Encíclicas De Su Santidad El Papa León Xiii

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Encíclicas de su Santidad el Papa

León XIII

ENCICLICAS DE SU SAN TIDAD EL PAPA

L E Ó N XIIT

MADRID IMI'. V Lili. DE LOS SftES. VIUDA t HIJO Dt AGUADO 8 PO N TEJO S

1886

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ÍNDICE. PÁGINAS.

Encíclica, prim era.— Donde se trata de cuán necesaria es la Iglesia Católica para el bien de la Sociedad................................................ E ncíclica segunda.— Donde se trata de los peligros del socialismo, declarando que sólo en la Doctrina Católica haltan los pueblos su instrucción.................................................. E ncíclica tercera.— Donde se Itala de la res­ tauración, en. las Escuelas Católicas, de la Filosofía Cristiana, conforme á la doctri­ na de iSanto Tomás de Aqtiino................... E ncíclica cu arta.— Donde se trata y expone ¡a doctrina de la iglesia, sobre el Sacra­ mento del Matrimonio ................... E ncíclica quinta.,— Donde se extiende á toda U1 Iglesia el cultode los santos Cirila y Me­ todio, Apóstoles Eslavos............................. Encíclica sexta.— Donde se recomiendan las obras déla Propagación de la Fe, de la San­ ta Infancia y las Escuelas de Oriente....... E ncíclica séptim a.— Donde se anuncia tnt Jubileo extraordinario...... ................ .......... E ncíclica octava.— Donde se trata del origen del poder y de los grandes remedios qne la

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Iglesia Católica ofrece en estes tristísimos tiempos, A principes y pueblos................... E ncíclica novena.— Donde se trata de los deberes del Clero y de los católicos............. E ncíclica décim a.— Donde se glorifica á San Franeisco de A sís, y st exhorta á q w lo s cristianos se inscriban en la- Orden Tnt0 9 E ncíclica undécima.— Donde se alaba el ce­ lo de los católicos españoles, y se les reco­ miéndala unión más estrecha con el Epis­ copado ............................................................... E ncíclica duodécima. — Donde se hace la apología del Santo Rosario.......................... Encíclica décimatercera.— Donde se trata de la situación de la Iglesia en Francia y de los deberes de los católieos........ .. E ncíclica décim acuarta.— Donde se trata de la secta de la masonería. ....................... Encíclica décim aquinta.— Donde se exhorta de nuevo al rezo del Santo Rosario............ Encíclica décim asexta.— Donde se trata, de la constitución cristiana de los E stados... E ncíclica décimaséptima.— Donde se anun­ cia un jfubiteo extraordinario.....................

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ENC ÍC LIC A PR IMERA Donde se trata de cuán necesaria es la Iglesia Católica para el bien de la Sociedad.

1 L a versión castellana que damos de ectaa admirables. Encíclicas. e* la q u e vió la luz pública en el B oltliu E ticsiislico del Arzobispado de Toledo.

A TODOS LO S V EN ER A BLES H ERM ANOS, P A ­ T R IA R C A S , P R IM A D O S , A R Z O B IS P O S Y POS

DEL

G R A C IA Y

ORBE

C A T Ó L IC O ,

C O M U N IÓ N

CON

O B IS ­

Q U E ESTÁN LA

LN

SED E APOS­

T Ó L IC A .

LEÓN P. XIII. Venerables Hermanos, salud y apostólica bendición le -vauoSj

aunque sin merecerlo, por ines­ crutable juicio de Dios, á la cumbre de la Dignidad Apostólica, al momento senti­ mos vehemente deseo y como necesidad de diri­ giros Nuestras letras, no sólo para manifestaros los sentimientos de Nuestro amor íntimo, sino para alentaros también á vosotros, que sois los llamados á compartir con N os vuestra solicitud, á sostener juntamente con Nosotros la lucha de nuestros tiempos en defensa de la Iglesia de Dios y por la salvación de las almas, cumpliendo en esto el encargo que Dios nos ha confiado.

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Em pero desde los primeros días de Nuestro Pontificado se N os presenta á la vista el triste espectáculo de los m ales que por todas partes afligen al género humane: esta tan generalmente difundida subversión de las supremas verdades, en las cuales, como en sus fundamentos, se sos­ tiene el orden social; esta arrogancia de los inge­ nios, que rechaza toda potestad legítima; esta perpetua causa de discordias de donde nacen in ­ testinos conflictos y guerras crueles y sangrien­ tas; el desprecio de las leyes de la moral y la ju s ­ ticia; la insaciable codicia de bienes caducos y el desprecio de los eternos, llevada hasta el loco furor con el que se ve á cada paso á tantos infe­ lices que no temen quitarse la vida; la poco m e­ ditada administración, la prodigalidad, la m al­ versación de los fondos públicos, así como la im­ pudencia de aquellos que, con engañadora perfi­ dia, quieren ser tenidos por defensores de la pa­ tria, de la libertad y de todo derecho; esa espe> cíe, en fin, de peste mortífera, que llega hasta lo íntimo de ios miembros de la sociedad humana, y que no la deja descansar, anunciándola á eu vez nuevos acontecimientos y calamitosos su­ cesos. Nos empero estamos persuadidos de que estos males tienen su causa principal en el desprecio y olvido de aquella santa y augustísima autoridad de la Iglesia, que preside al género humano en nombre de Dios, y que es la garantía y el apoyo de toda autoridad legítima. E sto lo han comprendido perfectamente los

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enemigos del orden público, y por eso han pen­ sado que nada era más propio para minar los fundamentos sociales, que el dirigir tenazmente sus agresiones contra Ja Iglesia de Dios; hacerla odiosa y aborrecible por medio de vergonzosas calumnias, representándola como enemiga de la verdadera civilización; debilitar su fuerza y su autoridad con heridas siempre nuevas, y asestar sus golpes contra el supremo poder del Pontífice Romano, que es en La tierra el guardián y defen­ sor de las reglas inmutables de lo bueno y de lo justo. D e ahí es ciertamente de donde han salido esas leyes que quebrantan la divina constitución de la Iglesia católica» cuya promulgación tene­ mos que deplorar en la m ayor parte de los países; de ahi proceden el desprecio del poder episcopal; las trabas puestas al ejercicio del ministerio ecle­ siástico, la dispersión de las Ordenes religiosas, y la venta en subasta de los bienes que servían para mantoner á los ministros de la Iglesia y á los pobres; de allí también el que las institucio­ nes públicas, consagradas á la caridad y á la b e­ neficencia, se hayan sustraído i la saludable d i­ rección de la Iglesia; de ahí, en fin, esa libertad desenfrenada de enseñar y publicar todo lo malo, cuando por el contrario se viola y se oprime de todas maneras el derecho de la Iglesia de instruir y educar la juventud. N i tiene otra mira la ocu­ pación del Principado civil, que la D ivina P ro ­ videncia había concedido hacía largos siglos al Pontífice Romano, á fin de que pudiere usar li­ bremente y sin trabas, para la eterna salvación

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•de los pueblos, de la potestad que le confirió Jesucristo. Nos hemos hecho mención de todos estos quebrantos, Venerables H erm anos, no para aumentar en vosotros la tristeza que esta m ise­ rabilísima situación os infunde en el ánimo, sino porque comprendemos que por ella habéis de co­ nocer perfectamente la gravedad que han a lc a n ­ zado las cosas que deben ser objeto de nuestro ministerio y de nuestro celo, y con cuánto em pe­ ño debemos dedicarnos á defender y am parar con todas nuestras fuerzas á la Iglesia de Cristo y la dignidad de esta Sede Apostólica, provocada especialmente en los actuales y calamitosos tiempos con tantas calumnias. E s bien claro y manifiesto, Venerables H e r­ manos, que la causa de la civilización carece de fundamentos sólidos, si no se apoya sobre los principios eternos de la verdad y sobre las leyes inmutables del derecho y de la justicia, y si un amor sincero no une estrechamente las volunta­ des de los hombres, y no arregla suavemente el orden y la naturaleza de sus deberes recíprocos. ¿Quién es empero el que se atreve ya á negar q u e es la Iglesia la que, habiendo difundido el Evangelio entre las naciones, ha hecho brillar la lu z de la verdad en medio de los pueblos salva­ jes, imbuidos de supersticiones vergonzosas, y la que les ha conducido al conocimiento del D ivino Autor de todas las cosas y á reflexionar sobre sí mismos; la que, habiendo hecho desaparecer la calamidnd de la esclavitud, ha vuelto á recordar

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A los hombres la dignidad de su nobilísima natu­ raleza; la que, habiendo desplegado en todas p ar­ tes el estandarte de la redención, después de haber introducido ó protegido las ciencias y las artes, y fundado, poniéndolos bajp su amparo, institutos de caridad destinados al alivio de todas las miserias, se ha cuidado de la cultura del g é ­ nero humano en la sociedad y en la fam ilia, le ha sacado de su miseria, y le ha formado con esm e­ ro para un género de vida conforme £ la dignidad y á los destinos de su naturaleza? Y si alguno de recta intención compara esta misma época en que vivimos, tan hostil á la religión y ¿ la Igle­ sia de Jesucristo, con la de aquellos afortunadí­ simos tiempos en que la Iglesia era respetada como Madre, se quedará convencido de que esta época, llena de perturbación y ruinas, corre en derechura at precipicio; y que al contrario, los tiempos en que más han florecido las mejores instituciones, la tranquilidad y la riqueza y pros­ peridad públicas, lian sido aquellos más sumisos al gobierno de la Iglesia, y en que mejor se han observado sus leyes. Y si es una verdad que los muchísimos beneficios que N os acabamos de re­ cordar, y que proceden del ministerio y benéfico influjo de la Iglesia, son obras gloriosas de verda­ dera civilización, lo es á su vez, que tan lejos está la Iglesia de aborrecerla y rechazarla, que más bien cree se la debe alabanza por haber hecho con ella los oficios de maestra, nodriza y madre. Antes b ie n , esa civilización que choca de

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frente con las santas doctrinas y las leyes de la Iglesia, no es sino una falsa civilización, y debe Considerársela como un nombre vano y sin reali­ dad. Y de esto prueba son bien manifiesta los pueblos que r*o han visto brillar la lu2 del E v a n ­ gelio. En ellos se han podido notar ó veces falsas apariencias de civilización; mas ninguno de sus sólidos y verdaderos bienes ha podido arraigarse ni florecer en su suelo. En manera alguna puede considerarse como un progreso de la vida civil, aquel que desprecia osadamente todo poder legi­ timo; ni puede llamarse libertad, la que lleva en pos de sí torpe y miserablemente la propaganda desenfrenada de los errores, el libre goce de per­ versas concupiscencias, la impunidad de crí­ menes y maldades, y la opresión de los buenos ciudadanos, cualquiera que sea la clase á que perteneced. Siendo, como son estos principios, falsos, erróneos, perniciosos, seguramente que no tienen la virtud de perfeccionar la naturaleza hu­ mana y engrandecerla, porque ti pecado hace á los hombres miserables; sino que es Consecuencia necesaria, que después de haberse corrompido las inteligencias y los corazones ante su ponzo­ ñosa influencia, por su propio peso precipiten á los pueblos en un piélago de desgracias, d ebili­ ten el buen orden de cosas, y de esa manera ha­ gan venir más pronto ó más tarde, la pérdida de la tranquilidad pública y la ruina del Estado. ¿Y qué puede haber más inicuo, si se contem ­ plan las obras del Pontificado Romano, que el negar cuánto y cuán bien han merecido los Papas

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de toda la sociedad civil? Ciertamente, Nuestros predecesores, ansiando asegurar el bien de Los pueblos, no titubearon en emprender distintas luchas, resistir grandes trabajos, afrontar peli­ grosas dificultadas, y puestos los ojos en el cielo, ni inclinaron jam ás la frente ante las amenazas de los impíos, ni consintieron en faltar bajamente i su misión por adulaciones ó promesas. Esta Sede Apostólica fué quien recogió y cimentó los restos de la antigua desmoronada sociedad. Ella fué la antorcha, que hizo resplandecer la civili­ zación de los tiempos cristianos; ella fué el án­ cora de salvación en las rudísimas tempestades que ha sufrido el humano linaje; el vínculo sa ­ grado de concordia, que unió unas con otras á las naciones lejanas entre si y de tan diversas costumbres; el centro común, finalmente, de don­ de partía la doctrina de la Religión y de la fe, como los auspicios y consejos en los negocios y la paz. ¿Para qué más? ¡Grande gloria es para los Pontífices máximos la de haberse opuesto cons­ tantemente como baluarte inquebrantable, para que la sociedad no volviera & caer en la antigua superstición y barbarie! [Ojalá que esta saludable autoridad nunca hu­ biera sido tenida en tan poco ó rechazada! De seguro que ni el Principado civil hubiera perdido aquel esplendor augusto y sagrado que la R eli­ gión le había impreso, único que hace digna y noble la sumisión, ni hubieran estallado esas sedi­ ciones y guerras, que tantos extragos y calam ida­ des han causado en la tierra, ni los reinos en

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ENCICLICAS.

otro tiempo florecientes, hubieran caído al abismo desde lo alto de su grandeza, bajo el peso de toda cla.se de desventuras. D e esto son ejemplo los pueblos de Oriente; rotos los suavísimos vínculos que les unían á esta Sede A postólica, vieron eclipsarse el esplendor de su antiguo rango, des­ apareciendo á la vez la gloria de las ciencias, y de las artes, y la dignidad del imperio. L o s insignes beneficios, que se derivaron de la Sede Apostólica á todos los puntos del globo, los ponen de manifiesto los ilustres monumentos de todas las edades; pero se dejaron sentir espe­ cialmente en la nación italiana, la cual, por estar más cercana á dicha Sede Apostólica, recoge de ella más abundantes frutos. L a Italia debe reco­ nocerse en gran parte deudora & los Romanos Pontífices de su verdadera gloria y grandeza, de su elevación sobre las dem is naciones. Su auto­ ridad y paternal benevolencia la han protegido varias veces contra los ataques de sus enemigos, y la han prestado la ayuda y socorro necesarios para que la fe católica fuese siempre conservada en toda su integridad en los corazones de los ita­ lianos. Apelamos especialmente, para no ocuparnos de otros, & los tiempos de San León el Magno, de Alejandro III, de Inocencio III, de San Pío V , de León X y de otros Pontífices, con cuyo auxi­ lio y protección Italia se libró del horrible exter­ minio con que la amenazaban los bárbaros, sacó á salvo su antigua fe, y entre las tinieblas y mise* rías de un siglo menos culto, nutrió y conservó

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viva la luz de las ciencias y esplendor de las artes. Apelamos á esta Nuestra dichosa ciudad, Sede del Pontificado, la cual debió í los Papas la singu­ larísima ventaja de llegar á ser, no sólo inespugnable alcázar de la fe, sino también asilo de las bellas artes, morada de la sabiduría, admiración y envidia del mundo. P o r el esplendor de tales hechos, que la historia nos ha trasmitido en im­ perecederos monumentos, fácil es reconocer que sólo por voluntad hostil y por indigna calumnia, á fin de engañar á las muchedumbres, se ha podido insinuar de viva voz y por escrito, que la Sede Apostólica sea obstáculo á la civilización d é lo s pueblos y á Ja felicidad de Italia, Si las esperanzas, pues, de Italia y del mundo descansan todas en esa influencia tan saludable para el bien común de que goza la Autoridad de Ja Sede Apostólica, y en la unión intima de todos los fieles al Romano Pontíñce, razón hay para que nos ocupemos con el más solícito cuidado en conservar incólume é intacta la dignidad de la Cátedra Romana, y en asegurar más y más la unión de los miembros con la Cabeza, de los hijos con el Padre. Por tanto, para amparar ante todo y del me­ jor modo que podemos los derechos y la libertad de esta Santa Sede, no dejaremos nunca de esfor­ zarnos para que Nuestra autoridad sea respetada! para que Nuestro ministerio y Nuestra potestad se deje plenamente libre é independiente, y para, que se nos restituya á aquel estado de cosas, en que la Sabiduría divina, desde tiempos antiguos,

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había colocado á Jos Pontífices de Roma. No nos m ueve á pedir este restablecimiento, Venerables Hermanos, un vano deseo de dominio y de ambi­ ción; sino que así lo exigen nuestros deberes y los solemnes juramentos que hemos prestado; y además, porque no sólo es necesario este P rin­ cipado para la tutela y conservación de la plena libertad del poder espiritual, sino también porque es evidente que, cuando se trata del Principado temporal de la Sede Apostólica, se trata á la vez la causa del bien y de la salvación de la familia humana. D e aquí que Nos, en cumplimiento de N ues­ tro encargo, por el que venimos obligados á d e­ fender los derechos de la Iglesia, de ninguna ma­ nera podemos pasar en silencio las declaraciones y protestas que Nuestro Predecesor P ío IX , de santa memoria, hizo repetidamente, y a contra la ocupación del Principado civil, ya contra la vio­ lación de los derechos de la Iglesia Romana, las mismas que Nos por estas Nuestras letras com ­ pletamente renovamos y confirmamos, Y al mismo tiempo dirigimos Nuestra voz á los Príncipes y supremos gobernantes de los pueblos, y una y otra vez les rogamos en el nom­ bre augusto del Dios Altísim o, que no renuncien al a p o y o , que en estos peligrosos tiempos les ofrece la Iglesia; que se agrupen concordes y amigablemente decididos en torno de esta fuente de autoridad y de salvación; que estrechen cada vez más con ella intimas relaciones de respeto y amor. H aga Dios que ellos, convencidos de estas

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verdades, y reflexionando que la doctrina de Cristo, al decir de San Agustín, magnam, si obíemperttur, salntem esse retpublieae, y que en la conservación y respeto de la Iglesia están basa­ das la salud y prosperidad públicas, dirij^h todos sus cuidados y pensamientos & aliviar loa males con que se ven afligidos la Iglesia y su Cabeza visible; y el resultado sea tat, que los pueblos que gobiernan, conducidos por el camino de la justicia y de la paz, vengan á disfrutar en adelante una nueva era de prosperidad y de gloria. Y á fin de que sea cada día más firme la unión de toda la grey católica con el Supremo Pastor, N os dirigimos ahora & vosotros, con afecto muy especial, Venerables Hermanos, y encarecida­ mente os exhortamos, á que, con todo el fervor de vuestro celo sacerdotal y pastoral solicitud, procuréis inflamar en los fieles que os están con­ fiados el amor á la Religión, que les mueva á abrazar más fuertemente á esta Cátedra de ver­ dad y de justicia, á recibir de ella con sincera docilidad de inteligencia y de voluntad todas las doctrinas, y & rechazar en absoluto aquellas opi­ niones, por generalizadas queestén, que conozcan ser contrarias é las enseñanzas de la Iglesia. A este propósito los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, y últimamente Pío IX , principalmente en el Concilio Ecuménico V ati­ cano, teniendo á la vÍ9ta las palabras de San P a ­ blo: Videte tu quis vos decipíat per philosophiam et itmntm fallaciam seeundu/n Iraditienem kominum, seeundum elementa mundi et non secundvm

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Chrisittm, no omitieron el reprobar, cuando fué necesario, los errores corrientes, y señalarlos con la Apostólica censura. Y Nos, siguiendo las hue­ llas de Nuestros Predecesores» desde esta A pos­ tólica Cátedra de verdad, confirmamos y renova­ mos todas estas condenaciones, rogando con ins­ tancia al mismo tiempo al Padre de las luces que perfectamente conformes todos los fieles en un solo espíritu y en un mismo sentir, piensen y h a ­ blen como Nos. E s empero de vuestro encargo, Venerables Hermanos, emplearos con todas vues­ tras fuerzas en que la semilla de las celestes doc­ trinas sea esparcida con mano pródiga en el cam ­ po del Señor, y en que, desde muy temprano, se infundan en el alma de los ñeles las enseñanzas de la fe católica, echen en ella profundas raíces, y sean preservadas del contagio del error. Cuanto más se afanan los enemigos de la Religión por enseñar á los ignorantes, y especialm ente á la juventud, doctrinas que ofuscan la inteligencia y corrompen las costumbres, tanto mayor debe ser el empeño para que no sólo el método de la en­ señanza sea adaptado y sólido, sino pri ncipalmen te para que la misma enseñanza sea completamente conforme á la fe católica, tanto en las letras como en las ciencias, muy principalmente en la filoso­ fía, de la cual depende en gran parte la buena dirección de las demás ciencias, y que no tiende á destruir la revelación divina, sino que se com ­ place en allanarla el camino y defenderla de los que la impugnan, como nos han enseñado con su ejemplo y con sus escritos el gran A gustín, el

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Angélico Doctor y los demás m aestros de la sa­ biduría cristiana. Pero la buena educación de la juventud, para que sirva de amparo á la fe y á Religión, y á Ja integridad de las costumbres, debe empezar desde las más tiernos años en el seno de la fam i­ lia, la cual, miserablemente trastornada en nues­ tros días, no puede volver ¿ su dignidad perdida, sino sometiéndose átas leyes con que fué institui­ da en la Iglesia por su divino Autor. E l cual, h a­ biendo elevado 4 la dignidad de Sacramento el matrimonio, símbolo de su unión con la Iglesia, no sólo santificó el contrato nupcial, sino que pro­ porcionó también eficacísimos auxilios á los pa­ dres y í los hijos para conseguir fácilmente, con el cumplimiento de sus mutuos deberes, la felici­ dad temporal y eterna. Mas después que leyes impías, desconociendo el carácter sagrado del ma­ trimonio, le han reducido á la condición de un contrato meramente civil, siguióse desgraciada­ mente por consecuencia que, profanada la digni­ dad del matrimonio cristiano, los ciudadanos v i­ van en concubinato legal, como si fuera en ma­ trimonio; que desprecien los cónyuges las obli­ gaciones de la fidelidad á que mutuamente se obligaron; que los hijos nieguen á los padres la obediencia y el respeto; que se debiliten los vín cu ­ los de los afectos domésticos, y lo que es de pési­ mo ejemplo y muy dañoso á la honestidad de las públicas costumbres, que frecuentemente un amor inconsiderado tenga reato de lamentables y fu­ nestas separaciones.

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T an deplorables y graves desórdenes, Venera­ bles Hermanos, no pueden menos de excitar y mover vuestro celo á amonestar con perseveran­ te insistencia á los fíeles confiados á vuestro cu i­ dado, á que presten dócil oído á las enseñanzas que se refieren ¿ la santidad del matrimonio cris­ tiano y obedezcan las leyes con que la Iglesia re­ gula los deberes de los cónyuges y de su prole. Conseguiríase también con esto otro de los más excelentes resultados, la reforma de cada uno de los hombres; porque, asi como de un tronco co­ rrompido brotan ramas más viciad asy frutos mise­ rables, así la corrupción, que contamina á las fami­ lias, viene ¿ contagiar y á viciar desgraciadam en­ te & cada uno de los ciudadanos. Por el contrarío, ordenada la fam ilia en vida cristiana,poco ¿ poco se irán acostumbrando cada uno de sus miembros á amar la Religión y la. piedad, á aborrecer las doctrinas falsas y perniciosas, á ser virtuosos, á respetar á los mayores, y á refrenar ese estéril sentimiento de egoísmo, que tanto enerva y de­ grada la humana naturaleza. A este propósito convendrá mucho regular y fomentar las asocia­ ciones piadosas, que, con grandísima ventaja de los intereses cotólicos, han sido fundadas, en nues­ tros días sobre todo. Grandes son ciertamente y superiores las fuer­ zas del hombre, Venerables Hermanos, todas e s ­ tas cosas objeto de nuestra esperanza y de nues­ tros votos; empero habiendo hecho Dios capaces de mejoramiento i las naciones de la tierra, h a ­ biendo instituido la Iglesia para salvación de las

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gentes, y prometidola su benéfica asistencia h a s­ ta la consumación de los siglos, N os abrigamos gran confianza de que, merced á los trabajos de vuestro celo, los hombres amaestrados por tantos males y desventuras, han de venir finalmente á buscar la salud y la felicidad en la sumisión á La Iglesia y al infalible magisterio de la Cátedra Apostólica. Entretanto, Venerables Hermanos, antes de poner fin á estas Nuestras letras, no podemos me­ nos de manifestaros el júbilo que experimenta­ mos por la admirable unión y concordia en que vivía unos coa otros, y todos con esta Sede Apos­ tólica. N os estimamos que esta perfecta unión no sólo e£ el baluarte más fuerte contra los asal­ tos del enemigo, sino un fausto y gratísimo augu­ rio de mejores tiempos para la Iglesia; y así como N os consuela en gran manera esta risueña esp e­ ranza, á su vez convenientemente N os reanima para sostener alegre y varonilmente en el arduo cargo que hemos asumido, cuantos trabajos y combates sean necesarios en defensa de la Iglesia. Tam poco Nos podemos separar de los moti­ vos de júbilo y esperanza que hemos expuesto, las demostraciones de amor y reverencia, que en estos primeros días de nuestro Pontificado, vos­ otros, Venerables Hermanos, y juntamente con vosotros han dedicado á Nuestra humilde perso­ na innumerables Sacerdotes y seglares, los cuales, por medio de reverentes escritos, santas ofrendas, peregrinaciones y otros piadosos testimonios, Nos lian hecho saber, que la adhesión y afecto que tu ­

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vieron hacia nuestro dignísimo Predecesor, se mantiene en sus corazones tan firme, íntegra y estable, que nada pierde de su ardiente fuego en la persona de su sucesor, tan inferior en m ereci­ mientos para-sucederle en la herencia. Por estos brillantísim os testimonios de la piedad católica, humildemente alabamos la benigna clemencia del Señor, y á vosotros, Venerables Herm anos, y á todos aquellos amados H ijos de quienes los he­ mos recibido, damos fe públicamente y de lo in­ terior del corazón, de Nuestra inmensa gratitud, plenamente confiado en que, en estas circunstan­ cias críticas y en estos tiempos difíciles, jam ás ha de faltarnos vuestra adhesión y el afecto de todos los fieles. Nos no dudamos que tan excelentes ejem plos de piedad filial y de virtud cristiana, tendrán gran valor para mover el corazón de Dios clementísimo 1 que mire propicio á su grey, y á que dé á la Iglesia la paz y la victoria. Y porque Nos esperamos que más pronto y fácilmente se­ rán concedidas esa paz y esa victoria, si los fieles dirigen constantemente sus votos y plegarias para obtenerlu, N os profundamente os exhortamos, Venerables Hermanos, & que excitéis con este objeto los fervientes deseos de los fieles, ponien­ do como m ediadora para con Dios á la Inm acu­ lada Reina de los cielos, y por intercesores á San José, patrono celestial de la Iglesia, á los Santos Príncipes de los Apóstoles Pedro y Pablo, á cuyo poderoso patrocinio N os encomendamos suplican. te Nuestra humilde persona, los órdenes todos de la jerarquía de la Iglesia y toda la grey del Señor.

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Aparte de esto, N os vivamente deseamos que este día, en eL cual se recuerda solemnemente la Resurrección de N uestro Señor Jesucristo, sea para vosotros, Venerables Hermanos, y para to ­ da la familia católica, feliz, saludable y lleno de santo júbilo, y pedimos á D ios benignísimo, que con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la que fué cancelada la escritura de nuestra conde­ nación, sean lavadas las colpas contraídas, y con clemencia mitigado el juicio que á ellas nos su­ jetan. «La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la c a ­ ridad de Dio6 y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros», Venerables H er­ manos, á quienes ú todos y á cada uno, así com o k los queridos hijos-el Clero y pueblo de vuestras Iglesias, en prenda especial de benevolencia y como presagio de la protección celeste, N os con­ cedemos con el amor más grande Apostólica ben ­ dición. D ada en Roma, cerca de San Pedro, en el solemne día de Pascua, 21 de Abril del año 1878, prim erode nuestro Pont iñeado.— L eón Pai»aXI 11.

E N C Í C L IC A SEGUNDA.

Donde se trata de los peligros del socialismo,

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declarando que sólo en la doctrina católica hallan los pueblos su salvación.

Á L O S P A T R IA R C A S , P R IM A D O S , A R Z O B IS P O S Y O B IS P O S T O D O S D E L O R B E C A T Ó L IC O Q U E E S T Á N E N C O M U N IÓ N C O N L A S I L L A A P O S T Ó L IC A .

Vtnerablíi Hermanos: Salud y bendición apostólica.

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que exigía, de Nos la razón de nue cargo Apostólico, ya desde el principio d« nuestro Pontificado, no omitirnos, V e ­ nerables Hermanos, el indicaros, por Cartas En­ cíclicas á vosotros dirigidas, la mortal pestilencia que se infiltra por los miembros íntimos de la sociedad humana y la conduce á un extremo p e­ ligroso; al mismo tiempo hemos mostrado tam­ bién los remedios más eficaces para que le fuera, devuelta la salud y escapar de los gravísimos peligros que la amenazan. Pero aquellos males que entonces hemos deplorado han crecido hasta tal punto en tan breve tiempo, que otra vez N os

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vemos obligados á dirigiros la palabra, como si resonasen en nuestros oídos las del Profeta: Cíamtt, tío teses: levanta como -una trompeta tu voz. Sin di ¿cuitad alguna conocéis, Venerables Hermanos, que N os hablamos de aquella secta de hombres que, baja diversos, y casi bárbaros, nombres de socialistas, comunistas ó nihilistas, esparcidos por todo el orbe, y estrechamente co ­ ligados entre si por inicua federación, ya no bu s­ can sus defensas en las tinieblas de sus ocultas reuniones, sino que, saliendo á. pública luz, co n ­ fiados y á cara descubierta, se empeñan en llevar á cabo el plan que ya ha tiempo concibieron, de trastornar los fundamentos de toda sociedad civil. E stos son ciertamente los que, según ates­ tiguan las divinas páginas, mancillan su cante, desprecian la dominación y blasfeman de la ma­ jestad. Nada dejan intacta ó íntegro de lo que por las leyes humanas y divinas está sabiamente deter­ minado para la seguridad y decoro de la vida. Ellos niegan la obediencia á los poderes supe­ riores, á los cuales, según amonesta el Apóstol, conviene que toda alma esté sujeta, y que reci­ ben de Dios el derecho del mando, predicando la perfecta igualdad de todos los hombres en los derechos y en las jerarquías, deshonrando la unióu natural del hombre y de la mujer, que aun las naciones bárbaras respetan, y debilitando y hasta entregando á la liviandad este vínculo, con el cual se mantiene principalmente la sociedad doméstica.

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Atraídos, por fin, de la codicia de los bienes presentes, que es la raíl de todos los males,y que, apeieciindola, muchos erraron tn la fe , impugnan el derecho de propiedad sancionado por la ley natural, y por medio' del mayor delito, cuando parece que atienden á las necesidades de todos los hombres y á satisfacer sus deseos, trabajan por arrebatar y hacer común cuanto se ha ad­ quirido á título de legitim a herencia, ó con el trabajo del ingenio 6 de las manos, ó con la so­ briedad de la vida. Y estas monstruosas opiniones publican en sus reuniones, persuaden en sus folletos y espar­ cen al público en una nube de diarios. P or lo cual la venerable majestad é imperio de los R e­ yes ha llegado á ser objeto de tan grande odio del pueblo sedicioso, que los sacrilegos traidores, impacientes de todo freno, no una sola vez, en breve tiempo, han vuelto sus armas con impío atrevimiento contra los mismos príncipes. Mas esta osadía de tan pérfidos hombres, que amenaza de día en día más graves ruinas ¿ la sociedad civil, y que trae todos los ánimos en congojoso temblor, toma su causa y origen de las venenosas doctrinas que, difundidas entre los pueblos como viciosas semillas en tiempos ante­ riores, han dado á su tiempo tan pestilenciales frutos. Pues bien sabéis, Venerables Hermanos, que la cruda guerra que se abri6 contra la fe católica, ya desde el siglo decimosexto por los novadores, y que se ha aumentado hasta lo sumo de día en

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ENCÍCLICAS»

día hasta el presente, se encamina á que, des­ echando toda revelación, todo orden sobrenatu­ ral, se abriese la puerta A los inventos, 6 más bien delirios de la. sola razón. Semejante error, que sin razón usurpó el nombre de racional, im ­ peliendo y excitando el apetito de sobresalir, n a ­ turalmente infundido en el hombre, soltando las riendas á las codicias de todo género, por su propio peso, se ha introducido audazmente, no sólo en la mente de muchos hombres, sino tam­ bién en la sociedad civil. De aquí que, con una nueva impiedad, des­ conocida hasta de los mismos gentiles, se han constituido los Estados sin tener cuenta alguna con D ios ni con el orden por Él establecido. Se ha vociferado que la autoridad pública no toma el principio, ni la majestad, ni la fuerza del man­ do, de Dios, sino más bien de la multitud popu­ lar, que, juzgándose libre de toda sanción divina, sólo ha permitido someterse á aquellas leyes que ella misma se diese á su antojo. Impugnadas y desechadas las verdades sobrenaturales de la fe como enemigas de la razón, el mismo Autor y Redentor del género humano es fuerza que sea desterrado paso á paso y poco á poco de las U n i­ versidades, L iceos y Gimnasios, y de todo el tra­ to público de la vida humana. Entregados al olvido los premios y penas de la vida futura y eterna, el ansia ardiente de feli­ cidad queda concentrada al tiempo de la vida presente. Diseminadas por todas partes estas doctrinas, introducida en todas partes esta tan

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grande licencia de pensar y obrar, no es m ara­ villa que la gente de la ínfima clase, cansada de su pobrecita casa ú oficina, ansíe volar contra las inoradas y fortunas de los más ricos: no es maravilla que ya no exista tranquililidad alguna de la vida pública 6 privada, y que ya el mundo haya llegado casi á la última perdición. Mas, en tanto, los Pastores de la Iglesia, á quienes compete el cargo de resguardar la grey ■del Señor de las asechanzas de los enemigos-, procuraron apartar con tiempo el peligro y pro­ veer í la salud de los fieles, y en cuanto empe­ zaron á formarse las sociedades clandestinas en cuyo seno se fomentaban ya entonces las semillas de los errores que hemos mencionado, los R o ­ manos Pontífices Clem ente X II y Benedicto X I V no omitieron el descubrir los impios proyectos de estas sectas y avisar á los fieles de todo el orbe la suma de males que ocultamente se tra­ maba. Pero después que aquellos, que se gloriaban con el nombre de filósofos, atribuyeron al hom­ bre cierta desenfrenada libertad, y se empezó á formar y sancionar un derecho nuevo, como di­ cen, contra la ley natural y divina, el Papa Pío V I , de feliz memoria, mostró al punto la perversa índole y falsedad de aquellas doctrinas en públicos documentos, y al propio tiempo anunció, con una previsión apostólica, las ruinas á que iba & ser conducido miserablemente el pueblo. Mas sin embargo de esto, no habiéndose precavido por ningún medio eficaz, que tan de­

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pravados dogmas se persuadiesen á los pueblos de día en día, y no resultasen en axiom as públi­ cos de los reinos, el P apa Pío V II y León X II condenaron con anatemas las sectas ocultas, y amonestaron otra vez á la sociedad del peligro que por ellas les amenazaba. A todos, finalmente, es m anifiesto con cuán graves palabras y cuánta firmeza y constancia de ánimo Nuestro glorioso predecesor Pío IX , de feliz memoria, ha combatido, ya en Alocuciones tenidas, ya en Encíclicas dadas á los Obispos de todo el orbe, contra los inicuos intentos de las sectas, y señaladamente contra la peste del so­ cialismo, proveniente de las mismas. De sentir es, que aquellos á quienes está en­ comendado el cuidado del bien común, rodeados de las astucias de hombres malvados, y atemo­ rizados por sus amenazas, hayan mirado siempre á ta Iglesia con ánimo suspicaz, y aun torcido, no comprendiendo que los conatos de las sectas serían vanos si la doctrina de la Iglesia católica y la autoridad de los Romanos Pontífices hubiese permanecido siempre en el debido honor, tanto entre los príncipes como entre los pueblos. P o r­ que la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad, enseña aquellas d o c­ trinas y preceptos con que se atiende á la incoluraidad y quietud de la sociedad, y se arranca de raiz la planta siniestra del socialismo. Empero, aunque los socialistas, abusando del mismo Evangelio para engañar más fácilmente á los poco cautos, acostumbran á torcerles hacia

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su dictamen, con todo, h ay tan grande diferen­ cia entre sus perversos dogmas y la purísima d oc­ trina de Cristo, que no puede ser mayor. Porque ¿qué participación puede haber de la justicia con la- iniquidad, ó qué consorcio de la lus cott las ti­ nieblas? Ellos seguramente no cesan de vociferar, como hemos insinuado, que todos los hombres son entre sí 'por naturaleza iguales, y por lo tan ­ to sostienen que ni se debe el honor y reverencia á la majestad, ni á las leyes, á no ser acaso las sancionadas por ellos ¿ su arbitrio. P or el contrario, según las enseñanzas evan ­ gélicas. la igualdad de los hombres consiste en que todos, habiéndoles cabido en suerte la m is­ ma naturaleza, son llamados á la misma altísima dignidad de hijos de Dios; y al mismo tiempo en que, decretado para todos un mismo ña, cada uno ha de ser juzgado según la misma ley para conseguir, conforme á sus méritos, ó el castigo ó la recompensa. M as la desigualdad de derecho y de potestad dimana del mismo Autor de la natu­ raleza, por quien es nombrada paternidad en los cielos y en la tierra. Mas los lazos de los principes y súbditos de tal manera se estrechan con sus mutuas obliga­ ciones y derechos, según la doctrina y preceptos católicos, que templan la ambición de mandar por un lado, y por otro la razón de obedecer se hace fácil, firme y nobilísima. Seguramente la Iglesia inculca constante­ mente á la muchedumbre de los súbditos este precepto del Apóstol; No hay potestad sino de

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Dios, y las que hay de Dios vienen ordenadas; así que quien resiste á la potestad, resiste á la orde­ nación de Dios. Mas los que resisten, ellos mis­ mos se atraen la condenación; pues en otra parte nos manda, estar sujetos necesariamente, no sólo por la fuerza, sino también por la conciencia, y que paguemos á todos lo que es debido; á quien tributo, tributo; á quien contribución, contribu­ ción; á quien temor, temor; á quien honor, honor. Porque, á la verdad, el que creó y gobierna todas las cosas, dispuso, con su próvida sabiduría, que las cosas ínfimas lleguen por las medias, y las me­ dias por las superiores, á los fines respectivos. Así, pues, como en el mismo reino de los cie­ los quiso que los coros de los ángeles fuesen d is­ tintos y unos sometidos á otros; así como tam bién en la Iglesia instituyó varios grados de órdenes y diversidad de oficios, para que no todos fuesen Ap6stoles, no todos Doctores, no todos Pastores, así también determinó que en la sociedad civil hubiese varios órdenes, diversos en dignidad, derechos y potestad; es á saber: para que los ciudadanos, así como la Iglesia, fuesen un solo cuerpo, compuesto de muchos miembros, unos más nobles que otros, pero todos necesarios entre sí y solícitos del bien común Em pero, para que los agentes de los pueblos usasen de la potestad que les fué concedida, para edificación y no para destrucción, la Iglesia de Cristo oportunísimamente amonesta también á los principes con la severidad del supremo juicio que les amenaza; y tomando las palabras de la

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divina Sabiduría, en nombre de Dios clama á todos: Prestad oídos vosotros, qtu enfrenáis las mul­ titudes y os eonplaeéis en la reunión de las nació• ■nes, que de Dios os ha sido dada á vosotros la po­ testad y la virtud del Altísim o, el cual os hará car­ go por vuestras obras y escudrinará vuestros pensa­ mientos. Porque ju icio durísimo se hará con aque­ llos que presiden: porque no sustraerá Dios la per­ sona de ninguno, ni respetará la magnitud de nin­ guno; porque E l ha hecho al pequeño y al grande, c igualmente tiene cuidado de todos. Pero & los más fuertes les amenana más fuerte castigo. M as si alguna vez sucede que los principes ejercen su potestad temerariamente y fuera de sus límites, la doctrina ile la Iglesia católica ao consiente insurreccionarse contra ellos, no sea que la tranquilidad del orden sea más y más p er­ turbada, ó que la sociedad reciba de ahí mayor detrimento; y si la cosa Llegase al punto de no vislumbrarse otra esperanza de salud, enseña que el remedio se ha de acelerar con los méritos de la. cristiana paciencia y las fervientes súplicas á Dios. Y si los mandatos de los legisladores y prín­ cipes sancionasen ó mandasen algo que contra­ diga á la ley divina ó'natural, la dignidad y obli­ gación del nombre cristiano, y el sentir del A pós­ tol, aconsejan que se ha de obedecer á Dios antes que á los hombres. P o r lo tanto, la virtud saludable de la Iglesia, que redunda en el régimen más ordenado y en la

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conservación de la sociedad civil, la siente y e x ­ perimenta necesariamente también la misma so­ ciedad doméstica» que es el principio de toda sociedad y de todo reino. Porque sabéis, Venera» bles Hermanos, que la. recta forma de esta so­ ciedad, según la misma necesidad del derecho natural, se apoya primariamente en la unión in ­ disoluble del varón y de la mujer, y se co m p le­ menta en las obligaciones y mutuos derechos entre padres é hijos, amos y criados. Sabéis ta m ­ bién que por los principios del socialismo esta sociedad casi se disuelve, puesto que, perdida la firmeza que obtiene del matrimonio religioso, es preciso que se relaje la potestad del padre hacia la prole, y los deberes de la prole para con el padre. Por el contrario, el por todos títulos hon­ roso consorcio que en el mismo principio del mundo instituyó el mismo Dios para propagar y conservar la especie humana, y decretó fuese ihseparable, enseña la Iglesia que resultó más fir­ me y más sagrado por medio de Cristo, que le confirió la dignidad de Sacram ento, y quiso que representase la forma de su unión con la Iglesia. P or lo tanto, según advertencia del Apóstol, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, así el varón es cabeza de la mujer; y como la Iglesia está su ­ jeta á Cristo, que la estrecha con castísimo y perpetuo amor, así enseña que las mujeres estén sujetas á sus maridos, y que éstos á su vez las deben amar con afecto fiel y constante. De la misma manera la Iglesia establece el

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aétodo de la potestad paterna y dominical, de aodo que sirva á contener 6 los hijos y á los n ad os en su deber, sin que por esto se sálga de ¡us límites. Porque, según las enseñanzas catóicas, la autoridad del Padre y Señor celestial se 3Xtiende á los padres y á los amos; la cual auto­ ridad, por lo mismo, toma de Él, no sólo el ori­ gen y la fuerza, sino también recibe sinceramen­ te su naturaleza y su índole. D e aquí el Apóstol exhorta á los hijos á obedecer á stu padres en el Señor y honrar A su padrn y & su madre, que es el primer man da miento con promesa. Y también manda 6 los p adres:/ vosotros, no queráis provo­ car á ira cí vuestros hijos, sino educarlos en la ciencia y conocimiento del Señor. Tam bién á los siervos y señores se les pro­ pone, por medio del mismo Apóstol, el precepto divino de que aquellos obedezcan á sus señores camales como á Cristo, sirviéndoles con buena vo­ luntad como al Señor; mas á estos que omitan las amenazas, sabiendo qtu el Señor de todos está en los cielos y que no hay acepción de personas para con Dios. Todas las cuales cosas, si se guardasen cu i­ dadosamente, según el beneplácito de la voluntad divina, por todos aquellos á quienes tocan, segu­ ramente cada l&milia representaría la imagen del cielo, y los preclaros benañeios que de aquí se seguirían, no estarían encerrados entre las pare­ des monásticas, sino que emanarían abundante' mente i las mismas repúblicas. L a prudencia católica, bien apoyada sobre

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los preceptos de la ley divina y natural» provee con singular acierto & la tranquilidad pública y doméstica por las ideas que adopta y enseña res­ pecto al derecho de propiedad y á la división de los bienes necesarios ó útiles en la vida. Porque mientras los socialistas, presentando el derecho de propiedad como invención humana contraría á la igualdad natural entre los hombres; mientras proclamando la comunidad de bienes declaran que no puede conllevarse con paciencia la pobre­ za, y que impunemente se puede violar la pose­ sión y derechos de los ricos, la Iglesia reconoce mucho más sabia y útilmente que la desigualdad existe entre los hombres naturalmente deseme­ jantes por las fuerzas del cuerpo y del espíritu, y que esta desigualdad existe hasta en la posesión de los bienes. Ordena, además, que el derecho de propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga intacto é inviolado en las manos de quien lo posee, porque sabe que el robo y la ra­ piña han sido condenados en la ley natural por Dios, autor y guardián de todo derecho; hasta tal punto, que no es lícito ni aun desear los bienes ajenos, y que los ladrones, lo mismo que los adúl­ teros y los adoradores de los ídolos, están exclui­ dos del reino de los cielos. N o por eso, sin em­ bargo, olvida la causa de los pobres, ni sucede que la piadosa Madre descuide el proveer ¿ las necesidades de éstos, sino que, por el contrario, los estrecha en su seno con maternal afecto, y teniendo en cuenta que representan la persona de

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Cristo, el cual recibe como hechos á sí mismo los bienes concedidos hasta al último de los pobres, los honra grandemente, y de todas las maneras posibles los sustenta; se emplea con toda solicí. tud en levantar por todas partes casas y hospi­ cios, donde son recogidos, alimentados y cuida­ dos, tomándolos bajo su tutela. Además, prescribe á los ricos que den lo superfluo á Jos pobres, y les amenaza con el juicio divino, que Jes condenará á etem o suplicio, si no alivian las necesidades de los indigentes. E n ñn, eleva y consuela el espíritu de los pobres, ora pro­ poniéndoles el ejemplo d e Jesucristo, que, siendo rico, quiso hacerse pobre por nosotros, ora recor­ dándoles las palabras con las que les declaró bien­ aventurados, prometiéndoles la eterna felicidad. ¿Quién no ve que aquí está el mejor medio de arreglar el antiguo conflicto surgido entre los po­ bres y los ricos? Porque como lo demuestra la evidencia de las cosas y de los hechos, si este m e­ dio es desconocido ó relegado, sucede forzosa­ mente, 6 que se reduce á la mayor parte del gé­ nero humano á la vil condición de siervo, como en otro tiempo sucedió entre Jos paganos, ó la so­ ciedad humana se ve envuelta en agitaciones con­ tinuas y devorada por el brigandaje, como hemos podido comprobarlo, por desgracia, en estos ú lti­ mos tiempos. Por lo cual, Venerables Hermanos, Nos, á quien actualmente está confiado el gobierno de toda la Iglesia, desde el principio de Nuestro Pontificado mostramos á los pueblos y á los prín­

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cipes, combatidos por fiera tempestad, el puerto1 donde pueden refugiarse con seguridad; por eso ahora, conmovidos por el extremo peligro que les amenaza, de nuevo les dirigimos la apostólica voz, y en nombre de su propia salvación y de la del Estado, les rogartios con las mayores instancias que acojan j escuchen como Maestra á la Igle­ sia, á U que se debe la pública prosperidad de las naciones, y se persuadan de que las bases de la Religión y las del imperio se hallan tan estrecha­ mente unidas, que cuanto pierde aquella, otro tanto se disminuye el respeto de los súbditos & la majestad del mando, y que conociendo además que la Iglesia de Cristo posee más medios para combatir la peste del socialismo que todas las le ­ yes humanas, las órdenes de los m agistrados y las armas de los soldados, devuelva á la Iglesia su condición y libertad, para que pueda eficaz­ mente desplegar su benéfico influjo en favor de la sociedad humana. Y vosotros, Venerables Hermanos, que cono­ céis bien el origen y la naturaleza de tan inm i­ nente desventura, poned todas vuestras fuerzas para que la doctrina católica llegue al ánimo de todos y penetre en su fondo. Procurad que desde la misma infancia se h a ­ bitúen á amar á D ios con filial ternura, reveren­ ciando á su majestad; que presten obediencia á la autoridad de los príncipes y de las leyes; que, r e ­ frenada la concupiscencia, acaten y defiendan so ­ lícitamente el orden establecido por D ios en la sociedad civil y dom éstica.

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Poned además sumo cuidado en que los hijos de la Iglesia católica no den su nombre ni hagan favor ninguno á La detestable secta; antes al con­ trario, con egregias acciones y con actitud siem­ pre digna y laudable, haremos sentir cuán prós­ pera y feliz sería la sociedad, si en todas sus cla ­ ses resplandecieran las obras virtuosas y santas. Por último, asi como los secuaces del socia­ lismo se reclutan principalmente entre los prole­ tarios y los obreros, los cuales, cobrando horror al trabajo, se dejan fácilmente arrastrar por el cebo de la esperanza y de las promesas de los bienes ajenos, así es oportuno favorecer las aso­ ciaciones de proletarios y obreros que, colocados bajo la tutela de la Religión, se habitúan í con­ tentarse con su suerte, á soportar m eritoriam en­ te los trabajos, y ü llevar siempre una vida apa­ cible y tranquila. Dios piadoso, & quien debemos referir el prin­ cipio y el fin de todo bien, secunde Nuestras em­ presas y las vuestras. P or lo demás, la misma so ­ lemnidad de estos días, en los que se celebra el nacimiento del Señor, nos eleva á la esperanza de oportunísimo auxilio, pues nos hace esperar á nosotros también aquella saludable restauración que trajo al nacer para el mundo corrompido y casi conducido al abismo por todos los m ales, y nos promete aquella paz, que entonces, por me­ dio de los ángeles, hizo anunciar á los hombres, puesto que ni está abreviada la mano dtl Señor, de manera que no pueda salvar, ni se lia agravado tu oído para no oír.

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P or tanto, en estos faustísimos días, deseando á vosotros, Venerables Hermanos, y á los fieles
E NC ÍC LIC A

TERCERA.

Donde se trata de la Restauración, en las Escuelas Católicas, de la Filosofía Cristiana conforme á la Doctrina de Santo Tomás de A quino.

Á T O D O S LO S P A T R IA R C A S , P R IM A D O S , A R Z O ­ B I S P O S Y O B IS P O S D E L O R B E C A T Ó L I C O Q U E C O N S E R V A N L A G R A C I A Y C O M U N IÓ N C O N L A S IL L A A P O S T Ó L IC A .

L EÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos:salud y bendición apostólica. verdaderamente y admirable f u é el beneficio que se dignó dispensar al mun­ do el Hijo Unigénito del Eterno Padre cuando al volver á los cielos, después (le haberse mostrado en la tierra para traer al género huma­ no la salud y la luz de la divina sabiduría, dijo & los Apóstoles: Id, pues, £ instruid ií todas las na­ ciones 1 , dejando á la Iglesia fundada por El rande

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Matt. X X V ir i, 19.

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como maestra universal y suprema de los pue­ blos. D e esta suerte los hombres á quienes había librado la verdad, por la verdad debían de ser conservados: y cierto no hubieran durado mucho tiempo los frutos de las celestiales doctrinas, por las que adquirió el hombre la salud, á no haber establecido Cristo Nuestro Señor un magisterio perpetuo, encargado de instruir los entendimien­ tos en la fe. L a Iglesia por su parte, fortalecida por las promesas de su divino Autor, é imitando su ardiente caridad, con tal perfección y fideli­ dad cumplió este encargo, que sólo esto miró y siempre tomó á pechos dar lecciones de religión y traer perpetua guerra con el error. A este ñn se ordenan las vigilias y trabajos de los Obispos, las leyes y decretos de los Concilios, y principal­ mente la nunca interrumpida solicitud de los Pontífices Romanos, á quienes, como á sucesores que son en el primado del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, pertenecen el derecho y la obligación de enseñar y confirmar á sus h er­ manos en la fe- Mas porque, según el aviso del Apóstol, por medio de una filosofía inútil y fa la s, y con vanas sulilézaj 1, suele ser seducido el ánimo de los fieles y corrompida la sinceridad de la fe, con mucha ra2Ón juzgaron siempre los Pas­ tores supremos d é la Iglesia ser cosa tocante á s u ministerio, el esforzarse también á elevar la ver­ dadera ciencia y procurar con singular vigilancia, que conforme á las doctrinas de la fe fuesen en 1

Colon, ir, 8.

E N CICLICAS.

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todas partes enseñadas todas las disciplinas cien­ tíficas, especialmente la filosofía, pues de ella pende en gran parte la Índole de las otras cien­ cias. N os mismo, Venerables Hermanos, hicimos ceta prevención entre otras, en la primera E n cí­ clica que os dirijimos; y ahora, atendida la gra­ vedad del asunto y la condición de los tiempos que corren, vam os á tratar de nuevo con vo s­ otros de adoptar, en orden á los estudios filosófi­ cos, la idea que mejor consonancia guarde con «1 bien d é la fe y con la dignidad misma de las ciencias humanas. Fijando la vista en la triste condición del si­ glo, y abarcando con el pensamiento la índole de los sucesos públicos y privados, échase clara­ mente de ver que toda la causa d é lo s males que actualm ente nos afligen y de los que nos amena­ zan, es haberse corrido á todas las esferas de la vida social siendo recibidas de muchos con aplau­ so, las dañadas sentencias que ya hace tiempo salen de las escuelas filosóficas acerca de las co­ sas divinas y humanas. Porque como sea natural en el hombre seguir en sus acciones el juicio de 1 arazón, en pervirtiéndose esta potencia, luego peca también la voluntad; y así acaece que la m a­ licia de las opiniones, cuyo sujeto propio es el entendimiento, influye en los actos humanos, y asimismo los pervierte. Y por el contrarío, cuan­ do el entendimiento está sano, y estriba con fir­ meza en principios sólidos y verdaderos, es cau­ sa de muchos bienes, así públicos como priva­ dos. No atribuimos ciertam ente á la humana fi-

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losofia tanta fuerza y autoridad, que la juzgue­ mos capaz de rechazar y desarraigar todos los errores; pues así como en el punto de haber sido instituida la religión cristiana, fué restituido el mundo á su primitiva dignidad por medio de la adm irable luz de Ja fe, difundida, no con palabras persuasivas de humano saber, pero sí con los efec­ tos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios así ha de esperarse también ahora de la virtud todopoderosa del mismo Dios principalmente, y de su eBcaz auxilio, que la humana inteligencia, disipadas las tinieblas de los errores, vuelva en sí y los conozca. Pero no por esto es razón des­ preciar ni dejar ú un lado los medios naturales con que, gracias k la sabiduría divina, que todas las cosas ordena con suavidad y eficacia, es ayudado el humano linaje: entre cuyos auxilios consta ge­ neralmente ser principal el recto uso de la filoso­ fía. No en vano adornó Dios la mente de los hombres con la luz de la razón, la cual, lejos de ser extinguida ni disminuida por la luz sobreaña­ dida de la fe, es antes perfeccionada por ella, y acrecentada su virtud, y hecha hábil para cosas mayores. Es, pues, muy conforme al orden esta­ blecido por la divina Providencia para convertir á los pueblos á la fe y á la salud, acudir aun á las ciencias humanas en busca de auxilio: industria razonable y prudente, usada de los Padres más ilustres de la Iglesia, según consta en los antiguos monumentos. N o fué á la verdad uno sólo, sino '

I Cor. I, 4.

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muchos, y estos graves, los oficios que solía h a­ cer en ellos la razón; los cuales compendió el grande Agustino diciendo que con esta ciencia es engendrada la f e tan saludable, y que por ella se nu­ tre y se dtfitJtde y confirma '.

Porque lo primero, cuando los sabios emplean como deben la filosofía, no hay duda sino que puede allanar el camino de la fe, y guardarlo, y disponer convenientemente los ánimos que la cultivan, á recibir las verdades reveladas; lo cual indujo á los sabios á llamarla, ora preliminar de la f e cristiana a, ora preludio y auxilio dei cristia­ nismo 3, ora pedagogo en orden al Evangelio \ Y la verdad en orden & las cosas divinas, la grande benignidad de Dios no solamente m ani­ festó con la luz de la fe las verdades cuyo cono­ cimiento sobrepuja á la humana inteligencia, sino también algunas otras no del todo inaccesibles á ella, para que allegándose á la luz natural el tes­ timonio divino, fueran conocidas al punto de to­ dos sin m ezcla ni sombra alguna de error. P or donde sucedió que ciertas verdades entre las que son propuestas como objeto de fe por el mismo Dios, y ciertas otras estrechamente unidas con la doctrina de la fe, fueron conocidas de los mismos sabios gentiles mediante la sola luz de la razón, y demostradas y defendidas por ellos con argu' 9

De Trin., lib. X IV , c. i . Clom. Ale*,, Strom, lib. I, c. 16; I. V i l, cap. 3.

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Orig. ad Greg. Thaum. Clem. Ale*., Strom, I, c. 5.

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mentos convenientes. Las perfecciones invisibles de Dios, según el Apóstol, aun su tierno poder y su divinidad se kan hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas y cuando los genti­ les, que no tienen ley escrita.....y ellos hacen ver que lo que la ley ordena, esti escrito en sus corazo­ nes *. Estas verdades, pues, exploradas hasta por los sabios del gentilismo, importa mucho que cedan en pro de la doctrina revelada, para que conste realmente que la misma sabiduría humana y el mismo testimonio de los adversarios de la Te cristiana le rinden homenaje. E sta conducta no es tan sólo de ayer, pues antes viene de antiguo, y fué usada á menudo de los Santos Padres de la Iglesia. P or su parte estos venerables testigos y custodios de la tradición, vieron una como forma y figura de esto en aquel hecho de los hebreos, que según el mandato que les fué dado, se lleva­ ron consigo al salir de E gipto los vasos de plata y oro de los egipcios, y los vestidos preciosos, para ser luego dedicados al culto del Dios verda­ dero después de haber servido á la supersti­ ción en ritos ignominiosos. A Orígenes le alaba Gregorio de Neocesárea * precisamente por es­ ta razón, á saber: que habiendo entresacado in ­ geniosamente muchas sentencias de las pronun­ ciadas por los gentiles, como quien arrebata las armas á los enemigos, convirtiólas con singular 1 Rom. 1, 10. Origen.

1

Ib. II, 14-15.

1

Orat. paneg. a.d

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ingenio y habilidad en defensa de la fe y ruina de la superstición. E ste mismo método alaban y aprueban en Basilio Magno los dos Gregorios Jerónimo también lo recomienda sobremanera en Quadrato, discípulo de los Apóstoles, y en Arístides, en Justino, en Ireneo y muchos o tro s9. ¿Por ventura, decía San Agustín, no salta á los ojos el mucho oro y plata y preciosos vestidos con que salió cargado de Egipto Cipriano, aquel doctor dulcísimo y gloriosísimo mártir? Pues ¿cuánto no se partee esta riqueza en Lactancio? ¿cuán grande en Victorino, Opiato 6 H ilario? Y para no hablar di los vives, ¿quí caudal no f u i aquel con que car­ garon innumerables griegos? * Que si la razón natural tiró á la tierra esta ópima semilla de doc~ trina antes de ser fecundada por la virtud de Cristo, mucho más rica habrá de producirla des­ pués de haber sido restauradas y engrandecidas por la gracia del Salvador las fuerzas nativas del entendimiento humano. ¿Pues quién no echará de ver el camino fácil y llano con que este método conduce los entendimientos hacia la fe? Y no se reduce á esos límites el bien que se origina de dicho método. L a divina Sabiduría re­ prende gravemente en las Sagradas L etras la ne­ cedad y locura de aquellos que por los bienes visi­ bles, no llegaron d entender el Ser Supremo; ni con­ siderando las obras, reconocieron al artífice de ellas \ Grande, pues, y muy esclarecido es, en 1 Vit. Moys. Carm, I, lamb, 3- a Ep¡»l. ai Maga, 5

De d « t , christ. ». J I,c . 40.

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Sap. X III, 1.

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primer lugar, el fruto que alcanza la razón huma­ na demostrando la existencia de Dios; pues de ta grandeza y hermosura de las criaturas se puede tí las claras venir en conocimiento de su■Criador En segundo lugar, la razón humana demuestra que en Dios resplandecen con singularísima excelen­ cia todo género de perfecciones, empezando por su infinita sabiduría, á que ninguna cosa, estuvo nunca oculta, y por aquella suma justicia que ja ­ más pudo ni podrá ser deslustrada con afecto al­ guno desordenado, con que no solamente es Dios sumamente veraz, sino también es la misma ver­ dad que no puede engañarse ni engañarnos. De donde se infiere claramente que la razón humana con la divina palabra adquiere gran autoridad y fe plenísima. P or una . manera semejante declara Ja razón, que en la doctrina evangélica resplan­ decen asimismo desde su origen signos de verdad adm irables, argumentos ciertos de la certeza de su verdad; y así que los que dan su asenso al Evangelio, no le prestan á ciegas, como quien s i ­ gue fábulas ó ficciones ingeniosas, sino con obse­ quio del todo razonable someten su inteligencia y su juicio á la autoridad divina *. N o es menos precioso el conocimiento y juicio de la humana razón, cuando asimismo declara que la Iglesia fué establecida por Cristo, y prueba esta verdad (según enseñó el Concilio Vaticano) por su m ara­ villosa propagación, por su exim ia santidad, por su inagotable fecundidad en todos los lugares de 1

Sap. X III, 5.

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II. Petr. I, iS.

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la tierra, por su católica unidad, por su invicta firmeza y estabilidad, fundamento grande y per­ petuo de su credibilidad, y testimonio irrefraga­ ble de su misión divina 1. Establecidos de esta forma esos fundamentos solidÍEÍmos, todavía se requiere el uso constante y m últiple de la filosofía para q u e j a Sagrada Teología reciba la naturaleza, hábito é índole de verdadera ciencia mostrándose como tal. Porque en esta nobilísima disciplina es muy necesario que las múltiples y diversas partes de que consta La celestial doctrina, sean reunidas como en un cuerpo, p ara que dispuestas segün el lugar que les conviene, y derivadas de sus respectivos prin­ cipios, se junten con vínculo de unidad; y que to­ das y cada una de ellas sean confirmadas por sus propios invictos argumentos. Tam poco debe pa­ sarse en silencio, ni tenerse en menos, aquel co­ nocimiento más abundante y prolijo de las cosas que se creen, y aquella inteligencia algún tanto más esclarecida, cuanto es posible, de los m iste­ rios mismos de la fe, que Agustino y otros Padres alabaron y se esforzaron por alcanzar, y que el Concilio Vaticano 4 declaró ser de mucho fru­ to, Pero este conocimiento é inteligencia, aque­ llos ciertamente los alcanzan con m ayor copia y facilidad que, á I3 pureza de las costum bres y al estudio de la fe, juntan un ingenio cultivado con las doctrinas filosóficas, lo cual se echa de ver ’ a

Const. dogm. de Fid. Cath.,«ap. 3. CoDBt. c it„ cap. 4. 4

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principalmente atendiendo á lo que enseña el Concilio Vaticano,, que la inteligencia de estos dogmas sagrados ha de buscarse, ora en la analo­ gía de las tosas que naturalmente conocemos, ora en la cottc.rióti de tutos misterios con otros, y de todos ellos con el fin último del hombre A la filosofía, por último, pertenece defender religiosamente las verdades reveladas por Dios, y resistir á todos los que sean osados á combatir­ las. Grande es el honor que por esta parte co­ rresponde á esa ciencia, pues merece ser tenida por arma defensiva y muro al mismo tiempo fir­ mísimo de la religión. L a doctrina del Salvador, dice Clemente de Alejandría, por sí misma per­ fecta y acabada como virtud y sabiduría que es de Dios, no ha menester de ninguna otra; mas si & ella se allega la filosofía griega, aunque esta «o le dé á la verdad más fuersa de la que tiene, pero sí debilita tas fnersas de los sofistas que arguyen con­ tra ella, y rechaza sus insidiosas maquinaciones contra la verdad misma,por lo cual ha sido llama­ da cerca y vallado de la viña *. Así como los enemigos del nombre católico, en la guerra que hacen ¿ la religión, de la filosofía toman á menu­ do todos sus armamentos y pertrechos, así los defensores de las ciencias sagradas sacan, por su parte, del arsenal de la filosofía muchas de las armas con que defienden eficazmente los dogmas revelados. Y no deja cierto de ser esclarecido el triunfo que se declara por la fe cristiana, cuando 1

Const. c it., cap. 4.

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Strom. lib. I, c. 10.

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jl

las mismas armas de los adversarios, dispuestas contra ella por los sutiles artificios de la. razón humana, esta misma humana razón las rechaza con facilidad 6 incontrastable vigor. El mismo Apóstol de las gentes usó esta manera de com ­ bate por la fe, según lo recuerda San Jerónimo escribiendo i Magno: Aquel caudillo, dice, del ejtrcito crrstiauo, orador invicto; Pablo, hablando en defensa de Cristo, hasta cierta inscripción que halló acaso, convirtióla hábilmente en argumento de la fe , pues habla aprendido del verdadero D a ­ vid á quitar á los enemigos el acero de las manos, y cortarle la cabeza & Goliat con su propia espa­ d a '. Y ia misma Iglesia, no sólo aconseja, sino manda también, que los doctores cristianos de­ manden á la filosofía este género de auxilio. D e s­ pués de haber asentado el Concilio Lateranense V , que toda aserción contraria á la verdad y lumbre de la fe , es falsa porque la verdad es im­ posible que se oponga á la verdad ordena ¿ los doctores en filosofía que se ejerciten diligentemen­ te en deshacer los sofismas, persuadidos de que, como dice Agustino, toda la razón que se alegase contra la autoridad de las D ivinas Escrituras, por más aguda é ingeniosa que sea, solo puede seducir bajo apariencia de verdadera, porque verdadera no puede ser \ M as si la filosofía ha de dar tan preciosos fru­ tos, como hemos visto que puede producir, es de c Epiet. ad Magn. * Bulla Aj>cttol¡c¡ rcgiwims. 8 E p iít. 143 (al. 7) ad Marcellin., n. 7.

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todo punto preciso que no decaiga nunca de aquella norma y procedimiento que adoptó Ja veneranda antigüedad de los Padres, y que apro­ bó con el solemne sufragio de su autoridad el Concilio Vaticano. Pues siendo cosa bien sabida que, entre las verdades del orden sobrenatural, muchas exceden sobremanera las fuerzas del hu­ mano ingenio, por agudo quñ Sea, la razón huma­ na, testigo de La propia flaqueza, no es osada á proponérselas cual si estuvieran á su alcance, ni anegarlas, ni á medirlas por su propio rasero, ni á interpretarlas á su antojo, sino antes las reci­ be con fe humilde y entera, y tiene á singular honor ser admitida á la fam iliaridad de tales doctrinas en calidad de humilde paje y aun de sierva fiel, y conocerlas mirando algún* de sus razones con el favor d ivin o . M as respecto á aquellas doctrinas capitales que la inteligencia humaua puede naturalmente alcanzar, justo es que la filosofía use de su propio método y de sus principios y argumentos, aunque no de for­ ma que presuma de sustraerse í la divina au­ toridad. P or últim o, siendo como es verdad constante, que las cosas que se conocen m edian­ te la luz de la revelación, son verdaderas y cier­ tas, y que las sentencias contrarias í la fe pugnan asimismo con la recta razón, el filósofo católico tiene asimismo por indudable, que á un mismo tiempo violaría los fueros de la razón y de la fe, si llegara á admitir cualquiera conclusión que en­ tendiese ser contraria á la doctrina revelada. Sabemos ciertamente que hay quien, exaltan-

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cío sin tasa las fuerzas de la naturaleza humara, dice que en el acto de someterse á la autoridad divina la razón humana se degrada, y que así en­ vilecida bajo el yugo de la servidumbre se siente detenida, y no puede seguir el camino que con­ duce progresivam ente [A la cum bre de la verdad y de la dignidad. Pero todo este discurso es puro error y falacia, y en resolución á esto sólo tiende, á que I03 hombres rechacen con extrema necedad, haciéndose además reos de enorme ingratitud, las verdades más sublimes y el divino don de la fe, de donde se derivan & la sociedad todos los bienes á raudales. Contenida en límites precisos y muy estrechos, la inteligencia humana está e x ­ puesta á muchos errores, é ignora de por sí mu­ chas cosas. Por el contrario, la fe católica, estri­ bando como estriba en la autoridad de Dios, es maestra certísima de la verdad; y al que la sigue, ni lo prende lazo alguno de la red tend ida por el error, ni son poderosas á conturbarlo las olas de la duda. P or esta razón aquellos hacen rectísimo uso de la filosofía, que al estudio de esta ciencia juntan el obsequio debido á la fe cristiana; y a que el esplendor de las verdades divinas, recibido en el ánimo, ayuda al mismo entendimiento* y lejos de amenguar en lo más mínimo su dignidad, con­ fiérele mucha nobleza, y lo torna más agudo y vigoroso. E sos mismos ejercitan con dignidad y fruto copioso la razón, cuando explican la fuerza de su ingenio en la refutación de los errores con ­ trarios á la fe, y en la demostración de las ver­ dades enlazadas con ella; pues cuando refutando

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las sentencias erróneas, atacan al error en su raíz penetrando sus causas, y el vicio de los argumen­ tos en que se apoyan, y cuando prueban las ver­ dades que hacen consonancia con la fe, usan de razones tales, que hacen evidente la conclusión y 1a persuaden á toda persona de recto juicio. P ara negar, pues, que con esta industria y disci­ plina crezcan los tesoros de la mente, y se desen­ vuelvan sus potencias, hay antes que sostener este absurdo, que el discernir lo verdadero de lo falso nada aprovecha al ingenio del hombre. Razón tuvo, pues, el Concilio Vaticano para recordar, como recordó con estas palabras, los beneficios que debe la razón á la lumbre de la fe: La f e libra á la rasóny la defiende, y la instruye además con la noticia de muchas casas Por esto el verda­ dero sabio jam ás acusará á la fe de enemiga de la razón y de las verdades naturales, sino antes d e­ berá dar gracias á Dios, y alegrarse vivamente, porque entre las muchas causas de ignorar y en medio de las olas de los errores, brilla ante sus ojos como estrella de salvación la santísima fe, mostrándole, sin que haya peligro de perderlo, el puerto de la verdad. Todas estas cosas, Venerables Hermanos, que acabamos de decir, $e ven realmente confirmadas por la historia de la filosofía. Porque de los anti­ guos filósofos, hasta los que fueron tenidos por más sabios, incurrieron miserablemente en mu­ chos errores; entre algunas sentencias verdaderas 1

ConaL dogm. de Fid. Cath., cap. 4

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que pronunciaron, ¡cuán falsas y extrañas eran otras que asimismo salieron de sus labios, y cuán­ tas cosas inciertas y dudosas enseña.ron acerca de la naturaleza de Dios, del origen primero de las cosas, del gobierno del mundo, del conocimiento divino, de lo que está por venir, de la causa y principio del mal, del último ñn del hombre, de la felicidad eterna, de la virtud y del vicio, y de otras doctrinas cuya noticia es tan necesaria al linaje humano! Muy por el contrario) los prime­ ros Padres y Doctores de la Iglesia; porque sa­ biendo que fué consejo de la divina voluntad que Jesucristo restaurase también las ciencias hum a­ nas, el cual es la virtud y la sabiduría de Dios en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia *, investigaron los l i ­ bros de los sabios antiguos, y compararon sus sentencias con las doctrinas reveladas, y hacien­ do elección entre las primeras, tomaron lo que en ellas resulta dicho con verdad y sabiduría, y e x ­ cluyeron ó al menos corrigieron todo lo demás. Porque así como D ios, providentísimo contra la crueldad de los tiranos, suscitó en defensa de la Iglesia Mártires invictos,, que dieron generosa­ mente su noble vida, así í los falsos filósofos 6 herejes opuso varones eximios en sabiduría, que defendieron el tesoro de las verdades reveladas con las armas mismas de la razón. Desde los pri­ meros días de la Iglesia, la doctrina católica en­ contró enemigos muy sañudos, que hacían irrisión 1

I C o r. I, i4 ,

1

C o io s . I I , 3.

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e n c íc l ic a s .

de los dogmas y leyes de los cristianos, afirman­ do que había muchos dioses, que la materia del mundo carece de principio y de causa, que el curso de las cosas procede de una fuerza ciega y absolutamente necesaria, y que no es regulado por los designios de la Providencia divina. Mas contra estos maestros de tan insana doctrina vinieron luego á las manos los varones sapientísimos que llamamos Apologistas; los cuales, con la fe siem­ pre por guía, echando mano á las razones y ar­ gumentos de la sabiduría humana, demostraron con ellos que sólo el único Dios verdadero, infi­ nitamente rico en todo género de perfecciones y excelencias, debe ser adorado; que todas las co ­ sas han sido sacadas de la nada por su virtud omnipotente; que por su sabiduría se conservan en su ser y actividad, y se mueven y dirigen res­ pectivam ente á los fines particulares para que cada una de ellas está ordenada. Entre los apo­ logistas tiene derecho & ser tenido por el primero San Justino Mártir, quien después de haber re­ corrido las celebérrimas academias de los grie­ gos, por vía de preparación y ensayo, y conocien­ do claramente que sólo de las doctrinas reveladas Auye copiosamente la verdad, abrazólas con todo el ardor de su alma, quitó las manchas con que pretendió afearlas la calumnia, las defendió co ­ piosa y varonilmente ante los Emperadores R o ­ manos, y concertó con ellas no pocas de las sen­ tencias de los ñlósoíos griegos. L o mismo hicie­ ron gloriosamente por aquel tiempo Cuadrato y Aristides, Hermias y A tenágoras. N o fué menor

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la gloría que alcanzó defendiendo la misma causa el invicto Mártir San Ireneo, Obispo lugdunense, el cual en la refutación de las perversas opinio­ nes de los orientales, que los Gnósticos extendie­ ron por los confines del imperio romano, mani­ festó, dice San Jerónimo...... los orígenes de cada nna de las herejías, y los filósofos de cuyas doctri­ nas sí originaron \ Tocante 6. Clemente de A le ­ jandría, todo el mundo conoce sus tratados, de los que hace honrosa memoria el mismo Jeróni­ mo, diciendo: ¿Qué cosa hay en ellos en que no resplandesca el saber? ¿ 0 mejor, que no pertenezca á la médula de la filosofía? * Con asom brosa varie­ dad de doctrina trató Clemente muchas cosa9 útilísimas tocantes á la filosofía de la historia, contribuyendo á su fundación, ¿ las reglas de la dialéctica, y á la concordia de la razón con la fe. Siguióle Orígenes, maestro insigne de la escuela de Alejandría, eruditísimo en las doctrinas de griegos y orientales, el cual dió á luz numerosos volúmenes, fruto de grande aliento y trabajo, donde se ven admirablemente declaradas las d i­ vinas letras é ilustrado el conocimiento de loa dogmas sagrados; obras que aun cuando tales como ahora parecen, no carecen enteramente de errores, pero aun así, contienen gran vigor de doctrina, en cuya luz se aumenta el número y la firmeza de las verdades naturales. Tertuliano com ­ batió k los herejes valiéndose de la autoridad de las Sagradas Letras; y & los filósofos con sus 1

Epiet, ad Magn.

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Loe, eit.

jg

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propias armas, convenciendo á los últimos con taJ agudeza y erudición, que no vaciló en d ecir­ les públicamente: Que ni en la, ciencia ni en las costumbres Uñemos, como os figuráis, competido­ res l. Arnobio por su parte, con los libros que publicó contra los gentiles, y Laclando con sus Divinas Instituciones, esforzáronse con vivo em­ peño á persuadir L los hombres con no menor elocuencia que Yalor, los dogmas y preceptos de la sabiduría católica, no cierto derribando por tierra á la filosofía, al uso de los Académicos a, sino ora sirviéndose de sus armas, ora convir­ tiendo al propósito de persuadirlos las que po­ nían en sus manos las muchas diferencias y c o n ­ tiendas de los filósofos *. L o que el gran A tana sio, y el príncipe de los oradores, Crisóstomo, escri­ bieron de Dios, del alma humana, y sobre otras cuestiones gravísimas, es á juicio de todos tan excelente, que á Ja sutileza y abundancia de sus escritos, casi nada parece que se pueda añadir. Mas porque no resulte prolija la relación de tan­ tos varones ilustres, sólo añadiremos á Jos ya mencionados á San Basilio el Magno y los dos Gregorios, los cuales, como hubieran salido de Atenas, la tierra clásica de las letras humanas, ricamente provistos por la filosofía de todo su m aterial de guerra, cuantas fueron las riquezas científicas que con vehemente estudio habían ad­ quirido, otras tantas emplearon en refutar á los 1 cap. z i .

Apolog. §. 46.

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Inat. V II, cap. 7.

'

De’ opiC De¡,

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herejes é instruir á los cristianos. P ero sin gular­ mente Agustín, ingenio maravilloso, en quien re­ bosaban la sabiduría sagrada y la profana, pare­ ció haberse llevado entre todos la palm a, comba­ tiendo decididamente los errores de su época con fe y saber admirables. ¿Qué parte ni lugar tiene la filosofía que no tocase Agustín, ó mejor, que no investigase con suma diligencia, asi cuando ponía delante de los fieles lós sublimes misterios de la. fe, y la defendía contra las furiosas em bes­ tidas de los adversarios, como cuando, reconoci­ dos por tales los delirios de Académicos y Maniqueos, puso á salvo contra todo asalto los funda­ mentos y firmeza de las ciencias humanas, ó cuando investigaba qué cosa sean y qué causas y origen tengan los males que afligen á los hombres? ¡Con cuánta profundidad y sutileza discurrió, y cuán profundas razones expuso acerca de los Angeles, del espíritu humano, de la voluntad y libre albedrío, de la religión y de la vida bien­ aventurada, sobre el tiempo y la eternidad, y has­ ta sobre la naturaleza misma de las cosas corpó­ reas, sujetas á mudanzas! Algunos siglos después, Juan Damasceno en Oriente, siguiendo las hue­ llas de Basilio y Gregorio Nacianceno, y en O c­ cidente Boecio y Anselmo, profesando las doctri­ nas de San Agustín, acrecentaron mucho el p a ­ trimonio de la filosofía. Partiendo de aquí los Doctores de la Edad Media, que llaman Escolásticos, acometieron la grande obra de juntar diligentemente las fecun­ das y ricas doctrinas diseminadas en los amplísi-

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e n c íc lic a s .

mos volúmenes de los Santos Padres; y una vez reunidas, de guardarlas, por decirlo así, en un solo lugar para que de elias se aprovechase la posteridad. Para conocer el origen, la índole y excelencia de la escolástica, conviene oir, Vene­ rables Hermanos, las palabras del ilustre varón predecesor Nuestro Sixto V: «Por la divina mu­ nificencia de Aquel solo que da el espíritu de ciencia, y sabiduría y entendimiento, y que en el curso de los siglos, conforme A las necesidades que en ellos ocurren, aumenta su Iglesia con nuevos beneficios, y la provee de auxilios convenientes, nuestros mayores, varones sapientísimos, hallaron la Teología escolástica, cultivada principalmente por los gloriosos Doctores el angélico Santo T o ­ más de Aquino y el seráfico San Buenaventura, profesores de esta facultad..... la cultivaron é ilus­ traron con las luces de su ingenio peregrino, y con estudio asiduo, y con muchos trabajos y vigilias; y habiéndola dispuesto en el mejor orden, expli­ cado luminosísimamente con gran riqueza y va­ riedad de modos, la trasmitieron así á los que vinieron después. Y no hay duda sino que el co ­ nocimiento y ejercicio de ciencia tan saludable, derivada de las fuentes copiosísimas de las divi­ nas Letras, de los Sumos Pontífices, de los San­ tos Padres, tuvo siempre grandísima eficacia y virtud para ayudar á la Iglesia, ora en la verda­ dera inteligencia é interpretación genuína de las mismas Escrituras, ora en la lección y explica­ ción mas útil y segura de los Padres, ora. final­ mente, en descubrir y rechazar los varios errores

l n c Ec l i c a s .

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y herejías; mas en estos nuestros días, cuando han sobrevenido los tiempos peligrosos descritos por el Apóstol, y hombres blasfemos, soberbios, seductores, se adelantan y progresan en los cam i­ nos del mal, errando ellos ¿ induciendo á otros en el error, aquella ciencia es muy necesaria, así para confirmar los dogmas de la fe, como para, la refu­ tación de las herejías '.» L a s cuales palabras, atra­ que al parecer significan sólo la Teología escolás­ tica, pero claramente se advierte que han de en­ tenderse también en honor de la Filosofía. Y á la verdad, aquellas preclaras dotes que á la Teolo­ gía escolástica la hacen tan temible para los ene­ migos de la verdad, conviene ¿sa b er, según añ a­ de el mismo Pontífice, «aquel ordenado enlace y trabazón íntima y recíproca de materias y razo­ nes, aquella armonía y disposición que guardan como la de un ejército en forma de batalla, aque­ llas definiciones y divisiones tan perfectas y lu­ minosas, aquella fuerza incontrastable de argu­ mentos, y aquellas agudísimas controversias con que la luz es separada de las tinieblas, la verdad del error, y con las cuales se descubre y parece en su vergonzosa desnudez, cual si 1c quitaran el disfraz, la mentirosa falacia de los herejes, en ­ vuelta en mil prestigios y engaños *;» esas precla­ ras y admirables dotes, decimos, deben atribuirse al recto uso de aquella filosofía, que los maestros escolásticos con deliberado y sabio consejo em­ plearon hasta en las disertaciones teológicas. 1

Hulla Triumf/iiuilu, ann. 15S8.

*

Bulla cit.

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C .N t i ic L ic A S .

Demás que, como fuera propio y singular de los Teólogos escolásticos juntar entre sí con vínculo estrechísimo Ja ciencia humana y la divina, en­ tiéndese bien, que no hubieran concillado lanto honor & la Teología, en la cual sobresalieron, y tanta estima del juicio y opinión de los hombres, si hubiesen empleado en su auxilio una filosofía incompleta y superficialAhora bien, entre los Doctores Escolásticos, descuella sobre manera como príncipe y maestfo que fué de todos ellos, el angélico Toiná3 de A q u ino, de quien nota muy bien Cayetano, que por la suma veneración con que honró d los doctores sa­ grados, recibió en cierto modo el entendimiento de todos ellos L a s doctrinas de estos, dispersas 4

modo de miembros separados en un mismo cuer­ po, Tom ás las unió y ligó en una haz, dispúsolas con orden admirable, y con tales aumentos las enriqueció, que con justa razón es tenido el santo D octor por auxilio y honor de la Iglesia. D e in~ genio dócil y agudo, de memoria fácil y tenaz, de vida inmaculada, amador de sola la verdad, ins­ truido copiosisimamente en las ciencias divinas y humanas, con razón fué comparado al sol, pues vivificó al orbe de la tierra con el calor de sus virtudes, y extendió por todo él la luz de la doc­ trina. N o hay parte alguna de la filosofía, que no tratara con solidez y agudeza juntamente: trató de las leyes del raciocinio, de Dios y de las sus­ tancias incorpóreas, del hombre y de otras cosas 1

ln 2 .ra i , ■, q, 14S. a. 4, in fin.

ENCICLICAS.

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sensibles, de los actos humanos y de sus princi­ pios, de manera tai, que nada se echa de menos, ni la abundancia en la materia de las cuestiones, ni la conveniente disposición de las partes, ni más cumplido acierto en el método, ni m ayor fir­ meza en los principios y vigor en la argumenta­ ción, ni la perspicuidad ó propiedad de los térmi­ nos, ni la facilidad en la explicación de los pun­ tos más abstrusos. A lo cual se allega que el angélico D octor abarcó las conclusiones filosóficas en las razones y principios que por su considerable latitud con­ tienen dentro de sí la semilla de innumerables verdades, desarrollada oportunamente con fruto muy abundante por los maestros que vinieron después. Y como asimismo se sirvió de este mé­ todo en la refutación de los errores, alcanzó por aquí debelar él sólo todos los de los tiempos ante­ riores, y proporcionar armas incontrastables con qué expugnar y destruir los qu.e sucesivamente habían de nacer en adelante. Distinguiendo ade­ más, como era justo, la razón de la fe, aunque uniéndolas entre sí con vinculo de recíproca amis­ tad, mantuvo sus respectivos derechos y atendió ¿ su dignidad de tal manera, que ni la razón, ele­ vada en alas del D octor Angélico basta la cum­ bre del humano saber, apenas puede elevarse ya á más sublime altura, ni á la fe le es dado obte­ ner mas eficaces y numerosos auxilios, que los que obtuvo gracias á Santo Tom ás. Por todas estas razones, los que en las edades posteriores principalmente, merecieron más a la ­

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EN CÍCLICAS.

banza de la Teología y de la Filosofía, por la ex­ tensión y profundidad de su saber, después de haber explorado con estudio increíble por lo ex­ quisito y prolijo los inmortales volúmenes de T o ­ más, entregáronse sin reserva ¿ su angélica sabi­ duría, más todavía que para ilustrar sus ánimos, para sustentarse y nutrirse de ella. Casi todos los fundadores de las Órdenes religiosas, y cuantos las han dirigido con reglas y preceptos, pulieron á los que entrasen en ellas el de estudiar las doc­ trinas de Santo Tomás, y el de darles entera ad­ hesión, previniendo que á ninguno fuera lícito dejar de seguir ai aun en lo inás mínimo las hue­ llas de tan insigue varón. Sin hablar de la religio­ sa familia de los dominicos, que con harta ju sti­ cia se gozan, considerándole como gloria propia, en este sumo maestro, los estatutos de los Bene­ dictinos, Carmelitas, Agustinos, de la Compañía de Jesús y de otras Sagradas Religiones, son tes­ timonio indubitable de haberles sido puesta la misma ley. Aquí precisamente se explaya el ánimo con gozo singular, haciendo memoria de aquellas c e ­ lebérrimas escuelas ó universidades que en otro tiempo florecieron en Europa, las de París, S a la ­ manca, Alcalá, Douai, ToloSa, Lovaina, Padua, Bolonia, Nápoles, Coimbra y muchísimas otras, cuya fama, como todos saben, creció con el tras­ curso de los años, á las cuales es también sabido que se consultaba en los mas graves asuntos, dándose en todas partes á sus respuestas mucho valor y autoridad. Pues ahora bien; en todas

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aquellas casas, donde la sabiduría humana había establecido su morada, Santo Tom ás ocupaba 12 silla que como á Principe le pertenecía en aquel reino suyo; y por maravilloso y común acuerdo y consentimiento así de maestros como de alumnos, todos descansaban unánimes en el magisterio y autoridad solamente del Angélico Doctor. Pero mucho mas todavía es, que los Romanos Pontífices, Predecesores Nuestros, hayan honra­ do la sabiduría de Tom ás de Aquino con singula­ res elogios y magníficos testimonios. Clem en­ te V I Nicolás V *, Benedicto X III 1 y otros Pontífices dijeron de él, que con su doctrina ad­ mirable ilustró á toda la Iglesia; San Pió V * con■fiesa además, que á vista de ella todas las herejías huyeron llenas de confusión y convictas de su ma­ licia, y el universo mundo se ve todos los días li­ bre de pestilencia de errores; otros afirman con Clemente X II 5, que los bienes más ricos y ex­ celentes se derivan de sus inmortales escritos á la Iglesia toda, y que el mismo Santo Doctor me­ rece ser honrado con honor igual al que se rinde á los sumos Doctores de la Iglesia, Gregorio, Ambrosio, Agustín y Jerónimo; otros, finalmente, no vacilan en proponer á Santo Tomás á la s U ni­ versidades y grandes Liceos por ejemplar y maes­ tro á quien seguir con entera seguridad. Dignísi­ mas de mención Nos parecen las siguientes pa­ 1 Bulla la Ordine. ■ Breve ad FF.Ord. Prad., 1451. 3 Bulla Pretiosus, 4 Bolla M irSbilii. 1 Baila Vewbo Dti. 5

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labras del B . Urbano V á La Universidad de Tolosa: E s nuestra voluntad, y segfiit d tenor de las presentes Letras, os prevenimos que abracéis como verídica y católica la doctrina del Bienaventurado Tomás, y que hagáis estudio con todo ahinco para exponerla Ampliamente Este ejemplo de U r­

bano fué renovado por Inocencio X II * respec­ to á la Universidad de L ovain a, y por Benedic­ to X I V s en las L etras de este Pontífice al C o ­ legio de San Dionisio de los Granatenses. Pero á todos estos juicios de los Sum os Pontífices en honor de Tom ás, se añade el testimonio de In o­ cencio V I, en donde dicho honor superó ya toda medida. S i se exceptúa la doctrina canónica, la de este (Tomás) excede á todas en la propiedad de tas palabras, en el estilo y modo de )tablar , en la ver­ dad de las sentencias, de form a que á los que la s i­ guiesen y tuviesen, jam ás se les verá fu tr a de las vías de la verdad, y los qite la impugnaren siempre serán tenidos por sospechosos acerca de ella \

L os mismos Concilios ecuménicos, en donde se hace, visible la flor escogida de entre todas las que simbolizan la sabiduría en todas las partes del orbe, también promovieron siempre con em ­ peño el honor singular de Tom ás de Aquino. En los. Concilios de León, de Viena, de F lorencia, en el Vaticano, en las deliberaciones de los Padres, 1 Con&t. 5 / dat. die 3 Aug. 1368 idCancell. Univ. Tolos. * Litt. ¡n form. Brcv., die G Fcbr. 1694. 5 Litt. in form. Brev., die 21 Aug. 1752. * Seim. de S. Thono.

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asistió, y casi puede decirse que presidió Tom ás, combatiendo con fuerza, irrefragable y éxito faus­ tísimo los errores de los Griegos, y los de los he­ rejes y racionalistas. Pero aquel fué el m ayor h o ­ nor de Santo Tom ás, propio suyo y no com unica­ do á ninguno de los doctores católicos, que los Padres del Concilio Tridentino, juntam ente con las divinas Escrituras y los decretos de los Sumos Pontífices, quisieron que en medio de él, para su norma y dirección, se ofreciese ante los ojos d éla Suma de Tom ás de A quino, ¿ fin de acudir á ella en busca de consejo, razones y oráculos. Finalm ente, á ese varón incom parable pare­ cía reservada esta otra palma, que hasta los m is­ mos enemigos del nombre católico se vieran como forzados á rendirle el homenaje de su admiración. Porque es cosa averiguada, que entre los corifeos de las sectas heréticas, algunos dijeron sin rebo­ zo, que si se quitara de en medio la doctrina de Tomás de Aqui no, fácilmente podrían contender con todos loa doctores católicos, y salir ton victo­ ria y destruir la Iglesia *. |Vana jactancia cier­ tamente, pero testimonio harto expresivo! Por todas estas cosas y razones, siempre, V e ­ nerables Hermanos, que ponemos los ojos en la bondad, eficacia, y esclarecidos frutos de esta en­ señanza filosófica, que nuestros mayores tanto amaron, juzgam os que el no habérsele dado siem­ pre el honor debido, ni haber éste durado en to ­ das partes, es cosa en que se procedió sin razón 1 Besa.— Bucerus.

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ni consejo; mayormente constando, com o consta, que el uso perpetuo, y el juicio de los más ilus­ tres varones, y sobre todo, el voto de la Iglesia, fué favorable á. la filosofía escolástica. En lugar de la antigua, doctrina, introdújose aquí y allí cierta filosofía nueva, de donde provino no ha­ berse recogido los frutos apetecidas y saludables que la Iglesia y la misma sociedad civil habrían deseado. G racias á los Novadores del siglo X V I, hízose moda discurrir en materias filosóficas sin miramiento ni respeto alguno á la fe, no negán­ dose á nadie la licencia que pedía y otorgaba á su vez, para excogitar cada cual á su placer la d oc­ trina que le sugiriese su propio ingenio. De don­ de por ventura acaeció multiplicarse sin medida los sistemas de filosofía, y nacer sentencias di­ versas y contradictorias hasta sobre las cosas que son principales en los conocimientos humanos. A menudo, de la muchedumbre de opiniones, se pa­ só á la incertidumbre y £ la duda; y todos saben que de la duda al error no hay más que un'paso. E ste mismo amor de la novedad pareció en a l­ gunas partes haber inficionado el ánimo hasta de los filósofos católicos, que es muy común en los hombres ser inducidos á obrar por espíritu de imitación, los cuales, desdeñado el patrimonio de la antigua sabiduría, más que acrecentarla y per­ feccionarla con razones nuevas, quisieron dar á luz teorías y sentencias peregrinas, con mengua­ do consejo á la verdad, y no sin detrimento de las ciencias. Porque como esta misma muchedumbre de doctrina sólo estribe en la autoridad y arbi-

E N citU CA S.

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trío de determinados maestros, y este fundamen­ to sea de suyo mudable, la filosofía que de aquí procede, lejos de tener la firmeza, estabilidad y fortaleza de la antigua, adolece de los vicios con­ trarios á estas dotes, resultando fluctuante y lige­ ra. No es m aravilla, pues, que en siendo contras­ tada por razones contrarías, carezca algunas v e­ ces de medios eficaces de defensa, cuya falta á nadie debe de importar sino k sí propia. Y no es esto decir que desaprobemos el estadio de los sa ­ bios que aplican las fuerzas de su ingenio y eru­ dición, y e ) tesoro d élo s nuevos descubrimientos, i cultivar la filosofía, pues tal estudio sabemos bien que conduce & la perfección de las doctri­ nas; sino que se ha de cuidar que en tal estudio no se cifre todo, ni aun la parte principal de este ejercicio. Otro tanto puede decirse de la sagrada Teología, la cual es ciertamente grato ver cómo es ayudada por varias maneras 6 ilustrada de la erudición; pero lo que ella pide con absoluta ne­ cesidad, es ser tratada según el estilo usado por los Escolásticos, de forma que se junten en ella la revelación y la razón, para continuar siendo alcá­ zar inexpugnable de la Fe '. D e aquí que muchos de los que cultivan las ciencias-filosóficas, para cumplir su saludable in­ tento de restauraren nuestros dias la filosofía, con felicísimo acierto han empezado por restablecer la doctrina esclarecida de Tom ás de Aquino, y restituirle su antiguo debido honor, estudio en 1

Sixtos V, Boíl. cit.

70

EN C ICLICA S.

que prosiguen constantes. Tam bién sabemos con grande alegría de nuestro corazón, que muchos de vuestro orden, Venerables Hermanos, movidos de igual deseo, habéis tomado con viva determi­ nación ese camino. A todos los cuales alabamos con extremo, y les exhortamos á perseverar en determinación tan prudente, y á todos los demás de entre vosotros, uno por uno, manifestamos que una cosa venimos hace mucho tiempo desean­ do con el mayor empeño: que todos vosotros pro­ veáis á que la juventud estudiosa sea rica, y co ­ piosamente apacentada en los raudales purísimos de sabiduría que manan perpetuamente de la fuente sobreabundante del Angélico Doctor. M uchas son las razones que nos mueven ¿ quererlo con tanto afán. Primeramente, porque como en medio de estos turbados tiempos la fe cristiana suele ser combatida con las maquinacio­ nes y ardides propios de la sabiduría falaz del si­ glo, conviene que los jóvenes todos, pero todavía más los que son esperanza singular de la Iglesia, sean por esta razón nutridos con manjares exce­ lentes de doctrina, para que fuertes ellos, y a r­ mados de todas armas, se ejerciten desde luego en sostener con sabiduría y fortaleza la causa de la religión, ¡troníos siempre d dar satisfacción & cualquiera de la esperanza 6 religión en que v i­ vís y á instruir en la sana doctrina y redargüir á los que contradijesen *. E n segundo lugar, para devolver la salud y restituir á la gracia y junta■

i

Peir. i n , i 3.

*

t u . í, 9.

E N CICLICAS.

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mente ¿ la fe católica, á muchos que, habiéndola echado de sus ánimos, odian las instituciones c a ­ tólicas, y sólo reconocen por guía y maestra í la razón, no vemos ningún medio más conveniente, fuera del auxilio sobrenatural de Dios, que la s ó ­ lida doctrina de los Padres y de los Escolásticos; es tan luminosa la evidencia con que ponen de manifiesto los fundamentos firmísimos de la fe, su origen divino, los argumentos que la persua­ den, los beneficios recibidos de ella por el linaje humano, y su perfecta conformidad con la razón, que no hay entendimiento, por más que resista, que ella no sea sobremanera poderosa á cautivar. Todos vemos por otra pnrte en cuán grave peligro de ruina se encuentra la familia, y aun la misma sociedad civil, causado por la pestilencia de los errores y perversas opiniones que circulan por e lla :d e seguro mayor paz y seguridad goza­ ría, si en las universidades y escuelas se enseñase una doctrina más saludable que la que se enseña, y m is conforme al magisterio de la Iglesia, tal como la que contienen las obras de Tomás de Aquino, Porque todas sus razones tocantes á la verdadera libertad, que hoy ha degenerado en li­ cencia, al origen divino de toda autoridad, & la naturaleza y fuerza de obligar de las leyes, al po­ der á un mismo tiempo justo y paternal de los su­ mos imperantes, á la obediencia debida á las po­ testades superiores, á la caridad mutua que debe reinar entre todos, y á otras materias del mismo género, poseen sobre todas fuerza invencible para dar el golpe-mortal á los principios del derecho

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EN C ÍCLICA S.

nuevo, reconocidos por contrarios y peligrosos á la tranquilidad del orden y á la salud común. Todas las ciencias finalmente deben de concebir viva esperanza de perfección y aumento y prome­ terse muchos auxilios de esta restauración pro­ puesta por N os en orden á los estudios filosófi­ cos. Porque de la filosofía acostumbraron las buenas artes á tomar, como de ciencia normal y moderada de las demás, su razón y recto modo, y & sacar de ella, com o de fuente común de vi­ da, el espíritu que debe animarlas. L os hechos y una experiencia constante prueban, que entonces florecieron principalmente las artes liberales, cuando se mantuvo el honor debido á la filosofía, y prevaleció la sabiduría de sus juicios; y por'el contrario, que perdieron su vigor y lozanía, y acabaron por yacer en el olvido, cuando la filoso­ fía, torcida por el error, degeneró en necedad. Por idéntica razón las mismas ciencias físicas» ahora tan estimadas y acrecentadas con tantos y tan ilustres descubrimientos eomo los que e x ci­ tan en todas partes la singular admiración del ánimo, lejos de temer con razón que les cause de­ trimento alguno la filosofía de los antiguos res­ taurada, deberán esperar de ella muy grandes au­ xilios. Y á la verdad, exije el estudio fecundo de estas ciencias y su legítimo progreso, que no se contenten con examinar los hechos y observar la naturaleza, sino que después de establecerlos, su ­ ban á más alta consideración, esforzándose di­ ligentem ente á conocer la esencia de los seres corpóreos, é investigar Jas leyes que siguen en sus

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movimientos, de donde proceden el orden que guardan entre sí-, y la unidad en la variedad y la semejanza que tienen á pesar de ser diversos los unos de los otros. E s verdaderamente admirable la luz y la fuerza que estas investigaciones reci­ ben y pueden recibir de la filosofía, en siendo es­ ta por ve n tu ra sabiamente enseñada. Bien es advertir acerca de esto, que hacen gra­ vísim a injuria & la filosofía escolástica, los que la acusan de contraria al sucesivo progreso é incre­ mento de las ciencias naturales. Todo lo contra­ rio debe decirse: porque siguiendo las huellas de los Santos Padres, enseñaron los Escolásticos á menudo en Antropología, que la inteligencia hu­ mana sólo llegó al conocimiento de las cosas es­ pirituales partiendo de las sensibles, compren­ diendo muy bien, según esto, no haber nada más útil para el filósofo que escudriñar diligentemente los arcanos d é la naturaleza, y aplicar las fuerzas de la mente con intensidad y constancia al es­ tudio del mundo físico. Y como lo pensaron, asi lo hicieron. Santo Tom ás de Aquino, el B . A l­ berto Magno, y otros Escolásticos insignes, de tal manera especularon en las cosas tocantes á la filosofía, que no dejaron de em plear gran parte de su estudio en el conocimiento de las cosas na­ turales, tanto que no pocos dichos y sentencias suyas han confirmado los sabios modernos, con­ fesando que están conformes con la verdad. D e­ más de esto, muchos doctores en ciencias físicas, que las cultivan en nuestros días con gloría sin­ gular, confiesan públicamente y sin rebozo, que

7+

E N CÍCLICA S.

entre los resultados ciertas y constantes de la fí­ sica novísima, y los principios filosóficos de la Escuela, no inedia oposición alguna real. Por tanto Nos, & la vez que declaramos de buen grado y con placer, que ha de admitirse to­ do lo que fuere sabiamente proferido por cuales­ quiera ingenios, 6 inventado y escogitado en p ro ­ vecho de los hombres, os exhortamos con todas nuestras fueteas ¿ todo? vosotros, Venerables Hermanos, á que para honor y defensa de la fe católica, para bien de la sociedad, para el progre­ so de todas las ciencias, restablezcáis y propa­ guéis con toda la posible latitud, la áurea ciencia de Santo Tom ás. Y decimos de Santo Tom ás, porque si algún punto fuera de los doctores esco­ lásticos, ó investigado con nimia sutileza, ó en­ señado con poca madurez; si alguna cosa resulta menos conforme con las doctrinas dadas á luz en época posterior, ó de cualquier otro modo impro­ bable, eso no es modo alguno nuestro ánimo pro­ ponerlo á nuestra edad como digno de imitación. P o r lo demás, procuren los maestros elegidos prudentemente por vosotros, imbuir los ánimos de sus discípulos en la doctrina de Tom ás de Aquino, poniendo de manifiesto su solidez y exce­ lencia sobre las .demás. Expónganla con toda cla­ ridad y defiéndanla las Academias que hayáis es­ tablecido, 6 cuya institución ordenéis, y usen de ella en la confutación de los errores qúe infestan el mundo. Y porque no es razón que en lugar de la verdadera y sincera doctrina sea recibida la fin­ gida ó alterada, procurad que la sabiduría de

K X C ÍC M C A S .

75

Santo Tom ás sea bebida en sus propias fuentes, ó al menos en aquellas com entes que de ellas pro­ ceden puras é íntegras, según la unánime y segu­ ra sentencia de los doctores: pero de aquellas que aunque dicen que se derivan de tales fuentes, pe­ ro en realidad crecieron recibiendo aguas ajenas y no cierto saludables, procurad tener alejados los ánimos de los jóvenes. Pera nuestro intento no se cum pliría si Aquel no favorece las comunes empresas que en las d i­ vinas L etras se llam a D ios de las ciencias 1; las cuales nos enseñan que toda dádiva preciosa y todo don perfecto, de arriba viene, como que desciende det Padre de las luces *. V si alguno de vosotros tie­ ne fa lta de sa biduría , pídasela á D ios, que á todos da copiosamente, y -no zahiere ti nadie, y le será concedida 3. Hasta en esto mismo hemos de se­

guir los ejemplos del Santo Doctor, que nunca se ponía á leer ni escribir sin pedir antes el divino auxilio; el cual confesó cándidamente, que todo lo que supiera, más que del estudio y trabajo propios, habíalo obtenido del cielo; y así supli­ quemos fi D ios todos á una con humilde y con­ corde ruego, que envíe á los hijos de ia Iglesia el espíritu de ciencia y entendimiento, y les abra el sentido, con que entiendan la sabiduría. Y para que sean más copiosos los frutos de la bondad dl> vin a, interponed también delante de Dios el pa­ trocinio eficacísim o de la Bienaventurada V ir­ gen María, llamada trono de la sabiduría; y jun1

I Reg. II, 3.

*

Jac. I, 17.

*

Ibid. v, j .

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E N CICLICA S.

tapíente tomad por intercesores al purísimo E s­ poso de la Virgen, San José, y á los mayores Apóstoles Pedro y P ablo, que renovaron el orbe de la tierra, corrompido por el pestilente conta­ gio de los errores, y le inundaron en luz de celes­ tial sabiduría. Confortados, finalmente, por la esperanza de la divina gracia, y confiados en vuestro celo p as­ toral, os concedem os amantísimamente en el S e­ ñor á todos vosotros, Venerables Hermanos, y á todo el clero y al pueblo que os está respectiva­ mente confiado, la bendición Apostólica, como anuncio de los dones celestiales y prenda de Nuestra singular benevolencia. D ado en Rom a en San Pedro, día 4 de A gos­ to del año de 1879.— L eó n P P . X III.

ENCÍCLICA CUARTA.

Donde se trata y expone la doctrina de la Iglesia sobre el Sacramento del Matrimonio.

Á TODOS LO S V E N E R A B L E S P A T R IA R C A S , O B IS P O S G R A C IA

P R IM A D O S,

QUE CON

E ST Á N LA

EN

SED E

H ERM AN O S,

A R Z O B IS P O S

Y

C O M U N IÓ N

Y

A P O S T Ó L IC A .

LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos: S alu d y apostólica bendición.

[I,oculto consejo d éla Divina Sabiduría que el Salvador de los hombres, Jesucristo, vino á llevar á cabo sobre la tierra, tuvo por objeto el restaurar en sí y por sí* por medio de su poder divino, al mundo con su larga duración envejecido. E sto es lo que expresó sublime y bri­ llantemente el Apóstol .San Pablo, cuando de esta manera escribía á los Eiesios: Sacra­ mento de su voluntad ..... fu é el restaurar en Cristo

6o

EN C ÍCLICA S.

todas las cosas, así lasque hay en el cielo como en la tierra.* 1 En verdad, cuando C risto, Señor

nuestro, determinó cum plir el mandamiento que el Padre le habla dado, desde luego, quitando á todas Las cosas su vieja antigüedad, Ies dió cierta forma nueva y cierta especial hermosura. L as heridas que el pecado del primer hombre había causado en la humana naturaleza, £ l las sanó; á todos Los hombres, por naturaleza hijos de ira, los restituyó á la gracia y amistad con Dios; é los fatigados bajo el peso de antiguos errores, les hizo volver ¿ la luz de la verdad; á los que vivían sumidos en toda clase de impurezas, les renovó á todas las virtudes; y á los que se habían vuelto á donar la herencia de la eterna bienaventuranza, les dió esperanza cierta de que sus cuerpos mor­ tales y caducos, habían de ser un día participan­ tes de la gloria celestial y de la inmortalidad. Y para que durasen tan singulares beneficios mientras hubiese hombres en la tierra, constitu­ yó A la Iglesia Vicaria de su misión, y'le mandó, proveyendo para lo futuro, ordenar lo que en la sociedad de los hombres estuviese perturbado, y restablecer lo que estuviese destruidoPero aunque esta restauración divina, de que hemos h ablad o, pertenece principal y directa­ mente ¿ los hombres contituidos en el orden so­ brenatural de la gracia; sin embargo, también han alcanzado, y Largamente, sus frutos al orden natural; por lo cual, ya los hombres individual* ’

Ad Eph. 1, j-io .

E N C ICLICA S.

8l

mente, ya toda la sociedad colectiva del género humano, han recibido por esa renovación una. perfección no pequeña. Efectivam ente, una vez establecido el Cristianism o, los hombres se acos­ tumbraron y aprendieron á descansar en la pa­ ternal providencia, de D io s,y concibiéronla espe­ ranza, que na con/wide, de los auxilios celestiales: y de aquí la fortaleza, la moderación, la constan­ cia, la igualdad de un ánimo tranquilo, con otras virtudes preclaras y otros hechos egregios que de aquellos dos principios vienen dimanando. P or lo que hace & la sociedad doméstica y civil, es adm irable la dignidad, la firmeza y ía hones­ tidad que del Cristianism o ha reportado. L a autoridad de los Príncipes se ha hecho más equi­ tativa y mAs santa; la obediencia de los pueblos más espontánea y más fácil; lá unión de los ciu ­ dadanos entre sí más íntima; los derechos del dominio más seguros; en una palabra, á todas las cosas que en la sociedad se reputan por útiles, de tal iuodo ha provisto y favorecido la Religión cristiana, que según el pensamiento de San A gus­ tín, no hubiera sido más ventajosa á la humani­ dad y á su dicha y felicidad temporales, si sólo con este objeto hubiera sido instituida. Empero no es nuestro ánimo tratar esta m a­ teria en toda su extensión y detalles; queremos hablar de la sociedad doméstica, cuyo principio y fundamento es el matrimonio. Cosa bien conocida es de todos, Venerables Hermanos, cuál sea el origen verdadero del m a­ trimonio. Aunque los detractores de la fe cristia6

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E N C ICLICA S.

na rehuyan el conocer la doctrina constante de la Iglesia en esta materia, y continúen en su tenaz empeño de borrar la historia de todas las nacio­ nes y de todos los siglos, no les es posible extin­ guir ni aun debilitar la luz de la verdad. N oto­ rias y á nadie dudosas son las cosas de que ha­ blamos: después que en el sexto día de 1a crea­ ción formó D ios al hombre del barro de la tierra, é inspiró en su cara el aliento de vida, quiso darle una compañera, la cual sacó maravillosamente del costado del varón, cuando éste dormía. En lo cual quiso Dios providencialisimo que aque­ llos dos cónyuges fuesen el principio natural de todos los hombres, del cual se propagase todo el género humano, y con procreación continuada, se conservase en todo tiempo. Y aquella unión del hombre y de la mujer, para que respondiese más adecuadamente á los sapientísimos pensa­ mientos de Dios, desde entonces mismo presentó en primer término dos nobles propiedades alta­ mente impresas y como grabadas en ella, á sa­ ber, la unidad y la perpetuidad. L o cual tenemos declarado y continuado en el Evangelio con la divina autoridad de Jesucristo, que aseguró á los Judíos y á los Apóstoles que el matrimonio, por su misma institución, debía ser entre dos sola­ mente, á saber, entre el hombre y la mujer; que de los dos se hacía como una carne; y que el vínculo nupcial era por la voluntad de Dios tan intimo y estrecho, que por ningún hombre podía ser disuelto ni quebrantado. *Se ayuntará (el hom•bre) á su mujer, y seráitdos en una carne. A s i que

E V C lC U C A S .

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•ya no son dos, sino una carne. P o r tanto, lo que •D ios ju n tó , el hombre no lo separe .• 1

M as esta forma del matrimonio, tan excelente y ventajosa, comenzó á corromperse y destruirse entre los gentiles, y á oscurecerse y adulterarse entre los hebreos. Entre estos había prevalecido la general costumbre de que á un hombre fuese lícito tener más de una mujer; y habiéndoles per­ mitido después Moisés, atendida la dureza de su corasón ', la potestad del repu dio, abrióse la puerta al divorcio. Apenas parece creíble ¿ qué grado subió de corruptela y adulteración el matrimonio entre los gentiles, estando como es­ taba á merced de los errores y torpísimas pasio­ nes de cada pueblo. Todas las gentes parecía que habían olvidado, más ó menos, Ja noción y el verdadero origen del matrimonio, y por esto á. cada paso se hacían leyes, que llevaban el sello d é la utilidad del estado; pero no su conformi­ dad coa la naturaleza del matrimonio. Ritos so­ lemnes, impuestos al arbitrio de los legisladores, hacían que las mujeres llevasen el nombre hones­ to de esposas, 6 el deshonesto de concubinas; y hasta se habia llegado al extremo de ser la auto­ ridad pública la que disponía á quiénes era per­ mitido contraer m atrimonio, y á quiénes no; hollando con tales disposiciones legislativas la. equidad, y favoreciendo la injusticia. Adem&s, la poligamia, la poliandria y el divorcio, fueron causas de que se relajase grandemente el vínculo 1

M ath. X IX , 5-6.

*

Math. X IX , 8.

&4

E N C ÍCL ICA S.

del matrimonio. E xistía también suma perturba­ ción en los derechos y oficios de los cónyuges, puesto que el varón adquiría dominio sobre la mujer y disponía de ella y de sus cosas, injusta­ mente muchas veces; él, empero, arrastrado por una torpeza desenfrenada é indómita, podía per­ mitirse impunemente discurrir por entre lupanares y siervas, como si de la dignidad, y no de la volun­ tad , dependiese la culpa. 1 Creciendo constante­ mente la licencia del varón, nada había más mi­ serable que la mujer, abatida á tanta humillación, que casi era considerada como instrumento para s a c ia rla liviandad, ó engendrar la prole. N i les impidió el pudor vender y comprar las mujeres p ara colocarlas en matrimonio como si fuesen cosas y no personas, concediéndose ¿ veces al padre y al marido facultad para hacer sufrir á la mujer el último suplicio. N acida la familia de ta ­ les matrimonios, era necesario que, ó se la consi­ derase entre los bienes de la república, ó como esclava, del jefe de la misma familia, al cual da­ ban las leyes potestad, no sólo de hacer y desha­ cer á su arbitrio las bodas de sus hijos, sino tam­ bién de ejercer sobre ellos el derecho de vida y muerte. P ero para tantos vicios y tan grandes ignomi­ nias, conque se había manchado el matrimonio, buscóse al fin, con el poder de Dios, remedio y medicina, toda vez que Jesucristo, restaurador de la dignidad humana, y perfeccionador de las 1

Hieronym. Oper. tom. i, col. 435.

E N C ICL ICA S.

Sj

leyes mosáicas, atendió con especial solicitud y cuidado á la dignidad del matrimonio. Él, con. su propia presen cia, ennobleció las bodas de Caná de Galilea, haciéndolas memorables con el primero de sus prodigios por cuyas causas, desde aquel día, los matrimonios se hicieron con más pureza y santidad. Después elevó el m atri­ monio 4 la nobleza de su primer origen, y a re­ prendiendo las costumbres de los hebreos, por sus abusos en la multitud de mujeres y en la fa ­ cultad del repudio; ya, principalmente, mandando que nadie se atreviese á disolver lo que Dios había juntado con vínculo de perpetua unión. Habiendo, pues, resuelto las dificultades produ­ cidas por las leyes mosaicas, y tomando el carác­ ter de legislador supremo, determinó acerca de los matrimonios lo siguiente: «V dígaos, que todo •aquel que repudiare á su mujer por causa de fo r n i­ ca ción y tomare otra, comete adulterio; y el que • s e casare c o k la que otro repudió , comete adul•terio.t *

Mas lo que por autoridad de Dios fué decre­ tado y constituido acerca del matrimonio , los Apóstoles, Nuncios de las leyes Divinas, nos lo dejaron escrito más clara y extensamente. A los Apóstoles, como maestros, se han de referir las cosas que tíos Sanies Padres; los C oncilios y la t Tradición universal de la Iglesia han ensañado •siempre» ’ , á saber, que Cristo N uestro Señor 1 Amob. adv. Gen. 4. c. 26, 27. ’ loan. II.

*

Dionys. Halicar. lib. II,

86

E N C ICL ICA S.

elevó el matrimonio á la dignidad de Sacramen­ to y al mismo tiempo hizo que los cónyuges, fortalecidos y ayudados con la gracia que alcanza­ ron, consiguiesen la santidad en el mismo matri­ monio; y que en él, admirablemente arreglado al modelo de su mística unión con la Iglesia, no sólo perfeccionó el amor tan conforme con la natu­ raleza, sino que estrechó más y más con el víncu­ lo de la caridad divina la sociedad del hombre con la mujer, por bu naturaleza indivisible. tV o s *otros, maridos », dijo San Pablo á los Efesios, «amad á vuestras mujeres comi> Cristo amó á la •Iglesia, y se entregó á S í mismo por ella para sanilificarla .... También deben amar los maridos á sus •mujeres como á sus propios cuerpos ..... Porque na•die aborreció jam ás s« carne, antes la mantiene y •abriga, así como también Cristo d la Iglesia, •porquesomos miembros de su cuerpo, de su carne •y de sus huesos. P or eso dejará et hombre á su p o ­ ndré y á su madre, y se allegará A su m ujer, y serán •dos en una cante. E ste Sacramento es grande; *pero y o digo en Cristo y en la Ig lesia .» Del mismo

modo hemos aprendido de los Apóstoles que la unidad y firme perpetuidad que nacen del mismo origen del matrimonio son santas, y que en nin­ gún tiempo pueden violarse según el M anda­ miento de Cristo. •A quellos que están unidos en •matrimonio, dice el mismo San Pablo, mando, nú »yo, sino el Señor, que la m ujer no se separo del un árido, y si se separase, que se quede sin casar. 6 '

Matth. X IX , 9.

e n c íc l ic a s .

87

•que haga paz con su m arido .» ' Y también «/a •mujer está atada á la ley todo el tiempo que vive •su marido; pero si su marido muriese, queda lib r e .* 1 P or estas causas, pues, el matrimonio fué siempre grande Sacram ento 5, honestó en todo \ piadoso, casto, respetable por la signifi­

c a n y figura de cosas altísimas. Y no consiste tan solamente en las cosas hasta aquí mencionadas la perfección cristiana del ma­ trimonio. Porque, en primer lugar, tiene ahora el matrimonio un objeto más. noble y elevado que el que antes tenía, pues no sólo pertenece ¿ él el propagar el género humano, sino el engendrar hijos para la Iglesia, tciitdadanos de los Santos y •domésticos de D iost 5; para que de esta manera se formase y educase el pueblo en el culto y reli­ gión del verdadero Dios y Salvador nuestro, Je­ sucristo. ®En segundo lugar, los derechos y de­ beres del matrimonio, están perfecta é integra­ mente definidos para cada uno de los cónyuges. E s necesario que ellos tengan siempre tal dispo­ sición de ánimo, que se profesen un amor grande, una fidelidad constante, y una ayuda mutua y perpetua. E l marido es el principe de la familia y la cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, porque es carne de la carne de él, y hueso de sus huesos, ha de obedecer y estar sujeta al marido, no como sierva, sino como compañera; de suerte 1

Trid. aesi. XXIV, ¡n pr. * Trid. teas. XXIV, cap. 1 1 Ad Ephci. v. 25. ct acq. * I. Cor. V II, io-ii< s Ibid. v.39. a A d E p h .v .3 2 .

d t rríortn. matr.

S8

EN C ÍCLICA S.

que á la obediencia y sujeción que presta al m a­ rido, no le falte la honestidad ni la dignidad. En el que manda y en la que obedece, llevando ambos, el uno la imagen de Cristo, la otra la de la Igle­ sia; la caridad divina debe ser la perpetua m o­ deradora de los deberes; porque «el marido es caubexa de la mujer, como Cristo es cabeza de la Ig lt»sia;y así como la Iglesia está sometida i Cristo, >a sila s mujeres lo estén á sus maridos en todo.* 1

E n lo que toca & los hijos, es necesario que éstos estén sujetos y obedientes á sus padres, y que les honren por deber de conciencia; del mismo modo es necesario que todos los cuidados y pen­ samientos de los padres se diríjan á mirar por sus hijos, principalm ente educándolos en la v ir ­ tud: •Padres ..... educadles en la disciplina y correoiciári del Señor.* * D e todo lo cual se desprende que no son pocos ni insignificantes los deberes de los cónyuges, pero que sin embargo, cuando éstos son buenos, en fuerza de la virtud que les comunica el Sacram ento, no solamente se hacen tolerables, si que hasta agradables. Habiendo, pues, Jesucristo dado al matrimonio tal y tan grande excelencia, toda la disciplina de éste la confió y encomendó á la Iglesia, la cual ejer­ ció en todo tiempo y en todo lugar su potestad en ¡os matrimonios, de tal modo, que apareciese ser suya propia y no otorgada por los hombres, sino divinamente adquirida por la voluntad de su mis­ mo autor. Y cuánta vigilancia y cuidado en conser•

A d Hebr. X III, 4.

* Ai Eph. II, ig .

EN C ICLICA S,

Hg

var la santidad del matrimonio, para que éste se conservase incólume, haya puesto la Iglesia, d e­ masiado es sabido, y no h ay por qué demostrarlo. Conocemos efectivam ente que, por sentencia del Concilio de Jerusalén , fueron condenados los amores disolutos y libres sabemos que un ciu ­ dadano de Corinto fué condenado por incestuoso por el Apóstol San Pablo que con la misma fortaleza fueron rechazados los conatos de mu­ chos que declararon guerra abierta al matrimo­ nio cristiano en los primeros tiempos de la Igle­ sia, como los Gnósticos, Maniqueos y Montañis­ tas, y en nuestro tiempo los Monnones,. Sansimonianos , Falansterianos y Comunistas. Del mismo modo el derecho del matrimonio quedó constituido uno é igual entre todos y para todos, abolida la diferencia entre siervos é ingenuos 5, igualados los derechos del marido y de la mujer; porque, como decía San Jerónimo *, entre nos­ otros lo que no es licito i las mujeres, no lo es i los maridos, ¿ igual ss la condición de ambos; y que­

dan también sólidamente afianzados esos mismos derechos, por la recompensa del amor y por la reciprocidad de servicios: queda á su vez vindi­ cada y amparada la dignidad de la mujer, y prohibido al marido el castigar con pena capital á la adúltera s, y el violar lividinosa é impú­ dicamente ia fe jurada. E s también muy digno de estimación que la Iglesia haya puesto á la po­ 1

Catech. Rom. cap. V III.

5

Ad Eph. VI, 4- * Act. XV. 29.

1

Ad Eph. V, 23-34. * I. Cor. V. 5.

go

EN C ÍCLICA S.

testad de los padres límites convenientes, im pi­ diéndoles que puedan coartar la justa libertad de sus hijos é hijas en el asunto del matrimonio *, el que haya decretado ser nulos y de nin­ gún valor los matrimonios de consanguíneos, y afines en ciertas grados *, para que de este modo el amor sobrenatural de los cónyuges tuviese m a­ yor y más dilatado campo; el que haya cuidado de prohibir en los matrimonios el error, la vio ­ lencia y el fraude *; el que haya querido que se conserve intacta é incólume la santidad del tá­ lamo nupcial, la seguridad de las personas *, la honra de los cónyuges 6, y la integridad de la religión. Finalmente, de tanta fuerza y de tal pro­ videncia de leyes rodeó esta institución divina, que no habrá un hombre de recta inteligencia, el cual no comprenda que de todo cuanto se refiere á los matrimonios, la Iglesia es el mejor guardián y defensor del género humano; que su sabiduría ha. logrado superar las contingencias de los tiempos, las injurias de los hombres, y las innumerables vicisitudes de las cosas públicas. N o faltan, sin embargo hombres que, ayuda­ dos por el enemigo de las almas, se empeñan en repudiar y en desconocer totalmente la rehabili­ tación y perfección del matrimonio, así como des­ precian ingratamente los demás beneñcios de la

4 -Cap. i, dt ctaiitg-. ¡crv. 1 O per. tom. I, col. 455. 1 C u , Tntrrfcctrríi, «t C in . At¡monrr4, quasít. t . * Cap. 30, queeit. 3, cap. 3 i t ¿egimg. tfir it, * Cap. 8 i t cansaug. et a/fin.] c»p. 1 dé cagnag. ligali.

EN CÍCLICAS.

Q[

redención. Pecado fué de algunos antiguos el haber sido enemigos del matrimonio en algunas de sus partes; pero mucho más perniciosamen­ te pecan en nuestro tiempo los que tratan de echar por tierra su naturaleza, y destruirlo en todas y cada, una de sus partes. Y la causa de esto es, que imbuidos muchos en las opiniones de la falsa ñlosolía, y en las costumbres corrompi­ das, nada llevan tan á mal como sujetarse y obe­ decer; y trabajan con todas sus fuerzas para que no solamente los individuos, sino también las fa­ milias y la sociedad entera, desprecien con gran soberbia el imperio de Dios. Siendo, en verdad, el matrimonio la fuente y el origen de la familia y de la sociedad, no pueden llevar en paciencia el que esté sujeto á la jurisdicción de la Iglesia; por el contrario, se empeñan en despojarlo de toda santidad, y colocarlo en el número de aquellas cosas que fueron instituidas por los hombres, y Son administradas y regidaB por el derecho civil d e los pueblos. Necesariam ente había de se­ guirse de esto, el que diesen á los príncipes secu­ lares un derecho completo en los matrimonios, quitándoselo totalmente á la Iglesia , la cual, cuando ha ejercido su potestad en la materia, ha sido, según ellos, ó por condescendencia de los príncipes, 6 indebidamente. Pero ya es tiem ­ po, dicen, que los que gobiernan los estados vin­ diquen varonilmente sus derechos, comenzando á intervenir, según les pareciere, en todo cuanto diga relación al matrimonio. De aquí han nacido los que vulgarmente se llaman matrimonias civ i-

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¡es; de aquí las leyes consabidas acerca de las

causas que tienden á impedir el matrimonio; de aquí las sentencias judiciales sobre contratos conyugales, decidiendo sobre su validez ó su vi­ cio. Finalm ente, con tanto estudio vemos quitada toda facultad á. la Iglesia católica para constituir y establecer acerca del matrimonio, que ya no se tiene en cuenta ni su potestad divina, ni las leyes previsoras, con las cuales tanto tiempo lia vivido la sociedad, y á las que llegó la luz de la civiliza­ ción á la sombra de la sabiduría cristiana. Empero los N atiiralistas, y todos aquellos que más se glorían de respetar la autoridad del pueblo, y que se empeñan en sembrar en todas partes la mala doctrina, no pueden evitar la. re­ prensión de falsedad. Teniendo el matrimonio á Dios por autor, y habiendo sido desde el principio como un reflejo de la Encarnación del Verbo D i­ vino, por esto mismo reviste un carácter sagrado, no adventicio, sino ingénito, no recibido de los hombres, sino impreso por la misma naturaleza. P or esto, nuestros predecesores Inocencio III 1 y Honorio III ", no injusta ni temerariamente pudieron afirmar que el Sacramento del matrimoh i o ex ilie entre fieles i infieles. Presentamos como prueba los monumentos de la antigüedad, y los usos y costumbres de los pueblos que más se aproximaron á las leyes de la humanidad y tu ­ 1 Cap. 36 de tponsal.; cap. 13, 15, 29 dr spmsal i t nuttrim., «t alibi. ■ Cap. 1 Je canvcrs. infit,; cap. 5 et 6 de n fu i áturit in matr.

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vieron más conocimiento de] derechoy de la equi­ dad: el criterio que acerca, del matrimonio tenían formado todos ellos, era que era una cosa religio­ sa y santa. Por esta causa, las bodas se celebra­ ban entre ellos casi siempre con las ceremonias propias de su religión, medjando la autoridad de los Pontífices y el ministerio de sus sacerdotes. ¡Tanta fuerza ejercía en esos ánimos, privados por otra parte de la revelación sobrenatural, la memoria del origen del matrimonio y la concien­ cia universal del gfinero humano! Siendo, pues, el matrimonio por su propia naturaleza, y por su. esencia, una cosa sagrada, natural es que las leyes, por las cuales debe regirse, y temperarse, sean puestas por la D ivina autoridad de la Iglesia, la cual sola tiene el magisterio de Las cosas sagra­ das, y no por el imperio de los príncipes secula­ res. Después hemos de considerar la dignidad del Sacramento, por el cual el matrimonio cris­ tiano queda elevado á nobilísima altura. Y el de­ terminar y mandar acerca de los Sacramentos, de tal modo es propio, por la voluntad de Cristo, de sola la Iglesia, que es totalmente absurdo el querer trasladar esta potestad, ni aun en la más pequeña parte, ú las Autoridades civiles. F in al­ mente, gran peso y mucha fuerza tiene la histo­ ria, que nos refiere clarísimámente cómo la Ig le­ sia ejerció libre y constantemente la potestad le­ gislativa y judicial, de que venimos hablando, aúnen aquellos tiempos en que inepta y ridicula­ mente se finge que obraba por connivencia y consentimiento de los príncipes seculares. Nada

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más absurdo que el que Jesucristo, Nuestro S e ­ ñor, hubiese condenado la inveterada costumbre de la poligamia y del repudio, con potestad que le delegara el Príncipe de los J udíos, ó el G ober­ nador de una provincia; y que San Pablo, el Apóstol, hubiese declarado ilícitos los divorcios y nupcias incestuosas, consintiéndolo, ó tácita­ mente mandándolo Tiberio, Calígula y Nerón. N i cabe en la mente de hombre juicioso que la Iglesia hubiese promulgado leyes acerca de la santidad y solidez del matrimonio ', y sobre bodas entre siervos, é ingenuas *, impetrando para ello Ja facultad de los Emperadores Rom a­ nos, enemigos acérrimos del nombre cristiano, y que no tenían otros deseos que acabar por medio de la fuerza y de la muerte con la religión cris­ tiana en su misma cuna: mucho más cuando aquel derecho emanado de la Iglesia, disentía del derecho civil, en tales términos que Igna­ cio M ártir J, Justino *, Atenágoras a y T ertu ­ liano B, condenaban por injustas y adulterinas no pocas bodas que se habían celebrado al tenor de las leyes imperiales. Mas, después que todo poder vino ¿ parar á los Emperadores cristianos, los Sumos Pontífices y I09 Obispos congregados en Concilios, continuaron con la misma libertad y con entera conciencia de su derecho, mandando 1 Cap. 3. 5 et 8 de sjumiat. et matr.-— Trid. usa. XXtV, cap. 3 de r i/ c m . mal. “ Cap. 7 de divort. 5 Cap. S de divari. 4 Cap. 11 de transad. Cap. Ap6at. ió, 17,18. ® Philoaopham Oxon. 1851.

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6 prohibiendo lo que creyeron del caso y oportu­ no en aquellos tiempos, sin tener en cuenta que discrepase 6 no de las legislaciones civiles. Nadie ignora, las constituciones y leyes que se dieron por los Concilios Uiveritano A rela­ ten se ", Calcedonense *, Milevitano II * y por otros, sobre impedimentos de ligamen, voto, dis­ paridad de culto, de consanguinidad, de crimen, de pública honestidad; decretos y constituciones que distaban mucho de ser conformes á las leyes del imperio. Y tan lejos estuvieron estos podero­ sos príncipes de abrogarse potestad alguna sobre los matrimonios cristianos, que, antes bien, de­ clararon y reconocieron que residia en toda su plenitud en poder de la Iglesia. Efectivam ente, H onorio, Teodosio el joven, Justiniano ! r no dudaron confesar que en cuanto decia relación ¿ los matrimonios, no les era lícito el ser otra c o ­ sa que custodios y defensores de los sagrados cá­ nones. Y si promulgaron algunos edictos acerca de impedimentos matrimoniales, dijeron paladi­ namente que lo habían hecho con permiso y au­ toridad de la Iglesia cuyo ju icio acostum bra­ ron á inquirir y reverenciar en las controversias de honestidad, de nacim iento’ , de divorcios®, en una palabra, de todo lo que en cualquier for1 Epist. ad Polycafp. cap. 5, 1 Apalog. m*i n. 15, 3 Legat. pro Christian. nn. 32, 33. * De coran, milil. cap. 13. 1 De Aguírre, Cene. Hispan, tom. I. can. i j , i j , 16, 17. * Harduin., Aci. Concil. tom. I. can. rr. 7 Ibid. can. 16. N Ibid. can. 17.

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ma tuviese relación con el vinculo conyugal '. Así, pues, con derecho perfecto definió el C on ci­ lio Tridentino que *la Iglesia tietu potestad de esttablecer impedimentos dirimentes del metí rim o •n io ", y que la 3 causas matrimoniales pertenecen •á los jueces eclesiásticos » 3.

N i hay por qué detenerse á. considerar la fa­ mosa distinción de los legalistas, que separan el contrato matrimonial del Sacramento, con el solo objeto de reservar á la Iglesia lo concerniente al Sacramento, y conferir á los Gobiernos civiles to­ da potestad y derecho sobre el contrato. Desde luego que no puede admitirse esta distinción, me­ jor dicho, separación; toda vez que es bien sabi­ do que en el matrimonio cristiano no puede sepa­ rarse el contrato del Sacramento, y que por lo mismo no existe verdadero y legítimo contrato sin ser por el mismo hecho Sacramento. P or­ que Jesucristo Nuestro Señor elevó el matrimo­ nio á la dignidad de Sacramento, y el matrimonio es el mismo contrato, con tal que haya sido hecho legalmente. Allégase á esto que en tanto el ma­ trimonio es Sacramento en cuanto es un signo sagrado y eñeiente de la gracia, y que es la im a ­ gen de las místicas bodas de Cristo con la Iglesia, cu ya forma y figura claramente representa el vínculo de estrecha unión, con el cual se unen entre sí el hombre y la mujer, y que no es otra 1 Novel. 137. 1 Fejer Mátrim. ex ¡nstit. Christ. Pest. 1835. 5 Cap. 3. de arclin. ccgnil.

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cosa que el mismo matrimonio. Y así resulta que entre cristianos, todo matrimonio justo es en sí y por sí Sacramento, y que nada está más d is­ tante de la verdad que el suponer que sea el S a ­ cramento cierto ornato del matrimonio, 6 cierta propiedad extrínseca que, al arbitrio de los hom­ bres, pueda separarse del contrato. P or todo lo cual debemos confesar que, ni por la razón ni por la historia de los tiempos, puede probarse que la potestad sobre los matrimonios cristianos haya pasado con derecho á los príncipes secula­ res. Y si en esta materia se ha violado derecho ajeno, nadie podrá decir con verdad que ha sido violado por la Iglesia. ¡Ojalá que los oráculos de los naturalistas, así como están llenos de falsedad y de injusticia, no fuesen también manantial fecundo de desdichas y calamidades! Muy fácil es comprender cuántos daños ha causado la profanación del matrimonioi y cuántos ha de causaren adelante á la sociedad. E stá en verdad muy sabiamente dispuesto por Dios que lo que ha sido instituido por Dios y la naturaleza sea tanto más útil y saludable para nosotros cuanto más íntegro é inmutaMe se con­ serva en su estado primitivo, una vez que el Criador de todas las cosas, Dios, conoce perfec­ tamente qué es lo que conviene á la institución y conservación de cada una de ellas; y de tal modo las ordenó en su entendimiento y voluntad que todas ellas producen los efectos convenientes. Pero si la temeridad 6 malicia de los hombres se empeña en perturbar el orden sabiamente cons7

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tituído, «ntonces sucede que las cosas, más útiles, ó comienzan á ser dañosas, ó dejan de ser prove­ chosas, bien porque pierdan con la m udanza su virtud provechosa, ó bien porque Dios quiera castigar de ese modo la soberbia y audacia de los mortales. Y es indudable que los que niegan que el matrimonio sea sagrado y lo enumeran despo­ jado de su santidad entre las cosas profanas, es­ tos pervierten el fundamento de la naturaleza y se oponen á Los consejos de la Divina P roviden­ cia, destruyendo en cuanto pueden lo instituido. N o debe, pues, admirarse nadie si de estos cona­ tos insensatos ¿-impíos nacen un sin número de males, los más perniciosos á la salud de las a l­ mas y al bienestar de la república. Si se considera qué objeto ha tenido la insti­ tución divina de los matrimonios, se verá de una manera evidente que Dios ha querido hacer de ellos fuentes copiosas de utilidad y de salud p ú ­ blica. Y en verdad, sobre que son el medio apto para la propagación del género humano, contri­ buyen eficazmente á hacer dichosa y feliz la vida de los cónyuges; y esto por muchas razones, á sa­ ber: por la mutua ayuda en remediar sus necesi­ dades, por el amor constante y fiel, por la comu­ nidad de todos los bienes, y por la gracia celes­ tial que nace del Sacramento. Del mismo modo son medios eficacísimos para la felicidad de las familias; porque los matrimonios cuando son conformes á la naturaleza y arreglados á los con­ sejos de Dios, pueden afianzar la paz entre los

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padres, mirar por la buena educación de los hi­ jos, moderar la patria potestad, teniendo á la vista el ejemplo de la potestad divina, h acera los lujos obedientes á los padres, y á los criados su­ misos ¿ los señores. D e esta clase de matrimonios pueden con derecho esperar las sociedades ciu ­ dadanos probos, que acostumbrados á amar y re­ verenciar á Dios, tengan por un deber el obedecer á los que mandan legítimamente, amar á todos y no hacer daño á nadie. Estos frutos tan grandes y excelentes produjo el matrimonio, mientras conservó sus cualidades de santidad, unidad y perpetuidad, de las cuales recibe toda su fructuosa y saludable eficacia; y no debe dudarse que seguiría produciendo iguales frutos, si siempre y en todas paites se hubiese de­ jado á la autoridad y cuidado de la Iglesia, que es su mejor y más fiel conservadora. Pero como plu­ go al capricho humano sustituir con su derecho el derecho natural y divino, no sólo ha comenzado á Itorrarse la hermosísima y elevada noción del ma­ trimonio, que la naturaleza había impreso y como consignado en el corazón de los hombres; siuo que en los mismos matrimonios cristianos, por culpa de los hombres, ha ido debilitándose su fuerza creadora de grandes bienes. ¿Qué bienes podrán esperarse de aquellos matrimonios, de los que se despide á la religión cristiana, madre de todos los bienes, que alienta ú todas las virtudes y que excita é impele á toda acción heroica y ge­ nerosa? Separada y desechada la religión del seno de

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los matrimonios, necesario es que éstos vuelvan á la servidumbre de la naturaleza corrompida de los hombres, de sus pasiones dominantes, no que­ dándoles ya más que la protección de su honesti­ dad natural. De esta fuente han nacido toda clase de males, no sólo para las familias en particular, sino para la sociedad en general. Porque desecha­ do el santo temor de D ios y olvidado el cum pli­ miento de los deberes tan recomendado por la r e ­ ligión cristiana, frecuentemente sucede lo que na­ turalmente debe suceder, que apenas parecen so­ portables las obligaciones del matrimonio, y quieren muchos librarse del vínculo que creen, impuesto por derecho humano, cuando la des­ igualdad de genios ó la discordia entre ambos, ó la fe violada, ó el consentimiento mutuo ú otras causas, les aconsejan como conveniente el reco­ brar su libertad. Y si es el caso de que la ley les prohíbe satisfacer estos inicuos deseos, entonces claman contra las leyes diciendo que son inhu­ manas y repugnantes al derecho de los ciudada­ nos libres, y que deben abrogarse y sustituirse con otras más suaves que permitan el divorcio. Y los legisladores de nuestros tiempos, m a­ nifestándose solícitos y tenaces defensores del derecho de los principes, no pueden defenderse contra tanta perversidad, y esto aunque lo quie­ ran eficazmente; por lo cual se ven como obliga­ dos á ceder á tas circunstancias y conceden la facultad del divorcio, y así lo comprueba la mis­ ma historia. Pasando por alto otros ejemplos, & fines del último siglo, durante la revolución fran­

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cesa, cuando toda sociedad era. profanada por su alejamiento de Dios, se decretaron válidas y fir­ mes las separaciones entre los cónyuges. Y esas mismas leyes quisieran muchos en nuestro tiem ­ po, par lo mismo que quieren quitar de en medio á Dios y á su Iglesia, separando su acción de la unión conyugal, pensando neciamente que el re­ medio eficaz contra la corrupción de costumbres ha de buscarse en esta clase de leyes. Empero cuán grandes males traigan en pos de sí los divorcios, apenas se pueden explicar. Por causa de ellos se hacen mudables y variables los derechos maritales, se debilita la mutua b e­ nevolencia, se da ocasión perniciosa í la infideli­ dad, se perjudica al cuidado y educación de los hijos, se abre la puerta ¿ la disolución délos ma­ trimonios, se siembra la semilla de la discordia entre las familias, se disminuye y deprime la dig­ nidad de la mujer, exponiéndola al peligro de ser abandonada por su marido, cuando éste ha sa­ tisfecho sus pasiones. Y no habiendo medio más sencillo y más conducente -á la perdición de las familias y á la destrucción de la riqueza pública que la corrupción de costumbres, fácilmente se comprende que los divorcios son el mayor ene­ migo de lás familias y de la sociedad, porque los divorcios dimanan de las costumbres depravadas, y éstas dejan, según la experiencia enseña, el camino expedito ¿ los hábitos viciosos de la vida privada y pública. Y aun más claramente se verá la gravedad de estos males, si se considera que no hay freno tan poderoso que, una ver concedí-

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da la facultad de divorcio, tenga fuerza para con ­ tenerla dentro de ciertos límites. E s grande la fuerza del ejemplo, es mayor la de las pasiones, y con estos incitamentos debe suceder que, exten • diéndose cada día más la liviandad del divorcio, invada el ánimo de muchos, propagándose como enfermedad contagiosa, 6 como torrente de aguas que se desbordan, superando todos los obs­ táculos. Todas estas cosas son muy claras, pero se harán evidentes renovando la memoria de los sucesos pasados. Apenas las leyes ofrecieron c a ­ mino seguro á los divorcios, desde luego se vió el acrecentamiento de las disidencias, de los odios y de las separaciones conyugales, y fué tanta la inmoralidad que á esto se siguió, que los mismos defensores del divorcio hubieron de arrepentirse de su procedimiento, y si no se hubiese puesto remedio con leyes contrarias 4 tan graves males, de temer era que la sociedad hubiese venido á su com pleta disolución. D íccse que los antiguos ro­ manos se horrorizaron á los primeros casos de divorcio’ pero al poco tiempo languideció en los ánimos el sentimiento de la honestidad, y extinguióse por completo el pudor que modera las concupiscencias, y comenzóse á violar ]a fe con ­ yugal con licencia tan desenfrenada, que parecía llegado el caso que nos refieren las historias, de que las mujeres contasen los anos, no por las mu­ danzas de los cónsules, sino de los maridos. D e igual modo entre los protestantes se d ic­ taron al principio leyes para que los divorcios se

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hiciesen por ciertas causas, y estas no muchas; sin embargo, por la afinidad que se encuentra entre los casos, vinieron á crecer tan desmesura­ damente entre los Germanos, Americanos y otTos, que los menos desacordados juzgaron digna de llorarse la extremada depravación de costumbres, é intolerable la temeridad de las leyes. N i otra cosa sucedió en ciudades católicas, en las cuales por haberse dado lugar al divorcio matrimonial, fueron tin to s los males que se siguieron, que su espantoso número superó excesivamente la opi­ nión de los legisladores. Pues llegó la criminali­ dad de muchos á'en tregarse á todo linaje de maldades y fraudes, á todo género de crueldades, injurias y adulterios, que luego servían de pre­ texto para disolver impunemente el vínculo de la unión marital, que había llegado á serles de todo punto insoportable; y todo esto con tanto detri­ mento de la moral pública, que todos juzgaron era necesario establecer leyes que remediasen tantos males. ¿Y quién dudará que los efectos de las leyes que favorecen el divorcio, han de ser igualmente calamitosos, si llegan á ponerse en práctica en nuestro tiempo? N o está ciertamente en la facultad de los hombres el poder inmutar la índole y formas naturales de las cosas; por lo cual, mal interpretan y desacertadamente ju zgan de la felicidad pública, los que piensan que im­ punemente puede trastornarse el orden natural del matrimonio, y que, dejando á un lado la santi­ dad de la Religión y del Sacramento, parece que quieren descomponer y desfigurar el matrimonio

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más torpemente que lo hubieran hecho los p aga­ nos. P or tanto, con razón pueden temer las faini* lias y la sociedad humana, si no se muda de con­ sejo, verse miserablemente arrojados en el abis­ mo de la más completa disolución, que es el pro­ pósito deliberado de socialistas y comunistas. D e esto puede deducirse cuán absurdo y repugnante es esperar Ja felicidad pública de los divorcios que tienden con toda segundad á Labrar la desdi­ cha y desventura de los pueblos. Hemos de confesar, pues, con sinceridad, que la Iglesia católica ha merecido bien de los pue­ blos por los beneficios que Jes ha dispensado, al mirar con tanta solicitud por la santidad y per­ petuidad de los matrimonios; y no es poca la gratitud que se la debe, por haber públicamente redam ado en estos cien años contra las leyes c i­ viles, grandemente pecadoras en esta materia por haber anatematizado la herejía pésima de loa protestantes en punto á divorcios y repudios por haber condenado de muchos modos la sepa­ ración matrimonial usada entre Los griegos por haber declarado írritos y de ningún valor los m a­ trimonios contraídos con la condición de disol1 P íub VI, epist. ad episc. Ludon. 28 Maii 1793.—* Pina VII, Lilter. tncycl. die 17 [Febr. 1809, et Conal. dat. die 19 luí. 1817.— Pius VIH , litt. encycl. die 29 Maii 1829.— Gregoriu? XVI, Conit. dat. die 15 Augusti 1832.— Pin» IX, alloc. hábil, dic 22 Sept. 1852. * Trid. sea. XXIV. can. 5 et 7, 3 Concil. Floran, et lastr. Eug. IV ad Armeno».— Beníd. XIV, Const. E isi ^tí4ipraliít 6 Ma.ü 174a-

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verlos en un dia dado y finalmente, por haber hecho frente, desde los primeros tiempos, á las leyes imperiales, que favorecían perniciosamente los divorcios y repudios*. L os Sumos Pontífices, cuantas veces resistieron á príncipes poderosísi­ mos, que pedían con amenazas la ratificación de la Iglesia para los divorcios que [habían llevado á cabo, han de considerarse, no sólo como defen­ sores de la integridad religiosa, sino como pro­ tectores de las sociedades y de los pueblos. A es­ te propósito, toda la posteridad se llenará de ad­ miración al coosiderar los documentos enérgicos y vigorosos dados á luz por Nicolás I contra Lothario; por Urbano II y Pascual II contra F e ­ lipe I, R ey de Francia; por Celestino III é Ino­ cencio III contra F elip e II, príncipe de las G alias; por Clem ente V I I y Pablo III contra E nri­ que V I II; finalmente, por Pío V I I, Pontífice San­ tísimo y esforzado, contra Napoleón I, engreído con la fortuna y grandeza de su imperio. Siendo esto así, sí todos los gobernadores y administradores de los pueblos hubiesen querido seguir los dictámenes de la recta razón y de la verdadera sabiduría, y contribuir á la utilidad de los pueblos, hubieran debido preferir dejar intac­ tas las leyes del matrimonio y aceptar la coope­ ración de la Iglesia para tutelar de las costum ­ bres y prosperidad de las fam iliast 6 constituirse 1 Cap. 7 de eondit. appos. * Hleron., epilt. 79 ad Ocean.— Ambro*., lib. VIII ln cap, 16. Laca;, n. 5.— August., de nuptüs, cap. 10.

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en enemigos suyos, y acusarla falsa é inicuamen­ te de haber violado el derecho civil. Y esto, con tanta más razón, cuanto que no pudiendo la Iglesia católica declinar en Cosa al­ guna del cumplimiento de su deber y defensa de su derecho, por eso mismo suele ser más propensa á benignidad é indulgencia en todo aquello que puede componerse con la integridad de sus de­ rechos y santidad de sus deberes. P or esta causa jam ás estableció nada acerca del matrimonio sin poner antes la vista en el estado d éla comunidad y en las condiciones de los pueblos; y más de una vez mitigó, en cuanto pudo, lo prescrito por sus leyes, cuando á ello le impulsaron justas y graves causas. Tam poco ignora la Iglesia ni niega, que dirigiéndose el Sacramento del matrimonio á la conservación é incremento de la sociedad huma­ na, tiene afinidad y parentesco con las mismas cosas humanas que son, es verdad, inherentes al matrimonio, pero que se relacionan con el dere­ cho civil; de cuyas cosas razonablemente cono­ cen y decretan los que presiden la república. Empero nadie duda que Jesucristo, fundador de la Iglesia, quiso que la potestad sagrada fuese distinta de la civil, y que ambas fuesen ¡libres y expeditas para moverse en su terreno; pero con esta circunstancia, que interesa á ambas y á to ­ dos los hombres; que hubiese una mutua concor­ dia y unión entre ellas; y en aquellas cosas que son, aunque por diverso motivo, de derecho y juicio común, la autoridad temporal, á la que están confiadas las cosas humanas, dependiera.

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oportuna y convenientemente de aquella, otra Autoridad, á la que se han confiado las cosas del Cielo. D e esta manera y con tal armonía, 110 sólo se consigue dejar íntegra la razón Sufi­ ciente de ambas potestades, sino que también se obtiene el modo oportunísimo y eficacísimo de ayudar á los hombres en lo que toca á las accio­ nes de la vida 'y á la esperanza de la salvación eterna. Pues así com o la inteligencia de los hom­ bres, según hemos demostrado en las anteriores Encíclicas, cuando se asocia con la fe cristiana, se ennoblece mucho y se hace más fuerte para evitar y repeler los errores, no es poca á su vez la fuerza que la fe toma de la inteligencia; asim is­ mo, si la Autoridad civil vive en amistad con la potestad eclesiástica, necesario es que de esta unión resulte para ambas grande utilidad. L a una, llevando por delante la Religión, ve ampli­ ficada su dignidad y como garantida la justicia de su gobierno: la otra, con su tutela y defensa, puede admirablemente labrar el bien público. Nos, pues, conmovidos con la consideración de estas cosas, así como en otras ocasiones lo hemos hecho con diligencia, así en la presente exhortamos á los príncipes con toda la eficacia de nuestra alma á la amistad y á la concordia; y Somos los primeros en alargarles con paternal benevolencia nuestra d ie stra , ofreciéndoles el auxilio de nuestra suprema potestad, tanto más necesario en estos tiem p os, cuanto el dere­ cho de mandar, cual si hubiera recibido profunda herida, está, más debilitado en la opinión de los

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hombres. Invadidos los ánimos de la más procaz libertad, y despreciando con el mayor descaro todo yugo de imperio, por legitimo que sea; la sa ­ lud pública exige la unión de fuerzas entre ambas potestades, para conjurar los males que amena­ zan, no solamente á la Iglesia, sino también al Estado. Mas, cuando con tanta eficacia aconsejamos la amistad y unión de las voluntades, y rogamos á D ios, príncipe de la P az, que sugiera en todos los ánimos el amor de la concordia, no podemos, menos, Venerables Hermanos, de excitar, exhor­ tando más y más vuestra solicitud, vuestro estu­ dio y vigilancia, que no dudamos es grande en vosotros. E n cuanto dependa de vuestro empe­ ño, en cuanto podáis con vuestra autoridad, pro­ curad que se retenga íntegra é incorrupta entre los fíele» encomendados á vuestro cuidado la doctrina que Cristo, Señor Nuestro, y los Após­ toles, intérpretes de s i l voluntad Celestial, ense­ naron, y que la Iglesia católica guardó religiosa­ mente y mandó guardar en todos tiempos á los fieles de Cristo. Emplead vuestro principal cuidado en que los pueblos abunden en preceptos de sabiduría cris­ tiana, que tengan siempre en la memoria que el matrimonio fué instituido desde el principio, no por la voluntad délos hombres, sino por la auto­ ridad y disposición de Dios, y bajo la precisa ley de que ha de ser de uno con una; que Jesucristo, autor de la N ueva alianza, lo elevó de contrato natural á Sacramento; y que, por lo que toca al

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vínculo, dió á su Iglesia la potestad legislativa y judicial. Y ha de precaverse con sumo cuidado en esta materia, que los fieles no sean inducidos á error por las falaces enseñanzas de los adversa­ rios, que dicen haberse quitado á la Iglesia esta potestad. Igualmente debe ser para todos cosa cierta, que si "alguna unión se contrae entre los fieles de Cristo fuera del Sacramento, no tiene razón ni fuerza de verdadero matrimonio; y aun cuando se haya verificado convenientemente dicha unión por las leyes civiles, nunca, podrá ser mfis que un rito ó una costum bre introducida por el derecho civil; mas por el derecho civil, tan solamente puede ordenarse y administrarse aque­ llo que el matrimonio lleva de suyo en el terreno civil, y nada puede llevar consigo, sin que exista la razón suficiente del matrimonio, que consiste en el vínculo nupcial, y es su verdadera y legí­ tim a causa. Importa mucho á los esposos tener bien sabidas todas estas cosas, y estar bien pe­ netrados de ellas, para que puedan conformarse en este asunto con lo que disponen las leyes, ¿ lo cual de ningún modo se opone la Iglesia, que quiere que el matrimonio surta sus efectos en todo y por todo, y que ningún perjuicio se siga á los hijos. En tanta confusión de opiniones que cada día se multiplican más y más, es también muy nece­ sario comprender que la disolución entre cristia­ nos, del matrimonio rato y consumado, á ninguno es posible; y que por lo mismo son reos de mani­ fiesto crimen aquellos cónyuges que, por más

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causas que puedan existir, se ligan con nuevo vínculo de matrimonio, antes da disolverse el primero por la muerte. Y si tas cosas llegasen á tal extremo, que la vida bajo un mismo techo se hiciese imposible, entonces la Iglesia deja que ca d a uno de las cónyuges obre separadamente el uno del otro, y con los cuidados y remedios que pone en práctica, acomodados á la condición de los cónyuges, procura suavizar los inconvenientes de la separación, y nunca sucede el que deje de trabajar, ó desconfíe de conseguir la concordia y unión quebrantadas. Pero estos ya son extre­ mos, á los cuales sería fácil no descender, sí los esposos, no dejándose llevar de la pasión, sino pensando seriamente en las obligaciones de los cónyuges, y teniendo en cuenta las causas nobi­ lísimas que deben presidir el matrimonio, se lle­ gasen á él con las debidas intenciones, y no anti­ cipasen las bodas, irritando á Dios con una serie no interrumpida de pecados. Y para decirlo todo en pocas palabras, entonces los matrimonios ten­ drán por efecto una constancia plácida y tran­ quila, cuando los cónyuges se acerquen á él con el espíritu religioso que da al hombre fortaleza y ánimo invicto, que hace que los vicios que pue* dan existir en ellos, que las diferencias de carác­ ter, que el peso de los cuidados maternos, que la trabajosa solicitud de la educación de los hijos, se consideren como compañeros inseparables de la vida, y se sufran todas esas adversidades y trabajos, no sólo con moderación, sino también con buena voluntad.

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D e b e también evitarse el contraer fácilmente matrimonio con personas que no sean católicas, pues, apenas se puede esperar paz y concordia entre esposos que disienten en punto á religión. Tales matrimonios deben evitarse con sumo cui­ dado, muy principalmente porque dan ocasión á sociedad y comunicación prohibida de cosas sa­ gradas, crean un peligro á la religión del cónyuge católico, sirven de impedimento á la buena educa­ ción de los hijos, é inclinan frecuentemente los ánimos 6. formarse igual idea de todas las religio­ nes, olvidando la diferencia que hay entre lo falso y lo verdadero, últim am ente, comprendiendo bien que ninguno debe ser ajeno á nuestra cari­ dad, recomendamos á la autoridad de la fe y á vuestra piedad, Venerables Hermanos, á aque­ llos miserables que, arrebatados por el ímpetu de sus pasiones, y olvidados de su eterna salvación, viven mal unidos con el vínculo de ilegítimo ma­ trimonio, Desplegad vuestro celo en atraer á estos hombres á su deber, y, ya por vosotros mismos inmediatamente, ya interpuesta la mediación de personas cristianas, trabajad por todos los me­ dios posibles para hacerles comprender que han obrado criminalmente, que deben hacer peniten­ cia y determinarse á contraer un matrimonio legal, acomodándose al rito católico. E stos documentos y preceptos, que acerca del matrimonio cristiano hemos querido comuni­ car con vosotros. Venerables Hermanos, fácil­ mente comprenderéis que no contribuyen menus i la conservación de la sociedad civil que á la

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ENCÍCLICAS»

salud eterna, de los hombres. Quiera, pues, el Señor, que así como tienen en si mismos gran peso y fuerza de convicción, encuentren también ánimos dóciles, y prontos á sujetarse á ellos.y obe­ decerlos. A este fin, imploremos todos hum ilde­ mente la. protección de la Bienaventurada María, Virgen Inmaculada, que excitando los corazones á obedecer á la fe, se muestre Madre y protec­ tora de los hombres. Y con no menos fervor, roguemos á San Pedro y San Pablo, Principes de los Apóstoles, dominadores de la superstición y sembradores de la verdad, que defiendan con su valioso patrocinio al género humano del diluvio de errores que renacen todos Los dias. Entretanto, y como señal de los dones celes­ tiales, y testimonio de Nuestra singular benevo­ lencia, á todos vosotros, Venerables Hermanos, y á los pueblos confiados ¿ vuestra solicitud, en­ viamos de todo corazún la Bendición A pos­ tólica. Dado en San Pedro de Roma., día diez de Febrero, año mil ochocientos ochenta: de Nuestro Pontificado, año segundo.— L E O N P a p a X III.

ENCÍCLICA

QUINTA.

Donde se extiende á toda la Iglesia el culto de los Santos Ciñió y Metodio, Apóstoles de los Eslavos.

k

T O D O S L O S P A T R IA R C A S , P R IM A D O S, A R ­

Z O B IS P O S Y O B IS P O S D E L M U N D O C A T Ó L IC O QUE SE H ALLAN CON

LA

EN

G R A C IA Y

CO M UN IÓ N

S E D E A P O S T Ó L IC A .

LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.

augusto ministerio de propagar el nom­ bre cristiano, confiado de una manera es­ pecial al bienaventurado Pedro, principe de los Apóstoles, y á sus sucesores, ha estimula­ do á los Pontífices Romanos £ enviar en diferen­ tes épocas, á las diversas naciones de la tierra, mensajeros del Santo Evangelio á medida que lo

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E N C ÍC L IC A S.

demandaban las circunstancias y las inspiracio­ nes del Dios de misericordia. P or esto, as! como delegaron para la dirección de las almas un Agustín á los bretones, un Patricio á los irlandeses, un Bonifacio á los germanos, un W ilbrodio á los frisoncs, bátavos, belgas y á otros muchos pueblos, así confirieron á los santos C iri­ lo y M etodioel poder de llenar el ministerio apos­ tólico cerca de los pueblos eslavos, los cuales, gracias á su celo y ¡í sus grandes trabajos, vieron la luz del Evangelio y pasaron de la vida de la barbarie á la vida de la civilización. Si la fama, fiel al recuerdo de sus beneficios, nunca ha dejado de celebrar en todo el país es­ lavo á Cirilo y Metodio, ilustre pareja de Após­ toles, la Iglesia Romana no ha dejado de rodear­ les de culto, y ya en vida honró al uno y al otro en muchas circunstancias, no queriéndose privar de las cenizas del primero de los dos que murió. A sí, desde el año rSj8 los bohemios, los moravos y los croatas de raza eslava que acostumbraban ¿ c e le b ra r todos los años el 9 de Marzo una so­ lemne función en honor de Cirilo y de Metodio, obtuvieron del favor de Pío IX , Nuestro P red e­ cesor de inmortal memoria, el celebrar la fiesta el 5 de Julio, recitando el oficio de la Misa en m e­ moria de Cirilo y de Metodio. Poco después, en la época en que se celebra­ ba el gran Concilio del Vaticano, muchos O bis­ pos pidieron con instancia á la Sede Apostólica que su culto y su fiesta de rito determinado se extendiera á toda la Iglesia. Pero como el asunto

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no ha llegado á término hasta hoy, y como por las vicisitudes de los tiempos ha sobrevenido un cam bio eu el estado político de aquellas comar­ car, parécenos la ocasión favorable para ser útil á los pueblos eslavos, en cuya conservación y sa l­ vación N os estam os profundamente interesados. P o r esto, á la vez que Nos queremos que nuestro afecto paternal en nada les falte, Nos queremos también que se extienda y acreciente el culto de esos hombres santos que, así como en otro tiempo sacaron á los pueblos eslavos de la muerte-á la salvación, propagando la fe católica entre ellos, así hoy les defenderán eficazmente por su celestial patronato. Cirilo y M etodio, primos hermanos nacidos en la célebre ciudad de Tesalónica, fueron en edad temprana á Constantinopla para estudiar las ciencias humanas en la capital de Oriente. N o se tardó en notar la chispa de genio que brillaba en aquellos jóvenes: uno y otro hicieron grandes progresos en poco tiempo; pero sobre todo Cirilo, que se distinguió hasta tal punto en las ciencias, que mereció, por honor particular, se le llam ara el Filósofo. Poco tiempo después, Metodio abrazó el esta­ do monástico; por su parte, Cirilo fué juzgado digno de que la em peratriz Teodora, por petición del P atriarca Ignacio, le encargara de instruir en la fe cristiana á los kazaros, pueblos situados más allít del Querconeso, que pedían á Constantino­ pla sacerdotes instruidos. Aceptó de buen grado este ministerio, y habiendo ido desde luego á

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ENCÍCLICAS.

Querconeso, consagró algún tiempo, según lo cuentan varios autores, al estudio de la lengua del país, consiguiendo en aquella época por el más dichoso de los presagios, el descubrir los restos sagrados del P apa San Clem ente I, que reconoció fácilmente, gracias á la antigua tradi­ ción, así como por el anda con que se sabía que el magnánimo mártir fué precipitado al mar por orden del emperador Trajan o y enterrado en se­ guida con ella. Dueño de tan preciado tesoro, penetró en las ciudades y residencias de los kazaros, y muy lue­ go, después de haber abolido diversos gáneroGde superstición, ganó para Jesucristo aquellos pue­ blos por sus enseñanzas y movidos por el espíritu de Dios. Constituida felizm ente la nueva Com u­ nidad cristiana, dió un memorable ejemplo de continencia y de caridad á la vez, rehusando todos los presentes que le ofrecían los habitantes, & ex ­ cepción de los esc|avos, cuya libertad se reservó para el caso de que se convirtieran al cristianis­ mo. Pronto solvió á Constantinopla, retirándose al Monasterio de P olieron o, donde también se habla retirado Metodio. Durante este tiempo, la fama llevó á Rasmiz, príncipe de Moravia, el rumor de los felices acon­ tecimientos sucedidos en Kazaria; el príncipe, excitado por su ejemplo, negoció con el empe­ rador Miguel III el envío por Constantinopla de algunos obreros evangélicos, obteniendo sin difi­ cultad lo que deseaba; y el mérito insigne de C i­ rilo y de Metodio y su amor bien conocido hacia

E K C iC W C A S .

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el prójimo, hizo que fueran designados para la misión de M oravia. Habiéndose puesto en camino á través de Bulgaria, que había y a recibido la iniciación en la fe cristiana, no descuidaron en lugar ninguno la ocasión de extender los sentimientos religiosos. E n M oravia la multitud salió ¿ s u encuentro has­ ta los límites del P r i n c i p a d o , siendorecibidos con gran ansia £ intenso júbilo. Sin dem orase consa­ graron á inculcar en los ánimos las enseñanzas cristianas, elevándolos hacia la esperanza de los bienes celestiales, y esto con tanto ardor y con tan laborioso celo, que en poco tiempo la nación ttiorava se había dado espontáneamente á Jesu­ cristo. E l conocimiento que Cirilo había anterior­ mente adquirido del idioma eslavo no contribuyó poco á estos resultados, y la influencia de la lite­ ratura sagrada de los Testam entos que había tra­ ducido en lengua popular, fué muy considerable. A sí toda la nación eslava debe mucho á aquel de quien ella ha recibido, no solamente la fe cristia­ na, sino también los beneficios de la civilización, porque Cirilo y Metodio fueron los inventores del alfabeto que ha dado á la lengua eslava sus sig­ nos y medios de expresión, y por esta causa apa­ recen, con justicia, como fundadores de la misma lengua. L a fama había llevado también, de esas pro­ vincias tan lejanas y aisladas, hasta Roma, la gloria de tales actos. Asi el Soberano Pontífice Nicolás I, habiendo ordenado á los Santos her­

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E H CÍCI4CAS.

manos que fueran á Rom a, estos se apresuraron á ejecutar las órdenes, llevando consigo las reli­ quias de San Clemente. A l saber esto Adriano II, que había sucedido al P ap a Nicolás, avanzó en medio del concurso del clero y del pueblo, con el aparato de una recepción solemne, al encuentro de los ilustres huéspedes, y el cuerpo de San C le­ mente, honrado allí mismo por estupendos mila­ gros, fué llevado con gran pom pa á la Basílica levantada en tiempo de Constantino sobre las mismas ruinas de la casa paterna del mártir in ­ victo. En seguida Cirilo y Metodio dan cuenta en presencia del clero, al soberano Fontíñce, de la misión apostólica que tan laboriosa y santamente habían llenado. Y como se les acusara de haber obrado contra las antiguas costumbres y contra los ritos más santos, empleando la lengua eslava para la celebración de los santos misterios, abo­ garon por su causa con razones tan justas y con­ cluyentes, que el Pontífice y todo el clero les ala­ baron y aprobaron. Después, habiendo prestado los dos juramento, según la fórmula de la profe­ sión católica, afirmando que permanecerían en la fe del bienaventurado Pedro y de los Pontífices Romanos, fueron creados y consagrados Obispos por el mismo Adriano, siendo promovidos ta m ­ bién á las diferentes Ordenes sagradas muchos de sus discípulos. E l designio de la Providencia era que Cirilo terminara el curso de su vida en Roma el 14 de Febrero del ano 8 6 g, más maduro en virtud que

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en años. Tuvo funerales públicos y solemnes ce­ lebrados con la misma pompa que para los P on­ tífices Romanos, colocándole con gran honor en la tum ba que Adriano había hecho construir para sí mismo. E l santo cuerpo del difunto, que el pueblo romano no quiso dejar que se trasportara á Constantinopla i pesar de los deseos de una madre desolada, fué conducido á la Basílica da San Clem ente y depositado cerca de las cenizas de aquel á quien el mismo Cirilo había conserva­ do con veneración durante muchos años. Y mien­ tras era llevado á través de la ciudad en medio del alegre cántico de los salmos, se hubiera dicho que el pueblo romano, al rendirle honores celes­ tiales, le daba el triunfo y no honras fúnebres. Después de esto, Metodio volvió como Obispo, por orden y bajo los auspicios del Soberano Pon­ tífice, á seguir sus funcione!» apostólicas en Mo­ ravia, y convertido por su alma en informador de sn rebaño, se aplicó en aquella provincia á servir más y más á la causa católica. Se le vió com batir enérgicamente á los novadores para impedirles que concluyeran con el nombre católico por la locura de las opiniones; instruir en la religión al príncipe Smentopolock, que había reemplazado á Rastiz; reprenderle cuando faltaba á su deber; afearle su conducta, y hasta amenazarle con la excomunión. Atrájose, por estas razones» el odio riel cruel im púdico tirano, que le desterró; pero llamado del destierro poco tiempo después, obtu­ vo, por medio de hábiles exhortaciones, que el principe diera pruebas de mejor disposición de

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ánimo, y que comprendiera la necesidad de res­ catar sus antiguos hábitos con un nuevo género de vida. L o que hay de más admirable es que la vigi­ lante caridad de Metodio, habiendo traspasado los límites de la M oravia, alcanzando en vida de Cirilo á los libum ienses y á los servios, llegó des­ pués á los panovios, á cuyo principe convirtió & la religión católica; ¿ los búlgaros, á quienes con­ firmó en la fe cristiana juntamente con su prínci­ pe Boris; á los dálmatas, á quienes distribuyó y dispensó las gracias especiales; á los carintios, con quienes trabajó ardientemente por traerles al conocimiento y al cu lto del único Dios verda­ dero. Pero esto debía convertirse para él en una fuente de pruebas, porque algunos miembros de la Sociedad cristiana, envidiosos de los actos de valor y de virtud de Metodio, le acusaron, á pesar de su inocencia, ante el P apa Juan V I II, sucesor de Adriano, de tener una fe sospechosa y de vio ­ lar las tradiciones de los abuelos, los cuales, en la celebración de los santos misterios, se servían de la lengua griega y de la latina, con exclusión de todas las demás. E n vista de lo cual, el P on tí­ fice, en su celo por el ipantenimiento de la inte­ gridad de la fe y de las antiguas tradiciones, lla­ mó á Metodio á Roma, invitándole á que recha­ zara la acusación y se justificase. Metodio, siempre dispuesto á obedecer, y fuer­ te con el testimonio de su conciencia, com pare­ ció en el año 88o ante el Papa Juan, muchos

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Obispos y ei clero romano, consiguiendo una fá­ cil victoria y probando que siempre había guar­ dado y enseñado fielmente la fe que en presencia, y con la aprobación de Adriano, había profesado y prometido guardar por juramento sagrado en la turaba de los Apóstoles; y que si se había servido para los sant 09 misterios de la lengua eslava, era por justos motivos, por licencia especial del Pon­ tífice, y sin que violara el texto sagrado. P or esta defensa se justificó tan bien de todos los cargos, que en el acto el Papa le abrazó y quiso confir­ marle en su poder arcbiepiscopal y en su misión entre los eslavos. Además, el Pontífice, habiendo delegado á muchos Obispos para que, presididos por Meto­ dio, le ayudasen en la gestión de los asuntos cris­ tianos, le volvió á enviar á M oravia con cartas muy halagüeñns y plenos poderes. Y más tarde, cuando de nuevo la envidia de los malos atacó otra vez á Metodio, el Soberano Pontífice, por nuevas letras, confirmó sus anteriores favores. Así que, plenamente tranquilizado y unido al Soberano Pontífice y á toda la Iglesia Romana J>or el lazo apretadísimo de la fe y de la caridad, Metodio perseveró con más vigilancia en el cum­ plimiento del cargo que Je había sido confiado, sin que hubiera que esperar mucho de los frutos notabilísimos de su celo. Porque después de ha­ ber él mismo, con ayuda de un sacerdote, con­ vertido á la fe católica al príncipe de los bohe­ mios, Borizoy, y poco más tarde á la esposa de este principe, supo en poco tiempo hacer de mo­

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do que el cristianismo se difundiera en toda la nación. A l mismo tiempo puso especial cuidado en hacer que Llegara la luz del Evangelio á. Polo­ nia, y habiendo penetrado él mismo en Galitciar fundó una Sede episcopal en Leopol. Habiendo vuelto desde allí, como algunos lo refieren, á la M oscovia propiamente dicha, esta­ bleció la Sede Episcopal de Klew . Habiéndose cubierto de este modo de laureles inmortales, vol­ vió á M oravia entré los suyos. Conociendo que se acercaba su ñn, designó su propio sucesor, y después de haber exhortado á la virtud con sus últimos consejos á su clero y pueblo, abandonó en paz esta vida que para él había sido camino del cielo. Así como Rom a lloró á Cirilo, Moravia dió muestras de su dolor por la muerte de M eto­ dio y de su pena por tal pérdida, honrando de todas maneras sus funerales. Gran alegría, Venerables Hermanos, nos cau ­ só el recuerdo de estos sucesos, y experimentamos no pequeña emoción al contemplar en tiempos tan lejanos la unión tan magnífica en sus hermo­ sos orígenes de las naciones eslavas con la Igle­ sia Romana. Pues si estas dos propagandas del1 nombre cristiano salieron de Constantinopla para penetrarentrelos infieles, recibiéronla investidura de su misión de esta Sede Apostólica, ó la santa necesaria aprobación de esa misión. E n efecto, aquí en esta ciudad de Roma dieron cuenta de su misión y respondieron á sus acusadores; aquí en el sepulcro de San P edro y San Pablo, juraron guar­ dar la fe católica, recibieron la consagración epis­

E N CÍCLICAS.

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copal á. la vez que la facultad de constituir la j e ­ rarquía sagrada, observando la distinción de las Ordenes. Aquí, en fin, se solicitó y obtuvo licen­ cia. para em plear la lengua eslava en los ritos sa ­ grados, y hace este año diez siglos que el Sumo Pontífice Juan V I H escribió á Swentopolk, prín­ cipe de M oravia: «Con razón alabamos las letras eslavas... que resuenan con las alabanzas debidas á Dios, y ordenamos que en esta misma lengua sean celebradas Jas alabanzas y las obras de Muestro Señor Jesucristo. N ada en la fe ortodoxa y en la doctrina impide que se cante la M isa en lengua eslava, ó que se lea en esta lengua el Santo Evangelio 6 las lecciones divinas del N uevo y el Antiguo Testam ento, bien traducidas é interpre­ tadas, ó que se canten todos los oficios de las H o ­ ras.» E sta costumbre, después de muchas vicisi­ tudes, fué sancionada por Benedicto X I V por le­ tras apostólicas de 23 de Agosto de 1754. Pero los Pontíñces Romanos, siempre que se solicitó su ayuda por los príncipes que goberna­ ban los pueblos, que el celo de Cirilo y Metodio había guiado al Cristianism o, obraron de tal suerte, que nunca se les pudo acusar de falta, ya de ternura al socorrer, de dulzura al enseñar, de benevolencia en sus consejos, y en todo lo que era posible, de la m ayor condescendencia. Rastiz, sobre todo, y Swentopolk y Cocel, y Santa Ludmilla, y Bocis, conocieron la insigne caridad de Nuestros predecesores en circunstancias y épocas diversas. L a solicitud paternal de los Pontífices Roma­

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EN C ÍCLICA S.

nos hacia los pueblos eslavos, no se ha detenido ni relajado desde la muerte de Cirilo y Metodio. Afirmóse siempre, protegiendo entre ellos la san­ tidad de la religión y la conservación de la pú­ blica prosperidad. E n efecto, Nicolás envió de Roma á los búlgaros, sacerdotes encargados de instruir al pueblo, y los Obispos de Populonia y Porto, encargados de organizaría nueva sociedad cristiana. E l mismo P apa respondió con mucho amor á las numerosas controversias de los búlga­ ros acerca del derecho sagrado; de tal suerte, que hasta aquellos más prevenidos en contra de la Iglesia romana reconocen y alaban la prudencia de esas respuestas. Después de la dolorosa calamidad del cism ares gloría de Inocente III el haber reconciliado á los búlgaros con la Iglesia católica, así como á Gre­ gorio IX , Inocencio IV , N icolás IV y Eugenio IV corresponde la de haber mantenido esa reconci­ liación.. L o mismo respecto á Iosbosniacos y herzegovinos, engañados por el contagio de opinio­ nes perversas, se vió brillar resplandeciente la caridad de nuestros predecesores Inocencio III é Inocencio IV , Gregorio IX , Clem ente V I, Pío II, que se esforzaron los dos primeros en arrancar el error de los espíritus, los tres últimos en afir­ mar sólidamente en estos países los grados de la jerarquía sagrada. Debe pensarse que Inocen­ cio III, N icolás IV , Benedicto X I, Clemente V no consagraron pequeña ó escasa parte de sus cuidados & los servios, pues con gran previsión reprimieron los fraudes astutamente combinados

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en ese país para destruir la religión. Asimismo los dálmatas y los liorneses recibieron de Juan X , Gregorio IX , Urbano IV , testimonios de favor particular y grandes loores por su constancia en la fe, en recompensa de sus buenos servicios. En fin, existen numerosos monumentos de la benevolencia de Gregorio IX y de Clemente X IV en la Iglesia de Servia, destruida en el siglo X V I por las incursiones de los bárbaros, y restaurada m is tarde por el celo piadoso de San Esteban, Tey de Hungría. P o r eso comprendemos que debemos dar g ra ­ cias á Dios de tener ocasión favorable de conce­ der un favor á la nación eslava y proveer & su bien general, y ciertamente no con menor celo que el demostrado por nuestros predecesores. E l fin que nos proponemos, lo que únicamen­ te deseamos, es no descuidar esfuerzo alguno para que las naciones eslavas sean instruidas por gran número de Obispos, para que se afirmen en el culto de la verdadera fe, en la obediencia ¿ la verdadera Iglesia de Jesucristo; para que reco* nozcan cada vez más, por experiencia diaria, la fuerza para el bien que emana de los preceptos de la Iglesia católica sobre el hogar doméstico y todas laa clases del país. A las iglesias se dedican la mayor parte de nuestros pensamientos, y nada deseamos más v i­ vamente que estar en disposición de proveer á su bienestar, á su prosperidad y unirlas ¿ N o s con el nudo perpetuo de la concordia, que es el mayor y el mejor vínculo de salvación.

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EN C ICLICA S.

Fáltanos conseguir que el Dios, rico en m ise­ ricordia, favorezca nuestros proyectos y secunde

nuestra empresa.. E ntre tanto, invoquemos como intercesores cerca de E l á Cirilo y Metodio, d o c­ tores del país de tos eslavos, pues como deseamos extender el culto, confiamos en que no nos ha de faltar su protección. P or eso ordenamos que en el quinto día del mes de Julio üjado por Pío IX , de feliz memoria, sa inserte en el calendario de la Iglesia Romana y universal, y anualmente se celebre la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, con oficio del rito doble menor y M isa propia que la Sagrada C on­ gregación de Ritos ha aprobado. Y á vosotros, Venerables Hermanos, os orde­ namos que veléis por la publicación de esta E n ­ cíclica, y prescribáis la observación de lo en ella dispuesto á todos los presbíteros que celebran los oñcios de la Iglesia Romana, en sus Iglesias, pro­ vincias, ciudades, diócesis y conventos de segla­ res. Queremos, en fin, que, con ayuda de vues­ tros consejos y exhortaciones, Cirilo y Metodio Bean invocados en el mundo entero, á fin de que con todo el favor de que gozan cerca, de Dios, protejan la religión cristiana en todo el Oriente, y obtengan la constancia de los católicos é inspi­ ren ¿ los disidentes el deseo de reconciliarse con la Iglesia verdadera. Decreto que lo arriba escrito sea ratificado y confirmado, sin que obsten las constituciones pu­ blicadas por Pío V , Nuestro predecesor, y las demás constituciones apostólicas acerca de la re-

ENC ICLICA S.

rlg

lornia del Breviario y del Misal Romano, ni I09 usos y costumbres, aun los más antiguos, ni nin­

gún otro en contrario. Como prenda de los favores celestiales y de Nu&stra particular benevolencia, os concedemos con mucho amor en Nuestro Señor, á vosotros to­ dos, Venerables Hermanos, á todo el clero y á todo el pueblo confiado á vuestros cuidados, la Bendición Apostólica. D ado en Roma cerca de San Pedro el día 30 de Setiem bre del año de i8(Jo, tercero de N u es­ t r o Pontificado.— L e ó n , P apa X III.

ENCÍCLICA

SEXTA.

Donde se recomiendan las obras de la Propa­ gación de la F e , de la Santa Infancia y las Escuelas de Oriente.

A L O S P A T R I A R C A S , P R IM A D O S , A R Z O B I S P O S

Y O B IS P O S ESTÁN

DEL

EN

U N IV E R S O

G R A C IA SEDE

LEÓN

Y

C A T Ó L IC O Q U E

C O M U N IÓ N

CON

LA

A P O S T Ó L IC A .

PAPA XIII.

V enerables H erm anos; s a ln d y bendición ap ostólica.

I a Santa ciudad de Dios, que es la Iglesia, no se halla circunscrita dentro de los confines de ninguna región, y tiene la fuerza, recibida por su Fundador, de dilatar más cada día el espacio de sus tiendas y de extender las aras de sus tabernáculos E ste ¿crecenta1

I». L IV , 2.

1 34

e n c íc lic a s .

miento del pueblo cristiano, si bien es obra prin­ cipalmente de la Intima asistencia y ayuda del Espíritu Santo, puede, sin embargo, operarse extrínsecamente por obra de los hombres, y con­ forme á las costumbres humanas, siendo propio d é la sabiduría de D ios que todas las cosas vayan ordenadas y conducidas á su fin por aquel modo que conviene á la naturaleza de cada una de ellas, y ninguna más adecuada á los hombres y á los oficios de los hombres, que aquella por cuyo me­ dio se obtiene el aumento de nuevos ciudadanos en esta terrestre Sión. Porque, en primer lugar, están los que predi­ can la palabra de Dios; y así Cristo ensenó con sus ejemplos y sus oráculos, y así el apóstol Pablo insistía diciendo: ¿Cómo creeremos aquel á quien no oímos? ¿ Y cómo oiremos si no vemos á quien predica..? Porque la f e viene por el oído y el oído por la p a ­ labra de Cristo

E stos oficios, en primer lugar, tocan á los que legítimamente han sido iniciados en el sagrado ministerio, á los cuales, por cierto, no poco a yu ­ da y conforta el obtener los socorros externos y con plegarias dirigidas á Dios atraerse los dones celestiales, por lo cual son alabadas en el E v a n ­ gelio aquellas señoras que á Cristo que evangeli­ zaba el reino de Dios, auxiliaban cok sus propios bienes y Pablo da testimonio que & ellos y ¿ cuantos anuncian en el Evangelio, es concedido •

Rom. X . i * . 17.

a

Luc. V III. 3.

E N CÍCLICAS.

135

por voluntad de D ios que vivan del Evangelio Igualmente sabemos que Cristo á los que le se­ guían y escuchaban dió este mandamiento: S u ­ p lica d a l amo de la m ils que lleve & ella á sus operarios *, y que sus primeros discípulos, si­

guiendo el ejemplo de los Apóstoles, acostumbra­ ban á suplicar á Dios con estas palabras: Concede & tus siervos que anuncien con toda confianza tu palabra

E stos dos oñcios, que consisten en dar y en orar, además de ser útilísimos para ensanchar los confines del reino de los cielos, tienen la propie­ dad, á ellos inherente, de poder fácilmente ser consumados por todos en cualesquiera de las condiciones humanas. Porque ¿quién se halla en tan mísera fortuna que no pueda dar una moneda ínñma, ó sobrecargado con tantas ocupaciones que no pueda elevar alguna vez una plegaría á Dios por los nuncios del Santo Evangelio? Y ha estado siempre en las costumbres de los hombres apostólicos, y especialmente del Pontífice Rom a­ no, fi quien incumbe mayormente la solicitud de propagar la fe cristiana, si bien no siempre se ob­ servó el mismo modo de emplear tales socorros, sino que fueron varios y diversos, según la v a ­ riedad de los lugares, y la diversidad de los tiempos. Así, siendo la tendencia de nuestra edad la de emprender las cosas arduas, merced á la conjun1 r'

I .C o r. IX . 14. A d , JV, 29.

a

Math. IX , 3.— Luc. X, 2.

I j6

E N C ÍC L IC A S .

ci6n de log semejantes y á Ja fuerza de ios mu­ chos, vemos unirse 6 formarse en todas partes asociaciones, de las cuales algunas se han. cons­ tituido para promover la Religión en todos los países, siendo entre todas la más eminente aque­ lla pía asociación formada cerca de sesenta años ha en L yó n de Francia, que tomó el nombre de L a Propagación de la F e, la cual, en sus princi­ pios, tuvo por objeto socorrer á algunos misione­ ros en América. Mas como el grano de mostaza se convirtiera en árbol gigantesco de grandes y floridas ramas, todas las misiones esparcidas por el haz de la tierra lograron sus activos bene­ ficios. E sta excelente institución fué desde luego aprobada por los Pastores de la Iglesia, recogiéndo elogios estupendos. L o s Romanos Pontífices Pío V II, León X II, P ío V I I I , Nuestros P red e­ cesores, fervorosamente la recomendaron, enri­ queciéndola con los dones de las indulgencias, y con mucho mayor empeño la promovió y con afecto verdaderamente paternal la miró G rego­ rio X V I, quien, en la carta En cíclica del día 15 de Agosto del año 40 de este siglo, habló de ella en estos términos: «Obra verdaderamente grande y santísima, la cual, con tenues oblaciones y ruegos cotidianos á Dios dirigidos por cada uno de los asociados, se sostiene, se acrecienta, se engrandeze, y tiene por objeto socorrer á los operarios apostólicos, ejercitar con los neófitos las obras de la caridad cristiana, y librar á los fieles de los ímpetus de

E N C IC L IC A S.

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la persecución, N os la estimamos dignísima de la admiración de todos los buenos. N i debe creerse que tantas ventajas y provechos hayan venido en estos últimos tiempos á la Iglesia sin una mira especial de la divina Providencia, porque mien* tras estrechan 6 la amada E sposa de Cristo la9 maquinaciones de toda especie del enemigo in­ fernal, nada podia suceder más oportuno que lo que aumente en los fieles el deseo de propagar la verdad católica, esforzándose todos, con celo concorde y reunidos recursos, en ganar alma9 para Cristoi. Después de lo cual exhortaba á los Obispos 4 fin de que todos ellos en cada diócesis solícita­ mente adoptaran los medios de que una institu­ ción tan saludable ganara siempre nuevos incre­ mentos. Y tam poco se desvió de las huellas de su predecesor P ío IV , de gloriosa memoria, que en todas ocasiones tuvo empeño en ayudar á la be­ nemeritísima asociación, promoviendo fructuosa­ mente su prosperidad. Y de hecho, por la autoridad de él, aun más ampliamente fueron concedi­ dos á los asociados los privilegios de la indul­ gencia pontificia, y más fué excitada en favor de esta obra la piedad cristiana, y aquellos entre los mismos asociados más ilustres, y en quienes se hablan probado méritos singulares, fueron deco­ rados con varios honores; y finalmente, algunos auxilios externos, anejos á esta institución, fue­ ron por el mismo Pontífice ampliados y enco­ miados. En el mismo tiempo la emulación de la pie­

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IftcfcUCA-S.

dad hizo que nacieran dos nuevas asociaciones, de las cuales la una tomó el nombre de la Santa Infancia de Jesucristo, y la otra la de Escuela de Oriente. Tiene la primera por objeto el recoger y educar en los hábitos cristianos á los desgracia­ dísimos niños, cuyos padres, constreñidos por la miseria y el hambre, los abandonan bárbaramen­ te, especialmente en las regiones de China, en las cuales está en uso esta clase de barbarie; por tanto, siendo afectuosamente recogidos por la caridad de los asociados y redimidos algunas v e ­ ces por dinero, cuidándose de que sean lavados en las fuentes de la regeneración cristiana, á fin de que, si crecen, con ayuda de Dios, sean una esperanza de la Iglesia, y si son presa de la muerte, queden seguros de adquirir la felicidad sempiterna. L a otra sociedad nombrada arriba cuida de los adolescentes, y por medio de toda clase de industrias se afana porque sean embebidos en la sana doctrina, cuidando de separar de ellos los peligros de la ciencia falaz, hacia la cual se inclinad por la impróvida codicia de crecer. Pero por lo demás, una y otra rama prestan su acción coadyuvadora á aquella más antigua que se llama de la Propagación de la F e, y todas sostenidas por los recursos y las plegarias del pueblo cristia­ no, en amistosa alianza conspiran al mismo fin, porque todas trabajan por hacer que, mediante la difusión de las luces evangélicas, grandísimo número de extraños ¿ la Iglesia vengan al cono­ cimiento de Dios y le adoren á Él y al M andata­

EN CICLICAS.

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rio de Él, Jesucristo. Y de aquí las merecidas alabanzas y a enunciadas, y que estas dos insti­ tuciones por L etras Apostólicas fueran encom ia­ das por nuestro Predecesor P ío IX y copiosamen­ te enriquecidas con sagradas indulgencias. Por tanto, viendo que estas tres ramas han gozado de tanto positivo favor á los ojos de los Sumos Pontífices, y viendo que ninguna de ellas ha desistido de realizar con empeño concorde su propio ministerio, dando sabrosos frutos de sa l­ vación, N os estimulamos á nuestra Congregación de Propaganda F id t á no escatim ar ayuda y ali­ vio para sostener el peso de las misiones que tan ­ to parecían florecer y tan jubilosas esperanzas daban de más rica cosecha para el porvenir. Pero las muchas y violentas tempestades que contra la Iglesia se han desencadenado en los países y a iluminados por la luz evangélica, han traído grandes detrimentos para aquellas otras obras instituidas para civilizar á los pueblos bár­ baros. Porque m uchas son las causas que han dismi­ nuido el número y la generosidad de los asocia­ dos; y en verdad, difundiéndose por el mundo d e­ pravadas opiniones, por las cuales se excitan los apetitos por Los bienes terrenales y desmaya la esperanza de los bienes del cielo, ¿qué debe espe­ rarse de quienes emplean el ánimo y el cuerpo en satisfacer sus concupiscencias? ¿Pueden los hom ­ bres entregados al hegoismo emplear oraciones, en las cuales imploren de Dios que lleve, con la gracia triunfadora, á los pueblos que yacen en

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E N C ÍCL ICA S.

las tinieblas, la luz divina del Evangelio? ¿Pres­ tarán, por tanto, auxilios á los sacerdotes que por la fe trabajan y combaten? A la vez que por la maldad de los tiempos, sucede que aun el ánimo generoso de los hombres píos se retrae de la mu­ nificencia, en parte, porque con la abundancia de la iniquidad se enfría la caridad de muchos, cu parte, porque las angustias privadas y el es­ tado de las cosas públicas (á lo cual se agrega el temor de tiempos aun peores), hacen que mu­ chos sean tenaces en el retener y parcos en el dar. D e otra parte, las misiones apostólicas se ven estrechadas por las m últiples y graves necesida­ des, porque cada día es menor el número de los sagrados operarios, á la vez porque aquellos son arrebatados por la muerte, ó se invalidan por la vejez, ó se imposibilitan por las fatigas, y no están prontos á reem plazar misioneros semejantes en número y valor. Y es que vemos á las familias religiosas, de las cuales m uchos partían para las sagradas misiones, por infaustas leyes disueltas; á los clérigos, arrancados del altar y constreñidos á servir en los ejércitos; los bienes de uno y otro clero, en casi todas partes sacados á la venta y proscritos. Y estando abierto el camino á regio­ nes que parecían inaccesibles, aumenta el cono­ cimiento de los lugares y de las gentes, se piden otras muchas expediciones de soldados de Cristo para que se establezcan en nuevas estaciones. Añádase la dificultad de los obstáculos gene­ rados por la contradicción, puesto que al mismo

UN CÍCI.ICAS.

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tiempo hombres falaces, sembradores de errores, se revisten como apóstoles de Cristo, y abundan­ temente provistos de auxilios humanos, usurpan el ministerio de Cristo á los sacerdotes católicos y reputan como bastantemente logrados sus fines, si hacen dudosa la vía de la salvación á aquellos que escuchan La palabra de Dios explicada de d i­ ferente modo. ¡Ojalá jam ás saquen provecho de sus malas artes! Verdaderamente la miés es gran­ de, pero los obreros son pocos, y acaso en breve tiempo serán menos. Hallándose así las cosas, Venerables H erm a­ nos, estimamos que es deber Nuestro estimular el celo y la caridad de los cristianos, á fin de que, sea con la oración, sea con la ofrenda, sean mo­ vidos á ayudar la obra de las sagradas misiones y promover la propagación de la fe. Obra de santa excelencia, como lo demuestra el bien de sus pro­ pósitos, y el fruto que de ellos se obtiene, puesto qne esta santa obra tiende directamente á exten* der sobre el haz de la tierra la gloria del nombre de Cristo: siendo, sobre todo, benéñea para aque­ llos que son rescatados de los vicios y de la som­ bra de la muerte, mientras otros adquieran la ca ­ pacidad para la salvación sempiterna, pasando á la suavidad de la vida civilizada del culto bárba­ ro y de las costumbres salvajes. Por donde resul­ ta también mucho m is útil y fructuosa para aque­ llos que de cualquier modo participan de ella, puesto que se aumentan las riquezas espirituales y méritos para con Dios, habiendo más deudores del beneficio.

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ENCICLICAS.

A vosotros, pues, Venerables Hermanos, lia.mados á participar de Nuestra solicitud, muy mucho os exhortamos á fin de que, estimulados por la confianza en Dios, y sin desmayar por nin­ guna dificultad, con ánimo conforme acudáis con N os á ayudar fuerte y enérgicamente á las M isio­ nes Apostólicas. Se trata d é la salud de las almas, por las cuales Nuestro Redentor dió su alma y nos constituyó á nosotros obispos y sacerdotes, para adelantar la obra de los santos y consumar la edificación de su cuerpo mistico; de donde procede, que cuantos han sido puestos por D ios para custodia de sus rebaños, esfuércense por todos los medios, á fin de que las Sagradas M i­ siones obtengan aquellos auxilios que hemos re­ cordado se hallaban en uso en los tiempos pri­ mordiales de la Iglesia; es decir, la predicación del E van gelio, la oración y la limosna de los hombres piadosos. Si encontráis, pues, algunos hombres celosos por la divina gloria y prontos é idóneos para em ­ prender las sagradas expediciones, alentadles, & fin de que, explorada y conocida la voluntad de Dios, no se dejen vencer por la carne y por la sangre, y se apresuren á secundar las voces del Espíritu Santo. A los demás sacerdotes, á las O r ­ denes religiosas de uno y otro sexo, y finalmente, á todos los fieles confiados & vuestro ministerio, inculcad con gran estudio para que con jam ás in­ terrumpidas plegarías imploren el auxilio celeste para los sembradores de la divina palabra. Poned por intercesora á María, Madre de Dios, que pue­

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de m atar á todos los monstruos del error, ¿ su purísimo Esposo, á quien muchas misiones han elegido ya como su protector y custodio, y á quien la Sede Apostólica ha dado por patrono á la Igle­ sia universal; al Príncipe y á toda la escala de los Apóstoles, de los cuales, por primera vez, partió la predicación del Evangelio, resonando por toda la tierra, y finalmente, á todos los demás Campeones distinguidos por la santidad, que en el mismo ministerio han consumido su fuerza, fe­ cundando la vida con su sangre. Que á la plegaria de súplica se una la limos­ na, cuya fuerza consiste en hacer que aquellos que ayudan á los hombres apostólicos, aunque separados por una gran distancia ó absorbidos por otra ocupación, se asocien, sin embargo, á ellos en el trabajo y en el mérito. E n verdad, el tiempo es tal, que muchos están constreñidos por la miseria; pero nadie por eso decaiga de ánimo, puesto que, para ninguno, ciertamente, puede ser grave la oblación de la ínfima moneda que para este objeto se pide, á fin de que, unidas muchas en una, puedan prestar grande auxilio. Nadie puede considerar, siguiendo vuestra enseñanza, Venerables Hermanos, que su liberalidad no será de provecho, porque presta á Dios quien presta al indigente, y porque de la limosna se dijo que era la más lucrativa de todas las industrias. En hecho de verdad, por la promesa del m is­ mo Jesucristo, no perderá su recompensa el que haya dado un sorbo de agua fresca á uno de sus pobres, y seguramente esperará amplísimas mer­

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E N CICLICA S.

cedes aquel que da á las Sagradas Misiones un don exiguo, y añadiendo la oración, ejercita á la vez muchas y varias obras de caridad; sobre to­ das las que los Santos Padres llaman la más d i­ vina entre las obras divinas, y por lo cual se h a­ cen cooperadores de Dios para la salvación del prójima. Alimentemos completa esperanza, Venerables Hermanos, de que todos aquellos que se glorían con el nombre de católicos, repasando en su men­ te estas consideraciones, y por vuestras exhorta­ ciones inflamados, en manera alguna faltarán á esta obra de piedad que tanto interesaá Nuestro corazón. N o permitirán que su celo para dilatar el reino de Jesucristo sea excedido por la ener­ gía y por la industria de los que se esfuerzan en propagar el dominio del príncipe de las tinieblas. Entretanto, implorando á Dios propicio favor para las propias empresas de los pueblos cristia­ nos, concedemos afectuosamente en el Señor la Apostólica bendición, testimonio de Nuestra sin­ gular benevolencia, á vosotros, Venerables H er­ manos, al clero y al pueblo confiados á vuestra vigilancia. Dado en Roma, cerca de San Pedro, el día 3 de Diciem bre de 1880, tercero de Nuestro ponti­ ficado.— L e ó n , P a p a X III.

ENCICLICA

SEPTIMA.

Donde se anuncia un Jubileo extraordinario.

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LOS V E N E R A B L E S

CAS,

P R IM A D O S ,

Q U E E ST Á N A P O S T Ó L IC A HIJOS

LOS

EN

A R Z O B IS P O S ,

FIELES

LEÓN

Y

O B IS P O S

PAZ Y CO M U N IÓ N CON LA

SEDE,

EL

HERM ANOS, PA T R IA R ­

Y DE

A

LOS

C R IS T O

Q UERIDOS EN

TODO

U N IVER SO .

PAPA XIII.

Venerables Hermanos y queridos hijos.

Iglesia militante de Jesucristo, que pue­ de prestar soberanamente salud é incolu­ midad al género humano, es en los c a la ­ mitosos tiempos que corren tan gravemente com ­ batida, que cada día se encuentra entre nuevas ia

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EN C ÍCLICA S.

borrascas, verdaderamente comparable á aquella navecilla genezaretana., que, llevando un día á Cristo Nuestro Señor y sus discípulos, era sacu­ dida por Jas olas y los huracanes. Porque los que mueven guerra al nombre cristiano, ahora por su número, por sus fuerzas, por la. audacia de sus designios, sobre toda medida se enorgullecen; ni se satisfacen con rechazar públicamente las doc­ trinas celestiales, sino aplican todo esfuerzo para arrancar por completo á la Iglesia de la sociedad civil, ó al menos quitarle toda influencia en la v i­ d a pública de los pueblos. Por lo cual sucede que, al cumplir el oficio que recibió de su divino A u ­ tor, por todas partes se ve cercada y detenida con grandísimas dificultades. L os frutos acerbísimos de esta nefanda conju­ ración, afectan sobre todo al Pontífice Romano; al cual, despojado de sus legítimos derechos y de mil modos impedido en el ejercicio de su excelso m i­ nisterio, déjasele, como por ludibrio, la figura no más de la regia majestad. Por lo cual Nos, colo­ cado por designio de Ja divina Providencia en lo sumo de la 9 agrada potestad, y obligado á gober­ nar la Iglesia universal, y a de largo tiempo esta­ mos experimentando, y varias veces lo hemos de­ clarado, cuán penosa y desastrosa sea la condi­ ción á que Jas vicisitudes de los tiempos forzada­ mente nos redujeron. No Nos proponemos espe­ cificar uno á uno tantos males; pero no hay quien no vea lo que de algunos anos acá está pasando en esta Nuestra ciudad. Porque aquí, en el centro mismo de la verdad católica, es ultrajada La san-

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ti dad de la Religión, se vilipendia Ja dignidad de la Sede Apostólica, y muchas veces es blanco de las injurias de los m alvados la majestad del P on ­ tífice.— Sustrajéronse de N uestro poder numero­ sos institutos, obra del celo y la munificencia de Nuestros predecesores, que celosamente los tras­ mitieron á los vigilantes cuidados de sus suceso­ res; ni aun se dejaron intactos los sagrados fun­ damentos del In stituto de propaganda, tan gran­ demente benemérito, no sólo de la Religión, sino tambiéh de la civilización de los pueblos; al cual jamás en los tiempos pasados osó hacer ofensa ninguna fuerza enemiga.— Cerráronse 6 se profa­ naron no pocas iglesias católicas; se m ultiplica­ ron los templos de rilo heterodoxo; se concedió impunidad á la propagación, escribiendo y obran­ do, de las peores doctrinas. L o s que se apodera­ ron del Estado, con frecuencia se atreven á san­ cionar leyes nocivas ¿ la Iglesia y á la profesión católica, y lo hacen á N uestra vista, qüe tenemos el mandato de Dios de ejercer toda la posible v i­ gilancia para conservar incólumes los intereses de la cristiandad 6 intactos los derechos de la Iglesia. Y sin ninguna consideración á la potes­ tad de enseñar, de que está investido el Romano Pontífice, hasta en la educación de la juventud Nos quitan toda ingerencia; y si N os es perm iti­ do lo que no se niega á cualquier ciudadano, abrir escuelas para Ja juventud á nuestras expen­ sas, ha de ser con sujeción al imperio y la v ig i­ lancia de la legislación civil. E l triste espectáculo de tales hechos N os aflige tanto m is, cuanto que

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ENCÍCLICAS.

no tenemos posibilidad de remedio, como ardien­ temente quisiéramos. Porque más nos encontra­ mos en poder de los enemigos, que en nuestro propio poder; y aun el uso de la libertad que se nos consiente, no tiene sólido fundamento de du­ ración y seguridad, como quiera que puede se r­ nos quitada, ó cercenada al arbitrio ajeno. Vese entre tanto cada día por experiencia, que el contagio de los males, dilatándose por el cuerpo de la cristiandad, se apodera de gran nú­ mero de fieles. A la verdad, las naciones son ca ­ da día más infelices, á medida que se alejan de la Iglesia: y desde el extinguirse ó debilitarse la fe católica, no hay más que un paso á la perversión de las ideas y al ansia de las revueltas políticasY desdeñada la máxima y sobrehumana potestad del que aquí abajo hace las veces de Dios, es evi­ dente que ya no queda á la autoridad humana freno tan poderoso que baste i poner respeto á los indomados instintos de los revoltosos, ó á apagar en las muchedumbres el ansia insolente de locas libertades. P o r las cuales causas, la socie­ dad civil, que ya padeció tremendas calamidades, se espanta con la amenaza de mayores peligros. A sí, pues, para que la Iglesia pueda rechazar los ataques de los enemigos, y cumplir su misión en beneficio de todos, le es fuerza trabajar y co m ­ batir mucho. Y en este impetuoso y múltiple combate, en que se trata de la gloria de Dios, y se pelea por la eterna salud de las almas, de nada -serviría ningún valor ni industria humanos, si de lo alto no viniesen auxilios proporcionados á la

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necesidad. P or lo que en las tristes y duras con­ tingencias en que se encuentran las gentes cris­ tianas, el refugio abierto á. los trabajos y sufri­ mientos fué siempre este: suplicar con grandes ins­ tancias al Altísimo que mírase á su afligida Ig le­ sia, socorriéndola en la lucha y encaminándola al triunfo. Siguiendo, pues, el laudable uso y d is­ ciplina de nuestros mayores, y bien persuadidos de que Dios suele oir tanto más benigno las ora­ ciones, cuanto m ayor es en los hombres el arre­ pentimiento de sus culpas y más firme el propósi­ to de reconciliarse con El; por este motivo, á fin de impetrar el celeste auxilio, y facilitar el bien espiritual de las almas, en virtud de estas N ues­ tras Letras, anunciamos á todo el mundo católi­ co un sagrado Jubileo extraordinario. Así, por la misericordia de Dios omnipotente, y con la autoridad de los bienaventurados Após­ toles Pedro y Pablo, por la potestad de ligar y desligar que á Nos, aunque indigno, confirió el Señor, concedemos en forma general de Jubileo la plenísima indulgencia de todos sus pecados á todos y cada uno de los fieles de ambos sexos, con tal que, dentro de los limites del próximo día 19 de este mes de Marzo, consagrado á la memoria de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María, hasta el primer día de Noviem bre, fiesta de Todos los Santos iitclusivt, los que viven en Europa; y los que están fuera de Europa, desde el mismo próximo día 19 de este mes de Marzo hasta el último día del corriente año de 1881 in­ clusive, ejecuten las obras á continuación prescri

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tas, son á saber: cuantas están en Rom a, ciuda­ danos ó forasteros, visiten dos veces la basílica de San Juan de L e trá n y las basílicas de San P e ­ dro en el Vaticano y Santa María la M ayor, y nieguen allí piadosamente durante algún tiempo por la prosperidad y exaltación de la Iglesia ca­ tólica y de esta Santa Sede Apostólica, por la extirpación de las herejías y la conversión de to ­ dos los que están en el error, por la concordia de los. Príncipes cristianos y la paz y unión de todo el pueblo fiel, según Nuestra intención; y además ayunen un día dentro del tiempo señalado* no usando sino de los platos permitidos, y fuera de los días comprendidos en el indulto cuadragesi­ mal, ó consagrados, según los preceptos de la Iglesia, á un mismo ayuno de derecho extricto,. y reciban, en ñn, el santísimo Sacram ento de la E u ­ caristía, después de haber confesado rectamente sus pecados, y hacer alguna ofrenda, á título de limosna, á alguna obra piadosa. A cuyo propósito recordamos especialmente las instituciones, para cuyo sostenimiento hemos recurrido recientemen­ te á la caridad de los pueblos cristianos, á saber: la Propaganda de la F e, la Sagrada Infancia de Jesucristo y las Esencias de Oriente, las cuales es nuestro vivo deseo y firme intención, que se esta­ blezcan y propaguen hasta en los territorios más apartados y bárbaros, á fin de que respondan á las necesidades. Todos los otros que habiten fue­ ra de Rom a, cualquiera que sea el lugar, debe­ rán visitar dos veces, en los prescritos intervalos, tres iglesias, designadas por los Ordinarios ó sus

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Vicarios ú oficiales, ó por delegación, y en su de­ fecto, por los que ejercen la cura de almas; 6 tres veces, ai sólo hay dos iglesias; y seis veces, si só­ lo hay una; y deberán cum plir igualmente las otras obras mencionadas. C u ya indulgencia que­ remos que también pueda ser aplicable por vía de sufragio en favor de las almas que partieron de esta vida unidas á D ios en la caridad. Y conce' demos al mismo tiempo í los Ordinarios de los lugares la facultad de reducir, según su pruden. cía, á menor número las visitas de las iglesias an • tedichas para los Capítulos y Congregaciones de seculares como regulares, Com unidades, C ofra­ días, Universidades, 6 cualesquiera Colegios que las hagan procesionalmente. Concedemos á los navegantes y viajeros el ganar la misma indulgencia al regreso ó arribo .¿ su domicilio ú otra estación permanente, visitan­ do seis veces la Iglesia parroquial ó mayor y cumpliendo debidamente todo lo ya prescrito. Cuanto ¿ los regulares de ambos, sexos, aun los que permanecen perpetuamente en el claustro, y todos los demás, tanto laicos como eclesiásticos, seculares ó regulares, impedidos por prisión 6 en . femiedad corporal ó cualquiera otra causa justa de cum plir las prescripciones susodichas, ó al­ gunas de ellas, concedemos y acordamos que el confesor pueda conmutarlas con otras obras de piedad, ó prorrogar su cumplimiento á o tro tiem ­ po próximo, con facultad tam bién de dispensar de la Comunión á los niños que aun no hayan si* do admitidos á ella.

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Además, á todos y cada uno de los fíeles, tan ­ to seglares como eclesiásticos, seculares ó regula­ res, de cualquier orden 6 instituto, aun de aque­ llos que es p r e c is o nombrar especialmente, conce* demos facultad de elegir para, confesar cualquier Sacerdote de los aprobados, ya sea secular ó r e ­ gular; de cuya facultad concedemos que puedan 6ervirse hasta las religiosas, las novicias y cua­ lesquiera otras mujeres habitantes en el claustro, con tal que el confesor sea aprobado para las R e ­ ligiosas. A los confesores, además, para esta oca­ sión, y sólo por el tiempo de este Jubileo, conce­ demos todas las mismo? facultades que por Nos fueron concedidas en el otro Jubileo acordado por Nuestras Letras Apostólicas de 15 de Febrero de 1879, que comienzan Pontífices M a xim i , si bien con excepción de todo aquello que hubimos exceptuado en las mismas Letras 1

En dichas Letras Apostólicas. se dispone lo siguiente.

•El confesor por esta vez, y en el lucro de la conciencia sola­ mente, grade absolver á las que se acerquen & confesarse con el mismo dentro del espacio de dicho tiempo, con ánimo de ganar el prexnte Jubileo, y cumplir Ins demi» obras ne­ cesarias para conseguirlo de las censuras de excomunión, mapen»¡ón y otras implícitas por cualquiera cansa <1 j u . re v tl ab homine, aun las reservadas í los Ordinarios de los lugares,y á Nos 6 á la Silla Apostólica, aun en los casos re­ servados á cualquiera, y aun al Sumo Pontífice spéeiali modo, y que nose entenderían comprendidos en la concesión, por im plla que fuese; como también absolverles de todos los pe­ cados y excesos, por gravea y enormes que sean, aun los re­ servados á los mismos Ordinarios, y á Nos y á la Sede

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Y á fin de que con mayor seguridad y abun d an cia se obtengan de este sagrado Jubileo los frutos de salvación que Nos hemos propuesto, es menester que todos hagan cuanto puedan para merecer con actos de obsequio y devoción el fa­ vor de la gran Madre de Dios. Y recomendamos y confiamos el mismo sacro Jubileo á la protección benigna de San José, E s ­ poso castísimo de la Bienaventurada Virgen Ma­ ría, que fué declarado por Pío IX , de gloriosa memoria, Patrono de la Iglesia universal, y cuya protección deseamos que diariamente invoquen con humildad todos los ñeles. Exhortam os, en

Apostólica, como queda dicho, imponiéndoles penitencia sa ­ ludable y dertfás que de derecho 4c deba imponer; y ai üc trata de la herejía, después de haber abjurado y retractado los errores, según derecho; como también conmutar cuales­ quiera. votos, aun los hechos con juramento, y reservados ¿ la Silla Apostólica (excepto siempre el de castidad, religión, y obligación que haya sido aceptada por tercero, 6 en que ee trate de perjuicio de tercero, asi como lo* penales, que se llaman preservativos de pecado, á no ser que se crea que la conmutación ha de refrenar, no menos el cometer el pecado, que la primera materia del voto), en otras obras piadosas y laudables, y dispensar ú los penitentes constituido* en O r­ d e n moro, aun I o b regulares, sobre la irregularidad oculta, para el ejercicio de loa mismas Ordenes y conaccución’ de las superiores, contraída solamente por la violación de las censuras. •Pero no pretendemos por los presentes dispensar sobre cualquiera otra irregularidad, ya de delito, ya de defecto, ya oculta, ya conocida, ú sobre cualquiera otra incapacidad ó

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fin, á todos para que emprendan además peregri­ naciones á. los más célebres y venerados san­ tuarios de los distintos países, entre lo s que en Italia va delante de todos la santa casa de M aría, Virgen de Loreto, consagrada á la memoria de los misterios más sublimes. P or lo cual,'en virtud d e la santa obediencia, ordenamos y mandamos á todos y cada uno de los Ordinarios de Jos distintos lugares y á su s V i­ carios y oficiales, 6 4 falta de ellos á los que ejer­ zan la cura de almas, que cuando liayaa recibido traslados 6 copias de estas Letras, cada cual en los lugares de su jurisdicción, procuren que sean publicadas, y designen en las poblaciones, pre­

¡ohibilitación de cualquier modo contraídos, ni conceder fa­ cultad alguna de dispensar en lo antedicho, ni de habilitar y restablecer el primitivo estado, aun cu «1 fuero de la con­ ciencia, ni derogaT la Constitución con las declaraciones añadidas por nuestro Predecesor, de feliz recordación, Bene­ dicto X IV , que empieza Sacranicntum P a iiih n lia ', y por ña, que de ningún modo puedan ni deban valer las presentes con aquello* que hubiesen sido ncniinattm excomulgados, sus­ pensos, entredichos, ó de otro n od o declarados 6 denuncia­ dos públicamente de haber Incurrido en otras censuras por Nos y cata Apostólica Seda, 6 por algún Prelado ó juez eclesiástico, á no ser que dentro del tiempo prefijado, háya~ se satisfecho ó Coropuístofie con las partes, cuando fuene ne­ cesario. Y Si dentro del término prefijado, a juicio del confe­ sor, no pndieran satisfacer, concedemos que puedan ser absueltoi en el fuero de la conciencia, al efecto solamente de conseguir la»indulgencias del Jubileo, imponiéndoles la obli­ gación de satisfacer tan pronto como puedan.

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paradas también á ser posible con la predicación, de la palabra de Dios, según todo lo arriba dicho, la Iglesia ó Iglesias que hayan de visitarse. Can el fin, pues, de que estas nuestras L etras, que no pueden ser llevadas á todos los lugares, lleguen más fácilmente á conocimiento de todos, queremos que á los traslados ó copias de ellas, aunque sean impresos, firmados por mano de cualquier notario público, y autorizadas con el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica, se dé en todas partes absolutamen­ te la misma fe que se daría á las mismas presen­ tes Letras, si fueran exhibidas y manifestadas. Dado en Rom a junto á San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 12 de Marzo de 1881, uno cuarto de nuestro pontificado.— L eón P apa X III.

ENCÍCLICA OCTAVA. Donde se trata del origen del poder y de los grandes remedios que la Iglesia Católica ofrece en estos tristísimos tiempos á Principes y pueblos.

Á L O S P A T R I A R C A S , PR IMADOS» A R Z O B IS P O S Y O B IS P O S D E L E ST Á N

EN

UN IVERSO

G R A C IA SEDE

Y

CATÓLICO Q UE

C O M U N IÓ N

CON

LA

APO STÓLICA.

LEÓN, PAPA XIII. Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica

larga y encarnizada guerra declarada á la divina autoridad de la Iglesia, ha lle­ gado al punto hacia que tendía, es decir, al común peligro de la humana sociedad, y espe­ cialmente del civil principado, en el cual estriba principalmente la salud pública. L o cual ha su­ cedido de un modo singular en este nuestro tiem|a

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po. En efecto, hoy las pasiones populares recha­ zan más audazmente que nunca toda autoridad, y ha llegado á tal punto la licencia, y tan fre­ cuentes son las sediciones y tumultos, que los que gobiernan la república, no sólo ven que se les niega. la debida obediencia, sino que su seguri­ dad personal no está bastante garantida. D esde hace largo tiempo se trabajó por hacerlos objeto de menosprecio y de odio para las mu­ chedumbres, y habiéndose al fin desbordado la sana, así excitada muchas veces en breve espacio de tiempo, la vida de los príncipes se ha visto amenazada de muerte, ó por ocultas asechanzas, ó por ataques descubiertos. Ultimamente toda Europa se llenó de terror con la nefanda muerte dada á un poderosísimo Em perador, y mientras que los espíritus están todavía atónitos ante la grandeza del crimen, hombres sin conciencia no dudan lanzar públicamente intimaciones y ame­ nazas á los otros principes de Europa. Estos peligros de orden general que están á nuestra vista, nos causan graves inquietudes, porque vemos casi continuamente amenazada la seguridad de los príncipes y la tranquilidad de los imperios, así como la salud de los pueblos. Sin embargo, la divina virtud de la cristiana R e­ ligión dió á la república sólidos fundamentos de estabilidad y de orden, á medida que penetró en las costumbres y en las instituciones civiles. L a justa y sabia ordenación de los derechos y de los deberes entre los príncipes y los pueblos, no es el menor ni el último de los frutos de esta

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virtud. Porque existe en los preceptos y en los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo una fuerza maravillosa para mantener en el deber así á los que obedecen como á los que mandan, y para mantener entre ellos aquella natural conspiración y casi armonía de las voluntades de que nace la marcha tranquila, y al abrigo de toda perturba­ ción de los negocias públicos. P or lo cual, estan­ do encargado por la gracia de Dios de la direc­ ción de la Iglesia católica, guarda é intérprete de las doctrinas de Cristo, juzgam os ser un deber de vuestra autoridad, Venerables Hermanos, recor­ dar públicamente lo que la verdad católica exige de cada uno en este orden de deberes, con lo cual se verá de un modo claro por qué camino y por qué medios se debe en tan tenebrosa situación proveer ¿ la salud pública. Bien que el hombre, movido por cierta arro­ gancia ó indocilidad, se haya esforzado por rom­ per los frenos de la autoridad, jam ás ha llegado á poder vivir sin obedecer A alguien. L a fuerza misma de la necesidad quiere que algunos tengan el mando en toda asociación y comunidad de hombres, á fin de que la sociedad no se disuelva, privada de un príncipe ó de un jefe que la dirija, y no se vea imposibilitada de alcanzar el ñn para que se formó y constituyó. Pero si no se ha po­ dido arrojar del seno de la sociedad civil á la po­ testad política, ciertamente se emplearon todos los medios para quitarle fuerza y disminuir su majestad; y esto sucedió principalmente en el si­ glo X V I, cuando una funesta novedad de opinio­

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e n c íc l ic a s .

nes enfatuó á muchos- A partir de esta fecha, no sólo la muchedumbre pretende tener una libertad mayor de lo que conviene, sino que quiere fo ijar á su voluntad el origen y la constitución de la civil sociedad. Además, muchísimos de nuestra época, m ar­ chando sobre las huellas de los que en el pasado siglo se atribuyeron el nombre de filósofos, afir­ man que todo poder viene del pueblo; de suerte que los que gobiernan los Estados no ejercen el poder por derecho propio, sino por delegación del pueblo, y con la expresa condición de que les pueda ser retirada por la voluntad de este mismo pueblo que se lo ha conferido. L o s católicos tie­ nen una doctrina diferente, y hacen descender de Dios el derecho de autoridad, como de un principio natural y necesario. Im porta, sin em ­ bargo, hacer constar aquí que los que están c o ­ locados al frente de los negocios públicos, pue­ den, en ciertos casos, ser elegidos por la voluntad y la decisión del pueblo, sin que la doctrina cató­ lica lo contradiga ni repugne. Pero esta elección designa al príncipe, pero no le confiere los derechos del principado; no le da la autoridad, aunque determina por quién ha de ser ejercida. No se trata ahora de la cuestión de las formas de gobierno: no hay razones para que la Iglesia no apruebe el principado de uno ó de muchos, siempre que sea justo y que tienda al bien común. H e aquí por qué, salvados los dere­ chos de la justicia, no está prohibido í los pue­ blos elegir la forma de gobierno que mejor con­

EN C ICLICA S.



l6 j

viene á su índole 6 á las instituciones y ¿ las co s­ tumbres de sus antepasados. P or lo demás, por lo que hace á la autoridad política, la Iglesia enseña con razón que viene de Dios, porque encuentra esta verdad claramente expuesta en los libros santos y en los monumen­ tos de la antigüedad cristiana; por otra parte, no es posible imaginar una doctrina que esté más conforme con la razón y más de acuerdo con el bienestar de los principes y de los pueblos. E n efecto; los libros del Antiguo Testam ento coafirman en muchos lugares de u sa manera es­ plendorosa que el origen del poder humano está en Dios: P er me reges regnant... P er me principes impera ni, ct potentes decernnnt jnsíU iam ' . Y en otra parte: Precbete aures vos qui contiiielis na ílo­ nes... Quotiiam data est n De o potistas vovis , tt L a misma sentencia halla­ virtns ab A ltissiin o mos en el lil>ro del Eclesiástico: In uitamquamque gentem D a is proposuit rectoran 3. L a superstición pagana despojó poco á poco á los hombres de estas verdades que habían aprendido de Dios, corrompió, al mismo tiempo que las verdaderas especies y muchas nociones de las cosas, la for­ ma natural y la belleza de la autoridad. Más tar­ de, cuando el Evangelio cristiano se divulgó, la vanidad cedió el puesto á la verdad, y el nobilí­ simo y divino principio de que nace toda autori dad, empezó á brillar de nuevo. 1

* 4-

Prov. V III, 15, 16.

1

Sap. V I, 3 ,4 .

3

t e l. X V IÍ

166

e n c íc l ic a s

.

Al presidente romano que se arrogaba, con o s­ tentación el poder de absolver y de condenar, contestó Nuestro Señor Jesucristo: .N on haberes potestatein adversum m eulln m ,nisi tibi datum esset desnper San Agustín explicando este pasaje dice: Discantas quod d ix it, quod el per Apostolum docuit, qnia non esl potistas nisi a Deo L a voz

fiel de los Apóstoles repitió como un eco la doc­ trina. y las enseñanzas de Jesucristo. Pablo diri­ gió á Jos romanos sometidos á la autoridad de los príncipes paganos esta elevada é importante m á­ xima: N on est polestas nisi a Deo. De la cual sacó luego la consecuencia diciendo: Princeps D ei miv ister est *. L o s Padres de la Iglesia procuraron con cu i­ dado profesar y propagar esta misma doctrina en que habían sido formados. N on tribnantus, dijo San Agustín, dandi regni si im perii poUstatem nisi vero Deo '. L o mismo repite exactamente San Juan Crisóstomo: Quod prriicipatus sint, dijo, et quod a lii imperent, a lii subyeeti sint, ñeque om ­ itid ean¡ et temert ferautur D iv in a esse sapientia dico 5. San Gregorio el Grande expresa la misma verdad en estos términos: Potestalein imperatoribus ac regibus ca lifa s datam falem itr Además,

los Santos Doctores explicaron también estas mismas verdades á la luz natural de la razón, de

1

r'

Joan, X IX , I I . 1 Trad, C X V , in Joan, n. 5. Ad Rom. X III, 1, 4. * De Civ. Dei, lib. V ,cap . XXI. Jacob. IV , n .

*

Ad Ephes. III, 15.

EN C ICLICA S.

IC 7

modo que son justas y verdaderas para los que tienen por guía á sola la razón. Y en efecto, la naturaleza 6 mejor dicho Dios, Autor de la naturaleza, quiere que los hombres vivan en sociedad: lo demuestran claramente ya la facultad del lenguaje, la más poderosa m edia­ dora de la sociedad, y a el número de necesidades innatas en el alma, y muchas de las cosas n ece­ sarias é importantísimas que los hombres, si v i­ viesen solitarios, no podrían procurarse, y que se procuran unidos y asociados entre sí. Ahora bien: no puede existir ni ser concebida una sociedad sin que haya quien modere las vo­ luntades de los asociados para reducir la plurali­ dad ú cierta unidad, y para darle el impulso se.gún el derecho y el orden, hacia el bien común. Dios ha querido, pues, que en la sociedad hubie­ se hombres que gobernasen á la multitud. E s además muy importante que los que ad­ ministran la república deban obligar á los ciuda­ danos de manera que el no obedecer sea pecado. Pero ningún hombre tiene en sí 6 por sí poder de ligar con semejantes vínculos de obediencia la li­ bre voluntad de los demás. Unicamente á Dios, criador de todas las cosas y legislador, pertenece esta potestad; y los que la ejercitan, es menester que la ejerciten como comunicada á ellos por Dios. Unus est U gislator et iu d ex, qui potest per dere et liberare

L o cual sucede igualmente en todo género de 1

I r Epifit. ad Rom. homil. X X III, n. 1.

168

EN C ÍCLICA S.

potestad. L o que hay en los Sacerdotes es tan notorio que procede de D ios, que los Sacerdotes en todos los pueblos son considerados y llamados Ministros de Dios. Igualmente la de los padres de familia lleva impresa en sí cierta efigie y for­ ma de la. autoridad de Dios, a quo omnis patem itas in coelis ct in térra nomina tur P o r tal modo los diversos géneros de potestad tienen entre si admirables semejanzas, porque cualquiera que sea el imperio y la autoridad, trae origen del m is­ mo y único autor y señor, que es Dios. L o s que pretenden que la sociedad civil ha nacido del libre consentimiento de los hombres, derivando de la misma fuente el origen de la misma potestad, dicen que cada hombre cedió una parte de su derecho, y voluntariamente se entregaron todos al poder de aquel en quienes se acumuló la sum a de sus derechos. Pero es gran error no ver lo que es patente, es á saber, que no siendo los hombres una raza de solitarios, fu era de su libre voluntad, son lle­ vados por la n aturaleza á la comunidad social; además, el pacto de que se habla es manifiesta­ mente fantástico y ficticio, 7 no vale para d a rá la potestad política tanta fuerza, dignidad, y estabi­ lidad, cuanta exigen la tutela de la cosa pública y el bien común de los ciudadanos. T o d as estas cualidades y preeminencias tendrá solamente el principado, cuando se haga derivar de Dios au­ gusto y santísimo, su fuente. 1

Epiit. lib. II, «pÍBt. 61.

E N CICLICA S.

¡ 6g

Ninguna otra doctrina puede encontrarse que sea, no sólo más verdadera, pero ni más venta­ josa. Porque la potestad de los civiles gobernan­ tes, siendo como una comunicación de la potes­ tad divina., de continuo adquiere por este mismo motivo dignidad m ayor que humana: no ya aque­ lla impía y grandemente absurda atribuida á v e ­ ces á los emperadores romanos, que se a.rrogaron honores divinos: pero aquella verdadera y sólida y tenida como por don y beneficio del cielo. Por lo cual será preciso que los ciudadanos estén su­ jetos y obedientes á los príncipes como á Dios, no tanto por temor de la 9 penas, cuanto por re­ verencia de la majestad; no tanto por m otivo de adulación, cuanto por conciencia del deber. Con lo cual estará el imperio más solidamen* te establecido, puesto que los ciudadanos, sin­ tiendo la fuerza de este deber, se apartarán de toda malicia y contumacia, persuadidos como deben estar de que resistiendo ¿ la potestad re­ gidora, resisten á la voluntad divina, de que ne­ gándose á dar honor á los príncipes, se lo niegan al mismo Dios. E n esta doctrina instruye Pablo Apóstol á los romanos, á quienes escribe sobre la reverencia que á los príncipes se debe; con tanta autoridad y peso, que nada más grave puede concebirse. •Omnis anima potestatibus sublimioribus sub* •dita sit: non est enim potestas nisi a Deo: quae •autem sunt, a D eo ordinatae sunt. Itaque qui •resistit potestati, D ei ordinatione resistit. Qui

1-JO

EN CÍCLICAS.

•autem resistunt, ipsi sibi damnationem acqui•runt... Ideo necessitate subditi estote non solum «propter irain, sed etiam propter conscientiam '». Concordante con esta es aquella preclara sen­ tencia del Príncipe de los Apóstoles, San Pedro: •Subiecti estote omni humana; creaturae pro* •pter Deum, sive regi, quasi prsecellenti, siveduci•bus tamquam a Deo missis ad vindictam raale•factorum, laudem vero bononim, quia sic est vo•hintas Del V Una sola razón podrán tener los hombres para no obedecer, y es, cuando de ellos se pre­ tenda algo que repugne al derecho natural y di­ vino abiertamente; porque en todas las cosas en que la ley natural y la voluntad de Dios se v io ­ lan, son una iniquidad igualmente el mandato y el obedecimiento. Si, pues, á alguno ocurre el verse constreñido á elegir entre estas dos cosas, es decir, á despreciar el mandamiento de D ios 6 el de los príncipes, debe obedecer á Jesucristo, que mandó dar quer sunt C¿ssaris Ccesari, quce surtí D ei D¿ó ", y á imitación de los Apóstoles debe responder valerosamente: abtdire ofortet Deo ntagis qitam hominibus

N i los que de tal modo obran pueden ser acu­ sados por faltar á la obediencia, porque si la vo­ luntad de los príncipes s e opone á la'voluntad y las leyes de D ios, ellos mismos se exceden en el modo de ejercer su potestad y pervierten la jus1

A d Rom. X III, i , 4 , 5 .

}

Matth. X X II, a i.

*

*

I Petr. II, 13, 15.

Actor. V , 29.

E N CÍCLICA S.

I7 I

ticia; ni puede valer en tal caso su autoridad, que no siendo justa, es aula. Importa, pues, para que la potestad se man­ tenga en la justicia, que los que administran la ciudad entiendan que el poder de gobernar no se les ha concedido para su utilidad propia, y que la administración de la cosa pública debe condu­ cirse para utilidad de los que á ella están confia­ dos, no de los que la tienen confiada. Tomen ejemplo los príncipes de Dios óptimo, máximo, de quien á ellos viene la autoridad; y proponiéndose á sí mismos en la administración de la cosa pública la imagen de Aquel, gobiernen al pueblo con equidad y fe, y aun, al usar la p a ­ ternal severidad que es necesaria, acomódenla con la caridad. P o r este motivo se hallan amonestados en las Escrituras Sagradas de que un día darán cuenta al R ey de los reyes, al Dominador de los dom ina­ dores, y si han faltado & su deber no podrán es­ capar de modo alguno á Ja severidad de Dios. «Altissimus interrogabit opera vestra et cogitatio•nes scrutabitur. Quoniam cum essetis ministri iregni illius, non recte iudicasti... horrende et ■cito apparebit vovis, quoniam iudicium durissi»mum his qui prasunt ñet... Non enim subtrahet »personam cuiusquaro, quoniam pusillum et mag»num ipse fecit, et ^qualiter cura est illi de ommibus, Fortioribus autem fortior instat cruiciatio V 1

Sap. V i, +, 5, s.

ly :

E N CICLICA S.

Si estos preceptos rigen la cosa pública, cesa­ rá toda razón y deseo de sublevarse: estarán ase­ gurados el honor y la incolumidad de los princi­ pes, la quietud y salvación de la ciudad. Además se proveerá óptimamente á la dignidad de los ciudadanos, á quienes, en la obediencia misma, les es dado conservar el decoro que es consi­ guiente á la naturaleza del hombre. Puesto que ellos comprenden que ante el juicio de Dios no hay esclavos ni libres, y que es uno el Señor de todos, irt omnes qui iuvocant illu d y que por ello están sometidos y obedecen á los príncipes, porque éstos llevan consigo en cierto modo la imagen de Dios, servir a l cual es reinar. L a Iglesia, pues, obró siempre de manera que esta forma cristiana de la potestad civil no sólo entrara «a los entendimientos, sino que se mos­ trara en la vida pública y las costumbres de los pueblos. Mientras ejercieron el imperio de la cosa p ú ­ blica los emperadores paganos, á quienes la su­ perstición impedía elevarse á esta forma de go­ bierno que hemos dibujado, procuró la Iglesia infiltrarla en el espíritu de los pueblos, que ape­ nas habían recibido las instituciones cristianas que debían informaT su vida. P o r lo cual, los pastores de almas, renovando los ejemplos de P ab lo Apóstol, con sumo cuidado y diligencia procuraron que los pueblos principibns et p otestatibus subditos essé, dicto obedire *; é igualmente •

Ad Rom. X, n ,

*

Ad T il. III, i .

Ü K C lC L IC A S .

173

rogamos 4. Dios por todos los hombres y especial­ mente pro regibus et ómnibus qni in sublim itate: hoc enim acceptum est coram Salvatore nostro Dea

Y á este propósito nos dejaron clarísimos do­ cumentos los antiguos cristianos, que, si fueton injusta y cruelísimamente perseguidos, jam ás, sin embargo, cesaron de ser obedientes y sumisos, á punto de parecer que recibían de aquellos como un obsequio Ja crueldad. E s ta modestia, esta positiva voluntad de obe­ decer, era de tal manera notable, que no podía ponerse en duda por las calumnias y malicia de los enemigos. P or lo cual, los que públicamente debían perorar cerca d élos emperadores en favor del nombre cristiano, adoptaban especialmente este argumento, para demostrar que era injusta la persecución contra los cristianos, los que, á ciencia de todos, eran ejem plares observadores de las leyes. Así Atenágoras decía confiadamente á M arco Aurelio Antonino, y á L u cio Aurelio Commodo, hijo «le aquel: •Sinitis nos, qui nihil mali patramus, immo •Omniuní, piisime iustissimeque cum erga Deum, »tum erga imperium vestrum nos gerimus, exagi»tari, rapi, fugari V Igualmente Tertuliano alababa abiertamente á. los cristianos como los mejores y más seguros amigos del imperio: '

I Timoth. II, 1, 3.

s

Legat. pro Christianis..

1n

E N CÍCLICA S.

■Christianus nullius est hostis, nedum impe* iratoris, quem sciens a Deo suo constituí, necesse test ut ipsiim diligat et reve rea tur et honoret et •salvum velit cum toto romano imperio N i vacilaba en asegurar que en Jos confines del imperio tanto disminuía el número d élo s ene­ migos, cuanto crecía el número de los cristianos: •Nunc pauciores hostes habetis prae multitu«dine christianorum, pene omnium civitatum pene •omnes cives christianos habendo *•. De lo mismo hay también un preclara testi­ monio en la E pístola á D iogueto, la cual confirma que los cristianos eran Los únicos en aquel tiem ­ po, no sólo á obedecer las leyes, sino que en toda especie de deberes li acían más y con mayor per­ fección que aquella á que por las mismas leyes estaban obligados. L o s cristianes obedecen tas le ­ yes que están sancionadas, y ton su género de vida superan á las mismas leyes.

Diversamente empero andaban las cosas cuan­ do por los edictos de los emperadores y de los pretores se le s imponía con amenazas apostatar de la fe cristiana 6 faltar en cualquier otro modo :i su deber; en los cuales casos ellos, ciertamente, más bien quisieron desagradará los hombres que á Dios. M as en estas mismas circunstancias es­ taba tan lejos de ellos la idea de promover la menor sedición ó de despreciar la majestad im pe­ ratoria, que sólo se limitaban á confesar que eran cristianos y que no querían en manera alguna ser traidores á su fe. 1

Apolog. n. 35.

*

Apolog. n. 37.

E N C ÍCL ICA S.

17 5

P or lo demás, d o maquinaban ninguna resis­ tencia, sino que plácida y alegremente iban á los potros; de suerte que la magnitud de los tormen­ tos era inferior á la grandeza de sus ánimos.— Y también diversamente en aquellos mismos tiem ­ pos la fuerza de las doctrinas cristianas fué eficaz en la milicia. Porque era costumbre del soldado cristiano acopiar suma fortaleza con amor sumo de la disciplina militar, y ¿ la grandeza del valor juntar inquebrantable fidelidad al príncipe. Y si se pretendiese de él alguna cosa que no fuese honesta, cuino violar los derechos de Dios ó volver el acero contra los inocentes discípulos de Cristo, entonces rehusaba seguir el mando, de modo, sin embargo, que prefería abandonar la milicia ó morir pur la Religión, que resistir con sediciones ú tumultos á la autoridad pú­ blica. Desde que los, Estados tuvieron principes cristianos insistió la IgleBÍa mucho más en afir­ mar y predicar cuán inviolable era la autoridad de los gobernantes: por lo cual debía suceder que cuando los pueblos pensasen en el principado, acudia á su mente una especie de majestad sacra, por la cual eran llevados á tener á los príncipes m ayor reverencia y amor. Y por esto sabiamente proveyó que los Reyes fuesen solemnemente con­ sagrados, como por orden de Dios estaba esta­ blecido en el Antiguo Testam ento.— Cuando des­ pués la sociedad civil, como suscitada de las rui­ nas del imperio romano, recurrió á la esperanza de la cristiana grandeza, los Romanos Pontífices,

• 7® ENCICLICAS, instituido el sacro imperio, consagraron de un modo singular la potestad política. Grandísima nobleza se juntó con esto al prin­ cipado: y no puede ponerse en duda que esta práctica hubiera ayudado siempre grandemente á }a sociedad religiosa y civil, si los príncipes y los pueblos hubiesen tenido siempre miras uniformes con las de la Iglesia.— Y en efecto, las cosas p e r­ manecieron tranquilas y bastante prósperas mientras duró entre ambas potestades amor de amistad. Si los pueblos pecaban sublevándose, era pronta conciliadora de tranquilidad la Iglesia, que llamaba á todos al deber, y enfrenaba las v io ­ lentas pasiones, parte con la dulzura, parte con la autoridad. D e igual modo, si en el gobierno p e­ caban los príncipes, entonces se ponían delante de ellos mismos, y recordándoles los derechos, las necesidades y los justos deseos de los pueblos, les persuadía á la equidad, á la clemencia, á la benignidad. D e esta manera, muchas veces se consiguió remover los peligros de tumultos y de guerras c i­ viles. Por el contrario, las doctrinas inventadas por los modernos acerca de la potestad política a c a ­ rrean ya á los hombres grandes calamidades, y es de temer que produzcan en lo porvenir males extraños. Porque no querer derivar de la autori­ dad de Dios el derecho de mandar, no es otra c o ­ sa que querer arrancar de la potestad política su más bello esplendor y quitarle sus mayores fuer­

ENCÍCLICAS*

177

zas. Cuando, pues, U hacen depender del arbitrio de U multitud, sostienen en prim er lugar una fa­ laz opinión, y en segundo lugar colocan el prin­ cipado sobre harto ligero é inestimable funda­ mento. Porque de semejantes opiniones surgirán más audazmente otros tantos estímulos de las popu­ lares pasiones: y con gran m ina de la cosa públi­ ca, fácilmente trascenderán á ciegos tumultos y á manifiestas sediciones. Con efecto, después de la que llaman Reforma, cuyos promovedores y jefes radicalmente impugnaron con nuevas doctrinas la potestad sagrada y civil, se siguieron repenti­ nos tumultos y audacísimas rebeliones, esp ecial­ mente en Alemania; y e9to con tanto incendio de guerra doméstica y con tantos extragos, que pare­ cía que no quedaba ningún lugar inmune de tu­ multos y de sangre. D e aquella herejía tuvieron origen en el pasa­ do siglo la falsa filosofía, y aquel derecho.que lla ­ man nuevo, y la soberanía popular, y aquella desordenada licencia, que muchísimos tienen, sin embargo, por libertad. D e esto se llegó á las últi­ mas pestes, que son el Comunismo, el Socialism o y el NihiHsino, horrendos males y casi muerte de la sociedad civil. Y á pesar de esto, muchos se esfuerzan aún con grande empeño en aumentar la violencia de tantos males, y con el pretexto de aliviar á la m uchedum bre, suscitan grandes in ­ cendios de miseria. E stas cosas que ahora recor­ damos no son ignotas, ni muy lejanas. L o que hay, pues, más grave es que los prín-

178

E N C ICL ICA S.

cipes no tienen remedios eficaces en tantos peli­ gros para restablecer la disciplina pública y a p a ­ ciguar los ánimos. Se proveen de la autoridad de las leyes y creen poder enfrenar con la severidad de las penas á lo s que turban el orden público. Y con justicia, mas con todo, es necesario considerar seriamente que ninguna pena por sí sola será eficaz hasta el punto de poder conservar los Estados. Porque el temor, como enseña sabiairfente Santo Tom ás, «est debile fundamentura; nam qui ti more, subiduntur, si ocurrat occasio qua possint impunitaitem sperare, contra praesidentes insurgunt eo •ardentius, quo raagis contra voluntatem ex solo itimore cohibebantur. A c praeterea ex nimio ti•more plerique in despe rationem incidunt: despe■ratio autem audacter ad quaelibet attentanda ■praecipitat» Y la verdad detesto bastante la hemos proba­ do con la experiencia. P or tanto, es preciso hallar una razón más alta y eficaz de obedecer, y esta­ blecer absolutamente que no puede ser fructuosa la misma severidad de las leyes si los hombres no son guiados por el deber y movidos por el temor saludable de Dios. Esto, pues, puede ser principalm ente obteni­ do por la Religión, la cual con su fuerza influye sobre los ánimos, y somete la mism a voluntad de los hombres, á fin de que obedezcan á los gober­ nantes, no solamente con el respeto, sino también 1

De R egim . Princip. 1. I, cap. 10.

e n c íc lic a s .

¡ j g

con la benevolencia y con la caridad, que es en toda sociedad humana el mejor custodio d é la in­ columidad. P or lo cu 3.1 ha de estimarse que los Rom anos Pontífices cuidaron del bien común porque de continuo cuidaron de abatir á los espíritus sober­ bios y díscolos de los novadores, y predicaron sin cesar cuán perniciosos eran éstos áun á la socie­ dad civil. Merece recordarse á este propósito la senten­ cia de Clem ente V II á Fernando, R ey de B o h e­ mia y de Hungría: «En esta cau sa de la fe va en­ cerrada la dignidad y la utilidad tu y a y la de los otros príncipes, puesto que no puede aquella ser destruida sin traer consigo la ruina de vuestros intereses, lo cual bien claram ente se ha visto ya en algunas partes.» Y al mismo respecto, consi­ derad la suma providencia y energía de nuestros predecesores, especialmente desde Clem ente X I, Benedicto X IV , León X II, los cuales, como se esparciera, corriendo los años, la peste de las m i* las doctrinas y creciera la audacia de las sectas, pusieron gran empeiio con su autoridad en a ta ­ ja d a s el paso. Nos mismo hemos varias veces anunciado cuán graves peligros amenazan, y hemos indica­ do al mismo tiempo cuál sea la mejor m anera de conjurarlos. A los príncipes y á los demás que rigen la cosa pública ofrecimos el apoyo de la Religión, y exhortamos á los pueblos á servirse de la abundancia de los bienes suministrados por la Iglesia. Ahora pretendemos que los prínci­

I SO

EN CÍCLICAS.

pes comprenderán la necesidad de ese apoyo que de nuevo se les ofrece, que es el más fuerte y vá­ lido de todas, y fervientemente les exhortamos en el Señor para que defiendan la Religión, y , lo que interesa también al Estado, dejen á la Iglesia gozar de aquella libertad de que sin grave injuria y común detrimento no puede ser privada. L a Igle­ sia de Jesucristo no puede ciertamente ser so sp e­ chosa á los príncipes ni á los pueblos. A los príncipes les amonesta á seguir la ju s ti­ cia y á no desviarse jam ás del deber; pero al mismo tiempo refuerza su autoridad y la ayuda con nuevos medios. L as cosas que se refieren al orden civil, la Iglesia no se las disputa, sino que reconoce que pertenecen á su autoridad y á su supremo imperio; en aquellas otras, cuyo juicio, por diverso aspecto, pertenece á la potestad sa­ grada y á la civil, quiere la Iglesia que exista en ­ tre ambas potestades concordia, merced ¿ la cual se eviten entre ambas funestas disidencias. P or lo que hace ¿ los pueblos, la Iglesia ha sido fun­ dada para la salud de todos los hombres, y á to­ dos los amó siempre como madre. E lla es la que con su caridad infundió siem­ pre en los ánimos la mansedumbre, la dulzura de la s costumbres, la equidad en las leyes; y. nunca enemiga de la libertad honrada, detestó siempre e l dominio de la tiranía. Esta benéfica conducta, que es propia de la Iglesia, la expresó breve y clarísimamente San Agustín en estas p a ­ labras : «Docet Ecclesia reges prospicere populis, ROinncs populos se subdere regibus: ostendens

ENCÍCLICAS*

18 1

»quemadnioduni et non ómnibus opinia, et orn;ij•bus charitas, et nulli debetur iniuria» Por estas razones, Venerables Hermanos, vuestra obra será muy útil, y seguramente salu­ dable si adunáis con Nos vuestro saber y todos los medios que, á Dios gracias, están en vuestra mano, á apartar daños y peligros de la sociedad humana. Procurad y mirad porque todo cuanto enseña la Iglesia católica en punto á la potestad y al de­ ber de obedecer, lo tengan todos presente y io practiquen diligentemente en su vida. P or vuestra autoridad y magisterio sean los pueblos frecuentemente amonestados á huir de las sectas prohibidas, á detestar las conjuraciones y á apartarse de toda clase de seducciones. Entiendan que la obediencia que por Dios prestan á los príncipes, es obediencia noble y o b ­ sequio racional. Y como es Dios el que da la salud a l Rey ", y el que concede á los pueblos sentarse en la hermosura de la p az, en los tabernáculos de la confianza y en el opulento reposo 5, es menester

rogarle y suplicarle paTa que incline los entendi­ mientos de todos á la honestidad y á la verdad, serene las iras, y restituya á la tierra la paz y la tranquilidad tan largamente suspiradas. Y para que sea firme la esperanza de alcanzar esta gracia, acudamos á la intercesión y á la pro­ tección saludable de la Virgen María, excelsa l l i 1

De morib. Eccl. lib. I, cap. 30.

*

Psalm. CXLIII, 11.

5

Isaie, XXXII. i».

18 2

encíclicas

.

dre de Dios, auxilio de los cristianos y protectora del género humano; de San José, su castísimo E s ­ poso, en cuyo patrocinio santísimo confia la Ig le ­ sia universal, de San Pedro y San Pablo, príncipes de los Apóstoles, custodios y guardadores del nombre cristiano. Entre tanto, como augurio de los dones d iv i­ nos, á vosotros, Venerables Hermanos, y al clero y pueblo encomendados á vuestro cuidado, os d a ­ mos afectuosamente en el Señor la bendición apostólica. Dado en Roma junto á San Pedro el dia 29 de Junio de i8Sr, año cuarto de nuestro pontifi­ cado.— L f.ón P a p a X III.

ENCÍCLICA NOVENA.

Donde se trata de los deberes del Clero los Católicos.

Á

LOS

VENERABLES

POS

DE

LA

ARZO BISPO S

KEGIÓN

Y

O B IS­

ITÁLICA.

LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos, salud y apostólica bendición.

Nos, p o r la autoridad y grandeza del apostólico M inisterio, extendemos cuanto e s posible Ja v i g i l a n c i a y caridad nuestra á t o d a la I g l e s i a y cada una de sus par­ tes, actualmente, de especial manera, nuestros cuidados y pensamientos se vuelven ¿ Italia. Nuestros pensamientos y desvelos se dirigen á cosas más altas que las humanas, puesto que nos preocupa y produce gran cuidado la salva­ ción eterna de las almas, en la cual es tanto más U n q l 'E

iSG

1.X CÍCL 1CA S.

necesario que continuamente se emplee todo nuestro celo, cuanto mayores son los peligros á que la vemos expuesta. S i en todos tiempos fueron graves en Italia peligros semejantes, no es dudoso que en el día de hoy son gravísimos, puesto que el estado m is­ mo de la cosa pública es grandemente funesto para el bienestar de la Religión. L o cual profundamente conturba nuestro ánimo, puesto que Nos unen vínculos de especial relación con esta Italia, en que Dios colocó la Sede de su Vicario, la Cátedra de la verdad y el centro de la Unidad católica. Y a otras veces hemos amonestado al pueblo italiano á que estu­ viese en guardia, y todos comprendiesen cuáles son los propios deberes en tanto riesgo. Creciendo diariamente el mal, queremos, V e ­ nerables Hermanos, que dirijáis ¿ e llo s más aten­ tamente vuestra reposada atención; y viendo que continuamente empeoran las cosas públicas, tra­ téis de resguardar con más diligencia los ánimos de la multitud, armándolos con todos los medios de defensa para que no se les arrebate el más pre­ cioso de los tesoros, la fe católica. Una perniciosísima secta, cuyos autores y co ­ rifeos no ocultan ni disimulan nada sus miras, hace y a tiempo que ha establecido sus reales en Italia, y declarando guerra á Jesucristo, trabaja por despojar completamente al pueblo de toda institución cristiana. H asta donde ha llegado en b u s atentados, no es necesario recordarlo aquí, tanto más, cuanto que delante de los ojos tenéis,

e n c íc l ic a s .

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Venerables Hermanos, el daño y los extragos c a u ­ sados ya á la Religión y & las costumbres. E n el pueblo italiano, que en todo tiempo se ha m ante­ nido fiel y constante en la Religión heredada de sus mayores, comprimida hoy en todas partes la libertad de la Iglesia., se procara cada día más borrar de todas las instituciones públicas aquel sello y aquel carácter cristiano que, con razón, hizo siempre grande al pueblo italiano. Suprimidas las Órdenes religiosas, confiscados los bienes de la Iglesia, tenidos por matrimo­ nios válidos las uniones contraídas fuera del rito católico, excluida la autoridad eclesiástica de la enseñanza de la juventud, no tiene fin ni tregua la. cruel y luctuosa guerra m ovida contra la Sede Apostólica. Se encuentra, sobre toda pondera­ ción, oprimida la Iglesia y rodeado de gravísimas dificultades el Romano Pontífice, puesto que, despojado de la soberanía temporal, fué forzoso que cayese en ajeno poder. Y Rom a, 1a más au ­ gusta ciudad del orbe Católico, se ha convertido en campo abierto para todos los enemigos de la Igle­ sia, y se ve profanada por reprobadas novedades con escuelas y templos al servicio de la herejía. P arece hasta destinada en este año mismo á acoger á los representantes y cabezas de la secta más hostil 6 la religión católica que proyectan reunirse aquí mismo en Congreso. E s bastante perceptiblela razón que les ha'm ovido ádarseaquí cita: quieren con una injuria procaz desahogar el odio que abrigan hacia la Iglesia, y lanzar desde cerca funestas antorchas de guerra al Papado,

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desafiándole en su misma Sede. N o es ciertam en­ te .dudoso que la Iglesia ha de salir victoriosa al fin de los impíos ataques de los hombres, y sin embargo, es cierto y maniñesto que con tales actos aspiran á herir juntamente la cabeza y el cuerpo entero de la Iglesia, y á destruir Ja reli­ gión, si posible fuese. Verdaderamente que tales sean los propósitos de aquellos que se dicen hijos tiernísim osde la fa­ milia italiana, parece cosa increíble, puesto que la familia italiana, apagándose la fe católica, se vería necesariamente privada de un manantial de supremas ventajas, toda vez que si la religión cris­ tiana dió ¿ todas las naciones grandes medios de salvación, la santidad de los derechos y la garantía d elaju sticia;sipor todas partesconsuvirtuddom ó las ciegas y locas pasiones de los hombres, siendo guia y compañera de todo lo que es honrado, laudable y grande; si en todos los países redujo i perfecta y estable concordia las varias clases de los ciudadanos y los diversos miembros del E sta­ do, seguramente que tal abundancia de beneficios* más largamente difundió sobre la nación italiana que sobre las demás. Muchos, con deshonor é infamia propios, van propalando que la Iglesia es opuesta y causa per­ juicio á la prosperidad y progreso del Estado, y tienen al Romano Pontífice como contrario á la felicidad y grandeza del nombre italiano. Paro tales acusaciones y absurdas calumnias se des­ mienten solemnemente con el recuerdo de los tiempos pasados.

en cíclicas.

tBg

Italia está grandemente obligada & la Iglesia y & los Sumos Pontífices por haber extendido en­ tre todas las gentes su gloría, por no haber su­ cumbido á los repetidos asaltos de los bárbaros, por haber rechazado invicta los múltiples ataques de los musulmanes, y por haber conservado du­ rante largo tiempo justa y legítima libertad, y enriquecido sus ciudades con tantos monumentos inmortales de artes y ciencias. N o es la última, entre las glorías de los R o ­ manos Pontífices, la de haber mantenido unidas con una fe y una religión las provincias italianas, diversas en índole y costumbres, y haberlas así librado de la más funesta de las discordias. En los mayores conflictos, muchas veces la cosa p ú ­ blica hubiera caído en exirem a ruina, si para sal­ varla no hubiera estado el Pontificado Romano. Para que no valgan menos en el porvenir, conviene que la voluntad de los hombres no pon­ ga obstáculo á su virtud ni disminuya su liber­ tad, cuando la verdad es que la fuerza benéfica que se encuentra en las instituciones católicas es inmutable y perenne, porque procede de su mis­ ma naturaleza. Así como no hay intervalo de lu ­ gares y de tiempos á que no se extienda la reli­ gión católica para la salvación de las almas, así ella igualmente en las cosas civiles, en todas par­ tes y siempre, difunde ampliamente sus tesoros para beneficio de los hombres. Perdidos tan grandes bien es, sobrevendrán males extremos, puesto que aquellos que abrigan odio & la sabiduría cristiana, aunque digan lo

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contrarío, llevan la sociedad á la ruina; pues nada hay peor que sus doctrinas para excitar feroz­ mente los ánimos y despertar las más perniciosas pasiones. En el orden especulativo desechan la luz celestial de la fe; apagada la cual, el alma h u ­ mana, fácilmente tomando al error, no discierne la verdad, y con triste facilidad, cae al fin en un abyecto y torpe materialismo. En el orden p rác­ tico desprecian la regla eterna £ inmutable, y no reconocen á Dios como supremo legislador; y quitados estos fundamentos, la consecuencia es que, por falta de eficaz sanción, toda la regla de vida dependa de la voluntad y del arbitrio de los hombres. En el orden social, de la desmedida libertad que quieren y que van ensalzando, nace la licen­ cia; á la licencia sigue el desorden, que es el más grande y homicida enemigo de la sociedad civil. Seguramente que una nación no presenta nunca espectáculo más deforme, ni su fortuna ha caído más bajo que cuando han podido, auuque por poco tiempo, prevalecer tales doctrinas y seme­ jantes hombres. Y si no existiesen ejemplos re ­ cientes, increíble parecería que los hombres por ignorancia y descuido de los propósitos, hayan podido consumar tantos excesos, y conservando para escarnio el nombre de libertad, anden sobre extragos é incendios. Que si Italia no ha sido aún castigada con tan grandes excesos, débese principalmente á singular beneficio de Dios; y además, hay que tener por se ­ guro, que habiendo los italianos, en su m ayo rp a r-

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te, permanecido constantemente adictos i la reli­ gión católica, esta ha sido la causa de que la li­ cencia de las impías m áxim as que hemos recor­ dado, no lograran el triunfo. Además, si estos baluartes que la religión levanta fueran destrui­ dos, de repente caerían sobre Italia las mismas calamidades coa que en un tiempo fueron heridas grandes y florecientes naciones. E s fuerza que los misinos principios produz­ can iguales efectos; y siendo la semilla igualmen­ te funesta, no puede dejar de producir análogos frutos. £1 pueblo italiano, abandonando la reli­ gión católica., debería quizá tem er mayor castigo, porque á ia enormidad de la apostasía, pondría el colmo la enormidad de la ingratitud. Puesto que no del acaso 6 de la movible voluntad de los hombres recibió Italia el privilegio de haber sido desde el principio hecha participante de la salva­ ción traída por Jesucristo, de poseer en su seno la Sede de Pedro, y de haber gozado por largos siglos de los inmensos y divinos beneficios que sa derivan del Catolicism o. P o r lo cual debería te ­ mer grandemente para sí aquello que el Apóstol P ab lo anunció con palabras amenazadoras í los pueblos ingratos: L a tierra que bebe el agita que frecuentemente lt cae en el sene, y útiles plantas produce, cultiván­ dola, recibe las bendiciones de D io s; mas s i la deja producir yerba y espinas, está reprobada y cercana á la m aldición y destinada al fu eg o '. •

H eb . V I , V i l , V I I I .

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EN C ÍCLICA S.

Dios aleje tan horribles males, y piense cada uno en cómo han venido los peligros que y a su­ frimos y los que amenazan por obra de aquellos que, cooperando, no í su bien común, sino á la ventaja de las sectas, combaten con odio mortal á la Iglesia. L os cuales, si procedieran con acuerdo, si es­ tuviesen animados de verdadero amor á la patria, no desconñarían seguramente de la Iglesia, ni con injustas sospechas tratarían de mermar su li­ bertad natural; y, por el contrario, sus propósitos que ahora se dirigen á hacerle la guerra, se con­ vertirían en defenderla y ayudarla, procurando sobre todo devolver la posesión de sus derechos al Romano Pontífice, puesto que la hostilidad contra la Sede Apostólica, cuanto más perjudica 4 la Iglesia, menos conviene á la prosperidad de Italia; respecto de lo cual en otro lugar N os ex­ pusimos nuestro pensamiento. •Proclamad que la situación de Italia no po­ drá nunca prosperar ni gozar de estable tranqui­ lidad, hasta que no se haya atendido, como todas las razones lo demandan, á la dignidad de U Sede Romana y á la libertad del Sum o Pontífice.! Por lo que, no deseando otra cosa más que la incolumidad de los intereses religiosos, y estando conturbados por el grave riesgo que corren los pueblos italianos, con más vivo calor que nunca os exhortamos, Venerables Hermanos, á poner en obra con N os vuestro celo y vuestra caridad, á fin de reparar tanta desgracia. P or aquí adivinaréis la suma urgencia de h a­

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cer comprender á los pueblos el bien grande de poseerla fe católica, y la necesidad de custodiarla celosamente. Y como los enemigos del Cristianis­ mo, para engañar con más facilidad 4 los incau­ tos, á menudo hacen descaradamente una cosa, mientras piensan otra, ocultando realmente el objeto de sus esfuerzos, conviene mucho se pon­ ga esto en descubierto y se despierte en los cató­ licos el ímpetu valeroso de defender públicamente 4 la Iglesia y al Romano Pontífice, es decir, su propia salvación. H asta hoy, la virtud de muchos que hubieran podido hacer gTandes cosas, se ha mostrado menos celosa para obrar y menos animosa para luchar: sea que el ánimo no conociera los efectos de las nuevas cosas, sea que no abarcara lo bas­ tante la gravedad do los peligros. Pero conocidas ya las necesidades por las pruebas, nada sería más dañoso que tolerar negligentemente la pro­ funda perfidia de los malvados, dejándoles libre el campo para infestar más y como mejor les plazca la Iglesia. Aquellos, en verdad, más prudentes que los hijos de la luz, á muchas cosas se han atrevido; inferiores en número, pero fuertes por su malicia y sus medios, en poco tiempo han llenado de ma­ les nuestra región; y por tanto, cuantos aman la Religión católica, entiendan ya que es tiempo de intentar alguna cosa sin abandonarse de ningún modo á la indolencia y á la inercia, entendiendo también que tanto más pronto cae uno en la opre­ sión cuan t o m ás se aban don a á u na necia seguridad. 13

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ENCÍCLICAS.

Recordemos cómo nada pudo amedrentar la noble y activa virtud de nuestros antecesores, por cuyas fatigas y cuya sangre creció la fe c a ­ tólica. En tanto, vosotros. Venerables Hermanos, cuidadosos, y atentos, estimulad á Jos tibios con vuestro ejemplo y autoridad, excitad á todos á cumplir con energía y constancia los deberes en que se ejercita la vida activa de los cristianos, á mantener y acrecentar este renovado vigor, á usar de todos los medios y cuidados para que se multipliquen y prosperen en todas partes por el trabajo, por el número y la concordia, aquellas sociedades que tienen por principal objeto eL conservar y enaltecer los actos de la fe cristiana y de la virtud. T ales son la «Sociedad de los jóvenes y de los artistas*, ó aquellas que se constituyeron, y a para reunir en tiempos dados congresos católi­ cos, ya para socorro de las miserias humanas, ya para procurar la observancia de las ñestas, ya para educar á los hijos de las clases ínfimas, ya, para otros bienes del mismo género. Asimismo importa con supremo interés á la sociedad cristiana que el Sumo Pontífice sea y aparezca libre de todo peligro, molestia y difi­ cultad en el gobierno de la Iglesia, haciendo cuanto según las leyes sea posible en ventaja def Pontífice, sin darse reposo, hasta que en N os en realidad, y no en apariencia, se reconozca aque­ lla libertad* en la cual, por cierto necesario lazo, están unidos, no sólo el bien de la Iglesia, sino

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además la marcha próspera de Italia y la tran­ quilidad de los cristianos. O tro de los medios para lograr esto, es difun­ dir ¿mpitamente la buena prensa. Aquellos que con mortal odio combaten á la Iglesia se sirven de los escritos públicos, adoptándolos como arma mortífera; y de aquí Ja pestífera lluvia de libros; de aquí el diluvio de periódicos sediciosos y fu ­ nestos, cuyos furiosos asaltos ni las-leyes refre­ nan, ni el pudor contiene. Sostienen, en efecto, como un beneficio todo aquello que en estos últimos años se lia hecho por vía de sedición y de tumulto; ocultando y falsificando la verdad, reuniendo diariamente las más brutales contumelias y calumnias contra la Iglesia y su supremo Jerarca, y difundiendo por donde quiera con empeño las doctrinas absurdas y pestilenciales. Débese, por tanto, levantar fuerte muralla que contenga esta avalancha del m al que cada día invade más terreno, y lo p ri­ mero para ello, conviene con toda severidad y rigor inducir al pueblo á que se ponga en guardia cuanto es posible, para que en punto á lecturas use del más escrupuloso discernimiento. Además, se deben contraponer escritos á es­ critos, á fin de que los mismos medios que tanto tienden á la ruina, se conviertan en salud y beneñcio de las gentes, y de allí de donde pro­ cede el veneno, salga también la triaca. P or lo cual, es de desear que, al menos en todas Jas provincias, se establezcan periódicos, en cuanto sea posible, cuotidianos, que inculquen al pueblo

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cuáles y cuán grandes son los deberes de cada uno hacia la Iglesia. Póngase, sobre Lodo, á la vista los óptimos beneficios en todos los países regidos por la reli­ gión católica, y hágase comprender cómo la v ir ­ tud de la misma redunda siempre en sumo bien de la cosa pública y privada, mostrando cuán importante es que la Iglesia, en la sociedad, sea pronto elevada á aquel grado de dignidad, igual­ mente requerido por su grandeza divina y por la pública utilidad de las gentes. Para lo cual es necesario que aquellos que se dediquen á la profesión de escritores procuren tener un pensamiento y una misma forma, la que sea más á propósito para proceder con juicio se­ guro, y obtener el objeto:.graves y templados en el decir, reprendiendo los errores y las faltas, pero de modo que la reprensión no arguya acer­ bidad, y guarde respeto d las personas, hablando con claro y sencillo lenguaje que pueda compren­ derse sencillamente por la multitud. Todos aquellos, pues, que deseen realmente y de corazón que las cosas lo mismo sagradas que civiles, sean por valerosos escritores eficaz­ mente difundidas prosperadas, traten de favo­ recer con su propia liberalidad los frutos de las letras y del ingenio; para que cuanto más se comprenda que ese es el deber, tanto más con las facultades y los bienes se acuda á soste­ nerle. Débese, por tanto, de todos modos, y por to­ dos modos, acudir en auxilio de tales escritores,

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pues que de otra manera el propósito tendrá poco éxito, ó el éxito será inseguro y tenue. Que si en todo eso se debe correr cualquier riesgo, fórmese la resolución de afrentarlo, por­ que no hay para el cristiano causa más justa para arrostrar molestias y fatigas, que esto de no so­ portar los daños de los impíos á la religión, por­ que, ciertamente, la Iglesia no ha educado ni puesto á sus hijos en condiciones de que cuando el tiempo y la necesidad lo reclamen, no deba esperar de ellos ayuda ninguna, puesto que todos deben anteponer á su tranquilidad propia y á sus intereses privados la salvación de las almas y la incolumidad de los intereses religiosos. Conspicuo objeto también de vuestros asiduos cuidados y pensamientos debe ser, Venerables Hermanos, el formar como conviene idóneos mi­ nistros de Dios. Porque si es propio de los O bis­ pos el poner todas sus obras y celo para educar en el deber á la juventud entera, esjusto también que cultiven con mayor diligencia á los levitas que encierran una esperanza para la Iglesia, y que deben un día ser partícipes y dispensadores de los sagrados misterios. Razones graves y comunes á todos los tiem ­ pos exigen de otra parte, en los Sacerdotes, gran suma de extraordinarias cualidades, pero todavía en nuestro tiempo se exige aun mayor. En pri­ mer lugar, la defensa de la fe católica, á la cual en primer término debe con sumo estudio dedi­ carse el Sacerdocio, y que tan necesaria es en nuestros tiempos, exige un fondo de lectura no

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F.N'CÍCLICAS.

vulgar ni mediocre, sino profunda y varia, y que abrace, no sólo la Sagrada D isciplina, sino tam ­ bién la Filosofía.enriqueciéndose con conocimien­ tos de F ísica^ 1de Historia. Porque deben extirparse los multiplicados errores con que se trata de subvertir todos los fundamentos de la sagrada revelación, y conviene luchar frecuentemente con adversarios que dis­ ponen de armas variadas, pertinaces en sus opi­ niones, los cuales sacan partido de todo género de estudios. Del mismo modo, siendo hoy día. grande y general la corrupción d élas costumbres, se exige sea singularísima en los Sacerdotes la excelencia de la virtud y de la constancia, como que no pudiéndose eludir el conversar con los hombres, cuando por el mismo oficio de su minis­ terio están obligados fi tratar de cerca al pueblo, y esto en medio de las ciudades, donde ya no existe ninguna pasión malvada que no ande com ­ pletamente suelta y libre. De donde se sigue el deber de estos tiempos de que sea tan fuerte la virtud en el Clero, que pueda por sí misma firmemente defenderse, per­ maneciendo superior á todos los estímulos del vicio, y saliendo salva del peligro de los ejemplos de iniquidad. Además de esto, las leyes sancionadas en dano de la Iglesia llamarán necesariam ente la soli­ citud de los Clérigos, de donde procede que aque­ llos que por la gracia de Dios sean iniciados en las Ordenes sagradas redoblen sus obras, 3' con singular diligencia y espíritu de abnegación com ­

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pensen los numerosos peligrosilo cual ciertamente no podremos lograr sin un ánimo constante m orti­ ficado, libre de todo temor, ardoroso para la cari­ dad y siempre voluntariamente dispuesto á sobre­ ponerse á todas las fatigas por la salvación «ter­ na de los hombres. Pero para estos oficios es de necesidad disponeise con larga y diligente preparación, que no se pnede de ligero lanzarse á semejante intento. Y sin duda se llenarán tanto más útil y santamen­ te los deberes del mismo Sacerdocio, cuanto m(sjor se hayan preparado desde la adolescencia, habiendo sacado tanto mayor fruto de la educa­ ción, cuanto las virtudes señaladas aparezcan, más que como formadas, como nativas. Por tanto, Venerables Hermanos, los Semi­ narios exigen justamente la mayor y mejor parte
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rio , no sólo tenga un rico tesoro de ciencias natu­ rales, sino que también esté óptimamente am aes­ trada en aquella disciplina relacionada con los estudios críticos y exegéticosde la Sagrada B iblia. Bien sabemos que para la perfección de los buenos estudios se exigen muchas cosas im posi­ bles ó difíciles de procurarse para, los Seminarios de Italia, merced á impróbidas leyes. Así que también en esto los tiempos exigen que los italianos se esfuercen en merecer bien de la religión católica por su generosa munificencia. Cierto es que la pía y benéfica voluntad de los antepasados había provisto plenamente á estas necesidades, y la Iglesia con esa ayuda y su par­ simonia no necesitaba recomendar el cuidado y conservación de las cosas sagradas á la caridad de sus hijos. Pero aquel su Patrim onio legítimo á la vez que sacrosanto, que las turbulencias de otra edad habían respetado, ha sido destruido por las de nuestro tiempo, y de aquí que para aquellos que aman el Catolicism o ha vuelto el caso de renovar la liberalidad de sus abuelos. Así por nobles y luminosos ejemplos de munificencia en condicio­ nes no muy desemejantes, se han dado en F ra n ­ cia, Bélgica y otras partes, ejemplos dignísimos, no sólo de la' admiración de los contemporáneos, sino de los venideros. Y N os no dudamos que en la Italia actual, en vista del estado de la cosa pú­ blica, hagan lo posible por mostrarse dignos de sus antepasados, y quieran mostrarse dignos del ejemplo de sus hermanos.

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En esto, pues, que dejamos mencionado, fun­ damos no pequeña esperanza de consuelo y de protección; mas como quiera que en todos los acuerdos que se toman, sobre todo en los que van encaminados al bien y salud públicos, es de todo punto necesario para el debido acierto recurrir al auxilio divino, en cuya mano se hallan las vici­ situdes y fortuna de las naciones, no menos que las voluntades de todos los hombres; de ahí el que, cual nunca, debamos invocar á Dios con las más ardientes plegarías y las más fervorosas oraciones, para que enriquezca y colme & Ita ­ lia con múltiples beneficios, y sobre todo, p er­ petúe en ella la fe ca tó lic a , que es el m ayor bien posible, fuera todo recelo de peligros por su causa. Por esta misma razón debemos acudir con sú­ plicas á la Inmaculada Virgen María, ínclita M a­ dre de Dios, la mejor consejera en las resolucio­ nes, á la par que á su Santísimo esposo José, pa­ trono y custodio de las naciones cristianas. Con no menor ahínco debemos pedir á Pedro y Pablo, insignes Apóstoles, que mantengan incólume en Italia el fruto de sus trabajos, y preserven de todo borrón el nombre católico que ellos mismos a d ­ quirieron para nuestros mayores con su sangre, y lo trasmitan santo é inmaculado á los postreros descendientes. Confiados para lograrlo en el patrocinio del cielo, como presagio del galardón divino y firme testimonio de nuestra benevolencia, N os os d a­ mos afectuosamente á vosotros, Venerables H er­

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E N CÍCLICA S.

manos, y á los pueblos encomendados á vuestra fidelidad, la Bendición Apostólica. Dado en San Pedro de Rom a, en 15 de F e ­ brero de 1882, año cuarto de nuestro Pontifica­ do.— L e ó n , P a p a X III.

ENCÍCLICA

DÉCIMA.

Donde se glorifica & San Francisco de A sís, y se exhorta á que los cristianos se inscriban en la Orden Tercera.

A

TODOS

NUESTROS

VENERABLES HERMA­

NOS

LOS P A T R IA R C A S , PR IM A D O S, A R Z O B IS ­

PO S

Y

G R A C IA

O B ISPO S Y

D E L M U NDO C A T Ó LIC O , EN

C O M U N IÓ N

CON

LA

SEDE APOS­

TÓ LICA.

LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica.

|OR una dichosa merced, el pueblo cristia­ no ha podido celebrar en na breve inter­ valo el recuerdo de los dos hombres que> llamados ¿ go zaren el cielo de las eternas recom­ pensas de la santidad, dejaron sobre la tierra una

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gloriosa falange de discípulos, como retoños que sin cesar renacen de siis virtudes. Porque des­ pués de las fiestas seculares en memoria de B e ­ nito, el padre y legislador de los monjes en O cci­ dente, va á ocurrir una. ocasión de tributar hono­ res públicos á Francisco de Asís por el séptimo centenario de su nacimiento. N o sin razón vemos Nos en esto un designio misericordioso de la D ivin a Providencia. Porque permitiendo celebrar el día del nacimiento de es­ tos ilustres Padres, parece que Dios quiere ad­ vertir á los hombres que tienen que recordar sus insignes méritos y comprender al mismo tiempo que las Ordenes religiosas fundadas por ellos no debieron ser tan indignamente violadas, sobre todo en aquellas naciones en que por su trabajo, su genio y su celo han sembrado la civilización y la gloria. Nos confiamos en que estas solemnidades no serán infructuosas para el pueblo cristiano, que, siempre y con justicia ha considerado como am i­ gos á los religiosos, por lo que, así como ha hon­ rado el nombre de Benito con amor y gratitud, hará revivir por medio de fiestas públicas y testi­ monios de afecto la memoria de Fran cisco. Y esta noble emulación de piedad filial y devota no se limita á la comarca en que nació el santo hombre, ni á las que honró con su presencia, sino que se extiende á todas las partes de la tierra, á todos los lugares donde el nombre de Francisco ha Le­ gado, y en que florecen sus institucionesciertam ente que Nos, más que nadie, aproba­

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mos este ahínco de las almas por tan excelente objeto, sobre todo estando acostumbrado desde la niñez á tener hacia Francisco admiración y devoción especiales. Y Nos ¿loriamos de haber sido inscrito en ]a familia franciscana y más da una vez hemos subido por piedad espontánea­ mente y con alegría, ¿ las sagradas colinas del alvernoj en aquel lugar, la imagen de ese gran hombre se ofrecía á Nos por todas partes donde poníamos la planta, y aquella soledad llena de recuerdos tenía á nuestro espíritu embebecido en muda contemplación. M as por loable que sea este celo, no consiste en él todo. Porque es preciso pensar que serán agradables á Francisco esos honores que se pre­ paran, si aprovechan á los mismos que ios tri­ butan. El fruto real y duradero consiste en asemejar* se en algún modo á su eminente virtud y en pro­ curar ser mejor imitándole. S i con la ayuda de Dios se trabaja para ello con ardor, se habrá en contrado el remedio oportuno y eficaz para los males presentes. Nos queremos, pues, Venerables Hermanos, no sólo atestiguaros públicamente por medio de esta carta nuestra devoción á Francisco, sino también excitar vuestra caridad para que trabajéis con Nos en la salvación de los hombres por el remedio que N os os indicamos. £1 Salvador del género humano, Jesucristo, es la fuente eterna é inmutable de todos los bie­ nes que para N os proceden de la infinita bondad de Dios; de modo que Aquel que ha salvado una

ZOS

E N CÍCLICAS.

vez al mundo es también el que le salvará en to­ dos los siglos; porque tío hay bajo el cielo otro nom­ bre qiu haya sido dado á los hombres por el cual podamos salvam os. ( A d . , iv, 1 1 .) Si, pues, suce­

de que, por el vicio de la naturaleza ó la ialta de los hombres, cae en el mal el género humano, y parece necesario para levantarle un especial so­ corro, es preciso absolutamente recurrir á Jesu­ cristo y ver en E l el mayor y más seguro medio de salvación. Porque su divina virtud es tanta y ta.n poderosa, que contiene á la vez un abrigo contra los peligros y un remedio contra los males. L a curación es cierta si el género humano Vuelve á profesar la sabiduría cristiana y las re­ glas de vida del Evangelio. Cuando ocurren ma­ les como estos de que N os hablamos, ofrece Dios mismo tiempo un socorro providencial, susci­ tando á un hombre, no escogido al azar entre los demás, sino eminente y único, á quien encarga de procurar el restablecimiento de la salud pú­ blica. Y esto es loque sucedióá fines del siglo X II, y algo más tarde. Francisco fué el obrero de esta gran obra. Se conoce bastante esta época con su mezcla de vicios y virtudes. L a fe católica estaba enton­ ces más profundamente arraigada en las almas; ofrecía también un hermoso espectáculo aquella multitud inflamada de piadoso celo que ib a á P a ­ lestina para vencer ó morir en ella. P ero el lib er­ tinaje había alterado mucho las costumbres de los pueblos, y era de todo punto necesario que los hombres volviesen á los sentimientos cristia­

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nos. Consiste la perfecta virtud cristiana en esa generosa disposición del alma que busca las cosas arduas y difíciles; tiene su símbolo en la Cruz, que cuantos desean servir á Jesucristo deben lle­ var sobre si. L o propio de dicha disposición es el apartarse de las cosas mortales, de dominarse completamente y de sufrir la adversidad con cal* ma y resignación. En fin, el amor de Dios es dueño y soberano de todas las virtudes para con el prójimo; su poder es tal, que hace desaparecer cuantas dificultades son el cortejo del cum pli­ miento del deber, y no sólo hace tolerables, sino hasta agradables, los más duros trabajos. H abía mucha escasez de estas virtudes en el siglo X II, porque gran número de hombres eran entonces, por decirlo asi, esclavos de las cosas temporales, ó amaban con frenesí los honores y las riquezas, ó vivían en el lujo y en los placeres. Otros tenían todo el poder, y hacían de su potes* tad un instrumento de opresión para la multitud miserable y despreciada: y aquellos mismos que hubieran debido, por su profesión, ser ejemplo 6 los hombres, no habían evitado las manchas de los vicios comunes. L a extinción de la caridad en muchos lugares había tenido por consecuencia los pecados múltiples y cotidianos de Ja‘envidia, de los celos y el odio; los espíritus estaban tan divididos y tan enemistados, que por la menor causa las ciudades vecinas enLraban en guerras, y armaba el hierro á unos ciudadanos contra otros. En este siglo apareció Francisco. Con admi-

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rabie constancia y rectitud igual á su firmeza, se esforzó con sus palabras y con sus actos en colo­ car á vista de todos los ojos del mundo caduco la imagen auténtica de la perfección cristiana. E n efecto: de la misma manera que el biena­ venturado P .D om ingo de Guzm án,en esta época, defendía la integridad de las doctrinas celestiales y rechazaba, armado con la antorcha de la sa­ biduría cristiana, los errores perversos de los herejes, así Francisco, conducido á Dios por grandes acciones, obtenía la gracia de excitar á la virtud á los cristianos y de conducir á la im i­ tación de Cristo ¿ aquellos que habían andado muy errantes y por mucho tiempo. N o fué por casualidad por lo que llegaron á los oídos del adolescente estas palabras: «Despre­ ciad el oro y la plata; no la llevéis en vuestras bolsas; no os inquietéis por la comida, ni bebida, ni calzado.» Y aun «si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo á los pobres, y sigueme.» Interpretando estos avisos como dirigidos á él directamente, se despojó al instante de todo, cambió los vestidos, adoptó la pobreza como aso­ ciada y compañera por todo el resto de su vida, y adoptóla resolución de que estos grandes pre­ ceptos de virtudes que él había abrazado con no­ ble y sublime espíritu, fueran las reglas funda­ mentales de su Orden. Después de este tiempo, en medio de la molicie tan grande del siglo y de la delicadeza exagerada que le rodeaba, se le vió avanzar en estas prácticas tan difíciles; pide su

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alimento de puerta en puerta, y soporta, no sola­ mente las burlas de un pueblo insensato, aquellas que son m is injuriosas, sino que las busca con admirable avidez. Seguramente había abrazado la locura de la Cruz de Cristo, y la consideraba como sabiduría absoluta; 'habiendo penetrado ventajosamente en la inteligencia de estos m iste­ rios augustos, veía y juzgaba que no podía colo­ car su gloría en cosa mejor. Con el amor á la Cruz, ardiente caridad abra* só el corazón de Francisco y le impulsó á propa­ gar con celo el nombre cristiano basta exponer su vida al peligro más próximo. Abrazaba á todos los hombres en esta caridad; pero buscaba espe­ cialmente los pobres y los pequeños, de suerte que parecía colocarse entre aquellos de quienes los demás acostumbraban á retraerse ó á los que orguliosamente despreciaban. P o r esto mereció bien de esa fraternidad por la cual Jesucristo, res­ taurándola y perfeccionándola, ba hecho de todo el genero humano una sola familia, colocada bajo la autoridad de Dios, Padre común de todos. Gracias á tantas virtudes, y sobre todo por una rara austeridad de vida, este héroe purísimo se dedicó á reproducir en sí, en cuanto pudo, la imagen de Jesucristo. L a señal de la D ivina P ro ­ videncia apareció bien cuando le fué concedido tener semejanzas con el Divino Redentor, aun en las cosas exteriores. A sí, á ejemplo de Jesucristo fué dado á Francisco nacer en un establo y tener por lecho, siendo niño, como en otro tiempo Je­ sús, la tierra cubierta de pajas.

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E N C ICL ICA S.

Se refiere que en este momento coros celes­ tiales de ángeles y cánticos oídos á través de los aires completaron la semejanza. Como Cristo hizo con sus Apóstoles, él se adjuntó por discípulos algunos hombres escogidos, á quienes mandó re* correr la tierra como mensajeros de la paz c r is ­ tiana. y de la salud eterna. Despojado de todo, injuriado, negado de los suyos, tuvo de común con Jesucristo, que no encontró ni un sitio pro­ pio donde reclinar su cabeza. Como último rasgo de semejanza, cuando estaba sobre el monte AIverno cual sobre su calvario, fué, por decirlo así, crucificado por un prodigio nuevo hasta enton­ ces, recibiendo en su cuerpo la impresión de las sagradas llagas. Nos recordamos aqui un suceso no menos b ri­ llante en sí mismo por el milagro hecho célebre por la voz de los siglos. Un día que San F ran cis­ co se hallaba sumergido en ardiente contempla­ ción de las llagas de Nuestro Señor, 3' que aspi­ raba, por decirlo así, en ¿1 sus dolorosos efectos y parecía beber como si tuviera sed, un ángel descendido del cielo mostrósele de repente; luego brilló una virtud misteriosa, tanto que Francisco sintió sus manos y pies como horadados con cla­ vos y su costado atravesado por aguda lanza. Desde entonces sintió en su alma inmenso ardor de caridad; sobre su cuerpo llevó hasta el fin de sus días la impresión viva de las llagas de Jesu­ cristo. Análogos prodigios, que deberían ser celebra­ dos por un lenguaje angélico más bien que por el

en cíclica s.

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de los hombres, muestran cuán grande y digno fué el hombre elegido por Dios para llam ar á sus contemporáneos á las costumbres cristianas. Ciertamente en la casa de Damián era voz so ­ brehumana la oída por Francisco, diciéndole; «Marcha; sostén mi casa vacilante.» N o es menos digno de admiración que esta aparición celestial se presentase á Inocencio III, pareciéndole ver á Francisco sostener con sus hombres los muros inclinados de la basílica de Letrán. £1 objeto y el sentido de este prodigio son manifiestos; signi­ ficaba que F ran cisco debía en este tiempo ser fir­ me apoyo y columna para la república cristiana, y, con efecto, no tardó en practicarse. L o s doce primeros que se pusieron bajo su di­ rección fueron cual semilla pequeña, la cual, por la gracia de Dios y bajo los auspicios del Sobera­ no Pontífice, pareció bien pronto cambiarse en fértil uii£s. Luego que estuvieron santamente for­ mados en los ejemplos de Cristo, Francisco d is­ tribuyó entre ellos las diferentes comarcas de Ita­ lia y de Europa para que allí llevasen el Evange­ lio; encargó asimismo á algunos de los mismos ir hasta Africa. De repente, pobres ignorantes como eran, se confunden con el pueblo en las calles y en las plazas; sin aparatos de lugar ni pompa en el lenguaje, comienzan á exhortar á los hom­ bres al desprecio de las cosas terrenales y al pen­ samiento en la vida futura. M aravilla ver cuáles fueron los frutos de la empresa de estos obreros, ea apariencia humildes. Una multitud, ávida de oírles, corría en masa á ellos: poníase entonces á

314.

E N C ÍC L IC A S .

llorar sus faltas, á olvidar las injurias y á venir, por la tregua en las discordias, á sentimientos de paz. N o se puede creer con qué ardiente simpatía, que era casi la impetuosidad, se llegaba la multi­ tud á Francisco. P or donde iba, un gran concurso de pueblo le seguía, y no era raro que en las pobla­ ciones pequeñas y en las ciudades más:populosas los hombres de todas las clases le pedían ser a d ­ mitidos en su regla. E sto fué lo que obligó al San­ to patriarca á establecer la cofradía de la Orden Tercera, destinada á comprender todas las con­ diciones y edades de ambos sexos, sin que se rom­ piesen por ello los vínculos de la familia y dé la sociedad. El la organizó sabiamente, menos con reglas particulares que con las propias leyes ev an ­ gélicas, que nunca parecerán duras áningún cris­ tiano. Sus reglas, en efecto, son: obedecer á los mandamientos de Dios y d é la Iglesia; abstenerse de pasiones y de luchas; no desaprovechar cuanto cede en beneficio del prójimo; no tomar las armas sino para la defensa de la Religión y de la patria; ser moderado en el comer y el vivir; evitar el lujo y abstenerse de las peligrosas seducciones del baile y del teatro. Se alcanza fácilmente qué inmensos servicios ha debido prestar -una institución tan saludable por si misma y por su oportunidad en los tiem­ pos. E sta oportunidad está bastante demostrada por el establecimiento de asociaciones del migmo género en la familia dominicana y otras Ordenes religiosas y por los hechos mismos. En las más

E N C ÍCL ICA S.

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altas clases y en las más inferiores hubo un apre­ suramiento general, u d ardor generoso, para f i ­ liarse á aquella Orden de Hermanos franciscanos. Entre todos, solicitaron ese honor L u is IX, rey de Francia, é Isabel, reina de Hungría; en los tiem ­ pos sucesivos se cuentan varios Papas, Cardena­ les, Obispos, Reyes y príncipes que no conside­ raron como indignas de su jerarquía las insignias franciscanas. L os asociados en la Orden Tercera mostraron siempre tanta piedad como valor en la defensa de la Religión católica: si estas virtudes les valieron el odio de los malos, ellas les atrajeron, al menos, la estimación de los sabios y los buenos, única cosa que debe buscarse y la más honrosa de todas. Y aun nuestro predecesor Gregorio IX , habiendo alabado públicam ente su valor y su fe, no vaciló en cubrirles con su autoridad y en llamarles ho­ noríficamente «soldados de Cristo, nuevos M acabeos.» E ste elogio era merecido. Porque daba gran fuerza al bien público que esta corporación de hombres que tomaban por guía las virtudes y las reglas de su fundador, se aplicasen tanto como pudieran á hacer revivir en el Estado las honra, das costumbres cristianas. M uchas veces, en efec­ to, su empresa y sus ejemplos han servido para apaciguar y aun extirpar las rivalidades de los partidos, arrancar las armas de manos de los fu­ riosos, hacer desaparecer las causas de litigios y disputas, procurar consuelos & la miseria y el abandono, y reprimir la lujuria, muerte de las fortunas 6 instrumento de corrupción.

216

e n c íc l ic a s .

Tanto más, Cuánto que el Carácter de nuestro tiempo requiere por muchos conceptos el carácter mismo de esta institución. Como en el siglo X II, la divina caridad se lia dibilitado mucho en nues­ tros días, y hay, sea. por negligencia, sea por igno­ rancia, gTan relajamiento en la práctica de los deberes cristianos. Muchos, llevados por una Co­ rriente de los espíritus y por preocupaciones del mismo género, pasan su vida buscando ¿vidamente el bienestar y el placer. Enervados por el lujo, disipan su patrimonio y codician el de otro; exaltan Ja fraternidad, pero hablan de ella mucho más que la practican; les absorbe el egoísmo, y la verdadera caridad para los pequeños y los po­ bres disminuye diariamente. E n aquel tiempo el error múltiple de los albigenses, excitando á las m uchedumbres contra el poder de la Iglesia, h a­ bía turbado el Estado, al propio tiempo ^ue abría Camino á un socialismo cierto. L o mismo hoy, Jos fautores y propagadores del naturalismo se multiplican. Estos niegan que sea preciso estarse sometidos á la Iglesia, y por una consecuencia necesaria, van hasta descono­ cer el mismo poder civil: aprueban la violencia y la sedición en el pueblo; ponen en duda la pro­ piedad; adulan las concupiscencias de los prole­ tarios; quebrantan los fundamentos del orden ci­ vil y doméstico. En medio de tantos y tan grandes peligros comprendéis ciertamente, Venerables Hermanos, que hay motivo para esperar mucho de las insti­ tuciones franciscanas llevadas £ su estado primi­

C N tlC L J C A S .

21 7

tivo. Si ellas floreciesen, la fe, la piedad, la h o­ nestidad de costumbres florecerían también; este apetito desordenado de cosas perecederas sería destruido, y 110 se cuidaría sino de reprimir las pasiones por la virtud; lo que la mayor parte de los hombres consideran hoy como el yugo más pesado é insoportable. ^ Unidos los hombres por los lazos de la frater­ nidad, amaríanse entre sí, y tendrían para los pobres y los indigentes, que son la imagen de Jesucristo, el respeto conveniente. P or otra par­ te, los que están penetrados de la Religión cris­ tiana, saben con toda certeza que es un deber de conciencia obedecer á las autoridades legitimas. E s justo decir que la paz dom éstica y la tran­ quilidad pública, la integridad de las costumbres y la benevolencia, el buen uso y la conservación del patrimonio, que son los mejores fundamentos de la civilización y de la estabilidad de los Esta* dos, salen, como de una raíz, de la Orden Tercera de los franciscanos, y Europa debe en gran parte á Francisco la conservación de esos bienes. Sin embargo, más que ninguna otra nación, Italia es deudora á Francisco; ella es la que ha tenido más parte en sus beneficios, como que ba sido primer teatro de sus virtudes. Y , con efecto, en esta época en que la frecuencia de las iniqui­ dades m ultiplicaba las luchas privadas, tendió siempre la mano al desgraciado ó al vencido; rico en el seno de la mayor pobreza, no cesó jamás de socorrer la miseria de otro, olvidando la suya. L a lengua nacional, apenas reformada, resoné con

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E N C ICL ICA S.

gracia en sus labios; tradujo los suspiros del amor y de la poesía en cánticos que el pueblo apren­ dió, y que no han parecido indignos de la poste­ ridad literaria. B ajo la aspiración de Francisco, un hombre superior elevó el genio de nuestros compatriotas, y el arte de los más grandes artis­ tas se dedicó á representar por la pintura y la es­ cultura las acciones de la vida. Alighieri encontró en Francisco materia & sus cánticos sublimes y suaves i la vez; CimabQe y Giotto hallaron en él asuntos que inmortalizar con los colores de Parrhasius; ilustres arquitectos tuvieron ocasión de elevar admirables monumen­ tos, tales como la tum ba de este pobre y la basíli­ ca de Santa M aría de los Angeles, testigo de tan numerosos y grandes milagros. A estos santua­ rios vienen los hombres en tropel para venerar á este padre de los pobres de Asís, que, después de haberse despojado de todas las cosas humanas, ha visto afluir á él en abundancia los dones de la divina bondad. Se ve que un raudal de beneficios ha proporcionado este solo hombre para la socie­ dad cristiana y civil; pero como su espíritu era plena y eminente cristiano, y apropiado & todos los lugares y á todos los tiempos, nadie podría dudar que la institución 'franciscana no preste grandes servicios en nuestra época. N ada es tan eficaz como esta disposición del espíritu para extirpar todo genero de vicio en su germen: la violencia, la injusticia, el espíritu re­ volucionario y la envidia entre las diversas clases de la sociedad, cosas todas que constituyen los

ENCÍC LICA S-

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principios y elementos del socialismo. E n ña, la cuestión de las relaciones del rico y del pobre, que preocupan tanto á los economistas, sería per­ fectamente deslindada si ¿ la pobreza no la falta dignidad; que el rico debe ser generoso y lleno de misericordia; el pobre contento con su suerte y satisfecho de su trabajo; pues que ni el uno ni el otro han nacido para el goce de los bienes pere­ cederos, y deben subir al cielo, el uno por la p a ­ ciencia y el otro por la liberalidad. Tales son las razones por las cuales Nos hemos deseado de todo corazón, desde hace inucho tiem­ po, proponeros la imitación de Francisco de Asís. Y porque Nos hemos tenido siempre un interés particular por la Orden Tercera de los francisca­ nos, hoy que N os liemos sido llamados por la a l­ tísima bondad da D ios á este soberano pontifica­ do, como se ofrece una ocasión oportuna de h a ­ cerlo, N os exhortamos vivam ente á los cristianos & que se hagan inscribir en esta santa m ilicia de Jesucristo. S e encuentra por todas partes un gran número de personas del uno y del otro sexo que marchan generosamente detrás de los pasos del Padre Seráfico. Nos aplaudimos y aprobamos vivam ente su celo, deseando que su número aumente y se m ul­ tiplique, gracias, sobre todo, ¿ vuestros esfuer­ zos, Venerables Hermanos. E l punto principal de nuestra recomendación es que los que os h a ­ béis revestido con las Ordenes de la P enitencia, miren la imagen de su santo autor y se acerquen fi él, sin lo cual no puede realizarse nada de lo

220

ENC ÍCLICAS.

que se desea. Esforzaos, pues, en hacer conocer y estimar en todo su valor la Orden Tercera; v ig i­ lad en esto todos los que tenéis el cargo de las almas, enseñando cuidadosamente lo que ella es, de cuánto es accesible á cada uno, de qué p riv i­ legios goza para la salud d élos espíritus y cuánta utilidad particular y pública promete. E s menes ■ ter hacer tanto 6 más que los religiosos francis­ canos d é la otra Orden de fundación primera que sufren en este momento por la indigna persecu­ ción que les ha herido. Quiera D ios que por la protección de su padre salgan pronto de esta fuerte y tenaz tempestad. Q uiera D ios que los pueblos cristianos acudan en auxilio de la regla déla Orden Tercera con tanto ardor y en tan gran número como acudieron en otra ocasión al pie del Santo Patriarca. L o pedi­ mos sobre todo y con más razón todavía á los italianos, que la comunidad de patria y la abun­ dancia particular de beneficios recibidos les obli­ gan á mayor devoción por San Francisco y i ma­ yor reconocimiento también. Así sucederá que al cabo de siete siglos, Italia y el mundo cristiano entero se vean trasportados del desorden á la paz, de la fiesta, á la salud, por la influencia bienhechora del Santo de Asís. Pidam os esta gracia en una plegaria común, y sobre todo en estos dias á Francisco mismo; implorémosla de la Virgen M aría, Madre de Dios, que ha recompensado siempre la piedad y la fe de su servidor con su alta protección y especia­ les mercedes.

EN C ÍCLICA S.

211

Mientras tanto, como prenda de los celestia­ les favores, y en testimonio de nuestra especial benevolencia., N os os damos afectuosamente en el Señor á vosotros, Venerables Hermanos, y á todo el clero y pueblo confiado i cada uno de vos­ otros, la Bendición apostólica. Dado en Roma, cerca de San Pedro, el día 17 de Setiembre de 1882, año quinto de nuestro P on ­ tificado. L e ó n P a p a X III.

ENCÍCLICA UNDÉCIMA.

Donde se alaba el celo de los católicos espa­ ñoles y se les recomienda la unión más estrecha con el Episcopado.

A

TODOS

LOS

ARZO BISPO S

Y

O B ISPO S

DE

ESPAÑA.

LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanas y Am ados H ijo s: Salud y apostólica bendición.

[ n t RE las muchas prendas en que se aven­ taja la generosa y noble nación española, merece cierto el mayor elogio el que, después de varías vicisitudes de cosas y de per­ sonas, aun conserva aquella su prim itiva y casi hereditaria firmeza en la fe católica, con que ha estado siempre enlazado el bienestar y grandeza del linaje español. Esta firmeza la hacen patente muchos argumentos, y m ayormente la insigne piedad para con esta Sede Apostólica, que con '5

236

EJíCÍCLICAR.

toda clase de demostraciones, con escritos, con larguezas y con piadosas romerías, repetidas veces en modo muy esclarecido manifiestan los espa­ ñoles. N i se olvidará tampoco el recuerdo de tiem ­ pos recientes, en que toda Europa fué testigo del ánimo no menos esforzado que piadoso, de que dieron prueba en días aciagos y calamitosos para la Silla Apostólica. E n todo esto además de un beneficio singular de Dios, reconocemos, oh Am a­ dos Hijos y Venerables Hermanos, los frutos de vuestros desvelos, y también la loable resolución del mismo pueblo, que en tiempos tan contrarios al nombre católico con ahinco se mantiene unido á la religión de sus padres, ni vacila en oponer una constancia igual 6 la grandeza de los peli­ gros. En verdad no hay cosa que no se pueda es­ perar de España, si tales sentimientos de los ánimos fueren fomentados por la caridad, y for­ talecidos por una constnnte concordia de las vo ­ luntades. Mas en este punto, por que no hemos de disimular lo que hay, cuando pensamos en el modo de obrar, que algunos católicos de España creen que deben tener, se ofrece á nuestro ánimo una pena semejante á la ansiosa solicitud que pasó el Apóstol San Pablo por causa de los C o­ rintios. Segura y tranquila había permanecido ahí Ja concordia de los católicos no sólo entre sí, sino mayormente con los Obispos; y por esto con ra­ zón Nuestro Predecesor Gregorio X V I, alabó á la nación española, porque perseveraba en su inmensa mayoría en su antiguo respeto á los O bis­ pos y pastores inferiores canónicamente establecí-

E N C IC L IC A *.

227

Pero ahora, habiéndose puesto de por m e­ dio las pasiones de partido, se descubren huellas de desuniones, que dividen los ánimos como en diferentes bandos y perturban no poco aun las mismas asociaciones fundadas por motivos de re­ ligión. Sucede A menudo que los que investigan cuál es el modo más conveniente para defender la causa católica, no hacen de la autoridad de los Obispos tanto caso, como fuera justo. Aun m is, á veces si el Obispo ha aconsejado algo, y aun mandado según su autoridad, no faltan quienes lo lleven á mal ó abiertam ente lo reprendan, inter­ pretándolo como si hubiese querido dar gusto á unos, haciendo agravio á otros.— Bien claro está, pues, cuánto importa conservar incólume la unión de los corazones: tanto más que en medio de la desenfrenada libertad de pensar y de la ñera é insidiosa guerra, que en todas partes se mueve contra la Iglesia, es de todo punto necesario que los cristianos todos resistan, juntando en uno sus fuerzas con perfecta armonía de voluntades, para que hallándose divididos, no vengan á sucumbir p o r la astucia y violencia de sus enemigos. Por lo tanto conmovidos por la consideración de seme­ jantes daños, Os dirigimos estas letras, oh A m a­ dos H ijos Nuestros y Venerables Hermanos, y encarecidamente Os suplicamos que haciéndoos intérpretes de Nuestros saludables avisos, em­ pleéis vuestra prudencia y autoridad en afianzar la concordia. dos

1

A l l o c , AJ/itilas, Ka l. M a t t . 1 8 4 1 .

218

ENCÍCL.ICAS.

Ante todo es oportuno recordar las mutuas re­ laciones entre lo religioso y lo civil, pues muchos se engañan en esto por dos clases de errores opuestos. Porque suelen algunos no sólo distin­ guir, -sino aun apartar y separar por completo la política, de la religión, queriendo que nada, tenga que ver la una con la otra, y juzgando que no deben ejercer entre si ningún influjo. E stos cier­ tamente no distan mucho de los que quieren que una nación sea constituida y gobernada, sin te­ ner cuenta con Dios, Criador y Señor de todas las cosas: y tanto más perniciosamente yerran, cuanto que privan desatentadamente á la repú­ blica de una fuente caudalosísima de bienes y utilidades. Porque si se quita la religión, es fuer­ za que flaquee la firmeza de aquellos principios que son el principal sostén del bienestar pú­ blico y reciben grandísimo vigor de la religión: tales son en primer lugar el mandar con justicia y moderación, el obedecer por deber de concien­ cia, el tener domeñadas las pasiones con la v ir ­ tud, el dar á cada uno lo suyo y no tocar lo ajeno. Em pero como se ha de evitarían impío error, así también se ha de huir la equivocada opinión de los que m ezclan y como identiñean la religión con algún partido político, hasta el punto de te­ ner poco menos que por separados del catolicis­ mo á los que pertenecen á otro partido. E sto en verdad es meter malamente los bandos en el au­ gusto campo de la religión, querer romper la concordia fraterna y abrir la puerta á una funes­

E N C ÍC L IC A S.

221)

ta multitud de inconvenientes.— P or tanto lo re­ ligioso y lo civil, como se diferencian por su g é­ nero y naturaleza, así también es justo que se distingan en nuestro juicio y estimación. Porque las cosas civiles, por más honestas é importan­ tes que sean, miradas en si, no traspasan los lí­ mites de esta vida que vivim os en la tierra. Mas por el contrario, la religión, que nació de Dios y todo lo refiere & Dios, se levanta más arriba y llega hasta el cielo. P ues esto es lo que ella quie­ re, e6to lo que pretende, empapar el alma, que es la parte más preciada del hombre, en el conoci­ miento y amor de D ios, y conducir seguramen­ te al género humano á la ciudad futura, en busca de la cual vamos caminando. Por lo cual, es justo que se mire como de un orden más elevado la re­ ligión y cuanto de un modo especial se liga con ella. D e donde se sigue que ella, siendo como es, el m ayor de los bienes, debe quedar salva en medio de la s mudanzas de las cosas humanas y de los mismos trastornos de las naciones, ya que abraza todos los espacios de tiempos y lugares. Y los partidarios de bandos contrarios, por más que disientan en lo dem ás, en esto conviene que estén de acuerdo, en que es preciso salvar los in­ tereses católicos en la nación. Y á esta empresa noble y necesaria, como unidos en santa alianza, deben con empeño aplicarse todos cuantos se precian del nombre de católicos, haciendo callar por un momento los pareceres diversos en punto á política, los cuales por otra parte se pueden sos­ tener en su lugar honesta y legítimamente. Por

23°

E N CÍCLICA S.

que la Iglesia no condena las parcialidades de este género, con tal que no estén reñidas con la religión y la justicia; sino que, lejos de todo ruido de contiendas, sigue trabajando pata utilidad co ­ mún y amando con afecto de madre á. los hom­ bres todos, si bien con más especialidad á aque­ llos que más se distinguieren por su fe y su piedad. £1 fundamento de esta concordia es en la so­ ciedad cristiana el mismo que en toda república bien establecida: £ saber, la obediencia á la po­ testad legítima) que ora mandando, ora prohi­ biendo, ora rigiendo, hace unánimes y concordes los ánimos diferentes de los hombres. En lo cual no hacemos más que recordar cosas sabidas y averiguadas de todos: aunque son ellas tales, que no sólo es menester tenerlas presentes en el pen­ samiento, sino guardarlas con la conducta y prác­ tica de todos Iob días, como norma del deber. E s decir, que así como el Romano Pontífice es maes­ tro y príncipe de la Iglesia universal, así también los Obispos son rectores y cabezas de las iglesias que cada cual legítimamente recibió el cargo de gobernar. A ellos pertenece en su respectiva ju ris­ dicción el presidir, mandar, corregir y en general disponer de todo lo que se reñera á los intereses cristianos. Y a que son participantes de la sagra­ da potestad que Cristo Nuestro Señor, recibió deL Padre y dejó á su Iglesia: y por esta razón N u es­ tro Predecesor Gregorio IX , dice: >No nos cabe duda que los Obispos llamados á la parte de nues­ tra solicitud hacen la s veces de D ios Y esta po1

E p is t . 1 9 8 . lib . r j .

E N C ÍC L IC A .

231

testad ha sido dada á los Obispos para grandísi­ mo provecho de aquellos con quienes la usan: puesto que por su naturaleza tiend eá la edifica­ ción del cuerpo d t Cristo, y hace que cada Obispo sea como un lazo que una con la comunión de la fe y de la caridad á los cristianos i quienes pre­ side, entre sí y con el supremo Pontífice, como miembros con su cabeza. A este propósito es de gran peso aquella sentencia de San Cipriano: «E stos son la Iglesia,, la plebe unida con el sacerdo­ te, y la grey arrimada á su Pastor V y esta otra de mayor peso; «Debes saber que el Obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el Obispo, y si alguien no está con el Obispo , no está en la Iglesia *». Tal es

la constitución de la república cristiana, y esta, inmutable y perpetua, y sL así no se conserva re­ ligiosa mente, forzoso es que se siga sumo tras­ torno de derechos y deberes, viniendo á romper­ se la trabazón de Los miembros convenientemen­ te unidos en el cuerpo de la Iglesia, u l cual fo r n i­ do y organizado por sus ligaduras y coyunturas crece en aumento de D ios V P or donde se ve que

es'necesario tener á los Obispos el respeto que pide la excelencia de su cargo, y obedecerles en­ teramente en las cosas que tocan í su jurisdic­ ción. Ahora bien, teniendo presentes las parcialida­ des que en estos tiempos agitan los ánimos de muchos, no sólo exhortamos, sino aun rogamos á todos los españoles que se acuerden de este deber 1 Epiíl. 69
* Ibid.

9 Colofts, 11, 19.

33a

E N C ÍCL ICA S.

de tanta monta. Y señaladamente procuren con todo ahinco observar la modestia y la obedien­ cia los miembros del Clero, cuyas palabras y h e ­ chos ciertamente tienen muchísima fuerza para ejemplo de los demás. Sepan que los trabajos, i;ue emprenden en el desempeño d e sus cargos, entonces serán sobre todo provechosos para sí y saludables para sus prójimos, cuando se ajusta­ ren á las órdenes é insinuaciones de aquel que tiene en sus manos las riendas de la Diócesis. Cierto que no corresponde á su deber el que los sacerdotes se entreguen completamente á las pa­ siones de partidos, de manera que pueda parecer que más cuidado ponen en las cosas humanas que en Jas divinas. Entiendan, pues, que deben guar­ darse de salir de los límites de la gravedad y mo­ deración. Con esta precaución, seguros estamos que el Clero español, que con su virtud, con su doctrina y con sus trabajos ha prestado tantos servicios en beneficio de las almas y para, bien de la sociedad, los irá cada día prestando mayores. Para ayuda de su obra juzgam os no poco & propósito aquellas asociaciones, que son como cohortes auxiliares para el acrecentamiento de la religión católica. Así que alabamos el estableci­ miento é industrias de las mismas, y grandem en­ te deseamos qu.e creciendo en número y celo lle­ ven cada día frutos más copiosos. Mas como es­ tas se proponen la defensa y dilatación de la ca u ­ sa católica, y la causa católica la dirige el O bis­ po en cada D iócesis, síguese naturalmente que deben estar sometidas á los Obispos y hacer gran-

EN C ICLICA S.

*33

disima estima de su autoridad y protección. Ni han de trabajar meaos las mismas por conservar la unión de los corazones: primero porque es pro­ pio de toda sociedad que su fuerza y eficacia provenga de la mancomunidad de las voluntades: y en segundo lugar porque es muy conveniente que en esta clase de asociaciones resplandezca la caridad, que debe ser compañera de todas las obras buenas, y como señal y divisa que distinga 4. los discípulos de la escuela de Cristo. P or tanto, como fácilmente puede acontecer que los socios tengan diversos pareceres en puntos políticos, por lo mismo, á fin de que no venga á alterarse la unión de los ánimos por las opuestas parciali­ dades, conviene tener presente cuál es el fin que se proponen las asociaciones que se llaman cató­ licas, y al tomar los acuerdos tener los ojos tan fijos en aquel blanco, como si no pertenecieran & ningún partido, acordándose de las divinas pala­ bras del Apóstol San Pablo: *Los que habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo. N o hay ju d ío ni griego, no hay siervo n i libre ..... pues lodos vosotros sois una sola cosa en Cristo

D e este modo se conseguirá la ventaja de que no solamente cada socio en particular, sino también las diversas asociaciones de este género estén am igable y benévolamente conformes: lo que se ha de procurar con toda diligencia. Y a que deja­ das aparte, como hemos dicho, las parcialidades, habrán desaparecido las ocasiones principales de 1

Galat. III, 17, 28.

234

ENCÍCLICAS.

rivalidades enemigas: de donde seguirá que haya una. causa, y esta la mayor y más noble, que atraíga 4 todos, en la cual no puede haber disen­ siones entre católicos dignos de este nombre. Finalmente, mucho importa que se acomoden A esta misma instrucción los que por escrito, e s ­ pecialmente en diarios, combaten por la incolu­ m idad de la religión.— Bien conocido tenemos cuál es su objeto, y con qué voluntad trabajan para alcanzarlo: ni podemos menos de tributarles justas alabanzas como á beneméritos del nombre católico. Pero la causa que han abrazado, es tan excelente y tan elevada, que requiere muchas cosas, en que no es razón que Falten los defenso­ res de la justicia y la verdad: porque mientras ponen cuidado en una parte de su deber, no han de abandonar las demás. £1 aviso, pues, que he­ mos dado á las asociaciones, el mismo repetimos á los escritores, que alejadas las discordias con la blandura y mansedumbre, mantengan entre sí mismos y en la muchedumbre la unión de los corazones: porque para lo uno y para lo otro puede mucho la obra de los escritores. Y como quiera que nada hay más contrario á la concor­ dia que el desabrimiento en el hablar, la temeri­ dad en sospechar y la malicia en acriminar, es preciso evitar todo esto con suma precaución. L as disputas en defensa de los sagrados derechos de la Iglesia no se hagan con altercados, sino con mo­ deración y templanza, de suerte que dé al escritor la victoria en la contienda más bien el peso de las razones, que la violencia y aspereza del estilo.

E N CÍCLICA S.

23$

Estas reglas de obrar creemos que servirán muchísimo para apartar las causas que impiden la perfecta concordia de los ánimos. A Vosotros toca, Amados H ijos Nuestros y Venerables H er­ manos, explicar N uestra mente, y poner el em ­ peño posible en que todos conformen cada día su conducta con lo que llevamos dicho. L o cual ciertamente confiamos que de buen grado harán los españoles, tanto por su probado afecto á esta Sede Apostólica, como por los bienes que se han de esperar de la concordia. Traigan á la memoria los ejemplos de su patria: consideren que si sus mayores hicieron dentro y fuera de España m u­ chas proezas de valor y muchas obras ilustres, no las pudieron hacer desvirtuando sus fuerzas con las disensiones, sino juntándose todos como en una sola alma y un solo corazón. Porque an i­ mados de la caridad fraterna y sintiendo todos lo mismo, es como triunfaron de la prepotente do­ minación de los moros, de la herejía y del cisma. Con que sigan las pisadas de aquellos, cuya fe y gloria han heredado, é imitándolos hagan ver que aquellos dejaron herederos no sólo de su nombre sino también de sus virtudes. P or lo demás. Amados H ijos Nuestros y V e ­ nerables H erm anos, pensamos que os conviene para la unión de los ánimos y uniformidad de dis­ ciplina, que los que vivís en la misma provincia, de cuándo en cuándo confiráis unos con otros y con vuestro Metropolitano para tratar á una de las cosas que tocan á todos: y que cuando el asunto lo pidiere, acudáis á esta Silla Apostólica,

i$6

e n cíclica s.

de donde procede la integridad de la fe, el vigor de la disciplina y la luz de la verdad. Para lo cual ofrecerán coyuntura muy propicia las rome­ rías que suelen emprenderse de España. Pues para componer las discordias y dirim ir las con­ troversias nada hay más á propósito que la voz de Aquel, á quien Cristo Nuestro Señor, príncipe de La paz, puso por V icario de su potestad: así como también la abundancia de carisraas y g ra ­ cias celestiales, que manan copiosamente de los sepulcros de los Santos Apóstoles. Em pero, puesto que toda nuestra suficiencia vitrns de D ios, rogad mucho á Dios juntamente con N os, para que dé á Nuestros avisos virtud y eficacia, y disponga los ánimos de los pueblos á obedecer. Preste favor á nuestros trabajos la In ­ maculada Virgen M aría, augusta Madre de Dios, Patrón a de las Españas: asístanos Santiago Após­ tol, asístanos Santa Teresa de Jesús, Virgen le ­ gisladora y gran lumbrera de las Españas, en quien el amor de la concordia y de su patria y la obediencia cristiana, como en perfecto ejemplar, maravillosamente brillaron. E ntre tanto como prenda de los dones celes­ tiales y testimonio de Nuestra paternal benevo­ lencia, á todos vosotros, Am ados H ijos Nuestros y Venerables Hermanos, y á toda la nación E s ­ pañola con muchísimo afecto en el Señor damos la Apostólica bendición. D ado en Rom a, en San Pedro, á los 6 de D i ­ ciembre de 1882. D e N uestro Pontificado año quinto.— L e ó n P a p a X III.

ENCÍCLICA DUODÉCIMA.

Donde se hace la apología del Santo Rosario.

Á

TODOS

A R ZO BISPO S TÓ LICO 4

EN

LOS Y

PA TR IA R C A S, O B ISPO S

G R A C IA

SANTA

SEDE

Y

DEL

PR IM A D O S, MUNDO

COM UNIÓN

CON

CA­ LA

A PO STÓ LICA.



LEÓN PAPA XIII. Venerables Hermanos: salud y bendición apostólica,

apostolado supremo que nos está confia­ do y las circunstancias dificiles por que ¡'atravesamos, Nos advierten á cada m o­ mento é imperiosamente Nos empujan á velar con tanto más cuidado por la integridad de la Iglesia cuanto mayores son las calamidades que la afligen.

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P or esta razón, á la vez que nos esforzamos cuanto es posible en defender por todos los m e­ dios los derechos de la Iglesia y en preveniry re­ chazar los peligros que la amenazan y asedian, empleamos la m ayor diligencia en implorar la asistencia de los divinos socorros, coii cuya única ayuda pueden tener buen resultado Nuestros a fa ­ nes y cuidados. Y creemos que nada puede conducir más efi­ cazmente á este fin como hacernos propicia con la práctica de la religión y la piedad á la gran Madre de D ios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y dispensarnos la gracia, colocada como está por su Divino Hijo en la cús­ pide de la gloria y del poder, para ayudar con el socorro de su protección á los hombres que en medio de fatigas y peligros se encaminan^á la Ciudad Eterna. * Por esto, y próximo ya el solemne aniversario que recuerda los innumerables y cuantiosos b e­ neficios que ha reportado al pueblo cristiano la devoción del Santo Rosario de María, Nos que­ remos que en el corriente año esta devoción sea objeto de particular atención en el mundo c a tó li­ co, á fin de que por la intercesión de la Virgen Madre obtengamos de su Divino H ijo venturoso alivio y término ú. nuestros males. Por lo mismo hemos pensado. Venerables Hermanos, dirigiros estas letras, á fin de que, conocido Nuestro pro­ pósito, excitéis con vuestra autoridad y con vu es­ tro celo la piedad de los pueblos para que cum ­ plan con él esmeradamente.

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En tiempos críticos y angustiosos ha sido siempre el principal y solemne cuidado de los ca ­ tólicos refugiarse bajo la égida de María y am pa­ rarse á su maternal bondad; lo cual demuestra que la Iglesia católica ha puesto siempre y con razón en la Madre de Dios toda su confianza. En efecto, la Virgen, exenta de la mancha original, escogida para ser Madre de Dios y asociada por lo mismo á la obra de la salvación del género hu­ mano, goza cerca de su H ijo de un favor y de un poder tan grande que nunca han podido ni podrán obtenerlo igual ni los hombres ni los Angeles. Así, pues, ya que le es sobremanera dulce y agradable conceder su socorro y asistencia á cuantos la pi­ dan, desde luego es de esperar que acogerá cari­ ñosa las preces que le diríja la Iglesia universal. Mas esta piedad, tan grande y tan llena de confianza en laR eina de los Cielos, nunca ha bri­ llado con más resplandor que cuando la violencia de los errores, el desbordamiento de las costum ­ bres, ó los ataques de adversarios poderosos, han parecido poner en peligro á la Iglesia de D ios. L a historia antigua y moderna y los fastos más memorables de la Iglesia recuerdan las pre­ ces públicas y privadas dirigidas á la Virgen Santísima, como los auxilios concedidos por E lla; c igualmente en muchas circunstancias la paz y tranquilidad pública, obtenidas por su interce­ sión. De ahí esos excelentes títulos de Auxiliado­ ra, Bienhechora y Consoladora de los cristianos; Reina de los ejércitos, y Dispensadora de la v ic ­ toria y de la paz, con que se la ha saludado. Enl6

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tre todos títulos es muy especialmente digno de mención el del Santísimo Rosario, por el cual han sido consagrados perpetuamente los insignes be­ neficios que le debe la cristiandad. Ninguno de vosotros ignora, Venerables H er­ manos, cuántos sinsabores y amarguras causa­ ron á la Santa Iglesia de Dios á fines del si­ glo X II los heréticos Albigenses, que, nacidos de la secta de los últimos Maniqueos, llenaron de sus perniciosos errores el Mediodía de F rancia y todos los demás países del mundo latino, y lle­ vando á todas parles el terror de sus armas, ex­ tendían por do quiera su dominio con el exterm i­ nio y la muerte. Contra tan terribles enemigos, Dios suscitó en Su misericordia al insigne Padre y fundador d éla Orden de los Dominicos. Este héroe, grande por la integridad de su doctrina, por el ejemplo de sus virtudes y por sus trabajos apostólicos, se es­ forzó en pelear contra los enemigos de la Iglesia católica, no con la fuerza ni con las armas, sino con la m is acendrada fe en la devoción del S a n ­ to Rosario, que 61 íué el primero en propagar, y que sus hijos han llevado á los cuatro ángulos del mundo. P reveía, en efecto, por inspiración divina, que esa devoción pondría en fuga, como poderosa máquina de guerra, á los enemigos, y confundiría su audacia y su loca impiedad. Así lo justificaron los hechos. Gracias á estem o d o d e orar, aceptado, regularizado y puesto en práctica por la Orden de San Lo Dom ingo, principiaron á arraigarse la piedad, la fe y la concordia, y que­

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da ron destruidos los proyectos y artificios de Jos herejes; muchos extraviados volvieron al recto camino y el furor de los impíos fué refrenado por las armas católicas empuñadas para resistirles. L a eficacia y el poder de esa oración se ex p e­ rimentaron en el siglo X V I, cuando los innume­ rables ejércitos de los turcos estaban en vísperas de imponer el yugo de la. superstición y de la barbarie á casi toda E uropa. Con este motivo el Soberano Pontífice Pío V , después de reanimar en todos los Principes cristianos el sentimiento de la común defensa, trató en cuanto estaba á su alcance de hacer propicia á los cristianos á la T o ­ dopoderosa M adre de Dios y de atraer sobre ellos su auxilio, invocándola por medio del Santísimo Rosario. É ste noble ejemplo que en aquellos días se ofreció á tierra y cielo, unió todos los ánimos y persuadió á lodos los corazones; de suerte que los ñeles cristianos decididos A derramar su san­ gre y fi sacrificar su vida para salvar á la religión y á. la patria, m archaban sin tener en cuenta su número al encuentro de las fuerzas enemigas re­ unidas no lejos del golfo de Corinto: mientras los que no eran aptos para empuñar las armas, cual piadoso ejército de suplicantes, imploraban y sa­ ludaban á María, repitiendo las fórmulas del R o ­ sario y pedían el triunfo de los combatientes. L a Soberana Señora así rogada, oyó muy luego sus preces; pues que, empeñado el combate naval en las islas Echinadas, la escuadra de los cristia­ nos reportó, sin experimentar grandes bajas, una' insigne victoria y aniquiló á las fuerzas enemigas.

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P or este motivo, el mismo Santo Pontífice, en agradecimiento á tan señalado beneficio, quiso que se consagrase con una fiesta en honor de M a­ ría de las Victorias el recuerdo de ese memora­ ble combate, y después Gregorio X III sancionó dicha festividad con el nombre de Santo Rosario. Asimismo en el siglo último alcanzáronse im ­ portantes victorias sobre los turcos en Tem esvar, Hungría y Corfú, las cuales se obtuvieron en días consagrados á la Santísim a Virgen, y terminadas las preces públicas del Santísimo Rosario. E sto inclinó á Nuestro predecesor Clem ente X I á d e­ cretar para la Iglesia universal la festividad del Santísimo Rosario. A sí, pues, una vez demostrado que esta fór­ mula de orar es agradable á la Santísima Virgen y tan propia para la defensa de la Iglesia y del pueblo cristiano, como para atraer toda suerte de beneficios públicos y particulares, no es de adm i­ rar que varios de Nuestros predecesores se hayan dedicado á fomentarla y recomendarla con espe­ ciales elogios. Urbano IV aseguró que el Rosario proporcionaba todos los días ventajas al pueblo cristiano; Sixto V dijo que este modo de orar cede en mayor honra y gloria de D ios, y que es

muy conveniente para conjurar los peligros que amenazan al mundo; León X declaró que se había instituido contra los heresiarcas y las perniciosas herejías, y Julio III le apellidó loor de la Iglesia.

San Pío V dijo también del Rosario que con la propagación de estas preces los fieles principiaron ñ enfervorizarse en la oración y que llegaron & ser

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hombres distintos de lo que antes eran; que l
rio X I I I declaró que Santo Domingo había insti­ tuido el Rosario para apaciguar la cólera de D ios i im plorarla intercesión de ta bienaventurada V i r ­ gen Marta.

Inspirado Nos en este pensamiento y en los ejemplos de Nuestros predecesores hemos creído oportuno establecer preces solemnes, elevándolas á la Santísima Virgen en su Santo Rosario, para obtener de Jesucristo igual socorro contra los pe* ligrosque nosamenazan. Y a veis, Venerables Her­ manos, las difíciles pruebas á que todos los (lías está expuesta la Iglesia; la piedad cristiana, la moralidad pública, la fe misma, que es el bien su ­ premo y el principio de todas las virtudes, todo está amenazado cada dia de los mayores peligros. N o sólo sabéis cuán difícil es esta situación y cuánto sufrimos por ella, sino que también vues­ tra piedad os hace experimentar con N os a m ar­ guras; pues es muy doloroso y lamentable ver á tantas almas rescatadas por Jesucristo, arranca­ das á la salvación por el torbellino de un siglo e x ­ traviado y precipitadas en el abismo y en la mueTte eterna. <En nuestros tiempos tenemos tanta n e­ cesidad del auxilio divino como en la época en que el gran Domingo levantó el estandarte del Rosario de María, á fin de curar los males de su época. E se gran Santo, iluminado por la luz ce­ lestial, entrevió claramente que, para curar á sil siglo, ningún remedio podía ser tan eficaz como

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F ..V C Í C L I C A .S .

el atraer á los hombres á Jesucristo, que es el ca­ mino, la verdad y"la vida, impulsándoles á d iri­ girse á la Virgen, á quien está concedido el poder d i destruir todas las herejías.

L a fórmula del Santo Rosario la compuso de tal manera Santo Domingo, que en ella se recuer­ dan por su orden sucesivo los misterios de nues­ tra salvación, y en este asunto de meditación está mezclada y como entrelazada con la Salutación angélica una oración jaculatoria á Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Nos, que buscamos un remedio á males parecidos, tenemos derecho á creer que, valiéndonos de la misma oración que sirvió á Santo Domingo para hacer tanto bien, podremos ver desaparecer asimismo las calam i­ dades que afligen á nuestra época. P or lo cual no sólo excitamos vivam ente á to ­ dos los cristianos á dedicarse pública ó p rivada­ mente y en el seno de sus fam ilias á recitar el Santo Rosario y á perseverar en este sm to ejer­ cicio, sino que queremos que el mes de Octubre de este ailo se consagre enteramente á la Reina del R o ­ sario. Decretamos por lo mismo y ordenamos

que en todo el orbe católico se celebre solemne­ mente en el año corriente con esplendor y con pompa la festividad del Rosario, y qi;e desde el primer día del mes de O ctubre próximo hasta el segundo día del mes de Noviem bre siguiente, se recen en todas las iglesias curiales, y si los Ordi~ nanos lo juzgan oportuno, en otras iglesias y ca­ pillas dedicadas á la. Santísima Virgen, al menos cinco dieces del Rosario, añadiendo las Letanías

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Lauretanas. Deseamos asimismo que el pueblo concurra á estos ejercicios piadosos, y que, ó se celebre en ellos el santo sacrificio d é la Misa, ó se exponga el Santísimo Sacramento á la adoración de los fieles, y se dé luego la bendición con e l mismo. Será también de N uestro agrado que las cofradías del Santísimo Rosario de María lo ca n ­ ten procesionalmente por las calles conforme á la antigua costumbre. Y donde por razón de las cir­ cunstancias esto no fuere posible, procúrese sus­ tituir con la mkyor frecuencia á los templos y con el aumento de las virtudes cristianas. E n gracia de los que practicaren lo que que­ da dispuesto, y para animar á todos, abrimos los tesoros de Ja Iglesia, y á cuantos asistieren en el tiempo antes designado á la recitación pública del Rosario y las Letanías, y oraren conforme á nuestra intención, concedemos siete años y siete cuarentenas de indulgencias por cada ves. Y de la mistna gracia queremos que gocen los que le­ gítim am ente impedidos de hacer en público di­ chas preces, los hicieren privadamente. Y á a q u e­ llos que en el tiempo prefijado practicaren al me­ nos dies veces en público, ó en secreto si pública­ mente por justa causa no pudieren, las indicadas preces, y purificada debidam eate su alma, se acercaren á la Sagrada Comunión, les dejamos li­ bres de toda expiación y de toda pena en forma de indulgencia plenaria. Concedemos también plenísima remisión de sus pecados á aquellos que, sea en el día de la fiesta del Santísimo Rosario, sea en los ocho días

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siguientes, purificada su alma por medio de la. confesión, se acercaren á la Sagrada Mesa y ro ­ garen en algún templo, según nuestra intención, á Dios y á la Santísim a Virgen, por las necesida­ des de la Iglesia. ¡Obrad, pues, Venerables Hermanos! Cuantomás os intereséis por honrará Mari a y por salvará la sociedad humana, más debéis dedicaros á alen­ tar la piedad de los fieles hacia la Virgen Santísi­ ma, aumentando su confianza en ella. Nos consi­ deramos que entra en los designios providenciales el que en estos tiempos de prueba para la Iglesia florezca más que nunca en la inmensa mayoría del pueblo cristiano el culto de la Santísima Virgen. Quiera Dios que excitadas por nuestras exhor­ taciones é inflamadas por vuestros llamamientos las naciones cristianas, busquen, con ardor cada día mayor, la protección de María: que se acos­ tumbren cada vez más al rezo del Rosario, á ese culto que nuestros antepasados tenían el hábito de practicar, no sólo como remedio siempre pre­ sente á sus males, sino como noble adorno de la piedad cristiana. L a celestial Patrona del género humano escuchará esas preces y concederá fácil­ mente á los buenos el favor de ver acrecentarse sus virtudes, y á los descarriados el de volver al bien y entrar de nuevo en el camino de sa lva ­ ción. Ella obtendrá que el Dios vengador de los crímenes, inclinándose á la clemencia y á la mi­ sericordia, restituya al orbe cristiano y á la socie­ dad, después de desviado para lo sucesivo todo peligro, el tan apetecible sosiego.

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Alentado por esta esperanza Nos suplicamos á Dios por la intercesión de Aquella en quien ha puesto la plenitud de todo bien, y le rogamos con todas nuestras fuerzas, que derrame abundante­ mente sobre vosotros, Venerables Hermanos, sus celestiales favores. Y como prenda de nuestra be­ nevolencia, os damos de todo corazón á vosotros, á vuestro clero y á los pueblos confiados á vues­ tros cuidados la bendición apostólica. Dado en San Pedro de Roma el i.° de S e ­ tiembre de 1883, año sexto de Nuestro P on tifica' do.— JwEON P a p a X III.

ENCÍCLICA DÉCIMATERCIA. Donde se trata de la situación de la Iglesia en Francia y de los deberes de los católicos.

A

LOS

O BISPO S

DE

FRANCIA.

LKÓN PAPA XIIí. Venerables H erm anos,salud y apostólica bendiciñn.

[Ai grandes cosas que ha conseguido, asi en la paz como en la guerra, la nobilísi­ ma nación francesa, le han dado para la Iglesia católica un renombre de merecimientos, de los cuales no perecerá la gratitud, ni cuya gloria ha de extinguirse. Cuando en hora feliz, en el reinadode Clodoveo, adoptó las instituciones cristia­ nas, obtuvo el muy honroso testimonio y la re­ compensa á un tiempo de su fe y piedad de ser llamada hija mayor de la Iglesia. Desde entonces. Venerables Hermanos, vuestros padres, por gran­ des y saludables empresas, han aparecido como

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los auxiliares de la Divina Providencia. Mas don­ de esto se hizo notar principalmente es en la de­ fensa del nombre cristiano en todo el mundo, en la propagación de la fe entre las naciones bárba ras, en la conquista y defensa de los Santos L u ­ gares de Palestina. De modo que con justicia existe aquel proverbio: Gesta D ei per F ra n co s. Por esto, por su adhesión íntima al nombre católico, han podido participaren alguna m ane­ ra de la gloria de la Igtesia y establecer num ero­ sas instituciones públicas y privadas, en las c u a ­ les se advierte en todo su. vigor la fuerza de la re­ ligión, de la beneficencia y de la magnanimidad. L o s Pontífices romanos, nuestros predecesores, han solido enaltecer de manera solemne estas virtudes de vuestros padres, y correspondiendo á sus méritos con soberana benevolencia, celebra­ ron varías veces con sus elogios el nombre fran­ cés. Fueron grandes, en particular, las alabanzas de Inocencio III y Gregorio IX. Aquellos gran­ des luminares de la Iglesia elogiaron á vuestros antepasados, diciendo el primero en una carta a l Arzobispo de Reinos: «Nos amamos el reino de Francia con especial predilección, porque ha so ­ bresalido sobre los demás por su respeto y adhesión hacia esta Sede Apostólica y hacia Nosj» y el otro, hablando del reino de Francia en una carta á San Luis IX : «Que no ha podido ser separado por nada de su piedad hacia Dios y su Iglesia; que jam ás pereció en él la libertad de la Iglesia; que en ningún tiempo perdió allí la fe cristiana su natural vigor; y además, que por su

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conservación, los reyes y súbditos de dicho reino no han vacilado en derramar su sangre y en e x ­ ponerse á los mayores peligros.» Pues bien: Dios, que es el autor de la natura* leza y del cual los Estados de la tierra reciben la recompensa de sus virtudes y buenas acciones, ha. derramado sobre Francia los abundantes do­ nes de la prosperidad: victorias en la guerra, a r ­ tes en la paz, gloría del nombre y autoridad en el imperio. Q ue si, olvidándose Francia de sí misma en alguna manera y apartándose 1 veces de la misión recibida de Dios, se ha mostrado hostil á la Iglesia, también es cierto que, por una soberana merced, ni ha desfallecido jam ás, ni por mucho tiempo, ni completamente. Y plugo á Dios que saliese, sana y salva, de esos aconte­ cimientos que fueron igualmente funestos á la re-i ligión y al E stado, los cuales se reñeren á tiem ­ pos próximos á nosotros. P ero, desde el día en que e l espíritu de los hombres, imbuido con e] veneno de las nuevas doctrinas, y arrastrado por una libertad desenfrenada, comenzó por doquie­ ra á rechazar la autoridad de la Iglesia, la c o ­ rriente se precipitó hacia donde se la dirigía; por­ que habiendo penetrado hasta en las costumbres el virus mortal de aquellas doctrinas, poco á poco pareció que la sociedad humana quería en gran parte separarse por completo de las instituciones cristianas. P ara esparcir en Francia semejante plaga, trabajaron, sobre todo en el siglo último, aquellos filósofos, sectarios de una ciencia vana, que se propusieron derribar los fundamentos de

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la verdad cristiana, ó inauguraron un sistema fi­ losófico que inflamaba -violentamente la pasión, y a enardecida por un a libertad desmedida. Bien pronto se vió trabajar en esto á aquellos á quie­ nes un od io impotente de Jas cosas divinas m an­ tiene unidos entre sí por medio de asociaciones nefastas, excitándoles de continuo á oprimir el nombre católico. Nadie mejor que vosotros, V e ­ nerables Hermanos, conoce si en parte alguna se esfuerzan más que en Francia. P or lo cual, el sentimiento de paternal afecto que profesamos á todas las naciones, nos ha m o­ vido á recordar nominalmente sus deberes á los pueblos de Irlanda, de España y de Italia, por medio de cartas dirigidas oportunamente á los Obispos de aquellos países: esc mismo sentimien. to N os persuade hoy á dirigir Nuestro espíritu y Nuestros pensamientos hacia Francia. Porque esos esfuerzos de que Nos hemos hablado, no d a­ ñan solamente á la Iglesia, sino que no son me­ nos perniciosos y funestos para el Estado, pues no puede procurársela prosperidad de éste m ien­ tras se ahogue la influencia de la religión. Y , en efecto, desde que el hombre cesa de temer ¿ Dios, se quita el soberano fundamento de la justicia, sin la cual los sabios, aun entre los paganos, nie­ gan que se puedan dirigir bien los negocios p ú ­ blicos; pues la autoridad de los jefes no tendrá ya prestigio bastante, ni las leyes la fuerza necesa­ ria. Cada cuál atenderá más á lo útil que á lo h o ­ nesto: la inviolabilidad de los derechos se d ebili­ tará, no siendo el tem or de las penas sino un mal

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guardián de los deberes, y los que imperan ten­ derán fácilmente á una dominación injusta, m ien­ tras que á la menor ocasión los que obedecen se irán á la revolución y á los motines. Además, como en la naturaleza de las cosas no hay nada bueno que no deba ser referido ¿ la bondad divina como uno de sus dones, toda so­ ciedad que disponga se excluya á Dios de la ley y del gobierno, rechaza, en lo que de ella depen­ de, el auxilio de la bondad divina; y por lo tanto, merece no alcanzar la protección celestial. Por esto, aun si ella pareciese muy poderosa y rica, no por eso deja de llevar en su seno el g er­ men de su muerte, y no puede tener la esperanza de una larga vida. Porque, para las naciones cris­ tianas, asi como para cada uno de los hombres, es tan saludable servir losdesignios de Dios como peligroso faltar á ellos, y les ocurre muchas veces que cuando permanecen más fieles á Dios y á la Iglesia, llegan, como por un camino natural, A un excelente estado, mientras que decaen cuando los abandonan. E n la historia es fácil tibservar estos cambios, y los ejemplos domésticos, harto recien­ tes, no faltarían, si Nos tuviésemos tiempo para recordar lo que se ha visto en la época anterior, cuando Francia se vió con gran espanto revuelta por la licencia desenfrenada de muchas gentes, que procuraban al mismo tiempo la ruina de la Religión y del Estado. P o r el contrario, esas plagas, que acarrean •^insigo la ruina cierta del Estado, son fácilmente evitadas si se observan los preceptos de la R eli­

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gión católica en la constitución y gobierno de la sociedad doméstica, lo mismo que de la civil. Porque esos preceptos son muy propios para la conservación del orden y para la salud de los n e ­ gocios públicos. Desde luego, y en lo que concierne á la socie­ dad doméstica, importa en gran manera educar desde el p r in c ip ie n los preceptos de la Religión á los niños nacidos del matrimonio cristiano, y no separar las artes de la instrucción religiosa, con cuya enseñanza se acostumbra á formar ¡d hombre desde la niñez. Separarlas es querer, en realidad, que los niños sean neutrales para lo que se refiere á sus deberes para con Dios. Ese m é­ todo es falso y muy pernicioso, sobre todo en los primeros años, porque en realidad abre el camino al ateísmo, mientras que lo cierra á la Religión. Los padres que son buenos tienen el estrecho d e­ ber de velar para que sus hijos, tan pronto com o comiencen á aprender, reciban Las enseñanzas de la Religión, y á que en la escuela no haya nada que ofenda á la integridad de la fe ó de las co s­ tumbres. L a ley divina y la ley natural hacen igualmente una obligación de esta voluntad en la instrucción de la infancia, y de ella no pueden descargarse los padres por ningún motivo. En cuanto á la Iglesia, custodia y protectora de la integridad de la fe, debe, en virtud de la au­ toridad que por Dios, su Fundador, le lia sido dada, llamar la atención de todas las naciones hacia la ciencia cristiana, y ver, por Unto, cgn sumo cuidado, en qué reglas y preceptos se edu­

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ca á la juventud puesta bajo su autoridad: por eso ha condenado siempre y abiertamente las e s ­ cuelas llamadas m ixtas ó ruittras, Ad virtiendo sin cesará los padres de familia que vigilen en nego­ cio de Canta trascendencia. Cuando se obedece á la Iglesia en esto, se hace una obra útil y se en­ cuentra una fuente de bienestar público. En efecto: aquellos cuya, primera edad no se .forma por la Religión, crecen sin ningún conoci­ miento de las más grandes cosas, que al mismo tiempo que pueden por sí solas alim entar en los hombres el amor á la virtud, pueden, por sí solas también, regular los apetitos contrarios á la razón. Tales son las nociones sobre D ios creador, sobre Dios juez y vengador, sobre las penas y re­ compensas de la otra vida y sobre los celestiales auxilios {que nos trajo Jesucristo, para cumplir santamente y con celo los deberes. Si se desconoce esto, toda la cultura del espí­ ritu será malsana; los adolescentes, no acostum­ brados al temor de Dios, nc* podrán tener ningu­ na norma de vida moral, y no habiéndose opues­ to jamás á sus pasiones, serán muy fácilmente in­ ducidos á perturbar el Estado. Vienen después las máximas tan saLudables como ciertas, que respe­ tan á la sociedad civil y á las relaciones de los de­ rechos y deberes entre el poder religioso y el p o ­ der civil. Pues así como en la tierra existen dos grandes sociedades; la una civil, cuyo fin último es pro­ curar al género humano el bien temporal y terre­ no, y la otra religiosa, «jue tiene por objeto con­

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ENCICLICAS.

ducir á los hombres fi aquella felicidad verdade­ ra, celestial, eterna, para la cual hemos sido creados; hay dos poderes, sometidos los dos á la ley eterna y natural, y que se armonizan recípro­ camente, en lo que se refiere al orden y gtibiemo de cada una de ellas. Ahora bien: siempre que se trate de estable­ cer una regla sobre algún asunto de este género (en et cual es conveniente que cada uno de los dos poderes establezca, aquella regla, atendiendo á razones distintas y pnr diversos procedimientos), siempre que se trate de alguna cosa de este or* den, será necesaria la concordia entre ambos po­ deres, la cual es al mismo tiempo favorable á la utilidad pública. Si esa concordia ó acuerdo desapareciera, se seguiría una situación crítica é inestimable, en la cual no podría subsistir la tranquilidad ni de la Iglesia ni del Estado. Luego, pues, que por un tratado se ha fijado públicamente un régjmen entre el poder religio­ so y el poder civil, importa á la justicia, no m e­ nos que á la COsa pública, que la concordia se conserve; porque del mismo modo que uno y otro se prestan mutuos servicios, asi reportan m utua­ mente ventajas seguras. E n Francia, á principios de este siglo, cuando terminaron las grandes conmociones civiles y los gran des terrores que poco antes habían existido,los mismos gobernantes comprendieron que la socie­ dad, abatida por tantas ruin as, no podía ser regene, rada mejor que por la restauración de la Religión .

E N C IC L IC A ?.

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Previendo las ventajas que podrían resultar en el porvenir, nuestro predecesor Pió V i l a cce ­ dió con gusto á los deseos del primer cónsul, usando de toda la facilidad y condescendencia compatibles con su cargo. Entonces, establecido el acuerdo sobre los principales artículos, queda­ ron sentados los fundamentos y se abrió un c a ­ mino seguro y favorable para la restauración y el restablecimiento gradual de las cosas de la Iglesia. Y desde aquel tiempo empezaron á tomarse varías disposiciones favorables á la integridad y el honor de la Iglesia. L a s ventajas inmensas que resultaron deben ser tanto más apreciadas, porque todo lo concer­ niente á la Religión había sido en Francia radi­ calmente destruido. Restablecida públicamente la dignidad de la Religión, las instituciones cristianas renacieron completamente; y en verdad, son muy de admi­ rar los bienes que por ello vinieron para la pros­ peridad del Estado. Porque, como la sociedad, libre apenas de la furia revolucionaria, buscaba sólidos fundamen­ tos para la tranquilidad y el orden públicos, sen­ tía que sólo en la Religión católica podía encon­ trarlos; por donde se ve que este proyecto de restablecer la amistad con la Iglesia fué obra de un hombre sabio y hábil en el fomento de los in ­ tereses públicos. Aunque no hubiera otras razones, pues, h a ­ bría en favor de la paz la misma que determinó

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su restablecimiento. Porque en medio del ardien­ te afán de novedades que en todas partes se ma­ nifiesta, y ante la incertidumbre del porvenir, s e ­ rla grave y peligrosa imprudencia el introducir nuevos motivos de discordia entre los dos p o d e­ res, y el poner obstáculos que impidieran ó retar darán la bienhechora acción de la Iglesia. N o sin inquietud y ansiedad, sin embargo, v e ­ mos Nos en estos tiempos las alarmantes preten­ siones que á ello tienden: cosas se han hecho y se hacen que no-convienen en modo alguno al bienestar de la Iglesia, desde que muchos se han dedicado, por hostilidad á ella, á atraer el des* precio y el odio sobre las instituciones católicas, y á proclamarlas como únicos enemigos de la s o ­ ciedad. Y con no menos pena y angustia consideramos los proyectos de aquellos que, para romper las relaciones de la Iglesia y del Estado, querían abolir, tarde 6 temprano, el saludable y legítimo convenio concluido con la Sede Apostólica. En esta situación, nada hemos omitido de lo que las circunstancias podían exigir. Nos, siem ­ pre que lo hemos creído necesario, hemos orde­ nado ¿ nuestro Nuncio Apostólico, que hiciera reclamaciones, y el gobierno ha dicho que las re­ cibía con ánimo dispuesto á la equidad. N os mismo, cuando se dictó la ley suprim ien­ do las comunidades religiosas, hemos dado á c o ­ nocer nuestros sentimientos en una carta dirigida ú nuestro querido hijo el Arzobispo de P arís, Cardenal de la Santa Iglesia Romana.

sn c£ cu e» s.

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D e igual manera, en una carta enviada en Junio del año próximo pasado al Presidente de la. República, N os hemos deplorado aquellas m e­ didas que se oponen á. la salvación de las almas y menoscaban los derechos de la Iglesia. Y hemos obrado así porque la santidad y grandeza de nuestro cargo apostólico nos obliga­ ban á ello, y porque deseamos vivamente que la religión trasmitida por los antepasados se con­ serve en F ran cia santa é inviolable. Con igual perseverancia hemos resuelto Nos defender siempre en lo porvenir el catolicismo en Francia. E n el cumplimiento de esta justa empresa y de este deber, siempre hemos tenido N os en vos­ otros, Venerables Hermanos, valerosos auxilia­ res. Que obligados á deplorar la suerte de las congregaciones religiosas, habéis hecho al menos lo que os era posible para que aquellos que no habían merecido menos del Estado que de la Iglesia, no sucumbiesen sin ser defendidos. Ahora, y en la medida que os permiten las le­ yes, ponéis vuestra más viva solicitud y constan­ tes pensamientos en procurar á la juventud los medios de una buena educación. En cuanto á los proyectos que muchos prepa­ ran contra la Iglesia, vosotros no habéis dejado de demostrar lo perniciosos que serían, para la sociedad misma. N adie podrá, por todo esto, acusaros con razón de que obráis por el estímulo de alguna con­ sideración humana 6 de hacer la oposición el e s­

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tado de cosas establecido; porque cuando se trata de la gloria de Dios, cuando está en peligro la salvación de las almas, vuestro deber os llama á defenderlas y á velar por ellas. Continuad, pues, prudente y firmemente, sin ..parlaros de vuestra, misión episcopal, enseñan­ do los preceptos de la doctrina del cielo, y m os­ trando á los fieles el camino que deben seguir en medio de esta grande iniquidad de los tiempos. Preciso es que no exista entre todos sino un solo espíritu y un solo fin; y puesto que la causa es común, que no exista tampoco más que una manera de obrar. Cuidad de que en parte alguna falten escuelas donde se enseñe á los niños con el cuidado p o ­ sible la ciencia de los bienes celestiales y de sus deberes para con Dios; donde aprendan á cono­ cer ¿ fondo la Iglesia, y la escuchen lo bastante para que puedan llegar á comprender que deben estar dispuestos á sufrirlo todo por su causa. Francia es rica en ejemplos de hombres ilu s­ tres que por la fe católica no han rehusado prue­ ba alguna, ni aun la pérdida de la vida. Durante la misma tormenta que N 0 9 hemos recordado, muchos hombres hubo de una fe envidiable, que mantuvieron con su valor y con su sangre el h o ­ nor Nacional. Y en nuestros mismos días, Nos vemos en Francia el valor bastándose á sí mismo, gracias ¿ Dios, en medio de las persecuciones y de las desventuras. E l clero cumple los deberes de su ministerio con esa caridad que es propia de los sacerdotes,

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siempre pronta é industriosa para, acudir en auxi lio del prójimo. Gran número de seglares profe­ san pública y valerosamente la fe católica, dan testimonio A porfía, de muchas maneras y conti­ nuamente, de su adhesión á esta Sede Apostólica; proveen con grandes gastos y con celo á la ed u ­ cación de la juventud; contribuyen á satisfacer las necesidades públicas con una liberalidad y una beneficencia admirables. Pero estos bienes, que son de un feliz presagio para Francia, es necesario, no sólo conservarlos, sino acrecentarlos con común celo y con toda la perseverancia de la adhesión. A nte todo, es ne­ cesario procurar que se aumente más y más el clero por medio de abundantes reclutamientos de hombres dignos; que la autoridad de sus Pre­ lados sea sagrada para los sacerdotes, y que ten­ gan éstos por cierto que el ministerio sacerdotal, si no se ejerce bajo el magisterio de los Obispos, no puede ser santo, ni verdaderamente útil, ni bondadoso. Finalmente: es preciso que los segla­ res escogidos, aquellos para quienes la Iglesia su común madre es querida, y cuyos discursos y es­ critos pueden ser de grande utilidad para la sal­ vaguardia de los derechos católicos, se empleen activam ente en la defensa de la R eligión.El acuer­ do de las voluntades y la conformidad de la acción, son necesarios para obtener estos felices resultados. Sabido es que los enemigos nada desean tanto como las divisiones de los católicos; que éstos se persuadan de que deben evitar á toda costa las

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disensiones, recordando aquellas palabras divi­ nas, que «todo reino dividido entre sí perecerá». Si es preciso para que se realice la concordia que cada uno renuncie á su opinión y i su juicio, que lo h aga de buena voluntad, en vista, de la utilidad común. Esfuércense constantemente los escritores en conservar en todo esta paz de los espíritus; prefieran además & sus propias ventajas lo que conviene al interés común; defiendan las empresas comunes; obedezcan de buena gana la dirección de aquellos á quienes el Espíritu Santo puso como Obispos para regir la Iglesia, y no emprendan nada contra la voluntad de aquellos á quienes es necesario seguir como jefes cuando se combate por la Religión. Finalmente, según lo que la Iglesia ha hecho siempre en las circunstancias difíciles, el pueblo entero, bajo vuestra autoridad, no debe dejar de orar y de su plicará Dios que vuelva sus miradas á Francia, y que su misericordia triunfe de su cólera. Muchas veces la M ajestad divina ha sido nltrajada por la licencia, en el hablar y en el escribir, y no faltan quienes, no sólo repudian con ingratitud los beneficios de Jesucristo, salvador de los hombres, sino que por una ostentación de impiedad proclaman que no quieren reconocer el poder de Dios. E s absolutamente necesario que los católicos, con gran celo de fe y de p ie­ dad, compensen esta perversidad de pensamien­ tos y de acciones; es necesario que atestigüen públicamente que nada desean tanto como la gloria de Dios, y que nada les es tan querido

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como la Religión de sus padres. Que aquellos sin ­ gularmente que más estrechamente unidos á Dios viven en la clausura de los monasterios, se exciten hoy más generosamente á la caridad y se esfuercen, por una humilde oración, por m orti­ ficaciones voluntarias y por su devoción, en ha­ cernos á Dios propicio. Con estos medios y con el auxilio divino resultará, tenemos confianza en ello, que los que están en el error abrirán los ojos á la luz de la verdad, y el nombre francés florecerá de nuevo en su antigua grandeza. En todo lo que hemos dicho hasta aquí, reco­ noced, Venerables Hermanos, nuestro corazón paternal y la grandeza del amor que tenemos á toda Francia. Así, no dudamos de que este m is­ mo testimonio de nuestra gran solicitud servirá para confirmar y aumentar esta necesidad salu­ dable de la unión entre Francia y la Sede A p o s­ tólica, que ha procurado en todos tie mpos tan numerosos y tan grandes bienes para su común utilidad. E n la alegría que nos da este pensamiento, Nos deseamos. Venerables Hermanos, á vos­ otros y á vuestros conciudadanos, la m ayor abundancia de dones celestiales, y os damos tiernamente en el Señor la Bendición Apostólica, en prenda de estos dones y en testimonio de nuestra particular benevolencia. D ado en Rom a, junto á San Pedro, el 8 de Febrero de 1884, año V I de nuestro Pontifi­ cado.— L e ó n P a p a X I I I .

ENCICLICA DECIMACUARTA

Donde se traía de la secta de la masonería.

A

LOS

CAS, DE

VENERABLES P R IM A D O S ,

TODO

EL

CON SERVAN LA

EN

HERM ANOS

A R Z O B IS P O S ORBE G R A C IA

SEDE

P A T R IA R ­

Y

C A T Ó L IC O Y

O B IS P O S QUE

C O M U N IÓ N

SE CON

A P O S T Ó L IC A .

LEÓN* PAPA XIII. Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica.

iL humano linaje, después de haberse, por envidia del demonio, miserablemente se­ parado de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos, de los cuales el uno combate

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asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por cuanto es contrario á la virtud y la verdad. E l uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo, á la cual, quien quisiere estar adherido de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir á Dios y su unigénito H ijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran to­ dos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, rehú­ san obedecer la ley divina y eterna, y acometen empresas contra Dios ó prescindiendo de Dios mismo. Agudamente conoció y describió Agustín estos dos reinos á modo de dos ciudades de con­ trarias leyes y deseos, compendiandocon sutil bre­ vedad la causa eficiente de una y otra en estas palabras: «Dos amores edificaron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecia de sí mismo, la celesLial Durante toda la continuación de los siglos contienden entre sí con varias y múltiples armas y peleas, aunque no siempre con igual ímpetu y ardor. E n nuestros días todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar á. una y pelear con la mayor vehemencia, siéndoles guia y auxilio la sociedad que llaman de los Masonts, extensa­ mente dilatada y firmemente constituida. Sin disi­ mular ya sus intentos, audacísimamcnte se ani’

De Civil. Dii, lib. X IV , c. 17.

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man contra la majestad de D ios, maquinan abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen, enteramente ¿ los pueblos cristianos de tos beneficios que les granjeó Jesucristo Núes* tro Salvador. Llorando N os estos males, somos compelidos por urgente caridad á clamar repeti­ damente á Dios: «He aquí que tus enemigos vo ­ cearon y levantaron la cabeza los que te odian. Contra tu pueblo determinaron malos consejos, y discurrieron contra tus santos. Venid, dijeron, y hagámoslos desaparecer de entre las gentes E n tan inminente riesgo, en medio de tan atroz y porfiada guerra contra el nombre cristia­ no, es Nuestro deber indicar el peligro, señalar los adversarios, resistir cuanto podamos sus m a­ las artes y consejos, para que no perezcan eter­ namente aquellos cuya salvación Nos está con­ fiada, y no sólo permanezca firme y entero el reino de Jesucristo que nos hemos obligado á defender, sino que se dilate con nuevos aumentos por todo el orbe. L o s Romanos Pontífices, Nuestros Antece­ sores, velando solícitos por la salvación del pue­ blo cristiano, conocieron bien pronto quién era y qué quería este capital enemigo apenas asomaba entre las tinieblas de su oculta conjuración, y cómo, declarando su santo y seña, amonestaron con previsión á Príncipes y pueblos que no se dejaran coger en las malas artes y asechanzas '

P ¡.

L X W I 1, v, 2-4. 18

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preparadas para engañarlos. Dióse el primer aviso del peligro el ano 173S por el Papa Cle­ mente X II cuya Constitución confirmó y re­ novó Benedicto X IV a. P ió V I I * siguió las hue­ llas de ambos, y León X II, incluyendo en la Constitución apostólica Qtio graviora * lo decre­ tado en esta m ateria por los anteriores, lo ratificó y confirmó para siempre. Pío V I I I ®, Grego­ rio X V I 0 y Pío IX 7, por cierto repetidas veces, hablaron en el mismo sentido. Y en efecto, puesta en claro la naturaleza 6 intento de la secta masónica por indicios mani­ fiestos, por procesos instruidos, por la publica­ ción de sus leyes, ritos y anales, allegándose á esto muchas veces las declaraciones mismas de los cómplices, esta Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la secta masónica, constituida contra todo derecho y conveniencia, era no menos perniciosa al estado que á la reli­ gión cristiana, y amenazando con las más graves penas que suele emplear la Iglesia contra los de­ lincuentes, prohibió terminantemente á todos

1 *

Con»». Jn eminmti, die 14 Aprüia 1738. ConBt. Próvidas, dte 18 Maii 175 1.

1

Const. Ecctcsiam ñ Iesu ChrisUi, die 13 Septembris

3Í2I.

4 •'

Const. data dio 13 Martii 1825. Eneyc. TraJiti, die n Maii 1819. E n c y c . M i r a r i, die 1 5 A lig a s ti 1 8 3 2 .

7

Encyc. Qtti pluribus, die 9 Novemb. 1846. Alíoc. M ul­

típlices ínter, die 25 Seplcmb. 1S65, etc.

E N C IC L IC A S .

275

inscribirse en esta sociedad. Llenos de ira con esto sus secuaces, juzgando evadir, ó debilitar á lo menos, parte con el desprecio, parte con Jas calumnias, la fuerza de estas sentencias, culpa­ ron á los Sumos Pontífices que las decretaron de haberlo hecho injustamente ó haberse excedido en el modo. Así procuraron eludir el peso y au­ toridad de las Constituciones apostólicas de C le ­ mente X II, Benedicto X IV , Pío V I I y Pío IX ; bien que no faltaron en aquella misma sociedad quienes confesasen, aun á pesar suyo, que lo h e ­ cho por los Romanos Pontífices, atenta la doc­ trina y disciplina de la Iglesia, era según dere­ cho. En lo cual varios Príncipes y Jefes de G o ­ bierno se hallaron muy de acuerdo con los P a ­ pas, cuidando, ya de acusar la sociedad masónica ante la Silla Apostólica, y a de condenarla por s! mismos, promulgando leyes á este efecto, como en Holanda, Austria, Suiza, España, Babiera, Saboya y otras partes de Italia. Pero lo que sobre todo importa es ver com ­ probada por los sucesos la previsión de N uestros Antecesores. E n efecto, no siempre ni por todas partes lograron el deseado ¿xito sus cuidados próvidos y paternales; y esto, ó por el fingimien­ to y astucia de los añ liad os á esta iniquidad, ó por la inconsiderada ligereza d élo s otros, á quie­ nes interesaba en gran manera velar con diligen­ cia en este negocio. Así que en espacio de siglo y medio la secta de los masones se ha apresurado á logTar aumentos mayores que cuanto podía e s ­ perarse, y entrometiéndose por la audacia y el

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E N C ÍCL IC AS..

dolo en todos los órdenes de la república, ha co­ menzado á tener tanto poder, que parece haberse hecho casi dueña de los Estados. D e tan rápido y terrible progreso se ha seguido en la Iglesia, en la potestad de los Príncipes y en la salud pú­ blica la ruina prevista muy de atrás por Nuestros Antecesores; y se ha llegado á punto de temer grandemente para lo venidero, no ciertamente por la Iglesia, cuyo fundamento es bastante firme para que pueda ser socavado por esfuerzo hum a­ no, sino por aquellas mismas naciones en que logra grande influencia la secta de que hablamos ú otras semejantes que se le agregan como a u x i­ liares y satélites. P o r estas causas, apenas subimos al gobierno de la Iglesia vimos y experimentamos cuánto convenía resistir en lo posible á mal tan grave, interponiendo para ello Nuestra autoridad. En efecto, aprovechando repetidas veces la ocasión que se presentaba, liemos expuesto algunos de los más importantes puntos de doctrina en que parecía haber influido en gran manera la per­ versidad de tos errores masónicos. A sí, en N ues­ tras Letras Encíclicas Qtiod apostolici mutieris emprendimos demostrar con razones convincen­ tes las enormidades de los socialistas y com unis­ tas; después en otras Arcanum cuidamos de d e­ fender y explicar la verdadera y genuína noción de la sociedad doméstica, que tiene su fuente y origen en el matrimonio; además en las que co­ mienzan D iiilurnnm propusimos la forma de la. potestad política modelada según los principios

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de la sabiduría cristiana, tan maravillosamente acorde con la naturaleza misma de las cosas y Ja salud de pueblos y Príncipes. Ahora, á ejemplo de Nuestros predecesores, hemos resuelto decla­ rarnos de frente contra la misma sociedad m a­ sónica, contra el sistema de su doctrina, sus in­ tentos y manera de sentir y obrar, para más y más poner en claro su fuerza maléfica é impedir así el contagio de tan funesta peste. H ay varías sectas que, si bien diferentes en nombre, ritos, forma y origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de he­ cho con la secta masónica, especie de centro de donde todas salen y á donde vuelven. Estas, aunque aparenten no querer en manera alguna ocultarse en las tinieblas, y tengan sus juntas á vista de todos, y publiquen sus periódicos, con todo, bien miradas, son un género de sociedades secretas cuyos usos conservan. Pues muchas cosas hay en ellas semejantes á los arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy exquisita diligencia, 110 sólo á los extraños, sino á muchos de sus mismos adeptos, como son los últimos y verdaderos fines, los jefes supremos de cada frac­ ción, ciertas reuniones más íntimas y secretas, sus deliberaciones, por qué vía y con qué medio se han de llevar á cabo. A esto se dirige la múl­ tiple diversidad de derechos, obligaciones y ca r­ gos que hay entre Jos socios, la distinción esta­ blecida de órdenes y grado?, y la severidad de la disciplina porque se rigen. Tienen que prometer

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e n c íc lic a s .

los iniciados, y aun de ordinario se obligan á ju ­ rar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus signos, sus doctrinas. Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento procuran los Masones con todo 'empeño, como en otro tiempo los M aniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que los suyos. Buscan hábilmente subterfugios, to ­ mando la máscara de literatos y sabios que se reúnen para fines científicos, hablan continua­ mente de su empeño por la civilización, de su amor por la ínfima plebe, que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar á cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. Cuyos propósitos, aunque fueran verdade­ ros, no está en ellos todo. Además deben los afi­ liados dar palabra y seguridad de ciega y abso­ luta obediencia á sus jefes y maestros, estar pre­ parados á obedecerles á la menor señal é indica­ ción, y de no hacerlo así, á no rehusar los más duros castigos ni la misma muerte. Y en efecto, cuando se hajuzg-ado que algunos han hecho tra i­ ción al secreto ú han desobedecido las órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia y des­ treza que el asesino búrla muy á menudo las pes­ quisas de la policía y el castigo de la justicia. Ahora bien: esto de fingir y querer esconderse, de sujetar á los hombres como ¿ esclavos con Cortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de valerse para toda maldad de hombres sujetos al capricho de otro, de armar los asesinos procu­ rándoles la impunidad de sus crímenes, es una

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l-jt)

monstruosidad que la misma naturaleza rechaza, y por lo tanto, la razón y la misma verdad evi* dentemente demuestran que la Sociedad de que hablamos pugna con la justicia y La probidad naturales. Singularmente cuando hay otros argumentos, por cierto clarísimos, que ponen de manifiesto esta falta de probidad natural. Porque por gran* de astucia que tengan los hombres para ocultar­ se, por grande que sea su costumbre de mentir, es imposible que no aparezca de algún modo en los efectos la naturaleza de la causa. N o puede el árbol bueno dar malos /ru lo s, ni el árbol malo dar buenos fru to s y los frutos de la secta masónica

son, además de dañosos, acerbísimos. Porque de los certísimos indicios que hemos mencionado antes resulta el últim o y principal de sus inten­ tos; á saben el destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el Cristianismo, levantando á su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del N aturalism o . Cuanto hemos dicho y diremos, ha de enten­ derse de la secta masónica en s í misma y en cuanto abraza otras con ella unidas y confedera­ das, pero no de cada uno de sus secuaces. Puede haberlos, en efecto, y no pocos, que si bien no dejen de tener culpa por haberse comprometido con semejantes sociedades, con todo no partici­ pen por sí mismo de sus crímenes y que ignoren 1

M atth ., cap. V i l , v, i&.

iSo

ENCÍCLICAS.

sus últimos intentos. Del mismo modo, aun entre las otras asociaciones unidas con la Masonería, algunas tal vez no aprobarán ciertas conclusiunes extremas, que sería lógico abrazar como d i­ m anadas de principios comunes, si no causara horror su misma torpe fealdad. Algunas también, por las circunstancias de tiempo y lugar, no se atreven á hacer tanto como ellas mismas quisie­ ran y suelen las otras; pero no por esu se han de tener por ajenas á la confederación masónica, ya que Ésta no tanto ha de juzgarse por sus hechos y las cosas que lleva á cabo, cuanto por el con­ junto de los principios que profesa. Ahora bien: es principio capital de los que si­ guen el naturalismo, como lo declara su mismo nombre, que la naturaleza y razón humana ha de ser en todo maestra y soberana absoluta; y sentado esto, descuidan los deberes para con Dios, ó tienen de ellos conceptos vagos y erró­ neos. Niegan, en efecto, toda divina revelación; no admiten dogma religioso ni verdad alguna que no pueda comprender la razón humana, ni maes­ tro á quien precisamente deba creerse por la a u ­ toridad de su oficio. Y como en verdad es ofieio propio de la Iglesia católica, y que á ella sola pertenece, el guardar enteramente y defender en su incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios, la autoridad del magisterio y los demás medios sobrenaturales para la salva­ ción, de aquí el haberse vuelto contra ella toda la saña y ahinco de estos enemigos. Véase ahora el proceder de la secta masónica

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lSl

en lo tocante 4 Ja religión, singularmente donde tiene mayor libertad para, obrar, y júzguese si ea ó no verdad Que todo su empeño está en llevar á cabo las teorías de los naturalistas. M ucho tiem po ha que se trabaja tenazmente para anular ea la sociedad toda ingerencia del magisterio y au­ toridad de la Iglesia, y á este fin se pregona y contiende deberse separar la Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y administración de la cosa pública el muy saludable influjo de la Religión católica; de lo que sigue la pretensión de que los Estados se constituyan hecho caso omiso de las enseñanzas y preceptos de la Igle. sia. N i les basta con prescindir de tan buena, guía como la Iglesia, sino que la agravan con persecuciones y ofensas. Se llega, en efecto, á combatir impunemente de palabra, por escrito y en la enseñanza los mismos fundamentos de la Religión católica; se pisotean los derechos de la Iglesia; no se respetan las prerrogativas con que Dios la dotó; se reduce casi á nada su libertad de acción, y esto con leyes en apariencia no muy violentas, pero en realidad hechas expresamente y acomodadas para atarle las manos. Vemos además al Clero oprimido con leyes excepciona­ les y graves, precisamente para amenguarle cada día más en número y recursos; los restos de los bienes de la Iglesia sujetos á todo género de trabas y gravámenes, y enteramente puestos al arbitrio y ju ic io del Estado; las Ordenes religio* sas suprimidas y dispersas. Pero donde sobre todo se extrem a la rabia de

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los enemigos, es contra la Sede Apostólica y el Rom ano Pontífice. Quitósele primero con fingi­ dos pretestos el reino temporal, baluarte de su independencia y de sus derechos; en seguida se le redujo á situación inicua á la par que intole­ rable por las dificultades que de todas partes se le oponen, hasta que, por ñn, se ha llegado á punto de q u e I09 fautores de las sectas proclamen abiertamente lo que en oculto maquinaron largo tiempo; á saber: que se ha de suprimir la sagrada, potestad del Pontífice y suprimir por entero el Pontificado, instituido por derecho divino. A u n­ que faltaron otros testimonios, consta suficiente­ mente lo dicho por el de los sectarios, muchos de los cu ales, tanto en otras diversas ocasiones como últimamente han declarado ser propio de los masones el intento de vejar cuanto puedan á los católicos con enem istad im placable, sin d es­ cansar hasta ver desechas todas las instituciones religiosas establecidas por los P apas. Y si no se obliga á los adeptos á abjurar expresamente la fe católica, tan lejos está esto de oponerse á los intentos masónicos, que antes bien sirve á ellos. Prim ero porque este es el camino de engañar fá­ cilmente á los sencillos é incautos, y de atraer á muchos más; y después porque, abriendo los brazos á cualesquiera y de cualquiera religión, consiguen persuadir de hecho el grande error de estos tiempos; á saber: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos; conducta muy á propósito para arruinar toda religión, singular­ mente la católica, que, com o única verdadera

e n c íc l ic a s

.

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no sin suma injuria puede igualarse á las d e­ más. Pero más lejos van los naturalistas, porque, lanzados audazmente por las sendas del error en las cosas de mayor momento, caen despeñados en el profundo, sea por la flaqueza humana, sea por justo juicio de Dios, que castiga su soberbia. Asi es que en ellos pierden su certeza y fijeza aun las verdades que se conocen por luz natural de la razón, como son la existencia de Dios, la espiritualidad 6 inmortalidad del alma humana. Y ]&. secta de los masones da en estos mismos es* eolios del error con no menos precipitado curso. Porque si bien confiesan en general que Dios existe, ellos mismos testifican no estar impresa esta verdad en la mente de cada uno con firme asentimiento y estable juicio Ni disimulan tam ­ poco ser entre ellos esta cuestión de Dios causa y fuente abundantísima de discordia; y aun es notorio que últimamente hubo entre ellos, por esta -misma cuestión, no leve contienda. D e hecho la secta concede á los suyos libertad absoluta de defender que Dios existe 6 que no existe; y coa la misma facilidad se recibe á los que resuelta­ mente defienden la negativa, como á los que opi’ nan que existe D ios pero sienten de É l perversa­ mente, como suelen los panteistas, lo cual no es otra cosa que acabar con la verdadera noción de la naturaleza divina, conservando de ella no se sabe qué absurdas apartencias< Destruido ó d e­ bilitado este principal fundamento, síguese que­ dar vacilantes otras verdades conocidas por la

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luz natural, por ejemplo, que todo existe por la libre voluntad de Dios, creador; que su provi dencia rige el mundo; que las almas no mueren; que á esta vida ha de suceder otra sempiterna. Destruidos estos principios, que son, como la base del orden natural, importantísimos para la conducta racional y práctica de la vida, fácil­ mente aparece cuáles han de ser las costumbres públicas y privadas. N ada decimos de las virtu ­ des sobrenaturales, que nadie puede alcanzar ni ejercitar sin especial gracia y don de Dios, de las cuales por fuerza no ha de quedar vestigio en los que desprecian por desconocidas la redención del género humano, la gracia divina, los Sa cra ­ mentos, la felicidad que se ha de alcanzar en el cielo: hablamos de las obligaciones que se dedu­ cen de la providad natural. U n Dios creador del mundo y su próvido gobernador: una ley eterna que manda conservar el orden natural y veda el perturbarlo: un fin último del hombre y mucho más excelso que todas las cosas humanas y más allá de esta posada terrestre: estos son los prin­ cipios y fuente de toda honestidad y justicia; y suprimidos estos, como suelen hacerlo naturalis­ tas y masones, falta inmediatamente todo funda­ mento y defensa á la ciencia de lo justo y de lo injusto. Y en efecto, la única educación que á los masones agrada, con que, según ellos, se ha de educar á la ju v e n tn d , es la que llaman laica, independiente, libre; es decir, que excluya toda idea religiosa. Pero cuán escasa sea ésta, cuán falta de firmeza y á merced del soplo de las pa-

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siones, bien lo manifiestan los dolorosos frutos que ya se ven en parte; como que en donde quie­ ra que esta educación ha comenzado á reinar más libremente, suplantando á la educación cris­ tiana, prontamente se han visto desaparecer la honradez y la integridad, tomar cuerpo las opi­ niones más monstruosas, y subir de todo punto la audacia en los crímenes. Públicamente se la­ menta y deplora todo esto, y aun se atestigua por no pocos de los que, aunque no quisieran hacerlo de modo alguno, no es raro verse forza­ dos & ello por la evidencia de la verdad. Además, como la naturaleza humana quedó inñcionada con la mancha del primer pecado, y, por lo tanto, más propensa al vicio que á la vir­ tud, requiérese absolutamente, para obrar bien, sujetar los movimientos obcecados del ánimo y hacer que los apetitos obedezcan á la razón. Y para que en este com bate conserve siempre su señorío la razón vencedora, se necesita m uy á menudo despreciar todas las cosas humanas, y pasar grandísimas molestias y trabajos. Pero los naturalistas y masones, que ninguna fe dan á las verdades reveladas por Dios, niegan que pecara nuestro primer padre, y estiman, por tanto, al libre albedrío en nada amenguado en sus fu erza s ni inclinado al mal Antes, por el contrario, exagerando las fuerzas y excelencia de la natu­ raleza, y poniendo en ella únicamente el princi­ pio y norma de la justicia, ni aun pensar pueden *

C o n c. T r id ., S e s. V I , D e Jn stif., c. i.

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que para calmar sus ímpetus y regir sus apetitos se necesite de asidua pelea y constancia suma. D e aquí vemos ofrecerse públicamente tantos estímulos á los apetitos del hombre: periódicos y revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras dramáticas licenciosas en alto grado; asun­ tos para las artes sacados con protervia de los principios de ese que llaman realismo; ingeniosos inventos para las delicadezas y goces de la vida; rebuscados, en suma, toda suerte de halagos sen­ suales, á los cuales cierre los ojos la virtud ador­ mecida. E n lo cual obran perversamente; pero son muy consecuentes consigo mismos los que quitan toda esperanza de los bienes celestiales, y ponen vilm ente en cosas perecederas toda la felicidad, como si la fijaran en la tierra. L o refe­ rido puede confirmar una cosa más extraña de de­ cirse que decreerse. Porque como apenas hay tan rendidos servidores de esos hombres sagaces y astutos como los que tienen el ánimo enervado y quebrantado por la tiranía de las pasiones, hubo en la secta masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse con persuasión y maña que la multitud se sacie de la innumerable licencia de los vicios, en la seguridad que así la tendrán sujeta á su arbitrio para atreverse á todo. P or lo que toca á la vida doméstica, he aquí casi toda la doctrina de los naturalistas. E l ma­ trimonio es un mero contrato: puede justam ente rescindirse á voluntad de los contratantes: la au­ toridad civil tiene poder sobre el vínculo matri­

ENCÍCLICAS*

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monial. E n el ed u carlos hijos nada hay que en­ señarles como cierto y determinado en punto de religión; al llegar á la adolescencia corre á cuen­ ta de cada cual escoger lo que guste. Esto mismo piensan los masones; no solamente lo piensan, sino se empeñan, hace ya mucho, en reducirlo á costumbre y práctica. En muchos Estados, aun de los llamados católicos, está establecido que fuera del matrimonio civil no hay unión legítima; en otros Ja ley permite el divorcio; en otros se trabaja para que cuanto antes sea permitido. Así apresuradamente se corre á cam biar la natu­ raleza del matrimonio en unión instable y pasa­ jera que la pasión haga ó deshaga á su antojo. Tam bién tiene puesta la mira con suma conspiración de voluntades la secta de los masones en ar^ b atar para sí la educación de los jóvenes. Ven cuán fácilmente pueden amoldar á su c a ­ pricho esta edad tierna y flexible, y torcerla ha­ cia donde quieran, y nada más oportuno para formar k la sociedad una generación de ciu d ad a­ nos tal cual se la forjan. P or tanto, en punto de educación y enseñanza de los niños nada dejan al magisterio y vigilancia de los ministros de la Iglesia, habiendo llegado ya á conseguir que en varios lugares toda la educación de los jóvenes esté en poder de los legos, y que al formar sus corazones nada se diga de los grandes y santísi­ mos deberes que ligan al hombre con Dios. Vienen en seguida los principios de ciencia política. En este género estatuyen los naturalis­ tas: que los hombres todos tienen iguales dere­

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chos y son de igual condición en todo: que todos son libres por naturaleza; que ninguno tiene d e­ recho para mandar á otro, y el pretender que los hombres obedezcan i cualquiera autoridad que no venga de ellos mismos es propiamente h acer­ les violencia. Todo está, pues, en manos det pue­ blo libre; la autoridad existe por mandato ó con­ cesión del pueblo; tanto que, mudada la volun­ tad popular, es lícito destronar á los Príncipes aun por fuerza. L a fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está ó en la multitud ó en el Gobierno de la nación, informado, por supues­ to, según los nuevos principios. Conviene, ade­ más, que el Estado sea ateo; no hay razón para anteponer una á otra entre las varías religiones, sino todas han de ser igualmente consideradas. Y que todo esto agrade á los masones ^de mismo modo, y quieran ellos constituir las na­ ciones, según este modelo, es cosa tan conocida que no necesita demostrarse. Con todas sus fuer­ zas é intereses lo están maquinando así hace mucho tiempo, y con esto hacen expedito el ca.mino á otros m&s audaces que se precipitan á cosas peores, como que procuran la igualdad y comunión de toda la riqueza, borrando así del Estado toda diferencia de clases y fortunas. Bastante claro aparece de lo que sumaríamente hemos referido qué sea y por dónde va la secta de los masones. Sus principales dogmas discrepan tanto y tan claramente de la razón, que nada puede ser más perverso. Querer acabar con la Religión y la Iglesia fundada y conserva­

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da perennemente por el mismo D ios, y resucitar después de diez y ocho siglos-las costumbre?; y doctrinas gentílicas, es necedad insigne y auda­ císim a impiedad. N i es menos horrible 6 más llevadero el rechazar los beneficias que con tan­ ta bondad alcanzó Jesucristo, no sólo á cada hombre en particular, sino también en cuanto viven unidos en la familia ó en la sociedad civil, beneficios señaladísimos aun según el juicio y testimonio de los mismos enemigos- En tan feroz é insensato propósito parece reconocerse el m is­ mo implacable odio y sed de venganza en que arde Satanás contra Jesucristo. Así como el otro vehemente empeño de los masones de destruir los principales fundamentos de lo justo y lo ho­ nesto, y hacerse auxiliares de los que, á imitación tlel animal, quisieran fuera lícito cuanto agrada, no es otra cosa que im peler al género humano ignominiosa y vergonzosamente á la extrem a ruina. Aumentan el mal los peligros que amenazan á la sociedad doméstica y civil. Porque, como otras veces lo hemos expuesto, hay en el matri­ monio, según el común y casi universal sentir de gentes y siglos, algo de sagrado y religioso: veda además la ley divina que pueda disolverse. Pero si esto se permitiese, si el matrimonio se hace profano, necesariamente ha de seguirse en la familia la discordia y la confusión, cayendo de su dignidad la mujér, -y quedando incierta la prole acerca de su conservación y de su fortuna., t ’ ues el no cúidar oficialmente para nada de la lteligión, y en la administración y ordenación de •g

2 gO

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la cosa pública no tener cuenta con Dios como si no existiese,es atrevimiento inaudito aun i los mismos gentiles, en cuyo corazón y en cuyo en­ tendimiento tan grabada estuvo, no sólo la creen* cía. en los diose?, sino la necesidad de un culto público, que reputaban más fácil encontrar una ciudad sin suelo que sin Dios. D e hecho la socie­ dad humana á que nos sentimos naturalmente inclinados fué constituida por Dios, autor de la naturaleza, y de É l emana, como de principio y fuente, toda, la copia y perennidad de los bienes innumerables en que la. sociedad abunda. Así, pues, como la misma naturaleza enseña á cada uno en particular á dar piadosa y santamente culto á Dios, por tener de É l la vida y los bienes que la acompañan, asi, y por idéntica causa, in­ cumbe este mismo deber á pueblos y Estados. Y los que quisieran á la sociedad civil libre de todo deber religioso, claro está <jue obran, no sólo in­ justa, sino ignorante y absurdamente. Sí, pues, los hombres por voluntad de Dios nacen ordenados á la sociedad civil y á ésta es tan indispensable el vinculo de la autoridad que, quitado éste, por necesidad se disuelve aquella, síguese que el mismo que creó la sociedad creó la autoridad. D e aquí se ve que quien está reves­ tido de ella, sea quien fuere, es ministro de D ios, y por tanto, según lo piden el fin y naturaleza de la sociedad humana, es tan puesto en razón el obed ecerá la potestad legítima cuando manda lo justo, como obedecer á la autoriddd de Dios, que todo lo gobierna; y nada hay más contrario á la

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verdad que el suponer en manos del pueblo el ne­ g ar la obediencia cuando le agrade. D e la misma m anera nadie duda ser todos los hombres iguales si se mira á su común origen y naturaleza, al fin último á que todos están encaminados, y á los derechos y obligaciones que de ello emanan; mas como no pueden ser iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de otro por ra­ zón de las fuerzas corporales ó del espíritu, y son tantas las diferencias de costumbres, voluntades y temperamentos, nada más repugnante á la T i­ zón que el pretender abarcarlo y confundirlo to­ do, y llevar á las leyes de la vida civil tan riguro­ sa igualdad. Así como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la juntura y com ­ posición de miembros diversos, que semejándose en forma y funciones, atados y puestos en sus propios lugares constituyen un organismo hermo­ so á la vista, vigoroso y apto para bien funcionar, asi en la humana sociedad es casi infinita la d e­ semejanza de los individuos que la forman, y si todos fueran iguales y cada uno se rigiera á su arbitrio, nada habría más deforme que semejante sociedad, mientras que si todos en distinto grado «le dignidad, oficios y aptitudes armoniosamente conspiran al bien común, retratarán la imagen de 'Una ciudad bien constituida y según la pide la naturaleza, Sin esto, los turbulentos errores que ya lleva­ mos enumerados han de bastar por sí mismos para infundir á los Estados miedo y espanto. P o r ­ que quitado el temor de Dios y el respeto á las

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leyes divinas, menospreciada la autoridad de los Príncipes, coasentida y legitimada la manía de las revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro freno que la pena, ha de seguirse por fuerza universal mudanza y tras­ torno. Y aun precisamente esta mudanza y tras­ torno es lo que muy de pensado maquinan y os­ tentan de consuno muchas sociedades de com u­ nistas y socialistas, á cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los masones, como que favorece en gran manera sus intentos y conviene con ellas en los principales dogmas. Y sí por he­ chos no llegan inmediatamente y en todas partes ú Jos extremos, no ha de atribuirse á sus doctri­ nas y á su voluntad, sino á la virtud de la reli­ gión divina, que no puede extinguirse, y á la par­ te más sana de los hombres, que rechazando la servidumbre de las sociedades secretas, resisten con valor sus locos conatos. ¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos, y conocieran la semilla y principio de los m ales que nos oprimen y los pe ligios que nos am ena­ zan! Tenemos que habérnoslas con un enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de p u e ­ blos y principes, se h a cautivado ¿ unos y otros con blandura de palabras y adulaciones. A l in si­ nuarse con los Príncipes ñngiendo amistad, pusieron la mira los masones en lograr en ellos so­ cios y auxiliares poderosos para oprim ir la R e li­ gión católica, y para estim ularlos más acusaron á la Iglesia con porfiadísima calum nia de conten«ler envidiosa con los Príncipes sobre la potestad

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y reales prerrogativas. Afianzados ya y envalen­ tonados con estas artes, comenzaron á influir so­ bremanera en los Gobiernos, prontos, por supues­ to, á sacudir los fundamentos de los Imperios, y á perseguir, calum niar y destronar á los P rín ci­ pes, siempre que ellos no se mostrasen inclinados k gobernar á^ u sto de la secta. N o de otro modo engañaron adulándolos á los pueblos, Voceando libertad y prosperidad pública, haciendo ver que por culpa de la Iglesia y de los M onarcas no h a ­ bía salido ya la multitud de su inicua servidum ­ bre y de su miseria, engañaron al pueblo, y d es­ pertada en él la sed de novedades, le incitaron á combatir ambas potestades. Pero ventajas tan es­ peradas están más en el deseo que en la realidad, y antes bien, más oprimida la plebe, se ve forza­ da ¿ c a re cer en gran parte de las mismas cosas en que esperaba el consuelo de su miseria, las cuales hubiera podido hallar con facilidad y abun ■ dancia en la sociedad cristianamente constituida. Y éste es el castigo de su soberbia, que suelen encontrar cuantos se vuelven contra el orden de la Providencia divina: que tropiecen con una suerte desoladora y mísera allí mismo donde te­ merarios la esperaban próspera y abundante, se­ gún sus deseos. L a Iglesia, en cambio, como que manda obe­ decer primero y sobre todo á Dios, Soberano S e ­ ñor de todas las cosas, no podría sin injuria y fal­ sedad ser tenida por enemiga de la potestad c i­ vil, usurpadora de algún derecho de los P rín ci­ pes; antes bien quiere se dé al poder civil, por

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dictamen y obligación de conciencia, cuanto de derecho se le debe; y el hacer dim anar de Dios mismo, conforme hace la Iglesia, el derecho de mandar, da gran incremento ¿ la dignidad del poder civil y no leve apoyo para captarse el res­ peto y benevolencia de los ciudadanos. Am iga de la paz la misma Iglesia, fomenta l l concordia, abraza á todos con maternal cariño, y ocupada únicamente en ayudar $ los hombres enseña que conviene unir la justicia con la clemencia, el mando con la equidad, las leyes con la modera­ ción; que no ha de violarse el derecho de nadie, que se ha de servir al orden y tranquilidad públi­ ca, y aliviar cuanto se pueda pública y privada­ mente la necesidad de los menesterosos. Pero por esto piensan, para servirnos de las palabras de Agustino 6 quieren que se piense no ser la doctrina de Cristo provechosa para la sociedad porque no quieren que el Estado Se asiente sobre ¡a solides de las virtudes, sino sobre lu im punidad de los vicios. L o cual, puesto en .claro, sería insigne

prueba de sensatez política y empresa conforme á lo que exige la salud pública que Principes y pueblos se unieran, no con los masones para des­ truir á. la Iglesia, sino con la Iglesia para que­ brantar los ímpetus de los masones. Sea como quiera, ante un mal tan grave y ya tan extendido, lo que á Nos toca, Venerables H er­ manos, es aplicarnos con toda el alma en busca de remedios. Y porque sabemos que la mejor y E pist. C X X X V I I I al. III ad V olu sian u m , c. 5, n. 20.

EN CÍCLICAS.

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más firma esperanza de remedio está puesta en la virtud de la Religión divina, tanto más odiada de los masones cuanto m is temida, juzgam os ser lo principal el servirnos contra el común enemi­ go de esta virtud tan saludable. Así que todo lo que decretaron los Romanos Pontífices, Nuestros Antecesores, para impedir las tentativas y los esfuerzos de la secta masónica, cuanto sanciona­ ron para alejar á los hombres de semejantes so ­ ciedades ó sacarlos de ellas, todas y cada una de estas cosas damos por ratificadas y las confirm a­ mos cor nuestra autoridad apostólica. Y confia­ dísimos en la buena voluntad de los cristianos, rogamos y suplicamos á cada uno en particular por su eterna salvación, que estimen deberjsagrado de conciencia el no apartarse un punto de lo que en esto tiene ordenado la Silla Apostólica. Y á vosotros, Venerables Hermanos, os pedi­ mos y rogamos con la mayor instancia que, unien­ do vuestros esfuerzos á los nuestros, procuréis con todo ahínco extirpar esta asquerosa peste que va serpeando por todas las venas de la so­ ciedad. A vosotros toca defender la gloría de Dios y la salvación de los prójimos, y, mirando á estos fines en el combate, no ha de faltaros valor y fuerza. Vuestra prudencia os dictará el modo m e­ jo r de vencer los obstáculos y las dificultades que se alzarán; pero como es propio de la autoridad de Ñuestro ministerio el indicaros Nos mismo algún medio que estimemos más conducente al propósito, quede sentado que lo primero que procuréis sea arrancar á los masones su máscara

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para que sean conocidos tales cuales son; que los pueblos aprendan por vuestros discursos y P as­ torales, dadas con este fin, las m alas artes de se­ mejantes sociedades para halagar y atraer, la perversidad de sus opiniones y la torpeza de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre á la secta masónica-, como repetidas veces lo prohi­ bieron Nuestros Antecesores. Q ue á ninguno en­ gañe aquella honestidad fingida; puede, en efec­ to, parecer £ algunos que nada piden los masones abiertamente contrario á la Religión y buenas costumbres; pero como toda la razón de ser y causa de la secta estriva en el vicio y en la m al­ dad, cfaro es que no es lícito unirse & ellos ni ayu ­ darles de modo alguno. Además, conviene con frecuentes sermones y exhort aciones ind ucirá las m uched umb res ¿ que se instruyan con todoesmeroen lo tocante á la religión, y para esto recomendamos mucho que en escritos y sermones oportunos se explanen los principa­ les y santísimos dogmas que encierran, toda la fi­ losofía cristiana. Con lo cual se llega á sanar los entendimientos por medio de la instrucción, y í fortalecerlos contra las múltiples formas del error y los varios inodos con que se brindan los vicios, singularmente en esta licencia en el escribir é insaciable ansia de aprender. Grande obra.' sin duda; pero en ella será vuestro primer auxiliar y partícipe de vuestros trabajos el Clero, si os es­ forzáis porque salga bien disciplinado é instruí-

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do. M as empresa tan santa ú importan Le llama también en su auxilio el celo industrioso de los legos que juntan en uno el amor de la religión y de la patria con la providad y el saber. Aunadas las fuerzas de una y otra cíase, trabajad, Venera­ bles Hermanos, para que todos los hoAibres co ­ nozcan bien y amen á la Iglesia; porque cuanto mayor fuere este conocimiento y este amor, tanto m ayor será la repugnancia con que se miren Las sociedades, secretas y el empeño en huirlas. Y aprovechando esta oportunidad, renovamos aho­ ra. justam ente nuestro encargo, ya repetido, de propagar y fomentar con toda diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con le­ nidad prudente hemos moderado hace poco. E l único fin que le dió su autor es traer á los hom­ bres á la imitación de Jesucristo, al amor de su Iglesia, al ejercicio de toda virtud cristiana; mu­ cho ha de valer, por tanto, para extinguir el con­ tagio de esas perversísimas sociedades. Aum én­ tese, pues, cada día más esta santa Congrega" ción, que, adem is de otros muchos frutos, puede esperarse de ella el insigne de que vuelvan los corazones á la libertad, fraternidad é igualdad, no como absurdamente las conciben los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el humano linaje y las siguió San Francisco: esto es, la li­ bertad de los hijos d» D ios por la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y de las p a ­ siones, nuestros perversísimos tiranos: la frater­ nidad que dimana de ser Dios nuestro Criador y l^adre común de todos: la igualdad que, teniendo

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por fundamentos la caridad y la justicia., no bo­ rra toda diferencia entre los hombres, sino con la variedad de condiciones, deberes é inclinacio­ nes forma aquel adm irable y armonioso acuerdo que pide la misma naturaleza para la utilidad y dignidad 'de la vida civil. Viene en tercer lugar una institución sabia­ mente establecida por nuestros m ayores é inte­ rrumpida por el trascurso del tiempo, que puede valer ahora como ejemplar y forma de algo seme­ jante. H ablam os de los gremios y cofradías de trabajadores con que, al ampare» de la religión, defendían juntamente sus intereses y buenas cos­ tumbres. Y si con el uso y experiencia de largo tiempo vieron nuestros mayores la utilidad de estas asociaciones, tal vez la experimentaremos mejor nosotros por lo acomodadas que son para invalidar el poder de las sectas. L o s que sobre­ llevan la escasez con el trabajo de sus manos, fuera de ser dignísimos en primer término de c a ­ ridad y consuelo, están más expuestos á las se­ ducciones de los malvados, que todo lo invaden con fraudes y dolos. Débeseles, por tanto, ayudar con la mayor benignidad posible y atraer á con­ gregaciones honestas, no sea que los arrastren á las infames. E n consecuencia, para salud del pueblo tenemos vehementes deseos de ver resta­ blecidas en todas partes, según piden los tiem­ pos, estas corporaciones bajo los auspicios y pa­ trocinio de los Obispos. Y no es pequeño N ues­ tro gozo al verlas ya establecidas en diversos lu ­ gares en que también se han fundado sociedades

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protectoras, siendo propósito de unas y otras a y u ­ dar á la clase honrada de los proletarios, soco­ rrer y custodiar sus hijos y sus fam ilias, fomen­ tando en ellas, con la integridad de las buenas costumbres, el amor á la piedad y el conocimien­ to de la Religión. Y en este punto no dejaremos de mencionar la sociedad llamada de San V icen ­ te de Paúl, tan benemérita de las clases pobres y de tan insigne espectáculo y ejemplo. Sábense sus obras y sus intentos, como que enteramente se emplea en adelantarse ál auxilio de los m enes­ terosos y de los que sufren, y esto con admirable sagacidad y modestia; que cuanto menos quiere mostrarse, tanto es mejor para ejercer la caridad cristiana y más oportuna para consuelo de las misen as. En cuarto lugar, y para obtener más fácilmen­ te lo que intentamos, con el inayor encarecim ien­ to encomendamos á vuestra fe y á vuestros des­ velos la juventud, esperanza de la sociedad. P o ­ ned en su educación vuestro principal cuidado, y nunca, por más que hagáis, creáis haber hecho lo bastante para preservar á la adolescencia de las escuelas y maestros de que pueda temerse el aliento pestilente de las sectas. Exhortad á los padres, á los directores espirituales, á los párro­ cos, á que insistan, al ensenar la doctrina cris­ tiana, en avisar oportunamente á sus hijos y alum­ nos de la perversidad de estas sociedades, y que aprendan desde luego á precaverse de las fraudu­ lentas y varias artes que suelen emplear sus p ro ­ pagadores para enredar á los hombres. Y aun no

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K .S tiU U C A S .

liarían mal los que preparan á los niños para bien recib irla primera Comunión en persuadirles que se propongan y empeñen á no ligarse nunca con sociedad alguna sin decirlo antes á sus padres, ó sin consultarlo con su confesor ó con su párroco. Bien conocemos que todos nuestros comunes trabajos no bastarán á arrancar estas perniciosa» semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña no secunda nuestros esfuerzos benignamente. Necesario es, pues, implorar con vehemente anhelo é instancia su poderoso auxi­ lio, cómo y cuánto lo piden la extrema necesidad de las circunstancias y la grandeza del peligro. Levántase insolente y regocijándose de sus triun­ fos la secta de los masones; ni parece poner ya limites á su pertinacia. Préstanse mutuo auxilio sus sectarios lodos unidos en nefando consorcio y por comunes ocultos designiosj y unos á otros se excitan á todo malvado atrevimiento. T an fie­ ro asalto pide igual defensa; es á saber: que todos los buenos se unan en amplísima coalición de obras y oraciones. L es pedimos, pues, por un lado que, estrechando las filas, firmes y de manco* mún resistan los Ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por otro que levanten á D ios las manos y le supliquen con grandes gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la Religión cristiana, que goce la Iglesia de la necesaria li­ bertad, que vuelvan á la buena senda los desca­ rriados, y al fin, abran paso á la verdad los erro­ res y los vicios á la virtud. Tomemos por "nues­ tro auxilio y mediadora á la Virgen María, M a­

UNCICLICAS.

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dre de Dios, ya que venció áSatanás, en su C o n ­ cepción Purísima: despliegue su poder contra las sectas impías en que se ven claramente revivir la soberbia contumaz, la indómita perfidia 3' los astutos fingimientos del demonio. Pongamos por intercesor al Príncipe de los Angeles del cielo, San Miguel, que arrojó á. los enemigos infernales; á San José, esposo de la Virgen Santísim a, celestial patrono de la Iglesia católica; á los grandes Apóstdtes, San Pedro y San Pablo, sembradores de la fe cristiana y sus invictos defensores. En su patrocinio y en la per­ severancia de todos en la oración confiamos que Dios acuda oportuna y benignamente al gtncro humano, expuesto á tan enormes peligros. Y en prenda de los dones celestiales y de Nuestra b e­ nevolencia, con el mayor amor os damos la ben­ dición Apostólica en el Señor, á vosotros, Vene­ rables Hermanos, y al Clero y pueblo todo con­ fiado ¿ vuestro cuidado. D ado en Roma, junto á San Pedro, á 20 de Abril del año 1884, séptimo, de Nuestro Pontifi­ cado.— L k ó n P a p a X III.

ENCICLICA DÉCIMAQUÍNTA.

Donde se exhorta de nuevo al reno del Santo Rosario.

Á TOPOS

LO S P A T R IA R C A S , P R IM A D O S ,

AR­

Z O B IS P O S Y O B IS P O S D E L M U N D O C A T Ó L IC O , EN

G R A C IA

Y

C O M U N IÓ N

CON

LA

SAN TA

S E D E A P O S T Ó L IC A .

LEÓN

PAPA XIII,

Venerables Herm anos: sa lu d y bendición apostólica.

[ l año antecedente, como todos sabéis, decre­

tamos por nuestra Carta E ncíclica que en todos los lugares del Orbe Católico, y para impetrar el celestial auxilio en las tribulaciones de la Iglesia, se celebrase el rezo solemne del Santí­ simo Rosario á la gran Madre de Dios, en todo el mes de Octubre. En lo cual siguió nuestro juicio

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e n c íc l ic a s .

el ejemplo de nuestros predecesores, que en los tiempos difíciles para la Iglesia, recurrieron & la Virgen Augusta, con singulares actos piadosos, y acostumbraron á implorar su auxilio con reitera­ das preces. Aquella nuestra voluntad fué en todos los puntos obedecida con tanto ardimiento y con­ cordia de las almas que brilló claramente cuanto entusiasmo de piedad y Religión existe en el pue­ blo cristiano, y cuanta y universal esperanza pone en el Patrocinio de la Virgen M aría. E sta manifiesta piedad y fervor en la fe no han sido pequeño consuelo en medio de la muche­ dumbre de pesares y males que nos oprime, y ha fortalecido nuestro ánimo para soportarlos m ayo­ res, si á D ios place enviarlos. Pues mientras el espíritu de oración se derrame en la caaa de D a ­ vid y entre los habitantes de Israel, abrigamos esperanza cierta de que Dios será propicio y mi­ sericordioso con las vicisitudes de su Iglesia., y oirá las preces de los que ruegan por medio de aquella, ¿ la que E l mismo quiso hacer dispensa­ dora de sus gracias. P o r lo que existiendo las causas que nos im­ pulsaron, según dejamos dicho, á excitar la p ie­ dad pública el año anterior, encaminamos nues­ tra solicitud también en este año á exhortar á los pueblos cristianos, á que en la misma forma de oración que se llama Rosario M ariano, permanez­ can perseverantes invocando el valioso patroci­ nio de la Gran Madre de Dios. Como sea tanta la obstinación en los propósitos de los enemigos del nombre cristiano, conviene que no sea menor en

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sus defensores la constancia de voluntad,, para que supuesto el celestia .1 auxilio y por Ja bondad de Dios, sea fructuosa nuestra perseverancia. Conviene recordar el ejem plo de Judit, tipo de la Virgen pura, por cuyo medio, reprimida la im paciencia de los hebreos, quiso D ios que en el tiempo designado á su arbitrio, fuese libertada la oprimida ciudad. Y también el ejemplo de los Apóstoles, que esperaron perseverando unánimes en oración con la Madre de Jesucristo los gran­ des dones del espíritu Paráclito, que les había sido prometido. Pues se trata ahora, en los momentos presen­ tes de una cosa ardua y grande, de humillar en sus tiendas á un enemigo antiguo y formidable en la fuerza exaltada de Su poder; de vindicar la liber­ tad de la Iglesia y de su Cabeza; de conservar y defender los principios en que descansa la segu­ ridad y salvación de la sociedad humana. D ebe procurarse, pues, que en estos luctuosos tiempos para la IgleBÍa, se conserve la piadosa y devota costumbre de rezar el Rosario de la V ir ­ gen M aría, principalmente porque esta oración está compuesta de modo que nuestra mente reco­ rra todos los misterios de nuestra salvación, y es muy provechosa para fomentar el espíritu de piedad. Y por lo que atañeá Italia, necesario es aho­ ra con m ayor motivo im plorar con las preces del Rosario el poderoso patrocinio de la Virgen, por lo mismo que pesa sobre nosotros una nueva ca ­ lamidad. E l cólera asiático, franqueados los tér­

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E N C ICL ICA S.

minos ordinarios de su naturaleza por permisión divina, se extendió por importantes puertos de Francia, invadiendo luego regiones de Italia. Preciso es acudir á María, á aquella quejustamente llama la Iglesia salud, auxilio y protección, á fin de que propicia á las plegarias que le son agradables, se digne otorgarnos el implorado so ­ corro, y nos libre del impuro contagio. P or lo que aproximándose el mes de Octubre, en el cual se celebra en el orbe católico la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, establecemos y preceptuamos lo mismo que el año antecedente. Decretamos y mandamos que desde el i." de O c­ tubre hasta el i de Noviembre, en todos los tem píos y capillas dedicadas á la Madre de Dios, 6 en las que elija el Ordinario, se recen diariamente al menos cinco dieces del Rosario y las letanías: si es por la mañana se rezarán durante el oficio; si es después de medio día, se expondrá el Santísi­ mo á la adoración de los fieles y se verificará la aspersión según las rubricas. Deseamos que las Cofradías del Santísim o Rosario, en todas partes donde las leyes lo consientan, salgan en proce­ sión solemne por las calles haciendo pública prefesión de fe. P ara que la piedad cristiana obtenga las c e ­ lestiales gracias del Tesoro de la Iglesia, renova­ mos las mismas indulgencias concedidas el año pasado. P or lo cual á todos los que asistieren en los días referidos al rezo público del Rosario y rogaren por nuestra intención, y aquellos que im ­ pedidos por causa legitim a hicieran esto en p a r ­

EN C IC L IC A S.

jo g

ticular, concedemos, por cada vez una indulgen­ cia de siete anos y siete cuarentenas. A los que en el tiempo mencionado practica­ sen estos ejercicios diez veces al menos, sea p ú ­ blicamente en las Iglesias, sea si hay justos mo­ tivos, en el recinto de su casa, y expiabas sus culpas en la confesión, recibieren la Sagrada comunión, otorgamos del tesoro de la Iglesia in ­ dulgencia píen aria. Y esta misma indulgencia plenaria concedemos & los que en el mismo día de la fiesta de la virgen del Rosario ó en alguno de los ocho siguientes se lavasen de sus culpas y acudieren al celestial convite, y de igual modo orasen por nuestra intención en alguna C asa de Dios, y rogasen á su Madre Santísim a. Finalmente, queriendo atender también ¿ to­ dos los que se dedican principalmente en este mes de Octubre á las labores agrícolas, concede­ mos que á Éstos puedan ser diferidas las pres­ cripciones y las indulgencias á los meses siguien­ tes de Noviem bre y Diciem bre, según el pruden­ te arbitrio de los Ordinarios. N o dudamos, Venerables Herm anos, que han de responder á nuestros cuidados frutos lozanos y abundantes, principalm ente si lo que Nos plantamos y riega vuestra solicitud, recibe del mismo Dios gracias abundantes para su desarro­ llo. P or cierto tenemos que el pueblo cristiano oyendo, Nuestra Apostólica Autoridad, dará en el presente como en el pasado año, amplio testi­ monio de su fe y piedad. Sea propicia la Celestial Patrona invocada

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JiN CfCLLCAS»

por las preces del Rosario, y Dios, oyendo sus ruegos, haga que quitada toda diferencia de o p i­ nión y restaurada la cristiana doctrina en todas las partes del orbe terrestre, obtengamos de Dios la suspirada tranquilidad de la Iglesia. E speran­ do este beneficio, concedemos 6 vosotros, á vues­ tro Clero y á los pueblos confiados á vuestra guarda la bendición apostólica. Dado en Rom a de San Pedro, día 30 de Agosto de 1884, año séptimo de nuestro pontifi­ cado.— L eón P aía X III.

ENCICLICA DÉCIMASEXTA

Donde se trata de la constitución cristiana de los Estados.

k

T O D O S SU S V E N E R A B L E S H E R M A N O S L O S

P A T R I A R C A S , P R IM A D O S, A R Z O B IS P O S Y O B I S ­ POS D E L O R B E C A T Ó L IC O EN M U NIÓ N

COX

LEÓN

LA

SEDE

G R A C IA Y C O ­ APO STÓLICA.

PAPA XIII.

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica.

, ura inmortal de Dios misericordioso es su Iglesia; la cual, aunque de por sí y por su propia naturaleza atiende á la salvación de las alm as y á que alcancen la felicidad en los cielos, todavía, aun dentro del dominio de las co ­ sas caducas y terrenales, procura tantos y tan señalados bienes, que ni más en número ni mejo­

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ENC ÍCL ICA S.

res en calidad resultarían, si el primer y princi­ pal objeto de su institución fuese asegurar la prosperidad de esta presente vida. A la verdad, donde quiera que puso la Iglesia el pie, hizo al punto cam biar el estado de las co* sas; informó las costumbres con virtudes antes desconocidas, é implantó en la sociedad civil una nueva cultura, que á ios pueblos que la recibie­ ron aventajó y ensalzó sobre los demás por la mansedumbre, la equidad y la gloria de las env presas. N o obstante, añeja es y muy antigua la acri­ minación, por donde se echa en cara á la Iglesia el que dicen su desacuerdo con la razón de E sta ­ do, y no valer nada para el bienestar y esplendor que toda sociedad bien ordenada lícita y natural­ mente apetece. Sabem os que y a desde el principio de la Igle­ sia fueron perseguidos los cristianos con seme­ jantes y peores calumnias; tanto que, blanco del odio y de la malevolencia, pasaban por enemigos del Imperio; y sabemos también que en aquella época el vulgo, mal aconsejado, se complacía en echar en cabeza del nombre cristianóla culpa de todas las calamidades que afligían á la nación, no echando de ver que quien las infligía era Dios, vengador de los crímenes, que castigaba justa­ mente á los pecadores. L a atrocidad de esta c a ­ lumnia armó, no sin m otivo, el ingenio y aguzó la pluma de San Agustín, el cual, en varías de sus obras, y mayormente en la Ciudad de D io s, d e­ mostró con tanta claridad la virtud y potencia de

EN CICLICAS.

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la sabiduría cristiana por lo tocante á sus relacio­ nes con la república, que no tanto parece haber hecho cabal apología de la cristiandad de su tiem ­ po, como logrado perpetuo triunfo de tan falsas acusaciones. N o descansó, sin embargo, el funesto apetito da tales quejas y falsas acriminaciones; antes plu­ go á muchos buscar la norma constitutiva de la sociedad civil fuera de las doctrinas que aprueba la Iglesia católica. Y aun últimamente eso que llaman derecho nuevo, que dicen ser como perfec­ ción de un siglo adulto, engendrado por el pro­ greso de la libertad, h a comenzado á prevalecer y dominar por todas partes. Pero á pesar de tan ­ tos ensayos, consta no haberse encontrado más excelente modo de constituir y gobernar la socie­ dad, que el que espontáneamente brota y e s como flor de la doctrina del Evangelio. Juzgamos, pues, de suma importancia, y cu m ­ ple á nuestro cargo apostólico el aquilatar con la piedra de toque de la doctrina cristiana las m o­ dernas opiniones acerca del Estado civil. O bran­ do así, confiamos que al resplandor de la verdad pierdan pie y no subsistan los motivos de error ó de duda. Todos aprenderán con facilidad cuántos y cuáles sean aquellos capitales preceptos, norma práctica de la vida, que deben seguir y obedecer. N o es difícil averiguar qué fisonomía y estruc­ tura revestirá la sociedad civil ó política cuando la filosofía cristiana gobierna el Estado. E l hombre está naturalmente ordenado á vivir en comunidad política, porque no pudiendo en la

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soledad procurarse todo aquello que U necesidad y el decoro dé la vida corporal ex igí, como tam ­ poco lo conducente á la perfección de su ingenio y de su alma, ha sido providencia de Dios que haya nacido dispuesto al trato y sociedad con sus semejantes, ya doméstica, ya civil; la cual es la única que puede proporcionar lo que basta á la perfección de U vidn. Mas como quiera que nin­ guna sociedad puede subsistir ni permanecer si no hay quien presida á todos y mueva á cada uno con un mismo impulso eficaz y encaminado al bien común, síguese de ahí ser necesaria á toda sociedad de hombres una autoridad que la rija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y emana de la naturaleza, y por tanto del mismo D ios, que es su autor. D e donde también se consigue que el poder público por sí propio, ó esencialmente considera* do, no proviene sino de Dios, porque sólo Dios es el propio verdadero y supremo Señor de la s cosas, al cual todas necesariamente están sujetas y deben obedecer y servir, hasta tal punto que, todos los que tienen derecho de mandar, de nin­ gún otro lo reciben si no es de D ios, Príncipe S u ­ mo y Soberano de todos. N o hay potestad que no parta de D ios

£1 derecho de soberanía, por otra parte, en razón de sí propio, no está necesariamente vin cu ­ lado á tal ó cual forina de gobierno; puédese es­ coger y tomar legítimamente una ú otra forma 1

San Pablo, Ej>ífl«la ti los Romanos, XIII, i.

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política con tal de que no le falte capacidad de obrar eficazmente el provecho común de todos. Mas cualquiera que sea esa forma, los jefes ó prín­ cipes del Estado deben poner la mira totalm ente en Dios, supremo gobernador del Universo; y proponérsele como ejemplar y ley en el adminis­ trar la república. Porque así como en el mundo visible D ios ha creado causas segundas que dan á su manera claro conocimiento de la naturaleza y acción divinas, y concurren á realizar el fin p a ­ ra el cual es movida y se actúa esta gran m áqui­ na del orbe, así también ha querido Dios que en la sociedad civil hubiese una autoridad principal, cuyos gerentes reflejasen, en cierta manera, la imagen de la potestad y providencia divinas so­ bre el linaje humano. Así que justo lia de ser el mandato é imperio que ejercen los gobernantes, y no despótico, sino en cierta manera paternal, porque el poder justísim o que Dios tiene sobre los hombres está también unido con su bondad de Padre. L a autoridad asimismo ha de ejercitar­ se en provecho de los ciudadanos, porque la ra­ zón de regir y mandar es precisamente la tutela del procomún y la utilidad del bien público. Y si esto es así, si la autoridad está constituida para velar y obrar en favor de la totalidad, claramente se echa de ver que nunca, bajo ningún pretexto, se ha de concretar exclusivam ente al servicio y comodidad de unos pocos ó de uno sólo. Si los jefes del Estado se rebajan n usar inicuamente de su pujanza, si oprimen á los súbditos, si pecan por orgullosos, si mal vierten haberes y hacienda

J lS

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y no miran por los intereses del pueblo, tengan bien entendido que han de dar estrecha cuen­ ta á Dios; y esta cuenta será tanto más rigurosa, cuanto más sagrado y augusto hubiese sido el cargo, ó más alta la dignidad que hayan poseído. L o s poderosos serán dos

poderosamente atormenta­

Con esto se logrará que la majestad del poder esté acompañada de la reverencia honrosa que de buen grado le prestarán, como es deber suyo, los ciudadanos. Y en efecto, una vez convencidos de que los gobernantes tienen 9u autoridad de Dios, reconocerán estar obligados en deber de justicia á obedecer á los príncipes, á honrarlos y obsequiarlos, á guardarles fe y lealtad á la m ane­ ra que un hijo piadoso se goza en honrar y obe­ decer á sus padres. Toda alma esté sometida á las. potestades superiores l . No es menos ilícito el despreciar la potestad legítima, quien quiera que sea el poseedor de ella, que es resistir á la divina voluntad, puesto que los rebeldes á la voluntad de Dios caen voluntaria­ mente y se despeñan en el abism o de la perdi­ ción. E lq tte resiste á la potestad, resiste á la orde­ nación de D ios; y tos que le resisten, ellos mismos atraen & sí la condenación ®. P or tanto, quebran­

tar la obediencia y acudir á la sedición, suble­ vando la fuerza arm ada de las muchedumbres, es crimen de lesa m ajestad, no solamente huma­ na, sino divina. < Sabiduría, V I, 7. s Ibid., XIII, 2.

1

Epístola & les Remauot, XIII, i,

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3 Ig

Así fundada y constituida la sociedad políti­ ca, m anifiesto es que ha de cumplir por medio del culto público las m uchas y relevantes obliga­ ciones que la unen con Dios. L a razón 3- la n atu ­ raleza, que ma.nda á cada uno d élos hombres dar cuito á Dios piadosa y santamente, porque esta­ mos bajo su poder, y de E l hemos salido y á Ejhemos de volver, estrecha con la misma ley á la comunidad civil. L o s hombres no están menos sujetos al poder de_ Dios unidos en sociedad que cada uno de por sí; ni está la sociedad menos obligada que los particulares á dar gracias al S u ­ premo H acedor que la formó y compaginó, que próvido la conserva y benéfico le prodiga innu­ merable copia de dádivas y afluencia de haberes inestimables. P or esta razón, así como no es líci­ to descuidar los propios deberes para con Dios, y el primero de éstos es profesar de palabra y de obra, no la religión q u eá cada uno acomoda, sino la que Dios manda, y consta por argumentos ciertos é irrecusables ser la única verdadera, de la misma suerte no pueden las sociedades políti­ cas obraren conciencia, como si Dios no existiese; ni volver la espalda á la religión, como si les fue­ se extraña; ni mirarla con esquivez ni desdén co­ mo inútil y embarazosa; ni, en fin, otorgar indife­ rentemente carta de vecindad i los varios cuítos; antes bien, y por lo contrario, tiene el E stado po­ lítico obligación de admitir enteramente, y abier­ tamente profesar, aquella ley y prácticas del c u l­ to divino que el mismo Dios ha demostrado que quiere.

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Honren, pues, como ú sagrado los principes el santo nombre de Dios, y entre sus primeros y más gratos deberes cuenten el de favorecer con benevolencia y el de amparar con eficacia á la Religión, poniéndola bajo el resguardo y vigilante autoridad de la ley; ni den paso ni abran la puer­ ta á institución ni á decreto alguno que ceda en &u detrimento. E ste deber de los Gobiernos nace, asimismo, del derecho de los ciudadanos, cuyo bien administran; porque, ¿ la verdad y sin e x ­ cepción, los hombres todos cuantos hemos venido á la luz de este mundo, nos reconocemos natu­ ralmente inclinados y razonablemente movidos á la consecución de un bien Anal y soberano que, por encima de la fragilidad y brevedad de esta vida, está colocado en los cielos, adonde han de aspirar todos nuestros propósitos y designios. Sí, pues, de este E t i m o bien depende el colmo de la dicha ó la perfecta felicidad de los hombres, no habrá quien 110 vea que su consecución tanto importa á cada uno de los ciudadanos, que mayor interés no hay ni es posible. Así que, estando, como está, naturalmente instituida la sociedad civil para la prosperidad de la cosa pública, pre­ ciso es que no excluya esto bien principal y m á­ xim o; de donde nacerá que, bien lejos de crear obstáculos, provea oportunamente, cuanto esté de su parte, toda comodidad á los ciudadanos para que logren y alcancen aquel bien sumo é in ­ conmutable que naturalmente desean. Y ¿quém e­ dio hay cómodo y oportuno de que echar mano con ese intento, que sea tan eficaz y excelente

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•como el de procurar la observancia santa é invio­ lable de la verdadera Religión, cuyo oñcio con­ siste en unir al hombre con Dios? C u li es la verdadera Religión, lo ve sin difi­ cultad un juicio im parcial y prudente, toda vez que tantas y tan preclaras demostraciones como son la verdad y cumplimiento de las profecías, la frecuencia de los milagros, la rápida propagación d e la fe aun n través de potestades enem igasy de barreras humanamente insuperables, el testimo­ nio sublime de los mártires, $ mil otras hacen patente que la única Religión verdadera es aque­ lla que Jesucristo en persona instituyó, confián­ dola á su Iglesia para que la mantuviese y dila­ tase en todo el universo. Porque el unigénito H ijo de Dios constituyó sobre la tierra la sociedad que se dice la Iglesia, trasmitiéndole aquella propia excelsa misión d i­ vina que E l en persona había recibido de su P a ­ dre, y encargándole que la continuase en todos tiempos. Como el Padre me envió, así tam biényo os envío M irad que estoy con vosotros todos los días hasta que se acabe el mundo *. Y así como

Jesucristo vino á la tierra para que los hombres tengan vida y la tengan en más abundancia *; no de otra suerte el fin que se propone la Iglesia es la eterna salvación d e las almas; por lo cual en razón de su íntimo ser, se ctxtiende y dilata, co­ bijando en su regazo á todos los hombres, sin que 1 -

Evangelio de San Juan, XX, 21.

San M ateo X X V III, 20.

*

San Juan, X, 10.

21

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haya límites, ni de lugar ni de tiempo, que la cir­ cunscriban. Predicad el Evangelio á toda cria tura 4. A esta multitud tan grande de hombres, asig­ nó el mismo Dios Prelados con potestad de go­ bernarla, y quiso que uno sólo fuese el Jefe de todos, y fuese juntam ente para todos el máximo é infalible M aestro de la verdad, á quien entregó las Llaves del reino de los cielos. Te daré las lla ­ ves del reino de los cielos Apacienta mis corde­ ros...; apacienta mis ovejas 5. Y o he rogada por tí, para que tío fa lte ni desfallezca tu f e *.

B sta sociedad, pues, aunque consta de hom­ bres no de otro modo que la comunidad civil, con todo, atendido el ñn á que m ira y los medios de que usa y se vale para lograrlo, es sobrenatural y espiritual, y por consiguiente, distinta y diversa de la política; y lo que es más de atender, com ­ pleta en su género y perfecta jurídicamente, como que posee en sí misma y por sí propia, merced á la voluntad y gracia de su fundador, todos los elementos y facultades necesarias á su integridad y acción. Y como el fin á que atiende la Iglesia es nobilísimo sobre todo encarecim iento, así, de igual modo, su potestad se eleva muy por encima de cualquier otra, ni puedo en m añera alguna es­ tar subordinada, ni sujeta al poder civil. Y en efecto, Jesucristo otorgó á sus Apóstoles plena autoridad y mando libérrimo sobre las cosas s a ­ 1 -•

S u Marcos, X V I, 15. San Joan, X X I, 16 y 17.

J 1

San Mateo, X V I, 19. San L u cas, X X II, 3*.

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gradas, con facultad verdadera de legislar, y con el doble poder emergente de esta facultad, con ­ viene & saber; el de ju zgar y et de castigar. S e me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, ptus, y ensenad á todas las gentes... ensenándolas á observar todas las cosas que os he mandado '. Y en otra parte: S i no los oytrt, dilo á la Iglesia *. Y todavía: Teniendo á la mano el poder para casti­ gar toda desobediencia3. Y aún más: Emplee yo con severidad la autoridad que D io s me dió para edificación, y no para destrucción *. N o es, por lo

tanto, la sociedad civil, sino la Iglesia, quiei\ha de guiar los hombres á la patria celestial; á la Iglesia ha hecho Dios el encargo de que entienda en las cosas tocantes á la Religión y de provisión sobre ellaSi que ensene á todas las gentes y am ­ plifique cuanto cupiere en su poder el imperio del nombre de Cristo; en una palabra, que á su pro­ pio juicio, con libertad y expedición gobierne la cristiandad. P ues esta absoluta y perfectísima autoridad, que filósofos lisonjeros del poder secular im pug­ nan ha largo tiem po, la Iglesia no ha cesado nunca de reivindicarla para sí, ni de ejercerla pú­ blicamente. P o r ella los Apóstoles batallaron en primer término; y por esta causa, á los príncipes de la Sinagoga, que les prohibían diseminar la doctrina evangélica, respondían constantes: H ay < San M ateo, X X V III, 18, 19, 20. 5

* Ibid., X V III, j 7 .

San Pablo, E patóla segunda & les Corintios X, 6. 1 Ibid., X III, 10.

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E sta misma autoridad cuidaron de afianzar acertada­ mente los Santos Padres con peso y claridad de razones por demás convincentes; y los Romanos Pontífices, con invicta constancia de ánimo, la vindicaron siempre contra sus enemigos. Bien más: eso misino ratificaron y de hecho aprobaron los príncipes y gobernantes de la so ­ ciedad civil, supuesto que han solido tratar con la Iglesia como con potencia legítima y soberana, ora por medio de pactos y transacciones, ora en­ viándole embajadores y recibiéndolos, ora cam ­ biando en mutua correspondencia otros buenos oficios. E n lo cual se ha de reconocer la mano de la Providencia de Dios, quien señaladamente dispu­ so que esta misma potestad de la Iglesia estuvie­ ra dotada del principado civil, que ciertam ente es óptima garantía y tutelar firmamento de su li­ bertad. Por lo dicho se ve cómo Dios ha hecho com ­ partícipes del gobierno de todo el linaje humano á dos potestades: la eclesiástica y la civil; esta íjue cuida directamente de los intereses humanos y terrenales; aquélla, de los celestiales y divinos. Am bas á dos potestades son supremas, cada una en su género; contiénense distintamente dentro de términos definidos conforme á la naturaleza de cada cual y á su causa próxima; de lo que resulta una como doble esfera de acción, donde se cirqut obedecer á D ios más que & los hombres

'

Actos de los Apústol 43t v, 29.

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cunscriben sus peculiares derechos y sendas atri­ buciones. Mas como el sujeto sobre que recaer ambas potestades soberanas es uno mismo, y co ­ mo, por otra parte, suele acontecer que una mis­ ma cosa parezca, si bien bajo diferente aspecto, á una y otra jurisdicción, claro está que Dios, providentísimo, no estableció aquellos dos sobe­ ranos poderes sin constituir juntamente el orden y el proceso que han de guardar en su acción res­ pectiva. L a s potestades que son, están por D ios o r­ denados '. Si así no fuese, con frecuencia nacerían motivos de litigios insolubles y de lamentables reyertas, y no una sola vez se pararía el ánimo indeciso sin saber qué partido tomar, á la m ane­ ra del caminante ante una encrucijada, al verse solicitado por contrarios mandatos de dos auto­ ridades, á ninguna de las cuales puede, sin peca­ do, dejar de obedecer. Todo lo cual repugna en sumo grado pensarlo de la próvida sabiduría y bondad de D ios, que el mundo físico, con ser éste de un orden tan inferior, atemperó, sin embargo, las fuerzas naturales y ajustó las causas orgáni­ cas á sus mutuos efectos con tan arreglada m o­ deración y maravillosa armonía, que ni las Tinas impidan ¿ l a s otras, ni dejen todas de concurrir á la hermosura cabal y perfección excelente del nniverso. Es, pues, necesario que haya entre las dos potestades cierta trabazón ordenada; trabazón íntima, que no sin razón se compara á la del al1

San Pablo, Epístola & los Romanos, X III, 1.

J2J

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raa con el cuerpo en el hombre. P ara juzgar cuán­ ta y cuál sea aquella unión, forzoso se hace aten­ der á la naturaleza de cada una. de las dos sobe­ ranías, relacionadas así como es dicho, y tener cuenta de la excelencia y nobleza de los objetos para que existen, pues que la una tiene por fin próximo y principal el cuidar de los intereses c a ­ ducos y deleznables de los hombres, y la otra el de procurarles los bienes celestiales y eternos. Así que todo cuanto en las cosas y personas, de cualquier modo que sea, tenga razón de sagra­ do, todo lo que pertenece á la salvación de las almas y al culto de Dios, bien sea tal por su pro­ pia naturaleza 6 bien se entienda ser así en vir­ tud de la causa á que se refiere, todo ello cae bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia; pero las de­ más cosas que el régimen civil y político, como tal, abraza y comprende, justo es que le estén su­ jetas, puesto que Jesucristo mandó expresamente que se dé al César lo que es del César y ¿ Dios lo que es de Dios. N o obstante, á veces acontece que por necesidad de los tiempos pueda convenir otro género de concordia que asegure la paz y li­ bertad de entrambas, por ejemplo, cuando los Gobiernos y el Pontífice Romano se avengan so­ bre alguna cosa particular. E n estos casos, hartas pruebas tiene dadas la Iglesia de su bondad m a­ ternal, llevada tan lejos como le ha sido posible la indulgencia y la facilidad de acomodamiento. E sta que dejamos trazada sumariamente es la forma cristiana de la sociedad civil; no fingida .temerariamente y por capricho, sino sacada de

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grandes y muy verdaderos principios que, ¿ ju i­ cio de la misma razón natural, merecen asenti­ miento. L a constitución social que acabam os de plan­ tear no menoscaba la verdadera grandeza de los principes, ni en cosa alguna atenta á la honra que de justicia compete á la autoridad civil: guarda incólumes los derechos debidos á la majestad, y los hace más augustos y venerandos. Que si bien se mira y se va al fondo de las cosas, por preci­ sión se verá resultar un grado máximo de perfec­ ción que no tienen los demás sistemas políticos; perfección cuyos frutos serían óptimos en verdad, y de lo más precioso y vario, si cada uno de los dos poderes se contuviese en su esfera y se a p li­ casen sincera y totalmente á desempeñar en aque­ llo que les corresponde su cargo y su oficio. Con efecto, en una sociedad constituida según digimos, lo divino y lo humano se distinguen, clasifican y ordenan convenientemente; los dere­ chos de los ciudadanos respétanse como inviola­ bles, ni se vulneran fácilmente, estando como es­ tán, á cubierto bajo la égida de las leyes divinas, naturales y humanas; los deberes de cada cual son exactamente definidos, y queda sancionado con oportuna eficacia su cumplimiento. Cada in­ dividuo, durante el curso incierto y trabajoso de esta'm ortal peregrinación hacia la patria eterna, sabe que tiene á la mano jefes y guías seguros para emprenderla, y ayudadores para acabarla.; y sabe que igualmente se le han proporcionado otros que le procuren ó conserven su seguridad,

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su hacienda y los demás provechos de la vida social. L a sociedad doméstica logra toda la necesa­ ria firmeza por la santidad del matrimonio, uno é indisoluble. L os derechos y los deberes entre los cónyuges están regulados con sabia justicia y equidad; el hofiOL' y respeto debidos & la mujer se guardan decorosamente; la autoridad del ma­ rido se ajusta como á dechado con la de Dios; la patria potestad se aviene con la dignidad de la esposa y de los hijos, y al amparo, al manteni­ miento y á la educación de la prole egregiamente se acude. E n la esfera política y civil las leyes se ende­ rezan al bien común, dejándose dictar, no por el voto apasionado de las muchedumbres, fáciles de seducir y arrastrar, sino por la verdad y la justi­ cia; la majestad de los príncipes reviste un carác­ ter sagrado y sobrehumano, y está resguardada para que ni decline de la justicia, ni se propase á mandar lo pernicioso é ilícito; la obediencia de los ciudadanos tiene por compañeras la honra y la dignidad, porque no es esclavitud ó servidum­ bre de hombre á hombre, sino su misión á la vo ­ luntad de Dios, que reina por medio de los hom­ bres. U na vez que esto ha entrado en la persua­ sión, la conciencia entiende al momento ser d e­ ber de justicia el acatar la majestad de los prín­ cipes, obedecer constante y lealmente á la públi­ ca autoridad, no obrar nada con espíritu de se­ dición y observar religiosamente las leyes del E s ­ tado.

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Se imponen tam bién, como obligatorias, la mutua caridad, la benignidad, la liberalidad; co . rao que el ciudadano y el cristiano son uno mismo, no se dividen el uno del otro con preceptos que pugnan entre sí; y, en suma, los grandes bienes de que espontáneamente colma la Religión cris­ tiana Ja misma vida mortal de los hombres, todo9 se asegurar para la comunidad y sociedad civil; de donde aparece certísimo aquel dicho: <E1 esta­ do de la república pende de la Religión con quo se da culto á Dios; y entre una y otra hay estre­ cho parentesco '.» En muchos pasos de sus obras, San Agustín, tratando de la eficacia de aquellos bienes, discu-rre á maravilla, como acostumbra, y señaladamente cuando hablando con la Iglesia Católica, le dice: «Tú instruyes y enseñas dulcemente á los niños, bizarram ente á los jóvenes, con paz y cal» ina á los ancianos, según lo sufre la edad, no tan solamente del cuerpo, sino también del espíritu. Tú sometes al marido la mujer con casta y fiel obediencia, no como cebo de la pasión, sino para propagar la prole, y para la unión de la familia. Tú antepones á la mujer el marido, no para que afrente al sexo más débil, sino para que le rinda homenaje de amor leal. Tú los hijos á Jos padres haces servir, pero libremente; y los padres sobra los hijos dominar, pero amorosa y tiernamente. L os ciudadanos á los ciudadanos, las gentes á latí 1

S der. Smp. ad CyriUum A U x a n ir . rí F.piteapas «m«-

trop.— Cfr. Lnbbntm C o llé d . Conc. T . III.

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gentes, todos los hombres unos á 'otros, sin d is­ tinción ni excepción, aproxim as, recordándoles que, más que social, es fraterno el vínculo que los une; porque de un sólo primer hombxe y de una sola primera mujer se formó y desciende la uni­ versalidad del linaje humano. T ú enseñas á los re­ yes á mirar por el bien de ios pueblos, y á los pue­ blos 1 prestar acatamiento á los reyes. Tú mues­ tras cuidadosamente á quién es debida la alabanza y la honra, á quién el afecto, á quién la reverencia, á quién el temor, á quién el consuelo, á quién el aviso, á quién la exhortación, á quién la blanda palabra de la corrección, ¿ quien la dura de la increpación, i quién el suplicio; y manifiestas también en qué manera, como quiera sea verdad que no todo se debe á todos, hay que deber, no o b sta n te , á todos caridad y á nadie agra­ vio V» E n otro lugar, el Santo, reprendiendo el error de ciertos filósofos que presumían de sabios y entendidos en la política, añade: «Los que dicen ser la doctrina de Cristo nociva á la república, que nos den un ejército de soldados tales como la doc­ trina de Cristo manda; que nos den asimismo re­ gidores, gobernadores, cónyuges, padres, hijos, amos, siervos, reyes, jueces, tributarios, en fin, y cobradores del fisco, tales como la enseñanza de Cristo los quiere y forma; y una vez que los h a­ yan dado, atrévanse ¿ mentir que semejante d oc­ trina se opone al interés común, que no dirán; 1

D í viorihits F.ccUsiae CalU olitat, cap . X X X , núm .

.

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33 [

antes bien, habrán de reconocer que su observan­ cia es la gran salvación de la república Hubo un tiempo en que la filosofía del E v a n ­ gelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud, había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente sobre el grado de ho­ nor y de altura que le corresponde; florecía en todas partes secundada por el agrado y adhesión d e los príncipes y por la tutelar y legítima defe­ rencia de los magistrados, y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades é intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes muy superiores á toda espe­ ranza. Todavía subsiste la memoria de ellos, y quedará consignada en un sinnúmero de m onu­ mentos históricos, ilustres é indelebles, que nin­ guna corruptora habilidad de los adversarios no podrá nunca desvirtuar ni oscurecer. Si la E uropa cristiana domó las naciones bár­ baras y las hizo pasar de la fiereza á la mansedum­ bre, de la superstición á la verdad; si rechazó v ic ­ toriosa las irrupciones de los mahometanos; si conserva el cetro de la civilización, y ha solido ser maestra y guía al resto del mundo para descubrir

1 Epistcln CXXXV1ÍI núm. 15.

(al. j )

ai MarctHiiwm. cap.

II.

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EN C ÍC L IC A S.

y ensenarle todo cuanto podía redundar en pro de la humana cultura; si ha procurado á los p u e­ blos el bien de la verdadera libertad en sus dife­ rentes formas; sí con muy sabía providencia ha creado tan numerosas y heroicas instituciones para aliviar á los hombres en sus desgracias, no hay que dudarlo, todo ello lo debe agradecer gran­ demente á la religión que le dió para escogitar 6 iniciar tamañas empresas, inspiración y aliento, así como auxilio eficaz y constante para llevarlas á cabo. Habrían permanecido ciertam ente, aun aho­ ra, estos mismos bienes si la concordia entre am ­ bas potestades perseverase también; y mayores se habrían debido esperar si la autoridad, el m a­ gisterio y los consejos de la Iglesia los acogiese el poder civil con mayor fidelidad, generosa aten­ ción y obsequio constante. L a s palabras siguien­ tes, que escribió Ivón de Chartres al Romano Pontífice Pascual II, merecen escucharse como la fórmula de una ley perpetua: «Cuando el im pe­ rio y el sacerdocio viven en buena armonía, el mundo está bien gobernado y la Iglesia florece y fructifica; cuando están en discordia, no sólo no crece lo pequeño, sino que las mismas cosas gran­ des decaen miserablemente y perecen % Pero tas dañosas y deplorables novedades pro­ movidas en el siglo X V I, habiendo primeramente trastornado las cosas de la Religión cristiana; por natural consecuencia vinieron ¿ trastornarlafilo1

E fh i c l a CCA’ .Y.V VIII.

• K . S t i c L ie A S.

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solía, y por esta, todo el orden de la sociedad c i­ vil, D e aquí, como de fuente, se derivaron aque­ llos modernos principios de libertad desenfrena­ da, inventados en la gran revolución del pasado siglo y propuestos como base y fundamento de un derecho nuevo, nunca jam ás conocido, y que disiente en m uchas de sus partes, no solamente del derecho cristiano, sino también del natural. Supremo entre estos principios es el de que todos los hombres, así como son semejantes en especie y naturaleza, así lo son también en los actos de la vida; que cada cual es de tal manera dueño de sí, que por ningún concepto debe estar sometido á la autoridad de otro; que puede pensar libre­ mente lo que quiera, y obrar lo que se le antoje acerca de cualquier cosa; en fin, que nadie tiene derecho de mandar sobre los demás. En una s o ­ ciedad in formada de tales principios, no hay más órigen de autoridad sino la voluntad del pueblo, el cual, como único dueño que es de sí mismo, es también el único á quien debe obedecer. Y si elige personas á Jas cuales se someta, lo hace de suerte que traspasa á ellas, no y a el derecho, sino el en ­ cargo de mandar, y éste para ser ejercido en su nombre. P ara nada se tiene en cuenta el dominio de Dios, ni más ni menos que sí, 6 no existiese, 6 no cuidase de la sociedad deL linaje humano, ó los hombres ya por sí, y a en sociedad, no debiesen nada á Dios, ó fuese posible im aginar un princi­ pado que no tuviese en Dios mismo el principio, la fuerza y la autoridad para gobernar. De este modo, como se ve claram ente, el Estado no es

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ENCÍCLICAS.

más que una muchedumbre maestra y goberna­ dora de sí misma, y como se dice que' el pueblo contiene en sí la fuente de todos Jos derechos y de toda autoridad, es consiguiente que el E stado no se creerá obligado á Dins por ninguna clase de deber; que no profesará públicamente ninguna religión, ni deberá busqar cuál es, entre tantas, la única verdadera, ni favorecerá á una principal­ mente; sino que concederá á todas ellas igualdad de derechos, con taJ que el régimen del Estado no reciba de ellos ninguna clase de perjuicios, de lo cual se sigue también el dejar al arbitrio d élo s particulares todo lo que se refiere á religión, p er­ mitiendo á cada cual que siga la que prefiera, ó ninguna, si no aprobase ninguna. D e ahí la l i ­ bertad de conciencia, la libertad de culto, la li bertad de pensar y la libertad de imprenta. Fácilm ente se ve á qué deplorable situación quedará reducida la Iglesia, si se establecen p a ra la sociedad civil estos fundamentos que hoy día tanto se ensalzan. Porque donde quiera que á ta ­ les doctrinas se ajusta Ja marcha de las cosas, se da á la Iglesia, en el orden civil, el mismo lugar ó quizá inferior que á otras sociedades distintas de ella; para nada se tienen en cuenta las leyes eclesiásticas, y la Iglesia, que por orden y encar­ go de Jesucristo ha de enseñar á todas las gentes se verá forzada á no tomar parte alguna en la-edu­ cación pública de los ciudadanos. Aun en las c o ­ sas que son de competencia de las dos potestades, las autoridades civiles mandan por sí y á su an ­ tojo, despreciando con soberbia las leyes saatísi-

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mas de la Iglesia. De aquí, el traer á su jurisd ic­ ción ios matrimonios cristianos, legislando aun acerca del vínculo conyugal, de su unidad y es­ tabilidad; privar de sus posesiones á los Clérigos, diciendo queia Iglesia no tiene derecho á poseer: obran, en fin, de tal modo, respecto de ella, que negándole los derechos y la naturaleza de una so ­ ciedad perfecta, la ponen en el mismo nivel de las otras sociedades incluidas en el Estado, y p or consiguiente dicen, si tiene algún derecho, alguna facultad legítima para obrar, lo debe al favor y á las concesiones de los gobernantes. Y en el caso que la Iglesia, de conformidad con las leyes civiles, ejerza su derecho en un Estado y haya entre este y aquella algún Concordato solemne, empiezan po r decir que es necesario que los intereses de la Iglesia se separen de los del Estado, y esto con el intento de poder ellos obrar impunemente Contra el pacto convenido, y quita­ dos todos los obstáculos, ser árbitros absolutos de todo. D e donde resulta que, no pudiendo la Igle­ sia tolerar esto, como que no está en su mano de, jar de cumplir sus deberes santísimos y supre­ mos, y exigiendo por otra parte, que el convenio se cumpla entera y religiosamente, nacen m u­ chas veces conflictos entre la potestad sagrada y la civil, los cuales, generalmente, concluyen en que la más pobre en fuerzas humanas tenga que rendirse á la m ás fuerte. Así en este modo de ser de los Gobiernos, á que tanta afición tienen boy algunos, lo que de ordinario se quiere es quitar de en medio á la Iglesia ó tenerla atada y sujeta

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al Estado. A este fin van enderezados en gran parte los actos de los Gobiernos; las leyes, la ad­ ministración del Estado, la educación de la ju ­ ventud, extraña á la Religión, el despojo y la rui­ na de las Ordenes religiosas, la destrucción del principado civil de los Romanos Pontífices, no tienen más ñn que quebrantar las fuerzas de las instituciones cristianas, ahogarla libertad de la Iglesia Católica, y violar todos sus derechos. Cuánto se alejen de la verdad estas opiniones acerca del Gobierno de los Estados, lo dice la misma razón natural, porque la naturaleza mis­ ma enseña que toda potestad, cualquiera que sea y donde quiera que resida, proviene de su supre­ ma y augustísima fuente, que es Dios; que el G o ­ bierno del pueblo, que dicen residir esencialmen­ te en la. muchedumbre sin respeto ninguno á Dios, aunque sirve á m aravilla para halagar y encen­ der las pasiones, no se apoya en razón alguna que merezca consideración, ni tiene en sí bastan, te fuerza para conservar la seg uridad pública y el orden tranquilo de la sociedad. En verdad, con tales doctrinas han llegado las cosas á punto que se tiene por muchos como legitimo el derecho á la rebelión, pues ya prevalece la opinión de que no siendo los gobernantes sino delegados, que ejecutan la voluntad del pueblo, es necesario que todo se mude al compás de la voluntad de éste, no viéndose nunca libre el Estado del temor de disturbios y asonadas. E n lo que toca á la R e li­ gión, el decir que entre distintas y aun contrarias formas de culto lo mismo da una que otra, es

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venir á confesar que no se quiere aprobar ni prac­ ticar ninguna, lo cual se diñere en el nombre del ateísmo, en realidad es la misma cosa, supuesto qu£ quien cree en la existencia de Dios, si es consecuente y no quiere caer en un absurdo, ha de confesar necesariamente que las formas de culto divino que se practican, y en las cuales hay tan grande diferencia y tanta desemejanza y con­ trariedad, aun en cosas de suma importancia, no pueden ser todas igualmente aceptables, qi igual­ mente buenas 6 agradables á Dios. F or lo mismo la absoluta libertad de sentir 6 imprimir cualquier cosa, sin freno ni moderación alguna, no es por sí mismo un bien de que ju sta ­ mente pueda gozarse la humana sociedad, sino fuente y origen de muchos males. L a libertad, como virtud que perfecciona al hombre, debe ver­ sar sobre lo que es verdadero y bueno, y Ja razón de verdadero y de bueno, no puede cam biarse al capricho del hombre, sino que persevera siempre la misma, con aquella inmutabilidad, que es pro­ pia de la naturaleza de las cosas. Si la inteligen­ cia asiente á opiniones falsas, y si la voluntad tiende y se abraza al mal, ni una ni otra alcanza su perfección, antes decaen de su dignidad natu­ ral y se pervierten y corrompen, de donde se si­ gue que no debe ponerse á la luz y á la contem­ plación de los hombres lo que es contrarío A la virtud y á la verdad, y mucho menos favorecerlo y ampararlo con las leyes. Sólo la vida buena es el camino que conduce al cielo, nuestra patria común, por lo cual, se aparta de la regla y ense­

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ñanza de la naturaleza todo Estado que deja tan franca la libertad de pensar y de obrar que se pueda impunemente extraviar á las inteligencias de la verdad y á las almas de la virtud. Error es grande y de gravísim as consecuencias excluir á la Iglesia, obra de D ios, de la vida social, de las leyes, de la educación de la juventud, y de la familia. Sin Religión es imposible que sean buenas las costumbres en un Estado, y todos sa ­ ben, tal vez más de lo que convendría, cuál es y á dónde va encaminada la que llaman filoso fia civ il acerca de la vida y de las costum bres. L a verdadera maestra de la virtud y la guardadora de las costumbres es la Iglesia de Cristo: ella t*s quien deñende incólumes los principios de donde se d e ­ rivan los deberes, la que, al proponer los más efi­ caces motivos para m ovem os á vivir honestamen­ te, manda no sólo huir lo malo, sino enfrenar las pasiones contrarias á la razón, aunque no lleguen á la o b ra . Querer someter la Iglesia en lo que toca al cumplimiento d esú s deberes, á la potestad civil, es, no solamente grande injuria, sino grande te­ meridad; pues con esto se perturbaría el orden de las cosas, anteponiendo las naturales á las sobre­ naturales, quitando, ó por lo menos dism inuyén­ dose, la muchedumbre de bienes que acarrearía la Iglesia á la sociedad, si pudiese obrar sin obs­ táculos y abriendo la puerta á enemistades y con­ fictos, los cuales, cuánto daño hayan traído á una y á otra sociedad, harto lo tienen demostra­ do los acontecimientos.

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Estas doctrinas que hasta aquí van expuestas, contrarias á la razón y de suma trascendencia para el bienestar d e la sociedad, no dejaron de condenarlas nuestros predecesores los Romanos Pontífices, penetrados como estaban de las o b li­ gaciones que les imponía el cargo Apostólico. Así, Gregorio X V I, en la Encíclica que empieza M ira' r i vos, del X V de Agosto del año M D C C C X X X II, condenó con gravísimas palabras lo que entonces ya se iba divulgando, esto es, el indiferentismo religioso, la libertad de cultos, de conciencia, de imprenta, y el derecho de rebelión. A cerca de la separación entre la Iglesia y el Estado, decía así el dicho Soberano Pontífice: «Ni podríamos augurar cosas mejores para la Religión y para la sociedad, si atendiésemos á los deseos de los que'pretenden con empeño que la Iglesia se separe del Estado, rompiéndose la concordia del Imperio y del Sacerdocio, pues todos saben que esta concordia, que siempre ha sido beneficio­ sísima para los intereses religiosos y civiles, es temida sobremanera por los amadores de la más desvergonzada libertad*. D e semejante manera, P ió IX , según que se le ofreció la ocasión, conde­ nó muchas de las falsas opiniones que habían em­ pezado á prevalecer, reuniéndolas después en udOj á fin de que en tanto diluvio de errores su­ piesen los católicos á qué atenerse sin peligro de equivocarse 1 B asta indicar algunas de ellas. X IX . L a Iglesia no es una verdadera y perfecta sociedad

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D e estas declaraciones Pontificias, lo que debe tenerse presente, sobre todo, es que el origen de la autoridad pública hay que ponerlo en Dios, no en la multitud; que el derecho de rebelión es con­ trario á la razón misma; que no es lícito á los par­ ticulares, como tampoco á lo s Estados, prescindir de sus deberes religiosos ó m irar con igualdad unos y otros cultos, aunque contrarios; que no debe reputarse como uno de los derechos de los ciudadanos, ni cosa merecedora de favor y am pa­ ro, la libertad desenfrenada de pensar y de publi­ car sus pensamientos, D e igual manera debe sa­ berse que 1% Iglesia es una sociedad perfecta en su clase y en todo lo que le corresponde, como lo es también la sociedad civil, y que, por consi­ guiente, los que tienen la autoridad suprema en los Estados, no deben atreverse á forzar á la Igle­ sia á su servicio y obediencia, no dejándole líbercomplefamentc libre, ni goza de derechos propios y cons­ tantes, conferidos por su Divino Fundador; antes bien, c o ­ rresponde á la potestad civil definir «ti álcs sean los derechos de la Iglesia, y los limites dentro de los cuales pueda ejer­ citarlos. X X X IX . El Estado, como origen y rúente de todos los derechos, goza, de cierto derecho del todo ilimitado. L V . La Iglesia se ha de separar del Estado, y el Estado de la Iglesia.. L X X IX . Es,., falso que la libertad de cultos, lo mismo Id am p lii facultad concedida á t<*doa de manifestar abiertamente y en público cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca á corromper más fácilmente las costumbres y los ánimos y í propagar la peste del indiferentismo.

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tad para obrar ó mermándole en lo más mínimo aquellos derechos que Jesucristo le ha conferido. Mas. en los negocios en que intervienen las dos potestades, es muy confocme á la naturaleza de las cosas y á la Providencia de Dios, no la sepa­ ración ni mucho menos el conflicto entre una y otra potestad, sino la concordia, y ésta conforme á las causas próximas é inmediatas que dieron origen á entrambas sociedades. E sto es, pues, lo que la Iglesia Católica ordena respecto á la constitución y régimen de los E sta ­ dos. Según lo cual, juzgando rectamente, cu al­ quiera verá que entre las varias formas de gobier­ no, ninguna hay que sea en sí misma reprensible, como que nada contiene que repugne á la doctri­ na católica, antes bien, puestas en práctica d is­ creta y justamente, pueden todas ellas mantener al Estado en orden perfecto. N i tampoco es de suyo digno de censura que el pueblo sea más 6 menos participante en la gestión de las cosas pú­ blicas, tanto menos, cuanto que en ciertas oca­ siones, y dada una legislación determinada, pue­ de esta intervención, no sólo ser provechosa, sino aun obligatoria á los ciudadanos. Además, no hay tampoco razón para que se acuse á la Iglesia ó de encerrarse en una blandura y facilidad de pro­ ceder excesiva, ó de ser enemiga de la libertad buena y legítima. En verdad, aunque la Iglesia juzga no ser lícito el que las diversas clases ó formas de culto divino gocen del mismo derecho que compete á la Religión verdadera, no por eso condena á los encargados del gobierno de los

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Estados que, ya para conseguir algún bien Im­ portante, ya para evitar algún grave mal, toleren en la práctica la existencia de dichos cultos en el Estado. . Otra cosa también precave con grande empe­ ño la Iglesia, y es que nadie sea obligado contra su voluntad á abrazar la fe como quiera que, se­ gún ensena sabiam ente San Agustín, el hombre no puede creer sino queriendo *. Del mismo modo no es posible que la Iglesia apruebe la libertad que v a encaminada al despre­ cio de las leyes santísimas de D ios, y á negar la obediencia que es debida á la autoridad legítima. E sta es más bien que libertad, licencia, y justa­ mente es llamada por San Agustín libertad de perdición *, y por San Pedro velo de m alicia *, y aun siendo como es contraría á la razón, es ver­ dadera servidumbre, pues el que obra t i pecado, esclavo es del pecado *.

P or el contrario, aquella libertad es buena y digna de ser apetecida, que considerada en el in ­ dividuo, no permite que el hombre se someta á la tiranía abominable de los errores y de las m alas pasiones, y que mirada en lo que se refiere á su acción pública, gobierna á los pueblos con sab i­ duría, fomenta el progreso y las comodidades de la vida, y defiende la administración del Estado 1 Trael. X X V I, in Joan., n, 2.



Epiat. C V , ad Donatistaa, c. II, n. g.

* San Pedro, Epístola /, II, 16. *■ E vingclio de San Joan, V III, 34.

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de toda, arbitrariedad. Esta, libertad buena y dig­ na del hombre, la Iglesia la aprueba más que na­ die, y nunca dejó de esforzarse para conservarla incólume y entera en ios pueblos. Ciertamente consta por las monumentos de la H istoria que á la Iglesia católica se ha debido en todos tiempos, y a sea la invención, ya el comien­ zo, ya, en fin, la conservación de todas aquellas cosas ó instituciones que puedan contribuir al bienestar común; las ordenadas á coartar la tira­ nía de los principes que gobiernan mal á los pue­ blos; las que impiden que el supremo poder del E stado invada, indebidamente, el M unicipio ó la familia, y, en fin, las dirigidas á. conservar la honra, la vida y la igualdad de derechos en los ciudadanos. P or lo tanto, consecuente siempre consigo misma, si por una parte rechaza la dema­ siada libertad, que lleva á los particulares y á los pueblos1 al desenfreno y á la servidum bre, por otra abraza con mucho gusto los adelantos que trae consigo el tiempo, cuando de veras prom ue­ ven el bienestar de esta vida, que es como una carrera que conduce á la otra perdurable. E s, por consiguiente, calum nia vana y sin sentido lo que dicen algunos sobre que la Iglesia mira con malos ojos el régimen moderno de los Estados, recha­ zando, sin discreción, todo cuonto ha producido el ingenio en estos tiempos. Rechaza, sin duda alguna, las locuras de las opiniones, desaprueba el inicuo afán de sediciones, y en especial, aquel estado del espíritu, en el cual y a se ve el principio del voluntario apartam iento de Dios; pero como

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ENCICLICAS.

todo lo que es verdad es necesario que provenga de Dios, toda verdad que se alcanza por indaga­ ción del entendimiento, .la Iglesia 1a reconoce como destello de la mente diviha; y no habiendo ninguna verdad del orden natural que se oponga á la fe de las enseñanzas reveladas, antes siendo muchas las que comprueban esta misma fe, y pudiendo, además, cualquier descubrimiento de la verdad llevar, y a L conocer, ya á glorificar ¿ Dios, de aquí resulta que, cualquiera cosa que pueda contribuir á ensanchar el dominio de las ciencias, lo verá la Iglesia con agrado y alegría, fomentan­ do y adelantando, según su costumbre, todos aquellos estudios que tratan del conocimiento de la Naturaleza. A cerca de los cuales Estudios, si el entendimiento alcanza algo nuevo, la Iglesia no lo rechaza, como tampoco lo que se inventa para el decoro y comodidad de la vida; antes bien, enemiga del ocio y de la pereza, desea en gran manera que los ingenios de los hombres, coa el ejercicio y el cultivo, den frutos abundan­ tes; estimula á toda clase de artes y trabajos, y, dirigiendo con la eñcacia de su virtud todas es­ tas cosas á la honestidad y salvación del hombre se esfuerza en impedir que la inteligencia é in ­ dustria de éste le aparten de D ios y de los bienes eternos. Mas estas doctrinas, aunque sapientísimas, no son del gusto de muchos en este tiempo, en que vemos que los Estados, no solamente no quieren conformarse á la norma de la sabiduría cristiana, sino que parece que pretenden alejarse cada día

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más de ella. Con todo esto, como la verdad ma< pifes Cada y difundida suele, por sí misma, propa­ garse fácilmente y penetrar poco á poco « i los entendimientos de los hombres, por esto Nos, obli­ gados en conciencia por el cargo santísimo apos­ tólico que ejercemos para con todas las gentes, declaramos con toda libertad, según es nuestro deber, lo que es verdadero, no porque no tenga­ mos en cuenta la razón de nuestros tiempos, 6 porque breamos deber rechazar los adelantos úti­ les y honestos de esta edad, sino porque Quisié­ ramos encaminar las cosas públicas por caminos más seguros y darles fundamentos más firmes, quedando incólumes la verdades» libertad de los pueblos, y teniendo presente que la verdad es la madre y la mejor guardadura d é la libertad hu­ mana: L a vtrdad hará libres Asi, en tan difícil situación de las cosas, si atienden los católicos cual conviene á nuestras enseñanzas, fácilmente entenderán los deberes de cada uno, y a por lo que toca á las opiniones, ya por lo que se refiere á los hechos. Y por lo que toca á las opiniones, es de toda necesidad estar firmemente penetrados y declararlo en público siempre que la ocasión lo pidiere, todo cuanto loa Romanos Pontífices han enseñado ó enseñaren en adelante, y, particularmente, acerca de esas que llaman libertades, intentadas en estos últimos tiempos, conviene que cada cual se atenga al ju i­ cio de la Sede Apostólica, sintiendo lo que ella 1

Evangelio de San Juan, VIIT, 32.

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siente. Téngase cuidado de que nadie engañe su honesta apariencia; piénsese cuáles fueron sus principios y cuáles las intenciones con que sue­ len sostenerse y fomentarse. Bastante ha enseña­ do la experiencia á qué resultados conducen en el gobierno del Estado, habiendo engendrado en todas partes tales efectos, que justam ente han traído al desengaño y arrepentimiento á los hom­ bres verdaderamente honrados y prudentes. Sin duda ninguna., si se compara esta clase de Estado moderno de que hablamos, con otro Estado ya real, y a imaginario, donde se persiga tiránica y desvergonzadamente el nombre cristiano, podrá parecer aquel más tolerable; mas los principios en que estriba, son, como antes dijimos, tales que nadie los puede aprobar. En verdad, la acción de estos principios puede considerarse, y a obrando en las cosas privadas y domésticas, ya en las pú­ blicas. Prim er deber de cada uno en particu lares ajustar perfectamente su vida y sus costumbres á los preceptos evangélicos, no rehusando llevar con paciencia las dificultades mayores que trae consigo la virtud cristiana. Deben, además, to­ dos, amar-la Iglesia cual Madre común: guardar y obedecer sus leyes, atender á su honor y á la defensa de sus derechos, y esforzarse» á que sea honrada, amada y respetada por aquellos sobre quienes tengan alguna autoridad. T o ca también al bienestar común el tomar parte prudentemen­ te en la administración municipal, procurando que se atienda por la autoridad pública ¿ la ins­ trucción de la juventud, en lo que se refiere á la

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Religión y á las buenas costumbres, como con­ viene á personas cristianas, de lo cual depende, en gran manera, el bien público. Asimismo, ha­ blando en general, es bueno y conveniente que la. acción de los católicos salga de este estrecho círculo á campo más vasto y extendido, y aun que abrace el su mo poder del Estado. Decimos en general , porque estas nuestras enseñanzas tocan A toda clase de pueblos; que, por lo demás, puede muy bien suceder que, por causas gravísimas y justísimas, no convenga intervenir en el gobierno de un E sta d o , ni ocupar en él cargos políticos; mas, en general, como hemos dicho, el no querer tomar parte ninguna en las cosas públicas, sería tan malo como no querer prestarse á nada que sea de utilidad com ún, tanto m ás cuanto los católi­ cos, enseñados por la mismn doctrina que profe­ san, estítn obligados á administrar las cosas con entereza y fidelidad: de lo contrario, si se están quietos y ociosos, fácilm ente se apoderarán de los asuntos públicos personas cuya manera de pensar puede no ofrecer grandes esperanzas de saluda­ ble gobierno. Ito cual estaría, por otra parte, u n i­ do con no pequeño daño de la Religión cristiana, porque precisamente podrían mucho los enemi­ gos de la Iglesia y m uy poco sus amigos. De aquí se sigue que los católicos tienen ca u ­ sas justas para intervenir en la gobernación de los pueblos, pues no acuden ni deben acudir á esto para aprobar lo que en el día de hoy hay malo en la constitución de los estados, sino para convertir eso mismo, en cuanto se pueda, en bien sincero y

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verdadero del público, estando determinados á infundir en todas las venas del Estado, á manera de jugo y sangre vigorosísim a, la sabiduría y efi­ cacia de la Religión católica. N o de otra manera se procedió en los primeros siglos de la Iglesia, pues aun cuando las costumbres y los intereses de los paganos distaban inmensamente de los ev an ­ gélicos, con todo esto, los cristianos se introducían donde quiera que podian, animosamente, y perse­ verando en medio de la superstición, siempre in­ corruptos y semejantes á sí mismos. Ejem plares en la lealtad á sus príncipes y obedientes á las leyes, en cuanto era lícito, esparcían por todas partes m aravilloso resplandor de santidad, pro­ curaban ser útiles á sus hermanos, atraer á los otros á la sabiduría de Cristo; pero prontos siempre á retirarse y ó morir valerosamente si no podían retener los honores, las dignidades y los cargos públicos, sin faltar á la virtud. De esto provino el que penetrasen rápidamente las instituciones c r is ­ tianas, no sólo en las casas particulares, sino en los campamentos, en los tribunales y en la misma corte imperial. «Somos de ayer,♦y ya llenamos todo lo que era vuestro; las ciudades, las islas, los castillos, los municipios, las asambleas, los cam ­ pamentos, las tribus, las decurias, el palacio, el Senado, el foro* hasta tal punto, que, cuando se d ió libertad de profesar públicamente el E van ­ gelio, la fe cristiana apareció, no dando vagidos

1

Tcrtul. A polog., n. 37.

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en la cuna, sino crecida ya y vigorosa en gTan parte de las ciudades. Conveniente es que en estos tiempos se renue­ ven tales ejemplos de nuestros mayores. E s nece­ sario que los católicos dignos de este nombre quieran, ante todo, ser y parecer hijos amantísimos de la Iglesia; lian de rechazar sin vacilación todo lo que no puede subsistir con esta prefesión gloriosa; han de aprovecharse, en cuanto pueda hacerse honestamente, de las instituciones de los pueblos para la defensa de la verdad y de la ju s ­ ticia; han de esforzarse para que la libertad en el obrar 110 traspase tos límites señalados por la na­ turaleza y por la ley de Dios; han de procurar que todo Estado tome aquel carácter y forma cristiana que hemos dicho. No es posible fácilmente indicar una manera cierta y uniforme de lograr este fin, puesto que debe ajustarse á todos los lugares y tiempos, tan desemejantes unos de otros. Sin em­ bargo, hay que conservar, ante todo, la concordia de las voluntades y buscar la unidad en los pro­ pósitos y acciones, lo cual se obtendrá sin dificul­ tad si cada uno toma para sí, como norma de su vida, las prescripciones de la Sede Apostólica, y si obedece á los Obispos, á quienes el E spíritu Santo puso para gobernar su Iglesia *. En ver­ dad, la defensa de la Religión Católica exige ne­ cesariamente la unidad de todos y suma perseve­ rancia en la profesión de las doctrinas que la Iglesia enseña, procurándose en esta parte que 1

A tio s Je ¡os A fis t o le s , XX, 28.

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nadie haga del que no ve las opiniones falsas, ó las resista con más blandura de la que consienta la verdad; si bien de lo que es opinable será lícito discutir con moderación y con deseo de alcanzar la verdad; pero lejos de mutuas sospechas y re­ criminaciones inj uñosas. P or lo cual, á fin de que la unión de los ¿nimos no se quebrante con la temeridad en el recriminar entiendan todos que la integridad de la verdad c a ­ tólica no puede en ninguna m anera subsistir con las opiniones que se allegan al naturalismo ó al racionalismo, cuyo fin último es arrasar hasta los cimientos la Religión cristiana, y establecer en la sociedad la autoridad del hombre, postergada la de Dios. Tam poco es lícito cumplir sus deberes de una manera en privado y de otra en público, acatan­ do la autoridad de la Iglesia en ¡a 'vida particular y rechazándola en la pública, pues esto sería m ezclar lo bueno y lo malo y hacer que el hom­ bre entable una lucha consigo mismo, cuando, por lo contrario, es cierto que Éste siempre ha de ser consecuente y nunca apartarse de la norma de la virtud cristiana en ninguna cosa ni en nin­ gún género de vida. M as si la controversia versa­ se sobre cosas meramente políticas, sóbrela mejor clase de gobierno, sobre tal ó cual forma de cons­ tituir los Estados, de esto podrá haber una ho­ nesta diversidad de opiniones. Por lo cual no sufre ül justicia que á. personas cuya piedad es por otra parte conocida, y que están dispuestas á acatar las enseñanzas de la Sede Apostólica, se les culpe

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como falta grave el que piensen de distinta m a­ nera acerca de las cosas que hemos dicho, y seria mucho m ayor la injuria si se los acriminase de haber violado, ó héchose sospechosas en la fe c a ­ tólica, según que lamentamos haber sucedido más de una vez. Ten gan presente esta ordenación los que suelen dar á la estampa sus escritos, y en es­ pecial los redactores de papeles periódicos. Porque Cuando se ponen en discusión cosas de tanta importancia como son las que se tratan en el día, no hay que dar lugar á polémicas intesti­ nas ni á cuestiones de partido, sino que, unidos los ánimos y las aspiraciones, deben esforzarse á conseguir lo que es propósito común de todos; es á saber: la defensa y conservación de la Religión y de la sociedad. P o r lo tanto, si antes h a habido alguna división y contienda, conviene que se eche enteramente al olvido; sí algo se ha hecho temeraria ó injustam ente, cualquiera que sea. el culpable, hay que recompensarlo con mutua ca­ ndad y resarcirlo con sumo acatamiento de todos hacia la Sede A postólica. D e esta manera, los ca­ tólicos conseguirán dos cosas muy excelentes: la una, el hacerse cooperadores de la Iglesia en la consagración y propagación de los principios c ris­ tianos; la otra, el procurar el mayor beneficio po­ sible á la sociedad civil, puesta en grave peligro por razón de las malas doctrinas y de las m alas pasiones. E stas son, Venerables Hermanos, las enseñan­ zas que hemos creído conveniente dar á todas las naciones del Orbe católico, acerca de la constitu­

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ción cristiana de los Estados, y sobre los deberes que competen á cada cual. Por lo demás, conviene implorar con nuestras plegarias el auxilio del cielo, y rogar á D ios que Aquel de quien es propio iluminar los entendi­ mientos y mover Jas voluntades de los hombres, conduzca al fin apetecido lo que deseamos é in­ tentamos para gloria suya y salvación de todo el género humano. Y como auspicio favorable de los beneficios divinos y prenda de N uestra pater­ nal benevolencia, os damos, con el m ayor afecto, Venerables Hermanos, Nuestra bendición á vos­ otros, al clero y á todo el pueblo confiado á la vi­ gilancia de vuestra le. Dado en Roma, en San Pedro del Vaticano, día i .* de Noviem bre del año M D C C C L X X X V y V I II de N uestro Pontificado.— L e ó n P a p a X III.

ENCICLICA DÉCIMASÉPTIMA

Donde se trata de un Jubileo extraor­ dinario.

Á

TODOS N U ESTRO S

NOS

LO S

P A T R IA R C A S ,

B IS P O S , O B IS P O S G R A C IA

Y

VENERABLES

y

P R IM A D O S ,

OTROS

C O M U N IÓ N

CON

ARZO­

O R D IN A R IO S EN LA

SED E

T Ó L IC A .

LEÓN

HERM A­

APOS­ m

PAPA XIII.

Venerables Hermanos; salndy bendición apostólica.

lo hemos hecho ya en dos ocasiones, en virtud de Nuestra autoridad apostóli­ ca, Nos complace de nuevo ordenar, con la gracia de Dios, para el año próximo, que, en todo el universo cristiano, se celebre un año santo extraordinario durante el cual, los tesoros de los favores celestiales, que Muestro poder puede d is­ pensar, sean un campo abierto al bien público. L a utilidad de esta medida no se os puede PEGÚN

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ocultar, Venerables Hermanos, pues que conocéis nuestro tiempo y las costumbres del siglo; pero existe una razón particular por la cual aparecerá más oportuna que nunca Nuestra decisión. En efecto, habiendo enseñado en nuestra última E n ­ cíclica cuánto importa á los Estados inspirarse en la verdad y constituirse en una forma cristia­ na, se comprende fácilmente lo mucho que inte­ resa al fin que Nos nos hemos propuesto, el es­ forzamos por todos los medios de que dispone­ mos, en atraer á los hombres hacia las virtudes cristianas. U n estado es lo que le hacen ser las costumbres de un pueblo; y á la manera que la excelencia de un navio ó de un edificio depende de la buena cualidad y de la disposición conve­ niente de todas sus partes, del mismo modo el curso de los negocios públicos no puede ser re­ gular ni estar exento de accidente, sino á condi­ ción de que los ciudadanos sigan una línea recta de conducta. E l orden político perece, y con £1 todo lo que constituye la acción de la vida pública, si de he­ cho no procede de los hombres, pues éstos tienen la costumbre de formarlo á imagen de sus opinio­ nes y de sus costumbres. Para que los espíritus se penetren de Nuestras enseñanzas, y lo que es el punto principal, para que la vida cuotidiana de cada uno se gobierne de conformidad con ellas, es preciso hacer de modo que cada cual se apli­ que á pensar cristianamente y á obrar cristiana­ mente, asi en público como en privado. Y en este punto el esfuerzo es tanto más ne­

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cesario, cuanto que los peligros son mayores por todos lados. L a s grandes virtudes de nuestros pa­ dres han desaparecido en gran parte; las pasiones más violentas de suyo han reclamado una licencia grande; locas opiniones, sin freno ó estériles, se difunden todos los días cada ve¿ más y más, en ­ tre los mismos que profesan buenos principios; la m ayor parte, por una reserva intempestiva, no se atreven á declarar públicamente lo que piensan y menos aun á ejecutarlo: la influencia de perni­ ciosísimos ejemplos penetra por todas partes en las costumbres públicas; las asociaciones ilícitas que Nos hemos denunciado en otras circunstan­ cias, dispuestas á servirse de los medios más cri­ minales, se esfuerzan por imponerse al pueblo, y en la medida de sus fuerzas, por apartarlo y se­ pararlo de Dios, de la santidad de b u s deberes y de la fe cristiana. En este colmo de desdichas, tanto más graves, cuanto más duraderas están siendo, Nos no pode­ mos omitir nada que pueda traer á N os alguna esperanza de consuelo. Con esta intención y en esta esperanza, anunciamos el santo Jubileo á todos los que se interesan por su salvación y tie ­ nen necesidad de ser advertidos y exhortados para que se reconcentren un poco y eleven más alto sus pensamientos fijos en la tierra. N o sólo será esto una ventaja para los individuos, sino además para todo el Estado; pues en tanto pro­ gresen los individuos en la perfección de su alma, en tanto resultará de aquí honestidad y virtud para la vida y costumbres públicas.

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P ero considerad, Venerables Hermanos, que este dichoso resultado depende en gran paite de vuestra acción y de vuestro celo, porque es nece­ sario preparar conveniente y cuidadosamente al pueblo para qué recoja como es debido los frutos que se le ofrecen. Obra será de vuestra caridad y de vuestra sabiduría el confiar ese cuidado á Sacerdotes escogidos,que con discursos piadosos, al alcance de todos, instruyan á la muchedumbre, y sobre todo, la exhorten á la penitencia, que es, según palabras de San Agustín, bonorum et kumilium fidelium p an a cuotidiana, tu qua peciora iuitdiruus, dice ules dim itte nobis debita, nostra

N o sin razón, pues, Nos hablamos de la peni* tencia y del castigo voluntario del cuerpo, cuyo castigo forma parte de ella. En efecto, conocéis el espíritu del siglo: la mayoría de los hombres se com place en vivir muellemente y no quiere h a ­ cer nada enérgico y generoso. P or un lado caen en gran número de miserias, y por otro frecuen­ temente alegan razones para no obedecer las le­ yes saludables de la Iglesia, persuadidos de que es para ellos carga muy pesada el verse obligados á abstenerse de cierto género de placeres ó de ob­ servar el ayuno durante un pequeño número de días en el año. Enervados por estos hábitos de molicie, no es raro que se entreguen poco á poco y en cuerpo y en alma á las pasiones que más los solicitan. Por esta razón conviene recordar la templanza á las almas que han caído en la pen*

(Epist. ioS.)

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diente de la molicie, y para ello es preciso que los que hablen al pueblo le enseñen con diligen­ cia y claridad que no solamente la ley evangéli­ ca, sino también la razón natural misma, desean que cada cual se domine á sí mismo y domeñe sus pasiones y que los pecados sean expiados úni­ camente por la penitencia. Para que persevere la virtud de que Nos h a ­ blamos, será prudente colocarla de algún modo bajo la salvaguardia y la protección de una ins­ titución estable. Comprendéis, Venerables H er­ manos, de lo que se tratar Nos queremos deciros que continuéis, cada cual en su diócesis, patroci­ nando y desarrollándola Orden Tercera, llamada secular, de los Hermanos Franciscanos. P ara conservar y sostener el espíritu de penitencia en la multitud cristiana, nada, en efecto, más eficaz que los ejemplos y la gracia del Patriarca F ran ­ cisco de Asís, que unió á la más inocente vida tan gran celo en la mortificación que fué una imagen de Jesucristo crucificado, tanto por su vida y sus costumbres, como por la impresión divina de las llagas santas del Redentor. L as leyes de su orden, que Nos habernos atemperado apropósito, son tan dulces en su cumplimiento como eficaces para conseguir la virtud cristiana. En segundo lugar, en tan grandes necesidades particulares y públicas, como toda la esperanza de salvación descansa en la protección y el so­ corro del Padre celestial, N os quisiéramos ardien­ temente ver renacer un asiduo celo en la plegaría unida ¿ la confianza. En todas las circunstancias

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E N C IC L IC A S.

críticas de la cristiandad, siempre que ha aconte­ cido á la Iglesia verse afligida, por daños exterio­ res ó males intestinos, nuestros padres, levantan­ do con súplicas sus ojos al cielo, nos han enseña­ do de una manera clara cómo y dónde es preciso pedir la luz del alma, la fuerza de la virtud y so­ corros proporcionados ¿ las circunstancias. Porque estaban profundamente impresos en los espíritus estos preceptos de Jesucristo: Pedid y recibiréis E s preciso orar siempre y sin can­ sarse nunca *. A estos preceptos responden las palabras de los Apóstoles: Rogad sin descanso \ Y o deseo ante todo que se dirijan súplicas, plega­ rias, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres ‘ . Sobre este punto nos ha dejado San Juan Crisóstomo esta frase tan verdadera como ingeniosa, en forma de comparación: A la manera que al hombre que viene al mundo des­ nudo y falto de todo, hále dado la naturaleza las manos con las que se procura las cosas más nece­ sarias para la vida, del mismo modo, en las cosas sobrenaturales, como no puede nada por sí mis­ mo, D ios le ha concedido la facultad de orar, á fin de que prudentemente se sirva de ella para obtener lo que es necesario para su salvación. C ada uno de vosotros, Venerables Hermanos, puede deducir de todas estas cosas, cuán agrada­ ble Nos es y cuánto N os aprobamos el celo con que conforme con nuestra iniciativa, habéis con1

Math. v i l , 7.

J

Luc. X V III, 7.

1

Theisal. V , 17.

1

Timoth. II, r.

EN C ÍCLICA S.

361

tribuido á extender la devoción del Santísim o R o ­ sario, sobre todo en estos últimos años; N os no podemos dejar de señalar la piedad popular que, casi en todas partes, se ha despertado por este género de devoción: es preciso, por esto, velar con el mayor cuidado para que cada día sea m a­ yor la devoción y se cumpla con perseverancia. Que si no insistimos en esta exhortación que Nos hemos hecho varias veces, ninguno de vos­ otros se admirará, porque comprendéis cuánto importa que florezca entre los cristianos esta cos­ tumbre del Rosario de M arta, y sabéis perfecta­ mente que este es una parte y forma bellísima del espíritu de oración de que Nos hablamos y tam ­ bién cuanto conviene á nuestro tiempo, cuán fácil es de practicar y fecundo en resultados. Mas como el primero y el mayor fruto del Ju­ bileo debe ser, según hemos dicho más arriba, la enmienda de la vida y el progreso en la virtud, N os estimamos especialmente necesario el que se huya del mal, que ya N os hemos designado en las anteriores Encíclicas. Aludimos í las disensiones intestinas, y como domésticas de algunos entre nosotros, disensiones de las cuales puede apenas decirse cuán perniciosas son para las almas, pues rompen ó relajan ciertamente el lazo de la cari­ dad. Si de nuevo os hemos recordado esto, V e. nerables Hermanos, que sois los guardadores de la disciplina eclesiástica y de la caridad mutua, es porque Nos deseamos ver vuestra vigilancia y vuestra autoridad constantemente aplicadas ¿ im­ pedir tan grave mal.

362

E N C ICL ICA S.

Por vuestras advertencias, vuestras exhorta­ ciones, vuestras reprensiones velad, para que to­ dos tengan cuidado de guardar la unidad de esp íri­ tu en el laso de la caridad, y para que los autores de esas disensiones, si los hay, vuelvan á su d e­ ber, por la consideración que deben tener toda su vida de que el H ijo único de Dios, á la vista misma de los últimos tormentos, nada pidió con más instancia á su Padre, que el amor recipro­ co para los que creyeren ó creyeran en E l, á fin de que todos sean uno como vos, Padre m ío, lo sois en m í y yo en vos; para que ellos sc&n también en

nosotros. P or esto, contando con la misericordia de D ios Todopoderoso, Nos, confiando en la autori­ dad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en nombre del poder de atar y de desatar que el Se­ ñor nos ha conferido, no obstante nuestra indig­ nidad, Nos concedemos, en forma de Jubileo ge­ neral, la Indulgencia plenaria de todos los peca­ dos á todos y é cada uno de los ñeles cristianos de uno y otro sexo, con la condición y con la obligación de que, durante el año de i88G, cum ­ plan las prescripciones que se indican á conti­ nuación. Lo» ciudadanos ó habitantes de Roma, cua­ lesquiera que sean, deben visitar dos veces la Basílica de Letrán, la del Vaticano y la Liberiana; y allí ofrecer á Dios durante algún tiempo piadosas oraciones, según nuestras intenciones, por la prosperidad y la exaltación de la Iglesia católica y esta Sede Apostólica, por la extirpa­

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ción de las herejías y la conversión de todos los pecadores, por la concordia entre los príncipes cristianos, por la paz y unión de todo el pueblo fiel. Ayunarán además dos días, usando solam en­ te manjares permitidos fuera de los días de C u a ­ resma comprendidos en el indulto, 6 que están consagrados por un ayuno semejante de derecho extriclo, según determinan los preceptos de la Iglesia; y que reciban, después de haberse con­ venientemente confesado, el Santísim o S a c ra ­ mento de'la Eucaristía, y que, según el consejo de su confesor, den una limosna, como lo perm i­ tan sus medios, á cualquier Obra pía que tenga por objeto la propagación y el acrecentamiento de la fe católica. Se permite á cada unoJa que prefiera, sin em ­ bargo, N os creemos deber señalar dos, á las cua­ les estará perfectamente aplicada la beneficencia, dos que en muchas partes carecen de recursos y de protección, dos que son no menos útiles al E s ­ tado que á la Iglesia, á saber: L as escuelas priva­ das para niños y los Seminarios para el Clero.

En cuanto á los que habitan fuera de Roma, en cualquier parte .que sea, deberán visitar dos veces, en los intervalos prescritos, tres iglesias designadas & este efecto por vosotros, Venerables Hermanos, ó por vuestros Vicarios y auxiliares, 6 bien por vuestra delegación en los que tienen la cura de almas, 6 tres veces si no hay m ás que dos iglesias, y seis si no h ay más que una. Debe* rán igualmente cumplir las demás obras prescritas más arriba.

364

ENCÍCLICAS.

Nos queremos que esta indulgencia pueda aplicarse también por modo de sufragio í las al­ mas que han salido de esta vida en unión con D io se o la candad. N os concedemos la facultad de reducir, según nuestro prudente juicio, ¿ me­ nor número de visitas á las dichas iglesias para los Cabildos y las Congregaciones, lo mismo de seculares que de regulares, para lab Comunida­ des, cofradías ó cualesquiera colegio que hacen estas visitas procesionalmente. Nos permitimos también á los navegantes y á los viajeros ganar la misma indulgencia, á su vuelta ó á su llegada á una estación determinada, visitando seis veces la iglesia mayor ó parroquial, y cumpliendo convenientemente las otras obras, como queda dicho más_arriba. En cuanto á los regulares de uno y otro sexo, aun á los mismos claustrados 4 perpetuidad, y á todos los laicos y-eclesiásticos, seculares y regu­ lares, que se encuentren impedidos por detención, enfermedad corporal ó cualquier justa causa, de llenar las prescripciones antedichas ó algunas de entre ellas, Nos concedemos á su confesor el po­ der de conmutarlas en otras de piedad, añadiendo el permiso de dispensar de la Comunión á los ni­ ños que no han sido admitidos todavía á la pri­ mera Comunión. Además, N os concedemos á todos y á cada uno de los fieles, tanto laicos como eclesiásticos, á los seculares y regulares de cualquier orden 6 instituto, aun de aquellos que sea preciso nom­ brar especialmente, la facultad de elegir ¿ este

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365

efecto cualquier confesor, tanto secular como re­ gular, aprobado de hecho; los religiosos novicios y las mujeres que viven en el claustro, podrían usar igualmente de esta facultad, co n ta l de que se dirijan & un confesor aprobado para las reli­ giosas. A los confesores mismos, pero solamente con ocasión y durante el tiempo del Jubileo, N os con­ cedemos los mismos poderes que Nos les hemos dado cuando el Jubileo promulgado por Nuestras L etras Apostólicas del 15 de Febrero de 1879, que comienzan con estas palabras: «Pontífices m axim i ,» con excepción, sin embargo, de lo que N os exceptuamos en tas mismas Letras. En fin, apliqúense todos con gran cuidado á merecer las gracias de la insigne Madre de Dios, con culto y devoción especial, sobre todo en ese tiempo. Porque N os deseamos que este santo Jubileo se ponga bajo el patronato de la Santí­ sima Virgen del Rosario, y con su socorro Nos tenemos confianza que habrá muchos cuya alma, purificada al verse libre de la mancha de los pe­ cados, será renovada por la fe, la piedad y la justicia, no solamente con la esperanza de la salvación eterna, sino aun con la de días más tranquilos. Como prueba de estos beneficios celestiales, y en testimonio de nuestra paternal benevolencia, Nos os damo9, desde el fondo de nuestro cora­ zón, la bendición apostólica, como asimismo á vuestro Clero y ¿ todo el pueblo confiado á vues­ tra fe y á vuestra vigilancia.

3 Í&

E N C ÍC L IC A S .

Dado en Rom a, en San P e d r o , el 2 í de Diciem bre del año 1885, octavo de nuestro P on ­ tific a d o .— L e ó n P a p a X I I I

1 L i1 versión de esta E ncíclica que no podemos lomarla del Boletín Eclesiástico, porque todavía no la ha publicado, y alguna otra que no logra­ mos encontrar en dicho Boletín, kan sido religio­ samente cotejadas con el original latino por tttt respetable sacerdote.

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