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Titulo Original: Ananda “El juego de la vida” © Ricardo Javier Ponce Herrera www.ricardoponce.mx Fotografía de la portada: Alberto Burciaga Móvil: 045 9878 73 94 [email protected] Diseño de portada [email protected]

e

interiores:

Kardiamou

www.kardiamou.com

Fotografía de interiores: Isabel Galindo www.isabelgalindo.com [email protected]

Edición: Félix García [email protected] Impreso en: Kool klik. Cancún Quintana Roo, México. www.koolklik.com Ernesto Corona [email protected]

Derechos de autor ISBN :2009- 91812493500-01 Primera edición: Octubre 2012-09-24 Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transcripción por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin autorización previa y por escrito de editor o el propietario del copyright. Hecho en México

Ananda-loka Plano de la dicha

La consciencia es verdad, ser y dicha. Ananda es la verdad más elevada, la esencia del ser. Es la característica principal de la consciencia. Se diferencía del placer, la felicidad, el gozo y el deleite. Estos otros pueden ser explicados, observados y evaluados. Son estados relativos, que el intelecto puede evaluar y categorizar. Ananda es la sensación primordial de la que todas las demás no son más que manifestaciones. Subyace al sentimiento y siempre existe en el corazón del ser del jugador. Pero Ananda sólo puede experimentarse directamente, no observarse en otros. La experiencia de la dicha es difícil, hasta que uno alcanza la sabiduría y se realiza.

Introducción La divinidad de la acción consciente. “El verbo es Dios” Los seres humanos hemos creado la division, en todo lo que co- nocemos como vida. La hemos llenado de reglas, de limitaciones; hemos buscado un concepto, una clasificación para referirnos a las experiencias de la vida. Esta clasificación está siempre plaga- da de imágenes, emociones y sentimientos. Y todo ello viene a nosotros con cada nueva experiencia. A este acto de vulgarizar el aquí y ahora con el pasado y las cla- sificaciones, le hemos denominado “juicio”. Todo lo acumulado en el pasado muerto ha dejado rastro en nuestra memoria y aho- ra nos controla y nos dice el qué y el cómo “debe tratarse este capítulo de tu vida”. Mediante ese mismo pasado obsoleto, buscamos una respues- ta a nuestro miedo. ¿Cuál será el camino?, si todos los caminos han fallado. ¿No crees que si hubiera habido éxito en alguno de estos caminos ya todos estaríamos de la mano como hermanos? Por el contrario, cada vez nos vemos más divididos entre tantas percepciones de la vida, tan diversas como el ego de cada ser humano. ¿Habrá, en realidad, un camino? Un camino diseñado por alguien a partir de su propia experiencia. Un camino al que podamos adap- tarnos. “adaptarnos”, claro, porque eso es lo único que podemos hacer ante un método, una técnica, una filosofía, una religión, un ideal... Es así como hemos intentado alcanzar lo eterno. Entrar en con- tacto con aquello inconmensurable o simplemente ser felices.

¿Cuántos no quieren ser felices? ¿Cuántos no querrían vivir en paz? Estas metas son objetivos preestablecidos antes del mis- mo nacimiento. Para ello siempre hemos buscado ese “cómo”. Ese “cómo” que nos diga perfectamente cuáles son los pasos a seguir. Aquel método, técnica, filosofía, creencia que se adecúe lo mejor posible a mí para “saber qué hacer con mi vida”. ¿En qué momento nos dejamos vivir? Siempre buscando respuestas cuando ni siquiera hemos investigado la pregunta. Es así como vivir se ha vuelto tan complicado. Pero, cómo no va a ser complicado si nuestra mente se ha vuelto tan compleja. ¿Cómo nuestra vida no estaría dividida, si nosotros estamos divididos? Somos una constante contradicción, queremos una cosa y hacemos otra. Luchamos contra nosotros mismos todo el tiem- po, tratando de ser personas buenas e impecables, sin errores, para ser reconocidos como “respetables”. Tratando de ser más espirituales, para que el creador nos salve de esta pesadilla que hemos creado nosotros mismos. ¿Acaso habría deseos si viviéra- mos en plenitud? Plenitud, es decir, “totalidad”, sin divisiones, exclusiones, rechazo, aceptación. Totalidad como el amor: como el creador. Buscamos esa totalidad de la que tanto nos han hablado los maestros y las religiones. Y hablamos del “ser” y la divinidad, sin darnos cuenta del presente porque eso significa enfrentarnos con nosotros mismos. Aparentemente lo hacemos, aunque en realidad, nos engañamos porque hemos limitado todo, todo tiene su fin, su “como hacer- lo”. Todo está predeterminado. Es así como hemos dividido las acciones en nuestra vida. Es así, como hemos hecho que no exis- ta esa acción completa. Esa acción de amor, sin límites. Entre todas estas divisiones también hemos separado las acciones del ser humano y sus beneficios específicos. Por ejemplo, hemos

dicho que si hacemos deporte es para mejorar nuestra condición física, nuestra salud, etcétera. Hemos dicho que si vamos a trabajar es para mejorar nuestra condición económica o de realización laboral; que si vamos de vacaciones es para descansar y disfrutar. Es así como hemos vivido a través de las reacciones. ¿A qué me refiero con “reacciones”? Simplemente a cómo la mente respon- de al presente, con base en el pasado. Imagina que estás en una situación: digamos que hiciste un negocio con tu mejor amigo. Y éste amigo te estafó. A partir de esa experiencia tú creas un “ideal”, y dices: “no se puede hacer negocios con los amigos”, y lo defiendes hasta con los dientes. ¿Por qué lo haces? Simplemente porque es parte de ti, es parte de tu ego. Esa parte que te iden- tifica como un ser individual. Después de un tiempo, un día llega un nuevo amigo a tu vida y te propone hacer un negocio. Ahí viene tu reacción instantánea y haces un juicio con base a lo aprendido. El pasado obsoleto y muerto, entra en acción en tu presente. Es así de simple como matamos la vida a cada instante. De este modo es como hemos dividido las acciones. Hemos dicho que cada acción es para algo y cada acción tiene su tiempo de ser. Ve lo que hemos hecho. Entonces me dices que sólo puedes disfrutar los fines de semana, y es sólo ahí cuando se te permite estar más contento y relajado. ¿Es así? Buscas tu propia vida, esta vida que no le pertenece a nadie, esta vida que pide a gritos tu asistencia. ¿Que sería de esta vida sin ti? Observa a tu alrededor y descúbrelo en este instante que lees estas palabras. Date un segundo, cierra tus ojos y observa el caos que es tu mente, que no te permite percibir la delicadeza de cada momento. De cada caricia de la vida. Observa cómo el pensamiento ya te ha llevado a otro lado. ¿Qué se siente estar ausente de tu propia vida? Ahora dime si encuentras coherencia en cómo has vivido.

Obsérvalo por ti mismo. No creas nada, a partir de lo que aquí estás leyendo. No sirve de nada si sólo lo crees, es necesario que lo veas por ti mismo. Y descubras si hay falsedad o verdad en lo que se escribe aquí. Sólo obsérvalo en tu vida. Si lo ves, ya lo has sentido. Ahora observa cómo la división siempre será conflicto. El mie- do es división, el amor es unidad. Por lo tanto, si has dividido la acción, cómo no habría conflicto en tu vida. Ya que mediante la acción es como nos relacionamos con la vida y cada instante es- tamos en relación con ella. A cada momento estás en acción. Po- drías estar sin aparente movimiento físico en meditación y aún ahí hay acción. Ahí te estás relacionando con la vida por medio del sentir, del percibir. Te relacionas con la vida por medio de un pensamiento, de una emoción, de un sentimiento. Todo es relación, y por medio de esta relación con la vida es que nos conocemos a nosotros mismos, ahí es donde vemos lo que somos; ya que “tú eres todo”. Las emociones están en ti, los sentimientos están en tí, los pensamientos, están en ti. No están fuera de ti. Es tu responsabilidad descubrirlos. Alguna situación se presenta en el exterior y ella te muestra lo que hay en ti. Eso que se presenta en ti es lo que nos corresponde descubrir como seres humanos. Pero hasta ahora lo que hemos hecho es negarlo. Huimos de ello porque representa algo que no queremos ser. En esa negación de eso que “soy” existe aún más miedo. ¿Cómo podría haber amor en tal rechazo? Nos rechazamos a nosotros mismos ya que tú eres eso. Sólo existe el aquí y el ahora, por lo tanto eres eso que se muestra a cada instante. Si puedes ver esto. Si puedes ser consciente de que eres el presente, de que en relación con la vida es como te descubres, entonces te habrás dado cuenta que toda acción consciente es una

acción total, por lo tanto, es una acción en amor. Por lo tanto, una acción creadora sin raíz en el miedo. Una acción consciente no es una acción para un determinado fin, no es una acción con un determinado objetivo. La acción misma es el principio y el fin. No existen ahí intervalos de tiempo. Sólo existe la acción, el verbo y el verbo es Dios. La acción consciente, lo cual quiere decir estar en atención al todo (lo interno y lo externo), nos muestra la totalidad de la vida. Ahí estamos aprendiendo sobre nosotros mismos, ya que al mismo tiempo estamos viendo con qué nos relacionamos en lo externo y cómo se refleja en lo interno. Esta comprensión, es lo que nos libera de los conflictos en nuestra mente. Te darás cuen- ta, que ese conflicto simplemente está ahí porque es algo que no habías comprendido, y no lo habías comprendido porque no lo habías dejado “ser”. Ese juicio guiado por el pensamiento que es limitado, es donde has buscado las respuestas. Ese pensamiento basado en la memoria, por lo tanto en el pasado, es el que te ha limitado el descubrimiento de lo ilimitado. Este libro es un viaje al conocimiento de ti mismo, por medio de una novela basada en el boxeo. Demuestra cómo la acción consciente es a todo momento, a cada momento aprendes de ti mismo. Es a todo momento que estás unificado, es a todo momento que eres este cuerpo, esta mente y este espíritu y Dios. Nunca dejas de ser esto que eres aquí y ahora. Por lo tanto, a cada instante la vida te invita a darte cuenta de ello. Sólo en completa atención puedes SER y el ser es DIOS. Cuando estés totalmente consciente de la acción experimentarás una sensación de fundirte con el todo. Una sensación en la cual no existe división entre tú y el todo. No sabrás dónde empieza tu cuerpo y dónde acaba. Sólo sentirás unidad y esa unidad es la verdad, y esa unidad es Dios, Dios sin conceptos. Sólo el ser que

eres y que se muestra en cada palpitar de la vida. Esa vida que se te ha sido entregada para vivirla de la mano con el creador. Y la comunión con él está en cada acción de tu vida. Es así como la espiritualidad es simplemente vivir. Es simplemente darte cuen- ta que todo lo que sientes, ves, palpas, eres tú. Que en todo está la creación. No hay divisiones, nosotros las hemos hecho reales con base en el pensamiento y el ego. Pero mientras sigamos ali- mentándolas, más caos habrá en lo que llamamos vida, en nues- tra realidad. Así que para que seas uno, para que seas ese cuerpo, esa mente, ese espíritu unificado; para que simplemente seas, es necesario dejarte ser. El ser es darme cuenta de que soy TODO. Situaciones, accidentes, pensamientos, emociones. No hay culpables, víctimas, victimarios. Sólo el presente es verdad. Así que para estar en contacto con lo ver- dadero que eres, basta con simplemente ser consciente de lo que sientes. Eso es lo verdadero y eso es lo que eres. Ese sentir se da gracias al movimiento de la vida misma. Eso que nosotros lla- mamos relación. La relación con la vida misma es lo que te mostrará esto que eres, esto que sientes. Es así como me doy cuenta que en realidad soy todo, que no existe el observador con todos sus juicios sobre cada cosa y situación. Y que aquello observado, es simplemente una proyección de éste observador que ha ido por la vida experimentando y acumulando conocimiento, para siempre describir aquello que aparentemente está frente a el. Este observador es este cúmulo de pasado y, por lo tanto, es lo muer- to: el pasado no existe. De esta forma es como nos damos cuenta que no existe el observador y que, por lo tanto, no existe aquello observa- do por él. Lo único que existe es el presente y el presente se muestra en la acción, en el verbo. El verbo es Dios, el verbo eres tu, el verbo soy yo. En todo esta la creación por lo tanto la existencia del creador.

Ricardo Ponce

Round El Nacimiento —¿Cómo podrías cambiar el mundo? Recuerda el sabor de tu Sangre... aquel sentimiento de Violencia que hizo que la derramaras junto a tu Sudor, el cual consumes por tan sólo un soplo de felicidad. ¡Sangre!... ¡Violencia!... ¡Sudor!.. Podrían describir cualquier juego, en cualquier parte del mundo, pero en esta ocasión, estos ele- mentos fungen como representantes en una batalla de egos, donde el campeón del mundo defiende su corona a golpes en un juego llamado: “Boxeo”. En este encuentro, la verdadera esencia del juego se ha perdido entre adulaciones, críticas, dinero y miseria. Y se ha olvidado la entrega al dios del AMOR: aquel que crea al juego mismo, quien no necesita plegarias para manifestarse; sólo se hace evidente en el gran jugador, y tiene como único mandamiento, el saber disfrutar de “la simple dicha de jugar”. El caos estalla, cuando crees que tu realidad es la verdad absoluta. Cada individuo se auto concibe como el centro del universo: pre- tende ser el primero, el ganador, el único. El campeón del mundo está determinado a defender este ideal, con su propia vida si es necesario, incluso si ello le lleva a quitarse los guantes para poder lastimar aún más a su rival, y así defender

a puño limpio el título que representa su existencia misma. La supervivencia de su persona se ve amenazada ante sus ojos: los mismos ojos que muchas noches se le llenaban de lágrimas en medio del silencio, ven ahora cómo caen gotas de sangre y sudor sobre un cuadrilátero que imprime pavor en su corazón, al sólo imaginar que podría descansar en él por más de diez segundos. Y de pronto, en medio del aguerrido enfrentamiento, una pre- gunta se erige como la fuente centrífuga que le guía los pasos y movimientos: —¿Qué pasaría si pierdo? He aquí el gran protagonista de la noche y principal precursor de toda competencia; el más grande motivador de todos los tiem- pos, el viejo e ilusorio MIEDO, apareciendo como estigma. Ese miedo que proviene de no querer ver desaparecer nuestra propia existencia. Ese miedo, que obliga a que el resultado tenga que ser siempre positivo. ¡He aquí el cuadrilátero de la vida! Con el corazón palpitante y la adrenalina a flor de piel, se despierta hasta el último músculo del pugilista que vive su propia realidad; donde el bien y el mal se disputan lo único aceptable, la infiel de nombre “Victoria”. Pero, ¿Quién representa al bien? ¿Y quién representa al mal? Cuan- do la perspectiva cambia, lo hace también nuestra realidad. En- tonces... ¿Acaso importan los bandos? La perspectiva del campeón del mundo, nos dice que él representa al bien. Por supuesto el retador tiene la misma visión que la de su adversario y ambos comparten el deseo de poseer a “la infiel”, de la cual se sienten merecedores. Este deseo, les lleva a tratar de convencer al mismo creador del juego para que les conceda tal placer.

¡Es tiempo de ver a dios, en el solicitado cumplimiento de deseos! En esta batalla, donde el hombre se coloca como el centro del universo, siempre existirá un dios atento y otro indiferente. ¿Cómo podrías convencer al mismo creador del juego, de merecer a “Victoria”? Todos la desean, pero ella suele dejarlos con una desilusión difícil de aceptar como su única compañera. Es ahí cuando se convierte en mala consejera y le recuerda al jugador que no es merece- dor de sus placeres. El Campeón ahora se ha confundido entre el placer efímero y el placer divino que brinda la simple dicha de jugar. Muchas veces se pregunta: —¿Cuál es el motivo de seguir en este juego? Y es así como empezamos el gran drama de este juego, que como todos los juegos de esta bendita vida: es EL FIEL REFLEJO DE LO QUE SOMOS. —¡El campeón del mundo ha derribado a su rival! Uno... Dos... Tres... ¡Hágase la luz! ¡Hágase el juego! —Cuatro... Cinco... Seis... Siete. ¡Ya no te levantes! Miguel, al otro lado del mundo, había encontrado un deporte donde podía descargar toda la amargura que le había dejado la indiferencia de su padre, aquel campeón del mundo por todos venerado, y había convertido el drama de su vida en un deporte y sus puños en armas de dolor. —¡Bien Miguel! ¡Parece muy fácil para ti! — Él no contestaba las adulaciones y seguía su camino para en-

contrar un momento de perfecta armonía. Era la madre naturaleza quien lo esperaba, quien lo arropaba como a un niño re- cién nacido. Ella no emitía juicio alguno sobre él, es por eso que la respetaba tanto y ella siempre respondía al silencio del joven, lo hacía con su maravilloso entonar de vientos, acompañados por la delicada danza de las olas del mar, que armonizan siempre a favor de quien las contempla, sin esperar nada más que ese pre- ciso instante. —¿Cómo sería un mundo perfecto para ti? Miguel sintió que el tiempo se había detenido; ya que, a sus dieciséis años, no había mucho que resaltar de su vida. Era una noche a la orilla del mar, un sendero luminoso marcaba la distan- cia que lo separaba de aquella luna llena, que parecía emitir luz propia. La noche había enfriado la fina arena, que se quedaba entre los pies descalzos de alguien que no quería romper la ar- monía, con el andar de sus zapatos. En un extremo, la resplandeciente luna era testigo de cómo Miguel encontraba una hermosa mirada que irradiaba vida; una mirada de tan brillante resplandor, que cualquier astro podría envidiar. ¡Ahí estaba Ananda, caminando hacia él! Como si lo conociera de toda una vida, con una mirada tan dulce que pare- ciera decir mucho... Mucho más de lo que las palabras pueden transmitir. Miguel podía ver en aquellos ojos, la luz de algo que hasta ese día nunca había tenido tan cerca. Se sentía plenamente bendecido por haber sido creado y por estar en ese preciso mo- mento, disfrutando de la simple dicha de vivir. —Yo no sé cómo sería, pero tendría que ser uno donde yo fuera plenamente feliz, contestó Miguel, con una brillante sonrisa di- rigida hacia Ananda. —Y tú, ¿cómo podrías ser siempre feliz?,— preguntó él.

—Parece algo difícil de lograr, porque no he visto muchas sonrisas por aquí últimamente —afirmaba con resignación Ananda. Ese fue el día que en que conoció a aquella joven, que partía a un nuevo hogar con su familia, apartada de ese mágico lugar en donde había encontrado, al igual que Miguel, un refugio al caos de la vida. Hasta ese día, Ananda había sido la única perso- na que había podido arrancar tan fácilmente una sonrisa a aquel joven, que buscando un momento de completa paz, encontró una bocanada de lo que muchos escuchan hablar y pocos llegan a vivir; pero que simplemente no lo hemos encontrado reflejado en todo lo que nos rodea. —Mi nombre es Miguel. ¿Cuál es el tuyo? Tal vez “dicha” era el mejor significado para el nombre de Ananda. Él sabía que posiblemente jamás la volvería a ver, y aún así, siempre la buscaría al final de aquel sendero, esperando que volviera a destellar con luz propia... como en aquella noche en la que había iluminando enteramente su vida con tan sólo una mirada.

Round

Plano de la Tierra

¡Ven, dame un abrazo!, ¿Qué crees que te traje?, Miguel regresa- ba a casa y se encontraba con esta pregunta que tenía respuesta sólo en su cabeza: “Seguro algo que se puede comprar”, pero fingía estar intrigado ante tan común pregunta, del por todos aclamado Campeón del mundo; el cual prefería no ver, qué es lo que le impedía a Miguel dar calor en un abrazo, cuando era compensado por la ausencia del padre con algún artículo de moda y los guantes del Campeón. Seguramente el perder a su madre al haber nacido, acentuaba aún más la ausencia de su padre y esto había provocado que la servidumbre de la casa se volviera más familiar para aquel joven que rogaba por atención. ¿Te quedarás esta navidad? Miguel preguntaba, aunque ya sabía la respuesta y esa misma respuesta, año con año, había hecho que llegara a odiar esas fechas. ¿Cómo es posible que el día que nace el niño Jesús pueda ser tan triste? se preguntaba Miguel. El Campeón, por un momento; intentaba distraer a su hijo con sus regalos pero era inútil, cada intento seguía contribuyendo a enfriar aun más sus abrazos. El padre, siendo campeón mundial; era un boxeador entregado que buscaba derribar a su oponente a como diera lugar, lo que siempre atraía a la afición que esperaba ver un espectáculo en el cual la sangre fuera la principal protagonista. Había ganado fama y fortuna, la cual, con la misma destreza, perdía día a día sin darse cuenta. Movimiento arriesgado para él, ya que tenía al

dinero como mayor baluarte en su vida, y su estado de ánimo siempre era marcado por el número de cifras en el saldo de su cuenta. Desde pequeño, Miguel siempre tuvo un lazo inexplicable con su padre. Sufría instintivamente cuando el padre peleaba y antes de hablar con él sobre el resultado, él pequeño ya mostraba señas físicas de lo que había acontecido al otro lado del mundo, donde se desarrollaba la pelea. El niño se enfermaba al sonar de la campanada inicial, los doctores no tenían explicación alguna, pero en el momento en que sonaba la campanada del último round, esta se convertía en el antídoto perfecto para que inexplicablemente, comenzara a recuperarse. Algo difícil de comprender para todos, pero lo indiscutible, era la gran conexión que existía entre ellos. Otra muestra de esto era cuando Miguel ni siquiera había nacido: estando todavía en el vientre de su madre el pequeño se movía del lado en el que el padre se encontraba. Era como si uno fuera el polo positivo de un imán y el otro el negativo. Polos opuestos, pero a la vez hechos del mismo material. Toda esta conexión, sólo haría más frustrante la desilusión de un padre que no era lo que su corazón esperaba como maestro, porque en el fondo, Miguel sabía que existían cosas más impor- tantes que el éxito profesional y todo el dinero que se pudiera ganar en esta vida: cambiaría todo lo material por sentirse al fin en el lugar correcto. Mientras tanto, en los entrenamientos, los compañeros seguían pagando el gran vacío en el corazón de Miguel, quien rogaba que la sangre en sus puños fuera el alimento de un corazón ham- briento de amor. ¡Ya déjalo Miguel! se había convertido en el grito de guerra en la esquina de los siempre perdedores. Golpe a golpe, Miguel intentaba quitarse las heridas de aquellas emo- ciones. Debieron de ser muchas las heridas que tenía, porque no

paraba de golpear y golpear, quizá prefería quedar debiéndole a la vida, por si venían futuros golpes al corazón. —¿Alguna vez has sentido que quieres destrozar al mundo con tus propias manos? ¡Sacando todo lo que la vida te da! Es como si quisiera regresar lo que me hace y por un instante siento que estoy haciendo lo correcto, pero extrañamente cuando acabo de hacerlo estoy seguro de que no es la mejor solución. ¡Aún así lo volvería a hacer mil veces más! Parecería que ninguno de sus compañeros podía responder a una pregunta de tal magnitud, muchas veces sentía que la vida lo hacia vivir más rápido de lo normal, algún motivo debería de haber, pero esa era una de las miles de preguntas que no tenían respuesta en su cabeza y que ya eran parte de él. Fue así como Miguel seguía su camino en este deporte denominado boxeo. En el cual iba aprendiendo sobre el mismo juego, y lo más importante: sobre él mismo. Muchas veces las barreras se elevaban frente a sus ojos. Las cosas no parecían tan simples. El objetivo de ser campeón del mundo solía tornarse muy lejano. Había una enorme distancia entre el Miguel de ese momento con el Miguel Campeón del Mundo. El hecho de que no fuera tan fácil como esperaba, hacía venir aquella frustración que muchas veces lo ponía de rodillas lamentando su propia existencia. Aun así, Miguel viviría algo muy extraño. De alguna manera siempre surgían las palabras adecuadas acompañadas de un sentimiento que lo hacía levantarse con ánimos renovados. Estas palabras las escuchaba de las personas de las que menos lo esperaba. Pareciera que alguien o algo, lo impul- sara a seguir en el camino. Las situaciones se presentaban en los momentos más oscuros, cuando se esfumaba la razón por vivir. Esa luz llegaba a destruir cualquier oscuridad y Miguel ya había notado que esto no era obra de la casualidad.

—¡Alguien me está ayudando! ¿Pero a quién más le podría intere- sar que logre mi sueño? Cinco años pasaron... mismo número de “rounds” que Miguel ya peleaba de forma amateur. Con gran éxito se veía, para muchos, como un futuro campeón del mundo y una nueva estrella nacía frente a los ojos de un mundo, que le ponía como principal rival, el gran éxito de su padre. Para todas estas barreras, Miguel había encontrado algo que no podía describir en palabras pero que había sido el motor de su vida en estos últimos cinco años. Cada día sentía amar más y más este deporte. ¿Es por eso que era tan bueno?, se preguntaba frecuentemente. Aquellos días de pelear para sacar el rencor, parecían desaparecer poco a poco y la dicha comenzaba a impregnar a la acción. Quien quiera que sea el que me alienta de tal manera, seguramente me conoce a la perfección. Seguramente es todo un ángel al dar sin esperar nada a cambio. El joven boxeador intentaba adivinar, pero la verdad es que no tenía ninguna pista. A la vez, parecía no preocuparle el hecho de no saber quién o qué lo ayudaba; lo que le importaba es que le había ayudado a llegar a ese punto de su carrera y por eso estaba agradecido.

Round Plano del Agua Muchas veces aparecían caminos mucho más fáciles, aparentemente estos caminos traerían mayores gratificaciones económi- cas y sociales. Era en ese momento cuando el corazón de Miguel se hacía presente de nuevo y lo hacía vibrar con aquel amor por el deporte que le había visto crecer, sabía que era: ¡La simple de dicha de boxear! Lo que hacía tan grandioso a este deporte. El gusto por este juego ya había ido más allá. Mientras mejoraba su desempeño, veía cómo la carrera de su padre iba en declive total y se encontraba al borde del retiro. Su padre nunca siguió los consejos de hacerse de un patrimonio, por el contrario, se había dedicado a mal gastar su dinero, satisfaciendo una vida de ilusión que él pensaba merecer: —Cuando gaste mi último peso será el último día de mi vida. Miguel escuchaba muy a menudo estas palabras de la boca de su padre. En un principio esto lo desconcertaba, pero había aprendido a aceptar este hecho y sabía que ese día llegaría tarde o temprano. Lo único que lamentaba, es que él sería testigo de ver cómo la vida de su padre se escurriría como agua entre las manos. Esto por haber creado una vida en el hielo, que en tiem- pos de calor; no tenía más remedio que evaporarse ante sus ojos. Ante aquel aparente caos, el joven boxeador encontraba en el deporte a su mejor compañero. Lo hacía sentirse vivo situándolo en el momento presente; sentía como si estuviera en un mundo

infinito en el cual no existiera el tiempo. En donde, sin ningún pensamiento en su cabeza, dejaba de recordar cómo el pasado lo había marcado y dejaba de imaginar el futuro que le esperaba. Ahora Miguel se convertía en el verbo, ahora era la acción. Él sólo se dejaba llevar por aquel momento que lo hechizaba y lo hacía disfrutar de cada gota de sudor que recorría lentamente su frente hasta caer en aquel cuadrilátero, donde fundaba una historia de triunfos constantes. “La simple dicha de jugar”. Esta la sentía en cada pequeña partícula de su cuerpo, en ese mismo instante donde el mun- do se suspendía para percibir los latidos de su corazón, que le recordaba, en cada bombeo, lo que tanto amaba hacer. Podía sentir su respiración y cómo todo su cuerpo trabajaba para man- tenerlo vivo en ese preciso instante, estaba consciente de que él no le daba órdenes a su corazón para trabajar, su cuerpo ya sabía cómo hacer todo, él debía tan sólo disfrutar y dejarse lle- var, el universo ya conocía el camino. Miguel se daba cuenta que había una fuerza mucho mayor que cualquier cosa, una gran in- teligencia que le daba rumbo perfecto a todo, aunque no tuviera consciencia de ella, y sabía que este misterio hacía de esta vida algo nuevo a cada instante. Su cuerpo respondía instintivamente, sin ningún razonamiento, era llevado a disfrutar y a responder siempre de la manera adecuada, muchas veces impresionándose él mismo por sus respues- tas. Esta inteligencia superior dirigía sus golpes para acertar y lo hacía percibir de qué lado venía el golpe rival, para esquivarlo. El joven boxeador había encontrado en este juego lo que realmente le llenaba y era su gran fuente de diversión. Miguel sabía que este deporte era una parte importante en su vida y era el momento de llevar su carrera a otro nivel. Dejar de ser un peleador amateur y convertirse en un profesional, para poder pelear por aquello que ya se había convertido en su sueño más

anhelado: el campeonato mundial. Esto le significaría entregarse en cuerpo y alma a su profesión. Sabía que las barreras se elevarían cada vez más, pero él había encontrado un sueño y estaba dispuesto a morir con el único fin de vivirlo. El qué dirán siempre ha sido algo que nos importa, como si tuviéra- mos que satisfacer a todo el mundo con nuestros actos. El boxeo en su ciudad no era bien visto, tenía una imagen de violen- cia que condenaba a cualquiera que lo practicara. Él no intentaba satisfacer a nadie, sólo seguía lo que le dictaba el corazón. Esa voz interior, que nunca antes le había fallado, le había llevado a cometer muchos actos llenos de bondad, que ni él mismo podía explicar. Siempre recordaba aquel día en el que la lluvia bañaba la ciudad, dándole un gran respiro de aquel calor de verano. Era martes de entrenamiento y camino al transporte público pudo ver a una mujer de cabellera blanca sentada en la banqueta, ella se tocaba el vientre y no podía pararse, su nombre era Sofía. —¡Ayuda por favor! — Sofía repetía su grito de auxilio de forma incesante. La mujer, había dedicado toda su vida a defender nuestro planeta y en algún punto, estas batallas estaban cobrando factura después de tanto empeño. Ella siempre quiso defender a “Gaia” nuestra madre tierra. Muchas veces Sofía sabía que era el ángel quién velaría por el lugar en donde vivimos, e intentaría crear consciencia y cambiar el punto de vista de los que tanto dañaban al planeta, pero hasta ese día no había tenido grandes resultados. Tal vez, ella hubiera deseado que todos aquellos inconscien- tes vivieran un momento la vida de aquella protectora del bien común. Seguramente querría que sintieran en carne propia lo que aquel ángel sentía con cada pequeña injusticia. Era así como

cada vez tenía más conflictos sobre el método, más aun cuando se hacía tan difícil ayudar. Muchas veces se topaba con personas que le exigían que las ayudara. —¿Tú ayudas? ¡Pues ayúdame... yo lo necesito! Qué conflicto aquel: saber que su deseo de ayudar le daba satisfacción, pero que los métodos le complicaban cada vez más esa satisfacción. La mujer no sólo parecía invisible en su misma misión, sino que también lo era en aquel momento de angustia. En esa tarde lluviosa, Sofía no existía para los demás, ya que nadie hacía un solo gesto por percibirla en aquella banqueta; se encontraba sola, envuelta en su dolor. El agua caía fragmentada, como si la mis- ma madre tierra le recordara a Sofía que no debía desistir, si no quería que aquellas gotas cayeran desde sus propios ojos. Ella no se rendiría jamás, sentía que en el ayudar, se encontraba la razón de su creación. Por lo tanto, continuaba pidiendo ayuda ante la indiferencia de la multitud. En cierto modo era contra lo que siempre había luchado; era una batalla que ya conocía, pero ahora la que sufría era ella. En esos momentos de caos, la atención de Miguel fue llevada hacia donde ella se encontraba. Sin pensarlo él entraba en acción, llevando a Sofía a una de las clínicas de la ciudad; pagando la consulta, ya que, en aquel dra- ma, ella había perdido su cartera, la cual sí había sido fácilmente visible para la multitud. —¡Gracias! ¿Cuál es tu nombre? —Miguel. No se preocupe ya estoy aquí, cuidaré de usted, — con- testó el joven. —¿Miguel? —El joven asintió con la cabeza—.

Como el comandante de los ejércitos de Dios. —No señora, sólo Miguel. —¿Y tú, por qué sueño peleas?— Preguntó Sofía. El joven no contestó ante la insistencia de aquella mujer, aunque tenía en su mente muy presente la respuesta, mientras recibía el peso de la mujer a la que ayudaba a caminar, en su hombro—. Eres boxeador, — afirmó Sofía para llamar su atención. Las marcas en el rostro de Miguel delataban su profesión. Lo que Miguel ignoraba era que aquella frágil mujer tenía un talento especial, que a muy pocos confesaba. —Cualquiera pensaría que los que se dedican al boxeo son unos desalmados y violentos, hoy has demostrado todo lo contrario. —Señora, me parece que la verdad está más allá de lo que se puede ver con los ojos. —Estoy de acuerdo Miguel, muchas gracias por todo. —Sofía adornó estas palabras con una sonrisa, que reflejaba el gusto de conocer a alguien que, al igual que ella, peleaba por un sueño—. Algún día deberás de vencer al rival más difícil que podemos encontrar, el único que existe en realidad, es difícil recocerlo porque está en el último lugar en donde buscarías, en ti mismo. Véncelo y serás libre. —Miguel se sintió aturdido ante aquella mujer, pero se mostraba atento a sus palabras y con la total seguridad de que quedaría a salvo. Miguel la dejó sin saber en aquel momento que Sofía moría lentamente de un cáncer que le haría parar su lucha, la eterna lucha que la había hecho olvidarse de todo, hasta de ella misma. En los últimos días de su vida, Sofía se aferraría a la vida misma valorando las cosas que realmente nos hacen felices. Pero ella sabía que su existencia había valido la pena, había dejado todo en la

vida y moriría tranquila. Sus últimos momentos en este mundo, los había pasado trasmitiendo sus ganas de vivir. Cambiado la perspectiva de aquellos que tenían la suerte de encontrarla en su camino. —Valora hoy tu vida. Sólo el hoy existe. Ella repetía mucho este tipo de mensajes. Las personas que la escuchaban muchas veces no sabían que esas palabras serían las últimas que transmitiría en esta vida. Sofía moriría cuando ya había decidido vivir. Este acto de servicio al prójimo le costaría a Miguel el ir corriendo a su entrenamiento varios días, pero parecía que lo disfruta- ba, aun más, sabiendo que había ayudando a alguien y que su existencia, para aquella señora, había sido una gran bendición. El haber estado en ese preciso momento y en aquel bendito lugar había valido la pena, por el simple acto de dar sin esperar nada a cambio. Tal sentimiento había cambiado la vida de Miguel quien había encontrado, en él mismo, el amor incondicional. —Si escogiera un Dios, sería uno que me hiciera sentir esto que siento ahora mismo. El silencio y aquella playa se habían convertido en los mejores compañeros de Miguel, que en aquella quietud podía reflexionar. Se encontraba consigo mismo después del entrenamiento pero no podía negar que deseaba encontrar mucho más que eso. Más aun cuando la luna llena se hacía presente ante él. Ella siempre lo hechizaba y lo hacía divagar. Por un momento, Miguel recordó aquella noche cuando conoció a Ananda. Aquel sentimiento lo había hecho viajar por la máquina del tiempo y dar de nue- vo un vistazo a la mágica luz de su mirada. Miguel recordaba el momento cada vez con mayor intensidad y soñaba despierto con otra luna, que le trajera de vuelta a aquella niña de los ojos

verdes, que le había hecho nacer a una nueva clase de sonrisa. —Pero... ¿Cómo puedo sentir algo así, si nunca me he creído bue- no? ¡Por el contrario siempre he jugado con el mal! Y no sólo eso, sino que lo disfruto. —Su mal era la violencia... Pero...— ¿Cómo alguien que es malo puede experimentar un amor tan grande? — Miguel recordaba aquel profundo sentimiento ayudando a Sofía y el amor por Ananda.

Round

Plano del Fuego

¿Cómo puedo ser malo y disfrutarlo tanto? A Miguel se le escaparon estas palabras, que sabía no tendrían destino en aquel momento de completo silencio. Las palabras le impedían contemplar aquella maravillosa noche frente a la luna llena; siempre una nueva luna se hacía presente ante él, nunca la misma que la anterior, aunque aquella en especial le traía el mismo bello recuerdo. “Ese juicio sobre ti mismo lo basas en lo que dice la gente. Y sólo tú puedes saber quién eres en realidad.” Frente a Miguel, una esbelta silueta, iluminada por la luna, le mostraba lo que tanto había deseado encontrar. Las miradas se conectaban sin la mínima intención de desprenderse. Se podía percibir que había mucho más que sólo dos cuerpos presentes. Había mucho más que simple materia delante de sus ojos. Algo místico se hacía presente en aquel encuentro, era como si el mismo destino los pusiera frente a frente, esperando tan solo una reacción de alguna de las partes. El impulso era muy fácil de ser despertado, porque no había una sola razón en la que pudieran pensar, era un impulso, proveniente de algún otro nivel, ya decretado en alguna otra parte, en donde el pensamiento no tiene cabida. Él sabía que era ella y ella sabía que era él, los dos juntos en el aquí y el ahora... ¡La vida en su máxima expresión! —Dime Ananda ¿Me recuerdas?

—Miguel... no tengo que recurrir a la memoria para hacerte presente porque en mi corazón, nunca te has ido. Sabía que algún día te vería de nuevo, son de esas cosas que sólo sabes que son, y no tiene caso buscarles explicación porque, mientras lo intentas, te pierdes de la vida misma y es en ella donde hoy te vuelvo a encontrar. —¿Pudiste encontrar el mundo perfecto? —Le preguntó con una sonrisa que no podía ocultar, parecía no importarle mostrar su absoluta vulnerabilidad ante ella. Miguel, por primera vez en su vida, había bajado la guardia. —He descubierto que el mundo ya es perfecto, sólo que aún no nos hemos dado cuenta. Muestra de ello es volver a sentirte aquí de nuevo, —respondió Ananda. Miguel no podía seguir hablando, le estorbaban las palabras en aquel momento en el que tan solo verla lo hacía flotar en el in- finito. Ella corporalmente mostraba cierta indiferencia, pero a él no podía engañarlo. Esa actitud protectora que a simple vista mostraba Ananda, era la de alguien que le teme al amor, porque piensa que lo puede llegar a perder. Miguel confiaba cada vez más en su percepción. Lo que estuviera pasando por la mente de Ananda en aquel maravilloso momento, a Miguel parecía no importarle, él sabía que en ese momento el pensamiento no es- taba invitado. Las mentes no podían opinar sobre el encuentro, porque sus corazones ya habían tomando la palabra. Si Ananda sentía lo mismo que él, no iba a interrumpir la magia, su mente ya había salido del encuentro mucho antes, justo al formular su última pregunta. Él no podía contener más el impulso, sentía su amor desbordarse. Podría morir en ese mismo instante por entregarle a Ananda hasta la última gota de lo que le llenaba el corazón. Miguel se aventuraba a besar aquellos labios mientras la luna les iluminaba,

como quien le muestra al mundo entero un fiel acto de amor. Ella dejaba caer sus pensamientos. Por un momento parecería perder por completo el control sobre su persona, ahora sólo flotaba entre los brazos de Miguel. Aquel beso mostraba la eternidad de un instante lleno de amor. Era como si dos almas se reencontraran después de un largo viaje. Los dos sabían, muy en el fondo, que esto pasaría tarde o temprano; los dos lo deseaban y los dos lo estaban viviendo. Parecía que esta historia llevaba mucho... mucho más que sólo aquel primer encuentro. Era como si siguieran escribiendo las páginas de un libro, con sus nombres como título. Esto, ellos de alguna manera lo sentían en el vibrar de sus cuer- pos y en el lagrimar de sus ojos, sabían que era algo contra lo que no podrían jamás defenderse. Miguel se sorprendía ante la singularidad de este encuentro. Si bien sabía que Ananda era especial, nunca imaginó que lo fuera a tal magnitud. Lo que estaba experimentando era algo que su pensamiento se hubiera quedado corto en describir. Él había aprendido a confiar en su corazón y era el corazón el que ahora lo hacía actuar guiando sus manos por el camino perfecto sobre ella, logrando estallar cada espacio de su cuerpo. Aquel beso se convertía en plural, siendo el canal del deseo acumulado de tan- tas lunas, la pasión había alcanzado una nueva dimensión, una que los dos estaban apunto de descubrir. El encuentro se llenaba de risas y llanto, fiel reflejo de cómo se desborda la pasión con el consentimiento de los corazones. La fina arena sólo esperaba el momento de ser parte de sus cuerpos desnudos. Miguel no dejaba de acariciar la suave piel de Anan- da. Nunca había hecho tan dichosas a sus manos, las cuales eran impulsadas a recorrer todo el cuerpo de su amada. Ella se había convertido instantáneamente, en un templo sagrado. El deseo se había convertido en adoración absoluta. Ananda no podía esconder aquel desbordante amor que sentía y sólo le procuraba que sus lágrimas no cortaran aquel maravilloso momento, ella no

sabía qué pasaba y Miguel sólo se encargaba de seguir rindiendo culto: con el arte de cada caricia, con cada beso que la hacía morir y nacer a cada nuevo instante. De esta forma, descubría hasta el último centímetro de aquella esbelta catedral de vida. Miguel sentía que sus sentidos no podían dar más de sí, en tan in- tenso momento. El olor de Ananda era tan curiosamente familiar y señalaba mucho más que un simple aroma, le mostraba cómo se respira el amor cuando brota con pasión. Nunca imaginó que sus labios pudieran ser conducto de tan inmensa dicha, pero se encontraba a sí mismo disfrutando de un fruto sagrado que jamás imaginó saborear con tal destreza, sin la necesidad de satisfacer a nada ni nadie, porque ya no existía el deseo. Él escuchaba como Ananda vibraba mientras era amada y pareciera haber más sonidos detrás de esas muestras de dicha. Mientras se fundían en un solo cuerpo, Miguel escuchaba las pulsaciones de una mujer que alcanzaba su máximo éxtasis; ella dejaba de ser la receptiva y él sólo el dador. El encuentro había sobrepasado el plano físico y tangible. Habían abandonado los sentidos, para vivir ese mo- mento en alguna otra dimensión donde el tiempo y el espacio no existen. Fue ahí cuando los dos descubrirían que había algo divino e inusual en aquel eterno encuentro. Todo ese descubrimiento los hizo fundirse donde sólo las almas pueden ser una sola, se encontraban como si fueran parte de un todo y ahora habían encontrado su camino a casa. Habían dejado de estar en cuerpo presente desde hace miles de cari- cias atrás. Ahora sólo hablaba lo que realmente eran, aquellas almas ahora se comunicaban y fue en ese momento cuando una de ellas llevaba su mensaje, más allá de cualquier plano existen- cial, este se escuchó en cada dimensión en que fue pronunciado, acabando en los labios de Miguel mientras eran separados de la adictiva piel de Ananda. ¡Un “Te Amo” brotó sin control! Él sabía que sólo había sido el canal de aquel instante y se había encon- trado a sí mismo pronunciando estas palabras. Los dos sabían

que se amaban más allá de esa vida. Aquel mágico momento era una infinita muestra de que el cielo se encuentra simplemente... en el amar.

Round Plano del Aire ¡Campeón del mundo! Miguel no había perdido de vista su sueño. Ser campeón del mundo era una película que ya había visto millones de veces en su cabeza y creía saber exactamente lo que sen- tiría cuando abrazara aquel tan deseado logro. El campeonato, al igual que Ananda, día y noche, eran coprotagonistas de sus más intensas fantasías. Ahora su amada era una realidad y así consolidaban su relación, después de aquella noche en la playa, él no querría volver a separarse de ella y, por supuesto, Ananda compartía la misma ilusión; fundamentando este camino juntos, con planes y fantasías que los hacían verse ancianos cuidando uno del otro, en los últimos días de sus vidas. En ese mundo sus hijos ya tenían nombre mucho antes de haber nacido. Así era como los dos, de la mano, construían un camino que empezaban a andar juntos. Un camino lleno de ilusiones y expectativas que estaban seguros cumplirían. Miguel sabía que, como este sueño se había hecho realidad, seguramente el campeonato llegaría en algún momento. Tenía esa seguridad interior difícil de explicar, pero sabía que tarde o temprano, ocurriría. Tal vez ese deseo venía de sus adentros o quizá era tan sólo el receptor de algún decreto celestial; como fuese, nunca lo perdería de vista. El joven boxeador ya era pretendido por muchos promotores que veían en él a un futuro campeón del mundo. Más aun cuan- do peleaba de una manera nunca antes vista, según los exper-

tos, parecía que lo disfrutaba como nadie, por lo tanto era muy espectacular y vistoso. Tan solo se dejaba llevar. Este deseo de alcanzar otros niveles de competencia lo hizo encontrarse con el promotor más exitoso en el medio del boxeo. Se hacía llamar a sí mismo: “Mada”. Un hombre de gran poder social conocido por sus posesiones, las cuales había conseguido gracias a su gran éxito en el medio del deporte. Físicamente era imponente, pero a la vez de gran atractivo, con un carisma que podía hechizar hasta el más indiferente. En donde existiera el deseo, ahí estaría Mada para intentar complacerlo. Este hombre engreído estaba seguro de que Miguel valdría mucho en este medio, si era bien llevado en su carrera, y así fue como empezó a formar parte de ella, prometiéndole que un día llegaría a conseguir aquel sueño que ahora, en palabras de Mada, era casi tangible. De esta manera empezaba un nuevo proyecto, que tenía como objetivo llevar a Miguel al campeonato. Mada se encargaría de que el joven boxeador tuviera todo lo necesario, entre eso se encontraba un entrenador exitoso. Tamoguna le llamaban, mundialmente famoso por haber hecho campeones a diferentes pugilistas que, como Miguel, habían salido de la nada y un día despertaban siendo grandes celebridades, seguidas por miles de personas que los veían como grandes ídolos, “El Guerrero Maya” apodarían a Miguel, quien se encontraba con su nuevo entrenador de talla internacional. Tamoguna no sólo haría de Miguel campeón mundial, sino toda una figura pública gracias a su constante asesoría. Tamoguna tenía una personalidad aparentemente relajada y su forma de hablar muchas veces causaba sueño hasta al más hiperac- tivo del gimnasio. Era muy conocido por la inconsciencia con la que se conducía siempre hacia sus dirigidos. Parecía no impor- tarle nada más que él mismo y lograba lo que se propusiera a costa de quien fuera, se deslizaba como una serpiente venenosa a gran velocidad y parecía que esto siempre le había dado resul-

tado y así había conseguido el reconocimiento social. Miguel estaba dispuesto a soportar cualquier cosa que viniera, a fin de conseguir su sueño y no cuestionaba nada, porque sabía que aquellos hombres exitosos sabían lo que hacían. Ahora era cuestión de dejarse guiar ciegamente por los expertos. Miguel nunca había actuado en el escenario de la fama mundial: dinero, adulaciones y amistades al por mayor. Como un niño que ve al juguete de moda en el aparador de la tienda, Miguel se podía imaginar en este juego siendo el protagonista de su gran histo- ria. Se encontraba a sí mismo siendo el centro de toda la atención del medio boxístico, lo que le parecía bastante gratificante ante todo el sacrificio, que a cambio, tenía que realizar. “¡Si no hay dolor, no hay ganancia!” Palabras de Tamoguna que se habían convertido en un mandamiento para el joven boxeador. El entrenamiento se había convertido en un eterno sufrimiento: “En un principio no lo soportaba, después se volvió parte de mí y ya no me molesta”, solía decir Miguel. “Hasta el mayor de los sufrimientos puede darnos placer, es por eso que son tan difíciles de erradicar”, le contestaba Ananda. Aún con los intentos de ella, Miguel seguiría ciegamente el método que ya habían ordenado para él, siempre confiando en conseguir aquel logro que le daría total tranquilidad económica, un mundo en el cual podría estar más tiempo con Ananda y así por fin darle lo que él pensaba se merecía. Un mundo lleno de lujos donde ella fuera la reina y no tuvieran más preocupaciones que amarse. Ananda esperaba cada noche la llegada de Miguel, o por lo menos, lo que quedaba de él. Él estaba convencido de que todo este sufrimiento y sacrificio valdría la pena. Había llegado a pen- sar que no era importante disfrutar algo tan serio y en lo que se disputaban tantos intereses. Entre ellos su propia seguridad y la de Ananda. Ella tan sólo lo contemplaba y se encargaba de que sintiera su amor, procurando siempre que él estuviera lo mejor

posible. “Espera amor, esto tiene que ser así por el momento, después del campeonato ya estaremos estables.” Ella podía entenderlo en su cabeza, pero muy en el fondo sabía que siempre habría nuevos retos que alcanzar. La imagen de Miguel reposando en la cama casi enfermo, era ya una postal en la casa. Miguel sentía que estaban a mano, ya que era él quién salía a pelear por un sueño, que les daría estabilidad a los dos. —¡Miguel, sal al cuadrilátero! Golpea lo más fuerte que puedas ¡Recuerda que éste que está frente a ti, es el culpable de que te hayas sacrificado tanto en los entrenamientos! ¡Todo el trabajo que has hecho es por culpa de éste, así que acaba con él porque si no lo haces, él acabará contigo! —Gritaba Tamoguna. Miguel ahora era parte de la esquina de los mártires, en la cual no existe una víctima sin un victimario, y por supuesto, él tenía claro qué personaje quería interpretar. A él, estar en este bando, le causaba una especial motivación y era así como salía a pelear, como un guerrero con el miedo como estandarte. Ese miedo a perder que, si no logra paralizar, hace darlo todo. El “Guerrero Maya” salía con el objetivo de llenarse las manos de sangre. Miguel poco a poco perdía aquello por lo que disfrutaba tanto pelear. No parecía disfrutarlo como antes, pero el resulta- do era lo único que importaba. Nada valdría la pena si no gana- ba. De qué valía todo el esfuerzo, todo el sacrificio, si al final no ganaba, habría sido tiempo perdido. Es esto lo que le daba pavor, ver la posibilidad de defraudar a los demás y sobre todo a sí mis- mo. Con ese miedo, que le nublaba la vista; tenía como único objetivo acabar con el mal, representado en ese momento por su enemigo. Y así salía “El Guerrero Maya” a cada pelea. Uno a uno caían los rivales. Miguel acababa con uno y con otro, se había convertido en un boxeador en constante ascenso.

Miguel seguía entrenando y peleando, sus rivales siempre caían, pero sólo había uno que se elevaba cada vez más; la sombra de su padre. La cual le provocaba comparaciones todo el tiempo y por lo mismo era un gran blanco para las críticas. Así como un día era el prodigio del boxeo, el futuro ídolo de México, otro día, que no gustaba tanto, era tan sólo el hijo sin futuro del excampeón. Por momentos Miguel intentaba regresar al estilo que había practicado en sus inicios y ahí era cuando se encontraba con las más fuertes críticas y comparaciones con su padre. Ya no era lo mismo, porque el miedo ahora dirigía sus puños. Para muchos se había convertido en un boxeador demasiado conservador y técnico, a diferencia del padre. Esto no lo hacía ser comercial, porque la afición siempre quería ver espectáculo y este siempre tenía que ser teñido de rojo sangre. Todo esto lo hacía bajar de ese paraíso de adulación en tan sólo un segundo y revolcarse en un infierno de críticas. Era tan fácil subir, pero entre más se elevaba más fuerte era la caída. Se desilusionaba cada vez más en silencio. La presión crecía, ya que no sólo implicaba su sueño de ser campeón, ahora existía mucho más detrás: lo importante ahora era ser una herramienta eficiente para los miles de intere- ses alrededor de su deporte. Su corazón le arrancaba las lágrimas que tanto había guardado. Regresó a casa, después del entrenamiento, la desesperación se adueñaba del joven boxeador, lo que le debilitaba las piernas y no tenía más remedio que sentarse a desahogar ese sentimiento que tanto había frenado. En esos momentos siempre agradecía que Ananda estuviera ahí para apoyarlo. Ella siempre, con una gran tranquilidad, se arrodillaba frente a él. Él, tapando su cara denotando vergüenza ante sus lágrimas, producto de su frustración, de repente se clavaba en lo más profundo. Ananda no intentaba interrumpir su llanto y respetaba el no poder ver la cara de su amado, sino que ponía sus tersas manos sobre las de él y esto era un gran abrazo del cual Miguel apenas era testigo. Ella podía darle ánimo para seguir, aunque en el fondo sabía que

no importaba todo lo que hiciera; que aunque Miguel siguiera ganando peleas, realmente estaba perdiendo lo más importante, y esto era: a él mismo. —¡No se qué quieren de mí! Ahí están los resultados, —Miguel lograba desahogar aquella frustración y se preguntaba cómo darle gusto a su público. Qué podría hacer para ser siempre adulado y así convertirse en el gran ídolo que esperaban de él. Su mente daba vueltas tratando de encontrar una respuesta que le diera paz, para así pelear por el título con mayor entusiasmo. Sentía dar vueltas en círculo y al final siempre se encontraba con el mis- mo conflicto, el cual evitaba verlo de frente con temor a lo que pudiera encontrar. Al parecer todo iba demasiado bien en su carrera, que cada vez tomaba más forma. Miguel se hacía notar como uno de los candidatos al título mundial, para muchos con pocas posibilidades debido a su corta edad y por la gran experiencia de los otros exponentes al campeonato, los cuales en su mayoría ya habían sido campeones del mundo con anterioridad, y por lo tanto, sabían cómo enfrentar una pelea de este tipo. En particular uno de ellos, su nombre era: Ahamkara, el cual era aclamado por el publico, ya que siempre era imponente ante su rival y ahora regresaba a reclamar el título mundial después de perderlo por una decisión controver- sial, lo que había causado gran polémica en el medio. Los expertos estaban seguros de que, en el caso de que Miguel llegara a ser rival de Ahamkara, sería imposible su victoria y el sueño tendría que esperar. Se enfrentaría ante un peleador egocéntrico, que no tendría la mínima intención de desperdiciar la oportunidad de convertirse en el único, el mejor, el campeón del mundo. ¿Podría Miguel estar a su altura? ¿Podría convertirse en el máximo exponente de este deporte? Miguel veía la oportunidad ya muy cerca, y estas preguntas hacían inminente su aparición en la espe- rada pelea por el campeonato mundial.

Round

Plano del Éter

La pelea que determinaría la disputa por el campeonato mundial ya era un hecho; después de tantas críticas, Miguel había decidi- do acabar con su rival a como diera lugar. En esos momentos no podía concebir otra posibilidad más que la victoria y le aterraba la simple idea de no conseguirla. Pensaba en todo el tiempo de entrenamiento que había invertido, en los sacrificios que había hecho él y su equipo para llegar hasta ese punto, y ahora, no iba a dejar ir esta oportunidad, que también significaba su estabili- dad sentimental. Ahora todo estaba en juego: el deporte de sus amores se convertía en su única opción y era así como perdía ese brillo de divinidad. El brillo que surge cuando es tu corazón el que hace al verbo. ¿Por qué sigo en este juego? El jugador se lo pregunta muchas veces, existiendo en un entorno superficial. En ese momento es cuando el miedo se hace presente como protagonista del juego. La idea de desilusionar a toda una multitud pendiente de su desempeño, hacía imaginar a Miguel en el peor de los escenarios, el cual empezaba a construirse con la pérdida de Ananda y de su sueño. Él nunca acaba de completar el escenario, ya que le aterraba ir más allá y así, ver su propia debacle. —¡Pelea con todo! ¡Acábalo! —Miguel había decidido ganar a toda costa, dejando atrás el estilo que lo había hecho amar su de-

porte. Ya no podía dejarse llevar por aquel boxeo que le llenaba tanto. “No estás para disfrutar el momento” le decía su mente, de la cual era ya esclavo. Ahora pelearía con todo, para acabar cuanto antes con su enemigo. Era imposible pensar en alguna otra estrategia, aunque quisiera. La simple posibilidad de derri- bar todo lo que había construido era ya lo único que importaba. De esta manera se paraba frente a su rival en la pelea eliminato- ria para disputar el campeonato mundial. —¡El “Guerrero Maya” ha salido con todo, tratando de derribar cuanto antes a su enemigo! Su estilo era “salvaje”, lo que de inmediato notó el público, que veía a dos peleadores que no escatimaban esfuerzos al dejar su vida arriba del cuadrilátero sin importar las consecuencias. El escenario escogido para esta gran lucha era Kurushetra, reconoci- da sede de las más memorables batallas. El público gritaba con gran júbilo, al ver cómo los combatientes no paraban de mover sus puños contra su rival. El sudor se convertía en sangre, que empezaba a brotar cada vez con mayor intensidad. Esta sangre se volvía el principal combustible de una afición que parecía lle- narse de lo que veía. Miguel sabía, por vez primera, que se esta- ba ganando a aquella difícil afición. No le importaba derramar más sangre, si eso los mantenía satisfechos. A los ojos de los es- pectadores, la violencia era lo único que podían apreciar. Ya no importaba más si se trataba de un deporte, o si realmente los peleadores estaban disfrutando de lo que más amaban hacer en la vida. ¿A alguien le importa eso? En una de las peleas más violentas jamás antes vistas, Miguel golpeaba con gran odio a un enemigo, en el cual descargaba sus más hondos conflictos. Ese conflicto de no sentirse parte del momento, de haber convertido la acción creadora, en un método. Él tendría que seguir siempre con un objetivo claro, con un único resultado en mente: la “Victoria”. Después de cada episodio, era

difícil separar a los peladores que protagonizaban una pelea a muerte. —¡Sexto round! ¡El “Guerrero Maya” conecta eficiente gancho al hígado! ¡Levántate! —Sólo se escuchaban las órdenes de una multitud que a gritos, intentaba intervenir en el resultado. El pú- blico exigía mayor espectáculo, sin importar la sangre extra que se tuviera que derramar. Ellos nunca estarían satisfechos. —¡El rival intenta pararse! ¡El referee ha decretado que no es posible continuar con la contienda! ¡“El Guerrero Maya” se ha proclamado contendiente para el campeonato mundial! La esquina ganadora abrazaba a su boxeador con gran alegría. Lo levantaban en hombros sin importar el dolor físico, que en ese momento había desaparecido ante la excitación de sentirse tan cerca de su sueño. Mada mostraba aún más alegría siendo representante de los dos boxeadores que disputarían el título vacante. No era una emoción proveniente de la certeza de que dos de sus boxeadores estuvieran a punto de alcanzar el sueño de sus vidas, era una gran emoción por estar apunto de concretar el negocio de su vida. —¿Quién soy sin mis logros? ¡Qué me hace ser quien soy! ¿Es acaso este afán por conseguir más y más, lo que me hace sentir que existo? ¿Acaso esos golpes me hacen sentir vivo? ¿Qué soy sin todo esto? El miedo a no ser nada es ahora lo que me empu- ja a escribir más páginas en esta vida. Quiero estar vivo y estar seguro de ello. —Pero Miguel, no eres tus logros. Estos nunca pararán, porque siempre querrás demostrar quién eres ante los demás. Lo único que puedes perder es a ti mismo. Ese peleador que vi ayer no eras tú... ya no hay brillo en tus ojos.

El joven boxeador, más adolorido por las palabras de Ananda que por los golpes del día anterior, respondía con un profundo silencio. Esto sin duda empezaba a inquietar aun más a Ananda, que ya no veía aquella magia en Miguel, esa misma que la había hecho olvidar el mundo entero para compartir su vida junto a la de él. Miguel se recuperaba de aquella pelea eliminatoria, que ya era parte de la historia deportiva. Era momento de seguir entrenan- do con insistencia por el mismo objetivo con el que había em- pezado la carrera. Ahora por fin, ese sueño estaba muy cerca de ser una realidad. En la antesala de la pelea más importante de su vida, Miguel se tomaba un merecido descanso, para convertirse en un espectador más de la pelea donde su padre sería el principal foco de atención, una carrera ya en plena decadencia. Los expertos consideraban una necedad seguir en una carrera que sólo se llenaba de ridícu- los dentro del cuadrilátero, manchando todo lo que había cons- truido. Aun así, el excampeón siempre causaba expectativa donde se presentara, porque el público sabía que podía ser la última pelea de aquel legendario boxeador. —¡No más! ¡Ya no te pares! —insistía la esquina de el excampeón. Su terquedad podía matarlo ahí mismo, pero moriría por com- placer a aquel público que ahora le silbaba y se burlaba de él. Intentaba reincorporarse a la pelea, lo que lo hizo desplomarse sin control alguno, de inmediato las asistencias le brindaron atención médica. Todos los que habían presenciado la pelea es- taban seguros de haber presenciado el fin de su carrera. El no haber salido de aquel cuadrilátero por su propio pie, era la mejor muestra de que por su parte, no habría más qué hacer en este deporte. El retiro del excampeón se había concretado. Lo que significa-

ba no hacer más lo único que, a palabras de él, sabía hacer. “No hay más que quiera y sepa hacer en esta vida.” Miguel sabía que pronto su padre se encontraría con aquello que siempre le decía; aquel último peso se acercaba a la vida de su padre. Ahora, había un motivo más para ganar el campeonato: no podía dejar morir a su padre. No se perdonaría verlo derrumbado y al borde del sui- cidio. El cajón de los miedos a perder cada vez estaba más lleno para la gran pelea. Cada vez se convencía más de ser él, el gran merecedor de la “Victoria”. Faltaba tan sólo un día para la gran pelea, el entrenamiento había sido intenso y Miguel estaba seguro de merecer el título, por todo el camino tan difícil que había andado. Este sentir lo llevaba a encomendarse a su dios, para ser él quien lo apoyara con su sueño. Ananda lo observaba y le cuestionaba su seguridad de ganar. —Si tú misma has visto todo el sacrificio que he hecho. Creo que el único resultado que me corresponde es la victoria, —afirmaba Miguel. —Pero Miguel, yo pensaba que este deporte era un gozo para ti, —contestaba Ananda. —¡No hay tiempo para niñerías, el disfrutar a estos niveles no existe! —Esto no deja de ser un juego y tu pasión. —Ananda parecía siempre tener la respuesta correcta. Esta extraña situación, sólo daba como resultado que la conversación se desvaneciera con la media vuelta de un boxeador, que intentaba parecer indiferente. Con el malestar del conflicto, Miguel y Ananda compartían una cama de la cual, a la mañana siguiente, sólo buscaban escapar. La convivencia se hacía cada vez más difícil, Miguel no advertía que el entorno lo había hecho insensible. Así llegó el día más importante de su vida, tal como él siempre lo

decía. El camino al lugar donde se disputaría la pelea le parecía eterno, por lo que se mentalizaba en que no habría más cami- no que el triunfo. El Guerrero Maya se encontraba a las afueras del vestidor contrario tratando de encontrar un poco de calma, cuando al fondo sus oídos encontraron una plática entre voces conocidas. Ahí estaba Ahamkara con su entrenador. —¡Mereces ganar, tú sabes que sí! ¡Has sacrificado toda tu vida por esto! ¡Mucho más que cualquier otro! ¡El campeonato es tuyo! Miguel había ampliado su visión y sabía que, tanto él como su rival, habían recorrido un camino intenso en la búsqueda del mismo campeonato. Alguno ganaría la gloria y el otro perdería su oportunidad. Miguel no se sentía ya el único en merecer la victo- ria, sabía que su rival también se sentía merecedor. Miguel había abierto un gran lazo de empatía y comprensión con su rival, difí- cil de explicar. Era un gran respeto el que nacía por Ahamkara por ser parte de la misma historia, como quien encuentra a un amigo con el mismo problema. Sabía que habría millones de per- sonas viéndolos pero sólo dos lo entenderían. —Pidámosle al Señor para que nos ayude a ganar. —Ahamkara y su entrenador se encomendaron al creador para que les concediera la tan deseada victoria. Miguel ya había pedido el mismo deseo a su dios. Ahora se preguntaba ¿A quién escucharía el Todopoderoso? ¿Bajo qué bases el creador decide quién tiene que ganar? Miguel no tenía respuestas a esto, pero estaba seguro que prefería que hubiera dos deseos enviados al absoluto. El miedo se hacía de esta manera aun más presente en el juego, al poner las esperanzas del resultado más allá de sus manos. Dios había tomado el papel de genio de la lámpara maravillosa, al cual, en esta ocasión, le pedían tan sólo dos deseos.

La puerta se abría y Miguel sabía que el momento había llegado por fin, pero éste venía acompañado de una gran tensión. Miguel abrazaba a su amada, que lo recibía en sus brazos como si fuera el último momento de sus vidas. “Sólo disfrútalo”, eran las palabras de Ananda. Después de ese momento el joven boxeador se en- caminó al túnel que lo dirigiría al cuadrilátero. La luz se intensifi- caba a cada paso que daba, como si le señalaran que todo estaría bien y que por fin conseguiría su meta. El “Guerrero Maya”, concentrado en un solo objetivo, no podía percatarse de la gran cantidad de público que se había dado cita en aquel escenario. Los gritos, las críticas, los aplausos y los abucheos, no eran percibidos en ese momento. Miguel se encon- traba por fin frente a su rival. Podía ver en sus ojos las mismas intenciones de ganar el campeonato. Unos minutos antes, en el vestidor, la perspectiva había cambiado. Sabía que los dos habían rogado al mismo Dios por el título y sabía que los dos habían trabajado muy fuerte hasta este punto, lo que los hacía a ambos merecedores del campeonato. La pelea sería fuerte y a Miguel no le daban mucha esperanza en la apuestas, ya que Ahamkara ya sabía lo que era ser campeón mundial. Miguel se veía decidido y, como en su pelea anterior, saldría a comerse a su rival como un animal que busca su sobrevivencia. —¡Sigue así! ¡Sigue! —Uno a uno, los golpes de Ahamkara hacían efecto en Miguel, quien se olvidaba de la estrategia a seguir y esperaba dar un golpe de suerte que mandara a la lona a su rival. —¡Round 5! ¡Un golpe bien conectado! —Miguel era presa de la experiencia de su rival, quien cada vez dominaba más la pelea. —¡El “Guerrero Maya” se tambalea! Miguel podía ver la lona muy de cerca, pero la campanada del final del round lo había salvado. Era hora de ir a las respectivas es-

quinas. En su esquina, Miguel se percataba del MIEDO que le pro- ducía sólo pensar que podía descansar en ese cuadrilátero por más de diez segundos y con esto perder su sueño. Lo único que no estaba permitido, se cumpliría si no hacía algo extraordinario. Si no ocurría un milagro todo lo que había trabajado se iría a la basura en tan solo diez segundos. En tan poco tiempo se decre- taría si sería un ídolo aclamado por todos o simplemente un “don nadie”. Parecía que se paraba el tiempo y Miguel reflexionaba. ¿Qué pasará si pierdo? Se había percatado que, más que querer cumplir un sueño, ganar se había convertido en cuestión de supervivencia, ya que, sin ese título, sin ese logro, no era nadie. Se había dado cuenta que tenía que llamar la atención de la socie- dad con el cinturón en la mano. Imaginaba, cuando le pregun- taran ¿Quién eres?, él, con facilidad y orgullo podría responder: “Soy Campeón del mundo, eso es lo que soy.” Esos segundos de reflexión hicieron renacer el animal que Miguel guardaba en sus adentros y, con ese pavor que le provocaba la posibilidad de dejar de existir, se lanzó con todo a la caza de su presa. —¡No deja de golpear a su rival! —animado por el alarido de la multitud seguía sin cesar. —¡Ha caído! —No te levantes, Miguel se repetía a sí mismo. Ahamkara intentaba pararse pero era inútil el esfuerzo. —¡El “Guerrero Maya” se proclama campeón mundial! ¡El más grande! —Era lo único que escuchaba en su cabeza. Ananda corrió a abrazar a Miguel con lágrimas en los ojos, que reflejaban la emoción por ver cumplido el sueño de su amado. Sin saber que éste, se había convertido en su único medio de supervivencia. “Como si los logros dijeran quién eres en realidad”.

Ananda podía ver más allá que todos los que lo rodeaban. Ella ponía su última esperanza en el campeonato. Quizás éste le devolviera a Miguel el brillo en sus ojos. Ananda sabía que él no había disfrutado este campeonato, que más bien lo había sufrido en sobremanera. ¿Cómo puedes sufrir por conseguir tu sueño? Ananda podía ver de alguna manera la decepción de Miguel, quien se preocupaba por no dar indicios de esto fingiendo que era lo más grande que le había pasado en la vida. La vida de Miguel después del campeonato cambió completamente. Ahora ya era reconocido. Los amigos se multiplicaron; todo mundo quería tener que ver con el ídolo. Él parecía disfrutar ser el centro de atención. El dinero que había ganado igual lo utilizaba para demostrar su grandeza y así seguir fortaleciendo esa imagen de supremacía y poder ante los demás. Todas es- tas distracciones hacían callar esa pregunta que Ananda había puesto en su cabeza: ¿Quién soy? Esta interrogante ya no era una inquietud ante la excitación del momento.

Round Plano de la Luz —¿Y ahora qué sigue campeón?, —le cuestionaban a Miguel los más reconocidos periodistas deportivos. El “Guerrero Maya” adornaba los principales medios, que pretendían encontrar un nuevo ídolo nacional. —Defender mi título con mi vida. —Ananda escuchaba estas palabras junto a Miguel mientras veían recostados en la cama su entrevista por televisión. —Recuerda que siempre habrá más logros por conseguir, —le recodaba Ananda. —Creo que tienes razón Ananda, pero ésta es mi vida y sin esto no soy nada. —¿En verdad crees eso Miguel?, —Ananda contestaba rápidamente desesperada por escuchar estas palabras. Angustiada por volver a tocar el tema, sin respuesta alguna, se daba cuenta de que ya no encontraba en Miguel a aquel hombre que disfrutaba lo que hacía, a quien se le veía todo el día feliz, dando amor a todo lo que se ponía en contacto con él. Esos tiempos habían pasado y Ananda parecía sólo esperar que fuera campeón del mundo, para estar totalmente segura de que ya no quedaba nada de aquel hombre que conoció gracias a la luna llena. El que Miguel hubiera conseguido su sueño, terminaría por convencerla

de que todo estaba perdido. Era una noche lluviosa, como si el cielo quisiera hacer permanecer a Ananda junto a Miguel... pero ella ya sabía qué hacer. Y si bien sabía que sería la decisión más difícil de su vida, también sabía que era la correcta, ya que podía ver más allá de lo que en esos momentos Miguel podía ver, siempre envuelto en su entorno de éxito. La lluvia seguía por la mañana, anunciando que los ojos de Miguel se harían agua y que seguramente se perderían sus lágrimas en aquella tormenta. Miguel encontraba una carta a su costado. “Miguel, para mí esto es muy difícil, se que lo di todo. El hombre que conocí alguna vez, y que me hacía tocar el cielo, se ha ido. Ese amor que irradiabas se ha ido y sólo queda miedo en ti. No pretendo que ames tu entorno como lo hacías antes, pero de- jar de amar lo que más disfrutabas hacer es tan errado, como negarse a uno mismo. Y sin ti presente, no hay a quien amar. Ya no brilla la luna llena en tus ojos y aquellos momentos eternos han quedando en el pasado. Todo se nos fue en un futuro que nunca llegó y en un pasado que nos seguía atormentando. Nunca nos volvimos a encontrar en el presente. Nunca pudimos seguir volando en el infinito, como en aquella noche. Te diré algo que pude aprender y espero descubras, sobre los sueños: los sueños son como un horizonte. Lo tratas de alcanzar, pero entre más avanzas va quedando cada vez más lejano, porque siempre habrá nuevas metas que cubrir. El horizonte se desvanece ya que es una mera ilusión. Cuando has comprendido la ilusión, sólo te queda la verdad . Ahí habrás encontrado tu propio camino. Ese es el camino de la dicha. Espero que puedas encontrar de nuevo tu camino, pero esta vez yo no estaré ahí para tomar tu mano al caminar.” Tan claras y directas eran las palabras de Ananda, quien había

agotado las esperanzas por recobrar a aquel Miguel que amaba. El entorno lo había perdido, en una ilusión de la que era difí- cil salir por mostrarse placentera y excitante. Ya no había nada que hacer, era demasiado tarde. Ananda sabía que Miguel en- contraría maneras de intentar seguir con su relación, pero ella siempre estaba un paso adelante y se había encargado de cortar cualquier contacto con él. Esperaba nunca más tener que verlo y remover así el pasado. Ella seguiría su camino y en su horizonte ya no se encontraba Miguel. Miguel no podía ni siquiera levantarse de la cama. Deseaba quedarse dormido todo el día para no estar consciente de la reali- dad. Ahora cambiaría todos los campeonatos por tener de nuevo a su lado a Ananda. Él se daba cuenta del gran apego que había tenido con ella. Se percataba que en realidad nunca fue suya, pero ese apego y esa inseguridad habían convertido una divina relación, en un contacto mundano lleno de pensamientos pose- sivos donde ya no existía el amor, porque el miedo había sacado del cuadrilátero al corazón. Pronto Miguel comprendería que no podría negarle la libertad de ser ella misma; ella no podía caer en lo mismo que él. El sentir un gran vacío hacía investigar a Miguel sobre sí mismo: “Si me falta algo es porque dejé que ella ocupara ese espacio en mí.” Miguel se desesperaba al ver cómo era presa de esas emociones y no soportaba tal tristeza. No quería ser vulnerable a estos cambios tan radicales que la vida le daba. Un día de total alegría y otro de gran tristeza. Pero Ananda había dejado una señal. Miguel sabía que algo había hecho bien cuando conoció a Ananda, algo que en algún momento se perdió. “¿En qué momento me perdí a mí mismo?” Miguel sabía que tenía que volver a encontrarse pero... ¿Cómo podría hacerlo? “No hay tiempo para eso, pensaba, tengo que defender mi título y hasta aquí he llegado así.” “¿En qué momento me volví tan vulnerable?” Pensaba Miguel

mientras el retador lo atravesaba con su mirada. Era la primera defensa del “Guerrero Maya”, grandes expectativas se levanta- ban en torno al futuro ídolo nacional. A Miguel se le notaba desorbitado, se podía notar que le faltaba algo. Ese algo era en quien no quería pensar más. —¡Primer round! —Miguel salía a pelear tratando de acabar con su rival lo antes posible, para de esta manera, ir de nuevo a casa a desaparecer del mundo real y que no invadiera de nuevo Ananda sus pensamientos. Miguel no estaba ahí, sólo estaba su cuerpo presente que recibía como nunca antes gran cantidad de golpes. Era como si quisiera castigarse a sí mismo, por haber perdido lo que más amaba. —¡Impresionante golpe! ¡El “Guerrero Maya” se desvanece! Él sabía que no podía más y fue un golpe atinado el que lo mandó a descansar, en aquel cuadrilátero impregnado de pavor. Ahí se encontraba Miguel, boca abajo, tiñendo de sangre la lona. Toda esa sangre y sudor representaban el gran esfuerzo que lo había hecho llegar al título y ahora todo eso estaba por esfumarse. Y así se desaparecía el sueño... tal como un día antes lo había hecho Ananda sin que tuviera alguna pista de su partida, así tam- bién partía el título mundial. Miguel apenas podía darse cuenta de esto. Había perdido todo. También su identidad ante la sociedad. Ya no era más el campeón y todos los amigos que tan fácil habían llegado, se habían ido de la misma manera. Todas las adulaciones y muestras de aparente afecto se desvanecían. Miguel podía ver ahora lo efímero que era todo ese mundo. Tan ilusorio y tan frágil, pero a pesar de ahora sentirse “nada”, en ese momento era aun peor encontrar dentro de sí ese sentimiento de vacío, cuando del otro lado de la cama no encontraba consuelo alguno. Sólo podía seguir preguntándose cómo había perdido de

vista la esencia de la vida. —¿En qué momento me perdí?, no puede ser que sea tan vulnerable al mundo, me he aferrado al mundo y éste no me ha sido fiel. —Miguel se sentía muerto en vida. Ya no importaba nada más, ya lo había perdido todo y en sí mismo no encontraba nada que lo hiciera aferrarse a la vida. De esta manera, Miguel, sin co- mentarle a nadie sus intenciones, decidía partir muy lejos. Quería perderse en el todo y tal vez llegar así, al fin del mundo y desde el borde tirarse al vacío y así acabar con su caótica existencia. Tal vez buscaba algo. Tal vez no quería encontrar nada. Miguel caminaba sin cesar. Recordaba las palabras de Ananda sobre los sueños y así se disponía a seguir su propio camino con aquel horizonte ante sus ojos. El ya no controlaba lo que internamente le quemaba. Había viajado ya demasiado sin destino alguno. Cuando frente a él se asomaba de nuevo una playa, no era la misma en donde había crecido, pero sabía que algo podía significar. Miguel empezaba a recordar lo reconfortante que había sido, en aquellos tiempos de caos, el sonido del mar y la brisa que lo acariciaba; como alguien que te dice que todo va a estar bien. Él ahora se trasportaba a esas noches donde sólo caminaba y no esperaba encontrar nada más que a él mismo, fundiéndose en la eternidad. Intentaba escapar de todo, tratando de escapar de sí mismo. Sin nadie para hacer responsable de sus propios problemas. El estar solo le enseñaba que todo partía de él. Que la perspectiva de la vida es la realidad en la que vives, por lo tanto, cada quien percibe un mundo diferente cuando el pensamiento toma lugar. Diferentes pensamientos, una sola verdad. Miguel ahora sabía, que si quería encontrar la verdad sobre la vida, ésta únicamente surgiría de él mismo. Sólo de esta forma, cambiaría el mundo que se percibe como realidad. Miguel no sabía dónde se encontraba y parecía no querer pre-

guntar sobre su ubicación. Prefería no tener ninguna noción de la realidad externa que tanto le había afectado y de la cual había sido tan vulnerable. Frente a él aparecía una cabaña donde de al- guna manera, sabía debía de permanecer, como si alguien o algo lo mandara a ese preciso lugar. Aquella cabaña parecía el lugar ideal para deshacerse del mundo entero. Miguel dedicaba horas en dejar todo listo para empezar una nueva vida. Se encargaba de cubrir sus necesidades básicas para no tener la necesidad de salir a la civilización. Y era así como emprendía su gran aventura.

Round Plano de la Consciencia Si supiera Ananda que a veces, en la oscuridad de la noche, Miguel susurraba su nombre invocando otra mágica aparición. Los días pasaban y Miguel reflexionaba en cómo había perdido todo lo que había ganado, pero aun más se detenía a indagar en la pérdida de Ananda. Este investigarse, era más profundo cuan- do frente a él aparecía de nueva cuenta, una luna llena, que le anunciaba que ella jamás volvería. Él sólo trataba de aceptarlo alejándose de los dominios de aquella luna. Se retiraba, no sin antes voltear hacia atrás, teniendo la esperanza de encontrar, de nuevo, una bella silueta. El brillo de la luna se había perdido tan- to, como el brillo en los ojos de Miguel, quien no podía responder a una simple pregunta: ¿quién soy?, era una incógnita en su nueva vida. El caminar por la playa los primeros días le resultaba repetitivo. Pero los días pasaban y Miguel ya observaba pequeñas diferencias entre cada caminata. El caminante nunca era el mismo y sus pies nunca pisaban la misma playa. En una de estas nuevas caminatas Miguel se percató de la presencia de un joven de tez morena y barba escondida, que llamó su atención. Sin hablarle, lo observó por largo rato; el joven corría de un lugar a otro, pare- cía disfrutarlo por la gran sonrisa que le daba luz a ese momento. Algo curioso para Miguel, ya que para él no parecía tener sentido alguno lo que aquel joven hacía; Miguel ya había juzgado antes

de tiempo e interpretaba lo que veía. “Será un loco que ha acabado viviendo por aquí”. Con esto en su cabeza se retiró discretamente por donde había venido. “¿Cómo podrías cambiar el mundo?” Miguel encontraba una nota bajo su puerta mientras regresaba de un largo viaje, que cada vez aprendía a disfrutar más intensamente. De inmediato recordó aquellos días difíciles, donde siempre había una persona que lo alentaba a seguir en el camino de su sueño. Aquel sueño que ya había conseguido y que también se había esfumado. Miguel trataba de descifrar este mensaje y descubrir al mensajero. ¿Quién era el que lo cuestionaba? Se encontraba impaciente por saber su identidad, ya que nadie sabía que él se encontraba en ese lugar, alejado de todo y de todos. El sol caía para dar paso a la noche que le traía a su eterna compañera. Miguel no podía resistir nunca una de sus invitaciones y salía a contemplar su belleza. Ahí se encontraba, sentado en la fina arena, y, como todos los días en los que ella venía, no podía evitar llorar. Su memoria le atormentaba con todo lo que había dejado de hacer. Entre aquel llanto encontró un momento de completo silencio y se percató de que alguien se acercaba, era la silueta bien dibujada de un hombre que recibía el rocío de la luna en su cuerpo. —¿Te has dado cuenta de lo maravilloso que es este momento? —Miguel desconcertado, vio que era el mismo joven que ese día corría como “un loco” por la playa. Su presencia le brindaba una extraña sensación de armonía y tranquilidad. Sus ojos tan profundos brillaban como aquella luna que los iluminaba. Su eterna sonrisa, se asomaba al encuentro después de sus primeras palabras. Enoch, era el nombre de aquel místico personaje, quien esperaba que su pregunta tuviera alguna reacción.

—¿Tienes alguna respuesta? —volvió a decir. —Creo que tu realidad y la mía son diferentes, hoy sólo pienso en cómo me ha maltratado la vida, —contestó Miguel. —Si así es, las perspectivas son diferentes. Te puedo decir lo maravilloso que es este momento por el simple hecho de sen- tirme vivo, cada vez que respiro puedo sentir la dicha de vivir. Puedo escuchar cómo las olas llegan a la playa en perfecta ar- monía, junto con el viento que las acompaña. ¡Es maravilloso! ¿Puedes sentirlo tan sólo un momento? Es imposible que lo hagas si tu pensamiento está en el camino, siempre hay un nuevo instante qué vivir y el pensamiento tan sólo es pasado. La vida en plenitud requiere que mueras y nazcas a cada instante, Miguel: Experiméntate a ti mismo de forma plena en el momento pre- sente. Recuerda que el ahora es infinito, es eterno. Miguel podía encontrar gran sabiduría en estas palabras y le sorprendía la seguridad de aquel hombre, que se comunicaba con más que letras. Miguel sentía que extrañamente todo esto era parte de él, Enoch era un claro ejemplo de alguien que sabía lo que es vivir, y esto llenaba de preguntas a alguien que había per- dido de vista la esencia de la vida. Esa noche se hacía presente en Miguel la sensación de conocer a Enoch de toda la vida, tal confianza le hacía romper con sus perspectivas y ver la verdad que no le pertenece a nadie. Miguel le compartía su vida, sus inquietudes, su caos interior y sobre todo a Ananda. Cada vez disfrutaba más el estar en completa soledad y Enoch le había hecho investigar en lo mas profundo de su ser de modo que no paraba de indagar sobre sí mismo. Cada día el encuentro entre ellos era inminente. Ninguno de los dos lo buscaba, pero siempre se encontraban. Enoch siempre llamaba la atención de Miguel con una nueva pregunta.

—¿Como podrías cambiar el mundo? —Nuevamente esta pregunta resonó frente a Miguel, pero en esta ocasión en los labios de Enoch. Miguel vibraba de emoción y sus lágrimas caían en la arena dejando expresar mucho más que cualquier palabra. Los dos sabían lo que significaba, Enoch sólo sonreía disfrutando del momento y se mostraba indiferente ante las interrogantes de Miguel, como si no hubiera tiempo que perder y así regresaba a incitarlo a buscar en sus adentros. —Es imposible que el mundo cambie, un hombre no podría cambiar el mundo entero. —¡Te mostraré que te equivocas! —contestaba Enoch—. La realidad de tu vida es hoy tan sólo una perspectiva, es por eso que existe tal conflicto en el mundo; con tantas perspectivas luchan- do por ser la única que prevalezca. La realidad que te muestra el pensamiento, es tan solo un fragmento de la totalidad que es la vida. La verdad sólo se revela en el presente y es imposible ser parte de ella si tu pensamiento está ahí interpretando lo que ves mediante tus creencias, ideales, principios, dogmas y todo ese contenido de tu memoria que es pasado tomando juego en el presente. La verdad esta más allá de cada uno de nosotros, no le pertenece a nadie y solo podemos dar con ella en liber- tad. Cuando no están nuestros egos ahí para dar puntos de vista. Cambiando tu mundo y acabando con los conflictos de tu vida, encontrarás la paz y dicha eterna. Será una dicha que no sólo te involucrará a ti, porque ya no existirás más como uno solo en el universo, serás parte del todo. —Es por eso Miguel que cuando te dejabas llevar por la acción, y vivías el momento en tu deporte, estabas realmente amando al juego mismo, lo disfrutabas, te divertías y podías ver la esencia del juego, sólo así te puedes relacionar con él, de otra forma sólo será una ilusión que acabará por caer tarde o temprano, como ya lo has experimentado. Te has dejado llevar por la superficie,

eso te ha traído hasta este punto de completo caos. Has visto la vulnerabilidad del mundo y cómo se esfuma la ilusión. ¿Cómo podrías ver la esencia del juego si te confunden las apariencias? Te has perdido, luego de haberte encontrado. Caíste en un error muy común, pensando que tu camino era cuestión de una disci- plina o de unos pasos a seguir. Cuando todos somos diferentes y sólo tú puedes comprender la verdad, nadie la puede experi- mentar por ti. El camino del conocimiento de uno mismo, es la respuesta. Cuando estamos atentos en todo momento a nues- tros pensamientos y sentimientos podemos observar la ilusión que hemos hecho de la vida. Cuando tu mente está serena, cuando no juzga lo que ve, es cuando puedes ver la verdad, la compresión en ti se hace inminente: es ahí cuando te liberas. ¡Cuando puedes disfrutar de la simple dicha de vivir! —Te has encontrado gracias al juego. El boxeo te ha enseñado más de lo que piensas, porque es tu fiel reflejo. Has podido ver en él tus mayores miedos, tus debilidades, tus fortalezas, en sí es un espejo de ti mismo. Esas reacciones y esos hechos dentro del cuadrilátero hablan de lo que eres; en el juego te darás cuenta de la verdadera persona que alguien es. Ahí es muy difícil fin- gir, afuera la mayoría quiere ser aceptado, por lo tanto finge ser alguien más; pero en el juego se es trasparente, porque no hay tiempo de poner máscaras y se tiene que reaccionar de instante a instante, con todo lo que se tiene. Y lo único que tienes es lo que eres. —¿Aprender sobre mí mediante el juego? —preguntó sobresaltado. —Sí, Miguel. ¿Recuerdas el día que ayudaste a Sofía, y que ella para todos era invisible? Es porque realmente lo era, ya que nadie de ahí estaba realmente en ese momento. Todos flotaban entre preocupaciones y pensamientos del pasado y futuro, por lo tanto sólo estabas tú presente. Ese día estabas atento de ti mismo y

descubriste el amor incondicional. El amor creador, ese amor que no es un negocio, donde la gran dicha se convierte simplemente en dar. Ese amor que entre más lo das, más grande se vuelve. Cuando lo descubres en ti, es cuando ya no tratas de buscar nada más, porque descubres que en realidad siempre lo has tenido todo. Enoch le enseñaba a Miguel sobre sí mismo y lo ponía de nuevo en el camino correcto. Enoch sabía que el resto sería un camino que Miguel tendría que andar solo, y sin despedirse, aquel joven partiría para no volver. Miguel sabía que lo que había aprendido de él mismo, gracias a Enoch lo había encaminado a algo muy grande. —Miguel, estarás bien: sólo mantén la atención y sigue jugando. Disfruta del juego y de la simple dicha de jugar, es el único mandamiento del cual podemos estar seguros que nos han encomendado. Eres creación del absoluto y te ha dado vida para que la vivas con intensidad, esto implica sonreírle al mismo creador mientras te observa jugando en el juego divino. Miguel dejaba partir a Enoch como si una parte de él mismo se fuera lejos. Enoch le había dejado mucho por investigar y por fin se reencontraría consigo mismo. Esta aventura se convertía, día a día, en lo más maravilloso que jamás se imaginó experimentar. A Miguel se le notaba excitado con cada descubrimiento y en ese lugar de completo silencio encontraba respuestas sobre sí mismo. Cada día se convertía en un nuevo comienzo. Los días pasaban uno a uno y Enoch no volvía a aparecer. Miguel no se inquietaba ante esto y por el contrario regresaba al deporte de sus amores. El boxeo en aquella playa era distinto ya que sólo quedaba disfrutarlo. Podía estar horas golpeando un costal que él mismo había armado con lo que tenía a la mano. Disfrutaba de correr y ahora se daba cuenta de por qué Enoch corría de esa

manera la primera vez que lo vio. Acababa de descubrir que en la vida no había contra quien competir, no había mayor victoria que la de vencerse a uno mismo y eso es lo que cada día hacía con un gran entusiasmo. Se daba cuenta que no había más a quien vencer, no era cuestión de quién era el mejor o el único. El ganar dejó de ser un fin para convertirse en un camino. Uno en el que sólo necesitaba disfrutar cada instante.

Round Plano de la Dicha Los meses pasaban en aquella playa. Miguel se había encontrado de nuevo a sí mismo mediante lo que amaba hacer. Aquel de- porte, que en un principio fue su escape ante el caos de la vida, se había convertido en parte fundamental del conocimiento de sí mismo. El boxeo era un espejo en el que se veía reflejado y ahora respondía muchas interrogantes que le causaban conflicto, encontrando en él mismo la única verdad. Cada día sentía liberarse aún más y una dicha que muchas veces lo hacían pensar en apartarse del mundo para siempre. Un mundo que provocaba tanto dolor y sufrimiento. Algunas veces, sentía que estaría en aquella playa cristalina por el resto de sus días y que no tenía caso volver a un lugar donde el caos era una constante. Conforme avanzaban los meses sentía que era parte de aquel maravilloso lugar. Sentía cómo la arena en sus pies era una extensión de él mismo, se hacía parte del inmenso mar con tan sólo respirar. Miguel había comprendido que él era parte de lo mismo y así como era parte de aquella inmensa naturaleza, también era parte de aquel mundo del cual había escapado. Aquel mundo del que había escapado era el que él había formado al pasar de los años. Sabía que de nada servía haber encontrado una gran dicha si no podía compartirla con la humanidad. Miguel por fin había encontrado su misión. Todo ese camino andado; todo aquello que parecía sufrimiento, había sido un gran aprendizaje. Todo aquello ahora tenía sentido y se encontraba

con la importancia en este mundo. Esa misión que es propia de cada uno y que nadie puede remplazar. Era hora de formar parte en “el juego de la vida” pero ahora convertido en un gran ju- gador; era hora de volver a aquel mundo y empezar a mostrar como sé es parte del juego divino. Miguel de esta manera regresaba a la ciudad que lo vio crecer como boxeador. Ante el constante juicio de todo el mundo. El “Guerrero Maya” pretendía regresar a los cuadriláteros. Se le cuestionaba dónde había estado todo este tiempo. A lo que Mi- guel simplemente respondía. “He recuperado lo único que real- mente había perdido”. El boxeo me ha ayudado a esto y vengo a hacer lo que amo. Vengo a honrar al juego mismo, disfrutando de cada instante, disfrutando de la simple dicha de jugar. Estas palabras causaban controversia entre los presentes y lo cues- tionaban sarcásticamente. ¿Dices que lo único que importa es disfrutar del juego? Pero cómo puedes decir esto si lo que importa es ganar para no convertirte en un conformista, un ¡perdedor! Miguel contestaba con una pregunta: ¿dime quién pierde cuando se disfruta a cada instante lo que se hace? El resultado no depende de nosotros, date cuenta que no gana el que más lo merece. No gana el que le rogó a su Dios con mayor devoción. —El creador del juego siempre brinda el mejor aprendizaje. El resultado es algo que no podemos controlar. Lo que pasa es que nuestro ego es tan grande, que creemos saber cómo debe de ser nuestro destino. Pero el creador ya sabe cuál es, sólo que no comprendemos el plan divino y no lo quieras entender, es tan solo cuestión de aceptarlo. Negar los golpes de la vida es tan erróneo como negar al creador y a su perfecta creación. No hay más vencedores y vencidos, no más metas, ni resultados, desa- parecen las diferencias y divisiones. Simplemente queda la dicha de jugar con pasión entregando todo en el juego divino, aquel

que sólo se lleva a cabo cuando has aprendido a vivir en el aquí y el ahora. Miguel se retiraba de aquella conferencia de prensa en donde anunciaba su regreso al boxeo; y sin duda anunciaba que era alguien completamente diferente. Aquellas palabras asombraron a quien las escuchaba. Era como si aquel Miguel lleno de ira se hubiera convertido en un Miguel lleno de compasión. Cuando Miguel pisaba los cuadriláteros: se le veía pelear con gran deter- minación. Miguel se había dado cuenta de la gran pasión que lo invadía en su vida, la cual lo hacía crear una acción nueva llena de amor a cada instante. Al hacer esto no había más división, sólo estaba la acción que era la totalidad. Era así como Miguel, después de cada round, honraba a su contrincante ofreciéndole el puño como señal de agradecimiento. Miguel le agradecía a su oponente por entregarse de esa manera, ya que sin su oponente no podría hacer lo que tanto ama hacer. Miguel regresaba a sus peleas, sabía en su corazón que su misión se había revelado. Cada día lo emprendía con pasión y entusias- mo, cada momento era un aprendizaje. Era ahora como un niño recién nacido que empezaba a darle significado a su entorno. Mi- guel había conseguido regresar cobrando muy poco dinero por pelea pero esto no le importaba. Lo único que quería era dis- frutar lo que tanto amaba hacer. Miguel peleaba de forma muy diferente. Se le veía más atento y con mucho mayor calma en sus golpes los cuales no solía errar, su estilo le causó muchas veces el abucheo del público por no alimentar el morbo de la multitud, pero Miguel lo seguía disfrutando, ya no se dejaba llevar por la adulación mucho menos por la crítica, porque sabía a dónde llevaba eso, así que no volvería a caer en la misma trampa. Miguel avanzaba a pasos agigantados, ganaba fácilmente sus pe- leas. Cada triunfo en teoría lo acercaba mucho más a disputar de nuevo el campeonato mundial, el cual ya sólo lo consideraba

un regalo extra a su carrera de millones de instantes de triun- fo. Pero él sabía que esta oportunidad nunca llegaría, porque se encontraba con intereses egoístas que no lo dejarían pelear por el campeonato mundial. Las personas que lo determinaban no querían arriesgarse con un peleador diferente. Aquel boxeo limpio era algo muy criticado, pareciera que el público quería ver reflejado en un cuadrilátero el caos en el que ellos mismos se encontraban. Miguel sabía que ese ya no era su camino y no se preocupaba por lo que le deparaba el destino, sabía que éste siempre lo llevaría a donde ya se encontraba. El camino era mucho más grande ahora, de eso estaba más que convencido. —No tengo a nadie más que vencer, porque el rival más difícil ya lo he vencido. No necesito demostrarle nada a nadie porque se quién soy. No necesito que me vean tocar el mismo cielo porque ya estoy en él. Miguel ahora confiaba en lo que el destino le deparaba. Sabía que la misión de vida no sólo beneficia a una persona, sino que es para beneficio de todo lo que nos rodea. El ya se había convertido en un gran jugador. La transformación que Miguel había sufrido, era una bendición para el universo entero. Cada persona, cada ser vivo que estaba a su alrededor, podía contagiarse de su gran dicha. Miguel daba lo que tenía y esto sólo eran bendiciones. —Cuando era niño quería ser el mejor boxeador del mundo, hoy me doy cuenta que lo más grande que hice es boxear. — Éstas eran las últimas palabras del “Guerrero Maya”. Aquel gran campeón del mundo se había convertido en un gran campeón de la vida. Ahora enseñaba a jóvenes boxeadores sobre el camino del conocimiento de uno mismo mediante el deporte que amaban. Miguel ayudaba a jóvenes que se habían perdido en las drogas y otros vicios, los encaminaba a salir de estos conflictos y los

guiaba a cambiar sus vidas. “¡Hijo!”, así llamaba uno de ellos con gran emoción a Miguel; era el padre de Miguel que había decidido pasar sus últimos momentos de vida aprendiendo a vivir. Tal vez para muchos un poco tar- de, porque el cáncer ya le había cobrado la factura, pero Miguel insistía en que nunca es tarde para saborear la vida. Y así lo hacía el excampeón mundial, quien ya encontraba un gran calor que nunca antes había sentido en los abrazos de su hijo. Miguel vería partir de esta manera a un padre, quien había sido un ingrediente indispensable en su vida y que lo había llevado a ser lo que es, es por eso que siempre se mostraba agradecido cuando su padre salía al tema. —Todo es una ilusión, es un simple juego como la vida misma, sólo se puede ganar si te conviertes en un gran jugador, y par- te del juego es dejar el resultado de un lado y aceptarlo, cual- quiera que éste sea. Lo único que te queda es darlo todo y no guardarte nada, aprenderás de las derrotas porque siempre te enseñarán sobre ti mismo. Y disfrutarás de las victorias, siempre honrando a tu contrario, ya que sabrás que algún día ocuparás su lugar. Verás siempre en tu oponente un reflejo de ti y alguien que tiene sus propios motivos para ganar, tal vez no los mismos que los tuyos, pero siempre válidos para él, no lo juzgues si no son los mismos. Entiende que cada golpe que te da, es por sus grandes razones. Nada tienen que ver con querer verte aniquila- do. Aprende a disfrutar del juego, que es para lo que estamos en esta vida, en este juego de la vida en donde la dicha es el camino y el fin, no hay meta a lo lejos porque esta ya se encuentra en tus manos. Ya habían pasado los años y con una vida en plenitud se acercaba una noche especial con magia en el aire. Un toque de misticismo estimulaba el ambiente, era algo familiar. Era la luna llena que se hacía presente en aquella playa como cuando se encontraba con

Ananda. A lo lejos estaba ella, tan radiante como siempre; tan hermosa como nunca. Miguel la amaba y descubría que antes no había sabido cómo hacerlo. Y es que el amor no es un método, es algo que encontramos cuando dejamos de ser y por lo tanto dejamos de querer poseerlo. Sabía que ese amor nunca podría desaparecer, sabía que la amaría por siempre, era ese amor incondicional que lo hacía sentir más pleno que nunca. Ananda salía de las sombras y se dejaba arropar por la luz de luna, como en aquellas noches. Miguel sólo aguardaba y percibía a una Ananda más feliz que nunca, esto era algo que le llenaba en sobremanera. Ese brillo que irradiaban los ojos de Ananda era algo nuevo para él. La luna llena de nuevo le traía a Ananda pero esta vez no estaba sola. Miguel se percataba que ella había en- contrado a alguien con quien volar. Él no intervendría ante tan maravilloso encuentro del cual era tan solo testigo. Ella ya era feliz, si bien no era a su lado esto no tenía la menor importancia. Ahora él estaría lleno de dicha por verla sonreír. —Ananda —dijo Miguel, con un suspiro. —¿Ananda? —repitió el eco. —Sí, hijo, Ananda... LA DICHA QUE DESCUBRES CUANDO TE ENCUENTRAS A TI MISMO. Miguel tomaba entre sus manos la frente de su hijo y lo cargaba en sus hombros. Del otro lado la mujer de sus sueños lo envolvía entre sus brazos. Miguel ahora amaba, porque era amor y en lo mismo se convertía su entorno. Sentado en la arena apreciaba cómo siempre es más oscura la noche cuando es tiempo de que nazca un nuevo día. Siempre es un gran regalo ver cómo la luz se apodera de la oscuridad. Miguel había aprendido a amar la vida con todos sus matices.

El último acto de la luna era un gran regalo para él. Su último reflejo de luz le señalaba un nuevo comienzo representado por aquel nuevo amanecer. Los rayos del sol tocaban el agua y juntos en armonía jugaban, creando millones de luces que se refleja- ban en el vasto mar, aquello se había convertido en un divino espectáculo de luz. Tan majestuoso como el brillar de aquel sol, que soldaba con su calor las tres almas que se fundían en la contemplación.

FIN

En honor a un gran jugador, protagonista del juego divino.

Gustavo “Guty” Espadas Jr. Ex Campeón Mundial de boxeo. Una gran bendición en este juego de la vida. De corazón para ti hermano.

Tengo un sueño Gustavo, que un día todos nos podamos sentir her- manos de nuestro prójimo, tal como lo hemos hecho entre tu y yo. Sin divisiones, sin diferencias, sin la ilusión. Ha sido un gran regalo de Dios haberte conocido y tener el honor de llamarte hermano, demostrando así que no sólo se es hermano del que nace en la misma familia, sino que todos lo somos y lo descubrimos cuando nos hemos encontrado a nosotros mismos. Es maravilloso haber aprendido que no es lo mismo decirse hermano por decreto, que cuando tu alma te lo señala. Es una bendición entregarte este reconocimiento y poder decir que eres un hecho de la oración, a la que tú mismo te entre- gas día a día con devoción. ¡Gracias hermano porque ha sido una gran aventura! Ricardo Ponce

Sobre el Autor Ricardo Ponce comparte el conocimiento de uno mismo y logra que cada persona se libere de los condicionamientos que le im- piden tener libertad psicológica y que generan interminables conflictos. Una vez liberada, la vida de cada persona se convierte en expresión de libertad a cada instante. Ricardo muestra la simplicidad de estar en contacto con la di- vinidad, mediante la acción de la vida cotidiana. “Iremos a lo profundo de la acción y verán cómo para estar conectado con la divinidad no necesitas de religión, corrientes espirituales, filosofías, rituales, etc. Puedes estar conectado con el todo mientras cocinas, barres,corres, saltas, ríes, lloras... El verbo es Dios”. Conocerse a uno mismo es una posibilidad en cada momento de la vida. Es decir, el deporte, el trabajo, el día a día son lugares de encuentro. Quitando las divisiones, las reglas, las creencias y los dogmas, Ricardo propone una espiritualidad cotidiana. Comparte su mensaje de forma clara y mediante un canal de comunicación que establece con los receptores: un canal de comunicación “en- tre amigos” sin la estructura maestro-alumno. Desde ese estado de total confianza, toma de la mano a los participantes para que cada quien pueda percibir la vida tal cual es. Esta forma de ver el hecho es lo que trae una inmediata liberación psicológica. Ricardo Ponce nació el 31 de Mayo de 1982, a los 7 años viviría una experiencia que marcaría su vida. Se dirigía en su bicicleta a la iglesia, ese lugar llamado “la casa de Dios”, pero al percibir que ahí las personas sólo irradiaban miedo, nunca más regresaría por su propia voluntad. Entonces empezó a cuestionarse sobre la vida. Por ningún lado encontró respuestas. A la edad de 26 años, después de haber creado dos empresas decidió dejar todo lo material que había

conseguido para simplemente encontrarse consigo mismo y descubrir por sí mismo en qué consiste el vivir. Buscó lejos de toda religión, lejos de cualquier método, creencia y maestro. Simplemente en la percepción directa de la vida.

Así desarrolló distintos dones que él llama “regalos del Padre”, en especial uno muy particular relacionado con la percepción de la consciencia humana y desde ahí muestra con gran claridad y simplicidad la VIDA misma. Lejos de la ciudad, frente al mar Caribe, escribe su libro, Ananda “el juego de la vida”. Una novela que nos adentra en el conocimiento de uno mismo mediante la acción. De esta forma Ricardo muestra su capacidad para llevar la espiritualidad a cualquier ámbito de la vida. Resalta que “siempre estamos viviendo, entonces por qué no estar concientes de ello a cada instante de la vida. Es aquí y ahora donde se muestra todo. Es aquí y ahora donde está la sabiduría a la cual todos tenemos acceso”. Comparte de esta manera la posibilidad de no depender de nadie ni de nada. De ningún maestro, de ninguna religión, de ninguna creencia, de ningún método. Todo esto para encontrar nuestra verdadera esencia. En este estado de conocimiento de sí mismo es que empieza su gran aventura, que es una constante en su vida. En los inicios, enfrentó la escasez económica a la cual no le prestó importancia. Lo único que importó para él a partir de esos días, consiste en descubrir a cada instante esto que llamamos VIDA, y así, sin desearlo, sin planearlo, miles de personas cada vez más se empiezan a acercar a él. Su compartir se extiende tan- gibles transformaciones perso- nas. Ricardo ayuda a conocerse a si misma, en talleres, conferencias, etc.

a grandes dimensiones debido a las ocurridas en las vidas de miles de cada persona que participa con él a cualquiera de sus eventos: retiros,

“Vendrás buscando respuestas, lo único que te llevarás será a ti mismo”.

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