi rostro entre mis manos y ahí, en esa posición, siento el desequilibrante dolor que abunda en mi cuerpo, la fatiga y la angustia que acaba consumiéndome. . He llamado a Tanya en un impulso de soledad. Me ha contestado preocupada y le comenté todo. Me ha regañado por estar vagando por la ciudad y me dijo que fuera al hotel Plaza. Me pareció una idea decente y medio ebrio fui a registrarme. En mi nueva habitación siento el frío que cala mis huesos, la inmensidad de mis sentimientos. He querido huir todos estos días de ella, de su confesión y de todos los problemas que una y otra vez nos amarga la vida, nuestra relación y toda nuestra lucha por estar juntos. Mi mente da vueltas en su confesión; me es imposible superarla. Si tan solo pudiera hacerle frente a esto, pero me es imposible. Estoy ahogado en un mar de pensamientos, todos se agolpan en mi cuerpo y me desespero. No soy capaz de dormir, cada vez que cierro los ojos la veo en el suelo, gimiendo y llorando para que escuche. —Pero no soy capaz, Bella, no quiero escucharte —le confieso a ella a pesar de que no me escucha. Ya no me sostengo, cada paso que doy es inútil. Desde que la conocí mi vida ha sido un torbellino. Aquella primera vez que la vi, en esa clase de matemáticas, no sabía que, volviendo a casa, papá me diría que mamá había muerto en aquel coche. Ella surtió un efecto tan precioso para mí, como ella misma, estaba desecho y mirarla ejercía un efecto de paz. Comencé a dibujarla, a invertir mis sueños en aquella niña tan bonita que me invitaba a jugar a su casa. Me di cuenta que la amaba cuando cumplía los 14 años, al imaginar lo feliz que sería yo teniéndola a mi lado día a día. Había algo en ella que me atraía de forma desquiciada, como una droga divina. Todo de Bella me hacía querer dibujarla, hacerla mía entre retratos y paisajes, como el personaje favorito de un escritor, la musa de un cineasta. Su andar triste, sus sonrisas sinceras y esos benditos ojos achocolatados cada vez que me miraba. Isabella Swan destruyó mi corazón tantas veces que ya perdí la cuenta, pero esta vez he perdido mis ganas de blindar mi corazón y de comprenderla porque ya no la conozco. Aquella idea me duele tanto que un jadeo se escapa de mi boca. Me ocultó su verdad, su historia, como si mi vida no estuviese en peligro, como si yo no pudiera protegerla. ¿Tan vano soy? ¿Acaso mis sentimientos por ella nunca fueron suficientes para cuidarla? Desde el momento en que ocultó la violencia de Phill ella me demostraba que yo no era lo suficientemente fuerte para resguardar su corazón. Vuelven a temblar mis manos al imaginar lo desprotegida que estuvo durante esos años, de cuánto sufrió al sentir esos dedos ajenos. ¿Le habrán hecho daño? ¿Alguien se habrá aprovechado de ella? La respuesta es tan obvia… ¿Alguien habrá cuidado la entereza de su piel como yo lo hice? ¿Alguien habría visto su cuerpo desnudo como la más magnífica obra de arte existente en este puto mundo? ¿Alguien… alguien habrá procurado amarla como yo lo hice? Me siento en el borde de la cama y miro por la ventana. —Estoy aterrado, Bella. Sin embargo, sigo amándote como el primer día. ¿Qué me hiciste?

... Acababa de ducharme cuando me ha entrado una llamada desde recepción, diciéndome que Jasper Whitlock estaba abajo esperando a que permitiera la entrada a mi habitación. —Está bien, puede pasar. Me seco el cabello con una toalla mientras espero a que suba hasta el último piso. Aproximadamente 10 minutos después él toca con sus nudillos, un roce tímido y callado. Cuando le abro él entra rápidamente y se cruza de brazos, observándome como si fuese mi padre. —Tus ojos están inyectados en sangre —suelta de su boca. Miro hacia otro lado, hastiado ya. —¿Vas a sermonearme? —inquiero. Mi primo suspira y frunce los labios. —No, claro que no vine a eso —murmura—. ¿Cómo estás? Le sonrío de forma sardónica y me siento en el sofá de golpe. —Pésimo —confieso, aún sin poder mirarlo a la cara. Mi primo se sienta en el sofá del frente y recarga sus antebrazos contra sus muslos. Siento que me mira, pero yo no puedo levantar mis ojos hacia él, no sé por qué. —Estos días han sido… —Niego, sin encontrar palabra. Infierno es una palabra que se le acerca, pero es demasiado simple para describirla. —Has estado bebiendo —comenta en voz baja. —Es la forma más simple de olvidarse de la realidad. —¿Por qué le haces esto? ¿Por qué te haces esto? Tenso mi mordida y ésta vez lo miro. —Lo sabes, Jasper —exclamo—. Lo sabes perfectamente. Alice también… —concluyo. El rubio asiente seriamente. Suspira. —Fue por eso que actué como un tonto aquella vez, cuando nos encontraron discutiendo y yo hui como un cobarde —enfatiza la última palabra, como si me la dijera a mí. Aprieto la mordida. —Quería casarme con ella, Jasper —murmuro—, era lo que más quería. —Se pierde mi voz en un suave gemido desesperado. Pensar en lo que pudo ser me quiebra. Creo que no hay peor sentimiento que ver cómo tus expectativas escurren por tus dedos. Otra vez me encuentro en la centro del mar, con un incansable horizonte que me persigue por todos lados. —Bella no ha salido de la suite —me cuenta—, parece enferma, fatigada, Alice día y noche vela sus sueños y lo único que hace es nombrarte.

Mitigo cualquier mohín de mi parte, no quiero demostrar lo mucho que duele su relato. —Está destrozada, primo —insiste. —Ya me lo dijiste. Percibo su molestia. —¿No te importa lo que te estoy diciendo? —exclama. —¡Sí me importa! —le grito devuelta—. Claro que me importa —acabo bajando la voz. —Entonces no actúes como si no sintieras nada —me dice, acercándose a mí—. No te hagas esto, Edward, no le hagas esto a ella —susurra—. Luego puede ser demasiado tarde. Claro que puede ser demasiado tarde, pienso. —Al menos podrías escucharla. —Estoy aterrado, Jasper. —Lo sé, Edward. No sabes qué pensar, cómo afrontarla, cómo… mirarla otra vez, cómo tocarla… Es desesperante y buscas la forma de olvidarla, pero su recuerdo es tan fuerte —dice él. Hace una pausa, intranquilo—. Todo eso lo sentí tiempo atrás, al enterarme de todo. —Aprieta sus manos, recordando—. Si todo esto lo sentí, conociendo tan poco de Alice, no puedo imaginar la miseria que deben pasar ustedes, que se aman hace tantos años, que la conoces tan bien. —No la conozco —le rebato. Mi primo se larga a reír con sarcasmo. —¿Que no la conoces? —Me mira, haciéndome aquella pregunta indirecta de siempre—. Sabes perfectamente que ella habría hecho cualquier cosa antes que estar ahí, antes que todos esos hombres… —Calla, no pongas esas imágenes en mi cabeza, por favor —le pido, poniendo mis manos a la altura de mis sienes. —¿De verdad crees que ella… quería? Niego, cerrando los ojos al mismo tiempo. —Sé que aún la amas —insiste—. Solo medita, primo, medita antes de que el tiempo cure las heridas, porque ahí ya será demasiado tarde. Hace el ademán de irse, pero yo lo llamo para que no se vaya todavía. —¿Cómo me encontraste? —inquiero. —Le pedí a Jacob que te rastreara —responde con naturalidad—. Y no te preocupes, no le diré a Bella que estás en el Hotel Plaza, me aseguraré de que solo sepa que estás vivo. —Suspira—. Se me olvidaba algo. —Se lleva una mano al interior del bolsillo de su camisa y saca un papel—. Alice y yo ordenábamos un poco en la suite de Bella, ya sabes, para ayudarle un poco. Encontré esto y supe de inmediato que debías recordar por qué lo tenías. Al entregármelo leo enseguida mi nombre escrito con la letra de Bella. De inmediato recuerdo que

ella me la entregó, argumentando que debía leerla en algún momento, que yo sabría exactamente cuándo. Me da una sonrisa fraternal y se despide de mí con su ligero puño en mi brazo. Luego se va, sumiéndome en mi silencio, pensando en ella aún más que antes. ¿Ella sabía que yo reaccionaría de esta manera? ¿Lo temía? Estiro la carta sobre mi regazo y repaso la fecha. Es de hace exactamente un mes, un par de días antes de mi cumpleaños. Vaya. La letra de Bella siempre fue cambiante, un día a la derecha, otra a la izquierda, un día imprenta, al otro manuscrita. Pero lo único que nunca cambió fue el tamaño, tan pequeñita. Sin embargo, la carta está escrita hacia la derecha, en manuscrito, esa letra que expulsa libremente cuando tiene mucho que escribir y pensar. "Edward, tengo tanto que decirte, tanto que expresar. No quiero detenerme a explicar todo lo que fui en el pasado porque probablemente lo hice antes, o lo intenté. Esta carta es algo más que eso, probablemente la forma más literal que tengo de explicarte todo lo que significas para mí. Sé que te he hecho daño, que he roto tus ilusiones más de una vez. No hay día en que no recuerde mi desdicha al verte partir para yo tomar aquel viaje a Nueva York, ese que terminaría por separarnos diez tortuosos e infernales años. Ocho de ellos creyendo que tú estabas muerto, que jamás volvería a mirarte a los ojos, que nunca más podría tocarte y escucharte. El destino fue tan cruel, cariño, que me puso nuevamente a tus pies, aunque aquella odisea durase tanto tiempo. Encontré mi paz cuando vi tu sonrisa luego de todo ese tiempo, Edward, fue como si en mí se gestase la vida otra vez porque, Edward, estaba muerta por dentro, realmente lo estaba. Pero, diablos, te temía, como si la brecha entre amor y destrucción fuese tan frágil como para hundirnos. Te conozco como a la palma de mi mano, mi amor, sé qué piensas de mí, pero nunca podré saber cómo evitar desatar tus pesares cada vez que te cuento de mí porque, de verdad, siento que me amas por ser aquella niña inexperta y tonta que se alejó de Forks y nunca volvió, porque esta Isabella madura que está aquí vive repleta de cicatrices, unas tan marcadas e imborrables que aún duelen, muchísimo. ¿Me amas, Edward? ¿O la amas a ella, a esa niñita que sufrió tanto? Yo te amo, cariño, creo que te lo he dicho tantas veces, pero ¿cuándo es suficiente? Nunca, ¡jamás lo es! Prométeme que siempre guardarás una parte de mí en tu corazón, aunque sea odiándome, o deseando que nunca más vuelva a tu vida, solo mantenme en tus recuerdos, porque yo nunca dejaré de quererte, eso te lo prometo, pase lo que pase. Sinceramente tuya, Isabella Swan." —Jamás podría odiarte, Bella, no hay ninguna razón para eso.

¿Hasta qué punto es 'demasiado tarde'? ¿Qué haremos, cariño? . Me paseo tranquilamente por las calles de Los Ángeles. He preferido humildemente escabullirme por los suburbios, aquellos en los que transcurre gente normal y común, como yo. Porque eso soy, ¿no? Un hombre sencillo sin pretensiones exageradas. Como es de mañana la gente no ha preferido las calles, pues todo parece más vacío que de costumbre. Los Ángeles parece ser un lugar bastante perezoso los fines de semana, al menos en suburbios. Paro ante una tienda de revistas que apenas acaba de abrir. Compro unas cuantas sobre una técnica nueva que me ha rondado la cabeza durante el último mes y me dispongo a leerlas para despejar mi mente. Cuando veo los pocos expositores que se han integrado a esta nueva vanguardia recuerdo a Tanya y sus constantes peticiones. "—No iré a Nueva York, Tanya… No ahora —murmuro. —Es tu oportunidad —insiste—. Ya no hay razón para que te quedes en Los Ángeles. Tu futuro está aquí, todo lo que mereces puedo dártelo solo si vienes a Nueva York. —Te equivocas —contradigo—, aún hay una razón para que me quede. Suspira con tristeza. —Ella sigue siendo muy importante para ti. Aprieto el teléfono con mis dedos. —Siempre lo será —confieso. —Entonces, ¿por qué dejarla ir? Me demoro en contestar. —Tienes razón —afirmo—. Pensar en dejarla para siempre me… —jadeo, adolorido—, me es insostenible" Cierro la revista y me encamino nuevamente a la calle principal para tomar un taxi e ir al otro lado de la ciudad, directamente al hotel en donde debe estar ella. Necesito verla. Me pica la inquietud por recorrer los detalles de su cuerpo con mis ojos, para asegurarme de que es ella, que es mi Bella. ¡Necesito abrazarla! Se acelera mi corazón ante las ansias, ante la incertidumbre por saber qué piensa de mí por ser tan estúpido. Hay tanto daño entre ambos, pero prima más mi deseo por quererla, por conocerla aún más. Ah, Isabella, mi obra de arte… necesito verte, cariño. Troto hasta el suburbio próximo, topándome con un vacío pasaje cerrado. Hay edificios altos, algo arruinados y silenciosos. "El lado feo de L.A.", pienso efímeramente. Escucho un silbido detrás, alguien me llama desde unos metros en la lejanía. Me giro, curioso, pero, como dicen, la curiosidad mató al gato. —Hey —llama un hombre vestido de negro, un traje sastre ridículamente elegante.

—¿Sí? —inquiero, haciéndome el tonto. Algo va mal, algo va mal, algo va mal. —Vaya, ¿Edward Cullen? —me pregunta, mientras otros tres tipos se vienen acercando. —Ajá —suelto. Sonríe y eleva un bate. Siento un golpe sordo en mi cabeza y luego mi mundo se desvanece con total rapidez. . Quiero gritar pero en mi boca han puesto una mordaza fuertemente adherida. Tiro de mis brazos, pero éstos están detrás de mí, amarrados. En mi cabeza han puesto una tela oscura que me impide la visión casi en su totalidad, de no ser porque percibo ligeramente unas sombras. Escucho unos pasos que se acercan a mí con prepotencia y unos murmullos lejanos. Estoy desorientado en la penumbra, no sé dónde estoy ni por qué me están haciendo esto. El pensamiento que más recalco es aquel en donde mi vida corre peligro. —Descúbranlo —ordena una voz gruesa, de fumador. Me quitan la tela del rostro y el eterno fulgor de un foco en mi cabeza me desequilibra por unos segundos. Pestañeo unas cuantas veces para acostumbrarme a la luz y, de frente, me encuentro con un hombre alto, imponente, de bigote remarcado y cejas fruncidas. Lleva un traje elegantísimo y de su boca pende un puro sin encender aún. El lugar parece desierto, un edificio muy antiguo y grande, como un estacionamiento abandonado. Me tienen sentado en medio, en mis extremos todo es oscuridad y el foco destellante solo está sobre mí y los demás. —Edward Cullen —suelta el tipo. Tengo la mordaza aún en mi boca, por lo que no puedo asegurarme de quién es. —Quítenle la mordaza, ¿no creen que será difícil entablar una conversación con alguien que no puede rebatirme? —dice a los demás. —Creo que tienes razón, Louis —afirma uno, quien viene caminando desde un extremo oscuro. Conozco esa voz. ¿Louis? ¡Louis! Cuando la luz le da en la cara doy un salto de furia. Es James. Un tipo me quita la mordaza y al instante gruño. —¿Vas a cumplir lo de tu carta, Louis Harrington? —inquiero con odio. Sé que va a matarme. Él eleva las comisuras de sus labios con aire burlesco. —La has leído —dice con regocijo—. Me alegra que tengas clara tu posición en esta conversación. Se sienta en la silla del frente, con James a su lado derecho. Muy conveniente, pienso con

sarcasmo. —Tengo muchas cosas que plantearte, Edward. —Le pide a James entre gestos que le encienda el puro que tiene en la boca. Cuando lo hace, él inhala el humo mientras lo muerde. —Hazlo ya, no pienso escucharte —gruño. Pienso en Bella una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… Cierro los ojos y nuevamente viene la imagen de su sufrimiento en aquel burdel, aquel lugar subvencionado por la alimaña que tengo frente a mí. ¿Por qué la quiere ahora? ¡Por qué no la deja en paz…! ¿Por qué simplemente… no nos deja ser felices? —¿Quieres que te mate, Edward? —inquiere. No le digo que tengo terror, que simplemente no concibo la idea de morir sin antes decirle a Bella que la amo. No quiero morir sin antes asegurarme de que está bien, de que nadie más se atreverá a insultarla… como yo lo hice. Porque lo hice, ¿no? La abandoné cuando dejó ir el secreto que más le ha costado en la vida. Ella me confesó todo lo que llevaba en su alma repleta de cicatrices, y el hombre que amaba se encargó de enjuiciarla. Bella… cariño. —No quieres, ¿o me equivoco? Aún la amas, a pesar de que esa carta decía expresamente que ella es una puta, ¿no es así? —¡No! ¡No es verdad! —grito. Louis se larga a reír. —¿Que no es verdad? —Se sonríe—. ¿Necesitas pruebas o ella ya te lo confesó? Aprieto los labios y me niego a contestarle, sabe perfectamente lo que ocurrió, no es para nada imbécil. Ese era su propósito, obligar a Bella a confesar, lo que por cierto es aún peor. ¿Bella me habría dicho todo eso si no hubiera habido alguna carta? —Eres un buen chico, Edward —me dice—, y ser bueno es ser estúpido. Mi cerebro insiste en tirar de las cuerdas solo para soltarme y golpearlo. Soy débil intentando ocultar mi odio. Pero es inútil, me tienen atado de manos y atado de posibilidades. —¿Para qué tanto rodeo, Louis? —profiero—. Si quieres matarme, pues hágalo. Vuelve a sonreír de manera siniestra. Deja ir el humo y se queda analizándome mientras James me mira con odio, como si quisiera arrancarme la cabeza. Podría apostar a que Louis no me detesta tanto como él, y la razón se me hace confusa. ¿Es el dinero de Bella o ella misma? También pienso en William Harrington, el hijo de Louis. Son similares, como padre e hijo, el cabello negro azabache y los ojos azules, la altura y la sofisticación, ese aire soberbio, esas mismas ganas de adueñarse de Bella. ¿Cómo es posible que ella permitiera que se acercara el hijo del proxeneta? ¿Por qué no pensó en el peligro que ello acarrearía? ¡Por qué amas el peligro, Bella! Intento respirar para calmar mi inestabilidad. Van a matarme.

Sé que James querrá hacerlo con sus propias manos, porque es él quien está obsesionado con Bella. Me pregunto qué edad tiene, por qué Bella aceptó que aquel hombre manejara sus riquezas, su vida y sus sueños. De manera espontánea lo comparo con William y creo que ambos deben tener la misma edad, la misma finalidad y la misma obsesión. Bella… ¿Por qué llegaste a todo esto, nena? Ella odiaba su vida, no le importaba nada porque… le habían arrebatado la dignidad desde el día en que entró a aquel lugar. Me había perdido, había perdido a su madre, había perdido un bebé. Había perdido todo lo que más amaba y yo… me encargué de lanzar al retrete toda su lucha porque, es claro, pudo haberse quitado la vida hace tanto tiempo. Creía que estaba muerto, creía que no le quedaba nada porque Carmen le hizo creer que su madre la odiaba. Renée estaba enferma, Renée nunca supo de ella hasta que Bella regresó a Forks, diez años después. Bella me amaba aún en aquel entonces y cuando me vio creía que estaba loca. Bella luchó por no corresponder a sus sentimientos por miedo a lo que era, por miedo a mi reacción, por miedo a cómo la traté hace unos días. Dios mío, cariño. —Tengo otros planes para ti, Edward Cullen. Frunzo el ceño. —¿Qué demonios quieres, eh? —exclamo—. ¡Ya nos has destrozado todo! Ya le hiciste demasiado daño. ¡Déjala en paz, por favor! —Fue ella quien decidió meterse con nosotros, ¿no, James? —Éste asiente con aire socarrón. —No tienes derecho —gruño. —A ella le gustaba, podrías haberle preguntado cómo lo pasaba en el burdel —me dice James—. Cómo adoraba que le entregaran el dinero luego de… —¡Cállate! —grito. Tiro de la cuerda con todas mis fuerzas, soltándolas al poco tiempo. Voy a correr tras él, quiero ahorcarlo con mis propias manos, por atreverse a hablar así de ella. Louis me hace frenar al poner el arma frente a mis narices. —Podría volarte los sesos, Edward. ¿Quieres eso? Bella sufriría, pero yo sé que no quieres verla sufrir. Mi respiración está errática pero me freno ante aquella posibilidad. —Entonces qué demonios quieres —murmuro con la garganta apretada. Él sonríe otra vez. —Ella es nuestra, Edward, las putas son del comprador. Nos pertenecen y ellas deben aceptarlo. Toda su fama es gracias a mí, todo de ella me pertenece a mí —sonríe—. Isabella Swan nunca será libre. Me tiembla la barbilla y por primera vez me siento vacío, como si me hubiesen cortado los lazos que me unían a la tierra. —Quiero que te alejes de ella —suelta.

Frunzo el ceño. —Que no vuelvas a verla. Mi corazón bombea con rapidez. —Si vuelves a acercarte a ella voy a matarla. Matarla… —Si vive, su dinero será mío, si muere, también lo será. Vas a abandonarla, harás que ella no vuelva a buscarte. —¡No lo haré! —grito—. No puedo hacerle eso… yo… la amo. No quiero volver a separarme de Bella —confieso. Louis se larga a reír y James entrecierra sus ojos. —Creo que no me estás entendiendo. Siento un golpe en mi cabeza y de pronto todo acaba oscureciéndose. . . . Me duele la cabeza y apenas abro los ojos éstos se tornan borrosos. Pestañeo un par de veces y recuerdo lo que ha pasado. Todo está oscuro, otra vez me han puesto la tela sobre la cara. Tiran de mí y hablan cosas que no entiendo. Escucho un helicóptero muy cerca y el viento me estremece, como si estuviésemos… en altura. Me quitan la tela de la cabeza y me encuentro con el paisaje de Los Ángeles desde el techo de un edificio. No es muy alto, pero éste permite observar de manera clara el gran teatro de L.A. Al lado hay un apartamento con un penthouse de grandes vidrios, en la altura pende un hombre que se ve diminuto. Louis camina frente a mí y le ordena a los hombres que me acerquen al borde del techo. ¿Van a lanzarme?, inquiero. Se oye un barullo en el teatro y los periodistas están afuera, esperando a alguien. La vista es fabulosa y logro ver con detalle cómo todos están expectantes. —Voy a demostrarte que estoy hablando en serio, Edward Cullen. Eleva un radio y lo pone contra los labios. Da una orden y la persona del penthouse saca algo de su lado, apuntando al teatro. Parece ser un arma de tal calibre que podría volarme los sesos en un segundo. Del teatro emergen guardaespaldas y la policía. Todo resulta extraño hasta que veo una cabellera castaña oscura y un vestido bello que encaja perfectamente con aquella figura pequeña y preciosa. Reconozco su rostro desde metros de distancia y mi vientre se compunge de manera voraz.

—¿Qué haces? Veo a Bella caminar junto a los guardaespaldas, todos agrupados como si supieran que algo malo va a ocurrir. La policía mantiene a los civiles despejados y patrullan constantemente la cuadra. Los periodistas son ignorantes de lo que ocurre, pues insisten en hablar con la actriz del momento, con Bella. No parece estar sola, pues noto a Charlie sosteniéndola mientras camina. Se ve débil, desanimada y cansada. Me hace estar más tranquilo verla con su padre, pero a la vez me altera verla así, más frágil que de costumbre. —Cuando planteo las cosas lo hago en serio —murmura Louis con malicia—. Haz lo que te digo, Edward. Los hombres de Louis me sostienen los brazos con fuerza. Estoy inmóvil. —O la mato —murmura frente a mí. Vuelve a hablar en claves contra el radio. Un disparo de alarma llega hasta el tumulto de personas que hay fuera del teatro, incluyendo a Bella. La policía comienza a alborotarse, dando órdenes a los demás para que construyan una barrera a favor de las personas y de ella. Noto su rostro contrariado, extrañado y curioso. Su padre saca su arma de entre sus ropajes. Se me dispara el corazón de manera voraz. —No te atrevas —gruño. —Hazlo —ordena. El francotirador enciende la luz y ésta va a parar a Bella, justo en su vientre. Mi desesperación se eleva de manera rápida. Va a hacerlo, va a matarla. —¡Bella! —vocifero. Ella se observa y abre los ojos de manera súbita. Va a matarla. Lo hará. ¡Bella! —¡Basta! —le grito a Louis—. ¡Por favor! —sollozo, destruido—. No lo hagas, por favor. No quiero un mundo sin Isabella Swan. No quiero despertar sin sus ojos observándome, de repente tan curiosa por mi barba de la mañana. No quiero dejar de oír sus carcajadas repentinas cuando me ve bailar en la cocina. No quiero dejar de sentirla, de asegurarme de que está conmigo. No quiero vivir mi vida sin ella. Sin embargo, prefiero no tenerla que saber que jamás volveré a ver esos hermosos ojos vivos, brillantes, aunque estemos separados. El francotirador dispara, pero se desvía de manera perfecta, dándole al brazo probablemente. Bella cae al suelo, desorientada. Su padre la sostiene y de verdad quiero ser yo quien lo haga. Caigo de rodillas al suelo, asumiendo lo que será de nosotros. No quiero que le haga daño, ya no más, prefiero cualquier cosa antes que la mate, a que me la quite de este mundo.

—Lo haré —murmuro con la garganta seca. Él sonríe. —Nos vamos entendiendo. . . . Me aferro a la muralla que tengo a mi lado para sosegarme. Lo único que hago es pensar en ella, en qué voy a decirle para que no me busque, para terminar con lo nuestro de una buena vez. ¿Cómo está?, me pregunto, ¿cómo estará su brazo? —¿Qué haré, Dios mío? —susurro. Necesito saber que está bien. Me encamino al hospital de L.A., en donde seguramente me dirán cómo está. No espero entrar a verla, solo a saber su estado de salud. Sé que si la tengo de frente no resistiré a pedirle perdón por cómo me comporté hace unos días, por cómo hui de ella solo por su pasado. Y si le pido perdón será más difícil alejarme de ella, porque no habrá razones para que estemos separados. ¿Su pasado era un impedimento para amarla? Claro que no. Pero ¿qué otra excusa puedo ocupar? ¿Qué más puedo hacer? Me ataca nuevamente la angustia. Fuera del hospital está completamente lleno de guardaespaldas y de periodistas buscando saber de ella. Me escabullo por otra puerta, la verdad es que sería mucho peor que me vean por aquí. En la sala principal pregunto por ella y la recepcionista me reconoce, seguramente lee revistas de espectáculos. Amablemente me dice dónde puedo tener mayor información de ella y yo corro hacia el piso número 5. Al llegar allá veo a Alice y a Jasper. La primera parece hundida en el llanto y yo corro, desesperado e imaginando un montón de cosas. —¿Cómo está? —inquiero afligido—. ¿Qué le han hecho? Me mira como si yo fuese un espectro. —¿Qué haces aquí, Edward? —me pregunta entre llantos—. ¿Por qué ahora? Me alejo unos centímetros de ella, sin entenderla. —¿Después de abandonarla de esa manera? ¿Por lo que fuimos? —insiste. —Alice, no digas eso —le susurra Jasper. Ella se larga a llorar con más fuerza. —Bella no merece esto —me dice—, te quiere tanto, Edward, tanto —enfatiza—, y ahora está… —niega—. La atacaron con un fusil de gran calibre, pudieron asesinarla y tú no estabas con ella,

Edward, ¡no estabas con ella! ¿Qué hubiera sucedido si hubiese muerto en aquel lugar? —Me habría muerto con ella —le digo con sinceridad. Alice frunce el ceño y me toma el rostro con las manos. —¿Qué ha sucedido? —me pregunta—. ¿Qué te ha pasado? Estoy tentado a contárselo todo, pero ella también corre peligro, no soy estúpido. —Solo estoy confundido, eso es todo. Nos quedamos un rato en silencio. —¿Cómo está ella? —inquiero al fin. —Está estable —dice Jasper—. La bala no logró darle en el estómago. —Le atravesó el brazo. Pudo perder el miembro pero la bala no llegó al hueso. No puedo evitar sentir que todo esto es mi culpa, porque estaba a metros de ella, viendo cómo debatían su vida. Pensar en qué hubiera ocurrido si el disparo hubiera dado en su estómago me… hace trizas. Y ahora no puedo seguir con esto porque… su vida sigue corriendo peligro. Ni siquiera tengo por qué estar aquí, ni siquiera puedo amarla porque ese es el craso error. ¿Nunca podré volver a verla? ¿Nunca podré volver a tocar su rostro y ver cómo cierra los ojos al sentir mis dedos? ¿Nunca? Nunca… —Me… alegra que esté bien —susurro, separándome de ellos—. Ahora tengo que irme. —¿Por qué no te quedas? Quizá si te ve ella se sienta mejor. Niego ante aquella posibilidad. —No puedo quedarme. —Edward —me regaña Jasper. Siento una presencia detrás de mí y yo me giro de inmediato a mirarlo. Es Charlie, quien parece más serio que de costumbre. —Vaya, estás aquí —murmura. Me intimido un poco. —Buenas tardes —digo. Charlie y yo estuvimos hablando bastante antes de viajar, ya que antes de subirme al avión Jasper y yo encontramos movimientos sospechosos en el aeropuerto, como si nos siguieran. Se lo comuniqué directamente antes de subirme al avión y fue por eso que nos demoramos. De saber que eso era el indicio de un tumulto de peligros para Bella, juro que nunca hubiera permitido que subiéramos. Luego de lo sucedido comenzaron a ocurrir cosas extrañas, como la actividad sospechosa de un coche que siempre nos seguía y los saboteos constantes a los controles de radio del FBI. Nunca se lo dije a ella porque sabía que eso le haría peor.

—No creo que sea buena idea, Edward… Dejo de escucharlo cuando veo a William saliendo del ascensor para luego dirigirse a la sala de espera. Aprieto mis puños y me encamino para estar frente a él, acercarme a su rostro y golpearlo directo en la quijada. —Carajo, Edward —exclama Harrington, sujetándose el rostro con las manos. Está en el suelo y yo al fin me doy cuenta de lo que he hecho. Comienza a arderme la mano pero no me importa, porque comienzo a enfurecerme otra vez. —Espero que tu padre sepa que los aborrezco tanto como a ti, hijo de puta —escupo. —¡Edward! Cálmate —me dice Alice, sujetando mi brazo. —¿Sabes qué, Alice? Ahora sí tengo que irme. Bella no me necesita aquí, solo nos hacemos daño. Adiós. Ella me mira entristecida y se encoge de hombros. Parece decepcionada y yo también lo estoy. ¿Qué estoy haciendo? —Te necesita más que nunca —profiere Jasper. Con el dolor de mi corazón digo: —Para eso está William, ¿no? —Hey —me llama él, levantado ya del suelo—, ya sé lo que piensas. Yo no sabía lo de mi padre, no tenía idea. —Parece preocupado de lo que piense de él. Frunzo el ceño. ¿Qué está queriendo decir? —Yo nunca pensé que él fuese a hacer esas cosas, de verdad —insiste. Niego, dando paso hacia el ascensor. Necesito salir de aquí cuanto antes. . —¿Qué haré, mamá? —le consulto a su fotografía, la única de ella que guardo en mi billetera—. Ojalá estuvieras aquí para darme una respuesta. Te necesito, mamá. Me siento tan solo. No sé cómo afrontar toda esta situación porque, de todas maneras, quien sufre más es Bella. Y le prometí que nunca le haría daño. Ya rompí aquella promesa, ¿qué más da? ¿Qué más puedo hacer? —No sé qué hacer, mamá, de verdad no sé qué hacer —Rompo en llanto ante mi desesperación, ante la inmensidad de mi realidad. Estoy atado de manos y pies, no puedo escapar—. ¿Por qué a nosotros, mamá? Nos ha costado tanto… Pero ya no puedo pensar más en ello y hacerlo, darle fin a algo que no tenía término, y no tendrá, porque sé que nunca dejaré de pensar en ella y que la única tranquilidad que tendré será su padre, porque sé que Charlie no la dejará desprotegida nunca. Inspiro y luego exhalo para calmarme. La llave ya está puesta en la puerta y la abro lentamente.

Cuando entro huelo su perfume de inmediato, es la señal de que ella está aquí, al menos en algún lugar. Tengo que quedarme parado un momento para tranquilizar esa parte de mí que la extraña de manera voraz. Y prosigo, encontrando valor en algún recoveco de mi corazón. Escucho cómo tararea en la habitación, seguramente está haciendo algo allí. Aprovecho entonces de buscar las fotos que Jasper me apartó como se lo pedí, es lo único que me falta, pues la maleta me la ha armado secretamente mientras Bella estaba en el hospital. Lamento poner a mi primo en medio pero es mi única alternativa. Además, Alice jamás haría esto. Es más, creo que pronto acabará odiándome. Cuando siento que el valor se me escapa aprovecho de inspirar otra vez, de canalizar mis emociones en otro sitio, de pensar en su bienestar antes que en el mío. Lo hago por ti, cariño. Bella se peina el cabello con los dedos y se arregla una trencita en su cabello. Reprimo mis impulsos por rodear su cintura con mis brazos y quedarme ahí, dándole esa sorpresiva muestra de que sigo amándola de manera intensa, tanto o más que antes. Está tan distraída que no se detiene a verme, simplemente tararea de manera tranquila frente al espejo de cuerpo completo. Está vestida de manera muy sencilla, una playera blanca de tirantes y unos pantalones apretados de algodón. ¿Seguirá sintiéndose cansada? Se ve así. Me acerco a ella, parándome detrás. Sus ojos pasean libremente por su rostro hasta que topa conmigo. Su pupila se dilata y se pone rígida. Su mirada se abrillanta, como la mía y sus comisuras quieren sonreír, pero sabe que no es prudente, ya no. Deja caer las manos a los lados de su cuerpo y comienza a tiritar de manera constante. Oh no, nena. —Hola —la saludo. —Hola. —Su voz suena algo aguda. Me detengo a mirarla luego de todos estos días de infierno, lo que es suficiente para que mi autocontrol se vaya ligeramente al infierno. Llevo mis dedos a su mejilla y la acaricio, y por primera vez ella no cierra sus ojos, sino que me mira de manera clara, pidiéndome que me quede a su lado. Adoro la suavidad de su piel, el calor que desprende de ella y de lo hermosa que se ve. Bella deja escapar unas lágrimas pero no puedo permitirlo, por lo que se las quito rápidamente. Necesito comportarme. Quiero asegurarme de que está bien, de que realmente no me necesita. Miro su brazo vendado y nuevamente vuelven todas las amenazas a mi cabeza, la culpa que no puedo tolerar y el peligro que ella corre estando yo en su vida. Acaricio la herida con cuidado y en ello encuentro el resto de valor que me va quedando para alejarme de ella. —Tenemos que hablar. —Sí, tenemos que hablar. —¿Qué tal si salimos afuera? El patio del bungaló es el lugar perfecto, necesito aire y un lugar que conserve paz. Me paro a un lado de la piscina con las manos en los bolsillos de mi pantalón, mientras que Bella se posiciona frente a mí, otra vez tiritando.

—Edward, para mí no es fácil todo esto… yo… de verdad quiero que me entiendas, si tan solo supieras… —Reservé un hotel en Nueva York —digo para interrumpirla. Se forma un nudo en mi garganta, uno tan grande que me cuesta tragar. Bella me mira unos segundos, analizando mis palabras. No puede creerlo. Nena… Dios. —Te refieres a que… —Me marcho de Los Ángeles —afirmo de forma tajante. Tengo que aferrarme a la idea una y otra vez para no flaquear, para conseguir este papel de insensible frente a sus ojos. Me arde el pecho de manera voraz, mis sentimientos claman por salir pero no puedo permitirlo. Ella frunce el ceño y mira hacia otro lado. Respira de manera enloquecida a pesar de sus intentos por calmarse. —Oh —dice al fin. —Me llevaré algunas cosas, lo demás puedes quedártelo tú —le digo de manera seca y pedante. Ella asiente, pero parece ajena a todo, como si nada fuese cierto. —Edward… Intento parecer imperturbable, como si nada de esto tuviese sentido alguno para mí, como si ella no me importase. Pero es una mentira, es algo que no puedo seguir demostrando mucho tiempo porque siento que explotaré. —Es por haber sido prostituta, ¿no?, se ha roto la imagen de la Isabella pura, aquella que siempre estuvo en tu mente. Sí, soy sucia, pero mi amor por ti es lo más puro que puedo regalarte, lo último que queda para mí —afirma con vehemencia. Sonrío. ¿Crees que eso realmente le importa a Louis? ¿Crees que no te amo de la misma forma? Jamás dejaré de hacerlo, nena, pero prefiero no tenerte conmigo a saber que estás muerta. Sigues siendo mi linda Isabella, la niña más pura que jamás he conocido. Nada de tu pasado podría cambiar lo que eres para mí y lamento tanto tener que pensarlo antes que decírtelo, Bella, de verdad. —No se trata de eso —murmuro, a punto de quebrar mi imagen imperturbable. Carraspeo, buscando calmarme—. Quiero que me olvides, que entierres todo lo que fuimos. Sí, olvídalo, nena, es lo mejor para ti. Aprieta sus ojos con fuerza. Se lleva una mano al pecho y comienza a respirar con pesadez, como si fuese a desmayarse. —Desapareceré, será como si nunca hubiera existido. No volverás a verme nunca más, te lo prometo. Siempre serás mi Bella, cariño, siempre te querré. Asiente, pero sé que no quiere creerme, no quiere hacerlo.

—Luego de todo lo que hemos vivido —murmura, enrabiada—. ¿Ya no me amas? Bella, no me hagas esto. Inspiro y busco la manera de ocultar la verdad, de no emitir cuánto la amo y cuánto deseo besarla ahora mismo. Miro por sobre su cabeza para no hacerlo ante sus ojos escrutadores, no puedo mentirle descaradamente mirándola de manera directa. —No —miento. Aprieto mis manos para tranquilizarme. Bella hiperventila y yo quiero sostenerla junto a mí. ¡Pero no puedes!, me digo. —Prométeme que no cometerás una locura, por tu madre, por Charlie… por todos. Por mí. —Ten —Se quita el anillo que le regalé para luego pasármelo—. Ya no tiene sentido que lo ocupe. No, nena, esto es tuyo. Eres la única que puede llevarlo. —Quédatelo —le digo. Lo aprieta contra ella y me mira de manera suplicante. —Adiós, Bella. Adiós, mi amor… Quiero besar su piel por última vez, y lo hago, justo en la frente, oliendo su aroma exquisito y canalizando todo lo que quiero decirle de verdad. Espero que la suavidad de su piel no se esfume nunca más de mis labios, porque lo necesitaré día a día, cada recuerdo para mí. Bella gime cuando me separo, solloza con los ojos cerrados y se aferra a sí misma para no abrazarme, y de verdad agradezco que lo haga. Giro para marcharme, ya no puedo seguir aquí. Camino hasta la salida, con las fotografías bajo el brazo. Deposito una última carta sobre la mesa de centro, esperando a que con eso decida no volver a buscarme, es lo mejor. Antes de salir me atrevo de decirle la amo, aunque no lo escuche. —Te amo, cariño. Cierro la puerta detrás de mí y ahí me quedo, asumiendo que esto es real y que nada de mí volverá a ser lo mismo desde ahora. . Isabella POV Paso el anillo de una mano a otra, suponiendo que aquello fuese a quitarme de la realidad en la que estoy inmersa. No he calculado cuánto tiempo he pasado así y la verdad es que no me importa, prefiero estar hipnotizada con el anillo que Edward no quiso recibir de vuelta.

Edward… Recordar su nombre es… extraño, como si ya hubiesen pasado muchos años desde que besó mi frente y se fue, pero solo fueron horas, quizá. Ya no quedan lágrimas, estoy seca por dentro, y a pesar de eso aún conservo una tristeza tan intimidante que no sé cómo expresarla, ya no me quedan gestos ni palabras. Cuando Carmen me dijo que él había muerto, mi escape fue la bebida, las fiestas y el desenfreno. Hoy no tengo escapatoria, pues yo le prometí a mi madre, a Alice y a Edward que jamás volvería a esas andanzas. No lo haré nunca más. Hoy la tristeza es real, porque se fue, realmente me ha dejado… por ser yo. Quiero alejarlo de mi mente pero no puedo, siempre está presente, no hay forma de quitarlo. Entro a la habitación luego de todas esas horas de hipnosis junto al anillo, me paseo libremente por el cuarto sin saber qué hacer, qué decirme o cómo comprender todo lo que está pasando. A ratos quiero creer que es un sueño o que Edward estaba bromeando. Es tan patético. Siento un frío tan helado y una soledad tan penetrante que me descoloco. ¿Cómo todo pudo cambiar entre nosotros de manera tan abrupta? Tan solo un mes de diferencia, solo un mes. —Me amabas, Edward —susurro—. Pero ya no. Todo el terror que sentí desde el primer momento en que lo vi se vio volcado con su reacción. Sabía que, una vez que abriese la boca, él iba a dejar de sentir lo mismo por mí. ¿Fue una estupidez habernos dejado llevar? ¿Haber permitido que nuestra relación creciera tanto, hasta el punto inequívoco de la destrucción? La sala ya está oscurecida, pues la hora ya ha avanzado y la luna está a punto de aparecer. Le temo a la noche, le temo a la incertidumbre. Cuando es la hora de dormir siempre me deprimo y estando sola es aún peor. No sé a qué se deberá, pero florecen mis más temidos dolores. Entre la penumbra del crepúsculo exterior, veo un sobre de media hoja sobre la mesa de centro. Me ataca un sentimiento de angustia bastante horrendo, pero la curiosidad me es aún más insostenible. Lo tomo entre mis dedos y leo mi nombre en medio del sobre y, de manera absoluta, reconozco la letra de Edward Cullen. —Demonios —gimo al notar cómo mis dedos comienzan a temblar y mi corazón me anuncia una taquicardia. Mi mente comienza a jugar conmigo, diciéndome que quizá todo esto es una ridiculez, que lo busque, que todavía siente lo mismo por mí. ¿A quién quiero engañar? "Me veo en la obligación de escribirte esta carta ante mi escaso tiempo. Me voy a Nueva York, por lo que puedes hacer lo que te plazca desde hoy. Yo no volveré a Forks por lo pronto, así que estás con total libertad de hacerlo si gustas. También puedes ir a la cabaña y llevarte tus cosas, pues venderé el terreno y, por supuesto, la cabaña, ya que no la necesitaré. Sería bueno que le avisaras a tu madre. El anillo es tuyo, por supuesto, así que puedes venderlo, creo que ese es su mejor destino. Ante todo esto, debo decirte que son mis últimas palabras, ahora sí no volveré a molestarte, y

espero que tú tampoco lo hagas. Cuídate, Isabella. Edward Cullen" Arrugo el papel con todas mis fuerzas y lo lanzo contra la pared que tengo en frente. Rompo en llanto y escondo mi rostro entre mis manos, sintiéndome furibunda, asqueada y acongojada. —No voy a venderlo —escupo con rabia. ¿Venderá la cabaña entonces? ¿Qué pasó con todo su esfuerzo por reconstruirla? ¿Todo eso por nada? No quiere tener ningún lazo conmigo, claro que no. —Oh Dios —murmuro. Una cosa está clara, y es que él no quiere nada conmigo. Siento un escalofrío. ... Los días se tornan lúgubres, maquiavélicos… Es una rutina desastrosa, todo se ha convertido en un profundo túnel que no acaba. Debo ser sincera, a veces me cuesta levantarme, pero ¿quién no ha pasado por eso luego de un corazón roto? Alice y Jasper se han portado tan bien conmigo, me han acompañado durante estos tres largos días que han sido un infierno. Incluso me han evadido de mi madre, que llama insistentemente para saber de mí, pero yo me excuso torpemente con que no me siento muy bien, aunque realmente quiero explicar que me siento muerta por dentro. Mamá se preocupa mucho, no quiero hacerlo gratuitamente esta vez a pesar de que ya sabe lo que ocurre. ¿Qué madre no se preocupa de sus hijos cuando le han roto el corazón? —Nos vamos a Forks, cariño, despierta —me dice una voz femenina entre sueños. Pestañeo pesadamente y me restriego los ojos con mis dedos. Siento como si un camión hubiese pasado por mi cuerpo reiteradas veces. Luego recuerdo que en la noche lloré horas acordándome de él junto al consuelo de Alice, minutos después de que Jasper contase que Edward había partido a Nueva York por idea de Tanya. "—Tengo miedo, Alice —le comenté entre sollozos. Ella me acariciaba el cabello mientras me miraba con tristeza. —¿De qué tienes miedo? Hice una pausa para plantearme bien cada miedo infinito que aguardaba en mi corazón luego de que él se marchó. Hasta que descubrí la que más me inquietaba en el momento. —Le temo a no poder olvidar, a que esto duela para siempre. Mi mejor amiga suspiró largamente y me sonrió con empatía. —Ningún dolor es para siempre —me respondió. Entonces no entendí cómo podía sentirme así, cómo no encontraba una salida.

—A veces es bueno aprender a vivir con ello, ¿no crees? —añadió." Aún sigo sin comprender cómo "vivir con ello" es una posibilidad. Realmente me estoy muriendo por dentro. No quiero desestimar el consejo de Alice, pero vivir con el dolor es algo que nunca he aprendido a tolerar, es más, creo que he sido suficientemente paciente con cada una de mis tristezas, creo que ya me es difícil seguir el ritmo. A ratos me pregunté si Edward siente un poquito de dolor con esto. Pero no me refiero a su orgullo y al hecho de haberle ocultado mi pasado. Me refiero a un 'nosotros', a perdernos y hacernos daño. —Me duele la cabeza —le comento a mi amiga. Levanto mi cuerpo de la cama y luego me siento entre las cobijas. Pero me desestabilizo y un mareo muy fuerte me hace girar. Tengo que inspirar y exhalar con lentitud para que esto disminuya. —Vaya, cariño, lo de ayer no te ha sentado bien —me dice con congoja. Se sienta a mi lado y me acaricia el cabello—. No creo que esté bien que sigamos hablando de él. Mírate, Bella, lo pasas muy mal. Pestañeo para librarme del escozor en mis ojos. Asiento y, de paso, suspiro. Claro que tiene razón. —Ya es suficiente, ¿no es así? —Esto solo te hace mal a ti… y bueno, a mí, ya he pasado demasiados años viendo cómo la vida y las personas son injustas contigo. Me levanto de la cama y camino hasta el baño para ducharme. . Alice toca la puerta de mi habitación y yo le digo que puede pasar. Al abrir ella parece nerviosa y de su espalda emerge una silueta alta y algo fornida. —William —murmuro. Sus ojos azules me repasan y de su rostro brota una sonrisa cómplice. Me es difícil devolvérsela, como si Edward estuviese observándome. —Tenía que verte antes de que te marcharas —me dice. Alice nos deja a solas y mi único escape es alisar mi vestido con mis manos temblorosas. —¿Qué haces aquí? —inquiero—. Digo, la última vez supe que te dedicarías a trabajar solo en Nueva York. —Tenía cosas que hacer acá en Los Ángeles… Como hablar con el FBI. Frunzo el ceño. —¿Qué tenías que hablar con el FBI? —Tenía que contar todo lo que sé de mi padre —confiesa—. Luego de que tú me contaras que él fue tu… —se calla—. Luego de saber aquello yo no pude quedarme tranquilo y, bueno, comencé

a indagar —Hace una pausa—. No tenía idea que él fuese… así —dice—, de que hubiese una mafia oculta en todas las inversiones y… que planeaba asesinar a Edward Cullen. Me trago el nudo de la garganta ante sus palabras tan directas. —Sus planes son tan extraños, Bella, pero tu dinero es el que más ansía —susurra—. James amasaba toda esa fortuna porque tú le diste el poder, pero ahora se ve amenazado por culpa de Edward, ¿puedes creerlo? Tengo que sentarme para poder todas sus confesiones. —¿Por qué lo odian tanto, William? Él es bueno, no merece que mi mierda lo arrastre también —exclamo. Él se sienta a mi lado y pone amistosamente su mano sobre la mía, que descansa encima de la colcha. —Porque el capricho de ellos es que vuelvas a ser su juguete —me dice—. Son celos de niño al ver que otro tiene lo que tanto desean. Edward se ha interpuesto entre ellos. —Ya no —murmuro. —No ha podido soportarlo, ¿no? Muevo mi cabeza negativamente. —Colaboraré con la policía y con tu padre, Bella, haré que todo esto se acabe ya. —Pero es tu padre… —Y es tu vida —me interrumpe. —Oh, William. Lleva sus dedos a mi rostro, lo acaricia mientras me observa a los ojos. Me es imposible no comparar su toque con el de él, y lo ansío tanto. —Sabes que puedes contar conmigo, acá hay un amigo para ti. Lo abrazo con todas mis fuerzas y él me recibe de la misma manera. —Volveré a Nueva York pero sabes que puedes ir a visitarme. —Lo sé —le respondo al separarme de él. —Nada malo ocurrirá, te lo prometo. Asiento. Confío en él. William se marcha de mi cuarto luego de la charla y me deja sumergida en múltiples pensamientos. Pero Alice los interrumpe al entrar, anunciándome que papá ya ha llegado y que debemos irnos al aeropuerto. . El vuelo se ha hecho eterno porque lo único que quiero es volver a Forks. Me resulta un poco inquietante volver cargada de pesares como en cada viaje que hacía devuelta, es como si el

destino me advirtiese que mi felicidad está ahí, en Forks, en ese pueblo que por años odié. También debo decir que extraño a mi madre. Un abrazo de ella no me vendría mal. Charlie duerme a mi lado, casi roncando, lo que me saca una sonrisa. Es extraño tener a papá, tan extraño como bonito. Me siento protegida por él, confío muchísimo en sus palabras. ¿Quién no siente lo mismo por su padre? Él prometió que jamás iba a dejarme a la deriva, menos aún al ver el desastre ocurrido en el teatro, lo que consternó enormemente a la prensa, que ahora especula sobre mi vinculación hacia los atentados terroristas. Es obvio que no daré declaración alguna. Quiero dejar definitivamente el cine, ya es un hecho que él y yo no nos llevamos bien. Arribamos a Seattle a eso de las 5 de la mañana, cuando el cielo aún conserva esa oscuridad encantadora. Papá se ofrece a dejarme hasta casa de mi madre pero yo me niego, él está muy cansado y, para ser sincera, temo que ella lo vea, aún es demasiado pronto. Por eso es Jake quien amablemente quiere llevarme a Forks, ya que además le queda perfecto para volver a casa, junto a su esposa. Además, Alice y Jasper han preferido quedarse en el aeropuerto, seguramente no están tan desesperados por irse a Forks. —¿Cuándo nacerá tu hijo, Jake? —le pregunto. Él maneja con cuidado, mirando al frente y con las manos fijas en el manubrio. —Aún le quedan unas semanas, aunque ella está bastante incómoda, y para serte franco, yo muero por conocerlo. —Debes estar muy ilusionado —le comento con una sonrisa. Él se carcajea. —Ni te imaginas —exclama. Jacob aparca frente a la casa de mi madre cuando el reloj marca exactamente las 6.30. No hay ni un alma en el barrio. —Bueno, Jake, espero saber de ti pronto —le digo, palpando su hombro. —Claro que sí. Dedícate a sonreír todo lo que puedas, lo necesitarás —susurra. Asiento y le doy un abrazo. —Gracias por traerme. Toco la puerta con mis nudillos, esperando no sacar a mi madre de algún sueño profundo. Cuando me abre me siento culpable por despertarla, pero a la vez siento un alivio porque tengo en frente a la única persona que realmente podrá entenderme, o intentar hacerlo. —Oh, mamá —exclamo. Me echo en sus brazos y ella me recibe de manera natural. —Todo estará bien —susurra. Ay, mamá, no digas eso. Aquella oración es suficiente para hacerme llorar.

—Ven, entra, está helado afuera. Me conduce hasta la sala y nos sentamos en el sofá. Me pone una manta acolchada sobre los hombros para entrar en calor y a su vez me concede una mirada de preocupación imposible de ocultar. —Estaba muy preocupada por ti, Bella —murmura—, no querías contestar mis llamadas y la única vez que hablamos luego de… aquello fue cuando te atacaron en el teatro. ¿Tienes idea de lo preocupada que he estado estos días? —Suena enojada y un poco histérica. —Lo siento, mamá —le digo con culpabilidad—, pero estaba tan… no lo sé, aún no sé cómo actuar, no sé cómo asimilar toda mi realidad. —Suspiro. —Un francotirador por poco te mata —insiste. Sus ojos parecen querer salir de sus órbitas. Vuelve a abrazarme, como si se quisiera asegurar de que estoy bien. Me besa la frente y me aprieta contra ella. Yo cierro los ojos al sentir el tacto de mi madre, me reconforta de manera sublime. —La verdad es que yo también temí por mi vida —le confieso en voz baja—. Perdón, mamá, pero no quería hablar, no quería dar lástima. —Oh, nena, ¿cómo vas a darle lástima a tu madre? Para eso estoy aquí, cariño, para protegerte y cuidarte. Rompo en llanto en ese mismo instante, aunada a un tormento que parece no tener fin. A ratos siento que puedo sobrellevarlo, pero a menudo eso flaquea y me convierto en un triste y adolorido ser humano. Me detesto porque no sé sobrellevarlo, no sé cómo comportarme, no sé qué sentir. ¿Esta soy yo con el corazón hecho pedazos? —Edward no volverá a Forks, ¿no es así? Las lágrimas agolpadas en mi garganta no me permiten emitir ese corto monosílabo. A cambio de ello, niego. —Venderá la cabaña —susurro con la voz grave. Mamá frunce el ceño como si no pudiese creerlo. —Tengo que sacar mis cosas de ahí, él me lo pidió. Apega su mejilla a mi cabeza y así se queda, oyéndome llorar por todo lo que me ha sucedido junto a Edward. —Llevas el anillo —señala tomando mi mano izquierda. Sonrío con algo de pesar y nostalgia. —Afirmó que es mío, que no debía devolvérselo, que si quería lo vendiera. Mamá masculla en desaprobación. —Pero no puedo venderlo —susurro—, es lo único que me queda de estas últimas semanas, en donde él decía que me amaba.

—Oh, hija, no digas eso, no hables de pasado, él seguro sigue queriéndote… Niego. —Le pregunté, en un ataque de ira, si me amaba. Su respuesta fue un rotundo no. Mamá se lleva una mano a los labios, sorprendida. —Dejó de amarme por haber trabajado en un prostíbulo, por no haberle comentado lo de William, por tener un pasado. —Me muerdo el labio inferior—. Desde ese momento me replanteo sus "te amo", sus gestos, todo, ¿nunca notó lo mucho que le quiero? Todo lo que estoy dispuesta a hacer por él. Mamá me escucha tan atentamente, haciendo conexión de sus sentimientos con los míos. —Es fácil juzgar, cariño, pero qué difícil es perdonar. Perder a quién amas de una manera tan injusta es desolador, tan cruel. —Suspira y se mira las manos que juegan entre ellas. Mamá es la única capaz de entenderme, la única que de cualquier modo siempre comprenderá el dolor de las injusticias. —El amor nos destruye de una manera tan entera, nos hace trizas —digo. Ella sonríe ante su inmensa nostalgia, la que probablemente la ha mantenido en vela los últimos años. —Me siento tan tonta al llorar —confieso—, tan débil. —Llorar no indica que tú seas débil. Desde nuestro nacimiento llorar siempre ha sido una señal de que estás viva. Me seco las lágrimas que corren por mis mejillas y le sonrío. —Esa frase… es de Jane Eyre. Mamá eleva las cejas como si la hubiera encontrado con las manos en la masa. —Siempre me ha gustado. Llorar no está mal, cariño, es parte natural de ser humano, ¿no crees? Me vuelve a abrazar y en aquel gesto vuelvo a derramar mis lágrimas. —Lo extraño tanto, mamá. —Lo sé, hija. —¿Cómo lo olvido? —le pregunto, ansiando una respuesta positiva y clara, aunque es obvio que no la hay. Mi madre se queda callada por un largo rato, acariciando mi cabello y mi mejilla. Sé que lo siente, sé que le duele, pero también sé que se plantea muchas cosas. ¿Qué hizo mal para que su hija haya acabado en un prostíbulo? ¿Cómo permitió que su niña acabase envuelta en una mafia tan malévola y ruin como la que estaba a segundos de asesinarla? ¿Cómo no hizo algo por obligarme a permanecer en Forks? —Aprende a vivir con ello —dice al fin. Me separo para mirarla con mayor atención, curiosa por ese consejo que ya había escuchado

antes saliendo de los labios de Alice, mi mejor amiga. —No soy capaz. —No te das cuenta cuando aquello forma parte de tu vida. Solo dale tiempo al tiempo. ¿Qué tan rápido se puede olvidar el rostro del hombre que amas, observándote con odiosidad, temor y asco? —Pasará, nena, tenlo por seguro. —Su voz suena suave, tersa y angelical—. Aquí está mamá, hija, no permitiré que nadie vuelva a basurearte. Te amo. —Yo también te amo, mamá. La aprieto más a mi lado y conservo su calor por un largo rato, disfrutando de la compañía de la persona que más ha creído en mí, a pesar de los años y las barbaridades que han cruzado nuestras vidas. ARREGLAR . Mamá aún me da calor con la mantita y en las manos me pone una taza humeante de leche con menta. —Para que te relajes —me dice con dulzura—. ¿Sabes? Esta manta fue con la que te envolví en el hospital. Hacía un frío de los mil demonios —exclama. Me la acerco a la mejilla y siento el tacto suave de la tela. —No la recordaba. —La tenía guardada. A Phill nunca le gustó —susurra. Ya veo. Me llevo la taza de leche a los labios y el vapor me nubla por unos ligeros segundos. Mamá quiere que duerma con ella en su cama y yo no me he podido negar. Extraño sentir su calor por las noches, su protección constante y su aroma característico. A pesar de ello sé que luego debo instalarme en la otra habitación, no sin antes ir a la cabaña a recoger mis cosas. A pesar de que el sol está a punto de salir, yo me decido a dormir junto a mi madre, quien también parece cansada. Su calor me resulta alentador y me hace rememorar mi niñez, que a pesar de no ser fácil, es con mi madre a quien ligo a los mejores recuerdos de esos años, sin contar a quien fue mi mejor amigo. Me abrazo a la almohada y, como cada minuto antes de dormir, me pongo a pensar en él y en cada detalle de su partida. ¿Tengo que aprender a olvidar por primera vez en mi vida? Porque nunca lo hice, nunca lo olvidé o intenté hacerlo de la manera correcta. Cuando marché siempre busqué la forma de recordarlo, cuando me dijeron que había muerto no planeé jamás dejarlo marchar, siempre ahí, en mi mente, aunque muy dentro de mí pensaba que no volvería a verlo más; volví a Forks y también volví a verlo, volvieron mis deseos, mis ilusiones y parte de ese amor que crecía y crecía sin parar. No me atreví a olvidarlo nunca, porque ese amor tan entero y puro me hacía sentir viva, conectada a

todo lo que yo siempre he conservado de mí. Pensar en olvidarlo, ahora para bien de ambos, me enloquece, me nubla y me angustia. No quiero hacerlo, pero tengo que. Aprieto la almohada que está debajo de mi cabeza y reposo mi rostro en ella para acallar mis sollozos, mamá debe estar durmiendo pero yo no quiero despertarla con mis pesares. Debo parar de llorar, debo parar de llorar, debo dejar de llorar, me repito constantemente. En el momento en que mi cabeza comienza a doler, paro, entrando en un sueño repleto de pesadillas. . Alguien zarandea mi hombro, despacito, y susurra mi nombre de manera constante. Al abrir mis ojos veo a Marianne con una bandeja con comida. Me sonríe y yo a ella. —La ha llamado su representante —me cuenta—. Aproveché de darle el recado con un rico desayuno. —Suena adorable. Me siento cómodamente en la cama y ella deposita la bandeja en mis piernas. —Gracias, Marianne, se ve muy delicioso —exclamo con mejor ánimo. Estar aquí me resulta más sanador—. ¿Decías que mi representante había llamado? Ella asiente y junta sus manitos. Le pido que se siente a mi lado, y lo hace, siempre con una sonrisa. —Sí —responde—, me ha pedido que le avise de inmediato, por eso tuve que despertarla. Mi bandeja está llenísima de comida. Huevos estrellados con panceta, fruta, leche y un jugo que parece ser de fresas. No sabía que tenía tanta hambre hasta que me llevo los huevos a la boca. —¿Qué ha dicho? —No mucho. —Se rasca la nuca, confusa—. Fue bastante grosero, ¿sabe? —¿Alec grosero? ¿Está segura que era él? —Afirmó que era su representante —dice encogiéndose de hombros. Elevo las cejas, incrédula. Alec nunca se ha comportado así. Saboreo los huevos y de paso bebo el jugo. —Me preguntó si usted ya había llegado a casa. Al responderle fue al grano de inmediato y afirmó que usted debía estar en la conversación. Tuve que explicarle que estaba durmiendo y él me pidió que la despertara, pero no podía evitar hacerlo sin antes prepararle un desayuno. —Tienes toda la razón —afirmo, llevándome la fruta a la boca. Pero yo no me creo que ese haya sido Alec, me resulta inverosímil. —¿Realmente estás segura que era él? —Sí —insiste—. Recuerdo perfectamente su voz. Es imposible olvidarla si él siempre estaba con

usted en su casa de Nueva York. Me quedo perpleja con su aclaración, tanto así que la comida se me estanca en la garganta. —¿No dijo nada más? —me atrevo a preguntar. Marianne niega inocentemente. —Solo dijo que volvería a llamar. Asiento con nerviosismo. Termino de comer con bastante rapidez, probablemente ante la inmensa ansiedad que me ha consumido estos días. La idea de que James siga insistiendo y molestando me hace sentir muy desprotegida otra vez. Probablemente esa sensación sea una de las peores, saber que tu vida, tu dignidad y las personas que amas están en peligro. El teléfono vuelve a sonar y yo corro hasta el aparato. —Diga —hablo en voz neutra, sin denotar el temor que siento en estos momentos. —Srta. Swan —susurra él. —¿Qué quieres? Se larga a reír. —Saber cómo estabas. —Qué ridículo. Dime ahora qué quieres. Llamaré a la policía. —Tu padre no va a salvarte, Isabella —gruñe. Aprieto los labios. Lo único que me falta es que atenten en contra de él. —Dime qué demonios quieres. Suspira, alargando inútilmente la conversación. Marianne está frente a mí, mirándome de forma ansiosa y asustada. —Dile a tu pintorcito que se ha olvidado de algo… o mejor dicho, de alguien. ¡Qué fácil es entrar a una casa donde el dueño parece tan solitario! —exclama—. Pero te estoy haciendo un favor ya que él no se ha portado tan bien contigo, ¿no es así? —Se carcajea y me cuelga, dejándome anonadada ante sus palabras. Carlisle está en peligro, Dios mío. —Comunícate con Jacob Black, —le digo a Marianne. Ella asiente, un poco temblorosa—. Envíalo a esta dirección. Yo tengo que salir. Tomo la hoja que encuentro más próxima y un lápiz que está sobre la mesita de café. Escribo la dirección de la casa de Carlisle y se la paso a Marianne. —Aquí está el número y la dirección. Por favor, no permitas que ningún extraño entre aquí, ¿sí? Si la policía también viene aquí permíteles la entrada, y sobre todo, cuida de mamá.

Ella tiene los ojos muy abiertos pero me hace caso de inmediato. Carlisle está en peligro… Carlisle tiene a La Elite a sus espaldas. Tengo que hacer algo. Buenas noches, como saben, les traigo otro capítulo de mi fanfic. Les comento que ya salí de vacaciones por lo que ahora los capítulos irán actualizándose más rápido que antes (ya que tengo más tiempo y la cabeza despejada). Me ha sido un poquito difícil meterme en la cabeza de este Edward herido, creo que la mentalidad masculina me cuesta explicarla. Es difícil de cierta manera para ambos, pero creo que Edward se lleva un secreto demasiado pesado encima, ¿no lo creen? En fin, Bella tampoco lo está pasando bien. De cualquier modo espero sus comentarios, esos que siempre me elevan de alegría, ¡me encanta! Sus reviews son muy apreciados, sin embargo lamento no contestar siempre, pues a veces se me consume el tiempo, olvido o algunas chicas me escriben de manera anónima. Pero que sepan que las leo y que disfruto mucho al conocer sus opiniones acerca de lo que plasmo en este sitio. ¡GRACIAS A TODAS POR SU PACIENCIA! Besos y abrazos. PD: El próximo capítulo se viene en semana y media. ¡No desesperen! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar Possibility de Lykke Li, Lay Me Down de Sam Smith . Capítulo XLIII . Corro hasta el perchero y me pongo una cazadora larga. Estoy en pijama, pero no me importa. Me subo al coche de Alice, que está aparcado dos cuadras más allá. No creo que le importe que ocupe las llaves que me entregó por si tenía prisas. Manejo a toda velocidad por las calles de Forks, suplicando que Carlisle esté bien, que no le haya ocurrido nada malo. —Todo estará bien, todo estará bien —murmuro para mí misma. Aprieto fuertemente el acelerador en las aceras escasas de autos, dando giros rápidos y adentrándome en la calle que da a la casa de Carlisle. Me bajo tan rápido como imprudente, notando la actividad extraña en el coche que se prepara para partir raudamente.

—¡Hey! —exclamo, furiosa. La adrenalina ha disminuido abismalmente mi constante miedo. El coche se marchó de manera voraz. Observo la casa del Sr. Cullen, buscando alguna actividad inusual en algún rincón. Ahora el corazón me brinca en el pecho a causa de toda esta carrera. Por un momento creo que James me ha mentido y me ha tendido una trampa, haciéndome correr hasta aquí, pero no, pues veo humo saliendo de la ventana trasera de la casa. Corro rápidamente hacia adentro, implorando que el padre de Edward no esté en casa. La puerta está medio abierta y al entrar el aire escasea. El calor que emana se torna asfixiante, por lo que entiendo que el fuego apenas está comenzando. Debo apresurarme o de lo contrario el monóxido de carbono me ahogará. —¡Sr. Cullen! —grito. Comienzo a toser cuando el humo me atraviesa la garganta. Entro a la habitación de él y es ahí cuando comienzo a desesperarme. El fuego está arrasando con sus paredes y Carlisle está dormido… o desmayado. —¡Sr. Cullen! —vuelvo a llamarlo. Freno cuando una chispa me da contra la cara. Algo me dice que debo retroceder y pedir ayuda, o probablemente moriremos los dos. Pero ¿cuánto tiempo demorará la ayuda? No puedo esperar a que los vecinos o los bomberos lleguen porque Carlisle no podrá huir por cuenta propia y el monóxido de carbono lo matará. Retrocedo, hiperventilada, las llamas me calientan los pies y el aire ya deja de ser sano. Oh no. Vuelvo a aventurarme en medio de las tablas y corro para asegurarme de que está bien. Al menos respira, aunque muy pesadamente. —Sr. Cullen, despierte, por favor —gimo. Tengo el pijama hecho jirones y siento muchísimo calor en las piernas. Tiro de él pero pesa demasiado, es improbable que pueda levantarlo por mí misma. Choco de espaldas con un pecho grande y alguien exclama mi nombre de inmediato. —¡Sal de aquí, Bella! —grita Jasper, sosteniéndome de los hombros. Me pregunto cómo llegó aquí. Asiento, obediente, y me marcho hasta la salida, mientras decaigo poco a poco. Afuera el aire es grácil y sabroso, además está repleto de personas, entre ellas vecinos, la policía y bomberos. Gracias, Marianne, pienso. —¡Bella! —me llama mi padre desde un extremo. Él me sostiene de los hombros y se asegura de que estoy bien. Pero todo me da vueltas y la nariz me pica, como también la garganta. Las piernas me arden pero no duele. Me miro las manos y éstas están llenas de ceniza y humo.

El panorama no es alentador, la habitación de Carlisle se está consumiendo y recién ahora bomberos planea calmar el fuego. Jasper aún está adentro y bomberos junto a la policía están aventurándose para poder rescatar al padre de Edward. Los vecinos intentan rescatar algunas cosas y yo les pido a algunos que saquen las cosas del segundo piso, como también las fotografías y cuadros de Esme. Todos saben quién es, no hay necesidad de descripción. Charlie Swan me sostiene para que no decaiga, ya que he tenido un mareo fulminante que no se ha ido desde hace un minuto. Es tan largo que necesito vomitar. —¿Quieres que te traiga una silla? —me pregunta. Sus ojos se ven rojos gracias a las llamas que tenemos de paisaje. Niego ante su pregunta y me siento en el pasto, mientras observo cómo calman las llamas desde atrás. Que Carlisle esté bien, por favor, suplico, que no sea nada grave. El Sr. Cullen yace seminconsciente desde los brazos de Jasper y de un bombero. De inmediato lo trasladan a una camilla y yo me acerco para asegurarme de que está bien. Su cabello está lleno de cenizas y su rostro negro por el humo parece ocultar cierta tristeza impregnada en él. Su pierna está descubierta porque, al parecer, una llama logró su objetivo. Cuando lo planean mover hacia la ambulancia, Carlisle abre lentamente sus ojos y los fija en mí, como si supiera que estaba exactamente ahí. —Sr. Cullen —le digo, ilusionada por verlo vivo. Él hace algo que jamás imaginé que haría, no con tanta sinceridad: me toma la mano y me sonríe. No le tomo el peso al gesto hasta que lo mueven y lo internan en el vehículo, con Jasper, su sobrino, de acompañante. Mi padre pone una mano en mi hombro y yo repentinamente lo abrazo, aunada a un mar de emociones que no tienen fin. —Me ha sonreído —susurro. —Le has salvado la vida. Niego, taciturna. —Se la he desgraciado, como a la de su hijo. Todo esto es por mi culpa. —No, Bella, no digas eso. Las náuseas me quieren matar, aún siguen en la base de mi garganta. Pero son tan esporádicas… —Si no hubieras avisado a tu ama de llaves de lo ocurrido y ella hubiera llamado a Jacob, seguramente Carlisle habría muerto. Actuaste muy rápido, Bella, lo has hecho para salvarle la vida. —¿Qué pretenden? Es un hombre solitario, no le ha hecho daño a nadie. Mi padre frunce el ceño igual de ignorante que yo.

La casa ha quedado destrozada desde atrás pero al menos gran parte se ha salvado. Yo me encargo de guardar las cosas de Edward y de Esme, aunque de ella son solo fotografías, vestidos y joyas que el viudo Carlisle ha atesorado. En cambio las cosas de Edward son retratos, pinturas y juguetes, todo lo que él no pudo llevarse hasta su cabaña. Debo devolverlas para cuando él vuelva a Forks y venda todo como él me prometió en aquella carta. Charlie está extraño, un poco callado y serio, como nunca, al menos conmigo. Pienso que es por Carlisle y todo el enredo de su pasado, o el hecho de que la mafia se le está escapando de las manos. Papá me tiende un vaso de té mientras esperamos en la sala de hospital, expectantes ante la situación de Carlisle. Y debo reconocer que yo estoy muy nerviosa ante la posibilidad de que Edward aparezca, no sé por qué. Me llevo las manos al vientre ante una nueva llamada de angustia. Veo a Jasper y Alice tomados de la mano, trotando hacia nosotros con mirada preocupada. —Ay, cariño, me he enterado por Jasper —me dice Alice, dándome un abrazo. —Gracias a Dios llegué a tiempo. El rubio parece tan triste. Papá pone una mano en mi espalda y se sienta a mi lado, incitándome a que tome el té. Lo hago para calmar el frío y los mareos esporádicos. —Gracias, Jasper, por ayudarme —le digo. Él me sonríe. —Justo acabábamos de llegar a casa de tu madre para saber cómo estabas y Marianne nos lo comentó. No dudé en ir detrás de ti, temí lo peor —me confiesa. —¿Ella estaba ahí? —inquiero. Alice niega. —No regresó nunca, al menos cuando salimos ella aún no llegaba. Noto que un médico busca a alguien y yo se lo hago saber a Jasper. Él ansiosamente se acerca a él y comienzan a charlar, supongo que le ha explicado que es el único familiar directo de Carlisle aquí. Mientras, Charlie se disculpa con nosotras, afirmando que debe hacer una llamada a sus colegas, aunque yo sé que realmente le incomoda estar aquí, a metros de un Cullen. —¿Aún no hablas de esto con tu madre? —inquiere ella de repente. La miro sin comprender. —Charlie —espeta como si fuese obvio. Levanto mis cejas, captando su idea. Suspiro y miro de reojo a Jasper mientras habla con el médico. —Solo llegué recién, apenas he podido mantenerla actualizada con mi vida, ya sabes que la evité

durante la semana. Murmura con aprobación. —¿Cómo te sientes? —inquiere—. Sé que es muy desubicado preguntarte, menos ahora que el Sr. Cullen está detrás de estas paredes, pero necesito saberlo. —Me toma la mano y me la aprieta—. No quiero que sigas deprimida. Me muerdo el labio inferior, no sé qué decirle. —Debo recomponerme, pasará, lo sé —miento. Mi mejor amiga me mira reprobatoriamente pero finge creerme. Es lo que todos hacen, ¿no? —Puedo acompañarte estos días, al menos hasta que te sientas mejor. Apego mi cabeza a la suya, diciéndole en este simple gesto que siempre estaré mejor con su compañía, con quienes realmente me aman. Jasper se despide del médico y se acerca a nosotras con el semblante alegre. —Mi tío está estable —exclama, dejando escapar el aire que seguramente mantenía agolpado en sus pulmones—. Tuvo una quemadura superficial en la pierna izquierda y, bueno, una asfixia producto del monóxido de carbono, aunque gracias a Dios no le quemó las vías respiratorias. Inhalo de alivio y apego mi espalda al respaldo de la silla, sintiendo el consuelo de sus palabras. Válgame…, llegué a tiempo. —Eso quiere decir que no tiene peligro —profiere Alice envuelta en alegría. —Es lo más seguro. —Sonríe—. De todas maneras deben internarlo por unos días, asegurarse de que todo funciona correctamente con su cuerpo y, por supuesto, curar la quemadura para evitar infecciones, ya saben que es diabético y eso es muy peligroso. Cierro los ojos, aun sintiendo el alivio en mis venas. Pero, por otra parte, la idea de que yo esté indirectamente implicada en esa peligrosa mafia me hace preguntarme cómo enmendar esto, cómo evito que más gente salga perjudicada por mi culpa. Desde que pisé Forks probablemente estropeé la vida de muchos aquí, trayendo conmigo a mis enemigos por haber vuelto a amar. ¿Qué hay de malo en amar, Bella?, me pregunto de manera espontánea. No hay respuestas porque no hay nada de malo en ello, al menos no en ojos bondadosos. —Bella, no quiero que te sientas culpable por lo que ha ocurrido, ¿bien? Le has salvado la vida a mi tío y todos sabemos cómo ha sido contigo. —Solo pensé en su vida. Lo demás no tiene importancia —le comento. Miro a Alice y ésta sutilmente me sonríe. Sé que ninguno de los dos admitirá que es culpa mía, que yo adentré a gente inocente a una rencilla que no tiene fin. Pero, en mi defensa, debo decir que nunca prevé esto, que nunca quise ocasionar tanto en la vida de gente inocente, especialmente en el hombre que amo. Pensar en lo que he ocasionado a Edward me entristece y realmente me hace pensar en qué hubiese ocurrido si yo nunca hubiese correspondido a su amor, si solo quedásemos como amigos. —Oh, mamá —exclama Jasper, mirando al frente y saludando con su mano a la Sra. Whitlock.

Ella trota hacia nosotros con mirada preocupada y alarma, sujetando con fuerza su gran bolso de tela azul. —Vine en cuanto supe de Carlisle —nos cuenta, falta de aliento—. ¿Cómo estás tú, cariño? Supe que fuiste a por él. —Me toca la cara y el cabello. —Yo estoy bien —suspiro. —Mamá, tranquila, tío Carlisle está bien —afirma el rubio. La Sra. Whitlock suspira de alivio—. Fue una asfixia moderada. Se ha quemado, pero nada que lamentar. —¿Puedo verlo? —inquiere, llevándose una mano al pecho con angustia. Jasper aprieta los labios y mueve la cabeza en negativa. —Ya habrá tiempo para hablar con él, Sra. Whitlock —le dice Alice, invitándole a sentarse en la banca. La mujer asiente con evidente preocupación. . Han pasado dos horas y nadie nos ha dicho nada sobre Carlisle. Nuestro único contento es que él está estable y que su vida no peligra. Papá ha estado muy atento conmigo pero evidentemente más serio. No le he preguntado nada por miedo a ir demasiado lejos. —¿No quieres que te lleve a casa? —inquiere. —No, papá, estoy bien aquí. —Le sonrío. La Sra. Whitlock, Alice y Jasper están hablando en susurros y yo ya sé por qué: Edward. De seguro se preguntan dónde está, si vendrá a ver a su papá y cómo demonios nadie le ha dado un aviso claro. Me cuesta imaginarlo en Nueva York, con Tanya. Dios… ¿qué haces ahí, Tony? ¿Huir como yo lo hice? No cometas el mismo error. El médico encargado de Carlisle sale de uno de los pasillos, seguramente para darnos alguna novedad de su salud. Jasper es el primero en acercarse para platicar pero casi al instante él me llama para que me acerque. Y lo hago, aunque recelosa. —¿Srta. Swan? —inquiere el médico. —Sí, soy yo. —El Sr. Carlisle Cullen quiere verla. —¿A mí? —Fue lo que solicitó en cuanto despertó. El rubio me insta, palpando mi espalda. —La enfermera vendrá a buscarla para guiarla a la sala. Buenas tardes.

Cuando él se va mi madre viene hacia mí, caminando rápidamente y con evidente inquietud. De seguro Marianne le ha contado lo ocurrido. —Bella, por Dios, he manejado rápidamente hasta acá. ¿Cómo está él? Me quedo paralizada pues papá está atrás, observando todo. ¿Ella lo ha visto? No sé qué responderle, ni siquiera sé cómo actuar. Los ojos de mamá esperan mi respuesta pero lentamente va dándose cuenta de por qué estoy callada. Abre la boca sin decir nada, fijándose en quién está detrás. —Hola, Renée —la saluda Charlie, sosteniendo poco a poco la sílaba. Mi madre se ruboriza de manera notoria y sus ojos se van poniendo más y más brillantes, amenazando con un llanto. Pero no lo hará, sé que no. Me giro un poco para verlos a ambos y es papá quién más me sorprende, porque se ve tan tímido, tan triste y feliz de verla, es un completo antítesis. Luego de unos segundos de miradas, mamá me mira a mí como si estuviese pidiéndome explicaciones, y no la culpo, es probable que nunca imaginó que yo estuviese cerca de él, menos en una situación como esta. —Hola, Charlie —le contesta mi madre—. Es una sorpresa verte aquí. Mamá se esfuerza muchísimo en aparentar que no le importa, que lo ha dejado atrás, pero no es así. —Créeme que para mí también lo es. Estoy en medio y me siento horriblemente incómoda. Alice se concentra en hacerme gestos para que salga de ahí pero siento que, de hacerlo, podría ponerse aún más embarazoso. La voz de mi padre sale un poco cargada de irritabilidad, quizá por la preocupación que expresó ella por Carlisle. ¿Después de todos estos años… aún hay rencillas entre ambos? ¿Qué demonios sucedió realmente? La última vez que quise saberlo mi madre no quiso hablar, a pesar de que ella fue la única que me dio pistas de su diario. La enfermera me llama pues Carlisle me está esperando. Yo no tengo más remedio que ir hacia la sala. Lo último que veo es que se siguen observando como si temiesen perderse otra vez, para siempre. Es una imagen que me rompe el corazón en mil pedazos, pero también me hace recordar una frase que me llena ligeramente de esperanzas: el amor, a pesar de los años, nunca se acaba. Entro a la habitación de Carlisle con el corazón en la mano. Nunca me han gustado los hospitales. El aroma a asepsia me marea y el sonido de las máquinas me es insostenible. Él está acostado, con vendajes en la pierna izquierda y en el cuello. A su lado descansa una máquina de aire que lo conecta a sus vías aéreas desde la nariz y la boca con una mascarilla trasparente. Su mirada está fija en el techo pero cuando siente mi presencia él pone sus ojos en mí, como si estuviese esperándome con entusiasmo. Tengo mi cabeza revuelta y no sé qué hacer frente a él. Lo sucedido con mis padres me ha distraído muchísimo. El Sr. Cullen se quita la mascarilla con algo de dificultad así que yo le ayudo con cuidado. Sus ojos azules y profundos me recorren entera, no con lascivia o admiración, sino analizándome

como él sabe hacerlo. Ante mi inquietud y mi inseguridad, pienso que probablemente me atribuirá toda la culpa de lo ocurrido, lo que es cierto y no discuto, pero, en vez de eso, sus primeras palabras son un claro "siéntate". Su dedo me indica la silla que hay a su lado. Lo hago de inmediato, temerosa de hacerlo esperar con esa mascarilla fuera de las vías aéreas externas. —Debo confesar… —carraspea— que creí que no vendrías. Su voz suena gutural y muy cansada. Es indudable que el monóxido de carbono hizo estragos en la tráquea, pero no tanto para incapacitarlo. —No podía negarme, Sr. Cullen, necesitaba asegurarme que estaba bien —le comento con voz suave. Él sonríe como si comprendiera las cosas más importantes de su vida. Su reacción realmente me sorprende porque nunca me había sonreído de esa manera. —Fuiste tú quien dio aviso a la policía —asevera—, quien corrió entre el fuego para ayudarme sabiendo que eso era imposible. —Su barbilla tirita y la vez el pecho le suena cada vez que sube y baja al ritmo de la respiración—. Fuiste tú, la niña a la cual le hice la vida imposible. —Suspira y se muerde el labio inferior—. Las vueltas de la vida. Miro al suelo sin saber qué decirle o cómo comportarme. Es verdad que él me hizo la vida imposible, especialmente luego de ser novia de su hijo, pero ¿lo odio? Claro que no, nunca lo he odiado. Es solo un padre solo, herido y con cicatrices, como yo. Su único pecado fue arremeter contra mí, la hija de las personas que, probablemente, le hicieron daño. Sé que detrás de estos adultos hay una historia que debo conocer porque esto está cargando con mi vida. —Ay, Isabella, me has callado la boca —susurra, falto de aire—, me has dado la mejor de las lecciones. —No, Sr. Cullen, yo no lo he hecho. Carlisle vuelve a tomar mi mano, llamando mi atención. —Fui un viejo ciego, tan testarudo. ¿Cómo no me di cuenta antes de la bella persona que eres? —Sr. Cullen… —Perdóname, por favor. —Aprieta mi mano con más fuerza y yo también lo hago—. Perdóname por cómo me comporté contigo aquella vez en la cabaña, no debí tratarte de esa manera. Perdóname también por insultarte y creer que eras alguien tan diferente, porque no me cabe duda de lo que llevas en tu interior —insiste. —Claro que lo perdono, ¿quién soy yo para no hacerlo…? —Sin embargo… no puedo aceptarte, no puedo… verte. —Arruga la frente y sus ojos se tornan tan resentidos, pero también brillan, ahora con un sentimiento palpable que me impresiona, porque el Carlisle que conocí siempre fue tan opaco, tan estricto consigo mismo. ¿Qué ocasionó todo esto? ¿La muerte de Esme? ¿El que Edward sufriese diez años por mí? ¿Mi madre? Su expresión tan directa me eleva los vellos del cuerpo, tanto que percibo un escalofrío. —¿Qué le hice, Sr. Cullen? ¿Por qué me detesta tanto?

La intensidad de su llanto se vuelve insostenible para su sistema respiratorio, pero noto que le preocupa mucho más el sentimiento que alberga en su corazón. Le acerco un pañuelo de papel a las mejillas para limpiar sus lágrimas y él me observa hacerlo, lo que por supuesto me intimida. —No llore, le hará peor —le digo. —Tengo secretos que perturban, Isabella, detesto que seas bondadosa y que me hayas salvado la vida —confiesa—. Y me detesto aún más porque no soy capaz de dejar todo eso atrás. Hay heridas que demoran mucho en sanar y estoy repleto de ellas. ¿Qué no es capaz de dejar atrás? ¿Por qué esa lucha en su interior que no cesa? ¿Qué demonios le hice…? —Lo mejor que puedo hacer es perdonar todo eso, Sr. Cullen, no voy a atesorar su odio —le susurro—. El que usted esté con vida es razón suficiente para que se reconcilie con su hijo, ¿no cree?, todo lo demás… me tiene acostumbrada. Creo que mi acto más desinteresado es desear que ellos vuelvan a entablar una relación amena, no pido nada más. —Sé que no están juntos —confiesa con voz cálida, algo muy nuevo saliendo de sus labios. Asiento aunque, en realidad, quiero preguntarle si le comentó algo sobre mí, si le dijo que me extraña. Pero qué va, eso es muy difícil, sobre todo porque no debería y porque la relación entre el Sr. Cullen y yo está a un paso del desborde. —Vaya, habló con usted —afirmo sorprendida. Aprieto mis labios ante esa inminente angustia que me surge cada vez que me acuerdo de él. Ha pasado una semana desde que me dijo todas esas cosas pero para mí es como si hubiera sido muchísimos años. —Me llamó ayer —dice con sequedad. Me es imposible contestarle algo, si lo hago probablemente me eche a llorar pues en mi garganta se aloja un sollozo que se esfuerza por salir. Saber de él es extraño, porque durante esta semana estar separada de su lado revivió a mis más profundos temores: perderlo y no volver a verlo. Sé que está decepcionado de mí, que mi pasado le hizo dejar de quererme. —Sea lo que sea que haya ocurrido, de verdad lo siento —me dice Carlisle con sinceridad. Con seriedad asiento, muda y ligeramente nostálgica otra vez. Es imposible no saber de Edward y comenzar a recordar todo lo que pasamos. Es desconcertante que se haya ido de aquella manera, al menos para mí, porque yo aceptaría todos sus demonios ya que mi amor es imposible de esconder, cada día crece, lo que es injusto. Amar es condena, definitivamente. Dejo a Carlisle pues comienza a cansarse y necesita reposo, al menos sin hablar y sin emocionarse, algo que ya había hecho de manera suficiente conmigo. Me marcho de la habitación con una sensación muy rara, quizá por la sinceridad del hombre. Es difícil oír cada una de sus palabras, cómo luchaba con sus propios demonios. Pero no puedo pedir nada de él, no

quise salvarlo para que me aprobara. Sé que nunca va a aceptarme, que no verá con buenos ojos mis andares, y la razón de ello me perturba y es porque precisamente no la conozco. Afuera todos parecen callados, como si hubiese caído un manto de inquietud sobre ellos. Mamá está junto a Alice y a Jasper pero la Sra. Whitlock al parecer se ha ido seguramente para volver pronto. No veo a papá por ninguna parte, de seguro se marchó al instante, lo que no me sorprende en lo absoluto. —Hey —le digo a mamá. Ella se sobresalta al verme—, ¿algún problema? —La pregunta es tan estúpida, hasta Alice agranda los ojos como reprimenda. Sus ojos están cristalinos como si estuviera a punto de llorar. Con sus manos aprieta su bufanda, buscando con qué distraerse. Alice, a su vez, parece contenerla y Jasper también, palpándole la espalda. —¿Por qué no me lo habías dicho, Bella? —inquiere mamá con algo de decepción en su voz. Se me aprieta la garganta. —Mamá… No sé qué decirle sin sacar al aire tantos secretos, tantos que no me pertenecen pero me hieren y me involucran. Los demás se separan de ella y se despiden de mí con un cariñoso beso en la mejilla. Pero antes, Alice me susurra al oído: —Te llamaré, cariño. Asiento y, antes de que se marche, le entrego las llaves de su coche. Cuando estamos a solas el silencio entre nosotras me resulta ensordecedor, algo tan incómodo que nunca nos había ocurrido. —No es un buen lugar para hablar de esto, ¿sabes? Podríamos marcharnos y… —Llévame a casa —me interrumpe. Se encamina por los pasillos y yo la sigo en un intento por mantener su ritmo rápido hacia la salida. En el estacionamiento prosigue su andar, buscando su coche de segunda mano, una camioneta roja de varios años. —Manejaré yo, ¿bien? —digo. Mamá me entrega las llaves en las manos y se sienta rápidamente en el lado derecho del coche. La carretera está un tanto desierta y el tránsito muy ameno, no así con el ambiente, que aún puede cortarse con un cuchillo. Mamá mantiene la vista en frente y sus ojos están rojos ante las inmensas ganas de llanto, pero sé que lo reprime, queriendo verse tan fuerte delante de mí. Aparco frente a la casa de mamá y en el mismo instante ella se marcha del coche, dejándome unos segundos en silencio. Corro, otra vez intentando tomar ventaja de su incesante carrera. —¡Basta, mamá! —exclamo. Cierro la puerta detrás de mí, haciendo el mayor ruido que me es posible. Ella da un sobresalto y se gira con los ojos bañados en lágrimas—. Te estás comportando como una niña —le digo bajando la voz.

Su barbilla tirita y da pasos lentos hacia el sofá. Me siento a su lado y pongo una mano sobre las suyas, lo que le hace romper en un llanto que hace años no veía en su rostro. —Soy una niña cuando lo veo, Bella —me responde en voz baja. Cierro los ojos y la abrazo, necesito que se tranquilice, pero que también expulse toda esa tristeza que ha escondido estos años. —Lamento haberte gritado, de verdad. —Le acaricio el cabello mientras ella se aferra a mí. —Descuida —susurra. Ella suspira, cansada de llorar. Se queda mirándome, analizando quizá lo que acababa de ver hace un rato en el hospital. —Creí que nunca volvería a verlo —me confiesa—, pero fue una sorpresa encontrármelo ahí. Ni siquiera sé qué hacía… —Mamá, perdón por no haberte contado que él y yo… —aprieto sus manos—, bueno, volvimos a vernos, quizá, si lo hubieses sabido nada de esto habría sucedido. Ella mueve la cabeza en negativa y sonríe con pesar. —El impacto habría sido el mismo —admite—. Tantos años y yo aún… —Aprieta los labios con rabia. —¿Aún qué, mamá? Se dedica a mirar al techo mientras noto cómo sus lágrimas salen lentamente de sus ojos, bajando por sus mejillas y labios. —Aún lo amo —manifiesta. No me sorprende, es algo que brota de su mirar. La comprendo, también, ese dolor calcinante que no se va y esas ansias para que acabe ya. —No reprimas lo que sientes, mamá, ya no tienes que ocultármelo. Pasé tanto tiempo viéndote coartar aquellos sentimientos, ya no es justo para ti. —Creí que ya no existía esto en mi corazón, hija, pero, cuando lo vi, esto simplemente surgió otra vez, explotaron todos estos temores, la necesidad de volver a tocarlo... —Se calla abruptamente cuando comienza a sentir otra vez—. Quién mejor que tú sabe el dolor que nos llega de golpe al saber que no te ama. —Parte de esto es mi culpa, yo lo traje otra vez a tu vida, pero lo necesitaba, él me ha acompañado, ha luchado por volver a integrarse en mi vida. No sabes el placer que sentí al abrazarlo, al llamarlo 'papá' otra vez. Creí que lo odiaba, sin embargo aún lo quiero. Renée sonríe y sus ojos le brillan de emoción. Me quita unos mechones que me tapan parte de la cara mientras me recorre con su visual. —No sabes lo feliz que me hace saber que lo has perdonado y que se lleven tan bien otra vez, sería una madre muy egoísta si me molestase eso. Sigue siendo tu padre, sigue queriéndote tanto —enfatiza aquella palabra con los ojos cerrados—. Lo que siento es cuento aparte, Bella, no voy a interponerme en esto porque sé que estás feliz de tenerlo contigo.

Le doy un abrazo muy fuerte, transmutándole todas las fuerzas que me quedan. Estaré contigo siempre, mamá, siempre. —Trabaja para el FBI y estuvo todos estos años cuidándome. Sabe todo lo de la mafia y planea atraparlos —le cuento al separarnos—, quiere protegerme, mamá, realmente quiere alejarme de todas esas personas. Los ojos azules de mi madre vuelven a emitir un fulgor y su sonrisa se hace aún más sincera. —Ay, Charlie —suspira—, prometiste que nunca dejarías a tu hija, y lo hiciste. Yo los alejé —murmura—, pero no podía permitir que te acercaras a ella borracho. —Hiciste bien, mamá, él también está de acuerdo. Hoy es un nuevo día, lo que pasó ya no importa. Asiente con calma. —No te preocupes por mí, esto pasará, te lo prometo. Disfruta de tu padre, creo que ambos merecen esto. Me duele tanto que ella aún lleve esa carga en su corazón pero nada puedo hacer, menos aún si él no le ha contado su verdad. Lo único que pido es que sanen su corazón y que todo este daño acabe cicatrizando en sus almas porque ya ha sido suficiente dolor para ambos. ... Vladimir, el director de teatro de Seattle, me ha dado una llamada que me ha descolocado de manera absoluta. Le tengo cariño a aquel momento pues fue la primera vez desde hace días que me he emocionado. Pero fue una emoción de verdad, algo que nunca creí que pasaría; Vladimir me quiere en sus proyectos, realmente ve potencial en mí. ¡Quiere que esté en el teatro! Aquel improvisado monólogo que efectué frente a todos esos actores le encantó, admirando mi pasión y mi locuaz forma de expresarme. Nunca, en todas mis audiciones, me habían hecho un cumplido. Siempre que James me llevaba a aquellas audiciones aseguraba que, aparte de actuar, debía hacer otros 'trabajitos'. Ante mi desesperación por salir del burdel intenté hacerlo pero acababa llorando, desnuda sobre los escritorios de esos viejos de mierda. Por supuesto que ellos no intentaban hacer nada conmigo, alegando que era una puta muy sentimental. Fueron tantos intentos, tantos 'amigos' de James, tantos fracasos y desnudos que me hacían llorar, que acabé perdiendo mis ilusiones, asumiendo que el teatro, mi gran sueño, jamás sería para mí. Y hoy me quieren, al fin, sin peticiones indecorosas, solo admirando mi improvisado monólogo. No quiero pensar que es por mi fama porque, la verdad, es difícil darles chance a actores que están siempre frente a una cámara, dispuestos a repetir una y otra vez un guion hasta acabar perfecto. Aquella felicidad momentánea me proveyó las fuerzas necesarias para subirme al coche y manejar hacia la cabaña, acción que evadí durante días por miedo a sentirme peor. Ya no puedo negar que le he dado vueltas a aquella carta; se ha convertido en mi pesadilla. El característico bosque de Forks tiene otra perspectiva ahora para mí, probablemente más siniestra, más nostálgico incluso. Por el espejo retrovisor reviso las cajas que están en el asiento trasero del coche de mi madre, el que gentilmente me prestó. Aquellas cajas aguardan con todas las cosas de Carlisle y Edward que pudieron rescatar del incendio, creo que es momento de

devolvérselas, él sabrá qué hacer con ellas. Como ha llovido hace poco, la tierra se ha convertido en lodo. Me extraña ver huellas de un coche porque, por lo general, aquí no pasa prácticamente nadie. De seguro debe ser un guardabosque cercano de La Push. Estaciono frente al lago para poder observarlo de cerca. Fuera del coche la brisa es fuerte, enreda mis cabellos, aunando una tormenta sobre mi cara. Respiro el aire limpio de la vegetación, el aroma a moho, humedad y madera. —Mi hogar —dejo escapar de mi boca. Pienso en la lluvia que ha caído desde el cielo, en cómo se desataba agónicamente, en llantos. Pertenezco a este lugar húmedo, le debo el nido al llanto, porque todos somos de donde lloramos. Sin embargo, quiero arrancar a sus brazos, no despegarme de aquel calor que me envuelve de manera voraz, como si todo estuviese bien en el mundo, como si no existiesen peligros. Nosotros siempre querremos internarnos en donde reímos. La laguna está calma, nada ha cambiado. El sauce sigue en su sitio, moviendo las hojas en vaivenes impolutos, dignos de un bailarín. Detrás de mí se encuentra la cabaña, con aquella fachada de ensueño. Doy una bocanada de aire y me adentro en el antejardín. Veo las rosas florecidas y el estupendo trabajo de Edward en el jardín. Se ve tan lindo todo, en especial con los adornillos de madera que le puso antes de marcharnos a L.A. Saco la llave de mi bolso y abro la puerta. Lo primero que siento es ese notable aroma a pintura y a barniz, lo que me enloquece, pero también hay una cuota de él, su olor tan propio y característico que siempre adoré. —Edward —susurro, como si fuese a aparecer. En la cabaña no se oye nada, estoy completamente sola. Deposito la caja en el suelo y voy a buscar las otras dos. Al acabar mi trabajo debo sentarme en el sofá porque me he cansado, lo que me extraña. Tampoco es que haya hecho mucho esfuerzo. Acaricio la tela del asiento mientras observo cada recoveco de la sala, nostálgica y llena de recuerdos. Se me escapa un quejido al recordar cómo me hizo el amor, frente a esa chimenea preciosa que amábamos tener frente. Me quito los mocasines y deposito mis pies descalzos sobre la alfombra, sumergida en mil caricias. Me embarga un pánico espontáneo al recordarme que no volveré a pisar este lugar, que la venderá y permitirá que otras personas vivan aquí, armando un hogar que era nuestro. Por esa razón quiero grabar cada rincón de él para no volver a olvidarla, para rememorar los detalles y nuestro pasado. Toco las paredes del pasillo hasta finalizar frente a la que era nuestra habitación. Jadeo, asfixiada de emociones en la base de mi garganta. Puedo sentir su presencia en el lugar, puedo olerlo, puedo tocarlo, puedo imaginar la sensación de sus besos en esas sábanas y edredones que nos cubrían, listos para comenzar un nuevo día. —¿Es arriesgado seguir pensando en volver a abrazarte, cariño? En mi mesita de noche encuentro aquella cajita musical que me regaló para mi cumpleaños, una

representación de aquella pérgola en donde nos dimos nuestro primer beso. Aprieto los labios y me quiebro inminentemente. La que fue nuestra cama conserva un desorden que me confunde, como si alguien hubiese estado antes aquí. Miro hacia los rincones, buscándolo, pero no lo encuentro nunca ha estado aquí. Tomo la cajita entre mis dedos y muevo la palanca, poniéndose pronto a sonar su bella melodía. Un gemido escapa de mi boca y yo rompo en un llanto despavorido. Me siento en la cama y con la voz entrecortada me pongo a tararear la nana, acariciando también la pareja que baila bajo la pérgola. Acabo recostándome, fatigada y adolorida. Aprieto fuertemente la caja musical contra mi pecho, imaginando sus manos tallando su regalo. Unos dedos recorren mi mejilla como si estuviesen dibujando sobre mi piel. Me estremezco y sonrío con los ojos cerrados. —Despierta, cariño —me susurra al oído. Escuchar su voz de aquella manera tan dulce me estremece y me amenaza en llanto otra vez. Sus labios me recorren con suavidad, buscando los míos. —Creí que no volverías a hablarme de esa manera —le comento con los ojos bañados en lágrimas. Abro mis ojos y lo encuentro contemplándome como siempre, adueñándose de mi corazón. Llevo mis dedos a su mejilla y lo toco, asegurándome de que está conmigo. Edward suspira y besa mi mano. —Nunca dejaré de hacerlo —me contesta. Lo beso y es volver a encontrarme con aquel tumulto de exquisitas sensaciones, haciéndome sentir una humana destrozada y viva, pero inmensamente feliz de poder conectarme con el hombre que amo. Una sensación muy extraña se apodera de mi pecho por lo que no quiero soltarlo, no quiero que deje de tocarme. —Ven, tenemos que ir a por la bebé —me dice, tomando mi mano. ¿Qué? —Se hace tarde, cariño, vamos a verla —insiste. Tira de mi mano y me conduce por un pasillo que nunca había visto, al final hay una luz brillante que me impide ver con claridad. Mientras caminamos voy acariciando sus dedos entrelazados con los míos, adueñándome de la textura de su piel y memorizando cada centímetro de él. Edward, por su parte, me da pequeños besitos en la cabeza. Al llegar a aquel espacio luminoso tengo que taparme los ojos porque el brillo es imposible de sostener con la mirada. Cuando me acostumbro a la intensidad veo un campo lleno de lavanda, manzanilla y lilas, el aroma es intenso y muy dulce. El sol está justo sobre mi cabeza pero no quema, simplemente está ahí, iluminando. Escucho que alguien me llama pero sé que no es un grito, es como si viniera de mi corazón o de mí misma.

Edward me regala una última sonrisa antes de correr a campo abierto. Me decido a seguirlo, aterrorizarla de no verlo más, pero paro ante la imagen que tengo frente a mí. Mi cobrizo se agacha y abre los brazos, recibiendo a una personita muy pequeña y elevándola por los aires. Ambos se ríen e inician una conexión tan única que me hace llorar, pero de una felicidad que nunca en mi vida había sentido, como si todo estuviese bien, como si ya nada nos persiguiese y quisiese arrebatarnos la felicidad. Aquella personita me mira y sonríe, enseñándome unos cuantos dientecitos blancos. Edward estira su brazo derecho, invitándome a unirme a ellos. Yo corro, dispuesta a no dejarlos ir porque sé que son lo que más amo en mi vida. Abro mis ojos de golpe, encontrándome con la habitación de la cabaña. No hay prado, no está Edward, no está aquella personita llenita que rebosaba pureza, esperando a que la achuche y la proteja con mis caricias. No están, se han ido. Era un sueño. Me recargo un poco en la cama y miro a mi alrededor, todo está vacío, solitario. Me limpio las mejillas con el dorso de mi mano y vuelvo a recordar que tengo la cajita entre mis manos. Debí quedarme dormida luego de mi llanto, acostada en la cama. —Era… tan real —mascullo. Mis manos están temblando y mi corazón late de manera frenética. Me llevo una mano al pecho, angustiada, recordando aquel sueño tan vívido. —Me sentí tan feliz. Nunca había experimentado esa sensación, tanto alivio, tanta felicidad. Sacudo ligeramente mi cabeza, buscando olvidar. Necesito hacerlo o de lo contrario me hundiré más. Me llevo la cajita musical y la junto con las cajas que Edward guardó para mí con mis cosas. Ninguno de ellas es demasiado importante, salvo la que guarda mis premios. Junto mi ropa y la apilo, palpando en los bolsillos por si hay algo de valor. En el único bolsillo de mi vestido favorito me encuentro con el dibujo que me dio Edward al momento de marcharme de Forks, hace once años. Está todo marchito pero sigo encontrándolo con lindo. Lo guardo de inmediato en mi bolso, no quiero volver separarme de aquel trozo de papel. Voy llevando mis cosas de a poco al auto porque me canso más rápido que de costumbre. Doy un total de 10 viajes para poder ordenar las cajas en mi coche y apilar ordenadamente mi ropa. Me quito el sudor de la frente y me recargo en la pared que da al pasillo principal, regañándome por no haber aceptado la ayuda de mi padre cuando me la propuso. Desde mi posición veo la puerta del estudio medio abierta y el aroma a pintura ya no está como solía manifestarse cuando él estaba acá. Me había propuesto no recordar el espacio sagrado de Edward porque, de verdad, me hace pésimo. No obstante, aquella parte de mí tan masoquista me insta a caminar y acercarme, solo para ver por última vez sus pinturas y, quizá, recordar cómo amaba pintarme. Cruzo el umbral de la puerta medio abierta y, con la boca abierta, entro, mirando el espacio vacío y carente de colores. Ninguna pintura se encuentra aquí, nada de su arte, ni siquiera los pinceles, nada. Alguien se ha llevado todo. ¿Pudo ser James? No me extrañaría que alguien de su calaña haya querido robarlas para perjudicar a Edward, bien sé que muchas de ellas eran parte de sus

proyectos a futuro. O quizá simplemente fue Jasper por petición del cobrizo, aunque, pensándolo bien, es algo difícil de creer, Edward no ha dado señales de vida, como si no existiera. Será como si nunca hubiera existido, recuerdo sus palabras a la perfección. Doy una vuelta sobre mi eje y me marcho, atolondrada e hiperventilada. Le doy un último adiós a la cabaña, atesorando mi corazón de recuerdos. A la distancia grabo una última imagen en mi cabeza y con ello también sepulto mis ilusiones, aquellas en donde solo vivía él y sus promesas. —Espero que las personas que vivan aquí sepan cuidar de tu cabaña como lo hicimos nosotros —le digo a un Edward imaginario, como si estuviese escuchándome. Me subo al coche y enciendo el motor. Poso mis ojos en la laguna y el recuerdo de nuestra primera vez da brincos en mi cráneo. Pero sé que con el tiempo todo acabará siendo un lindo recuerdo. Edward POV Limpio el pincel con cuidado y evito acercarme al aguarrás para no acrecentar mi dolor de cabeza. Se me ha hecho inaguantable por estos días, como una migraña crónica. Sin mirar el retrato lo alejo hasta una esquina para que seque, algo que demora bastante. Siento una mano en mi espalda que me acaricia sutilmente. Me giro y frente a mí se para Tanya, sosteniendo una taza con algo humeante. —¿Qué es eso? —le pregunto. Me lo tiende. —Wilg —me dice animada. Lo agarro con mis dedos y lo huelo. La miro extrañado; no sé qué es. Tanya rueda los ojos—. Sauce —dice—, en Holanda se usa bastante. Es increíble que recordar ese árbol frondoso y triste inmediatamente venga Bella a mi cabeza. —Huele bien —le digo—. Gracias. —Es excelente para ese dolor de cabeza —me cuenta con aires preocupados. Me llevo la taza a los labios y bebo la infusión. Tanya, por su parte, se mueve por la sala de mi suite de hotel con confianza, viendo todos los cuadros que he hecho. —Vaya que has trabajado —murmura con nerviosismo. Frunzo los labios y me pongo los dedos en el puente de mi nariz, sofocado en cansancio. —Me distraigo más fácil —comento. —Vaya manera de distraerte, ¿no? Me recrimina con la mirada pero yo no le hago caso. —Cuando propusiste el hiperrealismo imaginé que iba a ser algo así, ¿sabes? —me dice, señalando con su pulgar los cuadros que he estado terminando. Me compré una polaroid sabiendo mi cometido: el hiperrealismo, una tendencia relativamente nueva que lograba alcanzar el máximo detalle. Siempre supe que el objeto de mi nueva técnica

sería ella, Bella, por eso le saqué tantas fotografías como me fue posible, porque necesitaba atrapar con rigurosidad cada centímetro de ella. Me propuse cada día atrapar cada expresión suya cuando le decía que la amaba o que era hermosa; claro que dio resultado. Además fotografié su cuerpo, sus movimientos y su rutina, esperando hacer una exposición de ella, una demostración de cuánto me inspira. Hoy planeo seguir con mis planes a pesar de que ella y yo no estamos juntos, porque, claro, sigue siendo el único objeto de inspiración para mí, sigo amándola igual o más que la última vez que besé su frente. Desde aquel día no puedo dormir, su expresión me da vueltas de manera irresoluta. A veces quiero escapar de Nueva York, tomar un avión hacia Forks y buscarla, pedirle perdón y, sobre todo, asegurarme de que nunca me separaré de ella. Claro que no puedo hacerlo, todos los días me depositan cartas de parte de aquella mafia de mierda, asegurándose de que esté haciendo lo correcto. Estoy tentado en hablar con la policía, comentar lo que está ocurriendo y decir que Bella está en manos de Louis Harrington, pero me embarga un terror tan paralizante de imaginar que ella puede verse sometida al mismo martirio de aquel día, cuando el francotirador 'erró' de manera manipulada aquel tiro. Es tanto mi miedo que no soy capaz de comentárselo a alguien por miedo a que se masifique y llegue a oídos de personas equivocadas. Y la verdad es que no soy capaz de seguir sosteniendo este secreto por tanto tiempo. —¿Así cómo? —inquiero con el ceño fruncido. Ella se encoge de hombros y camina de cuadro en cuadro. —Con ella. —Me sonríe—. Las musas hacen eso, son la clave del éxito. Sé a lo que se refiere. Le parece soez que utilice la imagen de la mujer que amo para hacer una presentación en la galería de arte más famosa de Nueva York y de Estados Unidos. A Mr. Van Houten no le pareció mala idea, al contrario, le encantó, pero a ella no, aunque no me lo dijo directamente. Sé que le es inenarrable que la imagen de mis cuadros sea una mujer famosa, para ella es una promoción y una atracción inverosímil y que desvía completamente el centro de atención, que es mi técnica, la vanguardia y la expresión de lo que represento. No me importa, claro, pero sé que no intentará ocultar que, para ella, esto no es correcto porque, la verdad, creo que nunca se han caído bien. —Van Houten aprobó la exposición —insisto—. Además estaré en el Museo de Artes de Nueva York, un gran logro —murmuro sin la más mínima expresión de entusiasmo. Tanya resopla y se acerca a mí. Me quita la taza de sauce y la deposita sobre la mesita más cercana. —Deberías brincar de alegría, eres tan talentoso que los directivos quedaron encantados. Te pagaron la mitad ya… —Lo que es muchísimo dinero. Y no exagero. Nunca había visto tamaña cantidad de ceros en un cheque. A este paso realmente me había convertido en un exitoso hombre, a pasos de concretar lo que fue una vida de carpintería. Pero extraño trabajar en ello, ser alguien… normal. —Edward, vamos, es una gran oportunidad, los críticos ya han dicho que eres un prodigio y que podrías lograr posicionar tu nombre a grandes escalas. ¡París, Londres… Milán…!

Pero no puedo alegrarme de la manera que quiere porque no tengo a quienes amo junto a mí, no están aquí las personas que más me apoyaron y me inculcaron las ganas de seguir con esto. Alice, Jasper, papá…, Bella. Habría estado tan feliz de verme en aquel lugar, avergonzada de verse pintada por todas partes y, probablemente, estaría preocupada de cómo me siento rodeado de tantas personas. Sonrío de manera natural por primera vez desde hace unos días, ese efecto que me provoca ella al recordar o imaginar sus expresiones tan divertidas y dulces. —Pero no solo tendré hiperrealismo y realismo de mi musa —le digo para cambiar de tema—. Hice otros exclusivamente para demostrar mi técnica y la expresión de colores. —Tus trabajos ya están avaluados en una fortuna. Mucha gente rica buscará comprar tus pinturas, el tasador ya designó los valores y, la verdad, es muchísimo dinero. Hago un mohín para ocultar el horror que me producen algunos de sus comentarios. No me importa el dinero, simplemente me importa pintar. —Y pensar que Van Gogh logró vender solo uno estando vivo —murmuro. En mi suite tengo una ventana que cubre toda la pared principal, la vista es preciosa y llena de luces. Me paro frente a ella y me dedico a observar el montón de edificios, lo característico de ese Manhattan bohemio y lleno de vida. —Me cuesta celebrar cosas que no siento, ¿sabes? Sus tacones chocan con el suelo. —¿A qué le temes? —me pregunta. Encojo mis hombros. —A tantas cosas —mascullo—, a tanta maldad. —¿Por qué la dejaste ir si aún la quieres? Frunzo los labios. Me giro para enfrentar su pregunta. —Le tengo cariño pero lo nuestro ha muerto —miento—. Es mi inspiración, una musa que no se deja ir. Ya no la quiero —insisto en mi falacia. Tanya suspira profundamente. Acorta la distancia entre los dos y pone sus manos en mi pecho. Su perfume caro me embadurna y el color celeste de sus profundos ojos invita a perderse. —Ya no la amas —manifiesta con los ojos entrecerrados. —Ella ya lo sabe. Tanya lleva un escote llamativo y al acercarse éste se acentúa. Trago saliva. —Vaya. Entonces, ¿por qué no disfrutas? ¿Por qué simplemente… amargarte aquí? Habiendo tanto por hacer. Sus manos suben por mi cuerpo, haciendo una breve parada en la parte trasera de mi cuello. Prosigue hasta mi rostro, acariciando la barba que está pronta a salir. Sus ojos están brillantes y más claros que de costumbre. El calor de su cuerpo se hace ligeramente compensador, mi frío interior se ve mermado de manera muy pequeña, pues esta sigue ahí, agolpada en mi pecho. Siento su respiración cada vez más cerca, su aroma, su presencia. Acaba besándome a un ritmo

lento, temiendo mi reacción. La textura de sus labios es tan diferente, tan ajena, como si los míos perteneciesen a otra persona. Pienso en Bella de manera rápida, como si ella estuviese siempre en mi cabeza. Recuerdo sus besos como un sueño, semejante a la estadía voluntaria en los aposentos de un ángel dispuesto a ofrecerte los placeres más dignos del cielo. También recuerdo su sabor, sus caricias y su aroma, aquel que amaba respirar en la mañana. Ah, Bella, te amo. ¿Qué estoy haciendo? Nuestro beso se vuelve voraz y con ello aumento mi rabia. No puedo, no puedo hacer esto. Nunca había sentido algo semejante, algo tan ruin en mi mente y corazón. ¿Culpa?, sí, ese sentimiento tan difícil de encontrar estos días. Culpa… traición. —No. La evito, alejándome. Me tomo la cabeza entre mis dedos y me pregunto una y otra vez cómo quitar este sentimiento de culpa de mi pecho. La dejé, ¿no? Somos… nada. No puedo quitarme a Bella de la mente. —Tu cuerpo no miente, Edward, la sigues amando de la misma manera. Se ve triste o decepcionada. Voy a decirle algo pero el teléfono de la suite comienza a sonar. —Diga. —¡Edward! —exclama Charlie al teléfono—. Al fin te encuentro, chico. —¿Sr. Swan? ¿Qué hace llamando aquí? —Necesitaba dar contigo por un asunto muy importante. —Suena preocupado. Mi corazón comienza a latir en modo frenético. —¿Es… ella? —Oh no, está bien. —Entonces… Oh no. Oh, demonios. —Es tu padre —responde al fin—. Alguien le ha encendido fuego a la casa con él dentro. Tienes que venir a verlo, chico. Corto, sintiendo la rabia en mis venas. Se han atrevido a tocar a papá… De todas las personas que intenté proteger… justo a papá. Con las manos temblorosas voy por mi chaqueta y mis documentos, incluyendo mi chequera. Entre simples palabras le explico a Tanya y luego me marcho para ir al aeropuerto, decidido a visitar Forks. Buenas noches. Cumplo con otro capítulo de mi fanfic, esperando que sea de su agrado (no lo creo jaja). En definitiva es un capítulo corto, lleno de recuerdos y sentimientos, sobre todo de Carlisle. Es imprescindible dejar el capítulo ahí, creo que luego se darán cuenta por qué lo hice.

En fin, chicas, gracias por seguir leyendo esto que ya va acabando, pero les aseguro que vendrán más historias y, obvio, les pondré un adelanto lo más pronto posible. Gracias por leer y muchas gracias por sus fieles review que tanto me alegran, de verdad, me encanta leerlas a pesar de que no a todas alcanzo a contestarles, menos aún a las que son anónimas. Pero da igual, muchos besos y abrazos y no se enojen porque la historia va así u_u Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar I Know You Care de Ellie Goulding, The Blackest Day de Lana del Rey, Love or Leave Me de Billie Holiday . Capítulo XLIV . Edward POV El cielo que cubre Forks está nublado y el clima es helado. Siento que estoy en mi hogar otra vez. Las calles vacías, despejadas y gente que me saluda solo porque les arreglé algún mueble o se los vendí. Sonrío abiertamente. Una gota de lluvia cae en mi nariz y yo instintivamente miro hacia el cielo, maravillado por este clima que odié durante tantos años. Quisiera bailar y chapotear como en Cantando Bajo la Lluvia, pero sé que debo enfrentar la realidad de mi padre, de la cual creo ser parte. ¿Cómo pudo írseme de las manos la seguridad de mi propio padre? ¿O pequé de ingenuo al creer que no iban a hacerle daño? ¿Es un mensaje contra mí, diciendo que me tienen entre sus manos y, con eso, la vida de las personas que amo? Cruzo la calzada para introducirme en el hospital, esperando que nadie conocido me vea, al menos no aquellos que no pueden verme. Papá está en hospitalización, una sala muy grande que tiene áreas restringidas y habitaciones por doquier. La única persona que conozco está sentada en una de las bancas con un libro de Nietzsche en las manos, concentrado en la lectura. Me da un alivio tan grande que corro hasta él para abrazarlo. Sé que lo tomo desprevenido pero Jasper no se demora mucho en abrazarme de manera aún más fuerte. —¿Cómo está? —le pregunto con la voz quebrada. Tengo los ojos bañados en lágrimas y una mezcla agridulce en mi boca. Volver a Forks y ver a mi primo es como encontrarme nuevamente con quien soy yo en realidad, pero sé que no puedo quedarme, sé que esto está mal porque la mafia no me quiere cerca de nadie.

—Tranquilo, viejo, tu padre está bien —me dice, poniendo una mano a un lado de mi rostro. Me limpio las lágrimas con el dorso de mi antebrazo y me siento a su lado. —¿Estás solo? —inquiero con preocupación. Él sonrío con tranquilidad y asiente. —He ido a dejar a mi madre y a Alice a un restaurante de por aquí; no habían comido. Asiento. —¿Cómo sucedió? Suspira y deposita el libro en el asiento contiguo a él. —Le han encendido fuego a la casa mientras dormía. Sabes que tiene el sueño pesado, no iba a darse cuenta de ello. —Se encoge de hombros—. No hacía falta pensar mucho en el culpable de ello, aunque James llamó a Bella para contarle con total malicia lo que planeaba hacerle a tu padre. Escuchar su nombre me eriza los vellos del cuerpo. —¿La llamaron? —exclamo, preso del pánico—. ¿Por qué a ella, Jasper? —No lo sé —susurra—, pero lo que sí sé es que no dudó en correr hacia la casa de mi tío. —¡Eso es muy peligroso! —exclamo—, ¡pudieron hacerle daño a ella también…! No me digas que ella también resultó… —No, primo, tranquilo. —Pone una mano en mi hombro y me sonríe de manera triste, incluso asustada—. Bella fue valiente, no lo pensó ni un segundo, corrió hasta la casa, vio las llamas y entró sin dudar a salvar a tu padre. —Es demasiado para ella —mascullo. —Lo era. Pero Bella fue astuta y le pidió a Marianne que nos llamara y con eso a la policía. Alcancé a llegar y enviarla afuera, con su padre, yo me encargué de mi tío y lo saqué junto a bomberos. Mis ojos escuecen y mi barbilla tirita, preso incluso de una desesperación que debo ocultar. —Papá fue muy injusto con ella, ¿sabes? —Lo sé. —Pero le salvó la vida. —Bella no habría permitido quedarse de brazos cruzados, sabes que no va en ella. ¿Quién más que tú la conoce tan bien? Claro que la conozco, como a la palma de mi mano, sé que se va a sentir culpable, creerá que esto es por ella, por su vínculo con James. Pero no es así, claro que no, es por mí, porque quieren hacerme entender que yo no tengo poder alguno con quienes me rodean y que tanto la vida de Bella como la de mi padre les pertenece. —Edward —me llama—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro. —¿Ocurre algo? —inquiere. —No, ¿por qué lo dices? —Frunzo el ceño. Eleva las cejas y suspira con profundidad. —No lo sé, Edward, aún siento que la quieres, ¿sabes? ¿Por qué te haces esto? —No podemos estar juntos, ya no —le respondo tajante—, ella lo sabe muy bien. Me levanto de la silla y camino hasta las habitaciones, tengo que ver a mi padre para irme pronto de aquí. Jasper me mira desde su posición, dolido, receloso y decepcionado. —Habitación 25. Asiento. La habitación de papá es la más alejada y pequeña porque es una solo para él. Hay una enfermera que está revisando sus conexiones y signos vitales. Cuando me ve, sonríe, y me invita a pasar. Papá se ve fatal, descompuesto, cansado y más viejo. Duerme plácidamente, ya sin peligro de vida. Y pensar que pudo ahogarse con el monóxido de carbono, pienso. Me siento preso de la rabia y de la desesperación, nuevamente. Me siento de brazos cruzados. —¿Despertará? —le pregunto a la enfermera. —Debería hacerlo pronto —contesta. Ella me indica la silla que hay a un lado de la camilla y luego se dedica a rellenar papeles, marcando reflexivamente en algunas casillas. —¿Es usted familiar del Sr. Cullen? —Sí. Soy su hijo. —Parece ser que su padre tiene a mucha gente preocupada por él —me dice animosamente. —¿Cree usted? —Le sonrío. —¿Por qué lo duda? Me encojo de hombros. —Últimamente gustaba de alejarse de las personas, se estaba convirtiendo en un ermitaño. La mujer enancha su sonrisa y le da una ojeada a mi papá. —Sí, tiene un carácter un poco difícil —se ríe. Pone la ficha nuevamente en su sitio y revisa las heridas de papá—, al menos con su hija es un poco gruñón, aunque ella tiene muchísima paciencia. —Disculpe, yo soy su único hijo. Eleva las cejas y frunce los labios.

—Oh, supuse que era su hija porque es ella quien viene a asegurarse de cómo sigue el Sr. Cullen cada tanto junto al chico rubio, el sobrino, además de costear la estadía aquí. Me parece haberla visto en alguna parte —advierte con la mirada escrutada, luego se encoge de hombros—. Debe ser porque Forks es un lugar tan pequeño. La parlanchina enfermera se marcha dejándome junto a mi padre, quien sigue durmiendo con todos esos aparatos midiendo sus signos vitales. Así que Bella está costeando a papá. Siento un estremecimiento en mis entrañas de solo saber que ella estuvo aquí y que, por supuesto, siempre lo está. No me cabe duda que, según lo planteado por la enfermera, aún sigue siendo tan desagradable con ella. Y, ciertamente, me siento una mierda al permitir que mi ex novia gaste por mi padre. Un recuerdo rápido de mamá me llega de frentón, como si me estuviese llamando. Sé que debí cuidar de él una vez que ella partió pero… ha cambiado tanto. El rencor lo ha consumido y la depresión también. Antes de que Bella regresara él aún insistía en ser como siempre, preocupado por su fábrica y asumiendo que mamá había muerto. Una vez que Bella y yo nos vimos otra vez, papá se amargó tanto que ya no lo reconocí. A veces quiero que mi madre esté aquí, que me ayude porque me es imposible seguir con esto solo. Carlisle pestañea con pesadez y me llama, aunque parece más un sueño vívido que la realidad para él. —Aquí estoy, papá —lo saludo en voz baja. —Edward. —Mueve su cabeza hacia mi dirección y se asegura de que soy real—. Estás aquí. —Y pensar que hablamos por teléfono hace unas dos semanas —murmuro—. Me han avisado muy tarde. —Da igual, hijo, ya estás aquí. Su voz está gutural, probablemente por la inhalación del humo. —No podía dejarte aquí, papá, necesitaba verte con mis propios ojos. Me sonríe y me palpa débilmente el hombro. —Pero tengo que partir lo más pronto posible. —Lo sé —susurra—. Me lo imaginaba. —Quisiera no hacerlo, ¿sabes? Poder quedarme contigo aquí y asegurarme de que nadie más te hará daño. Mira hacia otro lado con los ojos llenos de lágrimas. Aquel gesto humano me hace enfurecer conmigo mismo y con los impedimentos que me hacen permanecer alejado de todos a quienes amo. —Pude haber muerto, eso es cierto, pero no volverá a pasar nada malo, ya lo verás. —En cuanto supe volé hasta acá, papá, imaginando mil cosas sobre ti. Necesito que me prometas que no volverás a estar solo, por favor, no puedo dejarte aquí y saber que estas personas puedan hacerte daño. —Mi voz se va haciendo cada vez más alta hasta el punto de la

desesperación—. No puedo permitir perderte como perdí a mamá. Limpio la lágrima que ha caído por mi rostro con el dorso de mi mano. Papá tiene las cejas arqueadas y un pesar notorio en el gesto. —No te abandonaré, Edward, te lo prometo. Las manos me tiemblan de furia, ellos prometieron que nadie saldría herido. Han roto la promesa. Me despido de papá luego de un rato, prometiéndole que mañana, antes de irme nuevamente a Nueva York, volveré para despedirme. Es notorio su cambio de humor luego de verme, hasta tiene mejor color. A la salida me espera Jasper con la mirada un poco ansiosa. En cuanto me ve se acerca y pone ambas manos en mis hombros. —Alice vino hacia acá pero se ha vuelto a ir para dejar a mi madre a su casa. No tardará mucho. Deberías irte pronto de aquí pues, si te ve, probablemente no demore mucho en decirle a Bella… No creo que quieras eso, ¿no? Evito confesarle que he rebanado mis sesos para quitarme los impulsos estúpidos de la cabeza, esos que a toda costa incitan a que vaya a buscarla como el despiadado ser humano que soy, egoísta y ante la ineludible necesidad de tocarla y besarla otra vez. —Mañana volveré a decirle adiós —comento—, necesito que nadie más… —No estarán por aquí, lo prometo. Mi primo palpa mi hombro y con gesto agrio se despide de mí. Para mí tampoco es fácil hacerlo, claro que no. Recorro las calles de Forks con las manos en los bolsillos, balbuceando o tarareando algunas melodías que se me vienen a la cabeza. Paso frente al orfanato y me inundo de recuerdos, todos tan hermosos e inocentes. Quisiera volver a ver a todos esos niños. Me detengo en el centro de la ciudad, específicamente en la carpintería. Dios, ¿cómo pude olvidar este lugar que ahora es mío? Sé que Ángela iba a encargarse de todo, por algo preparé a tres chicos para contrarrestar mi ausencia, aunque ésta estaba preparada para el periodo que estaría en L.A. Ahora se ha alargado. Al abrir la puerta principal suena el característico tintineo de la campana amarrada a ella. Ángela levanta la vista del periódico hacia mí, distraída por el sonido. Se le alegra el rostro, sale del aparador y corre para darme un abrazo, el cual, por supuesto, correspondo de la misma forma. —¡Ya estás aquí! —exclama—. Ya me parecía extraño que no hayas venido, vi a Bella cerca del hospital. Hey, supe lo del Sr. Cullen, cuánto me apena. En la ciudad han estado diciendo que se le quedó una vela encendida mientras tomaba la siesta. Elevo las cejas de incredulidad. Vaya qué bien inventan y vuelan las noticias. 'Ventajas' de una ciudad tan pequeña, pienso. —Sí, gracias a Dios él está bien, nada de riesgo. —Qué alegría. Inspecciono el lugar con añoranza, el aroma a madera me trae muchísimos recuerdos y

sensaciones, en especial de cobijo, ¡pasé casi toda mi vida aquí! Es una sensación tan extraña, como si no hubiese estado aquí por años. —Venía a asegurarme de que todo estuviera bien aquí. —Camino hacia los estantes llenos de creaciones mías, las últimas que logré confeccionar—. ¿Cómo van los chicos? —Han aprendido muy bien —asegura—, los tres han podido dar con tu talento, aunque claro, nada es lo mismo sin ti aquí. Pero ahora que has vuelto podrás manejar todo tú y mejor que nadie, ya que ahora eres el jefe. —Me guiña un ojo. Esbozo una ligera sonrisa que, seguramente, no es muy convincente. —No volveré —mascullo—… todavía —intento convencerme. Ángela me mira entre dudas. —¿Te irás de nuevo? —Sí. —Suspiro—. Estoy en un proyecto nuevo —le cuento—, ya sabes, con todo eso de la pintura. —Uau, ¿y tendrás que marcharte a algunas de esas ciudades grandes en donde residen los artistas? —me pregunta con entusiasmo. —Sí, Nueva York específicamente. Tendré mi propia exposición en un gran museo de arte. —¡Eso es increíble! —Brinca de emoción, una que yo no puedo sentir aún—. Espero que todo resulte muy bien, de verdad. —Ángela, me gustaría que esto no se lo comentes a nadie, ni siquiera a Isabella. Frunce el ceño, preocupada. —¿Ocurre algo? —Eleva las cejas como si entendiera todo—. Tienen problemas, ¿no? —Asiento—. Con razón ayer no parecía muy alegre. Pensé que estaba algo enfermita pues estaba un poco desorientada, pero ya veo por qué. —¿Desorientada? ¿Por qué lo dices? Se encoge de hombros. —Ya sabes, decaída o mareada. Me invade la preocupación, ¿qué le estará ocurriendo? Jasper no me comentó nada de eso, quizá no sea tan grave. ¿Y si me lo ocultó para alejarme de los problemas? Me estremezco. —No le digas que estuve aquí, por favor, no quiero entorpecer su vida. Ángela suspira y asiente obedientemente. Me da un apretado abrazo antes de marcharme y yo le prometo que en algún momento volveré, especialmente a vigilar esta carpintería que tanto significa para mí. Alquilo un coche por el día para acercarme a mi cabaña, necesito sacar algunas cosas que son importantes para la exposición y, por supuesto, para mí. Aún es temprano y, con ello, la brisa típica de los bosques es bastante helada. La laguna espera

paciente con el sauce tocándole la superficie, aunado de tristeza con esas ramas y hojas caídas, inconscientes y melancólicas. Mi corazón brinca de manera rápida en mi pecho, lleno de emoción por estar aquí. Es un lugar mágico, precioso y natural, lo que siempre había soñado. Realmente no quiero venderlo, pero tengo que hacerlo, es la única manera de cortar los lazos que me unen a Bella, porque me odiará, me odiará tanto por haber hecho esto, por haber destruido un nicho que nos provocaba tantos sueños, tantas ilusiones. Golpeo una y otra vez el manubrio que tengo frente a mí, sollozando de desesperación y necesidad. No quiero hacerlo, no quiero alejarme de mis proyectos, ni de mi casa, ni de mi padre… menos de Bella, realmente no quiero hacerlo. Pero tengo que. Aparco en el antejardín, a un lado de las rosas. El aroma es exquisito, puedo sentir la primavera. Al entrar a la cabaña vuelvo a decaer, quizá un poco más. Recorro los rincones y descubro que todo sigue aquí, tan presente, tan cálido y tan nuestro. Puedo ver a Bella en la cocina mientras canta y baila, muy alegre, las tardes en paz en nuestra sala y, por supuesto, su entusiasmo en la entrada de la cabaña al verme llegar primero. Voy hasta mi estudio y descubro los cuadros tapados en telas, los que oculté una vez que partí de aquí para que el sol no los dañara. Se me escapa un atisbo de alegría al ver mis pinturas, todas hechas con un inmenso dolor palpitante. Años de trabajo, todas llenas de melancolía y necesidad. El sufrimiento es la cuota perfecta de inspiración, como también el amor, la melodía y el color. Todo artista lo sabe, lo siente y lo expresa, pero cuesta, realmente es difícil. Son muchísimas pero no descarto ninguna. Voy apilándolas cuidadosamente en el coche alquilado, asegurándome de que ninguna sufra daños al momento de enviarlas a Nueva York. Al acabar voy a la habitación a sacar algo de ropa, pero me sorprende que la de Bella aún se encuentre aquí. Es más, su perfume posa sobre el guardarropa grande y, a su lado, el poco maquillaje que conserva. Me llevo el frasco a la altura de mis narinas y huelo para embriagarme del aroma a flores y fresas que tanto la caracteriza. La tentación me gana de manera voraz y tomo uno de sus pañuelos, con la tonta ilusión de que esto la acerque a mí. Aún huele a ella, pero no solo el perfume sino su olor de cada mañana, ese natural y propio de Bella. Decido parecer un loco y guardarlo en mi chaqueta, ya nada me importa. Además, dudo mucho que esto sea faltar a las reglas de la mafia, es más que nada una falta a mi cordura y a mis intentos por sacarla de mi cabeza. Qué más da. Salir de la cabaña no es gratificante, menos aún llevadero. Hago de tripas corazón para marcharme y no mirar atrás, añorando lo que por tanto tiempo quise construir con ella. Por una parte me alegro de no haber llegado más allá con Bella, así no saldríamos más heridos, menos inocentes en la trampa de aquellas bestias. . Ya es tiempo de marcharme y tía Whitlock no quiere que lo haga. Sé que le apena lo sucedido pero yo no puedo quedarme. Me cobija las mejillas con sus palmas y me hace prometerle que cuidaré de mí así como ella lo hace con Bella. Tenemos la suficiente confianza para entender que mi preocupación radica en ella, en cómo sobrelleva todo. Lo entiende y no duda ni un segundo en lo que he hecho. Es una tía estupenda.

Voy a despedirme de papá al hospital, lo que me genera muchísimo pesar. Quisiera llevármelo conmigo pero eso es imposible mientras su quemadura esté en observación. Jasper está sagradamente en los asientos de la sala de espera aunque no solo, sino con la policía. Me doy cuenta de que también está Charlie cuando ya es demasiado tarde para darme la vuelta y huir. —Vaya, imaginaba que en algún momento ibas a aparecer —exclama él, acomodándose en su postura defensiva de policía. En un simple gesto me enseña el arma oculta en su pantalón con aires amenazantes. —Buenos días, Sr. Swan, señores —saludo con amabilidad. Jasper me mira en tensión. —Estábamos recabando información de lo sucedido con tu padre, buscando quizá la forma de aumentar los cargos a esos hijos de… —Aprieta los labios con rabia—. Supongo que sabes a quienes me refiero. —Por supuesto —le contesto con sequedad. Charlie da una corta mirada a los demás y éstos asienten. Me invita a alejarnos de los demás, aún con gesto serio y amenazante. —¿Cuándo llegaste? —inquiere. —Ayer. —Y hoy te vas —afirma. —Sí. Eleva sus cejas en un claro mohín de cansancio, como si hablar conmigo fuese un suplicio y aún más el saber que estoy aquí, en Forks. —Es peligroso que estés aquí, ¿lo sabes? —¿Por qué lo dice? —Me hago el estúpido. Charlie escruta sus ojos y se acerca a mí para crear un ambiente aún más privado. —No sé en qué te has metido, chico, pero sí sé que algo grave está ocurriendo. Trago saliva con dureza pero me obligo a mantener mi actitud inquebrantable. —Cuídate, Edward —insiste—. Recuerda algo, puedes hablar conmigo cuando quieras, sabes que puedo ayudarte. Se me aprieta la garganta pues siento la necesidad de contárselo todo ahora, pero no lo hago. —Mientras espero que mi hija no vuelva a sufrir por esos rufianes, ¿bien? Sé que no quieres verla sufrir. —Sr. Swan, yo… —Inhalo pues me siento asfixiado por sus palabras—. Solo hago lo mejor para ella, ¿bueno? —Se me quiebra la voz—. Es lo único que me importa. La mirada de Charlie se ablanda para luego asentir y permitirme internarme en la habitación de mi

padre para decirle adiós. Pero, antes de que pueda entrar, mi cuerpo se bloquea justo en la entrada al oír un grito. Es desgarrador, semejante a la desesperación absoluta. Abro la puerta y me encuentro con la enfermera intentando revisar la herida de mi padre, una que le cruza parte del muslo y la pierna. —Señor, no puede estar aquí —me advierte ella. Parece nerviosa. Lleva unos guantes blancos y, a su lado, se encuentra una mesilla de curaciones. —¿Qué le pasa a papá? —inquiero asustado, Suspira y acaba tapando la herida con cuidado. Por su rostro creo que hay algo malo. —Su padre tiene la quemadura infectada, la diabetes… —Suspira—. Avisaré al médico tratante, necesito que salga de aquí antes de que vuelva, por favor. Asiento lentamente. Me acerco a papá y lo observo sudoroso, intranquilo y con la respiración irregular. Le suena el pecho. No necesito ser un experto en medicina para concluir que tiene fiebre. —Papá —murmuro lánguido. Me escuecen los ojos ante la tentativa del llanto. Me tiemblan los dedos y la necesidad imperante por ir tras esos hijos de puta se incrementa de manera inverosímil. ¡Prometieron que nadie más saldría herido! Primero fue el francotirador, amenazando la vida de Bella, y… ahora, papá… Me llevo una mano a la boca para ocultar el sollozo que escapa de mí. El médico se oye detrás de la puerta, hablando con la enfermera y algún otro funcionario del hospital. Discuten la solución y admiten el riesgo. Basta escuchar la palabra septicemia y amputación para que salga furioso de la habitación, dejando absortos a los demás. Enfrento el rostro contrariado de Charlie y su equipo, más el de Jasper que se permite sospechar ya de lo que sucede. Me aferro a la pared, buscando romper la muralla con mis puños. —Hey, ¿sucede algo malo con tío Carlisle? —inquiere Jasper. Me pone una mano en la espalda. —La quemadura se infectó —digo. Golpeo un par de veces la construcción dura que tengo frente a mí y, de improviso, sollozo otra vez. —Él estará bien —insiste Jasper con la voz quebrada. —¡Tiene diabetes, dios santo! —exclamo—. Les oí hablar de septicemia y… amputación. Quiero matarlos, ¡quiero entregarlos con la policía! Quiero que su vida se torne la miseria misma por hacer que la mía se convierta en una. ¿En qué momento pensé que ellos cumplirían con su palabra? Le han hecho daño a mi padre de manera gratuita… —Edward, tranquilo. —Charlie me toca un hombro—. Ve a tomar aire, por favor. Doy zancadas hasta la escalera para salir de este lugar, de reojo noto que me siguen pero yo quiero escapar de cualquier persona que quiera acercarse. Llego hasta el parque más cercano que queda a cierta distancia del hospital, recuerdo que aquí fue donde Bella y yo hablamos luego

del orfanato. —No necesito que esté aquí, Sr. Swan. —Mi voz es un graznido ahogado. Me siento en la banquilla y apoyo los codos en mis muslos. Pongo las manos en mi rostro y ahogo la desesperación ahí. —Lamento lo de Carlisle, chico. —Todo es culpa de esos… —No encuentro un calificativo ecuánime para ellos. Lo oigo suspirar. Me quito las manos de la cara para mirarlo. —Me las van a pagar —aseguro con furia—, por todo lo que me han hecho a mí y a Bella. El Sr. Swan hace un gesto de venganza tan palpable como jamás lo había visto. —Cada vez que estoy por atraparlos algo lo impide. Han caído muchos, Edward —me cuenta—, pero no es suficiente para derrotar a esos dos. Aprieto mis manos hasta enterrar las uñas en la carne de mis palmas. —¿Qué te ha hecho la mafia, chico? ¿Por qué estás tan…? —¿Nervioso? —inquiero con una risa sardónica—. Apenas soy capaz de afrontar todo esto, Sr. Swan, me va a matar… esto… No sé qué hacer. Hice todo lo que ellos me pidieron, todo cuanto tuve en mis manos y… atacaron a papá… y… No, no, algo hice mal —palabreo con las manos ahuecadas en mi cabeza. Me levanto de la banca y recorro el lugar con mi mirada, buscándolos en donde sea que se encuentren. Sé que están vigilándome y que disfrutan con todo lo que está sucediendo. La mano de Charlie se aferra a mi nuca dándome palmadas suaves. Al mirarlo me doy cuenta de lo semejantes que son sus ojos a los de Bella. —Tranquilo, hijo —susurra—. Sabes que puedes confiar en mí… Regreso a la banca, temblando. Charlie vuelve a mi lado, expectante. —Ellos están por aquí —mascullo. Él lleva la mano a su arma de forma sigilosa, observando con atención cada esquina del parque—, testigos de todos mis movimientos. Me han alejado de todo lo que he querido y yo no puedo ir en contra de ello porque —jadeo— ya han herido todo lo que amo y eso no puedo soportarlo. Sus iris brillan con astucia y cierto temor. Lo teme y siempre lo ha hecho. Llamo a su auxilio, debe comprender que no he querido dejar a su hija, que la sigo amando con el mismo fervor y la misma dicha de compartir mi vida con ella; que papá lo es todo para mí y que por mi culpa él está en peligro. Le pido auxilio porque ya no soporto vivir mi vida apartada de todos, mintiendo sobre lo que de verdad siento. Charlie Swan es el único recurso que me queda, pero no puedo abrir la boca, sé que están observándome. Sé que la observan a ella. ... Isabella POV

Manejo de vuelta de la cabaña con el rostro bañado en lágrimas. A ratos paro en una orilla de la carretera para sorber mis mocos e intentar (muy vanamente) calmarme. El sueño del que he despabilado de manera tan abrupta me ha brindado, quizá, una cuota de sensibilidad tan inmensa que ya no puedo parar de sentir. En la radio suena All My Love de The Beatles. En otra ocasión la habría dejado pero ahora no estoy apta para escuchar canciones de amor. La apago de inmediato. Como mamá no está en casa y de lejos veo el coche de Alice aparcado fuera de su antejardín, estaciono y voy trotando hasta allá, esperando que ella pueda brindarme de compañía, lo que realmente necesito ahora y más que nunca. —Oh, cariño, debiste permitir que te acompañara alguien —me dice ella al notar mi cara roja e hinchada por el llanto. Veo a papá junto a Jasper hablando con seriedad sobre algo que desconozco. Él me nota en mi estado de fragilidad y de inmediato corre hasta mí para tenderme sus brazos y yo, incapaz de negarme, me estrecho a él. —Ven aquí. Noto que papá le da una mirada entendida a Jasper y él se encoge de hombros, preocupado y decaído. Alice acomoda las almohadas del sofá detrás de mi espalda mientras me dice cosas lindas con voz melosa. —Voy a traerte una taza de leche con canela, verás cómo te reconfortará —exclama. —Gracias, Alice —le digo con sinceridad. Papá me besa la cabeza y me da masajitos tiernos en los hombros. —Ya pasará, Bella, de verdad —me susurra Jasper. —La cabaña me ha traído muchos recuerdos, solo eso —intento salir del paso. El rubio frunce los labios y asiente. —¿Fuiste tú quien quitó los cuadros de su estudio? Esta vez frunce el ceño. —No, yo no… —Entonces los han robado —exclamo. Charlie y Jasper se miran a los ojos como si tuviesen un gran secreto detrás de sus labios. Papá suspira dispiesto a confesar un crimen. —Bella —dice, dejando sus masajes para sentarse en el huequito que hay a mi lado—, Edward estuvo aquí. Por un segundo creo que es una broma pero su rostro serio y un poco compungido me hace creerle. Instintivamente me llevo una mano al pecho y procuro calmarme.

—¿Qué hacía aquí? ¿Dónde está ahora? Papá se pasa una mano por la barbilla y el bigote. —Venía a ver a su padre, pero ya se ha ido. Se ha ido. Ah, por qué duele tanto el que se separe de mí. —Me… me parece bien. Charlie y Jasper se observan de nuevo, el último con una mueca ante mi reacción. —Me ha entregado este cheque —me lo tiende con cuidado, como si fuese una bomba. Claramente lo ha escrito él, plasmando una cantidad de ceros bastante llamativa. Me enfurezco en cuanto leo mi nombre en el 'beneficiado' y observo con indignación a Jasper. —¿Qué carajos es esto? —exclamo con los dientes apretados. —Son los gastos de tío Carlisle —me responde—, dijo que esa parte te correspondía a ti, por las molestias. Cuando mi rabia se ve sobrepasada en el límite, mis ojos empiezan a empaparse. Para desatar aún más mi tornado interior, rompo en mil pedazos el maldito cheque, enviando al demonio la caridad fingida de Edward Cullen. —No fue ninguna molestia —escupo—. No estoy interesada en su caridad de mentira, o más bien en su necesidad por alejarme de todo lo que le concierne. —Mi voz sube de volumen tanto como aumentan mis ansias por seguirlo y gritarle todo lo que siento en este momento. Ya me ha hecho demasiado daño, ya me ha alejado lo suficiente. ¿Me odia? Aunque me siga doliendo y mis ansias por quererlo se acrecienten a la par de mis dudas, ya no sé si soy capaz de seguir aguantando tanto rechazo de su parte. —¿No te ha prohibido que pase a ver a Carlisle? —Bella… —insiste el rubio. Busco mi cazadora y me la pongo sobre los hombros. Le doy un adiós a todos a pesar de que cuesta un montón alejarme de las lágrimas y fingir que tengo autocontrol. Cruzo la calzada y me aventuro en el frío, necesito estar sola por un rato. . Sé que mamá ha llamado a la puerta unas cuantas veces y también sé que me estoy comportando como una adolescente, ignorando sus peticiones y llorando amargamente en mi cama, acurrucada en posición fetal con la caja de música. Intenté que su presencia en Forks no fuese a lastimarme o a entristecerme, pero la verdad es que soy un desastre y los desastres no tienen control. No puedo controlar a mi corazón y creo que es la peor desilusión que tengo de mí misma. Saber que estaba tan cerca provocó que mis pies comenzaran a picar, dispuestos a correr y buscarlo. Qué estúpida, Bella, ¡él no te quiere cerca! Sin embargo, me permito creer que lo que más me ha hecho daño ha sido su actitud frente a cómo me he comportado con Carlisle. No busco su aceptación, tampoco que me alaben por cómo actué en el incendio, solo esperaba que Edward dijese nada, que no fuese a entregarme un

cheque "por las molestias". —Me odia —susurro con una angustia tan inquietante que me da náuseas. —Bella, sal de ahí, por favor —me insta mamá por décima vez (quizá). Me limpio la cara con las manos y le abro la puerta. Ella me repasa y frunce los labios. —Ya pasará —espeto. —Venía a comentarte que Jasper y Alice han venido para ver una película que pasarán por la tele, incluso tenemos bocadillos para que sea más entretenido. Hasta Jane está aquí. ¿Por qué no nos acompañas y te despejas un poco? No quiero verte más así. —Me pasa sus dedos pulgares por debajo de los ojos. Acepto ver la película a pesar de que no me siento muy bien y que mi ánimo aún está en el suelo. Alice me invita a sentarme a su lado y me aprieta la mano muy fuerte. Sé que me entiende profundamente y solo basta con estar a mi lado para sentirme mejor. Todos están en su sitio y debo decir que soy la única que viste pijama y el cabello parece un nido de pájaros, pero qué va. En la televisión anuncian la película, que es del 70 y muy romántica. Vaya qué acertada, Love Story. Miro a todos de reojo, acusándolos de corromper lo que queda de mi cordura. —No sabía que sería romántica —le susurro a Alice. Arquea sus cejas, un gesto de disculpa. —Todos insistían en que debías salir de ahí, no te hace bien quedarte encerrada. Me miro las manos y asiento, dispuesta a permanecer en mi sitio. La película trata sobre una pareja que se ve inmersa en un montón de dificultades para quererse, aunque eso no impide que ellos se amen con total intensidad. Me llega de manera tan abrupta que cada tres segundos amenazo con sollozar, pero lo evito porque de verdad no quiero seguir siendo débil ante los ojos de mis amigos y mi madre. Llegada una parte de la trama, el sentido de ocultar mis lágrimas me es insostenible y derramo unas cuantas a medida que veo cómo ellos intentan tener un bebé, pero se dan cuenta de que ella está enferma y morirá en poco tiempo. En otra ocasión habría emitido un lastimero 'qué tristeza', sin embargo, en este momento, me es intolerable. Con sigilo me dedico a observar a los demás; mamá llora como lo haría cualquier mujer, Alice se limpia el costado de los ojos, Jane frunce los labios y Marianne suspira. Jasper, por su parte, está preocupado más por mí, ya que constantemente me mira de reojo. —Amar significa no tener que decir nunca perdón —profiere el protagonista, una vez que ella ya ha muerto y su infeliz padre se ha dado cuenta del daño que les ha hecho. La película ya ha terminado pero yo sigo llorando, lo que, por cierto, es estúpido. Alice me pregunta si estoy bien y mamá me ofrece inmediatamente una taza de té. —Estoy bien —exclamo—, solo más sensible que de costumbre —afirmo, limpiándome las mejillas con el dorso de la mano. —Alice se pone así cuando está en esos días… tú ya sabes —intenta bromear el rubio. Me saca

una sonrisa. —Yo no estoy en esos días —murmuro con el ceño fruncido. —Entonces están por llegar. —Me besa la frente amistosamente. . Luego de la tempestad que trajo consigo la nueva aparición de Edward en Forks, mis amigos comenzaron a estar más cerca de mí, pero también mi padre, como si temiera que yo fuese a alejarme de él luego de lo ocurrido con mamá. Claro que eso no iba a ocurrir, además mamá jamás hizo algo para evitar que yo lo viera. Sé que de cualquier manera tienen mucho que hablar, sin embargo, mamá evita a toda costa referirse a él. Supe lo mal que estuvo Carlisle y la infección que lo tuvo al borde de la septicemia y la amputación. Preferí no amargar su recuperación y no presentarme en el hospital, pero no iba a aceptar que Edward intentase ir en contra de mi ayuda porque hacerlo limitaba cualquier sentimiento de culpa. Tenía que ayudarlo, era mi deber. Finalmente la bacteria no envenenó la sangre ni provocó una necrosis severa. Las complicaciones llegaron a una consecuencia que, sin embargo, no fue desastrosa en comparación con lo que pudo haber ocurrido. Le hicieron cirugía en la cadera porque la infección destruyó bastante tejido, lo que, por supuesto, lo haría cojear por un largo tiempo. Hice mi audición en el teatro como cualquier mortal, sin privilegios de actriz de cine, lo que me maravilló aún más. Estaré presente en una obra de Nueva York, la que me necesita en poco tiempo. Cabe destacar que Alec ya tiene mis contratos cerrados; abandonaré el cine muy pronto. Ya ha pasado un mes y medio desde que Edward me ha dejado y, para ser sincera, el dolor sigue siendo el mismo aunque poco a poco aprendo a sobrellevarlo. Tampoco es que sepa mucho de él, siento que Jasper me oculta muchas cosas, sobre todo desde una última llamada que le ha hecho. Hoy desperté con náuseas y he vomitado sin siquiera tener algo en el estómago. Me he preocupado. Hoy desperté y acaricié recuerdos junto a Edward y decidí escribirle, porque esa era la única forma de besarlo. Hoy he vuelto a soñar con él; todo volvía a ser como antes. Lo siento tanto, cariño, pero te extraño. Cruzo mi pierna sobre la otra mientras veo a Alice barajando sus cartas frente a mi madre. Ella está entusiasmada pero la verdad es que ya no quiero saber más de ellas, al menos no por ahora. Comienzo a temerles, la última vez propuso un infierno para mí y vaya que está ocurriendo en este instante. —La pequeña brujita comienza a prepararse —exclamo. —Quiero ver qué tan asertiva eres —dice mamá con las manos bajo su barbilla. Alice eleva una ceja y expone la baraja en la telita roja. —Debería verles la suerte los 365 días del año —profiere Alice. —Este año es bisiesto —corrijo.

Ella rueda los ojos y suspira. —Bien, los 366. —Bufa. La 'bruja' le dice a mamá que pronto conseguirá derribar las barreras de su vida y que la felicidad está a pocos pasos de ella. Ojalá así sea, pienso. —Ay, Jasper, todavía no aparece —bufa mi amiga, mordiéndose el labio—. Sra. Swan, ¿puedo ocupar su teléfono? —¡Claro! Mamá mira con curiosidad las cartas que le han tocado mientras yo me arrincono en el sofá con una gastritis inminente. —No contesta. —Parece decepcionada. Una náusea vuelve a atacarme, y me levanto con brusquedad ante el malestar. Me arde el vientre y parte del útero. —Oh Dios, es la menstruación que se avecina o una gastritis, pero ya no la aguanto. Mamá entrecierra sus ojos y ladea un poco la cabeza. —Si eso empeora deberías ir al médico. —Mamá, ¿tienes algún antiácido? Me responde con un lento movimiento de cabeza. —Yo tengo, si quieres voy yo a buscártelo —me dice Alice. —No, tranquila, iré yo. Me haría bien tomar un poco de aire mientras intento pasar la náusea. Mi amiga se ve preocupada pero sé no tiene importancia. Me pongo un abrigo y salgo de casa bajo una tormentosa lluvia. Troto hasta la de Alice y me ubico rápidamente bajo el techo que cubre su antejardín. Detrás de la puerta principal se oyen voces aunque, por el clima, me es difícil diferenciar si es una, dos o tres, más aún reconocerlas. Por sentido común pienso que uno es Jasper. Escucho mi nombre al cesar la lluvia por unos furtivos chubascos y decido quedarme detrás para espiar. Apego mi oreja izquierda a la puerta e intento no hacer ruido. —¿Y qué cree usted que eso signifique? No quiero guardar más secretos, Sr. Swan. Estrecho mis ojos al oír la referencia a mi padre y me apego aún más a la puerta. —Yo tampoco, chico, pero aún no tengo certeza de ello —le responde Charlie con una voz pesarosa. Hacen una pausa larga, como si la conversación ya hubiese terminado. Pero al poco rato es Jasper quien alza la palabra: —Tanya Denali me ha llamado hace una semana —afirma.

¿Tanya? ¿Qué hace Tanya llamando a Jasper? No tiene sentido. —¿La mujer que trabaja con Edward? —inquiere papá con extrañeza—. ¿Por qué? —La escuché preocupada, ¿sabe? Me afirmó que Edward no estaba bien, se ha estado emborrachando luego de venir a Forks, a ratos parece trastornado y muy desesperado. Cuando me llamó no pudo aguantar lo que él le había dicho un rato atrás. Se me cae una lágrima al escuchar su estado. ¿Por qué tan intranquilo? ¿Qué le ocurre? —¿Qué le había dicho? —Que lo perseguían, que ya no era libre. Edward está siendo presionado y no hay necesidad de averiguar quién lo está haciendo. La Elite… —Mis hombres creen lo mismo. Desde aquel accidente en donde casi… asesinan a mi hija… Edward estaba intranquilo. Además, luego de lo sucedido con su padre, acabó desesperado y dispuesto a abrir la boca, pero estaba muy asustado y no quiso hablar. Sentía que necesitaba mi ayuda, Jasper. —Acabó por enloquecer cuando vio que su padre también estaba siendo parte de la extorsión —manifiesta Jasper—. No sé cómo ayudarlo, Sr. Swan. —Parte de esa extorsión es Bella, estoy seguro. ¿Por qué soy parte de una extorsión? ¿Qué le sucede a Edward? Aprieto mis manos para remitir mi desesperación. —Él está muy preocupado por ella, conozco a mi primo, lo primero que hizo Edward al saber que Bella estuvo en el incendio fue gritar y preguntar por su salud. Sus ojos aún brillan cuando escucha su nombre, Sr. Swan. Mi corazón late tan fuerte, tanto que podría explotar. ¿Es verdad lo que dice Jasper? ¿Es cierto que sus ojos… aún brillan por mí? —Esa historia del francotirador no me la creo, no creo en errores de esos asesinos. Edward lo sabía incluso antes de que todo se masificara y por eso fue al hospital. Algo ocurre con él pero no ha sido capaz de ser honesto conmigo. —¿No fue claro en aquella conversación? —No —dice—. En aquella ocasión no fui muy listo. Solo recabé detalles insignificantes que acrecentaron mis hipótesis, pero son solo hipótesis. Ya sabes, que se ha convertido en títere de Louis Harrington para acceder al dinero de Bella. No quiero que Bella se vea perjudicada por todo esto, quizá ni siquiera sea correcto que ellos dos vuelvan a verse. Él… no ha sido muy justo con ella. —Ya han pasado casi 3 semanas desde que se marchó de Forks, una desde que Tanya llamó avisándonos de lo ocurrido con Edward y de la exposición que se realizará mañana. ¿Exposición…? —Debimos haberle dicho de qué se trataba, de lo importante que es para él, es su primera vez como pintor independiente, sin competencia a su lado. La galería de Edward Cullen.

Abro rápidamente la puerta, dejándolos a ambos sorprendidos por mi intromisión. Mi pecho sube y baja, mis manos están apretadas en puños y lo único que quiero es gritar. —Ha pasado tanto tiempo y ustedes no me habían comentado nada. —Hija… —¡Papá, por Dios! ¿Por qué no me dijiste tus sospechas? ¡¿Por qué no me dijiste que él podía estar siendo perseguido por la mafia?! Lo del francotirador… —Son hipótesis, Isabella —regaña. —¿Y si es cierto? ¿Y si… le están haciendo daño? —Aquella idea me revuelve la cabeza, me desespera, me hiere muchísimo—. Jasper, ¿por qué no me contaste lo de la exposición? ¡Han pasado días y ustedes dos me han estado ocultando todo! ¿Qué esperaban? Me paso una mano por la nuca para contrarrestar el frío sudor que ha pasado por mi piel. Siento escalofríos y muchísimo vértigo. Me pitan los oídos, el suelo deja de tener sentido y me desplomo en los brazos de Jasper. Lo último que recuerdo son los gritos de papá y la necesidad de ambos por hacerme entrar en razón. Despierto sintiendo dedos bajo mis ojos y una luz molesta sobre ellos. Cuando logro estabilizar mi espacio-tiempo, veo que Emmett me sonríe como lo haría cualquier médico con una niñita. —Hey —exclama—, miren quién despertó. Mamá está a un lado junto a Charlie. Ambos se ven preocupados. —Me desmayé —es lo único que digo. —Así es —murmura Emmett. Guarda la luz en su maletín y prosigue tomándome el pulso—. ¿Te habías sentido mal el último tiempo? —Probablemente sea una crisis, la he pasado muy mal el último tiempo. —¿Te alteraste antes del desmayo? —Sí. —Él asiente mientras pone el fonendoscopio a la altura de mi pecho. Escucha los latidos de mi corazón durante unos segundos, lo necesario para comprobar que estoy bien. Se quita el aparato de las orejas y suspira con una sonrisa. —Yo diría que fue una baja de azúcar, tienes la presión muy baja. Necesito que te relajes y comas, Bella. —Ay, Emmett, últimamente le ha dolido el estómago y no ha comido nada. Su ceja se eleva y él me queda mirando durante un largo rato. Luego centra su atención en mis padres. —Bella necesita paz —dice con seriedad—, distraerse. —Lo que yo necesito son respuestas y que dejen de ocultarme las cosas. Tengo que ir a Nueva York. —¿Qué? —exclama papá—. Sabes que es peligroso.

—Tengo que ir a la exposición, aunque sea la última vez que lo vea, papá. Mamá, por favor, ven conmigo, no puedo dejarte acá. Camino hasta ella y tomo sus manos con fuerza. Sus ojos azules están muy grandes y solo demuestran el gran temor que le infunda salir de este estado. —Por supuesto que iré, Bella. —Gracias —le susurro. Me giro para mirar a papá—. ¿Me acompañarás? Papá sonríe y me roza la mejilla con sus dedos. —Soy tu sombra, hija, eso no debes preguntármelo. Emmett se despide de mí, pero antes de marchar me susurra muy bajito: —Cuídate. —Me guiña un ojo, toma su chaqueta y se marcha. . Aquella tarde, luego del desmayo, alisté mi viaje con la ayuda de Alec, quien aún se encontraba allá. Le pedí que me alojara en el Plaza, el cual quedaba frente al museo de la exposición y a solo metros de Broadway. Asigné a mamá en una habitación para las dos, en cambio papá prefirió irse por sus medios y manejar el viaje con su equipo. Alice y Jasper no dudaron ni un segundo en acompañarme, hasta parecían entusiasmados por ir a Nueva York y estar presentes en la exposición de Edward. Jasper me comentó que Edward estaba un poco desanimado cuando le contó lo del museo. No tardé en atribuir esa pesadumbre al hecho de que estaría sin su familia. Supongo que se pondrá feliz de ver a Jasper, a Alice y hasta a mamá. De cualquier manera debo confesar el temor que me provoca su reacción al verme ahí; su posible enojo, la incredulidad de haber decidido presentarme ahí a pesar de lo claro que dejó sus sentimientos frente a mí en Los Ángeles. Pero tengo que hacerlo, tengo que ir, algo dentro de mí insiste en que debo estar presente. Será mi adiós definitivo, sí, el último. Lo liberaré, permitiré que sea libre de mis pensamientos que lo ansían. En el avión fui presa del insomnio, de la inquietud y de sueños extraños. No dejé de pensar en él por ningún momento, todo acababa regresando a su recuerdo. . Nueva York siempre ha sido una ciudad con estaciones marcadas y, en plena primavera, Manhattan sucumbía en intensos colores vibrantes. Hace algo de frío, lo normal a esta hora. La exposición de Edward es en una hora y media. Intento no demostrarle a nadie lo alterada que estoy, lo poco que he dormido y lo mucho que me tiritan las manos. Alec nos espera a la entrada del hotel, en donde aguardan cuatro gorilas bastante serios. Me avisa de manera clara que nos han estado siguiendo, pero no la mafia (para mi tranquilidad), sino los periodistas. Como mi estadía en el hotel es con nombre falso, no creo que se queden mucho tiempo aquí. —Nunca había estado en un lugar tan grande —dice mamá, apretando su bolso contra su cuerpo y observando maravillada las instalaciones del hotel Plaza. El hotel Plaza es un lugar muy grande, aunque con una arquitectura bastante diferente al de California, mucho más clásico y ambientado en la época victoriana. La arquitectura asemeja al

gótico inglés, con colores que varían entre el castaño, gris y celeste insípido. Las ventanas son grandes, de forma poco simétrica y cambiante, las paredes son características de Inglaterra, aunque tiene una identidad parecida a la de Boston. El botones nos abre la puerta, da la bienvenida y luego nos conduce hacia nuestras habitaciones, acompañados los demás con otros botones dispuestos a ayudarnos con el escaso equipaje que hemos traído. Sonrío al ver a mamá contemplando la inmensidad del hotel, tocando las paredes cubiertas de diseños antiguos y cuadros numerosos de distintos autores. —Y yo que soñaba con conocer el Hotel Chelsea —murmura divertida. —Podemos ir en alguna oportunidad. —Muevo mis cejas, insinuando mi propuesta como una escapada divertida para ambas. Noto su subidón de alegría, asintiendo con rapidez. Nuestra habitación es grande, muy espaciosa y bastante decorada. Tenemos una ventana inmensa que da al museo. Estrecho mis ojos y me dedico a observar con detenimiento la inmensidad del Museo de Arte Moderno. —Es ahí, ¿no es así? —murmura mamá detrás de mí. Asiento. —Deberías alistarte —aconseja con voz dulce. Sus manos comienzan a trabajar en mi cabello, buscando la manera de calmar mi intenso tambaleo. —Estoy aterrada, mamá —le confieso. —Lo sé —susurra—, pero tu corazón insiste en que estés presente. Me muerdo el labio inferior. —Será mi adiós definitivo, luego de esto no volveré a ansiarlo, ni siquiera pensaré en todas esas ilusiones tontas que siempre tenía antes de dormir. Mamá arma una coleta muy alta con mi cabello, permitiendo el escape de unos cuantos mechones largos a los lados de mi rostro. —Haré que te veas hermosa, como nunca antes —me dice. Me da la vuelta y me acomoda el cabello que dejó caer—. No tengas miedo. Y sí, la verdad es que me da miedo verlo otra vez. Él procuró llevarse las fotografías y no quedó ninguna imagen con su rostro a mi alcance. A pesar de que solo ha pasado un mes desde que dejamos de vernos, para mí ha sido un milenio. Su rostro lentamente está pasando al olvido, su aroma, su tacto, todo está desapareciendo y yo me desespero porque no quiero que eso ocurra. Cuando nos distanció la cantidad de años y circunstancias pasadas, luché por revivir su imagen en mi cabeza a pesar de que eso no dio resultado. Ahora está ocurriendo otra vez pero de manera mucho más rápida; cuando vuelva a estar frente a él sé que aquella amnesia propia del tiempo quedará en el olvido. No quedó nada de él más que la cajita musical que me regaló y el anillo que aconsejó vendiera. .

—¿Tú no irás? —le inquiero a mamá mientras Alice maquilla mis labios. Ella deja caer su melena rubia y se sienta en la gran cama de estilo victoriano. Niega entre sonrisas. —Me gustaría quedarme aquí hoy, creo que es tu momento de estar a solas con… él. Comienzo a sentir inseguridad al instante. Alice suspira y se aleja de mis labios ya acabados. Me levanto de la silla y me calzo automáticamente los tacones azul oscuro con brillos diminutos en la solapa. Alice brilla de emoción al verme caminar con mi vestido, que también es azul. —Siempre había querido verte con este vestido —me dice. —Supongo que hoy es la mejor ocasión para ocuparlo. Me miro en el espejo de cuerpo completo y marco dorado, doy una vuelta para observarme el escote de la espalda y revisar que todo esté correcto. El vestido es precioso, de tela suave y delgada, con mis hombros descubiertos, con la mitad del esternón tapado. Se ajusta a mi cintura y cae de manera sublime por mis caderas y piernas, ocultando gran parte de mis pies. Los brazos contemplan un encaje ajustado a mi piel que sucumbe en mis codos. El maquillaje de Alice ha quedado fabuloso, nada sobrecargado. Pero, de cierta manera, recalca aún más mis afligidos ojos. —Aunque cuando te vi comprarlo te quedaba un poco más suelto —me molesta Alice. —Eso es envidia —le apunto con mi dedo y me largo a reír. Era lo que necesitaba, risas, relajo. Estoy asustada, de verdad lo estoy. Mamá me mira con los ojos brillantes, me repasa de pies a cabeza y, por supuesto, insiste en que debo tranquilizarme. —Te ves preciosa. Con los ojos llorosos le doy un fuerte abrazo. Necesito su energía y su calor. Alice también se calza los tacones, que son sobriamente grises y lisos. Hace juego con su vestido del mismo color, que es liso arriba, de tirantes estrechos sobre los hombros. En la cintura acapara una cinta negra que divide la parte lisa con una envolvente caída de vuelos esponjosos. Se ve estupenda. Jasper nos va a buscar a la salida del hotel, protegidos por los gorilas y por mi padre, que hace juego de luces en un coche oculto en la calle siguiente. El FBI tiene custodiada prácticamente toda la cuadra, así que no tengo que preocuparme tanto. La exposición se efectúa en el hall principal, hay afiches de tela que anuncian la exposición de Edward Cullen, el nuevo expositor del hiperrealismo. —Este lugar es estupendo —afirma Alice, observando como una niña pequeña en Disneylandia. En la entrada nos hacen parar, seguramente para ver si estamos invitados. Miro a mis amigos con algo de inseguridad pues no pensamos en esto. ¿Cómo vamos a entrar si no estamos en la

lista? El tipo es de mirada concisa y de barba incipiente, afroamericano y muy alto. Nos sonríe por cortesía y de inmediato nos reconoce. —Isabella Swan —me dice. No se preocupa mucho en mirar a la lista y de inmediato me permite la entrada—. Alice Cullen y —revisa la lista esta vez— Jasper Whitlock. Adelante. Los tres nos quedamos mirando asombrados. Jasper sí estaba en la lista, de eso no hay duda, es su primo, y Alice por supuesto que iba a venir, lo sabía. Pero ¿yo?, el guardia ni siquiera se tomó la molestia de revisar. La verdad es que el lugar si es bastante moderno, todo muy blanco, lleno de ventanas de formas simétricas y grandes. Lo único que no parece excesivamente pulcro es la alfombra, tan roja y tan peluda como me gustan. La música es liviana y se escucha de forma ambiental desde la entrada del hall, que contempla una variedad impresionante de estilos del siglo XX. Hay mucha gente, es sorprendente, todos muy elegantes y sujetando una copa de champagne al entrar a la parte central, en donde comienza la travesía de Edward. Como aún no es posible ver los cuadros, solo resta oír la música y observar la impresionante arquitectura del museo. La música ambiente cambia a Billie Holiday con su voz triste y dramática. No conozco la canción pero la melodía es perfecta, al menos para mí. —No puedo creer que esto es para Edward —nos dice Jasper a ambas. Es un museo muy bello, muy grande, muy lujoso. Es la exposición de Edward y me siento tan orgullosa que no quepo en mi orgullo. Realmente me encantaría abrazarlo y decirle al oído un simple 'lo hiciste', nada más. —Es muy talentoso —afirma Alice. —Se lo merece —comento yo con la voz apretada. Mis amigos recogen el champagne pero yo me niego a probar el alcohol, la única vez que lo hice luego de mi promesa fue precisamente con Edward, en donde asumimos que sería nuestro secreto. Noto a Tanya caminando entre personas, hablándoles y, por supuesto, agradeciendo la visita. El público que ha venido hasta acá parece ser muy conocedor del tema, habiendo tanto ricos como políticos, personas renombradas que vanamente conozco y, muy probablemente, personas que están dispuestas a comprar las creaciones de Edward. Cuando asumo que será una larga noche entre desconocidos y rubias expertas en arte, veo una cabellera cobriza y un tanto despeinada, saludando amablemente a las personas que lo único que ansían es conocer al pintor. Mi corazón salta de manera abrupta, ansiosa por mirarlo de frente y recordar su rostro. Viste un esmoquin negro, pulcro y bello, la elegancia brota de él. Suspiro, enamorada aún de ese hombre que no sabe que estoy aquí, que ni siquiera lo sospecha. Buenas noches. Cumplo con otro capitulo para ustedes mis queridas lectoras. Como ya saben mi fanfic está acabando pero falta aún por recorrer. Quiero agradecer, como siempre, a todas las personitas que siempre me escriben un review, sea como sea, siempre lo hacen. Me alegran totalmente y me incitan a escribir. ¡Gracias!

Por otra parte espero que no se desesperen, Edward ya está comprendiendo todo y.. por supuesto, ¡se viene algo hermoso! Tranquilas. Muchos besos y abrazos a todas 3 las adoro! Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo escuchar Old Money de Lana del Rey NOTA DEL AUTOR: Iré intercalando puntos de vista de cada uno para que se comprendan los pensamientos de ambos. . Capítulo XLV . Isabella POV Hago un leve movimiento con mis pies, como si él llevase un imán y estuviese atrayéndome a su cuerpo. Paro, temerosa y consciente de a lo que he llegado. Por un instante me pregunto qué hago aquí, por qué este impulso descabellado por venir hasta Nueva York, solo para estar presente en su exposición. Desde que escuché la conversación de papá y Jasper surgió una necesidad tan fuerte que hasta hoy no soy capaz de superarla. Le prometí a Edward que estaría aquí, que jamás me perdería el momento en que su talento brillase. Y aquí estoy. No me lo perdí. No me había dado cuenta de que estaba apretando el vestido hasta que Alice me lo dice al oído. Intento respirar profundamente e inspirar con la misma frecuencia, como si estuviese a punto de tener un bebé. A medida que voy tranquilizándome siento la imperante necesidad una copa de agua a la boca. —Iré a saludarlo —dice Jasper al notar a su primo en la lejanía. Alice se asombra pues no lo había visto. —No le comentes que estoy aquí —le pido al rubio. La empatía en sus ojos es un claro ejemplo de lo palpable que es mi desesperación. —Si quieres nos vamos… —comienza a decir. —No —lo interrumpo—, eres su única familia y deberías estar aquí, apoyándolo.

Sus cejas se arquean y le da una rápida mirada a su novia, quien, por su parte, lo único que hace es sujetarme la mano. —De cualquier manera, si te sientes incómoda tú dime, ¿sí? Asiento y le suelto la mano a mi amiga. —Ve con Jasper, yo iré a por una copa… de algo sin alcohol —advierto. Las luces son un tanto tenue, asegurando que la atención se presente exclusivamente en las paredes blancas de mármol, de donde penden los cuadros tapados, usando una luz que va enfocada a ellos. Estoy más torpe que de costumbre, no sé hacia donde ir o hacia dónde mirar. Me encuentro nerviosa y algo histérica. —Bella —me llama la rubia a mis espaldas. Me muerdo el labio inferior y hago de tripas corazón. Giro sobre mi eje y le doy la cara. —Tanya —murmuro en medio del barullo. Ella alisa su vestido rojo a la altura de las caderas, suspirando. Miro hacia otro lado, un tanto incómoda. —Estás aquí. —Esperaba pasar desapercibida. —Intento parecer que voy de broma pero Tanya apenas me sonríe. Su ceño se frunce con evidente preocupación. —En un lugar como este es posible que lo logres pero no lo suficiente —advierte. Los demás parecen bastantes absortos en sus conversaciones y, como el lugar es bastante grande, pareciera que nosotras somos invisibles. Intento pasar por alto la intención de su comentario solo porque ni siquiera me importa cruzar mayores palabras con ella. —Es un día importante para él, necesitaba ver que al fin todo está resultando como quería. —No es como quería —murmura con algo de cansancio en la voz—. No ha sido fácil para él estar a tantos kilómetros de su padre. Aprieto mi carterita con ambas manos, apegándola a mi vientre. Puedo advertir que se han hecho muy amigos, pues parece preocupada y consciente de lo que Edward piensa y siente. —Pero Jasper y Alice han venido —intento animarme por él—, son sus amigos, no estará solo… —¿Tú irás a felicitarlo? —inquiere con la mirada escrutada. Trago saliva y huyo de sus ojos celestes, posando los míos en las luces de araña que están sobre mi cabeza. Carraspeo y vuelvo a apretar mi cartera pequeña, una especie de coartada ante mis ineludibles temblores. —No creo que sea correcto, no quiero arruinar su noche.

—Bella… ¿Puedo llamarte así? —Frunce los labios, incómoda. Asiento, permitiéndoselo—. Nada que venga de ti podría arruinarlo, quizá te animes cuando veas los cuadros. —Me guiña un ojo. . Edward POV Al verme enfrentado a mi realidad, observando fijamente mis creaciones instaladas en sus lugares, dispuestos a ser cotizados por aclamados compradores y críticos, comencé a desesperar casi al instante, asumiendo que algo faltaba… alguien. El museo es inmenso, nunca imaginé que podría estar parado en medio del hall, esperando a que todos discutan sobre mi técnica. Habría dado todo para que quienes amo pudieran venir. Tanya me toma el brazo y me indica que vaya junto a Mr. Van Houten a saludar a los presentes. Pero él parece divertirse junto a una muchacha de gran talla. —Se le ve divertido, quizá debería ir contigo. —Le guiño un ojo. Tanya arruga su nariz, divertida. Mientras me presento formalmente junto a las personas tan elegantemente vestidas, miro de reojo a la rubia que me cuida y me enseña a comportarme, según dice, 'como artista'. Se me escapa una sonrisa al recordar cómo contuvo mis días de desesperación luego de volver de Forks. Cuando regresé de mi rápido viaje me esperaba un regalo de Louis. Hasta ese momento no asimilé la locura que eso provocó en mí al notar el contenido que, a pesar de ser una simple fotografía, aquella significa muchísimas cosas. Abrí el sobre con desesperación, con las manos inquietas en una sincera muestra de miedo y ansiedad, un temblor absoluto que cubrió cada centímetro de mí. Era una foto del tamaño de mi mano, a color e instantánea. Mis labios se secaron al ver a Bella ahí, durmiendo pacíficamente, de noche. No recuerdo muy bien qué sucedió conmigo, solo se viene a mi cabeza el miedo inverosímil que me invadió aquel día y el ahogo recurrente que me sacudía la garganta al no ser capaz de decir la verdad. Tanya me encontró pintando de manera rápida, casi como si fuese a desfallecer en mis trazos. Me calmó de manera rápida y yo creí que iba a llorarle pero no fue así, porque mi corazón se encontraba congelado de terror. Le conté todo, no escatimé detalles. Liberé cada presión y cada prisión. No volvimos a tocar el tema por el resto de los días pero siempre recordaba algo con su mirada puesta en mí: tienes que decírselo, tienes que buscarla. Fue hoy día, cuando despertaba en esa solitaria cama de hotel, que daba en cuenta de todo lo que estaba sucediendo, de todo lo que esto provoca en Bella, en mí, en mi familia. Es un día tan importante, ¿por qué no estás con la mujer que amas?, pensé. He mirado a la entrada en innumerables ocasiones, todas ellas con la ilusión de verla entrar. De verdad quiero que esté aquí, quiero que vea todos esos cuadros que resumen todo lo que siento por ella. Tanya me deja a solas, excusándose con una actividad que debe repasar junto a un hombre de apellido extraño. A los pocos minutos escucho mi nombre algo opacado con las voces de los

presentes. —Edward —vuelve a decir. Un subidón de alegría me embarga y me hace ir tras mi primo. Él me recibe con los brazos abiertos, mientras, a su lado, también está Alice, quien me abraza cuando Jasper me suelta. —Han venido —exclamo algo agitado. —¿Cómo podíamos perdernos tu exposición? —dice Jasper—. Somos tu familia. —No creí que fuesen a venir. —Miro especialmente a Alice con mi oración. Nunca creí que ella fuese a presentarse aquí, pensé que me odiaba. Ella sonríe y me lanza los brazos. Yo no dudo en apretarla cuanto puedo porque extrañaba su presencia y su alegría. —Es un día muy importante para ti, Edward, no queremos que estés solo —me dice al oído—. Y vaya que es importante —exclama al separarnos—, este lugar es maravilloso. ¿Cuándo mostrarás tus cuadros? —Esa es la sorpresa que vendrá, la gracia es mantener la expectación. —¿Cómo está papá? Mi primo aferra su brazo a la cintura de Alice y ambos chocan delicadamente sus cabezas, exponiendo su cariño. —Está estupendamente bien, algo adolorido de la cadera pero muy bien —afirma él—. Me pidió que te diera un abrazo de su parte, también dijo que sentía mucho no estar aquí, pero, así como sientes que tu madre está en tu corazón, también debes sentir que tu padre está aquí presente. Muevo afirmativamente mi cabeza. Papá tiene razón, aunque no esté de forma física, sé que él seguirá acompañándome. Solo espero que algún día pueda ver esto con sus propios ojos. Me aclaro la garganta para remover el nudo que se ha formado. Vuelvo a mirar hacia la entrada, ansiando que fuese a aparecer para estar conmigo y ver lo que he creado. Toda mi inspiración le pertenece, mis cuadros llevan su imagen, su esencia y quién es, era necesario que estuviese presente porque es mi más simple explicación a cuanto la añoro y la amo. Quito la mirada una vez más y me concentro en la alegría de Jasper y Alice quienes, por primera vez en semanas, me han hecho sentir acompañado y apoyado. Hasta que cruzo con su menudo cuerpo, vestida en un azul impresionante y elegante. Su rostro fino e introvertido parece asustado en medio de tantas personas y yo instintivamente deseo ir tras ella y estrecharla con mis brazos. Y lo haré. Isabella POV Busco a mis amigos por todos lados pero definitivamente no los encuentro. He dado tantas vueltas que me he comenzado a marear y a cansar. Definitivamente estas horas ya no me sacan provecho, pienso. En mi viaje por los lares del hall, muchísima gente me saluda y afirma conocerme. Yo les sonrío y

paso rápidamente de ellos. —He oído hablar de este chico —afirma un hombre adinerado con un bigote muy espeso y blanco—, tiene un talento exquisito y muy nuevo. En Seattle se robó los aplausos de los críticos y vendió, algo prometedor. Sonrío de inmediato, mi corazón se infla de orgullo y de dicha. Claro que es prometedor, claro que su talento es exquisito, lo sé porque lo he visto con mis propios ojos. Me doy la vuelta para acercarme a la salida y tomar un poco de aire fresco. Apoyo mi cuerpo en la esquina de un pilar de cemento y me dedico a mirar las estrellas por un largo rato, cruzada de brazos y sintiendo aquel frío típico de la primavera. Mi cabeza es un remolino, rescatar algo de todos esos pensamientos es muy difícil. Todo me da vueltas y a ratos me desasosiego al estar a metros de Edward, sin saber qué decirle o cómo actuar. Llevo casi media hora en este lugar y aún no me lo he topado ni cruzado palabra alguna, pero tengo que hacerlo, ¿no? Tarde o temprano se dará cuenta de que estoy presente. Cuando el frío y la necesidad por hablar con él se me hacen insostenibles, me preparo para regresar al hall, decidida a encontrarlo. Al dar la vuelta sobre mi propio eje me encuentro de frente con unos imponentes ojos dorados, sosteniendo mi mirada y mi presencia con total intensidad. Doy un brinco y aprieto mis músculos como si estuviese en peligro, lo que por supuesto es cierto porque con él soy un libro abierto, algo fácilmente destruible y expuesto. —Vaya —murmura con voz neutra, sujetando mi muñeca para que deje de tambalear. No creí que verlo de nuevo fuese tan fuerte. Repaso con total imprudencia todos sus detalles, admirando su rostro masculino y agobiando a mis sentimientos con la ansiedad por tocar su barba que comienza a crecer. Su mano quema sobre mi piel y, a su vez, me genera una comodidad maquiavélica. —Ho… Hola, Edward —tartamudeo. Me suelto suavemente de su aprieto y me aferro a mi cartera otra vez. Sus ojos tan vivos me recorren lentamente desde mis tacones hasta mi cabeza, en donde se detiene sin flaquear. —Te ves preciosa con este color —me dice con sinceridad. Siento que la sangre de mis venas va a parar hasta mis mejillas—. El color azul que usaste hace algunos años era muy parecido a este. —Gracias —respondo en voz baja y tímida—. Tú también te ves muy guapo con el esmoquin. —Intento respirar pero hasta la más mínima parte de mí flaquea—. El corte del fajín te sienta… perfectamente. Edward también está nervioso porque traga saliva con un chasquido y su manzana se mueve constantemente. Tiene las manos en sus bolsillos y, aunque parece estar relajado en su posición, sé que no es así. —Has venido con ellos —exclama—. No me dijeron nada… —Yo se los pedí —interrumpo—, no era bueno idea que estuviese aquí… —¿Por qué? —Ahora es él quien me interrumpe a mí. —P… porque… tú y yo… Ya lo sabes.

Me muestra su sonrisa torcida, aquella que utiliza de manera sardónica. —Mentiría si dijera que quiero que te vayas —susurra con las cejas arqueadas. Jadeo sorprendida. Luego frunzo los labios, contrariada con la forma en que me habla. —¿O quieres hacerlo? Miro hacia la hierba bajo la escalera del porche, buscando una respuesta convincente. No la hay. —Entonces ¿por qué estás aquí? —me pregunta. Aprieto mis labios y suspiro. —Es el día más importante de tu vida artística, no estar presente me era… extraño. Necesitaba estar aquí, lo siento. —No lo sientas —pide. —¿De… de verdad no quieres que me vaya? Niega rotundamente. —Cuando tú no estás definitivamente es extraño. Contigo me siento más seguro. Se me escapa un gemido pequeño, la expresión misma de mi cuerpo pidiendo a gritos sus besos y caricias. —Isabella —me llama. Suspira en cuanto pongo mis ojos contra los suyos—. Extrañaba tenerte cerca, ¿sabes? Admirarte. Se me aprieta la garganta. Trago y me mojo los labios secos. —¿Por qué me dices esto, Edward? —inquiero con voz grave. Entrecierra la mirada y se encoje de hombros, otra vez evadiendo una respuesta que necesito, que imploro y me merezco. Hace mes y medio afirmaba odiarme con esos ojos dorados y tersos, asumía que yo era una cualquiera y que había dejado de amarme. Lleva un par de dedos a uno de los mechones que hay a un lado de mi rostro, poniéndolo detrás de mi oreja. Luego baja el dedo índice por mi quijada hasta acabar en mi barbilla, la cual acaricia con su pulgar. —De verdad estás preciosa —señala en voz baja. El ritmo de mi corazón se acelera de manera exagerada. Aprieto mis labios, tensionada y herida. —Edward —musito. Después no sé qué más decirle sin expulsar todo lo que llevo sintiendo estas semanas. Sus ojos se llenan de lágrimas, acrecentando el ámbar de su iris. Aleja su mano de mi piel con inseguridad, como si temiera no volver a tocarme, como si le temiera a nuestro destino que, de una u otra manera, nos separa, siendo esta la definitiva. —Vamos adentro, deben estar esperándote —mascullo. Asiente y me incita a caminar poniendo su mano en mi espalda baja. Su respiración choca de vez

en cuando con mi frente y todo ello insiste en volverme loca, en inquietarme. Unas cuantas personas nos miran de reojo pero yo no les sigo el juego. Mr. Van Houten es quien se acerca. Me saluda efusivamente, como si nos conociéramos desde hace muchísimos años. —Es un placer tenerla aquí, Srta. Swan —afirma él. Sostiene mi mano y besa el dorso con cuidado y elegancia. —El placer es todo mío, señor. Este lugar es impresionante —sostengo con la mirada las diferentes piezas de arte colgadas como lámparas gigantes en el techo. —No todos exponen aquí, Srta. Swan, hacerlo cuesta muchísimo y se debe ser muy talentoso para incluso tener un espacio para un solo artista. Definitivamente Edward es un genio. Miro a Edward, quien me mira a mí también, mordiéndose con suavidad el labio inferior. —Su arte es precioso, nunca me cansaré de decirlo. Me regala una sonrisa muy triste, sanguinolenta y dolorosamente palpable. —Pero bueno —señala el crítico de arte, agobiado con la tensión que se formó en nosotros. Desconozco si él conoce nuestra situación pero de que algo sospecha, no lo dudo—, es tiempo de dar a conocer las pinturas. El cobrizo asiente, un tanto frenético. Alice me toca el brazo y me dice que me estuvo buscando, pero estoy tan perdida en lo que acaba de suceder que ya no tengo atención en nada más. Me llevo una mano al pecho y sofoco otro jadeo agonizante. —Has hablado con él —exclama, asumiendo una reacción de sorpresa. Asiento con los labios apretados. —¿Y Jasper? —le pregunto para cambiar de tema. —Hablaba con Tanya, pero ya sabes que a mí no me genera mucha simpatía que digamos… —Me ha mirado de forma muy diferente hoy —susurro, pensativa. —¿Diferente? —inquiere con extrañeza. Me encojo de hombros como lo hizo Edward hace un rato, huyendo de las explicaciones, fingiendo que es algo sin sentido, sin razón aparente. Edward está de pie sobre una plataforma sofisticada y surrealista, algo completamente normal en un museo de esta categoría. Tiene una copa en la mano, la que eleva con cierta inquietud. Todos comienzan a callarse con respeto frente al artista, quien, a su vez, está acompañado de los dos sabiondos de la pintura, Tanya y Mr. Van Houten. Las pinturas se encuentran a su alrededor, tapadas y con hombres frente a ellas, ya listos para darlas a conocer al público. —Gracias a todos por estar presentes —exclama con voz enérgica para que todos lo escuchemos. Sus ojos pasean por cada persona, asegurándose de que todos lo oyen—. La muestra de hoy quizá les resulte fascinante, diferente, normal o una enfermiza obsesión de mis deseos, sentimientos, pérdidas y ansias. Todo aquí resume lo que añoro, lo que inconscientemente pido en mis noches a solas, lo que tuve y perdí… —Suspira, agobiado—. La

magnitud de mis trazos no se miden en cómo precisé en fotografiar mis inspiraciones, en cómo imaginé y plasmé entre detalles hiperreales cada pintura. Mis cuadros son la muestra de cómo amo, cómo entristezco, cómo engendro los sentimientos que consumen parte de mi existencia. He plasmado cuanto pasó por mi cabeza, cuanto vi con mis ojos la perfección misma y la necesidad de encontrarme con aquel ángel que, de cualquier manera, estuvo para mí. —Bebe un poco de champagne y los presentes hacen lo mismo, celebrando sus bellas palabras. Pero yo no sé qué hacer, cómo reaccionar. Lo que ha dicho ha sido tan profundo que me ha calado los huesos. Alice recorre su mano por mi espalda y Jasper aparece a su lado con el rostro un tanto asombrado. —Quiero pedirles a todos que observen —apunta hacia las telas con ambas manos. Todos lo hacen pero yo estoy embelesada con su reciente discurso, con los ojos bien abiertos frente a su presencia. Escucho un "oh" por respuesta, una sorpresa grata y admirada de todos los presentes. Pero es el llamado de Alice el que me invita a reaccionar y seguir la corriente de todos. Fijo mi mirada en todos esos cuadros hiperreales, encontrándome conmigo misma desde distintas posiciones, reacciones y sentimientos expresados en mi rostro. —Oh por Dios —musito, llevándome una mano a los labios para ahogar mi expresión de asombro. Edward me encuentra entre los presentes, sonríe ligeramente con algo de tristeza. Luego su mirar recae en el suelo, algo incómodo. Mi barbilla tirita ante el inminente llanto. —Yo lo llamo el lenguaje del amor —exclama cuando ya todos han acabado de sorprenderse—. He realizado cada pintura con un sentimiento embargante en mis entrañas, ella siempre presente en mi cabeza, en mi corazón… —Suspira—. Esto prueba mi locura, mi necesidad de embargarme con su entereza —afirma con aire despreocupado, como si no tuviese la culpa de todo lo que siente. Sigue mirándome, no despega ni una sola vez su vista de la mía. Aprieta su copa con fuerza como una puerta de escape a su desesperación. Los recuerdos de sus palabras hirientes vuelven como cuchillas a mí. ¿Por qué está diciendo esto, justo con todas estas personas? Afirmó que no me amaba, con sus gestos de asco acabó por hacerme trizas, ¿y ahora me entrega el paisaje de todas esas pinturas sobre mí? —Necesito salir de aquí —gimo. —Voy contigo —dice Alice. —No. —Muevo mi cabeza en negativa—. Necesito estar sola. Doy marcha atrás, no sin antes mirarlo por última vez. Tiene los ojos bañados en lágrimas y una expresión que me dice "quédate, ven conmigo y permíteme abrazarte". Huyo, destrozada. . Edward POV

En cuanto la vi volvió al aire a mi cuerpo. Creí que era el regalo perfecto del destino, la cuota perfecta para que esta noche mi vida cobrara sentido. Al topar con aquellos ojos sensibles, tristes y profundos, comprendí que no podía seguir siendo parte de un plan que nos destruiría sin poder evitarlo, que estando juntos todo resultaría mejor. "Se ve tan hermosa", pensaba una y otra vez, " ¡demonios!, me es insostenible". Pero, su expresión… Comprendí que le había hecho un daño irreparable, que la había destruido de manera absoluta. Estaba herida, decepcionada y angustiada por tenerme cerca luego de todo lo que le dije buscando salir de sus lazos. No era para menos. Moría por tocarla, por hacerla mía y por sentir su calor. La copa en mi mano tambalea y frente a mí tengo a más de 40 personas, entre ellas la mujer que inspiró cada cuadro, cada trazo y cada idea. Acababa de expresar mis más horridos deseos frente a ella, explicándole que la ansiaba, que había mentido, que sigo amándola, pero en sus ojos solo había dolor, angustia y una necesidad imperante por gritarme que dejara de hacer esto. No, Bella, no te vayas. La observo marchar y me es insostenible, como si fuese a perderla otra vez. ¡Bella!, quiero gritar, pero se va, se aleja de todos y de mí. Miro los cuadros que me rodean y, con pesar, llamo a todos a que se acerquen y disfruten de lo que he hecho, ya todos saben quién es ella. Me bebo la copa de un solo trago y busco otra más para sosegar la desesperación. Tengo que encontrarla, tengo que decirle que la amo. Pero, ¿qué hago? ¿Cómo… se lo digo? ¿Ya he causado suficiente daño? —Sr. Cullen, su arte es impresionante, ella se ve tan real —afirma un hombre gordinflón de aspecto risueño. —Sí, gracias —digo. —Le tengo una oferta —susurra con aire cómplice. Me entrega un cheque con la tasación más elevada que jamás había visto. —No —respondo de inmediato. Él sujeto parece contrariado por mi rotunda negativa—. Tengo que… averiguarlo con mis… —Aprieto los labios y me despido de él. No puedo venderla, no puedo darles a Bella por una cantidad de ceros. Alice y Jasper se acercan a mí con mirada preocupada. Ella se ve afectada y aprieta la mano de mi primo con mucha intensidad. —¿Qué ha sido todo esto, Edward? —inquiere ella—. Ha sido una bomba para su corazón, ¡ni siquiera yo lo entiendo! Pongo una mano en mi cintura y la otra en mi frente, agobiado. —¡Tenía que hacerlo! —elevo la voz—. Ya no puedo seguir con esto —digo, bajando el volumen. Sus ojos azules se agrandan al igual que la intensidad de su brillo.

—Me está comiendo por dentro, chicos, me… destruye no estar con ella. Jasper emite una ligera sonrisa, como si todo comenzase a estar bien en el mundo. —Entonces, ¿nunca has dejado de amarla? Niego, rompiendo a llorar. —Nunca quise hacerlo, nunca… nunca fue mi intención alejarme de Bella. —Por supuesto que no —musita mi primo. Pone su mano en mi hombro y me lo aprieta con suavidad. Han recurrido muchas personas para discutir la venta de mis cuadros. Sospecho que aquello se ve seriamente afectado por ser Bella la protagonista de ellos, una mujer famosa y radiante como todos dicen. Me niego ante tamaña cantidad de números disponibles para mí. Hay una sola cosa en mi mente y es encontrarla. Tiene que estar en el museo. . Isabella POV Quise atravesar cualquier puerta del museo, marcharme y no ver a Edward, no de momento. Pero no logré moverme mucho hasta sentir que el aire se acababa en mis pulmones, porque simplemente no era capaz de irme, algo sustancial me hacía permanecer. No te entiendo, Edward, no sé qué quieres de mí. El museo es un lugar inmenso, lleno de cuartos ocultos y salas de diferentes estilos. Me oculto en lo que parece ser el hall de los cuadros rezagados, una habitación muy poco iluminada con olor a pintura seca. Me siento en medio de los lienzos con las rodillas flexionadas y apegadas a mi pecho. Espero a que el tiempo pase mientras pienso en él, en su discurso y en cómo me miraba. Frente a mí hay una ventana pequeña que solo me permite mirar el cielo oscuro lleno de estrellas. Mi única distracción es encontrar forma en sus posiciones y, con frecuencia, mi mente escapa en mis fragilidades, en mi amor y en todo el sufrimiento que nos ha llevado a vivir hasta el día de hoy. Suspiro cansada. El tiempo se hace eterno y el cielo ha cobrado un color aún más negro, aquel negro que reafirma la oscuridad propia de la noche concisa. "Serán las tres de la madrugada probablemente", pienso. Salgo de aquel cuarto y camino en silencio. Mis tacones se oyen en el ensordecedor silencio de un museo solitario. Las luces están atenuadas, probablemente no quede nadie aquí, solo un guardia, dos… quizá tres; parece el receptáculo de cosas valiosas, un museo de arte que recaba millones de dólares. "Quizá me lleven a la cárcel por invadir este espacio", pienso distraídamente. El hall del evento está vacío, todo el mundo se ha ido. Edward también, por supuesto. Solo quedo yo y todos esos cuadros de mí misma, mirando al frente, sonriendo de felicidad, de vergüenza, asumiendo sentimientos adorables, expresando con mis ojos, desnuda frente a la cama, leyendo

un libro, durmiendo… Dios, estoy en todas partes de forma tan real como una fotografía. —Eres muy talentoso —digo. Me acerco a uno de ellos, el más grande quizá. Debe medir unos dos metros de ancho y largo. Me muerdo el labio inferior, tal como salgo haciéndolo en la pintura. Llevo el cabello suelto, despeinado, estoy sonrojada y tengo una mano aferrada a mi rostro mientras me recargo en la cama, utilizando su camisa favorita. Sonrío y llevo mi dedo índice a los trazos, luego lo quito, temerosa de ensuciarlo. —¿Por qué has hecho esto? Ah, Edward —suspiro. Me tapo la boca para ahogar mi gemido. Me siento sobre la alfombra acolchada y apego mi espalda a la pared. Ahí me largo a llorar, agobiada y muy cansada. —Ni siquiera soy capaz de preguntarte qué esperas de mí, no me salen las palabras —murmuro, como si fuese a escucharme. Edward POV Es mi quinta copa, debería parar. Los asistentes se han ido, algunos decepcionados porque no les he vendido, otros maravillados por mi arte. —No la encontré por ninguna parte —me dice Jasper con la respiración elevada ante tanto trote—, quizá se fue al hotel. Alice lo mira decepcionada. Suspira. —Tienes razón, quizá sería bueno volver a la habitación y esperar un poco, seguramente ella querrá hablar mañana… —No lo hará —digo taciturno—, me miraba de manera… Aprieto mis manos como puños y clavo mis uñas en las palmas. —¿Y qué esperabas? —exclama Alice con el ceño fruncido—. Afirmaste que no la querías, le escupiste en la cara que era una prostituta, le hiciste creer que eso era suficiente para no querer estar con ella. —Tenía que hacerlo —le rebato, furioso—. ¡Estaba su vida entre mis manos! No hables como si yo no tuviera corazón, como si yo no estuviese roto por todo el daño que le he causado, Alice. Ella frunce los labios, indispuesta. —Lo siento —murmura—, pero ella es mi mejor amiga y ya no soporto verla así. Asiento. Alice y mi primo se marchan del museo un rato después. Lo que me queda a cambio es la soledad en un museo a minutos del cierre. Tanto Tanya como Mr. Van Houten están en el hotel. No se ha marchado, tiene que estar por aquí. Me aventuro en las inmediaciones de este lugar, encontrándome con habitaciones y esquinas que

no dan ni un atisbo de su paradero. Desilusionado me atrevo a contemplar aquella idea, que sí se ha marchado de aquí. ¿Querrá hablar conmigo mañana? Ni siquiera les pregunté cuál era el hotel en donde se hospedaban, menos aún la habitación de ella. Apego mi espalda a la pared del corredor principal, agotado ya de buscarla. Creo que debo volver y dormir, no saco nada desesperando en la madrugada. Me pongo el abrigo y, como última actividad de la noche, voy a mirar los cuadros, un "buenas noches" a su imagen. Sin embargo, me detengo, escrutando mi mirada hacia mi galería. Las luces están a medio apagar pero eso no me impide reconocerla, podría hacerlo a mil millas de distancia. Lleva su dedo a la pintura más grande, mi favorita, pero luego lo aleja, temerosa. Admira el cuadro con gestos concentrados como si quisiera encontrar algún detalle, como si… esperase que la Isabella de ahí fuese tan imperfecta como dice ser. Al rato deja de mirar y comienza un llanto cansado, sostenida entre la pared y el suelo de alfombra. —Ni siquiera soy capaz de preguntarte qué esperas de mí, no me salen las palabras —susurra. Por un momento pienso que me ha encontrado espiándola, pero definitivamente no es así, pues emprende el camino hacia la salida casi al instante. —No —le digo con voz enérgica—, no te vayas. Para en medio del hall, otra vez sosteniendo su pequeña cartera entre los dedos. —Necesito hablar contigo. Isabella POV Tengo los labios secos y el corazón me late con mucha fuerza. Su voz. Me giro para observarlo. Tiene los ojos brillantes y la respiración un poco errática. —Creí que te habías ido a tu hotel. —Me cruzo de brazos frente a él. —Te estaba buscando —me explica. Me paso los dedos por debajo de los ojos para quitarme las lágrimas y Edward es el perfecto testigo de eso. Sus cejas están arqueadas y sus manos apretadas con fuerza. —Todos esos cuadros de mí… —Suspiro—. ¿Por qué? —Tenía que hacerlo —me dice—, eres todo lo que he sentido por años, todo por lo que me he mantenido en pie. Me aclaro la garganta. —¿Por qué me haces esto? —Es inútil reprimir mi dolor, este brota sin cuidado de mi boca, de mis gestos. —Bella —insiste.

—¡Me destruiste antes de marcharte! —le grito—. Me hiciste trizas, Edward. ¿Y ahora expones de mí? Quiere insistir, pero la desesperación lo ataca. —Cuando te conocí creí que eras el único hombre que jamás podría haberme hecho daño —le confieso, rompiendo a llorar—, te conferí el poder para derrocar las pocas bases que construí de mí, tenías mis sentimientos en tus manos… y lo hiciste —murmuro en un hilillo de voz—, con unas cuantas palabras me destruiste. Él jadea frente a mí sin dejar de mirarme. —Yo también te hice daño, no lo dudo —añado—, pero tú no eres como yo, una prostituta infeliz que desde un principio te mintió. No dice nada, solo me mira con dolor y desesperanza. —Y vengo a Nueva York, dispuesta a observar tus creaciones, encontrándome con mi rostro plasmado en cada rincón —susurro—. No te entiendo —insisto—. Ni siquiera sé por qué mi corazón insistía en venir aquí, pidiéndote a gritos, no lo entiendo… ¿Acaso olvidé el odio que brotaba de tus ojos cuando me mirabas? Cómo te costaba decir que era una maldita ramera de Louis —gruño—. El asco en tus ojos me desestabilizó, ¿no fue suficiente todo lo que te amé? ¿Todo lo que expresaba con mis ojos y mis besos? Edward da pasos hacia mí y yo me mantengo erguida, viendo cómo la distancia se acorta entre nosotros. —Te amo tanto, Edward —susurro—, pero quiero odiarte por haberme tratado así. Se le escapa un gemido. —Fui un puto imbécil, Bella, ¡un estúpido! Me aprieta las manos. —No tengo palabras para explicarte cómo me detesto por haber cometido ese error, pero, ¿crees que eres la única viviendo un infierno? —inquiere con un dejo de rabia—. ¿De verdad crees que yo no siento? —Sí, sí sientes —mascullo—. Sientes furia, culpa… —Me callo. —No, no es lo único que siento. Me toma la barbilla con cuidado, acortando aún más nuestra distancia, convirtiéndola en una tentadora y peligrosa cercanía. Su exhalación choca con mi rostro y mis labios se remojan, deseosos. Cierro mis ojos, imposibilitada, perdiendo fuerzas y autocontrol. —¿Qué más sientes? —inquiero con un hilillo de voz. Su calor se hace peligroso, inverosímil y tentador. Mi cuerpo vuelve a sentir, como si recobrara su funcionalidad, como si mi otra mitad hubiera vuelto a su sitio. —Amor —dice a milímetros de mi boca. Pauso mi respiración.

¿Amor? Abro mis ojos de par en par, él también lo hace. Peligra el llanto en sus cuencas. Paso mis manos por su pecho, asegurándome de que es él, mi Edward. Sus dedos viajan a mi nuca y me acerca más a su boca, apoderándose por completo de la mía. Me besa con desesperación, tirando de mi labio inferior con sus dientes y sujetándome para que no huya. Pero yo no quiero hacerlo, no. Su beso se intensifica, el calor es abrasante, abismal. Jadeo y lo atraigo aún más con mis manos en las solapas de su chaqueta. Pero en mi mente comienzan a gestarse los recuerdos de aquel día, cuando me dejó, cuando afirmó no amarme, cuando el haber sido prostituta me alejó de su lado. Cuando acabamos el beso para recuperar el aire que nos falta, me alejo para aclarar mi cabeza, para reorganizar mi realidad y mis fantasías. —Shh —sisea él, con aquel dejo meloso y terso que siempre le ha caracterizado. No había reparado en el llanto que brotaba de mí hasta que pasó sus pulgares por mi rostro. —No puedo quitarme esas palabras de la cabeza, Edward —le cuento con voz neutral—, en aquel beso final que me diste antes de marchar, en tus ojos fríos. Suspiro con angustia. —No vendí el anillo, no fui capaz, es demasiado importante para hacerlo. ¿Por qué me lo pediste? —sollozo—. ¿Por qué… me pediste que te olvidara, Edward? No pude hacerlo, perdón… —No, Bella —me interrumpe—, no vuelvas a mencionar esa palabra, solo yo puedo hacerlo. Me aprieta contra él, sosteniéndome mientras dejo ir sollozos lastimeros. —Eso era lo que querías, que te olvidara, yo también quería al principio, quería sacarte de mi cabeza y no volver a verte nunca más —le confieso. Edward se tensa—. Tú no merecías estar con alguien de mi calaña ni yo merecía amar a quien escupió cientos de veces la clase de mujer que era. Quiero alejar sus brazos, su calor y su todo, me hace mal, me lastima. Sus dedos acarician mi mejilla con suavidad. Cierro mis ojos y me dejó llevar por la sensación de su toque contra mi piel. —Lo lamento, cariño, de verdad, perdón. Todo lo que dije es una basura… Yo… Fui un cobarde. Claro que no mereces estar con alguien como yo, no merezco a una mujer que, a pesar de todas sus cicatrices, sigue amando con el mismo fervor. Su rostro está navegado en lágrimas. —Perdóname, cariño, por todo lo que dije, por ser tan cobarde —enfatiza las últimas palabras con muchísima rabia—, por decirte todas esas cosas, por actuar de manera impulsiva, por dañarte, por escupirte, por estar aterrado.

Su dedo pulgar tira de mi labio inferior. Nos miramos a los ojos, cuencas dañadas y envueltas en pasado. —Te amo —me dice—, no puedo dejarte ir, no puedo alejarme más de ti. —Pero tú… me dijiste que no… —Que no te amaba —completa. Se le escapa un gruñido de pesar—. Mentí. El iris de sus ojos se torna líquido y más ámbar de lo acostumbrado. Su sinceridad se ve expresada con tan solo mirarme a la cara, sin pestañear, sin vacilaciones. Me ama. Me sigue amando. —¿Por qué lo hiciste? —mascullo. —Era la única forma de alejarte. Pedirte que vendieras el anillo, admitir que ya no te amaba, comportándome de manera tan frívola frente a ti. Fingir que no me importabas fue una de las experiencias más dolorosas que he sentido en mi vida, pero no la peor. —Hace una pausa. Luego prosigue al ver que no tengo reacción—. Moría por besarte, por tocarte, por tenerte conmigo, pero estaba aterrado, como nunca. Tu vida estaba entre mis dedos, te esfumabas… Mira hacia el horizonte, horrorizado. —La mafia me obligó, cariño. Vi con mis propios ojos al francotirador dispuesto a matarte si yo no te dejaba ir. Perderte viva era ínfimamente soportable, pero verte morir era insostenible. No concibo mi vida sin ti, menos aún si ya no existes. Siento un impulso de vida, algo extraño, potentísimo. Todas las piezas encajan perfectamente. ¿Cómo no me di cuenta antes de cuánto sufría? Por eso dijo todo aquello, por eso quería alejarse de mí. Llevo mis brazos a su cuello y lo aprieto contra mí, asegurándome de que esta es la realidad, que está conmigo, que no me odia. Edward me abraza por la cintura y me aprieta con muchísima fuerza, tanta que duele, pero no me importa. Esconde su rostro en mi cuello y me besa la piel. Siento un escalofrío eléctrico. —Estoy aterrado, no quiero que te pase nada por mi culpa —profiere—, pero no puedo alejarme de ti, te amo… —Dilo otra vez —le pido con la voz entrecortada. Se separa un poco para mirarme a los ojos. —Te amo —repite con una sonrisa de sincero alivio y placer. Yo le sonrío y lloro al mismo tiempo. Sí, alivio. Lo beso enérgicamente. —Te amo, Edward —le digo—, no he dejado de hacerlo nunca. Me da sus cariñosos toquecitos en la punta de la nariz.

—El destino siempre se encarga de reunirnos con el amor de nuestra vida —susurra. Apega su frente a la mía. —No importa cuántas veces nuestros caminos se vean separados, siempre logramos reunirnos. Me toma las manos para atraer mi completa atención. Es increíble la alegría que ha emergido de nuestro ser, la palpo. —Por favor, dime que me perdonas. Nunca te he odiado, te amo de manera irrevocable y eso es indestructible —dice—, todo tu pasado es una herida que es tiempo de sanar, de olvidar. Te amo por quien eres, no por quien pienso que seas. Eres mi Isabella, la mujer que quiero para mí desde que soy un púbero. Pongo mis manos en su rostro. Acaricio su quijada, su barbilla y sus labios. Sonrío. —Claro que te perdono —respondo—. Solo abrázame y no me sueltes nunca más. Abrázame y acomoda todas las piezas de mi corazón, porque es tuyo, tuyo por completo. Me toma entre sus brazos y damos un par de giros. Vuelve a acomodar su rostro en mi cuello y me huele, para luego suspirar de satisfacción. No hay necesidad de explicar el placer de acomodarse en el calor de quien amas y de quién privaron de amar. Toda melancolía se ha marchado. La habitación de Edward en el hotel Plaza está un piso más arriba. No pensé que dormiríamos en el mismo lugar. —¿Lo ves? —me dice antes de abrir la lujosa puerta de ébano. —¿Qué? —inquiero. Sonríe. Me besa la frente y baja hasta mis labios. —Siempre acabamos en el mismo lugar —susurra. Luego de abrir la puerta, me invita a pasar con una mirada comprometedora. La habitación es muy grande, como una pequeña cabaña nórdica. Me maravillo mirando los frascos de pintura y los pinceles que yo le regalé, limpios luego de un arduo trabajo. —Cuando los ocupaba sentía que me conectaba contigo. —Su voz suena cercana y seductora detrás de mi oreja. Su mano viaja por mi cadera, la cintura, y culmina en mi vientre—. Un trazo era una caricia en tu piel, un beso delicado. Tengo mis ojos cerrados, aunada a mis emociones. Pongo mi mano sobre la suya, aquella que cubre mi barriga. Siento una comodidad tan inmensa con su mano ahí, junto a la mía. Nos quedamos callados, respirando nuestra compañía. Me doy la vuelta y me encuentro con una mirada ligeramente preocupada y pensativa. Pongo mis

dedos en su quijada, pidiéndole que me explique qué sucede. —Te dije que te amaba tantas veces, Bella —susurra con el ceño fruncido—, pero me creíste cuando te mentí y te expliqué que había dejado de hacerlo. ¿Creíste que de un momento a otro lo que sentía por ti se había esfumado? —Suena un poco decepcionado. —Quizá estaba demasiado convencida de que ibas a odiarme y me obligué a creerlo. Dolió, ¿sabes? Pensé que mi pasado había sido suficiente para que tus sentimientos hayan cambiado de forma tan brusca. —¡No! —exclama—. Claro que no. Junta su frente con la mía y me aprieta las manos con fuerza. —Aquel periodo de tu vida fue pasado, nada más. Quiero olvidar contigo, sepultar todos esos malos recuerdos. Te amo, Bella, ya no quiero estar separado de ti. Se me escapa un gritito de alegría. Me abrazo a él desde el cuello y lo beso, suplicándole que me haga su obra de arte, que trace su arte sobre mi piel. Edward no demora en comprender mis abstractas peticiones. Sus labios recorren mi cuello, mis hombros y mi clavícula derecha, y a la vez permite que sus dedos se apoderen de la carne de mis caderas, trasero y muslos. Me sostiene contra él; puedo sentir la necesidad imperante que brota de sus poros. Vuelve a mi boca y, antes de seguir, sonríe. Yo también lo hago. Baja la cremallera de mi vestido y, al terminar, centímetros antes de acercarse a mi coxis, me pide que lo deje caer. Y lo hago. . Su dedo sube y baja por mi columna vertebral. Apego mi mejilla a su pecho, suspirando de satisfacción. Me uno a su juego, proveyendo caricias furtivas en su abdomen. Me abraza con más fuerza y entrelaza sus piernas con las mías. Llevo mi mirada hacia sus ojos dorados, noto la paz que ahora irradia de ellos. He vuelto a mi hogar, sus brazos. Podría quedarme aquí toda mi vida. Sentía su semiente escurrir por mis muslos, lenta y tibia. Acababa de hacerme el amor con su característica delicadeza, con esa perfección de artista. Se siente tan bien estar envuelta en su cuerpo desnudo. ... Edward POV Ya lleva bastante tiempo durmiendo y yo he podido hacerlo de manera intermitente, alerta a que la mujer que descansa a mi lado me abandone. Es un miedo irracional que se gestó durante nuestra separación, algo irracional si pienso en lo que sucedió hace un rato. Su cabello desparramado por su espalda me regala una visual que ya conocía pero que siempre es agradable, mayor aún al extrañarla como lo he hecho durante semanas.

Le beso la sien con cuidado para que no vaya a despertar. Me dejo llevar por el aroma que desprende. Rememoro las tantas noches de soledad que viví al volver de Forks, durmiendo con su pañuelo perfumado como si ella estuviese conmigo. Hoy sí, está aquí. —Mi Bella —susurro. Repaso los detalles de su rostro, admirando su belleza—. Lucharé por ti, pero contigo, así se derrotan las guerras. . Isabella POV Me remuevo entre las sábanas, buscando su calor. Lo último que recuerdo es un beso entre sueños… Abro los ojos de sopetón. No sé dónde estoy. Oh, espera, es la habitación de hotel. Edward. Miro a mi lado y noto la ausencia. —Fue un sueño —susurro, confusa y desorientada. —Estoy aquí —me dice él, al otro extremo de la cama. Está sentado en una silla, probablemente mirándome dormir. Se acerca a mí y me besa los labios con efusividad. Se me escapa un suspiro de alivio, felicidad y amor. —No me he marchado y no lo haré —profiere con vehemencia. Me muerdo el labio inferior y a la vez sonrío. —Al fin estamos juntos. —Como siempre ha tenido que ser. —En su rostro se gesta una mueca de entusiasmo por la vida—. El servicio a la habitación nos ha traído el desayuno, vamos a comer antes de que enfríe —invita, estirando la mano para que me levante. Me pongo su camisa sobre mi desnudez y me dejo llevar por su mano entrelaza a la mía. —Esto se ve delicioso —exclamo al ver los panqueques acompañados de frutas y un frasco de miel a su lado. Edward se sienta a mi lado. De inmediato me sirve té. Mi estómago ruge de manera voraz al oler el aroma de la masa caliente. —Tenía antojos de panqueques con miel —le digo medio sonriendo. Corto un pedazo y me lo meto a la boca. Profiero un sonido de placer, lo que a Edward le hace iluminar sus ojos. Se ríe. —¿Antojos? —inquiere con cierta curiosidad. —Sí —respondo con una sonrisilla—, la felicidad da hambre también, así que punto para

nosotros. Se vuelve a reír. Con sus dedos me roba una fresa embadurnada de miel y se la lleva a la boca con ese aire exquisito que siempre lo envuelve. Me besa la coronilla y luego me da un par de toquecitos en la nariz. —Te vi dormir por un par de horas —me cuenta. Tiene una taza humeante de café contra los labios. Su mirada se ha tornado seria—, quería velar tu siesta, asegurarme de que no saldrías por esa puerta. —Me apunta la salida principal de la habitación con la barbilla. —Oh no —profiero—, eso no ocurrirá, no podría. Aún veo miedo en sus ojos. —No quiero que esas personas se salgan con la suya, no quiero pasar ni un día más separada de ti, esos diez años fueron suficientes, las últimas semanas solo hicieron que nuestra distancia se volviese insostenible. Créeme —entrelazo mis dedos con los suyos—, ya no quiero sufrir más porque no te tengo. Asiente, convencido. Lleva un trozo de fruta a mis labios para que siga comiendo, para que olvide todas estas inseguridades y comencemos a creer en la fuerza indestructible de dos personas que se aman. Cuando el reloj marca las 10 de la mañana, alguien llama a la puerta de forma insistente, casi histérica. Aquello nos toma por sorpresa. Mientras yo arreglo las flores que decoran la habitación, Edward va a abrir. —¡Estoy preocupada! —exclama Alice sin entrar ni verme—. La Sra. Renée me ha hablado esta mañana para decirme que Bella no ha llegado a dormir, ¡nadie sabe dónde está! —Parece horrorizada—. Quizá la mafia está detrás de esto, Edward. —Alice, tranquila —le pide mi cobrizo. Mi mejor amiga entra al cuarto con un bufido saliendo de sus fauces. Se topa conmigo de inmediato en medio de la sala. Me mira de pies a cabeza, con un alivio notorio en sus ojos. Sonríe de oreja a oreja y corre hasta mí para abrazarme. —Así que estabas aquí —murmura con algo de reproche materno en su voz. Me río. —Siempre he tenido que estar aquí —le explico. Edward camina para alcanzarme y tomarme de la mano. Mi amiga suspira como si su trabajo estuviera hecho. —Ya ha sido suficiente —dice él. Segundos después me besa la mejilla. Alice se lleva las manos al pecho, emocionada. —Estoy tan feliz. —Suspira, endureciendo un poco su gesto—. Pero no vuelvas a hacer esto sin avisar, creíamos que algo malo te había ocurrido. Si tu madre está histérica, imagínate cómo está tu padre.

Hago un mohín de arrepentimiento. —Moviendo cielo, mar y tierra por dar conmigo. —Así es —espeta—. Y tú, pintorcito, más te vale cuidarla, sabes que la amo como a una hermana. —No tienes que dudarlo, yo la amo por quien es, el amor de mi vida. Me escondo entre sus fuertes brazos, ahuecada en mi hogar, la parte favorita de mi mundo entero. . Tocamos a la puerta de mi madre y a los segundos ella nos abrió. Su primera reacción fue llevarse las manos a los labios y luego abrazarnos. Se ve feliz por nosotros, porque siempre nos ha visto entre penas y disgustos por intentar querernos. Mamá es la fiel testigo de cuantas veces nos hemos parecido a una relación de tira y afloja. —Siempre supe que este día llegaría —afirma ella con una voz suave y tersa. Pone una mano en mi brazo y la otra en el de Edward—. No quiero verlos sufrir nunca más, ya es suficiente, ¿no lo creen? Es la falta de comunicación, el miedo… —Niega—. Nunca más, por favor. Mi cobrizo sonríe. La sinceridad y la promesa brotan de sus cuencas. —Nunca más —repite él. Desde el cuarto de hotel se ve el sol radiante de un primaveral Nueva York, el Central Park está a solo unos metros más allá y se puede ver el parque casi por completo. Los taxis amarillos y característicos viajan a toda velocidad por la concurrida carretera, la gente corre tras ellos y se suben, convirtiéndolo en la cara visible de esta sociedad neoyorkina. —Creo que deberíamos ir al Central Park —le digo a ambos—, invitar a Alice y a Jasper también. —Me encantaría ir —dicen ambos al mismo tiempo. Voy a proponerles pasar a comer al restaurante del hotel pero el llamado de la puerta me hace callar. Mamá va a abrir, comentándonos que probablemente sean Alice y Jasper, quienes hasta hace poco estaban muy preocupados por nosotros. —Charlie —exclama con voz ahogada. La tensión de mi madre es palpable. Edward me mira como si entendiera todo, y no lo dudo. Me toma de la mano y me hace caminar hasta la sala del cuarto, esperando enfrentar a mi padre. —No creo que quiera asesinarme, ¿no? —me dice en voz baja. —No, tranquilo. Le doy un beso en la mejilla y él me aprieta la mano aún más fuerte. Vaya, mi padre le causa más terror que la propia mafia. De no haber estado en una situación tan tensa, me hubiera reído. —Hola, Renée —dice papá con el mismo tono de voz—. Bella, ¿ha llegado? Supe que no había regresado a la habitación y estoy desesperado. Mi madre le permite la entrada y él, por supuesto, se interna en la sala con decisión. Nos

encuentra a Edward y a mí en cercanía, yo con el cuerpo sutilmente apoyado en el suyo, con nuestras manos aferradas y mi cobrizo con los labios apegados a mi sien izquierda. —Vaya —espeta. —Estuve con él toda la noche, papá, estoy bien —le explico. Papá se pone rojo como un tomate y rompo a reír. —Sí, sí, sí, toda la noche —dice avergonzado—. ¿Por qué no nos telefoneaste? ¡Estaba aterrado! Sabes que por ahí están esos… —aprieta los labios—. Y tú, chico, no vuelvas a llevarte a mi hija sin avisar… —Papá, no soy una niña. —Para mí sí —exclama con un mohín inmaduro. La risa de mamá nos llama a todos la atención. Charlie esboza una sonrisa sincera y muy adorable. —¿Nada que decir, chico? Miro a Edward, quien parece intimidado. Luego me dirijo a papá, quien sutilmente ha mostrado su arma. —¡Papá! —le grito. —Sr. Swan —espeta mi cobrizo—, sé que últimamente lo he defraudado, pero amo a su hija, de verdad la amo. En algún momento me alejé por miedo a perderla. Preferí dejarla ir pensando que así sería feliz, pero no. Hace muy poco estaba destrozado, pero cuando la vi volví a sentirme en paz y ni se imagina la dicha de tenerla conmigo. Quiero ayudarlo a atrapar a esos malditos, quisieron quitarme la felicidad pero no lo van a conseguir. Se me llenan los ojos de lágrimas. Es capaz de decir abiertamente que me ama, no lo duda en ningún momento. ¿Lo dudo yo? Jamás. Papá vuelve a repasar el agarre de nuestras manos y, de pronto, sonríe. —Eres un buen chico, ¿eh? —Se ríe—. Haré lo posible por alejarlos de esa mafia, lo prometo. Solo… necesito que me cuentes qué sucedió, qué te hizo alejarte de ella. Edward asiente, asumiendo lo que debe hacer. Papá saca un pequeño cuaderno y le apunta la mesa que está en una esquina. . —Entonces te secuestraron cuando planeabas ir con Bella a pedirle perdón luego de aquella discusión, ¿no? —retroalimenta papá mientras anota algunas cosas. Edward me mira unos pocos segundos antes de dirigirse a él. —Sí. Estuve unos cuantos días pensando en aquella discusión y llegué tarde a la única conclusión posible —admite. Él juega con mi mano, dándole caricias furtivas y dibujando imaginariamente en mi piel, quizá como única salida a aquella pesadilla.

Edward POV Cuando tomo su mano y acaricio su piel, el tormento de aquellos recuerdos se ve minimizado. Ella se ve afectada pero intenta ocultarlo. —Te amenazaron, ¿no? —Sí. Con matarla. Me llevaron al edificio para ver cómo el francotirador apuntaba a su cabeza, luego el estómago y por último al brazo. Sé perfectamente que ellos no erran, es imposible y menos aún a la distancia en la cual se encontraba. —¿Lograste identificar al sicario? —No, lo único que veía era esa luz roja apuntándola. Louis Harrington me decía constantemente que, si no me decidía ya, ella iba a morir. Conozco bien los daños de una de esas balas, un solo tiro y… estás muerto. Bella me besa el hombro y me susurra que ya todo está bien, que nada malo va a ocurrir. Pero son recuerdos imborrables, recuerdos que me explicaron el poder que tienen ellos en la vida de la chica que amo. —Les grité, desesperado, que pararan, que haría todo lo que ellos me pidieran, sabía que no estaban jugando, un solo segundo bastaría para que esa bala… —Aprieto los ojos, queriendo escapar de aquel martirio. Charlie suspira y deja la pluma a un lado, un tanto afectado. Miro a mi novia y sus ojos brillan de vida, pero también de muchísimo pesar. No aguanto demasiado y me atrevo a besarla delante de su padre, sé que lo entiende, sé que comprende cuanto miedo tengo que algo malo vaya a ocurrirle. —Ese tipo es malévolo —susurro—, de todos modos permitió que le dispararan. Por eso fui a verte ese día, cariño, para asegurarme que estabas bien. Toco su brazo y ya no veo nada más que una pequeña cicatriz que se irá con el tiempo. —Luego de todo aquel tumulto de culpa, desesperación y miedo, decidí crear el discurso perfecto para alejarme de ella —susurro—. Planeé irme de Forks luego de hacer mi exposición, incluso planeaba dejarle una carta con todos los planes que tiene Louis Harrington con Bella, pero no iba a confesar el secuestro porque, bueno, el algún momento pensé que ellos de todos modos se saldrían con la suya. —¿Qué planes tienen, cariño? —Esta vez es ella quien eleva la voz para preguntar. La miro y noto el miedo que le recorre, la desesperación de saber que alguien está al acecho. Pero yo no voy a permitir que nadie la toque. —Tú lo sabes más que nadie —susurro con la garganta apretada. Ella asiente, comprendiendo incluso más que yo. Los conoce bien, sabe de lo que son capaces. Charlie suspira y cierra el cuaderno. Nos sonríe con una seguridad muy palpable. —No voy a indagar más —nos dice—, creo que recordar no es bueno, no ahora —murmura. Renée sale del dormitorio vistiendo un bonito vestido estampado en flores de diversos colores. Su belleza persiste a su edad y el amor por la vida le brota por los poros.

Ella siempre fue muy dulce, una mujer esperanzada que siempre ocultó su vida llena de violencia. Si no era por Bella yo jamás habría sabido el infierno que pasaba a manos de Phil. Bueno, yo no tenía idea que él las golpeaba hasta azotar sus vidas de manera irreparable. Quito a ese hombre de mi cabeza pues, cada vez que lo recuerdo, me enfurezco. —Vaya, qué guapa te ves, Renée —comenta Charlie con timidez. Ella se sonroja como una adolescente, lo que resulta adorable. Miro a Bella, la noto sonreír con melancolía. Tomo su mano y me llevo los nudillos a los labios. Me esboza una sonrisa sincera y natural. ¿En qué momento creí que podría vivir separado de ella? Isabella POV —G…gracias, Charlie —espeta entrecortadamente. Papá asiente y se pone el cuaderno bajo el brazo. Hace el ademán de marcha pero entonces para frente a la salida del cuarto. —No conozco mucho Nueva York y pensaba en dar un paseo por Manhattan, ¿quieres venir conmigo? —dice él con torpeza. Se me escapa una risita, pero mamá parece trastocada y ligeramente asustada por aquella invitación. En ese instante ella me observa, preguntándome qué hacer. Me siento como una madre y ella mi hija. «Ve con él», le digo en completo silencio. —Yo tampoco me manejo lo suficiente aquí. ¿A dónde quieres ir? —le pregunta ella con seguridad. Mi padre le sonríe y le tiende el brazo con caballerosidad, mamá le corresponde con una sonrisa igual de entusiasmada y se una al brazo de él. Edward y yo los vemos irse juntos, hablando del clima y de lo bonito que es el hotel. —Creo que me debes una escapada al Central Park —me susurra Edward al oído. . Es extraño estar de vuelta en este parque tan grande, con aires tan diferentes y pensamientos tan cambiados. Viví por mucho tiempo en Manhattan, pero nunca había estado tan feliz como ahora. Paro en la Fuente Bethesda con una nostalgia inmensa. Frente a ella aún está la banca en donde Rosalie me encontró, muriendo de frío y hambre luego de semanas sin encontrar trabajo. —¿Qué sucede, Bella? —inquiere Edward, preocupado. —Recuerdos —le explico. Hace un gesto de comprensión. —¿Algo que quizá quieras compartir conmigo? Me estrecho en su pecho, aceptando hacerlo. Le apunto a la banca para que sepa de lo que

hablo. —Ahí me encontró Rosalie Hale en uno de los inviernos más horribles de Nueva York —susurro. Todo parece tan lejano ahora—. Me habían despedido de mi estúpido empleo y llevaba semanas sin encontrar alguno. Me invitó a dormir con ella, a trabajar y a darme ayuda, no sin antes advertirme del lugar al que iba a recurrir. Edward me besa la frente con aprehensión y me insta a continuar. Tomo su mano y lo invito a seguir paseando por el recto camino que lleva al puente. —La madame estaba enojadísima, afirmaba que era muy joven y yo pensaba que sí, que era muy joven para estar ahí. —Se me aprieta la garganta de tristeza y rabia—. Me ofrecí a limpiar, era lo único que podía hacer. Fue un año y medio de eso, servir de mucama y testigo de lo que ocurría. Edward está tranquilo escuchándome, pero estoy atenta a cualquier incomodidad. —Fue Louis quien, decididamente, me hizo entrar al negocio —le digo con amargura—, claro que no me obligó pero, en mi defensa, puedo decir que no tuve muchas opciones, él afirmaba que no iba a seguir pagando mucamas, solo… —Prostitutas —completa mi cobrizo con la voz neutra. —Sí —mascullo—. No tenía más opciones y lo hice. El primer día lloré muchísimo, debo serte sincera, no podía creer que yo fuese a hacerlo. Rosalie me dio muchos consejos pero, sinceramente, los odiaba. Me asignaron compartir el cuarto de Alice, otra chica que era nueva, como yo. Seguimos caminando por el recorrido largo del famoso Central Park. Los extremos llenos de bancas y árboles altísimos que cubren parcialmente el cielo. —Fue ahí cuando se hicieron amigas, compartiendo aquella… experiencia. —La Madame era una mujer agradable, al menos ella se preocupaba de nuestra incomodidad. A Louis no le gustaba eso pero no se permitía ir en su contra, aquella mujer ejercía bastante poder en él. —Suspiro y me encojo de hombros—. Nos llamaba meretrices, odiaba esas palabras despectivas que nosotras mismas usábamos con odio. Para ella era un arte, un arte grotesco. —El arte es algo subjetivo —me dice de buen humor. —Al año recibí la carta de Carmen, comentándome que habías muerto —bajo la voz de a poco, contemplando mis recuerdos—. Mi mundo se rompió en pedazos, ya no me quedaba nada. Ella también me hizo creer que mamá me odiaba… —Me callo, asumiendo una ira que aún persiste, permanente y latente—. Fue un verdadero infierno, Edward, los peores días de mi vida. Me odiaba profundamente y odiaba mi destino. Es una herida que cuesta cerrar, una herida que duele tanto como aquellos días. Fui testigo de crímenes horrendos, los cuales tuve que callar por miedo a que me asesinaran. A pesar que odiaba mi vida, aún sentía esperanzas de poder arreglarla un poco. Edward para de caminar y yo también. Me acaricia la cara por un rato mientras digerimos mis recuerdos. —¿A qué te aferrabas, cariño? —me pregunta con dulzura. —A tu recuerdo, al de mi madre, a mi deseo de estar en el teatro, a la idea de que no podía desperdiciar todas esas noches de llanto por nada, porque sí, lloré cada día que estuve ahí, presa

en esas paredes horridas y asquerosas. Me besa la frente y me insta a caminar nuevamente. —Tú vivías así y yo creía que estabas feliz, si tan solo te hubiera encontrado en aquel viaje que hice hasta acá todo habría acabado. Limpio la lágrima antes que ésta caiga por mi mejilla. —Sí, pero no sucedió, nunca hubo tiempo de encontrarnos otra vez hasta 10 años después. —Al menos te volví a ver —susurra. Paramos en el puente. La brisa aquí es helada pues ya nos acercamos al mar. —La verdad es que había asumido no volver a verte nunca más, pero cuando lo asumes se vuelve incluso más doloroso que la expectativa. Pero bueno —suspiro—, ya sabes que el teatro nunca se me dio, los directores nunca confiaron en mí, querían otras cosas… —le digo sugestivamente. —No me sorprende —murmura—. ¿Fue James quien te sacó de ahí? —Sí, es algo que debo agradecerle a pesar de todo. Me llevé a Alice también, nunca más me pude separar de mi mejor amiga. Ella realmente no tenía a nadie más que yo, hasta que conoció a Jasper. —Ambos sonreímos—. Encontró a un hombre tan bueno como tú, cariño, y no sabes lo feliz que eso me hace. Nos sentamos en la banca que da a la laguna calma del Central Park, entonces él me aprieta contra su pecho y me refugia con su calor. Yo cierro mis ojos y descanso mis sentimientos en mi lugar favorito. —¿Estuviste mejor una vez que lograste conseguir la fama? —me pregunta, pero yo sé que conoce la respuesta. De todas maneras la digo: —No. —¿Por qué? Eso no lo sabe. —Estaba alejada de quien era realmente. Somos de quienes amamos y tú no estabas conmigo, ni mamá… Es un mundo vacío, nunca me gustó, no iba conmigo tampoco, no era el teatro. No me rodeé de gente muy buena, todo era envidia y egoísmo. —¿Y William? —Su voz suena rencorosa. —Lo conocí en la fiesta de su padre. Son tan distintos —mascullo—. Acercarme a él fue un acto egoísta pues sabía que estando de su parte Louis no se atrevería a hacerme daño, no de momento. William no conocía el papel de su padre en mi vida, te lo juro. Edward permanece callado, lo que me preocupa. —Le debo mi vida —espeto.

Edward me separa de su pecho para poder mirarme. Tiene el ceño fruncido. —Iba a suicidarme. Sus ojos dorados se horrorizan. Me aprieta los hombros y luego me besa con fervor. —Odiaba mi vida, Edward —le digo al separarme de sus ansiosos besos—, no quería vivir. Él me encontró en la bañera, con la navaja cerca de mi muñeca izquierda. Fue una estupidez de la que siempre me veré arrepentida. —Dios, Bella —gime con terror—. Gracias al cielo que no lo hiciste. —A los días Jane llamó para avisarme del estado de mi madre y partí de inmediato a Forks. Y te encontré. —Sonrío con los ojos bañados en lágrimas. Me besa la frente con intensidad, luego me abraza, juntando mis pedacitos. —Eso es todo lo que debes saber, toda mi historia. Ya no quedan secretos entre nosotros, solo una verdad absoluta y es que te amo. ¿No es el sentimiento más puro que hemos conservado en nuestros corazones por todos estos años? —No importa lo que haya pasado antes, ya no quiero dejarte ir, no es sano, no quiero. Quédate conmigo y permíteme hacerte feliz. —Ya lo haces. —Beso sus labios—. Me haces inmensamente feliz. —Más de lo que eres —insiste. Le acaricio los mechones que han caído sobre su frente, sus ojos intensos me repasan. —Entonces manos a la obra. . Nos regresamos cuando el crepúsculo está sobre nuestras cabezas y el frío se torna incómodo. No he parado de sonreír en toda la tarde. —¿Ya has vendido las pinturas? —inquiero—. ¿Pero qué pregunta es esa? Claro que sí… —No —me responde—. No he vendido ninguna. —¿Por qué? —me preocupo—. ¿Es que nadie ha querido…? —La verdad es que sí estuvieron interesados, pero no soy capaz de venderte. —No, Edward, eso no es justo… —No pinto para vender, cariño, pinto porque así expreso todo lo que quiero, y tú no eres alguien para vender o comprar, estás para amar, para ser feliz. Me muerdo el labio inferior para reprimir mis intensas ganas de llorar. ¡Qué sensible estoy! ¿Qué pasa conmigo? Claro que él piensa eso, es un buen hombre, el único que me conoce de la manera más profunda y pura que puedo ofrecerle. No soy su objeto, jamás lo seré, y eso lo único que me importa.

... La vuelta a Forks fue la entrada a la vida que nos merecemos, a la felicidad que siempre buscamos. Nos quedamos parados un buen rato frente a la cabaña, contemplando su fachada de cuento de hadas. Nuestro hogar. —Bienvenida nuevamente al castillo —me susurra al oído. Con entusiasmo abro la puerta y me interno en ella, oliendo el barniz y la manera característica del lugar. El ambiente dentro es paz, felicidad y buenos sentimientos, se respira amor de inmediato. Edward cierra la puerta y deposita la maleta en el suelo. Camina y me abraza por la cintura. —Se siente bien —me dice. Camino hasta la habitación y me recuesto en la cama, acariciando los edredones. —Tengo que volver a traer mis cosas, están en casa de mi madre. Se siente en el borde de la cama y me provee caricias suaves en el cabello. —Podemos ir hoy —profiere—. Aunque tengo algo tuyo conmigo en este momento. Me acomodo y me siento a su lado para hablar de forma más cómoda. Me muestra el anillo que él mismo diseñó para mí. —Tu madre me lo pasó. ¿Tú se lo entregaste? —S-sí —tartamudeo—. Le pedí que lo guardara porque me dolía mucho tenerlo yo. Me toma la mano izquierda y acerca el anillo a mi dedo anular pero sin ponerlo aún. —No está demás insistir en mi promesa de hacerla feliz todos los días de mi vida, en amarla como lo merece y enseñarle que la vida es el regalo más hermoso que podemos tener. ¿Aún quiere ser mi esposa, Srta. Swan? Me largo a reír y le doy un beso sorpresa. —¡Claro que sí! —exclamo—. Claro que aún quiero casarme contigo. El anillo entra en mi dedo anular y se queda ahí para nunca más salir. Es tan hermoso. —Te amo, cariño —le susurro contra los labios. Me besa él esta vez. —Yo también te amo, Bella. . Nuestra tarde en casa fue maravillosa. Nos pasamos en la cocina, cocinando, comiendo o simplemente hablando con una taza de té. Revivimos anécdotas de nuestra adolescencia, repasamos ilusiones y, por supuesto, nos acompañamos.

Edward quiere hacer a Jasper su socio en la carpintería y expandirla asociándose con una famosa maderera de Seattle. —Tenemos presupuesto de sobra, el negocio ya no es algo familiar, se transformó en una empresa que quiere crecer. —¿Le contarás cuando lo veas en la noche? —inquiero. —Sí, le contaré, creo que merece saber hacia dónde va lo que él construyó con tanto esfuerzo. —Espero que su cadera esté mejor —murmuro con pesar—. Lo bueno es que está bien y en casa. Esboza un mohín de preocupación. —Gracias por ir tras él. —Lo haría las veces que sean necesarias. Sonríe. Nos preparamos para volver a la casa de mi madre y recuperar las cosas que dejé ahí. Él me dejará ahí y vendrá a recogerme luego de ver a su padre. —Hey, mira lo que encontré aquí, el perfume de tu madre. Se quedó en tu maleta. Me lo entrega para que lo guarde. Es un perfume caro que ocupa para algunas ocasiones, recuerdo que se lo regaló Phil. Lo tiene hace muchísimos años y lo ha bajado muy poco. Me pongo un poco en la muñeca para rememorar el aroma a especias. Craso error. Emito una arcada. —¿Bella? —exclama mi novio—. ¿Sucede algo malo? Siento náuseas, unas bastantes desesperantes. Recuerdo haber estado así hace muchos años atrás, sintiendo cómo el asco acaba con mi cuerpo de manera espontánea y sin razón aparente. Y con el mismo aroma. Me quito aquel recuerdo de la cabeza y corro hasta el baño para vomitar. Edward me sigue y me sostiene el cabello una vez que yo estoy frente al retrete. Luego de tres arcadas paro y me siento después de cerrar la tapa. Aún siento el aroma en la base de mi garganta. —Deberías ir al médico —insta sobándome la espalda. Niego. —Creo que estoy bien —asumo con la cabeza dándome vueltas. Los mareos, las náuseas de la mañana… El asco al mismo perfume… Comienzo a contar los días mentalmente. 28, sí. 12, 13, 14… ¿Maldición, cuando fue la última vez que…? ¿Hace cuánto que no…? Siete semanas de retraso, ¿u ocho…? Oh. Buenas noches, les traigo otro capítulo de mi fanfic, un capítulo lleno de dicha y amor. ¡Ha sido

genial escribirlo! Les comento que ya estamos en el final, acabando con un fanfic que me ha tomado demasiado tiempo para mi gusto, pero que de cualquier manera ha significado una terapia para mis últimos años. Para todas quienes esperaban que sucediera, sí, sucedió, están juntos. ¡Qué alegría! Y traigo más sorpresas. Gracias a mis lectoras por seguir leyéndome y, como siempre, ansiando que me sigan leyendo en otra aventura, sin embargo, aún no les contaré lo que viene. ¡Besos y abrazos! Espero leer sus review y contestaré tan rápido como pueda Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Capítulo XLVI . Me siento en la cama con las palmas sobre el edredón, mirando hacia el frente de manera fija. Cuento otra vez los días que han pasado sin mi periodo, llegando a la misma conclusión: tengo bastantes semanas de retraso. Escucho mi nombre unas cuantas veces pero no presto atención. Muevo los dedos con cada número que pasa por mi cabeza y de mi boca sale un jadeo. —¡Bella! —me grita Edward desde el umbral de la puerta. Subo poco a poco mi cabeza para mirarlo a los ojos. Parece desconcertado por mi reacción y un tanto asustado. —Estoy bien —murmuro con los ojos muy abiertos. Se me acerca y posa sus manos en mis mejillas. —¿Estás segura que estás bien? —inquiere preocupado—. ¿Será algo que comiste? Le sonrío al oír su inocente hipótesis. —No —le respondo con una sonrisa—. ¿Cuántas semanas estuvimos separados? —le pregunto. Me ayuda a levantarme y en el proceso sufro otro mareo, recordando también el aroma del perfume de mi madre. Cierro los ojos y me concentro en respirar. Tal como lo recuerdo, la misma sensación desagradable, el mismo asco… La misma razón. —Seis semanas o un poco menos —me responde—. ¿Por qué?

Nunca he sufrido atrasos de gran magnitud. Nunca. La primera vez que sufrí uno de más de 1 semana sabía lo que ocurría, no era estúpida. Le tomo la mano a Edward y él entrelaza sus dedos con los míos. Me besa los nudillos y me tranquiliza con sus ojos. —Cariño —susurro—, tengo un atraso. Sus cejas se levantan de forma sorpresiva. —¿Un… un atraso? —inquiere confundido. Siento el escozor de mis lágrimas, unas de alegría y placer. —El tiempo pasó muy rápido, ni siquiera me di cuenta de ello —comienzo a decir. Me llevo una mano al vientre y en el proceso cierro los ojos con muchísima fuerza. —Bella —dice él, llamando mi atención. Cuando lo miro veo el brillo intenso de sus doradas cuencas, la ilusión más inmensa que alguna vez le ha brotado del rostro. Asiento, porque sé que se lo está preguntando. Me abraza y estrecha delicadamente entre sus brazos, rompiendo en un llanto alegre. —Estoy embarazada, cariño —le susurro al oído—, estoy embarazada… —repito en voz baja, como si no pudiera creerlo. —Embarazada —Siento su sonrisa sobre mi hombro. Cuando se separa veo la sorpresa y la ilusión en sus ojos e imagino su rostro unos años más joven, escuchando estas mismas palabras, las que no pude decirle cuando ameritaba hace diez años atrás. Me entristezco un poco. Vuelvo en mí. Le miro y reafirmo lo dicho intentando recuperar mi sonrisa. Al conseguirlo le digo: —Sí, lo estoy. Edward nota mi ligero cambio de gestualidad, lo sé por cómo me mira. Ahueca mi rostro entre sus manos y junta su frente con la mía. —Ahora estoy contigo, Bella, nadie nos lo va a quitar. —Pone una mano en mi barriga y la acaricia con dulzura—. Es nuestro, un empuje que nos hará aún más fuertes. Los protegeré con mi vida, nadie les hará daño, lo prometo. La primera vez no estuve cuando debía, pero ahora sí. Me besa los labios sin quitar su mano de mi vientre. Yo junto la mía con la suya y nos llenamos de fuerza, de vitalidad. Es nuestro y no permitiremos que esas víboras logren su cometido. Ahora hay una vida puesta en nuestro camino, una vida que nos ha traído luz y coraje. Esta vez soy yo quien pone mis manos en su rostro, delineando su quijada con mis dedos. Está tan contento, tan entusiasta. Yo también lo estoy. Tengo una sensación enorme en el pecho que ocupa cada vacío que alguna vez sentí y, aunque realmente no cure cada herida que llevo por dentro, me siento menos incompleta. También siento seguridad, pues hoy pude decir lo que no debí callar hace tantos años. Sé que esta vez será distinto, él está conmigo… con nosotros.

—Los haré felices, lo prometo —me dice contra los labios. —Ya soy feliz contigo —musito—, y estoy segura que él también será feliz. —¿Él? —inquiere con una sonrisa. Me largo a reír. —O ella —añado. Me vuelve a estrechar entre sus brazos y yo me quedo ahí, en donde emerge su preciado calor. Seremos tres y nadie va a impedir que seamos felices, lo juro. Phill lo logró la primera vez y no hay día en que no lo recuerde, ya sea un segundo o dos, pero ahora no voy a permitirlo. . Estuvimos hablando de esto por un largo rato, no sin antes sumergirnos en un silencio tranquilizador y cómodo. Era nuestra burbuja, nuestro espacio de cariño. Nos olvidamos por completo de lo que nos rodeaba, de cómo sufríamos hace solo una semana atrás. —Tenemos que ir con tus padres —me susurra al oído. Sonrío pesarosamente. Estoy recostada sobre él en la cama, haciendo dibujitos en el pecho y sintiendo su respiración chocar conmigo. —También tienes que ir con tu padre —murmuro. —¿Vas a contarle? —inquiere. —Vamos a contarle —le corrijo. Junta los labios con mi frente y se queda ahí, suspirando y pensando. —Con mi padre debemos esperar un poco, cariño, aún hay mucho que sanar con él —me dice con pesar—. No quiero que nuestro hijo se sumerja en un ambiente donde su abuelo odie a su madre, porque eso está sucediendo ahora —susurra—, mi padre aún no puede… —Se calla. Sé a lo que se refiere. Yo tampoco quiero eso. Pero Carlisle es tan difícil, guarda tantos secretos como mi madre. —No quiero seguir rodeada de secretos —le comento—, ellos deben decirnos la verdad de todo lo que esconden. Pero para eso tenemos que hablar con mi madre, con Charlie y, por supuesto, con Carlisle. Asiente convencido. —No más secretos —repite en voz baja. . Son las cinco de la tarde y el cielo de Forks ya comienza a oscurecer. La casa de mamá está repleta de flores que Marianne ha estado plantando junto a ella, los colores son intensos y hacen que la fachada salga de lo común en el barrio.

Edward golpea la puerta con sus nudillos y a los segundos nos abre mi madre con una gigante sonrisa. —¡Ya llegaron! —exclama—. Justamente Alice iba a llamarlos para invitarlos a cenar. Nos da un abrazo y nos invita a entrar. La chimenea está encendida, por lo que el calor resulta reconfortante luego del frío que hay afuera. Alice y Jasper están sentados en el sofá, mirando el álbum de fotografías de mi niñez. Marianne está en la cocina, como siempre, ese es su lugar favorito. —Ya pensábamos que se iban a quedar en casa todo el día, disfrutando la compañía —comenta mi mejor amiga con las cejas levantadas de manera sugestiva. —Resultaba tentador pero decidimos partir —Edward le sigue el juego. Marianne nos escucha y nos viene a saludar con su característica alegría. —Te traje tu perfume, se te quedó en mi maleta —le digo a mamá. Lo saco de mi bolso y se lo tiendo. —Vaya, qué distraída ando —comenta, dejándolo en la mesa de centro. Me tapo la boca para ahuyentar la arcada que quiere salir. —Vaya, este perfume lo usaba mi abuela —señala Alice. Rocía un poco en su muñeca y la sacude cerca de mi rostro. Se me escapa la arcada. Edward me pasa la mano por la espalda y me hace tomar asiento en el sofá individual. Inspiro y exhalo en profundidad para que la náusea y el asco desaparezcan. Cuando me siento más tranquila veo todos esos ojos mirándonos. —Bella —comenta mi madre—, ¿es…? Asiento con los ojos acuosos. —Estoy embarazada, vamos a tener un bebé. Siento un tumulto de abrazos y felicitaciones, la alegría es parte de todos ahora. Mamá comienza a llorar y abraza a Edward con fuerza. Le susurra algo al oído y él asiente, convencido. —Estoy tan feliz por ustedes —comenta Jasper. —Prométeme que seré su tía favorita y que podré cuidarlo cuando ustedes no puedan, por favor —suplica Alice con los ojos brillantes de entusiasmo. Edward y yo nos miramos y nos largamos a reír. —Prometido —le dice mi cobrizo. . Los días siguientes fueron intensos y en paz. No supe de papá hasta que él nos fue a visitar, comentándonos sobre lo que sucedía con la mafia de Louis Harrington. Fueron buenas noticias, alentadoras, estaba seguro que íbamos en buen camino. Edward le propuso ayudarle lo más que pudiera, pero me asustaba que él fuese a sumergirse demasiado en esto, Louis ya lo tenía en su

lista negra, ni siquiera había hecho lo que él le había exigido. Sin embargo, mi cobrizo es terco, no iba a escucharme, menos ahora que mi vida valía el doble. —Papá, tenemos una noticia que contar —le dije con mis manos sobre las suyas. Me mira con curiosidad. Acerca un poco más su tronco hacia nosotros y nos queda mirando con aires de sospecha. Edward y yo nos miramos a los ojos y sonreímos. —Ya, qué esperan, me tienen en ascuas —exclama él con fingido aire molesto. Suspiro. —Vas a ser abuelo —le digo. Abre los ojos desmesuradamente, luego se larga a reír, emocionado. Me da un abrazo muy fuerte y me besa la mejilla, haciéndome cosquillas con su bigote. Después festeja con Edward, palpándole la espalda. Cuando Edward fue a buscar más leña para la chimenea, me quedé a solas con mi padre, quien me acariciaba la barriga de manera esporádica y con los ojos llenos de cariño. —¿Y? ¿Hablaste con mamá? —inquiero con seriedad. Él quita su mano y toma distancia, probablemente sorprendido por mi pregunta. —Prometiste hacerlo, papá, ¡tienes que hacerlo! Hace solo unas semanas ella y tú salieron por las calles de Nueva York como viejos amigos. —Suspiro y entrelazo mis manos con las suyas—. No le guardes ese secreto, mamá necesita saber lo que ocurrió en verdad. Quiero tener a mi hijo con sus abuelos viviendo en paz, si es eso posible. Yo cometí muchos errores guardándome todo para mí y no conseguí nada, es hora de que hagas lo mismo, por favor. No me siento bien aconsejando a papá de aquella manera, como si los roles se hubieran intercambiado. Pero de alguna manera debía intentarlo, quiero un nuevo comienzo para mi familia, uno en donde no exista la oscuridad, y de alguna manera decir la verdad también formaba parte de ello. —No quiero herir a tu madre. —Voy a protestar pero él me calla con sus manos en el aire—. Pero sé que debo hacerlo. Sé que quieres traer a tu hijo a un mundo tranquilo y quiero contribuir. Solo dame unos días, ¿sí? La sacaré a dar una vuelta por los bosques y… le contaré todo lo que ocurrió. Le doy un abrazo muy fuerte. Papá me recibe con aprehensión y me susurra al oído un «te quiero» suave y cariñoso. —Yo también te quiero, papá —le respondo. ... 14 semanas, eso dijo mi médico. Me miro al espejo con una sonrisa radiante. Llevo mis ojos hacia mi vientre y noto el mínimo bultito que comienza a brotar. Aún se me hace difícil creerlo y a ratos siento un ligero miedo de que me lo quiten de los dedos. Supongo que es un sentimiento natural en una futura madre.

Suspiro y me sobo nuevamente la barriga. Voy a ser mamá. Escucho a Edward silbar desde el patio trasero, donde probablemente está haciendo algo con la madera. Otra vez sonrío. Edward será papá. Vamos a tener un bebé. Soy feliz. De mi corazón brota un amor inmenso, el que una vez sentí y que no pude disfrutar, pero ahora sí. Es un amor tan puro y natural, como si siempre hubiese estado en mi pecho, esperando a la persona correcta. —Y esa personita se esconde aquí —apunto al bultito con mi dedo índice y me largo a reír. De reojo veo la portada de una revista que Alice me dejó el día de ayer. Dice expresamente que me he retirado de la industria para dedicar mi vida al teatro. La sensación de realización es estupenda. Además, no voy a exponer a mi hijo a ese mundo asqueroso y superficial. Por mi ventana veo el lago y el sol matutino, junto con las mariposas y las flores con su brillante color. Es una mañana preciosa. Pero aquella pasividad se me mermada por el sonido de unos motores, probablemente de un coche y algo más grande. Edward ha dejado de silbar. Camino hasta la sala y me asomo por la ventana. Veo un coche de lujo y un camión de transporte. Con curiosidad me alejo y pretendo ir afuera, pero Edward se me adelanta, entrando a la cabaña, sin embargo no viene solo, sino con Tanya. —Hola, Bella —me saluda amigablemente. —Hola, Tanya. Su imponente y elegante semblante se interna en la sala, sujetando una carpeta de cuero azul bajo su brazo izquierdo. —Creí que me llamarías cuando vinieras a Forks —le comenta Edward con una sonrisa. —Se me hizo más divertido venir de improviso —le responde ella. De su carpeta saca un pequeño papel y se lo entrega al cobrizo, éste lo observa con asombro, sin dar crédito de lo que tiene entre sus manos. —Compraron todos los cuadros —nos dice Tanya—, se vendieron a un impresionante. ¡Es brillante! —¿Oíste eso, Edward? Es grandioso —digo con alegría. Pero Edward no parece muy contento. —Te dije que yo debía estar presente en la venta, esos cuadros no son cualquier cosa. —Me mira por unos segundos. Suspira, decepcionado—. Esas pinturas significan mucho para mí, no pueden tenerlas cualquier extraño. —Cariño, es tu trabajo. Además, no todos los artistas logran vender de esta manera —lo tranquilizo. Tanya se para en el umbral de la puerta principal sin hacernos caso. Le habla a alguien afuera y dos hombres aparecen en la sala con los cuadros que Edward pintó. Él y yo nos quedamos mirando sorprendidos y sin comprender lo que está ocurriendo.

—Un hombre anónimo compró tus pinturas, Edward, y pidió que se las regalara a ustedes —nos dice con aire cómplice. —¿Un hombre? —inquiere él con el ceño fruncido—. ¿Quién podría querer regalarme mis propios cuadros? —Los ha comprado todos —mascullo. La rubia se encoje de hombros con una sonrisa. Luego, con un movimiento de manos, indica a los hombres que vayan poniendo cada cuadro con muchísimo cuidado. —Bella, es mucho dinero —me comenta algo nervioso. —Tiene que ser alguien muy rico. Edward los cuenta con el dedo mientras van llegando y, al terminar, se evidencia su extrañeza. —Falta uno —señala con seriedad. Tanya revisa y descarta su preocupación con un chasquido de lengua. —Olvidé decírtelo: él se ha quedado uno. ¿Quién podría regalarnos esos cuadros y quedarse con uno? ¿Quién tendría el dinero suficiente para darse este lujo? Resulta tentador navegar entre nombres y supuestos, pero no saco nada, no creo que deba preocuparme… ¿o sí? —¡Disfrútenlo! —exclama ella con una sonrisa radiante—. Estos cuadros son parte de su historia, sobre todo en aquel día de la exposición. Es para ustedes. Edward sonríe con sinceridad, abandonando su serie semblante. Me toma la mano y se acerca los nudillos a los labios, un gesto común de él cuando quiere sentir mi piel junto a la suya. —Tanya tiene razón, ha sido el regalo perfecto para ambos. —Le proveo caricias en su barbilla. —Debemos pensar en dónde ponerlos —comenta él con regocijo. Tanya se despide de nosotros, deseándonos toda la suerte del mundo. Afirma que en algún momento podremos volver a vernos, sobre todo cuando él decida que es tiempo de retomar la pintura. Cuando marcha hacia su coche, la rubia Denali nos comenta que Irina, su hermana, ya ha tenido el bebé y que Jacob está dichoso. —Estoy muy contento de que Edward y tú estén juntos —me susurra al abrazarme por última vez. Pasa sus manos por mis brazos en un claro gesto de dulzura, algo nuevo en ella, al menos conmigo. —Fue buena idea ir al museo aquella noche y por supuesto haberte visto en algún instante. Supongo que él esperaba que yo llegara, ya que mi nombre estaba en la lista de los invitados. —Edward no tenía control de los invitados, Bella, ni siquiera se molestó en apuntar nombres porque estaba muy deprimido —me dice. —¿Entonces…? ¿Cómo? Me sonríe de oreja a oreja, como el gato de Cheshire.

—Fui yo —espeta—. Yo apunté tu nombre porque estaba segura que aparecerías. Y bueno, me encargué de contarle a Jasper todo lo que Edward estaba ocultando. Vaya, Tanya se había convertido en una luz en mi camino más que una mujer interesada en la persona que amo. —Se emborrachaba lo suficiente como para acabar contándome todas sus tristezas. —Suspira y mira a mi novio, quien está esperándome en la cercanía de la puerta. —Gracias, Tanya, te debo muchísimo. —Sean felices, es lo que merecen. Me besa la mejilla y se mete a su coche, preparada para marchar. Camino hasta Edward mientras escucho el ronroneo del vehículo. Él me rodea con sus brazos y me invita a entrar. —¿Qué hablaban? —me pregunta, curioso. —De lo agradecida que estoy con ella por haberte acompañado en esos días solitarios y tristes. Fue una muy buena amiga, ¿no crees? . —Ya es tarde, debo irme —afirma mirando el reloj que lleva en su muñeca izquierda—, Ángela ya debió haber llegado a la carpintería. —Deposita la taza de café sobre la mesa de centro. Le acaricio el cabello algo despeinado y luego beso su mejilla recién afeitada. —¿Nervioso por volver? —inquiero. Él se gira a observarme y me quita la taza de los dedos. —No —responde de buen humor—, estoy ansioso. Me da un jugoso beso por varios segundos, sujetándome la barbilla con delicadeza. Al separarse baja hasta mi vientre y lo besa también. Desde aquella posición me regala una sonrisa y me guiña un ojo. —¿No irás al teatro hoy? —me pregunta. Le respondo con un movimiento de cabeza en negativa. —El director pidió un descanso para relajarnos antes del espectáculo, lo que aprecio profundamente, no podría ir hasta Seattle con el hambre que tengo cada veinte minutos. Edward se larga a reír. —Ya sabes, si sucede algo me llamas, no importa si estoy en algo importante porque lo primordial para mí son ustedes —me dice con cariño. Me despido de él en la puerta, mirándolo subir al coche e irse por el camino de tierra, a un lado de nuestro lago. . Me encuentro leyendo un libro de Walt Whitman cuando oigo el sonido desesperado de la puerta. Corro hasta ella para abrir, hallando a mi madre bañada en lágrimas. Lo primera que hago es

invitarla a pasar, pero ella se abalanza sobre mis brazos. No me cabe duda de que papá le ha contado. Le ayudo a sentarse en el sofá, acomodando los cojines detrás de su espalda. Mamá se dedica a observar los cuadros que Edward ha colgado hace unos días, mientras corro hasta la cocina para servirle un té. —Necesito alcohol, no té —profiere entre sollozos. Frunzo los labios y voy en busca del alcohol. Lo único que encuentro es vino y una botella de champagne que quedó del cumpleaños de Edward. Le tiendo una copa de vino y pongo la botella en la mesita de centro. —Ahora puedes contarme —incito con suavidad. Se queda mirando el abismo, sin dirigirse a un punto en concreto. Tiene ojeras bajo los ojos y la piel de las mejillas rojas por las lágrimas. Suspira y se concentra en dirigir su vista en mí, algo que le cuesta bastante. —Hablé con tu padre, Bella —me cuenta. —Lo sé —le confieso. Se asombra. —¿Lo sabías? —Sí, mamá, esperaba que lo hiciera —murmuro. Se bebe la copa de un trago, apretando con fuerza el tallo de ésta. —De todas las cosas que imaginaba, nunca creí que él nos había abandonado gracias a ese… —aprieta los labios y lanza un bufido furioso, angustiado y desesperado—. ¡Phill me arrebató la felicidad! —grita. Las venas de su cuello parecen aumentar de tamaño junto con los músculos que le acompañan. Le paso una mano por el hombro derecho, esperando que de algún modo logre calmar toda esa ira que lleva acumulada hace tantos años—. ¿Por qué lo hizo, hija? ¡¿Por qué?! —No lo sé, mamá, pero te entiendo, sabes que lo hago. Phill nos mintió y llevó a papá a la desesperación, nos quitó nuestra familia y nos sumió en un infierno que hasta el día de hoy nos persigue. Se sirve más vino y vuelve a empinársela, bebiéndose el contenido de golpe. —Charlie debió buscarnos cuando supo la verdad —masculla de forma casi ininteligible—, debió hacerlo —la escala de su voz baja de forma lenta y cansada—. Sin embargo me vio con él… —Y asumió que éramos felices sin él —completo. Llevo mis manos a mi vientre y le proveo caricias, esperando que mi pequeño hijo no sienta mi tristeza y nostalgia. —¿Por qué los hombres que amamos asumen que somos felices sin ellos? Lo amaba, lo amo y siempre lo amaré, hija, es lo que más me aterra de esto —exclama—. Si tan solo me hubiera buscado nada de eso habría pasado. —Sé que se refiere a la violencia que Phill ejerció sobre

nosotras—. Pero no lo hizo —murmura—, porque fue un cobarde y eso me decepciona. ¿Y sabes qué es lo peor? —me pregunta, llevándose su tercera copa a los labios—, todo resultaba más fácil pensando que él no me quería, pero ahora que me ha confesado todo resulta difícil, tanto que no puedo quitármelo de la cabeza. —¿Qué siente por ti, mamá? —Sé cuál es la respuesta, pero quiero escucharlo de su boca. Se encoje de hombros, restándole importancia. —Aún me ama. Le limpio las mejillas con un pañuelo. Sus ojos azules siguen mi actuar y, de pronto, sonríe. —Gracias por escucharme, tesoro, sin ti no sabría qué hacer. —Sabes que estoy para ti cuando quieras —le digo—. Y te daré un consejo, espero que lo tomes en cuenta: permítete ser feliz, lo mereces. Sé que odias a Phill, que lo aborreces por hacer trizas tu vida, aguantaste muchos años hasta sentirlo, pero yo ya pasé por eso. Ahora no puedo odiar, simplemente no cabe en mi corazón. Hazlo, por favor, haz que tu corazón se concentre en amar y en perdonar. Ahí está Charlie, esperando a que su corazón también sane. —Suspiro y le tomo la mano para que toque mi vientre—. Tu nieto también querrá verlos felices cuando llegue a este mundo. Me acaricia la barriga y sonríe entre lágrimas. —¿Crees que será que nos acerquemos? —Por supuesto que sí, mamá, se lo merecen. No digo que vuelvan a ser lo que eran antes, quizá comenzar como amigos. —Como amigos —repite convencida. Asiente con entusiasmo—. Es una buena idea. —Recuerda que él también merece saber lo que ocurrió durante todos esos años. —Lo haré en cuanto tenga la oportunidad —promete. . Velo los sueños de mi madre, que descansaba sobre el sofá donde anteriormente me contó sus tristezas. —Vas a ser feliz, mamá, lo juro —le susurro. Con un nuevo sentimiento de paz me dirijo hacia el cuadro grande que Edward capturó en su momento. Miro hacia el frente con un rubor llamativo en las mejillas y los ojos brillantes. En la esquina inferior derecha descansa su firma, una signatura muy linda hecha con pintura blanca para resaltar de los demás colores oscuros. —Papá es un pintor impresionante, ya verás cómo te enseñará a hacerlo —le cuento a mi barriga. Sé que aún no me escucha pero me hace muy feliz hablarle. El teléfono suena a eso de las 6 de la tarde, cuando el cielo parece evocar un infierno de graves burdeos y naranjas. Mamá despierta por el sonido y de inmediato se agarra la cabeza, adolorida por el alcohol y el profundo llanto.

—Diga. —Bella —profiere William. —¡William! —exclamo con sorpresa. Escuchar su voz me ha angustiado de una manera fluctuante, algo que me llama profundamente la atención—. Hace tanto que no sé de ti. —Ya era hora de que lo hicieras —me dice con aquel tono juguetón tan característico de él. —La última vez que llamé a tu oficina me dijeron que no estarías ahí en muchísimo tiempo. Dime, ¿ha ocurrido algo? Lo oigo suspirar. —Nada de lo que debas preocuparte —me tranquiliza—. Esta vez llamo para escuchar tu voz, para saber que eres feliz, porque lo eres, ¿cierto? Sonrío. —Lo soy —le digo—, como nunca. —Eso es suficiente —susurra—. Estoy en Las Vegas, intentando encontrar los fondos de mi padre para demostrar su culpabilidad en las redes de trata de blancas. Vuelvo a sentir la angustia cruzando mi pecho y corazón. ¿Qué ocurre? —William, ten cuidado, por favor. —Tranquila, haré que él pague por todo lo que te hizo, lo juro. Me muerdo el labio inferior para tranquilizar mi estado de alarma. No quiero que él se adentre demasiado en esos asuntos. —Llegaré al fondo de esto, pronto habrá noticias. —William, tengo que contarte algo. —Te escucho. —Su voz suena alegre y confiada en sí mismo, eso me hace esbozar una sonrisa. —Estoy esperando un bebé, Will. Puedo sentir cómo sonríe. —No sabes lo contento que eso me pone, espero conocerlo algún día. Se me escapa una lágrima y la angustia disminuye un poco. —Te estará esperando. —Tengo que colgar, bonita, tengo asuntos de mafia que atender. Al alejarme del teléfono siento otra punzada de angustia, por él y por todo lo que le ha ocurrido. Ir en contra de tu propio padre por una amiga es algo difícil. Solo pido que esté bien, nada más, pienso. Mamá pone sus manos en mis hombros y me pregunta qué sucede. Yo no sé qué responderle pues tampoco sé qué pasa conmigo.

—William —espeto— está averiguando sobre Louis y los papeles de sus negocios, probablemente eso ayude a Charlie con el caso. —Él estará bien —me tranquiliza—, sabe lo que hace. Además, tu padre también debe estar protegiéndolo. Nos abrazamos y la sensación agria baja su intensidad. De todo corazón espero que William no se ensucie, porque eso acabaría siendo la peor de las desgracias. ... Un ruido muy fuerte me saca de mis dulces sueños. Al abrir los ojos, noto la oscuridad de la habitación y la soledad que rodea la cabaña, afuera no hay luz y la luna no asoma. Debe ser bastante tarde. Me bajo de la cama y no encuentro a mamá. ¿Dónde demonios se ha metido? El reloj de pared marca ya las 10 de la noche y Edward tampoco ha regresado a la casa. Vuelvo a sentir un ruido bastante fuerte, como si estuviesen revisando algo en la cocina. —¿Mamá? —llamo con la voz agrietada por el miedo. La sala está desierta y en el comedor, que está a varios metros del pasillo, detrás de una pared con arco abierto, se escucha el sonido de pasos muy fuertes, como si el sujeto que está ahí estuviese usando botas de suela muy gruesa. Sobre la mesa de centro descansa una cajita roja, pequeña y muy bonita. La tomo con desconfianza y observo que no trae ningún mensaje. La abro con mis dedos temblorosos y la dejo caer casi de inmediato. Adentro hay un diamante, el gesto inequívoco y amenazante de Louis Harrington. Con la caída de la cajita, un papel pequeño ha saltado a la vista. Con el corazón desbocado lo recojo y lo estiro para leerlo. "Una última advertencia: las promesas rotas se pagan con sangre". —Mamá —vuelvo a llamar, bajando la intensidad de la voz. Las pisadas del comedor se acercan a paso muy lento, como si quisiera aumentar mi terror. Tomo aire para poder tranquilizarme e infundir sosiego a mi hijo. Aún es muy pequeñito, tranquilízate, pienso. Junto a la puerta aguarda un mueble angosto con una única fuente sobre él, ahí están las llaves de mi coche, solo tengo que ir rápido hasta ellas y salir de casa. El coche está aparcado en el garaje, no me tomará más de… Otro ruido. Alguien me toca el brazo y yo voy a lanzar un grito, pero me tapan la boca. Los ojos azules de mamá refulgen en la oscuridad de la sala. Me indica silencio con la mano izquierda y en la otra lleva un cuchillo muy grande. —Había alguien afuera cuando dormías —me susurra en voz muy baja. Tengo que esforzarme para oírla—, luego entró y no pude despertarte. Las pisadas llegan hasta el pasillo y mamá eleva el cuchillo de manera amenazante. Me pide que

me sitúe detrás de ella y yo lo hago a regañadientes. Una silueta se mueve hacia nosotras y mamá empuña aún más el arma, diciéndole con gestos que está dispuesta a atacar. Puedo apostar que sonríe, engreído y frío como todos los que pertenecen a él. Enciende la luz de una pequeña lamparita de pared y ésta ilumina pobremente el lugar. No reconozco su rostro pero sí el arma que lleva entre los dedos, un cuchillo monstruoso, con la punta parecida a un garfio, como para desgarrar, pienso. Con la punta hacia nosotras viene acercándose milímetro a milímetro. Mamá le grita que se detenga pero él parece sonreír. A medida que la distancia se hace más corta, descubro que su rostro está encubierto por un pasamontañas negro. ¿Un sicario?, pienso. —¡No te acerques a mi hija! —le grita mi madre con desesperación. Él le da una bofetada, enviando a mi madre al suelo. —¡Mamá! —exclamo aterrada. Estoy parada sin poder moverme, lo único que hago es acariciarme el vientre para enviar señales de paz a mi pequeñito. El shock me mantiene estática en el suelo y de mi boca no logro sacar nada, solo un jadeo inocuo. Detrás del pasamontañas noto sus cuencas verdes y frías. Reconozco también algo de sorpresa y enojo, como si una cosa no fuese parte del plan. El cuchillo baja hasta mi vientre y su mirada se vuelve confusa, hasta que lo entiende. —¡No! —grito como una bestia. Se ha dado cuenta que estoy embarazada. Él me toma el rostro con su mano y sus ojos vuelven a refulgir de peligro. —No le hagas nada, por favor, es muy chiquito… —He venido a dejar un mensaje —masculla con voz grave—, puedo adivinar que ya lo has leído. —El cuchillo hace dibujos en mi vientre de manera amenazante—. Esto solo es un aviso, pero pronto se convertirá en una realidad. De reojo veo a mi madre empuñar el cuchillo y llevarlo hasta el sujeto. Mamá le corta la mano con fuerza y el sujeto suelta su arma, lanzando un alarido de dolor. Pateo el cuchillo, enviándolo lejos de su alcance. El tipo se remueve en el suelo y el charco de sangre salpica. Mamá saca de su pantalón un Walkie-Talkie mediano y delgado. Con los dedos temblorosos lo enciende y dice contra el parlante: —Lo reduje tal como me dijiste, apresúrense, Bella está muy pálida. Me aferro a mi pequeñito sin despegar la vista del hombre que pierde sangre contra el suelo, siendo incapaz de hacernos daño por el dolor que siente. —Ya estamos acá —dice mi padre desde el aparato. Por la ventana veo las luces de policía, una ambulancia, el coche de mi padre y por último el de Edward. Los policías corren hasta el tipo y lo reducen a pesar de que él no me hará nada, pues el dolor que siente es palpable. Mamá me da un abrazo y me dice que todo está bien, que nada malo va a ocurrir. —Oh, mamá, tu rostro —exclamo, sacando la voz. Su pómulo derecho tiene un corte y parece hincharse cada vez más.

—No es nada, hija, ¿estás bien? —inquiere, acariciando mi cabello. Asiento, aunque tengo la garganta muy apretada y el corazón me duele muchísimo. —Gracias, mamá, fuiste muy valiente. Papá entra a la cabaña y lo primero que hace es quitarle el pasamontañas y levantar al sujeto de los cabellos. Está pálido y se ve muy cansado. —Fue Louis, ¿cierto? —le pregunta mi padre con brusquedad. Jacob viene detrás de él. —Hey, Charlie, tranquilo —dice el moreno. —Contéstame, desgraciado —insiste, tomándolo de las ropas. —Fue… fue él —espeta—, me contrató para asesinarla, a ambas si era necesario. —Nos mira a las dos con algo de desdén—. Pero no fui capaz de hacerlo, no me contrató para asesinar a una mujer embarazada, eso no cuesta lo que me pagó. Abro la boca con sorpresa y horror. ¡Iba a matarnos! Dios mío… Louis ya ni siquiera me quiere viva… Un escalofrío cruza en mi espina dorsal, enviando señales de peligro a todos los lugares de mi cuerpo. Mis músculos se tensan y mis venas parecen detener su trabajo. Edward entra a la casa con el miedo incrustado en sus doradas cuencas. Lo primero que hace es observarme, aterrado y luego venir hasta mí para estrecharme entre sus brazos. —¿No te ha hecho nada? —inquiere con suavidad. —Solo me ha aterrado —susurro, apegando mi mejilla a su pecho. Papá estampa al tipo contra el suelo y los policías lo vuelven a sostener en pie para llevárselo a la ambulancia y controlar lo más rápido posible la constante pérdida de sangre. —Voy a secarte en prisión, lo prometo —lo amenaza papá entre gritos. Noto que Edward se reúsa a mirar al sicario, solo se preocupa de mirarme a mí y de infundirme calor mientras digiero la confesión del sujeto. Iba a matarme, solo se detuvo al verme embarazada. Edward me aleja del barullo con su mano entrelazada con la mía. De reojo observo la mesa del comedor, todo en un silencio levemente perturbado por las palabras de mi padre y el sicario. —Realmente iba a matarlas —murmura mi cobrizo, aún con la turbación notoria en su rostro. —Estoy aterrada —le confieso—. Él no se cansará hasta verme muerta… —Se me escapa un grito de horror—. Si Louis llega a enterarse de mi embarazo, su sadismo aumentará, va a matarme de cualquier manera o me hará perder a mi hijo para que sufra… —Tranquila, cariño. Me pasa las manos por las mejillas para que me tranquilice, pero la idea me trastorna de manera insoportable. —No sería capaz de perderlo otra vez, Edward —sollozo—, tampoco puedo perderte a ti, porque

los amo y él adora verme perder todo lo que amo en la vida. —No sucederá, ¿sabes por qué? —me pregunta con dulzura, yo le respondo con una negativa de cabeza—. Porque estoy contigo, siempre estoy contigo. —Me besa la frente y me aprieta en su calor. Sus últimas palabras son tan seguras que mi miedo desaparece por completo. Debo mantenerme firme porque esta vez no estoy sola, mi pequeñito está rodeado de gente que lo quiere y lo espera con ansias. No volverán a arrebatármelo, no lo permitiré. Me percato de que no estamos solos, pues mis padres esperan a que nuestra burbuja desaparezca para hablar. Papá aún se ve enojado; el ceño sigue fruncido y los ojos se ven oscuros y negros. Mi madre se ve cansada y la herida en su pómulo sigue hinchándose. —Era el último cabo suelto, Bella —me cuenta. Yo lo miro sin comprender—. Louis está perdido. Nos indica que tomemos asiento en la gran mesa que tenemos a un lado. Cuando lo hacemos, Edward me toma la mano izquierda y acaricia el anillo de manera inconsciente. Mi padre suspira y se pasa las manos por la cara. Es evidente lo cansado que está, sobre todo por lo que acaba de suceder. —Le entregué a tu madre un aparato de estos —pone el Walkie-Talkie en la mesa—, le pedí que, ante cualquier emergencia, me hablara y yo correría hasta donde estuviera. —¿Sabías que algo iba a suceder? —inquiere Edward, sin embargo, al juzgar por su expresión, puedo asegurar que ya sabe la respuesta. Charlie mueve el bigote con serenidad. —Sí, estaba seguro que algo podía suceder, es por eso que estuve por aquí durante todo el día. Aquel sujeto sabía que estábamos merodeando el lugar, ya que Jacob comprobó los movimientos bancarios de Louis Harrington gracias a la llamada de William, su propio hijo. —Papá mira hacia el arco de la pared. Veo a Jacob recargado en el umbral con semblante pensativo. —Me contó todas las acciones de su padre, no quedó nada libre. El imbécil de Louis confía bastante en su hijo, ¿eh? —comenta Jake, acercándose a la silla más cercana. Mi cobrizo me aprieta la mano para llamar mi atención. Nos miramos a los ojos y llegamos a la misma conclusión: William es un aliado valioso y muy leal. Pero es imposible que no me preocupe por él. —Una de sus transacciones fue precisamente la compra de un sicario. Claro que nosotros no lo sabíamos, el negocio estaba muy bien cubierto, pero nadie derrocha tantos dólares de un día para otro y, dada nuestra experiencia, eso significaba compra ilegal. —El hijo de perra aprovechó la noche y nuestra ausencia cuando partimos a comprar algo para comer —dice algo avergonzado—. A los minutos recibí el mensaje de Renée desde el WalkieTalkie y partimos raudos hacia acá. Como Bella dormía le pedí a Renée que tomara un cuchillo y se lo clavara al intruso si era necesario. Lo hiciste sin chistar, ¿eh? —dice dirigiéndose a mamá. Ella se sonroja un poco ante la atención de todos nosotros. —Ya no le temo a esas personas —comenta.

—Mi único terror era que algo les sucediera a ambas, pero gracias a Dios no ocurrió nada malo. —Mi padre sonríe con algo de tranquilidad. Pero algo no parece encajar con la historia. —¿Por qué Louis contrataría a un sicario? Él tiene a sus hombres, son más fieles que un desconocido —dice Edward, adelantándose a mí—. Cuando Harrington me secuestró reconocí a cuatro tipos, incluso se los describí… —Y los atrapamos —interrumpe papá—. Todos están en prisión, esperando al gran juicio. La redes están cerradas, chicos, la mafia se ha caído en pedazos —nos cuenta con un brillo impresionante en sus ojos, como si pudiera saborear el triunfo—. Las conexiones a Asia y Latinoamérica están bloqueadas… —¿Y James? —inquiero. —Atrapado —exclama. Dejo ir el aire con una paz que me adormece casi enseguida. Se ha acabado, está atrapado, no volverá a tocarme nunca más. Me llevo la mano libre al pecho, aliviada y sacudida por la alegría. —Acabábamos de saberlo cuando Renée nos dio el aviso —dice Charlie. —La Elite ha sido destruida —anuncia Jake—, ya no hay nada de lo que debas preocuparte, Bella, Louis ya no tiene nada más que un sicario que acaba de ser atrapado. El Estado ya ha cerrado todas sus cuentas por malversación de fondos, no tiene contactos ni nadie que le salve el culo. Hoy ha sido derrotado… —Solo queda encerrarlo —interrumpe Edward—, nada más que eso. ¿Lo ves, cariño? Estaremos bien, ya todo ha acabado. —Me da el toquecito en la nariz y un beso corto en los labios. . Deben ser más de las dos de la mañana. Repaso continuamente lo vivido hoy mientras juego con los claros vellos en el brazo derecho de Edward. Estamos en la bañera, yo acostada sobre él, con mi espalda apegada a su pecho y vientre. El agua me cubre los senos pero no los hombros. Sus labios me recorren el cuello desde atrás, haciendo un camino lento de omóplato en omóplato. Estoy tan tranquila, como si un peso muy grande hubiera salido de mí. Y no es para menos, saber que Louis estaba solo, tragándose su propio odio, era una situación gratificante y alegre, al menos para todos nosotros. Sin embargo, sé que él vendrá a por mí, porque sigo siendo su puta. Claro que eso no me afecta. —Tengo antojo de pastel de chocolate —le cuento para romper nuestro silencio. Se larga a reír a carcajadas. —No es culpa mía —me excuso. —¿A esta hora? —Lo sé, ya es muy tarde. —Hago un puchero, aunque no pueda verme. Me besa el cuello, a la altura de la carótida.

—Prometo saciar tus placeres mañana a primera hora —me dice, recorriendo suavemente mi vientre, que comienza a abultarse de forma progresiva. —Ya ha saciado mis placeres, Sr. Cullen. —Me acurruco aún más a él y el agua cae por el movimiento de mi cuerpo—. El solo hecho de tenerlo desnudo junto a mí es suficiente. Vuelve a reírse, liberando esa melodía deliciosa y sincera. Cada vez que emerge ese sonido de su voz parece rejuvenecer o simplemente volver a aquellos tiempos en donde no éramos más que simples adolescentes. Toma mi mano izquierda, la que descansa en el borde de la bañera. Se queda mirando el anillo durante largo rato, tocando sus detalles y, a ratos, mi piel. —Quiero casarme contigo antes de que el bebé nazca —murmura. Me giro un poco para mirarlo. —Yo también —le confieso en voz baja. Sus ojos se tornan risueños y sonreímos al mismo tiempo. Volvemos a entendernos—. Mamá se casó cuando yo era un bebé de pocas semanas, fue desastroso —me largo a reír—, yo solo lloraba y nunca les permití un momento a solas, al menos no una luna de miel como se lo merecían. Habían luchado tanto para estar juntos. Edward acaricia de lado a lado mi barriga, como si nuestra conversación no fuese entre dos, sino entre tres. Por supuesto que lo es, me digo a mí misma. —No quieres que ocurra lo mismo, ¿no? —musita. —Quiero estar contigo todo un día, en paz, entre tus brazos, disfrutar de nuestro bebé aún dentro de mí, todo eso sabiendo que soy tu esposa —profiero con voz cariñosa. Es el panorama perfecto y sencillo para ambos. —Es imposible que no me derrita ante eso, cariño. —Me mira los labios, ansioso por besarme, pero no lo hace—. ¿Qué te parece Canadá? Frunzo el ceño. ¿A qué se refiere? —Una escapada rápida luego de casarnos —se encoge de hombros—. Siempre he querido ir. Sé de unas cabañas al lado de las montañas, la nieve no se torna peligrosa en esa part… Lo beso, amarrándome a su cuello con mis brazos. Me separo unos milímetros de sus labios y le digo: —Iré contigo a cualquier lugar. Sorpréndeme con esas montañas y esa paz que necesito, pero solo si es contigo. Su sonrisa se enancha. —Iremos en cuanto tú y yo digamos «sí». —Es lo que más quiero —le digo, mordiéndome el labio. ... Golpeo tres veces. Mientras espero, contemplo los duendes que están en el césped, sonriendo bajo un gran gorro

rojo y puntiagudo. Carlisle Cullen me abre a los segundos. Lleva un bastón en la mano derecha. —Buenos días, Sr. Cullen —exclamo con toda la alegría que puedo demostrarle. Hace unos meses él me habría echado de su porche, pero ahora solo sonríe ligeramente y me invita a pasar. —Hola, papá —le dice Edward con neutralidad. —Buenos días, Isabella —profiere en voz baja—. Hola, hijo. ¿A qué debo el honor de su visita? —inquiere con los ojos un tanto entornados. Nos invita a tomar asiento en el sofá de dos cuerpos mientras él, cojeando y con la ayuda del bastón, se sienta en el del frente. Me acomodo entre los cojines y aliso mis pantalones a la altura de los muslos. Aún me intimida, pero no como antes, sus ojos ya no resultan tan fríos. Edward mantiene la espalda erguida y me ha entrelazado sus dedos con los míos. —Necesitamos hablar contigo —murmura mi cobrizo—, creímos que era necesario hacerlo antes que… bueno… Carlisle ladea débilmente la cabeza, sin comprender. —Estoy embarazada, Sr. Cullen —le digo emocionada—, va a ser abuelo. Su reacción me sorprende en buena forma. Lo primero que hace es abrirle los brazos a su hijo para entonces abrazarlo con todas las fuerzas que le permite su cuerpo. Verlos a ambos en una demostración de cariño tan común, pero a la vez tan poco constante entre ellos me enternece y alegra por sobre todas las cosas. —¡Es estupendo! —exclama. Él me abraza de forma un tanto tímida, pero sincera. Al separarnos nos miramos a los ojos y sonreímos con un sentimiento en común por primera vez. Edward observa desde el otro lado, más relajado de notar que no hay malos sentimientos entre ambos, no ahora. —Estoy muy feliz por ustedes —nos dice—, de verdad. ¿Cuánto tienes ya? Volvemos a tomar asiento. —Cuatro meses y una semana —le cuento. —Esme estaría tan feliz de saber esto —dice con los ojos brillantes. Veo cómo se mueve la manzana de su garganta al tragar el nudo. Miro a un Edward nostálgico y repentinamente melancólico—. Pero bueno, de seguro está en algún lugar saltando de alegría. —De eso no tengo la menor duda —murmura el cobrizo. . Nos marchamos de la casa del Sr. Cullen luego de un rato, nuestras relaciones aún no eran las mejores del mundo y se notaba bastante. Luego de darme cuenta que él todavía me miraba de manera extraña, decidí que no podía seguir con esta vida llena de suposiciones sobre su odio sin fundamento. Desde la última vez que pasé en el hospital vi la desesperación por no olvidar el pasado, ¿qué pasado?, me pregunté.

Pienso en mi hijo, en su abuelo y en mí. Es tiempo de abrir los corazones, de aplastar las mentiras. Todos lo merecemos. . . . 5 de Noviembre, 1980, Teatro de Seattle Miro por el hueco entre cortinas y descubro la cantidad de personas que hay dispuestas a vernos actuar. Mi corazón salta en mi pecho y la emoción me tiene brincando en un pie. En la primera fila aguardan mis padres, Jasper, Alice y… No está Edward. Frunzo el ceño y me alejo, descontenta. ¿Dónde está? Me acerco a los camarines y me miro al espejo para retocar el maquillaje. Veo reflejados a los actores que me acompañarán revisando el libreto, alistándose o simplemente bebiendo algo antes de ir a escena. Katrina, la actriz que participa conmigo en la obra, me invitó a unirme al teatro y acompañó durante los ensayos, me deja un vaso con jugo sobre la mesa. —Es de manzana y zanahoria —me explica—. Me ha servido un montón en mi embarazo, es una bomba de vitaminas. —¡Gracias, Kate! —exclamo. —Te veré en escena —me dice, dándome un ligero y suave abrazo—. Afuera te espera alguien. Le doy sorbos al jugo, agradecida aún más de Kate pues está delicioso. Camino hasta la salida de camarines y ahí veo a Edward, que me espera con una sonrisa de oreja a oreja. —Pensé que te habías perdido por ahí —le digo, saltando a sus brazos. —Necesitaba darte un beso antes de sentarme junto al público. Sus suaves labios me distraen parcialmente de dónde estoy y de lo que planeo hacer en unos minutos. Es un relajante extra, una calma precisa para regresar a mi trabajo. —Debo irme —explica él con diversión—. Estaré viéndote desde la primera fila —me guiña un ojo y hace el ademán de marcharse. —Te amo —le grito desde un extremo. —Te amo —. Veo el orgullo en sus cuencas justo antes de marchar. Orgullo… Con el corazón lleno de alegría me acerco a los camarines, bebiéndome el jugo de manzana y zanahoria. . Cuando los asistentes se pararon a aplaudirnos rememoré todas las luchas que tuve en frente para conseguir cumplir mis sueños. Vi a la niña que iba a Seattle con su madre solo para pasar

por el teatro, a esa niña que le atraían las obras que su maestra de literatura guardaba para ella, afirmando que tenía la mirada de una actriz. Rememoré todas mis fantasías en las pobres clases de teatro que había en la secundaria y, por supuesto, no pasaron por alto todas mis tristezas e inseguridades, afirmando que yo jamás tendría el talento para hacerlo. Pero estaba agachando la cabeza frente a los aplausos eufóricos de todos ellos que querían verme triunfar o perder, quien sabe. Estaba entre bambalinas, disfrutando de lo que siempre amé y siempre quise conseguir. Era arte, sí, y yo era una artista, como el hombre que aplaudía con el orgullo inserto en sus doradas cuencas, ahí, siempre creyendo en mí. Al acabar muchas personas portaban una polaroid para sacarse fotos junto a mí y yo acepté de muy buena gana, ¿cómo iba a decir que no? Lo único que me preocupaba era que, afuera, esperaban los periodistas entrometidos para saber cómo había sido mi éxito en el teatro, quizá esperando a que la crítica me destrozara como actriz y ellos pudieran alardear de cómo me haría falta Hollywood. Alec, mi fiel asistente, estaba custodiando la intromisión de las cámaras, sobre todo por mi embarazo. Estipulé que estaba tajantemente prohibido que alguien ajeno a mí supiera de ello. Mi pequeñito es mi intimidad y nadie puede hablar de él, no para alimentar sus bocas. Recibí elogios, amor y, sobre todo, la compañía de quienes más quiero. No podía estar más cómoda. ... La obra tendrá presentaciones durante toda la semana, por lo que me quedaré a ensayar durante el día. Edward vendría a buscarme a las 4 de la tarde, mientras que Alice se quedaría a hacerme compañía. Papá estaba ahora resguardando la cuadra junto a Jacob y tres colegas más, todos en dos coches civiles. La razón resulta obvia, pero no menos tenebrosa. Ayer, Jacob recibió otra llamada de William, afirmando que Louis estaba en Seattle, solo. Venía a por mí, esa era la única certeza. Edward estaba aterrado y yo también, no puedo negarlo. La noche pasada tuve pesadillas y desperté entre llantos. Rememoré mis años en el burdel, mi inseguridad y las pérdidas que creí tener. Al momento de despertar sentí consuelo, fue volver a la vida, a mis esperanzas. Ahora repaso el monólogo, con una entusiasta Alice, que brinca de rincón en rincón con una peluca rubia y larga. Pero me cuesta un montón concentrarme. Sentía ese presentimiento duro y poco alentador otra vez. —Hablé con Edward y está de acuerdo con que les ayude con la boda —me explica ella con entusiasmo. Ruedo los ojos. —Será algo sencillo, Alice, ¡nada de exuberancias!, sabes que lo detesto. Bufa. —Ya lo sé —me dice de mala gana—, pero haré que todo quede como a ustedes les gusta, sobrio y muy bonito, al lado de su preciado lago. Le paso un brazo por los hombros y choco mi cabeza con la suya. —Podríamos ir a ver un vestido uno de estos días. —Le muevo las cejas hacia arriba y hacia

abajo. Ella vuelve a saltar y asiente frenéticamente. —Estaría encantada —exclama—. Solo espero que Jasper me pida matrimonio luego —espeta, acompañada de un puchero. —Permítele respirar, Brandon, es un hombre calmado. Como el telón está abierto, me decido a ensayar en la plataforma con Alice como mi único espectador. Repaso uno de mis monólogos unas cuantas veces, esperando remediar algunos de mis errores. Cuando finalizo mi cuarto ensayo, oigo un aplauso desde el fondo de las butacas. Se acerca hasta la plataforma con una sonrisa y, de pronto, me guiña un ojo. —William —exclamo sorprendida—. ¿Qué haces aquí? Se encoje de hombros. —Ayer vine a ver el estreno de tu obra y, bueno, no pude felicitarte por el espectáculo, así que vine hoy. Lo haces estupendo. Me bajo por las escaleras del costado y, al tenerlo de frente, lo abrazo. William me sostiene con muchísima fuerza, con una añoranza que me parte el corazón. Al separarnos repaso sus tristes ojos azules, como si quisiera decirme algo que lo acabaría de romper. —Ha pasado demasiado tiempo desde que te vi por última vez —susurra—, tu mirada está tan cambiada. —Los cambios nos hacen bien. Alice, aún con su peluca rubia, lo saluda y se escapa lentamente hacia otro lado para dejarnos solos. —Ya veo —me sonríe—. ¿Qué tal va tu futuro retoño? De seguro es la alegría de la familia. —Va estupendamente bien —profiero con emoción—, lo que más quiero es que esté sano y que no le suceda nada —suspiro—. Sabes a qué me refiero. Su rostro se endurece y su mirada se entorna. Me pone las manos en los hombros y acerca su rostro al mío para susurrar: —Mi padre sospecha de mi espionaje pero no sabe que soy yo. —Mira hacia los lados y a la salida de emergencia, como si hubiera percibido algo. —¿Oíste eso? —. Me concentro en escuchar y sí, oigo unas pisadas lentas y pesadas. Imposible que sea Alice—. Ve hacia donde estés segura. De su chaqueta de cuero saca un revólver pequeño, que apunta amenazantemente hacia adelante. —¡Ve! —me ordena. Corro para resguardarme de lo que ha alterado a William. En los camarines tengo mi bolso y ahí guardo el aparato que me entregó mi padre para avisarle de cualquier peligro. Busco entre mis cosas pero no lo encuentro, el Walkie-Talkie no está por ninguna parte. —¿Buscabas esto? —inquiere una voz detrás de mí. Me quedo rígida con el bolso entre mis manos.

Dios, no… Louis. Buenas noches, queridas lectoras. Antes que nada quiero disculparme por mi demora, pero se me hizo imposible actualizar la semana pasada por problemas con fanfiction e internet, ya que estuve en otra ciudad completamente incomunicada y sin mi computador. Repito, mil perdones. Quiero agradecer enormemente su paciencia y su entusiasmo, gracias por seguir leyendo mi historia, la cual hago día a día con muchísimo cariño. Gracias también por sus review que siempre leo y siempre intento contestar aunque no siempre lo hago de inmediato. Con respecto a la historia solo puedo decir ¡SIIII, HAY BEBÉ! Es increíble que después de tanta tristeza llegue este bebé a revolucionarlo todo. Se lo merecen, ¿no? Solo hay unas cuantas piedras en el camino... Les comento que este es el antepenúltimo capítulo de mi fanfic, lo que me deja con sentimientos encontrados. Por una parte es riquísimo culminar una historia que me ha costado tanto sacar a flote, pero también me apena muchísimo pues se ha internado mucho en mi corazón. Cabe destacar también que tengo otra historia para ustedes, la cual espero comentárselas en el próximo capítulo, aunque claro, la subiré en un tiempo más. ¿Qué más puedo decirles? Son increíbles chicas, gracias por seguir aquí. Les envío un beso inmenso a todas, sin ustedes esto no podría existir. Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Nota del autor: gracias por ayudarme con Edward, contigo se da mejor, contigo piensa mejor. ¡Te quiero! . Capítulo XLVII . Vuelvo a poner mi bolso en su lugar de manera pausada para ganar tiempo y pensar en cómo salir de aquí. Pero maquinar un plan de escape con alguien que probablemente esté armado, resulta una tentación a la muerte. Y, en este momento, mi vida vale el doble. —¿Qué quieres, Louis? —inquiero, dándome la vuelta para enfrentar sus amedrentadores ojos. Me invado del terror al encontrarme con su elegante y pequeño revólver sujeto en la mano derecha. En la otra sostiene desde la antena el aparato que me quitó. Su rostro es decidido, serio y algo trastornado. Sus intenciones me las ha puesto sobre la mesa, disponibles sin pudor. Sin embargo, me encargo de mantener una expresión calma y neutra, las personas como él se alimentan del miedo. Recuerdo muy bien cuando lo encontré disparándoles a aquellas mujeres

asiáticas que intentaron escapar, cómo los gritos aumentaban el placer en su rostro. —¿Por qué lo pregunto? —exclamo sardónica—. Nadie se escapa de tus redes, ¿no, Louis? ¿Por qué tomarse las molestias conmigo o con mis amigas? Lanza el aparato hacia la pared y éste se hace trizas. Su arma vuelve a amenazarme, acercándose a mi rostro. Se larga a reír como si mis palabras fueran el mejor chiste que jamás le han contado. —Ya sabes la respuesta, lo sabías perfectamente en cuanto me viste asesinar a esas zorras, ¿no es así? —Así que James siguió tus órdenes todo este tiempo —murmuro—, todo para robarme mi dinero. —Eras un blanco fácil, Bella, una mujer vulnerable que nunca se amó. No era muy complicado tenerte bajo mi alero, ni siquiera te importaba tu cuenta corriente y cómo tu dinero escurría por tus dedos. Preferías beber whisky en tu habitación de hotel, dormir con las cortinas cerradas y cantar borracha en el balcón privado, todo eso antes que disfrutar todo lo que nosotros hicimos por ti —escupe. Aprieto mis manos, hundiendo mis uñas en las palmas. Necesito controlar mi odio y mi dolor. —No lo prefería, era lo único que me quedaba —susurro con resentimiento—. No te debo nada, Louis, por supuesto que no. Soy una persona que prefiere no arrepentirse de las cosas que hace, pero haberte conocido fue lo peor que me ha pasado, si hubiera sabido todo el daño que me harías… —suspiro al ver su expresión sardónica—. Eres un monstruo. Aprieta la empuñadura con más fuerza y yo miro hacia todos lados, buscando alguna salida segura a su peligrosidad. Nada parece estar fuera del alcance de su arma. Pienso en William. ¿Dónde está? ¿Y Alice? —¿Crees que es fácil huir de quién eres, Bella? —inquiere con los ojos entornados. Mueve el martillo con su pulgar, dispuesto a dispararme sin siquiera pestañear—. Las prostitutas siempre serán eso, prostitutas. —Se encoge de hombros. Sus ojos pasean por mi cuerpo hasta acabar en mi vientre, estrechando su mirada con suspicacia y recelo. Instintivamente me llevo las manos ahí. Sonríe—. Y ahora estás embarazada, qué deliciosa perspectiva. Estoy temblando ante sus azules y menospreciantes ojos, aumentando su placer, su depravación y su locura. Ha topado con mi hijo, el punto más débil de mí ahora. Sentir cómo peligra es agonizante, me aterra. No quiero que le suceda algo a mi pequeño, ¡no podría soportarlo! —Puedes decirme lo que quieras, ya no me importa. En un momento de mi vida perdí todo, hasta mi dignidad, todo a raíz de mi miedo y la maldad, vendí mi cuerpo para subsistir en un mundo lleno de mierda, pero ahora tengo todo lo que puedo pedir, todo lo que me importa… No voy a permitir que me arrebates lo que más amo… —¿Qué es lo que amas, Bella? —me pregunta con una sonrisilla malévola. —Mi vida —espeto—, a mí misma, a Edward —susurro, recordando su calor, su protección y su entereza—, a mi hijo… No voy a permitir que me los quites —enfundo mi voz en la cólera que tanto he impedido sacar—, ya los perdí una vez, pero ya no, no voy a permitirlo, no pienso aguantarlo. Su arma viaja otra vez hasta mi frente, empuñándola contra la piel y mi cráneo. Sonríe, divertido.

El martillo ya está preparado y solo falta que active la bala hacia el exterior con el gatillo. Mi cuerpo tiembla cuando veo en sus ojos la decisión precisa para el disparo, bajando repentinamente a mi vientre. Mi visión se nubla y lo único que siento es furia, decisión y desesperación. Le golpeo la mejilla con todas mis fuerzas y luego le pateo la entrepierna con todo el valor que me queda. —¡Con mi hijo no, maldito! Louis cae al suelo, emitiendo un grito gutural e insultándome. Entonces aprovecho de correr hacia la salida del camarín, gritando auxilio. Alice aparece junto a William y me atraen para poder escapar, pero una bala se incrusta en la pared que hay detrás, rozando nuestras cabezas. —¡Ve a buscar ayuda! —le grito a mi mejor amiga. Su indecisión la mantiene estática por un par de segundos, pero luego asiente y corre hacia la salida del teatro. —Hijo de puta —murmura Will, entrando al camarín para enfrentar a su padre. —Das un paso más y te mato, Isabella —apunta Louis. —Déjala ir —espeta su hijo. —Vaya, hijo, vas a ir en mi contra. —Permítele ser feliz, por favor —susurra Will con la mandíbula tensa. —¡Un paso más y estás muerta! —me grita. Louis me toma de las greñas y me arrastra hasta el las butacas bajo la atenta mirada de su propio hijo. En lo único que pienso es en el bienestar de mi hijo, aferrándome a la esperanza de que esto acabe para bien. —Basta ya, Louis, estás solo, no te queda nada —susurro con los dientes apretados—, entrégate. —La policía estará pronto aquí. Tu imperio terminó —profiere William, apuntando aún su arma contra el aludido. —Eres un traidor —le dice a él—, mi propio hijo… —Su voz se quiebra—. ¡Fui yo quien te crio, maldito desagradecido! ¡Yo fui quien estuvo contigo mientras tu madre te abandonaba y te golpeaba cuando eras solo un bebé! —Su voz suena tan resentida. Los ojos de William se bañan en lágrimas. Traga y aprieta aún más la empuñadura del revólver—. ¡Y me desprecias por esta puta! —grita con rabia. Me pone el antebrazo en la garganta y aprieta el cañón contra mi sien. Will me mira atormentado y agobiado por lo que está sucediendo. No tengo escapatoria, no ahora que Louis me tiene aferrada a él. —Basta de odio, papá, ¡basta de daño! Ambos sabemos que Bella no tiene la culpa de tus traumas. —¿Qué? —susurro. Louis aprieta aún más su brazo en mi garganta, el aire comienza a escasearme. —Cállate —apremia—, ¡cierra la puta boca!

Desde las salidas de escape, una decena de policías irrumpe, aglomerándose de manera sistemática para poder tener a Louis en el blanco. —No puedo permitírtelo, no puedo soportar que tú seas de esta manera —se sincera William—. Mi madre fue una prostituta, me abandonó, me odiaba y te odiaba a ti también, pero no todas las mujeres son iguales, papá, menos Bella. El brazo de Louis afloja débilmente, preso de las emociones que su hijo le provoca. Entre los policías noto a mi padre, quien me mira atentamente, dispuesto a disparar. Quisiera preguntarle cómo está Edward y pedirle que no le haga preocupar. Ah, cariño… —Todas las putas lo son, Will, eso no lo notas porque estás obsesionado con ella. —No, papá, yo simplemente la amo —responde con sinceridad. Aquella afirmación me destroza el corazón—, algo que tú nunca comprenderás. Suéltala, maldita sea, ¡suéltala ya! —¡No! —brama—. Esta mujer debe morir. —¿Por… qué, Louis? —le pregunto con la voz gastada y cansada—. No me odias solo por ser una puta… ¿no es así? William comprende mis palabras, lo sé por cómo me mira. —¿Por qué esa especial atención con Bella, papá? —inquiere, sosteniendo aún su arma, dispuesto a disparar. —Porque al verla a ella veo a la zorra de tu madre —confiesa. ¡Oh Dios! Siento el sonido del martillo listo, dispuesto a dar el último movimiento para meterme una bala en los sesos. Cierro los ojos e imploro que Edward sea feliz, sea cual sea mi desenlace. En medio de mi terror, contando los segundos que me quedan de vida, imagino lo que pudo ser de nosotros tres. Veo a mi Edward con una sonrisa despreocupada, tan real y feliz, conmigo a su lado, disfrutando de su compañía, recolectando la vida que se nos fue arrebatada hace años. También veo a mi hijo corriendo entre flores, gritándonos con una voz cantarina e infantil. Escucho un disparo en mi dirección, pero la bala jamás me llega a mí. Louis me quita el brazo de la garganta y yo salgo corriendo. William me sostiene entre sus brazos y un policía le ordena que me lleve a la salida. Miro hacia atrás, curiosa por el monstruo que me tenía atada a su locura. Está tendido en el suelo mientras la policía se encarga de asegurar su estado. Decido no preocuparme por él, no puedo permitirme ese sentimiento desinteresado, no con Louis. Veo la luz del día a la salida del teatro, con un centenar de personas observando el espectáculo. Pero entre ese centenar solo fijo mis ojos en la mirada de miel, que al topar conmigo corre despavorido a mi encuentro. Sus manos se aferran a los laterales de mi cabeza y entre suaves exclamaciones me pregunta si estoy bien. Asiento y aprieto su camisa a la altura del pecho. —Ya acabó —murmuro. Sonríe, con un alivio notable en sus cuencas. —Ya nadie va a hacerme daño —añado—, mi hijo estará bien, tú y yo no tenemos que temer, no me los quitarán de los brazos… —Rompo en un llanto histérico y nervioso, aferrada a lo único

que me importa. Me besa la frente y me acaricia el cabello, esperando que me tranquilice, pero he almacenado tanto en mi pecho en esos minutos, solo para no reflejar mi miedo frente a su carnicera mirada. Por unos segundos la vista se me oscurece y Edward grita hacia la ambulancia que repentinamente ha llegado. ... Lo veo hablar con la Dra. Walker serenamente mientras espero en la camilla, aferrada a un suero y a un aparato que mide mis latidos. Cuando terminan de charlar, mi cobrizo se acerca a mí junto a la mujer. —¿Cómo está mi hijo? —inquiero con angustia. Edward me acaricia la frente con su pulgar y, de pronto, sonríe. —Muy bien —afirma—. No hay nada de qué preocuparse. —Percibo su alivio. Dejo ir el aire que había aferrado en mis pulmones. —Gracias al cielo —murmuro. —No tienes ningún síntoma de pérdida, Isabella, no tienes de qué preocuparte. Además, ya tienes 4 meses, tu bebé está muy aferrado a ti. Lo que te ha ocurrido no es más que producto del shock —me comenta ella con una sonrisa empática y dulce—. Te veo bastante aliviada, ¿eh? Me limpio una lágrima de la mejilla bajo la atenta mirada de ambos. Mi cobrizo besa mi pómulo izquierdo sin quitar su cariñoso pulgar de mi frente. —Ya he tenido una pérdida antes, hace once años ya. El horror de que suceda otra vez siempre está. —No quiero importunar, cariño, pero ¿fue espontáneo? —inquiere. Niego de forma seca y adolorida. Ella asiente e intenta recuperar su sonrisa dulce. —Entonces puedes irte a casa porque tu hijo estará contigo en unos cuantos meses más, solo debes guardar reposo por un par de días. Puedes venir a verme en un mes más, un control rutinario para saber cómo van las cosas. Cuando nos quedamos a solos, Edward y yo nos sonreímos con complicidad. —Estuve muy asustado por ustedes —confiesa—, pero todo ha acabado, ¿no? Juego con los botones de su chaqueta mientras lo miro a los ojos y pienso en todo lo que ha sucedido para que lleguemos a esto. —Sí, todo ha acabado, solo falta terminar con las mentiras, nuestros padres nos deben muchas explicaciones —mascullo, pensativa. Asiente, convencido de mis palabras. . Vuelvo a casa de noche, donde la oscuridad es imperante. Desde la ventana noto la luz

encendida y dos coches aparcados en la entrada. —¿Tú sabías que estarían aquí? —inquiero. —Claro que sí —afirma con aires misteriosos. Me ayuda a bajar del coche y me conduce lentamente hasta la entrada de la cabaña. Edward no alcanza a tocar la puerta, pues mamá abre enseguida. Al verme me da un abrazo aprehensivo, me toca la cara y me pregunta cientos de veces cómo estoy, si estoy bien, si mi hijo está bien y si necesito descansar. —Mamá —suspiro—, necesito descansar, sí. —Necesita reposo por un par de días, Renée, nada más. Todo está bien. —No me digas «Renée» —me regaña. —El bebé está bien —respondo con paciencia—, solo fue un shock. Edward me observa con cariño, sabe perfectamente bien el terror que me produce perder a mi hijo… otra vez. Con sus orbes me plantea lo mismo siempre, que él ahora está conmigo, que nada malo ocurrirá. —Estaba tan asustada, Bella, cuando tu padre me llamó para dar aviso estaba desesperada. Jane y Marianne me contuvieron de no ir por ti. —Me toca la cara con sus suaves y dulces manos. Tiene los ojos bañados en lágrimas—. Mi pobre niña, ya todo acabó, ya nadie volverá a molestar. Me besa la coronilla y me aprieta como si fuese una nena de cinco años. Es increíble cómo entro en un estado de templanza absoluto. Me siento a un lado de papá en el sofá grande mientras Edward me promete traer una taza de té para entrar en calor. Charlie pasa un brazo por mis hombros y me acerca a su cuerpo. —Te dije que iba a librarte de ellos —susurra—, también se lo prometí a tu madre. Los miro a ambos, quienes parecen haber hecho las «paces». Se me escapa una sonrisa de gratitud a la vida; lo único que quiero es que ellos también sean felices, no importa si son amigos o intentan algo más, pero se lo merecen. —Gracias, papá, por haber estado conmigo a pesar de todos estos años separados. Fuiste como un ángel guardián —le digo, poniendo mi barbilla en su hombro. Miro a mamá de reojo, quien tiene sus ojos puestos en nosotros y una sonrisa pequeña que intenta inhibir—. Nunca me perdiste de vista, ¿eh? Su bigote se crispa junto a una sonrisa tímida que cuesta llegar a los ojos. —Jamás lo haré —promete. Frunzo el ceño y me separo un poco para verlo mejor. En ese momento Edward me tiende la taza humeante de té con limón, mirando a papá de manera cómplice y algo extraña. —¿Qué sucede? —inquiero en voz baja—. ¿Es William? ¿Algo le ha pasado? —exclamo presa del pánico. Edward tensa su mandíbula y niega.

—Él está bien, Bella —responde papá—, William simplemente… necesita estar solo. —Entonces… ¿qué pasa? Siento algo extraño en mi barriga y de inmediato me llevo la mano ahí. —Es Louis —murmura papá, llevándose unos dedos al bigote. —Murió —afirma el cobrizo. —Vaya —es lo único que logro decir. Así que está muerto. Embargo rencor en mi corazón, sí, pero ¿cómo podría alegrarme? William estaba ahí, eso quiere decir que él lo vio fallecer. Dios mío. —¿Cómo sucedió? —inquiero. —Luego de la amenaza de disparo hacia ti, un policía recibió la orden de reducirlo. Por supuesto que lo hizo, dándole en su antebrazo para que te soltara. —Fue ahí cuando salí huyendo —profiero en voz baja. —Él se descontroló, insultó a su hijo y le disparó a otro policía —suspira—. Murió luego de que volviesen a reducirlo. Es un verdadero alivio que él esté muerto, saber que ya no volverá a molestar nunca más, que no buscará cobrar mi vida por sus traumas y que, de cualquier forma, el peligro ya no me acecha. Sin embargo siento tristeza y desconcierto por William, hoy supe cosas que, de alguna u otra forma, no habría sabido nunca, y ahora su padre ha muerto. —Supongo que es el fin de su maldad —exclamo. . Edward y yo quedamos a solas luego de un rato junto a mis padres. Él insiste en que me acueste y yo acepto a regañadientes pues no me siento mal. Me acomoda unas almohadas en la espalda y me tapa con el edredón. —¿Quieres que te traiga algo? —No, gracias, ya es suficiente con tus atenciones. —Le regalo una sonrisita y le beso la mejilla—. Hoy ha sido un día muy largo, debes estar muy cansado. Niega, quitándole importancia a sus ojeras. Suspiro y lo atraigo a la cama. Él se acuesta junto a mí, con sus labios apegados a mi hombro izquierdo. —¿Te ha molestado que hable de William? —le pregunto en voz baja. —Claro que no —dice—, es solo que… no he sido muy justo con él —susurra apenado. Me giro un poco más para estar frente a sus ojos y labios. Le doy caricias a su rostro, buscando la manera de calmar su ligera expresión de ingratitud. —Es un buen hombre —profiero. Edward se sienta en la cama para hablarme con mayor seriedad.

—Bella, ¿por qué Louis sentía tanta obsesión contigo? Alice y Rosalie también trabajaron para él, pero nunca las persiguió como a ti. —Se lame los labios, intrigado—. ¿Te amaba? Debo reír ante aquella suposición sin sentido. Mi cobrizo frunce el ceño. —Por supuesto que no —respondo—. Cuando uno ama quiere que el otro sea feliz, estando juntos o no. Louis estaba obsesionado, Edward, él… —Recuerdo cómo William le gritaba todas esas cosas. —¿Qué pasa, cariño? —Me ayuda a levantar mi caída mirada con su dedo pulgar en mi barbilla. —Al parecer Louis se casó con una prostituta, con ella tuvo a William. Luego los abandonó y el padre sintió ese infinito rencor por todas, torturando y asesinando a muchas de las que trabajábamos para él. —Pero ¿por qué tú? —Su rostro confuso me enternece. Suspiro y me abrazo a mi barriguita. —Le recordaba a ella —espeto—. Por eso me odiaba tanto pero, a la vez, me daba tantos privilegios. Las cejas de Edward se elevan de asombro, como si le hubiera caído un balde de agua caliente en la espalda. —Le recordabas a su ex esposa… —susurra sin poder creerlo—. Dios, qué enfermo estaba. ¿William te dijo algo? Muevo la cabeza en negativa. —Lo único que sé de él es que se ha marchado despavorido. No puedo culparlo, es algo tan horrible. Ahora lo único que me pregunto es dónde está esa mujer, qué demonios pasó con ella. —Ven aquí —musita tomando mi mano para atraerme a él. Caigo sobre mi torso y me acurruco en su calor. Con suavidad deposita sus dedos en mi cabello, para luego acariciar toda su longitud, hasta la mitad de mi espalda. —Estás muy preocupada por William, pero no tienes nada que temer. —Su voz es aterciopelada—. Si te dijera que puedo encontrarlo, ¿me creerías? ¿Confiarías en mí? Me recargo en la cama con el codo para estar a la altura de su rostro serio y prometedor. —Claro que confío en ti, creo que ti —digo con énfasis—. ¿De verdad harías eso por mí? Sonríe y asiente. —Haría cualquier cosa por ti, Isabella Swan. . . . 7 de noviembre, 1980, Forks

Suspiro y lo encuentro de frente, otra vez observando por detrás de sus gafas de lectura, aunque no parece estar sorprendido de verme sola por aquí. —Vaya, otra vez nos vemos las caras —profiere permitiéndome la entrada a su morada. Como es su costumbre me ofrece el sofá de dos cuerpos, pero me niego, esta vez no quiero estar sentada, no. Él intenta hacerlo con su pierna herida, sin embargo le es complicado ante una nueva oleada de dolores. —Permítame. —Con la ayuda de mis manos en sus antebrazos, le facilito la tarea. Le acomodo las cobijas en la espalda como Edward siempre lo hace conmigo y luego, con un cariño que brota de manera espontánea y extraña, le sonrío—. Puedo traerle algún analgésico para el dolor —le ofrezco. —No te preocupes, hija, ya pasará —murmura. Luego aprieta los dientes. Nos quedamos en silencio, principalmente porque él intenta sopesar los estragos del fuego en su carne y la infección que casi lo mata. Mientras paseo frente a los cuadros de Esme y de Edward cuando era un niño. Mentiría si dijera que no siento dolor por la pérdida que les costó tanta tristeza, si no siento como mía la ausencia de la madre y esposa. —Bella —dice llamando mi atención. Me doy la vuelta para encontrarme con su mirada. —Dígame, Sr. Cullen. —Ambos sabemos a qué has venido —profiere con suavidad y comprensión. Suspiro y acorto la distancia entre ambos. —Mi nieto no puede vivir en un lugar en donde su madre y su abuelo paterno estén separados por el odio infundado de él —manifiesta. Aquella claridad en sus palabras me estremece, pero también me facilita las cosas. —Sé por qué no quisiste venir con Edward y estoy completamente de acuerdo, esto es algo que debemos remediar nosotros. —Es una conversación que nos debemos hace muchísimo tiempo, Sr. Cullen, me alegra saber que estamos al mismo ritmo —digo. Sonríe de manera densa. —¿Por qué me la ha hecho tan difícil? —le pregunto—, sabe que he luchado contra muchos obstáculos para agradarle… —¿Por qué intentabas agradarme? —interrumpe con seriedad. —Porque amo a su hijo y no quería que esto se tornara un obstáculo para nosotros. Sr. Cullen, usted pisoteó mi dignidad en casa de Edward, lanzó mi ropa al suelo, me llamó puta y me obligó a renunciar a su hijo. Sabe que lo perdoné porque no le guardo rencor, en lo absoluto. —Mi barbilla tirita a medida que hablo, pero me reúso a dar rienda suelta al llanto, siento que lo he hecho tantas veces frente a él, que ya no es sano para mí. Su rostro parece realmente compungido, quizá arrepentido de lo que hizo—. En ese momento no me importó lo mal que usted me trató, me importó mucho más su relación, como ustedes destrozaban su relación de padre e hijo… por mí.

—Podría darte mil razones, Bella, miles, pero ¿eso remediará todos mis errores? Acerco un sitial al sofá de Carlisle y tomo sus manos entre las mías. Lo miro a los ojos y en ellos expongo todas mis ansias por conocer de su pasado y por qué me tiene tanto rencor. —Quiero que los secretos se deshagan, que mi hijo viva en paz. Ya lo amo, quiero lo mejor para él y, por supuesto, para Edward. Sé que le duele porque a usted lo adora pero no quiere acercarse a usted por rencor y eso a ambos los está matando. Carlisle acaricia de forma paternal el dorso de mis manos, las observa, como si se planteara una historia cuerda en la cabeza. —Él también te ama, Bella, Dios, no sabes cuánto. Aunque ¿quién está realmente consciente del amor que nos profesa? —reflexiona—. La última vez que nos vimos fue algo desastroso, fui un cobarde. —Aprieta los labios y tensa la mordida, pero esta vez no es de dolor, es de rabia y desilusión—. Te confesé de mis secretos, de lo difícil que me es mirarte, pero hoy veo todo tan diferente. —Sus ojos se llenan de lágrimas y, de igual manera que yo, se reúsa a llorar—. Renée y yo nos conocíamos hace muchísimos años, cuando tus padres aún no se habían visto. Así como Edward y tú, nosotros éramos muy unidos —profiere. Lo imagino de jovencito junto a mamá, jugando en una laguna con un sauce tapando las orillas. Los veo reír mientras se lanzan agua en el rostro, confesándose ideas locas para matar el tiempo y el aburrimiento, o probablemente profesando un cariño sano y fraternal que, en mi caso, se convirtió en el amor más intenso que jamás he sentido en mi corazón. —Nuestros padres eran amigos, unos hombres pedantes y arribistas. El Sr. Dwyer, tu abuelo, controlaba de manera estricta a tu madre, no le permitía salir si no era conmigo. Lo que no sabía era que yo tenía las peores ideas, siempre acabábamos haciendo fechorías—. Se ríe y yo le acompaño junto a mi imaginación que transcurre al mismo tiempo que su relato—. Me enamoré de ella, Bella, no pude evitarlo —susurra. Me llevo unos dedos a los labios para ocultar la sorpresa que denota en ellos. Santo cielo, ¡la amaba! —Tú debes saber lo difícil que es sentir eso sin poder explicarlo o confesarlo. Nuestra amistad era preciosa, no quería arruinar algo que parecía perfecto. —Oh, Sr. Cullen… —gimo, atorada en preguntas. Aprieto los labios para facilitarle la situación. —En aquel entonces tenía 16 años, era muy joven e inocente. Se lo confesé a mi madre y ella, ingenua, se lo dijo a papá. Por supuesto que estaba feliz, lo primero que hizo fue venderme junto a tu abuelo, acordando un estúpido matrimonio entre nosotros dos. Renée no estaba de acuerdo y, a pesar de todo, eso me dolía en lo más profundo del alma —confiesa—. Renée estaba enamorada también, pero de otro hombre, el famoso Charlie Swan —se ríe, agotado de tanto recuerdo—. Era mi mejor amigo. Tanta confesión, tanta verdad oculta. Nunca fueron capaces de decírmelo, ¡eran mejores amigos! ¿Qué hiciste, papá? Noto que Carlisle está afligido, comentando con detalle cada suceso en su cabeza. No miente, claro que no. Las cartas de mi madre lo corroboran. —Entonces era amigo de ambos. —Como uña y carne, eso era lo que más dolía. ¿Qué puede pasar por tu cabeza al saber que la

chica que amas en realidad ama a tu mejor amigo? ¡Estaba abrumado! Además, Charlie no era para ella, al menos eso creía yo. —¿Por qué? —le pregunto, asumiendo que la respuesta no va a gustarme. —Porque Renée era una chica correcta, inocente y gentil, Charlie la enloquecía, la convertía en alguien rebelde, presumida y pasional. Una vez se accidentaron en moto, ella se rompió la pierna. —Niega, reprobando aquella situación—. Yo los saqué del aprieto pues el Sr. Dwyer odiaba a Charlie—. Rompí mi amistad con tu padre por traicionar mi confianza, ¡yo le dije que la amaba! De todos modos se le acercó, ignorando el angustiado discurso que le di sobre mis sentimientos. —Es horrible —murmuro apenada. —Lo peor de todo era que seguíamos comprometidos —bufa. Nos quedamos en silencio por un rato, yo asumiendo sus palabras y comprendiendo mucho más esta vida que nadie me contó. —Conocí a Esme justo en el momento indicado, fue una luz que estalló en mi vida. Sin embargo, no me di cuenta de ello luego de mucho tiempo. Ella se quedaba en mi casa pues era hija de nuestra ama de llaves. En cuanto la vi quedé prendado, tenía unos ojos tan dorados, una sonrisa dulce y amistosa, no te imaginas lo increíble que era charlar con ella, su bondad resultaba embriagadora y le temías a la posibilidad de dañarla. Era una flor que día a día abría sus pétalos para mí… pero aún amaba a tu madre —dice de forma melancólica—. Esme lo notaba pero no decía nada, simplemente era feliz levantando mi ánimo y batallando con mis constantes periodos de tristeza cada vez que veía a Charlie y Renée juntos, fingiendo que no me conocían y ocultando su mirada llena de vergüenza por lo que habían hecho conmigo. ¡Estaba destrozado! Y de cualquier manera Esme me daba una mano, insistía en que debía olvidar, que ella estaría para mí… Pienso en Jessica inmediatamente, comprendo su situación y lo que hizo por Edward aún más que antes. —Me enamoré profundamente de ella al comprender la persona que era en su totalidad, descubrí que tenía al amor de mi vida frente a mí y que desaprovecharlo sería el paso más estúpido en mi futuro. Las cuencas azules de Carlisle se vuelven brillantes y mustias. Es tan perturbador su relato, apenas puedo sostenerme ante los detalles. —Mi padre no podía saber de lo nuestro, ella era una criada para él y yo un chico de dinero. Qué ridículo sueno eso, ¿no? —Asiento con los labios apretados. —Pobre de Esme —profiero—, no puedo imaginar lo mal que debió sentirse. Se le escapa una lágrima que quita inmediatamente de la mejilla. Sorbe por la nariz y se mira los inquietos dedos que juegan entre sí. —Decidimos mantener nuestra relación en secreto para evitar que mi padre destruyera a su madre. Si llegaba a saberlo él la enviaría a la calle sin chistar. Todo se tornó peor en cuanto supimos que ella tenía una enfermedad al corazón —susurra—, debíamos callar y fingir que no nos dirigíamos la palabra. Voy contextualizando y recordando el diario de mi madre, cómo explicaba vagamente su relación con Carlisle, el arreglado matrimonio y, por supuesto, Charlie.

—El infierno desencadenó al saber del embarazo de Renée —espeta, transformando su rostro desde la melancolía al resentimiento—. Su padre, al enterarse, recurrió al mío para adelantar nuestra boda. Esme no lo sabía y se enfureció conmigo, fue culpa mía no decirle. Ahora me mira a mí tristemente. —Querían que yo te criara, siendo que tu padre estaba dispuesto a hacer todo lo posible por cuidarte y guiarte. —Suspira—. Dos semanas antes de la jodida boda, Esme me contó que también estaba embarazada, que íbamos a tener un bebé… Estaba feliz pero en aprietos, ¡iba a casarme con alguien que no amaba! ¡Tenía que hacerme cargo de un bebé que no sería mío mientras mi verdadero hijo quedaría a la deriva! —Dios, qué dolor —musito. Sonríe apenado de que lo vea tan quebrado por sus propias palabras, pero sé que esto le hará bien, nos hará bien realmente a todos. Sé que luego de esto debo ver a mis padres. —Renée me culpaba de haberle dicho al Sr. Dywer la existencia de su diario, por eso lo había encontrado y había leído todas sus confesiones. Yo era el único que sabía que tenía uno, pero juré y juro que yo no fui, no podía ser capaz de hacerles eso a mis amigos. Pero es tan terca, nunca me creyó —susurra—. Charlie estaba encolerizado, acabó odiando a su mejor amigo por algo que no hizo, y Renée afirmaba que seguía amándome, por eso había hecho eso. Todo llegaba a oídos de Esme y no sabes el daño que le producía. —Aprieta sus manos de forma brusca y las venas de su cuello y frente asoman de forma imprevista—. Renée, inundada de rabia, rencor y deseos de venganza por lo que le hice, le contó absolutamente todo a mis padres, desde mi relación con Esme y el niño que estaba por nacer. —Estalla en llanto y gime, adolorido de sus recuerdos. Yo no sé qué hacer para confortarlo, menos aún sé qué pensar de todo esto. Mi madre había causado un daño irreparable, de eso estaba segura. Nunca lo creí… —Mi propio padre buscó la manera de deshacerse de su propio nieto, de mi Edward. ¿Qué culpa tenía mi pequeño? ¡Ninguna! —exclama—. Renée y Charlie ya se habían marchado juntos cuando quise pedir explicaciones, podían ser felices mientras yo tenía que lidiar con el problema que ellos causaron. ¡Sabían de lo que era capaz, mi padre era un monstruo al igual que el Sr. Dwyer! Siento cómo mis lágrimas escurren por mi rostro, trastocada por las imágenes que me deja su relato. Pienso en Edward, en cómo querían deshacerse de él, ese pequeñito que aún no nacía y que tanto odiaban. Oh, cariño. —¿Por qué no huyeron antes de que alguien abriese la boca, Sr. Cullen? —Porque buscaba la manera de llevarme el dinero que mi abuelo me había dejado de su herencia. Nunca pude recuperar lo que era mío. —¿Qué sucedió con Esme? —Huimos cuando notamos que mi padre planeaba llevarla a abortar una tarde —recuerda de forma tensa—, nos largamos pobres, sin nada más que esperanzas. No volví a ver a Renée ni a Charlie, algo que prefería para no seguir odiándolos por lo que nos hicieron… Me es prácticamente imposible no sentirme identificada con Esme, especialmente con lo último. Debió sentirse aterrada de saber que su pequeño estaba en peligro. Aún rememoro la sensación

al saber que lo había perdido, el abismo oscuro y la sensación de muerte que quedó impregnaba en mi pecho. Es la mayor tristeza que pude conservar, la que más me ha costado dejar atrás. De saber que mi Edward pudo pasar por eso, llevando la depresión a la vida de sus padres, me rompe profundamente el corazón. Llevo mis manos a mi vientre para aplacar la angustia y recordar que no soy solo yo, que en mí se gesta la persona que más amaré en la vida, que aquella pérdida no puede derrumbarme. —¿Estás bien, Bella? —inquiere un Carlisle muy preocupado—. Si quieres puedo parar, creo que ha sido demasiado dolor —se limpia las lágrimas a medida que habla. —No —expreso—, siga, necesito saberlo todo, por favor, Sr. Cullen. Él mantiene tenso su fruncido ceño y al ver mi decisión va relajando el gesto. —Es por Esme, ¿verdad? —pregunta tímidamente. Asiento, rompiendo a llorar de forma callada y suave. Sobo mi barriga con ambas manos para no angustiarme más. —Es… terrible, debió sentirse tan mal. Carlisle tiene los ojos muy rojos y unas ojeras que cada vez se marcan más. —Fue su peor pesadilla. Ahora que veo a mi hijo tan grande, siendo un buen hombre, con su talento y su bondad, pienso que valió la pena haber vivido todas esas penurias para salvarle la vida —comenta en voz baja—. No teníamos nada y Edward comenzaba a crecer dentro de ella. Recuerdo bien que trabajé día y noche para conseguir un lugar decente para dormir, Esme aprovechaba de pintar flores sobre telas para venderlas por manteles. Todo mejoró cuando mi padre falleció, lo supimos de parte de mi madre, quien logró heredarme el taller de carpintería, uno de los tantos negocios suyos. Aprendí el oficio muy rápido y eso nos ayudó. Edward nació —sonríe, embobado por aquel recuerdo que debió ser inmensamente agradable para ambos—, nos observó con esos ojos dorados tan idénticos a los de ella, y ambos suspiramos de alivio, porque todo iba bien. —Entonces, ¿no volvió a ver a mis padres hasta mucho después? —profiero. —Creí que no volvería a saber de ellos hasta que me dijeron que Charlie las había abandonado —profiere—. Esme estaba muy apenada por eso, pero también temía que yo fuese a ir por tu madre, porque en algún momento la amé. No comprendía que la amaba a ella y que, a pesar de todo, Renée ya me había hecho mucho daño, estaba empecinado en odiarla, en recordar todo el daño que nos hizo. —Eso sucedió cuando tenía cinco años, unos años más tarde Mamá y yo nos fuimos a Phoenix, ella necesitaba olvidar lo sucedido. —Suspiro—. Luego volví, cuando ella se emparejó con Phil. —Ese maldito hijo de puta —susurra. —Conocí a Edward en la escuela, cuando teníamos once años… —Lo recuerdo. —Aprieta la quijada y quita su mirada de mí. Otra vez el resentimiento—. Se hicieron tan amigos. Edward te llevó a nuestra casa para enseñarte la cuna que le estábamos haciendo a Bree, su hermanita —su voz se quiebra de manera angustiada. «—¡Papá, mamá! Estamos aquí, tienen que conocerla —exclamaba el Edward mientras brincaba.

Me tomó de la mano y me llevó hasta la sala, mientras Esme, algo fatigada por el embarazo, nos sonreía de manera contenta sentada en el taburete de nuestra isla, en la cocina. —Me pregunto quién será esa niña misteriosa de la que tanto hablas —le comenté con una sonrisa en la cara. Él me miraba desde abajo, tan pequeño… Le acaricié la cabeza y desordené el cabello, riendo ante su inocente alegría. Edward no acostumbraba a tener amigos, era muy silencioso y eso nos había preocupado siempre a Esme y a mí. Que tuviese una amiga resultaba grandioso para todos nosotros. —Ven a saludarla, mami. Ella lo rodeo con sus brazos y le besó la frente, y al separarse le ahuecó las mejillas con sus manos. —Estoy un poco cansada, tu hermanita está haciendo estragos conmigo —dice de forma alegre—. Puedes decirle que vaya a mi habitación, muero por conocerla. Edward asintió y le dio otro abrazo muy apretado. Mi hijo me llevó hasta la sala, en donde esperaba su misteriosa amiga. —Hola, Bells, él es mi papá, mamá no puede venir porque está cansada por el bebé —comentó a la pequeña de once años que esperaba educadamente en el sofá. Topé con un cabello algo enmarañado, fino y castaño oscuro, con unas hebras enrolladas y rizadas en las puntas. Sonreía de forma dulce, iluminando los ojos de Edward. Al saludarle la miré de frente, haciendo contacto con unos grandes y almendrados ojos de iris chocolate, un chocolate que estaba seguro había visto antes. Me tensé ante aquella niña que esperaba mi saludo con inocencia, junto a mi contento hijo con su primera amiga de verdad. Esos ojos… —Buenas tardes, Sr. Cullen, soy Isabella Swan —dijo suavemente. —Swan… —proferí con un nudo en mi garganta. Caminé hacia atrás inconscientemente, asombrado y enojado del destino. La hija de las personas que me habían traicionado… ¡¿Qué hacía con mi hijo?! —Buenas tardes —espeté de forma hosca. Dios, es solo una niña, pensé. Los ojos de la pequeña Swan se tornaron brillantes y cohibidos. Vi a su padre en cada instante y también a Renée, con esas mejillas esbeltas y la nariz respingada, fina. Era su imagen, la mezcla de aquellos que introdujeron dolor a mi vida y a la de Esme. —¿Sucede algo, papá? —inquirió un inocente Edward. —Tenemos que salir más tarde, despídete de tu… amiga —escupí. Le di una fría mirada a la nena de once años y ésta abrió los ojos de forma brusca.

—No quiero molestar, Tony, tu papá tiene razón, debo irme. Se dio la vuelta con los miembros temblando al mismo tiempo, mientras mi hijo la veía marchar sin comprender lo que había pasado, pues se concentraba más en admirarla. Corrió tras ella para acompañarla a su casa, en donde seguramente iba a estar Renée. —No puedo creer que hayas hecho eso, Carlisle, ¡es una niña! —gritó Esme desde el umbral de la puerta. Apreté mis labios para no contestarle algo de lo que podría arrepentirme. Ella vino hacía mí con su vientre hinchado, el rostro arrugado por el enojo y las manos apretadas en puños. —¡No quiero que una Swan se acerque a mi hijo! —exclamé. —¡Es su única amiga! No es su culpa ser hija de ellos —me dijo—. Yo ya los perdoné, Renée y Charlie también fueron mis amigos… —Unos amigos que nos delataron, provocando la ira de mi padre, quien buscaba deshacerse del pequeño —proferí—. Esa niña no puede acercarse a Edward, ¿has visto cómo se miraban los dos? Carajo. Esme derramó sus lágrimas frente a mí, abrumada por mis palabras. Se cruzó de brazos y taconeó el suelo. —Te ves a ti y a Renée, ¿no es así? ¿Tienes miedo de que suceda lo mismo que te pasó a ti? No le contesté. Se quedó pensando un momento y luego hizo un mohín. Vi la inseguridad en sus ojos. —¿Por qué te comportas como si aún sintieses cosas por ellas? —me preguntó con la voz quebrada. —Deja de decir eso, te amo a ti, Esme… —Yo no me enamoré de un hombre tan resentido, capaz de destrozar la felicidad de su propio hijo por las rencillas del pasado. Si esa pequeña lo hace tan feliz ¿quién soy yo para ir en su contra? Ni siquiera tiene la culpa, por Dios —espetó con rabia—. Voy a salir —Esme —llamé. Caminó hacia el frente y toma la llave de su coche, colgada del pequeño perchero. » Escucharlo de su boca era una bomba de rencor y odio, algo que por años buscó ocultar de la peor manera posible. Esme estaba ahí, esperando a que la conociera con los brazos abiertos, aun cuando supo quiénes eran mis padres, no le importó en lo más mínimo… Recuerdo perfectamente aquella vez. Vi a la incomodidad de Carlisle y yo creí que no le había caído bien, que fui poco educada. Temía que Edward no fuese a hablarme nunca, no quería perder a la persona más amable que había conocido en mi regreso a Forks. —Luego de nuestra discusión ella tuvo el accidente, muriendo en su coche —gime de dolor,

ahuecando su rostro con sus propias manos—. Murió creyendo que no estaba seguro de mis sentimientos, creyéndome un monstruo. No conocí a mi hija siquiera. Esme estaba tan distraída por sus pensamientos, que no logró darse cuenta del camión que iba contra ella —solloza, abrumado y angustiado, lleno de culpa—. Lo único que pensaba era que, si tú nunca hubieras cruzado mi puerta, ella jamás se habría puesto así. Te culpé todos estos años de esa maldita desgracia, te aborrecí y lo único que esperaba era que no le hicieras daño a mi hijo, a la única persona que tenía. Y lo hiciste, lo dañaste muchísimas veces. Estaba enamorado de ti, era un amor fiel, sano y muy intenso, pero se lo lanzaste a la cara y rompiste su corazón en mil pedazos. Eras igual a tu madre ante mis ojos, humillando a la única persona que pudo darlo todo por ti. Por eso me odiaba, por eso nunca pudo mirarme a los ojos de otra manera. Dios mío, ¿cuánto daño hacemos inconscientemente? —Sin embargo, cuando regresaste a Forks después de esos largos diez años, ya no vi a tu madre, vi a Esme en ti, en tu corazón. Cuando me rescataste del fuego, cuando me cuidabas en la sala del hospital y ahora, cuando te preocupas de mis sentimientos, incluso cuando confesaste que amabas a mi hijo mientras te lanzaba la ropa contra la cara. No te importó todo el daño que te hice, todos los insultos que proferí… Esme habría hecho lo mismo, porque ella solo quería amar y tú también. Me toma la mano derecha y me la aprieta de forma cariñosa y paternal. —Ya te he pedido que me perdones, pero, luego de escuchar toda mi historia, quiero saber si mantienes esa idea en ti. —Me sonríe detrás de su tristeza. Siento el calor de su mano y me transporto en la imagen de Esme, en mis ganas de haberla visto y saludado aunque sea una vez. El destino fue tan cruel al quitárnosla del mundo… Veo en sus ojos la tristeza tan palpable, el amor que no pudo disfrutar con ella. Debió ser tan doloroso como un ataque al corazón… si es que se puede comparar con algo. Imagino mi vida sin Edward y siento que algo en mí podría romperse, pienso en la locura, en la necesidad de tenerlo pero sin capacidad de lograrlo. Hace algunos años estuve al borde del colapso por ver su vida yéndose como agua entre mis dedos; hoy aquella idea resulta tan mortífera como el veneno. —No tengo nada que perdonar, Sr. Cullen, había olvidado que usted siente, que llora, que vive y extraña. Vuelven a escarpársele unas lágrimas mientras me mira a los ojos. —Es increíble que escuchándote siga sintiendo a Esme. Estaba aterrado por eso, porque no sabía lidiar con esa idea. Me da un abrazo que me toma por sorpresa, pero yo se lo devuelvo de forma aún más intensa, esperando devolver el amor a su corazón. —Siento tanto lo ocurrido por mis padres, Sr. Cullen, por haber entrado a su vida y haber propiciado esa discusión, por no haber amado a Edward como lo merecía. —Basta, cariño, suficiente —masculla—. Tú no debes decir lo siento, para nada. Te he juzgado como un imbécil, me convertí en esa persona que dijo Esme antes de marchar. Ella te habría querido un montón —sonríe. Me hubiera gustado conocerla, hablarle y recibir sus consejos. Pero ya no está aquí, lo que resulta enormemente devastador.

—¿En verdad lo cree? —Claro que sí —ríe—, Edward no se equivocó en esperar a pesar de mis tontos intentos por meterle a Jessica entre las narices. —No quiero volver a dañar a su hijo, Sr. Cullen, todos los días busco amarlo de la forma más clara y honesta que puedo. Ahora, con lo que me ha dicho, todo resulta más fácil y entendible, su historia me confirma el cariño que necesita… cómo me quería desde que me conoció —murmuro. Carlisle vuelve a sonreír, esta vez de una manera aliviada y quizá relajada. Lo ha botado todo. —Tiene que contárselo, Sr. Cullen, es la única forma de liberarlo a él de estos secretos, merece saber toda la verdad —le digo—. También usted debe dejar esa historia atrás. —Lo sé, esperaba hacerlo antes que ustedes tengan la boda —afirma—. No quiero que dejes de ver a tus padres de la misma manera, no me sentiría bien con eso. ¿Qué puedo pensar al respecto? No puedo culparlos, eran jóvenes, inmaduros y estaban rodeados de mentiras. Aunque me cuesta creer que hayan hecho eso, no puedo dudar de Carlisle, sé que no me ha mentido. —No lo haré —murmuro—, pero tengo que hablar con ellos. Las heridas afectan de manera constante, es tiempo de sanarlas, ¿no lo cree? Se levanta del sofá con la ayuda de su bastón. Cuando voy a facilitarle la tarea él niega de forma amable. Camina en medio de la sala y mira al techo, profundamente afectado por algo. —Quiero curar mis heridas contigo, Bella, lo estoy haciendo ahora —susurra—. Con tus padres… ah, no sé qué pensar. Solo hay algo que nunca podré perdonar y es el no haber sido un buen hombre para mi Esme. —No diga eso, usted la amaba —exclamo acercándome a él. —Sí, pero dudó de mí. —Estaba molesta. Dudar del amor del otro es solo inseguridad o miedo, lo peor resulta cuando se duda del amor que sentimos por el otro. ¿Alguna vez ella dudó del amor que sentía por usted? Ni siquiera lo piensa y dice: —Por supuesto que no. —Entonces no trastorne, Sr. Cullen, no siga tratándose así por los vestigios del pasado. Míreme —me apunto con ambas manos, para luego dejarlas caer a los lados de mi cuerpo—, quiero dejar ir mi estúpido pasado solo para ser feliz. —Gracias por todo, Bella. Le doy otro abrazo, uno más pequeño y respetuoso que el anterior. Al separarme le sonrío y él a mí. . Los veo a ambos sentados en el sofá, mirándome de forma atenta y curiosa por mi hermetismo y mi necesidad de verlos urgentemente. Al no saber cómo comenzar mi discurso ellos ladean un poco la cabeza, preocupados.

—No quiero apresurarte, cariño, pero tengo que presentarme en mi oficina lo antes posible —comienza a decir mi padre, pero yo lo interrumpo. —Hoy hablé con el Sr. Cullen —digo con voz neutra y carente de emoción—. Me lo ha contado todo. A Charlie le tirita el bigote y mamá parece comprender perfectamente de lo que voy a hablarle. —Esperaba que en algún momento ustedes abrieran la boca, pero tuve que recurrir al padre de mi futuro esposo, ¡ni siquiera él ha logrado abrir el corazón de su padre como yo lo he hecho! ¿No creen que es injusto? Comienzo a enfadarme, lo que resulta contraproducente. Intento calmar la alteración que he intentado dejar atrás, si me descontrolo pondré en aprietos a mi bebé y a mis padres. Decido contarles con los detalles que logro recabar de mi cabeza, exponiendo lo que ellos nunca quisieron decirme, especialmente mi madre, que prefería comportarse de forma misteriosa dándome su diario incompleto. —No puedo creer que le hicieron eso a su propio amigo, ¡incluso quiso ayudarles cuando nadie más lo hizo! Sabían que Esme correría peligro… ¿Qué hubiera ocurrido si hubiesen impedido el nacimiento de Edward? —exclamo con indignación. Ambos se miran con indignación y luego me miran a mí. —Eso no ocurrió, Bella —afirma mi padre con seriedad—. Nosotros nunca seríamos capaces de delatar a dos personas que fueron nuestros amigos. Me quedo de plano escuchándolos. —Yo conocía perfectamente al Sr. Cullen, por ningún motivo iba a abrir la boca. Además, yo nunca creí que él pudo haberme revelado lo de mi diario, Carlisle jamás habría sido capaz de aquella maldad. —¿Entonces por qué él…? Nos quedamos callados porque sabemos perfectamente la respuesta. —Nuestros padres —afirma mamá con el llanto a punto de salir de sus cuencas—. ¡Ah! No puedo creerlo. Creí que nos odiaba por… habernos quedado juntos —dice con pesar—. ¿Por qué nos equivocamos tanto, Charlie? —le pregunto a él. Papá se toca el bigote, nervioso. Posa sus chocolates ojos en ella y luego suspira. —En no haber sido claros desde un principio —susurra—. Tenemos que aclararlo, Renée, ya has escuchado a Bella. —Sí —dice asintiendo—, tenemos que aclararlo, sobre todo lo que ocurrió con Esme. —¿Qué ocurrió con Esme? —inquiero con el corazón en la boca. Se levanta del sofá y corre hacia su habitación. Papá y yo nos quedamos a solas observando hacia la puerta con curiosidad. Al demorar unos cuantos minutos ella sale con un tumulto de cartas, las cuales pone sobre la mesa de centro. —Esme y yo nos escribimos cartas durante once años, ella lo único que quería era conocerte

—susurra con las lágrimas escurriéndole por el rostro—. Por eso siempre he sido tan cercana a Edward, desde que lo vi, tan pequeño junto a ti, supe que debía guiarlo como Esme hubiera querido. —¿Por qué nunca me lo dijiste, mamá? ¿Por qué nunca se lo dijiste al Sr. Cullen? —inquiero con una ligera desesperación. —Eras muy pequeña, nena, no ibas a entenderlo; y cuando tuviste la edad suficiente ya te habías marchado, regresando diez años después. No tuve tiempo de darte a conocer mi pasado porque duele, cariño, duele muchísimo, es algo que busqué dejar atrás… —Voy a casarme con ese hombre al que le han ocultado su historia, merecíamos saberlo —profiero. —Lo sé y lo lamento —insiste—. Carlisle nunca me dejó acercarme a él hasta que fue a verme al hospital, no había tiempo, ¡no había manera de hablar de Esme! Charlie permanece callado en el sofá, escuchándonos de manera atenta y seria. —Dudo que me perdone por esto —susurra—, pero nunca pude decirle que Esme fue a verme antes del accidente para contarme lo que Carlisle te había hecho en su casa —me dice—, fue a disculparse y a esperarte, pero ustedes se desviaron para comprar dulces en el camino —masculla con dificultad pues el llanto se le hace insostenible—. Me confesó que estaba arrepentida por haber dudado del amor que sentía Carlisle por ella, me dijo una y otra vez que lo quería y que a veces temía perderlo. Le aconsejé que fuera con él e intentaran hacer las paces, que ese tipo de cosas siempre pasan. Me dio un abrazo y se marchó, prometiéndome volver para ver a nuestros hijos crecer —solloza. Hago un mohín de zozobra y la abrazo con todas mis fuerzas. A los segundos siento el calor de mi padre, ahuecándonos en su pecho. Es la primera vez que siento el vínculo de mis padres con tanto fervor, apelmazando nuestros sentimientos de forma impasible, siendo uno solo. Descubro que es lo que más quiero para mi pequeño, Edward y yo, mantener el amor, la unión y la protección de las personas que más me importan ahora. —Ve y cuéntaselo, por favor, lo necesita —profiere papá con una sonrisa sincera—. Yo te llevaré. Ella asiente. Papá le limpia las lágrimas de la cara y le besa la frente, provocándome un ligero estremecimiento a mí con aquel simple gesto. . Edward POV Seattle, Washington Me siento en el taburete, observando de reojo al hombre semiborracho que está a mi lado. Vaya qué cambio. Ha pasado de ser ese rico que tanto me produjo celos al hombre que prácticamente le salvó la vida a la mujer que amo. —Te estaba buscando, William. El barman me pregunta qué quiero servirme y yo le pido un vaso de whisky sin hielo. El aludido se gira levemente para mirarme, sosteniendo su vaso en la mano derecha. Se bebe el contenido y me saluda con un ligero movimiento de cabeza.

—¿Qué te trae por aquí, Cullen? Deberías estar con Bella y tu futuro hijo —masculla, intentando sostener la alegría en su expresión vacía. —He venido aquí por ella —digo. Enarca una ceja y esta vez me mira a los ojos. Sus cuencas están inyectadas en sangre y puedo sentir el aroma a alcohol que expele de él. Debe llevar borracho un par de días. —Tenemos algo en común, William. Escruta sus ojos a la espera de que le diga por qué pienso eso. —Amamos a la misma mujer —profiero, chocando mi vaso con el suyo. Se queda mirando mi recuente acción con expresión pensativa. —¿No vas a golpearme? —Claro que no —me río con ligereza. —Vaya eso es nuevo —afirma—, ¿quién acepta que otro hombre ame a su futura esposa? Qué comprensivo. Me cuesta comprender si lo que dice tiene aires sarcásticos o no. Prefiero creer que no, que lo dice en serio. William está despeinado y con una camisa a medio abrochar. Se nota que la barba no ha parado de crecerle desde hace días y que no ha dormido bien. Es indudable que esto a causa de su padre. —Lo acepto pero no voy a aprender a tolerarlo —mascullo—. Estoy aquí porque ella me lo ha pedido, porque quiere verte luego de todos estos días que no ha sabido de ti, porque le importas y mucho. Sus ojos claros e inyectados en sangre se posan en mí, sorprendidos por mi comentario. —No te lo había dicho antes pero gracias —espeto—, gracias por quererla cuando yo no estaba con ella. Supe que evitaste… un intento de suicidio de su parte. —Decirlo a en voz alta lo hace tan real que me estremece—. Gracias. Sonríe aliviado de recordarlo. —Y gracias por cuidarla de… tu padre —me incomoda hablar de él, sabiendo lo que le ha pasado. —Era lo correcto. —Tienes que hablar con ella, está muy confundida por lo que pasó —le digo—. Por favor. Se bebe otro trago de golpe y hace chocar el vaso con la madera de la barra. —Sé que le debo explicaciones, pero me cuesta tanto —me confiesa—, luego de lo que hizo mi propio padre… Es increíble que, aún muerto, siga persiguiéndome con sus demonios. Suspiro pesaroso y con un gesto le recalco al barman que no vuelva a servirle más alcohol. William está tan abrumado que no se da cuenta.

—Bella me contó lo que confesó Louis, ¿tú lo sabías? —No —susurra—, ni siquiera conocía el pasado de mi madre. ¿Y sabes? No me asquea ni me avergüenza saber que la mujer que me dio la vida fue una prostituta; lo que realmente me perturba es saber que mi padre, el hombre que más he admirado en mi vida, fuera un asesino y un traficante de mujeres. Lo único que he hecho todos estos días es preguntarme qué hacer con mi vida ahora, con esa imagen de mi papá que no existe. Le doy una pequeña palmada en la espalda, buscando la manera de terminar con su agobio. Sé que no somos amigos, pero ver su palpable congoja me entristece profundamente. Probablemente, de todo el daño que Louis proveyó en su vida, su hijo recibió la mayor parte de éste. —Tienes razón, Edward, tengo que hablar con Bella —me dice luego de un rato. —Ella te quiere —le digo con sinceridad—, lo que más necesita ahora es rodearse de las personas que la acompañaron durante sus periodos más oscuros de vida. Tú también. Si te conociera estaría aún más seguro, pero puedo apostar que aislarte te hará mucho peor. —Gracias, Cullen —susurra. —¿Qué te parece si te vas a dormir? Te haría bastante bien. Se larga a reír, aceptando mis palabras. . Ayudé a William a volver a su habitación de hotel antes que este se quedase dormido sobre la barra del bar en el que nos encontrábamos. Luego de eso me regresé a Forks con un extraño presentimiento en el pecho. Pensé en Bella y mi hijo, pero no, ellos de seguro estaban bien. Entonces recordé a papá y, por una extraña razón, me decidí a darme una vuelta a su casa a pesar que ya se hacía tarde. Miro el reloj de mi muñeca, éste marca las ocho y media de la noche. Veo las luces apagadas y la chimenea está apagada. Todavía conservo la llave de mi antigua casa, no creo que a Carlisle le moleste que la ocupe. Una vez dentro no oigo nada más que un jadeo cansado y agobiado, pero no sé de dónde proviene. Hace muchísimo frío, más de lo normal. —¿Papá? —inquiero al ver una sombra encorvada frente a los retratos de mi madre y los dibujos que hice cuando niño. Busco el interruptor de la luz más cercana y la enciendo. Claro que es él. Tiene la espalda apoyada contra la pared del pasillo y en sus manos sostiene un tumulto de cartas que aún no abre. —Justamente pensaba en ti —dice sin mirarme, luego de un rato de silencio. Su voz suena rasposa, débil y cansada. —Tuve un extraño presentimiento, ¿estás bien? —inquiero.

Me acerco a su lado para corroborar la que será su respuesta. —No. Me agacho para sentarme frente a él, no sin antes darle una mirada a los retratos de mi madre. —¿Qué ha ocurrido? . . . Me quedo en blanco por unos cuantos segundos, concentrándome exclusivamente en la viga de la puerta más cercana. Olvido dónde estoy, qué ha pasado y lo que acabo de escuchar de sus labios. —Edward, ¿vas a decirme algo? —inquiere papá llamando mi atención. Pestañeo un poco para volver a mi realidad, para enfrentar lo que papá me ha dicho. —¿Por qué no me lo habías contado antes? Tengo 30 años —susurro—, ¿no te has dado cuenta de la cantidad de tiempo que ha pasado? —Lo sé —murmura pesaroso—, pero hasta hace unas horas no comprendía la magnitud de lo que acarreaba nuestro pasado. Conservo una cuota de desesperación, odio y algo de angustia, por mamá, por el que pudo ser mi destino. Saber que mis propios abuelos me odiaban duele, aunque no tanto como imaginar el dolor que sintió mi madre. Es imposible que no recuerde a Bella y el llanto imparable que brotaba de ella cuando me contó la pérdida que no tuve oportunidad de conocer. Comienza a asomar un dolor agudo en mi vientre. —Merecía saberlo, papá, saber que mis abuelos querían deshacerse de mí y que viviste todos estos años creyendo que los padres de la mujer que amo fueron cómplices de ese odio. ¡Por Dios! —me exalto al repasar sus palabras. —Perdóname —dice con seriedad. Me callo y miro otra vez hacia la viga. —Papá, Bella no tenía la culpa de lo que ocurrió. —Me arde la garganta y los ojos pues necesito llorar, pero quiero evitarlo—. Solo era una niñita… Al volver mi mirada hacia él lo noto llorar en silencio. —El rencor me cegó, hijo, había asumido que ellos nos habían hecho daño, yo no tenía idea que todo fue una manipulación descarada de nuestros padres, y de eso tengo noción desde hace un par de horas. Frunzo el ceño. —Charlie y Renée han venido a verme —susurra al notar mi duda—, luego de que Bella también lo hiciera para conocer toda la verdad.

—Ellos también han callado —profiero con el creciente enojo en mi pecho—. ¿Por qué demonios lo hicieron? —bramo. —Porque no nos comunicamos, Edward, no somos capaces de enfrentar nuestros problemas —concluye mirándome a los ojos. Camino en medio de la sala con mis manos aferradas a mi nuca. —Ahora lo único que hago es pensar en mamá —susurro con las lágrimas en la garganta. Siento sus dedos en la parte trasera de mi cuello. Me giro para enfrentar el rostro de mi padre y él, muy afectado, me entrega el tumulto de cartas a medio sellar. —¿Qué es esto? —inquiero mientras me seco una lágrima de la mejilla. —Renée nunca tuvo oportunidad de entregármelas —espeta—. Ella y tu madre se enviaban cartas a mis espaldas, nunca dejaron de hablarse. Me siento un imbécil pues me dejé llevar por el odio y el rencor, mientras Esme insistía en saber de sus amigos. —¿Mamá no sabía que ellos no tuvieron nada que ver con el altercado de tus padres? —le pregunto, aún si tomar las cartas. Emite un sonido reprobatorio con la boca e insiste en enseñarme las cartas. —Tu madre nunca hablaba de lo ocurrido… hasta que discutimos luego de ver a Isabella. Las viejas cartas están marchitas y amarillentas, en mis manos se siente el polvo que aún no termina de desaparecer. En el remitente veo la letra de mamá. Siento que mi garganta vuelve a apretarse. Me siento en el sofá más cercano con mi padre de testigo, inhalo profundamente y con los ojos mojados me dedico a leer una carta al azar. «Querida Renée Me apena saber que te has ido tan lejos, Phoenix es un lugar tan caluroso, ¡qué cambio! Con respecto a lo que me has contado, solo me resta desearte lo mejor del mundo y, créeme, me apena muchísimo lo que has tenido que pasar, espero que esos nuevos aires te ayuden. Sabes que no tengo forma de entenderlo, pero puedo intentarlo, el dolor de amar sin ser correspondido puede dejarte envuelta en locura, pero no desesperes, cariño, puedes contar conmigo. Aún deseo conocer a tu pequeña, espero que en algún momento de nuestras vidas podamos compartir como siempre soñábamos. ¿Crees que mi Edward y tu hija lleguen a ser amigos? No hace falta preguntárselo, ¿no? ¡Claro que lo serán! No me queda más que decirte, solo ansío que esa tristeza no apague tu alegría. Hazlo por ella. Besos y abrazos Esme» Una lágrima cae sobre la hoja vieja que tengo entre los dedos, mi lágrima… Paso mis dedos sobre la tinta con la letra de mi madre, como si eso me conectara con ella. —Había olvidado como era ella —le confieso—, han pasado tantos años que su esencia se había escapado de mis recuerdos. Ahora, leyéndola, es como tenerla junto a mí otra vez.

—Es… —Carlisle está ahogado en un llanto mudo—. Lee las demás —insiste con dificultad. «Querida Renée Qué feliz me hace saber que estás aquí otra vez y que has aceptado ser la madrina de mi hija. Aún no se lo he contado a Carlisle, pero lo entenderá, te lo prometo. A veces es muy terco, pero es un buen hombre. ¡Incluso está haciendo la cuna de mi bebé! ¿Ya te he dicho como se llamará? ¡Pues Bree! Si supieras lo feliz que está, me enamora cada día, es el mejor compañero que pude haber elegido para mi vida. Debo confesarte que me sorprende y me alegra profundamente que no estés sola y que has decidido amar otra vez, ¿lo ves? ¡Podías! Solo cuida a tu pequeña, estoy segura que le debe parecer un poco difícil toda esta situación. A propósito, ¿cuándo podré conocerla? Con las fotos que me has enviado no me he quedado satisfecha, aunque debo decirlo, ¡es preciosa! Se ve que has hecho un excelente trabajo. Edward está muy grande. Es un chico tan talentoso, ¿podrías creer que pinta como un profesional? Y eso que está por cumplir los 11 años, ¡es impresionante! Estoy tan orgullosa de mi pequeño. No me queda mucho más que decir, solo esperar que tú y yo volvamos a vernos prontamente. Te envío besos y abrazos Esme» Estaba orgullosa de mí y amaba a mi padre de la forma más sincera posible. Oh mamá… Me hace tanta falta. Papá sabe lo que acabo de leer porque él también debió sentirse como yo. Me levanto del sofá y voy hasta su lado para abrazarlo con fuerza. Me recibe con calidez y necesidad, una necesidad profunda de compañía y cariño. —Debemos quedarnos con las cosas buenas, papá, nos amaba y eso era lo más importante. —Si tan solo hubiera sabido esto antes… —Te amaba papá y tú también —susurro—, ¿no crees que ella quiere que tú seas feliz? Mamá jamás hubiera aprobado que tú te quedaras solo, hundido en sentimientos negativos. Voy a casarme en dos semanas, en unos meses Bella y yo conoceremos a nuestro hijo, quiero que mi padre sea parte de esto y me acompañe en mi felicidad siendo feliz también. Pone sus manos en mis hombros y se larga a reír, comprendiendo quizá su objetivo en la vida, y sí, es ser feliz a pesar de todos nuestros dolores. —¿Me perdonas, Edward? —¿Por qué, papá? —Por haberte hecho daño, a ti y a Bella, sé que la amas, siempre ha sido así. Fui cruel con esa pobre chiquilla, ignorando la bondad que guarda en su corazón. No pensé en lo feliz que te hacía tenerla contigo. Cuando se fue te vi sufrir muchísimo y eso me hacía sufrir a mí también. Al regresar me comporté como un imbécil y la culpé de algo que ni siquiera ella comprendía. —Se

queda callado un rato y luego prosigue—. Perdóname —insiste. Golpeo suavemente su brazo derecho y asiento, sin ningún rencor. —Claro que te perdono. . Me siento cansado durante el trayecto a casa mas no triste. Hasta siento un poco de paz. Miro el reloj de mi muñeca y noto lo tarde que es, ya estoy de madrugada. Las luces de la cabaña están apagadas y solo se escucha el sonido del viento, grillos y búhos. Una vez dentro intento no hacer ruido pues, en la sala, duerme profundamente la mujer de mi vida. La sonrisa brota de mi cara como si hace un rato no hubiera llorado por la ausencia imperante de mi madre. Ese es el efecto que produce en mí. La paz que refleja su expresión soñadora también me tranquiliza. Sé que debió sentirse muy mal hoy al hablar con papá. Mis ojos se mueven por su cuerpo, deteniéndome en su vientre ligeramente levantado. Ya van cuatro meses y medio. Suspiro y vuelvo a sonreír, esta vez de un entusiasmo que nunca había sentido en mi pecho. También siento amor, un amor muy diferente al que alguna vez he podido embargar, algo muy poderoso y creciente. Pongo mi mano con cuidado para no despertarla, acaricio la tripa por sobre su pijama de satín negro y ahí me quedo, imaginando la que será mi nueva vida junto a ella, ya sin ser dos, sino tres. La idea me fortalece y me hace sentir tan vivo, tan feliz. Sé que Bella tiene miedo de que esta ilusión se nos sea arrebatada, que nuestro hijo esté en peligro como alguna vez sucedió. Pero no voy a permitirlo, voy a protegerlos como debí hacerlo hace años atrás. Sus ojitos castaños pestañean lentamente y se encuentran con los míos. Se ve cansada, probablemente por el efecto del embarazo. Me siento pésimo por haberla interrumpido en su descanso. —Lo siento, cariño, no quería despertarte —profiero. —No, está bien, no te preocupes —me dice en voz baja y pausada. Pone su mano en donde tengo la mía, justo en la barriga, para que no la quite—. Me gusta cuando me acaricias aquí. Beso su frente, su nariz y sus labios. Al separarme unos milímetros de su rostro, ella se mantiene observando mis ojos con muchísima profundidad. —Te ves muy cansado —susurra—. ¿Sucedió…? Asiento, porque sé a lo que se refiere. —Oh, cariño, no sé qué decirte. —Se acomoda en el sofá para poder estar más cerca de mí. Me rodea con sus brazos y luego me estrecha con ellos. Eso es todo lo que necesito, su calor y su compañía. —No necesitas decirme algo, solo quédate conmigo. —Siempre. Me acomodo con suavidad a la altura de su vientre pero sin hacerle daño y ella acaricia mi

cabello con muchísimo cuidado. . Isabella POV 7 de noviembre, 1980, Cárcel 'Washington', Seattle —No creo que sea buena idea —comienza a decirme otra vez, agarrando mi mano para que no siga caminando. Suspiro, abrumada por su insistencia. Pero lo entiendo. Pongo mis manos en sus mejillas y lo quedo mirando con dulzura. —Todo estará bien, es algo que debo hacer —afirmo con valentía. Asiente, comprensivo. —Te esperaré afuera, ¿bien? —me dice. Besa mi mejilla con cuidado y luego pone una mano en mi barriga. Con un respiro de aliento me adentro a la sala de visitas, saludo al policía y éste me apunta con el mentón al hombre que está sentado más allá, arrinconado y con completa vigilancia. Trago y me acerco a él, olvidando por un momento el resentimiento que le tengo. Me siento frente a su destrozado rostro y pongo mis manos sobre mi vientre. James entorna los ojos, odiándome de manera voraz y vil. Sus viajan por mi cuerpo y, como llevo ropa un poco apretada, nota la inusual y pequeña prominencia. —¿Estás embarazada…? —Sí —espeto, esperando cortar el tema, no quiero hablar de algo tan inocente y hermoso con alguien como James—. Esperaba un saludo o algo —sueno sardónica y pedante, así como acostumbraba a tratarme él cuando me veía llorando en las noches de soledad. Endurece su mordida, escudriñando con su mirada azul oscuro en mí. —¿Qué haces aquí, Bella? —inquiere—. ¿Esperas reírte de mí? Bueno, ríe, estoy en prisión, esperando un juicio en el que mínimo me otorgará dos cadenas perpetuas sin derecho a reclamo —suelta—. Ríe, será lo último que hagas en toda tu vida —rezonga. Enarco una ceja y muevo la cabeza negativamente. —Nunca acaba tu veneno, aunque vivas en la miseria. La gente como tú no cambia. —Las mujeres como tú tampoco —murmura por lo bajo. —¿Crees que me afecta eso ahora? —le digo—. Mírame a los ojos, James, sé hombre una vez en tu vida —ordeno al ver cómo su mirada viaja al suelo, quitándole importancia a mis palabras—. Voy a tener un hijo, voy a casarme en una semana, amo al hombre más increíble y bueno que he conocido, ¿crees que me afecta lo que alguna vez hice? Ya no, James, ya no… —Suspiro, liberada al fin de esa carga pesada que tanto tiempo aguardó en mi espalda—. No cambié, simplemente volví a ser yo, la Isabella que busqué dejar atrás por tener a hombres como tú haciendo daño.

James actúa de manera pretensiosa otra vez, como si no estuviese vistiendo harapos y no le quedase nada más que la ilusión de vivir otra vida luego de la muerte. —Louis está muerto —exclamo con la garganta apretada. Ahora me mira, asombrado y perplejo por mis palabras. Luego lo embarga la cólera. —No finjas estar dolida por eso, Bella —escupe—, sé que mueres de felicidad al saber que nunca más podrá cobrarte todo lo que le debes. —¡No le debo nada! —le grito. Siento una incomodidad en mi vientre por lo que busco relajarme, respirando de forma pausada—. A ninguno de los dos. Lo único que me duele es el saber que William, su propio hijo fue testigo de eso. No lo merecía, no era igual a él, es bueno… —Un bueno para nada —interrumpe en susurros. —Esto es todo lo que mereces, James, todo lo que sembraste. Ahora viviré mi vida como siempre ha tenido que ser. Ni tú ni nadie podrá arruinarme la vida, ya no más —le digo exasperada, a punto de derramar lágrimas—. Buenas tardes. Me levanto de la silla sin quitarle la mirada de sus fanfarrones ojos. Me doy la vuelta y, acompañada por el policía, salgo de la sala de visitas para encontrarme otra vez con Edward. —¿Y cómo te fue? —me pregunta suavemente. —Ya dejé ir toda su maldad, lo liberé de mis pensamientos. Vámonos a casa, tengo que ayudar a mamá a cocinar el pavo. Me toma la mano y me besa los nudillos. Sus ojos relucen de orgullo… por mí. ... 10 de noviembre, 1980 Tarareo una canción que acabo de escuchar en la radio mientras masajeo mi vientre con crema corporal. Esparzo el espeso líquido por la piel, a la vez que sonrío maravillada por sentir cada vez más el amor, uno tan especial y lleno como jamás lo había sentido. —No sabes cuánto deseo conocerte —le comento con dulzura—. Papá quiere comenzar a preparar tu habitación, si tan solo vieras lo feliz que está por ti, la ansiedad lo está absorbiendo —digo divertida—. ¿Puedes oír la música desde su estudio? Está pintando, últimamente está muy inspirado. Guardo el bote de crema y me bajo la sencilla playera blanca para taparme. Escucho el sonido del motor desde afuera, el que luego cesa. A los segundos alguien toca a la puerta, lo que realmente me extraña porque no esperaba visitas. —William —digo al abrir y encontrarme con su nervioso rostro. —Oh Bella —exclama rodeándome con sus brazos. —Estabas desaparecido, no vuelvas a hacerlo, ¿sí? —lo regaño suavemente. Se larga a reír.

—Me disculpo por eso. Le invito a pasar y a tomar asiento en la sala. Mientras, la música clásica en el estudio deja de sonar y en instantes aparece Edward, curioso por la visita. Al verlo sonríe ligeramente y se acerca a William para saludarlo. —Discúlpame por estar así —se apunta con los dedos a sí mismo. Lleva solo jeans y, además, tiene las manos coloreadas de pintura. William no le da importancia y lo saluda amigable. Se dedica a mirar los cuadros que están en las paredes de la cabaña, todos puestos con elegancia y con una separación prudente entre ellos. Sonríe otra vez, como si reconociera algo entre todas esas pinturas. —Qué talento tienes, Edward —afirma—. La primera vez que los vi me quedé maravillado. —¿Cuándo? —preguntamos Edward y yo al mismo tiempo. —En Nueva York —dice—. Topé con Tanya Denali y entre charlas decidí comprarlos —se encoge de hombros ante nuestra perpleja mirada—, fue un regalo de mí para ustedes. Aunque me quedé con uno. —Vaya —murmuro. —Gracias, William —profiere Edward—, es un lindo gesto. Él asiente y se mantiene en silencio. —Bien. Los dejaré conversar. —Mi cobrizo me da una mirada dulce y comprensiva, para luego darse la vuelta y volver a su estudio. Mi amigo y yo nos mantenemos en armonía, por mi parte ideando qué decirle y cómo enfrentar esta conversación. Pero Will me facilita las cosas con una sola frase: —Me alegra verte a salvo, ¿sabes? Estar seguro que mi padre no te hará daño. —Por una parte estoy aliviada, sin embargo, una porción de mí está muy triste —susurro. Su semblante se quiebra un poco pero no lo permite más allá. —Perder a mi padre me ha hecho dudar de muchas cosas, pero también me ha abierto los ojos. —Suspira—. Él se lo buscó, estaba loco… —Se muerde el labio inferior con nerviosismo, posando sus orbes en mí—. Me duele que la última imagen que vi de él fue el de un asesino a punto de quitarle la vida a otra mujer, la mujer que quiero. —Me ruborizo ante aquella afirmación—. Me mintió durante todos estos años, no le importó todo lo que he acarreado desde mi niñez. —¿Lo dices por tu madre? —Sí —afirma—. Nunca te conté eso porque, la verdad, siempre me ha dolido. Mi madre nunca se preocupó de mí, nunca le importé —se ríe de forma sardónica—. Tengo recuerdos tan vagos de ella, pero su cabello negro jamás se me pudo ir de la cabeza. No sé por qué esa oscura melena me llamaba tanto la atención. De cualquier manera me abandonó, me dejó con mi padre y nunca jamás supe de ella. Papá ocultaba muchos sus sentimientos, en ningún momento me demostró su dolor. Eso le hizo muy mal. —Su relato se deshace hasta terminar en otro silencio, pero esta

vez muy incómodo. —¿Nunca supiste que fue una prostituta? —murmuro. —No, ni siquiera se me pasó por la mente… Hasta que, husmeando en sus cosas, encontré unas cartas que él enviaba al burdel en donde trabajaba. Era su cliente. Fue ahí cuando até algunos cabos sueltos, pero no podía encajar la pieza faltante, por qué ese afán por hacerte daño a ti. Me siento turbada al recordar las razones desde la boca de Louis. Le recordaba a ella, a esa mujer que le hizo tanto daño. Es imposible que no sienta escalofríos. —Ese odio que te brindó era por mi madre —susurra medio ahogado—, esas atenciones, esa obsesión… Mi padre estaba muy enfermo y me di cuenta de ello muy tarde. No puede caberme en la cabeza ese insufrible daño que te provocó por el abandono de la mujer que me engendró. Lo siento tanto, Bella, tanto… —No lo sientas, no tienes nada que sentir. —Le tomo las manos entre las mías—. Tú no tienes la culpa de nada, ni siquiera un poco. Me da otro abrazo apretado, pero a la vez necesitado. Descanso mi barbilla en su hombro, cierro los ojos y pienso en lo mucho que me apena esta situación, en lo injusta que puede ser la vida para una sola persona. —Me siento muy solo, Bella, como nunca —admite—. Y de verdad quiero que su muerte me duela, quiero llorarla, aferrarme a la idea de que él estará bien en otro lugar y no acá en la tierra. Pero ¿para qué mentirte? Solo siento odio, desilusión y una angustia que rebota cualquier sensación de tristeza por papá, por perderlo. —Rompe en un llanto cansado y limitado, queriendo ocultarlo. —Necesitas paz, Will, pensar y reorganizar tu vida. No será fácil, pero lo lograrás, porque creo en ti, porque te quiero y realmente deseo que seas feliz. Sé que tú quieres eso para mí, porque tu corazón está lleno de buenas intenciones. —Ésta vez yo también me uno a su llanto—. Jamás olvidaré el que me hayas salvado la vida dos veces. —¿Dos? —Sonríe entre lágrimas. Se las limpio con mis pulgares y le acompaño con la sonrisa. —Una vez intenté suicidarme, ¿lo recuerdas? —Por su mirada noto que había intentado pasar por algo aquel incidente—. Me salvaste de haber muerto sin saber lo que me tenía preparado el destino. Te debo una parte de mi felicidad, Will, y de verdad no sé cómo pagártelo, no sé qué decirte… —Solo insiste en seguir siendo feliz, así como ahora, con tu hijo, con Edward. Verte sonreír de esa manera tan entera es lo único que necesito. Con mis manos en sus mejillas le acaricio la piel y le beso la frente. —No quiero seguir este camino si sé que tú no estás bien —confieso—, porque sé que las heridas de amor son las más difíciles de sanar. Quisiera darte una alternativa a tu dolor, pero sé que soy parte de él aunque no quieras admitirlo. —Solo dame tiempo, nada más. Sé que me quieres y eso me basta. —Claro que te quiero, William, me cuidaste y me alejaste muchas veces de todos esos vicios. En esta oportunidad él me besa la frente, deteniéndose unos segundos en ello.

—No podré estar en tu matrimonio, sabes que es muy difícil para mí. Asiento sin poder decirle nada pues estoy llena de lágrimas. —Aunque en algún momento regresaré para ti y me verás bien, sano y feliz, así como te veo a ti en este momento. ¿Seré bienvenido en aquel entonces? —Por supuesto que sí, solo hazlo, por favor. Me besa la mejilla, me abraza otra vez y se aleja de mí, para luego marchar por la puerta principal. Escucho el motor de su coche que arranca rápidamente. Al minuto Edward reaparece, contemplando con cuidado mi rostro bañado en lágrimas. Cuando descubre por fin lo que ha ocurrido, él me mira afectado y muy apenado. Me besa las mejillas mojadas y después me estrecha entre sus brazos. En silencio me permito agasajar por Edward a la vez que mis deseos más profundos se enfrascan en William, en su felicidad. —Se recuperará, cariño, ya lo verás. —Realmente lo deseo. . . . 14 de noviembre, 1980 Busco su calor con mi mano derecha, manteniendo aún los ojos cerrados. Al notar la fría sábana vacía los abro de sopetón y me yergo un poco para observar la perspectiva que hay en la habitación. Es de día, el sol alumbra como si fuese verano y el lluvioso Forks parece estar cálido, como si estuviesen dándome un regalo para la ocasión. El vientre se me revuelve de la ansiedad y emoción, e instintivamente me miro el anillo que Edward me regaló hace unos meses atrás. ¿Dónde está?, me pregunto. Hace solo unas horas dormía conmigo, apretándome contra él de forma adorable y exquisita. Acaricio la zona vacía, bostezando perezosamente contra la almohada. Mis dedos topan con un papel que no había visto. Al observarlo noto que está doblado por la mitad y en la cara principal se lee mi nombre con la bella letra de Edward. «Me he marchado para alistar algunas cosas antes de nuestro gran momento. Espero no tardarme. Te amo. Edward» Le doy un beso al papel y lo guardo en mi mesita de noche, en donde exhibo la cajita musical que él me regaló. Se me escapa un suspiro y una sonrisa, a la vez que acaricio mi pancita levemente hinchada. Ya son casi 20 semanas y mi hijo está aún pequeñito y mi vientre aún no crece mucho, como una perita. Mamá dice que es porque soy delgada, así que no me preocupo.

—Vaya que estás enamorada —comenta Alice. Me giro a mirarla y la encuentro apoyada en el umbral de la puerta con los brazos cruzados. —Sí, no puedo mentirte —le respondo—. Ven a saludarme como corresponde, dama de honor. Camina hasta la cama, se hinca en ella y me besa la mejilla. —Sabes que cuando dices eso me excito —bromea. —¿Qué? ¿Dama de honor? —inquiero, haciéndome la desentendida. —¡Sí! —exclama—. Pero bueno, ya es tarde y deberías desayunar. —¿Qué hora es? —Se me escapa otro bostezo. —La una de la tarde —murmura. Se me desfigura el rostro y me empeño en levantarme, muerta de hambre—. Voy a hacerte el desayuno porque hoy es tu gran día, quiero que estés descansada y perfecta para hoy. —Aplaude entusiasmada. Luego de comerme una merienda bastante contundente, Alice me cuenta que Rosalie vendrá a ayudarme a prepararme y que, juntas, harán de mi la novia más hermosa que ha existido. —Gracias, nena. —Le doy un suave abrazo, el cual me corresponde de la misma manera—. Aunque con los últimos kilos que he subido no sé si esté tan perfecta —me río—. Alice me observa como si no pudiera creer lo que estoy diciendo—. ¿Qué? —¡Estás igual! —me regaña—. Así que aprovecha de comer todo lo que quieras —sonríe. . A las cuatro y media de la tarde una cabellera rubia aparece en la entrada de mi casa. Corro para abrazarla, pues no nos habíamos visto hace mucho tiempo. A su lado también está su hija, quien me rodea con sus pequeñitos brazos. Rosalie Hale viste un vestido largo, de brazo semidescubierto y angosto que se amolda a la perfección en su curvilíneo cuerpo. Es de color lila y la tela es delgada pero no traslúcida. Sus tacones no pueden verse. Su cabello está perfectamente peinado en una alta coleta despeinada y su maquillaje es tan sutil y natural que se ve hermosa. En su mano derecha lleva una canasta repleta de flores pero no le doy importancia. —Estoy tan feliz de que estés aquí —le digo con sinceridad. —Y yo estoy muy feliz por ti —profiere—. Oh Dios, qué linda pancita. —Pone sus manos en ella; sabe que no tiene que pedir permiso—. Estás radiante, Bella, tus ojos expresan tanto amor como nunca jamás lo había visto. Sus orbes azules parecen sinceros y muy expresivos, como si no tuviera miedo, lo que de por sí es una buena señal. La pequeña Lilian le pide permiso a su madre para corretear por los jardines, así que, en cuanto Rose dice que sí ella se marcha para correr. —¿Emmett está por ahí? —le pregunto con timidez. Últimamente no sé si ella le ha contado de su vida y si él ha sido capaz de estar con ella a pesar de ello.

—Está afuera, cerca del lago, creo que ayuda a tu padre y a Jasper a montar la boda —dice divertida. —Veo que van en serio —le digo como quien no quiere la cosa. A mi amiga le brillan los ojos de amor, es indiscutible. Va a contestarme algo, pero Alice se adelanta, comentándome que afuera no hace mucho frío y que el clima está perfecto para mi boda. —Ah, hola, Rose —dice con naturalidad. Ambas se saludan pero no con efusividad y lo entiendo, las rencillas pasadas son difíciles de dejar a un lado, pero siempre hacen el intento. —Es cierto, el día está perfecto —murmura Rose—. El clima te ama, Bella. . Me he dado un baño relajante para prepararme, esperando estar perfecta para el día de hoy. Desde la ventana he visto la actividad ahí afuera, aunque no con tanto detalle. Han pasado unos cuantos camiones dejando algo, pero no puedo imaginarme qué. Cuando el reloj marca las cinco de la tarde, salgo del baño envuelta en una toalla. El cabello está seco, listo para peinar. Mis amigas me esperan en la habitación, con el mueble más grande atiborrado de maquillaje y perfume. Alice ya se ha maquillado de forma muy profesional, como siempre lo hace, solo le falta ponerse el vestido. —Siéntate aquí. —Rose me indica la silla que está frente al espejo grande. Obedezco de inmediato. Escucho el sonido de la puerta principal y mi nombre desde los labios de la única persona que espero ver ahora. Me levanto de la silla, me pongo la bata de satín sobre mi cuerpo mojado y la toalla húmeda. Nos encontramos en el pasillo y nos abrazamos. Me besa los labios y me aprieta contra su cuerpo. Sé que me extrañó y yo a él. —Creí que no iba a verte hasta la ceremonia —murmuro a milímetros de su boca. Sostiene mi cabeza con sus manos en los costados. Vuelve a besarme, pero esta vez lo hace en mi frente. —Necesitaba encontrarme contigo —dice con suficiencia. —Hey, par de tórtolos, la boda es en media hora —exclama Alice—. Yo soy la encargada de la organización y soy responsable de que ustedes estén listos. Ni siquiera te has vestido, Edward. Ambos le mostramos la lengua haciendo que Rosalie estalle en risotadas. Mi mejor amiga gruñe como una niñita pequeña y nos permite un momento a solas. —¿No te has arrepentido? —me pregunta divertido. —Nunca. ¿Y tú? —Nunca —responde de la misma forma que yo. Apego mi frente en su pecho y él me cobija entre sus brazos. La calidez de mi hogar, la maravilla

de amarlo, es inexplicable. Lo miro a los ojos y sé que ambos debemos separarnos porque el tiempo se nos está acabando y él ya me ha comprendido, leyendo mis gestos y todo de mí. —Ve a alistarte, cariño. —Besa mis labios por última vez y despegamos nuestro contacto—. Te veré en el altar. —Seré la de blanco —le respondo. Él se ríe y me lanza un beso desde la lejanía de sus pasos hacia la salida. Me doy la vuelta y las encuentro a las dos espiando mis expresiones de amor con mi futuro esposo. —Hey, par de entrometidas, volvamos a lo que estábamos. Alice se dedica a maquillarme mientras Rosalie hace el trabajo en mi cabello, jugando con las flores que trajo en la canasta. Como me han puesto de espaldas al espejo, no puedo ver lo que hacen conmigo y, para ser sincera, prefiero llevarme la sorpresa. A ratos siento el pincel sobre mis párpados, la brocha en mis mejillas y el lápiz dibujando en las curvas de mis ojos. Las manos de Rose, a su vez, mueven mis cabellos con delicadeza, amarrando, deshaciendo y estirando. Me siento como aquellas veces en que debían prepararme para una entrevista o alfombra roja, la única diferencia es que la calidez y confianza prima entre nosotros, haciendo del momento algo grato e íntimo entre amigas. —Oh Dios, te ves preciosa —exclama mamá, entrando de forma silenciosa a la habitación. Alice me quita el pincel del párpado para que pueda abrir los ojos. Mi madre lleva un vestido celeste pálido con brazos cubiertos en encaje y un escote elegante en la espalda. El cabello está suelto y brillante, sano y terso, como ella. Se ve hermosa, como un ángel. Mamá es preciosa y natural, con una dulzura que le brota de los poros. —No más que tú —me sincero. Rose ha acabado con mi cabello y Alice también con el maquillaje. No me miro aún y ya estoy saludando a mamá con un abrazo. —Es increíble, solo ahora puedo comprender que has crecido. Eres toda una adulta, Bella. Se me escapan unas lágrimas cuando percibo su calor y aroma envolviendo mi nervioso y ansioso semblante. —Ninguna medida de tiempo es suficiente para seguir creciendo —emito con voz enérgica. Con sus pulgares me limpia las lágrimas y me besa la coronilla. —¿Y bien? —inquiere Rosalie. —¿Qué tal ha quedado? —le sigue Alice. Mamá pone sus manos en mis hombros y me hace girar hacia el espejo. Frente a mí una mujer muy hermosa sonríe, con sus achocolatados ojos emitiendo aquel fulgor inmenso de felicidad. El maquillaje de Alice es sutil, natural y sencillo. Mis mejillas están un tanto coloradas y la sombra en mis ojos es dorada, café y negra. En mis labios solo tengo puesto un labial de color rosa pálido que no brilla. El trabajo en el cabello es increíble. Rosalie me ha rodeado de pequeñas rosas pálidas y me ha

quitado el cabello de los costados de mi rostro, recogiendo esas porciones en la parte trasera, mis rizos cuelgan en mis hombros y, junto al trabajo de Alice, parezco un hada del bosque, que brilla y emite luz propia. Nunca me había visto así, tan… linda. —Uau —es lo único que puedo decir. —Falta algo —exclama papá, entrando con cuidado a la habitación. Viste un esmoquin elegante que entalla perfectamente su cuerpo. Se ve muy guapo. En sus manos tiene una cajita azul de terciopelo. Se la entrega a mamá en las manos y ambos se acercan a mí con la mirada de padres orgullosos y felices. —Esto perteneció a mi madre, la mujer que nos ayudó a huir cuando tú aún no nacías —dice con dificultad pues el llanto se le hace insostenible—. Hoy debes tenerlo porque sé que estaría feliz de estar aquí. Al abrirlo encuentro unos aretes de perla que penden de brillantes y pequeñitos diamantes. Son de oro. —Mamá, son hermosos —comento, temerosa de tocarlos. Rose y Alice se cuelgan de mí para observar con curiosidad. —Póntelos —dice ella. Mis amigas me ayudan a hacerlo, uno cada una. Me vuelvo al espejo y contemplo la imagen casi completa de esa hada llena de felicidad y fulgor propio. —Te veré afuera —susurra mamá antes de marcharse. —Yo esperaré en la sala, recuerda que yo te llevaré allá afuera —me dice guiñándome el ojo. Inspiro profundamente para calmar mis nervios y me siento en la silla para reordenar mis pensamientos, que ahora se han transformado en un torbellino. Alice me enseña el oculto vestido que guardó durante unas semanas y lo desempaca. Lo estira en el aire, tomándolo del perchero. —Es hora de ir por lo más importante y estarás lista —murmura Rosalie, poniendo su barbilla en mi hombro. . Aliso el vestido a la altura de los muslos y me miro el propio reflejo. Mi vestido de bodas es sencillo, pero mágico, como si lo hubieran hecho en el bosque. Mis brazos se cubren hasta la muñeca de encaje con leves brillitos, algo sutil que refulge a contra luz. El pecho está en «ve», con la comisura tejida a mano. Mi clavícula está descubierta al igual que mis hombros, en donde la comisura se convierte en otro instante de brillos y diseños de flores diminutos tejidos a mano. La tela se ajusta a mi cintura, disimulando mi barriguita, soltando su majestuosidad en mis piernas, hasta mis tobillos. —¡Te ves perfecta! —me adula Alice por enésima vez. —Se me hace raro usar blanco —digo entre dientes. —Pero estás radiante —insiste Rose—, pura de alma y de amor.

—No puedo negarles que estoy muy nerviosa —confieso—. Esto es… —me río, sin acabar la frase. —Los zapatos. —Alice me entrega el par de tacones con brillitos y piedrecillas pequeñas. Me los calzo al instante. Comienzan a sudarme las manos y a ratos miro hacia la ventana por si noto a los que esperan que aparezca. Alice se marcha a otra habitación para ponerse su vestido y a los segundos papá viene a buscarme. Rosalie se excusa y sale de la casa para instalarse con los demás allá afuera. —¿Nerviosa? —Muchísimo. —¿Por qué? —No quiero caerme. Se larga a reír y me tiende su brazo para que yo lo enrede con el mío. —Prometo no dejarte caer. —Gracias, papá, por todo. —Apego mi cabeza a su hombro y respiro con lentitud para calmarme. Me acaricia el dorso de la mano y me invita a dar un paso hacia adelante. En la sala Alice se apresura a salir para abrir la puerta e indicarme la primera sorpresa del día. Hay un caminito hecho de pétalos de rosa de distintos colores y farolitos en las orillas, indicando hacia dónde ir. Quedo perpleja ante la imagen que tengo en frente pues, al estar a una hora del ocaso, la luminosidad hace del paisaje una apuesta impresionante de romance. Jasper está esperando a Alice con el brazo listo para que ella lo agarre. Al verme sonríe de oreja a oreja y me guiña un ojo. —Nos vemos allá —dice. Ambos caminan suavemente por el caminito que da hacia el lago, junto al sauce. Comienza a sonar la música del violín, arpa y piano, pero no sé dónde están. —¿Lista? —inquiere Charlie. Trago y aprieto su brazo. —Lista —respondo. Buenas noches. Les traigo el PENÚLTIMO capítulo de este fanfic taaaaan largo que me ha resultado. Sí, acabar es muy triste pero también realizador. Si bien me he demorado para actualizar, he hecho lo mejor que he podido. Es mi tiempo el que invierto en esto y es para ustedes chicas (y chicos, porque sí, tengo un lector 'hombre'). Como verán ya se ha sabido la verdad, la razón del odio de Carlisle, la historia entre los padres de nuestra parejita. No es fácil, pero es posible de entender, incluso comprender con mayor facilidad el actuar tan extraño del Sr. Cullen. ¡Y se van a casar! Awww... ¡Lo demás viene en el último capítulo!

Antes de agradecer a todos por ser pacientes conmigo y acompañarme en esta humilde travesía, quiero invitarlos a conocer mi nueva historia. No será publicada pronto, quizá en un tiempo pues quiero tomarme un descanso de fanfiction. Pero de todas maneras aquí les dejo un extracto de FLOR DE LOTO "En el frente comenzó a cantar un chico alto y de cabello oscuro, vestía una sudadera negra y unos jeans rasgados. Tenía ambos brazos repletos de tatuajes, todos con quizá cuántos significados diferentes. Bella no podía quitar sus ojos de la flor, aquella que estaba perfectamente puesta en la cara lateral del bíceps. Era tan hermosa… Al igual que su voz, tan pacífica y melodiosa a la vez. No podía dejar de mirarlo ni de oírlo. Ella no podía negar que además era muy guapo, sobre todo porque miraba al abismo como si ahí se encontrase el sustento de su vida. Miró disimuladamente y se sorprendió al sentirse aliviada de que el chico no mirase a ninguna mujer, sino a una pared. Se llevó ambas manos a la cara y percibió el calor que emanaba de ellas. Oh no. Él parecía recitar una poesía hecha música, estirando las palabras con cariño y dolor. En la inmensidad veré tu locura, porque has caído a un abismo del que no puedo sacarte. Movía sus dedos rápidamente en las cuerdas de su guitarra eléctrica y se acercaba el micrófono como si estuviese a punto de besarlo. Bella no había visto a alguien manejarse de esa manera en un escenario. Y hace muchísimo tiempo que no se sentía tan atraída de alguien. —¿Quiénes son ellos? preguntó a Alice, quien bebía su vaso de jugo y miraba hacia la banda de jóvenes músicos. No tengo idea, Bellale respondió distraídamente, moviéndose al son de las cuerdas y la batería. Rosalie se cambió de lugar para ponerse a su lado y pasar su brazo por sus hombros. Su hálito olía a margarita y a Doritos. Estaba borracha… Muy borracha. Esos tipos que ves ahí trabajan acá, estoy segura rio. Me gustó el baterista afirmó. El baterista le guiñaba el ojo a una chica que se sentaba muy cerca del escenario, mientras ella le sacaba fotografías con su teléfono de último modelo y aplaudía cuando el ritmo lo ameritaba. La gente también estaba caliente por la melodía. Era sinigual, magnífica, sobre todo el movimiento de cuerdas que hacía el chico magistralmente. Movía los dedos con satisfacción, mientras cantaba con los ojos cerrados. Su voz era aterciopelada y ligera. Sus brazos llenos de tatuajes y sus bíceps se marcaban en su playera, su cabello desordenado caía por su frente y se pegaba por el ejercicio que él estaba ejerciendo. Además, el foco principal le daba justo en la cara, iluminándolo con protagonismo. Podía sentir algo muy dentro de ella, una especie de atracción indudable que le remecía constantemente en el estómago. De pronto él abrió los ojos y la miró." .

. . Y bueno, ¿qué tal? ¿Se animan a seguirme en mi nueva historia? Les prometo que será divertidísima, diferente y con ese toque romántico-moderno que a nosotras nos enloquece. ¡Les envío un beso y un abrazo! Gracias a todas por sus review y por estar junto a mí. Espero sus comentarios Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. Recomiendo A Thousand Years de Christina Perri . Capítulo XLVIII . Damos un paso hacia adelante. Él me guía, de manera que yo solo me aferro a mi pequeño y mantengo la mirada expectante y al frente. Los pétalos y los farolitos nos guían hacia los presentes, quienes están sentados en butacas de madera. Todos se levantan ante nuestra presencia y sonríen. Veo a los músicos tocar unos cuantos metros más allá, puestos bajo un dosel de flores. Papá me mira de reojo para asegurarse de que estoy bien pero la verdad es que no lo estoy. Me tiritan las piernas y me suda la nuca, asfixiada por las miradas que todos me están dando. Junto al sauce hay una pérgola, también de flores y, ahí, Edward y yo nos damos una prometedora mirada. En ese preciso instante todo se convierte en paz y decisión. Él me recorre con sus cuencas, maravillado como nunca antes de verme así, como un hada que resplandece de forma propia y feliz. Lo contemplo, pues está más guapo que de costumbre. Debe ser su felicidad , pienso. Pero el traje inglés de tela gruesa negra, perfectamente entallada en su cuerpo, la camisa impecable y blanca, el moño en su cuello y la locura de su rebelde cabello, todo, absolutamente todo de él me hace enloquecer, justo ahora, en este instante en el que aceptaré pasar mi vida junto a la suya para siempre. Y el detalle que más me alegra es la rosa que pende de la solapa del traje, haciendo juego con mi apariencia floral y natural. Papá se separa de mí cuando me posiciono frente a Edward, quien, aún sorprendido de mi apariencia, me recorre de pies a cabeza y luego esboza una risita increíblemente atractiva. El color de sus ojos incrementa su fuerza y, por alguna razón, siento que le parece asombrosa la idea de que nos vayamos a casar en un instante. Toma mi mano derecha y me besa a la altura de los nudillos, cerrando sus ojos al contacto. Yo

me quedo mirándolo, adorando sus facciones alegres, entusiasmadas y llenas de amor. —Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida —me susurra con sinceridad. Me sonrojo. Voy a contestarle, pero el ministro llama la atención de todos nosotros, yo especialmente, pues había olvidado que estábamos rodeados de personas. Para mí solo existe él y nadie más en este momento. El ministro comienza unas palabras sobre el matrimonio, nosotros y lo importante de nuestra unión, sin embargo solo me centro en Edward, en mirarlo como si fuese la primera vez que lo tengo de frente. Él también lo hace, me admira, me pinta, me hace su obra de arte, solo que esta vez realmente me siento más unida a su corazón, y no solo porque dentro de mí se gesta su mitad, nuestra unión más pura y preciosa, sino por cómo conectamos de esa manera irresoluta que nos envuelve. Porque es aquí y ahora que defino sin calificativos la grandeza de mi amor. —Yo, Edward Cullen, te tomo a ti, Isabella Swan, para amarte, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en el dolor. —Yo, Isabella Swan, te tomo a ti, Edward Cullen, para amarte, atesorarte y cuidarte por el resto de mis días. Acepto. —Acepto. Me toma nuevamente la mano y, en ese momento, la pequeña hijita de Rosalie aparece con la almohadilla de las plateadas argollas. Edward me introduce una en el dedo anular derecho sin quitarme por ningún motivo los ojos de encima. Yo hago lo mismo, seduciendo su atención con una sonrisilla pícara y divertida. —Te amo —suelta sin pensarlo. —Te amo —le digo también. Me besa con suavidad, remarcando detalladamente sus trazos en mis labios. Apego mis manos en su pecho y él, perdido en nuestro acto, abraza mi cintura para acortar nuestra distancia. Recuerdo nuestros años separados, adoloridos y quebrados. La soledad remarcada en mi alma hasta el punto más ensordecedor y ruin. Todo tormento ha quedado atrás, todo miedo se ha ido. Vuelven a mi mente las etapas que conformaron nuestro amor, aquella adolescencia provista de suaves y tiernos momentos, en donde más de una vez deseé casarme con él, con mi guapo cobrizo pintor. Los aplausos nos alarman y nos afirman una vez más que no estamos solos, así que nos separamos y damos la cara a nuestros familiares y amigos. Veo a papá llorar y a mamá aplaudir con entusiasmo, a Carlisle sonriendo junto a su fiel ex cuñada, la Sra. Whitlock, que le da un amistoso abrazo a él. Alice y Jasper están parados a unos metros de nosotros, riéndose alegres. Emmett y Rosalie se están besando, hambrientos de amor, al igual que Jane, la enfermera que cuidó de mi madre, y Alec, mi fiel asistente. Los demás siguen aplaudiendo y Edward, cariñoso, me atrae otra vez a él para besar mi frente y abrazarme. . Emmett está bailando con Rosalie, se susurran cosas al oído y no paran de reír. Me sacan una de las tantas sonrisas que he esbozado el día de hoy.

Se ha hecho de noche, pero no existe el frío. Se fabricó una fogata muy grande que permite iluminar y calentar a todos los presentes. Estoy sentada en la mesa principal que está decorada con un mantel muy fino, al igual que todas las otras. Tiene arreglos de lavanda y manzanilla, los cuales expelen de forma maravillosa su exquisito aroma. Hay música ambiental y la gente baila bajo la luz de la luna y de las lamparitas del suelo, techo y paredes. La mano de mi esposo está frente a mi rostro, invitándome a bailar. La tomo y él me lleva hasta la zona del baile, otro lugar con un dosel de flores. Nos comenzamos a mover de forma lenta y romántica, mirándonos a los ojos y enviándonos señales que a simple vista pueden pasar desapercibidas. —¿Te he dicho ya que te ves preciosa? Me río contra su pecho y lo abrazo con mis manos en su espalda. —Siempre lo haces —murmuro, mirándolo hacia arriba. Me he quitado los tacones así que me veo aún más bajita que él—. Tú estás endemoniadamente guapo y te amo. Me da un par de vueltas pequeñas, alejándome y acercándome a su cuerpo. —La veo muy feliz, Sra. Cullen. Reprimo otra sonrisilla. —Como nunca. —Mis ojos viajan a su anular derecho para comprobar otra vez la existencia de la sortija. Papá carraspea a mi lado, pidiendo mi mano para que baile con él. Edward asiente y se despide de mí con un beso en mis labios, yéndose a bailar con mi madre. Charlie toma mi mano y me incita a seguir sus pasos aunque no es muy bueno. Me largo a reír. —Sí, sí, soy un asco, tu madre ha estado todo el tiempo recordándomelo —admite algo avergonzado. —Está bien, yo tampoco soy muy buena, si no es por Edward caería de bruces al suelo. —Ni lo digas, estás embarazada —exclama alarmado. Ruedo los ojos, divertida. —Los pies, papá. —Los siento. A mi lado Edward nos saluda con mi madre bailando perfectamente, con el talento innato. Los envidié. Hacemos el intento unos minutos hasta que Carlisle también se nos acerca. Charlie para y sonríe amigable, mi suegro le corresponde de la misma manera e inquiere: —¿Puedo bailar con la preciosa novia? —Por supuesto que sí —exclama papá, palpándole la espalda.

Cuando nos quedamos relativamente a solas —puesto que nos rodean muchas parejas, entre ellas encontrándose mi esposo—, Carlisle toma la iniciativa del baile, haciéndolo bastante bien para aún tener pequeños problemas en su pierna. —Ha sido una ceremonia maravillosa —se sincera—, todo se ve muy original. —Gracias, Sr. Cullen, aunque otros deben llevarse el mérito. —De cualquier manera ha sido espectacular —insiste—, ver a mi hijo feliz y disfrutar de ello. Gracias por amarlo, Bella. —No tiene nada que agradecer, ya lo sabe, lo hago de la mejor forma posible. Asiente. —Me alegra que haya venido y, sobre todo, que siga sonriendo a pesar de lo que hablamos el otro día. —Debo aprender a hacerlo a pesar de la tormenta, por Edward, por ti, por mi nieto. Nos sonreímos. . Alice brinca en el césped con Jasper de la mano. Ambos sujetan una copa de champagne, bebiéndola a trompicones. Se sientan en la mesa que está a un lado de la nuestra y se quedan callados al ver que mi padre se ha levantado de su silla con la copa en la mano. —Primero quiero felicitar a los novios por este gran paso que han dado el día de hoy, sin duda es algo que no olvidarán fácilmente, pues el amor es algo imborrable, que no se desgasta con los años si es verdadero y que se aviva todos los días, sin importar las circunstancias. —Nos queda mirando desde su lugar, estirando la copa hacia nosotros—. Hoy mi hija decidió casarse, pero no con cualquier persona sino con el hombre que más ha querido en su vida. Debo reconocer que me provoca unos suaves celos, eh, pero como soy jefe de policía no me costará tener controlada la situación por si las cosas se salen de control, ya saben, sé usar el arma —advierte, ésta vez con sus ojos fijos en Edward. Mi cobrizo traga con seriedad pero yo me largo a reír como los demás que carcajean—. Pero, hablando en serio, sé que Edward será un buen esposo, lo comprobé durante años. —Frunce los labios, nostálgico—. Estoy feliz de poder estar presente porque sé que es un privilegio, la distancia entre tú y yo, hija, nos pudieron haber privado de esto, pero estoy aquí y nunca me iré. —Sus ojos se tornan acuosos pero no se pone a llorar. Mamá le da unas sutiles caricias en la pierna, también afectada por el discurso. Edward me toma la mano y me acaricia el dorso con el pulgar, sabiendo lo mucho que me duele el haber pasado por eso con mi padre—. Les deseo lo mejor, y espero que esta familia que ustedes comienzan a hacer esté llena de dicha y amor, algo que ustedes conocen muy bien juntos. ¡Felicidades! —Se empina la copa para beber y todos le siguen, gritando felicidades en coro. Alice y Jasper se levantan también con su copa, lo que nos advierte de otro emotivo discurso. Mi mejor amiga lleva un vestido liso y negro, de tirantes y corte recto en el busto. Se ve hermosa. Se ha peinado el cabello que lentamente le ha crecido, haciendo que su fina nariz se vea aún más pequeña. Jasper, por su lado, se ha vestido elegantemente para la ocasión, utilizando un traje gris marengo con camisa azul a juego. Me encanta como se ve.

—Bueno, es un poco difícil hacer un discurso luego del Sr. Charlie —se ríe mi amiga—, es un usted un muy buen orador —le dice. Papá asiente con aires suficientes—. Pero por ti, querida amiga y por mi también amigo Edward, me he decidido a decirles unas cuantas cosas. Sé que ya se lo han dicho un montón de veces, pero estoy contentísima de haber presenciado un momento como este, pues sé bien las dificultades que estuvieron en el camino para llegar hasta aquí. Bella, eres mi mejor amiga, y no sabes todas las veces que te vi derrumbar, temerosa de lo que te brindaba la vida, pero todo el tiempo estuve para ti, confiando en que todo podría mejorar, y mira dónde estamos —señala, abriendo los brazos—. No sé si alguna vez te lo dije pero gracias a ti conocí el amor. —Toma a Jasper de la mano—. Te lo mereces, nena. Te adoro, Bella. —Te adoro —musito para ella. —Yo también fui testigo de las dificultades —añade Jasper, sujetando la copa contra su pecho—, Dios mío, ¡cuánto la amas, Edward! Revivir todos los momentos en los que te vi tropezar sería retroceder en este camino que has forjado por ser feliz junto a la mujer que amas, pero aún recuerdo el dolor, como si fuera ayer y no sabes lo fuerte que me pone el comparar aquellas sonrisas sinceras con esas que me dabas para calmar mi preocupación por ti —dice—. Estoy aquí admirando lo valientes que son y cómo se quieren el uno al otro, porque esos diez años no han sido en vano, al contrario, fueron sacrificio, necesidad y angustia. Estoy muy orgulloso de ti, primo, y sé que tía Esme lo estaría aún más. Beso el hombro de Edward y él apega su cabeza a la mía. Lo miro y mi cobrizo sostiene una profunda mirada de agradecimiento a nuestros amigos. —¡Por los novios! —exclaman ambos, levantando sus copas. Todos le siguen en coro y vuelven a beber el champagne. Yo me empino una copita de zumo. —Mi turno —susurra Edward a mi oído. Se levanta y camina en medio de las mesas con su copa, atrayendo la atención de los demás. Tiene la mano libre en el bolsillo y solo me mira a mí. —Quiero dedicar estas palabras a mi esposa, la mujer de mi vida, —suspira—, a esa niña preciosa que cruzó el salón para sentarse junto a mí. En cuanto la vi caí rendido a sus pies, presa de esos ojos chocolate tan grandes y vivos. Confundí mis sentimientos por muchísimo tiempo hasta que comprendí que te amaba y que quería pasar el resto de mis días contigo, pero eras una muchachita tan cerrada, tan confusa, que me mantenías entre la espada y la pared, temeroso de comentarte mis sentimientos. Te tuve entre mis brazos un periodo muy corto, lo que sirvió solo para avivar la llama de mi amor —dice, jadeante. Mi barbilla tirita y mis ojos escuecen—. Nos separamos por diez largos años pero nunca dejé de sentir esto por ti, nunca. Pero volviste y nos atrevimos después de tantos tropiezos, te sentí mía y tú me sentiste tuyo de la manera en que más lo ansiábamos. Comprendí ahí que me amabas y lo hacías desde siempre, al igual que yo. —Su voz se quiebra y yo dejo ir mis lágrimas—. ¿Saben? Es difícil encontrar a una persona que te acepte como eres, que día y noche te sostenga entre sus brazos y que tu día cambie de forma espontánea, solo por ella; que incite tus sueños y quiera lo mejor para ti. Asumí lo que soy gracias a ti, mi amor, y yo intento dar el doble de lo que tú me das. Quiero hacerte feliz, realmente quiero hacerlo, porque no volveré a soportar otra lágrima desdichada en tu rostro. Nuestro tiempo juntos, desde ahora, no se puede medir, pero comencemos con un para siempre. —Sonríe—. Te amo, cariño. Me ruborizo y agacho mis ojos un poquito, intentando ocultar mi llanto lleno de emoción. Oh Edward…

—Te amo —le digo. No tengo palabras para explicarle cuán agradecida estoy de tenerlo en mi vida, realmente no las hay. . —¿No quieres dormir? —me pregunta en medio de nuestro cómodo silencio. Niego y me acurruco junto a él. La luna está llena y se refleja en la laguna que nos baña los pies. —¿Tú quieres dormir? —le devuelvo la interrogante y Edward, bastante animado, también mueve la cabeza en negativa. Todos se han ido luego de una fiesta maravillosa que acabó bastante tarde. Recibí tantos abrazos y buenos deseos como nunca antes. Aunque el lugar está hecho un desastre y ordenar requerirá muchísimo trabajo. Edward se levanta y se introduce al agua con pantalones y camisa, salpicándome y sacándome unas cuantas carcajadas. —¿Qué haces? —inquiero divertida. —Ven aquí —exclama ignorando mi pregunta. Estira sus brazos para que yo lo alcance y en definitiva lo hago. El agua está helada pero no tanto. Mi vestido flota, subiéndose hasta la superficie a la altura de mis caderas. Algunas rosas se caen y los brillitos se ven aún más refulgentes con el reflejo de la luna. Edward se queda parado, contemplándome con sus dorados ojos vivos y despiertos. —¿Qué? —Nada —sonríe de oreja a oreja—, solo me siento el hombre más afortunado de la tierra. Me estrecha junto a él y me genera calor para que el agua no me entumezca. —Esa afortunada soy yo —murmuro. Me pongo de puntillas para alcanzar su barbilla y besar aquel lugar. Se ríe y agacha para acortar la distancia entre nuestros labios. Me besa sin reparo en medio de nuestra laguna, la que nos ha visto crecer y encontrarnos en diferentes ocasiones. Nos separamos sin despegar nuestras frentes, respirándonos y sintiéndonos. —Gracias por cada momento que me das, Bella, sé que ya he dicho suficiente, pero… Pongo mis dedos contra sus labios. —Esta vez soy yo la que debería hablar —susurro—. Gracias a ti, Edward, por amarme, sé que nunca fue fácil y que te hice mucho daño, pero tu corazón es tan inmenso que pasaste todo por alto. Lo que dijiste en la boda fue… —se me escapa un sollozo y las lágrimas se derraman sin mayor necesidad—. Dios, estoy muy sensible, lo siento. —Se pone a reír y entre gestos me dice que no debo preocuparme por eso—. No quiero separarme nunca de ti —mascullo—, nunca más. Besa mi frente y me estrecha junto a él.

Sé que no es fácil cargar con tantas emociones en un día, pero hoy es el comienzo de nuestro para siempre, un empujón a una vida que segundo a segundo mejora para nosotros. . . . 22 de noviembre, 1980, Vancouver, Canadá La nieve aún no cubre el sendero a la cabaña pero hace muchísimo frío. La montaña está a mi lado, imponente y asfixiante. Veo ciervos a una distancia prudente pero no me atrevo a acercarme, no quiero perturbar su paz. Me siento en paz, ubicada en medio de la nada, sin miedos ni ataduras, solo revuelta en amor y en deseos. No hay un día en el que no sonría feliz de vivir, lo que resulta tremendamente reconfortante. Canadá es un paraíso helado, en donde las personas son muy amables y educadas. Antes de acercarnos a los campos, nos decidimos a pasar unos días en la ciudad, la cual es inmensa, con una arquitectura envidiable. Estoy en medio de la nada admirando el increíble paisaje que me rodea. A lo lejos está el río que suena sin cesar a la espera para congelarse cuando la nieve y la temperatura lleguen a un punto crítico. Sobre él hay un puente rústico para que las personas puedan atravesarlo y acercarse a la vida urbana, que está camino en carretera. Un mapache corre con algo en las manos, huyendo con lo que acaba de robar. Me saca una sonrisa. Detrás de mí está la gran cabaña que nos hospeda por estas semanas, solo para nosotros dos. Está construida en base a ladrillos y madera, rodeada de pinos y flores silvestres. Tiene dos pisos y unas ventanas inmensas de cristal, a juego con las inmensas puertas de mosaico con múltiples colores. Más allá se ve la casita del cuidador, un veterano de guerra muy amable que todos los días viene a preguntar si necesitamos algo. Escucho unos ladridos muy fuertes que hacen fuerte eco gracias a las montañas que nos abrazan. Levanto mi vista del suelo y me encuentro con el perro del vigilante, que ha preferido entretenerse con nosotros durante unas horas cada día. El gigante lanudo de color ocre que abalanza hacia mí para hacer su intento de abrazo. Sus patas embarradas estropean la pulcritud de mi chaqueta caqui pero realmente no me importa. —Veo que ya te has aburrido de cazar liebres, Jack. —Le acaricio la cabeza con mis dedos y él saca la lengua, entusiasmado. Vuelve a ladrar y me lame la cara. —Ven, Jack —lo invito a la cabaña, en donde tienen prohibido la entrada a animales—. Pero no le digas a nadie —le susurro. No es primera vez que lo hago, pero es divertido decírselo siempre pues ladea la cabeza como si me entendiese.

Abro la puerta trasera y le permito la entrada. Antes le indico la alfombra para que se limpie los pies y él lo hace de forma educada y consciente. Es como un niñito. Me quito la chaqueta mientras camino por el gigantesco vestíbulo y la cuelgo en el perchero que tengo más cerca. Las ventanas grandes ofrecen una panorámica casi completa del exterior, dejando muy poca pared para colgar cuadros u otras cosas. El sitio fue pedido por Edward especialmente por su capacidad casi extraordinaria de generar paz, lo que realmente buscábamos, y además, soledad. La chimenea está encendida así que me caliento un rato las manos que están congeladas de frío. Me siento junto al sofá de tela y acomodo mi espalda en el cojín, observando el paisaje de Canadá. Jack se acomoda a un lado de mis botas y yo paso mis dedos por su extenso pelaje. Me acaricio también la barriga con la mano libre, que está comenzando a crecer cada vez más rápido. Escucho la puerta principal y las voces de Edward y el amable vigilante, Matt. Me paro de un salto y levanto a Jack para esconderlo. Lo tomo de la correa que rodea su cuello y lo arrastro como puedo a la cocina para que su dueño no lo encuentre aquí. Jack parece divertido pero no lo es para mí que estoy rompiendo las reglas. —Quédate aquí y no ladres —le ordeno. Recibo una lamida. Al darme la vuelta encuentro a un curioso Edward a milímetros de mí. —Hola —me saluda con dulzura. Cierro la puerta detrás de mí. —Hola —le respondo con cariño—. Te has tardado bastante. Me cuelgo de su cuello para rozar su nariz con la mía. Me besa con suavidad a la vez que le da caricias a mi barriga. —Estaba preparando un regalo para ti —me dice. Siento las mejillas ruborizadas de pura emoción. —¿Qué? —inquiero presa de la curiosidad y entusiasmo. —Es una sorpresa. Te lo diré en la noche, ¿qué te parece? Me muerdo el labio inferior y asiento. El viejo Matt nos interrumpe con una clara expresión de incomodidad por su intromisión. Nos separamos y yo lo saludo, encantada de verlo nuevamente. —¿Qué lo trae por aquí, Matt? —inquiero como quien no quiere la cosa, suplicando que Jack no se ponga a ladrar. Él se quita su gorra de lana y se sienta en el banquillo más próximo. —No quería molestar pero necesitaba buscar al Sr. Edward pues he tenido un percance con mi casita —dice acomplejado—. Me lo encontré justo en la entrada. Deposita sobre la mesa el periódico canadiense que seguramente pocas veces logra comprar dada la periferia del lugar.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunta mi esposo aún sin quitarse la chaqueta ni la gorra. Comienzan a hablar y yo los ignoro pues Jack comienza a arañar la puerta, centrando mi atención en él. —Estaré aquí adentro —les digo metiéndome en la cocina. El perro hace sonidos lastimosos para que lo acaricie. Una vez que lo hago le abro la puerta trasera para que salga y no me encuentren haciendo lo indebido. Pero entonces Edward abre la puerta, descubriendo mi actuar. Sus ojos se abren y con una sonrisilla cómplice y un guiño me dice: —Iré a instalar unas tablas en casa de Matt, no me demoraré mucho, quizá un par de horas. —Ve, yo me encargaré —bufo, elevando mi flequillo con el aire—. Te amo. —Te amo —susurra. Libero al perro y cierro la puerta detrás de mí, aliviada. Y no es primera vez que lo hago. Siento un cosquilleo extraño en mi vientre, algo que se ha estado intensificando en estos días. Quizá es Canadá, pienso para no preocuparme. No he querido decirle a Edward para no estropear su paz y menos aún, para no infundirme mayor temor. —¿Qué sucede, cariño? ¿Tienes hambre? —le pregunto—. La verdad es que mamá sí tiene muchísima hambre. Una vez en la sala tomo el periódico que el viejo Matt ha dejado para intentar hacer contacto con la realidad. En los titulares hablan de la economía y del gobierno canadiense, lo que realmente no me importa. Doy unas cuantas hojeadas y topo con una noticia llamativa. «Se avistará aurora boreal en los cielos canadienses esta noche, una actividad inusual en estas fechas». Queda muy poco para que llegue la noche. En mi cabeza se gesta la ocasión perfecta para mi esposo y yo, otra de nuestras noches esenciales en la luna de miel. . Cuando escucho sus pasos en el piso de abajo y su voz llamándome, enciendo las velas que están agrupadas a mi alrededor. La mesa está puesta con la cacerola caliente, las copas y los platos. Es una mesita pequeñita para dos, que está situada en la habitación más expuesta de todas al paisaje y cielo del polo norte. El paisaje es fenomenal desde aquí, pues las montañas que poco a poco comienzan a nevarse se ven majestuosas a un lado y el río, ya calmo, enfrenta su hermosura bajo la luz de las estrellas. Sé que pronto comenzará aparecer la aurora boreal, por lo que debo apresurarme. —¿Bella? —vuelve a llamarme. —¡Aquí! Sube dando grandes zancadas mientras yo lo espero sentada. Cuando nuestras miradas se cruzan nos sonreímos. Me quedo mirándolo con admiración pues su tenida de invierno le hace ver muy sexy. Ocupa una camisa a cuadros, unos jeans, sus botas de caña alta y no se ha

quitado la gorra. Como no se ha afeitado en un par de días parece un leñador noruego. —Vaya, qué grata sorpresa, me hubiera vestido para la ocasión. —Se quita la gorra y su cabello rebelde se levanta de forma divertida. —No, así está bien —me río—. Quería tener una linda cena contigo, celebrando una vez más nuestro momento a solas. Me admira con sus bellas cuencas. Pongo frente a él la entrada del plato, unas cestitas de jamón y gulas, con crema y un toque de albahaca. El aroma que expele del plato es estupendo y a Edward no le pasa desapercibido. —Anda, pruébalo —le digo. Con timidez toma el tenedor y lo ensarta en la cestita, llevándose un bocado a la boca. Deja ir un gemido de placer y para, esperando a que coma también. Y lo hago. Está exquisito. Cuando el primer plato acaba, le entrego el segundo, solomillo con ciruelas. El aroma resulta aún más tentador. —Una vez preparaste esto y yo te ayudé —dice con mirada pensativa. —Fue mi primer plato, teníamos quince años —le recuerdo. —Se ve tan delicioso como aquella vez —murmura. El solomillo es blando y terso en la boca, con ese ligero toque ácido y dulce brindado por la ciruela. Es la receta predilecta de mamá, la que me enseñó argumentando que podía embrujar a cualquiera que lo comiese. Edward se toma una copa de vino y yo prefiero el té helado. Su mano crea círculos en la mía que está sobre la mesa, nuestras piernas se cruzan, coquetas, y nuestras miradas se entrelazan de aquella manera siniestra y preciosa. Una vez que terminamos yo me paro y le tiendo la mano para que me acompañe, a lo que responde de inmediato. Abro la puerta exterior que da al balcón y salgo. Tal como lo calculé. Sonrío. Ahí está la aurora boreal, de color verde, incandescente y gigante en el cielo. Edward sale segundos después con una manta en sus manos. —¡Uau! —exclama—. No creí que habría en estos meses. —Es un fenómeno inusual que no deja de ser hermoso. —¿Cómo supiste que hoy íbamos a ser testigos de esto? —Lo leí en el periódico que olvidó el viejo Matt —comento—. Pensé que podríamos darle la bienvenida con una cena para dos… o tres. Me abraza desde atrás para darme calor. Besa mi cuello y me aprieta contra él. —Es perfecto —susurra. Contemplamos en silencio el majestuoso evento que nunca habíamos podido tener en frente. No

nos damos cuenta del tiempo que pasa ni de lo absortos que estamos mirando. El frío pronto nos obliga a movernos, buscando generar mayor calor del que tenemos estando juntos. . Su dedo pasa por mi espalda, específicamente en mi columna, enviando diferentes señales placenteras al resto de mi cuerpo. —He olvidado comentarte mi regalo —dice llamando mi atención. Me acomodo a su lado con entusiasmo. —Te llevaré al Orpheum —dice con una sonrisilla. Me llevo las manos a la boca para ahogar un grito. El Orpheum es un teatro imponente de Vancouver con un estilo muy antiguo, similar a los italianos o franceses. Es gigante, una delicia, ¡y Edward iba a ir conmigo! —Sé que te gusta El Fantasma de la Ópera así que opté por ella. —¡Es estupendo! —Lo abrazo y lo beso esporádicamente en la cara—. Y tú eres increíble. —Iremos pasado mañana —me promete—. Estoy seguro que alguien aquí también adorará la ópera —dice, bajando hacia mi vientre redondeado. Besa la piel con cariño y yo, embobada, lo quedo mirando en aquel delirante papel de padre que me encanta—. No sabes cómo ansío conocerte, poder mirarte y tocarte. Llegaste en el momento preciso —le dice, mirándome de vez en cuando. De pronto siento un movimiento fugaz en mi interior, como un pez en el agua… y un golpe en la pared de la barriga. —¿Lo sentiste? —le pregunto con los ojos muy abiertos. Edward pone su mano junto a la mía y luego descansa su cabeza junto a nuestro hijo. Otro golpecito, ésta vez con ganas. —Se ha vuelto loco —exclama entre risas. —¡Se está moviendo! —grito emocionada. Es la primera vez que lo hace, al menos que nosotros lo sentamos. Es una sensación muy fuerte, una conexión gratificando con la vida que crece en mi interior. Mi pececito en el agua, pienso. —Le gusta cuando estamos juntos, a que sí —digo. —Tanto como a mí —susurra. ... Estoy en el prado que hay cerca de casa, donde Edward me pidió matrimonio. No recuerdo por qué estoy aquí, solo sé que no estoy sola, pues unos metros más allá veo a una mujer sentada, observando las flores. Hay un sol inmenso que me impide mirar hacia el cielo, me quema la piel.

La mujer me saluda con la mano y yo, instintivamente, voy hacia ella. Cuando la distancia entre ambas me permite observarla con mayor detalle, descubro que es Esme. Su cabello cobrizo y medianamente largo resulta llamativo a la luz del sol, lo que resulta aún más lindo con el color de sus ojos, que son incluso más dorados y brillantes que los de Edward. —Hola, Bella —me saluda con naturalidad. Su voz es suave, muy dulce. —Hola —le digo con timidez pues nunca la había visto más que en fotografías. Quiero preguntarle qué hace aquí, cómo puede hablarme, pero eso resultaría demasiado mal educado. —Siempre creí que algún día iba a conocerte y ahora puedo hacerlo —me dice alegremente—. Eres una chica muy linda, Bella. Me palpa el asiento que tiene a su lado para que yo me acomode. Y lo hago. —Es extraño verla, es… —Mis ojos se humedecen, consciente de lo que está ocurriendo—. Edward la extraña muchísimo. —Lo sé —susurra—. Pero siempre estoy ahí, para él. Aunque no voy a negártelo, yo también lo extraño, a mi hijo y a Carlisle. —El destino no fue muy justo con ustedes. Sonríe de forma tensa. —Las cosas suceden por algo, Carlisle hizo un buen trabajo con nuestro hijo, le ha ayudado a crecer y a endurecerse, aunque ahora último se haya dado cuenta de eso —me dice—. Y tú has sido clave para que ellos sean felices. —Todo habría sido diferente si usted estuviera presente —insisto, dejando escapar mi llanto. Me pasa una mano por el brazo para calmar mi angustia. —Siempre estoy presente —dice—, que a veces no lo veas es otra cosa. Esme resulta tan cercana y tan real que me descoloca, pero a la vez me tranquiliza, como si una de mis metas se hubiese cumplido. —Sigan amándose, es lo que más me hace feliz —musita emocionada—. Sobre todo por ella. Pone una mano en mi vientre y lo acaricia. ¿Ella? —¿Cómo sabe que…? —Tu hija los ama ya, será la luz más brillante que alguna vez haya iluminado su camino. ¿Mi hija? —Sra. Cullen… Ella se marcha, ignorando mis llamados. Un destello de sol me da contra la cara y la pierdo de vista casi al instante.

Abro mis ojos de sopetón y me doy cuenta que estoy en mi habitación, alumbrada únicamente por la luz de la luna. A mi lado Edward duerme, ajeno a lo que acaba de sucederme. Me siento en la cama, curiosa por las palabras de Esme. Es solo un sueño, pienso. Pero, ¿por qué tengo esta sensación tan inmensa en mi pecho? Llevo unos dedos a mi barriga y le doy caricias, imaginando la posibilidad de que mi pequeño es en realidad una pequeñita. Sonrío, esclareciendo mis sentimientos. Dios, una niñita. Sacudo mi cabeza. Solo sueños, me repito. —¿Bella? —Escucho la voz adormilada de Edward—. ¿Sucede algo? Niego. —Solo tuve un sueño —le cuento, quitándole importancia. Se acomoda en la cama para verme mejor. —¿Una pesadilla? —No, tranquilo —le sonrío—. Soñé con tu mamá. Se queda en silencio un rato y después sonríe también. —¿Qué has soñado? —me pregunta curioso. Me debato si contarle lo del bebé. —Solo hablaba con ella, me contaba que siempre estaba cuidándote a ti y a tu papá. Sus ojos se tornan brillantes, emocionados. —Qué no daría por verla un minuto más —comenta en voz baja—. Pero bueno, deberíamos volver a dormir, ¿no crees? Asiento. Me acomodo junto a él para intentar conciliar el sueño a pesar que mi cabeza lo único que hace es rememorar el sueño que acabo de tener. Quisiera poder soñar con Esme otra vez. . . . 18 de diciembre, 1980, Forks Una vez que estuvimos dentro de nuestra cabaña, la palabra «hogar» resonó en mi mente con esmero. Y la verdad es que estar aquí luego de un mes fuera resultaba gratificante. Luego de nuestra larga ausencia, mamá vino a vernos junto a Marianne. Ambas estaban embobadas con lo rápido que me había crecido la barriga en la luna de miel. «Es el efecto canadiense», les dije. Mamá me contó que Charlie y ella estaban retomando su relación con una

sana amistad aunque, por cómo me lo contaba, dejó entrever algo más, pero no me atreví a preguntar, pienso que es más fácil para ella si no la pongo nerviosa. Ahora, luego de pasar un día ya en la cabaña, Alice y Jasper nos habían invitado a cenar. Resultaba interesante saber qué querían decirnos y, notando lo callada que estaba mi mejor amiga, supuse que iba a ser una grata sorpresa. —¡¿Qué?! —grito, parándome de la mesa para rodearla con mis brazos. —Hasta que te atreviste, Jasper —exclama Edward, felicitando a su primo. —¡Exactamente eso le dije! —profiere mi amiga, ahora siendo abrazada por mi cobrizo. —Estoy muy feliz por ustedes —les digo. La pareja se besa unos segundos, disfrutando de su compromiso. Edward y Jasper se quedan bebiendo unas cervezas mientras Alice me invita a tomar aire en su jardín lleno de flores. Ella y yo nos sentamos en la banca blanca de hierro, admirando el crepúsculo sobre nuestras cabezas. —¿Qué tal la luna de miel? No he tenido tiempo de preguntártelo con todo esto del compromiso, lo siento —se disculpa con mirada apenada. —No te preocupes, te entiendo. —Suspiro, enternecida. Ella se ha preocupado muchísimo por mi felicidad, es tiempo de que disfrute la suya, se lo merece—. La luna de miel estuvo fabulosa. Fui al teatro, vi la ópera, navegamos por las aguas canadienses, vi auroras boreales, vi osos —me río, recordando lo mucho que alarmaron a Edward—, búhos blancos, mapaches que robaban mi comida —bufo, sacándole risotadas—. Y conocí al tierno Jack —musito con algo de tristeza. —¿Quién es Jack? —inquiere extrañada. —Un perrito —hago un puchero. —Veo que te hiciste muy amiga de él. —Lo escondía en la cocina para darle de comer —me entristezco aún más—. También vi ciervos muy grandes, el guardabosques estaba muy pendiente de ellos. Luego nos movimos por Montreal y… —Te envidio —profiere—. ¡Yo quiero hacer todas esas cosas! Quizá Jasper y yo nos escapemos por allá también, ¡siempre he querido conocer Canadá! —Es estupendo, todo es tan pacífico. —Dejo ir sonidos de placer—. Es un país maravilloso. Y mi bebé comenzó a patear, o al menos ahora podemos sentirlo. ¿Puedes creer que le encanta cuando Edward y yo nos hablamos? Alice suspira y me mira de forma melancólica. Me comienzo a preocupar, no suele poner esa expresión. —Espera —musito—. ¿Sucede algo, nena? Se muerde el labio inferior. Por su mirada sé que algo muy triste ha pasado por su cabeza. —Ahora que me casaré con Jasper no puedo sacarme de la cabeza el hecho de que no puedo concebir, hasta hace un tiempo creí que lo había superado y que no extrañaría aquello, pero hoy

te miro y de verdad me duele porque me encantaría poder sentirme mamá. Y de verdad, Bella, de verdad no estoy celosa de ti —me toma las manos y me las aprieta—, estoy enojada con mi destino. —¿Le has contado eso a Jasper? —Claro que sí. —Entonces no temas, estoy segura que él te ama de cualquier forma. No porque seas mujer estás obligada a tener hijos. —Pero yo quiero tenerlos, quiero poder oír la palabra mamá y sentirme una. Le limpio las mejillas bañadas en lágrimas. —¿Y si adoptas? Alice, en el orfanato está lleno de niños que quieren una mamá como tú, que los cuide, los ame y los proteja. Por su rostro veo que no se lo había planteado. —¿Crees que Jasper quiera adoptar un niño? —inquiere. —Estoy segura que sí —le digo. Me da un abrazo muy fuerte y me pide perdón por sentirse así, pero yo no tengo nada que perdonar, comprendo su dolor y su angustia. . . . 19 de diciembre, 1980, Forks —Diga —mascullo al teléfono. —¡Bella! —exclama mamá—. ¿No ha llegado tu padre hasta allá? —No —espeto—. ¿Sucedió algo? Respira pesadamente. —Le he contado lo de Phill, no creí que lo tomaría de esa manera… Le cuelgo al ver a papá acercarse a la puerta y tocar como un condenado. Le abro, algo intimidada. —¿Es verdad? —inquiere con la demencia incrustada en sus ojos. Trago saliva. Jamás lo había visto así. —¿Qué, papá? —Sabes a lo que me refiero —espeta. —Sí —digo sin más.

Lanza maldiciones al aire y se toca la cabeza, desasosegado. —Tengo que encontrarlo —exclama—, tengo que hacerle pagar por todo lo que hizo. —No, papá, no vale la pena —intento tranquilizarlo pero es en vano, no me hace caso. Sale de casa a paso firme y enseguida se sube a su coche. Voy tras él e intento abrir la puerta, pero el motor ruge. —¡Papá no hagas locuras! —le suplico. Acelera y maneja a gran velocidad. Asumo que esto se volverá peligroso. Busco mis llaves y me meto a mi coche para seguirlo, no me queda de otra. Una vez en la carretera intento mantener el ritmo pues mamá acelera cada vez más. A juzgar por el camino que ha tocado creo que irá a prisión, tal como dijo, a hacerle pagar por lo que hizo. —Maldición, papá, no hagas locuras —murmuro entre dientes. Cuando aparca y me ve detrás de él, baja la guardia. —¿Qué haces aquí? —me regaña. —Por favor, papá, déjalo ir —vuelvo a suplicar. Tensa su mordida. Niega. Se da la vuelta para meterse a prisión y pedir información de Phill. Yo voy a entrar pero un guardia no me permite la entrada, solo a mi padre, quien presenta su identificación de FBI. —Está embarazada, manténgase alejada —me dice el tipo. —¡No me diga lo que no tengo que hacer! ¡No estoy enferma! —le grito. —¿Cómo que está libre? —alcanzo a escuchar el grito de papá—. ¿Por qué? Bufo. A los segundos papá sale hacia el exterior, abrumado y sofocado por lo que acaban de decirle. Voy tras él, esperando una respuesta. —¿Es verdad lo que acabo de escuchar? —inquiero, presa del miedo. Charlie se larga a llorar de impotencia frente a mis ojos. —¡Sí! ¡Es cierto! —grita—. Se escapó ayer en la noche al haber una fuga de gas, no fue el único. No me preocupo por James pues hace poco fue trasladado a Nueva York para enfrentar más cargos. Phill escapó, o sea que puede estar al acecho en cualquier momento. Con lo último acontecido sé que me odia y, si sabe que mamá está tan feliz, irá tras ella. —Tengo que encontrarlo —insiste. —¡No! —exclamo—. Tienes que buscar a la policía y enviarlos a Forks, irá tras mamá lo más pronto posible.

Cuando crea conciencia de lo que está ocurriendo, dejando de lado la furia y el deseo de venganza, su mirada analítica y policial comienza a asomar. —Ve a casa de Renée, yo avisaré a Edward para que esté ahí. Jacob, mis colegas y yo resguardaremos la casa de tu madre. Esta vez voy a protegerlas como debí hacerlo hace muchos años. Me besa la frente y yo corro hacia mi coche e ir tras mamá. Tengo un muy mal presentimiento. . La cerca está abierta. Doy un paso hacia adelante, dubitativa. Junto a la puerta veo un paraguas estilando, el cual me parece muy conocido. Por alguna razón me decido entrar en silencio a la casa, suponiendo que nadie va a oírme. Una vez adentro escucho voces, aunque no logro distinguirlas. Con sigilo me muevo por el piso de manera, esperando que no haya ninguna suelta que me delate. Las voces provienen de la habitación de mi madre y, cuando la distancia se hace prudente, escucho a mi madre entablando una conversación con Carmen Dywer. —Te atreviste a mentirle a mi propia hija, eso jamás te lo perdonaré. —Tía Renée —se oye suplicar—, lo que hice fue… —¡Una bajeza! Le destruiste la vida ¿y esperas que te perdone? ¡Vete de aquí! —Si no va a perdonarme al menos escúcheme. —Ya te he escuchado lo suficiente, ¿qué más puedes decirme? Oigo unos cuantos pasos desesperados. —Que estoy aquí por Phill —musita con algo de miedo. Se me disparan los latidos del corazón. —Phill está en prisión —dice mamá. —No, tía Renée —Carmen se larga a llorar muy desesperada—, ayer escapó con la fuga de gas. Me llamó en cuanto tuvo la oportunidad, pidiéndome la dirección de mi casa para que pudiéramos vernos —su voz se va a apagando lentamente, atestada de lágrimas y sollozos—. Recurrí a usted porque ya no lo aguanto más, no tengo a nadie y… y… —Carmen, me asustas. —Cuando nos encontramos volvió a hacer lo mismo de siempre, solo que ahora me he dado cuenta de que no está bien porque siempre me duele —susurra. Me llevo una mano a la boca, asombrada y profundamente entristecida. Sé a lo que se refiere. Oh por Dios… —¿Se aprovechó de ti? —musita mamá. El llanto de Carmen se hace aún más duro, tan angustioso y ruin que me parte el corazón en mil pedazos. Me decido a dar cara y me meto en la habitación, encontrando a Carmen ahogada en llanto con mi madre recogiendo los mechones de cabello de Carmen y poniéndolo detrás de sus

orejas. Mi prima se asusta al encontrarse conmigo, pero yo al menos no voy a hacerle daño, no pago con la misma moneda. —No es primera vez que lo hace, te ha estado utilizando con eso —concluyo. —Phill me violaba desde hace años, con eso me obligaba a hacer esas cosas tan horribles. —¿Cómo qué? —inquiero. —Como separarte de Edward. Me dejé llevar porque él era el único que afirmaba preocuparse por mí, que acostarse conmigo era un regalo que me daba porque nadie jamás se iba a fijar en mí. Mamá se tapa el rostro con las manos, impresionada tanto como yo de lo que estamos escuchando. —Las joyas que enviabas se las entregaba a él, nunca las ocupé para mí. ¿Por qué Phill nos hacía esto? ¿Por qué su afán por verme separado del hombre que amo? Me hizo tanto daño pero yo le hice nada. Yo lucho conmigo misma para no gritarle que se marche, pues el dolor que ella me produjo fue de los más inolvidables. —Entonces, ¿ayer también se aprovechó de ti? —inquiere mamá con las cejas arqueadas. —Sí —farfulla. Mamá y yo nos miramos en complicidad. Estamos de acuerdo con una cosa: dice la verdad. —¿Qué te ha dicho? Su expresión se torna alarmada, como si recordara para qué vino acá. —Que viene a por ustedes —nos dice—. Me guie por el directorio telefónico y encontré la dirección, vine cuanto antes hacia acá para avisarles. ¡Deben ir con la policía…! —¡Dios! —exclamo—. ¿Dónde está Marianne? —Se marchó al supermercado hace un rato. —Entonces tenemos que llamarla y avisarle que no vuelva a casa, luego buscaré a Alice para irnos con ella y así espero a Edward... La voz se me desvanece cuando Carmen se queda mirando mi vientre redondito. Tal parece que recién se ha dado cuenta de ello. Por instinto me llevo las manos ahí, buscando protegerlo de sus ojos. —Oh Bella, ¿Edward y tú…? Asiento. —Nos casamos hace un mes —musito con desconfianza. Viene hacia mí para tocarla pero yo niego y me alejo, no dejaré que lo haga. Carmen se queda con las manos estiradas y expresa el descontento en su forma de mirarme. —No después de lo que hiciste para separarnos, puedo perdonarte, pero nunca permitir que te acerques a mi familia. Quédate acá —le digo a Renée—, veré si encuentro a Alice.

. Al no encontrar a Alice en casa me devuelvo pensando hacia dónde ir con mamá, quizá si la llevo a la cabaña estará más segura. Afuera veo aparcado un coche que nunca había visto y, por alguna razón, no me genera confianza. —Necesito dinero y tu hija es la única que puede dármelo. —Phill —exclamo. Lo veo, frente a la mamá con un arma apuntando hacia ella. Trago saliva y me obligo a no temblar. Renée llora, aunque se mantiene con la frente en alto. Ambos se giran a mirarme, mamá niega con su cabeza, como lo hacía cada vez que él iba a golpearla. Me pedía con ese leve gesto que me marchara, pues ella podía sola. Carmen está en el suelo con un golpe en la cabeza. Pero Phill sonríe. —Estábamos hablando de ti —me dice, meneando la cortapluma de lado a lado. A primera vista se ve tranquilo, pero una gota gruesa de sudor le cae por la mejilla izquierda. —¿Sí? —digo, fingiendo asombro—. Aquí me tienes. —Lamento estropearle la calma a tu madre, ya sabes, lo hago casi siempre —se ríe—, se ha vuelto una rutina. Aprieto los dientes. —¿Qué quieres de mí? —le pregunto con lentitud. —No, Bella… —va a decir mamá, pero Phill la interrumpe, acercando el arma a su cuello. Me estremezco. —¡Sht! —gruñe—. Tú te callas. —Tranquila, mamá —susurro. Sus ojos azules son un tormento. —Bien, Phill, ¿qué es lo que deseas? Mi voz es tranquila, suave, recta. Me sorprendo. Pero Phill se entretiene mirando mi vientre. Me abrazo a mi hijo. Ahora sonríe, maravillado. —Pero qué tenemos aquí —dice—, ¿no fue suficiente para ti lo que ocurrió hace un tiempo? ¿No fue suficiente el dolor que sentías? ¡Has decidido tener otro y olvidar a tu nonato muerto! —¡Cállate! —vocifero—. No tienes ningún derecho a hablar de eso. Me heriste mil veces, pero aquello fue la gota que derramó el vaso. ¡Ahora no volverás a hacerme daño! ¡No te metas con mi hijo! Su mirada endurece al igual que el resto de sus facciones. Es imposible que no me asuste.

—Debiste hacerme caso —camina hacia mí y me agarra del cuello. Escucho a mamá gritar—, te repetí mil veces que Edward no era para ti, pero te embarazaste —se encoge de hombros—, lo que significa que no acataste mis órdenes. —¡No eres mi padre para decirme qué hacer! —Ahora estás embarazada otra vez —se ríe. Con la mano libre se acerca a mi barriga para tocarla—, debo suponer que el imbécil de Edward volvió a hacerlo. Se guarda el arma en la chaqueta. La mano libre viaja a mi barriga para tocarla. —Aleja tus sucias manos de ella. Se larga a reír. —Edward no pierde el tiempo. —Basta, Phill. —Mamá se acerca para hacerle frente—, no permitiré que vuelvas a golpear a mi hija. Hace un tiempo no era lo suficientemente valiente ni fuerte para hacerte frente, pero ahora sí. Él me suelta y ahora dedica su furia y locura a mi mamá. Va a golpearla pero yo intento calmar su insiste locura. —Bien, Phill, ¿qué es lo que deseas? Mi voz es tranquila, suave, recta. Me sorprendo. —Dinero —dice, dándose la vuelta—, necesito dinero. —Está bien. Si te doy el dinero dejarás a mi madre en paz, ¿de acuerdo? —De acuerdo —repite como si fuese un niño. Tomo mi bolso y busco la chequera con rapidez. Le hago un cheque con una cantidad de dinero aumentada en grandes cantidades de cero; la vida de mi madre vale mucho más. Le tiendo el papel y él lo toma con sus gruesos dedos. Lo mira y sonríe. Siento un ligero alivio. —Eres muy rica, ¿eh? ¿Quién lo diría? —Deja a mi madre y huye con tu dinero, no la vuelvas a molestar, por favor. Miro a Renée para que se tranquilice. Todo estará bien… Todo estará bien… —Con el dinero no es suficiente, cariño —me susurra en el oído. Me estremezco—. ¿Crees que me quedaré tranquilo con un poco de dinero? —¿Por qué haces esto? —Tu madre siempre me despreció —gruñe—, siempre buscó la manera de verme reflejado en ese maldito de Charlie. Y tú… tú eres una zorra. —Siento su respiración en mi oído—. Siempre buscando a ese estúpido de Edward, enamorándote como una boba. —Ya nos has hecho demasiado daño, cobra el dinero y lárgate —le digo con la voz temblorosa. —Aún no sufres lo suficiente —añade.

Mis ojos pican con la necesidad ferviente de llorar. —¡Yo fui la que te hizo daño, no mi hija! ¡Déjala ir! —grita ella. —¿Que no me hizo daño? —musita, haciendo el papel de víctima—. Preferías acostarte con ese tipejo… mientras yo me tocaba pensando en ti —susurra y luego me besa la mejilla. Siento repulsión, un miedo muy nuevo en la base de mi garganta. Por cómo me mira comprendo absolutamente el porqué de su enfermiza obsesión por alejarme de todos los hombres, en especial del único con el que me había enamorado, por eso me quitó a mi hijo de mis entrañas. —Todas las noches te iba a mirar a tu cuarto, olía tu cabello e imaginaba mil cosas contigo —espeta divertido. Cuando mamá lo escucha cae al suelo, llevando su mirada al suelo, perturbada. Trago saliva y contengo las lágrimas. Carmen sangra de la cabeza y aún no despierta. —¿Tú… nunca…? —Trago, asqueada de imaginar lo que pudo haber hecho conmigo dormida. —No —susurra—, tu madre siempre parecía protegerte más de lo que tú piensas. —Por eso no me querías cerca de Edward, por eso te volviste un enfermo cuando supiste que estaba encinta —musito. Sonríe, dándome la razón. Renée me observa de forma culpable pero no sé por qué. No tiene la culpa de nada, yo jamás podría pensar en eso. —Pero de cualquier forma me la pasé bien contigo, ¿no lo crees? Te mantuve lejos, te vi llorar, gemir y, cuando llegaste, te habías transformado en lo que siempre fuiste, una prostituta. —Carmen te lo contó —digo. —Sí —responde. Saca el arma de su chaqueta y me la apunta a la cabeza. No es primera vez que hacen eso conmigo, pero por alguna razón la idea del disparo se transforma en mi peor pesadilla. —Quietos —dice a alguien, pero no sé a quién. —¡Suéltala! —brama Edward. El desgarro en su voz parece el de una bestia. —Renée, tranquila, respira —le aconseja papá. Contiene su furia para que mamá se sienta tranquila. Están detrás de mí, no puedo verlos. Mamá camina hacia Phill con un cuchillo carnicera en la mano. Se le da bien, pienso. —¡Te prometí que no ibas a hacerle daño a mi hija, nunca más! —le grita ella, clavándole el cuchillo en la espalda. Mamá tiene el rostro rojo de enojo, de venganza y de odio—. ¡Nunca tocarás a mi niña, maldito enfermo! Phill suelta el arma emitiendo un gruñido de dolor. Me suelto enseguida, caminando lo más lejos posible de su cuerpo. Cae al suelo, bufando. Voy hasta mamá y le quito el cuchillo de las manos bañadas en sangre, la abrazo y la sostengo junto a mí, buscando la manera de consolarla. Pero Phill es un demonio, un ente tan malévolo que el dolor no le impide volver a levantarse para

ir tras nosotras. Pero Edward es más rápido y patea el arma hacia la lejanía. Charlie lo reduce en el suelo, sentándose a horcajadas. Phill se larga a reír sardónicamente, mirando a mi padre entre burlas. Mi esposo aprieta sus manos para calmar sus ansias duras de golpearlo. —Así que volviste —le dice—, mi viejo amigo Charlie volvió para recuperar la familia que le arrebaté. Papá le atesta un golpe en la quijada y lo sacude a la altura del cuello. Edward es testigo de lo ocurrido y no se inmuta, incluso parece disfrutarlo. Escondo a mi madre en la curva de mi cuello y clavícula para que no observe. —Pudiste haberlas cuidado, pero te aprovechaste de ellas, ¡de mi hija y de mi esposa! ¡Las golpeaste, hiciste que Bella perdiera a su bebé! ¡Los separaste! —exclama, propinándole uno y otro golpe, todos seguidos. Mi bebé se mueve de forma intranquila en mi vientre, como si quisiera esconderse de los gritos y de mi propia exaltación. —¡Ya, papá, déjalo! —le pido—. No quiero verlo, no lo hagas. ¡Edward! —le pido. Me mira y de pronto todo se esclarece para él. —Charlie, por favor —pone sus manos en los hombros de mi padre—. Hágalo por su hija y por Renée. Charlie para con la respiración muy pesada y se levanta de encima. Edward y él se miran, conectando ambos sentimientos de odio. Phill respira en el suelo, bañado en sangre. Recuerdo que mi cobrizo fue a prisión a hacer lo mismo, destrozando sus nudillos en el intento. ¿En qué momento la rabia nos nubla a tal grado de olvidar quiénes somos? Tanto Edward como Charlie dejaron de lado lo que son para mí: hombres buenos. —¡No quiero que se ensucien las manos, no más! —les grito entre sollozos—. Ustedes no son como él, no hacen daño, perdonan, son buenas personas. Ya no más. —Mi voz se estrangula y el llanto se intensifica de manera insoportable. Charlie busca a mamá para abrazarla y asegurarse de que está bien, mientras Edward me estrecha con sus brazos. Carmen se levanta algo aturdida y nos quedamos mirando. Mi esposo la recorre con desconfianza y rencor. Observa a Phill desmayado, esboza una media sonrisa y se marcha, dejándonos a todos en silencio. —Lo siento mucho —musita Edward con su frente apegada a la mía—. Ese bastardo ya no volverá a tocarte, menos a atormentarte. Estás conmigo, nunca permitiré que te toquen, nunca. Enredé mis brazos alrededor de su cuello y me escondí junto a su calor. —No odies, por favor —le pido—, ni tú ni papá pueden rebajarse a ese nivel. Ya es suficiente. Mi cobrizo asiente con el ceño fruncido y me estrecha aún más. —Ya no hay nada que sentir por él —profiere. ... La policía capturó nuevamente a Phill aquel día. De Carmen no volvimos a saber, aunque probablemente su cabeza no anda bien. Dudo que nos haga daño.

Phill iba a ser sentenciado en unos meses, mientras debía esperar su condena. Papá iba a buscar al mejor abogado del estado para evitar a toda costa que tuviese beneficios, menos aún salir tempranamente. Pero como conocía perfectamente al fiscal, éste le aseguró que no saldría vivo para ver la luz del sol. Mamá lloró muchísimo luego de incidente, se sentía culpable y muy mal por lo ocurrido. Me dolía lo que había ocurrido pero ella no lo sabía, no comprendía que en la mente enferma de Phill él deseaba a una adolescente, buscando hacerle daño porque nunca le correspondió. Ahora mamá es más feliz que nunca, porque entiende que ese hombre nunca más me tocará, menos a ella. 20 de enero, 1981, Forks Estoy en el umbral de la puerta mirando a Edward terminar con la madera. Está haciendo la cuna del bebé, quien llegará en un mes y algo más. La habitación es inmensa, queda al lado de la nuestra. Él la pintó de color celeste muy claro y estuvo un mes completo haciendo arte en las paredes, dando un toque infantil a cada espacio. Me toco el redondeado vientre con cariño, calmando mis ansias por conocerlo… o conocerla. He estado soñando con Esme otra vez y siempre me dice que es una niña. Algo muy dentro de mí cree lo mismo, a pesar que en un principio imaginé que mi hijo sería un niño idéntico a Edward. Mi esposo se da cuenta de que lo estoy espiando, por lo que sonríe. Deja a un lado los materiales de trabajo y se levanta del suelo para acercarse a mí. —La habitación está quedando fantástica, Edward, eres increíble. —Le beso la mejilla. —Espera a ver lo demás —dice entusiasmado. Me agarro de su cuello y juego con su nariz usando la mía. Luego se agacha para jugar con la barriga, algo que adora hacer. —Queda poco tiempo, eh, ya verás cuando conozcas a mamá, es la mujer más hermosa que podrás conocer, cuando sonríe te vuelve loco —musita. Reprimo una risilla de ternura—. Voy amarte y cuidarte, lo prometo. Acaricio su cabello con mis dedos, embelesada por su imagen de padre. Se le ve tan feliz, es su adoración. —Oh, te ha escuchado —exclamo al sentir una fuerte patada. —¿Puedes oírme, cariño? —le habla. Una más. —Está bastante desordenado hoy. —Tal parece que sí. Sus movimientos se ven cuando mi piel se estira hacia afuera. Me largo a reír. —La Perita resulta abrumadora —dice él.

Edward le apodó La Perita por la forma de mi barriga, me encantó de tal manera que ahora así le llamamos los dos. —Perita y yo te amamos. —Y yo a ustedes. Se levanta y me da un beso jugoso, enviándome al abismo. . . . Doy unos golpecitos en su puerta. Me siento muy nerviosa pero no echaré pie atrás. Me abre Jessica con un pañito entre los dedos. Se sorprende gratamente y me sonríe, algo tímida. Me asombra que sus ojos no parezcan fuera de sus cabales, pero sé que ha estado tomando su medicina porque he sido yo quien se las he comprado a escondidas de Edward. Se las entrego a Carlisle para que venga a dejárselas pues es a él a quien obedece. —Hola… Bella —su voz tiene un ligero vaivén al ver mi barriga hinchada—. Uau, qué grande está, ¿cuánto tienes? Me invita a pasar y yo por primera vez me enfrento a la casa de Jessica. Está preciosa y muy limpia, huele a pan dulce y todo está lleno de colores. —Ya estoy entrando a los ocho meses —le cuento—, pronto daré a luz. Se sienta en el sitial e indicándome que lo haga también en la sillita que tiene al frente. —Edward y tú… —hace un mohín—. Dieron el gran paso. —Sí, nos casamos hace unos meses —musito. Asiente con timidez. Por la forma en que mira hacia otro lado supongo que aún le afecta y yo no puedo culparla por eso. —¿Por qué has venido a verme? Ni siquiera Edward lo ha hecho. Siento si sueno descortés pero me descoloca, luego de todo lo que les hice deberían querer olvidarme. —¡No! Claro que no —espeto—. Estoy aquí porque quiero verte bien, saber que te preocupas por tu enfermedad. —Bueno, últimamente he estado bien, solo que me apena un poco que Carlisle esté pagando mis medicinas, ni siquiera yo tengo posibilidad de ir al médico. —Aprieta los labios, un tanto incómoda—. Me despidieron hace poco y me he mantenido gracias a la remuneración, en este pueblo nadie acepta a una loca, ya sabes, todos se conocen. —Se encoge de hombros. Por un momento no sé qué decirle, lo que me dice resulta muy desesperanzador. —Quiero ayudarte con eso, quizá si me lo permites… —No creo que sea correcto, no después de lo que sucedió con Edward. —Jessica, por favor, acéptalo como un regalo, una forma de agradecerte lo buena que has sido

con él. Sus cejas se arquean, bajando ligeramente la guardia defensiva. Suspira y sonríe de manera melancólica. —Si lo hubiera sido Edward me habría venido a ver. —Sus ojos se llenan de lágrimas—. Mira, él no quiere saber nada de mí, creo que no deberías tomarte esas molestias conmigo. —No, Jessica, no pienses que no le importas porque no es así. Edward solo está dolido, ¿tú crees que ha sido fácil para él? Claro que no. —Como no recibo respuestas de su parte me permito seguir insistiendo—. Quiero llevarte al médico, ayudarte a vivir con esta enfermedad. —Aún no entiendo por qué haces esto por mí. —Porque quiero —es mi única respuesta. Se larga a reír. —Gracias, Bella, de verdad, muchísimas gracias. —Lo hago con gusto. —Me levanto de la silla con algo dificultad producto del peso en mi vientre—. Bueno, Jessica, tengo que irme. Nos veremos en otra ocasión, ¿te parece? Me acompaña a la puerta y espera a que salga. —¿Qué tal si te pasas por acá el miércoles? —inquiere. Esbozo una gigante sonrisa. —Me encantaría. ... La chimenea está en su punto y la cabaña está calentita. Estoy sentada en la alfombra haciendo cariñitos a mi barriga de ocho meses y medio, con un Edward concentrado frente a mí. Me está dibujando al carboncillo. A ratos saca la lengua o simplemente estrecha su mirada, como si estuviera sospechando. —Me encanta cuando te pones serio —le digo. Su concentración se deshace y se pone a reír. —No es muy seguido, que quede claro —afirma. —Solo cuando pintas. Se acerca a mí para rodearme con un brazo, mientras que con el otro me muestra su reciente creación. —Oh Edward, esto es hermoso. Me ha dibujado con su característico realismo, solo que esta vez no estoy sola. Paso mi mano por el dibujo, manchando un poco mis dedos. —Me has inspirado otra vez —me susurra al oído. —Me gusta cuando me pintas o me dibujas, me hace sentir importante.

—Y lo eres, especialmente para mí. Me acurruco junto a él, embelesada. Besa mi cabeza y me pasa los dedos por la barriga. —¿Crees que le guste pintar? —inquiere. —Tendrá al mejor maestro —le digo. Se ríe. —Aunque la idea de que tenga tu talento para la actuación resulta aún más tentadora. —O puede ser un bebé súperinteligente que tenga nuestras virtudes. —También. Nos quedamos callados un momento, disfrutando de nuestro amado silencio. Al rato me asalta una duda y la inseguridad por primera vez. —¿Crees que sea una buena madre? —le pregunto. —¿Por qué lo preguntas, cariño? —No lo sé. Te juro que muero por conocerlo, por arrullarlo, besarlo y amarlo, tenerlo en mis brazos y… —Suspiro—. Pero tengo miedo de decepcionarlo, ¿sabes? De no ser lo suficientemente buena para él… o ella. Con sus dedos en mi barbilla acerca mi rostro al suyo. —Serás la mejor, ya lo verás. Tú y yo lo podremos hacer porque lo amamos y realmente queremos lo mejor para él. Estoy seguro que serás la madre más hermosa del mundo —sonríe. —Y tú el mejor, estoy convencidísima. Sus ojos se abrillantan, emocionado y ansioso. —Te amo y amo la familia que estamos creando, ¿sabes? Y se me acaba de ocurrir algo. —¡¿Qué?! —Espérame acá. Mi Perita se comienza a mover otra vez, y es que ama hacerlo de noche, sobre todo cuando su papá y yo estamos juntos. Cuando Edward regresa, el bebé para, pero sé que pronto volverá a enloquecer. Mi cobrizo trae los pinceles que le regalé para su cumpleaños y una cajita con acrílicos. —¿Recuerdas cuando te pinté? —inquiere. —Sí. —Volveré a hacerlo. Te haré nuevamente mi obra de arte. .

El trazo de los pelos me hace cosquillas pero reprimo la risita. Edward pinta mi barriga entre colores que asemejan florecillas puestas en el prado, todas diferentes, pero hermosas. Su mano se mueve en los rincones de mi piel como si me hiciera el amor pero con arte. Es un placer inexplicable. Cuando termina sonríe, satisfecho. Yo me miro como puedo y también sonrío. —Es nuestro prado, donde pasé años admirándote. Siento que nuestro bebé es el resultado de todos mis sentimientos por ti. ¿Qué habría sido de mí si tú no hubieras regresado? —suspira con amargura—. Cada vez que podía me acercaba al prado o al lago para volverte en mi memoria a pesar de lo mucho que me odiaba por ello. Plasmo aquel lugar como una representación de lo que comenzamos a ser, unos amigos, amantes de la naturaleza, amantes de su amistad… que pronto se convirtieron en algo más, entregando su vida a los recuerdos, al dolor y a la necesidad. Te lo he dicho muchas veces, Bella, pero no me cansaré de hacerlo, te amo. —Te amo, Edward. No sabes cuánto agradezco al destino por ponerme en el tuyo otra vez. Apega sus labios a mi frente y luego baja con lentitud hasta mi boca. —Todos regresamos adonde pertenecemos. . . . Cuando Edward observa a Jessica por primera vez luego de tantos meses, corre a abrazarla. Es como si hubieran estado separados por años. Me siento muy feliz por ellos por Jess, poder permitirles seguir con su amistad era una parte más de mí que dejaba sanar. —Estás más guapo —exclama ella con el rostro bañado en lágrimas. —Tú también —musita mi cobrizo, observándola de forma afectuosa—. Ah, Jess, cómo lamento todo lo que nos ocurrió… —Sht…, tranquilo, soy feliz si tú lo eres, siempre has estado en lo correcto. Yo lo siento, de verdad, lo siento mucho. Les pido perdón a ambos —dice, mirándome a mí también—, por todo lo que les hice. Poco a poco sentía que mis cicatrices iban sanando, que ya no dejarían marcas, solo recuerdos. Hace algún tiempo mi vida era un castigo, una forma de remarcar un sufrimiento que nunca merecí. Cuando pisé Forks otra vez mi vida cambió y en cierto punto todo se había tornado mágico. Lloré muchísimo y sentí dolores impresionantes, pero vuelvo otra vez a mi felicidad, y esa felicidad era ver amor, comprensión y perdón. —Claro que te perdono, Jessica —le digo. Edward lentamente deja salir una sonrisa sincera y luego expresa: —La respuesta es obvia, te perdono. . —Y el médico me autorizó disminuir la dosis pues estoy mucho mejor —me cuenta Jessica mientras ordena los frascos con mermelada hechos especialmente por ella.

Últimamente nos hemos vuelto muy cercanas, me ha contado todo lo que siente y lo que planea hacer en el futuro. Se ve tranquila, en paz, algo que no había logrado antes. Ahora está armando una pequeña venta de dulces con mi ayuda, solo espero que funcione para que ella logre la independencia que tanto busca. —Eso quiere decir que has estado progresando, ¿lo ves? Asiente. Hace un chasquido con su lengua y se recarga en la encimera. —¿Sabes, Bella? Estoy muy agradecida de ti, me has ayudado muchísimo y me has perdonado todas las estupideces que hice. Créeme, no sé cómo pagarte esto. —No tienes que hacerlo, me siento bien ayudándote, me reconcilio incluso conmigo misma. —Gracias —dice—. Quiero que sepas que estoy muy contenta por ustedes, Edward merece una mujer como tú y tú lo mereces a él. Espero que sean muy felices con la llegada de su bebé, se ve que están muy contentos con la idea. —No sabes cuán ansiosos estamos por conocerla. —Espera, ¿crees que es una niña? Me encojo de hombros y le susurro: —He tenido unos cuantos sueños en donde veo a una niña. —Ah, ese sexto sentido femenino nunca falla. ¿Cómo planeas llamarle? Voy a decirle, pero siento algo líquido correr por mi entrepierna. Abro los ojos como dos platos y la quedo mirando, perpleja. Ambas escuchamos la caída del líquido en su suelo. —Oh… —musita ella. Corre hasta mí y me sostiene para que me levante de la silla. —La fuente —le explico. —Sí, sí —comienza a acelerar su ritmo respiratorio—. Iré a buscar a Edward, la carpintería no queda muy lejos de aquí, si corro me demoro un par de minutos… —¡Ve! —exclamo. Nerviosa se da la vuelta, toma la llave que está colgada al lado de la puerta y se marcha. Exactamente cinco minutos después aparece Edward con el cabello más desordenado que de costumbre, con la alarma incrustada en sus cuencas y la desesperación oprimiendo su garganta. —¿Ya viene? —inquiere torpemente. —¡Sí! —grito—. Tienes que buscar las cosas del bebé, no puedo ir así como así… —¡Yo voy! —grita también Jessica—. Solo dime dónde está e iré por ellas. Tú —dice, dirigiéndose al cobrizo— ve con ella al hospital. No había visto nunca a Edward tan urgido, de no estar expuesta a la dilatación realmente me hubiera reído.

Llegamos al hospital diez minutos después y, en el momento preciso, sufro las primeras contracciones. El dolor es espeluznante. —Tranquila, solo respira —me dice él, pasando sus dedos suavemente por mi rostro. Sus caricias alivian el dolor. Una vez que me ingresaron a una sala muy grande para esperar más y más contracciones, el dolor se hizo impasible, arremetía con fuerza como una bocanada de fuego en mis entrañas. Cada tantos minutos llegaba Edward avisándome que había llamado a mamá o que el médico vendría a palpar otra vez. —¡Solo quiero que te quedes conmigo! —le dije entre gritos. Eso fue suficiente para que no saliera más de la habitación. Edward tenía un efecto calmante, sobre todo cuando se quedaba a mi lado y me pasaba el pulgar por la frente. A ratos me perdí en el color de sus ojos, aliviada de que la contracción hubiera parado, para luego volver con mayor intensidad, en intervalos cada vez más cortos. —Bien, tenemos ocho centímetros —me dijo la doctora. —Dos más, dos más, dos más —susurraba casi para mí misma. —No nos tomará tanto tiempo, ¿lo ves? Asentí y entrelacé sus dedos con los míos. Él me cantaba al oído en voz bajita y todo para mí dejaba de existir. En el instante en que los diez centímetros se cumplieron, fui ingresada a la sala en compañía de un nervioso Edward. Siento su mano muy apretada junto a la mía, escucho sus palabras de aliento, su risa alegre cada vez que mi hijo se acerca al mundo exterior. Una enfermera me limpia el sudor de la frente con un pañito, una matrona sonríe con alegría y me anuncia que ya viene mi bebé, mientras el médico, una mujer de cuarenta años y de sonrisa inextinguible, me pide que puje. El dolor punzante de pronto desaparece y escucho un llanto que llena completamente la sala. Largo unas carcajadas, observo a Edward, quien tiene la mirada puesta en un bultito de carne muy rosado. —Es una niña —me dicen. Mi cobrizo me besa, transmutándome todos sus sentimientos. Nos miramos a los ojos y, de esa manera, compartimos la más inmensa alegría de nuestras vidas. La enfermera viene hacia nosotros con la niña envuelta en mantitas. Me la entrega y yo la acomodo en mi pecho, sintiendo el inmenso calor que emana de su pequeño cuerpecito. Acaricio su rostro redondito y enseguida me pongo a llorar, llena de dicha. Bastan solo unos segundos para sentir el inmenso amor que crece en mi pecho, cómo mi corazón se agranda aún más. Daría mi vida por ella sin dudarlo. Veo todas las guerras que tuve que enfrentar en mi vida solo para llegar a este momento, para tener a nuestro bebé en mis brazos. Todos esos llantos resguardaban amor y de ese amor nació ella.

—Es tan hermosa —le digo a mi cobrizo, quien la observa embelesado y profundamente enamorado, como yo. —Mi hija… —musita como si no pudiera creerlo. —Esme tenía razón —susurro casi ininteligiblemente. Edward sonríe aunque no comprende lo que le he dicho. Nuestra pequeña Perita abre lentamente los ojos y los fija en nosotros, viva y sana, hermosa y nuestra. Nunca había sentido tanto amor. —Renesmee —digo. —¿Renesmee? —inquiere—. Suena genial. Me besa y luego susurra: —Esperarte siempre valió la pena, amarte y tenerlas fueron los regalos. —Besa la frente de nuestra hija y enseguida veo las lágrimas en sus ojos. . . . 23 de Julio, 1981, Forks Cuando entro a la cabaña veo a un Edward dormido sobre el sofá. Sobre su pecho descansa Renesmee, también durmiendo. Me enternezco y me quedo mucho rato mirándolos, es la imagen más linda del mundo. Deposito sobre la mesita de centro el nuevo guion que debo repasar para mi personaje, del cual estoy muy entusiasmada. A su lado descansa el libro de arte que Edward estaba leyendo. Cuando apago la radio, Edward abre lentamente sus ojos. Por su expresión noto que ha dormido bastante bien. Al encontrarse conmigo sonríe y abraza aún más a Renesmee. —¿Cómo te ha ido? —inquiere entre susurros. —Bien —le contesto de la misma forma—, tengo que comenzar a ensayar la otra semana. Ella comienza a moverse al escuchar mi voz, entonces abre sus ojitos y me encuentra. Entre balbuceos me pide los brazos y yo la acurruco junto a mí. Mi hija sonríe al mirarme a los ojos y yo me pierdo en los suyos, que comienzan a tomar la tonalidad dorada de los de Edward. Es increíble lo mucho que se parecen, aunque Edward diga lo contrario, pues está asumido con que es idéntica a mí. Sus mejillas rosadas son redonditas y tersas, sus ojos inmensos parecen tan vivos y su cabecita sin cabello aún me resulta preciosa. La amo muchísimo. Tiene un carácter muy pacífico, no es muy sociable, aunque sí es bastante risueña. Adora a sus abuelos, en especial a Carlisle. Es increíble. Él últimamente se ha vuelto muy preocupado, siempre viene a verla, la adora y la cuida mucho. Me siento muy feliz de que eso resulte pues, sinceramente, se lo merece. Jessica, por su parte, ha comenzado muy bien con su negocio de dulces. Hace poco conoció a un

hombre extranjero que se decidió a vivir aquí, él es muy amable y la adora. Lo más increíble fue que ella fue la encargada de traer mis cosas al hospital cuando estuve en labores de parto, fue ella quien ayudó a Edward a llamar a mis contactos para que supieran y también fue ella la culpable de los celos de mi mejor amiga Alice. Mamá y papá siguen tomándose las cosas con calma, volviendo a conocerse como si fueran unos críos. Es la imagen más hermosa que me dan pues son los que más han sufrido. Alice y Jasper se han casado, fue una boda preciosa y llena de colores. Tuvieron una fiesta impresionante, llena de música y bailes. Se ven felices, plenos y en planes de hacer de su familia un refugio de niños que no tienen tanta suerte. Hace poco Jasper le dio la noticia más linda a su esposa, un bebé abandonado necesitaba de una familia que lo amara y cuidara. El proceso sería un poco lento, de unos dos meses más o menos, pero a Alice no le importó, solo quería tener a su bebé. Y ayer se lo entregaron. El amor con que lo observaban cruzaba cualquier barrera, para ellos ya era su hijo. —¿Me has extrañado, cariño? —le pregunto, para luego estrecharla junto a mi pecho. —Yo sí —contesta Edward con diversión. Él se levanta del sofá para dejarme un espacio y acurrucarme con mi nena. Cuando noto que se aleja de nosotras le digo: —No, quédate conmigo. Se sienta a mi lado y me besa los labios mientras Renesmee nos observa y sonríe, mostrando sus rosadas encías. ... Camino entre las hierbas para llegar a nuestro destino, el lugar de descanso de Esme. Edward me sigue detrás con la bebé en su coche, que mira curiosamente todo lo que se presenta frente a ella. —Hola, Esme —le digo como si me escuchara. Acaricio la lisa estructura de cerámica y me acomodo a su lado, leyendo el epitafio. Pongo un ramo de flores sobre ella y luego suspiro. Miro a Edward quien observa en silencio los restos de su madre. Me acomodo a su lado y me encargo de Renesmee para que él pueda estar un momento a solas. —Aquí está la abuelita Esme y tía Bree —susurro a mi hija con voz suave e infantil—, ellas te están cuidando desde arriba. Renesmee me mira con sus ojos muy abiertos y mueve divertida el chupete en su boca. —¿Sabes? Te llevaré con ella. La tomo entre mis brazos y con cuidado me acerco al lugar para que mire. Edward se da cuenta y sonríe. —¿Ves? Aquí está abuelita Esme y tía Bree —murmuro. Mi pequeña observa, atenta. —Mi hermana habría tenido 20 años —dice—. Debe estar con mamá en algún lugar. Le acaricio la espalda con suavidad y luego beso su hombro.

—¿Estás bien? —Si —responde—, estoy aprendiendo a vivir con su recuerdo de la manera más amena posible. Aún la extraño y creo que nunca dejaré de hacerlo, pero intento permitirle descansar. —Tranquilo, tómate tu tiempo. . De un momento a otro mi vida había cambiado. Mentiría si dijera que no me había dado cuenta, pero todo se esclareció en el momento que vi a todos reunidos con una sonrisa inmensa, aplaudiendo y riendo junto a la chimenea de mi madre. La primera vez que me sentí amada fue cuando Edward me estrechó en sus brazos luego de tantos años, pero luego, viendo a toda la gente que amo, puedo asumir que mi destino es ser feliz, no importando todo lo que luché, lloré y sufrí en mi pasado. Nada va a rescatar la pérdida más grande de mi vida, mi hijo, pero sé que, de una u otra manera, la pequeña que descansa en mis brazos nos envía un claro mensaje: aún queda mucho por amar. Como Renesmee ya estaba durmiendo en la cuna que su padre había confeccionado especialmente para ella, Edward y yo nos permitimos una noche a solas. Luego de una cena junto a la luz de las velas, nos acomodamos frente a la chimenea, nuestro lugar predilecto. Me gusta observarlo con la luz del fuego, le da un aire de misterio. Y ese misterio me hizo besarlo luego, acomodarme entre sus brazos para que me hiciera el amor como tanto me gustaba. Sentí sus dedos otra vez en mi cuerpo, enviando al paraíso en donde siempre amaba estar. Sus ojos dorados recorrieron mi cuerpo con deseo, el que se traducía a besos, caricias y necesidad. Edward me hizo el amor como tantas veces, pero como todas esas veces, volví a sentirme presa de su amor. Me acomodo a su lado y le sostengo la mirada con la mía. Sonríe y vuelve a besarme, para entonces taparme con una manta muy pequeña. Creo dibujos en su pecho, relajada entre sus brazos. —Cada vez que te recordaba me preguntaba si algún día ibas a volver… —Y lo hice, volví —le digo. —Y lo hiciste —repite, abrazándome más a él. —Quiero pasar mi vida contigo, cariño, toda si es necesario. —Ninguna medida de tiempo será suficiente, Bella, comencemos con un para siempre. —Sí, un para siempre. Su calor, su entereza. Mi hogar. Sí había valido la pena esperar, había valido la pena sufrir, porque tenía a mi lado al hombre más increíble, al que nunca dejaría de amar. Nadie logró destrozar nuestro sentimiento a pesar de lo mucho que estuvimos separados. Tenía a mi lado al niño que me cuidó durante años, al pintor de mis sueños, el primero en mi vida. Realmente todo había valido la pena. —Mi preciosa Bella —susurra para mí—. La chica de mis sueños.

. . . . . . . . . . FIN . . . . . . . . Buenas noches, queridas lectoras y lectores. Culmino hoy una de las historias más complejas que he hecho. Complejas porque fueron parte de una terapia, un remedio para un mal que tuve por estos largos dos años y medio. No puedo mentir, veo representada una agonía horrible en algunos textos, a veces resulta tan real el dolor de mis frases... Sin embargo, aquella redención en mis personajes solo significa una cosa: persevera, crece, construye y mejora. Quizá no es una obra de arte, probablemente a muchas no les quedó ninguna enseñanza completamente visible, pero de manera intrínseca se encuentran esos valores preciosos que quiero regalarles. ¡Gracias y mil gracias por leer cada pedazo de mí! Por llorar conmigo, por reír si es que lo hicieron y, por supuesto, por leer hasta el final. ¡Son increíbles! Me encantaría hacer mención especial para muchas personas, pero cada una sabe quiénes son y lo que representan para mí como lectoras. Pero con esto no me basta, quiero seguir escribiendo para ustedes si es que me lo permiten. Aunque claro, muy pronto comenzaré a hacer de mis ideas algo propio, buscar dejar fanfiction quizá algún día. Si alguna de ustedes tiene WATTPAD me gustaría que me siguieran, solo deben buscar a Baisers Ardents y me encontrarán.

No obstante, muchas saben que ya estoy trabajando en FLOR DE LOTO, otra historia llena de enseñanzas, romance y pasión. Es bastante diferente a Si algún día decides volver, pero sé que les encantará porque es moderna y llena de rock jaja. ¡Ya viene! Para finalizar debo decir que esta historia hermosa me sacó mucho sudor, lágrimas y sangre, pero estoy feliz de haber acabado con algo como esto, que haya quedado tan bello. Hace poco leí un review que apuntaba a lo bien construida que estaba y cómo en cada capítulo querían leer y leer más. Por esto no me pagan pero esto se le acerca y es mucho mejor. ¡Gracias! De verdad... Un beso a todas Si algún día decides volver . Disclaimer: La historia es mía, los personajes son de Stephenie Meyer. Prohibida su copia. NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES. Summary: La veo en fotos, revistas y en televisión. La conozco. Ella me conoció. Mantengo la esperanza de que vuelva, que deje los vicios, que acepte que su vida no gira en torno a excesos. La quiero devuelta, para volver a ser lo que nunca fuimos. . Outtake: Cumpleaños . Forks estaba templado, floral y alegre. Isabella Swan acomodaba lavandas en la mesa grande que había en el jardín mientras su madre ponía algunos bocadillos. Sonrió al oír la suave risa de su hija mientras jugaba con su mejor amigo, un golden robusto y enérgico que Edward había traído más para su esposa que para su hija, la cual había quedado prendada de un can desde su luna de miel. Renesmee era una niña pequeña que el día de hoy cumplía cuatro saludables años. Era una nena delgadita, de mejillas coloradas y ojos muy grandes, siempre vivos y expresivos. Sus ojos eran la viva imagen de Edward, no cabía duda que eran de la misma sangre. Sin embargo la similitud con su madre se había acrecentado con el tiempo, lo que sin duda aumentaba la adoración de Edward. Él estaba acomodando unos globos en la entrada de su cabaña, sonriendo tal como su esposa al ver a su hija correr y gritar con el golden llamado… Golden. Cuando anudó los últimos globos sintió algo de nostalgia al recordar los primeros días que conoció el lago, junto a Bella. De eso había pasado ya mucho tiempo, pero siempre lo revivía, porque eran sus momentos felices, porque la amaba desde entonces. Y se enamoraba de ella todos los días, sin duda. Se giró para encontrarse con su esposa, que tendía un vaso de zumo natural para él. —Ha quedado precioso —dijo Bella, mirando la decoración con los ojos brillantes. Cada vez que sucedía eso, Edward recibía un estremecimiento delicioso en sus entrañas. La besó de forma

inesperada, sacudiendo el interior de ella de la forma que mejor sabía hacer. Edward llevó su mano al vientre de seis meses de su esposa y acarició la prominencia con cariño. Ambos se miraron a los ojos y sonrieron. Esperaban con ansias a su segundo hijo y Bella aseguraba que sería un varón. —Le encantará —le susurró a ella de forma suave a ella, refiriéndose a la hija de ambos. Cuando la decoración hubo acabado, Bella fue a vestir a su hija para la ocasión, mientras Edward se quedó en la cocina de su cabaña, mirando de forma tentadora a la torta que la fiel Marianne había querido hacer para «la nieta que nunca tuvo», como decía ella. Vio entrar a su suegro, quien comenzaba asomar sus canas en el bigote y en el rizado cabello de su cabeza. Llevaba un ramo de flores en su mano derecha y en la otra un gigante presente de lazo celeste. —Hey, Edward, ¿has visto a mi hermosa nieta por ahí? —inquirió él, mirando hacia los rincones. Depositó el presente en el suelo para darle la mano a su yerno. —Se está alistando ahí adentro, Bella insiste en dejarla limpia para cuando todos lleguen, pero de todas formas se escapará a la hierba y se ensuciará. Renée entró a la casa por la puerta trasera, encontrándose de frente con Charlie. Ambos se sonrieron. Él le entregó el ramo de flores de manera tímida y ella se lo recibió con las mejillas sonrosadas. —Son hermosas, gracias —musitó ella, dándole un pequeño besito en los labios de Charlie. Ni Edward ni Marianne pudieron ocultar una pequeña sonrisilla. —¡Abuelito Charlie! —gritó Renesmee, corriendo hacia él para abrazarlo. Detrás venía Bella a paso lentito, vistiendo una jardinera azul. Edward se enterneció tanto al verla así, tan esplendorosa y preciosa, que no tardó en rodearla con sus brazos. A ella le encantaba que fuese así, tan cariñoso, los años no le habían quitado ese amor que siempre brotaba de sus poros. —Cada día que pasa te veo más grande, ¡si tan solo ayer parecías un bebé! Charlie y Renée visitaban a su nieta cada vez que podían y Renesmee siempre se quedaba con ellos cuando sus padres estaban en el trabajo. Nunca habían desaparecido de su lado y adoraban profundamente verla crecer. Su abuelo Swan sentía muchísimo amor por ella pues le recordaba enormemente a su hija, su Bella, a quien dejó de ver crecer casi a esa edad. Una vez, deprimido por sus recuerdos, le confesó a Renée que no iba a cometer el mismo error con su nieta, menos aún con su hija a pesar de que ella ya era una adulta hecha y derecha. —Muy pronto seré como mami —exclamó ella. El corazón de Bella se hinchó de amor. Renesmee la adoraba tanto como a Edward, y realmente quería ser como ella. Siempre decía que, una vez de grande, quería ser tan hermosa y talentosa como mamá. Aunque había atesorado el don de su padre y le gustaba mirarlo pintar, buscando imitar su arte de la mejor manera posible, también le encantaba mirar a mamá ensayar en sus obras de teatro para luego verla en el espectáculo. —Es una amalgama de nosotros —le susurraba siempre el cobrizo a su esposa.

Una vez que salieron al patio trasero, los invitados comenzaron a llegar. Carlisle, con su pierna sana y fuerte como antes, venía en su coche nuevo con un regalo imponente para su nieta. Renesmee se abalanzó a él, invitándolo enseguida a jugar con su abuelo Charlie y su abuelita Renée. Cuando los adultos se toparon enseguida se saludaron, dejando las rencillas del pasado muy atrás, superando incluso los dolores que la vida les dio en su momento. —Se ve tan llena de amor, Edward, me siento tan feliz —le dijo Bella, sentada en una sillita. El cobrizo asintió, comprendiendo en su totalidad los sentimientos de su esposa. Le tomó la mano y besó sus nudillos, conectando su mirada dorada a la de ella, tan chocolate como siempre. —Toda tristeza valió la pena —musita. Siempre repasaban la miseria que en algún momento les tocó pasar, como un recordatorio de que en cada tormenta viene la calma. Era un día tan estupendo que en cada rostro reflejó la alegría, sobre todo en el de Alice que recién venía llegando. Jasper le acompañaba atrás junto a su hijo llamado Mattheo, un educadito niñito de 4 años y medio y su madre, la Sra. Whitlock. Eran increíblemente felices, se les notaba a la distancia. Sus hijos se llamaban primos a pesar que no tenían lazo sanguíneo, sin embargo eso no era impedimento para sentirse como tal. Alice se acercó a sus amigos y los abrazó con algo de dificultad pues también estaba embarazada, un milagro tan inesperado que en algún momento costó creerlo. «A veces, cuando se deja de intentar, las cosas suceden», le dijo Bella en alguna ocasión. Y era cierto. Cuando se hizo legal la adopción de su hijito, tanto Jasper como Alice dejaron de intentar algo que, según ellos, jamás ocurriría, con Mattheo ya eran felices, y sucedió tres años después, ella había quedado embarazada. Era su milagro. —Ve a jugar con tu prima, cariño —le dijo Jasper al pequeño luego de saludarnos. —¡Te tengo una sorpresa! —exclamó Alice con una revista en las manos. —Oh no, no me digas que siguen haciéndonos artículos, ¡han pasado ya cinco años desde que me alejé de las luces! Y tú también, eh. Alice tenía una tienda de ropa exclusiva en Seattle, por lo que le iba muy bien, además adoraba su trabajo, la moda era lo suyo. —Léelo —insistió. —Nuestros amorcitos resultaron más famosas de lo que creímos, ¿no, primo? —dijo Jasper guiñándole un ojo al cobrizo. —Algo difícil de aceptar, ¿cierto, cariño? Bella hojeó hasta encontrar un artículo sobre ella. Observó una de sus antiguas fotos y en sus ojos vio algo tan distinto que le resultó espantoso y a la vez mágico. El título decía «Te extrañamos, Picaflor». —Vaya —susurró. Edward notó la emoción que resultó en la mirada de Bella y comprendió que, de alguna u otra manera, aquel pasado en Hollywood le había resultado provechoso. —Realmente me extrañan por mí, por mis películas.

—Sí te valoraron y aún lo hacen —le hizo saber él. Ella se llevó la revista al pecho y suspiró, asumiendo lo que fue y siempre será, una estrella del cine. —Luego de todos estos años siguen recordándote, eso quiere decir que dejaste un legado difícil de olvidar. Bella se quitó una lagrimilla de la comisura de su ojo— justo cuando su hija venía hacia ella. Renesmee se lanzó a sus brazos para que mamá la estrechara contra ella y que su padre lo hiciera con ambas. —¿Estás triste, mami? ¿Mi hermanito ha hecho que te duela la barriga? —inquirió la niña. —Mamá está feliz —le contestó Edward. —¿Entonces por qué llora? —insistió ella con inocencia. —De alegría —le susurró Bella, para luego besar su cabello castaño oscuro y ondulado, como el suyo. —¿Se puede llorar de alegría? —Claro que sí, cariño. Ahora ve a jugar —le instó. Los adultos se quedaron mirando de manera cómplice cuando Renesmee se alejó de ellos para ir con su primo, quien la esperaba con el perro. —En algún instante ella conocerá quién fuiste en Hollywood —murmuró Alice. —Lo sé, en algún momento le hablaré de ello, a ambos. —Bella se llevó las manos al vientre y sobó con delicadeza a su segundo hijo, quien aún aguardaba dentro de ella. —Quedarán fascinados, te lo aseguro —musitó el cobrizo. Entonces la besa, enviando su calor hacia ella. Después de la llegada de Alice, Jasper y su hijo, Rosalie, Emmett y Lilian, quien ya tenía cerca de trece años, llegaron a la cabaña para asistir a otro cumpleaños de Renesmee. Ellos se habían casado hace casi un año y la amistad con la familia había resultado aún más fuerte con el tiempo. Rosalie aún tenía su tienda de chocolates y aún conservaba aquella pintura que Edward había hecho para ella en la pared vacía. Bella recordaba con cariño ese momento pues fue ahí cuando besó a su cobrizo, mientras pintaba, aún con miedo de exponer su amor por él. Le amaba, tanto que no había día que no se lo repitiera. Edward, por su parte, cada vez que la observaba recordaba a la niña que el destino le quitó por esos largos años, y que luego devolvió para él, recordándole que la felicidad estaba en sus manos y debía luchar por ella. La llegada de Jacob y su familia los quitó de sus pensamientos. Ambos fueron a saludar al moreno, quien venía junto a su hijo de cinco años y su esposa Irina, la guapa rubia platinada. —¿Dónde está Nessie? —preguntó Jake, mirando hacia los lados. —¡Ya te dije que no le digas Nessie! —exclamó Bella. Edward sonrió.

—Renesmee es muy largo, ¿no has pensado lo difícil que será para ella aprender a escribir su nombre? Ella rodó los ojos e Irina le dio un codazo a su esposo. —¡Es peor llamarla como el Monstruo del Lago Ness! —Es de cariño. —Jacob hizo un puchero. —Ve con tu cariño hacia dentro y ponte cómodo —bufó Bella, haciéndose la enojada. ... Edward acercó a su hija hacia la torta hecha por Marianne, la cual era celeste y llena de florcitas de mazapán. Bella encendió la gigante vela que había en el centro, iluminando el pequeño rostro de Renesmee. La gran mesa estaba repleta de adultos y niños. Faltaba gente, como Alec y Jane, quienes habían decidido irse a vivir a Chicago, o Angela y su eterno novio Ben, que no habían podido venir. Jessica tenía planes con su pareja, el guapo profesor de lengua que la había encandilado desde el primer día que lo conoció y, por supuesto, faltaba Esme. A Bella se le pasó por la cabeza el recuerdo de William pero pronto lo dejó ir, asumida de que jamás iba a volver a verlo. Ya habían pasado cuatro años… Todos cantaron el cumpleaños feliz haciendo sonreír a la preciosa nena de Edward y Bella, la amalgama de aquel eterno amor dulce, que en algún momento fue fraterno y, ahora, conservaba la llama más impasible y abrasiva de los amantes. . —Quiero proponer un brindis y anunciar algo con mi primo y amigo Edward Cullen —exclamó Jasper, levantando una copa. Todos los adultos se encontraban en la mesa, charlando luego de que los niños hubieron ido a jugar. El cobrizo le guiñó un ojo y asintió. —Como saben nuestra empresa ha estado creciendo y ahora somos unos malditos empresarios. Edward había propuesto hacer crecer el taller de carpintería negociando con una empresa maderera bastante importante. Se asoció con Jasper y juntos crearon lazos con la compañía maderera de Washington, explotando su pequeño negocio. Bastó un año para que la carpintería floreciera de manera tan abrupta que ahora no era una, ni dos, ni tres, sino cinco, todas puestas en diferentes puntos del estado. La verdad es que parte de aquel éxito fue por la fama que se creó Edward a costa de sus pinturas y exposiciones, actividad que hasta el día de hoy seguía ejerciendo. —No quiero alardear demasiado, pero ya somos accionista de la maderera de Washington. Todos exclamaron felicitaciones para ellos, sobre todo Carlisle quien fue el primero en crear aquella humilde carpintería. —Papá, si no fuera por ti esto jamás habría ocurrido. Tú me la regalaste, confiaste en mí —le dijo Edward.

Carlisle esbozó una tímida sonrisa y Charlie le palpó la espalda de forma amistosa. —No habría tomado la decisión de no ser por Bella que me instó a hacerlo. Los ojos dorados de él fueron a parar a los chocolates de ella. Se sonrieron. —Espero que con esto no dejes la pintura —musitó para él. Edward le besó la mejilla con cariño. —Eso nunca —le prometió. . El día estaba ya calmo y el crepúsculo estaba en el cielo, anunciando la llegada de la luna. Todos estaban ya adentro de la cabaña tomando café o té mientras los niños, cansados y sucios, comían la deliciosa torta de Marianne. Bella, mirando su reflejo en la calma laguna, se puso a pensar en lo afortunada que era y lo rodeada de amor que se encontraba. Justo en aquel instante los brazos de su esposo se enredaron en su hinchado vientre y esos conocidos labios recorrieron su cuello de forma pausada. —Te tengo una sorpresa —musitó él. —Vaya, una sorpresa, sabes que me encantan —exclamó ella, dándose la vuelta. —Ven conmigo —le pidió. Tomó su mano y la llevó hasta más allá del sauce, donde vio una clara silueta apoyada contra un coche. Entrecerró los ojos para fijar la mirada, pero el bosque estaba demasiado oscuro. —Hola, Bella —dijo la silueta, acercándose a ella. Conocía perfectamente esa voz. —¿William? —inquirió ella sin poder creerlo. —Estoy aquí. Corrió hasta él para abrazarlo, había pasado tanto tiempo. —Estás igual —susurró ella tocándole la cara. —Y tú cada vez más feliz… y con otro retoño a la espera. Se separó de él para tomar sus manos y apretarlas contra las suyas. Miró a Edward, quien los observaba de forma conmovida y comprensiva. —Gracias por darme el empujón que necesitaba para hablar con ella —le dijo William al cobrizo—. Tienes un buen esposo, eh, Bella. Ella soltó una risita a la vez que las lágrimas caían por sus mejillas. —No tengo dudas de ello. —Comienza a hacer frío aquí afuera, ¿qué tal si vienes a la cabaña y conoces a Renesmee?

—invitó Edward. —Me parecería estupendo. Ella le dio una íntima mirada a su esposo, dándole las gracias por otra de sus demostraciones más sinceras de amor. Él se la devolvió, diciéndole en aquel simple gesto que por su felicidad daría lo que fuera. Les dejo un outtake-epílogo para ustedes, un simple regalo para el hermoso final :) Las invito a seguirme en Wattpad, solo busquen a Baisers Ardents. Y, por supuesto, les presento mi nuevo fanfic que pronto publicaré, espero que me sigan en esta nueva historia: FLOR DE LOTO "Parecía la vida perfecta, pero no lo era. No estaba en sus planes encontrarse con el único ser capaz de poner su mundo al revés. Eran diferentes; él libre, ella esclava de sus demonios. "Toda flor de loto tiene el derecho a abrirse, florecer y caer a las aguas profundas del pantano". Y él era su pantano."

Related Documents

Volver, Volver
January 2021 0
Como Volver Al Juego
February 2021 0

More Documents from "Daniel Arteaga Ferruzo"

Ardiente_deseo
February 2021 0
Andri88 - Complicado
February 2021 0
February 2021 0
February 2021 0
Ainely-94 - Destino
February 2021 0