El Marqués De Comillas Don Claudio Lopez Bru Constantino Bayle

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M A R Q U É S D E

C O M I L L A S

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EL SEGUNDO MARQUÉS DE COMILLAS

Don Claudio L ópez B rü POR EL

P. CONSTANTINO BAYLE, S. J.

MA DR I D Administración de «Razón \ Fe » Plaza de Santo Domingo, 14.-A partado de Correos 8.001.

I N D I C E MgMt. IN MEMORIAM...................................

...........................................................................................

Capítulo I.—El fundador de la Casa Comillas................. . . . . II. -Infancia.—Estudios................................................. III. —Sin ia vigilancia materna.......................... .......... IV .-Crisi s V. —Albores de nueva vida. ...................................... VI. —El hombre de negocios........................................... VII. - Vasallo a la antigua................................................ VIII. -Política.......................................................... .......... IX . —El patriota.............................................. ................ X .—España fuera de España....................................... XI. -E l Marqués y su capellán...................................... XII.—El Marqués y la Iglesia............ ......................... XIII..- L a prensa católica ................................................ XIV.—Peregrinación obrera a Roma de 1894.. .............. XV..- Acción social..................................... ..................... X V I.-E l patrono modelo................................................. XVII. - La Junta de Acción Católica................................ XVIII —El Seminario de Comillas .. . ............. XIX. - Comillas montañés............... ................................. X X .—De puertas adentro................................................ XXI - El cristiano............................................................. XXII. El limosnero...................................................... XXIII -Piedad .................................................................... XXIV. - Ocaso y amanecer..................................................

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NIHIL OBSTAT: Antonius Valle, S. J.,

Cens. Eccles. IMPRIMI POTEST: Emmanuel S á n ch e z R o b le s , S . J .,

Praepos. Prov. Tolet.

IMPRIMATUR: Dr. F ranclscüs Morán,

.

Vic. Gen

Madrid, inp. d*l Aillo de H. del 0. C. de Jeaúi.—luán Вгвто, 8.—Teléf. 50408.

IN MEMORIAM No bien se extinguió aquella vida que llenó con su pro­ digiosa actividad la historia del último medio siglo de nuestra Patria, sonó la hora de las alabamos. Bien puede afirmarse que los venerados restos del egre­ gio varón que supo dar la flor de su vida a su Patria y a la Iglesia, fueron al sepulcro cubiertos de flores; de flores de pensamientos delicados; de flores de alabanzas amplí­ simas; de flores de encendidos afectos; flores todas rega­ das por lágrimas de gratitud. E l nombre de D. Claudio López Brú, segundo Mar­ qués de Comillas, fué pronunciado en aqueUos momentos por los labios de los hijos de la Patria y de la Iglesia con la pena con que se pronuncia el nombre de un padre amado a quien se pierde, con la emoción con que se pronuncia el nombre de un bienhechor que fenece, con la veneración con que se pronuncia el nombre de un cristiano ejemplar que deja en pos de sí una estela luminosa en el mar de la vida, al arribar a las playas de la eternidad. No han faltado manos solícitas encargadas de recoger con cariño todas estas flores que habían brotado en la tie­ rra fértil de corazones agradecidos. Mas interesa notar la singular coinctdencta con que fueron aplicadas a este ixirón esclarecido palabras sobre-

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humanas que yo quiero recoger aqui, ya que ellas cons­ tituyen el timbre más preclaro de la gloria de aquel que, elevado per la divina Providencia a la cumbre del honor humano, jamás se dejó seducir por las alabanzas vanas de los hombres. Serán estas palabras de los libros santos, acomodadas por eximios sacerdotes ai segundo Marqués de Comillas, el nn'jor prólogo d< su biografía. **Bienaventurado el rico, se dijo desde las cátedras sa­ gradas en aquellos días en que la Iglesia y la Patria llo­ raban su muerte, bienaventurado el rico que es hallado sin culpa y que no anda tras el oro ni pone su esperanza en el dinero y en los tesoros. "¿Quién es éste y lo elogiaremos?; porque él ha hecho cosas admirables en su lida. "E l fué probado por medio del oro y hallado perfecto; por lo que reportará gloria eterna. El podía pecar y no pe­ có; hacer mal y no lo ¡tiso. "Por eso sus bienes están asegurados en el Señor y ce­ lebrará sus limosnas toda la congregación de los San­ tos’\ (Eccli., X XX i-8, 9, io y n ). No faltaron quienes no contentos con aplicarle los elo­ gios del Espíritu Santo aJ rico que conserva la inocencia, le acomodaron el testimonio de alabanza que en el mismo sagrcuio Libro del Eclesiástico (cap. XLV , v. i, sigs) se tributa a la memoria del gran caudillo de Dios, Moisés. “ fué amado de Dios y de los hombres, cuya memoria se consen>a en bendición entre su pueblo. ''Hísole el Señor semejante en la gloria a los Santos, y engrandecióle... ’■Glorificóle en presencia de los reyes... ” Santificóle por medio de su fe y mansedumbre...” ÉéA

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No nos toca a nosotros escudriñar secretos del porve­ nir, ni anticipar juicios que sólo se pueden pronunciar desde la cátedra infalible de la verdad. Dos deberes gravísimos nos incumben a quienes de por vida debemos gratitud al venerado Marqués de Comillas, D. Claudio López Brú. A l celebrar sus glorias, que en cierto modo son nues­ tras, es preciso tengamos presentes las palabras que San Agustín consignó en su sermón 47 acerca de los Santos: “ Ut imitari non pigeat quod celebrare delectat” ; nos in­ cumbe el deber de imitar sus virtudes. A l recordar agradecidos sus bondades, que forman un cuadro esplendoroso de luz, no olvidemos las sombras que en él pudiera haber proyectado la humana flaqueza; nos incumbe el deber de ofrecer nuestras oraciones por su eterno descanso. f P edro , C ar d en a l S eg u ra y SA e n z ,

Arzobispo de Toledo. Julio de 1928.

CAPÍTULO PRIMERO EL FUNDADOR DE LA CASA COMILLAS

Sombreada y medio oculta por la fronda del parque señorial, a pocos metros del espléndido palacio de Sobrellano, digno de un rey, se ve una casita, montaüesa de corte, disimulada la humildad de sus paredes por añosa yedra. Allá por 1831, en el estragal de la casa, una mujer de mediana edad abrazaba con ojos enrojecidos al hijo suyo, que se iba a ganar la vida muy lejos, empujado por la miseria de la Tierruca y atraído por las venturas y onzas que Andalucía brindaba a los jándalos. Veníale de casta al muchacho la tenacidad que su­ pone arrancarse del hogar a los catorce años: su madre, María López Conde (la Condesa decíanla las comadres del lugar), quedó viuda muy joven, sin otra hacienda que sus brazos, una huerta llamada la Cardosa (en la falda de la colina donde se alza el Semina­ rio) y un prado cerca del mar, hoy, según tengo enten­ dido, vinculado al Marquesado de Comillas ( 1 ) ; luchó (1) Está al píe de Peña Redonda, rodeado de los campos del Semi­ nario ; a pesar de su escaso valor, D. Claudio no quiso enajenarlo, como herencia de familia, mojón humilde del encumbramiento de la casa. Te­ nia la madre de D. Antonio tal apego a sus (imputas, qoe aseguraba no las venderla jamás, a no ser para salvar la honra de sus hijos. 1

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bravamente la Condesa para criar a sus hijos, y logró verlos, si no en la cumbre de la fortuna, por lo menos bastante altos. Cristiana rancia, caritativa con los po­ bres, y, a fuer de hidalga montañesa, amiga de vivir jh>i s í ; mientras se bastara ella a ganarlo, no quería deber nada a nadie, ni a sus h ijo s : cuando ellos pudieron man­ darle socorros, puso comercio, para no serles gravosa. Con la leche de estas virtudes, amamantó a sus hi­ jos: con el mayor de los cuales vamos ahora a tratar. ♦ * *

Antoni·» López mostró desde muy niño carácter re­ suelto. Regentaba la escuela del pueblo un maestro, que. ; enseñaba poco, no era por falta de bríos en apli­ car !n regla pedagógica de la palmeta y el zurriago. El h»'o lo probó unos días, y ni a rastras consiguieron llevarlo más al alcance del feroz dómine. Prefirió anhr-e diariamente unos cuantos kilómetros hasta Trasvía, donde hallaba más humanidad, si no más leh a v Años adelante, D. Claudio fundó allí unas escuei' <*n memoria y agradecimiento de la hospitalidad iteraría que el barrio aquel ofreció a su padre. A¡ cual, de muchacho, le venía estrecha la Villa de 1 cuatro Arzobispos, harto alejada de la aristocráti­ ca Comillas de ahora: sentía arrestos mayores* que para apañar carros de yerba o batir el remo en la trai­ nera; bullían en su cabeza, informes y borrosos, pero altos y recios, como montañas entre neblina, los pro­ yectos de Pizarro en las dehesas de Trujillo. Con dos duros atados en el pico del pañuelo salió de su casa, y rodó en las desvencijadas diligencias hasta Lebríja, y se acomodó de mozo con un su pariente que

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tenía tienda de montañés, o séase, ventorro y figón en una pieza. Fuese que el trato no lo hallase tan cariñoso, o que para sus alientos pareciera de menguadas promesas el lavar platos y medir cañas, un día, sin consultarlo con nadie, tomó la carretera por delante y se plantó en Cá­ diz. Dice Pereda que el montañés legítimo atraviesa el mar aunque sea atado al palo de mesana, si lo llevan de balde: Antonio no se arredraba de hacerlo; mas su bue­ na ventura le deparó no sé qué servicio en un barco de vela, que lo transportó a la Habana. Su natural despejo halló pronto amo en una tienda de comestibles. Sucedía que por las tardes, cuando el trajín de los parroquianos cesaba, Antonio sacaba una silla a la ace­ ra para tomar el fresco: delante de la tienda vecina, de ropas, hacía lo propio otro rapacino asturiano, Manuel Calvo de nombre; trabaron pláticas los dos muchachos, y el trato engendró la amistad leal, que, nacida en los albores de la fortuna, se acrisoló en su mediodía y per­ duró en la cumbre. Como hermanos fueron desde en­ tonces los dos asturianos: el de las Asturias de Santillana, y el de las Asturias de Oviedo. Y así corrieron varios años: las alcancías de los dos mozuelos encerraban ya algunos miles de pesos, y se le ocurrió a Antonio (era el partido avanzado, y Ma­ nuel el moderador, según frase de este) que había lle­ gado el tiempo de probar la suerte por cuenta propia, y cambiar la soldada segura y pobre por los riesgos tentadores. Compraron harinas, y en un patache que fletaron, Antonio llevó su mercancía y sus esperanzas a Santiago de Cuba. La arribada fué en ocasión, y al poco tiempo el novel comerciante presentó al socio una

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cartera abultada con las ganancias... en pagarés y le­ tras de cambio. No andaban todavía muy duchos en achaques mer­ cantiles; y lo primero que se le ocurrió a Manuel Cal­ vo, cuando examinó los papeles, fué: “ Y esto, ¿para qué sirve?” Realmente, en sus manos servía de poco; sin crédito ni caudal, aun para comer se verían apu­ rados hasta el vencimiento de las letras: malvenderlas equivalía a perder lo ganado. Entonces se les vino a las mientes que por la calle de sus antiguas tiendas solía pasar un señor anciano, que se paraba a charlar con ellos, acariciándolos con los epítetos de pilletes, granujas y demás lexicografía ca­ sera de protección y confianza que los viejos campe­ chanos emplean con los chicos que les caen en gracia: y discurrieron que acaso se alargara el buen humor hasta prestarles lo que necesitaban para seguir avante en su bien entablado negocio. Lo buscaron: oyeron al entrar los consabidos requiebros, aumentados de color cuando expusieron la demanda; mas al buen señor complació la valentía y laboriosidad de los muchachos; adelantó el dinero, y Antonio volvió a cargar su pa­ tache y a repetir sus afortunadas ventas en Santiago. ♦* · El caso de Comillas fué en su tiempo único: su enor­ me caudal surgido como por ensalmo; su audacia en empresas que requerían millones y preparación técni­ ca, nacida, digámoslo así, por generación espontánea en aquel montañesuco que no conoció más estudios que los de la escuela rural; su ensalzamiento desde el mos­ trador de una taberna a la Grandeza de España, todo

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ello dió pábulo a comentarios de café y comidillas de resolana. El lector habrá, sin duda, oído contar de di­ ferentes maneras el comienzo de fortuna tan sorpren­ dente ; como va, solía contarlo el propio Manuel Calvo. Ganados los primeros miles de duros, todo fué cami­ no llano al talento maravilloso de Antonio López: es­ tablecióse en Santiago de Cuba; abrió almacén de ro­ pas, compró fincas rústicas, cuando la primera insurrec­ ción las despreció; y e& pocos años, su firma comercial era de las más poderosas en la plaza. Entonces llamó a su hermano Claudio, y más tarde a otro su pariente de Cabezón de la Sal, José Andrés Gayón, su futuro consuegro, a quien puso en estudios antes de ponerlo en el comercio. Entonces también trabó amistad con otros muchachos montañeses, Antonio Movellán, José García Alvaro, Francisco Cueto, Angel Pérez y Patri­ cio Satrústegui. Estos, con Manuel Calvo y Pedro Sotolongo, fueron más tarde sus socios y colaboradores en las empresas navieras. La amistad de D. Antonio no se quebraba nunca: se convertía en lazos familia­ res, que aún duran entre los respectivos descendien­ tes.— “ La mejor herencia que me dejó mi padre, solía decir D. Claudio, fueron sus amigos” . Desde .1845 va y viene de Cuba a la Península, lla­ mado por los negocios, hasta que en 1856 se establece definitivamente en Barcelona. Al año siguiente inau­ gura la línea Cádiz-Marsella con el vapor General A r­ mero; el 61 adquiere en subasta el correo entre Espa­ ña y Cuba, y compra en Amberes los barcos París y Ciudad Condal: éste fué el germen de la Compañía L6pez, más tarde Trasatlántica, que empezó con un ca­ pital de 50 millones, y al morir D. Antonio, se compo­ nía de los vapores Antonio López, Ciudad Condal, Ciu­

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dad de Cádiz, Alfonso XII, Méndez Núñez, Santander, Comillas, Habana, Guipúzcoa, Coruña, Gijón, Puerto Rico, Pasajes y P. Satrústegui. En 1876 necesitaba el Gobierno urgentemente dine­ ro para la guerra de Cuba, y no había quien se lo pres­ tase: 1) Antonio funda el Banco Hispano Colonial, que adelantó 25 millones, “ persuadido de que de su reali­ zación dependía la salvación de Cuba” ( 1 ) ; en 1881 nace a ¡pulso suyo la Compañía de Tabacos de Fili­ pinas; compra el coto minero de Aller, fomenta el Cré./'*1 Mercantil, del que fué Presidente; adquiere al por mayor acciones de la Compañía de Ferrocarriles del Norte, y en cien otros negocios aparece como la prime­ ra potencia, económica e intelectualmente, de la indus­ tria y comercio españoles. , Sobre las riquezas vinieron los honores: los títulos, las Grandes Cruces no se abatieron a los talegos de on­ zas, sino que se estamparon en ellos, cual antaño se acuñaban en los aceros toledanos, instrumentos de ha­ zañas y conquistas. En 1878 lo nombra Alfonso X II Marqués de Comillas: poco antes le había otorgado el Collar de Carlos III. El verano de 1881 Comillas tuvo de huéspedes a la Real Fam ilia: D. Claudio y su espo­ sa. recién casados, cumplieron con el afecto y esplendi­ dez de los antiguos proceres cuando los Monarcas hon­ raban sus castillos. Apenas partida la Corte, D. Clau­ dio cayó gravemente enfermo; el Rey pedía diaria­ mente noticias de su salud, y cuando en octubre el Conde de Sepúlveda le anunció pasado el peligro, Al· fonso XII le dijo: “ Entonces hoy es el momento opor­ tuno, toda vez que los temores de D. Antonio habrát (i)

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desaparecido y su espíritu estará más tranquilo, de que le escribas, diciéndole que quiero darle la Grande* za de España, y que te manifieste con qué titulo la quiere llevar” . “ No suponga usted, escribía al Marqués el palacie­ go D. Atanasio Oñate (3 octubre), que el Rey desea honrarle con esta distinción por las sin iguales aten­ ciones, por las grandes pruebas de cariño y simpatía que de ustedes ha recibido en Comillas: este cariño, estas atenciones eran a la persona de Don Alfonso, a las de sus augustas esposa y hermanas; y el Rey a todo esto no puede corresponder de otra forma que con su gratitud y constante estimación. Su Majestad concede la Grandeza de España al hombre que, como ya dijo en su discurso a bordo del A. López, es para él la más fiel personificación del trabajo, al hombre que todo lo debe a su poderosa iniciativa y superior inte­ ligencia, al que, con legítimo orgullo, puede ostentar la primacía de nuestra marina mercante; al hombre, en fin, cuyo acendrado amor a su patria pone por princicipal lema en todas sus empresas el nombre de Espa­ ña, que quisiera ver por encima de todas las naciones” . Junto con la Grandeza se le ofrecía el Ducado de Navalmoral, o cualquier otro a que quisiese vincularla. Eran verdad los fundamentos del honor más grande que concede el Rey de España: al antiguo mozo del colmado lebrijano debía España su marina mercante, y con ella los medios de estrechar los lazos, harto flo­ jos ya, con sus posesiones de las Antillas. “ Si Cuba es española todavía, afirmaba La Ilustración Catalana el 30 de enero de 1883, débese en parte a sus vapores, que, si en tiempo de paz son dóciles mensajeros, que van y vienen con ósculos y abrazos entre la madre y la htja,

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cuando estalla la guerra, transportan en pocos días a la isla numerosos ejércitos” . Debíale, además, España los mejores alientos en su industria, los brazos más poderosos de su comercio, únicos, puede decirse, en el extremo Oriente. D. Antonio López era el tipo de los héroes modernos, de los conquistadores que engrande­ cen su patria, como hoy es hacedero: conquistas me­ nos esplendorosas, pero acaso más útiles que las de antaño; mexios caballerescas, pero también menos tor­ mentosas. Por eso, el R. D. de la Grandeza se expidió por el Ministerio de Ultramar, y el Rey se lo anunció con carta autógrafa, que dice a sí: •

“ Madrid, 3 de noviembre de 1881. "’Estimado López: En vista de la carta que usted me escribió, con motivo de haberle indicado mi deseo de hacer a usted Grande de España, di la orden al Mi­ nistro de Ultramar para que me trajera el decreto; y adjunto remito a usted el traslado. Al conceder a usted esta dignidad, puede usted estar seguro que no me mueve sólo el agradecimiento del Rey o del amigo, sino que lo hago como español amante de su Patria, que pide al Cielo le conceda muchos hijos como el que he conocido en Comillas, y conceda a los sentimientos monárquicos muchos servidores que, como usted, uniendo caballerosos sentimientos a su talento prácti­ co, conserven la paz y sean fuente de progreso para España.—Celebro saber que Claudio está ya bien. ’’ Sabe usted cuánto lo aprecia su affmo.— Alfonso” . D. Antonio era materialmente un nuevo rico, como ahora se dice; pero la nobleza parecía en él heredada.

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Hubiera rehusado la merced regia de no advertirle Se­ pulveda “ que hay honores que bajo ningún concepto pueden renunciarse” . “ A pesar de todo lo que usted me afirma, contesta él, no me creo merecedor de ella, pero la acepto, sin embargo, con intima satisfacción, como una prueba del afecto que debo al Soberano... Lo único que rae preocupa al aceptar la Grandeza que Su Majestad me otorga, es que va siendo tan grande la deuda de reconocimiento que con Su Majestad he contraído, que, aun cuando me precio de saber querer y saber agradecer, dudo poder llenarla como deseara” (San Sebastián, 18 oct. 81). Hay dos cartas suyas al Rey, escritas con llaneza digna, con cortesanía espontánea. “ No puede, dice, alardear de otros títulos para la regia merced, sino haber amado constante y profundamente el trono, la patria y el trabajo” . La Grandeza será para él “ blasón inestimable de la marina mercante, de que forma par­ te mi empresa de correos trasatlánticos” (i). Así llegó D. Antonio López a la cima de la grandeza humana; lo alzó, no el favor de nadie, ni la especula­ ción vergonzosa, sino el propio esfuerzo, su trabajo in­ cansable, su ojo certero en apreciar los negocios, su magnanimidad en emprenderlos a lo grande, la fortu­ na, que jamás se le mostró hosca, o, más cristianamen­ te hablando, la Providencia, que quiso acumular mi(1) A la Grandeza puede aplicarse lo que del Marquesado escriWa E l Imporcial con ocasión de haber llevado D. Antonio seis trasatlánticos en frente de Comillas, para agasajar a sus reales huéspedes en el verano de 1881: 44En esa tarde en que D. Antonio vela desde Comillas maniobrar su magnifica escuadra, pudo pensarse cuán poco vale el título para prem iar una gloria legitima. Porque no es el titulo el que ennoblece al nombre de D. Antonio López, sino el nombre de D Antonio López el que enno­ blece al titulo”. (7 de sept. 1881).

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llones y riquezas que sirvieran de reserva y sostén ro­ busto a la Religión y a la Patria. La bondad de su alma la ocultaba a veces corteza un tanto bronca y do­ minadora, como de quien está acostumbrado a luchar y a vencer; buscaba las riquezas, pero no se apegaba a ellas; por los pobres y por la patria las gastaba sin do­ lor. La fe, que >acó arraigada de su casa, jamás se a mortiguó. Sin llegar a la piedad de su hijo, que ésa pasa del nivel ordinario, fué siempre un buen cristiano. Prueba dé" dio, la iniciativa suya, única en la historia de la navegación comercial moderna, de poner cape­ llanes en sus barcos: prueba, el Seminario de Comi­ llas, y el plan de su vida. Hay quien cree que la fe práctica le vino en los últi­ mos años de los ejemplos de su hijo. Sin negar que in­ fluyeron, y mucho, no puede admitirse la afirmación. Antes que Claudio naciera, D. Antonio en persona se cuidaba de que sus esclavos en los ingenios de Cuba vi­ vieran cristianamente, arreglando, como Dios manda, las uniones poco escrupulosas, que, entre gente de co­ lor, se estilaban y estilan en las Antillas; cuando el cólera se cebó en ellos, sin miedo al contagio, los visi­ taba en sus bohíos y les procuraba ios auxilios espiri­ tuales y corporales, y la recepción de los últimos sacra­ mentos. Siete años tenía Claudio cuando, en uno de sus viajes entre Cuba y España, lo atacó el cólera , en el puerto de Tetuán; con la muerte a dos pasos, escribió a su mujer la carta de despedida, que copio íntegra, como ejecutoria de su cristiandad. E l sobre dice: “ Carta escrita en Tetuán para Luisita, estando para morir.

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” A bordo del América, 10 febrero 1860.” “ Querida de mi alma: Si, como es probable, recibes ésta después de haberme perdido, sírvate de consuelo, primero, que absolutamente no he carecido de ningún consuelo espiritual ni temporal. El amigo que escribe la presente no me ha abandonado un momento; y, por último, muero lleno de amor por ti y por esos cuatro hijos, y mi último pensamiento será pedir a Dios per­ dón por mis faltas, felicidad para ti y para tus hijos. Te encargo arregles todas las cuestiones de tu familia, siempre que puedas hacerlo con dignidad para mí. Te encargo también, porque no recuerdo si lo hago en el testamento, que des quinientos duros a los pobres, dos­ cientos a ésos, y trescientos a los de Comillas. Mil Mi­ sas de a diez reales cada una, quinientas ahí y quinien­ tas en Comillas. Algunas otras recomendaciones te haría, pero ya comprenderás que no tengo la cabeza para ello. Supongo que llevarán ahí mi cadáver; le da­ rás sepultura en el lugar que tengo destinado. Sírvate de consuelo, por último, lo mismo que a mis pobre« hi­ jos, que rnuere resignado tu apasionado.— Lopes” . La firma es robusta, como cualquiera otra suya. El amigo que cumplía el triste encargo era D. Carlos Eizaguirre, el cual, desde Madrid, escribía a 16 de marzo siguiente: “ Debo confesar que la dichosa carta me causó el peor rato de mi vida, así como la firma me hizo renacer esperanzas que ya había perdido. Sí, ami­ go mío, lo consideré a usted ya en el otro mundo; y al ver la firmeza al firmar, y la tranquilidad de ánimo que aparecía en el semblante de usted, después de haber

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cumplido con Dios y con los hombres, concebí esperan­ zas de salvarlo” . El gran periodista Mañé y Flaquer condensaba el ca­ rácter de D. Antonio en breves frases: “ En sus empresasno olvidaba que era hombre de negocios, pero tampoco ol­ vidaba que era hombre de conciencia, y procuraba que el que tratase con él tuviera motivos de felicitarse, no de arrepentirse*’ . (Diario de Barcelona, n febr. 1883). Mas entre las muchas alabanzas que de D. Antonio se escri­ bieron, ninguna ni tan sentida ni tan consoladora como las que estampó el excelso poeta que por razón de su car­ go sabía bien lo que decía: “ Saba de cedre y de gegant la forsa tenia, tot batense ab Turnea; deixaba a la formiga dins sa escorsa sa casa obrir y atresorar son gra. No —’m respongué— mos dies mes felissos no me ’ls dona la gloria ni ’1 plaher sino ’1 orfe, lo pobre, ’ls malaltissos que prengueren mon tronch per respatlier” .

CAPÍTULO II INFANCIA.—ESTUDIOS

En Santiago de Cuba vivía, cuando allí se estableció Antonio López, un catalán oriundo de La Selva (prov. de Tarragona), llamado Andrés B ru ; por negocios o por sim­ patías se trataban, y Antonio se enamoró de una hija del catalán. Trasladóse Bru a Barcelona; y es muy creíble que el recuerdo de la gentil Luisa entrara por mucho en los viajes que desde 1845 emprendió Antonio a Barcelo­ na, en cuya parroquia de San Jaime la desposó: con ella volvióse a Cuba, y allí le nacieron sus tres hijos, María Luisa, Isabel y Antonio. Invadió en 1853 el cólera la ciu­ dad de Santiago, y D. Antonio (ya el don caía sobre base sólida), temiendo por su familia, la embarcó para Espa­ ña. La navegación fué horrorosa para la pobre doña Lui­ sa, que a los cuidados de sus niños, de cuatro años el ma­ yor, y a las molestias del incómodo velero, añadía la an­ gustia de dejar a su marido entre los riesgos del conta­ gio, y los trastornos de su propia salud, pues esperaba para muy pronto el cuarto hijo. Nació éste el 14 de mayo de 1853, y fué bautizado el 13 de junio en Santa María del Mar, con los nombres de Claudio, Segundo y Bonifacio. La infancia de Oaudio no ofrece cosa que merezca contarse.

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Gustábanle, como a todos los chicos, el juego, las come­ tas. los títeres: cuando le nació el primer sobrino se rego­ cijaba al recuerdo de los días infantiles que iban a reno­ varse en su casa: “ ¡Qué satisfecha estarás (carta a su madre desde Burdeos, 21 junio 1875) con un nieto comillano! Ese picarín nos va a hacer la concurrencia. Pero no. en tu corazón hay sitio para todos. Por mi parte ya me estoy preparando para jugar al toro, hacer cometas, ejercicio y i'xio lo que se le antoje al montañesuco, que creo está destinado a compartir poderes con Isabelina, ya oue no a gobernar en jefe” . Y a bordo del Caniel, entre Irlanda y Escocia, añora la fiesta del día, el Corpus, en la patria y los placeres de la niñez. Ouién pudiera mirar, aunque no fuera más que un momento, el aspecto que presentará Barcelona, respirar su r.tmósfera bañada en el perfume de la retama y del invr¡so. escuchar confundidos el bullicio de la gente y los cantos religiosos, extasiarse al ver a nuestro pueblo arro­ llado humildemente al paso de la Custodia, y la alegría ; la felicidad en todos los semblantes! ¿Recuerdas cuánro hemos gozado con las procesiones en otros tiempos? Xtinca olvidaré mi estado de ánimo, cuando, instalado en mo de los balcones de la otra casa, y dueño de un cesto de retama, veía asomar por el fin de la calle la cabeza de ino de lo« gigantes, o escuchaba el sonido de los timba­ les : me volvía loco. Y sin embargo, este goce era peque­ ño comparado con el que sentía cuando al tener cualquie­ ra de estos personajes a mi alcance, y, puesto de pie sobre una silla, le echaba encima el cesto entero de retama como una lluvia de oro, y los veía después alejarse casi completamente cubiertos por ella. ¡Ah, esos goces ya pa­ saron para nosotros!... Yo no lamento su pérdida: otros goces vienen cuando se acaba el de jugar al toro y el de

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volar cometas, como otras penas nacen cuando ya no llo­ ramos al acabarse el domingo, o al caer el tetón de los teatros” . Sí, esos goces de mirar a los gigantes y cabezudos se trocaron en otros más hondos: años adelante, cuando pa­ saba la procesión del Corpus, se retiraba de los balcones y de la compañía y se estaba en habitación aparte de ro­ dillas, adorando a su Dios. Pero dejemos al hombre y volvamos al muchacho: Para las dos hijas trajo D. Antonio una institutriz in­ glesa y protestante, aunque esto no lo supieron sino mu­ cho después; la cual daba también lecciones de inglés y francés a Claudio y Antonio. Asistieron luego ambos a un colegio de párvulos, “ con boina y tirabuzones, las pier­ nas al aire y la cartera a la espalda” , según se describe Claudio. Para el bachillerato tenían profesores en casa; sólo para las matemáticas iban al vecino colegio Galavotti (calle Nueva de San Francisco, esquina de Escudillers), hasta que un profesor pegó a Antonio y sulfuró a su padre. En el aprovechamiento hubo de todo. No aparecen en el Instituto de Barcelona las notas oficiales. “ Recuerdo, dice Claudio, que en aquellos días, de latín y de correa [la correa formaba parte integrante de los dómines, y con­ tribuía al aprender más que el maestro], solía exclamar muy a menudo el pobre Sr. Figueras. al ver que ni por casualidad sabíamos nunca los dos la lección en el mismo día: “ Cuando pitos flautas, cuando flautas pitos” . Di­ bujo les enseñó un tal Guiferrer. Claudio tenía afición y habilidad, según lo prueban los apuntes que gustaba de trazar en sus viajes. En música, no debió de pasar de los rudimentos desabridos; de veintidós años, escribía a su hermano: “ Anoche fuimos al Real; cantaron E l Barbero

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nuy bien. Empiezo a saborear la música. ¡Parece menir a !” En el arte de Terpsícore logró el resultado que se :rasluce en la siguiente anécdota: Conversando la Reina Doña María Cristina con la Marquesa de Comillas, le mostraba su satisfacción por haber hallado un maestro de baile para las infantitas, muy habilidoso, muy formal, catalán, Moragas de apelli­ do ; al oírlo, la Marquesa no pudo reprimir la sonrisa. —¿Jo r qué se ríe usted?, preguntó la Reina. —Porque ese fué el profesor de Claudio... y el discí­ pulo no sabe bailar. Su madre doña Luisa, de carácter dulce en apariencia, firme cuando el caso lo exigía, les infundió además de la piedad, cuyos frutos de más tarde no se hubieran cose­ chado tan opimos si la mano maternal no enterrara la si­ miente, un amor a la familia que causa admiración: fue­ ron siempre, padres e hijos, una sola alma, y a quien no haya sentido tanta delicadeza, parecerán exagerados los afectos tiernos, mimosos, que hombre ya barbado expresa Claudio en sus cartas. En cambio, D. Antonio, por genio y por convicción, se mostraba severo, casi adusto con los dos varones; queríalos recios, disciplinados: los mimos los guardaba para las hijas. Al principio consintió lo tra­ taran de tú; parecióle después menos respetuoso, y orde­ nó el usted tradicional y español; y desde aquel día ellos emplearon el usted con D. Antonio y el tú con doña Luisa. Vedábales se arrimasen a otros muchachos; sus compa­ ñeros de juego eran pocos y escogidos: en Barcelona, José Camps y Amaro Mossó, sus primos, el marqués de Robert y alguno que otro; en Comillas, los veranos, L o ­ renzo Movellán, los hijos del general Piélago y los pa­ rientes de la Casa López. Apenas quedan de ellos: todos convienen en que Clau­

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dio era buen estudiante, buen amigo, respetuoso, formal; en todo lo cual se le parecía su hermano, menos en lo es­ tudioso. Pero nadie imagine una virtud sin asomo de ni­ ñerías: su aplicación no le estorbaba armar cambalaches de sellos durante la clase, de los que formó rica colección, olvidada, por supuesto, más tarde; su formalidad se com­ paginaba en el verano con corretear por las huertas de Comillas, en compañía de los Piélago y tomar en la playa cuantos baños le p¡edía el cuerpo; no consta, pero es creí­ ble, que la iniciativa de estas aventuras fuera de su her­ mano Antonio, de genio más vivo, más bullanguero, como se desprende de sus cartas, que son preciosas, salpimenta­ das de ironías y malicias de buen género. En Comillas pasaban la mayor parte del día en casa del general Ce­ lestino del Piélago, a cuyos hijos tuvieron siempre por her­ manos: dábales D. Celestino repasos de matemáticas: a ninguno de los dos encandilaban las fórmulas; todo se les iba en mirar con el rabillo del ojo la puerta, a ver si apa­ recía cualquiera de las niñas del general, porque c o r elias entraba el alboroto. Se bajaban al jardín, y Claudio, con la baraja debajo del brazo, se echaba a buscar compañe­ ros para la brisca. Tal afición al libro de las cuarenta, asustaba a su hermana María Luisa. “ Me da miedo este niño: va a snlir jugador” . Y salió jugador tan malo, que, hombre ya, escribía desde Panticosa, habían armado mesa de tresillo el primer marqués de Estella, él y otros; y hubo que levantarla porque su torpeza desconcertaba los lan­ ces del juego. Todas estas travesuras se cortaron de raíz: las supo doña Luisa, y como tenía en su familia ejemplos bien tristes de educación descuidada, consecuencias de ocultar las faltas de sus hermanos, quiso poner remedio y las co­ municó a D. Antonio: salieron a la colada las rebuscas

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de frutas, los baños intempestivos, y sobre todo, una deu­ da contraída en la confitería del pueblo. D. Antonio no se anduvo en chiquitas: llamó a los culpables, y con un zu­ rriago comenzó a restablecer el orden... Y fué de notar cómo ambos chicos a porfía procuraban cada cual escu­ dar con su cuerpo al otro; esa nobleza y cariño desarmó el brazo de la justicia. Claudio, al contar el episodio, decía que aquella lección fué la mayor prueba del cariño pater­ no. “ ¡L o que le costaría pegarnos con lo padrazo que era!5’ De aquel día databa él su conversión. ** * De 1869 a 1873 cursaron ambos hermanos la carre­ ra de Derecho en la Universidad de Barcelona; al prin­ cipio como alumnos oficiales; después, medio desterra­ do su padre a Tolosa, por andanzas antirrepublicanas, venían a examinarse. Antonio gastaba poco los codos sobre los libros; v Claudio, camino de la Universidad, le repasaba la lección; y como no siempre confiase en el recurso, para evitar el bochorno de que lo sorpren­ diesen en blanco, cuando se veía venir en los labios del catedrático el amenazante Sr. López Bru, siempre se levantaba Claudio, aunque al apellido siguiera Antonio: el parecido de los dos hermanos y el intencionado cam­ bio de puesto favorecían la supV ntación. El 17 de junio del 73 D. Antonio pone un volante a su mujer: “ En el momento que se presentó Claudio diciéndome que era ya abogado, te lo avisé por telégra­ fo, para no retardarte un momento la satisfacción que vas a recibir. También me dicen que hizo un examen

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brillante, y lo creo. Dios nos está colmando de toda clase de felicidades” . En efecto, aquel día, él y su hermano aprobaron el ejercicio de Licenciatura en Derecho Civil y Canóni­ co. Claudio se apresuró a comunicarlo a su madre, en tonos más modestos: “ Somos ya dos abogados de gran toga y birrete, ya que no de gran ciencia” . Quizás para aquella ocasión compuso un estudio histórico-canónico, que se halla entre sus papeles, sobre los Vicios que en su origen y desarrollo presenta la Igle­ sia Oriental. Está magníficamente bien trabajado e indi­ ca conocimientos no vulgares de historia eclesiástica: hoy mismo, con ligeros retoques, se leería con gusto y provecho en cualquier revista de divulgación. No he hallado rastro de ningún otro trabajo jurídi­ co entre sus papeles. En cambio, su afición a la literatura era decidida: si los negocios no le estorbaran tajar bien su pluma y pu­ lir sus facultades —negocios mercantiles y de más alto orden—, hubiese compuesto muy decentemente. Los primeros ensayos son ya de bríos: en las vacaciones de 1870, entre él, su hermano, Joaquín del Piélago y otros muchachos, para entretener las horas y amenizar las veladas· —entonces no babia en la sosegada villa rii golf, ni autos, ni balandros de arenales, ni tan aristo­ crática y copiosa colonia como ahora: las diversiones se ceñían a la bolera y a paseos—, publicaron un perió­ dico, E l Paraíso: hay en él artículos de fondo, versos, ecos de sociedad, avisos a la autoridad (el célebre Escandón, eterno alguacil del concejo), sobre poner bo­ zales a los cerdos para evitar desaguisados en sus me­ rodeos por plazas y callejas: percances en la boleraf murmuraciones en el Prado o Campíos, noticia de ase-

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sinatos a la luz del sol, de cuyo espanto consolaba al cronista la idea de que el interfecto daría buenos jamo­ nes v apetitosas longanizas, cu-charadas y otros temas de color local, fruto de imaginaciones juveniles y áni­ mos sanamente alegres. De Claudio son casi todos los artículos de fondo y casi todos los versos... y casi toda la escritura del periódico: que ya entonces cargaba con lo más penoso del trabajo. abía terminado su primer curso en la Universidad y cantaba diecisiete años. De entonces es su primer esbozo literario (ni cartas hay anteriores, porque no se utb :i >ei»arado de la familia), que voy a copiar: recuér­ dele que era la época de Bécquer y de los poetas melenudos, del romanticismo melancólico: casaba bien tendencia con el carácter literario del autor, y por ese derroter-. s piaba casi siempre su inspiración en prosa y en verso. Dice as; el artículo: "E l Campanario.—E! campanario de todo pueblo es ;o que le da poesía y expresión, es el vigilante de las muchas generaciones que por allí pasaron... Pero enre todos ellos, el que se levanta en el centro de Comi'·i :.c·. como pastor del rebaño de blancas casas esparcí­ an fT) su derredor; su vista me entusiasma: me en­ canto mirando sus altas y cenicientas paredes, cubier­ tas de amarillentos musgos, viendo volar por encima de su cúspide a la nocturna lechuza, que, alumbrada por la mortecina luna, parece el genio maligno que se ^oza en contemplar las desdichas del pueblo, las que, con fruición, va marcando en la blanca esfera del re­ loj...

” fx>s aleares toques matutinos hinchen mi corazón

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con los risueños recuerdos de mí alegre niñez. ¡ Cuántas veces, despertado por ellos, salté de la cama alegre por la fiesta que me anunciaban: me cuentan tantos jue­ gos, tanta delicia, tanta felicidad ya pasada...! Las ron­ cas vibraciones de la gran campana, por el contrario, empequeñecen mi pobre ánimo, al hacerme pensar en la separación de un ser querido, o en la imponente tem­ pestad, o en el incendio aterrador. Y si hiere mis oí­ dos el melancólico toque de oraciones, la mente me transporta al goce de ideas sobrenaturales. Me parece que, en medio de la calma del anochecer, cuando el pai­ saje se encuentra embellecido por la poesía del cre­ púsculo, el Creador de la naturaleza que admiro me re­ cuerda con los lamentos de las campanas su existencia, su poder sobrenatural... y, entonces, no puedo menos de descubrirme y demostrar con mi sumisión el agra­ decimiento hacia el que me crió. Los sones que despide esa torre, tan sublimemente locuaz, me explican mis deberes religiosos y la pequenez de mi ser, tan expues­ to a fenecer como aquellos para los que. al despedirlos, se queja. Por eso, siempre deseo que mi sentimiento sea tal que entienda el elocuente decir de las plañideras campanas...” (El Paraíso, 4 de octubre 1870). * ** Cuando los estudios de los dos hermanos estaban ya para acabarse (marzo del 73),.los llevó su padre a An­ dalucía. Claudio gozó intensamente con el clima y el arte en Córdoba, Sevilla y Granada, tan diverso de lo que hasta entonces había visto en Cataluña y la Mon­ taña. Aquí suelta la rienda a sus aficiones de escritor:

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gustábale charlar largo con sus hermanos ausentes, y dejaba correr la pluma en descripciones y relatos, que/ con un poco de lima, hubieran quedado perfectos; te­ nía el gusto aquilatado, la imaginación lozana, la pala­ bra fácil. las t'-ques de ingenio delicados y oportunos, y hasta su puco de ironía retozona, que nadie sospe­ charía ma> tarde en el Marqués, tan mesurado y gra­ ve: digo fjüc nadie, fuera de quienes lo veían y trata­ ban de puertas adentro. Por esta tendencia a expan­ sionarse. a vivir en continuo trato con los suyos y te­ nerlos al tanto de cuanto le ocurría, es facilísimo se­ guirle los pasos e historiar los años de su mocedad. M ás tarde, las cartas, siempre numerosísimas, no dan apena> luz : expresiones de su cariño, toques cuasi telegrancos de negocios: parecen escritas entre despa­ cho y despacho, mientras un secretario salía y otro en­ traba. pues, aprovechar la ocasión para insertar alguna^ paginas suyas: sus dotes literarias son una de "U" 1 acetas desconocidas y prueba de lo que veremos ma> tarde : que el trabajo, el deber, mató en él los gus• o·' personales. •‘.n Córdoba: El genio de los dos hermanos se pinta gráficamente en lo que más los afectó en la ciudad de ¡ >s caln^s: “ Sólo consignaré, escribe Antonio a su mar' rv. una d- mi- impresiones artísticas. ¿Te dieron a ti en ía tonda un plato de jabalí recién cazado, adereza­ do ron ur.a de esas salsas nacionales que despiertan el a p e t i t o de los cinco sentidos? — ¿No?— Pues a nos­ otros. -)!. y te diría que me gustó casi tanto como la cá­ tedra!. sí las comparaciones no fuesen odiosas” . Claudio toma en serio el arte: cayósele el alma a los pies ante la suciedad de Córdoba: “ En cambio, ¡cuánto

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me sorprendió la mezquita! Tan favorablemente como el alcázar (que es mucho decir), y casi tánto como me disgustó ver alojados en ella nuestros santos y nues­ tros canónigos, por más que esto represente uno de los triunfos de nuestra religión: y me indignó la manera chapucera como ha marcado su planta nuestra arqui­ tectura en esa preciosa joya. Parece como si los encar­ gados de cristianar el templo moro hubiesen tenido empeño en hacer resaltar la belleza de éste por el con­ traste de lo churrigueresco de los remiendos” (a Ma­ ría Luisa). Sobre los malhadados remiendos opinaba lo mismo Carlos V ... y cuantos tengan un adarme de sentido ar­ tístico. De Sevilla debió de escribir bastante; pero faltan pliegos, y apenas si nos da la descripción de la plaza de San Fernando, del Ayuntamiento y del Patio de los na­ ranjos. La Alhambra, como no podía menos, lo mara­ villó; servía entonces la torre de la Vela de cárcel para presos políticos, y el contraste le apenó el alma: “ No sé, a la verdad, qué es más cruel, si encerrar al pobre preso en un calabozo sin vistas ni luz, por triste y ló­ brego que sea, o privarle de la libertad, dejándole ante los ojos los seductores encantos de aquel paisaje” . Que escribía por ejercicio literario, échase de ver en los apuntes de viaje y por las anécdotas intercaladas: así escribían por aquellos años, v. gr., Alarcón, “ De Madrid a Ñapóles !\ etc... El camarero del hotel le ofre­ ció buena ocasión, y voy a transcribir sus palabras, digo, las de Claudio: “ El criado que nos servía, cumpliendo con la obliga­ ción de todo criado de fonda que esté a la altura de su cargo —según éste, se entiende en España—, nos re-

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firió todos los sucesos que él creía de actualidad y de interés: cuál era la buena estación para la foñda, los hoteles en que había servido, sus ocupaciones y sus preocupaciones, etc. Pero, generalmente, estos asun­ tos no m.s tratan sino para calentarse la lengua, como si dijéramos para preparar el terreno a la franqueza que ellos suponen debe reinar entre todos los compatrotas. por más que sean sirvientes y servidos (no hay que extrañarlo, está en la sangre de la raza). Nuestro hombre, después de traídas las cosas a este punto, se lanzo de lleno (mientras servía los postres) al terre­ no de los cuentos, que suele preceder al de las pregun­ tas y confidencias. —b» que ya sabrán ustedes es lo del inglés. (Es cosa sabida que los ingleses son los héroes escogidos en España, y principalmente en Andalucía, para toda aventura ridicula o extravagante, quizás en justo cas­ tigo a su vanidad nacional, al orgullo de.sí mismos y de sus costumbre.:). Buena noche debió pasar: lo que es él no creo lo habrá olvidado. ¡V aya un tipo! Bien ganado se lo tuvo, por no hacer caso de advertencias. —Pera, ;qué fue ello? —Pero, ;no lo saben ustedes? Pues estaban aquí una partida de ingleses, que habían venido en comisión a estudiar el eclipse del año pasado. Cenaron fuerte la noche de Inocentes, y uno de ellos, sin duda para re­ frescarse, porque llovía a mares y hacía un frío que pe­ laba, se empeñó en ir a la Misa del gallo en la Cate­ dral ( i ): no se le pudo sacar de la cabeza, ni quiso que nadie lo acompañara, y bajó solo, sin saber el camino. En la calle se arrimó a preguntarlo a los dos primeros (i) No c.s preciso advertir que el camarero andaba flojo en liturgia: (misa del gallo la noche de Inocentes!

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mozos que encontró: los cuales se brindaron a llevarlo a la Catedral, y, después de Misa, a la fonda: el inglés, encantado de la cortesía española. “ Oyeron Misa, tomaron el camino de vuelta, y, al lle­ gar a lo más espeso de los árboles, los acompañantes pararon al inglés —aquí el narrador mira alrededor con cierto aire de misterio, para asegurarse de si al­ guien má$ que nosotros oía, y bajando la voz, prosi­ gue—, pararon al inglés... y lo dejaron ¡con un calce­ tín por todo abrigo, señores! Al inglés le faltó tiempo, apenas pudo, para emprender la carrera hacia el ho­ tel, y empezó a aporrear, la puerta con furia, porque se moría de frío. Llovía y tronaba ... y el cementerio está cerca. Así es que el portero por poco se queda muerto de susto al abrir, cuando vió que se le venía encima un hombre en aquel... traje. Por si era o no aparecido, de un empujón lo echó al arroyo y trancó la puerta: volvió el inglés a dar aldabonazos; ¡ bueno estaba el otro para abrir! Al amanecer, el vecino de enfrente nos avisó que el inglés estaba fuera; casi neg^ro, dando diente con diente como un condenado. Dijo que no se había muer­ to porque estuvo toda la noche dando carreras. “ No sé qué es peor, si sufrir un lance de esta especie o quedar para siempre como héroe de esta leyenda. Por­ que el sucedido del inglés no se olvidará jamás dentro de la Alhambra: irá unido a las tradiciones y consejas de los moros” . Los trozos literarios de sus cartas, sin perder el ca­ rácter de ensayos o ejercicios de estilo, pueden atri­ buirse al deseo, en D. Claudio vehemente, de conversar con los suyos, de contarles por el papel lo que de pala­ bra les contara, aun las menudencias que en familia se comentan. Los del Diario parecen ya empeños de es-

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critor novel que aprende el manejo de la pluma con mi­ ras a posteriores planes. Porque los tuvo, y en retazos de papel y sobres viejos se conservan algunos, a los que libró de h papelera el no revolver después sus escri­ tos. Hay. pues: Voces de la Naturaleza: el pliego que las guarda, dice: “ Poesías: las menos malas que he es­ crito ” Un Diario, o Des Pensées: Una comedia de magia,

■ irmsda con diálogos entresacados del Quijote: “ Don Quijote en su lib rería : al abrir cada libro de caballería se le ponen delante las escenas que va leyendo (cua­ dros transparentes): escena de maese Pedro el titiri­ tero: al salir de la Cueva de Montesinos representar lo que dice haber v is t o ...” , etc. Realmente, el asunto ofrece variedad de cuadros vistosos, al estilo de las resistas ahora de moda. Piececilla : Escenas en uña casa de huéspedes. Están borroneados los personajes y algunos dances sin trabazón. Acaso estos planes embrionarios los esbozó con mi­ ras a las veladas familiares de verano en Comillas; Su afición a versificar, hasta que ganó empleo, debió de ser grande: entre sus papeles se hallan muchos ver­ sos. a veces sin acabar, a veces a medio corregir, en pa­ pelillos sueltos, en trozos de sobres, en las cubiertas de libros: el consonante se le mostraba esquivo. Andando él por Cádiz en 1876, su hermano Antonio le pide ra­ zón de sus poesías: “ Tengo deseo de leer lo que has es­ crito inspirado por las dulces musas que se mecen so­ bre las ondas azules y espumosas que acarician sin ce­ sar a Cádiz. E stoy seguro que habrás trasladado al pa­ pel, en forma más o menos correcta, algún recuerdo de aquella luz, de aquel ambiente que parece perfumado, aunque no se ven árboles ni flores, de aquella poesía, de aquella voluptuosidad y de aquel algo aristocrático.

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que hacen de Cádiz una deliciosa cárcel, en que no se encuentra estrecha ni triste la imaginación” . Claudio le contesta: “ Hace tiempo que me tengo prohibida esta clase de desahogos... Tú sabes bien que nunca llegué a dominar el verso, y hoy, que con otras ilusiones he perdido las ilusiones de poeta, no tengo paciencia para andar rebuscando consonantes: es tiempo perdido. Después el haber formado algo mi gusto literario, hace que no tenga ya el goce de leer mis versos, que es el principal estímulo del poeta...; con el atavío rítmico de que yo puedo dotar a mis pensamientos, me parecen infelices encarcelados o mamarrachos de carnaval” (14 marzo 1876). Es modestia exagerada: cierto que las alas de su musa tropezaban con los barrotes del metro: que fal­ ta la lima; de ordinario, al margen se lee: “ hay que corregir” ; sino que le faltó tiempo y humor para ha­ cerlo : todas sus composiciones son borradores. Si juz­ gáramos a Núñez de Arce y a tantos otros por los bo­ rradores, ¡cómo desmerecerían! Pero las ideas y senti­ mientos tienen delicadezas exquisitas, y no pocas ha­ llan forma adecuada: pondré sólo algunas muestras. Comillas poeta es un descubrimiento aun para sus ín­ timos. I Cuando veo que es la vida una cadena Que al mármol funeral Corre trabada en lazos de suspiros, ¡Cómo no he de llorar! Si sé que, mientras gozo, a otros destroza

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Con acerbo puñal Fiero el dolor; que mientras canto, gimen, ¡Cómo no he de llorar! Si los pocos momentos de ventura Que alcanzo a disfrutar Me hacen la vida amar —vida tan breve—, ¡Cómo no he de llorar!

II Donde baten las olas espumosas Del azulado mar Van muriendo las plantas, y se forma Estéril arenal; Cuando azota la mar de las pasiones Un triste corazón, Cual de yerbas la orilla, al fin se queda Desnudo de ilusión.

III Seca el viento el rocío de las plantas, El llanto que la noche les causó, Como enjugan el llanto de las almas Los soplos del amor. Va corriendo sin lágrimas mi vida, Y sólo, cuando escribo sobre el mundo, A maldecirle acierto. No lo extrañes : mi mente adormecida Vive, soñando, en un sopor profundo; Cuando escribo, despierto.

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IV — ¿Qué haces, niño, al lado de esa tumba, Como estatua de mármol funeral, Inmóvil, solo...? —No, yo no estoy solo, Allí mi madre está. —Y ¿qué aguardas llorando? —Aguardo verla. —Mas, ^i ha muerto. —No ha muerto, lo sé yo. Escuchad lo que un día, entre caricias, Mi madre me contó Al hallarme mirando cuál dejaba Pintada mariposa de color El redondo capullo de áurea seda Que antes le abrigó, — ¿Ves, mi ángel?, la tumba es el capullo Do tomamos las alas al morir Que del mundo del lodo al de las flores Nos permiten subir. No se muere —por más que el cuerpo muera—, Se deja la materia nada más: Duerme la oruga, y bella mariposa Vüela al despertar—. Sí, mi madre lo dijo: —No se muere, No; se deja al espíritu escapar: Dejadme, pues, aquí: yo quiero verla, Quiero verla volar. Con sus rubios cabellos de crespo oro, Y sus ojos azules sin igual,

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Y unas alas de nácar, yendo al cielo, ¡Qué hermosa debe estar! Cuando ella, como un ángel lance el vuelo Con la palma en sus manos, hacia Dios, Por más que llore al verla que me deja, Quiero decirla: ¡Adiós! Lourdes, 1873.

Apenas sopla la primavera, Cuando de hojas tiernas se adorna Y bellas flores, la enredadera De tu balcón. Y cada año de ellas se viste, Por más que sabe que el sol las quema Y que al embate, ¡a y !, no resiste Del aquilón. En nuestras almas la lisonjera Ilusión brota, para que muera, Igual que brota la enredadera Su tierna flor. (Escritos en un sobre en el jardín botánico de Bur déos, 1874). .Mentirosa ilusión la dicha humana! Siente el hombre su aliento Y exclama: ¡Soy feliz! Lo está exclamando Cuando la dicha que sintió ya ha muerto; Que es la flor del placer siempre temprana De nuestra vida en el perpetuo invierno.

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Adviértase de paso el carácter melancólico de sus poesías: quizás influya el ambiente beoqueriano de la época; pero también esa nota la hallaba Claudio por entonces en el fondo de su alma. Era el germen del des­ engaño no escéptico, sino cristiano, que más tarde lo despegó de glorias e ilusiones terrenales. Y basta de literatura: La lucha por la vida que en él tuvo más alto sentido que el vulgar de la frase, le tronchó ilusiones si las halló; ni a soñar volvió D. Clau­ dio en semejantes pasatiempos; de su edad madura sólo he visto unos versos improvisados en horas de en­ fermedad: a la imaginación lozana y cincel del metro, sucede el afecto hondo, desaliñado.

CAPÍTULO III SIN L A V IG ILA N C IA M A T ERN A

Abogados ya los dos hijos, D. Antonio los mandó unos eses por Europa; en Francia habían estado antes, en To­ sa, según indiqué arriba, y en París, a visitar la Ex>sición Universal de 1867. Ahora emprendían viaje rerndo por Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Aleania, Suiza e Italia. Claudio administraba los fondos, ) muy holgados, y para los dos mozos fué punto de ho>r volver con dinero sobrante. Claudio también, no sé si >r iniciativa propia o por encargo ajeno, escribía el Dia0: lo iba componiendo a retazos, a veces por las noches 1 las fondas, a veces en el ferrocarril. ¡ Lástima no se in­ staran antes las estilográficas! Porque desespera tener ie descifrar aquellos garabatos que el traqueteo del coíe y el lápiz despuntado convierten en jeroglíficos. Eneveran la narración finas consideraciones político-socias y descripciones muy bien trazadas; este género litera­ to era muy de su cuerda. Llegaron a París: cuatro días se les fueron en correr e monumento en monumento, que describe con frases Drtas, salpicadas, como es de rúbrica, las evocaciones istóricas y citas de Musset, su poeta, de los franceses, ivorito. Allí se les reunió para acompañarlos en la gira

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Lorenzo Movellán. De París a Londres; la gran urbe siempre le desagradó y más aún los ingleses. “ Después de un almuerzo muy mediano y muy inglés nos hemos lanzado a recorrer la ciudad repartidos en dos cabs. Debo confesar la impresión poco agradable que ha dejado en mí la parte que he visto de Londres a través de los cristales del cab... Londres en domingo, produce el efecto de una población desierta. Londres, aun en los de­ más días de la semana, y por animado que se halle, no es más que una ciudad sin fin, sin carácter, sin trazado distinto, sin sabor peculiar en su arquitectura, sin gran­ diosidad, a pesar de su inmensidad, y sin distinción a pe­ sar de su riqueza...; cabe formar con la imaginación su retrato, si se conciben agrupadas un número considera­ ble de poblaciones de segundo orden... ” No he encontrado a los ingleses ni tan altos ni tan ru­ bios como se los concibe en el continente, ni tan ridículos en las pequeñeces como allí se presentan. Será que los in­ gleses no se creen allí obligados a ocultar sus rarezas corno aquí en el retiro de su house. He formada un pobre concepto de la felicidad de que pueden gozar sus clases inferiores, es decir, las más numerosas, sujetas a los ri­ gores de un clima extremo, a las penalidades de un tra­ bajo insano y embrutecidas por las bebidas y la falta de comodidades. No envidio a este país que todos califican de floreciente. Yo creo que el país más feliz es aquel en que el bienestar es más general, y aquí se ven desigualda­ des desconsoladoras. Basta recorrer las calles de Londres por una hora, para concebir cierta odiosidad hacia la or­ ganización del pueblo, que es el prototipo de nuestra civi­ lización, según algunos, y el que más se aleja de ella en mi concepto. Nuestra civilización es la civilización cris tiana, v ésta no reina en Inglaterra. En el poco tiempo 8

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que he estado en ella he visto los tipos más desconsolado­ ramente miserables, aun más desgraciados, porque su­ fren las privaciones a la vista de todos los goces de una sibarítica opulencia...” t La costumbre no le modificó el juicio ni sobre la ciu­

dad ni sobre sus ciudadanos; cuando volvió allá de asien­ to en 1874, escribe a su hermana: “ Si vieras cómo gusta la finura española al lado del excéntrico trato de los ingle­ ses, tan tieso \ áspero unas veces, tan excesivamente sans fagons ótias” (it marzo). “ Londres es triste, muy triste, para el forastero que no goza de lo que pudiéramos llamar su parte moral, y sí tan sólo de su parte física. Londres es hermoso, es mag­ nífico, pero produce la misma impresión que la de alguno de esos grandiosos y perfectos tipos albiones, que admi ran, pero no seducen: como no seduce ni impresiona el as­ pecto de un gigantesco témpano de hielo, aunque su im­ ponente magnitud sorprende y empequeñece al navegante de los mares polares... El témpano sorprende y no intere­ sa porque no es más que lo que se ve: hielo, hielo. Londres produce esa impresión, porque, al igual que sus habitan­ tes, tiene fisonomía muerta. " E n lugar del azul y amarillo, símbolos de la esperan­ za y la alegría, báñase de luz en una tinta cenicienta, tris­ te y melancólica. Reflejan las aguas del Támesis oscuros y plomizos nubarrones; pierden los árboles, no recibien­ do más que una luz mortecina, la alegría y la variedad de que los revisten los diversos tonos que en el verde de sus hojas producen los dorados rayos del sol, la viveza de la parte iluminada y el misterio de la que está en sombras, y se presentan como una pesada masa de lóbrego aspecto Por igual causa, ayudada de los vapores del carbón, que no pudiéndose disipar en la oprimida atmósfera, todo lo

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infectan y ennegrecen, las construcciones todas, desde el gradioso St. Paul y el' elegante Parlamento, hasta la cho­ za del más miserable obrero, parecen construidas más bien que con ladrillos o con escogida piedra, con bloques de cenicienta lava, y a veces hasta con carbón de piedra; los rostros de sus habitantes carecen de la energía y la expresión que da un sol candente, cuando los ojos han de desafiar sus vivos rayos; sus trajes mismos, son de colo­ res muertos, como son charros y vistosos los de las razas meridionales” (2 de mayo). Salieron de Londres el 23, en un vapor “ un tanto viejo, un tanto feo, un tanto sucio, y un tanto chico, cargado de pacas de algodón y de ingleses” : las antiestéticas aguas del Támesis le inspiraron, y comenzó a versificar; mas el mareo espantó las musas hasta Ostende y Bruselas, y aun debieron de quedar recelosas unos días, porque al males­ tar hay que atribuir piadosamente el juicio que le mere­ cieron los flamencos: “ Jamás he visto reunida en ninguna especie de nuestra raza tanta fealdad a tanta estupidez. Para expresar la impresión que me han causado, bastaría decir que cuando niño temía más que a las brujas, muer­ tos y fantasmas, a unos tipos flamencos debidos al pincel de no sé qué pintor. Pues bien: aquellos tipos me han pa­ recido no más que un retrato favorecido” . Bruselas le en­ canta por su buen gusto, aseo, distinción y alegría: sabe a París. Urgíales el tiempo: Colonia la atravesaron al galope del coche; al pasar por delante de la Catedral, Antonio vió en los ojos de Claudio la pena de no darle un vistazo, y mandó parar: “ Mi delicadeza, dice el cronista, me impe­ día a mí hacerlo. Corriendo con todas las fuerzas de mis piernas, llegué al interior de la iglesia; miré» y al mismo paso volví al coche, habiendo producido en los porteros a

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quienes atropellé al entrar, la impresión de un loco ele atar: aquella mirada no la pagaré con ningún dinero” . El viaje por el Rhin le dicta páginas verdaderamente primorosas: y eso que no se curó de retocarlas de como las iba escribiendo con el malhadado lápiz sobre la toldi11a del vaporcete: “ Comprendo la sangre que han costado desde tantos siglos a Francia y Alemania las riberas que se alejan a mi vista por uno y otro lado. Son de una her­ mosura indescriptible, cubiertas de vegetación frondosa, salpicadas de pueblecillos adornados en sus bordes por los blancos encajes en que se dehacen las suaves ondas del río... Las aguas se hallan doradas por los rayos del sol poniente, el cielo sembrado de arreboles; islas pequeñas aquí y allí, agobiadas por su vegetación exuberante, pa­ recen macetas flotantes; la vista descansa en el horizonte tranquilo, lejano; el ánimo se extasía ante la dulce melan­ colía del crepúsculo. Al contemplar el espectáculo no pue­ do menos de exclamar: Las románticas composiciones ale­ manas, sus dulces baladas se leen en esta naturaleza poé­ tica, se escuchan en las ondas de este río” . Al entrar en Suiza el Diario habla francés: impresio­ nes cortas, bien sentidas, de lagos, valles y montañas y de las ciudades Berna, Lausana, Torn, Ginebra y Zurich. Apenas paraban; atravesando Baviera, el 31 estaban en Mena, “ muy grande, muy hermosa, muy elegante, algo descuidada en su aseo, poco animada y poco original” . Lo que más detenidamente describe es la Exposición Uni­ versal, en cuya puerta tropezó con el Shah de Persia: su españolismo lo hizo buscar el ruin rinconcito a España destinado, y salió alicaído: “ Parece que mis compatrio­ tas trabajan de común acuerdo para desacreditar las artes y la industria españolas” . Una visita que nunca faltaba en las ciudades era la de

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los Museos: teñía muy despierto el sentido artístico, y en él halló siempre los goces más puros. Excusado, pues, pon­ derar sus impresiones en Italia, máxime en Florencia: de los dos días que se detuvo, las horas más largas las pasó en el palacio Pitti y en los Uffiri. El 8 estaban en Roma. Allí da sus primeros destellos la piedad filial al Padre Santo. El que tantas prendas de cariño había de recibir más tarde de los Pontífices, se presentó como un joven des­ conocido a Pío IX : y la relación de la audiencia llena las últimas páginas del Diario : por reflejar sus sentimien­ tos ingénitos, por decirlo así, esforcé mi paciencia en acla­ rar aquellos renglones, los más oscuros de todos entre los oscuros. Evidentemente, en otras ocasiones parecidas sintió más hondo, tan hondo que sólo las lágrimas dejaban traslucir su alma: ahora predominó la fantasía y el entusiasmo bu­ llidor : “ Después de una hora de expectación e impaciencia se anunció le venida del Papa: todos los admitidos a audien­ cia nos arrodillamos en el paso que debía seguir. El estado de mi ánimo es indescriptible. La curiosidad, el respeto, el fervor religioso, el temor, me agitaban violentamente. Iba a ver y oir hablar a la cabeza visible de nuestra Igle­ sia, al sucesor de San Pedro, al representante de Dios en la tierra, al rey de reyes, al pastor del rebaño católico, al que ha guiado con tanto acierto la Iglesia en las más difí­ ciles circunstancias de su vida. Iba a ver de cerca a ese ge­ nio de nuestra Iglesia, a ese sublime adalid de nuestra re­ ligión, que después de largas luchas sostenidas en su fa­ vor, ve... su ejército postrado, abatido, próximo a entrar en pactos de (ilegible) e incapaz hasta de vengar los ul­ trajes de su caudillo. Iba a ver realizado uno de mis más ardientes deseos, de recibir la bendición de las santas ma-

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nos de Pío IX . Varios Cardenales y jefes de la guardia Pontificia que formaban parte de la comitiva, estaban ya frente de nosotros; entre ellos distinguí al cabo la venera­ ble figura de Pío IX . ¿Quién no le conoce, quién no ha admirado de cerca la sublimidad de su expresión cariñosa e inteligente? Iba vestido con sotana blanca: su cabeza adornada de canas inclinada ligeramente sobre el pecho. En sus miradas brillaban la inteligencia y la viveza, al propio ^tiempo que su paternal bondad; y la dulzura de la vista, la distinción y elevación de su porte y de su cargo í ininteligible). Su secretario le leyó nuestros nombres, diciéndole después que éramos españoles. —¿Venís des­ terrados o voluntariamente?, nos preguntó en un tono ca­ riñoso y con pronunciación castizamente española. Y des­ pués de escuchar lo que Antonio le respondió con una ca­ riñosa atención: —jAh, España, pobre España!, excla­ mó: nos bendijo, mientras nosotros besábamos respetuo­ samente su pie y el anillo pontificio. El recuerdo de esta mañana no lo olvidaré jamás” . En Roma se cansó de viajar Movellán y se volvió a París: los dos hermanos se embarcaron para Santander, y Claudio volvía tan orondo de su administración de cau­ dales, esperando plácemes de su padre cuando presenta­ se el dinero sobrante. Y le acaeció al revés: porque repri­ menda como la que recibió al entrar en casa no la vió igual... si descontamos los zurriagazos de marras. Anto­ nio se mareó y cayó enfermo, no de cuidado, pero sí para preferir el tren al barco: desembarcaron, y Claudio lo avisó a su padre con un: “ Antonio algo enfermo: liemos desembarcado” , sin data ni otra indicación; la alarma en la familia fué grande, al punto que D. Antonio fletó un barco y lo mandó a recorrer los puertos donde pudieran estar. Y cuando sanos y alborozados llegaron a Santander,

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por ]>oco le cobran a Claudio las horas amargas que m malhadado parte ocasionó. * * * Claro es que D. Antonio López no pretendía que sus hijos se dedicasen al foro: los hizo abogados, porque algo habían de ser, y la carrera de Derecho, a más de fácil, abre cien caminos de la vida. Bien dijo quien dijo que los españoles, mientras no se pruebe lo contrario, todos son abogados; se entiende de las clases altas y inedias. Los dos hermanos estaban llamados a ayudar y suce­ der a su padre en las empresas poderosas de la industria y comercio: el recio temple del montañés se iba desgas­ tando por la edad y el continuo batallar; a tiempo le lle­ gaban los dos vástagos, jóvenes, sanos de alma y cuerpo, de inteligencia despejada: faltábales aprendizaje, y para que lo recibieran más sólido, los envió a Burdeos a prin­ cipios del 74: su padre tenía allí un amigo y corresponsal, la Casa Vial, y en ella quiso que los dos hermanos apren­ dieran prácticamente el manejo del escritorio y se ave­ zasen a las transacciones mercantiles. Para estimular su celo y que los ensayos los mirasen con interés personal, abrió a cada uno un crédito de 100.000 francos, de libre disposición. Hospedáronse en casa de una viuda, Mme. Battezat, que tenía dos hijas entradas ya en años: el método de vida era de verdaderos empleados, Qaudio lo describe galana y concisamente: “ Mad. Battezat es una señora de más de medio siglo, alta y flaca, con peinado de cortinas y antiparras, curio­ sa, fina, instruida, amable, que lee y toca el piano muy bien, y nos ha pedido que la tratemos con toda la confian-

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za que a une vielle iante. Sus atenciones con nosotros no tienen más límites que los de la cortesía. Es natural, pues creo que tomarnos de huéspedes ha de ser una es­ peculación exclusivamente suya: nos cuida como al bendito árbol que produce diariamente veinte francos como \einte soles. Sus hijas se parecen bastante a su madre en figura, en carácter y en educación: to­ can el piano, cantan y pintan; ganan la vida dan do lecciones y son lo menos francesas posible a unas francesas: y gracias a haber entrado ya en el otoño de la vida, o lo que es lo mismo, a estar algo de capa caída en su figura, tratan de sacar recursos de sus otras cua­ lidades para ganar las simpatías que no pueden cautivar con aquéllas... ” Nuestra vida: a las ocho de la mañana o un poco an­ tes, abrimos la ventana de nuestro cuarto, que se llena de sol y de alegría; y después del desayuno y de un ratito de estudio, tomamos el camino del escritorio, y a los diez minutos estamos en él. Por ahora, hablando (más que otra cosa) con Vial sobre sus negocios u oyendo sus con­ versaciones con los que vienen a verle, y a ratos copiando o revisando alguna carta, estados, etc., se nos pasa el tiempo, hasta que a las once y media o doce menos cuar­ to nos marchamos juntos los tres a tomar nuestros res­ pectivos almuerzos. ¡Con qué apetito se almuerza des­ pués de unas horas de trabajo, sobre todo cuando éste no deja trás de sí ninguna preocupación! ¡ Pobre madame Battezat, qué asustada debes estar al ver la elasticidad de dos estómagos de veinte años! El almuerzo es un almuer­ zo tan bien comido como bien hablado: es decir, útil al cuerpo y a la inteligencia a un mismo tiempo, y en el que gracias a nuestro castizo lenguaje menudean las bromas v las risas. A las dos, después de una hora de estudio.

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volvemos al escritorio, en donde nos ocupamos, como por la mañana, hasta las cuatro y media. Ayer a esta hora fuimos a ver el puerto con Vial en uno de los muchos vaporcillos que cruzan constantemente la ría en todas di­ recciones : en adelante iremos probablemente a estirar un poco las piernas, y después a dar nuestra lección de cin­ co y media a seis y media, que es la hora en que tocan la campana para comer: es una campanilla de bronce que maneja madame Battezat para llamar a la criada desde el comedor, y con la criada un nuevo plato, motivo por el cual estamos todos más pendientes de sus toques que si fueran los de la campanilla de la presidencia en una asam­ blea nacional. La soirée, que se ocupa tocando el piano y cantando mademoisselles Battezats, dura hasta las nueve y media. Lo que resta hasta las once lo empiemos en nues­ tra salita como mejor nos parece, y después nos vamos a aguardar en la cama a que llegue el día de mañana. Es probable que en adelante vayamos alguna noche a asistir a unas conferencias que dan en la LTniversidad, o a hacer un rato de gimnasia y de atando en cuando al teatro. Me parece que después de todo lo dicho no necesitarás saber más para quedar del todo satisfecha, sino que estamos tan contentos de nuestras patronas como de nuestra casa, y de nuestra casa como de nuestra vida...” (A su madre, 5 enero 74.) En efecto, la buena madama los trataba a cuerpo de rey; según frase de Antonio, los engordaba como para venderlos: y aun los días de abstinencia se tropezaban, jí se les buscaba el cuerpo, trozos de jamón en el potaje. Acaso por esta frase, que se le escapó de la pluma al ju­ guetón Antonio, su madre se apresuró a enviarles las Bu­ las, atención de que Claudio le da las gracias. El francés se le pegaba al oído suavemente: a los.

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tres meses se atrevió a escribir en aquella lengua a su hermana; y lo siguió haciendo frecuentemente: también empezó con el alemán. La vida metódica, ocupada, de fa­ milia, le sentaba a las mil maravillas para el cuerpo y para el espíritu. “ Nuestras soirées, sobre todo, son cada día más animadas: tomamos primero nuestra especie de lec­ ción de francés con una de las chicas, y después se toca el piano, se canta, se lee, se dibuja, se habla y las once nos daíi siempre antes de tiempo” . (A su madre, 23 de marzo). Al otro lado de la frontera ardía la guerra civil; y sus noticias daban pábulo a las conversaciones de sobremesa: “ Aquí hablan de la ida de Bassols al norte como General en jefe. ¡Esto es lo único que nos faltaba, un espiritista chocho! Buenas nos las va a hacer, como no venga un buen espíritu en su ayuda” . “ Mientras te escribo estoy oyendo la conversación que tiene con Vial un señor que llega de la frontera. Dice primores; entre otras cosas, que Cabrera asegura que la guerra acabará con este mes. Pero estov tan acostumbrado a oir mentiras sobre este asunto, me he dejado engañar tantas veces, que las frases de ese buen señor me suenan a música celestial” . (A su ma­ dre, 2 abril). Una nota simpática, cristiana y española: “ Ayer hicimos las estaciones. ¡Qué diferencia entre el fervor con que se hacen aquí y en nuestra vieja Espa­ ña! Cada día agradezco más a Dios que me haya dado por patria un país que, aunque pobre, conserva aun vivas las creencias” (26 de marzo). De Burdeos pasaron a Inglaterra (abril 1874). Apenas llegado comienza Claudio a escribir en inglés a su hermana María Luisa: vivían en Londres en Bedford Square: sus cartas cuentan día por día sus empleos y pa­ satiempos, las fiestas a que los invitaban, las impresiones

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de las costumbres y artes de los ingleses, que tampoco en esto le merecieron gran favor: “ En sacándolos de sus mi­ nas, sus fundiciones, su fábricas, etc., se encuentran fue­ ra de su elemento” . Parece que el principal objeto fue perfeccionarse en el inglés: Qaudio, además, se dió a estudiar la literatura in­ glesa, de la que trajo un copioso resumen manuscrito: a la vez aprovechaban el tiempo en visitar astilleros, fábri­ cas y minas. Por mayo llegó a Beldfast el barco de su pa­ dre España, y los dos hermanos se trasladaron allá para examinar las reparaciones: Gaudio hasta en el tren iba estudiando las máquinas de vapor. Su españolismo se avi­ vó ante el clásico cocido de a bordo; sobre el cual le echa­ ron pronto un jarro de agua; porque ya en tierra, quisie­ ron acabar el día a la española y pidieron en la fonda cho­ colate: el camarero les preguntó impertérrito si lo que­ rían con huevo. Shame!, Shamel, exclama Claudio al con­ tar el hecho. Estas menudencias, escritas a media noche, eran consuelos de su cariño familiar: aumentado o ex­ citado con la ausencia, le inspira cartas como la siguiente: “ Acabo de pasar un disgusto al pensar que en el día 13 es el santo de papá y que por no haberlo recordado antes, es posible que no reciba nuestras cartas de felicitación a tiempo. Mucho lo sentiría. Cuando está uno viajando siempre se desordenan los recuerdos y las fechas. ¡Qué. día tan feliz pasarán ustedes! Cómo envidio a las niñas y Eusebio el momento que gozarán cuando, regalo en mano, y con las caras radiantes de cariño, vayan en comi­ tiva a encontrar a papá al salir de su cuarto, y reciban uno de aquellos besos que tanto expresan, y digan alguna de aquellas frases que tanto conmueven: y el gusto de presenciar la sorpresa, al encontrarse en el comedor las cuatro estatuas, mientras ellas le hacen una explicación

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de carretilla sobre de dónde han venido, y quién las ha comprado, etc., y Eusebio se estira ios bigotes y dice algu­ na palabra que pueda contribuir al buen efecto de su re­ galo. Me parece que estoy viendo todo esto, y después la llegada del ramo de Cristina, y el ramillete de Ripol, y un centenar de tarjetas, y a ti arreglando la mesa a lo día de santo, y tras el almuerzo, la entrada de los felicitantes Cejuela. Arnús, Carmencita, etc.; y como remate del día la gr«m comida con pavo de la Moguda, frutas de la huer­ ta de Eusebio, profusión de dulces —regalados— ... ¡ Qué felices somos en querernos tanto, querida mamá! Los go­ ces que nacen de este cariño son los verdaderos goces, y mientras éste exista, creo que todas las contrariedades son llevaderas.” Londres, u junio 74. Estuvieron en Irlanda (agosto 74), que les pareció, por el caserío y vegetación, retrato de la Montaña: a los ir­ landeses los gradúa Antonio ‘‘de más imaginación y me­ nos formalidad que los ingleses: son los andaluces ru­ bios” : a Edimburgo (junio 74) los llevó el deseo de cono­ cer la tierra por Walter Scott descrita, y el encargo de avistarse con el ingeniero que preparaba el dique contra­ tado por su padre para Matagorda. * * * Nótense bien las circunstancias que rodeaban a los dos hermanos, en el desarrollo más violento de las pasiones, sin freno exterior ninguno, ricos y apuestos, en país don­ de cualquier senda de placeres y vicios se les abría hala­ gadora: para Claudio esos alicientes al mal, a los que se llaman desahogos de la edad, estaban tan vedados por su conciencia como si su madre en persona le acompañase

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por doquier; se conservó casto e inmaculado, y ni ejem­ plos ni ocasiones lo hicieron tropezar. Con la circunstancia agravante de que los pasatiempos honestos que da el trato social, no existían para él: entre el bullicio de la gran ciudad se sentía solo, solo con su hermano: asfixiábale “ la frialdad aisladora que te obliga a retraerte y concentrarte en ti mismo, cosa que no se ha hecho para los que, como yo, necesitan por la costumbre interesarse por los demás y que los demás se interesen por ellos” . (A María Luisa, de Burdeos, enero 74). Su carácter, esclavo del deber, lealmente piadoso, se iba troquelando. Había ido a estudiar, y el estudio era su ocupación, sin encerrarse misantrópicamente en su cuarto: con su her­ mano asistía a recepciones de amigos, no rehusaba acom­ pañarlo al teatro de vez-en cuando, disfrutaba en las gi­ ras y viajes; pero lo principal era el estudio: les propo­ ne su padre la ida a los Estados Unidos, y Gaudio le contesta que les será más provechoso prolongar la estan­ cia en Inglaterra: y eso que. además de serle aburridos los ingleses, el clima le causó un persistente dolor de ca­ beza que lo comía vivo : les ofrece también su padre com­ prarles-caballos de silla, y Claudio escribe a su hermana lo disuada de gastos superfluos. Las obligaciones de católico práctico, allí en el país de la herejía y del materialismo, no las olvidó nunca: y el fervor de los pocos fieles estimulaba el suvo. “ Son las diez del domingo y acabo de volver de misa: la capilla donde vamos generalmente es i>obre y pequeña: pero es tal la devoción de los asistentes, la mayor parte obreros y de la clase baja, que la prefiero a cualquier otra. De ordinario se da la comunión después de la misa: y ¡qué interesante es contemplar un obrero fuerte y rudo

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acercarse al altar al lado de una señora elegante; una vie­ ja andrajosa, que apenas puede andar, arrodillarse jun­ to a una niuchachita linda, ricamente vestida a la moda, y un distinguido caballero tocándose con un pobre men­ digo! Cuando veo escenas así es cuando más admiro nuestra re! xión: estos cuadros me parecen lo más subli­ mes que st puede admirar en el mundo” . (A María I A l i ­ sa. Londres, 23 agosto 74). E h aquella mezquina capillita buscaba Claudio fuerza y consuelo: y lo hallaba: “ Ayer y hoy, me siento, si cabe, más dichoso que de costumbre: ¿qué sé yo por qué? Vuestras cartas, mi con­ ciencia, mil cosas contribuyen a ello. Hoy ha influido es­ pecialmente una funciór religiosa a que hemos asistido, en una capilla muy pobre, ante una congregación muy pobre también ; hemos oído el sermón más elocuente, más lleno de unción y de espíritu cristiano (tal cual yo lo en­ tiendo) y más conmovedor que recuerdo haber oído hace años” . Predicó el limo. Sr. Chapel, de lo más afamado en.re los predicadores ingleses de su tiempo; y excitaba la caridad en favor de un asilo de niñas, donde se las edu­ caba hasta que pudieran ganarse la vida. El fruto que saco Claudio fue ir aquel mismo día al asilo a buscar una recocida que enviar a España de institutriz, para la casa de Satrústegui. Y sacó además sentimientos, como los que siguen, que madurando poco a poco en su alma, ins­ piraron más tarde su caridad activa por los menestero­ sos : “ La verdad es que hacemos poco en favor de la des­ gracia. muy poco, teniendo en cuenta lo que hacemos por nosotros, por nuestras necesidades y por nuestros capri­ chos... ¡Con cuanto gusto vería crearse esta Institución en nuestro país! ¡Qué dicha tan grande pertenecer a una Iglesia que así entiende la caridad v la humanidad!” (A V.

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su hermana, 2 enero 75). ¡ fíennosos sentimientos en un muchacho de veintiún años! No fué de mera fórmula el aprendizaje en que puso don Antonio a sus hijos. Vueltos a España, el mayor se fué a Barcelona de cajero efectivo en la casa López, y Claudio, en plena canícula, pasó con su padre a Cádiz a estudiar de cerca la Trasatlántica, en su doble aspecto de oficinas y de barcos: fué larga la estancia, hasta corrido marzo del 765 la distribución del tiempo, bien sencilla y bien ocupada: “ Hoy, lo de todos los días: dos largas tan­ das de escritorio, un paseo por el Peregil, un rato de ca­ sino y otra vez al escritorio” . Otras veces, a pesar del viento y del oleaje, y a pesar de una fuerte irritación de los ojos, que le estorbaba leer, se iba en bote a visitar los barcos y el astillero, “ a mano­ sear muchas cosas de las que por educación he estado de­ masiado alejado, manchándome un poco de aceite y brea: conozco que me hace falta” (marzo 76). No sospechaba él toda la importancia que habían de tener esos conoci­ mientos, porque no preveía que sería con el tiempo el alma de la Trasatlántica, la empresa que con más cariño y más personalmente dirigió. “ La temporada que he pasado aquí he acaparado muy buenas cosas, principalmente so­ bre barcos: me parece voy a salir algo entendido en ellos. Buenas soleadas y venteadas me cuesta, pero ya está den­ tro. Lo que importa es que no se salga: porque esta pica­ ra memoria mía tiene todo el parecido posible con un em­ budo. ¿ Querrás creer que a veces me olvido de los años que tengo y de lo que importa nuestro sueldo?” (A su her­ mano. Cádiz, 22 marzo 76). El sueldo era de 100 duros mensuales y con ellos ha­ bían de vivir, por lo menos en punto a ropa y otros gastos. Andaba por entonces D. Antonio comprando cuadros para

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Kl. Sltol'NW» MAHUUÉ9 DE COMILLAS

sus casas de Comillas v Barcelona, v era su asesor técnico Claudio: se le ofreció un lote de muchos malos y algunos buenos, y por no adquirir aquéllos se quedaron éstos sin comprar. Claudio lo sintió, v estuvo tentado de hacer la compra por su cuenta para su cuñado Eusebio Giiell: con­ sultó sus fondos, y vió que el sueldo no se alargaba a tan­ to, y acababa de salirle mal un negocio de harinas. (A su bcrmano, 14 marzo 76). Tomaba el trabajo como un deber: se veía llamado por su nacimiento a intervenir poderosamente en la empresa, y quería prepararse a conciencia. Además tenia prisa su amor filial en descargar a su padre. A su madre le sabían mal los placeres de Comillas y las brisas le eran menos frescas cuando recordaba que Claudio estaba sudando en el escritorio o tostándose al sol medio africano de Cádiz: apuntóle en una carta la idea del regreso, v su hijo le con­ testa : “ Te quejas de que no te hable de volver a Comillas, y es que te olvidas que yo estoy como el loro del portu­ gués, voy adonde me llevan. I jo que sí deseo es que no pongas en juego tus maquinaciones para anticiparlo; an­ tes que lo agradable está lo útil: v si quieres que podamos descargar algo a papá de su trabajo, es preciso que nos dejes hacer un poco lo que él hizo a nuestra edad, a pesar de que él también tenía familia y madre. Por supuesto que creo innecesaria la advertencia” (t6 septiembre 75). Aquel agosto fue con Satrústegui a Gibraltar a exami­ nar las pruebas del Washington, que su padre quería com­ prar. Sudaron bien con el calor, y más con la cachaza de los ingenieros vendedores. La vista de Gibraltar inglés vjonia de mal humor a su patriotismo: a pocos días de lle­ gar escribe a su hermana: “ Ya casi me va pareciendo que ■estoy prisionero de estas murallas, de estos cañones v de

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estos soldados... No me puedo familiarizar con que los ingleses sean aquí los dueños: tanto, que todas las noches me duermo arreglando un plan de ataque a esta plaza, que suelo poner en práctica en sueños” (3 agosto): d 27 vuelve sobre lo mismo; le hacían daño las bocas de los ca­ ñones apuntadas a nuestra costa, y sentirse extranjero en tierra de España. Cuenta un paseo por la carretera de circunvalación, y la plática de él, asaz poco favorable para los rubios soldados del presidio. “ Pero nuestra indigna­ ción subió de punto cuando vimos una lancha de guerra inglesa trayendo a remolque un falucho español. Según hemos sabido después, el falucho, aunque de pesca, esta­ ba tripulado por guardacostas, que venían persiguiendo un barco contrabandista, y cebados en la caza le siguieron dentro de las aguas inglesas. Bien hecho y mejor hedió aún el venir a sacar los barcos contrabandistas dd mis­ mo puerto de Gibraltar, como hacen a veces nuestros va­ lientes marinos, burlándose de la vigilanda inglesa y de sus cañones” . (A su hermana, 27 agosto).

CAPITULO IV C R ISIS

El año 1876 fue decisiv o en la vida de Claudio; en el orden m a te r ia l de n e g o cio s, honras y riquezas, lo cons­ titu y ó único r e p r e s e n t a n t e de la C a s a López, heredero del reciente M a r q u e s a d o , o sea, el j o v e n a quien de i* da España se abrían más lisonjero horizonte y más h ala g a d o ra s e s p e r a n z a s ; en la vida m o r a l o espiritual comienza una f a s e que lo empuja en sentido inverso, a despreciar los bie nes que tantos le envidiaban. Claudio ponía la fecha de su conversión en la escena de la ju s tic ia paterna contra las travesuras infantiles, :o cual indica ciertam ente que, a su juicio, los tiem pos más b o r r a s c o s o s corrieron hasta los doce años que ten­ dría cuando la hazaña. N o habla ello poco en su favor, m á x im e teniendo en cuenta que por países extran je­ ros. sin o tro freno que la conciencia, se le presentaron ocasiones de desmanes más serios y peligrosos que

apedrear manzanos o com prar al fiado caramelos. Pero Claudio se equivocaba: la conversión verdadera, no en el sentido que se da ordinariam ente a la palabra, sino en el de cam bio de bien en mejor, ni fue ni casi pudo "er en edad tan tiern a e irreflexiva. í o v e n modelo lo h em os v i s t o h a s t a a h o r a , serio en

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sus costumbres, enamorado del trabajo, esclavo del deber, moderado hasta en sus excesos, como él propio se califica, naturalmente enemigo del bullicio, amante de la vida familiar, de la dulce tranquilidad del campo, que prefiere a las forzadas y convencionales alegrías de los saraos, de fe honda y sentida, de levantados ideales. En un brindis improvisado el día de su hermano en un hotel de Arcachón los declara: Nuestro deber no es dudoso M ientras ondee en la frontera De la virtud la bandera Que alza el error presuntuoso Y la maldad altanera. Noble misión *v elevada, Luchar por la fe perdida, P or la virtud abatida Y por la gloria empañada De nuestra patria querida. ·

H ay unos apuntes suyos, un Cuestionario, especie de examen de conciencia, que estuvo de moda hace años; es sin duda de esta época, y retrata su carácter o mejor dicho · sus aspiraciones, que casi siempre es k> mismo.

Divisa: V ivir para amar y amar para ser bueno.— Fe, abnegación y amor. Idea de la dicha: Tener satisfecho el corazón y la con­ ciencia. Idea de la desdicha: La vejez, después de una vida ociosa y egoísta; no tener esperanzas; no tener fe. Cualidades favoritas en el hombre: Ideas levantadas: ambición noble; el culto del deber.

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Dónde prefirirías vivir: Donde pueda ser más útil; donde 1c gu sta más a mi conciencia. Qué es lo que más aborreces: Mis defectos. Oué faltas miras con mayor indulgencia: Las m ías; las de las personas que no quiero. S i no fueses tú, qué preferirías ser: Un hombre muy virtuoso y m uy desgraciado. Man ja*, favorito: El que no me gusta. Cotor favorito: El del cielo de-España, cuando estoy en el extranjero, v. g r .: en Inglaterra. Gustábale filosofar, y el senequismo moral, levantado de ;>unto por el Evangelio, iba filtrándose en su vida y moldeando su conducta. En 1875 su hermano, a quien bullía la sangre retozona y se hallaba de ordinario algo solo en la tranquilidad de Comillas, sin duda porque le faltaba Claudio, le escribió que en un mal momento ha­ bía llegado a preferir la vida del campo a la de la ciu­ dad. El, con una gravedad impropia de veintidós años, no deja caer la frase: “ De un lado, el hombre con todas sus pasiones y la sociedad con todas sus cadenas; de otro la naturaleza con todas sus hermosuras, y el ensimismamiento, con la in­ dependencia y tranquilidad que proporciona. L a elec­ ción no es dudosa para una imaginación que sueña con un momento de dolce far niente, si es la im aginación de quien, como tú y yo, hemos podido apreciar lo uno y lo otro, antes que la costumbre nos haya encallecido el corazón. Pero, ;por qué llamas malo al momento en que esto sucede? ¿Por qué abatirnos por ello? Todo lo co n tra rio ; hay que alegrarse de que en sus horas de reverte no sueñe nuestra imaginación más que con los sencillos goces de la vida que ahí se hace. jQué fácil le

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sería entonces a la razón dirigirla!; y al que no le atrae el mundo, ¡qué poco debe temer entrar en su agi­ tado torbellino! ¡Qué pocas desilusiones le aguardan! P or otra parte, ¡qué fácil le ha de ser gustar de los únicos placeres que aquí tenemos, los que proporciona una conciencia tranquila, y el poder mirar sin susto hacia el porvenir!... M ás de una vez me he permitido tener esos malos momentos, y siempre me he sorpren­ dido en ellos con gu sto ” (Gibraltar, 24 sept. 75). Y a se notan aquí, y bien marcados, síntomas del mal de cielo, que confesaba a su hermana, y que decía le curaba todas las enfermedades de la tierra. (Carta de agosto del 75). No era por entonces, ni lo fué nunca, misántropo ni beato asustadizo, que abominara como pecaminosas cualquiera diversiones: asistía al teatro, pocas veces, y claro es, cuando tenía seguridad de que no se había de ofender al pudor: los saraos, por su posición, no po­ día rehusarlos: los tomaba como cumplidos, > sólo lo suficiente para cumplir, porque su espíritu de intimi­ dad, de llaneza, se avenía mal con las farsas que de or­ dinario se representan, aun para fingir la alegría. Con­ tábanle desde Comillas las fiestas de familia, con bai­ les y teatro y música, todo de puertas adentro, donde todos estaban seguros del cariño de todos: esos rego­ cijos sí le gustaban a Claudio. Pues contestando a ta ­ les noticias, y en prueba de que también él se entrete­ nía, y no todo era repasar libros de gastos ni manchar­ se de brea y aceites, escribe el 11 de sept. 1875: “ Siguiendo el ejemplo que me dan ustedes, yo tam­ bién he querido echar una cana al aire, y ayer fui con Barrie y su señora a un baile que daba el gobernador. Decirte que me divertí, no sería la verdad, pero tam-

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p o c o m e a b u r r í ; y croo que esto es lo más a que se p u e d e a s p ir a r en re unio nes donde se encuentra uno c o m o llovid o de o tro p la n e t a . . . Bailé un rigodón con C a r m e n , paseo un ra to por los salones, tomé una copa de pwicii. } deié los alicientes de la música, de las gen­ tes v del bufe· por los m ás tr a n q u ilo s y prosaicos del si’efio. Creo que esto merecerá tu plena aprobación.”

(A su madre). Kn el4 te.»trillo de aficionados que los veranos a r m a ­ ban en su casa los de la familia y am igos m uy íntimos, to m ab a yus toso papeles y g u s t a b a los tom aran otros: a ."U hermana M aría L u is a dice desde Burdeos: “ Sup í.*nír° que a p r o v e c h a r á s las lecciones de la Baldún: п.·* olvides que este v e r a n o tenemos que ganar lauros y aplauso* en la e s c e n a " ( 5 m arzo del 75). R etrasóle las ac tciomrs su p r o l o n g a d a estancia en A ndalucía; 'y c m n d o .María L u is a le a n u n c ia que estaban repartidos iv- papeles, el a c o n s e j a que empiecen los ensayos, " p a r a que. cuan d o y o llegue, no haya necesidad de m i' que de d e s c o r t e z a r m e a mí: lo cual no es poco” <j j ago-.r·,. G i b r a l í u r ) . j-n achaque de galanteos, ni desliz ni aun sombra -c <( conoció. C a s o r a r o entre muchachos aficionados a versificar: ni por ejercicio literario se fingió A m ari­ lis, ni buscó musa m á s o menos platónica, en cuyas perfecciones >e in spirara. Cuando florecieron sus amore- c a-to s y hondos, se había y a hartado de correr a ca za de condonantes, y, probablemente, no quiso ves­ tirlos de carnaval, según le oímos antes. Cuatro versos he hallado, que de lejos pudieran traerse al género am aiori·· ; m u y de lejo s: tienen de tales lo menos po-

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E xtrañ as que sean tus ojos, L aura, de color de cielo. ¿L o extrañas, L au ra? ¿No sabes Que son de tu alm a reflejo? A caso el epigram a se enderezara a su hermana M a­ ría Luisa, a la que dice que los lagos de Escocia u tie­ nen toda la dulzura y franco misterio de tus ojos” . Ni bromas le perm itía su delicadeza en esta mate­ ria. Estando en Gibraltar, dejó en el escritorio una carta cuyo sobre decía: “ Srta. María Luisa López.” Claudio se fue aquella tarde a oír la música y tomar el fresco en la Alam eda. “ Estaban allí las elegantes de G ibraltar, y con ellas las... Como el más joven de la comparsa, me tocó sentarme junto a éstas para darles conversación y para darme a mí un mal rato. Son dos buenos tipos: los huesos les suenan al darles la mano, y tienen más pretensiones que una niña salida del con­ vento. Bástete saber que a las dos palabras me empe­ zaron a dar broma sobre lo que dejaba atrás, con un desparpajo que me hizo reir a carcajadas; no he visto nada más gracioso y más desusado. Habían visto la carta, y, con la curiosidad propia de la edad, del sexo y del estado, no habían podido resistir a la tentación... Por supuesto, que no consiguieron ponerme en su cuer­ da, y debieron quedar muy desazonadas de que yo no aproveché la ocasión para regalarles los oídos. No lo hice por honradez: me hubiera parecido una burla.” (A su hermana, 7 ag. 75). A sí era Claudio a los veintidós años: modelo de hi­ jos, modelo de jóvenes, caballero sin tacha; mas del montón de los modelos. Su fe, su piedad, sin otro pá­ bulo ni ejercicio que el de los buenos cristianos (M isa

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las fiestas, Comunión por Pascua y acaso alguna vez entre año), lo fortalecía contra las ocasiones y le v i­ gorizaba los ojos para que no se deslumbraran con las vanidades terrenas. De ahí no pasaba. ♦* * Pero aquel año de 1876, su hermano A ntonio cogió en Comillas unas fiebres in feccio sas; parecieron de es­ casa importancia, mas no hubo m anera de cortarlas, y a los dos meses, el peligro se presentó grave. L a am e­ naza fue aterradora para la fam ilia, sobre todo para el Marques, que tenía puestos sus cinco sentidos en el primogénito. Este y Claudio se querían con delirio: amor fraternal sin sombra, alim entado con el trato inseparable de toda la vida. A l darse Claudio cabal cuenta del riesgo, se propuso una doble tarea abrum a­ dora: cuidar al enferm o en cuerpo y alma, como una hermana de la caridad, y sostener el vacilante ánimo de sus padres, ocultando bajo semblante tranquilo el dolor y los presentim ientos propios; para lo cual ne­ cesitaba y logró un dominio absoluto, un vencim iento continuo de sus más caras afecciones, que destilaban hiel en su alma, por lo mismo que se las ahogaba allá dentro. V ivía en el mismo cuarto; dorm itaba en una butaca o en un colchón tirado en el suelo; servíale en todos los m enesteres; y con sus conversaciones opor­ tunas v eficaces, lo iba preparando a recibir con resig­ nación la voluntad de Dios. Aconsejaron los médicos trasladar al enfermo a M adrid; y con él se vino Clau­ dio, enfermo también, y sacando fuerzas de flaqueza, para no aumentar el dolor de sus padres. El traslado no sirvió de nada: Antonio llegó desahu­

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cia d o : los dos días que aún duró puso Claudio toda su alm a en disponerlo a la m uerte; y cuantos entraban ea la cám ara del moribundo, salían pasmados de la alteza y sentim iento de sus razones, de lo tierno de sus jacu­ latorias; el mismo confesor, un Padre Jesuíta, le ce­ día la palabra, alabando a Dios, que tanto desengaño del mundo y tan vivas esperanzas del cielo ponía en labios de aquel joven. T estigo presencial queda toda­ vía D. Antonio Correa, entonces médico de Comillas, que acompañó a los dos hermanos. L a m uerte de Antonio fué la de un predestinado: tan sinceras eran las m uestras de su arrepentimiento, tan com pleta su resignación en las manos de Dios, y tan verdad su desprecio del mundo, que Claudio solía después repetir con íntimo convencimiento que, de sa­ nar, hubiera entrado religioso. Los ejemplos de Clau­ dio, sus sacrificios y sus oraciones, contribuyeron, sin duda, a que la misericordia de Dios se derramara so­ bre el alma buena y noble de su hermano. Kl 9 de noviembre desahogaba el corazón con su am igo Joaquín del Piélago: “ E sta noche salimos para Barcelona. V ¡qué dolorosa es, Joaquín querido, la separación de esta casa! ¡Qué cruel dejarle solo en un cementerio desierto? Pero Dios no me desampara, socorre con las fuerzas necesarias a mi corazón, y conforta mi espíritu, man­ teniendo en él viva la fe de sus promesas. ” No creas, Joaquín, que me dejo abatir por la pena; no estoy, sin duda, destinado a morir por ahora; los veintidós años me llevarían a remolque por el mundo mucho tiempo, aun cuando yo no hiciera por mis pa­ dres y mi familia toda y por seguir los preceptos de mi conciencia, esfuerzos para vivir. Largo sería ex­

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plicarte mi estado de ánimo: lo haré mas adelante; por hoy, cuanto puedo decirte es que lo único que pido a Dios es el conservarlo, pues en El espero tener aliento para llenar mi puesto en el mundo” . La vista de sus padres era nuevo dolor y nueva oca­ sión de sacrificarse. Porque el golpe dió en tierra con la robustez del M arqués. Entenebreciósele el m undo; so mbrío, taciturno, sin adm itir el trato ni de sus hi­ jo?. pasaba días y noches encerrado con su pena, que fe p arecía incurable. Claudio se impuso el deber de vol­ verlo a la vida y endulzar y rehacer con su cariño y sus pláticas cristianas y discretas aquel corazón destro­ zado.

Huyendo del bullicio, y buscando la sedante quietud del campo, se instalaron en la quinta de Eusebio G üell: "Hacemos, escribe a Piélago, una vida tan tranquila como agradable, pues cuando se vive de un recuerdo, la calma para entregarse a él es lo más grato al alma. Tenemos Misa diaria; hacem os largos paseos por el campo, y no nos separam os unos de otros ni un ins­ tante. Religión, naturaleza y fam ilia: ¡qué dulces bál­ samos manan de estas fuentes para sanar las heridas del corazón! Felices, debido a ello, en medio de nues­ tra desgracia, damos gracias a Dios por todos sus mandatos, y vamos tomando alientos para volver a la v i d a ” (22 nov. 76). Su lema : “ Puesto que hay que vivir, a lo menos v i­ vir provechosamente” , lo confortaba; sufría ratos de amargura, y a solas dejaba correr las lágrim as. Sen­ tíase animoso, pero enferm o: no le asustaba morir, antes lo deseaba; mas la idea de un nuevo golpe a sus padres l·* aturdía: “ No me dejo abatir por la pena, y miro la pérdida que nos aflige desde el verdadero pun-

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lo de vista, el de nuestra religión El pensar en el es­ tado de ánimo de mis pobres padres, y cuál sería éste si Dios me llamara adonde tanto deseo ir, me llena de lágri­ mas los ojos y de dolor el corazón. En esos momentos tus palabras (habla con Joaquín del Piélago) llenas de fe me alientan, recordándome que hay un Dios que todo lo regula para el m ayor bien de todos, y que de­ bemos descansar confiados en sus inexcrutables desig­ nios ; recordándome lo efímero que es todo lo de acá abajo, lo veloz que huye el tiempo y con él la vida” . (16 noviembre). Firm es cimientos, en verdad, para el edificio espiri­ tual. Ideas claras sobre los principios básicos de la vida, normas certeras en el rumbo entre lo temporal y lo eterno. Rumiábalas con frecuencia; y la labor callada de esas ideas en su ánimo se traslucía al ex terio r; su ca­ rácter, siempre reflexivo, se coloreó de melancolía, dis­ puesta, sí, a luchar, pero sin alicientes ni estímulos hu­ manos. Su fam ilia se alarm ó; y Claudio, a los requeri­ mientos de su am igo Joaquín del Piélago, manifestó su alma en una carta que no tiene precio, que nadie sos­ pecharía en un muchacho a quien la fortuna brindaba honras y millones como a ningún otro en España por en­ tonces : “ No atribuyas a abatimiento mi tardanza en escri­ birte, ni creas lo que acerca de mi estado de ánimo lle­ gue hasta ti, no yendo por mi conducto. No soy hoy ni más ni menos que el Claudio de siempre: lo que tiene, que la gente que me rodea no ha reparado hasta hoy en mi carácter algo melancólico o ensimismado, y atribuyen a la pena la falta de animación, hija de mi modo de ser de siempre. Al representar mi papel en este mun-

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do, nunca, desde que alcanzó mi razón alguna madu­ rez, me he poseído de mi papel hasta el punto de olvinar que estaba representando; y siendo así, com pren­ derás que las desgracias no pueden cam biar en m ucho mi estado de ánimo. Dios me lia concedido la gracia de hacerm e presentes sus efectos antes de tocarlos, de desilusionarme de ciertas ilusiones antes de conocer el desengaño, de convencerme de que el mundo es un es­ cenario, como dice Shakespeare, en el que representa­ mos ia comedia de la vida; y cuando no se acaricia la esperanza del goce, es menos penoso el contacto del dolor. T ú me conoces y puedes fácilm ente compren­ derme : ningún suceso funest >, ninguna ilusión fru s­ trada, me ha desligado del mundo. Joven aún, tendí la mirada a mi alrededor, v tuve necesidad de levantar­ la al cielo, en donde he encontrado desde entonces el horizonte más grato, a pesar de que todo me sonreía aquí abajo. De ahí mi feliz tristeza, que no cam biaría por la más constante de las alegrías, y que agradezco :t Dios como el más espléndido de sus dones. Reparan hoy en esto algunos de Jos buenos amigos que me ro­ dean, y exageran mi tristeza. Tenlo en cuenta para cuando te hablen de mí. Conozco en esta ocasión mi de­ ber, y creo haberlo llenado cumplidamente. No pido a iJios más que fuerzas para hacerlo en adelante” . (28 dic. 76). No hubiera escrito de otra manera San Francisco de Borja después del desengaño ante el cadáver de la E m ­ peratriz. Ahora sí que está de veras convertido; ahora sí que emprende con alientos sobrenaturales el camino de la verdadera perfección, libre de estorbos, aligerado de aficiones que apesgan el alma. La pobreza de espíritu,

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prim era de las bienaventuranzas que constituyen el reino de Dios, la sentía vigorosa en el corazón. El cam ­ bio se había obrado lentamente, insensiblemente; ni él propio se dió cuenta; equivocábase al creerse el Clau­ dio de siempre: a mucho lo era como el árbol robusto es el tallo airoso y flexible. L a caridad con su hermano y su padre, el vencimiento continuado por meses y la gracia de Dios, que halló materia acomodada, a golpes menudos, sin ruido (tratábase de pulir, no de desbas­ ta r), habían labrado al héroe cristiano, le habían for­ jado la armadura con la cual por la religión y por la patria lucharía ( i) . (i) Doña Luisa atribuía la virtud extraordinaria de su hijo a las ben­ diciones del Ven. P. Claret. Acostumbraba ella ponerse al balcón para reci­ birlas cuando de la catedral, frontera de su casa, salta el entonces Arzo­ bispo de Santiago de Cuba. Era esto en vísperas de trasladarse a España la familia, cuando ya se esperaba el nacimiento de Claudio.

CAPÍTULO V A L B O R E S D E N U E V A V ID A

Calma exterior, trabajo intenso de oficinas siguióse a la muerte de su hermano. Fueron aquellos años de acti­ vidad fecunda en los negocios de la casa (Tabacalera, Coto Minero, Banco de Crédito, etc.). Empezáronse los tanteos para la fundación del Seminario Pontificio, y en todo la cabeza de D. Antonio buscaba el brazo de su hijo, que tomó a conciencia el ayudar a su padre, achacoso y desgastado, y prestarle sostén en las tareas comerciales y en los golpes que llovieron sobre su entereza. Desde 1878 fué oficialmente socio industrial de la Casa A . López. La boda de la hija mayor, la predilecta de Claudio, fué alegría honda y fugaz: casóse con el amigo más cordial de Claudio, con quien le oíamos antes abrir fraternal­ mente el corazón. Por cierto que el noviazgo puso un tan­ to de neblina en el alma de Joaquín, por la delicadeza pu­ dorosa de Claudio. Cuando su amigo le comunicó sus de­ seos, él le suplicó en nombre de su amistad no le hablara sobre el caso: lo que Joaquín, receloso, a fuer de enamo­ rado, interpretó como si le desplacieran sus pretensiones. Ultimado ya el proyecto, Claudio le aclaró su actitud: gustábale sobremanera que su hermano por amistad lo fuese también jxjr parentesco, pero creyó no debía inter­

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venir, y para ello ni darse por enterado. Era Joaquín del Piélago un hombre cabal: de ilustre abolengo, bien pro­ veído por la fortuna, corazón sano, profundamente pia­ doso : alma parecidísima a la de Claudio, compañero suyo de juegos infantiles. Las cartas de Qaudio a Joaquín re­ bosan cariño entrañable, delicado y estima profunda. La alegría de la boda fué fugaz. Muy galanamente es­ cribió, aludiendo a aquellos días, el cantor de la Atlántid a : “ Si el lobo logra meterse en el redil y ha probado la carne de cordero, es seguro que volverá pronto: tal acon­ tece con la muerte en una familia. Cuando entró en la casa del Marqués de Comillas y se llevó al primogénito, no de­ bió de salir: se quedó en acecho detrás de la puerta con hambre de otra presa; y esta vez se cebó en la hija mayor, doña María Luisa, a los pocos meses de casada” (i). La herida mal cerrada de D. Antonio sangró de nuevo, y de nuevo el amor filial de Claudio hubo de prodigar finezas v sacrificios para curarla; máxime cuando una en­ fermedad grave de Isabel, ya su única hermana, amenazó con otro golpe. Su virtud, por entonces, reciamente tem­ plada, resistió sin descaecer; su vida de abnegación era ya patente, y su padre, que la miraba tan por encima de lo que a su alrededor estaba hecho a ver, solía repetir que le gustarían algunas faltas en Claudio para no sentirse tan indigno de merecerlo. El desasimiento del corazón a las riquezas y favores del mundo, completo: el marquesa­ do que Alfonso X II otorgó a su padre, lo alegró por la honra de éste, que siempre estimó; por sí, lo dejó impasi­ ble. Se ha corrido que por entonces tuvo asomos de voca­ ción religiosa: pudo dar pie al rumor verlo tan despega­ do, pero no es exacto: se persuadió que Dios lo destinaba (i)

En Defensa propia.

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al trabajo, a continuar las empresas de su padre, cristia­ nizándolas por comnleto. marcándolas con su sello per­ sonal. “ Y o no he escogido mi camino, Dios me lo ha marca­ do: justo es que en él cumpla mi deber” . Por ese camino se entró resuelto desde la época que historiamos. Jinto con el des{>ego al mundo arrimóscle un compañero peligroso: la melancolía, el tedio, el desabri­ miento, que todo se lo pintaba de color oscuro ; tan oscu­ ro. que 'aseguraba entendía el suicidio en los faltos de í c la fe y la religión le daban fuerzas para seguir ade­ lante, pero no entusiasmo ni alegría: cumplía el deber, pero sin otro aliciente que el deber, y eso a la larga es muy duro, es labor de forzado. Así remó hasta 1880. Algo se trasluce en cartas suyas de esta época a otros atribu­ lados. Su cuñado. Joaquín del Piélago, lo estaba; a la muerte de su mujer. María Luisa, siguió la de su padre, a primeros de julio del 80, y la de una hermana en el enero siguiente: Claudio procura alentarlo, sin duda con los mo­ tivos que a él le daban aliento: “ Sé por experiencia que cuando aún mana sangre y produce hondo dolor una he­ rida. es cuando con más valor y resignación soportamos el dolor de otras nuevas; pero sé también que la energía nene su límite, y que a veces un pequeño aumento de pe­ nas, agregadas al peso de otras anteriores, rinde y anona­ da el ánimo que soportaba valeroso la carga abrumadora. Por lo mismo confio en que has de hacer cuanto de ti de­ penda para acatar debidamente en esta nueva prueba a que te somete Dios, su santa voluntad; y temo a la vez que sea ésta superior a tus fuerzas, aunque confío que ha de atender Dios a mis ruegos para que te dé cuantas has menester, si es que así te conviene...” Contestó Joaquín (Barcelona, 23 enero 1881) valeroso

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para cuanto Dios dispusiera, pero suponiendo había de disponer probarlo amargamente. Claudio replica: “ El porvenir es un misterio, y Dios omnipotente y misericor­ dioso. Si te conviene, no te faltarán días de calma y de ale­ gría, días de descanso, a pesar de las desgracias que llo­ ras. Es más, me parece hasta natural que los disfrute quien tiene tus virtudes, y quien se ve, como tú te ves to­ davía, rodeado de muchos seres queridos...” (.jo ene­ ro 1881). E ra su propio caso: también él necesitaba un rayo de luz y un confortativo que avivara las mortecinas fibras de su corazón. Y Dios se lo envió. * * * Entre la familia López y la familia Satrústegui, la co­ munidad de negocios engendró amistad íntima. Pasaba largas temporadas en casa de Satrústegui una joven so­ brina de éste, María Gayón, de excepcionales dotes en cuerpo y alma. Prendóse de ella Claudio, y el amor cris­ tiano floreció en el invierno de su corazón y lo embalsamó con sus perfumes y lo alborozó con sus primaverales ilu­ siones. Paseando con su novia en San Sebastián, solía ex­ plicar poéticamente aquel resurgir de su alm a: — ¿Ves esa isleta de Santa Clara que se alza enfrente de la Concha? Cuentan que antaño fué una roca desnuda: un pájaro dejó caer en ella una semilla, y mírala cuán frondosa y alegre. Tal acaeció en mi alma: árida y seca daba tristeza a mí y a los demás; la semilla de tu cariño la ha hecho reverdecer. Lo bendijo el santo Obispo Urquinaona en la capilla del palacio de Puertaferrisa, el 23 de marzo de 1881: en­ i

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tre los regalos de boda, ninguno tan valioso como el epi­ talamio del capellán poeta:

De Sant Joseph y de Maria a exemple avuy vosaltres dos vos heu lligat, de genolls vos he vist dintre del temple quan vostres cors unía ’1 sant Prelat. *

Com Jesucrist en la sagrada taula lo mistich pa deis Angels vos parti, com del Caná en les bodes sa paraula les avgues del amor tomant en vi. Sia en la mar serena de la vida vostra barca l’amor y la virtut, volau al port hont lo Senyor vos crida lluny deis esculls hont tantes s’han romput. Bogáu, bogáu: per guía deis esposos Ben ha posat i’Arcángel Sant R a fa e l: en vostre nou estat siáu ditxosos, tambe per eixa porta s’entra al ceL En tos jardins ¡oh Claudi!, enamorada floresca la palmera d’Alicant y com de dátils d’or l’has coronada te va ja ab tanys hermosos coronant...

L ’hermosura del cor es una rosa, naix al matí y al vespre’s musteix, la del ánima pura y amorosa cada dia y cada hora refloreinc.

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Imite ell a Joseph y tú a María y com al lloch de Nasaret feljs vindrá Jesús a fervos companyía y ell fa d’una cabaña un paradí. Dios oyó los votos del poeta-sacerdote: mar serena fue la vida para la barca de amor y de virtud. j Solamente que la palmera de Alicante no coronó de re­ toños al dueño del jardín donde fue trasplantada! Jamás se eclipsó ni anubló la felicidad de aquel día lu­ minoso. El cariño cristiano, pudoroso y tierno, lo mismo habla en los primeros años que cuando blanqueaban ya los cabellos. L a ilustre dama fué siempre para él “ la compa­ ñera de esta trabajosa jornada, que sabe que con su valor y su alegría es con lo que más contribuye a hacerme lle­ vadera la pesada carga que Dios ha colocado sobre mis débiles hombros, y que hace cuanto de ella depende por cariño hacia mí, para que su valor y su alegría no le fal­ ten ni me falten. ¡Dios te lo pague!” (A la Marquesa, sep­ tiembre 1884). Tenía la Marquesa al casarse 17 años: bien pronto se le ofreció ocasión de mostrar la gravedad y solicitud de dama bajo apariencias de niña. En junio de aquel año A l­ fonso X II escogió para estancia veraniega de la Corte el pueblo de Comillas, y por habitación las casas del fla­ mante Marqués. Tentado estuvo D. Antonio a oponerse, porque sus negocios no le consentían apartarse de Barce­ lona, y sabía los compromisos que la real distinción lleva­ ba; prevaleció su respeto al Soberano, y envió allá a los recién casados que recibieran y agasajaran a los egregios huéspedes. El empeño era difícil: no existía el suntuoso palacio, y hubo que acomodar habitaciones para los reyes y su sé-

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quito cu las cuatro casas de Ocejo, Covaducas, Llano y La Portilla, amplias v cómodas para sus habituales mo­ radores, estrechas para la Corte de España, siquier se presentase en el modesto atavío de campo. L a tarea de buscar muebles, aderezar salones, proveer la despensa, etc., cargó casi toda sobre la esposa de D. Claudio; y so­ bre éste la de planear y disponer cacerías y paseos, giras y entretenimientos, para que no le pesara a S11 Majestad !a estancia. Todo salió cumplidamente: baste decir que hasta luz eléctrica montaron en las casas los obreros lle­ vados expresamente de Barcelona; fué la primera insta­ lación de lámparas incandescentes de España (i). Se corrió que el arreglo de la casa había costado a don Antonio más de 700.000 pesetas. (Imparciál, 6 agosto). Oue los hijos del Marqués cumplieron como buenos, casi no hay que decirlo: la temporada de los reyes en la sosegada Villa de los Arzobispos, fué sin duda de las más agradables, v la estima que cobraron de D. Claudio y su esposa, altísima. El Conde Sepúlveda escribía a D. Anto­ nio (Madrid. 20 septiembre 1881): '‘ Los ministros..., los empleados..., los que acompaña­ ron a la familia real, todos dicen lo mismo, todos cantan al unísono el coro de la glorificación de Comillas, todos di­ cen que es un pliegue encantado del libro misterioso de la Montaña: todos que allí, en aquel parque, en aquellas ala­ medas y en aquella playa abierta a las brisas del nordeste se han representado escenas de Las Mil y U na Noches con prínci|>es de verdad y magos efectivos. Pero los que dan sello y armonía son los Reyes, cuya palabra es ani­ marla y convencida... El Rey empezó el himno a Comí lias, glosado con frases oportunas y gráficas de la R*m(1)

I j i Ilustración Española y Americana

(8 septiembre l88l).

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na... De Claudio me dijo que viene enamorado. No cono­ ce un joven más serio, más respetuoso, más instruido > cortés, más delicado y previsor. “ Y o le he hecho hablar de varios asuntos, y estoy admirado de la variedad de sus co­ nocimientos. No conozco en mi casa a nadie que tenga el instinto de las conveniencias como Claudio. ¿Sabe usted que estando la Corte de luto, se ocupó de dar ese carácter a los preciosos bouquets que destinaba a la Reina y a mis hermanas ? Esas delicadezas íntimas no se le ocurren más que a un joven que tiene, como Claudio, el sentimiento de la belleza y del arte, la conciencia del papel que está des­ empeñando en honor de sus Reyes, como un noble anti­ guo, como un grande de los tiempos históricos’’ . Aseguró el Rey que volvería (volvió al año siguiente), y Doña María Cristina lamentaba que la apertura de las Cortes no los dejara continuar en Comillas hasta el in­ vierno. Más vale así: las sempiternas lluvias otoñales, si no destruyen la belleza del paisaje, encarcelan en casa; v sin las cacerías y las representaciones de las Mil v Una Noche entre las alamedas del parque, las veladas durarían demasiado. Allí se resolvió Don Alfonso a crear Gentilhombre con ejercicio a D. Claudio. “ ¡Cuánto se alegrará de tenerlo a su lado!” , escribía el de Sepúlveda a su amigo D. Anto­ nio. El decreto se expidió el 23 de enero del 84, y el Rey lo entregó a su hermana la Infanta Paz, que lo remitía a la ya Marquesa con estas palabras: “ Sabía que en ello me daba una gran satisfacción, y quería además propor­ cionarme el placer de que yo lo mandase. Creo que nadie mejor que usted puede encargarse de entregárselo” (M a­ drid, 27 enero 1884). Y en artículo necrológico que la misma Infanta le de­ dicó, narra con su estilo tan casero y elegante el origen de

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la real merced: ‘‘ Cuando recién casada fui con mi marido a Barcelona y pasamos unos días inolvidables en su casa, me dijo mi hermano·Alfonso: Y o no sé cómo demostrar a Comillas y»a su cuñado Güell mi agradecimiento; si les doy una gran cruz, me la devuelven. Te voy a dar a ti dos llaves de Gentilhombre para ellos. Si les explicas que son las llaves de mi casa para que puedan entrar sin pedir au­ diencia, y se las das tú, las aceptarán. Y así sucedió” . Pasando, a principios del siguiente octubre, por Las Cabezas, la dehesa junto a Navalmoral, cuando iba a V a ­ lencia de Alcántara a juntarse con Don Luis de Portugal, el Rey dijo: “ Aquí vendré yo a cazar con Claudio cuando se restablezca” . Esta frase pide aclaración: Les llovió en una de las ca­ cerías con el Rey, y D. Claudio cogió un constipado que por asentarse en naturaleza débil y trabajada fué aga­ rrándose en el pecho hasta degenerar en tuberculosis. Re­ cuerda aún la Marquesa un viaje a San Sebastián: iban D. Antonio y ellos dos: Claudio tosía insistentemente, y su padre ie alargaba su pañuelo de yerbas para disimular el color sanguinolento de los esputos. En Venta de Baños se apearon: D. Antonio pidió en la fonda una habita­ ción. se metió en ella con Claudio y cerró la puerta: aquel retraimiento abrió los ojos a doña María, y sin miedo al carácter algo bronco de su suegro, llamó resueltamente y le dijo que no se empeñara en separarla de su marido enfermo, porque no había de pasar por ello: dejóle el paso libre, compadecido y lloroso. Desde entonces Claudio nuedó medio desahuciado, con la angustia terrible que puede suponerse en los suyos; la providencia divina sus­ pendió el golpe, pero la amenaza duró toda su vida. Dijimos también los apuros para alojar a la real fam i­ lia. D. Antonio, apegado siempre a la tierruca, fué ad-

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quiriendo casas y comprando terrenos cerca de la suya paterna, y acariciaba el proyecto de edificarse un palacio que correspondiera a su actual grandeza. Claudio refiere cómo maduró la idea. Mientras estaban en Cádiz en mar­ zo del 76 él, su padre y su tío Claudio y Satrústegui con su mujer, sacaron éstos varios planos para una casa que pensaban levantar. “ Como ya conoces — habla Claudio con su hermano— que las obras son d flaco de papá, com­ prenderás que tanto revolver planos y hablar sobre casas y torres, no puede menos de haberle despertado el apetito. Me ha encargado que discurra algo para arreglar nuestra casona, y entre tanto ha dado orden de cercar todos los terrenos que han de formar el parque. Para entretenerle le dibujé ayer un proyecto de Escorial, que recibió tío Claudio con un ¡Atiza, sobrino!; pero que a él debió de gustarle, porque me encargó que lo estudiara y lo pusiera en las dimensiones verdaderas” (10 marzo). No me consta si Martorell, al delinear el espléndido pa lacio, tuvo en cuenta el diseño de ese Escorial. Mientras se levantaba, solía decir D. Antonio: “ Y o no lo veré aca­ bado; pero si no lo hago, mi hijo nunca tendrá palacio” . Y en efecto, ninguno edificó: los de Barcelona y Comillas los recibió hechos: en Madrid vivía en casa bien modesta. Cuando fueron, pues, los Reyes, sólo estaba terminada la Capilla-panteón, esa joya de arte delicadísima, deleite de cuantos la ven. Bendíjola solemnemente, con asisten­ cia de las reales personas, el Excmo. D. Saturnino Fer­ nández de Castro, Prelado de Burgos y uno de los cuatro Arzobispos de que se ufana Comillas. * * *

Volvamos a la enfermedad de D. Claudio: tan seria se presentó, que el Dr. Robert no daba dos meses de vida: a

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Panticosa lo llevaron en silla de m anos; y ya algo repues­ to, su padre alquiló el yate inglés Vanadis, y en él se de­ dicaron a cruzar el Mediterráneo y visitar las costas a fri­ canas : aun nos quedan los apuntes de tipos y paisajes que desde el puente del barco o las ventanas de la fonda tra­ zaba su lápiz. No fué largo el alquiler del Vanadis; la Marquesita, ruin marinera, se mareaba, y para evitar esas molestias navegaron en los buques más grandes y reposa­ dos de la Trasatlántica. Algo se repuso. En Caldetas convalecía, cuando llegó Arnús con la noticia de que su padre acababa de fallecer repentinamente. El 16 de enero de 1883, por la tarde, se puso D. Antonio a jugar la habitual partida de tresillo: sintióse algo indispuesto; se acostó y a la media hora un derrame seroso tronchó aquella vida laboriosa y fecunda como ninguna otra de sus contemporáneos. España entera, Barcelona principalmente, lamentó la pérdida del procer del trabajo, de la constancia, del pa­ triotismo levantado y decidido: expresó Alfonso X II el sentir de la nación en el telegrama de pésame a D. Clau­ dio: “ Usted ha perdido un excelente padre; pero España ha perdido uno de los hombres que más grandes servi­ cios le han prestado” . La pena de D. Claudio se acompasó al amor y venera­ ción que le profesaba, y era grandísima. Siendo mucha­ cho, al salir del palacio de Salamanca, entonces en el apo­ geo de su influencia y fortuna, le dice D. Antonio: — ;T e gustaría a ti ser hijo de Salamanca? La respuesta fué echarse a llorar. Cuando Barcelona levantó la estatua a D. Antonio, su hijo fué a verla, y escribe a su esposa las impresiones ar­ tísticas y filiales: por éstas copio sus palabras: *‘ He ido esta mañana a ver el monumento de papá. Me

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ha gustado más que los planos. Mestres tuvo en cuenta mis observaciones, y éstas (¡qué vanidoso soy!) han re­ sultado acertadas. No me ha causado pena el contemplar el monumento, sino al contrario, un dulce consuelo, una viva satisfacción, una más entre las mil que debo a mi padre. Parece que aún después de muerto se ocupa no sólo en animarme y protegerme con su nombre y con su ejem­ plo, sino hasta se entretiene en proporcionarme alegrías. ¡Qué desgraciados han de ser los hijos de malos padresVT (Barcelona, 12 septiembre 84). A l caer sobre sus hombros la carga enorme de las em­ presas, nadie suponía pudiera llevarla aquel pobre tubercu­ loso, que aun en absoluto descanso tenía la vida en contin­ gencia. Y es que nadie contaba con la protección singularí­ sima de Dios que lo sacó a flote para tanto bien de la re­ ligión, de España y de los pobres. Vivió y vivió delicado siempre; y siempre trabajando con una intensidad que parecía increíble en las naturalezas más robustas.

CAPITULO VI E L H O M B R E D E N E G O C IO S

L a preparación de D. Claudio para los negocios, ya fimos no podía ser m ejor: rudo aprendizaje práctico, ?.n oficinas y arsenales, dirigido por la mano experta ie D. Antonio. E l único nublado lo traía su fa lta de salud. Conjuróse la gravedad de los primeros síntom as con que amenazó la tisis; pero la naturaleza quedó siempre resquebrajada, y los más optim istas no veían para él otra* perspectiva que la de no trabajar, cuidar­ se mucho y tirar así unos pocos años. Sobre hombros tan flacos cayeron de golpe las em­ presas com plicadísim as: el Banco Hispano Colonial, el V italicio de España, las M inas de A ller, la Sociedad de Crédito M ercantil, la Tabacalera de Filipinas y, principalmente, la N aviera A . López, que se convirtió en la Trasatlántica. Los Consejeros y accionistas no creyeron hallar director más apto, y se lo comunicaron el 22 de enero de 1883. D. Claudio, cuyo abatim iento m oral no había levan­ tado la cabeza, y cuya debilidad física era harto pa­ tente a las comisiones, “ dió prueba de estar a la altu­ ra de su posición a que le obliga el nombre que lleva y el afecto y confianza de las dignas personas interesa­

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das en las grandes compañías que D. Antonio presidió; y con sencillas y oportunas frases contestó que, aun­ que sus fuerzas no fueran suficientes y no tuviera otros merecimientos que el nombre de su difunto padre, no podía menos de aceptar lo que, invocando memoria tan sagrada para él, se le ofrecía” (i). Parecen frases de pura fórm u la; pero el formulismo no lo conoció D. Claudio: no tomaba la carga como fórm ula, ni las presidencias como puestos de honor, o de alta inspección, que se contenta con presidir sesio­ nes y examinar el estado de los libros al final de cada ejercicio y firmar. Para él los negocios, los cargos, eran trabajo intenso, de conciencia, no sólo profesional, sino cristiana. P or eso, aquel hombre opulento, sin hijos a • quien dejar su inmensa fortuna, sin ilusiones, que para su casa necesitaba tan poco, trabajó y se afanó sin descanso. Hasta tal extremo, que cargo sin trabajo, ha­ bía de ser cargo sin remuneración. Por lo m ism o que su nombre recomendaba cualquier empresa, la Chade (Compañía Hispano-Americana de Electricidad) lo nombró consejero con la asignación de seis mil duros: jamás quiso cobrarlos, porque le parecía no los gana­ ba: muerto él, se hallaron los recibos endosados a fa­ vor de la "C ultura de la M ujer y Protección de la In­ fancia” de Barcelona. El Banco de Barcelona le nom­ bró consejero: no tomó posesión, ni, consiguientemen­ te, cobró la nóm ina; pero vino la crisis, y para salvar­ la, sí se consideró vinculado al Banco, y largamente se aflojaron los cordones de su bolsa. Fiel a la tradición de su padre, con la mira puesta en el engrandecimiento nacional, toda nueva industria, (i)

E l Principado, 23 enero 1883.

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todo em puje del progreso, lo estim aba como deber su y o , y a él contribuía, m ientras su capital alcanzara. A los negocios heredados, añadió otros: explotaciones agríco las en M éjico y Fernando Póo; las minas de Orbe); los Ferrocarriles M. C. 1\, que, unido a otras dos casas de banca compró a un sindicato francés; los F errocarriles del N orte, de que fue Vicepresidente (co­ mité español): la Constructora Naval, la Arrendataria de Tabacos, la Sociedad de Electrificación Industrial, la Sociedad General Azucarera, la de T e leg ra fía in­ alám brica (en M atagorda montó él la primera estación de España), el Banco de Crédito Industrial, las fa c­ torías del Río de Oro, etc., e tc .; en todas tuvo intensa participación, en muchas la dirección. * * * No es fácil escribir menudamente la historia de su labor m ercantil, porque los archivos de las sociedades se cierran a los profanos tan celosamente como los del Estado M ayor en tiempo de guerra; además que en achaques de este jaez soy com pletam ente lego. Pero tampoco entra en mi plan el aspecto técnico: me basta ver al patriota, al caballero, al cristiano. Por despegado que supongamos al M arqués de las riquezas, el negocio lo m iraba como negocio: primero, porque para negociar le habían confiado sus caudales los socios de las empresas, y después, porque el pan de innumerables fam ilias dependía de su prosperidad o ruina. Que no les faltara era encargo de Dios. “ Le oí decir varias veces que el sacrificio que le exigían estos deberes los cumplía con gusto, por creer que era mi­ sión asignada por Dios atender a las innumerables per-

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sonas que de sus empresas vivían” (D. Antonio Co­ rrea). En una de las renovaciones del contrato entre el Gobierno y la Trasatlántica, 1888, arreciaron los ataques en las Cortes: había diputados, por ejemplo, A zcárate, a quienes volvía rabiosos el solo nombre de la Trasatlántica, quizás algunos de buena fe, otros porque en Comillas miraban la representación del cle­ ricalism o: entonces se le oponían varios ministros, m á­ xime el de Marina (Beránger). D. Claudio se contentó con decir: “ Si el contrato no se renueva, la Trasat­ lántica no podrá v iv ir ; personalmente, poco me impor­ ta : con mi fortuna respondo a quienes me confiaron la s u y a ; y para vivir, no ha de faltarm e, aunque lo haya de ganar en un empleo. Ahora, que el Gobierno debe pensar se quedan en la miseria treinta mil personas” . Estos eran los alicientes de D. Claudio en su traba­ jo incansable: lo que para muchos, los más, es deseo de ganar, él lo convertía en acrisolada y sacrificada fidelidad, en caridad fina para con los empleados y sus fam ilias, en deseo de seguir siendo la providencia viva en tantos como sustentaban sus sueldos y pensio­ nes. Siempre la mira en alto, en su deber, en su con­ ciencia, en Dios. “ Por su espíritu, tan cristianamente superior, jamás en sus múltiples empresas estuvo sometido al vulgar concepto del negocio. Cuanto emprendió, llevaba en sí como distintivo que el lucro apareciera subordinado al más alto interés de los servicios de Dios y de la P a ­ tria, y siempre dispuesto al auxilio generoso en obras sociales. Consideraba la Directiva de sus empresas al igual que todo su haber patrimonial, como algo confia­ do a sus manos para servir escrupulosamente en obras patrióticas y sociales, con beneficio principal para el

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interés co lectivo '’ . Son palabras de quien m uy a fondo lo trató , aun com ercialm ente, el Sr. Sánchez de T oca. E ste espíritu superior rebosa en sus cartas: “ Com o supongo que verás en los periódicos que se están ocu­ pando de la Trasatlántica, en el Congreso, no quiero dejar de decirte que estés tranquila; pues el asunto que allí se discute es ju sto y conveniente para el país, y con la ayuda de Dios así se demostrará” (29 marzo de 1892). ‘‘ Recibo la buena noticia de que la sesión de hoy en el Congreso, que yo temía pudiera ser muy tormentosa, se ha desenvuelto satisfactoriamente, quedando así termi­ nada una excisión política producida entre conserva­ dores y liberales, que podía haber complicado mucho la discusión del asunto de la Trasatlántica. Dios aprie­ ta, pero no ahoga” (4 de abril). “ V o y ahora a una en­ trevista con Cánovas, que espero ha de ser favorable para el asunto de los ferrocarriles, que es uno de los importantes que aquí me detienen. Dios lo quiera, si así conviene” (26 febrero 1892). Son frases escritas a su madre. Porque el negocio lo presidía la conciencia, jam ás e n t r a b a en uno sin asegurarla primero y exam inar o consultar despacio su licitud. Esto daba gran fuerza m o ra l a sus gestiones: si proponía, v. gr., al Gobierno una f o r m a determinada de contrato para sus vapores correos, podría discutirse su conveniencia por otras ra­ zones: de que el M arqués no buscaba gollerías ni m e­ ter las manos en el tesoro público hasta donde le nermitiesen, lo sabían sobradamente los políticos. Porque el interés colectivo moderaba el privado, re ­ chazó ocasiones de ganancias fabulosas: durante la guerra europea no consintió se dedicaran sus barcos al contrabando, que tantísimo oro arrastró a las cajas.

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de otras compañías; baste decir que hasta 1919 el di­ videndo fue 10 por 100, mientras otros repartían el 200 por 100. Claro que las ganancias fueron entonces m uy superiores; pero D. Claudio, previsoramente, las destinaba a fondos de reserva: gracias a ello se pu­ dieron construir los buques que son ahora orgullo d e nuestra marina. E l servicio de España en las líneas re­ gulares no se interrumpió. — ¿T e parece que aún ganamos poco? — replicó a quien le proponía nuevos medios de ensanchar las g a­ nancias. Con esta ocasión relató la siguiente anéc­ dota: “ Una vez tuve oportunidad de hacerme rico de ve­ ras: se me presentó un señor, coronel retirado, y me d ijo : Señor M arq u és: yo no le conozco a usted sino de oídas; pero tengo en su patriotismo absoluta confian­ za : aquí tiene usted el plano de una mina de mercurio,, m uestras del mineral, examen de laboratorios y los datos que usted puede necesitar para convencerse de que es un negocio seguro y redondo. Estudíelo, y ven­ dré por la respuesta; lo que usted resuelva, lo doy por resuelto. “ Lo estudié, y, realmente, el negocio era tentador: los informes no dejaban duda de que la mina prometía. Pero consideré que arremetería y suscitar la compe­ tencia de la Compañía de Río Tinto, sería todo uno; mi capital disponible no aguantaría la lucha: nos forza­ rían a vender la mina; y aquellas riquezas vendrían a engrosar el negocio de extranjeros y judíos. P referí que el secreto continuase secreto” . L a intensidad en el trabajo ayudaba sus dotes es­ peciales para llevar de frente esa balumba, que hubie­ ra hecho arrodillar a muchos; son conformes cuantos

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trab ajab an con él en atestigu ar la percepción fina de los diversos aspectos de los asuntos, su m em oria te­ nacísim a, la facilidad en distraer la atención a distin­ tos problem as y tom ar el hilo, si se lo cortaban visitas o interrupciones. En diez minutos leía, anotaba y con­ testaba un fajo de telegram as mercantiles. ‘‘ Es Claudio López hombre de negocios de una re­ putación y una suerte envidiables. Educado a la in­ glesa, aprovecha en su labor infatigable las veinticua­ tro horas del día con una precisión m atem ática, lo que le perm ite m etodizar el trabajo y dividir el tiempo en tal form a, que puede sim ultanearlos todos y prestar la atención debida a cada una de las empresas a que dedica inteligencia y voluntad, sin que ninguna de ellas quede rezagada. ” Ni en las diversas esferas de la alta sociedad, ni en los círculos en que bullen y se agitan los notables políticos españoles, abundan los hombres de su temple, de sus energías, nobleza de alma y alteza de miras. L a organización de ¿us departam entos podría ser citada como modelo, y revela desde el primer momento un es­ píritu cultivado en los negocios, que sabe abordar con decisión y encauzarlos por los derroteros que conducen al triunfo. Para ello no omite esfuerzo, no es él de los que se duermen sobre los laureles” . A sí la Cotización Española, en enero de 1916, cuando, vivo D. Claudio, no había sonado la hora de los panegíricos. Era en él corriente, cuando le presentaban los da­ tos preliminares, decir: “ Estudie usted este otro as­ pecto.— Por ahí no sacarem os nada.— Estudíelo us­ ted con todo” . Y muchas veces allí estaba la solución más llana. A veces, sin que apareciera nexo inme­ diato con lo que se iba tratando, ordenaba buscar an­

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tecedentes y cálculos; se los presentaban, y mandaba archivarlos; parecía como si previera lo pronto que le harían falta. O tras veces una indicación suya, insig­ nificante, abría nuevos derroteros a la discusión impll·· cada. Es juicio de cuantos con él trabajaban, lo mis­ mo en la Banca que en las secretarías de las distintas empresas. V a lg a por todos su secretario Cabañas.: “ En el curso de nuestro despacho pasaba de un asunto a otro con una facilidad m aravillosa, sin necesidad, la m ayoría de las veces, de acudir a documentos prece­ dentes ni a investigar sobre lo hecho antes. E l mejor archivo lo poseía su cabeza. L as instrucciones, los pla­ nes que redactaba, tenían un carácter personalísimo; ni aun los detalles más insignificantes escapaban a su poderosa observación” . E l Sr. Sánchez de Toca añade: “ De todo esto he te­ nido yo también ocasión de presenciar en el despacho de Comillas cosas de m aravillosa expedición intuitiva para condensar instantáneamente en un enunciado te­ legráfico, instrucciones-clave para trámite o solución de los más complejos asuntos” . Otro de sus secretarios recuerda la prontitud en calcular de memoria, de rete­ ner las palabras todas que iba dictando, y mudar, cuan­ do iba al fin de la página, palabras escritas al princi­ pio. E1‘ Sr. Arcipreste de Santillana fué parte y testigo de algunos de esos maravillosos alardes de rapidez en planear y tenacidad en retener las conversaciones in­ terrumpidas años enteros. A l finar un veraneo andaban tratando de establecer la escuela de T rasvía; un negocio apremiante obligó a D. Claudio a salir de improviso para Barcelona; al año siguiente no fué a Comillas, y al otro, cuando ya iba acabándose la temporada, preguntó al Párroco, según e

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costu m bre: — ¿H ay algún asunto pendiente en favo r del pueblo? — La escuela de Tras vía. — Y ¿por qué no se ha hecho y a ? — Porque quedaron sin ultim ar algu ­ nos pormenores. Don Claudio se levantó, abrió un ca­ jón y, sin titubear, sacó un legajo, leyó unas líneas, y tom ó 1?. conversación donde la había cortado dos años atrás. M ás m aravilloso fué el caso, también presen* ciado por el propio Sr. O rtiz: “ Era el verano de 1896. Don Claudio llegó a Comillas por completo agotado, por­ que la guerra de Cuba, que por su patriotismo miraba como negocio propio y principal, absorbía todas sus fuerzas; aun allí pasaba las horas encerrado en el escritorio con su secretario, hasta que los am igos y parientes resol­ vieron sacarlo medio a la fuerza; para ello todos los días, hacia las doce, se presentaban en Sobrellano y ar­ maban un partido de bolos, a los que gustaba ju g a r D. Claudio por su sabor montañés e higiénico. D uran­ te una de las partidas apareció su primo D. San tiago López con los Capitanes de la T rasatlán tica Venero y Gorordo; venían a organizar el embarque de 24.000 hombres con arm am ento e impedimenta, en el plazo de quince días y en distintos puertos. En treinta minutos, entre jugada y jugada, quedó acordado el plan; todo se previno: la capacidad de cada barco, su andar, el punto en que se encontraba o podía encontrarse, ha­ bida cuenta del día de su salida y marcha, los puertos en que habían de distribuirse, las órdenes para em bar­ car vituallas ; absolutam ente todo, hasta las cucharas, hasta los escapularios del Carm en para las tropas ex­ pedicionarias” . De esta rapidez hay ejemplos abundantes: En 1892 se destinó el Alfonso X I I I para recoger las comisiones de los gobiernos que acudían a Huelva para celebrar el

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IV Centenario del descubrimiento de América; el bar­ co estaba en Cádiz para zarpar, y su Capitán Jaureguízar, la gloriosa víctima del Machichaeo, en Comillas: había de tomar el barco en ruta, y D. Claudio, atendien­ do al andar del buque y su probable salida, le hizo tres combinaciones para alcanzarlo en distintos puntos, y le dió a la vez tan detalladas instrucciones sobre el tra­ to y alojamiento de los enviados extranjeros, con tan me­ nudas referencias sobre las condiciones del buque, que cuando el M arqués se retiró, dijo Jaureguízar lleno de asom bro: — ¡Qué hombre! No ha estudiado náutica y si me descuido me envuelve. Una sola vez ha estado en el buque y lo conoce tan bien como yo. En ninguna parte brillaba tanto esa serenidad de juicio, método de trabajo y comprensión total de los negocios como en las Juntas de consejeros y accionis­ tas ; iba a ellas con los temas muy estudiados: oía, ano­ taba, y, al fin, si lo propuesto parecía desacertado, tomaba la palabra y convencía. En cierta ocasión varios accio­ nistas de la Tabacalera se empeñaron en que se au­ mentaran los dividendos, y alguno se permitió frases no poco molestas contra el Presidente. Escuchó él con su mesura habitual, tomó la palabra y sin aludir a lo que a su persona ‘ atañía, estuvo hora y media barajando cifras y elxponiendo otras miras del asunto: — Seguiremos ma­ ñana, dijo cuando se percató de la h o ra : siguió y per­ suadió a los recalcitrantes su parecer. * * *

He querido amontonar testimonios y hechos de los que pudiera llenar muchas páginas, porque de D. Clau­ dio en este particular se ha juzgado muy diversamente.

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En corrillos de café y en otros centros de inform a­ ción tan seguros se ha corrido que tenía buena volun­ tad y menos aptitud; habría que preguntar a esos se­ ñores las fuentes donde bebieron su juicio: cierto, no sería revisando y exam inando a conciencia la historia toda de las em presas de Com illas. P orque no b asta m i­ rar desde lejos; no basta, v. gr., ver que los barcos de la T rasatlán tica son inferiores en algún aspecto a los de o tra s n a cio n es; habría que estud iar los m edios de vida de aquellas Com pañías y con fron tarlos con los de la nuestra; habría que parear las subvenciones de los diversos gobiernos, y asim ism o saber las dificultades enormes que al cobrar las deudas se atra vesab an con­ tinuam ente al M arq u és; años hubo en que esas deu­ das ascendieron a 6o m illones y aún están por abonar ingentes partidas desde la gu erra de Cuba. D ígase si en tales apuros era posible con stru ir b a r­ cos de lujo y renovar la flota. Y con todo, D . Claudio lo­ gró empezarlo, y en vida suya se adquirieron los magnífi­ cos Infanta Isabel y Reina Victoria, y se inició el esplén­ dido resurgir de nuestros astilleros, cuyas primicias el A l­ fonso X I I I , el Colón y el M anuel A m ú s, no tienen por­ qué a v erg o n za rse cuando se cruzan (a veces dejándo­ los atrá s) con los de o tras naciones, que en tam añ o los aven tajan , es cie rto ; pero si el tráfico español no da para más, ¿a qué p u jar por echar al a g u a barcos que naveguen va cío s? Y recuérdese que Pinillos v en ­ dió su flota; que otros navieros, a pesar de sus fabulo­ sas ganan cias d urante la g u e rra europea, su fren cri­ sis trem endas y am arran sus vap ores por la rg a s te m ­ poradas, m ientras la T r a s a tlá n tic a ja m á s in terrum pió sus cru ceros ni dejó de re p a rtir dividendos no ex cep ­ cionales, pero sí rem u n erativos del cap ital.

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L a razón, iba a decir única, en que muchos fundan sus críticas, es la liberalidad de D. Claudio, su derro­ che (es la palabra empleada) de pensiones y obras be­ néficas, la mano siempre abierta para otorgar pasa­ jes y rebajas: o sea, hablando en puridad, acusan al M arqués de ejercer la caridad a costa de los accionis­ tas. Es punto que trataremos más tarde: aquí baste advertir de paso que D. Claudio tenía la conciencia muy delicada para permitirse defraudar a nadie de lo suyo por hacer obras de caridad. El, dispuesto a en­ tregar toda su fortuna particular para resarcir hasta la última peseta de los caudales recibidos; él, que sin estímulos personales ni fam iliares sacrificó su vida al trabajo abrumador porque “ mi concienciaume dice que estoy obligado a corresponder con mi labor perso­ nal hasta donde alcance a la confianza de los que han colocado su fortuna en mis empresas, cabalmente por­ que las dirijo yo” — es frase suya al párroco de Comi­ llas que le aconsejaba algún descanso— : él. cuya delica­ deza le vedaba aprovechar las franquicias concedidas al último empleado, y pagaba íntegro el billete de su esposa en el tren, bien lejos andaba de menoscabar la hacienda ajena con liberalidades imprudentes o vio­ lentas. Juzgaba, eso sí, que las Sociedades caen bajo las mismas normas morales que los individuos, y como és­ tos viven obligadas a anteponer el bien público al pro­ pio y a practicar la caridad, máxime con sus emplea­ dos. De ahí las pensiones y limosnas, de ahí renunciar a lucros extraordinarios a costa de los intereses de la patria. Añádase que lo que se iba por un lado, por el lado de la caridad, entraba o no se iba por otro; por la renuncia de D. Claudio a su tiónima de Presidente,

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que sumaba muchísimos miles de duros ( i) : por la hon­ radez y lealtad de los subalternos; por la ausencia de huel­ gas: j>or las irrisiones y retiros de lo altos empleados, que o no se cobraban o eran insignificantes. Quienes están al tanto de las interioridades de la Trasathuirica, las que no deben traslucirse fuera de las oficinas, lo que adm iran es cómo ha podido vivir, y lo atribuyen al excepcional talento del M arqués y a sus^desvelos por los intereses que le habían confiado. Los Ferrocarriles M adrid-Cáceres-Portugal los re­ cibió en completa ruina, y viven; la Tabacalera en vida de D. Antonio no repartió un céntimo entre los accionistas: pasó la borrasca trem enda de 1898 y hoy reparte el ¡ 7 por 100: la Hullera Española es la única sociedad carbonera que siempre ha vivido con desaho­ g o . y eso que la crisis del carbón es endémica en E s­ paña. El e m p e ñ o con que las industrias nacientes, los "Bancos, las empresas todas, nacionales y extranjeras, solicitaban al M arqués para los consejos y puestos de c o n fi a n z a ( las casas inglesas pusieron como condición ineludible para la Constructora Naval el concurso de Co­ millas) indican bien a las claras la opinión que de él se tenia en el inundo de los negocios; la que va copiada de /:/ financiero. La Cotización Española, etc. Tenía a su lado hombres de absoluta confianza para ayudarle en la dirección; la tarea de los secretarios estaba completamente deslindada: cada cual trabaja­ ba en su campo, y ni entendía ni se metía en lo ajeno. L a autoridad de los jefes la respetaba y defendía siem­ pre : estaban seguros de que sus fallos, mientras se

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M) Presidente hay de una N aviera española que cobra, en virtud de cargo, el 2 j>or 100 por tonelada bruta embarcada.

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m antuvieran en lo justo, ni por recomendaciones ni por nada flaquearían. U na vez a fuerza de instancias de su capellán y am igo D. M ateo Gómez se avino a reponer a uno despedido de la Trasatlántica. Lo supo el J e fe : — ¡ Pero, D. Mateo, si lo que ese ha hecho no es de las cosas que pueden perdonarse! D. Mateo retiró su intercesión, y D. Claudio le dió las gracias porque le quitaba el peligro de negarse al amigo <> desautori­ zar a sus representantes. Si en puestos sin importancia era fácil en compla­ cer, entre otras razones porque el sueldo no compro­ metía los intereses generales y al fin y al cabo lo otor­ gaba, como limosna honrada, en los que influían defi­ nitivam ente en la m archa de los negocios, era infle­ xible: las plazas de consejeros, gerentes, etc., de sus empresas no eran prebendas de políticos: “ Si mi pa­ dre me recomendara a alguno, tomaría informes an­ tes de ceder” , dijo a D. Antonio Correa. Cuando falle­ ció Joaquín del Piélago, lo apretaron desde muy alto para que el sustituto fuera cierto personaje político. D. Claudio, para no ceder, tomó él propio la Gerencia y la desempeñó por treinta años. Aun las cartas co­ rrientes de recomendación las pasaba a las oficinas para que vieran allí si convenía acceder. Cuando en­ vió a Correa a Filipinas, donde reinaba el desconten­ to, las instrucciones administrativas que le dió fueron bien escasas: “ Diga usted al personal que habrá jus­ ticia en los adelantos de los empleados". De ello esta­ ban bien seguros, y de ahí la autoridad de las órdenes y el respeto de todos. A veces recibía delaciones tan graves y documenta­ das que otro menos reflexivo echa mano al teléfono para ordenar la destitución. D. Claudio se iba despa-

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ció: con sigilo y prudencia profesional, pedía nuevos da­ tos del hecho, de los antecedentes del sujeto, etc., un ver­ dadero proceso, que no se sentenciaba hasta que la verdad saliera limpia. L os oídos del M arqués estaban siem pre abiertos a las reclamaciones: por principio defendía la autoridad de sus delegados; pero el error o la pasión podían tor­ cer los fallos, y para el Marqués hubiera sido dolor in­ consolable que uno de los suyos padeciera sin causa. Un ejemplo trae el Boletín del Círculo Católico de obre­ ros de E stella: “ En cierta ocasión fué despedido un empleado de los que, hace ya algunos años, se consideraban satis­ fechos de cobrar un sueldo de 150 pesetas m ensuales. El empleado consideró que el despido no era justo, y se dirigió al M arqués en súplica de ser repuesto. El M arqués de C om illas llam ó al je fe del N egocia­ do, del que oyó no podía conservar al despedido porque había puesto los ojos en una de sus hijas. N ada opuso en contra de su laboriosidad e inteligencia. Llam ó el M arqués entonces al empleado, y luego de explorarle, le dijo: “ H ay razones por las que no puede usted seguir en su p u esto ; pero desde m añana presta­ rá usted sus servicios en otro negociado y con un suel­ do mensual de 500 pesetas” . Y el despedido llegó a ser uno de los jefes de la em­ presa y contrajo m atrim onio con la hija del je fe ” .

CAPITULO VII V A S A L L O A L A A N T IG U A

En la carpeta donde se custodian la carta autógrafa de Alfonso X II y demás papeles relacionados con la merced de la grandeza, escribió D. Antonio con su letra firme y corrida: “ Estas cartas deben guardarse con el Real Des­ pacho, para que mis hijos sepan apreciar el alto aprecio en que S. M. me tuvo y sepan corresponderá siempre” . Si faltaran otros motivos, la recomendación paterna bastaría a explicar lo que muchos no se explican o ex­ plican torcidamente, la adhesión incondicional del Mar­ qués de Comillas a la dinastía reinante. La vida de D. Antonio corrió por los temporales más re­ cios que zarandearon la paz interna de España: dos ra­ mas de la casa de Borbón se disputaban el trono: la una, n la par de lo que juzgaba sus derechos, sostenía desplegada la bandera de la Religión, y agrupó alrededor de ésta ejér­ citos voluntarios que le sacrificaron — a ella más que 3L Don Carlos— su tranquilidad, su hacienda v su sangre. La otra se apoyaba en los principios liberales, sin que por eso podamos afirmar que cuantos la seguían los defendie­ sen, máxime en el sentido condenado por Pío IX v el Sy­ llabus. Adaban entonces, y siguen aún, bastante revuel­ tas las ideas: y si no faltaron quienes condenaban de libe­

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ralismo vitando a todos los cristinos y alfonsinos, la Igle­ sia y los Obispos españoles no patrocinaron tales extre­ mos, que en los últimos años han sido taxativamente re chazados por Roma en las normas para los católicos es­ pañoles. G iro es que muchos, los más, de los que se lla­ maban liberales, lo eran: pero entre los no carlistas tam­ bién había católicos de verdad, que pensaban — y las cé­ lebres normas antes citadas les han venido a dar la ra­ zón— podían apoyar al rey constituido sin renegar de la Iglesia. Tal fué D. Antonio López y tal fué su hijo. Y a desde muchacho alentó en él la devoción al rey; su padre, con Mané y Flaquer y otros, allá por 1869, asqueados por el desenfreno en los de arriba y en los de abajo (D. Claudio recordaba los horrores que se veían por la Rambla, y las orgías en la frontera iglesia de Belén, donde el Capitán General presidía, mientras mujerzuelas y descamisados bailaban el can-can), tramaron una conjura para procla­ mar a Alfonso X II en Barcelona; estaba comprometido el comandante de Montjuich, en donde había de conmenzar el movimiento. D. Antonio mandó a sus hijos a la azo­ tea para ver la señal convenida; pero en lugar de ella fla­ meó la bandera republicana: se había traslucido el plan y las autoridades de la Gloriosa relevaron al comandante. D. Antonio se echó a la calle a olfatear noticias, y en la Rambla se cruzó con Mañé y Flaquer, mal trajeado, con antiparras negras y un ruin tapabocas; verdadera facha de conspirador clásico. No se hablaron: una mirada de re­ ojo les bastó para entenderse. D. Antonio, por lo que pu­ diera tronar, pasó la frontera y se estableció con su fam i­ lia en Tolosa. En Burdeos Claudio respiraba el mismo fervor dinásti­ co, que no le impedía conocer y reprobar los atropellos

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cometidos contra los partidarios de Don Carlos: “ He vis­ to con sentimiento entre otras medidas que acaba de to­ mar el gobierno contra los carlistas, la de desterrar las familias de los que estén en armas. Puede ser injusto en muchos casos, y revela una debilidad que no sienta bien más que a un gobierno faccioso” . (A María Luisa, 3 ju­ lio 1875, de Burdeos). La guerra civil la miraba como una ruina, y el triun­ fo alfonsino no era para él, a los veinte años, el entroni­ zamiento del liberalismo, sino la paz, la prosperidad de España, aun en la parte religiosa, por encima de ideas y pasiones: alborozado escribe a su hermana desde Bur­ deos el 2 de abril del 75: “ Esta mañana, al entrar en la oficina, supe la noticia que tantas veces he esperado con impaciencia desde hace tiempo. Las tropas carlistas han fraternizado con las del gobierno: algunos batallones •están pasando la frontera: otros han entrado en San Se­ bastián ; ahora basta un poco de patriotismo y de pruden­ cia para vernos en un país dichoso, rico e importante. Inútil tratar de explicarte los sentimientos que la noticia me ha despertado: demasiado sabes cuánto amo la patria. Tengo grandes esperanzas, porque creo que la Providen­ cia nos da a Alfonso como un segundo Carlos III. Las circunstancias y necesidades de cada momento histórico pueden más que el carácter; y las de ahora empujarán a nuestro Rey por muy buen camino” . Más adelante la devoción a la dinastía, en él como in­ nata, se arraigó con la convicción. El Rey le representaba “ la personificación de los sublimes ideales de la patria, sím­ bolo de gloriosos recuerdos y lisonjeras esperanzas, úni­ co baluarte de las más venerandas y caras creencias e ins­ tituciones...” Estaba firmemente persuadido de que en

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España no cabían prácticamente sino dos gobiernos: el de Don Alfonso o la república: Don Carlos no lograría asentarse en el trono: cuando las dos guerras civiles no le dieron la corona, menos se la iban a dar nuevos intentos, porque el entusiasmo religioso se amortigua, y las preben­ das ganaban .11 régimen de día en día nuevos adeptos. Era, pues, Don Alfonso un hecho consumado. A sí lo pensaba acertando o no, resuélvanlo otros), y obraba en consecuencia. Además, si en todos los órdenes fué su norma seguir a ojos cerrados las indicaciones de la San­ ta Sede, en este punto tan trascendental y tan enmara­ ñado. mucho más. Y para él cuadraban a la situación po­ lítica de España las normas que para. Francia dió León X III en su carta a los Cardenales de las Galias: Aceptar sin restricciones mentales, con la lealtad perfec­ ta propia de un cristiano, el poder civil tal como de hechoexiste. Porque esa aceptación es medio único para llegar, acordando todas las energías, a restablecer la paz reli­ giosa y con ella la concordia entre los ciudadanos, el res­ peto a la autoridad y la justicia y honradez en la vida pública. (Carta al Conde de Mun, 7 enero 1893). Porque esa norma veía observar y aconsejar a los Prelados es­ pañoles, que por boca de sus Arzobispos, reunidos en V a ­ lencia. escribían a la Regente una carta de adhesión. Y él propio lo oyó, aplicado a España, de labios de León X III. cuando la famosa peregrinación obrera. Claro es que ni todos los católicos españoles miraban así la cuestión dinástica, ni, si se quiere, todos los Obis­ pos. sobre todo en los primeros tiempos. No trato de es­ tudiar quiénes acertaban : me basta lo dicho para enten­ der el por qué de la política del Marqués de Comillas, y cómo, sin meterse a juzgar a nadie, respetando las opi-

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niones contrarias, él se formó la suya y obró según ella le presentaba el problema. * * * Con Alfonso X III creció el amor; había presenciado la muerte de su padre en plena juventud y esperanzas: habíale visto nacer en medio de desgracias nacionales y trastornos que hacían bambolear su corona. La inocencia y gallardía del Monarca niño, en medio de tantas y tan bastardas concupiscencias, excitaban su compasión y es­ poleaban su lealtad: “ Vengo de estrenar el uniforme de gala que me regalaste, en la recepción celebrada con mo­ tivo de los días del Rey. ¡ Pobrecillo! Daría pena al ver­ le tan alegre, considerando la carga que le esperaba, si no contase uno con que Dios ha de ayudarle a Uevarla*. (A su madre, 2 enero 92). Pocos años después el Rey se presentaba vestido de militar: “ ¡Pobrecillo! jQué carga tan pesada le espera­ ba cuando llegue a mayor de edad!” (29 enero 96). Testigo del cuidado con que su Augusta Madre formó su corazón cristiano y español, esperaba del Rey niño grandes cosas. Frase suya es: “ Todo español al levan­ tarse cada mañana y pensar que el Rev sigue reinando, debía* dar gracias a Dios por ello: porque ahora el Rey es España” . Ese espíritu altísimo alentaba por encima del cariño muy hondo que le inspiraba la persona del Sobe­ rano : el amor a España, el amor a la paz y a la fe tradi­ cional que creía comprometida si la monarquía o el mo­ narca peligrase. Dijo muy bien la insigne escritora María de Echarri: “ Fué leal con Dios, ¿cómo no lo iba a ser con el Rey, con todos?” (1). (1)

Discurso necrológico.

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Por eso se esmeró siempre en servirlo como los cas­ tellanos de antaño, por lealtad, sin adulaciones, sin pon­ derar ni a veces sacar a luz sus servicios: le bastaba con hacerlos, sin otra recompensa que la de haberlos hecho. No fué palaciego nunca, en el sentido que se da a la pa­ labra; acudía a palacio para hacer la guardia o si lo lla­ maban, o cuando creía necesario tomar noticias o pres­ tar ofrecimientos: y a no ser preciso ni se llegaba a la Real Cantara. “ Esta noche hay recepción en palacio: y cotiio no vamos a ninguna parte, voy a llevar a M aría; están invitadas más de cuatro mil personas, y se estará allí, por consiguiente, con gran independencia.” (A su madre, 15 febr. 1892). En su palacio de Barcelona se hospedaron las Infantas, y siempre mostró la misma esplendidez y delicadeza que en Comillas con Alfonso X II. Cuando el Rey iba a la Ciu­ dad Condal solía él adelantársele para preparar el reci­ bimiento. Quizá nunca fué tan oportuno este servicio como en la primera visita de Don Alfonso a Barcelona abril 1904). En efecto, las circunstancias amenazaban: los catalanistas extremosos, andaban fríos; Lerroux en el apogeo de su poder. H e oído a quien podía saberlo que Maura no hubiera arriesgado la jornada sin el apoyo de Comillas. Miles de hombres reclutó éste, obreros en su mayor parte: dividiólos en grupos, a cuyo frente puso amigos y parientes, y se adelantó a tomar posiciones en los alrededores de la estación y las primeras filas: de en­ tre ellos escogió a los de más confianza para que cerca­ ran al Rey y le cogieran las bridas del caballo. El, a gui^ sa de comandante de parada, recorría las filas, cercio­ rándose de que no quedaba hueco por donde pudiera co­ larse algún peligro. Poco antes de llegar el tren real, el Emj>erador del Paralelo, seguido de su estado mayor, apa-

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recio en aquellos sitios y extrañó verlos ocupados por ca­ ras que no eran de los suyos. Comillas lo fue siguiendo sin perderlo de vista hasta dejarlo bien alejado. Puede ser que ni a republicanos ni anarquistas se les hubiera ocurrido mala idea. Por si acaso, D. Claudio se adelantó a preve­ nir contingencias, y el recibimiento resultó entusiasta; pa­ sado el primer momento, la gallardía, juventud y buen ánimo de Don Alfonso se ganó las voluntades de la ciu­ dad que Cervantes llamó archivo de la cortesía. Claro es que todo esto exigía gastos cuantiosos; a D. Claudio le parecían bien empleados veinte, treinta, cuarenta mil du­ ros, que de su bolsa salían, para agasajar al Rey y afian­ zar el prestigio de la monarquía. ¿Llegaron a saberse en el Palacio de Oriente tales servicios? Por boca de Co­ millas, no; por la de sus amigos, a veces s í: pero muchos,, muchísimos quedaron ocultos al agradecimiento del monarca. En esto de velar por la persona de Don Alfonso, Co­ millas era receloso casi en exceso; él tan mesurado, tan duro en pensar mal de nadie, veía posibles peligros y por si acaso salía al encuentro resuelto a todo. En la sesión de clausura del Congreso Eucarístico. Comillas en el presbiterio de San Francisco el Grande, se fija en un ex­ tranjero que se pone enfrente del Rey. El buen señor ten­ dría muy buen alma y no tan buena cara: D. Claudio se le­ vanta, y sin decir nada se coloca en pie detrás de él, es­ piando sus meneos. A l volver Don Alfonso de inaugurar el monumento del Bruch, decía humorísticamente: “ He visto en Cataluña lo que nunca me imaginara posible: a Comillas con revól­ ver y a Comillas peleando con un obrero” . Fué el caso que durante la ceremonia un pobre mal trajeado se aba­ lanzó hacia Don Alfonso; notarlo D. Claudio y echarse a

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sujetarlo todo fue uno: — Y o soy un pobrecito — decía el uno. — Pues aunque sea usted un pobrecito, no se acerca — replicaba el otro; y forcejeando estuvieron hasta que llegó la policía. Realmente el obrero intentaba entregar al Rey un memorial; mas los tiempos hacían justa la des­ confianza; para esas ocasiones llevaba revólver, él que siempre iba desarmado... ♦* * Dos ele los días más intensamente dichosos de su vida se los proporcionó Don A lfonso: el uno, cuando en el Cerro de los Angeles consagró valientemente su persona y Reino al Sagrado Corazón; por eso el Cerro fue, en adelante, lugar predilecto de sus devociones, y por eso trabajó porque se perpetuara la memoria de la solemni­ dad, erigiendo una estatua del Rey al pie del monumento, que lo representara en la actitud de leer aquella célebre consagración. Como Presidente de la Junta Central acudió a los Prelados (la última circular es del 25 de abril de 1925, un mes escaso antes de su muerte), en demanda de datos sobre lo recaudado y de adhesiones “ que prueben de modo indudable la piedad del pueblo español y su adhesión a la sagrada persona de S. M. el Rey Católico de España” . De haberle Dios alargado la vida, el monumento se levanta con la cooperación de todos o con el esfuerzo solo de su devoción reí i?i oso-monárqn ica. El segundo hecho fué la visita del Soberano a su San­ tidad . En vísperas del viaje escribía a doña Manuela del Pié­ lago : “ Por fin vamos a Roma a asistir a la visita de nues­ tro Monarca al Papa. Aunque nos consideramos obliga­ dos a ello, excuso decirte con cuánto gusto lo hacemos” .

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Y cuando oyó a Su Majestad aquella profesión de fe tan viril y tan española, las lágrimas acudieron a sus ojos. Hubo en aquella visita un incidente ya conocido de todo el mundo, aunque el telégrafo lo callara entonces: del V a­ ticano indicaron que por razones protocolarias conven­ dría fueran de negro las damas: Don Alfonso prefería el traje de gala que llevan en la Real Capilla: “ Gustaría que viera el Papa cómo asisten delante del Santísimo” . Comentábase en la Embajada de España el doble criterio, y Comillas se inclinaba por el real. No faltó quien le ad­ virtiera: — ¿Pero, has venido a Roma para hacerte antivaticanista ? — N o ; ¡ pero cuánto me agradaría se llevara ese gusto el Rey! Pío X I se lo dió paternalmente. Acababa de llegar a Comillas en busca de descanso — descanso relativo era siempre el siiyo— cuando un tele­ grama le anuncia el golpe de estado del célebre 13 de sep­ tiembre. Inmediatamente pidió el coche, y sin maleta ni preparativos corrió a Madrid, a explorar la situación, a ver qué resolvía el Rey: como jefe del Somatén, quería ocupar su puesto en aquellas circunstancias angustiosas: llegó, habló con varios amigos, vió la solución pacífica, y se. volvió. Ni el Rey se enteró de aquella presteza en su servicio. Como no se enteraban muchísimos de otras interven­ ciones suyas en pro de la Monarquía y de las instituciones que la consolidan. En las zozobras de la Regencia, princi­ palmente, cuando las ambiciones de los partidos conver­ tían en campo de agramante el que fué siempre campo de I4 lealtad, y por disputarse los puestos y las prebendas pi­ soteaban la corona de San Fernando, que una egregia y desdichada señora guardaba para un desvalido infante, entonces sí que la acción de Comillas fué intensa, callada

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y provechosa. A él principalmente atribuye quien tiene medios de saberlo, el Sr. Sánchez Guerra, la muerte o la anemia de los partidos republicanos: a él se debieron arre­ glos y concordias entre los hombres públicos, y por él se impidieron escisiones que hubieran dejado a la Corona sin medios de gobernar. ¿Pruebas de ello? D ifícil es señalar­ las. tío sólo porque se procuraban de viva voz, con visitas que no d e ja r tras sí recuerdos escritos, sino principalmenu ¡jorque serta imprudente citar nombres que aun suenan en la vida. Omitiéndolos, copio esas líneas de un jefe de gobierno, a quien se le iba un ministro: “ Como sé que nada de lo que conduce al bien o evita el mal le es a usted indiferente... le ruego lea la adjunta carta de X , y no se le ocultará el deplorable efecto de su actitud en momentos en que tanto importa inspirar confianza*en la unión... Y o he agotado mis recursos. Usted es la persona única que dicen tiene influencia sobre él. Comprendo que es abusar de usted, pedirle que le aconseje, pero no quiero omitir nada de lo que en conciencia creo que puede conducir al fin que me parece útil para el p a ís...” En su despacho de la Trasatlántica supo la crisis que decidió a Maura por la vida privada (enero 19 13). Inme­ diatamente escribe a la Marquesa una tarjeta: “ Las no­ ticias que me da Pidal me deciden casi a que salgamos esta noche para Madrid; avisa que preparen las maletas” . P o r amor a la Monarquía y por amor a España (amo­ res en él compenetrados con el amor supremo a la Reli­ gión ), seguía ávidamente cuanto se publicaba fuera y den­ tro. sobre la persona del Rey; el archivo de E l Universo está lleno de billetes suyos, ora indicando materia de ar­ tículos. ,ra iniciando campañas en pro de los poderes constituidos. Por la misma razón se interesaba vivamen­ te en la política de las naciones vecinas, que podía reper-

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cutir en España, singularmente de Portugal desde la pro­ clamación de la república. Las tentativas de restauración monárquica hallaron en él poderoso auxiliar. El valiente y malaventurado pala­ dín de Don Manuel, Paiva Couceiro, de Comillas recibió los fusiles para sus desdichadas y románticas empresas: bien lo reconoció el destronado monarca, al dar a D. Clau­ dio las gracias; atemorizábanlo los influjos que contra el régimen de España podían ejercer conspiradores y polí­ ticos desde Lisboa (i). Por la misma razón se gastaba miles y miles de pesetas cuando venían las elecciones: acostumbrado era en Espa­ ña ese gasto; pero nadie lo hacía en provecho ajeno, v Co­ millas jamás presentó su candidatura. Con dinero suyo se pagó el alquiler y personal del Centro Monárquico Elec­ toral de Madrid (Cid* 5), sin que nadie se percatara, ni los candidatos favorecidos, y eso por más de 20 años. * * * A fines de 1924 un novelista, de fama revolucionaria primero en su patria, Valencia, de fama no muy limpia como colonizador en la Argentina, y de fama literaria más tarde, que voló por todo el mundo, porque sus propias alas, no endebles, las empujó la política de los aliados en (1) En La Nación (20 mayo 1927) publica Andrés Morera un artícu­ lo, E l Bolchevismo en Portugal, y su último párrafo es como sigue: “ El ataque es peninsular. En la Asamblea Plenaria del Comité Ejecutivo de U Komitern (III Internacional) celebrado en Moscú (abril 1925), te acor­ dó unificar la propaganda y agitación bolchevista piara España y Por­ tugal, a la que se denominó peninsular. Los agitadores rusos encontraron dificultades para entrar en España y fueron a Portugal. Según nota de octubre de 1925, Portugal debía continuar siendo el punto elegido para preparación del movimiento peninsular. De ahí la importancia que para España tiene cuanto ocurra en el país vecino”.

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la Guerra mundial, quiso emplear su dinero y su influen­ cia, grand e ciertamente, en atac ar la persona de A lfon ­ so X III, v a la par la institución monárquica. A su patriotismo se le daba poco de que España entera saliese más enlodada que su Rcv. Del libro difamador se hicieron ti­ radas enormes en inglés, en francés y en castellano, y se repartía gratis o poco menos. Bien hubiera estado averi­ gu a r de dónde salían los gastos, pues al autor, a pesar de sus cacareados millones, ni sus amigos lo acusan de pro­ digalidad. En España, la aventura levantó llamas de indignación, ■ me, por nuestra tradicional mala memoria en los agra­ vios. se extinguieron pronto: diario hubo que cerró sus páginas a la colaboración del novelista, contra cuya fe­ lonía escribió artículos que levantaban ampollas; y a los pocos meses hacia el reclamo de sus novelas y las enca­ ramaba a las estrellas con sus elogios. Pero dejemos esto. A D. Claudio, en su doble calidad de español y monár­ quico. el golpe asestado al Rey le dió en mitad del cora­ zón Y como siempre, acudió al reparo: era preciso des­ hacer en el e x tr a n je r o la calumnia, presentar la figura del Soberano rodeado de gloria, venerado y amado por su pueblo. L o primero procuró fomentar, donde quiera que llegaba su influjo, manifestaciones de adhesión al monar­ ca. y luego se entendió con la Agencia-Fabra para tele­ grafiarlas a los periódicos extranjeros, junto con todas las protestas que el ataque suscitó. Hizo más; buscó dos es­ critores de prestigio que publicasen sendos folletos en in­ glés y francés contra el calumnioso: en inglés lo redactó nuestro embajador en Londres, el Sr. M erry del V al; del francés quedó encargado un hombre poco sospechoso por sus ideas dinásticas. D. Francisco Melgar, representante en P a r ís de D, Taime. L a tirada debía ser cuantiosísima

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para contrarrestar la contraria. Sobre la mesa tengo prue­ bas, ya impresas, de los dos folletos, primorosamente es­ critos ambos; a medio camino se cortó la idea; diferida algo por las gravísimas ocupaciones de D. Claudio, *u muerte la mató definitivamente. Estaban ya en Madrid las listas interminables de personajes a quienes se había de enviar el folleto del Sr. Merry del Val. L a segunda parte del desagravio nacional, la estatua del Rey en el Cerro de los Angeles, tampoco la vió lograda: varias circulares y cartas sobre elk) se conservan en su archivo. Es seguro que en el ultimo acto público suyo, aquella peregrinación al Cerro, donde el viento frío se le clavó en los pulmones, se le irían los ojos al sitio que para la efigie de Don Alfonso había elegido, y su alma se rego­ cijaría con el pensamiento de dejarlo allí a las generacio­ nes futuras, como ejemplo y modelo de rey español y rey católico. No es fácil citar hechos para demostrar que su perso­ na, su influencia, su fortuna, estaba al servicio de la mo­ narquía; la materia es vidriosa por demasiado reciente. Vaya, sin embargo, alguno: Las elecciones en Madrid las ganaban los republicanos, entre otras razones, porque te­ nían el censo corrompido y votaban hasta los muertos: arte general en España: pero en Madrid más fácil, por lo trashumante de la población. Comillas tomó a su cargo y a su carga depurar el censo, y montó las oficinas correspondientes, que casa por casa recorrieran la ciudad y fiscalizaran las listas oficiales: buenos miles de duros le costó, porque no fué tarea de meses, sino de años: dis­ minuyeron los votos republicanos, aunque no logró ente­ rrar a todos los muertos ni evitar que milagrosamente se multiplicaran todos los vivos; era tarea superior al es­ fuerzo individual.

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Otras veces compraba, así como suena, a los enemigos que veía en trance de venderse: dar dinero para evitar campañas perniciosas, lícito es. Tal sucedió con un perio­ dista de pluma rajante, que esgrimía contra el régimen cor? grandísimo garbo: sus artículos abrían roncha hasta en epidermis tan curtida como la de Cánovas; supo éste íjue el atrevido y desenfadado republicano andaba más es­ caso de pesetas que de bríos, y tanteando por tercera per­ sona el terreno, averiguó sería fácil el paso a la Monar­ quía... por puente de plata. Se lo avisa a D. Claudio, y al siguiente día el periodista aquél recibía un empleo· de 5.000 pesetas, y el partido conservador ganaba un pala­ dín. El periodista llegó a gobernador, y a ministro liberal, porque las convicciones metidas con esa clase de argumen­ tos no son perpetuas. Pero en contra de la Monarquía no volvió a escribir. Y añadía quien lo contaba, que fué cabalmente el inter­ mediario de todos esos cabildeos: “ Casos parecidos hay muchísimos” . Lo contaba el Marqués de Valdeiglesias. La Trasatlántica era un arma que en sus manos con­ siguió más de cuatro victorias: los políticos le pedían em­ pleos para los suyos; y él se los cobraba en pedirles favor, cuando se atravesaban los intereses de la Religión o de la patria. En provecho propio jamás llamó a las puertas de na­ die. Y a lo sabían ellos, y por eso mismo lo respetaban y

CAPÍTULO VIII P O L IT IC A

T ra ta r este punto es meterse entre zarzales; el úni­ co por el que algunos torcían el rostro a Comillas, y por el que otros lo consideraban descaminado: sin lle­ g a r a las criticas acerbas que se cebaron en él, que es­ cocían más por venir de católicos, hubo no pocos entre los partidos extrem os que lamentaban no autorizar su bandera con el prestigio moral, religioso y económico del Marqués. El Marqués no fué carlista: queda demostrada su adhesión a la dinastía, su respeto al Menarca, más pro­ pio del siglo X V I que de estos tiempos. Tampoco fué integrista, y sólo al pobre Verdaguer, pobre de senti­ do práctico, se le pudo ocurrir que los jesuítas conquis­ taron para el partido de Nocedal a D. Claudio: más aún: quiso el Marqués aunar fuerzas, y se fué a San­ tander expresamente para tratar con D. Ramón: el acuerdo fué imposible. Dos hombres celosísimos del bien de la Iglesia y del bien de España, que, cierto, nada salía ganando con guerrillas autónomas contra el ejército poderoso y organizado del liberalismo, cada cual opinaba de diverso modo, cada cual aducía razo­ nes que a sí propio convencían y al otro no arrastra­ ban. ¿De cuya parte estuvo la razón?

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¿T u vo política positiva, personal, de partido, el M ar­ qués de Com illas? Se ha dicho que León X III lo apartó de ella y empu­ jó sus esfuerzos a la acción católica. Y tam b an se ha dicho que quien lo disuadió fué el P. Luis M artín, General de la Com pañía y gran am igo suyo; la verdad la hallo en un papel del propio P adre M artín : cuenta una entrevista de ambos, cuando la peregrinación o b rera: el P. General, que residía en F iésole, fué a Roma para verse con D. Claudio: la nota está en inglés; doy la traducción. “ Finalmente, me apuntó el M arqués que el C arde­ nal Rampolla le había hablado sobre la conveniencia de form ar un partido católico que recogiera las ener­ gías desparramadas en otras agrupaciones. D. C lau­ dio, según me dijo, replicó que por ser tantos los par­ tidos políticos en España, uno nuevo no serviría sino de aumentar el número y la confusión. Y o preferiría, añadió, trabajar en el campo social y preparar así el camino a la unión de los católicos, que ahora se ve m uy lejos. El Cardenal se lo aprobó, y yo, no sólo opiné lo propio sinceramente, mas hablando al siguiente día con el Emmo. Secretario de Estado, y recayendo la conversación sobre el M arqués, hice de él un fervien te panegírico, ponderando sus dotes, su espíritu católi­ co y su prudencia y clara visión de los problemas ac­ tuales” . Tenemos, pues, que su propia prudencia y clara v i­ sión de los problemas que se ofrecían a la Iglesia y so­ ciedad española, le inspiró su retraim iento de la polí­ tica directa, de los partidos que achican el horizonte y envenenan la atm ósfera. L a resolución tom ada cobró

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arraigo con aprobarla, bendecirla y encarecérsela “ como un padre” León XIII. Sin embargo de ello, la primera insinuación de Rampolla le quedó escarbando en el alm a: veía que la polí­ tica iba de mal en peor, que no era posible fundar es­ peranzas en los partidos turnantes, que la religión sa­ lía mal parada de los liberales, y los conservadoresr m uy de ordinario, se contentaban con conservar la si­ tuación tal como la recibían, y eso no siempre; resta­ blecer lo derruido, eso casi nunca. V eía asimismo don Claudio fuerzas de valer, genuinamente católicas, ora en los partidos de turno, donde se diluían sin eficacia en la marejada política, ora retraídas por asco y por desconfianza: además de los dos grupos integrista y car­ lista. Y mientras los católicos se desbandaban en gue­ rrillas autónomas, el liberalismo conquistaba a man­ salva nuevas posiciones e ingería tranquilamente ef espíritu laico en las leyes, en las escuelas, en la vida nacional. Lo que a Rampolla, se ocurrió a otros: veían en la persona de Comillas, en su catolicismo desinteresado, en sus virtudes y en su fortuna timbres para realzar la bandera que él empuñase y enganchar a ella tantos buenos como en España andaban sin rumbo. Rodríguez de Cepeda, entre otros, le instó repetidamente. La Unión Católica de Pidal fracasada, el Catoli­ cismo, la religión oficial y real de los españoles estaba a merced de la benevolencia de Silvela y de la protec­ ción de Cánovas: era defensa bien pobre. No es de maravillar pasase por las mientes a don· Claudio formar un bloque de resistencia y de ataque: una verdadera cuña que se metiera entre los partidos para acabarlos de rajar, para no dejarles libertad de-

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m ovim iento, cuando se orientaran contra los intereses de la religión; y aun acaso lograra substituirlos en el Gobierno. Consultó la idea con su am igo O rtí y L ara, que, a su vez, la transm itió al Arzobispo de Valencia, Sr. Sancha, y el resultado fue una carta aprobatoria, en la que se dice a D. Claudio “ la persona llamada pro­ videncialmente para esta obra del todo necesaria” . E l juicio es del Sr. A rzobispo: O rtí y L a ra esboza el pro­ grama del partido, su nombre, sus m étodos; y term i­ na: **Yo por mi parte pongo hum ildem ente este g rave negocio en las manos de Dios y de usted. Creo que Nuestro Señor, que le ha otorgado las dotes que se ne­ cesitan. y que le ha puesto en situación eminente, le dará gracia para com enzar y llevar a feliz térm ino una obra que. con la bendición del P apa y de los P re ­ lados. dará mucha gloria a Dios y frutos m uy saluda­ bles de regeneración social en nuestra patria.” (Madrid, mero 1894.) De aquellos días deben ser unas papeletas de don Claudio, fragm entarias, según estilo suyo, con las ba­ ses para un partido católico. C reía que la estabilidad en el poder de un solo partido no era posible, y menos lograrlo cotí los procedimientos empleados por los tradicionalistas, “ según la experiencia lo dem uestra por manera incontestable (las dos guerras en el terreno de la fuerza, la libertad política concedida por la revolu­ ción y por la restauración el terreno p a cífico ); y que las condiciones de España no son las de Alemania, don­ de la lucha es contra protestantes, ni las de B élgica o Francia, donde los católicos tienen enfrente a los de­ claradam ente anticlericales. Por eso se dió a planear variam ente: primero, una agrupación política intermedia entre la conservadora

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y la carlista, que, bajo la denominación de tradicionalista, por ejemplo, nunca con la de católica, velase de una manera especial por los intereses religiosos en las Cámaras. Prudentemente excluía el apelativo católico¿ al apropiárselo una agrupación parecía negarlo a las otras, y hubiera ofendido a muchos. “ Quizás (subraya D. Claudio) pudiera llegar a constituir gobierno o bien fusionarse con el partido conservador, si la política de éste lo hacía posible y las circunstancias lo aconse­ jaban” . Las dos últimas limitaciones ponen de manifiesto lo que antes se ha dicho: que D. Claudio no era conserva­ dor; no creía la política de Cánovas y sus herederos, mientras no se purificara, buena para un católico; aun­ que sí la menos mala. Rumiando la idea, debió ver sus inconvenientes: ese partido, capaz de llegar al gobierno,^debiera ser alíonsino, y por el mismo caso tendría enfrente las huestes de D. Carlos, entonces poderosas, y la> de los otros partidos no dinásticos: vendría a ser, como él mismo dijo a Rampolla, un partido más, un nudo más en la ya enmarañada madeja. Por eso llevó su discurso por otro derrotero, libre de escollos, si la horrible discrepancia de criterios, que convirtió el campo católico en palenque de enconos, hubiera consentido vivir proyecto ninguno, aun el me­ jor intencionado y mejor planeado. No quiero decir que el proyecto de Comillas naciera armado de punta en blanco, como Minerva, para triunfar. El plan era: la Junta Suprema nacional, partiendo de las Encíclicas del Papa y de las instrucciones de los Prelados, señalarían las reformas que debieran intro­ ducirse en las leyes para que la religión quedase am­

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parada. En conseguirlas se comprometerían a trabajar a una todos los católicos de los diversos partidos, sin renunciar a ellos, cada cual en su puesto, municipio, diputación, cortes; y todos unirían sus fuerzas en las elecciones para ganar puestos, tomando por norma apoyar la candidatura de entre las suyas, que en cada distrito tuviera más votos, a juicio de un tribunal com­ puesto de tres personas imparciales, elegidas por los jetes políticos de cada diócesis o por el Prelado. Y para que las campañas parlamentarias no las malograse la imprudencia o ímpetu individual, se vedarían al crite­ rio privado: una Junta Superior, de seis individuos, nombrada por la Tunta Nacional, señalaría el punto y hora de los debates. No están mal cerrados los caminos a la discordia e indisciplina, y la intervención de los Prelados ofrecía fianza de no errar en materias tan delicadas como las relaciones entre los derechos del poder civil y eclesiás­ tico (i). Una dificultad salta a los ojos en la práctica. Los jefes de los diversos partidos, ¿consentirían a sus soldados votar libremente lo que la Junta directi­ va de los católicos aconsejase, si era contrario a sus opiniones? De seguro que no: en toda la historia del parlamentarismo, con los dedos de la mano pueden contarse los casos de criterio personal contra la con(i) Coincide con la norma 9.· de las comunicadas por M erry del V a l al Emmo. Sr. A g u irre; “ Para defender la Religión y los derechos de la Iglesia en España contra los ataques crecientes que frecuentemente se fraguan invocando el liberalismo, es lícito a lo» católico» organizarse en las diversas regiones fuera de los partidos políticos hasta ahora exis­ tentes, e invocar la cooperación de todos los católicos indistintamente, dentro o fuera de tales partidos, con tal que dicha organización no tenga carácter antidinástico ni pretenda negar la cualidad de católicos a lo» que prefieren abstenerse de tener parte en ello.

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signa del mando; por eso es tan difícil en la realidad conciliar la doctrina cierta, de que a la religión es indi­ ferente el cariz político de los partidos, con la concien­ cia de los diputados militantes en uno de los que en­ tre nosotros se llaman liberales; si el diputado no vota conforme se le ordena, la expulsión es segura. D. Claudio vió el escollo donde se estrellaría cual­ quiera organización directamente política, como se es­ trellaron las tentativas del Conde de Mun en Francia. Quedaba el influjo indirecto, los trabajos de sanea­ miento de la charca, de roturación de! erial; lo que él dijo al Cardenal Rampolla podría preparar a Espa­ ña para la política católica. Si dió pasos para tantear el terreno, no he podido comprobarlo: la consulta a Ortí y Lara debió de ser anterior, si no queremos admitir que el Excmo. se ñor Sancha opinara se debía enmendar lo que el Mar­ qués proponía: puesto que el llamamiento de aquél era bajo la insignia de Don Alfonso, aceptando todos sin se­ gunda intención el poder constituido; y D. Claudio invita­ ba a los católicos de cualquier partido, sin renegar de sus principios políticos. Fuera como fuese, D. Claudio se convenció de que su idea no había de cuajar, y con­ siguientemente de que su actividad estaría mejor em­ pleada en el campo social, dando de lado a la política. Y de esa resolución no lograron apartarlo ni las ex­ citaciones más vivas. En 1899, cuando el desastre colo­ nial acabó de hundir el prestigio de los partidos tur­ nantes, y, al amparo de esa falta de autoridad, la re­ volución pujaba amenazadora, Ortí y Lara volvió a hacerse eco de los que ponían sus esperanzas en Co­ millas. “ Creo llegado el momento, le escribía, de tomar us­

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ted mismo a su cargo la dirección inmediata de las fuer zas católicas en el campo de la política. No es éste tan sólo un juicio mió, sino es la expresión de lo que piensan muchas personas de excelente espíritu y criterio, entre ellas algunas que, por su carácter y autoridad, tienen voto calificado. Fuera de ciertos católicos, fervientes, si se quiere, pero preocupados, apenas conozco, de los que están animados por un celo puro y discreto, quien no tenga fijos los ojos en usted como en quien única; >ente puede impulsar y dirigir la obra comenzada por i uestros Prelados, conforme a las intenciones y deseos fie Su Santidad, a la actividad de los católicos espaГ 1<s De los partidos reinantes nada sustancial y só­ lidamente bueno -e puede esperar, puesto que carecen de ver ladera luz y espíritu católico, y los guía única­ m ente el interés mundano. Es, por tanto, necesario no andarse par las ramas, sino poner la segur a la raíz. En el principio todo serán dificultades y contradicciones aun de los buenos, capaces de abatir y desanimar a los que sólo cuentan con fuerzas y elementos del todo hu­ manos; mas no a 1os que tienen fe en la fecundidad del espíritu que vive y subsiste en la Iglesia, que llama a *u > h ijo s ...” (Madrid, 5 de nov. 1899). Realmente, era tentador el momento: su honradez inmaculada resaltaba más sobre las sombras de la políti­ ca militante: los recientes servicios a España durante la guerra y repatriación de las tropas lo circundaban de aureola gloriosa: una bandera en su mano, la del pa­ triotismo puro, la de la religión atacada por quienes no habían sabido defender el honor y la integridad rtacional, sin duda hubiera convocado huestes numerosae y aguerridas. Comillas no cayó en la tentación; y to­ dos salimos ganando: aun prescindiendo de que, en

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en sentir de los que le conocían a fondo, era demasía* do bueno para político, vivía demasiado lejos, por leal­ tad de carácter y por virtud cristiana, del recelo, de la desconfianza en los hombres, condición que parece ne­ cesaria para guiarse entre las ambiciones solapadas, intereses velados y zancadillas que se ingieren en la trama de la vida política y parlamentaria; por d mero hecho de estar a la cabeza de un partido, se hubiera enemistado con todos los demás: su nombre no se li­ bra de salpicaduras del barro que a su alrededor re­ moverían las contiendas. Ni siquiera ejercitó el derecho que, como Grande de España, tenía al Senado; jamás acudió a un debate, jamás dió su voto; le instaban a veces a que no privara de ese apoyo a las causas por que trabajaba desde fuera, y no se dejó convencer: sm voto más, de ordinario, no decidiría nada, y hubiera es­ torbado mucho. En cambio, fuera de la política oficial, por encima de todos los partidos, pudo apoyar las iniciativas pro­ vechosas de todos ellos, sin compromisos que lo liga­ ran a situaciones o proyectos poco recomendables: a la vez que, con esa honradez leal, con la amistad de muchos y los favores que prestaba, adquiría influjo grandísimo con los jefes de los bandos, de que se apro­ vechaba para impedir males y lograr beneficios en pro de la Religión o los intereses patrios. Su norma la ex­ puso en el boceto aquel de su partido católico: “ Ha­ cerse cuantos más aliados y cuantos menos enemi­ gos” . Mientras las complacencias no lleven al terreno vedado por el honor y la justicia, es ciertamente la po­ lítica más conveniente. Es verdad que se acercaba a los conservadores; por­ que eran, de lo existente, de lo que él creía posible, lo-

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m e jo r, o lo m enos m alo, como se quiera; pero si un g o b ie rn o con servad or atacaba o desamparaba un de­ recho de la Iglesia o de los católicos, D. Claudio le sa­ lía al paso, como salió al Real Decreto que quitó la Misa riel Espíritu Santo en los consejos* de guerra de la Marina, o :ú .Ministro que apuntó en el Ateneo (1914) la tendencia a suprimir el Catecismo obligatorio en las escuelas. N ' fue co n se rv a d o r, com o no fue integrista ni car­

e ra . * * *

Lo que fue siem pre, mandara quien mandara, ene­ m ig o de a ta ca r por atacar, de impedir el Gobierno, porgue creía que esas luchas, sin otra base que la rivalidad y d éjam e el p u esto , eran la ruina de España y l a difusión de la anarquía práctica, en la que decía el Hxcmo. Ragonessi aventajábamos a los pueblos más radicales. P o r ejemplo pudieran copiarse dos car­ tas suyas, una previniendo contra cierta campaña in­ justa con tra Romanones, y otra atajando la empeza­ da con tra Cobián, cabalmente cuando Comillas y la junta C e n tra l fo rz a b a n los resortes todos de su in­ fluencia con tra los anticristianos proyectos de Canale­ jas: “ En uno de los últimos fondos se meten ustedes con Cobián. C re o que conviene cambiar de rumbo. Co­ bián es un buen elemento en el Ministerio, y no con­ viene que se retire... S u s proyectos, en cuanto pro­ veen con los necesarios recursos para hacer ejército y dotar al país de las obras públicas que necesita, me parecen dignos de estudio y aplausos” (29 agos­ to 1910). En esto también se adelantó a las Normas pontificias: dice la 5.*: “ Lo bueno y honesto que ha­

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cen, dicen y sostienen las personas pertenecientes a un partido político, cualquiera que éste sea, puede y debe ser aprobado y apoyado por cuantos se precian de bue­ nos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino también en las Cámaras, en las Diputaciones y Municipios, y en toda la vida social. La abs­ tención y oposición a priori son irreconciliables con el amor a la Religión y a la Patria” . Inculcaba siempre el respeto al Gobierno, fuera con­ servador, maurisfa o nacional, y aun liberal, mientras no se desmandase: si en periódicos de carácter adver­ so al suyo leía trabajos de utilidad pública, ordenaba los reprodujese E l Universo, como algunos de Vázquez de Mella, Marqués de Cerralbo y Víctor Pradera. Sí prefería la política conservadora (a falta de otra mejor entre las viables), nunca fué a carga ce­ rrada. “ En todo tiempo reprobamos las transaccio­ nes del partido conservador con las doctrinas secta­ rias” , dice un manifiesto del Centro de Defensa Social, inspirado por D. Claudio: a Maura lo estimaba como “ estadista irremplazable hoy por hoy, de profundos sentimientos religiosos” ; pero no se le pasaban “ al­ gunas graves censuras doctrinales aún no corregidas” , y cuando Maura, asqueado de intrigas, se retiró de la política (1914), D. Claudio trabajó por que volviera: y, consecuente con su doctrina, apoyó a Dato, porque antes que su estima personal, estaba el interés de la Corona y el robustecimiento del poder contra los re­ publicanos. Por eso mismo, no por veleidad ni por mi­ ras interesadas, cuando Primo de Rivera echó a rodar el tinglado de las farsas, el Marqués se decidió por el Directorio, lamentándose de que políticos honrados se 9

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alejasen de Palacio. No era ciego para ver deficiencias, y procuraba remediarlas: “ Envío a usted el discurso de Mr. Poincaré... Dice D. Claudio conviene publicarlo, cuando menos los prin­ cipales párrafos que puedan contribuir a fortalecer la Unión Patriótica e inclinarla a la derecha. ” (Carta del se­ ñor Cabañas a E l Universo, 30 abril 1924). * * *

Acusaron muchos a D. Claudio de contemporizador, de poco enérgico en atacar a los enemigos, de pactar en ocasiones con ellos y negarse a retirarles las mues­ tras de su consideración. Dos casos citaré: el primero, su alianza con el gobierno presidido por Alhucemas en las elecciones municipales de Madrid en 1915, para lo cual hubo de romper con los mauristas. Opinaban és­ tos que la unión ad casum con el gobierno contribuía a mantener la anarquía política en que el “ Poder públi­ co viene entregando su soberanía a cualquier grupo de ataque, siempre que lo haga de modo vocinglero y amenazador; con que la autoridad y las leyes, la jus­ ticia, el orden y las instituciones todas viven en pre­ cario, y penden, no de su virtualidad, sino de la puja en el derroche de claudicaciones...” Cuanto más se ahon­ daran las diferencias con tales políticos, mejor; y más alejado el riesgo de contribuir a la ruina, término fa­ tal de los métodos en uso. El Centro de Defensa Social — léase D. Claudio— abominando de las cobardías e insensatez que pinta­ ban ce mano maestra los mauristas, reconociendo toda la culpa de los políticos cuya alianza se intentaba, creía llegado el caso de la famosísima Norma 11.·, y lícito

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y debido trabajar por que se eligieran o el menor nú­ mero de malos, o los menos malos. “ Quien se alia con otro en elecciones, no se hace solidario de la conducta de su aliado, ni pierde la libertad para el vituperio ul­ terior; antes, por el contrario, si mediante la alianza consigue nuevos puestos, puede, luego de terminada la campaña electoral, emplearlos en combatir contra aquellos mismos que le acompañaron en la elección” ( i ). El trance era urgente: los republicanos en 1909 lo­ graron en Madrid 30.000 votos, más que en ninguna otra ciudad; el Centro de Defensa Social presentó can­ didatos, y sacó tres puestos. En 1915, para estorbar el triunfo republicano, no quedaba otro arbitrio que aliarse con el gobierno. ¿Era conveniente rechazarlo? D. Claudio opinaba que no. Pero estribaba en algo más que su propia opinión: “ Si después de su conferencia con N. no cambia el estado de cosas que usted expone, no cabe vacilación por parte de El Universo y del Cen­ tro electoral de la calle del Cid, en cuanto ajustarse al criterio del Sr. Nuncio, Sr. Obispo y Duque de X ” . (Car­ ta , 20 marzo 1914). Otro caso de su debilidad y atemperando: cuando la visita de Poincaré, el Marqués, contrariamente al sen­ tir de otros, sostuvo que los católicos podían asociarse a las manifestaciones de respeto y agasajo “ por ser Mr. Poincaré Presidente de una nación en la que los católicos predominan; p a r a corresponder a la buena acogida que le dispensaron al Rey en su reciente visita a Francia; por representar Mr. Poincaré una tenden­ cia poco favorable a la política anticlerical” . Ordena se publique en El Universo un artículo de El Pueblo Vas­ to)

El Centro de Defensa Social a los electores de Madrid, oct. 1915.

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ro. "claro os. añade, de acuerdo con la autoridad eclesiás­ tica” . L o s dos casos son típicos, y por eso, por ser clave de otros m uchos, los traigo. Quien obra así asesorado, i justándose al criterio del Nuncio y Obispo, de acuerdo on la autoridad eclesiástica, podrá equivocarse; pero que :>bra bien, es in n egable. Esa h on ra d ez patriótica le granjeó la estima que le ítorgaroi* los políticos de todos los campos: Sánchez de Poca 1o tenia por c o n se je ro y amigo íntimo; Sánchez '»tierra hizo de él elogios como de nadie; Mella lo enalte'ia hasta los altares; frase suya es, humorística, sin luda — y a título de tal la copió, descartando, como iin luda él lo descartaba, el elemento negativo— : “ Es el m ico santo alfonsino que conozco” . Uno de los más acé­ rrimos paladines de El Siglo Futuro, o sea, del integrís­ imo. escribía con ocasión del número extraordinario de E l Universo: "Del santo Marqués de Comillas no digamos lada. En mi vida le traté; en mi vida no le vi más que una >ola vez (sin cruzar con él palabra); pero admiré tanto su leroíca caridad, que todos los días me encomiendo a é l... ” Chafarote. 5 mayo 1926). El Conde de Romanones fué ;asi más allá: estaba nombrado Consejero de Estado, :uando se trataba de firmar el último contrato con la Tras­ atlántica; no faltó quien le pidiera tomar cuanto antes jx>sesián del cargo, suponiendo sería favorable su voto: el Conde replicó: “ Ahora sí que no tomo posesión: mi voto sería adverso, y contra Comillas no quiero votar nunca” . L a Infanta D oñ a P a z lo calificó muy certeramente: “ N o fué diputado ni senador ni ministro, y pudo serlo todo. Fué lo que vale más que todo eso, un español en grado excelso. Los políticos de todos los partidos iban

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a pedirle consejo como a un patriota, y él se lo daba con la vista puesta en Dios y en la patria. Moret me dijo un día que si España contara con ocho Comillas, España sería una de las naciones más prósperas de Europa. No sabía lo que era egoísmo: lo que otras gen­ tes llaman sacrificio, para él representaba el deber: era un enamorado de sublimes ideales, y amaba a Es­ paña como se la debe amar.— Mi hermana Isabel, que tan bien conoce mi corazón, me enviaba esta mañana un abrazo al anunciarme su muerte. ;Lo queríamos tanto!...” ( Universo, i mayo 1925).

CAPITULO IX EL. P A T R IO T A

Este capitulo casi resulta superfluo: lo clicho sobre la políHca de D Claudio, tan desligada de intereses' priva­ dos tan puesta en el bien de España; los quilates de sus empresas mercantiles, consagradas al servicio colectivo más que a la utilidad del dividendo, nos lo retratan mo­ delo acabado de patriota, de amante fervoroso y abnegado de la tierra que Dios señaló por cuna a su cuerpo y a su alma: porque el espíritu español de los tiempos de antaño, sin las escorias que las pasiones mezclaban entre el oro, había resurgido en la C asa Comillas; y más íntegramente en el segundo que en el primer Marqués. Parece, por tan­ to, que lo dicho basta y sobra para acreditarlo en esta virtud, que es. llevada a la cumbre, no poco difícil. Pero esa misma dificultad por una parte y ese espíritu modelo de interés colectivo, según lo calificó Sánchez de Toca, in­ citan a ampliar un poco el tema y poner ante· los ojos ejemplos que por la admiración lleven a la imitación. Pué Comillas patriota en ocasiones solemnes y en la callada oscuridad de la vida ordinaria: cuando daba su nombre, y cuando trabajaba con hilos sutiles, que apenas rozan al mezclar la urdimbre. Por España se metía en la política, que a sus gustos

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personales más bien repugnaba; no hay sino leer alguna de las circulares que en circunstancias azarosas enviaba a los Prelados como Vicepresidente, o sea Presidente efec­ tivo, de la Junta Central de Acción Católica: una en i 7 de junio de 1917, empieza: “ La situación general de Es­ paña y los últimos lamentables sucesos, que de modo tan grave han comprometido el porvenir de la patria y los in­ tereses católicos (se refiere a la huelga general revolucio­ naria), han decidido a esta Junta Central a dirigirse a los Consejos diocesanos de acción católica para rogarles que, siempre que a V. E. le parezca conveniente, inicien una campaña vigorosa en la prensa de orden y en los organis­ mos sociales, a fin de que todos los católicos españoles re­ flexionen sobre los gravísimos peligros que amenazan a España...” Así repetidas veces, v. gr., otra circular de ruego sobre apoyar al gobierno nacional de 1917, “ que más que gobierno de partido es gobierno de opinión” , con­ tra “ los esfuerzos de los partidos revolucionarios y de sus auxiliares para mantener alejados del poder a los po­ líticos que pueden combatir con algún éxito las continuas conspiraciones para derrocar el régimen y traer a España la disolución social” . Por patriotismo se gastaba miles de duros en eleccio­ nes donde ningún interés propio se jugaba: o sostenía en El Universo a políticos mal mirados por algunos, que de un bajón le costaban 2.000 suscriptores menos. Por pa­ triotismo miraba como cosa suya cuanto contribuía al bien de España, y costeaba artículos en Madrid y provin­ cias: o difundía prospectos de propaganda patriótica, como los de Agacino referentes a la Marina y carbón na­ cional (noviembre 1915). Si veía un libro patriótico, lo tomaba por suyo; v. g r.: el de D. Pedro Lazúrtegui, “ Por la reconstitución económica de España” . Por patriotis-

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mo apoyaba la emisión de bonos de la deuda (marzo 1917)» “ que ha de aumentar el prestigio respecto a nuestro país en el exterior, y es, por tanto, una verdadera defensa de la patria". (Teleg. cifrado a D. R. B.). De sus empresas puede decirse que eran sobre las ac­ iones y dividendos empresas nacionales: por eso, si al­ guna vez hubo conflicto entre ambos intereses, el de la lación prevalecía; por volver a España las acciones de os Ferrocarriles del Norte, arrastradas a Francia oían­ lo la peseta andaba por los suelos, Comillas trabajó sin descanso, y perdió en el intento cantidades fabulosas —cinco millones de duros al decir de un su amigo— . Algo logró, no todo: como también logró, tras ímprobo traba jo. que los intereses de las acciones y obligaciones de ios mismos ferrocarriles se paguen en pesetas y no en francos, que estaban entonces al 150 por 100: la ventaja duró pocos años, los suficientes a impedir la ruina de la empresa, que el año anterior a las gestiones del Marqués cerró con 25 millones de déficit. Restableció la industria naviera, casi desaparecida; gra­ cias a él pasean los mares barcos como el Alsedo, Blas de Lezo, Manuel Arnús , Sebastián Elcano, Magallanes, Mar­ qués de Comillas, etc., que enaltecen y pregonan a España más que con la bandera izada en sus topes, con la chapa fija en sus cascos indicadora de los astilleros nacionales. Quería, y lo logró, que la Trasatlántica fuera lazo de unión entre España y sus hijas; por no cortar ese lazo, renun­ ció a las ganancias fabulosas que otros navieros hallaron en el contrabando durante la guerra europea. ♦* * Hablar del patriotismo de D. Claudio y de la Trasat­ lántica, es traer a la memoria las guerras coloniales.

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De R. O. le dieron ias gracias cuando el conflicto de Carolinas con Alemania, porque ante la amenaza de la guerra, puso a la disposición del gobierno sus barcos. El sacrificio que entonces quedó en la voluntad, fué consu­ mado en las guerras de Cuba y en la desastrosa campaña con los Estados Unidos. Tremendo fué el desastre: el ho­ nor quedó maltrecho, pese a la valentía de los soldados y marinos; y lo demás... salió peor que el honor. Comillas veía venir el fracaso: durante la sublevación cubana, cuando detrás de las banderas insurgentes y las notas diplomáticas asoma ya la codicia yanqui, todas sus cartas familiares siguen la amenaza paso a paso, con las alternativas en temores y esperanzas que traía la po­ lítica de los partidos españoles y el hambre de colonias en los Estados Unidos. Nunca fué optimista, aunque tampo­ co miedoso: “ Si llegamos a una guerra con los Estados Unidos, pasaremos malos días; pero no soy de los que creen que necesariamente deba ser un desenlace fatal para España, si ésta conserva su serenidad y energía actual (31 marzo 1898, a su madre). “ Dios sobre todo” , solía poner al final de sus consideraciones. Cuando el relevo de Martínez Campos, que juzgó desacierto, se consolaba “ pensando que la razón humana es muy insegura en sus juicios, y que además Dios realiza su voluntad por los ca­ minos que bien le parece’* (19 enero 96). El Gobierno, en aquellos años luctuosos, no tuvo auxi­ liar mejor que la Trasatlántica: en 1868, una sola expedi­ ción llevó 22.000 soldados; en 1895 trasportó a las Anti­ llas 86.000; al año siguiente 113.000; un día hubo, el 10 de septiembre, en que a bordo de 18 barcos suyos nave­ gaban 30.000. Ponían todos, desde el Marqués a los ca­ pitanes y mayordomos, tal actividad en acudir a la urgen­ cia, que tres días después de avisar el Gobierno se alista-

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ra el embarque, navegaban a Filipinas cerca de 6.000 hombres (1896). Estalló la guerra con los Estados Unidos. Entonces D. Claudio fue el hombre de España. El Ministro Bermejo, desalentado, lloraba de rabia, ante la mala partida que le jugaron, poniéndolo al frente de la marina, engañándolo, decía él, con que la guerra se evitaba de seguro: paño de lágrimas y consejero obligado era Comillas; éste fué el verdadero ministro en lo que al trabajo atañe. Encerrado en su despacho día y noche, convirtiendo en secretarios a sus parientes, ejecutó lo que el Gobierno debía tener hecho: estudio de la escuadra enemiga y de cada uno de sus barcos; capacidad, andar, defensa y artillería. Llamó a Madrid a los empleados más entendidos, Agacino, Eizaguirre, etc., y en grandes pla­ nos clavados en las paredes seguía el movimiento de los buques, y su probable situación diaria, segúii las noticias del cable y las continuas y cifradas que trasmitía desde la Habana el gran español y gran amigo de D. Claudio y su padre D. Manuel Calvo; los ayudantes y ordenanzas de los Ministros de Guerra y Marina no paraban en busca de datos *v noticias,7 -v D. Claudio se olvidaba del descanso para servir al Gobierno, o mejor dicho, a los gobiernos, fuera cual fuese su banderín político, porque todos eran España. Y como si el trabajo fuera poco y las horas, que para comer y dormir faltaban, sobrantes, los palatinos, los políticos, los curiosos — curiosidad legítima cuando la patria agonizaba— todos acudían a Comillas en busca de noticias, o consultas de negocios que la guerra complica­ ba : y D. Claudio, que no sabía negarse, satisfacía a todos a costa de vencimiento v abnegación, y a costa de su sa­ lud : hasta que la familia cortó por lo sano y cerró las puer­ tas a cal y canto a esos importunos, de los cuales uno, can-

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sado ya de recibir el cortés y enérgico: No está, exclamó: “ ¡Caramba con el Marqués!, cuesta más una audiencia suya que de la Reina. Se parece a Dios: todos hablan de él y nadie lo ve” . La tensión de su patriotismo en aquellos días infaustos estalló en una frase. Paseaba con su esposa por el Retiro, y de pronto exclama medio gritando: — Me ahogo; no puedo estar distrayéndome mientras los pobres soldados mueren en Cuba. — Bueno, hombre, sosiégate, que con llamar ahora la atención nada remedias, le contestó ella De sus faenas de gabinete, acaso las más duras y más personales, poco trascendía a la calle. En cambio, los ser­ vicios de sus barcos no podían esconderse: la Trasatlánti­ ca fué nuestra única escuadra verdaderamente útil: los barcos de guerra sirvieron... para que sus cubiertas enro­ jecidas por la sangre de los heroicos marinos y por el in­ cendio que consumió el poder español, fueran el tajo don­ de degollasen a la España ultramarina. Veintiún buques dedicó el Marqués de Comillas al servido oficial, siete de ellos en Filipinas, los demás en el mar Caribe; tres para llevar municiones o carbón, once de cruceros auxiliares con el personal ordinario. Comillas los enviaba a concien­ cia del riesgo, aunque para atenuarlo desmontó los caño­ nes viejos, inservibles, que les puso el Gobierno. Las ór­ denes dadas a los capitanes era que primero y ante todo salvaran el personal y la carga, aunque se perdiera para ello el buque. Y sus marinos rivalizaron en arrojo y pericia con los de Cervera: el Montserrat. Antonio López, Reina María Cristina y Alfonso XIII: Montevideo, Méjico y Manuel L. Villavcrdc rompieron el bloqueo de la poderosa escua­ dra norteamericana: otros sucumbieron gloriosamente, ■como el Alfonso XII en Mariel (Cuba), el Santo Domin-

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до en la Isla del Pino, el Antonio Lopes en Puerto Rico; pero todos embarrancados aposta, cuando la huida fue imposible, salvando pasaje y carga. Uno sólo hundieron los cañones yanquis, el Isla de Mindanao en Cavite, y otro solo apresaron, el Panamá, que salió de Nueva York la víspera de declararse la guerra y venía confiado en sus pasaportes. Fresca está la admiración por el capitán Desehamps, el heroico comandante del Montserrat, que dos ve­ ces atravesó la escuadra de Sampson: el Marqués lo lla­ mó a Madrid, y desde la estación lo llevaron entre vítores la muchedumbre: — Me lo van a echar a perder, decía D. Claudio al oírlos, gozoso con el triunfo de su capitán* Lo recibió con los brazos abiertos y le dijo por indica­ ción de la Reina que fuese a Palacio con las cartas de na­ vegación para explicar a S. M. el rumbo. Deschamps miró fijamente a su jefe, y replicó brusco: “ Prefiero for­ zar otra vez el bloqueo” , frase que rió después la Reina, al saberla. i >. Claudio veía al Ministro de Marina desatinado, oprimido por el desaliento y el pesimismo; y a la callada procuraba darle hechos los trabajos y los planos. Donde más se echaba de ver la imprevisión oficial era en la falta de barcos, en no adquirirlos, ni aún ofrecidos, cuando era tiempo. El Marqués convirtió a sus corresponsales y agentes en agentes de España: por ellos averiguaba dón­ de vendían buques, tanteaba el precio, estudiaba sus con­ diciones : y el plan ya bien preparado lo presentaba al Mi­ nistro; y tan incansable era que, desechada una proposi­ ción, estaba otra en puertas; y el pobre Bermejo, amar­ gado por la responsabilidad del desastre que se venía en­ cima, a cada propuesta de Comillas se llevaba un sofocón; porque ya ¡jodía estar bien pleaneada, que los enredos po­ líticos y los ahogos de la Hacienda vedaban aprovecharla:

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llegó ya a cansarse; y cierto día, que para despachar ne­ gocios se quedó a comer en Palacio, en la misma mesa le presentaron una carta de Comillas con nuevas proposi­ ciones. Malhumorado, no con D. Claudio, sino con la fa­ talidad que le ataba las manos, exclamó: — ¡Hasta aquí me persigue ese hombre! No había reparado el Ministro que la Marquesa estaba de servicio. * ♦* En Filipinas la Tabacalera obró como en Cuba la Tras­ atlántica: al estallar la guerra, expidió el siguiente tele­ grama al Jefe del Gobierno: “ Con motivo gravísimas cir­ cunstancias actuales, la Compañía General de Tabacos de Filipinas ratifica ofrecimiento de incondicional coopera­ ción al Gobierno y el concurso de todos sus elementos y fuerzas” . Era orden del Marqués y se cumplió a la letra; los empleados formaron un batallón de voluntarios, arma­ dos de mausers que les mandó D. Claudio (la tropa usaba todavía remington) y mantenidos por la Compañía, que se colocó en las avanzadas de Manila. Su Gerente, D. An­ tonio Correa, fué el brazo derecho del Capitán General, a quien sirvió con noticias de sus corresponsales, con víve­ res, con hombres, con barcos, que bajo bandera francesa (parte de los accionistas son franceses), fueran a Formosa a poner cables al gobierno, etc.; allí, en el combate de Cavite, embarrancó y ardió el Isla Mindanao : el Com­ pañía 4e Filipinas huyó en busca de puerto seguro v la tri­ pulación indígena se sublevó en alta mar, asesinó al capi­ tán y oficiales españoles y se pasó a los insurrectos. No está de más anotar que a la suscripción de defensa nacio­ nal contribuyó con 75.000 pesetas ; de ellas, 25.000 para artillar el puerto de Barcelona.

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T r a s la derrota de Cavite, que tan fácil hubiera sido evitar, si el Gobierno tuviera ojos en la cara, se decretó saliese para allá la escuadra de Cámara: hubo que equi­ parla, si equipo puede llamarse lo que se hizo, a toda pri­ sa : y a agenciarlo se trasladó el Marqués a Cádiz con su estado m ayor en esta clase de trabajos: D. Santiago Ló­ pez, Enrique Satrústegui, Gil Becerril y Gayangos. “ In­ teresaba mucho, escribe él a su hermana Isabel, que ésta no se demorase, 110 sólo por si, contra lo probable, segui­ mos aun en g-uerra. cuando llegue a Filipinas, sino tam­ bién para el buen efecto que desde su salida produce para

la obtención de la paz en regulares condiciones” (20 ju­ nio 98). X o llegó: la paz vino no en condiciones regulares, sino desastrosas; firmamos lo que nos pusieron delante, y di­ mos más de lo que pedían. Y a Comillas se debe, cosa que pocos saben, que aun no nos molieran a palos, después de robarnos. Comillas siguió a los comisionados hasta París. Para no llamar la atención, se hospedó en un hotel de tercera : vivía entonces allí un norteamericano amigo suyo, amigo de algunos miembros de la Comisión de su patria, \ amigo también de España, donde había habitado varios «•.ños. Por este señor se enteraba D. Qaudio de lo que pen­ saban los norteamericanos y lo comunicaba a Montero Río« y al embajador León y Castillo. De este modo los comisionados españoles podían tratar menos a ciegas, ba­ lancear opiniones y mantenerse más atrevidos en «pedir o

menos amedrentados en ofrecer. Como de ordinario, don Claudio trabajó en la sombra; firmada la paz, se volvió tan callado como había ido. Hubo que repatriar 147.000 hombres, abatidos por la derrota, la derrota que sufrieron no en los campos de

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Cuba, sino en Madrid y París. Volvían los pobres mina­ dos por la fiebre, comidos por la anemia: hasta las últimas aldeas iban los trenes descargando ajados, enclenques, los que partieron garridos mozos; no era aquello un ejército, era el traslado de un hospital inmenso. D. Claudio expidió órdenes apremiantes, y contra la voluntad del Gobierno dispuso no se admitieran a bordo sino la mitad del cupo señalado en cada viaje, para evitar la mortandad que el amontonamiento de hombres causaría de fijo: multiplicó el servicio médico, renovó la higiene, cuidó que la alimen­ tación fuera abundante y de convalecientes; y se dió el caso insólito en tal clase de viajeros de no morirse uno solo. Por su cuenta y a su cuenta, montó en Cádiz en el islote Fort Lotiis amplios salones hospitales, donde los sol­ dados eran atendidos por los médicos y farmacias de la Trasatlántica, a cuyo cargo corrían alimentos, ropas, aseo, los gastos todos: y como no bastaban aquellos salo­ nes, arrendó y acomodó para hospitales de oficiales y cla­ ses dos recreos entre Cádiz y San Fernando. ¡Cuántas madres, gracias a la solicitud del Marqués de Comillas, volvieron a abrazar a sus hijos! Claro es que la Trasatlántica contrataba estos servidos con el Gobierno: gratis, ni la Compañía pudiera soportar­ los sin ruina total, ni D. Claudio ofrecerlos, pues no era el solo accionista; pero los hizo a precio que ninguna otra compañía, nacional ni extranjera, admitió; partidas hubo que pagó de su bolsillo, como los hospitales que arriba se mencionan, los extraordinarios que se daban durante el viaje — y se daban todos los días— ; otras aún están por cobrar; y las mejor libradas tardaron muchísimos años en pagarse; pocos meses antes de morir sacó, a puros es­ fuerzos, 25 millones. Pero ese punto lo miraba él como se­ cundario : si la necesidad urgía, si la patria lo reclamaba,

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los barcos recibían la orden de acudir; las cuentas ven­ drían después... si venían. * * * En menor escala, porque la necesidad fue menor, la gue­ rra de Marruecos repitió las muestras del patriotismo de D. Claudio, no sólo en el transporte de tropas, sino en la solicitud por los soldados: los barcos de la Trasatlántica aportaron víveres aun para los embarcados en otras com­ pañías, porque hubo tan repentina orden de zarpar, que ni de la comida pudieron acordarse (alguna vez ni de los fusiles... ni de la instrucción: ¡qué tiempos aquellos!) En circunstancias menos angustiosas, la orden de atender a los soldados era explícita: también embarcaba la mitad del cupo, por la comodidad, y porque si hubiera percance, es frase suya, la pérdida de vidas fuese menor: a todos se daban escapularios del Carmen y cigarrillos; natural­ mente, esos miles de pesetas no entraban en el ajuste. En 1909 puso a disposición del mando un fondac y una en­ fermería que sirvieron de cuartel a dos batallones y de hospital. El enemigo más implacable en Marruecos es la falta de agua: en las marchas por los cerros pelados y gredosos, los soldados agotaban pronto las cantimploras y se echa­ ban sobre cualquier regato o charca; posiciones había cuya aguada salobre estaba lejos del parapeto. La gran matanza de 1921, casi a la vista de Melilla, más que las balas o en mías rifeñas la ejecutó la sed; con agua, aque­ llos soldados ni se rinden ni huyen... Pues D. Claudio se adelantó a todos, incluso al Gobier­ no, en buscar solución práctica a ese problema de vida o muerte. Los primeros diez tanques automóviles que tuvo

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el Ejército de Africa, regalo suyo fueron; ios periódicos anunciaron el don y no el donante, porque quiso él callar su nombre. Ordenó a los ingenieros de la Trasatlántica estudiaran máquinas destiladoras para las posidones: y mientras estudiaban, envió miles de barricas que sirvie­ ran de algibes. Y lo mismo cuidaba de otras necesidades; v. g r.: de tiendas de campaña, colchonetas, etc. A este propósito dtaré un párrafo de su amigo D. Paulino Moro, en carta privada: “ Cuando el desastre de la Comandanda de Melilla, sabido es lo mucho que ayudó al Ministerio de la Gue­ rra para el envío de refuerzos y socorros: entonces me llamó para tratar si era posible mandar al ejército col­ chones impermeables con el procedimiento por mí paten­ tado. Le hice ver que mi procedimiento los hacía incom­ bustibles directamente, y aunque resultaban también im­ permeables, no era del todo, y resultaban caros. — No im­ porta eso, me dijo, si consiguiéramos preservar a los pobres soldados que tienen que dormir muchas veces al raso y en el suelo húmedo, de una enfermedad reumática que los deje enfermos y achacosos— . Téngase en cuenta que estos colchones eran un regalo que él quería hacer” . D. Claudio, en todas las manifestaciones de su patrio­ tismo desinteresado, caritativo, tenía una grave contra: representaba más visiblemente que nadie, entre los segla­ res, el catolidsmo español, y eso no podían perdonárselo los anticlericales; los capellanes de sus barcos entenebre­ cían cuanto de bueno en ellos se hidese. De ahí los ata­ ques desaforados, el llamar sanguijuela del tesoro a la Compañía, casi el apuntar que las guerras de Cuba y Ma­ rruecos, si no las fomentaba, por lo menos las redbía al­ borozado, porque el río de sangre arrastraría gruesas pe­ pitas de oro a sus arcas. Ahí va un botón: “ En Cádiz, en

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IX

SEGUNDO m a r q u é s

de

c o m illa s

Barcelona, en Valencia, en Málaga volverán a ver los trasatlánticos del Marqués de Comillas llenos de tropas. Buen negocio. Para esto no hay ayer, no hay hoy. Todo es oro y lo mismo, todo es ganancia” . La cita es de El País, 11 de julio de 1909. Nótese que por entonces ardían los conventos de Barcelona con la ex­ cusa de protestar contra la guerra, y E l País defendió el incendio y a Ferrer. * * * Afirmaba D. Claudio que sentía morirse sin haber de­ tendido a España con las armas: otros deberes lo aparta­ ron de los campos de batalla; pero arma al brazo lo vie­ ron las calles de la Corte. Tenía miedo a una revolución socialista, que por sorpresa se apoderara del poder o cuan­ do menos cometiera atropellos irremediables: en la previ­ sión o represión eficaz por el Gobierno, no siempre con­ fiaba; y la semana roja de Barcelona y el destronamien­ to de Portugal justificaron sus temores. De ahí que dis­ curriera buscar el apoyo de los particulares: añadir a los acostumbrados deberes de ciudadanía el de sostener con las armas el orden, algo como organizar la defensa pri­ vada. por si faltase la oficial. Cuando llegó a su apogeo la audacia de los sindicatos, e impunemente se prohibía el trabajo a los obreros libres y se asesinaban a los pa­ tronos o contratistas en plena calle y en la mitad del día, entonces, ante la indefensión en que estaba la gente hon­ rada, se palpó la necesidad social a que intentó acudir don Claudio. Había de antiguo, desde los siglos medios, una institu­ ción en Cataluña que con pequeño ensanche de su campo llenaría el vacío: era el Somatén.

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Propiamente estaba reducido a defenderse contra los bandoleros, aunque en algunas ocasiones combatían en guerras formales. La primera derrota que en España pa­ decieron las tropas de Napoleón, se la causaron en el Bruch los somatenes. Para las revueltas interiores, tan del día en el primer cuarto del siglo, no se tocaba a so­ matén. Don Claudio puso trabajo ahincadamente en or­ ganizado con este carácter nuevo en Barcelona, donde se aclimató pronto, porque el Somatén todos lo conocían y es­ timaban gloria regional: de Barcelona lo trajo a Madrid, con el nombre de Defensa Ciudadana. La apatía, la des­ confianza en el valor de la nueva institución, la tenden­ cia a tomar en broma cuantos proyectos se salgan de los caminos trillados, máxime si han de aparecer en públi­ co con distintivos; y sobre todo el egoísmo que rehúsa el riesgo propio por acudir al general, todos estos obstácu­ los costaron al Marqués Dios y ayuda para vencerlos. En persona se afanaba por reclutar gente: he visto car­ tas suyas que decían poco más o menos: En la casa N. de la calle X, viven los señores F. G. H., etc., averigüe us­ ted si sus antecedentes son tales que se les pueda invitar con la Defensa Ciudadana. Dividió a Madrid en distri­ tos, y los distritos en secciones, y en cada sección señaló los puntos que convendría defender en caso de apuro: v. g r.: conventos de religiosas, iglesias, etc. Apoyo del Gobierno no halló: gracias que le permi­ tieron moverse, pero a la callada, sin aparecer en públi­ co. De su bolsillo compró armas, más de seis mil, entre fusiles, tercerolas y pistolas, que repartió gratis entre los afiliados. En Barcelona, durante la semana trágica, des­ de las azoteas dispararon a mansalva los ferreristas con­ tra la tropa: para prevenir tal riesgo pidió a la factoría de Matagorda los mejores mecánicos y montó un taller

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de blindaje para camiones: los dos primeros que rodaron por las calles de Madrid, del taller salieron. Y a Melilla se enviaron regalados, cuando el desastre del 21. Se blin­ daban gratis, claro es, automóviles particulares, y se

construían escudos de acero, verdaderas barricadas trans­ portables, que con la enorme cantidad de alambre-espino, picos, azadones v demás material de sitio podían, llega­ rla la ocasión, detener un ataque. — Señor Marqués — le decían — ; que estos gastos son inútiles. — ¡Quién sabe — replicaba— si algún día harán falta y lamentaríamos haber escatimado unas pesetas! Los empleados los buscó entre guardias civiles retira­ dos: su sueldo, el alquiler de las oficinas, los muebles, máquinas de escribir, etc., más la impresión del perió­ dico del Somatén, todo iba de su cuenta. H ubo quien censuró que a los ciudadanos se los qui­ siera convertir en policías: don Claudio, al ver el artículo, encargó por telégrafo persuadieran al periódico “ que los buenos ciudadanos deben actuar en momentos dados como l'jolicias” : y añade con el gusto que sentía en proclamar lo bueno de su patria chica: “ Comillas, pueblo pequeño, cuenta con más de 80 hombres armados; y no hay vecino que no esté pronto para ayudar a los que han pedido ar­ marse. Ese es el camino para el porvenir: a las masas re­

volucionarias, las masas de orden. Es también la medida de previsión que aconseja el presente; por lo cual debe ge­ neralizarse la organización de la policía auxiliar u hono­ raria, aunque sea con carácter provisional, fijando los je­ fes a que debe adscribirse cada grupo, el distintivo, el arma y el centro de reunión” . De letra suya, después de la firma, con lápiz: “ Esta medida tiene precedentes en los somate-

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nes de Cataluña y también en el extranjero” . (Comillas, 21 agosto 1917). Tan importante para la paz pública juzgaba su orga­ nización que a su influjo personal añadió el peso de la Jun­ ta Central de Acción Católica, y en circulares confidencia­ les a los metropolitanos procuraba excitar su celo; la del 13 de noviembre de 1918 comunica el acuerdo de inmedia­ ta ejecución : “ Reclutar personas que se ofrezcan a la au­ toridad como auxiliares de los cuerpos de vigilancia y se­ guridad, multiplicando asi eficazmente los medios de que el Gobierno dispone para reprimir motines, desórdenes y golpes de mano revolucionarios” . D. Claudio empezó su campaña en el otoño de 1918; probablemente la idea le vino a raíz dé la huelga revolu­ cionaria de julio de 1917, donde las ametralladoras hubie­ ron de refrenar los alborotos de los barrios extremos de Madrid. Cuando poco después del histórico 13 de septiem­ bre del ‘23, el Directorio hizo suyo el plan y decretó el So­ matén para toda España, los reclutados por el Marqués en la Corte pasaban de 6.200. Viendo su obra asegurada, quiso retirarse: no se lo consintieron, al contrario, lo nom­ braron Vocal de Madrid, cargo el más honorífico para un paisano. En la gran fiesta de desagravio a Su Majestad por los insultos del novelista degenerado (23 enero 1925). D. Claudio acaudillaba moralmente a más de vooo horabres. Y en otra fiesta celebrada en la plaza de la Armería para bendecir la bandera del Somatén, los Marqueses (era de justicia la distinción) apadrinaron la enseña pa­ tria del lema Paz, Paz y siempre Paz. ¿ Cuánto costó a Comillas organizar la Defensa Ciuda­ dana? Tiempo y molestias, muchísimo, como se deja en­ tender; parece mentira que quien vivía abrumado por ne­ gocios, tantos y tan graves, hallase horas que dedicar — y % ·

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no como dejxirtc, sino como servicio importantísimo— a estas empresas que tan poco casaban con su carácter pa­ cífico : }>en> tratándose del bien de España, sacaba tiempo de donde no lo había. De dinero, Comillas no lo contaba mando lo ofrecía a b, p atria : pero el General Gallán, quien más lo ayudó en í:i organización, calcula los gastos alre­ dedor del millón de Desetas.

CAPÍTULO X ESPA Ñ A FUERA DE ESPAÑA

El P. Luis Martín, General de la Compañía de Jesús, gran amigo y admirador de D. Claudio, con quien hubo de tratar largamente en España y desde Roma, a causa de la fundación del Seminario, solía desaho­ garse con él cuando veía venirse abajo el imperio co­ lonial; amantes ambos de la patria, se entendían como dos almas gemelas. Pues en una de sus cartas del 5 de enero de 1897, le expone la situación de Filipinas, el desbarajuste de nuestros gobernantes por allá y por acá; y, ante la amenaza de las codicias poderosas, aña de: “ El único medio de salvación consiste en hacer que las naciones ambiciosas no hallen entre los habi­ tantes de las colonias instrumento de su ambición y ayudas para promover la rebelión. Ahora bien, esto jamás lo conseguirá España sin una administración que sea justa, que procure el bienestar material de la colonia y la moralidad y la instrucción intelectual con­ veniente ; de tal modo que todos vean lo beneficioso que es el gobierno de España, y que difícilmente ha­ llarían en otras naciones más justicia y equidad... Esto no puede obtenerse sin mandar allá como representan­ tes de España hombres de conciencia que amen la pa­

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tria, pero que no amen menos la justicia, que no sa­ crifiquen al bien individual el bien común, que no sean allí instrumentos de un partido, y menos de una per­ sona; sino representantes dignos y honrados de Es­ paña, dispuestos a promover el bien de la colonia, que es el bien de España” . No copio la cita larga para sacar a luz este trozo de política de los frailes, tan calumniados en las colonias, sino pórque es fiel retrato de la que D. Claudio seguía; y por ella contribuyó como el que más a apuntalar la ruina de nuestras posesiones, cuando las hubo, y a con­ quistar el respeto y el amor de los emancipados. Las instrucciones que dió al Sr. Correa, al ponerle al frente de la Tabacalera en Manila, fueron: “ Diga usted a los empleados, que siempre se les hará justi­ cia; que ni recomendaciones ni quejas admitiré, aun­ que me las diera mi propio padre, sin examinarlas en justicia: que sean honrados y buenos cristianos, si quieren conservar el empleo” . Y así fueron: El Mer­ cantil de Manila escribió a raíz de su muerte: “ Cuantas empresas dependían de él o estaban por él gobernadas revestían en todos sus actos y determinaciones el man­ to de la justicia. Para llevar este convencimiento a nuestros lectores, de un modo tangible y de inmediata comprobación, les presentamos el ejemplo de esta Com­ pañía General de Tabacos, modelo de instituciones mer­ cantiles, ejemplo maravilloso de cómo deben ser condu­ cidos los intereses materiales en pueblos extraños, sin que despierten recelos ni descontentos, ni susciten conflictos, ni mermen iniciativas, ni tengan siquiera la apariencia de explotación de hombres y de suelo, o sacrifiquen en aras del particular beneficio lo que es patrimonio del pueblo que les da hospitalidad. Y es que en la Compañía Gene*-

ESPAÑA FUERA DS ESPAÑA

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ral de Tabacos de Filipinas está inculcado él espíritu de Comillas, y cuantos hombres la administran, consideran como el deber más inexcusable y el cumplimiento más es­ tricto de sus obligaciones vivificar ese espíritu y no apar­ tarse un sólo momento de él” . (Copiado por El Universo, 26 junio 1925). La Tabacalera y la Trasatlántica, íntimamente tra­ badas, son los lazos más fuertes que unen aquellas islas con España: mucho hacen todavía los religiosos; los dominicos con su célebre Universidad de Santo Tomás, en cuyos claustros se va recogiendo el españolismo in­ telectual, perseguido fuera por el dominante influjo de los Estados Unidos; los jesuítas, que en el Observato­ rio y en Mindanao mantienen alta la bandera del saber español y del celo tradicional apostólico: pero suprimi­ das las empresas de Comillas, esos focos quedarían ais­ lados, sin trabazón de continuidad, como, por ejemplo,, están el Colegio Universitario de los jesuítas españoles en Bombay o las misiones de los dominicos en el Tonquín. A poco de salir España de Filipinas, una sociedad yanqui propuso la compra de la Tabacalera, en condi­ ciones tentadoras: el capital se retiraba duplicado. Dos razones movieron a D. Claudio a rechazar la oferta, y las dos lo honran extraordinariamente: que quedarían en la calle los empleados filipinos, muy beneméritos, porque se mantuvieron fieles en los días de prueba, y que se rompería ese lazo de unión con España, casi el único que resistía, después del cataclismo. Ese ejemplo de honradez, seriedad y españolismo sano lo puso el Marqués en la Trasatlántica: quería él que sus naves fuesen “ un pedazo flotante de la patria* sus fronteras movibles, los baluartes más poderosos

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:on que se libran las grandes campañas económicas en nuestros días, los caminos marítimos por donde discu­ rren, con los productos de nuestro trabajo, la savia de nuestra civilización y de nuestra raza, los alcázares ^ue orgullosos pasean la bandera española por las cos­ tas americanas, para recordar a los españoles el camitio venturoso de la Patria, y a los americanos su egre­ gia estirpe?\.. (i). Todo eso anhelaba él con sus barcos: y lo logró; pero quería además que en ellos paseara una muestra de lealtad, sensatez, caballerosidad cristiana. Y aquí sí }ue se dejó atrás a todas las compañías navieras del mundo. En sus buques parecía que andaba él en perso­ na : de tal modo les había impreso su carácter: cuantos han atravesado el Atlántico y han vivido en los puer» tos de allá saben lo que es voz común, sin excepción; en otras cualidades acaso igualen con la Trasatlántica otras compañías: en pocas la aventajan: en seriedad no hay competencia. Y tanto estimaba D. Claudio este renombre, que era inflexible en cercenar cuanto pudie­ ra empañarlo; oficial hubo que se descuidó, y al anclar en Valencia se encontró con la orden de desembarco... y de ir a hacer ejercicios en Gandía, so pena de perder el destino. Para el prestigio de España, si ayuda el lujo y velocidad de los barcos (y gracias al Marqués los hat­ eemos en casa lujosos y veloces), más vale la confianza con que se le entregan las gentes. ; Camino que muestra a los españoles la patria y a los americanos su egregia estirpe/ Eso eran los barcos de Comillas: ¡a cuántos trajeron y llevaron gratis o a mi­ tad de precio!, no sólo por la caridad con los indigen_

(i)

Brindis en honor de la Infanta Isabel a bordo del buque que lleva

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tes, sino por españolismo. Sus agendas eran verdade­ ros consulados oficiosos; cuando se inauguró la línea del Pacífico, ¡qué de aplausos no recogió para España el Manuel Arnús, el primer buque de importancia que tremolaba nuestra bandera casi desde la luctuosa gue­ rra de 1866; cuando el Colón ganó la primacía de velo­ cidad entre Cuba y Santander, el barco de Comillas, fruto de la industria nacional, que a Comillas debió su arraigo, hizo más por el prestigio de España que los discursos líricos en Días de la Raza y banquetes diplo­ máticos. Las instituciones o revistas fundadas para ese fin de estrechar a la madre con las hijas, podían contar con su apoyo incondicional, siempre que en sus tenden­ cias no hubiera nada contrario a la tradición históri­ ca, esencialmente cristiana. Rasa Española, Unión Ibero Americana, el reciente Liceo de la Raza lloraron su muer­ te como de casa. En los archivos de la Trasatlántica hay cartas a montones, agradeciendo los donativos he­ chos a centros españoles de La Habana, Montevideo, Buenos Aires, etc.— Los delegados al Primer Congre­ so Nacional de Comercio Español en Ultramar (Sevilla, abril 1923), en el San Carlos recibieron espléndido y gratuito hospedaje; y a las gracias al Sr. Marqués añadían: “ El mundo entero, y sobre todo los países que hablan nuestro idioma, conocen desde hace más de medio siglo el trato espléndido, la atención solici­ ta, el cuidado exquisito que reciben cuantos tienen que vivir días u horas en. esos palacios flotantes, que con tanta constancia, a costa de verdaderos sacrificios a veces, pero siempre con hispana hidalguía, llevan nuestra bandera a través de los mares, haciendo que ondee en aquellos países, que, si 110 son nuestros por

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las leyes políticas, continúan siéndolo por ser sangre de nuestra sangre...” Si un español acudía a él con proyecto beneficioso a este acercamiento, seguro es­ taba de llamar a un corazón que respondiera: el se­ ñor Lazúrtegui (Julio) hizo un viaje de tanteo comer­ cial e intelectual por América: al cerrar su libro con. los resultados, escribe: ‘‘Un sentimiento muy vivo de tristeza me ha asal­ tado hacia el término de extensa jornada... la desapa­ rición del especialista más depurado, de la máxima energía personal trasoceánica de la Península, del pri­ mero, en suma, de los americanistas españoles... del Mar­ qués de Comillas, cuya acentuada simpatía por mis tra­ bajos rae demostrara tantas veces (i). A su casa acudían en busca de apoyo material y mo­ ral estudiantes, artistas, hombres de negocios de aquellas tierras, traídos por recomendaciones y por la fama de su generosidad hidalga y amor a los ameri­ canos. Por eso, cuando el Presidente de la Argentina, se­ ñor Alvear, estuvo en Santander, en vista de que don Claudio, por enfermedad, no pudo ir a ofrecerle sus respetos, quiso ir en persona a Comillas, y lo llevaron los Reyes, a saludar al hombre que mejor representa­ ba la unión hispano-americana. Por cierto que D. Claudio dejó la cama para prepa­ rar el recibimiento, como él sabía hacerlo; por sí dibu­ jó el arco a la entrada de la villa, y a su costa se enga­ lanaron calles y balcones con los colores argentinos, pintados en telas blancas, porque estampados no se ( i)

España

ante el Hemisferio de Occidente. Tomo IT. Introducción.

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hallaron en tanta cantidad en Comillas ni en Tórrelavega (i). Bien sabían el Rey y el Presidente que “ en la noble tarea de aproximación espiritual y económica bispano-americana, no ha de faltar el concurso modesto de la Trasatlántica (ni de su Presidente, aunque esto lo callaba su modestia), sin otra limitación que la que sus fuerzas determinen” (2). D. Emilio Zurano propuso a principios de 1926 ante la Real Sociedad Económica de Amigos del País de esta Corte un proyecto, utópico quizás, grandioso aun para la tierra clásica de los proyectos enormes: unir en una sola ciudad, centro moral del mundo hispánico, Madrid, Toledo, Alcalá, Segovia, El Escorial: con grandes museos americanos, universidad central; Aranjuez el jardín, Toledo el Museo, El Escorial el panteón, Guadarrama el sanatorio... Ese proyecto, para uso propio, para recrearse en imaginar grandezas de España, lo acariciaba D. Clau­ dio; mientras su automóvil rodaba camino de Toledo, se lo iba pintando... — No lo digas por ahí, !e dijo quien le acompañaba: te tendrían por un loco soñador, y na­ die te confiaría un céntimo. — ¿ Puedo soñar aquí a so­ las?· Pues déjame soñar... Y “ jquién sabe — decía en otra ocasión parecida— , quién sabe lo que la Providen­ cia guarda a la Patria! Por este camino del Pardo ve­ níamos dejando al Rey muerto, el gobierno en manos de una mujer débil, extranjera, asediada por intrigas de bandería, amenazada por carlistas y republicanos, (1) Las telas fueron después a vestir los indígenas de las Islas Caroli­ nas, por mano de los misioneros espaftoles. (2) Contestación de D. Claudio a la enhorabuena del rey, después de visitado el Cristóbal Colón.

Kí. SbXHNDO MARQUÉS I)K COMILLAS

in más esperanza que dos niñas y otro niño nonuuto, [ue al nacer parecía marcado por la enfermedad que nató a su padre. Y hoy reina próspero aquel niño, y os imperios que parecían inconmovibles, los ha aven­ ado el viento como pavesas. ¡Quién sabe!...” Si se quisiese hacer por D. Claudio lo que se hizo por u padre, publicar en un volumen los artículos necroógicos en su honor, los de las publicaciones americaias llenarían buena parte; en todas se ensalza al pa­ rióte honrado, al gran propulsor del americanismo. En luchas ciudades se le ofrecieron funerales espléndidos, . gr., en La Habana, donde ofició el Obispo diocesano, predicó la oración fúnebre el Arzobispo de Guatemala. i\ monumento de Cádiz es homenaje de la ciudad; pero i iniciativa partió de la Academia Hispano-americana; el león y el cóndor a los pies de la columna, son figuras ue hablan solas y confirman lo que dice la inscripción: iomenaje ai Marqués de Comillas, constante propagan'ista de la Unión Hispano Americana; lo que, al entrear el monumento, declaraba el Cónsul colombiano v Preidente de la mencionada Academia: “ La personalidad del ixcmo. Sr. Marqués de Comillas, será perenne en los Lnales hispano-americanos... porque su obra no ha sido le violencia, sino de amor; no ha sido de egoísmo, sino de ibnegación y desprendimiento... dirigida toda ella, absoutamente toda, al bien de España y al progreso y cultura le ella y de las florecientes Repúblicas que surgen de su •angre’*.

El monumento se remata con un ángel, el genio de la estirpe, que ofrece a las Américas la Cruz, símbolo de la civilización, cifra de la obra española allende los mares. Si otro argumento nos faltara, el Seminario de Comillas probaría lo acertado del emblema: sus puer­

IÍ8PAÑA J'L'KRA DE EBPASw

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tas quiso D. Claudio abrirlas a jóvenes de aquellas re­ públicas; y colombianos, mejicanos, nicaragüenses, pa­ raguayos, chilenos y fiilipinos, han bebido allí, al par de las ciencias eclesiásticas, el amor a España, convivien­ do fraternalmente con españoles. La levadura que lle­ van a sus tierras, fermentará el verdadero, sano y práctico acercamiento entre sus patrias naturales y la patria que los formó intelectual y moralmente. Porque España llevó la Cruz a América, al Marqués acudían cuantos españoles se interesaban en que no se oscureciese; de ahí las rebajas en pasajes a los religio­ sos, que, junto con la piedad, fomentan en aquellas re­ públicas el amor a España, y son quienes más honda labor de acercamiento hispánico realizan, aunque sin el reclamo a bombo y platillo de conferencistas y dis­ cursantes. En el Congreso de Ultramar se aprobó la propues­ ta: “ Que nuestra nación revindique y organice en los Estados Unidos instituciones que nos den en aquel país una influencia análoga a la obtenida por franceses e italianos” . De sobre haz la proposición es inocente. como presentada a hombres reunidos para intereses comerciales. Pero tiraba más adentro: iba a asegurar el cultivo espiritual de los españoles residentes en Nue­ va York por sacerdotes españoles : la había presenta­ do por mano ajena D. Claudio, después de consultarla con el Cardenal Primado: habíale escrito al Marqués^ como a persona que no dejaría dormir el negocio, el Jefe de la Misión Naval española en los Estados Uni­ dos, D. Gonzalo de la Puente, refiriendo el desamparo en que se hallan en la gran urbe nuestros paisanos: hay allí dos iglesias llamadas españolas, una levantada por el protestante e hispanista Mr. Archer Milton

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el

segu n d o

m arq ués

de

c o m il l a s

Huntington; pero las regentan agustinos franceses, a los que, naturalmente, no acuden los españoles; clero nuestro no lo hay, sino los curas apóstatas, dedicados a traducir libros sectarios para la América hispánica; católicos no los admitía el S r Arzobispo (i). A procu­ rarlo, a que nuestra colonia tuviese clero propio, como lo tienen la francesa e italiana, se encaminaba la pro­ posición aquella que D. Claudio hizo aprobar (2). * * *

En lo poco que nos queda en Africa, D. Claudio fué también, por medio de la Trasatlántica, el factor más importante de la industria y comercio, del prestigio es­ pañol ante los indígenas, de resistencia a las ambiciones extranjeras, que, si entran con factorías, acabarán con fortines. Desde 1884, gracias a los trabajos del ilustre africa­ nista D. Emilio Bonelli, posee España un trozo del Sa­ hara. de gran porvenir; pero nadie se cuidó de hacer efectiva la posesión, a lo menos con algo que no fuera un fortín; existió en Río de Oro una Sociedad Mercan­ til Hispano-Africana, mas, sin el apoyo del Gobierno, no pudo defenderse de los ataques beduinos, y quebró; la zona de costa (190.000 kms. cuadrados) pasó a ser una especie de bienes mostrencos, abandonados por su dueño. Comillas no pudo ver en paciencia el despres­ tigio nacional que eso significaba, y el riesgo de que hubieran de retirarse, por falta de abrigo, las escua(1) Recientemente han abierto tina capilla lo· PP. Pasionistas es­ pañoles. (2) Sobre este punto, e. f. la carta abierta que en E l Debate dirigió a Rene Basín D. Rafael Soro.

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drillas de Canarias, que beneficiaban los riquísimos bancos de pesquería. Contrató con el Gobierno, re­ construyó los edificios medio derruidos, los amplió con almacenes y secaderos; y la factoría fue la base de la actual Villa Cisneros; hasta la capilla y el capellán, que atiende a empleados y militares, eran carga suya, carga voluntaria; porque no era hombre para que su gente viviera allí sin religión. Por mucho tiempo pudo decirse ( i) que la soberanía española no tuvo allí otro representante que Comillas. La factoría y pesquería, que hacen el comercio con los indígenas, les pagan los productos más caros que los demás, luchando de este modo con la competencia extranjera y realzando el prestigio nacional entre los beduinos del Sahara. De Fernando Póo y costa fronteriza de Guinea pue­ de decirse otro tanto: hasta que la Trasatlántica apor­ tó, el comercio era nulo; baste decir que en el primer tor­ naviaje (1887) el cargamento fué de 400 kilos de cacao y algunos menos de caucho. Hoy, sólo Fernando Póo, en­ vía más de seis millones de kilos de cacao, y cada día au­ menta la producción de los riquísimos productos tropi­ cales. Es preferible oir sobre este punto a quien lo conoce de vista: voy a extractar un informe enviado por el limo. Vicario Apostólico: “ El Excmo. Sr. Marqués de Comillas, más por pa­ triotismo que por cualquier otra causa, a los ruegos del limo. P. Armengol Coll, accedió a los deseos mos­ trados también por la Real Sociedad Geográfica de Madrid y del Gobierno, de establecer una línea de va­ pores, con salidas fijas de Cádiz, a partir del año 1890: (1). E l Heraldo 4 e Cuba (Univ., 16 julio, 25).

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esas expediciones, en un principio trimestrales, fueron ampliándose, siendo después bimensuales, y hoy men­ suales. Críticas eran las circunstancias por que atravesa­ ba la Colonia de Fernando Póo por los años de 1889 y 1890, y de ellas no podían menos de participar las Mi­ siones, muy especialmente la de Annobón, la cual, más de una vez, llegó a quedar completamente incomunica­ da en ínedio del Océano con lo restante del mundo du­ rante siete meses continuos. Tanto extremaron las cosas, que se pensó en de­ jar aquella apartada isla. Antes, sin embargo, de to­ mar tan seria resolución, que equivalía en aquellas cir­ cunstancias a poner en manos de franceses, alemanes o ingleses... un pedazo de nuestra cara Patria, y sabi­ do el deseo de la Sede Apostólica de no dejar abando­ nados en punto a religión a aquellos habitantes, cató­ licos todos ellos, el Superior General del Instituto de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, Rvdmo. P. José Xifré, expuso al Excmo. Sr. Marqués de Comillas la aflictiva situación de los Misioneros de Annobón. Tenían por entonces los Marqueses de Quintahermosa un vaporcito o yate para su recreo, llamado con el nombre de sus dueños; resolvieron venderlo. Esto proporcionó al Marqués de Comillas ocasión para so­ lucionar el problema. Fué, pues, comprado el vaporcito, y destinado a esta colonia con el objeto de comu­ nicar entre sí todas las islas del Golfo de Guinea. El vaporcito fué bautizado con el nombre de Fernanda Póo y ha contribuido al creciente desarrollo de la Co­ lonia y compartido con ella sus tristezas y alegrías. Durante la guerra hispano-yanky, el Fernando Póo era

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el encargado de velar y estar siempre a la mira de lo que pudiera ocurrir; y en su primer viaje a la Península para reparaciones, tuvo la honra de recibir a bordo al Excelen­ tísimo General Polavieja, cuando éste volvía de Filipinas lleno de laureles. Desde el primer viaje, el Marqués comisiona al ilus­ tre africanista D. Emilio Bonelli para que, secundado por el Sr. Valero, estudie e implante los primeros ja­ lones de la colonización que se iba a emprender en la región del Muni, que nos disputaban los franceses y que sostenía nuestra Misión de Cabo de San Juan. Efectivamente, los comisionados establecen en 1892 la primera factoría de la Compañía Elobev Chico, recorren el Muni y sus afluentes, buscan por el litoral y el río San Benito los puntos estratégicos más convenientes para es­ tablecer centros comerciales, y en esta labor les secundan con su experiencia, consejo, ayuda e influencia los Misio­ neros españoles, que, a costa de sacrificios, venían va ayu­ dando con todo entusiasmo a nuestra autoridad de Elobey a sostener el nombre y los derechos de España en toda la región desde el río Campo hasta Cabo Esteiras. Secundando las instrucciones recibidas, inicia la Compañía la explotación agrícola de Basilé, hoy cono­ cida con el nombre de “ Nuestra Señora de la Paz” , y en ella se hacen los primeros ensayos del cultivo de la vainilla y se traen las primeras plantas de abacá de Filipinas. A iniciativas también del Sr. Marqués de Comillas, se debió la introducción del banano “ guineo enano” , de Canarias, en la finca de San Antonio, y el cultivo del coco en la misma finca, situada en Bahía Benus. Deseoso de impulsar el desarrollo de la Colonia, hizo que ensayaran en los vapores Santa Isabel y San Carlos

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la instalación de plataneras para importar la banana is­ leña en España. Para favorecer el comercio nacional, concedió una rebaja especial en fletes y pasajes a las casas españo­ las establecidas en Fernando Póo, y cuando vivían los colonos de Basilé, les llevaba en sus vapores los comes­ tibles. Los pasajes de caridad que el Excmo. Sr. Marqués concedió, no tienen número, significándose el favor con las familias numerosas y con los más pobres y desgra­ ciados. Autorizó para que los vapores de la Compañía ven­ dieran artículos de primera necesidad, casi a los mis­ mos precios que en España, y, entendida la dificultad que existía en la Isla para el abastecimiento de carnes frescas, favoreció la importación de ganado vacuno y lanar de Canarias y de Río de Oro, y, posteriormente, ayudó, dando toda clase de facilidades, a los que se de­ dicaron a la importación de reses de la Península, has­ ta que por la misma Compañía se empezó el hoy flore­ ciente Potrero de Moka, del que en la actualidad se abastecen, así la capital de la Colonia, como los barcos de la Trasatlántica. No regateó al Estado sus derechos sobre una franja de terreno de la antigua granja, después finca Matilde. que cercenaron para instalar el Negociado de Obras Públicas; no consintió, y esto recientemente, que se despojara a los bubis de las alturas de Rebola y Basi­ lé de las fincas que habían abierto en terrenos de la Compañía, sin que aquéllos voluntariamente consintie­ ran en abandonar las plantaciones intrusas, indemni­ zándoles por más de su valor de los terrenos que ocu­ paron de la finca de Nuestra Señora de la Paz; pensionó

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a familias de los empleados que aquí murieron al ser­ vicio de la Compañía; por su orden se concedieron nu­ merosos créditos a europeos e indígenas para trabajar en la Agricultura, encontrando en muchos la ingrati­ tud como premio; con estos créditos, muchos pudieron abrirse el porvenir. Asintió, para fomentar el comercio nacional de vi­ nos, a que retornasen gratis a España los bocoyes y barriles. Fué nombrado el 12 de enero de 1907 Presidente ho­ norario de la Cámara Agrícola de Fernando Póo, y por su orden se remitieron a esta corporación una valiosa colección de libros de agricultura tropical (desgracia­ damente desaparecieron durante los años 1910 a 1919), atendiéndola siempre que pudo en sus peticiones a fa­ vor de los agricultores y comerciantes. Tenía dicho a nuestros Superiores que cuando, por cualquier motivo, el Gobierno de Madrid pusiera in­ convenientes en los pasajes, que no se demorara el via­ je de los Misioneros a Guinea, pues él respondería. Favorecía a las Misiones con la rebaja de lo que im­ portaban para el culto, como sucedió con el material para la Catedral de Santa Isabel y para la iglesia de María Cristina. Donó para las obras de la Catedral 25.000 pesetas en metálico y el hermoso retablo gótico del altar del San­ to Cristo. Deseando que el elemento europeo de Moka y los indígenas de aquella planicie tuvieran su conve­ niente servicio religioso, hacía tiempo que ideaba le­ vantar una capillita dedicada a San Antonio: este pro­ yecto es ya una realidad hoy, y para ello, poco antes de morir, había dado sus órdenes el piadoso Marqués, que el limo. P. Vicario Apostólico se apresuró a realizar” .

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De su puño v letra, añade el limo. Sr. Vicario: “ El ’Excmo. Sr. Marqués de Comillas, a petición del Vica­ rio Apostólico de Fernando Póo, concedió pasaje gra­ tuito de segunda clase en los vapores de la Compañía Trasatlántica para los alumnos indígenas de este V i­ cariato que fueron enviados por el Vicario Apostólico a Canarias o a la Península para hacer la carrera ecle­ siástica, asi para la ida como para la vuelta” . /. Nicolás Gonzalez, Vicario Apostólico. (Santa Isabel, 8-925). * * * En las plazas del Norte de Africa, la administración española está bien cimentada, y la acción de D. Clau­ dio, ni era tan precisa, ni podía resaltar: Tánger, por sus condiciones anormales, sí exige esa presencia de intereses españoles; en 1886, D. Claudio intentó esta­ blecer líneas de sus vapores a éste y otros puertos ma­ rroquíes: "Y a sabe usted, mi querido P. Lerchundi, — escribe al gran franciscano— , que esta línea respon­ de a un fin esencialmente patriótico” . El plan naufra­ gó en las Cortes. En cambio, arraigó el Centro comer­ cial de la Trasatlántica, y suya es la empresa de alum­ brado eléctrico: dos asideros para las reclamaciones españolas. En Ceuta y Chafarinas se encargó de las obras del puerto, que nadie quería, a fin de excluir ca­ pitales extranjeros. Si en Tánger no hay colegio español de segunda en­ señanza, no es porque D. Claudio no lo procurase: en 15 de abril de 1891 le escribe el célebre P. Lerchundi: “ Doy gracias a Y. E. por haberse decidido a empren­ der la gran obra de caridad que proyecta: y aunque no se haga más que el Colegio, el nombre de V. E. per­ manecerá indeleble en la historia de la Misión de Ma-

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rruecos, tan íntimamente unida a los intereses españo­ les en aquel Imperio” . D. Claudio encargó se manda­ sen los planos del terreno al célebre arquitecto Gaudi, para que trazara los del Colegio, al cual debía ir unida una iglesia. El proyecto tropezó con los trámites del Ministerio de Estado, y naufragó: de seguir boyante, hoy el pleito de Tánger sería muy otro para Es­ paña. La obra patriótica y evangelizadora de los Francisca­ nos en Marruecos quizás no haya tenido en los últimos 45 años favorecedor más espléndido que el Marqués de Comillas. El P. Lerchundi lo consultaba en los planes grandiosos que llenaron su vida: D. Claudio quiso esta­ blecer a los Misioneros en Río de Oro; ayudó a montar en Tánger la imprenta arábigo-española de la Misión; contribuyó a fundar el sanatorio de niños en Chipiona (dependiente, a los principios, del P. Lerchundi): ayudó a la Cocina Económica con donativos mensuales por trein­ ta años, etc. La Sra. Marquesa es Presidenta de la Aso­ ciación de Señoras Auxiliares de las Misiones de Marrue­ cos, desde que se fundó (i). * * * Unas palabras sobre las Minas del Rif: los partidos republicanos y socialistas, adversarios decididos de la guerra, arma que en sus manos se convirtió en palan­ ca revolucionaria, y en la tea que inflamó la Semana trágica de Barcelona, publicaban a los cuatro vientos que a España la habían empujado a la aventura unos cuantos millonarios, v, naturalmente, el Marqués: (i) Cf. E l P. Lrrrhundi, biografía documentad* por el P. José María "López. Passim.

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“ La única riqueza efectiva, escribía E l Progreso (Barcelona, 18 julio de 1909), son las minas ya eij ex­ plotación por el Trust, que negocia con el tesoro públi­ co, y cuya alma es el Marqués de Comillas. ” Y este tesoro, y los que luego se descubran en el Rif, ya se encargarán de hacerse con ellos los plutó­ cratas y agiotistas, judíos y jesuítas en una pieza, que se sorben en subvenciones y trust el dinero que el Es­ tado esquilma a los españoles. Por lo visto, para ellos ser español y patriota es entregarse con las manos ata­ das y los ojos vendados en manos del Gobierno de Mau­ ra, para ser llevados a esta torpe guerra de Marruecos, y morir unos allí y tornar otros lisiados, pára arras­ trarse por las calles populosas pidiendo una limosna a los extranjeros que explotaron nuestro suelo, mientras nosotros, como Quijotes de cartón, ganábamos un pal­ mo más de arena, para beneficio de Güell, Comillas y compañía” (ídem, 25 julio). Cualquiera creería que el periodista había oído sil­ bar las balas rifeñas: es muy creíble se pasara las tar­ des en un café de la Rambla, mientras Güell se fué dé voluntario a la guerra. Pero, a lo que vamos. En las minas del Rif no tuvo Comillas parte: las aconsejó a otros, él no puso un céntimo. Y , cosa rara... o no tan rara: la prensa republicana o socialista se cebó en don Claudio, y dejó olvidado al verdadero empresario, al Conde de Romanones: él mismo lo declara: “ Hace algún tiempo, se me presentó un ingeniero francés pidiéndome una carta de recomendación para el General Marina. Era este favor insignificante, y lo concedí gustoso. Marchó a Melilla, y a poco, me escri­ bían de allí, noticiándome haberse presentado como mensajero mío y encargado de mis negocios. Supe tam­

e s p a Sa fu e r a

d e e s p a Ka

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bién que iba para ciertos negocios mineros, y enton­ ces se me ocurrió que era empeño patriótico no dejar en manos extranjeras lo que para España podía ser imponderable elemento de riqueza. Envié a Melilla, Tetuán y Ceuta y sus aledaños a dos ingenieros ami­ gos míos. Fruto de su viaje fué una memoria donde se puntualizaba la esplendidez de los colosales tesoros mineros que aquellas comarcas, y muy singularmente las de Beni-buifrur. Calcule usted: montañas enormes de mineral riquísimo, tanto, que da un rendimiento det 75 por 100 del peso bruto, cuando el de Bilbao no llega al 50 por 100. Y todo ello a las puertas de Melilla, cos­ tando una peseta el acarreo de la tonelada del mineral* en tanto que cuesta el transporte de Calaparra y otros puntos a la costa 9 pesetas. Mi sangre de minero — toda mi familia se ha dedicado a la minería; yo soy el único político de ella— se inflamó ante aquel inmenso tesoro. Pensé en los beneficios que reportaría a mi patria la explotación de las minas; y como entonces se hablaba mucho de penetración, pensé hacerla. Unido a Güell, Macphersón y Clemente Fernández, constituimos nuestra sociedad, con un capital efectivo de 2 millo­ nes (1). (1)

Los sucesos de España en 1909, por Salvador Casals. T. I, p. 6&

CAPÍTULO XI EL M ARQ U ES Y SU C A P E L L A N

Sobre ningún capítulo en la vida de D. Claudio se cierne tan honda melancolía y penosa compasión como sobre el que refiera sus relaciones con el vate catalán. Fuera otro quien se le atravesase en los caminos de su :aridad; brotasen de otra fuente las hieles de la ingra­ titud, de las injurias, y el lector pasaría por ello, apar­ tándolo con el pie, como se pasa sobre los cardos de un erial. Pero la tempestad fraguada alrededor del sacer­ dote piadoso, del poeta incomparable, del niño inge­ nuo; las penas que arrasaron aquel jardín y amarga­ ron aquel manantial limpio, de dulzuras y delicadezas exquisitas, encogen el corazón. Verdaguer fué bandera que apiñó odios y envidias: del campo enemigo y del campo que parecía propio, partieron tiros contra el Marqués, en reparación, se gritaba, de una gran injusticia. A muchos la tragedia sirvió de desahogo para la bilis amontonada; a otros encendía el dolor de ver por tierra el árbol gigantesco, sin pararse a examinar despacio cúyo fué el brazo que manejó el hacha. No pretendo revivan polémicas, pero tampoco es po­ sible callar del todo; sonaron demasiadamente juntos

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los nombres de Comillas y Verdaguer, para no intentar queden en buena luz los lazos que los unieron en tiem­ pos bonancibles y en días de tormentas (i). * ♦* Jacinto Verdaguer, pagés de.la Plana de Vich, terminó sus estudios en el Seminario a puros sudores propios y a fuerza de benevolencia ajena. Sus primeros laureles en los Juegos Florales (1865) fueron seguidos de cerca por una calabaza en los exámenes de teología: su imagina­ ción desbordada como un torrente bravio, en perpetua ebullición volcánica, no le consentía ni cinco minutos del reposo necesario a los trabajos científicos. Hubiera sido únicamente poeta y quizás se salvara; mas pasar del Jar­ dín de las Hespérides a las arideces escolásticas fue tanto como estrujar su cerebro entre dos prensas. Salió, pues, del Seminario agotado, con anemia cerebral: y ni los tres años de cura de aldea en Viñolas lo rehicieron. Recomendáronle los médicos viajes de mar: quien por aquella época se veía constreñido a comer poco y mal en bodegones de ínfima clase, o de limosna en casa de su primo Jaime Collel, no estaba para k>6 gastos a bordo de un trasatlántico. Algunos amigos llamaron al palacio de (1) Para este capitulo hay datos abundantísimos (que omito en bue­ na parte) en el propio Verdaguer, En defensa propia; en E l Marqués de Co­ millas, su limosnero y su tío. del famoso Pancho Bru; en la obra de Mossea Juan Güell: Vida intima de Mossen Jacinto Verdaguer, muy histórica, pero mal escrita; en las de Serra y Boldú: Mossen Jacinto Verdaguer y Biografía •de Mossen J. Verdaguer; en Turró: Verdaguer vindicado por tm catalán; en la recíentísima del Conde Güell: E l Poeta Verdaguer. Además he visto las gruesas carpetas en que el propio Verdaguer recogía cuanto iban publicando los periódicos, que fue muchísimo: se conservan en la Biblioteca de Estudios Catalanes de Barcelona. Para mis abundamiento, consulté personalmente a varios de los que más intervinieron en la dolorosa tragedia: Serra y Jordí, Vicario que era entonces y es todavía en Vich; Mossén Collel, etc.

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Puertaíerrisa y don Antonio López lo admitió para ca­ pellán de sus barcos. Y a está, pues, el poeta en camino de sus sueños, por cuya realización, aseguraba de estudiante, se dejaría cor­ tar un brazo: ver el mundo que el Océano había tenido por luengos siglos encarcelado tras ir rompibles cerrojos (imagen del P. Las Casas); empapar su fantasía con ia amedrentadora majestad de los mares. En las noches de tormenta, de pie en el puente, agarrado a la baranda, mientras como capellán reza por el barco, como poeta se remueve al vaivén de las olas, y graba con hierro su» furiosa brega en la mente para trasladarla a sus estupen­ das estrofas. Y ’s muntan y revenen y arreu volcats s’abisman en remolí, frissosos, mars sobre mars al fons d'ahont ab bull d’escumes y vents que s’enfurisman renaixer sembla ’1 caos, sepulcre y breg deis mons. Dos años anduvo “ cruzando como una lanzadera de una banda a otra el amplio y grandioso telar’’ : de ellos, el primero, “ sin ánimo para abrir un libro, sin desatar si­ quiera el manuscrito de la Atlántida. Al cabo de este tiempo sentí alguna mejoría, y empecé a trabajar y cin­ celar mi poema, al principio durante media hora diaria, después por una hora, hasta que del todo restablecido,, pude darle los últimos toques” . En una de las recaladas en Cádiz ocurrió su primera entrevista con D. Claudio: oigámosle contarla: “ La tarde misma de la salida, momentos antes de le­ var ancla, tuve el placer de saludar a bordo a los dos hi­ jos del Marqués, que se quedaban en Cádiz. Al mayor no volví a verlo; a don Claudio sí, también en Cádiz, aT

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cabo de algún tiempo; y su visita me fué de gran consue­ lo. Yo me había embarcado por enfermo, y mi mal crecía con las memorias de Cataluña y la pena de no oír sino de tarde en tarde su lengua, pues mis compañeros de tripu­ lación eran siempre vizcaínos, gallegos o andaluces, con los cuales, por amigos que fuesen, dicho se está no había de tener largos razonamientos sobre la poesía catalana, que era desde mi niñez la fuente de mis goces y alegrías, después de Dios, de mis padres y hermanos. Pues como don Claudio subiese al barco, apenas saludó al capitán y oficiales, se me dirige afectuosamente, y apartándome del grupo, me demanda si escribo mucho, y que le lea algu­ nos trozos. Leíle algunas de mis pobres inspiraciones y le regalé M i Jesús a los Pecadores y La batalla de Lepanto, que tenía impresas” (i). El hijo menor de don Antonio López era temperamen­ to que respondía a la piedad ingénua, al sentir hondo y delicada manera de la musa verdaguerina. Desde enton­ ces cobró afecto al poeta y bien pronto se le mostró. Si­ gamos oyendo: “ Al cabo de dos años de remojarme en la gran pis­ cina del Creador sentí vigorizada mi salud y quise dejar el mar para imprimir mi poema La Atlántida. recién pu­ lido en medio de terrible y peligroso batallar. Una ocasión triste y penosa facilitó mis intentos: don Antonio Ló­ pez acababa de perder a su hijo mayor; y a instancias del segundo, don Claudio, me propusieron para celebrar dia­ riamente la misa en casa de los Marqueses en sufragio del difunto. Partí de Cádiz en el vapor Ciudad Condal, y ha­ cia el 25 de noviembre de 1876 tomé posesión de mi ca­ pellanía. . . ■■■■ti i

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Ante la sagrada hostia que Verdaguer alzaba en sus manos halló D. Claudio el consuelo para la doble herida que le atravesó el alma; porque a su hermano Antonio si­ guió pronto su predilecta María l uisa. En la compañía del poeta buscaba así mismo solaz, y con él fué dos veranos a la Preste: D. Claudio pintaba acuarelas, y Mossén Cin­ to engarzaba las estrofas de La Barretina. Lo acompañó también a Montpellier y a Lourdes: participó de las ale­ grías que trajo la boda de D. Claudio, para la cual compu­ so el delicadísimo joyel del epitalamio, atrás en parte transcrito. Con los recién casados estaba en Caldetas cuando llegó la noticia de que D. Antonio López acababa de fallecer repentinamente: v con ellos se embarcó en el Vanadis para recorrer las costas andaluzas y del Norte de Africa. £1 Conde de Güell, niño entonces, concentra sus lejanos recuerdos de la posición moral de Verdaguer en una fra­ se : “ Se había coronado su testa de tres nimbos: de santo, de sabio y de poeta” . La magnífica edición de La Atlántida, costeada por D. Antonio, es un monumento perenne de aquellos días de gloria. * * *

Cuando D. Claudio tomó la dirección de la casa, Ver­ daguer creció en la intimidad y confianza: el Marqués, distraído con la enorme tarea de las empresas heredadas, lo constituyó brazo de su caridad, y le encomendó el socorro de unas 25 familias que de ella vivían. Verdaguer más que capellán fué limosnero de la Casa López: trasladóse al palacio de Puertaferrisa, y tuvo el mismo techo, la mis­ ma mesa, los mismos viajes que la familia: durante los

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veranos, si la Marquesa, muy joven aún, iba a los bal­ nearios con sus sobrinas, casi de su edad, y los negocios no consentían a su marido acompañarlas, con ellas iba Verdaguer, como persona de respeto. El Marqués lo esti­ maba como un santo y lo quería como a un hermano. A él entregó abierta su bolsa, para que sacara cuanto oro qui­ siera en bien de los pobres. Esa fué su desgracia. El sacerdote modelo, el altísima poeta, para lo que menos servía era para administrador. Los ojos infantiles de Verdaguer no estaban para dis­ tinguir la necesidad verdadera de la falsa, y los zánganos acudieron a la colmena rica y sin resguardo. Para rema­ te quiso juntar al beneficio temporal el espiritual, y abrió confesonario en el templo de Santa Teresa, con tal cons­ tancia y tesón, que empleaba en él cuatro horas seguidas, desde las seis a las diez. “ Desde aquel momento, escribe, me vi asaltado por toda suerte de pobres y necesitados: en casa, en la calle, en el confesonano, en la iglesia; per­ sonalmente y por cartas e intermediarios: la lista seguía creciendo, creciendo, hasta llegar a 300 familias” . No hace falta mucha experiencia para adivinar lo que serían aquellas confesiones; el candoroso capellán, tan contento de que el vil metal se convirtiese en anzuelo para pescar almas. Sus manos no se daban abasto a tantas ma­ nos como se le tendían, y hubo que buscarle auxiliar en su primo Mossen Juan Güell En los dos primeros meses re­ partió éste casi 2.000 duros: parecióle peligrosa la prodi­ galidad, y preguntó hasta dónde podía alargarse: Verda­ guer contestó que, en tratándose de enfermos y necesita­ dos, no se encogiese: ya avisaría él cuando se acabase eí presupuesto. El cual era indefinido: más de 300.000 duros distribu* vó el poeta en los años de su capellanía. El cajero de don

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Claudio se llevaba las manos a la cabeza, y llegó a escri­ bir que o se ponía modo a los derroches de limosnas o bus­ caran quien administrase la caja, porque él se iba. Vivía entonces en Barcelona un sacerdote ex Paúl, el P. Joaquín Piñol, ido de la cabeza, donde se le había en­ cajado la más peregrina idea: el demonio corría el campo libre, apoderado de media humanidad, en alma y cuerpo, mientras las armas de la Iglesia contra tales invasiones se enmohecían arrinconadas: metióse él a enmendar tan perjudicial desidia y a practicar los exorcismos, por su­ puesto, sin más licencia que la suya propia. Luchaba un día a brazo partido con el demonio pose­ sionado de una mujer: a sus mandatos e imprecaciones contestó por fin el maligno: — No serás tú quien me eche, no. — Pues dime quién ha de echarte. — El Verdagueret. Oírlo el P. Piñol y salir corriendo al palacio de Puertaferrisa, fué todo uno: busca a Verdaguer, y resoluta­ mente le dice: — De parte de Dios le mando que venga a echar el demonio de una mujer. Verdaguer fué, el demo­ nio salió : desde aquella hora quedó el pobre capellán tan devoto de los exorcismos como el P. Piñol. Aquel día Verdaguer, según la gráfica frase de Serra y Boldú. '‘metía en su telar una mala urdimbre” ; tan mala que entre sus hilos quedaron enmarañadas las alas de su genio, la felicidad de su vida y su buen nombre sacer­ dotal. Alborozado con aquel medio de ayudar a las almas más eficaz aún que el confesonario, abrió, digámoslo así, ofi­ cina pública de exorcismos: alquiló un cuarto, lo arregló en forma de capilla y allí se juntaban todos los días un grupo de posesas y otro de incautos a la Oración : rezá­ base el Rosario, y al empezar las letanías empezaban las contorsiones y aspavientos de las enfermas, a las que san7

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tiguaban el P. Piñol o Verdaguer la boca y el pecho con una medalla. La principal actriz del espectáculo era una mujer que en sus éxtasis demoníacos así se tragaba alfile­ res y cascos de vidrios como veía ángeles de luz que ba­ jaban coronas sobre la cabeza de Verdaguer. De ocho a nueve y media de la noche duraba la función. Verdaguer no vivía sino para ellos; para los pobres de cuerpo y en­ fermos del alma: la lira, del salón en el ángulo oscuro ya­ cía descompuesta y empolvada. Había muerto el poeta... ¿A qué seguir? De fantasía alborotada y de cerebro débil y enfermizo, Verdaguer se dejó arrastrar por la ma­ nía antidiabólica a verdaderas extravagancias. Los exor­ cismos fueron la comidilla de Barcelona, hasta que el Obispo Sr. Catalá los prohibió rigurosamente: el P. Piñol y Verdaguer obedecieron a medias. Dicho sea en honor del poeta y del sacerdote: Mosén Güell, testigo y actor un tiempo, certifica que jamás vió en las célebres sesiones ni asomos de liviandad; las enfermas lo juzgaban cándido para creer revelaciones... y soltar dinero; pero casto, qne se hubiera escamado a la primera desenvoltura. El cuidado en que pusieron a D. Claudio las rarezas de su capellán, puede cualquiera entenderlo: atribuyólas a debilidad nacida del trabajo excesivo, y a la sugestión de quienes lo rodeaban: en 1890 lo llevó a Comillas; pero ni las brisas cantábricas ni los consejos de personas pru­ dentes aprovecharon. La manía creció, y Verdaguer qui­ so ejercitar su benéfica arte en el mismo palacio de Puertaferrisa, pues era para él luz medianera que la enferme­ dad de D. Claudio no era tal enfermedad, sino posesión diabólica: y así otras faltas como la de hijos, cuyo reme­ dio tenía él al alcance de la mano, en las preces del ritual. Y lo peor fué que durante los inviernos, cuando los Marqueses estaban en Madrid, llevó algunas de sus devo11

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tas a oir su misa en el palacio: y tales gentes dieron en ir por allá que el conser je tuvo que echarse la carabina a la cara para espantar a alguno. La Marquesa madre vivía entre sustos: sus nietas, amedrentadas con las relaciones de endemoniados que Verdaguer les refería. Harto ya el Conde de Güell, escribió a su cuñado: “ O sale de tu casa Mosscn Cinto o mis hijas no vuelven a ella” . Y como D. Claudio se tomara tiempo para obrar ple­ namente convencido, las niñas no volvieron, y la Marque­ sa madre, que, en las ausencias de Claudio las tenía por única compañía, se salió de su propia casa y se trasladó i la de Güell (i). Así estaban las cosas en abril de 1893, cuando volvió ú Marqués a Barcelona; entre los que podían informarle, linguno como el capellán segundo, compañero en las li­ mosnas del poeta, y un tiempo, hasta la prohibición del Prelado, en los exorcismos; Mossen Güell en estos puntos lió amplias noticias, pero no supo qué responder a la in­ sinuación sobre cierta familia con la cual se había ligado ntimamente Verdaguer. Y sin embargo, eran verdad los rumores recogidos por D. Claudio: la familia aquella era ya entonces y lo fue lasta su última hora el ángel malo que lo llevó por la :alle de la amargura. Componíanla una viuda, dos niñas y un niño: la viuda, Deseada Martínez, caló pronto el flaco del capellán: era de las que asistían a la Oración, y en achaque de revela­ ciones dejó atrás a sus compañeras: la sencillez de Ver­ daguer la graduó de santa, tan santa como las canoniza­ das, tan santa que, para desprestigiarla, el demonio to(1)

Véase la obrita del Conde de Güell donde primorosamente se andanzas. Pár. 21...

describen estas

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maba su figura para que la vieran en diversiones non sanctas; porque le avisaron que la habían visto... Claro es que la limosna a los santos es más aprovechada: y las de Verdaguer — digo, las del Marqués, administra­ das por Verdaguer— , corrieron largas a aquel hogar don­ de el espíritu de Dios andaba como en su casa. Pero la Deseada era una hormiguita en mirar por la vejez y echar las manos a la buena ventura que se le ve­ nía. A ías limostias procuró añadir otros relieves, v. gr.: 16.000 pesetas que cobró de comisión en forma de prés­ tamo, no pagadero, al tío de D. Claudio, por el socorro de 100.000 pesetas que le mandó Verdaguer: así lo cuenta el propio Pancho Brú: supongo que Verdaguer lo leería (no recuerdo la fecha del folleto), y de seguro culpó al demonio de haberse transfigurado en ángel de luz, o sea en la santa. El. acostumbrado a andar por los cam­ pos de la poesía, donde no rigen créditos ni pagarés, por instigación de ella metióse a negocios, y compró por 5.000 duros, que tomó a rédito, una finca, y la traspasó a la Mar­ tínez a cuenta de dinero no recibido; primer paso en su ca­ rrera de deudas, que tantos disgustos le trajeron; más tarde vendió a la misma familia, sin cobrar, por supuesto, en 2.000 pesetas la propiedad de sus obras, y la nombró heredera de sus bienes, olvidando a su propia hermana, pobre de solemnidad y cargada de hijos y con el marido inválido. Tan avasallado lo tenía. La prudencia y la caridad exigían remedio a tanto desatino y a los que se preveían, mayores aún: urgía rom­ per las mallas del incauto, aislar su flaca voluntad, obli­ garlo al sosiego, a la alimentación sana, al descanso: úni­ ca forma de que se robusteciera su cabeza desequilibrada. Pusiéronse de acuerdo los señores Obispos de Barcelona y Vich con D. Gaudio, y Verdaguer volvió a su diócesis.

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“ En mayo de 1893, escribe él, pasados los Juegos Flo­ rales, me arrancaron traidoramente de Barcelona, con la tácita nota de loco, y con el pretexto de que me convenía pasar dos meses fuera, para alivio de mi salud, que, gra­ cias a Dios, no lo necesitaba.” Las trapacistas no se resignaban a que se les cegase la fuente de su holgado vivir, máxime la Deseada Martínez: :artas, recados y visitas revolvieron los rescoldos mal ipagadcs: Verdaguer hizo algunas escapadas a Barcelo­ na so color de tratar con sus editores; reconvínolo el seíor Morgades, y se exasperó la herida. Un ofrecimiento íacido, sin duda, de caridad, pero fatal en sus consecuen­ cias, el de asegurarle la pensión en el Asilo de Sacerdotes ie Vich, sirvió a quienes le azuzaban para meterle el dis zarate de que lo querían encerrar en un manicomio: ate­ rrado Verdaguer, creyó que el derecho de propia defen>e lo autorizaba para cualquier resolución, y dió el paso il abismo: huyó de la Gleva y se fué a Barcelona, a viúr... en casa de la Deseada Martínez. El desacato era demasiado público, y el peligro de Veriaguer en aquella casa demasiado evidente: tentáronse nedios amistosos; Verdaguer se resistió a salir de Barce­ lona, y el Sr. Morgades le retiró las licencias de celebrar. Terrible fué el golpe. Verdaguer colocó el oficio del Vicario en que se le notificaba la sentencia a los pies de la Virgen, llorando como un niño. No, no había culpa moral en su terquedad: era obsesión, embrujamiento: cuando el doctor Serra, discutiendo con él sobre la sumi­ sión al Obispo, le dijo por último argumento: — De manera, Jacinto, que prefieres vivir con esta fa­ milia a tener cada día en tus manos al buen Jesús— , Ver­ daguer, llevándose las manos a la cabeza y rompiendo en lágrimas desconsoladoras, exclamó:

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— No me digas eso, por Dios: no me lo digas. Y toman­ do el manteo y sombrero, añadió: Vamos ahora mismo. Pero ya en la escalera oyó que desde dentro le decían: — Mossen Jacinto, piense bien lo que va a hacer. Aquella voz mató sus propósitos, y se volvió atrás. ¡Pobre Verdaguer! El, tan piadoso, tan mimado por la gloria, el poeta coronado por el propio Obispo que lo suspende a divinis, vivía perseguido por los acreedores, hundido en la miseria; y lo que es peor, en lenguas de to­ dos: de los anticlericales para ensalzarlo, de los buenos, de sus parientes y amigos, para combatirlo. Porque juzgó no le quedaba otro remedio de salir por su honra y su li­ bertad que hacer tribuna de periódicos izquierdistas, don­ de publicó sus cartas En defensa propia que hacen llo­ rar. Saltó la bravia hilaza del pagés, y su carácter, tími­ do de ordinario, violentísimo cuando se irritaba, arremetió contra Morgades, “ maniquí de Comillas, amigo de gente de bolsa” ; contra el Marqués, cuyc oro alucinó a muchos para que lo declararan loco; contra los jesuítas (no podían faltar), empeñados en echarlo de Pucrtaferrisa porque les estorbaba sus planes políticos sobre D. Claudio. Qui­ zás me equivoque, pero sospecho que lo de los jesuítas debió de persuadírselo Pey y Ordeix, que pretendió (esto sí consta de cierto) comprar la pluma sobreexcitada... y la pobreza de Verdaguer, para un nuevo libro contra la Compañía, a lo que noblemente se negó el capellán. Y al compás de Verdaguer, pero subiendo el tono y el colorido, gritaron los periódicos anticlericales: hombre de tanto prestigio como Turró estampaba frases de este jaez: “ El feroz Morgades” , “ fechorías dignas de un bandido” , “ turbas de maldicientes acanallados v soeces” . Todos ellos conjurados contra el poeta “ que fue un santo

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tanto o más que los que lleva inscritos el Santoral” : y se daba por satisfecho, “ si saca el lector la convicción de que Verdaguer merece los honores del altar” . Su único peca­ do. a decir de Eduardo Marquina, fue que “ entró en casa del publicarlo: aceptó el auxilio del impío y murmuraron de él escribas y fariseos” . Lo que escribieron El Düuvio y demás papeles... de alcantarilla, más vale no recordaro. Por cierto que si el pobre defendido no tuviera los ojos rendados y la voluntad con grillete, en esos mismos pe*iodíeos le proponían la causa y el remedio de sus males; y }ue los había leído, no hay duda: copié los versitos de las arpetas del propio Verdaguer: Porque vive su mercé con dos damas de dublé que suministran pretexto para calumniar a usté. Animo, pues, y al avío: despache usté esas señoras que le meten en un lío, y a esperar mejores horas, que las horas del estío. Eso cabalmente era lo que se le exigía: que dejara iquella casa infausta, rompiera los lazos con la familia Duran y se restituyera a la obediencia de su Prelado. Y quede advertido desde ahora: es cierto que contra to­ las las apariencias, las relaciones de Verdaguer con las dos mujeres, madre e hija, no fueron las que pudieran re­ celarse : para mí no hay prueba mejor de la virtud del ca­ pellán poeta que vivir con tal compañía sin mancharse. Porque de ellas sí se corrían rumores nada limpios. Por

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defender de las salpicaduras el decoro sacerdotal del poe­ ta, se le mandaba salir de la casa, salir de Barcelona. * * *

¿ Cuál fué la intervención de D. Claudio en todas estas desventuras? Desde que Verdaguer salió de su palacio y pasó a la Gleva, ninguna: quiero decir ninguna que no fuese para favorecerle. El le pagaba la pensión en d san­ tuario, y recibía alborozado las cartas en que el Obispo de Vich le comunicaba la mejoría del poeta: ofrecióse a cos­ tearle un viaje a Rusia (había gozado sumamente Verda­ guer en otro a San Petersburgo) o a cualquier parte le­ jos de Barcelona: cuando Verdaguer fué a Madrid (acom­ pañado de la Deseada, que falleció en la Corte), en mayo de 1897 y se presentó al Marqués, éste lo recibió afable­ mente y le prometió pagarle las deudas si obedecía a su Obispo. Las deudas eran la pesadilla de Verdaguer: las contrajo en provecho de sus amparadoras; se lamentaba él amargamente de que lo dejasen entre las garras de los acreedores y consintieran el embargo de sus libros; pero a discurrir un poco, cayera en la cuenta de que si el Mar­ qués distribuyó por su mano centenares de miles de du­ ros, no iba a regatear un puñado de pesetas: es que don Claudio, el Obispo Morgades, todos los que por su bien se interesaban creían conveniente dejarlo en el atolladero, para que escarmentase: “ Mientras esté bajo la influencia de ciertas personas, no curará, y como si no desaparece la causa tendremos siempre el efecto que deploramos, juz­ go inútiles cuantos sacrificios se hagan para librarle de sus actuales acreedores” . Asi escribía al Marqués d limo. Estalella, Obispo de Teruel, el 7 de enero de 1895. ¿No había entregado a la Deseada 1.500 pesetas que le dió el Obispo Morgades para acallar a los acreedores más

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premiosos? Primero es la caridad que la justicia, era su doctrina y su práctica. El mismo doctor Turró, que tan sañudamente había afilado la pluma, se persuadió de que el Marqués no tuvo culpa en la desgracia del autor de la Atlántida: “ Del es­ tudio de la documentación copiosa que hemos podido exa­ minar no se desprende que dicho señor ni su esposa hubie­ sen sentido odio ni malquerencia contra su antiguo cape­ llán; antes bien de la lectura de sus cartas se colige que le profesaban una amistad sincera, que se enfrió no se sabe cómo... Creemos que D. Claudio no se persuadió ja más que su limosnero pudiese negociar con su cargo en beneficio propio, sino en provecho de otros, que explota­ rían su buena fe. Primero dudó de su integridad mental que de su probidad” . Esto en su famoso opúsculo; años adelante se acercó más a lo cierto: explica la salida del poeta de la casa de Comillas, porque a éste naturalmente no gustaba que su capellán anduviese en boca de todos, con ocasión de los exorcismos: D. Claudio creyó se podría arreglar suavemente el enredo, y habló a Morgades. Has­ ta la acusación contra los jesuítas la cree infundada y ri­ dicula fi). Realmente eso. la fama de exorcista en beneficio de trapaceros y contra la voluntad del Prelado, bastaría para justificar la resolución de sacar de su casa una persona peligrosa: pero hubo más, mucho más, lo que va apunta­ do arriba y lo que se pudiera añadir. De pueriles impruden­ cias califica Turró las andanzas de Verdaguer: pueriles, porque procedían de ánimo ingenuo, sin malicia ni res­ ponsabilidad: pero que, de no atajarlas, traen resultas muy enojosas y muy perjudiciales. (i)

Publicitat,

3 y 10 de agosto 1923.

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La rectitud moral de Verdaguer siempre la defendió D. Claudio contra viento y marea: muchos la atacaron, otros dudaban de ella: “ Ojalá no sea más que un loco y acabe en un manicomio” , escribía a Mosén Güell el ilus­ tre Sardá y Salvany (29 oct. 1895); para el Marqués no había sino cerebro debilitado, voluntad abúlica. Y lo si­ guió estimando y queriendo, si bien el trato tuvo que ser como de maniático: afirmaba que jamás le había notado falta venial. La carta que le escribió sobre el empleo de las limosnas, cuando llovían las injurias, incluso de Verdaguer, es de lo más hermoso: “ Mi muv querido Mosén Jacinto: En cuanto a que examine usted su conciencia acerca de si ha distribuido o no bien mis limosnas, se lo prohíbo, si puedo prohibírse­ lo; y en cuanto a que usted en casa no haya hecho nada bueno, sólo le diré que nunca podremos pagarle el bien que con su ejemplo nos ha hecho, todos los consuelos que nos ha dado y todo el cariño que le debemos. Es usted muy dueño de no creerlo así, por su modestia; pero es así, y así lo creo yo” (1). De las calumnias, ni se defendió ni hizo caso: más aún: cuando Verdaguer, merced a los buenos oficios del Ex(1) Es de autoridad el siguiente testimonio: “ Hablando de este punto con D. Claudio López Bru, me decía: — “ Le di facultad ilimitada para socorrer con limosnas cuantas necesidades co­ nociese. No retiré la orden ni aun cuando me apercibí de los abusos de que era objeto. Para mi era un santo, y cuando no obraba como tal era irresponsable.” Preguntéle a cuánto ascendían las limosnas repartidas por Verdaguer, y sonriendo rehuyó la respuesta. Traté de inquirir la cuan­ tía del capital que mosén Cinto repartió juntamente con el de casa Comillas y el Marqués me contestó con esta evasiva: “ No puede preci­ sarse. Sus emolumentos se los invertía en papel del Estado y se los ha­ cia acrecer de tanto en tanto, diciéndole: Mosén, se presenta una buena ocasión para una jugadita de Bolsa, y... una vez efectuada, le devolvía aumentado el dinero invertido... A la postre quedó sin un céntimo y lleno de deudas...” (Serra y Boldú.— La Vanguardia, ai agosto 1917).

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celentísimo Cos, Obispo de Madrid, se reconcilió con sti Prelado, instaron algunos al Marqués que exigiese para la devolución de las licencias ministeriales la retracta­ ción de lo escrito contra su persona. Nunca vino en ello, aunque no fuese sino por ahorrar al pobre capellán el sa­ crificio. Recrudecióse la campaña al caer enfermo el poeta: aibrotaron al mundo con los relatos de la miseria en que igónizaba, se hicieron colectas, llovieron los donativos, el Ayuntamiento de Barcelona le decretó una pensión. De rechazo todo iba contra el Marqués que antaño adornó 5u casa con los laureles del vate y ahora le negaba lo que concedía a cualquier pordiosero del arroyo. Y no se decía, porque él lo callaba, y lo callaba también la familia Durán, para quien la enfermedad fué una mina, que, aparte ie limosnas en dinero, había dado orden de pagarle mé­ licos, medicinas, alimentos, cuanto necesitase, sin repa­ rar en gastos. La caridad de D. Claudio no se tranquili­ zó ni con el traslado del doliente a Vallvidriera. El 16 de mayo avisaba a Mosén Güell haberle llegado las “ noti­ cias tristes del estado de salud de nuestro querido Mosén Verdaguer” . “ Creo será bueno — añade— viese usted al Dr. Ezquerdo para que indicase si habría algo más conveniente para el enfermo que el ir a Vallvidriera; y en caso de que así no fuese, si la casa que le ofrecen reúne o no las con­ diciones; y, mejor dicho, para aclarar con él mi deseo de que dispongan lo más favorable al enfermo sobre sitio, forma de asistencia, si conviene que tenga a su lado al­ guna Hermana, etc., haciéndole entender que no faltará quien provea con los recursos necesarios para cubrir los gastos consiguientes” . Desgraciadamente no se pudo aprovechar tan hermoso

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ofrecimiento. Verdaguer murió el 10 de junio, sin un sacerdote al lado que le recomendase el alma: ¡hasta aque­ lla hora extendió su tiranía la malhadada Amparo Du­ ran ! Pero Dios le concedió los últimos Sacramentos, y el nombre de Jesús cerró sus labios: aquellos labios que tan soberamente habían cantado las glorias de la Religión de España y de Cataluña... (i) El Marqués de Comillas siguió venerando su memoria, y a falta del poeta, favoreciendo a su familia. Hace muy poco falleció la hermana de Verdaguer, y todos los meses le llegaba la pensión de D. Claudio, que además colocó en la Trasatlántica a tres sobrinos del vate de Folguerolas. (i) Véase los últimos capítulos, y sobre todo el apéndice Impressió so­ bre la causa deis infortunis de Mossen Jacintp Verdaguer en el libro 4b Serra y Boldú M o s s e n J a c in t o V e r d a g u e r .

CAPITULO XII EL M AR Q U ES Y L A IG LE SIA Creo que nadie pondrá en duda que durante medio si^lo, o por lo menos durante los treinta y cinco años últi­ mos, de 1890 a 1925, la representación del seglar católico, del que pone una gran inteligencia y una voluntad abso­ luta y una enorme fortuna al servicio del Papa y del ca­ tolicismo fue el Marqués de Comillas. No establezco comparaciones subjetivas; hablo del influjo, de la repre­ sentación; para 1a cual ni se atiende ni puede atenderse únicamente al afecto. Dos notas del carácter de D. Claudio lo preparaban magníficamente para ello: su fe ciega, sin titubeos, y su adhesión incondicional al principio de autoridad, que, tratándose del Papa, equivale a bajar la cabeza ante Dios: para el Marqués no había ni distingos ni epiqueyas; si ha­ blaba Roma, el entendimiento callaba; o mejor dicho, dis­ curría sobre la manera más eficaz y rápida de obedecer: le bastaba el servicio del Papa, aún sin mandamiento ni in­ dicaciones. No hay, pues, que detenerse en ponderar, aunque es fi­ neza muy de hijo, el cuidado de que no se le pasara oca­ sión de presentarse el Papa y decirle: “ Aquí estoy” , por telegramas de felicitación en aniversarios y Pascuas, avi­ vando las protestas, v. g r.: en nov. de 1916 contra las

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declaraciones del ministro italiano Bissoloti, cuando la furia judia y masónica se daba al gustazo de insultar a un anciano prisionero: como tampoco es para admirarnos su generosidad en acudir largamente con donativos a soste­ ner el tesoro pontificio, que es el tesoro de los pobres. También en esto su modestia, que parecía innata, encu­ bría el don o la mano que lo alargaba: unas veces era la Junta Central, otra los Círculos Católicos, el pagaré siem­ pre iba a nombre de D. Claudio. El más sonado de sus obsequios de amor y veneración iué la peregrinación, y con justicia: de más importancia es la entrega del Seminario de Comillas al Papa. Hay quien al penetrar en el regio vestíbulo, y subir aquella es­ calera majestuosa, y contemplar sus artesonados y pin­ turas, maravillosas de talla y gusto, al lado del asombro deja asomar más o menos paliada la queja contra tanto lujo en un seminario de pobres, que tal fué el plan prime­ ro. Se engaña quien lo atribuya a ostentación de D. Gan­ dió ; ni siquiera toleró se colocara su nombre por allí; e! busto de su padre en el sitio de honor lo prodama funda­ dor de la obra: y sabido es que si D. Antonio la empezó, quien la sacó de los cimientos y la remató fué D. Claudio. Hechos estaban ya la escalera y vestíbulo, sencillos y có­ modos : pero vino la idea de ofrecer al Papa la fundación, y D. Claudio mandó echarlo todo abajo y ponerlo como está; lo que bastaba para encuadrar el escudo dd Marqués de Comillas era mezquino para la Tiara y las Llaves. Otra de sus finezas con el Papa, finezas a lo grande, la ocasionó el terremoto de Mesina; el telégrafo esparció al mundo las caridades de Pío X con los heridos, con los huérfanos, con cuantos quedaban en el arroyo sin pan, ni ropa, ni fuerzas apenas para llorar sus hogares deshechos y sus familias enterradas bajo los escombros. Todas las

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naciones enviaron auxilios. Entonces ocurrió a D. Clau­ dio un proyecto genial: socorrer espléndidamente a los menesterosos, tan espléndidamente como lo hadan los Estados y ganar para el Papa el agradecimiento de los socorridos y la estima del mundo: dar, pero por mano del Papa: v ofreció a Su Santidad uno de sus barcos, conver­ tido en hospital. Estaba entonces amarrado en Cádiz el Cataluña: se transformó la nave, se acomodaron salas de Dpenciones, botiquines y material quirúrgico; se busca­ ron médicos y enfermeros, alistáronse 350 camas, depar­ tamento aislado para infecciosos, cinco médicos de la Trasatlántica a los que se añadió voluntario otro y seis auxiliares, estudiantes de la Facultad de Medicina; metie­ ron víveres y carbón, y a las I24 horas de recibir la pri­ mera orden, la nave zarpó transformada por completo: alarde de actividad y organización que ni el gobierno pu­ diera lograr (1). En Reiegio y Messina embarcó el Cataluña aquella car­ ga de caridad, heridos y huérfanos, que trasladó a Civita Vecchia, donde los esperaba el Arzobispo de Reggio para llevárselos al Papa: cuenta un testigo que las lágrimas corrieron por muchos ojos al ver los niños y niñas abra­ zados a sus papás, que así llamaban a los marineros, y vitoreando a España y al Marqués de Comillas. Las ala­ banzas que este alarde de generosidad de la Trasatlántica Española recibió en los periódicos y autoridades de Italia, las coronó Pío X en la audiencia otorgada al personal del Cataluña. Pío X, no contento con hacer a D. Claudio Ca­ ballero de la Milicia Dorada, le envió la siguiente ca­ riñosísima carta toda ella de su puño. (Breve de 26 febre­ ro de 1919). (1)

Viaje a Italia en el trasatlántico Cataluña, ipor Carlos Crivell.

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“ Egregio Señor Marqués: El nobilísimo acto con que usted, Sr. Marqués, apenas enterado de mi deseo, ha puesto a disposición de la Santa Sede el magnífico barco Cataluña, equipado con todo lo necesario para el transporte especialmente de los pobres heridos de Calabria y Sicilia, me obliga a darle las más vivas gracias. Por esta generosa acción, que le ha ga­ nado no sólo la gratitud de todos los socorridos, sino la admiración de los católicos del mundo entero, suplico al Señor le corresponda con las gracias más preciosas. A la vez que me complazco en manifestar por medio de usted mi agradecimiento al señor Capitán y a todo el equipaje que cooperó a maravilla en aquella obra de verdadera ca­ ridad, doy de todo corazón a usted y a todos la Bendición Apostólica. (Del Vaticano, 24 febero de 190). Pío PP. X. Al Egregio señor Marqués de Comillas.” Hondamente sintió D. Claudio la muerte del Papa que tanto lo honró: “ El Santo Padre ha muerto — escribía a su esposa— probablemente bajo el peso de las tristezas y preocupaciones que la conflagración europea le causarían, si es que no ofreció su vida para lograr de Dios que salvara a su Iglesia de los graves peligros que en medio de aquélla corre. Sin duda su mediación en el cielo indinará la misericordia de Dios del lado de nuestras súplicas por la paz y por el bien de los pueblos católicos.” (Carta del 20 de agosto de 1914.— Desde Madrid). La mayor prueba de cuán sabido era en d Vaticano que podían contar con don Claudio, es una carta de Be­ nedicto X V (27 abril de 1920): Desvdaban al Papa los

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sufrimientos de los prisioneros de guerra internados en Rusia: eran unos 200.000 a los dos años de firmada la paz; y los sufrimientos morales y materiales, prolongados por cinco años, les había matado toda esperanza en los hombres y hasta en Dios: el Papa llamó a todas las puer­ tas, y ninguna se le abrió. Entonces pensó en el Marqués: “ Hemos resuelto suplicaros en nombre de Nuestro Señor, miréis si uo os será posible enviar alguna de vuestras na­ ves, de aquellas, por ejemplo, que hacen la ruta de Filipi­ nas al mencionado puerto de Wladi-Vostock, para trans­ portar de allí aquellos desgraciados a cualquier puerto de E uropa” .

Sin exageración puede decirse que uno de los más amargos trances en la vida de D. Claudio ftté el verse en la imposibilidad absoluta de responder el sí que ansiadamente esperaba Benedicto X V : no le arredraron gastos; los compromisos y obligaciones ineludibles del servicio naval le ataron las manos. Cuando Benedicto X V inició sus gestiones para la paz, D. Claudio las apoyó con todo entusiasmo: “ Envíe diaria­ mente recortes de prensa sobre la gestión de paz iniciada por Su Santidad” , telegrafía al director de El Universo el 30 de noviembre de 1917: y antes, apenas se conocieron las manifestaciones pontificias: “ Supongo habrá dedica­ do artículo de fondo a la inicitiva de Su Santidad en fa­ vor de la paz, manifestando la veneración y entusiasmo con que la acogen los católicos españoles, no sólo por su origen, sino por su finalidad humanitaria” . (18 agos­ to 1917). Las ambiciones y rencores beligerantes cerra­ ron los oídos al Vicario de Dios. Cuando el desangre arrancó las armas de las manos, el Marqués procuró que en la Conferencia de París se diera puesto al Papa; y por sus periódicos y por la Junta Central de A. C. fomentó un

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movimiento vigoroso en España; las circulares corrieron; se buscaron adhesiones de entidades (de sólo la diócesis de Vitoria recibió el gobierno casi mil solicitudes), y se elevó al Presidente del Consejo una instancia para que el go­ bierno de S. M. C. interviniera cerca de las partes intere­ sadas: “ El internacionalismo del Sumo Pontífice, se es­ cribe allí, no es sólo una institución divina, sino un hedió social de innegable realidad. El Papa, que es d Pontífice Máximo del Pueblo Católico, pueblo internadonal, como ninguno, es también el órgano más característico del dere­ cho natural, puesto que la Ley de que es Magistrado, es la ley de la Humanidad. Nadie puede dirigirse con mayor autoridad que él a la conciencia de los hombres, en la cual debe buscar su fuerza prindpal, el derecho intemadonal...” (17 enero 1919). El gobierno acogió con simpatías la propuesta, y se en­ cargó él mismo de transmitir a Su Santidad los deseos de los católicos españoles (contestadón del Ministro de Esta­ do, 13 marzo 1917); y en efecto, Benedicto X V dió las gracias, a la vez que significó su propósito de no asistir a la Conferencia de la Paz; tal rescoldo quedaba, que cual­ quier paso de la Santa Sede se hubiera tomado por favor a una de las partes. ♦ * *

Voy a descubrir un secreto, tan secreto que quienes lo conocen parecen juramentados en guardarlo. La fortuna puso en mis manos la documentación íntegra; y si antes fué prudencia callar, ahora no veo inconveniente en sacar­ lo a la luz pública. Durante el verano de 1895, R°ma hervía en preparati­ vos oficiales para celebrar las bodas de plata de la dudad eterna con el reino de Italia, apuesto doncel, apenas éntra­ la

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do en mayor edad; liberales y masones jaleaban “ el de­ rrumbamiento de la tiranía con que el cielo torturaba la tierra” , “ la emancipación de la conciencia humana” , y cien otros empercgilamientos con que se aliñaba lo que en pu­ ridad fué un simple robo a mano armada. En medio de ese alborozo, el Daüy Telegraph, de Londres, razonaba la urgencia de que el Papa recobrase su soberanía temporal, exponiendo un arbitrio de lograrlo, sin desdoro de Italia, antes con grandísimo provecho: la venta de Roma a los católicos, que la ofrecerían a León XIII. El artículo resonó como una bomba. Lo que nadie atinó, fué quién había promovido el revue­ lo ; el corresponsal del Daily Chronicle en París lo atribu­ yó al después cardenal Galimberti, el gran diplomático del Papa por aquellos días. Pues quien inspiró y preparó el artículo y fomentó la campaña subsiguiente, fué el Marqués de Comillas. Para entender su alcance y oportunidad hay que volver los ojos de la Italia de ahora a la de entonces; claro es, los principios del derecho permanecen inmutables; el Papa necesita independencia real y aparente: “ La Iglesia roma­ na, por su carácter universal, exige vida propia, no estar sometida a potestad temporal alguna; de lo contrario per­ dería la independencia que reclaman los pueblos católi­ cos : estaba en lo cierto el general Lamarmora al no poder compaginar la presencia simultánea en Roma del Rey y del Papa..., no le cabía lógicamente en la cabeza que esas dos potestades pudieran mandar en la misma ciudad, sin rozarse. El Pontífice romano no puede ser ciudadano de un gran Estado, bajando del trono donde lo venera el mun­ do católico: es preciso que en su casa él sea el príncipe y señor, no segundo de nadie.” Son palabras del itali aní simo Crispí, a los diputados,

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en 17 de noviembre de 1864. Bien las confirmó la última guerra. Hacia el 1895 los ataques al pontificado eran de todos los días: durante las bodas de plata de Italia, en la bre­ cha, al lado de la bandera del reino, ondearon las masó­ nicas, “ porque a la masonería pertenece más que a nadie la gloria de haber derrocado el poder temporal” : se erigió la estatua de Jordano Bruno ante el Palacio de la Chancillería Pontificia: Garibaldi desde su enorme caballo del Janículo torcía los ojos rencorosos a las ventanas del Papa: se enalteció la memoria de Pedro Cossa, “ capitán del grande ejército pagano que durante cuatro siglos pe­ leó las batallas por los derechos de la tierra contra el cieloMr no se perdonó medio para humillar y escarnecer al cau­ tivo del Vaticano. Y no fueron desahogos en la borrache­ ra patriótica del momento: muy de ayer han de ser quienes no recuerden el nombre de Nathan, el judío alcalde de Roma, y sus desafueros. El espectáculo de la Italia actual, máixime desde que Mussolini metió en cintura, a masones» republicanos y alborotadores, no presenta tan crudamente la realidad, que puede reproducirse, si el estado legal de la cuestión no cambia. Por otra parte, hoy se siente generalmente, v muy hon­ do, el entusiasmo por la Italia una; entonces andaba tibio en los más: y eran muchas las conciencias católicas que no se avenían con una patria zurcida de retales recogidos en el saqueo, con una grandeza amamantada por la re­ volución anticristiana, con un reino sobre cuya corona flo­ taba el anatema pontificio (1). Se palpaba, pues, la situación insostenible del Papa: y una restauración, por lo menos de Roma, ni parecía ab(1)

La Civiltú Canotié*, 1895 Ser» XVI, 4

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KJ.

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suida ni aborrecida del pueblo romano. No era, por con­ siguiente. tan descabellado el proyecto como ahora pudie­ ra creersc. * * *

La Conferencia Internacional Católica de Lieja propu>o como tema de las reuniones la independencia pontifi­ ca: D Claudio representaba a España, junto con el Du]ue <íe Bailen y el Sr. Rodríguez de Cepeda. El 17 de narzo de 1893 escribía el señor Marqués a su madre: •Pienso ir a Bélgica por dos o tres días... Mucho me conraria, pero no creo poder evitarlo dada la naturaleza del isiinto. Somos hijos de la Iglesia, y hay que tratarla como madre y acudir a ella cuando nos llama” . D. Claudio no asistía a estas reuniones de mero es[>ectador: bien lo sabía el Presidente, Conde de Valdbolt le Bassenheim, al encargarle repetidas veces que no fal­ lara, y el Obispo de Lieja, que con iguales instancias le brindaba hospedaje en su palacio. De las conclusiones aprobadas en la Conferencia, la última es: “ La grandeza y la dignidad de Italia no están amenazadas, sino más bien aseguradas por la indepen­ dencia de la Santa Sede” . Aquí se vislumbra la mano de Comillas, y se trasluce su proyecto; la necesidad de la independencia para la San­ ta Sede la remacha cualquier manual de teología: lo ar­ duo es buscar la manera de lograrla: confiar en los re­ mordimientos de los usurpadores, que devolviesen lo roba­ do, sería simpleza: acudir a las armas, poco menos. Cierto que D. Claudio, en el brindis del banquete con que a bordo del Montevideo obsequió al Príncipe Lancellotti, al em­ prender la vuelta de su peregrinación, sobreexcitado por el espectáculo de Roma profanada, aludió al “ león español,

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que en estos momentos se siente orgulloso de verse a los pies del trono pontificio, esperando la reivindicación” , fra­ se que pudiera traducirse por la que cuentan dijo al Papa un obrero: “ Padre Santo, ahora venimos con los rosa­ rios, ya volveremos con los trabucos” . Pero de sobra en­ tendía que esos arranques, siempre nobles, caen bien en en una perorata, no en la sosegada consideración prácti­ ca. Había de dar muchas vueltas la política para que se pudiera intentar restablecer la justicia por la fuerza. Queriendo, pues, llevar a Lieja algo que no fueran teo­ rías, se le ocurrió la compra de Roma, utópica en apa­ riencia, tales eran sus dificultades; tomó la pluma y llenó de cálculos muchos pliegos: católicos en cada nación, ci­ fras del comercio, presupuestos, cómputo del caudal que podía atribuirse a cuantos estaban interesados en la in­ dependencia pontificia. Trabajo verdaderamente enorme, como de técnico en los negocios. Y llegó al resultado de que sin excesivos esfuerzos se podría reunií la cantidad de doscientos millones de libras esterlinas (cinco mil de francos); bastaría un empréstito entre los católicos, con hipoteca, v. gr.. de bienes dioce­ sanos o particulares; no era imposible hallar 40.000 ca­ tólicos que respondieran de 5.000 francos anuales; por cada centenar de suscriptores, uno que garantizara 125 francos; tres, 87,50; cuatro, 37,50; cinco, 16 en cada año. Con que cada familia católica diera cinco céntimos semanales, había de sobra. Ayudaba a vencer la repugnancia que opondría Italia, el estado verdaderamente ruinoso en que se encontraba su Hacienda: había de vivir y gastar a lo grande, para hom­ brearse con sus aliados de la Tríplice; ejército enorme, marina desproporcionada, rentas cada día más míseras, no obstante de estrujar sin compasión al contribuyente:

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cada italiano pagaba al año 60,49 liras, cuando el alemán contribuía con 34,16 y el austríaco con 34,24. La deuda ascendía a 12.961 millones (todavía la guerra europea no había subido por las nubes las deudas); el déficit entre los ejercicios 1888-1892 andaba por los 1.382 millones: el co­ mercio de exportación disminuyó un 50 por 100, la in­ dustria moribunda, por la carestía de los fletes de las ttiaLerias primas. Estas cifras representan otra balumba de :álculos, 'extractados de los documentos oficialas. Resultaba, pues, tentadora para Italia la oferta de un río de oro que la sacaba a flote: podía dedicar a saldar ñus deudas 2.500 millones, reducir un 20 por 100 los im­ puestos directos, aumentar un 25 por 100 la paga de los empleados, aplicar tres millones anuales a la rebaja de fle­ tes para las materias primas, con el consiguiente renacer dt la industria. Satisfechos los acreedores, automática­ mente subiría el crédito, y fácil era convertir lo restante de la deuda con 1 ó 1,50 de ventaja. Sobre todo el presupuesto de guerra quedaría acomo­ dado a las necesidades. Dicho era de Crispí : “ El ejército es indispensable, es la base de la unidad italiana, mientras no haya desarme universal o Roma sea devuelta a la San­ ta Sede*’ . Realmente, la suspicacia exterior y la intran­ quilidad en casa, efecto del despojo, aconsejaban a los detentadores andar armados hasta los dientes: con la de­ volución de Roma, se cerraba el avispero. *

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Los delegados de Lie ja admiraron al hombre de nego­ cios y mucho más su devoción filial al Papa. Saltaron du­ rante la discusión algunos reparos, y D. Claudio los fué deshaciendo uno a uno. — El proyecto equivalía a com­ prar al ladrón su presa. — No, no es eso; es mostrarnos

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hijos del Papa, libertarlo, ponerlo en posesión de su ha­ cienda por ^1 único medio que está en nuestra mano. ¿ No hizo lo propio Pío V I al pagar a Napoleón 21 millones por Roma, a&comprometerse a otros 39 por d tratado de Tolentino?, ¿qué otra cosa era el rescate de los cautivos en Argel? — Los italianos, redbido el dinero, volverán a las andadas. — Más lo intentarían si Roma se les arran­ case a la fuerza, por orgullo y amor nadonal herido. Este derecho de la compra no desvirtúa los anteriores que asis­ ten al Papa; los robustece. — Es que se opondrán otros go­ biernos, o por impedir salga de casa ese caudal o por políti­ ca. — ¿ No consienten la salida de capitales para emprésti­ tos extranjeros, v. gr., para el de Panamá?; cuanto más que es una miseria lo que tocaría a cada narión. Política­ mente aplaudirán porque la cuestión romana es la pesadilla de las cancillerías. — Italia jamás vendrá en ello. — Quizás; pero entonces el Papa con el tesoro que se le entregue, tendrá medios, si le parece, de trasladar a otro punto la capital del catolicismo o intentar otras vías para su liber­ tad. Y cuando no, su prestigio subirá entre los no católi­ cos, viendo el ánimo con que los fieles le ofrendan su dinero. De todas estas razones, algunas pudieran discutirse, en su aspecto práctico, otras eran de evidente peso, las que se refieren al revivir de la adhesión al Papa entre los católicos y al prestigio de la Santa Sede ante d mundo.* Aprobó, pues, la Conferencia que se tentara el vado, y naturalmente lo encomendó al Marqués: en los prepara­ tivos se pasaron dos años, no sé si aposta, para que la campaña coincidiera con d aniversario de la Puerta Pía. En este intervalo el Marqués fue a Roma con sus obre­ ros, y se pudo convencer cuán de precario vivía el Papa. Allí en Roma (y cuando digo Roma no quiero decir eí

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Vaticano), unos opinaban el proyecto irrealizable, porque el gobierno italiano jamás cedería; pero como escaramu­ za de avanzadas lo juzgaban oportunísimo: otros espera­ ban la devolución de Roma apenas Italia se convirtiese en república federal, lo que tardaría en acaecer cuanto tardase en morir Crispí, único capaz de contener la efer­ vescencia disolvente. Por la primavera de 1895 avisaron al Marqués la con­ veniencia de romper el fuego, mientras se discutía en las Cámaras italianas el presupuesto y quedaba patente la bancarrota nacional: el cañonazo retumbaría más si se disparase desde Inglaterra, máxime si prendía la mecha un protestante. D. Claudio mandó incontinenti un agente a Londres, con orden de ponerse al habla con el Cardenal Vaughan: le llevaba ya el artículo preparado, un resumen de su me­ moria de Lieja. El Cardenal lo remitió a Mr. Thorp. * * * El artículo fue de los sensacionales en la historia del periodismo: la Civilta Cattolica (número del 21 octubre 1895), dice que el proyecto, un tanto extraño, había co­ rrido por todos o casi todos los periódicos ingleses: he vis­ to una lista sin duda incompleta: 33 periódicos lo aplau­ den, ocho son indiferentes, 24 lo combaten. Thorp pasó a Francia y Bélgica, y el terreno lo halló peor preparado: La Agence National, por sólo anunciar el artículo publi­ cado en el Daily Telegraph, pidió 50.000 francos; otras empresas lo tomaron a broma, y no faltó quien se negara a insertar una palabra, por considerar el proyecto un in­ sulto a Italia. “ Los católicos franceses, escribe Thorp, se muestran menos entusiastas del poder temporal que los ingleses” . Algo se logró: Mr. Brousse publicó dos artícu-

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los en Da Verité; L*Independance Belge cobró 40 libras; X I X Sieh{e, 20, y la Feuille Financiere, 14, a cuenta de trabajos publicados. Además se editó el folleto La Presse sur lá Quel&ton de Rome, y la hoja La Question cFItalie. En España se comentó ampliamente: El Liberal (9 abril del 96); El Día, igual fecha; La Correspondencia (10, 19 abril y 7 mayo); La Unión Católica (11, 17 abril); El Correo (15, 24 abril); El Nuevo Mundo (16 abril); E l Heraldo de Madrid (18 abril); El Imparcial, al siguiente día; El Globo, ídem; La lectura Dominical, La Semana Católica (26 abril); El Movimiento Católico (27 abril y 1 mayo); La Epoca (4 mayo); y sin duda se pasan por alto algunos, y la turbamulta de periódicos provincianos que van a remolque de los de la Corte. De Portugal no he vis­ to datos sino del Journal do Comercio (9 nov.); de Ale­ mania, Germania (26 oct.) La prensa liberal italiana na se dió por enterada: que la católica habló largo nos infor­ ma la Civilta. No salió, pues, mal el lance: por una temporada la aten­ ción pública se detuvo a considerar la importancia de que (j;l Papa recobrara su independencia, y se enteró de los desastres a que había llevado a Italia su desaforada ansia de engrandecimiento. Para que la idea ahondara más y conquistara las altas esferas, dispuso el Marqués se imprimiesen en folleto los artículos del Daily Telegraph; salió la edición inglesa, The Ransoning of Rome, y la francesa, La Ranzón de Rofne: de ellas y de los números del periódico se inundó a Euro­ pa ; algún día se echaron al correo 900 paquetes. Además procuró que un su gran amigo español y gran político es­ cribiese un folleto que tradujo al inglés otro gran perso­ naje, The Papacy and the Economic Trouble in Itaiy. El trabajo personal que puso D. Claudio en este negó-

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ció no puede creerse sin ver los montones de ca/tas a él relativas. Los gastos bien pueden suponerlos quienes ha­ yan huroneado en las campañas periodísticas: í'SÓJo en te­ legramas debió emplear un dineral; son muchísimos, y en asuntos de importancia no escatimaba palabras; los hay de ciento veinticuatro. Los periodistas ingleses se hacen pagar caros, y más en materia que personalmente tan poco importaba a los protestantes; los franceses ya vimos que se llevaron un puñado de libras. Añádanse las traduc­ ciones y tiradas de folletos, los viajes al Continente de sus comisionados; y se echará de ver cuán poco le dolía el di­ nero cuando se trataba de mostrarse hijo de la Iglesia. ¿Fueron gastos y trabajos perdidos? De ninguna ma­ nera. “ La importancia del hecho, escribe la Civüta, no está tanto en el plan concreto que se propone cuanto en la idea más universal y más honda, esto es, la cuestión pa­ pal, la naturaleza del Pontificado romano, la necesidad de la autonomía plena y real del Papa. La reciente carta de León XIII halla en esta polémica de los periódicos ingle­ ses y protestantes una confirmación desapasionada y de peso” . El grito de alerta a la conciencia católica, resonó por toda Europa. “ La gente del oficio, avisaba el corres­ ponsal de Londres, está pasmada de lo que se ha conse­ guido". No era tan lerdo el Marqués que pretendiera otra cosa. Lo que pudo, eso hizo por la libertad del Papa. * * * El Marqués de Camarasa recogió una frase de don Claudio, verdaderamente lapidaria, reflejo exacto de su espíritu católicamente disciplinado. Permitióse alguno en la conversación criticar las opiniones de cierto Prelado; Comillas, mesuradamente, replicó: “ Cuando se trata de

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Obispos, no se me ofrece que precian equivocarse: no discurro, obedezco” . Ni era precisa tan alta jerarquía; hasta los párrocos eran para él infalibles en lo que a su jurisdicción atañía: su administrador en Comillas, D. Lu­ cas Sanjuan, tuvo no sé qué rozamientos con el párroco D. Julián Ortiz; algún tiempo después, vino a Madrid el administrador, y trató de eixplicar, sincerándose, lo ocu­ rrido: D. Claudio le paró los pies: — Basta, Sanjuan; sepa que es norma mía que en los asuntos del pueblo siem­ pre tiene razón el párroco. Evidente que D. Claudio no era ciego; pero la sumi­ sión al principio de autoridad lo entendía así, a rajatabla, por lo menos, cuando de bajar la cabeza no se seguía inconveniente mayor. Y obedecía sin discurrir o re­ chazando el discurso acaso admitido antes que los Prelados hablasen. Así acaeció en ocasión bien so­ nada, cuando la famosa Campaña Social: al anunciarse. Comillas le torció el gesto; no le gustaba la táctica que se susurraba iba a desplegarse; pero salió la circular con la firma de los Obispos, y Comillas se puso incondicional­ mente a su lado, aun previendo la derrota, aun constán­ dole que su actitud había de ser en altas esferas mal in­ terpretada. A la obediencia unía la delicadeza más fina, y los obse­ quios, cuanto su mano alcanzaba: es notable cómo en las infinitas circulares que les mandó, en calidad de Presiden­ te de la Junta, al exponer los proyectos y las campañas, jamás se le olvidó añadir: “ Si a V. E. lo contrario no pa­ reciese; siempre que el alto juicio de V. E. lo juzgue oportuno” , etc. Las campañas de El Universo, los tra­ bajos en sociología política, máxime cuando se rozaba con la política de matiz diverso, siempre iban consultados •con el Cardenal Primado y el Obispo de Madrid.

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Añadíase la delicadeza de que no se le pasara por alto fechas memorables; cartas y telegramas suyos abundan con el encargo de felicitar al Cardenal N. o Prelado X., por sus cumpleaños, por sus bodas de plata Sacerdotales, etcétera, y no pocos regalos hacía entonces la Tunta, o séase el bolsillo del Marqués (i). Su palacio en Comillas estaba abierto siempre para los Prelados que por allí pasan en verano. Fundaciones reli­ giosas, construcción de templos, ayuda de comunidades pobres, obras sociales y de buena prensa, y cien otras ne­ cesidades, bastaba que se las propusieran para que se cre­ yera obligado a ellas, y sólo dió negativa cuando material­ mente no podía por falta de dinero. Como norma general con verdad puede asegurarse que el Marqués de Comillas era el brazo derecho del Episcopado. Bien lo sabían los se­ ñores Obispos, y a él acudían con libertad y confianza que nunca quedó fallida. (i) "P a ra anim ar la suscripción del viene que la primera lista que publique des de alguna importancia, y para ello de todo el personal de nuestros Centros narríos no-otros*. (A D. Rufino Blanco,

homenaje al Sr. Cardenal con­ Universo represente cantida­ convendría formar alguna l.sta de Madrid, r^yas cuotas paga14 agosto 1918.

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CAPÍTULO XIII L A PRENSA CATOLICA La vigilancia de D. Claudio sobre el resorte más pode­ roso de la vida espiritual moderna, no podía faltar: hom­ bre de fe y de celo, y Presidente efectivo de la Junta Cen­ tral de Acción Católica, por ambos capítulos se creía en la obligación de seguir el consejo de Balmes: ahogar la prensa mala con la abundancia de la buena; y es induda­ ble que si la mitad de los católicos españoles hubieran he­ cho, por esta causa, la mitad de los sacrificios que él hizo, otro sería a la hora presente nuestro cantar Para él no había distinción entre la revista de empu je o la hoja modesta; digo, en ampararlas con todos sus me­ dios. Ejemplo bien patente... y bien lamentado; apenas él fallecido, el lápiz del Interventor oficial en la Trasatlánti­ ca borró de un trazo la mayor parte de los anuncios, y con ello ahorró a la Compañía buen puñado de miles de duros; los que el Marqués concedía de esa forma disimulada de limosna o socorro. Porque no sembraba esos anuncios a voleo: hay billetes suyos preguntando el carácter de la publicación A o B, que los solicitaba; y los lectores recor­ darán que nunca los vieron en periódicos maleantes: há­ gase reclamo de mis buques, era su lema práctico; pero no en forma que ayude a otros reclamos contra la fe o la moral.

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Empresas suvas fueron el semanario El Siglo X X , de Sans, que empezó en 1897 y llegó a tirar 30.000 ejempla­ res con buenos grabados, a precio bajísimo: dos años más tarde añadió Los Jueves del Siglo X X . Suya fue (en cuan­ to a pagarla) la Revista Parroquial, que se mandaba gra­ tis a todos los párrocos de España; las suscripciones en 1921 daban ¡420 pesetas!; los anuncios 4.020: el déficit, a :argo de D. Claudio. El Obrero, de propaganda también gratuita entre los trabajadores, suyo era, esto es, suyas íran las facturas. De la Revista Católica de Cuestiones Sociales, escribió su director en un artículo necrológico: “ Esto era el Marqués de Comillas. Jamás podré olvidar la primera entrevista que tuve con este hombre, cuya sim­ patía me encadenaba, cuya grandeza de alma me sobreco­ gía. En aquellos momentos de su regreso con la gran pe­ regrinación obrera que llevó a Roma, llegué a hablarle y pedirle me ayudase en mi proyecto de publicar la Revista Católica de Cuestiones Sociales, como primera obra del Patronato Social de Buenas Lecturas. No había en Espa­ ña ninguna revista de esta índole, y su cerebro y su cora­ zón vibraron al unísono al apretar entre las suyas mis dos manos y decirme en su despedida: “ Viene usted en el mo­ mento providencial: ha coincidido usted conmigo. Traigo este pensamiento y apoyaré su propósito. Cuente usted con...” — y aquí me sañaló una suma mensual para gas­ tos...— , suma que ha mantenido hasta el día, agregando: “ Y en cualquier momento en que se encuentre apurado, acuda a mí... y yo le proveeré” . Más o menos, lo mismo pudieran atestiguar otros pe­ riódicos. Los escritores católicos por el mismo hecho quedaban bajo su protección. Son curiosas las cartas con que humil­ demente, como quien solicita un favor, les solicitaba pues­

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to: “ Me piden que me interese para que El Universo ad­ mita los trabajos de N., escritora notable de muy buenas ideas (después se le torció no poco la pluma)... Mucho me alegraré que dentro de las conveniencias pueda ser aten­ dido este ruego, que con el mayor gusto trasmite a usted su afmo...” “ Olvidé decir a usted había encargado al escritor X. algunos trabajos de interés de Cataluña... de su remuneración ya he tratado con él; no tiene usted que ocuparse de ella” . O sea, el socorro, ciertamente no me­ dido por las tarifas, iba delicadamente disfrazado de paga. Otras veces era tomar 100 ejemplares de un libro que para poco había de servirle; o suscribirse por canti­ dades altas a series de publicaciones, cumo la Biblioteca Patria, la Novela Semanal, acordada en la Asamblea de la Prensa Católica de Toledo; otras, pagar buenos paquetes de revistas para distribuirlas gratis, como de la Lectura Dominical Como de otros campos, también del de la prensa llovían peticiones; a veces, parcas, v. gr., de 3.000 pesetas para publicar un libro; a veces de 50.000 francos para termi­ nar la edición de las obras de Escoto: esa vino de París... Donde más brilló la magnificencia y caridad de don< Claudio con los escritores católicos, fué en El Universo: se decía que su plantilla era una especie de caja de soco­ rros ; y algo de verdad encierra el dicho: no que los redac­ tores fuesen inválidos, que beneméritos los hubo, y de las plumas más autorizadas del periodismo español; y don Claudio, en sus recomendaciones, solía añadir al director, siempre que usted lo encuentre apto. Pero a los aptos, si algún percance los inutilizaba, no por ello se les suprimía' o acortaba la nómina. Recetaron a uno temporada de sie­ rra, pena de la vida, porque le rondaba la tisis; entre la muerte lenta y la aguda propia y de su familia por inani­

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ción, quedóse en su puesto, hasta que se enteró el Mar­ qués, y le mandó obedecer a los médicos; tres años estuvo en el Guadarrama sin otra relación con E l Universo que robrar mensualmente su sueldo íntegro. El caso de reci­ bir 300 pesetas mensuales sin enviar una sola cuartilla a a redacción por largas temporadas, se repitió muchas reces. Y el aumentar el personal sin necesidad., digo, sin >tra necesidad que la del admitido, era corriente. Así la raridad se hermanaba con el fomento de buenos escrito•es, \v se impidió alguna vez que esas plumas se pasasen, mupujadas por el hambre, al bando contrario. La importancia que D. Claudio daba a la prensa se echa le ver por las tentativas de fundar un gran periódico caolico, de entrada fácil lo mismo en las fábricas que en los »alones. Varios planes y presupuestos se hallan entre sus capeles : la idea germinaba entre los Sres. Salvador Ba•rera, entonces obispo de Madrid; Sr. Alcolea, de Astorga, el agustino P. Miguélez: primero se pensó en comprar r,a Correspondencia de España; optóse luego por fundar mo católico sin decirlo, con censura eclesiástica secreta, ipolítico, dentro de los partidos dinásticos: en tres semaías se reunieron 200.000 pesetas; pero no cuajó el plan. En 1909, la campaña contra las Ordeñes Religiosas enseñó o que puede la opinión jaleada por plumas revoluciona'ias: y nació el ansia de tener un órgano que la domina­ ba; se planeó el negocio, al principio con ún millón de ca­ pital, del que suscribía D. Claudio más de la mitad, 55° icciones de 1.000 pesetas, para tener siempre en su mano ú peso decisivo y estorbar que bastardease la dirección: llegaron a redactarse los estatutos y presupuestos de seis linotipias y demás maquinaria. Pareció después mejor comprar un periódico hecho, y estuvo ya redactada la es­ critura con una gran empresa por tres millones. Se apun-

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taron numerosos suscriptores. Cuando iba a firmarse, se deshizo el negocio, no ciertamente por culpa de D. Clau·? dio, que a la hora de aprontar el dinero se encontró solo: Vengamos ahora a su periódico por antonomasia, al que más directamente representaba sus ideas y más en grande se llevaba su dinero, a El Universo. Lo dicho an­ teriormente de la política del Sr. Marqués encaja como en propio marco en su periódico; era la manifestación más visible de aquélla, y el terrero donde más impunemente se podía disparar. El nombre de D. Claudio imponía respe­ to; el periódico se ofrecía sin ese escudo. Nació El Universo cuando las luchas dinásticas sangra­ ban y la disparidad de criterio hervía; por los rescoldos que duran podemos sacar la llama de entonces: la expe­ riencia, y sobre todo las voces de ¡alto el fuego! venidas de Roma, han amortiguado, no matado el hervor. Había periódicos católicos en España y batalladores, no sólo contra los izquierdistas, sino contra los que enfo­ caban diversamente el problema religioso, que ellos veían sustancialmente trabado con d político: los dos partidos, integrista y carlista, cada cual opinaban que la salvadón de la fe y del orden pendía dd triunfo exdusivo de sus ideales; entre sí se miraban de reojo, a los de fuera los calificaban de sospechosos y de ahí para abajo. Había muchos otros convencidos de la necesidad práctica de ad­ mitir el régimen, y a éstos les aguardaba, dentro de su manera de pensar, y respecto a la prensa, o no leer pe­ riódicos o suscribirse a algunos de los liberales conserva­ dores, que ciertamente rozaban con asaz frecuencia los de­ rechos de la Iglesia, como los rozaban y atropellaban las banderías políticas, cuyos órganos eran. Era de necesidad un periódico para los católicos distan­ ciados de t)on Carlos y de Nocedal, y aun para los aban18

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derados con estos caudillos, cuando menos, que lo pudie­ ran leer sin que se les sublevaran los nervios. Se dieron vueltas a la idea; en 1898 el Primado propuso una derrama de acciones a las diócesis, según su capacidad económica; los fondos allegados no bastaban, si se había de empren­ der cosa capaz de competir con los enemigos. El Congreso Católico de Burgos aprobó el plan de un periódico inspirado en la caridad, independiente de todo partido, en el que de ordinario la información predomina­ ra sobre las cuestiones doctrinales; su inspección y direc­ ción orientadora se confiaría a un Consejo Supremo, com­ puesto de un Cardenal, un Arzobispo y el Prelado de Ma­ drid. Entonces nació E l Movimiento Católicof obra del Ilustrísimo P. Cámara y del célebre catedrático de la Central Orti y Lara, cuyo nombre sonó desapaciblemente en algu­ nos oídos por su cambio político. La redacción fué esco­ gida; pero nació anémico (30.000 duros de capital), y an­ tes de un año se previo la muerte a plazo corto. Por junio de 1902 se reunieron en Madrid 20 Prelados; D. Claudio les dió un banquete en el palacio episcopal, y de sobremesa la conversación se enderezó a la recantada necesidad de un periódico católico no político. Entonces el limo. Cámara propuso que en vez de fundarse uno nuevo, se remozase E l Movimiento... y buenamente enderezó a Comillas los ojos y la insinuación; Comillas recibió la car­ ga como recibía cualquier indicación de las autoridades: dispuesto a llevarla mientras no viniera contraorden; ésa no vino, y la carga enorme, moral y económica, la sostu­ vieron sus hombros hasta morir. Una condición reclamó allí mismo: que el periódico fuese órgano de la Junta Central de Acción Católica... y los Prelados lo mirasen como suyo, para enderezarlo sí

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torciese, para tribuna leal e independiente donde resonase su voz sin las trabas o compromisos de otras, levantadas en campos políticos. El Movimiento cambió de nombre, y salió El Universo. Quedó, pues, quisiéralo o no, D. Gaudio constituido por imposición de los Prelados (para su obediencia, la in­ sinuación era mandato) editor responsable del periódico : gustárale o no el rumbo, no podía cambiarlo, y principal­ mente, había de sostener su vida, costara lo que costara. Comencemos por este capítulo. Al encargarse de El Universo la Junta, o sea el Marqués, lo tomaba ruinoso: y en 1902 se les pasó a los Sres. Obispos una circular, so­ licitando la cuota de 100 pesetas anuales por diócesis; pri­ mer desencanto; aparte del rasgo espléndido del limo. Cos y Macho, que dió 10.000 pesetas por la diócesis de Madrid y otras 10.000 por la de Valladolid, para la que estaba proveído, unos pocos contribuyeron con las 100 pesetas; otros ofrecieron recomendaciones; otros, consejos. Y no porque mirasen con malos ojos el periódico, sino poi que las circunstancias no permitían más: estaba en k> cierto el de Orihuela: “ Tengo la convicción, Sr. Marqués, de que mientras los católicos españoles estemos divididos, como desgraciadamente estamos, ningún periódico católi­ co desligado de intereses de partido puede prosperar entre nosotros. No debiera ser así, pero así es, por desgracia. Los católicos afiliados al partido carlista, al integrista, a los partidos liberales, por necesidad han de mirar con pre­ vención al periódico católico independiente, y serle más o menos abiertamente hostiles...” Y el de Huesca argüía en terreno más firme aún: “ Nos hallamos con tres perió­ dicos de cuyo catolicismo no podemos dudar sin hacerles agravio. Es más: representan tres partidos o aspiraciones dentro del dogma católico. ¿Pueden unirse los tres en el

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terreno político católico? Lo conceptúo imposible, y no será poco si se mantienen en santa paz. E ste es el caso real de España. ¿Conviene que el Episcopado preste su apoyo i uno de los tres periódicos, enajenándose las simpatías le los otros dos, haciendo ver que no le merece igual apre:io la defensa religiosa de los otros dos? E sta es la cues:ión. Si yo he de dar mi opinión, me declararía por la ne­ gativa” . Cierto que el Espiscopado debe estar por encima de las liíerencias que no tocan al depósito de las doctrinas de la glesia. Pero un ánimo menos dócil que el del Marqués, juizás hubiera argüido que tales consideraciones debieron lacerse antes de endosarle la carga con el carácter de ór­ gano del Episcopado. H abía, pues, que prescindir de ayudas ajenas (algunos lonativos hubo siempre), y procurar viviese E l Universo ron vida propia: y D. Claudio lo procuró con su empeño ncreíble en hombre tan distraído en mil asuntos. Al leer u correspondencia, no parece sino que era director efecivo: ya propone se busquen plumas autorizadas en maerias científicas y corresponsales literarios en las dúda­ les im portantes; ya pregunta qué medios de propaganda ;e emplean y sugiere otros; ya se informa de las altas y >ajas en las suscripciones. En Santander se fija en qué juioscos se puede colocar; en Francia (Salies de Beam), iota que se redbe prensa española y busca personalmente cuestos de venta para la suya. Sobre la publicación de ar:ículos y campañas que conviniera iniciar o apoyar, hay nontones de cartas, remesas de recortes españoles y ex-

ranjeros, pastorales de Obispos, etc. M as el periódico estaba condenado irrevocablemente, >or su mismo germen, a languidecer, a vivir de inyeccio­ nes; y eso lo sabía D. Claudio de sobra, puesto que a su

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costa se daban. Recibido con hostilidad en todos los cam­ pos, ¿cómo iba a florecer? Descartados los carlistas, integristas, conservadores políticos, ya lo decía el Sr. Obispo de Orihuela, ¿qué público católico le quedaba? El clero: y ni éste, porque no es secreto que la mayor parte seguía a Don Carlos o a Nocedal. Para remate, las instrucciones que dió el Marqués al director, y fueron la norma de conducta, excluían el ali­ ciente de la polémica que atrae corros: “ Apoyo desintere­ sado al principió de autoridad. No ofender ni levemente a nadie” ; en lo que se incluía no repeler agriamente los ataques. Porque ataques los hubo bien agrios: el fatídico calificativo liberal se lo colgaron infinitas veces, hasta que la autoridad eclesiástica puso freno. D. Claudio ni se cansó ni cambió de rumbo; sin protes­ ta, como quien paga una deuda, cada año entregaba las ioo.ooo pesetas del déficit (alguna vez llegaron a 200.000); era deuda de honor, de sumisión a los Obispos. Le pidie­ ron un periódico donde pudieran hablar sin comprometer entre las zarzas de la política su autoridad: D. Claudio se lo proporcionó, y triste, pero resuelto, empleó millones en mantenerlo, por si algún día quisieran aprovecharlo. Personalmente para nada le servía: las grandes empre­ sas suelen tener un periódico propio o mano poderosa en los ajenos para la defensa de sus intereses. I-as empresas de D. Claudio eran las únicas justas y patrióticas exclui­ das de El Universo, por mandato imperioso del Sr. Mar­ qués, que siempre lo consideró propiedad de la Junta Cen­ tral de Acción Católica v del Episcopado. Siempre, menos a la hora de pagar. Quienes preguntan admirados el por qué de El Univer­ so, ya tienen la respuesta: porque fué carga de los señores Obispos, y D. Claudio, mientras no se la levantaran, no la dejaba caer.

CAPÍTULO XIV PEREGRINACION O B R E R A A ROM A D E 1894

Decretóla la Asamblea de Valencia de 1893, y don Claudio la tomó a su cargo por insinuación del Arzo­ bispo Sr. Sancha. Logró un éxito tan rotundo que ni an­ tes ni después ha visto Roma cosa semejante. Verda­ deramente fué espléndida la primera aparición en el campo internacional de la acción social española. Un año entero llevó su organización; la propaganda por los periódicos la encargó D. Claudio a su amigo el comillano D. Gonzalo Trasierra; el P. Vicente dirigió la campaña de conferencias, que se dieron en casi todas las poblaciones de España, principalmente en los Círcu­ los y Patronatos. En las diócesis se constituyeron jun­ tas, primero de fondos y luego de reclutamiento y em­ barques : y fué tal el ardimiento, que el gobierno ita­ liano llegó a asustarse y temer una Cruzada por el Papa, y mandó notas diplomáticas, que contestó dig­ namente Cánovas del Castillo. Ejemplos hubo de abnegación sublime, que al saberlos León X lir quedó admirado de la fe española; allá fué un sacerdote ciego, y fué un viejo de 84 años que murió en Roma, asistido por los médicos del Papa, y fué una pobre lavandera, que entregó al Papa en una cajita 25 duros,

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\ los ahorips de media vida. Dicen que León XIII besó con­ movido 1$ limosna. De ordinario no se daban billetes gratis; un pequeño sacrificio halagaba y dignificaba al obrero y levantaba de punto ef valor moral y cristiano de la peregrinación; pero tan corto era, que sin dificultad en pocos meses podían juntarlo. El precio, comercialmente, resultaba irrisorio. Los gastos todos desde cualquier estación de los ferrocarriles españoles a los puertos de embarque, la travesía por mar y cuatro días en Roma, eran, en primera, 320 pesetas, 212 en segunda y 100 en tercera. Acaso se meta más por los ojos la baratura con este dato: los que deseasen comer por su cuenta a bordo, abo­ narían sólo 95 pesetas, o sea, que en las cinco res­ tantes hasta 100 se tasaba la manutención de cuatro días de ida y cuatro de vuelta. Y aún de ese precio hubo rebajas; a algunos sólo se cobraron por todo el via­ je cinco pesetas. Para estas excepciones ayudaron los socorros 3’ cuo­ tas de los Círculos, que rifaban pasajes entre sus so­ cios ; pero la rebaja general, la diferencia enorme entre el gasto y el coste de todos, cargó a cuenta de D. Clau­ dio. El secretario Gayangos, que pudiera llamarse el San­ cho de estas aventuras, significó gráficamente !o que a los ojos que no miraran muy arriba parecía el gasto enor­ me. Al zarpar de Barcelona el Mnntczideo, con los Mar­ queses a bordo, la curiosidad y el entusiasmo de las des­ pedidas llevó sobre cubierta a todo el pasaje; D. Javier Gil y Becerril baja un momento al camarote, y encuentra allí sentado, triste y meditabundo, al secretario. — Pero, hombre, ¿qué le pasa? ¿Por qué no sale a ver la despedida? ¿En qué está pensando?

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— ¿En qué estoy pensando? Pues que éstsy deja en mantillas a todas las pasadas. j El puerto de partida fue Valencia, adonde desde Barcelona llevaron peregrinos el Montevideo y/el España. Conocidas son de cuantos por aquellos tiempos leían periódicos las escenas verdaderamente salvajes con que en la capHal levantina despidieron a los peregrinos. Reinaban allí Azzati y Blasco Ibáñez, y las turbas republicanas, que en toda España habían trabajado para estorbar la peregrinación, en Valencia se desboca­ ron. azuzadas por las logias, consentidas por la cobardía de las autoridades, que para evitar a Valencia un día de luto (frase de un ministro al defender al goberna­ dor de Valencia en el Congreso) consintieron pedradas y tiros contra obreros y obispos. Al enfilar la barra el Montevideo, desde lejos oíase la gritería en los alrededores del puerto: — Son vítores a los peregrinos — pensaron; mas pronto los gemelos enfocados a la multitud les dijeron que los que pare­ cían vivas era mueras, y lo que imaginaron aplausos, pedradas y gestos amenazadores. D. Claudio desde el puente vió la algarada. Rodeado de un grupo que pa­ recía escapado del presidio de San Miguel, avanzaba penosamente un Sr. Obispo. Ante aquel espectáculo sublevóse su ordinaria mesu­ ra: manda arriar un bote, y con solos cuatro marineros avanza al muelle, recoge al prelado y ordena virar al Montevideo. El quedóse en tierra. Sin temor a los desmanes más que posibles, se fue a Valencia a protestar y pedir remedio contra la barba­ rie y la tolerancia oficial. De la ciudad volvió acompa­ ñando al Arzobispo Sr. Sancha, y con ellos se metió en

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el coche el Gobernador, y tal fué la avilantez de la chusma^ que gritando y vociferando rodeó el carruaje; y mohíno el Gobernador empezó a repartir palos has­ ta romper el bastón, símbolo en sus manos de la debili­ dad escarnecida y rabiosa. Ni Sancha ni D. Claudio pa­ saron a bordo mientras quedó en tierra un peregrino. El Montevideo zarpó al día siguiente del Beüver, Bal­ domcro Iglesias y Buenos Aires. La travesía fué dura por el temporal, máxime para los que por vez primera veían el mar y sentían su po­ deroso empuje. La piedad de los peregrinos se mantu­ vo en crecimiento, con la misa a bordo, cuando el vai­ vén lo toleraba, el rosario y cánticos piadosos con que entretenían las horas muertas del horizonte monóto­ no. En el Montevideo se celebró brillante fiesta eucarística el día 13 de abril. El salón de descanso se trans­ formó en capilla; sobre un rico altar se expuso el San­ tísimo, al que daban vela dos sacerdotes, dos señoras, dos obreros y dos marineros con traje de gala. A las cinco de la tarde hubo un espectáculo que pocas veces había visto el Mediterráneo. Bajo un palio formado por la bandera de la Trasat­ lántica y sostenido por remos que llevaban marinos de gala (se conserva en la Capilla-panteón de los Mar­ queses), el Santísimo recorrió la cubierta del buque, es­ coltado por los estandartes de las diócesis peregrinas,, mientras las salvas de cañón y el estampido de los co­ hetes se mezclaban con los cánticos litúrgicos y el him­ no de la peregrinación, cuya vibrante letra escribió Verdaguer. El día 15, antes de la misa y comunión, Rosario de la Aurora. Al acabarlo, ya estaba Civita Vecchia a la vis­

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ta. Al final del almuerzo, el Arzobispo Sr. Sancha brindó por el Marqués y éste por el Arzobispo, á quien galantemente atribuyó la fusión cristiana entre/obreros y patronos, de la que tan gallarda muestra tedian pre­ sente. El Sr. Sancha acabó así su brindis: “ tra b ajo y utilidad para todos: gloria para sólo Dios” . Y D. Clau­ dio el suyo: ‘‘ Sacrificio y trabajo para mí, provecho y gloria para los demás” . * * * Contra lo que podía recelarse, el desembarco y trans­ porte a Roma fue, de parte de los italianos, cortés: y digo que había recelos en contra, porque el gobierno de Humberto debió de imaginarse iban los obreros espa­ ñoles en son de conquista; un nuevo saco de Roma por motivos contrarios. Así es que se les prohibió usar dis­ tintivos, ir formados y entonar cánticos por las calles, y se aumentó con tres batallones la guarnición de la ciudad eterna. Sin embargo, aun yendo de incógnito, los obreros españoles fueron los más y los mejor orga­ nizados. Unos 1.500 coches repartieron por los aloja­ mientos al primer grupo. D. Claudio había tomado la dirección personal de los peregrinos. En las instruccio­ nes generales que les entregaban se decía: “ En todo caso, si lo necesitan, podrán solicitar el amparo del Prelado y de la Junta diocesana, o del Delegado Gene­ ral de la Peregrinación, Marqués de Comillas” . Esto en España. Si la necesidad ocurriera en el extranjero, la so­ licitud de protección se dirigiría sólo al Marqués. En Roma, él y su esposa recorrieron los albergues y hospederías, para que nada faltase, para que en todo se guardara el orden, pues en ello iba comprometido el honor de la peregrinación, del catolicismo español.

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La solemne beatificación de los apóstoles de Anda­ lucía P. Maestro Avila y Fr. Diego de Cádiz, que de propósito retrasó León XIII, fue la primera ocasión de ver al Papa: el entusiamo, los vivas, las lágrimas de aquellos 18.000 hombres, que por ser del pueblo sentían más hondo y expresaban más alto su sentir, conmovió al Padre Santo, a quien se le humedecían los ojos, mientras paseaba en la silla gestatoria sobre el mar de cabezas congestionadas por el ardimiento. Si la mole estupenda de San Pedro siempre encoge y eleva el áni­ mo; si las solemnidades de la capilla papal siempre conmueven, ¿qué no pasaría en aquellos corazones re­ cios y sencillos, que no habían visto sino las humildes iglesias de sus pueblos, en aquella fe profunda, en la veneración al Vicario de Cristo, de quien les hablaron como de un semidiós? Y más, siendo el “ Papa de los •obreros” , y en una fiesta tan española. El día 17 celebró León XIII la misa a los peregrinos; después desfilaron ante él las Comisiones, que le iba presentando el Cardenal de Sevilla, y el Papa tuvo la atención de buscar a los Marqueses, que según su esti­ lo andaban muy en segunda línea, y colocarlos a su de­ recha durante el desfile. El Excmo. Sr. Sanz y Forés pronunció un discursito como él sabía hacerlo. La con­ testación del Papa a toda la España católica allí re­ presentada, ante aquella manifestación de amor y ve­ neración a la Cátedra de San Pedro, la más importan­ te de cuantas atrajo a Roma el Jubileo Sacerdotal de León XITT (ambos conceptos fueron suyos), puso las cau­ sas de la decadencia de España en las conmociones políti­ cas y sociales, y por consejo de despedida añadió: “ Es necesario que todos los católicos de España se persua^ dan de que el bien supremo de la religión pide y exige

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de su parte unión y concordia. Es necesario que den tregua a las pasiones políticas que los desconciertan y dividen... Les incumbe además sujetarse respetuosa­ mente a los poderes constituidos, y esto lo encarga­ mos con tanta mayor razón, cuanto que se encuentra a la cabeza de vuestra noble nación una Reina ilustre» cuya piedad y devoción a la Iglesia habéis podido ad­ m irar...” Sólo recojo estas frases, porque son la clave de la política de D. Claudio, que a muchos católicos descon­ certaba. Fue monárquico y alfonsino, porque le pare­ cía orden del Papa: prefirió siempre la concordia, trabajó por evitar rompimientos y estrechar lazos, porque en la desunión había señalado León XIII <el ger­ men de la ruina nacional. Aquel mismo día Su Santidad otorgó al Marqués la Gran Cruz de Cristo, y en privado le dió pruebas de afecto paternal que D. Claudio no olvidó nunca. Des­ de aquella fecha, el nombre del Marqués de Comillas quedó en el Vaticano como uno de los más autoriza­ dos y valiosos de la Cristiandad. Dijimos qut; iba el buen nombre del catolicismo eri que se guardase orden, en evitar pretextos por parte de los italianísimos para cualquier atropello. Y así se logró, Roma quedó edificada. Ni hubo procesiones, ni vivas, ni manifestación en las calles; dentro del Vatica­ no se desfogaron a sus anchas, y no faltó quien con los pies firmes en el terreno jurisdicional pontificio alar­ gaba el cuello fuera para gritar el comprometedor: ¡Viva el Papa Rey! Un percance amenazó turbar el sosiego: el Buenos Aires, por contratiempos del mar, llegó retrasado a Civita Vecchia, y los peregrinos que en él iban, sin duda

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por acortárseles la estancia en Roma, se alborotaron. A las nueve y media de la noche avisan al Marqués, hospedado en el hotel Roma, que en grupo levantisco venían por las calles los del Buenos Aires; oírlo y lan­ zarse a su encuentro, dispuesto a lo que fuera, como dice una crónica manuscrita, todo fué uno. El alboroto era cierto pero de puertas adentro, en el Círculo de San Pedro Apóstol. Llegó, les habló al corazón, serena, vale­ rosa y prudentemente, oyó las reclamaciones, prome­ tió atender las de justicia, y pudo volverse tranquilo de que la ofuscación de un momento había pasado. Los católicos romanos se desvivieron por agasajar a los peregrinos, y entre todos el Principe Lancelloti, que díó en su honor magnífica recepción, y en persona visitó los hospedajes y a los enfermos, y quiso acom­ pañarlos hasta Civita Vecchia. D. Claudio le invitó a comer en el Buenos Aires y le ofreció el banquete en un brindis delicado y ardoroso: “ Brindo por el Princi­ pe que ha mantenido cerradas las puertas de su palacio desde que el Padre Santo fué despojado hasta ahora, que las ha abierto para dar galante hospitalidad a la Peregrinación española... El León español, que en es­ tos momentos se siente orgulloso de verse a los pies del troño pontificio, esperando la reivindicación desde las risueñas playas de Andalucía, hasta las excelsas montañas del Cantábrico, recordará gozoso a sus herma­ nos de Roma.” Desde entonces quedó sellada la amistad entre el Príncipe y el Marqués, y ambos unieron sus fuerzas en empresas por el Pontificado.

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El viaje de vuelta, también tormentoso. El Bellver se vió en gravísimo peligro: zarpó el 27 con 470 peregri­ nos; al día siguiente, sin causa visible, se abrió una vía de agua que inundó la cala de lastre, que eran 3c» me­ tros cúbicos de arena; empezó a medio día el mal tiemx>, y a la noche se convirtió en un ciclón; con los banda­ zos del oleaje, el lastre se corre a babor, y el barco se fue de costado hasta meter la barandilla en el agua, :on lo que la élice y el timón andaba frecuentemente :m el aire; las maniobras casi imposibles, los fogoneros con el agua a la cintura, medio ciegos de los chorros de jra s a e inmundicia que de la sentina les saltaban a la cara, e xp u esto s a estrellarse contra las máquinas; más de cin cuen ta horas caminaron entre la vida y la muer­ te. G racias a la intervención divina, no hubo una ca­ tá s tro fe , dice la relación de un oficial de máquinas. Com o que la caldera se desfondó apenas habían ancla­ do en C a g lia ri (isla de Córcega). Puede suponerse la turbación de los peregrinos, todos de secano; todo era rezar, hacer votos, pedir a voces confesión; de una vez ab solvió a 40 un sacerdote. Venía allí el Sr. Obispo de L u g o , y con su paciencia y serenidad fué el consuelo de todos. Una v e z en el puerto, acudieron a la Virgen del Donaire a cantar un Te Deum; pero tan atemorizados estab an , que telegrafiaron al Sr. Marqués pidiéndole por todos los santos del cielo les facilitara el viaje por tie rra , que no querían embarcarse más. ¡Y se lo decían desde C ó rc e g a ! Los otros barcos, más grandes, sortearon el tempo­ ral sin otro percance que las molestias del mareo, lo

que a D. Claudio le proporcionó ocasión de una de aquellas finezas tan suyas. Desde el puente miraba cóm o rep a rtía n la comida y cómo la dejaban sin pro-

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bar, desganados por el mareo e inhábiles para mane­ jar la cuchara. “ Entonces todo angustiado me llamó y dijo: — Pobil, esta comida no es para esta pobre gente, ¿no tiene usted otras viandas? Pensando en lo que había en la despensa, contesté: — Abajo tenemos jamo­ nes. — Sí, sí, replicó D. Claudio; que traigan jamones. En un instante se trajeron y repartieron. Santo reme­ dio, los peregrinos comieron hasta hartarse. El Mar­ qués reía como un niño al ver el prodigioso efecto de los jamones; las pesetas que costaban, ni pensó en ellas” (De una carta del Sr. Pobil). Un tríptico valio­ so, con que lucieron sus primores el pintor Utrilla, el escultor Llimona, el fundidor Massíera y el tallista Riera fué el recuerdo que la Junta de Barcelona rega­ ló a D. Claudio. Se conserva en el palacio de Comillas. El álbum con las firmas de los suscriptores es obra del pintor Gual, del calígrafo Flos y del platero Carreras. ¡ Qué consuelo es ver al pie de los nombre de duques y marqueses los de otros que por no saber firmar encar­ garon al amigo los estampara por eílos! ¿Cuánto gastó en la peregrinación? Imposible saber­ lo : algo nos revelan las siguientes líneas de D. Leopol­ do Trenor: “ Estábamos redactando la Memoria de la Peregrinación obrera a Roma ; en ella resultaba que había abonado particularmente un saldo de cerca de millón y medio de pesetas. De una plumada tachó el párrafo y nos obligó a rehacerlo” (i). La Peregrinación obrera marcó un jalón notabilísimo en la vida del Sr. Marqués: ella, por razones que van apuntadas y otras que se dirán, señaló la orientación de sus energías, la obra social cristiana. Palpaba sus. (i)

Oro de ley, número «49, pág. 139.

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frutos en la inmensa multitud de obreros que volvían enardecidos a vivir cristianamente: allí, a los pies del Papa social, vió arrodillarse en verdadera fraternidad a títulos de Castilla con menestrales y labradores; allí se persuadió de que la fe es lo único con fuerza sufi­ ciente para resolver la crisis que ya entonces carcomía el orden y la paz. León XIII le dió el encargo de poner en este empe­ ño su fortuna y su persona: y D. Claudio la oyó como m an d ato del mismo Dios.

CAPÍTULO XV ACCION SOCIAL

Que el Marqués de Comillas fué el representante más genuino de la Acción Social Católica en España» el que más trabajó por ella y el que mejor la practicó en sus grandes empresas industriales, es juicio donde concurren los admiradores y los menos entusiasmados. Severino Aznar lo llama “ El procer que más tiempo y más dinero ha consagrado al obrero español” . Lo cual ciertamente cons­ tituye, en el orden público, en su carácter de ciudadano y de cristiano cabal, el timbre más preciado de su gloria y d fundamento más sólido y más encumbrado de la grati­ tud con que España y cada español ha de mirar su nombre. Treinta años lárgos consagró a esta empresa: tuvo dias de triunfo y horas bien amargas; lo que jamás cambió fué su tesón, su cariño, la generosidad con que en día puso su dinero y su persona. Un abultado volumen no bastaría a encerrar estos treinta años, que son la historia de la Acción Católica Social en España: de frente o de través por toda ella aparece Comillas. Un volumen, re­ pito, resultaría estrecho a lo que voy a restünir brevísimamente. Queda anotado que la orientadón hada la labor social 14

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con preferencia a la política nació del propio D. Claudio, que con ojo certero conoció el mayor peligro de los inte­ reses católicos en España y el más fructuoso campo para su actividad. León XIII al aprobarle el proyecto se lo marcó con la voluntad de Dios, y D. Claudio se entregó a cumplirla, como si Dios en persona se la intimara. ♦* * Triste es confesarlo; la organización católica entre nos­ otros vino detrás de la anticristiana. El catolicismo espa­ ñol holgaba en la pacífica posesión de su casa, no se per­ cató de que las huestes enemigas iban engrosando, y sólo se puso en guardia cuando se asaltaban los muros y se rompía la brecha. Lo propio acaeció en todas las naciones: sino que allá se nos adelantó el remedio porque también se adelantó el mal. Las revueltas y pronunciamientos durante el reinado de Isabel II habían abonado tan bien el terreno a las ideas disolventes que a los tres años de fundarse en Bar­ celona (marzo 1869) la primera sección socialista, eran las secciones 557, casi todas unidas a la internacional anar­ quista en el Congreso de Zaragoza (abril 1872): cuando Serrano disolvió a cintarazos (1874) las internacionales, sus socios pasaban de 300.000. Alarmado el P. Vicent con esos avances, qué socava­ ban la fe y honradez tradicionales en el jornalero español, trató de fundar círculos obreros que contuvieran la arre­ metida. Y esto antes que el Conde de Mun los llevara a Francia, como lección aprendida en las prisiones mili­ tares de Alemania. En 1867 estableció el P. Vicent d pri­ mer Círculo Católico; el brote quedó ahogado por la Setembrina, para revivir en 1879 con tal brío que en 1893 pudo celebrarse la Asamblea de Valencia, a la cual acudie-

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ron representantes de unas cien poblaciones donde exis­ tían círculos o patronatos. De esta asamblea arranca la acción católica social del Marqués de Comillas, a quien se nombró presidente de una de las secciones del Consejo Nacional de los Círculos Obreros, allí planeado. Tal era ya su fama no sólo de católico ferviente y procer generoso, sino de patrono modelo que en sijs empresas practicaba cuanto de bueno aspiraban a traer los Círculos. Allí también se resolvió la Peregrinación Obrera a Roma, cuya alma fue D. Claudio. Al año siguiente (1894), aprovechando el fervor, el en­ tusiasmo y la curiosidad despertada por la peregrinación, el Marqués, el Obispo de Madrid, señor Cos, y el P. Cán­ dido Sanz, Director de la Congregación de San Luis Gon­ zaga, echaron los cimientos de la “ Asociación General pára el estudio y defensa de los intereses de la clase obre­ ra’’, que había de establecer en Madrid los Círculos Ca­ tólicos y el Centro de estudios sociales. Al llamamiento de los fundadores acudieron unas seiscientas personas de lo más granado en todos los órdenes sociales, de la po­ lítica, de las artes, del foro, propietarios y estudiantes. Quienes no acudieron, salvo alguna excepción, fueron los patronos, en el sentido técnico de la palabra; o sea, jefes de explotaciones industriales radicadas en Madrid. No está demás anotarlo para que se vea el fundamento de la acusación que contra los Grculos arrojan los socialistas y algunos que no lo son: en los fundados por Comillas no hubo patronos que mantuviesen en un puño a los obreros. Se fundaron cinco: los de San José, San Pedro, Sagra­ do Corazón de Jesús, San Isidro y Nuestra Señora de Covadonga, que se llenaron de obreros. Por falta de re­ cursos se quedaron en proyecto otros cinco. Personalmente pocos más Círculos fundó D. Claudio:

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el de su pueblo, Comillas, los de los alrededores de sus fincas de Extremadura, la casa para marineros en Caldetas, y quizás algún otro. Pero suyo era en gran parte el apostolado social del P. Vicent por España. “ Con su ge­ nerosidad le facilitó medios económicos; con su influen­ cia le allanó obstáculos muy serios; con su consejo y la fir­ meza de su volutad le ofreció los necesarios puntos de apoyo” . (Severiiio Aznar). Se ha criticado agriamente al Marqués su apoyo deci­ dido, incansable a los Circuios Católicos de Obreros. Los que tal hacen parecen olvidar que cuando D. Claudio empezó su campaña social, los Círculos eran casi la úni­ ca forma de organización en el campo católico en Espa­ ña y en el mundo: casi la única, y recomendada por los Prelados y por el Papa León XIII que, además de pro­ ponerla en sus Encíclicas, dijo taxativamente a los Obis­ pos y diiectores de la Peregrinación Obrera: “ Yo de­ searía que no hubiera una ciudad, ni un pueblo, ni una parroquia sin un Círculo Católico” (i). La Sociología Católica puede decirse que no conocía entonces otra fórmula. Y en efecto, teóricamente es la más perfecta para lo­ grar la unión de ricos y pobres, para que el patrono deje de mirar al obrero como una máquina productora y el obrero al patrono como la encarnación del egoísmo bru­ tal : para fundirlos a todos en la caridad, no hay medio que así avude como reunirlos en una asociación de verdade­ ra fraternidad, donde “ viéndose y tratándose, jugando juntos, rezando juntos, ayudando los de arriba a los de abajo en sus instituciones mutualistas y de enseñanza... (i) Pastoral colectiva de los Prelados que acompañaron a los pe­ regrinos

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fueran suavizándose las asperezas, y el amor, fundado y radicado en la caridad cristiana, uniera lo que había roto y deshecho el egoísmo materialista” (i). Hermoso idilio que la realidad cruda vino a tronchar. Los patronos se cansaron de concurrir a los Círculos; en lo cual no hubiera inconveniente si, como acaeció en Ale­ mania y Holanda, y en Francia y España no, se cambiara a tiempo la dirección y organización interna, de suerte que los Círculos de solos obreros con el consiliario ecle siástico procuraran los fines morales y religiosos objeto de su fundación. No se hizo, y los Círculos fueron deca­ yendo, degenerando, hasta morir unos y convertirse otros en centros recreativos. Donde los patronos perseve­ raron o el régimen se acomodó a las circunstancias, los Círculos siguen vigorosos, como los de Burgos, Valla­ dolid y los fundados en la Corte por D. Claudio, en los cuales su vigilancia salió al paso de los riesgos. La experiencia enseñó además que los Círculos no bas­ tan. En ellos el obrero se encuentra inerme y solo para la lucha, a veces ineludible, contra la codicia sin entrañas. Las uniones profesionales socialistas formaban ejércitos capaces de'luchar y vencer; y los obreros se arrimaban a ese amparo de sus derechos y esperanzas de sus aspira­ ciones, no siempre injustas. Hubieron, pues, los sociólo­ gos católicos de pensar en la fundación de sindicatos, e hicieron muy bien. En lo que algunos se excedieron fué en despreciar los Círculos, en zaherir a sus promotores y fautores, al Marqués principalmente. Porque si el Sin­ dicato es de necesidad, necesario es también el Círculo y paralelamente han de vivir ambos: digo el Círculo o lo (i)

P. Sisinio Nevares. Circuios Católicos de Obreros. § i.

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que esencialmente se le asemeje, en orden a conseguir el objeto que en aquél se pretendía. La razón es clara: el Sindicato de suyo no atiende sino a la defensa de los intereses profesionales del obrero, ba­ sada a mucho en los principios cristianos. De la moral privada, de los deberes religiosos nada o muy poco dice el reglamento del Sindicato. Y el obrero antes que obrero es hombre y cristiano; y si le importa la vivienda higiénica y V. salario crecido y el trabajo llevadero, más le interesa vivir como Dios manda y alcanzar su último fin. Eso ca­ balmente le facilita el Círculo con sus escuelas, conferen­ cias morales, prácticas piadosas, etc., la perfección ínte­ gra en el orden intelectual, moral y espiritual. Más aún, sin el lastre religioso, los Sindicatos organizados contra los socialistas fácilmente se tuercen y se declaran neu­ tros o se van en masa al enemigo, que de todo hay ejemplos. A los Círculos — con ese u otro nombre— vuelven hoy cuantos procuran separar a los obreros católicos de los socialistas, con barreras que no se salten pronto. El cé­ lebre P. Rutten, decía en 1907 “ haber demostrado la experiencia que los Sindicatos y los Grculos de Obreros Parroquiales, entrambos igualmente necesarios, se ayu­ dan mutuamente en lugar de perjudicarse” . Guardan to­ davía recelos ciertos católicos — los recelos que el gran sociólogo dominico trata de disipar— ; pero cuesta enten­ der cómo se compagina esa displicencia con el acatamien­ to a los directores oficiales de la obra Social-Católica, que por boca del Cardenal Reig, al alabar la obra de D. Claudio mediante la Junta Central de Acción Católica y el Con­ sejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras, anota

los Círculos “ que es necesario de nuevo organizar, exten-

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der federar para la formación religiosa moral y cívicocristiéna de los obreros” (i). ' Estaba muy en lo seguro D. Claudio en patrosizar y defender los Círculos Católicos; pudiérasele zaherir si, aferrado a lo bueno antiguo, desconociera las lecciones de la experiencia y combatiera o no apoyara las nuevas formas que han prosperado en el campo social/ Pero tal error no fué suyo. Los Sindicatos, siempre que se basaran en la doctrina de la Iglesia, los reputaba lícitos y buenos, y creía deber de todo patrono favorecer­ los. El derecho a la huelga, cuando no hay otro remedio de repeler injusticias, lo admitía de buen grado, aunque de­ seaba y procuraba evitarlas, porque la más justa y equi­ librada trae consigo ahondar el foso entre patronos y obreros: su aspiración era el arreglo legal y amistoso. Lo que ahora se busca con los Comités paritarios lo in­ tentó él en 1894, al planear las organizaciones patronales, no en son de hueste amenazadora'ni aun bloque defensivo; sino- de representación para entenderse’ a buenas con los obreros. Reglamentos para formar Sindicatos los presentó él antes que nadie del campo católico al Gobierno: ai todas las empresas los estableció o miró con buenos ojos se es­ tablecieran: y les dejaba absoluta libertad de gobierno in­ terior, autonomía completa: si estaba al lado era únicarfietíte para suplir con su influjo, con su bolsillo las defi­ ciencias morales y económicas que suelen acompañar las iniciativas de los trabajadores. Era el hermano rico que ayuda al hermano pobre, pero sin meterse a gobernarle la casa. En el archivo de El Universo hay pruebas infinitas del (1)

Principios y Rases ée Organización é* la Acción Católica EspoÜota,

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cariño con que miraba a los Sindicatos íntegramente ca­ tólicos, cartas, telegramas y notas: “ Leo eíi La jfpoca protesta ferroviarios del Sindicato Católico, que Cffiho no debe dejar de publicar Universo, comentándolo íiivorablemente” . — *‘Para que lo comente Universo le remito el manifiesto del Sindicato de Mineros Españoles, Comité de Moreda” . — “ Don Claudio me encarga decir a usted que cret sería bueno se hiciera un artículo mañana sobre las agresiones a nuestros propagandistas. Opina que podía recordarse que hace pocos días fué preciso tratar de las agresiones de que habían sido objeto los Sindicatos Mi­ neros de Asturias por parte de los socialistas, y qiie ahora ocurre esto en el pueblo de Rioscuro, resultando heridos dos propagandistas católicos” . Cuando asesinaron a Ma­ dera, Presidente del Sindicato, miró la desgracia como acaecida en servicio propio: la viuda siguió cobrando el sueldo cabal del difunto, y a dos hijos los puso de pen­ sionistas en un colegio de Gijón. La defensa de Vicente Madera, por ser defensa de un honrado minero y répli^ a las doctrinas sindicalistas, que miran la pistola como iso suyo exclusivo, trató de imprimirla y repartirla lar­ gamente: he visto su consulta sobre lo que costarían 2.000 ejemplares. * * * El programa católico-social de D. Claudio era tan claro, de orientación tan recta, de tan amplia extensión y sólidas bases, que podemos llamarlo verdaderamente pro­ grama oficial de la Sociología Católica Española, como que no es otro el aprobado por el Congreso Social de San­ tiago en 1902: lo redactó D. Claudio a modo de ponencia, y la asamblea se lo hizo propio sin modificarlo. Es lástima no quepan aquí enteras las conclusiones:

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©escanso en los días festivos obligatorio: defensa de los derechos religiosos del obrero; campaña de obras pú­ blicas que cortaran la sangría de la emigración y fomen­ taran la riqueza nacional; casas baratas e higiénicas; es­ tímulo a la industria y agricultura, eximiendo de impues­ tos a Pósitos y establecimientos de crédito popular : ca­ jas postales de ahorro; facilidades en el pago de las con­ tribuciones para los propietarios modestos; subida máxi­ ma del salario y participación de los beneficios a obreros y.empleados, cuanto Jo consintiera el negocio; trabazón entre los diversos órganos de la acción social y creación de otros nuevos, conforme lo exijan las circunstancias lo­ cales : y en todo ello no para imponer límites a la justa au­ tonomía, sino para encauzar y guiar por la mano de la Iglesia, de los párrocos, bien preparados en las clases de sociología, que convendrá establecer en los Seminarios. “ Muchos creen — escribe Max Turman— que el con­ de de Mun y sus amigos no han hecho más que organizar Círculos. Eso no es sino la apariencia engañosa. Han he­ cho más, y ese algo más, que no se ve, es k) que directa o indirectamente ha ocasionado o determinado la evolución social de los católicos franceses” (i). Pues con tanto o más derecho se puede decir lo mismo de la obra de D. Claudio: a los Círculos llamó Severino Aznar “ siembras épicas de las obras que ahora se están consolidando o difundiendo” (2). Así es: en el campo que él roturó sembraron muchos; los Círculos tan desestima­ dos por algunos, han sido la mejor escuela donde propa­ gandistas y obreros se adiestraron para abrir nuevos rum(1) El Desenvolvimiento del Catolicismo Social. Parte i.\ cap. L (2) Renovación Social, julio, ai, igas.

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bos, v ser base sólida de los Sindicatos legítimos, ajuma­ dos a la norma de la Iglesia. ¿ Pero acaso sea más honda otra labor suya. El Centro de Defensa Social era un Centro de estudios sociales prácticos, en que se meditaban despacio las mejoras po­ sibles del obrero, las posibles inmediatamente, porque al Marqués no agradaban los proyectos a plazo largo. En ese Ceníro concurrían personas de gran relieve en la polí­ tica, ■>Ics Sres. Dato, Sánchez de Toca, Rodríguez San Pedro, A zcárraga, ligarte. Marqueses de Pidal, de Lema, de Agilitar de Campóo, Conde de Torreánaz, etc.: y lo que en los salones de la calle del Duque de Osuna se dis­ curría. después se urgía en las esferas del gobierno. De allí salió, entre otros, el folleto de julio de 1899, donde se exponían los proyectos de ley sobre el descanso de los días festivos, trabajo de la mujer, trabajo de los niños, jura­ dos mixtos de obreros y patronos, Accidentes del Traba­ jo. Crédito Agrícola, Auxilio a las industrias nacionales modestas. Préstamos a interés, Obras públicas, Sindica­ tos Obreros. Inválidos de la guerra. E n el de 1901 se aña­ dían los de Reform a del Impuesto de Consumos en Ma­ drid y la Caja Postal de Ahorros; o sea, casi todo lo des­ pués legislado, y algo más que hubiera convenido legislar. Nótese que la fecha del primer folleto es 1899, Y las primeras leyes sociales promulgadas en España, las de Accidentes del Trabajo y Trabajo de mujeres y niños, son­ de enero y marzo de 1900, todas rubricadas por D. Eduar-’ do Dato, Ministro de la Gobernación: las del Descansó dominical — no festivo, como proponía D. Claudio— , en 1905: la de Sindicatos Agrícolas en 1906, las de Concilia­ ción y Arbitraje y Tribunales Industriales, en 1908. Instituido después por el Gobierno el Instituto de Re­ formas Sociales, fué imposible competir con él, dados los

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grandes elementos personales y pecuniarios de que dispo­ nía; pero en él han colaborado con gran acierto y constan­ cia algunos de los que acompañaron al Marqués de Co­ millas en las tareas de la Asociación general. Siguiendo el ejemplo de Madrid, otras muchas dióce­ sis con sus Prelados al frente, fueron estableciendo Pa­ tronatos, Mutualidades y Círculos. Trasladado a Madrid en el año 1896 el Consejo Nacio­ nal de las Corporaciones católico-obreras, el Marqués de Comillas extendió a éste su patrocinio, actuó en él direc­ tamente y le proveyó de los recursos necesarios. Las prin­ cipales campañas de ese Consejo fueron: la Asamblea so­ bre Crédito popular celebrada en Madrid en 1903, las grandiosas Asambleas regionales de Valencia (1905), Pa­ tencia (1906) y Granada (1907); el reparto de 15.000 fo­ lletos de “ Crédito popular” , de 96 páginas (Madrid, 19P4) y de 20.000 “ Manuales del propagandista” , de 128 pági­ nas (Madrid, 1907), ambos opúsculos gratuitos; y la pu­ blicación del Boletín Mensual, desde 1899 a 1909. Des­ pués ha protegido La Pos Social en su segunda época, y últimamente el Eco del Pueblo. El resultado de tantos esfuerzos fué bastante satisfacto­ rio, puesto que las 175 obras que existían en 1894, llega­ ron a 264 en la estadística que se publicó en el año 1900. y a 622 en la que se imprimió en 1907, y en el mapa de obras sociales relacionadas con ios obreros, que se envió a la Exposición de Zaragoza en 1908. se elevaron a 902. El Marqués de Comillas dió en esto una prueba más de sumisión a los Prelados, pudiendo asegurarse que no hizo nada sin la venia del Episcopado. Tan a pechos tomó el cargo de Vocal y con tanto cariño miraba la obra, que no dejó de asistir ningún jueves, como no fuera por enfer­ medad o ausencia, a las reuniones que indefectiblemente

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se celebraban en el domicilio social de la calle del Duque de Osuna. Y como las Juntas a veces se prolongaban más de lo que su debilidad sufría, se llevaba un termo, y en la mesa de un escribiente tomaba un vaso de café con leche. Otro de los asuntos que preocuparon la atención del Marqués fueron las casas baratas. El particularmente construyó algunas a i sus terrenos de Sans (Barcelona) y en Comillas (Santander), y consiguió que las empresas en que tuvo autoridad las construyeran en crecido núme­ ro. En sus conversaciones familiares encarecía la necesi­ dad de proveer de viviendas higiénicas y baratas a los obreros, para hacerles agradable la vida de familia y evi­ tar la inmoralidad que acarrea la promiscuidad de sexos en las mismas habitaciones. Cierto día averiguó que existía en Madrid una antigua Sociedad titulada la Constructora Benéfica, que aunque de muy honrosa historia, andaba decaída, y concibió la idea de robustecerla. Efectivamente; ingresó en ella con algunos amigos y tuvo la suerte de que en sus manos re­ viviera y se desarrollara notablemente. Esta Sociedad, que había construido solamente 99 viviendas en 33 años (des­ de 1875 hasta 1908) en los 17 siguientes ha logrado cons­ truir noventa y siete, a pesar del enorme encarecimiento de las obras y del terreno en este período. Para terminar lo referente a las obras sociales en que intervino el Marqués, se debe recordar que a él se debe la fundación del Banco Popular de León XIII. Tratábase en una de aquellas reuniones que se celebraban todos los jueves, año tras año, en la calle del Duque de Osuna, de conmemorar el XXV aniversario de la coronación del in­ mortal Pontífice León XIII; quién proponía que se cele­ brara una solemne velada, quién que se labrase una artís­ tica lápida para indeleble recuerdo; el Marqués de Comí-

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lias indicó que lo mejor sería, para perpetuar la memoria del “ Papa de los obreros” , fundar un banco que llevara su nombre y que aliviase la situación de los agricultores y obreros agobiados por la voraz usura, y así quedó acor­ dado, empezándose entonces (año 1902) a trazar sus Es­ tatutos y a promover la fundación de los Sindicatos y Ca­ jas rurales que habían de mediar entre d Banco y los que necesitaran acudir al crédito. El i.° de diciembre de 1904 se firmó la escritura fun­ dacional en la que se nombró al Marqués Vocal de la Junta de Administración por no querer aceptar otro cargo de más categoría, y desde aquel día no dejó de asistir nunca a las Juntas semanales. El Banco ha llevado una vida completamente próspe ra, dedicado a prestar cantidades de consideración a los Sindicatos Agrícola-católicos, a sus Federaciones y a la Confederación Nacional Católico-agraria para las nece­ sidades del cultivo y la parcelación de grandes fincas entre los asociados. Ordinariamente tiene invertidos en présta­ mos tres millones de pesetas.

CAPITULO XVI EL P A T R O N O M ODELO

En 1894 escribía el entonces arzobispo de Valladolid y después Cardenal Cascajares: “ Si el ilustre Marqués de Comillas, modelo de capitalista católico, tuviera entre los patronos muchos imitadores, habríamos andado casi todo el camino en el arreglo del problema social.” Este elogio ariferior a la campaña pública de D. Claudio, anterior a sus teorías y proyectos sociales, se ha repetido infinitas ve­ ces aun por los que menospreciaban y aun combatían sus métodos, cuya ineficacia veían o se imaginaban ver cabal­ mente en que D. Claudio discurría y planeaba en el supues to de que todos ios patronos eran como él en amar al obre­ ro, en procurarle sinceramente el bien, sin miras directas ni indirectas al interés propio. Lo que mereció este dictado de patrono modelo, no fué tanto su ideario ni su espíriu organizador como la prácti­ ca de la caridad organizada, el hacer. más que el planear, el buscar por todos los medios a su alcance, el bien de sus obreros, “ el trato más cristiano dado a la clase trabajado­ ra; los socorros generosos incesantes a las organizacio­ nes católicas...” (Discurso del Excmo. Nuncio, Tedeschini, en la colación de grados en la Universidad de Comi­ llas, i.* octubre 1921). Su práctica iba muy por delante

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de su teoría; porqué en ésta, por ser para todos, predomi­ naba la justicia; y eso era muy menguado para la caridad del Sr. Marqués. * * *

En las minas empezaba por asegurar el trabajo. Es norma inveterada en el coto minero de Aller no despedir a naclie, sea cual fuere la crisis que atraviese la industria; seguridad apreciada principalmente cuando los de otras compañías se ven forzados a buscar nuevas tierras y nue­ vo oficio, con los trastornos familiares consiguientes; el jornal señalado es siempre superior al ordinario en minas análogas; por inútil o viejo a ninguno se quita el salario, y desde mucho antes que el Estado impusiera los retiros obligatorios él los había implantado por medio de la Caja de Pensiones. Organizado formalmente el seguro del retiro obrero, por el Instituto Nacional de Previsión, el Sr. Marqués de Comillas inscribió en él a todos los obreros de las minas que quisieran hacerlo muchos meses antes de que la ins­ cripción fuera forzosa. Las bases del Gobierno compren­ dían solamente en el seguro a los obreros mayores de 16 años y menores de 45, y fijaban la edad del retiro a los 65 años. Pues bien, el Marqués mandó inscribir no so­ lamente a éstos, sino a todos los mayores de 45 años y menores de 60 y fijó la edad del retiro a los 60, es decir, la adelantó cinco años. I-as personas competentes en materias de seguras entenderán el aumento que esto supondría en las primas que habían de satisfacerse. El re­ sultado fué que en los doce meses del primer año (1919) la Hullera Española pagó por seguro cerca de medio mi­ llón de pesetas. Por cierto que quedó un buen número de obreros que.

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por virtud de la nefasta influencia socialista, se negaron a inscribirse y sólo accedieron a entrar en el seguro cuando el Estado lo impuso como obligatorio, y entonces entra­ ron en las condiciones ordinarias de la ley y no en las excelentes y privilegiadas que generosamente les brindara su ilustre patrono. En el coto minero se da a los obreros y empleados ha­ bitación higiénica por precios irrisorios. Los cuarteles son 33, con 465 viviendas. Las de cuatro habitaciones rentan 7.50 pesetas al mes y 18 las de seis. Hay además 51 casa> unifamillares. También se facilita a los obreros la construcción de su casa propia, adelantándoles el dinero sin interés alguno. En todo el coto minero no trabaja ni una sola mujer. Las minas de Aller pueden poner sus grupos escolares a lado de los mejores. Aún dando de barato el valor de los planos, acarreo de materiales y demás ayudas que el per­ sonal y maquinaria de las minas facilitó, han costado 1.392.279 pesetas. Son seis grupos dobles, distribuidos en los centros de población: Bustiello, Ujo y Caborana, don­ de además hay escuela dominical. La enseñanza de niños está a cargo de los Hermanos de la Doctrina Cristiana y la de las niñas al cíe las Dominicas Terciarias. El soste­ nimiento de las esc id a s costó el año mil novecientos vein­ ticuatro 156.340 pesetas, incluidas las gratificaciones a maestros particulares o del Estado que admiten niños de ios mineros donde no hay suficiente población para los grupos. El analfabetismo no existe en el coto. Además de la educación primaria para los niños, hay clases de dibujo y música, y para las niñas, escuela del ho­ gar, magníficamente montada en todos los grupos. Para formarlos en la piedad hállase constituida la Con­ gregación de Santa Tmelda para las niñas y la academia

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Mariana para los niños, en las que se recogen los frutos más escogidos. La empresa sostiene a seis capellanes para atender espiritualmente a los obreros y ha construido tres iglesias magníficas y ayudado a reparar otras parroquiales en­ clavadas en el coto. Contando sólo lo que no es obligatorio, entre jubilacio­ nes y pensiones gasta la Hullera Española 277.0c» pese­ tas cada año, fuera asimismo de cerca de 100.000 con que subvenciona a la Caja de Socorros para subsanar el dé­ ficit anual y otras 70.000 que añade como bonificación a la Caja de Ahorros. El economato, de enorme importancia y cuya venta anual se cuenta por millones de pesetas, tiene vida propia, pero el local se lo cede gratis la Hullera y lo mismo los mataderos y la panadería con su maquinaria. Se explica perfectamente el contento de los obreros; allí hay paz, hay caridad, hay gracia de Dios. Sin preten­ der que aquello sea un paraíso o una reducción del Para­ guay, puede asegurarse que pocos centros industríales se le pueden parangonar. Respeto público a Dios, asistencia a misa, frecuencia de sacramentos, alegría sana, verdade­ ro bienestar. Las fiestas de Santa Bárbara se celebran con esplendor, pagadas por la Empresa, y no solía faltar a ellas el tele­ grama de D. Claudio, asociándose al regocijo de sus mi­ neros. En lo más alto del coto, una preciosa imagen de la Inmaculada bendice y ampara a obreros y patronos. ♦* * Veinte años sin huelga es caso desconocido en las gran­ des empresas industriales modernas. El coto de Aller los gozó; pero está demasiado cerca de los otros centros 15

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mineros asturianos para quedar inmune. Para los socia­ listas de los otros cotos, Aller equivalía a un dique. Intentaron socavarlo y lo consiguieron en parte. Es un episodio que costó sangre y se comentó largamente en Es­ paña. Dentro del vasto coto, eran pocos los obreros que no participan del espíritu de orden, economía y templanza que imperaba en aquellas minas; pero los enemigos de fue­ ra, sectarios que veían con envidia la prosperidad material que el personal obrero alcanzaba en aquel ambiente tan opuesto al suyo, pusieron cerco a lo que ellos denomina­ ban “el coto de Comillas” , sembraron el espíritu de indis­ ciplina industrial, introdujeron periódicos y folletos socia­ listas e inmorales y provocaron los conflictos. En esta situación, ya muy extendido el mal, en el año 1922, aquellos obreros, bien aconsejados por elementos co­ nocedores de las obras sociales católicas, fundaron la Aso­ ciación Católica de mineros de Asturias, estableciendo su centro en Moreda v constituyendo varias secciones diseminadas por el coto. Bien merecen aquellos bravos luchadores que con fre­ cuencia exponían su vida y siempre su tranquilidad por asegurar la de sus compañeros, un recuerdo cariñoso y un aplauso entusiasta. Sostuvieron sus secciones, se opu­ sieron a la invasión socialista y en buena inteligencia con sus patronos consiguieron siempre condiciones de trabajo mejores que las de empresas análogas y un salario nominal y sobre todo real superior al de sus vecinos. La empresa les reconoció personalidad, trató con ellos y en varias ocasiones pactó las condiciones de trabajo, que era la suprema aspiración, entonces, de las sociedades obreras. En 1918 el propagandista Agustín Ruiz fue allá y desm‘

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pués de modificar los Estatuto» consiguió que se federa­ sen con el Sindicato Católico de Ferroviarios Españoles^ En la actualidad son cerca de 2.000. *‘ Un grupo de con­ vencidos”, como decía el Secretario Vicente Madera. A sus gestiones se debió, antes de que se promulgara la ley de la jornada minera, que ésta fuera de siete horas en los trabajos del interior y ocho en el exterior (fines de 1919). Este año fué la famosa huelga general en Asturias. Pe­ dían los socialistas en sustitución del aumento de jornal una peseta y 25 céntimos por tonelada de mineral extraí­ do, lo que equivalía, en toda la provincia, a unos c u a t r o millones de pesetas, que habían de emplear en edificios para obras sociales, y los del Sindicato Católico pedían el 20 por 100 de aumento del jornal, que era mucho más. El Marqués lo concedió; pero Llaneza, el jefe de los socialis­ tas, que ya tenía muchos partidarios en Aller, irrumpió en el coto y Aller se convirtió en un infierno: bombas v petardos estallaban sin parar; los trenes que acarreaban víveres para los economatos, o sea para los mismos obre­ ros, caminaba entre las balas. Entonces el gobierno dió or­ denes de que se acabase con aquel movimiento revolucio­ nario y el General Burguete, Gobernador militar de As­ turias, tuvo que despejar a tiros las líneas de los ferroca­ rriles mineros. 'Para entender en la huelga enviaron al Ge­ neral Marvá, que por término de sus negociaciones pidió al Marqués autorizase el pago de los días que había dura­ do la lucha y D. Claudio no reparó en nada, y contestó: “ Concedido” . El año 1920 fué decisivo para el Sindicato Católico de Aller. Como un capataz despidiera a dos obreros, harto de verlos cortar el trabajo cuando les parecía, acudieron ambos al Centro Socialista y éste exigió la reposición de los despedidos, y ante la negativa, declararon la huelga.

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Los del Sindicato siguieron trabajando, y entonces co­ menzó la lucha. ¡Infeliz del católico que anduviera solo! En aquella huelga Camilo Madera cayó asesinado, v su hermano Vicente, el Secretario del Sindicato Católico, conserva en la garganta, como recuerdo de aquel triste episodio, ancha cicatriz. Las crisis mineras asturianas son duras y frecuentes. Durante la guerra europea, como se cortó la importación del carbón, alcanzaron las minas una prosperidad desusa­ da. con el consiguiente aumento en los jornales. Vino la paz. se restablecieron las líneas de barcos carboneros, y todo se hundió. Las compañías no podían con los jorna­ les: la Patronal de mineros asturianos bajó de golpe el 5 por 100 y los mineros se declararon en huelga, que duró tres meses. Sólo en las minas de Aller se trabajaba. Apa­ recieron por el coto partidas dispuestas a imponer el paro, pero ya los del Sindicato Católico sabían defenderse. Los católicos, olvidando agravios, reunieron 7.500 pesetas para los huelguistas, y recogieron a sus niños en su propia casa, tratándolos como de familia. Aquel telegrama antes citado del General Marvá, nos revela el generoso espíritu del Marqués de Comillas en aciagos días de las huelgas. En una de aquellas graves ocasiones envió este otro ad­ mirable telegrama: “ Director Minas Aller.— Agradezco en cuanto vale el telegrama que me dirige. Efectivamente, el acuerdo a que se refiere responde sólo al cumplimiento de los penosos, pero altos deberes que el patriotismo im­ ponía ante la amenaza de huelga general de la industria hullera, en los momentos excepcionales que atraviesa Eu­ ropa; no al temor del daño que la huelga local pudiera producir a nuestra empresa, que resueltamente había acep-

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tado, como otras veces, sin reparar en los quebrantos de intereses y pensando sólo en el bien moral de sus adictos obreros y sintiendo únicamente los sacrificios que gusto­ sos éstos se imponían con la lucha de sus ideales. Creo que ante opinión sensata, nuestra causa ha alcanzado nuevo triunfo; el de haber demostrado que aún en momentos de exaltación de lucha, sabemos encerrar nuestras justas as­ piraciones y nuestra decisión por defenderlas dentro de los límites de la caridad y del patriotismo; y confío que Dios no dejerá de recompensar el deseo de servirle que nos ha guiado al proceder así, aumentando la fecundidad creciente de la labor social católica en España.— M a r q u é s d e Co­ m il l a s . ”

Hubo un caso típico en mayo de 1912. Los obreros de­ clararon la huelga por razones que a la direción parecían fútiles: para defenderse tenía un arma sencilla, pero in­ vencible; cerrar los economatos. Pero al saber D. Claudio que la escasez asomaba en los hogares, expidió el siguien­ te telegrama: “ Enterado de que se han agotado créditos de algunos obreros y siéndome muy doloroso a pesar de los sucesos ocurridos que puedan verse privados de sus­ tentarse los que no hayan ido voluntariamente a la huelga, o los que estén arrepentidos de haberla secundado, dispon­ drá usted que se surtan géneros nuestros economatos a todos los obreros de esas minas, aunque no tengan cré­ dito, y aún a riesgo de favorecer así a los que no lo merez­ can y de que esta orden no sea debidamente agradecida ni interpretada” . Posible es que algunos de aquellos obreros la interpre­ taron como señal de impotencia para seguir luchando y consiguientemente no la agradecieran: pero la mayor par­ te vió en ella la grandeza de ánimo del Presidente de la Compañía.

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En otra ocasión fie paro involuntario, mientras las nie­ ves cerraban caminos y bocaminas, ordenó repartir seis mil pesetas diarias entre los suyos, hasta que pudo reanu­ darse la faena. 1 .a ejemplar conducta del Marqués de Comillas le ha ga­ nado el respeto y el amor de sus obreros. Aun en los mo­ mentos mas agrios de los conflictos sociales se ha pronun­ ciado siempre su nombre con verdadera veneración. Poc<^ después de su muerte, los obreros y empleados de la Seriedad Hullera Española levantaron, a sus expen­ sas. un monumento para i>erpetuar su recuerdo, junto a la magnífica iglesia románica de Bustiello. Un minero interrmnjKi su ruda tarea y, sin soltar el pico y la lámpa­ ra, ofrece un ramo de flores al Marqués; esas flores sim­ bolizan ¡;is lágrimas y oraciones que su muerte hizo bro­ tar en el coto. * * * El indujo cristiano social de D. Claudio se ve más pal­ pable todavía en otra explotación, en las minas de Orbó. de la provincia de Palencia. Encontró allí menos estorAislado el coto, de fundación reciente, salió ya mol­ dead'· >i n fermentos torcedores. Crando en r;o<) empezó la explotación de estas minas, había allí siete casas. Los obreros, avecindados en los lu­ gares cercanos, habían de caminar el que menos dos kiló­ m e t r o s para llegar al coto. Hoy viven en el pueblecito le­ vantado ]k>r la Sociedad más de doscientos vecinos; las casa'·, independientes, higiénicas, con alcantarillado y hucrtecillo se dan ix>r alquilares que oscilan entre cuatro y quince p e s e t a s , según el número de habitaciones; calles barridas, plazas arboladas, grupos escolares magníficos, clase* nocturnas, economato en el que rigen los precios de a ni es de la g u e rra - comedores y cocinas para calentar

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gratis la comida, sanatorio y farmacia, peluquería, cine, círculo recreativo, clases de música y mecánica, etc., y como centro de todo ello la capilla, en la que se reparten 500 comuniones al mes. Naturalmente no faltan las Cajas de Ahorros, de Socoros mutuos y de Seguros, etc. El Sindicato Católico Obrero funciona con absoluta autonomía de la empresa, que si en él ha intervenido ha sido para patrocinarlo, para ayudarle a levantar la casa social. * * * Lo mismo y en mayor escala acaece en la Compañía Trasatlántica. En la factoría naval de Matagorda (Cá­ diz), que es su centro industrial, hay casas para obreros, cuyas viviendas se ceden gratis a los que han servido quince años; asilo de huérfanos, escuelas de niños y ni­ ñas, escuela de maquinistas y electricistas, clases de mú­ sica, dibujo, talla y modelado; Cajas de ahorros, en tie­ rra y en los barcos, con premio para los impositores más asiduos; préstamos sin interés, participación en los aho­ rros nacidos de la buena administración de los barcos, co­ cina económica, etc. El origen de esta cocina económica fué debido a que D. Claudio, en una de sus visitas a la factoría, con aquel espíritu que le arrastraba a observarlo todo, vió que algunos comían poco, malo y frío; e inmedia­ tamente ordenó se estableciera cocina para remediar estos defectos. La iglesia que se yergue en el centro de la fac­ toría pregona el espíritu cristiano de la empresa y de sus fieles obreros. El asilo de huérfanos, abierto desde el año 1891, los admite, alimenta y educa desde los nueve años hasta los

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diez y seis. A los catorce dejan la escuela y entran en lo» talleres, y a los diez y seis empiezan a ganar jornal. En Cádiz estableció el Marqués el Círculo de Emplea­ dos y Obreros, dotado de buenas clases, a cargo de los Her­ manos de la Doctrina Cristiana, que todos los años or­ ganizan un certamen público seguido del reparto de pre­ mios; y en sus salas de recreo hallan descanso y entrete­ nimiento lionesto todos los que de la Compañía dependen. Loa obreros, tanto de mar como de tierra, aun en los momentos de las guerras coloniales en que tuvieron ser­ vicios arriesgadísimos, han dado constantemente pruebas de una gran lealtad y de absoluta subordinación, no ha­ biéndose registrado en treinta años más que dos movi­ mientos parciales de huelga. Durante muchos años, los cereros carecieron de organización, y hacia el año 1914 constituyeron en Puente Real una Sociedad para los del dique de Matagorda y en Cádiz otras cuatro para el per­ sonal de máquinas, el de cubierta, el de cocina y el de ca­ mareros. con representaciones en Barcelona y Santander. El Marqués de Comillas no solamente no puso obstácu­ lo a la constitución de estas Sociedades obreras, sino que las recomendó como representantes del personal, y con ellas se entiende constantemente la Compañía para todo lo relativo a permisos, licencias y socorros. La asistencia médico-farmacéutica de empleados y obre­ ros se extiende hasta a los medicamentos extraordina­ rios, balnearios y aguas minerales y a las enfermedades contraídas fuera de servicio; y sin perjuicio de lo ordena­ do por la ley de accidentes del trabajo, se abona el jornal entero o medio, según la necesidad del paciente. Los reti­ ros, que no exigen desembolso de los beneficiarios, se ex­ tienden a todo el personal desde el primer día de servicio,

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y el concepto de orfandad abarca a los padres y hermanos que viven del salario del obrero. ¡Y con qué delicadeza, y con qué poco aire de vender favores D. Claudio otorgaba esos beneficios! A una car­ ta colectiva de gracias contesta: “ Vivamente me ha com­ placido que la situación de la Compañía haya permitido dar a ustedes esa prueba de la estimación que hace de sus servicios” (25 abril de 1918). Y a otra: “ Agradezco a usted y a sus compáñeros sus expresivas manifestaciones por la prueba de afecto que han recibido de la Compañía, y que deben a sus merecimientos y a la estima que de ellos hacen ,sus jefes” (13 de febreio, 1918). Gozaba realmente en dar pruebas de estima. El, que impidió cuanto pudo los elogios propios en la prensa, se esforzaba en dar a conocer los méritos de sus empleados. En septiembre de 1918 d vapor correo Alfonso X III llegó a la Habana por mila­ gro, desmantelado; gracias a la pericia del capitán y ab­ negación de la marinería sorteó el temporal, y D. Claudio encarga al Director de El Universo mande escribir un ar­ tículo encomiando la conducta de la tripulación v sobre todo la de los religiosos que iban como pasajeros v tanto se distinguieron en atender a los numerosos enfermos. Tan entrañable era el amor de D. Claudio al personal trasatlántico que aún en los años en que la Compañía no pudo repartir dividendos a sus accionistas se sostuvo el cuantioso y complejo capítulo de las instituciones bené­ ficas” , y los esfuerzos de aquel benemérito procer para que no faltara trabajo en la factoría de Matagorda — pre­ cursora de la industria nacional de la construcción naval— pueden calificarse de sobrehumanos. Para juzgar exactamente el mérito de su conducta, hay que tener en cuenta que cuando el Marqués empezó a diri­ gir esas grandes empresas era creencia general que las

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compañías no tenían más obligación que pagar las retri­ buciones convenidas, y así muchos accionistas murmura­ ban de semejantes gastos benéficos y al mismo fisco le cos­ taba trabajo el aceptarlos en los balances como gastos ge­ nerales. propendiendo, por el contrario, a considerarlos como donativos de mera liberalidad. Don Claudio, y con él quienes, conociéndolo, le confiaban su dinero, opinaban de diverso modo: el negocio no tiene por fin único aumen­ tar el capital o subir los dividendos. A l par de la justa re­ numeración está el adelanto de la industria nacional, está la beneficencia y caridad, que si es virtud de los individuos,* no sé cómo de ella pueden desentenderse las sociedades. * * *

Aiíro parecido hacía en las oficinas de la Compañía Ge­ neral de Tabacos de Filipinas. Cuando por la guerra euro­ pea aumentó el coste de la vida, él, sin ajena indicación, es­ tableció la “ nominilla” o sobresueldo, con relación al nú­ mero de hijos de cada empleado. La hija de un ordenanza fallecido pidió socorro; el Marqués contesta al gerente: “ Me parece bien lo de la li­ mosna. de vez en cuando, según usted propone; pero apar­ te de esto, creo que, dada la carestía de la vida, deben us­ tedes estudiar si procede dar a los pensionistas un auxi­ lio de subsistencia, como hacemos con los empleados” , y en nota: “ ; Cuánto importaría un aumento de 50 por 100?” Contestáronle que ese aumento equivalía a, 50.000 pesetas y que en lugar de otorgarlo uniformemen­ te convendría revisar pensión por pensión, pues acaso las circunstancias de algunas hubieran cambiado. Don Gaudio aprueba y confirma el plan: “ Me parece bien la revisión — escribe— , y salvo mejor parecer de la Comí-

EL PATRONO MODELO

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sión, que se efectúe sobre la base de aumentar un 50 por 100, como regla general ♦* * Finalmente, el Marqués de Comillas, como gran terra­ teniente, dió los mismos ejemplos que como gran patror ; industrial. Administró sus bienes con equidad; señaló rentas mode­ radas a sus fincas, conservó los arrendatarios, aplazó el cobro de las rentas y las redujo en casos calamitosos, ayu­ dó a sus criados, favoreció a sus empleados, prohibió el trabajo en domingos y días festivos y dió siempre a los que dependían de él, aun a los guardas de campo, el tiempio necesario para que pudieran cumplir sus deberes reli­ giosos, y apenas el Instituto Nacional de Previsión orga­ nizó el retiro, lo aseguró en él a todos sus dependientes, antes que la ley lo hiciera obligatorio. Y en cuanto a su actuación en pro de los Sindicatos Agrícolas Católicos, el P. Nevares, ilustre propulsor de este movimiento, cuenta y no acaba de los alientos recibi­ dos del Marqués. Cuando en 1918 empezó esta campaña, además de la fuerte suma que dió al Centro Diocesano de Plasencia, sufragó la propaganda dirigida por D. Juan Francisco· Correas en Navalmoral, Almaraz. Casatejada, Saucedilla, Talayuela v Peraleda de la Mata; y cuando ya quedaron constituidos los Sindicatos, cedió a éstos en arren­ damiento colectivo buen número de dehesas suyas en in­ mejorables condiciones, y encima, facilitó préstamos sin interés a algunos Sindicatos. ¡Qué disgustos, trabajo y desprendimiento no supone lo que queda enumerado en tan pocas líneas!

CAPÍTULO XVII -

LA JUNTA DE ACCION C A T O L IC A

Al lado de los esbozos para la casi utópica formación de un partido católico nacional, o sea, donde cupieran los que militaban en campos que entonces separaban ríos de sangre y muros de granito (cabalmente por eso eran utópicos y D. Claudio no gastó ni una peseta ni una hora en realizarlo), hay otro plan: Bases para la unión de los católicos en el terreno religioso y en el polítko. Esta unión de fuerzas, esta confederación de parti­ dos independientes y voluntades autónomas para dar batalla al enemigo común, la predicaba León XIII a la continua en los pueblos donde bullía la divergencia en os sectores estrictamente políticos, máxime en Fran:ia, cuya situación semejaba la de España como un hue­ vo a otro: legitimistas, bonapartistas y republicanos — los católicos de estos partidos— equivalían a los que a este lado del Pirineo deseaban conciliar su amor a la Iglesia con las aficiones por D. Carlos, D. Alfonso o la tradición anónima acaudillada por Nocedal. El Mar­ qués de Comillas, aun sin las recomendaciones persona­ les que recibió de los Obispos y de la Santa Sede, cre­ yó ver en las normas proclamadas por León X III para

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los franceses la que a las condiciones de España conve­ nían y, acomodándose a ellas, esbozó sus Bases: “ En el terreno religioso: Unión absoluta de todos los católicos, sea cual fuere su ñliación política, para tra­ bajar bajo la dirección de los Prelados en restaurar el sentimiento religioso del país por medio de las obras: i.°, propaganda (prensa y enseñanza); 2.·, beneficencia: 3.0, reforma y reorganización social, y 4.·, defensa activa por los medios legales de los intereses morales y reli­ giosos del país. Conviene relacionar lo más posible to­ dos los organismos que al efecto se creen, dentro de una organización y dirección general, cuando menos para los de cada grupo, en cada diócesis. Estas deberán estar representadas en una Junta nacional, sin perjuicio de la celebración de asambleas generales..." Aquí tenemos los gérmenes de la Junta, que presi­ dió durante veinticinco años. La historia de la Acción Católica Española, bien tris­ te por cierto en sus principios, nos la cuenta el Carde­ nal Reig en su folleto Principios y Bases de reorgani­ zación de la Acción Católica Española. Era de absolu­ ta urgencia fundarla, a raíz de la restauración, para coordinar las fuerzas vueltas de espaldas en la común campaña por la fe y los principios básicos de la socie­ dad, socavados sin tregua por la revolución, a quien largaban rienda los gobiernos liberales. Los tanteos del Cardenal Moreno fracasaron ante la apatía insen­ sata de los católicos, que con la mejor voluntad del mundo, con las más puras intenciones no supieron des­ lindar la política de la religión: repetidas veces lo la­ mentó León XIII y lo recalcaron avisos de los Papas subsiguientes. Nació después, inspirada por el Sr. San-

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cha, a la sazón Obispo de Madrid, la obra de los Con­ gresos católicos, y fruto de ella fueron los de Madrid (mayo 1889), Zaragoza (1890), Sevilla (1892), Tarra­ gona (1894), Burgos (1899) y Santiago (1902), en al­ guno de los cuales no faltaron toros y cañas; sin em­ bargo, a fuerza de repetir las recomendaciones ponti­ ficias sobre la paz y alianza, de discutirse las divergen­ cias, se limaron esquinas, se planeó algo estable, y en ;1 Congreso de Tarragona se aprobó el plan de la Ac:ión Católica — redactado por D. Claudio y presentado x>r Gil y Becerril— , que entonces se llamó de Congre­ sos Católicos; su reglamento fue asimismo obra del Níarqués. Tendría a su cargo: “ i.°, la preparación de io¿, Congresos Católicos, de acuerdo con los Prelados, en cuyas diócesis debieran celebrarse; 2.0, llevar a la práctica las concluiones de los mismos; 3.0, la dirección general de la propaganda católica en todos sus ramos. De cada punto de éstos se encargaría una de las tres secciones, en que la Junta se dividía, a cuyo frente es­ taría un Vicepresidente elegido por el Prelado de M a­ drid entre los dieciocho vocales, dos por cada provin­ cia eclesiástica, señalados por los Metropolitanos res­ pectivos” . “ Esta Junta (copiamos de un “ Memorándum” ) de­ fiende los intereses católicos en el orden religioso, be­ néfico y social, así en la propaganda como en la acción, ayudando al clero en el cumplimiento de sus deberes sacerdotales, y sin tener acción política en relación con los partidos, aunque estudia y vigila la acción de los go­ biernos y del Parlamento en cuanto puede referirse a los intereses cuya guarda le está confiada” . Para me­ jor enderezar sus energías y aprovechar las ajenas, po­ día apoyarse en el Consejo Nacional de las Corpora­

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ciones católico-obreras, que por tener diseminados en toda España los consejos diocesanos, con la secuela de círculos, sindicatos, cooperativas, cajas rurales y de­ más órganos de la acción social católica, forman un acueducto firme y compacto para llevar hasta el últi­ mo rincón las direcciones que la Junta y los Prelados quieran imprimir, prácticas o doctrinales. La Presidencia de la Central correspondía al Obispo de Madrid; para la Vicepresidencia, o sea para el tra­ bajo, fue elegido el Marqués de Comillas. En 13 de no­ viembre de 1899, el Cardenal Cascajares y el Excelen­ tísimo Sr. Arzobispo-Obispo de Madrid, de acuerdo con el Primado y el Nuncio, indicaban a D. Claudio se le había señalado para Presidente de la Junta Central de los Congresos Católicos de España. D. Claudio aceptó, “ convencido de que el éxito de la Junta no dependía de los méritos de la persona que ha de presidirla... sino principal y casi exclusivamente de la fuerza que ha de prestarle el Episcopado español... Que lo acepto con reconocimiento vivísimo, innecesario es decirlo; ni mu­ cho menos que sólo puedo admitirlo con la seguridad de que quienes me designaron para él aman lo bastan­ te los altos intereses religiosos que les son encomen­ dados, pará no consentir que lo ocupe ni un solo intante más de lo que a esos intereses pueda convenir” . El nombramiento oficial lleva por fecha el 18 de ju­ nio de 1900. El Marqués recibió una prueba de confianza la más grande: para los Prelados no había en España otro que pudiera y quisiera trabajar tan eficazmente por los in­ tereses de la Religión; pero recibió también una carga enorme, y una fuente de sinsabores que le acibararon el alma.

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EL SEGUNDO MARQUES

DB COMILLAS

La labor de la Junta de Congresos fue escasa: como que su constitución se llevó a la práctica después del de Burgos... y no se ha celebrado otro. Tres años más tar­ de, la Junta de Congresos hizo en manos del Cardenal renuncia de sus cargos; éste los confirmó en ellos y cambió el nombre en Junta Central de Acción Católica. El Cardenal Aguirre, al recibir de Pío X en 1909 orden de organizar la Acción Social Católica, vió en la Junta el brazo más poderoso en que apoyarse, y redactó el reglamentó'por que se ha venido rigiendo hasta la nue­ va orientación del Cardenal Reig, muerto ya D. Clau­ dio. El armazón orgánico era casi el mismo que en su época primera: a los vocales de nombramiento ecle­ siástico se añadían los presidentes de las obras religio­ sas o católico-sociales, cuyo centro radicara en la Corte. E.i la primera Junta a que asistió el Sr. Guisasola, recién nombrado Obispo de Madrid, con libertad muy suya, expresó la extrañeza de que en una Junta Nacio­ nal no estuviera representado más que un sector de las fuerzas católicas: los carlistas e integristas faltaban; y era mucha su significación en el campo religioso para prescindir de ellos. Extrañeza y observación muy jus­ ta: la sentían todos; y más los excluidos, que, por lo mismo, consideraban la tal Junta parroquia ajena, algo como del partido católico alfonsino: lo que los dejaba a ellos de puertas afuera; si se abstenían de combatir­ la, no era poco. Y, sin embargo, la homogeneidad política de los V o­ cales se explica perfectamente: así tenía que ser, por lo menos en aquellos días, pesase a las mejores inten­ ciones. Entre los primeros vocales se pusieron D. Juan Baü-

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LA JUNTA DB ACCIÓN CATÓLICA

tista Lázaro, representante del integrismo, y D. Bar­ tolomé Felíu, por los carlistas. Poco duró la coopera­ ción: Lázaro se separó de Nocedal, y para los Prela­ dos no era motivo de quitarle su cargo; y al fundarse E l Universo, Felíu presentó la renuncia. El, carlista, no podía formar en una institución cuyo periódico tenía por base el reconocimiento de Don Alfonso. Repetidas veces se instó a Nocedal y a los carlistas a que repu­ siesen las bajas: no lo juzgaron conforme a sus idea­ les, y en la Junta quedaron los elementos que vió Guisasola: de hecho no representaban a todos los católi­ cos españoles. Don Claudio no puso gran tesón en remediarlo: creía preferibles pocos y bien avenidos a convertir la Junta en campo de discusiones: seguridad de acertar se la da­ ban los Prelados, principalmente los Cardenales de To­ ledo: trabajo y gastos los tomaba él sobre sí: colabora­ dores en Madrid, donde principalmente había de moverse, no le faltaban; el apoyo de los católicos que militaban bajo otras banderas, se solicitaría en los casos precisos; si opi­ naban contrario a su política otorgárselo desde fuera, tampoco cabía esperar que lo hiciesen dentro de la Junta La cual jamás fué política en el sentido corriente del vocablo; sus miembrso allí ni eran conservadores, ni mauristas, ni independientes. Ese campo era vedado por los propios estatutos, y la autoridad de los Obispos, con quienes directamente se entendían, daban fianzas de ello a todos los españoles. Pero ocasiones hubo en que rebasó los linderos ordinarios, cuando la política no era política, sino patrotismo, cuando los intereses sociales y religiosos amenazaban venirse abajo con la caída de los gobiernos. Así en la huelga revolucionaria de junio en 1917, se re­ mitió a los consejos diocesanos una circular, firmada por I«

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EL 8EGl'NDO MARQUES

DE COMILLAS

Comillas, para rogarles, si a los Prelados pareciera conve­ niente, que “ inicien una campaña vigorosa en la prensa de orden y en los organismos sociales... a fin de que todos los catolicos reflexionen sobre los gravísimos peligros que amenazan a España” ... y refuercen el principio de autoridad ei cuanto sea posible. Otro tanto acaeció en octubre del 18. Entonces la Junta se reunía diariamente para seguir de cerca el desarrollo de los acontecimientos. E3 noviembre expedía a los señores Arzobispos una circular confidencial sometiendo a su aprobación diversos recursos para aprovechar rápidamente el tiempo disponi­ ble. "ya que la solución de la crisis ministerial ha deteni­ do algún tanto la inminencia de la revolución, a fin de aunar y multiplicar los esfuerzos de los buenos y defender con denuedo y viril energía los fundamentos del orden social tan gravemente amenazados” . El acuerdo de inmediata ejecución era lo que fué des­ pués el somatén. Pero aún en tales ocasiones la Junta. Central de Acción Católica y principalmente D. Claudio, cuidaba de anotar que la iniciativa había sido “ consulta­ da con aquellas autoridades sin cuyo beneplácito la Junta no se atrevería a tratar de asuntos que, fuera de momen­ tos de verdadera aflicción, no son de su ordinario cometido” . Total: que la significación política de la Junta era la misma que la de D. Claudio, “ enteramente ajena a los in­ tereses de partido, no puede menos de estar atenta a las cuestiones fundamentales de gobierno en cuanto se refie­ ren a los intereses de la Iglesia y de la Patria” . No hay para qué repetir lo dicho: cuando actuaba en política era que la política equivalía entonces a patria o religión. Y aun así procuraba quitar todo matiz partidista. Tal en las elecciones de 1914 se guarda muy mucho de señalar ef

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partido que más garantías ofreciera, sino que inspirándo­ se en el ejemplo de Italia, propone exigir a los candidatos, vengan de donde vinieren, a cambio del voto, d formal compromiso de negarse a todo proyecto contra la enseñan­ za religiosa en las escuelas, contra las Ordenes Religio­ sas, contra los derechos reconocidos de la religión del Es­ tado y contra las tentativas de legalizar el divorcio. (Cir­ cular, 9 febrero 14). * * * La Junta Central de Acción Católica ni excitó gran­ des simpatías en todos ni tampoco grande estima: se la consideraba uno de tantos organismos como radican en la Corte, de los que, fuera del título, apenas tienen nada de nacionales. Esta es la verdad y lealmente hay que reconocerla. Se ha dicho más: que era una institución galvanizada, de vigor mínimo; que en su hoja de servicios no constan triunfos resonantes ni campañas valientes y bien dirigi­ das: muchas circulares (realmente son infimtas) que nadie atendía: pocas protestas, escasísimos resultados. En con­ clusión, que la tal Junta pudo suprimirse sin que nadie se percatará, sin que dejase un hueco ni apareciese des­ apuntalada una necesidad cuyo reparo de ella dependiese. Lo cual no es fácil otorgarlo a carga cerrada sin rega­ teos ni distingos. Que la miraban con recelo algunos católicos, es inne­ gable: cuantos seguían banderas político-religiosas de otros colores. Pero de tejas abajo no había en el mundo quien lo remediase. Ni los Obispos, ni el Papa lograron acabar con las discusiones ínter catholicos Hispamae: buena voluntad de todos, rendimiento incondicional a la Iglesia, y cada cual por su lado al sonar la voz de formar filas. 1.a explicación, déla otro.

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Así, pues, la Junta, que obraba con la autoridad dele­ gada de los Obispos y del Cardenal Primado, se veía des­ tituida del apoyo gustoso, entusiasta de muchos, de los más arriscados campeones de la fe, en el campo políticoreligioso y en el campo social: ¿es de maravillar la esca­ sez de laureles? Además sirve de muy poco la potencia del motor si las ruedas del mecanismo o faltan o están rotas y herrumbro­ sas. Motor era la Junta, que debía dar el impulso; para ransmitirlo y convertirlo en labor hecha, se planearon las [untas diocesanas, los comités parroquiales; y el Cardelal Reig lo dice: los organismos subalternos no se funda*on o se dejaron enmollecer; y no por descuido o apatía ie D. Claudio: “ Grandes fueron los trabajos del Mar­ qués y de la Tunta para completar la organización, créan­ lo Juntas diocesanas y locales. Para ello se fundó y cos:eó (por D. Claudio) la Revista Parroquial. No se ha to­ rrado lo que del esfuerzo había derecho a esperar. Fun:ionan con vida y acierto algunas Juntas diocesanas de \ccion Católica, como la de Oviedo, Barcelona, Vitoria, Pamplona. Yalladolid, Coria, etc., pero estamos muy lejos ie la organización completa y robusta que alcance hasta ?i último rincón de España...” (i). El etc. después de Coria indica punto final o poco me­ nos; de las Juntas locales en arciprestazgos, no se dice nada, porque no existen. ;De qué serviría, pues, que de Madrid se enviasen a provincias efluvios y ondas si faltaban aparatos recep­ tores? Los mandes trabajos del Marqués y de la Junta fes justicia, no galantería, el apelativo) se esterilizaban (j)

Principio* y bates de la reorganización de la Acción Católica E«-

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al salir de su esfera de acción directa y personal. Puede afirmarse que la Junta era Central porque residía en el centro, no porque a ella concurriesen para recibir direc­ ción y energías las diocesanas, que aún están por nacer en casi todas partes. De la pereza o apatía o como quiera llamársela, en de­ jar la máquina a medio montar, no puede culparse ni a D. Claudio ni a la Junta Central: de otros era la incum­ bencia; a él correspondía, cuando mucho, instar, rogar, pedir datos, para que el empacho de no poder facilitarlos espoleara la negligencia; y eso lo hacía frecuentemente, sin cansarse ante el repetido silencio. El Cardenal Agui­ rre en sus Normas (enero 1910) excitó a que se funda­ ran ; viendo que se respondía poco y mal. la Junta en oc­ tubre de 1912 convocó para Madrid una reunión de Con­ sejos diocesanos; en 1914 nueva convocatoria; con oca­ sión de enviar a Roma la lista de obras sociales, nueva consulta; en el otoño de 1918, circular a los Prelados so­ bre un programa de urgente necesidad ante la osadía y pujanza de la revolución; temas de conferencias y propa­ ganda periodística (se ofrecían oradores y artículos), lis­ ta de corporaciones católicas por diócesis y aun relación de personas decididas a trabajar en obras de celo y defen­ der cosas y personas sagradas: esbozo de unión de perio­ distas católicos: y como resumen, comunicación perenne de los consejos diocesanos con el Central... Plan bonito que no pasó de plan. Y plugiera a Dios que a lo poco es­ tablecido no se pudiera aplicar lo que de Italia escribía L ’Osservatore: “ Constituir una Junta diocesana se consi­ deró muchas veces como una especie de necesidad estéti­ ca o respuesta obligada a un cuestionario estadístico: como un modo de completar los cuadros de las institucio­ nes y actividad de una diócesis” ( Universo, 3 enero 1902).

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EL SEGUNDO MARQUES

1>E COMILLAS

Lo raro, lo admirable es que D. Claudio y sus compa^ ñeros de Junta no se cansaran de llamar a puertas casi siempre cerradas: que continuasen en sus grandes traba­ jos. palpando, año tras año, que no se lograba lo que del esf uerzo había derecho a esperar. El desaliento entró al­ guna vez en su corazón; pero su espíritu de sacrificio y le obediencia lo estimularon a seguir con la carga. Lo expuesto es la pura verdad; exigir en tales circunsancias triunfos resonantes, labor católico-social bien deinida? le arraigo, de peso en la vida española, sería pelir milagros. Pero va mucho de otorgar eso a conceder que el fruto ué nulo o escaso. Era su trabajo la gota de agua que cae sobre la peña: insensiblemente, continuamente actuaba, y ;-l surco se abría; lo poco que hay de acción católica, las esperanzas no mal cimentadas, a ella se deben. El influjo social íué mayor, como queda anotado: del religioso apun­ taré algunos datos. En circunstancias normales, la Junta Central apenas mostraba su vida: sus reuniones, los viernes, se desliza­ ban pacíficas: estudiábanse leyes sociales, discutíanse pla­ nes de enseñanza, atendíanse peticiones de Obispos y jtros asuntos de menor cuantía: Centenarios, Prensa Gá­ lica. etc. Todos los asuntos religiosos-sociales, de im­ portancia y carácter nacional, han pasado por su mano: Congreso Eucarístico, Congreso de educación, Monu­ mento en el Cerro de los Angeles, etc. Pero recordemos que la paz absoluta duraba poco an1 taño: surgían huelgas revolucionarias, se avecinaban elecciones; el gobierno, con frecuencia, como si no le bas­ taran los atolladeros a que lo empujaban sus enemigos, se metía de bruces en otros con descabellados proyectos mticlericales. Y en estas ocasiones, la Junta desplegaba

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una actividad febril: las reuniones se multiplicaban (a veces eran diarias), y sus miembros cada cual ponía en tensión su influjo para desviar el golpe. A la Junta se deben entre otras muchas gestiones a ve­ ces con resultado, a veces no, la Asociación de Padres de Familia, para defender la fe y la inocencia de los niños; planes de reforma de enseñanza, combatiendo el monopo­ lio absoluto del profesorado oficial; protestas primero contra el servicio militar obligatorio de eclesiásticos, y después, aprobada ya la ley del General Luque, arreglos para atenuar las consecuencias de la violación del Dere­ cho canónico; esta labor, por la que le enviaron cartas agradecidas muchos superiores regulares, fué la última, y aún sin concluirla sorprendió la muerte al Marqués. D. Claudio, a diferencia de lo que suele achacarse al ca­ rácter español, amigo de la improvisación, veía venir las cosas desde lejos, y se preparaba para recibirlas: su ar­ chivo guarda notas y papeles bien clasificados sobre los problemas ya suscitados en España o que pudieran susci­ tarse; reglamentos de sociología agraria; conclusiones de congresos obreros, normas para la unión de los católicos franceses, disposiciones pontificias sobre los partidos ita­ lianos, estudios sobre la libertad de enseñanza en diver­ sos países·: servicio militar de clérigos en los estados pro­ testantes ; organización de obras sociales en Francia, Ita­ lia, etc.; pastorales de Obispos, discursos, recortes de pediódicos, etc. Un verdadero arsenal donde fácil y pronta­ mente se armaba la defensa en cualquiera de estos pun­ tos. A las Juntas se presentaba estudiado el negocio; se repartía el trabajo, y D. Claudio cargaba con casi todo él, con el que más molestias daba, y más fruto prometía; o sea visitar políticos, explorar el terreno, ganar volunta­ des. En trances premiosos, ni ocupaciones ni achaques le

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DE COM1LLA8

restaban energías. El Conde de Romanones abrió el año 1923 con un decreto cuyo anuncio puso en guardia a los católicos: tratábase de poner bajo la tutela del Estado los tesoros artísticos eclesiásticos, para impedir su venta a extranjeros: una nueva fase de la desamortización. A D. Claudio se lo comunicaron a Barcelona por telégrafo. A correo seguido escribe: “ No me explico el proceder del Conde de Romanones, si no es que el decreto ha estado consultado con el Sr Nuncio. No siendo así, no cabe en hombre de su experiencia e inteligencia atribuirlo a lige­ reza, ni tampoco me explico el interés que pudiera tener en buscar a conciencia en estos momentos un conflicto con !a Iglesia... Aunque algo enfermo estos días, no vacila­ ría en regresar a ésa en cualquier momento en que mis servicios fuesen de utilidad, a juicio del Sr. Nuncio o del Sr. O bispo: y si no voy desde luego, es por entender que ellos son innecesarios” (8 enero 1923). El tal decreto, que salió muy limado, fué ocasión al Marqués de uno de los disgustos más amargos de su vida: le echaron la culpa de un sueltecillo publicado en E l Universo, a él que estaba en Barcelona y en cama, y ni una palabra sabía aún del negocio. Entonces fué cuando se sintió desalentado: “ Se conoce que Dios quiere me retire a mi rincón...” Por su­ puesto que su conducta fué... besar la mano que lo había hecho llorar. Tres campañas quiero recordar, síntesis de otras mu­ chas. en que se palpa el criterio de D. Claudio y la fuerza que la Junta desarrollaba al acercarse el nubarrón. Fué la primera cuando el malaventurado proyecto de Canalejas sobre las asociaciones religiosas, la célebre ley del candado, que se metía a reglamentar la existencia y vida de las órdenes religiosas saltando por cima del Concordato. Comillas, ayudado por el Marqués de Pidal,

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trabajó sin tregua para amansar la comezón anticlerical del gobierno, y le hizo ver al Presidente las amargas consecuencias que a su propio partido acarrearía la rup­ tura con Roma. Y la ruptura se veía flotar en el aire. Ca­ nalejas, encastillado en la idea de la soberanía nacional, dispuesto a hacer una política avanzada, muy radical, en los problemas sociales y religiosos, según declaró, enca­ ramado al poder con el compromiso de alimentar a las fieras que desde la semana trágica pedían carne de cura, se negó a tratar diplomáticamente a las claras: el Vati­ cano mantenía que compromisos internacionales, solem­ nes, no podían modificarse sino de acuerdo solemne y pú­ blico entre los contratantes. Entonces empezó la agitación inmensa, avasalladora de las fuerzas católicas, aplaudida por los Prelados; An­ dalucía, Aragón, Valencia, Castilla, las regiones todas de España protestaron contra el gobierno que se escudaba con el “ anhelo nacional” para pisotear al pueblo: en las provincias vasco-navarras la protesta tuvo carácter im­ ponente: para el día de San Ignacio se anunciaron t o o .o o o hombres al mitin de Bilbao: una huelga dió excusa para suspenderlo: los directores lo trasladaron a San Sebas­ tián para el 7 de agosto, y Canalejas prohibió se les die­ ran trenes y barcos: andando carretera adelante fueron a San Sebastián y a Pamplona pueblos en masa; el go­ bierno movilizó tropa y Guardia Civil, ordenando encar­ celar a cuantos llevaran una arma cualquiera, una nava­ ja: Eso sí, en Valencia, en Zaragoza y en el propio Ma­ drid los anticlericales pudieron disparar impunemente sus pistolas contra las procesiones. Al Marqués de Comillas se le planteó entonces un pcorblema espisoso: la campaña contra los planes del gobier­ no en el Norte iba organizada por la Junta de Vizcaya,

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EL SEGUNDO MARQUÉS DE COMILLAS

que solicitó cooperación de todas las de España. Parecía pertenecer a la Junta Central ese movimiento nacional Además, presidía la de Vizcaya Urquijo, que pasaba por menos afecto a la monarquía: los jaimistas estaban muy avivados, desde el gran mitin celebrado en Gucrnica a fines del año anterior. El cariz anticristiano del gobierno ganaba simpatías al lema tradicionalmente católico, en­ frento del que se alzaba en la Corte. Realmente nunca en el reinado de Alfonso X III estuvo más cerca la guerra civil. D. Claudio, alfonsino, pero católico antes que nada, apoyó decididamente la campaña de Urquijo, y ordenó a sus barcos se alistasen para llevar gente a Bilbao: la Jun­ ta Central, aconsejándose con el Primado v el Obispo de Madrid, ofreció su ayuda a la de Vizcaya, aunque reser­ vándose libertad de acción, por si los acaecimientos toma­ ban derrotero peligroso. El, D. Claudio, puso en movi­ miento cuanto era y valía; y por sí y por sus amigos pro­ curo desengañar a Canalejas de que sus planes al atacar los derechos de la Iglesia comprometían gravemente otros derechos, incluso la vida de su propio partido. Todo fue inútil: 10 primero, para el malaventurado Canalejas, era asegurarse la benevolencia de la revolución. Entonces la Junta Central de Acción Católica, léase el Marqués de Comillas, alma inspiradora v brazo ejecutor de ella, elevó protesta de oficio, y cursó circulares a las Juntas diocesa­ nas. solicitando se enviasen al Congreso informes y pro­ testas : el resultado fue aplastante; por varios días el Dia­ rio de Sesiones llenó cuatro columnas con la lista de las enviadas al Presidente; a la vez se publicó un folleto, es­ crito por el P. García Ocaña, con el resumen de los in­ formes presentados por las Ordenes, exponiendo sus tra­ bajos en pro de Espa'ña en las antiguas colonias españo-

LA JUNTA DE ACCIÓN CATÓLICA

las. El folleto lo costeó la Junta, cuya caja de caudales era la bolsa de Comillas. Los humos de Canalejas se abajaron: a la “ley del can­ dado” se añadió una apostilla: “ Si en el plazo de dos años no se publica la ley de Asociaciones, quedará sin efecto la presente ley” . Era dar tiempo al tiempo: el incendio que amenazaba acabar con las órdenes religiosas podía quedarse en lla­ maradas de bálago, mucho susto v poco daño. Así lo pre­ vio D. Claudio; por ello, y porque convenía amansar las pasiones sobreexcitadas, y atajar el peligro de guerra ci­ vil, redactó el siguiente telegrama a Pío X . cuyo borra­ dor he encontrado en un sobre de carta: “ Marqueses* de Pidal v Comillas, dispuestos siempre acatar superior criterio Santa Sede, estiman procedente aceptación nuevo texto “ ley candado” , aunque envuelva doldrosa concesión, porque parece responder propósito tendencia conciliadora en negociaciones con Santa Sede, que debería trascender a todas graves cuestiones pendien­ tes, incluso enseñanza; y porque aleja posibilidad grave conflicto a que puede conducir choque de encontradas ten­ dencias en momentos críticos por que atraviesa España, desde sucesos verano 909, dada situación asunto Marrue­ cos, actitud de Francia y efectos revolución Portugal”. Este era D. Claudio: contemporizador, cuando no veía otro medio de asegurar la monarquía y el orden: pero siempre dispuesto a acatar superior criterio Santa Sede. Aun los partidarios de sistema opuesto, de no cejar nunca, habrán de reconocer su elevado y leal sentir católico. Dos fases tuvo la intervención de la Junta Central de Acción Católica en las tentativas gubernamentales contra la enseñanza religiosa. En 1912, Canalejas y sus Minis­ tros de Instrucción Pública se decidieron a suprimir el

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catecismo de las escuelas, “ para evitar la molestia que se causa a un ciudadano, al cual se le obliga a llevar a sus hijos a una escuela donde se enseña una religión que no es la suya” , como dijo en el Senado (7 marzo 1912) don Amalio Gimeno. Para ello ideó el Sr. Alba la famosa co­ dificación de la? disposiciones que regulan la enseñanza, excluyendo de ella a la Iglesia, con palmario atropello del Concordato. Iba derechamente a la escuela laica, a “ recha­ zar de los centros docentes el prejuicio y la coacción de los diferentes dogmatismos” (frase del discurso de la Corona, 15 junio 191 o). Y tratóse de darle más fuerza, de aplastar las protestas que se preveían, con el peso de la cultura mundial y el coco de retraso: y se convocó en Madrid el IV Congreso Internacional de Educación Popular, a lo que había invitado al Ministro de Instrucción Pública La Liga de la Enseñanza, de Bélgica, de cuyo reglamento dice el primer artículo: “ La Liga de Enseñanza tiene por objeto hacer triunfar el principio de la enseñanza obligatoria, gratuita y laica” . El Episcopado en masa levantó su voz contra intentos aun políticamente descabellados, antijurídicos e impíos, y a sus pastores siguieron las fuerzas católicas de España entera. Para la Junta Central no sonó de improviso la campanada: la estaba esperando desde que los demócra­ tas se encaramaron al poder, y venía preparando la defen­ sa. E l Universo empezó la serie de artículos bien razona­ dos: c jrfidenrialmentc se repartieron hoias y folletos a senadores y diputados, se hicieron visitas a políticos, se buscaron influencias en el Consejo de Estado y no paró hasta lograr la certidumbre de que el proyecto de ley se trocaba en consulta al Consejo de Instrucción Pública, ex­ pediente dilatorio que disipaba la tormenta. El Con­ greso de Educación Popular se fué a pique, porque vieron

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sus organizadores que los católicos se inscribían en gran­ dísimo número, y les había de salir contraproducente. Tan notables y a la visita fueron las trabajos de la Jun­ ta Central de Acción Católica que mereció las felicitacio­ nes de los Prelados: “ Representa un capital de obras me­ ritorias y de extraordinario celo” , escribía el Arzobispo de Granada (30 octubre 1912). “ Son trabajos meritísimos... y no puedo menos de manifestarle (a D. Claudio) mi ad­ miración y complacencia al ver consagrados a la defensa de los amenazados intereses de la Iglesia a tantos varones seglares eminentes por sus talentos y por su posición so­ cial” , añadía el Cardenal de Sevilla (5 nov. 1912). En 1913, a principios del gobierno de Romanones, se repitió la campanada de intentar suprimir el catecismo obligatorio en las escuelas: sonó por toda la Península, y fue una voz de alerta a la conciencia católica del pueblo, rutinariamente amodorrada. Protestaron los Obispos, protestaron la Nobleza y Ordenes Militares y a la cabeza de las firmas iba la del Infante Don Fernando: protesta­ ron las Damas católicas, y a la Marquesa de Comillas tocó entregar la protesta al propio Conde de Romanones; en todos los rincones de España se organizaron reunio­ nes y mítines: y los propagandistas católicos prepararon uno monstruo, como ahora dicen. La Junta Central con circulares avivó la llama. Don Claudio estaba persuadido, y tenía buenas razones para saberlo, de que el Gobierno alardeaba más allá de sus verdaderos propósitos; era uno de tantos trampolines para subir en la estima y consiguiente adhesión de las iz­ quierdas, y recelaba que la oposición violenta, exarcebada por los mítines izquierdistas, daría pie para decidir al Go­ bierno a sancionar el decreto antirreligioso, so pretexto de ahogar revueltas. Así es que apoyando, como apoyó, el

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proyecto del mitin opinaba se debía diferir mientras no se viera su absoluta necesidad, pero teniendo lista su orga­ nización para el de Madrid y para los de toda España, “como formidable ariete que contenga la audacia de los adversarios” . Xo fue cobardía la actitud de la Junta, que dispuesta estábil (lo telegrafió al Pontífice) ua arrostrar custosa cuantos sacrificios reclame la defensa de la intecridad de! carácter católico de las escuelas públicas” . Fue láctica or sus fines tan amplios, era el lazo de unión entre las asociaciones extranjeras. De ellas la más

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notable e, importante cuando llegue a madurez, es la idea­ da en 1917 por el I)r. Steger, profesor holandés de La Uni­ versidad Técnica de Delft: La Liga Católica de Naciones, en la que confluyan las fuerzas católicas de todos los pue­ blos para mover con un sólo impulso su inmensa mole en bien de la Iglesia y de la Sociedad. Hay ocasiones en que es de absoluta conveniencia o rebatir un ataque o ini­ ciar una campaña en todos los países, por la prensa bien informada, por la orientación en lás autoridades, por la movilización de los grupos obreros, que, a su vez. sean le­ vadura en la masa del pueblo. Lo que para destruir pue­ den las Internacionales III y I V : lo que el caso Ferrer, que no fue en los bajos fondos meramente antiespañol ni político, conmovió a Europa, demuestran a las daras la necesidad y la eficacia de que los católicos aprendan e imiten a sus enemigos: los innumerables arroyos encau­ zados por un solo, canal arrollarían, en vez de rezumirse cerca del manantial con susurros que no se oyen en la he­ redad vecina. El Dr. Steger escribió confidencialmente por indica­ ción del Cardenal Guisasola a Comillas proponiéndole el plan; venía ya aprobado por los Primados de Inglaterra. Estados Unidos, Francia, Holanda y España, y por los Cardenales Van Rossum, Gasparri v aún por S. S. Bene­ dicto XV. Bastábanle a D. Gaudio estas autoridades, si falta le hubieran hecho, para apoyar el plan: con todo, su espíritu reflexivo y observador notó que la lista de naciones en quienes se pretendía fundar llevaba lagunas: de su puño escribió al margen: “ ¿Y la Aiñérica Española? ¿Y Aus­ tria? ¿Alemania y Portugal?” . Y con aquellas palabrasclaves que le servían para meditir y redactar las resolu­ ciones: “ Hablar con el Sr. Nuncio.” — ¿El Comité ?¿Gáir-

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denal? ¿Sr. Obispo de Madrid? ¿Compañía de Jesús?— . Son menudencias; pero las recojo porque indican la re­ flexión y pie seguro con que procedía. Se necesitaba dinero: Benedicto X V había dado a Ste­ ger 25.000 liras y más tarde Pío XI, que siendo Carde­ nal Ratti aceptó el Patronato de la Obra para Italia, a los siete días de elegido recibió al Secretario y le dió otras 10.00G liras. Eso no bastaba sino para los primeros gas­ tos ; Steger propuso úna colecta en España (por entonces fueron infinidos los que acudían a aprovecharse de nuestra generosidad y ahorros, por aquello de que la guerra no nos había esquilmado): el señor Marqués lo disuadió; es­ taba demasiado reciente el fracaso de la ruidosa campa­ ña social; pero escribió a Stegel (16 sept. 1920): “ Agradeceré a usted considere a mi cargo los gastos de los viajes, etc., que relacionados con la reunión prepara­ toria se propone realizar” : y el 10 de ¿ñero del 21 le gi­ raba un cheque de 3.000 florines: y a nombre de la Junta ofreció 5.000 pesetas anuales. En febrero de 1921 se determinó fundar en Roma la Oficina Central de las Organizaciones Católicas. El 29 de mayo de 1922, se reunió la Junta, cuya presidencia se ofre­ ció a Comillas, que envió allá a D. Rufino Blanco, en re­ presentación. Salió nombrado secretario el propio doc­ tor Steger. La obra sigue activa en la ciudad eterna, con el título de Oficina Central de Organizaciones Católicas. Su carácter lo indica el presbítero José Monti en su obra Manual Internacional de las Organizaciones Cató ticas, cuya publicación fue uno de los primeros acuerdos de los fundadores. I-a “ Oficina Internacional” no es un órgano de direc­ ción ni tampoco de fiscalización en la actividad de las or-

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ganizaciones católicas que quieran adherirse a ella libre­ mente, sino una institución que se pone a la disposición y al servicio de las organizaciones católicas de todos los países, las cuales, independientemente de todo partido po­ lítico y con plena y constante sumisión a la autoridad eclesiástica, trabajan en el campo intelectual, moral y social y profesional por la defensa de los principios y de la libertad religiosa, por la restauración de la civilización cristiana, por el restablecimiento de la paz de Cristo en el Reino de Cristo. Para que la oficina rindiese frutos generales, convenía se mirase como obra de todos, adonde todos acudiesen con de­ recho en cualquier necesidad. Por eso la Junta comunicó el proyecto a los Prelados, proponiendo que la cuota española se colectase en las diócesis, a razón de 150 pesetas anuales cada una. He repasado las contestaciones de los Sres. Obis­ pos, y todos — las excepciones no llegan a tres, y razona­ das— aplauden la idea y envían la cuota. Pero como es uso entre nosotros, los años siguientes se olvidó el compromiso, y las 5.000 pesetas que la Junta ofreció hubieron de salir del bolsillo del Marqués, que, según su estilo de no reti­ rarse jamás de las obras comenzadas, continuó favore­ ciendo la oficina romana: en ella tenía nombrado repre­ sentante suyo a un profesor de la Universidad Gregoria­ na, español.

CAPÍTULO XVIII E L SEM IN A R IO D E C O M ILLA S

En la cumbre de un altonazo cuya vertiente norte aca5a en el mar, que se abre en anchuroso medio círculo, y a del sur en la villa, apiñada en el hondo y encaramada :omo un Nacimiento en las fronteras colinas; dominando :on la majestad de su mole, con la esbeltez de sus torreo­ nes y los alegres recortes de sus almenas, arcos y ventatiales el panorama estrecho y aristocrático de palacios, rasas, praderías y huertas; en la Cardosa, antaño erial y íov plantel cual ninguno otro en España, se levanta lo jue el Excmo. Sr. Tedeschini calificó “ el más grande amor r la honra más grande del Marqués de Comillas” , el Seninario-Universidad Pontificio, que Su Santidad Pío X I mcareció más aún: “ Esta obra bastaba para medir el ilma excelsa y cristiana de vuestro fundador, puesto que ¡lia es la más grande, la más bella, la más cristiana” . Bien se merece un capítulo esta manifestación de la ca­ lidad, munificencia y catolicismo de D. Claudio; donde nás aparece — son también palabras del Pontífice— “ que ?1 Marqués de Comillas poseía no sólo el amor al bien, sino a inteligencia y penetración verdaderamente genial para wscar el bien más verdadero” . Me da hecho el trabajo la obra reciente — tan reciente

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que se rezuma la tinta de la imprenta— Historia del Se­ minario Pontificio de Comillas, del P. Camilo Abad; me contentaré con apretujar en pocas páginas lo que amplia y galanamente él desarrolla. La idea primera del Seminario concibióla el P. Tomás Gómez, allá por 1862; sentía en el alma que muchas vo­ caciones al sacerdocio naufragaran en los escollos de la pobreza: que los Seminarios se cerrasen a tántos por la imposibilidad de mantenerlos. Con el ansia de remedio acuciábale la de subir de punto los estudios eclesiásticos, por entonces algo alicaídos y rastreros entre nosotros. Encariñóse con un Seminario gratuito, y por gra­ tuito, de jóvenes escogidos, bajo la dirección y enseñan za de la Compañía de Jesús, que aplicase en él los méto­ dos con que forma a sus propios hijos. Plan hermoso, cuyas dificultades ni a él propio se le alcanzaban. Lo ensayó siendo Rector en el Colegio de la Guardia con una docena de muchachos, que puso a estudiar latín en unas casas pegadas al Colegio. El ensayo no podía prolongarse: al acabar su rectorado (1881), los Superio­ res le indicaron la necesidad de cerrar aquello o acomo­ darlo de renta y sitio propio: el P. Gómez pidió un año para agenciarlo. Era el P. Gómez hombre de grandes ideas: suya fué, además del Seminario, la de la Universidad de Deusto; pero era sobre todo hombre de una fe y confianza en Dios inconmovible; porque apuros como los que él pasó, enre­ dos como los que lo envolvían, dificultades como las que le cortaron cien veces el paso, no las vence nadie con el so­ corro de la prudencia humana, ni los arrostra sino la se­ guridad firme que estriba en saber está Dios en el cielo para dar la mano a quienes por su servicio se embarcan en negocios arduos. A Loyola fué aquel año con la zozobra

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que puede suponerse, en la amenaza de que se desbarata­ sen los cimientos de su plan, si en pocos meses no hallaba dinero abundante. Nacido en Cabezón de la Sal, cerca de Comillas, había seguido con curiosidad de montañés el asombroso surgir de la fortuna de D. Antonio López, y conocía el gran co­ razón del primer Marqués: constábale además su estima por los jesuítas, a los que acababa de ofrecer un Colegio en sa villa natal: oferta que la Compañía agradeció y no aceptó, por creer el círculo de Comillas harto estrecho para la vida de un Colegio. Todo esto lo sabía el P. Gómez: y considerando adon­ de tender la mano en favor de su plan, se le ocurrió que el Marqués fácilmente se avendría en sustituir el Cole­ gio por el Seminario. Veraneaba D. Antonio en San Se­ bastián, y el 22 de septiembre se animó a escribirle el P. Gómez: “ Niños escogidos de entre los de más talento, y ense­ ñados por maestros hábiles, y educados como deben edu­ carse los que han de ejercer ministerio tan elevado, no pueden menos de salir sabios y virtuosos, ni puede dejar­ se de esperar que darán muchos días de gloria a la Iglesia de España, honra a su Patria y a los que tanto bien les hayan procurado” . Cuéntale después sus apuros y sus esperanzas: cuando el P. Provincial Francisco de Sales Muruzábal le pregun­ tó qué fondos tenía para sacar avante el proyecto, “le res­ pondí que la fe y confianza en Dios. — Deme V. R. un mes de término, y buscaré entre varias personas de la provin­ cia de Santander que sé que pueden y quieren hacer obras de caridad, alguna que me favorezca. Accedió a mi súpli­ ca... Por supuesto, que mi pensamiento y confianza, des­ pués de Dios, estaba en usted; porque sé que usted y toda

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su familia están dispuestos a hacer cualquier sacrificio para tener cerca Padres, para hacer un bien incalculable a esa Montaña, y en especial a Comillas, al cual nada en­ grandecerá tanto como la posesión de un colegio modelo, dirigido por Padres, y de donde se vería salir ilustres sacerdotes, sabios y prudentes párrocos...” Un mes esperó ansiosamente la respuesta: vino al fin. y en ella D. Antonio lo citaba para una entrevista el 20 de octubre: durante casi dos horas el P. Gómez puso en tensión su elocuencia, espoleada por el celo y los apuros: D. Antonio no se convencía: alabó la idea tan apostólica, pero estaba por el colegio de segunda enseñanza. — D. Antonio — remató el P. Gómez— yo no quiero ni pretendo violentar en lo más mínimo su voluntad en favor de mi proyecto: fiado únicamente en la providencia de Dios he acometido esta empresa, y cuanto mayores sean las dificultades que encuentre entre los hombres para llevarla a cabo, más se aumentará mi fe y confianza en Dios. Por lo tanto, usted puede obrar con completa liber­ tad, en la inteligencia de que, si tiene verdadero deseo de cooperar y coopera en tan laudable obra. Dios se lo pa­ gará en esta y en la otra vida, recompensándole con el ciento por uno; y si por cualquiera razón, que no preten­ do averiguar, no cree usted conveniente cooperar a ella, no por eso se disminuirá en lo más mínimo el afecto que a usted y a toda su familia he tenido y tengo” . Aquel tesón fundado en Dios para romper por las di­ ficultades contentó a quien a fuerza de tesón las había vencido grandísimas en sus empresas. — Puede usted contar con 20.000 duros. Al día siguiente se encontraron los dos en la estación: el P. Gómez, camino de Loyola, D. Antonio, camino de Barcelona: procuró el Padre, corto de genio, escabullirse.

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pero el Marqués se separa del grupo, va a él, y se pone a continuar la conversación de la víspera. — Ofrecí a usted 20.000 duros: si no bastan le daré 25.000, o lo que sea necesario. No se apure usted: em­ piece cuanto antes la obra, y escríbame pronto. No era tan hacedero el encargo: porque sobre el albo­ rozo que llevaba el P. Gómez a Loyola, cayó como ducha helada la respuesta del Provincial. Eralo el P. Muruzábal: sit- vista más larga preveía la amplitud de la obra y, er» consecuencia, la necesidad de sólida base: para man­ tener cuando menos cien seminaristas y el claustro de profesores se requería un capital de 200.000 duros y edi­ ficio. El P. G‘'inez, con ojos encariñados, juzgaba que lo esencial era comenzar: lo demás, ya vendría; el P. Muruzábal replicaba que no cabían ensayos: o se rechazaba la fundación, o había que sacarla adelante costara lo que costase: fiarse de lo qtte Dios mandara, equivalía a cerrar los o ios y echarse por un camino sembrado de riesgos. “Esas contingencias, Padre mío, de tejas abajo, hacen imprudente la fundación. Así opinan todos los que he :onsultado” . Y como el P. Muruzábal pensaban el Roma; el P. Ge­ neral Becks, consultado, decidió que la oferta del Mar­ qués ni se admitiese ni rechazase: lo prudente era dar lar­ gas y agenciar por otro lado lo que faltaba para que la fundación aun de tejas abajo pareciese viable. Cruzáronse cartas y propuestas: D. Antonio se fue encariñando con la fundación; los 25.000 duros subieron a 60.000, luego a t00.00. Realmente el presupuestó era escaso para edificio y renta, si el número de. alumnos ha­ bía de ser tal que compensase el sacrificio de un profeso­ rado abundante y selecto. Pero había para empezar, y el P. Becks decidió admitir. En el verano de 1882 el P. Gó-

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mez se instaló en Comillas y se dió a comprar terrenos en la colina que con gusto atinadísimo había señalado el propio Marqués para asiento del Seminario. Ardía D. Antonio en deseos, reflejados en sus cartas, de ver la obra acabada, pero Dios no se lo otorgó; a prin­ cipios del siguiente año falleció en Barcelona, el miamn día que León XIII firmaba, a petición del P. General de la Compañía, la concesión de indulgencia pienaria para la hora de su muerte. De los consuelos que las cartas de pésame llevaron a D. Claudio, quizás ninguno como el del P. Gómez: referíale un sueño extraño que aquel mis­ mo día había tenido: D. Antonio entraba en la gloria, acompañado de algunos religiosos y clérigos. La intervención de D. Claudio hasta la muerte de su padre apenas aparece: hay una carta suya preguntando el presupuesto para el edificio; y hay aquella otra, copia­ da más arriba, agradeciendo que se les agradecieran a la familia los favores. Sin duda ninguna, ante su piedad, de más quilates que la de D. Antonio, el Seminario se trans­ parentaba en toda su magnitud, henchido de frutos para gloria de la Iglesia y bien de muchas almas. Así, pues, lo miró como la herencia más preclara de su padre. El cariño que siempre le tuvo, los sacrificios que por él se impuso y las amarguras que sus primeros años le trajeron, las que traen los hijos, cuando ronda la muer­ te junto a la cuna, más aún que los millones le merecen el título de fundador. La voluntad decidida y los primeros ioo.ooo duros que se gastaron se deben a D. Antonio: pero ni siquiera estaban comprados todos lo terrenos a su fallecimiento. Pronto se adelantó la solicitud de D. Claudio por la obra: los planos primitivos eran modestos, demasiado

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modestos; D. Claudio pidió le consintiesen encargar otros a Martorell, cuyo arte lucía en el palacio y capilla de Sobrellano: gracias a ello se levantó la bellísima arquitec­ tura que halaga y admira. La primera piedra se colocó el 20 de mayo de 1883, bendecida por el Excmo. Sr. D. Saturnino Fernández de Castro, preconizado entonces para Burgos. En la prima­ vera de 1889 se dieron por terminadas las obras, aunque algunas menudencias duraron todavía bastante tiempo. El presupuesto primitivo, o sean los 100.000 duros de D. Antonio, y otros 250.000 que añadió D. Claudio se fueron en el ala NO. y la iglesia: el marqués dejó a elec­ ción de la Compañía o señalar él renta para los alumnos que allí cabían, o terminar el edificio sin comprometerse a otro subsidio: la Compañía optó por lo último. Pero en la vida del futuro Seminario lo de menos era la casa: su naturaleza singularísima, nueva, ofrecía pro­ blemas de difícil acomodo; se necesitaba exención de los obispos, porque los alumnos pertenecerían a todas las diócesis; recabar la validez de los estudios; determinar la propiedad de la casa y su administración perpetua por los esuítas : y varias otras cláusulas que se salían del molde de los seminarios diocesanos. El trabajo de redactar las bases lo tomó el P. Luis Martín, provincial entonces de Castilla : D. Claudio las estudió con el Nuncio y el señor Obispo de Santander; el primer reparo del Marqués fué que se le daba el título de fundador, y escribió al P. Mar­ tín: “ Me sería agradable aparecer actuando en cuanto a la fundación del Seminario sólo como ejecutor de la vo­ luntad de mi padre” (abril, 1889). Modestia que repitió siempre, aun en los primeros prospectos del Seminario. Hubo, como es natural, negociaciones y cambio de notas entre las partes contratantes, porque en el interés de to-

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dos estaba cerrar portillos a futuras discrepancias o du­ das. Por parte de la Compañía las dirigió el P. Luís Mar­ tín : no conocía personalmente a D. Claudio, hasta que en el verano de 1889 se le presentó éste en la residencia de Santander. “Joven como era, lo hallé tan razonable en todo, tan noble y tan digno, que aunque había oído grandes elogios de él, confieso que no me lo había imaginado tal, ni con mucho. Hombre verdaderamente cristiano, que no bus­ caba en la obra emprendida su provecho o su honra, sino únicamente la gloria de Dios y el bien de las almas” . Elogio en verdad cumplido, hecho por quien penetraba muy hondo en los caracteres; en el que se afianzó más y más el P. Martín, conforme el trato lo iba acercando al Marqués. Merced a los trabajos de D. Claudio, que estaba dis­ puesto a ir en persona a agenciarlo en la Curia papal, se aprobaron las bases del Seminario en Roma y en Madrid. El t6 de diciembre de 1890 expedía León X 1ÍI el Breve Sempiternam dotninici gregis, que le daba vida jurídica: el 10 de julio siguiente firmaba D. Claudio el acta de fun­ dación y su donación a la Santa Sede, de quien es la ex­ clusiva propiedad y jurisdicción: en enero 1892 llega­ ban los 54 primeros seminaristas. El cariño con que toda la familia del Marqués miraba a aquellos jovencitos, indícalo una carta de D. Gaudio a la Marquesa madre, a los pocos días de tenerlos cobijados en la casa que desde entonces fué para ellos y para los que detrás han seguido la casa paterna. “ Mamá del alma: 1¡Qué unidos habrán estado hov núes.v * tros pensamientos a pesar de hallarnos tan separados por la distancia! ’’Entre las muchas oraciones que se habrán elevado

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hoy al cielo pidiendo lo mismo que nosotros hemos pedido, pocas tan gratas, sin duda, a Dios como las de los cincuen­ ta y dos seminaristas de Comillas, que después de termina­ dos sus Ejercicios Espirituales han comulgado esta maña­ na, ofreciendo su comunión por quien les ha proporcionado [os medios de .seguir su santa vocación. Me dice el Padre Gómez que me envía una fotografía de todos ellos, for­ mando grupo a su alrededor. Ya te la remitiré en cuanto la reciba.” (16 de enero de 1892). El Seminario fué creciendo en número y ganando nom­ bre por la intensidad de la formación clásica, única en los primeros años: cuando los Obispos de paso en Comillas presenciaban actos literarios, y veían a gramáticos ha>lar corrida y correctamente latín, traducir del griego y declamar poesías castellanas y latinas por ellos com­ puestas. la comparación con los estudios de otros Semilarios se venía sola. El rigor en escoger alumnos, la vigiancia paternal de los superiores, el espíritu de familia r la piedad sólida, casi de religiosos, entablaron allí un ■égimen modelo. Ni que decir tiene lo que en contemplarlo gozaban el >uen P. Gómez y D. Claudio; los Superiores del Semina*io, según era de justicia, estaban en continua correspon­ dencia con él; comunes eran los apuros, las alegrías, las esperanzas. Más de una vez durante los veranos, las Mar­ quesas, madre y consorte, invitaban a merendar a los seninaristas, y con aire de madres les repartían ellas misnas pasteles y golosinas. El parque del Marqués lo telían como propio para sus paseos. Así se deslizaron los :uatro primeros cursos, cuando una nube a manera de tormenta de mayo amenazó tronchar en flor tanta es­ peranza. No se había comprometido el Marqués a renta fija: mas

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de hecho era casi el único sostén económico de la casa: a él se le pasaban los recibos y su administrador tenia orden de irlos abonando. Pero en 1896 las guerras coloniales se pusieron de peor cariz: se avecinaba la catástrofe final, y la fortuna de! Marqués, sustentada en el tráfico de Cuba y Filipinas, se vió a dos dedos de la bancarrota. Por lo que atañe al Se­ minario, fué antiguo deseo suyo separar del riesgo y con­ tingencia de sus negocios un capital cuya renta asegurase la vida a la fundación; no había podido realizarlo; y aho­ ra, en los azares gravísimos que conmovieron hasta los cimientos de su casa, vió que le era de todo punto imposi­ ble continuar los socorros. Fué una de las grandes angus­ tias de su alma. “ Es esta la última carta que escribo en el 96, y no la olvidaré nunca: tan grande es d esfuerzo que me cuesta, pensando la contrariedad que con ella-le he de causar... ” Así da la noticia al Provincial de Cas­ tilla, P. Matías Abad. Y al Superior del Seminario, Pa­ dre Carrera: “ Dios me envía y envía a ustedes un período de dificultades y de pruebas. Frente a él. y ade­ más de seguir implorando con mayor ahinco d favor di­ vino que todo lo puede, impónese obrar con suma previ­ sión y prudencia”. Había que poner en autos a la Santa Sede y al Padre General, su amigo el P. Luis Martín: D. Claudio no se atrevió directamente al Cardenal Rampolla, y se simó del Cardenal Crettoni, que conocía bien el Seminario, por haberlo visitado en 1894. Tan honda pena reflejaban sus cartas, que la contestación del P. Martín más que a preve­ nir el peligro tiende a consolar el ánimo del Marqués: “ No dude usted que el Señor premiará, cualquiera que sea la solución de este negocio, la grande generosidad y los sa­ crificios llevados a cabo por usted hasta ahora, así como

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los santos deseos que lo animan al presente. Una sola cosa me atrevo a pedirle, que creo por el momento la más ca­ pital. No se deje usted llevar de impresiones tristes que tanto pueden dañar a su salud... Si de algo debe usted te­ ner escrúpulos ante Dios es de descuidar su salud” (5 ene­ ro 07). La crisis fue terrible: por poco se viene abajo aquella ibra. cuya excelsa magnitud, hoy en plena floración, ya entonces se \ ialumbraba. El Marqués, que tenía en ella 5us cariños; el P. General, que la miraba no sólo como la más importante y fructuosa que en España dirige la Com­ pañía, sino como algo suyo personal, porque intervino en es laboriosos trances de su nacimiento, ideaban arbitrios y tanteaban salidas: pensóse en solicitar subvención del Gobierno y de íos Sres. Obispos; y el P. Martín mata la esperanza con lógica y frases aplastadoras: “ Si el Semilario no puede vivir sin una pensión o ayuda del Gobier10. yo lo doy por muerto como institución permanente” ; x>rque el vaivén de partidos y la tendencia anticlerical de ilgunos nc> era base para fijar nada y menos una instiudón eclesiástica. Apuntó el Marqués que acaso pudiera ledicarle un capital que rentara seis o siete mil duros. -\hí se apoya el P. Martín: la Compañía buscará entre >us amigos otro tanto; hay para ochenta alumnos; abrienio la puerta a algunos pensionistas, se podía tirar, hasta .jue Dios mandara mejores días: “ Oremos, pues... termila el P. General, trabajemos: el resultado dejémoslo a Dios. De todos modos, Sr. Marqués, su piedad y genero­ sidad no quedará sin recompensa adecuada al sacrificio grande que usted ha hecho. Nuestras oraciones y grati:ud serán eternas, y más eterno todavía el premio con que ú Señor retribuirá a su señor padre, a usted y a toda la

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Felizmente, por insinuación del Marqués en las bases de fundación se había incluido la cláusula que consentía, si la necesidad apremiase, alumnos que se costearan la ca­ rrera; la medida no carecía de inconvenientes, compen­ sados con ventajas, como después se ha palpado. Pero no quedaba opción. Se admitieron, y la vida del Seminario se afianzó definitivamente. El año de la crisis los seminaristas éramos unos 115: en 1907, 213: en 1912, 342: en 1917, 384: número que se ha mantenido poco más o menos. El edificio no bastaba, y en 1912 se concluían las obras del Seminario menor, enorme galería de 114 metros de fachada por 14 de fon­ do, en que la comodidad prevalece a expensas de la esté­ tica, como la estética prevaleció a la comodidad en el pri­ mero. La fama del Seminario cundió por todas las dió­ cesis de España, y aún por la América española, princi­ palmente desde que en 1904 salieron los primeros sacerdotes. “ La Universidad de Comillas — es elogio de un gran sabio y gran Obispo chileno, el limo, Rücker Sotomayor, que habla como testigo de vista— es un estableci­ miento perfecto, en el cual todo es admirable: edificio, templo, instrucción, situación topográfica, medio ambien­ te. Obra .colosal” . Y ciertamente no hay otro que se le iguale en la serie­ dad de los estudios: catorce años bajo excelentes profeso­ res, que aplican a la letra el Ratio Studiorum, la selección de los alumnos, el tesón en mantener alta la bandera, todo contribuye a que la Universidad Pontificia de Comillas sea gala de la Iglesia española y plantel de sacerdotes que se desparraman con un caudal de ciencia y con método de trabajo intelectual que se abre paso donde quiera que se presenta. Comparaciones entre personas no caben: otros

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seminarios dan hombres competentísimos; pero del con­ junto, de la generalidad, sin ofensa de nadie, la palma se la lleva Comillas. A la primera relación trienal, contesta la Sagrada Con­ g r e g a c i ó n de Estudios: “ Todo cuanto se requiere para la perfecta constitución de un Centro Universitario Pontifi­ cio. lo vemos ahí admirablemente establecido y observa­ do... Esta Sagrada Congregación gustosísima felicita y tributa los mayores elogios a vosotros y a todos vuestros cooperadores” ( n de marzo de 1908). Y tres años des­ pués: “ Con razón puede y debe contarse ese Seminario entre las más esclarecidas Universidades católicas” (1). Ya en 1917, al celebrarse las Bodas de Plata de la fun­ dación, decía el Excmo. Sr. Ragonessi, entonces Nuncio de Su Santidad, a los antiguos alumnos: “ De todas par­ tes me llegan consoladoras noticias de vuestro apostolado para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas. Vosotros descolláis por la pureza de la doctrina, por la piedad sacerdotal, por el celo apostólico y particularmen­ te por la adhesión inquebrantable al Sumo Pontífice, la obediencia a los Prelados y el respeto a la autoridad...” ¡ Bien colmados ven sus ideales desde el cielos los fun­ dadores! El plan aquel soñado por el P. Gómez, acari­ ciado por los Marqueses de Comillas, hoy es plena reali(1) Pío X otorgó al Seminario la facultad de conceder grados el 17 de marzo de 1904, fundado, aparte de la competencia científica, y deseo de honrar al Seminario, que nomine et re es pontificio, “ipara dar testimonio y prenda de singular benevolencia al nobilísimo Claudio López Bru, en excelente modo benemérito ya antes de la Religión C atólica”. A sí lo dice el Brere y lo confirmó el P. Luis Martín, al dar la enhorabuena al M ar­ qués, por cuya mano corrieron las negociaciones.— E l año 1912 se otorgaron los primeros grados, y desde aquella fecha van salidos: Derecho Ca­ nónico: Licenciado«, 161; Doctores, 106; Teología : Licenciados, 266; Doc­ tores, 305; Filosofía : Licenciados, 302; Doctores, 199.

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dad; y a manos llenas recoge sus frutos la Iglesia de Es­ paña y aun la de América. Porque en toda ella, en todos sus órdenes campean dig­ nos representantes de Comillas: en el Episcopado, empe­ zando por el Emmo. Cardenal Primado; en los Cabildos Catedrales; en el profesorado de los seminarios: en el clero castrense; en el clero parroquial. Los sacerdotes has­ ta ahora allí formados, son apóstoles y son levadura que fermenta y avalora la masa del clero español. Del Seminario decía el Marqués: “ En Barcelona todo lo miramos un poco bajo el aspecto de fábrica: al venir a Comillas, también al Seminario, mas o menos, lo miramos así. Pero yo me digo: No es una fábrica de tejidos ni de conglomerados; es una fábrica de apóstoles. Y es un con­ suelo grande saber que los sacerdotes formados en Co­ millas ejercen en torno suyo un apostolado” . Por ese ca­ rácter del Seminario su afecto volaba muy por encima del que los fundadores acostumbran sentir hacia sus obras: al cariño de padre se unía la veneración, y, como recuer­ da uno de los rectores, el miedo a que sus recomendacio­ nes en pro de candidatos perjudicasen al fruto, le forza­ ba a hacerlas con mesura y delicadeza, sin coartar la li­ bertad de los superiores; porque su deseo, repetidas veces manifestado, fué que el Seminario fructificase lo más po­ sible en-bien de la Iglesia y de la Patria, fiándose por com­ pleto de la Compañía, que no atendería a otra cosa en es­ coger los alumnos. No era frecuente su presencia en las solemnidades lite­ rarias del Seminario, porque recelaba, y con razón, se le habían de dedicar algunas muestras de gratitud, y a eso no se resignaba su modestia. A las funciones religiosas no faltaba, por lo menos, a la bendición del Santísimo que se tiene los domingos por la tarde: allí podía tranquila-

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mente mezclarse entre la gente en un banco. Cuando las Bodas de Plata asistió al Pontifical, que celebró el enton­ ces Obispo Auxiliar de Valladolid, hoy Primado. Habíaseles dispuesto sitio de honor en primera fila: ¡Qué me­ nos! Pues mientras el P. Rector acompañaba a la Mar­ quesa hasta arriba, D. Claudio se quedó atrás, y se colo­ có en los bancos: hubo casi que subirlo a la fuerza. A la solemnísima velada de la tarde, ya no pudo asistir: un te­ legrama avisó se entenebrecía el horizonte político, y por consejo del propio Sr. Nuncio corrió a Madrid, al lado del Rey y del Gobierno. Fué providencia de Dios que le qui­ so ahorrar un mal rato. Oradores y poetas dejaron des­ bordar sus corazones en oleadas de amor a la casa y de gratitud a los fundadores. La Marquesa aguantó el cha­ parrón llorando (recuerdo la fuerza y espontaneidad con que asintió a la pregunta hábilmente preparada de un ora­ dor : — ; Verdad que ^res nuestra madre ?); pero decía des­ pués: “ Bien hizo Claudio en irse: esto no lo hubiera po­ dido resistir” . Solían los antiguos alumnos al terminar los Ejercicios, que hacen allí para San Ignacio, bajar a saludar a los Marqueses: recibíanlos con un cariño y un respeto que encantaba: conversaba con ellos D. Claudio; oía sus triun­ fos; interesábase por sus cosas; a propósito de la asocia­ ción que tienen, Unión Fraternal, les dijo en una de esas visitas: “ Para ustedes esa unión es indispensable, por lo mismo que viven dispersos en varias diócesis: el mejor legado que me dejó mi padre fueron sus amigos. ¡ Cuán­ to me han ayudado! De la Unión Fraternal les ha de ve­ nir la fuerza” . Viene bien este recuerdo para cerrar el capítulo con la nota de la profunda gratitud y amor verdaderamente filial que los sacerdotes de Comillas guardan todos a D. Clau-

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dio. La Unión Fraternal tiene una publicación de su mis­ mo nombre, formada de cartas en que los exseminaristas se cuentan sus andanzas y refrescan la memoria de los años pasados bajo aquel techo bienhechor. Pues bien, a raíz de la muerte del Marqués publicóse un número ex­ traordinario dedicado a su memoria: y no hay una sola carta que no rebose pena honda, agradecimiento perdura­ ble, sentires de hijos que mutuamente se desahogan. El nombre de padre se lo dan todos. Y como a tal lo lloraron muerto y veneran entre los escogidos. Porque más que para nadie, para los sacerdotes y se­ minaristas de Comillas, el Marqués es un santo.

CAPÍTULO XIX C O M IL L A S M O N T A Ñ E S

Para abrir este capítulo servirá una cita: ‘Había pasado la parte solemne de la fiesta: los discur­ sos, el descubrimiento de la estatua, la visita del rey a las distintas salas de la Biblioteca... Los Marqueses... de­ searon entonces visitar la Biblioteca, que no habían visto después de su restauración. ’’Estábamos en el despacho, donde se guardan los libros raros y curiosos, y teníamos a la vista un manuscrito au­ tógrafo de Quevedo. El nombre y la memoria del hidalgo de Boiorís nos llevó como de la mano a tratar de los gran­ des escritores españoles que tuvieron en estas Montañas su origen y ascendencia. Recordó entonces el Marqués la antología o florilegio que acababa de publicar Elias Ortiz de la Torre, y lamentó — encomiando, por otra parte, el pensamiento y la ejecución— que no hubiese incluido el colector entre los poetas montañeses a Lope, a Calderón y a Quevedo. — Xo nacieron en la Montaña, es cierto; pero tampoco he nacido yo en ella — decía— , y creo que nadie me ne­ gará el derecho a llamarme montañés. Y. animado por estas ideas, contaba que casi siempre que coincidían cMy Menéndez y Pelayo en alguna reunión,

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junta o tertulia, terminaban por hablar de los grandes es­ critores de la tierra montañesa, y muchas veces — conta­ ba el Marqués— que entre bromas y veras le decía a don Marcelino: — Usted que tanto sabe de la vida y milagros de los literatos de España, y que conoce, además, tan bien las rutas y caminos de la investigación, ¿por qué no se dedica una temporada a averiguar la ascendencia remota de Cervantes? No me cabe duda que alguno de sms ante­ pasados sería montañés, y vea usted, D. Marcelino, que casi es el único de primera talla que nos falta. — La ascendencia montañesa de Cervantes — le repli­ qué yo— , va a ser muy difícil hallarla; pero puesto que tanto le interesa esta cuestión, puedo adelantarle una bue­ na noticia: De mis investigaciones sobre la vida de D. Luis de Góngora, resultó que el bisabuelo materno del gran poe­ ta cordobés era de Hermosa, en la Montaña. Los ojos del Marqués se animaron con un rayo de alegría, y sin pronunciar una palabra me abrazó” (i). Nadie, en efecto, que conociera a D. Claudio le negaría el derecho de llamarse montañés. Nació en Barcelona y sangre catalana le dió su madre: sin renegar de ello, an­ tes llamándose catalán a boca llena y favoreciendo cuanto pudo a la Ciudad de los Condes, su corazón estaba por la Montaña. Con el título “ Los ricos de la Montaña” recordaba, el 30 de octubre de 1893, La Publicidad de Santander “ lo mucho que tanto al primero como al actual Marqués de Comillas debe la Montaña... Un hombre que adquiere a (1)

Miguel Artigas. Diario Montañés, de Santander. (Copiado por E l mayo 1925)·

Universo, 21

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fuerza de honrados y perseverancia inmensa fortuna, que emplea en prodigar el bien en todas partes» pero princi­ palmente en su país natal". Xo fueron menester muchos días para que la verdad del testimonio quedara patente. El 3 de noviembie del propio año ardía el Cabo Machichaco. en cuyas bodegas se amontonaba, criminalmente oculto, enorme cargamento de dinamita, más de cincuenta toneladas. Aterradora fue la catástrofe: “ En la pobre fantasía de los hombres no hay término de comparación para el sonar'de aquellos dos estallidos casi simultáneos: para aquel cráter horrible que se abrió con ellos: para aquella inmensa columna de fuego que se elevó al espa­ cio, y en cuya cima humeante flotaban, entre denegridas espirales, cuerpos humanos: para aquella infernal metra­ lla de candentes y retorcidos hierros que vomitaban los seros del vapor, entre infectas oleadas de cieno del fondo de ia mar. sobre las apiñadas, desprevenidas e indefensas multitudes: para el color extraño de aquella luz que se en­ señoreó del aire, empañando la del sol...” (i). El cargamento de hierro en rieles y viguetas, impul­ sado por la dinamita y ácido sulfúrico, fué la metralla que barrió la explanada de los muelles y llevó la muerte a va­ rios kilómetros: en los tejados y en el interior de las casas cayeron miembros desgajados y cadáveres sin forma hu­ mana. Ardieron los muelles y las calles vecinas, y la ciudad entera, resquebrajada en sus edificios y aplastada en sus ánimos, corrió el riesgo de desaparecer en aquella catástofe más que dantesca. Don Claudio estaba en Barcelona: y tardó en salir para Santander lo que tardaron en ponerle tren especial: en

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dos horas con la actividad suya, siempre movida y enton­ ces sobrexcitada, recabó del Ayuntamiento una sección de bomberos, reclutó médicos, telegrafió a los agentes de la Trasatlántica en San Sebastián y Bilbao que solici­ tasen bombas y personal y lo embarcasen a Santander, todo de su cuenta y riesgo (i). En su tren metió desde Barcelona dos bombas de va­ por, dos carros extinctores, mil metros de mangas, esca­ lera de veintitrés metros, cuatro lámparas de 2.000 bujías para trabajar de noche, y un equipo de 45 hombres con su comandante Con él se fueron la Marquesa, sus dos pri­ mos D. Santiago y D. Luis López y el Marqués de Movellán. Por poco las ansias de llegar traen nueva catástrofe: en Haro el jefe de estación les dió pasó en una vía ocu­ pada por vagones, y los frenos no lograron evitar el cho­ que : todos los viajeros rodaron, y la máquina quedó des­ hecha, y el maquinista y el fogonero heridos. Lo que fal­ taba del camino lo hicieron en el correo, por no lograr tren propio pedido telegráficamente. A las nueve del 6 se apeaban en la ciudad, y el recibi­ miento fueron lágrimas de los que esperaban y venían. Di rectamente se trasladaron los Marqueses al Hospital, v una por una recorrieron todas las camas, alentando a los he(1) Telegrama al Inspector de F. C. N. “ Urgentísimo: Dígale de mi parte a D. Angel B. Pérez que he telegrafiado a Bergé de Bilbao y a D. Luís Calisalvo de San Sebastián lo siguiente: Según telegrama recien­ te recibido se teme que el incendio de Santander se extienda a toda la ciudad, lo que dada la naturaleza de las construcciones, es desgraciada­ mente posible. Si no tienen ahi noticias en contrarío, agradeceré que solicite en mi nombre de ese Ayuntamiento un tren de incendios o par­ te de él, garantizando yo la devolución sin deterioro. Si. como espero de los generosos sentimientos de ese pueblo, accede a mi petición, telegra­ fíe inmediatamente bttque que los transporte hoy mismo a Santander.— Marqués de Comillas".

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ridos, disponiendo se les dieran caldo, libros y tabaco. Los había aún sin recibir la primera cura, porque los médicos no se daban mano, a pesar de los muchos que de fuera acudieron. Del Hospital a casa de D . Angel Pérez, re­ presentante de la Trasatlántica, que hacía de Alcalde y casi única autoridad. i>orque Alcalde, Gobernador, Jefe de Marina, todos sucumbieron: allí reunió Comillas las pocas tuerzas vivas, alentó sus desmayados bríos con un discurso, que hizo llorar, y organizó brigadas: unos a re­ coger cadáveres y heridos, que aún yacían, no pocos, don­ de les cogió el golpe, otros a procurar habitación para los <jue vagaban sin ella, otros a buscar víveres, etc. Angel Pérez salió llorando y diciendo: “ ¡Q ué hombre; no es un hom bre; es un á n g e l! Acudió a Santander el Ministro de Gobernación, y con él trabajó D. Claudio en intentar se volaran las cajas de explosivos que había bajo el agua: desaparecido el pelig r o de incendio, se retiraron los bomberos bilbaínos y don Claudio acudió a despedirlos. Diéronse los vivas de rú­ brica a Bilbao, y se contestaron: una voz dió un ¡Viva la caridad!... y sólo contestaron los sollozos. 'La caridad se había mostrado generosa en todos; pero .vi n¡'is genuino representante dt orden y seguridad, se iba a

fué Comillas: del arreglo los hospitales, presenciaba las curas, consolaba a los heridos, que tenían muchos más llagada el alma que el cuerpo. Sabían que al salir, los que saliesen, no los habían de recibir los brazos de la mujer o fiel marido o del hermano o del padre, que, a buen librar, descansaban en el Cam]>osar.to. La palabra cariñosa, cris­ tiana, henchida de compasión y caridad de D. Claudio vertía lenitivo en las abiertas desgarraduras de los cora­ zones. y los labios desangrados y trémulos le daban las gracias que él. humilde, enderezaba a Dios.

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Así lo reconoció todo Santander: La Atalaya>al enu­ merar los bienhechores, la Reina Regente, el gobierno, el Ministro Sr. Gamazo, etc., añade al segundo Marqués de Comillas, y “ el p r i m e r o del mundo, porque no conocemos otro igual ni de tan magnánimo corazón, ni de caridad tan grande” . E l Correo de Cantabria: “ El Sr. Marqués se ha hecho acreedor, por si ya no lo fuera, a la mayor consideración del pueblo de Santander, pues desde que ocurrió el desas­ tre no ha descansado un momento para proporcionar a este pueblo toda clase de auxilios, a costa de grandes sa­ crificios de su peculio particular” . Una advertencia a esto de los sacrificios pecuniarios: al llegar ofreció 10.000 pesetas para la suscripción nacio­ nal en favor de las víctimas: pero esa cantidad es una parte insignificante de sus gastos. Era norma suya en tales suscripciones quedarse más bien corto: solía pre­ guntar — y he visto numerosas consultas— cuánto daban otros de su clase, y a ello se acomodaba: la limosna en le­ tras de molde 110 era muy de su devoción: la daba por el ejemplo y por corresponder a su posición: mas las limos­ nas que correspondían a su liberalidad y a su corazón iban arregladas al canon evangélico: No sepa tu mano iz­ quierda lo que da tu derecha. El día 7, a bordo del Alfonso X III, celebró su duelo de familia. Estaba este buque anclado en la embocadura de San Martin, y su capitán Jaureguízar con casi todos los oficiales y veinticuatro hombres pasó al Machichaco con el material extinctor de a bordo para auxiliar en con­ tener el fuego: largo rato llevaban trabajando, cuando un marinero subió de la bodega y dice a Jaureguízar: — Mi capitán, abajo quedan cajas de dinamita. — ¡Imposible!: el capitán del Machichaco dice que no.

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— Pues yo las he visto. Jauregitízar tembló: y ordenó retirarse a los suyos. Era tarde: estalló el barco, y él, el Inspector de la Tra­ satlántica D. Benito F. Cimiano, el primer oficial, el mé­ dico, el practicante y veintiocho hombres pagaron con la vida el egoísmo del capitán del Machichaco. A rendir tributo a estos héroes del deber y a orar por ellos fue D. Gaudio a su correo: celebráronse solemnes funerales: v es lástima no se conserve el discurso del Marques a la mermada y abatida tripulación, proponiendo a todos el ejemplo de sus abnegados compañeros, y ofre­ ciendo su apoyo a cuantos cayeran en el camino del deber. El capitán Jaureguízar era de Zaragoza: allí también se le ofrecieron funerales costeados por la Sra. Marquesa. Tres días habían bastado a Comillas para asentar la calma y organizar el servicio de los hospitales y socorros: el 9 reúne en casa de D. Angel B. Pérez a concejales y personas de arraigo, y en un discurso, a que las cir­ cunstancias infundían elocuencia, los estimula a adquirir material de incendios y a nombrar un Ayuntamiento in­ dependiente y honrado: allí mismo los concejales hacen dejación de su cargo para facilitar la propuesta, y se de­ signan candidatos para las próximas elecciones. Cuando la prensa y las corporaciones trataron poco des­ pués de darle las gracias, D. Claudio estaba ya camino de Barcelona. Para esquivarlas huyó sin avisar a nadie el mismo día 9. Mientras tan espléndidamente brillaba la caridad en Santander, el día 7, al abrirse la temporada en el Liceo de Barcelona, los modernos redentores del pueblo lanza­ ban dos bombas Orsini a las butacas, y mataban diez y ocho personas. ¡Contrastes elocuentes! La conducta de D. Gaudio fué admiración de España

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entera; para él no pasaba del cumplimiento vulgar de su obligación. Santander no se resignó a quedar defraudada en el deseo de mostrarse agradecida: la Diputación acor­ dó por unanimidad darle las gracias de oficio, que es en verdad sentido; el Real Club de Regatas quiso nombrar­ le Presidente honorario; E l Correo de Cantabria le dedi­ có un número extraordinario con orla de luto: “ la orla, que recibirán en oro en ejemplar especial, simboliza la coro­ na que el pueblo les envía con unánimes alabanzas: la franja negra representa el motivo santo de la tristísima visita improvisada, que les ha conquistado el cariño en­ trañable, la gratitud profunda de todos los habitantes de... Santander” (T3 nov. 1893). Resolvió el Ayuntamiento (10 nov.) pedir para él la Cruz de Beneficencia: La Atalaya (12 nov.) protesta: “ Para este señor, que nos ha dado pruebas tan grandes de cariño, no se pide cosa tan insignificante como una Cruz de Beneficencia. Inténtese otra cosa: firmen todos los santanderinos, todos, una petición al Gobierno, soli­ citando para el Sr. Marqués de Comillas algo que recuer­ de siempre, trasmitido a su familia, hechos que tanto le honran, que tanto le ennoblecen... un título muy glorio­ so, por fundarse en la realización de una cristiana obra: él titulo de Duque de Santander... Si se pide y se logra, no habremos empezado todavía a pagar nuestra deuda eter­ na con el Sr. Marqués de Comillas” . Se pidió: Sagasta presentó la solicitud a la Reina Re­ gente, que consentía gustosísima. Quien no consintió fue D. Claudio: no había hecho sino cumplir como cristiano y montañés, y aun le faltaban fuerzas y méritos para lle­ var el título heredado. Así respondió a la propuesta ofi­ cial del Gobierno. Y como insistiesen los santanderinos en cariñoso telegrama, rogándole aceptase, “ seguro de que

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— Pues yo las he visto. Jaureguízar tembló: y ordenó retirarse a los suyos. Era tarde: estalló el barco, y él, el Inspector de la Tra­ satlántica D. Benito F. Cimiano, el primer oficial, el mé­ dico, el practicante y veintiocho hombres pagaron con la vida el egoísmo del capitán del Machichaco. A rendir tribute a estos héroes del deber y a orar por ellos fué D. Claudio a su correo: celebráronse solemnes funerales: y es lástima no se conserve el discurso del Mar­ qués a la mermada y abatida tripulación, proponiendo a todos el ejemplo de sus abnegados compañeros, y ofre­ ciendo su apoyo a cuantos cayeran en el camino del deber. El capitán Jaureguízar era de Zaragoza: allí también se le ofrecieron funerales costeados por la Sra. Marquesa. Tres días habían bastado a Comillas para asentar la calma y organizar el servicio de los hospitales y socorros: el 9 reúne en casa de D. Angel B. Pérez a concejales y personas de arraigo, y en un discurso, a que las cir­ cunstancias infundían elocuencia, los estimula a adquirir material de incendios y a nombrar un Ayuntamiento in­ dependiente y honrado: allí mismo los concejales hacen dejación de su cargo para facilitar la propuesta, y se de­ signan candidatos para las próximas elecciones. Cuando la prensa y las corporaciones trataron poco des­ pués de darle las gracias, D. Claudio estaba ya camino de Barcelona. Para esquivarlas huyó sin avisar a nadie el mismo día 9. Mientras tan espléndidamente brillaba la caridad en Santander, el día 7, al abrirse la temporada en el Liceo de Barcelona, los modernos redentores del pueblo lanza­ ban dos bombas Orsini a las butacas, y mataban diez y ocho personas. ¡Contrastes elocuentes! La conducta de D. Claudio fué admiración de España

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entera; para él no pasaba del cumplimiento vulgar de su obligación. Santander no se resignó a quedar defraudada en el deseo de mostrarse agradecida: la Diputación acor­ dó por unanimidad darle las gracias de oficio, que es en verdad sentido; el Real Club de Regatas quiso nombrar­ le Presidente honorario; E l Correo de Cantabria le dedi­ có un número extraordinario con orla de luto: “ la orla, que recibirán en oro en ejemplar especial, simboliza la coro­ na que el pueblo les envía con unánimes alabanzas: la franja negra representa el motivo santo de la tristísima visita improvisada, que les ha conquistado el cariño en­ trañable, la gratitud profunda de todos los habitantes de... Santander” O3 nov. 1893). Resolvió el Ayuntamiento (10 nov.) pedir para él la Cruz de Beneficencia: La Atalaya (12 nov.) protesta: “ Para este señor, que nos ha dado pruebas tan grandes de cariño, no se pide cosa tan insignificante como una Cruz de Beneficencia. Inténtese otra cosa: firmen todos los santanderinos, todos, una petición al Gobierno, soli­ citando para el Sr. Marqués de Comillas algo que recuer­ de siempre, trasmitido a su familia, hechos que tanto le honran, que tanto le ennoblecen... un título muy glorio­ so, por fundarse en la realización de una cristiana obra: el título de Duque de Santander... Si se pide y se logra, no habremos empezado todavía a pagar nuestra deuda eter­ na con el Sr. Marqués de Comillas’·. Se pidió: Sagasta presentó la solicitud a la Reina Re­ gente, que consentía gustosísima. Quien no consintió fué D. Claudio: no había hecho sino cumplir como cristiano y montañés, y aun le faltaban fuerzas y méritos para lle­ var el título heredado. Así respondió a la propuesta ofi­ cial del Gobierno. Y como insistiesen los santanderinos en cariñoso telegrama, rogándole aceptase, “ seguro de que

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nuestra ciudad se considerará muy honrada con que tan ilustre patricio lleve su nombre” , el Marqués contesta que su recompensa, no bien ganada, serían las demostra­ ciones de cariño que el pueblo de Santander le dispensaba. “ El telegrama suscrito por tantos y tan esclarecidos mon­ tañeses habrá de recordarme siempre que hay una ciudad querida 3 L que jamás podré pagar con mi profunda gra­ titud y ácendrado cariño la deuda con ella contraída” . A sí era D. Claudio: sus beneficios no valían nada, y el agradecérselos equivalía a obligarle con favores. Este te­ legrama me recuerda otra carta suya al P. Gómez, el ins­ pirador del Seminario: daba éste las gracias a él o a su padre — ;v ya tenía por qué!— : D. Claudio le replica: *\;Qué menos podemos hacer los que formamos el vulgo del pueblo cristiano que admirar los pensamientos acerta­ dos de nuestros jefes y prestarles nuestro apoyo? Ningu­ na gratitud nos deben ustedes por ello, a menos que en el grado de perfección que ustedes alcanzan se agradezca al que se presta un beneficio el que lo reciba con agrado” (12 oct. 1882). o tro rasgo de D. Claudio en favor de Santander: Ha­ bía en el testamento de su padre un legado de 60.000 pe­ setas para una obra beneficiosa a la ciudad. Por diver­ sos motivos, independientes de su deseo, la obra no se de­ terminó ni el dinero se entregó hasta 1904. Entonces el Ayuntamiento, el Sr. Obispo, los representantes del Mar­ qués resolvieron dedicarlo a la creación del Monte de Pie­ dad. A l firmar la escritura, D. Claudio, so capa de intere­ ses devengados por el capital de su padre, añadió 59.189 pesetas. Montañesismo puro respira el Museo de su palacio, de ricas preseas en prehistoria y antigüedades. El arte fué uno de los mayores goces de su vida, y adquirir cuadros

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y estatuas, un empleo de su dinero que más contento lo hubieran dejado: pero consideraba este goce personal, y ahí llevó su mortificación y lo que podíamos llamar con exactitud su espíritu de pobreza. Le costaba gastarse en un lienzo miles de pesetas que podrían ir con más prove­ cho a las manos de los necesitados o a llenar las arcas de las organizaciones católicas; tenía algunos, los bastantes al decoro de sus salones, no al lujo de coleccionista: si hubo excepción fue cuando se trataba de artistas o recuerdos montañeses. Las vitrinas y muros de su museo lo atesti­ guan ; los rincones y sendas de su parque en vez de ostentar como muchos otros estatuas clásicas... de clasicismo de pacotilla y desnudos más o menos artísticos, se adornaban con estelas romanas, sepulcros cántabros, capiteles e imágenes medioevales, recogidas en los pueblos de su tierra. La Real Academia de la His­ toria lo nombró en virtud de esos méritos correspondien­ te, y él con su humildad echaba a broma el honor, que de­ cía vestirlo como al cuervo las plumas del pavo real. ‘*Hov, escribe a su madre, he visitado la Academia de la Historia... Por cierto que los eminentes servicios que he prestado a la historia de la provincia de Santander con los descubrimientos hechos por Romualdo, me valdrán el título de correspondiente de la Academia de la Histo­ ria. Díselo a Eusebio para que vaya apreciando mi museo en todo su valor” (21 enero 1892). El descubridor Ro­ mualdo era quien, pagado y dirigido por D. Claudio, tra­ bajaba en las excavaciones. * * *

Se profesaba D. Claudio montañés: y más que eso, comillano: el pueblo cuna de su padre y título de su nobleza, lo atraía irresistiblemente; de muchacho allí pasó las ho­ ras más felices de vacaciones; de joven holgaba los vera-

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nos en la vida familiar, que tan hondamente sentía, con goces no bulliciosos, pero sí esparcedores del ánimo, de esos que llenaban su alma de poeta y artista, pegada al cariño de los suyos y a la contemplación amorosa de la naturale­ za. Hombre ya metido en la brega de los negocios, busca­ ba en la plácida villa el descanso — muy relativo, porque sus vacaciones daban tarea cumplida para muchos no hol­ gazanes— y templaba sus nervios con las brisas salobres, con las afelpadas praderas, con las erguidas cumbres de. los Picos de Europa. Siempre y en todas sus edades le tiraba la patria chi­ ca: su recuerdo parecían avivárselo las distancias y po­ nérselo delante los acaecimientos menos acomodados. Si en Cádiz venían chubascos, rememoraba con gusto su tierruca. Los gaditanos se amilanaban ante la lluvia que tronchaba sus flores y entoldaba de melancolía su cie­ lo purísimo: “ Yo en cambio abro las balcones de par en par, y la boca más que los balcones para dar entrada has­ ta los pulmones al aire húmedo y fresco que me hace el efecto de un amigo llegado de la Montaña: y a consultar sólo mi gusto, me echaría a vaguear por esas calles sin· sombrero y sin zapatos, siguiendo el curso de todos los regatos y pasando por debajo de todos los canalones, comcr suelen hacer los chicos de Comillas” . (A su madre, 17 sep­ tiembre 1875). Si asiste a funciones religiosas, añora las humildes de su pueblo: “ Dentro de un rato iremos a misa... Ah, cómote echo de menos, mi misa mayor de Comillas, oída desde mi rincón del coro, con la conocida música de D. Agustín, y el canto temblón de D. José, y el entusiasta sermón de D. Felipe, y los suspiros de las viejas, y las desafinadas ex* citaciones del sacristán y el sordo por el Santo Cristo del Amparo, y las Benditas Animas del Purgatorio, y con.

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aquella salida de la iglesia tan llena de poesía y con aque­ lla plática tan bien sombreada por las acacias del corro de ¿ampios...” (A María Luisa, Cádiz 8 sept. 1875). Esa misa dominguera lo entusiasmaba y edificaba, por la fe honda que veía en sus paisanos. Mientras pudo, no perdió una: por dar ejemplo segu­ ramente, pero más por edificarse a sí propio. “ Los días festivos, los nueve años que desempeñé la parroquia de Comillas, siempre asistió con su señora y en los más tam­ bién con su madre a la misa parroquial y a las comunio­ nes generales del Círculo Católico de obreros, confundido con éstos” . (Carta de D. Julián Ortiz, Arcipreste de Santillana). El viaje a Comillas era, desde mozo, su alegrón más ín­ timo. Se sabía de memoria los jalones de la jornada des­ de que se dejaba el prosáico ferrocarril y emprendía el coche su marcha tranquila por los incomparables valles y colinas, mieses y bosques que separan a Tórrela vega de su pueblo. El 27 de abril del 75 escribía desde Burdeos a su her­ mana María Luisa: Empieza en francés, y a las pocas lí­ neas, hablando de su próximo viaje a Comillas, sigue: “ Je crois entendre la voix de Candosa a la gare de Torrelavegá: ¡Viajeros para Comillas!... y el chirrido y las cam­ panillas de los carros de bueyes y respirar aquella atmós­ fera húmeda y embalsamada por la mar y por los prados: veo desfilar ante mi vista las mieses, los cierros, los santucos y las boleras que unen a Torrelavega con Santillana, Santillana con Oreña, y a Oreña con Cuvosa y con Porti­ llo. Y siento en el corazón aquella impresión indescripti­ ble que tantas veces hemos experimentado al hacer nuestra entrada en Comillas, espantando cerdos, alborotando chi­ quillos y recibiendo el saludo del Sordo y de Pático, la

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bienvenida de Bastían y de Bautista y viendo todos aque­ llos sitios tan queridos y aquellas caras amigas, sin haber sufrido la menor alteración, iguales, iguales que las ha­ bíamos dejado el año anterior, e iguales que las deseába­ mos encontrar. Oh. nía petite, quel instante! II y en a peu dans la \ie. Hablándote de él llenaría páginas y pá­ ginas” . En los años floridos, mientras fomentaba sus aficiones a ia literatura, que el deber trocó por los áridos papeles oficinescos, planeo algunas narraciones; y el escenario era Comillas: siempre en pedacillos de papel mal cortados, siempre con el lápiz desvaído. Más tentador, y más fácil de ejecutarse para un ánimo delicadamente observador como el suyo, es este otro plan: “ Hacer una novelita to­ mada de algún suceso de Comillas, para describir todos los tipos o sitios conocidos: Nobis, Pático, etc. El Sordo sería un buen héroe. — La Cruz— , la barbería, la antemi­ sa. el domingo — bolos— , cuentos de Domingo, Cueva, Juan Luis, etc.” ¡Lástima se quedara en proyecto la no­ velita ! Y qué bien hubiera venido para ilustrarla el álbum que proponía a su hermana María Luisa pintar entre los los dos de los bellísimos panoramas del pueblo y sus ale­ daños. '‘Podemos hacer una cosa regular y, si no un tesoro artístico, será cuando menos un álbum de recuerdos” . ( Burdeos, 5 marzo 75). Pero bajemos con él de las regiones de la fantasía; que su amor no se contentaba con romanticismos: Comillas le debe casi todo lo que es: cuando él empezó no pasaba de un lugar tranquilo y modesto: hoy es estación veranie­ ga aristocrática: y a la sombra de su palacio se han ido levantando o tro s ; con la inmensa ventaja de que sus pla­ yas y sus paseos y sus salones guardaban la severidad de D. Claudio en achaque a moralidad y religión. Embellecen

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a Comillas el palacio de Sobrellano, y el regio parque que lo circunda; y ese parque, lo oí de sus labios, es obra per­ sonal suya, allí no había sino casucas miserables y ruines prados: él trazó las avenidas y plantó los árboles. De? Seminario-Universidad, que se yergue sobre la villa con sus esbeltas torres y gallarda arquitectura, ya hemos ha­ blado : se entiende el beneficio que al pueblo trae una casa donde viven más de quinientas personas. Pero dejando estas ventajas, que nacen solas, aún sin pretenderlas di­ rectamente, podrán llenarse páginas con la exposición de los beneficios que el Marqués derramaba sobre sus paisa­ nos. No llegó a la liberalidad de los que dijeron -—hubo quien lo dijo— : “ Parece mentira que teniendo el Mar­ qués tanto dinero consienta que nadie trabaje en Comi♦lias: no, a eso no llegó: menguada idea de D. Claudio se forjó quien tal deseo elxpresaba. Lo que hizo fué dar tra­ bajo, facilitar medios de ganar con holgura la vida, favo­ recer la honradez activa, abrir la mano a todas las nece­ sidades, no fomentar la holganza. Comillas vivía antes principalmente de la pesca: la hay abundante y finísima en su brava costa; pero las iras del Cantábrico amedren­ tan frecuentemente a sus traineras que se apretujan en el minúsculo puerto: y sabido es que los paros forzosos acaban en hambre, por lo que no se gana en el mar y por lo que se malgasta en la taberna. Lo uno se remedia re­ partiendo sopa, costeada por un Patronato, cuya cabeza, para los pagos, fué siempre D. Claudio: a lo otro quiso acudir brindando a los pescadores terrenos baldíos, con­ vertibles con mediano empeño en huertas: los ofreció no en propiedad, para evitar los malvendieran, sino en arrien­ do gratuito: a los cuatro arios, cuando el trabajo y las co­ sechas los hubieran amarrado al terruño, quedaban pro­ pietarios. ¡Ni uno solo admitió el obsequio!

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Acaece además que un día de buen lance las traineras tornan abarrotadas de sardinas, más de las que puede consumir el pueblo: exportarlas, imposible, por falta de medios rápidos: veces hubo que las emplearon como es­ tiércol, y veces que volvían a salir de la barra y las echa­ ban muertas al mar. Era costumbre de D. Claudio, al empezar el veraneo, preguntar al párroco: “ ¿Qué puede hacerse en favor del pueblo?”.En una de esas ocasiones el Sr. Ortiz indicó el remedio que traería una fábrica de escabeche. Dicho y hecho: adquirió D. Claudio las traineras y barquías, se montó la fábrica, se trajo de Colindres quien amaestrara en los menesteres de la preparación: y la venta del pesca­ do quedó asegurada, y un buen número de obreras halla­ ron jornal. Y porque aun sobraban brazos, montó la industria al­ pargatera. El P. Tomás Gómez trajo de Azcoitia un ma­ trimonio que enseñara el oficio, y parte en la fábrica del Marqués y parte en las casas hallaron labor remunerati­ va muchas familias. El ejemplo movió a otros, en Comi­ llas, en Cabezón y Tórrela vega. Otra fábrica abrió de jarcias y cables: de ella se surtían los barcos de la Tras­ atlántica. mientras la Compañía fué empresa de familia. Desayunando un día después de misa, la Marquesa dice al capellán: — ; Sabe usted, D. Mateo, que mi marido quie­ re arruinarme ? — ¿ Cómo es eso ? — Pues dando orden no tomen más los barcos el vino de mis bodegas. Don Clau­ dio rió la salida: y terminando el desayuno tomó a parte a D. Mateo y le expuso que, habiendo dado nueva orga­ nización a la Trasatlántica, admitiendo accionistas y con­ sejeros extraños, no quería vender a los barcos los pro­ ductos de su industria: y de ahí la prohibición de surtir los vinos generosos de la bodega “ Pollero Alto” que la

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Marquesa tiene en el Puerto de Santa María; y lo mismo voy a hacer, añadió, con las jarcias de Comillas. — Eso será matar la fábrica, replicó el capellán.'— Prefiero ce­ rrarla a que nadie sospeche que negocio a dos manos. Has­ ta ahí iba su delicadeza. Negocio no eran tales fábricas: durante la guerra eu­ ropea prosperó la de apargatas; de ordinario apenas si las entradas llenaban los gastos; y vez hubo de grandes pérdidas; v. gr.: una temporada en que se-pescó cantidad enorme de bocartes, todo él se admitió, a pesar de que la capacidad de envase no alcanzaba: se picó algo la con­ serva, la depreciaron en Italia, donde se exportó, y la pér­ dida fueron unos 20.000 duros. “ Diferentes veces me dijo, escribe el párroco Sr. Ortiz: Nada me significan tener empleados en estas pequeñas industrias de Comillas vein­ te o treinta mil duros sin ganancia alguna: lo que deseo es que no haya pérdidas, para que se conserve el capital y no decaigan los beneficios de los obreros. Y aunque hubiera pérdidas, los beneficios no decaerían. Al final de la guerra preguntó a D. Mateo Gómez: — ¿Hay mucho trabajo? — Sí, señor. — ¿Ganan bien las obreras? — Muy bien. — ¿Ahorran? — Eso no; se lo gastan en trapos. — Pues recomiéndoles usted d ahorro, porque se echa encima la crisis de la industria alpargatera. Acertó D. Claudio: los otros fabricantes despidieron gente: la fábrica del Marqués jamás despidió a nadie, aunque el sostenarla costara buenos miles de pesetas anuales. Obra suya fué el Círculo Católico, y a su cuenta co­ rrió su instalación y las escuelas de primeras letras y di­ bujo (1892). “ Los años que yo estuve allí, escribe el arci­ preste de Santillana, se repartían a cuenta suya quinientas pesetas entre obreros y alumnos de buena conducta, y para ellos edificó varias casas” . Ya cité antes la escuela 1»

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de Trasvía, cuyo edificio y dotación pagó él por favorecer al barrio y pagar las lecciones que allí recibió su padre, huido de la palmeta del maestro. Pues para empleos en la Trasatlántica y la Tabacalera de Filipinas los de Comillas gozaban el privilegio de pre­ ferencia: “ En igualdad de circunstancias, recomendaba a D. Antonio Correa, escoja usted a los de Comillas: algún derecho les da haber nacido allí mi padre” . Sólo en Filipi­ nas, empleados en la Tabacalera, había, al morir D. Clau­ dio, unos 50: embarcados también un buen número: de suerte que en sueldos y pensiones (éstas se acercaban al medio centenar) el dinero llovía sobre Comillas, que gra­ cias a él, es de los pueblos más ricos y bien puestos de la Montaña: las limosnas sueltas, infinitas; el Sr. Ortiz dice haber oído que las repartidas en Comillas y pueblos veci­ nos llegaban a 50.000 pesetas mensuales: la cifra quizás peque de inexacta: pero el sólo recogerla y darla por vero­ símil, él por cuyas manos pasaban muchos, no todos, de esos socorros, es prueba elocuente de la esplendidez. Los pobres siempre tenían puerta franca: cuando acudían al capellán D. Mateo Gómez, éste les aconsejaba vieran per­ sonalmente al Marqués, y para que los porteros no los atajasen, lo esperaban a la puerta de la capilla: allí era sn sala de audiencia: los pobres, máxime cuando eran m u y pobres, se retraían cohibidos por el señorío que sa­ lía de misa: D. Claudio saludaba a los amigos y quedán­ dose rezagado los llamaba uno por uno, oía sus preten­ siones y atendía las que eran atendibles: con lo cual daba pié a que cualquiera del pueblo en la calle o en los paseos lo detuviera para contarle sus cuitas: sino se adelantaba él propio, v preguntaba por los enfermos de la casa, por el hijo embarcado o en Indias, por los cien asuntillos fa­ miliares: era un convecino de todos.

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Hubo un caso chistoso: atando quiso D. Claudio re­ dondear el parque tuvo que aguantar sin fin de imperti­ nencias de los dueños de los campos que pedían cantida­ des enormes por cada carro de tierra: negociando con per­ sona tan rica como el Marqués, cuanto más se sacara mejor. Corría con la compra D. Paulino Moro, y tantos fueron los disgustos, que advirtiendo un hijo de éste a D. Claudio el buen fondo del carácter comillano, el Mar­ qués, sin negarlo, pero con el recuerdo de las cominerías y embrollos del parque, respondió con un dejo de amargu­ ra: — No decía lo mismo tu pobre padre. Pues entre las finquillas próximas al palacio había una de mezquino valor: su dueña se empeñó er no venderla: D. Claudio casi lo aplaudía; le gustaba el apego de la mu­ jer a la casa donde quizás había nacido. Pero no iban por ahí las aguas: lo que buscaba era una mina de oro en su pegujal, y forzar la compra al precio que a ella se le an­ tojase : para salirse con la suya, trató de impedir por jus­ ticia el cierre del parque, alegando derechos a pasar por él cada y cuando quisiese: no faltó picapleitos que se com­ prometiera a sacar la causa a flote, y d pleito se puso. D. Claudio jamás quiso parar el golpe, cosa facilísima: y cuando le dieron la razón, de su bolsillo costeó un camino desde la casa a la carretera. Dos advertendas: un hijo de la mujer cobraba sueldo del Marqués: y cuando ella iba a Madrid en prosecución de su pldto se iba a comer en casa del propio D. Claudio. A los que le reñían d des­ enfado replicaba: — Teniendo casa el Sr. Marqués y sien­ do yo su vecina, ¿a qué otro sitio he de ir?— D. Claudio la preguntaba: — ¿ A qué vienes, Marcela ? — Pues a mi plei­ to— . El se sonreía y ordenaba atenderla. A puras impor­ tunidades de su sobrino, el Conde de Güell, consintió Co­ millas en comprar más tarde la casa, a cuya venta se avi-

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no la Marcela instada de su hijo. D. Claudio repugnaba a que aquella mujer fuese con sus años a otro lado. “ La pobre está aficionada a su casa: y el afecto, ¿con qué se paga?” Si ocurrían necesidades urgentes, extraordinarias, tam­ bién eran rápidos y extraordinarios los socorros: en sep­ tiembre de 1892 las lluvias pertinaces y torrenciales inun­ daron la parte baja del pueblo: las familias, generalmen­ te pobres, las recogió doña Luisa en el Palacio, y allí las halló, con gran consudo suyo, D. Qaudio, al volver de fuera por la noche. Al día siguiente, domingo, después de Misa mayor, se entra a la sacristía, llama al alcalde y a otras personas pudientes, y con ellos y el párroco se van a recorrer el barrio inundado, a calcular pérdidas y bus­ car arbitrios para remediarlas: antes de veinticuatro ho­ ras empezaban las obras, a cargo del Marqués. Más dura fué la prueba el año 1918: la gripe se cebó en la villa: es­ taba allí D. Qaudio, y gracias a él se cortó: trajo médioos, puso un coche a cada uno para la rapidez de los soco­ rros, no perdonó gastos para que ni en alimentos, ni en ropa, ni en medicinas faltase nada a nadie. Por supuesto, que en Comillas, como en todas partes, los beneficios de orden moral pesaban más que los pura­ mente temporales. En el respeto al clero, allí, donde la primera figura era él, daba ejemplo a todos. Si él se edi­ ficaba con el fervor de los comillanos, los comillanos se edificaban de verle a él en todas las procesiones y fiestas, confundido entre el pueblo, con su vela en la mano. De­ cíase, no me consta si con fundamento, que se opuso a que el ferrocarril costero pasara por allí, por evitar el pe­ ligro que a la fe sencilla y costumbres cristianas pudieran traer empleados y trajinantes: lo cierto es que de querer­ lo él, pasa el tren por Comillas, y ahora está unos 15 ki-

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lómetros alejado: lo bastante para que sea fácil la comu­ nicación sin los riesgos que de ordinario lleva. Un hecho refería D. Paulino Moro a propósito de ale­ jar escándalos: pidióle un sujeto, allí avecindado, reco­ mendación para embarcar en la Trasatlántica: expuesto a D. Claudio el caso, respondió que haría lo posible por com­ placerle. Buscó, como era su norma, antecedentes, y halló que el tal sujeto pasaba de los 6o años, y había sido des­ pedido de la Trasatlántica: obstáculos reglamentarios y disciplinar. En vista de ello el Sr. Moro le aconsejó bus­ cara acomodo por otro camino: mas a los pocos días oye que ya estaba con empleo a bordo de los barcos dei Mar­ qués. El cambio de dictamen se debió a que el Capellán, D. Mateo Gómez, le expuso los perniciosos ejemplos que al pueblo daba aquel hombre, y que el empleo era la única forma de obligarlo a irse. Ante esa consideración, ni el reglamento ni los informes desfavorables prevalecieron.

CAPÍTULO XX DE PUERTAS ADENTRO Marqués estaba enfermo: su esposa entra: — ¿Sa­ bes lo que hay? Pues que al embajador de Marruecos le han abofeteado. En efecto: al tomar Sidi-Brisha la carroza de gala que había de llevarlo a Palacio (31 enero 18.95), se acerca el General Fuentes y Sánchiz: “ Para que veas que en Es­ paña nos acordamos del General Margallo.” Y a la frase acompañó el golpe en el rostro de venerables barbas. Al oir D. Claudio aquel atropello, propio de un loco, tembló por las consecuencias: quiso levantarse y correr a dar satisfacciones en nombre de la hidalguía española. No se lo consintieron, y envió quien por sí lo hiciera. Y aunque los desagravios fueron generales, empezando los de la Reina Regente, tanto agradeció el notable marroquí la delicadeza del Marqués, que fué en persona a corres­ pondería. Cuando se retiraba, ya en la puerta, tendió sus brazos hacia adelante y profundamente inclinado exclamó: — ¡ Casa de bendición! Si es fórmula árabe ordinaria de cortesía, o expresión personal del embajador, engendrada por el rato de con­ versación leal y caballerosa de D. Claudio, no lo sé; pero refleja exactamente la vida que en aquel hogar se desliza­ ba : se hubiera podido esculpir sobre el dintel: El

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¡Casa de bendición! Hogar caldeado por el amor; abrigo y descanso, donde el Marqués hallaba la paz de alma y cuerpo en el in­ cesante ajetreo de los negocios y de las fatigas, tan amar­ gas a veces, de su actividad social, patriótica y religiosa. Es lástima no escriba este capítulo quien ha disfrutado con él la dicha de esas horas en las que el espíritu se abría sin recelos como flor resguardada de torbellinos, y deja­ ba exhalar su perfume más recóndito. Habremos de con­ tentarnos con lo que de aquella calma, aquella felicidad se traslucía como por resquicios. El amor intenso, con la ternura de niño, a la familia lo sintió D. Claudio siempre: y es lo que más de bulto sale en ¡sus cartas a su madre, a sus hermanas, a su esposa: expresiones delicadas, que sonarían a exageración en otros labios: pero muy en su punto en su espíritu selecto y sen­ cillo, que escribe para quien está a su tono, y sólo para él. “ Acabo de pedir a Dios por tu felicidad y la de Isabeli na después de confesarme, y mañana haré lo mismo des­ pués de comulgar, para que no olvide mi encargo (bastan­ te frecuente, como puedes suponer). Si lo atiende, que no será probablemente por méritos del recomendante, no ha de haber madre e hija más dichosas en el mundo en que ahora vivimos, ni en el mundo en donde Dios nos espera Confío que El hará que sea el día de tu santo un peque­ ño trasunto de los que a su lado nos prepara, y ya puedes suponer lo que sentiré no poderlo contemplar de cerca...” (Madrid, 17 nov. 94). El último día del 95: “ Hoy es el último día del año; y cómo en medio de las muchas peripecias que ha ofrecido acaba con horizontes algo consoladores y como durante él hemos tenido la dicha de querernos y de disfrutar una larga temporada de cerca de nuestro cariño, lo ve uno aca-

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bar con agradecimiento hacia Dios y casi casi al pedirle con relación al 96, no se atreve uno a pedirle más que lo que en el 95 nos ha dado, fuera de la paz de Cuba, que, si así conviene, tengo por cosa segura que ha de otorgár­ nosla”. Terrible golpe la muerte de sus hermanos Antonio y María Luisa: fue el período de su purificación, de su des­ engaño absoluto, perpetuo, de levantarse en el escala es­ piritual muv arriba. Dios le conservó lardos años a su madre: a Francia le llevó el telégrafo la noticia de que agoni­ zaba. y a todo correr se puso D. Claudio en Comillas: era va tarde: desde el coche se encaminó a la sala mortuoria, y de rodillas ante el cadáver estuvo oyendo misas hasta las doce, sin levantarse sino para comulgar, sin cuidarse ni del alimento ni del descanso, ni de nada que no fuera su dolor resignado y cristiano. La escena se repitió en agosto del 24; entonces tocó la vez a su hermana Isabel, la Condesa viuda de Güell: en automóvil a toda marcha se trasladó el Marqués de Ma­ drid a Comillas, adonde llegó a las once de la noche: en­ tre la turbación del caso, él tuvo la serenidad de disponer el entierro, y preparar el acogimiento de los huéspédes que habían de acudir a la triste ceremonia. Desde entonces la cripta del panteón guardaba sus te­ soros más amados: por eso su lugar predilecto en la ca­ pilla era la lauda de bronce que cierra la bajada: allí, ocul­ to y recogido, oraba por ellos y meditaba en el día que hu ­ biera de acompañarlos. En estos golpes, como siempre, su alma dolorida buscaba el bálsamo en el cielo. “ Cierta­ mente que la consideración de las virtudes que adornaron a mi buena madre, sus obras y su vida de piedad fortifi­ can mi esperanza de que Dios la haya concedido -un lugar entre los justos, y tan alto ejemplo redobla mi fe para loA

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grar un día puesto tan escogido que a ella me reúna. Aún por esta sola dulce y consoladora esperanza, cuán hermo­ sa y grande es nuestra fe católica!” (i). Buena correspondencia hallaba: todos lo querían con delirio; y lo que es más, sobre el cariño, sin anublarlo, ve­ nía la veneración que impone la virtud; algo así como amaban al Salvador los suyos. El amor tierno, hondo, cristiano, aun en los matices más delicados que le inspiró la dama puesta por Dios a su lado para consuelo de amar­ guras y colaboradora de buenas obras, conservó hasta la muerte la ilusión de los primeros días: rara vez se ha­ brán visto dos almas más compenetradas, dos caracteres que así se completen, dos vidas que corran juntas en un solo dulcísimo cauce. La confianza mutua nos la va a de­ mostrar un caso: Estaban cierto día los dos solos al llegar el correo; don Claudio iba leyendo las cartas y al acabar una se la pasa a la Marquesa. Una mujer cuya firma estaba evidente­ mente contrahecha, decía: “ Usted vive confiado en su buena fama; y yo puedo echarla abajo, con sólo dedarar qué busca en la casa X : soy una de sus víctimas y lo voy a decir a voces, si no me manda 4.000 duros” . El enredo era demasiado burdo; pero, ¿cuántos maridos se atreve­ rán a poner a los ojos de sus mujeres acusaciones de este jaez ? Se necesita la confianza que él tenía en la discreción de su esposa y la de ésta en la virtud de él. Y dicho sea de pasada, porque suena a profanación mezclar el nombre de D. Qaudio con estas materias: la castidad la estimó siempre con la delicadeza de su alma cristiana, disciplinada, enamorada de lo bello y de lo san(1) Contestación a la carta de pésame del P. Luis Martin, General de la Compañía (Madrid, ao de nov. de 1905).

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to: en la efervescencia de la juventud, la guardó entre peligros: más tarde, su apuesta y varonil hermosura, su nombre y sus millones incitaron muchas concupiscencias y le tendieron lazos que para él no lo fueron, porque los veía venir y cortaba en seco sus mallas. Entre su numerosísima parentela aparecía oomo el pa­ triarca. respetado, querido: la cabeza moral, centro de la familia donde refluían las penas y goces de todos, donde todos hallaban sostén, consejo, autoridad y cariño. Si en alguna ocasión era necesaria la advertencia, la daba pa­ ternal, tranquila. Gozaba intensamente con la alegría de los otros, y se la procuraba, aun en diversiones y pasa­ tiempos, alejado, por supuesto, todo peligro: que los so­ brinos querían organizar alguna velada, alguna come­ dia y aun bailes con otros jóvenes de absoluta confianza, D. Claudio profesaba la teoría de que mejor es se divier­ tan los chicos en casa, que por rincones, y en sus salones se celebraba, aunque él personalmente se quedase atado a la mesa de trabajo: que en un teatro se representaba alguna ópera o drama de mérito, él invitaba con la noticia n los suyos, asegurado previamente de la moralidad. Sus conversaciones con la gente moza, iban mezcladas de do­ naires de preguntas sobre los partidos de campeonato de deportes, cosas que personalmente le interesaban tan poco como el cantar de las cigarras: así los halagaba y entre­ tenía. Padre era también de sus criados: jamás tuvo para ellos una palabra dura, fuera de una que por extraordi­ naria se notó, y que tan cabalmente, como veremos, supo resarcir su humildad. “ En cuarenta años no lo he visto re­ prender a ninguno, certifica Francisquet: cuando más de­ cía: Pero, hijo, ¡cómo has hecho esto!” Ahorrábales traba­ jo, prescindiendo de servicios a costa de su comodidad, y

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aun a veces, si los veía apurados por la urgencia y esca­ sez de tiempo, echaba una mano para ayudarlos. Con qué gratitud y veneración cuenta el sacristán de la capillapanteón la humildad y buena gracia con que D. Claudio se puso a colocar alfombras y sillones para una misa que iba a celebrar el Sr. Nuncio: “ ¡No se apure, hijito, que hay tiempo para todo!” Y recuerda también el interés con que al volver de cada verano saludaba a los criados y pregun­ taba por todas sus cosas: aunque esto no era con ellos solos: lo propio hacía con la gente del pueblo, al encon­ trársela en la calle. En sus trances amargos ya sabían que el paño de lá­ grimas era el Marqués; si caían enfermos, a buen segu­ ro que no se le pasaba el visitarlos, consolarles y cuidar no les faltase nada: y esto no sólo a los que tenía cerca de sí, a la servidumbre de puertas adentro, sino a cualquiera. Vino de Navalmoral un guarda con una herida en la pierna: D. Claudio lo envió al sanatorio del Dr. Ortiz de la Torre; y todas las tardes quitaba un buen rato a sus quehaceres o descanso para ir a dar conversación a! po­ bre hombre. La primera vez notó que tenía la pierna des­ cansando en un taburete. — “ ¿No seria mejor, pregun­ tó al médico, un aparato hecho a propósito? — No es necesario: así está bien— . Pero a D. Claudio la respuesta le satisfizo poco, y buscó y halló por buenas pesetas el apa­ rato que no hacía falta, pero que le parecía más acomoda­ do. A otro en Comillas, lo vió tan desmejorado, que se em­ peñó en que necesitaba ir por tísico a un sanatorio: el mé­ dico creía que los pulmones respiraban bien... Y al sana­ torio lo mandó, para más tranquilidad de su caritativa conciencia. En el palacio de Puertaferrisa vive Francisquet, que durante cuarenta años le guió el coche; pues en su red-

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bidor cuelgan entre retratos de la familia de su amo la bendición papal que los Marqueses le trajeron de Roma: y como una reliquia enseña magnífico reloj de oro, de cuya gruesa cadena pende auténtica pelucona: es regalo de don Claudio, agradecido al arriesgado servicio de llevarle en coche por las calles de Barcelona en día de huelga general. *** D. Claudio distribuía el año entre Barcelona y Ma­ drid, aunque los vaivenes de los negocios lo traían siem­ pre en ajetreo. En Comillas, si los tiempos eran serenos, pasaba algunas semanas a fines del verano. Algunos in­ viernos fué a Las Cabezas, la finca cerca de Navalmoral. “ Si los inviernos de aquí, escribe la Marquesa, son siem­ pre como éste, que se vaya a paseo Niza” . En verdad, es aquello delicioso: empiezan a reverdecer los pastos, y el trigo asoma en las senaras y los encinares brillan es­ pléndidamente. Por entre ellos, ya a pie, ya a caballo, re­ corrían la tendida llanura hasta el Tiétar, que en esa épo­ ca ensancha su cauce: la multitud de perdices y conejos convida a ejercitar el pulso, la temperatura tibia invita a comer al aire libre los platos fuertes y sanos que adere­ zan guardas y pastores. Todos los días iban a misa a Casatejada. Les cogió allí la Navidad de 1897: D. Claudio armó un nacimiento con figuritas llevadas de Madrid, y para guardas y pastores, mujeres y chiquillos fué el gran espectáculo que contemplaron embobados. Hasta las mo­ zas del pueblo vinieron el día de Reyes a cantar unas Ave Marías del Rosario y coplas y villancicos. Don Clau­ dio estaba en sus glorias entre los noblotes campesinos, que se hacían lenguas de su afabilidad llana y de stt es­ plendidez. Para los pueblos del contorno la llegada del Sr. Mar­

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qués era la llegada del buen año: los curas acudían a so­ licitar socorros para las fábricas de sus iglesias, orna­ mentos y obras sociales: los alcaldes, donativos que em­ plear en jornales en épocas de paro; los colonos rebajas de las rentas, si la cosecha se dió mal: los sindicatos, cuando los hubo, por iniciativa del Sr. Marqués, dehesas que repartir en arrendamiento, o empréstitos gratuitos: los pobres todos limosnas. Casatejada, Talayuela, Almaraz, Saucedilla, Peraleda y Navalmoral de la Mata no han tenido de seguro bienhechor más insigne. El administra­ dor de Navalmoral abre la memoria que me remitió y que siento no quepa íntegra, con estas palabras: “ Fué un pa­ dre para sus empleados; solamente un padre podía acudir con la solicitud y cariño que él manifestaba con ellos, por insignificante que fuera su categoría en la casa. Si se tra­ taba de una necesidad, su munificencia no tenía límites.” El concepto que de su bondad corría lo expresó prácti­ camente (fuera lección aprendida o impulso espontáneo) una muchachilla. Iban los Marqueses a tomar el coche a la puerta de la Casa-administración de Navalmoral: me­ dio pueblo estaba allí agolpado: cuando apareció D. Clau­ dio, una niña como de siete años le grita: — ¡Señor Marqués, arrecójame usted! Era una pobre víctima de su madrasta. Arrecogerla no era fácil; pero el Marqués confióla al cuidado de su ad­ ministrador, y dió buena cantidad a una mujer para que supliera el cariño y amparo que la infeliz no hallaba en el hogar paterno. Tenía el concepto cristiano de la familia, que abarca a todos los que del cabeza de ella dependen: su casa eran los barcos, las minas, los ferrocarriles, las dehesas: y cuantos en ella vivían estaban bajo su mirada vigilante y protectora.

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‘‘ El Marqués de Comillas llegaba en su actuación, como naviero, a los detalles más nimios, a intervenciones que eran un regocijo para su corazón sencillo y generoso. Y 110 representa novedad el relato de casos en que pobres mujeres esposas de empleados modestísimos de sus barcos llegaran hasta él, demandando protección, porque el ma­ rido. víctima de malas influencias, había malgastado el sueldo de algún viaje. Y el propio Marqués, en persona, llegaba muchas veces a bordo, reconvencía al que se apar­ tó mdmentáneamente de sus deberes, le exhortaba a cam­ biar de procedimientos y ordenaba que le retuvieran una parte de lo que devengaba, para entregarlo directamente a la familia. ■ ’Con la muerte del que fue su promotor más grande, desaparecerá mucha de la espiritualidad que él imprimie­ ra a la organización. Será algo más grande, quizás; pero quizás también llegue, en consecuencia con esa grandeza, a algo también más materializado, más frío, menos lleno de la emotividad que ponía el ilustre desaparecido en sus relaciones con sus tripulantes, sin reparar en jerar­ quías” (1). No es de maravillar que al entrar en la cámara mortuo­ ria los guardas jurados se cubriesen con los sombreros el rostro curtido para ocultar las lágrimas: recordaban que en 1898, durante una epidemia de paludismo, remitió a sus fincas gran copia de quinina, y por telégrafo ordenó se repartiera cada día abundancia de carne y se los cuida­ ra con esmero. Entre ellos quizás estaban tres a cuyas mu­ jeres costeó viajes, estancias y médicos en operaciones quirúrgicas, llevando la atención hasta traer con ellas para su consuelo a los maridos o hijas (a quienes paga(1)

Miguel Roldan. E l País, Habana. ( Universo, 18 julio).

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ba la fonda... y el sueldo), sin que esto lo desobligara de preguntar cada día por ellas, y mandarles regalos y bote­ llas de Jerez (i). Delicadeza y caridad. Por lo menos les constaba el cariño que hacia todos sentía, la caridad con que al saber el fallecimiento del último gañán o porquero ordenaba se pusiesen a cuenta suya entierro y funerales, y alguna cantidad para el luto, y se instruyese el expe­ diente de pensiones, algunas de las cuales duran más de treinta años. Las temporadas en Las Cabezas o Alamín, que supri­ mió los últimos años, temporadas campestres, aparte del alivio para su salud, le convertían a otros negocios bien ajenos al ordinario oficinesco: “ Llevo, dice a su madre, seis horas de caballo, recorriendo el monte en su parte carboneada... Me alegro de haber venido, pues gracias a ello dejaré de adoptar alguna medida a la que me empu­ jaban todos, y creo no hubiera sido provechosa. Las cosas no van mal por aquí, por más que, como en todas partes, haya siempre que arreglar y mejorar, Da, sí, mucha pena ver desaparecer árboles seculares: pero ésta no es una fin­ ca de recreo, sino de producto; y el arbolado infestado de lagarta no produce nada hace años, y la corta producirá cerca de 100.000 duros, dejando el monte en condicio­ nes de valer tanto como hoy dentro de veinte años, sin de­ jar entre tanto el aprovechamiento de la bellota” . (Ala­ mín, abril 92). * * *

En la vida ordinaria, la distribución del día metódica : se levantaba a las siete y media; hasta las nueve cumplía (1) Relación del Administrador de Navalmoral.—Cuando ocurría al­ guno de estos viajes, solía el Administrador pedir a D. Claudio, Conse­ jero de los ferrocarriles M. C. P., billete de favor. El Marqués le tele­ grafió que lo tomase a cuenta suya en la estación y lo entregase al inte­ resado.

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con Dios: después del desayuno leía la prensa — dában­ le ya anotados los artículos y noticias interesantes— , y despachaba el correo: lo cual terminado, metíase en su oficina, hasta las dos de la tarde: comía en familia, y por sus achaques de estómago estábase dos horas tendido en un diván, en conversación con las visitas u oyendo la lec­ tura que de ordinario le hacía la Marquesa: a las cuatro reanudaba la tarea para no dejarla hasta las once de la noche. Por una hora, rosario, examen de conciencia y otras devociones, entre ellas la oración de la Adoración Noctur­ na. Si los negocios no abrumaban, interrumpía el traba jo una hora de paseo, a caballo antes, últimamente en co­ che. Lo metódico y tenaz de su trabajo se echa de ver en las Juntas: de no estar atado a la cama por la enfermedad no faltó a una, y siempre a la misma hora: por la mañana la Trasatlántica: el martes, la Central de Acción Católi­ ca: el jueves, las Corporaciones Católica-Obreras, Banco de León XIII y Consejo diocesano: el domingo, la Parro­ quial de San Jerónimo. Ya podían excusarse otros: él era inflexible: a más de una y a más de dos, cuando de orga­ nizar la Academia Universitaria se trataba, asistió sólo con el General Gallán, que vivía en el lugar de la Junta. Los domingos eran para el descanso, no para la holgan­ za: “ Ayer domingo fué un día muy aprovechado para el cuerpo y para el alma. Lo empecé participando de una comunión dada por el Sr. Obispo en un asilo, y lo termi­ né visitando algunos círculos de obreros, que están a me­ dia legua de Madrid, y que me proporcionaron un buen rato de campo” . (A su madre, 24 de abril 1899). “ Hace un tiempo precioso... Repetiremos el programa del domingo pasado: regatas, bolos, rosario y merienda:

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y llevo el propósito de disfrutarlo alegremente, porque creo que así debo hacerlo, entre otras razones, porque sin duda tú lo quieres” . (A la Marquesa, 24 sept. 84). Las tardes las dedicaba a excursiones campestres o artísticas en compañía de la Marquesa, o a repasar libros y re­ vistas. Su carácter era de los que atraen y subyugan: presen­ cia noble, digno sin arrogancia, serio sin agridez, antes con alegría mesurada de rostro y de habla; reposado sin afectaciones, como quien deja asomar la placidez de su espíritu límpido y transparente: cortés, afable y delicado con todos: hablaba a los reyes con respeto y a los humil­ des con llaneza, tan apartado de la adulación como de la plebeyez: la majestad de su porte no asustaba, porque se la veía nativa por naturaleza, que a todos se abajaba por virtud: En público y con los extraños, parco de palabras, como si el peso de los negocios y la responsabilidad de su puesto lo abrumara; quienes por solo ese lado, de puertas afuera, lo conocían, no es de extrañar le encontraran ribe­ tes de austeridad: pero cuando él podía dar salida franca a sus sentimientos, sin las cortapisas de las exigencias so­ ciales, asomaba el Claudio de su juventud, jovial, bro­ mista (nunca ruidoso): “ Era un optimista con el corazón levantado: Las expansiones de su alegría familiar eran agudas, ruidosas: se reía como un niño” : así lo dice su gran amigo el Dr. Ortiz de la Torre. Por eso fué hombre tan de su casa: y uno de sus grandes sacrificios consis­ tió en darse por entero a los otros, negándose a los goces íntimos del hogar, de los que apenas le quedaban escasí­ simos ratos. Gustábale cazar, y era buen tirador; pero hacía mttchos años que sus cotos servían para los amigos, no para él: y aun cuando ejercitó el deporte, se to estropeaba su 90

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afición a embeberse en los encantos de la naturaleza; “ Aquí (en su finca de Alamín) cazamos mucho, o mejor dicho, salimos a cazar, pues no son grandes las proezas que hacemos; y eso que no falta caza...; y es que vamos más que a cazar a espaciamos por el campo, que está de­ licioso” . (Carta suya, 13 febrero 1893). El dolor de ma­ tar inocentes perdices o tímidos conejos se lo compensa­ ba la idea de proporcionar sabrosa cena a los guardas. Ya quedó arriba indicado su gusto en manejar el remo o las bolas. Los demás entretenimientos, como si no existie­ sen : ni aun en los años mozos les hallaba gusto. Quiero copiar un trozo suyo; algunas frases son aho­ ra de más actualidad que cuando se escribieron, por el alza en que están ciertas ligas y semanas, importadas de Inglaterra. “ Ayer estuvimos en el circo, donde vimos un marima­ cho que se echaba a la espalda a cuatro o seis muchachos hiios suyos como si fueran de paja, niños fenómenos, ama­ zonas, equilibristas..., que me hicieron salir de allí con un hormigueo en la cabeza y que me han tenido toda la noche con pesadillas. Es una desgracia tomar las cosas por su lado serio. Ayer me dió por filosofar sobre la función, y acabaron por hacerme sufrir las gracias de los clowns, y por mortificarme el ver aquellos hombres y mujeres os­ tentando la fuerza de sus músculos y lo suelto de sus a r­ ticulaciones como si fueran animales de carga o tiro... Al ver cómo gozaban los espectadores de a real, se me ocurría que está muy indicado para sustituir a las corri­ das de toros; aunque yo, a decirte verdad, creo más noci­ vo e inmoral para el pueblo las abyectas gracias de los clowns y el desparpajo de los anfitriones de los circos que el aspecto de la sangre que se vierte en las suertes de los

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toros: aquéllo rebaja y enerva al hombre; esto, al menos, vigoriza, aun cuando embrutezca algo. ” Pero, en fin, los civilizadores de hoy no piensan así: para ellos es tolerable que se ofenda a la moral, al pudor en el teatro, en la prensa, en todas partes; pero es una cosa que los levanta en masa el que se ofenda a un toro en una plaza. Una cosa que me choca a mí mucho es por­ qué se considera tan inmoral el que se goce en la muerte de este animal, y se declare como inocente entretenimien­ to el de ir a perseguir con perros y escopetas a otros mu­ cho más inofensivos, a un ciervo, a una liebre, a un po­ bre pajarillo... No creas que yo sea partidario de las co­ rridas de toros; necesitaría primero hacer desaparecer del redondel a los infelices caballos. Hecho esto, no veo nada de repugnante en todas las demás suertes” . (A su her­ mano, Cádiz, 19 sept. 75). D. Claudio tenía veintidós años cuando así filosofaba. De más limpia alcurnia procedían sus aficiones: la li­ teratura, el arte, las ciencias. Agostólas en flor el ardi­ miento con que se entró por los caminos que la Pro­ videncia le trazara y su tesón en el trabajo. En los párra­ fos de sus cartas transcritos se echa de ver su gusto ex­ quisito, su estilo noble y elegante, menos acicalado por de­ ficiente formación clásica y ausencia del lápiz maestro qué lo acostumbrara a la poda y justeza de expresión. Para la prensa no escribió nada, ni aún para el público, fuera de algunos discursos, como el de cubrirse ante la Reina, que es pieza muy bien trabajada. No van desatinados quienes aseguran que, de seguir la política, hubiera re­ sultado más que mediano orador. La belleza la sentía hondamente; la producida por el hombre y la que luce salida directamente de las manos de Dios.

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“ Son las doce del día. Llegamos en este momento Joa­ quín \ yo de oír misa mayor en la catedral: y ¡qué hermo­ so sermón sobre el Stabat Mater! ¡qué poética procesión jx>r el claustro y las naves del templo! ¡qué sublime y elo­ cuente belleza ’a de éste con sus sombríos y misteriosos muros, perforados por brillantes vidrieras, que parecen otras tantas celestiales visiones alegóricas! Después de la Misn fuimos a sentarnos un rato en el patio de la Audien­ cia, cuyos tesoros de arte nunca había podido saborear a mi gusto. Y de allí a saludar con una Salve (que hubimos de rezar desde la puerta de la iglesia, atestada de gente) a la V irgen de la Merced... ¡Cuánta felicidad tiene el hom­ bre con sólo los recuerdos que lleva en su memoria y las fantasías que siempre arden en su imaginación!” (A la Marquesa, Barcel. 24 sept. 84). Hay una página suya verdaderamente grandiosa y ori­ ginal. a lo G a u d í : se la inspiró la cueva de Rivadesella, y para anotarla echó mano del lápiz y del primer papel que topó en su bolsillo: el revés de un telegrama:

~¡Con cuán poco dinero se la podría convertir (la gru­ ta ) en una suntuosa catedral! ” Una sola imagen de mármol sobre un altar, la de Cris­ to mirando al cielo, en el centro de ella, recibiendo la me­ lancólica luz que penetra por la perforación central de su inmensa bóveda; un órgano, para cuya colocación pudie­ ra aprovecharse la tribuna natural que existe en uno de los costados; varias mesetas accesibles para los fieles, y una hermosa fachada gótica, tallada en la misma roca, para dar importancia a la entrada de la galería, que po­ dría arreglarse fácilmente como entrada de los fieles que llegasen por tierra al templo; iluminándole con algunas ricas lámparas, un campanario y una perforación de la galería que existe al pie de la montaña, y que permitiría

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a los marineros llegar en los botes hasta el interior
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prehistóricas de Bernorio, Quintanilla de las Torres o Peña Amoya, era de ver la ansiedad con que desclavaba los cajones remitidos por su agente Romualdo Moro, y con manos temblorosas iba sacando los puñales ibéricos, las fíbulas, monedas y amuletos que forman su magnifica colección (i). Claro es que en estos conocimientos no pasó de aficio­ nado: pero sus ratos de lectura y su juicio comprensivo lo capacitaron para entender no poco, y aún formular atis­ bos que hoy son doctrina corriente de los técnicos. Porque el talento de D. Claudio estuvo muy por enci­ ma de las medianías: si en los asuntos profesionales suyos, en los mercantiles “ su mirada intuitiva abarcaba y domi­ naba hasta en las contingencias de la previsión todas las complejidades y vicisitudes, en términos que los infortu­ nios de cualquier negocio quedaban reducidos estricta­ mente a los eventos que ninguna prudencia humana hu­ biera podido evitar ni presentir” (Sánchez de Toca); y >u prodigiosa capacidad le bastó para llevar de frente Un mundo de empresas, en todos los órdenes de la industria, de la política, de la sociología, no menos admiraban sus íntimos la exactitud y anchura de sus ideas científicas, ar­ queológicas, artísticas, que no pudo nutrir sino a salto de mata, en horas perdidas de fiestas o veraneos. Y más admirable es lo que atestigua el célebre especialista doc­ tor Ortiz de la Torre, sobre materias las más recónditas para los no iniciados. “ Las cuestiones biológicas tan intrincadas y complejas para entendidas para quien no las cultiva y estudia le des­ pertaban siempre el mayor interés, cuando yo le hablaba (i) El Musco del Excmo. Sr. Marqués de Comillas... por el P. Lucio Francés.— Asociación Española para el progresío de las ciencias. To­

mo VIII, pág. 119.

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cías, salían a luz: por la obligación de confianza contraída con quienes le entregaron sus caudales, llevaba por sí la mole de sus negocios, aun cuando las enfermedades le opri­ mían y los años reclamaban el bien merecido descanso: el deber le hacía devorar sin quejarse las horas amargas, muchas, en su gestión patriótica, social y religiosa: pero el rayo de luz disipaba la neblina, y entendía que Dios le exigía el sacrificio, y continuaba tranquilo; al deber so­ metía sus gustos, aun los más puros. Por deber procuraba su salud: “ Me cuido lo mejor que sé. porque así dicen que debo hacerlo, y por complacer a los que tan sin motivo como tú me quieren y así lo de­ sean” (Carta a doña Manuela del Piélago). Hasta la de­ voción, que más le endulzaba la vida, sacrificaba a este deber: “ Hoy — escribe desde Lourdes— he comulgado; lo cual te indicará que estoy fuerte, porque bien sabes que no me consiento ese gusto sino cuando lo puedo hacer sin riesgo” . En lo grande y en lo pequeño, siempre era el mismo: fundó el Somatén, porque creía obligación de ciudadanía acorrer a los peligros del orden, que son peligros de la pa­ tria: pues con idéntica voluntad que a lo principal acudió a lo secundario, al deber del ejemplo; y en las revistas sa­ lía con su fusil al hombro, y delicado y con yo años guar­ dó a pie firme su puesto en la Misa de campaña celebrada delante de Palacio: así como a pie, confundido entre el pueblo, le vimos asistir al entierro de un ingeniero asesi­ nado por los sindicalistas de Madrid. Para afianzar la acobardada opinión pública, paseó a pie y solo por las ca­ lles de Barcelona: jamás huyó porque la epidemia se ce­ base a su alrededor, o los pistoleros sueltos e impunes ejercitaban su oficio contra los capitalistas y patronos. Por deber de ciudadanía se puso de parte del Director

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de Fomento, Sr. Sánchez Guerra, que impuso a la Tras­ atlántica la multa de 40.000 pesetas por la pérdida de una saca del correo (1893), e hizo cesar la campaña de prensa contra la disposición legal, alabándole el celo en cumplir su obligación. El propio Sánchez Guerra contó el caso en el Congreso para apoyar la lealtad del Marqués, cuando se discutía un nuevo contrato con la Trasatlántica (1908): “ ¡Entonces aprendí que Comillas era un gran cristiano, un gran patriota y un gran caballero!” * * * El deber del trabajo fué sin duda el predilecto suyo, y el más ejemplar por lo intenso, constante y prolongado. A la ley promulgada en el paraíso creía que decorosamente, cristianamente, nadie podía huir el cuerpo, y se abraza con ella, como con la cruz que en suerte le había cabido para merecer el cielo. Decía el Sr. Alcolea, muerto Arzo­ bispo de Santiago, que el Marqués tenía d vido dd tra­ bajo : y con las mismas palabras lo escribe el Dr. Ortiz de la Torre, que añade: “ Entre tantas y tan diversas gentes como he tratado en mi larga vida, no he conoddo a nadie que tuviera ni tanta pertinacia ni tanta resistencia para trabajar; siendo más de admirar esta condidón en perso­ na que tuvo que luchar toda su vida para mantener en equilibrio sus escasas fuerzas” . Por eso deja perplejo a quien la repasa su correspon­ dencia: cartas de infinitos asuntos, cartas de recomenda­ ción para un empleo, d traslado de una maestra, cartas demandando artículos, discursos, reglamentos, planes de marina o minería, etc. ¿ De dónde sacaría tiempo para leer lo que pedía? De su rapidez de concepdón, de escatimar hasta los mi­ nutos, de su tesón en seguir amarrado en la mesa de tra­ bajo. Las horas del despacho no se cortaban sino cuando la naturaleza no aguantaba más; a veces, al levantarse de

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la silla, se tambaleaba, y bien claro le veían sus secreta­ rios, en lo nervioso, que la voluntad iba más allá de las fuerzas: su secretario Gayangos, hombre desengañado, secretario antes del Marqués de Salamanca arruinado, Marqués él también arruinado, se permitía a veces en las cartas alguna coletilla por cuenta propia: “ Mi querido X: Sigue ¡a danza” . O después de la fecha: “ ¡Son las once de Ja noche'” Y en otra del que le sucedió, se lee: Hago pun­ to \Kvoy a ocuparme del asunto núm. 1.254 del día. Y en efecto: de solos los papeles urgentes que tenía al morir en su despacho, se llenaron dos baúles. “ Trabajaba — lo dice su secretario— en el automóvil, trabajaba en el tren: a veces de una estación a otra aco­ metía un arduo problema, que quedaba resuelto en un te­ legrama que depositábamos en la misma estación.” Las vacaciones del verano, no cortaban el trabajo: a fuerza de engaños lo enzarzaban un rato después de co­ mer en la partida de bolos, de que nos habló el Sr. Arci­ preste de Santillana: aun para tratar algunos negocios con Prelados u otras personas de respeto y confianza solía con­ vidarlos a comer, y de sobremesa se entendían. N i los viajes le dispensaban de trabajar; aparte de los negocios que los urgían, aprovechábalos para examinar organizaciones industriales o sociales: para repasar histo­ ria o arte, pero no en los Baedeker, sino a fondo, cuanto el tiempo daba de sí. A los seminaristas de Comillas pon­ deró en cierta ocasión el funcionamiento de los catecismos en París, que había estudiado en uno de los viajes a la ca­ pital francesa: “ Ayer me detuve en Charleroi. Es un gran centro minero v deseaba estudiar allí algo de la cuestión del trabajo de obreros y tomar algunos datos sobre el ne­ gocio de minas” . (A su madre, 8 abril 93). Ni los balnearios donde la enfermedad lo llevaba eran

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para él sanatorios: lo seguía la balumba de cartas, consul­ tas y resoluciones. Es gracioso lo que acaeció a un tele­ grafista, hombre entrado en años. Discurriendo la manera de pasar el verano fresco, descansado y sin gastos, so­ licitó la oficina que se abría en Puente Viesgo durante la temporada de aguas. Fresco sí lo tuvo; pero descanso... Cayó por allí el Marqués; y en su vida trabajaron tanto los oídos y dedos del telegrafista veraneante. Día hubo de 300 telegramas en castellano, en francés, a i inglés. El po­ bre hombre se tiraba de los pelos, y amenazaba con echar­ lo todo a barato... y echarse de cabeza al río. Todo esto era la vida ordinaria: que si el horizonte po­ lítico o social se entenebrecía, cosa harto frecuente, al com­ pás de la urgencia andaban sus energías. ¡Cuántos vera­ nos aguantó el horno de Madrid! Las revueltas veranie­ gas de carácter revolucionario, los desastres primero de Cuba y después de Marruecos, que venían cabalmente en tales meses, lo ataban al lado del Gobierno, adonde más pu­ diera ayudar, cuando en la Corte no quedan «inó los que no pueden escapar o a la sierra o a la costa. Sudores de espíritu y quebranto del cuerpo dos años seguidos costó el último concierto de la Trasatlántica: D. Claudio tenía ya 72 años, muy gastados: al dar en la Junta la noticia halagüeña, echóse atrás en la butaca como hombre que respira después del ahogo. Uno de los con­ sejeros, dándole el parabién, y sabiendo lo que el triunfo había costado, le dijo: Ahora, Sr. Marqués, a descansar. — ¿ A descansar? Oiga usted lo que me contaba mi pa­ dre : En un ingenio suyo cubano, un pobre negro, después de ruda faena, se tendió a la sombra; al capataz le pareció prolongaba demasiado la postura. — ¿Qué haces ahí? — Estoy descansando. — ¿ Y no sabes tú quel negrito no ha nació para descansar?

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Pues apliquemos el cuento, añadió alegremente: logra­ do el convenio marítimo, a ver si sacamos lo del carbón español. ¡Sentía la grandeza del trabajo! En ocasión so­ lemne lo celebró con lirismo de artista: fué al cubrirse ante la Reina Regente, el 12 de mayo de 1889, exponien­ do. como es tradicional, los títulos merecedores de la Grandeza. “ España, preocupada en la titánica empresa que la Providencia le confiara de salvar la Religión cris­ tianare los unidos y rudos embates del Islamismo y la Reforma \ de extenderla por un nuevo mundo... pudo olvidar durante dos siglos y al precio de su ruina que es la función del trabajo en el organismo de los pueblos no sólo tan vital sino tan noble como la de la sagre en el organis­ mo humano: pues si ésta al par que fecunda en general la vida, repone el cerebro del sabio, fecundiza la fantasía del poeta y del artista y empuja el brazo del guerrero, sin trabajo extínguense los pueblos, y basta con que se abata, para que con él se amortigüen y apaguen poco a poco las glorias de las armas y las glorias de las artes, las letras y las ciencias. Al amor que profesara (Don Alfon­ so XII) al trabajo nacional débese precisamente la dis­ tinción que dispensó al primer Marqués de Comillas: que si es cierto que como buen ciudadano supo éste imponerse penosos sacrificios para acudir en defensa de la integri­ dad nacional, amenazada en nuestras posesiones ele Amé­ rica ]>or lucha tenaz y fratricida; si es cierto que comobuen monárquico no vaciló en comprometerse en la de­ fensa del trono, en sus días azarosos, y que como buen católico supo ayudar a la Iglesia en la gigantesca lucha que por la verdad y el bien sostiene... no fueron esos tí­ tulos los que le ganaron principalmente el aprecio de su soberano: lo ganó en primer término como campeón del trabajo nacional, como arriesgado explorador de núes*

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tras riquezas coloniales, como incansable adalid de nues­ tra emancipación económica, como regenerador de nues­ tra marina mercante, de nuestra marina, que, apenas pro­ tegida, coloca ya el pabellón español en honroso lugar en­ tre todos los del mundo, y que sabiamente amparada por los gobiernos, alentada por el recuerdo de su brillante pa­ sado, empujada por nuestra índole aventurera y sufrida, parece llamada a devolver a España su antiguo y alto puesto, descubriendo para ella nuevos mercados, cual an­ tes descubría nuevos mundos, alcanzándole el dominio económico de sus valiosas colonias, que hoy vendimian en primer término extranjeras producciones, y reconquis­ tando comercialmente las robustas ramas desgajadas del árbol secular de nuestras glorias, esos preciosos fragmen­ tos desprendidos del soberbio alcázar de nuestra grande­ za, esos vastos pueblos de nuestro mismo origen, idioma y religión, que otra vez vuelven su vista con orgullo hacia el solar de que proceden y saludan con respeto la bandera que sobre él ondea... ’’Educado en el ejemplo de mi noble antecesor, firme en la convicción de que el engrandecimiento del trabajo nacional es la única base sólida del engrandecimiento de nuestra patria... permítame V. M. que haga presente ante el Trono mi voluntad resuelta de perseverar en los caminos que me trazara el primer Marqués de Comillas, y de avanzar por ellos hasta donde mi aliento alcance, con la vista fija siempre en la prosperidad de mi patria, fija . siempre en las indicaciones y conveniencias de la monar­ quía que la rige.” D. Claudio cumplió a fuer de leal caballero la palabra empeñada al Rey.

CAPÍTULO XXI EL CRISTIANO

Un varón cargado de millones, subido a las mayores honras, cuyo nombre en España y fuera de ella era de to­ dos conocido y de casi todos pronunciado con veneración (porque difícil será hallar otro de sus contemporáneos en estima más alta y más sentida y más general), y que sin embargo de ello se mantuvo despegado de las rique­ zas, humilde en su corazón, llano en su trato, nos lo da el Espíritu Santo como un portento, como un conjunto de milagros: “ Qui post aurum non abiit... quis est hic et laudabimus eum?: fecit enim mirabilia in vita sua...” Tal fue el segundo Marqués de Comillas. Tenía a sus órdenes ejércitos de empleados; muchos miles: quien le notara un gesto de arrogancia, venga a atestiguarlo. Poseía y manejaba caudales inmensos: su firma comer­ cial en España no tenía par: y su pobreza de espíritu, su despego de los bienes podría compararse al de un religioso. Vivía en palacios dignos de monarcas; y las predilec­ ciones de su alma eran para los que habitaban en buhardi­ llas o no tenían albergue: entre ellos se desbordaban las efusiones de su cariño, no mostrado desde arriba, como de quien regala por merced lo que le sobra, sino como her-

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mano mayor que goza en repartir lo que administra para los pequeñuelos: y por eso las limosnas no salían de sus manos secas; las daba su corazón, ungidas con el bálsamo de la caridad, ocultamente, cuando podía, para evitar el sonrojo de recibirlas, con tal gracia, si en público, que tomaba como favor el que se las admitiesen. Unas pocas aclaraciones sobre los puntos indicados: no muchas, porque sobre ellas se ha escrito casi todo lo que de D. Claudio, a raíz de su muerte, y en vida también se escribió. Empecemos por lo más arduo: por lo que el Espíritu Santo llama milagro viviente, digno de todo encomio: su despego de las riquezas. Y vaya delante una anécdota contada por el Sr. Pobil. Dicho queda lo mucho*que le gustaba remar: aquel ejer­ cicio violento le compensaba la obligada quietud del des­ pacho: “ Un día regresábamos de dar un paseo por mar en Barcelona: éramos tres, el Marqués, un marinero y yo. Al dejar el bote cogí su gabán e instintivamente fijé en él la vista, y como a D. Qaudio no se le escapaba nada, de repente me dijo: Se estaba usted fijando en mi gaban de vuelta

Y antes que se nos vaya por alto, bueno es recoger otra anécdota relacionada con su afición al remo y con su 'ga­ bán, contada asimismo por el Sr. Pobil: “ Durante sus largas temporadas en Barcelona, todos o casi todos los días paseaba en una canoa puesta a sus órdenes y que le esperaba en el embarcadero de la Paz. Gran aficionado a estas distracciones bogaba horas y horas por el anchuroso puerto de la capital del Principado y de vez en cuando visitaba uno de los buques de la Com­ pañía. Era maquinista de la canoa un antiguo servidor; en

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patriarcal convivencia en aquellas horas, hablaban más que como jefe y subordinado, como verdaderos y antiguos camaradas. Un día en que las aguas estaban un poco revueltas y alborotadas, un golpe de mar roció al procer, que se ha­ bía despojado de la americana para remar más cómoda­ mente, y empapó al maquinista que sólo se resguardaba con la blusa o camiseta reglamentaria. Entonces el Sr. Marqués, percatándose del frío que mo­ lestaba al maquinista, bondadoso y sonriente, colocó sobre aquél con la mayor solicitud y cariño el abrigo, no obs­ tante las respetuosas protestas del admirado servidor. Este vive todavía, por fortuna; hace cincuenta y un años que sirve en la Compañía Trasatlántica, y con mo­ tivo de la muerte del insigne y caritativo presidente, re­ cuerda aquel rasgo hermoso del finado Marqués, emocio­ nado y agradecido: como refiere también cariñosas mer­ cedes que le dispensaba y que evidencian la pureza de su alma y el sincero interés con que cuidaba a sus servidores. Desde aquel día, nos dice el protagonista de este suce­ so. no era sólo respeto y veneración, sino idolatría la que me inspiraba aquel hombre bueno y santo; ¡y perdóneme Dios!, si me hubiera dicho alguna vez arrójate al agua, me lanzo de cabeza sin vacilar” . (De carta del Sr. Pobil). Pero a lo que íbamos. ¡ El Marqués de Comillas, el gran millonario, usaba gabán vuelto! Esa economía de empleados modestos, en otros, se acha­ cara a miseria: en quien se gastaba cada año millones en limosnas no se puede atribuir sino a pobreza cristiana. Como la otra, que oí a testigo presencial, de andar mi­ diendo uno de los objetos de su Museo para acomodarlo en vitrina vieja, y ahorrar veinticinco duros que le costa­ ría la nueva. Como el no comprarse nunca una alhaja

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(gustaba grandemente en comprarlas para los otros) ni quererla llevar, sino cuando otra cosa exigían las circuns­ tancias sociales. Porque de ellas se cuidaba siempre, no tan sólo por carácter pulcro y digno, sino por razones más aquilatadas: no quería dar ocasión a que se menos­ preciase la bandera católica que él sustentaba; y cierta­ mente, el desaliño o tacañería del representante, hubiera recaído en las ideas. Cuando la muerte de su hermano lo puso a las puertas de la mayor fortuna y de los negocios más amplios que conocía el comercio español, daba gracias a Dios por ha­ berle arrancado ciertas ilusiones antes que las deshojara el desengaño. De hombre desilusionado, despegado era su proceder: ni los sucesos prósperos lo engreían ni los adversos lo tur­ baban ; las noticias de naufragios o pérdidas, le ponían en la boca placentera sonrisa y frases de aliento para los de­ más: cuando le comunicaron acababa de votarse el pago de veintitrés millones a la Trasatlántica, se contentó con un ¡bendito sea Dios! Oyéronle decir que la bancarrota no le quitaría la paz del alma: y no la perdió al verla a dos pasos: Fué en 1896; la guerra de Cuba y la insurrección tagala amenazaron cortar en seco los lazos de España con aquellas colonias donde radicaban las principales bases de los negocios de Comillas; el desbarajuste interior ponía en riesgo las otras. Tan al borde de la ruina se creyó D. Gaudio, que quiso retirar de su despacho un busto de mármol de la Marquesa, porque le parecía lujo escandaloso en sus apu­ ros: humanamente la creía inevitable: “ Tendré muy pre­ sentes los encargos que me haces para ver de salvar lo me­ jor posible las difíciles circunstancias que atravesamos. Posible es todavía que Dios quiera resolverlas satisfac-

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toriamente; pero hoy por hoy la prudencia no permite con­ tar con ello” . (A su madre, 31 marzo 98). “ ¿Seguirá siendo el próximo año también de castigo? Lo que Dios disponga será lo mejor; pero pidámosle que no apriete ya más la mano, porque casi ahoga” . Esto de­ cía él. a fines de 1898, a su amiga de la infancia doña Ma­ nuela del Piélago. Cabalmente la generosidad de ésta y de su hermana, que pusieron a disposición de D. Claudio sus cuantiosos bienes, salvó la situación. El corazón agrade­ cido del Marqués se gozaba en recordarlo: “ Sin los ofre­ cimientos con que María y tú la alentasteis en días de ad­ versidad y abatimiento, es posible y aun probable que la prosperidad actual de mi casa se hubiera malogrado: la gratitud es tan viva hoy como el día en que los hicisteis” (mayo, 12, 20). Entonces con la mayor tranquilidad, sin que la paz de su alma se conturbase, anduvo echando cálculos para ven­ der todos sus bienes libres y arrendar los vinculados, con cuvos fondos satisfaría hasta la última peseta de los cau­ dales ajenos a él confiados: a sí y a su esposa mantendría con un empleo: v. gr., tenedor de libros, en los Estados Unidos. Su morada en la Corte, un piso modesto: bien lo cono­ cía su padre cuando aseguraba: “ Yo no veré acabado el Palacio de Sobrellano: pero si no lo dejo a medio hacer, Claudio nunca tendrá palacio” ; sus coches nunca fueron de lujo, v de toda su familia, los últimos en comprar auto fueron los Marqueses: en el soberbio palacio de Barcelo­ na, el despacho más pobre, era donde él trabajaba: un antiguo cuarto de niños, y ni siquiera cambió la decora­ ción, al lado del de su padre, soberbiamente tapizado de cordobanes dorados. Que fuese mezquindad, nadie lo ima­ gina, porque sus larguezas en limosnas y obras de bene-

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ficencia y patriotismo, aunque él buscara el secreto, salían a luz pública y las conocía toda España. Para eso cabalmente conservaba su hacienda; porque con ella aseguraba el pan a miles de familias, cosa que no hubiera logra­ do repartiéndola de una vez a los pobres. Y no sólo en ese orden directamente espiritual era maaírroto: cuando se trataba de cumplir con los deberes sociales que le imponía su condición, sabía quedar bien, soberbiamente bien. En agasajar al Presidente de la Argentina, que fué con los reyes a visitarlo, oí entonces decir se habría gastado 20.000 duros: y la estancia de los egregios huéspedes en Comi­ llas no llegó a una hora. Motivos espirituales, puramente cristianos, fundaban ese desasimiento: la tierra le sonreía, pero, los ojos alza­ dos al cielo, todo lo de acá le parecía comedia: y en medio de las grandezas y de las opulencias, desde que su razón alcanzó madurez (recordemos sus palabras), jamás se ol­ vidó que estaba representando. Si tai pensaba a los 22 años, la reflexión diaria, la práctica de la virtud no inte­ rrumpida y la luz de Dios, que caía en un corazón no en­ turbiado por las nubes que engendra el suelo, afianzaron la idea, le descarnaron el corazón y lo convirtieron en un verdadero pobre de espíritu, de a los que Cristo aseguró el reino de los cielos. La amenaza de ruina la vió sobre su cabeza varias veces; cabalmente por la rectitud y patrio­ tismo que lo forzaba a echar el peso de su fortuna del lado de los intereses de España, cuya administración no podía ser más desastrosa: en tales decía tranquilo: 44Yo pongo de mi parte cuanto puedo: después, lo que Dios disponga, eso es lo mejor” . “ El dinero, repetía frecuentemente, por sí sólo no merece la pena de buscarlo: puede traer la dicha y la desgracia: si Dios lo manda, empleémoslo conforme

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a su voluntad: si lo quita, bien ido sea: quizá con él se vaya el peligro de males que no sospechamos” . A la par de la pobreza, cristianamente amada, va la modestia: y por ella D. Gaudio fue reconocido como la modestia personificada: no es frase convencional: es opi­ nión de cuantos se le acercaron; ni se requería la intimi­ dad para echarla de ver. Lo buscaron todos los honores que un vanidoso pudo apetecer, las condecoraciones más preciadas del Papa y del Rey: él jamás pretendió ni una sola y rechazó muchas: la del Toisón se la comunicaron por telégrafo, y le causó verdadero disgusto, sin mengua del debido agradecimiento a la regia merced. Y ni las pre­ tendió ni las lucía, porque no es lucirlas el llevarlas lo me­ nos posible, cuando la etiqueta o la cortesanía lo deman­ daban : la banda negra de Baviera sólo la ponía si le toca­ ba la guardia en palacio con el príncipe D. Fernando; la del Mérito Naval, que le regalaron los gaditanos, la arrin­ conó por lujosa (había costado 27.000 pesetas); ya que alguna había de llevar, prefería la de Carlos III, por ser de la Inmaculada y haberla heredado de su padre, y la del Mérito Militar, por juzgarla mejor ganada. En los actos públicos, su lugar predilecto era un rincón, y sufría verdaderamente cuando lo llamaban al sitio de preferen­ cia: de estos casos se pueden contar infinitos: en el pres­ biterio del Seminario tiene su sitial de patrono y funda­ dor; ni una sola vez lo ha ocupado; en cambio se le veía en los bancos entre los pescadores de Ondarroa, que para subir a adorar la reliquia de San Ignacio, pasaban so­ bre él.. Contaba la Marquesa a la Infanta Isabel la audien­ cia Pontificia de la Peregrinación obrera: — El Papa ocu­ pó su trono v preguntó y por Claudio. — Espere usted, interrumpió la Infanta: me sé de me-

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moría lo que sigue, como si lo hubiera visto. Claudio an­ daba lejos, escondido entre los grupos: León X III lo man­ dó poner a su lado, y le dió un sofocón con la preeminen­ cia. Así fue a la letra: la Infanta conocía bien al Marqués. A la inauguración de la Biblioteca de Menéndez y Pelayo acudió, como buen montañés. El rey preguntó: — ¿ Ha venido Comillas ?¿ Dónde está ? Estaba detrás de la gente, aguantando el sol de agosto. En el día más gozoso de su vida — frase suya— , cuan­ do la visita de Su Majestad a Pío XI, los Grandes pasa­ ron solos a rendir homenaje al Papa: D. Claudio cedió el paso a todos, y entró el último. Mas por allí empezó el Papa su paseo: no le conocía de vista, y el Marqués ima­ ginó quedar inadvertido. Al oir del Cardenal Reig, que ha­ cía las presentaciones: el Sr. Marqués de Comillas, Pío XI se detiene, le estrecha las manos, le pone las suyas sobre la cabeza y con palabras cariñosísimas le da las gracias por lo mucho que trabaja por la Iglesia. Y no satisfecho, al terminar el ruedo vuelve a D. Claudio, y medio a hur­ tadillas le entrega una medalla. — Ahora sí que estarás contento, con lo que el Papa te ha dicho — le dijeron al sa­ lir— . — Ni siquiera me he enterado. La turbación de su modestia se lo impidió. En todo lo que fuera de viso, él no existía: era la Junta Central de Acción Católica la que trabajaba, obsequiaba, figuraba; en el Seminario, de hacer caso a sus palabras, él no fué arte ni parte: “ La Universidad que fundó mi padre” , decía, al mostrarla desde Sobrellano al Presiden­ te Alvear: y de su padre es el busto que adorna el vestíbu­ lo, y las iniciales A . L., trabadas de los escudetes en la escalera de honor: y bien sabido es que al fallecer D. An­ tonio, no estaba ni en los cimientos. Dios y avuda costó al

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Rector del Seminario lograr que consintiera se le sacase un retrato (visto que no se hallaba por ninguna parte cua­ dro suvo) para el salón de actos, y sólo cedió ante la ins­ tancia de que en ello iba la honra de los Directores, a quie­ nes justamente se culparía de ingratitud, si no colocasen un recuerdo perenne del que a todo el mundo constaba ha­ ber sido el fundador: tres semanas tardó en contestar a la carta en que se rebatía su negativa con aquel argumen­ to: “ todo ese tiempo he necesitado para resolverme a lo que tanto me cuesta... Pero yo suplico*a usted considere todavía si es necesario ese sacrificio que de mí pide; pues yo abrigaba la ilusión de haber hecho ese poco que he he­ cho por el Seminario, sin que quedara memoria de mí” . ** * Don Claudio, cuyo deseo era que “ ni en vida ni en muerte se hablase nunca de él” (carta de la Marquesa, 24 marzo 1925), que pedía lo librasen del sacrificio que tanto le costaba, de que pendiese su retrato donde su me­ moria, aún sin él, no morirá jamás, tuvo que aguantar un monumento en pública calle, inaugurado con la presen­ cia del Infante Don Carlos, del Ministro de Instrucción Pública y con toda la solemnidad que Cádiz puede des­ plegar. Cádiz fué de las ciudades predilectas de D. Claudio: aparte de que en los meses allí pasados como trabajador, cuando joven, la galantería, el carácter alegre y abierto de los gaditanos le ganó el corazón, allí radicaba, puede de­ cirse, la Trasatlántica, con su gran factoría de Matagor­ da: en Cádiz derramó favores sin cuento: “ son contadas las familias que directa o indirectamente no hayan expe­ rimentado los efluvios de su largueza” (Pobil). Lo que significara adelanto en Cádiz, bienestar y cultura, contaba

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con su apoyo moral y material. Las comisiones que ve­ nían a Madrid a negociar mejoras con el Gobierno, antes que a nadie visitaban a Comillas, y siempre con resultado: miraba como suyos los intereses de la tácita de plata. Los gaditanos buscaban ocasión de mostrarse agrade­ cidos, de forma adecuada a los merecimientos del Mar­ qués y de la propia hidalguía: y pensaron en la estatua. El Alcalde, Sr. Noguerón, venía tratando d proyecto con los concejales, cuando apareció en la prensa un ar­ tículo, firmado por el Cónsul colombiano Sr. Pérez Sar­ miento, en nombre de la Academia Hispanoamericana es­ tablecida en la ciudad. Apresuróse el Alcalde en la sesión del 9 de agosto de 1918 a presentar la idea al Ayunta­ miento, que la acogió con entusiasmo: no podía ser me­ nos, tratándose de honrar a^quien “ fue d constante fa­ vorecedor de esta ciudad, español insigne, que sobre to­ das las miras de especulación pone su acendrado patriotis­ mo” . (Moción del Sr. Alcalde). Conviniéronse entonces ambas corporaciones, Ayuntamiento y Academia, a tra­ bajar dé consuno. Y se dió el caso peregrino de que la mayor oposirión la hallaron en el Delegado de la Trasatlántica: un empleado, trabajando por evitar honores a su principal, es inaudito; tenía muy conocido el Sr. Barrie al Marqués: “ Constán­ dome la contrariedad y disgusto que esta iniciativa va a producir al Presidente de la Trasatlántica, entiendo no solamente que debía negar mi cooperación, sino aconsejar a mis amigos y a los que me han consultado que se abs­ tengan de apoyarla” . Al primer aviso, D. Claudio ordenó a Barrie manifes­ tara su irrevocable decisión de no admitir el homenaje. Era ya tarde: en el oficio de la Comisión se le decía: “ La Junta tiene los trabajos tan adelantados que ya, aunque

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quisiera, no podría en absoluto retroceder en su empeño. Cuenta con la simpatía de nuestro gallardo Monarca, con el apoyo incondicional del Excmo. Nuncio de Su Santidad, con la adhesión de miles de personalidades de toda España de diferentes clases sociales: tiene bastante adelantada la suscripción... Queríamos manifestar a V. E. nuestras intenciones cuando el proyecto estuviera tan adelantado, que ya la modestia de V. E. no pudiera oponer dificultad alguna... V. E. permitirá que este pue­ blo se honre a sí mismo pagando una deuda de gratitud...” No era tan chica ni de fórmula la modestia de D. Clau­ dio que se rindiese al primer embite: resuelto a impedir la estatua, encargó a su secretario una minuta de contes­ tación: y reparando que fundaba la negativa en razones de modestia personal, y por lo tanto sin valor, escribió de su puño otra, cortés, agradecida, carta verdaderamente modelo. De ella son estos párrafos: “ Pido al pueblo ga­ ditano y a la insigne corporación que la suscriben (la car­ ta oficio anterior) que con haberme otorgado ejecutoría tan alta y apreciada del acuerdo que a impulsos de in­ justificada gratitud y para confusión mía se han dignado adoptar... consideren saldada con exceso esa imaginaria deuda que conmigo creen tener contraída...: que cuanto tenga de meritorio débese en justicia a las abnegaciones y talentos de los que yo representara y fueron ya generosa e inolvidables testimonios de cariño de esa noble ciudad... "Arraigadas convicciones, genialidades que la edad hizo invencibles, y sobre todo el bondadoso afecto de aquellos a quienes me dirijo, prestándome el valor nececario para formular tan osado ruego, me dan la seguridad de que será atendido, y aún me anticipan la satisfacción vivísima que me produce el dar por hecho que Cádiz, histórico e insuperable monumento de nuestras erlorias

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marítimas y de las grandezas del descubrimiento, al tra­ tar de exteriorizar y afirmar una vez más que se mantie­ ne fiel a sus altos ideales del pasado, hallará digna y fe­ liz manera de simbolizarlo, o en su estirpe de sabios y navegantes, o dando vida a alguno de esos centros o ins­ tituciones que tan bien cuadran a su misión de heraldo del solar hispano en las rutas transoceánicas.” Esta última retirada, la de que el monumento fuese una institución de carácter hispanoamericano, intentóla por si fracasaban sus tentativas: “ Estoy haciendo todo lo que puedo para ver si se deja por completo de lado la idea” , escribía él a E l Universo, ordenando se abstuviera de hablar en el asunto. (14 agosto 1918). La suscripción reunió 215.237 pesetas: las adhesiones las encabeza el Rey, “ que es quien más aprecia al Mar­ qués entre todos los españoles” , según dijo entonces: si­ gue el Presidente del Consejo, Prelados, Alcaldes, Ban­ cos, etc. Entre los adheridos y suscriptores. el Director de un Colegio de Melilla, envía cinco pesetas: pero con fra­ ses que valen más que el oro: “ Después de Dios, a él debo la vida, y lo que soy... Es necesario un recuerdo que per­ petúe tanto cuanto pueda durar el mundo, la memoria de ese santo que por obra de Dios vive entre nosotros... La estatua suya debería erigí rsele en la Haza de la In­ dependencia, en Madrid, frente a su palacio, con la ins­ cripción: “ Al hombre más santo y humanitario del mun­ do” . Ni una adhesión, ni una peseta de las Compañías o empleados que dependían de D. Claudio: u orden expresa o el fundado temor de causarle disgusto, reprimió anhelos y ató manos. Copio del folleto de la Comisión organizadora: “ So­ bre amplia base de oscuro mármol de Figueras, escalona­ da, se eleva el monumento tallado de azulada piedra de

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Murcia. En la planicie, un cóndor se abraza con un león, América y España en representación heráldica: otro gru­ po, éste antropomórfico, simboliza a España y América por dos hermosísimas mujeres. Más alto, en mármol de Carrara. está esculpido el busto del Marqués. Un meda­ llón laurea cío muestra la cabeza de Cervantes... Un pi­ lar también de piedra murciana, mantiene el referido con­ junto, llevando a su frente la inscripción que contiene el objeto de la obra: Homenaje al Marqués de Comillas — Constante propagandista— de la Unión Hispanoame­ ricana.

” E1 genio del cristianismo, fundido en bronce, mira ha­ cia América, en ademán de ofrecerle, hoy como en tiem­ pos de los reyes por antonomasia católicos, la dicha de la fe, fin primordial del descubrimiento, que es hoy también alma de cuanto en la vida actúa el piadoso Marqués de Comillas” . Olvídase el detalle muy en consecuencia con el carácter de D. Claudio, que el genio a la par de la Cruz, presenta en la otra mano las tablas de la Ley, base de todo progreso. En la parte posterior del monumento hoy un medallón de bronce con la testa del Almirante descubridor: y en la cripta se ha instalado una biblioteca hispanoamericana. Hizóse la entrega e inauguración el 12 de octubre de 1922. El Marqués ni asistió ni envió representante. En Comillas tuvo mejor fortuna: a campana tañida se convocó el pueblo, y por aclamación resolvieron dedicarle un homenaje, agradecidos a la solicitud y servicios que prestó durante la epidemia de la gripe. Don Claudio acep­ tó el acto, y reservóse señalar la fecha, que nunca llegó. Alabanzas oía continuamente, porque sus obras eran demasiado grandes para que se pudieran ocultar, y eran

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muchos los agradecidos para que callaran las lenguas. Las oía como si hablaran de otro: “ Atribuyo los elogios de que me hablas al cariño o simpatías de quienes los dijeron en parte, y en parte al desconocimiento de lo que en reali­ dad soy; y lo que a esto no se deba, a las circunstancias y causas en que todo el mérito alcanza a Dios, a mis pa­ dres, a ti y a cuantos me rodean y quieren: a mí sólo el malograr en gran parte los medios de que para el bien dispongo” . (A la Marquesa, 28 agosto 1895). Verdadera es la opinión de que peligro de vanidad no lo sentía. Si al­ guna vez se entoldaba con señales de disgusto le serenidad de su rostro, era cuando algún inexperto se permitía al­ guna palabra en su honor. Imposible ocultar la carta que Benedicto X V le envió por febrero del 1922: D. Claudio ordena a E l Universo haga el favor de omitir en el artículo comentario cuanto se refiera a su persona. El Gobierno belga trató en 1920 de mostrársele agradecido por los favores durante la gue­ rra: D. Claudio escribe: “ Ruegue usted a Ilaseur por conducto del Marqués de Pidal que evite a toda costa (su­ brayó D. Claudio al firmar) que se me otorgue ninguna distinción, pues me causa con ello un conflicto, por haber renunciado recientemente de otros gobiernos distinciones que me habían otorgado... Agradezco al gobierno belga la inmerecida consideración que me dispensa, y que por sí sola recompensa con creces lo que yo haya hecho en fa­ vor de ese simpático pueblo belga” . (Carta a D. Rufino Blanct>, 11 febrero 22.— 14 julio 20). * * *

San Ignacio, en la genial contemplación de dos bande­ ras, pone como base de todo edificio espiritual el despego de los bienes, del que nace el menosprecio contra el honor

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mundano, y de ahí todas las virtudes; al contrario del ca­ mino esencialmente desordenado, que se abre por el amor inmoderado a las riquezas, primer paso para ambicionar el vano honor del mundo, y después, crecida soberbia: quien haya bajado estos tres escalones, está ya al borde de todos los otros vicios. ;Se vio D. Claudio en trances de sufrir oprobios me­ nosprecios? Muchísimas veces: desaires, malevolencias,, aun de quienes debían serle amigos y aliados: justo es de­ cirlo, porque públicos fueron los ataques: se criticó agria­ mente su política, se zahirió su acción social, se le llamó liberal, se llegó a proclamar desde muy alto y en lugar donde sólo la verdad evangélica debiera escucharse, que era pecado mortal y apostasía de la fe suscribirse al pe­ riódico que él sostenía con su dinero: a la Trasatlántica se la calificó sanguijuela del tesoro nacional, y cien otras lindezas que eran algo más que disconformidad de crite­ rio que, lealmente expuesto, no ofende. Don Claudio no replicó: pudo defenderse, pudo ir al contraataque y con buenas armas, las que le dieron quienes estaban para diri­ gir las batallas de la Iglesia; y prefirió dejar al tiempo y a Dios su defensa. Jamás, hablando con sus detractores, dejó traslucir estaba enterado de sus dichos: jamás les negó sus favores. Hay un caso típico: veré si puedo con­ tarlo sin que se trasluzcan los actores: Una publicación católica se convirtió en púlpito contra las teorías y prác­ ticas sociales del Sr. Márqués: y daba la casualidad que se sostenía merced a la subvención que más o menos di­ rectamente éste le pasaba. Aconsejaron a D. Claudio la suspendiera, no por los ataques, sino porque la tal publica­ ción resultaba estéril. — Cierto, contestó, no es gran cosa lo que hace: pero, ;de qué viviría entonces el Sr. X... ?, o

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sea el firmante de los artículos. Y siguió pagando como antes. Hundióse en febrero de 1915 en Santander el her­ moso trasatlántico Alfonso X I I : la pérdida fué conside­ rable: “ Ya sabrás — escribe D. Qaudio a su esposa— que he pasado por una nueva contrariedad: la de que se per­ diera el Alfonso X II, afortunadamente sin ocasionar pér­ didas de vidas. Acepto este disgusto como todos los quela Providencia quiera mandarme, por más que mucho me perjudique bajo muchos conceptos” . Pocos días después, se trataba del caso en conversación. — ¿ Y no se ha podido averiguar de quién fué la culpa ? — Mejor es — replicó— que no llegue a averiguarse. Y cambió de conversación. A montones pudo meter en la cárcel a periodistas radi­ cales; porque los insultos y calumnias, ni los desaforados liberalísimos fueros de la imprenta podían ampararlos: hipócrita, avaro, judío y todo el repertorio de lindezas por el estilo volcaba a diario su despecho contra él. por millo­ nario, por antisocialista y por católico. El Marqués ni se daba por enterado: las mordeduras a la fama propia no le hacían mella: su estima era cosa muerta; ocasiones para esos desahogos las hallaban cada día: la renovación de contratos de la Trasatlántica, huelgas, acontecimientos donde sonara su nombre, la guerra de Marruecos, las gue­ rras coloniales, la repatriación de soldados, cualquier cosa. Sin perjuicio de que el mismo periódico, avasallado por la evidencia, confesara los méritos extraordinarios del Mar­ qués. Así E l Socialista le dedica, caliente aun su cadáver, un soneto de lo más desvergonzado el 21 de abril; y el 22 un artículo encomiástico que dice salir retrasado... por­ que esperaba la esquela mortuoria: es candidez, si no re­

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curso periodístico; pero, en fin, el artículo salió (i), aun­ que no faltan salpicaduras: es poco fluida la tinta en aque­ lla redacción. Sin embargo, D. Claudio acudió una vez a los tribuna­ les, y metió en la cárcel a su propio tío carnal, el famoso Pancho Brú. Era éste lo que se dice una bala rasa: por conocerlo D. Antonio, el primer marqués, se resistió a la tutoría de sus cuñados, y sólo por no desconsolar a su suegro, que se lo rogaba moribundo, vino en ello. Ei Pan­ cho, gasiada alegremente su hacienda, puso pleito a su cuñado: el pleito lo perdió, naturalmente. Los socorros a ) He aquí el suelto sin añadidos, ni tachas, fuera de la introduc­ ción : " El Marqués de Comillas ha muerto, y la muerte de un patricio — aún cuando no fuera de la categoría del fenecido Marqués— , debe mover siempre las plumas de los periodistas. Y ello no porque con la muerte llegue para las criaturas la hora de los elogios. Simplemente: por agra­ decimiento y justicia. "España y señaladamente Santander, y aun más señaladamente deter­ minadas congregaciones religiosas, deben al difunto Marqués de Comi­ llas parte importantísima de su esplendor. La suya fué una vida colmada de sacrificios y trabajos: no ha muerto pobre, pero no le ha faltado mu­ cho. La herencia que deja, si se considera el número y entidad de sus he­ rederos, no será mayor, proporcionalmente, a la que puede dejar un bra­ cero cuyos herederos nada esperan y nada necesitan, como no sea el con­ curso de sus brazos. Esto considerado, y advertida la religiosidad del malogrado patricio, cabe suponer que pase limpiamente, sin las dificul­ tades del camello bíblico, por el ojo de una aguja. ’'Renunciemos el referirnos a la biografía del Marqués de Comillas. En el recuerdo de todo buen español está su comportamiento en las ho­ ras de angustia nacional. Cuba y las pérdidas de la Compañía Trasatlán­ tica española, son patentes. Esa misma generosidad presidió siempre la vida del segundo Marqués de Comillas. Por todos sus servicios recibió distinciones y condecoraciones merecidísimas. Despreció estas vanida­ des y se resguardó de ellas amparando su cuerpo y su alma con la som­ bra de la Iglesia católica. Fué grande y generoso amigo de los Hijos d< San Ignacio (Deuss Iñaki, en mi tierra), a quienes deja mejorados en su testamento. Fomentó los Círculos obreros católicos, donde propagó la lucha de clases según las teorías de León XIII. Ahora que está por en­ cima del mal y del bien, nosotros, humildísimos admiradores agradeci­ dos de su obra, izamos la bandera de los días de fiesta, porque tu alma ha vuelto al Señor. Ha alcanzado el único premio que sus grandes ser­ vicios merecían. Esta seguridad tiene de enhorabuena a sus herederos”.

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que generosamente le daban, hubieran bastado a ponerlo a flote, si quisiese trabajar: la holganza, desgarro y abso­ luta imprevisión lo traían en deudas continuas, y para sa­ lir de ellas acudió al chantage, la publicación de artículos y folletos feroces contra D. Antonio, de los cuales se man­ daban remesas numerosas a Cuba. La honra de su padre, la miraba D. Claudio como la niña de sus ojos: él tan ecuánime, de principios cristianos tan asentados, de espíritu tan dócil (según quienes no le conocían a fondo), sentía hervir la sangre en tales ocasio­ nes; llegaba hasta entender el desafío en hombres sin fe, y pedía a Dios lo librara de ocasiones graves en la mate­ ria. Pues ante las injusticias y calumnias de su tío, creyó deber suyo salir por su padre, y la condena del tribunal se cumplió. Una vez sola, lo bastante para el esclarecimiento de la verdad: porque los folletos siguieron... siempre que se veía el autor con el agua al cuello. Y aun entonces D. Clau­ dio le pasaba pensión, y aprovechó el lance para cristiani­ zarle el maridaje con la criada. Claro que aí tío le parecían una mezquindad las 250 pesetas mensuales, y con lágrimas de cocodrilo pregonaba se veía sin camisa y sin pan, ex­ puesto a morir de hambre o frío en el umbral de una puer­ ta. Y se callaba que D. Claudio quería mantenerlo a él, no a sus vicios: que la experiencia le había enseñado era tirar el dinero, tirarlo a los fondos más bajos de la sociedad, el ponérselo en las manos. Entre otros negocios que le mon tó fué un gran almacén de material fotográfico: hubo para derrochar pocos meses. “ Reconozco — escribe el pro­ pio Pancho Brú, que en muchas ocasiones he sido verda­ deramente protegido por mi hermana y por mi sobrino, que he recibido de ellos varias importantes sumas en dis­ tintas fechas, y sobre todo que apenas me ha faltado nun-

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ca, en otro tiempo, mi pensión mensual para los gastos de familia: y confieso, además, que sólo a mi natural li­ gereza . a mi desinterés y a mis genialidades se debe el que hava llegado en mis últimos años sin pan ni casa, y sin más esperanza que la de morir como un mendigo” . Cualquiera creería que entre las reconocidas larguezas de D. Claudio y la mendiguez del tío había pasado medio siglo: pues no hacía muchos meses que recibió en un día, por mano de Verdaguer, 20.000 duros; además de au­ mentársele la pensión a 1.250 pesetas mensuales; ahora, si la ligereza y el desinterés (eufemismos trasparentes), no le permitían ahorrar ni trabajar, a D. Claudio tampoco le consentía la conciencia destinar a vicios ajenos lo que pudiera emplearse en beneficencia. Este fué el único acto de justicia que ejercitó contra la calumnia D. Claudio: he escrito justicia y no ven­ ganza, porque así fué: prueba, que lo siguió amparando, para los gastos de familia, hasta su muerte, y procurán­ dole en aquella hora la reconciliación con Dios, como lo consiguió; y a su viuda, hasta que murió hace muy poco, la mantenía muy decentemente. * * * Ha salido el nombre de Verdaguer: la campaña que la desgracia del infeliz poeta encendió contra D. Qaudio y contra su esposa fué de lo más sañudo. En el capítulo co­ rrespondiente queda expuesta, y así mismo la actitud del Marqués, evangélica si las hay. Dos rasgos ahora de su mansedumbre: “ No me impre­ siona nada la campaña de prensa relacionada con el asun­ to del pobre Mossén. En ella resulta defendido por los elementos menos religiosos, y disculpado, como es natural (decir inculpado se lo veda, aun en carta íntima su deli-

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cadeza), por los que son más y comprenden su irrespon­ sabilidad. De lo que digan de nosotros, no hay que ocupar­ se: no vale nada, no tiene importancia; siempre la opi­ nión sana está ya hecha en el asunto” . (A la Marquesa, 18 agosto 1895). Porque creo exacto el juicio del Marqués, y cierta la irresponsabilidad de Mossén Cinto, me voy a permitir contar un hecho que callara, aun perdiendo D Claudio, si menoscabase el brillo moral del malaventurado sacerdote: pero un irresponsable no peca... Estaba de cuerpo presente el Obispo Morgades: doL' Claudio acudió para acompañarlo al cementerio; al verlo solo en la antesala, se le acercó un sacerdote (de cuyos la­ bios lo oí), y entablaron una de esas pláticas de tales si­ tios y ocasiones. En esto entra Verdaguer; la muerte del Sr. Obispo, que consideraba su verdugo, lo tenia más ex­ citado de lo corriente; divisar al Marqués, irse a él, en­ carársele y soltar la represa contra él y contra Morgades todo fué uno. Otro testigo de la escena, el entonces y aho­ ra Vicario General de Vich, termina su relato : wNo me atrevo a repetir las atrocidades que dijo: — Mossén Cinto — interrumpe el otro sacerdote— : de­ lante de un cadáver no se habla así. B ajóla cabeza Verdaguer, y se retiró: D. Claudio, que había escuchado la reprimenda mesurado y en silencio, tendió la mano: — Gracias, Padre, no sabe usted cuánto le agradezco su intervención.” Aquí caen bien muchas de las anécdotas ya publicadas: v. gr., la de la huelga de camareros en los barcos surtos en Santander, cuando al ponderar alguien la ingratitud que suponía, replicó: “ Mayores beneficios recibimos de Dios, y le faltamos cada día” . El martes, 14 de octubre de 1920, fué botado en la ría

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de Bilbao el Alfonso X III, alarde magnífico de la indus­ tria española por su perfección técnica y la esplendidez artística de su decorado. El 26 estaba ardiendo: el so­ cialismo destruía aquel instrumento de la grandeza patria* Las pérdidas se calcularon en cinco millones de pesetasA l día siguiente un amigo lamentaba con el Marqués el atentado: la respuesta fué corta: “ No ha habido desgra­ cias personales: lo demás importa poco. Más sufrimos todos los días sin hacer ruido alguno” . Descubrióse des­ pués la mano criminal que prendió el fuego. — ¿Qué ha­ remos con ellos? — preguntaron a D. Claudio— . — ¿Qué se ha de hacer? Pues perdonarlos. Leían en corro varios familiares de D. Claudio el pre­ cioso folleto del P. Cascón, Luz sin sombra : y al llegar al punto en que narra cómo a un criado, que ejecutó al re­ vés la orden, lo increpó: — Pero, bruto, qué has hecho— * los lectores se dijeron: Esto es inexacto: a D. Claudio no se le escapaban esas palabras. Tal concepto les merecía: a tanta mansedumbre los tenía acostumbrados Como que al Dr. Ortiz de la Torre una de las cualida­ des del Marqués que más admiraba era la paciencia: “Ja­ más se incomodaba ni impacientaba con tantísimo tonto como fueron a importunarle en los diversos tratos de su vida; a éstos perdonaba de corazón y tenía para ellos una indiligencia sin límites” . Sin embargo, el exabrupto aquel es cierto: se adelantó el ímpetu, y la advertencia llegó tarde. Descuidarse, es de hombres; reparar, a costa del amor propio, de santos. El Marqués llama al criado y le dice: “ Perdóneme. Es usted mi hermano, y no le he tratado como a tal. Perdóneme” . Porque contra lo que muchos creían al ver su inaltera­ ble serenidad, su perpetua paz, le hervía la sangre y le

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brincaban los nervios: uno de los Padres de la Compañía que empezaron a tratarlo de cerca, al fundarse el Semi­ nario, el Padre Ciáttrrtz, escribía: “ Estos señores se ima­ ginan un Marqués de cera, y es otra cosa” . De acero irrompible e indomable lo acredita su conducta siempre igual, siempre en línea recta, por el camino que marca el deber: pero no le dieron en balde la condición: no pudo decirse que sortitus est animam bonatn, que nació de bue­ na pasta, linfático o apático: su sensibilidad delicadísima, más bien indica temperamento artista, nervioso: y a fuer­ za de puños, a puro refrenarse los ímpetus y obrar cons­ cientemente, logró transformarse por completo, y ser. . la imagen de la sofrosine helénica con alma cristiana. Paseaba en Comillas con su capellán D. Mateo Gómez, y se les arrimó un infeliz a quien habían despedido de la Trasatlántica; solicitaba la readmisión, y como es de rú­ brica en tales casos, la culpa de su despido la tenían los je­ fes subalternos, contra los que se despachó a su gusto o al gusto de su despecho. D. Claudio oía tranquilo y con su afabilidad cortés y cariñosa. — No sabe usted. D. Mateo, dijo apenas alejado el otro, lo que me ha costado reprimir­ me : a éste lo han despedido con justicia, y aun se atreve a acusar a sus superiores. Más duro es lo que cuenta D. Leopoldo Trenor: “ Iba­ mos solos y a pie por la calle de Alcalá: un carretero for­ nido pronunció una blasfemia; oiría, lanzarse ciego de in­ dignación y abofetearle, fué cuestión de un instante” . “ Tengo temperamento de salvaje” , decía él al P. Ne­ vares. La saña de los revolucionarios contra el patrón opulen­ to y cristiano, contra el sostén firme del orden, es raro se contentara con ataques de la pluma: ¿Cómo se explica que

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cayendo tantos patronos de escasa significación no se acor­ daran de él los asesinos de ohcio? Dios lo »nardo. Porque ,? bien poco se guardaba: creía uno de sus de­ beres mostrarse tranquilo en la general turbación, y ja­ más el miedo le hizo cambiar su manera de vida. El i de ma^e de 1890 los socialistas inundaban la Rambla con la primeva fiesta del trabajo: el recelo a posibles desmanes bajó cierres y persianas en tiendas y balcones; D. Claudio, acompañado de su mujer, era el único que en su balcón presenciaba tranquilo el desfile. En otra huelga general vió tan amenazador el horizon­ te que hizo subir a bordo de uno de sus buques a las mu­ jeres de sn familia: con él quedóse la Marquesa. Llama al cocher-): — Francisquet, ;te atreves a sacar el coche? — Señor, con usted voy a cualquier parte. — Pues vamos a ver qué pasa. Y su carruaje fue el único que rodó por las calles: hizo la visita de las Cuarenta Horas, y otras a sus parientes, y volvió a casa sin prisas, sin esquivar las turbas. El Ministro de la Gobernación, Marqués de Vadillo, le comunicó oficiosamente que en una junta anarquista de Seltz habían decretado su muerte: era en 1897; al volver D. Claudio de Panticosa, el Conde de la Viñaza le envía un folleto de Tarrida de Mármol, publicado en el extran­ jero. en que Cánovas, Comillas y otro personaje se dela­ taban causantes de las famosas y supuestas torturas del Montjuich contra los anarquistas. Cuando el Marqués leyó el folleto, había ya caído uno de los sentenciados, Cánovas: motivo tenía para recelar que no faltaría otro Angiolillo para sí; con todo, el telegrama con que Vadillo le ofreció la escolta de un policía, conocedor del sujeto enO

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cargado de asesinarlo, contestó rehusándola y pidiendo las señas de éste. Se las mandaron: al volver un día a casa, le parece ver en la puerta al hombre. Encaminóse a él don Claudio resueltamente: — ¿ Qué desea usted ? — Entregar a usted esta solicitud... Quizás fuera un infeliz de peor catadura que alma; qui­ zás se acobardara ante la apostura decidida del Marqués, que es muy creíble se le acercase con la mano en el bolsi­ llo del revólver; para eso lo llevaba en tales ocasiones. * * *

“ Si el ser santo es ser mortificado, el Marqués puede colocarse entre los santos.” Así hablaba quien vivió con él muchos años, quien fue testigo presencial de su proceder en los negocios y en los descansos, en los viajes y en casa: refería y no acababa anécdotas y hechos de los que tejen la vida cuotidiana, pinceladas menudas, imperceptibles cada una, pero que en conjunto retratan de cuerpo entero y de alma entera al hombre. Si el sol o el polvo molestaba, D. Claudio no tor­ cía el rumbo: “ es igual” . Si salía con otros, el coche más molesto, y en el coche el asiento, se adelantaba a ocuparlo él; y nótese que forzado por prescripción médica hubo de comprar coche suave, pues el traqueteo le causaba gran daño: y lo hacía sin vender la mortificación, como si fuera gusto. Planeaban una excursión: pues si a cualquier im­ portuno se le ocurría telefonear anunciando su visita, mas que su importunidad fuera notoria, D. Claudio se queda­ ba en casa: “ otro día saldremos” . Si la familia iba a al­ morzar al campo, casi seguro que D. Claudio perdía el al­ muerzo o llegaba tarde: tras cada pobre o tribu de gitanos que se cruzaba en el camino se le iban los ojos, y había de

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detenerse a hablarles y socorrerles; veíasele nervioso e in­ deciso entre la caridad y el deseo de ocultarlo; disimula­ damente sacaba un par de duros y los alargaba a escon­ didas. Era inútil advertirle el retraso del almuerzo: “ Lo mismo os: que traigan una botella de agua y tomaremos un vaso". Sí viajaba solo o sin señoras, le importaba un Modo halla« aposento o no : sobre una mesa, envuelto en la manta de viaje, durmió muchas noches: y en sus propios barcos cedía el camarote de lujo a cualquier persona de respeto y se tendía en una litera, y aún en camastro de teri.era alguna vez. ]diversiones, aún lícitas, las huía: y no por creerlas pe­ caminosas, puesto que convidaba con ellas a los suyos. Gustábale el teatro clásico, y solía asistir una vez al año; últimamente ni eso, a no ser que lo llevasen sus obligacio­ nes palatinas, y entonces, se escabullía al finar el primer acto. Recepciones y saraos ni los daba ni los admitía: quejósele una vez el Contralmirante Montojo de que no iba por su casa: — No lo desee usted, le replicaron; Claudio sólo visita con el Viático o con la desgracia. Años ade­ lante. las consecuencias del desastre de Cavite metieron a Montojo en las prisiones militares; allá sí fué el Mar­ qués. Y lo mismo era de mortificado en familia: en la capillapanteón (basta la menudencia como índice general) lo veían entrar todos por un pasillo de servicio, arrodillarse junto a la bajada de la cripta, frente al devoto Cristo del Perdón í i ), sin reclinatorio, sin consentir que el sacris­ tán le pusiese una alfombrilla. (i) Es iira preciosa talla de Cristo paciente, obra del famoso escul­ tor portugués Manuel Pereira (siglo X V I I ) : se la regaló a D. Claudio

la Duquesa de la Conquista, por su celo en que se levantase el monu­ mento del O rro de los Angeles. El Marqués le tenía particular devoción: al entrar o salir, después de la genuflexión al Santísimo, le inclinaba

CAPÍTULO XXIÍ E L LIM O SN E R O

Es la fama más extendida del Marqués, porque es la cualidad que mayor número de personas han palpado y agradecido. La fama no pudo levantarlo más en este punto. Uno de los fundamentos para engrandecer la fortuna de D. Claudio, y atribuirle millones sin cuen­ to, estaba cabalmente en los centenares de miles de duros que cada año empleaba en remediar necesidades privadas y fomentar y sostener obras de pública be­ neficencia. Y cierto, medido por el patrón ordinario de los ricos caritativos, no iba mal el cálculo: sino que D. Claudio repartía no un tanto por ciento de sus ren­ tas, sino todas ellas, descontados los gastos, bien exi­ guos en su posición, y su casa. Pensiones perpetuas o por largos años; algunas de muchos miles de pesetas anuales: socorros para sal­ var de ruina inminente familias bien acomodadas; orga­ nizaciones de caridad dirigidas por sus capellanes; obras de beneficencia al por mayor; suscripciones bené­ ficas, todas o casi todas las que se abrían en España, periódicas u ocasionales; limosnas manuales: esas eran las puertas por donde salían los réditos de su cuantiosa fortuna. Recuérdese que Verdaguer nos decía pasaban de 300 las familias por su mano socorridas en sólo

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e l se g u n d o m a rq u é s de c o m illa s

/ Barcelona — y lo que añadía Mossen Güell, cyáe tenía carta blanca— . Añádanse las de Madrid, Cádiz, Comi­ llas. Navalmoral, etc., las peticiones hechas por carta y por carta despachadas, los centras que vivían de su sa­ via (Sem inario de Comillas, obras sociales en sus em­ presas, etc.), y calcule quien se atreva los millones que de D. Claudio salieron para los pobres. Dios le en­ tregó los cinco talentos del siervo fiel, la fortuna de su padre :> n sus manos fructificaron, porque eran manos hábiles, manos que no se alargaban al lujo y al vicio; al morir, la herencia no había aumentado; echando por lo corto, las rentas durante los cuarenta y cinco años desde la muerte de su padre a la suya, casi ínte­ gras. las fue colocando en el Banco de la Caridad, en los pobres de Cristo. Uno de sus amigos y agentes acci­ dentales en esta clase de obras asegura que por su mano pasaban cada año más de 30.000 duros, y a otra bien enterado he oído que la beneficencia de Barcelona le salía por centenares de miles de duros anuales. El presupuesto de limosnas era intangible, o sea: añadir, cuanto se pudiera; quitar, ni un céntimo. Re­ pasaban un día D. Claudio y su administrador general las cuentas: como al descuido, con mucha delicadeza, el administrador iba recalcando el incremento de los gastos, de las limosnas y donativos. El Marqués cal6 pronto el artificio, y, sonriéndose plácidamente, dice: “ No me había fijado en que tiene usted demasiado tra­ bajo para su edad, y esto de las limosnas es complica­ do. Ya le enviaré quien se encargue de esa sección...” Este capítulo de la vida de D. Claudio está ya escri­ to y publicado: a raíz de su muerte aparecieron por re­ vistas y periódicos casos hermosísimos, o contados por los que recibían el beneficio, o por testigos.

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D e\u erte que huelga repetirlos: por muchas pági­ nas puísde suplir la afirmación de su secretario: “ De ochenta o noventa cartas personales que recibía dia­ riamente, la mitad eran de petición: rara era la que quedaba sin respuesta. Muchas veces para esta tarea prescindía de mí, y él mismo, o alguien comisionado, llevaba la anhelada respuesta” (i). Como también puede decirse que de las personas que llamaban a sus puertas, la mitad iba en busca de socorro o recomendaciones; y si eran pobres, a buen seguro que no se las cerraban: hubiera sentido escrú­ pulos de rechazar a Cristo en forma de necesitado. Claro es que estas limosnas manuales significaban muy poca cosa, al lado de las organizadas o repartidas a la callada en necesidades urgentes. Pero D. Claudio no sabía ni podía dar un no al pobre callejero: puede ser que en teoría aplaudiese las ordenanzas prohibiti­ vas de la mendicidad: en la práctica no regían: “ ¡Si hay pobres que llevan en la cara su miseria!” Es frase suya. Por eso repartía las pesetas que al salir le echa­ ban en el bolsillo; y se le acababan pronto, y pedía prestado al cochero. Frecuente era el diálogo: — Francisquet, ¿te queda algún dinero? — No, se­ ñor; pero ya hallaré quien me lo preste. Y el Marqués esperaba en la calle, mientras Francisquet se iba a una tienda conocida, y sacaba un puñado de pesetas. Y nota él propio al contarlo, que, al devolverlas, le en­ cargaba D. Claudio diera al prestamista las gracias en nombre del Marqués de Comillas. Murmurábase que al Marqués de Comillas lo explo­ taban; eso es fácil de decir, y fácil también de suce(i)

Universo, 17 junio 1925.

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der, cuando las limosnas son tan incontables; éo hay siembra a voleo que no desperdicie grano; y, »demás, D. Claudio prefería lo engañasen a dejar sin socorro la necesidad cierta; pero no se imagine nadie que pedir y dar era todo uno en casa de Comillas: los libros de su limosnero (aquí cae justo el apelativo de su capellán), más que el recibí y entregué, contienen los expedientes de los solicitantes, cuando cabía duda racional: la discreciónKque fué la virtud máxima de su carácter ecuá­ nime, no le faltaba en materia tan expuesta al abuso: he visto muchas cartas suyas en demanda de infor­ mes. Las peticiones solía remitirlas a sus subordina­ dos, que podían entender mejor la necesidad; mas para evitar el perjuicio del solicitante, si aquéllos se dur­ mieran. exigía la contestación, que él por sí remitía al interesado. “ Estoy seguro, atestigua D. Antonio Co­ rrea. que fueron muy pocos los que quedaron sin res­ puesta satisfactoria” . Hubo también comisionados su­ yos que se quedaron con parte de las limosnas, o que se valieron de ellas para abusos peores; a los primeros, alguna vez perdonó (aunque quitándoles la ocasión), porque el hambre es mala consejera, decía, y sin em­ pleo y sueldo, sabe Dios por dónde echarán. A los se­ gundos los despidió sin remedio. En cambio, es inútil buscar entre sus papeles cifras del dinero repartido: no gastaba en anotarlas tiempo ninguno: dejaba ese cuidado a Dios. Porque entendía y practicaba a la letra el consejo evangélico, lo ocul­ taba a quien lo recibía y a los mismos intermediarios. Supo el Marqués de Valdeiglesias una ruina fulmi­ nante, de las que no sufren espera: sólo Comillas po­ día remediarla; lo busca, le cuenta el apuro: D. Clau­ dio oye sin inmutarse, abre el cajón y le alarga un bi-

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líete de cien pesetas. Valdeiglesias salió descorazona­ do: aquello no daba ni para empezar. A la mañana si­ guiente, al visitar la familia, la encuentra regocijada: un señor se les había ofrecido para salvar la situación. De estos casos, infinitos. Como el del periodista que empleó su pluma contra el Marqués: cayó enfermo, y la única esperanza se la pusieron en una operación quirúrgica en París; pero esa esperanza no lo era, porque le costaba 5 000 fran­ cos, que no tenia. Muerto D. Claudio, la mujer del en­ fermo declaró de dónde llegó la cantidad deseada; como el caso del barbero antiplutócrata a quien dió bi­ llete para vSan Sebastián, advirtiendo al intermediario •callase el nombre del donante, no sea que no quiera re­ cibirlo : delicada forma de ocultarse. Pero su caridad se mostraba más fina con los que yacen por las calles como desechos, fustigados por la en­ fermedad y miseria, más amarga aún a la vista de opu­ lencias y lujos. En tales casos lo de menos en D. Claudio era la limosna, lo principal era la compasión. Iba con la Marquesa por la calle de Torija (Barcelo­ na), y vió cómo una joven sostenía a duras penas a su madre, desarropada y maloliente; D. Claudio se acerca, toma en brazos a la vieja, y la conduce a la casa de so­ corro, donde murió. Otra vez, regresaba bien de noche de una Junta; en el quicio de una puerta dos golfillos, apretujados uno contra otro, se defendían del frío, que les helaba los huesos: D. Claudio se inclina a ellos, les pregunta por su vida y familia, los lleva por sí a un asi­ lo y les busca después modo de instruirse y ganar hon­ radamente el pan. ¡ Con qué veneración refiere su leal cochero Francisquet algunos de los lances que presenció! Quiero copiarlos a

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la letra, por no desflorar el sabor ingenuo de quién es­ cribe sin pensar en letras de molde. “ Venia el Sr. Marqués un día de visitar el taller de máquinas de la estación del Norte, y según su costum­ bre iba a pie: en el camino le salió una pobre mujer ex­ tremadamente pálida y con un niño de unos cinco años en brazos, el pobrecito muy pálido y jorobadito, enluta­ do como su madre; ésta hacía cuatro años que se había quedado viuda, el marido había muerto tísico; al pre­ guntarle a la madre dónde vivían, contestó que estaban por caridad en casa de una buena mujer y de lo que re­ cogían, pidiendo, comían; tanta lástima causaron al se­ ñor Marqués, que en seguida los mandó acompañar a la casa, encargando a aquella mujer les cuidara bien y que él pagaría todos los gastos; pero desgraciadamente, a los pocos días murió la madre, y el Sr. Marqués pagó to­ dos los gastos, y se hizo cargo del pobre niño, y lo man­ dó llevar a la finca de La Moguda, encargando al jardi­ nero y a su esposa que no tenían hijos, que fueran unospadres para el niño: les daba una mensualidad para que lo cuidaran: el pobre era muy listo y bueno; y siempre que íbamos a la finca, los señores le llevaban juguetes y dulces. Allí se puso bastante bien con los buenos alimen­ tos y medicinas; pero desgraciadamente, a los diez años murió; su muerte fué muy sentida por los señores. ??Otro caso: subíamos con el coche por el Paseo de Gracia, \r al llegar a la calle de Consejo de Ciento, ha­ bía un pobre hombre enfermo; se apeó del coche y me dijo que lo llevara y que tomara nota del domicilio y también pagó todos los gastos hasta su restablecimien­ to. Otro día salía del Banco Colonial y en la puerta de la Iglesia de Belén había una pobre joven con los pies hinchados que casi no podía andar, y al socorrerle, le

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preguntó dónde vivía y le dijo que no tenía casa, y en­ tonces me hizo llevarla en el coche al Hospital en una sala de pago y fuimos a verla tres o cuatro veces y cuan­ do estuvo bien, le pagó el viaje hasta Valencia. Otro día al pasar por la Rambla de Santa Mónica, había un viejecito enfermo y también me hizo llevarlo en su coche al Hospital, y cuando estuvo bueno fué a ver al Sr. M ar­ qués y le socorrió pon 50 pesetas. Detalles de estos y de obras buenas podría contar muchas, pues en tantos años ¡si le habré visto hacer obras buenas! En la pared de la finca La Moguda había un solar y el Sr. Marqués mandó ponerle tm tejado para que, cuando llovía, los pobres caminantes pasasen allí la noche y man­ daba poner paja buena y limpia: allí se refugiaban, y re­ cuerdo que un día a las nueve de la noche se oyeron unos gritos en el solar; y sin decir nada a nadie, el Sr. Marqués se presentó y como le conocían, le dijeron que les perdo­ nara, y les reprendió, y también les socorrió. "Cuando salíamos con el coche y se oía Is. campani­ lla del Santo Viático se apeaba, y si Dios iba a pie me decía: Que suban en el coche y llévalo donde sea que yo me iré a pie: ya podíamos estar lejos' de casa. ” Nunca fué aprensivo: de jovencito cuando había un enfermo en casa ya podía ser enfermedad contagiosa; el primero en ir a verle era el Sr. Marqués. Otro caso: de esto hará cinco años; bajaba por la calle Mayor de Gracia y jugaban unos muchachos y uno de ellos le dio un empujón a otro en el momento que pasaba un auto y por más esfuerzos que hizo el conductor lo atropelló: pues el Sr. Marqués hizo todos los pasos en favor del conductor para que no le detuviesen porque vió que no tenía culpa y pagó toda la cura del muchacho, que tardó en curarse más de dos meses” .

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Para estas necesidades tenía ojos de lince: de no­ che, al correr del auto en la provincia de Santander, manda parar: se apean él y un amigo, y D. Claudio va derecho a la cuneta, donde debajo de un zarzal yacía un pobre desvanecido; el acompañante no se dió cuenta hasta estar encima, porque era noche oscura. Entre am­ bos le levantan, lo llevan en brazos a la casa del peón ca­ minero, a quien el Marqués dejó buena limosna para que lo curara. En vista de cas^s como éste le decía una persona de su familia: — Tienes instintos de perro de aguas, si uno se hun­ de ya estas allí para cogerlo. No era instinto: era la caridad del buen samaritano... Esta caridad con los desvalidos la manifestó desde muy joven. Es curioso e instructivo el caso que refiere un testigo de vista: “ Hacia el año 1877, después de la muerte de su herma­ no Antonio, fué Claudio a Covadonga con su padre, dort Angel R. Pérez y otro amigo. En aquel santuario se fi­ jaron en una niña de unos 10 años, con la falda hecha jirones y apenas cubierta, que les dijeron se había que­ dado a vivir cerca de la cueva, habiendo venido hacía al­ gún tiempo con una de las peregrinaciones populares de un pueblo de la comarca. Cuando la acosaba el hambre bajaba a la venta de Covadonga, bailaba el pericote, compraba pan y volvía a su guarida, que debía ser al­ guna gruta de la montaña. Una honda la defendía de las gentes y de los animales. Tenía gran devoción a la V ir­ gen y decía que no tenía familia. Compadecióse de ella Claudio y consiguió que su pa­ dre accediera a llevársela a Comillas para educarla en algún asilo. Iba sentada en el estribo del coche y cuan-

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do al paso ladraban los perros, se bajaba, esgrimía su honda y era pedrada certera en la cabeza deí can. Al llegar a Comillas se la entregó a María Luisa, su hermana, para que se ocupara de ella, y aún recuerdo yo haber visto a la famosa Rafaela, que así se llamaba la niña, vestida de nuevo, acurrucada en el jardín de los Covaducas; pero negándose a comer con las criadas; le llevaban la comida al jardín, con gran curiosidad de to­ dos los que éramos entonces niños y jugábamos por allí.— La mirábamos como una verdadera salvaje. Su vida fué una epopeya que acababa con la pacien­ cia de todos menos la de Claudio. De un asilo la echaron por ejercitar su habilidad de la honda con las compañeras; de otro, porque en un ac­ ceso de furor quiso tirar a una monja por la ventana. Había muerto para entonces María Luisa y Claudio, ya casado, era la Marquesa quien se ocupaba de ella. La colocó de niñera en casa de su madre y se portó muy bien, hasta que un día se peleó con otra de las criadas y la arrastró por el pelo. Después de mil otras pruebas (siempre con un fondo de piedad y rectitud) que serían largas de enumerar, la llevaron a Comillas al cuidado de una mujer buenísima y religiosa de .allí, llamada Genara García Cueto, que pareció domar aquella fiera y la casó con un lacayo deí Marqués; Claudio creyó descansar de ella; entonces pasó a ser la domadora María Piélago, la gran amiga de D. Claudio, que se encargó de ella por complacerle. Peleándose con su marido la dicha Rafaela, hubo que quitarle un revólver del que no se separaba, sin duda, en sustitución de la honda. Otra vez se tiró al mar, en la playa de Oyambre, para salvar el palo mayor de un buque que sin duda había

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naufragado; y luchando con las olas lo sacó a la orilla y le dieron bastante dinero por él. Andaba ella por allí porque ayudaba a su marido a pescar y se había apoderado de una parte de aquella cos­ ta para ella, y ¡cualquier hombre o mujer se hubiese atrevido a disputarle el terreno! Otro día armó una pelea con todos los chicuelos de su barrio porque le habían arrancado las enredaderas de si^casita, que era una de las construidas por Clau­ dio y Santiago López; y fué tal el escándalo y las ame­ nazas al Alcalde de Comillas, que el marido tuvo que ser encerrado en la cárcel, y hubo que sacarlos de Co­ millas, colocándolos en las minas de Ujo. Allí murió después de algunos años la pobre mujer bastante pacíficamente, pidiendo que se la dejara ir a despedirse de su querida Virgen de Covadonga al sen­ tirse enferma. Claudio, por supuesto, la pagó el viaje, pues no qui­ so nunca abandonarla, porque decía que en el fondo era muy honrada” . Publicado está ya el caso que recordó Agustín Ruiz en la velada necrológica del Centro Ferroviario de V a ­ lladolid. La limosna fué pequeña; el afecto y delicade­ za no tienen precio: “ Era uno de esos días de invierno riguroso. Nos en­ contramos en la Corte una comisión de ferroviarios, gestionando asuntos de la sección de Barcelona. De­ bíamos visitar al Marqués, que nos citó para las siete de la tarde. Cuando acudimos a la entrevista, ya nos esperaba. Nos recibió, como siempre recibía, afable, cariñoso y sencillo... Inmediatamente se apercibió de que uno de los visitantes tenía en el rostro las huellas características del frío, y, solícito, le invitó a aproxi­

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marse hasta la chimenea. Pero lo que no podíamos prever los demás, ocupaba la mente del Marqués: ¿no sería peligroso para la salud de aquel ferroviario vol­ ver a la inclemencia de la calle sin el necesario abrigo? Al despedirnos el generoso procer, y en la misma puer­ ta de la habitación, como era su costumbre, él mismo con fraternal cariño y solicitud, ayudó a ponerse un abrigo de su uso particular al obrero mencionado, que, no comprendiendo toda la alteza de la acción, st resis­ tía a aceptar el ofrecimiento, alegando, todo turbado, que, como hacía tanto frío, le sería necesario al señor Marqués. Imaginad la sonrisa de bondad de éste. — Le está muy bien — dijo— ; no se preocupe de mí. Como aquel otro contado por D. Rufino Blanco. Un humilde empleado tuvo un hijo que desde su pri­ mera infancia quedó tullido. Enseñáronle en casa a leer, y salió apasionado por la lectura. Muerto el pa­ dre, el chico se puso a pensar qué haría para sustentar a su pobre madre. Escribió al Marqués, pidiéndole al­ gún empleo, y a poco se presentó a él con la misma pretensión. Enteróse el Marqués de su afición a 1p lec­ tura, y dijo a D. Rufino Blanco: — ¿En qué podremos ocupar al pobre tullido? — Ya que es tan aficionado a la lectura, le ocupare­ mos en la sección de bibliografía del periódico. — Y ¿cuánto le daremos? — Diez o doce duros son bastantes para un princi­ piante. Quince ganan los veteranos. — Es poco; ¿cómo va a sustentar con eso a su ma­ dre? Dele usted los quince. Al cabo de algún tiempo, le dice el Marqués: — D. Rufino, ¿qué van a hacer ese pobre chico y su madre con quince duros? Hay que darle más.

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Y ... consiguió que le subiera el sueldo hasta veinti­ cinco duros. — D. Rufino — le dijo otra día— , ¿sabe lo que estoy pensando? ¡Qué gustazo le daríamos al pobre tullido proporcionándole un carrito en que pudiera salir a la calle! Se lo voy a buscar. Y le compró uno por quinientas pesetas. — Pero el caso es — le dijo otro día— que ese mu­ chacho necesita uno que le empuje el carro. Démosle una peseta más cada día para el que le lleve. Tan grabada llevaba en el alma la imagen del infeliz, él, que por tan graves negocios andaba solicitado. El pobre, por ser pobre, tenía un derecho especial a su cariño: la distinción de clases la admitía para la vida social: en su corazón todos eran iguales, y prefe­ ridos, los de abajo; entre ricos y pobres, a buen segu­ ro que más muestras, no de liberalidad (eso hubiera sido natural), sino de afecto, de respeto, recibieron de él los pobres. En 1920, D. Paulino Moro servía a la Trasatlántica salvavidas patentados y colchones salvavidas. Trató con la Compañía de establecer en los barcos el salva­ vidas reglamentario en Inglaterra, y resolvieron po­ nerlo solamente en el pasaje de lujo y oficialidad, por resultar muy cara la sustitución total: hablando en el verano de ello con el Marqués, éste replicó: — No, Pau­ lino, no es esa la solución; desengáñate; esa medida ha de tomarse para todo el pasaje; porque tan precio­ sa es la vida del pobrecito emigrante a quien Dios no le ha dado fortuna, como la del más encopetado pasa­ jero de lujo. Alguien le ha llamado el gran limosnero de este siglo y del pasado: creo se debe añadir, por si alguno entendiera

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únicamente quien más espléndidas limosnas repartió, el gran cristiano que ponía en sus limosnas el amor y la ternura de quien da a Cristo y por Cristo: como lo hacían aquellos santos con quien lo parea el autor de la frase: San Juan el Limosnero y Santo Tomás de V i­ llanueva. Aun en el castigar faltas, atendía a que los inocen­ tes no sufrieran. Escribe el párroco de Comillas: “ Hacia 1894, le daba cuenta un jefe de la Tabacale­ ra de haber recaído en infidelidad un empleado, por suma respetable: el Sr. Marqués no lo conocía, pero su prodigiosa memoria lo recordó al momento, y con­ testó : — Y si se le despide, ¿qué será de sus pobres hijos? ¿Les queda algo? — Nada. — Y ¿no podría firmar un documento, comprome­ tiéndose a ingresar mensualmente alguna cantidad de su sueldo, aunque sea pequeña? — 'Comprometerse, sí, pero creo no lo cumplirá. — Pues si se compromete — concluyó— , y esto pue­ de servirle de enmienda, pónganle donde no tenga oca­ sión de repetir la fechoría, y que siga manteniendo a su familia” . Hay otras miserias más atenazadoras que el ham­ bre, las que dejan el alma destrozada por el deshonor, o muertas al golpe de ía ingratitud y felonía. Para ésas tenía D. Claudio limosna espiritual, bálsamos de delicadeza. Despiden de la Trasatlántica a un oficial, y su madre se moriría de pena al saber la causa; pun­ tualmente llegará el sueldo para que la ancianita no se entere del mal proceder de su hijo. Un padre deso­ lado le escribe cómo fraudulentamente le llevan ro-

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bada a su hija, para venderla en el público mercado del pudor; va ya camino de La Habana, y la única es­ peranza es que va en buque de la Compañia. D. Clau­ dio se levanta vivamente; se encamina al despacho y ordena a su secretario: — Escriba usted este cable al Delegado de la Tras­ atlántica en La Habana . Empieza a dictar largo y tendido. Gayangos alza la cabeza. — Pero, ¿esto es un cable o una carta? — Siga usted escribiendo, no interrumpa. Allí se explicaba el caso al Delegado, y se le daban instrucciones menudas: que hablase al Capitán Gene­ ral y al Obispo; que con fuerzas de policía abordase el barco apenas echara anclas, e impidiese bajar a todo el mundo; que formase el pasaje en cubierta, a un lado hombres, a otro mujeres; que si a las primeras inves­ tigaciones no se descubría la joven, detuviese a cuan­ tas se le pareciesen, para lo cual se le daban menuda­ mente las señas personales: color del pelo, de los ojos, forma del rostro, estatura, etc. Y cuando por fin apa­ reciera, la reembarcara para la Península sin riesgo, y avisando fecha y barco, de modo que su padre la re­ cogiera, sin dejar circunstancia ni omitir señas que sirvieran al rescate de la engañada y al consuelo de su familia. El cable llenaba varias páginas. Retiróse el Marqués; Gayangos calcula unos mo* mentos, se levanta, vase a la mesa donde trabajaba el hoy Conde de Güell, y le dice: — Con tu tío no se puede: está loco; este cable le cuesta 4.000 duros. De esas locuras, de gastarse sumas cuantiosas en en­ jugar lágrimas, tuvo hartas D. Claudio...

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Si constaran en los informes previos a la concesión de pasajes gratis o a medio precio en sus barcos el mo­ tivo que decidía a D. Claudio, subiría de quilates su ca­ ridad, porque veríamos que en muchos casos — en los más, dice un jefe de la Trasatlántica— no era el bene­ ficio temporal, sino algo más hondo, más urgente de remediar. Claro es que, frecuentemente, suplicaban el favor o personás que esperaban en Ultramar empleo, por acá en balde buscado, o que, derrotadas allá por la for tuna, suspiraban por volver al pueblo de donde partie­ ran sonsacadas por la esperanza engañadora: tal las cuatro viejecitas que, enlutadas y llorando, con una vela en la mano, asistían al funeral del Marqués en Casatejada: gracias a él vinieron, del inhospitalario Brasil, a descansar en paz junto a la tumba de sus pa­ dres y sus hijos. Pero muy de ordinario, eran clérigos que deseaban rehabilitarse ante Dios y ante los hom­ bres, mujeres que buscaban al marido olvidadizo u ol­ vidado, víctimas de una pasión que no se curaba sino poniendo el mar de por medio. Cuenta el Administrador de Navalmoral, qt*e acu­ dió a él, pidiendo su ayuda para lograr pasaje, el fac­ tor de la estación X ; vivía el tal amancebado con una mujer casada, casado él también y separado de su es­ posa. El administrador, receloso de que se tratase de complicar una situación tan embrollada, informó des­ favorablemente; y, sin embargo de ello, el Marqués concedió la gracia. Había mediado el párroco, y mer­ ced al pasaje, la barragana se fué a vivir con su mari­ do en el Brasil, y el factor recibió en su casa a la es­ posa legítima. Dos matrimonios arreglados con la li­ mosna que parecía meramente de dinero.

CAPÍTULO XX11I PIE D A D

El P. Otaño, que trató muy íntimamente al Sr. Mar­ qués, certifica que jamás le vió discurrir de las cosas humanas con criterio meramente humano. Y o puedo certificar lo propio, después de leídas infinitas cartas suyas, de negocios y de familia, alegres y tristes: ca­ rimente, para demostrarlo, he transcrito párrafos su­ yos, quizás demasiados: es preferible la prolijidad, cuando se trata de asentar firmemente virtud tan ex­ cepcional. La cristiandad del Marqués de Comillas, más que en pasar horas en el templo y multiplicar re­ zos, estaba en lo que Santo Tomás dice esencial: en es­ tar siempre pronto a servir a Dios, a cumplir con per­ fección su santa voluntad. Porque aquella su mesura y dominio que nunca fallón aquella esclavitud perpetua al deber y al trabajo, aquel no salirse jamás de su punto, no lo da el carácter, que a veces se destempla, ni el estoicismo o filantropía» buena para ratos de placidez, sino la virtud cristiana, la piedad engendrada por la gracia, fomentada por la meditación, avivada por los sacramentos. Parecía an­ dar a la continua en la presencia de Dios, y de ahí la compostura de alma y cuerpo que fué distintivo suyo.

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“ Hágase la voluntad de Dios; si Dios lo dispone.;.? demos gracias a D ios; bueno será cuando Dios lo ha dispuesto” . Estas y parecidas frases, que por la mane­ ra de intercalarlas se echa de ver no son meras fórmu­ las, le salían continuamente de los labios y de la plu* ma: si con justicia se ha dicho de San Pablo que el nombre de Jesús era media vida suya, a juzgar por la frecuencia con que lo estampa en sus cartas, la volun­ tad de Dios, por el propio criterio, era media vida de D. Claudio. La palabra deber, norma de su conducta y lema de sus empresas, equivale a voluntad de Dios. A ella se entregó completamente desde los desenga­ ños, o mejor, sacrificios, de la muerte de su hermano: hasta aquella fecha, ya queda dicho, no pasó de uno del montón, pero del montón de los buenos, que no es poco, en un muchacho, léjos de la vigilancia paterna, y con ocasiones y ejemplos tentadores al alcance de su mano. Después comenzó a frecuentar los sacramentos, y cuando Pío X ordenó se abrióse el sagrario a los hom­ bres de buena voluntad, D. Claudio comulgaba todos los días, vestido para ello de etiqueta^ a no e stib á rse ­ lo la enfermedad, deteniéndose veinte minutos en la acción de gracias. De todos los días era asimismo la media hora de meditación (por el P. Lapuente o el Pa­ dre Eymerich), y el santo-rosario, y la visita al Santí­ simo, que enfermo hacía espiritualmente desde casa, y él rato de lectura espiritual. Los domingos, además de la misa de comunión, oía la mayor; en vez del rosario privado ló rezaba con la familia y servidumbre, ya que las ocupaciones del despacho y el retirarse tan tarde no consentían seguir todos los días la tradición de las ca­ sas españolas. Esa piedad la llevaba consigo en los viajes;” en los

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balnearios, sitios por lo general de diversiones, era ejemplo moralizador ver al gran procer y millonario comulgar diariamente, de madrugada. “ Ayer, procesión solemne por el pueblo, con música, asistencia de la In­ fanta, etc. Enrique y yo, con otros dos amigos, lleva­ mos la imagen del Sagrado Corazón” (Panticosa, 4 agosto, 00V “ Salimos de la misa mayor, que ha sido solemne, con música y sermón en honor de San Igna­ cio. Realmente se reúne en este balneario un número muy considerable de gente piadosa, lo cual trae con­ sigo que tenga un culto muy activo, y revista algo el ca­ rácter como de un monasterio. Esta tarde empieza el tri­ duo” (31 julio, ’29). Su postura en los templos delataba el fervor de su alma: colocado en su rincón, permanecía inmóvil, con­ centrado. con los ojos en el devocionario o modesta­ mente cerrados. Parecía no ver nada, pero inmediata­ mente, como por instinto de su delicadeza, reparaba si alguna mujer, pobre o rica, en los grandes concursos, estaba en pie, para cederle el asiento; no obstante, lo mucho que por sus achaques le perjudicara privarse de él. Sin exageraciones, pero sin respetos humanos: un día nos llevó a un grupo de antiguos alumnos del Seminario a la gruta de Lourdes, en su jardín, y nos dijo: “ Recemos un Ave María; es devoción que apren­ dí de mi padre” . El recurso a Dios, la intercesión de los santos, era el refugio de sus negocios apurados. Las Minas de Orbó se laborean por pozos. En febrero de 1914, un temporal de nieve (el valle está a 1.200 metros) metió tal cantidad de agua, que subió el nivel a casi 150 metros desde la caldera del pozo: inútiles fueron los medios de desagüe: la crecida aumentaba. En-

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tonces se planteó un conflicto serio: el de abandonar la mina o gastarse en las reparaciones más de lo que el ne­ gocio sufría. D. Claudio estaba en Barcelona: por telé­ grafo recibía las noticias y daba instrucciones: lo prime­ ro para aliviar el paro forzoso de los obreros, ordenando emplearlos en otros trabajos, abrirles sin limitación los economatos, etc., y después las conducentes a la parte téc­ nica. Llegó el 18 de marzo: los partes, siempre pesimis­ tas: Al comunicarle D. J. Satrústegui la situación catas­ trófica que se avecinaba, el Marqués quedóse callado; pero al poco rato, con la sonrisa en los labios, dijo: “ Queri­ do Jorge: hemos hecho cuanto humanamente hemos podido, y ya no nos queda sino pedirle a San José ma­ ñana que nos resuelva favorablemente el conflicto; va­ mos a pedírselo así al recibir mañana la Sagrada Co­ munión, y que Dios disponga por su intercesión lo que más convenga” . Las primeras noticias del 19 acusaban todavía la subida del agua, pero el 20 temprano, avisan que la crecida cesa, y, por lo tanto, el descenso. Algún tiempo después, decía D. Claudio al Sr. Sa­ trústegui: “ Debemos mostrarnos agradecidos a San José que nos arregló el conflicto, y colocar su imagen en la capilla de las minas” . Hoy los obreros acuden a su Patrono, colocado en hermoso altar en la iglesita. Bastaba conversar con él familiarmente un rato, para que se trasluciera el espíritu hondamente cristia­ no que lo llenaba. Sin estridencias, atemperándose al interlocutor, la idea de Dios asomaba insensiblemente, y las máximas evangélicas venían a roborar y elevar su criterio. La lectura del Kempis parecía haber sido el molde de su vida, y sin empacho y sin afectación inter­ calaba las citas del áureo libro.

KL 3BQUNDÜ MARQUÉS DB COMILLAS

Con los amigos iba más allá: su alma, con sólo presen­ tarse, era doctrina que enseñaba y movía. Al volver del entierro de D. Claudio, el Marqués de Camarasa enviaba el pésame a un amigo común de am­ bos, el Sr. Sánchez de Toca: la contestación merece copiarse: “ Para quienes como usted y yo resultamos privile­ giados respecto a cuanto irradiaban en el más íntimo trato I3.S ejemplaridades sin par de nuestro Comillas, la separación de ayer nos deja de por vida tremenda e indeleble sensación de un vacío irreparable. En todas sus obras, con ser tantas y tan extraordinarias, era mayor su hecho que su fama, y máxime en las que pro­ ceden de la caridad. En su trato es donde recibí la má~ xima edificación y la más valiosa enseñanza, respecto al saber hablar con Dios pór la oración y como en con­ versación interior, así como sobre la utilidad de las ad­ versidades y de lo más valioso de las obras que proce­ den de la caridad y las máximas enseñanzas de cómo debe el hombre pensar humildemente de sí mismo” . Quien fue por bastante tiempo su confesor estaba admirado v edificado de la delicadeza de conciencia en el Marqués: sabíalo por experiencia, por las consultas de puntos tan sutiles, que pocos hubieran reparado en ellos; y al decirlo, recordaba que treinta años antes ha-¿ bía oído lo propio al Padre Vinuesa, de la Compañía, a quien asimismo acudió D. Claudio en Panticosa con sus dudas; entre ellas, v. gr., si faltaban a la verdad los anuncios de la hora de zarpar los barcos, señalándola' fija, cuando quizás las conveniencias de la marea obli­ garan a cambiarla. Tan delgado hilaba. De esas consultas, las hay abundantes en su corres^ pondencia: ora pedía informes sobre persohas que fetis-

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caban su apoyo en oposiciones a cátedras; ora inquiría el , carácter de tal publicación, que solicitaba el anuncio de la Trasatlántica;*ora si habría peligro en adquirir para su despacho cierta Enciclopedia, etc. Ya cité el papelillo con sus dudas en materia de salarios; pareci­ das a él hallo notas para uso personal, medio jeroglífi­ cas. Son de 1893 y 1894, escritas en Madrid y Panticosa. Por aquel tiempo lo purificó Dios con escrúpulos que dejaron su alma delgada, según la expresión de San Ignacio. Después, la paz fué completa, aunque siem­ pre nimio en evitar el pecado. Veré si logro descifrar algunas de esas notas. “ No acostumbro poner cruz en mis cartas, por no ocasionar efecto contraproducente. "Lecturas y conversaciones sobre materias (sigue Una contraseña ininteligible), relacionadas con fines a (contraseña) u otros de utilidad. (Con diversa tinta) Pedir al Nuncio la licencia. "Lectura de los documentos notariales, por razón de su declaración formal én que se dice que me fué léido. "Invitar a X para ir a ver Los polvos de la Madre Ce­ lestina, por creerlo inocente, sin conocer su autor, y por hacer ella mucho tiempo que no iba al teatro — a pesar de haber comulgado ese día. "Caso del matrimonió civil de la hija de B., residien­ do aquí.— Basta con no tratarla” . El, tan fácil en otorgar billetes y destinos, se pone a dudar cuando quien lo pide es un juez cuya benevolen­ cia le convenía ganar para sus negocios. En lo que no diida, aunque escribe la consulta, porque al lado va la respuesta, es en condescender con los periódicos anti­ rreligiosos, cuyas campañas entorpecían sus negocia­ ciones: *‘Caso de las acciones de la Unión Constitucib-

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e l se g u n d o m a rq u é s d e c o m i lla s

nal: preguntar el carácter del periódico; si no es bue­ no, deshacerse de ellas” .— “ Indicaciones de M. sobre apoyo en la prensa en cuestión de F. C. Mi contes­ tación, que creo preferible no acudir a ella... Que al L. le he quitado anuncios: mantener en la Junta mi de­ claración de que me era desagradable darlos a la mala prensa” .— Si se trataba, como parece, de los Ferroca­ rriles del Norte, no se olvide que el Comité de París no andaba tan escrupuloso, y prefería cerrar la boca a los periodistas con un puñado de billetes. Ahí, en la nega­ tiva de anuncios, que largamente concedía a las revis­ tas más modestas del campo católico, se ha de buscar la razón de muchos ataques a la Trasatlántica. Los que acusan a D. Claudio de contemporizador, de­ bieran recordarlo: en esto fué archiintegrista; y a ve­ ces, bien debió costarle a su caballerosidad: con alma de Mecenas, ofreció costear una ópera de Balaguer, música de Pedrell. Supo después había un personaje en que salía menos bien parada la Iglesia; inmediatamente avisó a los autores que, o corrigieran las escenas, o reti­ raba él su ofrecimiento. Por delicadeza de conciencia, se fué alejando poco a poco de los Amigos del Arte, de cuya Sociedad era, des­ de que no le admitieron un voto de que se cubriesen, por lo menos con la hoja de parra, ciertos desnudos. * * * No se concibe hoy espíritu genuinamente cristiano que no se sienta apóstol activo. Y si a un hombre que consagró su descanso y millones y vida a la defensa de la Iglesia (ampliando el concepto al espíritu cristiano en todos los órdenes) no se le puede llamar apóstol, no sé para quién se guarde el calificativo. Sus obras so-

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cíales, sus trabajos en la Junta de Acción Católica, sus mismas empresas de industria, a eso tendían, al bien de la Iglesia, a conservar las masas para Cristo, a im­ pedir atropellos sectarios. Empezó mucho antes de que oficialmente lo nombra­ ran Capitán de tales campañas: en marzo de 1893 es­ cribe a su madre: “ Ayer no pude escribirte. Resultó el día bastante atareado por la tarde, afortunadamente, tarea de mo­ vimiento, que me probó muy bien. Tuve que celebrar una larga entrevista con el Ministro de Ultramar so­ bre mis asuntos; y después hube de dar no sé cuántos pasos oficiales y oficiosos con motivo de la célebre ca­ pilla protestante, que, al fin, es de temer se inaugure sin todas las modificaciones que se deseaban, pero con algunas más de las que acaso se hubieran exigido si sé descuida el asunto. Sin duda, no hemos sabido tra­ bajarlo debidamente. Dios nos lo perdone en atención al buen deseo” . Su apoyo a las misiones llegó hasta donde llegaban sus fuerzas: los franciscanos en Marruecos, los Hijos del P. Claret en Guinea, las misiones españolas en Chi­ na, todos lo réconocen entre sus ilustres favorecedo­ res. En ‘Mindanáo no arriaron los jesuítas la bandera de la evangelización, mucho antes que se arriara la de España, gracias a sus diligencias con Cánovas (1895), que pusieron coto a los atrevimientos de la masonería y a la pasividad de los gobernadores. El P. Luis M ar­ tín, que antes le comunicó el peligro, le comunica des­ pués él remedio, “ porque creo — dice— le será de gran satisfacción el saber cuán eficaces han sido sus esfuer­ zos* y para mostrarle la gratitud que le debemos” . Patriotismo y religión le movían a conceder las re­

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bajas de pasaje a los religiosos que iban a América para robustecer la fe y fomentar el amor a España; de estos pasajes, el más espléndido lo otorgó a los jesuítas des­ terrados de Portugal: pasaban de 50.000 pesetas las cuentas, que nunca, aun rogado, quiso presentar.— Los capellanes de sus barcos — institución única en empre­ sas navieras— , no tienen otro fm sino tributar a Dios el culto supremo en medio de los mares, e invitar, en me­ dio del lujo y comodidades de los modernos trasatlán­ ticos, a que se acuerden de que son cristianos, y pue­ dan, si la muerte los sorprende a bordo, o si un nau­ fragio los pone a merced de las olas embravecidas, re­ cibir los auxilios espirituales y confiar les son remiti­ das sus culpas por la absolución última. Quien no lo haya visto, no puede darse cuenta de lo triste que es en otros barcos (yo lo he presenciado en la Trasatlán­ tica francesa) la muerte de un infeliz emigrante, sin oír una palabra de Dios, sin una oración que acompañe su alma, sin otra señal de piedad que descubrirse ofi­ ciales y marineros al arrojar su cadáver por el portalón de popa. En cambio, ¡qué hermoso y consolador para quienes luchaban con la agonía el 2 de enero de 1921 ver al Capellán del Santa Isabel, D. José Pescador, co­ gido al mástil, excitarlos al arrepentimiento y darles la absolución! En los cruceros que por salud hizo de recién casado por el Mediterráneo, tocó en Ceuta: visitando el penal, oyó voces y blasfemias en uno de los calabozos. — ¿Qué pasa ahí? — Uno de los presos, encerrado por faltas disciplina­ rias; ¿quiere usted verlo? Corrióle por el cuerpo un escalofrío: aquel hombre desesperado podría echarse contra el primero que vie-

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ra. Entró en el inmundo y asfixiante calabozo y se puso a conversar con el preso. Sorprendido éste por la afa­ bilidad, tan poco acostumbrada en aquel sitio, contá­ bale sus penas. El Marqués aprovecha la ocasión. — ¿No reza usted? — No, señor, yo no creo en nada. — Y si yo le mandara a usted libros, ¿ los leería ? — Si son de religión, no. — Pues, a 10 menos, me va usted a prometer pedir a Dios todos los días la fe; en cambio, yo me compro­ meto a solicitar su indulto. íQué promesa no arrancaría esa esperanza! Vuelto D. Claudio, cumplió su palabra, y logró se re­ visase la causa; pero el indulto no se logró: porque, al saber los vecinos del criminal lo que se trataba, clama­ ron a una en contra: no querían ver por sus aledaños aquella fiera.— El Marqués lo recordaba frecuente­ mente: “ ¿Rezará el infeliz?” Volvía de su finca La Moguda, y al salir de Monea­ da encontró un coche volcado y a su conductor tirado en el suelo en un charco de sangre; D. Claudio se apea, corre a él, y el primer pensamiento fue para el alma del herido. — ¡Una buena recompensa, gritó, a quien pri­ mero traiga un sacerdote! No murió el cochero, y a la limosna espiritual añadió D. Claudio la de pagar los gastos de su cura y convalecencia. Delante de una taberna lo encontró la policía arro­ dillado en el suelo, sosteniendo con sus manos la cabe­ za medio cortada de un infeliz, y sugiriéndole actos de contrición. El caso ya lo trae el P. Gascón: volvía D. Claudio de una Junta con Gil Becerril, ya tarde: vieron a dos hom­ bres que se acuchillaban ferozmente; sin reparar en el

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riesgo propio, saltó del coche y corrió a ellos: sólo llegó para recoger a uno que se desplomaba con un tremen­ do navajazo en el cuello. El miedo a la justicia ahu­ yentó a los demás; sólo D. Claudio y su amigo quedadron allí, auxiliando a bien morir al desgraciado, por-* que ni tiempo había para llamar a un sacerdote. Al en­ trar en casa, notó la Marquesa que estaba horrible­ mente pálido. — ¿Que te sucede? — No es nada. Se lavó las manos tintas en sangre, y la escena que­ dara oculta, si no hubieran echado de menos la manta del coche. Guardábala con cariño D. Claudio como re­ cuerdo de su hermano; y al indicarle meses después su desaparición, ni se mostró apenado, ni le dió impor­ tancia. Entonces Gil Becerril declaró que la manta ha­ bía servido para envolver el cadáver. Amigo de sus amigos, mostraba la amistad no sólo con la buena correspondencia social, ni con ofrecerles el apoyo de su nombre y crédito (en este punto hay ca­ sos admirables, que la reserva oculta), sino en procu­ rarles la salvación cuando la veía arriesgada. Uno de sus más adictos, por enredos del periódico, vióse en­ vuelto en un desafío: la víspera, D. Claudio no pudo dormir: a las dos de la madrugada, en la cama escribe una carta, y ordena que se la lleven y entreguen in­ mediatamente ; la carta suplicaba, por lo que más qui­ siera, que reflexionase el riesgo de su vida y de su alma, y si el puntillo de amor propio podía contrabalanzarlo en un cristiano; tan al corazón iban las razones, que, leerlas el otro, y buscar quien le arreglase el asun­ to, costase lo que costase, fue todo uno. En el último trance, la última prueba de amistad y

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la más preciosa la ponía en que murieran como cris­ tianos : “Acabo de recibir un telegrama del amigo que acompaña a Romero (Robledo), diciéndome que la ope­ ración la juzgan los médicos sencilla. Gracias a Dios; mi satisfacción es doble, porque del telegrama se des­ prende que Romero se confesará antes de operarse” (a su madre, París, 10 abril 93). Creíble parece que le comunicaran la noticia, porque el Marqués había aconseja­ do esa medida de cristiana prudencia al er termo, en los paseos a que, para distraerle, lo sacaba. No tuvo tan buena suerte Cánovas: el crimen de Angiolillo lo juzgó D. Claudio una gran desgracia nacio­ nal, poniendo su nota cristiana: “ Dios tiene medios inagotables para dirigir el curso de los acontecimien­ tos como le plazca” ; pero la desgracia pública no le liizo olvidar la privada del gran político, en presentar­ se ante Dios sin arreglar despacio sus cuentas: su optimismo y piedad halló algún consuelo: “ Ayer recibí al­ gunas noticias de buen origen, que demuestran que sus sentimientos religiosos estaban, despiertos en sus últimos días” (15 agosto 97). Cánovas cayó exclaman­ do: ¡Dios mío! ¡Viva España! — ¿Qué es del Capitán? — preguntaba lo primero al saber, el naufragio de algún buque suyo— . Escogíalos cristianos, pero le sobresaltaba el recelo de que en la turbación de la catástrofe, se dejasen arrastrar por la desesperación y lo que se llama honor; después se en­ teraba de si había desgracias personales; la pérdida material era lo de menos. Tan conocido era ya su celo y lo bien que aprovecha­ ba las visitas, que un enfermo, al decirle estaba Comi­ llas a la puerta, replicó: — ¡Pero si ya me confesé ayer! M

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Gracioso es lo que pasó con Rodríguez Correa, gran periodista, gran bohemio: conocíalo algo el M ar­ qués por tener empleado a un su pariente. Se enteró que estaba en las últimas, y fue a su casa: el enfermo había ya perdido el conocimiento, y en la antesala un grupo de amigos de su genio y casta, endulzaban como podían aquellas tristes horas: en ello quizás emplea­ ron la limosna que dejó D. Claudio, porque a Correa no llegó ni un céntimo: hubo de repetirla el Marqués. Escapó de aquélla, y repuesto fué a dar las gracias: — Yo no sé cómo mostrarle mi agradecimiento: oiré a su lado la misa más larga que se celebre en Madrid. Ante sus camaradas el tono era distinto: — Soy el hombre de suerte más perra. Comillas fué a yerme para salvar mi alma; no vale dos pesetas y si por ella le pido diez mil duros, me los da. Pero tuve la mala sombra de no conocerlo. El hombre de la fe pudo llamarse a D. Claudio: de la fe que no sólo acomoda su obrar a las normas evan­ gélicas, sino que unge de aroma espiritual toda su vida, que ve la mano de Dios dirigir la impalpable urdimbre de los acontecimientos, y la bendice cuando se abre para dar, y la adora reverentemente cuando derrama el acíbar en el corazón. Sentía a Dios cabe sí, y su com­ postura de alma y de cuerpo era la de quien jamás apar­ ta los ojos de El: como de quien anda y negocia y res­ pira en una iglesia. De ahí el respeto que su presencia infundía: a buen seguro que nadie se permitiera inconveniencias en el lenguaje, desenvoltura en los gestos, golpes de inge­ nio más o menos apicarados con que la excesiva fami­ liaridad retoza a hurtadillas de la buena cortesanía.

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No me refiero a roces con la moral, porque eso tan ab­ surdo parecía delante de Comillas como en un templo. Muchísimo se ha escrito sobre la ausencia de escrú­ pulos, que padecieron algunas temporadas políticas... Di­ fícil de creer es que suene tanto el río sin llevar agua. Pues bien, D. Claudio aseguraba que nunca tuvo motivo personal de sospechar en tales manejos; sólo una vez le pareció entrever insinuaciones equívocas. La virtud del Marqués era tan palpable, se imponía tanto, que espanta­ ba a los tentadores. Decía la Infanta Paz, que nunca oyó a nadie hablar mal de Comillas: con más razón se puede decir, que nunca lo oyeron a él hablar mal de nadie, ni tolerar que en su presencia se hablase. Por caballero y por cris­ tiano le daba en rostro, aun cuando la crítica zahiriese hechos públicos: a la primera insinuación cortaba: “ de se­ guro que no es así” , o “ ya será algo menos” . Como le replicasen en cierta ocasión y adujesen prue­ bas, cortó alguien de su familia: — No se canse usted, que es inútil: lo que usted dice, le consta a él que es verdad; pero a fuerza de defender lo indefendible, se pasa el día mintiendo. En verdad que no era ciego; pero cerraba los ojos: “ ¡Es tan fácil equivocarse! Yo he visto acusar pública­ mente a personajes por cosas evidentes y luego tuve ocasión de examinarlas de cerca, y ya no era tan cla­ ra la culpa” . Cuando de oficio había de juzgar las acu­ saciones contra sus empleados, por graves y apremian­ tes que fuesen, no sentenciaba hasta informarse ple­ namente, con verdaderos procesos, cuyas piezas él sólo recogía y estudiaba: en su caja particular se hallaron, con orden de quemarlas, sin leerlas, apenas él muriera.

CAPÍTULO XXIV OCASO V AM AN ECER

\quel joven minado ]x>r la tisis, incapaz del trabajo, con dos meses de vida, se^ún la sentencia fatal y bien fun­ dada del Dr. Robert. había llegado a los 72 años; edad llena, más que de dias de labor incansable, de sacrificios, de instituciones benéficas, de caridades magnánimas. Años mejor empleados, de frutos más amplios, más du­ raderos pocos los han vivido en la Kspaña de ahora: me­ recía el descanso; pero él se lo negaba: “ ¿Para qué esta­ mos en el mundo sino para hacer el bien que podamos?” , solía decir. A Dios Nuestro Señor pareció cerrar la hora de la tarea y lo llamó para la paga. A fuerza de método de cuidar la salud, porque era un deber, }>ero sin que ese cuidado mermase energías ni tiem­ po a sus quehaceres, se fué defendiendo: achaques puede decirse ios tuvo crónicos, que a veces llegaron al peligro in­ minente. Andaba muy hecho al pensamiento de la muerte, que miraba uno de tantos deberes en que nos pone la vo­ luntad de Dios. — ;N o te asustaste ayer? — le pregunta­ ban al pasar cualquier crisis, que se complican fatalmen­ te— . — ;Por qué iba a sustarme? Lo que Dios disponga es siempre lo mejor. Dos años antes había repetido el Nunc dimittis : al sa­ lir del Vaticano después de la Real Audiencia, henchida

OCASO Y AMANECER

su alma de español y de cristiano con la magnífica visión de la España católica que D. Alfonso evocó en su discur­ so y renovó en su gallardísima apostura a los pies del tro­ no pontificio, D. Claudio decía: Ya no quiero ver más: desde aquí, al cielo. Probablemente el enfriamiento degenerado al fin en bronconeumonía lo cogió en el Cerro de los Angeles en la fiesta allí celebrada el 12 de abril, al ponerse la prime­ ra piedra del Convento de Madres Carmelitas, que al pie de la estatua nacional han de representar las oraciones de España al Sagrado Corazón: corría, como es ordinario en la cumbre del montecillo, el aire sutil del Guadarrama: D. Claudio no quiso cubrirse ni guarecerse. Si bajó ya con síntomas del ataque supo disimularlos su tenacidad: siguió la vida ordinaria hasta la tarde del día 14: mientras despachaba con su secretario lo desam­ pararon las fuerzas. — Ya seguiremos otro día, dijo cortando el despacho: hoy no estoy inspirado. Fué su última hora de negocios. Con todo, debió de creerlo achaque pasajero: hizo al­ gunas visitas, cenó, cumplió con sus devociones y se acos­ tó a la hora acostumbrada. Al amanecer se sintió mal: cuando llegó el Dr. Ortiz de la Torre, su médico y amigo, la bronconeumonía estaba en pleno desarrollo; y tardó poco en declararse amenazadora. No era D. Claudio ni tampoco la Marquesa de los que sé asustan impíamente, y se imaginan espantar la muerte con cerrar la puerta a los auxilios espirituales. ¡ Cómo si Dios anduviera jugando en la hora más solemne del hom­ bre! D. Claudio se preparó a la última confesión como se preparaba a las ordinarias, con la seriedad de quien se presenta al tribunal de Dios, con la paz de quien por en­ cima de sus faltas ve alzarse la mano de la misericordia

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divina para perdonar. Por eso al acabar su confesión exclamó con suma tranquilidad, con absoluta resignación: “ Padre, ahora que sea lo que Dios quiera. Y o me encuen­ tro tranquilo, confiado en la misericordia de Dios” . Están ya descritas de mano maestra las últimas horas de D. Claudio por su confesor: como yo no podía hacerlo mejor ni tan bien, sin escrúpulo voy a transcribir pági­ nas tan sentidas en medio de su sencillez. “ Como fineza especial de Dios para conmigo — dice el P. Rodil tic» Vela seo (i)— considero la de haberme encon­ trado a la cabecera del lecho del buenísimo D. Claudio y halarle asistido espiritualmente hasta su último suspiro. Si bien pasé horas de duelo muy amargas, acompañando con mi> lágrimas las que en abundancia derramaban las numerosas personas de la familia que rodeaban al ilustre eníen no. En 'ii última enfermedad resplandeció la providencia y bondad de Dios, que experimentó él siempre, como me decía, durante toda su vida, y por lo que se mostró espe­ cia hrente agradecido hasta el fin de ella. ( liando me avisaron que le fuese a visitar, con llevar un - ·]') día en cama y no dar aún especial gravedad al caso, apenas me senté a su lado comenzó su confesión, corro quien veía con toda claridad que se acercaba su últi­ ma hora, y tal la hizo como quien se preparaba a morir, quedando del todo tranquilo después de ella. Comulgó este día. Su resignación y conformidad con la voluntad clel Se­ ñor era completa, y lo filé hasta el fin. Cuando llegué el viernes 17, víspera de su muerte, le (1) El P. Velasco fué uno de los primeros Profesores del Seminario: por ello se consideraba ligado por título singular a la casa del fundador.

OCASO V AMANECER

encontré con alguna mayor fatiga que el día anterior; «in embargo, parece que el doctor notaba alguna ligera Mejoría. Había también recibido al Señor. Me apretó y besó con cariño la mano al saludarle. Es­ taba del todo tranquilo en su conciencia. Le encargué que tomase agua* de San Ignacio. Les dije a él y a la Marque­ sa que, habiendo sido ellos tan buenos siempre para con los hijos de San Ignacio, este santo tenía obligación de premiarle con la salud, si ésta le conviniese. El, unido siempre con la voluntad divina, solía responder: — Lo que Dios quiera. Me añadió que él había tenido devoción siempre a San Ignacio; que siempre le había atraído mucho su espíritu magnánimo y emprendedor. En la mañana del 18 pasan aviso a la residencia que D. Qaudio se había agravado en gran manera. La bronconeumonía se había declarado plenamente. El enfermo había empeorado mucho; le encoiitré del todo desfallecido y a punto de entrar en d periodo agónico. Eran las ocho de la mañana. Restaban al ilustre enfer­ mo dos horas de agonía; y para los que allí estábamos, horas también de angustia. El párroco de San Jerónimo le administró la Extre­ maunción y él contestaba a las preces del sacerdote. Lue­ go le fué leída la recomendación del alma. Recé las Letanías de los Santos, las oraciones de los moribundos y le apliqué la indulgencia plenaria a la hora de la muerte, asistiendo arrodillados todos los que se ha­ llaban en la cámara. En torno del lecho hallábanse los sobrinos det Mar­ qués, Condes de Güell y Condes de Gamazo; sus primos

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D. Santiago Lópe2, Marques de Casa-Quijano y los Ba­ rones de Satrústegui, con otros de la familia. Cerca de él, sin separarse de la cabecera de la cama mi solo momento, estaba la Marquesa, que permaneció cua­ tro días v cuatro noches velándolo constantemente. De rodillas a la cabecera del lecho, iba haciendo la pre­ sentación de las personas de la familia que iban llegando, con frases que enternecían a todos. ; Qué fortaleza la suya y qué magnanimidad tan admi­ rable ! Bien claro se vió que la sostenía con providencia extra­ ordinaria el favor del cielo. — Ya sabes — le había dicho cuando se presentó la gra­ vedad— que desde que nos casamos nos comprometimos a advertimos mutuamente el peligro, sin ocultarnos nada. Mira cómo cumplo el triste deber de hacerlo. Y cuando empezó la agonía, ella fué — como lo había sido en todas las horas amargas de su vida— el principal áiud de consuelo que Dios puso a su lado. .Las jaculatorias tan tiernas que le sugería; la insinua­ ción y devoción profunda con que las pronunciaba; algu­ nas lágrimas y sollozos que le era ya imposible evitar y procuraba disimular, ocultando entre las manos su sem­ blante, demostraban a todos el valor invicto de aquella alma y su deseo ardiente de hacer por su buenísimo es­ poso cuanto de ella dependiera hasta el último momento. Bien lo consiguió. Pues D. Claudio, que conservó el uso expedito de sus facultades hasta minutos antes de expi­ rar, seguía aquellas santas aspiraciones y aun respondía fatigosamente a ellas. Le recordaba la Marquesa que debía entregar a Dios en aquella hora todo su corazón; y él prontamente res­ pondía que se ofrecía todo, como siempre lo había hecho.

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'Le animaba ella a aceptar la muerte con resignación perfecta, "jr él repetía: — Lo qtie Dios quiera. Al ver a su esposa tan solícita, pero llenos los ojos de lágrimas, que intentaba reprimir y ocultar, dijo alguna vez el enfermo: — ¡Pobre María! ¡Pobre María! — No te ocupes de mí — le decía ella— . ¡Piensa sólo en Dios! ¡ Confía en su bondad para contigo! ¡ El será tu descanso y recompensa eterna! Y con cristiana valentía le hacía contemplar el tránsi­ to y lo confortaba recordándole sus merecimientos. — Has trabajado mucho por la Iglesia y la Patria...: has trabajado sin descanso en las obras sociales...: hi­ ciste todo lo posible por el bien de los demás... El Marqués tuvo aún alientos para responder suave­ mente : — No lo bastante...; no lo bastante. ¡Con qué afecto le recomendaba la confianza en San Ignacio, ya que en su vida tanto había apreciado a sus hijos, mientras mojaba sus moribundos labios con una poquita agua de San Ignacio! — Acuérdate — le decía— de tu gran devoción a San* Francisco Javier, a San Francisco de Boria, San Fran­ cisco de Asís, San Luis Gonzaga... Y así le fué repitiendo, con gran fervor y sublime ins­ piración, jaculatorias durante dos horas, sólo interrum­ pidas por los rezos propios de esos momentos solemnes y algunas reflexiones que yo le hacía, y a última hora, el Sr. Obispo de la diócesis, que había llegado al iniciarse el estertor de la agonía. Las últimas palabras del moribundo fueron: — ¡Sólo en la misericordia de Dios confío!

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EL SEGUNDO MARQUES DE COMILLAS

Presidiendo la agonía estaba una imagen del Santo Cristo de Limpias: sobre su mismo lecho, al alcance de sus manos, una imagen de San Tose y un crucifijo de me­ tal. El Obispo le aplicó el crucifijo a los labios, diciéndole: — Acuérdese del Sagrado Corazón y del Cerro de los Angeles y ofrézcale la vida por su reinado, como el buen militar la ofrece por su Rey y señor... — *En tus manos encomiendo mi espíritu! El Marqués aún tuvo la fuerza suficiente para dar una señal de afirmación. Su vida se extinguía, sin espasmos ni angustias, suave y dulcemente... Con los ojos abiertos parecía asistir con plena concien­ cia a cuanto ocurría a su alrededor y dirigió una cortés mirada de gratitud a los presentes. Por fin. y cuando ya al parecer privado el enfermo del uso de sus sentidos se acercaba el instante supremo, re­ dobló la Marquesa sus oportunísimas jaculatorias, repi­ tiendo a los oídos del moribundo: — ;Jesús, Tose v María! ¡Asistidme en mi última ago­ nía! Ella, ocultando sus lágrimas, que al fin vencían su re­ sistencia, puso el crucifijo en los labios de su esposo. Lue­ go lo elevó hasta los ojos, que quedaron extáticos e inmó­ viles. Ella misma, cuando el Dr. Ortiz certificó su defun­ ción, arrodillada aún a la cabecera de su esposo, le cerró los ojos y se sentó rendida y sollozando” La imagen del crucifijo fué lo último que sus ojos al velarse contemplaron; la voz de su esposa, verdadera mu­ jer fuerte, el postrer sonido que escuchó. La vida se ex­ tinguió, como se apaga el último rayo del sol poniente. El Sr. Obispo, de pie en los momentos de agonía, para darle la bendición papal, veneró el primero el cadáver,

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como se veneran las reliquias; de rodillas besó aquellas manos siempre obradoras del bien, continuamente abier­ tas para los pobres, dispuestas a trabajar por todo lo no­ ble, santo, que jamás se enlodaron con las miserias, ni hu­ yeron las espinas que cercan los frutos del bien. ♦* * Murió el Marqués de Comillas y delante de su cadáver acudieron a orar cuanto de grande hay en la Corte: los Reyes, el Gobierno, Prelados, políticos, infinito número de personas que asentían a la frase del Monarca a la viu­ da: — Tú has perdido un esposo modelo; nosotros y Espa­ ña hemos perdido más que tú— . Sí, el Rey de España, la Monarquía y la Iglesia, perdieron el mejor de sus servido­ res, y es cierto que ninguna muerte hubiera dejado tanto vacío, ni arrancado lágrimas tan sinceras de tantos ojos y de tantos corazones. Allí no hubo nada fingido, nada de cumplimiento ; todas las palabras salían del corazón, como las lágrimas; del corazón agradecido en unos, admirado en otros, temeroso en todos al considerar que el Marqués sin un milagro de Dios, era insustituible; que la ausen­ cia, como dijo el Cardenal Benlloch, se había de sentir cada día más clara y hondamente, cuando se palpara que no tenía sucesor: idea que aún caliente su cuerpo expresó el Sr. Obispo de Madrid, al pedir a Dios, junto con el eter­ no descanso del finado, que no dejara huérfanas a la pa­ tria y a la Religión. D. Claudio estimó y amó cordialmente a la Compañía de Jesús; favores sin cuento le hizo en vida, y a la hora de la muerte le dió la prueba más tierna de su afecto. — Me consta, dijo la Marquesa, que era voluntad suya que se le amortajase con la sotana de jesuíta. Y así se hizo; no es costumbre solicitarlo ni conceder­

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lo, mas el Marqués de Comillas pedía lo suyo: entre otras razones porque tenía carta de hermandad con la Orden, bien ganada. Cuando fueron a buscarla, hallaron en la portería del Colegio de Areneros una sin estrenar, como hecha para él, como esperando su demanda. Y con esa humilde mortaja salió el cadáver en el en­ tierro más solemne — con la solemnidad de una proce­ sión— que ha visto Madrid. El Rey ordenó pasara delan­ te del Palacio, v desde allí dió el último adiós al más leal de sus vasallos. Entre los Cardenales y Obispos,* miem­ bros de la Real Casa, comisiones numerosísimas del ejér­ cito y de la nobleza, entre el clero secular y regular, dis­ tinguíase nutrido grupo de sacerdotes, alumnos del Se­ minario Pontificio. El cadáver fué trasladado a la Capilla Panteón de Sobrellano: desde Torrelavega a Comillas, los caminos ates­ tados de gentío inmenso que lloraba y bendecía su memo­ ria: triunfo fúnebre como el que se tributa a los santos: en que se rezaba por él porque la Iglesia para todos sus hi ios tiene oraciones, pero en que se le rezaba a él y se so­ licitaba su poder y valimiento ante Dios. Porque entre todos los sentimientos que la muerte del Marqués de Comillas excitó, ninguno tan universal como el de la veneración: ¡Era un santo', se oía por doquiera, en la calle y en los salones, en los tranvías y en las tiendas. V es cosa que edifica y consuela, cuando hoy, pasados tres años, se sorprende la misma frase donde menos se la podía uno esperar. Y como todas las demás alabanzas o se concentran en ésta o de nada sirven, quiero cerrar mi trabajo con algu­ nos pocos y escogidos testimonios de esta canonización extraoficial, popular de D. Claudio. Comienzo por el Excmo. Sr. Nuncio Tedeschini: pocos

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días después de fallecido D. Claudio, publicó en E ! Uni­ verso el elogio más cumplido y completo de sus virtudes, en todos los campos de la actividad cristiana. Como no cabe íntegro y es de sentir, copiaré tan sólo sus primeros y últimos párrafos, compendio y cifra de los demás: “ Era un santo. — ¿Qué entendemos nosotros por santo? ¿Acaso una virtud ideal, abstracta, ajena a la vida coti­ diana y alejada de nosotros? No; Dios suscita santos, no ideales, sino reales; los sus­ cita de entre nosotros y para nuestra propia enseñanza y ejemplo. La santidad de ellos es la perfección con que cumplen sus deberes, en la unión ininterrumpida con Dios, viviendo en El y por El, y en El desembocando cuando Dios dé por terminada la prueba. Uno de esos era el Marqués de Comillas. Unido estuvo él con Dios y con su santa voluntad. Yo creo que ni hizo, ni dijo, ni pensó jamás cosa que le pa­ reciese disconforme de la divina voluntad y del divino beneplácito. Su afán de todos los instantes fué buscar lo que a Dios le acercase, hacer lo que a Dios le gustase, huir de lo que de Dios le separase o tan solo le distrajese... Dios, por cierto, lo había constituido sobre su santa fa­ milia para socorro y para edificación. ¡Cuántos lloran ahora y desean al Marqués de Comillas! Lo lloran y lo de­ sean : la Iglesia, la Patria, la sociedad, huérfanas del san­ to varón que los amó hasta la muerte, encontrada en el Cerro de los Angeles, en holocausto al Sagrado Corazón, Protector de la España católica. Así son los santos, y así se les llora y se les exalta, cuando Dios pone término a su mortal peregrinación y les dice: Euge, serve bone et fidelis; intra in gaudium!

Yo, Nuncio del Vicario de Cristo, como tal le lloro y •como tal le venero. ¡Bendito sea en Dios el Sr. Marqués

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de Comillas! Mas 110 basta que yo le llore con mis ojos y le venere con mi corazón, sino que con la amplitud de la autoridad y del agradecimiento del Papa, siento el deber de indicarle a la veneración, al afecto, a la gratitud de cuantos son en el mundo sensibles al bien y a la virtudv donde quiera que llegó el cristiano resplandor de esta alma canonizable, junto con alguno de sus universales, callados, delicados, señoriales beneficios, verdadero paso de Cristo y confortador perfume celestial de la caridad divina, viviente todavía, gracias a Dios, en su Santa Igle­ sia y en su Católica España” . Su antecesor, el Emmo. Ragonessi, quizás mantuvo trato más frecuente e íntimo con el Marqués: y el juicio que de ello sacó, lo significa elocuentemente su carta de pésame a la Marquesa: “ En esta lamentable y aciaga ocasión, le repito cuanto le había dicho a usted en otras más felices coyunturas: que yo no he conocido en todos los días de mi vida un tan per^ fecto y virtuoso caballero como el difunto Sr. Marqués. Siempre lo tuve en altísima estimación, hasta el punto de juzgarle un verdadero santo, de manera que estoy segu­ ro le conseguirá ahora desde el Paraíso, donde se halla y puede mucho con Dios, los consuelos que usted se merece; alcanzará todo linaje de prosperidades para su Patria, a la que tanto amó, y en gracia de la cual agotó las grandes cualidades y preciados tesoros de inteligencia y corazón con que Dios le había espléndidamente enriquecido...” En una u otra forma, igual es el sentir del Episcopado español, sin discrepar uno solo: el Cardenal Vidal y Barraquer, lo califica acreedor “ al premio justísimo, mere­ cido por sus excelentes virtudes, admiración de caballeros cristianos y buenos patriotas” : el Primado, de viaje en­ tonces a Tierra Santa, telegrafía que “ la pérdida es irre-

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parable para la Iglesia y para la Patria” : el Sr. Arzobis­ po de Valencia, lo llama “ modelo de católicos y ciudada­ nos, a quien tanto debe la Iglesia y la Patria” : las oracio­ nes fúnebres del ahora Cardenal Primado e limo. Obispo de Calahorra (alumnos de Comillas), se convierten en pa­ negíricos de santo con sólo acallar los lamentos, por la pérdida reciente. El de Ticelia, Administrador Apostóli­ co de Ciudad Rodrigo (también comillés, ya goza de Dios), consuela a la viuda y se consuela a sí: “ Ese mismo dejo y aroma de virtud que se ha derra­ mado ahora por todo el mundo en medio de la tristeza, conforta, como el recuerdo y respiración de las virtudes de un santo, a nadie tiene que confortar tanto como a usted... En verdad, que si en algún mortal puede encua­ drar bien la sentencia de los buenos: Venid, benditos de­ mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, en él tiene que ser. Yo no abrigo la menor duda que me­ jor que en la tierra le seguiré teniendo por protector y segundo padre y por padrino en el délo, pues me siento más inclinado a encomendarme a su indudable valiniiento ante Dios que a encomendarle en mis oraciones.” Y con los Obispos españoles, pensaban los Obispos de la América española, que tuvieron la dicha de conocerlo: el limo. Rücker y Sotomayor, chileno, Obispo de Mariamés, escribió en Estudios de Buenos Aires: “ Fué un hombre santo. Vivió, durante su no corta vida, íntima­ mente unido a Dios. En todas las obras que emprendió procuró estampar un sello indeleble de religiosidad y de amor fraternal. Su oración no cesó sino con su vida. La caridad que ejercitó tomó proporciones que parecen in­ creíbles” . El Arzobispo de Guatemala, predicó su elogio en las honras fúnebres que se celebraron en la Habana. Un párrafo voy a copiar: “ Es tan luminosa la estela

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EL SEGUNDO MARQUÉS DE COMILLAS

de santidad que ha dejado en pos de sí el gran caballero cristiano, que no me parece aventurado deciros que bien podéis en vuestros azares y peligros, en vuestros afanes y dolores, dirigiros a esa alma, cuyo poder ante Dios tie­ ne que corresponder a la perfección cristiana que reguló todos los actos de su vida... ¿No se le apellidaba ya antes de terminar su vida mortal E l santo laico? Pues, si algu­ na vez tal elogio sonaba a ironía en labios de los que no podían sufrir la claridad de sus eximios méritos, expre­ saba, sin embargo, la voz de la justicia que reconocía en él algo más que una honradez sin mácula y una ordinaria perfección moral” . * * * La Prensa se deshizo en elogios: trascribiré algunos, de las revistas, redactadas por religiosos, con sosegada consideración, con el peso de su nombre. Los Padres Dominicos, por su órgano más autorizado L a Ciencia Totmsta (mayo-junio 1925), dicen “ que el Marqués de Comillas con su vida de abnegación, sencillez y virtudes cristianas se ha convertido en símbolo de san­ tidad... oiríamos como la cosa más natural la noticia de que Dios honrara su memoria con milagros” . Los Padres Agustinos en España y América (1 de mayo 1925), pon­ deran “ su fe, de la que podría decirse que nunca se vió más grande en Israel; sus virtudes, que eran muchas y con frecuencia ejercitadas en grado heroico...; sus cua­ lidades sobresalientes, que lo hacían modelo de un per­ fecto caballero cristiano ; su pureza de intención, que en todo momento y siempre era notoria” , y en L a Ciudad de Dios (5 mayo 1925): “ El duelo ha sido universal y pocos casos se habrán dado en que su manifestación haya sido tan sincera. Toda España conoce su patriotismo no supe­ rado por nadie, su caballerosidad, su humildad, su mo-

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destia... Por encima de todas estas prendas y virtudes campeará siempre en la gloriosa vida de este varón ilus­ tre su ardiente caridad... Por eso precisamente ha con­ gregado alrededor de su cadáver a todas las clases y re­ presentaciones de la sociedad, porque a todos favoreció y esclareció con su ejemplo y con sus virtudes” . E l Mensajero de Bilbao: “ Si el ideal del hombre bueno es glorificar a Dios y hacer que todas las cosas que están a su alcance lo glorifiquen, hombre bueno fue d Marqués de Comillas... No fué detrás del dinero, sino que llevó d dinero detrás de sí a la gloria de Dios y provecho del pró­ jimo. Beatus vir qui inventas est sine macula et qui posl aurum non abiit... Pues creo que tal es d Sr. Marqués.” E l Iris de P a z (26 abril 1925), expresa la gratitud de los hijos del P. Claret, cuyas misiones de Guinea tanto favoreció: “ La muerte del Marqués de Comillas fué san­ ta, como santa había sido su vida” : esta es la síntesis del artículo necrológico. E l Eco Franciscano (15 mayo 1925): “ El Excrno. se­ ñor D. Francisco López Brú, estaba adornado de una fe inconmovible, conciencia rectilínea, inteligencia brillan­ te, patriotismo capaz del sacrificio, amor al bien, trabajo infatigable, espíritu caritativo sin pregonero, vida de aus­ teridad, modestia en todos su actos...” Como no trato de componer un florilegio completo, sino de elegir algunas flores — las que exhalan el perfume de la santidad— basta con lo dicho: cuando sea necesario, que sí espero lo ha de ser, demostrar la fama universal de la virtud heroica de D. Claudio, la tarea para recoger tes­ timonios durará lo que se tarde en hojear la prensa. Y a los públicos se pueden añadir los privados, cuantos se quieran: el P. Provincial de la provincia de León de la Compañía, escribe a la señora Marquesa:

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EL SEGUNTM) MARQUES DE COMILLAS

“ Tuve la suerte de bajar al panteón y ver los restos ve­ nerables del Marqués. La emoción que experimenté al ver a aquel santo vestido de Jesuíta, fué profundísima. Daba devoción verle. El P. Regatillo besó en el cristal (ya que no le era dado besar el cadáver), como se besan las reli­ quias de los santos.” Y el P. Nevares, que tuvo con él largo trato por las campañas sociales: “ En ti Marqués había Dios juntado lo grande de los santos y k) más noble y digno de los caballeros y de los hombres que pasan por la tierra haciendo el mayor bien en todos los órdenes de la vida: al irse su alma al cielo, se nos ha perdido lo mejor de España.,. Aquella su gran fe, aquella su pureza de intención en el obrar, aquella ca­ ridad insigne, aquella su prudencia y extraordinaria de­ licadeza, aquella misericordia con los desagradecidos, aquella su paciencia con injustos maldicientes, aquel teso­ ro de virtudes enriquecido con la más sólida humildad cris­ tiana, son el testimonio vivo que hace hoy prorrumpir a las gentes: El Sr. Marqués de Comillas era un santo digno de los altares: era el caballero católico santo que vivió en las cumbres de las grandezas humanas.” Y el P. Otaño, familiar suyo, durante las temporadas que el Marqués pasó en Comillas: “ Usted ha debido tener la visión más clara y completa de la felicidad del santo a quien le ha cabido la gloria de acompañar en una misma vida... Creí siempre qiie le ha­ bía tocado a usted vivir con el hombre más bueno y justo del mundo presente... Usted debe mirar tranquílala dispo­ sición divina, porque él se ha ido donde debía ir, y como debía ir: su muerte ha manifestado que estaba atento al llamamiento, maduro para el cielo... Yo, a la verdad, he cumplido materialmente los sufragios debidos: mi pensá-

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miento en el momento de saber su muerte, le ha incluido en la letanía de los santos, y no hago más que invocarle. De seglares ilustres, de políticos y caballeros, vayan dos o tres, en gracia de la brevedad; lo mismo de sus amigos, que de los que no frecuentaban su casa: de éstos es el Duque de Medinaceli; y sin embargo, véan­ se qué frases tan significativas: “ Todos los españoles lloramos en esto.» momentos al hombre bueno, al cristiano fervoroso, al caballero perfecto, compendio de todas las virtudes, cuya mo­ destia le hacía aún más acreedor, si esto fuera posible, a la estima y admiración de todos.— Recuerdo que cuando yo quería figurarme un hombre perfecto, cabal en todos los órdenes, sólo una persona se presentaba a mi imaginación: El Marqués de Comillas.— Una vida tan ejemplar, sólo podía terminar con una muerte tan santa como la suya.” Del gran político D. Antonio Maura: “ La parte que me ha correspondido en el duelo que atribula a usted y a toda esa familia, tiene i>or medi­ da la justa y excepciónalísima admiración que al fina­ do me ligaba, tanto o más que el afecto de amigo suyo, bien correspondido.— ¡Cuán pocos podrán rendir a Dios cuenta de su vida tan cabal y loable como la del fina­ do!... En lo humano, el hueco es de los que no podrán llenarse. Para España la pérdida es irreparable...” D. Manuel Otaduy: “ El paso por este mundo del fe­ necido Marqués de Comillas, ha sido igual al de un verda­ dero santo, cuyo ejemplo todos deberíamos imitar.” Para acabar: por aquellos días que siguieron a su muerte, era frecuentísimo oir, en una u otra forma, la exclamación con que el Conde de Doña Marina remató su discurso en pública velada necrológica:

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EL SEGUNDO MARQUÉS DE COMILLAS

— ¡Bienaventurado Marqués de Comillas, ruega por nosotros! Pero hay un testimonio, el de más peso y fuerza en­ tre los que pueden dar labios humanos: tal, que solo bastaría, aunque los demás faltaran, para venerar la memoria Je D. Claudio y creer en su santidad con fe meramente humana, eso sí, pero firmísima; porque ni la persona que lo dió ni la solemnidad de la ocasión, permiten sospechar exageraciones o tópicos generales. Es de Pío XI, en pública audiencia a los alumnos de! Seminario de Comillas: y hase de notar que la idea de la heroicidad de las virtudes del Marqués, de su ejem­ plo único en los tiempos actuales, parece que dominaba y bullía entre todas las ideas del Pontífice, que no bien desviado del tema, vuelve a él otra y otra vez. Ya al saber su fallecimiento lo llamó en telegrama a la Marquesa “ hombre ilustre que fué ornamento de España por sus eminentes virtudes de cristiano y de patriota” ; pero a la vista de aquellos doscientos jóvenes, unos ya presbíteros, otros aspirantes al sacerdocio for­ mados en el Seminario que nomine et re es pontificio, sintióse padre que desde lejos va a visitar a sus hijos: parecíale hallarse en su casa de Comillas, porque “ se muy bien y lo recuerdo con grandísimo consuelo de mi alma, que vuestra casa es también casa nuestra” . “ Esto es así, porque tal fué la noble y santa volun­ tad del primer fundador del Seminario, y de aquel que le sucedió, piadosísimo continuador de esta obra, de la que vosotros sois el hermoso fruto; de aquel Marqués de Comillas, hoy tan llorado, a quien tuvimos la suer­ te y el consuelo de ver, oirle y hablarle; y conocer, como era fácil, aquella su piedad que tan claramente se traslucía en sus palabras y en todo su aspecto, no

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solamente bueno y piadoso, sino tan alta y místicamen­ te virtuoso, que respiraba santidad. De este consuelo gozamos aquel día en que tuvimos la dicha de tener aquí, en este mismo sitio, a vuestro Rey y a vuestra Rei­ na, hijos nuestros tan amados... ” Nós, por lo tanto, sentimos en estos momentos una alegría indecible al veros en nuestra presencia a vos­ otros, representantes de una obra admirable, consagrada con el nombre de quien durante toda su vida, y par­ ticularmente en la hora de la muerte, se mostró un bue­ no y nobilísimo siervo fiel del Señor. Todo lo que se diga es poco para ensalzar la virtud de aquel varón egre­ gio que dedicó toda su vida al servicio de la Iglesia y de su Rey, al servicio del Soberano de los soberanos, del Rey de los reyes, de Dios. .Aquélla vida, alimentada con una fe ardentísima y humilde, se tradujo en un con­ junto magnífico de obras soberanamente hermosas y be­ néficas, como lo es de una manera singular la que vos­ otros representáis. ’’Esta obra de vuestro Seminario bastaba para medir el alma grande y cristiana de vuestro fundador, puesto que ella es la obra más grande, la más noble, la más benéfica... Aquella devoción que formó el alma de vuestro magná­ nimo fundador; una institución, en fin, en la que abundan todos los subsidios y exquisiteces de la cultura hurpana, filosófica, teológica, científica. ’’Una institución, basada sobre tan amplios fundamen­ tos, basta ella sola para darnos la medida de un alma: para hacernos entender cómo el Marqués de Comillas obraba el bien, y poseía no sólo el amor del bien, sino también la inteligencia y penetración del verdadero bien, y una inteligencia verdaderamente genial’'. Una duda se ofrece. Si algún día quisiera el Señor A

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otorgar la honra de los altares a D. Claudio : el Papa en el discurso ritual sobre los méritos del beatificado, ¿diría más, significaría perfección superior a la indicada por Pío X I en estas palabras? — Yo creo que no cabe... La esperanza de esa glorificación es de muchos: a Dios queda reservado su secreto: D. Qaudio López Bru será simplemente el Marqués de Comillas, o el Santo Mar­ qués de Comillas, según plega a su divina Providencia, que por tener la eternidad de los cielos para premiaf a sus siervos, no siempre les añade la gloria accidental en la tierra. Para El muy poco significa la apoteosis tem­ poral : para nosotros, mucho: nuestras oraciones y |g con­ fianza en su intercesión poderosa pueden recabarla, pue­ den alcanzar milagros, sello inconfundible con que Dios marca a los predestinados para sus altares. Pero lo que ya desde ahora gozamos: el ejemplo de sus altísimas virtudes, el modelo que Dios puso delante del mundo, delante de los ricos, para mostrarles cómo el di­ nero y los honores y el influjo social pueden ser ahora como siempre, medios de glorificar a Díq$, escalones para subir a la perfección, lazo que una en la caridad de Cristo, eso basta para repetir, con los ojos en el Marqués de Co­ millas: i·· ' Mirabilis Deus in sancti suis.

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