311944834-chile-y-la-guerra-fria-global.pdf

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Tanya Harmer Alfredo Riquelme Segovia [Editores]

Chile

y la Guerra Fría global

Chile y la Guerra Fría global

RIL editores bibliodiversidad

Tanya Harmer Alfredo Riquelme Segovia (Editores)

Chile

y la Guerra Fría global

327.83 Harmer, Tanya et al. H Chile y la Guerra Fría global / Editores: Tanya Harmer y Alfredo Riquelme. – – Santiago : RIL editores, 2014. 324 p. ; 23 cm. ISBN: 978-956-01-0106-8   1 guerra fría. 2 chile-relaciones exteriores 1945-1990. 3 política mundial-1945-1990.

Chile y la Guerra Fría Global Primera edición: julio de 2014 © Tanya Harmer y Alfredo Riquelme, 2014 Registro de Propiedad Intelectual Nº 242.406 © RIL® editores, 2014 Los Leones 2258 cp 7511055 Providencia Santiago de Chile Tel. Fax. (56-2) 22238100 [email protected] • www.rileditores.com Composición e impresión: RIL® editores Dirección de arte: Marcelo Uribe Lamour Impreso en Chile • Printed in Chile ISBN 978-956-01-0106-8 Derechos reservados.

Índice

Presentación Tanya Harmer y Alfredo Riquelme Segovia

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La Guerra Fría en Chile: los intrincados nexos entre lo nacional y lo global Alfredo Riquelme Segovia

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Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial Fernando Aparicio y Roberto García Ferreira

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Guerra Fría, motivaciones y espacios de interacción. El caso del Cuerpo de Paz de Estados Unidos en Chile, 1961-1970 Fernando Purcell

71

«Chile en la encrucijada». Anticomunismo y propaganda en la «campaña del terror» de las elecciones presidenciales de 1964 Marcelo Casals A.

89

La «relación triangular» Estados Unidos-Italia-Chile y la elección de Eduardo Frei Montalva Raffaele Nocera

113

El Partido Comunista Italiano, la lección de Chile y la lógica de los bloques Alessandro Santoni

133

¿Bajo el signo de Fidel? La Revolución Cubana y la «nueva izquierda revolucionaria» chilena en los años 1960 Eugenia Palieraki

155

Chile y la Guerra Fría interamericana, 1970-1973 Tanya Harmer

193

El movimiento de solidaridad sueco con Chile durante la Guerra Fría Fernando Camacho Padilla

225

La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea, 1973-1977 Joaquín Fermandois

257

La nueva inserción internacional del comunismo chileno tras el golpe militar Olga Ulianova

273

Breves biografías de los autores

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Presentación Tanya Harmer y Alfredo Riquelme Segovia

La publicación de este libro es la culminación de un proceso iniciado en el seminario internacional «Chile y la Guerra Fría. Más allá de Washington y Moscú», que se llevó a cabo el 23 de abril de 2009 en Santiago de Chile. Coorganizado por LSE-IDEAS, el centro para el estudio de los asuntos internacionales, diplomáticos y estratégicos de The London School of Economics and Political Science (LSE), junto al Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), su realización fue posible gracias a un LSE Abbey/ Grupo Santander Research Grant. El propósito del seminario internacional, coordinado por Tanya Harmer (LSE) y Alfredo Riquelme Segovia (PUC), fue compartir los avances en la investigación acerca de diversos aspectos de la relación de Chile con la Guerra Fría global y reunir a historiadores de diferentes generaciones y procedencias que los estaban estudiando, para discutir sus hallazgos e interpretaciones. Los participantes fueron animados a reflexionar sobre los debates involucrados en el estudio de la Guerra Fría, a identificar sus principales características y protagonistas, así como a examinar la forma en que este conflicto global ha sido conceptualizado en Chile y en el exterior. Particularmente, quisimos discutir cómo los acontecimientos en este país interactuaron con el desarrollo mundial y regional de la Guerra Fría. Las respuestas que recibimos en las ponencias presentadas al seminario y en las enriquecedoras discusiones que ahí comenzaron y que continuaron durante los años posteriores entre los autores y los editores de este libro, pueden ser leídas en los capítulos siguientes. 9

Tanya Harmer y Alfredo Riquelme Segovia

Los once trabajos reunidos en este volumen, de historiadores de siete nacionalidades y cinco lenguas maternas diferentes, reflejan los actuales enfoques historiográficos acerca de la dimensión internacional de la historia contemporánea de Chile y muestran la vitalidad de los estudios sobre los intrincados nexos entre la trayectoria reciente de este país y la Guerra Fría. Asimismo, aclaran fenómenos y acontecimientos relevantes o significativos, a la vez que abren nuevas perspectivas para futuras investigaciones. Esperamos que los lectores aprecien los estudios incluidos en este volumen y que su publicación contribuya a provocar más intercambio de ideas y cooperación internacional, con el fin de avanzar en el propósito que compartimos de comprender mejor el mundo actual y cómo la historia lo ha ido configurando. Como editores del volumen, expresamos nuestro agradecimiento por la dedicación y paciencia de los demás autores de los capítulos de este libro, que ahora publicamos gracias al interés del Instituto de Historia de la PUC y de RIL Editores, a quienes también damos las gracias. La gratitud se extiende a nuestra colega Bárbara Silva Avaria, quien leyó la última versión de cada uno de los capítulos y sugirió enmiendas imprescindibles. Asimismo, agradecemos a Marisol Vidal por el siempre eficaz apoyo de secretaría que brindó a nuestro largo trabajo de edición.

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La Guerra Fría en Chile: los intrincados nexos entre lo nacional y lo global Alfredo Riquelme Segovia*

La importación de la Guerra Fría En 1952, el parlamentario conservador tradicionalista Héctor Rodríguez de la Sotta, publicó en la Editorial Jurídica de Chile, un libro titulado O capitalismo o comunismo. O vivir como en Estados Unidos o vivir como en Rusia1. En este, afirmaba que «el mundo de nuestros días atraviesa una de las más grandes encrucijadas de su historia», un «dilema ineludible» frente al cual «no hay ni puede haber término medio»2. El texto se orientaba principalmente en contra del socialcristianismo, así como de todos a quienes denominaba «soldados del tercer frente» y de sus «sutilezas comunizantes», declarando que «ya no es tiempo de seguir discutiendo teorías o posibles nuevos regímenes que nos salven del dilema», y concluyendo: «La lucha ya está empeñada, los dados fueron tirados. Sólo dos fuerzas están frente a frente: la presidida por Estados Unidos y la presidida por Rusia»3. Cinco años antes, en 1947, un Presidente de la República radical, laico y progresista, como Gabriel González Videla, había roto la coalición de centroizquierda que en 1946 lo había conducido a la jefatura del Estado y a los comunistas al gabinete ministerial, argumentando la necesidad de Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Héctor Rodríguez de la Sotta, O capitalismo o comunismo. O vivir como en Estados Unidos o vivir como en Rusia, Santiago de Chile: Editorial Jurídica de Chile, 1952. 2 Ibid., pp. 9-10. 3 Ibid., p. 308. * 1

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defender la democracia y la nación de la ofensiva del comunismo. Con los mismos argumentos —que presentaban a los comunistas chilenos como agentes de la Unión Soviética (URSS) y a Chile inmerso en un nuevo tipo de guerra mundial—, haría aprobar en 1948 la Ley de Defensa Permanente de la Democracia —más conocida como Ley Maldita—, en virtud de la cual no solo el Partido Comunista (PC) fue ilegalizado, sino que más de 26.000 ciudadanos sindicados como sus seguidores fueron borrados de los registros electorales4. Para González Videla, había que convencerse «de que el mundo es escenario de una nueva guerra, una guerra invisible, guerra fría; pero guerra al fin»5, y de que —en ese contexto global— el comunismo chileno se había convertido en «un ejército enemigo invisible, que atentaba contra la vida económica del país y del propio pueblo chileno»6. La coincidencia entre políticos chilenos de extrema derecha y de centroizquierda en la convicción de que el mundo enfrentaba un conflicto de carácter total —derivado de lo que se percibía como la expansión maligna del comunismo en el mundo—, muestra la extensión de aquella creencia a través de un amplio espectro de actores y culturas políticas de la época, convencidos asimismo de que esa confrontación global determinaba o configuraba las propias dinámicas políticas nacionales7. Esa invocación a la Guerra Fría fue rechazada, en Chile como en el mundo, por los comunistas. Aunque estos compartían a su modo la existencia de un conflicto global que enfrentaba a dos campos antagónicos, negaban el carácter bélico que el campo imperialista —encabezado por Estados Unidos (EE.UU.)— le intentaba imprimir a la confrontación con el campo progresista liderado por la Unión Soviética. Los comunistas negaban, igualmente, la imputación de ser un partido del extranjero y destacaban su arraigo nacional, atribuyéndole a sus

Ver Valentina Orellana, «‘Profesores rojos’ y ‘amenaza soviética’. El alineamiento de la educación y la depuración de las escuelas durante la ‘guerra contra el comunismo’ en Chile. 1947-1949», Tesis para optar al grado de Magíster en Historia, Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, 2013, pp. 65-67. 5 Discurso en la plaza de San Bernardo, publicado en el El Diario Ilustrado, 17 de septiembre de 1948 y citado por Carlos Huneeus, La guerra fría chilena. Gabriel González Videla y la Ley Maldita, Santiago de Chile: Debate, 2009, p. 256. 6 Ibid. 7 En el capítulo de este libro de Fernando Aparicio y Roberto García Ferreira, «Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial», puede apreciarse el modo en que hacia 1952 esta visión era compartida con gobiernos y agencias estatales de otros países como Uruguay, conduciendo incluso a la cooperación policial internacional en la vigilancia de personalidades comunistas. 4

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adversarios la calidad de agentes del exterior y, más precisamente, del «imperialismo norteamericano». A juicio del Partido Comunista, «la traición de González Videla» había subordinado por completo a Chile a la hegemonía económica y política norteamericana, entregando la economía chilena a «la voracidad del capital imperialista» e incorporando a Chile —al suscribir el Tratado de Río de Janeiro (1947), el Pacto de Bogotá (1948) y el Pacto Militar con Estados Unidos (1952)— al bloque regional que, bajo el lema de la «solidaridad hemisférica», ataba a los países del continente a los planes belicistas del imperialismo contra la URSS, y los países del «campo democrático»8. De ese modo, desde la segunda mitad de la década de 1940 anticomunistas y comunistas compartían —en su antagonismo— una representación dicotómica de la escena mundial, que coincidía con las visiones antagónicas del mundo que orientaban a las élites gobernantes estadounidense y soviética de posguerra9. La pronta internalización de tales visiones por importantes actores políticos chilenos no solo determinó su alineamiento en el ámbito internacional, sino que influyó decisivamente en la política nacional, acabando con el predominio de las coaliciones entre el centro y la izquierda, que habían tenido como pilares a radicales y comunistas desde la llegada al gobierno del Frente Popular en 193810.

Entre no alineamiento, anticomunismo y antiimperialismo Con todo, durante la década de 1950, quienes Rodríguez de la Sotta calificaba de «soldados del tercer frente» —los actores nacionales que intentaban hacer política escapando de las opciones dicotómicas y del simplificador antagonismo global—, tuvieron importantes logros y alcanzaron un amplio apoyo popular, en un contexto regional mar Ver Alfredo Riquelme Segovia, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago de Chile: Centro de Estudios Diego Barros Arana, 2009, pp. 68-69. 9 Acerca de las visiones del mundo de las élites estadounidense y soviética durante la Guerra Fría, ver Odd Arne Westad, The Global Cold War: Third World Interventions and the Making of Our Times, Cambridge: Cambridge University Press, 2007, pp. 8-72. 10 Sobre los vínculos entre Chile y la política mundial, ver Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial 1900-2004, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2004. Acerca de cómo las fronteras entre lo interno y lo externo tienden a difuminarse en la historia contemporánea de Chile, ver Fernando Purcell y Alfredo Riquelme (editores), Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global, Santiago de Chile: RIL Editores-Instituto de Historia PUC, Santiago, 2009. 8

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cado por la retórica tercerista de liderazgos populistas —como los de Vargas y Perón—, así como en un escenario internacional en el que el surgimiento del no alineamiento —promovido por Nehru, Sukarno y Tito— desafiaba abiertamente las representaciones antitéticas del mundo difundidas por las élites de las dos grandes potencias y sus seguidores. El triunfo del exdictador Carlos Ibáñez del Campo en las elecciones del 4 de septiembre de 1952 —esgrimiendo una retórica populista y apoyado por la facción mayoritaria del socialismo agrupada en el Partido Socialista Popular—, había marcado un cambio respecto al férreo alineamiento discursivo con Estados Unidos del gobierno de González Videla. Asimismo, el socialcristianismo —agrupado en la Falange y en un segmento del Partido Conservador— se consolidó durante esa década como alternativa política, unificándose en 1957 en el Partido Demócrata Cristiano, cuyo fundamento ideológico sería a la vez anticomunista y anticapitalista. De igual manera, el Partido Socialista (PS) se reunificaría tras su pronta salida del gobierno de Ibáñez, reafirmando su identidad marxista revolucionaria al mismo tiempo que su divergencia con el modelo soviético de socialismo, la que se expresaría en su simpatía con el modelo socialista yugoslavo y con el protagonismo de su líder —el mariscal Tito— en el emergente movimiento de países no alineados, que buscaba precisamente escapar a la dicotomía antagónica de la Guerra Fría al afirmar la existencia de un Tercer Mundo. De ese modo, cuando en 1958, socialistas, democratacristianos, ibañistas e incluso radicales convergieron con los comunistas en el llamado Bloque de Saneamiento Democrático para levantar la proscripción que a estos afectaba, con la sola oposición férrea de la derecha liberal y conservadora, parecía que en Chile el no alineamiento estaba imponiéndose a la lógica de la adhesión irrestricta a los bloques encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Esta misma tendencia parecía manifestarse de otro modo, en la diversidad de opciones que ese mismo año competirían con posibilidades de triunfo en las elecciones presidenciales, en las que se impuso estrechamente el derechista Jorge Alessandri con algo menos de un tercio de los votos. Por otra parte, en el marco ideológico de la llamada desestalinización —iniciada en la URSS en 1956—, los comunistas en Occidente y en el Tercer Mundo estaban abandonando la visión de sí mismos como destacamentos exteriores de una fortaleza sitiada, para concebirse como la fuerza más avanzada y organizada de un vasto y multifacético mo14

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vimiento —el proceso revolucionario mundial— que ponía sitio a las fuerzas reaccionarias y belicistas del imperialismo, sin tener que recurrir necesariamente a la violencia. En ese marco, el comunismo chileno no solo hizo suya la consigna soviética de coexistencia pacífica entre los estados socialistas y capitalistas, sino que asumió con gran convicción en el ámbito nacional la construcción de una vía pacífica, democrática y pluralista al socialismo semejante a las vías nacionales que en esos mismos años imaginaban los comunistas en países de Europa occidental como Italia. Sin embargo, pronto se haría evidente que la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, así como el surgimiento de otras vías nacionales al socialismo en el Tercer Mundo, no significarían la superación de la confrontación política e ideológica global para la que en Occidente ya se había popularizado la noción de Guerra Fría. Entre 1959 y 1960, la Revolución Cubana —encabezada por Fidel Castro— y la decisión de los comunistas vietnamitas de iniciar una rebelión armada en el sur del dividido país, demostrarían que el mundo estaba atravesado por un conflicto mucho más complejo que el puro enfrentamiento entre dos entidades globales dirigidas respectivamente desde Washington y Moscú. Era también un conflicto más difícil de superar o incluso de gestionar que lo imaginado. Un conflicto que involucraba a una multiplicidad de actores, tensionados entre la búsqueda del no alineamiento, la creencia en el antagonismo ineludible entre potencias imperiales y países dependientes, y la competencia por alinearlos entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Y un conflicto al que hacia 1960 se comenzaban a sumar otros comunismos más o menos poderosos como agentes autónomos, desde una potencia demográfica y militar como China hasta un pequeño país como Cuba, igualmente convencidos de ser la más auténtica encarnación de un modelo universal de modernidad alternativa al capitalismo11. Estas diversas formas de comunismo o de socialismo revolucionario correspondían a distintas versiones de la creencia originada por la Revolución Bolchevique de 1917, de estar viviendo la época de transición del capitalismo al socialismo a escala global. Una creencia cada vez más Ver Westad, The Global..., pp. 73-109 y 158-206. En este sentido, Tanya Harmer ha redefinido la Guerra Fría como el conflicto ideológico a la vez difuso, fragmentado y global, entre diferentes variedades de comunismo y de capitalismo. Ver Tanya Harmer, Allende’s Chile and the Inter-American Cold War, Chapel Hill: UNC Press, 2011, p. 257. (Versión en español: Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría interamericana, Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2013).

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extendida entre 1945 y 1960 por la consolidación de la Unión Soviética como economía socialista y potencia militar, cuyo progreso científico y tecnológico concitaba amplia admiración, así como en la entonces muy valorada construcción del socialismo en China y otras democracias populares de Europa del Este y de Asia12. Asimismo, el proceso de descolonización que estaba llegando a su clímax en Asia y África al iniciarse la década de 1960 parecía converger —desde esa perspectiva ideológica— con el sistema socialista mundial13. La propia escisión de este sistema con la ruptura chino-soviética que acabó con la unidad del movimiento comunista internacional, se expresó en un debate en torno a los métodos y protagonistas del proceso revolucionario mundial, cuya hegemonía estaban disputando los comunismos soviético y chino14. Un debate que en América Latina exacerbaría desde 1959 la Revolución Cubana y las sucesivas tomas de posición de sus dirigentes al respecto15, las que en Chile encontrarían entusiasta acogida en el Partido Socialista y en otros movimientos emergentes que aspiraban a situarse a la izquierda de los comunistas.

Chile y la Guerra Fría interamericana16 Para escapar al dilema de ajustar su programa reformador a los estrechos límites tolerados por Estados Unidos o ser desalojados del poder, los revolucionarios encabezados por Fidel Castro se embarcaron en una operación política internacional que puso a Cuba bajo la protección militar soviética, al tiempo que declaraban el carácter socialista de la revolución y unificaban su conducción en un nuevo Partido Comunista. Con ello, la Guerra Fría se instaló de modo tan inesperado como abrupto entre Estados Unidos y una de las repúblicas de América Latina que hasta entonces había sido la más próxima y dependiente de la potencia hegemónica en la región. Ver Eric J. Hobsbawm, Historia del siglo XX, Barcelona: Crítica, 1995, pp. 372399. 13 Ver Ibid., pp. 432-458. 14 Ver Lorenz M. Lüthi, The Sino-Soviet Split. Cold War in the Communist World, Princeton: Princeton University Press, 2008. 15 Ver Michael Löwy, El marxismo en América Latina. Antología desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile: Lom, 2007, pp. 269-494. 16 El concepto de Guerra Fría interamericana se lo debemos a Tanya Harmer. Ver el capítulo en este libro de Tanya Harmer, «Chile y la Guerra Fría interamericana, 1970-1973». Ver también Tanya Harmer, Allende’s Chile…, que constituye la más completa investigación de historia internacional realizada hasta la fecha sobre la intervención e influencia de actores externos durante el gobierno de la Unidad Popular. 12

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La disposición soviética a proteger militarmente a la Cuba revolucionaria de Estados Unidos, llegaría hasta la instalación de misiles nucleares en la isla y conduciría a ambas superpotencias al borde de una guerra apocalíptica en octubre de 1962. La crisis fue superada mediante un acuerdo entre estadounidenses y soviéticos que, entre otras cosas, garantizó que Estados Unidos se abstuviera de atacar militarmente a Cuba. Por su parte, la Unión Soviética no volvería a intervenir en el hemisferio con la contundencia que lo había hecho en Cuba. En otras palabras, el desenlace de la crisis de octubre de 1962 conduciría al reconocimiento tácito por parte del liderazgo soviético de la hegemonía estadounidense en América Latina, en el sentido de abstenerse de cualquier nueva intervención político-militar directa más allá de Cuba. Sin embargo, el mismo desenlace y la continuidad del respaldo militar y económico soviético, provocaría la consolidación en la isla de un régimen socialista animado de una vocación de difundir por América Latina su versión revolucionaria del antiimperialismo y del socialismo. De esa manera, pese al repliegue soviético en el continente tras octubre de 1962, se instalaría en Estados Unidos y en América Latina la percepción de que la supervivencia de la versión del socialismo revolucionario —representada por los cubanos y su voluntad de promover su modelo por los otros países del continente— animaría y sostendría su difusión. Esta percepción alentaba a sus admiradores en las vertientes marxista y populista de la izquierda latinoamericana, preocupaba a los reformadores de orientación socialdemócrata o socialcristiana, y horrorizaba a las derechas liberales o conservadoras, así como a nacionalistas anticomunistas civiles y militares. El impacto que todo eso produjo en Estados Unidos determinó que el objetivo de evitar una «segunda revolución cubana» se convirtiera en el alfa y omega de la política hemisférica norteamericana. La percepción de una «amenaza revolucionaria» en toda América Latina obligaba a reformular esta política, pues sus mecanismos tradicionales parecían ya insuficientes para contenerla. Esa fue, precisamente, la tarea que se había planteado —una vez llegado a la presidencia en 1961— el demócrata John F. Kennedy. Este lanzó una política de impulso a las reformas estructurales y al desarrollo económico latinoamericano, por una parte, y de reconversión de las fuerzas armadas latinoamericanas en una fuerza militar de aniquilación de la «amenaza revolucionaria interna», por la otra, que se expresarían en la 17

Alfredo Riquelme Segovia

Alianza para el Progreso y la Contrainsurgencia, respectivamente17. Ambas dimensiones de la política hemisférica estadounidense seguirían vigentes tras el asesinato de Kennedy en noviembre de 1963, bajo el gobierno de Lyndon Johnson. De esta forma se iría configurando el contexto internacional regional en que se desenvolverían las elecciones presidenciales chilenas de septiembre de 1964, realizadas seis meses después de que un golpe militar apoyado por Estados Unidos instalara en Brasil la primera dictadura militar basada en la Doctrina de Seguridad Nacional. En Chile, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva obtuvo el 56% en la elección presidencial de 1964, imponiéndose sobre el candidato del FRAP, el socialista Salvador Allende, quien alcanzó el 39%. Los votos de la derecha se sumaron a Frei Montalva, cuyo programa reformador afín a los postulados de la Alianza para el Progreso rechazaban, con el propósito de impedir el triunfo de la izquierda. Durante la campaña, la visión de Guerra Fría impregnaría el discurso del candidato democratacristiano, reproduciendo —aunque con contenidos reformadores— un antagonismo análogo al esgrimido por el conservador Rodríguez de la Sotta más de un decenio antes. Para Frei Montalva, el país asistía al «enfrentamiento de las fuerzas que quieren el cambio» entre sí: Son dos concepciones que en Europa se enfrentaron después de la última guerra y que hoy se presentan en Chile. Esta elección es decisiva también para América Latina. El Frente de Acción Popular, cualesquiera sean sus tácticas electorales, propone al pueblo el camino del marxismo-leninismo; de la violencia moral y política; de la omnipotencia del Estado en todas las manifestaciones de la vida nacional; de la colectivización y de la desviación del porvenir de Chile hacia la órbita del mundo comunista18.

La contienda electoral estuvo caracterizada por una masiva campaña del terror en contra de Allende, que contó con financiamiento estadounidense, orientada a persuadir a los electores que la izquierda chilena en el gobierno conduciría al país a una dictadura comunista como las de la Unión Soviética y de Cuba. Esa campaña abriría un abismo entre la Ver el capítulo de este libro de Fernando Purcell, «Guerra Fría, motivaciones y espacios de interacción. El caso del Cuerpo de Paz de Estados Unidos en Chile, 1961-1970». 18 Eduardo Frei Montalva, Discurso en el Teatro Caupolicán, 18 de junio de 1964, en «Chile 1964-1970» (Folleto), p. 16. 17

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Democracia Cristiana y la izquierda, que se expresaría sobre todo en un fuerte antagonismo entre el Partido Socialista y el PDC19. Ese antagonismo continuó agudizándose entre 1964 y 1970, a pesar de los inéditos logros de las políticas de Frei Montalva, como la reforma agraria que emancipara al campesinado de la dominación de los grandes propietarios, y la reforma constitucional que la hizo posible al subordinar el derecho de propiedad a la función social de esta. Aunque estas reformas contaron con el respaldo de los parlamentarios de la izquierda, no lograron modificar su menosprecio ideológico hacia ellas, en un entorno regional y global caracterizado por el despliegue de la imaginación revolucionaria20. Una imaginación revolucionaria que en esos años comenzaba a identificarse en sectores del Partido Socialista y del nuevo Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), con una retórica guerrera hasta entonces ausente en la cultura política chilena de izquierda, la cual era difundida en el continente por publicaciones de gran tiraje que desde La Habana o con su apoyo, sostenían la lucha armada como el único camino revolucionario para América Latina21. Ver el capítulo de este libro de Marcelo Casals Araya, «‘Chile en la encrucijada’. Anticomunismo y propaganda en la ‘campaña del terror’ de las elecciones presidenciales de 1964». Ver también Marcelo Casals Araya, «Anticomunismos, política e ideología en Chile. La larga duración de la ‘campaña del terror’ de 1964», Tesis para optar al grado de Magíster en Historia, Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, 2012. Ver asimismo el capítulo de este libro de Raffaele Nocera, «La ‘relación triangular’ Estados Unidos-Italia-Chile y la elección de Eduardo Frei Montalva». 20 Ver Alfredo Riquelme Segovia, «Política de reformas e imaginación revolucionaria en el Chile constitucional (1933-1973)», en Marianne González y Eugenia Palieraki (eds.), Revoluciones imaginadas. Trayectorias de la noción de revolución en América Latina, siglos XIX-XX, Santiago de Chile: 2013, RIL Editores, pp. 183-184. 21 Para una perspectiva crítica de la visión simplista de la influencia cubana, ver el capítulo de este libro de Eugenia Palieraki, «¿Bajo el signo de Fidel?: La Revolución Cubana y la ‘nueva izquierda revolucionaria chilena’ en los años 1960». Ver también Eugenia Palieraki, «Histoire critique de la ‘nouvelle gauche’ latino-américaine. Le Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dans le Chili des années 1960», París y Santiago de Chile: Tesis de Doctorado en Historia de la Universidad París I y la Pontificia Universidad Católica de Chile, 2009. Palieraki pone de manifiesto, desde un punto de vista diacrónico y apoyándose en una amplia y diversificada base documental, que esa imaginación revolucionaria centrada en la violencia organizada no fue creada desde La Habana. En este sentido, precisa que las nuevas representaciones de la violencia revolucionaria procedentes de Cuba y de Vietnam (y también su elaboración por los marxismos occidentales en el clímax del imaginario de «las luchas de liberación nacional») fueron interiorizadas por segmentos de la izquierda chilena, cuyo imaginario histórico ya incluía la violencia revolucionaria. Para Palieraki, lo nuevo durante los sesenta fue la difusión masiva de esas representaciones y el aura juvenil de la cual se revistieron. 19

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Una imaginación revolucionaria que, en cualesquiera de sus versiones, dividía mentalmente el mundo entre los polos antagónicos del imperialismo y del antiimperialismo, a la vez que establecía un vínculo orgánico entre este y el socialismo, visualizado no solo como meta sino también como aliado imprescindible de los pueblos del Tercer Mundo. En este sentido, la mayor o menor adhesión hacia las distintas experiencias de socialismo real dependía del modo en que se apreciaba su compromiso con las luchas antiimperialistas en el ámbito para el cual los cubanos acuñarían el término de Tricontinental, alusivo a Asia, África y América Latina. Así, la política de coexistencia pacífica impulsada por la URSS en tiempos de Jruschov —que en el período brezhneviano se orientaría a la búsqueda de la distensión internacional— era denostada por algunos como una conciliación con el imperialismo, mientras era defendida por otros como un entorno más favorable para el exitoso despliegue de las luchas antiimperialistas. Esa retórica y el imaginario que expresaba —en el que la solidaridad con la Revolución Cubana y las guerras revolucionarias se convertía en admiración y mímesis—, se difundiría ampliamente en la izquierda chilena durante los años sesenta, contraponiendo la épica continental y global de la lucha revolucionaria armada a las prácticas políticas y sociales predominantes en el país que —en ese juego de espejos— se convertían en objeto de desprecio. La revista Punto Final sería una de las más influyentes expresiones de la instalación de ese ethos y ese punto de vista en Chile. Fundada en 1965, desde el año siguiente se convertiría en una publicación quincenal, estableciendo un vínculo orgánico con La Habana22 y congregando a algunos de los mejores periodistas de izquierda, unos vinculados al MIR y otros estrechos colaboradores de Salvador Allende. En sus páginas, las informaciones nacionales y el análisis crítico de la realidad chilena se mezclaban con el seguimiento de los acontecimientos regionales y mundiales en una gran narrativa revolucionaria. El reformismo de la Democracia Cristiana y el que le atribuía al comunismo en Chile y otros países eran objeto de una permanente denuncia, al tiempo que la «Revolución Cultural» china en 1966, la Conferencia Tricontinental de La Habana y el sacrificio de Guevara en 1967, la ofensiva vietnamita del Tet en 1968, y el imaginado ascenso de las guerrillas rurales y urbanas

Palieraki, «Histoire critique...», p. 608.

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La Guerra Fría en Chile

en América Latina, se presentaban como hitos de la lucha planetaria tan antagónica como bipolar entre revolución y contrarrevolución. Ante esa épica narrativa global instalada en la imaginación de la izquierda chilena, palidecían sus propias prácticas en las luchas sociales —que incluían formas de desobediencia civil, pero no de violencia política organizada— y las reformas —impulsadas por el conjunto de los actores políticos de centro e izquierda e implementadas en el marco de la institucionalidad— que estaban configurando el escenario de posibilidad y de legitimidad para un proyecto socialista23.

La

vía chilena al socialismo: la distensión

entre el

antiimperialismo

y

En esas estructuras conceptuales que predominaban entre los militantes e intelectuales de la izquierda chilena, latinoamericana y mundial en la década de 1960, se haría dificultosamente un espacio ideal la llamada vía chilena al socialismo24. Esta había sido concebida por Salvador Allende como un proceso de transición del capitalismo dependiente al socialismo, que implicaba nada menos que el relevo en el poder de la oligarquía por el pueblo, el desplazamiento de la hegemonía de la burguesía por la de la clase trabajadora, la construcción de una nueva economía predominantemente socializada y planificada, todo lo cual se haría de modo pacífico y en el marco del Estado de Derecho, garantizando el respeto a las prácticas democráticas, el pluralismo político y las libertades ciudadanas. Era esa combinación de la voluntad de hacer la revolución, en el sentido de llevar a cabo un cambio radical del orden económico y social existente, y a la vez de respetar y hacer respetar la institucionalidad jurídico-política vigente, lo que hizo de la vía chilena de Allende —tras su triunfo electoral y su ratificación como presidente electo por el Parlamento en 1970— una experiencia inédita en la sucesión de revoluciones socialistas u orientadas al socialismo que jalonaron la historia mundial del siglo XX, con las que compartió las metas de superar el capitalismo y crear una sociedad nueva e incluso un hombre nuevo. También fue una experiencia inédita en la historia de las políticas de reformas impulsadas Ver Alfredo Riquelme Segovia, «Política de reformas...». Ver Alfredo Riquelme Segovia, «Los modelos revolucionarios y el naufragio de la vía chilena al socialismo» en Nuevo mundo-mundos nuevos / Nouveau monde -mondes nouveaux / Novo mundo-mundos novos (revue électronique du CERMA/ Mascipo-UMR, École des Hautes Études en Sciences Sociales), n° 7, 2007 (26 pp.). http://nuevomundo.revues.org/document299.html

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por las izquierdas durante el siglo pasado, en la medida que —en este caso— estas reformas se orientaban a transitar efectivamente del capitalismo al socialismo. Ello convirtió a lo que comenzaba a conocerse como la experiencia chilena en motivo de interés y de disputa para diversos actores principales de la escena política mundial, marcada entonces por la distensión entre las grandes potencias en los ámbitos diplomático y militar así como en Europa, pero también por la continuidad de la Guerra Fría en el Tercer Mundo. El movimiento comunista internacional, articulado en torno a la hegemonía soviética, quiso ver en el también llamado proceso chileno la comprobación de las tesis que sostenían desde 1956 acerca de la posibilidad de la vía pacífica al socialismo en países democráticos, las cuales estarían siendo exitosamente practicadas por Allende y —sobre todo— por los comunistas chilenos. Asimismo, algunos grandes partidos socialistas y comunistas de Europa Occidental que soñaban con articular democracia y socialismo, rompiendo a la vez con la antinomia entre reforma y revolución, junto a sectores antidogmáticos de organizaciones y de la intelectualidad de izquierda del planeta, encontraron en la vía chilena una fuente de inspiración25. Por su parte, los dirigentes cubanos, aunque continuarían persuadidos de la identidad entre revolución y violencia, se pusieron a disposición de la peculiar revolución chilena y de sus protagonistas, a quienes unía una gran cercanía, convencidos de que Allende «por otros medios, trata de hacer lo mismo»26 y de que se sumaría al frente Tricontinental de fuerzas antiimperialistas de orientación socialista y revolucionaria, sin dejar de advertir acerca de las limitaciones y los riesgos involucrados en su opción pacífica y democrática. Esta misma inquietud animaría a movimientos e intelectuales de izquierda radical de América Latina y del mundo, así como a los comunistas chinos antes de su acercamiento a Washington, los que combinaban su desconfianza en la vía democrática con el apoyo resuelto a la orientación socialista de la experiencia chilena. Ver el capítulo de este libro de Alessandro Santoni, «El Partido Comunista Italiano, la lección de Chile y la lógica de los bloques», así como Alessandro Santoni, El comunismo italiano y la vía chilena. Los orígenes de un mito político, Santiago de Chile: RIL Editores, 2011. 26 Con estas palabras, Ernesto Guevara le había dedicado su libro Guerra de guerrillas a Salvador Allende en marzo de 1960 en La Habana. Dedicatoria fotografiada por el autor de este capítulo del original conservado en la Fundación Salvador Allende, en la exposición Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del golpe, Biblioteca Nicanor Parra, Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 22 de agosto a 30 de noviembre de 2013. 25

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En ese contexto político e ideológico internacional, el propio Allende procuró hacer compatible su compromiso con el segundo modelo de transición al socialismo, que era la vía chilena —pacífica, democrática y pluralista—, con su adhesión a todos quienes en otras latitudes habían emprendido el primer modelo —armado, dictatorial y uniformador—. Así se configuró un discurso internacional y una política exterior en los cuales un explícito tercermundismo oscilaba entre el no alineamiento y la universalidad del derecho internacional, por una parte, y un antiimperialismo militante orgánicamente asociado a los países del socialismo real, por la otra. Ambas dimensiones afloraron desde el comienzo del gobierno, al invocarlas a la vez al establecer relaciones diplomáticas con Cuba, la República Democrática de Vietnam, la República Popular China y la República Democrática Alemana. Argumentos jurídicos y razones militantes se articularon también para defender las decisiones soberanas de Chile en torno a la nacionalización del cobre y otras riquezas básicas. Aunque en el ámbito regional predominaron el discurso y las políticas basadas en el derecho internacional y el no alineamiento —sin encontrar necesariamente reciprocidad como lo ha mostrado Tanya Harmer en el caso de Brasil—, los vínculos con Cuba estuvieron en cambio determinados por la solidaridad ideológica27. La administración de Allende tuvo que enfrentar, incluso antes de su instalación, la hostilidad del gobierno estadounidense que se involucró en una conspiración político-militar dirigida a provocar un golpe de Estado, convencido de que la llegada de la izquierda al poder en Chile implicaba una amenaza a sus intereses estratégicos globales, percibidos a través del prisma de la Guerra Fría. Esa hostilidad era compartida por grandes empresas transnacionales y organizaciones financieras globales, las derechas —liberales, conservadoras o fascistizadas— de todas las latitudes, y los grandes partidos democratacristianos de Europa, que compartían ese prisma, pese a la diversidad de sus convicciones e intereses. El propio presidente estadounidense, el republicano Richard Nixon, y su entonces asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, definieron inmediatamente después del triunfo electoral de Allende, el objetivo de impedir su acceso al poder y, al frustrarse esa tentativa, utilizaron toda su capacidad de incidir en el curso de los acontecimientos en Chile para acosar y derribar a su gobierno. La intervención estadounidense se tradujo en operaciones de inteligencia que incluyeron el apoyo a grupos armados de Ver Tanya Harmer, «Chile y la Guerra Fría interamericana, 1970-1973». Ver también Harmer, Allende’s Chile...

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extrema derecha, así como en el respaldo financiero encubierto a medios de comunicación, partidos y gremios opositores. No obstante, lo más eficaz para hacer realidad los propósitos desestabilizadores de Washington fueron sus presiones sobre una economía fuertemente dependiente de los créditos, los capitales y la tecnología norteamericanos, así como de los organismos financieros multilaterales en que Estados Unidos tenía la hegemonía. Junto al peligro que percibían de una segunda Cuba en el Cono Sur de América Latina, la hostilidad de Nixon y particularmente de Kissinger hacia la experiencia socialista chilena, provino también del carácter ejemplar que podría adquirir incluso en Europa, en países como Francia e Italia, el éxito de un intento de superar los límites del capitalismo dependiente e iniciar la construcción del socialismo, encabezado por una alianza entre comunistas y socialistas en un marco de respeto a las prácticas democráticas, el pluralismo político y los derechos y libertades ciudadanas. En ese sentido, es posible afirmar que la vía chilena al socialismo, tal como la definiera Salvador Allende, representaba una amenaza política que transgredía los límites de lo tolerable para la potencia hegemónica en el hemisferio occidental, análoga a la amenaza que había percibido la Unión Soviética en el socialismo con rostro humano checoeslovaco de 1968. Sin embargo, en un estado nacional de las características de Chile, ni Estados Unidos ni otros actores internacionales podían imponer su voluntad mediante la intervención armada ni a través de una penetración incontrarrestable en las élites burocráticas y militares del país. Los actores políticos y sociales nacionales actuaron como agentes autónomos con sus propios intereses e identidades, experiencias e ideologías. Estos serían decisivos en el desarrollo de los acontecimientos que entre septiembre de 1970 y septiembre de 1973, culminarían con el golpe que derribaría al gobierno de Allende, abortaría la experiencia socialista y destruiría la democracia. Fueron las dinámicas internas de alianzas, cooperación y confrontación entre esos actores—políticos, sociales e institucionales— las que frustrarían los intentos por impedir el acceso de la izquierda al gobierno en 1970, y solo tres años después conducirían al tristemente célebre desenlace del 11 de septiembre de 1973. Explicar el proceso que conduce del triunfo al derrocamiento de Allende siguiendo las dinámicas nacionales, no implica menospreciar en nada la importancia de las estructuras, influencias e intervenciones internacionales en el curso del proceso chileno. Ya hemos reseñado el papel de Estados

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Unidos; sin embargo, no sería el único actor internacional que tendría una incidencia gravitante en la historia política chilena entre 1970 y 1973. Desde Cuba, el partido gobernante y diversas agencias del Estado bajo la conducción del propio Fidel Castro intentaron también incidir de diversas formas en el curso del proceso político chileno entre 1970 y 1973. No obstante, los resultados de esta intervención distaron mucho de la efectividad alcanzada por sus adversarios en la Guerra Fría interamericana. Por una parte, los cubanos no tenían la capacidad de los estadounidenses de presionar sobre elementos claves del funcionamiento de la economía. Por otra, la experiencia y la visión ideológica de los isleños no les servían para orientarse en las complejidades de una revolución a través de las instituciones, teniendo muchas veces sus actuaciones un efecto inverso al deseado. Baste señalar que la presencia de Fidel Castro en Chile durante casi un mes a fines de 1971, fue todo un hito en la polarización de la sociedad chilena entre partidarios y adversarios del gobierno, así como en la división de la izquierda entre quienes perseveraban en la vía institucional y quienes consideraban inevitable o imprescindible una ruptura revolucionaria que resolviera la cuestión del poder. Aunque los cubanos dieron apoyo encubierto a la organización y pertrechamiento de pequeños grupos de autodefensa y seguridad de la izquierda, incluyendo al que protegía la vida del Presidente Allende, su capacidad de incidir mediante esas actividades en el curso de los acontecimientos fue mínima. No obstante, siguieron ejerciendo influencia política sobre el MIR y el Partido Socialista, así como en el propio entorno del Presidente Allende. Los debates sobre el carácter y las vías de la revolución no dejaron de dividir a la izquierda chilena entre 1970 y 1973. Esas discusiones hacían permanente referencia a diferentes experiencias revolucionarias del siglo XX en el mundo. Esta constante alusión a modelos externos entraba en tensión con el propósito de crear una vía chilena al socialismo. Allende estaba convencido de que esta constituía una experiencia inédita en la historia mundial, por lo que consideraba que ninguna de las revoluciones socialistas que la habían precedido a lo largo del siglo en varios continentes —como la rusa, la china, la yugoslava o la cubana— y que habían adoptado diversas formas de dictadura revolucionaria, podía servirle como guía. Así lo diría en su primer mensaje presidencial al Congreso Nacional, el 21 de mayo de 1971:

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Chile es hoy la primera nación llamada a crear un segundo modelo de transición a la sociedad socialista […] Al no existir experiencias anteriores que podamos usar como modelo, tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y económica28.

Sin embargo, para los partidos de la izquierda chilena, sus dirigentes e intelectuales, esas experiencias sí revestían ese carácter modélico que Allende les negaba. Su propio Partido Socialista, pese a haber sido fundado en 1933 haciendo del carácter nacional de su proyecto una señal de identidad ideológica y rechazando el modelo soviético, acogió en los cincuenta el modelo yugoslavo, el que fue desplazado en la década siguiente por la influencia del modelo cubano. Ello, sumado a un histórico componente trotskista, haría de la referencia a esos modelos un tema central del debate ideológico en este partido en torno a la vía chilena. A la izquierda de la Unidad Popular, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria proclamaba la inevitabilidad de una resolución violenta del problema del poder en el marco de una lectura más radical de la realidad chilena, que combinaba la influencia del modelo cubano y la afirmación del leninismo, del cual acusaban a los comunistas de haberse apartado. Por su parte, el Partido Comunista viviría una permanente tensión durante los tres años de gobierno, entre su protagonismo en la experiencia de transitar del capitalismo al socialismo en un marco pacífico, democrático, pluralista y de respeto a los derechos humanos —de la cual este partido había sido el principal impulsor en la izquierda chilena—, por una parte; y por la otra, lo que el comunismo soviético —a cuya visión del mundo también adhería— denominaba leyes generales de la transición del capitalismo al socialismo, lo que no era sino la proyección al mundo de los elementos esenciales de su propio modelo de dictadura revolucionaria. La investigación realizada hasta la actualidad en archivos soviéticos no revela indicios de acciones encubiertas análogas a las estadounidenses o a las cubanas. Lo que sí es posible percibir junto a un seguimiento atento del proceso chileno, es el respaldo a la reproducción permanente en el comunismo criollo de una ideología institucionalizada y fuertemente estructurada de matriz soviética. Junto a un respaldo económico limitado, aunque relativamente importante, existió por parte del Partido Comunista Salvador Allende, «Primer Mensaje Presidencial al Congreso Pleno», 21 de mayo de 1971. En Salvador Allende, Obras Escogidas (1970-1973), Barcelona: Crítica, 1989, pp. 79 y 82.

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de la Unión Soviética (PCUS) una cooperación permanente a la formación ideológica de los dirigentes en escuelas de cuadros y un flujo continuo de textos soviéticos que constituían la bibliografía básica para la formación doctrinaria de los militantes. Aunque hemos afirmado y documentado la voluntaria subordinación ideológica del PC en relación al PCUS, no resulta posible reducir a ella toda la influencia ideológica internacional en los comunistas chilenos. Estos habían sido receptivos antes de 1973, y lo siguieron siendo con posterioridad, a otras experiencias del llamado movimiento revolucionario mundial. Entre estas influencias cabe destacar la de algunos partidos comunistas de Europa Occidental, como el italiano, cuyo entusiasmo por la experiencia de la Unidad Popular se enraizaba en la indiscutible similitud con su propia vía nacional al socialismo, y cuyo análisis de la trágica derrota de la izquierda chilena conduciría al llamado eurocomunismo. Con todo, estas influencias solo se incorporarían al discurso público institucional del PC chileno de modo marginal, y solo en cuanto no contradijeran las leyes generales de la transición al socialismo definidas por el PCUS, las que expresaban una visión bipolar del mundo simétricamente antagónica a la esbozada por el conservador Rodríguez de la Sotta dos decenios atrás. Así, por ejemplo, en un libro publicado por el joven intelectual comunista Carlos Cerda —con el propósito de argumentar la congruencia con el leninismo de la revolución pacífica y democrática que se desarrollaba en el país—, queda de manifiesto también la afirmación de la preeminencia ideológica soviética en el comunismo chileno, así como su consecuente adhesión a la idea de que la lucha global por el poder entre el sistema mundial del socialismo —encabezado por la Unión Soviética— y el sistema imperialista mundial —dominado por Estados Unidos— sobredeterminaba todos los fenómenos de la época en cualquier lugar del planeta. En nuestra época de tránsito del capitalismo al socialismo no hay ningún fenómeno histórico, económico o político que no esté determinado de algún modo por el enfrentamiento de esos dos sistemas, y que no venga, en consecuencia, a participar de una manera u otra a favor o en contra de uno de ellos. […]. Más concretamente, dado el triunfo del socialismo en diversos países, a partir de la Revolución Socialista de 1917, todos los acontecimientos están determinados por la lucha entre el imperialismo y el socialismo y son parte constituyente de esa lucha. […] el sistema de los Estados socialistas representa la fuerza de avanzada de este frente amplio por el socialismo, y dentro de los Estados socialistas, aquél que 27

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ha avanzado históricamente más en el socialismo: la Unión Soviética. No hay nada arbitrario, pues, en la afirmación de los partidos leninistas que confiere a la Unión Soviética el carácter de avanzada del movimiento revolucionario mundial: la Unión Soviética, en tanto es el país socialista más avanzado, actúa como la gran masa gravitacional hacia donde confluyen todas las fuerzas nuevas de la historia.29.

Una influencia análoga a la que el comunismo soviético ejercía sobre el Partido Comunista de Chile, en la que se mezclaba el respaldo a la organización partidaria y a la formación de cuadros dirigentes, con la admiración que los chilenos profesaban a quienes consideraban como sus hermanos mayores, sería la que las democracias cristianas alemana e italiana ejercían sobre su homóloga chilena. La investigación historiográfica respecto a la incidencia de ese vínculo del principal partido opositor a Allende con organizaciones situadas en la primera línea de la Guerra Fría en Europa, solo ha comenzado muy recientemente. Con todo, es posible conjeturar que la tenaz resistencia en el núcleo duro de la DC chilena a llegar a acuerdos con el gobierno —a pesar de las coincidencias programáticas existentes en el ámbito nacional, así como su convergencia final con la derecha en una estrategia tendiente a cercarlo y derribarlo—, fue fortalecida por el ascendiente que en él ejercían esos partidos, los que habían hecho del anticomunismo una de sus principales señas de identidad. La derecha, alineada desde el comienzo de la Guerra Fría con el bloque occidental encabezado por Estados Unidos, había hecho suyo el modelo libre empresarial de la potencia hegemónica, así como el discurso y las prácticas del macarthismo30. A esas influencias norteamericanas —que darían forma a su anticomunismo y al rechazo a toda forma de socialismo Carlos Cerda, El leninismo y la victoria popular, Santiago: Quimantú, 1972. El PC tenía una visión de la dimensión internacional del proceso que se caracterizaba por una creencia ideológica en el retroceso del imperialismo a nivel mundial, que haría que la amenaza intervencionista quedase postergada, a lo que consideraba se sumaba la incomodidad de la política exterior norteamericana ante la vía pacífica y el gobierno popular legítimo en Chile. Sin embargo, el PCCh estimaba que tal «derrota» del imperialismo era frágil; que si ya no había espacio para la intervención directa, la amenaza imperialista tomaría otras formas, en los que los aliados internos del imperialismo desempeñarían un papel crucial». Cfr. «Conferencia Nacional del PC de Chile», 30 septiembre-3 octubre, 1971 / folleto. 30 En el ambiente de amenaza roja creado en Estados Unidos hacia 1950, el senador republicano Joseph McCarthy encabezaría una caza de brujas tendiente a detectar y excluir de la vida pública a quienes eran tildados como comunistas o compañeros de ruta de estos. Esas prácticas persecutorias se basaban en una visión del comunismo como un enemigo que se infiltraba en la comunidad nacional con el 29

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durante esa época- se sumarían entre 1970 y 1973, la adhesión de algunos de sus principales liderazgos al modelo franquista, e incluso a prácticas políticas y de acción directa inspiradas en el fascismo europeo clásico. En ese marco, los medios de comunicación, las organizaciones políticas y los gremios que controlaba la derecha, así como los grupos fascistizados que ejercían la violencia política contra el gobierno, se convirtieron en los principales destinatarios del apoyo encubierto norteamericano. Por su parte, las Fuerzas Armadas del país asimilarían desde fines de la década de 1940 —y con renovado vigor tras la Revolución Cubana— la doctrina de seguridad nacional y la perspectiva contrainsurgente inculcadas en todo el continente por el establishment militar estadounidense, que subordinaba la lealtad a la Constitución a la preservación de una identidad nacional definida por las propias instituciones castrenses. Sin embargo, como lo demostraría el fracaso de la conspiración tendiente a impedir la llegada de Allende a la presidencia, el constitucionalismo de los militares chilenos seguía siendo fuerte en 1970, y solo se iría debilitando hasta desaparecer en el marco de la exacerbación de la dinámica confrontacional al interior del país durante los tres años siguientes. La escalada del antagonismo en Chile entre 1970 y 1973 —expresada conceptualmente en la generalización de consignas bipolares como democracia o totalitarismo, o socialismo o fascismo— se desarrolló en un contexto regional, en el cual la ilusión revolucionaria instalada durante los sesenta estaba siendo puesta a prueba por una contraofensiva conservadora con un fuerte protagonismo militar, a la vez que respaldada por Washington y Brasilia. Esta situación hemisférica coexistía con los avances de la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética, así como en Europa. Esa realidad global del período de la distensión, en que se intentó abrir paso a la vía chilena al socialismo, fue mucho más rica que las visiones ideológicas binarias y antagónicas del antiimperialismo y del anticomunismo, a las que acabaron reduciendo su imagen del mundo los principales actores nacionales e internacionales que intervinieron en la tragedia chilena de 1973. Tal vez estas limitadas miradas jugaron un papel no menor en la derrota de la vía chilena al socialismo, en un contexto mundial donde asomaba una relativa multipolaridad política y económica que abría más posibilidades que las que los actores bipolarizados percibieron. No obstante, esta misma multipolaridad estaba siendo delimitada por la propósito de destruirla y que, por lo tanto, no podía ser considerado como un actor político legítimo dentro de una democracia pluralista. 29

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emergencia de un mercado capitalista global —impulsado por las políticas de las organizaciones financieras multilaterales hegemonizadas por Estados Unidos—, lo que dificultaba la construcción en un país periférico de una economía socialista como la imaginaba la izquierda chilena de la época. Y desde luego, la voluntad inflexible de la potencia hegemónica en el continente de liquidar una experiencia que visualizó de principio a fin como una amenaza a sus intereses estratégicos, constituyó un obstáculo cuya magnitud sería difícil exagerar31.

La Junta Militar en guerra contra la distensión El alcance global que tuvo la vía chilena al socialismo del Presidente Allende como intento inédito de transitar del capitalismo al socialismo en un marco pacífico, democrático, pluralista y de respeto a los derechos humanos, había convertido a Chile en una experiencia ejemplar para las izquierdas de Occidente y lo había arrojado a la primera línea de la confrontación Este-Oeste y de la brecha Norte-Sur. Su trágico final y la instalación en el poder de una Junta Militar —apoyada por las derechas anticomunistas del mundo, a la vez que execrada por un amplio arco pluriideológico global— situó a Chile en el centro de la preocupación mundial. El exilio masivo de dirigentes y militantes de la izquierda chilena por todos los continentes, así como la imperiosa necesidad de los partidos opositores a la dictadura de contar con respaldo exterior —que tuvo su contrapartida en la persecución internacional de los opositores y el establecimiento de vínculos con la ultraderecha mundial por parte del régimen—, hizo aún más densos los vínculos políticos e ideológicos entre Chile y el mundo32. La Unión Soviética y sus aliados europeos se unieron a Cuba no solo como lugares de asilo para miles de chilenos de izquierda, sino que pusieron sus recursos e infraestructura al servicio de la acción política de los partidos de izquierda proscritos en Chile. Inmediatamente después del golpe, Radio Moscú inició un programa diario especial llamado «Escucha-Chile», a cargo de un equipo binacional (chileno-soviético) que Ver Tanya Harmer, «Chile y la Guerra Fría interamericana, 1970-1973», Tanya Harmer, Allende’s Chile... y Jonathan Haslam, The Nixon Administration and the Death of Allende’s Chile: A Case of Assisted Suicide, Londres: Verso, 2005. 32 Sobre la relevancia de la cuestión chilena en los años que siguieron al golpe de septiembre de 1973, ver los capítulos de este libro de Fernando Camacho, «El movimiento de solidaridad sueco con Chile durante la Guerra Fría»; de Joaquín Fermandois, «La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea, 19731977»; y de Olga Ulianova, «La nueva inserción internacional del comunismo chileno tras el golpe militar». 31

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logró durante los años de mayor censura y control de la información una enorme audiencia en Chile33. Poco después del golpe, la dirección exterior del Partido Comunista se instalaría en Moscú y la del Partido Socialista en Berlín Oriental. A fines de 1976, el secretario general del PC, Luis Corvalán, logró salir en libertad tras tres años de prisión, mediante su canje por el disidente soviético Vladimir Bukovsky. La formación ideológica y política de cuadros chilenos en los países del socialismo real se amplió, extendiéndose también a la formación militar de algunos de ellos. Por otra parte, el trágico final de la vía chilena al socialismo abrió un debate en la izquierda mundial —y particularmente al interior del movimiento comunista internacional— acerca de los motivos de la derrota o el fracaso de la Unidad Popular chilena. Este debate estuvo en el origen de lo que se conoció como eurocomunismo, que convirtió la tesis leninista de la necesaria correlación de fuerzas —electoral entre otras— favorable en cada etapa del camino al socialismo, en el imperativo de unir a una muy amplia mayoría ciudadana para avanzar hacia un socialismo que se apartaría explícitamente de la ideología soviética por su compromiso con la democracia pluralista, las libertades y los derechos humanos, concebidos como valores universales y conquistas permanentes de la humanidad. En cambio, la defensa de la revolución entendida como la voluntad y la capacidad de derrotar incluso militarmente a la contrarrevolución, se transformaría en el motivo principal de la narración ideológica soviética sobre los acontecimientos de Chile. En esas circunstancias —y en un período marcado a nivel global por la coexistencia del avance de la distensión entre las grandes potencias en Europa, con el recrudecimiento de la Guerra Fría en el Tercer Mundo, incluyendo a América Latina—, en el Chile dominado por la dictadura resurgiría con fuerza la denominación de Guerra Fría para nombrar al conflicto global en que el país se encontraría inmerso. En el imaginario de los militares en el poder y de sus sostenedores civiles, que se difundía por todos los medios de comunicación controlados por el régimen, la guerra había dejado de ser una metáfora. Para la nueva élite chilena en el poder, el discurso de la distensión encubría la continuidad de una guerra global entre el mundo libre y el totalitarismo comunista, en la cual Chile estaba confrontándose directamente con la Unión Soviética, a la que imaginaba haber propinado una derrota estratégica al derrocar el gobierno de Allende. Así lo declaraba la Junta Militar encabezada por Cfr. Volodia Teitelboim, Noches de radio (Escucha Chile), Tomos I y II, Santiago de Chile: LOM, 2001.

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Augusto Pinochet en su fundacional «Declaración de principios del Gobierno de Chile», al celebrar sus primeros seis meses en el poder: Mientras otros recién avanzan con ingenuidad por el camino del «diálogo» y del entendimiento con el comunismo, Chile viene de vuelta. Sufrida la experiencia de admitir en su seno democrático al marxismo y de que muchos demócratas intentaran buscar concordancias doctrinarias y prácticas con sectores marxistas, experimentados en carne propia la falacia y el fracaso de la llamada «vía chilena hacia el socialismo», nuestra Patria ha decidido combatir frontalmente en contra del comunismo internacional y de la ideología marxista que éste sustenta, infligiéndole su más grave derrota de los últimos treinta años. El Gobierno de Chile no pretende asumir ningún liderazgo que exceda sus propias fronteras, pero está consciente de que su desenlace es observado con interés por muchos pueblos para quienes nuestra experiencia puede ser útil desde varios aspectos34.

Cuando esta declaración se hacía pública, Chile enteraba seis meses en estado de guerra interna, condición que los ideólogos jurídicos del régimen extenderían todavía por cuatro años más, hasta el 11 de marzo de 1978. Incluso dos años después, al defender las normas constitucionales que el régimen impondría al país en 1980, el más influyente de estos ideólogos atribuiría a la lucha contra el marxismo —al que identificaba con el terrorismo— un carácter de guerra total y permanente: La derrota definitiva de los totalitarismos, y en especial del marxismo, requiere sin duda además de una permanente lucha antisubversiva, de un desarrollo económico y social que le sustraiga la extrema pobreza como fácil caldo de cultivo, y de un combate ideológico que lo venza en el interior de las conciencias. Todos esos frentes, a los que debe agregarse el de su proscripción jurídicopolítica, son copulativamente indispensables. Cualquiera que faltara, podría abrir la brecha a la avalancha totalitaria. [...] [...] el proyecto declara —desde la propia Constitución Política— una guerra jurídica total al terrorismo. [...] Declaración de principios del Gobierno de Chile, 11 de marzo de 1974, en http:// www.emol.com/especiales/pinochet2006/cartas_01.htm

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No podemos prescindir de la evidencia de que el mundo actual está amenazado por múltiples formas de violencia y subversión, hoy más sutiles y potentes de lo que nunca lo fueran en nuestra historia. Dicha realidad se presenta particularmente peligrosa porque, como antes lo consignamos, a través de ella no sólo se atenta contra el derecho humano primario y básico a la seguridad personal, sino que se procura sojuzgar la soberanía de los pueblos libres bajo el yugo hegemónico del imperialismo rojo35.

Durante esos años de guerra imaginada, el régimen que había alcanzado en 48 horas el absoluto control militar del país, continuaría ejerciendo una represión multiforme, sistemática e ilimitada contra quienes consideraba el enemigo interno, merced a la destrucción de la institucionalidad democrática y el Estado de Derecho, los cuales habían sido desmantelados con la misma rapidez que el nuevo poder asumió el control del país. Esa guerra inventada implicó la expulsión de los representantes de la ciudadanía de las instituciones del Estado, incluyendo la clausura del Congreso Nacional y la quema de los registros electorales, la prohibición de la actividad de todos los partidos políticos, el control de los medios de comunicación y la supresión de la autonomía de las organizaciones de la sociedad civil. Se llegó hasta reemplazar por generales o almirantes a los rectores de las universidades estatales, católicas y privadas. Al mismo tiempo, se establecieron severas restricciones a las libertades y derechos de las personas. Una concentración formidable del poder en la Junta Militar —que se atribuyó las facultades y atribuciones de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Constituyente, a la vez que sometió al Poder Judicial en el marco del imaginario estado de guerra—, fue seguida por la concentración del poder de la propia Junta en manos del general Pinochet. Los partidos políticos de izquierda fueron proscritos, persiguiéndose con ilimitada crueldad a quienes intentaron reconstruirlos en la clandestinidad. Para vigilar y castigar se creó una policía política militarizada —llamada DINA entre 1973 y 1977, y CNI entre 1977 y 1990— que bajo la tuición directa de Pinochet y más allá de todo límite ético, capturó, torturó, asesinó e hizo desaparecer a cientos de dirigentes y militantes clandestinos, a la vez que espiaba y atentaba contra personalidades del exilio36. Textos editados por Arturo Fontaine Talavera, «El miedo y otros escritos: el pensamiento de Jaime Guzmán E.», en Estudios Públicos Nº 42, 1991, pp. 251-570. Lo citado por mí corresponde a pp. 398-401. 36 Esta policía política característica de un régimen totalitario, fue organizada inmediatamente después del golpe e institucionalizada en junio de 1974 como Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), mediante un decreto de la Junta Militar que 35

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La guerra imaginada del régimen pinochetista tuvo un trágico saldo de aproximadamente cuatro mil muertos y desaparecidos, decenas de miles de prisioneros políticos que sobrevivieron a las torturas que les fueron infligidas, cerca de doscientos mil exiliados y muchos más «exiliados del interior» en un país de unos diez millones de habitantes en 197337. Fue así como el discurso de la guerra, adquirió una materialidad aplastante en las instituciones y prácticas de vigilancia y castigo impuestas por la dictadura e instaladas por largos años: desde un interminable toque de queda nocturno hasta el exterminio masivo y sistemático de prisioneros inermes. Esas prácticas e instituciones, así como la ideología de seguridad nacional tan radicalmente anticomunista como opuesta a la democracia liberal en que se sustentaban, que se combinaría crecientemente con un neoliberalismo extremo en su visión de la economía chilena y de su inserción global38, hicieron que la dictadura chilena fuera ampliamente percibida como fascista, principalmente en el oeste y en el este de Europa, despertando una amplia solidaridad acicateada por el propio recuerdo de sus sufrimientos pasados bajo regímenes y ocupaciones militares de similar denominación.

incluía un conjunto de disposiciones secretas que la ponían bajo la tuición directa de Pinochet como jefe de la Junta y la facultaban para espiar, detener, juzgar y ejecutar clandestinamente a quienes determinara, al margen de las propias normas establecidas públicamente por la dictadura. En agosto de 1977 pasó a denominarse Central Nacional de Informaciones (CNI), nombre con el que continuó operando hasta el fin de la dictadura en marzo de 1990. 37 Sobre las modalidades, el alcance y el carácter sistemático de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet, ver Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Santiago de Chile, 1991, disponible en http://www.ddhh.gov.cl/ddhh_rettig. html; Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Informe sobre calificación de víctimas de violaciones a los derechos humanos y de la violencia política, Santiago de Chile, 1996, disponible en http://www.ddhh.gov.cl/informes_cnrr.html; Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, Santiago de Chile, 2004, disponible en http://www.bcn.cl/bibliodigital/ dhisto/lfs/Informe.pdf. 38 La convergencia en el discurso y en las prácticas del régimen de Pinochet entre un cerrado nacionalismo militarista de rasgos totalitarios, por una parte, y una convicción de que la grandeza de la nación requería la plena apertura de Chile al capitalismo global, por la otra, me ha llevado a acuñar el concepto de nacionalglobalismo para caracterizarlo. Ver Alfredo Riquelme Segovia, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago de Chile: Centro Barros Arana, 2009, p. 21. 34

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La caracterización de la dictadura de Pinochet como fascismo, idea que se difundiría en los partidos comunistas en el poder y en la oposición, así como en los partidos de la Internacional Socialista e incluso entre los de la Internacional Demócrata Cristiana, se consolidaría en el imaginario global, a pesar de los esfuerzos del régimen chileno y de sus sostenedores en el mundo por oponer a la polaridad fascismo-antifascismo, la antinomia comunismo-anticomunismo asociada a la denuncia de la distensión como una suerte de rendición. Los medios afines al régimen alertaban cotidianamente acerca de los peligros de la distensión, a la vez que reproducían las advertencias de los sectores más conservadores de Estados Unidos y de Europa acerca de la propagación de la amenaza comunista en el Viejo Continente y en el Tercer Mundo. Esas interpretaciones ideológicas se basaban en distintos fenómenos que se habían desarrollado o lo estaban haciendo entre 1973 y 1979 en Asia, África e incluso Europa Occidental, los cuales eran interpretados desde una óptica de suma cero. La guerra de octubre de 1973 entre Israel y Egipto, había desatado la llamada crisis del petróleo que afectaría gravemente a los países capitalistas desarrollados, al tiempo que agudizaría los antagonismos entre el mundo árabe y musulmán con Occidente. Por otra parte, a la retirada norteamericana de Indochina en 1973, le había sucedido la victoria militar y la toma del poder por los comunistas en Vietnam, Laos y Camboya en 1975. Ese mismo año, a la independencia y unión de las colonias portuguesas de Cabo Verde y Guinea Bissau se sumaría la independencia de Angola y Mozambique, asumiendo el poder en los nuevos estados los movimientos de liberación apoyados por la URSS y sus aliados. Esos cambios en África habían sido fruto de la Revolución de los Claveles portuguesa de 1974, iniciada con un golpe militar de orientación izquierdista que derribó al régimen autoritario de derecha más antiguo de Europa y llevó en ese país a una transición a la democracia que enfrentaría a los partidarios civiles y militares del modelo occidental con el PC y los militares que impulsaban la adopción de una democracia popular y el no alineamiento. Al año siguiente, la muerte de Franco en España —a cuyos funerales viajaría el general Pinochet con un séquito que incluía al jefe de la DINA— derribaba a la otra dictadura conservadora europea instalada desde antes de la Segunda Guerra Mundial, abriendo paso a una transición a la democracia. En 1976, el PC italiano lograba el respaldo de un tercio del electorado, lo que constituía el mayor apoyo ciudadano a un partido comunista en Occidente durante toda la Guerra Fría. Por otra parte, la 35

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Cumbre de Helsinki de 1975 normalizaba las relaciones entre Europa Occidental y Europa del Este.

Entre el giro neoliberal y la fase final de la Guerra Fría La gravitación norteamericana en el mundo experimentó una recuperación política e ideológica durante la presidencia del demócrata Jimmy Carter (1977-1981). En 1978, los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel cambiaron el balance de poder en el Medio Oriente y marcaron la culminación de la transformación de la principal potencia del mundo árabe en aliado norteamericano. Por otra parte, Carter puso a los derechos humanos como el eje de un discurso global, el cual contrastaba el respeto a esos derechos y la vigencia de la democracia en el mundo trilateral encabezado por EE.UU. —e integrado también por Europa Occidental y Japón—, con las violaciones a esos derechos en los estados totalitarios gobernados por los comunistas en la URSS, Europa Oriental y el Tercer Mundo. Ese discurso dificultó el respaldo estadounidense a las dictaduras de derecha y anticomunistas de América Latina, las cuales habían sido apoyadas durante toda la Guerra Fría e incluso en los años de la distensión desde la perspectiva de la realpolitik. Esto quedaría de manifiesto en la no intervención norteamericana ante el derrumbe del somozato en Nicaragua y la tolerancia del gobierno de Carter ante el respaldo internacional de carácter militar a los sandinistas, que hizo posible en 1979 el triunfo de la revolución en Nicaragua. Un apoyo militar que no solo incluyó a Cuba, sino también a Costa Rica y Venezuela, expresándose además la voluntad de la Internacional Socialista de transformarse en un actor global que respaldara las luchas por la democracia en América Latina, incluso si estas se desarrollaban en un país como Nicaragua mediante formas de lucha armada. La revolución sandinista fue la ocasión para que entraran en combate cerca de un centenar de oficiales chilenos formados como militares profesionales en Cuba desde 1975, muchos de los cuales se integrarían a la lucha armada contra la dictadura en Chile tras el viraje del Partido Comunista hacia la combinación de todas las formas de lucha en 1980. Mientras la Democracia Cristiana y el sector del socialismo chileno que hacia 1979 abandonaba el alero de los países del llamado socialismo real para instalar sus liderazgos en el exilio en Europa Occidental, comenzaban a mirar como un modelo a seguir la transición española a la democracia, el 36

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Partido Comunista de Chile se concentraba en cambio, en las enseñanzas de la revolución sandinista en Nicaragua39. Hacia 1980, los partidos políticos proscritos —principalmente el Partido Comunista que había resistido a la represión y el ya enteramente opositor Partido Demócrata Cristiano— no solo seguían actuando al interior del país, sino que habían logrado restablecer su influencia y capacidad de conducción de movimientos sociales como el sindical, el estudiantil y el vecinal. Sin embargo, ese accionar opositor, apoyado también por una red amplia y plural de solidaridad internacional, había sido enteramente insuficiente para impedir las profundas transformaciones económicas y sociales de orientación neoliberal impuestas por el régimen y sus economistas discípulos de Milton Friedman40. El poder absoluto de Pinochet parecía seguir incólume, así como el respaldo de las organizaciones financieras globales a sus políticas. En ese marco, el bloque en el poder —conformado por los jefes militares subordinados al dictador, la élite empresarial y los tecnoburócratas asociados a su gobierno— se propuso la institucionalización del régimen dictatorial encabezado por el general Pinochet hasta fines del siglo XX. Se estableció, entonces, un régimen de democracia restringida y militarmente tutelada —de carácter permanente—, con el propósito de proteger el modelo económico impuesto y asegurar de modo duradero el predomino de las élites empresarial, financiera y tecno-burocrática engendradas durante la dictadura41. Para ello, el régimen autoritario encabezado por Pinochet impuso e hizo ratificar por un referéndum en 1980 una Constitución que prolongaba su gobierno hasta 1997, aunque incluía una nueva ratificación plebiscitaria en 1988. Esa era la situación nacional cuando el líder del comunismo chileno, Luis Corvalán, anunciara en septiembre de 1980 desde su exilio en Moscú Ver Paulina Orrego, «Los reflejos de un espejo: Chile y el mundo entre los años 1976 y 1989, a través de la revista APSI», Santiago de Chile: Tesis Licenciatura en Historia PUC, 2002. Para ver los efectos de procesos políticos, como la transición española en la derecha chilena, ver María Elisa Silva, «Una mirada atenta: Visión de El Mercurio, Qué Pasa y Realidad de la transición española (1975-1978), Santiago de Chile, Tesis Licenciatura en Historia PUC, 2004. Y Sebastián Lagos, «La influencia de la experiencia franquista en la Constitución de 1980», Santiago de Chile, Tesis Licenciatura en Historia PUC, 2002. 40 Sobre la radicalidad, profundidad y persistencia de las transformaciones económicas y sociales impuestas por el régimen de Pinochet, ver Manuel Gárate Chateau, La revolución capitalista de Chile (1973-2003), Santiago de Chile, Universidad Alberto Hurtado, 2012. 41 Sobre la institucionalización de la dictadura, ver Carlos Huneeus, El régimen de Pinochet, Santiago de Chile: Sudamericana, 2000. 39

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el viraje hacia todas las formas de lucha, incluidas las acciones armadas en contra de la dictadura. Esta nueva política comunista sería también una respuesta a las tendencias emergentes en el resto de la internacionalizada izquierda chilena, las cuales habían comenzado —hacia fines de los setenta— a compartir la crítica socialista occidental y eurocomunista a los sistemas del socialismo real desde la perspectiva de la universalidad de los derechos humanos, en un contexto ideológico europeo marcado por la consolidación del paradigma antitotalitario. Desde esta perspectiva, se interpretaban como expresiones de un mismo fenómeno acontecimientos muy diferentes como el genocidio camboyano, la represión de los disidentes en la URSS y Europa del Este, la invasión soviética de Afganistán, el despliegue de misiles de alcance intermedio en los países del Pacto de Varsovia y la masificación de la disidencia organizada en Polonia, a la cual no era ajeno el redoblado respaldo de la Iglesia Católica encabezada desde 1978 por el Papa polaco Juan Pablo II. En ese contexto, en 1979 se había dividido el Partido Socialista de Chile, permaneciendo uno de sus secretarios generales en Berlín Este y trasladándose el otro a París, lo que a su vez había provocado el fin de la Unidad Popular como coalición política. De esta manera, se iniciaba un camino en el que un sector del socialismo chileno transitaría durante los ochenta —tras una breve estación eurocomunista— hacia un socialismo adaptado al capitalismo global, así como alineado con Estados Unidos en la Guerra Fría, inspirado en las experiencias de Bettino Craxi en Italia, François Mitterrand en Francia y Felipe González en España. El comunismo chileno había comenzado a tomar partido de manera tácita en contra del eurocomunismo hacia 1978. En un artículo publicado en el primer número de Araucaria, la principal revista cultural del exilio chileno patrocinada por el PCCh, el secretario general Luis Corvalán sostendría que el único modo de luchar verdaderamente por los derechos humanos era abrir camino al socialismo, con lo que «termina la prehistoria humana y empieza la historia de la sociedad y el hombre libre». Y ese camino pasaba por imponer «la dictadura del proletariado para terminar con la dictadura de la burguesía». Desde esa perspectiva, agregaba —en abierta polémica con el eurocomunismo y contradiciendo toda evidencia empírica— que «recientemente, Fidel Castro le dijo a una periodista norteamericana que el país más libre de la tierra era la Unión Soviética. Estamos de acuerdo con su opinión»42. Luis Corvalán, «La Revolución de Octubre y los derechos humanos», en Araucaria de Chile, 1, 1978, pp. 55-65.

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El giro estratégico del PC en 1980 se encuadró en ese alineamiento ideológico, pese a la apariencia renovada del emergente proyecto revolucionario. Los impulsores del giro —cuadros surgidos de la clandestinidad y del exilio, algunos de ellos estrechamente vinculados a los partidos comunistas en el poder43— establecieron una alianza no exenta de contradicciones con los dirigentes históricos del partido en el exilio y en el interior que habían sobrevivido al exterminio perpetrado por la DINA en 1976. Sin embargo, durante los ochenta irían siendo desplazados de las posiciones de mayor influencia quienes se habían mostrado más proclives a las ideas eurocomunistas o conservaron sus reticencias respecto al recurso a la lucha armada. En enero de 1981, el republicano Ronald Reagan asumió como Presidente de Estados Unidos con la voluntad explícita de restablecer la gravitación del poder norteamericano en el mundo, desde la restitución de su hegemonía en las Américas —que consideraba gravemente amenazada en América Central por el gobierno sandinista en Nicaragua y por el fortalecimiento de la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala—, hasta la profundización de la presión sobre la Unión Soviética y sus aliados a nivel global. Con Reagan como Presidente, se modificaron nuevamente los fundamentos ideológicos con que el gobierno estadounidense asumía la confrontación Este-Oeste, lo que en el continente provocó un abierto y macizo respaldo norteamericano a gobiernos y facciones contrarrevolucionarias implicados en violaciones a los derechos humanos, principalmente en América Central, aunque la política norteamericana hacia América Latina no dejaría de estar tensionada internamente por una opinión pública que cuestionaría el respaldo a las dictaduras militares. Este cuestionamiento se agudizaba en el caso chileno por las secuelas políticas y judiciales del acto terrorista perpetrado por la DINA en el centro mismo de Washington en septiembre de 1976, en el cual había sido asesinado el ex ministro Orlando Letelier y la ciudadana norteamericana Ronni Moffitt. En ese contexto, en el régimen de Pinochet y entre sus asociados se desarrollarían iniciativas orientadas a temperar la retórica guerrera y las políticas represivas, así como a destacar las coincidencias de sus políticas económicas y sociales con las que impulsaba en Estados Unidos el gobierno de Reagan, en Gran Bretaña la primera ministra Margaret Thatcher, y a Ver Rolando Álvarez, «¿La noche del exilio? Los orígenes de la rebelión popular en el Partido Comunista de Chile» en Verónica Valdivia, Rolando Álvarez y Julio Pinto, Su revolución contra nuestra revolución, Santiago de Chile: Lom, 2006.

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nivel global organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Entre los ideólogos del régimen, se asumía con entusiasmo la distinción realizada por la embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Jeane Kirkpatrick, entre regímenes autoritarios y totalitarios, a la vez que se invocaba a Friedrich von Hayek y otros intelectuales neoliberales y antitotalitarios como fuente de inspiración. Sin embargo, cuando en el marco de la crisis económica desencadenada en 1982 y sus devastadores efectos sociales, la oposición logró desbordar desde 1983 las severas restricciones impuestas desde hacía una década a la expresión de la disidencia, el régimen no solo volvió a mostrar su visión bipolar del mundo, sino que —ignorando la amplia dimensión social de la protesta y su pluralidad política— la atribuyó directamente a la acción de Moscú y sus agentes. Una semana después de la primera gran protesta del 11 de mayo de 1983 en contra de la dictadura y sus políticas, el general Pinochet expresaba en un discurso transmitido por cadena nacional de radio y televisión su primera reacción ante el surgimiento de la movilización antidictatorial. En este, denunciaría el origen comunista y extranjero —más precisamente soviético— que imaginaba para la protesta de la ciudadanía: […] el problema es mucho más profundo. Es un problema de carácter internacional, guiado y dirigido por Rusia, que no se conforma con lo que pasó el 11 de septiembre de 1973. Y debo recordarles que el año 1980, a fines del ochenta, y principios del ochenta y uno, el Gobierno tuvo información de un plan siniestro preparado para derrocarlo, pero especialmente apuntado a crear una imagen falsa del Presidente de la República. Se estudió a fondo esta planificación de los señores rusos. […]. Señores, hoy hablan mucho de dictadura fascista, se habla que el país vive bajo el gobierno de una dictadura fascista, que el país vive bajo un régimen totalitario. Son ideas traídas, señores, desde afuera, o por aquellos que viven aquí dentro, pero están imbuidos por ideas de afuera44.

Entre el 11 de mayo de 1983, cuando se realizó la primera protesta social masiva contra la dictadura, y el 7 de septiembre de 1986, en el momento que una unidad de combate del Frente Patriótico Manuel Rodríguez —organización político-militar creada por el Partido Comunista a fines de 1983— intentara sin éxito matar a Pinochet, Chile vivió una El Mercurio, 21 de mayo de 1983.

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intensa pugna entre amplios sectores de la sociedad que luchaban por derribar al régimen a través de las más diversas formas de movilización social, por una parte, y quienes lo sostenían con todo el poder coercitivo del aparato del Estado y el abrumador control que ejercían en los medios de comunicación. La sociedad chilena se dividió políticamente de un modo tanto o más intenso en este trienio que entre 1970 y 1973; mientras se rompían los diques impuestos a la actividad política, a pesar de la utilización sistemática de las más variadas formas de violencia represiva y lesiva —masiva y selectiva, legal y clandestina— desde el Estado, con el propósito de anular a los opositores. La oposición coincidía en las acciones de movilización antidictatorial, pero divergía respecto a las estrategias para abrir el camino a la democracia. La Democracia Cristiana impulsaba la combinación de la movilización pacífica con la negociación con el bloque en el poder. Algunos socialistas —llamados renovados— junto a otras formaciones de izquierda creían que la movilización social permanente podría conducir por sí sola a una crisis del régimen. Por su parte, otro sector socialista coincidía con el Partido Comunista y otros grupos a su izquierda en la tesis de que era necesario sumar a la movilización, acciones armadas para provocar esa crisis. El propio bloque en el poder se organizó en asociaciones que —al alero del gobierno— adquirirían la forma de partidos políticos para confrontar a los opositores desde 1983: la UDI y Unión Nacional —llamada luego Renovación Nacional—, que continúan siendo las principales organizaciones políticas de la derecha chilena en la actualidad. Finalmente, en medio de una creciente preocupación internacional por la inestabilidad y la violencia en Chile, que motivó una activa intervención del gobierno estadounidense45 y de los gobiernos europeos dirigidos por socialistas y democratacristianos para procurar una salida negociada, la cual recibiría también el respaldo del Vaticano expresado en la visita a Chile del Papa en abril de 1987, el costoso empate que se extendiera desde 1983 entre la fuerza social e ideal de los adversarios y el predominio En este sentido, la Dirección de Asuntos Latinoamericanos del Consejo de Seguridad Nacional norteamericano argumentaba ya en 1985 que «el gobierno chileno debe asumir que no puede haber transición a la democracia sin riesgos. No hay una garantía de éxito blindada, pero la actual parálisis política es una receta definitiva para el desastre». Traducido de Víctor Figueroa Clark, «Nicaragua, Chile and the end of the Cold War in Latin America», en Artemy M. Kalinovsky & Sergey Radchenko, The End of the Cold War and the Third World. New perspectives on regional conflict, Londres y Nueva York: Routledge Cold War History Series, 2011, pp. 192-208. La cita corresponde a la p. 199.

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militar y material de los partidarios del régimen, tuvo su resolución con el mayoritario rechazo en el plebiscito de octubre de 1988 a la continuidad de Pinochet como jefe de Estado. Ello condujo al año siguiente a un acuerdo entre la dictadura y la mayor parte de la oposición en torno a reformar parcialmente la Constitución de 1980 en un sentido democrático. Estos acuerdos y las transformaciones ideológicas de sus protagonistas que los hicieron posible, fueron alcanzados en un contexto global y regional marcado por el fin de la Guerra Fría como producto de los dramáticos cambios producidos desde el ascenso de Mijail Gorbachov al liderazgo del Partido Comunista de la Unión Soviética en marzo de 1985, los cuales culminarían con el derrumbe de los sistemas comunistas de Europa del Este en 1989 y de la propia URSS en 1991. El fin de la dictadura chilena mediante una transición pactada se insertó también en el ciclo global de democratizaciones que se había desencadenado hacia mediados de los setenta y que junto al final del proceso de descolonización, configuraron la historia mundial hasta el comienzo de la década de 1990. Si bien estos procesos se imbricaron estrechamente con la Guerra Fría —como ocurrió claramente en África durante los setenta y en América Central en la década siguiente—, hacia el final de los ochenta se fueron desvinculando de ella cuando el intento de superar el estancamiento de la URSS y de los socialismos reales a través de la perestroika y la glasnost, los llevó a una crisis terminal. De esta manera, las transiciones pactadas a la democracia en Chile y Sudáfrica, con las que culminaron respectivamente la ola de democratizaciones y el proceso de descolonización, coincidieron con el derrumbe del comunismo en Europa del Este y en la Unión Soviética. En ese contexto, los comunistas terminarían marginados del protagonismo que habían tenido en la resistencia al nacional-globalismo y al apartheid, respectivamente46, y las políticas de los nuevos gobiernos democráticos se implementaron en los marcos del capitalismo global.

Por supuesto que existe una diferencia entre el caso chileno, en el cual el PC quedó marginado no solo de los pactos de la transición y del gobierno, sino de toda influencia en el sistema político institucional hasta 2010, y el caso sudafricano, en el cual el PC permaneció en la alianza que negoció la transición y asumió el gobierno. Con todo, también en Sudáfrica, el comunismo perdió en democracia la centralidad que había tenido en la lucha contra el apartheid.

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Interacciones y procesos globales La densidad de los vínculos políticos e ideológicos internacionales muy diversos y que empujan hacia direcciones diferentes e incluso opuestas, ha continuado durante la larga transición a la democracia, en el contexto mundial de Postguerra Fría y de aceleración de la globalización de la economía y de las comunicaciones que caracteriza a nuestra época y en la cual el Chile postsocialista y postpinochetista se ha insertado. Esas características del propio presente motivan a continuar estudiando los intrincados nexos entre lo nacional, lo regional y lo global en toda su multidimensionalidad, es decir, en la economía y la sociedad, así como en la cultura, la ideología y la política. Motivan también a profundizar la interpretación de esas interacciones en el marco de procesos globales, regionales y nacionales, en los cuales las fronteras entre lo interno y lo externo tienden a difuminarse. Desde esa perspectiva, en el libro que este capítulo introduce, se examinan diversos aspectos de la interacción entre la política chilena y la Guerra Fría, desde el desencadenamiento de este conflicto político internacional hacia 1947 hasta el período de su globalización y simultánea fragmentación tres décadas después. En aquella época, la compleja interacción en Chile entre dinámicas internas, por una parte, y estructuras, influencias e intervenciones internacionales, por la otra, exige de la historiografía algo más que un análisis en el cual los actores nacionales de un país periférico pero soberano como este, sean presentados como meros importadores de estructuras globales o pasivos receptores de injerencias externas. Es por eso que en este libro predomina la comprensión de Chile en la Guerra Fría global, y de la Guerra Fría global en Chile, como la de una compleja interacción de procesos, sujetos y acontecimientos de los que la historia chilena ha recibido su influjo y de los que ha sido parte, a la vez.

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Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial Fernando Aparicio y Roberto García Ferreira*

El presente capítulo forma parte de una línea historiográfica relativamente reciente cuyo objetivo, como ha señalado Richard Saull, implica reposicionar al sur como centro del conflicto bipolar. Al fin y al cabo, según este estudioso, sus habitantes fueron algo más que meros receptores pasivos de políticas que se decidían más allá de sus fronteras1. Compartiendo ello, y focalizando la atención en un caso particular de vigilancia policial, la ejercida sobre el escritor chileno Pablo Neruda en un balneario de la costa uruguaya a fines de 1952, hemos optado por alejarnos del análisis de hechos históricos ampliamente frecuentados a nivel regional, para detenernos en la breve descripción y comentario de las fuentes que conforman una investigación, cuyo objetivo central busca dar cuenta del creciente involucramiento del Uruguay en el conflicto global de la Guerra Fría2. * Departamento de Historia Americana, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República, Uruguay. 1 Richard Saull, «El lugar del sur global en la conceptualización de la guerra fría: desarrollo capitalista, revolución social y conflicto geopolítico» en Daniela Spenser (Coord.), Espejos de la guerra fría: México, América Central y el Caribe, México: CIESAS, 2004, pp. 31-32. 2 Ellas provienen de un repositorio casi inaccesible hasta ahora: el Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia de la Policía de Montevideo [en adelante, ADNII]. El presente trabajo forma parte del proyecto de investigación «Espionaje y política: la guerra fría y la inteligencia policial uruguaya, 1947-64», financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República y que integran los autores junto a Mercedes Terra. 45

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La Guerra Fría en América Latina: el lugar del «sur global» Resulta imposible disociar este capítulo de la temática de la Guerra Fría, que conmocionó al mundo desde la segunda posguerra hasta la implosión del régimen soviético en 1991, manteniendo en vilo a varias generaciones. Es sabido que diversos factores, como los derivados del comercio y la geopolítica, también formaron parte e hicieron propicio un conflicto de esa magnitud y tan sostenido en el tiempo3. También es evidente que esta pugna afectó profundamente a las zonas periféricas. Sin embargo, y como fuera anteriormente subrayado, el «sur global» no fue exclusivamente receptor de decisiones que llegaban desde el norte y, por ende, se imponían con dureza en la periferia. Aunque la lógica del enfrentamiento global y sus efectos incidían —y cómo— en el desarrollo de los hechos políticos acaecidos en el área periférica, los académicos se encuentran debatiendo la cada vez más imperiosa necesidad de posicionar al «sur global» en el centro de la Guerra Fría. Es que, como se ha evidenciado, en varias oportunidades los desarrollos en el sur incidieron en el relacionamiento entre ambas grandes potencias y, en ocasiones, fueron independientes de las acciones de cada una de ellas4. Por ende, los resultados de este tipo de investigaciones —prioritariamente sustentadas en documentación conservada fuera de los acervos de ambas superpotencias— habrán de echar luz acerca de cómo y hasta qué punto, el sur se involucraba en los conflictos devenidos de la Guerra Fría. Como se interpreta en un estudio reciente, ello se torna prioritario, pues Véase a este respecto Ronald E. Powaski, La guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Barcelona: Crítica, 2000, pp. 11-14, 359, 372 y Edmé Domínguez Reyes, «Relaciones URSS-Estados Unidos: Percepciones mutuas y competencia en el Tercer Mundo» en Luis Maira (Ed.), El Sistema Internacional y América Latina. ¿Una nueva era de hegemonía norteamericana?, Buenos Aires: GEL, 1985, pp. 247-271. 4 Richard Saull, «El lugar», Gilbert M. Joseph, «Lo que sabemos y lo que deberíamos saber: la nueva relevancia de América Latina en los estudios sobre la guerra fría» y Piero Gleijeses, «Las motivaciones de la política exterior cubana» en Spenser, Espejos, pp. 31-66, 67-92 y 151-171 respectivamente. En esa línea historiográfica consúltese también Tanya Harmer, «The Rules of the Game: Allende’s Chile, the United States and Cuba, 1970-1973», Tesis de Doctorado, London School of Economics and Political Science, 2008 y «Una mirada desde el Sur: El Chile de Allende, la Guerra Fría y la brecha Norte-Sur en política internacional, 1970-1973» en Roberto García Ferreira (Coord.), Guatemala y la Guerra Fría en América Latina, 2010, Guatemala, Universidad de San Carlos de Guatemala; y Jim Hershberg, «The United States, Brazil and the Cuban Missile Crisis, 1962» (Parts 1 and 2), Journal of Cold War Studies, vol. 6, Nos 2-3 (2004). 3

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«es imposible comprender la guerra fría (…) sin antes admitir las aspiraciones autonomistas, modernizadoras y el deseo de un progreso material de los pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos»5.

Las «actividades comunistas» y las policías políticas de la región La Tercera Internacional no hubiera tenido la importancia que alcanzó de no haber sido por su manifiesta misión de integrar a los partidos comunistas, los sindicatos obreros, el campesinado, los intelectuales y la juventud en una «magna organización mundial» destinada a derrotar al capitalismo y reemplazarlo por el socialismo en todo el planeta. Estos propósitos abiertamente proclamados promovieron la existencia de una especial preocupación de parte de las agencias de inteligencia a nivel internacional, que mantuvieron a los comunistas bajo un atento «escrutinio» desplegando tempranas labores de «inteligencia preventiva»6. Por su naturaleza, buena parte de dichas tareas recayeron en cuerpos de inteligencia policial y, aunque su acción se orientaba a no dejar huellas, no parece arriesgado argumentar que los servicios secretos de la región compartieron información confidencial bastante antes de que la Guerra Fría irrumpiera en la escena internacional. Según la hipótesis de una politóloga estadounidense, la «Operación Cóndor», como fuera denominada la coordinación entre dictaduras militares sudamericanas para el exterminio de militantes revolucionarios en toda la región, solo fue la «manifestación de una estrategia anticomunista más amplia» y anterior7. Melvyn P. Leffler, La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría, Barcelona: Crítica, 2008, p. 22. 6 Daniela Spenser, «Unidad a toda costa»: La Tercera Internacional en México durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, México: CIESAS, 2007, p. 11. Al respecto, consúltese Manolo Vela, La labor de inteligencia para principiantes, Guatemala: FLACSO, 2003; Marcelino Rodríguez, Inteligencia, Montevideo: Centro Militar, 1984 y José Manuel Ugarte, Legislación de inteligencia: especialización y control, legitimidad y eficacia, Buenos Aires: Dunken, 2000. 7 Patrice McSherry, Los Estados depredadores: la Operación Cóndor y la guerra encubierta en América Latina, Montevideo: Banda Oriental, 2009, p. 67. En el caso uruguayo, la reciente investigación coordinada por Álvaro Rico abona dicha tesis: la Operación Cóndor «fue sólo una, seguramente la más importante, de las instancias de colaboración entre las fuerzas represivas del Cono Sur», quedando «claro que hubo coordinación y acciones conjuntas antes y después de los períodos autoritarios de los años sesenta, setenta, ochenta y después». Véase Álvaro Rico (Coord.), Investigación Histórica sobre Detenidos Desaparecidos. En cumplimiento del Artículo 4º de la Ley 15.848. Tomo I. Contexto represivo. Testimonios, Montevideo: IMPO, 2007, pp. 281 y siguientes. «Sección 2. Participación uruguaya en la coordinación regional: ‘Operación Cóndor’», p. 283. 5

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Algunos breves ejemplos y la investigación de la cual es resultado parcial este capítulo, corroboran la validez de esa interpretación. Ya en 1932, a consecuencia del levantamiento indígena y campesino en El Salvador, la policía ubiquista en Guatemala fue prontamente informada por sus colegas salvadoreños acerca de los militantes comunistas que habían conseguido escapar hacia el vecino país una vez fracasada la insurrección, y fue la propia Gaceta de la Policía la que, además de publicar los documentos sobre dicho proceso, dejaba «entrever de que estaba al tanto de los sucesos insurreccionales de El Salvador»8. Poco después, y en esta oportunidad mediando un intento revolucionario auspiciado en 1935 por la Internacional Comunista en Brasil9, la región se vio convulsionada10. Según un documento recientemente hallado en archivos oficiales de Brasil, los servicios de inteligencia uruguayos y brasileños trabajaron coordinadamente en la ocasión11. Una nota reservada del embajador brasileño en Uruguay al canciller de su país fechada en noviembre de 1935 es significativa, pues ella da cuenta de las «providencias necesarias [tomadas por Brasil] junto al gobierno uruguayo» para detener

Piero Gleijeses, La esperanza rota. La revolución guatemalteca y los Estados Unidos, 1944-1954, Guatemala: Editorial Universitaria, 2005, pp. 2-4 y 12-15 y Arturo Taracena Arriola, «El Partido Comunista de Guatemala y el Partido Comunista de Centro América (1922-1932)», Política y Sociedad, N° 41 (2003), p. 121. Acerca del limitado papel del comunismo salvadoreño en la insurrección, véase Erick Ching, «La historia centroamericana en los archivos rusos del Comintern: los documentos salvadoreños», Revista de Historia, N° 32 (julio-diciembre de 1995), pp. 217-247. 9 Véase, Paulo Sergio Pinheiro, Estratégias de Ilusão. A Revolução Mundial e o Brasil 1922-1935, São Paulo: Companhia das Letras, 1992; William Waack, Camaradas: nos arquivos de Moscou. A historia secreta da revolução de 1935, São Paulo: Companhia das Letras, 1993. El año anterior, en Chile se había producido una rebelión rural a la que también se le atribuyó un origen comunista. Al respecto, véase Olga Uliánova, «Levantamiento campesino de Lonquimay y la Internacional Comunista», Estudios Públicos, N° 89 (2003), pp. 173-223. 10 No debe pasarse por alto que para entonces el golpe encabezado por el general José Félix Uriburu en la vecina Argentina, ya había desatado una muy difundida «histeria anticomunista». En consecuencia, el Buró político de la Internacional Comunista desplazó su sede desde Buenos Aires a Montevideo. Véase Isidoro Gilbert, El oro de Moscú, Buenos Aires: Sudamericana, 2007, especialmente pp. 117, 120 y 52; Alicia Dujovne, El camarada Carlos. Itinerario de un enviado secreto, Buenos Aires: Aguilar, 2007, especialmente pp. 265, 309. 11 En el caso de este país, los servicios de informaciones estatales se remontan a la década del 20, cuando fue creado el Consejo de Defensa Nacional. Recibió el cometido de estudiar y coordinar las informaciones y cuestiones de orden político, económico, bélico y moral que afectaran «la defensa de la Patria». Priscila Antunes, «Argentina, Brasil e Chile e o desafio da reconstrução das agencias nacionais civis de inteligência no contexto de democratização», Tesis de Doctorado, Universidade Estadual de Campinas, 2005, p. 162. 8

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los «manejos» de Prestes. Si los comunistas «y sus adeptos se proponen formar una organización internacional es lógico que le ofrezcamos combate, con las mismas armas», culmina elocuentemente el documento12. Aunque la creación del Servicio de Inteligencia y Enlace (en adelante, SIE) de la policía uruguaya respondió a los avatares de la Guerra Fría —sus inicios se remontan a septiembre de 1947—, el celo anticomunista que la caracterizaría precedió a ese enfrentamiento bipolar y, por ende, sus archivos conservan información anterior a la fecha de su fundación13. Y uno de los casos corroborados es precisamente el de Luis Carlos Prestes, a quien se le iniciaron sus antecedentes y prontuario respectivo en abril de 1936. Como se evidencia por los sellos que lucen las copias de fotografías y huellas dactilares, tales registros habían sido cedidos por sus colegas brasileños14. El temprano prontuario personal de Enrique Rodríguez, cuyos vínculos internacionales le aseguraban un lugar de importancia entre las figuras más visibles del Partido Comunista de Uruguay, exhibe importante evidencia respecto al intercambio de información confidencial15, así como Bueno a Macedo Soares, Nota Reservada Nº 307, Montevideo, 18 de noviembre de 1935, nota citada en Ana María Rodríguez Aycaguer, «La diplomacia del anticomunismo: la influencia del gobierno de Getúlio Vargas en la interrupción de las relaciones diplomáticas de Uruguay con la URSS en diciembre de 1935», Estudios Iberoamericanos, Vol. 1, N° 34, (2008), p. 106. Sobre el tema, véase también, Carpeta 2: «Año 1935. Actividades del Comunismo. Ruptura de relaciones con la URSS. Antecedentes», Caja 1, Fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, serie «Comunismo. Actividades en América», Archivo Histórico-Diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay. 13 Álvaro Rico (Coord.), Investigación Histórica sobre Detenidos Desaparecidos. En cumplimiento del Artículo 4º de la Ley 15.848. Tomo IV. Documentación, Montevideo, IMPO, 2007, p. 799. 14 «Luis Carlos Prestes», Prontuario de Inteligencia y Enlace n° 41, Filiación del 1 de abril de 1936, Causa: Comunista. En el mismo prontuario, véase también Memorándum, Rivera, 25 de abril de 1950, p. 1, ADNII. 15 Sus escalas en Buenos Aires lo hicieron sujeto de pormenorizados interrogatorios y las copias de sus declaraciones —noviembre de 1944 y agosto de 1945, cuando regresaba de Brasil tras un homenaje a Prestes— llegaron a manos de la policía uruguaya. Véase «Enrique Rodríguez. Prontuario Personal de ‘Inteligencia y Enlace’», n° 17, ADNII. Los antecedentes de Rodríguez se refieren al año 1935, cuando la policía allanó un local donde se editaba clandestinamente el periódico Justicia. No parece ocioso recordar que durante ese momento gobernaba Gabriel Terra. Aunque había sido electo constitucionalmente como Presidente, el 31 de marzo de 1933 emprendió un golpe de Estado que supuso la abolición de la Constitución, la disolución del Poder Legislativo y la censura de prensa. Según se ha estudiado, Terra mantenía una indudable simpatía por la Italia fascista, cosechando cordiales y estrechas relaciones con el representante de Mussolini en Montevideo. A este respecto véase Juan Antonio Oddone, «Serafino Mazzolini: un misionario del 12

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al trabajo conjunto de la policía uruguaya con su par argentina16. Ambos señalamientos no resultan sorprendentes ya que, por lo menos desde comienzos de la década de 1930, las policías políticas de la región compartían un objetivo común: la represión y control de «actividades comunistas», fueran estas reales o imaginarias. Incluso es posible afirmar que, desde el comienzo mismo del siglo XX, la creciente inmigración desde Europa hacia la Argentina y la expansión con ella del anarquismo, habían conducido a que el régimen oligárquico promoviera la creación de «organizaciones» que al interior de la policía fueran capaces de controlar las actividades de los ácratas. De esta forma, sostiene una investigadora, el régimen combinaba «prácticas inclusivas» y «prácticas excluyentes», estas últimas, especialmente dirigidas contra los anarquistas y el movimiento trabajador. El golpe militar de 1930 puso fin al proceso de democratización policial impulsado desde la asunción de Hipólito Yrigoyen en 191617. Y desde allí, la policía tendió a politizarse crecientemente, razón por la cual el control de las disidencias se transformó en su «principal actividad». El golpe de 1943 no hizo sino fortalecer dicho carácter, consolidando a nivel nacional el «control estatal del uso de la fuerza» para que, de esa forma, el régimen se protegiera «contra los enemigos». Entre ellos, y según se ha podido estudiar en sus publicaciones, la policía argentina mostraba temprana predisposición para combatir la

fascismo en Uruguay (1933-1937)», Estudios Migratorios Latinoamericanos, Año 12, N° 37 (diciembre de 1997), pp. 375-386 y Ana María Rodríguez Aycaguer, Un pequeño lugar bajo el sol. Mussolini, la conquista de Etiopía y la diplomacia uruguaya, 1935-1938, Montevideo: Banda Oriental, 2009, pp. 25-33. 16 Ya iniciada la Guerra Fría y ante un nuevo viaje de Rodríguez a la Argentina, un informe da cuenta de que «se ha oficiado confidencialmente a nuestra similar argentina, para que le presten atención a sus movimientos». Véase, Memorándum Confidencial, Montevideo, 5 de noviembre de 1947, p. 4 en «Enrique Rodríguez. Prontuario», ADNII. 17 A raíz del mismo y en observancia de la ya mencionada «histeria anticomunista», un buen número de extranjeros, considerados «perniciosos» e «inadaptados» para el «orden público», fueron expulsados del país. Sobre ello, véase «Del Señor Prefecto General de Policía, Coronel Enrique Pilotto al Señor Ministro del Interior Ingeniero Octavio S. Pico», Argentina, Policía de Buenos Aires, Enero 15 de 1932, Folios 20 a 31, Archivo General de la Nación (Argentina) (en adelante, AGN-A), Departamento de Archivo Intermedio (en adelante, DAI), Ministerio del Interior, Fondo Secretos, Confidenciales y Reservados (MISCR), Caja No. 149, Año 19321956, Carpeta de Decretos, Año 1932, Caja No. 149, Años 1932-1956, Ministerio del Interior, Fondo Secretos, Confidenciales y Reservados (MISCR), AGN-DAI. 50

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influencia del comunismo, a quien definía como el «terrible enemigo de la nación y de sus instituciones»18. Análogas consideraciones caben hacia la policía brasileña, cuyo marcado anticomunismo resultó tan temprano como el de sus colegas argentinos19, en especial para los servicios policiales de Río de Janeiro en cuyas actividades contaron con amplia participación del Ejército20. La coordinación trascendía al sur del continente. Cuando el matemático e importante dirigente comunista uruguayo José Luis Massera realizó las gestiones y finalmente obtuvo una beca de estudio en los Estados Unidos, el FBI norteamericano estaba al corriente de todos sus antecedentes personales, familiares y políticos21. ¿Quién si no la policía uruguaya podía ser la «fuente confidencial» y «creíble» que menciona en su informe el director del FBI?22 Resulta interesante advertir que el documento también contiene información anterior al trabajo del SIE, lo cual parece revelar la existencia —en otras dependencias que aún los historiadores no conocemos— de informaciones policiales previas a la Guerra Fría, aunque inspiradas en una lógica anticomunista muy similar. Laura Kalmanowiecki, «Soldados ou Missionários Domésticos? Ideologias e Autoconcepcoes da Polícia Argentina», Estudos Históricos, N° 22, (1998), pp. 301 y 310. 19 Waack, Camaradas, pp. 146, 252, 258, 280; Elizabeth Cancelli, «O mundo da violencia: Repressao e Estado Policial na era Vargas (1930-1945)», Tesis de Doctorado, Instituto de Ciencias Humanas, Universidade Estadual de Campinas, 1991, especialmente pp. 107-118; 165-180 y Rodrigo Rosa da Silva, «Imprimindo a resistência: a imprensa anarquista e a repressão política em São Paulo (19301945)», Dissertação Maestrado, Instituto de Filosfia, Universidade Estadual de Campinas, 2005, pp.35-48. 20 Eliana Rezende Furtado de Mendonça, «Documentação da Polícia Política do Rio de Janeiro» en Estudos Historicos, Vol. 22 (1998), pp. 379-388 y Shawn C. Smallman, «The Professionalization of Military Terror in Brazil, 1945-1964», Luso-Brazilian Review, Vol. 37, N° 1 (Summer, 2000), pp. 117-128. 21 Las mismas habían comenzado en 1944 y se prolongaron por casi tres años. Véase la misiva de Massera al Ing. H. M. Miller Jr., representante de The Rockefeller Foundation, Montevideo, 15 de junio de 1944, p. 1, en Carpeta A, Caja 5, Archivo General de la Universidad [En adelante: AGU], Archivo Massera [En adelante: AM]. 22 John Edgar Hoover a Jack D. Neal, «José Luis Jorge Massera Lerena —Uruguay— Communist Activities», Washington D.C., January 22, 1947 en 833.00B/I-2247, Record Group 59, National Archives II, College Park, Maryland EE.UU. (en adelante RG59/NARA), p. 1. [Documento relevado y cedido para esta investigación por el Dr. Juan Antonio Oddone]. Para un análisis detallado del control policial a Massera, véase Roberto García Ferreira, «Un gran activista: José Luis Massera en los prismáticos de la inteligencia policial uruguaya (1946-2002)» en Roberto Markarian, Ernesto Mordeki (Comp.), José Luis Massera: Ciencia y compromiso social, Montevideo: Pedeciba-Orbe, 2010, pp. 321-330. 18

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Montevideo: el «nido» de los comunistas Dentro de ese espacio latinoamericano, el caso uruguayo merece especial atención. La circunstancia de haber sido el primer país de América del Sur —durante agosto de 1926— en formalizar vínculos diplomáticos con la Unión Soviética —promotora de la Revolución Mundial— fundamentó la existencia de muy tempranas tareas de control policial respecto de las «actividades comunistas», un concepto simplificador y flexible, donde cabía una importante cantidad de opciones políticas que no necesariamente suponían una identificación político-partidaria con el marxismo-leninismo. Según fuentes policiales uruguayas, era la «garra de la III Internacional moviendo en el país una fuerza profundamente perturbadora, orientada, sin duda alguna, hacia la destrucción del sistema gubernamental» —pues los «soviets» deseaban «implantar en los países de América la dictadura democrática del proletariado» —, la que justificaba dichas labores preventivas23. A esto corresponde agregar, siempre según el mismo documento, que los orígenes de la «celosa vigilancia» de los «focos» comunistas —dentro de los cuales la policía había comprobado la existencia de «agitadores profesionales»— se remontaba a 1921, año en que la labor de la policía uruguaya sufrió «una intensificación progresiva» para vigilar dichas actividades y desde allí, proceder a iniciar una «investigación paciente y dificultosa acerca de los elementos desconocidos que arribaban al país»24. En función de lo señalado, parece comprensible la visible preocupación exhibida en sus informes por los diplomáticos extranjeros acreditados en Montevideo desde inicios de los años treinta, definiendo a esta capital como un «nido de comunismo»25. Aunque no cabe duda acerca del carácter distorsionado de varios de dichos telegramas, no todo era suspicacia y exageración: cuando el suizo Jules Humbert-Droz —un importante Policía de Montevideo, «Memoria de la Policía de Montevideo, 1935. Informe del Teniente Coronel Marcelino Elgue», Montevideo, s/datos, 1936, p. 29. 24 Ibid., pp. 23-24. 25 Según el embajador estadounidense, la capital uruguaya era «el centro oficial para la propaganda comunista en esta parte del mundo». Informe del embajador estadounidense en Montevideo al Secretario de Estado citado en Rodríguez, «La diplomacia», p. 97. Véase también, Ana María Rodríguez, Selección de informes diplomáticos de los representantes diplomáticos de los Estados Unidos en el Uruguay. Tomo I: 1930-1933, Montevideo: FHCE, 1996, pp. 43, 136-150. Tales apreciaciones no eran privativas de los funcionarios de ese país, sus pares británicos interpretaban la realidad de manera similar. Benjamín Nahum, Informes diplomáticos de los representantes del Reino Unido en el Uruguay, Tomos III a VII (1921-1937), Montevideo: Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, 1993, 1994, 1996 y 1997. 23

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cuadro de la Internacional Comunista— visitó Montevideo, lo describiría en estos términos: Es una pequeña ciudad provinciana, un poco como Lyon, bastante muerta y tranquila. Desde el punto de vista policial, esto es de una seguridad desconcertante. Cada uno entra y sale como quiere sin presentar papeles y dando el nombre que quiera. Una vez adentro ya no hay control. Es un verdadero paraíso para los «comerciantes de nuestra especie»26.

Esas circunstancias no pasaban desapercibidas para las autoridades políticas y policiales uruguayas y, si bien estas últimas bregaron insistentemente por una legislación más «eficaz» —por lo restrictiva—, sus mensajes tuvieron escaso eco, muy probablemente porque la estabilidad política uruguaya —habitualmente destacada desde el exterior— constituía un factor de autocomplacencia decisivo. Sin embargo, más allá de la retórica pública de las autoridades, convencidas del valor que tenía la «excepcionalidad democrática» del sistema político-partidario de Uruguay, hoy sabemos que también pesaron «razones de inteligencia» en las decisiones de no ilegalizar a los partidos políticos que conformaban la izquierda, especialmente al Partido Comunista local: Quizás no sea conveniente llevar al comunismo a la clandestinidad dado que ello obligaría a nuestra Policía a descubrir las nuevas organizaciones y conocer los nuevos métodos de trabajo y enlace que dicho partido adoptaría, necesariamente, al colocarse fuera de la ley27.

De todas formas, y también remitiéndonos a sus propios documentos, las «amplias facilidades» que ofrecía el país parecían notorias y hay importante evidencia documental acerca de cómo la inteligencia policial uruguaya manejaba la situación28. Un memorándum de esa repartición estatal de la época de la Segunda Guerra Mundial, advertía que Uruguay era «el Centro del Comunismo en la América del Sur en la misma forma que lo es Méjico para la América del Norte». En el mismo informe se agregaba que desde Montevideo se canalizaba propaganda comunista Dujovne, El Camarada, pp. 234-235. Véase Memorándum del Fiscal Letrado de Policías, s/f [1952], p. 1, Carpeta 110, «Conferencia Continental Americana por la Paz. Comisión Patrocinadora Nacional. Delegados al Congreso», ADNII. 28 Policía de Montevideo, Memoria de la Policía de Montevideo, 1935. «Informe», p. 26. 26 27

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hacia los países vecinos, especialmente Argentina, Brasil, Chile y Bolivia29. La presencia de instituciones culturales soviéticas en los departamentos fronterizos más importantes de Uruguay con Argentina y Brasil puede explicarse precisamente por ello. En respuesta, el control de las actividades allí desplegadas fue entonces prioritario para los servicios de inteligencia, desde donde se evaluaba que Montevideo constituía una «base libre» de permanente ingreso de propaganda30. Una investigación reciente sobre uno de los más célebres espías de la KGB, evidencia que Montevideo habría sido uno de los sitios más estables para su actuación en América del Sur31. En razón de ello, y como se corrobora en los registros consultados, cabe suponer que la paranoia de la Guerra Fría sistematizó y expandió en Uruguay prácticas que ya tenían —por lo menos— casi dos décadas en el país, aunque como se ha visto, ellas habían adquirido tempranamente un carácter regional. Todo indica que en esta nueva etapa, la influencia de Estados Unidos resultaría decisiva, haciéndose evidente que la misma se enmarcaba en una política hemisférica más amplia, cuya finalidad era alentar y financiar la profesionalización de los servicios de inteligencia policial y militar latinoamericanos, encauzando los objetivos de estos en la contención y represión del «comunismo», algo que indudablemente consiguió32.

«Memorándum sobre las actividades del comunismo en el Uruguay», Folio 1, Carpeta 7073/2 Int. 18, «Actividades del comunismo del Uruguay», ADNII. El memorándum citado no tiene fecha. Por su contenido y observaciones puede interpretarse que se trata de un informe confeccionado entre los años 1943 y 1945. 30 Ya avanzada la Guerra Fría y Revolución Cubana mediante, ello llegó a ser un motivo de especial preocupación pues las «valijas diplomáticas» de los países del bloque soviético pesaban cada vez más. Véase «Comunismo. Boletín mensual N° 9/1961», Ejemplar 14, Boletín Número 1092, Estrictamente Secreto y Confidencial, 31 de octubre de 1961, p. 15, ADNII. También Carpeta 507, «Viaje de una delegación soviética al Departamento de Salto y Paysandú», Carpeta 518, «Conferencia en el Ateneo de Paysandú auspiciado por la filial Paysandú del I.C.U.S.», Carpeta 366, «Legación Checa», Carpeta 1106, «Actividades del Partido Comunista. Informes de octubre de 1958 a julio de 1959», ADNII. 31 Sobre ello véase Marjorie Ross, El secreto encanto de la KGB. Las cinco vidas de Iósif Griguliécich, primera reimpresión, San José de Costa Rica: Norma, 2006. Otra comprobación puede apreciarse en el trabajo de Olga Uliánova, «Develando un mito: emisarios de la Internacional Comunista en Chile», Historia, Vol. 1, N° 41, (Enero-Junio de 2008), pp. 99-164. 32 Sobre ello véase Clara Aldrighi, La intervención de Estados Unidos en Uruguay, 1965-1974. El caso Mitrione, Montevideo: Trilce, 2007. 29

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El Servicio de Inteligencia y Enlace de la policía uruguaya Uruguay, afectado por ese clima de ferviente anticomunismo y, con toda probabilidad, acicateado por la influencia de los Estados Unidos a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) —su herramienta encubierta de política exterior—, creó a fines de 1947 el ya mencionado SIE como una repartición especialmente dedicada a las labores de inteligencia política anticomunista dentro de la policía capitalina33. Si bien resultan escasas y fragmentarias las menciones relativas al origen del SIE —algo natural, pues su actividad solía desplegarse en secreto—, pocas dudas existen sobre la estrecha vinculación de la policía local con la Estación de la CIA en Montevideo34, algo recientemente reconocido por uno de sus ex directores35. Aunque con importantes omisiones, resulta destacable el esfuerzo de recopilación documental de un ex policía. José Victoria Rodríguez, Evolución histórica de la policía uruguaya, Montevideo: Byblos, 2008, Tomo III. Sobre los vínculos de la CIA con los servicios secretos —militares y policiales— de los más diversos países adonde podía llegar su accionar, véase Tim Weiner, Legado de cenizas. La historia de la CIA, Buenos Aires: Debate, 2009, pp. 152, 218, 294-295, 376. 34 En junio de 1948, Pedro Seoane, encargado de negocios de la Legación de España en Uruguay, remitió a la cancillería de su país un informe donde celebraba que «el Presidente» uruguayo Luis Batlle Berres hubiera «creado una brigada especial, de la que se ocupa personalmente, destinada a la vigilancia del comunismo infiltrando en aquel sus elementos». Benjamín Nahúm, Informes diplomáticos de los representantes de España en el Uruguay, Tomo IV (1948-1958), Montevideo: Universidad de la República, 2001, p. 12. El archivo privado del ex Presidente uruguayo confirma que el diplomático español estaba en lo cierto, pues la policía le informaba periódicamente de las actividades comunistas. Archivo General de la Nación (AGN), Archivo de Luis Batlle Berres, Cajas 123, «Comunismo»; y Caja 153, «Memorias», Archivo de Luis Batlle Berres, AGN. Aunque el ex Presidente Luis Batlle Berres creó este servicio y a través del mismo estaba informado de las vigilancias que ejercía sobre los comunistas uruguayos, los militantes de este partido no tenían una imagen negativa de él ya que, en efecto, Batlle Berres no era un anticomunista. En cuanto a ello, resulta interesante la correspondencia privada que mantenían José Luis Massera y su esposa, dos importantes dirigentes comunistas. Véase, por ejemplo, Carmen Garayalde a José Luis Massera, 2 de agosto de 1947, p. 4 en AM, Caja 24, en AGU, AM, «Correspondencia de José Luis Massera con Carmen Garayalde (desde Estados Unidos, varios años, fundamentalmente 1947-1948 y 1951)» y «Correspondencia de Carmen Garayalde con José Luis Massera (desde Montevideo, varios años)». Véase también Roberto García Ferreira, «‘La fiebre que llega desde el Norte’: la correspondencia privada de un matrimonio comunista en los orígenes de la Guerra Fría (1947-48)», inédito, texto presentado en las Primeras Jornadas de Investigación del Archivo de la Universidad de la República, octubre de 2009. Véase también, Philip Agee, La CIA por dentro, Buenos Aires: Sudamericana, 1987, p. 295; Howard Hunt, Memorias de un espía. De la CIA al escándalo Watergate, Barcelona: Noguer, 1975, p. 137; Manuel Hevia, Pasaporte 11333 (Montevideo: Túpac Amaru, 1989); José Calace, Quince años en el infierno, Montevideo: Tae, 1990; Clara Aldrighi, «La estación montevideana de la CIA», Brecha, 25 de noviembre de 2005, pp. 21-24. 35 Según el Inspector (R) Alejandro Otero, «Inteligencia y Enlace respondía siempre a 33

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Según dejan ver sus documentos, a inicios de 1948 el trabajo de actualización de prontuarios policiales de aquellas personas sindicadas como «comunistas» era intenso36. De allí en adelante, y sumado a ese control de antecedentes personales, el servicio —que durante más de dos décadas se caracterizaría por su marcado sesgo ideológico antiizquierdista— habría de profesionalizarse con particular sistematización en el control de las diversas organizaciones políticas, gremiales, estudiantiles y culturales afines a la izquierda, aunque no exclusivamente37. Sus anotaciones e informes reflejan el avance de la Guerra Fría y dan cuenta de su notoria expansión.

Los vínculos con la policía chilena Desde el hallazgo en 1992 del denominado «Archivo del Terror» en Asunción del Paraguay, un tema de especial importancia y significado se ha instalado entre los estudiosos dedicados a la historia latinoamericana reciente: confirmada documentalmente la existencia de una operación transnacional de represión —la denominada «Operación Cóndor»— se ha hecho evidente el interés de rastrear el origen de la misma. ¿Desde cuándo puede fundamentarse la existencia de operaciones coordinadas de vigilancia e intercambio de información confidencial entre los servicios de la región? ¿Ellas respondieron a las amenazas guerrilleras presentes en América Latina desde mediados de los años sesenta? En la respuesta a esas preguntas se halla una clave para evaluar la denominada «teoría de los dos demonios»: ¿los militares contrainsurgentes respondieron a una amenaza previa por medio de una operación también novedosa o, por el contrario, ese tipo de operativos antecedieron la existencia de las guerrillas y la propia Guerra Fría? Por lo pronto, y como el presente trabajo deja en evidencia, los vínculos de la policía uruguaya con su par chilena en el intercambio de información y en el cumplimiento de tareas anticomunistas comunes prelo que eran las necesidades de los servicios de inteligencia americanos» y «toda la información que yo obtenía, toda, yo la proporcionaba a esos servicios». Entrevista citada en Aldrighi, «La estación», p. 22. Información que confirma en sus memorias, donde advierte que «por orden» de sus «jerarcas en la policía debíamos entregarle a los yanquis, copia de todos nuestros informes referentes a las investigaciones que realizábamos». Raúl Vallarino, ¡Llamen al Comisario Otero! Memorias de un policía, Montevideo: Planeta, 2008, pp. 43 y 12. 36 «Personas de Antecedentes Comunistas», Asunto 7073/1, Int. 27, ADNII. 37 Que podía remontarse hasta 1918, como en el caso de Eugenio Gómez, un «destacado agitador propagandista». ADNII, «Eugenio Gómez», Prontuario de Identificación Criminal N° 28023, Prontuario de Inteligencia y Enlace N° 9, ADNII. 56

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cede a la Revolución Cubana y, por ende, a la difusión de movimientos guerrilleros en América Latina. Debe agregarse que, en este sentido, no solo actuaban las policías políticas de la región, sino que es sabido que las misiones diplomáticas también cumplían un rol importante en la materia38. Tres ejemplos concretos permiten documentar lo anteriormente señalado y, en este aspecto, una carpeta titulada «Comunismo en Chile» resulta especialmente significativa39. Su contenido permite documentar los tempranos vínculos con el servicio de inteligencia uruguayo, con quien los trasandinos compartían información sobre «agentes comunistas». En septiembre de 1951, la Dirección General de Investigaciones chilena, informada por medio de un Oficio Confidencial de «nuestro Embajador en México», le hacía llegar a sus colegas uruguayos información sobre la mexicana Berta Arenal Bastar, llegada por vez primera a Chile en mayo de 1950 como esposa del senador comunista Salvador Ocampo Pastene. Mientras residió en Santiago, Arenal manifestó haber sido becada varias veces en Estados Unidos trabajando en «importantes centros científicos», informando que «su viaje a Chile obedecía a estudiar los problemas de Previsión Social». Sin embargo, prosigue el informe de la policía trasandina, «se ha tenido conocimiento que esta dama viaja periódicamente a Rusia, habiéndolo hecho la última vez a mediados de 1949 en compañía de Lombardo Toledano y que su misión en los países de América es preparar una red de espionaje soviético con miras a una próxima guerra y señalar a los miembros más caracterizados del Movimiento anticomunista, tal como ya lo habría realizado en Méjico, Francia y Cuba». De esta forma, y tras anotar varios de sus antecedentes, el informe finalizaba con una recomendación: que «no se acceda a lo solicitado por doña Berta Arenal Bastar en el sentido de otorgarle visación para ingresar a nuestro país»40. Similar intercambio de información puede apreciarse en otro documento, llegado a la Presidencia de la República en Montevideo desde la sede diplomática de Uruguay en Santiago, que a su vez había sido alertada por la policía chilena de que «en avión línea aérea chilena viajará mañana Jueves 27 de setiembre a Buenos Aires señor José o Antonio Venturelli, ciudadano natural chileno (…) pintor y presidente de la Juventud Co Las embajadas constituyeron agencias de «alto nivel» en la producción de información de inteligencia, señala un manual de Inteligencia del Ejército uruguayo. Véase Rodríguez, Inteligencia, p. 17. 39 Carpeta 91, «Comunismo en Chile», ADNII. 40 Memorándum Confidencial, Santiago de Chile 8 de enero de 1952, Carpeta 91, «Comunismo en Chile», ADNII. 38

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munista de Chile», presumiéndose que intentaría «trasladarse después a Uruguay»41. A mediados de julio de 1954, cuatro intelectuales uruguayos «de tendencia comunista» partieron hacia Santiago de Chile con el objetivo «de estar presentes en las demostraciones que se tributen al escritor chileno Pablo Neruda en ocasión de celebrar sus cincuenta años de edad». Tras remitir a sus colegas trasandinos «algunas referencias que considero de su interés» —se refería a los antecedentes políticos de los viajeros nacionales— el director del SIE le solicitó al «distinguido colega» chileno que tuviera a bien «hacer saber a esta Dirección, en su oportunidad, todo lo relacionado» con la estadía de los uruguayos en la capital chilena42.

El poeta y su «amiga» En vistas de lo anteriormente señalado, no sorprende que la policía uruguaya estuviera informada del arribo a la capital del poeta chileno Pablo Neruda a fines de 1952. En ese entonces, el mundo vivía uno de los tramos más álgidos de la Guerra Fría. En pleno desarrollo estaba la Guerra de Corea, Gran Bretaña acababa de ingresar en el selecto club atómico —integrado hasta entonces solo por estadounidenses y soviéticos— y en Estados Unidos el macarthismo campeaba ensoberbecido. Faltaba apenas año y medio para que la intervención norteamericana pusiese fin al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala. En la periferia del sur americano, la contienda de bloques también se hacía sentir. En Chile durante 1948, la Ley de Defensa Permanente de la Democracia —conocida como «Ley Maldita»— había ilegalizado al Partido Comunista, rompiendo así con una larga tradición de pluralismo político. Es que, según se ha afirmado, «de los años cuarenta a los ochenta, el país se encontró en el ojo del huracán de la Guerra Fría»43. La citada norma había sido impulsada por el Presidente chileno Gabriel González Videla, pese a que había sido elegido en 1946 con el apoyo de los comunistas44, a quienes convertía dos años después en el principal objetivo de Oficina de claves y telégrafos de la Presidencia de la República, Montevideo, 26 de septiembre de 1951, Carpeta 91, «Comunismo en Chile», ADNII. 42 «Guillermo García Moyano y otros», Carpeta 145, ADNII. 43 Joaquín Fermandois, «¿Peón o actor? Chile en la Guerra Fría (1962-1973)», Estudios Públicos, N° 72 (primavera de 1998), p. 153. 44 Tal asociación era seguida con atención por parte de los dirigentes comunistas uruguayos, que por ese momento también se encontraban cercanos al Presidente uruguayo, con quien cosechaban una cordial relación de «entendimiento». Carmen Garayalde a José Luis Massera, 2 de mayo de 1947, p. 1 Caja 24, «Corresponden41

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la represión estatal45. A partir de ese entonces, el propio Neruda —que había participado activamente en la campaña de González Videla a nivel nacional— debió partir clandestinamente al exilio, debiendo eludir la celosa vigilancia de la policía argentina que por ese entonces «estaba colaborando con González Videla», como señala un autor46. El cercano Uruguay aún vivía el denominado «neobatllismo»47. La estabilidad política y el clima de moderadas tensiones sociales —más allá de situaciones puntuales— se asentaban todavía en la relativa bonanza generada por la Segunda Guerra Mundial, el conflicto coreano y las bondades —que las tuvo— del propio «modelo neobatllista»48. Faltaban, empero, pocos años para que las fisuras del mismo quedaran en evidencia ya que, al igual que en el resto de los países de América Latina que siguieron caminos semejantes, las limitaciones no tardaron en hacerse sentir: dependencia tecnológica, estrechez del mercado interno y escasa competitividad



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cia», AGU, AM. Mientras tanto, el embajador norteamericano en Chile no dudó en calificar a González Videla, «sin exageración», como «el más destacado campeón de la Democracia entre los jefes de Estado del continente». Claude G. Bowers, Misión en Chile, 1939-1953, Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1957, pp. 352-353. A propósito de la ya referida ley, véase el testimonio del propio González Videla en Gabriel González Videla, Memorias, Santiago de Chile: Gabriela Mistral, 1975, pp. 707-717. Acerca de ello, véanse los testimonios del propio Neruda y Elías Lafferte. Pablo Neruda, Confieso que he vivido, México: Artemisa, 1985, pp. 223-224; Elías Lafertte, Vida de un comunista. (Páginas autobiográficas), Santiago de Chile: Austral, 1971, segunda, pp. 346-347. Marcos Goldfarb, «Neruda: El poeta comunista», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año 11, N° 21/22 (1985), p. 106. Que abarcó al período comprendido entre los años 1947 y 1958, estando indisolublemente ligado a la figura de Luis Batlle Berres, Presidente de la República entre agosto de 1947 —momento en que como vicepresidente debió suplir al fallecido Presidente Tomás Berreta— y marzo de 1951. De todas formas, debe añadirse que su importancia política no se agotó en el simple ejercicio de la primera magistratura, razón por la cual se constituyó en el líder indiscutido de uno de los sectores del «batllismo». A su vez, cabe agregar que este último fue una corriente dentro del Partido Colorado, la cual había sido organizada a principios del siglo XX por su tío, José Batlle y Ordóñez. Esta tendencia fue la mayoritaria dentro del citado partido entre 1903 y 1933, siendo la impulsora de un verdadero modelo de país. Desplazada del gobierno a raíz del golpe de Estado promovido en marzo de 1933 por otros sectores del mismo Partido Colorado y por la tendencia mayoritaria del Partido Nacional, retomó la plena conducción del Uruguay a partir de 1947. En el marco de la inmediata segunda posguerra, en medio de una coyuntura económica verdaderamente favorable para el país; merced a las reservas de divisas acumuladas por las exportaciones de carnes, lanas y cueros al bando aliado, y la concomitante reducción de las importaciones en tiempos de guerra, el «neobatllismo» retomó y amplió las principales líneas estratégicas del «batllismo» del primer tercio del siglo XX. 59

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externa, deterioro de los términos de intercambio con los países centrales. La propia dinámica del sistema político uruguayo, es decir, la permanente pugna entre colorados y blancos, junto con las luchas dentro del propio «coloradismo», a lo que hubo que sumarle los primeros indicios fuertes de desocupación, condujeron a un desmesurado crecimiento del aparato burocrático estatal. El cuadro de dificultades se completó con el estancamiento productivo del sector ganadero —que llevaba ya más de veinte años, pero que pudo soslayarse gracias a las coyunturas internacionales extraordinariamente favorables— del que dependía, en definitiva, toda la ingeniería del modelo. En ese marco, la llegada al país, en los últimos días de diciembre de 1952, del ya afamado poeta y comunista chileno, Pablo Neruda, desató un tenaz operativo de seguimiento por parte de los sabuesos de la inteligencia policial uruguaya49. Durante veinte días, sus movimientos en el territorio nacional fueron severamente vigilados por un equipo compuesto por al menos tres agentes del SIE. Pocos fueron los frutos obtenidos luego de tan obstinada pesquisa. En aquella ocasión, Pablo Neruda mantendría escasos contactos y todos ellos pueden rotularse de vínculos personales y sociales. Y la tan tenazmente observada estadía del intelectual comunista trasandino, tuvo, como veremos, poco que ver con los planes del «comunismo internacional» que tanto obsesionaban a la inteligencia policial, a círculos del elenco gobernante, a buena parte de la «prensa democrática» y, claro está, a la potencia hegemónica del hemisferio. El 29 de diciembre de 1952 llegaba al aeropuerto de Carrasco procedente de Europa el poeta, acompañado de su secretario —también de nacionalidad chilena—, Vicente Naranjo, en vuelo de KLM. El arribo no era sorpresivo y por ello la inteligencia policial lo esperaba con un dispositivo de seguimiento. El 27 de diciembre, el consulado uruguayo en Ginebra informaba del otorgamiento de una visa de tránsito para Neruda, quien en breve se trasladaría a Montevideo. Una vez más, dicho registro denota cómo la información diplomática servía de «fuente» al SIE50. Además de consignar en mayúscula que se trataba de alguien clasificado como «COMUNISTA», entre otras, su ficha personal contiene las siguientes anotaciones personales: «Nació en Temuco (Chile) en el año 1904; hijo de José Del Carmen Reyes y de Rosa de Basoalto; su verdadero nombres es Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, nacido el 12 de julio de 1904». ADNII, Ficha N° 213166, Ficha personal de Pablo Neruda, ADNII Ficha n° 213166. 50 Consejo Nacional de Gobierno de Uruguay, Oficina de Claves, Telégrafos y Teléfonos, Ginebra, 27 de diciembre de 1952, «Pablo Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», Carpeta 117, ADNII. 49

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No eran, sin embargo, estas las primeras acciones de «pesquisa» sobre el escritor comunista. En agosto de ese mismo año, su llegada al puerto montevideano en el Giulio Cesare no pasó desapercibida51. Aunque anunció que se hospedaría en el Hotel Nogaró, no lo hizo allí, para desconcierto de los agentes policiales. Fue recogido en el puerto por un coche perteneciente a María Julia Urrozola. Dos de las valijas de Neruda lo acompañaron en el coche de la Sra. Urrozola, pero otros cuatro bultos se convirtieron en una pequeña obsesión para los agentes. Sin resultados positivos aparentes, se investigó al camionero que recogió el resto del equipaje. De todas formas, los desvelos policiales no terminaron allí. En ninguno de los hoteles «relevados» en el centro de la ciudad pudo localizarse al esquivo poeta comunista y los siguientes días fueron de nuevas frustraciones. La vigilancia sobre los domicilios de los dirigentes comunistas uruguayos Amalia Polleri, José Luis Massera, Rodney Arismendi y Eugenio Gómez, no arrojó resultados positivos para los atentos agentes uruguayos. Tampoco la realizada en el domicilio del escultor Armando González, en la sede central del Partido Comunista —sobre la famosa calle Sierra 1720— o en ese punto de encuentro de la intelectualidad que era el Café Sorocabana en la Plaza de Cagancha de Montevideo. Empero, interesa recalcar que el informe donde constan las acciones anteriores fue confeccionado y firmado por el Subcomisario Fontana, más tarde reconocido como uno de los colaboradores con que contaba la estación montevideana de la CIA52. Por ende, la vigilancia ejercida sobre el chileno a su llegada —el 29 de diciembre de 1952— no era un episodio aislado o casual. Con especial precisión, los agentes registraron los datos de quienes esperaban a Neruda y su secretario Naranjo en la terminal aérea: el arquitecto Walter Mántaras y su señora esposa. El matrimonio arribó en un coche —propiedad de la señora del arquitecto— acompañados por «una señorita chilena que recibió muy afectuosamente al Sr. Pablo Neruda»53. Estas cinco personas abordaron otro coche —que luego sería objeto de una prolija investigación— dirigiéndose al balneario Atlántida, ubicado a unos 45 km de la

Memorándum del 11 de agosto de 1952, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 52 Ibid., e Informe de Pablo Fontana al Director del SIE, 11 de agosto de 1952, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. Véase Agee, La CIA, p. 465. 53 Memorándum del 17 de enero de 1953, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 51

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capital uruguaya54. El destino era un chalet propiedad del matrimonio Mántaras, cedido por estos para uso de Neruda y sus acompañantes. Una vez instalados los visitantes en el lugar, los dueños de la residencia regresaron de inmediato a la capital.

Allegados bajo la lupa policial Desde ese momento, todos los movimientos de los ocupantes de la vivienda de descanso serían observados hasta el mínimo detalle. Neruda, Naranjo y la «señorita chilena» —que luego sería identificada como Matilde Urrutia de la Cerda, futura esposa del poeta— se dirigieron a la central telefónica del balneario55. Desde allí realizaron dos llamadas y de ambas tomó nota el SIE, producto de sus contactos en dicha oficina. Una de ellas a Héctor Gómez Guillot y la otra al aeropuerto de Carrasco56. El día 30 de diciembre transcurrió «sin novedades»: idas a la playa y a un bar cercano. El 31, Vicente Naranjo se trasladó al aeropuerto de Carrasco para esperar la llegada de su esposa, Elvira Llambí Alonso, procedente de Valparaíso, aunque dicho arribo no se concretó57. Pocos días después, los agentes asignados al control del poeta en el balneario informaban a sus superiores que habían podido «constatar por intermedio del telégrafo del ferrocarril de Atlántida que el Sr. Naranjo cursaba telegramas a Chile, cuya copia se adjunta»58. Vemos, entonces, cómo todo el pequeño entorno del escritor chileno caía también bajo la lupa policial. «En cuanto a Neruda y la joven que lo acompañaba continuaban llevando las mismas costumbres de los primeros días»: concurrían

Sobre la vigilancia policial y las averiguaciones practicadas por los funcionarios de inteligencia en el mismo aeropuerto, véase también Memorándum del 30 de diciembre de 1952, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 55 Pablo Neruda había conocido a Matilde Urrutia en 1946, contrayendo matrimonio en 1955. Sus tumbas se encuentran en Isla Negra, residencia del escritor en la costa pacífica chilena. Recientemente se anunció la inminente edición de un libro que contiene la correspondencia inédita de Neruda con Urrutia durante ese período de «amor clandestino». Véase «Las cartas clandestinas del poeta Pablo Neruda a Matilde Urrutia», La República, 8 de febrero de 2010, http://www.larepublica. com.uy/cultura/399206-las-cartas-clandestinas-del-poeta-pablo-neruda-a-matildeurrutia. 56 Memorándum del 30 de diciembre de 1952, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 57 Memorándum del 2 de enero de 1953, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 58 Ibid. 54

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a la playa —ubicada frente a la casa de los Mántaras— en la mañana y en la tarde59. El sábado 3 de enero los agentes registraron la llegada de Mántaras y su señora en el coche de esta última, permaneciendo ambas parejas en el jardín hasta la hora 2.30 del domingo 4. A las 22.15 de ese día, el matrimonio recién citado se retiró de la casa y Vicente Naranjo se dirigió hacia Montevideo. El 5 de enero se hace nuevamente presente, acompañado ahora de su esposa, Elvira Llambí, que había llegado a Carrasco en vuelo de LAN Chile a las 13.30 horas y siendo esperada por su esposo y una señora de apellido Castro. Los tres se dirigieron hacia Atlántida en una camioneta perteneciente a la administración del cercano balneario de Parque del Plata. El esposo de la Sra. Castro era Carlos Alberto Álvarez Villamil, presidente del directorio de Parque del Plata, siendo ambos de nacionalidad chilena. Aunque los agentes se mantienen en vilo en su tenaz vigilancia, el peligro de amenazantes contactos comunistas no se concreta y las personas antes mencionadas son conocidas de los agentes de Inteligencia y Enlace que realizan el seguimiento, los cuales también conocen a la hija del matrimonio y a su yerno, «del cual podemos dar fe que se trata de una persona netamente democrática y sumamente católica». Por ende, la tranquilidad venía por partida doble. Al retirarse la señora Castro, quedan Neruda, Urrutia, Naranjo y Elvira Llambí. El secretario de Neruda partió rumbo a Buenos Aires el 7 de enero, vía CAUSA, embarcándose a las 16.00 horas. Dos días después estaba de regreso en Montevideo y ese mismo día embarcaba junto a su esposa en un vuelo de SAS rumbo a Santiago de Chile. El 10 llegaron nuevamente hacia Atlántida, donde Walter Mántaras y su señora, marchándose hacia las 19.30. El 13, los agentes informan que salvo las personas ya mencionadas, solo se han acercado a la casa ocupada por Neruda los proveedores de comestibles, quienes, también se consigna, nunca ingresaron al chalet. La tediosa tarea parecía confirmar lo que ya habían informado el 5 de enero: «El Señor Pablo Neruda, no siendo las salidas a la playa (cosa que hace de mañana y de tarde) en compañía de su ‘amiga’ no se ha dirigido hacia ningún otro punto, ni ha mantenido contacto con ninguna persona»60.

Memorándum del 17 de enero de 1953, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 60 Memorándum del 5 de enero de 1953, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 59

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A cierta altura de la labor de vigilancia, a los sabuesos policiales se les cruzó un «problema», que podía no serlo en demasía: obtuvieron informes de que muy probablemente los vigilados viajarían a Punta del Este por un fin de semana. ¿Qué debían hacer ellos en ese caso? En carta manuscrita dirigida al comisario Ángel Stoppiello, responsable de Inteligencia y Enlace, uno de los agentes le hacía llegar sus inquietudes: «Además debo manifestarle que el gasto diario entre hotel, viático y algún gasto especial que son chicos pero que suman, no bajan de $ 35.00 diarios. En caso de ir a Punta del Este no tendremos más que unos pocos pesos, no se olvide que la última vez trajimos $ 70.00». Advierten esto —dice el agente Pérez Gomar— para que en la «oficina» no se sorprendan de la suma que puede importar su tarea, pues los vigilados permanecerían por lo menos 15 días. «Se podrá imaginar que hacemos esta aclaración porque nos parece correcta, pues nosotros estamos encantados de quedarnos», agregaba el agente antes citado61. El 20 de enero se produjeron novedades. Una vez más llegaron al chalet el arquitecto Mántaras y su señora. Según parece, los hombres de la inteligencia uruguaya lograron saber que Neruda y Matilde Urrutia los habían invitado a cenar para agradecerles el préstamo de la casa para un descanso que, como resulta evidente, tenía mucho de «escapada» romántica clandestina. Al día siguiente, la pareja chilena tenía pensado viajar rumbo a su país. Efectivamente el 21 a las 10.19 horas, los cuatro se dirigieron al aeropuerto de Carrasco. Sin embargo, una vez allí los agentes comprobaron que en la lista de pasajeros de LAN Chile figuraba Matilde Urrutia de la Cerda, pero no Pablo Neruda. Por un contratiempo, el avión de la compañía chilena que debía llegar procedente de Buenos Aires no arribó, quedando suspendido el vuelo. En razón de ello, ambas parejas se dirigen rumbo a Montevideo alojándose Neruda y Matilde Urrutia en el hotel España, ocupando habitaciones separadas. Para ese entonces, el carácter de la estadía de Neruda y su «amiga» ya se había perfilado con nitidez. Sobre las 16.05 se dirigieron al restorán «Danubio Azul» y diez minutos después la atenta labor de los hombres de Stoppiello comprobaba cómo Neruda atendía una llamada proveniente de Buenos Aires realizada por su esposa, la argentina Delia del Carril. Media hora más tarde y tras almorzar rápidamente, la pareja se dirigió al edificio donde funcionaban las oficinas de las compañías aéreas SAS y LAN Chile. Pérez Gomar al comisario Ángel Stopiello, sin fecha, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII.

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En ellas, el poeta reservó su pasaje por la aerolínea escandinava y Matilde Urrutia hizo lo propio en la compañía chilena. Todo lo relacionado al entorno de Neruda fue investigado con esmero. Ejemplo de ello fue la pesquisa que demandó identificar al coche marca Buick, de color verde, descapotable, conducido por Walter Mántaras. Los hombres de Stoppiello lograron determinar que dos años atrás, el mismo había pertenecido a un ciudadano yugoslavo-norteamericano que vivió en Montevideo por espacio de dos años y medio. Era funcionario del City Bank, «donde dieron excelentes informes de él como persona democrática, de buenas costumbres y de excelente contracción al trabajo». La posible «pista yugoslava» se desvanecía rápidamente: según puede verse y para tranquilidad de los hombres de Inteligencia y Enlace, se confirmaba que el carácter democrático iba unido a las buenas costumbres y a la condición de hombre de trabajo. Para mayor fundamento, renglones más abajo se hacía constar que los contactos entre Mántaras y Zarubica solo fueron motivados por negocios, ya que el arquitecto era cliente del banco estadounidense. El llamativo Buick estaba siempre estacionado frente a la firma «Mántaras Barbe y Maffei arquitectos», en la calle Municipio 164762. Durante su breve estadía en el Hotel España, Neruda recibió llamadas telefónicas y visitantes, siempre bajo la atenta mirada de los agentes de inteligencia. Desde Buenos Aires lo llamó el poeta y refugiado español Rafael Alberti, quien pensaba viajar a Santiago de Chile y pretendía hacerlo en el mismo vuelo que Neruda. Tal solicitud fue contestada mediante telegrama enviado a través de la empresa KLM y de ella también estuvo enterado el SIE. En cuanto a los visitantes, cabe agregar que ese agitado día culminó para el chileno con la visita de cortesía que a las «19 y 7 minutos» le realizaron José Luis Massera y Jesualdo Sosa acompañados de sus respectivas esposas —todos ellos destacados miembros del Partido Comunista uruguayo—, lo cual supuso sendas anotaciones en los registros personales de los nombrados63. La visita fue breve: a las 20 hrs Massera y Carmen se habían retirado, permaneciendo Sosa y su esposa hasta las 20.45, cuando estos últimos partieron rumbo a su domicilio en el barrio de Pocitos, junto a Neruda. Tras la cena, el poeta retornó al céntrico hotel

Memorándum del 24 de enero de 1953, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 63 Memorándum del 22 de enero de 1953, p. 2, Carpeta 117, «Pablo Neruda o Neftalí Reyes Basualdo», ADNII. 62

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a las 22.50. Ante dicha ausencia, Matilde Urrutia, quien permaneció en el hotel, había cenado sola sobre las 20.3064. Al día siguiente, la estadía de ambos llegaba a su fin y con ella el operativo montado por el SIE. A la hora 5.00 el escritor, diplomático, ex senador y comunista chileno, se dirigió caminando a las oficinas de la empresa SAS, abordando allí un ómnibus contratado por la aerolínea para los traslados rumbo al aeropuerto de Carrasco. En la terminal aérea permaneció solo, y tomó finalmente el vuelo con destino a Santiago de Chile —con previa escala en Buenos Aires— a las 7.30. Más tarde se embarcó rumbo al mismo destino su «amiga» Matilde Urrutia, abordando un vuelo de LAN Chile sobre las 9.30. De todas formas, y muy probablemente producto de sus vínculos con la policía argentina, la inteligencia uruguaya logró saber que Neruda en su escala en Buenos Aires se unió a su esposa Delia del Carril, emprendiendo ambos desde allí —no sabemos si acompañados también por Rafael Alberti— el viaje a la capital chilena65. Resulta claro —y esto no podía escapárseles a los agentes uruguayos, luego de varios días de labor— que la permanencia de Neruda en Uruguay tenía que ver con aspectos de su vida sentimental y no con actividades políticas, propias del «comunismo internacional». En primer lugar, el cuasi enclaustramiento en el que permanecieron Neruda y Urrutia en la residencia de Atlántida —no sabemos si se concretó el viaje a Punta del Este— así lo evidenció. En segundo término, todas las personas que los frecuentaron, más allá de su filiación política —comunistas y «demócratas» — lo hicieron por evidentes lazos de amistad o relacionamiento social. Por último, si se alojaron en habitaciones separadas en el hotel montevideano, si Neruda recibió una llamada de su esposa desde Buenos Aires mientras almorzaba con Matilde Urrutia en el «Danubio Azul», si viajaron rumbo a Chile en vuelos distintos con apenas dos horas de diferencia y si Neruda se reunió con su esposa en la escala bonaerense; ¿de qué otra cosa podría tratarse?

Epílogo Aunque acotada a un caso particular de mínima trascendencia, la información que fundamenta este capítulo deja en evidencia la forma de «trabajo» de un servicio secreto y, sobre todo, el neto sesgo ideológico con que este actuaba en una época tan temprana del Uruguay «liberal y

Ibid. Ibid.

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democrático»66. Si bien los motivos por los cuales Neruda visitaba el balneario fueron prontamente confirmados —se trataba de una «escapada» sentimental—, el hecho de que fuera un connotado dirigente comunista justificó la existencia y posterior permanencia de un operativo de esa magnitud durante toda la estadía del poeta junto a su «amiga». Empero, importa destacar —más allá de que el servicio solo escudriñó la vida privada del futuro premio Nobel— los medios con que ya contaba el SIE para llevar adelante sus pesquisas: aunque el presupuesto no parecía descomunal (los viáticos de la probable estadía en Punta del Este podían ser excesivos); no debe pasarse por alto su capacidad para intervenir teléfonos, acceder a los envíos telegráficos, infiltrarse en el hotel, los contactos para rastrear a los propietarios de vehículos según sus matrículas, los vínculos con la terminal aérea y demás pasos fronterizos, para citar solo algunos ejemplos. Un par de cuestiones aparentemente de detalle, que surgen del presente capítulo, merecen un comentario adicional. En primer lugar, la temprana colaboración del servicio diplomático uruguayo en el exterior con la inteligencia policial. La información relativa al próximo arribo de Neruda al Uruguay a fines de diciembre de 1952 llegó a conocimiento del SIE desde el consulado uruguayo en Ginebra. A la luz de lo que ocurriría en los años del terrorismo de Estado —es decir, entre 1973 y 1984— durante los cuales el servicio exterior uruguayo actuó en plena consonancia con la inteligencia policial y militar, lo ocurrido con Neruda al comenzar la década del 50 puede ser un interesante antecedente. La labor de seguimiento, recolección de datos acerca de las actividades y presencia de los exiliados y emigrados uruguayos en diversos países de América y Europa —en especial su labor de denuncia de las sistemáticas violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen dictatorial— parece anunciarse

El presente texto abona la tesis principal del proyecto de investigación del cual este capítulo se deriva: aunque se trataba de un país democrático, la documentación relevada advierte que inclusive con anterioridad a la Guerra Fría —y a la propia creación del SIE—, el Uruguay ya estaba en «guerra» contra la disidencia política que conformaban los minoritarios partidos de izquierda. Véase, por ejemplo, Carpetas 19 y 19A, «Comunismo. Año 1941»; Carpeta 20, «Diversos documentos» [documentos años 1940-42, cartas manuscritas, etc.]; Carpeta 17, «Organizaciones Comunistas Clandestinas»; Carpeta 7, «Unión Católica Croata» [Documentos de 1945]; Carpeta 23, «Unión de Sociedades Polacas en el Uruguay» [Documentos 1946-1949], Caja 380, «Caja Comunista», ADNII.

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en aquel informe de diciembre de 1952, el cual, a la vez, sería un eslabón más de una cadena de vieja data67. En segundo término, debe destacarse la colaboración en materia de intercambio de información entre los servicios de inteligencia de diferentes países sudamericanos. En este caso, concretamente entre los servicios de Uruguay y Argentina. ¿Quién informó al SIE —por ejemplo— que la esposa de Neruda lo acompañó en el vuelo de Buenos Aires a Santiago? Téngase presente que ello ocurría en momentos en que las relaciones políticodiplomáticas entre ambos países del Plata se encontraban atravesando un período de profundas tensiones68. Estas habían comenzado con la llegada de Juan Domingo Perón a la presidencia argentina en 1946, y recién se disiparían con la caída del líder justicialista en 195569. Este aspecto también Vania Markarian, «Una mirada desde los Derechos Humanos a las relaciones internacionales de la dictadura uruguaya» en Carlos Demasi, Aldo Marchesi, Vania Markarian, Álvaro Rico, Jaime Yaffé, La dictadura Cívico-Militar. Uruguay 1973-1985, Montevideo: Banda Oriental, 2010, pp. 247-321. 68 A propósito de ello existe una importante literatura. Por lo mayormente significativo véase Juan Oddone, Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados Unidos. Selección de documentos. 1945-1955, Montevideo: FHCE, 2003; Wilson González, La guerra, la orilla opuesta y nosotros. Uruguay y la política exterior argentina en la prensa partidaria montevideana. De Pearl Harbor a la Conferencia de Río de Janeiro (1941-1942), Montevideo: Departamento de Historia Americana, Papeles de Trabajo, 2005; Tulio Halperin, «La política argentina y uruguaya en el espejo invertido», Cuadernos del CLAEH, Nos 83-84 (1990/1-2), pp. 147-159; Ana María Rodríguez Ayçaguer, Entre la hermandad y el panamericanismo. El Gobierno de Amézaga y las relaciones con Argentina. I: 1943, Montevideo; FHCE, Papeles de Trabajo, 2004 y República Oriental del Uruguay, Actos Institucionales Uruguay-Argentina 1830-1980, Montevideo: Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay-Instituto Artigas del Servicio Exterior, 1981. 69 Tras ese episodio se normalizaron las relaciones bilaterales entre los vecinos del Plata. Ello propició el acercamiento estrecho entre las policías políticas de ambos países, que de allí en más compartieron dos preocupaciones comunes: la antigua represión de los comunistas y la novel represión a los peronistas. Una nota secreta elevada a la Cancillería de su país por el embajador argentino Alfredo Palacios, dando cuenta de la reunión que mantuviera con el ministro del Interior uruguayo, Alberto Abdala, en la sede de la representación argentina, evidencia con elocuente claridad ello, revelando la formación de un «equipo» integrado por funcionarios que actuarían «en forma muy reservada». Según Palacios, el ministro uruguayo «se mostró absolutamente empeñado en llevar adelante la campaña contra las actividades peronistas. Es más: propuso al suscripto —lo que acepté de inmediato— la formación de un equipo de funcionarios de esta Embajada, para que, en forma confidencial, colaboren con las autoridades uruguayas en todo lo concerniente al movimiento de los refugiados peronistas, intercambiando y estudiando información y señalando posibles conexiones». Véase Nota Secreta en República Argentina, Embajada de la República Argentina en Uruguay, Montevideo, 3 de julio de 1956, Caja No. 133, Año 1956, Expediente n° 84, DAI/MISCR/AGN-A. Tras la caída Perón, sus correligionarios refugiados en Montevideo fueron segui67

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Pablo Neruda y una estadía signada por la vigilancia policial

resulta un anticipo de lo que acontecería en el futuro, antes, durante —¿y aún después?— de la denominada «Operación Cóndor». En definitiva, la estrecha colaboración de los servicios de inteligencia —en este caso militar—, aunque no referido a la vigilancia de exiliados políticos, tuvo su prueba concluyente en el llamado «Caso Berríos», que culminó con el homicidio del ex agente de la DINA chilena, Eugenio Berríos, en territorio uruguayo a comienzos de la década de 199070. Por otra parte, el presente capítulo deja en claro que si bien la lógica de la Guerra Fría constituía un fenómeno global, en ese contexto las policías políticas de la región actuaran con autonomía y por propia iniciativa, pues, como se ha documentado en este trabajo, el pronunciado «celo» anticomunista de dichos servicios inclusive precedió al conflicto bipolar. En ese sentido, la vigilancia ejercida por el SIE en este caso también resulta ampliamente demostrativa de cómo la Guerra Fría no puede quedar reducida al conflicto estratégico e ideológico entre dos superpotencias. Sirva como corolario final, señalar que el trabajo del SIE no culminó con el fin de la estadía: en adelante los agentes policiales siguieron tomando notas y agregando a los antecedentes del poeta chileno cualquier nueva información, incluyendo sus siguientes visitas y hasta la fecha de su fallecimiento, pocos días después del golpe militar de septiembre de 1973 en Chile71.

dos con gran celo por parte del SIE y existe numerosa documentación probatoria. Véanse Carpetas 408, 504, 528, 535, 582, 582A y 582B, entre otras, ADNII. Véase también la Caja 992, «Peronistas», donde se conservan 13 carpetas sobre exiliados argentinos, publicaciones peronistas, actividades subversivas en Argentina, datos filiatorios y direcciones, ADNII. 70 Sergio Israel, Silencio de Estado. Eugenio Berríos y el poder político uruguayo, Montevideo: Aguilar, 2008. 71 Véase, por ejemplo, Carpetas 1578, «Homenaje al poeta Pablo Neruda en E.P.U.», Carpeta 511, «Fotos de Secretarios de Partidos Comunistas» y Carpeta 514, «Comentario del ‘Latin American Events’ sobre visita a Cuba de Comunistas Uruguayos», ADNII. 69

Guerra Fría, motivaciones y espacios de interacción. El caso del Cuerpo de Paz de Estados Unidos en Chile, 1961-1970 Fernando Purcell*

…muchos piensan que la micro historia es estudiar cosas pequeñas, pero en realidad analiza cosas grandes. Giovanni Levi, Sobre Microhistoria

Al abordar de modo preliminar la presencia del Cuerpo de Paz de Estados Unidos en Chile durante la década de 1960, este capítulo busca profundizar la «descentralización» del estudio de la Guerra Fría, una perspectiva que se ha abierto paso en los últimos años gracias a la labor de autores como Odd Arne Westad, quien en su libro The Global Cold War ha resaltado la importancia de los países del Tercer Mundo en el conflicto. Desde este punto de vista, se asume que las intervenciones de Estados Unidos y la Unión Soviética cambiaron el marco internacional y doméstico dentro del cual las transformaciones políticas, sociales y culturales del Tercer Mundo se desarrollaron, a la vez que las élites tercermundistas reformularon sus propias agendas políticas, respondiendo conscientemente a los modelos de desarrollo propuestos por los principales contendores del conflicto1. En torno a estas premisas, este capítulo valora múltiples aspectos de la historia chilena como constitutivos de un fenómeno histórico global que, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Este trabajo se enmarca dentro del proyecto Fondecyt Regular N. 1110050. 1 Odd Arne Westad, The Global Cold War, Cambridge: Cambridge University Press, 2007 [2005], p. 3. *

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si bien fue protagonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética, estuvo lejos de marginar a Chile de la contienda global vivida entre 1945 y 19912. Existen múltiples aproximaciones que permiten alcanzar el objetivo propuesto; este trabajo privilegia el análisis de aspectos sociales y culturales, los que ciertamente se complementan con aquellos de carácter político e ideológico. La elección se inscribe dentro de las nuevas líneas de análisis propuestas en In from the Cold, libro editado por Gilbert Joseph y Daniela Spenser, en el que se defiende la idea de estrechar el diálogo entre los historiadores que estudian la Guerra Fría en América Latina desde la historia de las relaciones internacionales y la diplomacia, con quienes se están acercando al tema «desde abajo», abordándolo desde la historia social y cultural3. Es por esto que se valoran también actores no estatales, como los voluntarios del Cuerpo de Paz, en espacios locales o comunitarios; esto ayuda a comprender distintas dimensiones del papel de Chile en este conflicto global, en la medida que son relevados los intercambios y relaciones entre personas en verdaderas «zonas de contacto» que adquirieron un carácter esencialmente transnacional4. El estudio del papel jugado por los más de dos mil voluntarios del Cuerpo de Paz de Estados Unidos que trabajaron en Chile durante la década de 1960, sirve como plataforma para el análisis propuesto. Sin embargo, no solo se busca incorporar aspectos sociales y culturales para el entendimiento de Chile y la Guerra Fría, sino también abordar el problema desde una escala menos convencional, la de las dinámicas e

Con respecto a la vinculación de Chile y el mundo durante la Guerra Fría ver Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo. Chile en la política mundial 1900-2004, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005; Olga Ulianova, «Algunas reflexiones sobre la Guerra Fría desde el fin del mundo», en Fernando Purcell y Alfredo Riquelme editores, Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global, Santiago de Chile: Ril Editores-Instituto de Historia UC, 2009, pp. 235-259; Alfredo Riquelme, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago de Chile: Centro de Investigaciones Barros Arana, Dibam, 2009. Aunque desde una perspectiva distinta que considera aspectos económicos y políticos, destaca el trabajo de Ángela Vergara, Copper workers, International Business and Domestic Politics in Cold War Chile, University Park, Pennsylvannia State University Press, 2008. Para el caso de las vinculaciones entre la Democracia Cristiana chilena e italiana durante la Guerra Fría ver Raffaele Nocera, «Las relaciones diplomáticas y político-partidistas ítalo-chilenas durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva», en Historia, N° 42, Vol. 2, pp. 435-470. 3 Gilbert Joseph y Daniela Spenser, In from the Cold. Latin America´s New Encounter with the Cold War, Durham: Duke University Press, 2008, p. 8. 4 Mary Louise Pratt, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London: Routledge, 1992, pp. 6-7. 2

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interacciones entre chilenos y voluntarios norteamericanos a nivel local o comunitario5. Esto bajo el entendimiento de que la Guerra Fría fue mucho más que la confrontación a partir de las motivaciones esenciales de las grandes potencias en disputa —y sus políticas exteriores expresadas por la vía diplomática o bélica— y de que las interacciones desarrolladas a nivel local modificaron o resignificaron las visiones del conflicto de los protagonistas. La utilización de esta escala de análisis sintoniza con lo argumentado por Giovanni Levi, en el sentido de que se puede estudiar lo universal en pequeños espacios6.

Chile y el Cuerpo de Paz El Cuerpo de Paz fue creado por el presidente John F. Kennedy en marzo de 1961, con el propósito de promover la paz y la amistad a nivel mundial a través del voluntariado7. La misión consistía en ayudar a países tercermundistas a lograr responder a sus necesidades de disponibilidad de trabajadores calificados para solucionar problemas sociales y económicos en pos del desarrollo, lograr un mejor diagnóstico de las necesidades mundiales por parte de ciudadanos de Estados Unidos y promover el entendimiento de la sociedad norteamericana por el resto del mundo. Sin embargo, había una clara intención subyacente, que para el caso latinoamericano se vinculaba a la necesidad de restar espacios para el avance del comunismo, cuestión de gran importancia tras la Revolución Cubana de 1959. En agosto de 1961 partieron los primeros voluntarios a Ghana y Tanzania, y poco tiempo después arribaría un grupo de 45 voluntarios a Chile, con la venia del Presidente Jorge Alessandri, quien no muy convencido de la utilidad del proyecto, cedió a las presiones norteamericanas de modo de generar un clima diplomático que favoreciera los intereses económicos chilenos. El programa, que estipulaba la realización de trabajos voluntarios de dos años de duración, fue creciendo en el tiempo y es así como los cerca de 100 voluntarios presentes en Chile a inicios de la década, llegaron a sobrepasar los 600 trabajando al mismo tiempo durante el gobierno de Eduardo Frei

En los trabajos historiográficos, la categoría de lo local, cuando se utiliza en perspectivas de análisis global, tiende a estar asociada a la nación. Para los efectos de este trabajo, lo local se refiere a espacios comunitarios. 6 Giovanni Levi, «Sobre microhistoria», en Peter Burke editor, Formas de hacer historia, Madrid: Alianza, 1993, pp. 119-143. 7 Michael Latham, Modernization as Ideology. American Social Science and «Nation Building» in the Kennedy Era, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2000, p. 9. 5

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Montalva (1964-1970), una administración con un programa mucho más proclive al tipo de reformas que fueron apoyadas por el Cuerpo de Paz. Número de voluntarios arribados por año en Chile, 1961-1970 AÑO

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Voluntarios arribados

45

100

107

268

383

389

317

236

201

109

Fuente: «Twelve Year Summary: Volunteers in a Country at the end of the Calendar Year», en Peace Corps. Congressional Presentation. Fiscal Year 1972. Peace Corps Washington, June 1971, p.4.

A lo largo de la década de 1960, Chile estuvo dentro de los países latinoamericanos que más voluntarios del Cuerpo de Paz recibieron. En 1961 era la segunda nación con más voluntarios en la región, aunque solo tres países los recibieron ese año. En 1965 fue el tercer receptor detrás de Colombia y Brasil; en 1966, el cuarto, mientras que en 1969 volvió a ocupar el tercer lugar entre los países de Latinoamérica. Si se considera la década completa, Chile fue el cuarto mayor receptor de voluntarios en Sudamérica, detrás de Colombia, Brasil y Perú. John F. Kennedy quiso explotar el compromiso de los jóvenes de su país y se mostró particularmente interesado en el desarrollo del Cuerpo de Paz en Latinoamérica, de modo de complementar dicho programa con la Alianza para el Progreso. Mientras esta última buscaba solución a problemas de carácter estructural, la iniciativa del Cuerpo de Paz promovía el desarrollo desde las bases fundadas en el contacto entre personas. En una nota del 29 de agosto de 1962, Kennedy le reprochó al Director del Cuerpo de Paz, R. Sargent Shriver, el hecho de estar dándole mucha importancia al desarrollo de la organización en lugares que para él no eran prioritarios: He notado que tiene planes para desarrollar el Cuerpo de Paz en varias partes del mundo como el norte de Borneo. Me gustaría que recordara la importancia de América Latina, que considero debiera ser el área prioritaria. En estos momentos no ocurre acaso que tenemos tantos voluntarios en Filipinas como los que tenemos en América Latina8. Memorándum de John F. Kennedy a Sargent Shriver, 29 de agosto de 1962, Caja 1, Correspondence of the Peace Corps Director relating to Latin America, 1961-

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Para Kennedy, la Revolución Cubana planteaba un dilema continental que no podía dejar de abordarse. No por nada, la propia revista chilena de humor político Topaze indicaba en su particular estilo el 18 de agosto de 1961, que «la Alianza para el Progreso es un proyecto barbudo» en relación a Fidel Castro y su revolución. Desde una perspectiva política, el Cuerpo de Paz también fue un proyecto «barbudo» para las autoridades de Washington, por cuanto Chile estuvo entre los principales receptores de voluntarios en la región. Chile había cobrado relevancia en consideración a sus resultados electorales de 1958, que estuvieron cerca de darle el triunfo a Salvador Allende. Para Estados Unidos se hacía necesario fortalecer, entonces, tanto los proyectos de cambio estructural (apoyando económicamente a los gobiernos chilenos dispuestos a impulsar esos cambios), como los de base de carácter comunitario, que se transformarían en el ejemplo de que las recetas norteamericanas y el sello de modernidad de las mismas, y no el comunismo, eran la vía para el progreso y el desarrollo. Tal como ha indicado Michael Latham, el Cuerpo de Paz fue levantado sobre la base de la convicción del poder y capacidad de Estados Unidos para poder modernizar y desarrollar al Tercer Mundo. Es así como las autoridades gubernamentales norteamericanas le dieron un sentido político-ideológico a la presencia del Cuerpo de Paz en Chile y el mundo, aunque sus discursos oficiales lo escondieran, de modo de generar una distancia de políticas internacionales que resultaban altamente controversiales, como los conflictos bélicos del Sudeste Asiático o las intervenciones militares en el Caribe. Sin embargo, las experiencias de los voluntarios añadieron intereses y elementos muy diversos a su trabajo en cada una de las localidades en las que se distribuyeron, producto de los importantes niveles de autonomía en el trabajo mismo desarrollado por los voluntarios. El Cuerpo de Paz se sumó a iniciativas de desarrollo comunitario dirigidas tanto por instituciones públicas como privadas, aunque generó otras autónomas, gracias a la iniciativa de los propios voluntarios. La mayoría de los primeros voluntarios que arribaron en 1961 llegaron a colaborar con el Instituto de Educación Rural, dirigido por la Iglesia Católica, por ejemplo. El Mercurio de Santiago informaba a fines de septiembre de ese año, que estarían «cooperando en proyectos educacionales relacionados con la agricultura, economía doméstica, higiene y recreación en zonas 1965, Record Group 490, Records of the Peace Corps, National Archives II, College Park, Maryland, EE.UU. (en adelante RG490/NARA). 75

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rurales de Chile»9. Luego arribarían voluntarios que se sumarían a otras organizaciones, como la Fundación de Vida Rural, la YWCA, TECHO o se vincularían directamente al trabajo en organismos del Estado o universidades. Otros terminarían asociados a la creación de cooperativas o pequeñas organizaciones con diversos tipos de proyectos de desarrollo comunitario. Medios chilenos de izquierda destacaron inmediatamente los vínculos del programa con la Alianza para el Progreso, la que para algunos —como en el caso de la revista Arauco, órgano del Partido Socialista— era parte de una «aventura intervencionista directa [que] ya tuvo su ensayo general en el desastre imperialista de Playa Girón»10. Debido a las circunstancias políticas e ideológicas globales, fueron comunes las suspicacias generadas por su presencia en Chile, especialmente entre militantes y simpatizantes de los partidos de izquierda. El solo hecho de que la experiencia de estos voluntarios comenzara con meses de entrenamiento en Estados Unidos, en los que no todos los postulantes eran considerados «aptos» para el servicio, convirtió al Cuerpo de Paz en blanco de acusaciones, como la de ser una tropa de agentes de la CIA, el organismo de inteligencia estadounidense de alcance global creado en 1947 a inicios de la Guerra Fría11. Así lo hizo ver el periódico comunista El Siglo, que catalogó de espías de la CIA al primer grupo de voluntarios que arribó a Chile, inaugurando una tradición que se mantuvo vigente por muchos años12. El periódico Las Noticias de Última Hora tituló en junio de 1965: «Llegaron otros 47 agentes Yanquis»13 y medios como Punto Final se habituaron a publicar notas y artículos en relación al Cuerpo de Paz como: «Los espías Yanquis» 14 , o el suplemento de autoría de Augusto Carmona titulado: «382 espías ‘voluntarios’. Historia de los Cuerpos de Paz en Chile»15. Las acusaciones no se quedaron solo en el ámbito de los medios de comunicación. A instancias de parlamentarios del Partido Comunista de Chile se solicitó una investigación especial por supuestas labores de espionaje de los voluntarios, y el propio director de la organización en Chile, Paul C. El Mercurio, Santiago, 25 de septiembre de 1961. Arauco, N° 11, agosto de 1961. 11 La eliminación de los primeros voluntarios durante el período de entrenamiento en Estados Unidos generó un gran revuelo en Estados Unidos. The New York Times, 12 de agosto de 1961. 12 Thomas J. Scanlon, Waiting for the Snow. The Peace Corps Papers of a Charter Volunteer, Chevy Chase, Posterity Press, 1997, p. 84. 13 Las Noticias de Última Hora, 18 de junio de 1965. 14 Punto Final, N° 88, 1969. 15 Punto Final. Suplemento a la edición N° 32, primera quincena de junio de 1967. 9

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Bell, fue interrogado por una comisión de la Cámara de Diputados donde Luis Figueroa —del Partido Comunista— asumió el liderazgo16. Si bien es dable suponer que pudo haber algunos agentes involucrados entre los voluntarios, es evidente que la gran mayoría poseía intereses e identidades que escapaban del férreo compromiso político anticomunista propio de los agentes de la CIA de entonces. Incluso, muchos de ellos tomaban este tipo de acusaciones con ligereza. En una carta enviada el 17 de marzo de 1966 a sus padres, la voluntaria Jan Bales, que trabajaba y vivía en una población en el sector de La Florida, en Santiago, les contaba con una cuota de humor que «si la gente pensaba que no éramos espías, ahora lo pensará». Esto porque en la población en que vivían, su esposo, también voluntario, había instalado cables y antenas por todos lados para poder captar señales de radio, lo que les había permitido escuchar noticias en inglés de la BBC de Londres17.

Voluntarios, ideología e intereses Si bien el Cuerpo de Paz fue valorado por la izquierda chilena en términos estrictamente ideológicos y sindicados sus voluntarios como espías o agentes de Washington, la realidad fue bastante más compleja. Más allá de los lineamientos elaborados por el gobierno estadounidense y del afán inicial de Kennedy por controlar al máximo el trabajo de los jóvenes voluntarios, tempranamente se impuso la convicción de darle un grado de semi-autonomía a la organización. Sargent Shriver, quien fue designado por Kennedy para encabezar el programa, defendió la idea de la colaboración pública y privada, de modo de lograr que «toda la genialidad estadounidense, volcada en la acción voluntaria, pueda desarrollarse en plenitud». Shriver era un convencido de que la cooperación de distintos sectores garantizaría cuotas importantes de autonomía y permitiría la conformación de un proyecto de toda la sociedad y no de «una agencia con sigla de Washington». Esto posibilitó que organismos privados y universidades fuesen los encargados de gestionar proyectos y de formar y entrenar a los voluntarios18. The New York Times, 18 de agosto de 1969. Fred Bales and Jan Bales, Chilean Odyssey. The Peace Corps Letters of Fred Bales and Jan Stebing Bales, Bloomington: Author House, 2007, p. 79. 18 Citado en Elizabeth Cobbs Hoffman, All You Need Is Love. The Peace Corps and the Spirit of the 1960s, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1998, pp. 44-45. Cecilia Azevedo, quien ha estudiado el caso del Cuerpo de Paz en Brasil, también ha destacado la multiplicidad de motivaciones que tuvieron los voluntarios para sumarse a la institución, siendo el espíritu de aventura uno fundamental. Ver: 16 17

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A la relativa autonomía de la organización respecto de Washington, hay que sumar el factor humano individual de cada voluntario. Se trataba de hombres y mujeres, por lo general jóvenes, la mayoría de ellos solteros(as) y recién egresados de universidades norteamericanas, quienes venían motivados por causas idealistas además de intereses pragmáticos y diversos. Tal como ha señalado Elizabeth Cobbs Hoffman, un sentido de aventura fue el que motivó a muchos a enrolarse en el Cuerpo de Paz: «La aventura fue un marco dentro del cual se circunscribieron sus experiencias»19. Si el espíritu de aventura puede haber sido compartido por todos los voluntarios, las ideas preconcebidas de los lugares que visitaban eran muy variadas, así como los entornos y comunidades en las que trabajaron, todo lo cual fue marcando de forma muy distinta cada una de las experiencias. A todo esto hay que agregar que el voluntariado incorporó sus propias metas y objetivos que tenían que ver con motivaciones personales y proyectos de vida, los que si bien se entremezclaron con las grandes motivaciones del gobierno de Estados Unidos en la Guerra Fría, no quedaron reducidos a lo planeado desde Washington. De hecho, no todos los voluntarios tenían clara su misión, en especial los que formaron parte de los grupos de avanzada en Chile y otras partes del mundo. Así queda demostrado en el testimonio del voluntario Thomas Scanlon, quien trabajó desde 1961 en zonas rurales cercanas a Osorno en el sur del país. En una carta enviada a sus familiares en marzo de 1962, relató que jóvenes de la Universidad Católica con los que había interactuado le habían pedido muchas veces (…) articular la filosofía del Cuerpo de Paz —la idea que motiva a miles de estadounidenses a dejar sus casas y trabajos para colaborar con otras naciones— pero debo admitir que hasta ahora no existe un fundamento claramente definido ni una explicación elaborada que sea aceptada por todos los voluntarios para explicar sus propias acciones20.

Una explicación a lo anterior puede estar en el cruce de intereses individuales con aquellos de la organización del Cuerpo de Paz, los que ciertamente se redefinían o encauzaban en la medida que los voluntarios intervenían a nivel local o comunitario. Es por eso que el propio Scanlon Cecilia Azevedo, Em nome da América. Os Corpos da Paz no Brasil, Sao Paulo: Alameda, 2008. 19 Elizabeth Cobbs Hoffman, op. cit., p. 123. 20 Citado en Thomas J. Scanlon, Waiting for the Snow, p. 89. 78

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solo podía definir con claridad, a título personal, que el desarrollo comunitario era «el término que mejor describe mi papel en el Cuerpo de Paz»21. Es interesante cómo una mirada inicial a los documentos y cartas escritas por voluntarios que estuvieron en Chile deja en evidencia que los intereses de muchos estaban lejos de la lucha confrontacional directa contra el comunismo, aunque las discusiones en torno al tema siempre estuvieron presentes. Mayor prioridad tuvo para muchos de ellos el registrar en cartas el proceso de adaptación, tanto a las condiciones de entrenamiento en Estados Unidos como a las nuevas realidades culturales en Chile. Es así como algunas de las grandes batallas de cientos de voluntarios no fueron contra el comunismo, sino contra las decenas de curiosos que no les dejaban espacios de intimidad en sus vidas ancladas en poblaciones cargadas de pobreza22. Otros se empecinaron más en vencer las burocracias locales para obtener documentación y poder desarrollar proyectos comunitarios de distinto tipo. Para otros voluntarios, los que en su mayoría eran cristianos protestantes, el gran obstáculo a vencer fue el de trabajar codo a codo en instituciones vinculadas directamente a la Iglesia Católica23. Voluntarias afroamericanas que viajaron a Chile en 1962, en medio de los disturbios raciales de su país, tuvieron que lidiar con el racismo a la chilena. De acuerdo a la evaluación anual de 1963, Francia García había sido «seriamente molestada por mirones quienes hacen comentarios como ‘qué fea que es’», mientras que Pat Davis había logrado transformar la curiosidad por sus características físicas en una oportunidad para conversar con los chilenos24. Los voluntarios tampoco dejaron de lado la posibilidad de viajar y conocer el país en sus semanas de vacaciones, de organizar picnics, visitar las playas de Chile o mantener vivo su interés por la información deportiva de Estados Unidos. Es así como Jane Bales comentaba en una carta que «mientras escuchaba a los Mets y los Dodgers anoche, anunciaron que Frankie Robinson bateó su home run número 41!»25. Los voluntarios también se embarcaban en proyectos personales que consideraron más relevantes que el servicio para el que se habían Ibid., p. 75 Fred Bales and Jan Bales, Chilean Odyssey, p. 121. 23 Carta de Dorothy Woodrof a Sargent Shriver, New York, 18 de enero de 1963, Caja 2, Correspondence of the Peace Corps Director relating to Latin America, 1961-1965 /RG490/NARA. 24 Chile Evaluation Report, abril 28-mayo 22, 1963, p. 93, Caja 3, Peace Corps Evaluations, 1963 /RG490/NARA. 25 Fred Bales and Jan Bales, Chilean Odyssey, p. 228. 21 22

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comprometido, como se observa en el caso de Tom Hernández, quien fue expulsado del Cuerpo de Paz tras casarse el 5 de diciembre de 1964 con la hija de un ex alcalde de Puerto Montt, luego de un mes de noviazgo. Al tratarse de un voluntario «ineficiente», quien hizo caso omiso de las sugerencias de sus superiores en el sentido de aplazar el matrimonio y vivir en las poblaciones de Puerto Montt, y no en el centro de la ciudad, sus superiores decidieron expulsarlo del Cuerpo de Paz26.

Voluntario Gage Skinner junto a una machi en la celebración de un matrimonio. Fotografía cedida por la voluntaria del Cuerpo de Paz Kay Muldoon-Ibrahim, circa 1966.

A diferencia del caso de Tom Hernández, Bruce Murray fue expulsado por oponerse públicamente a los bombardeos de Vietnam. Murray, quien era profesor de música y trabajaba como voluntario en la Universidad de Concepción, había enviado una solicitud para que se pusiera fin a los bombardeos en Vietnam y quería que fuese publicada en el New York Times. La carta no fue impresa en Estados Unidos, pero fue traducida e incluida en una edición del diario El Sur en Chile, lo que motivó su expulsión del Cuerpo de Paz27. Hubo otros voluntarios que, al igual que Murray, expresaban con pasión sus gustos musicales al punto que formaron una banda llamada «The Hootenannys». Esta interpretaba canciones de protesta como «Where Memorándum de William Moffett a Jane Campbell, 3 de diciembre de 1964, Caja 5, Correspondence of the Peace Corps Director relating to Latin America, 19611965 /RG490/NARA. 27 The New York Times, 17 de septiembre de 1969. 26

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All the Flowers Have Gone» y «We Shall Overcome» e incluso cantaron en vivo en el Canal 9 de televisión el 17 de julio de 1967, ocasión que el director del programa aprovechó, sin el consentimiento de los voluntarios, para pasar en forma simultánea algunas imágenes de afroamericanos que eran golpeados por policías en Estados Unidos y de vietnamitas llorando por el horror del efecto del napalm, cuestión que desató la furia de los encargados de la organización en Chile28. Estos son ejemplos misceláneos, pero significativos, que dan cuenta de que más allá de que el proyecto de Kennedy haya estado estrechamente vinculado a un programa tan emblemático de la Guerra Fría como la Alianza para el Progreso —que buscaba afianzar la democracia y solucionar problemas estructurales en América Latina para evitar réplicas de la Revolución Cubana—, las vidas y experiencias de cientos de voluntarios norteamericanos en Chile no pueden ser entendidas solo al tenor de aquellas distinciones ideológicas dicotómicas29. La Guerra Fría fue mucho más que contención contra el comunismo para estos voluntarios y bastante más que una lucha ideológica de carácter confrontacional directa. Es por eso que al disminuir la escala de análisis a las experiencias personales, surge la necesidad imperiosa de al menos matizar aquellas narrativas tradicionales de la Guerra Fría para dimensionar las experiencias de estos Cold War Warriors en sus propios términos y de acuerdo a los contextos en que experimentaron el conflicto. De hecho, fueron muchas las comunidades que abrieron sus puertas al Cuerpo de Paz sin que mediaran motivaciones ideológicas, sino simplemente porque los niveles de pobreza y precariedad en que vivían los llevaban a dar la bienvenida a cualquier tipo de ayuda para mejorar sus condiciones de vida. No es la idea argumentar que los voluntarios se desentendieron completamente de la gran lucha ideológica de la segunda mitad del siglo XX. Muchos de ellos, como Fred Bales, estaban alertas, lo que explica que luego de que tres jóvenes adolecentes se acercaran en marzo de 1966 a su casa a preguntarle sobre la Alianza para el Progreso y la OTAN, les pidiera que regresaran al día siguiente, ante las sospechas de que pudieran ser comunistas. Esto le dio tiempo para visitar la embajada de Estados Unidos y llegar provisto de folletos e información para contestar sus requerimientos

The New York Times, 28 de julio de 1967. Albert L. Michaels, «The Alliance for Progress and Chile’s ‘Revolution in Liberty’. 1964-1970», Journal of Interamerican Studies and World Affairs N° 18, Vol. 1, 74-99.

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adecuadamente30. Sin embargo, Bales estaba mucho más interesado en su trabajo en la Federación Chilena de Cooperativas de Ahorro y Crédito y en aprovechar sus horas libres para enseñar básquetbol, que de la lucha contra el comunismo. Por todo lo anterior es que resulta interesante contrastar las prácticas de los voluntarios, cuya labor en medio de la Guerra Fría estuvo mediada por un sinnúmero de factores ideológicos, espaciales y personales, con la frontalidad del discurso anticomunista que emergió desde Washington en asociación al Cuerpo de Paz. Las palabras de bienvenida y motivación a los voluntarios, expresadas por el Presidente John F. Kennedy en Washington, el 20 de junio de 1962, dan cuenta de ello: Recientemente escuché una historia acerca de un joven voluntario del Cuerpo de Paz llamado Tom Scanlon, quien está trabajando en Chile. Él trabaja en un lugar ubicado a cerca de 40 millas de un poblado indígena que se enorgullece de ser comunista. El poblado está en las alturas y se accede a él por un largo y sinuoso camino que Scanlon ha recorrido varias veces para ver al Cacique [de Catrihuala]. Cada vez que iba, el Cacique no lo recibía hasta que finalmente lo pudo ver y este le dijo: «Tú no nos vas a venir a hablar de que somos comunistas». Scanlon le dijo: «No estoy tratando de hacer eso, sólo quiero hablar sobre cómo poder ayudarlos». El Cacique lo miró y respondió: ‘En pocas semanas la nieve caerá y tendrás que estacionar tu jeep a 20 millas de aquí y caminar a pie a través de un terreno con 5 pulgadas de nieve. Los comunistas están dispuestos a hacerlo. ¿Estás tú dispuesto? Cuando un amigo [el padre Theodore Hesburgh] vio a Scanlon hace poco y le preguntó qué estaba haciendo, él le dijo: «Estoy esperando que empiece a nevar»31.

Scanlon es el mismo voluntario antes citado, que al llegar a Chile en 1961 no era capaz de definir con claridad la filosofía del Cuerpo de Paz a estudiantes de la Universidad Católica. Más allá de las palabras de Kennedy, es interesante detenerse en el testimonio del propio Scanlon en relación a la comunidad de Catrihuala, porque pese a reconocer que los comunistas dominaban el sector y que los voluntarios que hacían clases se topaban con «carteles anti-Yankee» y eran hostigados, su aproximación no era puramente confrontacional, dejando espacio al pragmatismo. En Ibid., p. 67. Citado en Thomas J. Scanlon, Waiting for the Snow, p. vii.

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diciembre de 1961 escribió una carta a sus familiares en que señalaba que iban a (…) pedir permiso nuevamente para entrar a Catrihuala, esta colonia en la montaña, porque creemos que parte de la idea del Cuerpo de Paz es mostrar a la gente pobre del mundo que Estados Unidos está tan interesado en sus problemas como lo están los comunistas y que donde ellos ofrecen un eslogan amargo, nosotros podemos ofrecer hechos y consejos beneficiosos.

Lo notable es el tono de la carta, que no resulta del todo excluyente con respecto al comunismo, además de sus ideas finales al respecto: Nosotros no trabajamos para la caída del comunismo sino para la elevación del campesino. El comunismo es el síntoma y la pobreza es la enfermedad, por lo que si todo nuestro trabajo estuviera motivado por el miedo al comunismo en vez de la compasión humana por quienes viven en la miseria, nunca triunfaríamos32.

Los grados de autonomía que adquirió la organización, en especial en relación al entrenamiento o capacitación de los voluntarios que se realizaba en universidades, parecen haber jugado un papel importante en términos de evitar niveles de concientización y adoctrinamiento ideológico excesivos. Brian Loveman, voluntario que recibió capacitación en Michigan State University, recuerda que: «No hubo ni un comentario sobre el comunismo ni la Guerra Fría en nuestro entrenamiento», agregando que «eso no implica que en algunos casos no hubiera intromisión de cosas ideológicas o hasta infiltraciones, entre los miles y miles de voluntarios. Pero yo no vi nada de eso en Chile entre 1965 y 1968, a nivel de los voluntarios, desparramados en todo el territorio»33. En todo caso, cabe señalar que las experiencias de preparación de otros voluntarios sí estuvieron cargadas de adoctrinamiento anticomunista. La diferencia se dio producto de que no todos los jóvenes estadounidenses fueron preparados en las mismas condiciones. El voluntario William Holt, quien había trabajado en la Universidad de Concepción a mediados de la década, manifestó su preocupación en un boletín de su universidad en Oregon, donde publicó un artículo titula Ibid., p. 84. Comentario de Brian Loveman por correo electrónico. Mensaje recibido el 3 de abril de 2009.

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do «Student Activism in Latin America», que fue acompañado por una fotografía de un estudiante chileno arrojando una piedra en medio de protestas. En el artículo aludía al peligro del activismo comunista que le había tocado presenciar en Chile, el que ejemplificó con la expulsión de los voluntarios del Cuerpo de Paz de la Universidad de Concepción por parte de los estudiantes y con el enarbolamiento de la bandera cubana en reemplazo de la chilena, en el mismo campus, el día en que se confirmó la muerte del Che Guevara34. La mayoría de los voluntarios que vinieron a Chile durante la década de 1960 fueron entrenados en universidades que se hicieron cargo de esa tarea mediante licitaciones públicas, lo que llevó a los voluntarios que llegaron al país —o «piscorinos» como ellos se apodaban— a universidades e instituciones de lugares como Puerto Rico, Nuevo México, California, Michigan e Indiana. Como ejemplo, la mayor parte de la instrucción desarrollada en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, estuvo dedicada al español, con 18 horas semanales. Asimismo, los voluntarios recibieron clases sobre cultura chilena, historia de Chile, entrenamiento médico y educación física, además de lecciones sobre historia y cultura de Estados Unidos. No hubo aquí clases dedicadas al adoctrinamiento ideológico en forma explícita35.

Cuerpo de Paz, modernidad y la «glocalización» de un conflicto El Cuerpo de Paz funcionó durante los años 60 a lo largo y ancho del país sin que se concentraran en áreas ni actividades específicas. De norte a sur marcaron una presencia sigilosa, trabajando en reparticiones del Estado — como los ministerios de Interior, Vivienda y Agricultura—, así como en otro tipo de instituciones como la Fundación Vida Rural, el Instituto Forestal, el Instituto de Educación Popular, el Instituto de Educación Rural, la Young Men’s Christian Association y la organización de desarrollo comunitario Techo. También estuvieron presentes en las universidades de Chile, del Norte, Austral, de Concepción, Federico Santa María y Católica de Santiago; en cooperativas agrícolas y pesqueras; en asesorías a caletas pesqueras; en pro «Graduate Views. Student Activism in Latin America», sin fecha, Caja 3, Returned Peace Corps Volunteers, Carpeta «Williams, Holt, Article. Chile 1965-1968»/The Peace Corps Collection/John Fitzgerald Kennedy Presidential Library. 35 Training Program in U.S.A, University of Notre Dame, July 20-September 13 de 1961, Caja 1, Correspondence of the Peace Corps Director relating to Latin America, 1961-1965 /RG490/NARA. 34

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yectos comunitarios poblacionales, jardines infantiles, hospitales, comunidades indígenas, instituciones crediticias, proyectos de desarrollo de artesanías y escuelas rurales. La variedad de proyectos desarrollados en cada una de las instituciones y comunidades en que estuvieron da para una lista interminable, que abarca desde la enseñanza de técnicas para conservar alimentos en frascos y la crianza de conejos hasta la construcción de caminos rurales y la reubicación de poblados como Trovolhue, en Carahue, pueblo que se hundió por efectos del terremoto de 1960, siendo afectado en los años sucesivos por constantes inundaciones36. Este último fue un proyecto desarrollado a mediados de los años 60 y en el que participó Brian Loveman y su esposa Sharon, además de Bill Lear y el ingeniero Phil Burgi, entre otros. Con la ayuda de la organización católica Caritas y del gobierno se consiguió expropiar terrenos, construir un nuevo puente y arreglar caminos. Fue la propia comunidad la que reconstruyó muchas de las viviendas en terrenos más altos con la ayuda de voluntarios como los mencionados anteriormente. Además, muchos de estos que se encontraban en la zona trabajaron en salud pública y en proyectos de nutrición junto a la doctora Haydee López, lo que demuestra la construcción de experiencias humanas comunitarias compartidas, donde voluntarios del Cuerpo de Paz —junto a líderes locales y habitantes de la zona— construyeron espacios de interacción propios de una Guerra Fría diversa en sus manifestaciones sociales y culturales.

Voluntario Brian Loveman con líderes de la comunidad de Trovolhue en 1966. Fotografía cedida por la voluntaria del Cuerpo de Paz Kay Muldoon-Ibrahim. Un listado bastante completo de las acciones e instituciones con las que trabajaron los voluntarios del Cuerpo de Paz en Chile durante la década de 1960 se puede encontrar en Program memorandum Part II, Chile, Carpeta Chile 1966-1970, Caja 10, Records of the Peace Corps Office of International Operations, Country Plans, 1966-1985 /RG490/NARA.

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Los voluntarios norteamericanos, junto a chilenos y chilenas de todo el territorio, experimentaron la Guerra Fría no solo a partir de la información proveniente de los medios de comunicación y presente en espacios públicos. En espacios locales y cotidianos fue donde se vivió la intimidad del conflicto mundial. Esta aproximación «microscópica» no anula la valoración del carácter global del conflicto, sino todo lo contrario, en la medida que se observan espacios donde efectivamente se vivió la globalidad del conflicto, aunque a nivel local. Se expresaba con claridad una realidad de lo que se ha denominado como «glocalización», en la que se manifiesta una compenetración entre factores locales y fenómenos globales37. Los grandes lineamientos de un proceso histórico global como el de la Guerra Fría, fueron experimentados entonces a nivel de las bases comunitarias, donde si bien no todos los voluntarios involucrados estaban preocupados por desarrollar proyectos de contención ideológica directa, había compromisos para el desarrollo de iniciativas basadas en principios contrapuestos a aquellos promovidos por la Unión Soviética. Más importante que el anticomunismo discursivo, era la idea de acercar la modernidad y el progreso a pequeñas comunidades locales vistas y consideradas inferiores en sus posibilidades de progreso y, por ende, vulnerables en un contexto de férrea lucha bipolar. Los proyectos comunitarios llevaban implícito un sentido de asimetría y un fuerte paternalismo, donde el progreso y la modernidad promovidos por Estados Unidos estaban encarnados en sus voluntarios, y la precariedad en comunidades chilenas que requerían de su ayuda. Esto explica la formulación constante, por parte de voluntarios norteamericanos, de comentarios en que se ponía en evidencia la tensión y la preocupación por el éxito de proyectos que, asumían, estaban garantizados solo con su presencia. Ya en el primer número del boletín interno de la comunidad de voluntarios en Chile titulado El Piscorino, se mencionaba dicha preocupación, al indicar que ellos trabajaban «en la esperanza de que sus proyectos puedan ser continuados una vez que nos vayamos»38. De otro modo, se suponía que sus iniciativas fracasarían debido a la incapacidad de los beneficiados de continuar con esos proyectos, lo cual pone de manifiesto la asimetría en las relaciones con las comunidades, al existir entre los voluntarios de Estados Unidos una identidad cargada de sentimientos Hugo Fazio Vengoa, «La historia global y su conveniencia para el estudio del pasado y del presente», en Historia Crítica, Edición Especial, noviembre de 2009, p. 302. 38 El Piscorino, marzo 1963. 37

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de superioridad, asociada al sentido de misión modernizante del proyecto que impulsaban en medio de la Guerra Fría. Los voluntarios poseían un sentido de misión que se les inculcaba con fuerza durante el período de entrenamiento en Estados Unidos, el cual incluía nociones de evidente superioridad moral. En el discurso de bienvenida a un grupo de voluntarios, dado en junio de 1964 por parte de Walter Langford en la Universidad de Notre Dame, este les recordó que su trabajo era el «equivalente moral de la guerra» y que ellos serían «instrumentos» para esa batalla. El discurso estuvo cargado de palabras como: dedicación, conocimiento, virtudes, espíritu americano y entusiasmo, así como orientado por una clara idea de que ni sus vidas, ni las de las comunidades en que trabajarían, volverían a ser las mismas. Tal vez las palabras de Langford diferían un poco de las expresadas por Bradley Patterson, quien subrayó en reuniones internas de la organización que los voluntarios no serían agentes de la Guerra Fría. Lo que Patterson buscaba subrayar, seguramente, era que no habría vinculación con otras políticas exteriores más confrontacionales. Sin embargo, los voluntarios se transformaron, desde la perspectiva de Washington, en los mejores representantes de los ideales que Estados Unidos pretendía esparcir por el mundo para imponerse en el conflicto mundial, porque tal como señaló el mismo Patterson, se trataba de «hombres y mujeres libres, el producto de una sociedad en libertad, que son enviados al extranjero para servir y cumplir con el trabajo encomendado con una dedicación tal que quienes los reciban serán impulsados por su ejemplo a reflexionar acerca de la naturaleza de la sociedad que produjo esos voluntarios»39. No por nada los medios norteamericanos trataron a los voluntarios durante los años 60 como una organización inspiradora que asistía a sociedades en necesidad y que miraba la historia norteamericana como una fuente para trazar sus propios proyectos futuros.

A modo de conclusión Esta propuesta tiene una serie de desafíos por delante que van en la línea de caracterizar esa historia íntima de la Guerra Fría a nivel comunitario y protagonizada por jóvenes idealistas norteamericanos, que interactuaron con chilenos esparcidos en pequeñas comunidades a lo largo del territorio nacional. De este modo, hace surgir la perspectiva señalada por Odd Ame Westad en el sentido de que los aspectos más importantes de la Guerra 39

Michael Latham, Modernization as Ideology, p. 109. 87

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Fría no fueron ni militares, ni estratégicos, ni centrados en Europa, sino vinculados a elementos del desarrollo político, social y cultural del Tercer Mundo. El desafío pasa por conciliar las diferencias existentes entre visiones estrictamente dicotómicas de la Guerra Fría, que normalmente provienen del análisis de la historia diplomática y de las relaciones internacionales, con propuestas en las que la reducción de la escala de análisis devela una diversidad de matices al llevar el conflicto a escala humana. La complementariedad se hace urgente en la medida que no parece adecuado proponer la coexistencia de guerras frías, en plural. Estamos en presencia de un solo gran conflicto, aunque la intimidad de la Guerra Fría dé cuenta de una policromía de experiencias humanas difíciles de simplificar.

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«Chile en la encrucijada». Anticomunismo y propaganda en la «campaña del terror» de las elecciones presidenciales de 1964 Marcelo Casals A.*

En la noche del miércoles 2 de septiembre de 1964, en la víspera de las cruciales elecciones presidenciales de ese año, se difundió por las cadenas de emisoras de la radio de la Sociedad Nacional de Minería, la radio Corporación y la estación «La Voz de Chile», un breve discurso grabado de Juanita Castro, la hermana disidente de Fidel y una de las voces más potentes y connotadas del anticomunismo latinoamericano de entonces. En su alocución, Juanita Castro hizo un dramático llamado a la población chilena, especialmente a las mujeres, instando a votar por Eduardo Frei Montalva y a derrotar a Salvador Allende, el candidato de la izquierda marxista. Las razones eran varias, todas ellas expresadas con vehemencia. Tras la «dolorosa experiencia obtenida en estos largos años en el infierno rojo de Cuba», como señaló entonces, ella asumía como una obligación moral el alertar al resto de los países latinoamericanos sobre los peligros del comunismo internacional. La elección del 4 de septiembre, en ese sentido, era descrita como un vital instante de decisión, del cual, en sus palabras, «dependerá un futuro de libertad, o un futuro de esclavitud o ignominia para sus hijos». Y continuaba:



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Chilenos, quiero que sepan, que el candidato de los que dicen ser socialistas, el señor Salvador Allende, es amigo de Fidel Castro, Ernesto Ché Guevara, Nikita Khruschev y al igual que todos ellos, sólo sigue una línea: la trazada por el Partido Comunista. (…) Cuba es un país eminentemente católico, pero desde el principio, los comunistas se dieron cuenta de que tenían en la religión a un poderoso enemigo. Chilenos, los comunistas borrarán el nombre de Dios de la Constitución, y después borrarán la Constitución, como lo han hecho en Cuba. Serán invadidos los templos y profanadas sus imágenes, como lo hicieron en Cuba (…) Madres chilenas, estoy segura que ustedes no permitirán que sus pequeños hijos les sean arrebatados y enviados al bloque comunista, como ha pasado en Cuba, y donde con toda la mala intención que caracteriza a los ROJOS, y como único fin de servir así a los intereses del Partido Comunista, comenzarán a ser adoctrinados, desarraigando en esas criaturas, la orientación cristiana y saludable que ustedes con tanto amor y desvelo han forjado en ellos. (…) campesinos, obreros, estudiantes, madres y pueblo chileno en general: en sus manos está el impedir que se repita en este país la dolorosa agonía que hoy vive mi patria, esclavizada por el yugo comunista1.

En el momento de pronunciar estas palabras, Juanita Castro se encontraba en Brasil, invitada por la esposa del canciller del gobierno de ese país tras su paso por México. En el intertanto, el senador demócrata George A. Smathers le había propuesto a la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso norteamericano llevarla a Estados Unidos para dar a conocer desde ahí sus impresiones sobre la naturaleza del régimen liderado por su hermano Fidel2. Brasil era gobernado entonces por un régimen militar producto del golpe de Estado contra el Presidente constitucional João Goulart, perpetrado el 31 de marzo de 1964, y en virtud de tal acontecimiento, el anticomunismo se había entronizado como ideología oficial y legitimadora del nuevo régimen. Del mismo modo, la movilización social que desembocó en el derrocamiento de Goulart hizo un uso intensivo de este tipo de retórica, identificando la lucha contra el gobierno reformador «Juana Castro leyó un mensaje radial advirtiendo los peligros del comunismo», El Diario Ilustrado, 3 de septiembre de 1964, p. 3. Destacado en el original. 2 «Piden a Juana Castro que concurra al senado de EE.UU.», La Nación, 8 de julio de 1964, pp. 1 y 6. 1

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con la defensa de la nación, la familia y la religión amenazadas por el comunismo internacional3. El discurso radial de Juana Castro en aquella noche de septiembre de 1964, por un lado, constituyó el broche de oro de lo que después se conocería como la «campaña del terror» desarrollada durante los meses previos a la elección presidencial. Aquella campaña fue un esfuerzo concertado por difundir, en clave anticomunista, ideas, imágenes y mensajes tendientes a evitar la elección de Salvador Allende y posibilitar la de Eduardo Frei Montalva, el candidato de la Democracia Cristiana y de la derecha chilena. En aquella oportunidad, a través de mensajes radiales como el señalado, de afiches en las paredes de las ciudades, y de columnas, editoriales y noticias en la prensa, se buscó persuadir a la población del peligro al que se enfrentaba con un potencial gobierno marxista. Para ello, se hizo uso de todo tipo de argumentos: las libertades políticas serían derogadas, el desarrollo económico imposibilitado, la familia disuelta y la nacionalidad deformada; el país caería en un régimen de esclavitud y arbitrariedad que destruiría cualquier valor y orden social anterior, etc. Este tipo de mensajes se repitió una y otra vez, por distintos medios y bajo diversas apariencias, otorgándole un aire de urgencia y de encrucijada vital a esa elección presidencial. La alocución de Juanita Castro, su gestación y modo de difusión, por otro lado, revelan un carácter muy particular de la campaña presidencial de 1964. Las redes internacionales que se tejieron entonces para lograr llevar el mensaje de la disidente cubana a los hogares chilenos, lejos de ser un fenómeno aislado, fueron la expresión concreta de un agudo proceso de ampliación de las referencias políticas chilenas y de una extendida conciencia sobre la radical importancia que el resultado de las elecciones tenía no solo para el país, sino también para todo Occidente4. En aquella Juanita Castro, al llegar al aeropuerto de Río de Janeiro declaró: «Me siento muy feliz de estar en Brasil, donde se dio uno de los golpes más duros contra el comunismo internacional». «Exiliados cubanos tributaron entusiasta acogida a Juana Castro en Río de Janeiro», El Mercurio, 17 de agosto de 1964, p. 40. Con respecto al uso social y político del anticomunismo en la coyuntura de 1964, véase Rodrigo Patto Sá Motta, Em guarda contra o ‘perigo vermelho’: O anticomunismo no Brasil (1917-1964), Sao Paulo: Editora Perspectiva / FAPESP, 2002, capítulo 8. 4 La «transnacionalidad» de los fenómenos ideológicos de la Guerra Fría en general y de la «campaña del terror» de 1964 en particular, ciertamente que pueden rastrearse en todas direcciones y no solo de los «centros» ideológicos y políticos hacia sus periferias. Una excelente muestra de esto es el carácter ejemplar que adquirieron las mujeres brasileñas anticomunistas para sus pares chilenas, a partir de la oposición organizada que las primeras ofrecieron al gobierno de Goulart en 1964. Al respecto véase Margaret Power, «The Transnational Diffusion of Anti-Communism: 3

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oportunidad, el lenguaje político esgrimido se empapó de alusiones a la situación internacional y al momento del conflicto global de la Guerra Fría, constituyéndose en gran medida a partir de esa identificación con uno u otro bloque internacional en pugna. Como ya se ha señalado, la elección de 1964 significó el momento estelar de la «internacionalización de la política» chilena, es decir, de la comprensión del conflicto político-doméstico en términos globales, fuertemente determinado por la lucha ideológica de la Guerra Fría, y de la inserción de la política chilena en el radio de intereses de distintos actores internacionales5. La «campaña del terror» de 1964, en este sentido, más que la imposición unilateral de una potencia extranjera, fue producto de esta particular incorporación de la política chilena en el contexto global de entonces. Las líneas que siguen tratan justamente de esta coyuntura, de su gestación, su desarrollo y del rol que el anticomunismo —en cuanto polaridad ideológica fuertemente arraigada en la política chilena y mundial— jugó en este esfuerzo mediático-electoral. Como ejemplo de la propaganda utilizada, además, se analizará la serie de afiches del «Foro de la Libertad del Trabajo», grupo civil de derecha surgido en el contexto de la «campaña del terror» de 1964.

Guerra Fría y anticomunismo La entrada de los guerrilleros castristas en La Habana en enero de 1959 no solo cambiaría de raíz la situación política cubana, sino que también, a la larga, se transformaría en un factor significativo y continuamente presente en la política latinoamericana. Su modelo inspiró a diferentes grupos políticos radicales a emprender aventuras similares, con el fin de hacerse con el poder en otras latitudes. Del mismo modo, el rechazo y el pavor que este nuevo tipo de orden político generó en sectores específicos de las sociedades latinoamericanas provocó duras y terminantes reacciones, algunas de las cuales desembocaron en la instalación de dictaduras militares que, con el objeto de combatir amenazas subversivas reales o imaginarias, destruyeron los diferentes regímenes más o menos demo-



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Conservative Women in Brazil and Chile in the 1960s and 1970s», inédito, 2008, passim. Agradezco a la autora de este estudio por enviarme gentilmente su escrito vía correo electrónico. Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial. 1900 -2004, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, pp. 297-302. 92

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cráticos existentes entonces junto a las libertades políticas y garantías individuales establecidas6. El impacto de la Revolución Cubana fue visible desde sus comienzos en Chile. La izquierda marxista —e incluso el centro democratacristiano en sus primeros momentos— la vieron con simpatía. Por supuesto, con el giro socialista que lentamente fue tomando y el ingreso del nuevo régimen a la órbita soviética —producto, en parte, de las tentativas norteamericanas por derrocar al gobierno— rápidamente concentraron las simpatías en la izquierda marxista, particularmente en el Partido Socialista. En ese contexto, la izquierda pasaba por un momento de reestructuración generalizada que la transformaría en un actor político determinante en los años siguientes. En 1956, tras la fracasada participación de la mayoría del socialismo en el gobierno de Ibáñez, se creó el Frente de Acción Popular (FRAP) junto al por entonces ilegalizado Partido Comunista. Un año después se produjo la reunificación de las fracciones socialistas y, en 1958, se logró la relegalización del PC tras la derogación de la así llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia, dictada en 1948 a instancias del gobierno radical de Gabriel González Videla. En las elecciones presidenciales de 1958, además, la izquierda unificada había estado al borde del triunfo con Salvador Allende como candidato, estrechamente derrotado por el derechista independiente Jorge Alessandri. En los primeros años de la década de los sesenta, la imagen de la Revolución Cubana comenzó a agudizar las diferencias doctrinarias y estratégicas que existían desde los cincuenta. El Partido Comunista, fiel a su tradición política y a las líneas generales del Movimiento Comunista Internacional, propugnaba entonces el camino de la «vía pacífica» y la alianza con el centro político en función de un proyecto modernizador y democratizador como antesala de una ulterior construcción socialista. Por el contrario, el socialismo chileno postulaba un nebuloso proyecto político clasista, sin contemplar alianzas más allá de la izquierda, que con el pasar de los años se fue radicalizando —como gran parte de la izquierda latinoamericana no-comunista— hasta llegar a asumir, retóricamente, como propia la vía armada7.

Thomas Wright, «América Latina en la época de la Revolución Cubana: un intento de interpretación», en Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 160, 1992-1993, passim. 7 He desarrollado con más detenimiento este tema en Marcelo Casals, «El alba de una revolución. Orígenes de la construcción estratégica de la ‘vía chilena al socialismo’. 1956-1962», en Martín Bowen et al., Seminario Simon Collier 2006, Santiago de Chile: Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 6

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Pero el impacto de Cuba determinó también el tipo de relación que Estados Unidos entabló con América Latina. Luego del período de Eisenhower —marcado por el apoyo norteamericano a todo régimen político encuadrado con las líneas principales de su política exterior, por lo general sin mucha preocupación por su adscripción a las formas democráticas de gobierno—, la nueva administración demócrata de John F. Kennedy optó por una estrategia positiva y desarrollista para impedir la ampliación del fenómeno castrista hacia América Latina, a la vez que mantenía e incrementaba las medidas de atosigamiento y desestabilización en contra del régimen cubano8. En la Conferencia de Punta de Este de 1961 se anunció oficialmente este plan, conocido desde entonces como «Alianza para el Progreso» que buscaba, a través de la ayuda norteamericana y de procesos de modernización económica impulsados por cada gobierno, incrementar el nivel de vida de los sectores sociales empobrecidos, con el fin de aliviar tensiones y evitar estallidos revolucionarios. El objetivo político inmediato, por otro lado, era generar las condiciones necesarias para tomar medidas en contra de Cuba con la participación de la mayoría de los países latinoamericanos, con lo que se evitaba evidenciar cualquier tipo de acción como una mera agresión de Estados Unidos, lo que en el contexto de la Guerra Fría podría haber significado una respuesta de la Unión Soviética en otro punto en conflicto (como, por ejemplo, la situación de Berlín)9. Esto, por lo demás, se logró parcialmente con la resolución de la Reunión de Cancilleres en Washington en julio de 1964 que decretó, tras acusaciones de agresión del régimen de Fidel Castro en contra de la Venezuela de Betancourt, la ruptura de relaciones diplomáticas con la isla por parte del Sistema Interamericano. A pesar de la oposición a estas medidas por parte del gobierno chileno, el Presidente Jorge Alessandri, en virtud del principio de «respeto a los tratados», retiró a su embajador en La Habana en agosto de ese año, a días de la elección presidencial10. Los postulados principales de la Alianza para el Progreso —reforma agraria, reforma tributaria, modernización del comercio, ampliación de 2006. La adopción oficial de la «vía armada» por parte del PS se realizó en el XXIII Congreso de Chillán, en 1967, pocos días después de la muerte del «Che» Guevara en Bolivia. 8 Sobre este punto en particular, véase Vanni Pettiná, «Del anticomunismo al antinacionalismo: La presidencia Eisenhower y el giro autoritario en la América Latina de los años 50», en: Revista de Indias, Vol. LXVII, N° o. 240, 2007, pp. 573-606. 9 Luis Alberto Moniz, De Martí a Fidel. La Revolución Cubana y América Latina, Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2008, capítulo X. 10 El episodio está detallado en Joaquín Fermandois, «Chile y la cuestión cubana. 1959-1964», en Historia, N° 17, Santiago, 1982, pp. 113-200. 94

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la educación e impulso a la construcción de viviendas, entre otras cosas— se identificaron en Chile desde temprano con la Democracia Cristiana, partido de matriz socialcristiana que por entonces experimentaba un agudo proceso de crecimiento electoral, desplazando del centro político al Partido Radical. En efecto, desde la separación de la Falange Nacional del Partido Conservador en 1938 hasta la fundación de la Democracia Cristiana en 1957, esta corriente había tenido un pobre desempeño electoral, con un leve ascenso hacia mediados de los años cincuenta. Sin embargo, con el desbande de las bases de apoyo del gobierno de Ibáñez, la caída moderada aunque sostenida del electorado de la derecha y la ampliación explosiva del universo de votantes a partir de las reformas electorales de 1958 y 1961, la suerte democratacristiana comenzó a cambiar. En las presidenciales de 1958, su candidato y líder natural, Eduardo Frei Montalva, llegó en tercer lugar con un prometedor 20,5%, absorbiendo gran parte, junto a la izquierda, del ibañismo de 1952. La DC, a pesar de la derrota, logró retener gran parte de la popularidad de Frei Montalva, logrando en las municipales de 1963 desplazar definitivamente al radicalismo como primera fuerza nacional11. Su atractivo se basaba en su proyecto reformista basado en los principios de la doctrina social de la Iglesia Católica e inspirado en el desarrollismo y en las conclusiones de corrientes como la representada por la CEPAL —con sede en Santiago—, que enfatizaban la necesidad de cambios estructurales modernizadores con el objeto de incorporar a los sectores sociales marginados y desarrollar las economías nacionales en base a la diversificación de la producción, la ampliación de los mercados internos y la planificación estatal como guía racional para un desenvolvimiento armónico del conjunto de la sociedad. Además, los democratacristianos se presentaban a sí mismos como la alternativa al individualismo liberal capitalista, por un lado, y al marxismo ortodoxo, por el otro, lo que, si bien durante largos años les valió nutridas críticas tanto de la izquierda como de la derecha, constituyó la principal razón de su popularidad en un momento en el que se favorecían por toda América Latina gobiernos desarrollistas no-revolucionarios12.

Tomás Moulián, «La Democracia Cristiana en su fase ascendente: 1957-1964», Santiago, en Documento de Trabajo, N° 288, FLACSO, 1986, pp. 1-71. 12 Para un análisis de los fundamentos doctrinarios de la Democracia Cristiana, particularmente de su rol como alternativa al marxismo revolucionario, véase Luz María Díaz de Valdés, La Democracia Cristiana, una opción ideológica y real frente al marxismo en Chile: (1957-1964), Santiago de Chile, Tesis de Licenciatura en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2003. 11

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Por su parte, la derecha política chilena iniciaba su proceso de decadencia. Si bien este sector había perdido el control del Ejecutivo hacia finales de la década de los treinta, durante los gobiernos radicales había logrado mantener importantes cuotas de poder en el Parlamento, en el mundo civil y en la estructura económica chilena, haciendo uso de distintas estrategias para neutralizar los aspectos más avanzados del reformismo centroizquierdista13. La situación del campo chileno, la piedra de tope de la convivencia democrática entre la derecha y el resto de los sectores políticos, se mantuvo de ese modo inalterada durante todo este período, situación que cambiaría solamente una vez que la derecha política perdiera su capacidad de incidir en las decisiones gubernamentales, es decir, una vez electo Eduardo Frei Montalva como Presidente. En 1958, sin embargo, la derecha política alcanzó el poder gracias a la victoria de Jorge Alessandri, producto a su vez de la dispersión del electorado en cinco candidaturas, sin que ninguno de los partidos centristas lograse articular una alianza con algún extremo del sistema de partidos. Postulando un proyecto de modernización capitalista de corte liberal, el candidato de la derecha venció por estrecho margen al socialista Salvador Allende. El sexenio alessandrista, no obstante, fue el último momento de vigencia política de conservadores y liberales. El episcopado chileno, otrora un poderoso aliado del conservadurismo, comenzó a renovar sus integrantes y perspectivas, comenzando a apoyar fórmulas reformistas de cambio social en consonancia con el espíritu que animaría al Concilio Vaticano II14. Del mismo modo, según lo ya mencionado, Estados Unidos hizo llamados a modernizar las estructuras sociales y económicas del continente para evitar la propagación del ejemplo cubano15. El impacto del terremoto electoral ibañista de inicios de los cincuenta —del cual la derecha nunca pudo recuperarse del todo— y las reformas de 1958 y 1962 que, entre otras cosas, transparentaron los métodos electorales y ampliaron el universo de votantes, fueron también elementos importantes en el proceso de decadencia electoral de la derecha. Tomás Moulián, Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (19381973), Santiago de Chile: LOM, 2006, passim; Sofía Correa, Con las riendas del poder: la derecha chilena en el siglo XX, Santiago de Chile: Sudamericana, 2005, pp. 65-103. 14 Sofía Correa, «Iglesia y política: el colapso del Partido Conservador», en Mapocho, N° 30, segundo semestre de 1991, pp. 137-148. 15 Sofía Correa, «La derecha en Chile contemporáneo: La pérdida del control estatal», en Revista de Ciencia Política, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, Vol. XI, N° 1, 1989, pp. 15-19. 13

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El gobierno de Alessandri Rodríguez, por otro lado, no logró cumplir con sus objetivos. Fuertemente crítico de los partidos políticos —incluso de aquellos que lo apoyaban— y del manejo económico de los gobiernos anteriores, tuvo obligadamente que ceder en puntos claves de su programa. El Partido Radical fue incorporado al gabinete para asegurar la mayoría parlamentaria, con lo que el Presidente ingresó al juego político partidario que tanto despreciaba. Del mismo modo, la liberación de precios y del tipo de cambio realizados al inicio de su administración, pronto comenzaron a dar resultados negativos. La inflación se disparó. Entre 1958 y 1961 pudo ser llevada de un 33,3% a un 7,7%; desde ahí se empinó hasta el 44,3% en 196316. Con ello se agudizó la presión social, representada políticamente por la oposición en el Parlamento. Volvieron los controles de precios, los reajustes periódicos y las huelgas sectoriales, fracasando gran parte del ideario liberal alessandrista. Ese fue el contexto general que rodeó a las elecciones presidenciales de 1964. El FRAP y la DC volvieron a postular a Allende y a Frei Montalva respectivamente. Conservadores, liberales y radicales, aglutinados en el «Frente Democrático», se inclinaron por el senador Julio Durán, líder del ala derecha del PR. Sin embargo, una elección complementaria en marzo de 1964 en la provincia de Curicó modificó todo el panorama político. En una zona de tradicional dominio derechista, aunque de creciente influencia democratacristiana, radical y socialista17, se enfrentaron representantes de cada bloque político para ocupar la vacante en la Cámara de Diputados dejada tras las muerte del socialista Óscar Naranjo. La derecha política, de acuerdo a los datos de las elecciones municipales de 1963, debería haber obtenido una cómoda victoria. Sin embargo, el vencedor fue el candidato del FRAP e hijo del diputado fallecido. Las reacciones fueron inmediatas. Durán renunció a su candidatura, para retormarla luego solo en representación del Partido Radical. Conservadores y liberales, por su parte, aterrorizados con la expectativa de una victoria de Allende, le dieron su apoyo incondicional a Frei Montalva bajo la lógica del mal menor. El cuadro quedaba así completo. Durán, en una desmejorada posición, únicamente mantuvo su candidatura para evitar la dispersión de su partido, sin opción ninguna de lograr la victoria. Allende realizó llamados insistentes Para un relato con información estadística del gobierno de Alessandri Rodríguez, véase Alan Angell, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía, Santiago de Chile: Andrés Bello, 1993, pp. 37-46. 17 Jaime Antonio Etchepare y Mario Eduardo Valdés, «El naranjazo y sus repercusiones en la elección presidencial de 1964», en Política, Instituto de Ciencia Política, Universidad de Chile, N° 7, julio de 1985, p. 131. 16

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al radicalismo para lograr su apoyo, mientras que el democratacristiano comenzó a variar su retórica en consonancia con el nuevo contexto político del momento. El anticomunismo, aquella polaridad ideológica continuamente presente en la política chilena, fue el tema principal de la campaña, ya sea por parte del gigantesco esfuerzo propagandístico que realizó la derecha y la Democracia Cristiana, como también por parte de las débiles e ineficaces réplicas que la izquierda realizaba. La identificación de la política chilena con los conflictos ideológicos globales, del mismo modo, alcanzó su punto máximo. Las elecciones presidenciales de 1964, en este sentido, comenzaron a ser vistas como una gran encrucijada de Chile y Occidente, donde se jugaba la suerte del continente. La retórica política desbordó el ámbito doméstico, orientándose —a pesar de la izquierda— de acuerdo a la polaridad comunismo-anticomunismo.

La larga tradición del anticomunismo en Chile El anticomunismo en 1964 no era una novedad en Chile. De hecho, es posible rastrear sus orígenes en los inicios del siglo XX, si no antes18. El agotamiento del dinamismo de la industria salitrera agudizó las tensiones sociales en un Chile cruzado por las inequidades y la marginación. La difícil situación nacional ya se había traducido en fuertes críticas de intelectuales vinculadas a las clases media y obrera, formuladas a propósito de las celebraciones del Centenario de la República en 1910. Los conflictos obreros se hicieron entonces recurrentes, y la respuesta del Estado careció de toda sutileza. Las luchas sociales se leyeron a partir de la lógica del antisocialismo por parte de los sectores dominantes, que veían en las huelgas y movimientos obreros la presencia de agentes subversivos extranjeros que pretendían destruir los fundamentos de la nación y la religión. Un fenómeno ejemplificador de esta sensibilidad fue la aparición de las Ligas Patrióticas en la década de 1910. Estos grupos, principalmente compuestos por las élites provinciales —aunque con importante presencia obrera en sus filas— y de fuertes tendencias xenófobas (principalmente

Ejemplo de ello es la recepción por parte de la prensa conservadora chilena de sucesos como la Comuna de París de 1871, donde se proyecta una imagen demonizada de los communards y del propio Marx. Al respecto, véase Luis Ortega, «Los fantasmas del comunismo y Marx en Chile en la década de 1870», en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, N° 7, Vol. 2, 2003.

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antiperuanas) y antiizquierdistas, fueron amparados y fomentados por el Estado y sus autoridades regionales19. Pero fue el impacto simbólico e ideológico que la Revolución Rusa tuvo en el país, la que inauguró verdaderamente el anticomunismo en Chile20. El origen social del antisocialismo anterior a 1917, como también sus usos legitimadores del statu quo, fueron bastante claros. Ello, en gran medida, continuó existiendo, pero con el nuevo referente soviético, el antisocialismo, devenido en anticomunismo, adquirió un fuerte componente político-ideológico que iba más allá de una mera estrategia de legitimación. Con la existencia de un régimen concreto inspirado en los principios del marxismo, la oposición otrora doctrinaria se convirtió en política, transformándose en un elemento continuamente presente en el debate público. La reñida y polémica elección presidencial de 1920 fue el debut de este tipo de lógica. Arturo Alessandri, el candidato de la Alianza Liberal, fue acusado de «maximalista» y «bolchevique» por sus oponentes, advirtiéndose acerca de la inminente revolución social de vencer en las urnas. La dictadura de Ibáñez (1927-1931) fue el primer gobierno en ilegalizar al Partido Comunista, nombre asumido por el Partido Obrero Socialista, fundado en 1912 y compuesto principalmente por trabajadores del salitre, tras su afiliación a la III Internacional en 1922. Los embates represivos del régimen casi terminaron con la colectividad, más aún cuando por entonces se iniciaba el proceso de «bolchevización» que, entre otras cosas, produjo varias e importantes defecciones, a la vez que lo hizo tomar posiciones radicales que aislaron al pequeño partido21. El mejor estudio monográfico sobre las Ligas Patrióticas es el de Sergio González, El Dios Cautivo. Las Ligas Patrióticas en la chilenización compulsiva de Tarapacá (1910-1922), Santiago de Chile: LOM, 2004. Véase también Carlos Maldonado, Sergio González Miranda y Sandra McGee Deutsch, «Las Ligas Patrióticas: Un caso de Nacionalismo, Xenofobia y Lucha Social en Chile», en Revista de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, serie Ciencias Sociales, Universidad Arturo Prat, Vol. 1, N° 2, Iquique, Chile, 1993, pp. 37-49; y en Canadian Review of Studies in Nationalism, Vol. XXI, N° 1-2, Prince Edwards Island, 1994, pp. 57-69; y Sandra McGee Deutsch, Las derechas. La extrema derecha en la Argentina, el Brasil y Chile, 1890-1939, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2005, pp. 31-47, 89-110 y 185-247. 20 Al respecto véase Evguenia Fediakova, «Rusia soviética en el imaginario político chileno, 1917-1939», en Manuel Loyola y Jorge Rojas (comps.), Por un rojo amanecer: Hacia una historia de los comunistas chilenos, Santiago de Chile: ICAL, 2000. 21 El episodio está detallado en Olga Ulianova, «El Partido Comunista chileno durante la dictadura de Carlos Ibáñez: primera clandestinidad y ‘bolchevización’ estaliniana (1927-1931)», en Olga Ulianova y Alfredo Riquelme, Chile en archivos soviéticos 19

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El régimen político chileno se reestructuró en la primera mitad de la década de 1930 luego de un período de profundos conflictos y cambios sociales que, entre otras cosas, significaron el fin del modelo oligárquicoexportador que había primado hasta entonces. Al Alessandri reformista de 1920 le sucedió el Alessandri conservador en 1932, quien se dedicó a administrar el nuevo régimen surgido a raíz de la Constitución de 1925. El nuevo gobierno fue fuertemente crítico de la participación política de los militares en el período anterior, presionándolos para volver definitivamente a los cuarteles. Algunos grupos civiles de derecha que habían participado del derrocamiento de Ibáñez también hicieron suyo este sentimiento, al que sumaron una fuerte tendencia antiobrera y antiizquierdista. Ese fue el origen de la Milicia Republicana, una extendida organización armada que actuó, en un primer momento, bajo el alero del gobierno de Alessandri Palma, para sofocar todo intento de insurrección militar y/o izquierdista, como la que había instalado como breve república socialista en junio de 193122. La elección de 1938 fue otro momento político conflictivo, donde las invocaciones anticomunistas no escasearon. La expectativa de un gobierno del Frente Popular despertó todos los temores de la derecha política y sus bases de apoyo, ante lo que pensaban iba a ser la reedición del régimen soviético o de la guerra fratricida que España libraba entonces. La campaña electoral se llevó adelante en base a una identificación de Aguirre Cerda con los más abyectos rasgos del comunismo, atribuyéndole a este la intención de conculcar las libertades democráticas, abolir la libre práctica de la religión y socializar todo bien privado23. Fueron estos también los años de nuevos intentos por ilegalizar al Partido Comunista. Sergio Fernández Larraín, quizás uno de los anticomunistas chilenos más enconados y activos del período, redactó en 1940 un proyecto de ley que prohibía la existencia de organizaciones que atentasen contra el orden social y político de la República. A su aprobación por el Senado, sin embargo, le siguió el inmediato veto del Presidente Aguirre Cerda, por lo que su aplicación no prosperó. Por cierto, los intentos de estos años de legalizar la exclusión de grupos políticos específicos no afectaron solamente al PCCh. En 1922-1991. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931. Fuentes para la historia de la república. Volumen XXIII, Santiago de Chile: DIBAM-LOM, 2002, pp. 215-258. 22 Un excelente estudio de esta organización lo constituye el de Verónica Valdivia, La milicia republicana: los civiles en armas: 1932-1936, Santiago de Chile: DIBAM, 1992. 23 Para un crónica de la elección de 1938, véase Marta Infante, Testigos del 38, Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1972. 100

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1941, el ministro del Interior de Aguirre Cerda, Arturo Olavarría, envió al Congreso otro proyecto de ley infructuoso que afectaba también a la sección chilena del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, compuesto principalmente por inmigrantes de esa nacionalidad. Más allá de las formulaciones legales, la práctica institucional de entonces forjó el concepto de «defensa de la democracia» como posibilidad de exclusión, haciendo posible y entendible, en la coyuntura adecuada, un esfuerzo estatal por ilegalizar y reprimir a grupos políticos identificados como subversivos y atentatorios contra el orden jurídico24. Y el momento llegó. En 1946 resultó electo como Presidente de la República el radical Gabriel González Videla, el tercer hombre consecutivo de su partido en vencer una elección presidencial, con apoyo comunista. El desencadenamiento de la Guerra Fría, las presiones norteamericanas, la agudización de la conflictividad social y la contradictoria estrategia comunista desde el poder provocaron la expulsión del PC del gobierno en 1947 y tras una verdadera guerra política con la administración de González Videla, su ilegalización y represión a partir de 1948. En medio de estos acontecimientos, se organizó en la capital quizás el único grupo civil abiertamente anticomunista de cierta magnitud en la historia política chilena, la Acción Chilena Anticomunista (ACHA), compuesta por radicales de derecha, militares, nacionalistas, conservadores e incluso socialistas, que lograron organizar «regimientos» en varias ciudades, con militantes fuertemente armados y entrenados. La misión declarada de la organización era defenderse de un eventual golpe comunista, presionando al mismo tiempo por la ilegalización de aquella colectividad. Los choques callejeros con las juventudes izquierdistas se multiplicaron por estos años, a lo que se sumó la elaboración y ejecución de atentados a personalidades políticas signadas como «pro-comunistas». Con la aprobación de la así llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia que estableció la prescripción del comunismo en 1948, el grupo perdió fuerza, disolviéndose a los pocos años25. El Partido Comunista, como consecuencia de todo esto, estuvo ilegalizado durante una década. Ello no impidió que políticos de derecha, apoyados por sus órganos de prensa, advirtiesen continuamente a lo largo Eladio Huentemilla, «Antecedentes de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia», Santiago, Tesis de Licenciatura en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1992, pp. 44-49. 25 Carlos Maldonado, «ACHA y la proscripción del Partido Comunista en Chile», Documento de Trabajo N° 60, Santiago, FLACSO, 1989, passim. 24

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de estos años del peligro latente que encerraba el supuesto trabajo subterráneo en Chile y denunciaran infiltraciones, debilidades y colusiones de distintos actores sociales con la tarea «disolvente» del comunismo. Los más activos en esta faena, en lo que fue una especie de reproducción a escala de la «caza de brujas» del macartismo norteamericano, fueron el conservador Sergio Fernández Larraín y el liberal Raúl Marín Balmaceda26. Como ya se ha señalado, la Revolución Cubana despertó nuevamente los temores a la revolución social en América Latina. La identificación de gran parte de la izquierda de la región con el régimen cubano, más allá de las diferencias doctrinarias entonces suscitadas, concentró en este sector social las acusaciones y recriminaciones de los grupos y activistas anticomunistas locales. Fue este un punto central de la propaganda en contra de las izquierdas latinoamericanas, proceso que tuvo como hitos destacados, en 1964, la movilización social y posterior derrocamiento de Goulart en Brasil y la elección de Frei Montalva en Chile.

«Chile en la encrucijada» La propaganda anticomunista desplegada en las elecciones presidenciales chilenas de 1964 apuntó a una diversidad de temáticas y actores específicos, con el objetivo de convocar a la totalidad de la sociedad chilena a la acción para superar la «encrucijada» a la cual se enfrentaba el país. No existió, en este sentido, un «guion» uniforme e invariable, predominando, por el contrario, la diversidad de mensajes y medios por los cuales se difundían. Sin embargo, es posible identificar una estructura ideológica común a los argumentos entonces difundidos. En ese sentido, el anticomunismo no fue solo la oposición al comunismo, sino que también la afirmación de valores, realidades y prácticas establecidas que se defienden de una amenaza asumida como inmediata y catastrófica. Elementos como la defensa de la familia, la religión, la propiedad, la nación, la democracia y la justicia Algunos escritos y discursos sobre esta materia son: Sergio Fernández Larraín, En vigilia de guerra… Exposiciones y discursos parlamentarios, Santiago de Chile: Imprenta El Imparcial, 1946; Informe sobre el comunismo rendido a la Convención General del Partido Conservador Unido, el 12 de octubre de 1954, Santiago de Chile: Talleres de la Empresa Editora Zig-Zag, 1954; Falange Nacional, Democracia Cristiana y Comunismo, Santiago de Chile: Imprenta Z.A.I., 1958 e Y el comunismo sigue su marcha…, Santiago de Chile: Del Pregón, 1963. De Marín Balmaceda, por su parte, destacan O arrasamos al comunismo o el comunismo arrasa a Chile, Santiago de Chile: Imprenta El Esfuerzo, 1948; Proceso al Soviet en el Senado de Chile, Santiago de Chile: Instituto Geográfico Militar, 1956 y No demagogia!, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1955.

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son recurrentes, entendiendo a dichos elementos en clave conservadora y como parte de un conjunto doctrinario interrelacionado, aunque rara vez explicitado y desarrollado. El comunismo, en esta perspectiva, atentaría contra la totalidad de los fundamentos de la nación, siendo entonces incompatible con determinadas esencias inmutables de la sociedad chilena. La propaganda anticomunista de 1964 se articuló en torno a esta insistencia en el antagonismo radical de todo elemento identitario aceptado con lo que se entendía por comunismo. Un ejemplo muy interesante de propaganda anticomunista lo constituye la serie de afiches publicada en distintos periódicos y revistas chilenas durante 1964 a cargo del llamado «Foro de la Libertad del Trabajo»27, liderado por empresarios derechistas como Óscar Ruiz-Tagle, Pablo Aldunate Phillips y Javier Echeverría Alessandri28. Si bien no fue la única institución u organización civil en auspiciar avisos e inserciones pagadas29, el análisis de los distintos afiches difundidos a partir de junio de 1964 nos da cuenta de esta amplitud temática y, a la vez, de los fundamentos ideológicos comunes al esfuerzo anticomunista de esta campaña desde la óptica conservadora30. Como dice el mismo nombre de la agrupación, La serie, aunque incompleta, se encuentra en Foro de la Libertad de Trabajo, Chile en la encrucijada, Santiago de Chile: Impresiones Sopech, 1964. Los afiches faltantes pueden encontrarse en la prensa periódica, principalmente en El Mercurio, La Nación y El Diario Ilustrado a partir de junio de 1964. 28 Eduardo Labarca, Chile invadido, Santiago de Chile: Editorial Austral, 1968. p. 72. Si bien este libro está enfocado a la denuncia y al debate contingente de la segunda mitad de la década de los sesenta por parte de un sector específico del sistema político —el Partido Comunista—, el contraste con distintas fuentes en torno a otros aspectos de los sucesos de 1964 da cuenta de la verosimilitud de gran parte de sus datos. 29 Otras organizaciones fueron «Chile Libre», «Acción Chilena» y «Acción Mujeres de Chile» que periódicamente publicaban en la prensa antiizquierdista columnas y afiches enfocados a distintos sectores sociales. «Acción Mujeres de Chile», por ejemplo, como su nombre lo indica, se enfocó principalmente a persuadir a las mujeres de votar por Frei Montalva para salvar al país de las garras del comunismo. El grupo fue liderado por una aristócrata santiaguina de gran notoriedad pública durante el gobierno de la Unidad Popular, por su incesante labor de organización de mujeres opuestas a Allende, Elena Larraín. Luego de separarse de «Chile Libre» tras constatar la escasa voluntad de sus miembros masculinos por pasar a la acción política directa, fundó en 1963 esta organización que, de acuerdo con Margaret Power, seguramente recibió financiamiento norteamericano durante 1964, según consta (aunque no explícitamente) en el «Informe Church» del Congreso Norteamericano de 1975. Margaret Power, La mujer de derecha. El poder femenino y la lucha contra Salvador Allende, 1964-1973, Santiago de Chile: DIBAM, 2008, pp. 100-104. 30 Ciertamente, el anticomunismo en clave conservadora de la «campaña del terror» de 1964 no fue la única expresión de esta persuasión ideológica en estos años. La 27

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su eje articulador fue la defensa de la «libertad», entendiéndola como un valor inherente a la sociedad chilena aplicado sobre todo al mundo laboral. La «libertad», entonces, no se concibe como la consecuencia de un acto político (como lo entendía la izquierda) o una condición esencial a un proyecto reformista (como lo hizo la Democracia Cristiana), sino que, por el contrario, se asumía como una situación ya existente que, lejos de cultivarla, desarrollarla o ampliarla, requería de su defensa frente a una amenaza inmediata. La aplicación de este concepto al mundo laboral, por otro lado, no restringía su ampliación hacia otras esferas de la vida social, como la doméstica o familiar. La defensa de la «libertad de trabajo», de la propiedad y del desarrollo económico evolutivo, en este sentido, iba de la mano con la defensa de la familia como valor social fundamental y de la continuidad de sus prácticas cotidianas. Tanto en la esfera laboral como privada, además, se buscaba mantener y consolidar las diferenciación de roles femeninos y masculinos, entendiendo que las primeras estaban destinadas a ser esposas, madres e hijas obedientes, mientras que los segundos debían salir del hogar a buscar el sustento, lo que, los investía de una autoridad indiscutible en el seno del hogar. Así, el anticomunismo netamente liberal-económico se complementaba con una propuesta valórica conservadora que incluía otras dimensiones de la actividad social, fortaleciendo con ello la idea del comunismo como amenaza integral a todas las formas de vida legítimas y aceptadas31. Democracia Cristiana y su candidato, Eduardo Frei Montalva, también hicieron referencias reiteradas a los peligros de la candidatura «comunista» de Salvador Allende, como lo expresan, por ejemplo, la «Tercera Declaración de Millahue» de abril de 1964 y el periódico de campaña Flecha Roja. Del mismo modo, la candidatura radical de Julio Durán hizo un uso extensivo de este tipo de discurso, el cual es posible identificar en el periódico Golpe publicado en estos meses, representativo de la sensibilidad del ala derecha del radicalismo. 31 Este tipo de anticomunismo, por cierto, no fue el único. Siguiendo a Rodrigo Patto Sá Motta, el anticomunismo se alimenta de tres fuentes o «matrices» desde donde fundamenta sus argumentos: nacionalismo, catolicismo y liberalismo. El primero asume la nación como un cuerpo orgánico y armónico que precisa del orden y la jerarquía para su correcto funcionamiento. El comunismo, en ese esquema, representaría un agente patológico que atentaría contra la integridad de la comunidad nacional. Del mismo modo, el catolicismo desarrolló desde el siglo XIX un agudo antisocialismo fundamentado en su rechazo al materialismo, en la defensa del orden y la jerarquía social y en las severas críticas papales que les mereció, ya en el siglo XX, la experiencia soviética. Por su parte, desde la sensibilidad liberal —en sus variantes política y económica— se condenó al comunismo por cuestionar los fundamentos del régimen democrático (liberal) y por atentar contra el derecho de propiedad y la libre iniciativa. En todo discurso anticomunista, por cierto, es posible encontrar elementos de más de uno de estas «matrices», no siendo en 104

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Podemos dividir esta colección de dieciséis afiches según el actor social al cual están dirigidos y la esfera (pública o privada) a la cual apuntan, sin perjuicio de que un cartel pueda entrar en más de una categoría. En primer lugar, tenemos una serie de seis afiches de propaganda que dicen relación con la masculinidad, la feminidad y la familia de modo explícito. Como se señaló, el objetivo de enfatizar sobre la incompatibilidad de los roles de género y la constitución de la familia con el comunismo es, al mismo tiempo, persuadir sobre los peligros de la candidatura de izquierda y reafirmar un universo valórico conservador amenazado por los cambios sociales de esos años. Para el caso de la representación doméstica y subordinada de la mujer, el esfuerzo propagandístico no carecía de fundamento ni de relación con la realidad social de entonces: más del 70% de las chilenas de esos años eran dueñas de casa, y un porcentaje importante de las que trabajaban lo hacían como empleadas domésticas. La política, en ese contexto, era vista como un asunto de hombres, en cuanto estos eran los actores por excelencia del espacio público32. De todos modos, ello no significaba que las mujeres no reclamasen ni tuviesen derechos políticos. Ya en 1952 habían podido participar en las elecciones presidenciales que condujeron a Ibáñez a su segundo gobierno, favoreciendo en mayor medida, eso sí, al candidato de la derecha; mientras que en 1958 decidieron la elección de Alessandri Rodríguez, a pesar de la derrota de este en el electorado masculino a manos de Salvador Allende33. En 1964, además, el electorado femenino había crecido espectacularmente tanto en términos reales como porcentuales, lo que las tornaba cada vez más gravitantes en las decisiones políticas. La propaganda anticomunista estuvo consciente de este hecho, concentrando gran parte de su esfuerzo en persuadir a este sector social de favorecer a Frei Montalva por sobre Allende34. absoluto excluyentes entre sí. Al respecto véase Rodrigo Patto Sá Motta, op. cit., pp. 15-29. 32 Margaret Power, «The Engendering of Anticommunism and Fear in Chile’s 1964 Presidential Election», en Diplomatic History, Vol. 32, N° 5, 2008, p. 942. 33 En esa oportunidad, Salvador Allende captó el 32,4% del electorado masculino, mientras que Alessandri Rodríguez el 30,2%. Sin embargo, las mujeres le dieron el 34,1% de los votos a este último y sólo un 22,3% a Allende, porcentaje incluso menor al recibido por quien llegó en tercer lugar en esos comicios, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva. Federico Gil y Charles Parrish, «Part II. 1964 Presidential election returns, broken down by sex, province and region, along with presidential election returns, of 1952 and 1958» en The Chilean presidential election of September 4, 1964, Washington: Institute for the Comparative Study of Political Systems, 1965, passim. 34 Ese año estaban inscritos para votar 1.332.814 mujeres y 1.582.307 hombres, es decir, un 35,43% de la población total. Estos índices son bastante expresivos de 105

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El rol de Estados Unidos aparece en este punto como clave. Si bien es la dimensión que más se ha destacado de la «campaña del terror» de 1964, muchas veces exagerando su relevancia en la política contingente y minusvalorando la autonomía relativa de los actores políticos locales, es un factor a considerar. Hasta el momento no es posible señalar a ciencia cierta si la propaganda del «Foro de la Libertad de Trabajo» fue financiada y/o dirigida por los organismos de inteligencia norteamericanos. De todos modos, sí se puede documentar la preocupación explícita del Departamento de Estado por el electorado femenino y los esfuerzos que emprendieron en esa línea35. El mensaje de los distintos carteles en esta categoría, a pesar de apuntar a personajes específicos diferentes, era el mismo: la familia chilena, representada en las gráficas como un estereotipo de la clase media, era la unidad fundamental de la sociedad, el lugar en donde se reproducían los valores entendidos como esenciales de la nacionalidad y las prácticas que definían los roles fundamentales aceptados. Desde esa base se realiza la conexión permanente entre aquella realidad doméstica y privada y los destinos de la nación: el advenimiento de un régimen marxista implicaría la canla ampliación del electorado, más aún cuando consideramos que por esos años cerca del 50% del país era menor de 20 años. A la vez, las mujeres habían llegado a representar un 45,7% de la población electoral, porcentaje notoriamente superior al 33,9% de 1958. Además, en las elecciones de 1964 encontramos otra diferencia en favor de las mujeres: la abstención femenina fue bastante menor que la masculina. Un 83,8% de los hombres con derecho a voto concurrieron a las urnas ese año, frente a un 90,39% de las mujeres, lo que en otras palabras representa un 16,2% de abstención masculina y un 9,61% femenina. Christian Carvajal, «La elección presidencial de 1964», Concepción, Memoria de Prueba Licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Concepción, 1991, p. 50; y Raúl Morodo, Política y partidos en Chile. Las elecciones de 1965, Madrid: Taurus, 1968, pp. 23-27. 35 Para un completa relación sobre este punto en base a la documentación norteamericana disponible, véase Margaret Power, «The Engendering…» op. cit., pp. 931-953. 106

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celación del régimen democrático y, por ende, de las libertades generales, particularmente las concernientes al mundo laboral. En ese contexto, la unidad familiar se encontraría amenazada tanto por la arbitrariedad del poder estatal como por la incapacidad material de satisfacer las necesidades básicas del hogar en el nuevo orden económico. La figura de la mujer, entonces, quedaría eclipsada en sus roles fundamentales de protectora y administradora, así como también la del hombre, al no poder cumplir con su misión proveedora. En la parte inferior del afiche se lee: «Como madre, como esposa, como hija, tienes hoy una gran responsabilidad… ¿Has pensado en la unidad de tu hogar, en el futuro de tus hijos, en la felicidad de tu familia…?... Recuerda que lo más valioso de tu vida está en peligro. Y recuerda que la alternativa es… ¡Democracia o marxismo!»36. Una segunda categoría —más cercana al ideario liberal-económico que inspiraba a este grupo anticomunista— estaba relacionada con las distintas áreas productivas y laborales del país —y los sectores sociales que de ellas se derivaban—, enfatizando el peligro que un gobierno marxista tendría para las libertades empresariales y la estabilidad del sistema económico en su conjunto. A través de siete afiches, en los cuales se mostraba, por ejemplo, a un pequeño empresario, un grupo de obreros, un trabajador independiente o un campesino, se explicaba de qué manera la llegada del marxismo afectaría a la totalidad del cuerpo social. Hay, en este sentido, un esfuerzo sostenido por representar iconográficamente a la nación productiva, estableciendo vínculos simbólicos entre propiedad privada, libre iniciativa y orden social legítimo. Esto es explícito en, por ejemplo, la representación de la población trabajadora rural (fig. 2), en donde se puede leer:

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Ver fig. 1 de esta primera serie. Foro de la Libertad de Trabajo, op. cit., s/p. 107

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Escucha campesino chileno. Encarnas la mejor tradición de la Patria y eres como un símbolo de la chilenidad. Todos queremos para ti, y para todos los hombres de trabajo una vida mejor. Todos queremos que el progreso de Chile sea TU PROGRESO. Porque amas a tu Patria y a tu familia impedirás que, con falsas promesas, el marxismo tiranice al campesinado chileno y destruya tu libertad37.

Los tres campesinos que aparecen en el afiche representan a cada uno de los estamentos tradicionales del orden hacendal chileno que, en lo fundamental, se había mantenido intacto desde su conformación definitiva en el siglo XVII. De izquierda a derecha, respetando el orden jerárquico y diferenciados por sus vestimentas —e incluso por rasgos étnicos—, aparece el patrón de fundo, el administrador o capataz y, al final, el inquilino. La aparición en conjunto de estos tres personajes busca enfatizar el carácter unitario de dicho régimen productivo, silenciando las diferenciaciones laborales y sociales existentes en su seno. En la mentalidad conservadoraterrateniente, la idea de la unidad (nacional, laboral o familiar) frente al conflicto y al cambio es recurrente. Para ello se recrearon prácticas sociales como el rodeo que, entre otras cosas, pretendía ser un momento de esparcimiento y competencia física, en donde las diferencias entre el campesino y el patrón eran temporalmente superadas38. Se destaca aquí la armonía que hay en este marco de relaciones sociales idealmente representadas como recíprocas y marcadas por vínculos de lealtad. La idea del conflicto de clases como fundamento del desarrollo histórico, por ende, resultaba especialmente repulsiva en estos sectores, por cuanto se enfatizaba en las diferencias sociales generadas por un régimen productivo en particular y se atentaba contra la idea de sociedad como conjunto armónico dirigido naturalmente por una vieja élite en relación de reciprocidad con sectores sociales subordinados. Todo ese mundo se veía amenazado, en esta perspectiva, por el marxismo y, por extensión, por todo intento reformista.

Foro de la Libertad de Trabajo, op. cit., s/p. Para una excelente reflexión sobre la importancia de la tierra y la hacienda en la mentalidad de la élite y la derecha política chilena en el siglo XX, véase María Rosaria Stabili, El sentimiento aristocrático. Elites chilenas frente al espejo (18601960), Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2003. Véase también Sofía Correa, «Las memorias de una vieja elite», en María Rosaria Stabili (coord.), Entre historias y memorias. Los desafíos metodológicos del legado reciente de América Latina, Madrid: Estudios AHILA N° 2, pp. 37-62.

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Bajo el mensaje difundido a través de este tipo de imágenes, por otro lado, se encuentra implícito un rechazo a la reforma agraria, parte integrante de los programas de Frei y Allende, en cuanto medida que erosionaría profundamente el orden social por excelencia y, por lo mismo, los valores de la autoridad y la jerarquía. Esta defensa del mundo rural tradicional, por lo mismo, podría ser una señal de los límites de la intervención norteamericana en esta campaña. Por entonces, como se señaló, Estados Unidos, en virtud de la «Alianza para el Progreso», apoyaban movimientos reformistas que, entre otras cosas, incluían un respaldo explícito a los esfuerzos por reformar el sistema económico y social del agro latinoamericano. Esta contradicción, al menos en este caso, mostraría que esa intervención tuvo que ver más con el financiamiento continuo de este tipo de grupos que con el control de las temáticas y contenidos de la campaña anticomunista39. El último grupo de afiches era el de aquellos orientados según grupos etarios de la sociedad, es decir, portadores de mensajes explícitamente dirigidos a jóvenes, adultos y ancianos en virtud de una división de roles preestablecida y articulada en base a los principios de autoridad, sumisión y tradición. Aunque minoritaria en relación al resto de la propaganda anticomunista, esta serie se fundamentaba en los mismos preceptos ideológicos de las dos categorías anteriores: el libre emprendimiento y la democracia liberal son los fundamentos de todo desarrollo económico y social que no pretenda remover los pilares en los que se apoya la autoridad y el orden; y, por otro lado, hombres y mujeres tienen distintos roles y Ciertamente, ello no excluye que Estados Unidos haya sido más decisivo en los mensajes de la propaganda anticomunista en otros grupos o actores políticos, o bien en otro tipo de financiamiento como el otorgado a la Democracia Cristiana para su ampliación orgánica y los gastos de campaña. La documentación norteamericana desclasificada, tanto la contenida en el «Informe Church» como la difundida a partir de finales de los años noventa, en virtud de sus cortes y censuras reiteradas no permite identificar con precisión este punto.

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misiones que se relacionan con la conservación de la estabilidad doméstica y su administración interna respectivamente. Así, en esta categoría, los ancianos simbolizaban la inmutabilidad de los principios sociales y la necesidad de defenderlos de una amenaza disgregadora. Por su parte, los adultos son descritos por las gráficas de propaganda como los administradores y dirigentes tanto en la esfera doméstica como pública. Por último, jóvenes y niños eran expuestos como seres indefensos e incapaces de elegir racionalmente y, por ende, necesitados de la protección familiar de los adultos. La figura 3 es un buen ejemplo de esto último. En ella se aprecia un joven de edad escolar correctamente uniformado observando con «expresión serena», como señala la leyenda del cartel, a pesar de la incierta situación. Ello porque, en cuanto sujeto sin derechos políticos y necesitado de protección, «confías en que, ante la encrucijada, los hombres de hoy pensarán en ti»40. La amenaza del marxismo es presentada aquí como un atentado directo ante el derecho de la juventud de desarrollarse y progresar en libertad y democracia. Este tipo de discurso, por cierto, no estuvo pensado solamente para que impactase en este grupo social específico. Los padres y todo aquel adulto que se sienta interpelado con la idea de un joven inexperto incapacitado de desarrollarse en un medio adecuado, ciertamente que recibirá el mensaje. El marxismo, una vez más, es caracterizado como la antítesis de todo progreso humano ya que, al contrario de lo que señala su retórica, no sería más que esclavitud, alienación, engaño, injusticia y miseria.

Palabras finales Uno de los aspectos más polémicos de la «campaña del terror» de 1964 fue la masiva —aunque soterrada— intervención norteamericana, reconocida y detallada por el mismo Senado de Estados Unidos a mediados de la década de los setenta —cuando ya los vientos políticos soplaban en otra dirección— y refrendada con la desclasificación progresiva de documentación de inteligencia de la época, iniciada a finales de los años noventa. Es ahí donde principalmente se ha puesto el acento en el análisis político El texto completo de este afiche dice: «Si los adultos de Chile se formaron en una Patria libre y altiva, no tienen derecho a entregarte a ti una Patria esclavizada y sometida…Tu expresión serena parece indicar que confías en que, ante la encrucijada, los hombres de hoy pensarán en ti… Que nunca tu serena expresión se vea turbada por el temor, por la duda, por el miedo… Que nunca los hombres responsables de tu destino destruyan tu legítimo derecho a vivir y progresar en un Chile democrático, libre de la amenaza marxista». Foro de la Libertad de Trabajo, op. cit., s/p.

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«Chile en la encrucijada»

y periodístico41. Más allá de las particularidades del Chile de entonces, generalmente se ha enfatizado en las modalidades de la intervención, los montos de los recursos empleados y los efectos desestabilizadores por ellos generados. Este tipo de enfoque, sin embargo, encierra el peligro de desconocer la autonomía de los actores locales y sobredimensionar la capacidad de influencia y control de las potencias extranjeras. La «campaña del terror» no fue la única expresión de anticomunismo durante 1964. Otros actores políticos y sociales comenzaron a difundir este tipo de mensajes aun antes de que comenzase sistemáticamente la intervención norteamericana en materia de propaganda electoral, es decir, a mediados de ese año. Ciertamente que se hace muy difícil distinguir entre anticomunismo local y global, en la medida en que ambas dimensiones se encuentran íntimamente imbricadas, moldeándose recíprocamente. En este sentido, la campaña anticomunista de 1964 se debe entender más que como la intervención de agentes internacionales en Chile, como la presencia determinante de los discursos y contenidos ideológicos de la política mundial en el país, usados tanto por los actores locales en disputa como por las potencias extranjeras para significar la realidad política de entonces. Lo determinante de esta coyuntura, y lo que en definitiva le da su especificidad, es la amplitud que este tipo de lenguaje alcanzó en el conflicto político. Ello, sin embargo, no implica separar definitivamente la realidad global desde donde emanan los discursos políticos de la realidad interna del país. Lo local, como queda expresado en los afiches analizados, se articula con el sistema de referencias políticas globales para generar un mensaje propagandístico de gran efectividad, rescatando por un lado los valores de sensibilidad conservadora que se pretende defender, representados como prácticas profundamente enraizadas en la esencia misma de la nacionalidad, y, por el otro lado, haciendo propio el conflicto bipolar del mundo de Guerra Fría.

Véanse al respecto los reportajes de Loreto Daza sobre el tema: «Investigación especial: El día que Estados Unidos eligió a Frei Montalva», en La Tercera, 5 de septiembre de 2004; «Investigación especial: Los fondos encubiertos de la CIA para apoyar a Frei Montalva», en La Tercera, 12 de septiembre de 2004; «De la admiración a la desilusión», en La Tercera, 19 de septiembre de 2004 y «Memorias de una operación secreta», en Qué Pasa, 28 de agosto de 2004.

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La «relación triangular» Estados Unidos-Italia-Chile y la elección de Eduardo Frei Montalva Raffaele Nocera*

En 1964, el Partido Demócrata Cristiano chileno (PDC) culminó un largo camino hacia el poder, obteniendo un gran éxito con la victoria de su líder histórico, Eduardo Frei Montalva, en las elecciones presidenciales de ese año. El papel de Italia en este proceso, o más precisamente de la Democrazia Cristiana Italiana (DCI, partido en el gobierno ininterrumpidamente desde el nacimiento de la República hasta el principio de los años 1990), no fue para nada secundario, sobre todo en términos financieros y, en forma menos determinante, en lo político-ideológico. Es más, los democratacristianos italianos podían mostrarse justamente complacidos de aquel resultado ya que, en un crescendo de iniciativas y de compromisos, primero tímidos y después, cada vez más persistentes, habían sido los europeos quienes más creyeron en el desarrollo de formaciones democratacristianas en América Latina y sobre todo en su posibilidad de lograr el poder, proponiéndose como sólida alternativa de largo plazo a los partidos tradicionales y, en particular, a los de izquierda. Este capítulo se propone ilustrar y analizar, someramente, las razones que llevaron a la DCI a invertir recursos y compromisos en el PDC chileno. Nace de una investigación sobre los vínculos entre ambos partidos, y

Università degli Studi di Napoli «L’Orientale».

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sobre las relaciones diplomáticas entre Italia y Chile en los años sesenta y setenta, que comencé hace algunos años y que continúa en la actualidad1. En estas páginas quiero compartir una reflexión acerca de los caminos de investigación que abre el conocimiento de un conjunto de antecedentes que se sitúan por lo demás en un período circunscrito, entre 1962 y 1964, y casi exclusivamente sobre un tema específico como es la ayuda financiera de la DCI al PDC2. Antes de entrar en los detalles, cabe destacar que hasta 1962 las relaciones entre los dos partidos fueron muy débiles, a causa del «retraso» —siguiendo una tendencia regional3— en el nacimiento de la formación chilena, y también a causa del desinterés de la contraparte italiana hacia el movimiento democratacristiano extra-europeo, un desinterés compartido Este ensayo se basa en la documentación de archivos italianos y chilenos. Por lo que concierne a los primeros, me refiero al archivo del Instituto Luigi Sturzo que representa de hecho el archivo oficial de la DC italiana, y en parte al fondo de Amintore Fanfani (exponente de primera línea de la política italiana de los años cincuenta y sesenta) que se encuentra en el archivo del Senado de la República. Con respecto a los chilenos, me refiero al archivo de la Fundación Eduardo Frei Montalva, de la Corporación Justicia y Democracia y del Ministerio de Relaciones Exteriores. Como mencionaba anteriormente, la investigación se encuentra aún en desarrollo, y todavía se deben consultar más fuentes. Me refiero particularmente a las estadounidenses (en este sentido es imprescindible la documentación del Archivo Nacional de Estados Unidos), pero también a las que se encuentran en el Archivo de la Fundación Konrad Adenauer, en el Archivo del Partido Popular Europeo y las del Archivo de Mariano Rumor, democratacristiano italiano y exponente de primera línea de la Unión Mundial Democrática-Cristiana (UMDC) que se abrirá próximamente a los investigadores. 2 Ya me he ocupado, de manera mucho más detallada y exhaustiva, de la relación entre la democracia cristiana italiana y la chilena en el ensayo «Las relaciones diplomáticas y político-partidistas ítalo-chilenas durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva», publicado en Historia, Nº. 42, Vol. II (julio-diciembre 2009), pp. 435-470. 3 Aunque el origen de los movimientos basados en el catolicismo social en América Latina se sitúa en los primeros decenios del siglo XX (sobre todo en Uruguay y Chile), y aunque existía desde abril de 1947 un organismo continental de enlace, la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), hubo que esperar hasta la década de 1950 para la reafirmación y el desarrollo de la Democracia Cristiana, sobre todo en algunos países (cuyos ejemplos más representativos corresponden a Chile y Venezuela). En la base de este fenómeno encontramos la difusión de la doctrina social de la Iglesia Católica, la expansión del electorado (sobre todo con la incorporación del voto femenino), la sustitución del conflicto religioso por el social y la necesidad, percibida por algunos sectores, de introducir reformas «estructurales» con las cuales poder contrarrestar la creciente amenaza del comunismo luego de la revolución castrista. Por lo tanto, solo desde los años sesenta del siglo pasado, y tras la estela del Concilio Vaticano II, hubo niveles más altos de colaboración y convergencia entre la Iglesia Católica y la democracia cristiana latinoamericana, aunque con variaciones de país en país. 1

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además por los otros partidos europeos4. Esto no significa que el diálogo interoceánico estuviera del todo ausente y que no hubiera contacto entre las personalidades democratacristianas a ambos lados del Atlántico. De hecho, si queremos encontrar las primeras señales de esta relación —que se profundiza en los sesenta—, podemos fijar la segunda mitad de los años cuarenta como punto de partida de una tendencia nueva que se destacó a nivel de partido, tendiente a profundizar los vínculos interpartidistas, coyuntura en la que en Chile se difundieron algunos textos de personalidades relevantes de la recién nacida DCI. En este sentido, la revista Política y Espíritu de la Falange Nacional5 fue un lugar de encuentro privilegiado de contraste y difusión, y en cuyas páginas se publicaron siete artículos de Luigi Sturzo entre 1945 y 19506, además de aportes de Fernando Della

El primer partido democratacristiano de América Latina fue el COPEI venezolano —Comité de Organización Política Electoral Independiente— que nació en 1946, mientras que para el chileno hubo que esperar oficialmente hasta 1957. Para tener una visión general, véase Joseph M. Macrum, Themes and Appeals of Christian Democracy in Latin America, Washington: Center for Research in Social Systems, 1967; Edward A. Lynch, Latin America’s Christian Democratic Parties, Westport: Praeger, 1993; Scott Mainwaring y Timothy Scully (eds.), Christian Democracy in Latin America. Electoral Competition and Regime Conflicts, Stanford: Stanford University Press, 2003. Para el caso chileno se puede consultar Ricardo Boizard, La democracia cristiana en Chile, Santiago de Chile: Editorial Nascimento, 1963; Jaime Castillo Velasco, Las fuentes de la Democracia Cristiana, Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1963; George W. Grayson, El Partido Demócrata Cristiano Chileno, Buenos Aires: Editorial Francisco de Aguirre, 1968; Wilhelm Hofmeister, La opción por la democracia. Democracia Cristiana y desarrollo político en Chile, 1964-1994, Santiago de Chile: Konrad Adenauer Stiftung, 1995. 5 La Falange Nacional se formó durante la década de 1930 en Chile, a partir de una vertiente del Partido Conservador. Sobre esta formación política, que se transformaría en el núcleo histórico del PDC que se constituirá en 1957, véase Fernando Castillo Infante, La flecha roja, Santiago de Chile: Editorial Francisco de Aguirre, 1997. Una breve reseña de los valores que inspiraron la Falange y, en especial, acerca de las relaciones con la jerarquía eclesiástica desde el nacimiento del movimiento hasta 1947, se encuentra en Maria Rosaria Stabili, «Il pensiero socialcristiano in Cile», Andes, Nº. 14, (abril de 1992), pp. 83-93. 6 Los artículos de Sturzo publicados por Política y Espíritu fueron: «El Vaticano y Europa», Nº. 2, (agosto de 1945), pp. 43-49; «La primera crisis de post-guerra», Nº 4, (octubre de 1945), pp. 105-112; «Partidos y país», Nº. (12, junio de 1946), pp. 159-163; «Sobre la democracia», Nº 15, (septiembre de 1946), pp. 65-69; «Tendencias ideológicas y filosóficas en Italia», Nº. 18, (diciembre de 1946), pp. 169-172; «Democracia cristiana», Nº. 32, (mayo de 1948), pp. 59-69; «Política y moralidad», Nº. 54, (diciembre de 1950), pp. 207-213. Sobre la vida y el recorrido intelectual del sacerdote siciliano existe una abundante producción que no es posible señalar aquí. Para una síntesis véanse Gabriele De Rosa, «Luigi Sturzo», Dizionario storico del movimento cattolico italiano. 1860-1980, dirigido por Francesco Traniello e Giorgio Campanini, Vol. II. I protagonisti, Casale Monferrato: Marietti, 1982, pp. 614-24; el clásico texto, siempre de Gabriele De Rosa, 4

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Rocca y Alcide De Gasperi, así como numerosos textos sobre la DCI y la política italiana. En este mismo período comenzaron a instaurarse los primeros contactos entre personalidades políticas italianas y chilenas de esa corriente. Hasta entonces, de hecho, no habían existido ocasiones de encuentro, exceptuando el congreso de estudiantes católicos que tuvo lugar en Roma en 1933, donde tomaron parte numerosas delegaciones latinoamericanas y algunas futuras personalidades de la democracia cristiana del subcontinente, como el venezolano Rafael Caldera y Eduardo Frei Montalva7. En Roma, el joven líder chileno comenzó a crear un primer lazo con los ambientes del Vaticano, lazos que se volvieron más estrechos en las décadas siguientes, y particularmente con el ascenso de Frei Montalva a la Presidencia de la República. No se puede dejar de mencionar, aunque sería más tardío, el papel de las organizaciones regionales (me refiero a la europea —Nouvelles Equipes Internationales sucesivamente sustituida por la Unión Europea de los Demócrata-Cristianos o UEDC— y a la americana Organización Demócrata Cristiana de América u ODCA) y, sobre todo, de la Unión Mundial Demócrata-Cristiana o UMDC para unificar los vínculos más allá de la matriz ideológica común8. Pero es a partir de la campaña para las elecciones presidenciales chilenas de 1964, y especialmente durante los años de gobierno de Eduardo Frei Montalva cuando se asiste a la mayor intensificación de los intercambios y contactos entre la DCI y el PDC. En resumen, es a partir de entonces que se observa una profundización de la relación orgánica o institucional entre ambos partidos. Durante los años de gobierno de Frei Montalva, hubo una acentuación de los intercambios y de los contactos entre la DCI y el PDC: «El interés de la Democraczia Cristiana [italiana] hacia Latinoamérica aumenta en Sturzo, Torino: Utet, 1977; y el más reciente Gennaro Cassini, Vittorio De Marco, Giampaolo Malgari (eds.), Bibliografia degli scritti di e su Luigi Sturzo, Roma: Gangemi, 2001. 7 Como bien destacara Cristián Gazmuri en su detalladísimo libro Eduardo Frei Montalva y su época, Tomo I, Santiago de Chile: Aguilar, 2000, pp. 154-186, Frei también visitó Bélgica y Francia (en París participó en algunos seminarios de Jacques Maritain). También véase Grayson, El Partido Demócrata Cristiano Chileno, pp. 117-118. 8 Véase el texto de Roberto Papini, L’Internazionale DC. La cooperazione tra i partiti democratici cristiani dal 1925 al 1985, Milano: Franco Angeli, 1986, que resulta ser muy útil para describir el recorrido del rol y de los aspectos organizativos y técnicos de los organismos regionales y de la UMDC. 116

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esos años también gracias a la victoria electoral de la Democracia Cristiana chilena en 1964» y al logro de la presidencia de su líder más importante9. La DCI o —para ser más precisos— algunos de sus exponentes, habían seguido la evolución política chilena, y particularmente, la trayectoria de la Democracia Cristiana desde antes de la victoria de Frei Montalva. Asimismo, entre este y algunos de los más influyentes exponentes italianos ya existían hacía algunos años relaciones estrechas, que fueron muy importantes durante el período de gobierno, tanto por lo que respecta a los lazos interpartidarios como a nivel de relaciones bilaterales entre los estados. Incluso antes de su llegada a la presidencia, Eduardo Frei Montalva había estado, de hecho, a menudo en Italia (y en Europa) tejiendo la red de contactos que utilizaría largamente en los años siguientes para reunir fondos y apoyo para su carrera política, y para dirimir a su favor los contrastes internos del partido10. Las relaciones con los amigos italianos fueron determinantes durante la campaña electoral para las presidenciales de 1964. Sereno Freato, en ese entonces secretario administrativo y fiel colaborador de Aldo Moro11, se comprometió con un programa de ayuda financiera al PDC, llevado finalmente a cabo en el trienio de 1962 a 1964. Al parecer, la suya fue una iniciativa personal o, de todas maneras, circunscrita a pocas personas al interior del partido y que no involucró, inicialmente, a gran parte de los vértices12. Lo mismo es válido para lo que concierne a otra iniciativa, impulsada también por Freato, y dirigida asimismo a Latinoamérica. Antes de detallar la ayuda ofrecida a la DC chilena, que aquí nos interesa, se señala de hecho que en ese período, Freato patrocinó también un

Luigi Guarnieri y Maria Rosaria Stabili, «Il mito politico dell’America Latina negli Sessanta e Settanta» en Agostino Giovagnoli y Giorgio Del Zanna, Il Mondo visto dall’Italia, Milano: Guerini e Associati, 2004, p. 229. 10 Acerca de los viajes que Eduardo Frei realizó a Estados Unidos y Europa desde 1959 hasta casi el día de las elecciones presidenciales, véase Cristián Gazmuri, Eduardo Frei Montalva y su época, Tomo II, pp. 525-547. 11 Líder y estadista democratacristiano italiano asesinado en 1978 por las Brigadas Rojas, grupo terrorista de extrema izquierda. 12 Esta es la opinión de Roberto Savio que, en una entrevista concedida al autor el 17 de abril de 2007, precisara en reiteradas ocasiones que las «operaciones chilenas» fueron una iniciativa personal de Sereno Freato y no de la DCI. Según él, solo después de la victoria de Frei Montalva y con Mariano Rumor a la guía de la secretaría del partido, se institucionalizó la relación con el PDC, siguiendo canales más formales, y por lo que atañe a los financiamientos, involucrando directamente a la Sección Exterior del partido. La opinión de Savio acerca del rol de esta última, contrasta, sin embargo, con lo que emerge de la documentación conservada en el Archivo de la Fundación Frei y, específicamente, con la correspondencia de 1963 entre Frei Montalva y Angelo Bernassola, que mencionamos más adelante. 9

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programa de apoyo a todas las formaciones democratacristianas latinoamericanas, aunque menos consistente en términos financieros. La iniciativa le fue propuesta por Roberto Savio13 luego de que este realizara en 1962 una larga gira por América Latina, durante la cual había compartido con exponentes de primer plano de los partidos democratacristianos locales, y en Chile, particularmente con Eduardo Frei Montalva y Radomiro Tomic. Savio preparó un Plan mínimo de ayuda a los partidos DC de América Latina por una suma total de 60.000 dólares al año14. Este incluía la destinación de fondos para todas las formaciones democratacristianas latinoamericanas, exceptuando a la venezolana y la chilena, ya que para estas dos fuerzas existían programas ad hoc, con financiamientos bastante más conspicuos y, sobre todo, porque sobre ellas se concentraban las rivalidades y las visiones opuestas de la DCI y de la Christlich Demokratische Union Deutschlands (CDU, Unión Cristiano-Democrática Alemana). Esencialmente, la CDU apoyó al COPEI venezolano, mientras que la DCI ayudó al PDC chileno, en aquel entonces con vocación reformista y mucho más cercano que los democratacristianos venezolanos, a los lineamientos de centroizquierda de sus colegas italianos15.

Roberto Savio empieza su carrera profesional como periodista. Posteriormente, se incorpora al equipo de Moro, su referente al interior del partido, ubicándose en la Sezione Esteri de la dirección central de la DCI dirigida en aquel entonces por Angelo Bernassola. A mediados de los años sesenta funda la Inter Press Service, agencia de prensa nacida sobre las cenizas de la Roman Press Service, que dirige por muchos años y de la cual es actualmente presidente honorario. En aquellos años trabaja, además, para diversas organizaciones internacionales, y hasta el día de hoy desarrolla una intensa actividad como analista de política internacional. 14 Piano minimo di aiuti ai partiti DC dell’America Latina, s/a, elaborado por Roberto Savio, gentilmente concedido al autor de este capítulo. Una versión muy reducida del plan, entregada por Savio a Bernassola y titulada «Programa de ayudas a la Democracia Cristiana Latino Americana», se encuentra en Archivio Storico dell’Istituto Luigi Sturzo (desde ahora ALS), Fondo della Democrazia Cristiana, fascículo 15, Caja 159, Secreteria Politica. Para más detalles acerca de esta iniciativa, véase mi ensayo «Dove non osò la diplomazia. Alcune riflessioni sull’internazionalismo democristiano e sulle relazioni italo-cilene, 1962-1970», Ricerche di Storia Politica, Nº 1 (2009), pp. 29-51. 15 Hay que notar que una vez llegado a la secretaría del partido, Mariano Rumor (con la ayuda de Angelo Bernassola) empezó a ocuparse en primera persona de los «asuntos latinoamericanos», determinando, de hecho, la salida del escenario de Sereno Freato. Rumor se esforzó —sin embargo con modestos resultados— en superar las divisiones y las tensiones con la CDU, iniciando, de acuerdo con los alemanes y sorprendiendo a la UMDC, una política uniforme para toda América Latina que, por lo tanto, no tomó más en cuenta el criterio divisorio seguido hasta aquel entonces por italianos y alemanes. 13

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En la introducción al plan, Savio insistía en tres puntos: a) El Plan corresponde a un pedido que los mismos partidos implicados habían formulado directamente: el plan es el resultado de un viaje de estudio y de contactos que duró cincuenta días, de casi un año de coloquios con los dirigentes en visita en Europa, y de cartas de pedido en las que se mencionaba la necesidad de ayudas, con la adjunta de balances y presupuestos […] b) Además, para el Plan se estima un importe que parece ridículo: 60.000 dólares, es decir 36 millones de liras: 5.000 dólares mensuales. Podría parecer pretenciosa e ingenua la idea que con esa cifra se pueda realizar una verdadera campaña de presencia y promoción en todos los partidos DC del continente latinoamericano, si no se tuviera en cuenta que, salvo para los partidos ya cerca del gobierno […], normalmente la fuerte avanzada de la DC se formó a partir de exaltación y de contribución personal […] c) El Plan para alcanzar sus objetivos tiene una condición precisa: hace falta que las sumas indicadas se manden regularmente cada mes. Se desaconseja, de manera absoluta, enviar […] el total anual de las ayudas, porque se convertiría en una ayuda «una tantum» […] Del presente Plan se excluyen los partidos DC de Venezuela y de Chile, con los que ya hace tiempo existe un programa de ayudas directo […] El plan de ayudas se dirige, pues, sobre todo hacia los partidos menores que crecen incluso más rápidamente que los ya afirmados. Por esto, el Plan se propone sostener «la América del Mañana», y quiere garantizar, al mismo tiempo, una presencia italiana en todos los países. En fin, un aviso: el Plan no incluye las contingencias electorales de los partidos y se limita a la vida normal de los partidos y a los aspectos organizativo-empresariales16.

En las páginas sucesivas se listaban los casos nacionales, los importes previstos y las actividades por financiar; propuestas de financiación de becas para jóvenes licenciados latinoamericanos, la realización de cursos en los países del subcontinente y de otros para los líderes DC latinoamericanos que deberían celebrarse en Roma; el envío de técnicos y expertos de partido; el empleo de medios audiovisuales y de publicaciones de partido; la creación de una agencia de prensa. Finalmente, Savio señalaba que «un tema bastante oscuro es el de nuestros servicios diplomáticos, compuestos por elementos de derecha y que a menudo actúan en contra de los intereses Piano minimo di aiuti ai partiti DC dell’America Latina, s.d., elaborado por Roberto Savio, amablemente concedido al autor de este capítulo.

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de los movimientos democratacristianos latinoamericanos […] Por eso, sería necesario promover la presencia en cada embajada de un elemento de confianza del partido»17. El «plan mínimo» fue acogido favorablemente por Freato, y de común acuerdo con Peter Molt de la Fundación Konrad Adenauer y August Vanistendael, quien desde 1952 era el secretario de la Confederación Internacional de los Sindicatos Cristianos, convirtiéndose así en la base de una suerte de fondo solidario para los partidos democratacristianos, carente de personalidad jurídica. Este fondo sería apartado luego de la victoria de Frei Montalva, cuando, como se señaló anteriormente, Mariano Rumor decidiera que había llegado el momento de institucionalizar las relaciones interpartidarias y sobre todo, de concertar mejor las intervenciones con los pares europeos, en primer lugar Alemania, insertando la colaboración interoceánica en un marco dotado de mayor capacidad organizativa y de eficiencia, en vez de que siguiera basada en individualidades e iniciativas ocasionales. Volviendo a Chile, y pensando en el apoyo que Freato garantizó especialmente a Eduardo Frei Montalva, es necesario destacar que en octubre de 1962, Franco Cortesi, joven y brillante exponente de la DC de Bérgamo, fue enviado a Santiago con la tarea «de ayudar a la DC chilena y especialmente a su líder Eduardo Frei Montalva, tanto con ayuda económica como con asesoría personal, a modo de manifestar el interés y la solidaridad que la DC italiana quería demostrar hacia su hermana chilena»18. Cortesi había sido contactado telefónicamente algunos meses antes por Filippo Pandolfi19 —según sugerencia de Gian Battista Scaglia, en ese entonces vicesecretario nacional del partido— para saber si estaba interesado en experimentar en América Latina. Una vez llegado a Roma, recibió instrucciones más detalladas directamente de Sereno Freato. Según Cortesi, el proyecto había nacido en ocasión de un anterior viaje de Freato a América Latina, que había incluido, obviamente, a Chile, y consideraba que «el acuerdo de colaboración —presencia en Santiago de un representante de la DC italiana y ayudas económicas en vista de las presidenciales del 64— fuese entre Frei Montalva y Freato». Una confir Una versión muy reducida del Plan, entregada por Savio a Angelo Bernassola y titulada «Schema di aiuti alla Democrazia Cristiana Latino Americana», s.d., se encuentra en ALS, Fondo della Democrazia Cristiana, Segreteria Politica, Caja 159, fascículo 15. 18 Entrevista a Franco Cortesi, 30 de mayo de 2007. 19 Parlamentario democratacristiano, desde 1976 hasta 1988. Fue posteriormente ministro en diversas carteras. 17

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mación se puede encontrar en la correspondencia de 1962 entre Tomás Reyes Vicuña y Freato. En una larga carta del 12 de septiembre de ese año, el secretario general de ODCA informaba de la visita que José Luis del Río efectuaría dentro de poco a Europa, incluyendo a Roma (23-29 de septiembre) y, sobre todo, puntualizaba que el dirigente nacional del PDC «lleva especialmente mi representación para conversar con Usted, sobre los distintos tópicos pendientes en nuestros organismos [que del Río] está plenamente autorizado para tratar»20. Justamente, se puede considerar que el tema de la sucesiva conversación entre Del Río y Freato fue de carácter financiero, ya que tras informar al político italiano de «tres éxitos de extraordinaria importancia»21, Reyes Vicuña señalaba que «el esfuerzo que ha debido gastarse en estos objetivos ha sido extraordinariamente grande y ha representado en el plano económico un desangramiento de importancia». Del día siguiente es otra carta (más breve) en la que Reyes Vicuña vuelve a repetir los mismos asuntos añadiendo, a propósito de «los resultados de nuestra acción política en el último tiempo», que: El momento es muy oportuno para producir un reajuste en el ordenamiento político nacional, y la medida en que sigamos en nuestra ascensión y reforzamiento de nuestras posiciones, la D.C. encabezará el destino futuro del país. Para ello la colaboración de Uds. es importantísima. Desgraciadamente la situación económica se agrava […] creándose un clima de incertidumbre y de descontento de graves proyecciones22.

Volviendo a Cortesi, poco después partió hacia Chile, donde oficialmente se presentó como enviado de Il Popolo, aunque hubieran sido escasos los artículos publicados por el periódico de la DCI23. Cortesi afirma: Carta de Tomás Reyes Vicuña a Sereno Freato, 12 de septiembre de 1962, documento custodiado pero no catalogado por el Archivo de la Corporación Justicia y Democracia [en adelante ACJD]. 21 Reyes Vicuña se refería al «triunfo en las universidades», al nombramiento de líderes democristianos (vicepresidente, secretario de organización y director) en la Central Única de Trabajadores y al buen resultado alcanzado en la elección extraordinaria de un diputado por el Primer Distrito de Santiago que se celebró el 2 de septiembre. 22 Carta de Tomás Reyes Vicuña a Sereno Freato, 13 de septiembre de 1962, documento custodiado pero no catalogado, ACJD. 23 En una carta reservada enviada el 25 de abril de 1963 a Scaglia y Freato, sobre la cual volveremos más adelante, Cortesi juzgaba la «fórmula del «periodista» […] inadecuada a su tarea, porque no permite la profundidad de contactos necesarios», quejándose además de que el Popolo no hubiese hasta entonces publicado siquiera «una línea sobre Chile». Dos artículos de Franco Cortesi fueron publicados, sin 20

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El carácter reservado de la iniciativa se confirma también por el hecho que ningún exponente de la DC italiana, exceptuando al director de Il Popolo, estaba al tanto de mi presencia en Chile. Tampoco lo estaba el Departamento de Exteriores de la DC, dirigido por el abogado Bernassola24.

Pero, en realidad, además de facilitar el contacto político entre los dos partidos, sus tareas fueron diversas, y entre estas figuraba la de entregar personalmente a Eduardo Frei Montalva una suma mensual de 8.000 dólares25 —por un importe total, hasta las elecciones presidenciales, de casi 200.000 dólares26—, dinero que fue utilizado para el cumplimiento de las exigencias organizativas del PDC, para los gastos de la campaña de las elecciones municipales de abril de 1963 y para las presidenciales del año siguiente. Con ocasión de la primera elección entre las anteriormente mencionadas, Cortesi envió un informe a Roma en el cual, además de señalar el óptimo resultado de los democratacristianos chilenos y las buenas oportunidades de victoria al año siguiente, destacaba:

embargo, en la revista Política y Espíritu: «Los orígenes de la Democracia cristiana chilena», y «Un problema para el Occidente: la América Latina», Nº 282, agostoseptiembre de 1963, pp. 28-29 y N° 283, octubre-diciembre de 1963, pp. 49-50 y p. 80, respectivamente. 24 Entrevista a Franco Cortesi, 30 de mayo de 2007. Cortesi manifiesta además que, durante su estadía, tuvo «pocas relaciones con la colectividad italiana y ninguna con la Embajada». El «carácter reservado» al cual hace alusión Cortesi no tuvo que durar mucho, y sucesivamente Angelo Bernassola y por lo tanto, la Sezione Esteri del partido fueron seguramente informados de su estadía y de las tareas que estaba desarrollando, aunque es probable que en ese entonces él no lo fuera. Es lo que se entiende por una comunicación del 21 de diciembre de 1962 de Tomás Reyes Vicuña a Sereno Freato y Angelo Bernassola, en la que el democristiano chileno señalaba que «Francesco Cortesi se ha desempeñado con gran eficiencia y simpatía y creo que ha sido un enlace magnífico». Carta de Tomás Reyes Vicuña a Sereno Freato y Angelo Bernassola, 21 de diciembre de 1962, documento custodiado pero no catalogado, ACJD. También véase comunicación del 17 de junio de 1963 de Angelo Bernassola a Eduardo Frei, Carta de Angelo Bernassola a Eduardo Frei Montalva, 17 de junio de 1963, Correspondencia Internacional, CC/2-3-IT, Centro de documentación Fundación Frei [en adelante CFF]. 25 Cortesi afirma: «Mensualmente una carta personal de Freato me informaba del abono a mi nombre en un Banco (a menudo era el Banco Nacional del Trabajo). Me dirigía a la caja para el cobro y el cambio de dólares en pesos». Entrevista a Franco Cortesi, 30 de mayo de 2007. 26 Savio afirma que la suma manejada por Cortesi fue solo una parte del financiamiento entregado por la DCI y que, por lo tanto, se trató en total de una suma más elevada, es decir, poco menos de 700.000 dólares. Entrevista a Roberto Savio, 17 de abril de 2007. 122

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Nuestra ayuda fue oportuna y determinante en dar una base financiera segura, sobre la cual planificar un mínimo de organización y de actividad. El PDC lo necesitaba mucho, ya que se encontraba prácticamente paralizado en cada proyecto e iniciativa por falta de fondos. La campaña publicitaria fue la mejor que el partido hubiera hecho nunca, y a juicio de expertos, la mejor y la más eficiente en estas últimas elecciones. Algunos partidos llegaron a hacer insinuaciones e inferencias sobre la «millonaria» campaña del PDC, sobre todo los radicales y los comunistas27.

Más adelante, como conclusión a la extensa misiva, Cortesi sugería continuar apoyando a los democratacristianos chilenos en los meses siguientes, como de hecho ocurrió: Propongo que los 8.000 dólares mensuales sean destinados íntegramente al fortalecimiento del partido y de sus estructuras organizativas, a la realización del plan de penetración campesina, al fortalecimiento de la corriente sindical cristiana. Considero que los gastos para la campaña presidencial propiamente tal pueden ser abordados por Frei y por el partido sin intervenciones especiales de parte nuestra28.

Sin embargo, para los meses venideros, Cortesi sugería «un sistema más seguro e indirecto para la entrega concreta de la ayuda, que el usado actualmente», la creación de una filial en Santiago de la Agencia Italia Franco Cortesi, Carta reservada personal al honorable G. Battista Scaglia y al doctor Sereno Freato, 25 de abril de 1963, gentilmente concedida al autor. Sobre esta elección es interesante lo que señaló Reyes Vicuña a Sereno Freato en el mes de febrero: «Eduardo Frei y Cortesi creo que lo han mantenido al corriente del desarrollo de nuestra campaña política así como de lo importante de su colaboración para el mejor éxito de la elección municipal. Actualmente somos la tercera fuerza partidista con un 16% de los votos y aspiramos a superar el 20% y a convertirnos en la primera, por sobre radicales y liberales. Un resultado así nos permitiría enfrentar la elección presidencial con posibilidades, ya que ciertamente se quebraría el cuadro actual de combinaciones políticas». Carta de Reyes Vicuña a Sereno Freato, 15 de febrero de 1963, documento custodiado pero no catalogado, ACJD. Como se sabe, el PDC obtuvo el 22,8%, superando a los partidos Radical y Liberal. 28 Cortesi proponía además financiar, con «el otorgamiento de una suma (¿30.000 dólares?) ‘una tantum’», la creación de un diario de partido o, en alternativa, «de valorar la Radio Cruz del Sur» con un gasto de 60.000 dólares que, sin embargo, «sería anticipada a título de crédito». Cabe señalar que el tema de la radio y del diario de partido ya se habían tratado en la conversación entre Reyes Vicuña y Freato a mediados de 1962, como se deduce ya en la carta citada de Tomás Reyes Vicuña a Sereno Freato del 12 septiembre de 1962. 27

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o de una filial del Instituto de Estudios y Documentación DC de Roma; de todas maneras, expresaba, «es indispensable una calificación técnica específica y una relación de representación evidente con la DC italiana o europea»29. Sereno Freato respondió a Cortesi algunos meses después, luego de una visita de Frei a Roma, invitándolo a prorrogar su estadía hasta las presidenciales e informándole que «estamos estudiando las nuevas formas de pago. Por mientras a Frei le entregué una pequeña colaboración extra por nuestra parte»30. Por su parte, el líder democratacristiano chileno, al volver a Santiago, le escribía una carta a Roberto Savio, donde le solicitaba insistir ante Freato sobre la importancia de la ayuda prometida31, y luego, se dirigía directamente a este, destacando «la importancia que tendrá para nosotros la ayuda que Uds., tan generosamente me prometieron. Es algo vital. El señor Cortesi está escribiendo para indicarle la forma de proceder […] su intervención en todo esto la considero decisiva, pues sin esta ayuda suya en este momento estaríamos en una situación muy difícil»32. Poco menos de dos meses después, Frei Montalva enviaba otra carta a Freato en la cual, luego de informarle sobre el inicio de la campaña electoral y acerca de los progresos del PDC, le recordaba nuevamente que «el problema central sigue siendo el de los gastos que son abrumadores […] No quiero insistirle sobre esta materia porque sé su buena voluntad. Para mí esto es decisivo porque he tomado compromisos basado sobre lo que me dijera en Roma […] Le ruego que no nos olvide y piense que estoy trabajando contando con su generosa ayuda»33.

Estas consideraciones eran formuladas como cierre de una petición muy explícita de interrumpir su estadía chilena, o, por lo menos, reformularla sobre nuevas y diferentes bases ya que «mi experiencia, que ha sido de tipo ‘exploratorio’, no puede ser repetida de la misma manera» y «dadas las condiciones en las cuales me encuentro, tengo la impresión de haber terminado mi tarea». 30 Sereno Freato, Carta a Franco Cortesi, 5 de junio de 1963, gentilmente concedida por Cortesi al autor. Después de su experiencia en Chile, Cortesi volvió a ocuparse de su profesión —asegurador— y de la política a nivel local en Bergamo. 31 «La ayuda de Uds. será definitiva y decisiva. Freato es el hombre para tomar las decisiones y tengo mis esperanza en él […] Le ruego insistir ante Freato sobre la importancia decisiva de su ayuda pues para nosotros es vital», Eduardo Frei a Roberto Savio, 26 de mayo de 1963, Italia 1945-1963, Italia 1945-1963, CC/23-IT, CFF. 32 Eduardo Frei a Sereno Freato, 28 de mayo de 1963, Italia 1945-1963, CC/2-3-IT, CFF. 33 Eduardo Frei a Sereno Freato, 18 de julio de 1963, Correspondencia Internacional, CC/2-3-IT, CFF. 29

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Freato no retrocedió. En septiembre de ese año, Cortesi le ponía al día con satisfacción sobre los importantes avances realizados por los democratacristianos chilenos. Según él, con respecto a la campaña electoral de 1958 —a la que Frei se había presentado por primera vez como candidato presidencial— «existe hoy un partido de mayoría relativa que ha madurado notablemente; existe el apoyo de amplios sectores de la Iglesia; existe nuestra ayuda financiera; el mismo candidato está hoy tal vez más consciente de su colocación política, defendiendo los intereses auténticamente populares»34. Pero era necesario hacer más, sobre todo en términos monetarios, para alcanzar el éxito final. El joven democratacristiano de Bérgamo apuntaba: El esfuerzo que debe realizar todo el partido para llegar al éxito es indudablemente grande, ya que es necesaria una constante y maciza presencia tanto en el plano organizacional como en el publicitario. Con este fin, debo decir que el aspecto financiero adquiere una importancia esencial. Sobre un presupuesto de gastos totales de 500.000 dólares, nuestra colaboración actual cubriría poco más de la quinta parte si continuara el mismo monto en el tiempo. No se contemplan otros aportes externos: los alemanes se comprometieron con un aporte de 70.000 dólares, pero hasta ahora, no hay rastro de aquéllo35.

Cortesi indicaba luego las modalidades de gasto de la financiación italiana, que merecen ser señaladas: Hay que destacar que casi 5.000 dólares mensuales que vienen de nuestro aporte, son destinados exclusivamente para los gastos operacionales del partido (empleados de la sede central; 32 activistas sindicales; 25 activistas campesinos; empleados de las sedes periféricas de Valparaíso, Concepción, Cautín y del Sur). Los otros 3.000 dólares se destinan a la secretaría de la campaña, para gastos de arriendo de los locales, personal, giras del candidato a las provincias, etc. Por lo tanto, todo el sector de la propaganda y todos los gastos de carácter electoral propiamente tal (como la organización de congresos, reuniones, etc.) quedan a cargo de los auspiciadores locales del partido, quienes a pesar de ser numerosos Franco Cortesi, Carta reservada personal al honorable G. Battista Scaglia y al doctor Sereno Freato, 5 de septiembre de 1963, gentilmente concedida al autor. 35 Ibid. Evidentemente Cortesi no estaba en conocimiento de la ayuda norteamericana, a la que haremos referencia más adelante. 34

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y constantes, son débiles económicamente. Será necesario además en un futuro, emitir publicaciones diarias y por lo tanto, hacerse cargo de los consiguientes compromisos monetarios36.

Es por esto que nuevamente hervía la idea «de continuar hasta fin de año, con el aporte mensual actual, más el aporte extraordinario de 15.000 dólares en Octubre para la Radio Cruz del Sur37, y luego, durante el 64 aumentar en 3-4 000 dólares los depósitos mensuales, para abordar las necesidades de los amigos chilenos»38. En uno de sus últimos informes enviados desde Chile, con fecha 15 de abril de 1964, Cortesi retomaba muchos de los temas tratados anteriormente, en primer lugar el aspecto financiero, comunicando que «Frei requiere una ayuda inmediata de 70-100 mil dólares». Informaba, además, que, la candidatura del líder democratacristiano ya era la que tenía mayores probabilidades de éxito y que su campaña electoral se estaba desarrollando sin mayores obstáculos, de hecho con mayor eficiencia en los planos organizacional y publicitario, así como en el «sector de la prensa»39. También relataba que gracias a su intermediación, la FIAT de Santiago había puesto a disposición del candidato un automóvil «para sus giras electorales» (Cortesi suponía también que la empresa de Turín podría «haber puesto a disposición una decena de campagnole»40); y finalmente, destacaba que era «muy importante crear un clima de solidaridad externa a Frei», ya que «no cabe duda que la apuesta en las elecciones presidenciales chilenas es muy alta, no sólo para ese país, sino para todo el mundo occidental»41. En este momento, es válido preguntarse: ¿por qué Freato, tan cercano a Aldo Moro, invirtió tantos recursos y trabajo en la Democracia Cristiana chilena? Pareciera que Chile presentaba una suma de condiciones Ibid. Casi al terminar la carta, Cortesi enfatizaba que con el mejoramiento («gracias a nuestra ayuda») de esta emisora radiofónica «la DC podrá disponer de un importante instrumento de presencia política no sólo en Chile, sino que en otros países del continente donde la radio podrá ser escuchada». El financiamiento italiano fue por un total de 30.000 dólares. 38 Franco Cortesi, Carta reservada personal al honorable G. Battista Scaglia y al doctor Sereno Freato, 5 de septiembre de 1963. 39 A este propósito señalaba «el apoyo que los diarios de la empresa editorial El Mercurio (la más importante de Chile) dan a la candidatura de Frei». 40 La «campagnola» es un automóvil todo terreno producido por la FIAT desde el 1951 hasta el 1987. 41 Franco Cortesi, «Relación, Chile (visita desde el 15/3 hasta el 8/4/64)», gentilmente concedida al autor. 36 37

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favorables para ello, pero sobre todo una variedad de similitudes con la realidad italiana de ese período. Una explicación nos la brinda precisamente Franco Cortesi: La presencia de los partidos DC en América Latina, donde la única alternativa a los partidos conservadores o a las juntas militares, parecía ser la revolución castrista de Cuba, podía representar el camino alternativo para las reformas y el desarrollo democrático. La situación de Chile parecía un buen entorno para el nuevo experimento. Pensando también en analogías particulares con la experiencia italiana: problemas de desarrollo económico y social similares a los que Italia atravesaba en ese período en la zona centro-sur, un líder DC como Eduardo Frei de gran estampa reformista que podía evocar a una figura como la de De Gasperi, un Partido Comunista chileno atento a las posiciones del Partido Comunista Italiano y unido en el Frente Popular con un Partido Socialista formado por muchas almas, como en Italia. No es casual que en los comicios para la campaña presidencial, Frei habló del «milagro económico» italiano realizado por la DC, prometiendo otro para Chile. En suma, la llegada a Chile, y por primera vez en América Latina, de un presidente demócrata-cristiano frente a conservadores y comunistas habría significado un éxito político internacional también para la DC de Moro. Un éxito político significativo también hacia los Estados Unidos, un aliado tan altamente interesado en el destino de Sudamérica, y además tan escéptico hacia las perspectivas de la política de centroizquierda42 dirigida por la DC italiana43.

En el trienio entre 1962 y 1964, la DC italiana —o más precisamente, Freato y la corriente de Aldo Moro— se lanzó en un proyecto de ayuda financiera en un país de América Latina. Se trataba, claro, de cifras muy inferiores con respecto al respaldo estadounidense44 y, por otra parte, no En aquellos años, la historia italiana estuvo caracterizada por la experiencia política de centroizquierda, es decir, por la alianza de gobierno entre la DCI y el Partido Socialista, la cual concitaba la preocupación de Estados Unidos. 43 Entrevista a Franco Cortesi, 30 de mayo de 2007. Savio afirma, por el contrario, que al financiar la DC chilena, Freato entreveía la posibilidad de «hacer negocios en América Latina», es decir, que el reforzamiento de los lazos entre partidos pudiese favorecer una profundización de las relaciones económicas y de los intercambios comerciales. Entrevista a Roberto Savio, 17 de abril de 2007. 44 Como es sabido, en 1975, la comisión Church del Senado estadounidense estableció que se trataba de una suma entre 3 y 4 millones de dólares. El embajador norteamericano en Chile entre 1967 y 1971, Edward Korry, afirma por el contrario, 42

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se puede descartar que existiera apoyo norteamericano a esta iniciativa45. Más aún, existen indicios de que la DCI actuó concertadamente con los Estados Unidos sobre la base de la consideración que el partido italiano podía aprovechar las afinidades político-ideológicas con su contraparte chilena, en el marco de una gran operación organizada y respaldada financieramente desde Washington. Edward Korry sostiene, de hecho, que la Casa Blanca se lanzó en un programa en grande, siguiendo el ejemplo de lo que habían realizado los Estados Unidos en Italia en 1948, con la finalidad de crear una «dinastía política demócrata cristiana» en el país andino, que gobernara por años y que fuera lo suficientemente estable y confiable como para recibir los aportes norteamericanos: En Santiago, organizaciones eclesiásticas nacionales y extranjeras coordinaron sus esfuerzos de recaudación de fondos en Europa con la CIA y la Casa Blanca; los montos reunidos por medio de esta operación conjunta, proveniente de organizaciones democratacristianas como la Adenauer Siftung de Alemania y de monarcas como el Rey de Bélgica, forman parte de las «decenas de millones» [y representan] la cantidad recolectada por la administración Kennedy para financiar la operación realizada en Chile entre 1963 y 1964. El total podría considerarse como una suma alzada porque el presidente decidió otorgar el completo respaldo del gobierno estadounidense a la campaña de Frei, porque la Casa Blanca coordinaba todos los gastos y porque los aportes provenientes del Viejo Mundo obedecían en su mayor parte a una decisión adoptada en la Oficina Oval46. que las ayudas norteamericanas a la campaña electoral de Frei Montalva sumaron alrededor de 20 millones de dólares, recolectados por la Agency for International Development o AID. Entrevista de Arturo Fontaine Talavera y Joaquín Fermandois a Edward Korry en Estudios Públicos, Nº. 72 (primavera de 1998), p. 75 y ss. 45 En la entrevista citada en varias ocasiones, Cortesi recuerda un almuerzo de trabajo en Roma con Freato y Scaglia con la presencia de un funcionario de la embajada estadounidense en Italia, y sobre todo, que durante su estadía en Chile, elaboró algunas relaciones acerca de la situación política del país latinoamericano, entregándolas exclusivamente a un «ciudadano norteamericano» (cuyo nombre no recuerda, pero que «trabajaba en una empresa cuprífera»). Savio, por su parte, afirma que Freato no habría transmitido informaciones a los Estados Unidos. 46 Edward Korry, «Los Estados Unidos en Chile y Chile en los Estados Unidos. Una retrospectiva política y económica (1963-1975)», Estudios Públicos, Nº. 72 (primavera de 1998), p. 65. Más adelante, en la ya citada entrevista concedida a Fermandois y Fontaine, Korry alude también a «los contactos de la CIA y [el padre Roger] Veckemans con los democratacristianos de Italia, para que estos enviaran ayuda a Chile. No se pude decir que fue una operación directa de Estados Unidos; pero sí que cuando algo ocurría, finalmente era asumido por el contribuyente 128

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Por lo tanto, a los dichos de Cortesi, hay que agregar otros más contextualizados del ex embajador Korry y poner como hipótesis que la acción italiana pudo formar parte de un proyecto más ambicioso planificado por la Casa Blanca, tendiente a favorecer el ascenso al poder en Chile de una fuerza política hacia la cual vaciar los aportes previstos por la Alianza para el Progreso y, más generalmente, capaz de contrastar el «peligro comunista» y de asumir el rol de baluarte de la democracia47. Hay que destacar que las maniobras mencionadas testifican un gran interés de la DC italiana hacia la hermana chilena y, en general, la intención de proyectarse en un contexto geopolítico lejano y de obtener un éxito político internacional, para compartir con el aliado estadounidense. Tanto es así, que la atención de Italia en esos años no estaba dirigida solo a Chile, sino que a todo el subcontinente, como demuestra el viaje que el presidente de ese país, Giuseppe Saragat, acompañado por Amintore Fanfani, realizó entre el 10 y el 21 de septiembre de 1965 a algunos países latinoamericanos (Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Venezuela y Perú). De ese modo, en el contexto de un proyecto de relanzamiento de la política exterior italiana hacia toda América Latina, a Chile le correspondió un lugar privilegiado48. Y su importancia aumentó aún más con ocasión de la visita oficial de Eduardo Frei Montalva a Italia en 1965, la cual recibió una gran cobertura mediática y atención por parte de la opinión pública italiana. No por nada, a partir de ese momento, sino incluso desde la victoria del democratacristiano en las elecciones presidenciales, comenzó una fase nueva y distinta. Asistimos de hecho a un cambio esencial en el guion, desde el momento que de una relación exclusivamente interpartidista, se pasa a una relación principalmente interestatal. Esto no significa norteamericano, porque había que reembolsarle a Italia, quizás no todo, pero algo…», Ibid., p. 79. 47 Por lo demás, precisamente la DC chilena fue considerada por Washington como la principal fuerza política, en el ámbito regional, capaz de realizar los propósitos previstos por la Alianza; mientras que su líder, Eduardo Frei Montalva, el hombre político latinoamericano más en sintonía con la nueva estrategia norteamericana, volcada sustancialmente a evitar la difusión del comunismo en América Latina. Véase Albert L. Michaels, «The Alliance for Progress and Chile’s ‘Revolution in Liberty’, 1964-1970», Journal of Inter-American Studies and World Affairs, Nº. 1, (1976), pp. 74-99, y sobre todo, Jeffrey F. Taffet, Foreign Aid as Foreign Policy. The Alliance for Progress in Latin America during the 1960s, New York-London: Routledge, 2007, pp. 67-93. 48 Para más detalles, véase mi ensayo «Italia y América Latina: una relación de bajo perfil, 1945-1965. El caso de Chile» en Fernando Purcell y Alfredo Riquelme (eds.), Ampliando Miradas. Chile y su historia en un tiempo global, Santiago de Chile: RIL Editores-Instituto de Historia PUC, 2009, pp. 261-303. 129

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que la colaboración entre los dos partidos se dejara de lado; sino que simplemente, representó un factor adicional, que facilitó la cooperación diplomática y económica-comercial entre los estados. Resumiendo, no cabe duda de que la mejoría cualitativa y cuantitativa de las relaciones ítalo-chilenas que tuvo lugar entre 1965 y 1970 fue facilitada por el hecho de que fueron políticos del mismo color los que dialogaron, pero no es menos cierto que a partir de la llegada a la presidencia de Frei Montalva ya no fue tema central de discusión el tipo de ayuda que la DCI podía brindar a su contraparte chilena, sino más bien, qué caminos seguir para fortalecer los lazos entre los dos países, aproximándolos al nivel de los que Italia tenía con sus contrapartes históricas del subcontinente, como Argentina y Brasil. De hecho, Italia ha privilegiado desde siempre las relaciones con los países latinoamericanos con larga y amplia inmigración italiana (es decir, Argentina, Brasil y en parte, Uruguay), basándose en la convicción de que las comunidades étnicas pudieran representar un recurso para reforzar los enlaces político-diplomáticos y económico-comerciales; en segundo lugar, en los países donde la penetración italiana ha tenido, en algunos momentos, un éxito notable como, por ejemplo, en Perú en la década 1930-1940 o, también en México y Venezuela desde la segunda posguerra hasta los años setenta del siglo pasado (Venezuela, sobre todo, fue muy importante para superar las crisis petroleras). En este contexto, Chile siempre ha sido considerado como un socio minoritario, a pesar de la presencia de una pequeña e influyente comunidad italiana. Sin embargo, en los años de gobierno de Eduardo Frei Montalva se puede notar un cambio de paso muy evidente que da inicio a un período de relaciones muy estrechas que llegará hasta la mitad de los años noventa del siglo XX. En este sentido, cabe destacar el apoyo que los principales partidos italianos dieron a la coalición de oposición durante la dictadura de Pinochet (1973-1990) y, en el plano oficial, con los acuerdos económicos y culturales durante la etapa de la transición democrática49. Como no existen textos que traten con una visión de conjunto las relaciones entre Italia y América Latina, para más informaciones sobre las relaciones ítalo-brasileñas véase Amado Luiz Cervo, Le relazioni diplomatiche fra Italia e Brasile dal 1861 ad oggi, Torino: Edizioni della Fondazione Giovanni Agnelli, 1994; para las relaciones entre Italia y Argentina, véase Ludovico Incisa di Camerana, L’Argentina, gli italiani, l’Italia, Milano: SPAI, 1998; y para las relaciones ítalo-chilenas, me permitan señalar mis ensayos «Italia e Cile dopo Pinochet», Limes, Nº. 2 (2008), pp. 340-348, e «Italia y América Latina: una relación de bajo perfil, 1945-1965. El caso de Chile» en Fernando Purcell y Alfredo Riquelme (eds.), Ampliando Miradas. Chile y su historia en un tiempo global.

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Volviendo al tema de la dimensión «político-partidista», se puede señalar que el interés de la DCI, en cierto sentido, anticipó en unos años la exigencia que saldría a mediados de la década de los sesenta en el movimiento democristiano mundial y, precisamente, en su componente europea, para volver a promover la Internacional democristiana. Sobre el tema de una reflexión de la UEDC acerca de la escasa atención dedicada hasta entonces para el área latinoamericana, los partidos italiano y alemán promovieron, de hecho, una iniciativa que se proponía superar la inoperancia substancial y la escasa interdependencia entre las diferentes organizaciones regionales, a la vez que recuperar una relación nada idílica con las formaciones democristianas del subcontinente. Como señala Pierantozzi: El campo latinoamericano hoy parece ser uno de los escenarios decisivos en los que el movimiento democristiano europeo quiere probarse con el papel de movimiento-guía en plan intercontinental y, en su interior, la DC italiana tiene la intención de conquistar una posición prioritaria […] El éxito de Frei, el prestigio de Frei, la aparente autonomía de Frei representan aún ahora, para el partido italiano, el punto de salida para desarrollar ese papel que el partido italiano quiere atribuirse para poder aspirar a una función de líder en la organización internacional democristiana (en realidad hasta ahora sólo de dimensión bi-continental). La DC actúa de acuerdo con la CDU alemana a la que afecta una parte importante en las ayudas financieras, compensadas no sólo con ventajas de prestigio. La explicación de la contestación formulada por el partido italiano y por un hombre bastante mediocre como Rumor, se podría buscar, no sólo en el renovado interés de la Farnesina, sino sobre todo en la relación DC-CDU. Para una verdadera explicación del verboso patronazgo de la DC italiana hacia algunos países de América Latina, se debería considerar, además del empuje vaticano y de una exigencia de mediación por parte de EEUU, sobre todo el interés concreto y no secundario de la CDU y, más precisamente, de las voluntades expansionistas de la Alemania de Bonn hacia un nuevo campo, en una zona del mundo en la que los alemanes se han interesado mucho desde los primeros años de este siglo. Una DC italiana que abre el paso a la Alemania de Bonn es una hipótesis nada arbitraria. Lo que no logrará conseguir la Alianza para el desarrollo de Washington, es posible que lo obtengan los dirigentes de Bonn y Colombo50. 50

Libero Pierantozzi, «L’Internazionale democratico-cristiana dall’Europa all’America Latina», Critica Marxista, Nº. 1, (enero-febrero 1967), p. 154. 131

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Se puede concluir, poniendo en evidencia, que en el período histórico del que trata este ensayo, Italia se lanzó a una campaña sin precedentes en el cuadro de su política exterior en América Latina, a pesar de los débiles vínculos políticos y económicos que hasta entonces había tenido con Chile. Sin duda, el cambio radical tuvo lugar con el ascenso en la vida política chilena de un personaje —Eduardo Frei Montalva— y de un partido —el PDC—, ambos considerados de gran perspectiva y en fuerte sintonía con la trayectoria italiana. Italia se movió, en parte, por cuenta propia, porque estaba en búsqueda de protagonismo en el subcontinente latinoamericano, después de muchos años de indiferencia, y esperando emprender una relación más intensa, introduciendo un elemento nuevo respecto al pasado (es decir, en relación a la presencia de comunidades italianas como elemento definitorio) basado en los vínculos entre los partidos. En este sentido, Chile —por la presencia de la Democracia Cristiana— fue considerado como una especie de plan piloto, aunque los sucesos siguientes desmintieron esta expectativa, ya que no hubo efecto dominó y la iniciativa italiana en este país quedó aislada por la escasa fuerza —salvo el partido venezolano que estaba muy bien enlazado con la CDU alemana— de las demás formaciones latinoamericanas, por lo menos hasta la década de los ochenta del siglo pasado (y solo en América Central). Sin embargo, Italia también se movió de esta manera de acuerdo con Estados Unidos en una mayor colaboración ítalo-estadounidense durante la Guerra Fría51. A partir de las afinidades políticas con los homólogos chilenos, la Democracia Cristiana italiana hizo de intermediaria con la DC chilena para evitar que Chile se moviera peligrosamente hacia el comunismo. Todo esto también habría dado a Italia la posibilidad de demostrar al aliado norteamericano que podía contar con su apoyo en la lucha contra el comunismo internacional, en un momento de gran desconfianza por parte de Washington —que luego se disiparía— hacia los gobiernos de centroizquierda italianos que se basaban en la alianza entre democristianos y socialistas que se abrió paso en Italia desde 1962.

Para una visión general sobre la política exterior de Italia durante la Guerra Fría véase Antonio Varsori, L’Italia nelle relazioni internazionali dal 1943 al 1992, Roma-Bari: Laterza, 1998.

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El Partido Comunista Italiano, la lección de Chile y la lógica de los bloques Alessandro Santoni*

Este capítulo se basa en gran parte en el trabajo desarrollado durante mi tesis doctoral sobre el impacto que los éxitos y fracasos de la «vía chilena al socialismo» tuvieron en el imaginario político y en la elaboración teórica del Partido Comunista Italiano (PCI)1. En el contexto del debate impulsado por los editores de este libro, me propongo incluir —cruzando y analizando la información procedente de distintas fuentes y del trabajo de otros historiadores— una reflexión sobre las manifestaciones de interés que las superpotencias mostraron por esta temática, la que en el debate público italiano de aquel entonces se acostumbraba llamar la «lección», o el «ejemplo», de Chile2. Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile (USACH). 1 Dicho trabajo ha constituido la base de un libro publicado en Italia en 2008, Alessandro Santoni, Il PCI e i giorni del Cile. Alle origini di un mito politico, Roma: Carocci, 2008. Junto con agradecer a la editorial Carocci el permiso de utilizar partes de esa publicación, al mismo tiempo quisiera recordar que el capítulo es también fruto de nuevas perspectivas de estudio desarrolladas durante mi postdoctorado en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago, con el apoyo del Ministerio de Educación a través del Programa MECESUP2. 2 Sería imposible indicar todos los casos en que se ha adoptado esta expresión entre 1970 y 1974. Por lo que concierne a la prensa comunista, señalamos por su importancia los siguientes artículos: Maurizio Ferrara, «La lezione del Cile», L’Unità, 8 de septiembre de 1970, p. 1; Aldo Tortorella, «L’insegnamento di due vittorie», L’Unità, 6 de marzo de 1973, p. 1, «La lezione cilena», L’Unità, 30 de junio de 1973, p. 1; Gian Carlo Pajetta, «L’Italia si impegni a non dimenticare la lezione del Cile» en Rodolfo Mechini (ed.), I comunisti italiani e il Cile, Roma: Editori Riuniti, 1973. Además, señalamos un excelente volumen curado por los trabajadores de la Biblioteca Nazionale Centrale de Florencia, que recoge todos *

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Alessandro Santoni

Con toda probabilidad, la experiencia del gobierno de Salvador Allende fue, después de la Revolución Cubana, el hito histórico latinoamericano del siglo pasado que más interesó al mundo exterior, en términos de atención mediática, pasiones y polémicas despertadas en el mundo político, en los medios de información y en la sociedad civil. En Europa Occidental, esta atención se relacionó sobre todo con el potencial de modelo, de ejemplo a seguir o, por lo menos, de causa noble que se le atribuía, impulsando —antes y después del golpe— muchos actos de solidaridad y de simpatía, que contaron a menudo con procesos de movilización masiva por parte de todas aquellas fuerzas de la izquierda que, desde diferentes perspectivas teórico-ideológicas, se reconocían en un camino democrático y electoral al socialismo. A raíz de este tipo de potencial de proyección hacia afuera, el proceso chileno tuvo un impacto en la realidad de la Guerra Fría que iba mucho más allá de las fronteras nacionales y del contexto latinoamericano. Por ello, no es de extrañar que su valor como modelo o mito político estuviera de alguna manera, en diferentes momentos y con diferentes lógicas, en la raíz de evaluaciones y actitudes asumidas por las dos superpotencias. Por diferentes motivos, ambas desconfiaban de la idea a la cual este modelo era funcional, es decir, la hipótesis de construir el socialismo en democracia: EE.UU. por la preocupación de desalentar la difusión de procesos de esta índole al interior de su área de influencia, y la URSS por el propósito de no alterar la legitimidad y estabilidad del sistema del «socialismo real». Este hito se ubicaba, además, en un momento particular de la época de la gran confrontación bipolar. Un momento que, por un lado, se caracterizaba por la lógica de la distensión y de la coexistencia entre los dos grandes, en el marco de un recíproco reconocimiento de las que eran sus respectivas áreas de influencia; y, por otro lado, por cierta tendencia a la reestructuración multipolar de los equilibrios mundiales, a la fragmentación y debilitamiento de los grandes sistemas de lealtad. Por lo que concierne al primer aspecto, cabe recordar que, en el mismo período en que Chile vive casi al borde de una guerra civil, que reproduce al interior del país las divisiones del gran conflicto ideológico mundial entre comunismo y anticomunismo —y que es seguida por la represión antimarxista desatada por los militares golpistas en nombre de la defensa de la civilización occidental—, las superpotencias estaban comprometidas los artículos sobre Chile aparecidos en revistas periódicas italianas: Un popolo unito. Cile 1970-1974. Dal governo di Unità Popolare alla giunta di Pinochet, Firenze: La Pietra, 1978. 134

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en las tratativas para la limitación de los respectivos arsenales nucleares. Tratativas que las llevaron a la firma de los acuerdos SALT (Strategic Armaments Limitation Talks) durante la histórica visita del Presidente Nixon a Moscú, en mayo de 1972. Al final del mismo año empezaban en Finlandia los trabajos para la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) que se cerrarían con el acta final de Helsinki, de agosto de 1975, y con el reconocimiento de las divisiones producidas y consolidadas después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Al mismo tiempo, la división del mundo en dos bloques contrapuestos, que había caracterizado la fase inicial de la posguerra, dejaba espacio a una conformación más compleja del cuadro de las relaciones internacionales, a raíz de unos procesos concomitantes: la emergencia del Tercer Mundo y de la realidad de los países no alineados, el cuestionamiento de la leadership norteamericana, la búsqueda de una política exterior autónoma por parte de los aliados europeos y la crisis que afectaba gravemente al monolitismo y la estabilidad del mundo comunista, con el cisma chino-soviético y con varias señales de debilitamiento del control de Moscú en Europa del Este, como lo manifestaban la afirmación del régimen personal de Ceausescu en Rumania, por un lado, y la Primavera de Praga, por otro. En ese contexto, el experimento chileno no solo representó un desafío a la lógica de los bloques —que terminó aplastando al gobierno de Allende— sino que también sirvió de punto de agregación de alianzas transversales. En particular, fue el foco de procesos de desalineación que interesaron a los dos componentes históricos del movimiento obrero del Viejo Continente, la socialdemócrata y la marxista-leninista, en su versión eurocomunista: empujando a la primera hacia la reactivación de un vocabulario antiimperialista, y favoreciendo en la segunda la tendencia preexistente a desarrollar un camino y una identidad que la alejaran gradualmente del control de Moscú. Si este fenómeno no creó problemas reales en contextos como los de los países del norte de Europa, donde no se daban procesos que podían debilitar o poner en tela de juicio la estabilidad del statu quo, sí afectó profundamente la situación de Europa latina, coincidiendo con la formulación de proyectos de acceso al poder por parte de la izquierdas marxistas en Italia y Francia y —podríamos añadir— con las problemáticas enfrentadas por sus análogos, en vísperas y en el curso de la transición a la democracia, en Portugal y España, tal como destacan Veiga, Da Cal y Duarte, en el apéndice del libro La Paz Simulada, dedicado a la historia de la Guerra Fría en España:

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Cualquier cambio en España estaba influido por los antecedentes inmediatos de Portugal y Grecia, cuyas dictaduras caerían en 1974. También, aunque en sentido contrario, por el golpe de Pinochet en 1973, cuya incidencia en Europa se imbricaba con la tensión golpista en la Italia de los primeros años setenta. En términos internacionales, los primeros años setenta estuvieron presididos por un ambiente neofrentepopulista que anunciaba una nueva fase de colaboración entre socialistas y comunistas. Si los primeros recogían el radicalismo de la quemada «nueva izquierda», escindida entre la tentación terrorista y el acomodo crítico en el espacio socialdemócrata, los comunistas se mostraban dispuestos a reconocer la viabilidad del Estado democrático y los derechos humanos en el eurocomunismo. La apuesta de los comunistas italianos por el «compromiso histórico» o la alianza socialcomunista francesa serían modelos de fuerte influencia entre intelectuales y opositores de izquierdas españoles. Por aquel entonces, sin embargo, los militares chilenos habían mostrado los estrechos límites reales de una «Unidad Popular» embriagada de retórica de cambio, pero sin capacidad para saltarse las reglas legales. Por lo tanto, en los noticiarios y la prensa había lecciones para todos los jugadores en el caso español3.

Sin embargo, pocos partidos estuvieron más interesados e influidos por los acontecimientos chilenos de esta época que el Partido Comunista italiano. En los años setenta, la causa de Chile, a través de masivas iniciativas de solidaridad que contaron con el constante compromiso de su aparato, asumió para esta colectividad política no solo la función de causa noble funcional a la estrategia de una vía italiana al socialismo, sino también la acompañó en una fase crucial de su trayectoria, que en la segunda mitad de la década lo llevó a unos pasos de la asunción de responsabilidades de gobierno. Fundado en 1921 en Livorno por una fracción de entusiastas de la revolución de Octubre que eligieron abandonar al Partido Socialista (PSI), el PCI, después de veinte años transcurridos en la clandestinidad y en el exilio, había asumido a partir de los años cuarenta, bajo el hábil liderazgo de Palmiro Togliatti (1893-1964), un papel protagónico en los asuntos políticos del país mediterráneo. Desde 1943 hasta 1945 había sido fuerza mayoritaria del frente de partidos denominado «Comitato di Liberazione Nazionale» (CLN), el cual organizó la resistencia antifascista y condujo

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Francisco Veiga, Enrique U. Da Cal, Ángel Duarte, La paz simulada. Una historia de la guerra fría (1941-1991), Madrid: Alianza Editorial, 2001, pp. 411-412. 136

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al nacimiento del nuevo orden democrático republicano. Después de su alejamiento del gobierno en 1947, causado por el empeoramiento de las relaciones entre las potencias ganadoras de la guerra, había representado la principal fuerza de oposición a los gobiernos filooccidentales hegemonizados por la Democracia Cristiana (DC) e integrados, a partir de los años sesenta, en el marco de la fórmula del «centro-sinistra», por sus antiguos aliados del PSI. Al final de la década de los sesenta, la crisis política y programática de esta fórmula de gobierno estaba abriendo a los comunistas italianos la posibilidad de levantar su propia candidatura a la guía del país. Frente a las primeras señales de crisis que interrumpían la exitosa performance que había llevado al país al milagro económico, frente a los rápidos cambios generados en la sociedad por la revolución cultural de los sesenta y frente a la emergencia —con el atentado neofascista contra la Banca Nazionale dell’Agricoltura de Milán en diciembre de 1969— de amenazas reaccionarias destinadas a caracterizar la década siguiente, se creaba el problema de generar una mayoría de gobierno estable y con capacidad de tomar el control de la situación. Empezaba a tomar cuerpo en el debate público la posibilidad de que el PCI fuera integrado al gobierno o que se creara una alternativa de izquierda, con una nueva alianza entre comunistas y socialistas4. En el mismo período en que se perfilaba esta perspectiva, otro partido comunista, guiado por Luis Corvalán, llegaba al poder. En los tres años siguientes, la prensa comunista italiana dedicó gran atención al proceso que se desarrollaba en Chile, considerando de extremo interés su valor de ejemplo y de experimento-piloto para la vía italiana al socialismo5. Sus dirigentes visitaron el país andino estrechando los vínculos con las fuerzas de la Unidad Popular y, en los últimos meses, se comprometieron activamente en la búsqueda de una solución a la crisis chilena por medio de contactos con la izquierda del PDC6. Las situaciones políticas de los dos países llegaron a cruzarse directa e íntimamente, cuando el secretario general, Enrico Berlinguer, propuso a la atención de la opinión pública italiana una reflexión sobre las lecciones a sacar del sangriento golpe del Giorgio Galli, I partiti politici italiani (1943-2000). Dalla resistenza al governo dell’Ulivo, Milano: Biblioteca Universale Rizzoli, 2001, pp. 147-162. 5 Santoni, Il PCI e i giorni del Cile, pp. 87-144. 6 Nota di Gian Carlo Pajetta per la direzione e l’ufficio politico sul viaggio in America latina, 7 de junio de 1973, en Fondazione Istituto Gramsci, Archivio PCI (IG-APC), 1973 II, Estero, America latina, 046, 0182-0199; Nota di Renato Sandri all’ufficio politico sui colloqui con esponenti del P.D.C. cileno, 20 de junio de 1973, en IGAPC, 1973 II, Estero, Cile, 046, 0281-0284. 4

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11 de septiembre de 1973, para evitar que en Italia las perspectivas de avance del PCI fueran suprimidas por alguna tentativa de corte autoritario. Su propuesta era la de avanzar hacia un «nuevo gran compromiso histórico entre las fuerzas que recogen y representan la gran mayoría del pueblo italiano», es decir, comunistas, socialistas y democratacristianos7. Se abría así una nueva fase en la historia política italiana, que llevaría al PCI a integrar la mayoría del gobierno durante los llamados gobiernos de solidaridad nacional de 1977-1979.

Un ejemplo peligroso: la «lección» de Chile según Washington La consolidación de Allende en el poder en Chile, por lo tanto, implicaría algunas amenazas muy graves para nuestros intereses y posición en el hemisferio: —Las inversiones norteamericanas (un total de unos mil millones de

dólares) podrían ser perdidas, al menos en parte; Chile podría no pagar las deudas (unos 1,5 mil millones de dólares) que debía al Gobierno y a los bancos privados de EE.UU. —Chile probablemente se convertiría en un líder de la oposición en contra de nosotros en el sistema interamericano, una fuente de inestabilidad en el hemisferio, y un punto focal de apoyo a la subversión en el resto de América Latina. —Se convertiría en parte del mundo comunista, no sólo filosóficamente, sino en términos de dinámicas de poder, y podría constituir una base de apoyo y punto de entrada para la expansión de la presencia y de la actividad soviética y cubana en la región. —El ejemplo exitoso de un gobierno marxista democráticamente elegido en Chile sin duda tendría un impacto sobre —y un valor de precedente para— otras partes del mundo, especialmente Italia; la capacidad de propagación por imitación de fenómenos similares en otras regiones, a su vez afectaría significativamente el equilibrio mundial y nuestra posición en él8.

Enrico Berlinguer, «Imperialismo e coesistenza alla luce dei fatti cileni», Rinascita, 28 de septiembre de 1973, pp. 3-4; Enrico Berlinguer, «Via democratica e violenza rivoluzionaria», Rinascita, 5 de octubre de 1973, pp. 3-4 y Enrico Berlinguer, «Alleanze sociali e schieramenti politici», Rinascita, 12 de octubre de 1973, pp. 3-5. 8 Memorandum, Kissinger a Nixon, 5 de noviembre de 1970, The National Security Archive, George Washington University. http://www2.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/ NSAEBB110/chile02.pdf 7

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Estas eran las palabras usadas por el consejero para la seguridad nacional de EE.UU., Henry Kissinger, en un importante memorándum al Presidente Richard Nixon del 5 de noviembre de 1970, en el que se evaluaban las consecuencias que la definitiva sanción de la victoria del candidato de la Unidad Popular por parte del Congreso Pleno tenían para los intereses norteamericanos. Son palabras que no solo hacen manifiesta la desconfianza de la Casa Blanca hacia el potencial del modelo, especialmente para Italia, que caracterizaba al experimento chileno. También testimonian cómo esta desconfianza se produce desde el comienzo y es uno de los principales factores que, en el contexto general de la Guerra Fría, influyen en la determinación con que EE.UU. adopta su política de ostracismo hacia Allende y su gobierno, junto a los riesgos que parecían amenazar directamente las posiciones norteamericanas en América Latina. La presencia de la situación italiana entre las preocupaciones centrales que estos acontecimientos despertaban, se debía a la crisis política en que se encontraba en aquel entonces el país mediterráneo, donde la candidatura del PCI para hacerse cargo de responsabilidades de gobierno parecía ganar cada día más credibilidad. Tanto que, incluso en la prensa internacional, empezaron a salir artículos y ensayos que, de una forma u otra, destacaban la existencia de una cierta relación de paralelismo y analogía entre los dos procesos: como era el caso de un artículo de Cyrus Sultzberger, en el New York Times del 14 de enero de 1971, donde se hablaba de «espaguetis italianos con salsa chilena». Pocas semanas después, durante la visita oficial a Estados Unidos del entonces primer ministro italiano, el democratacristiano Emilio Colombo, el tema chileno hizo su aparición, cuando el secretario de Estado norteamericano William P. Rogers voluntariamente relató a la prensa que estaba presente en el encuentro, el chiste que el mismo Colombo había pronunciado durante sus conversaciones, para reafirmar y asegurar la lealtad atlántica de su país y la negativa de la Democracia Cristiana a la entrada de los comunistas en el gobierno: «Italia no tenía necesidad de importar salsa chilena para sus espaguetis»9. Otras fuentes que parecen confirmar la relevancia atribuida al experimento chileno como ejemplo peligroso, para Italia y otros países, son los comentarios de dos observadores privilegiados de la parte occidental, el embajador norteamericano en Chile, Nathaniel Davis, y su colega británico Sir Reginald Louis Secondé, que llegó a Santiago en 1973. Este último, en Santoni, Il PCI e i giorni del Cile, p. 96. Véase también Cyrus Sulzberger, «Spaghetti italiani in salsa cilena», Politica Internazionale, Vol. II, N° 10, 1973.

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un informe para el Foreign Office, pocos días después del golpe, escribía que el fracaso de la Unidad Popular y el golpe evitaron «el peligro que un éxito del experimento chileno habría podido repercutir más allá de América Latina, ofreciendo un camino para otros países, en particular Francia e Italia»10. Davis, en el prefacio a su libro The Last Two Years of Salvador Allende, expresaba un juicio que hacía explícito este tipo de evaluación política, afirmando que el golpe había implicado una lección desalentadora —«a melancholic verdict»— para las posibilidades del comunismo europeo occidental y de los movimientos marxistas que abogaban por la lucha parlamentaria11. En ambos casos, el foco de la atención es el papel de ejemplo que el proyecto socialista de la Unidad Popular tuvo en las perspectivas de la izquierda italiana y francesa. Tres años después del citado memorándum de Kissinger a Nixon, el derrocamiento del gobierno de Allende es percibido de manera implícita como hito capaz de desalentar los procesos políticos que interesaban a estos países. Francia se había juntado a Italia en la «lista negra» de las situaciones de riesgo, después de que el nuevo Partido Socialista de François Mitterand (PS) había firmado en junio de 1972 un pacto de alianza electoral con el Partido Comunista (PCF) —liderado por Georges Marchais— y con los radicales de izquierda, sobre la base de un amplio programa común de nacionalizaciones con el que se proponían apuntar a la conquista de la presidencia y de la mayoría parlamentaria. En los años siguientes, el PCI y el PCF protagonizaran con su hermano español (PCE), liderado por Santiago Carrillo, el lanzamiento del llamado eurocomunismo, con el que plantearan la opción de seguir un camino propio, diferente de lo que indicaban los países del Este —inspirado en el pluralismo, en la libertad y en el consenso—, para la construcción del socialismo en la parte occidental del Viejo Continente. El hecho de que los análisis de los dos diplomáticos converjan en manifestar este interés —y que lo hagan sacando análogas conclusiones—, no parece ser ajeno a consideraciones políticas que ya estaban consolidadas a nivel de gobiernos y confirma que las preocupaciones de Kissinger no eran extemporáneas. De esta manera, Richard Fagen ha explicado la obsesión casi maniática demostrada por este último con la victoria de Allende: Pietro Taviani, «Il ‘73 tra Londra e Santiago. La fine del governo della Unidad popular e il colpo di stato nei documenti dell’ambasciata inglese in Cile», Contemporanea, N° 1 (enero de 2006), p. 96. 11 Nathaniel Davis, The last two years of Salvador Allende, Ithaca: Cornell University Press, 1985, p. x. 10

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Como destacaron muchos observadores, la lección política de la victoria de Allende en Chile se consideraba muy peligrosa para una Europa Occidental cada vez más frágil, particularmente para Italia y Francia. Era allí que poderosos partidos comunistas y socialistas estaban siempre amenazando juntarse en un frente popular que, con un poco de suerte (y gracias a la negligencia e incompetencia de las fuerzas «democráticas») habría podido llegar al gobierno12.

Durante la época de la Guerra Fría y de la confrontación bipolar, Chile, Italia y Francia fueron los países pertenecientes al mundo occidental con mayores posibilidades de una llegada del comunismo al gobierno por la vía democrática y electoral. Washington —sobre todo en Italia y Chile, donde su capacidad de influencia, de penetración y de acción encubierta era más fuerte— se encontró en la necesidad de elaborar y poner en práctica medidas políticas para impedir dicho desenlace. Como destacaba Fagen, esta posibilidad se asociaba normalmente con la formación de una alianza con la otra gran fuerza del movimiento obrero, los socialistas. Esta perspectiva, luego de dos tentativas fallidas en 1958 y 1964, resultó exitosa en Chile con la elección de Allende, candidato de la coalición de la Unidad Popular, de la cual el PC y el PS representaban los dos componentes principales. En el mismo período, en Francia, el nacimiento del nuevo PS y la firma del programa común parecieron poner fin a la situación de conflictividad que había caracterizado anteriormente las relaciones entre PCF y los socialistas de la SFIO (Section Française de l’Internationale Ouvrière). Sin embargo, los comunistas, no obstante las expectativas generadas por la nueva alianza, terminaran jugando un papel bastante secundario en el proceso que culminaría con la llegada de François Mitterand a la presidencia en 1981. En Italia el frentismo ya había fracasado en las elecciones de abril de 1948, cuando el Frente Democrático Popular —integrado por el PCI y el PSI (31%)— fue duramente derrotado por la DC de Alcide De Gasperi (48%), condenando a las izquierdas a ser marginadas a la oposición en los años siguientes, hasta que la crisis de esta alianza en 1956 abrió el camino a la integración de los socialistas a la coalición de gobierno en 1962-63 (centro-izquierda). Aunque, a principios de los setenta, la idea de reactivar una alianza alternativa de gobierno a la DC tuviera sus afiliados en ambos partidos, después de 1973 y hasta 1979, con la estrategia del Richard R. Fagen, «The United States and Chile: Roots and Branches», Foreign Affairs, Vol. 53, N° 2 (January 1975), p. 297.

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«compromiso histórico», el PCI trató de seguir otro camino, el del acuerdo con la misma DC. Justamente, la presencia en el centro político de un fuerte partido democratacristiano pluriclasista fue el factor determinante del nexo aún más estricto e íntimo que vinculaba las situaciones particulares de Italia y Chile, lo que inspiró las reflexiones de Berlinguer sobre la lección a sacar de los acontecimientos de septiembre de 1973: era necesario llegar a un acuerdo que en Chile no se había concretizado, para evitar que incluso en un país como Italia se pudiera abrir paso a una solución de tipo autoritario. Cabe señalar a este propósito, que fue justo a partir del éxito de la Democracia Cristiana (PDC) de Eduardo Frei Montalva en la década anterior, que en Washington se habían empezado a ver las situaciones políticas de Italia y Chile como en cierta medida relacionadas entre ellas, lo que parece haberse traducido en algunas medidas concretas para influir en el contexto político del país andino. Se podría afirmar que la imposición del PDC como principal partido del país no solo proporcionó a EE.UU. una nueva oportunidad para relanzar las aspiraciones reformadoras de la Alianza para el Progreso, sino que también este fenómeno pareció ofrecer la posibilidad de replicar en Chile una experiencia que se había revelado exitosa en la Europa de posguerra, donde la DC de Alcide De Gasperi en Italia y la CDU de Konrad Adenauer en la República Federal Alemana, habían jugado y estaban jugando un papel fundamental en la estabilización del sistema político, como partidos hegemónicos de base interclasista y garantes de la estabilidad democrática. El PDC mismo parecía interesado en seguir esta perspectiva: a través de la Unión Mundial Demócrata Cristiana (UMDC), recién empezaba a crear una red de vínculos con sus parientes europeos y a recibir por parte de ellos importantes ayudas político-financieras13. Entre sus líderes, Frei Montalva en particular, siempre había mirado con interés la política italiana y los EE.UU. invirtieron recursos en esta vocación14. Así, para contrarrestar al más fuerte partido comunista del continente latinoamericano, se adoptaba una versión actualizada y adaptada a un contexto diferente, del mismo dique que servía contra al más fuerte partido comunista del continente europeo. La CIA financió en 1964 parte de la campaña electoral de Frei Montalva para las presidenciales y desarrolló un trabajo extenso de acondicionamiento de la opinión pública que, como recuerda en sus memorias el Véase Roberto Papini, L’Internazionale DC: la cooperazione tra i partiti democratici cristiani dal 1925 al 1985, Milano: Franco Angeli, 1986. 14 Santoni, Il PCI e i giorni del Cile, pp. 57-85. 13

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ex director de la agencia William Colby, se inspiraba sistemáticamente en lo que se había usado en Italia para neutralizar la influencia del PCI en las décadas anteriores15. De hecho, no puede no llamar la atención del observador cómo los temas dominantes del discurso propagandístico de 1964, basados en la voluntad de generar un clima de encrucijada para salvar la civilización cristiana, y hasta las formas y medios adoptados parecieron bajo no pocos aspectos idénticos a los que caracterizaron la dramática campaña para las elecciones legislativas del 18 de abril de 1948 en Italia. Sería interesante averiguar si incluso aquellas acciones encubiertas, de las cuales hace mención el informe de la comisión Church y que estaban dirigidas a estimular a elementos del PS chileno a dejar el partido de Allende y la alianza con los comunistas, para acercarse eventualmente a posiciones de corte socialdemócrata, estaban inspiradas de alguna forma en el precedente italiano16. Todavía no es posible tener antecedentes que permitan una visión más objetiva del asunto y queda claro que cualquier intento que se haya hecho en esta dirección no parece haber producido resultados importantes. Sin embargo, algunos testimonios de interés parecen confirmar que en la época se había por lo menos considerado, desde la izquierda, que alguien podía intentar reproducir en Chile el modelo que, a la mitad de la década, parecía tener resultados exitosos en Italia, aislando políticamente al PCI. Por ejemplo, pocos días después del triunfo de Frei Montalva, el diario oficial del Partido Comunista, El Siglo, denunciaba, a través de un artículo titulado «El modelo italiano», las maniobras de algunos «estrategas» del PDC para cooptar los socialistas al gobierno y

William Colby, Honorable Men: My Life in the CIA, New York: Simon and Schuster, 1978. 16 «The 40 Committee authorized $350,000 for this effort, with the objective of strengthening moderate political forces before the 1970 presidential election. The program consisted of providing financial support to candidates, supporting a splinter Socialist Party in order to attract votes away from Allende’s socialist party (…) The support provided to the dissident socialist group deprived the Socialist Party of a minimum of seven congressional seats (…) A number of other political actions not requiring 303 Committee approval were conducted. The project to increase the effectiveness and appeal of the Christian Democratic Party and to subsidize the party during the 1964 elections continued into late 1965 or 1966, as did a project to influence key members of the Socialist Party toward orthodox European socialism and away from communism». Covert Action in Chile 1963-1973, Staff Report of the Select Committee To Study Governmental Operations With Respect to Intelligence Activities, U.S. Senate, Washington D.C., U.S. Government Printing Office, 1975, p. 18. 15

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aislar a los comunistas17. Esta sería, también, la opinión de Joan Garcés que ha recordado cómo Allende le contaba: Recién elegido Presidente Eduardo Frei en octubre de 1964, el entonces senador demócrata-cristiano Rafael Agustín Gumucio llegó a la casa de su buen amigo Salvador Allende con el siguiente mensaje del Presidente electo Frei —todavía no había asumido la Presidencia—: «Salvador, este el mensaje de Eduardo Frei: primero, qué proyectos políticos tienes; segundo, te ofrece que designes a dos o tres personas de tu confianza como Ministros en el primer Gabinete que va a formar; y tercero, cuál es tu situación económica personal». La respuesta de Allende fue de levantarse del asiento y decirle: «Rafael Agustín, tengo demasiado aprecio por tu persona para dar la respuesta que merece semejante mensaje»18.

Según Garcés, esta oferta era la manifestación de una precisa voluntad, en el sentido que, «al margen de la buena voluntad del mensajero, otros —que no Gumucio— estaban intentando hacer con Allende en el año 1964 lo mismo que hacían con los democristianos y socialistas italianos en esos mismos años 60: romper la alianza entre socialistas y comunistas»19.

Los estrechos límites de la vía pacífica: la «lección» de Chile según Moscú Después del fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991, la posibilidad de tener por lo menos un parcial acceso a los archivos de Moscú, pese a no generar la revolución copernicana esperada y postulada por algunos historiadores, ha proporcionado la posibilidad de Manuel Cabieses, «El modelo italiano», El Siglo, 18 de septiembre de 1964, p. 2. Parece que incluso el diputado comunista italiano Renato Sandri, en visita a Chile durante la campaña electoral de 1964, había tenido la percepción de maniobras de este tipo. En su informe al secretario general del PCI, Palmiro Togliatti, había hablado acerca de presiones «de toda clase» sobre los socialistas chilenos, para debilitar la estabilidad de su alianza con los comunistas: Viaggio di Sandri in Uruguay, Argentina, Cile, Perù, Messico, 16 de junio-16 de julio de 1964, IG-APC, 1964, Estero, America latina, 520, 0253-0255. Cabe señalar que, según estas fuentes, esta operación estaba dirigida a todo el Partido Socialista y no a una fracción, como relata la información de la comisión Church. 18 Intervención de Joan E. Garcés en el acto de homenaje a Salvador Allende celebrado en Madrid, el 8 de septiembre de 1993, actualizada para el seminario «A 25 años del golpe», organizado por el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ICAL); publicado en El imperativo de la memoria, a 30 años de la Unidad Popular, Santiago de Chile: ICAL, 2000, p. 37. 19 Ibid. 17

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tener una visión más completa, matizada y articulada de la historia del llamado siglo corto. En el caso de Chile, esta posibilidad ha abierto el paso a nuevas perspectivas en el estudio de una época de la historia nacional en que los procesos políticos y sus actores protagónicos se insertaban, a pleno título, en el marco de los grandes conflictos ideológicos mundiales20. Hoy sabemos mucho más que antes sobre la política adoptada por el Kremlin frente al gobierno de Salvador Allende, sobre las percepciones y evaluaciones que contribuyeron a su formulación y sobre las iniciativas que derivaron de ella. Esto, a su vez, nos entrega elementos útiles para el análisis de los significados que el caso de Chile asumía al interior del movimiento comunista internacional y, sobre todo, nos permite ponerlo en relación con las dinámicas centrífugas que lo afectaban en aquellos años, a partir del cisma chino-soviético (1960-62), hasta la emergencia de la herejía representada por el eurocomunismo (1974-1977). Una fase en la que el papel de cada experiencia histórica implementada por partidos miembros del movimiento revolucionario se convertía, a menudo, en tema de debates, polémicas y choques entre posiciones contrapuestas (soviéticos vs. chinos, soviéticos vs. cubanos y, en el caso de nuestro interés, soviéticos vs. eurocomunistas). En particular, nos interesa formular algunas hipótesis acerca de la inserción del tema chileno en el conjunto de las problemáticas generadas por la que fue la constante búsqueda de autonomía política del centro moscovita, perseguida a lo largo de dos décadas por parte del PCI, al mismo tiempo el más poderoso representante del movimiento comunista al interior del campo enemigo y el principal impulsor de posiciones revisionistas «de derecha» en su propio interior. A partir de 1956, luego del XX congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el líder del partido Palmiro Togliatti había comenzado —con su teoría del policentrismo— a poner en tela de juicio el dogma de la centralidad de Moscú. En una entrevista a la revista Nuovi Argomenti él había adelantado la hipótesis de una nueva conformación del comunismo internacional alrededor de diferentes centros, cada uno comprometido en la búsqueda de un camino autónomo hacia la meta final: «El conjunto del sistema deviene policéntrico y en el mismo movimiento comunista no se puede hablar de una guía única, más bien de un progreso que se cumple siguiendo vías a menudo diferentes»21. Olga Ulianova, «La Unidad Popular y el golpe militar en Chile: percepciones y análisis soviéticos», Estudios Públicos, N° 79 (Invierno 2000). 21 Palmiro Togliatti, «Nove domande sullo stalinismo», Nuovi Argomenti, N°. 20 (mayo-junio 1956), pp. 138-139. 20

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Sin embargo, fue solo a partir de la década siguiente que el partido profundizó en su visión, basada en la reivindicación de una «vía italiana» autónoma, de corte pluralista y democrático: una proceso que se configura lentamente a través de etapas, tales como la publicación en las páginas de L’Unità del «testamento di Yalta»22 y la condena de la invasión de Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia en 1968, hasta llegar a una crisis muy aguda en las relaciones con el PCUS en la segunda mitad de la década de los años setenta, cuando el nuevo secretario general Enrico Berlinguer toma el camino de la polémica abierta. En general, con respecto al tema chileno, podemos destacar dos fases: la primera, prevaleciente hasta el momento del golpe y caracterizada por una convergencia entre las tesis del PCUS y el PCI con relación a la estrategia que la Unidad Popular tenía que seguir, la amplitud de las alianzas y los límites de las tareas que querían alcanzar (sin juzgar como realista el objetivo de construir una sociedad socialista); la segunda, caracterizada por una discrepancia de fondo —de cierta manera latente desde el comienzo— sobre temas de extrema relevancia en el marco de un más amplio debate sobre libertad, disidencia y pluralismo en que se involucran las dos partes. La victoria de Allende había demostrado que la vía pacífica perseguida por los partidos comunistas ortodoxos vinculados a Moscú se mostraba más realista que la vía armada, perseguida en el continente por los diversos grupos guerrilleros inspirados por la Revolución Cubana. Este significado era motivo de particular convergencia entre las concepciones del PCI y las posiciones oficiales soviéticas, siendo el italiano uno de los partidos que más habían valorado, con la definición de una vía italiana al socialismo de corte democrático y parlamentario, los postulados del XX congreso del PCUS. Además, frente a la difusión del mito de la Revolución Cubana en los sectores de la «nueva izquierda» italiana y europea del final de la década de 1960, la victoria de Allende proporcionó al PCI la posibilidad de operar una suerte de reorientación de esta moda en los asuntos latinoamericanos en una dirección afín a su política. De la misma manera, Documento escrito por el mismo Togliatti poco antes de su muerte, en 1964, mientras esperaba reunirse con Jruschov para debatir las discrepancias que se habían generado entre los dos partidos acerca de la convocatoria a una conferencia mundial de partidos comunistas, la que, en las intenciones soviéticas, habría servido como tribunal para condenar a los chinos. El documento de Togliatti, junto con sugerir una táctica más flexible en relación a este asunto, contenía moderadas críticas a la realidad de los países socialistas. Su publicación, decidida por la dirección del PCI luego del fallecimiento inesperado del líder, dejó claro el debilitamiento del control soviético sobre el partido italiano.

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soviéticos e italianos concordaban en aprobar la política de moderación y de compromiso con la Democracia Cristiana, perseguida por sus camaradas chilenos en el trienio 1970-197323. Y, sin embargo, el interés hacia el proceso chileno llevaba consigo consideraciones de diferente índole, porque distintas eran las expectativas que tenían en este tipo de experimento de socialismo por vía democrática. En el caso del PCUS parece que la aprobación para la línea del PCCh estaba más fundada en razones prácticas (el escaso interés en una revolución socialista en el Cono Sur, la evaluación de los riesgos que esta habría llevado a nivel geopolítico) que doctrinarias. Es posible afirmar que un punto común entre la percepción cubana y la percepción soviética, fue el de no creer mucho ni en los principios, ni en las posibilidades de éxito de la revolución chilena24. El PCI se diferenciaba de ambos, identificándose plenamente en una línea política, la llamada vía democrática al socialismo, que era bajo muchos aspectos análoga a la indicada por el PCCh. Esta diferencia, como señalaba Jacques Lévesque en base a un análisis de los documentos públicos soviéticos, queda de manifiesta en los años siguientes al golpe, a raíz de la polémica desatada por el eurocomunismo. Mientras que el PCI asumía la defensa de la viabilidad del camino que los chilenos habían intentado como una prioridad propia, Moscú se esmera por expresar los límites que atribuía a los precedentes planteamientos sobre el uso de la vía legal y pacífica. Esto porque, desde la perspectiva de sus máximos dirigentes, se trataba ahora de quitarle poder a la interpretación de la revolución chilena adoptada por socialdemócratas y comunistas occidentales, que la asociaban al modelo de socialismo en democracia y libertad del que se declaraban partidarios; no obstante que fuesen conscientes —italianos y soviéticos— de que, en la realidad, este enfoque había sido bastante minoritario entre los partidos de la UP. Ya en junio de 1974, Boris Ponomarëv, secretario del Comité Central y responsable del PCUS para las relaciones con los partidos comunistas extranjeros, escribía en las páginas de la Revista Internacional, insistiendo en la necesidad de que incluso una revolución con estas características tuviera la disposición de avanzar en el terreno de la violencia si fuese necesario, y de asumir la construcción y el control de un nuevo aparado del Estado25. El trabajo de Olga Ulianova Santoni, Il PCI e i giorni del Cile, pp. 87-147. Nikolai Leonov, «La inteligencia soviética en América Latina durante la guerra fría», Estudios Públicos, N° 73 (verano 1999), p. 53. 25 Jacques Lévesque, The USSR and the Cuban Revolution. Soviet Ideological and Strategical Perspectives, 1959-77, New York: Praeger, 1978, p. 175. 23 24

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en los archivos soviéticos no solo ha confirmado esta interpretación, sino que ha aportado una nueva profundidad de perspectiva: La discusión del tema chileno desde un principio se inscribe en los marcos de un debate ideológico más amplio que el comunismo soviético comienza en ese momento (y a partir de Chile) con la naciente corriente eurocomunista en los principales P.C. occidentales. La evolución de la percepción soviética de los acontecimientos chilenos resultaría incomprensible al margen de esta discusión. De hecho, en términos generales, la visión soviética oficial del proceso chileno evoluciona entre 1973 y 1980 desde una posición muy cercana a la expresada antes e inmediatamente después del golpe por el PC chileno, que culpa del fracaso del proyecto de la Unidad Popular principalmente a la ultraizquierda —si bien desde el principio se proclama que la «lección de Chile» consiste en la necesidad de recordar que «toda revolución debe saber defenderse» (entendido ampliamente)—, hasta una posición que acentúa la necesidad de la «defensa de la revolución», entendida rigurosamente como defensa armada. La evolución de la posición se da de una manera sutil, por medio de un desplazamiento de acentos. La interpretación inicial de «toda revolución debe saber defenderse» supone, para el caso chileno de la «vía pacífica», la preocupación por crear y mantener mayorías estables a favor del proceso. La interpretación más clásica (defensa = armas) también está presente en el debate, pero ocupa un lugar secundario y subordinado. En la medida en que sube el tono de la discusión con el eurocomunismo, la primera interpretación se debilita cada vez más en los textos soviéticos hasta desaparecer, mientras se fortalece la segunda26.

El potencial que Chile tenía como modelo devenía objeto de controversia, si bien de forma implícita. En los años siguientes, la lectura que —por medio de la prensa partidaria y de las numerosas manifestaciones de solidaridad con los exiliados— los comunistas italianos hicieron de la situación chilena, de los errores que habían conducido al golpe y de las prioridades de la lucha contra la Junta Militar, fue siempre inspirada de manera casi exclusiva en la valorización del problema del consenso, centrando la atención en lo que acercaba la línea del partido chileno al análisis desarrollado por Berlinguer para proponer el «compromesso storico»: la búsqueda de un diálogo con la DC. Si Moscú manifestaba la Ulianova, «La Unidad Popular y el golpe militar en Chile», pp. 115-116.

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voluntad de proyectar, incluso en los asuntos chilenos, el debate ideológico con el eurocomunismo, parece que los comunistas italianos trataron de evitar que cualquier tema susceptible de ser causa de polémicas manchara la nobleza de la causa «democrática» de Chile. Sin embargo, no faltaron ocasiones en las cuales las divergencias quedaron a la luz y el partido chileno se encontró directamente involucrado. Esto porque el giro estratégico del PCCh en 1980 hacia la política de rebelión popular de masas y, más temprano aún, la reevaluación de la dictadura del proletariado y del componente militar hecha por Corvalán al pleno del Comité Central de agosto de 1977, marcaron una explícita toma de distancia respecto a las posiciones italianas sobre los temas de la libertad, del pluralismo y de la disidencia27. Tómese en cuenta, para valorar su peso, que estas declaraciones llegaban pocos meses después de la cumbre entre Berlinguer, Georges Marchais y Santiago Carrillo que tuvo lugar en marzo del mismo año en Madrid y que representó el acto de mayor visibilidad del fenómeno eurocomunista. Además, la liberación de Corvalán, como resultado de un canje de prisioneros con el disidente soviético Vladimir Bukovski, había causado no pocas molestias entre los comunistas italianos y franceses, por un lado, y los chilenos, por el otro, representando la ocasión para que se manifestaran diferencias irreconciliables sobre el tema de la disidencia en los países socialistas28. El mismo Corvalán, recién liberado, había visitado Italia, donde anticipó algunos elementos claves de su pensamiento a propósito de estos problemas, cuando declara en una conferencia de prensa que los disidentes soviéticos eran «cuatro gatos»29.

Viviana Bravo Vargas, «El tiempo de los audaces. La política de rebelión popular de masas y el debate que sacudió al Partido Comunista de Chile (1973-1986)» en Rolando Álvarez, Augusto Samaniego, Hernán Venegas (Coords.), Fragmentos de una historia. El partido Comunista de Chile en el siglo XX. Democratización, clandestinidad, rebelión (1912-1994), Santiago de Chile: ICAL, 2008, pp. 151-176. 28 «Mosca: calorose accoglienze a Corvalan», L’Unità, 19 de diciembre de 1976 y «Dichiarazione del PC cileno sulla liberazione di Luis Corvalan», L’Unità, 29 de diciembre de 1976. 29 «Corvalan: i dissidenti sono quattro gatti», Il Popolo, 4 de marzo de 1977, «I dissidenti sovietici? Solamente quattro gatti», Il Giornale, 4 de marzo de 1977, «Corvalan spara a zero sui dissidenti sovietici», Il Tempo, 4 de marzo de 1977 y «Corvalan: non voglio giocare a ping pong con Bukovski», Il Resto del Carlino, 4 de marzo de 1977. 27

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Consideraciones finales Queda en evidencia la importancia que, en los años de la Guerra Fría, tuvo el proceso político chileno, no solo para los intereses de las superpotencias en el contexto regional, sino también por el hecho de encarnar un paradigma de valor universal —la aspiración a construir un nuevo tipo de sociedad socialista— que era capaz de ejercer una influencia desestabilizadora al interior de los dos alineamientos contrapuestos. Si bien es cierto que EE.UU. y la URSS mostraron tener bien claro este potencial, sacando de lo sucedido «lecciones» dirigidas a demostrar el carácter ilusorio de esa perspectiva; una simple comparación entre los enfoques que adoptaron no sería un ejercicio fácil y, tal vez, no nos llevaría a conclusiones de gran interés. En el caso de EE.UU., el cuadro parece bastante claro e inteligible. Como demuestra el ya citado memorándum de Kissinger a Nixon, las posibles consecuencias que un éxito del experimento socialista en Chile habría podido producir en países como Italia y Francia, estuvieron entre las razones que en 1970 empujaron a los máximos responsables de la política norteamericana a la formulación de una línea de acción que tendía a obstaculizar el camino del recién constituido gobierno de Allende. En el caso soviético, las cosas parecen ser mucho más complejas y hasta ambiguas. En primer lugar, la lectura del fenómeno no guardaba una relación simétrica con el análisis del adversario, porque la atención se centraba más que todo en temas ideológicos, a través de la formulación de interpretaciones oficiales con que se trataba de dar una explicación pretendidamente científica de los acontecimientos. Además, estas interpretaciones no tenían —como en el caso del decision making estadounidense— una relación directa y unívoca con la bastante limitada política de intervención que los dirigentes del Kremlin adoptaron en los asuntos chilenos. Podremos notar que no es muy claro si los soviéticos compartían, en 1970-1973, la atención de la Casa Blanca por los efectos que el ejemplo de Chile pudiese tener en el escenario italiano. Como hemos visto, no cabe duda que en Washington, ya antes de 1970, existía la conciencia de una red de importantes analogías políticas que estaba acercando a los dos países a partir de aquellos años. Al mismo tiempo, otras fuentes testimonian cómo esta conciencia sí la tenían los mismos comunistas italianos y chilenos que, justamente a raíz de este fenómeno, empezaron a establecer una serie de continuos contactos y relaciones de intercambio30. Pese a Santoni, Il PCI e i giorni del Cile, pp. 33-46.

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todo, los archivos no han producido todavía elementos que nos puedan decir algo más sobre la perspectiva de los soviéticos: si es que existía una perspectiva —lo que parece probable, siendo difícil que Moscú desconociera los contactos entre los dos partidos hermanos— tendremos que preguntarnos cuál era su sentido. Esto porque, en ambos países, los soviéticos veían con agrado un crecimiento de la influencia de los comunistas, pero hasta cierto límite. Si América Latina había sido tradicionalmente considerada el «patio trasero» de EE.UU., en el cual cada intento revolucionario era calificado de prematuro y hasta peligroso, la misma Europa había dejado desde hacía mucho tiempo de ser la primera línea de la confrontación que representara en el pasado; la construcción del Muro de Berlín había definitivamente sancionado, incluso a nivel simbólico, el reconocimiento de los equilibrios establecidos en Yalta y la consecuente renuncia, en el corto y mediano plazo, a cualquier intento de expansión del comunismo hacia el Oeste. La regla áurea de la política de ambas potencias, en ambas regiones del mundo, era el mantenimiento de estos equilibrios generales. Por esa misma razón, de hecho, hasta 1973 había prevalecido en Moscú otra perspectiva del papel simbólico de la vía chilena. Una perspectiva orientada a contrarrestar la herejía representada por los partidarios de la «lucha armada» que, por un lado, cuestionaban el papel de centro que se le reconocía a la URSS en el campo revolucionario y, por otro, se atrevían a poner en tela de juicio los equilibrios de la coexistencia entre este centro y el adversario. De esta manera, la vía pacífica era completamente funcional al mantenimiento del statu quo, en la medida que consentía a los PC seguir una política pragmática que, desde la oposición, podía garantizar a la URSS canales de influencia y hasta beneficios diplomáticos y comerciales. Al mismo tiempo —hay que añadir— servía para sancionar el orden interno del movimiento revolucionario, frente a amenazas encarnadas por la emergencia de posiciones heréticas —que podemos definir «de izquierda»— como la china y la cubana. A la luz de todo esto, podemos especular que en los sesenta Moscú haya visto con beneplácito todos aquellos contactos entre comunistas italianos y chilenos que se centraban en problemas organizativos, en el trabajo de masas o en la elaboración de una política de oposición a la DC, dejando al margen el tema de los problemas internos del movimiento revolucionario mundial —respecto de los cuales los italianos ya estaban tomando una preocupante actitud de autonomía y protagonismo— y

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valorando todo lo que podía servir al crecimiento y al fortalecimiento del partido chileno. Lo que parece menos probable, volviendo a los términos de la comparación, es que los soviéticos hayan podido mirar con agrado la posibilidad de alentar, con el éxito de la izquierda chilena, el avance de los comunistas hacia el poder en Italia, porque ello, en un país perteneciente al bloque occidental, podía amenazar la consolidación del statu quo entre los dos bloques. La misma Unidad Popular había puesto en tela de juicio esos condicionamientos de la geopolítica mundial, pagando a caro precio esa ilusión. Los soviéticos no habían podido ni quisieron hacer mucho para salvarla. En este caso, el concepto soviético de vía pacífica mostraba límites muy estrechos. Como notaba Joan Barth Urban, esta fue más que todo un instrumento útil para evitar amenazar equilibrios que se juzgaba peligroso cuestionar: La doctrina de una transición pacífica y parlamentaria al socialismo parecía poco más que una racionalización del benevolente desinterés de Moscú con respecto a la revolución en los países capitalistas con los que pretendía normalizar las relaciones de Estado a Estado31.

Aún más, si esta salía del control ideológico de Moscú y desembocaba en otra herejía, esta vez «de derecha», como era la elaboración por parte de los eurocomunistas de un socialismo de diferente tipo o —como se decía entonces— «con rostro humano». Una herejía que amenazaba crear problemas a la estabilidad del mismo sistema de influencia soviético, recién perturbado por el ejemplo de la Primavera de Praga, cuestionando la legitimidad del tipo de organización político-económica dominante en el este de Europa y su pretensión de ser el único socialismo posible, el «socialismo realmente existente». A este respecto, el experimento chileno en sí mismo, no había sido percibido por Moscú como una amenaza, en cuanto los partidarios de un «segundo modelo» de socialismo eran una minoría entre los integrantes de la Unidad Popular. El discurso político de esa coalición estaba inspirado, mayoritariamente, por el marxismo-leninismo ortodoxo, en el caso del PC, o por sus versiones heréticas «de izquierda», en el caso del PS. Pero sí, como ya hemos dicho, su potencial de ejemplo/mito/modelo en el escenario internacional de aquel entonces asumía un papel moldeado Joan Barth Urban, Moscow and the Italian Communist Party: from Togliatti to Berlinguer, London: Cornell University, 1986, p. 272.

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en expectativas y aspiraciones a construir un socialismo alternativo a lo que existía en el Este. Expectativas y aspiraciones que se expresaban en la suma de fuerzas de diferente inspiración, tradicionalmente separadas por la Cortina de Hierro (comunistas, socialistas, socialdemócratas, cristianos de izquierda), en nuevas fórmulas y proyectos políticos que se gestionaban en países como Italia y Francia, así como en la emergencia del eurocomunismo, con la definición de un frente de partidos que se constituía en una fracción crítica hacia la línea y la práctica política de Moscú32.

Silvio Pons, Berlinguer e la fine del comunismo, Torino: Einaudi, 2006.

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¿Bajo el signo de Fidel? La Revolución Cubana y la «nueva izquierda revolucionaria» chilena en los años 1960 Eugenia Palieraki*

La irrupción del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en el escenario político chileno de mediados de los años 1960, ha sido a menudo interpretada, tanto en trabajos de periodistas, como de cientistas políticos o aun de historiadores, como la manifestación local de un fenómeno latinoamericano. La victoria por la vía armada de los revolucionarios cubanos explicaría, según ciertos autores, la aparición a lo largo y ancho del continente de movimientos de izquierda armada, de los cuales forma parte el MIR. Así lo afirma, por ejemplo, el periodista chileno José Rodríguez Elizondo en su libro La crisis de las izquierdas en América Latina: El ultraizquierdismo latinoamericano [...] llega con un año de adelanto a su cita con la década del sesenta. Exactamente, su partida de nacimiento se extiende el 2 de enero de 1959, con la transformación de la insurrección cubana en una revolución triunfante. [...] La revolución cubana es, entonces, partera e institutriz. En ella se encuentra la clave primera del rol que se adjudican y de los problemas que plantean los distintos sectores de nuevos revolucionarios de América Latina1.

La historia de la década en que nació el MIR estuvo indiscutiblemente marcada por la Revolución Cubana. Tener eso presente es fundamental Université de Cergy-Pontoise. José Rodríguez Elizondo, La crisis de las izquierdas en América Latina, Caracas: Editorial Nueva Sociedad, 1990, p. 21.

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para comprender la historia de este movimiento fundado el 15 de agosto de 1965 en Santiago de Chile por trotskistas, disidentes comunistas y socialistas, cuyas trayectorias militantes se remontaban en muchos casos a las décadas de 1920 y 1930. Sin embargo, la percepción que se desprende del texto aquí citado (seleccionado entre un amplio abanico de autores que comparten el mismo punto de vista) es problemática, al menos en lo que respecta a la relación entre las escalas nacional, regional y global2. Dicha relación se aborda en términos de una jerarquía donde la primera escala, la nacional, aparece siempre subordinada a las dos siguientes. Así mismo, se asume la incidencia de la Revolución Cubana en América Latina como unívoca y homogénea. En ningún momento se plantean problemas como la recepción y/o las diversas aplicaciones del «modelo cubano».

Los años 1960 en Latinoamérica y en Chile y la «dinámica castrista» Esta visión de las relaciones internacionales de los años 60 latinoamericanos, que se refleja en gran parte de la producción de las ciencias sociales, no solo abarca la extrema izquierda, sino al conjunto del espectro político chileno de los años 1960-1970. Según esta óptica esquemática, el MIR sería agente de la política exterior cubana en Chile, el Partido Comunista se subordinaría ciegamente a los intereses de la Unión Soviética y los militares golpistas serían el brazo armado del imperialismo estadounidense3. Para una crítica bibliográfica de la presencia y el papel desempeñado por las potencias extranjeras en Chile, véase Joaquín Fermandois, «¿Peón o actor? Chile en la Guerra fría (1962-1973)», Estudios Públicos, N° 72 (primavera de 1998), pp. 149-171. 3 Esta orientación interpretativa es, en gran parte, tributaria de la época en la cual estos trabajos fueron escritos, ya que en su mayoría remontan a los años 1960 y más aún 1970. Sin embargo, la misma visión aparece en libros más recientes. Exactamente, la tesis de la subordinación del MIR a la política cubana aparece a comienzos de los 1970 en libros escritos por intelectuales más moderados de la Unidad Popular, por ejemplo, José Rodríguez Elizondo, La crisis de las izquierdas; Joan Garcés, Le problème chilien: démocratie et contre-révolution, Paris: Marabout, 1975. Inmediatamente después del golpe de Estado de 1973 y hasta los años 1990, ciertos autores de derecha se apropian de esta tesis, véase p.e. Hernán Millas, Anatomía de un fracaso (la experiencia socialista chilena), Santiago de Chile: Zig-Zag, 1973; Luis Heinecke Scott, Chile. Crónica de un asedio, Santiago de Chile: Heinecke Scott, 1992. La misma aproximación de las relaciones entre Cuba y los movimientos latinoamericanos de izquierda armada se encuentra también en la literatura estadounidense. Véase George Fauriol (Coord.), Latin American insurgencies, Georgetown, The Georgetown University Center for Strategic and International Studies, The National Defense University, 1985, y Enrique Ros, Castro y las guerrillas latinoamericanas, Miami: Universal, 2001. 2

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Dicha lectura de la historia chilena de la posguerra reproduce los esquemas ideológicos vigentes durante la Guerra Fría. Las fuerzas políticas nacionales son concebidas como prolongación y reflejo de la lucha entre los bloques socialista y capitalista. Así, los actores políticos nacionales se convierten en títeres de las grandes potencias y sus tomas de posición obedecerían a una lógica desconectada del contexto nacional. Por otro lado, la política de las potencias extranjeras (URSS, EE.UU., pero también Cuba) en Chile es presentada como si fuera monolítica e inalterable en el tiempo. Dicha visión tiene dos corolarios: la falta de contextualización de la historia de los actores políticos nacionales por un lado, y por otro, la concepción esencialista y acrónica de la política extranjera de los otros países (Cuba, URSS, Estados Unidos). Nuestro objetivo no es, por cierto, negar la decisiva incidencia de la Revolución Cubana en el MIR y los otros movimientos de la «nueva izquierda» latinoamericana, sino proponer otra forma de abordarla y analizarla. Aquí el estudio de esta incidencia se hará en términos de «dinámica»4. Pensamos que la «dinámica castrista» —que hay que analizar dentro del marco de la posguerra y de la internacionalización de la política que caracteriza este período— impregna durablemente toda la historia política latinoamericana y no solo los movimientos de izquierda armada. Dicho de otro modo, el impacto de la Revolución Cubana fue decisivo para el conjunto de la esfera política, incluyendo los partidos de centro y la derecha5. En este sentido, la incidencia de la Revolución Cubana en el MIR no es un hecho excepcional, solo es más visible que en las demás organizaciones políticas chilenas.

El especialista de la historia de relaciones internacionales, Robert Frank usa este concepto para hablar, por ejemplo, de la «dinámica comunista» o de la «dinámica tercermundista». Este concepto, empleado en el marco de una historia de las relaciones internacionales «real-idealista» y «dialéctica» —según la expresión utilizada por Frank— puede enriquecer y matizar la herencia de la aproximación realista, al tomar en cuenta «las correlaciones de poder reales (que) no sólo son mecánicas [...] sino también fundadas en el ideal, la identidad, la imagen, la toma de conciencia. Hasta tal punto que la problemática de las fuerzas profundas, que incluye la ideología, las percepciones, la sentimentalidad y las ‘emociones’ colectivas, demuestra también la dialéctica de la debilidad del más fuerte y la fuerza del más débil». Robert Frank, «Penser historiquement les relations internationales», Annuaire français des relations internationales, N° 31 (2003), pp. 64-65. 5 En este sentido, el aporte del estudio riguroso y empírico de Miles Wolpin quien trata de la recepción de la Revolución Cubana en Chile por la opinión pública chilena es inestimable. Miles Wolpin, Cuban Foreign Policy and Chilean Politics, Toronto/London: Lexington Books, 1972. 4

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También debemos señalar que los efectos de la Revolución Cubana no fueron ni simultáneos ni idénticos en todo el continente y que se encuentran siempre imbricados tanto con el contexto nacional y regional, como con las mutaciones y cambios de la política exterior cubana6. De modo que los tres registros, las tres escalas —la nacional, la regional y la global— deben ser estudiadas en su interacción e interdependencia y no en términos de jerarquía o subordinación. Para volver al caso del MIR y la incidencia que la Revolución Cubana tuvo en su historia entre 1965 y 1970, en este capítulo abordaremos la cuestión a través de dos registros. En el primero se verá con relación a la ideología, el discurso y el imaginario político. Desde esta perspectiva, Cuba es un referente al cual los miristas adjudican sea el papel de sociedad o revolución ideal, sea el de fuente de inspiración sujeta a la crítica. Es necesario señalar que la Revolución Cubana es un referente, entre otros, sometido a los procesos de selección e interpretación. Paralelamente, y en tanto referente, la experiencia cubana es instrumentalizada para legitimar el discurso de las distintas facciones y grupos al seno del MIR y, por lo tanto, es utilizada como herramienta en las luchas internas al movimiento. En breve, la experiencia revolucionaria cubana es sujeta por parte del mirismo a una recepción activa, variable y compleja que es preciso analizar y contextualizar. El segundo registro en el que abordaremos la relación entre el MIR y es el de las relaciones concretas: viajes de militantes miristas a la isla, relaciones entre la dirección mirista y cubana, financiamientos o armamento que provienen desde el país caribeño, etc. Es un terreno más resbaloso que el anterior, dada la ausencia o inaccesibilidad de archivos chilenos y cubanos sobre este tema. Además, esta dimensión de las relaciones entre el MIR y Cuba se encuentra «contaminada» por los mitos y las operaciones de

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Sobre la evolución de la política extranjera cubana en los años 1960 y 1970 véase Richard Gott, Las guerrillas en América Latina, Santiago de Chile: Universitaria, 1971; William Ratcliff, Castroism and communism in Latin America, 1959-1976. The varieties of Marxist-Leninist experience, Washington: American Enterprise Institute for Public Policy Research, 1976; Thomas Wright, Latin America in the Era of the Cuban Revolution, London: Praeger, 2001. Sobre las relaciones entre Cuba y la URSS, véase Jacques Lévesque, L’URSS et la Révolution cubaine, Montréal: Presses de la fondation nationale des sciences politiques de l’Université de Montréal, 1976; Jonathan Haslam, The Nixon Administration and the Death of Allende’s Chile: A Case of Assisted Suicide, London/New York: Verso, 2005. Un mayor aporte en el estudio de las relaciones entre la izquierda chilena y el régimen castrista constituye la tesis de doctorado de Tanya Harmer, «The Rules of the Game: Allende’s Chile, the United States and Cuba, 1970-1973», London School of Economics and Political Science, 2008. 158

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intoxicación de todo tipo. Solo el cruce de informaciones provenientes de las entrevistas que hemos realizado, los testimonios publicados, la prensa y la bibliografía nos permiten formular algunas hipótesis. A pesar de las dificultades inherentes al tratamiento de este tema, es necesario intentar precisar las repercusiones en el discurso y las acciones del MIR, y los lazos concretos entre este y Cuba. Este capítulo se inicia en el año 1963, lo que nos permitirá esbozar las relaciones entre el régimen castrista y las organizaciones que fundan el MIR dos años más tarde. Las fuentes no abundan, por lo que nos basaremos esencialmente en El Rebelde, portavoz de la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM), la principal organización en la fundación del MIR. También utilizaremos los pocos documentos todavía accesibles del Partido Obrero Revolucionario (POR), organización trotskista que fue otra de las principales formaciones que participaron en la fundación del MIR. Nos referiremos también a los discursos de Clotario Blest, el célebre líder sindical, ex presidente de la Central Única de Trabajadores (CUT), quien desempeña un papel protagónico en la fundación del movimiento. La escasez de fuentes es en gran parte compensada por la riqueza de El Rebelde, ya que en él se reflejan las distintas tendencias de la izquierda radical, desde los disidentes comunistas hasta los socialistas y los trotskistas. El Rebelde es, así mismo, representativo del eclecticismo internacionalista característico de la extrema izquierda a comienzos de los años 1960. Integrar a nuestro período de estudio los años anteriores a la fundación del MIR apunta a la reconstitución del proceso que lo lleva a adoptar la Revolución Cubana como referente revolucionario privilegiado. Esta adopción no es natural ni evidente, puesto que a comienzos de los años 1960 existe una variedad inédita de modelos revolucionarios por seguir, todos igualmente importantes —si no más aún— que la Revolución Cubana. Al alargar el período, lograremos también tomar en cuenta las diferentes lecturas e interpretaciones que la izquierda radical hace de la Revolución Cubana a lo largo de la década de 1960. En un primer momento, nos focalizaremos en los años 1963-1965. Este período está marcado por una progresiva inflexión de los referentes revolucionarios de la VRM, quien pasa de un sincretismo revolucionario, con una leve inclinación por la Revolución China, a la adopción de la Revolución Cubana como referente principal, sin renunciar a los demás. En un segundo momento abordaremos el período posterior a la fundación del MIR (1965-1967), hasta el momento en que la fracción más castrista 159

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del movimiento, liderada por Miguel Enríquez, llega a ocupar su dirección. Durante este período, el nuevo movimiento busca —sin mucho éxito— entablar relaciones con Cuba.

La extrema izquierda chilena y la Revolución Cubana a comienzos de los años 1960 El MIR fue fundado en una década marcada por la internacionalización de la política y por sucesos y procesos —descolonización, conflicto chino-soviético, Revolución Cubana, multiplicación de movimientos guerrilleros— que sacudieron al mundo y al continente y que suscitaron, en Chile, intensos debates teóricos, divisiones y nuevas alianzas en el seno de la izquierda. Un lugar excepcional en los debates y las recomposiciones de la izquierda chilena de los años 1960 lo ocupan las «revoluciones victoriosas». Tal como lo señala Daniel Reis en el caso de los comunistas brasileños, cuyas conclusiones pueden ser aplicadas al conjunto de la izquierda latinoamericana y más aún al caso de un partido pequeño como el MIR, la referencia a las revoluciones victoriosas, estas «vitrinas de la utopía realizada», cumple múltiples funciones. En primer lugar, una revolución victoriosa «abre el campo de lo posible», como diría Sartre, ya que provee a los militantes de la fe necesaria para contrarrestar la incertidumbre inherente a todo proyecto revolucionario. En segundo lugar, las experiencias revolucionarias concretas sirven de «lecciones ejemplares», de «brújulas» en el debate interno, la redacción de documentos teóricos y la formación de los militantes. Por último, las referencias revolucionarias son generadoras de poder. Los dirigentes de los partidos o las distintas facciones que los componen las usan para asentar su posición, callar a las voces disidentes y descalificar los proyectos concurrentes de otros partidos7. Por ahora, nos interesaremos en la relación que las distintas tendencias o líderes de la izquierda radical, quienes convergen en la fundación del MIR, anudan con la Revolución Cubana hasta 1965. Nos referiremos más particularmente al POR trotskista de Humberto Valenzuela y Luis Vitale, a la VRM de Enrique Sepúlveda y a Clotario Blest, presidente de la CUT hasta 1962 y la figura más emblemática entre los fundadores del MIR. Al contrario de lo que se podría pensar, y si comparamos la izquierda radical chilena con los partidos Comunista y Socialista, el interés que ella manifiesta Daniel Reis Filho, A revolução faltou ao encontro. Os comunistas no Brasil, São Paulo: Brasiliense, 1990, pp. 95-96.

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por la Revolución Cubana es tardío y de alguna manera limitado. Sin embargo, y a medida que nos acercamos a la fecha de fundación del MIR, las organizaciones que convergen en ella, manifiestan un entusiasmo cada vez mayor por la revolución castrista. En este apartado, nos interesaremos en las razones que explican la postura reservada que la izquierda radical chilena adopta inicialmente ante el régimen castrista, para luego interpretar la progresiva conversión de la revolución en su principal referente revolucionario. Dichas razones varían de un partido a otro. No obstante, la postura ante Cuba depende, en todos los casos, de dos factores comunes. El primero es la ideología del partido y sus anteriores afiliaciones políticas, que condicionan la lectura que se hace de la experiencia revolucionaria cubana y de la evolución del régimen castrista. El segundo factor es la política latinoamericana de La Habana, así como su actitud frente a la izquierda radical chilena. Señalemos, por último, que en todos los casos, referirse a la Revolución Cubana no equivale a una adhesión ciega a su modelo revolucionario. Se trata más bien de un proceso de recepción activa, condicionada por la cultura política y los objetivos de las distintas organizaciones de la izquierda radical chilena. En un primer momento, la prensa partidaria de la izquierda radical chilena concede a la Revolución Cubana solo algunos comunicados de apoyo a un régimen progresista latinoamericano, producto de una revolución «atípica». En algunos casos, los análisis son reservados e incluso críticos. En paralelo, El Rebelde, portavoz de la VRM, hasta finales del año 1963, destina su sección internacional casi exclusivamente a la Revolución China y al conflicto chino-soviético. La fascinación que la Revolución China ejerce, hasta 1964, en la extrema izquierda chilena es silenciada por la bibliografía existente8. En el marco del presente capítulo, no tendremos la oportunidad de extendernos en este tema9. Señalemos, sin embargo, que las referencias de la extrema izquierda chilena, en particular de la VRM, al PC chino y al conflicto chino-soviético superaron ampliamente, hasta 1964, a las escasas evocaciones de la Revolución Cubana. Esta constatación no

La única excepción es la Tesis de Licenciatura de Iñaki Moulián Jara, «Contextualización, origen y evolución del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile, 1959-1970», Universidad Austral de Chile, 2001. 9 Para una presentación más detallada del lugar que ocupa la Revolución China en el imaginario de la izquierda radical chilena de comienzos de los años 1960, véase Eugenia Palieraki, «Histoire critique de la (nouvelle gauche) latino-américaine. Le Movimiento de Izquierda Revolucionaria dans le Chili des années 1960», Tesis de Doctorado en cotutela: Universidad de París I-Pontificia Universidad Católica de Chile, 2009, capítulo 3. 8

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pierde vigencia en el caso de la futura «generación joven del MIR», cuya figura emblemática es Miguel Enríquez y cuyos miembros se convertirán pocos años más tarde en ardorosos defensores de la Revolución Cubana10. La prolífica presencia del referente chino se debe principalmente a la política de difusión de su experiencia revolucionaria y de propaganda que ese país lleva adelante en América Latina a comienzos de los años 1960; a las perspectivas de financiación y reconocimiento oficial, por parte de China, que la izquierda radical chilena cree entrever durante el mismo período; y por último, al apoyo público del estado asiático a la lucha armada y a su conflicto con la URSS. Pero la desilusión no tarda en producirse. El apoyo de los chinos a la lucha armada —más teórico que real11— y las reticencias de Pekín a reconocer oficialmente a los partidos que adoptan su posición, a menos que tengan una real incidencia en el escenario político nacional, permiten entender el desencantamiento de la extrema izquierda chilena y su gradual alejamiento del referente revolucionario chino12. Contrariamente a la china, la Revolución Cubana y los movimientos de guerrilla latinoamericanos aparecen, hasta 1964, solo a través de escasos artículos más bien lacónicos. Este desinterés tiene dos explicaciones. La primera es la definición política inicial del gobierno revolucionario cubano, así como la forma en que conquistó el poder. La segunda razón reside en las relaciones que traba el régimen cubano con los demás partidos chilenos. En La Habana, la Revolución tarda en definir su régimen. Hay que esperar hasta diciembre de 1961, casi tres años después de la victoria de los revolucionarios, para que Fidel Castro declare su revolución «marxistaleninista». Dicha definición la habían precedido otras dos: en 1960, la definición «democrático-burguesa» de Blas Roca, dirigente del PSP (el PC cubano) y en octubre del mismo año, la de Castro y Guevara, quienes ca-

Véase, por ejemplo, la entrevista con Martín Hernández en Santiago el 16 de octubre de 2004: «Igual la influencia de la discusión chino-soviética es tan importante que toda la gente, el Miguel, el Bauchi, que dicen que renunciaron al PS en el 64, sacan su panfleto y se declaran seguidores de la línea política de los chinos». Hernández era de la «generación joven» del MIR y dirigente muy cercano a Miguel Enríquez. 11 Gott, Las guerrillas, p. 29. Edy Kaufman, «Las estrategias de las guerrillas», Problemas Internacionales, vol. XXI, N° 1 (enero-febrero 1973), p. 17. Stefan Glejdura, La política exterior de la URSS, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1970, pp. 138-139. 12 El PC chino reconoce, por primera vez, en 1968 a tres partidos maoístas en Latinoamérica (Brasil, Colombia, Perú), que eran también los únicos que habían logrado un relativo éxito en sus países. Gott, Las guerrillas, p. 30. 10

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racterizaron «su» revolución como «vía ininterrumpida al socialismo»13. Las definiciones contradictorias siembran la duda en los rangos de la izquierda marxista chilena, y a fortiori en sus corrientes más radicales y puristas. El malestar que produce la Revolución Cubana se alimenta de los primeros textos de Guevara, que defienden la primacía de la acción sobre la teoría y el desarrollo mismo de la Revolución Cubana, que no parece encajar con la concepción marxista de lucha de clases y el leninismo más ortodoxo14. En efecto, las acciones armadas de los barbudos —desde el asalto al cuartel Moncada hasta la guerra de guerrillas rural— son difíciles de asemejar a los medios y repertorios de acción habitualmente utilizados por las organizaciones marxistas, quienes privilegian la insurrección proletaria y urbana. Causa adicional de la desconfianza que suscita la Revolución Cubana en los rangos de la izquierda radical chilena a comienzos de los 1960, es la orientación política de los partidos chilenos con los que La Habana se relaciona. Lejos de limitarse a algunos partidos que se reivindican «revolucionarios», el gobierno cubano privilegia los lazos con un amplio abanico político. Aparte de sus cordiales relaciones con el PC y el PS, Castro intenta también acercarse a la Democracia Cristiana (DC) y al Partido Radical. Las visitas de líderes democratacristianos a la isla son frecuentes entre 1959 y 1964, antes de que la DC rompa sus relaciones con Cuba. Al contrario, la izquierda radical, por revolucionaria que sea, no forma parte del club de invitados de honor del gobierno de Castro15. La política de los «invitados oficiales» es, para el gobierno cubano de comienzos de los 60, un eficiente medio de conservar y alimentar simpatías. Cuba aspira, ante todo, a afianzar el apoyo de políticos latinoamericanos para contrarrestar el peso de Estados Unidos en las instancias internacionales, tras la intención pública de Washington de excluir a la isla de ellas. Así, hasta 1962, año de exclusión de Cuba de la OEA, Castro privilegia las relaciones con los partidos de masas que sean de izquierda o centro, en función del lugar que ocupan en el escenario político nacional e internacional.

Joseph Love, «Economic ideas and ideologies in Latin America since 1930» en Leslie Bethell (Coord.), Ideas and Ideologies in Twentieth Century Latin America, Cambridge: Cambridge University Press, 1996, p. 256. 14 Matt D. Childs, «An historical critique of the emergence and evolution of Ernesto Che Guevara’s Foco Theory», JLAS (Journal of Latin American Studies), Vol. 3, N°27 (1995), pp. 605 y siguientes. 15 Wolpin, Cuban Foreign Policy, pp. 44-47. 13

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La extrema izquierda chilena adopta ante Cuba una postura de apoyo simbólico, en el caso de la VRM de Enrique Sepúlveda, o de distancia crítica, como el POR trotskista, donde militan el sindicalista Humberto Valenzuela y el historiador Luis Vitale. La postura reservada del POR procede, en parte, de la actitud abiertamente hostil de Fidel Castro hacia los trotskistas cubanos16. Por otro lado, la Revolución Cubana representa una «herejía» desde el punto de vista de la teoría marxista, a la que los trotskistas atribuyen una gran importancia. La segunda dimensión se hace evidente al leer Frente Obrero, portavoz del POR. En un artículo publicado en junio de 1961, el POR reconoce que Cuba es ciertamente «un Estado obrero», no obstante «un Estado obrero deformado», al igual que la URSS o China. Las «deformaciones» del Estado cubano se deben, según el POR, a la ausencia de un partido marxista revolucionario en su dirección. Sin embargo, el POR considera positivos los efectos que la Revolución Cubana produce en el continente. Estima que el castrismo, ala radical del populismo, puede provocar nuevas escisiones en esta corriente, que darán a su vez luz a nuevos movimientos radicales. El papel de los trotskistas, en tanto vanguardia consciente, será entonces de asumir la dirección de los sectores radicalizados del populismo, para llevarlos hacia la revolución socialista17. Pero esta postura crítica se va matizando para ceder el paso a una adhesión cada vez más entusiasta a la causa cubana. Diversas razones pueden explicar dicho cambio de actitud del trotskismo latinoamericano. Una de las principales es el alejamiento de Michel Pablo de la dirección de la IV Internacional después del fracaso de la experiencia argelina y del derrocamiento de Ben Bella. Pablo, bastante crítico hacia Cuba, se compromete fuertemente en Argelia, considerando al gobierno de Ben Bella más prometedor y revolucionario que al de Castro. La caída de Ben Bella, el alejamiento de Pablo de la dirección de la IV Internacional y su reemplazo por una nueva generación más tentada por la «vía armada» guevarista, conducen al cese de las reticencias hacia la Revolución Cuba-

Robert Alexander, «El trotskismo en América Latina», Problemas Internacionales, vol. XIX, N° 3, (mayo-junio de 1972), p. 30 y Gary Tennant, «El Che Guevara y los trotskystas cubanos», 20 de julio de 2008, en Archivo Chile, www.archivochile. com, p. 2. 17 Capítulo publicado en el N° 57 de Frente Obrero y reproducido en «Chilean trotskists defend the Cuban Revolution», International Socialist Review, Vol. 22, N° 3 (verano de 1961), pp. 85-88. 16

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na18. Al mismo tiempo, el argentino Nahuel Moreno, ferviente admirador de Cuba, asume la dirección de los partidos latinoamericanos afiliados a la IV Internacional y funda el Secretariado Unificado (SU) en 1963, cuyo objetivo es la creación de movimientos armados a lo largo del continente19. En Chile, el POR se afilia al SU. Las relaciones de Moreno con Cuba no siempre son idílicas, pero el argentino está dispuesto a pasar por alto las medidas represivas contra los trotskistas cubanos. A diferencia del POR, la VRM no está afiliada a la IV Internacional. Es cercana al ala izquierda del PS chileno y adopta, por lo tanto, una actitud menos ideológica y reservada que la del POR hacia la Revolución Cubana, influenciada por el entusiasmo que los socialistas chilenos manifiestan ante ella. En efecto, el interés y luego la admiración del PS por la Revolución Cubana es precoz. En 1959, el PS chileno celebra fogosamente la victoria de los barbudos, porque desde 1957, el partido y su juventud mantienen estrechos vínculos con el M26 cubano20. El entusiasmo del PS por la victoria de los revolucionarios cubanos se traduce, entre otras cosas, en una política de difusión en Chile de la experiencia revolucionaria caribeña. De modo que los socialistas contribuyen de manera decisiva a la popularización de la Revolución Cubana en el país. Dicha difusión explica por qué la extrema izquierda ha estado pronto en posesión de informaciones y documentos, difícilmente accesibles sin un lazo orgánico con La Habana. Debates, conferencias, revistas, diarios, todo el aparato de propaganda del PS se pone al servicio de la Revolución desde 1959. En este marco, el Instituto Popular de Chile, fundado por el PS, desempeña un papel decisivo21. El PS refuerza su red de difusión con la fundación del Instituto Lenin en 1961, cuyo objetivo es la formación ideológica y teórica Entrevista con Daniel Bensaïd, París, 3 de febrero de 2005. Sobre el apoyo de Pablo a la causa argelina y su alejamiento de la dirección de la IV Internacional, ver Sylvain Pattieu, «Le ‘camarade’ Pablo, la IVe Internationale et la guerre d’Algérie», Revue historique, Vol. CCCV, N° 3, pp. 695-729. 19 Ronaldo Munck, Revolutionary trends in Latin America, Montreal: McGill University, Center for Developing-Area Studies, 1984, pp. 91 y siguientes, y Osvaldo Coggiola, El trotskismo en América latina, Buenos Aires: Magenta, 1993, pp. 51 y siguientes. 20 Jorge Valle y José Díaz, Federación de la Juventud Socialista. Apuntes históricos 1935-1973, Santiago de Chile: Documentas, 1987, p. 43. 21 Véase por ejemplo Fidel Castro, Osvaldo Dorticós, Che Guevara, Carlos R. Rodríguez hablan para el Instituto Popular de Chile: 2a. Declaración de La Habana, Santiago de Chile: Instituto Popular de Chile, 1972, con una introducción de Salvador Allende. Sobre el Instituto Popular de Chile ver Wolpin, Cuban Foreign Policy, p. 43. 18

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de sus militantes más jóvenes y en cuyo marco se organizan numerosas conferencias sobre Cuba22. Más allá de la política oficial del PS, cuantiosas iniciativas son tomadas por los militantes socialistas a nivel local. Con el apoyo de La Habana, que desde 1959 desarrolla una política de propaganda a nivel latinoamericano, las secciones del PS empiezan a compilar documentación proveniente de Cuba. Renato Araneda, cuadro socialista en la región de Arauco y a partir de 1967 miembro del aparato militar del MIR, evoca las vías por las que le llegaban los libros y revistas cubanos: En el año 63, 64 yo organizo el Instituto Chileno-Cubano de Solidaridad de los Pueblos y estoy en comunicación con el INCAP cubano, que era el Instituto de Amistad con los Pueblos organizado por Cuba. Y ahí me enviaban muchísimo material: el periódico Granma, la revista Bohemia, los periódicos que en aquél tiempo publicaban los cubanos. Y me llegaban películas [...] e íbamos a la mina o a alguna empresa para repartir los diarios y las revistas. [...] —¿Y cómo se establecieron los contactos con Cuba? —Fue en Concepción. Sí, fue a través de la Universidad de Concepción, a través de la gente de la Universidad de Concepción, que tenían también comunicación, que recibían también materiales. Y también a través del propio PS. De la dirección nacional del PS. Entonces, ahí ayudaba mucho el Instituto Chileno-Cubano, con sus textos, los libros que nos mandaban, de repente llegaban sus manualcitos. Cuba escribió mucho sobre la experiencia guerrillera propiamente tal23.

La cercanía que los socialistas sienten con la isla se basa, ante todo, en la tradición tercermundista y latinoamericanista del PS y la simpatía espontánea que sus dirigentes manifiestan ante toda lucha de liberación nacional24. Una lectura similar de la Revolución Cubana aparece tres años más tarde, en 1962, en El Rebelde, que publica el discurso de Enrique Sepúlveda en un acto de apoyo a la Revolución Cubana y de conmemoración de la Bahía de Cochinos, conjuntamente organizada por el PC, el PS y la 22 23 24

Valle y Díaz, Federación, pp. 43 y siguientes. Entrevista con Renato Araneda, en Santiago, 18 de diciembre de 2004. Sobre la dimensión latinoamericanista de la Revolución Cubana, véase Alfonso Lessa, La revolución imposible. Los Tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay en el siglo XX, Montevideo: Fin de Siglo, 2003 y Mario Benedetti, «El estilo joven de una revolución», Cuadernos de Marcha, N° 3, (julio de 1967), pp. 15-19. 166

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VRM. La Revolución Cubana, sin embargo, no interpela a Sepúlveda por su producción teórica a favor de la «vía armada», sino por su capacidad a resistir a Estados Unidos25. Adicionalmente, el apoyo a Cuba no se inserta en el marco de una sumisión de la izquierda radical chilena a un nuevo centro de poder revolucionario. El fervor manifestado no impide que Sepúlveda considere la especificidad del contexto chileno. La conjunción de nacionalismo y latinoamericanismo aparece claramente en las páginas de El Rebelde, como por ejemplo en este llamado a los nuevos militantes: Ingrese a la Vanguardia Nacional Marxista. Puede ingresar todo obrero, campesino, empleado y estudiante que desee hacerlo y que quiera forjar una patria nueva por el camino de Cuba y al estilo chileno26.

En la misma época aparecen en El Rebelde las referencias a las guerrillas latinoamericanas, consideradas como la manifestación de un movimiento de liberación nacional a nivel continental27. Cuba es ante todo la prueba de que la victoria, en el campo de batalla contra Estados Unidos, es posible. Por último, es también la encarnación de la posible construcción de un estado socialista con el apoyo de la URSS, pero sin someterse a ella. Esta perspectiva seduce a la extrema izquierda, cuyas relaciones con el PC dejan mucho que desear. El referente cubano —recordémoslo, marginal hasta 1963 en las páginas de El Rebelde— es igualmente interpretado a la luz de la coyuntura política chilena. Se vuelve, entre las manos de la VRM, un arma contra el PC chileno. A los dirigentes de la VRM no les cuesta encontrar en los discursos de Fidel Castro vehementes ataques contra los comunistas, en particular hacia los cubanos del PSP. Estos ataques son reutilizados por la VRM contra los comunistas chilenos, sin que ello sea una prueba de la adhesión acrítica de la VRM a la «revolución de Castro». Los numerosos e interminables discursos de Castro son sometidos a un proceso de 25

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«En abril, se cumple un año del fracaso de la intervención norteamericana, en la República Socialista de Cuba. (...) Recuerde el pueblo chileno esta fecha que es la ocasión en que firmemente se clava la antorcha de la libertad americana, en defensa del bastión más puro de la revolución de este continente que se extiende como reguero de esperanza convertida en fuerza incontenible de los pueblos tras su liberación». El Rebelde, N° 7 (20 de abril de 1962), p. 2. El Rebelde, N° 4 (31 de marzo de 1962), p. 1. La primera referencia de El Rebelde a una guerrilla es a la del trotskista peruano Hugo Blanco. El caso es, no obstante, algo particular, ya que este movimiento no es apoyado por La Habana y se trata más de una lucha sindical que de un foco rural. El Rebelde, N° 13 (29 de marzo de 1963), p. 3. 167

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selección, en función de las metas políticas de la VRM y a fin de legitimar sus propias opiniones y posicionamientos28. Tal como lo señala Ricardo Frödden, cuadro del MIR a partir de 1967: Yo creo que la revolución cubana tuvo un impacto tremendo en América Latina en su conjunto y todo grupo político nuevo que surgía, tomaba y trataba de entender y analizar la Revolución Cubana, no era una cosa que era para hacer la Revolución Cubana sino que entraba a cuestionar las tácticas tradicionales de izquierda y repensar el quehacer político29.

La ausencia de lazos directos entre la VRM y Cuba facilita, sin lugar a dudas, la reinterpretación de su revolución y su lugar en el tablero internacional30. El progresivo acercamiento de la izquierda radical chilena a Cuba se relaciona también con la reorientación de la política latinoamericana del gobierno cubano. Cada vez más aislado en América Latina, Castro se siente también defraudado por la actitud soviética durante la crisis de los misiles. Las tensiones con la URSS se reflejan en las relaciones cada vez más tensas que Castro tiene con el PS y con los PC latinoamericanos. Con el fin de dar muestras de su independencia de la URSS, hace público su apoyo a la izquierda armada latinoamericana. Y es justamente este apoyo —publicitado en la prensa internacional y en la literatura procastrista— el que llama la atención de la izquierda radical chilena. Ella espera tener derecho al mismo tratamiento favorable que sus correligionarios de otras latitudes. En otro caso, la VRM evoca la Revolución Cubana para contestar el papel de vanguardia que el PC pretende desempeñar en Chile. El Rebelde, N° 17 (septiembre de 1963), p. 2: «El ejemplo de Cuba comprueba cabalmente que si una organización considerada de vanguardia no desempeña su Papel en la revolución, otra fuerza surge para sustituirla. FIDEL CASTRO y sus compañeros no pertenecían al PC cubano se lanzaron a la lucha por derribar a Batista. Lo que está pasando hoy, en América Latina, muestra que nuevas corrientes revolucionarias surgen donde fracasan los partidos que se dejan envolver por el oportunismo». 29 Entrevista con Ricardo Frödden, en Santiago, 2 de febrero de 2005. Véase también Luis Vitale, Contribución a la historia del MIR (1965-1970), Santiago de Chile: Instituto de Investigación de Movimientos Sociales «Pedro Vúskovic», 1999, pp. 8 y siguientes. 30 Aparte del viaje de Enrique Sepúlveda a Cuba en julio de 1963, ningún otro contacto con la isla es mencionado en El Rebelde y todas las entrevistas que realizamos corroboran este hecho. Además, es revelador el hecho de que la VRM no forme parte de los invitados del 2do Congreso de la Juventud Revolucionaria Latinoamericana, organizado en Santiago en marzo de 1964 por el PC y el PS, y donde el invitado de honor es Cuba. El Rebelde, N° 23 (marzo de 1964), p. 2. 28

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El cambio de la política cubana de los «invitados oficiales» parece justificar las esperanzas de la izquierda radical chilena. Los partidos de extrema izquierda, anteriormente excluidos, son en adelante recibidos en La Habana. En 1963, Enrique Sepúlveda es oficialmente invitado a los actos de conmemoración del 26 de julio31. Además, las declaraciones de Castro, quien dice tener la firme intención de abrir su bolsa a toda organización de izquierda armada32, alimentan las esperanzas de la VRM de obtener un apoyo financiero de parte de los cubanos, apoyo nada desdeñable en el caso de una pequeña organización. Las esperanzas de la VRM no serán, sin embargo, hechas realidad. Clotario Blest, figura emblemática del sindicalismo chileno y uno de los principales artesanos de la alianza entre los partidos y movimientos que participarán en la fundación del MIR, es una excepción en lo que respecta a las iniciales reservas manifestadas por la izquierda radical hacia la Revolución Cubana. Blest es uno de los «invitados oficiales» del régimen desde 1959 y, sin lugar a dudas, uno de los chilenos más radicales que visitan la isla inmediatamente después de la toma del poder revolucionaria. Blest expresa, desde 1960, un entusiasmo sin límites por la revolución caribeña. Sin embargo, sus visitas oficiales a la isla no se deben a sus posiciones políticas radicales, sino a su cargo de presidente de la CUT33. Al invitar a Blest, el gobierno cubano es fiel a su política de

El testimonio de Sepúlveda, tras su regreso a Chile, es revelador. La lectura que él hace de la Revolución Cubana es condicionada por su propia cultura política trotskista (reflejada en su interés por la democracia directa cubana) y sus objetivos políticos nacionales (atacar al PC y el PS). «Deseo manifestar a los lectores de ER la extraordinaria transformación experimentada por los obreros y campesinos por el pueblo cubano, durante este proceso. [...] La democracia DIRECTA DEL PUEBLO CUBANO son los CDR, los organismos sindicales centralizados en la CTC revolucionaria, las Asambleas de la Producción, las Jucei, las Milicias Obreras y populares armadas, los miembros del Ejército Rebelde. En la cúspide de esta auténtica DEMOCRACIA DIRECTA socialista está el Gobierno revolucionario… ¿Cree Ud que les sería útil elegir ‘senadores y diputados’ corrompidos, con sueldos millonarios, encargados de RESTABLECER LA DEMOCRACIA BURGUESA y la propiedad capitalista?». El Rebelde, N° 17 (septiembre de 1963), p. 1. 32 Véase por ejemplo el discurso del 26 de julio de 1963 de Fidel Castro, cuyos extractos son publicados en El Rebelde, N° 15 (julio de 1963), p. 1: «Nosotros sabemos, por experiencia y por convicción, de que todo pueblo que haga lo que ha hecho el pueblo cubano tendrá el apoyo decidido de la Unión Soviética». 33 Sobre el viaje de Blest a Cuba, durante el cual participa en el 1er Congreso latinoamericano de la Juventud véase Wolpin, Cuban Foreign Policy, p. 55 y Maximiliano Salinas, Clotario Blest, Santiago de Chile: Arzobispado de Santiago, 1980, pp. 229 y siguientes. 31

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establecimiento de vínculos estrechos con organizaciones de masas —partidos o sindicatos— de izquierda y centro. En lo que respecta al propio Blest, aunque la Revolución Cubana contribuye ciertamente a su radicalización política, el dirigente sindical no ve en ella un modelo revolucionario (la guerra de guerrillas y la lucha armada) exportable a Chile. Así, en un discurso pronunciado el 7 de noviembre de 1960, Blest señala que «Santiago será en este país la Sierra Maestra que aplastará a la reacción y aplastará al Señor Alessandri y sus corifeos»34. Dicho de otro modo, la Revolución de Blest es la de los trabajadores, de los obreros, una insurrección urbana y no un foco guerrillero en los Andes chilenos35.

La Revolución Cubana en la fundación del MIR: ¿un amor unidireccional? En la fundación del MIR, en 1965, se siente el peso de la coyuntura internacional. Ello se percibe claramente en sus textos fundacionales, comenzando por su Programa36. De hecho, el documento inicia con los posicionamientos internacionales del MIR, haciendo una extensa referencia al conflicto sino-soviético y a la postura del MIR hacia China. La presentación de la coyuntura nacional ocupa el segundo lugar. El apoyo más entusiasta es adjudicado a Cuba. Al leer el documento, se hace evidente que la izquierda radical se siente seducida por los financiamientos cubanos a los movimientos guerrilleros latinoamericanos, por la radicalización política del régimen a partir de 1962 y por sus intrincadas relaciones con el PCUS y el PSP. Los fundadores del MIR están convencidos de que se trata de una revolución auténtica que merece su más vehemente apoyo, actitud que contrasta con la desconfianza expresada a comienzos de los años 1960:

Luis Vitale, «Los discursos de Clotario Blest y la Revolución Chilena», en Archivo Chile, http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/html/vitale_l.html, p. 3. 35 Véase también la Tesis de Licenciatura en Historia de Rubén Álvarez Alarcón, «Formación y fundación del MIR: de Clotario Blest a Miguel Enríquez (19651967)», Pontificia Universidad Católica de Chile, 1999, pp. 9-11. 36 Dos textos aprobados en el 1er Congreso del MIR hacen referencia a su posición internacional. «Imperialismo, colonialismo y revolución mundial. Tesis aprobada en el Primer Congreso del MIR», en El Rebelde. Órgano oficial del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, N° 32 (septiembre de 1965), p. 3. Y MIR, Programa del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, agosto de 1965, en Archivo Chile, www.archivo-chile.com. Ambos serán aquí utilizados. 34

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El MIR proclama su apoyo a la Revolución Cubana por entender que sus métodos de lucha insurreccional, liquidación de la oligarquía y burguesía nacionales, actitud antiimperialista y formas de construcción del socialismo, incluyendo sus propósitos de no permitir el sectarismo ni el burocratismo, constituyen un ejemplo para la conducta de los revolucionarios del continente37.

No obstante, no se trata de una adhesión incondicional a la «vía cubana». Más adelante en el Programa, se aclara que el MIR tiene que «conservar la independencia para resolver su propia política nacional»38. Es preciso preguntarse respecto a los orígenes y causas de esta búsqueda mirista de independencia de Cuba y de los demás centros de la revolución socialista. Un primer elemento de explicación es la propia composición del MIR: la diversidad de los orígenes políticos de sus miembros (procastristas, prochinos, prosoviéticos y algunos anarquistas), hace necesaria la toma de distancias y la no identificación con un solo modelo revolucionario, si se quiere preservar la cohesión de la nueva organización política. Otro elemento de explicación, tal vez el principal, es el peso decisivo de los trotskistas en la redacción del Programa. Su influencia es perceptible en la interpretación del proceso revolucionario cubano, considerado como una «insurrección», lectura que refleja la cultura política trotskista y «octubrista» de los redactores del Programa. Esta interpretación se opone, dicho sea de paso, a la lectura foquista del mismo Guevara, que es también en 1965 la lectura oficial del régimen cubano. Así lo afirma el principal redactor del Programa, Luis Vitale: «El MIR es uno de los pocos después de la revolución cubana que no es foquista, además lo dice explícitamente»39. Sobre este punto particular aparece el primer desacuerdo entre Luis Vitale y Miguel Enríquez, destacada figura de la «generación joven» del movimiento izquierdista. Este último, en el Congreso fundacional del MIR, intenta hacer aprobar una tesis político-militar de notoria orientación foquista, pero se tropieza con la oposición más tajante de la «vieja generación». Los «viejos» temen una «desviación foquista» del MIR, MIR, Programa, p. 2. Ibid. Véase también «Imperialismo, colonialismo», p. 3 «Los partidos de vanguardia deben buscar su inspiración en la realidad nacional y su programa en la tradición del movimiento obrero internacional». 39 Entrevista con Luis Vitale. 37 38

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tal como se produjo en otros países del continente, donde movimientos guerrilleros fueron instalados antes de que la realidad social y política del país les fuera propicia40. Entre los integrantes del Congreso fundacional, nadie se pronuncia abiertamente contra la «vía armada», pero la mayoría considera —contrariamente a la teoría del foco que aboga por la inmediatez— que hay que esperar un momento más propicio para emprenderla. En el Programa del MIR, la referencia a la Revolución Cubana sirve, ante todo, para atacar el PC chileno y su «vía no armada». Cuba da peso a los argumentos miristas, es su principal fuente de legitimidad. En breve, los redactores del Programa del MIR adaptan su lectura de la Revolución Cubana a su propia cultura trotskista y socialista, así como a los debates sobre «vía pacífica» y «vía armada» que dividen en ese entonces a la izquierda chilena. Más allá de los debates teóricos, existen también razones concretas que motivan el apoyo crítico a la Revolución Cubana. La independencia mirista de Cuba se puede entender, simplemente, porque en los hechos no existe ningún lazo entre la isla y la nueva organización. Excepto Clotario Blest y Enrique Sepúlveda, ningún otro miembro del Comité Central fue oficialmente invitado a La Habana. Por lo demás, no existe perspectiva inmediata alguna de obtención de financiamientos o de reconocimiento oficial de parte de La Habana, ni siquiera de envío de militantes a los cursos de guerrilla proporcionados por la isla41. Inclusive los dirigentes de la «generación joven», quienes son los más fervorosos defensores de la «vía cubana» —Miguel Enríquez, Luciano Cruz, Bautista van Schouwen— aún no habían visitado Cuba. Su primer viaje tendrá lugar en 1967 o 1968. La única excepción es Andrés Pascal Allende, sobrino de Salvador Allende, quien hace una estadía en Cuba en 1962, siendo entonces militante de la Juventud Socialista42. Vitale, Contribución, p. 13. La ausencia de vínculos orgánicos con Cuba es corroborada por Humberto Sánchez, miembro de los servicios de inteligencia cubanos y cercano colaborador de Manuel Piñeiro, quien era el encargado de las relaciones de Cuba con los movimientos latinoamericanos de izquierda armada. En la entrevista que nos concedió, Sánchez aclaró que: «No teníamos relaciones nosotros. [...] Ya te digo la primera visita de Miguel es en el 67. Fueron muy sólidas a partir del triunfo de la UP». Entrevista con Humberto Sánchez, La Habana, 22 de diciembre de 2005. Esta información la corroboraron Luis Vitale y Andrés Pascal. 42 «Esto fue en el año 62, fue entre Bahía Cochinos, y la crisis de los misiles. En ese año. Y era una época muy fantástica, de un entusiasmo revolucionario, me metí en las milicias [...] Y al año decidí que no podía usufructuar de una revolución ajena, y me vine hacer la revolución aquí». Entrevista con Andrés Pascal Allende, en Santiago, 2 de febrero de 2005. 40 41

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Por otra parte, los militantes que provienen del POR siguen siendo críticos de la Revolución Cubana. Para ellos, la ausencia de un partido marxista-leninista en la dirección, las «tendencias bonapartistas»43 de Fidel Castro y la antipatía visceral que este sigue manifestando hacia los trotskistas, no solo cubanos sino también latinoamericanos, no dejan de suscitar desconfianza44. Adicionalmente, lo que se percibe a lo largo del Programa del MIR es que los efectos que el proceso revolucionario cubano produce en el continente interesan aún más que el proceso mismo. Las referencias a las organizaciones que nacen con el sello de Cuba son más abundantes. En efecto, los fundadores del MIR están sobre todo atentos a las evoluciones políticas de los países vecinos, particularmente Argentina y Perú, así como a las posibles colaboraciones con los partidos recién fundados allí. La adopción del nombre Movimiento de Izquierda Revolucionaria también refleja el afán latinoamericanista de sus fundadores, ya que evoca los MIR peruano y venezolano. Sin embargo, proclamada la independencia del MIR, la ausencia de filiación internacional también acarrea dificultades en el plano financiero y carencia de legitimidad ante los demás partidos. Sin lugar a dudas, Cuba es la opción más tangible para remediar estos problemas. El acercamiento del MIR a la isla no depende, no obstante, única y exclusivamente de la voluntad de los miristas, sino también de la política cubana hacia las izquierdas latinoamericanas. Es preciso hacer aquí un paréntesis para presentar la evolución de dicha política, paréntesis necesario para abordar luego la evolución de las relaciones del MIR con Cuba entre 1965 y 1967.

Cuba y las izquierdas latinoamericanas: ¿un internacionalismo desinteresado? Hasta la década de 1980, las relaciones entre el régimen cubano y las izquierdas latinoamericanas eran estudiadas a partir de dos presunciones: la constante voluntad de Cuba de exportar su revolución a todos los países latinoamericanos y las estrechas relaciones entre aquella nación y la URSS. Estas dos hipótesis, a menudo consideradas como hechos comprobados, se conjugaban de distintas maneras según la orientación política de los Este concepto se utiliza en el mismo sentido que le había atribuido Trotski, ver León Trotski, «Bonapartisme bourgeois ou bonapartisme soviétique», en Bolchevisme contre stalinisme, Paris: Ed. de la Taupe Rouge, 1977. 44 Sobre las relaciones de Castro con la IVa Internacional, véase Tennant, «El Che Guevara», p. 4. 43

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autores que trataban el tema. Para los autores latinoamericanos de derecha y algunos centros de investigación estadounidenses financiados por el Pentágono, los intentos de Cuba de fomentar la insurrección en América Latina hacían parte de la política soviética de desestabilización del campo adverso45. En estos trabajos, la política cubana era presentada como peón de la política de la URSS46. Al contrario, para los autores de izquierda radical y simpatizantes de los movimientos guerrilleros, la ayuda concedida por la isla a los movimientos insurreccionales del continente, era prueba tanto de su internacionalismo desinteresado como de su independencia de la URSS. Esta última es presentada como por definición, hostil a la lucha armada y exclusivamente comprometida en la promoción de su doctrina de «coexistencia pacífica» por medio de los partidos comunistas. Los mismos autores han impuesto una visión simplista de las relaciones entre Cuba y los PC latinoamericanos, considerando a los últimos como simples peones de la política soviética. Por consiguiente, las tensiones entre Castro y los dirigentes comunistas latinoamericanos son a la vez magnificadas y presentadas como síntoma de la resistencia de Castro a las presiones de una URSS «reformista», que gracias a la colaboración de los PC obstruyó los afanes revolucionarios que ganaban terreno en el continente. Estudios más recientes, realizados en parte gracias a la apertura de los archivos soviéticos y a la desclasificación de los archivos estadounidenses y europeos, han logrado hacer un balance menos maniqueo de la política latinoamericana de Cuba en los años 1960-70. Pero ante todo, dichas investigaciones han subrayado la necesidad de historizar y contextualizar la política del régimen castrista hacia las izquierdas del continente, política que ha atravesado varias etapas, sufrido importantes cambios y que no carece de contradicciones. Ello ha permitido estudiar, desde un ángulo innovador, las relaciones triangulares entre el régimen castrista, los movimientos guerrilleros y los PC latinoamericanos. Una de las conclusiones es que Castro, lejos de ser un internacionalista desinteresado, siempre ha procurado hallar en sus relaciones con las izquierdas latinoamericanas un Jon D. Cozean (et al.), Cuban guerrilla training centers and Radio Habana; a selected bibliography, Washington: American University, 1968; Peter Paret y John Shy, Guerrillas in the 60’s, New York: Center for International Studies, Princeton University, Praeger, 1962; Fauriol, Latin American Insurgencies y John McCuen, The art of counter-insurgency war; the strategy of counter-insurgency, Harrisburg: Stackpole Books, 1966. 46 Para una crítica de esta interpretación, véase Harmer, «Rules of the Game», pp. 11 y siguientes. 45

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medio de consolidación de su régimen y de lucha contra el aislamiento internacional de Cuba. Las recientes investigaciones han permitido, por lo demás, reconsiderar las relaciones entre Cuba y la URSS, afirmando que la primera no era un satélite de la segunda, sino que disponía de una cierta independencia en su política extranjera, estando a la vez obligada a tomar en cuenta las expectativas soviéticas47. Resumiremos aquí la evolución de la política cubana hacia las izquierdas latinoamericanas, para poder entender y contextualizar las relaciones entre el MIR y Cuba, las cuales se crean progresivamente en la segunda mitad de los años 1960. A partir de la victoria de los barbudos, Cuba recibe con los brazos abiertos a todos los aprendices revolucionarios y políticos progresistas48. Esta política apunta al establecimiento de estrechos vínculos con partidos, movimientos de izquierda, sindicatos y organismos profesionales, cuyos representantes visitan la isla. Hay dos aspectos en esta política, el primero público o «diurno» y el segundo oficioso o «nocturno». En el «diurno» se incluye a los «invitados oficiales» que ya señalamos, así como a todos los que participan en las reuniones latinoamericanas organizadas en Cuba, ya sean políticas, sindicales, profesionales o artísticas. La operación de seducción tiene por objeto la promoción del «Primer territorio libre de América» ensalzado por los visitantes al regresar a sus países respectivos. El pendiente «nocturno» se relaciona con los visitantes que frecuentan los campos de instrucción guerrillera, creados desde 195949. Los guerrilleros aprendices llegan de todos los países del continente, pero en su mayoría provienen de aquellos más cercanos a Cuba, que son también prioritarios en la política latinoamericana de La Habana. Entre 1960 y 1965, que es también la edad de oro del apoyo cubano a las guerrillas rurales, los primeros focos son creados en Colombia, Venezuela y Véase el interesante testimonio del ex agente de la KGB, Nikolai Leonov. Nikolai Leonov, «La inteligencia soviética en América Latina durante la Guerra fría», Estudios Públicos, N° 73 (verano de 1999), pp. 31-63; la Tesis de Licenciatura de Claire Lagonotte, «L’URSS et Cuba 1959-1972. Des relations originales», Universidad París I, 2003 y Harmer, «Rules of the Game». 48 Sobre el número de chilenos que viajaron a Cuba a inicios de los años 1960 (número, en mucho, inferior al de visitantes de otros países latinoamericanos y cuya mayoría eran invitados oficiales o estudiantes), véase Wolpin, Cuban Foreign Policy, p. 43. 49 Sobre los campos de instrucción militar en Cuba, véase U.S. Congress House. Committee on Foreign Affairs, Castro-Communist Subversion in the Western Hemisphere. Hearings before the Subcommittee on Inter-American Affairs of the Committee on Foreign Affairs, House of Representatives, 88th Conf. 1st sess., 1963, p. 272. 47

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Guatemala50. Varios de sus integrantes ya han transitado por los campos de instrucción cubanos. Fidel Castro se interesa ante todo por América Central y por la parte septentrional de América del Sur, es decir, por el Caribe. Dicha concentración espacial de la actividad guerrillera en los países limítrofes con Cuba no tiene sino una excepción: el foco guerrillero dirigido por Jorge Ricardo Masetti en el noroeste argentino, a partir de septiembre de 196351. La operación —un fracaso rotundo, cuya trágica conclusión se produce en abril de 1964— es, en realidad, apoyada sobre todo por Ernesto Guevara, íntimo amigo de Masetti. Es necesario, no obstante, esclarecer aún más el contexto del apoyo cubano a las guerrillas rurales. En un primer momento, este se limita a la instrucción de guerrilleros latinoamericanos en el territorio cubano. Este período coincide con los intentos de Castro de conseguir la tolerancia de Estados Unidos hacia su régimen. Pero la actitud abiertamente hostil de Washington, con el desembarco en Bahía de Cochinos y la exclusión de Cuba de la OEA, también apoyada por la aplastante mayoría de los gobiernos latinoamericanos, lleva a Castro a optar por una estrategia ofensiva52. Los movimientos insurreccionales, cuya adhesión a la causa cubana es incondicional, se imponen como aliados privilegiados del régimen castrista a nivel latinoamericano. De modo que Cuba decide apoyar estos movimientos con fondos, armas y envío de hombres instruidos militarmente. La eventual victoria de los movimientos armados en la región del Caribe es, en ese momento, considerada por varios miembros del gobierno cubano como el principal medio de romper el aislamiento internacional de Cuba53. Los focos guerrilleros que se instalan en el norte de América Latina (Guatemala, Colombia y Venezuela), hasta 1964, no solo cuentan con el La CIA menciona en un informe de abril de 1965 que la DGI (Dirección General de Inteligencia Cubana), conjuntamente con consejeros soviéticos, habría provisto a la guerrilla venezolana entre 1960 y 1964 con más de un millón de dólares. Ratcliff, Castroism, p. 41 y Lagonotte, L’URSS et Cuba, p. 114. 51 Sobre la guerrilla de Jorge Ricardo Masetti, véase César Daniel Ávalos, La guerrilla del Che y Masetti en Salta — 1964: ideología y mito en el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), Salta, Política y Cultura. Córdoba de la Intemperie, 2005 y Gabriel Rot, Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina: la historia de Jorge Ricardo Masetti y el Ejército Guerrillero del Pueblo, Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 2000. 52 Lagonotte, L’URSS et Cuba, pp. 72-82. 53 Gott, Las guerrillas, pp. 35-36 y Piero Gleijeses, «Cuba’s first Venture in Africa: Algeria, 1961-1965», Journal of Latin American Studies, Vol. 1, N° 28 (1996), pp. 159-195 y Denise Rollemberg, O apoio de Cuba à luta armada no Brasil: o treinamento guerrilheiro, Rio de Janeiro: Mauad, 2001, p. 3. 50

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apoyo cubano, sino también con el de los partidos comunistas de estos países y con la tolerancia de Moscú. Sin apoyar públicamente la lucha armada, la URSS hace llegar a Cuba armas y fondos, sabiendo a ciencia cierta el uso al que están destinados54. La actitud de Moscú es —según las recientes investigaciones— comprensible, dada su necesidad de ganarse los favores de Castro, quien en ese período emprende un peligroso acercamiento con China55. Los partidos comunistas venezolano y guatemalteco participan en las guerrillas, ya sea presionados por sus militantes y ciertos dirigentes deseosos de embarcarse en la lucha armada, o por temor a una probable división del partido y creación de un ala pekinista, puesto que China apoya en ese entonces abiertamente la lucha armada56. En cuanto al PC colombiano, su implicación en la lucha armada data de antes de la Revolución Cubana. El apoyo inicial de los comunistas de estos países a la lucha armada y la tolerancia de Moscú hacia la «vía cubana» alimentan las esperanzas e ilusiones de los guerrilleros, quienes creen que una vez conquistado el poder, la URSS apoyará la construcción del socialismo en los países latinoamericanos, tal y como lo hizo en Cuba57. Sin embargo, la luna de miel entre los comunistas, Moscú y las guerrillas es de corta duración. Los anhelados éxitos militares y políticos no acuden a la cita, lo que incita a los PC a abandonar poco a poco los focos rurales. Moscú, por su parte, en el marco de la «coexistencia pacífica», toma también distancia de la lucha armada58. Por otra parte, en 1965, los soviéticos ya no creen que Pekín sea capaz de dividir los PC latinoamericanos gracias a su apoyo a la lucha armada. Adicionalmente, la crisis de los misiles concretiza la amenaza de guerra nuclear, lo que lleva poco a poco a la URSS a apaciguar las relaciones con Estados Unidos. Por lo demás, aunque la Revolución Cubana haya sido una agradable sorpresa, la URSS sigue considerando a América Latina como una zona periférica y está poco dispuesta a repetir en otros países del continente el costoso experimento cubano. Alexandr Kuzin, «Cuestiones de la defensa armada de la revolución cubana», en Fauriol (Coord.), Latin american insurgencies, pp. 17-24. Jaime Suchlicki, «La revolución cubana. Retrospectiva y perspectiva», Problemas Internacionales, Vol. XIX, N° 5, (octubre de 1972), p. 2. 55 Ros, Castro, pp. 16-17 y Lagonotte, L’URSS et Cuba, pp. 56-58. 56 Gott, Las guerrillas, pp. 26-27. 57 Manuel Caballero, «Una falsa frontera entre la reforma y la revolución. La lucha armada en Latinoamérica», Nueva Sociedad, N° 89 (junio 1987), pp. 149-150. 58 La URSS no condena tajante y públicamente la lucha armada en América Latina sino hasta 1965. Gott, Las guerrillas, p. 32 y Lévesque, L’URSS, pp. 113-116. 54

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El cambio de orientación de los PC latinoamericanos y de Moscú, así como la humillación que sufre Castro, marginado de las negociaciones entre las dos superpotencias durante la crisis de los misiles, lo llevan a tomar sus distancias de la URSS59. Ello se traduce en vehementes discursos a favor de la independencia de la isla, en ataques contra Moscú y los comunistas y en la búsqueda de nuevos aliados. Ellos son, a nivel internacional, los países no alineados y China, y en América Latina, los movimientos guerrilleros60. La Habana presta una especial atención a estos últimos que, abandonados por los PC, encuentran en Cuba un firme apoyo financiero, de armas y campos de instrucción61. Para el régimen castrista, los guerrilleros se vuelven el instrumento de una nueva política latinoamericana de Cuba, política que consiste en presionar a los gobiernos latinoamericanos, considerados como responsables del aislamiento internacional del régimen. Paralelamente, el apoyo cubano a las guerrillas le da a La Habana el medio para demostrar a los soviéticos, quienes siguen siendo el principal sostén de las finanzas cubanas, que Cuba, si lo quiere, puede aplicar una política distinta a la de la URSS62. Efectivamente, y a pesar de las declaraciones fogosas de Castro, quien proclama a diestro y siniestro la independencia de su isla y su heroica resistencia a las presiones soviéticas, los vínculos con la URSS no se rompen. En enero de 1964, el líder cubano hace una visita oficial a Moscú y en diciembre del mismo año organiza en La Habana la Conferencia de los PC latinoamericanos. En esta ocasión, Castro logra de los comunistas latinoamericanos una declaración —más formal que real— de apoyo a los movimientos armados, pero al mismo tiempo se ve obligado a secundar la posición soviética en el conflicto con China63. Mientras tanto, se multiplican los fracasos y divisiones internas de las guerrillas apoyadas por La Habana. A partir de 1965, se hacen también públicas las primeras disensiones entre Cuba y los dirigentes guerrilleros, quienes consideran que su fracaso se debe a la reproducción mecánica en

Lagonotte, L’URSS et Cuba, pp. 82-97. Ibid. 61 Véase Ros, Castro, p. 18 y ss; Kaufman, «Las estrategias», pp. 15 y ss. 62 Alain Rouquié, «Cuba: échanges économiques avec l’Union soviétique», La documentation française, n° 64 (1982), pp. 83-9; Childs, «An historical critique», pp. 596-598. 63 Ratcliff, Castroism, p. 39 y Ros, Castro, pp. 21-24. 59 60

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su país de la experiencia cubana, impuesta por La Habana sin tomar en cuenta las particularidades nacionales64. Las dudas expresadas por los dirigentes guerrilleros no solo proceden de sus propios fracasos, sino también de la actitud de La Habana hacia la lucha armada. La dimisión de Guevara, su alejamiento de Cuba poco tiempo después de su discurso de Argel —donde ataca la «política imperialista» de la URSS— y su ausencia de la Conferencia Tricontinental inquietan a los guerrilleros latinoamericanos65. También lo hace el discurso pronunciado por Castro en esta Conferencia, momento en que utiliza la tribuna internacional para atacar sus antiguos aliados: los chinos, los comunistas venezolanos, la guerrilla guatemalteca66. Esta última habría sido, según Castro, infiltrada por la IV Internacional, lo que le da pie para un ataque violento contra los trotskistas: Lo que la Cuarta Internacional perpetró fue un verdadero crimen contra el movimiento revolucionario, aislándolo del resto del pueblo, aislándolo de las masas, corrompiéndolo con las estupideces, el descrédito y esa cosa nauseabunda y repugnante que es el trotskismo en el campo político67.

Las declaraciones de Castro no suscitan únicamente la preocupación de los trotskistas embarcados en movimientos de izquierda armada. Los demás dirigentes guerrilleros también sienten las secuelas del cambio de orientación política del castrismo. Los financiamientos cubanos que fluían a mares a comienzos de los años 1960 son ahora escasos. En adelante, el régimen canaliza los fondos en la organización de sus propios campos de instrucción68 y en los viajes de militantes revolucionarios a Cuba, pero restringe drásticamente el financiamiento directo de los movimientos de El primero en cuestionar la viabilidad del modelo cubano en otros países latinoamericanos es el guerrillero guatemalteco Yon Sosa, seguido por el venezolano Douglas Bravo. Gott, Las guerrillas, pp. 33 y ss. Después de la muerte de Guevara, más críticas fueron formuladas. Véase por ejemplo Régis Debray, La Critique des Armes, Paris: Ed. du Seuil, 1974; Childs, «An historical critique», pp. 622-623; Clea Silva, «Los errores de la teoría del foco: Análisis crítico de la obra de Régis Debray», Monthly Review, N° 45 (diciembre de 1967), pp. 28-59. 65 Flávio Tavares, Memórias do esquecimento, Sao Paulo: Globo, 1999, pp. 191 y siguientes. 66 Ros, Castro, pp. 265-66. 67 Citado por Leo Huberman y Paul Sweezy, «La estrategia de la lucha armada», Monthly Review, N° 36, (marzo de 1967), p. 26. 68 Por ejemplo, Douglas Bravo, líder de la guerrilla venezolana FALN, acusa en 1970 a Fidel Castro de haber suspendido toda financiación de su guerrilla. Ratcliff, Castroism, p. 39 y Ros, Castro, pp. 268 y siguientes. 64

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izquierda armada que siguen surgiendo a lo largo del continente en la segunda mitad de los años 196069. Varias razones explican este cambio. En primer lugar, la catastrófica situación financiera de Cuba70. Por otra parte, los fracasos de las guerrillas rurales convencen a la dirección cubana de que el dinero invertido en ellas no es rentable e incluso resulta perjudicial para Cuba y su imagen internacional71. Adicionalmente, los movimientos guerrilleros —cada vez más marginados en sus países— no son aliados con los que La Habana pueda contar para consolidar su posición en la política interamericana. La Conferencia de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad), que tiene lugar en La Habana en julio-agosto de 1967, a pesar de su adhesión a la «vía armada» y su oposición a la tesis de «coexistencia pacífica», es el canto del cisne de la política cubana de apoyo a las guerrillas latinoamericanas72. Pocos meses después, en octubre de 1967, el fracaso de la guerrilla del «Che» en Bolivia y su asesinato son la trágica conclusión de la epopeya guerrillera cubana. A partir de 1968, el gobierno cubano limita drásticamente sus ambiciones latinoamericanas y canaliza sus energías hacia la severa crisis económica que enfrenta la isla. En el plano internacional, se alinea con la URSS, única potencia capaz de sacar a la isla de su marasmo73. Así, en agosto de 1968, Castro apoya la intervención soviética en Checoslovaquia. No hay que sacar, sin embargo, la conclusión de que el retroceso del apoyo cubano a las guerrillas es el resultado de las presiones soviéticas74. El mismo Castro se convence progresivamente de que el apoyo a la lucha Ratcliff, Castroism, p.  41 y Herbert Matthews, Castro: A Political Biography, Middlesex, The Penguin Press, 1970, pp. 194 y siguientes. 70 Gott, Las guerrillas, p. 38. 71 Aparte de los fracasos de las guerrillas centroamericanas y caribeñas, citemos también los del MIR peruano en 1965 y la del ELN colombiano, con la muerte de Camilo Torres en 1966. 72 «Déclaration générale», en OLAS: 1ère Conférence de l’organisation latinoaméricaine de solidarité, La Havane, août 1967, Paris: François Maspéro, 1967, p. 142. 73 Ratcliff, Castroism, pp. 35-37, Suchlicki, «La revolución cubana», pp. 2 y siguientes; Rollemberg, O apoio, pp. 5-6. Véase también Ros, Castro, p. 270, quien cita un discurso de Castro de 1968: «Declaramos en esta tribuna que en cualquier confrontación decisiva, ya bien sea por una acción de la Unión Soviética para evitar amenazas o riesgos de dislocación o provocación al sistema socialista, o un acto de agresión de cualquiera contra el pueblo soviético, Cuba se mantendrá sin vacilación al lado de la Unión Soviética». 74 Dicha interpretación del retroceso del apoyo cubano a las guerrillas fue muy difundida en los círculos de la izquierda radical latinoamericana. Véase por ejemplo Huberman; Sweezy, «La estrategia», p. 25. Para una crítica de esta interpretación, 69

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armada es a la vez costoso y políticamente no rentable75. De modo que, a partir de esta fecha, la dirección cubana privilegia, a nivel latinoamericano, las relaciones diplomáticas más «tradicionales»76. La Habana no renuncia, por cierto, del todo a sus vínculos con los movimientos de izquierda armada. Les sigue dando instrucción militar, pero abandona la política de exportación de su revolución77. Así, la dirección cubana adopta, a partir de 1968, una política casi esquizofrénica. Por un lado, se encuentran los dirigentes involucrados en las relaciones con la URSS y la realpolitik latinoamericana; y por el otro lado, una parte de la dirección —sobre todo asociada a los servicios secretos— prosigue su política de instrucción de los guerrilleros y su apoyo a la lucha armada. No obstante, esta última se encuentra cada vez más marginada en el nuevo statu quo cubano78. Para los militantes de la izquierda armada, Cuba sigue siendo una referencia ideal y la prueba de que el socialismo sí puede existir y sobrevivir en América Latina79. La izquierda radical latinoamericana navega entre las dudas que le suscitan la institucionalización de la Revolución Cubana y la esperanza que la misma alimenta en los que desean trazar su camino hacia el socialismo. En este sentido, la emergencia de movimientos de izquierda armada o de corrientes políticas que se proclaman guevaristas y no castristas, es sintomática de la búsqueda de una pureza revolucionaria perdida de la que el «Che» —figura idealista por excelencia— sería la encarnación.

véase Luiz Alberto Moniz Bandeira, De Martí a Fidel. A Revolução Cubana e a América Latina, Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1998, pp. 562 y siguientes. 75 Lagonotte, L’URSS et Cuba, pp. 145-149. 76 Suchlicki, «La revolución cubana», pp. 5-6. 77 Javier Ortega, Historia inédita de los años verde olivo, Madrid: Pliegos, 2002, pp. 12-18 y Jorge Castañeda, La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesa de la izquierda en América Latina, Buenos Aires: Ariel, 1993, pp. 59-68. En el aparato cubano, es Manuel «Barbarroja» Piñeiro quien dirige el departamento que gestiona las relaciones con los movimientos latinoamericanos de izquierda armada y se encarga de su instrucción militar. Sin embargo, Piñeiro —a pesar de su cercanía con los hermanos Castro— es progresivamente marginado. A pesar de ser miembro del Comité Central del PC cubano desde su creación, en 1965, no tiene ni cargo político en el gobierno ni grado en las Fuerzas Armadas cubanas. En 1974, es transferido del Ministerio del Interior al Departamento América del partido, donde su poder se reduce aún más, ya que no tiene acceso ni a armas ni a tropas. 78 Rollemberg, O apoio, pp. 6-7. 79 Jorge Masetti, La loi des corsaires. Itinéraire d’un enfant de la révolution cubaine, Paris: Stock, 1993, p. 282. 181

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El MIR en la ruta de La Habana Aunque el Programa del MIR, en 1965, proclama su independencia y defiende su eclecticismo revolucionario, Cuba se impone progresivamente como el referente revolucionario privilegiado e incluso único. A partir de 1966, el MIR emprende ese nuevo «camino de Damasco» que lo conducirá hacia La Habana. La ruta será larga y llena de obstáculos. Como en el caso de la VRM y su fascinación por la Revolución China a comienzos de la década, el MIR es cada vez más atraído por la «vía cubana» en parte gracias a la propaganda realizada por el régimen cubano. En 1965, los textos del «Che», los discursos de Castro, las revistas y periódicos cubanos circulan abundantemente. Los relatos de las guerrillas del continente, publicados en la prensa latinoamericana y reproducidos en los diarios chilenos de izquierda y en El Rebelde, portavoz del MIR a partir de 1965, entusiasman a los jóvenes militantes de izquierda. El MIR —convencido de ser la única organización chilena que ha optado abiertamente por la lucha armada— intenta tomar contacto con Cuba y obtener su reconocimiento oficial y su apoyo material. Esta tentativa, no obstante, tarda en tener resultados, puesto que a partir de 1965, el régimen castrista se vuelve cada vez más exigente y reacio a entablar relaciones con los movimientos que se proclaman seguidores de su revolución. Cuba no desconoce la existencia del MIR, pero manifiesta poco interés en él. Eso se debe a que los cubanos cuentan en Chile con interlocutores mucho más «serios», es decir, el PC y el PS. Señalaremos aquí los primeros intentos que hace el MIR para llamar la atención de Cuba, los primeros contactos y vínculos establecidos con la isla y los cambios que ellos conllevan, tanto al interior del movimiento como en el lugar que él ocupa en el escenario político nacional. En efecto, para las distintas facciones que operan en el seno del MIR, las relaciones con Cuba son fuente inestimable de legitimación y poder interno. Entre 1965 y 1967, los fundadores del MIR canalizan lo grueso de sus energías en la estructuración del movimiento y el enganche de nuevos militantes. El II Congreso del MIR tiene lugar en agosto de 1966 en un contexto de lenta y laboriosa expansión. Los militantes reunidos hacen el balance del primer año de existencia de la organización. A la hora de evocar las alianzas y fidelidades internacionales, el MIR hace nuevamente público su sincretismo revolucionario. Además del apoyo a la Revolución Cubana, los militantes aprueban una moción de apoyo a la Revolución China. La razón es sencilla: la VRM ya había recibido fondos de Pekín y el 182

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MIR espera contar con la misma ayuda. Así, poco después del II Congreso, Miguel Enríquez —delfín del Secretario General Enrique Sepúlveda— visita Pekín en tanto representante de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción, donde estudia80. Enríquez es recibido por las delegaciones estudiantiles chinas, pero regresa a Chile desilusionado y crítico del régimen maoísta81. Las causas de su desencanto no son conocidas, pero es probable que la negativa del régimen de allegar fondos al MIR sea la principal explicación. Cuba y la Conferencia Tricontinental son los otros temas internacionales que aborda el II Congreso. El MIR valida la moción de apoyo a Cuba, aprobada por su Comité Central en abril de 196682. Se trata todavía de un apoyo crítico. Las declaraciones de Castro en esta Conferencia, y sobre todo sus «objeciones fraternales» a la guerrilla guatemalteca de Yon Sosa y a los chinos son criticadas por el MIR83. También lo son las relaciones privilegiadas de La Habana con los PC y PS chilenos y la marginación del MIR de la Conferencia Tricontinental: Lo primero que hay que señalar sobre la Tricontinental es que no están todos los que son, y en cambio, no son todos los que están. [...] En Chile, el peso de la ejecución de las resoluciones de la Tricontinental se ha dejado sobre los hombros del FRAP. […] No podemos menos de manifestar nuestra aprensión ante las concesiones hechas por los comunistas cubanos a los líderes del reformismo mundial y latinoamericano84.

A pesar de sus reticencias hacia la evolución política de Castro, los miristas más cercanos al trotskismo no dejan de sentirse atraídos por la Revolución Cubana; pero, para ellos, el ejemplo revolucionario cubano se identifica cada vez más con Ernesto Guevara, a pesar de que siguen criticando su teoría del foco. La raíz de la creciente simpatía de la «vieja generación» del MIR hacia Guevara se encuentra tanto en su posicionamiento crítico hacia la Unión Soviética en el discurso de Argel, como en su dimisión del gobierno cubano y su decisión de perseguir la lucha revolucionaria en otros países, decisión interpretada por los trotskistas Moulián Jara, Contextualización, p. 125. Daniel Avendaño; Mauricio Palma, El Rebelde de la burguesía. La historia de Miguel Enríquez, Santiago de Chile: CESOC, 2001, p. 44. 82 «Cuba, la Trincontinental y la Revolución latinoamericana», Revista Estrategia, N° 4 (junio de 1966), p. 1. 83 Ibid., pp. 7-8; Vitale, Contribución, p. 18. 84 El Rebelde, N° 36 (mayo de 1966), p. 3. 80 81

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como una adhesión de Guevara a la tesis de la «revolución permanente». A medida que Cuba se va encerrando sobre sí misma, centrándose en la construcción del socialismo en un solo país, el «Che» se convierte en la encarnación del internacionalismo cubano de los primeros años posrevolucionarios. Así lo aclara Patricio Figueroa, disidente socialista, cercano a los trotskistas y miembro del Comité Central del MIR hasta 1969: Sobre todo durante el primer período, triunfó la tesis, que es una tesis trotskista también, de extender la revolución como una forma de afirmar la revolución. Tú sabes que son bastante comparables las figuras de Guevara y de Trotski [...]. Si Trotski también pidió, en un momento que era segundo hombre de la revolución rusa, irse a Alemania con los espartaquistas. Lo que después teorizó en La Revolución permanente [...]. Él siempre rechazó el socialismo en un solo país, y fue muy claro en denunciar las desviaciones que tenían que ver con el socialismo tal como estaba y todo el peligro de la burocracia que estaba subyacente en el bolchevismo. Y lo mismo hizo, según entiendo, de manera muy diferente, y menor con respecto a Trotski, Guevara85.

La necesidad de establecer vínculos con Cuba se hace, sin embargo, más apremiante a medida que los demás vínculos internacionales del MIR se debilitan o desaparecen. Se trata, por una parte, de las relaciones establecidas por los trotskistas del MIR con algunos líderes o movimientos de izquierda armada (en particular, Hugo Blanco en el Perú o Política Operaia en Brasil). Estos movimientos, blancos de la represión en sus países, se apagan y sus líderes son encarcelados, exiliados o muertos. Por otra parte, los contactos con China, entonces en plena Revolución Cultural, no se traducen en apoyo financiero al MIR, ya que para el Partido Comunista chino, desgarrado por las luchas internas de poder, América Latina ya no es una prioridad. Así, la única fuente de financiamiento internacional que los dirigentes miristas pueden esperar tener es Cuba. Igualmente importante que el apoyo financiero de Cuba es la legitimación que el MIR podría sustraer, en caso de que lograra establecer vínculos más directos con el régimen castrista. El reconocimiento por parte de La Habana significaría para esta nueva organización política, que los dos grandes partidos de izquierda chilena le acordarían más importancia y que más militantes se volcarían hacia el MIR. 85

Entrevista con Patricio Figueroa, en El Quisco, 24 de noviembre de 2004. 184

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De modo que la realización de la Conferencia de OLAS, en 1967, y la constitución de una delegación chilena suscitan nuevas esperanzas entre los militantes del MIR86. Nuevamente, la desilusión no tarda en instalarse. El MIR no estaba invitado a la Conferencia, cuyo objetivo oficial era reunir a los revolucionarios y adeptos de la «vía armada» del continente. La delegación chilena se compuso única y exclusivamente de dirigentes comunistas y socialistas87. Los miristas prefirieron, en un primer momento, creer que se trataba de un error o una omisión por parte de Cuba o la delegación chilena, pero no tardarán en rendirse a la evidencia: después de dos años de existencia, el MIR no había logrado reconocimiento alguno por parte del PC y el PS ni había suscitado el interés de La Habana. La opción de Castro por los comunistas y socialistas chilenos no es, sin embargo, sorprendente. Con dos aliados tan importantes como el PC y el PS, este último habiendo apoyado a los revolucionarios cubanos desde antes de su llegada al poder y habiendo asumido la organización de una red de apoyo a la guerrilla boliviana del «Che», Cuba no tenía por qué interesarse en el MIR88. Así resume la situación Patricio Figueroa: La Revolución Cubana en los primeros cinco años después de la crisis de los cohetes apoyó (a la izquierda armada), pero en este momento estaba apoyando, con mucha razón, a Allende y Fidel estaba hablando con Allende y no hablaba con los grupos insurreccionales. Entonces no había plata para nada. Tan simple como eso. Entonces en las relaciones con el MIR no pasaba ni mierda89.

Dos estrategias aparecen entonces en el seno del MIR, ambas apuntando a atraer los favores del régimen cubano, pero reflejando líneas y objetivos políticos opuestos. La primera, representada por el secretario Sobre la delegación chilena de la OLAS, véase Wolpin, Cuban Foreign Policy, p. 54 y siguientes. Sobre los orígenes políticos de la OLAS, véase Gott, Las guerrillas, pp. 39-46 y Ros, Castro, pp. 258-264. 87 Contrariamente a lo que piensan los dirigentes del MIR, la composición de las delegaciones latinoamericanas no depende de la orientación política de las organizaciones o su adhesión a la lucha armada, sino de las buenas o malas relaciones que cada partido o movimiento latinoamericano tiene con la dirección cubana. Ros, Castro, pp. 258-264. 88 Se trata del Ejército de Liberación Nacional chileno. Sobre la historia del ELN véase Cristián Pérez, «El ejército del Che y los chilenos que continuaron su lucha», Estudios Públicos, N° 89 (verano de 2003), pp. 225-256 y Patricio Quiroga, Compañeros. El GAP: La escolta de Allende, Santiago de Chile: Aguilar, 2001. 89 Entrevista con Patricio Figueroa y Luis Vitale, en Santiago, 23 de noviembre de 2004. 86

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general, Enrique Sepúlveda, consiste en hacer que el MIR sea aceptado por los comunistas y socialistas chilenos e integrado en su delegación, estableciendo una alianza política con ellos. La segunda estrategia, que goza del apoyo de la mayoría (entre ellos Luis Vitale y Humberto Valenzuela), propone una tajante ruptura con los partidos de izquierda y un desarrollo autónomo del MIR. Para ellos, no es a través de las alianzas, sino gracias a su propia actividad que el movimiento logrará imponerse en el escenario nacional. Dicha actividad tendrá que abarcar dos frentes: en primer lugar, la expansión de las estructuras a nivel nacional y el reclutamiento de nuevos militantes; y en segundo lugar, la estructuración de un aparato militar, con el fin de probar a los demás partidos chilenos —pero también a los cubanos— que el MIR está tomando en serio la lucha armada90. Dichas actividades no tienen como único objetivo la consolidación de la presencia del MIR en el escenario político nacional. Son también eco de las luchas internas de poder entre las facciones del movimiento. Vitale, Valenzuela y otros dirigentes trotskistas de la «vieja generación» y miembros del Secretariado Nacional, apoyan la construcción de un aparato militar mirista, porque ven ahí la oportunidad de imponer su facción contra la de Sepúlveda, ganando el apoyo de los militantes más jóvenes, ya que este sector de actividad partidaria goza de una gran popularidad entre ellos. En su lucha contra Sepúlveda y sus dirigentes cercanos, Vitale y Valenzuela tienen el apoyo de la «joven generación» y de Miguel Enríquez, a pesar de que este haya sido el «delfín» de Sepúlveda. Su buen entendimiento con Enríquez incita a los trotskistas a enviarlo como delegado del MIR a Cuba, en diciembre de 1967. Observemos que la misión de Enríquez a la isla procede de una iniciativa del MIR y no de una invitación oficial de los cubanos91. La decisión de encargar a Enríquez, quien en la época tiene solo 23 años, una misión de tamaña importancia puede resultar sorprendente. Es, no obstante, justificada. Por una parte, porque la enemistad de la dirección cubana hacia los trotskistas es de dominio común. Y por otra parte, el régimen castrista da constantemente muestras de su simpatía por los jóvenes líderes92. Además, los trotskistas piensan que por ser joven, Enríquez será un aliado maleable. Así, los límites de su misión están es Vitale, Contribución, p. 22 y Luis Vitale, «La praxis de Miguel en el MIR del período 1965-1970», CEME (Centro de Estudios Miguel Enríquez), N° 5 (octubre de 1999), p. 59. 91 Avendaño; Palma, El Rebelde, p. 62. 92 Kaufman, «Las estrategias», p. 13. Wolpin, Cuban Foreign Policy, pp. 46-47; Matthews, Castro, p. 336. 90

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trictamente definidos por los trotskistas: Enríquez debe solicitar el apoyo de la dirección cubana, preservando al mismo tiempo la autonomía del MIR y rechazando la imposición de un calendario político impuesto por Cuba, sobre todo en cuanto a la posible instalación de un foco guerrillero en Chile93. Enríquez logra entrevistarse con dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas cubana, pero no consigue compromiso formal alguno de parte de los cubanos. A pesar de ello, desde su regreso a Chile aprovecha el aura que le otorga su misión cubana para imponer su propio calendario y objetivos. Miguel Enríquez regresa justamente en el momento del III Congreso del MIR, en diciembre de 1967, y postula al cargo de Secretario General. Así describen Luis Vitale y Patricio Figueroa la entrada teatral de Enríquez al III Congreso del MIR: Luis Vitale: El tercer Congreso donde Miguel salió se hizo en San Miguel, Mario Palestro nos prestó la sala... Patricio Figueroa: Sí, era la sala Chile, ahora me acuerdo. LV: y estábamos esperando a que llegara Miguel, y esto y lo otro. PF: Andaba en Cuba, pero había llegado el huevón. Y estaba esperando afuera... LV: ¡Cabros chicos! Más encima ex socialistas, se puede admitir cualquier bronca94.

Los trotskistas, quienes empiezan a darse cuenta de que Enríquez no era tan maleable como pensaron, apoyan sin embargo su candidatura, con el fin de desplazar a Sepúlveda de la dirección del MIR95. Una vez que Enríquez es elegido Secretario General y Sepúlveda queda fuera del movimiento, el nuevo Comité Central empieza a realizar los dos principales objetivos definidos por el Congreso. El primero es la expansión del MIR a nivel nacional: «En el tercer Congreso nos dividimos Chile con un mapa», nos explica Patricio Figueroa: Fue en Concepción. [...] A mí me tocó Valparaíso. Yo era el señor feudal de Valparaíso (risas). Me acuerdo que, al chico Pérez le tocó Antofagasta. Una misión: como puedas y con lo que puedas, te vas p’allá y formas

Vitale, Contribución, p. 23. Entrevista con Luis Vitale y Patricio Figueroa. 95 Vitale, Contribución, p. 28. 93 94

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partido. Yo era de los opulentos de la dirección, y tenía hasta auto. Pero nadie tenía nada96.

Mientras tanto, Miguel Enríquez y los otros líderes de la «generación joven», en su mayoría estudiantes de la Universidad de Concepción, asumen la «formación de partido» en el sur de Chile, sobre todo en torno a Concepción. Tienen más éxito que la vieja generación y este éxito no es ajeno a la «vía cubana» de la que se reclaman y al entusiasmo que manifiestan hacia la lucha guerrillera y el modelo revolucionario de la isla. En efecto, después del III Congreso, la «generación joven» del MIR, conjuntamente con la «formación de partido», se aplica en la estructuración de un pequeño aparato militar, de cuya existencia no se informa a los trotskistas de Santiago. La creación de un aparato militar, por precario que sea, y la posibilidad de ofrecer a los militantes de base una instrucción «militar», aunque sea rudimentaria, no es, a fines de los años 1960, solo un medio de obrar para la revolución socialista. Para Enríquez y su grupo es también la vía hacia el control de la organización. Por una parte, porque —formando parte de un movimiento que ha construido su identidad partidaria fundamentalmente a partir de su adhesión a la «vía armada»— la creación y control de su aparato militar les permite aumentar su prestigio y justificar el poder cada vez mayor que van concentrando entre sus manos. Además, ello constituye un argumento poderoso para ganar simpatías hacia el MIR, convirtiéndose la Universidad de Concepción en una formidable cantera de nuevos militantes97. Parte de la generación que eran estudiantes a fines de los 1960 sueña con el «Che» y su epopeya armada. De modo que los cursos intensivos de «instrucción militar» que el MIR de la Universidad de Concepción les ofrece a los que quieran adherir al movimiento —aunque estos cursos no traspasen, en realidad, la marcha forzada en la montaña y unos disparos con una vieja escopeta98— resultan sumamente atractivos a varios jóvenes estudiantes penquistas99. Entrevista con Patricio Figueroa. Entrevista con Hernán Reyes, en Coronel, 7 de marzo de 2005. Reyes fue militante del MIR a partir de 1967 y encargado de la instrucción militar de los nuevos miembros del MIR en Coronel y Concepción (en su mayoría estudiantes). 98 Muchas fuentes confirman el carácter precario de la instrucción, en primer lugar las entrevistas realizadas (con Hernán Reyes y Martín Hernández, por ejemplo). Véase también la entrevista de Enrique Peebles, cuadro medio del MIR en Concepción, citada en la Tesis de Licenciatura en Historia de Ximena Goecke, «‘Nuestra Sierra es la elección’. Juventudes Revolucionarias en Chile, 1964-1973», Pontificia Universidad Católica de Chile, 1997, p. 139 y ss. 99 Avendaño; Palma, El Rebelde, p. 63. 96 97

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La estrategia funciona y el grupo de Miguel Enríquez no deja de crecer y consolidarse. En la región de Concepción, la red mirista cuenta en adelante con nuevos militantes y cuadros, atraídos por los llamados a la lucha armada y por los supuestos vínculos que la «generación joven» tendría con Cuba. Las tensiones y desacuerdos con los militantes más viejos no tardan en manifestarse. La resistencia física y la inclinación por la lucha armada empiezan a convertirse en factores que tienen un creciente peso en las relaciones de poder internas. Renato Araneda, quien evoca su propia experiencia, ilustra este proceso. Tras dos años de doble militancia en el PS y el MIR, Araneda inicia su militancia exclusiva en el MIR en 1967, cuando ocupa el cargo de Secretario Regional del MIR en Arauco. Al evocar las modalidades de su elección a la cabeza del Comité Regional, después de haber desplazado a los «viejos trotskistas», Araneda deja que se perciba a través de su relato el creciente peso en el funcionamiento interno del MIR de la adhesión a la lucha armada y la «vía cubana»: (Los «viejos trotskistas») nos invitaban a reuniones a Curanilahue. Las reuniones eran en buenas casitas, donde se tomaba cafecito [...] y a nosotros nos reventaban por una parte la pose de guerrilleros de ellos que no era seria, y por otra parte el curso de vida que no era la que predicábamos. [...] Entonces nosotros los empezamos a llamar a reuniones [...] Y los hacíamos ir a reuniones y nos metíamos en la oscuridad en medio del cerro y ellos con su ropita de ciudad, con sus zapatitos limpios… [...] Y la prueba máxima fue cuando llegó la orden de la dirección nacional del MIR que había que estructurar un CR en forma y que había que elegir los miembros del CR [...] Se definió el lugar de la votación [...] Yo los estoy esperando, me incorporo y todos vamos caminando en hilera, se llega a un chorrillo de un ancho de unos 4m, donde hay una barrita que está puesta como puente [...]. Y habíamos acordado que aquí el que se va a mandar al agua, o el que no va a querer pasar, no va a la reunión, porque este tipo no vale. No sirve. [...] Y esta gente no tuvo alternativa, porque uno se mandó al agua, pero los otros los sentaron en el palito y fueron así empujando hasta el otro lado. ¡Qué vergüenza dios mío! [...] Y ellos mismos se automarginaron al tiro. Y ahí me eligen a mí jefe del regional100.

Entrevista con Renato Araneda.

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Es preciso recordarlo: hasta 1968, la «generación joven» del MIR no ha tenido sino un contacto con la Unión de Jóvenes Comunistas cubana y ningún acuerdo formal de apoyo o de reconocimiento oficial al movimiento por parte de la dirección del partido cubano. A pesar de ello, la adhesión a la «vía cubana» y la capacidad —real o imaginaria— de establecer vínculos más estrechos con el régimen castrista y de construir un aparato militar —identificado con el compromiso con la lucha armada promovida por Cuba— se vuelven piezas maestras en el control del poder interno en el MIR y medios para imponerse en su dirección o marginar a las facciones y dirigentes concurrentes. En este juego, la «generación joven» demuestra ser mucho más hábil que la «vieja generación». ¿Deberíamos, por lo tanto, concluir que la adhesión de los jóvenes dirigentes del MIR a la lucha armada y su fervoroso apoyo a la Revolución Cubana, apoyo mucho menos crítico que el de los trotskistas, son exclusivamente el resultado de consideraciones pragmáticas y ambiciones personales? Ciertamente no. La Revolución Cubana es, para la generación de Miguel Enríquez, quien tiene 16 años en 1959, su propia revolución: una revolución a la vez joven, latinoamericana y accesible. La fe en la pureza revolucionaria cubana, la convicción de que la vía por la que aboga es la que más le conviene al continente latinoamericano no son posturas oportunistas de los jóvenes líderes del MIR. Sin embargo, el idealismo se conjuga con el pragmatismo, porque Cuba también representa una fuente de financiamiento y, sobre todo, de poder legitimador tanto al interior del MIR como en la escena política nacional.

Conclusiones Contrariamente a lo que afirma gran parte de la bibliografía existente sobre el MIR, marcada por los debates y conflictos ideológicos de la Guerra Fría, su fundación no está directamente vinculada con la Revolución Cubana ni se debe abordar como resultado directo de la ola cubana que habría inundado Latinoamérica, provocando —de modo casi automático— la fundación de movimientos de izquierda armada. Al estudiar tanto los dos primeros años de existencia del MIR, como el período anterior a través de los movimientos que confluyen en la fundación del MIR, constatamos que la izquierda radical chilena se encuentra, a principios de los 1960, ante una variedad inédita de modelos revolucionarios a los que puede adherir. El modelo cubano no es, a principios de los 1960, su referente privilegiado. Compitiendo con la Revolución China 190

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o la IV Internacional, Cuba se impone, sin embargo, progresivamente como referente revolucionario principal, a pesar de las iniciales reservas que manifiesta la izquierda radical chilena hacia el régimen cubano. Su imposición es producto de varios factores: el retroceso de otros modelos revolucionarios (en particular, el chino); la intensiva política de propaganda del régimen cubano, en cuya difusión participa fuertemente el PS chileno, y la evolución de la política latinoamericana cubana que se radicaliza a partir de 1962. Adicionalmente, el auge del referente cubano está íntimamente imbricado con el funcionamiento interno y los objetivos políticos del MIR, en particular con la creciente necesidad de buscar fuentes de financiamiento externas al partido y medios de legitimación de su proyecto político. Las luchas de poder internas también son un factor determinante. Así, la «influencia» de la Revolución Cubana en el MIR no puede ser abordada en términos de imitación pasiva y mecánica del proceso cubano, sino de recepción activa, condicionada tanto por el contexto político nacional como por los objetivos políticos nacionales e internos de las distintas facciones que componen el MIR. Es fundamental, no obstante, poner este esquema interpretativo a prueba en otros casos de movimientos latinoamericanos que abogaron por la lucha armada. Sugerimos aquí que la incidencia cubana en el escenario político latinoamericano comprende un abanico político mucho más amplio que la izquierda radical. Por otra parte, la «dinámica castrista» debe ser abordada tomando en cuenta tanto las particularidades nacionales y regionales (por ejemplo, distinguiendo el caso de los países de América Central y el Caribe de los de América del Sur), como las relaciones entre el régimen castrista y la extrema izquierda latinoamericana en su diacronía.

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…el mundo contemporáneo hace que las relaciones entre dos países se juegan no solo en forma directa e inmediata, sino también en foros multilaterales y en regiones y cuestiones que tienen lugar en todo el mundo. Charles Meyer, subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos, al Presidente Salvador Allende, La Moneda, 4 de noviembre de 19701.

El Presidente Richard Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, quedaron sumamente alterados al enterarse de que Salvador Allende había ganado las elecciones presidenciales de Chile en septiembre de 1970. Lo que principalmente les preocupaba, más que la suerte que pudieran correr las inversiones estadounidenses en Chile o el giro que pudiera experimentar la política interna de este país, era el efecto que esa victoria tendría sobre el equilibrio de poder en la Guerra Fría global y, más específicamente, sobre el equilibrio de fuerzas dentro del sistema interamericano. Como tan bien lo recuerda Nixon en sus memorias, su temor era que con Allende en el Cono Sur y Castro en Cuba, el continente pasaría a estar dominado por un «sándwich rojo»2. Department of International History, London School of Economics and Political Science. Charles Meyer según es citado en Memorándum, Armando Uribe Arce, «Estada en Chile del Jefe de la Delegación Especial de EEUU a la Transmisión de Mando, Secretario Charles Meyer», 6 de noviembre de 1970, MINREL 1961-1979, Memorandos Políticos, Archivo General Histórico, Ministerio de Relaciones Exteriores, Santiago, Chile [en lo sucesivo: AMRE]. 2 Richard M. Nixon, The Memoirs of Richard Nixon, London: Arrow, 1979, p. 490. * 1

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Por tentador que resulte descartar la imagen del «sándwich rojo» como pura palabrería, no debe hacerse lo propio con los temores de Nixon. Ciertamente, la perspectiva de que toda América del Sur se pudiera volver «roja», ya fuera como consecuencia automática de la elección de Allende o por efecto de los esfuerzos conscientes de Chile de exportar la vía chilena como camino hacia el socialismo, era simplista y poco probable. Sin embargo, a la Casa Blanca sí le preocupaba la «pérdida» de Chile y la perspectiva de perder aun más influencia en América Latina. Apenas un año antes, el enviado personal de Nixon a América Latina, Nelson Rockefeller, había formulado la advertencia de que «la fuerza moral y espiritual de los Estados Unidos en el escenario internacional, la credibilidad política de nuestro liderazgo, la seguridad de nuestra nación, el futuro social y económico de nuestras vidas» se encontraban «en peligro» en América Latina. Rockefeller insistía en que la región tenía un fundamental «valor político y psicológico» por encima de los intereses estratégicos tradicionales, y que «el fracaso en mantener [una] relación especial [con la región] implicaría fracasar en nuestra capacidad y responsabilidad como gran potencia»3. Y, sin embargo, a lo largo de todo un año, las afirmaciones de Rockefeller fueron esencialmente ignoradas por un gobierno que consideraba a América Latina como una prioridad menor en su lista de intereses internacionales. Fue recién después de la elección de Allende que Kissinger modificó radicalmente su opinión acerca de la importancia de los acontecimientos de la región. Habiéndole manifestado en 1969 al anterior ministro de Relaciones Exteriores chileno que lo que ocurriera en el «Sur» «carecía de importancia», ahora en cambio llegó incluso a advertirle a Nixon que la vía chilena —«uno de los más serios desafíos que el hemisferio haya debido enfrentar hasta ahora»— influiría no solo en las relaciones de Estados Unidos con América Latina, sino también en el mundo en desarrollo, en Europa Occidental, en la «concepción del propio Estados Unidos» acerca de su rol internacional, y en las relaciones de Washington con la Unión Soviética4. El Sur, y más precisamente el Cono Sur de América Latina, súbitamente se había vuelto muy importante. Nelson A. Rockefeller, «The Official Report of a United States Presidential Mission For the Western Hemisphere», 30 de agosto de 1969, en Latin America and the United States: A Documentary History, editada por Robert H. Hoden y Eric Zolov, New York: Oxford University Press, 2000, p. 265 4 Memorandum, Kissinger to Nixon, 18 de octubre de 1970 y Memorandum, Kissinger to Nixon, 5 de noviembre de 1970, Caja H029, National Security Council Institutional Files, Nixon Presidential Materials Project, College Park, Maryland, USA [en adelante NSCIF/NPMP]. Sobre el comentario de Kissinger a Gabriel 3

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Hasta el presente, sin embargo, la cabal significación del «desafío hemisférico» chileno, las consecuencias que la elección de Allende tuvo sobre las relaciones de Washington con sus vecinos del «Sur» y el concepto que los latinoamericanos tenían acerca del papel de Estados Unidos en los asuntos regionales, han sido todos temas relativamente ignorados por los historiadores. No hay por cierto escasez de literatura acerca de la intervención de Estados Unidos en Chile durante el gobierno de Allende, pero muy pocos académicos han procurado ubicar esta historia dentro de un contexto interamericano, y así han dejado pasar la oportunidad de comprender la relación de Chile con la enconada Guerra Fría que se desarrolló en las Américas durante esos años. Se ha escrito por lejos mucho más sobre la historia multilateral de la Guerra Fría interamericana de mediados a fines de la década de 1970, y hay algunos estudios interesantes acerca de las dimensiones transnacionales de las guerras en América Central durante los años 80, pero comparativamente, se ha prestado muy poca atención a la historia internacional del período anterior5. En definitiva, resulta evidente que ya es hora de ubicar la historia de la relación de Chile con la Guerra Fría en su contexto interamericano, y de entender cómo los sucesos internos de Chile afectaron, y fueron a su vez afectados, por otros acontecimientos y actores dentro del ámbito americano. En consecuencia, en este capítulo vamos a tratar estos temas, recurriendo a fuentes y entrevistas en Chile, Estados Unidos, Brasil y Cuba, así como a nuevas investigaciones que se han publicado sobre la Guerra Fría en América Latina6. Al reposicionar la historia internacional de Chile Valdés acerca de la «carencia de importancia» del Sur, véase Armando Uribe, The Black Book of Intervention in Chile, edición en inglés, Boston: Beacon Press, 1975, pp. 32-3 y la entrevista del autor con Ramón Huidobro, 28 de octubre de 2004, Santiago [en adelante: Entrevista Huidobro]. 5 Véase por ejemplo, John Dinges, The Condor Years: How Pinochet and His Allies Brought Terrorism to Three Continents, New York: The New Press, 2004 y J. Patrice McSherry, Predatory States: Operation Condor and Covert War in Latin America, Oxford: Rowman and Littlefield, 2005. Sobre el rol de Argentina en América Central, véase Ariel C. Armony, «Transnationalizing the Dirty War: Argentina in Central America» en In From the Cold: Latin America’s New Encounter with the Cold War editado por Gilbert Joseph y Daniela Spenser, Durham/London: Duke University Press, 2008. 6 En particular, mi investigación se ha basado en archivos desclasificados de los ministerios de Relaciones Exteriores chileno y brasileño, en los Materiales Presidenciales de Nixon, en documentos recientemente publicados por la CIA y el Departamento de Estado en los Archivos Nacionales de College Park, Maryland, en recopilaciones en línea de documentos estadounidenses dados a publicidad a fines de la década de 1990, y, en grado mucho menor, en los Archivos Nacionales Británicos (The National Archives) de Londres. También he llevado a cabo 195

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de 1970 a 1973 dentro del sistema interamericano, postulamos aquí la existencia de una relación directa entre el efímero proceso revolucionario chileno y las políticas generales de Estados Unidos hacia América Latina de principios de los años 70, así como también un vínculo más estrecho del inicio y final de la presidencia de Allende con la evolución interamericana del conflicto de la Guerra Fría. Ciertamente, como hemos visto, en Washington súbitamente se prestó nueva atención a América Latina. El mismo día en que Allende asumió la presidencia de Chile el general Vernon Walters, confidente cercano y consejero principal de Nixon, le escribió un memorando a Kissinger donde se hacía eco de las advertencias formuladas por Rockefeller y esbozaba lo que estaba en juego. Nos encontramos [Estados Unidos] envueltos en una pugna mortal para dar forma al futuro del mundo. No nos queda otra alternativa aceptable que no sea la de retener a América Latina. Sencillamente no podemos permitirnos perderla (...) el cortejar a los izquierdistas en Chile ha resultado un fracaso. Esta situación continuará, a menos que adoptemos medidas positivas para cambiarla7.

Tres días después de que el memorando de Walters llegó a Washington, Nixon le explicó a su Consejo de Seguridad Nacional que aunque Chile y Cuba se habían «perdido», no había ocurrido lo propio con América Latina, y que ahora le urgía que Washington hiciera todo lo posible para «conservarla». «No pensemos acerca de lo que los países realmente democráticos de América Latina dicen», aducía Nixon: (...) la pelota está en la cancha de Brasil y Argentina (...) Jamás estaré de acuerdo con la política de despreciar a la clase militar de América Latina. Ellos constituyen centros de poder sujetos a nuestra influencia (...) Tenemos que darles alguna ayuda (...) Brasil tiene más habitantes numerosas entrevistas en Cuba, Chile y Estados Unidos, y he tenido la suerte de poder acceder a los documentos privados de Orlando Letelier durante mi estadía en Chile de agosto 2008. A pesar de mis mejores esfuerzos, sin embargo, no se me ha permitido el acceso a los archivos cubanos, los documentos secretos de asuntos exteriores brasileños están bloqueados, y los documentos presidenciales de Allende siguen perdidos (mi impresión es que fueron quemados en la embajada cubana el día del golpe). 7 Memorandum, General Vernon Walters to Henry Kissinger, 3 de noviembre de 1970, adjunto, Memorandum, Kissinger to Nixon, 5 de noviembre de 1970, Caja H029/NSCIF/NPMP. 196

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que Francia e Inglaterra juntas. Si permitimos que los eventuales líderes de América del Sur piensen que se pueden mover como Chile (...) vamos a estar en problemas8.

Aunque no sea una gran sorpresa para muchos el que Nixon apoyara a los líderes militares de América Latina o que privilegiara las dictaduras estables por sobre las democracias de izquierda, resulta interesante destacar la conexión entre la reacción de Nixon ante la elección de Allende y la ulterior estrategia de Estados Unidos en América Latina. Es así que el 9 de noviembre de 1970, las divagadoras instrucciones de Nixon a su Consejo de Seguridad Nacional (NSC) quedaron adecuadamente plasmadas en el Memorando de Decisión 93 del Consejo de Seguridad Nacional. Junto con detallar los medios —que actualmente se juzgan deplorables— por los cuales Estados Unidos planificaba desestabilizar la presidencia de Allende, este documento también esbozaba el marco de una nueva estrategia regional tendiente a frenar la vía chilena y acrecentar la influencia de Estados Unidos en América Latina, después del período de relativo descuido de fines de la década de 1960. El Memorando de Decisión del Consejo de Seguridad Nacional (NSDM) 93 instaba a emprender «esfuerzos vigorosos a fin de asegurar que otros gobiernos de América Latina comprendan cabalmente que Estados Unidos se opone a la consolidación de un gobierno comunista en Chile, hostil a los intereses de Estados Unidos y de otras naciones del hemisferio, y (...) de alentarlos a adoptar similar postura». Según esta directiva, los funcionarios del gobierno debían asimismo colaborar y forjar relaciones más estrechas con los líderes militares en las Américas, así como consultar con gobiernos latinoamericanos «claves» (el NSDM 93 mencionaba a Brasil y Argentina), como modo de recuperar el prestigio e influencia de Estados Unidos en el sistema interamericano9. Dejando de lado por un momento la mayormente descuidada historia de las dimensiones multilaterales y regionales de la campaña antiallendista desarrollada por Estados Unidos, el énfasis que los gestores de la política estadounidense asignaron al efecto regional de la elección de Allende, plantea otras obvias e insuficientemente estudiadas interrogantes con respecto a la relación de Chile con la Guerra Fría interamericana. Memorandum of Conversation, The President et al., The Cabinet Room, 9.40 am, 6 November 1970, en Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability, New York: The New Press, 2003, pp. 116-120. [En adelante: Minutas, Reunión NSC, 6 de noviembre de 1970]. 9 National Security Decision Memorandum 93, «Policy Towards Chile», 9 de noviembre de 1970, Caja H029/NSCIF/NPMP. 8

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En primer lugar, está el tema de exactamente a quién y a qué se oponía Nixon. Con el propósito de evaluar la astucia de la política de Washington y a la vez cumplir el importante objetivo de pintar un panorama más integral del pasado, necesitamos conocer mucho más sobre el otro lado de la historia, el que con tanta vehemencia temía Estados Unidos, es decir, el lado del Chile de Allende y de la Cuba de Castro. En muchos sentidos, la estrecha victoria democrática de Allende en las elecciones presidenciales de Chile de 1970 constituyó el más importante triunfo revolucionario en América Latina desde la Revolución Cubana. Pero como le manifestara Allende al día siguiente de asumir el mando a Galo Plaza, secretario general de la Organización de Estados Americanos, la vía chilena no estaba (...) modelada sobre Cuba, Rusia o Checoslovaquia (...) [ni] él era un guerrillero uniformado de caqui que, fusil en mano, bajaba de las montañas. Fidel Castro era su buen amigo personal a quien admiraba en muchos sentidos, pero él no pretendía ser un Fidel Castro, ni Chile era Cuba (...) Señaló además que Chile tenía una sólida estructura política de la que Cuba carecía, y que había sido democráticamente elegido como presidente constitucional, en tanto que Castro era un dictador que había asumido el poder por la fuerza10.

En tal caso, ¿cuál era la relación entre estos líderes revolucionarios en apariencia tan disímiles? A diferencia de la novedosa historia de Piero Gliejeses —Conflicting Missions— acerca de las «misiones conflictivas» de Estados Unidos y Cuba en África, la historia del rol que jugó Cuba más cerca de casa, en América Latina, no ha sido debidamente relatada11. También resulta evidente que debe aclararse la exacta naturaleza de la participación de La Habana en Chile durante los años del gobierno de Allende. ¿Acaso Allende era meramente un Castro disfrazado, o estaba supeditado al régimen cubano, o ambas cosas, como aducían sus enemigos? ¿Pretendían los cubanos socavar la democracia chilena y fomentar la lucha armada como alternativa al desafío heterogéneo que la vía chilena le planteaba a su propio tipo de revolución? ¿Cómo encaraban los cubanos Memcon, Galo Plaza and Allende, 2 November 1970, Tomás Moro, enclosure, Memorandum, Rogers to Nixon, 29 December 1970, Box.2196, Record Group 59, (General Records of the Department of State, Subject and Numeric Files, 1970-1973), National Archives and Record Administration [En adelante: RG59/ NARA]. 11 Véase Piero Gleijeses, Conflicting Missions: Havana, Washington, and Africa, 1959-1976, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2003. 10

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y los chilenos los asuntos interamericanos y la perspectiva de revolución en América Latina durante este período? En segundo lugar, surge el tema de cuán predispuestos a combatir la vía chilena se hallaban los países latinoamericanos que habían sido designados como «claves». Como se verá, al tiempo de intervenir en Chile, Estados Unidos no se hallaba operando en un vacío, ni desde el punto de vista geográfico ni tampoco desde el cronológico. Así como se puede comparar el año 1970 con 1959 como un punto de inflexión para la revolución en el marco de la Guerra Fría interamericana, el golpe chileno de 1973 fue el hito contrarrevolucionario más decisivo después del golpe brasileño de 1964. Pero ¿existía alguna relación entre las consecuencias de 1964 y las causas de 1973, entre los líderes del régimen militar contrarrevolucionario de Brasil y la Junta que asumió el poder en Santiago el 11 de septiembre? La sugerencia de que los brasileños participaron en la planificación del golpe en Chile no es nueva. En su relato sobre el período, afirma el anterior embajador de Estados Unidos en Santiago, Nathaniel Davis, que «no tiene dudas» de que los brasileños estaban involucrados, y sugiere que inversores extranjeros en Brasil, Argentina y Bolivia habrían también apoyado activamente al sector privado de Chile y a Patria y Libertad durante el gobierno de la Unidad Popular12. Pero más allá de los recuerdos de Davis, no parece haber habido un análisis sistemático del rol de Brasil en Chile o en el sistema interamericano a principios de los años 70. En efecto, si lo comparamos con lo que sabemos sobre la izquierda latinoamericana, queda aún mucho por conocer acerca de la derecha. ¿Cuál fue entonces la naturaleza de la oposición de Brasil con respecto a Cuba y Chile durante estos años, y cuán exitosos resultaron los esfuerzos de Nixon para trabajar en conjunto con Brasil a fin de contrarrestar el proceso revolucionario chileno? Estas dos grandes interrogantes en su conjunto, así como la historia de los esfuerzos multilaterales de Estados Unidos para «contener» la influencia de Chile en América Latina, constituyen el núcleo del análisis que sigue a continuación.

Nathaniel Davis, The Last Two Years of Salvador Allende, London: I. B Tauris & Co. Ltd 1985, pp. 152-4.

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Cuba, Chile y la Guerra Fría Después de Estados Unidos, Cuba fue la potencia extranjera que tuvo la injerencia de mayor peso en Chile durante los años de la presidencia de Allende. Para decirlo en términos más generales, la Cuba castrista fue también el más evidente «otro lado» de la Guerra Fría en las Américas a partir de 1959. Con anterioridad a la Revolución Cubana, el anticomunismo de Estados Unidos y sus exagerados temores hacia la influencia soviética ya habían llevado a Washington a oponerse a las fuerzas de izquierda y a dar su apoyo a los dictadores militares de derecha. Pero después de 1959, y dominado por temores hacia «otro Castro», Estados Unidos intensificó sus tácticas de Guerra Fría en contra de la revolución. En tanto que los cubanos replicaban mediante la exaltación de un nacionalismo desafiante y radical, apoyando insurrecciones armadas y exigiendo una «segunda independencia» latinoamericana respecto de Estados Unidos y de la explotación capitalista, la Unión Soviética se mostraba relativa y crecientemente menos entusiasta en antagonizar a Estados Unidos en su propia zona de influencia. Especialmente después del desastre de la crisis de los misiles en Cuba, Moscú había comenzado a priorizar las relaciones económicas sin vínculos ideológicos, y a rechazar explícitamente las políticas «aventureras» de Cuba en América Latina, a un grado tal que se originaron serias tensiones entre La Habana y la Unión Soviética a mediados de los 6013. Aunque, como veremos, hacia 1970 Cuba había moderado considerablemente su estrategia en América Latina, ese patrón —por el cual la isla asumió el principal papel de dedicado apoyo a la revolución y a los movimientos antiestadounidenses en América Latina— conservó su vigencia. Sin embargo, es verdad que cuando la vía chilena se vio en dificultades en 1972, los cubanos y los soviéticos se volvieron crecientemente escépticos hacia las probabilidades de éxito de Allende. Pero a diferencia de los cubanos, que continuaron teniendo una fuerte participación en el proceso revolucionario chileno hasta el 11 de septiembre de 1973, Moscú dio un paso atrás y se resistió a seguir comprometido con la vía chilena. Como lo ha sostenido Olga Ulianova, Moscú no tenía fe en el proyecto de Allende y tampoco podía comprometerse a brindar apoyo 13

Nicola Miller, Soviet Relations with Latin America 1959-1987, Cambridge: Cambridge University Press, 1989, pp. 2, 217-8; Armony, «Transnationalizing the Dirty War», p. 138, y James. G. Blight y Philip Brenner, Sad and Luminous Days: Cuba’s Struggle with the Superpowers after the Missile Crisis, Lanham: Rowman and Littlefield, 2002. 200

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financiero a «una nueva Cuba». Más aun, tal como el embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin, «insistentemente» le advertía al embajador chileno en Estados Unidos, Moscú a toda costa quería, en esa época de détente, «evitar enfrentamientos con Estados Unidos»14. En definitiva, entonces, únicamente los cubanos ayudaron a Allende a defender su presidencia (sin mucho éxito, como se vería). Asimismo, fue la embajada cubana y no la soviética —que tan solo fue rodeada muy brevemente el día 12— la que los líderes chilenos del golpe asediaron con tanta saña el día 11. Por otra parte, en tanto que Moscú decidió la ruptura de relaciones diplomáticas con Chile una semana después del golpe, fue la Junta chilena que asumió el poder la que rompió relaciones con La Habana de inmediato y expulsó a todos los cubanos de Chile tan pronto como pudo. Por cierto, las transcripciones de los comentarios del general Augusto Pinochet acerca de qué hacer con el cuerpo de Allende después de que fuera descubierto en La Moneda, son asimismo reveladoras en cuanto a que el general, en sus apreciaciones acerca del ex Presidente chileno, le asignaba un papel preponderante a Cuba. El cuerpo de Allende debería ser puesto en «un cajón y lo embarquen en un avión (…) junto con la familia» —bromeaba Pinochet— «que el entierro lo hagan en otra parte, en Cuba»15. En resumen, no hay dudas de que el rol de Cuba en Chile fue de crucial importancia, pero ¿cómo había evolucionado antes del 11 de septiembre? Tanto el golpe como el precipitadamente organizado éxodo cubano de Chile, constituyeron un desastroso corolario para los años de estrecha participación cubana en el país. Apenas tres años antes, la elección de Allende había dado origen a masivos festejos y grandes esperanzas. Fidel Castro se hallaba en las oficinas del periódico oficial de Cuba, Granma, cuando se enteró de que Allende había ganado las elecciones presidenciales de Chile por un estrecho margen. La noticia había llegado justo a tiempo para poder salir en primera plana el 5 de septiembre, proclamando la «Derrota del imperialismo en Chile». Cuando salió de imprenta, Castro firmó una copia para Allende y acto seguido, en horas de la madrugada, lo llamó a Santiago para felicitarlo por lo que consideraba como el triunfo Olga Ulianova, «La Unidad Popular y el Golpe Militar en Chile: Percepciones y Análisis Soviéticos», Estudios Públicos, Vol. 79 (2000), p. 102 y Registro de conversación, Letelier y Dobrynin, según citado en Carta, Orlando a Clodomiro (Personal), 11 de noviembre de 1972, Caja 2, Carpeta 18, Documento 8, Fondo Orlando Letelier, Archivo Nacional, Santiago, Chile. 15 Pinochet según citado en Óscar Soto Guzmán, El Último Día de Salvador Allende, Santiago de Chile: Águila Chilena de Ediciones, 1999, p. 112. 14

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revolucionario más importante desde su propia victoria solo algo más de diez años antes16. A esas alturas, Castro y Allende ya llevaban más de una década de amistad. El nuevo Presidente de Chile había sido un defensor de la revolución socialista y un decidido oponente del imperialismo de Estados Unidos mucho tiempo antes de que Castro fuera siquiera un adolescente. Pero en marzo de 1959, cuando Allende conoció por primera vez a los nuevos líderes revolucionarios de Cuba siendo senador por el Partido Socialista, se impresionó. Como otros líderes de izquierda, Allende se sintió inspirado por el ejemplo de Cuba, considerándolo como una alternativa regional a la lejana ortodoxia de la Unión Soviética, que desde hacía ya largo tiempo lo había desilusionado. También lo deslumbró Cuba, «primer territorio libre de las Américas», y le prestó encendido apoyo a La Habana en sus luchas contra Estados Unidos, particularmente después de la incursión en Bahía de Cochinos. Según proclamaba Allende en un discurso suyo de 1962 en La Habana: ¡Cuba no está sola, Cuba cuenta con la solidaridad de todos los pueblos oprimidos del mundo! Estamos junto a ustedes porque la Revolución de ustedes, siendo cubana y nacional, no es sólo la revolución de ustedes, sino la revolución de todos los pueblos oprimidos... ya ustedes, como pueblo han abierto, en acción y en las palabras, un gran camino de liberación en América Latina17.

Durante el transcurso de la década de 1960, Allende también brindó gran solidaridad y apoyo a las aventuras latinoamericanas de Castro, recibiendo la sincera gratitud de los cubanos por haber proporcionado Granma, 5 de septiembre de 1970, «Allende habla con Debray», Punto Final, (edición exclusiva para Chile), Año V, N° 126, 16 de marzo de 1971, p. 33, entrevista del autor con Luis Suárez Salazar, 12 de septiembre de 2005, La Habana, entrevista del autor con Luis Fernández Oña, 3 de septiembre de 2005, La Habana, y Fidel Castro a Beatriz Allende según citado en Registro de Conversación, Embajador Alexseev y Volodia Teitelboim, 14 de octubre de 1970, publicado como «Conversación del Embajador Alexseev con Volodia Teitelboim», «Chile en los Archivos de la URSS (1959-1973): Comité Central del PCUS y del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS», editado por Olga Ulianova and Eugenia Fediakova, Estudios Públicos, vol. 72 (1998), p. 412. 17 Salvador Allende, Conferencia ofrecida por el Dr. Salvador Allende en la Sala Teatro de los Trabajadores del Ministerio de Hacienda el día 7 de Febrero de 1962, La Habana: Ministerio de Hacienda, Sección Sindical, 1962, Biblioteca Nacional, La Habana. 16

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escolta a los sobrevivientes de la columna de Che Guevara, después de que en 1968 lograran escapar de Bolivia a Chile18. Sin embargo, a pesar de su apoyo a los intentos cubanos de provocar insurrecciones guerrilleras rurales en otras partes de América del Sur, Allende creía que la lucha armada no era necesaria —ni deseable— como fundamento revolucionario en Chile. Dos tercios de la población chilena vivían en ciudades y pueblos. El país era uno de los más industrializados de América Latina, y sus partidos tradicionales de izquierda se desenvolvían en una democracia constitucional estable. Cuando Che Guevara escudriñaba los mapas de la región con el objeto de decidir dónde situar una fuerza guerrillera movilizadora de una revolución continental, tampoco él consideraba a Chile como ubicación viable para una insurrección rural. Con su árido desierto al norte y la Patagonia al sur, sus extremos climáticos y su aislada ubicación entre las Fuerzas Armadas de Argentina allende los Andes y el Pacífico al otro lado, Chile nunca fue considerado en La Habana como base ideal para un movimiento guerrillero19. Según hiciera notar más tarde el primer ministro cubano, Carlos Rafael Rodríguez, para los cubanos Chile había sido siempre «una de las pocas excepciones» donde una revolución democrática pacífica era posible20. Hacia 1970, la vía chilena tampoco era tan excepcional como podría haberlo sido a mediados de la década de 1960. Antes de la elección de Allende, Castro ya había comenzado a cuestionarse su anterior postura de que la lucha armada era la principal vía revolucionaria para todos los demás países En efecto, los detalles de este episodio revelan la íntima relación existente hacia esta época entre Allende y los cubanos. Según un cubano que se encontraba en Chile clandestinamente en esa época, ellos tenían un pequeño avión, un piloto, y un tanque lleno de combustible en el país, que estaban pensando utilizar para sacar desde ahí a los sobrevivientes. Sin embargo, Allende estuvo de acuerdo con que si salían de Chile por aire solos, podrían ser fácilmente derribados. Atento a estos temores, personalmente escudriñó mapas y analizó con ellos rutas alternativas de escape para los sobrevivientes, antes de llegar a la decisión definitiva de acompañarlos públicamente en un vuelo a Tahití, donde el embajador cubano en París los recogería. Entrevista de la autora con Luis Fernández Oña, 9 de diciembre de 2004, La Habana. 19 Manuel Piñeiro recordaba que Argentina, Bolivia y Perú eran los países claves que se habían tenido en cuenta. Luis Suárez Salazar (Coord.), Manuel Piñeiro: Che Guervara and the Latin American Revolutionary Movements, Melbourne: Ocean Press, 2001, p. 12 y entrevista de la autora con Luis Fernández Oña, 2 de mayo de 2006, La Habana. 20 Carlos Rafael Rodríguez según citado en Summary of Press Conference, 24 November 1970, FCO7 (Records of the Foreign and Commonwealth Office: American and Latin American Departments, 1967-1976), File 1991, The National Archives, Kew, London. 18

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latinoamericanos. En el contexto de la muerte de Che Guevara y lo que los cubanos percibían como la «nueva dinámica» en América Latina —como por ejemplo el gobierno militar nacionalista de Juan Velasco Alvarado en Perú y el advenimiento de líderes militares nacionalistas en Bolivia y en Panamá a fines de la década de 1960—, Castro había reevaluado las políticas de Cuba en la región, comenzando en consecuencia a tratar a los países de la región más según un criterio de caso a caso. En este contexto, la vía chilena no se interpretaba como un peligro para revoluciones «a la cubana», sino que más bien se aceptaba como su complemento. Ahora existían «dos procesos revolucionarios» en el hemisferio. Por otra parte, el cambio en la estrategia cubana trajo consigo una disminución de las tensiones que se habían estado gestando entre La Habana y Moscú en los años precedentes, una mejora en las relaciones de Cuba con los partidos comunistas pro soviéticos (el Partido Comunista chileno entre ellos), y por consiguiente, un marco más lógico desde el cual apoyar a la coalición de izquierda chilena, la Unidad Popular. En conclusión, el proceso revolucionario chileno —diferente como era de la experiencia cubana— se acogía con beneplácito como síntoma de que en el continente el cambio progresivo estaba en marcha. Según lo explicaría Castro a Augusto Olivares: Este continente tiene en su vientre una criatura que se llama Revolución, que viene en camino y que inexorablemente, por ley biológica, por ley social, por ley de la historia, tiene que nacer. Y nacerá de una forma o de otra. El parto será institucional, en un hospital, o será en una casa. Serán ilustres médicos o será la partera quien recoja la criatura. Pero de todas maneras, habrá parto21.

Aun así, la victoria de Allende había tomado por sorpresa a los cubanos, que no habían estructurado un plan de contingencia de apoyo a la Unidad Popular en su ruta hacia el socialismo —una ruta anómala, pacífica y democrática— antes de que la misma se volviera una realidad frente a la cual debieron reaccionar. Aparentemente, los cubanos también se habrían mantenido alejados de Chile durante la campaña presidencial, para no dar motivos a sus adversarios de exacerbar los ataques contra Allende. Solo diez días después de las elecciones, cuando llegaron a La Habana la hija Castro según citado por Augusto Olivares, noviembre de 1971, publicado como «Interview with Salvador Allende and Fidel Castro», en Salvador Allende Reader: Chile’s Voice of Democracy, editado por James D. Cockroft, Melbourne: Ocean Press, 2000, p. 134.

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de Allende, Beatriz (quien mantenía vínculos de larga data con Cuba) y su secretaria privada, la Paya, solicitando la ayuda directa de Castro para reforzar la seguridad privada del Presidente electo —que posteriormente se conoció como GAP o «Grupo de Amigos Personales»—, se estableció el marco fundamental de un nuevo tipo de colaboración entre los líderes de La Habana y Santiago22. A raíz de esa visita, tres oficiales cubanos de inteligencia —entre los cuales se encontraba Luis Fernández Oña, esposo de Beatriz y yerno de Allende— ingresaron clandestinamente a Chile a fin de analizar las posibilidades de contribuir a la estructuración de un nuevo aparato de seguridad para el Presidente. A pesar de haber ingresado al país como delegado a una Conferencia Veterinaria Panamericana en Santiago, Oña formaba parte del Departamento General de Liberación Nacional (DGLN) dependiente del Ministerio del Interior de La Habana, cuyo propósito era apoyar las luchas revolucionarias y antiimperialistas en América Latina y el Tercer Mundo23. Por el momento, sin embargo, Castro le instruyó que fuera extremadamente cauteloso. Como le manifestara este último personalmente a Beatriz en La Habana, en lugar de que ahora se culpara a Allende por «todas las situaciones conflictivas de América Latina», él no tenía problemas en seguir asumiendo la responsabilidad24. También aconsejó a Allende que esperara antes de restablecer relaciones diplomáticas plenas con Cuba25. Castro percibía que intervenir en Chile inmediatamente después de la elección de Allende era riesgoso. La Habana no se encontraba restringida únicamente por una eventual susceptibilidad de parte de Estados Unidos y de la derecha chilena a una «intervención» cubana en los asuntos chilenos, sino que Castro sentía también la necesidad de contar con más información acerca de los futuros planes de Allende. La comunicación entre Santiago y La Habana todavía era limitada, y los primeros oficiales cubanos de Entrevista de la autor con Ulises Estrada, 13 de diciembre de 2004, La Habana; Entrevistas con Oña y Cristian Pérez, «Salvador Allende, Apuntes Sobre su Dispositivo de Seguridad: El Grupo de Amigos Personales (GAP)», Estudios Públicos, Vol. 79 (2000), p. 49. 23 Entrevistas con Oña y Suárez, Manuel Piñeiro, p. 97, Nº 1. 24 Cita de Memcon, Alekseev and Teitelboim, 14 October 1970, p. 411. Allende también le comentó el consejo de Castro a Galo Plaza, Memcon, Galo Plaza and Allende, 2 November 1970. 25 Cita de Memcon, Plaza and Allende, 2 November 1970. Véase también, Castro según citado en Memcon, Alexseev and Teitelboim 14 October 1970. Castro también aconsejaba a los peruanos que esperaran. Oficio, Jorge Edwards, Chargé d’affaires, La Habana a Almeyda, 10 de diciembre de 1970, Embajada de Chile en Cuba/1970/AMRE. 22

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inteligencia enviados a Chile tenían coberturas demasiado débiles como para justificar su prolongada permanencia en Santiago26. En lo concerniente a la futura posición de Chile dentro de América Latina, Allende coincidía en términos generales con Castro sobre la necesidad de actuar con cautela. A pesar de haber prometido durante su campaña electoral que se retiraría de la OEA, Allende le dijo ahora a Galo Plaza que Chile permanecería en la organización para trabajar desde su interior «constructivamente, pero sin concesiones»27. Por ejemplo, Allende permanentemente instaba a los latinoamericanos a expresarse con «una voz, la voz de un continente libre»28. Sin embargo, según lo manifestado por el nuevo ministro de Relaciones Exteriores chileno, Clodomiro Almeyda, el nuevo gobierno chileno desarrollaría una política exterior de «saludable realismo» y de «pluralismo ideológico» en lo concerniente a los asuntos interamericanos, política que resultó particularmente exitosa para «neutralizar la amenaza» de una posible hostilidad argentina a la presidencia de Allende29. No obstante, aparte de un enfoque en general pragmático y realista de los asuntos interamericanos, Allende y la UP ignoraron el consejo de Castro en lo referente al rápido restablecimiento de relaciones diplomáticas con La Habana. Así, con posterioridad al anuncio de esta decisión una semana después de haber asumido Allende la presidencia, las relaciones cubano-chilenas se expandieron rápidamente a diversos niveles. Al nivel de Estado-a-Estado, las relaciones cubano-chilenas se incrementaron en su primer año abarcando intercambios culturales, cinco nuevas sociedades universitarias, y otras vías de comercio bilateral30. Entrevistas con Oña. Memcon, Plaza and Allende, 2 November 1970. 28 Véase, por ejemplo, América Latina: Voz de Un Pueblo Continente: Discursos del Presidente Allende en sus Giras por Argentina, Ecuador, Colombia y Perú, Santiago de Chile: Consejería de Difusión de la Presidencia de la República, 1971. 29 Almeyda, «Exposición del Ministro de Relaciones Exteriores, Señor Clodomiro Almeyda, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado», 22 de diciembre de 1970, adjunto, Circular, Ministerio de Relaciones Exteriores, 25 de enero de 1971, Discursos: S. Allende Gossens 1971/AMRE. Sobre las relaciones entre Chile y Argentina, véase Entrevista a Huidobro, Tanya Harmer, Allende’s Chile and the Inter-American Cold War, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2011 y Juan Bautista Yofre, Misión Argentina en Chile (1970-1973): Los Registros Secretos de Una Difícil Gestión Diplomática, Santiago de Chile: Editorial Sudamericana Chilena, 2000. 30 En tanto que la UP gastó $13 millones en importaciones cubanas en 1971, por ejemplo, pronto propuso importar azúcar por un valor de $44 millones en 1972, y Cuba también acordó aumentar el valor de sus importaciones chilenas hasta algo más de $9 millones (aunque no pasaría mucho tiempo antes de que los chilenos se encontraran imposibilitados de cumplir estos compromisos). Memorando, «Coop26 27

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A nivel no estatal, las relaciones entre Cuba y el gobierno de Allende también florecieron. Ocho o nueve funcionarios de la embajada cubana, todos ellos miembros de la DGLN, estaban a cargo de mantener vínculos políticos con los partidos de izquierda de la Unidad Popular, el MIR y, lo que era más importante, con Allende mismo. De hecho, en lo relativo a los cubanos, todos los aspectos de la relación debían ser aprobados por Allende. Según lo recordaba un oficial cubano superior: «era su país» y «teníamos que respetarlo»31. Secretamente, y con la aprobación de Allende, los representantes del DGLN y miembros de las Tropas Especiales cubanas comenzaron por tanto a suministrar entrenamiento y armas al GAP. Aparte del GAP, y en distintos grados, los cubanos también ofrecieron entrenamiento y armas al MIR, al PS y al PC (y mucho después y en mucho menor grado, también al MAPU)32. El cardiólogo privado del Presidente recordaría después que los cubanos le dieron incluso a él una pistola para que pudiera sustituir al GAP cuando fuera necesario33. Aunque la Estación de la CIA estadounidense en Santiago ignoraba la cantidad exacta de envíos de armas a Chile, en noviembre de 1971 sabía lo suficiente como para poder informar a Washington que las pistolas «de suministro cubano» del GAP habían transformado por completo la anterior «desorganizada colección de armas cortas»34. La nueva información que tenía la CIA sobre las operaciones cubanas hacia fines de 1971 también significó el abandono de su política de inventar historias acerca

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eración técnica y científica entre la República de Chile y la República de Cuba», noviembre de 1972, Colección Privada, La Habana, Cuba. Otros convenios de colaboración incluyeron programas en las áreas editoriales (Quimantú e Instituto Cubano del Libro, 2 de diciembre de 1971), de salud (10 de diciembre de1971), educación, cultura y deporte (2 de diciembre de 1971). Informe del Intercambio Comercial Chileno-Cubano, sin fecha, aprox. diciembre de 1972, Colección Privada, La Habana, Cuba. Entrevista con Estrada. Véase también Entrevistas con Oña, entrevistas de la autora con Michel Vázquez Montes de Oca y Nelly A. Cubillas Pino, 11 de septiembre de 2005. Entrevista con Suárez y entrevista de la autora con Óscar Soto Guzmán, 7 de julio de 2005, Madrid. Entrevista con Estrada y Entrevistas con Oña. Entrevista con Soto. El médico recuerda como durante el viaje de Allende a Colombia en 1971, por ejemplo, le tocó introducir oculta la pistola, con gran nerviosismo, a un banquete presidencial, al cual el GAP no fue autorizado a entrar. Despacho, COS (Jefe de Oficina), Santiago a Jefe, WHD (Departamento Hemisferio Occidental), 3 de noviembre de 1971, «Chile Declassification Project» Freedom Of Information Act Reading Room, Department of State, CIA Documents, http://foia. state.gov/SearchColls/CIA.asp [En adelante: CDP-CIA]. En particular, la Estación de la CIA [en Chile] indicaba que el nuevo arsenal del GAP incluía «pistolas automáticas Colt calibre 45, pistolas automáticas Browning y pistolas automáticas P-38 checas, todo de suministro cubano». 207

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del rol cubano en el país, comenzando en cambio a pasar información verificable a los líderes militares chilenos, con miras a persuadirlos de intervenir contra el Presidente35. Asimismo, los líderes políticos de oposición informaron a funcionarios de la embajada de Estados Unidos que tenían pensado lanzar una «intensa campaña de rumores» para desacreditar la «imagen y credibilidad» de Allende como demócrata, ligándolo a Cuba y al MIR36. El embajador de Estados Unidos quedó complacido por estos esfuerzos, particularmente con los tendientes a transformar lo que él denominó «incidentes menores» en noticias de primera plana referentes a envíos de armas cubanas37. En efecto, la vinculación entre Castro y Allende, así como el papel no tan secreto de Cuba en el fortalecimiento del GAP, comenzaron a usarse en forma creciente contra el Presidente. A medida que aumentaban las dificultades internas de Allende, comenzaba a desvanecerse el entusiasmo de Castro por la vía chilena. Durante su maratónica gira chilena de fines de 1971, el líder cubano quedó muy preocupado con respecto a las perspectivas revolucionarias del país, exhortando públicamente a los chilenos a «armar el espíritu», en tanto que privadamente comenzaba a tratar que Allende admitiera la posibilidad de un choque frontal con los militares. También durante dicha gira chilena, intentó transmitir la sabiduría de su propia experiencia: manifestaba con orgullo que durante la crisis de los misiles en Cuba, los cubanos habían decidido «morir todos si fuera necesario, antes que volver a ser esclavos», sugiriendo con ello implícitamente que los chilenos debían estar dispuestos a lo mismo38. Con ello, Castro agregaba una adicional —y especialmente poderosa— voz a los crecientes debates y discusiones inter e intrapartidarios de la izquierda chilena con respecto al futuro revolucionario del país. Es necesario destacar que el viaje de Castro no fue la causa determinante ni de los crecientes desacuerdos dentro de la coalición UP, ni del aumento en la confianza de la oposición a fines de 1971 y 1972. Pero su prolongada presencia en Chile sí dio impulso a las fuerzas antigubernamentales, y Covert Action in Chile 1963-1973: Staff Report of the Select Committee to Study Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities, 1975, Honolulu, Hawaii: University Press of the Pacific, 2005, p. 38. 36 Memcon, Felipe Amunategui, Third Vice President, PDC, Richard Schwartz, USAID and Arnold Isaacs, US Embassy, 4 de mayo de 1972, adjunto, Aerograma, Davis to Department of State [En adelante DOS], 17 de mayo de 1972, Caja 2194/RG59/ NARA. 37 Telegrama, Davis to SecState, 2 de mayo de 1972, Caja 2197/RG59/NARA. 38 Castro, discurso en Santa Cruz, 25 de noviembre de 1971, publicado como «Santa Cruz, Colchagua», Cuba-Chile, p. 375. 35

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ocasionó con sus consejos discusiones en los círculos de gobierno. Además del tenor de sus comentarios, la desusada duración de la visita de Castro también exacerbó las acusaciones acerca de la intervención cubana en los asuntos chilenos, facilitando así espacio para que las críticas de la oposición sobre su presencia en el país pudieran ir en aumento. A las tres semanas de hallarse Castro en Chile, el 1º de diciembre de 1971, mujeres chilenas y paramilitares de derecha organizaron la primera de las que se conocerían como marchas de «ollas vacías», en las que mujeres ricas increíblemente protestaban por la escasez de víveres. A consecuencia de la subsiguiente violencia que se desató, Allende declaró el estado de emergencia y el toque de queda por una semana en Santiago. No podía negar que la presencia de Castro en Chile había alimentado la hostilidad contrarrevolucionaria. Según Allende le manifestó a Olivares, no era más que «lógico», ya que la visita de Castro había «[revitalizado] el proceso revolucionario latinoamericano»39. Efectivamente, durante todo el período de 1970 a 1973, la hábil manipulación por parte de los medios de comunicación de la oposición acerca del papel de Cuba en Chile, apoyados por fondos y datos de inteligencia de la CIA (falsos y verdaderos), había sido altamente efectiva en acrecentar los temores hacia el rol de La Habana en el país, entre una población ya sumamente enfervorizada y dividida. De esta manera, las credenciales revolucionarias de Cuba y la credibilidad asignada por los demás a dichas credenciales, parecerían irónicamente haber socavado las probabilidades revolucionarias de Allende. En este contexto, sería erróneo sugerir que Salvador Allende no era más que un receptor pasivo o dependiente de instrucciones cubanas. Pero sí es cierto que Allende había quedado profundamente impresionado con Che Guevara e invitaba a revolucionarios cubanos a El Cañaveral —el chalet de fin de semana de la Paya— y que el día del golpe tenía consigo en La Moneda el fusil que le había regalado Fidel. Sin embargo, debido a su calidad de demócrata convencido, empecinadamente vinculado con la orgullosa historia constitucional de Chile, Allende se negó en gran medida a tomar en serio el consejo de Castro acerca de prepararse para un enfrentamiento armado en el país. De hecho, a pesar de muchos que han sostenido que Cuba subvirtió la democracia chilena, Allende parece haber ejercido un control mucho mayor de lo que se cree sobre la relación entre Cuba y Chile. Es verdad que aprobó entregas de armas cubanas al GAP y a los partidos de izquierda para fines defensivos, pero les impuso a la vez 39

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claras restricciones que provocaron un sentimiento de creciente frustración en Castro a medida que la situación en Chile se iba deteriorando. Por ejemplo, cuando el MIR criticaba creciente y abiertamente al gobierno de la UP a principios de 1972, Allende prohibió a los cubanos que le siguieran entregando armas, lo que en ese momento provocó fuertes protestas de La Habana. Cuando los cubanos reaccionaron a las órdenes de Allende amenazando con dejar de entrenar y proveer de armas a todos los partidos de izquierda, el Presidente aceptó que la embajada cubana pudiera hacer acopio de armas para el MIR en Chile, pero solo podría distribuirlas al partido en la eventualidad de un golpe, que fue lo que después ocurrió40. Como más tarde se lamentaría Castro ante el líder de Alemania Oriental, Erich Honecker, los chilenos aceptaron «muchas menos» armas que las que La Habana «les había querido dar»41. De importancia crucial fue que los cubanos tampoco pudieron persuadir a Allende, hacia mediados de 1973, de que en la eventualidad de un golpe —lo que cada vez más se perfilaba como una seria posibilidad— él debería encabezar una resistencia prolongada desde las afueras de la ciudad antes que desde el palacio presidencial. Los cubanos consideraban que la vulnerabilidad estratégica de La Moneda era «un desastre» y la hacía «indefendible»42. Sin embargo, en la mañana del 11 de septiembre, Allende siguió sus propias convicciones y se dirigió a La Moneda, desde donde, junto con sus guardaespaldas entrenados en Cuba, encabezó una tan inútil como épica resistencia empleando armas suministradas por los cubanos, para acabar suicidándose cuando los militares entraron al palacio. Resulta fundamental señalar en lo que concierne a la comprensión de las relaciones cubano-chilenas, que según parece, Allende, antes de morir, le habría pedido personalmente a un grupo de cubanos dispuestos a unírsele en La Moneda, que no lo hicieran. Siempre consciente sobre la forma en que el golpe se describiría en todo el mundo y por las futuras generaciones, no quería que hubiera cubanos combatiendo contra las Fuerzas Armadas chilenas y muriendo en el palacio presidencial. Al final, la decisión de Castro de no actuar a espaldas de Allende para no desvirtuar la soberanía chilena, significó para los cubanos abandonar Chile profundamente frustrados y sin haber participado en la Entrevista con Estrada. La fecha de la decisión de Allende se puede fijar con más precisión del 26 al 30 de mayo, en virtud de que Estrada recuerda haber estado en Rumania al enterarse. 41 Castro a Honecker, 21 de febrero de 1974 según citado en Volker Skierka, Fidel Castro: A Biography, Cambridge: Polity Press, 2004, p. 204. 42 Entrevistas con Oña. 40

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clase de lucha que habían esperado librar. En efecto, al 11 de septiembre la embajada cubana tenía almacenadas armas y suficientes provisiones de alimentos y medicinas para un mes, lo que sugiere que los cubanos esperaban un prolongado conflicto43. Pero, enfrentados al inesperado momento en que se produjo el golpe (y la participación de Pinochet en el mismo, que sorprendió a los cubanos), a la unidad de las Fuerzas Armadas chilenas, a la intransigencia de Allende en cuanto a no aceptar que cubanos combatieran en La Moneda o la perspectiva de una guerra civil, y a las profundas diferencias entre los partidos chilenos de izquierda, no pudieron ni brindar apoyo ni coordinar una resistencia eficaz contra el golpe durante su desarrollo. De hecho, las numerosas dificultades que debieron enfrentar los cubanos en Chile fueron, en su gran mayoría, las mismas que encontraron en otros lugares de las Américas, en distintos momentos, para apoyar un cambio revolucionario. Según lo admite Piero Gleijeses, «la geografía histórica, la cultura y el idioma hicieron de América Latina el hábitat natural de los cubanos, el lugar que le tocaba más de cerca a Castro y sus seguidores». Sin embargo, les resultó mucho más difícil operar en las Américas que en África, debido a que el continente americano era la esfera de influencia de Estados Unidos, y también como resultado de la percepción que se tenía de Cuba como el poder hemisférico revolucionario por excelencia44. Ya a fines de 1972, el jefe del DGLN, Manuel Piñeiro, había advertido que «las perspectivas de una liberación para América Latina en este momento parecen ser de mediano o largo plazo. Debemos prepararnos para esperar —esperar tanto como sea necesario: 10, 15, 20 o aun 30 años (...)— teniendo presente que la lucha será especialmente larga en el terreno ideológico y que el imperialismo le está dando cada vez mayor importancia a las sutiles armas de penetración y dominación45». Después del golpe chileno, esta situación se vio contundentemente confirmada. En efecto, en lugar de resultar ser la precursora de una marea roja como temiera Nixon, la vía chilena se convirtió de hecho en un momento de profunda transición en la otra dirección, no solo en Chile, sino también en toda la región del Cono Sur.

Entrevista con Otero, Entrevista con Estrada, Entrevistas con Oña y Entrevista Vázquez/Cubillas. 44 Gleijeses, Conflicting Missions, p. 377. 45 Manuel Piñeiro a DGLN, 5 de agosto de 1972, «The Cuban Revolution and Latin America», en Manuel Piñeiro, pp. 98-9. 43

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Brasil, Estados Unidos, Chile y la Guerra Fría Allá por 1970, cuando Chile hiciera temblar los cimientos del orden de la Guerra Fría en el hemisferio al restablecer las relaciones diplomáticas con la Cuba de Castro, se reforzó la percepción de que la presidencia de Allende constituía un hito en América Latina. Para Washington —a quien la rapidez de la decisión de Allende tomó por sorpresa— esta fue otra advertencia más acerca de cuán precaria se había tornado la influencia de Estados Unidos en la región. A fines de noviembre, la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado (INR) señalaba que el restablecimiento de las relaciones con Castro por parte de Chile se volvería particularmente contagioso, a menos que La Habana y Santiago aumentaran sus intentos de exportar la revolución, una perspectiva que ellos racionalmente consideraban como «improbable». Observaba el INR que los miembros de la OEA parecían sentirse «complacidos» por la reducción en el apoyo que Cuba prestaba a los revolucionarios de la región desde la muerte de Che Guevara46. Aunque la administración Nixon había llegado a la conclusión de que nada podía hacer para revertir la decisión de Chile, de todos modos adoptó rápidas medidas para contenerla47. Al tomar los líderes latinoamericanos la asunción presidencial del mexicano Luis Echeverría —en diciembre de 1970— como oportunidad para analizar la posibilidad de replantear su posición hacia Cuba a la luz de la movida de Allende, de inmediato los delegados de Estados Unidos y de Brasil se pusieron de acuerdo en trabajar conjuntamente para frenar cualquier debate serio al respecto48. Intelligence Note, INR, «Latin America: Chile’s Renewed Relations with Cuba- A Potential Problem for the OAS», 30 de noviembre de 1970, Caja 2199/RG59/ NARA. 47 Telegrama circular, DOS to All American Republic Diplomatic Posts, 15 de noviembre de 1970, Caja H220/NSCIF/NPMP y Memorandum, Nachmanoff and R. T. Kennedy to Kissinger, 5 de diciembre de 1970, Caja H050/NSCIF/NPMP. Sobre las opiniones de Kissinger en cuanto a que la política estadounidense hacia Cuba no debía cambiar, véase Memorandum, Alexis Johnson to Rogers and Irwin, 8 de diciembre de 1970, Caja 2201/RG59/NARA. Sobre la negativa de Nixon a considerar una modificación en la política cubana de Washington, véase Minutes, NSC Meeting, 6 de noviembre de 1970. 48 «More Latin Lands Seem Willing to End Ban on Cuba», New York Times, 14 de agosto de 1971, según citado en un telegrama de la embajada brasileña en Washington a la Secretaría de Estado das Relações Exteriores, 14 August 1971, Rolo 423, Telegramas recibidos da Embaixada em Washingon/AMRE-Brasilia. Sobre la cooperación estadounidense-brasileña en este tema, véase Record of Conversation, William Rountree and Gibson Barboza, 22 de diciembre de 1970, Telegram, Rountree to SecState, 23 de diciembre de 1970 Caja 199/RG59/NARA. 46

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En enero de 1971, el Departamento de Estado también instruyó a todos los embajadores de Estados Unidos en América Latina que contactaran a los gobiernos anfitriones y reafirmaran la oposición de Washington a la Cuba castrista49. Los jefes de Estación de la CIA recibieron, asimismo, instrucciones de pasar a los embajadores de Estados Unidos información para ser divulgada a aquellos periodistas y políticos que procuraban «exagerar» la idea de que Chile estaba inundado de agentes subversivos cubanos y soviéticos50. Aunque los funcionarios de Washington sabían que Estados Unidos debía andarse con cuidado para no provocar hostilidad en su contra, creían sin embargo que podían jugar un importante rol «entre bambalinas», «alentando a los latinoamericanos a tomar la iniciativa y si fuese necesario, sugiriéndoles iniciativas»51. Lo que realmente ocurrió, empero, fue que Estados Unidos de hecho no necesitó hacer demasiadas «sugerencias», por lo menos en cuanto a Brasil. Hacia 1970, Washington de hecho había disminuido su importancia como fuerza impulsora del anticomunismo ideológico de Brasil, mucho más que lo que las imágenes populares de títeres brasileños manejados por Estados Unidos nos pudieran haber hecho creer. En efecto, con anterioridad a la elección de Allende, las relaciones entre Washington y Brasil se habían vuelto especialmente tensas a principios de 1970, a raíz de las investigaciones del Congreso de Estados Unidos acerca de las torturas y también debido a los esfuerzos del Departamento de Estado para distanciarse del régimen52. Más que necesitar de un empujón para oponerse a Allende cuando este salió electo, los líderes brasileños, ideológicamente inspirados, lo hicieron por sí mismos, tal como sucedió, por lo demás en forma vehemente. Basta con leer la correspondencia del embajador brasileño en Santiago a Brasilia, y sus quejas de que Estados Unidos no estaba tomando al gobierno de Allende lo suficientemente en serio, para hacerse una idea cabal al Telegram, DOS to All American Republic Diplomatic Posts, 22 de enero de 1971, Caja 2199/RG59/NARA. 50 Memorandum, DOS to Senior Review Group, «Status Report on Implementation of NSDM 93 and SRG Directives», 9 de abril de 1971, Caja 2201/RG59/NARA, Draft Telegram, DOS to All ARA Chiefs of Mission in Paper «Status Report of U.S Actions to Discourage Further Resumptions of Relations with Cuba», adjunto, Memorandum, Crimmins to Kissinger, 4 de diciembre 1970, Box H172/NSCIF/ NPMP. 51 Article, «A Study of Options for U.S. Strategy Concerning Chile’s Future Participation in the Organization of American States», adjunto, Memorandum, Crimmins to Kissinger, 4 de diciembre de 1970. 52 Oficio Conf., Embachile Rio to Señor Ministro, 29 de abril de 1970, Oficios Conf., E y R/Brasil/1970/AMRE. 49

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respecto. Según le escribió a Brasilia, el embajador dudaba, asimismo, de la capacidad de Estados Unidos para contrarrestar eficazmente el efecto de Allende en el hemisferio: junto con las dificultades de Washington en Vietnam, y las tensiones con varios países latinoamericanos, la «capaz diplomacia» chilena estaba acotando las posibilidades de Estados Unidos para combatirla eficazmente. La estrategia legal y constitucional de la UP no solamente dejaba a Estados Unidos sin nada contra lo que «protestar» —observaba el embajador— sino que también Estados Unidos se cuidaba demasiado a fin de evitar repetir los mismos errores de 1959. Sugería el embajador Câmara Canto que Santiago, en cambio, había asimilado muy bien las lecciones de la experiencia de Castro53. En efecto, los brasileños estaban tan preocupados a fines de 1970 y durante la primera mitad de 1971 por la aparente debilidad de Washington cuando de oponerse a Allende se trataba, que los funcionarios estadounidenses tenían que estar constantemente convenciendo a los brasileños de que Washington tomaba la presidencia de Allende muy en serio y que no tenían la intención de conformarse con un modus vivendi54. Al igual que Estados Unidos y Cuba, los brasileños tenían interés principalmente en las posibles consecuencias de un gobierno de Allende sobre el equilibrio de poder en las Américas. Así lo advertía un general de la Fuerza Aérea brasileña en octubre de 1970: (...) la ofensiva comunista internacional, planeada hace poco más de dos años en Cuba, a través de la OLAS [Organización Latinoamericana de Solidaridad], encuéntrase en franco desarrollo en este continente (...) Aprovechando de unos el doloroso estado de subdesarrollo y de otros el más puro idealismo democrático, el comunismo internacional viene demostrando su flexibilidad y objetividad en la conquista del poder, usando ya sea violencia y golpes de estado, ya sea los procesos electorales legítimos que la pureza y la ingenuidad de la liberal-democracia les ofrece (...) Seremos, sin duda, sobrepasados por la lucha ideológica que enfrentamos, [que es] ahora más presente, más palpable y más agresiva55. Oficio, da Câmara Canto, a Secretaria de Estado das Relações Exteriores, 25 de marzo de 1971, Oficios/Embaixada do Brasil, Santiago 1971 (01)/AAMRE-Brasilia. 54 Telegram, DOS to AmEmbassy, Brasilia, 15 de julio de 1971, Caja 2134/RG59/ NARA. 55 Discurso, general Canaverro Pereira en ocasión de la visita del general argentino Alcides Lópes Aufranc a Brasil, octubre de 1970, según citado en Oficio Confidencial, Embachile Rio a Señor Ministro, 26 de octubre de 1970, Oficios Conf., E y R/Brasil/1970/AMRE. 53

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Según lo que pudieron averiguar los diplomáticos chilenos, los brasileños de inmediato comenzaron a tomar una serie de medidas tendientes a prepararse para esta manifiesta lucha ideológica, como por ejemplo monitorear el consulado chileno y conversar con chilenos en Brasil acerca de iniciar un movimiento de resistencia en Chile. Según lo manifestado por un informante a la embajada chilena en Brasilia, las Fuerzas Armadas brasileñas incluso organizaron a principios de 1971 una sala de situación con modelos a escala de los Andes para estudiar las posibilidades de una guerra regional, y comenzaron a realizar ejercicios militares basados en la teoría de que las fuerzas guerrilleras podrían lanzar desde Chile una guerra continental56. El embajador chileno en Brasilia, por tanto, llegaba a la conclusión de que: No es un misterio para nadie que el actual régimen brasileño constituye un enemigo potencial para los gobiernos progresivos y revolucionarios del continente. Chile es, en estos momentos, el objetivo de ataque más frecuentemente utilizado por el gobierno militar y por las clases dominantes que controlan la casi totalidad de los medios de comunicación masiva. Esto es quizás el frente más importante y combativo de las fuerzas reaccionarias que actúan a nivel internacional57.

Todo lo que antecede conduce a pensar que resulta extraño que no se haya prestado más atención al rol transnacional de Brasil en la Guerra Fría, un rol que experimentó un crecimiento sustancial a principios de 1970. Por ejemplo, a la vez de concentrarse en Chile, los brasileños también estaban realizando un esfuerzo concertado para involucrar a los Estados Unidos en los asuntos regionales y, de ser posible, trabajar en conjunto con ellos para oponerse a lo que veían como peligrosas «tendencias izquierdistas». En enero de 1971, un vicealmirante brasileño habló con el embajador de Estados Unidos en Brasilia, William Rountree, «larga y casi emotivamente» acerca de las perspectivas de cooperación militar entre Estados Unidos y Brasil, y sobre los «potenciales peligros en América Latina» (mencionando especialmente a Chile, los estados andinos y Uruguay como dignos de Oficios Conf., Rettig a Señor Ministro, 23 de marzo de 1971, Oficios Conf., E y R/Brasil/1971/AMRE. Por evidencia de comunicación entre oficiales navales brasileños y sectores antiallendistas de la marina chilena, véase Record of Conversation, Rountree and Admiral Figueiredo, aprox.14 de enero, São Paulo, Telegrama, Rountree to SecState, 14 de enero de 1971, Caja 1697/RG59/NARA. 57 Oficio Conf, Rettig, Embachile Brasilia a Señor Ministro, 2 de marzo de 1971, Oficios Conf., E y R/Brasil/1971/AMRE. 56

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especial atención)58. Posteriormente, a principios de febrero de 1971, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Gibson Barboza, le planteó preocupaciones adicionales al secretario de Estado de Estados Unidos, William Rogers, en Washington. Específicamente, subrayó el potencial de Allende para impulsar gobiernos militares nacionalistas en Perú y Bolivia, así como también para influir sobre los eventos en Uruguay, país que preocupaba especialmente a Brasil por los «marcados avances de la izquierda». Aunque Gibson Barboza reconocía que una intervención desembozada en Chile sería «contraproducente», ya que consolidaría las fuerzas en apoyo de Allende, urgía a los Estados Unidos a colaborar con Brasil «para hacer frente a las amenazas planteadas por estos acontecimientos, a fin de (...) (1) contrarrestar la situación chilena; (2) ayudar a restablecer las simpatías hacia Estados Unidos que se habían debilitado en ciertos sectores de Brasil, y (3) reforzar en Brasil las tendencias de retorno hacia instituciones políticas con voluntad de respuesta59». En 1971, Brasil se había concentrado en primer término y principalmente en la amenaza que según entendía planteaban dos de sus vecinos, Bolivia y Uruguay: Bolivia, por causa del gobierno militar de orientación izquierdista de Juan José Torres, y Uruguay a causa de la coalición a la manera de la Unidad Popular, el Frente Amplio, que se presentaría en las próximas elecciones presidenciales del país. En estas circunstancias, la documentación disponible parece sugerir que los brasileños desempeñaron un papel crucial en la organización del golpe en Bolivia que instaló al general Hugo Banzer en el poder, en agosto de 1971. Por otra parte, a través de la colaboración directa con los servicios de inteligencia uruguayos y el desplazamiento de tropas hacia la frontera uruguaya, Brasil fue también un factor clave en la aplastante derrota electoral sufrida por el Frente Amplio a fines de noviembre de 1971. En efecto, el Presidente Nixon, en forma privada y explícita, le dio crédito a Brasil por su «ayuda» en Bolivia y su éxito en ayudar a «manipular» las elecciones uruguayas60. También recibió con beneplácito a Médici en Washington en diciembre Record of Conversation, Rountree and Almirante Figueiredo, c.14 de enero, São Paulo. 59 Quotations from Memcon, Rogers, Meyer, Robert W Dean (Brazil Country Director), Gibson Barboza and Celso Diniz, 1º de febrero de 1971, Caja 2134/RG59/ NARA. 60 Telephone Conversation, Nixon and Rogers, 7 de diciembre de 1971, Conversation 16:36/Nixon White House Tapes/NPMP y «Brazil Helped Rig the Uruguayan Elections», editado por Carlos Osorio, online at National Security Archive, at http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB71/ 58

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del mismo año, señalando que «adonde Brasil vaya, América Latina lo seguirá». En privado, fue más explícito aún, expresando que le gustaría que fuera Médici quien «gobernara todo el continente», con lo cual el secretario de Estado Rogers coincidió61. Todo esto nos conduce nuevamente al tema de las dimensiones multilaterales y regionales que tuvo la campaña antiallendista de Estados Unidos. En efecto, no hubo nada de predeterminado en la evolución de la alianza entre Estados Unidos y Brasil de principios de los años 70, desde la óptica de la Guerra Fría. Todo lo contrario, el viraje del interés de Washington hacia Brasil se debió al radical cambio de rumbo en su política hacia América Latina como consecuencia inmediata de la elección de Allende. Fue en la reunión que mantuvo el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) el 1º de diciembre de 1970 a los efectos de decidir la política hacia Brasil, que las instrucciones del NSDM 93 acerca de colaborar con gobiernos claves revirtieron las recomendaciones anteriores de disminuir los vínculos con la capital brasileña. Así lo fundamentaba la embajada de Estados Unidos en Brasilia a principios de 1971: El interés esencialmente más importante de Estados Unidos en Brasil consiste en proteger la seguridad nacional de Estados Unidos a través de la colaboración de Brasil como aliado hemisférico, contra las contingencias de: amenazas intracontinentales, como lo serían un grave deterioro de la situación chilena (ejemplo —que Chile adoptara una política de «exportar revolución» al estilo cubano), o la formación de un bloque andino que se volviera antiestadounidense; o alguna amenaza extracontinental, por supuesto más remota, como la penetración soviética en el Atlántico Sur. El peligro planteado por los recientes acontecimientos en Chile y Bolivia representa una amenaza hemisférica a la seguridad, que ni de cerca existía con esta misma intensidad a estas alturas del año pasado62.

En el contexto de esta nueva «amenaza hemisférica a la seguridad», Kissinger también ordenó llevar a cabo revisiones de las políticas referentes a la estrategia general de Washington hacia América Latina y a la presencia militar

Telephone Conversation, Nixon and William Rogers, 7 de diciembre de 1971, and Telephone Conversation, Nixon and John Connally, 8 de diciembre de 1971, Conversation 16:44/Nixon White House Tapes/NPMP. 62 Country Analysis and Strategy Paper (CASP), 30 de noviembre de 1970, adjunto, Aerograma, Rountree to DOS 19 de enero de 1971, Caja 2136/RG59/NARA. 61

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de Estados Unidos en la región63. Basándose en las instrucciones de Nixon del NSDM 93 tendientes a estrechar las relaciones con las élites militares, el secretario de Defensa estadounidense, Melvin Laird, comenzó entonces a oponerse abiertamente a las reducciones programadas en la asistencia militar a la región. Por consiguiente, cuando Laird le informó a Kissinger a fines de diciembre de 1970 acerca de los avances en materia de «mejoramiento» de la asistencia militar, este último se manifestó complacido por la noticia, agregando que quería «asegurarse» de que los latinoamericanos comprendieran que Estados Unidos era el único lugar al que podían acudir en materia de seguridad y abastecimiento militar64. Como consecuencia, se produjo un aumento significativo de los niveles —en disminución antes de la elección de Allende— de asistencia militar a la región (Cuadro 1). 1968

1969

1970

1971

1972

1973

1974

Chile

7,9

11,7

0,9

5,7

12,3

15

16,1

Bolivia

2,4

2,0

1,5

2,5

6,0

4,8

8,0

Argentina

11,4

11,7

0,6

16,4

20,6

11,9

23,0

Brasil

36,3

0,8

0,8

12,0

20,6

17,5

46,1

Uruguay

1,9

2,1

3,5

6,6

6,7

3,0

5,4

Cuadro 1: Asistencia militar de Estados Unidos a América Latina (en millones de dólares USA)65.

Durante los tres años siguientes, los vínculos brasileño-estadounidenses en particular se desarrollaron a tal grado, que permitieron a Rogers comentar en 1973 que las relaciones eran «quizás las mejores de todos los tiempos»66. Cuando la asistencia de Estados Unidos a Bolivia dio un salto de 600% a consecuencia del golpe de Banzer, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Gibson Barboza, le expresó su beneplácito a Rogers. Hacia septiembre de 1972, también comentaba sobre la «notable mejoría» Memorandum, Kissinger to the Undersecretary of State et al, 8 de diciembre de 1970, Caja H049/NSCIF/NPMP y Estudio, «U.S Military Presence in Latin America», adjunto, Memorandum, Charles Meyer (Chairman, Inderdepartmental Group for Inter-American Affairs) to Kissinger, 12 de enero de 1971, Caja H178/NSCIF/ NPMP. 64 Telcon, Kissinger and Laird, 26 de diciembre de 1970, Box 8/HAK Telcons/NSCF/ NPMP. 65 Cifras de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional [USAID], U.S. Overseas Loans and Grants [Greenbook], en línea en http://qesdb.usaid.gov/gbk/ 66 Memorandum, Kissinger to Nixon, 28 de mayo de 1973, Caja 953/NSCF/NPMP. 63

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de la situación en Uruguay, siguiendo una acción represiva del gobierno con la asistencia de Brasil y Argentina. Según comentaba Gibson Barboza, ya hacia fines de 1972, «se había dado vuelta» al efecto «bola de nieve» del proceso revolucionario del Cono Sur. De mayor relevancia aún para nuestro enfoque sobre la manera en que los sucesos chilenos interactuaron con otros acontecimientos regionales, es su comentario de que Chile en 1972 se asemejaba a los días finales de João Goulart en 196467. Esta no es una percepción tan solo de los brasileños. En efecto, según recordaba Lincoln Gordon, embajador de Washington en Brasil al tiempo del golpe de 1964, el ex Presidente chileno Eduardo Frei Montalva también había manifestado en privado en 1972, que Chile necesitaba «una solución brasileña»68. Efectivamente, según lo demostraron los acontecimientos, no era una democracia al estilo estadounidense la que los líderes del golpe chileno aspiraban a recrear, sino más bien el autoritario y anticomunista régimen militar brasileño, y Estados Unidos claramente apoyaba esta orientación. Hacia mediados de 1973, la administración Nixon —particularmente funcionarios del Departamento de Estado, Departamento de Defensa y la CIA— había de hecho comenzado a pensar en la forma de alentar la colaboración con Brasilia por parte de un eventual régimen militar sucesor de Allende. En primer lugar, se percibía esta alternativa como forma de ayudar a los enemigos de Allende, soslayando simultáneamente el problema de una abierta intervención de Estados Unidos, en relación a la cual Nixon ya recibía críticas, en medio de las revelaciones sobre la ITT y el caso Watergate. En segundo lugar, también se consideró que era una forma de asegurar que los militares chilenos tuvieran éxito. Con anterioridad al golpe, resultaba evidente que las fuentes de la inteligencia estadounidense consideraban que los militares chilenos carecían de la suficiente inspiración ideológica como para derrotar a la izquierda y que no estaban «tan políticamente orientados» como sus pares brasileños69. A la luz de lo que ocurrió después, el Comité Interdepartamental para Chile de la administración Nixon hacía el comentario algo sorprendente, tan solo tres días antes del golpe, de que «no existían indicios de un sentimiento generalizado de ‘misión’ entre los militares chilenos para tomar el poder y gobernar Memcon, Rogers and Barboza, 29 de septiembre de 1972, Waldorf Hotel, Telegrama, US Mission UN to SecState, 6 de octubre de 1972, Caja 2130/RG59/NARA. 68 Frei Montalva según recordado por Gordon. Entrevista de la autora con Lincoln Gordon, 2 de mayo de 2005, Washington, D.C. 69 Memorando de Inteligencia «Consequences of a Military Coup in Chile», 1º de agosto de 1973, CDP-CIA. 67

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el país».70 Al tratar de coordinar después del 11 de septiembre la asistencia internacional al régimen militar que derrocó a Allende, los gestores de la política de Estados Unidos creían que Brasil «sería especialmente importante debido a su probable identificación ideológica con el nuevo gobierno de Chile (GOC) y con su sustancial y creciente fuerza económica»71. Efectivamente, el embajador de Estados Unidos en Santiago explícitamente alentó a Pinochet a inspirarse en la experiencia de Brasil en el combate al «terrorismo urbano», y en una reunión privada en octubre de 1973, Kissinger personalmente sugirió que el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de Chile, el almirante Huerta, procurara abastecerse de pertrechos militares con los brasileños, en vista de las restricciones impuestas por el Congreso y, por ende, su imposibilidad de brindarle mayor asistencia72. Ese enfoque ciertamente encajaba a la perfección con la así llamada «Doctrina Nixon», en su pretensión general de compartir la carga de los compromisos de la Guerra Fría regional, aunque no se tratara en absoluto de una operación liderada únicamente por Estados Unidos. De hecho, el día del golpe los brasileños ya se encontraban esperando en bambalinas para asumir su posición como principal aliado del nuevo gobierno chileno en América Latina. Efectivamente, el embajador brasileño en Santiago le expresó personalmente a la Junta el reconocimiento de su gobierno tan pronto como se inició el golpe. «¡Ganamos!», se dice que habría exclamado en esa oportunidad73. Más aún, actualmente se sostiene que los brasileños ya sabían dos semanas antes que los estadounidenses que se daría el golpe74. Con posterioridad a este, los brasileños ofrecieron entonces a la Junta chilena ayuda inmediata en la supresión de la izquierda, tanto colaborando en cali «Chile Contingency Paper: Possible Military Action», Ad Hoc Interagency Working Group on Chile, adjunto, Memorandum, Pickering to Scowcroft, 8 de septiembre de 1973, Caja 2196/RG59/NARA. 71 Informe «Economic Assistance Needs of the Now Government of Chile and Possible Responses», adjunto, Memorandum Pickering to Scowcroft, 14 de septiembre de 1973. 72 Record of Conversation, Davis and Heitman, Ambassador Designate, 27 de septiembre de 1973, Cable, Davis to SecState, 28 de septiembre de 1973, Telegramas electrónicos, State Department Central Foreign Policy Files, en NARA: Access to Archival Databases (AAD) en línea en http://aad.archives.gov/aad/ [En adelante: DOS: CFP] y Record of Conversation, Huerta and Kissinger, 12 de octubre de 1973, Telex, Ebehard a MRE, 12 de octubre de 1973, Telex: R. 491-/EEUU/1973/ AMRE. 73 Elio Gaspari, A Ditadura Derrotada, São Paulo: Companhia das Letras, 2003, p.355. 74 Conversando con Roberto Kelly V.: Recuerdos de una Vida, editado por Patricia Arancibia Clavel, Santiago de Chile: Editorial Biblioteca Americana, 2005, p. 144147. (Mi agradecimiento a Joaquín Fermandois por haberme alertado sobre esta fuente). 70

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dad de asesores del nuevo régimen, como participando en el interrogatorio y tortura de prisioneros en el Estadio Nacional en los días siguientes75. A nivel diplomático, las fuentes chilenas también caracterizaron la reacción de Brasil al golpe como «extremadamente favorable». El Presidente Médici le instruyó personalmente por teléfono a su ministro de Relaciones Exteriores efectuar el reconocimiento formal del nuevo gobierno chileno. Adicionalmente, los funcionarios brasileños les aseguraron de inmediato su «profunda amistad» e «íntima satisfacción» a los nuevos representantes en Brasil del régimen militar chileno. Según les manifestaron los brasileños a sus nuevos amigos, esa era una feliz ocasión no solo desde el punto de vista de las relaciones bilaterales, sino también por lo que significaba para el equilibrio de poder en América del Sur. Al mes siguiente del derrocamiento de Allende, Brasilia ya le había ofrecido a Chile 40.000 toneladas de azúcar y una línea de crédito financiero de $50 millones de dólares, $35 millones para la adquisición de productos brasileños, y otros $55 millones más para la compra de bienes no perecederos, además de casi $6 millones en créditos para las Fuerzas Armadas76. Brasil, además, extremó esfuerzos para apuntalar la reputación internacional del nuevo régimen. En ocasión de la intervención del nuevo ministro de Relaciones Exteriores chileno ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en octubre de 1973, el representante permanente de Brasil ante el organismo le ayudó a redactar su discurso77.

La Guerra Fría interamericana Muy a semejanza de los cubanos, que durante la presidencia de Allende habían querido trasmitir a los chilenos el producto de una década de experiencia revolucionaria, los brasileños ahora querían compartir con el régimen militar sus conocimientos acerca de cómo combatir a «la izquierda», gobernar un Estado autoritario e interactuar exitosamente con el resto del mundo. En efecto, los roles de ambos países en Chile —así de diametralmente opuestos como eran— constituyen fascinantes ejemplos de las dimensiones latinoamericanas del conflicto de la Guerra Fría, y demuestran que necesitamos esforzarnos más en incorporar los roles transnacionales de las potencias latinoamericanas a las historias McSherry, Predatory States, p. 57 y Dinges, Condor Years, p. 264. Véase también Record of Conversation, Davis and Heitman, 27 de septiembre de 1973. 76 Oficio Conf., Ronaldo Stein, Encargado de Negocios, Brasilia, a Señor Ministro, 27 de septiembre de 1973 y Oficio Conf., Stein a Señor Ministro: «Visita de Misión Económica», 29 de octubre de 1973, Oficios Conf., E y R/ Brasil/1973/AMRE. 77 Cable, Scali to SecState, 10 de octubre de 1973, DOS: CFP. 75

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internacionales del período. No solo estaban Cuba y Brasil involucrados directamente en otros estados, como lo evidencia el caso chileno, sino que también determinaron la naturaleza de los debates políticos a nivel nacional y regional, a través de la fuerza de sus ejemplos y retórica. Por supuesto que los casos de Cuba y Brasil, y el capítulo chileno de la Guerra Fría en las Américas, son apenas pequeñas instantáneas de lo que era una trama mucho más compleja y multidimensional, que todavía no ha sido descrita en su plenitud. ¿Qué importancia tiene todo esto para las historias de la Guerra Fría internacional? La realización de estudios acerca de cómo los acontecimientos en una parte de las Américas afectaron e interactuaron con los sucesos en otros de sus países, no significa que debamos aislar el continente de lo que ocurría a nivel internacional. Por el contrario, podemos aprender mucho sobre la naturaleza de la Guerra Fría como conflicto mundial si comprendemos el proceso de su evolución a escala regional. La dinámica y el encono de la Guerra Fría interamericana a principios de la década de 1970, por ejemplo, son muy reveladores acerca de la naturaleza de la détente como fuerza directriz central en las resultantes relaciones internacionales del período. Según le escribía a fines de 1972 Orlando Letelier, embajador chileno en Washington, al ministro de Relaciones Exteriores Almeyda: «No es (...) un misterio que las preferencias de la Casa Blanca están con los gobiernos que favorecen al inversionista privado y combaten cualquier brote ‘marxista’. Los casos de Brasil y México, por ejemplo, no requieren de más comentario»: La administración actual se había caracterizado por el deshielo practicando frente a ciertas naciones socialistas. Esto podría interpretarse como un signo favorable para Chile, si las políticas que la Casa Blanca predica respecto de Yugoslavia o Rumania fueran aplicables a América Latina. Sin embargo, el resultado de la elección en Chile en septiembre de 1970 disgustó notablemente a Nixon. Las declaraciones del Dr. Kissinger sobre la «teoría de dominó» para América Latina (septiembre 1970), la ausencia de un saludo protocolar al Presidente Allende y las propias declaraciones del presidente de que el nuevo gobierno chileno «no era de su agrado» pero que «lo aceptaba» por respeto a la voluntad del pueblo chileno, revelan serias y profundas reservas distintas a las que pueda tener respecto de otras naciones socialistas ubicadas fuera del continente78. Oficio, Letelier a Señor Ministro, 13 de octubre de 1972, Oficios Conf., E y R/ EEUU/1972/AMRE.

78

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El juego de la détente, entonces, era mucho más efímero, temporal y dependiente de la ubicación geográfica de los países en el mapa mundial de lo que se ha considerado hasta el presente. El contexto interamericano de los acontecimientos chilenos a principios de la década de 1970 sugiere asimismo que a medida que avanzaba la Guerra Fría y de que Washington y Moscú crecientemente procuraban alguna forma de manejar sus mutuos conflictos, la competencia entre ambos gobiernos por la supremacía en las Américas fue de hecho sustituida y asumida por actores regionales, que cada vez más se apropiaron del lenguaje, objetivos e instrumentos típicos de la Guerra Fría. En efecto, más que «rellenos de sándwich», «peones» o «dominós», los latinoamericanos eran participantes y actores en el marco de un complicado conflicto donde se definiría el futuro de su propio continente. Y Washington no era en modo alguno el eje único alrededor del cual giraban las relaciones interamericanas. Aun así, considero que si bien América Latina merece que se le asigne una actuación mucho mayor en las historias internacionales de la Guerra Fría, excluir por completo a Estados Unidos de nuestros análisis constituiría una distorsión. En vez de esto, necesitamos contextualizar el papel innegablemente gravitante de Washington en América Latina y prestar mayor atención a cómo Estados Unidos interactuó con el acontecer y los actores latinoamericanos del período. Por demasiado tiempo, la intervención estadounidense en Chile ha sido tratada como el estudio de caso por excelencia y como resultado total de las políticas de la administración Nixon hacia América Latina. Sin embargo, cuando la elección de Allende conmocionó a la Casa Blanca, induciéndola a prestar mayor atención a los acontecimientos del «Sur», era evidente que Chile no constituía el único foco de interés de las políticas de la administración Nixon en la región. Según lo ha intentado demostrar el presente estudio, y como le manifestara un aparentemente bastante nervioso Charles Meyer —subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos— a Allende cuando se entrevistó personalmente con el nuevo presidente chileno en noviembre de 1970, «las relaciones entre dos países se juegan no solo en forma directa e inmediata sino también en foros multilaterales y en regiones y cuestiones que tienen lugar en todo el mundo»79.

79

Meyer a Allende, 4 de noviembre de 1970, MINREL 1961-1979, Memorandos Políticos/AMRE. 223

El movimiento de solidaridad sueco con Chile durante la Guerra Fría Fernando Camacho Padilla*

Introducción El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y el movimiento de solidaridad sueco con Chile, tanto gubernamental como popular, han suscitado recientemente un gran interés entre los académicos escandinavos1. Por razones posiblemente idiomáticas y culturales, hasta hace poco tiempo, los historiadores escandinavos no habían prestado atención a esta temática a pesar de la importancia que tuvo la confrontación entre los dos países tras el golpe militar en pleno contexto de la Guerra Fría. Los datos que se están revelando no dejan de sorprender a todos aquellos que se acercan a este objeto de estudio. Es ahora cuando se empieza a descubrir que la solidaridad con Chile tuvo una magnitud considerablemente mayor a la interpretada en un primer momento, en la que participaron, además, buena parte de los actuales dirigentes políticos suecos durante su juventud. Con el objetivo de que futuras investigaciones puedan profundizar en los distintos aspectos en los que se canalizó la ayuda sueca al pueblo chileno, en este estudio se entrega una primera panorámica de lo que fue Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile (USACH). 1 Cuando me instalé en Suecia en el año 2005, el número de trabajos académicos era sumamente limitado y la mayoría de las publicaciones existentes habían sido realizadas por investigadores extranjeros o veteranos del movimiento de solidaridad. No obstante, a partir de 2007 se han realizado largometrajes (Clavel negro), documentales y seminarios sobre el tema. Igualmente, han ido apareciendo nuevas investigaciones y otras van en camino. *

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este movimiento de solidaridad. Para lo cual, se presentan los principales acontecimientos internacionales que interesaron a la sociedad sueca, como también su relación con América Latina. La vía chilena al socialismo iniciada por Salvador Allende a partir de 1970 fue recibida de manera positiva en la mayor parte de Europa Occidental, no solo por los partidos de izquierda o socialdemócratas, sino también por numerosos partidos de centro. Suecia no fue una excepción, pero para entender esta situación hay que recordar algunas de las razones que favorecieron su compromiso social y político por la causa allendista dentro del período de la Guerra Fría. Por consiguiente, en este trabajo se entregan las principales características y procesos históricos en los que se fueron asentando las posiciones políticas de izquierda de la sociedad sueca. Estos factores ayudan a contextualizar el alto compromiso que tuvo Suecia con la Unidad Popular de Chile, durante un período en que el planeta vivía bipolarizado por las dos principales corrientes ideológicas presentes en ese momento. Del mismo modo, en este capítulo se describen el origen y el desarrollo de la solidaridad sueca durante la década de los años sesenta y setenta para entender el posterior compromiso que también abarcó a Chile. Finalmente, se presentan las principales organizaciones y formas de solidaridad que se dieron con Chile tras el golpe militar, así como la significación que tuvo para ambas sociedades. La primera razón por la que este estudio presenta las relaciones entre Chile y Suecia a partir del movimiento de solidaridad sueco que se gestó durante la Guerra Fría, se debe principalmente al hecho de que el contacto, formal e informal, entre ambas naciones se produjo por iniciativa del país escandinavo. A partir del mismo, la realidad y el modelo suecos fueron conociéndose en Chile y, por lo tanto, se gestó el interés en la otra dirección. No obstante, la inestabilidad política y económica de Chile durante la Unidad Popular, y los conflictos diplomáticos que se dieron entre los dos países a partir del golpe, fueron factores que dificultaron el conocimiento de la experiencia sueca en el país andino. Sin embargo, esta situación cambió a partir de la información que transmitieron a sus familiares los exiliados que llegaron a Suecia, un fenómeno de gran interés pero que no se incluye dentro del estudio que aquí se propone. La segunda razón por la que se presenta la solidaridad sueca con Chile a partir de la evolución histórica de Suecia, es que el desarrollo político chileno de los últimos cuarenta años está abordado en varias de las otras contribuciones de este libro.

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A modo de antecedentes Durante las décadas previas al golpe de Estado en Chile, el país escandinavo había experimentado una fuerte transformación económica y social que le permitía gozar de los niveles de bienestar más altos del mundo. No obstante, hasta finales del siglo XIX y principios del XX, Suecia fue uno de los países más pobres de Europa. Entre 1850 y 1914, alrededor de un millón de ciudadanos habían emigrado a Norteamérica, principalmente a la zona norte de los Estados Unidos2. La Gran Depresión de 1929 afectó rápidamente a la economía sueca, especialmente al sector agrario. Por consiguiente, las cifras de desempleo se dispararon. Además, el gobierno intentó subir los impuestos y se recortaron los salarios. En 1931, miles de trabajadores se congregaron en la ciudad de Ådalen en protesta contra estas medidas, lugar donde fueron brutalmente reprimidos por las Fuerzas Armadas. El saldo de víctimas fue de cinco muertos y varios heridos graves, un hecho sin precedentes que impactó profundamente a la sociedad de un país que, para entonces, tenía una pequeña población. Este acontecimiento generó un gran debate a nivel nacional sobre la responsabilidad de los hechos y su vinculación con la crisis económica. Un año más tarde, en 1932, el Partido Socialdemócrata (Sveriges socialdemokratiska arbetareparti, SAP) ganó por primera vez las elecciones parlamentarias, y entre las primeras medidas adoptadas, se decidió no llamar al Ejército para reprimir futuras manifestaciones3. Para ese momento, el SAP estaba preparado para asumir el poder. El partido tenía bien diseñadas las reformas que se iban a implementar para convertir al país en el Folkhemmet, la «casa del pueblo», el lugar cuyas condiciones respondieran a las necesidades de la sociedad4. Con esta política se iniciaba el camino al «Estado del bienestar»5. A partir de entonces, Suecia pasó a ser uno de los países con mayor índice de Lars O. Lagerqvist, A History of Sweden, Stockholm: Swedish Institute, 2003, p. 143. 3 El Partido Socialdemócrata fue fundado por August Palm en 1889. 4 Villy Bergström, «Party program and economic policy: the Social Democrats in government», en Klaus Misgeld; Karl Molin y Klas Åmark, Creating Social Democracy. A Century of the Social Democratic Labor Party in Sweden, Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 1976, p. 142. 5 Resulta interesante observar cómo la crisis de 1929 tuvo consecuencias políticas tan dispares —a las que no entramos en detalle en este capítulo—, no solo en el mundo sino dentro de la propia Europa. Mientras en varios países se produjeron alzamientos militares o se impusieron movimientos de extrema derecha, en Escandinavia y especialmente en Suecia, llegó al poder la socialdemocracia y se puso en marcha un nuevo modelo económico. 2

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desarrollo y calidad de vida, convirtiéndose en un modelo a seguir en numerosas naciones occidentales. Esta transformación profunda del Estado y de la sociedad efectuada por el SAP, ha llevado a varios académicos a definir el proceso con el término de «revolución sueca». Sus principales características, como el respeto por los marcos legales del sistema democrático, son parecidas al proyecto del gobierno de Salvador Allende. Gabriel Ardant señala: ¿Es posible una revolución democrática? El socialismo, en el sentido de la supresión de las alienaciones y de la abolición de las clases, ¿se puede instalar a partir de la voluntad de la mayoría y respetando los derechos individuales? Si bien se considera que cada país debe llegar a este resultado a partir de sus propios métodos, podemos entregar un elemento de respuesta sobre el examen de una revolución que se desarrolla frente a nosotros, la revolución sueca6.

El desarrollo político de Suecia tiene características únicas dentro del mapa europeo, especialmente a partir de la década de los años treinta y más aún desde el final de la II Guerra Mundial, momento en que se gestó la división entre los dos bloques, el socialista y el capitalista. Vistas las consecuencias de la II Guerra Mundial, Suecia comprobó que la neutralidad era su mejor opción, especialmente cuando la potencia del armamento usado era enorme y que cualquier conflicto posterior podría tener aun peores resultados. A partir de 1945, cuando se inició el período de la Guerra Fría, Suecia tuvo la certeza de que para evitar una vez más su participación en una contienda a nivel internacional, debía mantener una posición crítica con los dos modelos reinantes, para lo cual tuvo que definir una política exterior propia y diferente a la de los grandes bloques7. Del mismo modo, evitó fuertes divisiones políticas en el país que la pudiera conducir a una guerra civil, tal como habían vivido España (1936-1939) o Finlandia (1918), países en los que combatieron cientos de voluntarios suecos. De este modo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las diferencias de clase se fueron reduciendo en Suecia gracias a las políticas sociales del gobierno socialdemócrata, lo que evitó la propagación de las Gabriel Ardant, La révolution suédoise, Paris: Editions Robert Laffont, 1976, p. 11. Es cierto que España, por ejemplo, no entró en la II Guerra Mundial, pero sufrió una desastrosa guerra civil entre bandos ideológicos bien definidos, cuyas consecuencias sociales todavía persisten en la actualidad.

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ideas comunistas. Al mismo tiempo que finalizaba la II Guerra Mundial, la principal amenaza para el país provenía justamente de la Unión Soviética, especialmente después de que esta anexara las repúblicas bálticas y extendiera su hegemonía sobre Europa del Este. Además, la alternativa de seguir el modelo norteamericano no era convincente para el pueblo sueco. En primer lugar porque en este sistema, las clases superiores conservaban su poder y sus privilegios, y, en segundo lugar, porque Estados Unidos no dudaba en intervenir militarmente en cualquier territorio con el objetivo de defender sus propios intereses. A partir de esta lógica, Suecia fue uno de los pocos países que se mantuvo fuera de los dos bloques antagónicos enfrentados durante la Guerra Fría. Para mantener su independencia y evitar posibles ataques, el gobierno sueco diseñó su propia ruta de política exterior basándose en principios de respeto, igualdad y defensa de los derechos de las sociedades o países más desfavorecidos por la situación política y/o económica imperante en ese momento. Es decir, se preocupó fundamentalmente por los países en vía de desarrollo, convirtiéndose en su voz en Occidente, especialmente dentro de los organismos internacionales. La estrategia diplomática sueca coincidió temporalmente con el proceso de reformas sociales y económicas de Chile, y así fue cómo las relaciones entre ambos países se intensificaron fuertemente a partir de finales de la década de los sesenta. Hasta esa fecha, el interés de Suecia por América Latina fue minoritario, si bien la Revolución Cubana había suscitado curiosidad en distintos sectores. El gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva generó también interés en el país escandinavo, especialmente por los cambios económicos y sociales que se estaban implementando. Las ideas de Frei estaban en sintonía con el pensamiento de los dirigentes socialdemócratas de ese momento, pues todavía mantenían unas posiciones relativamente moderadas. El embajador de Chile en Suecia, Eduardo Hamilton, fue invitado con frecuencia a presentar en público el desarrollo de los acontecimientos en Chile. El país sudamericano tenía un mapa político similar al de Europa, fácil de entender para el público escandinavo, y los cambios que se estaban produciendo en materia social, económica y diplomática, concretamente, al ampliarse las relaciones con los países de la esfera socialista, hacía pensar al pueblo sueco que ambas naciones compartían los mismos objetivos en el marco de la Guerra Fría. Una vez que Suecia se acercó a Chile, y mostró sus logros sociales así como su independencia de los dos centros hegemónicos, el gobierno chileno tomó la experiencia sueca como referencia a seguir.

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El triunfo de Salvador Allende en Chile en 1970 coincidió cronológicamente con la llegada tanto al gobierno sueco, como a la dirección del SAP, de una nueva generación de militantes con posiciones más definidas de izquierda. Además, este grupo tuvo un gran interés por la situación de los países en vías de desarrollo y, del mismo modo, buscó tener un mayor protagonismo internacional con el fin de paliar las tensiones políticas propias de la Guerra Fría. Entre las nuevas figuras se destacaron, entre otros, Olof Palme, Pierre Schori y Sten Andersson. Este cambio significó que el interés del gobierno sueco por la política chilena aumentara aun más y se dieran grandes avances para estrechar las relaciones entre ambas naciones. Salvador Allende quiso implantar el socialismo por la vía electoral, pero no contaba con referencias históricas en América Latina. Con pocos ejemplos parecidos en el mundo, los avances políticos y económicos de Suecia durante el siglo XX fueron el modelo más parecido a seguir. Así, la vivencia escandinava sirvió de inspiración a la Unidad Popular. Sin embargo, ambos países partieron de contextos sociales y geográficos diferentes, los cuales incidieron notablemente en que Suecia tuviera más facilidad que Chile para realizar dichas transformaciones. La diferencia de clases en Chile era más marcada que en Suecia, y la conflictividad entre los distintos grupos y la represión ejercida contra la clase trabajadora fue, asimismo, mayor en el país sudamericano. De este modo, para la década de los años setenta Chile contaba con una sociedad fuertemente confrontada, donde la clase hegemónica no estaba dispuesta a implementar mínimas reformas, y donde la subalterna estaba ansiosa de acabar con los privilegios. Además, la Revolución Cubana y su influencia en movimientos ideológicos por toda América Latina, no logró traducirse en experiencias similares en el resto de la región, principalmente por las dificultades logísticas y por la presencia de Estados Unidos en la zona, con la única excepción de la revolución sandinista de Nicaragua en 1979. Cuba nunca invadió militarmente a un país americano ni lo incluyó dentro de su área de influencia. Esta serie de aspectos significó que los grupos conservadores mantuvieran la confianza de preservar el sistema político y económico vigente, ya fuera por la vía democrática o la represiva, tal como habían hecho siempre. En cambio, Suecia se encontraba geográficamente próxima a la órbita de la Unión Soviética y de los países socialistas. Por lo tanto, el riesgo de formar parte de este grupo fue una realidad presente, especialmente en el caso de que no se implementaran reformas sociales y económicas que favorecieran a la clase trabajadora. La élite del país escandinavo estuvo consciente de esta posibilidad. Por lo tanto, dentro del 230

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período de la Guerra Fría, aunque los gobiernos de Chile y Suecia compartieron un proyecto político común, la realidad de ambas naciones fue sumamente dispar, tanto en su composición social como en su ubicación geográfica, de manera que no fue posible para la Unidad Popular seguir la misma ruta que tomó la socialdemocracia sueca durante las décadas anteriores. No obstante, el gobierno sueco fue consciente de que Chile tenía dificultades para implementar dichas transformaciones, de manera que optó por apoyar económicamente el proyecto de Salvador Allende. La solidaridad sueca con Chile puede entenderse mejor conociendo la posición de Suecia frente a los principales acontecimientos internacionales del siglo XX.

La internacionalización de Suecia durante el siglo XX Suecia se mantuvo neutral durante la Guerra Civil Española (19361939) y la II Guerra Mundial (1939-1945), sin embargo, esta situación no impidió que numerosos suecos se alistaran como voluntarios en los distintos bandos de ambas guerras8. Un hecho llamativo fue el número de brigadistas internacionales suecos que combatieron por la II República española. Justamente, el conflicto bélico del siglo XX en el que murieron más ciudadanos suecos fue la Guerra Civil Española9. Los voluntarios suecos tuvieron que marchar clandestinamente a España, dada la prohibición gubernamental de intervenir en los asuntos internos de países extranjeros. Poco después de su regreso, con el estallido de la II Guerra Mundial, varios de ellos fueron encarcelados por su militancia comunista dado el temor a que se produjera una invasión soviética10. El modelo de neutralidad sueca que evitó la entrada del país en las dos guerras mundiales se fue transformando a la par que se producía el cambio generacional de los dirigentes socialdemócratas en el gobierno, fundamentalmente durante las décadas de los años cincuenta y muy especialmente de los años sesenta. Este giro se produjo por el creciente interés en el desarrollo de los acontecimientos que ocurrían en otros continentes. Suecia no quiso comprometerse con ninguno de los bandos enfrentados En el caso de la Guerra Civil Española, alrededor de una decena de voluntarios suecos se alistaron en el bando nacional. Durante la II Guerra Mundial, varios centenares de suecos se alistaron en la División Viking de la SS de la Alemania Nazi, pero un número mayor formó parte de las tropas aliadas. 9 De los 550 suecos que combatieron, cerca de 200 fallecieron en combate. Véase: Lars Ericson Wolke, «Friviliga i strid», Populär Historia N° 7-8/ 2006. 10 Lennart Lundberg, Svenskarna i Spanska inbörderskriget, Göteborg: Tre böcker, 2002, p. 139. 8

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en la Guerra Fría, razón por la que decidió mantenerse al margen de la OTAN y del Pacto de Varsovia, pero tampoco optó por entrar en el Movimiento de Países no Alineados11. El mayor esfuerzo lo hizo para fortalecer a las Naciones Unidas, lugar de debate y discusión donde participaba la mayor parte de los países del mundo. De ese modo, a los pocos años de su creación, en 1953, el sueco Dag Hammarskjöld fue elegido secretario general, cargo que ocuparía hasta su muerte accidental en 1961. Durante los primeros años, el gobierno sueco se mantuvo al margen del debate de la descolonización, fundamentalmente porque no había tenido un pasado colonialista en África o Asia. No obstante, a mediados de los años cincuenta, la sociedad sueca empezó a tomar conciencia de la situación, especialmente con la intensificación de la guerra de Argelia (1957-1958)12. El gran cambio gubernamental se produjo en diciembre de 1959, cuando Suecia votó a favor de la autodeterminación de ese país norteafricano en la Asamblea General de las Naciones Unidas. La masacre de Sharpeville en Sudáfrica, ocurrida en marzo de 1960, donde se asesinaron a más de setenta personas, movilizó y concienció mayoritariamente al pueblo sueco en torno a la situación que se vivía en este continente13. Por consiguiente, Suecia tomó una posición más firme en la agenda internacional sobre el conflicto de las relaciones Norte-Sur, a la vez que procuraba conservar la neutralidad en las Este-Oeste14. El gobierno sueco estimaba en ese momento que una salida socialdemócrata para los nuevos países descolonizados, rebajaría la tensión política internacional de la Guerra Fría, fenómeno que se denominó como neutralidad activa. Esta nueva posición política fue madurando durante los años consecutivos, especialmente desde que Olof Palme fuera nombrado primer ministro (1969). Desde ese momento, el gobierno sueco se pronunció abiertamente sobre la situación en Sudáfrica, Vietnam, Checoslovaquia, España, Portugal, Grecia, entre muchos otras, fenómeno que se conoció bajo el término de la línea Palme15. Este nuevo discurso político coincidía con la postura ma No obstante, Suecia colaboró clandestinamente con la OTAN en asuntos estratégicos y tecnológicos. Véase: Lagerqvist, A History of Sweden, p. 182. 12 Kjell Östberg, 1968: när allting var i rörelse, Stockholm: Prisma, 2002, p. 39. 13 Tor Sellström, Sweden and National Liberation in Southern Africa. Volume I: Formation of a popular opinion 1950-1970, Uppsala: Nordiska Afrikainstitutet, 2003, p. 58-6 (Verificar la numeración). 14 Kjell Östberg, «Sweden and the long ‘1968’: Break or continuity», en Scandinavian Journal of History, Vol. 33, N° 4. (December 2008) p. 340. 15 Peter Antman y Pierre Schori, Olof Palme. Reformista sin fronteras, Barcelona: Cedecs Editorial, 1997, p. 240. 11

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yoritaria de la sociedad de ese tiempo. Sin embargo, tampoco los sectores más conservadores criticaron esta nueva retórica aunque no obedecía a la neutralidad histórica del país. Este grupo prefería no emitir condenas para no interferir en sus relaciones internacionales, tanto con los EE.UU. como con la Unión Soviética. Como se va señalando, el interés social por los acontecimientos internacionales aumentó durante estas décadas, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Este fenómeno de protagonismo de la sociedad civil en asuntos internacionales ha llevado a la distinción de «actores estatales» y «actores no estatales». Los primeros se refieren a las políticas aplicadas por los respectivos gobiernos, y los segundos a las campañas organizadas por la ciudadanía sobre aspectos internacionales de interés general16. A partir de estos años, los actores no estatales fueron adquiriendo cada vez mayor protagonismo en la manera en que se desarrollaron las relaciones formales entre distintos países, especialmente durante las décadas de los años sesenta y setenta. En lo que se refiere a las relaciones entre Suecia y Chile, los actores no estatales, organizados en distintos comités de solidaridad, tuvieron un papel claramente significativo. El nuevo interés social por el desarrollo de acontecimientos internacionales llevó a la creación de distintos comités de solidaridad y a la publicación masiva de boletines sobre varios países. Los temas centrales de estos movimientos fueron América Latina, Palestina, Indonesia, España, Grecia, las Panteras Negras, Angola, Mozambique, Sudáfrica e Indochina, por citar algunos de ellos. A finales de los años sesenta y durante los años setenta, se fueron definiendo las posiciones doctrinarias de estos movimientos. A todos ellos les unió su lucha contra el imperialismo norteamericano y su compromiso por la soberanía de los pueblos. Una buena parte de sus integrantes pertenecieron al Partido Comunista de Izquierda (Vänsterpartiet Kommunisterna, VPK), pero también fueron incluyéndose nuevos grupos de orientación marxista de distintas tendencias que surgieron a finales de los años sesenta e inicios de los setenta17. Desde entonces, el debate sobre cómo trabajar para la solidaridad con otras regiones se originó entre las distintas posturas de orientación trotskista, leninista o maoísta, esta última mayoritaria en las Un excelente análisis sobre la importancia de estos actores se encuentra en el siguiente trabajo: Joaquín Fermandois, «La internacionalización de la historia internacional», en Fernando Purcell y Alfredo Riquelme (Coords.), Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global, Santiago de Chile: RIL Editores, 2009, pp. 25-41. 17 Kjell Östberg, 1968: när allting var i rörelse, Stockholm: Prisma, 2002, p. 112. 16

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campañas por Vietnam. Sin embargo, durante este período prevaleció un sector que, manteniendo posturas progresistas, no quiso verse condicionado por la ortodoxia ideológica de estas corrientes18.

Suecia y la solidaridad con América Latina Durante el siglo XIX y hasta mediados del XX, las relaciones entre Suecia y América Latina habían sido principalmente de tipo empresarial, además de algunos científicos escandinavos que habían viajado por la región para realizar algunas investigaciones botánicas o geográficas19. De ese modo, los contactos más estrechos se mantuvieron con las principales potencias económicas latinoamericanas, como Brasil y México, por razones fundamentalmente comerciales. Asimismo, se puede hacer una distinción entre el interés social y el interés político en América Latina de acuerdo a las actividades y relaciones que se establecieron. Por un lado, de parte de la sociedad civil, y, por otro, de parte del gobierno, aunque los dos ámbitos se estimulaban recíprocamente. El comienzo del interés social en América Latina vino con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. La llegada de Fidel Castro al poder hizo que una gran parte del pueblo sueco aprendiera dónde quedaba Cuba en el mapa y cuál era su realidad económica, lo que llevó a la sociedad, poco a poco, a interesarse por la realidad latinoamericana en general. En 1966, se fundó la Asociación Sueco-Cubana de amistad para apoyar económicamente y materialmente al régimen castrista. A partir de ahí, aumentó el interés social por América Latina, fenómeno que contribuyó a difundir la situación política y social de toda la región, incluyendo a Chile. La leyenda que se expandió de la figura de Ernesto «Che» Guevara como guerrillero mártir del imperialismo tras su muerte en 1967, también favoreció en Suecia el interés y la imagen romántica de América Latina20. Sobre las campañas por Vietnam, veáse Kjell Östberg, «Sweden and the long ‘1968’: Break or continuity», en Scandinavian Journal of History, Vol. 33, N° 4. (December 2008), p. 347. 19 A pesar de que los contactos fueron más intensos, los trabajos académicos sobre las relaciones históricas entre Suecia y América Latina son muy escasos. Un buen referente para entender el tema es la siguiente obra: Weine Karlsson, Åke Magnusson y Carlos Vidales (Coords.), Suecia-Latinoamérica. Relaciones y Cooperación, Stockholm: Latinamerika-institutet, 1992. 20 Charlotte Tornbjer, «Moralisk chock och solidaritet. 1973 och det svenska engagemanget för Chile», en Marie Cronqvist; Lina Sturfelt y Martin Wiklun, 1973 En träff med tidsandan, Lund: Nordic Academic Press, 2008, p. 64. 18

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Posteriormente, los exiliados que habían participado en las guerrillas latinoamericanas y que buscaron refugio en Suecia, fueron recibidos como héroes por quienes estaban más comprometidos en la solidaridad. De ese modo, influidos por el ambiente de la época, algunos jóvenes suecos viajaron a América Latina y se integraron en algunos grupos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Argentina. Generalmente no tuvieron cargos de alta responsabilidad y sus roles se centraron principalmente en apoyo logístico, pues a causa de su acento y de su físico eran fácilmente detectables por las fuerzas de seguridad21. El caso más conocido en Suecia fue el de Svante Grände, un joven que entró a las filas del MIR en Chile y que después del golpe pasó a la guerrilla argentina en Tucumán. En 1975 fue hecho prisionero y permanece todavía desaparecido22. Durante los actos de solidaridad con países de América Latina se promovió la cultura de la región, especialmente música23, comida, y literatura, y el castellano se expandió en Suecia a la par de los acontecimientos24. En 1971, Pablo Neruda recibió el Premio Nobel de Literatura y durante la semana que pasó en Estocolmo, se celebraron varios actos y recitales en los que participaron personalidades de la cultura sueca. El asesinato de Víctor Jara días después del golpe militar en 1973, conmocionó profundamente al movimiento de solidaridad latinoamericano en Suecia y, de ese modo, sus canciones se convirtieron en símbolos de resistencia. Gracias a los boletines y afiches de aquellos años, se observa que los actos de solidaridad con los países latinoamericanos se organizaron generalmente

Varios de los jóvenes suecos que estuvieron más comprometidos con el MIR u otros partidos políticos chilenos siguen trabajando hoy por América Latina y ocupan cargos de considerable responsabilidad en el Ministerio de Asuntos Exteriores, ASDI, universidades o medios de comunicación. 22 Para profundizar en la historia de este personaje, véase Per-Ulf Nilsson, Löjtnant Julio, Stockholm: Utbildning för Biståndsverksamhet, 1989. 23 Varios cantautores suecos empezaron a traducir canciones latinoamericanas a su idioma. Entre ellos se destacaron Mikael Wiehe, Cornelis Vreeswijk y Jan Hammarlund. Asimismo, la única canción que se escuchó durante el funeral de Olof Palme en 1986 fue «Gracias a la vida» de Violeta Parra, interpretada en sueco por Arja Saijonmaa. 24 Una parte de la sociedad, especialmente entre los integrantes de los comités de solidaridad por América Latina, aprendió el idioma por razones políticas. Era fácil observar cómo la mayor parte de los suecos que hablaban español eran de izquierdas. En la actualidad, entre las generaciones adultas todavía se mantiene esta tendencia; no es así en las escuelas, donde el castellano es el idioma optativo más demandado por los estudiantes (el inglés es un curso obligatorio). 21

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a partir de actos culturales, conciertos o fiestas donde se disfrutaba de la música y la comida de la región. En el ámbito político, una especial repercusión en el acercamiento con América Latina se produjo a partir del contacto entre los distintos partidos europeos y latinoamericanos miembros de la Internacional Socialista (IS) a finales de la década de los cincuenta y sesenta. Durante esta etapa fueron cada vez más frecuentes las giras de los dirigentes de la IS por Latinoamérica25. Dentro de esta línea, el SAP también empezó a interesarse consecuentemente por la realidad económica y social de América Latina, y varios de sus dirigentes se desplazaron por la región, en ocasiones con líderes de otros partidos socialdemócratas de Escandinavia. Entre ellos se destacó Pierre Schori, quien gracias a su dominio del castellano pudo establecer con facilidad una amplia red de contactos, generalmente miembros de partidos integrantes de la IS. Un gran número de estas personalidades pertenecía a partidos socialistas minoritarios, generalmente sin representación parlamentaria, como ocurría en Uruguay, Argentina o República Dominicana, por citar algunos ejemplos. Además, la articulación de la IS en América Latina comenzó a partir de las relaciones personales y vínculos de amistad entre los dirigentes europeos y latinoamericanos. Una vez producido el golpe de Estado en Chile, esta característica fue decisiva para articular las redes de solidaridad en Europa. Del mismo modo, la militancia de los refugiados chilenos tuvo incidencia en el país en el que iban a ser recibidos. Por esta razón, los militantes del Partido Radical, miembro de la IS, fueron recibidos con relativa facilidad en Suecia y la República Federal de Alemania. A partir de este nuevo interés y de los contactos personales en América Latina, el gobierno socialdemócrata consideró que la región debía ser receptora de su ayuda al desarrollo. Así, Cuba figuró entre los primeros países latinoamericanos que empezaron a recibir importantes recursos de la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional (ASDI), concretamente a partir de 1969. El mismo año, pero con aportes menores, se incluyó a República Dominicana, Perú, Nicaragua y Colombia. Un año antes se había incorporado a Costa Rica, El Salvador y Guatemala, pero también con un apoyo bastante limitado. De todos ellos, Cuba fue el país que más ayuda económica recibió al incluirse entre los países prioritarios de ASDI, situación que no compartían los restantes. Chile logró ser igualmente un Fernando Pedrosa, La otra izquierda. La socialdemocracia en América Latina, Buenos Aires: Capital Intelectual, 2012, pp. 103-109.

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país prioritario entre 1972 y 197326. Tras el golpe, nuevamente Cuba quedó como único país prioritario en la región, situación que se mantuvo hasta comienzos de la década de los ochenta, cuando el gobierno sueco de centroderecha, el cual había ganado las elecciones en 1976, decidió poner fin al programa de cooperación al desarrollo. A partir del 11 de septiembre de 1973, los recursos que se destinaron a Chile provinieron de los fondos para la ayuda humanitaria de ASDI, y fueron distribuidos principalmente entre las organizaciones de defensa de los derechos humanos, medios de comunicación e institutos académicos vinculados a partidos políticos que trabajaban en la recuperación de la democracia. Al no existir una cooperación bilateral con el Estado chileno, este país no apareció en la lista de naciones con las que se tenían acuerdos de este tipo, pero una gran parte de los fondos de ayuda humanitaria se usó en distintos programas de atención a refugiados, denuncia y apoyo a las organizaciones de la sociedad civil chilena. En relación a esta ayuda, cabe recordar que un sector social de Suecia mantuvo una posición crítica sobre cómo se canalizaban dichos recursos. Como alternativa a esta cooperación oficial con los países latinoamericanos, un grupo de jóvenes profesionales creó en 1968 la Agencia de formación para la capacitación (Utbildning för biståndsverksamhet, UBV) para trabajar en los aspectos que consideraba más relevantes. El primer país en el que centró su labor fue Colombia y poco después Chile, hasta el momento que se produjo el golpe militar. A partir de entonces, la UBV extendió su trabajo a otros países de la región. La agencia mantuvo su compromiso con el proyecto político de la Unidad Popular y durante los años del régimen militar participó en numerosos actos de solidaridad con Chile. Asimismo, apoyó a los profesionales chilenos en el exilio, especialmente periodistas a quienes se les remuneró por artículos que fueron publicados en la revista de la organización «Nyheter från Latinamerika» («Noticias desde América Latina»).

El interés sueco por Chile Durante la década de los años sesenta, Chile fue visto por el gobierno sueco como un país «potencial» dadas las transformaciones sociales y económicas que se estaban gestando. Asimismo, contaba con un sistema de partidos muy similar al sueco, razón por la que resultaba fácilmente Más información sobre las sumas económicas y tipos de proyectos financiados se pueden encontrar en las memorias anuales de ASDI, aunque la información y los detalles que aparecen en las distintas ediciones son muy dispares según el año de su publicación.

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comprensible para los escandinavos27. A partir de esta realidad, varios dirigentes socialdemócratas suecos viajaron a Chile a conocer de cerca a sus homólogos del Partido Radical, y también para evaluar las reformas de la llamada «Revolución en Libertad» de Eduardo Frei Montalva. En 1968, el propio Olof Palme, en calidad de ministro de Educación, viajó a Chile para asistir a la inauguración del observatorio astronómico La Silla, ubicado cerca de La Serena. Palme aprovechó la ocasión para conocer personalmente a Pablo Neruda y Eduardo Frei Montalva, entre otras personalidades. Durante el gobierno democratacristiano empezaron a implementarse proyectos conjuntos de planificación familiar y se plantearon otras posibilidades de cooperación28. Además, durante este período, el Instituto Sueco entregó varias becas a estudiantes chilenos para que viajaran a Suecia a realizar cursos académicos en distintas carreras. Una vez que la Unidad Popular ganó las elecciones, los contactos y la firma de acuerdos en materia de cooperación bilateral aumentaron considerablemente. Chile fue visto como el primer ejemplo a nivel mundial en donde una revolución podía realizarse de manera democrática y no mediante la lucha armada. Este hecho llamó la atención de gobiernos del mundo entero y, especialmente, al socialdemócrata de Olof Palme, cuya posición en el plano internacional era muy similar a la de Salvador Allende. Las áreas de interés común fueron, fundamentalmente, cómo se debía establecer un equilibrio mundial a partir de las políticas de desarme, reducir la presencia de Estados Unidos en el mundo, y el apoyo al proceso de descolonización de las últimas posesiones europeas en África y Asia29. El triunfo de Salvador Allende impulsó a un grupo de jóvenes suecos e hispanoamericanos residentes en Estocolmo a fundar el Comité Internacional de Solidaridad con el gobierno de la Unidad Popular de Chile, cuyo trabajo se centró en apoyar sus reformas, especialmente la nacionalización del cobre y la banca, así como en la denuncia del boicot norteamericano30. La mayoría de sus integrantes suecos fueron estudiantes, algunos de ellos con un buen conocimiento del castellano y también con experiencias personales en América Latina. A principios de 1973 se decidió cambiar su Esta característica contrastaba con los países latinoamericanos, donde prevalecían ideologías más ambiguas y de tendencias populistas. 28 Fernando Camacho, «Las relaciones entre Chile y Suecia durante el primer gobierno de Olof Palme, 1969-1976», Iberoamericana Vol. VII, N° 25 (marzo 2007), pp. 66-67. 29 Ibid., p. 67. 30 El primer nombre fue «Comité de solidaridad con el gobierno de la Unidad Popular de Chile». 27

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nombre por el de Chilekommittén (Comité Chile) y su existencia se prolongó hasta 1991, convirtiéndose en una de las organizaciones solidarias con mayor trayectoria en Suecia.

La situación diplomática tras el 11 de septiembre Un factor adicional que resultó determinante e influyente en el compromiso que se generó en Suecia por la situación interna chilena tras el golpe, lo constituyó la figura del embajador sueco Harald Edelstam. El embajador Edelstam (1913-1989) asumió el cargo en octubre de 1972 tras reemplazar a Louis De Geer (1910-1987), quien había llegado al país durante el gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva. El gobierno socialdemócrata sueco quiso estrechar las relaciones políticas entre los dos países y consideró que Edelstam era la persona ideal por sus antecedentes profesionales en otros destinos. Desde el inicio de su carrera diplomática, se había destacado por mantener una posición poco común dentro de la Cancillería sueca. Durante la II Guerra Mundial ayudó a perseguidos mientras permanecía en la embajada sueca en Berlín y colaboró con la resistencia noruega en Oslo una vez que se estableció en esa ciudad. Posteriormente, denunció los regímenes del general Suharto en Indonesia y del coronel Carlos Manuel Arana Osorio en Guatemala, países en los que se radicó durante la década de 196031. Su activismo dentro de las embajadas en las que estuvo destinado generó malestar dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores de Suecia. Sin embargo, su cercanía con el SAP le ayudó a conservar sus funciones. Cuando Edelstam llegó a Chile se encontró con una sociedad dividida, con una gran crisis económica y bajo la amenaza de producirse un golpe de Estado. El embajador sueco simpatizó rápidamente con el gobierno de Allende y estableció relaciones personales con varios dirigentes políticos. Del mismo modo, continuó con las negociaciones para ampliar la ayuda al desarrollo, cuya discusión se estaba gestando durante ese período. Los acontecimientos del 11 de septiembre significaron una violenta ruptura en las relaciones entre Chile y Suecia. A fines de agosto se había firmado el principal acuerdo de cooperación entre ambos países, razón por la que no hubo tiempo de materializar la nueva ayuda. A partir de la negociación y la firma de dichos convenios, Edelstam y altos funcionarios 31

Fernando Camacho, «Los asilados de las Embajadas de Europa Occidental en Chile tras el golpe militar y sus consecuencias diplomáticas: El caso de Suecia», Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, N° 81 (octubre 2006), pp. 27-28. 239

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del gobierno sueco pudieron conocer a las personas que conformaban el gobierno de la Unidad Popular, incluyendo al propio presidente Allende. Así, el levantamiento militar causó gran frustración y malestar tanto al gobierno sueco como a los diplomáticos de la embajada, y especialmente a Edelstam. De ese modo, se explica cómo, sin contar con la autorización del Ministerio de Asuntos Exteriores y sin que existieran previos acuerdos de asilo político, Edelstam tomó en primer lugar la representación de los intereses cubanos en Chile y, acto seguido, abrió las puertas de la embajada a todos aquellos que necesitaban asilarse, llegando a albergar cerca de 200 refugiados al mismo tiempo32. A partir de testimonios publicados en los últimos años, se ha conocido que las armas que estaban en la embajada de Cuba, en su mayoría pistolas y fusiles AK-47, fueron entregadas al MIR mientras el recinto estaba bajo protección sueca33. Sin embargo, estas armas ocasionaron graves problemas al MIR porque no tenían dónde esconderlas ni militantes en condiciones de usarlas. Más tarde fueron utilizadas en la emboscada perpetrada por la DINA el 5 de octubre de 1974 en el barrio de San Miguel, en la cual fue asesinado Miguel Enríquez34, y también en el desastre de Malloco35. El compromiso de Edelstam con las víctimas de la represión fue tan lejos, que la propia Junta Militar tomó su caso entre los temas centrales de sus reuniones36. Finalmente, el 3 diciembre de 1973, los comandantes en Jefe decidieron declararlo persona non grata después de un incidente ocurrido en una clínica de Santiago, luego de que la ciudadana uruguaya Mirtha Fernández fuera detenida por los militares. Hasta entonces, Mirtha Fernández había permanecido asilada en el recinto diplomático sueco, pero tuvo que abandonarlo para ser sometida a una operación de extrema urgencia37. A partir de la expulsión de Edelstam, Suecia redujo la figura Camacho, «Los asilados de las Embajadas de Europa Occidental», p. 24. El episodio sobre las armas aparece descrito en Max Marambio, Las armas de ayer, Santiago de Chile: La Tercera-Debate, 2007. 34 Entrevista personal con Andrés Pascal Allende. Santiago, 10 de diciembre de 2007. 35 El 16 de octubre la DINA sorprendió a la dirección del MIR mientras sostenían una reunión en una parcela en Malloco, cerca de Santiago. Durante el enfrentamiento murió Dagoberto Pérez. Nelson Gutiérrez y Pascal Allende lograron escapar y tuvieron que asilarse. 36 Las conversaciones en torno a la embajada de Suecia están registradas en los siguientes volúmenes: Tomo I de Actas de Sesiones de la Honorable Junta de Gobierno (actas N° 2, 7, 10, 14, 16, 17, 19, 24, 26, 28, 41, 43 y 68) y Tomo II (actas N° 83 y 87). Secretaría Junta de Gobierno. Biblioteca del Congreso. 37 Camacho, «Los asilados de las Embajadas de Europa Occidental», p. 33. 32 33

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de embajador a la de encargado de negocios, situación que se mantuvo hasta el restablecimiento de la democracia en 199038. A partir del golpe de Estado, la embajada de Chile en Estocolmo recibió unas directrices muy claras sobre el nuevo rol que tenía que cumplir en materia de espionaje y difusión, muy diferentes los años en los que estuvo como embajador el escritor Luis Enrique Délano39. Una buena parte del presupuesto se gastó en traducir la mayoría de los artículos que se publicaban sobre Chile, y también en reforzar las medidas de seguridad. Los nuevos diplomáticos chilenos hicieron grandes esfuerzos en crear una red de contactos que simpatizaran con el nuevo régimen y en alguna medida lo lograron, especialmente entre los sectores más conservadores. Después de varios esfuerzos, en 1976 se fundó la «Sociedad Chile-Suecia», que se dedicó a desmentir las noticias contrarias a Pinochet y también a dar una imagen positiva de la labor de las Fuerzas Armadas. Dicha asociación estuvo integrada exclusivamente por suecos ultraconservadores y la dirección quedó en manos de importantes ex militantes del Partido Nazi de Suecia, el cual había sido fundado durante la década del treinta. Entre ellos se destacó el abogado Ulf Hamacher, presidente de la asociación40.

El primer embajador de Suecia durante el gobierno de la Concertación fue Staffan Wrigstad, quien se llevaba desempeñando como encargado de negocios en Chile desde 1987. 39 Luis Enrique Délano, escritor y militante del PC, vivió en Suecia hasta mediados de 1974, fecha en la que decidió radicarse en México, país en el que también había servido como diplomático en décadas anteriores. Délano asesoró al gobierno sueco sobre los dirigentes chilenos que debían recibir asilo político y ayudas económicas. De ese modo, en un primer momento llegaron algunos militantes comunistas que, de lo contrario, tendrían que haber buscado refugio en países de Europa del Este dado que el SAP tenía una preferencia por los militantes del Partido Radical. No obstante, también llegaron numerosos integrantes del MIR, dado que los otros países europeos tuvieron poco interés en recibirlos. 40 Fernando Camacho, «La diáspora chilena y su confrontación con la Embajada de Chile en Suecia, 1973- 1982», en José del Pozo (Coor.), Emigrados, exiliados y retornados. Chilenos en América y Europa, de 1973 a 2004, Santiago de Chile: RIL Editores, 2006, pp. 55-56. La novedad más importante descubierta desde dicha publicación es la confirmación de los nombres de los agentes de la DINA y de la CNI asignados a la embajada de Estocolmo. Al no ser diplomáticos de carrera, dentro del MINREL les denominaron «los ventaneros». Curiosamente, aunque las autoridades suecas tenían información detallada sobre los agentes, prefirieron mantenerla en secreto para poder hacer un seguimiento detallado de sus movimientos en el país. 38

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El movimiento civil de solidaridad tras el golpe militar La evolución de los acontecimientos en Chile, especialmente tras producirse el golpe militar, hizo crecer el número de activistas del Chilekommittén y su principal publicación, el Chilebulletinen (Boletín Chile), pronto alcanzó a tener una edición de 20.000 ejemplares. La situación que presentaba el país fue clara para los integrantes del comité, pues identificaban con facilidad las posturas de ambos bandos, sus ideologías y sus principales características. De un lado situaban a la Unidad Popular, a la que admiraban por su intento de crear una sociedad más justa por la vía pacífica. Del otro lado, estaban las Fuerzas Armadas, vistas como las defensoras de los intereses norteamericanos y de la oligarquía, y cuyas imágenes eran de represión y de falta de libertad. Ante esta visión de los hechos, el comité, al igual la mayor parte de la sociedad, no dudó en posicionarse en defensa de los derechos humanos, como anteriormente había ocurrido con Vietnam. No obstante, no se trató de un fenómeno común, pues Suecia no contaba con experiencias similares sobre otros países en conflicto de América Latina u otras regiones del mundo a excepción de las anteriormente mencionadas41. Un factor decisivo en el interés público que generó el golpe fue una serie de coincidencias temporales con algunos hechos ocurridos durante el desarrollo de la Guerra Fría. Uno de ellos consiste en los acuerdos firmados en París en enero 1973, cuando EE.UU. se comprometió a retirar sus tropas de Vietnam y a salir de la contienda. Igualmente, para esa fecha la mayor parte de los países africanos ya habían logrado su independencia. Además, Chile era un país occidental y, a pesar de la distancia geográfica, la cultura y el idioma eran más cercanos que los de otros países objetos de solidaridad. También se vislumbraba una salida democrática en Portugal (1974) y España (1975), países por los que el pueblo sueco se había interesado. Por todo ello, se reducía paulatinamente el número de naciones por las que clamaban los distintos movimientos de solidaridad en Suecia. Así, Chile logró recibir una especial y multitudinaria atención durante esas fechas, acaparando intereses que hasta entonces existían por otras regiones y países.

El contraste y las diferencias tan claras entre el gobierno de la Unidad Popular y el régimen militar despertó las conciencias de numerosas personas que hasta entonces habían tenido una posición más pasiva en otros conflictos lejanos. El hecho de que Chile tuviera una sociedad occidental muy similar a la europea, también generó un sentimiento de cercanía importante.

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A causa de esta serie de hechos, numerosos suecos se centraron o se acercaron al Chilekommittén, también estimulados por los actos culturales que se fueron multiplicando según llegaban nuevos contingentes de exiliados al país. Una buena parte de los jóvenes suecos construyeron su identidad a partir del movimiento de solidaridad con Chile, y ellos mismos organizaron círculos de estudio en castellano para poder profundizar su conocimiento de la realidad del país y del idioma. Generalmente, fueron las mujeres quienes tuvieron la dirección del Chilekommittén. También fueron más activas a la hora de organizar los actos de solidaridad y las colectas de dinero. En la medida que aumentaban el número de integrantes del Chilekommittén, y se multiplicaban los comités locales por todo el país, empezaron a producirse disputas internas sobre las estrategias que se debían aplicar para el restablecimiento de la democracia en Chile o incluso para el triunfo de la revolución. De la misma manera, se debatió cómo debía repartirse el dinero recaudado. La Unidad Popular en el exilio mantuvo una cuenta en La Habana, en la que se debía depositar el dinero recogido por la solidaridad internacional. Posteriormente, se repartía entre los distintos partidos que la integraban. No obstante, el Chilekommittén no estuvo de acuerdo con los porcentajes establecidos por la Unidad Popular porque los partidos más grandes eran los que más dinero recibían, y el MIR, según ellos, obtenía una cantidad insignificante (el 8%). Esta fue la razón por la que decidieron hacer el reparto según su propio criterio. Así, durante los primeros años se decidió que el MIR recibiera del Chilekommittén el 40% de sus ingresos, el PC el 15%, el PS el 15%, la IC el 10%, el MAPU el 12,5%, el MAPU-OC el 5% y el PR el 2,5%42. Durante esta primera etapa, el organismo consideraba que la oposición más efectiva a Pinochet dentro del país la efectuaría el MIR, por su actitud de no asilarse y combatir a la dictadura desde dentro. Del mismo modo, las sintonías ideológicas de los integrantes del comité se acercaron más al MIR que a los otros partidos chilenos, dado que estos mantenían vínculos con la socialdemocracia, de la cual, además, ya recibían recursos económicos. A comienzos de los años ochenta, el Chilekommittén decidió destinar sus fondos a proyectos humanitarios en Chile en lugar de entregar el dinero a estos partidos, debido a las discrepancias sobre el uso que hacían de él y la poca claridad de su destino final. Los proyectos humanitarios generalmente consistieron en apoyar el funcio42

Boletín interno del Chilekommittén N° 9, del 1 de agosto de 1974. 243

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namiento de las organizaciones civiles de base y pequeños organismos de derechos humanos, especialmente las asociaciones de familiares de víctimas del terrorismo de Estado y presos políticos. Durante todo el período, las discusiones internas del comité tuvieron lugar entre las distintas tendencias políticas y también entre quienes no militaban en partidos, generalmente en torno a cómo debía canalizarse la ayuda, tanto a los partidos chilenos como a las víctimas de la dictadura. En sus primeros años, el Chilekommittén estuvo compuesto por más de 100 comités locales repartidos por todo el país, sumando un total de más de 2.000 miembros. La mayoría de ellos no tenía una militancia política activa, sino simplemente un compromiso humanitario con la situación de terror que vivía Chile. Sin embargo, durante los primeros años el comité incluyó un número importante aunque no mayoritario de activistas políticos, generalmente de izquierda o extrema izquierda, que a lo largo de los años ochenta fueron abandonando la escena u ocupando un segundo plano. Sobre la militancia de los miembros del Chilekommittén, resulta interesante observar cómo en los archivos del VPK se encuentra una numerosa documentación detallada sobre el juego de fuerzas políticas dentro de la asociación. Normalmente, la mayoría de los militantes de los distintos comités locales pertenecían al VPK, pero no en su totalidad. Así, en un estudio realizado a mediados de los años setenta por el VPK se estableció que entre 52 comités locales, el VPK estaba representado en un 83% y dominaba en el 30%; la Liga Comunista (Förbundet Kommunist, FK), partido sueco hermanado con el MIR, estaba representado en el 56% y dominaba en el 22% y la Liga de los Trabajadores Comunistas (Kommunistiska Arbetarförbundet, KAF), de orientación trotskista, estaba representado en el 43% y dominaba en el 15%43. Dentro del comité también hubo militantes de base del SAP pero, generalmente, las relaciones con este partido —en especial entre las respectivas direcciones— fueron malas debido a la actitud crítica del Chilekommittén con el gobierno de Olof Palme, entre otras razones, por no declarar un boicot a los productos chilenos. Además, el SAP tuvo su propia organización de solidaridad con Chile. En octubre de 1973, el SAP creó su propio fondo de solidaridad con Chile, el cual pasó a llamarse Chile-insamling. Dicho fondo lo constituyeron tanto el SAP, la Juventud Socialdemócrata (Sveriges socialdemokra Informe sobre la militancia de los miembros locales del Chilekommittén, sin fecha. Vol. 15, serie F7d, fondo VPK, Archivo y Biblioteca del Movimiento Obrero, Estocolmo, Suecia.

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tiska ungdomsförbund, SSU), la Confederación de Sindicatos de Suecia de orientación socialdemócrata (Landsorganisationen i Sverige, LO), la Asociación Educativa de los Trabajadores (Arbetarnas bildningsförbund, ABF) y la Asociación de Mujeres Socialdemócratas (Sveriges socialdemokratiska kvinnoförbund, S-kvinnors). El fondo estuvo presidido por Tage Erlander, primer ministro del país entre 1946 y 1969, y el secretario fue Göstan Ohlsson. Además, crearon su propia publicación llamada Chileaktuellt (Actualidad de Chile), donde publicaban noticias de Chile y las actividades que realizaba el fondo. Con frecuencia, se organizaron actos políticos en los que participaron altos dirigentes suecos y chilenos. De manera simbólica, se entregaron cheques con el dinero recaudado hasta entonces. En diciembre de 1973, Beatriz Allende recibió de la mano de Olof Palme 500.000 coronas (alrededor de 71.000 dólares americanos) recaudadas por Chile-insamling para el movimiento de la resistencia en Chile. Este acontecimiento causó gran malestar en el nuevo régimen militar chileno. Unos meses más tarde, en octubre de 1974, Tage Erlander hizo entrega de otro cheque por el valor de 250.000 coronas (alrededor de 35.500 dólares americanos)44. A partir de entonces, este tipo de actos, a los que acudían los dirigentes de la Unidad Popular en el exilio, se hicieron cada vez más frecuentes. La principal diferencia entre el Chilekommittén y el Chile-insamling fue que el primero estuvo constituido por militantes de varios partidos y activistas sin militancia, generalmente con posiciones más radicales que los miembros del SAP. Las colectas se realizaban en la calle y a través de la venta de publicaciones diversas, además de actos culturales. El Chileinsamling, por el contrario, recibió recursos del presupuesto económico del propio SAP, aunque también realizaron colectas puntuales entre los militantes del partido. Las actividades culturales, eventos y venta de publicaciones, si bien tuvieron lugar, no fueron constantes. Ambos fondos contaron con ayudas económicas recibidas de la ASDI. Durante la década de los ochenta, el Chilekommittén dejó prácticamente de apoyar económicamente a los partidos chilenos y se centró en las organizaciones de base, ya fueran vecinales, de presos políticos o de víctimas del aparato represor de la dictadura. En cambio, el Chile-insamling destinó principalmente sus fondos a las necesidades del Partido Radical y del Partido Socialista. A principios de la década de los ochenta, el departamento del SAP responsable de administrar los fondos de solidaridad con 44

Fernando Camacho, «La diáspora chilena», pp. 50-51. 245

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el Tercer Mundo fue reestructurado. Fue así como se constituyó el Centro Internacional del Movimiento Obrero (Arbetarrörelsens Internationella Centrum, AIC)45 dirigido por Margareta Grape. A partir de entonces, además de Chile, numerosos países recibieron ayuda de la socialdemocracia a través del recién creado i-fonden, aunque las cantidades que seguían destinando a Chile eran de suma importancia, especialmente para los medios de comunicación como APSI o Radio Cooperativa. También se financiaron proyectos para combatir la prostitución infantil y consolidar a las casas del pueblo (CENPROS), lugares de reunión de los distintos partidos durante la dictadura. A partir del plebiscito de octubre de 1988, el recién creado Partido por la Democracia (PPD) fue el que más dinero obtuvo, además de material de oficina o incluso vehículos donados por los sindicatos de la Volvo46. El VPK se preocupó igualmente por la situación de Chile, pero al tratarse de un partido relativamente pequeño, su solidaridad no tuvo la misma dimensión que la socialdemócrata. La mayoría de sus dirigentes tampoco hablaban castellano ni habían viajado a Chile. Su participación y compromiso con Chile se realizó fundamentalmente a través del Chilekommittén, aunque organizaron actos solidarios importantes de manera puntual. También se hicieron algunas donaciones económicas que, si en un primer momento iban destinadas al Partido Comunista de Chile (PCCh), por razones logísticas acabaron en la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) o en El Siglo. El VPK decidió que todas las recaudaciones del año 1977 se destinarían a la campaña por Chile, sin embargo, las relaciones entre este partido y el PCCh se enfriaron por los discursos antisoviéticos que hacían los dirigentes del partido sueco47. A pesar de las circunstancias coyunturales, en la imprenta del VPK se editaron numerosas ediciones de «El Boletín Rojo» y desde Estocolmo se distribuyeron por todo el mundo. Ello se debió al bajo coste de publicación que fijó el VPK como muestra de solidaridad con el PCCh48. Actualmente, este organismo se conoce con el nombre de Centro Internacional Olof Palme. 46 Un detalle curioso es ver los comprobantes que escribían los dirigentes de los partidos tras haber recibido el dinero, generalmente en una hoja de algún hotel o de restaurante y con una letra casi indescifrable. Estos documentos se encuentran sin clasificar en distintas carpetas ubicadas en el archivo del Centro Internacional Olof Palme. 47 Entrevista con Germán Perotti, dirigente del PCCh, Estocolmo, 26 de febrero de 2008. 48 En el fondo del VPK del Archivo y Biblioteca del Movimiento Obrero de Estocolmo se encuentra numerosa documentación sobre estos aspectos. Véase: http://www. arbark.se 45

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La solidaridad de la comunidad en el exilio en Suecia Los exiliados chilenos que habían militado en los partidos que formaron la Unidad Popular y que fueron llegando a Suecia tras el golpe, en un primer momento tomaron contacto con el Chilekommittén. Sin embargo, en cuestión de poco tiempo y por razones prácticas, prefirieron crear su propia organización —el Comité Salvador Allende (Salvador Allendekommittén, SAK)— para poder mantener las reuniones en castellano y centrarse también en las directrices recibidas por los mandos de los partidos, los cuales generalmente no coincidían con la estrategia solidaria que tenía el Chilekommittén49. El MIR quedó excluido del SAK y con los años intentó crear su propia asociación, bajo el mismo nombre del ciudadano sueco que había militado en el MIR y formaba parte de las listas de los desaparecidos en Argentina, Svante Grände. Esta asociación tuvo una vida efímera y, por esta razón, muchos miristas optaron por formar parte del comité. El SAK tampoco logró perdurar demasiado tiempo. Una vez que se desintegró la coalición de la Unidad Popular en el exilio a principios de los años ochenta —a causa de las discrepancias sobre cómo combatir la dictadura—, cada partido político creó su propia asociación en Suecia50. De ese modo, el PCCh creó la Asociación Víctor Jara, el Partido Socialista la Arauco y la Huelén, y el Partido Radical la Gastón Lobos51. La colaboración entre ellas fue bastante inusual, dadas las diferencias ideológicas y también por la rivalidad a la hora de obtener recursos. Todas las asociaciones y comités informaban del desarrollo político de Chile, y especialmente en materia de derechos humanos, y reformas legales y económicas. Asimismo, abrieron cuentas bancarias donde se depositaron las donaciones de particulares o de otras organizaciones solidarias. Allí se ingresaron también las ganancias de las actividades y de las veladas culturales generadas a partir de la venta de boletines o comida. Los recursos recaudados eran posteriormente transferidos a una cuenta en el extranjero o eran llevados clandestinamente a Chile por integrantes de los partidos, también conocidos como «correos». Cada asociación Algunas de las razones prácticas fueron: a) el control y la dirección de las campañas de solidaridad por Chile; b) mantener el debate político de los propios partidos integrantes de la Unidad Popular; c) también para poder expresarse en el mismo idioma y dentro de sus propios códigos culturales. 50 En Suecia no es posible funcionar como partidos políticos de otros países. Por esa razón se crean asociaciones paraguas de los mismos. El término que se usa en Suecia es «förening». 51 La mayor parte todavía sigue funcionando, aunque la edad media de sus miembros es bastante alta. 49

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partidaria entregó el dinero a su propio partido en Chile o a proyectos realizados por sus militantes. Sin embargo, rara vez se supo del uso que se hacía con el dinero enviado al país, de manera que también las propias organizaciones chilenas de solidaridad prefirieron materializar la ayuda, por ejemplo, a través del envío de material diverso, ya fuera sanitario, escolar, donación de libros, entre otros.

La solidaridad sindical sueca La Confederación de Sindicatos de Suecia (LO) y la Confederación Sueca de Empleados Profesionales (Tjänstemännens Centralorganisation, TCO) igualmente tuvieron un rol sustancial en el apoyo a los sindicatos chilenos, especialmente a la CUT. Oficialmente, la cooperación empezó en 1979 aunque desde principios de la misma década ya se habían iniciado algunos programas con Chile. Desde el primer momento y por varios años, la LO hizo entrega a varios dirigentes sindicales chilenos de un espacio en su propia sede para que pudieran reorganizar la CUT en el exterior52. Además de destinar ayuda económica a los dirigentes perseguidos y a los familiares de quienes estaban presos, se organizaron cursos de formación y capacitación sindical en Chile, así como encuentros entre dirigentes chilenos y suecos. La LO intentó exportar a Chile el concepto de formación popular a través de los círculos de estudios, tal como se organizaba en Suecia. Al parecer, este esfuerzo no tuvo mucho éxito, porque había grandes diferencias educativas entre los estudiantes y también porque los trabajadores no sabían valorar la educación no formal, es decir, fuera de los planes de estudio estatales, dado que no entregaba títulos académicos53. En Suecia, las escuelas de la LO organizaron, además, cursos para latinoamericanos que huían de las distintas dictaduras. Las circunstancias similares en las que llegaban los exiliados latinoamericanos a Suecia, favoreció su encuentro e intercambio de experiencias. Entre todas las escuelas sindicales del país, la Runö Folkhöskola, dirigida por Göran Sallnäs, fue la más activa. En ella se realizaron decenas de cursos de cooperativismo y educación popular, donde se instruyeron a más de 300 estudiantes latinoamericanos, en su gran mayoría chilenos, dado que constituían el principal colectivo latino en el país. Igualmente, cuando se aproximó el momento del retorno de los exiliados a sus respectivos países, se ofrecieron cursos Fernando Camacho, «La diáspora chilena», p. 50. Un detallado estudio sobre este aspecto se encuentra en Kerstin E. Wallin, Folkbildning på export? Sammanhang, förutsättningar, möjligheter, Stockholm: Stockholms universitet, 2000.

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de capacitación en distintas profesiones para que pudieran tener una rápida reinserción en sus sociedades. Todos estos cursos se realizaron en castellano y los profesores fueron, generalmente, latinoamericanos aunque también hubo algunos suecos. Asimismo, se organizaron varios congresos del Partido Socialista, se hicieron actos de solidaridad, se recaudaron considerables sumas dinero que fueron enviadas a Chile y, además, fundaron un comedor para niños en Chillán para alimentar a los más desfavorecidos, entre muchas otras actividades54.

La Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar de Chile La solidaridad también alcanzó al plano jurídico. Las imágenes de la violencia desatada en Chile a raíz del golpe impactaron profundamente en Escandinavia. Por esta razón, en marzo de 1974 se creó la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar de Chile. El secretario general de la comisión fue Hans Göran Franck, destacado jurista con una larga trayectoria en la defensa de los derechos humanos55 y su presidente fue el finlandés Jacob Söderman. La sede estuvo en Helsinki, misma ciudad donde se encontraba el Consejo Mundial de la Paz. No obstante, el grueso del trabajo de la comisión se realizó en el propio gabinete que tenía Hans Göran Franck en Estocolmo. La comisión centró su trabajo en recopilar material, documentación y testimonios sobre la represión en Chile. Además, se organizaron sesiones en distintas ciudades del mundo como en Berlín, México, Atenas, Estocolmo, Argel o Helsinki, donde se expusieron los hechos que acontecían en Chile. La comisión ofrecía recomendaciones sobre cómo debían respetarse los derechos humanos. Generalmente, también entregaron sus testimonios algunos de los sobrevivientes que habían salido recientemente de Chile. A estos encuentros acudieron grandes figuras internacionales como Gabriel García Márquez, Hortensia Bussi, Felipe González, Mario Soares, Andreas Papandreu o Julio Cortázar, entre muchos otros. La comisión se financió a través de donaciones de particulares y también de distintos organismos internacionales. Las permanentes denuncias La experiencia de la RUNO-LO se encuentra publicada en: Göran Sallnäs, Latinamerika och Runö folkbildning och solidaritet 1967 — 2002, Åkersberga: S/E, 2003. 55 Hans Göran Franck, parlamentario socialdemócrata, había presidido la sección sueca de Amnistía Internacional y también había creado una comisión similar que investigaba los crímenes cometidos por EE.UU. en Indochina. 54

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del abogado Franck fueron seguidas con atención por el régimen militar, hasta el punto que se le prohibió la entrada a Chile56. El trabajo de esta comisión fue único y especialmente significativo para las condenas internacionales que se emitieron contra Pinochet, pues a partir de los distintos encuentros por el mundo, se dieron a conocer de primera mano, a partir de los testimonios de sobrevivientes de la tortura, las brutalidades que se estaban cometiendo. Al llegar juristas y personalidades de distintas procedencias a estas reuniones, toda la información que se presentó acerca de las violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile fue traducida a distintos idiomas. Esta información fue, además, exhibida por los medios de comunicación de los países en los que se celebraban las sesiones.

El Estado sueco frente al régimen militar chileno El golpe de Estado también significó un cambio en la cooperación estatal sueca hacia Chile. Los grandes acuerdos firmados durante la Unidad Popular fueron cancelados inmediatamente, dado que las cláusulas establecían que estos se realizaban con el gobierno de Allende y no con el Estado chileno57. Desde entonces, la ayuda estatal sueca se dirigió a los organismos y partidos políticos que trabajaron por la recuperación de la democracia y por la defensa de los derechos humanos. La suma total es difícil de estimar, pero según Pierre Schori, brazo derecho de Olof Palme en asuntos latinoamericanos, entre 1973 y 1990 se enviaron alrededor de 250 millones de coronas (unos 42 millones de dólares estadounidenses)58. En un primer momento, se convirtió parte de los fondos en becas y ayudas a los refugiados que empezaron a llegar a Suecia. Igualmente, se destinó una suma importante para el Consejo Mundial de Iglesias, para la Cruz Roja y para la Iglesia Luterana, con el objetivo de distribuirlo entre los afectados y sus familiares. Durante estos años, también se ayudó a la Vicaría de la Solidaridad, a la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC) y al Comité Internacional de Migraciones Europeas (CIME)59. La cooperación fue extendiéndose a otros organismos chilenos Lucy Viedma, «Chile in the collections», en Martin Grass, Gunilla Litzell y Klaus Misgeld (Eds.), The World in the Basement. International Material in Archives and Collections, Estocolmo: Labour Movement Archives and Library, 2002. pp. 63-64. 57 Fernando Camacho, «Las relaciones entre Chile y Suecia», p. 69. 58 Pierre Schori, Escila y Caribdis. Olof Palme, La Guerra Fría y el poscomunismo, México: Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 274. 59 A través del CIME (posteriormente OIM) salieron numerosos refugiados de Chile rumbo a Suecia. Y por gestión del mismo organismo, algunos retornaron al país a través de programas financiados en parte por ASDI. 56

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a finales de la década de los años setenta y especialmente durante los años ochenta. Chile se convirtió en uno de los principales países receptores de ayuda humanitaria sueca y los contactos entre los funcionarios suecos con los dirigentes chilenos se intensificaron considerablemente. El proyecto que más se benefició fue «Chile en los ochenta», del Centro de Estudios del Desarrollo (CED), organismo que dirigía el democratacristiano Gabriel Valdés. Además, se apoyó la labor de la revista Análisis y el diario Fortín Mapocho, aunque organismos con posiciones a la izquierda del Partido Socialista y el Partido Demócrata Cristiano fueron generalmente excluidos de la ayuda sueca, como ocurrió con el CODEPU60. Del mismo modo, se asistió a organismos suecos que trabajaban en Chile, como Save the Children o DIAKONIA, esta última una de las fundadoras del Programa de Retorno y Apoyo Laboral (PRAL) destinado a la reinserción de los retornados61. Una vez que se decidió convocar el plebiscito, ASDI hizo importantes contribuciones a la Concertación por el NO. Y cuando se acercaba la salida de Pinochet, se trabajó intensamente en la redacción de los nuevos acuerdos bilaterales de cooperación que se firmarían tras del cambio de gobierno62. En 1977 se inauguró el Programa Latinoamérica, del Departamento de Cooperación en Investigación de ASDI, en cuyos marcos se financiaron y se apoyaron a centros de investigación en ciencias sociales de Latinoamérica. El objetivo principal de este proyecto fue evitar la «fuga de cerebros» de la región, especialmente en aquellos países donde regían dictaduras militares. Chile entró en el programa a partir de 1978 y, después de Argentina, era el país que más dinero recibió (9% del total). A partir de 1985, restaurada la democracia en Argentina, Chile ocupó el primer puesto hasta 1993 (19% del total)63. Las instituciones chilenas que más se beneficiaron de esta ayuda fueron la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), la ASDI estimó que CODEPU no debía recibir dinero de la cooperación por supuestas vinculaciones con el MIR. Varios dirigentes chilenos, y especialmente la organización DIAKONIA, argumentaron y detallaron la positiva labor de dicha institución para que pudiera recibir la ayuda sueca. 61 A través de DIAKONIA y la Cruz Roja se envió material humanitario a Chile después del terremoto de 1985. 62 El gobierno socialdemócrata fue muy generoso en la financiación de la Fundación Salvador Allende entre finales de 1990 y comienzos de 1991. El SAP consideraba vital la recuperación de la memoria de Allende y el reconocimiento de su labor política. En 1986, Olof Palme había sido asesinado en Estocolmo posiblemente por sus posiciones políticas, hecho que recordaba la muerte de Allende. 63 Una descripción detallada del programa se puede encontrar en Jaime Behar, Twenty years of Swedish cooperation with Latin America in Social Science Research, Stockholm: Institute of Latin American Studies, 2000. 60

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Corporación de Estudios para Latinoamérica (CIEPLAN), el Centro para la Investigación y Planificación del Medio Ambiente (CIPMA), el Centro de Educación y Desarrollo de la Investigación (CIDE), el Centro de Estudios Sociales y Educación (SUR), la Academia de Humanismo Cristiano, el Programa Interdisciplinario en Investigaciones de la Educación (PIIE), el Programa de Economía del Trabajo (PET), el Grupo de Investigaciones Agrarias (GIA) y Vector. Entre 1978 y 1990 se entregó un total de 20,68 millones de coronas a estas instituciones chilenas (unos 3,5 millones de dólares estadounidenses). El generoso aporte del Estado sueco al proceso de recuperación de la democracia y a la defensa de los derechos humanos, se situó entre los más cuantiosos de todos los que recibió Chile desde el exterior. Es cierto que la ayuda se canalizó principalmente a los partidos y organizaciones cuyo proyecto de democracia consideraban el más viable según el gobierno sueco, lo que excluía a quienes mantenían posiciones más radicales. En fechas recientes, el gobierno chileno ha realizado una serie de reconocimientos públicos sobre cómo el aporte sueco generó estabilidad y cohesión a este grupo de oposición a Pinochet, necesario para poder desbancarlo del poder a finales de la década de 1980. Por contrario a lo que pudiera parecer, esta línea de cooperación y ayuda de Suecia fue de acuerdo con las posiciones de los distintos países occidentales sobre la salida democrática que consideraban más conveniente para Chile, teniendo todavía en consideración el escenario internacional de la Guerra Fría.

A modo de conclusión Después de una revisión histórica de los orígenes del movimiento de solidaridad y el compromiso de Suecia con el Tercer Mundo y con Chile, es evidente que, a pesar de su neutralidad durante la Guerra Fría, existen varios ejemplos de compromiso por parte de la sociedad y de su gobierno. Por lo general, ambos se mantuvieron muy activos y comprometidos con los asuntos que ocurrían más allá de las fronteras nacionales. La conciencia de clase de los trabajadores suecos, especialmente cuando las primeras necesidades estaban ya cubiertas, hizo aumentar su empatía por sus homólogos de otros países, sobre todo por quienes vivían bajo condiciones de mayor dureza o desigualdad. Esta mayor conciencia de un amplio sector de la sociedad por la difícil realidad de otros países, principalmente de los que se encontraban en vías de desarrollo, llevó al 252

El movimiento de solidaridad sueco

gobierno socialdemócrata, con mayor claridad hacia finales de los años cincuenta, a tomar posiciones más definidas en la denuncia de la opresión, la desigualdad y la falta de respeto por los derechos humanos. A partir de la llegada de Olof Palme al poder en 1969, el interés del gobierno sueco en asuntos internacionales creció sustancialmente, mostrando una mayor firmeza en la defensa y apoyo de países cuyas posiciones ideológicas le resultaban afines. La razón de este cambio se encontraba en el contexto social y político en el que los nuevos dirigentes se habían formado, pues desde este momento importaban los acontecimientos políticos que ocurrían en el escenario mundial, especialmente el juego político de los respectivos bloques. De ese modo, algunos de los procesos políticos que ocurrían en América Latina, África y Asia contaron con importante y decisivo apoyo sueco, principalmente en la ayuda entregada a los movimientos de liberación con el objetivo de propagar en su interior las ideas socialdemócratas. Los nuevos dirigentes del SAP consideraron que esta estrategia era el mejor mecanismo para equilibrar las distintas fuerzas políticas dentro del contexto internacional de la Guerra Fría, y, por lo tanto, capaz de mantener la paz mundial. La serie de reformas que se iniciaron en Chile con Eduardo Frei Montalva, las cuales se intensificaron tras el triunfo electoral de Salvador Allende, causó gran interés a nivel mundial. En pleno contexto de la Guerra Fría, el proceso revolucionario implementado de manera pacífica era visto por el pueblo sueco como una proyección de su propia historia. Por lo cual, el gobierno de Suecia, al igual que los de otros países, mantenía la esperanza de que si la Unidad Popular tenía éxito, el resto de la región podría seguir el mismo rumbo, razón por la que se volcó a ayudar generosamente a Salvador Allende. En el bando contrario, gobiernos e individuos defensores del libre mercado esperaban, por la misma razón, un fracaso de la Unidad Popular. Curiosamente, la Unión Soviética se mostró escéptica al considerar que el gobierno de Allende no aplicaba las medidas necesarias para llevar a cabo una revolución exitosa. Sin embargo, ese mismo modelo fue visto con agrado en Suecia, pues encontró la vía chilena al socialismo como una posibilidad real de cambio respetando las garantías democráticas. Chile se convirtió en el principal centro de atención de toda América Latina en Suecia, y entre ambos países se firmaron importantes acuerdos de cooperación para que la Unidad Popular pudiera alcanzar sus objetivos. Al observar la historia de Chile de la década de los años setenta, se observa cómo a pesar del fuerte y definido carácter ideológico del proceso 253

Fernando Camacho Padilla

allendista, se produjeron reacciones contradictorias entre países alineados en los dos bloques mundiales. Si bien tanto países occidentales como los miembros del Pacto de Varsovia condenaron a la Junta Militar, China mantuvo excelentes contactos con el nuevo régimen chileno, al igual que Estados Unidos, justamente debido a la tensión entre el país asiático y la Unión Soviética de esos años. Con el golpe de Estado de 1973, Chile dejó de ser la esperanza para una parte del mundo, donde una revolución, con metas de lograr igualdad y justicia, se podía implementar respetando el sistema democrático vigente. Desde entonces, el país fue conocido mundialmente por las permanentes violaciones a los derechos humanos que en él se cometían, logrando un protagonismo mediático mayor al que tuvo el propio Salvador Allende con sus reformas. En Suecia ello quedó demostrado con la entrada masiva de activistas al Chilekommittén a partir de los sucesos de 1973. A partir de ese momento, las relaciones entre Chile y Suecia pasaron a una nueva dimensión, dado el carácter autoritario y represivo del régimen militar. Por consiguiente, el Estado sueco decidió poner término a los programas de cooperación bilateral existentes entre ambas naciones. Asimismo, las respectivas embajadas adquirieron funciones diferentes a las convencionales. Fue así como la embajada de Suecia se llenó de asilados y, una vez que se rompieron las relaciones diplomáticas entre Chile y Cuba, también representó los intereses caribeños en Chile, un hecho no menor a nivel mundial, considerando la tensión vigente del momento entre los distintos bloques y el papel que ocupaba Cuba en América Latina. Fruto de esta reacción por parte de Suecia, el régimen militar decidió convertir la embajada de Chile en Estocolmo en una pequeña base desde donde operaban agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y de su sucesora, la Central Nacional de Informaciones (CNI), para ejercer vigilancia sobre el movimiento de solidaridad y las actividades de los exiliados que iban llegando al país. La solidaridad con Chile fue el resultado de la maduración de los movimientos que se originaron a finales de los años cincuenta y, especialmente, durante los años sesenta, y en la que participaron trabajadores y estudiantes, normalmente militantes o simpatizantes de izquierda64. El Partido Liberal (Folkpartiet) participó ocasionalmente en algunos de los actos de solidaridad con Chile, aunque el Partido Conservador (Moderaterna) optó por no entrar en el debate, si bien defendía el retorno de la democracia en Chile cuando sus dirigentes eran entrevistados. A pesar de esta situación, algunos miembros de ambos partidos tuvieron a título particular relaciones personales y simpatías con el régimen de Pinochet. Veáse: Fernando Camacho Padilla, Solidaridad y Diploma-

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El movimiento de solidaridad sueco

Durante los años setenta, se fueron definiendo las distintas posturas ideológicas dentro de la izquierda sueca, las cuales tenían diferentes propuestas sobre cómo se debía apoyar a la oposición a Pinochet. Generalmente los distintos partidos y organismos suecos, tras el golpe crearon varios comités para ayudar a sus homólogos chilenos. La ayuda estatal entregada a través de ASDI a instituciones, organizaciones y medios de comunicación chilenos, estuvo condicionada a la salida democrática que el gobierno sueco consideraba conveniente para el país y, de la misma manera, sobre quienes debían ser las figuras que tenían que encabezar el nuevo gobierno. Por esta razón, partidos no integrantes de la Concertación por el NO, como el PCCh o el MIR, recibieron muy poca ayuda gubernamental o de la socialdemocracia. El apoyo económico sirvió para articular y fortalecer los partidos en la oposición a Pinochet, especialmente a partir de campañas publicitarias y también para contar con los medios físicos y materiales para reunirse y estructurarse. Del mismo modo, gracias a los recursos que llegaban desde el exterior, dirigentes de dichos partidos pudieron tener una dedicación exclusiva a la política en un momento decisivo del proceso de democratización del país. El gobierno sueco puso, asimismo, un enorme interés en que el plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales de 1989 se celebraran de manera limpia, para lo cual enviaron observadores electorales. Una vez que se produjo el cambio de gobierno en marzo de 1990, Suecia ofreció —al igual que otros gobiernos europeos— iniciar una nueva cooperación bilateral, que finalmente permitió consolidar la nueva democracia, concretamente dentro de los programas sociales del gobierno concertacionista. Vistos los resultados sociales y económicos hoy día, se puede percibir cómo estos acuerdos firmados más de veinte años atrás, contribuyeron a que Chile mantuviera una ruta democrática exitosa, la cual coincidió con el término de la Guerra Fría.

cia. Las relaciones entre Chile y Suecia durante tres experiencias revolucionarias 1964-1977, Tesis para la obtención del grado de Doctor en Historia, Universidad Autónoma de Madrid y Pontificia Universidad Católica de Chile, pp. 463-493. 255

La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea, 1973-1977 Joaquín Fermandois*

En este capítulo se estudian las relaciones entre el régimen militar chileno y la República Federal de Alemania (RFA) en medio de la década de 1970 en dos sentidos. En primer lugar, como parte de la relaciones con las naciones europeas, de importancia primordial para Chile, y luego, como políticas comprendidas en el contexto de la Guerra Fría, como parte de un clima del cual tanto la RFA como Chile fueron actores destacados, «guardando las proporciones». El marco ofrecido por este libro, «más allá de Washington y Moscú», constituye un escenario privilegiado para comprender no solo la participación de Chile en la Guerra Fría, sino también para aproximarnos al entendimiento del carácter de esta.

Qué es la Guerra Fría Antes que todo, ¿qué es la Guerra Fría? Requerimos de una definición funcional de la misma. La imagen más común que se viene a la mente es la de una competencia mortal, que no llegó al exterminio, entre dos grandes potencias, y que a partir de decisiones volitivas de ellas se extendía por todo el globo. Todo lo demás serían fenómenos satelitales. La inmensa mayoría de las interpretaciones sobre el Chile de los setenta se encuentran atrapadas en este esquema, que considero muy insuficiente, cuando no falso1. Me Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Este capítulo es parte del Proyecto Fondecyt 1060635. 1 Una mirada a estas perspectivas se encuentra en Joaquín Fermandois, «La persistencia del mito: Chile en el huracán de la Guerra Fría», Estudios Públicos, N° 92, (primavera 2003). Recientes trabajos insisten en estas tesis que se parecen a *

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Joaquín Fermandois

parece que la realidad misma de las sociedades humanas, como también del fenómeno internacional, no es inteligible desde esta perspectiva. En cambio, desde una mirada que enfoque a «la época de la Guerra Fría» como un momento del sistema internacional contemporáneo, cuya característica central consiste en una competencia tanto de estados, como de sistemas y de creencias, ayuda a comprender a la vez la centralidad de las llamadas superpotencias, como la raíz global del dilema de la Guerra Fría, inserta en la mayoría de las sociedades del planeta2. La combinación de lucha de estados y de creencias no se daba por primera vez en la historia. El fin de la Guerra Fría, para la que se toma como símbolo la «caída del Muro de Berlín» en 1989, ha desatado nuevas consideraciones sobre este fenómeno, y la atención parece abarcar también otros actores, «más allá de Washington y Moscú»3. Con todo, es necesario destacar con mayor vigor el carácter de actores autónomos de las diversas sociedades a lo largo del globo, su mutuo condicionamiento en los años de la Guerra Fría, y observarlas a través de la historia de las relaciones internacionales en general. No fue la primera vez que el sistema internacional estuvo caracterizado por esta síntesis de lucha o competencia de estados y de creencias4, pero la Guerra Fría es la «teoría del agente», porque se enfocan exclusivamente desde la perspectiva de Washington. Ver Mark T. Hove, «The Arbenz Factor: Salvador Allende, U.S. Chilean Relations, and the 1954 U.S. Intervention in Guatemala», Diplomatic History, Vol. 4, N° 31, (septiembre de 2007). Una historia muy leída en estos últimos años es la de John Lewis Gaddis, The Cold War. A New History, New York: The Penguin Press, 2005. Lo que se hizo en el mundo durante la Guerra Fría parece provenir solo de EE.UU. o de la URSS; y las críticas que ha recibido, desde una perspectiva a su vez muy crítica de la proyección norteamericana al mundo, también suponen que los males del mundo se deben a acciones o inacciones norteamericanas. Para una visión conceptual, ver Caroline Kennedy-Pipe, «International Relations Theory: A Dialogue beyond the Cold War», International Affairs, Vol. 4, N° 76, 2000. 2 Fundamental es Ernst Nolte, Deutschland und der Kalte Krieg, Muncih/Zürich: Piper, 1974, p. 39. Intenté una traducción ensayística de esta interpretación en Joaquín Fermandois, La Guerra Fría, Valparaíso: Universidad Católica de Valparaíso, 1975. 3 Odd Ame Westad (Coord.), Reviewing the cold War: Approaches, Interpretations, Theory, London: Frank Cass Publishers, 2001. 4 Una autora que considero fundamental para comprender el factor de la cultura política en las relaciones internacionales, y con ello de las raíces autóctonas de la posición ante el mundo de cualquier sociedad, es Adda B. Bozeman, Politics and Culture in International History. From the Ancient Near East to the Opening of the Modern Age, New Brunswick/Londres: Transaction Publishers, 1994. Cita a un sabio castellano de ca. 1300, quien habría dicho que entre cristianos y musulmanes existe un estado de «guerra fría» (en castellano). El Estudio de la historia de Arnold Toynbee es una fuente inagotable para esta perspectiva. 258

La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea

su culminación en la era de la crisis ideológica mundial. Hay un elemento nuevo en nuestra era, la de la comunicación de los lenguajes políticos en la modernidad, o lo que he denominado «política mundial»5. Esta convierte rápidamente algunas persuasiones y visiones de lo social en la orden del día que se identifica con un «deber ser» y se extiende a vastos espacios globales, como la dupla de comunismo/anticomunismo a partir de 1917, en Europa, en América y en Asia Oriental. Por ello, «más allá de Washington y Moscú» no es una mera consigna para llamar la atención académica, sino que obedece a un fundamento basado tanto en investigaciones, como en un fondo de la realidad histórica: la universalidad de ciertas expresiones culturales. Para nuestro caso concreto, hubo pequeñas «guerras frías» al interior de muchas sociedades del mundo, comenzando por la guerra civil griega en 1944, y siguiendo con el caso decidor de China. En Chile, la pugna comunismo/anticomunismo (o marxismo/antimarxismo, como preferiría llamarla) sin caracterizar a toda la cultura política ni mucho menos, tiene antigua data. La Guerra Fría dentro de Chile comenzó antes de la «gran» Guerra Fría, en 1944/45, y esta fase culmina con la Ley de Defensa de la Democracia en 1948, ya parte de la escena global. Esa ha sido la característica sobresaliente de la historia ideológica de Chile en el siglo XX6. El gobierno de Salvador Allende y de la Unidad Popular implicó un grado mayor de participación en la Guerra Fría, en dos sentidos. Primero, porque la pugna marxismo/antimarxismo (o una vía para escapar a ella, pero que nace de su experiencia) comprendió a la totalidad del sistema político chileno. Y segundo, porque atrajo de manera inusitada la atención mundial, especialmente de la opinión pública en América y Europa; así como la participación relativamente secundaria, pero altamente controversial, de EE.UU., Cuba y la URSS7. Esto se extendió, por reacción, al establecimiento del régimen militar de carácter marcadamente antimarxista, como un Joaquín Fermandois, «La política mundial o las formas de identificación en la política mundial», Conferencias presidenciales de humanidades, Santiago de Chile: Presidencia de la República, 2005. Una de mis fuentes de inspiración ha sido la obra monumental de Heinz Gollwitzer, Geschichte des weltpolitischen Denkens, primer volumen, Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1972. 6 Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo. Chile en la política mundial 19002004, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005. 7 Joaquín Fermandois, Chile y el mundo 1970-1973. La política exterior del gobierno de la Unidad Popular y el sistema internacional, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1985. Para una revisión del tema, Joaquín Fermandois, «La persistencia del mito: Chile en el huracán de la Guerra Fría», Estudios Públicos, Vol.92, (primavera de 2003). 5

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típico producto de la Guerra Fría. Mi tesis es que tanto la Unidad Popular como las fórmulas que querían superarla, estaban también insufladas por los dilemas de la época de esta confrontación mundial, que es mucho más que el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Tampoco los sucesos en Chile fueron mera proyección de las superpotencias, como tienden a entenderlo muchas interpretaciones. Más bien, fueron el producto de la interacción entre la historia de la propia sociedad y la «política mundial», convertida en parte de aquella.

El largo anuncio del fin de la Guerra Fría y el caso chileno Hay otro aspecto que incide con particularidad en el tema a tratarse aquí. Desde comienzos de la década de 1950 se viene diciendo que la Guerra Fría está finalizando. Esto, se aseguraba, hacía de esta contienda una política anticuada. ¿Qué se quería decir? Que la «política de Guerra Fría» estaba fijada en la prosecución de una actitud confrontacional. En general, se cargaban los dados contra EE.UU., cuando se hablaba de «resistir al comunismo»; o contra quienes sostenían que el anticomunismo, o resistencia al «avance» del comunismo, era una política legítima y necesaria. El «fin de la Guerra Fría» podía tener dos significados. Por una parte, se asociaba a la creencia en la «teoría de la convergencia», según la cual EE.UU. y la URSS en el fondo eran parecidas, o se iban pareciendo cada día más, tanto en cuanto representaban intereses de Estado antes que ideales de vida universales; como en una tendencia de ir configurando a un sistema que, al final de los finales, sería una síntesis de ambos. La idea del «fin de la Guerra Fría» tenía otra versión, que a su vez era convergente con la «teoría de la dependencia», y con la doctrina oficial de los estados marxistas. Hacía una equivalencia de «política de Guerra Fría» (así, como algo general), con la proyección de poder en el mundo de EE.UU. De esta manera, la política de contestación de la URSS y de sus aliados, o la de China en los 1950 y 1960, eran consideradas fundamentalmente como pasivas cuando no pacifistas frente al «imperialismo», o en su versión más moderada, frente a la «intransigencia occidental». Esto calzaba muy bien con la autointerpretación del sistema internacional que sostenía la Unidad Popular. En reacción, calzaba bien —asimismo— con la autointerpretación del «régimen de Pinochet», que asumía gustosamente la posición de toma de partido en el marco de la Guerra Fría.

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La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea

Rara vez se utilizaba este nombre, casi en desuso en los años 1970. La legitimidad original, que el régimen reclamaba, fundada en la «seguridad nacional» y la «restauración de la constitucionalidad» quedaron mediadas por la posición de vanguardia que se quería adquirir en la gran confrontación planetaria entre marxismo y antimarxismo. El lenguaje de la Declaración de Principios del Gobierno de Chile de 1974 explicaba la orientación hacia una «tradición histórico-cultural que nos liga a la civilización occidental y europea», lo que suponía rechazar un modelo «de inspiración marxista»8. Un momento más melodramático de esta visión se daba en la reacción de Pinochet a una nueva condena de la ONU y del llamado a la «Consulta Nacional» a comienzos del año de prueba de 1978: Chile, víctima de una resolución que sobrepasa todo límite tolerable. Debemos enfrentar la agresión internacional con el valor y coraje propios de nuestra raza. Defenderé la dignidad y soberanía de Chile aunque en ello me vaya la vida. Chile es víctima de un contubernio político de las grandes potencias. Los países del Tercer Mundo pueden ser víctimas del criterio aplicado a Chile. La finalidad de la resolución de las Naciones Unidas es derribar al Gobierno de Chile y reemplazarlo desde el exterior. Acuso a las Naciones Unidas de hacerse cómplice de los que buscan el bloqueo económico, comercial y cultural de nuestra patria. La acción descarada de los marxistas como Corvalán y encubierta de otros malos chilenos que se dicen demócratas de inspiración cristiana9.

Tomar partido en la Guerra Fría, ser adalid del antimarxismo en los años de la distensión, exigía con todo una contemporización. Las palabras del canciller Patricio Carvajal ilustran este dilema. En 1975, respondía así a la pregunta de por qué si ni siquiera EE.UU. se declaraba «antimarxista», Chile sí lo hacía: Son distintas graduaciones no más. El hecho que haya una distensión es una forma que tiene Rusia de continuar su política por el predominio mundial por otros medios. Efectivamente, la distensión aleja la amenaza de la guerra nuclear, pero no nos alcanza a nosotros, que quedamos totalmente inermes frente a los ataques de la Unión Soviética. USA y Rusia se entienden, pero ¿cómo quedamos nosotros? Nos está bombardeando todos los días Radio Moscú y haciéndonos el mal más grande que puede Declaración del 11 de marzo de 1974. www.bicentenariochile.com Hoy, semana del 28 de diciembre de 1977 al 3 de enero de 1978.

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hacernos en todo el mundo. ¿Y nosotros tenemos que cambiar nuestra política? Eso sería si estuviéramos haciendo experimentos en los cuales no tuviéramos confianza. Pero sabemos que es justo y bueno y hay que seguir adelante. Ese aislamiento no es una cosa que nos vaya a hacer cambiar ni a arruinar el país. Hay países que han estado aislados mucho tiempo y han logrado salir adelante10.

Dos años después, enfrentado a la política del nuevo Presidente estadounidense Jimmy Carter, el gobierno chileno debe introducir lo que sería un tema permanente a partir de 1977, el de cómo y cuándo se reestablecería la democracia en Chile: Reiteró, por otra parte, que las medidas limitativas son transitorias y de carácter excepcional y que permanecerán vigentes sólo mientras persistan las causas que las determinan. Es así como paulatinamente se han ido dejando sin efecto aquellas disposiciones restrictivas que ya no eran necesarias para mantener la paz interna del país, dejando sólo aquellas indispensables para mantener el clima de tranquilidad tan deseado por la ciudadanía e imprescindible para restablecer una economía y una organización social que se encontraban tan seriamente deterioradas11.

Se ha dado un giro desde un autoritarismo permanente hacia una consideración del régimen como una entidad provisional, aunque de «reorganización nacional». Carvajal sostiene que los «conceptos éticos y morales» de la administración Carter son idénticos a los de Chile. Había una democracia suspendida para reorganizar el país en lo económico y social. Aunque el discurso político interno del gobierno insistió en la causa de identificación antimarxista casi hasta el final del régimen, en su lenguaje diplomático hubo un giro táctico que se mantendría en los años siguientes. No era fácil ser un régimen de «guerra fría», en el sentido de acentuar la polarización, en los años de la distensión. Las interpretaciones más consistentes de las relaciones internacionales de Chile en estos años es que se encontraba «aislado», algo nada de agradable para el gobierno militar12. Las sucesivas condenas por parte de la ONU, producidas, eso Entrevista de Malú Sierra a Patricio Carvajal, Ercilla, 9 al 15 de noviembre de 1975. 11 El Mercurio, 30 de julio de 1977. 12 Es la tesis del trabajo más importante que existe acerca del tema. Ver Heraldo Muñoz, Las relaciones exteriores del gobierno militar chileno, Santiago de Chile: Ediciones del Ornitorrinco, 1986. 10

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sí, en una década de hegemonía en esa institución del «tercermundismo» funcional a la estrategia soviética, mostraban la gravedad de esta realidad del aislamiento. Precisamente, el mismo doble-standard del que se sentía objeto el régimen chileno, al ser escogido como «muestra de blancura», evidenciaba su vulnerabilidad. Su propia política de alineamiento no encontraba a nadie con quien estar «alineado». EE.UU. y Europa Occidental se encontraban muy lejos de la política propuesta por Chile. En el mismo continente, el aliado preferencial, Brasil, fue girando a partir de 1974 hacia una política menos identificada con el antimarxismo, y más orientada hacia el Tercer Mundo, aunque de ninguna manera en ruptura radical con EE.UU. La crisis más importante, una posible guerra «con todas las de la ley», fue la de 1978, con Argentina y potencialmente con Perú. Se trató de un conflicto interestatal por temas del desarrollo del estado territorial, en el cual la memoria de un pasado más o menos remoto jugaba un papel de magnitud. Es decir, se trataba de una disputa en esencia ajena al fenómeno de la Guerra Fría, que lo antecedía y que le sobreviviría, al menos en potencia. ¿Se hallaba entonces el régimen militar en una guerra que jamás existió?13 El aislamiento era relativo, como lo demuestran muchas dimensiones de las relaciones internacionales. No obstante, lo fundamental es que el régimen como tal no logró la legitimidad internacional que tenían sistemas revolucionarios —o que se tenían por tales— como Cuba desde 1959; o Brasil desde 1964 hasta mediados de la década de 1980; o Argentina entre 1976 y ca. 1980. Nuevamente, la pregunta es si esa diferencia se debió a que Chile no practicaba la distensión. Esta fue una tesis que sostuvo la oposición democrática al interior de Chile: La antigua división entre Oriente y Occidente ya no es la clave para entender el mundo moderno. La distinción entre comunismo y liberalismo no es, ahora, el elemento aglutinador de bloques de estados. Por el contrario, la tendencia es hacia una fluidez entre los viejos esquemas de alianzas. Así se explica el eurocomunismo, que amaga por igual a Washington y Moscú. (…) La guerra fría ha terminado y las grandes potencias han reemplazado la confrontación por la negociación. Es en este panorama donde debe enmarcarse la acción exterior de Chile para ser eficaz. Para todo estado, grande o pequeño, la primera exigencia que Volodia Teitelboim, La gran guerra de Chile y otra que nunca existió, Santiago de Chile: Editorial Sudamericana, 2000.

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se debe cumplir es adecuarse a la realidad internacional en la cual le toca actuar. Y no hay excepciones para Chile14.

Esta línea apuntaba a que la democracia era lo que había dado verdadera seguridad internacional al país. Tácitamente, sostenía que la violación a los derechos humanos era lo que originaba la situación vulnerable y, finalmente, apelaba al realismo político (que consideraba afín a la tradición del pensamiento militar). Su debilidad radicaba en que suponía que el sistema internacional ordenaba una política específica, que era posible adivinar. Por otro lado, el régimen no tenía incentivos para reformarse. La disolución de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en 1977, y el diseño de un plan institucional, aunque suspendiera todo regreso a la democracia por más de una década, vino a ser una reforma no pequeña en la conducta del régimen, pero no logró ningún reconocimiento internacional público. Cualquier medida que se tomara, no afectaba ni afectó la situación internacional del régimen chileno, hasta el plebiscito de 198815. El Chile de Pinochet fue tratado con otra vara que otros regímenes análogos, como la Indonesia de Suharto, que se consolidó en el poder entre 1965-1966 por medio de una matanza de comunistas solo comparable por su magnitud a la ocurrida en la URSS en los años 1930.

Dimensiones de la Guerra Fría Si se ha llegado a un consenso más o menos espontáneo de que la Guerra Fría finalizó en 1989 con la «caída del Muro», entonces es de perogrullo afirmar que entre 1970 y 1989, todavía ese conflicto continuaba siendo el fenómeno central del sistema internacional. Bajo esta luz, el problema del régimen chileno, que era también un tema de la constitución interna del mismo, suponía un fenómeno que se inscribía plenamente en el desarrollo de la Guerra Fría. ¿Qué se explica con todo esto? Que el concepto de «Guerra Fría» requiere de afinamientos. Primero, esta última no constituyó una situación que requiriera de un tipo de conducta preordenada. Existía todo un abanico de estrategias relacionadas con este concepto, las que iban de la confrontación a la negociación, pasando por el «olvido» del mismo. Alberto Sepúlveda Almarza, «Precisando conceptos», Hoy, semana del 13 al 19 de julio de 1977. 15 Con EE.UU. la renegociación de la deuda de 1986 y 1987 resultó por acuerdos más o menos tácitos de apertura política, lo que efectivamente ocurría. Fermandois, Mundo y fin de mundo, pp. 476-483. 14

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El sistema internacional continuó siendo lo que siempre había sido, una red tupida de relaciones que implicaban respuestas y conductas diversas, funcionales o no funcionales a los intereses de este o de aquel estado, grupo de estados y persuasiones. La política de Castro, ¿no era acaso de la Guerra Fría? La distensión era una fase de la Guerra Fría que recogía esta complejidad. Los actores, además, estaban envueltos en sus circunstancias, y a la vez en la vida cotidiana del sistema internacional o regional respectivo, que tenía su propia lógica. El Medio Oriente constituye una ejemplo sobresaliente de cómo diversas realidades de un sistema internacional confluyen en un mismo fenómeno. La política exterior de la Francia de De Gaulle era posible dentro de una lógica de la Guerra Fría, aunque Mon Général negaba la base ideológica de la misma, y que ella tuviera que ver con las posturas francesas. Durante el famoso «Mayo 68», De Gaulle, para salvar su gobierno, creyó necesario regresar al lenguaje clásico, ideológico, de la Guerra Fría. Ya se planteó cómo 1978, un año clave para el gobierno militar, estuvo signado por situaciones conflictivas que venían del siglo XIX. Sin embargo, esta crisis solo fue posible por el desencadenamiento de circunstancias propias de la Guerra Fría al interior de una de las sociedades de la cultura política chilena, y de su enraizamiento en su propia historia internacional como estado.

¿Qué significa una «política de Guerra Fría»? Surgido de una guerra civil política, y de una movilización que los forzó a la toma de posiciones, los líderes militares chilenos no tenían mucho espacio ni mucho ánimo para pensar en una estrategia de conservar la democracia después del golpe. Las circunstancias llevaron al régimen de Pinochet y a su proyecto de muy largo plazo a condiciones que tenían que agravar la vulnerabilidad externa. ¿Qué lo diferenció del caso de Brasil y de Argentina? La «experiencia chilena» o «vía chilena al socialismo», fue un caso famoso y un punto de referencia en América, en Europa Occidental y en el bloque soviético, así como, en menor medida, en los países poseídos de fervor tercermundista. De ese modo, se creó una realidad en la que ningún sistema político surgido del golpe podía alcanzar legitimidad internacional; a lo más, podría encontrar comprensión discreta, casi privada, o tolerancia como mal menor, o como fase intermedia. Esta situación de la que no podía rescatarlo ninguna reforma interna, tenía su reverso en que el aislamiento —hasta 265

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cierto punto— era funcional a las necesidades del sistema. Sigue siendo una pregunta abierta si los estados claramente aislados, de parte o de la totalidad de los principales actores del sistema internacional, pueden extraer fuerza de esa realidad. Desde el punto de vista interno del régimen, con su estructura semi-personalista, a su líder, Augusto Pinochet, no le quedaba ninguna escapatoria salvo perseverar en un tipo de camino adaptativo, de coexistencia tensa con el sistema internacional. La legitimidad internacional pasaba por su salida del poder, y con toda probabilidad, la pronta demisión del gobierno militar en sí mismo. Esto, a su vez, reforzaba la adhesión a la figura de Pinochet, con mayor o menor entusiasmo, entre la clase política y el público que lo sustentaban. El dilema en que se sitúa a quién se quiere aislar, tiene analogía con la «rendición incondicional» de la Segunda Guerra Mundial, que puede mover a una prolongación del conflicto, y en el caso chileno, del régimen. Por otra parte, al ponerse el acento en lo moral, de un modo más acusado que ante otros regímenes dictatoriales de izquierda o de derecha, se ve que quien posee un margen de flexibilidad ante el caso —como EE.UU. y Europa Occidental frente al Chile de Pinochet— terminaron también arrinconados en un dilema. Me parece que ese fue el caso de Chile, al menos de manera limitada. No se trataba de tener fuerza para alcanzar legitimidad internacional. Tuvo la fuerza para vivir aislado porque la posición antimarxista, la respuesta a la amenaza de lo que fue y podría volver a ser algo así como la Unidad Popular, el constituirse como una avanzada de la posición antimarxista, tenía algún sentido ante su propio equipo: las Fuerzas Armadas y los sectores civiles que le permitieron articularse en cuanto «dictadura de desarrollo». Esos grupos, sobre todos los civiles, y de ellos, los tecnócratas y el grueso de los políticos de derecha, tradicionales o no, prohijaban una adaptación suspendida por algún tiempo del proyecto de regreso a la democracia. El lenguaje antimarxista cumplía su función —y tenía no poco de «realidad»— en la aglutinación de este grupo. Los autoritarismos conservadores en América Latina durante la época de la Guerra Fría estaban sometidos a presiones de las que —en lo esencial— se libró la dictadura marxista de los Castro. Y el caso chileno había sido famoso. La articulación del régimen en este sentido, el proyecto de desarrollo y la Constitución de 1980, eran inseparables de una respuesta de la época de la Guerra Fría, tal como esta se definió en torno al caso chileno. Los grupos de oposición, sobre todo en el exterior, también se articularon en torno a esta realidad. 266

La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea

Realidad y límites de la Guerra Fría en el caso de Chile ante Bonn El establecimiento de relaciones plenas con la República Democrática Alemana (RDA) por parte del gobierno de Salvador Allende produjo una fuerte reacción de indignación y desaliento en Bonn. Ni el que Allende haya tratado de «dorar la píldora» con la designación de un enviado personal a Brandt, logró hacer mella en el gobierno alemán16. La RFA había desplegado la Ostpolitik, en cuyas bases estaba el que ningún país amigo debía establecer relaciones con el régimen del Este antes de que hubiera un acuerdo especial entre las dos Alemanias. Y Chile era especialmente catalogado de «amigo», desde siempre. Además, los intereses alemanes se sintieron dañados por las nacionalizaciones y ocupaciones; y la colonia alemana, en general, emitió señales de malestar, aunque esto poco preocupó a Bonn. Había otra corriente, que empapaba la vida pública no solo de Alemania, sino que de toda Europa Occidental: el entusiasmo por la Unidad Popular. La «experiencia chilena», apelación decidora, también penetró en las filas del Partido Social Demócrata (SPD) y del mismo gobierno de Brandt, a lo que este, al parecer, no estuvo del todo inmune. Después de la firma del tratado entre las dos Alemanias a fines de 1972, Bonn decide colaborar con alguna timidez en el proyecto de Allende. Es importante como ejemplo la siguiente definición de la realidad: Tenemos un interés en que en el mundo se eliminen las tensiones que dividen a los países ricos de los países pobres. Esto sólo puede suceder si son superadas las causas del subdesarrollo. Tenemos la impresión de que ahora en Chile se hace el intento por superar las causas del subdesarrollo17.

Eran las palabras de un ministro del gobierno, Hans Matthöfer, quien se vio poseído por el fervor partidario e identificación con la Unidad Popular. No era un botón de muestra, sino que reflejaba una percepción muy extendida en la opinión pública alemana y europea. El mismo AA Joaquín Fermandois, «Del malestar al entusiasmo: La reacción de Bonn ante el gobierno de la Unidad Popular 1970-1973», Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N° 117 (2008). Para la entrevista de Brandt con Hernán Santa Cruz, memorándum firmado por Sonne, 11 de diciembre de 1970. PAAA, B 33, Bd. 542, I B 2, 82.23/91.08. 17 Bundestag, 7 Wahlperiode, 35 Sutzung, 23 de mayo de 1973. PAAA, ZA, 301, 100581. 16

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Joaquín Fermandois

(Ministerio de Relaciones Exteriores) llegó a definir su política hacia el Chile de Allende de la siguiente manera: Somos de la opinión que cada país en desarrollo debe encontrar su propio camino para superar el atraso. Un país puede estar seguro de contar con nuestra simpatía si intenta cambiar por medios democrático sus estructuras que impiden el progreso, para mejorar la vida de grupos marginales de la población. Por eso es que simpatizamos si los grandes partidos democráticos de Chile encuentran la posibilidad de llevar en conjunto una solución a los enormes problemas con que se encuentran18.

Añade que los intereses alemanes deben ser recompensados. Sin embargo, una coexistencia con movimientos y gobiernos de «reforma» en el Tercer Mundo había sido un lenguaje político de Europa Occidental en los años de la Guerra Fría. Esta fue una ocasión para desplegarlo. Mayores problemas y dilemas, como oportunidades, los produjo el violento derrocamiento de Allende el 11 de septiembre de 1973. La declaración del gobierno de Brandt habló de «consternación» (Bestürzung), aunque también añadía que las relaciones se mantenían con los estados y no con los gobiernos19. La declaración llevaba implícita la extensión del reconocimiento al gobierno militar. A la vez, la izquierda del SPD y otros sectores públicos reclamaron una posición más firme. Por su parte, sectores de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y de la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), los primeros muy allegados a la Democracia Cristiana chilena y al mismo Eduardo Frei Montalva, culpaban al extremismo de la Unidad Popular por el desenlace producido en Chile. Incluso así, a Frei Montalva y los suyos no les fue fácil explicar en la RFA su posición inicial de apoyo al golpe. La complejidad del panorama era la complejidad de la Guerra Fría, y que frente a esta, no todos portaban los mismos relojes. Por cierto, la reacción alemana no se puede separar de aquella que se tuvo en Europa Occidental en su conjunto. Mientras que los ministerios de relaciones exteriores miraron con cierta comprensión o simpatía el golpe, la reacción de los parlamentos y de gran parte de la prensa fue dando un tono que no se podía ignorar20. Memorando interno, AA, anexo a informe sobre el mes de julio de 1973. PAAA, 301.320.10 CHL. 19 Bonn, 12 de septiembre de 1972. PAAA, ZA, 301-320.20 CHL, 100.604. 20 Macarena Carrió y Joaquín Fermandois, «Europa occidental y el desarrollo chileno, 1945-1973», Historia, N° 36, (2003). Sebastián Hurtado, «El régimen militar 18

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La política de la Guerra Fría: el caso de la Alemania europea

La reacción de las nuevas autoridades en Chile, y quienes las apoyaban, frente a la forma en que la RFA respondió ante el golpe y la instalación de los militares en el poder no podría ser descrita de otra manera, sino como también de «consternación» y «perplejidad». Esto era quizás más fuerte entre los jefes militares, de las Fuerzas Armadas y policiales, que venían de una tradición originada en el siglo XIX, de admiración por todo lo alemán. Suponían que serían tomados como aliados en la «guerra contra el marxismo». Sobrevino un desencanto cruel y reacciones de ira. Sin embargo, la necesidad de conservar a Bonn como interlocutor primó en la Junta. Dentro de Chile, el ambiente de guerra civil ideológica en que se instauró el gobierno militar, daba fuerza a una proyección externa ideológica, pero se estrellaba invariablemente con la realidad de que un autoritarismo conservador en América Latina no había podido transformarse en un «sistema ideológico». El caso de Chile no iba a ser una excepción. Tenía que hacer andar la economía y obtener un apoyo mínimo en el exterior. Quienes lo apoyaron en el despliegue de la política exterior, insistían en un conocimiento diferenciado de la realidad externa. De todas maneras, llama la atención el desconocimiento elemental de la cultura política norteamericana o europea occidental en los sectores conservadores chilenos. A su vez, en el gobierno de la RFA emergieron desde el principio dos líneas claras. Una fue la de cesar con la ayuda directa al gobierno, así como un embargo de la venta de armas. Al mismo tiempo, se puso el acento de que continuaría la ayuda al desarrollo, en proyectos particulares, y que la estrategia alemana debía pensar en el largo plazo, lo mismo que en los demás países en desarrollo21. Por otra parte, el Staatssekretär Wischnewsky, del SPD, encabezó el ala del gobierno de Bonn que quería negociar con el gobierno chileno. La primera meta era la defensa de los intereses alemanes, así como también de los alemanes que podían estar comprometidos con la Unidad Popular, y sufrir persecución por ello. No hubo mayor problema en este punto. El objetivo más de fondo de Wischnewsky se enlazaba con los que sería un propósito de largo plazo: la liberación de los líderes de la Unidad Popular, en especial aquellos del Partido Radical, afiliados a la Internacional Socialista22. A cambio de eso, se comprometió a desembolsar un crédito ya firmado antes del golpe. chileno y Europa Occidental (1973-1980)», Santiago, Tesis de Licenciatura en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2007. 21 Memorándum de AA, en respuesta a preguntas del Bindestag, 2 de octubre de 1973. PAAA, ZA, 301, 320.20 CHL, 100.604. 22 Memorándum de Marré, 20 de noviembre de 1974. Akten zur Auswärtigen Polito der Bundesrepuiblik Deutschland 1974. I: Juli bis Dezember Hrs..: Institut für Zeitgeschichte (Oldenburg, 2005), pp. 1529-1533. 269

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La relación entre la RFA y el régimen chileno estuvo cruzada por la indignación de la colonia alemana y la presión de los intereses alemanes, ya sea con inversiones en Chile o que querían vender material estratégico. Ambos no tenían mayor peso en las decisiones de Bonn. Las propias percepciones y la polémica interna sí que lo tenían. Los cancilleres Willy Brandt y Helmut Schmidt desarrollaron políticas similares, una continuidad más bien, aunque es muy difícil que el problema de las relaciones con Chile fuera algo central en sus gobiernos. Se trataba de aprovechar la extraordinaria baza que se tenía en el gobierno chileno, en el interés de este por tener como interlocutor a Bonn, para propiciar un regreso a la democracia, con castigos y, sobre todo, incentivos. Hay dos aspectos que sobresalen, ambos reunidos en la meta de ayudar en el restablecimiento de la democracia. Primero, colaborar para que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU emitiera informes ponderados acerca de Chile. Bonn estaba consciente de que había una estrategia del bloque soviético para aislar a Chile en primer lugar, para después, se presumía, lograr su expulsión de la ONU. Esto tendría consecuencias graves en el sistema internacional. Cuando en 1975 Pinochet prohíbe el ingreso de la Comisión de Derechos Humanos a Chile, la RFA debe endurecer su posición, aunque nunca pierde de vista la perspectiva señalada, sobre todo por el doble-standard que implicaba23. Con los años, se fue perfilando la estrategia de Bonn de colaborar para que en Chile se creara una centroizquierda que considerara a fuerzas de la Unidad Popular, aunque solo a aquellas con vocación democrática. Se piensa que más lazos con la RFA podrían obrar en este sentido24. Por otro lado, se afinan las relaciones con la Democracia Cristiana y sectores de derecha. También se establece una fluida interlocución con altos funcionarios de gobierno. Entre estos, particular importancia adquiere el general Fernando Matthei, quien, ya antes de convertirse en comandante en jefe de la Fuerza Aérea (julio de 1978), emerge como contertulio privilegiado de la embajada. En 1977, el canciller Schmidt recibe por media hora al cardenal Raúl Silva Henríquez. Este le dice que se exagera lo malo del gobierno militar, como antes solo se resaltó lo bueno de Allende; le asegura que el programa económico del régimen será un completo fracaso, entre otras razones porque ninguno de los que gobierna entiende algo de economía; y Memorándum interno de Marré, 30 de septiembre de 1975. PAAA, ZA, 301, 300.16, 101.782. 24 Memorándum de Marré, encargado de América Latina en el AA, a Friedrich Ebert Stiftung, 24 de mayo de 1977. PAAA, ZA, 301, 544.80/10 CHL, 108.016. 23

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que los militares no son verdaderos cristianos. Ambos concuerdan en que la ayuda alemana no debe ir al Estado o gobierno, sino que a sectores de la sociedad civil, de preferencia a organizaciones de la Iglesia25. Eduardo Frei Montalva, de visita en Bonn, es recibido por el Staatssekretär Hermes. El ex Presidente, después de ofrecer una visión panorámica de la situación en Chile, destaca que es importante que no se vuelva a 1973. Para ello, se debe crear una tendencia socialdemócrata que sea la contraparte de la Democracia Cristiana26. Esa política suponía que lo que había terminado en 1973 no era simplemente un «proyecto democrático», sino que algo a medio camino entre una revolución marxista clásica y un cambio radical, aunque por vías legales. También, está claro que el AA tenía una posición más favorable a un entendimiento con el gobierno chileno, que lo que podía y quería mantener la coalición social liberal. La embajada en Santiago, a su vez, al menos en lo que resuena de los tres embajadores involucrados, era decididamente partidaria de un trato más amistoso con el gobierno militar, aunque su opinión no podría nunca llegar a coincidir del todo con Pinochet y su estilo. De todas maneras, aquí se ve algo que el investigador también percibe en EE.UU.: que los alemanes se imaginaban que podían influir más de lo que en realidad era posible en esas circunstancias históricas. Existía otra posición —representada además de Matthöfer, por el ministro de Defensa, Georg Leber, y hasta cierto punto por Egon Bahr, importante líder del SPD— de mayor crítica y hostilidad hacia el régimen chileno, de identificación en diversos grados con la idea de la Unidad Popular, considerada como un proyecto eminentemente democrático. Entre la dirección del gobierno y la de esta izquierda del mismo, o más allá de él, se situaba parte de la gran prensa, Die Zeit, Frankfurter Rundschau, y Der Spiegel. Más en la extrema izquierda, aunque disminuyendo su importancia en el curso de los años, se situaba la publicación Chilenachrichten, llamada después Lateinamerikanachrichten, que representaba una versión marxista en la línea más radical de 1968. Finalmente, existió una visión diferente respecto al régimen chileno en parte de la CDU y la casi totalidad de la CSU. El líder de esta última, Franz Josef Strauss, fue el único político europeo importante que viajó a Chile a identificarse casi en su totalidad con Pinochet. A esa visión hay que añadir a oficiales de las Fuerzas Armadas alemanas y a economistas y empresarios alemanes. En su totalidad, esta posición, más activa sobre 25 26

Protocolo de conversación, 2 de junio de 1977. PAAA, ZA, 331, 108.019. Protocolo firmado por Marré, 4 de mayo de 1977. PAAA, ZA, 301, 108.022. 271

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todo entre 1973 y 1975, cargaba los dados a la propia Unidad Popular por el colapso de la democracia, y apuntaba a que una receta idéntica en Europa, o en la RFA, llevaría a lo mismo. Por las razones que explicamos al comienzo de este capítulo, esta arteria de opinión no podía expresarse en una posición política que «apoyara» a Chile, como le hubiera gustado al gobierno militar. Podía mitigar algunos castigos, y podía hacer sentirse en falsa confianza a muchos partidarios del régimen. Pero no alcanzaba a ser una posición propiamente tal. En todo caso, las razones de la política de Bonn, del gobierno, del Estado y de su opinión pública, se construyeron alrededor de temas, temores y anhelos propios de la Guerra Fría. Chile vivió un momento intenso de la crisis ideológica mundial, en un momento en que la Guerra Fría había cambiado de carácter, pero no de realidad. Chile vivió ese momento que ya había experimentado la Tercera República francesa, o la Alemania de Weimar, y hasta cierto punto Italia entre fines del siglo XIX y 1919, y algo también en los primeros años de la segunda posguerra. Eran países a los cuales se había orientado la política chilena desde el siglo XIX, y por ello las relaciones en época de crisis no podían ser simples relaciones entre Estado, puramente diplomáticas.

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La nueva inserción internacional del comunismo chileno tras el golpe militar Olga Ulianova*

La historia de Chile post 1973 recién comienza a escribirse. Las causas que ocasionaron el golpe de Estado, la naturaleza del régimen y las transformaciones en la sociedad chilena que este originó, han sido analizadas en tiempo real desde distintas disciplinas de las ciencias sociales, con motivaciones que provenían más bien de las urgencias políticas y existenciales de los actores1. La historiografía tomó su tiempo antes de intentar abordar la dictadura, reflejando en ello, una vez más, la profundidad del trauma que esta significó para la sociedad chilena y la dificultad de procesarlo, situándose académicamente desde afuera del objeto del estudio para las generaciones a las que les tocó vivirlo2. Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile (USACH). Este capítulo es producto del proyecto FONDECYT 1100171 «Comunismo chileno 1973-1990: exilio, clandestinidad y política mundial». 1 Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, México: Siglo XXI, 1977; Manuel Antonio Garretón y Tomás Moulián, La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, Santiago de Chile: Ediciones Minga, 1983; Javier Martínez y Eugenio Tironi, Las clases sociales en Chile, Cambio y estratificación 1970-1985, Santiago de Chile: Sur Ediciones, 1985; Guillermo Campero y José A. Valenzuela, El movimiento sindical en el régimen militar chileno 1973-1981, Santiago de Chile: ILET, 1984, para dar solo algunos ejemplos. 2 Entre las memorias/análisis de la época hechos por los protagonistas, podemos destacar: Luis Corvalán, De lo vivido y lo peleado, Santiago de Chile: Lom, 1997; Orlando Millas, La alborada democrática en Chile, Memorias, Vol. IV, 1957-1991, Santiago de Chile: CESOC, 1996; Ernesto Ottone y Sergio Muñoz, Después de la quimera, Santiago de Chile: Random House Mondadori, 2008; Carlos Orellana, Penúltimo informe, Memoria de un exilio, Santiago de Chile: Editorial Sudamericana, 2002; Jaime Gazmuri, El sol y la bruma, Santiago de Chile: Ediciones B, 2000; Jorge Arrate y Eduardo Rojas, Memoria de la izquierda chilena, Santiago *

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Tanto el período de la dictadura militar en Chile (1973-1990), como la época histórica a la que ésta perteneció —la Guerra Fría— terminaron de manera prácticamente simultánea hace algo más de veinte años. Pero en la historiografía chilena, los trabajos al respecto comenzaron a aparecer con mayor intensidad en el último lustro3, a la vez que se observaba un creciente interés de historiadores muy jóvenes e incluso estudiantes de Historia, nacidos en las postrimerías de esa época o derechamente tras su término, de centrar en ella sus primeras investigaciones. Muchos de estos trabajos de historia del tiempo presente están dedicados a los actores políticos proscritos y perseguidos por la dictadura, al análisis de la evolución de sus posturas doctrinarias, a los cambios en su cultura política, así como a la subjetividad de sus militancias, junto con la reconstrucción historiográfica de sus formas de supervivencia a la represión, de resistencia y de acción opositora4. Otros analizan a los grupos de influencia del propio régimen desde la perspectiva tanto de la evolución de sus doctrinas, como de las formas del ejercicio del poder5. Unos y otros van construyendo la nueva historia política del período. Para la historia de Chile del siglo XX, la historiografía ha destacado la importancia del cruce de los factores nacionales y globales en su desarrollo6. Primero fue la creciente vocación de los actores políticos de Chile: Ediciones B, 2003; José Rodríguez Elizondo, Crisis y renovación de las izquierdas: de la revolución cubana a Chiapas, pasando por el «caso chileno», Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1995; Patricia Politzer, Altamirano, Santiago de Chile: Ediciones B, 1990; Gabriel Salazar, Conversaciones con Carlos Altamirano, Santiago de Chile: Random House Mondadori, 2010. 3 Rolando Álvarez, La tarea de las tareas: luchar, unir, vencer. Tradición y renovación en el Partido Comunista de Chile. 1965-1990, Tesis para obtener el grado de Doctor en Historia, Universidad de Chile, 2007; Cristina Moyano, Al rescate de la teoría: partidos políticos e historia del tiempo presente. El caso de la renovación socialista en el MAPU, 1973-1980, Tesis para obtener el grado de Doctor en Historia, Universidad de Chile, 2004. 4 Rolando Álvarez, «Clandestinos 1973-1990. Entre prohibiciones públicas y resistencias privadas», en Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, Historia de la vida privada en Chile. Vol. III., Santiago de Chile: Taurus, 2007; y Rolando Álvarez, «El movimiento estudiantil secundario bajo dictadura y las Juventudes Comunistas: un caso de radicalización política de masas en Chile (1983-1988)», en Movimientos Sociales, Nº1, 2007. 5 Verónica Valdivia, El golpe después del golpe. Leigh versus Pinochet. Chile 19601980, Santiago de Chile: Lom, 2003; Rolando Alvarez, «¿Represión o integración? La política sindical del régimen militar, 1973-1980», en Historia, Nº 43, 2010, pp. 325-355. 6 Olga Ulianova «Reflexiones sobre la Guerra Fría desde el fin del mundo» en Fernando Purcell y Alfredo Riquelme (eds.), Ampliando miradas. Chile y su historia en el tiempo global, Santiago de Chile: RIL editores, 2009, pp. 235-259; Olga 274

Chile y la Guerra Fría global

nacionales de interpretar los desafíos y los procesos locales a partir de los ismos globales, como parte de la aspiración de las élites ilustradas de un pequeño país al fin del mundo, de sentirse y ser parte de este. Luego, desde mediados de los sesenta y, muy especialmente, durante la experiencia de la Unidad Popular, entre 1970 y 1973, la propia historia chilena se volvió emblemática para el mundo, y diversas sociedades y culturas políticas transnacionales hicieron sus propias lecturas de ella. Para el período post 1973, la historia política de Chile en clave de historia internacional ha sido poco estudiada todavía, a pesar de haber sido quizás el momento más internacional de la historia de este país, sobre todo aquellos primeros años de la dictadura, a partir de la proyección global alcanzada por la Unidad Popular7 y el impacto mundial que provocara el golpe militar. En esos años se produjo, asimismo, un cambio radical en las formas de internacionalización de la historia nacional, entre el discurso oficial girado hacia el nacionalismo y la pretensión de cerrarse frente al mundo en vez de pertenecerle, y el nuevo carácter de la interacción internacional de los actores no estatales chilenos8. Hemos postulado en otros trabajos que la imagen internacional de Chile durante el siglo XX fue construida más por los actores no estatales Ulianova, «Develando el mito. Emisarios de la Internacional Comunista en Chile» en Historia Nº 41, 2008, pp. 99-164; Olga Ulianova, «El comunismo chileno a través de los archivos soviéticos», en Augusto Varas, Alfredo Riquelme y Marcelo Casals (eds.), El Partido Comunista en Chile. Una historia presente, Santiago de Chile: Catalonia, 2010, pp. 261-287; Joaquín Fermandois, Chile y el mundo 1970-1973. La política exterior del gobierno de la Unidad Popular y el sistema internacional, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1985; Joaquín Fermandois, Abismo y cimiento. Gustavo Ross y las Relaciones entre Chile y EE.UU. 1932-1938; Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1997; Joaquín Fermandois, Mundo y fin del mundo, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2003; Joaquín Fermandois, «¿Chile en la Guerra Fría: actor o peón?», en Estudios Públicos Nº 72, 1998 (volumen dedicado al tema de Chile en la Guerra Fría) y Joaquín Fermandois, «La persistencia del mito: Chile en el huracán de la Guerra Fría», en Estudios Públicos Nº 92, 2003. 7 Cfr. Alfredo Riquelme Segovia, «El alcance global de la vía chilena al socialismo de Salvador Allende», en AA.VV., Salvador Allende. Fragmentos para una historia, Santiago de Chile: Fundación Salvador Allende, 2008, pp. 117-139. 8 Entre los trabajos pioneros en este ámbito podemos destacar Alessandro Santoni, «El Partido Comunista Italiano y el otro ‘compromesso storico’: los significados de la solidaridad con Chile (1973-1977)», en Historia, Nº 43, Vol. II, pp. 523-546; también Katherine Hite, When the romance ended. Leaders of the chilean Left, 1968-1998, New York: Columbia University Press, 2000; Thomas C.Wright and Rody Oñate Zúñiga, «Chilean Political Exile», Latin American Perspectives, 34:4, Riverside, 2007, 31-49; Fernando Camacho, Suecia por Chile, una historia visual del exilio y la solidaridad 1970-1990, Santiago de Chile: Lom, 2009. 275

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que por los agentes de la política exterior del país. Creemos que esta afirmación es más válida que nunca para el período del régimen militar. También se podría afirmar que ese fue el período en que las voces de un amplio espectro de actores no estatales chilenos —políticos y culturales principalmente— pudieron posicionar en la opinión pública internacional una imagen de Chile diametralmente opuesta a la imagen promovida por el gobierno. Esa imagen democrática y resistente de Chile que se instaló globalmente entre 1973 y 1990 —y que perdura como memoria hasta la actualidad en diversos escenarios internacionales y en diferentes culturas políticas—, fue el fruto de la labor del universo político y cultural chileno opositor a la dictadura, tanto de quienes permanecieron en Chile como de los que partieron al exilio. A su vez, la discusión de las lecciones de Chile por parte de diversas corrientes políticas e ideológicas a nivel internacional, reforzó la dimensión global del proceso chileno, vinculando con ella las discusiones propias de los derrotados en el país y en los países que los acogieron. En este capítulo analizaremos cómo el Partido Comunista (PC) de Chile (PCCh), tal vez el actor nacional con mayor experiencia política internacional, reconstruye su inserción en el mundo durante el primer año post-golpe. El estudio está basado en documentos provenientes de los archivos del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), de la Fundación Instituto Gramsci que conserva los archivos del Partido Comunista Italiano (PCI), así como del archivo del Coordinador Exterior del PCCh que funcionara desde los primeros días post-golpe en Moscú9.

Este ultimo archivo contiene la información corriente relativa al funcionamiento del Coordinador Exterior del PCCh en Moscú (el nombre no fue adoptado inmediatamente, pero existió durante la mayor parte del período del exilio, por eso lo usamos para el nombre del archivo en su conjunto). Contiene información acerca de las actividades de solidaridad, transcripción de reuniones de los dirigentes comunistas chilenos en el exterior con personeros políticos de diversos países, cartas de la Dirección del PCCh en el interior, correspondencia internacional «diplomática» del PCCh en el exterior y documentos afines. El archivo aún no está plenamente organizado ni catalogado, por lo que los documentos no poseen numeración correspondiente, lo que presenta dificultades al momento de citar. Decidimos referirnos a los documentos describiéndolos por fechas, destinatarios, firmantes y primeras y últimas frases.

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Chile y la Guerra Fría global

La dimensión internacional del imperativo de sobrevivir No hay necesidad de referirse extensamente en estas páginas a la profundidad de la ruptura que significó el golpe militar de 1973 y la dictadura que este inauguró en la historia de Chile. Fue el cierre abrupto de un largo período, iniciado en los años treinta, durante el cual la sociedad chilena intentó resolver sus problemas de desarrollo en los marcos de una creciente inclusión social y una progresiva democratización, combinando la aspiración de modernización con la de un orden social más justo sin sacrificar para ello la convivencia democrática, la cual se percibía más bien como un trasfondo natural de los procesos sociales chilenos. La violencia de la interrupción de este proceso fue inédita en la historia del país, que no solo presentaba una trayectoria excepcional de continuidad democrática comparada con otros países de la región, sino que además, a diferencia de la Europa meridional —con la que se le compara frecuentemente por la naturaleza de sus dinámicas políticas e ideológicas—, Chile había tenido la suerte de no haber vivido las guerras mundiales, con la consiguiente desvalorización de la vida humana. De ahí la profundidad del shock provocado por el terror y la represión desde los primeros días de la instalación de la dictadura. Para la izquierda chilena, al impacto brutal del terror estatal se sumaba el peso de la derrota. En un instante, pasó de ser líder de un proceso transformador inédito, de ver —a pesar de todas las dificultades y contratiempos— progresar y triunfar su proyecto de sociedad, de estar en sintonía y en la avanzada de lo que entendía como el rumbo de la historia, al vacío catastrófico de la pérdida. Sobrevivir a este golpe, tanto física como políticamente, repensar y resignificar lo ocurrido, reconstruir la propia identidad en las nuevas condiciones, levantarse y resistir frente al proyecto impulsado desde el Estado, que apuntaba a su eliminación, sería a partir de entonces y por años, la nueva razón de ser del comunismo chileno. La cultura política del comunismo del siglo XX en el mundo tuvo entre sus componentes más importantes una fe universalista en la redención de la humanidad a través de la revolución, acompañada de un optimismo igualmente universalista en torno a los caminos de la historia de la humanidad. Esas creencias adquirieron renovado vigor entre los comunistas chilenos que perseveraron en su militancia para luchar contra la dictadura: la «transición del mundo del capitalismo al socialismo» era 277

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el contenido de la era contemporánea, y a pesar de «derrotas y retrocesos temporales», la ética estoica y sacrificial de sus militantes, su reconocida capacidad organizativa y una sólida base en importantes segmentos de los sectores populares, harían posible para el comunismo chileno sobrepasar el peor trance de su historia. La dimensión internacional de este actor político chileno debía redefinirse en las nuevas condiciones. El discurso y la práctica política del régimen militar que pretendía asentarse en el particularismo nacionalista y que señalaba al comunismo como el enemigo principal, precisamente en función de su universalismo e internacionalismo, reafirmaba de manera paradójica, a partir de esa construcción antagónica y de su feroz y efectiva persecución, la centralidad del comunismo —como actor real y/o como símbolo de un proyecto de sociedad alternativo— en la política chilena de la época10. De alguna manera, la inserción internacional del comunismo, entendida en varios sentidos, también jugaba a su favor en el momento de resistir. En primer lugar, el sentirse parte de los procesos globales de los que se nutría su «optimismo histórico» ayudaba a concebir la propia derrota como temporal y parcial en el curso de la historia mundial11. En segundo lugar, la gran atención que se prestaría en el movimiento comunista internacional a las «lecciones de Chile», reafirmaba el sentido de su experiencia reciente, a la vez que resituaba al comunismo chileno como un relevante actor internacional, incluso en los momentos de su mayor repliegue y cuasi aniquilamiento dentro del país12. En tercer lugar, la amplia experiencia internacional, los contactos y vínculos creados en épocas previas, ayudaron a los comunistas chilenos a instalar —en interacción con sus contrapartes internacionales— una red eficaz de exilio militante con capacidad de presión sobre el régimen, así como a conseguir un efectivo apoyo de retaguardia a las estructuras partidistas en el interior del país. El primer año post-golpe es clave en muchos sentidos para la futura evolución de la política chilena. También lo es para lo que Alfredo Cfr. Alfredo Riquelme Segovia, Rojo atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia, Santiago de Chile: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana — Colección Sociedad y Cultura, 2009. Véase particularmente pp. 109-112. 11 Se incluye aquí la apelación a la memoria colectiva heroica de las revoluciones previas, de la resistencia antifascista en Europa, de las experiencias revolucionarias exitosas en el tercer mundo. 12 El contenido de los debates en torno a las «lecciones de Chile» es recibido, no obstante, de manera muy selectiva. 10

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Riquelme Segovia llama «la nueva internacionalización del comunismo chileno»13.

La nueva internacionalización comunista Al momento del golpe, uno de los dirigentes máximos del PC chileno —el senador Volodia Teitelboim— se encontraba en el extranjero14. La gira internacional, de carácter interpartidista, tenía por objetivo discutir con los dirigentes de los países socialistas y con los líderes de los partidos comunistas de Europa Occidental la difícil situación que estaba enfrentando el gobierno de Allende. Es sintomático que el golpe lo sorprendiera en Italia15 y a punto de trasladarse a Moscú antes de emprender el viaje de regreso a Chile16. Al llegar a Moscú desde Roma, el mismo 11 de septiembre, Teitelboim sería recibido por los soviéticos como el máximo representante oficial del comunismo chileno para todo tipo de asuntos. La noche del golpe habló por primera vez sobre la nueva y trágica situación chilena a través de Radio Moscú17. El enorme impacto emocional del golpe chileno en todo el mundo y particularmente en los países socialistas, sumado a las relaciones de especial confianza entre el PCUS y el PCCh, así como la experiencia algo rutinaria de las instituciones soviéticas de atender a los náufragos de causas derrotadas, se tradujo en medidas prácticas asumidas por el Departamento

Cfr. Alfredo Riquelme Segovia, Rojo atardecer, particularmente pp. 112-115. Volodia Teitelboim Volosky (1916-2008) fue un destacado político y escritor chileno, hijo de inmigrantes judíos rusos, abogado de la Universidad de Chile, militante comunista desde los 16 años y hasta el final de su vida. Diputado entre 1961 y 1965, senador por Santiago desde 1965 hasta el golpe militar de 1973. Vivió el exilio en la URSS entre 1973 y 1988, siendo privado de la nacionalidad chilena por el régimen militar. Regresó clandestino a Chile en 1988. Secretario General del PCCh entre 1988 y 1994, autor de múltiples novelas y ensayos, obtuvo El Premio Nacional de Literatura de Chile en 2002. 15 Las relaciones con el PCI eran importantes para los comunistas chilenos y el interés de los italianos a su vez por la «vía chilena» era el mayor en Europa. Cfr. Alessandro Santoni, El comunismo italiano y la vía chilena. Los orígenes de un mito político, Santiago de Chile: USACH-RIL Editores, 2011. 16 El hecho de que tales giras extracontinentales comenzaran y terminaran en Moscú también formaban parte de la rutina de las relaciones internacionales del PCCh, en primer lugar por razones de financiamiento, pero implicaban tácitamente otro nivel de relación con el PCUS. 17 Cfr. Volodia Teitelboim, Noches de radio (Escucha Chile). Una voz desde lejos, Santiago de Chile: Lom, 2001. 13 14

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Internacional del CC del PCUS para la instalación de una oficina del PC chileno en Moscú, ya en los primeros días después del golpe. En un país cuya economía y sociedad estaban altamente centralizadas, esas medidas aprobadas a nivel de la dirección del partido gobernante supusieron no solo la asignación de una sede y presupuesto para el funcionamiento de la oficina y sus comunicaciones, sino también el otorgamiento de la residencia al grupo de chilenos que trabajaría en ella, junto con remuneraciones, vivienda y otros bienes y servicios homologados a determinados niveles de la nomenklatura soviética. Si bien para el presupuesto del aparato central del PCUS no implicaba un gasto mayor por tratarse del uso de capacidades instaladas y recursos disponibles, principalmente en rublos; para el PCCh significaba un respaldo determinante en su funcionamiento en el exterior. Cabe destacar que sucesivos exilios comunistas recibieron beneficios semejantes a lo largo del siglo XX, pero su labor rápidamente se desvanecía. El caso chileno se destaca por la capacidad de los integrantes del equipo de aprovechar las condiciones ofrecidas y convertir la oficina en Moscú en un núcleo de trabajo político activo a lo largo de más de una década y media. Una mención aparte merece la creación de la programación chilena en la Radio Moscú. Aquí nuevamente se produjo un círculo virtuoso entre la disposición de los encargados soviéticos hacia la causa chilena y la capacidad de profesionales chilenos de darle cuerpo al proyecto. Fue un ejemplo único que no se conoció antes y no volvió a darse nuevamente. Si bien la Radio Moscú Internacional históricamente tenía una buena base tecnológica y un amplio presupuesto para transmitir en una gran cantidad de idiomas, contando con excelentes locutores en cada uno de ellos; el estilo de la programación, los lenguajes utilizados, el exagerado control de los contenidos y la falta de preocupación por las particularidades del público receptor, hacían que esos grandes recursos no se reflejaran en resultados positivos de audiencias. La excepcionalidad del programa «Escucha Chile» se debió no solamente al otorgamiento de un espacio radial exclusivo a las transmisiones para este país, sino a que la decisión sobre los contenidos de este espacio y las formas de entrega de material fueron asumidos por los profesionales chilenos, y se autorizaron —en forma excepcional para cualquier locución internacional desde la URSS— transmisiones en directo sin censura previa, con un nivel mínimo en la supervisión de los contenidos. En los primeros días y semanas estaba solo Volodia Teitelboim. En los años posteriores, se trataría de un equipo de varios profesionales chilenos y una red de corresponsales propios que complementaba la información 280

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disponible a través de las agencias internacionales. Fue un proyecto que se fue construyendo y perfeccionando a lo largo del tiempo. Cuando el Comité Estatal Soviético de Radio y Televisión decidió la creación del programa, nadie imaginó que iba a durar tantos años ni que alcanzaría la dimensión que tuvo, convirtiéndose en un medio de comunicación muy gravitante en todo el exilio y al interior de Chile. Situaciones similares se vivieron en otros países donde fue instalándose el exilio comunista chileno. La denuncia de las violaciones a los derechos humanos en Chile ante la opinión pública mundial, el rescate de prisioneros políticos, la solución del problema de los asilados en las embajadas, la ayuda a la resistencia y a las víctimas, junto a la instalación de los exiliados, la construcción del partido en el exterior y la reflexión en torno a lo ocurrido, así como sobre los caminos de superación de lo que tempranamente comenzarían a denominar «el fascismo», fueron abordadas por el exilio comunista chileno en interacción con sus contrapartes internacionales, que le brindaban acogida. La propia hospitalidad de los partidos comunistas —particularmente de aquellos en el poder o con una influencia determinante— y la gratitud hacia estos de sus camaradas chilenos, transformó relaciones y profundizó influencias18. Solamente en la primera mitad de 1974, el PCCh realizó 43 reuniones (más de una semanal) con líderes de «partidos hermanos», entre ellos, con todos los partidos gobernantes de los países socialistas, con la mayoría de los partidos comunistas de Europa Occidental y América del Norte, con gran parte de los comunistas latinoamericanos e incluso con algunos camaradas tan lejanos como los de Sri Lanka, Japón, Irak o Siria. La intensidad de esos contactos expresaba la centralidad simbólica que el caso de Chile había adquirido en el comunismo mundial19. Desde los primeros meses, la solidaridad práctica de los gobiernos del campo socialista se cruzó tácitamente con los intentos de sentar una interpretación de lo ocurrido. Si bien este aspecto no es prioritario en una etapa inicial, las opiniones vertidas en las primeras conversaciones no dejan de influir implícitamente en los líderes comunistas chilenos. Los máximos dirigentes de los países socialistas recogieron con bastante generosidad las solicitudes de los chilenos, pero a la vez, en un tono de Los documentos del primer año post-golpe reflejan una actividad enorme en todos estos campos, así como el reposicionamiento internacional del comunismo chileno. 19 «Conversaciones y entrevistas con otros partidos», Doc. sin fecha, atribuido a julio 1974, pp. 1-2, Archivo Coordinador Exterior del PCCh en Moscú. En lo sucesivo: Archivo PCCh. 18

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profunda implicación emocional, dieron opiniones políticas respecto de Chile, marcadas por su visión de la problemática global y de las pugnas ideológicas de la época. Aunque siempre insistieron en que debían ser los propios comunistas chilenos quienes sacaran las lecciones de lo ocurrido en su país, no dejaban de deslizar opiniones que de alguna manera fueron recogidas por sus interlocutores, quienes tendieron a leer en estas frases al pasar una interpretación acabada de la realidad chilena por parte de los «partidos hermanos». En Moscú, los dirigentes comunistas chilenos fueron recibidos a lo menos una vez al mes por Boris Ponomariov20, secretario del Comité Central encargado de los asuntos internacionales. A veces estaba acompañado por Andrei Kirilenko, quien había estado en Chile en 1972, motivo de orgullo para el PCCh el haber contado con un miembro del Politburo soviético en su cincuentenario21. Muy cercano a Brezhnev, era considerado uno de los hombres más influyentes de su equipo. De bajo nivel educacional y con una visión muy pobre del mundo, aunque no privado de nostalgia por el romanticismo revolucionario de antaño, aportaba el simbolismo de su jerarquía y podía influir en una mayor asignación de recursos para la causa con la que simpatizaba especialmente. Los documentos a los que hemos tenido acceso presentan la lectura chilena de esas reuniones. Así, el 19 de marzo de 1974, Kirilenko y Ponomariov, acompañados por los funcionarios del Departamento Internacional del CC del PCUS, recibieron a la delegación del PCCh, encabezada por Volodia Teitelboim y Manuel Cantero, quien venía llegando de Chile. El motivo de la reunión era transmitir la información «de la primera mano»22. La apelación a la cercanía ideológica era importante para ambas partes. El acta chilena de la reunión destaca las primeras palabras de Kirilenko acerca de «estar con amigos verdaderos», así como también que, Boris Ponomariov (1905-1995), ideólogo soviético, historiador de formación, comenzó su carrera política en el Komintern en los años treinta; entre 1955 y 1986 fue jefe del Departamento Internacional y miembro del Secretariado del CC del PCUS. 21 Según funcionarios de la política exterior soviética de la época, la designación de Kirilenko para asistir a la celebración del cincuentenario del PCCh obedecía también a la existencia de gran confianza en el PCCh. En 1972 era un «destino seguro». Se suponía que no tendría que enfrentar preguntas difíciles ni ambientes hostiles, sería bien recibido, acogido y protegido de eventuales situaciones incómodas por los «compañeros chilenos». Y si llegara decir algo inconveniente, le protegerían las espaldas. 22 Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS (documento sin título, con fecha y lista de asistentes), 19 de marzo de 1974, pp. 1-5, Archivo PCCh. 20

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en opinión del dirigente soviético, «el Partido de Chile se ha granjeado un gran prestigio entre las fuerzas progresistas del mundo por su fidelidad a los principios»23. Los comunistas chilenos registran estas palabras sobre la especificidad de la relación del PCUS con su partido. A su vez, transmiten la imagen de un partido sobreviviente y heroico que resiste en la clandestinidad. Los contactos con el Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA), el partido gobernante en la República Democrática Alemana (RDA), fueron casi tan intensos como con los soviéticos. En los primeros meses, esos contactos se establecieron a través de los dirigentes chilenos instalados en Moscú y de quien fuera el embajador chileno en la RDA, el ex secretario general del PCCh Carlos Contreras Labarca24. A un año del golpe, el PCCh nombró como su representante a Orlando Millas25, recibido por primera vez en esta condición por Erich Honecker26 el 10 de octubre de 1974, quien saluda este nombramiento diciéndole «ya eres conocido de nuestra parte». Honecker afirma que «en ningún caso nos inmiscuiremos en los asuntos internos (…) valoramos las resoluciones de la dirección del partido hermano (…) estamos dispuestos a ayudar a realizar esta línea». Ibid., p. 1. Carlos Contreras Labarca (1899-1982), abogado de la Universidad de Chile, por primera vez fue diputado por el PC entre 1925 y 1931, secretario general del partido entre 1931 y 1946, fue uno de los creadores del Frente Popular chileno, diputado nuevamente entre 1937 y 1941, elegido senador por el período 1941-1949, fue ministro durante la breve participación de los comunistas en el gabinete de Gabriel González Videla. Durante la proscripción del PCCh (con la llamada «Ley Maldita» vigente entre 1948 y 1958) trabajó en la organización clandestina del partido y ejerció como abogado laboralista. Fue elegido nuevamente senador entre 1961 y 1969. Embajador de Chile en la RDA durante el gobierno de Salvador Allende. Permaneció en la RDA en calidad de exiliado tras el golpe militar, retornando a Chile en 1979. 25 Orlando Millas (1918-1991), abogado de la Universidad de Chile, diputado comunista por Santiago 1961-1972, ministro de Hacienda y de Economía en el gobierno de Salvador Allende, autor de múltiples ensayos de filosofía política, historia de Chile, política chilena y mundial. Fue durante largos años miembro de la Comisión Política del CCC del PCCh. 26 Erich Honecker (1912-1994), dirigente comunista alemán, prisionero político de los nazis entre 1935 y 1945, uno de los fundadores de la RDA en 1949, secretario general del PSUA desde 1971, reemplazando en este cargo a Walter Ulbricht. Opositor a la Perestroika gorbacheviana, dimite de sus cargo en 1989 en medio de la crisis que lleva a la caída del Muro de Berlín. En los setenta y ochenta estuvo muy comprometido personalmente con la causa chilena. Su única hija, Sonia, estuvo casada con un comunista chileno exiliado en la RDA. Tras un tortuoso recorrido por la Unión Soviética, Rusia y Alemania, que incluyó una estadía en la embajada Chilena en Moscú, viajó a Chile en 1993 donde falleció en 1994. 23 24

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Honecker ofrece contribuir a la «coordinación en el exterior y el apoyo para el trabajo en el país»27. En la misma clave había transcurrido la conversación de Teitelboim con Todor Zhivkov28 en Sofia, Bulgaria, el 28 de febrero de 197429. El acompañante del dirigente chileno comienza el registro de la reunión con la sentencia del búlgaro: «Ustedes tienen derecho y obligación de explicar lo acontecido en Chile. Esto interesa mucho a nosotros y al mundo. Sus consecuencias son mundiales». En todas estas reuniones el concepto central para referirse a la situación chilena es el de «fascismo». El concepto es usado por Ponomariov, Honecker y Zhivkov. Los chilenos agradecen el discurso de Brezhnev en Sofia en septiembre de 1973, cuando por primera vez se da esta característica al golpe chileno. Las remembranzas de la época del fascismo y la lucha antifascista en Europa atraviesan el discurso de los líderes de los países socialistas, más aún cuando constituyen parte de sus biografías personales. Así, para Zhivkov, «en Chile se repitió, con rasgos parecidos, lo de 1923 en Bulgaria»30. Ponomariov en más de una oportunidad compara la prisión de Corvalán y la campaña por su liberación con la situación de Dimitrov en 1933 en Alemania31. Esta clave interpretativa refuerza la política del PCCh del «frente antifascista». La apoyan explícitamente tanto Ponomariov como Honecker. Zhivkov se refiere al tema en los siguientes términos: «No hay que dramatizar los hechos. Lo fundamental es buscar nuevos aliados, el gran frente antifascista»32. Respecto de la diversidad de interpretaciones que el movimiento comunista internacional comienza a dar sobre lo ocurrido en Chile, no encontramos referencias en la documentación del coordinador exterior «Versión resumida de las principales apreciaciones formuladas por el compañero Erich Honecker en la entrevista que concedió el 10 de octubre de 1974», pp. 1-3, Archivo PCCh. 28 Todor Zhivkov (1912-1998), dirigente comunista búlgaro, participó en la resistencia antinazi, secretario general del PC búlgaro desde 1954 hasta 1989, con la permanencia en el cargo más larga entre los países socialistas europeos. 29 «Reunión de Volodia con Todor Zhivkov (PC Búlgaro) 28 de febrero 1974», Archivo PCCh. 30 Ibid. 31 Documento citado de 19 de marzo de 1974. También, Transcripción de la conversación en el CC del PCUS, 10 de octubre de 1974 (sin título, con fecha y lista de asistentes), Archivo PCCh. 32 «Reunión de Volodia con Todor Zhivkov (PC Búlgaro) 28 de febrero 1974», Archivo PCCh. 27

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del PCCh. Recordemos que en septiembre y octubre de 1973, en una serie de artículos de Enrico Berlinguer en la revista comunista italiana Rinascita —los que serían recogidos junto a otras contribuciones en el libro I Comunisti italiani e il Cile, publicado en noviembre del mismo año33—, el secretario general del PCI planteó que la ausencia de una mayoría sólida a favor de las transformaciones, y principalmente la incapacidad de atraer la clase media al proceso, fue la clave de la derrota de la vía chilena al socialismo. Con esto apuntaba a que para no repetirla en Italia, era preciso lograr una alianza del PCI con la principal fuerza representativa de los sectores medios: la Democracia Cristiana. Esta política adquirió el nombre de «compromiso histórico». En cambio, las interpretaciones soviéticas de 1974 ya se centraban en la necesidad de una «defensa de la revolución», lo que algunos podían interpretar como una defensa desde las masas y la construcción de mayorías, pero otros leían en una clave más directa de correlación de fuerzas militares. En los documentos chilenos de 1973-1974 no hay una discusión al respecto. Aparentemente, las crecientes divergencias en el movimiento comunista internacional que convirtieron el caso chileno en un tema de debate, no fueron percibidas por los propios chilenos. Estos se limitaron a recoger las opiniones de las contrapartes en las conversaciones, así como a guardar las traducciones de los discursos y artículos de los ideólogos soviéticos referidos al tema. El registro de las opiniones de los líderes de países socialistas no analiza ni comenta las controversias entre comunistas que en ellas se esbozan. Así, el 28 de febrero de 1974, Zhivkov transmite a Teitelboim su conversación con Berlinguer y la gran preocupación que este manifestara por las implicancias de la situación chilena para Italia, así como sus impresiones en torno a ella: «Berlinguer cree ganar elecciones, pueden ganarlas, pero es claro que actuarán las FF.AA. de los países vecinos»34. Asimismo, deja entrever su crítica a la política militar de los comunistas chilenos: «Corvalán trató de convencerme que el ejército chileno tiene tradición democrática de 100 años (…)»35. Con todo, siguiendo la línea discursiva del movimiento comunista internacional de la época, concluye que «no se debe descartar la tesis leninista del tránsito pacífico al socialismo36». Denotando que para él ese tránsito no debería AA.VV, I Comunisti italiani e il Cile, Roma: Editori Riuniti, 1973. «Reunión de Volodia con Todor Zhivkov (PC Búlgaro) 28 de febrero 1974», Archivo PCCh. 35 Ibid. 36 Ibid. Dicho sea de paso, de leninista esta tesis no tenía nada; pero al usar este adjetivo, la legitima. 33 34

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ser democrático ni pluralista, agrega: «No importa la vía, es la dictadura del proletariado»37. El informe de esta reunión registra solo las palabras de Zhivkov, así como la traducción de un discurso de Ponomariov en una discusión sobre el caso chileno en la Revista Internacional en Praga (órgano ideológico del movimiento comunista internacional) y no lleva marca ni anotación alguna. En las reuniones con sus camaradas en el poder, los comunistas chilenos, junto con informar los problemas de los exiliados y las necesidades del trabajo de solidaridad, daban a conocer la situación del partido en el interior, la organización de la resistencia, sus relaciones con los aliados de la UP, y las antipopulares medidas socioeconómicas del régimen militar. Destacaban los avances del trabajo con la Iglesia Católica y recogían las señales mínimas de cambio en la postura de los democratacristianos. Todo esto se situaba en la línea del «frente antifascista»38. En junio de 1974, Fidel Castro, al recibir a una delegación del PC chileno encabezada por Volodia Teitelboim, le ofrece dar en Cuba preparación profesional militar a un grupo de jóvenes militantes comunistas chilenos. No se trataba de los cursos breves o «escuelas de guerrillas» que Cuba impartía a militantes de múltiples organizaciones latinoamericanas en los sesenta. Por primera vez, estaba dispuesta a abrir las puertas de sus escuelas militares formales, pertenecientes a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR), ya no solo para los cadetes de los países descolonizados de África o Asia enviados por sus gobiernos, sino para «becarios» enviados por un partido político latinoamericano derrotado, proscrito y desterrado. El objetivo se planteaba como preparación de los oficiales profesionales para el futuro Ejército de Chile. Una perspectiva guerrillera del derrocamiento de la dictadura ni siquiera se menciona. Creemos que el ofrecimiento de los cubanos es recibido por el PC chileno en esa clave, como una respuesta más emocional que largamente reflexionada a la percepción del «vacío histórico» de no haber logrado una política militar eficiente en los años previos. ¿De qué manera se integrarían estos oficiales profesionales y a qué ejército democrático post-dictadura? No quedaba claro. Se suponía que para el momento de «Reunión de Volodia con Todor Zhivkov (PC Búlgaro) 28 de febrero 1974», Archivo PCCh. 38 Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista e asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, Transcripción de la conversación en el CC del PCUS, 10 de octubre de 1974 (sin título, con fecha y lista de asistentes), Archivo PCCh. 37

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su graduación las cosas habrían cambiado. En todo caso, la fórmula de la preparación profesional de largo alcance parecía una aproximación más «seria» y menos traumática al tema militar para el PC chileno, ya que no implicaba sucumbir ante las tesis foquistas que tanto habían criticado en los sesenta. Parecía otro camino. Los demás «partidos hermanos» fueron informados de la decisión de los chilenos por razones prácticas, en la medida que se necesitó su apoyo para trasladar a la isla a los futuros cadetes. Fue considerada una decisión soberana del PC chileno, que no contradecía su postura dentro del movimiento comunista internacional, y si bien la utilidad de la medida no estaba del todo clara para los funcionarios latinoamericanistas del bloque soviético, para culturas políticas formadas en medio de guerra mundiales y con fuerte presencia de prácticas y códigos militares, la preparación de oficiales en un contexto «antifascista» nunca estaría de más.

El exilio y la organización del comunismo chileno en el exterior La coordinación del PCCh en el exterior se establece en Moscú hacia fines de septiembre de 1973. Desde allí, a lo largo de los meses siguientes se coordina la construcción de la amplia red del comunismo chileno en el exilio39. Varios documentos del archivo del coordinador en Moscú ponen de manifiesto los mecanismos de la construcción de esta red, así como las dificultades y dudas que este proceso conlleva. En primer lugar, ¿cuál sería el estatus de la estructura en el exilio? Los «partidos hermanos» la perciben como la dirección del partido, a partir del conocimiento previo de sus máximos representantes. Para los comunistas chilenos, en cambio, la dirección es la que actúa clandestinamente en el interior. Manuel Cantero, quien sale de Chile el 3 de marzo de 1974, transmite al coordinador exterior en Moscú y a los soviéticos, que la dirección del partido es la que se encuentra en Chile: «El Partido ha designado 5 compañeros para dirigir el trabajo exterior teniendo presente que la dirección está dentro del país»40. Esta relación entre la dirección interior y el coordinador exterior se mantendría hasta la destrucción de las instancias clandestinas del PCCh dentro del país por la represión en 1976. También se mantendrían hasta entonces los contactos regulares entre la dirección interior y el equipo de Moscú. Conversación con Alejandro Yánez, Santiago, 2010. Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, Archivo PCCh.

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Algunas embajadas europeas en Santiago sirvieron de nexo entre la dirección del PC en el interior y el equipo de Moscú. El PC argentino también ayudó en el establecimiento de algunos de esos contactos, incluso con organizaciones del PCCh en provincias, que luego se relacionaron con los chilenos del exterior directamente o a través de los soviéticos. Por otra parte, desde Moscú se establecieron contactos regulares con los grupos de chilenos exiliados en diversos países, los que quedaron subordinados al coordinador exterior. La correspondencia entre la dirección interior y el coordinador en el exilio se refiere no solo al análisis de la situación en el país y a la acción del partido en este, sino que incluye decisiones e instrucciones del equipo interno respecto a varios aspectos de la estructuración del partido en los países que han acogido a sus militantes. El tono de estos mensajes no deja dudas respecto de la autoridad máxima de la dirección interior. Así, la carta del 16 de abril de 1974 dirigida a «Sergio» y firmada con el seudónimo «Osorio», informa sobre las resoluciones de la Comisión Política, tomadas en el interior (se trata de la primera reunión de este organismo tras el golpe): entre otras cosas, guían y corrigen énfasis en la campaña de solidaridad, solicitan gestiones concretas ante los organismos internacionales demostrando conocimiento acabado de su funcionamiento, informan acerca de los mecanismos de envío de la ayuda económica al Comité de Paz organizado por varias iglesias, otorgan autorizaciones de salida de sus militantes y sus destinaciones en el exilio. A su vez, los equipos del exterior, coordinados desde Moscú, dedican una parte importante de su trabajo a ubicar a los exiliados, cuyo flujo continúa engrosándose durante el primer año posterior al golpe. El 19 de marzo de 1974, el PCCh informa a los soviéticos que tiene 700 militantes en 19 países41. Considerando que este partido antes del golpe contaba con unos 200.000 militantes, más unos 90.000 de la juventud42, no es mucho. La política del partido es restringir al máximo la salida del país de sus militantes: «Asilo sólo en casos excepcionales»43. Aun así, para un partido de militancia activa, 700 cuadros pueden convertirse en una fuerza política importante para cumplir tareas en el campo internacional. Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, Archivo Coordinador Exterior del PCCh en Moscú. 42 Luis Corvalán, Santiago-Moscú-Santiago, Verlag Zeit im Bild, Dresden, 1983, p. 63. 43 Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS (documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, p. 3, Archivo PCCh. 41

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El PCCh solicitó ayuda a los soviéticos para instalar a algunos de ellos en Moscú: «Necesitamos completar la dirección en el exterior»44. Esta solicitud es acogida de manera acotada, siendo recibidos en Moscú los nuevos funcionarios del coordinador exterior, así como nuevos profesionales que trabajarían en la Radio Moscú. Por otra parte, se mantuvo la amplia cuota de becas de educación superior que diversas organizaciones chilenas tenían en la URSS. La administración de estas becas, que antes del golpe se gestionaban a través del Instituto Chileno Soviético de Cultura, se transfirió al PCCh. No obstante, en cuanto a una recepción más amplia de exiliados chilenos, la URSS se muestra reticente, aduciendo problemas de idioma. Varios documentos expresan la preocupación del PCCh por ubicar a sus militantes en países socialistas, y asegurarles el desempeño en sus profesiones. Se van a encontrar con las muy reducidas capacidades de recepción de sus anfitriones, lo que convirtió este tema en un campo de negociación permanente con los líderes de estos países. A su vez, los dirigentes comunistas chilenos en el exilio recibieron solicitudes desgarradoras de los presos políticos y de sus familiares que clamaban por ser recibidos en la URSS o en Cuba. Así, el prisionero en San Felipe Frank Quezada escribe a fines de 1974 «al compañero de la Embajada de Cuba o encargado de negocios» (sin saber que la embajada ya no existe) que quiere ser recibido en Cuba «cuando se produce la admistia [sic!]», para ir a trabajar «a la gran isla de Pinos»45. Otra carta, firmada por «compañero Francisco» y dirigida a «José Miguel Varas, Radio Paz y Progreso, Moscú», relata en el lenguaje sencillo y estoico de un hombre de pocas letras la historia de un padre de «seis hijos hombres», orgulloso de que los dos mayores cursaban Ingeniería Química en la UTE hasta el 11 de septiembre de 1973. «El mayor en el cuarto año. Ese día me lo acesinaron [sic] sin la menor piedad naci [sic] (…) el segundo me lo tomaron preso (…) y lo fragelaron [sic] (…)». Pide en el caso de la prometida amnistía llevarse al hijo sobreviviente a Moscú y agrega que sus hermanos que poseen oficios distintos también podrían

Ibid., p. 4 Archivo PCCh, Caja 3, carpeta 19, doc. 10. La forma de referencia a la «isla de Pinos» demuestra que el autor había leído algo del material propagandístico cubano que a principios de los setenta destacaba el desarrollo de la provincia de isla de Pinos, ex lugar de prisión de Fidel, convertida en provincia agrícola. Al parecer confunde el nombre con la referencia a Cuba en general.

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ir a trabajar allí, solicitando que los compañeros les encuentren trabajo. Y concluye: «Aquí me los van a matar a todos»46. Desconocemos los destinos personales de las personas que escribieron o fueron mencionadas en estas cartas. La documentación de los archivos mezcla las tragedias humanas con los textos formales de la diplomacia interpartidista, comprensiva con las «razones de Estado» de los anfitriones y preocupada de los objetivos políticos institucionales. Así, a fines de enero de 1974 y después de una visita a Cuba, el responsable de organización del Buró del PCCh para el exterior, Alejandro Yáñez, plantea en una carta varias solicitudes al PC cubano. Son muy precisas y reflejan lo que busca el PCCh en sus relaciones con los países socialistas. En primer lugar, se pide instalar en la isla a un miembro del CC «en forma permanente a residir y trabajar políticamente en Cuba»47. En otras palabras, se trata de tener ahí a un embajador del partido. Su tarea sería mantener «a un nivel adecuado» las relaciones interpartidarias, así como «tratar los diversos [subrayado en el original] asuntos relacionados con la solidaridad grande y concreta que nos brinda la Revolución Cubana»48. Paralelamente, se solicita una vía expedita de contacto con la dirección exterior del PC chileno en Moscú a través de la embajada cubana en esa ciudad. Esta solicitud será respondida positivamente por el PCC sin mayores problemas. Un aspecto más complejo desde el punto de vista logístico, dadas las restringidas posibilidades materiales de la isla, es la propuesta del PCCh de trasladar allí a un grupo de profesionales comunistas exiliados, así como a los futuros egresados de las universidades de los países socialistas. Ante la imposibilidad para ellos de volver al país, el PC chileno ofrece sus servicios profesionales a Cuba. El tema vuelve en la reunión con el jefe de la Dirección General de Liberación Nacional del Ministerio del Interior de Cuba49, Manuel Piñeiro, en mayo de 1974. Piñeiro destaca el carácter más bien económico de parte importante de esa emigración y advierte que en ella «la CIA y la Junta infiltra agentes». También observa que el proceso puede volverse incontrolable para los partidos políticos en el exilio: «Puertas abiertas Archivo PCCh, Caja 3, carpeta 19, doc. 9. Carta a «Estimado camarada y amigo José Luis» fechada en Moscú, 29 de enero de 1974, firmada por Alejandro Yáñez, responsable Organización Buró PC Chile para el exterior, Archivo PCCh. 48 Ibid. 49 Un año más tarde, la Dirección General de Liberación Nacional del Ministerio del Interior de Cuba se convertirá en el Departamento América del CC del PC cubano. 46 47

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para recibir emigrados crearía flujo continuo e interminable». De ahí su postulado de que «hay que detener la emigración económica»50. Frente a la solicitud de recibir chilenos en Cuba, Piñeiro señala que «hay más de 1.100 (…) No se ha hecho discriminación política ni de calificación profesional». Confiesa que ya este número genera dificultades en la isla: «No estábamos preparados para acoger materialmente a tantos. En 1974 se les entregarán 187 departamentos para 700 chilenos en La Habana. En provincia se acomodará a 400. Pero hemos debido paralizar la llegada masiva de chilenos a Cuba durante un tiempo. Sólo se admite a los imprescindibles: atención médica por torturas, familiares de los que están en Cuba»51. La tarea se endosa a los socios del campo socialista: «Proponemos que los países del CAME coordinen una acción para recibir refugiados chilenos». Sutilmente, los cubanos cuestionan la pretensión del PC de monopolizar y controlar el acceso de los exiliados chilenos a los países socialistas, defendiendo sus propias relaciones con otros partidos chilenos: «Emigración a países socialistas no puede ser sólo PC. Será una contribución política recibir a militantes de otras organizaciones»52. En el clima de terror que se vive en Chile, la dirección del PC pone en juego toda su autoridad para controlar la salida de sus militantes del país. Los informes a lo largo de 1974 reiteran que para los dirigentes, una autorización del partido era obligatoria. Aquellos que se asilan o salen del país por cuenta propia, deben ser alejados de los cargos directivos e incluso del partido mismo, insiste la dirección interior. Cada caso de autorización para salir o de salida «sin permiso» es tratado en la correspondencia de la Comisión Política en el interior con la dirección en Moscú53. El exilio trajo consigo problemas familiares, como rupturas matrimoniales de los militantes. En los casos en que estas fueron acompañadas de «asilos sin autorización» de dirigentes de primera línea, provocaron el rechazo explícito de la dirección del partido. En diciembre de 1974, una breve carta trata específicamente el caso de uno de los dirigentes más connotados de la época previa al golpe. Llama la atención que en momentos duros de la represión y de la redefinición de su lugar en el país y en el mundo, la dirección del PCCh preste atención a un caso de esta naturaleza. Transcripción de conversación con Manuel Piñeiro, La Habana, 13 de mayo de 1974, Archivo PCCh. 51 Ibid. 52 Ibid. 53 Carta manuscrita dirigida a «Estimado Sergio», fechada 10 de diciembre de 1974, sin firma, termina con palabras «Esta es la opinión de la Dirección». Archivo PCCh. 50

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Al dirigente mencionado se le reprocha dejar a su «compañera» en el momento de asilarse, ambas acciones sin previo aviso al partido y se cuestiona su planteamiento de desear «rehacer su vida»: Reiteramos, en este momento nuestro amigo (…) no puede resolver su problema como él quiere. Precisamos que el único camino que debe tomar, es dejar a su actual compañera e irse solo a un país socialista, y trabajar ligado a Uds. en las tareas que se le han asignado (…) Ustedes saben también, que no es el momento para nadie de estar «rehaciendo» su vida. ¿Es que los prisioneros podrían también plantear lo mismo?54

En el caso de desobedecer se le prometen «medidas internas muy fuertes y duras para él». La carta de media carilla termina en tono seco e imperativo: «Esta es la opinión de la Dirección»55. Hacia fines de 1974, la etapa de articulación de la red global del PCCh está concluida. Un documento, cuyo borrador manuscrito está fechado el 15 de diciembre de 1974, explica la nueva organización del PCCh fuera de Chile56. En primer lugar, define como sus integrantes a tres categorías de militantes: «Comunistas que estaban fuera antes del golpe, comunistas que salieron asilados producto de la represión, cuadros que el partido ha sacado para trabajar en el exterior hacia Chile»57. La fórmula utilizada es bastante flexible. Si bien el PC, como otros partidos de la izquierda chilena, procuró limitar el autoexilio de sus militantes, reconoce como parte de su universo en el exterior a aquellos que salieron «asilados producto de la represión». Esto puede ser interpretado como una forma de acoger bajo el alero del partido al conjunto de la militancia que se encontraba fuera del país, incluyendo a quienes habían huido de este sin que lo autorizara la organización. La misión de los militantes en el exterior está formulada aceptando implícitamente la perspectiva de un exilio relativamente prolongado (aunque nadie, según numerosas memorias, se imaginaba cuán largo sería). En este sentido, se plantean como prioritarias las tareas en el exterior y el Carta manuscrita dirigida a «Estimado Sergio», fechada 10 de diciembre de 1974, sin firma, termina con palabras «Esta es la opinión de la Dirección». Archivo PCCh. 55 Ibid. 56 Documento sin título, fechado «15 de diciembre 74», manuscrito, 3 p. Comienza con palabras: «Introducción», línea siguiente «El trabajo del P. en el exterior». Manuscrito. Archivo PCCh. 57 Ibid. 54

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retorno se visualiza como un objetivo en el futuro. Como punto central se destaca la interrelación entre el ámbito internacional y lo que pasa en Chile. De ello se desprende que la mayor contribución del exilio comunista al «derrocamiento de la dictadura» se planteaba a través de la potenciación de la presión internacional en contra de ella. Así lo destaca el documento: Idea central de un comunista fuera del país: —Contribuir al derrocamiento de la dictadura, acontecimientos internacionales y su influencia en el país —Estar preparado para el momento del regreso, para jugar siempre un papel en el combate — no perder de vista la Patria. —Fortalecer al Partido, a su organización, su nivel, su disposición a emprender las tareas de la dirección —detener la resaca— reorientar la brújula de su política58.

De ahí que incentivar y mantener viva la campaña de solidaridad internacional se convirtiera en la tarea primordial del PC en el exilio, a través de los canales más diversos. Solo la enumeración de dichos canales a fines de 1974 muestra la elaboración de una estrategia articulada y bien pensada. No se trata de acciones al azar, ni de la reacción a las lecturas y recepciones de los acontecimientos chilenos en distintas partes del mundo. En interacción con ellas, el PC construye su propia estrategia internacional, basada en un análisis propio de la coyuntura internacional y de la inserción de la cuestión chilena en ella, como se desprende del documento citado largamente a continuación: Tareas fundamentales: —La solidaridad con Chile — la opinión pública mundial — apoyar y fortalecer los canales orgánicos que va tomando la solidaridad. . En cada país . En las organizaciones internacionales . En las oficinas especiales —El aislamiento político y diplomático. . Trabajo hacia las grandes corrientes políticas mundiales — la SD — las iglesias — la DC . Trabajo hacia los partidos hermanos — los países socialistas

Ibid.

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. Trabajo hacia los gobiernos y las organizaciones intergubernamentales, la ONU — no alineados. —El fortalecimiento y la ampliación del frente antifascista chileno en el exterior, las relaciones con el PS, con toda la UP, con la DC y otras fuerzas. —Nuestra contribución política a la organización del Partido y a la lucha directa en Chile. A)La Radio y la propaganda contra la Junta — breve crítica — necesidad de hacer un trabajo sistemático y dirigido — el análisis B)Análisis de la economía, de las contradicciones internas, de los avances y retrocesos, de las debilidades de la Junta y de nuestras propias flaquezas del pasado59.

Conservar el funcionamiento orgánico del partido, su unidad interna, la dirección única, etc., se perciben como condiciones básicas para el cumplimiento de los objetivos planteados. La cultura política del PC chileno, sus hábitos organizativos, el perfil sociocultural de sus militantes, junto con la preocupación permanente por el tema, permiten que sea el partido de la izquierda chilena con menos fracturas internas y divisiones en los años de la dictadura; aquellas que van a surgir en el exilio, solo se harán manifiestas varios años después. En esta primera etapa post-golpe, el PC en el exilio logró mantener su estructura organizacional y su unidad. Al respecto, se afirmaba en el mismo documento: Garantizar el funcionamiento del Partido en el exterior — su capacidad para cubrir todos los frentes enunciados, para (mantener su vida interna — tachado) actuar organizadamente en todos los niveles, con una orientación y una dirección única (definida última instancia por la dirección del Partido — tachado), para mantener su vida interna, elevar el nivel ideológico y político de sus militantes, mantener su cohesión, su moral combativa, evitar el drama de las emigraciones: el desaliento, la falta de estímulo, la dispersión60.

Un especial análisis se hace del trabajo de la instancia directiva en el exterior que se constituye como un Comité Coordinador (o Coordinador como se le va a llamar en los documentos). La elección de esta denominación está destinada a subrayar que la Dirección del partido se encuentra en el país. Como ya se ha señalado, el Coordinador en el Exterior tiene Ibid. Ibid.

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su sede principal en Moscú, repartiéndose sus integrantes entre varias capitales europeas y americanas: —El Buró o la Oficina en Moscú — —Otras capitales de la importancia vital: —A. La Habana — oficina en Cuba —B. Roma — oficina — UP y otras fuerzas —C. París — centro político — diplomático —D. Berlín — Radio — análisis —E. Praga — Radio y organismos internacionales61

El Coordinador está encabezado por los miembros de la Comisión Política del CC del PCCh y opera como un gran departamento de relaciones internacionales, interpartidistas y de análisis teórico del PCCh. Los «frentes de trabajo» se identifican como «político», «interno» y «especial». Todo el trabajo internacional y teórico se agrupa en el primero, mientras que el segundo se ocupa de la vida y organización interna del partido y el tercero se vincula con las comunicaciones con la organización clandestina del partido en el interior del país. El documento refleja los problemas prácticos de la articulación del cuerpo dirigente en el exilio. En un primer momento, este fue formado por todos aquellos líderes que al momento del golpe se encontraban fuera del país. La salida al exilio de muchos más a lo largo de 1974 plantearía temas de jerarquías y de poder interno en condiciones en las que no existían posibilidades físicas de un procedimiento más o menos democrático de resolverlos. Los autores del documento proponen por el momento la incorporación de todos los miembros del CC que llegan desde Chile al Coordinador. Al mismo tiempo, se establece «un quórum mínimo» en Moscú para la toma de decisiones operativas del Coordinador. Para ello, se resuelve «incorporar un mayor número de miembros del CC» al Secretariado del Coordinador que allí funciona. Aparentemente, el asunto no era tan fácil y la parte dedicada a las formas de implementación de estas medidas está sin concluir en el documento citado.

Ibíd.

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La primacía de la organización clandestina en el interior La labor del exilio comunista no se dedicó solamente a las tareas de solidaridad y reflexión sobre el pasado reciente, sino a contribuir en la práctica a la organización del partido clandestino en Chile. Y esta tarea también se realizó en interacción con sus contrapartes internacionales, como lo indica el que esos temas estuvieran presentes en la mayoría de las conversaciones con los líderes de los países socialistas, en las cuales abundarían los consejos a partir de la experiencia propia de la resistencia antifascista. Zhivkov, por ejemplo, en la citada reunión del 28 de febrero de 1974, señala: «Nuestro partido pasó decenas de años en la clandestinidad. Dimitrov era el orientador, pero no fue jamás secretario general. La Dirección del Partido estaba adentro»62. Y sigue el ejemplo del país vecino: «El Partido turco salieron el 32 y no tienen nada adentro. Es muy importante estar adentro»63. Las frases son entrecortadas, según se tomó nota en la reunión. El contenido está en sintonía con las decisiones que tomaba el propio PCCh sobre estos temas y se puede suponer que las opiniones de los líderes de las revoluciones triunfantes venían a reforzar las propias ideas. En las conversaciones con los «partidos hermanos», los líderes del PCCh transmiten la imagen de un partido que resiste la persecución y combate a la dictadura. Es notable el interés de los dirigentes del PCUS y otros partidos de Europa del Este en tener contacto directo con quienes vienen llegando de Chile. En la ya mencionada reunión de Moscú en marzo de 1974, Manuel Cantero expone un cuadro auspicioso: dos días antes de su salida del país tuvo «un enlace de la Dirección». El partido «supone tener un 25% de los militantes activos, sólo en el centro de Santiago tiene 1700 militantes. Se ha organizado en todo el país a excepción de Aysén y Magallanes. Se han organizado campañas de ayuda a los presos y su defensa. (…) ha elaborado un informe de análisis de los 6 meses de la junta en el gobierno»64. Sobre el estado de ánimo de la militancia, la opinión de Cantero es aun más optimista: «El Partido en las empresas está bien, combatividad de los trabajadores es alta (…)». Ponomariov indaga sobre detalles del funcionamiento del partido clandestino, en especial, si ha habido casos de «traición o delación». «Reunión de Volodia con Todor Zhivkov (PC Búlgaro) 28 de febrero 1974», Archivo PCCh. 63 Ibid. 64 Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, p. 4, Archivo PCCh. 62

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Cantero en su respuesta usa el término de «infiltración», pero la presenta como un problema «muy serio» de los partidos aliados (PS, MAPU e IC) y no de los comunistas. El nivel de comunicaciones entre la Dirección en el interior y los equipos en el exilio durante 1974 es realmente sorprendente y demuestra que el PC chileno efectivamente logró mantenerse vivo y funcionado en el país en esos primeros años después del golpe. La documentación refleja dos líneas principales de comunicación regular con los equipos en el exilio. Por un lado, la de la Comisión Política que, junto con transmitir las resoluciones tomadas por este organismo e informar de diversos aspectos del funcionamiento del partido en el interior, da instrucciones, solicita acciones concretas, operando en todo sentido como una dirección efectiva respecto de un cuerpo auxiliar externo. Los mensajes no se limitan a lo estrictamente operativo, demuestran una visión amplia de la situación chilena dentro del contexto internacional, un profundo conocimiento del marco jurídico internacional, de las experiencias políticas y las experticias de sus aliados. Las instrucciones son muy precisas en el sentido de qué cosas solicitar a una u otra embajada o gobierno (incluyendo solicitudes de interceder ante otros actores), qué plantear ante una u otra instancia internacional, a qué argumentos jurídicos y dónde recurrir para la solución de uno u otro problema, así como también a qué «partido hermano» recurrir para el tratamiento de diversos temas. La mayoría de estos documentos están firmados por la Comisión Política o por el seudónimo «Osorio», correspondiente a Jorge Insunza, encargado internacional de la Comisión Política65. La visión de la situación nacional en el contexto de los procesos globales se percibe claramente en los documentos de la Dirección en Chile. Ya el primer manifiesto público del PCCh, «Al pueblo de Chile», escrito en el interior y difundido a un mes del golpe militar, sitúa los acontecimientos chilenos tanto en el contexto histórico nacional como en el mundial: «El golpe militar del 11 de septiembre (…) no tiene antecedentes en nuestro país, tampoco en América Latina. Si se ha de elegir un punto de referencia, tal es la masacre que desató el golpe de Estado en Indonesia»66. «Información de la Dirección del Partido Comunista de Chile para el equipo Coordinador Central del Trabajo Exterior del Partido», abril 1974 (se refiere a la primera reunión de la Comisión Política tras el golpe), decenas de cartas dirigidas a «Estimado Omar» o «Estimado Sergio», tanto mecanografiadas como manuscritas, Archivo PCCh. 66 Manifiesto «A los trabajadores y al pueblo de Chile, a todos los demócratas», 11 de octubre 1973, Archivo PCCh, Caja 1, carpeta 1, Declaraciones PCCh 197365

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Si bien, el golpe indonesio estaba cercano en el tiempo y la extrema derecha había anticipado el paralelo con los rayados de «Jakarta viene» en los muros chilenos, ese tipo de asociaciones globales en las líneas iniciales del primer manifiesto del comunismo chileno post-golpe es muy característico del universalismo de su cultura política. Junto con destacar que «cada acto de la Junta Militar es la negación completa de lo que la oposición al Gobierno Popular dijo defender», el Manifiesto denuncia las violaciones del derecho internacional por parte de las nuevas autoridades: En la política internacional se ha dado un vuelco de 180 grados precedido de hechos jamás conocidos en Chile, como el ataque armado a la sede de la Embajada de Cuba y una serie de provocaciones a barcos y tripulantes soviéticos, cubanos y alemanes, técnicos y obreros especializados de esos países y personal auxiliar que tenían sus representaciones diplomáticas67.

El texto presenta a los golpistas como bárbaros desde el punto de vista de las normas de derecho internacional, solidarizando con los países socialistas, cuyos ciudadanos habían sufrido esas agresiones de los golpistas68. El Manifiesto fundamenta por primera vez la caracterización del régimen como una «dictadura de tipo fascista», definición ya asumida en los discursos del movimiento comunista y la social democracia a nivel internacional, así como presente en los discursos de los comunistas chilenos en los primeros actos solidarios fuera del país y en sus transmisiones radiales hacia Chile. También se nombra como promotores del golpe al «imperialismo norteamericano y la oligarquía criolla», sin explicitar aún el papel y la participación de cada uno de esos actores. Más que en el tema de quiénes condujeron al golpe, el documento se centra en la proyección al futuro («el actual estado de cosas no será eterno») y en el proyecto de la futura sociedad que se presenta como ampliamente pluralista y democrático. Este documento, muy bien escrito por lo demás, con pasajes de finura literaria, como el que se refiere a la muerte del poeta comunista y premio Nobel Pablo Neruda, aparece orientado a la vez a distintos tipos 1974, doc. 1, p. 1. Ibid., p.2 68 Dicho sea de paso, la memoria histórica del personal diplomático soviético en Chile en 1973 no recuerda actos hostiles por parte de los militares hacia el personal soviético, sí mucho temor entre los funcionarios de la embajada de que tales actos podrían producirse. 67

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de destinatarios: a sus propios militantes y a los de otras corrientes de la izquierda en Chile, a los opositores de ayer a quienes se invita a convertirse en aliados hoy, a los aliados internacionales más cercanos y a la opinión pública mundial. Los testimonios orales actuales aluden a Jorge Insunza como su autor, mientras que —en esa época— el documento era presentado en el exterior como el último escrito de Luis Corvalán antes de su arresto, adquiriendo de esa manera un simbolismo especial69. En diciembre de 1973, una nueva declaración del PCCh en el interior profundiza la interpretación de la situación chilena en el contexto internacional. En la definición del régimen vienen a conjugarse dos conceptos señalados en el documento anterior: «Régimen fascista estrechamente dependiente del imperialismo norteamericano». Asimismo, por primera vez en un documento público se hace una valoración de la solidaridad internacional: La magnitud de los crímenes (…) ha conmovido profundamente la conciencia de la humanidad. Los pueblos del mundo entero han desplegado una potente campaña de solidaridad en torno a nuestra patria, cuyos ecos han llegado al conocimiento de los revolucionarios y demócratas chilenos, pese al cerco tendido por los golpistas. La solidaridad internacional ha permitido salvar las vidas de cientos de luchadores condenados por los fascistas y se ha convertido en un factor de contención de los excesos de los usurpadores del gobierno70.

Al mismo tiempo, incluso desde la clandestinidad, el PCCh no deja de expresar su posición en los debates ideológicos al interior del movimiento comunista mundial. En esta clave se lee su condena de la actitud china ante el golpe chileno: Vemos con indignación el comportamiento oportunista del gobierno y de los dirigentes del PC de la República Popular China. Ellos han prestado pronto reconocimiento diplomático al régimen fascista y se han marginado de cualquier expresión de solidaridad con la clase obrera y el pueblo de Chile (…) Los dirigentes del PC chino se han colocado una vez más

Esta versión está, por ejemplo, en el comentario del ejemplar que en 1974 llegó a las manos del diputado comunista sueco John Takman. 70 Archivo PCCh, Caja 1. doc. 9. 69

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al margen del movimiento revolucionario y democrático mundial, han antepuesto el nacionalismo al internacionalismo (…)71.

Claramente, esta parte de la Declaración tiene sus destinatarios fuera del país. Unos meses más tarde, la primera reunión de la Comisión Política en pleno celebrada en Chile a medio año del golpe, comienza su mensaje al «Coordinador Central del Trabajo Exterior del Partido» no solo con una «alta valoración» del trabajo en el exterior, sino con una página de expresión de agradecimientos al PCUS, a los otros «partidos hermanos» y «muy especialmente al PSUA y el PC de Cuba», así como a la Radio Moscú y a otros programas para Chile emitidos desde los países socialistas. «El Partido tiene claro que la solidaridad con Chile ha alcanzado tal nivel, en primer término, por la importancia política que el PCUS le ha dado»72. A su vez, los dos puntos tratados en la reunión, «1) el estado del partido y 2) la situación política social y los pasos a seguir»73 también son presentados, considerando la mirada mundial. Se transmite una imagen del partido recuperado de los primeros golpes, funcionando a lo largo del país. «No se conoce traición ni delación», sentencia el resumen de la discusión enviado al exterior, como respondiendo a una pregunta textual sobre estos aspectos planteada por Ponomariov en uno de los encuentros con los comunistas chilenos en Moscú. El acápite sobre la situación en el país se refiere a las relaciones con los partidos de la UP y el MIR, concluyendo que «nuestro Partido hará llegar un Documento a la Revista Internacional con un intento de análisis de los sucedido en Chile»74. Adelantando los contenidos de este documento para los camaradas en el exilio, se señala la necesidad de reforzar el «papel de vanguardia» del PC. Respecto del documento esperado, efectivamente va a salir en la Revista Internacional en la segunda mitad de 1974 firmada con el seudónimo René Castillo, convirtiéndose en el primer análisis del PC chileno sobre el proceso de la UP y su derrota que alcanza una difusión global, con lo cual se volvió una referencia ineludible en la literatura sobre Chile en el mundo en aquellos años.

Ibid. Información de la Dirección del Partido Comunista de Chile para el equipo Coordinador central del trabajo exterior del Partido, Archivo PCCh, p. 1. 73 Ibid. 74 Ibid. 71 72

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Una mención breve alude a un aspecto particularmente grave de la dimensión internacional de la situación chilena: la acción de los servicios de seguridad del régimen fuera de las fronteras del país, al hacerse referencia a la caída de un militante en el país a partir del seguimiento que se le venía haciendo desde Argentina. Esta observación se hace en marzo-abril de 1974, meses antes del primer asesinato de una figura emblemática en el exilio perpetrado por la DINA, el del general Carlos Prats junto a su mujer en Buenos Aires el 30 de septiembre. El contexto internacional está presente en la parte dedicada a la Democracia Cristiana, donde se plantea la necesidad de colaboración entre comunistas y católicos como una de las «lecciones de Chile» para el mundo. «Andrés Aylwin le dijo a un DC venezolano que ellos debían abrirse al trabajo con los PC del mundo, para evitar a sus pueblos la tragedia que vive Chile»75. El tema parece ser tan relevante que no importa la imprecisión de la noticia para ser incluida en el informe. En la misma dirección van menciones del trabajo conjunto «desde abajo» con los democratacristianos en los sindicatos y centros de alumnos. La explicación de las relaciones con la Iglesia comienza contraponiendo explícitamente la situación chilena a la Guerra Civil Española: «Una de las diferencias entre la situación de Chile respecto de España, es la actitud de la Iglesia»76. Más que la precisión de esta afirmación, llama la atención que el conocimiento de la Guerra Civil Española se supone implícito para los destinatarios del documento. En la evaluación final del «trabajo exterior», el documento lo define junto con la solidaridad internacional como «factores estratégicos de la derrota de la dictadura». Al mismo tiempo, refuerza la jerarquía de las relaciones: «La dirección del trabajo en el exterior está dentro del país, la orientación de la solidaridad internacional debe corresponder, en todo terreno, a las necesidades fijadas por la lucha dentro del país (…)»77. Al momento de la redacción del documento (abril de 1974), pone en primer lugar «las gestiones en el campo diplomático para poner fin al Estado de Guerra Interno, por la libertad de Luis Corvalán y demás patriotas presos, por la solidaridad con los militares procesados, por el derecho al trabajo». A su vez, se destaca la importancia de trabajo con miras a la próxima Asamblea General de la ONU y «en lo inmediato (…) mandar

Ibid., p. 3. Ibid., p. 4. 77 Ibid., p. 6. 75

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observaciones para el juicio de los militares y aumentar presión por mantener el derecho de asilo»78.

Comunicaciones entre el interior y el exterior En paralelo con las cartas de la Dirección del Partido en el Interior, llegan a la Unión Soviética los mensajes regulares acompañados de documentos y recortes de la prensa chilena enviados a Radio Moscú, los que van dirigidos a Volodia Teitelboim y a José Miguel Varas, quien había asumido como director periodístico de «Escucha, Chile». Su autor es el periodista Marcel Garcés, quien se convierte durante el primer año post-golpe en la principal fuente periodística propia del programa en Chile (se mantendrá en el país hasta 1980 para luego unirse al equipo de la radio en Moscú)79. Estos mensajes mezclan el género del informe partidista con el del reportaje periodístico, se centran en los aspectos más diversos de la situación del país, se refieren a las primeras acciones de resistencia (o las que se perciben como tales) y a la labor de la Iglesia en defensa de los derechos humanos; transmiten múltiples testimonios de las violaciones a estos derechos, informan de detenciones, desapariciones y muertes, y llaman a levantar campañas solidarias con nombre y apellidos. A su vez, describen con lujo de detalles en tono de reportaje —rumores incluidos—, la situación de los sectores medios y de industriales locales frente a las primeras medidas de apertura económica al exterior. También hacen referencia a eventuales cambios, fricciones, conflictos personales o tal vez ideológicos en la cúpula del régimen, y se plantea el fracaso de los intentos de apertura de los sectores de la derecha tradicional y del ala colaboracionista de la DC. Todo esto con un leitmotiv: el régimen no es tan sólido, va a debilitarse por sus propias contradicciones, este horror no puede durar tanto. Según el propio Marcel Garcés, estos informes fueron el resultado del trabajo de un equipo de periodistas comunistas que tras el golpe y aún antes de restablecer contacto con sus camaradas en el país, tomaron la decisión de organizarse y proveer de información tanto a sus colegas de la Radio Moscú, como a los medios de comunicación del exterior, con el objetivo principal de denunciar las violaciones a los derechos humanos en el país. No se trataba de una tarea pensada o asignada con anterioridad, sino una iniciativa espontánea, como lo sería también la formación del Ibid., p. 6. El primero de los mensajes disponibles está fechado en 8 de octubre de 1973, está dirigido a Volodia y firmado por el nombre real del periodista, luego vienen las cartas del 10, 20 y 26 de noviembre. Esta periodicidad se mantiene durante 1974.

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equipo y el establecimiento de sus vías de contacto con el exterior, desde periodistas amigos, chilenos y extranjeros, hasta un funcionario de la embajada de Dinamarca80. Los textos generados por este equipo periodístico, junto con ofrecer una información detallada de lo que ocurría entonces en Chile, reflejan la forma de ver y sentir la realidad nacional por los resistentes de esa primera época. Así, el primer mensaje, fechado el 8 de octubre de 1973, transmite la versión de la muerte de Allende asesinado por los militares: Respecto de Allende y los últimos momentos en La Moneda, la versión que va en este envío (…) es prácticamente oficial y comprobada por los testimonios de varias personas que allí estuvieron y con las cuales hemos conversado. Allende no se suicidó. Combatió hasta el final y él mismo disparó sobre los fascistas. Fue ametrallado por una patrulla militar que al mando del general Javier Palacios ingresó a La Moneda, después del salvaje bombardeo de los aviones Hawker Hunter de la FACH81.

Es difícil evaluar qué credibilidad daban sus interlocutores internacionales a las evaluaciones optimistas de los comunistas chilenos acerca de la duración de la dictadura. A juzgar por los comentarios de algunos ex funcionarios soviéticos, con la experiencia de haber tratado con múltiples organizaciones en la misma situación, estaban acostumbrados a ese tipo de análisis y por respeto a la contraparte, no lo contradecían. En el caso de los chilenos, la firmeza de la resistencia a la represión generaba respeto y admiración, hacía revivir sus propios mitos fundacionales del romanticismo heroico revolucionario y antifascista, independiente de la credibilidad de las proyecciones demasiado optimistas. El apoyo soviético y de otros países socialistas a la resistencia «en el interior», siempre canalizado a través de las estructuras externas del comunismo chileno, consistió en la mantención e incremento de la ayuda financiera al partido, el aumento de los cupos para la preparación de sus cuadros en el trabajo clandestino y la atención especial a todas las solicitudes de los chilenos para potenciar su actividad (traslado de personas, fabricación de documentos, etc.). De los dos tipos de formación «especial» que el PCUS ofrecía a los «partidos hermanos», para el funcionamiento en la clandestinidad (a cargo de la KGB) y la formación militar (a cargo Entrevista con Marcel Garcés, Santiago, abril 2011. Carta de Marcel Garcés a Volodia Teitelboim, Santiago, 8 de octubre de 1973, agregado, Archivo PCCh.

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del Ejército), el PCCh había solicitado y recibía el primero incluso antes del golpe. Sus primeros beneficiarios post 1973 fueron comunistas chilenos a quienes, por diversas razones (estudios, giras, viajes), el golpe los sorprendió fuera del país y mientras otros trataban de salir, acosados por la persecución, ellos buscaban la manera de regresar al país. Algunos lo lograrían hacia fines de 197482.

Mediaciones internacionales en las relaciones con otros partidos chilenos En el contexto de la nueva internacionalización provocada por el golpe y la dictadura, la clandestinidad y el exilio, las relaciones del PCCh con las demás organizaciones políticas chilenas quedaron más expuestas al escrutinio de la opinión pública internacional y de sus principales socios en el mundo. En su interacción con el movimiento comunista internacional en los años y décadas previas al golpe de 1973, las relaciones del PC con otros partidos chilenos se habían convertido en un tema de interés para sus contrapartes. Más que supervisar su pureza ideológica a partir de sus alianzas, había un interés genuino de otros «partidos hermanos» por la capacidad de articular alianzas de los comunistas chilenos, por sus relaciones con ese socialismo atípico, no social-demócrata, hasta cierto punto «hermano», aunque sospechoso de trotskismo y después de foquismo, así como con aquella democracia cristiana también bastante diferente de la alemana o la italiana. Antes del golpe, eran los chilenos quienes informaban de sus relaciones políticas en la forma y hasta el nivel que consideraban oportuno según el interlocutor (destacándose su plena confianza con los soviéticos), modelando en cierta medida las relaciones de sus contrapartes internacionales con otros partidos chilenos. En cambio, desde septiembre de 1973, aunque conservaron relaciones prioritarias con los partidos comunistas europeos del Este y del Oeste, varios de estos establecieron vínculos regulares y directos con los representantes de otros partidos en el exilio, e incluso con sus dirigentes en el interior a través de lo que quedaba de sus representaciones diplomáticas en Santiago. La información, por lo tanto, se volvió bidireccional. Aparecieron consejos y sugerencias de las contrapartes Conversación con Crifé Cid, Las Vertientes, 2009. El golpe sorprendió a esta militante comunista en Moscú, donde asistía a un curso de formación política. Después de un año de exilio, durante el cual Crifé trabajó como obrera en una industria soviética, regresa a Chile clandestinamente a fines de 1974.

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acerca de los modos de llevar la relación entre los partidos chilenos, que si bien iban en la línea de la propia política del PCCh, reflejaban también los vínculos de los comunistas europeos con otros partidos chilenos. Un tema visto como prioritario —en el cual surgen enfoques distintos— es la relación entre comunistas y socialistas. En todas las conversaciones con los dirigentes y los funcionarios latinoamericanistas de los países del Este europeo, se comparte la preocupación por las declaraciones del secretario general socialista Carlos Altamirano, y se destaca la falta de contacto real entre el líder exiliado y la organización de su partido en el país, lo que constata el nivel de destrucción que ha sufrido el PS, pese a lo cual había logrado conformar una dirección interna con la que el PC afirma tener una muy buena relación83. Los soviéticos informan a los comunistas chilenos de sus reuniones con Altamirano y de lo señalado por el líder socialista en ellas84. No hay en ello una traición a la confianza. Los códigos y usos de la diplomacia interpartidaria suponían distintos grados de cercanía, por lo que Altamirano podía asumir que lo dicho a los soviéticos llegaría a oídos de Teitelboim y su equipo. Incluso, en algunos casos podría ser un canal indirecto de comunicación. El principal énfasis de los cubanos y de los alemanes fue conservar y profundizar la unidad entre socialistas y comunistas. El 10 de octubre de 1974, Erich Honecker aconseja emitir una declaración conjunta PC-PS en el exterior, destacando la importancia de la unidad en el país. Habla de «los problemas suscitados en el PS» y alude a sus desavenencias con el PC, desde su papel como anfitrión de la dirección exterior del PS, cuya sede se había instalado en Berlín después de que la Stasi salvara la vida de Altamirano al organizar clandestinamente su salida de Chile. Destaca que la unidad PC-PS debe ser el eje del Frente Antifascista85. En ello coincide con otros dirigentes comunistas en el poder y con los propios chilenos, al articular el «núcleo de clase» representado por estos dos partidos con Cantero al llegar del interior (reunión 19 de marzo de 1974) informa buen trabajo con el PS «que ha sido muy golpeado y no está orgánicamente bien, pero tienen su dirección nacional en buenas condiciones. Además hay contactos y trabajo en la base con el PS y demás partidos de la UP». 84 Los soviéticos (Kirilenko) informan el 19 de marzo de 1974 que ya habían tenido dos reuniones con Altamirano y que según él, aún no tenía contactos «con su PS». El intercambio de información deja marcado (intencionalmente o no) que mientras Altamirano no tiene contactos con el PS en el interior, el PC sí los tiene. 85 «Versión resumida de las principales apreciaciones formuladas por el compañero Erich Honecker en la entrevista que concedió el 10 de octubre 1974», pp. 1-3, Archivo PCCh. 83

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alianzas más amplias, cuya necesidad deriva del carácter fascista que se atribuye a la dictadura chilena. Asimismo, se puede interpretar como una forma de incorporar la experiencia chilena en el propio mito fundacional de «antifascismo» y «unidad antifascista», sin abrirse a las discusiones que ya estaban madurando en el comunismo europeo occidental. Más allá de los consejos de la contraparte internacional, la relevancia de la relación con el PS —así como eventuales fricciones con el jefe máximo de los socialistas en el exilio— se refleja en que en el recuento propio del PC chileno de sus actividades en el exterior desde fines de 1973 hasta mediados de 1974, menciona reuniones «semanales en Moscú con PS», también «mensuales de alto nivel con PS» y finalmente dos «reuniones del más alto nivel» efectuadas con los socialistas en Moscú, el 12 de abril y el 17 y 18 de junio86. Los cubanos son los principales promotores de establecer relaciones entre el MIR y la UP en el exilio, apuntando en particular a crear un canal de comunicación entre el MIR y el PCCh, principal detractor de la «desviación ultraizquierdista» del primero. La Dirección del PC en el interior no se opone a estos contactos, aunque sus propios mensajes respecto de una eventual alianza con el MIR denotan lejanía y desconfianza. En Moscú son mencionados por única vez por Manuel Cantero a su llegada, en la reunión con Kirilenko del 19 de marzo de 1974: «MIR acepta que debe formarse un frente amplio y que ningún grupo debe hacer acciones al margen del acuerdo unitario (…) aunque señalan que no responden por toda su gente (…)»87. A mediados de 1974 en La Habana, a instancias de los cubanos, se realiza la primera reunión de la izquierda chilena en el exilio que cuenta con la participación de todos los partidos de la Unidad Popular más el MIR. No obstante, las relaciones del PC chileno con el MIR van a ser indirectas por más tiempo. En mayo de 1974, el dirigente del PC cubano Manuel Piñeiro le envía a Volodia Teitelboim a Moscú el conjunto de la documentación elaborada por el MIR88. A su vez, en un giro importante en las relaciones entre Cuba y el PC chileno, Piñeiro apoya la instalación de una representación de los comunistas chilenos en la isla, a la vez proporciona al máximo representante del PC en el exterior la información que los cubanos poseen por canales «Conversaciones y entrevistas con otros partidos», Doc. sin fecha, atribuido a julio 1974, pp. 1-2, Archivo PCCh. 87 Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, Archivo PCCh. 88 Carta de Manuel Piñeiro a Volodia Teitelboim, fechada «3 de mayo de 1974. Año del XV Aniversario», comienza «Estimado Volodia». 86

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propios acerca de la situación de los refugiados y asilados chilenos en países latinoamericanos, en señal tanto de una nueva relación de colaboración, como de la experticia de los cubanos en temas latinoamericanos que podría ser útil y necesaria para el PC chileno en su nueva condición. El cambio vertiginoso en las relaciones de los comunistas chilenos con Cuba se ve reflejado en que solo dos meses después el PCCh recibiría y aceptaría el ofrecimiento de la formación de oficiales en las escuelas militares cubanas. Respecto de los otros partidos de la Unidad Popular, los informes del interior mencionan y dejan entrever diversos grados de colaboración y sintonía al interior del país, con una cercanía mayor declarada con el MAPU-OC. En el exterior, las reuniones con los partidos de la UP son más bien escasas. El informe resumen de la oficina en Moscú, menciona apenas las reuniones con la API (Rafael Tarud) el 25 de marzo de 1974; con el MAPU-OC, el 9 de abril y con la Izquierda Cristiana, el 18 de junio89. Curiosamente, este informe no incluye las actividades conjuntas en los marcos de Chile Democrático de Roma, a pesar de que el PCCh estaba representado allí, ni tampoco hace referencia a la ya mencionada reunión UP-MIR en La Habana. A lo que todos los informes de la Dirección del PCCh en el interior prestaban atención prioritaria era a la Democracia Cristiana, tanto a la situación interna de ese partido, como a las posibilidades de entendimiento y acción común con los democratacristianos90. Todas las señales del distanciamiento del régimen de aquellos que inicialmente apoyaron el golpe, todos los gestos y declaraciones de aquellos que lo condenaron desde el principio, todas las acciones en defensa de derechos humanos concertadas con personalidades y abogados DC, eran recogidos y analizados en los informes dentro de la perspectiva del Frente Antifascista. Si bien existen contactos con los democratacristianos fuera de Chile y el PCCh lo comenta en reuniones con los soviéticos91, quien realmente lleva esta línea de trabajo es la dirección interior, corrigiendo, si lo estima necesario, a «Conversaciones y entrevistas con otros partidos», Doc. sin fecha, atribuido a julio 1974, pp. 1-2, Archivo PCCh. 90 Ver todas las cartas del Interior «Omar» y «Estimado Sergio», también Transcripción de la conversación en el Comité Central del PCUS (documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, también documento «Algunas informaciones sobre Chile» fechado en marzo, 1974 y con anotación manuscrita «1 de marzo de 1974, información enviada desde Stgo.», todos en Archivo PCCh. 91 En la reunión de 19 de marzo de 1974, el PCCh informa a los soviéticos haber tenido contactos con el PDC en el exterior. Han conversado con Bernardo Leighton, quien informó de la formación de un grupo DC en el exterior que colaboraría «en las tareas antifascistas», ver Transcripción de la conversación en el Comité Central 89

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sus camaradas en Moscú. Así, en una oportunidad llega una crítica a la forma de presentación de la posición de Bernardo Leighton en la Radio Moscú, según el informe de la dirección interior en septiembre de 1974, a un año del golpe militar. Se aprecia cierto sectarismo en parte de la programación donde está algo ausente la perspectiva antifascista y lo que ella significa en cuanto a unir a nuevas fuerzas. En el caso de la actividad de Bernardo Leighton, por ejemplo, da la sensación de que es un hombre que se ha «pasado» a nuestras posiciones y no una personalidad que desde sus propias posiciones se levanta junto a nosotros contra el fascismo: en estas condiciones es representante de miles92.

Los soviéticos reciben esta información sin comentarios, si bien en cada oportunidad destacan su apoyo a la línea del PCCh en general y en particular al Frente Antifascista. No hay una opinión específica al respecto. Erick Honecker, por su parte, al recibir el 10 de octubre de 74 al «Embajador» del PCCh en Berlín, Orlando Millas, si bien destaca que «el Buró Político apoya plenamente la línea del PCCh del Frente Antifascista para el restablecimiento de las libertades democráticas»93, entra a comentar las dificultades de su implementación, en lo que podría ser interpretado como un intento de moderar las expectativas de los comunistas chilenos. Para Honecker, «las oscilaciones de la DC» se explicarían tanto por factores internos chilenos (critica directamente a Altamirano), como por factores internacionales. En la explicación de estos, el líder germano-oriental destaca las «influencias de la RFA». Si bien este último punto parece lógico considerando la importancia de la DC alemana, deja entrever también las preocupaciones de la política exterior y las particularidades de la visión del mundo de la RDA. En cierta medida, las dudas de la dirección germano-oriental respecto de las posibilidades de entendimiento con la Democracia Cristiana germano-occidental, se traspasan a las dudas del PCUS, (Documento sin título, con fecha y lista de asistentes) 19 de marzo 1974, pp. 1-5, Archivo PCCh. 92 Documento sin título ni fecha del Interior, atribuido septiembre-octubre 1974, post primer aniversario del golpe. Manuscrito, la misma mano de los mensajes de «Osorio». Archivo PCCh. 93 «Versión resumida de las principales apreciaciones formuladas por el compañero Erich Honecker en la entrevista que concedió el 10 de octubre 1974», pp. 1-3, Archivo PCCh. Podría ser un error del que tomó las notas y haberse referido a la Fundación Konrad Adenauer. 308

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respecto de las posibilidades de entendimiento del PC chileno con la DC chilena. Curiosamente, entre otros factores externos que influirían en esta última, Honecker nombra a la Fundación Ford, adjudicando a esta única fundación norteamericana, clausurada por los militares tras el golpe, la representación de «ciertos intereses». En la misma reunión de octubre de 1974, Honecker habla de la importancia de no perder una perspectiva revolucionaria en la salida de la dictadura: «Sería muy bueno devolver a la soldadesca a los cuarteles, pero malo reemplazar una opresión por otra, como por ejemplo, tener un gobierno sin comunistas o en que los comunistas sean sólo un adorno. Esta es la concepción burguesa»94. Esa preocupación de Honecker por una salida «burguesa», no coincide con el modo en que el PC chileno aprecia el Frente Antifascista. La anteriormente mencionada reunión de la Comisión Política en Santiago plantea que el fundamento de la unidad de las más amplias fuerzas en Chile es la «recuperación de la democracia», y no la «perspectiva revolucionaria. No obstante, Honecker reitera su apoyo a la línea del PCCh hacia un Frente Antifascista, pese a que —al parecer— entiende por él otra cosa. Estas declaraciones de apoyo a la postura del PCCh, pero acompañadas a la vez de diversas interpretaciones de sus postulados, se observan en todo el abanico de los contactos de los comunistas chilenos con sus «partidos hermanos». Asimismo, la dirección interior busca la experiencia de los partidos comunistas de Europa Occidental para llevar a cabo la labor de configurar un amplio frente antifascista que consideran estratégica. El mencionado informe con motivo del primer aniversario del golpe, plantea la tarea de que «un grupo de trabajo preparara un dossier sobre los problemas ideológicos que plantea la relación con los católicos y cristianos en general aprovechando las experiencias francesa, italiana y otras como ayuda a la dirección y su trabajo aquí»95. Lo anterior no significa una toma de posición explícita en el incipiente distanciamiento al interior del movimiento comunista internacional entre la URSS y sus aliados por un lado, y los que pronto comenzarían a ser denominados eurocomunistas, por el otro. Las diferencias aún pueden

Ibid. Documento sin título ni fecha del Interior, atribuido septiembre-octubre 1974, post primer aniversario del golpe. Manuscrito, la misma mano de los mensajes de «Osorio». Archivo PCCh.

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parecer sutiles y, lo más probable, es que el PCCh todavía no las percibe, no las aprecia como importantes o no quiere asumirlas.

La organización de la plural y mundial solidaridad con Chile La denuncia del golpe, de la represión y de la violación de los derechos humanos, la solidaridad con los perseguidos es, sin duda, la gran tarea del exilio chileno. El PC en el exilio, con su capacidad organizativa, juega un papel clave en este trabajo. En ello resultan importantes, por un lado, la relación de gran confianza que el PCCh posee con el PCUS y los demás partidos gobernantes de los países socialistas, así como la posibilidad de aprovechar al máximo el recurso de la diplomacia soviética y del bloque del Este, incluyendo su esfera de influencia en aquellas partes del Tercer Mundo, donde a los chilenos les costaría llegar96. En el mismo sentido opera la antigua membresía de las «organizaciones de masas» afines al PCCh en diversas redes internacionales: Consejo Mundial de la Paz (CMP), Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD), Unión Internacional de Estudiantes (UIE), Federación Mundial de las Mujeres Democráticas (FMMD), etc. Si bien en su mayoría, se trataba de organizaciones burocráticas, cuya convocatoria fuera del mundo comunista era cada vez más escasa, en el caso de la campaña de solidaridad con Chile, tanto por el impacto emocional que provoca el golpe chileno, como gracias a la capacidad de los chilenos exiliados de aprovechar las estructuras instaladas, logran sostener campañas constantes de gran envergadura que mantienen vivo el tema chileno en la opinión pública mundial. Gran parte de los foros, conciertos, festivales, películas, ediciones de discos, libros, afiches y otras actividades sobre el tema chileno será financiado por estas organizaciones. A su vez, los contactos permanentes en su seno serán uno de los canales para mantener la atención de diversos gobiernos y la solicitud de copatrocinar la causa chilena en los organismos internacionales.

En la reunión del 19 de marzo de 1974 con Ponomariov y Kirilenko, el PCCh agradece la postura soviética, discurso de Brezhnev en Sofia (usó la palabra «fascismo»), la ruptura de relaciones, el discurso de Gromyko en la ONU. Agradecen a la URSS, RDA y Bulgaria, piden apoyo para fortalecer la solidaridad en Checoslovaquia y Polonia (situación que refleja la importancia del tema «antifascista» en el discurso identitario de diversos países socialistas).

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La disposición de la URSS y los países socialistas de poner sus recursos al servicio de la «diplomacia del exilio» chileno para asegurar los contactos necesarios, la presencia de los chilenos en los organismos internacionales y en las actividades especializadas, también jugó su rol. Por otro lado, la larga experiencia de amplias alianzas políticas del PCCh, le sirvió para abrirse a contactos y relaciones de larga proyección con la social-democracia europea. Las actividades de solidaridad unen al conjunto del exilio chileno, a pesar de las diferencias ideológicas y personales que pueda haber. En Europa Occidental se actúa principalmente a través de organizaciones multipartidistas que representan el conjunto del exilio. A su vez, la solidaridad con Chile, por el impacto emocional del golpe y la frustración de las esperanzas que cada uno depositaba en su imagen de la Unidad Popular, se convierte en un espacio de colaboración de muy diversas fuerzas políticas europeas; en primer lugar, entre comunistas y social-demócratas, pero también con democratacristianos y liberales, así como con sindicatos de todas las corrientes ideológicas, y el mundo de la cultura y las artes. No disponemos de la documentación de archivo referida a estos contactos, pero sí de menciones en las memorias de los participantes y en la recopilación de los comentarios de Volodia Teitelboim en la Radio Moscú. La tónica de estos contactos es promover la acción conjunta de solidaridad, y la denuncia en los organismos internacionales. La discusión ideológica se deja de lado. Así, Teitelboim, al referirse a su visita a Gran Bretaña por invitación del entonces gobernante Partido Laborista (nunca antes un líder del PC chileno había sido recibido a ese nivel, ni había logrado esos contactos con uno de los principales partidos de la Internacional Socialista), destaca el carácter gubernamental de su recibimiento, el compromiso de Gran Bretaña con la causa chilena, incluso el ambiente físico asociado a las grandes figuras de la cultura inglesa, donde transcurren las conversaciones97. Como todo, el mundo capitalista regentado por la social-democracia no podía ser tan perfecto, y Teitelboim deja caer el comentario de que «Gran Bretaña vive con depresión. La crisis se instala en la casa de muchos. Hay un millón de desocupados (…) Se huele en ciertos rincones la podredumbre de una brillante decadencia»98. Sin embargo, la observación se cierra abruptamente: «Pero nuestra preocupación exclusiva se llama Chile». Volodia Teitelboim, op. cit., p. 168. Ibid., p. 168-169.

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Esta postura de centrarse en la causa propia, tratando de abstraerse de las situaciones y debates internos de las sociedades receptoras, tanto las occidentales, como los socialismos reales, es muy característica del exilio comunista chileno. De las experiencias internacionales se toma lo que puede ser significado dentro de su visión del mundo y sus objetivos. Esto permite evitar demasiadas preguntas difíciles, mantener la unidad del grupo, la capacidad de acción y la fe en el proyecto universal final. Al mismo tiempo, condiciona su perplejidad ante la crisis terminal de los socialismos reales hacia fines de los ochenta, cuya evolución no fue captada a tiempo en su real dimensión. Volviendo al tema de la solidaridad internacional, el primer año post-golpe estuvo marcado por grandes hitos. Desde las manifestaciones masivas y declaraciones de los gobiernos y personalidades de los primeros días, hasta la creación de una institucionalidad internacional de solidaridad con Chile. Así, durante el mismo año 1973 comienza a funcionar en Helsinki la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar Chilena. Se convierte en un ejemplo único de cooperación de la social-democracia europea con el movimiento comunista internacional. La comisión fue integrada por destacados juristas y presidida por el ex ministro de Justicia de Finlandia, el socialdemócrata Jacob Sôderman (futuro primer Ombudsman de la Unión Europea). La comisión funcionó hasta 1988 con al menos una sesión anual en diversas capitales del mundo, destinada a recibir y divulgar ante la opinión pública mundial los testimonios de las violaciones a los derechos humanos que tenían lugar en Chile. La sede permanente del organismo se estableció en Helsinki, que a la vez era la sede del Consejo Mundial de la Paz. El representante del PCCh ante este organismo asume como vínculo permanente con la comisión. El financiamiento del organismo proviene principalmente de la social-democracia finlandesa, aunque cuenta con el aporte soviético, principalmente para los pasajes de los participantes chilenos de las sesiones, y de quienes iban a dar sus testimonios. Una duración más corta, pero no menos relevante en ese primer año, lo tuvo el Tribunal Russel II, impulsado por el socialista italiano Lelio Basso y que sesionó hasta 1976. Las Naciones Unidas fue un foco privilegiado de trabajo de solidaridad internacional. Sensibilizar a los gobiernos frente a la situación chilena, recordar las votaciones, conseguir los votos, todo esto se convierte en labor «diplomática» continua del exilio. A pesar de toda su experiencia interna312

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cional, el PCCh no había enfrentado con anterioridad estos desafíos. El 7 de noviembre de 1974, por primera vez la Asamblea General de las NU condena las violaciones a los derechos humanos en Chile. La votación es abrumadoramente mayoritaria: 91 votos a favor y solo 8 en contra. Si bien las resoluciones de la Asamblea General no son vinculantes, constituyen un serio revés diplomático para el régimen militar, dejando en manifiesto su aislamiento internacional. A partir de ese año —y hasta 1989— las condenas al régimen militar chileno por parte de la Asamblea General de la ONU van a ser anuales con los votos de entre 80 y 97 países99. La dimensión jurídica de la campaña de solidaridad que promueve el PCCh no se limita a la condena general del régimen, sino que plantea temas específicos, relacionados con los aspectos concretos de la represión en Chile, con pasos viables para salvar vidas y lograr la seguridad de personas perseguidas. Así, la carta de la comisión política del PCCh del interior del 16 de abril de 1974 se centra en los aspectos político-jurídicos de la campaña de solidaridad, planteando la necesidad de poner el acento en la necesidad de terminar con el llamado «Estado de Guerra Interno»: «Juicios militares Sumarios y Secretos, penas de muerte por fusilamiento, campos de concentración (…)»100. Uno de los focos de la campaña debe orientarse a exigir juicios públicos para los presos políticos más visibles. En el imaginario comunista, esto evoca el ejemplo del proceso de Dimitrov en la Alemania nazi. La preocupación por los salvoconductos para los asilados en las embajadas de los países europeos en Santiago es otro punto destacado en el mismo documento. Se sugiere gestionarlo ante la social-democracia europea, la cual, sin embargo, no es mencionada por su nombre, sino como «los gobiernos y corrientes mayoritarias de países como Holanda, Suecia, Austria, etc.»101. Para lograr su sensibilización se plantea trabajar tanto directamente con ellos, como a través de los gobiernos de los países socialistas de Europa Oriental. Así, un mensaje desde Chile firmado por «Osorio» y dirigido a «Sergio» en el exterior, le solicita mayores esfuerzos para que Bulgaria y Hungría «presionen» a Austria para que solicite salvoconductos para los asilados en esa sede diplomática. No se entiende bien del mensaje por Domingo Sánchez, «Las resoluciones internacionales sobre Chile; un desafío para la futura democracia», Revista chilena de Derechos Humanos, Nº 12, 1990, AHC, Santiago, p. 61. 100 Carta de la Comisión Política del CC del PCCh desde el interior. 16 de abril de 1974, Archivo PCCh. 101 Ibid. 99

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qué estos esfuerzos se solicitan a los países indicados y qué capacidad de «presión» frente a Austria podrían tener102. El mismo mensaje a su vez expresa una preocupación por la falta de solicitudes de salvoconductos después del «11 de diciembre pasado» (al parecer, de 1974) por parte de las embajadas. El documento demuestra el seguimiento del tema de los asilos por parte del PC en Chile, así como testifica su preocupación momentánea por un eventual entendimiento del régimen militar con la social-democracia europea. Detrás de esta preocupación se podría ver tanto el afán de mantener el aislamiento internacional de la dictadura militar, como la histórica desconfianza del movimiento comunista latinoamericano hacia la social-democracia, no obstante que precisamente la campaña de solidaridad con Chile abría puertas a un nuevo entendimiento. La campaña internacional de solidaridad con Chile tuvo una muy importante dimensión cultural. La participación en ella de las grandes figuras de la cultura chilena, de la música, literatura, cine, junto con las posibilidades que las sociedades anfitrionas les brindaron para que pudieran seguir creando y llevar al público sus obras, le dieron un sello muy especial. La documentación consultada refleja los primeros pasos de la creación de esta institucionalidad cultural del exilio chileno. Un documento que recoge los compromisos de solidaridad con Chile de todos los países socialistas, nombra en cada uno de sus acápites nacionales, edición de libros, producción de películas actuadas y documentales, obras de teatro, exposiciones de fotos, edición de afiches. La preocupación por los artistas expatriados está entre las primeras gestiones del PCCh durante la instalación del exilio. Un documento pide apoyo al PCI para promover artísticamente a Inti-Illimani (el partido italiano poseía una potente industria cultural propia). Otro solicita recibir en la RDA al grupo Aparcoa y apoya la producción de su disco. Varias cartas solicitan recibir en los países socialistas a artistas y profesionales del ámbito de la cultura, con la proyección de poder trabajar en su profesión. Los fríos y formales documentos del funcionamiento interno del PCCh y sus relaciones internacionales no dicen nada sobre el impacto de la obra de los artistas chilenos exiliados. La bibliografía reciente acerca del movimiento de solidaridad con Chile en diversos países comienza a recogerlo. El tema es tan amplio y tan importante que le dedicaremos otro estudio especializado. Por ahora, Nota breve, de unas 15 líneas, dirigida a «Sergio», firmada por «Osorio», aparentemente, fines de 1973. Archivo PCCh.

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solo señalaremos que marcó a una generación entera en las dos Europas y dejó imborrable una imagen de Chile para años y décadas.

A modo de conclusión Durante el primer año post-golpe, el Partido Comunista de Chile, a pesar de la brutalidad de la represión, logra recomponer sus filas y asumirse en la nueva situación de clandestinidad. Los documentos desclasificados muestran a un partido funcionando, con la dirección dentro del país y que conserva sus redes políticas y sociales, interpretando su propia historia en el contexto global y con un importante contingente fuera de Chile, en labores de una nueva inserción internacional. Esta última logra sentar las bases de lo que durante los 17 años de la dictadura será una de las campañas de solidaridad internacional más duraderas y potentes en la historia del siglo XX. A su vez, en las opiniones vertidas por las contrapartes de los comunistas chilenos en múltiples reuniones sostenidas tanto en los países socialistas, como en Europa Occidental, se perciben igualmente las diferencias de apreciación de las «lecciones de Chile» dentro del movimiento comunista internacional, como ciertas ideas e imágenes que van a influenciar la decisión del cambio de la estrategia del PCCh hacia «todas las formas de lucha» en 1980.

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Breves biografías de los autores

Fernando Aparicio Profesor de Historia egresado del Instituto de Profesores Artigas (Uruguay) y con estudios de historia latinoamericana contemporánea en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (México). Es académico del Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Uruguay). Entre sus publicaciones, se destacan los libros Amos y Esclavos en el Río de la Plata (2006) y Espionaje y política. Guerra fría, inteligencia policial y anticomunismo en el sur de América Latina (1947-61) (coautor, 2013).

Fernando Camacho Doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es investigador postdoctoral del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile. Ha trabajado como profesor en las universidades de Estocolmo, Uppsala y Dalarna (Suecia). Asimismo, ha sido profesor invitado en la Universidad de Teherán (Irán) y ha impartido varios seminarios y conferencias en universidades de Pakistán, Bélgica, Alemania, Azerbaiyán, España y Chile. Su tesis doctoral llevó el título «Solidaridad y Diplomacia. Las relaciones entre Chile y Suecia durante tres experiencias revolucionarias 1964-1977». Es autor del libro Suecia por Chile. Una historia visual del exilio y la solidaridad, 1970-1990 (2009). 317

Marcelo Casals Licenciado y Magíster en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente realiza estudios de doctorado en historia latinoamericana en la University of Wisconsin-Madison (EE.UU.). Entre sus intereses se encuentran la historia política-ideológica del Chile contemporáneo, el cruce entre las dinámicas locales y globales durante la llamada Guerra Fría en América Latina y la historia de la izquierda chilena en la segunda parte del siglo XX. Autor de El alba de una revolución. La izquierda y el proceso de construcción estratégica de la «vía chilena al socialismo». 1956-1970 (2010) y coeditor junto a Alfredo Riquelme y Augusto Varas, de El Partido Comunista en Chile. Una historia presente (2010).

Joaquín Fermandois Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla, es profesor titular del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha sido profesor invitado en las universidades de Georgetown, Hamburgo y Universidad Libre de Berlín (FU). Autor de numerosas publicaciones sobre historia internacional, historia contemporánea de Chile y de su inserción en la política mundial, sus libros más recientes son Mundo y fin de mundo: Chile en la política mundial 1900-2004 (2005) y La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular (2013).

Roberto García Ferreira Licenciado en Ciencias Históricas por la Universidad de la República (Uruguay) y candidato a doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Ejerce su labor docente en el Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y en la cátedra de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República (Uruguay). Sus libros más recientes son Bajo vigilancia: la CIA, la policía uruguaya y el exilio de Arbenz (1957-1960) (2013), Espionaje y política. Guerra fría, inteligencia policial y anticomunismo en el sur de América Latina (1947-61) (coautor, 2013); Guatemala y la guerra fría en América Latina (coordinador, 2010). Actualmente trabaja en la edición del libro titulado Guerra fría y anticomunismo en Centroamérica.

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Tanya Harmer Licenciada en Historia y Política Internacional por la Universidad de Leeds, es doctora en Historia Internacional por el London School of Economics (LSE). Desde 2009 es profesora de Historia Internacional en el LSE, y ha sido profesora visitante en la Universidad de Columbia de Nueva York y en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autora del libro El Gobierno de Allende y la Guerra Fría interamericana (2013).

Raffaele Nocera Doctor en Historia por la Universidad de Pisa. Investigador y docente de Historia de América Latina en el Departamento de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Nápoles «L’Orientale». Su investigación se centra actualmente en la historia política de Chile, en las relaciones interamericanas y en la acción de la política exterior italiana en América Latina. Es autor, entre otras publicaciones, de Chile y la guerra, 1933-1943 (Lom-Dibam, 2006); Stati Uniti e America Latina dal 1823 a oggi (Carocci, 2009); con Claudio Rolle Cruz (ed.), Settantatré. Cile e Italia, destini incrociati (Think Thanks, 2010); con Angelo Trento, America Latina, un secolo di storia. Dalla rivoluzione messicana a oggi (Carocci, 2013).

Eugenia Palieraki Doctora en Historia por la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne y la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesora de Historia de América Latina en la Universidad de Cergy-Pontoise (Francia), es especialista de la izquierda revolucionaria chilena y latinoamericana en los años 196070, desde una perspectiva de historia global. En la actualidad trabaja sobre circulaciones revolucionarias entre América Latina y el mundo árabe en los años 1950-1970. Es coautora de Revoluciones imaginadas. Itinerarios de la idea revolucionaria en América Latina contemporánea (Santiago, RIL Editores, 2013) y de Révolutions! Quand les peuples font l’Histoire (París, Belin, 2013).

Fernando Purcell Doctor en Historia de Estados Unidos por la Univesidad de California, Davis. Es profesor y director del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde realiza su labor de docencia e investigación en historia norteamericana y sobre los vínculos culturales y políticos 319

entre Estados Unidos y América Latina. Sus libros más recientes son ¡De película! Hollywood y su impacto en Chile 1910-1950 (2012) y Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global (2009, coeditor). Es autor también de numerosos artículos y capítulos de libros sobre temas de formación de la nación e inmigración en perspectiva transnacional. Associate Fellow del Latin American Programme de IDEAS del London School of Economics and Political Science, International Contributing Editor del Journal of American History, es parte del Board of Editors del Hispanic American Historical Review y del Comité Científico de la Revista de Estudios Sociales (Bogotá, Colombia) y es coeditor de HIb. Revista de Historia Iberoamericana (Universia-España).

Alfredo Riquelme Segovia Doctor en Historia por la Universitat de València. Es profesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su trabajo de investigación y docencia se orienta al estudio de la interacción entre las dimensiones nacional y global en los fenómenos ideológicos y políticos de la historia contemporánea. Integrante del Comité Editorial de la revista Historia, del Comité Científico de la revista Historia Crítica y del Consejo Editorial de la revista Izquierdas. Una mirada histórica desde América Latina. Es Associate Fellow del Latin American Programme de IDEAS del London School of Economics and Political Science. Ha sido profesor visitante en la Université de Paris-I Panthéon-Sorbonne, en la Università degli Studi di Genova y en la Universidad de los Andes en Bogotá. Entre sus publicaciones recientes, se destacan los libros Rojo Atardecer. El comunismo chileno entre dictadura y democracia (2009) y Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global (2009, coeditor). Es también coeditor de Chile en los archivos soviéticos 1922-1991, obra de la que se han publicado ya los dos primeros tomos (2005 y 2009) y se publicará un tercer tomo en 2014.

Alessandro Santoni Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Florencia y doctor en Historia Política Contemporánea por la Universidad de Bologna. Actualmente es investigador del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile. Es autor del libro El comunismo italiano y la vía chilena (2011).

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Olga Ulianova Doctora en Historia por la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú, es académica y directora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile. Su trabajo de investigación y docencia se concentra en la historia internacional de Chile y América Latina, la Guerra Fría y los actores no-estatales  en las relaciones internacionales contemporáneas. Autora de numerosas publicaciones, sus libros más recientes son Redes políticas y militancias. La historia política está de vuelta (2009) y El siglo de los comunistas chilenos (2013, coeditora). Es también coeditora de Chile en los archivos soviéticos 1922-1991, obra de la que se han publicado ya los dos primeros tomos (2005 y 2009) y se publicará un tercer tomo en 2014.

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Este libro se terminó de imprimir en los talleres digitales de

RIL® editores • Donnebaum Teléfono: 2223-8100 / [email protected] Santiago de Chile, julio de 2014 Se utilizó tecnología de última generación que reduce el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel necesario para su producción, y se aplicaron altos estándares para la gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena de producción.

L

os trabajos reunidos en este libro, escritos por historiadores de siete nacionalidades y cinco lenguas maternas diferentes, reflejan el extendido interés académico y las interpretaciones historiográficas que en los últimos años han renovado los estudios acerca de la interacción entre la historia reciente de Chile y la historia mundial contemporánea. Originado en un seminario co-organizado por LSE-IDEAS, el centro para el estudio de los asuntos internacionales, diplomáticos y estratégicos de The London School of Economics and Political Science, junto con el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, este volumen reúne once investigaciones en torno a la dimensión internacional de la historia contemporánea de Chile. En ellas se examina desde diversos ángulos convergentes la interacción entre la historia política chilena y la Guerra Fría global, desde la ruptura del gobierno de González Videla con los comunistas en 1947 hasta la dictadura militar cuya instalación en 1973 truncó la vía chilena al socialismo. Para ello, los autores hacen uso de muy diversas fuentes, incluyendo documentos a los que solo recientemente ha sido posible acceder en archivos estadounidenses, soviéticos, alemanes, italianos, suecos, brasileños, uruguayos y chilenos. Emerge así un Chile contemporáneo cuya historia entre las décadas de 1940 y de 1980 se forja en el marco del conflicto global, a la vez que –sobre todo desde los años sesenta– también deja su impronta en este, en medio de una intensa influencia recíproca entre actores nacionales e internacionales.

ISBN 978-956-01-0106-8

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