A.m Roja

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Roja Andi Marquette

"Red" de Andi Marquette presenta la vida reimaginada de Caperucita Roja. Piensa en brujas, hombres lobo y lesbianas. Sí, es bueno así.

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Roja

La carne y el pelaje tardaron en arder, y Rebeca conocía el olor demasiado bien. Desde su posición privilegiada en la iglesia, podía ver la pira en la plaza del pueblo y escuchar el estallido y el silbido de la madera y el lobo. Bajó los escalones de dos en dos y se abrió paso entre la multitud hasta que el calor y el hedor de la muerte le picaron en la cara. −¿Cuántos?−Le preguntó a un niño que estaba a su derecha, temía su respuesta. −Dos, señorita. Miró fijamente las formas en las llamas, pero los restos ennegrecidos no le dijeron nada de su pasado. No olía a ningún encanto en el aire, y sabía que eran simples lobos, atacados porque podrían ser algo más, algo mucho más fuerte, algo atado a la tierra, la sangre y la magia. Una vez los había cazado, también, vagaba por los bosques con su capa escarlata, flechas con puntas de plata, tratando de evitar que las bestias esparcieran la mordida y devastar el paisaje con miedo. Era una excelente tiradora, y había traído a varias de las bestias sin matar a un solo lobo verdadero. Pero, pensó, a medida que el humo negro y grasiento se levantaba de la pira, había dejado que las viejas historias la cegaran, como lo hicieron tantos. Se dio cuenta cuando conoció a Isadora. −Saldrán de nuevo,−dijo el niño.−Otra partida de caza. Rebeca lo miró. −¿Irás con ellos?−Preguntó. Hizo un gesto hacia su capa, reconociéndola y llevándola por la cazadora que solía ser. −Hoy no. Amiga enferma. −¿Mañana? −Quizás,−mintió. −¿Perdió el gusto?−Dijo Robert, un hombre que había aparecido a su lado. Un hombre corpulento cuyo cabello castaño y apagado le caía

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sobre los hombros y cuyas mejillas siempre parecían haber estado en el viento demasiado tiempo. Él la miró con la nariz larga y sonrió. −Quizás solo estoy ocupada. −Sí. Con una amiga enferma.−Le dio a "amiga" un énfasis sarcástico y luego miró la hoguera.−Disparé una de esas yo mismo. Una flecha.−Él la miró, como si esperara que ella lo desafiara. Lo hizo.−Espero que tus amigos estuvieran ahí para sacar a la pobre bestia de su miseria después de haber fallaste todos los órganos vitales con tu único disparo. El niño se aclaró la garganta, como si estuviera tratando de disimular una carcajada, y el hombre lo fulminó con la mirada y luego otra vez a ella. −Quédese fuera de los bosques, señorita. Haz lo que deberían hacer las mujeres y encuentra un hombre. −¿Y te estás poniendo disponible, Robert? alejó.

Frunció el ceño y escupió en las piedras.−Cuídate.−Se volvió y se

Lo miró fijamente, preguntándose si su última declaración fue una advertencia o una amenaza. El niño corrió tras otro grupo de niños, y Rebeca reunió su capa alrededor de ella y se deslizó fuera de la multitud. El olor la siguió, y probó la bilis en su garganta mientras corría por una serie de callejones hasta llegar a una puerta en particular. Dudó en llamar, temiendo que esta vez, no hubiera respuesta desde adentro. Se paró lo suficiente afuera de la puerta que una mujer al otro lado del camino se demoró en su propia puerta, observando. Entonces Rebeca llamó, temiendo lo que pudiera escuchar. O peor, lo que ella no haría. La puerta se abrió y apareció un ojo azul como una piedra preciosa. Rebeca exhaló aliviada. Un saludo susurrado sonó dentro y la puerta se abrió lo suficiente como para dejarla entrar. −Isadora,−Rebeca dijo que mientras arrastraba a la mujer hacia ella. Pateó la puerta con el pie.−Están quemando a dos lobos más en la plaza. −Lástima.−Isadora se aferró a ella. −No puedes quedarte aquí.

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−Shh.−Acarició la mejilla de Rebeca con la punta de los dedos. −Lo digo en serio. Es muy peligroso. −Y demasiado peligroso para estar en los bosques mientras cazan.−Isadora sonrió, pero su expresión estaba atormentada y dolorida.− Estoy demasiado débil, el amor. No duraría una noche. Rebeca la soltó a regañadientes y miró alrededor de la habitación estrecha y oscura. Olía a fatiga y debilidad, un olor fuerte y empalagoso. Debajo, percibió un olor acre de metal chamuscado, no el habitual de Isadora. Encantamiento oscuro. Una botella estaba en la mesa cercana. La recogió y lo sostuvo cerca de un débil rayo de luz que se coló más allá del obturador.−¿Cuánto has comido?−Volvió a mirarla, la preocupación recorrió su pecho. Isadora miró hacia otro lado. −Dime. −Suficiente. Levantó la botella de nuevo. Más de la mitad se fue.−Es demasiado.−La dejó.−Te matará.−Trató de mantener el miedo fuera de su voz, pero por la expresión de Isadora había fallado. −¿Ya no funciona con la dosis más pequeña? −No.−Isadora se abrazó a sí misma, y Rebeca vio, a la tenue luz, cuán frágil era, cómo el elixir había hecho lo que la anciana había dicho, pero cómo realmente había cobrado un precio. −Debes dejar de tomarlo.−Regresó al lado de Isadora y la tomó en sus brazos. Qué delgada parecía. −Si lo hago, moriré de todos modos. Tú lo sabes. −Entonces nos iremos. Iremos a un lugar seguro, donde no tendrás que esconderte de la luna. O tomar venenos para evitarlo. Isadora se echó a reír, pero le faltaba humor.−Las cacerías no se limitan solo a este pueblo. O a estos bosques. ¿A dónde, querida, iremos? −Hay un lugar−se detuvo ante la expresión de Isadora. −No. −Estarías a salvo. Las dos lo haríamos. Morgayne se aseguraría de eso. −Siempre hay un precio por la magia. Página 4 de 18 Al−Anka2020

−Estás pagando un precio ahora.−Rebeca se agarró a los brazos y la miró a los ojos, feroz.−Cada luna, tienes que tomar grandes cantidades de eso…ese veneno.−Sacudió la cabeza hacia la mesa.−No quiero perderte por eso. Isadora bajó la cabeza. irán.

−Por favor. Es la única parte del bosque donde los cazadores no

Suspiró con resignación.−Por supuesto que no lo harán. Ella es una bruja. Rebeca le acarició la cara.−También es mi abuela. Y ella me debe. Isadora entró nuevamente en el abrazo de Rebeca, y Rebeca supo que había ganado esta discusión.−Podemos irnos antes del amanecer. ¿Puedes estar lista? −Sí.−Presionó sus labios contra los de Rebeca, un calor fugaz y provocador.−Será mejor que te vayas. No todos se preocupan por sus asuntos. Rebeca besó su frente.−Mantén la puerta cerrada.−Se escabulló y vio que la mujer vecina todavía miraba. −¿Se enfermó? −Un toque de fiebre,−dijo Rebeca. La mujer gruñó, la sospecha debajo del sonido. −Buenas noches para ti.−Rebeca asintió una vez y salió del callejón, del frío y la oscuridad que se acumulaban entre los edificios a esta hora del día. −¿Aún así? Se erizó ante la voz de Robert. −Entonces, ¿por qué no has estado cazando en al menos un año?−Preguntó, poniéndose al día con ella. −Ocupada. −Hay rumores sobre ti. −Siempre hay.−Aceleró y lo dejó atrás. −Y sobre tu amiga enferma. Disminuyó la velocidad.

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−Mejor espero que no sean verdad,−dijo, con un tono de regodeo en su voz. Apretó los dientes y pasó la plaza, donde las llamas se habían derrumbado en brasas alrededor de dos esqueletos ennegrecidos. Rebeca desvió la mirada y aceleró el paso.

n Un día de viaje se sintió más como una semana, y Rebeca vio el dolor de cada hora en los ojos de Isadora, en la mueca que parecía congelada en su boca. Había ahorrado más que suficiente en las cacerías para el caballo que montaba Isadora, uno del cual el jefe de cuadrilla se había reído porque no valía la mitad de lo que Rebeca le ofreció. No sabía mucho acerca de los caballos más allá del cuidado básico, pero había pasado algún tiempo por los establos, y vio en este una paciencia y resistencia, y tal vez incluso un poco de gratitud. −¿Deberíamos detenernos?−Preguntó Rebeca después de otro largo silencio entre ellas, roto por los sólidos y lentos latidos del caballo en la tierra compacta del camino y el parloteo de pájaros en los árboles circundantes. −No. −Deberías comer. Tomar un poco de agua. Isadora esbozó una sonrisa tensa.−Prefiero seguir adelante. No hace mucho que anochecerá. Rebeca detuvo el caballo.−Déjame al menos darte algo de comer mientras montas, entonces. Isadora no respondió, por lo que Rebeca se quitó la mochila, consciente de la ballesta que había sujetado en su frente, y rebuscó en ella. Le entregó un trozo de pan oscuro a Isadora junto con un trozo de queso seco. Luego pasó un odre de agua. −Pon eso alrededor de tu hombro, para que no se caiga. Necesitas beber más, para eliminar el veneno. Isadora se echó a reír, pero sonó forzado.−El veneno es todo lo que me impide lastimarte. −No lo creo. Ya no más.−Rebeca tomó las riendas y tiró suavemente del caballo hacia adelante. −Desearía sentir lo mismo. Al−Anka2020

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Rebeca no respondió, en cambio chasqueó la lengua suavemente. El caballo resopló en respuesta, y ella automáticamente se acercó y tocó la mandíbula del caballo, ofreciéndoles consuelo a los dos. Para cuando la tarde se anunció en los rayos angulados a través del dosel del bosque, las millas ya no parecían pasar debajo de las botas de Rebeca, sino que le pesaban. Revisó a Isadora nuevamente, casi obsesiva en este punto, y estudió sus rasgos para cualquier cambio. Isadora dormitaba, afortunadamente, aún erguida sobre el lomo del caballo, pero se desplomó un poco hacia adelante, su capa oscura la envolvió. Rebeca examinó el bosque circundante y olisqueó. Musgo y hojas húmedas y en descomposición. Cebollas salvajes. Y los aromas espesos y picantes de las plantas que su abuela podría usar en sus medicinas. Olisqueó de nuevo. Allí. Apenas discernible. Como a qué huele una campanilla de viento, ligero y crujiente, metal limpio. Magia. La brisa cambió y el olor con ella, más fuerte. Estaban cerca. Le dio unas palmaditas en el cuello al caballo y la instó con un alentador chasquido de la lengua. No debería haberse preocupado. El caballo no había vacilado en este viaje. Y finalmente, los sonidos de los pájaros y la brisa se detuvieron. Disminuyó la velocidad y, a su derecha, el crecimiento espeso se separó lo suficiente como para revelar un camino estrecho, lo suficientemente ancho como para acomodarla a ella y al caballo, si caminaba al frente. Volvió a mirar a Isadora, que todavía dormía, y condujo al caballo por el camino más ancho. Aquí, las sombras profundas se agruparon debajo de enormes árboles antiguos, las ramas retorcidas con la edad, decoradas con gruesas capas de musgo. Rebeca sabía que no estaban solos. El cosquilleo de cien ojos levantó el cabello en la nuca. Levantó la vista hacia el entramado de ramas. Los cuervos las observaban desde sus perchas, silenciosos e inmóviles. Y luego uno saltó de su rama y emprendió el vuelo, deslizándose con gracia a través de la maraña de árboles hasta que su forma oscura fue tragada por sombras más oscuras. Un centinela. Rebeca agarró las riendas un poco más fuertes, captando un toque de magia en la brisa que le seguía. Reconoció la firma, débil como era, y se relajó. No del todo oscuro, no del todo claro. Su abuela siempre había caminado la frontera entre mundos. Revisó a Isadora, todavía dormida, moviéndose con el ritmo Al−Anka2020

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lento y constante del caballo, los cascos haciendo ruidos sordos en el camino, en capas como estaba con las hojas caídas. Eso estuvo bien, pensó Rebeca. Fácil tanto para el caballo como para el jinete. Siguió adelante, pensando en la última vez que había venido por aquí. No hace tanto tiempo. Un año, tal vez. Todavía había estado cazando, entonces. Y bueno, porque incluso las brujas podrían ser emboscadas, como había descubierto cuando salió al claro que albergó la casa de su abuela ese día hace un año. −¿Roja?−Vino la voz de Isadora, suave y oxidada por el sueño. Ella sonrió ante el diminutivo cariñoso.−Aquí, amor. −¿Dónde estamos? −Cerca de allí. Toma un poco de agua.−Miró por encima del hombro, contenta de ver que las líneas de dolor alrededor de la boca de Isadora se habían relajado. −Quiero caminar. Rebeca se detuvo y el caballo también, como si se hubiera sintonizado con su guía humano.−¿Estás segura? No está tan lejos. −Me gustaría moverme un poco. Y estoy segura de que el caballo podría descansar.−Sonrió y Rebeca vio más de la vieja Isadora en ella, más su familiar calidez y humor. Enrolló las riendas alrededor de su brazo izquierdo y se paró en el lado izquierdo del caballo para poder ofrecer apoyo a Isadora mientras se deslizaba hacia el suelo. −Oh mí Dios. He estado sentada demasiado tiempo,−dijo con una mueca. Rebeca hizo un gesto al odre de agua que Isadora había colgado sobre su hombro.−Bebe. Ella cumplió con otra sonrisa, luego soltó el cordón de la piel y se lo entregó a Rebeca.−Tu también. Rebeca lo hizo y esperó mientras Isadora hurgaba en una alforja y sacaba un tazón pequeño de madera. Se la entregó también a ella, y Rebeca la llenó de agua y la sostuvo para el caballo, que bebió hasta que se fue. Palmeó el cuello del caballo mientras Isadora devolvía el tazón a su paquete, luego esperó a que Isadora se uniera a ella. Las dos podrían encajar lado a lado en el camino. Isadora tomó la mano de Rebeca mientras caminaban, algo que rara vez hacía al aire libre. Rebeca la miró y se preguntó si su color realmente era mejor o si las sombras enmascaraban su palidez. Olfateó Página 8 de 18 Al−Anka2020

y solo pudo detectar el más mínimo rastro de magia oscura que emanaba de ella. En cambio, Isadora olía más a sí misma, más como un arroyo de montaña y clavos. −¿Cuándo fue la última vez que tomaste la poción?−Preguntó Rebeca. −Ayer a mediodía. −¿Cómo te sientes? −Mejor, pero aún débil. Cansada. −¿Estoy caminando demasiado rápido? −No.−Apretó la mano de Rebeca. Caminaron en silencio hasta que el camino terminó en un claro ocupado por una sola casa construida con troncos del bosque circundante. Las flores crecían en los cajones de las ventanas y la puerta de entrada parecía haber sido barnizada recientemente. Rebeca olisqueó y percibió el olor de la magia y las rosas silvestres. Su abuela estaba en casa y probablemente sabía que vendría. Isadora se hundió contra ella, y Rebeca la sostuvo con un brazo mientras agarraba las riendas del caballo con la otra mano. El caballo resopló de una manera que parecía aliviado, como si supiera que habían llegado al final de su larga caminata. Rebeca miró a los árboles circundantes. El solitario cuervo centinela le devolvió la mirada. Respiró hondo y comenzó a cruzar el claro, moviéndose lentamente porque estaba apoyando a Isadora. Casi habían llegado a la puerta cuando se abrió y apareció una mujer que podría haber sido la hermana de Rebeca. Llevaba pantalones gruesos, una camisa suelta y áspera y botas desgastadas. Ropa como la de Rebeca. Rebeca se detuvo y esperó. −¿A qué debo el placer? −Abuela. Te ves bien.−Siempre lo hacía. La magia aseguraba una atemporalidad. Su abuela nunca envejecería. −Dudo que hayas venido a discutir mi apariencia. −Tienes razón. Esta es Isadora.−Rebeca hizo un gesto con la cabeza, ya que sus dos manos estaban ocupadas. Morgayne se acercó y tomó la barbilla de Isadora suavemente en su mano y examinó su rostro. Isadora apenas protestó.

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Dio un paso atrás y miró a Rebeca, desaprobatoria.−¿Cuándo fue la última vez que cambió? −Hace tres lunas. −¿Por qué ha tardado tanto? −Las cacerías han aumentado. No es seguro para ella cerca del pueblo. Morgayne frunció los labios.−Ese ridículo magistrado bastardo otra vez, dejando que su gruesa cabeza se llene de mentiras.−No lo expresó como una pregunta.−Llévala adentro. Y luego tendré que ver qué ha estado tomando. −Gracias.−Rebeca soltó las riendas del caballo y apoyó a Isadora con ambos brazos. −No me lo agradezcas todavía.−Morgayne arqueó una ceja imperiosamente pero una sonrisa se torció en la esquina de su boca. Tomó las riendas y le indicó a Isadora.−Ponla en la habitación detrás de la cocina. Entonces ven y descarga tu corcel. Rebeca ayudó a Isadora a entrar, donde hacía calor y olía a pan fresco y algún tipo de estofado. Se le hizo la boca agua. No había comido en todo el día. −Descansa aquí,−dijo mientras acomodaba a Isadora en la cama en la habitación detrás de la estufa. −Roja… −Shh.−Se quitó la mochila y ayudó a Isadora a ponerse una camisa de dormir antes de acomodarla debajo de las mantas.−Descanso. Ahora vuelvo.−Salió a buscar las alforjas. −Ten algo de comer,−dijo Morgayne, y ella tomó el caballo detrás de la casa y de repente la casa era mucho más grande, con otro piso y un establo detrás. Esperó a que la brujería se calmara y luego entró.

n Rebeca observó a Morgayne examinar el contenido de la botella de la que Isadora había estado bebiendo. Vertió una gota en un tazón pequeño de metal y separó sus elementos con el movimiento de sus dedos.−El trabajo de Griselda.−Miró a Rebeca para confirmar y Rebeca

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asintió.−Venenoso, con el tiempo,−agregó Morgayne.−Típico de la magia oscura. Rebeca no respondió. −¿Cuánto tiempo hace que fue mordida? −Tres años. La conozco desde hace un año. Ha podido cambiar hasta los últimos meses, cuando el magistrado amplió las cacerías. −¿Puede cambiar sin la luna? Rebeca la miró fijamente.−¿Qué quieres decir? −Se puede controlar un cambio y sin el uso de pociones.−Agitó la mano para detener otra pregunta.−Tú y yo hablaremos más tarde. ¿Hubo otro pícaro en la vecindad que provocó la caza? −Uno que yo sepa. Lo derribé, pero no detuvo el pánico. Morgayne tapó la botella con un corcho y la dejó a un lado.−Nunca lo hace.−Miró la botella por un momento.−Un pícaro arruina todo el lote.−Miró a Rebeca.−Estoy agradecida de que estuvieras aquí ese día. Rebeca recordó la puerta principal abierta de Morgayne, colgando locamente de una bisagra el año anterior, y el olor a sangre. Tenía una flecha cargada y lista mientras cruzaba el claro hacia la casa. La bestia la escuchó y se lanzó afuera, chasqueando y gruñendo, con el hocico manchado de rojo. Le había disparado sin reparo, y cuando la flecha de punta plateada se enterró en el pecho de la bestia, gritó y se derrumbó, el humo saliendo de la herida. Negro y acre, como las piras en la plaza del pueblo. No había conocido al hombre que había sido la bestia. No lo reconoció, yaciendo desnudo y ensangrentado frente a la casa de su abuela. Él era la última bestia que ella había matado. −Ella necesita cambiar. Rebeca la miró. −Ayudará con la curación y expulsará la mezcla de Griselda. −No estoy segura de que pueda. Morgayne frunció el ceño. −Está demasiado débil. Podría matarla si no tiene la fuerza para completarlo.−Un miedo frío se apoderó de su corazón.

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−Le haré algo. Obsérvala. Si ella comienza, necesitaremos llevarla afuera. −Te traje más hierbas. En las alforjas. Y las otras cosas que te gustan. −Una nieta tan obediente,−dijo Morgayne, no cruelmente.−Tal vez visitarás más a menudo. Rebeca no dijo nada y se retiró a la habitación detrás de la cocina, donde se sentó en una silla al lado de la cama, esperando. Morgayne le trajo una taza algún tiempo después, y Rebeca persuadió a Isadora para que la bebiera. Le devolvió la taza a Morgayne y permaneció en la silla. No recordaba haberse quedado dormida, pero algo la despertó y miró desorientada a la habitación oscura. Escuchó a Isadora murmurar algo mientras dormía, y más allá de eso, un golpeteo desde la otra habitación. Se quedó quieta, escuchando, y escuchó a Morgayne abrir el obturador por un susurro de alas. Olió un estallido de magia. Desde la cama, Isadora se movió. −Roja,−susurró. Rebeca dejó su asiento y se inclinó sobre ella. Isadora la agarró por los brazos. −Sal,−dijo ella.−No quiero lastimarte. −No lo harás.−Rebeca deslizó su brazo alrededor de los hombros de Isadora y la sentó. Se las había arreglado para dejar a Isadora junto a la cama cuando Morgayne apareció en la puerta, con un cuervo posado en su antebrazo, la luz de la otra habitación derramándose a su alrededor. −Alguien se acerca. −¿Quién? −Tres hombres a caballo. Armados. Con perros. −¿Cazadores? −Lo más probable.−Miró a Isadora y frunció el ceño.−Tenemos que llevarla afuera. Ahora. −¿Qué tan cerca están los cazadores?−Rebeca usó su mano libre para agarrar una manta de la cama.

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−A una milla. Mientras el cuervo vuela. Eso nos da un poco más de tiempo. Usarán el camino. ¿Cuánto tiempo le toma cambiar? −Unos minutos, cuando está sana. −Roja, por favor,−dijo Isadora con los dientes apretados. —Atrás.−Morgayne se hizo a un lado cuando Rebeca la pasó, apoyando a Isadora con un brazo y sosteniendo la manta con el otro. Morgayne las siguió a través de la casa y abrió la puerta trasera, gruñendo un poco por su peso. Rebeca arrastró a Isadora afuera, hacia la noche, más allá del establo y hacia el bosque. El aliento de Isadora se convirtió en jadeos cortos y agudos que dejaron bocanadas en el aire frío y Rebeca sintió que los músculos del brazo de Isadora se contraían. La bajó al suelo y extendió la manta sobre un terreno razonablemente despejado y tiró de Isadora sobre ella. Sus costados se agitaban con dolorosas exhalaciones y, a la luz creciente de la salida de la luna, Rebeca vio que sus músculos se ondulaban y estiraban, oyó el crujido amortiguado de los huesos de Isadora. Arrancó el camisón del cuerpo de Isadora, dejándola desnuda y expuesta a la luna. −N…no puedo.−Dijo Isadora, voz baja y gutural. −Tu puedes −Sal. −No.−Rebeca colocó su mano sobre la espalda de Isadora, deseando que encontrara la fuerza para completar el cambio. Ella miró mientras sus dedos brillaban rojos, como si ardieran desde adentro, y el olor a piedra mojada y tierra los rodeaba. Y luego había un pelaje, grueso y cálido debajo de su mano, pero solo por un momento cuando la bestia que había sido Isadora se levantó sobre sus cuatro patas, como un lobo, pero más grande que cualquier lobo, la luz de la luna se reflejaba en el ébano de su pelaje. Isadora se volvió hacia Rebeca, con los labios alzados en un gruñido, un gruñido bajo en el pecho. Rebeca permaneció de rodillas y mantuvo los ojos en la manta, esperando que las dos partes de Isadora se fusionaran a raíz de la transición. Isadora volvió a gruñir, luego se detuvo y se acercó, olisqueando. Rebeca exhaló aliviada cuando Isadora le acarició la cara y le lamió la mejilla.

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−Ve, mi amor,−dijo Rebeca.−Caza. Isadora se quejó suavemente. −Morgayne cuidará de mí. Vamos. Isadora la acarició una vez más y luego se deslizó en el bosque, dejando solo el olor a almizcle y clavo. Rebeca recogió el camisón y la manta desgarrados y regresó a la casa. Los metió en el balde de madera cerca de la puerta de atrás, notando que el establo había desaparecido y que la casa no era más que una cabaña. Entró y cerró la puerta y la bloqueo. Cuando se volvió, una Morgayne mucho mayor la esperaba. El cuervo se había ido. −¿Cuánto tiempo has estado usando tu magia?−Parecía complacida. −Primera vez para—lo que sea que haya sido. −Tal vez deberías quedarte un rato, en lugar de solo visitar una vez al año.−Se dio la vuelta y Rebeca escuchó la voz de un hombre afuera, gritando un saludo. Morgayne se volvió y tomó la cara de Rebeca en sus manos. El calor atravesó el cráneo de Rebeca seguido de un millón de pinchazos que se desvanecieron tan rápido como habían llegado. Morgayne la soltó, se fue por unos momentos y regresó con un espejo de mano. Lo sostuvo en alto. −Ven, William. Alguien nos saluda. Rebeca lo miró fijamente. Un joven le devolvió la mirada. Sus rasgos, hechos masculinos. Su mano voló automáticamente a su pecho. −Estás intacta. Pero nuestros visitantes ven lo que haces en el espejo. Ven. Rebeca la siguió hasta la puerta principal. Escuchó voces masculinas más allá. Morgayne abrió la puerta. −Aquí, ¿cuál es el alboroto?−Preguntó.−¿Quién va allí, molestando a una anciana en su casa??−Dijo con la voz temblorosa de la edad. −Mis disculpas,−dijo un hombre que Rebeca conocía. Se tragó un gruñido cuando vio a Robert afuera, con otros dos que reconoció de las cacerías pasadas, todos vestidos con gruesas capas oscuras y portando ballestas. Sus caballos pisotearon detrás de ellos y un hombre a la derecha de Robert sostenía dos correas con sabuesos tensos. El otro hombre sostenía una antorcha, al igual que Robert.

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−¿Has visto u oído algún lobo grande en el área?−Preguntó Robert. Morgayne se hizo a un lado para que Rebeca pudiera unirse a ella en la puerta. −No he visto un lobo en meses,−dijo Rebeca, y su voz era el tenor de un hombre.−O gente como usted, para el caso. ¿Qué pueblo es el hogar? −Eres agresivo,−dijo Robert con una sonrisa. −Y tú eres una partida de caza después del anochecer, entrando ilegalmente. ¿Hay recompensas por estos lobos? Sus ojos se entrecerraron a la luz de la antorcha y el hombre que sostenía a los perros miró primero a Rebeca y luego a Robert. −No hay necesidad de preocuparse por eso,−dijo Robert, con peligro en su tono. −Parece que es mi preocupación, si matas a uno en la tierra de mi abuela.−Sintió la mano de Morgayne en su brazo, apretando con fuerza. −Ahora, muchacho, no hay necesidad descarado,−dijo el hombre a la izquierda de Robert.

de

ponerse

−Mi nieto es protector.−Morgayne chasqueó la lengua.−Tuvimos algunos problemas con otra partida de caza hace unas semanas. No de un pueblo que conocemos. Robert se encogió de hombros.−No hay que preocuparse por nuestra cuenta. Vamos a acampar en otro lugar.−Se dio la vuelta justo cuando un largo aullido flotaba sobre los árboles. La mano de Morgayne se clavó más fuerte en el brazo de Rebeca. −No hay lobos, ¿eh?−Robert se rió.−La recompensa es nuestra, muchacho. A menos que nos ganes.−Corrió hacia su caballo y se montó en un movimiento rápido cuando su compañero soltó a los perros. Corrieron, aullando, hacia el bosque, y los hombres a caballo los siguieron. −Eso sonó como Isadora,−dijo Rebeca, con la voz tan apretada como su pecho. −Deben ser detenidos. −Lo sé.−Rebeca recuperó su ballesta y su capa.−Voy tras ellos. Si Isadora me huele, también los olerá y sabrá que debe mantenerse Página 15 de 18 Al−Anka2020

alejada.−No esperó a que Morgayne respondiera y, en cambio, se metió en el bosque, siguiendo los sonidos de los caballos y los perros. Y luego había bestias. ¿Tres? ¿Cuatro? Se movieron en paralelo con ella, cortando a través de la oscuridad moteada de luna como cuchillos, la única evidencia de su presencia era el aroma de la magia. Las antorchas rebotaban como volteretas por delante, y un hombre gritó triunfante. Rebeca estaba corriendo, ahora, moviéndose casi tan silenciosamente como las bestias, y un aullido sonó, inquietante y misterioso, justo delante. Isadora Las bestias la pasaron corriendo y los gritos de triunfo se convirtieron en gritos de miedo. Escuchó el crujido de los huesos y el gorgoteo de sangre antes de llegar a la escena, dos hombres ya muertos, Robert retrocedió contra un árbol, disparando flechas tan rápido como pudo cargar. Los perros pasaron corriendo a su lado, alejándose de la carnicería, y vio un destello de ébano a la luz de una antorcha moribunda. Isadora. Robert levantó el arco y apuntó. Rebeca se arrojó del cuerpo de un caballo caído, se arrojó entre él e Isadora. La flecha la atrapó en el costado, pero el dolor no comenzó hasta que cayó al suelo y eso fue todo lo que supo. Eso y el grito moribundo del hombre que le había disparado y el angustiado aullido de una bestia.

n Rebeca abrió los ojos y miró a la luna. Sabía a sangre, y sabía lo que eso significaba. Isadora gimió a su lado.−¿Estás herida?−Preguntó Rebeca. Dolía hablar. Isadora se quejó y se lamió la cara. −Ella no. Pero tú sí.−Morgayne se arrodilló a su lado y una bola de luz azul pálido flotó sobre su palma.−No hay tiempo suficiente para llevarte de regreso a casa,−dijo.−La herida es demasiado severa.−Usó la bola de luz para examinarla más a fondo.−Cualquier movimiento empeorará esto. −Lo siento,−le dijo Rebeca a Isadora.−Pero ahora estás a salvo. Isadora se quejó de nuevo y le acarició la cara. Al−Anka2020

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−Ella los alejó de la casa,−dijo Morgayne.−Me dio tiempo para traer algunos refuerzos. Rebeca olió a las bestias, pero no intentó verlas.−Cuídala, abuela.−Tosió y probó más sangre. El dolor llenó su vientre. tarea.

Morgayne se rio suavemente.−No, querida, esa seguirá siendo tu

Y entonces Rebeca escuchó el crujir de huesos y olió almizcle y rosas silvestres.−Abuela,−dijo a la luz de la luna, aturdida.−Tus dientes. −Para morderte mejor, querida,−llegó la voz de Morgayne, baja y gutural. Y sus colmillos se cerraron sobre el cuello de Rebecca, suavemente, hasta que rompieron la piel y Rebeca sintió un calor abrasador y luego una sensación como si estuviera flotando, viendo que su dolor retrocedía y el rayo emergía de su cuerpo, como si fuera empujado desde adentro. Se relajó, exhausta. −Descansa,−dijo Morgayne con su voz normal.−Hablaremos un poco después de que te hayas curado. Los ojos de Rebeca se cerraron de nuevo e Isadora le lamió la cara y, mientras se quedaba dormida, supo el precio que había pagado por la ayuda de Morgayne. Valió la pena.

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