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MÓDULO 2102- LA PSICOLOGÍA CIENTÍFICA Y SUS SISTEMAS TEÓRICOS

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Con esta lectura estudiaras la última unidad mínima de aprendizaje de la unidad V La nueva era de la psicología norteamericana B.F. SKINNER Y EL CONDUCTISMO RADICAL

UNIDAD V. LA NUEVA ERA DE LA PSICOLOGÍA AMERICANA

Lectura 4 Tortosa,

G.F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill. Pp 238-345

1. Introducción Skinner es indiscutiblemente una de las figuras más importantes de la psicología del siglo XX. Su carrera científica abarca unos sesenta años, desde 1931 hasta 1990, año de su muerte. A sus aportaciones a la psicología experimental, con el método del condicionamiento operante y la teoría del aprendizaje que se le asocia, se añaden, por una parte, una importante obra teórica, centrada esencialmente en una reformulación de las posiciones conductistas y, por otra, una influyente contribución en diversos campos de aplicación, principalmente la educación y la intervención psicológica. Finalmente, a través de una obra novelesca y varios ensayos, estrechamente articulados a sus concepciones sobre el funcionamiento psicológico, Skinner se inscribe en el campo de la filosofía social. Esta obra a la vez abundante, diversificada y coherente, ha sido ampliamente reconocida como una de las más importantes de la psicología del presente siglo. Lo atestiguan, en un plano quizás superficial pero significativo, los honores científicos de los que Skinner ha sido objeto a lo largo de su carrera, y la opinión de una muestra de historiadores de la psicología invitados a designar a los psicólogos más influyentes de nuestro siglo XX; y en un plano más profundo, el lugar que ocupa en la literatura científica y las prácticas derivadas de sus ideas aunque su paternidad no siempre sea explícitamente reconocida. Sin embargo, pocos hombres de ciencia se han visto expuestos a tantas críticas, tan virulentas, incluso calumniosas, pocas obras científicas han sufrido un desprecio tan sistemático, llegando a hacer pasar al conductismo skinneriano por un largo período de extravío. Esta aparente ambigüedad se debe, sin duda, a los contextos en los que se ha desarrollado la larga carrera de Skinner,

Para profundizar en este tipo de contenidos consulte la obra: Tortosa, G.F.(1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill.

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contemporánea en sus orígenes al desarrollo y diversificación de los neoconductismos, pero enfrentada en el transcurso de sus últimos veinticinco años, al ascenso del cognitivismo. Intentaremos, en este capítulo, reubicar la obra de Skinner en los contextos en los que se ha desarrollado, para comprender a su vez el éxito y la incomprensión; restituirle sus rasgos principales. a menudo deformados por las críticas en las que se confía más que en los textos originales; aprehender, a través de su continuidad, su coherencia, y hasta en su repetitividad, la trayectoria intelectual personal de un gran psicólogo, con confianza en el avance científico, y a la vez preocupado por la incapacidad del hombre de hoy en día para regir sus conductas resolviendo los problemas de supervivencia a los que se enfrenta. 2. Esbozo biográfico Burrhus Frederic Skinner nació en Susquehanna, Pennsylvania, en 1904, en el seno de una familia de clase media. Al finalizar sus años escolares en el Hamilton College, poco estimulantes para su apetito intelectual, despierto desde la escuela primaria y secundaria, se siente atraído por una carrera literaria. Seis meses en Greenwich Village y un verano en Europa no bastan para aportarle la inspiración, y abandona la ambición literaria por la vía científica. Sus lecturas le han puesto en contacto con la psicología moderna, y especialmente con Watson, a través de un escrito de Bertrand Russell. Entra en Harvard en 1928, y obtiene allí su doctorado en Filosofía en 1931, con una tesis teórica sobre el concepto de reflejo —una primera reflexión sobre la causalidad de las conductas, que continuará a lo largo de toda su carrera—. Se queda en Harvard como beneficiario de una beca envidiable, trabajando en el laboratorio del fisiólogo Crozier (lo que le familiariza de primera mano con las ciencias biológicas. un detalle que no carece de importancia para descifrar los malentendidos sobre sus posiciones frente a la psicofsiología y el famoso debate sobre la «caja negra», sobre el que volveremos más adelante). Desde 1936 a 1945, es profesor en la Universidad de Minnesota. Allí trabaja sobre todo con animales, ratas y palomas, y pone en marcha la técnica de laboratorio que llamó jaula de condicionamiento operante pero que se difundió con el nombre de caja de Skinner. A partir de sus datos

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experimentales, elabora su primera obra teórica La conducta de los organismos (1938): Se casa con Yvonne Blue, que le da dos hijas, Julia y Deborah. Para esta última, con el fin de mejorar el bienestar del bebé y de facilitar las tareas maternales, pone en funcionamiento un original habitáculo, bautizado desafortunadamente por un periodista como baby box (caja para niños), del cual sus detractores supieron sacar partido, manteniendo la confusión con la caja en la que Skinner encerraba a sus ratas condicionadas. Su trabajo con animales de laboratorio no le desvía de su preocupación por el comportamiento humano: trabaja sobre las conductas verbales que propone como tema cuando su Alma Mater le invita a participar, en 1947, como conferenciante en las prestigiosas «Conferencias William James». En 1946, acepta la presidencia del Departamento de Psicología de la Universidad de Indiana, que abandona en 1948 por la invitación de Harvard para ocupar la Cátedra de Psicología «Edgar Pierce». Se quedará en Harvard hasta el final de su carrera, y dispondrá hasta su muerte en 1990, mucho tiempo después de jubilarse, de un despacho en el Departamento de Psicología. Su regreso a Harvard coincide con la publicación de una novela utópica. Walden dos (1948), escrita el año anterior, primera obra en la línea de la filosofía social, en una forma literaria inesperada por parte de un científico, rigurosamente sujeto a las reglas, muy diferentes, de las publicaciones científicas, pero menos sorprendente si recordamos su primera vocación de escritor. En Harvard prosigue sus trabajos de laboratorio, perfeccionando la tecnología, y explotando las potencialidades en diversas direcciones, rodeado de jóvenes doctorandos que propagarán el método y enriquecerán a su vez sus prolongaciones teóricas. El grueso volumen Programas de reforzamiento (Ferster y Skinner, 1957) es representativo de este aspecto de sus actividades. Registro acumulativo (1961) agrupa la mayor parte de los artículos experimentales, junto con otros que recogen orientaciones, evocadas a continuación. Pero Skinner los lleva paralelamente a otros que irán ocupando un lugar cada vez mayor: extensión de sus puntos de vista teóricos a la psicología humana (Ciencia y conducta humana, 1953), análisis de las conductas verbales, culminando en la publicación, en 1957 de Conducta verbal, versión definitiva del esbozo presentado diez años antes en las «Conferencias William James», que suscitó la celebre crítica del lingüista Noam Chomsky,

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de repente en primera fila de los detractores de Skinner; elaboración cada vez más precisa del conductismo radical en artículos reunidos en Contingencias de reforzamiento (1969) en Sobre el conductismo (1974) y en artículos que apuntan a las posiciones cognitivistas cada vez más dominantes en la psicología (Problemas recientes en el análisis de la conducta, 1989); crítica de las prácticas escolares y proyectos educativos (Tecnología de la enseñanza. 1968); propuestas en el campo del tratamiento de los trastornos psicológicos; preocupación creciente por los problemas sociales, el resonante ensayo Más allá de la libertad y la dignidad (1971), tomando el relevo de Walden dos, seguido de artículos retomados en Reflexiones sobre el conductismo y la sociedad (1978) y Más allá de las últimas reflexiones (1987). A lo que se añaden los tres volúmenes de una autobiografía (Skinner, 1976, 1979, 1983). La diversidad de temas y la abundancia de textos no permiten, dentro de los límites de este capítulo, dar cuenta de todas las facetas de la obra de Skinner, y menos aún de todos los debates a los que ha dado lugar y a los que ha aportado sus originales posiciones. Nos referiremos a estudios más detallados (Richelle, 1993). El hombre, con frecuencia presentado por sus detractores como una personalidad autoritaria e intolerante, era por el contrario afable, sensible, matizado y abierto. Aficionado a la música y a la literatura, no tenía nada en su vida cotidiana del especialista encerrado en su universo. Su convicción a la hora de exponer y defender sus ideas iba a la par de un buen sentido del humor dirigido hacia sí mismo. Sin duda, estuvo cada vez más preocupado, en los últimos años de su carrera, por la incapacidad de la especie humana para sacar partido de nuestro saber científico para apartar las amenazas que pesan sobre ella. Una inquietud que se transluce en la expresión del rostro de Skinner reproducido a continuación. 3. Lugar de skinner entre los neoconductistas Se esboza aquí el contexto científico en el que se ha desarrollado la carrera de Skinner, poniendo de relieve sobre esta tela de fondo la originalidad de sus aportaciones. Cuando comienza a publicar sus primeros trabajos, la psicología americana está en la segunda oleada del conductismo, lanzado un cuarto de

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siglo antes por Watson. En ella ya aparecen líderes que aportan su propio punto de vista sobre las tesis de base de la psicología del comportamiento: Hull elabora sus modelos formales, Guthrie busca en la contigüidad la base del aprendizaje asociativo, Mowrer construye su teoría de los dos factores, Tolman aborda la cuestión del comportamiento orientado hacia una meta, Lashley, psicofisiólogo, se lanza a la búsqueda de los correlatos corticales de los aprendizajes discriminativos. Estos cinco nombres no agotan, ni mucho menos, la lista de los neoconductistas. Todos invocan con la misma convicción su relación de parentesco con el conductismo. Comparten, con la mayoría de los psicólogos de su tiempo, la concepción, proclamada por Watson, de la psicología como ciencia del comportamiento, y ya no más como ciencia de los estados de conciencia o de los estados mentales. Todos tienen en común el extraer sus datos empíricos del animal de laboratorio, tomado como modelo reducido y metodológicamente más accesible que el hombre para estudiar las leyes del comportamiento, a la manera en que los fisiólogos habían emprendido desde hacía mucho tiempo la construcción de la fisiología general sobre algunos modelos animales bien elegidos. Aunque apuntando a construir una psicología general, todos se centran —y se limitan— de hecho, a un campo, el aprendizaje. No presentan entre ellos diferencias importantes; diferencias en la tendencia teórica —Hull se distingue por su formalismo—; en los procedimientos experimentales preferidos —Mowrer es adepto a la shuttle box; Lashley, al jumping stand, y Tolman, al laberinto—, el procedimiento adoptado no es nunca, evidentemente, independiente de las opciones teóricas, y desemboca en descubrimientos a su vez productores de nuevos desarrollos teóricos. El descubrimiento del aprendizaje latente por parte de Tolman le llevó a la elaboración de la noción de mapa cognitivo, y correlativamente de representación, que hacen de él un precursor reconocido del cognitivismo, al igual que Lashley por varias de sus intuiciones, como la noción de programa motor, anticipador de una acción organizada. Vemos que tras la aparente coherencia del paradigma conductista, las escuelas se diversifican y se distinguen. El joven Skinner añadirá la suya, no ocupándose activamente de dotarse de discípulos, sino acuñando su contribución con algunos rasgos distintivos. Nuestra atención se centrará en dos de estas aportaciones. La primera es de orden metodológico. Skinner pone en marcha un nuevo dispositivo experimental, la caja de condicionamiento operante, en la que un animal aprende a producir un acto motor simple, como el apretar una

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palanca, seguido de una consecuencia reforzante, un poco de alimento. por ejemplo. Este dispositivo no sale de la nada: deriva a la vez de la puzzle box de Thorndike y de una simplificación del laberinto (véase Skinner, 1956). Con respecto a los dispositivos valorados hasta ese momento por los investigadores conductistas, presenta características particulares de alcance a la vez técnico y teórico. En particular, vuelve a centrar la atención del psicólogo experimental sobre el comportamiento individual, analizado a través del tiempo, abandonando las medias de grupo impuestas por otras técnicas. Este reenfoque sobre el individuo no dejó de tener repercusiones sobre el posterior acercamiento de Skinner a los problemas de educación y tratamiento. Técnica y mecanismo estudiados, el condicionamiento operante, son estrechamente interdependientes. La fórmula «control del comportamiento por sus consecuencias» retoma por su cuenta la ley del efecto, a la que Skinner reconoce su afiliación: pero elabora, desde sus primeros trabajos una distinción teórica fundamental entre el mecanismo de condicionamiento pavloviano, «respondiente», desencadenado por el estímulo condicionado, y el del condicionamiento «operante», emitido espontáneamente por el sujeto. Esta distinción suministrará a Skinner la base. no solamente de sus análisis empíricos, sino también de sus extensiones teóricas, incorporando los aprendizajes individuales a un modelo evolucionista cercano al darwinismo generalizado, propuesto hoy en día en diversos campos de la ciencia, y especialmente en las neurociencias. Volveremos más tarde sobre este punto. Una segunda característica, en el plano epistemológico, distingue muy pronto la posición skinneriana en el seno del conductismo, como indica el calificativo frecuentemente empleado de conductismo radical. Se opone al conductismo metodológico, al cual, para Skinner, se adhiere la mayoría de sus contemporáneos que reclaman para sí el conductismo, aunque alejándose en esto de Watson. El objeto de su investigación sigue siendo la vida mental, pero se resignan, ante la imposibilidad de acceder a ella directamente, a no estudiar más que las manifestaciones visibles, los comportamientos. El conductismo metodológico sigue siendo así fundamentalmente dualista, a diferencia del conductismo radical, que, monista, rechaza toda distinción entre lo mental y lo comportamental. Skinner denuncia por otra parte el mentalismo, o tendencia a atribuir la causa de los comportamientos a estados o procesos mentales. En el contexto de la psicología de los años treinta y cuarenta, este modo de explicación

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esterilizaba sectores enteros de la psicología científica. Un ejemplo clásico hace referencia a la teoría de las necesidades, donde cada categoría de conducta encontraba su explicación en la necesidad correspondiente (como las conductas alimenticias se explicaban por la necesidad alimenticia, las conductas agresivas por la necesidad de agresión, las conductas imitativas por una necesidad de identificación, etc.). 4. Skinner frente al cognitivismo Estos dos temas —el antimentalismo y el rechazo a reducir el objeto de la psicología a estados y procesos mentales, no siendo los comportamientos más que la expresión observable, relativamente accesible—normalmente habrían tenido que ocupar un lugar cada vez menos importante en la obra de Skinner si, tal y como consideraba en la primera mitad de su carrera, se hubiera impuesto el conductismo radical. Sin embargo, la historia de la psicología se orientó en una dirección completamente diferente. La segunda mitad de la carrera de Skinner, desde los años sesenta a ochenta, contempló el ascenso del cognitivismo. Movimiento complejo, el cognitivismo hunde sus raíces en escuelas de psicología que coexistieron con el conductismo y, como hemos recordado anteriormente a propósito de Tolman y de Lashley, en ciertas escuelas neoconductistas. Recibió su impulso de corrientes de investigación ajenas a la psicología, como la teoría de la información, o más tarde la lingüística generativa de Chomsky. Si bien muchos psicólogos dedicados a la investigación en psicología cognitiva reconocen voluntariamente la continuidad entre sus propios trabajos y las etapas anteriores de la psicología científica, incluyendo la larga fase del conductismo, otros pretenden construir sobre las ruinas del conductismo, y se presentan como los restauradores de la psicología con derecho a estudiar el espíritu humano más que los comportamientos, compartiendo a menudo en el tono la virulencia de un Chomsky. Ante la influencia creciente del cognitivismo, Skinner prosiguió incansablemente su cruzada en defensa del conductismo radical, multiplicando las formulaciones y clarificaciones para conocimiento, ora de los especialistas, ora de los profanos, dejando en ciertos momentos aparecer su decepción ante la evolución de la psicología, haciendo sonar la alarma en relación con las consecuencias de lo que él consideraba una regresión en las prácticas educativas, psicológicas, sociales,

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políticas (véase, entre otros, Skinner, 1987, 1990). Una de las críticas más banalmente dirigidas a Skinner ha sido el extrapolar a la especie humana las conclusiones de algunos experimentos sobre animales de laboratorio. Esto es desconocer su preocupación, anteriormente señalada, por los comportamientos más específicamente humanos, y especialmente el lenguaje. Corresponderá a los historiadores de las ciencias humanas el valorar las consecuencias que tuvo para la influencia de Skinner por una parte, y para la orientación tomada por la psicología cognitiva por otra, la crítica que hizo Chomsky (1959) de Conducta verbal. Está fuera de discusión negar el papel estimulante que tuvo Chomsky sobre una psicología del lenguaje que no llegaba a salir de su estancamiento. Queda que la contribución de Skinner, que proponía un análisis funcional del comportamiento verbal, teniendo en cuenta el carácter interactivo de la actividad lingüística, destinada, no a suplantar, sino a completar el trabajo de los lingüistas —entrando por ahí los deseos de Saussure de ver desarrollarse una ciencia de la palabra complementaria a una ciencia de la lengua—, se vio desmantelada por el efecto de una crítica, cuyos argumentos apuntaban a temas ajenos a las posiciones skinnerianas o las deformaban de una manera que apuntaba a la deshonestidad intelectual (Richelle, 1977). Excepto raras excepciones la psicolingüística moderna, que conoció hace años un progreso espectacular, no reivindica la inspiración skinneriana. Sin embargo sus desarrollos, especialmente en la orientación pragmática, tras haberse liberado del dominio de la lingüística formal, realizan de hecho una parte del programa esbozado por Skinner. Si bien la filiación no está explícitamente reconocida, y Skinner sólo aparece como precursor. Skinner no practica, de ningún modo, una reducción de las conductas verbales a los actos motores elementales observados en los animales. Por el contrario, busca la especificidad, primero en su carácter social, luego en el uso autónomo que puede hacer de ellas el sujeto para construir sus propias actividades, para reaccionar a sus propios comportamientos para entregarse a la autodescripción, a fin de cuentas para elaborar su conciencia. Esta concepción del lenguaje, de sus orígenes en el desarrollo del individuo, de su papel en la construcción del sujeto y de su conciencia, está asombrosamente cerca de los puntos de vista de Vygotsky, totalmente desconocidos en la época en la que Skinner se dedicaba a formular una teoría psicológica del lenguaje. El insiste en la distinción entre comportamientos controlados por las contingencias, es decir, por las

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interacciones directas del organismo con su medio, y comportamiento gobernado por las reglas, es decir, por las formulaciones verbales, órdenes, consejos, instrucciones, informaciones, descripciones anticipadas de la acción. Dejando aparte la elección desafortunada del término «reglas» —que favorece las confusiones, por un lado, con el uso de la palabra en lingüística (y especialmente en lingüística formal), por otro, con las reglas coercitivas—, la distinción prefigura la importancia otorgada hoy en día a la bidireccionalidad de los controles tanto psicológicos como neuronales, que se aprecia en las nociones de causalidad de arriba abajo (top-down causation), articulada con la causalidad de abajo arriba (bottom-up causation). Para comprender la concepción skinneriana del comportamiento verbal y de su extraordinaria producción de nuevas formas tanto en el uso corriente como en la literatura —por la que Skinner no dejó de interesarse—, conviene volver sobre un tema central de su teoría, al que se ha hecho alusión anteriormente, el control del comportamiento por sus consecuencias. Esta noción, tal y como Skinner la ha elaborado abundantemente, distingue radicalmente su teoría de las concepciones estímulo-respuesta, a las que hoy en día se le asimila sin razón. El medio en el modelo del comportamiento operante no desempeña el papel de desencadenante del comportamiento; ejerce una acción selectiva después de haberse producido el comportamiento. El organismo no recibe pasivamente las incitaciones del medio, sino que suministra activamente el material comportamental, sobre el que llevará su acción selectiva. Una forma de causalidad análoga a la que preside la evolución biológica interviene, pues, en las adquisiciones individuales. Permite dar cuenta tanto de la estabilidad y persistencia de formas adaptadas en condiciones del medio invariantes, como de la novedad, de la creación de formas nuevas. Este tema de la selección por las consecuencias, ya en germen en sus primeros trabajos y explicitada en Ciencia y conducta humana (1953) ha ocupado un lugar creciente en los escritos teóricos de Skinner en los últimos veinticinco años. Esta insistencia se explica, sin duda, por diversos factores. Por una parte. frente a los numerosos malentendidos en torno a su pensamiento, Skinner ha sido particularmente sensible a la asimilación errónea de su planteamiento a las teorías E-R, y ha sentido la necesidad de clarificar de forma repetida su posición; por otra parte, el debate con la etología, iniciado en 1966, ha colocado el tema en el centro de las discusiones sobre el determinismo de los comportamientos y sobre la articulación de los mecanismos de la filogénesis

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y de la ontogénesis; finalmente, apasionado por los productos de la actividad humana, creaciones artísticas, literarias, científicas, Skinner se ha preocupado cada vez más por las condiciones favorables para la creatividad, y ha encontrado en el modelo de selección aplicado a los comportamientos individuales y a las prácticas sociales la clave de la emergencia de la novedad, a semejanza de lo que ocurre en la evolución biológica (véase Skinner, 1966, 1981, 1984b; Richelle, 1987, 1992). 5. Las prolongaciones prácticas Paralelamente a sus trabajos de laboratorio y teóricos, Skinner continuó dedicándose cada vez más activamente desde la redacción de su novela utópica, a campos de aplicación: la educación (Skinner, 1968, 1973. 1984a), el tratamiento de los trastornos psicológicos (Skinner. 1954. 1955), las prácticas sociales en general (Skinner, 1971, 1978, 1987). Abordó los dos primeros campos de forma muy concreta, como prolongación directa de su trabajo científico en la tradición de las aplicaciones psicológicas, que han atraído, junto a los especialistas de la psicología aplicada, a numerosos grandes psicólogos desde Thorndike a Piaget, desde James a Bruner. Tratará el tercero en otro registro, más general. a través de ensayos que se enmarcan en el género de la filosofía social. En los tres casos, sin embargo, los pasos a seguir son los mismos. En primer lugar, un análisis crítico de las prácticas habituales, denunciando su ineficacia, a despecho de los objetivos que se pretende alcanzar. Skinner atribuye la causa de ello a los presupuestos teóricos implícitos subyacentes a estas prácticas, surgidos generalmente del sentido común, y cargados del mentalismo que la mayoría de las teorías psicológicas han retomado por su cuenta. Seguidamente, propone situaciones concebidas, con una descripción en términos diferentes tomados del análisis experimental del comportamiento, y prácticas alternativas que derivan a su vez de éste.

5.1. La educación y la enseñanza El ámbito de la educación y de la enseñanza proporciona un campo de aplicación particularmente natural a una teoría psicológica articulada esencialmente en torno al aprendizaje. En una época en la que la rivalidad

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entre los EE.UU. y la Unión Soviética ponía de manifiesto la ineficacia de la enseñanza americana, a pesar de los recursos que se habían invertido en ella, Skinner se interesó, como muchos otros, por las razones de este estado de cosas. Los procedimientos de enseñanza le parecieron en contradicción flagrante con los principios mejor establecidos de la psicología del aprendizaje: exposición pasiva de los alumnos a las lecciones, en lugar de producción activa de comportamientos que pudieran ser seguidamente sancionados; ausencia de ajuste al nivel y ritmo individual; evaluación negativa basada en las faltas y errores, más que positiva y basada en los progresos alcanzados; lugar acordado a los controles punitivos; condiciones poco favorables para el florecimiento de los talentos personales y para la creatividad. Estas críticas coincidían, sin duda, con el análisis de otros autores, pero la explicación y los remedios propuestos por Skinner eran totalmente diferentes. Skinner no cuestionaba la importancia de dotar al alumno de los conocimientos y del saber hacer básico, cuyo dominio tenía precisamente que alcanzar para abordar actividades más complejas y más originales. No proponía eliminar la enseñanza de conocimientos indiscutiblemente indispensables sino alcanzar los objetivos mediante métodos más eficaces más económicos, más rápidos, y que liberan así tiempo y recursos para otras etapas de la formación escolar. Es con este fin con el que se dedicó a poner en marcha máquinas para enseñar, un proyecto que había tenido antes que él algunos precursores, como Pressey, cuyas tentativas se quedaron sin futuro, falto sin duda de una tecnología apropiada. Esta apenas estaba más avanzada en los años cincuenta, cuando Skinner tomó el relevo: los primeros ordenadores no eran más que buenas calculadoras. y la ambición de Skinner era muy diferente. Realizó con algunos colaboradores (entre ellos James Holland) algunos prototipos de cursos programados mediante máquinas, entre ellos uno sobre sus propias enseñanzas de introducción a la psicología del aprendizaje. La máquina, fabricada a partir de un tocadiscos, era un dispositivo electromecánico aún muy primitivo, y que exigía una tediosa preparación del material. Lo que queda es que sus principios eran claros: se dividía la materia a enseñar en pequeños fragmentos sucesivos (frames, un término que iba a encontrar más tarde un nuevo destino en psicología cognitiva) que el alumno demandaría a su ritmo, suministrando cada vez su respuesta antes de avanzar un paso, hasta haber recorrido el programa entero. La construcción de éste era un asunto empírico: si los alumnos tropezaban en ciertos marcos,

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había que cambiarlos; su lógica de aprendices prevalecía sobre la lógica del enseñante o la lógica de la materia. La producción de respuestas por parte del alumno garantizaba que había recorrido el programa entero y que había comprendido su contenido, haciendo inútil la prueba de un examen. La máquina de enseñar debía liberar a los maestros de la parte menos interesante y más frustrante de su tarea, para dejarles que se consagraran a interacciones más enriquecedoras con sus alumnos. Las máquinas de enseñar sedujeron a cierto número de pedagogos y dieron lugar a investigaciones y experimentos interesantes, en los que se opusieron, por ejemplo, los partidarios del aprendizaje sin errores y los partidarios del aprendizaje con errores. Sin embargo, toparon con bastante más oposición que adhesión: los críticos las rechazaron como instrumentos de deshumanización de la enseñanza, o como un medio para eliminar a los maestros. Se encontraron atrapadas en la mezcla de ataques contra Skinner, cada vez más virulentos a partir de los años sesenta como elementos del arsenal de dominación tiránica imaginado por el maestro del conductismo radical (Chomsky, 1972). La idea adoleció del carácter aún muy rudimentario de la tecnología utilizada. Los progresos del ordenador debían ofrecer de forma completamente natural medios más eficaces, pero los imperativos comerciales prevalecieron sobre las preocupaciones científicas, y las primeras aplicaciones apenas tuvieron en cuenta la prioridad que Skinner daba al análisis de los comportamientos. Hubo que esperar algunos años para que se desarrollara, con la enseñanza asistida por ordenador y las posibilidades extraordinarias de las nuevas generaciones de ordenadores, una tecnología de la enseñanza muy cercana, en sus objetivos y sus realizaciones, a las propuestas de Skinner. El nombre de éste raramente se cita como referencia. La historia no puede más que reconocerle su posición de precursor. Para apreciar correctamente la aportación de Skinner a la psicología de la educación, es importante no limitarlo a las máquinas de enseñar. Sus análisis de las situaciones escolares desembocaron en propuestas concretas de disposición de las condiciones de aprendizaje que llevan a los alumnos a la construcción activa y autónoma de su saber, y favorecen la diversificación de sus repertorios intelectuales propicia a la creatividad. Walden dos ya proponía modalidades educativas que apuntan a estos objetivos. Allí encontramos sobre todo la principal preocupación por preservar y cultivar la

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diversidad interindividual. La educación tradicional se mostraba incapaz de considerar y sacar partido de las diferencias entre alumnos, y ahí estaba, para Skinner, una de las fuentes principales de su ineficacia. Sus tentativas en tecnología de la enseñanza no traducían de ningún modo una voluntad de nivelación de los individuos, de la que fue acusado, sino que, por el contrario, se dirigían a facilitar la individualización de los aprendizajes, y en consecuencia la diferenciación en el seno de los grupos. Finalmente, los minuciosos procedimientos de construcción de comportamientos bien definidos fueron aprovechados en el campo del retraso mental y de las deficiencias motrices y sensoriales, campos de aplicación en los que volvían a encontrarse de forma completamente natural las aportaciones de Skinner a los problemas educativos y a los problemas de tratamiento, que vamos a abordar ahora. 5.2. Modificación del comportamiento y tratamiento de los trastornos psicológicos Skinner no poseía ninguna cualificación particular en psicopatología. Su interés por los trastornos psicológicos, así como su interés por las cuestiones de educación y de enseñanza, encuentran su origen en un examen de la situación a mediados de siglo, a partir de su propia perspectiva. Por una parte, la psiquiatría y la psicopatología se habían dotado de sistemas de clasificación nosológica muy refinados, y de modelos de explicación de la patogénesis no menos sofisticados, entre los cuales los modelos dinámicos del psicoanálisis ocupaban un lugar dominante. Sobre esta doble base, psiquiatras y psicólogos clínicos se jactaban de la seguridad de sus diagnósticos. Pero, por otra parte, se encontraban extrañamente desprovistos en materia de tratamiento. La cura psicoanalítica, independientemente de su problemática eficacia, no tenía más que indicaciones muy limitadas, tanto en el plano económico como nosológico. Entre las psicoterapias, menos diversificadas que hoy en día, los métodos no directivos introducidos por Rogers iban en cabeza. La farmacología del sistema nervioso aún no había tomado impulso. Skinner no pretendió, de ningún modo, poner en duda los cuadros nosológicos, ni tampoco ofrecer remedios milagrosos para las enfermedades llamadas mentales. Aplicándoles el enfoque conductista radical, propuso simplemente verlas como enfermedades comportamentales y atacar directamente a los comportamientos más que a las estructuras o aparatos

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mentales perturbados. A decir verdad, la idea no era nueva: desde Watson y el legendario caso del pequeño Alberto, las terapias comportamentales habían hecho camino, aunque sin llegar a ocupar un lugar importante en las prácticas psicológicas. Skinner añadía, por una parte, su argumentación teórica, muy influyente en la época; por otra, los recursos de los procedimientos derivados del laboratorio de condicionamiento operante, cuando las terapias anteriores no disponían esencialmente más que de los modelos pavlovianos. Igualmente, introducía, en un campo frecuentemente entregado a las evaluaciones intuitivas de los profesionales, una tradición de rigor experimental aplicable al caso particular, recordemos que el análisis experimental del comportamiento había abandonado los diseños experimentales con grupos de sujetos para consagrarse a una observación prolongada del sujeto individual sometido a diversas contingencias de reforzamiento; los llamados diseños cuasiexperimentales se iban a convertir en algo corriente en la práctica terapéutica. A diferencia de sus incursiones en el campo de la educación, el mismo Skinner no se comprometió con trabajos concretos sobre enfermos mentales. En cambio, promovió y siguió muy de cerca investigaciones piloto y programas de intervención, que figuran entre las empresas pioneras del nuevo impulso de los enfoques comportamentales, como las investigaciones de Lindsley (1956) o de Ayllon y Azrin (1968) sobre pacientes psicóticos. Bajo las etiquetas de modificación del comportamiento o terapias comportamentales, estas prácticas iban a conocer un desarrollo excepcional. no sólo en EE.UU., sino en América Latina y en el continente europeo (en algunos países, ya que otros, como Francia. permanecieron muy cerrados, por razones sin duda culturales generales y de tradición específica en los ambientes psicológicos y psiquiátricos). Su éxito variaría según las patologías, obteniéndose los mejores resultados con los trastornos obsesivos y compulsivos, mientras que las grandes psicosis daban lugar a resultados insignificantes. Los profesionales, participando de la corriente de diversificación y de eclecticismo que sustituyó a las oposiciones doctrinales entre escuelas de psicoterapia, evolucionaron con frecuencia hacia enfoques sincréticos, combinando la tradición conductista y las temáticas cognitivistas en boga, desembocando en concepciones cognitivo-comportamentales. Como los profesionales de todas las formas de terapias psicológicas, tuvieron que acomodarse al desarrollo de los tratamientos farmacológicos y de los progresos de los conocimientos sobre el funcionamiento cerebral, adoptando

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generalmente posiciones de complementariedad entre tratamientos biológicos e intervención comportamental. En otra dirección los enfoques comportamentales han contribuido ampliamente al desarrollo de lo que denominamos hoy en día la psicología de la salud. No es cuestión de tratar los trastornos psicológicos, sino de ayudar a los individuos víctimas de accidentes o de diversas enfermedades a dirigir sus comportamientos con vistas a favorecer la curación o si ésta es incompleta, a adaptarse a la nueva situación así creada. El mismo proceso se aplica a la prevención. Este campo de aplicación es uno de los más importantes de la psicología actual, y es asimismo lugar de un eclecticismo pragmático. Ciertamente, un inventario de los procedimientos utilizados en estos ámbitos no llevaría a reconocer cada vez en ellos la marca de Skinner. La mayoría de ellos proceden de investigadores y profesionales postskinnerianos que fueron autores de su propia obra original y evolucionaron hacía posiciones a veces muy alejadas de un conductismo radical. Skinner no ha dejado por ello de marcar un hito en la historia de las intervenciones psicológicas, dando un impulso decisivo a los enfoques comportamentales, obligando con ello a las escuelas tradicionalmente dominantes — principalmente de inspiración freudiana a redefinirse (pensemos, por ejemplo, en el nacimiento de las psicoterapias breves), y estimulando otras orientaciones a mantener u ocupar un lugar en el amplio «mercado» de las intervenciones psicológicas. 5.3. La filosofía social Una parte importante de los escritos de Skinner, ya lo hemos visto, se corresponde más con la filosofía social que con la psicología experimental. La mayoría de estos escritos van dirigidos al gran público más que a los especialistas de la psicología. Uno de ellos, y no el menos importante, está escrito además en forma de novela. Sin embargo, esta diferencia de género —en el sentido literario del término— entre los textos que refieren investigaciones empíricas o que elaboran sus puntos de vista teóricos y los ensayos sobre la organización de la sociedad y sobre los valores no correspondía de ninguna manera, para Skinner a una ruptura de pensamiento. Por el contrario, él veía una profunda coherencia, y un

Para profundizar en este tipo de contenidos consulte la obra: Tortosa, G.F.(1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw Hill.

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encadenamiento necesario, entre sus trabajos de laboratorio, sus concepciones científicas de la psicología y su análisis de la sociedad actual, de los problemas a los cuales se enfrenta y de las soluciones a aportar. Un paso tal, de la experimentación con animales de laboratorio a una reflexión crítica sobre el porvenir de la sociedad humana, es suficientemente excepcional como para que nos detengamos en ello un instante. Implica una confianza en el avance científico que hoy en día nos parece como fruto de un positivismo anacrónico, desde el momento en que la historia y la sociología de la ciencia han mostrado que los saberes científicos no son independientes de los contextos sociales en los que se constituyen. Es verdad que Skinner veía en la ciencia la vía más segura para resolver los problemas sociales, en los que se fracasaba por las vías tradicionales. Sobre todo, se cuestionaba la diferencia entre el lugar, enorme, otorgado a las ciencias físicas, químicas, biológicas en materia de tecnología y de medicina, y el lugar prácticamente nulo, dado a la psicología. La reflexión sobre el destino de la sociedad era, por otra parte, el reflejo de una preocupación sobre el porvenir del hombre. Skinner no es el primero entre los hombres de ciencia en verse aquejado por esta inquietud —en la esfera de la psicología, Freud le había precedido con El malestar de la cultura (1930). Contrariamente a las afirmaciones de sus detractores, que no se explican más que por su ignorancia de los textos o la malevolencia (véase Richelle, 1977, 1991), la filosofía social de Skinner no tiene nada de proyecto de régimen totalitario, anclado en una psicología científica dudosa. Como en el caso de la educación y de los trastornos psicológicos, Skinner parte de un análisis crítico del juego social, denuncia los controles implícitos que mantienen la ilusión de la libertad sin resolver los verdaderos problemas que ponen en peligro la supervivencia misma de las sociedades humanas: contaminación ambiental, agotamiento de los recursos, desigualdades sociales, control de la agresión, explosión demográfica, etc. Estas preocupaciones serían bastante banales si solamente se hubieran expresado en el transcurso de los últimos veinticinco años, en los que estos grandes problemas, al no ser resueltos, se abordan frecuentemente. Estaban ya en el corazón de Walden dos, desde 1947. Sin entrar en una descripción detallada de la comunidad utópica que edifica Skinner, basta con señalar algunos rasgos en los que podemos encontrar la lucidez de un precursor. El reparto del trabajo necesario para la producción y funcionamiento de la

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comunidad se hace en base a un sistema de créditos según la oferta y la demanda, pagándose con un horario flexible de una media de 24 horas semanales, ignorando el paro, aboliendo la discriminación social entre trabajo manual e intelectual y liberando la mayor parte del tiempo de vigilia para actividades de ocio, donde la investigación científica se coloca al lado de las artes y de los deportes. Todas estas actividades culturales son practicadas de forma activa, no simplemente pasiva, y el acento se pone en la cooperación más que en la competición. Evidentemente, se acogen los productos culturales del exterior, libros y discos, y también radio, ¡cuyas emisiones, no obstante, se limpian de publicidad! La educación es activa, la escuela no tiene puertas que la separen de la comunidad de vida y de trabajo, los jóvenes se insertan de forma natural en el conjunto de las actividades de los adultos al mismo tiempo que aprenden. No hay ni clases por edad, ni concursos, ni escuelas especializadas separadas las unas de las otras; cada uno se instruye a su ritmo, en la dirección que le conviene y a lo largo de su vida (la educación permanente ya estaba instalada). Mientras el Women Lib (Movimiento de Liberación de las Mujeres) intentaba sensibilizar a las mujeres americanas, la igualdad entre sexos ya se había logrado en Walden dos. Se había acabado con la subordinación de la mujer mediante las obligaciones domésticas, con la dominación masculina en las tareas de responsabilidad, con la dependencia económica-sentimental, con la cohabitación marital o familiar forzosa. Se observará de paso que, entre los motivos que llevaron a Skinner a escribir su novela, el problema de la posición de la mujer ocupó un lugar importante, problema que preocupaba a Skinner dentro de su propio hogar. Walden dos, con anticipación, es una comunidad ecológica, en la que se ha tomado conciencia de la limitación de recursos naturales y encontrado soluciones concretas a su despilfarro. Finalmente, Walden dos es una crítica a las formas de poder, y una primera reflexión sobre los mecanismos de contra-control. Ni la una ni la otra han perdido actualidad en lo que se acuerda en llamar la crisis de la democracia. Para Skinner, a pesar de su ideal, ésta está lejos de garantizar un gobierno del pueblo. Por una parte, la libertad de este último a la hora de elegir a sus gobernantes es ampliamente ilusoria, consciente de los esfuerzos por manipular a los electores. En una época en la que las presiones ocultas y la influencia de los medios de comunicación estaban lejos

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de ser aquello en lo que se han convertido hoy en día, Skinner habla de la elección del presidente de los Estados Unidos como de una «mascarada de democracia» (lo que no quiere decir que «la democracia es una mascarada», como le atribuye un crítico en una de las frecuentes distorsiones de sus textos). Por otra parte, los fracasos de los gobernantes son imputados con demasiada facilidad a los electores que, persuadidos de su libertad, no pueden más que reprocharse a sí mismos su elección. Es aquí donde Skinner enlaza su análisis de las relaciones de poder con sus tesis psicológicas: el sistema político permanece encerrado en un mentalismo que se obstina en atribuir las insuficiencias de la gestión pública a los errores de juicio de los ciudadanos, en lugar de centrarse en arreglar las condiciones de vida social que se encuentran de hecho en el origen de los problemas. Los gestores de la comunidad no están comprometidos en ninguna «carrera política»: prestan un servicio, en función de su competencia y durante un tiempo limitado, y son intercambiables con muchos de sus conciudadanos dispuestos a tomar su relevo. Estos temas serán desarrollados en forma de ensayo más abstracto en Más allá de la libertad y la dignidad, y posteriormente en varios artículos. Skinner repite aquí su inquietud sobre la conducta en los asuntos humanos, y algunos de sus textos tienen un tono de alarma (véase capítulos 1, 2 y 3, en Skinner, 1987). El fondo del problema es que nos aferramos a una concepción del hombre que la investigación científica nos muestra como errónea, y que supone un obstáculo para un acercamiento finalmente eficaz a los desafíos a los que nos enfrentamos. Hemos conservado una concepción del hombre como centro del Universo, libre y autónomo, que domina la Naturaleza, mientras que no es más que un elemento de esta Naturaleza, en tanto que especie fruto de la evolución biológica, en tanto que cultura resultado de su historia, en tanto que individuo producto de sus interacciones con el medio. Sin admitir esta dependencia y extraer sus consecuencias, la Humanidad podría ver coartado su futuro. Las nociones de libertad, de autonomía, de mérito no corresponden a valores absolutos, han sido forjadas por la historia cultural, y sirven demasiado a menudo de coartada a controles tanto más esclavizadores cuanto que se disfrazan bajo los mitos de la libertad. Hay que tener la lucidez de realizar el análisis si se desea poner en su lugar los mecanismos de contra-control que permitan subordinar los poderes a los únicos imperativos que verdaderamente cuentan, y que Skinner relaciona en última instancia con la supervivencia de la especie. Convencido

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de la validez general del modelo evolucionista y del papel fundamental de la «selección por las consecuencias»—, Skinner insiste en la preservación de la diversidad como una condición necesaria para esta supervivencia. 6. El impacto de la obra de skinner Es dificil evaluar la influencia de un hombre como Skinner sobre su propia disciplina científica, sobre las corrientes de ideas y sobre un público más amplio. Por una parte, sus aportaciones se sitúan, como hemos visto, en niveles diferentes, aunque para él estrechamente relacionados entre sí: puede que ciertos aspectos de sus contribuciones hayan dejado huellas importantes, otros no. Desde el punto de vista de su teoría global esto parecería más bien un fracaso, pero no si se le da menos importancia de la que él mismo daba a la coherencia de su concepción, desde la experimentación animal hasta la sociopolítica. Por otra parte, Skinner ha sido el blanco de ataques tan numerosos como virulentos, tanto por parte de científicos como de profanos. Desde Chomsky a Spiro Agnew, sus detractores se han basado, bien en sus posiciones en psicología, bien en las aplicaciones que se derivaban de sus trabajos, bien en sus puntos de vista sobre la sociedad, apelando a argumentos en los que la falta de honestidad intelectual y la calumnia no estaban ausentes. Esta convergencia en la hostilidad, de los espíritus más diversos e ideológicamente más opuestos, ha contribuido indudablemente a desacreditar a Skinner hasta en los medios científicos (es fácil mostrar, por ejemplo, que muchos psicolingüistas han adoptado el juicio de Chomsky en Conducta verbal, sin ni siquiera haber leído el libro por sí mismos). Pero esto es también un signo de la importancia y de la influencia de Skinner: nadie gasta tanta energía en atacar a alguien insignificante. En el plano personal, Skinner ha recibido todos los honores que un científico americano pueda ambicionar, y el éxito que un autor pueda esperar: fue objeto de las mayores distinciones, si dejamos aparte el Nobel; fue reconocido en vida como uno de los psicólogos más importantes del siglo, equiparándolo a un Freud o a un Piaget: sus obras científicas tuvieron una audiencia muy amplia y fueron traducidas a numerosos idiomas; su novela, tras un modesto arranque y algunos años de estancamiento, pasó a ser un best-seller y sobrepasó el millón de ejemplares como libro de bolsillo.

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En tomo a él se creó, sin que él se empleara sistemáticamente y sin que impusiera nunca su doctrina, una corriente de investigadores y profesionales convencidos del valor de sus ideas: así se fundaron, en los años cincuenta, revistas especializadas (como el Journal of the Experimental Analysis of Behavior y el Journal of the Applied Analysis of Behavior) y asociaciones científicas (incluyendo una sección de la American Psychological Association, prueba del reconocimiento de la importancia de la escuela skinneriana en la escena psicológica). El movimiento se propagó fuera de los EE.UU. con diversa suerte, y Skinner fue objeto, hasta vísperas de su muerte, de una admiración entusiasta por parte de muchos de sus adeptos, que lo solicitaron en múltiples reuniones en las que tuvo, orador de palabra tranquila y comedida, el papel de estrella. Sin embargo Skinner no disimulaba su decepción y su amargura ante el poco eco encontrado por su mensaje en el transcurso de los últimos años. En el interior de la psicología, se inquietaba, considerándolos como una regresión, de los progresos del cognitivismo y de sus repercusiones en los campos de aplicación, titulando de forma significativa un artículo «Qué le sucedió a la psicología como la ciencia de la conducta» (1987), al igual que se inquietaba por la inercia de los hombres ante la urgencia de los problemas a los que se enfrentan, dando por título a otro artículo «Por qué no estamos actuando para salvar el mundo» (1982). Entre estos signos de evidente éxito personal, estos indicios de hostilidad por parte de la comunidad científica y de los críticos, estas expresiones de decepción, ¿qué balance puede hacerse sobre la influencia de Skinner objetivamente unos pocos años después de su muerte? Su contribución a las técnicas de laboratorio permanece como un logro indiscutible que forma parte, hoy en día, de las herramientas de investigación en numerosos ámbitos de la psicología experimental, de la psicofísica animal a la farmacología, del estudio de la cognición animal a la exploración de las capacidades precoces del recién nacido. En el ámbito en el que se inscribían sus trabajos experimentales originales, la psicología del aprendizaje, sus aportaciones forman parte hoy en día del corpus de datos clásicos, como los de Pavlov, incluso aunque. en el plano de las teorías, hayan surgido nuevos modelos en la estela del cognitivismo que ponen en tela de juicio algunas de las concepciones skinnerianas (especialmente en cuanto a la prioridad dada a la relación respuesta-reforzamiento). No podemos esperar que una teoría científica se

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presente como definitiva; en cambio, podemos preguntarnos por el fundamento de ciertas oposiciones, por parte de las teorías cognitivistas del aprendizaje, en las que podemos ver complementos más que sustitutos a las concepciones elaboradas por el conductismo radical. La evolución de los cognitivismos parece confirmar esta visión más matizada de las cosas,' presentándose los enfoques conexionistas, en ciertos aspectos, como una vuelta a las concepciones conductistas del aprendizaje. En el campo de las aplicaciones, aunque es cierto que un montón de enfoques diferentes continúan haciéndose la competencia en los ámbitos de la educación, de la psicoterapia, de la gestión de recursos humanos, etc., las contribuciones skinnerianas, explícitamente reconocidas o no, tal y como lo hemos señalado anteriormente, están muy ampliamente representadas en la práctica. En lo que respecta a la teoría psicológica general, incluyendo los fundamentos epistemológicos de una ciencia psicológica hoy en día está claro que Skinner no se ha impuesto verdaderamente ¿Quiere decir esto que sus puntos de vista se han revelado rápidamente como insostenibles y han sido rápidamente suplantados por concepciones más adecuadas? Esto es lo que hacen pensar los representantes más afirmados de las escuelas de pensamiento cognitivistas cuando pretenden construir sus teorías sobre las ruinas del conductismo, y especialmente del conductismo radical. Otra hipótesis propondría ver, en el dejar a un lado a Skinner un movimiento excesivo, y que las oscilaciones de la historia mostrarán como pasajero. La cuestión no se resolverá más que con el alejamiento en el tiempo. Evidentemente, no se trata de imaginar que la teoría skinneriana sea de alguna manera rehabilitada —lo que no tendría sentido cuando las ciencias del comportamiento han progresado en tantas direcciones diferentes— sino de pensar que las contradicciones que marcan hoy en día el debate entre conductismo y cognitivismo dejen lugar a un punto de vista más integrado entre estas dos grandes etapas de la psicología del siglo. En resumen, que a una descripción en términos de revoluciones la sustituya una descripción en términos de evolución, más acorde al proceso del desarrollo del saber científico, a pesar de la dramatización introducida por Kühn, y que ha ejercido sobre los psicólogos una verdadera seducción. Finalmente, la filosofía social de Skinner no ha tenido consecuencias concretas. Algunas tentativas bastante ingenuas de realizar el modelo de Walden dos en comunidades no han tenido resultados muy convincentes.

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Pero el alcance de una utopía no está en la verosimilitud en la edificación de una ciudad modelo según sus prescripciones. Está en la reflexión más general que suscita y, eventualmente. en los cambios que entraña en la forma de resolver problemas que, por otra parte, nadie niega. En este plano no podemos afirmar más que las ideas de Skinner inspiran ampliamente a los actores de la gestión pública. Los detractores de Skinner se felicitarán por ello, sus admiradores le echarán de menos. Sólo el curso de la historia indicará si los primeros fueron más lúcidos que los segundos.

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