Benitez Ruben - Becquer Tradicionalista.pdf

  • Uploaded by: Moli 77777777
  • 0
  • 0
  • March 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Benitez Ruben - Becquer Tradicionalista.pdf as PDF for free.

More details

  • Words: 120,178
  • Pages: 360
Loading documents preview...
RUBÉN BENÍTEZ

BÉCQUER TRADICIONALISTA

BIBLIOTECA RO M ÁN ICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS, S. A. MADRID

© RUBÉN BEN ITEZ, 1971.

EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 83, Madrid. España.

Depósito Legal: M. 30106-1970. Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1971. — 3512.

A Rosa Inés

Pensad que escribís en una lengua madura, repleta de folklore, de saber popular, y que ése fue el barro santo de donde sacó Cervan­ tes la creación literaria más original de todos los tiempos. Antonio Machado, Juan de Mairena.

N O T A PRELIM IN AR

En los capítulos de este libro intento analizar el concepto de tradición en Bécquer y la deuda de sus leyendas con el fondo tra­ dicional europeo. Su prosa periodística me ha permitido relacionar su pensamiento con las ideas políticas del tiempo para determinar previamente los alcances de su tradicionalismo. De ella se despren­ den también sus ideas sobre la historia científica y la historia tra­ dicional, y la coincidencia de esas ideas con otros escritores, es­ pecialmente con Chateaubriand. La Historia de los templos de España, que utilizo por primera vez en su texto completo (las pá­ ginas no recogidas desde la edición de 1857 se reproducen en el Apéndice), me permite mostrar cómo maneja Bécquer las fuentes históricas y reproduce las técnicas del tradicionalismo artístico. En esa obra evidencia además temprano interés por la tradición legen­ daria. Desde entonces, concibe sus leyendas como un género artís­ tico ligado a las tradiciones populares. No es fácil descubrir con precisión el fondo tradicional sobre el que asienta sus relatos y sólo he intentado un acercamiento provisional susceptible de corrección ulterior. En algunos casos he podido señalar fuentes inconfundibles; en otros, indicar aproximativamente posibles contactos. Me ha pare­ cido, sin embargo, que el agotador rastreo de fuentes sólo serviría para ilustrar algunos claros procedimientos. En algunas leyendas, Bécquer recoge asuntos de la tradición; en otras, sólo motivos ais­ lados. Pero aun cuando crea libremente, procura imitar los relatos populares que aseguran a sus narraciones un tono legendario. La mejor definición de una leyenda becqueriana coincidiría con esta

12

Bécquer tradicionalista

afirmación de Milá y Fontanals expresada al precisar, en su Teoría literaria (pág. 209), el término leyenda: “ Los modernos han desig­ nado con este nombre la narración poética de tradiciones populares, a menudo de carácter maravilloso.” No estudio la poesía de Bécquer, y sin embargo estoy pensan­ do en ella. Porque la acostumbrada separación entre su obra en prosa, de contenidos y formas todavía románticos, y su obra en verso, que supera las limitaciones del romanticismo, me parece ahora un error. Al concebir Bécquer un arte basado en la tradición pero al mismo tiempo desligado de sus modelos, concibe también una poesía lírica vinculada a la poesía popular en cuanto a la ex­ presión natural de los sentimientos y a algunos recursos formales, pero elevada a la categoría del arte. En la oscura zona de su pen­ samiento y de su sensibilidad en que se identifican historia, tra­ dición y poesía, reside el secreto de la totalidad coherente de su obra. En última instancia, historia, tradición y poesía no son más que diferentes modos de cristalizar, cuando todo en España parece desaparecer borrado por el progreso, ciertos contenidos del alm a colectiva y del alma individual. Que no se diferencian, según la concepción heredada del romanticismo, en cuanto el sentimiento del poeta participa de la misma unidad orgánica que el sentimiento nacional. En las leyendas, como en las Rimas, Bécquer repite lugares comunes de su época, pero tratados con una desconocida intensidad. El motivo de las golondrinas aparece frecuentemente en la poesía europea, y aun en canciones populares y en arias de ópera, pero adquiere en él otra dimensión cuando lo convierte en un símbolo de la fugacidad del instante único, irrepetible, transitorio. Para reconstruir el proceso de la lírica becqueriana no basta con conocer la poesía de los hombres letrados; son las expresiones más o menos espontáneas del pueblo las que del mismo modo han dado forma objetiva a la sensación temporal pero eterna, individual pero genérica. Y para determinar el carácter de las leyendas es también necesario devolverlas a un contexto cultural donde se dan

Nota preliminar

13

al mismo tiempo las más variadas influencias literarias junto al conocimiento de relatos de origen popular. Sólo de modo muy de­ ficiente he podido tantear en esa imprecisa atmósfera. Y con el constante miedo de equivocar mis pasos. Por allí anda la verdad, sin embargo. Por lo pronto, la obra de Bécquer adquiere en ese contexto una realidad que su poesía lírica escatima. Es un Bécquer español, como el que Dámaso Alonso opuso tempranamente, con respecto a las Rimas, al Bécquer ger­ mánico. Un escritor metido dramáticamente en las contradicciones de su tiempo, acuciado por intereses y entusiasmos diversos, des­ pierto a todas las influencias — españolas, francesas, alemanas— , consciente de su misión. Y libre, siempre libre en su libertad crea­ dora, para fusionar los más variados elementos en la búsqueda de una expresión auténtica. No es éste, pues, un libro definitivo; es sólo una tentativa. Quizá resulte saludable si logra quebrar la imagen del escritor desapegado del mundo que las Rimas persisten en transmitir. Único valor posible, en un estudio que repite demasiado a menudo cosas que otros han dicho ya de alguna manera. Si tuviera que agradecer el cúmulo de ideas que acepto de otros no me alcanzarían los lími­ tes de esta nota. En otra parte he rendido homenaje a la crítica de Bécquer, ejemplificadora en cuanto a devoción, continuidad y es­ clarecimiento. Algunos estudiosos de su obra han discutido ya, me­ diante comentarios o a través de la correspondencia amistosa, mis puntos de vista más controvertibles en las publicaciones parciales que aparecieron en la Revista de Filología Española de Madrid, Filología de Buenos Aires y Estudios filológicos de Chile. Sí puedo y debo agradecer explícitamente, en cambio, la ayuda de mis colegas de las universidades de Buenos Aires y de California en Los Angeles, siempre dispuestos, en largas veladas de entusias­ mo, a debatir comunes inquietudes. Julio Caillet-Bois, maestro y amigo, ha sido mi solícito consejero. Sin él, dificultades de todo tipo hubiesen detenido mi tarea. Augusto Raúl Cortázar, también

14

Bécquer tradicionalista

de Buenos Aires, alentó generosamente mis esfuerzos; José María Monner Sans leyó y corrigió mi manuscrito. En California, José R. Barcia, Stanley L. Robe y Samuel Armistead me proporciona­ ron cierta bibliografía indispensable; Julio Rodríguez-Puértolas me sugirió agregados y modificaciones. La señorita Leslie Deutsch me ayudó devotamente en la preparación de la copia definitiva y en la confrontación de las citas. M i gratitud a todos ellos. Y no extiendo la nómina para no crear notable desequilibrio entre tanta generosa asistencia y tan precarios resultados. R. B. Universidad de California, Los Ángeles.

C a p ítu lo I

BÉCQ U E R Y L A P O L ÍT IC A DE SU TIEM PO

i. El término tradicionalismo tiene ya en el siglo xix acepciones diversas. Se relaciona en primer lugar con la doctrina tradicionalista originada en Francia en oposición a la ideología de la Revo­ lución Francesa. En el aspecto religioso se hace difícil distinguir el pensamiento tradicionalista de la aceptación más o menos natural de fundamentos del catolicismo. Coinciden en el concepto de la unidad esencial del espíritu humano, que no niegan por otra parte ninguna de las doctrinas idealistas del siglo xix. Pero el término tiene, sobre todo, un contenido político. Joseph de Maistre y el vizconde de Bonald desarrollan en este sentido el pensamiento ultramontano: “ Ultramontain ou théocratique parce qu’il tend á sacrifier non seulement l'individu au pouvoir civil, mais encore le pouvoir civil au pouvoir ecclésiastique considere comme le représentant de Dieu lui-méme” l. Los ultramontanos consideran que Dios creó al hombre en una sociedad perfecta; y que desde la caída de Adán, la historia de la humanidad es la historia del pau­ latino apartamiento de esa verdad original. El pensamiento de los ideólogos, la revolución francesa, el sensualismo de fines del si­ glo x vm son para ellos manifestaciones evidentes de esa perniciosa 1 M . Ferraz, Histoire de la Philosophie en France au X IX iém e siécle. Traditionalisme et ultratnontisme, París, 1880, Preface , pág. II.

i6

Bécquer tradicionalista

tendencia. El único modo de reestructurar la sociedad es ajustando las instituciones a la ley religiosa. La monarquía teocrática, tal como se desarrolló en la Edad Media, constituye la organización política ideal. Los ultramontanos participan así del sueño medieval de los románticos. Ballanche y Lamennais aceptan en cambio la idea de que la historia, con sus aparentes contradicciones, mani­ fiesta oscuramente los designios de la Providencia. La idea del pro­ greso se concilia para ellos con la visión tradicionalista. El ideal está, no en el retorno al pasado, sino en la futura unión de los hombres en una sociedad perfecta, de contenido religioso2. Cuando el romanticismo es ya en España una moda del pasado, persisten, sin embargo, las ideas fundamentales del tradicionalismo.

2 Para la caracterización del tradicionalismo he jtilizado, además de la de Ferraz, las siguientes obras: George Boas, French Philosophies of the Romantic Period, Baltimore, 1925, especialmente los capítulos II y I I I ; Alfonse V. Roche, Les idees traditionalistes en France. D e Rivarol á Charles Maurras, Urbana, 1937 (Illinois Studies in Language and Literature, X X I, 1-2)3 Christian Maréchal, La jeunesse de Lamennais. Contribution á l’étude des origines du romantisme religieux en France au XIX iém e siécle, París, 1913, comentado por Henri Bremond; “Lamennais et les origines du romantisme catholique”, en Pour le romantisme, París, 1933 ; Paul Dudon, Lamennais et la Saint-Siége. 1820-1854, París, 1911. Además, las Oeuvres completes de de Maistre, Lyon-París, 1924; y las de Bonald, París, 1859. Las páginas fundamentales de ambos teóricos se conocían ya en España. En 1823 se publican las Cartas a un caballero ruso sobre la Inquisición española, de de Maistre, en Zaragoza; y en 1853 su Las veladas de San Petersburgo o coloquios sobre el gobierno temporal de la Providencia, en Madrid. No conozco edición española de sus obras completas antes de la traducción de H. Giner de los Ríos en M adrid 1886. El estudio de Bonald, “ D e l’origine du langage” en que retoma ideas de Vico, es glosado por Donoso Cortés en sus Bosquejos históricos, “D e la sociedad y del lenguaje”, muy conocidos en tiempos de Bécquer! Sobre el tradicionalismo español, ver Marcelino M enéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, B. A. C., 1956; la Breve historia del tradicionalismo español de Santiago Galindo Herrero, M adrid, l 956, presenta una información sumaria; muy útil, a pesar de su breve­ dad, es el folleto de Edmund Schramm, Donoso Cortés, ejemplo del pensamiento de la tradición, Madrid, 1961.

Bécquer y la política de su tiempo

17

En 1851, al producirse la llamada “revival of Catholicism” 3, esas ideas sirven para contrabalancear los extremos del liberalismo. De Maistre y Bonald impregnan el pensamiento de Juan Donoso Cortés. Como afirma Menéndez y Pelayo, Donoso Cortés “era discípulo de Bonald, era tradicionalista en el más riguroso sentido de la pa­ labra, pareciendo en él más crudo el tradicionalismo por sus extremosidades meridionales” 4. No obstante, Donoso no abandona — ni aun después de su rompimiento con Guizot— sus intentos de armonizar la monarquía y las instituciones tradicionales con la representación parlamentaria y las necesidades de la sociedad mo­ derna. Donoso influye, por su vigorosa personalidad y las dotes de su inteligencia, en algunos de los grupos políticos que actúan en España durante los tiempos de Bécquer. Ballanche fue leído por Donoso; pero no creo que su obra tuviera difusión directa en España. Se lo conoce a través del uso que Chateaubriand hace de sus ideas, sobre el sentimiento religioso en las artes, en el Genio del Cristianismo. La influencia de Lamennais es muy difusa y de tan amplia perspectiva que podría ras­ trearse con éxito tanto en el pensamiento de los tradicionalistas extremados como en el de los demócratas. Desde que Larra lo tradujo, su estilo, sus visiones proféticas, el tono de su humanita­ rismo social, impregnan la literatura periodística española. Hasta Aparisi y Guijarro, hombre de insospechada ortodoxia, imita a Lamennais en su obra El libro del pueblo s. Nadie, sin embargo, más leído que Chateaubriand. Sus libros difunden con mayor amplitud el pensamiento tradicionalista fran­ cés al tiempo que reducen el fondo racional de la doctrina a un

3 Raymond C a n , Spain, 1808-1839> Oxford, 1966. Estudia el pro­ blema religioso durante la hegemonía de los moderados (1843-1854)5 pa­ ginas 227-246. 4 M enéndez y Pelayo, op. cit,, tomo II, pág. m i . 5 Antonio Aparisi y Guijarro, Obras completas, tomo IV , Madrid, 1873, págs. 338-465BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 2

i8

Bécquer tradicionálista

sentimentalismo religioso. No es extraño que sus contemporáneos hayan leído a Atala como a una novela sentimental vinculada con la tradición dieciochesca. En España, la influencia de Chateaubriand crece desde 1803. Donoso Cortés evidencia su lectura; Bécquer sigue a Chateaubriand en sus primeros escritos importantes desde 1857 6. El segundo sentido del término suele definirse como ‘Tattachement aux traditions” 7. Todavía en tiempos de Bécquer se habla de la poesía popular con palabras de Herder. Fernán Caballero ha creado ya para entonces la novela moderna siguiendo la enseñanza herderiana. Toda la generación postromán tica torna más profunda la experiencia de la poesía popular. No se trata ahora de imitar el romance o los cantares sino de hacerse pueblo en el modo de ex­ presar los sentimientos personales8. Chateaubriand es además el modelo de ciertas técnicas utilizadas para el relato breve y para la descripción de templos y de otros monumentos arquitectónicos. En el curso de este trabajo denominamos tradicionalismo artístico a este segundo grupo de significaciones. Muchos escritores españoles de la segunda mitad del siglo xix aceptan a Herder y a Chateaubriand en su totalidad; es decir, son 6 El año 1854 fue “muy prolífico en traducciones de Chateaubriand: aparecieron una versión de Atala, dos de René y dos de El Abencerraje, con un libro de viajes de Chateaubriand y tres de interés puramente his­ tórico” , E. Allison Peers, “L a influencia de Chateaubriand en España” , Revista de Filología Española, 1924, pág. 364. Véase además Jean Sarrailh, “ La fortune d’Atala en Espagne (1801-1803)” en Homenaje a M enéndez Pidal, tomo I, Madrid, 1925, págs. 255-268; recogido luego en Enquétes romantiques, París, 1933, págs. 45-81; y M . Núñez de Arenas, “ Notas acerca de Chateaubriand en España” , en la misma Revista de Filologia Española, 1925, págs. 290-296. Allison Peers en su Historia del movi­ miento romántico español, Madrid, 1954, utiliza dispersadamente toda la información disponible. 7 Roche, op. cit., págs. n - 1 3 . 8 José María de Cossío en Cincuenta años de poesía española, M a­ drid, 1960, estudia suficientemente el carácter de la poesía postromántica imitadora de formas populares.

Bécquer y la política de su tiempo

19

tradicionalistas en su concepción religiosa, política y artística; Donoso, por ejemplo, o Fernán Caballero 9. Otros, en cambio, que­ dan impresionados por Herder o por Chateaubriand sin una total adherencia a sus ideologías. Los tradicionalistas catalanes concilian el tradicionalismo artístico con el pensamiento liberal. No advierten sin duda que al conferir a la tradición religiosa, histórica o legen­ daria un valor superior al conocimiento racional y científico par­ ticipan en algún grado de los principios que la doctrina divulgó. Lo mismo ocurre con el complejo fenómeno del regionalismo, sea tradicionalista o liberal. 2. Es necesario ahora abstraer del término, tal como lo aplica­ mos a Bécquer, su contenido político. En España todavía se iden­ tifica tradicionalismo con carlismo 10. La vida de Bécquer está aún llena de enigmas. Uno de ellos es precisamente su participación en las cuestiones políticas de su tiem­ po. Hasta 1860, el poeta manifiesta su deseo de apartarse de las contiendas cívicas 11; pero a medida que adquiere cierto prestigio como periodista, y al parecer hasta como periodista político12, colabora visiblemente con una de las fracciones del partido mo­ derado. 9 Sobre Fernán Caballero tradicionalista, ver José F. Montesinos, Fernán Caballero. Ensayo de justificación, México, 1961, especialmente, págs. 8-10, 12 y passim. 10 Así en Galindo Herrero, Breve historia..., y en el artículo “ T ra­ dicionalismo” de la Enciclopedia Espasa-Calpe. Ver además Juan Biedma, Origen de la tradición y del régimen liberal, Barcelona, 1916. 11 “ L a polítíca y los empleos, últimos refugios de las musas en nues­ tra nación, no entraban en mis cálculos ni en mis aspiraciones” , dice Bécquer en la carta publicada en La Iberia en 1860. Ver Robert Pageard, “ Bécquer et L a Iberia” , Bulletin Hispanique, 4, 1954, pág. 411. 12 Roberto Robert cita a Bécquer entre otros periodistas políticos, al referirse a las sesiones del C ongreso: “ A llí Rubio, Cardaño, Picatoste, Ortega, Jura, M atet, Valdespino, Bécquer, y otros muchos compañeros míos, se perfeccionan en el arte de explicarle al público una misma cosa treinta veces, de modo que cada vez parezca una cosa nueva . En El M useo universal, 2, 8 de enero de 1865, pág. 14.

20

Bécquer tradicionalista

Los hechos son conocidos. Hacia 1860, se relaciona con el di­ rigente moderado Luis González Brabo, quizá en la redacción de El Contemporáneo B. Se establece entre ellos una profunda amis­ tad. González Brabo, ministro de la Gobernación durante el minis­ terio general de Narváez, lo designa censor de novelas el 16 de septiembre de 1864. Algunos funcionarios de la a d m in istración objetan entonces ese nombramiento por no tener Bécquer título de letrado. Parece haber sido una intriga palaciega que González Brabo — maestro de intrigas— desbarata fácilmente. El 1 de enero de 1865, Bécquer inicia sus funciones. La censoría de novelas le aseguraba una considerable renta; y sus tareas no implicaban gran compromiso. Debía evitar que en las novelas publicadas en forma de libro, o como folletines periodísticos, se atacara la religión y la moral. El 21 de julio de 1865, día en que Narváez y su gabinete abandonan el ministerio, renuncia a su cargo. Ese año aparece en Madrid el periódico Doña Manuela, de opinión contraria a la Unión Liberal y al nuevo ministerio de O ’Donnell; los contemporáneos atribuyeron al poeta, erróneamente, su dirección 14. Mientras tanto, 13 No tenemos datos concretos de cuándo se conocieron Bécquer y González Brabo. Ver Rica Brown, Bécquer, Barcelona, Aedos, 1963, pá­ gina 276. El diario se creó en 1860. En 1863, Valera coincide con el pen­ samiento de González Brabo al comentar su discurso en la Academia, y en ese mismo año defiende las ideas políticas de los redactores de E l Contemporáneo, influenciados sin duda por González Brabo. Ver Eugenio Hartzenbusch, Apuntes para un catálogo de periódicos españoles, Madrid, I ^94) pág. 198; Gregorio Marañón M oya, Bécquer periodista y el perio­ dismo en el siglo X IX , Madrid, 1952, pág. 48; y Juan Valera, “ Sobre los discursos leídos en la Real Academia Española por los excelentísimos señores Don Luis González Brabo y D on Cándido Nocedal” y “ Sobre la política de El Contemporáneo” , en Obras completas, tomo III, Madrid, Aguilar, 1958, págs. 708-733. 14 El título del diario alude a doña Manuela, mujer de O ’Donnell, de quien se decía que era responsable de las actitudes políticas de su marido. Ver Andrés Diego Sevilla, La revolución de 1854, Valencia, 1960, pág. 40. Bécquer niega tal acusación: “ Abrigo la esperanza de que nin­ guna de las personas que me conocen darán crédito a un falso rumor que me perjudica cargándome con la responsabilidad moral de escritos cuya

Bécquer y la política de su tiempo

21

Bécquer dirige El Museo universal15. Cuando retorna Narváez, el 10 de julio de 1866, vuelve a su cargo de censor; se lo designa de inmediato, dos días después. En septiembre de 1868, los neo­ católicos lo atacan abiertamente por haber permitido la publica­ ción, en forma de folletín periodístico, de la novela El señor de Camors de Octavio Feuillet. El semanario democrático Gil Blas defiende esta vez al censor en los siguientes términos: “ La repu­ tación de este joven escritor, su buen gusto literario, le ponen al abrigo de todo lo que puedan decir los amantes del oscurantismo. ¿Dónde iríamos a parar si se diera el gusto a esos señores?” 16. Cuando muere Narváez, el poeta está junto a su lecho17. A la caída de González Brabo, último ministro de Isabel II, renuncia defini­ tivamente al cargo. Sagasta acepta la renuncia sin agradecer los servicios prestados y aduciendo únicamente la eliminación de la censura18. Según el dudoso recuerdo de Julia Bécquer, Gustavo acompañó a González Brabo durante su exilio en Francia 19. índole condeno y cuyo género repugna a mi carácter” . Ver Brown, op. cit., págs. 275-276. 15 Bécquer dirigió la “ Revista de la Semana” de El Museo universal desde el 7 de enero de 1866 hasta el 12 de agosto de ese año. El redactor de la revista solía ser director del periódico. La ilustración española y americana dice en su “ Necrología española... 1870” , el 25 de enero de 1871, pág. 54: “ Don Gustavo Adolfo Domínguez Bécquer, distinguido poeta y periodista, fiscal que fue de novelas y director de los periódicos E l M useo universal y la Ilustración de Madrid. Muerto en Madrid el día 22 de diciembre” . 16 Rubén Benítez, “ El periódico G il Blas defiende a Bécquer, censor de novelas” , Hispanic Review, X X X V I, enero de 1968, pág. 36. 17 Julia Bécquer nos proporciona ese dato; también recuerda que su tío concurría a las tertulias de Narváez. V er su “L a verdad sobre los hermanos Bécquer” , memorias recogidas en la Revista de la Biblioteca, M useo y Archivo de la Municipalidad de Madrid, enero de 1932, pág. 80. 18 Rafael de Balbín Lucas ha publicado todos los documentos re­ feridos a la censoría de novelas en “ Bécquer, fiscal de novelas” , Revista de Bibliografía Nacional, M adrid, I 942> págs. I 33 -Ií>5^ 19 Pageard duda del viaje de Bécquer a París, en “L a révolution de 1868 et la biographie de G . A. Bécquer” , Bulletin Hispanique, julio-di­ ciembre de 1965, pág. 337.

22

Bécquer tradicionalista

No tenemos más datos concretos. No se trata, para el sentir de la época, de una figura intelectual o política de primer plano, ni de un cargo demasiado importante. Los sectores opuestos al moderantismo o acallaron otras críticas por razones amistosas o no se preocuparon por discutir funciones secundarias. Los amigos de Bécquer justifican su actuación. Narciso Campillo, conocido como liberal y antimonárquico, dice genéricamente refiriéndose al poeta: “ Como todo en nuestro país lo absorbe la política, en ella casi siempre se ve obligado el escritor a buscar los recursos que en el cultivo de las letras no halla, sentando plaza bajo tal o cual enseña política, y convirtiéndose, de publicista, en jornalero asalariado de la publicidad” 20. Ramón Rodríguez Correa, que conocía a Bécquer más íntimamente, afirma por su parte: “ Figuró en aquel [partido] donde tenía más amigos, y en que más le hablaban de cuadros, de poesías, de catedrales, de reyes y de nobles” 21. Y el demócrata Eusebio Blasco, dice comprensivamente, disimulando su acostum­ brada acritud: “ Pretendía de conservador, sin duda porque el lujo, la fastuosidad de que hacen alarde esos partidos, se acomodaba mejor con su temperamento de artista. Hay pocos hombres que sepan sentir la democracia vestidos de limpio y Bécquer era uno de ellos” 72. El testimonio amistoso suele adolecer de indulgencia. En el caso de Bécquer, los amigos participaron de una doble y contra­ dictoria responsabilidad: por un lado fijaron preciosos datos sobre su vida y difundieron sus escritos; por el otro, silenciaron todo aquello que pudiera empañar una imagen deliberadamente idea­ Narciso Campillo, “ Gustavo Bécquer”, en la Ilustración de Madrid, 25, 12 de enero de 1871; reproducido en Fernando Iglesias Figueroa, Paginas desconocidas de Gustavo Adolfo Bécquer, Madrid, s. a , tomo I págs. 16-17. 5 21 drid, quer. 22

Ramón Rodríguez Correa, “ Prólogo” a las Obras de Bécquer, M a­ 1871; reproducido en la edición de José María M onner Sans, Béc­ Las rimas y otras páginas, Buenos Aires, pág. 537. Eusebio Blasco, Memorias íntimas, Madrid, 1904, pág. 152.

23

Bécquer y la política de su tiempo

lizada 23. La cautela obliga a poner en duda sus propias conclusio­ nes, aceptadas por la crítica posterior: Bécquer no se interesaba por la política; su amistad con González Brabo, siempre criticado por su conducta cívica, se explica por la índole bondadosa del poeta, que lo lleva hasta el extremo de defenderlo en “ Los angé­ licos”, artículo lamentablemente perdido24. Bécquer acepta la cen­ soría por necesidades económicas. Además, atendía de mala ma­ nera su tarea de censor. Nombela recuerda al respecto una anéc­ dota ya muy conocida: Bécquer lo autorizó a entrar en su despacho durante sus ausencias y a utilizar directamente el sello de la cen­ soría 25. Yo mismo he aceptado esas conclusiones en otro lugar porque reflejan acertadamente algunos aspectos de la realidad26. Pero creo que hay algo más. Al releer los escritos becquerianos, devolviendo sus alusiones al contexto de la época o interpretando las ideas que expresan, advierto ahora la total coincidencia del pensamiento de Bécquer con los postulados del partido moderado. No tengo duda de que valen más sus propias palabras que los documentos o los testimonios salvados del olvido. 3.

.

Quiero devolver a ciertos términos el significado que tenían

para los españoles entre 1860 y 1868. Durante ese período par­ ticipaban de la vida nacional diversos partidos. Sólo la lectura de los periódicos de entonces permite su caracterización. Los carlistas, tra d icio n a lista s o absolutistas constituyen el sector mas extremado de la derecha. Su figura más importante es Aparisi y G u ija rro , discípulo de Donoso Cortés — y primo de Castelar— , conocido

23 Ver Brown, “ T h e Bécquer’s Legend” , Bulletin of Spanish Studies, Liverpool, 18, abril de 1941) págs. 4_I8. _ . 24 Brown, Bécquer, pág. 277, transcribe la única referencia conocida. 25 Julio Nombela, Impresiones y recuerdos, tomo III, Madrid, 1909­ 1911, pág. 381. 26 Benítez, artículo citado, págs. 38 - 39 -

24

Bécquer tradicionalista

como abogado sagaz y parlamentario fogoso27. Los carlistas de­ fienden el principio monárquico y se oponen a la representación popular, aun cuando utilizan el parlamento como tribuna. Cuando se evidencian en España los ecos de la “ cuestión italiana” , expresan su oposición a la monarquía liberal de Víctor Manuel y su defensa de los poderes temporales del Papa23. Son los antilibe-ales por antonomasia. Por su tradicionalismo ideológico, inspirado en de Maistre y en Bonald, y similar al de los neocristianos franceses29, se los denomina también, peyorativamente, neocatólicos. Tal de­ nominación se aplica, con mayor exactitud, a una de las fracciones del partido moderado: los moderados puros o neocatólicos propia­ mente dichos. Valera considera que el grupo neocatólico y el de­ mocrático “ se hacen cargo de todos los problemas sociales y polí­ ticos que agitan hoy el mundo y se esfuerzan por resolverlos” 30. En una palabra, que el grupo neocatólico es más moderno y abierto a las nuevas ideas que el partido tradicionalista. Los neocatólicos están dirigidos por Cándido Nocedal, también discípulo de Donoso Cortés y concuñado, además, de González Brabo. Dentro del seno del partido moderado, procuran devolverle el carácter que tema en los tiempos de Donoso Cortés, y alejarlo de la nueva influencia liberal. Intentan un cierto doctrinarismo a la manera de Donoso 31: aceptan la monarquía isabelina, la constitución, y algunas de las reformas económicas o políticas. Pero se definen sobre todo por su

27 El mejor estudio de conjunto sobre la política española del si­ glo xxx es el de Raymond Carr, ya citado. Sobre Aparisi y Guijarro, ver pág. 285. Más detalles sobre las ideas políticas del dirigente tradiciona­ lista en Santiago Galindo Herrero, op. cit., págs. 211-216. ® Aparisi y Guijarro, Obras, tomo I, pág. 267 y passim. 29 “ T h e ultramontane neo-catholics were as dependent on French models as the liberáis they attacked” , Carr, op. cit., págs. 285-286. Sobre los neocristianos franceses, ver George Boas, op. cit., págs. 70-153. 30 Valera, “ Sobre los discursos...” , en Obras, pág. 716. 31 Galindo Herrero, op. cit., págs. 217-229. Sobre Donoso doctrinario, ver Luis D iez del Corral, E l liberalismo doctrinario, Madrid, pág. 945.

Bécquer y la política de su tiempo

25

preocupación religiosa: en la cuestión italiana coinciden con los absolutistas en la defensa del poder temporal del Papa 32. Nos interesa más caracterizar el grupo de González Brabo. No es fácil, porque todavía falta un buen estudio sobre su personalidad atrayente y contradictoria 33. Debió ser un hombre cautivador: no sólo despertó el afecto de Bécquer, sino también la admiración intelectual de Castelar y de Valera. Fue un político realista, no demasiado sujeto a normas de pensamiento o de conducta; orador vigoroso y convincente, hombre afectuoso y culto, y hasta escritor de pasables méritos. Dirige a los moderados liberales, conservado­ res liberales — como los denomina Valera— 34 o más sencillamente conservadores. Es en este sentido que Eusebio Blasco califica a Bécquer como conservador. Los conservadores se afanan en man­ tener un equilibrio entre las instituciones tradicionales y el nuevo espíritu del siglo. Son así monárquicos, constitucionalistas, isabelinos, reformistas en materia económica y política. Cuando soplan vientos de represión, los neocatólicos y los conservadores se uni­ fican momentáneamente. Durante uno de los ministerios de Narváez, la figura militar más prestigiosa del grupo, crea Nocedal la ley de censura de prensa que lleva su nombre 3S. Cuando, en cam­ bio, la presión liberal se torna fuerte, González Brabo — enemigo encarnizado de Nocedal, a pesar del parentesco— , intenta refor­ mas conciliadoras. Es pues un grupo ideológicamente poco claro pero bastante flexible en la práctica, y se convierte en el instru­ mento necesario para la política ambivalente de Isabel II. No es extraño que los demócratas, no obstante su repudio por las medi­

32 Se desprende así de la réplica de Valera a las críticas de Nocedal. Valera, “ Sobre los discursos...” , op. cit., págs. 727-728. 33 El libro de Luciano de Taxonera, González Brabo y su tiempo, M adrid, 1941, no agrega datos nuevos ni profundiza en el pensamiento del político español. 54 Valera, “ Sobre los discursos...” , op. cit., pág. 716. 35 Carr, op. cit., pág. 258.

26

Bécquer tradicionalista

das represivas de Narváez, puedan experimentar cierta simpatía hacia algunos hombres del moderantismo. Castelar, que admiraba a González Brabo por su pericia política y sus dotes oratorias, es­ peraba — según Carmen Llorca— su conversión a la democracia 36. Y Valera fue acusado en 1863 por el fondo democrático de su pensamiento 37. Esa momentánea simpatía, que contribuye a aclarar la defensa que el Gil Blas hace de un funcionario moderado como Bécquer, debía sobre todo asentarse en la cuestión religiosa, la causa más profunda de las disidencias partidarias de la época. Los neocatólicos consideraban a los conservadores heterodoxos en ma­ teria religiosa. González Brabo, Narváez, Valera, Alcalá Galiano fueron frecuentemente criticados en este sentido. Narváez y Gon­ zález Brabo tuvieron relación con la masonería española; circuns­ tancia que podría explicar la presencia de Alcalá Galiano, olvidado ya de su extremismo juvenil, en el mismo grupo político 38. No sabemos si Bécquer tuvo contactos con la masonería; pero en su fragmento “ La mujer de piedra” describe todos los símbolos masó­ nicos de las iglesias españolas, e intenta descifrar, según nos dice, la misteriosa estructura arquitectónica basándose en su interpreta­ ción 39. Quizá es tan sólo de un lenguaje aprendido en la lectura 36 Carmen Llorca, Emilio Castelar, precursor de la democracia cris­ tiana, Madrid, 1966, pág. 77. Ver además C. A. M . Henessy, The Federal Republic in Spain, Oxford, 1962, pág. 184. 37 Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., pág. 723. 38 Para la caracterización de los moderados me he servido de los periódicos de la época, y de las historias españolas más conocidas; en especial, de la Historia de España en el siglo X I X de Francisco Pi y Margall y Francisco Pi y Arsuaga, tomo IV , Barcelona, 1902, tan rica en datos como en la segura interpretación de los hechos. Taxonera, op. cit., págs. 35-36, habla de los contactos de González Brabo con la masonería. Narváez organizó la Orden Militar siguiendo las técnicas masónicas: Ver Carr, op. cit., pág. 219. M iguel Morayta sostiene que “ moderados y liberales rodearon a Isabel II de masones” , Masonería española. Madrid, 1956, pág. 306. 39 Cito por Obras completas, M adrid, Aguilar, 1961. Véase en es­ pecial “L a mujer de piedra” , págs. 823-824.

Bécquer y la política de su tiempo

27

de los románticos. No obstante, según nos recuerda uno de sus biógrafos, algunos sevillanos se opusieron al traslado de sus restos a la catedral por considerarlo heterodoxo 40. Quizá los enemigos más enconados del grupo de González Bra­ bo eran los integrantes de la Unión Liberal de O ’Donnell. Se tra­ taba más de resentimientos personales entre su dirigente y Narváez. Los unionistas procuran agrupar a todos los descontentos del progresismo y del moderantismo; es decir, a todos los monárquicos constitucionalistas. Tal, por lo menos, era el sueño inicial de D. An­ tonio de los Ríos Rosas, la figura de mayor prestigio intelectual en el partido. O ’Donnell mantiene los principios de la revolución li­ beral de Vicálvaro cuando trata de oponerse a Narváez; pero al asumir la dirección del gobierno, en varias oportunidades, reprime a sus opositores. Durante uno de sus ministerios, se reconoce el reinado de Víctor M anuel41. En el extremo izquierdo de ese panorama político actúan en­ tonces los progresistas y los demócratas. Los primeros sostienen el principio monárquico, aunque a veces se inclinan por el cambio de la dinastía reinante; son constitucionalistas y propenden a la liberalización total en materia religiosa, económica y política. Prim es el jefe militar del grupo; Espartero, sólo una figura distante cuyo prestigio se juega en muy contadas ocasiones. Rivero y Carlos Rubio, los dirigentes civiles de mayor importancia, dieron brillo al parlamento; con otros, inspiraron el periódico La Iberia, entre cuyos redactores se contaban Juan de la Rosa Gonzá-ez y Luis García Luna, ambos relacionados con Bécquer. Para distinguirse de los demócratas, los progresistas suelen denominarse por entonces

40 José Vázquez, Bécquer, Barcelona, 1929 > pág. 15­ 41 Carr, op. cit., pág. 297.

28

Bécquer tradicionalista

constitucionálistas puros 42. Los demócratas o radicales 43 pretenden en cambio la instauración de la república. Entre ellos, Castelar de­ fiende desde La Democracia su concepto de la república basada en la virtud; mientras que Pi y Margall, en La Discusión, sostiene la idea de una república socialista fundamentada en el cambio eco­ nómico44. Gil Blas, periódico satírico, es también vocero de los ideales democráticos. Lo redactan varios amigos de Bécquer: Rooerto Robert, Eusebio Blasco, Manuel del Palacio 45. 4. Bécquer alude, en alguna oportunidad, a cada uno de los grupos políticos opuestos al moderantismo. En 186$, celebra la incorporación de Aparisi y Guijarro a la Academia Española en los siguientes términos: “ Sean las que fueran las ideas políticas del señor Aparisi, nosotros felicitamos con toda sinceridad a la Aca­ demia por haber hecho recaer su elección en un hombre de corazón sano, de convicciones arraigadas y profundas, y cuyos méritos y extraordinarios talentos no pueden ponerse en duda” 46. Admira al hombre, pero — según se desprende del contexto— no coincide con sus ideas. Bécquer no es un absolutista. Caracteriza a Felipe II como a un “ rey mezquino” 47. En una oportunidad describe horrorizadamente una de las torturas de la Inquisición en la Edad M e­

42 L a obra de Carlos Rubio, Historia filosófica de la Revolución de 1868, Madrid, 1869, 2 tomos, llena de útiles informaciones, nos ha ser­ vido para la caracterización del partido progresista. 43 Los redactores del G il Blas se llaman a sí mismos radicales. En el número 84 del año i868a aparece en el periódico un dibujo humorístico en el que los radicales se representan como un pobre andrajoso que espera sentado. Ver nota 8 de mi art. cit., pág. 37. 44 Detalles sobre la polémica entre Pi y Margall y Castelar en Car­ men Llorca, op. cit., págs. 59-73. Se transcriben allí los artículos perio­ dísticos referentes al asunto. 45 Benítez, art. cit., págs. 40-41. 46 Bécquer, “ Revista de la semana” , en E l M useo universal, 18 de marzo de 1866, pág. 81. 47 Bécquer, “ Caso de ablativo” , pág. 1043.

Bécquer y la política de su tiempo

29

dia 48. Cuando cabalga una muía, se ve a sí mismo atalajado “ como en los buenos tiempos de la Inquisición y del rey absoluto” 49. Manifiesta, sobre todo, su clara oposición a la Unión Liberal. En el artículo “ El Carnaval” del 5 de marzo de 1862 expresa su actitud frente a la censura de prensa. Gobierna entonces la Unión Liberal (junio de 1858 a marzo de 1863) 50. Bécquer recuerda el ejemplo de Larra sobre la libertad de los esclavos durante esas festividades en Roma 51, y exclama: “ A nosotros, ni aun ese sueño de libertad se nos permite; y es lástima, porque un día, un solo día de máscaras para la prensa, y el gobierno oiría muchas verdades, y el país muchas cosas que le sirvieran de una gran lección” 52. Y en un artículo anónimo publicado en El Museo universal, durante el ministerio de O ’Donnell en 1865, dice al referirse a la persona­ lidad de Ríos Rosas: “ Colocado en un punto medio entre los más caracterizados campeones de los partidos moderado y progresista, concibió el hermoso sueño de la fusión de todos los partidos cons­ titucionales y monárquicos en un solo partido, y la idea de la Unión Liberal salió de su cabeza armada de seductoras teorías como la Minerva de la fábula. La forma que revistió más tarde el pensamiento, debió sin duda falsearlo, pues al contrario de lo que el Supremo Hacedor del mundo cuando hubo concluido su obra vio que era mala” 53. El artículo no se recoge en las Obras de Béc­ quer, pero no dudo que le pertenece. Para no aducir menos evi­ dentes razones de estilo, recordaré que en esas fechas Bécquer di­ rige la “ Revista de la Semana” de El Museo universal, y que ai pie de cada revista se lee la siguiente aclaración: “ Por la revista

43 49 50

Bécquer, “ Entre sueños” , pág. 782. Bécquer, “ Cartas desde mi celda” ,I, pág. 549. Carr, op. cit., pág. 260. 51 Cfr. con Larra, “L a nochebuena de 1836. Y o y mi criado” , en Artículos de costumbres, M adrid, L a Lectura, 1929, pág. 329. 52 Bécquer, “ El Carnaval” , pág. 1181. 53 Bécquer, en E l M useo universal, 10 de junio de 1866, pág. 181.

30

Bécquer tradicionalista

y la parte no firmada de este número, Gustavo A. Bécquer” 54. Además, el poeta había dicho sólo un año antes palabras de las que las últimas de su artículo son evidente reminiscencia: “ El siglo xrx, como el Supremo Hacedor del Génesis, pudo creer sin vanidad al contemplar su obra que, en efecto, es buena” 55. No me parece ex­ traño que los contemporáneos le hayan atribuido la dirección de Doña Manuela: y aunque el hecho no fuera cierto, nos informa que en la opinión de muchos Bécquer era manifiesto enemigo del grupo de O ’Donnell. En “ Haciendo tiempo” aparece una clara referencia al partido progresista. Los progresistas no aceptaban la constitución moderada de 1845 56. A l hablar del calendario, Bécquer expresa maliciosa­ mente : “ Por eso decía un amigo mío que él no admitía la legalidad común del calendario, no habiendo concurrido a formarlo, y asis­ tiéndole la misma razón que a los progresistas cuando rechazaban la Constitución de 1845” 57. En 1864, los demócratas son objeto de similar ironía. En “ Cartas desde mi celda” , habla de las brujas del Trasmoz, y agrega luego con evidente intención política: “ Por más que al decir de los revolucionarios furibundos ha llegado la hora final de las dinastías seculares, ésta... promete prolongarse aún mucho” 58. Se trata de simples alusiones, pero bastan sin embargo, des­ tinadas como están a un público avezado en la lectura de entre­ lineas, para situar ideológicamente al escritor. Bécquer no utiliza ironías, en ningún momento, para referirse al partido moderado. Por el contrario: no pierde la ocasión que le brinda la muerte del Duque de Rivas y destaca, en su nota necrológica, los nombres de 54 Ver, por ejemplo, “ Revista de la semana” , en E l M useo universal, 10 de junio de 1866, pág. 178. 55 Bécquer, “ Caso de ablativo” , pág. 1048. 56 Sobre la constitución de 1845, ver Carr, op. cit., págs. 237-238 y passim. 57 Bécquer, “ Haciendo tiempo” , pág. 722. 58 Bécquer, “ C artas...” , V III, pág. 645.

Bécquer y la política de su tiempo

3i

González Brabo y de Narváez. De la lectura se desprende que los dirigentes moderados reconocieron los valores intelectuales y cívicos del autor de Don Alvaro 59. 5. Las citadas referencias adquieren mayor significación en un contexto más amplio. Bécquer nos sorprende con constantes contradicciones. Hay una línea liberal en su pensamiento: defiende el progreso moderno, y ataca las injusticias sociales. Por otra parte, manifiesta su interés por la tradición y su preocupación religiosa y hasta utiliza, para la crítica de las costumbres de su tiempo, un lenguaje de procedencia tradicionalista. Me parece útil analizar ahora esos dos aspectos contradictorios de su ideología. El hecho político fundamental que sella a toda la generación postromántica es la revolución de 1854. No importan tanto las acciones guerreras de Vicálvaro como las barricadas alzadas en las calles de Madrid en julio de ese año. Nuevamente pasa entonces por España el fantasma de la Revolución Francesa: hasta los mis­ mos liberales se asustan del aspecto popular del movimiento. Desde entonces, la política española se caracterizará por las extrañas alian­ zas partidarias cuya finalidad es la de lograr por un lado la más amplia base de apoyo y por el otro evitar las manifestaciones de rebeldía popular. Bécquer llega a Madrid en noviembre de 1854 60. Por boca de Alberto Albert, personaje de “ La fe salva” (1865), que como él escribe “ poemas cortos como suspiros, de ritmo extraño, de los que brotaba un aroma de amor” , recuerda las indirectas impresio­ nes de los sucesos de julio, con tono inconfundiblemente personal: “ Última revolución romántica, que al través del tiempo adquiere toda la grandeza de una epopeya... Luis García Luna, el primer

59 Bécquer, “ El duque de Rivas. Apunte biográfico” , pág. 1314. 60 Balbín Lucas, “ Sobre la llegada de Gustavo Adolfo Bécquer a M adrid” , en Revista de Literatura, Madrid, enero-junio, 1954, 9-10, pá5Ínas 301-308.

32

Bécquer tradicionalista

amigo que en Madrid tuve, amistad que el tiempo acrecentó, fue el que me contara, pues de ellos era testigo, todos los acontecimien­ tos de los que en el año $4 tuvieron por escenario a Madrid” . Re­ fiere los acontecimientos que años después anima Pérez Galdós en La Revolución de julio 61: el levantamiento de las barricadas, el prendimiento y la muerte de Francisco Chico, jefe de policía, los incendios nocturnos. “ Todos los episodios de aquella román­ tica revolución vivieron aquella tarde en mis labios nuevamente, como un bello cuento, como un romance legendario de los que pasan de generación en generación, dejando en el alma una bri­ llante estela de inquietudes” . Justifica la acción popular (“ el pueblo se disponía a hacer justicia una vez más” ); pero términos como “populacho” o frases como “ sin piedad” , aplicados al ajusticia­ miento de Chico, denotan sensible repugnancia por los excesos populares62. En 1855, Bécquer colabora en el homenaje a Quintana, que según el testimonio de uno de sus amigos, “ se dedicaba más al liberal y al patriota que al poeta” 63. Schneider ha entendido bien el carácter de esa colaboración juvenil: “ Aplicado a nuestro caso significa que Bécquer, jovencito de diez y nueve años, recién llega­ do a la gran ciudad de sus anhelos, se identificaba por lo tanto con las ideas e intereses que le rodeaban; su declaración de indepen­ dencia poética e intelectual ocurrió más tarde” M. Cuando años después, el poeta nos describe su evolución espiritual, esta época se le aparece en la memoria envuelta en la atmósfera de un sueño de gloria cívica: “ Yo hubiera querido ser un rayo de la guerra, haber influido poderosamente en los destinos de mi país, haber 61 M e refiero al episodio nacional de Pérez Galdós, La Revolución de julio, Madrid, 1903-1904. 62 Bécquer, “L a fe salva” , págs. 414-416. 63 Nombela, Impresiones..., tomo II, pág. 215. 64 Franz Schneider, “ A Quintana. Corona de Oro. 1855. Poema des­ conocido de Gustavo Adolfo Bécquer” , en Hispania, octubre de 1925, 4, pág. 239.

Bécquer y la política de su tiempo

33

dejado en sus leyes y en sus costumbres la profunda huella de mi paso; que mi nombre resonase unido, y como personificándola, a alguna de sus grandes revoluciones...” 65. Leyes, revoluciones: palabras que han perdido ya para nosotros significación precisa; por entonces, en cambio, clara evidencia de su confianza en el pro­ greso y en la organización parlamentaria. Desde ese momento, Bécquer mantendrá su fe en la perfectibi­ lidad humana66. Como veremos más adelante, sus ideas sobre el progreso coinciden con los postulados conservadores. El liberalismo de Bécquer está además teñido de preocupación social. En la a veces cruel pintura de la miseria, resuenan en su prosa recuerdos encubiertos de su propia experiencia. Se queja de que en el mundo haya desigualdades que asustan. Al tiempo que renueva la oposición clásica entre la corte y la aldea, compara a las bellas y pobres campesinas con las ricas y ociosas damas de M adrid 67. En el siguiente párrafo, muy significativo, resuenan todavía ecos del humanitarismo romántico. “ Hasta que no se levan­ ta por un acaso el velo que cubre ciertas horribles e ignoradas escenas; hasta que no se desciende a respirar un momento la corrompida atmósfera que respiran las últimas clases sociales; hasta que no se ven realmente y en toda su horrible desnudez ciertos dolores cuya pintura nos parece luego exagerada; hasta que una de esas inopinadas catástrofes, revolviendo el légamo del fondo, no viene a empañar la aparente limpidez de las aguas en que vemos retratarse como [en] un espejo la risueña imagen del bienestar de la vida; hasta entonces, repetimos, no puede calcularse cuán pro­ fundo es el abismo de miseria que hay oculto a nuestros pies; cuán

65 Bécquer, “ C artas...” , III, pág. 573 ­ 66 Sobre la perfectibilidad, ver Donoso Cortés, Ensayo sobre el cato­ licismo, el liberalismo y el socialismo, Obras completas, Madrid, B. A. C., 1946, tomo IIj págs. 404-408 y Aparisi y Guijarro, ed. cit., tomo III, págs. 18-29. 67 Bécquer, “ C artas...” , V , págs. 598 - 599 BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 3

34

Bécquer tradicionalista

inmenso campo queda aún a la caridad para ejercitarse en sus piadosas obras, qué raquíticos e insuficientes son los medios de que la filantropía oficial dispone para extirpar el cáncer que nos corroe las entrañas” 68. La miseria es una terrible Esfinge que devorará las naciones “ que no acierten a descifrar su oscuro enigma” 69. Claro está que no espera la solución del problema social como consecuencia de una revolución política: “ Sólo queda un camino abierto; el camino que nos trazó el Divino Maestro, que sobre la piedra de la caridad echó los sólidos cimientos de la civilización moderna” 70. No obstante, su preocupación por las clases menos privilegiadas debió despertarle las simpatías de los demócratas. El poeta destaca con beneplácito la acción caritativa de la sociedad “ Amigos de los pobres” , que según Pi y Margall se había formado en los partidos liberales71. Por último, aunque no oculta su anti­ patía — compartida sin duda por la reina Isabel 72 y por otros mo­ derados— hacia Napoleón III, aplaude sin embargo su intento de crear casas para los trabajadores franceses 73. 68 Bécquer, “ L a caridad” , págs. 1178-1179. 69 Ibid., pág. 1180. 70 Ibid. 71 Pi y Margall, op. cit., pág. 347. 72 A pesar de la influencia francesa en la economía española, Isabel II, según la prensa contemporánea, tenía fundados temores sobre la actitud de Napoleón III frente a España, y sobre todo, celos personales de la Emperatriz Eugenia, cuya belleza y brillo social trataba inútilmente de igualar. 73 Y a desde la primera “ Revista de la semana” , Bécquer evidencia su actitud frente a Napoleón I I I : “ Napoleón cree en la paz: al menos así lo ha dicho. A l oírle, es seguro que más de una mefistofélica sonrisa habrá vagado por los finos labios de sus diplomáticos oyentes” , El Museo universal, 7 de enero de 1866, pág. 1. En el mismo lugar califica al em­ perador como “la Esfinge de las Tullerías” ; el 27 de marzo del mismo año, se refiere al Congreso europeo propuesto por Napoleón: “ ¿Quién sabe si el aparato bélico desplegado en Europa en las circunstancias pre­ sentes y el haber traído los sucesos hasta el punto en que se encuentran no habrá sido otra cosa que un ardid para empujar a los países que aún se oponen a la celebración, hacia ese famoso Congreso de soberanos, ver-

Bécquer y la política de su tiempo Esa corriente liberal en el pensamiento de Bécquer se diversi­ fica hacia 1857, quizá como resultado de la crisis liberal de 1856. Durante la preparación de la Historia de los templos de España, leyó a Chateaubriand, cuyo Genio del Cristianismo le inspira la concepción de su obra; quizá a Lamennais, que como él esboza una historia de la idea religiosa a través de la arquitectura 74, y a Donoso Cortés, que me parece el modelo de algunas páginas im­ pregnadas de retórica cristiana, como las de “ San Juan de los Reyes” . Bécquer coincide con Donoso en otros escritos, cuando se refiere a la tradición, la sociedad, el amor, la mujer, la poesía y la caridad hum ana75. Algunas imágenes oratorias, como la citada “ Esfinge de la miseria” o la “ Babel de la impiedad” con que el poeta caracteriza al siglo76, parecen de corte donosiano. Bécquer dadera panacea de los males que nos afligen, en concepto del que lo ha concebido?” , pág. 161. Y con respecto a las casas para obreros: “Veremos si estos proyectos de que tanto se viene hablando en Francia, como una de las más eficaces medidas para la solución de las cuestiones económicas, respecto a la clase obrera, llegan a su madurez o sucede lo que entre nosotros que siempre se quedan en los limbos dela ilusión y el buen deseo” , E l M useo universal, 4 de febrero de 1866, pág. 33. 74 Sobre Chateaubriand en Bécquer, ver Nombela, op. cit., tomo I, pág. 300; tomo II, págs. 132-137; José Pedro Díaz, Gustavo Adolfo Béc­ quer. Vida y poesía, M adrid, 19585 págs. 45-49 y passim. Bécquer no cita a Chateaubriand. “ Como Chateaubriand, su fe cristiana se basa menos en la verdad del cristianismo que en la belleza de sus manifestaciones en el arte y en la arquitectura; y como Chateaubriand, su romanticismo le hace revolotear como satélite alrededor de su propia sensibilidad” , dice Brown, op. cit., pág. 219. ¿Habrá leído Bécquer a Lamennais? Cfr. su monogra­ fía sobre “ El Cristo de la L u z ” , págs. 978-979 con Lamennais, Esquisse d’ une Philosophie, tomo III, París, 1840, págs. 168-174. Para ambos, la arquitectura de la India, de Egipto y de Grecia concuerda con una dis­ tintiva visión religiosa; la arquitectura romana no tiene en cambio nada de original. Lamennais puede estar en el fondo del pensamiento social cristiano de Bécquer. 75 Cfr. Bécquer, “ Cartas literarias...” , especialmente págs. 666-667, 671-672, 675-676, con Donoso, ed. cit., tomo II, págs. 174, 374-377 y Bécquer, “ L a caridad” , pág. 1180, con Donoso, Bosquejos históricos. D e la caridad, tomo II, pág. 144. 76 Bécquer, “ Introducción” a la Historia de los tem plos..., pág. 828.

36

Bécquer tradicionalista

ve la actividad de Madrid corriendo como una “ bacante desmele­ nada” ; Donoso pinta a la libertad demagógica como a una bacante “ tomada del vino” 77. Precisamente en 1856 aparece el último tomo de las Obras de Donoso Cortés con prólogo de Gabino Tejado; y Valera publica hacia esas fechas su conocida crítica al Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo de Donoso 78. El pensamiento de la Historia de los templos de España difiere de todo posible liberalismo anterior. La sociedad tiene su origen — dice Bécquer— en la idea religiosa19. La monarquía es la expre­ sión de la unidad religiosa; por eso las contiendas civiles aparecen indirectamente calificadas como perniciosas. La época de los Reyes Católicos constituye el momento ideal de la sociedad española en que coinciden la unidad religiosa con la territorial y la política 80. El cardenal Cisneros e Isabel I representan la alianza entre el cielo y la tierra 81. En una palabra, Bécquer parece aquí un discípulo de los tradicionalistas franceses. No creo que haya leído a de Maistre o a Bonald, pero sí a quienes difundieron por España ideas simi­

77 Bécquer, “L a pereza” , pág. 705; Donoso, “ Cartas al director del Heraldo” , ed. cit., tomo II, pág. 606. 78 Valera, en “ Estudios críticos sobre filosofía y religión” , Obras completas, tomo II, págs. 1383-1399. 79 Según Bécquer, “ Basílica de Santa Leocadia” , pág. 962, “ ...la arquitectura, siguiendo el movimiento de la nueva sociedad que comen­ zaba a constituirse sobre bases conformes a sus necesidades e ideas re­ ligiosas, ensayó dar un paso por el sendero de la originalidad” . Véase además, “ El Cristo de la L u z” , pág. 973 y passim. 80 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , págs. 841-844. 81 Bécquer expresa su idea con más claridad en 1870, “ E l pendón de guerra del gran Cardenal Mendoza y la espada de Boabdil” , pág. 1096: ‘L a idea venció a la fuerza; la idea de unidad simbolizada en la religión, que llevaba sus consecuencias unitarias a la autoridad, a las leyes, al territorio...” Véase además, “ San Juan de los Reyes” , pág. 830. E l con­ cepto de la unidad territorial como elemento de unificación social, y su aplicación a la España de los Reyes Católicos, es expresado también por Donoso, en el “ Discurso sobre relaciones de España con el extranjero” , ¡d. cit., tomo I, pág. 68.

Bécquer y la política de su tiempo

37

lares. Repite parecidas afirmaciones en toda su obra posterior82. Es lógico que en 1860, cuando sólo se lo conoce por su His­ toria, sea considerado un escritor neocatólico. Juan de la Rosa González dice por entonces, al criticar La cruz del valle: “ Hay además otra costumbre y es la de ocultar sus arregladores su ver­ dadero nombre, poniendo en los carteles otro cualquiera, para reser­ varse el derecho de tronar cuando llegue el caso ante semejantes abusos. Esto es lo que se llama tirar la piedra y esconder la mano o buscar el tanto por ciento. El neocatolicismo ha invadido tam­ bién el teatro” 83. La calificación, hecha en un diario político como La Iberia, encubre — además del explícito sentido moral— una connotación ideológica. Bécquer parece consciente de ello, según la frase que subrayo: “ Yo no sé qué quiere decir neocatólico en lite­ ratura, pero si todo el que como yo lucha un año y otro por buscar la gloria en su terreno y protesta como puede cuando se ve obligado a descender a otro, lo es, por mi parte acepto la calificación” 84 El poeta limita a lo literario el término en cuestión y rechaza así otras implicaciones. No me parece casual que en esa carta de respuesta hable extensamente de sus esfuerzos con relación a la Historia de los templos. Desde las fechas de su participación con el grupo de González Brabo nadie puede confundirlo con un neocatólico. Por el contra­ rio: en 1868, los neocatólicos lo atacan públicamente, como lo hemos indicado antes. Sin embargo, permanecen aún en la prosa de Bécquer típicas expresiones de la crítica antiliberal al progreso. La fe, que levantó monumentos sublimes, agoniza85. Se desprecian los valores tradicionales: una picota puede servir para un colum­

82 pasado Lucas, 83 84 85

Para una apreciación conjunta del concepto de Bécquer sobre el español y su relación con el pensamiento religioso, véaseBalbín E l tema de España en la obra de Bécquer, Oviedo, 1944. Pageard, “ Bécquer et La Iberia” , pág. 408. Ibid., pág. 411. Bécquer, “ C artas...” , X , pág. 660 y passim.

38

Bécquer tradicionalista

pió 86. Él mismo se siente embargado de dudas; frente a Roncesvalles exclama: “ Nada ha cambiado aquí de cuanto nos rodea, es verdad; pero hemos cambiado nosotros, he cambiado yo, que no vengo en alas de la fe” 87. Crece, en cambio, la ambición humana, sobre todo en las ciu­ dades. Todos los hombres andan por Madrid “ corriendo detrás de una cosa que no alcanzan nunca, hasta que, corriendo, den en uno de'esos lazos silenciosos que nos va tendiendo la muerte y desapa­ rezcan como por escotillón con una gacetilla por epitafio” 88. El siglo xix, “positivista y burgués” , “ sólo rinde culto al dios dinero y es su romanza preferida el sonido de oro acuñado” 89. La ciencia ha contribuido a alterar el mundo moderno. Bécquer reconoce el valor de las ciencias, y hasta habla accidentalmente de algunas de ellas: los estudies históricos, la filología, las ciencias naturales, la geología, la astronomía; y de algunas popularizadas ramas del saber pseudocientífico, como la grafología90. No obstante se queja de que la ciencia haya privado al hombre de poesía; de que el teles­ copio nos descubra la luna como un astro volcánico, sin luz pro­ pia: un astro m uerto91. Las creencias y los valores tradicionales se mantienen en su pureza allá donde la civilización no ha llegado aún, como en Villaciervos o en Olite 92. En otros lugares, el progreso lo va igualando todo. Los arados pasan por el patio de armas de los antiguos cas­ tillos. ¿Dónde están los canceles y las celosías morunas? El traje del labriego es ya un disfraz fuera de su región; las fiestas popula­ 86 Bécquer, “ L a picota de Ocaña” , pág. n o i . 87 Bécquer, “ RoncesvaUes” , pág. 1055. 88 Bécquer, “ C artas...” , II, pág. 562. 89 Ibid., X , pág. 660. Véase además “Las segadoras” , pág. 1241. 90 Bécquer, “ Antigüedades prehistóricas de España” , págs. 1244-1247; “ Castillo Real de Olite” , págs. 1065-1069. 91 Bécquer, “ A la claridad de la luna” , págs. 698-699 y passim. 92 Bécquer, “ Tipos de Soria” , I, pág. 1244; III, pág. 1247; “ Cas­ tillo real...” , pág. 1065, passim.

Bécquer y la política de su tiempo

39

res de cada lugar parecen ridiculas. La civilización propaga, en fin, leyes que perturban la naturaleza del hombre y alteran las peculia­ ridades distintivas del país. La administración pública, con su ex­ cesiva tendencia a la centralización, contribuye a alterar la fisono­ mía característica de las regiones 93. José Selgas, neocatólico, aduce las mismas causas religiosas, eco­ nómicas y científicas cuando critica al “ espíritu del siglo” . Pero Bécquer nunca llega como él a los anatemas violentos9A. Nuestro poeta matiza su crítica antiliberal con su valoración positiva, en otros aspectos, del progreso. Precisamente, el nudo del pensamiento de Bécquer es su pre­ ocupación constante por armonizar los avances de la humanidad con las tradiciones españolas: “ Yo tengo fe en el porvenir. Me complazco en asistir mentalmente a esa inmensa e irresistible in­ vasión de las nuevas ideas que van transformando poco a poco la faz de la Humanidad, que merced a sus extraordinarias invencio­ nes fomentan el comercio de la inteligencia, estrechan el vínculo de los países, fortificando el espíritu de las grandes nacionalidades, y borrando, por decirlo así, las preocupaciones y las distancias, hacen caer unas tras otras las barreras que separan a los pueblos. No obstante, sea cuestión de poesía, sea que es inherente a la na­ turaleza frágil del hombre simpatizar con lo que perece y volver los ojos con cierta complacencia hasta lo que ya no existe, ello es 93 L a crítica a la centralización administrativa era común en tradicionalistas y en liberales. Según Roche, Les idees..., págs. 130-1315 es una de las ideas centrales del tradicionalismo europeo. Preside, claro está, el movimiento regionalista del siglo X IX , ya se trate del regionalismo tra­ dicionalista o del liberal. Mientras los republicanos piden la descentra­ lización, los moderados se inclinan a robustecer el gobierno de M adrid: ver Henessy, T h e Federal R epublic..., págs. 3 y 73 -75 - Bécquer, en este aspecto, se mantiene más fiel a su provincialismo andaluz que a la ideo­ logía m oderada: véase “ El alcalde”, pág. 1233. ^ 94 M e refiero a los artículos de Selgas recogidos luego en Fisonomías contemporáneas. Curiosa coleccion de apuntes dignos de estudio, Madrid, 1877, tomo X I de sus Obras completas, M adrid, 1889.

40

Bécquer tradicionalista

que en el fondo de mi alma consagro como una especie de culto, una veneración profunda, por todo lo que pertenece al pasado, y las poéticas tradiciones, las derruidas fortalezas, los antiguos usos de nuestra vieja España, tienen para mí todo ese indefinible en­ canto, esa vaguedad misteriosa de la puesta del sol en un día es­ pléndido, cuyas horas, llenas de emociones, vuelven a pasar por la memoria vestidas de colores y de luz, antes de sepultarse en las tinieblas en que se han de perder para siempre” 95. Ese intento de conciliación entre lo viejo y lo nuevo no podía tener cabida ni en los partidos neocatólicos ni en los decididamente liberales. Sí, en cambio, en el conservadurismo moderado., donde se habían fundido ya los principios liberales con la defensa de las antiguas instituciones españolas. Según atestigua Valera, “ el par­ tido liberal conservador, el partido del justo medio que es cauta y eminentemente progresista, ha tenido que salirse de entre los dos partidos antiguos, absolutista y progresista, que ya tienen corta sig­ nificación en la esfera intelectual, y ha tenido que adelantarse y que venir a ponerse entre estos dos partidos nuevos [el neocatólico y el demócrata] para servirles como de árbitro y para ser, con su virtud moderadora, el fiel de la balanza del uno y del otro” 9Ó. Y aún más claramente, afirma en otra parte: “ Nosotros, aunque res­ petamos y tenemos en cuenta el elemento histórico y tradicional, y aunque en ese sentido somos conservadores, queremos y pedimos el progreso...” 97. 6. Entre Bécquer y Valera existe más estrecha relación de la que se supone 98. Valera se inclina más hacia el liberalismo; Béc95 Bécquer, “ C artas...” , IV , págs. 579-580. 96 Valera, “ Sobre los discursos...” , op. cit., pág. 716. 97 Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., pág. 722. 98 Brown, op. cit., pág. 141, cita a Valera entre otros amigos y cono­ cidos de Bécquer, y agrega: “ Aunque no sabemos si tuvieron éstos nunca algún contacto vivo y humano con Gustavo” . No hay duda de que tal contacto existió, pues Bécquer no sólo menciona a Valera varias veces,

Bécquer y la política de su tiempo

41

quer, por razones de temperamento, evidencia mayor apego a las tradiciones; pero ambos reciben contemporáneamente la influencia de González Brabo. Valera asocia el pensamiento de los redactores de El Contemporáneo con el del caudillo moderado. Por él sabemos que el periódico propició la candidatura de González Brabo" . Francisco Silvela considera que en la redacción del periódico se creó el partido moderado conservador, como resultado de la unión del virus liberal y la ideología del antiguo partido de Donoso Cor­ tés ;o°. El Contemporáneo acalló todo tipo de crítica cuando Castelar fue destituido de su cátedra, y cuando, como consecuencia de ello, González Brabo y Alcalá Galiano protagonizaron los luctuosos sucesos de la noche de San D an iel101. La defensa de Valera ante los ataques de Nocedal contra Gon­ zález Brabo y contra sí mismo nos proporciona datos muy valiosos, nunca utilizados hasta ahora en relación con el pensamiento de Bécquer. En Bécquer como en González Brabo y en Valera, pueden ad­ vertirse rasgos del idealismo hegeliano. La historia — según dice sino que también le escribe la carta recogida en las citadas Obras, pá­ gina 1322. 99 Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., pág. 731. 100 Silvela lo dice así en este oscuro párrafo de “ Orígenes, historia y caracteres de la prensa española...”, conferencia pronunciada en el Ateneo de M adrid y recogida en la publicación de ese organismo, La España del siglo X I X (colección de conferencias históricas), Madrid, 1887, tomo III, pág. 242: “ E l Contemporáneo, que introduciendo el virus liberal más condensado en el antiguo partido moderado, ayudó a disolver los antiguos moldes de aquel ilustre y benemérito organismo más eficazmente que la propia revolución; y antes de que ésta llegara, preparo, quiza como nadie, su obra, dando origen a lo que entonces se llamo la subasta de liberalis­ mo, en la que entraron con ánimos que preocupaban a los mismos demó­ cratas, los hombres procedentes de las escuelas medias y de^ los antece­ dentes más opuestos al progresismo” . González Brabo, Alcalá Galiano y Llórente eran los mentores espirituales del periódico, según Castelar: ver Carmen Llorca, Castelar..., pág. 48. 1o1 Según R. Olivar Bertrand, A sí cayó Isabel II, Barcelona, 1955) pág. 133-

42

Bécquer tradicionalista

Valera en la citada defensa— tiene una trabazón dialéctica. Los hechos presentes son consecuencia de los pasados; y los futuros lo serán de los presentes, “porque no son extraños unos a otros, sino que son todos la manifestación y el desenvolvimiento de la misma idea” 102. Por ello, las revoluciones son irrevocables; el pa­ sado vale sólo como enseñanza para mejorar el presente y el fu­ turo 103. La idea tiene un contenido religioso; su marcha está pre­ sidida por la divina Providencia 104. Bécquer piensa también que “ lo que ha sido no tiene razón de ser nuevamente y no será...” 10S. El pasado constituye una lección; lamenta que en España nadie vuelva la vista atrás “no para retro­ ceder por donde se ha venido, sino para saber a ciencia cierta, por la comparación de lo andado, en qué punto del camino se encuen­ tra la sociedad española” 106. “ La vida de una nación... parece como que se dilata con la memoria de las cosas que fueron” 107. En un párrafo ya citado, manifiesta que el siglo xix puede mirar su obra y repetir como Dios que es buena. Dice esto en 1864, y en 1863 Valera había manifestado lo siguiente: “ Hace el señor González Brabo el panegírico de las revoluciones pasadas y celebra y justi­ fica sus obras, diciendo de ellas, si nos es lícito comparar lo sagrado con lo profano, lo que dijo Dios de la suya en los días de la Crea­ ción: que erant valde bona” m . Para Bécquer la historia de la humanidad es también la expresión de una idea, de contenido reli­ gioso: “ Día llegará en que, una vez soldados los rotos escalones [¿eslabones?] de la cadena, se revele a los ojos del pensador la 102 Valera, “ Sobre los discursos...” , op. cit., pág. 710. 103 Ibid., pág. 717. 104 En Ibid., Valera afirma: “ Tenemos confianza en la marcha de la Humanidad, y consideramos santo y bueno cada uno de sus pasos, porque están guiados por la Providencia” . 105 Bécquer, “ C artas...” , IV , pág. 580. 106 Bécquer, “L a Semana Santa en Toledo” , pág. 1269. 107 Bécquer, “ C artas...” , IV , pág. 581. 108 Valera, “ Sobre los discursos...” , op. cit., pág. 717.

Bécquer y la política de su tiempo

43

maravillosa y no interrumpida unidad de desenvolvimiento con que, empujados por la idea cristiana, hemos venido desde la catedral a la locomotora, para ir después de la locomotora a quién sabe dónde” 109. El poeta piensa utópicamente en la solidaridad futura de las naciones europeas, por lo menos de las latinas. Por entonces, la idea de una sociedad de naciones aparece frecuentemente en la prensa periódica: “ Ya no hay Pirineos. Ya no hay Alpes tampoco. España, Francia e Italia, los tres grandes pueblos latinos, se dan la mano a través de las cordilleras de montes que los dividían. La gran raza, que es una por sus tradiciones, sus costumbres y sus intereses, tal vez en un día no lejano se mostrará compacta, fuerte y dominadora como en otros tiempos. Desde luego, las liga entre sí un lazo poderoso: el lazo de las creencias. Desde luego, pueden tener una unidad y una sola cabeza en cuanto se relaciona con el espíritu. ¿Quién dice que la Roma del Vaticano no volverá a ser, como la Roma del Capitolio, la égida y el guía civilizador de su gran pueblo, derramado hoy por el mundo en diferentes nacio­ nes?” uo. Y Valera, un año antes, había profetizado que el Papa volvería a ser árbitro de la política de Europa y dirigiría “ con mano firme y segura, todo el movimiento civilizador de Europa sobre cuantas razas pueblan el mundo, siendo, al propio tiempo, el Padre Santo como el presidente y la cabeza del Consejo Supremo de la gran Confederación de todas las potencias cristianas” 1U. No obstante el valor que tiene para los moderados la idea reli­ giosa, y esas utopías inquietantes, en la práctica se oponían al poder temporal del Papa. Por lo menos es ello seguro en el caso de Valera y muy posible en el de González Brabo, tan inspirado por Mazzini

109 Bécquer, “ Caso de ablativo” , págs. 1043-1044. n° 111

Ibid., pág. 1050. ^ Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., pág. 726.

44

Bécquer tradicionalista

en su juventud m. Valera se hace responsable de la actitud de El Contemporáneo frente a la cuestión italiana, y manifiesta de manera inequívoca su apoyo a la monarquía de Víctor M anuel113. Bécquer expresa ideas similares, aunque tímidamente. En el párrafo ante­ riormente citado se afana en aclarar, teniendo sin duda en la mente esa cuestión, que piensa en la unificación de los pueblos latinos sólo “en cuanto se relaciona con el espíritu” . En la revista de El Museo universal, habla con bastante entusiasmo del gabinete de Florencia, centro de la política de unificación: “ Preparado ya de antemano el gabinete de Florencia a las eventualidades de un cho­ que inevitable en término más o menos próximo... se siente fuerte con la cooperación de un pueblo que despierta entusiasta a la nueva idea de la dignidad y la independencia, deseando dar muestras de que ha llegado el período de virilidad en que las naciones se bastan a sí mismas para conquistarse un puesto prominente” 114. Los ita­ lianos, dice, confían en ver “armonizados los intereses de la Iglesia y del nuevo reino” 115. Cuando la mayoría de las cortes españolas aboga por la conservación del poder temporal del Papa, Bécquer apunta cautelosamente: “ sus impugnadores creen que se ha ido mucho más allá del pensamiento del gobierno” 116. Una de las actitudes moderadas en la política interna de España explica, a mi juicio, un oscuro aspecto de la vida de Bécquer; me refiero a su actividad como censor. Valera manifiesta claramente que los moderados aceptaban la censura en materia religiosa y mo­

112 González Brabo creó un grupo liberal, La Joven España, que “ era filial de la Internacional Masónica dirigida por M azzini” . V er M orayta, La Masonería..., pág. 307. 113 Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., págs. 722-726. 114 Bécquer, “ Revista de la semana” , en El M useo universal, 17 de junio de 1866, pág. 193. 115 Bécquer, “ R evista...” , en E l M useo universal, 14 de enero de 1866, pág. 10. 116 Bécquer, “ R evista...” , en E l Museo universal, 4 de febrero de 1866, pág. 33.

Bécquer y la política de su tiempo

45

ral y se oponían, en cambio, a las rigurosas limitaciones establecidas por Nocedal U7. Bécquer parece muy contradictorio al respecto. En 1864 critica humorísticamente la censura de ideas, imitando el tono de Larra. Unos aduaneros detienen la entrada de sardinas fran­ cesas para que no se cuelen con ellas las ideas del siglo. Poco tiem­ po después asumirá la censoría de novelas 118. Esa contradicción se aclara, si entendemos que el nuevo gabinete de Narváez aseguraba nna mayor liberalidad al respecto, si bien en la práctica tal pro­ pósito mudó de inmediato 119. La censoría de novelas estaba, antes de Bécquer, en manos de los neocatólicos. El 23 de octubre de 1864, pocos meses antes de que Bécquer asumiera sus funciones, dice Castelar refiriéndose a los neocatólicos: “ Tienen ya la censura eclesiástica, la de teatros, la de novelas; tienen una ley de imprenta aprovechable. ¿Qué les falta para dar dirección al pensamiento social, sino tener la direc­ ción de la enseñanza pública?” 120. La intriga creada alrededor del nombramiento del poeta debió ser urdida por los neocatólicos no dispuestos a entregar a González Brabo y a su grupo funciones políticas de cierta importancia. Los favorecía su vinculación, por un lado, con la “ camarilla” , y por el otro, la circunstancia de estar unidos al partido moderado. Si Becquer no desempeño sus fun­ ciones con rigor, no hizo más que poner en practica el espíritu de las promesas de Narváez y de González Brabo. Los neocatólicos no le perdonarían, según se advierte en 1868, esa liberalidad. Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., págs. 720-721 y 728. Bécquer, “ Caso de ablativo” , págs. 1044-1047. __ 119 Narváez y González Brabo ingresan en el nuevo ministerio con el deseo de liberalizar el país, según afirma Pi y Margall, Historia..., págs 373 - 374 . No es extraño: Narváez nunca desmintió su bautismo liberal aunque por su espíritu disciplinado y autoritario se señaló por sus actitudes reaccionarias. Ver Andrés Borrego, “ El Duque de Valencia. , en la citada colección del Ateneo, La España del siglo X IX , tomo I, 117

ii*

pagÍ2044 Castelar, artl'cui0 en La Democracia, 23 de octubre de 1864., cita* do en el libro de Carmen Llorca, pág. 81.

46

Bécquer tradicionalista

No sé cuál es, en 1865, Ia actitud moderada frente a la cuestión chilena. Supongo que hombres como Valera, tan enconados luego frente a Cuba, debían coincidir en el apoyo a España y la crítica a las antiguas colonias. Bécquer escribe extensamente sobre la guerra española contra Chile y Perú, en páginas muy poco conoci­ das, y nunca recogidas en sus Obras completas. La cuestión llega a su punto máximo en 1866, en el momento en que dirige la re­ vista de El Museo universal. El 21 de enero de ese año anuncia el apresamiento de la goleta española Covadonga por la armada chi­ lena. Tras criticar a la prensa francesa que deforma, dice, la reali­ dad de los hechos, recuerda glorias guerreras españolas, si bien “no valen ciertamente los chilenos el recuerdo, por ser demasiado gran­ de para tan pequeña ocasión” m . Relata el suceso en una prosa agitada por la indignación patriótica y en estos términos: “ La Es­ meralda, de 26 cañones, merced a una indigna estratagema y ar­ bolando la bandera inglesa, logró sorprender a nuestro buque, dis­ parándole de improviso una andanada que dejó fuera de combate a varios hombres de la tripulación... Este es el triunfo que han obtenido los chilenos: decimos mal, los chilenos no; pues según todas las noticias confirmadas por los mismos periódicos partidarios de aquel país, La Esmeralda, que sólo izando una bandera que no es la suya pudo engañar a nuestros marinos como los engañaría el pirata más vulgar, iba mandada por un capitán inglés, haciendo las veces de segundo un norte-americano” m. Califica duramente a Chile; hasta las manifestaciones populares por el triunfo, le resul­ tan “ridiculas demostraciones” 123. No trata mejor al Perú: “ Un suceso... ha venido a aumentar el largo catálogo de las informali­ 121 Bécquer, “ R evista...” , en E l Museo universal, t866, pág. 17. 122 Ibid. Veanse ademas los números de E l M useo del 21 de enero; en casi todas las revistas, Bécquer cuestión chilena. 123 Bécquer, “ R evista...” , en E l Museo universal, 1866, pág. 25.

21 de enero de universal a partir informa sobre la 28 de enero de

Bécquer y la política de su tiempo

47

dades, los agravios, los insultos de que España tiene que pedir estrecha cuenta a las repúblicas americanas hostiles a nuestro país. El Perú, sin tener en nada lo pactado y concluido por su anterior presidente, tal vez envalentonado con el pasajero y traído éxito de Chile, nos acaba de declarar formalmente la guerra. Nada más hinchado y ridículo que el documento en que lo hace” . El dictador Prado — en una nota anterior, Bécquer se había expresado favora­ blemente sobre él— 124 abusa, según dice ahora, de la credulidad de sus compatriotas, sacando a relucir “ las tan manoseadas glorias de su independencia (independencia cuyo poco mérito, dadas las circunstancias en que se realizó, ha patentizado ya la historia...)” 125. El Museo universal, durante ese período, publica croquis de ba­ tallas, grabados y semblanzas de marinos españoles comprometidos en la acción. El poeta, quizá rememorando vina vocación juvenil, exalta a la flota española hasta el punto de aplaudir el bombardeo de Valparaíso m . No es ésta la primera manifestación de fuerte nacionalismo en Bécquer. En 1862, en “ La Nena” , habla de la postración española en términos que anticipan las protestas del 98. Está refiriéndose a la creciente imitación de las modas francesas: “ Esto es un gran mal, pero a nuestro parecer un mal inevitable. Culpa nuestra es, no de nadie, si habiendo tenido en alguna época la batuta para dirigir esta especie de sinfonía de la civilización, la hemos aban­ donado para que otros la recojan y lleven como mejor les plazca el compás: compás que nosotros, reducidos a meros ejecutoresde directores que fuimos, habremos de seguir, mal que nos pese,so pena de aislarnos de todo el mundo y crearnos, como la China, una civilización especial aparte de todas las civilizaciones” 127. El nacio­ 124 Se trata también de una nota sin firma. Ver E l M useo universal, 28 de enero de 1866, pág. 31. 125 Bécquer, “ R evista...” , en E l M useo universal, 11 de marzo de 1866, pág. 73. 126 Bécquer, “ R evista...” , número del 20 de mayo de 1866, pág. 153. 127 Bécquer, “ L a N ena” , págs. 741 -742 .

48

Bécquer tradicionalista

nalismo de Bécquer no excluye su aceptación de la influencia eu­ ropea. De otro modo, no sería un moderado. Valera acude otra vez a nuestro auxilio: “ España no puede levantar en sus costas y fron­ teras un valladar que ataje la corriente del espíritu humano... Si por temor de caer en ella no nos arrojamos, la corriente nos arras­ trará y nos llevará por donde vaya. Si tenemos el valor de echamos a ella, contribuiremos a darle una buena dirección; tomaremos parte en la grande obra, figuraremos entre los pueblos que van al frente de la civilización...” 128. No queda Dues duda alguna. Bécquer evidencia interés, aunque obligado por las circunstancias, en la política de su tiempo. Actúa con los moderados porque coincide con ellos en algunos postulados básicos; la conciliación entre el progreso y las tradiciones, el re­ conocimiento de las revoluciones como manifestación de la Provi­ dencia divina, la actitud frente a la cuestión italiana, la oposición a la ley de prensa de Nocedal, la aceptación limitada de la influen­ cia europea. Cuando los contemporáneos hablan de su poco interés en la política, se refieren sin duda a la pequeña política partidaria. Así ha de interpretarse la afirmación de Valera: “Manifestó Béc­ quer constante aversión a la política, y jamás quiso intervenir en ella, como hicieron muchos otros poetas de entonces, con lastimoso menoscabo de la poesía” 129. Además Bécquer, como Larra en la primera mitad del siglo, ha logrado identificar la preocupación por España con su angustia per­ sonal. La comparación se justifica. La prosa periodística de Bécquer tiene a Larra como modelo. Como Larra, se vuelca totalmente en la comunicación con su público. Leerlo, es conocer su biografía interior. Cita a Larra con mucha frecuencia: sus obras, dice, “me enseñaron el dolor” 13°. Al hacernos la crónica de Mignon alude al 128 Valera, “ Sobre la política...” , op. cit., pág. 721. 129 Valera, “ L a poesía lírica y épica en la España del siglo X I X ” , en Obras..., tomo II, pág. 1237. 130 Bécquer, “ La fe salva” , pág. 413.

Bécquer y la política de su tiempo

49

“ inimitable Fígaro” 131. En “ Cartas desde mi celda” , describe — como Larra— la diligencia y su pasaje; en la carta II, habla de los-nichos vacíos en los cementerios de las ciudades con el mismo tono sarcástico de “ Día de difuntos de 1836. Fígaro en el cemen­ terio” . Con respecto a las crónicas “ El carnaval” y “ Caso de abla­ tivo” he indicado ya otros contactos 132. La expresión irónica en Bécquer me parece siempre una reminiscencia del estilo de Larra. Como cuando habla del ama del clérigo, “ como por aquí es cos­ tumbre llamarlas, que en punto a cecina de mujer era de lo mejor conservado y apetitoso a la vista que yo he encontrado de algún tiempo a esta parte” 133. Símbolo del alma española de su época, Bécquer sufrió intensa­ mente la nostalgia del pasado, la inseguridad del presente, el temor al futuro. Nadie ha expresado mejor ni con mayor profundidad las contradicciones del tiempo; y a veces, resulta imposible separar la expresión de su propio dolor de la crítica a sus circunstancias históricas, como en el siguiente párrafo: “ He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser una comparsa en la inmensa comedia de la Humanidad y, concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se aperciba siquiera de mi salida... Ello es que cada día me voy convenciendo más que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar un átomo aquí” 134

131 Bécquer, “ Circo de M adrid” , pág. 1146. 132 No hallo referencias a la influencia de Larra en Bécquer en nin­ guno de los estudios dedicados a su prosa periodística. Ver H. Phillips Cummings, “ Gustavo A. Bécquer as a Journalist...” , Hispania, 1937, 20, págs. 31-36; se estudian allí las revistas de la semana durante 1866; y Gregorio Marañón M oya, Bécquer periodista... Cfr. los escritos citados de Bécquer con “L a diligencia” de Larra, Artículos de costumbres, pá­ ginas 263-275, y con “ D ía de difuntos de 1836...” , en los Artículos polí­ ticos y sociales, M adrid, La Lectura, I 9 27 > págs. 3I-36. 133 Bécquer, “ C artas...” , I, pág. 545. 134 Ibid., II, págs. 575 -577 BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 4

C a p í t u l o II

EL TR A D IC IO N A LISM O A R T ÍS T IC O DE BÉCQ UER

i. El concepto de tradición integra, sólo como un aspecto, la contradictoria ideología de Bécquer. Pero, como ocurre con otros escritores del siglo xix, se siente en cambio profundamente atraído por el tradicionalismo artístico o estético. José Pedro Díaz afirma que hay en él “ una poderosa adherencia tradicionalista monárquica y católica que lo acerca a la otra vertiente romántica, la que deriva de Chateaubriand y que representa el grupo francés del salón de Nodier y de La Muse jrangaise, y en España, el romanticismo catalán” *. Luego de analizar brevemente esa “ adherencia” , el autor dice de modo categórico: “ Esto significa que su tradicionalismo es de origen estético” 2. Bécquer leyó a Chateaubriand desde muy temprano. Nombela cita “ novelas de Chateaubriand” entre sus lecturas juveniles 3. Pien­ sa seguramente en Atala, conocida en España desde 1803 4, ya agre­ gada al Genio del Cristianismo como en la edición de 1806, ya pu­ blicada como novela independiente, y en El Último Abencerraje. También nos recuerda que su amigo “ había leído el Genio del Cris­ 1

José Pedro Díaz, Bécquer..., pág. 193.

2 Ibid., pág. 196. 3 Nombela, Impresiones..., tomo II, pág. 133. 4 Ver Peers, “L a influencia de Chateaubriand...” , Revista de F ilo­ logía Española, pág. 364.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

51

tianismo de Chateaubriand y había admirado el pensamiento de la obra . L a concepción de la Historia de los templos de España, í 857j deriva de Chateaubriand. Desde entonces, Bécquer acepta las técnicas de Chateaubriand para la descripción de templos, san­ tuarios, esculturas, tumbas y objetos del culto. El tradicionalismo artístico de Bécquer, como el de Chateau­ briand, supone la aceptación de una especial idea sobre la historia 6. Desde Chateaubriand, los límites entre la literatura y la historia se tornan menos perceptibles. Los historiadores que reciben su in­ fluencia como Augustin Thierry, Jules Michelet y Thomas Carlyle, procuran unir a la información veraz la reconstrucción artística del mundo espiritual del pasado. Conmueve, pero no extraña, que el nombre de Bécquer aparezca entre los de historiadores y arqueó­ logos que redactarían la Historia de los templos1. La reconstrucción artística no sólo utiliza documentos históri­ cos; valen más las creencias, las ideas, los sentimientos de la época estudiada. Menéndez y Pelayo afirma años después: “ No se re­ duce la historia a los tiempos de cronología cierta y sujetos a com­ probación diplomática, sino que extiende sus ojos a esos campos en que Hegel confina la poesía, y mientras ésta recoge flores de eterno olor, aprende la historia, soito il velame degli versi strani, mil recónditas enseñanzas sobre conflictos de pueblos y de razas, 5 Nombela, Ibid., tomo I, pág. 301. 6 Sobre el concepto de la historia en Chateaubriand, ver Eduard Fueter, Histoire de l’Historiographie moderne, París, 1914, págs. 535-555. 7 No aparece tal nómina en las ediciones corrientes pero sí en la primera de M adrid: Historia de los templos de España. Publicada bajo la protección de SS. M M . A A . y muy reverendos arzobispos y obispos. Dirigida por D on Juan de la Puerta Vizcaíno y D on Gustavo Adolfo Béc­ quer. Dedicada al Excmo. e lim o. Sr. Patriarca de las Indias, Madrida Imprenta y Estereotipia de los señores Nieto y Compañía, 1857, tomo I. El nombre de Bécquer se lee junto al de prestigiosos historiadores en “ Señores redactores de la Historia de los templos de España” , tomo ci­ tado fpág. IV], Cito por esta edición sólo en los casos en que se trata de textos no recogidos en las Obras... que vengo utilizando.

52

Bécquer tradicionalista

sobre dioses titánicos destronados por dioses de estirpe más re­ ciente, y hasta sobre los progresos de la escritura y la renovación de fraguas y metales” 8. Para la historia artística los mitos, las fá­ bulas, las leyendas, el arte y la poesía son también inapreciables testimonios. En una palabra, la historia artística respeta las fuentes tradi­ cionales. La tradición es una fuerza irracional y oscura; para in­ terpretarla no bastan las dotes del científico. Sólo la intuición poé­ tica permite participar íntima y misteriosamente de la verdad que la tradición encierra, llámese revelación o idea9. Bécquer asegura en 1857 que “ la tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado” 10; y en 1870 ma­ nifiesta más claramente: “ la tradición es un elemento importan­ tísimo y del cual no puede prescindirse del todo, so pena de caer en un escepticismo acaso más peligroso que la misma credulidad” n. En su defensa de la tradición, se pronuncia repetidamente en contra de la historia crítica, crítica histórica o historia razonadora y filosófica 12, que presta demasiada fe a la documentación material. Los historiadores que pertenecen a esta escuela, dice, acostumbrados a pensar en el aislamiento del gabinete, no sienten interés por la tradición. La crítica histórica, “esa incrédula hija de nuestra época” , se ha infiltrado en los espíritus desde la infancia, ha enseñado a sonreír despreciativamente ante los relatos tradicionales, “ brillante cimiento de nuestros anales patrios” ; ha desnudado a los héroes nacionales de las galas de la fantasía popular. La falta de documen­ tos origina, como consecuencia, la duda: “ No es, pues, extraño que 8 Menéndez y Pelayo, “L a historia como obra artística” , en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, Obras completas, Santander, Aldus, tomo X II, págs. 13-14. 9Boas, French Philosophies..., págs. 73-74, menciona la coinciden­ cia, en este sentido, de los tradicionalistas y de Hegel. 10Bécquer, “ Introducción” a la Historia..., en Obras..., pág. 227. 11Bécquer, “ Solar de la casa del Cid en Burgos” , pág. 1079. 12, Ibid., pág. 1078.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

53

los que a este criterio se ciñen duden de todo, y para ellos acabe la historia allí donde se pierde el rasgo del último pergamino que la confirma” 13. Ese criterio lesiona sobre todo el estudio de los orígenes de la civilización. Bécquer se queja de que los historiadores científicos nieguen la existencia del Cid y de Bernardo del Carpió. Lamenta también, sin duda recordando a Renán, que se haya dudado de la historicidad de Cristo 14. La crítica histórica es más apta, en cambio, para el estudio de épocas modernas. “ Verdad es que las indagacio­ nes históricas de los que se ajustan a los rigurosos preceptos de esta escuela han dado y dan resultados positivos y satisfactorios, siem­ pre que se trata de épocas relativamente próximas y acerca de las cuales tantos y tan ricos tesoros de noticias y documentos guardan nuestros archivos; pero en cambio, cuántos desalientos originan en el que, a medida que se remonta, siente más insegura la base en que descansan sus razonamientos, acabando por averiguar cómo lo que en siglos lejanos fue opinión de un cronista crédulo pasa, repetido de autor en autor, a la categoría de autoridad, hasta que concluye transformándose en artículo de fe en la obra del historia­ dor más sesudo” 15. 13 Bécquer, “ Roncesvalles” . pág. 1056. 14 E l juicio sería más aplicable a Renán si Bécquer hablara de la “ divinidad” de Cristo. Renán no le resultaba, como a muchos tradicionalistas, historiador de confianza. L a Vie de Jésus se publicó en 1863 como primer libro de la Histoire des origines du Christianisme y debió adquirir inmediata repercusión en España pues en 1864 A. de Castro publica en Cádiz su Ernesto Renán ante la erudición sagrada y profana que Bécquer pudo conocer. En la “ R evista...” , de E l Museo universal, 29 de abril de 1866, pág. 130, Bécquer afirma: “ Siempre se dudó que en La Vida de Jesús hubiese completa buena fe por parte del autor” . En el mismo artículo critica La vida de los apóstoles como libro escrito con propósitos comer­ ciales. Coincide, sin embargo, con Renán en su valoración del elemento tradicional para el estudio de los orígenes de una civilización. Renán basa en fuentes tradicionales sus Études d’histoire religieuse, publicados en París en el mismo año de la Historia... de Bécquer, 1857. 15 Bécquer, “ Solar de la casa del C id ...” , pág. 1078.

Bécquer tradicionalista

54

La historia “ filosófica y grave” suele detenerse en las fronteras de la fábula. Al comentar los primeros estudios sobre la prehistoria española, Bécquer habla con entusiasmo de esa nueva ciencia que poco a poco permitirá reemplazar las fábulas con conocimientos científicos. Se complace en advertir, entonces, que la tradición y la ciencia no se contradicen. Le asalta sin embargo el temor de que los estudios prehistóricos, al hurgar en los misteriosos orígenes del hombre, quiebren las “leyes de la naturaleza” 16. El derecho de la tradición es más fuerte. Las ciencias históricas constituyen instrumentos necesarios siempre que no procuren re­ emplazarla. Porque en la tradición se perpetúan los valores nacio­ nales. Para Bécquer esos valores, esa idea moral, tiene mayor im­ portancia que la verdad de los hechos: “ Si la tumba, el solar de la casa o el sitio en que ocurrió la muerte de algunos de nuestros grandes hombres pudiera aún inventarse, nosotros aplaudiríamos al que los inventara, ¿por qué hemos de contribuir al desprestigio de los que ya están inventados?” 17. M uy cerca al pensamiento román­ tico que preside la revaloración de la epopeya medieval y del ro­ mancero, defiende el valor histórico de la poesía tradicional. La historia conserva el nombre del Cid; pero es la tradición popular la creadora de detalles que ya nadie discute 18. La tradición se expresa a través de símbolos oscuros. Con el paso del tiempo, un follaje de exageraciones la ofusca. Es necesa­ rio, dice Bécquer, volver a los lugares en que aún vive, respirar su atmósfera para poder apreciar intuitivamente su verdad 19. La intuición constituye el único medio seguro de acercarse a la verdad transmitida tradicionalmente. Alejandro Ramírez Araujo ha estudiado en un interesante artículo el método con que Bécquer

16 17 18 19

Bécquer, Bécquer, Bécquer, Bécquer,

“ Antigüedades prehistóricas de España” , pág. 1103. “ Solar de la casa del C id ...” , pág. 1080. “Roncesvalles” , pág. 1061. “ Solar...” , pág. 1079.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

55

cree captar la idea oculta en la ruina o en el relato tradicional20. En los lugares donde la tradición se ha originado el historiador cree y no discute: adquiere así “ el convencimiento de la intuición que se siente, aunque no se razona, y hace tanto peso en el ánimo como el más auténtico de los comprobantes” . En los lugares his­ tóricos, donde aún se escuchan sus tradiciones en boca del guía, el escepticismo erudito vacila ante la firmísima fe popular21. Sólo el artista puede intuir la verdad ideal. Frente al paisaje histórico o frente a las ruinas que lo integran basta cualquier detalle propicio para que se produzca en el observador una curiosa alqui­ mia. Un rayo de luz, el movimiento de una sombra, el sonido del agua agitada, despiertan de inmediato un mundo de fantásticas en­ soñaciones. Bécquer cree en la simpatía mágica: su sensación fren­ te a la ruina y aun sus más extrañas fantasías coinciden con la ver­ dad ideal que la ruina encierra22. No distingue entre intuición y fantasía creadora. Su sensibilidad le permite sentir en los lugares históricos indefinidas experiencias que favorecen su creación literaria. Las figuras de la historia, en­ vueltas en la misteriosa atmósfera de su imaginación, viven como personajes de sus propias leyendas. Así el arquitecto de San Juan de los Reyes, o el cardenal Mendoza, o las estatuas de las tumbas medievales adquieren viva realidad en sus evocaciones: “ Sea pres­ tigio de la imaginación, sea efecto del fantástico cuadro en que la vi destacarse, aquella figura me trajo a la memoria no sé qué re­ cuerdos confusos de siglos y de gentes que han pasado: generaciones de las que sólo he visto un trasunto en las severas estatuas que duermen inmóviles sobre las losas de las tumbas; pero que enton­

20 Alejandro Ramírez Araujo, “ Bécquer y la reconstrucción del pasa­ do” , Hispania, 3 de septiembre de 1956, págs. 313-319. 21 Bécquer, “ Solar...” , págs. 1079-1080. 22 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , págs. 898-900; “ Cartas...” págs. 573-575; “ Cartas literarias...” , págs. 680-681 y passim.

Bécquer tradicionalista

56

ces me pareció verlas levantarse como evocadas por un conjuro, para poblar aquellas ruinas” 23. El observador no ejerce una actividad libre. Como individuo participa de la misma totalidad orgánica de la que se desprendió, en el pasado, la idea objetivada en el templo o en la conseja po­ pular. El modo individual de apresar intuitivamente la idea está determinado por las oscuras potencias de un espíritu total. La fan­ tasía equivale al recuerdo, es una reminiscencia casi platónica de la memoria histórica que el espíritu individual conserva borrosa­ mente hasta esa comunión momentánea. La intuición artística es así una experiencia de totalidad, que permite superar el fragmentario conocimiento científico. De nada vale la observación si no permite devolver el mensaje oculto de la ruina. Bécquer busca constantemente ese mensaje que le permitirá apreciar el secreto armónico de la arquitectura. En las portadas de las catedrales, en los capiteles de los claustros, en las entreojivas de las urnas góticas, descubre figuras extrañas, retratos de persona­ jes reales, y símbolos masónicos. El profano no ve tales señales. Los arquitectos medievales han escrito en el templo, como anteriormente los egipcios en sus obeliscos, un libro simbólico, cabalístico, de tradiciones, sátiras y fórmulas de magia: “ A fuerza de contempla­ ción y meditaciones, yo había llegado por aquella época a deletrear algo del oscuro germanismo de los monumentos de la Edad Media. Sabía buscar en el recodo más sombrío de los pilares acodillados, el sillar que contenía la marca masónica de los constructores; cal­ culaba con acierto el machón o la parte del muro que gravitaba sobre el arca de plomo o la piedra redonda en que se grababan, con el nombre de la secta y del maestro, su escuadra, el martillo, y la simbólica estrella de cinco puntas, o la cabeza de pájaro que recuerda el Ibis de los faraones. Una parábola bajo el segundo velo, una alusión histórica o un rasgo de las costumbres, aunque atavia­ 23 Bécquer, “ Roncesvalles” , pág. 1060.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

57

dos con el disfraz místico, no podían pasar inadvertidos a mis ojos si los hacía objeto de inspección minuciosa” 24. Aunque en su len­ guaje esotérico Bécquer evidencia su raíz romántica, coincide con ciertos escritores franceses posteriores al romanticismo en su bús­ queda y apreciación del misterio. Como ellos ha pasado de la des­ cripción pintoresca, propia del Romanticismo, a la pintura de una “ forét de symboles” donde las sensaciones y el mundo objetivo de la piedra se funden en la misma estremecida ansia de infinitud. 2. En la “ Introducción” a la Historia de los templos, Bécquer manifiesta su propósito de utilizar los documentos históricos sin desmedro de la poesía. Como veremos en el capítulo próximo, sus datos históricos provienen de Mariana. La elección de tal fuente define ya lo que entiende como documentación. Mariana anticipa a Chateaubriand en el tratamiento de la historia como expresión artística. La historia es para él providencialista, pintoresca y didác­ tica. En tiempos de Bécquer se reeditan sus obras, que alcanzan gran popularidad25. Bécquer transcribe a Mariana literalmente cuando se preocupa por la sola relación de los hechos. Si el relato histórico tiene en Mariana los necesarios toques de color local, éstos persisten en Bécquer sin alteración; en cambio, cuando la fuente se torna seca o descolorida, Bécquer intensifica los detalles pintorescos. Por ejem­ plo, copia textualmente el cuadro del destronamiento en efigie de don Enrique, porque tiene ya la animación y el color requeridos; pero crea, sobre los pocos datos de Mariana, la conmovedora pin­ tura del martirio de Santa Leocadia exaltando, como Chateaubriand en los Mártires, los rasgos de belleza moral y de piedad religiosa 2é. 24 Bécquer, “L a mujer de piedra” , pág. 823. 25 Sobre el concepto de la historia en Mariana, ver Fueter, “ M aria­ na” , H istoire..., págs. 272-279. E l Semanario Pintoresco Español, 25 de febrero de 1849, anuncia una lujosa reimpresión de Mariana. ” 26 Los Mártires (1809) se conoció en España desde 1816, según Allison Peers, “ Sobre la influencia de Chateaubriand...” , pág. 369.

58

Bécquer tradicionalista

Por Mariana se explica la persistencia en Bécquer de una in­ tención moralizadora en el relato histórico. Las discordias de los nobles castellanos le parecen causadas por las “ locas prodigalida­ des” de Enrique y “el poder y la soberbia de los grandes” . Las juzga negativamente porque debilitan “ la fuerza moral del trono y los recursos del reino” 71. Discute a veces detalles de Mariana y aduce la autoridad de otros historiadores, más para mostrar una información objetiva y amplia que para agregar observaciones nuevas. En esos casos pro­ cura no comprometer la propia opinión: el historiador, dice, “ irre­ soluto ante las pruebas que de ambos derechos se ofrecen, sólo se limita a apuntar los hechos y las opiniones a que éstos han dado lugar” 28. Pretende, a veces, ser un cronista desapasionado. Pero por mo­ mentos lo olvida. Interviene entonces en el relato con expresivas muestras de entusiasmo religioso, de indignación cívica, o de con­ miseración humana29. Como en Chateaubriand y en Mariana, en Bécquer la historia es la manifestación de la Providencia de Dios. Las contiendas reli­ giosas o civiles son siempre una lucha de fuerzas contrarias en la que las fuerzas del bien están representadas por la religión cristiana o por la dignidad de los reyes 30. Chateaubriand y Bécquer exaltan el valor .del. cristianismo en la historia moderna más que Mariana, porque es propio del tradicionalismo romántico y más acorde con el carácter peculiar de sus temas. Bécquer destaca, cuando el asun­ to lo permite, las maravillas de la cristiandad. Santa Leocadia es un ejemplo de heroína chateaubrianesca: hermosa, tierna, valerosa,

27 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , págs. 834 y 849. 28 Ibid., pág. 851. 29 Ver Bécquer, “ Basílica...” , págs. 926, 931 y passim; “ Santa María la Blanca” , pág. 1006. ?0 Bécquer, “ Basílica...” , pág. 928; “ San Juan de los Reyes” , pá­ ginas 853-854.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

59

imaginativa y ardiente, caritativa, casta. El arte cristiano sobrepasa a cualquier otro; la catedral gótica es la mejor expresión del sen­ timiento inefable del cristianismo a través de la historia. En las descripciones de templos españoles, Bécquer necesita además com­ prender las bellezas de la arquitectura arábiga y aun de la judía. En la ecléctica mezcla de lo judío, árabe y cristiano simboliza las características del espíritu español de la Edad Media. Aunque no resulta ya novedoso en su época, habla con el entusiasmo de un primer descubrimiento sobre la magnificencia de la arquitectura árabe 31. Si Chateaubriand le descubre las bellezas del templo cris­ tiano, también Chateaubriand, el de El último Abencerraje, junto con Washington Irving, favorece su visión comprensiva de lo moró. Bécquer habla de la arquitectura árabe con inoculto fervor andaluz. Como en Chateaubriand, sus descripciones arquitectónicas se en­ lazan con la descripción del paisaje: Las ramas de los árboles trepan por las columnatas de la ruina o las columnas son en sí ramas de árboles; los festones de las cresterías semejan hojas o formas ve­ getales; la luz de la tarde penetra en el recinto a través de los vi­ trales. Naturaleza y arquitectura aparecen unidas como las caras complementarias de un mismo símbolo religioso32. El arte de los templos comprende también, para Chateaubriand y para Bécquer, la escultura religiosa, la pintura y la música. Béc­ quer desarrolla pericia incomparable en la detallada descripción, sobre todo, de la estatuaria. Toda su sensibilidad plástica se asocia para transmitirnos los pliegues más imperceptibles del mármol tra­ bajado, o las más puras líneas de las imágenes en piedra. Poco le cuesta anim a r el mundo silencioso de las estatuas convirtiéndolo en procesión de seres fantásticos. En los ojos de las estatuas ve una mirada tendida hacia el infinito y hacia Dios. La pintura y la música complementan la descripción del recinto religioso. Chateau­

31 Bécquer, “ E l Cristo de la L u z ” , págs. 973 -976 . 32 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , págs. 828, 830-833, y passint.

6o

Bécquer tradicionalista

briand está presente hasta en la visión retrospectiva de los cemen­ terios aldeanos33. Las técnicas descriptivas del tradicionalismo artístico se advier­ ten con mayor claridad en la Historia de los templos, pero persis­ ten en el resto de la obra de Bécquer; no sólo en sus notas sobre monumentos sino también en las leyendas y en las Rimas. El sen­ tido de lo “ maravilloso cristiano” reaparece en la ambientación de sus leyendas religiosas, ya cuando describe una ciudad como Toledo o un recinto sagrado, ya cuando recoge o elabora tradiciones en que aparecen seres divinos o presencias sobrenaturales. El paisaje mantiene su espíritu de religiosidad cuando es paisaje histórico o cuando se transforma en paisaje sobrenatural en las leyendas. Las estatuas, sagradas o profanas, pueblan los artículos descriptivos y las leyendas. Bécquer parece incapaz de desprenderse de viejas sensaciones. Si en la Historia de los templos transmite directamente la sensación que le produce el espacio de las naves, en las Rimas todo espacio se siente como ámbito religioso; si en la Historia las estatuas yacentes son objeto de una descripción detallada, en las Rimas se confunden los rasgos de la mujer con los de las esculturas góticas. 3. Pero Bécquer escribe en un período de transición. Cuando Chateaubriand influye en él, el entusiasmo romántico ha desapare­ cido ya. El interés por el arte religioso se ha impregnado, en cam­ bio, de fuerte sentido político. El tradicionalismo artístico se aleja de su primera finalidad trascendente para adaptarse a nuevas reali­ dades. En Bécquer aparece claramente expresada su preocupación por conservar las bellezas nacionales amenazadas por la piqueta demoledora del progreso.

33 Cfr. Bécquer, “ Cartas...” , III, págs. 565-568 con Chateaubriand, Génie du Christianisme, en Oeuvres completes, tomo II, L ivre II, Chapitre V II, “ Cimetiéres de campagne” , París, Garnier, 1861, págs. 404-405.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

61

Chateaubriand insinúa en el “ Prefacio” al Genio del Cristianis­ mo parecido propósito nacional, al parecer aludiendo a los destro­ zos de la revolución francesa: “ Ce fut done, pour ainsi dire, au milieu des débris de nos temples que je publiai le Génie du Christianisme, pour rappeler dans ses temples les pompes du cuite et les serviteurs des autels” 34. Se trata sólo de una mención fugaz; Cha­ teaubriand tiende a la exaltación universal de las bellezas del cris­ tianismo. En tiempos de Bécquer, y en España, las leyes de desamortiza­ ción, las guerras civiles y el auge de la construcción de edificios modernos durante el reinado de Isabel II contribuyeron a la des­ trucción de iglesias y de lugares históricos o de valor artístico más que cualquier revolución política. La queja por esa destrucción se convierte en un lugar común desde los tiempos de Espronceda 35. El Semanario Pintoresco Español alude constantemente en sus edi­ toriales a la indiferencia pública por la pérdida de los tesoros artís­ ticos 36. Pablo Piferrer comenzó a publicar sus Recuerdos y belle­ zas de España en 1839, época de la guerra civil: “ la lucha iba sembrando de ruinas el suelo de la patria, caían con horrible es­ truendo magníficos monumentos, gloria del arte; y todo formaba un conjunto de decadencia y de muerte... 37. Bécquer responsabiliza también a las guerras civiles y a las “ exigencias de la nueva manera de ser social” por la destrucción

34 Chateaubriand, “ Préface de l’édition de 1828” , en G én ie..., pág. 1. 35 Espronceda, “ Destrucción de nuestros antiguos monumentos artís­ ticos” , en Robert Marrast, Espronceda. A nieles et discours oubliés (d’aprés un document inédit). L a Bibliothéque d’Espronceda, París, 1966, pági­ nas 10-12. > 0 0 36 Semanario Pintoresco Español, editoriales del 7 de enero de 1848 y del 2 de enero de 1853; escrito este último por Antonio Arnao. 37 Según la advertencia de los editores en Cataluña. España, sus mo­ numentos y artes. Su naturaleza e historia, tomo I, Barcelona, 1884, pá­ gina V I. Véase además, Pablo Piferrer, Recuerdos y bellezas de España, Barcelona, 1939 (facsimilar de la edición de 1839), págs. 7-8.

62

Bécquer tradicionalista

de monumentos y de costumbres 38. No se trata sólo de una pér­ dida material. España corre el riesgo de olvidar su pasado histórico y de debilitar así el cauce de la nacionalidad. Porque “la vida de una nación, a semejanza de la del hombre, parece como que se dila­ ta con la memoria de las cosas que fueron y a medida que es más viva y más completa su imagen, es más real esa segunda existencia del espíritu en lo pasado, existencia preferible y más positiva tal vez que la del punto presente. Ni de lo que está siendo ni de lo que será puede aprovecharse la inteligencia para sus altas especula­ ciones. ¿Qué nos resta pues de nuestro dominio absoluto, sino la sombra de lo que ha sido?” 39. Escritores y artistas deben robustecer la memoria nacional, con­ servar la imagen de lo que desaparece, para que las generaciones del futuro tengan por lo menos “ un trasunto” de lo que fue su patria. Bécquer critica a los escritores del siglo x vm que no supie-' ron transmitir las últimas palabras de la tradición nacional cuando todavía estaban en pie sus monumentos y las costumbres mostra­ ban la huella de su carácter40. Los escritores modernos se han de beneficiar además en el contacto con la historia y las bellezas na­ cionales: “ Además de la ventaja inmediata que reportaría esta especie de inventario artístico e histórico de todos los restos de nuestra pasada grandeza ¿qué inmensos frutos no daría más tarde esa semilla en impresiones, de enseñanza y de poesía, arrojada en el alma de la generación joven, donde iría germinando para desarro­ llarse tal vez en lo porvenir?” 41. En 1864, Gustavo concreta un plan para que el gobierno pen­ sione a escritores y artistas, adquiera sus obras, o facilite de algún 38 Bécquer, “ C artas...” , IV, pág. 581. _r 39 Ibid. Bécquer reconoce su deuda con San Agustín en su concep­ ción del tiempo en “ Haciendo tiempo” , pág. 721. Véase además, Ramírez Araujo, “ Bécquer y la reconstrucción...” , pág. 313. 40 Bécquer, “ C artas...” , IV , págs. 579 y 581. 41 Ibid., págs. 579 y 587. Ver además “ El pordiosero” , pág. 1262.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

63

modo excursiones destinadas a preservar o reproducir monumentos artísticos. Ese plan tuvo cierto eco en la administración: en otro lugar nos informa que su hermano ha obtenido una pensión para pintar escenas, costumbres, tipos y trajes característicos42. En 1SÓ9, insiste en un plan parecido43. En 1870 aplaude a la administración pública que se esfuerza en proteger los tesoros artísticos españoles. No se trata pues de una preocupación pasajera, ni nacida del per­ sonal interés, pues ya entonces se había producido la revolución progresista contra Isabel II y Valeriano había perdido, como conse­ cuencia, su pensión 44. La obra de Bécquer responde a la expresada finalidad de con­ servar bellezas y tradiciones. Coincide con otros escritores que por entonces intentaban realizar una tarea parecida. Con Fernán Caba­ llero, por ejemplo, que expresa desde más temprano similar pre­ ocupación; y con los colegas periodistas que como él volcaban su interés en los diarios ñusnados 4S. Bécquer acude al pasado también para evadirse de las angustias del presente. En ningún lugar se siente más feliz que en el retiro monacal de Veruela, rodeado de recuerdos históricos y de tradi­ ciones; en ninguna ciudad se halla más a gusto que en Toledo, “ la ciudad sombría y melancólica por excelencia” 46. Como ocurre con Gautier y los poetas parnasianos franceses, el retorno al pasado histórico expresa su reacción contra el materialismo moderno: “ Sin embargo, esta atmósfera [la del siglo] nos ahoga a veces; hay ocasiones en que ansiamos percibir un soplo de nuestra ex­ tinguida nacionalidad, y entonces, o abrimos el libro inmortal de Cervantes, u hojeamos algunas de las comedias de Calderón, o nos

42 Bécquer, “ C artas...” , IV , págs. 584-587 y “ Semblanza de Valeria­ no Bécquer” , pág. 1316. 43 Bécquer, “ El hogar” , pág. 1231. 44 Bccquer, “ Sem blanza...” , pág. 1318. 45 Montesinos, Fernán Caballero..., págs. 35 - 37 * 46 Bécquer, “ Cartas literarias...” , IV , pág. 679.

64

Bécquer tradicionalista

volvemos con la memoria al fondo de la provincia en que vimos la luz al nacer y en cuyas costumbres y en cuyos cantares se con­ serva aún el reflejo de nuestras costumbres antiguas y caracterís­ ticas” 47. 4. El tradicionalismo artístico se prolonga en España a través de la gran obra colectiva de escritores del siglo xix que conocemos con el nombre genérico de España pintoresca. Como se sabe, cons­ tituyen el género obras de diferente carácter: libros de historia, descripciones arqueológicas o costumbristas, viajes pintorescos, guías de viaje. El género se origina con el entusiasmo por la arqueología ro­ mántica y bajo la influencia de Walter Scott, de Chateaubriand y de algunos capítulos de Nuestra Señora de París 48. Chateaubriand y Víctor Hugo influyen, por lo menos, en la obra de Pablo Piferrer. Bécquer, con su Historia de los templos de España y su labor de periodista, se asocia a la España pintoresca. En primer lugar, Bécquer conoce los antecedentes españoles del género: ha leído a Antonio Ponz, a quien cita frecuentemente en las monografías “ Monasterios y conventos de varones” y “ Monas­ terios y conventos de religiosas” . Cuando describe parroquias vis­ tas anteriormente por Ponz copia sus consideraciones artísticas; como Ponz, aprecia reservadamente al Greco y desprecia, esta vez sin reservas, el arte de Churriguera. Imita a Ponz en algunas ac­ titudes características, como cuando se pinta a sí mismo escrudiñando en la oscuridad de la iglesia los colores de El entierro del Conde de Orgaz o cuando llama la atención sobre el habitual des­ cuido en que se tiene a las obras artísticas 49.

47 Bécquer, “L a Nena” , pág. 743. 48 Menéndez y Pelayo, “ Quadrado y sus obras” , en Obras..., tomo V , Pág. 199­ 49 Bécquer, “ Monasterios y conventos de varones” , y “ Monasterios y conventos de religiosas” , en la citada primera edición de la Historia...,

El tradicionalismo artístico de Bécquer

65

Son también evidentes en la Historia sus reminiscencias de los libros de viaje más comunes, como el tan celebrado de Théophile Gautier. La descripción de San Juan de los Reyes refleja en el es­ critor francés y en el español el mismo entusiasmo de artista ante los detalles plásticos de la arquitectura y de la decoración del tem­ plo. Gautier defiende la tarea de preservación artística con concep­ tos similares a los ya citados de Bécquer. La uniformidad más desesperante invade el universo bajo el pretexto del progreso: el arte antiguo desaparece ante esa uniformidad. Nada justifica la des­ trucción moderna. Las piedras antiguas no impiden el surgimiento de las nuevas ideas: “ Ne peut-on faire une révolution sans démolir le passé? II nous semble que la constitution n’aurait rien perdu á ce qu’on laissát debout l’église de Ferdinand et d’Isabelle la Catholique, cette noble reine que crüt le génie sur parole et dota l’univers d’un nouveau monde” 50. Bécquer ha leído a los maestros de la España pintoresca. Tiene además relación personal con escritores españoles que contribuyen en su tiempo a la difusión del género. En 1857, colabora con don Manuel de Assas, director desde 1856 del Semanario pintoresco español, arqueólogo, historiador y orientalista de nota. Bécquer considera a Assas su amigo; como veremos luego, Assas debió despertar su interés por las leyendas de la India. En 1843, se desprenden del Semanario escritores que redac­ tarán El Museo universal, periódico que Bécquer dirigirá veinte años después. La Ilustración de Madrid, creada en 1870, es uno de los últimos semanarios vinculados a la España pintoresca. Béc-

págs. 103, 117 y passim. Sobre E l entierro del Conde de Orgaz ver “ Parro­ quias latinas (suprimidas en la actualidad)” , págs. 86-87. 50 Théophile Gautier, Voyage en Espagne. Tras los montes, París, 1922, pág. 160. Una útil reseña de los libros de viajes a España en Manuel Fernández Álvarez, Aportaciones a la Historia del turismo en España. Relatos de viaje desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, Madrid, 1956. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 5

66

Bécquer tradicionalista

quer, su primer director, organiza el periódico y vuelca en él, ya tardíamente, su gusto por las antigüedades artísticas. Los artículos publicados en la Ilustración derivan de sus viejos apuntes para la Historia de los templos 51. Nuestro poeta estaba especialmente do­ tado para ese tipo de tareas no sólo como escritor sino también como conocedor profundo de la pintura, la escultura y la arquitec­ tura, y aún, de la arquitectura árabe. Como otros escritores del género, sueña con la publicación de grandes colecciones ilustradas con grabados. Al enunciar el propósito de su Historia, debió tener en cuenta la obra de Piferrer con grabados de Parcerisa. Más familiaridad muestra sin embargo con José Amador de los Ríos, cuya Sevilla pintoresca, 1844, debió leerse mucho en Sevilla y en el seno, sobre todo, de su familia. El padre de Bécquer, como se sabe, se ganó la vida ilustrando obras similares52. El tío, Joaquín Domínguez Bécquer, se consagró, desde 1843 hasta 1853, a con­ servar y restaurar el Alcázar de Sevilla. El dato, hasta ahora ignora­ do, me parece de gran importancia. En esas fechas, Gustavo estaba íntimamente relacionado con el tío, en cuyo taller aprendió las técnicas de la pintura y pudo conocer los proyectos de la restaura­ ción. Pedro de Madrazo en Sevilla y Cádiz, 1853, habla extensa­ mente de la labor del tío de Gustavo, y se refiere con elogio a Valeriano Bécquer. No conocemos bien la relación de Gustavo con los Madrazo en M adrid53. No impoita reproducir ahora la nómina de libros similares que se publican en España desde 1836. Algunos de ellos, como la Es­ paña artística y monumental de Genaro Pérez de Villa-Amil, cons-

51 “ Éste es el Bécquer de los días de la Historia de los templos de España” , dice Rica Brown al comentar los artículos de 1870: ver su Bécquer, pág. 350. 52 Santiago Montoto, “ El padre de Bécquer” , A . B. C., M adrid, 15 de febrero de 1936. 53 Pedro de Madrazo, Sevilla y Cádiz, en España. Sus monumen­ tos..., tomo 23, págs. 655-656.

El tradicionalismo artístico de Bécquer

67

titulan verdaderas joyas tipográficas y no podían ser desconocidos en los ambientes literarios y artísticos de M adrid54. Las descripciones pintorescas de Toledo tienen interés más directo para nuestro estudio que las de Sevilla. El nombre de Béc­ quer aparece junto al de otros historiadores de Toledo en la guía del vizconde de Palazuelos publicada en 1890. Se trata de un libro curioso, recientemente dado a conocer por Vidal Benito. Palazuelos nos proporciona la más antigua valoración de la Historia de los templos y discute sus datos55. A l situar la obra de Bécquer entre otras similares, nos da también, sin quererlo, información sobre las posibles fuentes. La primera de ellas ha sido ya estudiada por Vidal Benito: Toledo pintoresca de Amador de los Ríos, 1845 56. La segunda, es el Álbum artístico de Assas, 1847, que no he po­ dido consultar: “ Es una colección de vistas y detalles de algunos monumentos toledanos, acompañados de eruditos y razonados ar­ tículos críticos y descriptivos” 57. Bécquer cita ambas obras; en cambio, no parece tener noticias de un libro quizá más relacionado con la historia particular de los templos religiosos: la Toledo reli­ giosa de San Román Carbonero y Sol, Sevilla, 185258.

54 Genaro Pérez de Villa-Am il, España artística y monumental. Vis­ tas y descripción de los sitios y monumentos más notables de España. Obra dirigida y ejecutada por don Genaro Pérez de Villa-Amil. Texto redactado por don Patricio de la Escosura. Publicada bajo los auspicios y colaboración de una sociedad de artistas, literatos y capitalistas españoles, París, 1842-1850. Sobre la posible relación entre Villa-Am il y familiares de Bécquer, ver Rica Brown, op. cit., pág. 16. 55 Palazuelos, Toledo. Guía artístico-práctica por el Vizconde de Pa­ lazuelos. Individuo correspondiente de la Real Academia de la Historia..., Toledo, 1890. 56 Vidal Benito, “ Fuentes para la Historia de los templos de España de Gustavo A . Bécquer” , en Revista de literatura, tomo X X X , M adrid, 1966, págs. 49-62. 57 Palazuelos, op. cit., pág. V II. 58 Ibid.

Bécquer tradicionalista

68

Palazuelos se refiere además extensamente a otra fuente directa de Bécquer: Toledo en la mano de Sixto Ramón Parro, 18 5 7 59. En el próximo capítulo analizaré esa fuente. Parro estaba vinculado con Amador de los Ríos, a quien le proporcionó datos sobre Toledo y de quien obtuvo a su vez otros detalles de información. Por úl­ timo, Palazuelos habla de la Historia de Bécquer en los términos siguientes: “ Del mismo año que la obra de Parro es una Historia de los templos de España que se comenzó a publicar en folio bajo los auspicios de los reyes y la dirección de los señores Vizcaíno y Bécquer. El tomo I está consagrado a Toledo y contiene una larga reseña histórica de la sede toledana, con la descripción de la Ca­ tedral, por don Manuel de Assas, y la de los demás templos de Toledo, debida a don Gustavo Adolfo Bécquer” 60. Palazuelos se refiere a la Historia en varias partes de su libro; en algunas pá­ ginas creo advertir veladas críticas a la información de Bécquer 61. Las guías de viaje, de tan precario prestigio como expresión literaria, son las únicas obras que todavía hoy deben algo a los autores de la España pintoresca. Ya en tiempos de Bécquer el gé­ nero perdía importancia; en sí mismo albergaba las causas de su decadencia. El entusiasmo romántico por las maravillas de la cris­ tiandad había cedido el paso al interés patriótico de conservar las bellezas nacionales. Pero además, la época imponía propósitos más bastardos. Se trataba fundamentalmente de proporcionar a un pú­ blico, acostumbrado a adquirir ese tipo de obras, libros que atrayeran sobre todo por su presentación tipográfica y sus finas ilustra­ ciones. Tal finalidad comercial lleva insensiblemente a la copia pasiva de obras anteriores. La Historia de los templos de España evidencia ese cambio en la marcha de su redacción. Bécquer la concibe como un poema a la manera de Chateaubriand para exaltar los valores del arte reli­ 59 60 61

Ibid., pág. V IIL Ibid., pág. IX. Ibid., págs. 787, 1049-1050..

El tradicionalismo artístico de Bécquer

69

gioso español. Poco a poco reduce sus aspiraciones de acuerdo con los intereses financieros de la empresa. Las primeras monografías evidencian aún el entusiasmo originario; las últimas, se limitan a reproducir páginas de otros. Resulta así un capítulo más de la España pintoresca, no demasiado inferior a las demás expresiones del género, pero tampoco una excepción destacada.

C a pítu lo III

L A H ISTO RIA D E L O S T EM PLO S D E ESPAÑ A

i. La crítica ha reconocido desde temprano la importancia de esta obra juvenil. El primero en referirse a ella extensamente es Julio Nombela: La obra debía titularse Los templos de España y contener la más amplia y detallada descripción de cuantos en nuestra patria representaban el sentimiento religioso, la devoción, la piedad y el arte bajo sus múltiples aspectos. No se trataba de un estudio sim­ plemente arqueológico, de una descripción técnica más o menos detallada, como las que habían hecho algunos eruditos españoles, muy meritorias, m uy documentadas; pero más labor de fotógrafos que de pintor artista. L o que Gustavo pretendía era hacer un grandioso poema en que la fe cristiana, sencilla y humilde, ofre­ ciese el inconmensurable y espléndido cuadro de las bellezas del Catolicismo. Cada catedral, cada basílica, cada monasterio, sería un canto del poema. L a idea, el sentimiento estarían expresados por la fábrica con el mármol, la madera, el hierro, el bronce, la plata, el oro, las piedras preciosas al servicio de artistas, arquitectos, pintores y escultores. A estas espléndidas formas darían alma la oración, la liturgia, el sencillo, severo y solemne canto llano, las melodías del órgano, los símbolos de los dogmas, la elocuencia sagrada... Desde la más humilde ermita hasta el grandioso Tantum ergo o el terrible Dies Irae, todo debía aparecer en su natural gradación.

L a “Historia de los templos de España ”

71

En esta concepción, afirma Nombela, estaba presente en la mente del poeta el Genio del Cristianismo En 1914, Franz Schneider llama la atención sobre el valor de la Historia de los templos. Indica que es obra rica en contenido, “ como para llenar de orgullo a un joven de veintiún años” . La considera obra fundamental en la formación de la personalidad literaria de Bécquer2. Para Rica Brown, en 1963, “ la preparación (por el estudio, las lecturas y la meditación) de tanta materia sobre la historia de la cristiandad y sus edificios no sólo le ensanchó los horizontes poé­ ticos, sino que le proporcionó una serie de posibles temas para sus leyendas” 3. Estas son las ideas que con mayor frecuencia se re­ piten. Sin embargo, la crítica especializada no se ha detenido mucho en la consideración de la Historia de los templos. Salvo las men­ ciones, a veces inevitables, en biografías o en estudios generales sobre vida y obra, pocos trabajos específicos se le han dedicado hasta ahora. El capítulo correspondiente de Rica Brown recoge toda la información que poseemos. Ella misma utiliza los datos fundamentales de un breve artículo de Paul Patrick Rogers, publi­ cado en 1940 4. Tanto Rica Brown como Rogers se preocupan más por los aspectos vinculados a la biografía de Bécquer, que por un estudio literario. En este último sentido más ínteres presenta el artículo de Vidal Benito, ya citado. Como algunas de las mono­ grafías de la Historia de los templos figuran en las obras completas. 1 Nom bela, Im presiones..., tomo II, págs. 137-138. Franz Schneider, Gustavo Adolfo Bécquers Leben und Schaffen unter besonderer Betonung des chronologischen Elementes, capitulo II, Berna-Leipzig, 1914, pág. 15. Véase el extenso resumen de este libro en mi Ensayo de bibliografía razonada de Gustavo Adolfo Bécquer, Bueno? 2

Aires, 1961, págs. 31-46. 3 Brown, Bécquer, pág. 86. 4 Paul Patrick Rogers, “ N ew Facts on Bécquer’s Historia de Templos de España1’, Hispanic Review, V III, 1940, págs. 311-320.

los

72

Bécquer tradicionalista

se las suele utilizar además en los análisis generales sobre la prosa de Bécquer, como en el estudio de Edmund L. King 5. En las ediciones corrientes sólo aparecen publicadas la “ Intro­ ducción” , “ San Juan de los Reyes”, “ Basílica de Santa Leocadia” , “ El Cristo de la L u z” , “ Santa María la Blanca” , “ Nuestra Señora del Tránsito” , y la primera parte de “ Parroquias muzárabes” , in­ cluido un trozo de la descripción de “ Santa Justa y Rufina” . Esta última monografía aparece cortada en más de la mitad de su texto. No se recogen las descripciones del resto de las “ Parroquias mu­ zárabes” , ni las extensas monografías sobre las parroquias latinas existentes y las suprimidas, y sobre los monasterios y conventos de varones y los monasterios y conventos de religiosas. En esas pá­ ginas no recogidas hay algunas de inusitada importancia como la descripción de “ San Pedro Mártir” que analizaré con detalle más adelante. En una palabra, faltan casi setenta páginas de texto “ in quarto” . Tampoco he visto citadas esas monografías en ninguna parte. No extrañan anomalías como ésta cuando se trata de escritores del siglo xix menos conocidos. Pero sí, en el caso de Bécquer. Pue­ den explicarse, sin embargo, las causas de este descuido. De la pri­ mera edición de la Historia de los templos existen poquísimos ejem­ plares. Rogers cuenta tres en bibliotecas de Estados Unidos y de Canadá 6. No creo que sean muchos más los que se conservan en España pues Schneider consideraba ya en 1914 que se trataba de una edición rara. Él tuvo en sus manos, al parecer, el ejemplar que pertenecía a la biblioteca de Francisco de Laiglesia7. La obra no ha vuelto a reeditarse en forma completa. La versión corriente

5 Edmund L . K ing, Gustavo Adolfo Bécquer. From Painter to Poet, México, 1953. 6 Rogers, “ New F acts...” , pág. 31, nota 150. Rica Brown utilizó el ejemplar de T h e Hispanic Society of N ew Y ork; yo empleo el de la U n i­ versidad de California en Berkeley. 7 Schneider, op. cit., pág. 17.

L a “Historia de los templos de España ”

73

proviene de la preparada en 1933 por Femando Iglesias Figueroa, responsable de la transmisión de un texto totalmente viciado8. Nada impide considerar como de Bécquer las páginas que faltan en las ediciones comunes. Constituyen la continuación natural de las que suelen publicarse. El tomo tiene solamente tres redactores: Manuel de Assas firma el extenso estudio sobre la catedral de Toledo; la monografía está interrumpida en la página 128 y una nota editorial nos informa que el resto no le pertenece. Alguien la completó: no Bécquer, porque el estilo es de fácil retórica y de 8 Fernando Iglesias Figueroa, Historia de los Templos de España. Toledo, Madrid, Arte Hispánico, 1933. Es la versión que reproduce la editorial Schapire de Buenos Aires en 1947 y que recogen las Obras completas o parciales de Bécquer, incluso las de Aguilar y Aguado. Las deficiencias del texto son múltiples. Véanse algunos ejemplos: la primera edición, pág. 30, d ice: “ En lucha eterna esa misteriosa aspira­ ción hacia lo infinito de su alma, con las materiales ideas de la imperfecta civilización, que aún hacía violentos esfuerzos por mantener su dominio sobre las inteligencias, su m ente...” , etc.; las ediciones corrientes, pági­ na 924 de Aguilar, dicen: “ En lucha eterna esa misteriosa aspiración hacia lo infinito de su alma, que aún hacía violentos esfuerzos para man­ tener su dominio sobre las inteligencias, su m ente...” , etc. Como se advierte, se ha alterado el sentido del texto. En otro caso, donde la pri­ mera edición, pág. 43 ; dice: “ Tam bién son de ojiva túmida los de ter­ cera, mas incluidos en arcos de herradura” , las ediciones corrientes sim­ plifican, “ Tam bién son de herradura” , como se ve en Aguilar, pág. 969, etcétera. L a falla más corriente deriva de que Iglesias Figueroa no pudo ilus­ trar su edición con los bellos grabados de la primera. A l eliminar los grabados, quitó toda referencia a ellos en el texto y no soldó luego las oraciones así cortadas o los párrafos interrumpidos. En “ El Cristo de la L u z” Bécquer habla, por ejemplo, de los capiteles de Santa Leocadia. D ice de inmediato: “ El señalado con el número dos en la cromolitografía que representa varios capiteles de los edificios de Toledo, es uno de los pertenecientes a la ermita del Cristo de la Luz. L a desproporción de las partes que lo com ponen...” , etc. Es evidente que la frase no subrayada se refiere al Cristo de la L u z y no a Santa Leocadia como parece en las ediciones una vez eliminado el extenso párrafo referido a la cromolito­ grafía. (Cfr. primera edición, pág. 52, con Aguilar, pág. 995 ). __ Faltaría espacio para transcribir las incorrecciones que cada edición agrega a las indicadas.

74

Bécquer tradicionalista

poco gusto literario. Tampoco Juan de la Puerta Vizcaíno, ya que la interrupción motiva el juicio a los editores que inician de la Puerta Vizcaíno y Bécquer 9. Se trata de alguien no muy avezado en el arte de escribir, tal vez alguno de los editores mismos. De cualquier modo la queja de Bécquer y de su compañero debe haber sido puramente formal y en defensa de los derechos de Assas, ya que Bécquer no retira de la publicación los trabajos que se editan con posterioridad a esa querella. El resto del tomo se inicia con una nueva portada en la que aparece el nombre de Bécquer como redactor y se cierra con una nota aclaratoria, firmada por él m is m o, sobre uno de los grabados del volumen 10. Cada una de las monografías tiene además la misma estructura y presenta similitudes de estilo. En muchas de ellas se alude a otras indudablemente de Bécquer como “ San Juan de los Reyes” , “ La Basílica de Santa Leocadia” , o “ El Cristo de la L u z” u . 9 Se refieren a ese juicio José Pedro Díaz, Bécquer..., págs. 96-97 y Rica Brown, op. cit., pág. 84. Los editores “pretendían terminar a su antojo el primer volumen mutilando la monografía de la Catedral de Toledo” , según Gamallo Fierros, D el olvido en el ángulo oscuro... Pá­ ginas abandonadas de Gustavo Adolfo Bécquer. Con ensayo biocrítico, apéndices y notas, Madrid, 1948, pág. 97. Los querellantes ganan el juicio en 1861. 10 Se trata del retrato de Juan Guas, arquitecto de “ San Juan de los Reyes” . En la monografía correspondiente, Bécquer — siguiendo a Amador de los Ríos— consideró que el nombre del arquitecto del templo era desconocido. A l promediar la Historia de los templos descubre en el libro de Parro, recién publicado, la noticia de que es Guas el arquitecto des­ conocido. En “ Parroquias latinas (que hoy existen como matrices)” , pá­ gina 71 de la primera edición, corrige algo fuera de lugar su errónea información, adjudicando la falla a Amador de los Ríos en cuya autoridad se había respaldado. Se apresura a proporcionar en una lámina un retrato de Guas, de acuerdo con el que aparece en un tablero del altar de San Justo y Pastor. Tampoco esta vez acierta: el retrato no es de Guas, y en la “ Advertencia interesante. Apéndice a la historia de San Juan de los Reyes” , en la última página de la primera edición, aclara el nuevo error. Esas aclaraciones sucesivas son índice de la precipitación con que se redactaban los trabajos. 11 Bécquer, Historia..., “ Parroquias latinas suprimidas en la actua­ lidad” , primera edición, pág. 81.

L a “Historia de los templos de España ”

75

No creo necesario aducir más argumentos. El vizconde de Pa­ lazuelos adjudica a Bécquer todo el tomo salvo la descripción de la catedral12. El mismo Iglesias Figueroa dice en el prólogo de su edición incompleta: “ El primer tomo y único que llegó a publi­ carse está dedicado a los templos toledanos y es obra de Gustavo Adolfo, excepto los capítulos consagrados a la Catedral, que son de Manuel de Assas” 13. Juan de la Puerta Vizcaíno colaboró en la dirección de la obra, pero no redactó ninguna de sus páginas. Tal vez destinaba a algún otro tomo estudios como La sinagoga balear, publicado indepen­ dientemente también en 18 5 7 14. 12 Palazuelos, op. cit., pág. IX . 13 Iglesias Figueroa, op. cit., “ Prólogo” , pág. 9. 14 Es necesario distinguir en este tipo de obras por entregas al editor de los directores y redactores. El propietario o editor solía ser el dueño de la imprenta. El cambio de editor podía crear dificultades sin alterar la índole de la empresa. Los directores eran los encargados de planear la obra y conseguir los trabajos. Juan de la Puerta y Bécquer, como di­ rectores, se sienten responsables ante Assas por haber solicitado, sin duda, su colaboración. Bécquer es, además de director, redactor de las mono­ grafías que llevan su nombre. _ Juan de la Puerta Vizcaíno tiene sólo la co-dirección de la obra. Se trata de un autor bastante conocido en tiempos de B écquer: If the attributions of authorship were reliable, Juan de la Puerta Vizcaíno ought to hold considerable station in the literature of nineteenth century Spain by virtue of the scope of his versatility. He is credited with works too numerous to mention here, ranging from facile poctic improvisations, comedies, and vast novéis, to archeological studies and a history of the Jews in M ajorca” , afirma Rogers, “ N ew F acts...” , pág. 314, nota. La sinagoga balear, cuyo subtítulo indica que es una Historia de los judíos de Mallorca, es más bien un catálogo de datos y de nombres que aparecen en los juicios de la Inquisición. El autor alude en el prólogo a acusaciones periodísticas sin decir de qué se trata. Interesaría saberlo, pues la fecha de 1857 es significativa. Quizá exista relación entre esas acusaciones y el fracaso de la Historia de los templos. El interés de Juan de la Puerta Vizcaíno por una historia de los judíos que complementa — a salvo las enormes diferencias— la obra de Amador de los Ríos, y su apellido Vizcaíno, me hacen pensar que se trata de un judío converso. Esto explicaría la alusión de Nombela, Im ­

76

Bécquer tradicionalista

2. Las monografías que integran la Historia tienen una exten­ sión acorde con la importancia de los templos descriptos. Se ad­ vierte hacia las últimas entregas el apresuramiento de la publica­ ción: los últimos apartados son más breves y presentan evidentes descuidos. Los estudios sobre templos particulares de mayor importancia, “ San Juan de los Reyes” y “ La basílica de Santa Leocadia” , pre­ sentan mayor interés desde el punto de vista literario. Por ello han merecido más interés crítico. Cada monografía responde, sin embargo, a un plan sim ilar. El autor narra primeramente la historia del período en que el templo fue construido; en segundo lugar, la historia de su construcción y de las modificaciones y los deterioros de épocas sucesivas; por último, describe el edificio. La descripción responde también a un plan uniforme: se parte de la planta y se va luego sucesivamente a los detalles de la nave principal, de las capillas o dependencias adyacentes, del exterior de la iglesia y de los tesoros artísticos: coro, cuadros, custodias, imá­ genes, sepulcros. Según el carácter del edificio se amplía más una presiones..., tomo II, pág. 237, a su oscuro origen: “ había nacido en Valencia de Don Juan... y aunque le traté bastante siempre ignoré su origen” . Si de la Puerta Vizcaíno provenía de Valencia de Don Juan, ¿qué sentido tiene afirmar que se desconoce su origen? Hay además demasiada violencia en Nombela, y un odio personal evidente. Tam bién es Nombela el que cuenta el episodio de la defraudación de que fue Bécquer víctima y Juan de la Puerta Vizcaíno, protagonista. Se me ocurre que el mejor conocimiento de este enigmático personaje arrojaría luz sobre un período oscuro de la vida de Bécquer, y explicaría los excesos de Nombela. Creo que mientras no conozcamos bien a Juan de la Puerta Vizcaíno debemos mantener obligada cautela. Obligada, ya que Bécquer persiste en su trato amistoso con él: ver Julia Bécquer, “L a verdad sobre los hermanos Bécquer...” , págs. 76-91. Se trataba, eso sí, de un escritor mediocre. Tanto La sinagoga balear como El maestro de esgrima, comedia representada en el Teatro de V a­ riedades de Madrid, el 22 de noviembre de 1855, son obrillas detestables. L a comedia es grosera, con situaciones de mal gusto.

L a “Historia de los templos de España”

77

parte u otra. En “ San Juan de los Reyes” , la parte histórica y la parte descriptiva ocupan casi la misma cantidad de páginas. En “ La basílica de Santa Leocadia” , de menos valor artístico, el relato histórico sobrepasa la extensión del resto. En las monografías me­ nores;, Bécquer procura mantener equilibrio entre la historia y la descripción 15. No todas las monografías, sin embargo, tienen el trozo evocativo, lleno de arrebatos líricos, en el que el poeta imagina al artista arquitecto en su momento de inspiración y a los obreros trabajan­ do febrilmente en la construcción del templo, como en “ San Juan de los Reyes” ; ni todas presentan la relación, viva y personalizada, de la visita del autor al santuario como en “ La basílica de Santa Leocadia” . Lamentablemente para la literatura, pues se trata de páginas brillantes que matizan la sequedad informativa de las demás. El joven poeta debió sofrenar su imaginación para ajustarse a los propósitos de la empresa. “ San Juan de los Reyes” fue erigida en tiempo de los Reyes Católicos. Bécquer reseña los acontecimientos que van desde la muerte de Juan II hasta las luchas con el pretendiente portugués. 15 Bécquer se refiere continuamente a sus monografías como estudios históricos artísticos. Asi, en uL a Basílica de Santa Leocadia , pag. 95^5 “ Santa M aría la Blanca” , pág. 1003; “ Monasterios y conventos^de varones” , primera edición, pág. 92 y passim. En “ El Cristo de la L u z ” , págs. 975­ 976, se extiende en la definición general de la o b ra: L a Historia de los Templos de España, por la índole especial de su pensamiento, no es la obra llamada a desenvolver analíticamente estos oscuros problemas del arte arábigo; la multitud de distintos estudios que en ella se aglomeran y que le dan, por decirlo así, un carácter enciclopédico, harán de sus páginas un inmenso museo, propio para mostrar en conjunto, y como en un vasto panorama, todas las más notables producciones de los diferentes estilos arquitectónicos en que abunda nuestra patria. En esta galena, el árabe se encontrará colocado en el importante _lugar que le corresponde, aunque siempre teniendo presente que en el discurso de la narración, las cuestiones de arte se hallan obligadas a dejar un espacio digno a la his­ toria eclesiástica y política, razón poderosa por la que, sm pecar de lige­ reza en este asunto, pondremos un empeño particular en ser concisos .

Bécquer tradicionalista

78

Se trata en verdad de un resumen bien hecho de los capítulos VII a X X del libro vigésimo y del I al XIII del libro vigésimo cuarto de la Historia general de España de Mariana. Como ya lo he anticipado, Bécquer sigue con fidelidad a M a­ riana. Mantiene no sólo el ordenamiento de los datos sino también los modos expresivos de su fuente. A riesgo de pecar por excesiva prolijidad, creo indispensable transcribir ahora algunos textos: Mariana

Bécquer

El rey don Enrique comenzaba a mirar con mala cara al Arzobispo de Toledo y al Marqués de Villena por entender que en las diferencias de Aragón no le sirvieron con toda lealtad; por esto no le hicieron com pañía...: antes por temer que se les hiciese alguna fuerza... des­ de Madrid se fueron a A lca lá 16.

E l arzobispo de Toledo y el mar­ qués de Villena, por entender que don Enrique... no les miraba con buenos ojos y temiendo y deseando dar a conocer que temían no se les hiciese alguna fuerza... marcharon a refugiarse en A lc a lá 17.

Era necesario buscar algún color para hacer esta conjuración. Pare­ ció sería el más a propósito pre­ tender que la princesa doña Juana era habida de adulterio y por tanto no podía ser heredera del rein o18.

...y entre sí trataron de buscar una razón que autorizase sus pretensio­ nes. L a privanza de don Beltrán, su trato íntimo con la reina, y el dar por seguro que la princesa doña Juana era habida de adulterio con éste, y por lo tanto hallarse impo­ sibilitada de sucederle en la corona, pareció más que suficiente m o­ tivo 19.

Procuraron para salir con este in­ tento apoderarse de los infantes

A l efecto, determináronse a mar­ char sobre Maqueda, con idea de

16 Juan de Mariana, Historia general de España, tomo V I I I , Valen­ cia, 1795, pág. 32. 17 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 838. 18 Mariana, op. cit., pág. 33. 19 Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 839.

L a “Historia de los templos de España ”

79

D on Alonso y Doña Isabel, que residían en Maqueda con su ma­ dre, por pareceUes a propósito para con este color de revolvello todo. Verdad es que a instancias del Rey y con rehenes que le dieron para seguridad, el marqués de Villena, don Juan Pacheco, volvió a M a­ drid... 2°.

apoderarse de los infantes don Alon­ so y doña Isabel, que en aquel punto residían con su madre. No les salió el propósito conforme a sus deseos, y el marqués de Villena, con rehenes que le dieron para su seguridad, marchó a la corte... 21.

Tratóse de nuevo de concierto, pues lo de la guerra no contentaba. Para esto, entre Cabezón y Cigales, pue­ blos de Castilla la vieja, don Juan Pacheco, ¿con qué cara?, ¿con qué vergüenza?, en fin en un campo abierto y raso habló por grande espacio con el Rey don Enrique. Resultó de la habla que se concer­ taron y hicieron estas capitulacio­ nes... rL.

Con este fin, la majestad del rey de Castilla, trasladándose al lugar convenido por los mediadores en el negocio para teatro de los concier­ tos y en una llanura comprendida entre Cabezón y Cigales, habló por espacio de más de dos horas, a campo raso y descubierto... D e esta entrevista resultó que se concer­ taron e hicieron estas capitulacio­ nes... 23.

No es necesario insistir: los episodios históricos más conocidos son en Bécquer calco de M ariana24. Donde Mariana dice: “ En­ contráronse los dos exércitos, pelearon por grande espacio, y de­ partiéronse sin que la victoria se declarase, dado que cada cual de las dos partes pretendía ser suya. La oscuridad de la noche hizo que se retirasen‘,\ Bécquer repite: “ Después de combatir con una furia y valor increíbles gran parte del día, la oscuridad de la noche les forzó a separarse” 25. En Mariana leemos: “ la ciudad de Burgos 20 21 22 23

Mariana, loe. cit. Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 838. Mariana, op. cit., pág. 35. Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 839. 24 Cfr. Mariana, op. cit., pág. 45 con Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 841. 25 Mariana, op. cit., pág. 60 y Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , págs. 842-843.

8o

Bécquer tradicionalista

volvió a la obediencia” ; y en Bécquer, “ Toledo, Burgos y algunas otras ciudades... volvieron a la obediencia de don Enrique” . El arzobispo de Toledo, según Mariana, “ Relató por menudo la afren­ ta de la casa Real” ', según Bécquer, ofreció la corona de Castilla a la infanta “ después de relatarle extensamente la afrenta de la casa Real” 26. En “ La basílica de Santa Leocadia” , el poeta sigue también cuidadosamente el texto de Mariana. Esta vez se trata del tomo II, donde Mariana relata las circunstancias de la creación de esa basí­ lica y del martirio de su santa patrona. Aquí, los datos están mejor elaborados. Se menciona muchas veces el nombre del historiador y se transcriben sus palabras entre comillas. Bécquer parece haber reaccionado ante las críticas que pudieron hacerle sus amigos por un demasiado prolijo aprovechamiento de su fuente. También pro­ vienen de Mariana los datos de historia política y eclesiástica que aparecen en las demás monografías. En lo sucesivo, habrá que considerar la influencia de Mariana entre las que Bécquer recibe durante su juventud. Mariana impregna su prosa no sólo con los recursos comunes del color local sino tam­ bién con giros expresivos que el poeta repite aun en escritos pos­ teriores. De Mariana espiga Bécquer los arcaísmos y las expresio­ nes anticuadas que confieren cierta dignidad castiza a su prosa: “ contador mayor que fue” , “ dar orden y traza” , “ movido por las cartas de su mujer” , “ comer a una mesa” , etc. Para la historia particular de cada uno de los templos Bécquer utiliza otras obras: Toledo pintoresca de Amador de los Ríos y Toledo en la mano de Sixto Ramón Parro. Transcribe ahora, como en el caso anterior, palabras textuales, pero no imita el estilo retórico y la construcción desordenada de Amador de los Ríos ni la prosa directa, práctica, de Parro. Les debe más sin duda en lo

26 Mariana, op. cit., pág. 70 y Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 844.

L a “Historia de los templos de España ”

81

que respecta a la descripción artística de los templos y al vocabu­ lario técnico. Otros datos más particulares provienen de fuentes menos cono­ cidas: el estudio de Joaquín Francisco Pacheco sobre el Fuero Juzgo27, la crónica de Pedro Salazar de M endoza28, la descripción e historia de Toledo de don Francisco de P isa29. Las citas de Lucas de T u y derivan de Mariana; y las de Álvarez Fuentes y de Tomás Tamayo de Vargas provienen de Amador de los Ríos 30. Por más que sean lecturas superficiales, el manejo de estos libros significó para Bécquer un esfuerzo de información superior a sus conocimientos y a sus años. Cuando luego nos habla de los “es­ tudios superiores a mi edad y ajenos a mi inclinación” que la His­ toria le demandó, habla con sincera claridad y piensa, sin duda, en este aspecto de la información histórica 31. Su formación artística y su natural buen gusto le permitieron en cambio mayor goce en la directa descripción de los templos. 27 Joaquín Francisco Pacheco, “ D e la monarquía visigoda y de su código. E l libro de los jueces o Fuero Juzgo” , prólogo al tomo I de Los códigos españoles concordados y anotados, M adrid, Rivadeneyra, 1847. Este estudio fue escrito “ en su mayor parte” por Pacheco, según nota de página L X X V de la introducción. Bécquer se refiere a una aclaración de Pacheco sobre la idea de que ese cuerpo jurídico se originó en un con­ cilio toledano; utiliza directamente la aclaración de página X X X V II del tomo de Mariana. 28 Pedro Salazar de M endoza, Crónica del Gran Cardenal de España, M adrid, 1625. 29 Francisco de Pisa, Descripción de la Imperial ciudad de Toledo, y historia de sus antigüedades y grandezas ycosas memorables que en ella han acontecido, Toledo, 1605. 30 Cuando se refiere a la caída de Toledo en poder de los moros, utiliza un párrafo de Lucas de T u y , Crónicas de España, que Mariana mismo le proporciona en la pág. 397 del tomo I. Tam poco debe haber leído Bécquer el raro libro del Cardenal García de Loaisa, Collectio conciliorum Hispaniae, diligentia Garsiae Loaisa elaborata..., M adrid, 1593. Existen pocos ejemplares, uno en la Biblioteca Vaticana. Bécquer lo cita en “ Basílica...” , pág. 942, en una ligera re­ ferencia. 31 Pageard, “Bécquer et La Iberia” , pág. 4x0. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 6

82

Bécquer tradicionalista

Para ello, el poeta realizó además una investigación personal, jando en diversas oportunidades a Toledo, tomando apuntes ficos de los edificios, anotando sus primeras impresiones32. experiencia, de más riqueza vital, es recordada constantemente

via­ grá­ Esa con

manifiesta alegría. Pero no siempre su información es de primera mano. Utiliza con mucha frecuencia el citado libro de Amador de los Ríos, de quien dice admirativamente: “ La fuerza que en esta clase de asun­ tos tienen las observaciones de este distinguido literato, uno de los primeros que, reuniendo a los conocimientos históricos los artís­ ticos, tan indispensables para esta clase de estudios, se han lanzado en la escabrosa senda de las apreciaciones filosóficas del arte, nos ha movido a insertar completo el párrafo anterior...” 33. El pres­ tigio, y posiblemente la vanidad, de Amador de los Ríos le obliga a andarse con cautela. La transcripción de los datos va casi siem­ pre acompañada con la referencia a la fuente. El poeta no discute a Amador en la información técnica, y por ello hasta repite errores de Amador; sin embargo, se atreve tímidamente a controvertir sus apreciaciones artísticas sobre la mencionada basílica La compara­ ción de Amador con Bécquer, sobre todo con respecto a esa mono­ grafía y a “ San Juan de los Reyes” , favorece al poeta, más claro en la organización del material y más fino en el manejo del estilo. Parecido trato recibe el Álbum de Toledo de Manuel de Assas. Pero a juzgar por la frondosa y palabrera monografía sobre la ca­ tedral de Toledo, Assas no pudo influir más que en la información histórica y técnica. En “ Parroquias latinas” , no incorporada a las Obras completas, Bécquer comienza a utilizar el citado libro de Sixto Ramón Parro: le llama Ramón Parros, sin que se trate de errata, porque así lo 32 K ing, 33 54

Bécquer, “ Cartas literarias...” , IV , págs. 679-683. Ver Gustavo Adolfo Bécquer..., págs. 16-27. Bécquer, “ Basílica...” , pág. 960. Ibid., pág. 961.

además

L a “Historia de los templos de España ”

83

repite dos veces. Ello me hace suponer que la aparición del libro de Parro debió coincidir con la redacción de este capítulo, pues Bécquer no estaba aún familiarizado con el autor. Más adelante corrige su error. El libro de Parro debió crear un serio contratiem­ po a la empresa, pues anticipaba, con mayor certeza de datos, los propósitos de la Historia. Nadie podía superar desde ese momento la riqueza informativa de la Guía. Además, Bécquer trabajaba ya a desgano. No puede destacarse de la fuente y opta por copiar ex­ tensamente páginas de Parro. Algunos ejemplos lo comprueban: Parro

Bécquer

tica... 35.

En efecto, las seis parroquias per­ manecieron abiertas... conservándo­ se en ellas el antiguo rito apostólico que corregido y expurgado de errores y corruptelas por San Isi­ doro, adicionado por San Ildefonso y San Julián, arzobispos de Toledo, y mandado poner en práctica por decretal de un concilio toledano en toda la España y Galia gótica... conocemos hoy con el nombre de rito muzárabe 36.

Y los godos toledanos distinguen entre todas estas iglesias a la de Santa Justa y Rufina, ora porque fuese la más antigua (y esto es lo más probable), mirándola como ma­ triz de las otras y su párroco como jefe superior del clero y del pueblo

...afírmase que la de Santa Justa y Rufina, ora por ser la más anti­ gua, ora por hallarse en mejor si­ tuación y ser su local más espacioso y digno, fue siempre mirada como matriz de las otras, considerándose a su párroco jefe espiritual del clero

L a gloria que les resulta... de ha­ bernos transmitido el antiquísimo rezo o rito apostólico, que corregi­ do y expurgado por San Isidoro de errores y corruptelas introducidas por el tiempo y por el arrianismo y adicionado por San Ildefonso y San Julián, arzobispos de Toledo, se ha­ bía practicado por disposición de un Concilio toledano en todos los dominios de España y Galia gó­

35 Sixto Ramón Parro, Toledo en la mano, Toledo, 1857, págs. 167­ 168. 36 Bécquer, “ Parroquias m uzárabes...” , primera edición, pág. 64.

84

Bécquer tradicionalista

cristiano en lo espiritual, residiendo en él la jurisdicción episcopal siem­ pre que no había prelado consa­ grado 37.

y del pueblo con jurisdicción epis­ copal en sede vacante 38.

E l altar mayor es sencillísimo; sobre la mesa hay sus gradillas y un pequeño tabernáculo, y a los costados unas especies de obeliscos o pirámides bastante elegantes, todo ello de madera pintada imitando mármoles y detrás... en un marco figurando jaspes, un lienzo grande que representa la aparición de los bienaventurados niños Justo y Pas­ tor al Arzobispo de Toledo, Asturio 39.

E l altar mayor, que se compone de una gradería sobre la cual se os­ tenta un pequeño tabernáculo, flan­ queado por dos airosos obeliscos, es de madera pintada imitando jas­ pes, como igualmente el gran mar­ co que le sirve de fondo, y que contiene un lienzo de grandes di­ mensiones, en el que Gregorio Ferro pintó el año de 180740 la aparición de los bienaventurados niños Justo y Pastor, titulares de la parroquia, al Arzobispo de T o ­ ledo, Asturio 41.

Bastan esos ejemplos. Pero sólo la lectura comparada de Parro y de Bécquer puede dar una idea clara de la demasiado estrecha relación entre ambos. Bécquer mejora el estilo de Parro y no pa­ rece confiar en sus gustos estéticos. Al discutir algunos detalles de información, el poeta recurre además a los recuerdos de don Pedro José P idal42 y al clásico libro

37 Parro, op. cit., pág. 172. 38 Bécquer, “ Parroquias m uzárabes...” , pág. 65. 39 Parro, op. cit., pág. 204. 40 Parro proporciona a Bécquer el nombre del pintor y la fecha de composición en Toledo..., pág. 205. 41 Bécquer, “ Parroquias latinas” , pág. 70. Cfr. además Parro, op. cit., págs. 185, 190, 205, 215-216 y passim con Bécquer, “ Parroquias muzára­ bes” , pág. 66; “ Parroquias latinas” , págs. 70, 75, 76 y passim. 42 Pedro José Pidal, Recuerdos de un viaje a Toledo en 1842, recogido en Estudios literarios de Pedro José Pidal, Madrid, 1890 (Colección de escritores castellanos, vol. 83, tomo 2).

L a “Historia de los templos de España ”

85

de Antonio de Quintana dueñas, Santos de la imperial ciudad de Toledo, obra en muchos conceptos de excepcional calidad43. 3. El conocimiento de ese nuevo material permite una valora­ ción más exacta de la Historia de los templos. De la idea poemática inicial que Nombela recuerda no quedan casi rastros en su redac­ ción definitiva. El Bécquer que conocemos sólo se expresa con vivo talento literario cuando no se siente ceñido por la cronología o por la necesidad de la descripción circunstancial. Es entonces cuando la simple pintura de una ruina se estremece de misterio, de religioso respeto por el pasado, de un hondo y angustioso sentido del tiem­ po. Monjes, reyes, pajes, guerreros desfilan como sombras en el escenario de un drama romántico para dar fe de la pervivencia del pasado y de la continuidad del espíritu humano. Las ruinas góticas, entre azuladas luces del crepúsculo, o entre sombras que bañan los doseles, son cuadros auténticos, de pintor cuidadoso, impreg­ nado de las técnicas lumínicas de Rembrandt, Murillo y Claude Lorrain 44. Chateaubriand reaparece en la exaltación de las maravillas de la cristiandad, el estudio integrado de la arquitectura y las demás artes, la fusión del paisaje natural y la ruina histórica. En tan tem­ pranas fechas, Bécquer inicia ya la renovación de la prosa española con sentido moderno, ajustándola con plasticidad casi parnasiana al objeto representado o confiriéndole, como los posteriores sim­ bolistas, el movimiento natural de las impresiones anímicas. Arqui­ tectura, escultura, pintura y música no integran sólo como motivo la descripción del templo; pasan también a través del estilo a veces recamado de plasticidad, a veces ondulado de melodías interiores. Bécquer enriquece además la prosa española de su siglo con la utilización de gran cantidad de términos técnicos, si bien usuales en 43 Antonio de Quintanadueñas, Santos de la imperial ciudad de T o­ ledo y su arzobispado..., M adrid, Pablo de Val, 1651. 44 K ing, op. cit., págs. 22-27.

86

Bécquer tradicionalista

las descripciones de monumentos, nunca tan bien engarzados en páginas de positivo valor literario. Son bellísimos trozos antológicos. Pero ello no impide advertir que la Historia, destinada utilitariamente a un público general, no alcanza, en su totalidad, a las obras más sólidas de la España pinto­ resca, ni logra, a pesar de algunos fragmentos, el tono poemático ini­ cialmente propuesto. No es extraño que la obra fuera un fracaso edi­ torial. Bécquer experimenta ese fracaso como una personal decep­ ción: “ Enojoso por demás sería el referir ahora los sacrificios de todo género que hice por llevar a cabo esta obra, que al fin tuvo que suspenderse, falta de los grandes recursos y la protección tan indispensables a las publicaciones de su magnitud e importancia. La crítica no se apercibió de su muerte, ni aun siquiera puso sobre su tumba el epitafio de la de Faetón: Si no acabó grandes empre­ sas, murió por acometerlas. Esto al menos hubiera sido un con­ suelo” 45. Pero también es Bécquer consciente de la importancia de sus estudios arqueológicos y artísticos para el desarrollo de su evolu­ ción espiritual. El contacto con las bellezas del pasado y con la his­ toria nacional, nos dice, le hizo abandonar las imaginaciones neo­ clásicas de la juventud. Sus leyendas y aun sus Rimas nacen con ese cambio de sensibilidad. En 1861, en “ La ajorca de oro” , centra la trama de su relato en la bien descrita catedral de Toledo. Es como un bosque de gigantescas palmeras de granito, un caos de sombra y de luz, un mundo de piedra “ inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas” 46. En 1862, en “ Tres fechas” , describe nuevamente a “ San Juan de los Reyes” , reproduciendo aquellas experiencias primeras. “ La mujer de piedra” , “ El beso” , “ El Cristo de la cala­ vera” , “ La rosa de Pasión” , se animan sobre el fondo de la ciu­

45 Pageard, “ Bécquer et La Iberia” , pág. 410. 46 Bécquer, “L a ajorca de oro” , pág. 131.

L a “Historia de los templos de España ”

87

dad de Toledo impregnada del mismo sentimiento religioso que sus templos. También en los artículos periodísticos donde describe a lo largo de su vida monumentos o ruinas reaparece el eco no muy lejano de la Historia. Ocurre así con “ Enterramientos de Garcilaso de la Vega y su padre” , “ Sepulcros de los Condes de Melito en Toledo” , “ Una calle de Toledo” , “ Pozo árabe de Toledo” . Con otro sentido, Béc­ quer recuerda su visita a los templos toledanos en las “ Cartas lite­ rarias a una mujer” y en las “ Cartas desde mi celda” 47. 4. Unas páginas hasta ahora desconocidas de la Historia nos sirven para mostrar hasta qué punto constituye el punto de partida de la producción literaria de Bécquer desde 1857. Se trata de la descripción del convento “ San Pedro Mártir” , donde no es difícil hallar los antecedentes de algunos artículos posteriores, de la leyen­ da “ El beso” y de la rima L X X V I (74). Con respecto a los artícu­ los, aparece en ella una no larga pintura descriptiva del sepulcro de Garcilaso y del de los condes de Melito ampliada luego, trece años después, en los citados artículos. También se le dedican algu­ nas líneas al estandarte del cardenal Mendoza descripto con mayor extensión en 18 7 o 48. Al describir el convento, Bécquer dice lo siguiente: “ En las cabeceras de la nave del crucero se hallan otros dos monumentos sepulcrales trasladados a ésta, hace pocos años, de la iglesia del Carmen Calzado. Se labró el del lado del Evangelio para el primer Conde de Fuensalida, D. Pedro López de Ayala, Aposentador mayor de don Juan II y Alcalde Mayor de Toledo, que instituyó el mayo­ 47 Bécquer, “ Cartas literarias...” , págs. 680-683 y “ Cartas...” , III, págs. 573 - 575 . „ . , 48 Cfr. Bécquer, “ San Pedro M ártir” , primera edición, pags. 99-102 con “ Enterramientos de Garcilaso de la Vega y su padre” , págs. 1083­ 1088; “ Sepulcros de los Condes de M elito en Toledo” , págs. 1089-1092 y “ El pendón de guerra del Gran Cardenal Mendoza y la espada de Boabdil” , págs. 1096-1097, estos últimos en la edición Aguilar.

Bécquer tradicionalista

88

razgo de Fuensalida y Huesca y murió en 1444, y su esposa doña Elvira de Castañeda...” Describe el sepulcro: son estatuas de ta­ maño natural, hechas de “riquísimo” mármol de Carrara, y repre­ sentan a ambas figuras arrodilladas delante de un reclinatorio49. En “ El beso”, ambas estatuas protagonizan la sacrilega aven­ tura de los soldados franceses, uno de los cuales pretende besar a la estatua femenina y cae herido por el guantelete de hierro del marido. El soldado afirma en la leyenda que ha olvidado el nombre del caballero, pero no el de la mujer: “ Mas su esposa, que es la que veis, se llama doña Elvira de Castañeda” 50. Además de esta mención del nombre, la descripción de la es­ tatua coincide en la Historia y en la leyenda, si bien en esta última los simples apuntamientos descriptivos tienen más rica elaboración. El vizconde de Palazuelos, que por ser descendiente directo de los condes de Ayala, resulta testigo seguro, dice al describir el mismo monumento: “ Cuando a principios del siglo tuvo lugar, por obra y gracia de los soldados franceses, el incendio de la iglesia del Car­ men, fueron profanados indignamente estos restos mortales y zahe­ ridos de nuevo tal vez, en las estatuas que los representaban. Léase a este propósito la fantástica leyenda de Bécquer titulada El beso” 51. El calificativo de “fantástica” no supone que Palazuelos niegue, según se desprende del contexto, la posibilidad del suceso. Otra estatua de “ San Pedro Mártir” tiene más importancia aún en la obra posterior de Bécquer. El poeta la describe del siguiente modo: “ El otro [sepulcro], que se trajo cuando el retablo de la re­ ferida iglesia de Santiago, ocupa el centro de la capilla. Es del gé­ nero ojival y consta de una tumba exornada con medallones, en los que se ven escudos de armas, figuras de ángeles con ornamentos sacerdotales y caprichos fantásticos como cabezas de mujer que

49 Bécquer, “ San P edro...” , pág. 101. 50 Bécquer, “ El beso” , pág. 314. 51 Palazuelos, Toledo..., pág. 787, nota 1.

L a “Historia de los templos de España ”

89

rematan en orlas de hojas de trébol y figuras extrañas enlazadas con la ornamentación o sirviendo de tenantes a los blasones. Sus­ tentan la caja del sepulcro unos cuantos leones de extravagante diseño, los cuales parecen devorar, sujetándolos con sus garras, miembros y cabezas de figuras humanas. Sobre la cama mortuoria, y apoyada la cabeza en dos almohadones prolijamente esculpidos, se ve una estatua yacente de mujer. Viste un capote ancho y muy plegado, con cuello alto y mangas abiertas, según la moda de su siglo. Tiene en la mano un devocionario y a sus pies se contempla un león” 52 Se trata, según nos informa de inmediato, del sepulcro de doña María de Orozco, toledana de célebre hermosura, muerta a los veintiún años, y conocida legendariamente como la malograda. La sensación y el recuerdo de esta figura yacente persigue a Bécquer desde 1857 hasta 1868. Hacia la última fecha la evoca en “ La mujer de piedra” , aunque aquí la imagen esculpida presenta ciertos rasgos diferentes: “ Y o guardo aún vivo el recuerdo de la imagen de piedra, del rincón solitario, del color y de las formas... Sobre una repisa volada, compuesta de un blasón entrelazado de hojas y sostenido por la deforme cabeza de un demonio, que pa­ recía gemir con espantosas contorsiones bajo el pecho del sillar, se levantaba una figura de mujer esbelta y airosa. El dosel de granito que cobijaba su cabeza, trasunto en miniatura de una de esas torres agudas y en forma de linterna que sobresalen majestuosas sobre la mole de las catedrales, bañaba en sombras su frente; una toca plegada recogía sus cabellos de los cuales se escapaban dos trenzas que bajaban ondulando desde el hombro hasta la cintura después de encerrar como en un marco el perfecto óvalo de la cara. En sus ojos, modestamente entornados, parecía arder una luz que se trans­ parentaba a través del granito; su ligera sonrisa animaba todas las facciones del rostro de un encanto suave que penetraba hasta el fondo del alma del que la veía, agitando allí sentimientos dormidos, 52 Bécquer, “ San P ed ro ...” , pág. 101.

90

Bécquer tradicionalista

mezcla confusa de impulsos, de éxtasis y de sombras de deseos in­ definibles” 53. En la leyenda, la estatua yacente está tratada con mayor sensi­ bilidad que en la Historia. La textura del granito, las graciosas líneas curvas, la transparencia casi táctil de la piedra, el juego de sombras y de luces mortecinas, se conjugan en ella para humanizar la figura hasta transformarla en un símbolo de la belleza eterna. En la rima L X X V I, Bécquer vuelve a describir la estatua de la malograda. Si comparamos las descripciones precedentes con el dibujo que figura en el manuscrito de la rima 54, advertiremos las semejanzas, sobre todo, con el trozo de “ San Pedro Mártir” . Apa­ recen en ambas la figura yacente con el devocionario entre las manos, el rostro enmarcado por una cofia, los leones en la base del sepulcro — y quizá también a los pies de la figura— , los ángeles arrodillados en actitud implorante, las formas vegetales, los ca­ prichos. Pero ahora Bécquer sutiliza los procedimientos poéticos para la descripción en verso. No quiere describir, sino transmitirnos la impresión de lo que ve y lo que siente. Nos lleva, con anticipada técnica impresionista, desde el exterior del templo al interior de la nave, desde la visión global del sepulcro hasta los más impercep­ tibles rasgos de la figura. Todo está iluminado con una tenue nota de color a través de los “ pintados vidrios” . Los detalles de la es­ cultura están sentidos con las manos, como si el poeta fuera el escultor: el lecho de granito aparece plegado por el peso del cuer­ po y la materia dura transformada en plumas y en raso. Con pocos versos, Bécquer transmite la expresividad característica de las imá­ genes del gótico florido. Un resplandor divino emana de la imagen, como ocurría en “ La mujer de piedra” . La extraña magia poética 53 “ L a m ujer...” , págs. 817-818. 54 El manuscrito se encuentra en el Museo de Artes Decorativas de Buenos Aires. Ver su reproducción fotográfica en K ing, op. cit., pági­ nas 36-37-

L a “Historia de los templos de España ”

91

convierte el templo en el reino de la muerte serena; la estatua pasa, por la misma magia, de la materia inerte a la carnalidad de un ser vivo y dormido que sueña con visiones beatificas. El poeta nos comunica, como si fuera ya un parnasiano, la oquedad del recinto arquitectónico y la belleza de un arte distinto del de la palabra. Toda una sensibilidad fresca converge en la descripción sinfónica del ambiente sagrado. El ejemplo de “ San Pedro Mártir” demuestra que la Historia de los templos no importa como libro de divulgación histórica y arqueológica: su importancia estriba en que su preparación fue para Bécquer un taller en que comenzó a elaborar no sólo su pro­ pio estilo sino también una nueva sensibilidad expresiva en el ám­ bito de la lengua española.

C a p ítu lo IV

T R A D IC IÓ N Y L E Y E N D A

i. En la Historia y en las “ Cartas desde mi celda” , Bécquer transmite tradiciones o motivos del folklore español del modo di­ recto en que lo liaría un prefolklorista del siglo xix \ En las leyen­ das no se conforma con recoger temas y motivos tradicionales sino que los incorpora al cuerpo de un relato de manera tal que podrían pasar inadvertidos para los lectores menos atentos. El procedimien­ to de insertar motivos folklóricos en un relato ficticio lo ha apren­ dido de las relaciones de Fernán Caballero. • El interés de Bécquer por los relatos tradicionales forma parte de su concepción de la historia. Las manifestaciones de la fantasía popular integran orgánicamente el contenido del Volksgeist o es­ píritu del pueblo2. Como la historia, ayudan a reconstruir los es1 El nombre de Bécquer no aparece entre los de los “ prefolkloristas” estudiados por Joaquín M aría de Navascués, “ El folklore español, boceto histórico” , en Folklore y costumbres de España, tomo I, Barcelona, 1931, págs. 122-130. 2 Véase el claro análisis de este concepto en Georgiana R. Simpson, Herder’ s Conception of “ Das Volk” . Disertación doctoral en edición pri­ vada, Chicago, T h e University of Chicago Press, 1921.

Tradición y leyenda

93

labones perdidos de esa totalidad espiritual. No resulta extraño que los primeros relatos tradicionales aparezcan en el cuerpo de la His­ toria de los templos. Según Rica Brown, el poeta lee, en la pre­ paración de esa obra, libros sobre el cristianismo y otros que com­ prendían todas las religiones del hom bre3. Sus relatos legendarios están vinculados precisamente con las supersticiones religiosas. Los tradicionalistas franceses habían ya justificado las groseras supers­ ticiones como un exceso de la piedad popular4 Chateaubriand defiende la sabiduría de la gente sencilla que ve en cada fuente, cada cruz del camino, cada silbo del viento en la noche, un extraño prodigio. No debemos condenar con rigor — dice— “ ces croyances qui aident au peuple á supporter les chagrins de la vie et qui lui enseignent une morale que les meilleures lois ne lui apprendront jamais. II est bon, il est beaú, quoi qu’on en dise, que toutes nos actions soient pleines de Dieu et que nous soyons sans cesse environnés de ses miracles” 5. En la Historia, Bécquer se siente limitado por la cronología y la descripción arquitectónica y sólo menciona muy de paso los re­ latos de la tradición de cada templo. Al referirse a la ermita del Cristo de la Vega, transcribe la versión de Quintanadueñas sobre el suceso milagroso elaborado en la leyenda de Zorrilla, “ A buen juez, mejor testigo” 6. En el mismo lugar, habla de las maravillas que se le adjudican al lignum crucis de la cofradía de Vera C ru z 7. En “ Santa Justa y Rufina” , alude a las tradiciones que atribuyen milagros a la imagen de madera de peral que representa a la Virgen

3 Brown, op. cit., pág. 93. 4 Para de Maistre, las supersticiones son un modo de aceptar la tras­ cendencia del mundo y de la vida, ya que “ nous vivons en effet au milieu d’un systéme de choses invisibles manifestées visiblement” . Soirées..., págs. 194-197. 5 Chateaubriand, G én ie..., pág. 366. Interesa todo el capítulo sobre "Harmonies morales. Dévotions populaires” , págs. 364-369. 6 Bécquer, “ B asílica...” , págs. 914 y 970. i Bécquer, ‘Tarroquias muzárabes” , primera edición, pág. 66.

Bécquer tradicionalista

94

del Socorro 8. Menciona la leyenda de la malograda, como ya hemos visto, en “ San Pedro Mártir” . Cuando describe el convento de Concepción Francisca, observa los restos de un animal, semejante a un lagarto monstruoso, sobre cuya aparición se cuentan “ mil y mil maravillosas tradiciones” 9. El relato tradicional más extenso aparece en “ El Cristo de la Luz” . Bécquer copia, sin ningún agregado personal, la noticia que encuentra en las paredes de la iglesia sobre “ milagros y prodigios que han obrado el Santísimo Cristo de la Cruz y Nuestra Señora de la Luz, que se veneran en su ermita extramuros de la imperial ciudad de Toledo” 10. Como son las primeras tradiciones originales que detienen la atención de Bécquer, merece la pena recordarlas. Una de ellas se refiere a dos judíos que han herido con un dardo la imagen de madera de Cristo, de la que se desprende sangre. Para evitar el castigo entierran la imagen en un establo; pero el Cristo reaparece, sangrando, ante la vista de quienes lo buscan. Cuando la imagen es restituida a su lugar, se torna milagrosa. Ante ella, los muertos vuelven a la vida, los tullidos recuperan sus fuerzas. Los dos judíos, celosos de tales prodigios, envenenan el pie de Cristo para dañar a los devotos que lo besen. Cristo, compasivo, aparta el pie de la boca de sus fieles. Por eso la imagen presenta un pie desclavado. La otra relación cuenta que el crucifijo y la Virgen de la Luz fueron escondidos en unos nichos de la pared para impedir el ultraje sarraceno. Cuando Alfonso el Bravo y el Cid entraron en Toledo y se arrodillaron en el recinto de la iglesia, las paredes se abrieron y las imágenes aparecieron iluminadas por una lámpara encendida milagrosamente durante trescientos setenta y nueve años u. 8 Véase 9 10 11

En el trozo no recogido en Obras..., primera edición, pág. 65. nuestro apéndice. Bécquer, “ Monasterios y conventos de religiosas” , ed. cit., pág. 65. Bécquer, “ El Cristo de la L u z ” , pág. 997. Ibid., págs. 997-999.

Tradición y leyenda

95

Estos relatos tradicionales permanecen en la memoria de Béc­ quer e influyen en sus propias leyendas sobre asuntos religiosos: “ La rosa de Pasión” , escrita en 1864, refiere un suceso similar al de los dos judíos. Bécquer recuerda ese antecedente en el texto de su narración: “ Era noche de Viernes Santo, y los habitantes de Toledo, después de haber asistido a las tinieblas en su magní­ fica catedral, acababan de entregarse al sueño, o referían al amor de la lumbre consejas parecidas a la del Cristo de la Luz, que, robado por unos judíos, dejó un rastro de sangre por el cual se descubrió el crim en...” 12. En otro capítulo volveremos sobre esto. A pesar de su propósito inicial de incorporar a cada artículo de la Historia las tradiciones relativas al templo, Bécquer no puede extenderse sobre ellas demasiado. Menos estrecho cauce para su fantasía le proporcionan sus artículos periodísticos. Aunque ceñido también en ellos a la transmisión directa del relato, puede elaborar literariamente sus elementos. Tenemos, por ejemplo, dos versio­ nes de la tradición vinculada a Pedro Atarés, fundador del monas­ terio de Veruela. La primera versión aparece en las “ Cartas desde mi celda” , 1864; la segunda en el artículo sobre “ El monasterio de Veruela en Aragón” , 1866. Prefiero alterar la cronología, porque la primera versión es más literaria que la segunda. Bécquer debió conocer el relato desde su viaje de reposo al monasterio en 1861. En el artículo, leemos el siguiente texto: “ La fundación de este célebre monasterio, del cual ya hemos tenido ocasión de hablar, se debe al famoso príncipe de Aragón, don Pedro Atares, señor de Borja. Refieren las crónicas, y en la localidad se conserva aun la tradición de esta maravilla, que, sorprendido el piadoso magnate por una horrible tormenta en las faldas del Moncayo y en lo más intrincado y espeso del monte, creyendo su hora llegada, se en­ comendó tan de veras a la Virgen, a quien profesaba tan particular devoción, que la Divina Señora, movida por sus ruegos, descendió 12

Bécquer, “L a rosa de Pasión” , pág. 3 2 5 -

96

Bécquer tradicionalista

a la tierra, calmó la tempestad, y después de significarle el deseo de que se erigiese allí un monasterio en memoria del milagro, des­ apareció, dejando, en el lugar que ocupaba, la Santa Imagen que le prestó nombre” 13. En el mismo año de 1866, Vicente de la Fuente recoge parecida versión, que es imprescindible transcribir: “ La tradición de esta comunidad dice que yendo de caza don Pedro de Atarés por cerca del sitio donde hoy está fundado el magnífico Monasterio de Veruela, le sorprendió una terrible tor­ menta, en la que creyó perecer; pero alzando los ojos vió en un árbol cercano una pequeña imagen de la Virgen, a la cual ofreció el Conde construir una casa monástica en aquel mismo paraje, como lo cumplió. Enséñase aún el sitio donde se dice que se apa­ reció la Virgen. La efigie se venera en el altar mayor de la iglesia del Monasterio, que a duras penas se ha logrado continúe dedicada al culto” 14. La comparación de ambos textos permite advertir que Bécquer reproduce la tradición con cierta objetividad. Pero como ocurre con la narración de los hechos históricos, aquí también utiliza las pautas más ricas en posibilidades para dar color y animación al suceso transmitido. La aparición de la imagen se convierte en apa­ rición de la Virgen misma; en de la Fuente no se describe circuns­ tanciadamente ese hecho sobrenatural; en Bécquer, en cambio, asistimos al descenso de la divinidad y vemos casi los gestos con que acalla la tormenta, habla al caballero y desaparece finalmente. El poeta ha extremado lo maravilloso del relato mediante una in­ tensificación de sus elementos. Sobre todo, lo que en de la Fuente es escueto y estático en Bécquer se agita con movimiento, luz y color. Becquer, El monasterio de Veruela en Aragón” , págs. 1071-1072. ” Vicente de la Fuente, en la continuación de la obra del Padre Enrique Flórez, España Sagrada, “ Las santas Iglesias de Tarazona y Tudela en sus estados antiguo y moderno” , tratados 87 y 88, capítulo “ Monasterio de Veruela. Catálogo de sus abades” , tomo 50, M adrid, 1866 pág. 211.

Tradición y leyenda

97

La segunda versión de Bécquer es demasiado extensa para ser copiada literalmente. Nos describe la región del Moncayo, ya trans­ formada por la civilización, y el lugar de La Aparecida. Pedro Atares vive allí entregado a los placeres de la caza. El personaje histórico se torna una viva estampa de caballero medieval: “ Dá­ base a todos los diablos don Pedro Atarés, y a pesar de su natural prudencia, juraba y perjuraba que había de colgar de una encina a los cazadores furtivos, causa, sin duda, de la incomprensible escasez de reses que, por primera vez, notaba en sus cotos” . La escena de la caza está pintada con minucia de miniatura medieval. Aparece en ella un motivo característico en Becquer, la accidentada persecución de una cierva. T al vez, se trata de un cruce con otra tradición aragonesa vinculada al monasterio de Veruela y al mismo Pedro Atarés: Voto y Félix, perdidos en la espesura por perseguir una cierva herida, descubren la ermita con los restos del fundador 15. Leemos ahora una nueva y más bella descripción de la Virgen, iluminada como un cuadro de Murillo: “ Me figuro un esplendor vivísimo que todo lo rodea y todo lo abrillanta; que, por decirlo así, se compenetra con todos los objetos y los hace aparecer como de cristal, y en su foco ardiente, lo que pudiéramos llamar la luz dentro de la luz. M e figuro cómo se iría descomponiendo el teme­ roso fragor de la tormenta en notas largas y suavísimas, en acordes distantes, en rumor de alas, en armonías extrañas de cítaras y sal­ terios; me figuro las ramas inmóviles, el viento suspendido, y la tierra, estremecida de goce, con un temblor ligensimo, al sentirse hollada otra vez por la divina planta de la Madre de su Hacedor, absorta, atónita y muda, sostenerla por un instante sobre sus hom­ bros. M e figuro, en fin, todos los esplendores del cielo y de la 15 Bartolomé M artínez y Herrero, Sobrarbe y Aragón. Estudios his­ tóricos sobre la fundación y progresos de estos reinos hasta que se agregó a los mismos el Condado de Barcelona, tomo I, Zaragoza, 1866, pági­ nas 54-62. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 7

98

Bécquer tradicionalista

tierra reunidos en una sola armonía, y en mitad de aquel foco de luz y sonidos, la celestial Señora, resplandeciendo como una llama más viva que las otras resplandece entre las llamas de una hoguera, como dentro de nuestro sol brillaría otro sol más brillante” 16. Béc­ quer no ha vacilado ahora en penetrar el relato como un observador directo y en desplegar todo el lujo de su sensibilidad de pintor y de músico, para la presentación del milagro. Aunque Murillo está presente en verdad, sin embargo, otra vez Chateaubriand le sirve de modelo. El trozo es un ejemplo muy claro de cómo un poeta más moderno, y por español y andaluz familiarizado con las es­ tampas religiosas de Murillo, podía transmitir, en el sentido de Chateaubriand, lo maravilloso cristiano. 2. En “ Cartas desde mi celda” , Bécquer incorpora directa­ mente no ya un relato tradicional sino ciertos motivos folklóricos vinculados a la brujería. M e parece advertir el recuerdo de otras cartas literarias, escritas también con destino a un periódico, y sobre parecido asunto: las “ Lettres adressées d’Espagne au Directeur de la Revue de Taris et au Directeur de VArtiste” de Prosper Mérimée, especialmente la cuarta sobre “ Les sorciéres espagnoles” 17. Como Mérimée, Bécquer se pinta a sí mismo viajando a caballo o tomando apuntes en su carpeta de dibujo; como Méri­ mée, escucha el relato de las supersticiones de boca del guía. Ambos narradores son “esprits forts” confrontados con las ingenuas creen­ cias aldeanas; ambos, gozan describiendo los gestos con que el guía matiza sus relatos. La diferencia fundamental consiste en que mientras el narrador en Mérimée mantiene su carácter incrédulo,

16 Bécquer, “ Cartas...” , IX , págs. 652-653. Líneas antes, Bécquer mismo se refiere a Murillo. Ver King, op. cit., págs. 28-29. 17 Prosper Mérimée, “ Lettres adressées d’Espagne au Directeur de la Revue de Paris et au Directeur de VArtiste", IV , “ Les sorciéres espagnoles” , en Mosaique, Oeuvres com pletes..., tomo III, París, 1933, pá­ ginas 316-332. L a primera edición parisina es de 1833.

Tradición y leyenda

99

en Bécquer va siendo ganado poco a poco por el temor supersti­ cioso. La carta de Bécquer relata un hecho policial acaecido en el Trasmoz entre los años 1861 y 1862. Los periódicos de Zaragoza, dice, hablan hacia esas fechas del suceso. No sería difícil comprobar esa aseveración. Se trata del asesinato de la tía Casca, despeñada por los campesinos para impedir sus maleficios. Nadie ha dudado del hecho real: José María Iribarren dice sin discutirlo: “ Cuando Bécquer viene, en 1864, a curarse de su tisis al monasterio de Veruela, dedica la sexta de sus cartas a una bruja del pueblo de Trasmoz, próximo a Tarazona, ’la tía Casca’, contra la que, dos o tres años antes, se había amotinado el vecindario todo, hasta arrojarla por un barranco abajo 18. Tampoco objeta el hecho García Lornas al referirse a las supersticiones cantábricas19. Mayor cau­ tela evidencia Julio Caro Baroja: “Pero si hemos de creer a Gus­ tavo Adolfo Bécquer, allá por los años 1861 o 1862, en un pueblo de Aragón, los mozos enfurecidos mataron a una pobre mujer, llamada la tía Casca, porque se le consideraba bruja, autora de grandes maleficios, de los que poseía el secreto por vía heredita­ ria” “ Cualquiera sea la verdad, los motivos que Bécquer transcribe pueden localizarse con bastante exactitud en la zona del Trasmoz o en las comarcas vecinas de Navarra. Según el testimonio de uno de los personajes, una persona queda endemoniada cuando al echár­ sele agua bendita en el bautismo el cura equivoca el Credo u olvida alguna de sus palabras. Resurrección M ana de Azkue atestigua que aún hoy, por lo menos en los países vascos, si se dice defec­ 18 José M aría Iribarren, “ Brujas y brujos célebres” , Retablo de cu­ riosidades, Pamplona, i 954 j pág* 47 __ . 19

Adriano García Lornas, Mitología y supersticiones de la Cantabria,

Santander, 1964, pá?. 181. . 20 Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo, M adrid, Revista de Occidente, 1961, pág. 332.

IO O

Bécquer tradicionalista

tuoso el Credo, el niño será desgraciado, o se hace bruja o brujo” 21. La criada nos informa también sobre el modo de saber si el male­ ficio se ha cumplido. Se toma un cedazo, después de las doce de la noche, “ se hacen sobre él tres cruces con la mano izquierda y suspendiéndolo en el aire, cogido por el arco con las puntas de una tijera, se le pregunta. Si se ha olvidado alguna palabra del Credo, da vueltas por sí solo, y si no, se está quietico, quietico como la hoja en el árbol” 22. Iribarren admite la existencia de esa costumbre en el norte de España: “ Para adivinar si una vieja es o no bruja sigue empleándose, en las tierras del Ebro, lo de echar el cedazo. Se toma el cedazo de cerner el trigo; se hacen sobre él tres cruces con la izquierda; se clavan las tijeras sobre el aro, y suspendido así, se le interroga. Si es bruja la mujer de quien se sospecha, el cedazo da vueltas, y si no se está quietico, quietico” 23. Es verdad que Iribarren tiene conciencia de que está repitiendo expresiones de Bécquer, puesto que las subraya en su propio texto. Pero usa el ejemplo para comprobar una personal experiencia. Otro de los conjuros recordados por Bécquer consiste en hacer una cruz en el hogar con las tenazas, o en poner una escoba tras la puerta con las pajas hacia arriba: de ese modo las brujas no entran por la chimenea. Azkue nos informa que para espantar a las brujas es bueno “ poner tijeras abiertas sobre una escoba” , y, de noche, para evitar que entren por la chimenea, “ cubierto el fuego se ponen junto a él la paleta y las tenazas en forma de cruz” 24. En los días de tempestad, agrega más adelante, “ se pone la escoba junto a la casa y de pie, con el mango hacia abajo y tijeras en corma de cruz” 23. Y según Iribarren, en Leiza “ acostumbran a

21 Resurrección María de Azkue, Euskáleriaren Yakintza. Literatura popular del país vasco, Madrid, 1950, pág. 260. 22 Bécquer, op. cit., pág. 613. 23 Iribarren, op. cit., pág. 55. 34 Azkue, op. cit., pág. 261. 25 Ibid., pág. 454.

Tradición y leyenda

101

hacer una cruz sobre las cenizas con la tijera. De este modo la bruja no entrará por la chimenea... Hoy día, para aventar a las brujas, dicen que basta con colocar la escoba con las palmas hacia arriba” 26. En la carta VII, Bécquer relata la tradición del castillo de Trasmoz, erigido por arte de magia. En un artículo bastante informativo, don Luis Redonet y López Dórige transcribe como auténtica la versión de Bécquer mismo. Y un conocedor de la región y de sus costumbres, Emilio Poyo Jiménez, se refiere a esa tradición becqueriana sin discutirla 27. En la carta VIII, Bécquer nos cuenta la historia de Dorotea, sobrina de Mosén Gil, el limosnero, cura de Trasmoz. La historia parece inventada: el nombre del cura recuerda muy de cerca el de maese Gil Pérez, organista de Santa Inés. Pero no los motivos vinculados con las acciones de las brujas. En Bécquer aparecen convertidas en gatos — uno de ellos negro— de ojos verdosos. Esas transformaciones son frecuentes en las relaciones populares. Los gatos negros representan simbólicamente el mal demoníaco28. En tiempos de Bécquer, Wentworth Webster atestigua que “ Witches still appear in the shape of cats, but generally black ones” 29. Más interés tiene el siguiente motivo. Los gatos vienen por la chimenea “ revueltos en una multitud de sapillos verdes y tripudos con un cascabel al cuello y una a manera de casaquilla roja” 30. Esa 26

Iribarren, op. cit., pág. 228.

27 Luis Redonet y López Dórige, “ Brujas en España y en las Indias españolas” , Revista de las Españas, tomo V, enero de 1930, págs. 6-12; y Emilio Poyo Jiménez, Moncayo de Aragón y Castilla, Zaragoza, 1962, pág. 105. 28 R. Violant y Simorra, “ L os animales de color negro en las supers­ ticiones españolas” , Revista de Dialectología y Tradiciones populares, tomo 9, M adrid, 1953 , págs. 284-287. . 29 c . M . Oldfield Howey, The Cat m the M ystenes of Religión and Magic, N ew York, 1955) pág- 99 - Véase además Iribarren, Historias y costumbres, Pamplona, 19565 pág. 252. 30 Bécquer, “ C artas...” , V III, pág. 641.

102

Bécquer tradicionalista

humorística descripción coincide con la de los rebaños de sapos que acompañan a las brujas en las confesiones de los autos de fe. María de Zozaya, condenada en 1611, era maestra y pastora de sapos31. Iribarren atestigua: “ Maestros y brujas cuidaban cada cual de su sapo vestido. A estos bichos los vestían con un rasaquín hecho de paño o terciopelo, de colores, que se cerraba bajo la barriga. Estaban tocados con capirotas y les colgaban al cuello cascabeles y dijes” 32. Bécquer nos transmite también el sortilegio para devolver a las brujas su forma primera: se hace tres veces la señal de la cruz con la mano izquierda y se invoca a la trinidad de los infiernos. Según la relación de Caro Baroja es frecuente el invertir los gestos del rito católico; en especial el de hacer la señal de la cruz con la siniestra: “ En los camines se veen cruzes de palo quebrado el un brazo, que se presumen lo hazen brujas por mandado de su martinelo por el odio que tiene a la cruz y se verifica lo que dice maleus maleficar y hase notado que se santiguan con la mano izquierda y el agua bendita echan atrás de sobre la cabeza” 33. Las brujas dañan a los seres y a las cosas. Lo dice Bécquer, y lo testimonian los folkloristas34. Otros motivos de la carta provienen también de la tradición. El baile de la hoguera, por ejemplo, al que acude la sobrina del cura. Violant Simorra descubre la costumbre en regiones pirenaicas, y Pedro Arellano afirma refiriéndose a Bécquer: “ Aparece también

31 Según Iribarren, Historias y costumbres, Pamplona, 1956, pági­ na 252. Ver además Julio Caro Baroja, “ Cuatro relaciones sobre la hechi­ cería vasca” , Anuario de Eusko-Folklore, 1933, págs. 134-135 y passim. 32 Iribarren, op. cit., pág. 230. 33 Caro Baroja, op. cit., págs. 140-141. 34 Carlos Clavería Arza, Leyendas de Vasconia, Pamplona, 1958, pá­ gina 40; R. Violant y Simorra, El Pirineo español, M adrid, 1949, pági­ na 270; José Romeu Figueras, “ Folklore de la lluvia y de las tempesta­ des” , Revista de Dialectología y Tradiciones populares, 19, 1951, pági­ nas 304-307.

Tradición y leyenda

103

en las cartas la narración de otras tradiciones, como el baile de la hoguera... Sabido es que era costumbre en Navarra quemar ho­ gueras al anochecer en las vísperas de un santo” 35. Esta incursión en el folklore no agota, claro está, el estudio de los valores literarios de las “ Cartas desde mi celda” . Por algo Arturo Farinelli las considera una de las mejores muestras de la literatura de viajes en España36. Descripciones de ruinas, de pai­ sajes crepusculares, puntos de vista sobre la actualidad, confesiones personales, se unen en ellas a los motivos indicados para propor­ cionar al público un regocijado cuadro de costumbres. A través de los ejemplos analizados, vemos dos modos de com­ portamiento de Bécquer frente a la tradición, que se repiten en sus leyendas: cuando el poeta encuentra un asunto desarrollado lo transmite procurando hacer más rica la narración; cuando in­ venta un asunto, inserta en él motivos que por su procedencia folklórica proporcionan al relato cierto tono tradicional. 3. Cabe ahora preguntarnos cuál es, en concreto, la deuda de la leyenda becqueriana con la tradición española. En los capítulos posteriores espero hallar una respuesta. Por el momento basta con indicar algunas ideas generales. ^ Bécquer procura, en casi todas sus narraciones, convencer al lector del fondo tradicional de su relato. Se trata, nos dice, de una conseja escuchada en boca de la gente del pueblo. Tiene conciencia del proceso de la transmisión oral. En el epígrafe de “ La cruz del diablo” , dice por ejemplo: “ M i abuelo se lo narró a mi padre, mi padre me lo ha referido a mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea más que por pasar el rato” 37. En “ El monte de las Ánimas” ,

35 Violant Simorra, op. cit., pág. 560 y Pedro Arellano, Merindad de Tudela” , Anuario Eusko-Folklore, 1933> Pags- I75' j 7<5; , , 36 Arturo Farinelli, Viajes por España y Portugal desde la Edad M e­ dia hasta el siglo X X , tomo III, Firenze, 1944, pág. 396. 37 Bécquer, “ L a cruz del diablo” , pág. 104.

104

Bécquer tradicionalista

afirma que oyó la tradición en el mismo lugar en que acaeció el suceso38. “Maese Pérez, el organista” comienza con parecida in­ dicación: “ En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa de Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento” 39. Un anciano le ha contado la leyenda de “ El Miserere” ; una muchacha bonita, la historia de “ La rosa de Pasión” 40. Aún es más explícito en “ La cueva de la mora” : “ Por la explicación de aquel hombre vine en conocimiento de que acerca del castillo árabe y del subterráneo que yo suponía en co­ municación con él, había alguna historia, y como soy muy amigo de oír todas esas tradiciones, especialmente de labios de la gente de pueblo, le supliqué me la refiriese, lo cual hizo, poco más o menos, en los mismos términos que yo, a mi vez, se la voy a referir a mis lectores” 41. El término tradición aparece también en Bécquer en casos en que no se trata de asuntos transmitidos oralmente. La leyenda “ El caudillo de las manos rojas” , cuyo tema ha conocido de lecturas, se publica como “ tradición india” 42. La narración transmitida suele denominarse también leyenda. “ Maese Pérez, el organista” se presenta como leyenda y en el texto se la llama tradición. Al recordar el episodio de Roncesvalles, afir­ ma: “refiere la tradición una de esas leyendas extraordinarias con que la piedad de nuestros padres se complacía en envolver el mis­ terioso origen de sus más veneradas imágenes” 43. Leyenda se llama también en Bécquer el producto de la elabora­ ción literaria de tradiciones, como se desprende de esta referencia: “ Nuestro eminente poeta lírico, don José Zorrilla, ha perpetuado 38 Bécquer, 39 Bécquer, 40 Bécquer, gina 320. 41 Bécquer, 42 Bécquer, 43 Bécquer,

“ El Monte de las Ánimas” , pág. 136. • “ Maese Pérez, el organista” , pág. 157. “ El Miserere” , pág. 208 y “L a rosa de Pasión” , pá­ “ La cueva de la mora” , pág. 258. “ El caudillo de las manos rojas” , pág. 51. “ Roncesvalles” , pág. 1057.

Tradición y leyenda

105

la memoria de una de estas tradiciones en su leyenda titulada buen juez, mejor testigo” En “ Haciendo tiempo” , Eecquer refiere a tradiciones alemanas sobre los silfos, ya elaboradas Víctor Hugo. Piensa como posible fuente de una leyenda, no

A se en las

tradiciones directas, sino la obra del poeta francés. Dicese que cuando un silfo hace objeto de su amor a una bella de la tierra, tiene que renunciar a la inmortalidad y a las alas que lo sostienen en los aires. El sacrificio no es escaso; pero sea que el amor de las sílfides no reúna todas las circunstancias apetecibles; sea, y esto es lo que yo creo, que hay en el mundo bellezas dignas del más penoso sacrificio, ello es que las leyendas nos hablan de muchos silfos que han renunciado heroicamente a todos sus privilegios, por entregarse a las delicias qué proporciona el cariño de una hija de los hombres... Víctor Hugo tiene una bellísima poesía titulada “ El silfo” que puede servir para escribir una leyenda sobre los amores de esos ligeros espíritus del aire” 45. No obstante, el poeta advierte la diferencia que existe entre una leyenda de base litera­ ria, aunque sea eco secundario de tradiciones, y la que no lo es. En sus “ Proyectos literarios” figura la leyenda “ El silfo” , que pen­ saba escribir, calificada como leyenda ideal Si recordamos la bala­ da de Víctor Hugo a que se refiere podemos suponer su ínteres por la delicadeza del tema, la fantasía del argumento, cierto evidente símbolo del destino de un poeta enamorado, y los recursos líricos de su bella realización. Es posible distinguir pues en la concepción de Bécquer narra­ ciones de distinto tipo que luego se agrupan genéricamente con e nombre de leyendas: la simple tradición transmitida en forma oral 44 Bécquera “ B asílica...” , pág. 97 1 -

, 45 Bécquer, “ Haciendo tiempo” , págs. 724-725. Se refiere a la balada “ El silfo” , de Víctor H ugo; un silfo de alas bnUantes y de hermosos colores pide protección a una joven que le abre al fin la puerta de su cuarto: “ On ne sait si ce fut au sylphe qu’elle ouvrit . Ver Víctor Hugo, ballade X II, Odes et Ballades, en Oeuvres Completes, tomo I, París, 1885, págs. 439 -443 -

io 6

Bécquer tradicionalista

o escrita y presumiblemente no elaborada sino en detalles secun­ darios; el relato ficticio sobre temas o motivos de la tradición po­ pular elaborados literariamente, o sea la leyenda tradicional; la leyenda ideal, con remota base en la tradición, pero llena de rasgos maravillosos y de recursos de tipo poético similares a las manifes­ taciones de la fantasía popular. Las leyendas de Bécquer no suelen transmitir tradiciones direc­ tas sin elaboración. Quizá la que está más cerca de ese primer tipo es “ La promesa” . Bécquer obtiene su asunto del “ Romance de la mano muerta” que transcribe en el texto. Como ocurre con su tratamiento de los sucesos históricos, aquí también amplifica los elementos del romance con las técnicas del color local. El fondo medieval del suceso le sirve para recrear el ambiente y la vida del noble de Gomara. El desfile del noble y de sus súbditos listos para ir a la guerra parece una de las estampas medievales de Mariana. El motivo de la mano muerta queda intensificado hasta transfor­ marse en un símbolo: la mano detiene por las bridas el caballo desbocado del conde, descorre las cortinas del lecho en que el caballero descansa, coge una flecha en el aire y la parte entre los dedos, se apoya suavemente en los hombros del amante infiel. El motivo popular coincide, además, con su propia fantasía. Un año antes, en el relato “ Tres fechas” , la mano de una mujer casi independiente de su cuerpo lo saluda con un signo mudo y cari­ ñoso 46. El resto de las leyendas pertenecen a los otros dos grupos y hasta podrían clasificarse de acuerdo con la mayor o menor cerca­ nía con las fuentes tradicionales. En general, son acabados ejemplos del fenómeno que un estudioso argentino define como proyección: “ Las proyecciones se nos muestran como la imagen de fenómenos reflejada o expresada fuera de su ámbito cultural, espontáneo; son obra de personas determinadas o determinables que se inspiran en ^

Bécquer, “Tres fechas” , págs. 395-396.

Tradición y leyenda

107

la realidad folklórica, cuyo estilo, formas, ambiente o carácter tra­ suntan y reelaboran; están destinadas al público general, preferen­ temente urbano, al cual se trasmite por los medios institucionaliza­ dos que la técnica y la civilización ponen en cada caso y en cada época a su servicio” 47. Excluiré de mi análisis las leyendas “ ideales” menos vinculadas con tradiciones. Entre ellas considero “ La creación” , apólogo moral escéptico que aunque alude a los Puranas y a creencias de la India no tiene relación alguna con el fondo tradicional hindú; El rayo de luna” , que aunque titulada “ leyenda soriana” no parece sino una pura fantasía lírica, algo así como una rima en prosa48; y “ Maese Pérez, el organista” , cuento de aparecidos imaginado libre­ mente. También se excluyen los relatos que Aguilar agrupa como “ Narraciones” . En una palabra, sólo me ocuparé de las leyendas tradicionales, que agrupo para su estudio en tres tipos diferentes. aquellas que transmiten un relato tradicional muy transfigurado en su elabora­ ción; aquellas que sólo contienen motivos tradicionales adscriptos a una narración ficticia; aquellas que no presentan contacto alguno

47 Aunque el término se ha acuñado antes, Augusto Raúl Cortázar en “ El Folklore y su proyección literaria” , publicado en Capitulo. La historia de la literatura Argentina, Buenos Aires, Centro editor de Am e­ rica Latina, 1968, n.° 57 , pág. 1346, aclara su significación y establece los modos en que la proyección se cumple. Aplica esos criterios a la litera­ tura en la antología Literatura y folklore que acompaña a la citada publi­ cación. . 1 j « L o s sorianos han rendido homenaje a Becquer y a su leyenda denominando “ El rayo de luna” a la plazoleta a que se refiere M . L . Ca­ sado en Conozca Soria capital, Soria, 1963, pág. 5». No se menciona en ninguna parte, en este libro ni en otros, una autentica tradición similar. H enry Charles T u rk estudia los elementos germánicos en este relato de Bccquer. Remito a su Germán Romanticism in Gustavo Adolfo Bécquer’ s Short Stories, Kansas, 1959 , para el estudio de los contactos entre las leyendas y la literatura alemana.

lo 8

Bécquer tradicionalista

con la tradición pero imitan temas o motivos propios de otras tra­ diciones similares. Ninguna de las leyendas de Bécquer se ajustan a un tipo puro. Por otra parte, en muchos casos carecemos de los repertorios re­ queridos como para poder discriminar con absoluta claridad si se trata de una tradición española o de una creación libre.

C a pít u lo V

L A E LA B O R A CIÓ N L IT E R A R IA DE U N A “ T R A D IC IÓ N IN ­ D IA ” EN “ E L C A U D IL L O DE L A S M A N O S ROJAS”

i. Nadie ha observado hasta ahora que “ El caudillo de las manos rojas” , la primera leyenda de Bécquer, reproduce la tradición hindú del ídolo del Jaganata x. El poeta la subtituló, precisamente, i N o es fácil unificar la ortografía de ciertos nombres hindúes. El ídolo y la pagoda que lo encierra suelen llamarse Jagrenat, Jagernat, Jagrennauth, Jahhatnatham, Jogonnath, Djagad-Natha y de otras capri­ chosas maneras. Victor Jacquemont, en Correspondance, advierte:^ Vous maudissez sans doute l’irrégularité de mon orthographe des noms asiatiques, c’est qu’ils sont tres difficiles ou impossibles á écrire dans nos langues européennes, du moins celles á mon usage... Quant au mot que les anglais écrivent Sing, s’ils le pronon?aient d’aprés les analogies de leur idiome, ce serait sinfe, ce qu’en approche le plus en frangais est sygne, cycnus...” El Dictionnaire Universel historique et comparative de toutes les religions de la Terre (o du M onde, según la portada del primer tomo), escrito por M . L ’Abbé Bertrand, t. IV , París, 1851, recoge las versiones siguientes para el nombre del dios Siva: Shiva, Sib, Chib, Chiven, Seeb. Bécquer utiliza en la versión de La Crónica la forma Schiwen, ortografía al parecer germana Para Vishnú, el citado diccionario recoge Vichnou, Vistnou, Vistney, Bisnou, Bichan, Bichen. Bécquer prefiere Vichenú, que parece de procedencia francesa. _ L a lectura Jaganata, en Bécquer, es una versión española de la forma francesa Djagad-Natha.

110

Bécquer tradicionalista

tradición india. Rodríguez Correa recuerda esa circunstancia: “ El año 57 Bécquer se vio acometido de una horrible enfermedad, y para atender a ella y rebuscando entre sus papeles, hallé El caudillo de las manos rojas, tradición india que se publicó en La Crónica, siendo reproducida con la singularidad de creerse que el título de tradición era una errata de imprenta; pues todos los que la inser­ taron en España o copiaron en el extranjero la bautizaron con el nombre de traducción india... Tan concienzudamente había sido hecho el trabajo” 2. La leyenda apareció en verdad en el diario madrileño La Cró­ nica durante los días 29 de mayo a 12 de junio de 1858. Cuando los amigos la incorporaron a la primera edición de las Obras, 1871, suprimieron varios de sus capítulos y con ello ocultaron la fuente tradicional. Dionisio Gamallo Fierros nos restituyó la versión ori­ ginal, de acuerdo con el texto publicado en La Crónica, en 1948 3. La composición de la leyenda puede situarse entre fines de 1857 y los primeros meses de 1858: en 1857 Ia data Rica Brown; Gamallo Fierros prefiere, de acuerdo con otros, el año 1858 4. Se trata de fechas realmente tempranas: aun en Francia, el interés por la literatura hindú se evidencia decisivamente sólo hacia 18 7o5. Con los comienzos del exotismo hindú se suele datar el origen del simbolismo: en la selva de símbolos de Baudelaire hay remembranzas de la selva indiana 6. 2 ^Rodríguez Correa, “ Prólogo” , pág. 11. Hay cierta exageración en Rodríguez Correa. L a leyenda no fue reproducida, hasta donde sabemos, en el extranjero. 3 Dionisio Gamallo Fierros, al hallar la publicación de La Crónica, fijó definitivamente esas fechas. Ver su D el olvido en el ángulo oscuro... Páginas abandonadas de Gustavo Adolfo Bécquer..., págs. 107-109. 4 Ibid., pág. 109; Brown, op. cit., pág. 93. 5 Pierre Jourda, L ’Exotisme dans la littérature frangaise depuis Cha­ teaubriand, t. II, “ D u Romantisme au 1939” , París, 1956, pág. 91. 6 El interés por las costumbres y la literatura de la India nace en verdad en el siglo xvm con los trabajos de los eruditos ingleses vincula­ dos a la Compañía de las Indias. Y a a fines del siglo xviii se habían tra-

“ El caudillo de las manos rojas”

n i

Varias obras del siglo xrx, que Bécquer pudo conocer, hacen mención del templo del Jaganata. También es frecuente el recuer­ do de la ceremonia en la que los fieles se arrojaban fanáticamente bajo las ruedas del carro de Roth. No hallo en cambio demasiadas referencias a la historia del ídolo. Una de esas obras, muy importante paso en la difusión del exotismo oriental, es La chaumiere indienne de Bernardin de SaintPierre. En ella se describe la pagoda de Jagrenat o Jagernat — así la llama el autor— “ situé star la cote d’Orixa” 7. La pagoda tiene muros rojos; galerías y torres, de mármol blanco. Está en el centro de una verde arboleda. El edificio se ve, con toda su magnificencia, desde la lejanía: las puertas de bronce brillan “ des rayons du soleil couchant” 8. Las águilas planean alrededor de la cúpula per­ dida entre las nubes. Las bayaderas reciben al viajero con cantos y con danzas: “ Elles avaient pour colliers des cordons de fleurs ducido al inglés trozos del Mahabarata. Se trata de la traducción de Wilkins, que usan los románticos. H. H. Wilson, bibliotecario de la Compañía, es el primer profesor de sánscrito en Oxford. Hacia principios del siglo xix hay también traducciones parciales de los Vedas y los Pouranas. En Francia., difunden la literatura hindú en el siglo xix, entre otros, M . Chezy, profesor de lenguas orientales en la Sorbona, y su discípulo Eugéne Burnouf: “ est entre 1825 et 1835 le véritable pionnier de la philologie védique” . Ver Louis Renou, La poésie religieuse de l’Inde antique, París, 1942, pág. X I. Hacia esas fechas M . Langlois, discípulo de Chezy, publica también importantes trabajos sobre literatura hindú; Théodore Pavie vulgariza en particular aspectos de la vida y de la reli­ gión. Memorias y revistas de las sociedades asiáticas de Bengala, Londres o París, divulgan nuevos conocimientos. Por toda esa tarea precursora “ une certaine atmosphére védique pénétre dans la littérature francaise Ibid., págs. X I-X II. Para una valoración de esa tarea hasta los tiempos de Bécquer puede verse Félix Néve, Les Pouranas. Études sur les derniers monuments de la litterature sanscrite, París, Douniol, 1852; para una valoración más moderna, Louis Renou, op. cit., y además, Les maitres de la Philologie Vedique, París, 1928. 7 Saint-Pierre, La chaumiere indienne, en Oeuvres Completes, Bruxelles, 1820, tomo IV , pág. 169. 8 Ibid.

112

Bécquer tradicionalista

de mougris; et pour ceintures, des guirnaldes de fleurs de frangipanier” 9. En el fondo del templo, a la luz de lámparas de oro y de plata, aparece el ídolo, séptima encamación de Brama, con forma de pirámide, sin piernas y sin brazos. La novela de Saint-Pierre fue muy leída en toda Europa. En ella se fijan por primera vez ciertos nombres geográficos y costum­ bres típicas de la India que luego se repetirán frecuentemente en la literatura y en el periodismo. Crea lugares comunes: las noticias sobre la vida marginal de los parias, por ejemplo, parten de su pintura de la familia de un paria, pobre, excluida del contacto humano, pero rica en generosidad con el huésped viajero 10. Bécquer debió tener presente a Saint-Pierre en el momento de crear su leyenda. No parecen casuales las similitudes de ambos autores en el tratamiento del paisaje. Los colibríes de Saint-Pierre vuelan “ étincelants comme des rubíes et des topazes” n. En Béc­ quer, los insectos voltean el aire “ como un torbellino de piedras preciosas” ; o miríadas de pájaros y de insectos cruzan “ diáfanos como el ámbar... con ropajes de oro y azul, de crespón y esmeral­ das” 12. Otro divulgador del exotismo hindú, Théophile Gautier, pu­ blica en 1837, en L e Fígaro, la novelita Eldorado. Uno de sus per­ sonajes es un noble hindú, hombre misterioso que piensa constan­ temente en las danzas de las bayaderas y en la pagoda del Jaganata. Se describen allí trajes típicos de la India. El nombre del renom­ brado caudillo nacionalista Tippoo-Saib (modelo, a mi juicio, del Tippot-Dheli de Bécquer) es adjudicado por Gautier a uno de los caballos del noble 13. 9

Ibid. 10 Ibid., págs. 173-177. 11 Ibid., pág. 193. , 12 Bécquer, “ El caudillo de las manos rojas” , págs. 66-67. 13 Conozco la edición popular de la Bibliothéque Charpentier, París, 1923. Tippoo-Saib fue conocido por su valor y su audacia durante la resistencia contra los ingleses. Fue príncipe de Kadappa. Sometió a sus

“El caudillo de las manos rojas”

113

En sus tareas como periodista, Bécquer debió frecuentar tam­ bién obras informativas sobre la India, aunque no de tanto pres­ tigio literario: por ejemplo, algunos libros de viajeros. Creo im­ prescindible citar los más significativos: no hay modo de recorrer la literatura del siglo xix sobre religiones orientales sin hallarnos a cada paso con referencias a la obra del Abbé J. A. Dubois, Description of the Character, Manners and Customs of the People of India and of their Institutions religious and civil. El libro de D u­ bois se publicó en inglés en 1817, de un manuscrito inédito en francés que su autor, entonces misionero en Mysore, entregó a las autoridades coloniales. Se retradujo poco después a su lengua ori­ ginaria. En él se describen algunas ceremonias entonces ignoradas en Europa, como el sati o sacrificio de la viuda en la pira funeraria del esposo. Como dice Max M üller: “ There are few men now left who, like the Abbé Dubois, have actually been present at the burning of widows, or who can give us, as he does, the direct reports of eye-witnesses who saw a king burnt with two of his queens joining hands on the burning pile over the corpse of their husband” 14. Sianah, la protagonista de la leyenda de Bécquer, es — según el poeta— la primera viuda indiana que se arroja a la pira. Bécquer sitúa además la leyenda en Orissa, región donde se

prisioneros a muy crueles torturas. En Francia adquirió prestigio, pues su odio contra los ingleses lo llevo a colaborar con el colonialismo fran­ cés. M urió en 1799. Ver M . Perrin, Voyage dans l’Indostan, París, 1807, págs. 203-206. Otros datos en Edouard de Warren, L ’Inde anglaise en 1843, Bruxellesj 1844, tomo II, págs. 130-132. Becquer crea el nombre de su personaje recordando sin duda a Tippoo-Saib. 14 M ax M ülier, “ Prefatory Note” , en Hindú Manners, Customs and Ceremonies by the Abbé J. A . Dubois, translated from the author s later french ms. and edited with notes, corrections and biography by Henry K . Beauchamp ( i.a edición, 1897), 3 -a edición, Oxford, Clarendon Press, 1906, pág. V II. Se trata de la misma obra de Dubois citada en el texto, pero que ha cambiado de título con los nuevos agregados. EÉCQUER TRADICIONALISTA. — 8

H4

Bécquer tradicionalista

mantuvo por más tiempo esa ceremonia a pesar de la prohibición explícita de la corona inglesa en 18 3 o15. La versión más completa del libro de Dubois, que incluye cinco apéndices, sólo se conoció a partir de 1897 16• No sé si D u­ bois, que murió en 1848, publicó otras memorias parciales durante su vida. En el apéndice quinto de esa edición se lee la historia del ídolo del Jaganata tal como aparece en el relato de Bécquer. Béc­ quer no pudo conocer esa edición: pero supongo que muchos otros libros similares recogieron versiones de la historia. Pero no quiero adelantar todavía datos referidos a la fuente de la leyenda becqueriana. Sí creo que no debe faltar aquí la mención de los muy popularizados libros de Víctor Jacquemont. Este joven científico francés contribuyó al conocimiento de la India con su cuidada descripción de piedras, plantas y animales exóticos, cos­ tumbres. Sobresale de entre otros viajeros por su simpatía hacia el pueblo hindú, cuya lengua, vestimentas y usos adoptó de inme­ diato. Jacquemont murió al pie del Himalaya en 1833: su tumba fue un obligado sitio de peregrinación para los románticos. Jacque­ mont significó — como luego Rimbaud en su retiro exótico, Gauguin en las islas del Pacífico o Lawrence en Arabia— un símbolo del hombre moderno alejado de la civilización materialista. El es­ píritu europeo se abría ya hacia horizontes vedados y misteriosos 17. Tampoco debemos olvidar los numerosos trabajos de divulga­ ción que se publicaron en la Revue des Deux Mondes desde 1840 15 Los datos sobre Orissa han sido recogidos de The Cambridge History of India, tomo V I, “ T h e Indian Empire” , 1858-1918, editada por H. H. Dodwell, N ew York, M acM illan Company y T h e University Press of Cambridge, 1932; de Imperial Gazetter of India, Oxford, Clarendon Press, tomo X IX , 1908, págs. 338-342; Orissa Historical Research Journal, tomo V II y V III, passim, Orissa, 1959. 16 Ver “ Editor’s Introduction” a la citada edición de Dubois, pá­ ginas X V -X X II. 17 Conozco el Journal y la Correspondance de Víctor Jacquemont avec sa famille et plusieurs de ses amis pendant son voyage dans l’Inde (1828-1832) en la edición Garnier-Fournier, París, 1841.

“El caudillo de las manos rojas ”

115

hasta 1858: Edgar Quinet, J. J. Ampére, Théodore Pavie, el mayor Fridolin, Eugénie Montegut, W. Jones, el Reverendo Reginald Heber, E. Villemain y otros especialistas o viajeros difunden noticias sobre filosofía, religión, costumbres, literatura, arte, situa­ ción actual de los hindúes 18. Todos estos son trabajos a los que Bécquer pudo acceder fácil­ mente. Prescindo de otras fuentes posibles, pero menos probables, en diferentes lenguas extranjeras 19. Nuestro autor tuvo pues a su alcance, hacia 1857 o 1858, bas­ tante información sobre la India en general y en especial sobre la pagoda. El interés europeo por la India crece precisamente en 1857 a raíz de la sublevación de los Cipayos contra las fuerzas de la Compañía inglesa. El asunto conmueve a todo el mundo, en es­ pecial a los ingleses, que sienten ya vacilar su imperio; y a los franceses regocijados en demostrar el carácter más humanitario de su política colonial. El periodismo francés mantiene informado a 18 Durante los años 1856-1858, Théodore Pavie publica en la Revue sus Études sur l’ Inde ancienne et moderne. Da allí a conocer ciertos trozos de literatura hindú, entre ellos del Ramayana. En el número de enerofebrero de 1858 habla del ídolo del Jaganata sin agregar ningún dato que resulte valioso para nosotros. A los datos indicados habría que agregar otros que complementan el panorama sobre la información con respecto a la India hacia 1857. El Mahabarata estaba ya traducido al francés; el Ramayana, aunque vertido al francés desde 1854 hasta 1858, se leía más en la traducción italiana de Gorresio. Ver Revue des D eux Mondes, v. 19, 1847, pág. 996. Los Vedas y los Pouranas habían sido parcialmente traducidos por Burnouf. En 1857, Ernest Renán publica sus Études d’ histoire religieuse, que dedica a Burnouf, con cantidad de referencias a la religión hindú. T am ­ bién conviene recordar, por su gran repercusión hacia mediados del siglo, la Symbolique del doctor F. Creuzer, traducida del alemán por J. D. G uigniant entre 1825 y 1831 con este explicativo título: Religions de Vantiquité considérées principalement dans leurs formes symboliques et mythologiques. Siempre se ha destacado la importancia de esta obra en el desarrollo del arte de fines del siglo xix. 19 Pageard, “L e germanisme de Bécquer” , Bulletin Hispanique, L V I, 1954, 1-2, pág. 102, menciona contactos entre Hoffmann y Bécquer en el común tratamiento de “ le reve imaginative” .

n6

Bécquer tradicionalista

su público sobre estos acontecimientos: se dan noticias de en­ cuentros armados, se hacen descripciones pintorescas de lugares, se reproducen en grabados escenas costumbristas 20. La rebelión de los Cipayos tiene lugar en el mismo escenario de la leyenda becqueriana: es decir, entre Orissa y Bengala21. La leyenda de Bécquer cobraba así carácter de actualidad. El eco de esos sucesos no se oye demasiado en España. Los periódicos españoles recogen sólo muy sumaria información. Tam ­ poco hallo en ellos hacia esas fechas noticias suficientes sobre la cultura de la India. Una nota en el Semanario Pintoresco Español, en 1855, describe la fiesta de Roth de 1849: se habla de la pro­ cesión del Jaganata (el periódico prefiere Jogonnath) y del sacri­ ficio de los fieles bajo el carro sagrado 72. Para nosotros, es más importante una noticia que aparece en el mismo Semanario en septiembre de 1856. Un autor que firma con la inicial F. nos informa en “ La lengua sánscrita en España” que don Manuel de Assas ha sido designado como primer profesor de esa lengua en la Universidad central de M adrid: en varios números siguientes se recoge el discurso inaugural de Assas sobre el sáns­ crito, su literatura y los poemas sagrados de la India23. Bécquer está ya por entonces comprometido en la empresa de la Historia de los templos de España, cuya primera monografía — como hemos 20 En el número 757 de julio de 1857, L ’Illustration. Journal Universel. La France Pittoresque da noticias sobre la sublevación. Sigue in­ formando sobre los sucesos en números siguientes. Dice haber publicado ya otros artículos y grabados de la India. 21 Ver Imperial Gazetter..., tomo IV , págs. 338-342 y The Cam­ bridge History of India, tomo V I, capítulo X. 22 Semanario Pintoresco Español, número 49, 2 de diciembre de 1855, Puri y la fiesta del Roth en 1849” , pág. 385. Conviene recordar, de paso, que en septiembre de 1857 se recibe en M adrid al marajá de Tipperah, autor de una historia del Indostán. Asombra por el lujo de su séquito. Ver E l Museo universal, “Revista de la semana” , 17, 1857, págs. 135-136'. 23 Semanario..., números 38-51: 21 de septiembre de 1856, pági­ nas 298-299; 12 de octubre de 1856, págs. 322-323; 2 de noviembre de 1856, págs. 346-348; 7 de diciembre de 1856, págs. 387-388.

“El caudillo de las manos rojas ”

117

visto— será escrita por el mismo Assas. Es posible incluso que haya asistido a esa ceremonia inaugural. Assas pudo ser el intermediario directo que interesó a Bécquer en la lectura de tradiciones religiosas hindúes. Quizá le haya pro­ porcionado noticias sobre las creencias y costumbres de la región de Orissa, poco después envuelta en los sangrientos sucesos de la rebelión. Desgraciadamente, no conocemos en detalle la relación entre Assas y Bécquer. El poeta se refiere a su prestigieso amigo en la Historia de los templos y defiende los derechos de Assas cuan­ do acompaña a Juan de la Puerta Vizcaíno en el citado juicio contra los editores. Ambos, Assas y Bécquer, tienen — salvadas las distancias— intereses comunes: la descripción arqueológica, la his­ toria pintoresca, las tradiciones nacionales, y ahora ese circunstan­ cial interés en las tradiciones religiosas de la India. Puesta la leyenda de Bécquer sobre ese fondo de expresiones de exotismo oriental que pudo conocer, advertimos claramente su novedad en la literatura española, ya que esa iniciativa tiene poco que ver con otras tendencias anteriores, como la del exotismo mu­ sulmán de Zorrilla. 2. “ El caudillo de las manos rojas” puede dividirse para su mejor estudio en dos partes bien diferenciadas. La primera parte comprende cuatro capítulos, como se llaman en la versión de La Crónica, o cantos, como se lee en las Obras de 1871. Prefiero esta segunda denominación. El canto primero se inicia con la descripción del atardecer. Pulo-Dheli2A, rey de Orissa (Osira en la edición de 1871 y en las siguientes) se encuentra subrepticiamente con Sianah, prometida de su hermano, Tippot-Dheli. Tippot descubre a los amantes. En breve lucha, Pulo mata a su hermano. La mañana nos muestra al 24 Bécquer escribe D heli, aunque sin duda está pensando en la ciu­ dad de Delhi. Según Jacquemont, Correspondance, tomo II, pág. 146: “ D elhi s’écrit par les anglais de mille manieres différentes, dont aucune n’est juste. L a meilleure serait en anglais Dellee et en fran?ais D e lli...”

Ii8

Bécquer tradicionalista

príncipe desencajado por la culpa y con las manos manchadas de sangre. El canto segundo narra los esfuerzos de Pulo para quitarse de las manos la indeleble mancha de sangre, símbolo de su crimen. Vishnú, por intermedio de un ermitaño, le impone como peniten­ cia la peregrinación a las fuentes del Ganges. Sianah ha de acom­ pañarlo. El dios les prohíbe entregarse a los placeres del amor. En el canto tercero, los peregrinos han llegado casi al término de su viaje. Mediodía. Bajo la sombra de un baobab, los amantes des­ cansan. Seducidos por la belleza del lugar y por el abandono de la hora, olvidan la prohibición del dios. El canto cuarto nos infor­ ma, a través de un sueño de Pulo, del enojo de los dioses. El cau­ dillo lucha, en sueños, con un misterioso tigre, expresión de Siva, que se transforma en serpiente. Vishnú modifica la penitencia ori­ ginaria: el caudillo ha de reconstruir ahora el templo arruinado por el mar y oculto entre las arenas de la playa de Cutac. Pulo despierta. Sianah ha desaparecido misteriosamente. Con el cambio de penitencia comienza la segunda parte. El trozo así resumido muestra de inmediato claras reminiscen­ cias del Ramayana y del Mahabarata, obras ya traducidas en las lenguas modernas 2S. La pareja central del Ramayana, el príncipe Rama y su amada Sita, efectúa también un largo peregrinaje por la selva y es centro de la disputa de los dioses. Rama debe peregrinar por esa selva, llamada Dandaka, siguiendo las reglas de la vida ascética. La pre­ sencia de Sita en una peregrinación en que ha de evitarse el pecadc constituye un escándalo. El motivo no está muy desarrollado en el Ramayana: el lector religioso lo sobreentendía. No obstante, cuan­ 25 Sobre traducciones al francés del Ramayana, véase el prólogo de Alfred Roussel a su propia versión en tres volúmenes, París, 1903, que es la que yo utilizo. D el Mahabarata interesa sólo la novelita de Nala y Damayanti, que Bécquer pudo conocer en la edición de Edouard Foucaux auspiciada por la Sociedad Asiática de París, 1856. Es la versión que copia Lamartine en Cours familier de littérature. Un entretien par mois, París, Chez l ’Auteur, 1856, “ entretien IV ” , págs. 288-320.

119

“El caudillo de las manos rojas ”

do Rama trata de disuadir a Sita de su resolución de seguirle, le enumera los votos de la vida ascética: “ La colére et la cupidite, l’on doit renoncer pour s’appliquer á l’ascétisme” 26. El gigantesco Ravana, rey de los Rakshas, rapta a Sita amparado en la posible violación de esos v o t o s “ Qui penetrez dans la foret Dandaka armes de traits, d’arcs et d’épées, d’oú vient que vous, ascétes, vous séjoumez ici crvec une femme?” 27. El amor de Rama y de Sita se parece en la calidad de la pasión erótica al de Pulo y Sianah. Los dioses, que en el sueño de Pulo se convierten en animales proteicos, son similares a los Rakshas del Ramayana, que cambian de formas durante los combates28. Además, Pulo y Sianah se entregan a sus transportes amorosos en un bosque que recuerda la maravillosa floresta de los agokas donde Ravana intenta seducir a Sita, y donde Rama y Sita man­ tienen amorosos coloquios. En el bosque de Bécquer crecen las magnolias y los tulipanes; el bulbul 29 canta sobre los penachos del talipot30; pájaros e insectos reverberan como piedras preciosas bajo las ráfagas de luz; hojas y agua se mecen con agradable so­ nido; el bengalí grita con voz breve y aguda; los insectos zumban con monotonía. El monte de los agokas del Ramayana aparece como “ planté d’arbres múltiples, chargés de fleurs et de fruits de toute espéce. II était entouré d’étangs de lotus, orné de fleurs diverses,

26 27

Ramayana, tomo I, sarga X X V III, pág. 306. Ibid., tomo II, sarga II, pág. 5. 28 Ibid., tomo I, sarga X X V I, pág. 77. 29 Ruiseñor, en lengua persa. L e grand Dictionnaire Larousse au X lX ém e siécle, al definir el término, da como autoridades a Lamartine y a Gautier. , _ 30 En U In d e contemporaine de Ferdinand y Tugnon París, Hachette, 1955, pág. 34 , se describe el talipot. Es parasol” de hojas como pantallas, frecuentemente reproducida de época. Ver además la definición del Webster’ s Dictionary.

, de la en

T Larroye, “ coripha grabados

120

Bécquer tradicionalista

toujours égayé d’oiseaux transportés d’amour et d’une supréme beauté” 31. Pero hay un detalle de mayor precisión aún. En un momento determinado de la leyenda, Sianah pregunta a P u lo: “ ¿Es cierto que existe un árbol cuya sombra causa la muerte? — Es cierto— responde el príncipe. El dios Siva lo creó para destruir a los mor­ tales, y su hermano Vishnú, apiadándose de nuestra infelicidad, se lo dio a conocer a Brama, su elegido” 32. El árbol de la muerte, a que hace referencia Sianah, es precisa­ mente el agoka. En el Ramayana no se habla de su propiedad, por­ que también se trata de un detalle sobreentendido para el lector hindú. En el Mahabarata, en cambio, hay un contexto más explica­ tivo. Nala y Damayanti, pareja también de amantes peregrinos, recorren un bosque similar. Nala desaparece mientras Damayanti duerme. La joven despierta sorprendida y poco después exclama: “ Ah — dit-elle— cet arbre est heureux au milieu de la forét, c’est le souverain des bois environé des festons de lianes qu’il soutient et qui lui donnent la joie. Háte-toi, o bel arbre, de me délivrer de mes souffrances! Toi qui enléves á l ’homme le sentiment du fardeau de ses peines, n’as tu point vu Nala, qui m’est si cher?... Cher arbre, oh, délivre-moi de la v ie ! Ton nom ne signifie-t-il pas celui qui enléve les douleurs aux hommes? O bel arbre, que ton nom soit une vérité pour m oi! ” 33. Bécquer pudo conocer el episodio, luego publicado como novelita independiente, en la traducción de Edouard Foucaux. Pero más probablemente, a través del extenso comentario de Lamartine en el Cours familier de littérature. Un entretien par mois, de 1856, donde se reproduce la misma versión. Al transcribir el citado texto, Lamartine lo encabeza con estas líneas: “ Damayanti reprend sa 31 Ramayana, tomo II, sarga X V III, pág. 514; tomo II, sarga X IV , “L e bosquet cTA^okas” , págs. 499-502. 32 Bécquer, “ El caudillo...” , págs. 68-69. 33 Lamartine, Cours familier..., págs. 308-309.

“El caudillo de las manos rojas ”

121

route; elle s’arréte au pied d’un arbre dont l’ombre donne la mort” 34. El bosque del caudillo tiene, pues, reminiscencias del bosque de los agokas. La irresistible atracción de los amantes castigados se explica mejor en la leyenda si le devolvemos su carácter mágico a ese bosque propicio para los amorosos encuentros de los dioses. El importante motivo de la prohibición divina al connubio de los amantes apenas si está insinuado en el Ramayana y no aparece en la novelita del Mahabarata. Pero sí en otras historias que Béc­ quer conoció: el mito griego de Orfeo y Eurídice, difundido por la ópera, presenta también a una pareja de amantes castigados por el afán amoroso más fuerte que la ley de los dioses. Pero no quiero exagerar los contactos de la leyenda de Bécquer con esa literatura oriental. Saint-Pierre, y luego Chateaubriand han sabido aprovechar su lectura de libros hindúes para la formación de un estilo en que la sensibilidad y el erotismo oriental se funden con una visión cristiana de la naturaleza trascendente 3S. La leyenda de Bécquer evidencia la lectura reciente de Atala. Atala y Chactas deambulan también por la selva sacudidos de pasión amorosa. Un voto de castidad impide a Atala satisfacer esa pasión. La floresta americana de Chateaubriand, como la oriental del Ramayana y la floresta ideal de Bécquer, está imbuida de un soplo divino; brinda su pompa nupcial, la sublimidad de sus ríos torrentosos y el cobijo de troncos y de lianas a la imposible felicidad de los peregrinos. 34 Ibid., pág. 308. 35 Chateaubriand se refiere a la literatura hindú en su Essai historique, politique et moral sur les Révolutions anciennes et modernes considérées dans leurs rapports avec la Révolution Frangaise, Oeuvres com­ pletes, tomo I, París, 1826, pág. 331. “ Je vais faire connaítre aux lecteurs quelques morceaux précieux de littérature orientale. Je les tire du Sansc rit...” Se trata de fragmentos del Mahabarata y de la tragedia de Sacontala, que compara con Klopstock. No traduce directamente, a pesar de su afirmación. Los trozos parecen provenir de la traducción de M . W ilkins, 1785. Chateaubriand cita esa traducción en pág. 332 del mismo volumen.

12 2

Bécquer tradicionalista

La escena en que Atala está a punto de caer en la seducción del deseo se parece a la escena correspondiente de Bécquer en la situa­ ción, la pintura de la naturaleza propicia y el conflicto de los sen­ timientos. Hay también similitudes en la descripción de la gruta y del ermitaño que la habita. En Bécquer, así vive el bracmín, de cabellos blancos y de frente inclinada: “ Pulo llega a través de las zarzas que rodean como un festón los bordes del torrente, hasta la en­ trada de la gruta. Allí ve una ancha vasija de cobre suspendida de las ramas de una palmera, para que el viajero apague su sed” 36. Las serpientes danzan en torno del ermitaño, y los cóndores le traen alimentos. El monje de Atala vive de modo parecido: “ Nous y entrámes á travers les lierres et les giraumonts humides, que la pluie avoit abattus des rochers. II n’y avoit dans ce lieu qu’une natte'de feuilles de papaya, une calabasse pour puisser de l’eau, quelques vasses de bois, une béche, un serpent familier, et sur une pierre qui servoit de table, un crucifix et le livre des chrétiens” 37. El ermitaño es hombre “ des anciens jours” ; su rostro está lleno de arrugas y poblado de barba blanca. En los dos casos, los autores caracterizan el lugar y la figura del ermitaño con unos pocos rasgos que indican la soledad del con­ torno, el mundo natural que rodea a la gruta, el aspecto venerable del anciano y sus costumbres ascéticas. La serpiente familiar de Chateaubriand se ha convertido en Bécquer en las más pintorescas serpientes danzarinas de la India. Y en su floresta hindú aparece de pronto, impensadamente, un animal extranjero allí pero no en el paisaje americano de Chateaubriand: el cóndor 38.

36 Bécquer, “ El caudillo...” , pág. 6o. 37 Chateaubriand, Atala, en Oeuvres..., tomo X V I, pág. 76 38 Cfr. Ibid., págs. 75-82 con Bécquer, “ El caudillo...” , págs. 60-62.

“El caudillo de las manos rojas ”

123

En ambas obras se intercalan, y de modo parecido, canciones. En ambas, genios y espíritus pueblan la selva. El Gran Espíritu de la leyenda becqueriana parece más propio de la visión religiosa de los indígenas de Virginia que del mundo moral hindú que se intenta recrear 39. El motivo de las manos manchadas de sangre, que da nombre a la leyenda de Bécquer, proviene también de fuentes europeas. No aparece en la tradición hindú. En primer lugar, quiero llamar la atención sobre una leyenda francesa recogida por Amédée de Beaufort en 1840, cuyo título, “ Le Sire á la main sanglante” , es casi versión francesa de “ El caudi­ llo de las manos rojas” . No es difícil que Bécquer haya conocido esa leyenda, por otra parte muy diferente en asunto y en calidad a la suya: coinciden sin embargo en el motivo de las manos mancha­ das : “ Le sang d’Albert avait laissé sur sa main des taches qu’il ne put jamais effacer. Depuis lors, on ne l’appela plus que le Sire á la main sanglante” 40. El motivo es además muy común en la literatura y en el fol­ klore. En el mito bíblico, Caín lleva si no ésos, otros estigmas im­ borrables. Y en el Caín de Lord Byron, que Bécquer leyó, es una mancha de sangre la que denuncia la culpa del asesino 41. Bécquer cita también frecuentemente a Macbeth de Shakespeare. Lady Macbeth se levanta sonámbula para lavarse por las noches imaginarias manchas de sangre42. En fin, “ Stories abound of murderers trying 39 Cfr. Ibid., pág. 76 con Bécquer, “ El caudillo...” , pág. 60. 40 Amédée de Beaufort (cuyo nombre completo es Frangois Louis Charles Amédée d’Hertault, comte de Beaufort), Légendes et traditions populaires de la France, París, 1840, pág. 264. 41 Bécquer dice estar leyendo el Caín de Byron en 1864, años des­ pués de escribir la leyenda. Sería obra, sin duda, de su preferencia. Debió leerla antes de escribir “ El caudillo de las manos rojas” porque se ad­ vierten similitudes entre ambas. Cfr. Bécquer, “ El caudillo...” , págs. 52­ 56 con Lord Byron, Cain. A mystery, edición de Harding Grant, London, 1839, págs. 398 y sigs. 42 Bécquer, “ C artas...” , V III, pág. 646.

124

Bécquer tradicionalista

in vain to wash the blood of their victims from their hands or from their clothes” 43. Importa más que señalar la procedencia del motivo, advertir su carácter de motivo tradicional. Bécquer está elaborando una tradición hindú, como veremos de inmediato. Es lógico que rodee esa tradición de motivos secundarios también tradicionales aunque de procedencia distinta. En el habla común y en la concepción más ingenua, la sangre fraterna que se vierte es mancha imborrable, por lo menos en el sentido moral. La simplicidad del símbolo explica su amplia di­ fusión44. Bécquer tiene fina sensibilidad de narrador popular: sabe captar los elementos del sentir común y elevarlos a motivos literarios que parecen luego surgidos de la misma entraña del pueblo. También sabe hacerlo, en la poesía, con las más elemen­ tales — aunque profundas— sensaciones de su propio ser o las más simples ideas de su mundo moral. 3. En la segunda parte de “ El caudillo de las manos rojas” , Bécquer recoge la tradición del Jaganata. No se observaba esto en la edición de 1871, porque la leyenda mutilada perdía su significa­ ción originaria4S. Se me ocurre ahora preguntar si tal alteración 43 Funk and Wagnalls, Standard Dictionary of Folklore, Mythology and Legends, tomo I, “ blood” , pág. 149. En Stit Thompson, M otif-Index of Folk Literature, Indiana, Indiana University Press, 1956, el motivo de “ bloodstain ineradicable” se registra en el tomo II, pág. 446 como E. 422.1.11.5.1. Se trata al parecer de un motivo nórdico encontrado en Irlanda, Inglaterra, Dinamarca y Estados Unidos. 44 El motivo aparece también en tradiciones del norte de España. Pilatos, según una leyenda de origen catalán, tenía las manos manchadas con la sangre de Cristo. N o puede desde entonces tomar nada entre las manos sin ensangrentar seres y cosas. Procura lavarse, inútilmente, en las aguas del río. U n día ve en las aguas el reflejo de la Crucifixión y cae, ahogándose. Ver Joan Amadés, Castells llegendaris de la Catalunya vella, Barcelona, 1934. Biblioteca de Tradicions Populars, serie B, vol. X IX , págs. 32 -34 ­ 45 Gamallo Fierros, D el olvido..., pág. 110.

“El caudillo de las manos rojas ”

125

no habrá respondido al deseo de los amigos de borrar los indicios que llevaban a una fuente claramente reconocible en su tiempo, en defensa de la creación original del poeta. El contenido de la segunda parte es el siguiente: del canto cuarto al quinto ha transcurrido un año. El príncipe llega a Cutac. Un cuervo de cabeza blanca lo acompaña entre las peñas hasta las ruinas del templo de Vishnú. En el camino, el cuervo cuenta al caudillo las hazañas guerreras de su padre, asesinado durante una conspiración de nobles ambiciosos. En el canto sexto, el cuervo ordena al príncipe volver a su reino y traer de allí los mejores y más preciosos materiales para la reconstrucción de la pagoda. Le da seis años de plazo. (Aquí se interrumpe la versión de las Obras). Para entonces, según el cuervo nos informa, las olas del mar trae­ rán un tronco gigantesco, y un peregrino llegará al palacio. El cau­ dillo ha de honrar al tronco, porque es encarnación de Vishnú. Ha de llevarlo con honores a un recinto sagrado donde el peregrino labrará en él la imagen de Vishnú. Nadie ha de observar su tra­ bajo. Si alguien lo hace, el peregrino desaparecerá y con él la posibilidad de expiación para el caudillo. En un intermedio, el cuervo cuenta al príncipe que ha sido hombre, pero que cansado de la humanidad ha preferido volver a su forma animal. Una ins­ cripción advierte al caudillo que el cuervo es otra encarnación de Vishnú mismo. El canto séptimo se inicia dos años después. El templo del Jaganata está ya construido. Las olas traen el tronco del árbol. Llega el misterioso peregrino, quien comienza el tallado de la imagen. Una noche Pulo despierta sobresaltado al no escuchar el ruido de las herramientas. (Aquí se retoma el relato en la edi­ ción de las Obras). Extraña curiosidad lo invade. No puede resistir a esa nueva tentación y observa al tallador desde un cortinado. El peregrino desaparece de inmediato. Un busto informe es el resultado de su obra inconclusa. No representa la imagen bondadosa de Vishnú sino el rostro satánico de Siva. El caudillo reúne a los bracmines y servidores para anunciarles su próxima muerte. Pide

Bécquer tradicionalista

126

ver a Sianah antes de morir. Sianah llega a último momento, cuan­ do Pulo, herido por su propia mano, expira ya. Sianah se arroja a la pira funeraria. Es el momento ahora de transcribir el relato tradicional que sirve de fuente a la leyenda. Lo transcribo según la Histoire gené­ rale de l’Inde ancienne et moderne... de M. Lacroix de Marles, publicada en 1828, por haber sido bastante conocida en tiempos de Bécquer. Pero creo, por ciertos detalles, que Bécquer manejó otra versión. Yo utilizo la muy posterior de Dubois en aquellos detalles deferentes que coinciden con la leyenda. La versión de Marles dice así: Krishna est adoré sous plusieurs form es: la plus vénerée parmi les Hindous est celle de Jaghernaut, Jagrenat ou Jagannatha, mot qui signifie Seigneur de la création. Jaghernaut est une idole de pierre ou de bois, sans bras ni jambes et trés-grossiérement travaillée; elle a un temple fameux sur la cote d’Orissa. On lit dans les pouranas plusieurs histoires fort singuliéres sur le compte de cette id o le ...46. Indra-Dhowna, y lit-on, était fort dévot á Brahma qui lui révéla qu’il y avait sous le sable, dans un lieu qu’ il lui indiqua, un temple d’ or, báti par ses áieux; le dieu ajouta que s’il parvenait á le retrouver il assurerait sa félicité. L e roi se m it aussitót en marche...

El príncipe interroga a la tortuga gigantesca sobre el lugar en que se encuentran las ruinas; la tortuga ha perdido la memoria, y lo remite a un viejo cuervo:

46 Bécquer cita a los Puranas en “L a Creación” , pág. 333. N o creo sin embargo que los haya leído. Sólo se había difundido entonces la tra­ ducción del Bhagavata Pourana por E. Burnouf, París, 1847. En ese Purana la única noticia sobre el Jaganata es la siguiente: “ Sur la cote d’Orixa le nom de ce prince Indradyumna, rey de Panja... est resté célebre, et on lui attribue l’établissement du cuite de Djagannatha dans le Purochotama Kchetra” , tomo III, págs. X IV -X V .

“El caudillo de las manos rojas ”

127

La corneille était si vieille que son plumage était devenu blanc; elle ne laissa pas de répondre fort juste aux questions du roi; elle jit plus, elle le conduisit sur le lieu meme oü le temple se trouvait enseveli, et faisant avec son bec dans le sable un trou qui avait une lieue de profondeur elle lui procura la vue de ce magnifique édifice qu’elle recouvrit aussitót aprés. L e roi consulta de nouveau Brahma, qui lui conseilla de batir un nouveau temple au-dessus de l’ ancien, moins magnifique pourtant que le premier, parce que, s’il le faisait d ’or, le peuple plus pauvre alors qu’autrefois l ’emporterait par piéces; il lui conseilla aussi de construiré auprés du temple une ville qu’il nommerait Pourou-Chottama. II y avait sur la montagne Nila, dit encore Brahma au roi, un arbre fort ancien: cet arbre était Vishnou, qui prit cette forme aprés que le temple eut été couvert par les eaux. L e dévot Markoundéo, qui faisait pénitence sur la montagne, voyant que cet arbre ne donnait pas d’ombre, le maudit et souffla sur lui, ce qui le réduisit en cendres á l’exception du tronc qui, étant dieu, ne pouvait périr. Quand vous aurez báti la ville et le temple, ce tronc viendra de lui-meme, apporté par les flots de la mer. Vous le ferez fagonner par Vischoua-Karma, qui est l’architecte des dieux... Lorsque les travaux furent terminés, le roi s’étant levé un jour de trés-grand matin vit flotter sur la mer le tronc d ’arbre', il alia au-devant de luia suivi de cent mille hommes qui le mirent sur leurs épaules et le portérent au temple. Peu de temps aprés arriva Vischoua-Karma; celui-ci promit de donner au tronc la figure de Krishna dans Vespace d’ une nuit, á condition pourtant que personne ne l’irait voir travailler. L e roi, qui n’entendait pas le bruit des outils, craignit que Vischoua-Karma ne remplit pas sa promesse et il s’ avisa de l’épier par un petit trou; Vischoua-Karma s’ en apergut et il se retira sur-le-champ laissant son ouvrage imparfait. L e roi fut d ’abord trés-affligé, mais il n ’en fit pas moins placer l’idole au lieu qui lui était destiné, et Brahma lui promit qu’elle deviendrait fameuse dans tout l ’univers 47.

47 M . Lacroix de M arles, Histoire générale de l’Inde ancienne et moderne depuis Van 2000 avant J. C. jusqu’á nos jours; précédée d’une notice géographique et de traités spéciaux sur la chronologie, la religión, la philosophie, la législation, la littérature, les sciences, les arts et le commerce des hindous..., París, Emler Fréres, 1828, págs. 145-148.

128

Bécquer tradicionalista

La lectura comparada de la tradición hindú y de la leyenda muestra clarísimos contactos. Ambos relatos se desarrollan en el mismo lugar y se refieren a la misma circunstancia. El protagonista de ambos es un príncipe: Indra-Mena y Pulo-Dheli. En los dos casos, la divinidad les indica la existencia de un templo sepultado en las arenas del mar. El dios pide a los dos príncipes la reconstruc­ ción del templo: en la versión de Dubois, como en la leyenda de Bécquer, el templo estaba ya dedicado a Vishnú 48. Un cuervo con rasgos blancos (la cabeza en Bécquer, las plu­ mas en Marles y en Dubois) les indica a ambos protagonistas el lugar; y los acompaña en la búsqueda. El cuervo narra al príncipe, en la versión de Dubois y en la de Bécquer, una historia relaciona­ da con sus antepasados 49. El motivo del tronco traído por las olas del mar, el episodio del traslado del tronco sobre los hombros, la llegada del peregrino forastero, la prohibición con respecto a su trabajo secreto y mis­ terioso, la tarea del escultor, la ansiedad y curiosidad del príncipe, el abandono de la imagen a medio concluir; todo coincide abso­ lutamente, Parece claro pues que Bécquer trabajó no con el re­ cuerdo de la tradición hindú sino con una versión directa a su lado. Hay ciertas diferencias que quiero destacar. Bécquer ha sim­ plificado su fuente en algunos detalles. Por ejemplo, ha eliminado el extenso e innecesario episodio de la tortuga. No es Brama el que ordena la construcción del templo, sino Vishnú mismo. Tiene mayor sentido, pues el templo estará bajo su advocación. El cuervo es, en Bécquer, encamación de Vishnú: evita así la confusión de dioses y el nuevo viaje del héroe para pedir instruc­ ciones a Brama. El cuervo mismo es quien da las indicaciones sobre el tallado de la imagen. El relato del cuervo sobre los antepasados

48 Dubois, Hindú Manners, Customs and Cerem onies..., pág. 714. 49 Ibid., págs. 712-713.

“El caudillo de las manos rojas ”

129

del príncipe encaja mejor en la narración puesto que Bécquer hace descansar sus restos, como si se tratara de guerreros medievales, en las ruinas del templo mismo. El cuervo se convierte en Bécquer en personaje central del relato. Inteligentemente, Bécquer no nos explica por qué tiene el ave la cabeza blanca. La transforma así en un ser maravilloso por lo inusitado del rasgo. Una modificación quizá más importante es el cambio de advoca­ ción de la imagen: destinada a ser imagen de Vishnú se convierte en imagen de Siva 50. En la tradición hindú continúa, a pesar de la imprudencia del príncipe, como efigie del dios protector. Ese cambio confiere misterio al relato. Pero además, refuerza su carác­ ter épico: dos fuerzas poderosas, el bien y el mal, luchan por el destino del héroe. El caudillo no es más que una víctima de esas fuerzas contradictorias: es un héroe típicamente romántico que recuerda a Caín, en la citada obra de Byron, oscilando entre los consejos del ángel o las tentadoras palabras de Satán. Hasta la debilidad del caudillo se justifica ahora: el amor y la curiosidad, armas del dios de la destrucción, son tentaciones invencibles. El caudillo reproduce la historia de Adán, también como él perdido por la curiosidad y por la carne. En otros momentos, Bécquer amplifica la fuente. Introduce la queja del cuervo sobre la humanidad, especie de apólogo moral, de tono escéptico. Pinta paisajes y acontecimientos, actitudes hu­ manas y animales, con mayor detención. Goza por ejemplo des­ cribiendo al cuervo saltando entre las peñas o pintando la batalla en que intervienen los antepasados del caudillo. La innovación más importante corresponde al dramático final. Mientras en la historia hindú el dios perdona al príncipe, en la leyenda de Bécquer, dada la magnitud de la culpa, debe cumplirse la justicia poética. Se trata de un final manejado con mano maes­ 50 Posiblemente, hay variantes en este sentido. Según Marles, Histoire..., pág. 143, Charles Langles sostiene, no sé dónde, que el ídolo representa a Siva. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 9

130

Bécquer tradicionalista

tra: en él se recogen los hilos sueltos del relato. Bécquer ha orques­ tado todo como en la última escena de una ópera: se reúnen los bracmines y servidores alumbrados por antorchas; los guerreros golpean sus escudos; las bocinas de marfil llaman a los habitantes de la ciudad; se oyen lamentos y horribles carcajadas. El día des­ punta; el templo resplandece con sus lámparas de bronce y de oro; el príncipe se acerca vestido con sus mejores galas. La mu­ chedumbre se agrupa en las naves del templo donde el dios “ con­ trae sus labios con una muda e infernal sonrisa” 51. Pulo se mata frente al ídolo clavándose la espada: “ En aquel instante, una mujer atraviesa el atrio de la pagoda, y se adelanta hasta el recinto en que se eleva el ara de Siva. — ¡Sianah! — murmura el príncipe, reconociéndola— . ¡ Al fin te veo antes de m orir! Y expira” 52. En la versión de Dubois aparece un elemento que Marles no recoge. Al iniciarse la historia se dice que el príncipe ha acudido a Brama para pedir la expiación de ciertos pecados: “ Inflamed with desire to save his soul, the prince saw with dismay that he had as yet done nothing which would ensure his happiness after death. This thought troubled him exceedingly.. 53. Estas líneas justifican la primera parte de la leyenda: Bécquer trata de desarrollar en ella ese pecado originario del príncipe. Logra así convertir la historia hindú en una acción viva y novelesca. 4- Quiero analizar ahora los recursos con que Bécquer crea el ambiente exótico de su leyenda. La presencia en ella de ciertos datos muy corrientes en su época sirve más para mostrar su des­ conocimiento de la India que su conocimiento de ella. Bécquer no se preocupa por la verdad del dato, y a veces altera intencionada­ mente la geografía o las costumbres a que alude.

51 Bécquer, “ El caudillo...” , pág. 102. 52 Ibid., pág. 103. 53 Dubois, op. cit., pág. 710.

“El caudillo de las manos rojas ”

131

Posee algunas referencias concretas sobre la zona de Orissa, Orisa u Orixa (nunca Osira, como equivocan los editores). Los sucesos más importantes ocurren en Cutac (Kattak). Debe haber leído descripciones de la ciudad: tiene conciencia de algunos as­ pectos de su paisaje, como de su cercanía al mar. Equivoca en cambio la ubicación del Davalaguiri, pico del Himalaya considerado el más alto del mundo hasta el escalamiento del Everest; lo sitúa en esa comarca del surdeste. La peregrinación de los amantes sigue la línea ribereña del Ganges. El poeta cita las ciudades y regiones que corresponden a la zona de la colonización inglesa: Dakka, Patna, Benares, Delhi, Lahore, Cachemira, Nepal, Himalaya. A veces altera inadvertida­ mente el orden, como ocurre con la ciudad de Allabahad. Muestra poca precisión al reunir en el mismo ejército a caudillos guerreros de comarcas tan alejadas como Lahore y Cutac. Sobre los lugares transmite sólo nociones muy elementales: Cachemira es rica en sedas. Siam en oro, Katay en cedros, Lahore en elefantes, Ormuz en perlas. Nepal tiene llanuras inmensas; Benares, bellos alcá­ zares 54. Otros nombres de ríos o accidentes geográficos son también de conocimiento muy común: Davalaguiri, Gwalior, Indostán. Algunos, en cambio, parecen inventados sobre modelos orientales: Jawkior, Kian-Gar, Sen-Wads. Bécquer, en su afán de ambientar el relato, crea nombres, como ocurre con la mejor tradición del exotismo. En referencias directas o a través de imágenes, usa también el recurso de citar nombres de plantas y de animales típicos. Muchas de las plantas o flores mencionadas pueden corresponder a cual­ quier paisaje: palmeras, cañas, lianas, juncos, tulipanes, violetas. Otras son comunes en libros de viajes y en grabados del paisaje

54 Bécquer, “ E l caudillo...” , págs. 64-65; 93 -

132

Bécquer tradicionalista

oriental: canela, sicomoros, áloes, baobab5S. Un adjetivo descrip­ tivo acompaña el nombre de la más típica de las plantas hindúes: el “penachudo” talipot, conocido por su uso como parasol o aba­ nico 56. Un árbol mítico, el agoka, aparece en la indirecta mención del “ árbol de la muerte” 57. Del mismo modo, siembra su relato con nombres de animá i s ; tigre, chacal, leopardo, dromedarios, león, elefantes, búfalos, tor­ tugas. Esos animales se definen con características genéricas. De los tigres, se menciona la pupila; o se los denomina “ manchados” ; del chacal se recuerda, a través de una comparación, “ su grito agudo y ligero . Los dromedarios, que aparecen en un sueño, están transfigurados en una imagen de extraña sugestión: “ dromedarios de zafiros . Las serpientes pueblan la selva y el sueño (como en la leyenda bíblica de Caín o en el Ramayana). Se habla del boa. Entre las aves, Bécquer recuerda el bulbul de canto melancólico, la tórtola, el cuervo y el bengalí. Hemos hablado ya del cóndor, animal extraño a esa selva. Del pavo real, ave típica de la India y además símbolo religioso, hay sólo una mención. Los insectos y las abejas que pueblan el aire se destacan en dos o tres imágenes perfectamente elaboradas 5S. La leyenda de Bécquer procura ser también, como La chaumiére indienne, un “ tableau des moeurs” 59. 55 Bécquer usa el término con la deformación habitual de boabad fcl citado Grand Larousse da como autoridad a Lamartine. 56 Bécquer, “ El caudillo...” , pág. 66 y Tugnon de Larroye, L ’Inde pag. 34 ’ tt_ 57. En “ La Creación” (1861), Bécquer vuelve a referirse a este árbol: n las selvas del Indostán hay árboles gigantescos, cuyas ramas ofrecen un pabellón ^al cansado peregrino, y otros cuya sombra letal lo llevan desde el sueño a la muerte” ^ pág. 332. 58 Bécquer, “E l caudillo...” , pág. 67. 59 Saint-Pierre, La chaumiére..., pág. 47: “ Comme j’y parle des mnenr5 T ' ^ ^ í ’* ™ 5 V° UlU y j0Índre 1111 tableau des oeurs de ce qui sont dans la Inde, d’aprés done formé un épisode que , avais lie a une anecdote historique qui fait le commencement” *

“El caudillo de las manos rojas”

133

En primer lugar, hay varias referencias a la religión de los hin­ dúes. Cita a algunos de sus dioses: Bermach, Brama, Vishnú, Siva. Adjudica a esos dioses características comúnmente conocidas: Siva es hermano de Vishnú y dios de la destrucción60. Bermach es el autor de la máquina del mundo. El comportamiento de los personajes con los dioses forma parte de un contexto muy poco específico. Aparecen, como enviados de los dioses, mensajeros descriptos a la manera neoclásica, personificaciones que nada tienen que ver con la mitología de la India: el Remordimiento, el Silen­ cio “ con el dedo sobre el labio” , el Sueño, “hijo de la tumba, con noventa manos; en cada una, una copa de licor soporífero 61. La m e tam o rfo sis de los dioses en animales simbólicos, de Vish­ nú en el cuervo sagrado y de Siva en tigre y serpiente, correspon­ den a la mitología hindú según el fondo común de información de la época. Más significativa es la pintura de otras costumbres. La descrip­ ción de los vestidos del caudillo parece tomada de una estampa en colores; lleva el cabello adornado con la roja cola de una ave;

60 Bécquer se refiere ya a la religión de la India en su “ El Cristo de la L u z ” , pág. 978. ‘L a India, con su atmósfera de fuego, su vegeta­ ción poderosa y sus imaginaciones ardientes, alimentadas por la religión toda maravillas y mitos emblemáticos, ahuecó los montes para tallar en su seno las subterráneas pagodas de sus dioses. L a extraña y salvaje poesía de los Vedas parece que toma formas y vive cuando a la moribunda luz que se abre paso a través de las grutas sagradas se ven desfilar, con­ fundiéndose entre las sombras de sus muros, las silenciosas procesiones de monstruosos elefantes, guiados por esos deformes genios que desplie­ gan sus triples miembros en semicírculo, como las plumas de un quitasol” . Siva, según Dubois, Hindú M anners..., pág. 4 7 3 : “ is generally represented under a terrible shape, to show, by a menacing exterior, the pozuer he possesses of destroying all things . Ese poder de destrucción universal es — vuelve a aclararnos luego— su atributo principal. 61 Bécquer, “ E l caudillo...” págs. 56, 67 y 72.

134

Bécquer tradicionalista

de su cuello cuelga una tortuga de oro; tiene puñal con mango de ágata, colgado del chal amarillo 62. El poeta habrá visto también grabados de interiores de pala­ cios: en el del caudillo brilla el lecho de seda sobre diez pieles de tigres. Se aspira allí el humo de los pebeteros. Las luces de las antorchas o de las lámparas de alabastro iluminan escenas familia­ res. Los manjares son servidos en fuentes de oro. Las descripciones de cacerías son muy comunes en los libros de viaje y en los periódicos de esas fechas. El caudillo sale de caza; cambia su túnica por el simple traje del cazador (sin advertirlo, Bécquer lo hace cambiar dos veces la misma ropa). Llaman a caza cien mil bocinas de marfil; ocho elefantes conducen la tienda del príncipe; veinte rajaes llevan sus armas, entre ellas la “ aljaba de ópalo” 63. Otro sector de referencias parece desprenderse de lecturas sobre peregrinaciones sagradas. Los bracmines viven en grutas solitarias, invocan al dios, tienen poder sobre la naturaleza de las bestias y de las aguas, son adivinos, están vinculados con la nobleza. Suben

62 Hacia mediados del siglo xix, las exposiciones industriales hacen conocer los chales de Cachemira. Bécquer usa indistintamente la palabra en su forma inglesa, schall, o francesa, chal. L a misma vacilación en la Correspondance de Jacquemont, tomo I, pág. 120: “ Cependant, au costume européen, il est bon de faire en hiver, dans les hautes provinces, l’addition d’un schall et d’une ceinture” . Más adelante, pág. 282, dice que usa un “ chále de Cachemyr blanc” . 63 Jacquemont describe muchas escenas de caza. En Correspondance, tomo I, pág. 185, el rajá de Patiala va a cazar con diecisiete elefantes y cuatrocientos caballeros; sale precedido de música de tambores: “ Plusieurs autres éléphants suivaient le nótre, qui portaient les visirs et autres grandes officiers de la modeste couronne de Sirm our; une cinquantaine de cavaliers, armés et vétus de la maniere le plus pittoresque, se pressaient á l’entour; les gents á pied étaient bien plus nombreux. ils por­ taient des masses d’argent, des banniéres, des hallebardes, l’éventail et le parasol royal, etc., etc.” Cfr. con Bécquer, “ El caudillo...” , págs. 58-59. Los príncipes solían llevar en la caza dos carcajes o aljabas, según el autor anónimo de Fleurs de l’Inde, París, 1857, pág. 100.

“El caudillo de las manos rojas ”

135

a las torres de las pagodas para soplar el caracol sonoro. Las bayaderas bailan en los templos al son de címbalos. Los peregrinos, que acuden a las fuentes del Ganges para expiar sus culpas, visten toscos yaids. Cuando Bécquer se refiere a la guerra, su contexto es aún más general. Armas y actitudes guerreras corresponden a cualquier lugar y época: sólo la punta de diamantes de las flechas y el uso de ele­ fantes como carros de guerra distinguen a esos guerreros hindúes de los griegos o troyanos. Con tan pocos elementos, logra sin embargo crear la ilusión del mundo que evoca. El mérito corresponde, sobre todo, a su imitación del estilo oriental. El relato aparece dividido en unidades mayores, y éstas en pequeños cantos, como las sargas del Ramaya­ na. Por momentos, los cantos son descriptivos, por momentos pe­ queños cuadros dramáticos con diálogo. Otras veces, se convierten en trozos Uricos, sobre todo cuando el poeta analiza sensaciones sinfónicas. “ El caudillo de las manos rojas” reproduce así la estruc­ tura ambigua de un “ episodio” de Saint-Pierre o de Chateaubriand. Chateaubriand es quien infunde aliento a esta rica prosa becqueriana. En la leyenda, como en Atala, hay un narrador entusiasta, imbuido de respeto por las acciones maravillosas de hombres y de dioses, y por los sentimientos dulces que describe. Ese narrador crea dramatismo, corriendo un velo sobre acontecimientos, antici­ pando sucesos, interrumpiendo la acción con preguntas retoricas, con exclamaciones. Bécquer tiene en cuenta todos los procedimien­ tos del relato chateaubrianesco, en que lo épico y lo lírico se unen al dramatismo de la acción y la visión simbólica del paisaje. El paisaje de Bécquer, como el de Chateaubriand, está impreg­ nado de significado trascendente; se sienten entrelazarse los sím­ bolos religiosos. La misma prosa poética, en cuyo dibujo se inte­ gran las luces, los movimientos, los sonidos, las sensaciones, es en sí misma un canto a la creación. Descripciones de la mañana, la tarde, la noche, la tempestad, la calma, el silencio nocturno, tienen

136

Bécquer tradicionalista

valor autónomo: son pequeñas unidades líricas, anticipos de las Rimas. La sensibilidad de Bécquer, su sensualidad andaluza, su gusto por los colores evanescentes, por los matices delicados, se adecúan perfectamente al marco oriental de su relato M. No es extraño que los modernistas hayan leído esta leyenda con entusiasmo. El exotismo de Bécquer tiene ya poco que ver aquí con la descripción pintoresca de Zorrilla. Hay ahora una pro­ yección simbólica: un interés por subjetivar el mundo que se des­ cribe y por objetivar las propias sensaciones. Lo exótico no se reduce ya a la pintura de seres y de cosas sino que se amplía hacia la creación de una atmósfera sensual y misteriosa. Para ello Béc­ quer crea una prosa nueva llena de valores plásticos y musicales. El caudillo de las manos rojas” queda por eso como una expresión solitaria en la literatura española hasta la renovación estética mo­ dernista. M Hay finas observaciones sobre el estilo de esta leyenda en A. D . Inglis, “ T h e Real and the Imagined in Bécquer’s Leyendas” , Bulletin of Hispanic Studies, 43, enero de 1966, págs. 25-31.

C a pítu lo V I

L E Y E N D A S SOBRE A S U N T O S T R A D IC IO N A L E S EUROPEOS

i.

Aunque no me es posible indicar en todos los casos fuen­

tes seguras, algunos indicios evidencian que también en otras le­ yendas Bécquer ha utilizado de modo similar asuntos tradicionales. No se trata ahora de tradiciones orientales, sino de otras provenien­ tes del fondo común europeo que el poeta debió conocer durante sus viajes por España. El caso más evidente es el de “ La corza blanca” (1863), que pertenece al conjunto de las leyendas de Soria. Según imagina Heliodoro Carpintero, los familiares de Casta Esteban, mujer de Bécquer desde 1861, debieron revelarle las tradiciones que tienen por escenarios Toranzo, Araviana, Agreda, Moncayo, Beratón, Vozmediano K La leyenda se desarrolla en los bosques de Beratón cuyas densas arboledas pobladas de animales salvajes los hacen propicios para la caza mayor y menor. No es extraño que Garcés, uno de los personajes, mencione las “ cantigas” en que se habla de 1

Heliodoro Carpintero, Bécquer de par en par, Madrid, I 957 > Pa­

ginas 37 Y passim.

138

Bécquer tradicionalista

San Huberto, patrón de los cazadores, y de su corza blanca. Según recuerda Olmsted, San Huberto era un noble de Aquitania, afama­ do por su destreza de cazador. Una vez, mientras se dedicaba a la caza el Viernes Santo, se le apareció un ciervo con un crucifijo brillante entre sus cuernos. El ciervo amonestó con voz humana al cazador y éste se entregó desde entonces a la vida religiosa 2. En boca de los personajes de Bécquer conocemos estas comunes supersticiones lugareñas. Creo necesario recordar el argumento. Un grupo de cazadores escucha un extraño relato. Esteban, pastor socarrón y algo tonto, ha sorprendido, yendo tras la huella de unos pies diminutos, una manada de ciervos dirigidos por una corza blanca. Como en la tradición de San Huberto, los animales reían y hablaban con voz humana. Constanza, hija del noble don Dionís, escucha las sim­ plezas de Esteban y ríe con risa que recuerda la de las corzas. Constanza es una joven hermosa, de cabellos rubios como el oro y de piel blanca como la nieve. La llaman la azucena del Moncayo. Bécquer describe al personaje con amorosa delectación, pensando sin duda en Casta Esteban, y reitera la comparación entre la mujer y la azucena que aparece en la Rima XIX. El narrador insiste en indicarnos rasgos especiales de la joven — la blancura de la piel, los ojos negros, los pies excesivamente pequeños, su modo burlón, travieso y esquivo— que facilita la aceptación posterior de su sobre­ natural metamorfosis en corza. Garcés, montero de don Dionís y enamorado de Constanza, promete a su amada cazar el raro ejem­ plar. Un día ve las corzas en la ribera del río. Procura sorprenderlas y asiste entonces a una maravillosa escena: un grupo de jóvenes mujeres se bañan desnudas en el río, se hamacan en las ramas de los árboles, juegan, cantan y danzan. Descubre entre ellas a Cons­ tanza. Cuando de improviso irrumpe en el lugar, sólo alcanza a ver

2 Everett Ward Olmsted, Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer, Boston, 1907, pág. 37, nota 1.

139

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

la rápida huida de unas corzas y escucha un tropel de menudas pisadas en la hierba. Se cree víctima de una diabólica alucinación. Persiste en su empeño y logra al fin aislar a la corza en un rincón del bosque. El animal lo mira, y con voz humana, le reprocha su acción. Garcés dispara la ballesta. La corza corre, herida, hacia las malezas. En el lugar en que cae descubre Garcés el cuerpo ensan­ grentado de Constanza. El motivo central del relato forma parte de un viejo ciclo tra­ dicional sobre la transformación de una joven en corza blanca, cabra blanca, cierva blanca o liebre plateada3. Ya Olmsted había advertido esta relación 4. Pero es Alexander Haggerty Krappe quien estudia más detenidamente esa base tradicional. Piensa que la fuen­ te más cercana de Bécquer es un romance bretón, recogido en el Romancero de G. Doncieux: Bécquer no pudo conocer, por sus fechas, esa recopilación5. El romance, cuyos antecedentes se en­ cuentran en Parthenius de Nicea y la vise sueca, “ La virgen encan­ tada” (siglo xiii), dice en su parte principal: “ J’ai bien grande iré en moi, et n ’ose vous le dire: Je suis filie sur jour et la nuit blanche biche, L a chasse est aprés moi, les barons et les princes... “ Oü sont tes chiens, Renaud, et ta chasse gentille? _“ lis Sont dedans le bois á courre blanche biche.” “ Arréte les, Renaud, arréte, je t e n prie! Trois fois les a cornés o son cornet de cuivre; A la troisiéme fois, la blanche biche est prise. Mandons le dépouilleur, qu’il dépouüle la biche!

3 Thom pson, op. cit., D .110 -D .149 ; en especial A .511.1.8.1, D .114. t 1 v 0 4 1 '! 1 1 Ver ademásPaul Sébillot, L e Folklore de France, tomo III, París, 1904, Pág- 53 Y F. M . Luzel, Contes populaires de Basse Bretagne, ‘L e liévre argenté” , París, 1887, págs. 182-202. 4 5 1904.

Olmsted, loe. cit. Georges Doncieux, L e Romancero populaire

, , n de la France,

t>o,íc París,

140

Bécquer tradicionalista Celui qui la dépouill’ dit: “ Je ne sais que dire: El a les cheveux blonds et le sein d ’une filie.” A tiré son couteau, en quartiers il l’a mise.

Krappe analiza los contactos entre el romance y la vise y la leyenda becqueriana y encuentra que el texto español tiene aún más cercanía con los escandinavos, en que la mujer suele ser no la hermana sino la amada del cazador. Arriba finalmente a la si­ guiente conclusión: “ Quoi qu’il soit, nous croyons avoir établi le fait essentiel que le conte de La corza blanca est une nouvelle variante, variante littéraire, de la vieille romance La biche blanche” 6. La leyenda de Bécquer es una variante no del romance sino del tema de la biche blanche o filie blanche que aparece en el romance y en todas las tradiciones y obras literarias que el mismo Krappe y otros enumeran. Velten logra establecer, teniendo a su vista las versiones griegas, escandinavas y francesas, los motivos más comunes que configuran el tema: el héroe es un cazador apasionado; un ser sobrenatural desempeña cierto papel maléfico; el cazador viola un tabú o una prohibición o descuida a su mujer; la mujer es transformada en corza o comparada con vina bestia salvaje; con­ vertida en animal, sufre la persecución del cazador, que es su ma­ rido, su novio o su hermano; muere en manos del cazador o por la acción de sus perros o, según otras variantes, se salva si antes de los tres días es herida por el arma del cazador; el cazador se suicida7. En Bécquer sólo advertimos algunos de esos motivos. En la psicología de los personajes se hallan indicios de algunos otros: Garcés se empeña en cazar la corza a pesar de las advertencias contrarias, tanto por su pasión de cazador como por su vanidad

6 Alexander H. Krappe, “ Sur le conte La corza blanca de Gustavo Adolfo Bécquer” , Bulletin Hispanique, X L II, 1940, pág. 240. 7 H. V. Velten, “ L e conte de la filie biche dans le folklore frangais” Romanía, L V I, 1930, págs. 282-288.

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

141

herida; Constanza es al mismo tiempo el ser maléfico y la víctima. Sobre todo son claros en el relato los motivos siguientes: el caza­ dor viola una insinuada prohibición; la mujer se transforma en corza; muere bajo la ballesta de su enamorado. Cualquiera sea la fuente, resulta más lógico suponer que la leyenda becqueriana pro­ viene del conocimiento de tradiciones como las que Velten clasifica y no que se trata de una creación libre de contactos con el fondo tradicional. Tantas similitudes impiden pensar en una simple ca­ sualidad. Bécquer pudo obtener su asunto de una tradición soriana per­ dida. Pero además conoció sin duda parecidos relatos. En el Ra­ mayana, que leyó para la redacción de su primera leyenda, se cuen­ ta la conversión del mago Marica en una gacela. Es uno de los episodios centrales de la historia de Rama y Sita. Ravana, dispuesto a robar a Sita, va a la floresta donde Marica, ermitaño vestido con pieles de ciervo, vive entregado a la meditación y a la magia. El mago decide ayudar a Ravana en su desatinado proposito. Se trans­ forma en una maravillosa gacela de oro, manchada de plata, con piedras preciosas en sus cuernos. Su misión es la de alejar a Sita de la vista de su amado. En efecto, Sita queda absorta ante el precioso animal y pide a Rama que lo cace. La gacela aparece y desaparece incitando al guerrero a internarse en la floresta. Rama hiere al animal. A punto de morir, la gacela previene a Rama, con voz de hombre, sobre los peligros de Sita. Muere ensangrentada y reaparece en su lugar el cadáver del ermitaño 8. La grácil huida de la gacela en la floresta, sus apariciones subitáneas, la bellísima des­ cripción del animal, los detalles casi naturalistas de su comporta­ miento frente al cazador, no pueden olvidarse fácilmente. Si Béc­ quer leyó el episodio debió recordarlo al tratar un asunto parecido. Krappe deja abierta la puerta para otra posibilidad. Debieron existir, dice, romances castellanos o catalanes similares al romance *

Ramayana, tomo II, págs. 101-128.

142

Bécquer tradicionalista

francés. No hay rasgos de esa existencia. Pero en tiempos de Béc­ quer, Coll y Viladés escuchó en Cataluña una historia tradicional que tiene parecidos con el relato becqueriano. Su sobrino, Timoteu Colominas, la recoge con el título precisamente de “ La cerva blan­ ca” . Los señores del pueblo, dueños del castillo de la Fou, solían organizar cacerías de ciervos. El señor, aunque poderoso y rico, penaba por su falta de sucesión. Un día pasa por delante de él y de su comitiva una bonita cierva blanca. Por más que extrema la habilidad de sus intentos el animal desaparece. Logra acorralarla y encuentra en el lugar una niña “rossa com una filie d’or i blanca com una glop de llet” , a la que adopta como hija. Pa­ sados unos años, la joven atrae por su inusitada belleza la atención de los varones. Pero, desdeñosa, aparta de sí a sus pretendientes como si quisiese vivir sola. Un mancebo, heredero del señorío ve­ cino, la pide entonces por esposa. La joven responde altivamente: “ Jo tant sois puc ésser l’esposa d’aquell que em mostri viva o morta la cerva blanca” . En una de las reuniones entre los castella­ nos de la comarca, al iniciarse los brindis, el pretendiente alza su copa y dice en alta v o z : “ Senyors: jo promet per dintre un any cafar la cerva blanca per poder obtenir del meu amor la gracia” 9. Inútilmente procuran hacerle olvidar su propósito. Una noche, el diablo en apariencia de pastor le promete la deseada presa a cambio de su alma. A las doce de la noche del día señalado, el doncel se apresta con sus arreos de caza y va a la floresta: Era una nit fosca: sort tingué de la celistia i la blancor de l ’animal per a distingir-lo. Impacient el galant esperava la primera batallada de les dotze, els cabells crespats, els ulls fóra de llurs conques, empunyant, ses mans, trémoles i febroses, l’arc que havía d ’engegar la sageta al eos de l’animal tant desitjat i en el qual 9

Tim oteu Colominas, “ L a cerva blanca” , B utlleti del C entre E x ­ de Catalunya, X X IV , 1914, pág. 240. Recoge esta versión Joan Amadés, Castells llegendaris de la Catalunya nova, Barcelona, 1934 (Biblioteca de tradicions populars, X X ), págs. 45-48. cursionista

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

143

fonamentava totes les seves esperances. Per fi ressonaren greument per l ’espai les sonores ones de la primera campanada del castell, i la fantástica silueta de la cerva blanca creuá per les brolles assenyalades peí pastor. Aparéixer i engegar-li, tot fou cosa d’un mom ent; mes la cerva no caigué, puix si bé ferida, emprengué rápida carrera Fou amunt, amb la sageta al llom. Desesperat al veure que altra volta se li escapava tant formosa presa, i creient que la sang brollada de la ferida la debilitaría, acabant amb ella, emprengué també amb totes ses forcés el mateix camí, llengant-se en sa persecució fent esfor?os de flaquesa. L ’animal, al veure’s perseguit, i al mateix temps impulsat peí dolor de la ferida, encegat es ficá per entre atapaida barrera de broces i esbarzers. Son perseguidor, foll de desesperació, féu lo mateix, malgrat correr el perill d’ensangonar-se. Mes, travessant l’obstacle, passats aquells moments d ’angunia i de frisanca, es presentá a son enfront fantástic quadro prenyat d’amor i de bellesa; corprenedora balma, del cim de la qual brollava cascada cristallina, formant les aigues formós llac de color verd per la reflexió deis arbres que el tancaven, i coronat el tot per la figura de la noia que ell animava, que, com a fada, tenint la cerva a la falda, li curava amb ses mans fines la ferida. Cor-prés davant del que veia, es deixa anar de genollons, i, algant el cap envers ella, li digu é: ci— Amor m eu : crec haver complert com a cavaller; i, per tant, ja que és així, espero que serás meva.” “ — L o promés, promés — digué la noia; — mes, abans, soc jo ara qui et demanaré mercé.” “— Demana el que vulguis. Dones, si és així, fugim del món i viurem units per sempre. Tantost ella dona el consentiment, s’obrí el llac3 i els engolí la térra per una eternitat. N i l ’un ni l’altre, ni la cerva blanca, aparegueren mai m és: sois se sabé després, pels guardes del castell de Tous, que foren moltes les nits que havíen vist sortir la noia, i que totes elles coincidíen amb les de les aparicions de la cerva blanca. Afegeix la tradició que tingué lloc, tot lo contat, la nit del 24 d agost, o sigui la vetlla de Sant Bartomeu; i és degut an aixó que tot pastor o vianant que s’escau en aquell dia i hora abaix la valí de la Fou queda encantat, i que les moltes pedres que s hi veuen no són altra cosa que gent que s han trobat en aqueix cas 1®.

10 Ibid., págs. 241-244.

144

Bécquer tradicionalista

El ambiente del bosque, las reuniones de cazadores, la aparición de la cierva sobrenatural de color blanco, el desafío de la joven que termina con la caza de la cierva y hasta los rasgos maravillosos del relato se parecen a la leyenda becqueriana. Es también muy similar la descripción de las características físicas y morales de la joven — hermosa, altiva, solitaria— que en ambos casos coinciden con el aspecto físico y el comportamiento de las corzas. Las ciervas blancas de la tradición andan también, pues, por las tierras de Es­ paña. Pero no podemos ignorar esta fundamental diferencia: no se trata aquí de una transformación de mujer en cierva sino más bien de una variante del motivo de la heroína hija de animal o amamantada por animales salvajes u. El relato folklórico sólo puede hacernos suponer la existencia de otros más cerca del cuento becqueriano por las mismas regiones. Hasta que no contemos con un repertorio más amplio de leyendas populares españolas, ignorare­ mos los alcances de esta posibilidad. También parece cercano a la leyenda de Bécquer el cuento de Mme. de Aulnoy, “ La biche au bois” , muy popularizado entonces pues solía editarse junto con los cuentos de Perrault. Por la mal­ dición de un hada, una joven princesa se transforma en corza blan­ ca y su amante, refugiado en la selva para llorar su pérdida, des­ cubre al animal y lo hiere durante la caza. El encanto se rompe y la princesa se casa con el príncipe. Importa sobre todo el am­ biente feérico que rodea al extenso relato, L e cabinet des fées... de Mme. de Aulnoy constituía un modelo de las obras de tocador en tomos pequeños y de raro lujo, que Bécquer proyectaba editar alguna vez para las mujeres aristocráticas 12. Menos posible es su

11 Ver Thompson, op. cit., “ Future hero (heroine) raised bv animal” , L .111.7 , “ Animal nurse” , *B.535, “ Hero son of animal” , A .511.1.8. El mito de Genoveva de Brabante, difundido en leyendas tradicionales del norte de España y de Hispanoamérica, cristaliza el motivo y lo divulga. 12 Mme. de Aulnoy, L e cabinet des fées ou collection choisie des contes des fées, et autres contes m erveilleux, Amsterdam, 1785, tomo III,

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

145

conocimiento de las poesías de Marie de France, vertidas al francés moderno en la bella edición de 1832, cuyo “ Lai de Gugemer” cuenta también la transformación de un hada en corza blanca, que, herida por un cazador, habla humanamente antes de morir 13. Bécquer logra crear con su leyenda un verdadero cuento de hadas. El bosque de Beratón se ha convertido en el escenario de transformaciones mágicas. En la descripción del bosque, el poeüa usa otra vez la riqueza irisada de su sensibilidad pictórica y mu­ sical; pero la descripción directa ha dejado paso a la imperceptible alusión al follaje, a plantas características y a los movimientos ocul­ tos de la selva. El bosque está profundamente sentido, como lugar misterioso, propicio para las aventuras sobrenaturales. No difiere de las florestas encantadas donde desde tiempos inmemoriales se han desarrollado las más hermosas historias que ha producido el ser humano 14. Constanza se parece a las hadas de esas florestas. Como ellas, es rubia y es blanca, y se baña desnuda en el cauce de los ríos. Bécquer tiene conciencia de que lo es cuando pone en boca del personaje esta clara alusión: “ Por desgracia, no los tengo [los pies] yo tan pequeñitos, pues de este tamaño sólo se encuentran en las hadas cuyas historias nos refieren los trovadores” 15. Como las ha­ das, su origen es extraño. Ha nacido en tierras lejanas y de una mujer desconocida. Y durante una cruzada a la Tierra Santa, cir­ págs. 349-410. Bécquer pudo tener en cuenta esta bella colección cuando pensó publicar una “ Biblioteca del Tocador” compuesta por libros pe­ queños, “ encuadernados en oro, con cantoneras de plata, registros de seda y una cajita donde meterlos también en forma de libro” . “ Proyectos literarios” , pág. 1329. En 1852, los cuentos de Aulnoy estaban traducidos al español, según José F. Montesinos, Introducción a una historia de la novela en España en el siglo X IX , M éxico, i 955 j pág. 197­ 13 M arie de France, Poésies, edición bilingüe de B. de Roquefort, París, 1832, pág. 55. „ T , , 14 Sébillot, L e folklore..., “L es forets” , tomo I, pags. 262-268 y 294-299. , 15 Bécquer, ‘L a corza blanca” , pág. 283. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 0

Bécquer tradicionalista

146

cunstancia favorable, en las leyendas artúricas, para el encuentro de mortales con divinidades de los bosques. Posee poderes sobre­ naturales: se transforma en corza. Generalmente, en las tradiciones europeas, la transformación de un ser humano en ser animal es producida por otro con poderes mágicos. Sébillot recuerda que no es tan frecuente la transformación hecha por el personaje mismo y sólo recoge en este sentido el lai de Marie de France a que hemos aludido 16. La escena en que observamos la transformación es uno de los trozos más bellos salidos de la pluma de Bécquer. Se trata del baño de las jóvenes. Escenas de este tipo, en que un mortal sorprende el baño de hadas o de ninfas y se prenda de su hermosura, son co­ munes en el folklore europeo. En las versiones que recoge Sébillot, las hadas suelen también hamacarse en las ramas de los árboles y gustan del canto y de la danza n. Casi nos anticipamos aquí a los cuadros del impresionismo fran­ cés. Si en vez de cazador, sorprendiera a las ninfas un fauno de la corte de Pan, estaríamos ya en la selva simbolista de los poetas de fines del siglo. 2. La leyenda “ Los ojos verdes” cuenta también la historia de un cazador que entra a peráeguir' una cierva herida hasta la fuente encantada de los Álamos. Se dice que en esa fuente habita un espíritu maléfico. El cazador, desde ese día, sueña con unos misteriosos ojos verdes que le atraen irresistiblemente. Vuelve a la fuente de los Álamos y ve los ojos reflejados en las ondas del lago. Una voz lo llama seductoramente, y cae en las aguas. La leyenda es una versión más o menos libre de un tema del folklore europeo: una bella mujer, la dama del lago, seduce a los paseantes y los atrae a las profundidades del lago.

16 Sébillot, op. cit., tomo I, pág. 262. 17 Ibid., págs. 263, 265 y passim.

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

147

Las fuentes y los lagos de aguas límpidas se asocian en la tra­ dición con seres fantásticos, casi siempre mujeres hermosas, a veces sirenas o monstruos, que protegen la pureza del agua 18. Son espí­ ritus maléficos, porque se trata de aguas estancadas y no corrien­ tes 19. Los que enturbian la superficie del agua sufren generalmente un castigo 20. Los orígenes de estos personajes se remontan a la mitología antigua21. En España abundan seres parecidos que se llaman de modos diversos: xanas o lavanderas en Asturias; lamias, laminas o lamiñaku en Vasco nía; eilalamiak en la Aézcoa; encantarles en Tahull; encantades o encantats en Pallars; gojes o dones d’aigua en varias partes de Cataluña. Se presentan también como figuras humanas, especialmente femeninas, y producen variados efectos en quienes las descubren22. Las damas de los lagos suelen tener las mismas particularidades físicas que Bécquer adjudica a su personaje. Suelen peinar sus largos cabellos a la orilla del agua, a menudo con un peine de o ro 23. Pueden tener los ojos verdes, como en Bécquer: “ Ces fées, aux formes sveltes, aux traits fins, aux corps souples, aux yeux verts et aux longs cheveux, ne se laissant pas voir aisément” 24. El detalle más específico aún, en la leyenda becqueriana, de la frial­ dad de los labios del hada, ha sido también recogido por Sébillot en la zona pirenaica francesa. Un caballero se enamora de una i» Sébillot, op. cit., tomo I I ; “L es eaux douces” , especialmente “ Fontaines créées par les fées” , págs. 177-178; “ Hautises et particularités” , págs. 193-200; “ Habitants et hautises des riviéres” , págs. 339-346; “ L e monde sous les eaux et les fées” , págs. 409-416. 19 Ib id ., págs. 410-416. 20 “ Parfois, ceux qui ne respectaient pas la pureté de leurs eaux favorites ne tardaient pas á étre punis” : Ib id ., pág. 201. 21 Brown, op. cit., pág. 201, relaciona esta leyenda con mitos griegos. 22 Violant y Simorra, E l P ir in e o ..., págs. 253 y siguientes. 23 Sébillot, op. cit., págs. 200, 411 y passim; Violant y Simorra, op. cit., pág. 526. 24 Sébillot, op. cit., pág. 345.

148

Bécquer tradicionalista

mujer de extraordinaria belleza, que aparece en las cercanías de una fuente. La mujer lo abraza “et lui laissait une impression de froid si profonde et si persistante, que toute flamme amoureuse s’éteignait á l’instant dans son coeur...” 25. La longitud de los cabellos, el color de los ojos y la frialdad del beso o el abrazo tienen relación sin duda con el cauce de las corrientes, y el color y la frialdad de las aguas. Las hadas acuáticas de la tradición actúan además de modo parecido al del hada becqueriana. A veces son seres benéficos que proporcionan tesoros o gracias, pero generalmente espíritus que se­ ducen malamente con su figura o su canto. Llevan a sus enamora­ dos al fondo de las aguas donde existen misteriosas ciudades o castillos26. Leyendas y cuentos populares narran historias de amores entre estas hadas y caballeros o pastores. Los amores de un caballero y una dama del lago son comunes en baladas y en novelas caballe­ rescas 21. La relación amorosa puede tener consecuencias funestas. G e­ neralmente, el hada hunde al caballero en las aguas28. No vale la pena dar ejemplos, porque son muchos y están muy difundidos 29. Bécquer debió tener en cuenta, como en el caso anterior, una tradición europea. Pudo escuchar un relato similar durante su es­ tada en Soria. En la elaboración de esa tradición, debió pensar también en relatos literarios del mismo tipo. Es posible que haya

25 Ibid ., pág. 196. 26 En E l caballero Cifar, una mujer de gran belleza sale de las aguas para seducirlo. L o lleva a un reino encantado, en el fondo del lago. Ver Alexander H. Krappe, “ L e lac enchanté dans le Chevalier Cifar” , en Bulletin H ispanique, 35, 1, enero-marzo de 1933, págs. 107-125. Estudia antecedentes del motivo y proporciona una rica bibliografía. 27 Ib id .; Sébillot, op. cit., pág. 196. 28 Thompson, op. cit., F.420. 5.2.1.1, “ Maiden enamors man and draws him under water” . • 29 Sébillot, op. cit., pág. 411 y passim.

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

149

conocido la balada Lore Lay de H. Brentano luego adaptada por H eine30. En ambas versiones, una ninfa del Rhin atrae con sus cantos a los desprevenidos pescadores y los precipita contra las rocas. Existía, además, en tiempos de Bécquer, una adaptación de ese asunto a la ópera, bastante difundida31. Pero Bécquer pudo manejar también fuentes españolas. Muy cerca de su leyenda me parece el fino romance de Manuel José Quintana., “ La fuente de la mora encantada” 32. Silvio se encuentra cerca de una fuente “ vedada por los padres y maldecida por las madres” . En tes ondas se forma un encanto que traga a los mor­ tales. Primero es un movimiento de las aguas; luego aparece una imagen: “ mora bella y bizarra” , mujer hermosa reclinada sobre una alfombra de rica labor. El pastor quiere apartarse de la ima­ gen, pero no puede. La mora le habla desde la fuente y le ofrece deleites celestiales: “V en ; serás aquí conmigo mí esposo, mi bien, mi amante;

30 Funk and Wagnalls, op. cit., tomo II, “ Nymph” , pág. 645. 31 L a ópera, llamada Loreley, tiene texto de M . Molitor y música de Lachner. Se representó por primera vez en M unich en 1846. Loreley es una ninfa del Rhin que lleva a los navegantes a la perdición. Vincent Wallace, autor inglés, escribió una ópera similar y con el mismo título en 1850. V er “Loreley” en el Grand Dictionnaire Larousse du XIX iém e siécle. r . 32 M anuel José Quintana, Poesías, Madrid, L a Lectura, 1927, pági­ nas 249-253. L a poesía se recogió en volumen por primera vez en las Obras inéditas de 1872, pero Bécquer pudo conocerla en publicaciones periodísticas. L a relación entre el romance de Quintana y la leyenda de Bécquer ha sido ya indicada antes por Narciso Alonso Cortés: “ El asunto de este lindo romance corresponde a la tradición de la dama del lago, tan difundida en el folklore de todos los países, que también utilizó Béc­ quer en L os ojos verdes” , en la edición de Quintana citada en primer término, pág. 249, nota 19. J. G ulsoy ha indicado otra fuente española, el relato “L a ondina del lago azul” de Gertrudis Góm ez de Avellaneda. V er Gulsoy, “ La fuente común de L os ojos verdes y E l rayo de luna de G . A . Becquer , Bulletin of Hispanic Studies, X L IV , 2, April, 1967, págs. 96-104.

150

Bécquer tradicionalista v en ..., y los brazos tendía como queriendo abrazarle. A este ademán no pudiendo ya el infeliz refrenarse, en sed de amor abrasado se arrojó al pérfido estanque. En remolinos las ondas se alzan, la víctima cae, y el ¡ay! que exhaló allá dentro le oyó con horror el valle” 33.

Me parece evidente que el romance de Quintana transmite una tradición popular del norte de España, quizá de Asturias, donde la dama del lago se ha transformado en una mora encantada. Las lamiñak de los Pirineos y de las montañas prepirenaicas suelen ser moras encantadas 34. En Bécquer, el encanto se produce también en la superficie de las aguas. Los ojos verdes se reflejan misteriosamente en el lago. Pero sobre todo se parece al romance de Quintana el modo como la ondina atrae al cazador con sus palabras: ¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales..., y y o ..., yo te daré una felici­ dad sin nombre, esa felicidad que has soñado y que no puede ofrecerte nadie... V en; la niebla del lago flota sobre nuestras fren­ tes como un pabellón de lin o ...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven ... ven... Ven, y la mujer misteriosa lo llama­ ba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofre­ cerle un beso..., un beso... Fernando dio un paso hacia ella..., otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría

33 Quintana, op. cit., págs. 252-253. 34 Bécquer desarrolla el motivo de la mora encantada en la leyenda “ La cueva de la mora” que estudiamos más adelante.

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos en sus labios ardorosos, un beso de nieve... y vaciló..., y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre 35.

La transformación del motivo tradicional en un símbolo del amor ideal aparecía ya en la balada de Brentano. Bécquer encuadra su leyenda en Soria. La escena de la cacería y la descripción del bosque participa del ambiente de La corza blanca” . El poeta anim a una vez más una colorida escena medieval, en que caballeros y perros corren a perseguir la res herida, y des­ cribe el paisaje lleno de soledad, de rumores desconocidos, de rayos fugitivos de luz, como lugar propicio para la expresión de fuerzas naturales o sobrenaturales. El paisaje constituye un ámbito casi religioso. 3. Si hemos de creer la reiterada afirmación de Bécquer mis­ mo, su leyenda “ El Miserere” se basa en una tradición local de la abadía de Fitero en Navarra. La escribe en 1862, y tres años des­ pués, cuando no hay motivo alguno para mantener al lector en un engaño, recuerda lo siguiente: “ Con motivo de la visita que el mismo día hicimos a la ruinosa abadía (cuyos muros conservan el eco del más extraño y misterioso Miserere), conseguí hablar con la enigmática mujer... lo que a mi bella compañera mas impresiono fue la historia del misterioso Miserere que en la biblioteca de la abadía se conserva, y con cuyo extraño asunto le prometí escribir una leyenda” 36. En el mismo lugar nos resume ese asunto tradi­ cional del modo siguiente: “ Yo sentí los misteriosos acordes, las extrañas notas, el inmenso gemido del Miserere que en una noche recogió en su cuaderno un genial peregrino, y que hoy conservan los monjes en su polvorienta biblioteca” 37. Ignoro si ese manus­ crito y esa tradición existieron antes de la destrucción de la aba­

35 Bécquer, “ L o s ojos verdes” , págs. 155- 156. 36 Bécquer, “ L a fe salva” , págs. 407-408. 37 Ibid., pág. 410.

152

Bécquer tradicionalista

día; tan sólo sé que una de las salas del convento se conoce con el nombre de El Miserere. En la tradición que Bécquer pudo conocer resuena un motivo común del folklore europeo: los monjes vienen después de muer­ tos a cantar en su iglesia. Las misas de fantasmas aparecen extensa­ mente ejemplificadas en Sébillot. “ Les apparitions les plus fréquentes sont en effet celles de prétres condamnés á revenir, ordinairement á minuit, dans l’église oü ils officiaient de leur vivant, pour y célébrer une messe qu’ils n’ont pas dite, parce qu’ils l’ont négligée, ou que la mort est venue les surprendre...” 38. Generalmente los monjes espectrales vienen para terminar el oficio en que los sorprendió la muerte. Los aparecidos de Bécquer murieron en for­ ma violenta durante la celebración de la misa. Estos espectros pre­ sentan en el folklore francés características similares a los de Béc­ quer. Un peregrino, también con capuchón de monje, muestra, al descubrirse, su cráneo desnudo. Un obrero de Lamballe, según otro relato, va a decir sus plegarias a la iglesia. Se duerme y des­ pierta sobresaltado después de medianoche. Ve a un espectro con una bujía en las manos. Tiene los ojos vacíos, las mejillas descar­ nadas, y una enorme palidez cubre su frente. Los cirios de la igle­ sia se alumbran de improviso y el espectro se reviste de hábitos sacerdotales y pide ayuda al obrero para oficiar la misa 39. Romeu Figueras recoge versiones del folklore español en que monjas pecadoras, cuyo convento ha sido destruido por un rayo, retornan en formas de espectros riendo, bebiendo o danzando40. Afirma en otro lugar: “ Es muy corriente la tradición que nos dice que una persona se levanta en plena noche creyendo que está a punto de amanecer, y que pasando ante una iglesia iluminada y 38 Sébillot, op. cit., tomo IV , pág. 175. Ver en general todo lo re­ ferido a “ Les messes de fantómes” , págs. 173-178. 39 Ibid., pág. 176. 40 José Romeu Figueras, E l mito de “ E l comte Arnau” en la canción popular, la tradición legendaria y la literatura, Barcelona, 1948, pág. 153.

Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos

153

llena de fieles entra y asiste a la misa celebrada por un sacerdote cuyos movimientos son muy raros: terminada la misa, desaparecen el sacerdote, los fieles y las luces” 41. El motivo pudo pues estar comprendido en la tradición que Bécquer escuchó. Además, el poeta debió conocer cantidad de re­ latos literarios que presentan parecidos elementos. En la configura­ ción del motivo existen claras reminiscencias literarias. Heine pu­ blicó en Romancero un relato llamado “ Les fiancées de Dieu” . A medianoche se iluminan las ventanas del convento de las Ursulinas. Las monjas muertas, con sus capuchones y largos mantos, con cirios en las manos que iluminan sus rostros, van por los corredores de la iglesia. Las monjas confiesan sus pecados entonando precisa­ mente el Miserere, mientras el espectro de un sacristán las acom­ paña en el órgano 42. La figura del peregrino alemán recuerda un poco a la de Mozart. Según sus biógrafos, Mozart escribió el Miserere también de me­ moria y en una noche después de asistir a un oficio en que se había ejecutado el Miserere de Allegri, cuya reproducción estaba prohi­ bida. Bécquer piensa sin duda en el Miserere de Mozart cuando describe los matices de la música espectral43. Hay algo también de músico diabólico en el peregrino de Bécquer que recuerda a Paganini. Sobre el manuscrito con anotaciones musicales extrañas, recuerda Julien Vinson que en la música que se interpreta en los países vascos durante la representación de pastorales en que apa­ recen elementos infernales suelen leerse anotaciones extrañas como éstas: “ sonnez au champ” para los buenos; “ sonnez infidel” para 41 Ib id ., pág. 114. r r 42 H enri Heine, P oém es et L égen des, “ Romancero” , París, 1886, pá­ ginas 293-294. El “ Romancero” se conoció entre 1850 y 1851. ^ 43 Repiten esta anécdota casi todos los biógrafos de Mozart. Véase la excelente V ie de M ozart de Stendhal, que el autor hace pasar como traducida del alemán. Apareció en 1801 y suele editarse como Vies de H aydn, de M ozart et de Métastase. Véase lo referente al M iserere en págs. 275-276 de la bella edición de París, L e Divan, 1928.

154

Bécquer tradicionalista

los malos; o “ aire de batalla” , “ danza de Satán” , “ aire cantado por ángeles” , etc. 44. Si existió un Miserere original del país na­ varro es posible explicarnos así las anotaciones musicales del ma­ nuscrito. 44 Sobre Paganini, ver Heme, Souvenirs et confessions, ‘Taganini , en Pages choisies, París, Levy-Colin, s. a., págs. 226-238; sobre las ano­ taciones musicales extrañas, Julien Vinson, L e folklore du pays basque, París, 1933, págs. 315-316.

C a pít u lo V II

L E Y E N D A S C O N M O T IV O S T R A D IC IO N A L E S

i. En otros casos, Bécquer crea historias completamente idea­ das e incorpora, con el propósito de conferirles carácter de tradi­ ción popular, ciertos motivos muy comunes en los relatos del fol­ klore europeo. Ocurre así, por ejemplo, con la leyenda aragonesa “ El gnomo” . U n anciano aragonés aconseja a las jóvenes no acudir a la fuente cercana en horas del atardecer. Allí viven unos seres misteriosos, de formas proteicas, a veces pequeños hombrecillos, a veces simples luces azuladas, que seducen a los seres humanos prometiéndoles las riquezas y los tesoros guardados en sus cuevas. Dos hermanas, una de ellas de dulce carácter y otra insensitiva y ruda, deciden desoír el consejo. Van durante la noche a la fuente: el viento y el agua, que representan el espíritu y el cuerpo, seducen a las jóvenes con promesas de felicidad. Un gnomo aparece entre las peñas. Marta atraída por el hombrecillo se pierde para siempre en la alameda. La dulce Magdalena torna al lugar pálida y silen­ ciosa. El motivo fundamental de la leyenda queda configurado por Bécquer de la manera siguiente: los gnomos son espíritus diabólicos

156 que viven en manantiales; y de piedras humanos, en fatuos.

Bécquer tradicionalista las entrañas de los montes cerca de la fuente de los su morada son cavernas maravillosas llenas de joyas preciosas; los gnomos son seres extraños, en parte parte reptiles como la salamandra, en parte fuegos

Los gnomos no pertenecen sólo a la tradición alemana; aunque en tiempos de Bécquer los hermanos Grimm habían ya recogido las narraciones populares alemanas en que aparecen frecuentemen­ te. En Francia, bajo el nombre genérico de “ lutins” , se agrupa a una gran diversidad de geniecillos benévolos o malévolos, que ha­ bitan las florestas y las cimas de los montes, las cavernas o las fuentes de agua corriente ’. Son también guardianes de tesoros ocultos 2; sus cavernas suelen estar repletas de plata, oro, y piedras preciosas 3. Existen seres similares en la tradición española, y quizá en la misma zona de Aragón donde se ubica la historia. En los Pirineos, los duendes, “ de figura humana muy diminuta” , con ropas de co­ lores, actúan al modo de los gnomos germanos y los lutins fran­ ceses. Se les llama follet, fulet, ventolín, familiares, minairóns, ene­ migos, petits, etc. Abundan en tradiciones locales, aunque general­ mente se trata de duendecillos benéficos, capaces de travesuras pero no diabólicos ni peligrosos. Suelen confundirse con otros espíritus guardadores de tesoros como el serpent o cuélebre 4. La descripción que Bécquer hace del gnomo coincide también con la de seres similares en supersticiones europeas. Son seres di­ minutos, enanos no mas altos de un pie, con largas barbas y ropas coloridas. Pero a veces adquieren otras formas. Según Sébillot, los

1 Sébillot, op. cit., tomo I, págs. 268-270 y passim-, enanos de la montaña en págs. 230-232; de grutas o cavernas, pág. 427; de fuentes en tomo II, págs. 201-202 y passim. 2 Ibid., pág. 461. 3 Ibid., pág. 245. 4 Violant y Simorra, op. cit., págs. 519-523.

Leyendas con motivos tradicionales

157

lutins tienen la virtud de variar su apariencia5. En el folklore francés los lutins se transforman en fuegos fatuos de color azulado como en Bécquer 6. En el Romancero de Heine se describen tam­ bién pequeños seres fantásticos, gnomos y salamandras7. La historia de las dos hermanas que van a la fuente, una de ellas bondadosa y otra malvada, se parece demasiado al cuento Les fées de Perrault. Como se recordará, la hermana menor, caracteri­ zada por su dulce temperamento, va a la fuente y da de beber de su cántaro a una anciana sedienta. La anciana es un hada que la recompensa con un don extraño: con cada palabra saldrán de su boca flores y piedras preciosas. La mayor de las hermanas intenta la misma suerte: el hada ha cambiado de vestimenta y la joven, lejos de satisfacer su sed, la echa destempladamente. De su boca saldrán sapos y culebras8. Bécquer ha recordado sin duda este cuento muy conocido cuando imaginó a las dos hermanas, Marta y Magdalena, de opuestos caracteres, que hallan — también en su viaje a la fuente— a un genio que premia a una y castiga a la otra. El resto de los elementos de la leyenda son creación original del poeta. No logra reproducir el ambiente maravilloso de un cuento de hadas. Su relato está demasiado desorganizado: la bella balada del agua y del viento lo extiende innecesariamente. Lo más vivo de la leyenda es la pintura del tío Gregorio, que parece una viñeta costumbrista, y la descripción de los gnomos saltando por las pie­ dras, sumergiéndose en el agua, cambiando de formas y de colores. 2,

En “ La cueva de la mora” , Becquer crea una historia de

amor entre una mora y un cristiano, similar a algunos de los ro­ mances moriscos de Zorrilla. Une esa historia con un motivo tra­ dicional español: no es casual que el poeta sitúe la acción en Na­ 5 Sébillot, op. cit., tomo III, págs. 119 y sigs. 6

Ibid., tomo I, pág. 268.

^

7 Heine, Poémes et légendes, págs. 277-283. 8 L es contes des fées de Charles Perrault fueron traducidos al español por C oll y V eh i en 1852. Cito por la edición de París, 1926, págs. 13-18.

Bécquer tradicionalista

i58

varra. Ese motivo adquiere significación porque todo el relato ex­ plica la superstición que encubre. En las mismas palabras de Bécquer: — ¡ Penetrar en la cueva de la M o ra ! — me dijo como asombrado al oír mi pregunta— . ¿Quién había de atreverse? ¿No sabe usted que de esa sima sale todas las noches un ánima? — ¡U n ánima! — exclamé, sonriéndome— . ¿El ánima de quién? — El ánima de la hija de un alcaide moro que anda todavía penando por estos lugares y se la ve todas las noches salir vestida de blanco de esa cueva, y llena en el río una jarrica de agua9.

Todas las grutas naturales o artificiales de la zona montañosa de España — desde los Pirineos hasta la Cantabria— suelen ser consideradas, en las supersticiones locales, como moradas de los moros. José M. Barandiarán ha recogido muchas de las creencias vin­ culadas a cuevas de moros. En Eusko-Folklore afirma lo siguiente: ...en casi toda la provincia de Álava y en gran parte de la de Navarra, los personajes legendarios de que más se habla son los moros. Ellos poseyeron los antiguos castillos, los actuales despobla­ dos; construyeron las iglesias más antiguas y las torres y casas fuertes de mayor celebridad; excavaron en varias comarcas grutas artificiales; y en una de ellas, en la de Santiago de Pinedo (Álava), celebraban misa, según nos refirieron los aldeanos 10.

Bécquer tiene conciencia de tradiciones parecidas, pues recuer­ da los subterráneos con tesoros que “ según es fama existen en todos los castillos moros” n.

9 Bécquer, “ L a cueva de la mora” , pág. 258. 10 José M . Barandiarán, notas en Eusko-Folklore, tomo I, números 3 a 12, marzo-diciembre de 1921. Ver además García Lornas, op. cit., pá­ ginas 357-362. A l referirse este último a otra “ Cueva de la mora'’, re­ cuerda la leyenda de Bécquer. 11 Bécquer, op. cit., pág. 257.

Leyendas con motivos tradicionales

159

Las cuevas navarras, como ocurre también con las grutas del Pirineo francés 1Z, están generalmente habitadas por espíritus de gentiles o de mairuk (moros). Los mairuk suelen confundirse, cuan­ do las grutas están cerca de fuentes o de arroyos, con espíritus del agua como los ya citados lamiak, lamiñak o lamiñas, que se presen­ tan como mujeres encantadoras. Un mito típico de la tradición vasco-navarra es el de la mari, dama, señora, bruja o maligna, que mora en las espeluncas de diversas localidades de Guipúzcoa, Viz­ caya, Navarra y el país vasco francés. Se la llama más común­ mente Mari de la Cueva. Es mujer de extraordinaria belleza que peina sus cabellos con peine de oro, a la entrada de su cueva 13. Se confunde con los mairuk en tradiciones como la de la torca de la mora en Gordejuela 14. El motivo que Bécquer utiliza se da mejor configurado en una tradición recogida por Cels Gomis en la zona de Aragón que per­ teneció a Navarra, en la misma linea del Ebro, cerca de Fabara y en la boca del río Matarraña. Existe allí la casa de los moros: es sepulcro que según una leyenda popular da a una galería con her­ mosas cámaras adornadas de oro. Está habitado por el espíritu de una mora encantada que en días determinados va hacia la fuente de piedra cerca del río, por un lugar que se llama carrera de la m ora15. _ El motivo central de “ La cueva de la mora” es pues un motivo tradicional español. Cuando Bécquer subraya en el texto de la leyenda la frase jarrica de agua repite el procedimiento usado cuan12 Sobre los moros en el folklore francés, ver Sébillot, op. cit., tomo IV , págs. 21, 37, 105, 198, 315 , 330 - 331, 335 , Y passim. ^ 13 Barandiarán, Homenaje a don Carmelo Echegaray, San Sebastian, 1923, págs. 245-246; Azkue, op. cit., págs. 367-368; Violant y Simorra, op. cit., pág. 528; Caro Baroja, Algunos mitos españoles, Madrid, 1941, pág. 48; Los vascos, M adrid, 1958, págs. 389-390. M Barandiarán, nota en Eusko-Folklore, 5, mayo de 1921, pág. 17. 15 Cels Gomis, “ Tradicions fabarolas” , en Butlletí del Centre E x­ cursionista de Catalunya, 2 , abril-junio, 1892, pág. 62-63.

i 6o

Bécquer tradicionalista

do transcribía modismos o regionalismos del habla de la criada en las cartas referentes a las brujas de Trasmoz. En los dos casos se trata de diminutivos (jarrica, quietico) que siente como regiona­ lismos. 3. En “ El beso” , el poeta basa su historia en los recuerdos recientes sobre la profanación de sepulcros y monasterios en tiem­ pos de la invasión francesa 16. Durante los primeros años del si­ glo xix, ocurrió un suceso similar al que hace referencia: el incen­ dio y la profanación de imágenes en el monasterio de Poblet, “ Acor­ daos de lo que aconteció a los húsares del 5.0 en el Monasterio de Poblet. Los guerreros del claustro dicen que pusieron mano una noche a sus espadas de granito, y dieron que hacer a los que se entretenían en pintarles bigotes con carbón” 17. Y a hemos visto e] caso particular de los sepulcros de Pedro López de Ayala y Elvira de Castañeda, que son los descriptos en la leyenda becqueriana 18. El motivo que ahora interesa está relacionado con la animación de las estatuas. La mano de mármol del noble ultrajado abofetea al soldado irreverente. El motivo es muy común como para mere- , cer mayor atención. Pertenece a un extendido ciclo de tradiciones sobre estatuas animadas, o imágenes religiosas, que castigan un sacrilegio. Se encuentra en la tradición popular europea y española. Nuestra Señora de Rochefort, por ejemplo, en Guingamp (Fran­ cia) impide con su mano que un ladrón la despoje de sus ornamen­ tos; también el brazo de la imagen de San Seny detiene a quien pretende quitarle las ofrendas de los fieles 19. Zorrilla popularizó dos leyendas españolas sobre estatuas animadas: la imagen del Cristo de la Vega se levanta para atestiguar un juramento; la es16 Ver Gabriel H. Lovett, “ Patriotism and Other Them es in Bécquer’s El Beso” , en Modern Language Quarterly, X X IX , 3, September 1968, págs. 289-296. 17 Bécquer, “ El beso” , pág. 317. 18 y er págs. 87-88 del presente estudio. 19 Sébillot, op. cit., tomo IV , págs. 162-165.

Leyendas con motivos tradicionales

161

tatúa sepulcral del Comendador acude a la casa de quien profanó su memoria. El motivo de la estatua animada, tan característico de Bécquer, se repite en “ La ajorca de oro” . La leyenda recuerda la Historia de los templos de España, porque en ella se describe magníficamen­ te la catedral de Toledo. Se trata del robo de una de las ajorcas de la Virgen del Sagrario. Los viajeros del siglo xix suelen expre­ sar su admiración por las joyas de esa imagen toledana. Théophile Gautier califica los ornamentos de la Virgen como “ richesse ex­ travagante” : “ La grande affaire, c’est qu’il soit matériellement impossible de suspendre une perle de plus aux oreilles de marbre de Tidole, d’enchasser un plus gros diamant dans l’or de sa couronne, et de tracer un autre ramage de pierreries sur le brocart de sa robe” 20. Manifiesta luego que ninguna reina de la antigüedad o de los tiempos modernos viste con tanto lujo como la Virgen de Toledo. Describe vestidos de la imagen: “ cette robe prodigieuse dont l’oeil a peine á soutenir l’éclat, et qui vaut plusieurs millions de francs” 21. No es extraño que tales riquezas puedan haber atraído a los ladrones: quizá Bécquer tiene en su recuerdo algún robo real de ese tipo durante su tiempo. La ajorca de oro a que Bécquer hace referencia directa, aparece enumerada entre las joyas guardadas en el mismo armario que Gautier describe, pero ahora en el libro citado del Vizconde de Palazuelos. Halla entre esas joyas, “ una gran ajorca de oro con ricos esmaltes y profusión de piedras preciosas, labrada con otra que desapareció por el orfebre Julián Honrado, a principios del siglo x v m ” 22. Palazuelos recuerda el robo de una de las ajorcas, pero lo sitúa varios años después de la leyenda de Bécquer, en 1869. Dice que 20 Gautier, V oy ag e..., pág. 156. 21 Ib id ., pág. 157. 22 Palazuelos, Toled o. G u ía ..., pág. 404. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — I I

,

Bécquer tradicionalista

IÓ2

por entonces alguien robó la corona de oro, esmaltes y pedrería, fabricada por Hernando de Carrión en 1556, y reformada y me­ jorada por Alejo de Montoya en 1574; y además “ una ajorca per­ teneciente a la misma imagen, y compañera de la que aún se con­ serva” . Recuerda otro robo similar algunos meses después23. En todos los casos, las alhajas fueron recuperadas. El motivo tradicional, pero accesorio, que Bécquer emplea en la leyenda, parece hermanado con sus propias imaginaciones: en la Historia de los templos se animan ante sus ojos las figuras de los sepulcros En la leyenda, las imágenes bajan de los altares y rodean amenazadoramente al ladrón sacrilego. 23 ibid.

C a pítu lo VIII

L A R E ITER A C IÓ N D E L M O T IV O D E L “ C A ZA D O R M A L D IT O ”

i. En 1857, Bécquer nos da el primer indicio de su conoci­ miento de cuentos populares vinculados a una cabalgata sobre­ natural en un corcel fantástico. Dice concretamente al referirse a los trabajadores que construyeron San Juan de los Reyes: “ Ya los contemplo rivalizar en prontitud y ciencia, agotando a porfía sus fecundas imaginaciones. Aquí el granito toma la forma de un en­ caje tan leve como el rostrillo de una dama; allí el de un corcel fantástico, cuya idea inspiró tal vez uno de los nocturnos cuentos del hogar” *. El corcel fantástico en las decoraciones de un templo debe estar asociado en la mente del poeta a un castigo infernal. Se me ocurre que ya entonces Bécquer conocía la leyenda catalana del comte Amau cuyo motivo fundamental es precisamente el del corcel diabólico, o de fuego, que lleva al pecador eternamente por los aires. En una palabra, Bécquer tiene conciencia en fechas tan tem­ pranas del tema folklórico europeo del cazador maldito, vinculado 1

Bécquer, “ San Juan de los Reyes” , pág. 900.

164

Bécquer tradicionalista

en España a esa tradición catalana2. El cazador maldito es un noble, o un clérigo, condenado por sus pecados sacrilegos a cabal­ gar en un corcel sobrenatural hasta el fin de los tiempos persiguien­ do una presa si su pecado ha sido interrumpir el oficio divino por la pasión de la caza3. . En leyendas posteriores Bécquer utiliza ese tema como motivo accesorio o fundamental. En 1861, lo incorpora a su leyenda “ El Monte de las Ánimas” . Es su leyenda más cercana al “ conte noir” francés. Está situada en Soria y tiene referencias directas al paisaje soriano. El Monte de las Ánimas está cerca de la ciudad de Soria, en la otra margen del río Duero 4. Se trata de un frondoso encinar dispuesto en un terreno en forma de circo romano 5. Los sorianos acudían antiguamente a él en busca de bellotas 6. Como recuerdo del Monte se aplica hoy su nombre, Monte de las Ánimas, a una calle de Soria7. Pero los testimonios de los habitantes de Soria,

2 Se trata de un tema muy frecuente en el folklore europeo. En Francia se lo conoce en los nombres de Chasse Saint Hubert, Chasse Saint Eustache, Chasse Cain, Chasse Macchabée o M acabre, Chasse du roi David, Chasse du roi Solomon, Chasse du roi Hérode, Chasse d ’O liferne, Chasse Arthur, Chasse Ankiu, Chasse Hannequin, Chasse Helquin, Mesnie Hennequin, Chasse du Peut o du Diable, Chasse Prosperina, Galopina, Volante, Sauvage, etc. En el país vasco se llama al cazador maldito. Eiztari-Beltza (el Cazador Negro), Eiztarie (el Cazador), Salomón Erregue (el rey Salomón), Salomón Apaiza (el cura Salomón), Mateo Txistu (el cura cazador), Juanito Txistu, Juanito Txistularixa, M artín abade. Según Romeu Figueras, E l mito de “ E l com te A rn a u ...” , págs. 76 y 119. 3 Thompson, M o tiv In d e x ..., E.501.3.5, E.501.3.6 y E.501.3.8. 4 Clemente Sáenz García, “ Anecdotario geológico de los ríos sorianos” , Celtiberia , IV , 6, 1953, pág. 203. 5 Sáenz García, “L a hoz del Duero en Soria” , Celtiberia, IX , 14, 1957, P á g s . 221-224. 6 Casado, Conozca S o ria ..., pág. 103. Hace referencia a Bécquer. 7 Ib id .; también ver B. Taradena y J. Tudela, G uía artística de S o ­ ria, Soria, 1957-1958, pág. 221.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito ”

165

muy atentos a su rica tradición cultural, parecen coincidir: la leyenda de Bécquer no refleja tradiciones de la región. En un relato de pura imaginación, Bécquer inserta el motivo tradicional para completar la creación de una atmósfera. Se con­ figura aquí de la siguiente manera: los Templarios fueron prota­ gonistas de una sangrienta batalla; sus ánimas aparecen el día de Todos los Santos; vienen como esqueletos, cabalgando osamentas de corceles y unidos en una cacería fantástica; persiguen a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, con pies desnudos y san­ grientos; quienes los ven aparecer pueden ser arrastrados en el torbellino de la carrera. La Orden de los Templarios floreció en el siglo x i i i ; hacia el siglo xiv quedó abolida a raíz de la vida disipada de sus miembros. En la zona del Moncayo se les adjudican numerosas ruinas; pues los Templarios comparten con los romanos, para la tradición, el carácter de constructores de cuantos caminos, palacios, templos y conventos son de origen desconocido. Sus propiedades fueron des­ truidas en el término de una noche. En España se termina con la orden entre 1307 y 1312. Los bienes de los Templarios pasan, por bula de Juan XXII, Papa en Aviñón, a la orden de San Juan de Jerusalén8. Desde entonces, los Templarios suelen aparecer des­ pués de muertos para expiar sus pecados 9. El convento en ruinas a que Bécquer hace referencia en su leyenda perteneció a los frailes de San Juan de Acre: “ En frente y a continuación del desagüe del arroyo de Peñaranda, que procede del encinar o Monte de las Ánimas, los hospitalarios freires de San Juan de Acre construyeron en la décimo segunda centuria el extraordinario claustro y la capilla del santo titular, cuyas gastadas piedras llenan hoy de estupefacción a los visitantes y artistas. Estas 8 Jaime Carnana G óm ez de Barreda, Historia de la provincia de Teruel, Teruel, 1952, págs. 77-78. 9 Sébiílot, Folklore..., tomo IV , “ L es templiers et les moines rouges” , págs. 265-269.

i6 6

Bécquer tradicionalista

ruinas sirvieron de inspiración a la leyenda de Gustavo Adolfo, que lleva por título el del bosque referido” 10. Otra tradición adjudica a los Templarios las propiedades de San Juan del Duero n. También son propias de la concepción popular las caracterís­ ticas que Bécquer atribuye a los Templarios. Su arrogancia los lleva a combatir por sus cotos de caza 12. El hecho de que las ánimas de estos monjes guerreros aparezcan el día de Todos los Santos nos sorprende. Sébillot registra una superstición de Aurillac según la cual el 2 de noviembre salen de sus tumbas los espectros de todos los habitantes muertos 13. En Francia, los espectros de los Templarios aparecen del mis­ mo modo en que Bécquer los describe en su leyenda. Crean pare­ cido riesgo para quienes los observan: “ Dans quelques cantons de Bretagne, le peuple croit encore voir errer la nuit les Templiers ou moines rouges montés sur des squelettes de chevaux recouverts de draps mortuaires. lis porsuivaient les voyageurs, s’attaquant de préférence aux jeunes gens et aux jeunes filies qu’ils enlevaient et qu'on ne revoyait jamais” 14. También Romeu Figueras afirma que estas huestes de conde­ nados suelen ser peligrosas 15. En el motivo, tal como Bécquer lo reproduce, se distingue claramente del fondo de elementos recibidos, un agregado personal. Ese agregado suelda el motivo al resto de la leyenda. Los espectros persiguen a la joven cuyo capricho llevó a Alonso a la muerte. No obstante, ese agregado tiene también fondo tradicional. Los fan­ tasmas de los Templarios no suelen perseguir a una mujer; pero 10 Sáenz García, “L a hoz del D uero” , págs. 221-222. 11 Casado, op. cit., pág. 58. 12 Sébillot, op. cit., pág. 265. 13 Sébillot, op. cit., pág. 132. En España, las procesiones de almas aparecen en preferencia el día de Todos los Santos. V er Romeu Figueras, El m ito..., págs. 107, 112. 14 Sébillot, op. cit., pág. 268. 15 Romeu Figueras, op. cit., págs. 95, 118.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito ”

167

sí son ellos mismos perseguidos por las jóvenes víctimas de su lujuria 16. Los conductos por los cuales Bécquer conoció el motivo tra­ dicional pueden ser muchos. Como en los casos anteriores, existen sin duda fuentes orales y literarias, especialmente francesas. Im­ porta advertir con claridad cómo Bécquer entreteje la tradición con sus creaciones, para conferirles el carácter de leyenda popular. 2.

Una elaboración más fina del motivo del cazador maldito

aparece en “ Creed en Dios” , 1862. La leyenda formaba parte, al parecer, de un amplio proyecto literario, especie de Diablo Mundo, cuyo título era el de Sueño de los siglos. Quedo sin ser escrito, por la aparición de la Leyenda de los siglos de Víctor Hugo, que anticipaba alguna de sus características 17. Está dividida en una introducción y tres partes. En la intro­ ducción, un trovador se dirige a quienes han visto la tumba de Teobaldo de Montagut, barón de Fortcastell, cuyo epitafio sirve como epígrafe a la historia. Al iniciarse la primera parte, se des­ cribe el sueño de la madre de Teobaldo durante su gestación: una serpiente se transforma en una blanca paloma. La serpiente sim­ boliza el carácter demoníaco de su hijo; y la paloma, su salvación final. L a madre muere durante el parto; el padre, poco después, en una acción guerrera. Teobaldo comete todo tipo de tropelías con sus súbditos. Un día, yendo de caza, se guarece de la lluvia en una iglesia, con su comitiva de pajes, arqueros, siervos, perros y gerifaltes. El sacerdote, con la hostia consagrada en la mano, lo conjura a retirarse y a acudir al Papa, vestido de romero, para la expiación de sus culpas. El caballero ríe al escuchar el nombre de Dios y amenaza al cura con arrojarle su jauría, en medio de otros insultos y blasfemias. Se dispone a hacerlo, cuando un jabalí pasa

16

Sébillot, op. cit., tomo I, pág. 281; tomo IV , pág. 269.

17 Brown, Bécquer, págs. 183-184.

i6 8

Bécquer tradicionalista

por las cercanías de la iglesia. Hombres y bestias se lanzan en su persecución. El caballero, tras fatigosa carrera, hiere al animal. El caballo se le muere de cansancio. Aparece entonces “ un paje que traía un corcel negro como la noche” . El paje es un ser extraño, delgado y amarillo como la muerte 18. Teobaldo monta en el corcel. Un frenético galope lo aparta de la tierra. Se siente elevar por los aires. En la segunda parte, el trovador vuelve a dirigirse a torio. Promete la verdad de su historia: “ De boca en llegado hasta mí esta tradición, y la leyenda del sepulcro, subsiste en el monasterio de Montagut, es un testimonio ble de la veracidad de mis palabras” 19.

su audi­ boca ha que aún irrecusa­

Teobaldo, en fantástica carrera, ve ante sí las maravillas del cielo. Los ángeles, sobre las nubes, blanden sus espadas; los arcán­ geles aparecen sentados en globos de cristal; por el arco iris suben y bajan almas inocentes; profetas y vírgenes andan entre queru­ bines. En el círculo en que ve a la Virgen María, Teobaldo escucha la voz de su madre rogando por él. Llega al Empíreo y cae, como el ángel, rebelde, de los pies del Señor. En la tercera parte, el caballero aparece, como si despertara de un sueño, en el mismo bosque de la cacería. Vuelve a su castillo. Todo ha cambiado. Un monje le informa que ése era el castillo del barón Teobaldo de Montagut, a quien “ se lo llevó el diablo” cien o ciento veinte años antes20. Teobaldo se arrepiente de sus maldades y entra en la orden religiosa. En el asunto de la leyenda se han visto fuentes tradicionales. Las ha señalado el mismo Krappe. Como no descubre el vehículo de la tradición, la supone tomada de una fuente literaria: la Lé-

18 Bécquer, “ Creed en Dios” , pág. 197. 19 Ibid., págs. 196-197. 20 Ibid., pág. 205.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito”

169

gende du beau Pécopin et de la belle Bauldour de Víctor Hugo 21. María Rosa Lida de Malkiel discute esa atribución 2Z. Krappe halla en la leyenda de Bécquer cuatro motivos que re­ laciona con el folklore general europeo: 1) El sueño profético de la madre del héroe. 2) El acto sacrilego. 3) La caza diabólica. 4) La pérdida del sentido del tiempo. Usa una importante biblio­ grafía como apoyo de sus observaciones, en el texto del trabajo y en las notas. Considera que “ Creed en Dios” integra un ciclo legendario muy expandido en Europa, el del cazador maldito. Se­ ñala antecedentes de esa tradición en la literatura antigua y en la literatura europea; y muestra su presencia en el folklore especial­ mente de los pueblos germánicos23. El tema del cazador maldito aparece en Europa, según Krappe, configurado de la manera siguiente: un cazador empedernido, señor feudal que maltrata a sus pobres siervos, impío hasta el punto de burlarse de Dios y del diablo, entra un domingo en la iglesia, mientras va de caza, interrumpiendo la misa. Insulta al oficiante. Queda condenado a cazar por los aires, a la hora de la medianoche, hasta el fin del mundo. Krappe halla la tradición, con esas carac­ terísticas, en toda la Europa septentrional: “ Elle ne brilla que par son absence dans les pays méditerranéens modernes; certes, elle est étrangére au folklore espagnol. C ’est ce qui ne laisse pas subsister le moindre doute sur le fait que Bécquer a puisé dans un récit étranger” 24.

21 Alexander H aggerty Krappe, “ Sur une Légende de Gustavo A. Bécquer (Creed en D ios)” , Neophilologus, X V II, 1932, págs. 273-277. 22 M aría Rosa Lida de M alkiel, ‘L a leyenda de Bécquer Creed en D ios y su presunta fuente francesa” , Comparative Literature, V , 3 , Oregon, 1953, págs. 235-246, recogido en Estudios de literatura española y comparada, Buenos Aires, 1966, págs. 245-256. 23 Indica además su presencia en mitos griegos y en la tradición hindú: “ elle a laissé des traces peu équivoques dans l’introduction du Ramayana” . Ver Krappe, “ Sur une L égende...” , pág. 275. 24 Ibid., págs. 275-276.

Bécquer tradicionalista En España sólo encuentra el mito en su forma de estantigua o procesión nocturna de aparecidos. La señora de Malkiel advierte que la atribución de Krappe sólo es posible por la inexacta e incompleta reducción de la leyen­ da becqueriana a los cuatro motivos indicados. Considera que en el relato de Bécquer el motivo segundo (acto sacrilego del héroe), “ ...está disociado del ciclo del Cazador maldito por la sencilla razón de que Teobaldo de Montagut no corresponde a ese arque­ tipo. Teobaldo no profana la iglesia por su impaciente pasión por la caza ni, en consecuencia, acaba condenado para siempre a la cacería nocturna” 25. El pecado de Teobaldo no es el que expía el cazador maldito, esto es, el de atropellar la fiesta o el culto de Dios: “ Teobaldo no entra en la iglesia con intención sacrilega, sino para guarecerse de la lluvia” 26. Reordena luego los motivos de la manera siguiente: sueño profético de la madre; el impío blasfema de Dios; cacería; caballo misterioso y galope sobrenatural; visión ultraterrena y tiempo abre­ viado; penitencia. La autora analiza cada uno de estos motivos de acuerdo con la tradición oral y literaria. No necesitó Bécquer una fuente extranjera, ajena además en espíritu al sentido ejemplar de su leyenda. Sus únicas vinculaciones con el relato de Hugo apare­ cen en dos motivos, el de la cabalgadura sobrenatural y el del tiempo abreviado, que Bécquer pudo tomar de tradiciones ger­ manas traducidas o nacionales. En cada uno de estos aspectos la señora de Malkiel nos proporciona un análisis minucioso de los motivos y una abundante información bibliográfica. Los dos estudios resumidos agregan importantes datos y puntos de vista que no es necesario repetir. M i propósito será discutir dos negaciones importantes porque sobre una de ellas basa Krappe 25 María Rosa Lida, “ La leyenda de Bécquer...” , pág. 246. Cito por la edición de Buenos Aires. 26 Ibid., págs. 246-247 y nota.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito ” su atribución y sobre la otra, María Rosa Lida su discusión de la fuente: Krappe sostiene que el tema del cazador maldito no pudo llegar a Bécquer sino a través de una fuente literaria francesa, por ser extranjero a los países mediterráneos y no hallarse en España sino en la forma de la estantigua', María Rosa Lida niega la exis­ tencia del tema en la leyenda de Fécquer por no darse configurado del modo habitual: no se profana la iglesia, no hay sacrilegio, no se comete sacrilegio por la pasión de la caza, no hay cacería noc­ turna. La observación de Krappe sólo puede justificarse por las fechas de su artículo (1932). El motivo es extranjero en España por su origen, pues suele vincularse a supersticiones de los pueblos nór­ dicos que explican la migración de las aves, los sonidos del viento y otros ruidos nocturnos21. Pero no es extranjero en cuanto está vivo en la tradición española, en supersticiones y leyendas pirenai­ cas, no sólo en su forma de estantigua sino en todas las otras que reviste en la tradición europea 28. L a leyenda del cazador maldito, el cazador negro o el mal cazador se extiende por Cataluña, Navarra y los países vasconga­ d os29. Basta esta opinión como testimonio: “ La tradición de una cabalgata fantástica, con leves variantes de argumento y con nom­ bres diferentes, no solamente es popular en todo el país vasconavarro sino, además, en la zona oriental pirenaica o prepirenaica. En Cataluña es el Mal calador, o Calador Negre el que en las noches de tempestad, cuando silba el viento y retumba el trueno, agitando la fronda de los bosques, sale de cacería, asustando con el ladrido de los perros, el sonar de los cuernos de caza, el relincho y galopar de los caballos, el blasfemar constante del Calador y de 27 Se refieren a ese origen el mismo Krappe, op. cit., pág. 275; Sébillot, op. cit., tomo I, “ Les bruits de la forét et les chasses fantastiques” , págs. 273-280; Romeu Figueras, op. cit., págs. 118-121. 28 Romeu Figueras, op. cit., pág. 118. » Ibid.

172

Bécquer tradicionalista

los demonios que le sirven de séquito, a los pobres aldeanos...” 30. No es, pues, exacta la afirmación de Krappe. La tradición exis­ te en España. Bécquer no necesitó recurrir a la dudosa fuente francesa para su conocimiento31. Creo en cambio que Krappe acierta al afirmar que el tema del cazador maldito está presente en la leyenda becqueriana. No se presenta con sus características puras por dos razones: como ya hemos dicho, en Cataluña es muy frecuente la contaminación del mito del Cazador negro con el del Comte Arnau32. El Comte Arnau es el prototipo del mal caballero: profana iglesias, asesina sacerdotes y anda por los aires en un caballo de fuego. A veces, como el cazador negro, con jauría y comitiva, persiguiendo una presa; a veces, no. Bécquer, que como hemos visto, tiene conoci­ miento del tema, no transcribe la tradición con criterio de folklo­ rista, sino que la elabora para hacer de ella una creación literaria. Teobaldo de Montagut tiene todas las características del cazador maldito. En primer lugar, su crueldad: “ ...ahorcaba a sus peche­ ros, se batía con sus iguales, perseguía a las doncellas, daba de

30 Violant y Simorra, El Pirineo..., pág. 518. 31 Bécquer pudo conocer además de la tradición española obras lite­ rarias y musicales en que el motivo se presenta con amplio desarrollo. J. Collin de Plancy publica en París, y precisamente en 1862, año de la leyenda de Bécquer, sus Légendes de Vautre monde, entre ellas “ L e chasseur de la Forét Noire” con elementos parecidos al relato de Béc­ quer. Gottfried August Burger populariza con su balada Der wilde Jager, 1786, traducida por Gérard de Nerval, el mito en su configuración ger­ mánica. Ver sobre esto el artículo “ ballades” del citado diccionario L arousse. L a ópera, fuente de información poco atendida y tan importante para aclarar aspectos del fondo cultural del siglo xix — doblemente en el caso de Bécquer, tan aficionado a ese género— , difunde el motivo en la versión de Cari Maria Von W eber: El franco tirador, representada en Berlín en 1821 y desde entonces de continuada popularidad. Pueden verse los libretos de la ópera editados por J. C. M acy, Boston, 1895 y por Fred Pullman, N ew York, 1920. 32 Romeu Figueras, op. cit., pág. 151.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito ”

173

palos a los monjes, y en sus blasfemias y juramentos ni dejaba santo en paz ni cosa sagrada que no maldijese” 33. Es impío, y además sacrilego. No es su única culpa guarecerse bajo la iglesia. Profana el templo al entrar en él con arreos de caza, caballos y perros, “ como era su costumbre” 34. Hay en él culpas anteriores tan terribles como para inducir al sacerdote a exigirle expiación mediante directas rogativas al Papa35. Pero sobre todo su sacrilegio consiste en insultar al sacerdote — tras haber negado la existencia de Dios— y en arrojarle casi la jauría a pesar de que éste tiene en sus manos la hostia consagrada. La hostia es aquí sólo un modo de conjurar el espíritu diabólico de Teobaldo; me parece sin embargo una reminiscencia del motivo en su versión artúrica. En ella, el rey Arturo interrumpe la misa para perseguir al jabalí36. El sacrilegio está insinuado. También la pasión del caballero por la caza. Teobaldo no ha hallado una sola pieza en sus cotos; Bécquer lo califica como “ impetuoso” cazador, y lo define — al apa­ recer el jabalí— como “ ebrio de alegría” 37. Sólo la pasión por la caza explica la obstinación de Teobaldo en cobrar la pieza herida38. Aunque aceptáramos la idea de María Rosa Lida de que el caballero no comete sacrilegio ni es llevado a él por su pasión cazadora, esto no impediría la presencia del motivo. Krappe nos lo da configurado en su versión más común, ya cristianizada, en la que el caballero “ irrumpe en la misa” 39. Pero Sébillot halla ver­ siones, “ plus rarement” , en que el personaje expía, no un sacri­ 33 Bécquer, op. cit., págs. I 92 -I 93 34 Ibid., pág. 193 , . 35 Otro caballero endemoniado, del que nos ocupamos en un próximo capítulo, Roberto el Diablo, es también enviado por un ermitaño a pedir la absolución papal. 36 Romeu Figueras, op. cit., pág. 119. 37 Bécquer, op. cit., págs. I 93 > 1 94 ­ 38 Ibid. 39 Krappe, op. cit., pág. 247.

174

Bécquer tradicionalista

legio, sino crueldades con sus siervos. Uno de esos personajes, el de la “ Chasse du barón d’Aigremont” , se parece en este sentido a Teobaldo: pena por haber hecho despedazar a un criado por su jauría; persigue a un jabalí y su caballo cae de cansancio. El cas­ tigo del caballero no responde tampoco aquí al arquetipo del mo­ tivo : un lobo lo persigue eternamente 40. Es evidente que María Rosa Lida tiene razón al afirmar que no hay elementos para suponer el castigo de la cacería nocturna. Se trata sólo de un galope sobrenatural. Así ocurre con el mito del Comte Arnau, en el que sólo queda como remanente de la cacería fantástica su galope desenfrenado por los aires41. Sobre los demás elementos de la leyenda, poco puede agregarse a las aportaciones de la señora de Malkiel. El misterioso caballo,

40 Sébillot, op. cit., tomo I, pág. 277. “ A u temps jadis, les barons d’Aigremont étaient aussi tres durs á l’égard des pauvres gens. U n jour, on amena devant l’un d’eux un paysan qui avait pris un liévre au lacet et l ’avait fait cuire pour sa femme malade. L e seigneur ordonna de découpler ses chiens et ils s’élancérent sur le pauvre serf qui disparut en quelques secondes3 ne laissant plus que des lambeaux sanglants, trainés par des chiens. L e lendemain, les limiers du barón détoumérent un grand loup, inconnu dans les bois de la contrée. L a chasse commen^a le jour méme... L e sire d’Aigremont suivait seul cette chasse enragée; il avait dépassé ses piqueurs, moins bien montés que lui. II sonnait encore le bien-aller quand son dernier chien se coucha, il en avait assez; son cheval se coucha aussi, il en avait assez. L a nuit était venue. Soudain, le loup revint sur sa passée; il se dirigea en donnant de la voix, droit sur le barón qui, á la vue de cette gueule formidable, s’enfuit; le chasseur fut chassé á son tour, et jamais depuis il n’a pu s’arréter ni étre secouru. C ’est la Chasse du barón d ’Aigremont” . 41 En las canciones sobre el Comte Arnau, el caballo infernal cons­ tituye un elemento de importancia: “ Qué és aquest soroll que sentó, comte l ’Arnau? — Es el cavall que m ’espera, muller lleial_— N o menja gra ni civada, muller lleial, — sinó animes condemnades, viudeta igual” . V er Romeu Figueras, op. cit., pág. 19. Tam bién lo es en la leyenda. El comte Arnau pasa sobre un caballo rojo de fuego por los aires; a veces es un cabillo neero y desbocado echando fuego y perseguido por perros y fieras. Ibid., págs. 150-151.

L a reiteración del motivo del “cazador maldito ”

175

pero con alas, aparece también en leyendas de la India42. Everett Ward Olmsted ve en el viaje ultra terreno de Teobaldo de Montagut, reminiscencias de la Divina Comedia43. Con respecto al tiempo abreviado, me parece más posible fuen­ te que las literarias indicadas, la leyenda navarra de San Virile, que Bécquer debió conocer en sus viajes a Fitero. Es una variante de la leyenda del monje y el pájaro44. Bécquer debió conocer pues una versión tradicional — quizá catalana— en la que la cacería fantastica queda reducida a un galope sobrenatural, como ocurre en el mito del Comte Arnau. La leyenda está ubicada precisamente en Montagut, es decir en el valle situado en los Pirineos orientales de la región catalana. Existen en el lugar ruinas de un castillo feudal y un famoso monas­ terio, el de Santa Creus. La topografía se caracteriza por las in­ mensas formaciones rocosas, aptas para desarrollar la fantasía po­ pular, como el Valle del Infierno 4S. No interesa al autor transcribir la tradición. En primer lugar, transforma el mito con finalidad ejemplificadora 46. Su héroe, como el de El estudiante de Salamanca de Espronceda, tiene antes de morir la visión de su castigo; y como el Al-Hamar de Zorrilla, se 42 T

Panzer, The Ocean of History, tomo II, pág. 224 y nota. 43 Olmsted, Legends, Tales and Poem s..., págs. 149-150, notas. 44 Virile, abate viejo, santo y temeroso de Dios, ha buscado toda la vida la definición de eternidad. Una tarde, embebido en el canto de un ruiseñor, sigue los movimientos del ave. A l volver del jardín haUa su monasterio envejecido; sus compañeros han muerto hace va tiempo. U n ángel le explica que han pasado cien años desde que el ruiseñor comenzo su canto Ver Comte de Carlet, “ Excursions per Navarra , Butlleti del Centre Excursionista de Catalunya, 38, 1928, págs. 415-416. Es una tra­ dición recogida en Navarra. 45 Toseph Castellanos, “ Excursió particular a M ontagut y Santas Creus de Torrellas de Foix” , Butlleti del Centre Excursionista deCatalunya, o v 10 i 8 Q3 P á s s . 71-75 y 121.Sobre el castillo deM ontagut ver E x­ cursió al M ontagut” , en el mismo Butlleti, 39 , 1928, págs. 205-209. No hay mención de leyenda alguna. 46 M aría Rosa L ida, op. cit.,

^ pag. 252.

176

Bécquer tradicionalista

convierte al catolicismo 47. Teobaldo ve, además, el reino que pier­ de por su maldad. La visión ultraterrena de Teobaldo vuelve a recordarnos la pintura de Murillo, con sus bellos arcángeles lumi­ nosos, sus ángeles sentados en globos de cristal, y sus purísimas vírgenes. Bécquer recuerda además, en el momento de la descrip­ ción, las figuraciones escultóricas y pictóricas de los templos. No hay cacería fantástica; pero la cacería terrena tiene, como en la “ chasse d’Aigremont” , caracteres de sobrenaturalidad. El milagro comienza con el paso inesperado del jabalí por las puertas de la iglesia; como en la “ chasse” con el paso del lobo por los cotos. Los pobladores de Montagut, al ver pasar a los cazadores, “ cuando vieron desaparecer la infernal comitiva por entre el follaje de la espesura se santiguaron en silencio” 48. “ Creed en Dios” es la leyenda más cercana a “ El caudillo de las manos rojas” por su estructura poemática. Bécquer evidencia desde el subtítulo — “ cantiga provenzal” — el deseo de imitar for­ mas expresivas de los trovadores de la Provenza. También aquí el relato está integrado por pequeños cantos unitarios, que permiten la rápida pintura de breves escenas medievales. Un trovador narra la leyenda: como el narrador de la tradición hindú, anticipa la acción o la comenta. En ciertos detalles, Bécquer utiliza aquí las mismas técnicas de la descripción exótica, aplicadas a un episodio medieval, y destina­ das ahora a crear más que un ambiente de raras características ob­ jetivas, una atmósfera fantástica, fuertemente impregnada de con­ tenidos morales. 47 María Rosa Lida indica las evidentes similitudes del galope sobre­ natural en Zorrilla y Bécquer. Ver su op. cit., pág. 255. 48 Bécquer, op. cit., pág. 195.

C a pít u lo I X

L A IM IT A C IÓ N D E R E L A T O S T R A D IC IO N A L E S

i. Este grupo de leyendas sirve para ejemplificar otros re­ cursos. No se trata ahora de recoger asuntos folklóricos para am­ pliarlos o dramatizarlos; tampoco de insertar en una historia ori­ ginal motivos procedentes de la tradición. Estas leyendas parecen no tener relación alguna con tradiciones. El poeta procura, sin embargo, imitar en ellas otras narraciones similares de origen po­ pular : copia ciertas características del asunto y de motivos comunes en los relatos que le sirven como modelo. “ El Cristo de la Calavera” y “ La Rosa de Pasión” tienen ciertos elementos en común. En ambas se trata un asunto vincula­ do a la religión y situado en Toledo. Tienen como modelos rela­ ciones populares que Becquer cita en su Historia de los templos. “ El Cristo de la Calavera” , publicada como “ leyenda toledana” , es un breve relato de capa y espada unido a un suceso milagroso. Los detalles de mayor significación son los siguientes: en una calle cercana al Zocodover, hay una imagen de Cristo situada en un nicho sobre la pared: un farolito la ilumina. La imagen se caracteriza por tener una calavera debajo de los pies del CrucificaBÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 2

i 78

Bécquer tradicionalista

do; dos caballeros acuden a batirse, amparados por la oscuridad del lugar; el Cristo desaprueba el duelo apagando su luz cada vez que los aceros se entrecruzan, o diciendo algunas palabras con su voz misteriosa. Los jóvenes se arrepienten y vuelven a su antigua amistad. Bécquer ha conocido tradiciones con asuntos similares al que cuenta. Algunas de esas tradiciones aparecen citadas en la Historia... Evidencia desde entonces interés por las tradiciones religiosas; recordemos, por ejemplo, su transcripción de los milagros referidos al Cristo de la Luz. Tiene más importancia el Cristo de la Vega cuyas tradiciones aparecen recogidas en el libro de Amador de los Ríos sobre Toledo pintoresca. Son las siguientes: un cristiano ofrece a un judío pres­ tamista un pago en determinadas condiciones; la imagen de Cristo es testigo del trato; cuando el judío pone pleito al cristiano, la imagen atestigua en su contra bajando el brazo. (Esta es la tradi­ ción que recoge Berceo, aunque situándola en Constantinopla y no en Toledo) 1. Dos caballeros, rivales en amores, pelean cerca de la imagen del Cristo; uno de ellos perdona la vida a su rival, y el Cristo baja el brazo en señal de aprobación; un caballero jura casamiento a su amante frente a la imagen religiosa; cuando la dama pide la satisfacción de su promesa, el caballero niega el hecho; el Cristo baja el brazo para atestiguar la verdad. (Es la tradición que dramatiza Zorrilla en su romance “ A buen juez, mejor testigo” ) 2. Otras imágenes toledanas protagonizan hechos similares. El Cristo de la Misericordia, que está en el exterior de la parroquia de los santos Justo y Pastor, que Bécquer describe, origina en el 1 Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, X X III, “ La deu­ da pagada” , Madrid, L a Lectura, 1934, págs. 146-161. Amador de los Ríos en Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Por­ tugal, tomo I, Madrid, 1875, pág. 476, se refiere a esta tradición. 2 Amador de los Ríos, Toledo pintoresca, págs. 283-285.

179

L a imitación de relatos tradicionales

siglo xv una tradición muy acreditada en Toledo. Era el tiempo en que los bandos de los Ayalas y los Silvas disputaban su supre­ macía en la ciudad. Los secuaces de Silva atacan a un Ayala cerca del Cristo y éste hace ceder las puertas del templo para amparar al caballero perseguido. Se ven aún en los muros las marcas de las espadas 3. La imagen que Bécquer describe se parece también a la del Cristo de la Sangre, en la plaza del Zocodover. “ En esta plaza se ajusticiaba a los condenados a muerte. Los consolaban, en los úl­ timos momentos, los hermanos de la Cofradía de la Sangre. Por eso es el Cristo de la Sangre quien en un pequeño altar que hay encima del arco, recibe toda la noche la luz de un farolillo que pone tintes pálidos a su rostro de dolor” 4. En un altarcillo parecido, y en la plaza del Zocodover, pone el autor su Cristo de la Calavera. El rasgo que caracteriza a ese Cristo, la calavera al pie de la imagen, lejos de diferenciarlo lo torna simi­ lar a muchos otros crucifijos. ^ En tiempos de Bécquer todavía está presente en la memoria de los escritores, la descripción de la calle del Ataúd en El Estudiante de Salamanca de Espronceda. Con la típica técnica romantica del claro oscuro, Espronceda describe la calleja como si fuese una iglesia gótica: es alta y estrecha y está apenas iluminada por las luces temblorosas de un Cristo, en la hornacina del muro. La imagen preside la escena, y su luz se enciende y se apaga casi milagrosamente. _ ^ _ Zorrilla repite hasta el cansancio los procedimientos técnicos y los temas de Espronceda. En una leyenda que llama injustificada­ mente leyenda tradicional5, titulada ‘ Un testigo de bronce , pre 3

Palazuelos, Toled o..., pág. 1057, nota.

^

4 P. Riera Vidal, Un día en Toledo, Toledo, 19675 pag- 4 i- Cualquier guía de viaje del siglo xix o moderna alude a esas imágenes_milagrosas. 5 A l explicar el origen de otra leyenda, Zorrilla manifiesta. Mi noesía legendaria no está basada más que en mis recuerdos personales . Ver sus b b ra s completas, edición de Narciso Alonso Cortés, Valladolid,

i8o

Bécquer tradicionalista

senta a dos embozados luchando en una calleja de Valladolid ape­ nas iluminada también por una imagen de Cristo. Cristo denunciará luego al autor de la muerte de uno de los embozados 6. Los caballeros Lope y Carrillo, en la narración de Bécquer, pelean por el amor de una dama, como los rivales de la tradición del Cristo de la Vega. La calleja iluminada por la imagen parece la calle del Ataúd o la calle del testigo de bronce. El tipo de milagro que se adjudica a la imagen es similar también a los que habitual­ mente se adjudican en Toledo a las imágenes religiosas. Bécquer conocía todas esas tradiciones que le ayudan a crear una historia de amores en la Edad Media y un ambiente religioso medieval. El clima de la Historia de los templos se mantiene aún en esta leyenda. “ La Rosa de Pasión” se subtitula “ leyenda religiosa” . Se trata de la historia de una bella judía, enamorada de un cristiano, que es crucificada por su padre la noche del Viernes Santo. De su sepulcro nace la “ rosa de pasión” o “ pasionaria” 7. En dos mo­ mentos, Bécquer recuerda otras tradiciones religiosas que se parecen a la suya: “ Era noche de Viernes Santo, y los habitantes de Toledo, después de haber asistido a las tinieblas en su magnífica catedral, acababan de entregarse al sueño, o referían al amor de la lumbre consejas parecidas a la del Cristo de la Luz que, robado por unos judíos, dejó un rastro de sangre por el cual se descubrió el crimen, o la historia del Santo Niño de la Guardia, en quien los implacables enemigos de nuestra fe renovaron la cruel Pasión de Jesús” 8. Al promediar el relato, Sara, la protagonista, advierte de pronto, en las ruinas de una iglesia bizantina, la preparación de la ceremo­ 1943, tomo II, pág. 2214. “ U n testigo de bronce” , basada también en recuerdos personales, aparece en las págs. 881-913 del mismo tomo. 6 Zorrilla, op. cit., pág. 894. 7 “ Rosa de Pasión” es una versión española del nombre francés de la flor, “ fleur de la Passion” , o “ passiflore” , conocida comúnmente en España e Hispanoamérica como “ pasionaria” , y en algunos lugares de Hispanoamérica con el sonoro nombre indígena de “ mburucuyá” . 8 Bécquer, “L a rosa de Pasión” , pág. 325.

L a imitación de relatos tradicionales

181

nia de que sería víctim a: “ Una idea espantosa cruzó por su mente: recordó que a los de su raza los habían acusado más de una vez de misteriosos crímenes; recordó vagamente la aterradora historia del Niño Crucificado, que ella hasta entonces había creído una grosera calumnia inventada por el vulgo para apostrofar y zaherir a los hebreos” 9. Nuestro autor tiene pues conciencia de que existen tradiciones similares a su relato. La correspondiente al Cristo de la Luz ha sido resumida ya. El elemento fundamental de la leyenda de Bécquer se refiere pues a la parodia de la crucifixión de Jesús. Es un asunto de amplia difusión en la tradición europea, y especialmente en la española. En Inglaterra se cuenta desde 1255 la historia de Sir Hugh, conoci­ da con el nombre de “ The Jew’s Daughter” , según la cual un niño de Lincoln fue crucificado por la hija de un judío. El asunto se reproduce en varias baladas. Crímenes de esa naturaleza se han im p u tad o durante siglos a los judíos de Inglaterra y de Escocia. Chaucer narra un relato de este tipo 10. En la tradición española, la superstición más conocida es la del Niño de la Guardia u . ' Sólo difiere en pocos rasgos la tradición de 9 Ib id ., pág. 329. 10 Francis James Child, T h e English and Scottish Popular Ballads, Boston, 1868. “ Sir H ugh or the Jew’s Daughter” , V , 155, págs. 233-254. 11 Y a en 1256, Alfonso el Sabio había legislado contra las crucifixio­ nes de seres humanos o de imágenes: “ Porque-oyem os decir que en algunos lugares los Judíos ficieron e facen el día de Viernes Santo re­ membranza de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños e poniéndolos en la cruz, e faciendo imá­ genes de cera, et crucificándolas... mandamos que sean presos e r e c a d a ­ dos et aduchos ante el rey” . V er L as siete partidas, partida V II, X X IV , ley 2.a, III, pág. 670, M adrid, 1870. Gonzalo de Berceo recoge el asunto de la crucifixión de una imagen de cera, en el milagro X V I. V er en la edición citada, págs. 88-93. Proporcionan material informativo sobre estas creencias, y en especial sobre el Niño de la Guardia los autores siguientes: José Amador de los Ríos, H istoria de los judíos en E sp aña..., pags. 475­ 483; Juan Antonio Llórente, Historia de la Inquisición, tomo I, pág. 258

182

Bécquer tradicionalista

Santo Dominguito del Val, que cuenta un suceso posterior. Los judíos clavan al niño sobre una cruz pintada en la pared, le dan una lanzada en el costado, le cortan cabeza y manos, y lo arrojan en un pozo. La víctima estaba ya predestinada: habíanacido con una cruz en el hombro derecho 12. Bécquer altera esas tradiciones religiosas haciendo de la hija del judío la víctima de la crucifixión. La transformación del cadáver de la joven en una flor, per­ tenece al mismo mundo de los milagros cristianos. Bécquer tuvo tal vez un antecedente literario. Zorrilla cuenta en “ La Pasionaria” la transformación de una joven enamorada, en esa flor. El amante, obsesionado por la flor, pierde a su nueva mujer 13. Bécquer ha procurado caracterizar la figura del judío y la de su hija. Logra transmitirnos el ambiente toledano. No tiene mayor éxito, en cambio, en su finalidad religiosa. “ El Cristo de la Calavera” y “ La rosa de Pasión” son posible­ mente las leyendas de menor calidad literaria. Parecería que Béc­ quer, para cumplir con ciertos compromisos de publicación, ha improvisado en ellas unas historias que por parecerse a otras cono­ y passim, Madrid, 1818; María Rosa Lida, Dos obras maestras españolas, Buenos Aires, 1966, pág. 22; P. Fidel Fita, “ El Santo Niño de la G uar­ dia” , en Estudios históricos, Madrid, 1887, V II y en Boletín de la Aca­ demia de la Historia, 1887, 7-160; I. Loeb, “L e saint enfant de la G uárdia” , en Revue des Études Juives, X V , 1887, págs. 203-232; H. C. Lea, “ E l santo Niño de la Guardia” , en English Historical Review, IV , 1889, págs. 229-250. No vale la pena desarrollar más este aspecto. N o creo que en Bécquer se trate de un conocimiento de fuentes literarias. Su for­ mación católica durante la juventud sevillana le proporcionó todo este fondo de supersticiones milagreras. 12 Carnana Góm ez de Barreda, Historia de la provincia de Teruel, Pág. 175­ 13 Zorrilla, “ La Pasionaria” , en Los cantos del Trovador, Obras com­ pletas, tomo citado, págs. 616-664. En la “ Introducción” a esa leyenda. Zorrilla confiesa que la ha escrito a pedido de su mujer, entusiasmada por los relatos fantásticos de Hoffmann. V er en págs. 616-617. Por lo demás, la leyenda de Bécquer difiere mucho de la de Zorrilla.

L a imitación de relatos tradicionales

183

cidas aseguraran la aceptación inmediata. La última de sus leyen­ das, “ La rosa de Pasión” , evidencia más que “ El Cristo de la Calavera” la precipitación del autor. Reminiscencia de Zorrilla, de Shakespeare, quizá de Moliere, se unen a un asunto de poquísima originalidad y reducidas posibilidades. Se salva de toda la composi­ ción la figura de Sara, pintada con pocos trazos no solo en su belleza física sino también en sus rasgos morales. Es una figura llena de finos matices psicológicos que merece ser recordada junto a Constanza y a otros personajes femeninos. No podríamos explicarnos el antisemitismo de la leyenda sólo por razones literarias. Si bien Becquer reproduce una vez más el mundo de la Edad Media, la elección de un asunto de este tipo, en pleno siglo xix y en momentos de violenta represión contra los liberales, implica también un compromiso ideológico. El antisemi­ tismo de Bécquer es un aspecto más de su tradicionalismo cató­ lico 14. 2. En la leyenda “ L a Cruz del diablo” , el autor crea un relato con motivos similares a los de narraciones tradicionales. Es la se­ gunda leyenda en orden cronológico, y la primera sobre asunto español. Fue publicada en La Crónica de Ambos Mundos el 21 y 28 de octubre y el 11 de noviembre de 1860. En el ejemplar del 4 de noviembre se lee el siguiente anuncio: “ Con el número próximo se insertará la conclusión de la preciosa novela del señor D. Augusto Adolfo Bécquer [sic]” 15. No hay en la leyenda una clara base tradicional. El periodista contemporáneo la considera una creación de fantasía, una novela. Sin embargo, el relato parece un cuento tradicional por^ la presen­ cia de ciertos recursos: la ambientación geográfica e histórica; la imitación de motivos frecuentes en las tradiciones populares; el 14 Rafael Cansinos Assens, “ L a Rosa de Pasión de Bécquer’’, en Los judíos en la literatura española, Buenos Aires, 1937, pags- 53 » fiende al poeta de todo antisemitismo. 15 Brown, op. cit., pág. 169.

184

Bécquer tradicionalista

procedimiento de reiterar los modos del relato oral. Como ocurre con las otras leyendas hay también claras reminiscencias literarias. Veremos cada uno de estos aspectos. Al comienzo de la leyenda se precisan ciertos datos geográficos: “ El crepúsculo comenzaba a extender sus ligeras alas de vapor sobre las pintorescas orillas del Segre, cuando, después de una fatigosa jornada, llegamos a Bellver, término de nuestro viaje” 16. Se describe luego el poblado de Bellver, recostado sobre los Pirineos. Una roca señala el límite entre el condado de Urgel y el más importante de-sus feudos. Bécquer no nos indica cuál es ese feudo. Pero esos señalamientos permiten situarnos en la zona del Urgellet: “ Esta pequeña comarca es muy singular en distintos aspectos...: en el topográfico, en el tradicional, en el histórico, y aun en otros. Ocupa una buena extensión de territorio rodeado de montañas y cerrado por enormes gargantas, en los pasos del Segre y del Valira. En el centro tiene el hermoso llano de la Seo de Urgel, formado por las ricas vegas de los citados ríos... Cercada por altas montañas cubiertas de escasa vegetación arbórea... sus cultivos llegan muy alto” 17. El paisaje de la leyenda de Bécquer coincide en sus líneas generales con el indicado en el trozo precedente: se habla de un “ colosal anfiteatro de granito” ; de “ una pelada roca” ; del “ negro peñón del Segre” sobre el que está construido el castillo. El relato, en boca del guía y narrador, se sitúa en la Edad Media, en el tiempo proverbial de los moros: “ Hace mucho tiem­ po, mucho tiempo, yo no sé cuánto, pero los moros ocupaban aún la mayor parte de España, se llamaban condes nuestros reyes y las villas y aldeas pertenecían en feudo a ciertos señores que, a su vez, prestaban homenaje a otros más poderosos, cuando acaeció lo que voy a referir a ustedes” 18. 16 Bécquer, “L a cruz del diablo” , pág. 104. 17 Violant y Simorra, E l Pirineo..., pág. 55. 18 Bécquer, op. cit., pág. 108.

L a imitación de relatos tradicionales

185

En la zona del Urgellet, y en la Edad Media, tiene mayor verosimilitud el relato, sobre todo para un público de españoles. Esa zona fue escenario durante ese tiempo de las luchas entre los señores de Urgel y los condes de Cataluña. El señor de Segre es uno de esos nobles indómitos y levantiscos cuyas historias Bécquer ha leído en las crónicas o en las historias de Cataluña. Para com­ batirlo, los vecinos se reúnen en Consejos, descriptos por Bécquer con los rasgos generales de la vieja institución del Consejo o Brazo de Justicia que administraba entonces, y todavía hoy, los problemas de las villas pirenaicas: “ La campana de la parroquia llamó a con­ cejo, y los vecinos más respetables se juntaron en capítulo, y todos aguardaban ansiosos la hora en que el reo había de comparecer ante sus improvisados jueces. Éstos, que se encontraban autorizados por los condes de. Urgel para administrarse por sí mismos pronta y severa justicia contra aquellos malhechores, deliberaron un mo­ mento” 19. A pesar de que sean líneas demasiado generales, es evidente que Bécquer procura situar la acción de su relato en un tiempo y un lugar que sus lectores pueden reconocer como auténticos. Cuatro motivos aparecen desarrollados con claridad a lo largo de la leyenda: el de la cruz del diablo: símbolo cristiano que se transforma en símbolo infernal; el del mal caballero (según Béc­ quer mismo lo denomina)20 que regresa después de muerto para causar males a sus súbditos; el de la armadura diabólica o encan­ tada; el de una oración milagrosa, la de San Bartolomé, contra las furias infernales. Este último motivo es el que parece tener contacto más directo con tradiciones catalanas.

19 Bécquer, op. cit., pág. 118. 20 “ L a historia del mal caballero, que sólo por este nombre se le conocía, comenzaba a pertenecer al exclusivo dominio de las viejas, que en las eternas veladas de invierno la relataban con su voz hueca y teme­ rosa a los asustados chicos...” Bécquer, op. cit., pág. 109.

i8 6

Bécquer tradicionalista

Los cuatro motivos son centrales en la leyenda y se ligan en el siguiente asunto: un caballero despótico muere asesinado por sus vasallos. Su fantasma regresa, viste su propia armadura, y co­ mete toda clase de tropelías. Los vecinos, aconsejados por un er­ mitaño, dominan al fantasma mediante la oración de San Bartolomé. Funden la armadura y con ella construyen una cruz. Las gentes creen que esa cruz tiene poderes maléficos y perjudica a quienes se arrodillan ante ella. Tres de esos motivos se parecen a otros que la tradición euro­ pea y española presenta en los relatos populares. Bécquer los ha creado con cierta conciencia de esa similitud o por la necesidad inconsciente de configurar su asunto como si se tratara de un cuento realmente tradicional. La denominación cruz del diablo se parece a cueva del diablo, puente del diablo, y a otras denominaciones que la fantasía popular aplica, en la zona catalana, a configuraciones rocosas determinadas, a extrañas señales en la montaña, o a objetos de procedencia inex­ plicable. Ciertos anillos o trozos de cadena insertos misteriosamente en las rocas son, para la opinión popular, paraderos donde el dia­ blo ataba su cabalgadura. Según la historia de Fra Garí, vinculada a la fundación de Monserrat, existe una “ ...Coveta coneguda per FErmita o per la cova del diable, a la cual hom pujava per un caminoi molt dret i escabrós, fa temps perdut i esborrat. Davant d’aquesta cova els monjos van aixecar una creu para esborrar-ne el pecat i per allunyar-ne el diable per sempre més” 21. Esa cruz tiene por finalidad contrarrestar el influjo del infierno. Pero hay otras, en lugares donde la superstición popular ve aún la fuerza de los poderes infernales. Por ejemplo, ocurre esto en los lugares en que la cruz recuerda un hecho violento. Además relata también la leyenda del castillo de Búrriac, en la que hay una cruz, conocida como Creu de la Beia, que rememora el ase­ 21

Joan Amadés, Folklore de Catalunya, Barcelona, 1950, pág. 1164.

L a imitación de relatos tradicionales

187

sinato del señor del Castillo 72. En la tradición vinculada a la Torre de Farás, que se recoge en las cercanías del monasterio de Sant Joan les Fonts, se cuenta la siguiente: un día que el señor va a salir de caza, ordena al rector que no comience la misa antes de su retorno. Como era ya tarde, y no volvía, el rector inicia el oficio. Al volver el caballero disgustóse de tal modo con el celebrante que lo mató de un tiro de ballesta. La indignación del pueblo fue gran­ de : persiguió al caballero y lo ultimó a garrotazos. El señor de Sales, al conocer el suceso, determinó alzar en el lugar una horca para colgar de ella el cadáver del noble asesinado, como escarmiento: “ En aquel lloc fou aleada una creu de pedra coneguda per la Creu del Cavaller, la qual fou tirada a térra l’any 1835” . En ese lugar, se escucha todavía el gemido del ánima del caballero muerto y se ven las piedras rojas aún con su sangre. Un sólo paso más y tene­ mos la cruz convertida en símbolo diabólico23. En la leyenda de Bécquer, el guía impide al viajero arrodillarse ante la cruz. El rezar a seres endemoniados, o realizar actos piadosos en ciertas circunstancias, puede provocar efectos contrarios a los que se procuran. En el mito del comte Arnau, que en toda Cata­ luña está por debajo de esas tradiciones de malos caballeros, cuanto se diga o haga en beneficio de su ánima aumenta su tormento. La creencia de que las misas y ofrendas a las almas de los condenados aumentan sus penas, es común en todo el folklore latino . En Cataluña, los monjes encargados de administrar las limosnas en memoria del mal caballero de Mataplana suspendieron las misas y las rogativas convencidos de que no hacían más que hundir el alma del condenado 25.

22 Amadés, Castells llegendaris de la Catalunya vella, Barcelona, 1934(Biblioteca de tradicions populars, X IX ), pág. 23. 23 Ibid., págs. 5 I- 5 2^ 24 Romeu Figueras, op. cit., pág. 148 y nota. 25 Amadés, Castells llegendaris..., pág. 69.

188

Bécquer tradicionalista

Pero además, la oración a un símbolo infernal puede causar males a quien ante él se arrodilla. Violant y Simorra atestigua que en la Sarroca de Bellera, cerca del Asllisador del Diable, hay una especie de mojón antiguo, la Pedra del D em oni: según los vecinos, quien ante ese mojón se arrodilla, no puede levantarse m ás26. Bécquer llama a su historia, en el cuerpo de la leyenda, la his­ toria del mal caballero. Ya hemos visto la utilización del motivo del mal cazador unido al del conde malo27. El señor de Segre for­ ma parte de la misma galería de seres endemoniados2S. Bécquer configura así este elemento: el señor de Segre abusa de sus derechos feudales. Mueve guerras a sus vecinos, apalea a sus servidores, ahorca a sus súbditos. Racimos de hombres cuelgan de sus sotos; las jóvenes temen ir a la fuente; los pastores eluden el encuentro con sus ballesteros. El señor exige fuertes tributos y quema las propiedades de quienes no satisfacen sus exigencias. No obedece las disposiciones del rey ni de los condes. Se une a bandoleros. Además el señor de Segre es sacrilego. Regresa de la tierra santa más malo que cuando fue como cruzado. Entona cantares sacrilegos en honor del diablo. Come niños en los festines. Regresa del in­ fierno para continuar con sus maldades. No se sabe si es el diablo en persona o un alma endemoniada. Hallo además en el personaje de Bécquer rasgos comunes con otro personaje muy popular en su tiempo. Me refiero a Roberto el Diablo, protagonista de una tradición medieval difundida en pliegos sueltos por lo menos hasta 1845 29. Roberto el Diablo, hijo 26 Violant y Sim ona, op. cit., pág. 506. 27 En Mallorca se conoce al conde Arnau como conde malo. Ver Romeu Figueras, op. cit., págs. 174-175. 28 Y a hemos visto otros ejemplos en Bécquer mismo. El señor de Segre se parece al protagonista de “ Creed en Dios” y al joven noble “ que debió ser de la piel del diablo, si no era el mismo diablo en persona” cau­ sante del incendio de Fitero. Bécquer, “ El Miserere” , págs. 210-211. 29 L os dos pliegos que conozco — pertenecientes a la biblioteca de Samuel Armistead— apenas cambian en pequeños detalles, a pesar de que puede haber entre ellos cincuenta años de diferencia. El primer pliego

L a imitación de relatos tradicionales

189

del duque de Normandía, abusa también — como el señor de Segre— de sus derechos: “ Y quantos encontraba mataba y robaba, y entraba en las aldeas, y forzaba las mujeres, y mataba los maridos, y corrompía las doncellas, y no mirando si era madre, o hija o si eran hermanas. Tantos males hacía que venían de muchas partes a quexarse al padre. El uno decía que le había matado la mujer; otro decía que le había forzado la hija; otro que le había robado; otro que le había muerto su padre, otro al hermano” 30. El autor anónimo se complace en enumerar con mala prosa las atrocidades del caballero. Roberto el Diablo no obedece a los seño­ res. Como el señor de Segre, se une a un grupo de bandoleros para devastar la comarca. Es también sacrilego. Anda por el monte, “ como perro rabioso, dando gritos y bramidos muy grandes, y re­ negando y escupiendo de toda la corte celestial y maldiciendo a padre, madre y parientes” 31. Come carne los viernes y los días de vigilia. Es el típico ser demoníaco. Finalmente, se convierte. En las tradiciones catalanas se recoge también un extraño de­ talle del relato de Bécquer. El señor de Segre come, con sus secua­ ces, carne de niños arrancados de sus padres como pago de tributo. En la tradición ligada al Castellet se dice que el señor de la comar­ ca cobraba similar tributo de sus vasallos: “ els infants eren sacries anónimo; se titula Historia de la espantosa vida de Roberto el Diablo, hijo del duque de Normandía, que después fue llamado hombre de Dios. N o tiene fecha: sólo una dudosa anotación a lápiz que dice 1790. La segunda versión suaviza algunos detalles de vocabulario: se titula His­ toria maravillosa... y no espantosa y aparece firmada por Juan de la Puente, 1845. Sobre esta historia se compone la ópera de Meyerbeer, Roberto il Diavolo, muy representada en España. En la ópera hav pro­ fusión de sepulcros que se abren, espectros que danzan y estatuas que se mueven. Por ejemplo: “ N el momento che Roberto strappa il ramo di mano alia statua, si scatena il tuono e la tempesta; tutte le monache trasformate in spettri formano intorno ad esso una catena disordinata; sortono di soterra del dem oni...” Ver la adaptación del libreto debida a John Oxenford, London, 1870, pág. 300. 30 Roberto el Diablo, segunda versión citada, pág. 5. 31 Ibid., pág. 6.

190

Bécquer tradicionalista

ficats i cuinats en un casalot anomenat el Carnalet, situat prop del rieral del mateix nom” 32. En resumen, la tradición oral europea y española, así como la tradición literaria33, está poblada, durante el siglo xix, de perso­ najes parecidos: seres demoníacos, que cometen atroces acciones y cuyas almas retornan para perseguir a los vivos. Bécquer ha tenido un modelo: el ser resultante de la fusión de los elementos más comunes en ese tipo de historias. El tercer motivo que nos interesa tiene las siguientes caracterís­ ticas: sólo una armadura ha sobrepasado los estragos del incendio del castillo. Por la noche, sus piezas se mueven ruidosamente; a la luz del día, llamean de modo misterioso. Los bandoleros que se reúnen en el sótano del castillo, ven una noche a un caballero vis­ tiendo la armadura. Lo eligen como jefe. Cuando el misterioso caballero va al frente de los forajidos ninguna lanza logra herirlo. Al volteársele — en una ocasión— la visera del yelmo, los especta­ dores advierten que la armadura está vacía. Se la cuelga o se la apresa, y por arte diabólico huye de sus prisiones. Por fin, se hace con ella una cruz. El hierro se retuerce bajo el fuego como si fuera un alma en los infiernos. Es un motivo típico de novela gótica, o de “ conte noir” , común además en tradiciones europeas. Amédée de Beaufort, al que hemos citado por el relato “ Le sire á la main sanglante” , que Bécquer pudo leer antes de escribir “ El caudillo de las manos rojas” , recoge en la misma obra una tradición de la zona montañosa del río Sorgue. Se llama “ L ’armure enchantée” . Ciertos detalles se parecen a la leyenda de Bécquer. La armadura, propiedad del heredero del castillo, está expuesta a la intemperie desde hace años sin arruinar­ se. Un servidor del heredero recuerda que se trata de una armadura 32 Amadés, op. cit., pág. 40. 33 Bécquer pudo tener también en cuenta a personajes del romancero español y portugués como el rey Rodrigo, que abusa de sus derechos feudales, Virgilios, Grifos Lombardos, Floresvento, etc.

L a imitación de relatos tradicionales

191

maldecida: si bien defiende el cuerpo de heridas, entrega el alma a Satán. Se dice que ha sido hecha en los talleres del infierno. En los combates arroja llamas. Repele las lanzas y las espadas. Un día, la armadura aparece en una iglesia, sus hierros entrechocán­ dose : “ On eüt crü voir un chevalier armé de toutes piéces; mais son pied résonnait creux, sous sa visiére abaissée l’oeil ne brillait pas, et á son mouvement égal et saccadé, il était aisé de voir que rien ne vivait sous son armure” . La armadura fantasmal sube a caballo llevando consigo a una joven recién desposada 34. El relato francés es muy complejo, y en otros aspectos no se parece en nada a la leyenda becqueriana. Pero con respecto a la armadura encantada hay ciertas similitudes. Ambos caballeros han pactado de algún modo con el infierno: la armadura — que los protege contra las heridas— parece ser resultado de tal pacto. Colgadas de una pared del castillo ningún fenómeno natural las altera (ni el fuego en Bécquer, ni la humedad en el relato francés). La armadura rechaza las lanzas y espadas de los enemigos, en los dos casos. Muerto el dueño, la armadura retorna vacía35. El cuarto motivo del cuento de Bécquer está relacionado con la Historia de San Bartolomé. En muchas otras leyendas se refieren los personajes a este santo. En “ La corza blanca” , Esteban mani­ fiesta que “ con el diablo no sirven juegos, sino punto en boca, buenas y muchas oraciones a San Bartolomé, que es quien le conoce las cosquillas, y dejarlo andar...” 36. Más adelante, uno de los monteros se burla de Esteban: “ No hables de tus encuentros con los corzos amigos de burlas, no sea que haga el diablo que al fin pierdas el poco juicio que tienes, y pues ya estás provisto de los 34 Amédée de Beaufort, Légendes et traditions populaires..., pági­ nas 124 y sigs. 35 Sólo el caballero de la armadura puede alzar la pesadísima espada. Bécquer, op. cit., pág. 116. Es un elemento común en las leyendas artúricas. Ocurre lo mismo en la leyenda de Sigfrido. 36 Bécquer, “ L a corza blanca” , pág. 281.

Bécquer tradicionalista

192

Evangelios, y sabes las oraciones de San Bartolomé, vuélvete a tus corderos...” 37. En “ La Cruz del Diablo”, el personaje se refiere concretamente a ciertas oraciones atribuidas a San Bartolomé cuyo poder consiste en espantar a los demonios. Se ha recogido una versión catalana de esa oración milagrosa: San Bartomeu va per un camín, encontra Jesús Jesucristo. — ¿Bartolomé, donde vas? — Señor, ¿qué mi guiería? — Si quieres venir conmigo al cielo te guiaría, te haré un don que no l’hay dado a ningún cristiano; a la casa que te llamaran, tres veces al día, no morirá mujer de parto, ni rayo ni centella, ni el dimóni tentador. Cristo será per defensor38.

-

Bécquer procura además crear los modos del relato oral. Su narrador es un campesino. Constantemente alude a las crónicas, a los cuentos de las viejas, a las fábulas que corren por el pueblo. El pueblo es personaje de la historia: es víctima de los ultrajes, se organiza, combate contra la armadura fantasmal, y vence a los poderes diabólicos. Ese guía narrador, a través de sus expresiones y comentarios, crea la ilusión de un relato popular. Habla con lenguaje demasiado cuidado para su condición de campesino, pero emplea también ciertas frases proverbiales que bastan para esa finalidad: “ haciendo,

37 Bécquer, op. cit., pág. 285. 38 “ Oració de Sant Bartomeu” , en V . Serrá y Boldú, Arxiu de Tradicions Populars, tomo 2, Valencia, 1935, pág. 60. ■

L a imitación de relatos tradicionales

193

como suele decirse, de tripas corazón” 39; “ aquello era el cuento de nunca acabar” 40, etc. El guía apela además a la memoria de los oyentes, o alude a creencias cuyo conocimiento se supone: “ como dejo dicho, nada se oía alrededor del castillo” 41, “ su santo patrono que, como ustedes no ignoran, conoce al diablo de muy cerca” 42. Los comentarios del guía, lugares comunes de la expresión oral, contribuyen a dar sensación de verosimilitud al relato: “ aquello no era pelear para vivir, era vivir para pelear” ; “ al cabo, triunfó la causa de la justicia” 43; “ si de aquí no hubiera pasado la cosa, nada se habría perdido” 44; “ pero el diablo, que a lo que parece no se encontraba satisfecho de su obra, sin duda con el permiso de Dios, y a fin de hacer purgar a la comarca algunas culpas, vol­ vió a tomar cartas en el asunto” ; “ la cosa no era para menos” 45, etcétera. Por último, Bécquer inventa también a un público que rodea al narrador. Se justifican así sus expresiones, el suspenso, las dramatizaciones, lós anticipos y la marcha general del relato con la eco­ nomía propia de la narración oral. 39 40 41 42 43 44 45

Bécquer, “L a cruz del diablo” , pág. 112. Ibid., Pág. 124. Ibid., Pág. n i . Ibid., Pág. 117. Ibid., pág. 110. Ibid., Pág. 112. Ibid., Pág. 120.

BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 3

C a pít u lo X

A M O D O D E C O N C L U SIÓ N

Muchos de los recursos indicados en los capítulos prece­ dentes aparecen también con frecuencia en otros escritores del siglo xix. No reside en su uso la evidente originalidad de las leyendas. La lectura de las leyendas de diversos autores que se publican en el Semanario pintoresco español y El Museo universal entre 1 857 y 1864, fechas en que se condensa la producción de Bécquer, permite destacar los rasgos en común y las características más diferenciadoras. Como Bécquer, los autores no desdeñan recoger cual­ quier tradición más o menos conocida y desarrollarla libremente. Es frecuente la presencia de subtítulos que aclaran cuándo se trata de una tradición árabe, latina, persa, escandinava, italiana, germana o española. Entre las españolas, aparecen relatos de procedencia aragonesa, asturiana, castellana, catalana, gallega, granadina, segoviana, vizcaína, etc. Los modelos más evidentes de ese conjunto de narraciones provienen de Fernán Caballero y de Zorrilla. Zorri­ lla, sobre todo, cuando es relato en verso.

A m odo de conclusión

195

Los que siguen el modelo de Fernán Caballero, eslabonan en historias originales, sorprendentemente ingenuas en su concepción, y con un fondo de moralidad edificante, elementos hallados en el folklore español. Pretenden de realismo en cuanto aseguran la fide­ lidad del relato con la tradición, la existencia real de los personajes y la transcripción exacta del habla popular. Más frecuente es la imitación de Zorrilla. En las leyendas de asuntos históricos predomina la pintura de la Edad Media y de los ambientes árabes. Esos relatos se ciñen a la crónica, a la des­ cripción arqueológica, a las técnicas del color local. Faltos del oca­ sional brillo de los versos zorrillescos fatigan con la narración lineal de sucesos siempre parecidos y el colorido, aunque exótico, con­ vencional, de los mundos evocados. Las leyendas de contenido religioso se asocian también a Fernán Caballero o a Zorrilla según se destaquen en ellas las formas in­ genuas de la devoción popular o el misterio de los milagros cris­ tianos. A veces el subtítulo de leyenda fantástica, en alguna de carácter religioso, diferencia el modo del tratamiento. No se trata ya del viejo relato terrorífico, que ha repetido hasta el cansancio los procedimientos enunciados por Burke, y desarrollados en Ingla­ terra por la novela gótica y en Francia por el “ conte noir” : oscuri­ dad exaltada con puntos subitáneos de luz, silencio marcado con sonidos poco perceptibles, carencia de ilación lógica entre los su­ cesos, falta de temporalidad, pintura de objetos desprendidos del contorno o de partes independientes del todo, líneas agudas, hechos imprevistos Ahora, con el conocimiento de las obras de Tieck, Hoffmann y Poe, lo fantástico adquiere también en España una dimensión distinta2. No depende ya del asunto, ni tampoco de la 1 Edmund Burke, A n Essay on the Sublime and Beautiful. The Works of the Right Honourable Edmund Burke, tomo I, London, 1861-1868. 2 Hoffmann es traducido al español desde 1847. Ver Franz Schneider “ E. T . A. Hoffmann en España: apuntes bibliográficos e históricos , en ’Estudios eruditos “ in memoriam” de Adolfo Bonilla y San Martin (1875-1926), M adrid, 1927» págs. 280-284. Indica contactos entre H off-

196

Bécquer tradicionalista

acumulación convencional de procedimientos para despertar el mie­ do, sino de una atmósfera irreal, casi lírica, de sobrenaturalidad. Los relatos tan poco conocidos de Agustín Bonnat evidencian con­ temporáneamente la lectura de las prosas de Heine, en quien la atmósfera de sobrenaturalidad se asocia a recursos más nuevos que anticipan el cuento modernista 3. En ese contexto, las leyendas de Bécquer participan de las características del relato folklórico al modo de los imitadores de Fernán Caballero, de la leyenda fantástica zorrillesca y del cuento moderno basado en la creación de una atmósfera. El poeta ha ex­ presado ya su admiración por Fernán Caballero y por Zorrilla 4. Nadie desconoce la influencia, además, de Espronceda5. Sin em­ bargo, creo advertir ya en la generación de Bécquer cierto cansan­ cio por los recursos narrativos de Zorrilla. No es casual el “ antiromancismo” de Bécquer. Cuando escribe romances, se trata de

mann y Bécquer Robert Pageard, “L e germanisme de Bécquer” , Bulletin Hispanique, 56, 1-2, 1954, págs. 83-109. Poe se conoce en España desde 1857, según John E. Englekirk, Edgar Alian Poe in Híspanle Literature, N ew York, 1943. Sobre Poe y Bécquer ver págs. 126-134. 3 L a obra de Agustín R. Bonnat, amigo de Pedro A. de Alarcón, no ha sido recogida, hasta donde sé. E l Semanario pintoresco español de los años indicados recoge algunas composiciones en prosa de sorprendente modernidad. Ver los datos que sobre él proporciona José M aría de Cossío, Cincuenta años de poesía española..., tomo I, págs. 187, 190, 191, 346 y passim. Bonnat fue traductor de Heine. 4 Se refiere a Fernán Caballero, y con mayor admiración a Antonio de Trueba, en “ L a soledad” , pág. 1299; y a Zorrilla en varias partes, especialmente en “ Basílica de Santa Leocadia” , pág. 971. 5 El primero que señaló con cierto detalle las influencias de Espron­ ceda en Bécquer fue Daniel J. Samuels en “ Bécquer y sus fuentes es­ pañolas” , El Mundo, San Juan de Puerto Rico, 13 de abril de 1941, pá­ ginas 3-13. Más recientemente, J. M . D iez Taboada analiza ampliamente esos contactos en La Mujer ideal. Aspectos y fuentes de las Rimas de G . A . Bécquer, Madrid, 1965, págs. 30-40 y passim. Espronceda influye además en el tratamiento de lo terrorífico en los relatos en prosa del tiempo de Bécquer. Como que fue en España quien más conscientemente aplicó a la narración los procedimientos estudiados por Burke.

A m odo de conclusión

197

romances líricos a la manera de la escuela sevillana6. Asuntos pro­ pios del romance, como el de “ La promesa” , que hubiesen permi­ tido a Zorrilla escribir cientos de versos sonoros, aparecen en Béc­ quer tratados en prosa. El cansancio indicado explica a mi ver el rechazo del poeta por los asuntos históricos y el exotismo árabe, a pesar de su señalado interés por la historia y por la civilización arábiga. La Edad Media le sirve sólo como un pretexto para describir pequeños cuadros o figuras de miniatura medieval. “ La cueva de la mora” reduce a tan mínimos elementos la pintura de un mundo exótico árabe que resulta una confirmación de lo expuesto. Como todo escritor auténtico, Bécquer supera el denominador común de los relatos legendarios de su tiempo a fuerza de talento expresivo. Los asuntos más comunes encubren en él una temática de humana permanencia: la felicidad inasible, las consecuencias de la pasión desbordada, los límites entre la posibilidad humana y el ansia de infinitud. No importan tanto los argumentos como la cap­ tación de su mensaje. Leer sus leyendas es acompañar al narrador en una aventura espiritual misteriosa. El narrador que Bécquer crea es una figura típica de su tiempo. Impresiona por su realidad. Es Bécquer cabalgando, visitando luga­ res inexplorados, hablando con atractivas mujeres, almorzando en posadas, fumando vegueros, escribiendo para el público concreto de los periódicos. Una inesperada biografía surge de esas personales apuntaciones. El poeta se retrata, sobre todo, como un “ esprit fort” , incrédulo y hasta burlón, que cuenta historias de cuya verdad no quiere responsabilizarse. Copia de la realidad, como un cronista. En las leyendas poemáticas, el narrador aparece sumergido en un tiempo cercano al suceso; como un cantor épico refiere aconteci­ mientos que despiertan su admiración o repugnancia. En todos los 6 M e refiero al romance “ L a plegaria y la corona” dado a conocer recientemente por Rafael de Balbín Lucas en Revista de Literatura, X X X , 1966, págs. 40-41.

198

Bécquer tradicionalista

casos, la figura así creada tiende a sonreír escépticamente ante la sobrenaturalidad de los hechos. Como lo haría el público de los periódicos de su siglo “ positivista y burgués” . De la misma incredulidad participan algunos personajes. Los caballeros de sus leyendas son hombres dispuestos a morir por una causa o por el simple capricho de una mujer; pero se resisten a aceptar las creencias populares o los hechos sin explicación lógica. Son pequeñas réplicas del narrador multiplicadas en un juego cons­ tante de espejos. Nuestro placer consiste así en advertir paulatina­ mente cómo la fortaleza de la incredulidad se derrumba ante otras fuerzas contrarias. Porque los personajes, en Bécquer, son sobre todo fuerzas morales. No sin causa los pinta desprovistos casi de caracteres físicos y en cambio destaca ciertos brillos momentáneos de la mirada como modo de introducirnos en las vacilaciones de su alma. Las mujeres representan casi siempre la fuerza del espíritu demoníaco. Son hermosas, pero también esquivas, antojadizas, ca­ paces de originar la perdición eterna. Cuando un personaje aparece físicamente descripto, esa descripción tiene una especial función en el relato. Necesitamos conocer los rasgos físicos de Constanza para no sorprendernos de su transformación en corza. Sara, en “ La rosa de Pasión” , contrasta su hermosura y pureza con la fealdad y la avaricia de su padre. Los personajes populares, como el tío Gregorio, el tonto de Beratón y los guías están presentados con mayores detalles porque son tipos costumbristas. Cada leyenda queda así planteada como la lucha entre unos espíritus que no creen en nada y otros que castigan diabólicamente esa incredulidad. No podía haber hallado Bécquer un medio mejor para transmitir­ nos bellamente la más profunda contradicción de su tiempo. Para crear la atmósfera de sus relatos, el poeta pone en juego toda su sensibilidad. Se desarrollan en iglesias, bosques espesos, caminos escarpados, paisajes abruptos, propicios para el misterio y lo inesperado. Sombras y sonidos contribuyen a perfilar la extrañeza del suceso. El brillo de una espada en la oscuridad, luces

A m odo de conclusión

199

fosforescentes desprendidas de huesos, el progresivo paso del día, se asocian simbólicamente con las circunstancias que rodean al per­ sonaje y aun con los estremecimientos de su alma y las sensaciones de su cuerpo. En “ El caudillo de las manos rojas” y “ El Miserere”, Bécquer extrema la más rica gama de sonidos posibles. Es notable el modo con que consigue hacernos sentir el silencio. Sólo se oye el imperceptible movimiento de las hojas, el susurro de las abejas, el reptante movimiento de las alimañas o el deslizarse de las gotas entre las piedras. A veces, el sonido orquestado de la naturaleza y de los hombres marca, como en una ópera, el momento culminan­ te de la acción. En “ El Miserere” , la descripción de la música in­ fernal, cuyos arpegios se enlazan como en una fuga de Bach, crece de tal modo ligada al asunto que basta por si sola para expresar el “ crescendo” del terror. En esa atmósfera lírica los personajes sienten más que actúan. Otra vez Bécquer se multiplica en el relato para analizar, casi con realismo científico, las más sutiles sensaciones de sus personajes. La sangre que corre por ellos late agitadamente en la culminación del amor o se petrifica y hiela en los momentos de dolor. N i Zorri­ lla, ni Fernán Caballero, ni los autores contemporáneos de leyendas pueden en este aspecto compararse con Bécquer. Sólo quien ha amado y ha sufrido mucho puede expresar tan finamente la pal­ pitación humana de seres ficticios. Bécquer, tan cuidadoso de in­ terferir en el relato con comentarios personales, no vacila en me­ terse en él con toda la hondura de su visión poética cuando se trata de describir estados de alma. Todo confluye a la creación de un tono maravilloso. Bécquer descubre lo maravilloso en el ámbito de su siglo: es el único escri­ tor español capaz de imaginar un cuento de hadas como “ La corza blanca” ; de intuir la riqueza de las fantasías literarias de la India. En sus leyendas el mundo real se esfuma. La lógica cotidiana se desmenuza: todo nace de nuevo, fresco, distinto, trascendentalizado.

200

Bécquer tradicionalista

Lo maravilloso en sus leyendas es una derivación hacia otros mundos imaginativos de lo maravilloso cristiano de Chateaubriand. En ambos casos se trata de pintar un paisaje como proyección de símbolos eternos, de sentir la comunión misteriosa del hombre y del mundo, las extrañas conexiones entre lo visible y lo desconoci­ do. No se trata ahora de las maravillas de la cristiandad: es la maravilla del universo, del espíritu pleno. Para mostrar a los hom­ bres faltos de fe y entregados a la vida material, que hay misterio en el mundo y fuerzas en el ser que los alcances de la razón no comprenden. Como ocurre con los posibles modelos populares de sus rimas, Becquer va así, en las leyendas, más allá de las tradiciones que recibe. No es el caso de transmitirlas, ni tampoco el de imitarlas, sino el de renovar a cada paso el carácter de la creación legendaria. No repite consejas del pueblo: se hace pueblo en la tarea de narrarlas. Y ésa es, en última instancia, su mayor deuda con la tradición popular.

APÉNDICE PÁGINAS DE LA «HISTORIA DE LOS TEMPLOS DE ESPAÑA» NO RECOGIDAS EN LAS «OBRAS COMPLETAS»

PARR O Q U IAS M U ZÁ R A BE S

S a n t a J u s t a y R u f i n a . — S a n t a E u l a l i a . — S. S e b a s t i á n . S. M a r c o s . — S . L u c a s . — S. T o r c u a t o

Santa Justa y Rufina. — ...L a portada es en extremo sencilla. La compone un arco sostenido sobre dos columnas, en cuyo clave y colocadas en dos pequeñas hornacinas, se hallan dos estatuas de mármol que no carecen de mérito y representan a las Santas titu­ lares de la parroquia *. En el siglo xvi, y algún tiempo después, se veneró en este tem­ plo una imagen antiquísima de la Virgen, conocida bajo la advoca­ ción del Socorro, la cual era de madera de peral, dorada, y a la que según las tradiciones se atribuyen un gran número de milagros. La extinguida corporación de la Santa Hermandad Vieja y la antigua Cofradía de la Santa Caridad tuvieron aquí sus capillas, * El trozo con distinto tipo de letra es el último párrafo de la H is­ toria... según las ediciones corrientes. En las páginas que doy ahora a conocer transcribo textualmente de la primera edición, con leves modi­ ficaciones en la ortografía. Cuando Bécquer copia inscripciones de monu­ mentos o tumbas procura reproducirlas fielmente; por esa razón no altero su muchas veces errónea lectura del latín.

204

Gustavo Adolfo Bécquer

donde celebraban sus juntas y funciones religiosas, hallándose ins­ crita por último, en la misma Iglesia, la devota cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, la cual hace la solemne procesión del Entierro de Cristo en la tarde del Viernes Santo. Dadas estas noticias de la parroquia de Santa Justa y Rufina, poco nos resta que añadir acerca de los objetos, notables por su mérito artístico, que encierra. Éstos son muy pocos, pudiéndose sólo señalar como tales los lienzos del altar mayor y colaterales, debidos a D. Antonio Esteve; un cuadro que representa a San Sebastián, colocado en el crucero, y del estilo de Rivera; otros dos procedentes del antiguo retablo del altar mayor, en el que se ve a San Gregorio y San Gerónimo; y por último, el Crucifijo de talla que se venera en la capilla del Santo Cristo, y que es el que llevan delante de la mencionada pro­ cesión religiosa del Viernes Santo. Santa Eulalia.— Esta parroquia, que en 1842 fue cerrada al culto, refundiéndose en la de San Marcos, es compañera en anti­ güedad de la de Santa Justa y Rufina, pues se erigió por los años 559 y a tiempo que ocupaba aún el Trono de los godos el mismo Rey Atanagildo. Su fábrica, como se concibe fácilmente, ha sufrido un sin número de reparaciones en los siglos posteriores a su edi­ ficación, conociéndose aún las huellas de las más recientes, aunque sin ofrecer particularidad notable. A mediados del siglo xv se verificó en este templo un hallazgo precioso, del que dan cuenta detallada varios escritores de aquella época. En una de las reparaciones y en el hueco de un muro se encontró un arca, conteniendo varias reliquias dignas de estima, entre ellas un gran pedazo de Lignum-Crucis, del cual se refiere tomó el Cardenal D. Pedro González de Mendoza el trozo que mandó se engastase en su Guión. Los cronistas toledanos refieren una multitud de milagros atri­ buidos a este Lignum-Crucis, el cual pertenece ahora a la Cofradía

“Historia de los templos de España ”

205

de la Vera-Cruz, instituida según fama por el Cid Campeador en esta parroquia, de donde más tarde se trasladó al convento del Carmen Calzado, hasta que por último fue llevada a la Magdalena donde actualmente existe. También fue trasladada de esta Iglesia, cuando se cerró, a la de Santo Domingo el Antiguo, la hermandad de Sacerdotes, con­ gregada con el título y bajo la advocación de Jesús Nazareno.

San Sebastián. — Por los años de 601 a 602 y a tiempo que Liuva, segundo de este nombre entre los Reyes godos, ceñía la corona, se levantó esta parroquia. Su fábrica ha sufrido varias re­ paraciones; las principales de éstas debieron tener efecto, una en los primeros tiempos de la dominación sarracena y otra después de la reconquista de la ciudad por D. Alfonso y durante el largo período en que dominó aún en la arquitectura de los cristianos el gusto árabe. De este género conserva innegables vestigios que no han podido borrar las últimas e inoportunas modificaciones por que ha pasado. Consta de tres naves, bastante pequeñas, divididas entre sí por severos arcos de herradura que apoyan sus recaídas en grue­ sas columnas de mármol. La forma de la planta y la subdivisión especial de las naves, unidas al género de los arcos, y el empleo de las columnas gruesas que sostienen sus recaídas, caracterizan perfectamente a nuestros ojos la primera época de la arquitectura mahometana, durante la cual creemos que se llevó a cabo la prin­ cipal y completa restauración de este templo. Más tarde, acaso inmediatamente después de la reconquista, o pasados algunos años, la repararon nuevamente, cubriéndola con el artesonado propio ya de los últimos períodos del arte muslímico, que hoy ocultan los cielos rasos, con los cuales no sabemos por qué causa han quitado a las naves su carácter original y propio. El altar mayor, único que ahora existe, es de madera dorada, pertenece al gusto del Renacimiento y contiene una escultura que

206

Gustavo A dolfo Bécquer

representa al titular de la parroquia y algunos lienzos bastante re­ gulares. Incrustadas en los muros se observan algunas lápidas sepul­ crales que antiguamente debieron estar en el pavimento, en las cuales se expresa, con el carácter de letra propio de los siglos x m y xiv, a los que pertenecen, el nombre y cualidades de algunas per­ sonas que aquí fueron sepultadas. Aun cuando a principios del siglo xvn no quedaba ya a este templo ninguno de sus feligreses, se le conservó, merced a su venerable y gloriosa antigüedad, abierto al culto con todas sus prerrogativas parroquiales hasta que en el postrer arreglo, verifica­ do no hace muchos años, fue incorporado al de Santa Justa y Ru­ fina, quedando reducido a una ermita, que sólo se abre al público el día en que celebra la Iglesia a San Sebastián, su titular y patrono. San Marcos. — Esta parroquia que, según San Ildefonso, era fundación de una esclarecida señora nombrada Blesila, a quien el Santo Arzobispo llama su abuela y que descendía de los Reyes godos, se edificó el año 634; se restauró por completo a fines del siglo xvi; fue incendiada en el presente, durante la guerra de la Independencia, y por último, hace poco ha desaparecido la torre con algunos lienzos de muro, únicos restos que dejó el fuego, des­ truida por un especulador que en virtud de la ley de i.° de mayo de 1855 la compró con el solar de la Iglesia. Desde que su templo fue consumido por las llamas, con varios cuadros notables del Padre Juan Bautista Maino y del Greco que adornaban su retablo principal, la parroquia muzárabe de San Marcos se trasladó a la Iglesia de los Padres Trinitarios Calzados donde actualmente existe. San Lucas. — Evancio, hijo de Nicolás, poderoso magnate de la corte de los Reyes godos, fundó esta parroquia en el año de 641 y a tiempo que ocupaba el solio Chindasvinto.

“Historia de los templos de España ”

207

Durante la ocupación de Toledo por los árabes fue una de las que continuó abierta al culto, merced a las estipulaciones acorda­ das con éstos antes de rendir la ciudad; y acaso por la situación en que se halla colocada, pues es la más excéntrica de todas, o tal vez por la capacidad de su anchuroso atrio, sirvió en esta misma época a los cristianos de enterramiento. L a primitiva fábrica ha sufrido tantas modificaciones y tan ra­ dicales, que no queda de ella vestigio alguno. De estas modifica­ ciones, la principal hubo de llevarse a cabo durante la dominación sarracena: las que posteriormente se le han hecho no han podido borrarle el sello que [en] esta ocasión le imprimiera la arquitectura muslímica. U n atrio de grandes dimensiones, el que ya dijimos sirvió de cementerio a los muzárabes, y en el que es fama fue sepultado con otros mártires el penúltimo Obispo que tuvo Toledo durante la época mahometana, llamado Juan, da ingreso a la Iglesia que consta de tres naves divididas entre sí por arcos de herradura sostenidos en pilares. La principal de estas naves, que es más alta que las que se extienden a sus costados, conserva algunos bien caracterizados rasgos del estilo árabe: el resto del templo, restaurado en partes según el gusto del Renacimiento, es en extremo pobre y mezquino, careciendo completamente en la parte arquitectónica de cosa alguna digna de mención. # El retablo mayor pertenece a este mismo género, y ni su estruc­ tura ni los lienzos que lo adornan, pasan de ser cosa muy mediana, considerados bajo el punto de vista del arte. Lo mismo puede decirse de un Crucifijo pequeño enclavado en una tosca cruz como de dos varas de alto, que se venera en uno de sus altares, la cual usaba San Vicente Ferrer en sus predicacio­ nes, y de dos cuadros históricos colocados en la capilla de la Virgen de la Esperanza, de los cuales uno representa un milagro de esta Señora y otro el Juicio de Dios o prueba del fuego a que fueron sometidos los Breviarios gótico y romano a fines del siglo XI.

208

Gustavo A dolfo Bécquer

En la capilla de Jesús Nazareno, situada a los pies de la Iglesia, existe todavía un buen cuadro que representa a Jesucristo atado a la columna, el cual se atribuye, y no sin fundamento, al conocido pintor Atanasio Bocanegra y fue regalado a este templo y mandado colocar en este lugar por un maestro de albañilería el año de 1725. Habiéndose refundido esta parroquia muzárabe de San Lucas en la de Santa Justa, su Iglesia se encuentra hoy reducida a la condición de ermita. San Torcuato. — Fundada en el año 701, bajo el reinado de Ejica, la parroquia a quien da nombre este Santo es una de las más modernas de las seis muzárabes que durante la invasión de los infieles conservaron en su seno la tradición religiosa de nuestros mayores. Como ya dejamos dicho en la ligera introducción que precede a las monografías de estas parroquias, así la que nos ocupa, como la de San Sebastián, se quedaron sin feligreses a principios del siglo XVII. Ni de la primitiva fábrica goda ni de las modificaciones que esta debió sufrir cuando florecía el genero árabe queda vestigio alguno. La Iglesia que existe fue levantada en tiempos y por man­ dato del Cardenal Arzobispo D. Gaspar de Quiroga, para que, sin que por esto dejara de titularse parroquia de San Torcuato, sirviese de templo a las monjas Agustinas de la misma advocación, que labraron a sus espaldas el convento. La Iglesia, a la cual da ingreso una sencilla portada de sillería en la que se ve una estatua de piedra representando al Santo titular, es de estilo greco-romano, y consta de una sola nave de regulares dimensiones. . N i en sus muros ni en sus altares se encuentra nada que fije la atención del curioso o del inteligente si se exceptúa el lienzo del retablo mayor, obra de Francisco Camilo, que representa el bautis­ mo de San Torcuato, traído a este templo de la capilla de San

“Historia de los templos de España ” Pedro de la Catedral, en cuyo reemplazó el que hoy existe; y con la delicadeza y la corrección que se admira a los pies de la

209

altar mayor estuvo hasta que lo un medallón de mármol trabajado propia de la escuela de Berruguete Iglesia en el comulgatorio de las

monjas. L a parroquialidad de este templo se ha refundido en la de San Marcos.

bécq u er

t r a d ic io n a l is t a .



14

PARROQU IAS L A T IN A S (Que hoy existen como matrices)

S. A n d r é s . — S. J u s t o y P a s t o r . — S t a . M a r ía M a g d a l e n a . — S a n t ia g o . S. J u a n B a u t i s t a . — S. N i c o l á s . — S t a . L e o c a d i a . — S. M a r t í n . S. P e d r o .

I Como dejamos dicho en la breve introducción que precede al anterior capítulo, en el que nos ocupamos de las parroquias muzá­ rabes, arrancada ya Toledo del poder de los infieles, uno de los primeros cuidados del invicto Rey D. Alonso, su conquistador, fue el atender a las necesidades religiosas, así de sus primitivos mora­ dores cristianos, como de los que de varios puntos de la Península vinieron a fijar su residencia en la antigua corte de los godos. Si fue grande la munificencia y el celo que desplegó, rehabili­ tando para Catedral la gran mezquita de los árabes, haciendo nombrar un Arzobispo, creando el Cabildo primado y dotándolo de cuantiosos recursos, no atendió con menos fe y prontitud a la completa y regular organización del clero parroquial, acaso el más

“Historia de los templos de España ”

211

importante para la definitiva subdivisión y arreglo del numeroso vecindario de la ciudad recientemente conquistada. A este fin, y con objeto de atender a todas las necesidades y exigencias de los antiguos y nuevos habitadores de la población, dispuso que se creasen un gran número de parroquias a las que desde luego se llamaron latinas para diferenciarlas de las muzára­ bes, que según queda expresado en sus monografías, permanecieron abiertas al culto con la misma categoría y feligreses que tuvieron durante la dominación sarracena. Estas parroquias latinas, fundadas la mayor parte durante el reinado del mismo D. Alonso y las restantes en los siglos poste­ riores, llegaron a alcanzar el número de 22, las cuales, exceptuando la de Todos [Zos] Santos que a fines del siglo xv ya estaba reducida a la categoría de ermita, y la de la Magdalena de Calabazas que despoblado el barrio de su nombre perdió su feligresía confundién­ dose en otras, han llegado hasta nuestro siglo con su advocación particular y templo propio. Últimamente, con las reformas y variaciones por que han pasa­ do en nuestro país las instituciones religiosas, las 20 parroquias latinas de Toledo han quedado reducidas a 9 matrices, de cuya historia particular vamos a ocupamos en este capítulo, y a algunas filiales de las que daremos razón al mismo tiempo que de las su­ primidas. Cuánta es la importancia de estos templos, artística y arqueo­ lógicamente considerados, se comprende sólo con recordar que, erigidos en una época tan remota como la de la reconquista, ya de nuevo, ya sobre los ruinosos vestigios de mezquitas musulmanas o iglesias y palacios godos, cada siglo ha traído despues a sus fa­ bricas una piedra para mantener en pie sus muros, en los que al pasar ha dejado escrito un pensamiento.

212

Gustavo A dolfo Bécquer II

San Andrés. — La parroquia que se conoce en Toledo bajo la advocación de este Santo, y que es de las más dignas de llamar la atención de los inteligentes y curiosos, fue sin duda una de las que erigió D. Alonso VI. La circunstancia de hallarse en el mismo lugar en que los árabes tenían una de sus mezquitas, según aserto de algunos respetables escritores, robustece esta opinión. Al levantarla por primera vez, ya sea que aprovechasen parte del antiguo edificio mahometano, como nosotros creemos, ya que la construyesen conforme a este gusto, entonces muy en boga, de­ bió pertenecer al estilo árabe. Confirman nuestras noticias las dos capillas laterales a la mayor de la Iglesia, cuya fábrica pertenece al mencionado género y a uno de sus primeros períodos, si se atiende a la forma de su cerramiento superior, que lo constituyen, como en la del Cristo de la Luz, unas bóvedas adornadas con grue­ sos resaltos de estuco, en vez de los artesonados propios de los últimos. En el siglo xv sufrió una modificación notable. El Sr. de Layos y de Mora, D. Francisco de Rojas, embajador de los Reyes Católicos en Roma y cerca del Emperador Maximiliano I, levantó completa­ mente de nuevo y conforme al estilo ojival en su tercer período, la suntuosa capilla mayor y el crucero que aún subsiste. Una leyenda en caracteres góticos, que corre por el friso de los muros de esta parte del templo, explica el objeto de esta piadosa fundación de la manera siguiente: El muy noble caballero don Francisco de Rojas mandó fundar y dotar esta capilla con muy grandes indulgencias, para reposo de sus padres y parientes y salvación de todos los fieles cristianos: estando en Roma por embajador de los muy católicos reyes don Fernando y doña Isabel, rey y reina de las Españas y de Nápoles y de Sicilia, negociando entre otros muy arduos negocios de sus

“Historia de los templos de España”

213

majestades la empresa y conquista del reino de Nápoles y Jerusalén, la cual y todas las victorias de ella, plugo al servicio de la Santa Trinidad y de la gloriosísima Virgen Santa María Nuestra Señora y de Todos los Santos. El diligente y escrupuloso escritor D. Ramón Parros, cuyas investigaciones acerca de los monumentos pertenecientes a esta ciudad, más de una vez nos han servido de guía en el discurso de estos artículos, al trasladar la anterior leyenda en el libro titulado Toledo en la mano, hace advertir muy oportunamente que la obra debió concluirse bastantes años después de la muerte del fundador, pues en la inscripción de que se trata, y que es regular se colocase cuando se terminó la capilla, se da a los Reyes Católicos tratamien­ to de Majestad, siendo así que no usaron de este título los Monar­ cas castellanos hasta el advenimiento al Trono de su nieto el Em­ perador Carlos V , a partir desde el cual se perpetuó en sus su­ cesores. Finalmente, en el siglo pasado se restauró el cuerpo de la Igle­ sia, respetando no obstante el crucero, la capilla mayor y las dos laterales pertenecientes a la arquitectura musulmana. Como se ve por las anteriores noticias, tres diversos géneros arquitectónicos, representantes de tres épocas muy distintas, han contribuido a completar el extraño conjunto que ofrece a los ojos del espectador la fábrica de esta antigua parroquia, de la cual, apuntadas ya las ligeras observaciones que preceden, pasaremos a dar una idea. Consta la Iglesia de tres naves de regulares dimensiones, divi­ didas entre sí por sencillas pilastras. En la cabecera de estas naves se encuentra la capilla mayor y el crucero, que ya hemos dicho pertenecen al estilo ojival florido de su mejor periodo, y que se compone de esbeltísimos pilares acodillados, que flanquean los muros de cerramiento del ábside y las alas, sosteniendo las recaídas de los arcos apuntados, sobre los que vuelan las atrevidas bóvedas, que cruzadas por nervios que las dividen en multitud de cascos,

Gustavo Adolfo Bécquer

214

cubren y coronan esta parte del templo, la más elegante y lujosa de toda su fábrica. En el espacio del centro de la capilla se alza el retablo mayor, que es de madera dorada; pertenece a la misma época y contiene algunas tablas, más dignas de consideración por su antigüedad, como documento para la historia del arte, que por su mérito pro­ pio; corona el retablo una magnífica cruz tallada en la misma pie­ dra del muro y que recuerda la que ya encontramos en la portada del convento de San Juan de los Reyes. Los retablos y altares colaterales son contemporáneos del prin­ cipal, y pertenecen al mismo gusto. También merecen que se haga particular mención de ellos los cuatro sepulcros que se encuentran en los frentes del crucero. Su traza y disposición son elegantísimas, hallándose embellecidos con la esbelta y caprichosa ornamentación ojival. En el fondo de la hornacina en que está incluida la urna del primero, perteneciente al costado del Evangelio, se ve un buen Crucifijo de talla con la siguiente plegaria: Salvator mundi, salva nos.

Da noticias de las personas que en este sepulcro yacen, una lápida que contiene el sencillo epitafio que a continuación se tras­ lada, y que dice así: ALPHONSUS HIC IACEO, MECUM CONJUX MARINA E S T ; FIL IU S

HOC CLAUSIT LAPIDE FRANCISCUS.

Éstos parecen ser los padres del D. Francisco de Rojas que con este fin labró la capilla, según se deduce de la inscripción del friso. El otro sepulcro de este mismo frente tiene, en vez del Cruci­ fijo, a la Virgen María con Jesús muerto en sus brazos. Los dos restantes, pertenecientes al lado de la Epístola, contienen el pri­

Historia de los templos de España ”

215

mero un epitafio que indica reposa allí un valiente guerrero llama­ do Alfonso y el segundo un escudo de armas careciendo de ins­ cripción. La capilla está dedicada a la Epifanía y tuvo en otros tiempos varios capellanes que con un mayor formaban cuerpo, con todo el servicio necesario para la celebración de sus fiestas aparte de los de la parroquia. Descrita, aunque someramente, la capilla mayor, poco nos queda que decir del resto de la Iglesia. Su cuerpo ya dejamos consignado que pertenece a la última restauración verificada en el pasado siglo y nada ofrece digno de mencionarse. Las capillas atabes, excepto la luz que arrojan acerca de la primera construcción del edificio, tampoco contienen cosa alguna que merezca nos detengamos a describirlas; sólo sí, antes de terminar nuestro trabajo, diremos algo sobre las pinturas que se conservan en San Andrés. De éstas las más notables son la Adoración de los Reyes, lienzo firmado por Antonio Vandepere en 1677 y que se encuentra en la sacristía; un Calvario, obra de Alejandro Sémini, en cuyos ángulos inferiores hay dos retratos, sin duda de los fundadores de la capilla en que está; San Francisco y San Pedro, dos cuadros atribuidos al Greco; Santa Águeda y Santa Cecilia debidas a un artista de Toledo llamado Bernabé Gálvez, conocido con el sobrenombre de Jirijaila, y por último, algunas buenas copias de cuadros notables. San Justo y Pastor. — La fundación de esta parroquia es muy antigua, de modo que aunque no se sabe precisamente la época en que se verificó puede sospecharse, con gran fundamento, que fue contemporánea a las primeras que se erigieron en esta ciudad, si se atiende a que D. Gonzalo Ruiz de Toledo reedificó su Iglesia a principios del siglo xiv. ^ Si se exceptúa el artesonado de la sacristía, del que más^ ade­ lante hablaremos con alguna detención, y que en nuestro juicio pertenece a la época del referido Don Gonzalo, nada resta de la

216

Gustavo A dolfo Bécquer

fábrica que éste mandó construir y que indudablemente pertene­ cería al estilo ojival, pues las tres capillas del mismo gusto que aún se conservan en una de sus naves, desde luego se conoce fueron levantadas en tiempos bastante posteriores al siglo en que esto se efectuó. En 1733, tal vez movidos por el estado ruinoso de este templo, tal vez llevados por el ciego afán de modernizarlo todo conforme al gusto dominante y exclusivo de la época, como se hizo en toda España con otros muchos, restauraron por completo su fábrica que, salvo dos de las tres capillas a que ya nos referimos, nada tiene de notable. Su arquitectura es greco-romana y consta de tres naves dividi­ das por columnas que sostienen arcos dóricos, por cuya archivolta, y haciendo juego con las que se extienden a la altura de sus claves por toda la Iglesia, corren algunas molduras sencillas, que sin ofender el buen gusto, les dan cierto aire de elegancia y ligereza. El altar mayor, que se compone de una gradería sobre la cual se ostenta un pequeño tabernáculo, flanqueado por dos airosos obeliscos, es de madera pintada imitando jaspes, como igualmente el gran marco que le sirve de fondo y que contiene un lienzo de grandes dimensiones, en el que Gregorio Ferro pintó el año de 1807 la aparición de los bienaventurados Niños Justo y Pastor, titulares de la parroquia, al Arzobispo de Toledo Asturio. Este cuadro se recomienda por la buena disposición de las figuras y por la armónica y dulce combinación de sus tintas, aun cuando su diseño no es todo lo correcto que pudiera desearse y en la ejecu­ ción hay un poco de amaneramiento. En los muros laterales que cierran la capilla mayor hay tam­ bién cuatro bajos relieves tallados en madera y pintados de blanco, en los que un artista, cuyo nombre se ignora, ha representado con bastante corrección y franqueza la prisión, sentencia, martirio y enterramiento de los Santos Niños, bajo cuya advocación se conoce la parroquia.

“Historia de los templos de España ”

217

Algunos altares que se encuentran repartidos por el ámbito de la Iglesia nada ofrecen de particular, no sucediendo así con el que se ve en la capilla de la Virgen del Pilar, una de las pertene­ cientes a la familia de los Benizama, y una de las respetadas en la última restauración, en cuyo retablo existen cuatro apreciables tablas que representan a San Gerónimo, San Acacio, San Juan Bautista y Santa Catalina mártir, debidas a un autor desconocido, y ejecu­ tadas con bastante corrección en el dibujo, valentía en la manera, y un colorido vigoroso y agradable. A la derecha de esta capilla, que se halla situada en la nave lateral de la Epístola, se encuentra la de la Virgen de la Esperanza, fundación y propiedad de la parentela del por tantos conceptos célebre poeta Baltasar Elisio de Medinilla, la que así como la del Pilar, se ve cubierta por una airosa bóveda subdividida en multitud de cascos por ligeros nervios que, arrancando de unas reprisiones colocadas en los ángulos de los muros, ostentan lujosos florones dorados en los puntos de intersección. La de la Candelaria, hoy conocida por la de la Caridad, que está situada en el mismo costado de la nave y a la izquierda de la de los Benizama, aunque más reducida, oscura y pobre que ésta, es sin duda alguna la más digna de ser visitada por los amantes de nuestras glorias que al penetrar en su recinto no podrán menos de sentirse hondamente impresionados al escuchar el nombre de su fundador cuyos restos acaso reposan al pie de aquella ara humilde, sobre la que se levanta un retablo en que aún se ve su imagen. En efecto, la fundación de esta capilla se debe al desconocido genio que trazó la soberbia Iglesia de San Juan de los Reyes, al inspirado intérprete del arte que tan a manos llenas derramó la inspiración, la riqueza y la poesía en su melancólico claustro, y cuyo nombre tantas veces se ha preguntado con ansiedad por los entusiastas de nuestras glorias pasadas en presencia de aquella ma­ jestuosa mole, uno de los últimos y acaso el más perfecto modelo de la caprichosa y fantástica arquitectura a que pertenece.

218

Gustavo Adolfo Bécquer

Nosotros, en los primeros artículos de esta obra, como todos los escritores que se habían ocupado de las cosas pertenecientes a Toledo, habíamos hecho cuantos esfuerzos caben en lo posible a fin de averiguar algo acerca del autor de la traza del magnifico monasterio; todo fue inútil habiendo perecido, como ya consigna­ mos en su lugar correspondiente, el archivo de esta Iglesia en el incendio de su claustro; ningún dato había suficiente a esclarecer el misterio en que se hallaba envuelto el nombre de su autor, que­ dando sólo el recurso de atribuírsele a este o aquel arquitecto con­ temporáneo a su edificación, aunque siempre con vaguedad y apo­ yados en indicios tan leves que al fin han resultado sin fundamento plausible. Los distinguidos escritores D. Pedro José Pidal, D. José Amador de los Ríos y D. Manuel de Assas en sus respectivas obser­ vaciones acerca de este edificio, sospechan que tal vez la idea per­ teneció a Maese Rodrigo o a Pedro Gumiel. Nosotros, careciendo de documentos que atestiguasen otra cosa, nos limitamos a exponer la opinión más generalmente admitida, y que hasta cierto punto más visos de verdad presentaba. Posteriormente el Sr. D. Ramón Parros, a quien ya hemos tenido ocasión de citar en esta obra, en su libro que lleva por título Toledo en la mano, al ocuparse de la parroquia, ocasión de estas líneas, y describiendo esta capilla, dice que su fundación se debe a Juan Guas, arquitecto que hizo a San Juan de los Reyes, y cuyo retrato se encuentra en uno de los extremos del retablo que adorna el altar. Esta noticia nos sorprendió tanto más, cuanto que en su Toledo Pintoresca el Sr. Amador de los Ríos, a quien según dice el prólogo de dicha obra el Sr. Parros suministró datos importantes acerca de la Imperial ciudad, no da razón de semejante arquitecto. Como es de presumir, una de nuestras primeras diligencias al volver a Toledo a fin de recorrer los templos que no habíamos podido visitar en nuestra anterior estancia en el mismo punto, fue

“Historia de los templos de España ”

219

dirigirnos a ia parroquia de San Justo y Pastor en donde se en­ cuentra la capilla. Efectivamente, casi a los pies de la nave colateral de la Epís­ tola y frente a la puerta de ingreso, vimos su arco peaño, cuya forma, al mismo tiempo que la ornamentación que lo engalana, recuerda el que en una de las alas del crucero de San Juan de los Reyes daba paso a la sacristía, y que en su lugar hemos descrito. Compónese este arco, formado de líneas curvas y rectas, de una ancha franja de hojas relevadas y varias molduras que la con­ tienen y corren con ella por la archivolta, siguiendo los caprichosos ángulos del perfil del vano y de una sencilla verja de hierro que defiende la entrada de la capilla. Ésta, que es bastante oscura, contiene un retablo de madera dorada, compartido en recuadros de diferente magnitud, en uno de los cuales, y arrodillado ante la Virgen que ocupa el central, tallado en medio relieve y pintado y fileteado en oro, se ve un caballero que por su traje y lugar en que se halla, sitio donde comúnmente se colocaban estos retratos, puede afirmarse que es del fundador. Expresa quién sea éste, junto con su nombre y calidad, una inscripción que a la altura del piso rodea los muros, y en la que en caracteres góticos apenas se distingue la siguiente leyenda, que la oscuridad de la capilla hace de difícil lectura: Esta capilla mandó hacer el honrado Juan Guas, maestro mayor de la Santa Iglesia de Toledo y maestro menor de las obras del rey D . Fernando y de la reyna Doña Isabel, el cual fizo a San Juan de los R eyes... esta capilla a Doña María de Ibares su mujer, y dejó a los testamentarios... año de m il... V.

A l trasladar el Sr. Parros esta inscripción, hace algunas observa­ ciones acerca de ella, que por juzgarlas oportunas y conformes en nn todo con nuestra opinión trasladamos aquí, y dicen de esta manera:

220

Gustavo Adolfo Bécquer

“ Los tres cortos trozos de la inscripción que señalo con puntos suspensivos, no se pueden leer fácilmente; pero creo que en el primero podrá decir eé donnó’ esta capilla, etc.; el segundo acaso diga ‘é falleció o finó’ año de etc.; y el tercero indudablemente ex­ presa la centena y decena de la muerte del-fundador, pues la última palabra que se lee es 'mil’, y luego concluye la cifra romana V, que es el cinco: yo creo que debe leerse así 'mil C C C C L X X X V ’, porque en 1475 se estaba construyendo todavía San Juan de los Reyes, que no se concluyó hasta 1476 (se entiende de la Iglesia y claustro principal, pues el resto del convento tardó algunos años en terminarse) y por consiguiente no dijeran que lo había hecho Juan Guas si hubiese muerto antes de acabarla; no puede ser, pues, la fecha 1475, porque ya en ese año era maestro mayor de la Catedral Enrique Egas, y por lo tanto no podría la inscripción suponer al Juan Guas desempeñando esa plaza. Parece, en conse­ cuencia, que la unidad V que vemos expresada debe corresponder a la octava decena del siglo xv, que es la única que queda inter­ puesta entre 1475, que no puede ser por un concepto, y 1495, que tampoco lo puede ser por otro” . El resto de la capilla nada ofrece digno de atención; su bóveda está cruzada por nervios resaltados y sobre el retablo del altar hay un lienzo que representa la Crucifixión de Nuestro Señor Jesu­ cristo, pero que apenas se distingue entre las sombras que oscurecen esta parte del templo. A los pies de las naves laterales existen otros dos cuadros, que con el que se ve sobre la puerta de la capilla del Pilar completan el número de los que guarda esta Iglesia, con mérito suficiente para ser recordados. De éstos los primeros, que están firmados por Antonio Pizarro, el uno la Vapulación de San Acasio y compañeros mártires, y el otro la Crucifixión de los mismos, y en el último, que es de un concepto, se contempla la aparición del Salvador resucitado a sus discípulos en el castillo de Emaús, obra de Mateo Gilarte.

“Historia de los templos de España ”

221

El exterior de la Iglesia carece de mérito, y sólo pueden men­ cionarse de él, aunque de paso, la torre, coronada por un chapitel de plomo, que es muy sencilla, y la portada que sirve de ingreso al templo, la cual es de piedra, pertenece al orden dórico, pero bastante adulterado, y contiene en una hornacina las estatuas de los Niños Justo y Pastor. No puede decirse otro tanto de la sacristía en la cual se venera una Imagen del Crucificado, escultura de regular mérito, cuyo valor aumenta la tradición, que asegura haber pertenecido al Sumo Pon­ tífice San Pío V. Pero lo que verdaderamente es digno de recomen­ darse a los inteligentes es el magnífico artesonado que cubre esta pieza, y del que ofrecemos una exacta reproducción a nuestros lectores. Este curioso resto del arte arábigo, obra sin duda del siglo xiv, en el que, como queda dicho, D. Gonzalo Ruiz de Toledo, conocido por el Conde de Orgaz, reedificó la parroquia de San Justo, se encuentra, como casi todos los que se conservan en otros templos, muy deteriorado y cubierto de polvo, que contribuye a ocultar los vestigios del oro y los colores que lo embellecían. Sin embargo, nosotros, que a pesar de la poca luz que goza este departamento, habíamos creído ver alguna huella de estos colores, y como unos confusos contornos de figuras en el cornisa­ mento, también de alerce, que sustenta el artesonado, hicimos co­ locar unas escaleras sobre los guardarropas, y con ayuda de una luz artificial conseguimos ver distintamente, así las ya apagadas tintas del techo, como los caprichosos guerreros que adornan su friso. No nos pasó lo mismo con las franjas que incluyen las leyen­ das, y que corren alrededor de los muros por el lugar correspondien­ te al arquitrave y la cornisa, pues aunque distinguimos, no sin trabajo, el color del fondo de los caracteres árabes, nos fue imposi­ ble el coordinar frase alguna, por lo muy deterioradas que se en­ cuentran. Por último, y para terminar este artículo, advertiremos que al reproducir este artesonado, notable por la riqueza de su colorido,

222

Gustavo A dolfo Bécquer

la extraña combinación de las figuras geométricas que lo dibujan, y el empleo de figuras humanas, no usado, ni aun después de la reconquista, en el adorno de este género en ningún otro edificio de esta ciudad, hemos procurado hacerlo con la mayor exactitud, así en el trazo como en el carácter especial que lo singulariza, aun cuando para dar una idea más exacta hayamos restituido los colores hoy apenas perceptibles, a su brillantez y pureza primitivas. Santa María Magdalena. — La arquitectura arábiga, el estilo ojival, y la revolución del arte conocida por el Renacimiento, han dejado una profunda huella de su paso en los muros de este edi­ ficio, cuya erección se remonta a los tiempos de D. Alonso VI. Ignórase, sin embargo, la fecha precisa en que se llevaron a término estas modificaciones, aunque se coligen las diferentes épo­ cas a que pertenecen, merced al carácter especial que las distingue entre sí. La torre de ladrillo fuertísimo, engalanada con algunas series de arcos ornamentales y sencillos ajimeces que dan luz a su inte­ rior; y un magnífico trozo de artesonado, compuesto de anchas fajas de molduras pintadas de azul y oro, que forman, entrelazán­ dose, multitud de figuras geométricas, en cuyos centros grana se ven florones de oro de diferentes tamaños, son los únicos restos que se conservan de la primitiva construcción de este edificio, en el cual representan dignamente el estilo mahometano, con arreglo al que debió levantarse. La arquitectura ojival que tan preciados ejemplares dejó en Toledo de su riqueza y gallardía, reedificó más tarde la capilla mayor en la cual se admira la elegancia y sencillez de su bóveda cruzada en todas direcciones por nervios formados de molduras que arrancan de repisas colocadas en los ángulos y al encontrarse ostentan lujosos florones de oro en los puntos de intersección. El renacimiento predominante aún, trazó por último, conforme al gusto greco-romano, el cuerpo de la Iglesia que consta de tres

“Historia de los templos de España ”

223

naves de regulares dimensiones separadas por una arquería que se sostiene en gruesas columnas de piedra y por cima de la cual corre un sencillo entablamento sobre el que se apea la bóveda. La por­ tada que pertenece a este mismo género y se construyó a principios del siglo pasado, como toda la fábrica moderna, poco o nada ofrece digno de estudio; se compone de un arco redondo apoyado en columnas, sobre cuya clave y en una hornacina, imitación adultera­ da del estilo ojival, se ve una estatuita de piedra representando a la Santa titular de la parroquia. Dada ya una idea de la fábrica y de las diversas restauraciones que ha sufrido diremos algo acerca de los objetos de arte que con­ tiene. El altar mayor de madera tallada y dorada con gran profusión, pertenece a la escuela de Churriguera y es uno de los más palpables ejemplos del mal gusto y extravío de sus propagadores. Los dos colaterales del crucero, dignos de estima por su sen­ cillez y la regular disposición de sus partes, son también de madera imitando mármol de diferentes especies. Los restantes colocados en las naves colaterales y trazados los vinos conforme al estilo del Renacimiento, los otros según el ca­ pricho de la escuela churrigueresca, carecen de mérito suficiente a hacerlos acreedores de especial mención. No pasa otro tanto con alguna de las imágenes que en ellos se veneran, entre las que hemos visto hasta unas seis que aunque re­ partidas en distintos retablos son a nuestro parecer obra de un mismo artista y representan: San Blas la que se ve en el retablo del mismo nombre, la Virgen María con Jesús en sus brazos la colocada en el extremo de la nave colateral de la Epístola y esta misma Señora con San Juan y otros dos Santos las que se encuen­ tran en los altares del costado opuesto. También merecen llamar la atención de las personas entendidas los lienzos que adornan los retablos del crucero debidos, los del colateral de la Epístola, a Bernabé Gálvez, pudiendo atribuirse los

224

Gustavo A dolfo Bécquer

que con ellos hacen juego en el altar del lado contrario a Pedro de Orrente o a alguno de sus imitadores. Cuatro pequeñas tablas que llenan el zócalo del ya mencionado retablo de San Blas, un Crucificado con la Virgen y el discípulo predilecto a sus plantas, que existe en la sacristía; y el boceto de uno de los mejores cuadros que ejecutó Dominico Theutocópoli, conocido generalmente por el Greco, completan el número de las pinturas notables de esta parroquia, aneja a la cual, y colocada a los pies de la nave del centro, se encuentra una espaciosa capilla dedicada a Nuestra Señora de la Consolación, de la que diremos algo antes de concluir este artículo. Su arquitectura es greco-romana, no careciendo de riqueza y gallardía, así el cornisamento que sostiene la bóveda, como la me­ dia naranja que cobija el altar en cuyo retablo se halla la imagen que le presta nombre, la que fue traída de Roma en el siglo xvi por un cura propio de la parroquia, llamado Bernardino de Villanueva. En el año de 1810, y después del incendio ocurrido en el con­ vento del Carmen Calzado, en donde se encontraba, se trajo a esta capilla y se colocó en un altar, frente al de la Virgen, la devota efigie del Santo Cristo de las Aguas, la cual pertenece a la antigua cofradía de la Veracruz, de que ya dimos razón al tratar de Santa Eulalia en el capítulo dedicado a las parroquias muzárabes. Advertiremos por último que el artesonado árabe, del que ofre­ cemos una exacta copia a nuestros lectores, se halla en el m ism o estado de brillantez y frescura en los colores que aparece en la lámina que lo representa. Santiago (Vulgo del Arrabal). — Su fundación es contemporá­ nea a la de las primeras parroquias de Toledo, aun cuando no faltan escritores que la atribuyen al cuarto Rey de Portugal, D. Sancho II, apellidado Capelo, el cual murió en esta ciudad a mediados del siglo XIII.

“Historia de los templos de España ”

225

Destruye esta última opinión la noticia, que justificada por do­ cumentos públicos que aún se conservan en el archivo del hospital de Santiago, asegura haber sido reedificada esta Iglesia en el mismo siglo x i i i por dos hermanos, comendadores de esta Orden, los cuales se apellidaban Diosdados, según las piezas del litigio que con ella sostuvieron a propósito de esta obra. Su fábrica, sin duda una de las más antiguas y que más com­ pletamente caracterizan el cuarto período de la arquitectura árabe a que pertenece, ha sufrido algunas reparaciones en estos últimos tiempos, siendo la más sensible de ellas la última, verificada en 1790, en la cual se taparon con cielos rasos los magníficos artesonados de su Iglesia. Ésta, que se compone de tres naves de regulares dimensiones, de las cuales la principal es bastante más alta que las de los cos­ tados, de las que se separa por medio de grandes arcos arábigos, contiene en sus altares varios retablos debidos a una de las mejores épocas del arte español, que indudablemente fue la que abraza el siglo xvi. Entre éstos el más notable es el del altar mayor, el cual consta de cuatro cuerpos, pertenece al gusto del Renacimiento, y aunque afeado por una modificación, debida a la escuela churri­ gueresca, que ha destruido alguna de sus comparticiones, conserva aún varias estatuas y bajorrelieves dignos de atención y estudio. También merece ser mencionado el púlpito que se encuentra en el costado del Evangelio de la nave principal, desde el cual, según la tradición lo asegura, dirigía San Vicente Ferrer su voz a los judíos, alcanzando numerosas conversiones. Desde esta remota época, la cátedra a que nos referimos ha quedado sin uso alguno, conservándose en esta parroquia como un digno monumento de la religión y del arte. Su forma es octógona, remata por la parte in­ ferior apuntándose al muro, en el que una columnita empotrada parece sostenerlo, y lo cobija un doselete o umbela. Así las ochavas de que se compone, como el doselete que lo corona, se encuentran prolijamente entallados en el estuco, materia de que está hecho, BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 5

226

Gustavo A dolfo Bécquer

y son una curiosa muestra de la fusión del ornato árabe y el propio de la arquitectura ojival. Una leyenda latina, casi ilegible, que rodea su borde superior, y cuyo carácter tiene la forma del conocido con el nombre de Monacal, induce a creer, según el Sr. Amador de los Ríos, que se construyó en el siglo xv, época en que efectivamen­ te se usó mucho este carácter de letra. En el exterior de esta parroquia, del cual ofrecemos una exacta reproducción a nuestros lectores, son dignos de notarse: el ábside de forma circular, engalanado con cuatro series de arcos dobles y redondos; la torre de planta cuadrada a la que dan luz varios aji­ meces partidos por una columna y ocho arcos redondos de grandes dimensiones, y la puerta, que antiguamente daba paso al templo, la cual está tapiada y consta de un grande arco de herradura y un cuerpo sobrepuesto formado por seis arcos ornamentales estalactíticos, sobre los que arrancan, combinándose con ellos, otros tantos de la misma forma y materia. San Juan Bautista. — Esta parroquia, que como veremos más adelante se trasladó en el siglo pasado al templo que hoy ocupa, estuvo colocada desde su fundación en la plazuela conocida por de los Postes. Llamábanla vulgarmente San Juan de la Leche, por­ que adjunto a e¡lla existió un corral en que se encerraban varias manadas de cabras, cuya leche se vendía allí al público. Cuando por disposición de Carlos III abandonaron los jesuítas la Península, se dispuso que la parroquia, objeto del presente ar­ tículo, pasase al templo fundación de estos regulares, que es el que hoy ocupa y se conoce con el nombre de San Juan Bautista. Del antiguo no queda otro vestigio que los postes que dan nombre a la plazuela en donde se encontraba, y señalan el lugar en que estuvo colocado el altar mayor de la destruida Iglesia. La fábrica, levantada por los jesuítas en el siglo pasado sobre el terreno en que según la tradición existieron las casas de Esteban y Lucía, padres de San Ildefonso, pertenece al orden dórico, aun­

“Historia de los templos de España ”

227

que así en su fachada como en su interior se nota aún la huella del mal gusto que Churriguera y sus discípulos entronizaron años antes en toda España. Según noticias, parece que sus fundadores tomaron por tipo al erigir esta Iglesia la que posee la misma Compañía de Jesús en Roma; suntuosa fábrica dirigida por Vignola primero, y después por el no menos entendido arquitecto Giaccomo de la Porta. Aun cuando la pesadez y profusión de algunos de sus adornos le roban la sencilla majestad, propia de este género, no carece su exterior de cierta suntuosidad y armonía que le prestan sus pro­ porciones, que son grandiosas, al par de la disposición de las líneas que la trazan; las cuales, despojadas de la inútil ornamentación que las ofusca, son puras, eurítmicas y severas. Compónese, pues, la portada, que asienta su zócalo sobre una elegante gradería, de un primer cuerpo en el que a los lados de un arco principal, que sirve de ingreso, se abren otros dos vanos o puertas laterales, y de algunas columnas y pilastras de grandes proporciones sobre cuyos capiteles corre el cornisamento que sus­ tenta la segunda zona. Ésta es un frontispicio colosal con una gran ventana en el centro flanqueada por dos nichos con estatuas de piedra semejantes a las que se ven en el espacio intermedio de las pilastras del primer cuerpo. Completan el trazo arquitectónico del exterior, una especie de atrio, coronado por una cruz que se eleva sobre el frontispicio, y dos elegantes torres de ladrillo de igual tamaño y forma colocadas en sus extremos. El cuerpo de la Iglesia, que consta de una nave principal cor­ tada por la del crucero y dos secundarias, pertenece al mismo orden que el exterior, y, salvo algunos pequeños detalles de su ornamenta­ ción un poco churrigueresca, merece el aprecio de las personas entendidas, tanto por las grandiosas proporciones de su bóveda, como por la gallardía de sus pilastras y cornisamento, que aunque no tienen el sello de la pureza clásica afectan sin embargo su dis­ posición y contornos.

228

Gustavo Adolfo Bécquer

Los altares nada ofrecen de notable; incluso el mayor que lo forma un tabernáculo, de madera pintada imitando mármoles, co­ locado sobre una gradería en la que apoyan sus rodillas dos ángeles de tamaño natural, tallados en bulto redondo y dorados. Sirve de fondo a este tabernáculo, y ocupa todo el testero de la Iglesia, un gran fresco debido a un artista ignorado en el que, con gran conocimiento de la perspectiva y una completa falta de armonía y vigor en el colorido, se representa un colosal retablo de mármoles y bronces, con estatuas de Santos de la Compañía en los intercolumnios y un cuadro en el centro donde se ve al Santo Arzobispo de Toledo, Ildefonso, en el acto de recibir la casulla de manos de la Virgen. La sacristía, que corresponde por su capacidad y ornatos al resto del templo, es la parte de éste que se encuentra más sobre­ cargada de hojarascas y adornos de mal gusto. Los objetos de arte que encierra esta parroquia son bien pocos, pues varios cuadros notables de Rivera, el Greco y Blas de Prado que en ella se encontraban hace algunos años, fueron llevados a Madrid, en cuya Academia de Nobles Artes existen algunos. Consérvanse no obstante en el retablo del altar colateral de la Epístola colocado en el crucero, el cual se trajo de la antigua Igle­ sia en cuya capilla mayor estuvo, tres lienzos, en el principal de los cuales se contempla el Bautismo de Jesucristo, obra de Alonso del Arco, recomendable por la buena disposición del asunto, aun­ que de entonación débil y dibujo no muy correcto. Representan los otros dos los bustos de tamaño natural de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Un Apostolado de talla y bulto redondo, colocado sobre repisas en las entrepilastras que adornan la nave principal, y alguno que otro lienzo del Greco, pero de su peor época, con otros, también me­ dianos y de autores desconocidos, que se hallan colgados en los pilares que dan paso a las capillas, completan el número de las obras dignas de alguna atención que encierra este templo.

“Historia de los templos de España ”

229

San Nicolás. — El templo de esta parroquia, que consta de una sola nave con varias capillas en sus costados, se reedificó en la primera mitad del siglo x v i i i , y conforme a las reglas de la arqui­ tectura greco-romana; género, que por decirlo así, había destrona­ do a los sectarios de Churriguera, y que exclusivamente se usó en la Península durante esta reacción artística, exagerada, aunque pro­ vechosa. D e la primitiva fábrica, contemporánea a la época de su fun­ dación, nada resta; y ni aun fijamente puede asegurarse el gusto a que pertenecería, pues aunque se sabe que la parroquia fue eri­ gida con posterioridad a una gran parte de las de Toledo, se ignora la época precisa en que esto se verificó. Exceptuando algunos lienzos apreciables y varias esculturas que se encuentran distribuidas en su ámbito, nada se encuentra en este templo que merezca descripción detallada. El altar mayor, compuesto de una gradería sobre la que se eleva un elegante tabernáculo, es de buen gusto, merced a su extremada sencillez y natural disposición de las partes que lo forman. Sirve de fondo a este altar, y ocupa una gran parte del muro de la cabe­ cera, un gran lienzo, firmado por D. Zacarías Velázquez, y con­ tenido en un marco de estuco imitando marmoles; en el se repre­ senta al Santo titular de la parroquia apareciéndose a dos jóvenes que ocupan el primer término de la composición. Este cuadro, que pertenece al pasado siglo, en el que floreció su autor, adolece, como la mayor parte de los debidos a esta época, de amaneramiento y falta de vigor en el claro oscuro, aun cuando se recomiende por algunas otras dotes apreciables. Dos cuadros, que se hallan en los costados laterales del pres­ biterio, y en los que Alonso del Arco trazó con regular acierto dos pasajes de la vida de Santa María Magdalena; el altar de Santa Bárbara, en el que se ven algunas pinturas bastante medianas, aun­ que debidas al Greco; y por último, la imagen del Crucificado con su Santa Madre y el discípulo predilecto a sus plantas, concienzudo

230

Gustavo A dolfo Bécquer

grupo de talla en madera, que se encuentra en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, y es obra del escultor tirolés D. Juan An­ tonio Finacer, es cuanto de notable se encierra en este templo. Santa Leocadia. — Esta parroquia, que ocupa el mismo lugar en que, según las más autorizadas tradiciones, estuvo la casa donde vivió y nació la Santa que la presta nombre, es una de las más antiguas de Toledo, aunque su Iglesia fuese posterior a las tres que en diversas épocas se levantaron en esta ciudad a su gloriosa patrona. El primitivo templo debió pertenecer al género árabe; lo testifica así la forma de su torre, de finísimo ladrillo, engalanada con series de arcos ornamentales y grandes ajimeces, única parte que de él subsiste. Aseguran algunos escritores que algunos años después de la reconquista, al practicar las excavaciones necesarias a fin de erigir esta parroquia, se encontraron restos de una antigua ermita u oratorio, perteneciente a la época goda, y probablemente dedicada [a] esta misma Virgen. Del mismo tiempo data el des­ cubrimiento de un subterráneo, que aún hoy puede verse, el cual tiene entrada por esta Iglesia, y al que se cree solía retirarse la Santa a orar y ejercitarse en las más rudas penitencias. De las modificaciones por que probablemente debió pasar desde que fue erigida, según la manera de construir musulmana, hasta el siglo pasado, ninguna noticia queda. La Reina María Luisa, es­ posa de Carlos IV, que profesaba particular devoción a la patrona de Toledo, mandó reedificarle completamente y a sus expensas, tal como en la actualidad se halla. El carácter general de la arquitectura es greco-romano; consta de tres naves divididas por gruesas columnas de piedra, que sos­ tienen las recaídas de los arcos, sobre las cuales se extiende por todo el ámbito de la Iglesia un cornisamento dórico. La nave, que cor­ tando a la central forma el crucero, y el ábside o capilla mayor, están separadas del resto del templo por una verja sencillísima, que ha sustituido a la que perfectamente trabajada con la ornamen­

“Historia de los templos de España ”

231

tación propia del siglo x vi ocupaba antes este sitio y ahora se ve en el atrio. Los altares nada ofrecen digno de ser examinado dete­ nidamente, si se exceptúa el mayor, cuyo retablo y ara son de pre­ ciosos jaspes que forman un lujosísimo marco que contiene un gran lienzo, en el que se representa a la Santa Virgen y Mártir titular, obra con algunas dotes recomendables debida a Eugenio Cajes. Tampoco debe pasarse en silencio la magnífica custodia que se guarda en la sacristía, llamada vulgarmente el Sol de Orán, título con el que sin duda la conocen por ser la misma que hubo en la Iglesia mayor de esta importante ciudad de África desde que la arrancó del poder de los infieles el Cardenal Giménez de Cisneros, hasta que en 1792, al abandonar este punto, se trajo a la Península con algunas otras alhajas y el Arzobispo Lorenzana la regaló a esta parroquia. Los A lm irantes de Castilla, antigua dignidad que se perpetúa en la casa de los Duques de Noblejas, tiene aquí su panteón de familia. San Martín. — En el primer capítulo de esta parte de la His­ toria de los Templos de España, y al describir el magnífico monas­ terio de San Juan de los Reyes, dijimos ya que la parroquia objeto de estas líneas, cuyo primitivo templo existía contiguo a la puerta del Cambrón, fue trasladada al que hoy ocupa el año de 1840. Su fundación debió tener lugar en los primeros años de la re­ conquista, y acaso durante el reinado de D. Alfonso VI. En 1 1 97 el Arzobispo D. Martín López de Pisuerga hizo donación de ella, con todas sus pertenencias y derechos, al abad y canónigos de la Iglesia colegial de Santa Leocadia, previa autorización del Cabildo Primado confirmada después por el Pontífice Honorio III. Más tarde el Rey, Felipe II, después que hubo terminado el Real Monas­ terio de San Lorenzo, entre otras muchas prebendas y beneficios con que dotó esta comunidad, le hizo cesión de esta parroquia de

232

Gustavo A dolfo Bécquer

San Martín, unida con algunas otras dependencias del dignidad abad de Santa Leocadia. En esta disposición ha permanecido hasta nuestros tiempos, en que, extinguidas las comunidades religiosas, quedó a disposición del ordinario, siendo, por último, una de las nueve latinas, que en el postrer arreglo parroquial de Toledo se conservaron como matrices. Como queda dicho, en esta época se trasladó a San Juan de los Reyes, mandándose demoler su antiguo templo, que ninguna cosa ofrecía de notable, por el estado de in­ minente ruina en que se encontraba. San Pedro. — Poco diremos en este lugar de la parroquia que se conoce en Toledo con esta advocación. Erigida dentro de la mis­ ma Catedral, desde tiempos muy remotos, en la capilla llamada del Santísimo Sacramento, se trasladó en la primera mitad del siglo XV, a la que con la misma advocación de San Pedro hizo construir a sus expensas el Arzobispo D. Sancho de Rojas. Teniendo, pues, en cuenta, que la monografía de este templo forma parte de la des­ cripción de la Iglesia Primada y a fin de no repetir las especies remitimos a nuestros lectores al trabajo del señor D. Manuel de Assas sobre la Catedral con el que comienza esta historia.

PARROQU IAS L A T IN A S (Suprimidas en la actualidad) S . M i g u e l . — S. R o m á n . — S . S a l v a d o r . — S t o . T o m á s tol.

— S. C ip r i a n o . — S. B a r t o l o m é d e

tóbal.

A pó s­

S. Z o i l o . — S . C r i s ­

— S . G i n é s . — S. L o r e n z o . — L a M a g d a l e n a d e l a A z u -

q u e ic a .

— S.

V ic e n t e

M á r t i r . — S.

I s id o r o . — S t a .

M a r ía

M agdalen a en C a la b a za s.

I En el párrafo, que a manera de introducción precede a las breves noticias que ya hemos dado de las parroquias latinas que hoy subsisten como matrices, dejamos dicho la época a que la generalidad de estos templos pertenecen y las especiales circuns­ tancias que a su erección concurrieron. A l tratar ahora del segundo grupo de estas parroquias, en el que comprendemos las que, merced al ya varias veces citado arreglo eclesiástico, han quedado suprimidas o destinadas a ayudas de las que se conservan en su antigua categoría, nada podemos añadir acerca de su historia en conjunto que allí no se encuentre com­ prendido.

Gustavo A dolfo Bécquer

234

En cuanto a la importancia de su estudio arqueológico y al interés que ofrecen los objetos de arte custodiados en ellas, sólo diremos para terminar estas líneas^ que en nada ceden sino aven­ tajan a las anteriores. Erigidas en una misma época han atravesado por las mismas circunstancias que han contribuido a modificar sus templos y alter­ nativamente a enriquecerlos o despojarlos, merced a las restaura­ ciones, los espolios o los donativos, así de mérito en su fábrica, como de riquezas artísticas en los objetos destinados a la venera­ ción y el culto.

II San Miguel. — La fundación de este templo, conocido con el sobrenombre de El Alto, por hallarse efectivamente en uno de los puntos más elevados de la ciudad, corresponde a uno de los últimos períodos del estilo árabe. El género arquitectónico de su elegante torre; el carácter especial de sus naves, que en vano han preten­ dido ocultar las últimas reparaciones verificadas en ellas, y el mag­ nífico artesonado de alerce que las cubre, exclusivamente propio de esta época, lo ponen de manifiesto de una manera indudable. Ignórase, sin embargo, si esta Iglesia fue primeramente mez­ quita y se consagró al culto de la religión cristiana después de la ocupación de la ciudad por D. Alonso VI, o se mandó erigir por este piadoso Monarca cuando la mayoría de sus compañeras y du­ rante el largo período en que aún dominó en Toledo el gusto árabe, conocido con el nombre de muzárabe o morisco. Aunque sin datos que precisamente lo confirmen, nosotros nos inclinamos a creer lo segundo. El carácter general de su fábrica, la disposición particular de algunas de sus partes, y la ornamenta­ ción de su torre son a nuestros ojos indicios de que, al menos esta última, fue construida por los cristianos durante el período de imi­ tación postrero de este gusto, hoy puesto en olvido.

“Historia de los templos de España”

235

Es opinión casi general, y admitida con bastante fundamento, que esta parroquia sirvió a los Templarios de Iglesia cuando éstos vinieron a Toledo, llamados por D. Alonso VIII para ocupar y defender el castillo y monasterio de San Servando abandonado de los monjes, sus habitadores primitivos, a causa de las continuas irrupciones de los moros por esta parte de la ciudad. Aun cuando esta noticia no se encuentra justificada por ningún documento histórico, apoyándose únicamente en la tradición, si se tienen en cuenta las diversas observaciones que para justificarla se han hecho por algunos eruditos escritores, que de este asunto se han ocupado con gran diligencia, no queda el menor género de duda acerca de su veracidad. En efecto, sábese que en la misma época los caballeros de esta célebre Orden fundaron una casa hospedería, conforme a su cos­ tumbre y reglas, dentro de la ciudad; siendo tradicionalmente ad­ mitido, desde tiempos muy remotos, que lo verificaron en una que aún se conserva pegada a la parroquia de San Miguel, la cual, aunque lastimosamente desfigurada, y con destino hoy a casa de vecindad, conserva restos de su pasado esplendor. De por sí solas estas dos tradiciones, autorizadas merced a su admisión por todos los historiadores toledanos, son en cierto modo suficientes a autorizar la opinión aventurada anteriormente; pero si a esto se reúnen las notables circunstancias de encontrarse agre­ gado a la parroquia, por su costado meridional y con entrada por la Iglesia, un claustro procesional, propio únicamente de las comu­ nidades o corporaciones colegiadas, y hallarse en su torre una cam­ pana en la cual se ve grabada de relieve la cruz del Temple, como ya dejamos dicho, no queda algún genero de duda acerca del uso a que se destinó este templo desde el siglo XII hasta principios del XIV en que esta Orden se disolvió en Castilla.

Si fuera posible leer algunas de las losas sepulcrales, incrusta­ das en el claustro de que dejamos hecha mención, acaso se hubiera venido en descubrimiento de la verdad; pues a no dudarlo per­

236

Gustavo A dolfo Bécquer

tenecen, según su carácter de letra y el estado en que se hallan, al siglo xn o el xni. La lectura de una de ellas, perteneciente a un judío llamado Zabalab, y que hubo de convertirse a la religión cristiana, puesto que fue presbítero, confirma nuestro aserto. Dice así: X Picóle: M ultum : Spenctans: Memoransque. Sepultum. D um : M emorando: Capis: Q uen: T egat: Iste: L ap is: Occurrunt: Pulchri: T i b i : Scripta: L egen d e: Sepulchri: N am : Patet: E x : T itu lo: Q uis: T egitur: Tum ulo: M oribus: E t: V ita: Brevis: “ F u it: Israelita: ” Presbiter: E gregius: V ir : B onus: A tq u e : Pius: Clarus: Stirpe: Satis: N o tu s: Q u e : N o ta : Bonitatis: H ic : Zabalab: D ictu s: Cum : M o rs: E n sis: F u it: Ictu s: P u lvis: E t : O ssa: Jacent: T u m u lo : Quem : Cernís: Hum ata: S ex: Tantum : D em ptis: Annus: D e : M il: E t: Descentis: Inspice: Q uot: Restant: E ran t: Q u em : M anifestant:

Si exceptuamos las particularidades de que dejamos hecha men­ ción, las cuales vienen a corroborar las tradiciones que prevalecen acerca de su uso en épocas remotas, la fábrica de este templo nada ofrece de notable a no ser su torre que caracteriza una época de la arquitectura árabe, a que se deben la mayor parte de las Iglesias de Toledo. Consta, pues, el cuerpo de ésta, de tres naves paralelas entre sí divididas por arcos de forma arábiga que le prestan un marcado carácter propio de este género, a pesar de hallarse desfigurados con las últimas restauraciones que ha sufrido el templo en las que hubo de añadírsele, aunque ignoramos la fecha precisa, la nave que forma el crucero, la media naranja que cubre la intersección de ésta y la capilla mayor.

“Historia de los templos de España ”

237

La torre, de la que ofrecemos una copia exacta en la lámina que lleva por epígrafe Torres árabes de Toledo, es una de las mejor conservadas entre las muchas que existen en esta ciudad, pertene­ cientes al mismo estilo. Los ajimeces de arcos angrelados incluidos en grandes marcos o arrabás que dan luz a su interior, y sobre los que corre una estrecha faja de ladrillos formando un acodillado propio de la última época; las dos zonas de arcos ornamentales angrelados y sostenidos en columnitas los unos, y redondos y entre­ lazados los otros, que adornan el cuerpo superior, el cual termina con tres arcos de ojiva túmida que forman el hueco destinado a la colocación de las campanas; el tejaroz sustentado por canecillos que remata el todo de ella; cuantos detalles se ofrecen a los ojos del observador, son dignos de atención por caracterizar perfecta­ mente, como ya dejamos dicho, el último período de esta arquitec­ tura, llamado de imitación por haberla puesto en uso los cristianos después de la reconquista. Los altares son menos que medianos, excepto los que pertenecen a la escuela churrigueresca, los cuales sólo como modelos de extravagancia pudieran ser citados. En pinturas tampoco hay cosas verdaderamente notables; pero aunque de mediano mérito pueden recomendarse dos tablas que existen en el altar colateral del Evangelio, dos grandes lienzos co­ locados en los machones inmediatos al crucero, debidos, a Eugenio Cajes el primero que representa el Nacimiento del Salvador, y a Pedro de Orrente el segundo en el que se ve la Adoración de los Reyes, obras ejecutadas a competencia según noticias, pero en las que, según nuestro juicio, no estuvieron a su mayor altura los autores a pesar de notarse en ellas algunos de los rasgos apreciables de estos artistas, y por último, otras dos pinturas más pequeñas que se encuentran en los testeros del crucero y en que hay otro Nacimiento en la del lado de la Epístola y una Sacra familia en el del Evangelio, ambas pertenecientes a Juan de Toledo. En esta antigua parroquia, hoy reducida a ayuda de la de San Justo, existió en otro tiempo una hermandad congregada bajo la

238

Gustavo A dolfo Bécquer

advocación del Arcángel San Miguel, su titular, la cual disponiendo de grandes recursos, merced a la piedad de los personajes que a ella pertenecieron, tuvo a su cargo muchas obras meritorias, a más de quince capellanías que debían servirse en esta Iglesia. San Román. — Varias son las opiniones que con más o menos fundamento se han emitido por los cronistas toledanos acerca de la fundación de esta parroquia, digna por más de un título del diligente examen del arqueólogo y del artista. Por no creerlo propio de la concisión de esta obra, no nos de­ tendremos a refutar el contenido de unas y a desentrañar la fuente de donde las otras se derivan, limitándonos sólo a exponer la his­ toria que, a juicio de los escritores más dignos de fe y al nuestro, presenta mayores probabilidades de certeza y con más precisión responde a las observaciones de la crítica y del arte. Aun cuando la negar la existencia ticularmente antes cual no falta quien

tradición lo asegura, es dudosa y casi se puede de este templo en la época goda, y muy par­ del período en que floreció San Ildefonso, e) suponga fue bautizado en él.

Ya subyugada Toledo por los infieles y en los primeros tiem­ pos de su dominación, cuando aún dormía el fecundo germen del genio árabe en el fondo de su guerrera sociedad, debió erigirse la primitiva fábrica. Su planta, subdividida en naves como las de los templos cristianos que habían visto a su paso a través de los restos de la civilización gótica; el severo arco de herradura sencillo y sólido al par, que abre la comunicación entre ellas; el empleo de capiteles pertenecientes a otros edificios godos, y por último, el carácter especial que impreso en tan remota época al cuerpo de su Iglesia, no han bastado a borrarle los siglos y las modificaciones por que ha pasado, no dejan algún género de duda sobre este par­ ticular. Si luego que el arte mahometano desplegó sus galas, desen­ volviéndose al par que su literatura y su genio científico, adornó

“Historia de los templos de España ”

239

con sus elegantes caprichos los muros de esta mezquita, como hizo en esta misma ciudad con algunos otros, ningún resto ha quedado merced al que pueda colegirse la época en que esto se pudo veri­ ficar. Autores respetables, y nosotros con ellos, creen que efectiva­ mente los muros interiores y los grandes arcos que forman el cuerpo del edificio han estado engalanados conforme al gusto árabe en su segunda época, desapareciendo estos delicados adornos en algunas de las últimas y radicales restauraciones que se le han hecho en tiempos en que las bellezas de este género en nada se tenían. Cuando se recuperó Toledo del poder de los musulmanes, esta mezquita debió quedar incluida en el número de aquellas que los vencidos conservaron, merced a las cláusulas de su capitulación, para el ejercicio de sus ceremonias religiosas. Prueba de una manera evidente esta opinión el contenido de una de las dos inscripciones árabes que por orden de D. Felipe II se quitaron de las puertas de esta Iglesia, al par que otras varias que se encontraban repartidas por la ciudad y que, según traducción que se hizo de ellas en el siglo xvi por algunos moriscos que vinieron a Castilla, cuándo des­ pués de la rebelión de las Alpujarras se diseminaron en gran nu­ mero por toda la Península, decían así: En la que estaba incrustada sobre la clave del arco de la puerta de la Cruz: L a oración y la paz sobre nuestro señor y profeta M ahom a: Todos los fieles cuando se fueren a acostar a la cama, mentando al Alfaqui morabito Abdalá y encomendándose a él, en ninguna batalla entrarán que no salgan con victoria; y en cualquiera batalla contra cristianos al que untase su lanza con sangre de cristianos y muriese aquel día

240

Gustavo Adolfo Bécquer irá vivo y sano abiertos los ojos al paraíso: y quedarán sus sucesores hasta la cuarta generación perdonados.

En la que se arrancó de la sepultura de un musulmán llamado Golondrino: Dios es grande. L a oración y la paz sobre el mensajero de Dios. Esta piedra es traída de la casa de Meca Tocada en el arca que está colgada donde está el zancarrón; Todos los que pusieren las rodillas en ella para hacer la zala y adoraren en ella o besaren en ella, no cegarán ni se tullirán: e irán al paraíso abiertos los ojos. Fue presentada al rey Jacob en testimonio de que no hay más que un Dios.

De estas dos inscripciones, la primera se conoce desde luego que fue puesta en el lugar en que se conservó hasta el año de 1752, antes de ser ocupada la ciudad por los cristianos. El sangriento carácter de odio hacia nuestra raza que en ella domina hubiera hecho imposible la colocación de este enérgico grito de rebeldía en un lugar tan público cuando las armas castellanas dominaban ya en Toledo. En cuanto a la segunda, la circunstancia que en ella se expresa de haber sido presentada la piedra que la contiene al Rey Jacob, corrobora el aserto de los que opinan por qué el templo se con­ servó en poder de los mahometanos algún tiempo después de la reconquista, pues el Rey a que la inscripción alude, que no puede ser otro que el hijo de Abd-el-mon, Rey de los Almohades, co­ nocido por Juseph entre nuestros historiadores, vino a España por los años de 11 $6 a 1157, posterior a este suceso, y en la cual sólo

“Historia de los templos de España ”

241

en un edificio religioso destinado al culto de los sectarios del Corán pudo haberse colocado una sepultura con semejante epitafio. Resulta pues probado, por medio del contenido de estas leyen­ das, si no de una manera absoluta, al menos con indicios vehemen­ tes, el error de los que suponen a la parroquia de San Román erigida, como la mayoría de las de Toledo, durante el reinado de Don Alonso VI. Error que, como dejamos dicho más arriba, pa­ tentiza asimismo el carácter propio del primer período de la arqui­ tectura a que pertenece esta Iglesia, el cual se reconoce desde luego en la forma de sus arcos, en el género de los capiteles que los sus­ tentan y en la disposición de la planta que la traza. Abandonada algún tiempo después esta mezquita por sus pose­ sores los árabes, no sabemos mediante a qué circunstancia sin duda la poderosa familia de los Illanes, que tuvo su palacio contiguo a ella, hubo de tomarla bajo su patronato, como sabemos que por otros magnates se hizo en la misma época con la de Santa Leocadia en la Vega, antes de su reedificación. Sólo así se explica que D. Pedro Illán, padre del célebre D. Es­ teban, del que más adelante hablaremos, se titulase con el sobre­ nombre de Sancto Romano, cognomento que ha dado lugar a que algunos le atribuyesen la creación del templo conocido con esta advocación. No puede asegurarse si en tiempos del citado Don Pedro, o ya, como sienten la mayor parte de los historiadores, algunos años después de su muerte, y por mandato de su hijo D. Esteban Illán, se reparó gran parte del edificio, levantando en uno de sus extre­ mos la elegante y fortísima torre en que tuvo lugar, poco después de su edificación, un hecho histórico importante, en el que D. Es­ teban desempeñó un principal papel, razón por la que tampoco ha faltado quien creyera debido a este personaje la completa erec­ ción del templo. Entre estos últimos puede contarse al docto jesuíta Mariana, el cual, ocupándose en su Historia general de España, de los disBÉCQUER TRADICIONALISTA. — l 6

242

Gustavo A dolfo Bécquer

turbios que tuvieron lugar en toda Castilla durante la menor edad de D. Alfonso VIII, y al referir su desenlace, llevado a término en esta torre., se expresa de este modo: “ D. Esteban de Illán, ciudadano principal de aquella ciudad, en la parte más alta de ella, a sus expensas edificara la Iglesia de San Román, y a ella pegada una torre que servía de ornato y fortaleza. Era este caballero contrario por particulares disgustos de Don Femando (de Castro) y de sus intentos. Salióse secretamente de la ciudad y trajo al Rey disfrazado, con cierta esperanza de apoderalle de todo. Para esto lo metió en la torre susodicha de San Román. Campearon los estandartes reales en aquella torre, y avisaron al pueblo que el Rey estaba presente. Los moradores alte­ rados con cosa tan repentina, corren a las armas: unos en favor de D. Fernando; los más acudían a la majestad real; parecía que si con presteza no se apagaba aquella discordia, que se encendería nna grande llama y revuelta en la ciudad; pero como suele suceder en los alborotos y ruidos semejantes, a quien acudían los más, casi todos los otros siguieron. Don Fernando, perdida la esperanza de defender la ciudad, por ver los ánimos tan inclinados al Rey, salido de ella, se fue a Huete, ciudad por aquel tiempo, por ser frontera de moros y raya del reino, muy fuerte, así por el sitio, como por los muros y baluartes. Los de Toledo, librados del peligro, a voces y por muestra de amor, decían: Viva el Rey” . Algunos años después de ocurrido este suceso, el Arzobispo D. Rodrigo Giménez de Rada bendijo la iglesia, rehabilitándola para el culto. Sobre la puerta de entrada y en la parte interior del muro, se lee una inscripción conmemoratoria de la solemnidad, con­ cebida en estos términos: Consagró esta iglesia el Arzobispo D . Rodrigo, domingo vein­ tidós de junio, era mil doscientos cincuenta y nueve.

En el siglo xvi sufrió el edificio una modificación notable que, haciendo desaparecer el ábside árabe del templo, dotó a éste de una

“Historia de los templos de España ”

243

suntuosa capilla mayor, perteneciente al gusto plateresco y una de las más acabadas y elegantes obras de este género de arquitectura, entonces en su más alto grado de esplendor. Por último, sin que nos sea posible fijar la época precisa, se han llevado a cabo en el cuerpo de la iglesia varias restauraciones de poco interés, pero en las que han presidido el mal gusto y la igno­ rancia, que tanto mal han causado en casi todos los monumentos del arte de esta ciudad. Merced a ellas, han debido desaparecer los arabescos de los muros y se han ocultado con mezquinos cielos rasos las soberbias techumbres de alerce, formando casetones y figuras geométricas, obra debida al genio musulmán y que prestaba al edificio, que aún conserva la disposición de esta arquitectura, un carácter marcado y propio de su género. Hecha en breves palabras la historia de la parroquia de San Román; apuntadas las épocas en que sufrió las diversas restaura­ ciones por que ha pasado, vengamos ahora a su descripción tal como en nuestros días puede verse. La iglesia, que se halla colocada de Occidente a Oriente, consta de tres naves de medianas proporciones: divídense estas naves entre sí por grandes y macizos arcos de herradura, que se apoyan en columnas chatas y gruesas. Estas columnas, propias del primer período de la arquitectura árabe y muy semejantes a las que en­ contramos y dejamos descritas en la monografía de la ermita del Cristo de la Luz, carecen de base y coronan sus fustes, gruesos y sin proporciones arquitectónicas, unos capiteles toscamente es­ culpidos, grosera imitación de los pertenecientes a los generos clá­ sicos, y propios sin duda alguna, como los de Santa Leocadia, de la época goda. En la exacta lámina que ofrecemos a nuestros lec­ tores, y que lleva por título Capiteles diversos de Toledo, puede verse la reproducción de unos de estos curiosos y raros ejemplares de una arquitectura casi desconocida, y cuyas huellas se han borra­ do por completo de los muros de nuestros más antiguos edificios.

244

Gustavo Adolfo Bécquer

La capilla mayor que, como ya dijimos, pertenece al género plateresco en su buena época y está situada en la cabecera de la principal de las naves, es digna de particular estudio por la elegante y armónica disposición de las partes que la componen y la del:cadeza y maestría de los adornos y detalles con que éstas se engalanan. Consta de cuatro grandes arcos; dos abiertos en la nave central, y dos figurados en los muros laterales: sobre estos cuatro arcos e igual número de pechinas corre la imposta que sostiene la media naranja o cúpula que cubre esta parte del templo, y a través de los vanos de la cual penetra la luz que escasamente la ilumina. Decoran esta cúpula y el arco inmediato al altar mayor, anchas fajas de casetones y compartimentos que incluyen florones de hojas picadas; cuatro cariátides sostienen el friso de donde éstos parten para voltear siguiendo las líneas curvas de la fábrica, y en cada una de las pechinas, entre los adornos que le sirven de marco, se observa un medallón circular de bastante mérito con el busto de un evangelista en alto relieve. El retablo, que ocupa el muro del frente y está colocado en un grande altar que se eleva del pavimento de la iglesia sobre algunos escalones de mármol, pertenece al estilo del Renacimiento; se ador­ na con un gran número de esculturas y bajos relieves apreciables, y guarda bastante armonía con el género de ornamentación de la capilla. Compónese de dos fajas verticales, compartidas en recuadros, que flanquean un cuerpo de arquitectura colocado en el centro. Estos recuadros contienen buenas esculturas en medio relieve, pin­ tadas y estofadas según la costumbre de aquel tiempo, las cuales representan en los más bajos dos figuras arrodilladas, que a juzgar por los trajes y el lugar en que se las mira, parecen ser de los fundadores, detrás de las cuales están, en el un recuadro San Gerónimo, y en el otro San Juan Bautista, y las restantes: la Anunciación, el Nacimiento, Jesús atado a la columna, el entierro del Redentor y dos escudos de armas, sin duda de los patronos,

“Historia de los templos de España ”

245

con los que rematan las fajas laterales del retablo. En medio de éste, como queda expresado, se levanta una bien dispuesta máquina arquitectónica dividida en cuatro cuerpos pertenecientes al orden dórico el primero, al jónico el segundo, y los dos restantes al co­ rintio. Consta cada uno de estos cuerpos de cuatro columnas, en el espacio intermedio de las cuales existen doce figuras de bulto redondo, representando los doce Apóstoles en los de los costados, y un Calvario y los Desposorios de San Joaquín y Santa Ana en los superiores del centro. Ocultan los bajo relieves de la parte inferior un tabernáculo de muy mal gusto, que ocupa la mesa del altar, y el todo del retablo termina con una imagen del Padre Eterno. En la capilla del costado de la Epístola se encuentra otrore­ tablo con nueve tablas recomendables, de autor desconocido, pero que por el carácter de su dibujo, la especial disposición de las figuras y el plegado de los paños, puede afirmarse que pertenecen a la primera mitad del siglo xvi. Los asuntos que en ellas se con­ tienen son: la Anunciación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Huida a Egipto, la Cena, el Descendimiento, dos de cuerpo entero y un San Miguel. Fuera de estos dos retablos que ya hemos dado a conocer, no se encuentra en la iglesia objeto de arte alguno, acreedor, por su mérito especial, a que sea mencionado en esta historia. No concluiremos, sin embargo, la descripción de esta antigua parroquia sin trasladar algunos de los muchos epitafios pertene­ cientes a damas de alto linaje, hidalgos y guerreros, que se ven distribuidos por las naves, ya en los muros, en el pavimento o al pie de las aras. Colocados en su mayor número durante el siglo x i i y parte del xiv, dan una idea de la civilización del pueblo castellano en aquella lejana época y del estado de ruda sencillez de su literatura. En el muro interior de la puerta de entrada, a la izquierda, existe uno que dice así:

Santos

Gustavo Adolfo Bécquer

246

Qui legis hic sculptos vers-dictamine cultos huc noveris dice virum Petrum Roderici cum fuerit miles voluit res spenere viles. Mundus nam flores falsos quos spond-honores corrupit mores míseros facit inferiores D u m ...!.

En la derecha, y en una lápida blanca, se lee en caracteres de relieve, esta otra inscripción: D ign u s: eques: lau Strenus: pius: sine:

frau

Q u e : frágiles: gen P ariter: rap it: a d q : poten Atam en: oX pe: sup: tib i: s it : re u s: iste : parcere: digueris: q i : fo n s: pietatis: m iseris: orbit: M icael: Illa: X III dias: d e : m arzo: era : M : C C C V I :

Junto a un altar consagrado a la Virgen de los Dolores y en una losa'incrustada en el muro se lee: Ingenus: mi res: fugiens: vi

I 1 es-

juvenum : flor: vas: prit D idacos: cultor: bon

annis: bis: denis: sinis: v ix : flore juventutis; raptus mebris ista : su b : petra: dorm it: s it: o b iit: i n : m ense: nobeb: e ra :

ben: plenis: resolutis spiritus: extra: M : C C : L X X X : III

1 Nota del autor: El resto, que es de inferir sería la fecha de su muerte, no se puede leer.

“Historia de los templos de España ”

247

En el último poste de la nave principal, sobre un retablo, se encuentra esta leyenda: Miles famosus: — probatus armis et generosus: qui yacet ornandus: — titulis laudum memorandus: large danda dabat: — nullis donanda negabat: et cunctis prodesse: — nullis cupiebat obesse: Obit Alphonso P. en III dias dabril. e. MCCCXI: A los pies de la iglesia en la nave del Evangelio hay esta otra: E sse: velut: rorem: v ite : presentis: honorem : d ico : p e r : Alfonsum.

Roderici: qm • sibi: sponsum: gratia: det: Christi: quia: esternitur: omine: tristi: matri: quem: charum: tribuit: cloto: mors: dat: amarum: qui: quam: s : esset: juvenis: mutisq: presset: hic: jacet: ede: brevi: claus: mortis: Dominevi: Obit: X : die: october: era: M: CCC: XX: Semejantes a estas lápidas existen un gran número, todas per­ tenecientes casi a la misma época, y entre los epitafios de las que se leen nombres tales como Lupa, Fernán González, Diego Gon­ zález, Ruiz Díaz, y otros. También se ven en el suelo grandes losas fúnebres con ins­ cripciones, escudos de armas y orlas de adornos, y entre ellas la de D. Gonzalo Illán, nieto del ya citado y célebre D. Esteban, la de un Lope Hernández de Madrid y un Ñuño Álvarez, y algunos otros más o menos desconocidos. He aquí todo lo que de notable se halla en el interior de esta parroquia, hoy filial o ayuda de la de Santa Leocadia. En cuanto

248

Gustavo A dolfo Bécquer

al exterior nada ofrece digno de estudio, si se exceptúa su mag­ nífica torre. Ésta, que pertenece al género de arquitectura creada por los musulmanes y puesta aún en práctica por los cristianos después de la reconquista, es de ladrillo toda, tiene cuatro frentes y se di­ vide en tres cuerpos, de los cuales el inferior es completamente liso, el segundo se adorna con ocho vanos o ajimeces de arco de herradura sencillo, y el último con una serie de ornamentales estalactíticos, sobre el que se ven doce huecos o ventanas incluidos en un ancho arrabá de perfil ojival los unos, y de la misma figura compuesta de porciones de círculo los otros, rematándose el todo por un tejaroz con canecillos. En la lámina titulada Torres árabes de Toledo, ofrecemos una copia exacta de este curioso monumento de la historia y del arte. San Salvador. — Si se ha de tener en cuenta la autorizada tra­ dición que encontramos en algunos cronistas e historiadores tole­ danos, acerca de la fundación de esta parroquia, no cabe duda alguna que tuvo lugar algún tiempo después que la del resto de sus compañeras, las cuales, como dejamos dicho, se remontan en su mayor número a los primeros años de la reconquista. En efecto; ocupada la ciudad por los cristianos, merced a las estipulaciones hechas de concierto con los sectarios del Profeta, sus antiguos dominadores, quedaron algunas mezquitas abiertas y destinadas a las ceremonias religiosas de los musulmanes. Entre otras, debió contarse en este número la que desde muy remotos tiempos se encontraba en el mismo lugar en que hoy se alza la parroquia objeto de estas líneas. Ocupando el trono de Castilla D. Alonso VII, época en que este edificio se conservaba aún con el carácter de templo mahometano aunque no sabemos si cerrado al culto de esta religión, lo que es más probable, o en el ejercicio de sus prácticas, tuvo lugar el su­ ceso que señalan como causa de su engrandecimiento y consagra­

“Historia de los templos de España ”

249

ción al servicio del verdadero Dios, el cual vamos a referir tal como lo hemos encontrado en algunos autores respetables. Una tarde en que la piadosa Reina Doña Berenguela, esposa del Emperador D. Alonso, salió del palacio acompañada de algunas personas de su servidumbre con objeto de pasear por las afueras de la ciudad, cuando se encontraba cerca de este templo fue sor­ prendida por una tempestad tan repentina y furiosa, que no per­ mitiéndole continuar adelante ni retroceder a su alcázar, la obligó a guarecerse dentro de la mezquita de la lluvia y el pedrisco que se desgajaban de las nubes en turbiones. Ya puesta a cubierto del temporal, como la fuerza de éste se hiciese (de) cada vez mayor, redoblando el estampido de los truenos y el silbo del viento, atemorizada la Reina, mandó con el ejemplo postrarse a su servidumbre e hizo oración a fin de que la tempes­ tad cediese. Sucedió esto a las pocas horas, y sea que la Reina lo hubiese ofrecido así a Dios, sea que el Rey no quisiera permitir que el lugar santificado por la solemne oración de su esposa se conservase en poder de los mahometanos, el hecho es que D. Alon­ so mandó consagrar la mezquita como templo católico, elevándolo a la categoría de parroquia, en la que se conservó hasta nuestros días, en que por el último arreglo fue suprimida a par de la de San Antolín que le estaba agregada. Ésta es, en breves palabras, la historia de la fundación de esta parroquia, en memoria de la cual es fama que se colocó, en una hornacina abierta en el muro sobre la clave del arco que daba ingreso al templo, una estatua de la Reina Doña Berenguela, la cual ha desaparecido en alguna de las muchas restauraciones y mo­ dificaciones por que ha debido pasar este templo como todos los que a tan lejana época se remontan. De estas restauraciones sólo haremos mérito de las más radi­ cales. Consagrada ya la iglesia, como anteriormente se ha expresado, elevósela a la categoría de parroquia, colocándola bajo la advoca­

250

Gustavo A dolfo Bécquer

ción del Salvador en el misterio de la Epifanía o Adoración de los Reyes, porque en el mismo día en que la iglesia católica celebra esta fiesta se proclamó y coronó el Rey D. Alonso en la ciudad de León. Al dedicar la mezquita al ejercicio de nuestras sagradas cere­ monias religiosas, es de presumir que, salvo las modificaciones ne­ cesarias a las exigencias del nuevo culto, en nada se tocaría a la planta y ornamentación de la fábrica árabe, pues no sólo este género estaba muy en uso y se conservaban templos cristianos per­ tenecientes a esta arquitectura, sino que muchos de los que nueva­ mente se construían afectaban la misma forma y estilo. En este estado debió continuar hasta el siglo pasado, en el que, tal vez por amenazar ruina o por otras causas que no es posible señalar con fijeza, se reedificó por completo. Un incendio ocurrido en el año 1822 consumió parte de este edificio, deteriorando el resto de tal modo que hubo necesidad de repararle de nuevo, aunque con bastante mezquindad. Pertenece a la arquitectura greco-romana y consta de tres naves pequeñas. Ni éstas, ni la capilla mayor ofrecen particularidad alguna notable, pues sus proporciones son raquíticas y su ornamentación pobre y escasa. Los altares, incluso el mayor, cuyo tabernáculo es de madera pintada y al que sirve de retablo un lienzo de grandes dimensiones y mediano mérito que representa el misterio de la Epifanía, carecen asimismo de mérito artístico que los haga acreedores a especial mención. A los pies de la nave de la Epístola se ve una capilla cuya entrada defiende una sencilla verja de hierro y en uno de cuyos muros y grabada en una lápida de mármol se encuentra una ins­ cripción. Por ésta se viene en conocimiento del nombre del funda­ dor, el cual, según la leyenda, fue vecino de Toledo, se llamaba Juan de Illescas y dejó algunos bienes para los capellanes, el cura

“Historia de los templos de España ”

251

y la fábrica parroquial, hacia fines del siglo xvi, época en que ocurrió su fallecimiento. Es verdaderamente singular la observación del señor Parros, a propósito de esta leyenda, haciendo notar que en determinadas frases o palabras de ella, han sido picadas multitud de letras para hacer imposible la lectura de algunos párrafos. También es digna de ser observada una pila bautismal de grandes dimensiones que se encuentra en esta misma capilla, la cual es de barro cocido, y así por su particular estructura como por la extraña ornamentación con que se engalana, pintada de colores y bañada con ese barniz propio de los alicatados o azulejos moriscos, constituye un objeto de arte curioso en su genero y digno de estima. Los adornos que son de un relieve ligeramente realzado, con­ sisten en elegantes molduras, hojas entrelazadas, escudos de armas y una inscripción latina en caracteres góticos que corre entre filetes por el borde y que la falta de unas letras y el sensible deterioro de otras, no permite descifrar por completo. Puede asegurarse, sin embargo, que son trozos de un salmo en que se cantan las excelen­ cias del Santo Sacramento del Bautismo, símbolo de la redención del hombre. Otra capilla existe en el mismo cuerpo de la iglesia, colocada en la cabecera de la nave colateral del Evangelio y dedicada a San Gregorio, la que, aun cuando tampoco ofrece en su construcción nada de notable, tiene un antiguo retablo ornado con algunas pin­ turas en tabla dignas de recomendación por su lejana fecha mas que por su mérito, y en las cuales pueden estudiarse los primeros pasos del divino arte que, andando el tiempo, había de dotar los magníficos templos de esta ciudad de tantas obras maestras. Terminada la ligera reseña de éste, hora es de que pasemos a ocupamos de la Capilla de Santa Catalina, pequeña aunque ines­ timable joya del arte, que los condes de Cedillo, sus patronos, hicieron construir en esta misma iglesia, aunque independiente de

252

Gustavo A dolfo Bécquer

ella y separada del resto del edificio por una magnífica verja de hierro, cuya lujosa ornamentación y prolijos detalles pertenecen al género plateresco que tantas muestras de su perfección y elegancia dignas de estudio dejó en aquel lugar. La fábrica de esta capilla es toda de piedra y su arquitectura ojival. Consta de cuatro muros, sobre los cuales corre un ancho friso coronado de una imposta, sobre la que se eleva la bóveda. Subdividen ésta en cascos, varios nervios que la cruzan en distintas direcciones y que recaen reunidos en los ángulos sobre cuatro lujosas repisas apuntadas a los muros. En los puntos de intersec­ ción de estos nervios se ostentan florones picados, viéndose asimis­ mo en todas partes entre la ornamentación, ya en los remates de las aristas de la bóveda, ya en las fajas ornamentales del muro, los blasones del fundador. Una leyenda, en caracteres dorados gótico-germanos, que corre entre filetes sobre un fondo azul, alrededor de los cuatro lienzos que constituyen la capilla y sobre su parte superior, como sirvién­ dole de friso, da a conocer el nombre y calidad de éste, y dice así : Esta capilla mandó facer el honrado caballero Ferrando Álvarez de Toledo, Secretario y del Consejo de los cristianísimos príncipes el Rey don Fernando y la Reina doña Isabel:

Pero si notable es esta capilla, por la majestuosa sencillez de su fábrica, levantada en una de las épocas más florecientes del género de arquitectura a que pertenece, lo es mucho más por los objetos de arte que encierra, de los cuales, aunque no con el de­ tenimiento que desearíamos por no permitirlo así la índole de nues­ tra obra, daremos una idea aproximada y suficiente a satisfacer la curiosidad de nuestros lectores. En el muro que sirve de cabecera a la capilla, que es el que se encuentra en la parte de Oriente, se ve el principal de los retablos con que ésta se adorna, el cual es todo de madera dorada y per­ tenece al estilo ojival florido en uno de sus más brillantes períodos.

“Historia de los templos de España”

253

Consta de tres cuerpos, cada uno de los cuales se divide en cinco espacios o compartimentos, separados entre sí por esbeltísimos juncos y haces de columnillas apiñadas y cobijados por doseletes enriquecidos con lujosa y elegante ornamentación propia del género, como tréboles, crestería cairelada, series de arcos ornamentales y agujas engalanadas con grumos y hojas desenvueltas; todo tan prolijamente tallado y dorado que hacen este retablo digno de competir en gusto y mérito con los mejores de su estilo que se encuentran en la catedral. Las hornacinas, abiertas en los espacios centrales de estos tres cuerpos, están ocupadas por figuras de talla, en las que se nota impreso desde luego el carácter de incorrección propio de la es­ cultura en la época a que se deben, pero que armonizan perfecta­ mente con el resto de la obra de que forman parte. La que ocupa el hueco central de la primera zona, representa a Santa Catalina, virgen y mártir, bajo cuya advocación se encuentra la capilla; las del segundo, a la Madre del Redentor con su Divino Hijo en los brazos y las del tercero, un Crucifijo con la Virgen María y el dis­ cípulo predilecto a los pies. Los compartimentos restantes, que son en número de doce, contienen otras tantas pinturas en tabla bastante recomendables, teniendo en cuenta que pertenecen a los últimos años del siglo xv, época en que apenas comenzaba a despuntar la aurora del renaci­ miento de las artes en España. Los asuntos de estas tablas son: en el cuerpo superior, el Pren­ dimiento de Cristo, la Vapulación, el Descendimiento de la Cruz y su gloriosa Resurrección; en el intermedio la Encarnación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes y la Huida a Egipto; com­ pletando las doce en el bajo, las imágenes de los apóstoles San Pedro, San Juan Evangelista y San Tadeo, con la del divino pre­ cursor San Juan Bautista.

Gustavo A dolfo Bécquer

254

Corriendo a par de una ancha moldura, que sirve de marco a este retablo, pueden leerse los versículos de un himno en que se ensalza a la Virgen María y que comienzan de este modo: O gloriosa Domina Excelsa supra Sídera qui te creavit próvide Lactasti sacro úbere quod Eva tristis ábstulit tu redis almo gérmine, etc.

Rehundido en el muro del Norte se encuentra, dentro de esta misma capilla, un pequeño oratorio, compuesto de tres lienzos de pared lujosamente engalanados, con filetes de oro y azul, sobre los que se levanta una caprichosa bóveda, imitando un artesonado árabe, cuajado de menudísimas labores, figuras geométricas y caire­ les; todo tan prolijamente labrado y dorado, que causa maravilla el verlo. Ocupa el centro de cada uno de estos muros, que cons­ tituyen el oratorio, una lápida de alabastro magistralmente esculpida. Circundadas de una orla de adornos del mejor gusto, se leen en ellas las siguientes inscripciones, que dan a conocer el objeto de esta lujosa construcción. En la del muro de la izquierda del espectador: D . Joannes de Luna Archidiaconus de G alisteo; Canonicus toletanus Prothonotarius Apostolicus, filius Antonii Alvarez de Toleto et D . Mariae Ponce de León. O biit anno salutis milésimo quingentésimo trigésimo quarto quarta decima die Nobembris aetatis suae anno trigésimo quinto.

En la del de la derecha:

“Historia de los templos de España ”

255

D . Bernardinus Illanus de Alcaraz Escholasticus et Canonicus toletanus, Prothonotarius Apostolicus. Obiit secundo Novembris anno Domini miUesimo quingentésimo quincuagésimo sexto, L X X I I aetatis suae.

En la del frente: D . Joannes Alvarez de Toleto Scholasticus et Canonicus toletanus Prothonotarius Apostolicus. Obiit die X X V Jullii, anno salutis millesimo quingentésimo quadragesimo sexto, aetatis suae sexagésimo octavo.

Defiende la entrada de este gran arco sepulcral una lindísima verja de hierro, trabajada con grande perfección, la cual pertenece al gusto plateresco, ostenta ricos medallones dorados, caprichosas hojarascas y molduras, concluyendo con una porción de elegantes candelabros que le sirven de remate o corona. Además del retablo principal, que ya dejamos descrito, se con­ servan en este sitio otros dos de indisputable mérito, aunque per­ tenecientes a diverso estilo. Trájose hace muy pocos años el mayor de ellos del convento de San Miguel de los Reyes (vulgo de los Ángeles) por amenazar ruina aquel edificio y colocóse en esta capilla por pertenecer a los antecesores de sus nobles patronos. Esta maravillosamente cons­ truido conforme al gusto plateresco; se divide en cinco zonas, dis­ tribuidas en anchas fajas de compartimentos cuadrados que, en número de cuarenta y cinco, rodean las tres grandes hornacinas que verticalmente colocadas ocupan el centro. El gran marco que forma la caja, como igualmente los zócalos, frisos y columnitas que separan los espacios entre sí, están primo­

256

Gustavo Adolfo Bécquer

rosamente tallados con adornos, bajos relieves, guirnaldas y figuras del género, doradas y estofadas con la mayor escrupulosidad. Ocupa la hornacina del centro una imagen de Nuestra Señora con el niño Dios sobre sus rodillas; la superior un Calvario y la del cuerpo bajo se encuentra vacía. Los cuarenta y cinco compar­ timentos en que se subdivide el retablo están asimismo ocupados por igual número de tablas, pintadas al óleo de mano de un autor desconocido, aunque de bastante mérito. Éstas, que son treinta de unas dimensiones exactas y quince más pequeñas, representan asun­ tos de la vida de Jesucristo y de la Virgen María como la Anun­ ciación, la Visitación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Oración del Huerto, la calle de la Amargura, el Descendimiento de la Cruz, la Resurrección, la Aparición del Resucitado a Santo Tomás, el mismo suceso con la Magdalena, la Ascensión, la Venida del Espíritu Santo, la Predicación del Redentor al pueblo y otros muchos pasajes del Nuevo Testamento con una porción de Santos y Santas que sería prolijo enumerar, pero en la ejecución de los cuales revela el ignorado pintor grandes dotes de colorista y di­ bujante. El otro retablo, colocado sobre un altar que se encuentra a la derecha de la puerta que sirve de entrada, es bastante más pequeño que los anteriores, pero acaso excede a todos en el gusto de su dis­ posición, la delicadeza de sus entalles y el buen gusto de sus ornatos. Pertenece, como el que posteriormente hemos descrito, al géne­ ro plateresco y es, a no dudarlo, una de sus más acabadas y re­ comendables muestras. Está construido de madera pintada y dorada y su disposición es tan sencilla como elegante. Compónese de un ancho zócalo que asienta sobre la mesa del altar que es de riquísi­ mo mármol. Llenan este zócalo multitud de caprichosos adornos propios del género y tallados con tal maestría, que no sin gran fundamento, puede atribuirse su ejecución, como algunos lo han hecho, al célebre Berruguete, que vivía en Toledo por el tiempo en que se llevó a cabo esta notable obra.

“Historia de los templos de España ”

257

Forman estos lujosos ornatos tres óvalos, en el centro de los cuales y pintados al claro obscuro se ven las figuras de San Miguel, Santa Inés y Santa Catalina. Descansan sobre el zócalo las elegan­ tes bases de dos columnas cuajadas de entalles, hojas ornamentales, figuras y guirnaldas de flores, sobre cuyos capiteles se apoya el cornisamento que sirve de remate al retablo, y por el friso del cual y contenida entre lujosas molduras, se extiende una faja de adornos digna del resto de la ornamentación, dibujada y relevada con tanta gracia como atrevimiento. Pero lo que con preferencia merece fijar la atención de los inteligentes es la tabla debida a un eminente autor, cuyo nombre se ignora, que ocupa el espacio del intercolum­ nio y representa a Nuestro Divino Redentor enclavado en la Cruz, con su sacratísima Madre a la derecha, el apóstol San Juan a la izquierda, la Magdalena a los pies y en los ángulos inferiores los retratos de los dos Maestrescuelas D. Juan Álvarez de Toledo y D. Bemardino de Alcaraz, patronos y fundadores de esta capilla. Cuanto dijéramos acerca de esta obra de arte, para dar a nuestros lectores una aproximada idea de su mérito, sería inútil: baste decir que, tanto por su vigorosa entonación, por la sencilla y majestuosa disposición de sus figuras y la manera resuelta con que está tocado el asunto, puede compararse con las mejores entre las más notables que se encuentran en esta ciudad, que tantas riquezas de este género posee en sus renombrados templos. En el mismo muro en que se halla este retablo, que según se expresó más arriba, es el en que se abre la puerta de ingreso, y colocada a la derecha, llama la atención una lápida semejante a las que encontramos en el gran arco sepulcral o pequeño oratorio del lienzo de pared del Norte; como aquéllas, es de alabastro y pri­ morosamente esculpida con elegantes adornos y caprichos del estilo de Berruguete y Borgoña, en la cual se lee la siguiente inscripción: En esta capilla de Santa Catalina están dotadas dos capellanías para que se diga una misa a la plegaria por el alma de Diego L ópez de Toledo, Comendadoí de Herrera de la Orden de CabaBÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 7

Gustavo A dolfo Bécquer

258

llería de Alcántara, que está sepultado en el coro de San M iguel de los Reyes de Toledo. Dotólas por él D . Bernardino de Alcaraz, Maestrescuela de Toledo, su hermano. M D L II I.

La Capilla de Santa Catalina, en cuya descripción nos hemos detenido algo más, por exigirlo así la importancia de que goza entre los inteligentes y aficionados a las artes españolas, que tan ricas muestras de su engrandecimiento dejaron en ella acumuladas, tiene independiente de la parroquia su sacristía con vasos, ornamentos y demás enseres necesarios al culto, como fundación aparte de San Salvador. En grafía, iglesia vuelto

cuanto a esta parroquia, diremos para concluir su mono­ que después de ser suprimida como tal, quedó cerrada su aunque sin profanarla, por lo que en los últimos años ha a abrirse como filial o ayuda de su matriz, que lo es la de

San Pedro. Santo Tomás Apóstol. — Esta parroquia, conocida generalmen­ te por Santo Tomé, debe su fundación a D. Alonso VI, siendo, por lo tanto, de las primeras que se erigieron en Toledo por tan piadoso Rey después de la gloriosa reconquista. Debió construirse según las reglas del estilo árabe, si se tiene en cuenta que éste es el género de arquitectura de su torre, único resto, en nuestro juicio, de la primitiva fábrica. D. Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz y del que hemos hecho mención al hablar de la parroquia de San Justo y Pastor, hizo construir de nuevo este edificio a principios del siglo XIV. D e esta modificación radical del templo tampoco queda otro vestigio que la bóveda ojival de la capilla mayor, sumamente sen­ cilla y despojada de ornatos, aunque no falta de solidez y gallardía. Actualmente se compone el cuerpo de la iglesia de tres naves de regulares dimensiones y algunas capillas que poco o nada ofrecen digno de anotarse. Lo mismo puede decirse de la mayor parte de

“Historia de los templos de España”

259

los retablos que se encuentran en sus altares, si se exceptúa el de la capilla mayor. Compónese éste, que es en extremo sencillo, de un zócalo liso, sobre el que se levanta un cuerpo jónico flanqueado por dos columnas istriadas, sobre cuyos capiteles descansa el enta­ blamento moldurado que le sirve de remate. En el espacio intermedio de las columnas se encuentra un lienzo de grandes proporciones, debido al inteligente pintor de cámara D. Vicente López, y una de sus más notables y últimas obras. Su asunto representa el momento en que Jesucristo, después de su gloriosa Resurrección, manda tocar al incrédulo apóstol Santo Tomás la llaga de su costado. Hacen recomendable esta pintura moderna, la suave entonación de sus tintas y la disposición de las figuras, que unidas a un diseño bastante correcto y de buena es­ cuela, forman un conjunto de efecto agradable. A los pies de la nave de la Epístola y colocado sobre el sepulcro del reedificador de la parroquia se encuentra el famoso cuadro del Greco, con razón apreciado por los inteligentes como el más notable de su autor, y el cual recuerda una tradición célebre en esta ciudad, y a la cual D. Sixto Ramón Parros, entre otros muchos autores respetables, no duda en calificar de hecho histórico, y nosotros re­ producimos aquí con las mismas palabras que nos la refiere. “ D. Gonzalo Ruiz de Toledo, dice, descendiente de los Toledos e Illanes, Alcaide de esta ciudad y Notario mayor del reino en tiempo de D. Sancho el Bravo y D. Femando el Emplazado, de quienes era muy estimado por los muchos y buenos servicios que les hizo, pero que lo fue todavía mas de la Reina Doña Mana, viuda del primero y Gobernadora en la minoría del segundo, fun­ dó, como ya tenemos dicho, el convento de San Agustín y el hos­ pital de San Antón que hubo fuera de la puerta de Visagra, y re­ paró, todo a sus expensas, las parroquias de San Bartolomé, San Justo y ésta de que nos ocupamos, en la que mandó enterrarse a los pies de ella en humilde huesa. Había nacido en las casas de su mayorazgo (que son ahora la parroquia de San Juan Bautista) a

26o más de la mitad del siglo

Gustavo A dolfo Bécquer x iil

,y

no viejo falleció también en esta

ciudad a 3 de diciembre de x323 í acudió a su funeral un gentío inmenso, tanto por la nobleza y calidad de su persona, cuanto por la fama de varón santo que por sus obras gozaba en todo el pueblo, y aconteció a vista de aquel numeroso y escogido concurso de clero, caballeros y plebeyos, que al acercarse a la hoya que conforme a su voluntad se le tema dispuesta en el suelo a los pies de la iglesia, se aparecieron visiblemente San Agustín y San Esteban, con orna­ mentos episcopales aquél y éste con los de diácono, y tomando entre los dos el cadáver, le dieron sepultura por sí mismos, sobre­ cogiendo de admiración y respeto a la concurrencia y desapareciendo en seguida, no sin decir antes a los que lo presenciaban estas ter­ minantes palabras: Tal galardón recibe quien a Dios y a sus San­ tos sirve” . “ Este hecho, sobre el que no dejarán de formarse juicios crí­ ticos y contradictorios en este siglo de incredulidad que pretende alcanzarlo todo y todo sujetarlo a la exigüa medida de su pobre penetración, está probado en cuanto la fe humana puede exigir, y el criterio desapasionado puede apetecer, con documentos y jus­ tificaciones que obran en expedientes archivados en Simancas y en el de la casa de los condes de Orgaz, y la tradición más incontras­ table lo ha venido perpetuando de generación en generación” . En efecto, en el siglo diez y siete, época en que pintó este lien­ zo notable Dominico Theutocópoli, generalmente conocido por el Greco, Andrés Núñez de Madrid, cura que era a la sazón de esta parroquia, deseando colocar los restos del piadoso conde en un monumento más digno de sus esclarecidas virtudes y alto linaje, solicitó del gobernador del Arzobispado don Gómez Tello Girón permiso para llevar a efecto esta obra y trasladar el cadáver. El prelado, después de examinar los documentos originales, relativos a este portentoso suceso, acordó, según palabras precisas que constan en el expediente instruido al efecto, “ que no era justo f

**Historia de los templos de España ” que manos de pecadores mudasen cuerpo que Santos con las suyas habían tocado” . En vista de esta resolución, lo que se hizo por entonces fue levantar de nuevo y con mayor decoro la capilla última de la nave de la Epístola, en la que se encuentra la sepultura. Andado algún tiempo, el mismo párroco Núñez hizo examinar por personas autorizadas, y merced a una cédula del Rey D. Fe­ lipe II, los documentos y justificaciones del milagro que obran en el archivo de Simancas. Y con beneplácito del Arzobispo D. Gas­ par de Quiroga, mandó pintar el cuadro de que nos ocupamos pagando a su autor 1.200 ducados de aquel tiempo, que equival­ drían a irnos 24.000 rs. de nuestra moneda actual. El Greco, que llevó a cabo esta obra, seguramente la mejor de las suyas, el año de 1584, representó en ella el acto de tomar los Santos, de las andas, el cuerpo del difunto conde y depositarlo en la huesa en presencia del numeroso acompañamiento que contem­ plaba absorto el prodigio. La composición, en lo general, está bien dispuesta; hay movimiento y variedad en los grupos, naturalidad y sencillez en las posiciones, y un diseño más correcto de lo que generalmente se observa en los cuadros de este artista. Entre los personajes que acompañan al cadáver, y que en su mayoría son retratos, se encuentra el del cura que pagó este lienzo, vestido de una sobrepelliz y con un libro en la mano. También se excedió asimismo el Greco en esta composición afortunada, como colorista; lástima que por una de esas extrava­ gancias que lo caracterizaron, pintara sobre el fondo una nube cargada de racimos de ángeles tan apiñados, tan faltos de entona­ ción y tan duros que turba la armoniosa disposición del asunto y afea y descompone su entonación. No obstante este defecto, la obra en cuestión es digna de elogio, y puede considerársela como una de las más notables de su autor, que rivaliza en ella con nuestros pintores españoles de primera línea.

Gustavo A dolfo Bécquer

2 Ó2

En una lápida de mármol negro, colocada debajo de esta pin­ tura, se lee la siguiente inscripción, debida al maestro Alvar Gómez de Castro: /

D . V . et. P. Tam etsi properas, siste paululum viator, et antiquam urbis nostrae historiam paucis accipe. Dñs. Gonzalvus Ruiz a Toleto Orgach Oppidi Dñs. Castellae major Notarius, inter caetera suae pietatis monumenta Thomae Apostoli, quam vides aedem ubi se testamento jusit condi, olim angustam et male sartam, Laxiori spatioa pecunia sua instaurandam curavit, additis multis cum argenteis tum aureis donariis. Dum eum humare Sacerdotes parant ¡ecce res admiranda et insólita! Divus Estephanus et Augustinus coelo delapsi propis manibus hic sepelierunt. ¿Quae causa os Divos impulerit? Quoniam longum est, Agustinianos Sodales non longa est v ia : si vacat, roga. Obit anno X pi. M . C C C . X I I 2 Caelestium gratum animum audisti: audi jam mortalium inconstantiam. Eclesiae hujus Curioni et M inistris, tum etiam Parroquiae pauperibus arietes 2, gallignas 16, vini utere 2, lignorum vecturas 2 nummos quos nostri Morapetinos vocant 8oo at orgatiis quotannis percipiendos idem Gonsalvus testamento legabit.

2 Nota del autor: Cree el Sr. Parro que esta fecha está mal escrita, pues su fallecimiento tuvo lugar el año de 1323, según la opinión más autorizada. No deja tampoco de ser inverosímil que dejasen en la ins­ cripción error tan grave.

“Historia de los templos de España ”

263

lili, ob temporis diuturnitatem, rem obscuram fore sperantes, cum duobus ab hinc annis pium pendere tributum recusarent, Pintiani conventus sententia convicti sunt anno Ch. M D L X X . Andrea Nonio Matritano hujus templi Curione strenue defendente, et Petro Rusio Durone Economo.

He aquí la traducción castellana que encontramos de esta in­ teresante leyenda: A l Dios de los vivos y los difuntos. Aunque vayas de prisa, detente un poco, caminante, y escucha en muy pocas palabras una antigua historia de nuestra ciudad. D . Gonzalo Ruiz de Toledo, Señor de la villa de Orgaz y N o­ tario mayor de Castilla, entre otras pruebas que nos dejó de su piedad, cuidó de que a su costa se restaurase con más amplitud esta iglesia que estás viendo de Santo Tom ás Apóstol, antes an­ gosta y mal fabricada, en la cual ordenó por su testamento le die­ sen sepultura, y la hizo además donativos de oro y de plata. Cuan­ do los Sacerdotes se preparaban a enterrarle ¡mira qué cosa tan rara y maravillosa! San Esteban y San Agustín bajan del cielo y le sepultan con sus propias manos. ¿Cuál pudo ser la causa que impulsase a estos Santos? Por cuanto sería largo de contar, no están muy lejos de aquí los religiosos A gustinos3; si tienes tiempo ve allá y pregunta que ellos te lo dirán. Falleció año de Cristo de 1312. Y a has oído los efectos de la gratitud de los habitantes del cielo; oye ahora la inconstancia de los mortales. El mismo Gonzalo mandó en su testamento que los vecinos de Orgaz pagasen todos los años para el cura, ministros y pobres de esta parroquia dos carneros, diez y seis gallinas, dos pellejos de vino, dos cargas de leña y ochocientos maravedises. Pero los tri­

3 Nota del autor: Alude al convento de Agustinos calzados que fundó este D . Gonzalo con la advocación de San Esteban, a lo que se atribuye el milagro.

264

Gustavo A dolfo Bécquer butarios, esperando que el trascurso del tiempo habría oscurecido el derecho, rehusaron estos años pasados satisfacer la manda, mas fueron compelidos a hacerlo por sentencia de la Audiencia (o Chancillería) de Valladolid, en el año de 1570, habiéndolo defendido valientemente Andrés Núñez de Madrid, cura de este templo, y Pedro Ruiz Duro, su mayordomo.

La esposa de D. Gonzalo y un grande amigo suyo, que se cree fuese el padre de esta señora, y que se llamaba Fernán González, se encuentran sepultados en esta parte del templo. Cuando por última vez asolaron la iglesia desapareció el epita­ fio de la primera, pero según copia que de él se guarda estaba con­ cebido en estos términos: Aquí yace Doña María González que Dios perdone. Fija de Fernán González de Mena, muger que fue de D . Gonzalo Ruiz de Toledo. Esta dueña fue buena e honrada e de buena vida e sierva de Dios. Finó a X V de febrero, Era de M . e C C C e X L V I años.

Después dela supresión de su parroquialidad, esta iglesia de Santo Tomás ha quedado aneja en calidad de ayuda a la deSan Martín. San Cipriano. — Fundada en los tiempos de D. Alfonso VI, esta parroquia sufrió algunas modificaciones poco importantes, hasta que en el año de 1613 la reedificó por completo, dotándola de altares, vasos sagrados y ornamentos, el Dr. D. Carlos Venero de Leyva, canónigo de Toledo y protonotario apostólico. El templo consta de una sola y reducida nave; perteneceal estilo del renacimiento, aunque algo adulterado por el mal gusto churrigueresco que comenzaba a presentirse, y se encuentra separa­ da de la capilla mayor por una verja de hierro plateresca, recomen­

“Historia de los templos de España ”

265

dable por su sencillez y elegancia. Los muros de esta parte prin­ cipal de la fábrica están pintados al fresco con adornos y emblemas alusivos a la Virgen María; y en el altar, que no carece de mérito y pertenece a fines del siglo xvi, se venera una efigie de Nuestra Señora de la Esperanza, imagen a que los toledanos profesan par­ ticular devoción. Decretada la supresión de esta parroquia, cuya iglesia poco o nada ofrece capaz de fijar la atención de los inteligentes y aficio­ nados a las artes, la agregaron en calidad de filial o ayuda a la de San Andrés, su matriz. San Bartolomé de San Soles. — Esta parroquia, en la que se encuentran las sepulturas de los pintores tantas veces nombrados en el discurso de esta historia, Pedro de Orrente y Dominico Theutocópoli, vulgarmente llamado El Greco, y que desde que se refun­ dió en la de San Andrés, aunque no profanada, ha quedado sin uso alguno, pertenece al número de las que primitivamente se cons­ truyeron en esta ciudad. De la reedificación llevada a cabo en su fábrica durante el siglo xiv, a expensas, según queda dicho en otro lugar, del piadoso magnate D. Gonzalo Ruiz de Toledo, sólo restan hoy algunos ves­ tigios, pudiéndose con trabajo observar sus huellas en el ábside o respaldo de la capilla mayor, que es circular y se engalana con algunas series sobrepuestas de arquitos arabes ornamentales, y en tal cual punto de los muros exteriores, en los que aún se distinguen los trazos de algunos arcos y adornos del mismo género. N i el edificio en general, ni la torre, que es extremadamente sencilla, y pertenece al pasado siglo, ofrecen particularidad alguna digna de ser notada. Sus retablos de algún mérito y los buenos lienzos con que se enriquecían en mejores tiempos han sido tras­ ladados a otras iglesias, al hacer las reseñas de las cuales los dare­ mos a conocer a nuestros lectores.

266

Gustavo Adolfo Bécquer

Réstanos advertir, antes de terminar la ligera noticia histórica de este templo, que aunque se le conoce por San Bartolomé de San Soles, esta última es voz corrompida de San Zoilo, Santo que según tradición constante tuvo una capillita a la entrada de la parroquia en una época bastante lejana. San Cristóbal. — Siguió este templo, que hoy se encuentra cerrado al culto y en un lamentable estado de ruina, la suerte de casi todos los de Toledo. Erigido, no sabemos precisamente si en los primeros años de la reconquista, pero indudablemente en el mismo siglo, gozó de la categoría de parroquia hasta la definitiva reducción de éstas. Su fábrica antigua, de la que no quedan noticias, debió pertenecer al gusto árabe; la actual, construida a fines del siglo diez y siete o principios del diez y ocho, según las reglas del estilo greco-romano, es bastante pobre y sin cosa alguna que la haga digna de particular descripción. Los altares, retablos, lienzos y objetos de arte de algún mérito con que se adornaba, han sido trasladados a otras iglesias. San Ginés. — Aunque sin los datos precisos para autorizarla completamente, es opinión constante, y no falta de fundamento, la de algunos escritores que suponen haber existido en el mismo lugar en que se encontraba esta iglesia, que se derribó no ha mucho, un templo romano, que los godos más tarde transformaron en basílica cristiana, los árabes en mezquita agarena y los reconquis­ tadores de Toledo en parroquia de esta ciudad. El encontrarse en este edificio la entrada que daba paso a la famosa cueva de Hércules, objeto de tantas fábulas y tradiciones, ha contribuido poderosamente a robustecer y dar verosimilitud a la opinión de que dejamos hecho mérito en las anteriores líneas. Lo que se halla fuera de toda duda es la postrera de estas trans­ formaciones, merced a la cual se convirtió en iglesia parroquial, de mezquita que fue durante la dominación mahometana. En este

“Historia de los templos de España ”

267

estado y sin haber sufrido más que algunas leves modificaciones en su fábrica, modificaciones que no bastaron a borrar el sello de su primitiva arquitectura, se conservó hasta nuestro siglo, en que no sólo fue suprimida como tal parroquia, cuando se verificó el último arreglo, sino que fue echado por tierra el edificio, dejando tan sólo el área o solar que ocupaba. Los altares, efigies y cuadros que adornaban la iglesia y capillas que en diversas épocas le agregaron, fueron trasladados en su mayor parte a San Vicente y a algunos otros templos de la ciudad. San Lorenzo. — Se ignora la época fija de la fundación de esta parroquia, pero no cabe duda que pertenece al primero o segundo siglo de la reconquista, si se ha de juzgar por las noticias que nos han quedado de su primitiva fábrica. Reconstruida en el siglo pasado, actualmente consta de tres naves, pequeñas y sin mérito arquitectónico de ninguna especie. Tampoco sus altares, incluso el de la capilla mayor, ni los lienzos que adornan sus muros ofrecen campo al examen de los inteligentes, que sólo pueden fijar su atención con algún aprovechamiento en el retablo que ocupa el frente de una de las capillas, situada en la nave de la Epístola. Compónese éste de cinco tablas, de autor desconocido, recomen­ dables por la corrección del dibujo, y que representan el Misterio de la Anunciación de Nuestra Señora, la principal, y las otras cua­ tro a San Lorenzo, San Francisco, San Eugenio y Santa Catalina. Consérvase en esta iglesia, aneja hoy a la parroquia de San Justo y Pastor, una costilla de su Santo titular, que trajo de la capital del mundo cristiano el cardenal González de Mendoza. La Magdalena en el barrio de Azuqueica. — Se encuentra si­ tuada esta parroquia en un barrio de Toledo, distante una legua de la ciudad hacia la parte de Oriente. En este barrio, que en otro tiempo se llamó Zuqueica, tuvo sus propiedades, y entre ellas el terreno que ocupa el templo, un poderoso magnate moro. En el

268

Gustavo A dolfo Bécquer

año de 1095, D. Alonso VI, su nuevo señor, hizo donación de él a los monjes de San Servando, de cuyo dominio pasó más tarde al de la catedral. La iglesia es muy reducida, desnuda de ornamentos arquitec­ tónicos y falta de mérito que haga necesaria su descripción. Antiguamente estuvo anejada, aunque con pila bautismal de por sí, a la parroquia de San Isidoro; en el día lo está, con las mismas condiciones, a la de Santiago. San Vicente Mártir. — La torre árabe de esta iglesia, que se derribó en el año de 1599 por amenazar ruina; su ábside, del mis­ mo género, y los vestigios de arcos de herradura ornamentales que aún se pueden observar en sus muros, son una prueba irrecusable de la antigüedad de esta parroquia erigida en tiempo de D. Alon­ so VI. Reedificada por completo en época muy posterior, consta de una sola nave desprovista de mérito arquitectónico. De la antigua fábrica sólo resta una capilla. Encuéntrase ésta junto a la sacristía; posee un retablo con algunas pinturas regulares, y fue fundada por el Regidor de Toledo, Alonso González de la Torre, el año de 1437. En el retablo, que se encuentra en la cabecera del templo, y cuya traza y obra de arquitectura, pintura y escultura pertenece exclusivamente al Greco, demostró este artista las grandes dotes de inteligencia que poseía: dotes que le hubieran colocado a los ojos de la crítica desapasionada en un rango muy superior al en que se halla, sin el desarreglo de su genio y los caprichos y extra­ vagancias de su desordenada fantasía. El diseño es sencillo y elegante; la escultura que ocupa el nicho central, y representa a San Vicente, mediana, y los lienzos en que se ven a los Apóstoles San Pedro y San Pablo, como asimismo el que tiene por asunto la Aparición del Salvador resucitado a su divina Madre, merecen examinarse con detenimiento, a fin de

“Historia de los templos de España”

269

poder apreciar las bellezas que poseen, aunque deslucidas por las locuras, que sólo este nombre merecen, de su conocido autor. Debido al pincel de este mismo artista es el lienzo que sirve de retablo al altar de la primera capilla del costado de la Epístola. Entre los otros cuadros que adornan los muros de la iglesia y la sacristía, sólo nos parecen dignos de mención especial el San Juan Bautista colocado en el altar de una de las capillas del costado del Evangelio; un Santo Tomás, de Francisco Rici, y un San V i­ cente de Simón Vicente. De estos cuadros, unos se encuentran aquí desde muy antiguo, y otros se trajeron, según dejamos dicho en otro lugar, de las igle­ sias arruinadas o cerradas al culto. La parroquia de San Vicente, a la que se habían unido los feligreses de San Ginés, fue suprimida como matriz cuando sus compañeras, y anejada a la de San Juan Bautista. San Isidoro. — Esta parroquia, una de las más modernas, tuvo toda su feligresía fuera de la ciudad. Como ya se ha dicho, la de la Magdalena en Azuqueica, fue su aneja en otro tiempo. Hoy tanto ésta como aquélla se han refundido en la de Santiago, quedando el templo que nos ocupa reducido a una simple ermita. El edificio es muy pequeño, y no ofrece más de notable que la graciosa sencillez de su exterior, decorado con dos elegantes ajimeces, imitación de los que los árabes labraban en sus mezquitas, y que, como verán nuestros lectores en la lámina que representa esta iglesia, le dan un carácter sumamente original. Los ornamentos interiores, como altares, efigies y cuadros son pocos, y menos que medianos, razón por la que no nos detenemos a describirlos. Santa María Magdalena en Calabazas.

Esta parroquia, que

aún subsiste hoy con el carácter de rural, esta situada hacia la parte oriental de Toledo, y próxima a unas dehesas llamadas las Cala­ bazas altas y bajas, propias de los Marqueses de Malpica. El edi­

270

Gustavo Adolfo Bécquer

ficio vale muy poco, artísticamente considerado. Se reduce a una capilla pequeña que se ve en el caserío de la dehesa de Ain, pro­ piedad del Duque de Abrantes, a la cual se trasladó la parroquia por haberse arruinado su primitivo templo. El párroco, que lo tiene propio, se halla obligado a decir misa todos los días de precepto, a fin de que no falten a esta piadosa práctica los campesinos de aquellas inmediaciones.

III Terminada nuestra tarea histórica y descriptiva, en cuanto con­ cierne a las iglesias parroquiales de la ciudad de Toledo, réstanos añadir algunas últimas palabras acerca de las castrenses que en el día existen, y de otra que hubo en época bastante lejana y que ya ha desaparecido. Se cuenta en el número de las primeras, la que posee la Fábrica Nacional de Armas blancas, para servicio espiritual de los opera­ rios y aforados del Cuerpo de Artillería, que residen en ella y son sus naturales feligreses. También pertenece al mismo género la que tiene el Colegio de Infantería en la capilla del que fue hospital de Santiago. Sus feli­ greses son los empleados, jefes e individuos de este establecimiento militar. La última de que hemos hablado, la tuvieron los caballeros de Calatrava a cargo de un freire de la orden, primero en la ermita de Santa Fe, y más tarde en la sinagoga que hoy se conoce con el título de Nuestra Señora del Tránsito.

M O N A STE R IO S Y C O N V E N T O S D E VARON ES

I Antes de comenzar a ocuparnos en los detalles de la parte his­ tórica y artística de cada uno de los monasterios y conventos que existen o han existido en Toledo, parécenos oportuno indicar, si­ quiera sea brevemente, los diversos períodos de grandeza o deca­ dencia por que han pasado esta clase de fundaciones, desde la época lejana a que se remonta la primera, de que bajo el nombre de Monasterio Agállense nos ha conservado memoria la tradición, hasta las que en nuestros días se conocen. No nos detendremos en consideraciones generales acerca de la inmensa importancia de las órdenes religiosas, ni enumeraremos tampoco los eminentes servicios de que en diversos siglos les han sido deudoras las ciencias y las artes. La índole de nuestras tareas, consagradas únicamente a la descripción arqueológica de los edi­ ficios religiosos, y al estudio de su historia particular, nos impide este trabajo, al que con gusto consagraríamos algunas de sus pá­ ginas. Hay, por otra parte, obras especiales, en que son seguidas paso a paso las diversas fases de su nacimiento y desarrollo; y ya el espíritu público, desdeñando preocupaciones pasajeras y odios exagerados, ha hecho justicia a esas corporaciones, que tan saluda­ ble influencia ejercieron en épocas remotas, en las costumbres y

272

Gustavo A dolfo Bécquer

en la vida política y religiosa de los pueblos; esas corporaciones, que cuando en medio del trastorno de una sociedad desquiciada, y entre el estruendo y el polvo de las batallas amenazaba extinguirse para siempre la luz de la civilización, supieron conservar con cui­ dadoso esmero los preciosos restos del saber antiguo y trasmitír­ noslos a través de siglos de ignorancia y de barbarie. Esas corpora­ ciones, que, por último, cuando pasada esta triste época, volvieron las artes a adquirir nuevo y más brillante esplendor, fueron a veces sus únicos, siempre sus más ardientes y decididos protectores. La existencia de las comunidades religiosas en la sociedad actual, y en medio al nuevo orden de ideas que ha traído el trascurso de los tiempos, y el influjo saludable o pernicioso que estuvieran llamadas a ejercer, podrán ser para algunos objeto de dudas y debates; pero la benéfica influencia que han ejercido en las costumbres, y el poderoso apoyo que han prestado a las artes y a las ciencias, no puede ser negado por quien de buena fe y desnudo de preocupa­ ciones estudie la historia de la humanidad. No han sido ciertamente las comunidades religiosas de Toledo, que son ahora el objeto especial de nuestro trabajo, las que menos varones insignes han albergado en su seno, ni tomado menos parte en las tareas en pro de la ilustración. El primero y más famoso de los tres monasterios de que tenemos noticia que existieran en la época de la dominación goda, el monasterio Agaliense, contó en el número de sus Abades a San Ildefonso, San Eladio, Justo, Eu­ genio, Adelfio, y otros varones esclarecidos por su piedad y por su ciencia, que de allí salían para ocupar las más altas dignidades de la Iglesia, y cuya elocuente voz resonaba con tanta majestad en los célebres Concilios toledanos. Destruida en las orillas del Guadalete por las hordas victoriosas de los árabes la dominación de la raza goda, y hechos señores aquéllos de Toledo, como de casi toda la Península, se infiere lógicamente que debieron concluir las comunidades religiosas; pero apenas reconquistada la ciudad por el Rey D. Alonso VI, fue eri-

“Historia de los templos de España ”

273

gido por éste un monasterio bajo la advocación de San Servando y San Germano, al que siguieron algunas otras fundaciones de la misma clase, las cuales, al mismo tiempo que ponen de manifiesto los sentimientos religiosos que entonces predominaban, son una prueba patente de que su existencia se consideraba como una ne­ cesidad social. Es verdad que D. Alfonso X, cuando más tarde ocupó el Trono de Castilla, siguiendo acaso algún plan político, o merced a ins­ piraciones extrañas, puso más de una dificultad a la erección de nuevos conventos, prohibiendo muy en particular que se levantaran casas con este destino dentro de la ciudad. No obstante, aun a des­ pecho de estas órdenes, que confirmaron otros Reyes, exceptuando, por supuesto, como lo había hecho D. Alfonso, los que ya existían, a quienes estaba reconocido el derecho de fabricar en sus propie­ dades, el espíritu religioso de aquellos siglos rompió las débiles barreras que oponían a sus aspiraciones unas leyes tan en abierta contradicción con sus creencias y sus costumbres, y creciendo al mismo par que la fe el entusiasmo en favor de estas fundaciones, llegó Toledo en poco tiempo a contar en su seno diez y seis con­ ventos de religiosos y treinta y dos de monjas, número aún más extraordinario si se atiende a su escasa población. Una circunstancia especial daba mayor impulso a este progre­ sivo aumento de las comunidades. Continuaban los árabes posesio­ nados de gran parte de la Península; seguía, por consecuencia, la gloriosa y empeñada lucha que había de terminar al pie de las murallas de Granada y los caballeros toledanos, que tornaban a sus hogares después de haber dado nuevo esplendor a sus nombres con alguna conquista, y sus familias, que les veían volver después de tantos peligros, no encontraban, siguiendo la idea dominante de la época, medio mejor de manifestar a Dios su agradecimiento por los beneficios recibidos, que la fundación de una de estas casas, de donde la expresión de esta gratitud se debía elevar eternamente. En vano el Cardenal D. Pedro González de Mendoza tornó a prohibir BÉCQUER TRADICIONALISTA. — l 8

274

Gustavo A dolfo Bécquer

el que se edificase ni fundase monasterio alguno: esta prohibición sólo produjo su efecto durante la vida del Prelado, siguiendo des­ pués con el mismo entusiasmo las fundaciones, que se hacían en­ tonces, en su mayor parte, en los palacios y casas principales. Así, en el palacio antiguo de los Reyes godos, se fundó el monasterio de San Agustín; en el de Doña Guiomar de Meneses, el de San Pedro Mártir; en la casa de los caballeros Pantojas, el de San Juan de la Penitencia; en la de la Rica-fembra Doña Leonor Urraca, después Reina de Aragón, el de Santa Ana; en la de D. Hernando de la Cerda, el del Carmen; y en la de los Condes de Orgaz, el de Jesuítas. Como se ve por esta ligera reseña, no se remontan a épocas muy lejanas los monasterios y conventos que aún existen en Toledo; circunstancia que los priva del alto interés histórico que presentan las iglesias parroquiales. Pero considerados bajo otro aspecto, son, sin duda alguna, mucho más notables sus suntuosos templos, llenos de riquezas de arte, aun a pesar de los trastornos que sucedieron a la época de la supresión de las comunidades, y que diseminaron muchas de aquéllas en los museos, o las hicieron caer en manos de especuladores.

M O N A STE R IO S S . J u l i á n . — S. C o s m e y S. D a m iá n . — S. F é l i x . — S. S e r v a n d o y

G e r m a n o . — S t a . M a r ía d e l a S i s l a . — M o n t e S ió n

II Monasterio Agállense. — Esta casa de religión, célebre en los anales de la Iglesia española por más de un concepto glorioso, fue fundada bajo la advocación de San Julián por el Rey Atanagildo en el año de 554. Su templo, del que no quedan noticias ni vestigio alguno, debió pertenecer al género de arquitectura especial em­ pleado por los godos españoles, y del que ya hemos dado una idea al ocupamos de la Basílica de Santa Leocadia. Es tradición cons­ tante la que asegura estuvo situada a la orilla del Tajo, hacia la parte del Norte de la ciudad y próxima a sus muros. Acerca del punto preciso se han aventurado opiniones muy encontradas, sin otro apoyo para sostenerlas que conjeturas más o menos verosí­ miles. Por no creer de grande importancia este detalle, que nunca podríamos dar con exactitud, nos limitaremos a exponer la opinión más razonable, en nuestro juicio, la cual se debe al diligente es­ critor Sr. Parros, que tantas veces hemos tenido ocasión de nom­ brar en el discurso de esta historia, y se encuentra concebida en estos términos:

2j 6

Gustavo Adolfo Bécquer

“ Existe una escritura en pergamino de fines del siglo xil, o lo más de principios del xm , en que un caballero ascendente de los actuales señores de Cabañas, junto a Yepes, de apellido Pantoja, hace donación al Rector de un hospital que hubo antiguamente en las casas de su mayorazgo (y que en tiempo de Don Alonso VIII se convirtieron en conventos de Trinitarios Calzados de esta ciudad), entre otras fincas que allí menciona, de unos batanes (que todos conocemos hoy con el título del Ángel, y en efecto han pertenecido a dicha comunidad hasta su última exclaustración) y de la tierra que los precede, situados (así lo dice el documento) en el valle Agalén a la Solanilla. Ahora bien; la semejanza, o mejor dicho, la identidad de nombre, pues Agólense o Agállense (como se llamaba el monasterio) procede de Agalén, que era como decían al sitio en que estaba situado, la reunión de circunstancias de estar precisa­ mente a la orilla del Tajo, muy próximo a la ciudad y casi al Norte de ella, algo inclinado al Poniente en que todos los escritores con­ vienen: y la existencia de algunas ruinas que todavía se registran en aquellas inmediaciones, si bien hay memoria no muy remota de que una extraordinaria crecida del río se llevó grandes restos de fábrica que por allí había; no dejan de presentar un indicio bas­ tante fuerte a favor de la opinión de que pudo ser el monasterio hacia el Ángel” . He aquí lo que con más fundamento ha podido colegirse acerca del sitio en que estuvo colocado el monasterio, siendo aún más sensible (que) esta falta de detalles, puramente de localidad, y a los que nosotros damos un interés secundario, la que igualmente se experimenta de datos históricos capaces de ofrecer una idea exacta de la influencia política y religiosa que ejerció en su época, y de los medios de que dispuso para alcanzar un grado de impor­ tancia y de gloria tan justa como inmarcesible. Basta, no obstante, para formar un juicio, aunque incompleto, de esta casa de religión, perteneciente a la orden de San Benito, y uno de los más célebres santuarios de la virtud y la sabiduría de

“Historia de los templos de España ”

277

aquella edad remota; basta, repetimos, fijar un instante la atención en el catálogo de sus abades, varones todos famosos por la pureza de sus doctrinas, la constancia de su fe y la profundidad, relativa a su siglo, en el estudio de las ciencias y las letras, que tanto con­ tribuyeron al desarrollo de la civilización gótica: civilización que ellos sacaron de entre las sombras del error y de la barbarie en que aún se hallaban sumidos otros países: civilización que puso, en fin, a la Iglesia y al Estado, en cuyos destinos tan directamente influían con la saludable acción de sus consejos y el firme apoyo de su autoridad, a la cabeza de los más poderosos. Rigieron, pues, este monasterio, según que de antiguos escritos se colige y en las suscripciones de los Concilios toledanos se con­ firma, diez abades que se sucedieron en el orden siguiente: i.° Eufemio, que fue luego Arzobispo de Toledo en tiempo de Leovigildo que le persiguió. 2.0 Exuperio, que también ocupó la Silla toledana durante el reinado de Recaredo. 3.0 Adelfio, que asimismo alcanzó la dignidad de Arzobispo de esta ciudad durante el de Recaredo y Liuva. 4.0 Aurasio, en quien concurrieron las mismas circunstancias en los de Witerico y Gundemaro. 5.0 San Eladio, también Arzobispo de Toledo bajo la domina­ ción de Sisebuto. _ 6.° Justo, que ocupó semejante puesto durante el reinado de Sisenando. 7.0 Richila, abad en tiempo de Chintila. 8.° Deodato, que puso el hábito a San Ildefonso. 9.0 San Ildefonso, Arzobispo de Toledo. io.° Ávila o Annila, que firmó como abad del monasterio de San Julián Agaliense los actos del undécimo Concilio toledano, y que debió existir cuando reinaba Wamba. No faltan escritores que a este catálogo de los abades, de cuyos nombres queda noticia, añaden el de Argerico.

278

Gustavo A dolfo Bécquer

La irrupción de los árabes, que puso término a la marcha de la civilización goda, destruyó sus edificios en gran parte, y borró hasta las huellas de su paso, ha envuelto entre las nieblas de su primera época de ignorancia y fanatismo el recuerdo histórico de este monasterio, del que sólo se puede averiguar la suerte por con­ jeturas más o menos aproximadas, siguiendo el curso de las cuales, es de creer que como casi todos los de la península, o fue demolido por los conquistadores o aprovechado para otros usos ajenos al destino que se le dio al fundarle.

San Cosme y San Damián. — Si escasas han sido las noticias que hemos dado acerca del anterior monasterio, más lo son aún las que con relación a éste podemos suministrar. La absoluta falta de datos acerca de su fundación, regla, templo y abades que lo gobernaron, pueden señalarse como causa suficiente a que algunos escritores confundan el de San Cosme y San Damián con el monas­ terio Agaliense, creyéndolos uno solo. Que fueron dos fundaciones distintas, con sus prelados o abades propios, lo testifica sin embargo el acta del Concilio toledano un­ décimo. Como dejamos dicho, suscribió en ella Ávila o Annila, abad de San Julián Agaliense, y a continuación un Galindo, abad que se titula de San Cosme y San Damián. Ese dato es bastante precioso para la historia del monasterio, pero por desgracia el único que se posee.

San Félix. — En la orilla del río Tajo opuesta a la ciudad, sobre el cerro que se conoce por de Saelices, nombre corrompido de Félix o Felices, y en el mismo sitio en que hoy se ve la ermita de la Virgen del Valle, el Rey Witerico, a instancias del piadoso Arzo­ bispo de Toledo Aurasio, fundó un monasterio que ignoramos a qué regla estaba sujeto, pero que según noticias, puso bajo la ad­ vocación de San Félix, mártir de Gerona.

“Historia de los templos de España ”

279

En su templo fue enterrado por disposición de Julián, Arzo­ bispo de Toledo y su grande amigo, Gudila, diácono que con el título de Arcediano de Santa María de la Sede Real firmó también el undécimo Concilio toledano. Nada más se sabe acerca de este monasterio, que debió des­ aparecer a par de los anteriores, cuando las huestes de Muza se hicieron dueñas de la corte de los godos. Después de la reconquista hubo en este mismo lugar una ermita dedicada a San Pedro y a San Félix, en recuerdo de la tradición que aseguraba estuvo allí colocado el monasterio de este nombre, y la cual se conocía por San Pedro de Saelices. También se habla, aunque sin fundamento suficiente, de algunas otras casas de religión erigidas en la misma época en que lo fueron las que dejamos mencionadas. Cuéntanse en este número una con el título de San Silvano, y otra bajo la advocación de San Pedro. Deber nuestro es advertir que su existencia no se halla confirmada con datos dignos de entera fe. San Servando y Germano. — No bien se hubo asegurado el invicto Rey D. Alfonso VI en la posesión de la ciudad de Toledo, cuando comenzó a atender, según en otra parte de esta historia dejamos dicho, a las más urgentes necesidades religiosas de sus habitantes, creando un cabildo catedral, levantando iglesias parro­ quiales y, por último, erigiendo monasterios, tanto de varones como de mujeres, en los cuales el saber y la virtud encontrasen un re­ fugio contra las continuas turbulencias de aquel siglo guerrero y tumultuoso. El de San Servando y Germano, objeto de esta noticia histórica, es una prueba patente de la piadosa solicitud del Monarca a quien se debe su fundación. Tuvo efecto ésta en los primeros años de la reconquista y se levantó el edificio frontero a la ciudad, hacia la parte de Oriente de ella, y en la cumbre del empinado cerro que se encuentra pasado el puente de Alcántara; lugar fuerte que domina

28o

Gustavo A dolfo Bécquer

el río y la entrada a la población por aquel lado y en el cual tuvie­ ron los moros un castillo, que costó mucha sangre expugnar por ser la llave del puente, y por lo tanto uno de los puntos más in­ accesibles. Terminada la fábrica y movido en parte por los consejos del Arzobispo D. Bernardo, abad del monasterio de Sahagún, en parte por el grato recuerdo que aún conservaba de la época en que, antes de heredar el Trono, había llevado la cogulla en aquella célebre casa de religión, impenetrable asilo contra las persecuciones de su hermano, determinó el Rey traer monjes del mismo Sahagún, que con un buen número de franceses del de San Víctor de M ar­ sella, formaron la base de la nueva comunidad. Entregósele el monasterio a ésta, que profesaba la regla de San Benito, la cual lo puso bajo la protección de los Santos Germano y Servando en memoria, según varios autores, de que algunos años antes y en el mismo día que la Iglesia celebra esos Santos, D. Alon­ so había salvado milagrosamente su vida en una sangrienta batalla que tuvo con los moros cerca de Badajoz. En el archivo de la catedral Primada se conserva la carta de donación extendida en los idus 13 de febrero de 1095, y firmada por el Rey, su esposa y algunos nobles prelados y monjes, entre los cuales se encuentra el prior de San Servando, cuyo nombre fue Juan. La fábrica del monasterio, de la que aún quedan vestigios, y que según tradición más parecía fortaleza que casa de religiosos, se construyó arrimada al castillo, que hoy se conoce por de San Cervantes, nombre corrompido de Servando, el cual también hubo de repararse en esta época. Ninguna de estas medidas previsoras pudieron, sin embargo, asegurar la tranquilidad de sus moradores, que por encontrarse en el punto más avanzado y fronterizo a las tierras que aún poseían los árabes, sufrían de continuo tenaces acometidas de su ejército, que al cabo logró incendiarlo.

“Historia de los templos de España ”

28 1

Tuvo lugar este suceso, que obligó a la comunidad a recons­ truirlo, el año de 1099, pero en el inmediato de 1110, volvieron los moros a sitiarle con tanto empeño, que hubieran sucumbido sus defensores a no haberles los de la ciudad prestado valerosa ayuda. Esta última acometida, de la que milagrosamente escaparon los monjes, los determinó en fin a solicitar permiso del Rey para aban­ donar el monasterio, lo cual hicieron, no sin que antes pasara su dotación a la de la Mitra. Llamados a Castilla por D . Alonso VIII los caballeros de la orden militar y religiosa del Temple algunos años después de haber tenido lugar el abandono de este punto importante para la defensa de la ciudad, encargóles el Rey su cuidado con el de otras forta­ lezas del reino. Merced a esta acertada resolución, pasaron los caballeros a ocupar el edificio donde fundaron la primera casa de su orden que tuvieron en Castilla, y donde es fama se mantuvieron prestan­ do eminentes servicios en su defensa contra los moros hasta el año de 1312, época en que se extinguió esta poderosa comunidad a consecuencia de la sangrienta catástrofe que en Francia puso fin en un patíbulo a la vida de sus jefes y hermanos. No terminaremos estas líneas, sin decir algunas palabras acerca de las casas hospederías que tuvieron las habitadores de este monas­ terio dentro de los muros de la población. L a primera, perteneciente a los monjes benedictinos, estuvo, según la más autorizada opinión, en la ermita de Santa María de Alficen, iglesia de que con otras propiedades hizo donativo a la comunidad el Rey don Alonso VI. La otra, propiedad de los caballeros del Temple, en donde ahora se encuentra la parroquia de San Miguel el alto, en cuyo claustro y campanas se notan aún las señales que lo atestiguan y de las que ya hemos hablado en su lugar correspondiente.

282

Gustavo Adolfo Bécquer

Aun cuando la anterior es la noticia más autorizada, no faltan escritores que aseguran haberse hallado esta casa hospedería de los caballeros Templarios en la plazuela de Santiago, donde antes estuvo la capilla de San Juan de los Caballeros. Santa María de la Sisla. — Este monasterio, cuyaiglesia fue derribada poco después de la supresión de las órdenes religiosas, quedando reducida su fábrica a una casa de labor, de propiedad particular, fue el segundo de su orden que se estableció en España. Tuvo lugar su fundación en el último tercio del siglo xiv, lleván­ dola a cabo, en unión de fray Pedro Fernández de Guadalajara, camarero que había sido del Rey D. Pedro, y uno de los primeros que comenzaron a extender por España la orden monacal de San Gerónimo, D. Alonso Pecha, Obispo de Jaén, y uncanónigo de la catedral de Toledo, llamado Femando Yáñez. Comenzó ésta por la erección de una pequeña casa y ermita, que con el título de San Gerónimo levantó el primero en el lugar que todavía se conoce por Corral-Rubio y en la que hubo de esta­ blecerse con otros religiosos que abrazaron su regla y género de vida. No habían trascurrido muchos años cuando el aumento de la comunidad hizo necesaria la edificación de un monasterio de más proporciones, y entonces fue cuando los citados D. Alonso y D. Fer­ nando se unieron al fundador para subvenir, a par de algunos otros fieles, a los gastos de la obra. Escogióse, como el más a propósito para levantar la nueva fá­ brica, un sitio que se halla al mediodía de Toledo, como a la dis­ tancia de media legua de sus muros, y en el que estuvo en otro tiempo la ermita de la Anunciación de Nuestra Señora, llamada de la Sisla, por lo que le dieron este nombre. La iglesia pertenecía al género ojival y era de gentil disposición y desahogadas proporciones. Los patios, claustros, celdas y demás partes del edificio, correspondían en amplitud y decoro al templo,

“Historia de los templos de España”

283

y las rentas, de que más adelante gozó su comunidad, le propor­ cionaron medios suficientes para enriquecer sus altares con retablos, lienzos y esculturas, que por desgracia han desaparecido casi en su totalidad, pero que según datos merecían el aprecio de las personas entendidas. El Emperador Carlos V, que siempre que se hallaba en Toledo solía frecuentar esta casa de religión, parece que después de haber abdicado tuvo el pensamiento de retirarse a ella antes de decidirse por la de Yuste, y cuando su hijo D. Felipe determinó erigir el célebre monasterio de San Lorenzo, también se acordó de este sitio, al que sin embargo hubo de preferir el del Escorial, donde se encuentra. Las pinturas que se guardaban en la Iglesia pasaron al tiempo de la exclaustración a formar parte del Museo Nacional de Madrid, y en esta misma época se trasladó a la de religiosos Gerónimos de San Pablo el cuchillo que aseguran las tradiciones pertenecía al Emperador Nerón, y con el cual fue degollado San Pablo, según lo indica la leyenda que se halla en su hoja, y dice así: Neronis Caesaris muero quo Paulus truncatus capite fuit.

Regaló a la comunidad esta reliquia el Cardenal D. Gil de Albornoz, que la había enviado de Roma con otras muchas de que hizo presente a la Catedral de Toledo. Monte Sión. — Al Poniente de la ciudad y como a unos tres cuartos de legua de ella; pasado el puente de San Martín, y en la falda de los cerros, que por esta parte limitan el horizonte, encuéntranse aún los ruinosos muros de este edificio, que, como el de que anteriormente nos ocupamos, ha pasado a manos de particulares después de la exclaustración de sus dueños. Fr. Martín de Vargas, célebre por su elocuencia y confesor del Sumo Pontífice Martino V , ayudado de algunos religiosos que vi­

284

Gustavo A dolfo Bécquer

nieron con él del monasterio de la Piedra, y del canónigo y dignidad de tesorero del cabildo Toledano D. Alonso Martínez, fue el que echó sus cimientos; señalando como lugar el más a propósito para las oraciones y la paz de sus habitantes, el cerro que se conocía por de Monte Sión, del cual debió tomar el nombre la ermita que, dedicada a la Virgen y con este título, se encontraba en su cumbre desde tiempos bastante remotos. Comenzóse, pues, la obra, para la que el piadoso D. Alonso Martínez facilitó la cantidad de 600 florines, en 1427, dándose por terminada algunos años después; no sin que a los gastos de su completa terminación ocurriesen algunos otros fieles de esta ciudad, entre los que se encontraba Alonso Álvarez de Toledo, Contador mayor del Rey D. Juan II. La iglesia de este monasterio, cabeza en Castilla de los de la orden de San Bernardo, cuya regla profesaba, pertenecía al gusto ojival, entonces casi de exclusivo uso en los edificios religiosos; y según las noticias que nos quedan, tanto del templo como del resto de la suntuosa fábrica a que éste estuvo adherido, abundaba en ricas muestras del buen gusto de nuestros antepasados, así en lien­ zos, esculturas y altares, como en ornamentación arquitectónica. También se conservaba en ella el cuerpo de San Raimundo, abad de Fitero y fundador de la orden de Caballería de Calatrava, el cual falleció en la villa de Ciruelos en el siglo xn , de donde en el xv lo trasladaron a Monte Sión. Estuvo en este lugar hasta que últimamente, cuando sus ri­ quezas desaparecieron, las pinturas pasaron a formar parte de las galerías nacionales, y sus retablos a adornar los muros de otras iglesias, fue conducido a la Catedral de Toledo, entre cuyas reli­ quias se halla. Réstanos advertir, antes de dar término al presente capítulo, que este monasterio, el cual, como dijimos más atrás, era cabeza de los de su religión en Castilla, gozaba de este privilegio y de otros muchos, entre los que debe recordarse como el más señalado,

“Historia de los templos de España ”

285

el de sustituir su abad al General de la orden en caso de falleci­ miento, y convocar a capítulo para la nueva elección, por haber sido su comunidad la primera de esta regla que se reformó en este reino, siguiéndola luego las de otras casas establecidas en Castilla, León, Galicia y Asturias.

CONVENTOS T r in ita r io s

C a lz a d o s . — A g u s tin o s C a lz a d o s . — L a M e rc e d .

S. P e d r o M á r t i r . — M ín im o s d e S. F r a n c i s c o d e P a u l a . — F r a n c i s c a n o s D e s c a l z o s . — C a r m e n C a l z a d o . — S. J u a n d e D io s . — C a r m e lit a s

D e s c a l z o s . — C a p u c h in o s . — T r i n i t a r i o s

D e s c a lz o s . — A g u s tin o s R e c o le t o s .

III Trinitarios Calzados. — Durante el reinado de Don Alonso VIII, cierto religioso llamado Fr. Elias, con la liberal ayuda de un caba­ llero del linaje de los Pantojas, que al efecto le cedió sus casas, trasformó en convento de Trinitarios Calzados para la redención de cautivos, un hospital a cuyo frente se encontraba y que estuvo situado en el mismo sitio en que éste se ve hoy. Del edificio primitivo ninguna noticia queda. Es de suponer que perteneció al género ojival. El que hoy existe, al que, como adver­ timos al tratar de las parroquias muzárabes, se trasladó la de San Marcos después de la exclaustración de sus moradores, se debe a los primeros años del siglo xvii. El género de su arquitectura es greco-romano: la rorma de su planta la de una cruz latina, y las tres naves de que consta, por la sencillez de su ornamentación y la amplitud de sus proporciones,

“Historia de los templos de España ”

287

le prestan un aire de grandeza y majestad notable. En la capilla mayor, espaciosa y clara merced a la luz que penetra a través de los vidrios de la soberbia cúpula que cubre el crucero, se ve un retablo de moderna construcción, severo, elegante, y debido a Juan Manuel Manzano, que llevó a término su obra en 1789. Es de madera: imita mármoles con ornatos de bronce, y consta de cuatro columnas, sobre las que descansa el entablamento que sostiene el ático, roto en su centro para dejar lugar a un frontón con un bajo relieve que corona el todo. Representa el bajo relieve una alegoría alusiva a la redención de los cautivos, y el gran lienzo que ocupa el intercolunio del retablo, y es obra de D. Antonio Esteve, las tres personas de la Santísima Trinidad. Algunos otros cuadros originales debidos a Pareja, Pizarro y López, y de los cuales habla Ponz en su Viaje artístico, no existen ya en este templo, en el que, sin embargo, se conservan dos, dignos de estima, que representan los Apóstoles San Pedro y San Juan Bautista. Los restantes son tan medianos, que creemos inútil hacer de ellos particular mención. Las capillas de la iglesia tampoco ofrecen ningún interés his­ tórico o artístico, por lo que nos ocuparemos, para terminar, de su portada. Esta es de bastante buen gusto: consta de cuatro esbeltas columnas que sostienen un cornisamento dórico, y se remata con un ático en cuyo nicho central se ve un grupo de mediana escultura, figurando un ángel con dos cautivos a sus pies. Flanquean esta hornacina dos estatuas, una de San Juan de Mata y otra de San Félix de Valois, fundadores de la orden de la Trinidad. Sin ser de un gran mérito estas dos esculturas, que algunos atribuyen al escultor Pereira, valen mucho más que la del grupo del centro de que acabamos de hacer mención. Agustinos Calzados. — D. Alfonso X ? el mismo que, como de­ jamos apuntado en la breve introducción que precede a estas no­ ticias históricas, mandó que no se construyesen casas de religión

288

Gustavo A dolfo Bécquer

dentro de la ciudad, fundó este convento fuera de sus muros y en el sitio llamado de la Solanilla, dedicándolo al protomártir San Esteban. Andado algún tiempo, como quiera que este punto fuese bas­ tante enfermo por la proximidad al río y ya no se hallase con fuer­ za la ley que prohibía a estos edificios el enclavarse en la ciudad, solicitaron los religiosos su traslación a un sitio más sano y cómodo que el en que se encontraban. El conde de Orgaz, D. Gonzalo Ruiz de Toledo, de quien al ocuparnos de la parroquia de Santo Tom é hemos tenido ocasión de hablar largamente, solicitó a este efecto de la Reina Doña María, gobernadora de los reinos por la menor edad de su hijo, le cediese las casas reales que existieron hacia la parte del Poniente de esta ciudad entre la puerta de Cambrón y el puente de San Martín. Es tradición constante que estos edificios fueron en la época goda pa­ lacio del infeliz Don Rodrigo, y en la sarracena, durante la cual se llevaron en ellos a cabo grandes obras, alcázar de los reyes moros. Hecha la apetecida donación mediante escritura otorgada en Valladolid el año de 1311, el mismo Don Gonzalo habilitó a sus expensas la fábrica, mandando hacer en ella las reparaciones con­ siguientes al diverso uso a que se la había destinado. Ai año si­ guiente, la comunidad de PP. Agustinos se trasladó a su nuevo local en el que han permanecido hasta la postrera de las exclaus­ traciones. De la iglesia de este convento que se reedificó por completo en época muy posterior, sólo sabemos que perteneció al gusto grecoromano y contuvo algunos lienzos y retablos notables por su mé­ rito artístico; una capilla suntuosa dedicada al titular San Esteban, por el Condestable D. Ruiz López Dávalos, y algunos sepulcros de los que nos ocuparemos al tratar de la iglesia de San Pedro Mártir donde se hallan. De todas estas obras de arte, como del monumento de tan alto interés histórico que las guardaba, sólo contempla hoy el viajero

“Historia de los templos de España ”

289

un montón de ruinas y escombros que le señalan el sitio donde sucesivamente se alzaron el palacio del rey godo y el alcázar del do­ minador árabe, y por último el templo del Altísimo. Las guerras y los trastornos políticos por que ha pasado nues­ tro país en el siglo presente, han llevado a cabo esta obra de des­ trucción, lamentable bajo todos los puntos de vista que se la con­ sidere. La Merced. — Corría el año de 1260, cuando un venerable re­ ligioso conocido entonces por el nombre de Fr. Pedro de Valencia y venerado después con el de San Pedro Pascual fundó este con­ vento, el primero de su orden que hubo en España. Perteneció su comunidad a la regla de Mercenarios calzados, y desde luego ocupó el mismo edificio, de que aún se encuentran restos en el lugar donde en siglos anteriores se alzaban unas casas pertenecientes al Ayuntamiento de la ciudad y una pequeña ermita. En 1380, el Arzobispo D. Pedro Tenorio reparó y ensanchó notablemente la Iglesia, conociéndose desde entonces bajo la ad­ vocación de Santa Catalina, llevándose a efecto en época más cer­ cana algunas otras reparaciones de menos consideración. Desde que se extinguieron las corporaciones religiosas se cerró al culto este templo, hasta que por último, después de haberlo demolido, se ha aprovechado la parte de la fábrica que sirviera de habitación a los frailes para hacer un establecimiento penal, destino con que en la actualidad existe. Las riquezas artísticas que contuvo, como igualmente sus lien­ zos que algunos autores mencionan con encomio, desaparecieron, parte durante la guerra de la Independencia, que tan sensibles tras­ tornos causó en los edificios más notables de Toledo, parte en la última exclaustración. Por este tiempo se condujo al Museo provincial la preciosa estatua de Santa Catalina, que estuvo antes en la hornacina principal de la puerta de entrada del templo. BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 1 9

290

Gustavo A dolfo Bécquer

San Pedro Mártir. — Este convento se edificó en los primeros años del siglo xv, en el mismo lugar que ocuparon las casas de Doña Guiomar de Meneses, mujer de Alonso Tenorio de Silva, Adelantado de Cazorla. Pertenecía a la orden de Predicadores o Dominicos, la cual fue traída a Toledo por el Santo Rey D. Fer­ nando III, a cuyas expensas levantaron los frailes en 1230 el cuarto convento de la religión de Santo Domingo que se conoció en Es­ paña. Permaneció la comunidad en este edificio, que se encontraba fuera de los muros de la ciudad, y estuvo dedicado a San Pablo cerca de dos siglos, pasando luego a tomar posesión del de San Pedro Mártir que, andando el tiempo, reedificaron y engrandecie­ ron sus moradores con toda la magnificencia y el gusto propio de una de las más ricas e ilustradas corporaciones religiosas de su época. Llevóse a cabo una de las más importantes modificaciones a fines del siglo xvi, fecha a que pertenece la iglesia casi en su tota­ lidad, y gran parte de sus magníficos y anchurosos patios y galerías interiores. Mantúvose en este estado de esplendor hasta que fueron supri­ midas las comunidades religiosas, época en que desaparecieron al­ gunos de sus mejores retablos y lienzos, de los cuales los unos se trasladaron a otras iglesias, y los otros se llevaron al Museo nacional de Madrid. El templo de este edificio que desde la exclaustración de sus moradores hasta el año de 1846 sirvió a su vez de Museo provincial, volvió a ser abierto al culto cuando los cuadros que guardaba se llevaron al convento de San Juan de los Reyes, y vi­ nieron a ocupar este local los establecimientos de Beneficencia que hoy se encuentran en él, que son la Casa de Maternidad e Inclusa, el Asilo de mendicidad y el Hospital de Santiago. Pertenece a la arquitectura greco-romana y consta de una es­ paciosa nave principal y dos colaterales. En la cabecera de la prin­ cipal se encuentra el crucero y la capilla mayor, y en ésta un re­

“Historia de los templos de España ”

291

tablo de maderas doradas bastante suntuoso y no falto de mérito. Lástima grande es que hayan desaparecido de los compartimentos en que se dividen sus cuerpos inferiores los cuatro grandes lienzos debidos al dominicano Fr. Juan Bautista Maino, discípulo que fue del Greco y uno de los que más han contribuido a ilustrar los glo­ riosos anales de esta orden por medio del arte. Estos cuadros, que se encuentran hoy en el Museo de la Trinidad de Madrid y se dis­ tinguen por sus buenas dotes de composición y colorido, represen­ tan el Nacimiento del Salvador, la Adoración de los Reyes, la Re­ surrección y la Venida del Espíritu Santo. No obstante la falta de estos apreciables lienzos sustituidos por otros menos que medianos, en los que se ven algunos Santos de esta religión, todavía se en­ cuentran en este retablo algunas esculturas y bajo relieves que lo mismo que la traza y disposición de los cuerpos arquitectónicos de que se compone, lo hacen acreedor a la estima de los inteligentes. Tampoco deben pasarse en silencio los tres que fueron traídos a este templo de la iglesia del hospital de Santiago. De estos re­ tablos, dos se hallan en las alas del crucero y representan los lien­ zos que los adornan a San Ambrosio y a San Agustín, y en el res­ tante que está en la capillita colocada a la cabecera de la nave del Evangelio, se ve el martirio del Santo patrón de España. En la capilla que hace juego con ésta en la nave de la Epístola se venera una imagen de la Virgen del Rosario, de algún mérito artístico, aunque colocada en un retablo churrigueresco de muy poco gusto. Separa el crucero del cuerpo de la iglesia una magnífica verja de hierro perfectamente trabajada y de ornamentación plateresca, que consiste en delicados frisos cuajados de adornos esculpidos con gran maestría, candelabros, floreros, medallones y estatuas, y un Crucifijo que se levanta en el centro y remata la obra. Colgado en esta parte del templo se ve un estandarte azul que ostenta un escudo, en el que se figura a Santa Elena sosteniendo el signo de la Redención, y en cuyos extremos hay cuatro cruces

292

Gustavo A dolfo Bécquer

de Jerusalén bordadas. Este estandarte o pendón es el mismo que usaba el gran Cardenal de España, D. Pedro González de Men­ doza, y fue traído a ésta de la iglesia del Hospital de Santa Cruz, cuando se trasladaron los niños expósitos. El coro, que es alto y se encuentra bajo la última bóveda de la nave principal, contiene una sillería de excelentes maderas, traza­ da con gusto y apreciable por la pureza de estilo y gallardía de la disposición. Se divide en alta y baja, y en particular las cincuenta y cinco sillas de la primera, de las que cada una contiene en el respaldo una figura de relieve, merecen el aprecio de las personas de gusto. En igual caso se encuentra el facistol, obra del mismo inteligente y desconocido artista. Rodean los muros, de donde arranca la bóveda que sostiene el coro, un gran número de imágenes de Santos de la orden, tallados en madera y de algún mérito. Pero ni éstos ni la Gloria pintada al fresco, debida al renombrado P. Maino, pueden gozarse por faltar la luz en donde se encuentran. La sacristía corresponde en sus proporciones y su estilo arqui­ tectónico al del suntuoso templo de que forma parte, encontrán­ dose a su izquierda una capillita dedicada a Santa Inés, y sin duda resto de la primitiva fábrica. Encuéntranse en ella algunas sepul­ turas de personas notables, entre ellas la de D. Alonso Carrillo de Toledo y su hijo D. Alvaro Carrillo de Guzmán, que falleció el año de 1303. También da paso la misma sacristía a una pieza ochavada, en la que existiendo la comunidad se guardaron muchas y preciosas reliquias, alhajas, vasos sagrados y ornamentos que han desapareci­ do al par que algunos lienzos, retablos y objetos de arte. Pero si merced al sensible trastorno que en este siglo han ex­ perimentado la mayor parte de los templos de esta ciudad carece el de que nos ocupamos de las maravillosas obras con que en otra edad lo enriquecieron a porfía sus moradores, en cambio se en­ cuentran hoy reunidos bajo sus bóvedas un verdadero tesoro en

“Historia de los templos de España ”

293

monumentos sepulcrales, pertenecientes a casi todos los gustos y las épocas más florecientes de la arquitectura y la estatuaria. Estos monumentos, célebres los unos por los personajes cuyos despojos guardan, como el del Príncipe de los poetas españoles, Garcilaso de la Vega, y los otros por la tradición, que les presta la poesía del misterio, entre los cuales puede contarse el de la ma­ lograda, son acreedores a un especial estudio que ocuparía muchas páginas, y aun cuando de grande interés, no cabe en el cuadro que nos hemos propuesto trazar en esta historia. No concluiremos, sin embargo, la monografía de este convento sin hacer una descripción, aunque ligera, de los monumentos fú­ nebres que lo enriquecen. En la capilla mayor, a los lados del retablo principal y abiertos en los muros que la constituyen, se ven dos arcos de piedra sos­ tenidos en sus correspondientes pilastras, ocupados por dos urnas elegantes, aunque sencillas, con dos pequeños obeliscos o pirámides sobre las cubiertas. Pertenecen estos sepulcros, en el fondo del entrearco de los cuales se ven unos ángeles rodeados de ornamenta­ ción pintados al fresco por el mencionado Padre Maino, a los Condes de Cifuentes. En las cabeceras de la nave del crucero se hallan otros dos monumentos sepulcrales trasladados a ésta, hace pocos años, de la iglesia del Carmen Calzado. Se labró el del lado del Evangelio para el primer Conde de Fuensalida, D. Pedro López de Ayala, Aposen­ tador mayor de D. Juan II y Alcalde mayor de Toledo, que ins­ tituyó el mayorazgo de Fuensalida y Huesca y murió en 14445 y su esposa Doña Elvira de Castañeda: el del costado de la Epístola contuvo los restos del cuarto Conde de este título, biznieto del anterior, el cual tenía su mismo nombre, fue Comendador de Cas­ tilla, Mayordomo de Felipe II, y falleció el año de 1599. Como a su antepasado, le acompañó en el túmulo mortuorio su esposa Doña Catalina de Cárdena.

294

Gustavo A dolfo Bécquer

Los sepulcros, que son completamente iguales, se hicieron a principios del siglo xvn por mandato de este último. Constan de un arco de mármoles de color, rehundido en el muro, y en el centro o entrearco de los cuales se ven las armas de los Condes, cuyas estatuas de tamaño natural, arrodilladas así como las de sus esposas delante de un reclinatorio, y de mármol de Carrara riquísimo, son una obra notable por todos conceptos. Ignórase quién fuera su autor, pero nosotros nos inclinamos a creer pertenecen a algún f am oso maestro florentino, pues los rasgos de esta célebre escuela de escultura se advierten a primera vista, así en el pliegue de las ropas como en el carácter de las cabezas, dignas de estudio, muy en particular las de las dos damas. En la capilla en que dijimos se hallaba uno de los retablos traí­ dos del hospital de Santiago y que está dedicada a este Santo Após­ tol, existen asimismo otros dos sepulcros. De éstos, el uno que sólo se compone de una hornacina que contiene una estatua arrodillada de mediana ejecución, estuvo en este lugar desde muy antiguo y descansa en él, según de la leyenda que conserva se viene en conocimiento, D. Pedro Soto Cameno, fiscal del Santo Oficio y Prior de Santillana, el cual falleció el año de 1583. El otro, que se trajo cuando el retablo de la referida iglesia de Santiago, ocupa el centro de la capilla. Es del género ojival, y cons­ ta de una tumba exornada con medallones, en los que se ven es­ cudos de armas, figuras de ángeles con ornamentos sacerdotales y caprichos fantásticos, como cabezas de mujer que rematan en orlas de hojas de trébol y figuras extrañas enlazadas con la ornamenta­ ción o sirviendo de tenantes a los blasones. Sustentan la caja del sepulcro unos cuantos leones de extravagante diseño, los cuales parecen devorar, sujetándolos con sus garras, miembros y cabezas de figuras humanas. Sobre la cama mortuoria, y apoyada la cabeza en dos almohadones prolijamente esculpidos, se ve una estatua ya­ cente de mujer. Viste un capote ancho y muy plegado, con cuello alto y mangas abiertas, según la moda de su siglo. Tiene en la mano

“Historia de los templos de España ”

295

un Devocionario y a sus pies se contempla un león. Toda esta obra es de piedra, pertenece al siglo x m y revela la originalidad y el gusto de los escultores de aquella época, los cuales, aunque in­ correctos en el dibujo, supieron dar a sus obras una tan elegante disposición, que unida a la riqueza de ornatos y caprichos que las engalanan, recompensan con usura la tosquedad y rudeza de los detalles. Perteneció este sepulcro, que vulgarmente se conoce en Toledo por el de la malograda, a Doña María de Orozco, célebre por su hermosura, la cual murió a los veinte y un años de edad, y muy poco después de haberse unido a D. Lorenzo Suárez de Figueroa, Maestre de Santiago, aunque no falta quien dice que se labró para Doña Estefanía de Castro, hija del Maestre de la misma orden D. Pedro Fernández de Castro, y de su mujer Doña Sancha, amiga, según las crónicas, de D. Alonso VII el Emperador. Por último, y para terminar la enumeración de los objetos que contiene esta capilla digna de especial y detenido estudio por parte de los aficionados a esta clase de recuerdos tan útiles para la his­ toria del arte, como para el conocimiento de las costumbres y es­ tado de cultura de nuestros mayores, haremos mención de las anti­ guas lápidas mortuorias, que traídas de donde el sepulcro de la malograda, se ven embutidas en los muros laterales a éste, las cuales contienen largos epitafios castellanos y latinos y sirvieron sin duda para señalar el sitio del antiguo hospital en que reposaban varios caballeros maestres e individuos, notables por sus hazañas, de la orden que lo patrocinó por tantos siglos. En la expresada capilla de la Virgen del Rosario que, como dijimos, se encuentra en la nave de la Epístola y hace juego con la que acabamos de describir, está el sepulcro de Garcilaso de la Vega y de su padre. Éste es extremadamente sencillo; compónese de un hueco en forma de arco rebajado abierto en la pared lateral de la izquierda del altar, en el cual de tamaño natural, vestidos de todas armas,

296

Gustavo A dolfo Bécquer

aunque sin capacete, y arrodillados, se contemplan las dos nobles figuras de los esforzados varones a quienes pertenece. Ambas parecen obra de una misma mano, aunque la del célebre poeta está mucho mejor concluida, siendo de notar la valentía y buen gusto de algunas partes de las ropas y la noble y majestuosa expresión de la cabeza. En la nave del Evangelio, embutido en el muro y en el mismo sitio en que anteriormente hubo un retablo, se hallan otros dos sepulcros que conteniéndose dentro de un elegante cuerpo plate­ resco parecen formar uno solo; fue traído al tiempo de la exclaus­ tración de la iglesia del ruinoso convento de Agustinos Calzados y pertenece, según de la inscripción se colige, a D, Diego de Men­ doza, conde de Mélito, y a su mujer Doña Ana de la Cerda. Los enterramientos de Doña Guiomar de Meneses, en cuyas casas, como dejamos advertido, se labró este templo, D. Lope de Gaitán, su esposa y su hija Doña Juana, se ven entre otros varios de personas más o menos notables, en la nave de la Epístola. El exterior de la iglesia, aunque bastante sencillo, no desdice de la suntuosidad desus naves, capilla mayor y crucero. Consta de una elegante fachada de piedra compuesta de dos altas columnas e igual número de pilastras corintias que sostienen el entablamento sobre el que se eleva el atrio. En el espacio inter­ mediario de las columnas se abre el arco de ingreso y en los que se encuentran entre éstos y las pilastras se ven dos buenas estatuas de mármol de tamaño poco menos que el natural, las cuales re­ presentan la Fe y la Caridad, y no sin fundamento atribuyen al­ gunos inteligentes al célebre escultor Alonso Berruguete. La que figura a San Pedro Mártir, titular de la fundación, y que está colocada en la hornacina central del ático, aunque no carece de mérito, no puede compararse con las que dejamos men­ cionadas, que son indisputablemente de lo bueno que en su género posee esta ciudad.

“Historia de los templos de España ”

297

La parte del convento destinada a los religiosos es magnífica; consta de tres desahogados claustros sobrepuestos los unos a los otros y sostenidos en grandes arquerías que vuelan sobre un gran número de columnas y en el patio se halla el brocal de un aljibe traído de la mezquita mayor a este lugar, según de la inscripción que corriendo entre una faja de adorno árabe que lo rodea por la parte superior se deduce. Dice así esta leyenda traducida al castellano por un entendido orientalista, y objeto en distintas épocas de curiosos estudios por parte de los arqueólogos: En el nombre de Alá. Clemente y misericordioso mandó A nh - Dhafar D zu - R - Riyaseteyú A bu Mohamanad, Ismael Ben - Abdo- R - Rahmau Ben D ze -N - Non (alargue Dios sus días) Labrar este aljibe en la mezquita Aljama de Toleitola. Presérvele A lá esperando sus favores En la luna de Giumada primera D el año cuatrocientos veinte y tres. (Año de Cristo 1045.)

Mínimos de San Francisco de Paula. — Fr. Marcial de Vicinis, Provincial de esta orden, fundó el convento que nos ocupa en 1529. Para ello le cedió el Ayuntamiento de esta ciudad, a instancias de Doña Isabel, esposa del Emperador Carlos V, una ermita que bajo la advocación de San Bartolomé se encontraba en la Vega. Diego de Vargas, Secretario de Felipe II, levantó más tarde a sus expensas la fábrica que ha durado hasta nuestro siglo. El convento y la iglesia pertenecían al gusto renacido: Covarrubias lo trazó y entendieron en su obra Hernán González de Lara, Nicolás de Vergara el mozo y Martín López, que lo dio por terminado el año de 1591.

298

Gustavo Adolfo Bécquer

El retablo de la capilla mayor, en la que se encontraba el en­ terramiento de los Condes de Mora, sucesores del Secretario Var­ gas, reedificador del edificio, fue obra de Toribio González y era digno de aprecio. También contaba esta iglesia, que durante la guerra de la In­ dependencia quedó abandonada y en un lastimoso estado de ruina, algunos lienzos de mérito de Alejandro Loarte, Juan de Rivalta y otros autores menos conocidos. Hace pocos años se mandó derribar completamente para apro­ vechar sus materiales. Franciscanos Descalzos. — Estos religiosos, vulgarmente cono­ cidos por Güitos, o de San Gil, fundaron su primitiva casa de re­ ligión el año de 1557, junto al arroyo llamado entonces Regachuelo y posteriormente de la Rosa. En el siglo xvn, D. Antonio de Córdoba, caballerizo de Fe­ lipe II, y su esposa Doña Policena, hicieron donación a los religio­ sos, a fin de que se construyeran un nuevo edificio, de unas casas que poseían dentro de la ciudad y hacia el mediodía de la pobla­ ción. Efectuáronlo así, y el año de 1610 se trasladó a él la comuni­ dad, dedicándolo a San José. L a fábrica del convento es sólida y de regulares proporciones; pero nada ofrece al examen artístico de notable o susceptible de particular análisis. Contuvo algunos lienzos medianos y varios al­ tares desprovistos de mérito. Actualmente el edificio se conserva destinado a cárcel pública. Carmen Calzado. — Ocupan las ruinas de este convento el mismo lugar en que se alzaba el célebre santuario de Santa María de Alficen. Entre algunas otras propiedades, D. Alonso V I cedió este terreno a los monjes de San Servando, los cuales tuvieron en él una hospedería. Con los bienes de estos religiosos pasó más tarde a la Mitra, y el prelado D. Rodrigo Giménez de Rada cedió a su

“Historia de los templos de España ”

299

vez la hospedería e iglesia a las monjas de Santo Domingo de Silos, que en el siglo xv pasaron a posesionarse de otro local, dejando éste a las Comendadoras de Santiago, que también lo abandonaron a principios del xvi, trasladándose al monasterio de Santa Fe. Próximamente por esta época, los Carmelitas Calzados que vi­ nieron a fundar en Toledo, levantaron aquí el edificio conocido hoy bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. La iglesia, que sufrió varias restauraciones más o menos im­ portantes, aunque ninguna tan radical que modificase completa­ mente su género arquitectónico, pertenecía al greco-romano, y así como el convento a que se encontraba adherida, fue de solida cons­ trucción y desahogadas proporciones. D. Antonio de Ponz en el tomo primero de sus Viajes, habla con grande encomio de algunos lienzos que poseyo esta comunidad, debidos a Antonio Arias, y de los sepulcros de los Condes de Fuensalida, fundadores de la capilla mayor del templo en que se encon­ traban. De estos últimos ya nos hemos ocupado al reseñar la historia del convento de San Pedro Mártir, donde en la actualidad se ven; de los primeros ninguna noticia queda. También estuvo establecida por bastante tiempo en este local la famosa cofradía de la Vera Cruz, de que asimismo hablamos al tratar de la parroquia de la Magdalena, a donde se trasladó, cuando a principios de este siglo y durante la desastrosa guerra de la In­ dependencia se arruinó este convento. Hoy sólo restan de él algunos destrozados paredones que cercan el área del solar que ocupó, y aislada, musgosa y circuida de es­ combros, la elegante portada de piedra, perteneciente al orden dórico que servía de ingreso a su iglesia. La célebre imagen del Cristo de las Aguas se veneró aquí hasta que llevada más tarde a la misma parroquia a que se trasladó la cofradía de la Vera Cruz, la colocaron en la capilla de su nombre.

300

Gustavo A dolfo Bécquer

San Juan de Dios. — Aunque esta fundación tuvo desde su principio el carácter de hospital con el que se ha conservado hasta nuestros días, nos ha parecido oportuno tratar de ella en el capí­ tulo presente, atendiendo a que los individuos a cuyo cargo se en­ contró profesaban una orden religiosa. Hecha esta ligera advertencia, pasemos al asunto. En diez y siete de abril de 1567, Doña Leonor de Guzmán, Condesa de la Cor uña, viuda de D. Femando Álvarez de Toledo, hizo bendecir una iglesia y hospital que años anteriores había co­ menzado a construir en sus propias casas y a su costa. Púsole bajo la advocación del Corpus Christi, y lo destinó al cuidado y total restablecimiento de enfermos convalecientes. En 1569, esto es, dos años después de haberlo establecido, lo cedió a los Padres hospitalarios de San Juan de Dios, que con este motivo vinieron por primera vez a Toledo. La fábrica de este edificio nunca tuvo nada de notable. A fines del siglo pasado la renovó casi por completo el Arzobispo Cardenal Lorenzana, pero tampoco puede señalarse en esta modificación ra­ dical cosa alguna acreedora a ser particularmente descrita. La igle­ sia es bastante pequeña, y su ornamentación escasa. N i posee ni sabemos que poseyera en tiempos de la extinguida comunidad, pin­ turas, retablos u objeto artístico de algún mérito. En el día está destinada al servicio del hospital militar, instalado desde hace poco en este edificio. Carmelitas Descalzos. — Vinieron a Toledo los religiosos de esta regla por los años de 1584, estableciéndose provisionalmente en unas casas situadas en el lugar que entonces se conocía por el Torno de las Carretas. No fue larga la estancia de la comunidad en este sitio, pues pasados algunos años se trasladaron al convento que con este fin habían erigido detrás del castillo de San Servando o San Cervantes.

“Historia de los templos de España ”

301

De esta fábrica no queda ninguna noticia, aunque se ven al­ gunos restos de ella en la posesión que hoy lleva el título de Ci­ garral del Alcázar. En 1640 volvieron a habitar dentro de la población, ocupando el edificio de que se trata en esta parte del artículo sobre los con­ ventos, hasta la exclaustración de sus moradores. La iglesia, a la que da ingreso una sencilla y elegante portada de orden dórico, consta de tres naves de regulares dimensiones, cor­ tando a la principal el crucero, sobre el cual se eleva una airosa cúpula. Pertenece su arquitectura al género greco-romano, y tiene un bonito coro. En la capilla mayor se encuentra un retablo digno de aprecio traído a esta iglesia de San Bartolomé. Consta de tres cuerpos de arquitectura, de orden compuesto los dos superiores y jonico el inferior. En los espacios de los intercolunios y recuadros, se ven hasta quince pinturas en lienzos de diferentes tamaños y ejecución des­ igual. De estos lienzos, unos pertenecen al retablo desde que se construyó y otros han sido colocados en el posteriormente. Aunque ninguno merece la calificación de obra maestra, son dignos, sin embargo, de fijar la atención de los inteligentes, el Ecce-homo, que se halla al lado de la Epístola, y tiene la firma de Antonio Pizarro; la Degollación de San Juan Bautista, debida a Luis Tristán; y algún que otro Santo, obra de Fr. Juan Bautista Maino. En los altares colaterales al mayor se notan otros dos retablos de gusto plateresco, cuajados de ornamentación propia de este género, y perfectamente tallada. El que se encuentra al lado del Evangelio era propiedad del Colegio de Santa Catalina, contiene una mediana pintura representando a esta gloriosa mártir, y se trajo no hace mucho a este lugar del edificio a que pertenecía. El otro se trasladó aquí de la misma iglesia que el mayor o del centro. También puede verse en una de las naves colaterales y colocado sobre la mesa del altar de una reducida capilla, el retablo que tuvo

302

Gustavo A dolfo Bécquer

en la suya el Colegio de Infantes,- el cual también pertenece al género de los dos anteriores. En el intercolunio central se ostenta un lienzo de regular ejecución, en que se observa a la Virgen pro­ tegiendo a un niño, que es el Cardenal Silíceo, fundador del citado colegio, y al cual pertenecen los escudos de armas con que se coronan los cuerpos laterales de este delicado trabajo arquitec­ tónico. Los altares pertenecientes a la extinguida comunidad, han des­ aparecido en su mayor parte; los que restan carecen de prendas que los recomienden a los ojos del artista, pudiéndose decir lo mismo de los lienzos que adornan los muros de la iglesia. Ocupa actualmente la fábrica del convento, en la cual se han efectuado algunas reparaciones, el Seminario Conciliar creado en el año 1847 bajo la advocación del famoso Arzobispo y Patrón de la ciudad de Toledo San Ildefonso. Capuchinos. — En el mismo lugar que ocupa este convento se encontró situada la cárcel pública durante la dominación romana, y en una cueva o bóveda que existía debajo de la iglesia, es tra­ dición constante que estuvo encerrada la antigua Patrona de Toledo Santa Leocadia Virgen y mártir. No hace mucho que aún podía verse en esta bóveda una piedra con la señal de la cruz grabada en ella, y una inscripción concebida en estos términos: H ic orat Leocadia, diris onusta catenis, Digitoque signat, hoc in lapide crucem.

En los años de su reinado, Sisebuto levantó en este sitio uno de los dos templos que en aquella época se erigieron a la gloriosa Virgen toledana, del cual no nos queda la memoria de haber exis­ tido, pues desapareció por completo durante la invasión sarracena. Dueños nuevamente los cristianos de la ciudad, D. Alfonso X edificó el que se conocía a principios de este siglo, aunque nota­ blemente modificado.

“Historia de los templos de España”

303

A poco de haberse erigido y por mandato del mismo Rey, fue­ ron trasladados a la cueva santificada por la tradición los despojos de los Monarcas godos Recesvinto y Wamba. Sobre las losas de estos sepulcros, en las que se encontraban los escudos de armas de los antiguos Reyes de Castilla, podían leerse las siguientes inscrip­ ciones : En el de W amba: En tumulatus iacet inclitus rex W amba; Regnum contemdsit anno D C L X X Monachus obiit anno D C L X X X IIIIIII . A Coenobio translatus in hunc locum Ab Alphonso X . Legionis Castellae autem IV Rege.

Tin el de Recesvinto. Hic iacet tumulatus Inclitus rex Recesvintus O biit anno D C L X X II.

En el año 1565, Felipe II mandó abrir estos sepulcros y se encontraron los cadáveres perfectamente conservados, muy en par­ ticular el de Wamba, que amortajado con el hábito monacal se veía envuelto en un manto de grana. Durante la guerra de la In­ dependencia, las huestes del usurpador, sin duda con la esperanza de encontrar en su seno grandes riquezas, profanaron estas tumbas, rompieron sus losas funerarias y esparcieron los venerables restos de los famosos Monarcas que por tantos siglos habían encontrado en ellas el reposo. Recogidos cuidadosamente estos restos, cuando la comunidad de Capuchinos volvió a ocupar el convento que en este lugar tenía, han sido, por último, depositados en una caja forrada de terciopelo con franjas de oro, que se guarda en la sacristía de la Catedral. Del paradero de una gran lápida que servía de ara en un altarito colocado en esta cueva, y en la que según las tradiciones ase­

3°4

Gustavo A dolfo Bécquer

guran, se firmaron las actas de los Concilios Toledanos, nada hemos podido averiguar, y no deja de ser muy sensible para las personas amantes de los recuerdos históricos el extravío de esta memoria de tan remotos siglos. Apuntadas estas noticias sobre el lugar histórico y venerable en que se elevó el convento de Capuchinos, vengamos ahora a su historia, que es bastante breve. El Arzobispo de Toledo Cardenal Sandoval y Rojas, dispuso la venida de los religiosos de esta orden a la ciudad cabeza de su diócesis, en los primeros años del siglo xvn, estableciéndolos en una posesión contigua a la ermita del Ángel Custodio situada ex­ tramuros, en el año de 1611. No habitó la comunidad mucho tiempo este edificio, pues al­ gunos años después, el Cardenal Arzobispo Sor Moscoso y San­ doval, levantó a su costa y expresamente para ella un convento pegado a la antigua iglesia colegial de Santa Leocadia, la cual le sirvió de templo. Esta iglesia, que como dejamos dicho fue erigida por D. A l­ fonso X, sufriendo en diferentes épocas grandes restauraciones, que variaron su fisonomía casi por completo, contuvo algunas pin­ turas de bastante mérito, de las cuales unas han desaparecido y otras han pasado a formar parte del Museo Nacional. En cuanto al convento, presa de las llamas cuando ocurrió el incendio del Alcázar, en vano los religiosos pretendieron restaurar­ le; la escasez de sus medios sólo les permitió emprender una re­ edificación mezquina a que puso término la postrera exclaustración de sus habitadores. En la actualidad sólo se ven algunos restos de fábrica ruinosa en el lugar que ocupó la Basílica, mientras que una parte del edificio, que le agregó el Arzobispo Sandoval, se encuentra habilitada para cuartel de infantería.

“Historia de los templos de España ”

305

Trinitarios Descalzos. — El beato Juan Bautista de la Concep­ ción, reformador de su orden y varón notable por su piedad y su ciencia, llegó a esta ciudad con otros dos religiosos, en el año de 1612, estableciéndose en una casa situada en el arrabal que se conoce por las Covachuelas. No había trascurrido mucho tiempo desde que se llevó a cabo esta fundación, cuando el ayuntamiento cedió a la comunidad va­ rios terrenos de propios colindantes con el edificio que ocupaban, a fin de que se levantase el convento que se conservó hasta nuestros días, y a la erección del cual ocurrieron varias personas notables de la ciudad de Toledo. La nueva fábrica que se elevó pertenecía al gusto renacido, y ni la iglesia, que era bastante reducida, ni la parte de edificio des­ tinada para habitación de los frailes, tuvo nunca nada de notable por su magnitud, magnificencia o mérito. Estaba dedicada a San Ildefonso. Durante la guerra de la Independencia fue completamente des­ truida. Aunque al tornar los religiosos a ocuparle se procuró re­ parar sus muros en lo posible, el abandono a que se entrego, des­ pués de exclaustrada su comunidad, precipitó su inminente ruina. Hoy sólo ofrece a los ojos del viajero un montón de escombros y despedazados paredones. Agustinos Recoletos. — Ésta es una de las mas modernas funda­ ciones hechas en Toledo, pues se verificó en el último tercio del siglo xvii. Antes de establecerse en la ciudad, y en tanto que se levantaba el convento que más tarde habitaron, los religiosos es­ tuvieron en una casa extramuros, y contigua a la ermita de la Virgen de la Rosa. Concluido el edificio y colocado bajo la advocación de la Purísima, pasó la comunidad a residir en el, donde se mantuvo hasta que fue exclaustrada. El templo, perteneciente al gusto grecoromano, aunque de reducidas proporciones y escasa ornamentación, no carecía de elegancia. En el nicho abierto sobre el arco de piedra BÉCQUER TRADICIONALISTA. — 2 0

Gustavo Adolfo Bécquer

306

de su portada, estuvo una preciosa estatua de San Agustín, que hoy se encuentra en el claustro de San Juan de los Reyes, y forma parte del Museo Provincial. De los varios cuadros que adornaban sus muros, y que cita Ponz con elogio, se han extraviado unos y se conservan otros en diferentes iglesias. El convento se vendió como finca del Estado, y pertenece a un particular.

IV Antes de terminar la historia de los monasterios y conventos de frailes de esta ciudad, nos ocuparemos, siquiera sea brevemente y a fin de completar en lo posible nuestro trabajo, de algunas otras congregaciones religiosas que con parecido carácter existieron aquí y han desaparecido no hace mucho. Encuéntranse en este caso la de los Jesuítas y los Clérigos M e­ nores. Estos últimos, que sólo tuvieron dentro de la población una hospedería en la que se albergaba cierto número de sacerdotes sujetos a las reglas de sus estatutos, levantaron a su costa, y para su habitación, un edificio fuera de los muros de Toledo. Ni la pequeña capilla que para atender a sus necesidades es­ pirituales le agregaron, ni la fábrica general, tuvieron cosa alguna notable. Tampoco encontramos noticias acerca de los lienzos y retablos que adornarían la iglesia, la cual declarada con el con­ vento a que perteneció finca del Estado, fue enajenada en este concepto a un particular. Sus ruinas aún pueden verse en la posesión de campo conocida en memoria de sus antiguos dueños con el título de Cigarral de los Menores.

“Historia de los templos de España”

307

En cuanto a los jesuítas, sólo diremos que vinieron a fundar su primera casa de religión en Toledo por los años de 1557, es­ tableciéndose a su llegada en el colegio de Infantes, de donde pa­ saron al de San Bernardino para trasladarse después a una casa particular, hasta que se terminó en 1569 su edificio propio, en el que definitivamente se instalaron. Levantóse la nueva fábrica en unas casas que en la época goda pertenecieron, según la más constante tradición, a los padres de San Ildefonso, por lo cual es fama que nació en ellas el Santo, y después de la reconquista a la familia de los Toledo, que es la misma de los Illanes, de quienes ya hemos tenido ocasión de hablar en el discurso de esta historia. En el siglo xvn reedificaron con la mayor suntuosidad el templo y la casa profesa. Del primero, ya hemos tratado con bastante de­ tenimiento al ocuparnos de la parroquia de San Juan Bautista que hoy se encuentra instalada en él; en cuanto a la segunda, ha sido destinada a diversos usos después de la expulsión de sus habitadores acaecida en el reinado de Carlos III. Primeramente, la ocupó el Tribunal de la Santa Inquisición, y por último se ha aprovechado, teniendo en cuenta su magnitud y solidez, para establecimiento del Gobierno y oficinas públicas de la capital.

M O N ASTERIO S Y C O N V E N T O S D E R E LIG IO SA S

I Estas piadosas fundaciones, que también alcanzaron en Toledo una época de esplendor notable, ya se las considere bajo el punto de vista religioso y artístico, ya se las estudie histórica y filosófica­ mente con relación a las costumbres, las creencias y las aspiraciones especiales de los siglos a que se deben, se remontan, como las de los monasterios de varones, a una época muy lejana, aunque en la actualidad se conservan en su mayor parte. Como aquéllas, han debido a la piedad de los remotos tiempos de la monarquía goda la primera página de sus curiosos anales; como aquéllas, después de la reconquista, han sido el objeto de la cristiana munificencia de los magnates y los Reyes; pero más afor­ tunadas, guardan aún, a pesar de las vicisitudes que igualmente han debido sufrir, los tesoros que las artes de todas las épocas han acumulado en su seno. Las noticias de las que han desaparecido son bastante escasas; pero nos compensan con usura de la sensible pérdida de estos mo­ numentos artísticos, preciosos, por más insignificantes que fuesen, para el complemento de su historia, la riqueza que, como dejamos dicho, poseen los que en nuestros días pueden estudiarse, y el buen

“Historia de los templos de España”

309

estado en que, merced a la conservación de sus comunidades, se hallan. Éstas que, según lo dispuesto en el Concordato hecho entre la Santa Sede y el Gobierno de nuestra nación, y del cual hablamos en su lugar, conservan veinte conventos poblados por 523 religiosas sujetas a diferentes órdenes, se han dedicado a la beneficencia las unas y a la enseñanza pública las otras.

C O N V EN TO S QUE H A N DEJADO D E E X IST IR M o n a s t e r io

D e ib ie n s e . — S anta

M a r í a . — S.

P edro

de

las

D u e ñ a s . — E l E s p í r i t u S a n t o . — S. F r a n c is c o d e P a u l a . — G e r ó n im a s d e l a

E n c a r n a c ió n . — S. A n t o n io . — S. M ig u e l d e l o s R e y e s . — B e a t e r ío s .

II Monasterio Deibiense. — Acerca del lugar en que estuvo si­ tuado el monasterio de vírgenes que llevaba este título, se han dado opiniones diversas. Como ninguna de ellas se apoya en datos suficientes a su comprobación no nos detendremos en enumerarlas, consignando tan sólo, que se edificó extramuros de la ciudad y en la época goda, únicas noticias en que están acordes los autores que se han ocupado de este asunto. Según aparece en la vida de San Ildefonso, escrita por San Julián, debióse su fundación al piadoso Arzobispo, patrono de la ciudad en que se encontraba, y donde se mantuvo hasta la época de la invasión árabe, en que es de suponer, desaparecería con la mayor parte de los edificios religiosos de aquella edad, de los que sólo nos queda la memoria, conservada por la tradición o consig­ nada en algún antiguo códice.

“Historia de los templos de España ” Llevó a cabo San Ildefonso la erección de este monasterio de vírgenes cuando era abad del Agaliense, y cedió para ello unas tierras de propiedad suya, llamadas Deibia, de donde la casa de religión tomó el título con que hoy se la conoce. N i de la regla a que se sujetaron sus religiosas, ni del mayor o menor mérito arquitectónico de la fábrica, puede asegurarse nada con fundamento plausible. La oscuridad en que hallamos envuelta la historia de aquellos tiempos, sólo permite conocer los sucesos más importantes. Santa María. — Del origen, fundación y vicisitudes de este monasterio, también erigido en el largo período. de la monarquía goda, nos quedan menos noticias aún que del anterior. Si con incertidumbre y vaguedad se discute acerca del sitio en que aquél estuvo edificado, éste de Santa María, se duda por al­ gunos hasta si llegó a erigirse. Sea de esto lo que fuere, pues nos parece materia excusada el formular una opinión decisiva, coloca­ mos su nombre en este lugar, porque las autoridades más respeta­ bles en estos asuntos, se han inclinado del lado de los que creen en su existencia, y nosotros a nuestra vez, participamos del mismo convencimiento. Debió desaparecer, bien destruido por las llamas o arruinado por el abandono, en la misma época que el Deibiense, su contem­ poráneo. San Pedro de las Dueñas. — D. Alonso VI, que como dejamos dicho, fundó varias casas de religiosas en la ciudad de Toledo, des­ pués que la hubo arrancado del poder de los mahometanos, levantó el convento de este nombre en el mismo lugar donde hoy se en­ cuentra el hospital de Santa Cruz. Dedicóle a San Pedro, según las más autorizadas tradiciones, para conservar la memoria de la Basílica pretoriense, que bajo la advocación de este Santo Apóstol

312

Gustavo Adolfo Bécquer

y su compañero San Pablo, estuvo en este sitio durante el período de más esplendor de la raza goda. Su comunidad, que merced al hábito que usaban, se conocía vulgarmente por el dictado de las monjas negras, se mantuvo en el convento cerca de cuatro siglos, hasta que en tiempo de los Reyes católicos, habiéndose unido con las Concepcionistas, de las cuales tomaron el velo, se trasladaron al edificio en que éstas exis­ ten en la actualidad y del que nos ocuparemos mas adelante. El Espíritu Santo. — De este convento no quedan casi ningunas noticias. Ignórase la época a que se debe su fundación, las reglas a que estuvieron sujetas sus religiosas y las particularidades del edificio que ocuparon. Sábese tan sólo que se extinguió el año de 1540, aun cuando no se puede determinar la causa. San Francisco de Paula. — En el mismo siglo que el anterior dejó de existir este convento, que según la opinión más autorizada, estuvo en el distrito de la parroquia de Santiago del Arrabal. Su comunidad, numerosa en un principio, se disolvió al cabo por carecer de rentas con que sostenerse. N i de su iglesia y fábrica, destinada a habitación de las religio­ sas, queda noticia alguna interesante. Gerónimos de la Encamación. — Una piadosa y noble señora, portuguesa de nación e hija bastarda del Rey D. Fernando I, des­ engañada de la vanidad del mundo, vendió sus alhajas y bienes, el producto lo dedicó al alivio de la miseria, y después que hubo roto cuantos lazos de interés o afección la ligaban a la vida, se en­ cerró con otra mujer en una casa de la propiedad de María Díaz de Segovia. La estrechez y oscuridad en que vivía una dama de tan alto linaje, atrajo sobre ella la veneración del pueblo, que vulgarmente la apellidaba, por alusión a sus hábitos modestos y morigeradas

“Historia de los templos de España ”

313

costumbres. Doña María de la vida pobre, dictado con que fue conocido posteriormente y ha llegado hasta nosotros el convento de Gerónimas que fundara en 1493. Formaron esta comunidad, cuyas religiosas tomaron el velo de Concepcionistas, algunas nobles mujeres que animadas del ejemplo, habían seguido en su género especial de vida a la devota dama portuguesa. Su templo, que debió sufrir alguna notable restauración en el siglo pasado, pertenecía últimamente a la arquitectura greco-romana, y aunque de pocas dimensiones, mereció ser citado con elogio por algunos cronistas, merced a la sencillez y elegante disposición de sus partes. Las llamas, que durante la ominosa guerra de la Independencia española destruyeron en esta ciudad tantos objetos preciosos y no­ tables edificios, apresuraron la ruina de éste, que abandonado al fin por la comunidad que de tan antiguo lo habitaba, ha quedado reducido a un montón de escombros e informes fragmentos de fábrica. San Antonio. — Levantóse este convento, al que se trasladaron después de concluido algunas mujeres que formaban una piadosa congregación, en la calle de Santo Tomé, y en unas casas de la pertenencia de Fernando de Abalos. Las beatas que al ocupar este edificio tomaron el velo de Fran­ ciscas, sujetándose a todas las prescripciones y votos de esta regla, permanecieron en él hasta nuestros días, abandonándolo por último, y uniéndose a las de Santa Isabel, en virtud a las órdenes de ex­ claustración por no encontrarse en número estimado suficiente para formar comunidad aparte. El templo y la fábrica destinada a habitación de las religiosas, que nada de particular ofrecen al estudio artístico, se encuentran hoy abandonados, y aunque en el primero se han hecho algunas ligeras reparaciones, creemos que ambos desaparecerán muy pronto.

314

Gustavo A dolfo Bécquer

San Miguel de los Reyes. — En unas casas, propiedad de los señores de Cebolla, y a fines del siglo xv, tuvo lugar la fundación de este convento, cuyas religiosas franciscanas de regla, lo pusieron bajo la advocación de la Epifanía, de donde tomó su verdadero sobrenombre, aunque vulgarmente se llama de los Ángeles. Contribuyeron principalmente a su creación y lo dotaron de las rentas bastantes al mantenimiento de la comunidad, D. Diego López de Toledo, varón piadosísimo, y su mujer Doña María de Santa Cruz, cuyos sepulcros se trasladaron no ha mucho a San Pedro Mártir, desde este templo, en donde estuvieron largos años, en lugar preeminente y propio de los fundadores. También encerró dentro de sus muros algunas reliquias, pin­ turas y retablos dignos de aprecio que se diseminaron entre otras iglesias, cuando las religiosas, por su escaso número, se vieron precisadas a incorporarse a las de Santa Isabel, con las que, a ejemplo de las anteriores, formaron una misma comunidad. El templo y fábricas unidas a él han sido completamente derri­ bados y tan sólo puede señalarse el solar en donde estaban. Beateríos. — Aunque estas fundaciones que han desaparecido casi en su totalidad, no tuvieron nunca el carácter de comunidades, ni se sujetaron a las reglas de ninguna orden religiosa, toda vez que levantaron templos y algunos de bastante valía, nos ha parecido oportuno concluir con ellas esta parte de nuestra historia de los conventos que han dejado de existir. • El más antiguo de que tenemos noticia fue fundado en los pri­ meros años de la reconquista y vulgarmente se le conoció por de las Emparedadas, alusión sin duda a la rigurosa reclusión en que vivían las que formaban parte de este beaterío, que no sabemos cuándo ni por qué causa pudo desaparecer. Otro, que con la advocación de Santa Catalina, estuvo por es­ pacio de dos siglos en la feligresía de San Román y poseyó una capilla notable por su estructura y riquezas, dejó de existir también,

“Historia de los templos de España ”

315

sin que podamos señalar la época, ni las causas que motivaron su desaparición, acontecida, según probabilidades, hace muchos años. De dos que se han extinguido en estos últimos tiempos, ambos por falta de recursos, sabemos que el uno, cuyo edificio aún existe con su oratorio, cerca del convento de Santa Ana, se debió a la piedad del docto D. Francisco de Pisa, erudito historiador de Toledo, mientras el otro, situado en las inmediaciones de la parro­ quia de Santa Leocadia, lo hizo a su costa un canónigo de la Santa Iglesia Catedral.

CO M U N ID A D ES Q U E A C T U A L M E N T E E X IST E N S t o . D o m in g o d e S i l o s . — S. C l e m e n t e . — S t a . C l a r a l a R e a l . S t a . Ú r s u l a . — S t a . M a r ía l a R e a l . — G e r ó n im a s d e l a R e i ­ na.

— S. P a b l o . — L a s

G a it a n a s . — S t a . Is a b e l . — M ad r e d e

D i o s . — C o n c e p c ió n F r a n c i s c a n a . — L a P u r í s i m a C o n c e p c i ó n . S t a . A n a . — C o m e n d a d o r a s d e S a n t ia g o . — S. J u a n d e l a P e ­ n it e n c ia .

— S. T o r c u a t o . — B e r n a r d a s R e c o l e t a s . — C a r m e l i ­

tas

D e s c a l z a s . — Je s ú s y M a r í a . — C a p u c h i n a s .

III Santo Domingo de Silos. — Este convento es uno de los dos que mandó establecer el Rey D. Alfonso VI, después de haber sacado la ciudad en que se halla del poder de los infieles. Estuvo situado desde su fundación en el mismo lugar en que hoy se en­ cuentra y perteneció a la orden Benedictina, aun cuando algún tiempo después sus religiosas, con facultad de la Santa Sede, pro­ fesaron en la del Císter. Doña María de Silva, dama portuguesa, que habiendo perdido a su esposo se encerró dentro de sus muros para acabar en ellos la vida, dejó por albacea de sus bienes a D. Diego de Castilla, Deán de Toledo, con el encargo de labrar un templo digno de su comunidad, entonces una de las más numerosas.

“Historia de los templos de España”

317

Cumplido esto así, el Greco fue el encargado de la obra, hacien­ do en ella las veces de pintor, escultor y arquitecto. La iglesia, cuya planta forma una cruz latina, consta de una espaciosa nave atravesada en su tercio superior por la del crucero. Sobre éste se levanta una airosa cúpula que presta luz a la capilla mayor y cobija el punto de intersección de las naves, las cuales se engalanan con grandes pilastras jónicas que sustentan una elegante cornisa y descansan sobre un ancho zócalo. El retablo del principal de los altares consta de dos cuerpos de arquitectura de orden corintio; la parte de talla la ejecutó Juan Bautista Monegro, debiéndose al ya citado Dominico Greco, autor de la traza de todo el edificio, las esculturas y lienzos que lo ador­ nan, los cuales merecen fijar la atención de las personas entendidas. Los otros dos retablos de las alas, colaterales a éste, pertenecen también al mismo orden arquitectónico, y conservan dos apreciables pinturas de la misma mano que las anteriores. Representa la del altar del lado de la Epístola la Resurrección y la que con ésta hace juego la Natividad. Algunos otros lienzos se contemplan repartidos por el ámbito de la iglesia, entre los cuales se pueden citar como de un mérito más sobresaliente la Anunciación, que parece obra de Vicente Carducho, y algunas figuras de Santos, que se creen pertenecer a Luis Tristán. La comunidad se dedica a la enseñanza pública de niñas, y puede constar hasta de veinte y cinco religiosas. San Clemente. — Según la opinión más autorizada, fundó este monasterio uno de los más ricos y suntuosos de esta ciudad, D. Alonso VII el Emperador, el cual, según dice Mariana, y lo com­ prueba así el sepulcro que aun se ve en su templo, mando enterrar en él a uno de sus hijos, muerto en los primeros años de su vida. Como el anterior, pertenece a la orden del Císter.

3 i8

Gustavo A dolfo Bécquer

Su iglesia consta de una sola nave de arquitectura ojival, sen­ cilla pero elegante y de gentiles proporciones. En el año de 1795 el Cardenal Lorenzana la mandó restaurar, datando de esta época las dos grandes pilastras dóricas que susten­ tan la bóveda que cubre el presbiterio, y que tan extraño contraste forman con el resto de la arquitectura interior de esta fábrica. Al mismo año pertenece el tabernáculo de mármoles del altar mayor, cuyo magnífico retablo contribuyó a costear D. Gaspar de Quiroga en el de 1579. En el muro del costado del Evangelio y dentro de una hornacina, se halla un sepulcro con una estatua yacente de niño, el cual per­ tenece, según de la inscripción se deduce, al Infante D. Femando, hijo del regio fundador de esta casa religiosa. Los otros retablos que hay carecen de mérito; los muros están pintados al fresco, representando diferentes asuntos sacados de la historia de la Virgen, y las junturas de los sillares, que están cu­ biertos con un barniz blanco, se dibujan por medio de filetes de oro y negro. En el coro, que es bastante capaz y suntuoso, se encuentra una buena sillería de nogal tallada, y un magnífico órgano. Las portadas exteriores de este edificio son dos, de las cuales la de la iglesia merece por todos conceptos las justas alabanzas que le prodigan los inteligentes. Pertenece al gusto plateresco; se ejecutó en el siglo xvi, y no sin gran fundamento se atribuye al célebre escultor Berruguete, único que en nuestro juicio pudo con­ cebir y ejecutar obra tan elegante y acabada. Inútil sería el querer dar con palabras una idea de este monu­ mento del arte. En la exacta reproducción que de él ofrecemos, pueden estudiar nuestros lectores la acertada disposición de las partes de que se forma, admirando el lujo y la variedad de sus detalles tan numerosos como prolijamente concluidos. La otra fachada correspondiente a la portería, es también de piedra, pero bastante sencilla; consta de cuatro columnas jónicas,

“Historia de los templos de España ”

319

sobre las que descansan dos pirámides que flanquean un nicho colocado por cima del arco de ingreso, y en el cual se halla una buena escultura representando al Pontífice San Clemente, titular del convento. L a comunidad puede componerse de sesenta religiosas, que se dedican a la enseñanza, y posee un archivo con muchos documentos importantes, entre los que se cuentan más de quinientas escrituras en árabe. Santa Clara la Real. — Tuvo esta comunidad su primer con­ vento en la Vega, a las inmediaciones de Santa Susana y en un edificio conocido con el nombre de Casa de la Monja. Establecióse bajo la regla de San Benito el año 1250, y se mantuvo extramuros hasta el de 1371, en que ya con la regla y hábito de Santa Clara se trasladaron a la población y a su nuevo local, levantado en una casa de su pertenencia por Doña María Meléndez, esposa de Gu­ tierre Téllez de Meneses. Goza del título de Real porque profesaron en él dos hijas na­ turales de D. Enrique II, que por esta causa lo dotó magnífica­ mente. L a iglesia consta de dos naves, que entre sí forman un ángulo. En la que se extiende de Poniente a Levante se encuentran la capilla mayor, que posee un buen retablo con pinturas y esculturas de algún mérito, y el coro, en el cual se hallan enterradas las dos hijas del referido Monarca castellano, con el célebre Duque de Arjona, D . Fadrique de Castilla, Conde de Trastamara. En la otra nave, que corre de Mediodía a Norte y en la cual se encuentra el arco que da ingreso al templo desde la parte exterior, hay una capilla de arquitectura ojival con un retablo del gusto plateresco, muy notable, tanto por su elegante trazado, como por las tablas de buena mano que en número de nueve posee. La fundó D. Juan de Morales, Deán de Sevilla, cuyo sepulcro con estatua yacente se encuentra en este mismo lugar junto al de sus padres.

320

Gustavo A dolfo Bécquer

La parte exterior del templo es bastante mezquina e irregular, no ofreciendo cosa alguna acreedora por su mérito de una detenida descripción. Las religiosas, que son catorce según lo dispuesto en el Con­ cordato, se dedican a la enseñanza, como las del mayor número de las comunidades de Toledo. Santa Úrsula. — Unas beatas, que en el año de 1260 se re­ unieron para vivir lejos del bullicio del mundo, y merced a las limosnas de los fieles, fueron la base de esta comunidad, que en 1320 levantó el edificio, del cual aún se conserva parte, cuando tomaron sus religiosas el hábito de San Agustín. La iglesia que sustituyó en 1360 a la primitiva, la costeó D . Die­ go González, Arcediano de Calatrava, que también mejoró y en­ sanchó a sus expensas el convento, al cual impuso la carga de pagar anualmente al Cabildo, en cambio de algunos solares que le cedió para esta obra, un cirio de tres libras de cera. La parte de la fábrica destinada para habitación de las monjas es muy sólida y de amplias proporciones. El templo consta de dos naves: una hecha a fines del siglo xiv, y perteneciente al estilo ojival, y otra labrada en los primeros años del xvi, con arreglo al gusto renacido. En esta última se ven un magnífico altar plateresco, con cuatro pinturas en tabla de regular ejecución, y en la primera o más antigua, un buen retablo de orden corintio, que ocupa el testero de la capilla mayor. También es digno de que lo mencionemos, el cuadro que se halla junto a las rejas del coro, el cual pertenece a Alejandro Sémini y representa a Santiago, San Juan Evangelista y San Juan de Sahagún. En el exterior merece observarse el ábside o respaldo de la capilla mayor, que pertenece al estilo árabe, y se adorna con varias series de arcos ornamentales incluidos y dobles, como los que en­

“Historia de los templos de España ”

321

galanan el recuadro de la parte superior del muro en que se halla la puerta. Tampoco debe pasarse por alto el rico artesonado de alerce que cubre la sacristía de este convento, cuyas religiosas se ocupan en la actualidad en la enseñanza, pudiendo reunirse, según lo dis­ puesto, hasta en número de veinte y cuatro. Santa María la Real. — La fundación de este convento de Dominicas se remonta al siglo xiv. La llevó a cabo Doña Inés García de Meneses, que estableció la comunidad en unas casas de su pertenencia el año de 1364. Poco tiempo después de constituida, hizo levantar nuevamente y a su costa gran parte de la fábrica Doña Teresa de Toledo y Ayala, que en unión de una hija que tuvo del Rey D. Pedro el primero, y a la que llamaban Doña María de Castilla, tomó el velo en esta religión, de cuya casa ambas fueron abadesas. El primitivo templo ha desaparecido casi en su totalidad, pues sólo quedan de él algunas capillas. Por efecto de las diversas modi­ ficaciones que ha experimentado, la forma del que existe es bas­ tante irregular, y el género de su arquitectura apenas puede deter­ minarse, ofreciendo en cada una de sus partes un estilo diverso. Consta de dos naves atravesadas. En uno de los extremos de la principal se encuentra la portada, bastante sencilla, de orden dó­ rico, y precedida de un elegante pórtico del mismo gusto. En el otro hay algunos altares de escaso mérito ocupando el sitio del mayor, el cual se ve, por un extraño capricho, dentro de una capilla lateral a esta nave. Esta capilla, que pertenece al estilo ojival, está cubierta por una bóveda subdividida en cascos; contiene un re­ tablo churrigueresco de muy mal gusto y un sepulcro con estatua arrodillada, colocado en una hornacina abierta en el muro del cos­ tado del Evangelio y perteneciente, según de su inscripción se co­ lige, al Mariscal Payo de Rivera. BÉCQUER TRADICIONAT.ISTA. — 2 1

322

Gustavo A dolfo Bécquer

En otra capilla, que antes de llegar a ésta se encuentra en la misma nave, se titula de Santo Domingo, y la fundó la familia de Guzmán y Silva, existen un buen retablo del siglo XV con bajos relieves apreciables y dos sepulcros de mármol, en uno de los cuales se hallan dos hermanos canónigos de Toledo y parientes de los fundadores, ocupando el otro los restos de Arias Gómez de Silva, Aposentador mayor de Don Juan II, y Juan de Ayala, Alguacil mayor que fue de esta ciudad. En el resto de la iglesia se ven algunos lienzos de poco valor y varios retablos de ejecución mediana, si se exceptúa el que puede observarse en una pequeña capillita, situada a la derecha del arco de ingreso, al cual adornan tres buenas pinturas en tabla, y otro, colocado enfrente, notable por la gallardía de su disposición y franco desempeño de sus bajos relieves. Diremos para concluir, que este convento de Santa María, el cual también se conoce por Santo Domingo, tomó el título de Real, merced a las esclarecidas personas que en él profesaron, y las otras muchas, también de regia estirpe, que en él yacen enterradas. Pueden contarse entre estas últimas, además de las ya citadas Doña Teresa de Toledo y Doña María de Castilla, otros dos hijos del célebre Rey D. Pedro, los cuales los hubo en Doña Isabel, no­ driza de su primogénito el Príncipe D. Alonso, y se llamaban D. Sancho y D. Diego. También habitó en este convento, murió en él, y estuvo sepul­ tada en sus bóvedas, Doña Leonor, Infanta de Aragón, y esposa del Rey D. Duarte de Portugal, la cual fue mandada trasladar, durante el reinado de su hijo D. Alonso, al insigne monasterio de Batalha. La comunidad, que puede constar hasta de cuarenta religiosas, se ha dedicado a la enseñanza. Gerónimos de la Reina. — Una noble señora llamada Doña Teresa Hernández, persona muy principal y de la servidumbre de

“Historia de los templos de España ”

323

Doña Juana, esposa de Enrique II de Castilla, llevó a efecto esta fundación por los años de 1370, estableciéndose en unas casas que ocuparon el mismo sitio que este convento, al cual, por la mucha frecuencia con que la referida Doña Juana solía visitar a la funda­ dora y a doce piadosas mujeres con quienes en comunidad vivía, se llamó de la Reina. Al principio sólo se labró una capilla, a la que dieron el título de la Visitación de Nuestra Señora; pero habiendo profesado la comunidad en la regla de San Gerónimo, y obtenido algunas más rentas para atender a sus necesidades, se fueron mejorando sus habitaciones, que lo mismo que la iglesia, terminada de labrar en 1592, se encuentran hoy bajo la misma advocación que la primitiva capilla. Consta esta última de una sola nave perteneciente al gusto greco-romano. Ni en la parte exterior de sus muros, ni en la por­ tada se encuentra cosa alguna susceptible de particular detalle. Los buenos lienzos que poseía de Tristán, Orrente y el Greco, desaparecieron el año de 1836, época en que sus religiosas, ya en número muy escaso, se vieron en la precisión de ir a formar parte de otra comunidad. No hace mucho que han obtenido licencia para reunirse de nuevo en su local propio, para lo cual se han efectuado en él aigimas reparaciones, trasladando de nuevo al lugar en que antes se encontró el retablo principal, que es bastante apreciable y se hallaba depositado en San Juan de los Reyes. Actualmente las religiosas se dedican a la beneficencia y su número no puede pasar de diez y ocho. San Pablo. — Este monasterio, que como el de la Reina de que acabamos de ocuparnos, pertenece a la orden de Gerónimos, debe su fundación, que tuvo lugar en los últimos años del siglo xiv, a Doña María García de Toledo, señora muy virtuosa que en aquella época se reunió con varias devotas mujeres para vivir en comunidad.

324

Gustavo A dolfo Bécquer

Durante la vida de la fundadora no pronunciaron ninguna clase de votos religiosos; pero a la muerte de ésta hicieron profesión formal en la orden que dejamos indicada. La fábrica del templo pertenece al estilo ojival y consta de una nave de proporcionadas dimensiones, cubierta de una fuerte bóveda compartida en grandes espacios, cruzados por aristas y engalanados de crestones y otros ornatos propios de su género de arquitectura. La capilla mayor, que fue erigida a costa de la familia de los Guevaras, contiene un buen retablo con pinturas dignas de la mayor estimación, aunque de mano desconocida, y un soberbio sepulcro de mármol negro en el que se hallan los despojos del Cardenal arzobispo de Sevilla, D. Fernando Niño. Colaterales al principal hay otros dos retablos de gran mérito y de orden dórico, en los cuales se conservan algunos lienzos, no­ tables por la corrección del dibujo y la armonía del colorido. Tampoco deben pasarse por alto los altares de estilo plateresco que se ven en el cuerpo de la iglesia. Como dijimos en su lugar, estas religiosas, que tienen a su cargo la enseñanza de niñas, y pueden reunirse hasta en número de veinte, conservan el cuchillo de Nerón con que fue degollado San Pablo, el cual anteriormente se custodió en el monasterio de la Sisla. Las Gaitanas. — Doña Guiomar de Meneses, señora muy prin­ cipal de Toledo, y mujer de Lope Gaitán, en cuyo apellido tuvo origen el sobrenombre con que generalmente se ha designado a esta piadosa congregación, fundó en 1459 un beaterío de mujeres que vestían el hábito de San Agustín, aunque sin hacer votos ni sujetarse a clausura. Como la mayor parte de estas congregaciones, la que nos ocupa se convirtió al cabo en comunidad de monjas, profesando solemnemente en la misma regla, cuyo hábito hasta entonces habían vestido. Del primitivo local en que se establecieron sólo se sabe que es­ tuvo cerca de Santa Leocadia. Trasladáronse al que actualmente

“Historia de los templos de España ”

325

habitan en los primeros años del siglo xvn, época sin duda alguna a la que pertenece su templo. Levantaron éste a su costa D. Diego de la Palma Hurtado, y su mujer Doña Mariana de la Palma, los cuales la dotaron asimismo de altares, pinturas, vasos sagrados y ornamentos. L a construcción es de estilo greco-romano, y por la desahogada proporción de las partes que la componen y la sencillez y buen gusto de sus ornatos, molduras y pilastras merecen fijar la atención de las personas entendidas. En la capilla mayor que es el lugar donde se encuentra la se­ pultura de los fundadores de la iglesia hay también un buen altar, cuyo retablo se forma con algunos adornos que sirven de marco a un gran lienzo que representa la Reina del Cielo María rodeada de ángeles y nubes resplandecientes, obra de Francisco Rici y la única que posee este convento digno de mencionarse con encomio. Los otros altares, como asimismo el interior de la fábrica, muy poco o ninguna materia ofrecen para el estudio y la descripción. En el último arreglo se le señaló a esta casa, cuyo patronato per­ tenece a la familia de los Palmas y Hurtado, el número de treinta y seis religiosas como máximum de la comunidad: la cual se dedica a la beneficencia. Santa Isabel. — Tuvo lugar la fundación de esta casa de religión, a la que contribuyeron los Reyes Católicos con grandes donativos, en el año de 1477 y erí un palacio del señorío de Casarrubios per­ teneciente a dichos Monarcas, razón por la cual la llamaron de los Reyes. Doña Juana de Guzmán, conocida por Sor María la pobre, fue la que llevó a cabo este pensamiento. La iglesia, que antes fue parroquia de San Antolín, como dijimos en otro lugar, consta de una sola nave y reúne ejemplares muy curiosos de los diversos estilos arquitectónicos que más se han usado en Toledo.

Gustavo Adolfo Bécquer

326

La capilla mayor es ojival y el cuerpo de la iglesia guarda ras­ gos del árabe como el exterior o ábside del que ofrecemos una lámina, mientras que la sencilla portada que exorna el ingreso pertenece al gusto renacido. A este mismo género pertenece el retablo del altar mayor, re­ comendable por más de un concepto, así como sus dos colaterales que, con otro que se halla a los pies de la iglesia, completan el número de los que merecen fijar la atención. La comunidad se compone de 24 religiosas que se dedican a la enseñanza. Madre de Dios. — En 1482, Doña Leonor y Doña María de Silva, hijas de D. Alonso, Conde de Cifuentes, fundaron este con­ vento bajo la regla de Santo Domingo, y en 1491 se unieron a él unas beatas que bajo la advocación de Santa Catalina de Siena vi­ vieron contiguas. También se unió al citado convento en 1510 la ermita de Todos los Santos, anejo de San Román. Este convento no contenía nada digno de mencionarse y fue suprimido hace 20 años por no tener el número de monjas necesa­ rio para formar comunidad, trasladándose las que había al con­ vento de Jesús y María. Después de casi demolido, y por concesión del Gobierno, las antiguas monjas lo ocuparon, logrando por medio de limosnas re­ edificar una parte para habilitarlo y adornar pobremente la iglesia. Hace pocos años, las antiguas religiosas obtuvieron del Gobierno permiso para volver a reunirse y entonces volvieron a colocar el retablo mayor que estaba en San Juan de los Reyes y que consta de un cuerpo dórico y otro jónico, con el Misterio de la Visita­ ción en el nicho principal y terminado en un Calvario. La actual comunidad se dedica a obras de beneficencia y su número no puede pasar de 18.

“Historia de los templos de España ”

327

Concepción Franciscana. — Doña Beatriz de Silva; ilustre y her­ mosa dama, portuguesa de nación y a la que la calumnia y la en­ vidia disgustaron de la corte de los Reyes Católicos a cuyo servicio se encontraba, decidióse a huir del mundo para encerrarse en el monasterio de Santo Domingo el Real. En este retiro permaneció por espacio de muchos años, al cabo de los cuales y cuando corría el de 1484 fundó un convento dedicado a la Purísima Concepción de la Virgen, el primero que hubo de este título. La Reina Doña Isabel cedióle para la instalación de su comuni­ dad una parte de los alcázares conocidos entonces con el nombre de palacios de Galiana, de la cual se trasladó éste al antiguo edi­ ficio que hoy ocupa, cuando después de reunírseles algunas otras comunidades, todas ellas tomaron el velo de Franciscas, regla que tienen desde el año de 1501. La iglesia, que bajo el punto de vista arquitectónico, muy poco o nada ofrece de notable en su estructura, consta de una sola nave. La capilla mayor, formada por el último de los cinco compartimen­ tos en que ésta se divide, está menos que medianamente pintada al fresco, y el retablo que ocupa su centro y pertenece al orden corintio, contiene hasta cuatro lienzos de regular mano. Otros cuatro altares se encuentran en el cuerpo de la iglesia, que no carecen de importancia, merced a sus elegantes diseños y recomendable ejecución. Con estos retablos, una o dos esculturas y varios lienzos de escasa importancia, entre los que se encuentra el retrato de la fundadora, se termina el catálogo de los objetos artísticos que se hallan en este templo. A la derecha de la puerta de entrada, existe, aunque ya muy ruinosa y en un completo estado de abandono, una capilla per­ teneciente al género ojival y dedicada a Santa Quiteria, cuya fun­ dación debida a Diego de Amusco, ha dado pretexto a varias tra­ diciones populares. En esta misma capilla, que más tarde tuvo en patronato la dis­ tinguida familia de los Franco, se admiran los magníficos sepul­

328

Gustavo Adolfo Bécquer

cros de algunos de sus antecesores. Entre ellos se encuentran Lo­ renzo Suárez Franco y Elvira Suárez, esposos, muertos en un mis­ mo día y enterrados en una misma sepultura, sobre la losa de la cual, se ve en estatuas yacentes este breve y notable epitafio: Quos amor conjunxit mors non dividit.

Para terminar diremos que en el muro frontero al que forma la entrada de la anterior capilla, se encuentra colgada la momia o piel rellena de un animal deforme que no puede examinarse por la falta de luz de que adolece esta iglesia, pero que se asemeja, en efecto, a un lagarto monstruoso, de cuya especie lo cree el vulgo, que sobre su aparición cuenta mil y mil maravillosas tradiciones. La comunidad de este convento, que habita una parte del anti­ guo palacio de Galiana, en la que se ven aún vestigios de su anti­ guo esplendor, puede componerse hasta de treinta religiosas, y se dedican a la enseñanza. La Purísima Concepción. — Esta comunidad, a la que vulgar­ mente se conoce por las Benitas, con motivo, sin duda, de hallarse sujeta a esta orden, tuvo su origen, como la mayor parte de las que conocemos en esta ciudad, en una asociación o colegio de beatas. Fundóse éste en el año de 1487, merced a la piedad de D. Diego Hernández de Úbeda, cura párroco de la capilla de San Pedro de la Catedral primada, y continuó regido por iguales estatutos y ocupando el mismo local hasta mediados del siglo xvn , en que trasladándose al que tienen en el día, trasformóse de beaterío en comunidad y las nuevas religiosas tomaron el velo y regla de San Benito. Da ingreso a la iglesia de este convento, que algunos sospechan se llevó a cabo merced a los donativos del Arzobispo D. Pascual de Aragón, una elegante portada perteneciente al orden dórico, en la cual puede observarse una estatua de la Virgen, que no carece de buenas dotes artísticas y cuyo autor se ignora.

“Historia de los templos de España”

329

La decoración y trazo del templo, que pertenece al orden grecoromano, es una apreciable aunque sencilla muestra de este género de arquitectura, y si entre los altares y los lienzos que lo adornan no se encuentra ninguno de un mérito tan sobresaliente que me­ rezca un estudio particular y detenido, puede decirse que casi en su totalidad son acreedores a la estima de los inteligentes. Las re­ ligiosas, que según el último arreglo de las órdenes, pueden reunirse en número de doce, se dedican al ejercicio de la beneficencia. Santa Ana. — Este convento fue edificado en 1527 sobre el terreno que ocupaban las casas de la Ricajembra y su fundación la hizo a fines del xv Doña María González en unas del Duque de Maqueda, de donde la fundadora con cinco religiosas más se trasladaron en 1513 frente a Santa María la Blanca, local que aban­ donaron para pasar al convento que nos ocupa. El edificio es poco extenso y la iglesia no consta más que de una nave, sin que en ella exista objeto digno de particular mención. En 1836 la comunidad disuelta por no haber número suficiente de religiosas, pasó a la Concepción Francisca, y el convento aban­ donado sirvió sucesivamente de casa de vecindad y hospital militar, hasta aue las antiguas religiosas obtuvieron últimamente permiso del Gobierno para habitar su antiguo local, dedicándose a la en­ señanza y fijando su número en 17. Comendadoras de Santiago. — En el lugar que ocupa este con­ vento, erigido en la parte alta y occidental de los palacios de Ga­ liana, de los que ya hemos hecho mención en diversos capítulos de nuestra historia, hubo, desde los tiempos de D. Alfonso VIII, un Priorato de la orden de Calatrava que, bajo la advocación de Santa Fides o Santa Fe, patrocinó una capilla de la cual aún se conservan vestigios. Los Reyes Católicos, que en 1494 dieron a los caballeros, en cambio de este espacioso local, la magnífica sinagoga del Tránsito

330

Gustavo Adolfo Bécquer

o de San Benito, fundaron en él un convento de Comendadoras, las cuales, en número de veintiocho, vinieron a establecerse en la ciudad, mediante Bula apostólica, desde su monasterio de Santa Eufemia de Cozollos. Lo mismo el templo que la fábrica que sirve de habitación a la comunidad, deben haber sufrido notables trasformaciones. El pri­ mero, cuya última restauración parece datar de fines del siglo pa­ sado, nada o muy poco de particular contiene en sus naves y ca­ pillas. De sus cuadros notables, que mencionan varios escritores, unos han desaparecido y otros no nos parecen del mérito que se les atribuye. Se pueden, sin embargo, examinar con algún deteni­ miento las pinturas que adornan los retablos colaterales al de la cabecera, y algunas que se ven en el claustro bajo del convento. Esta parte del edificio, aunque no conserva ni las huellas de su pasado esplendor, merece ser visitada, por la buena disposición y amplitud de su trazo y proporciones. Antes de concluir la breve reseña histórica de este convento, cuyas monjas también se conocen por de Santa Fe, en memoria del priorato de Calatrava, o los caballeros, por alusión a la orden de Santiago que profesan, y cuyo voto y regla tienen, diremos algo de una capillita que llaman de Nuestro Señor de Belén y se en­ cuentra entre el coro bajo y el claustro de que dejamos hecha men­ ción más arriba. Esta pequeña fábrica, independiente del cuerpo de la iglesia, guarda algunos rasgos del primitivo género a que debió pertenecer el templo en general, y unida a los restos de la que estuvo dedicada a Santa Fe, en cuyo ábside se ven algunas series de arcos árabes, forman el contraste arquitectónico que pre­ sentaban los dos estilos usuales en la época de la reconquista, du­ rante la cual debieron erigirse. La comunidad, que puede constar de doce señoras con voto y el número de sirvientas que la orden señala a cada una de las religiosas, se dedica a la enseñanza.

“Historia de los templos de España ”

331

San Juan de la Penitencia. — El renacimiento, la arquitectura árabe y el estilo ojival han contribuido en épocas distintas al embe­ llecimiento de este edificio, que reuniendo muestras de tan dife­ rentes géneros, ofrece un conjunto tan extraño como digno de estudio. El famoso Cardenal Cisneros compró, para levantarlas, las casas de la familia de los Pan tojas, y después de contribuir de su peculio con cuanto fue preciso para su edificación el año de 15143 fundó en él un convento de religiosas franciscanas, dotando a la comuni­ dad en 600.000 maravedises de renta. Más tarde otro religioso compañero del célebre Cardenal, labró a su costa y magníficamente la capilla mayor de la iglesia. Da tes­ timonio de ambas edificaciones la inscripción que la adorna, y que dice así: Esta capilla mandó hacer el Reverendísimo Señor D. Fray Fran­ cisco Ruiz, Obispo de Ávila, del Consejo de S. M ., compañero del limo. Cardenal Arzobispo de Toledo, Gobernador de España, fun­ dador de esta casa, su señor: por lo cual se enterró aquí. Falleció año de M . D. X X V III a X X III de octubre. El cuerpo de la iglesia, que consta de una sola nave, es bastante espacioso y se halla cubierto por un magnífico artesonado de alerce, del género morisco. Las ventanas, perforadas en los muros, son ojivales, y aunque sencillas, del gusto mas puro y acabado. El coro, que se encuentra en alto y ocupa el tercio inferior de la fábrica, se apoya en una gruesa viga perfectamente trabajada en el estilo pla­ teresco más elegante y minucioso. Corresponden, en fin, al lujo del edificio la riqueza y mérito de sus lienzos y altares, entre los que merece una particular mención el de San Juan Bautista, cuyas pin­ turas, trazo y ejecución le colocan a la altura de los mejores que en su género encierra la Catedral. Dada una ligera idea de la nave, pasaremos a describir la cabe­ cera o capilla mayor, obra de otra mano y estilo, la cual defiende una magnífica verja de hierro, en la que se nota la más graciosa y

332

Gustavo Adolfo Bécquer

armónica combinación de adornos del estilo ojival, con dibujos y hojarascas platerescos, a cuyo género pertenece. Esta capilla, en la que, por decirlo así, se encuentran reunidas las muestras más her­ mosas de las diversas artes que han contribuido a enriquecer el templo, también está cubierta por un magnífico artesonado, al que contribuyen a sostener dos lujosas pechinas árabes, trabajadas con una prolijidad y un gusto prodigioso. Los ornatos que embellecen sus muros son propios del gusto renacido, y ojivales las ventanas por donde recibe la luz. A favor de ésta, que penetra velada al través de los vidrios de colores, pueden examinarse tres magníficos retablos de arquitectura plateresca, en cuyos intercolumnios hay multitud de apreciables tablas representando pasajes de la vida del Salvador y de su Santa Madre, y un buen número de esculturas dignas de aprecio. También se encuentra en el recinto de esta capilla y ocupa casi todo el muro colateral del Evangelio, el soberbio sepulcro del Obis­ po de Ávila, su fundador. Esta gran máquina de bellísimo mármol, como la llama Ponz en el tomo primero de sus viajes, fue traída de Palermo donde un escultor italiano labró las figuras que la ador­ nan y la admirable estatua yacente del prelado que en ella descan­ sa. Aunque Alvar Gómez de Castro, que da esta noticia en su his­ toria del Cardenal Cisneros, no dice nada, ya se ha sospechado, y basta examinar detenidamente este sepulcro para creerlo, que no sólo su ornamentación sino hasta las figuras que lo embellecen son obras de más de un artista. La parte del convento destinada a habitación de las religiosas, que pueden reunirse hasta en número de veinticuatro y se dedican a la enseñanza, conserva algunos restos de las casas de los caballeros Pantojas, en las que se instaló la comunidad en tiempo de su fun­ dador, y las cuales, como casi todas las de su época, estaban cons­ truidas por alarifes moriscos o maestros de obra cristianos que imi­ taban su ornamentación.

“Historia de los templos de España ”

333

San Torcuato. — Esta comunidad tuvo su origen en un beaterío fundado el año de 1520 junto al convento de las antiguas calzadas cuyo hábito vestían las devotas mujeres que se reunieron en él. En 1592, trasladáronse éstas, después de pronunciar votos formales, a unas casas que llamaron de las Melgarejas inmediatas a la parro­ quia de San Torcuato, la cual, por una gracia particular del Arzo­ bispo D. Gaspar de Quiroga, y con anuenciadel párroco que en aquella época las regía, les sirve de templo. Como al hablar de las parroquias muzárabes nos extendimos en la monografía de la de San Torcuato todo lo que su importancia requiere, parécenos ocioso repetir en este lugar, cuanto en otro dejamos ya consignado. La comunidad, que puede constar hasta de treinta y cuatro religiosas y que se dedica a la enseñanza, habita un edificio que muy poco o nada tiene de notable. Bernardas Recoletas. — Según que de una inscripción colocada en la iglesia de este convento aparece, su fundación, que tuvo lugar el [año] de 1605, se debe al licenciado Fernán Pérez de la Fuente, que en el de 1598 otorgó escritura pública dotando con sus bienes a una comunidad de monjas Bernardas. N i la iglesia, ni el edificio destinado a habitación de estas, con­ tienen nada que merezca hacer de ello particular mención. Debe aceptarse, sin embargo, el gran lienzo del altar mayor que repre­ senta la Asunción y que en efecto parece de la mano de Carduccio, artista al que generalmente se le atribuye. ^ La comunidad se dedica a la beneficencia y se pueden reunir hasta veinte y cuatro religiosas. Carmelitas Descalzas. — A más de la mitad del siglo xvi, vino a Toledo a establecer esta orden de religiosas la venerada doctora Santa Teresa de Jesús, que después de ocupar las casas donde ahora vemos la capilla de San José, se estableció el año de 1560 con su comunidad en un edificio que a este efecto les habilitó Alón-

334

Gustavo A dolfo Bécquer

so Franco y que según noticias estuvo en el punto que llamaron las Tendillas. Allí permanecieron las monjas por espacio de algunos años hasta que ya muy entrado el siglo x vn pasaron a habitar el convento que hoy ocupan. La iglesia de éste, a pesar de ser muy pequeña, merece ser visitada, así por los buenos retablos que contiene, entre los que descuella el altar mayor, como por la regularidad y buen gusto de su arquitectura greco-romana. También existen en ella algunos lienzos de mérito, aunque la mayor parte de los que cita Ponz en su Viaje por España, han des­ aparecido. La comunidad, que consta de veintiuna religiosas, se dedica a la enseñanza. Jesús y María. — Tanto el monasterio como la iglesia de este convento son de poca extensión y sin nada notable. Su fundación data del siglo xvi por Doña Juana de Castilla en el terreno que antiguamente ocupaban las casas de los Barrosos. Las monjas son Recoletas, se dedican a la enseñanza y su nú­ mero no puede pasar de veinticuatro. Capuchinas. — El suntuoso convento que habita esta comunidad, y es uno de los más notables de Toledo, se debe a la munificencia del Cardenal arzobispo D . Pascual de Aragón, que en labrarle y embellecerle empleó la cuantiosa suma de 250.000 ducados. Doña Petronila Yáñez trajo a sus religiosas del de Madrid el año de 1632 y después de establecerlas en unas casas propiedad suya, les labró una iglesia provisional. Ocuparon estas casas tres años al cabo de los cuales se trasladaron, merced a la diligencia del ya expresado Sr. Aragón, al punto en que hoy se encuentran, en donde este ilustre prelado, siendo ya Arzobispo de la fe de Pri­ mada, les abrió el convento e iglesia objeto de estos breves apuntes históricos.

“Historia de los templos de España ”

335

Bartolomé Zúmbigo, maestro mayor de la Catedral, y uno de los artistas más apreciables de su época, tuvo a su cargo la direc­ ción de todas estas obras que emprendidas el año de 1666 se dieron por terminadas el de 1673. El templo, que pertenece al estilo greco-romano y cuya orna­ mentación de riquísimos mármoles se enlaza con molduras, filetes y adornos de bronce, consta de una sola nave que intersacada en su extremo superior por el crucero presenta la forma de una cruz latina. El altar mayor, labrado asimismo de mármoles negros y rojos con ornatos de bronce dorado, pertenece a la arquitectura general del templo, con el que está en completa armonía. Sobre el ara se ve un tabernáculo elegantísimo de transparentes mármoles de Sicilia, tabernáculo que mandó labrar en Roma el piadoso Arzobispo D. Pascual y que remata en una rotonda sostenida por columnas y coronada de una bellísima imagen de bronce de la Purísima Con­ cepción. Sirve de fondo a esta joya del arte el suntuoso retablo hecho de las mismas costosas materias que el altar. Su trazo es debido al arquitecto que dirigió la obra de todo el edificio, y las magni­ ficas figuras de bronce que la adornan así como los escudos de armas con que term in an los intercolumnios colaterales pertenecen a Virgilio Tanelli. Merecen también las mayores alabanzas y son dignos com­ pañeros del altar mayor, los de las cabeceras de la nave que forman la cruz. Estas obras construidas al par que las ya mencionadas, guardan con ellos muchos puntos de contacto y aunque su diseño no es tan elegante, por contener varias reliquias y cuerpos de santos y adornarse con algunas pinturas de buena mano y ornatos de bronce trabajados con grande esmero, pueden examinarse con la misma detención que el resto de la iglesia, cuyas partes forman un conjunto armónico tanto más sorprendente cuanto es difícil encontrar otra en que no choque la diferencia de estilos empleados

336

Gustavo A dolfo Bécquer

en su construcción o la disparidad entre el gusto de los altares y el de la fábrica. También merece que la mencionemos con elogio la pequeña capilla del presbiterio, en la cual se halla un Crucifijo de grandes dimensiones, que algunos atribuyen al famoso Alejandro Algardi, opinión que no es difícil aceptar atendiendo al mérito de la escul­ tura que con dos grupos de bronce, debidos a un cincel maestro aunque ignorado, y un buen número de pinturas más o menos notables, si bien todas de algún mérito, completan el número de las preciosidades artísticas que contiene este edificio. L a parte ex­ terior y la destinada a vivienda de la comunidad guardan propor­ ción con la suntuosidad y sencillez de la iglesia, notándose en la portada principal o de la imafronte, que pertenece al mismo género de arquitectura, una bellísima estatua de la Purísima Concepción, como la mejor obra de su célebre autor Manuel Pereira. Dentro de la clausura y en el mismo panteón destinado al enterramiento de las monjas, al pie de un altar en el que se con­ templa un lienzo que algunos atribuyen a Ticiano, yacen los des­ pojos del piadoso protector de la comunidad que despojada de los cuantiosos bienes que éste le dejó al morir se dedica hoy a la bene­ ficencia en cuanto puede concillarse esta obligación con la rigidez de sus estatutos.

SA N TU A RIO S Y CAPILLAS I g l e s i a P r e t o r i e n s e d e S. P e d r o y

S. P a b l o . — S t a . M .a d e

A l f i c é n . — S. T i r s o M á r t i r . — S t a . M .a d e l a S i s l a . — S t a . C o l o m b a . — S . P e d r o e l V e r d e . — S. P e d r o y S. F é l i x . — S a n Ju a n d e l o s C a b a l l e r o s . — S t a . C a t a l in a . — S t a . S u s a n a . — S . I l d e f o n s o . — S. E s t e b a n . — S. G e r ó n im o d e C o r r a l r u b i o . —

La V ir g e n d e l a R o sa . S an B a r to lo m é d e l a V e g a . — S a n ta A n a. — L a V ir g e n d e l a S t a . M .a d e l M o n t e S ió n . — S t a . F e . —

C a b e z a . — S. J u li á n . — O r a t o r i o d e S. F e l i p e N e r i . — S. J o s é .

L a C a r id a d . — L a V i r g e n d e l a E s t r e l l a . — L os D e s a m p a r a d o s . — L a V i r g e n

E l C a lv a r io . — E l C r is t o d e l a

de

S an g re. —

G r a c ia .

I Iglesia Pretoriense de San Pedro y San Pablo. La fundación de esta iglesia se remonta a la época de la dominación goda. La designación del sitio en que estuvo edificada ha sido objeto de en­ contradas opiniones. Es lo mas probable que se hallaba situada en la Vega, como la Basílica de Santa Leocadia; y así, al menos, se desprende de un canon del Concilio XII toledano, uno de los que se celebraron en su recinto. La misma falta de datos que encontramos al tratar de señalar el sitio de su fábrica existe acerca de su parte material. Sin emBÉCQUER TRADICIONALISTA. — 2 2

338

Gustavo A dolfo Bécquer

bargo, las circunstancias de haberse celebrado en ella algunos Con­ cilios, de cuyo honor sólo habían disfrutado hasta entonces la Ca­ tedral y la Basílica de Santa Leocadia, es decir, los dos mejores templos de Toledo, es un indicio de que debió ser también sun­ tuosa y capaz, a cuya creencia da mayor peso el haber sido eleva­ da por Wamba al carácter de Iglesia episcopal, según la opinión de algunos historiadores. Santa María de Alficén. — Este templo pertenece también a la época de los godos. Durante la dominación de los árabes siguió destinado al culto católico con algunas otras iglesias y las parroquias muzárabes. Estuvo situado al Oriente de la ciudad, y en la parte más baja, de donde viene el nombre de alficén. No poseemos dato alguno que nos ayude a formar una idea del edificio, aunque debemos suponer que era amplio y digno cuando fue escogido para Catedral al hacerse la reconquista y para las reuniones del clero y la corte, con motivo de la elección del Arzo­ bispo D. Bernardo. A principios del siglo xvi, había ya sucumbido a la acción del tiempo, pues en el mismo sitio que había ocupado se levantó algunos años más tarde el monasterio del Carmen Cal­ zado del que hemos hablado más arriba. San Tirso Mártir. — La fundación de la capilla de San Tirso Mártir se atribuye a Cixila, que fue Arzobispo de Toledo algunos años después de haber sido conquistada esta ciudad por los árabes. Así, al menos, se infiere de la siguiente estrofa del himno de este Santo que se cantaba en el rito muzárabe: Tem plum hoc, Domine, Cixila condidit, Dignam hic habeat sostem: in oeaera cum summis civibus cantica proecinat, gandeus perpetuis soeculis ómnibus.

Las noticias acerca del sitio en que estuvo edificada se reducen a conjeturas con más o menos visos de probabilidad, siendo la

“Historia de los templos de España ”

339

opinión más admitida la que coloca esta capilla en la plaza llamada de las Verduras. En un escrito dirigido por el Corregidor de Toledo, D. Alonso de Cárcamo, al Rey D. Felipe II, se enumeran los fun­ damentos de esta opinión. Según este papel, al hacer las excava­ ciones para los cimientos del Hospital del Rey, que había de sus­ tituir al que por entonces había sido derribado, fueron hallados robustos muros de piedra y, prosiguiendo entonces las investiga­ ciones, se descubrió una fábrica cuadrilonga, de construcción bi­ zantina, y esta fábrica es la que se cree ser la capilla de San Tirso, apoyándose en palabras de algunos autores y en la circunstancia de haber sido hallado en el mismo sitio un jarrón de metal que llevaba en la tapa las iniciales S. C. bajo una corona real, jarrón que [se] supone ser uno de los regalos hechos por el Rey Silo al Arzobispo Cixila para los templos de Toledo. Pero como se ve, todo esto no pasa del terreno de las probabilidades y desgraciadamente es lo único que sabemos acerca de esta capilla. Santa María de la Sisla. — La fundación de esta ermita se atri­ buye por algunos autores al Rey godo Atanagildo; y si esta opinión es cierta, para cuya creencia no tenemos datos bastantes, debió desaparecer con la invasión árabe, aunque después, en tiempo de la reconquista, se levantara otro templo con igual nombre y en el mismo terreno en recuerdo del antiguo. Estuvo edificado en el sitio en que después se levantó el monasterio de [los] Gerónimos, de que ya nos hemos ocupado, y dedicado a la Santísima Virgen en el misterio de la Anunciación. Debió el nombre de Santa María de Sisla, con que se le conoce, al terreno en que estuvo situado, al cual llamaba el pueblo Sisla, voz corrompida de silva en latín o selva en castellano, por su naturaleza montuosa y áspera y por lo cubierto que se hallaba de malezas antes de que los monjes y algunos pueblos inmediatos se empleasen en su cultivo.

340

Gustavo A dolfo Bécquer

Santa Colomba o Columba. — La historia de este templo está acaso más rodeada de tinieblas que la de los anteriores. Hace men­ ción de él un antiguo calendario que existe en la Biblioteca de la Catedral y sábese que estuvo situado en las afueras de Toledo, pero al querer designar ciertamente el sitio de su fábrica se en­ cuentran ya varias e inconciliables opiniones. Unos paran su aten­ ción en Val de Colomba, nombre de un valle que se encuentra al pie de los cerros que rodean la ciudad de Oriente a Poniente, y fijan en este valle la existencia de la ermita de la que suponen que ha tomado el nombre que aún conserva. Otros la colocan al lado Norte de la ciudad y en la parte llana del camino que conducía al pueblo de Vargas y se fundan en que en los alrededores de este sitio han sido hallados algunos restos de fábricas antiguas y una estatua de mármol mutilada que parecía ser de un santo y que fue descubierta por unos ladrones y mandada depositar en la biblio­ teca de la Catedral por el Arzobispo Don Gaspar de Quiroga. Ello es lo cierto que nada puede asegurarse en este asunto, si bien es justo confesar que la primera opinión es mucho más fundada; pues las ruinas en que se apoyan los sostenedores de la segunda son pruebas sobremanera vagas y tanto que hay quien las cree del monasterio Agaliense con el mismo fundamento que los que las aplican a la ermita de que nos ocupamos. San Pedro el Verde. — La fundación de este santuario se atri­ buye a Aurasio, Arzobispo en tiempo del Rey godo Sisebuto. Llamábase antiguamente San Pedro de la Vega de San Martín por estar situado en la que entonces se titulaba Vega de San Martín y ahora se conoce con el nombre de Vega baja, y posteriormente tomó el nombre de San Pedro el Verde por las muchas huertas que le rodeaban. Los frentes, cimientos y ruinas descubiertos en el siglo xvi han dado margen a la opinión de que en su origen fue monasterio y, aunque sobre esto nada hay de seguro, en la época goda; posteriormente a la reconquista hay ya un testamento otor­

“Historia de los templos de España ”

341

gado en 1337, una manda a las emparedadas de San Pedro de la Vega, lo cual es ya un dato irrecusable de que fue, por lo menos, convento de monjas en los siglos x m y xiv. Por los descubrimientos hechos en las excavaciones que en dis­ tintas épocas se han practicado y de las que aún se conservan en el palacio arzobispal de Toledo algunas curiosidades, se comprende que el edificio debió ser grande y suntuoso. La ermita, que ya ha desaparecido también, existía aún a fines del siglo pasado. San Pedro y San F élix .— Ya al hablar de los conventos hemos dicho que el Rey Witerico, por consejo del Arzobispo Aurasio, había fundado uno dedicado a San Félix, muy cerca del sitio donde se halla actualmente la Virgen del Valle. En este mismo sitio y en memoria del antiguo monasterio, se levantó esta ermita de San Pedro y San Félix, algún tiempo después de la reconquista. De esta ermita era patrono el arcediano titular de Toledo. Ya en el siglo xvil varió su advocación, de lo cual nos ocuparemos más adelante, y al tratar de la ermita de Nuestra Señora del Valle. San Juan de los Caballeros.— En el mismo terreno en que coloca la tradición la casa del Cid Rui Díaz de Vivar estuvo esta capilla que dejó de existir a mediados del siglo x v i; pero todavía marcan algunas ruinas el sitio que ocuparon ambos edificios y, sobre todo, el en que estuvo el altar de San Juan donde ahora se levanta una columna de piedra rematada con una cruz. Esta capilla pertenecía a la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalen, a la que, según algunos, fue cedida cuando se suprimió la de los Tem ­ plarios, de la que antes fue casa-hospedería. En las excavaciones practicadas en el terreno que ocupó, fueron hallados algunos trozos de notable mérito y que indican que el edificio sería suntuoso. Una de las columnas sostiene el púlpito de la Epístola en la Iglesia Catedral.

342

Gustavo A dolfo Bécquer Santa Catalina. — Estuvo situada en el terreno en que después

se edificó el convento de Mercenarias, a cuyo fundador fue cedida con la casa a que estaba contigua. Lo único que de ella se sabe es que era muy pequeña y que su puerta caía al barrio entonces llamado de la Granja, que ya ha desaparecido. Santa Susana. — Esta ermita estuvo situada al fin de la Vega de San Martín, que ahora se llama Vega Baja. Es también posterior a la reconquista y estaba dedicada a Santa Susana, Virgen romana, aunque algunos hayan creído que lo estaba a la casta Susana de que habla el Antiguo Testamento, fundados únicamente en leerse la historia de esta última en la Epístola de la Víspera del Domingo cuarto de Cuaresma en que era costumbre hacer una romería de Toledo a este santuario. Fue reedificado por la cofradía de Todos los Santos en el año de 151$ y ya a fines del siglo x v i pertenecía a la de San Blas, que se hallaba establecida en la parroquia de la Magdalena. El historiador Pisa dice que en este tiempo era de construcción moderna, por consiguiente su destrucción no debe datar de muchos años. Aún se conservan en el Ayuntamiento de Toledo dos cuadros antiguos representando a San Francisco y Santa Clara, que pertenecían a esta ermita y que son de escaso mérito. San Ildefonso. — Esta ermita fue edificada en el mismo sitio en que, según tradición constante, fue sepultado el Santo que le da nombre, en la Basílica de Santa Leocadia, y que cuando ésta fue reedificada, después de la reconquista, quedó fuera de sus muros. Esta ermita existió hasta mediado el siglo x v n y pertenecía en­ tonces a la hermandad de San Ildefonso. San Esteban. — Esta capilla existía en el siglo x m en el sitio llamado Solanilla y pertenecía a las monjas de Santa Clara. En 1260 la dieron éstas a Don Alonso X en cambio de otras posesiones,

“Historia de los templos de España ”

343

y éste a su vez la cedió a los monjes de San Agustín, que perma­ necieron en el convento que en ella edificaron, hasta que levantaron el inmediato a la puerta del Cambrón. San Gerónimo de Corralrubio. — Esta capilla pertenecía al con­ vento fundado por los monjes Gerónimos en el siglo xiv. Se llama­ ba así por estar labrado en el corral de un tal Rubio, a una legua de distancia de Toledo; y quedó como ermita dedicada a San Gerónimo cuando los monjes que le habitaban se trasladaron al monasterio de la Sisla. Santa María del Monte Sión. — Estaba situada esta ermita extramuros, sobre el cerro en cuya falda se edificó el convento de San Bernardo, en donde se ven aún algunas ruinas que lo indican claramente. Estaba sujeta a la jurisdicción del Abad de Santa Leo­ cadia y dejó de existir al mismo tiempo que el convento a que pertenecía. Santa Fe. — Esta capilla fue fundada por el Arzobispo D. Ber­ nardo, en la parte más elevada del palacio de Galiana. En tiempo de D. Alfonso VIII se estableció en ella el Priorato de la orden de Calatrava a cuyos caballeros había cedido el Rey toda la parte del palacio en que se encontraba la capilla. Todavía existe en el mismo sitio una antigua capilla que forma parte del convento de Comen­ dadoras de Santiago y que indudablemente es la misma ermita de Santa Fe, modificada por las muchas restauraciones que en diversas épocas ha sufrido. La Virgen de la Rosa. — Tuvo lugar la erección de esta capilla en el siglo xvi, en la margen del arroyo llamado de la Roca, donde aún se ven sus restos. Debió su fundación a algunos devotos, a uno de los cuales se había aparecido la Santa Virgen en el mismo sitio. Es cuanto se sabe acerca de ella.

344

Gustavo Adolfo Bécquer

San Bartolomé de la Vega. — Como lo indica su nombre, esta ermita se hallaba situada en la Vega baja y en el sitio donde des­ pués se levantó el convento de Mínimos de San Francisco de Paula, a cuyo fundador fue cedido por el Ayuntamiento, de quien era propiedad, en el año 1529. No se cita de ella ninguna particula­ ridad. Santa Ana. — Fue fundada por el Deán de la Santa Iglesia Toledana D. Diego Fernández Machuca. Estaba situada a media legua de Toledo, en el camino de Nambroca. Era su patrono, por disposición del fundador, el Cabildo Catedral, el que la vendió a los Jesuítas, quedando en poder de la nación cuando fue suprimida la Compañía en el siglo xvm . De las ruinas que restan de ella se desprende que debió ser un edificio de algún valor artístico. La Virgen de la Cabeza. — Fue fundada a fines del siglo xvi en un cerro inmediato al puente de San Martín. No sabemos que tuviera cosa alguna notable. La imagen que le da nombre fue tras­ ladada a la iglesia de San Juan de los Reyes, como ya dijimos al hablar' de este edificio. San Julián. — Estuvo esta capilla en la casa-convento de clé­ rigos menores que existe en el Cigarral que después tomó el nom­ bre de esta fundación. Esta casa pertenece hoy a un particular, y aún se ve en ella un pequeño campanario, que sería el de la capilla de que hablamos. Por lo demás, no existe noticia alguna acerca de su valor artístico. Oratorio de San Felipe Neri. — La capilla que lleva este nom­ bre es también conocida con el de Escuela de Cristo, a cuya Con­ gregación pertenece. Esta Congregación fue fundada en Toledo por el P. M. Fr. Gil Rodríguez, quien en 1655 la instaló en una capilla de la parroquia

“Historia de los templos de España ”

345

de San Nicolás de donde, en 1656, fue trasladada al oratorio de que nos ocupamos. Ya al hablar de la iglesia parroquial de San Juan Bautista hemos hecho mención de esta capilla, que en efecto fue edificada en un corral inmediato a dicha iglesia y a principios del siglo xvi, como claramente lo manifiesta su género de arquitectura. Éste es ojival, muy sólido, y con bóveda cruzada de aristas pero sin que ofrezca detalle alguno que avalore su forma y sea digno de llamar la atención. En ella está el sepulcro de D. Agustín Moreto, según consta del registro de la parroquia de San Juan Bautista, a pesar de la cláusula del testamento del ilustre poeta en que dispuso que fuese sepultado su cuerpo en el Pradillo de los ahorcados, disposi­ ción que a tan infundadas suposiciones ha dado lugar. San José. — Fue fundada esta capilla por Alonso Ramírez y Diego Ortiz de Zayas, testamentarios de Martín Ramírez, cuyos sepulcros se encuentran a los lados del altar mayor. Fundáronla en casas de este último y con fondos asimismo suyos y la dotaron con rentas suficientes para el sostenimiento decoroso del culto y de varias capellanías que en ella erigieron. Es un edificio construido con notable solidez y de buena arquitectura, del gusto greco-ro­ mano. En el piso del cornisamento del arco de entrada, que per­ tenece al orden dórico, se lee la siguiente inscripción. Bis geniti tutor, Joseph, conjuxque parentis, has Aedes habitat, primaque templa tenet.

Entre los muchos cuadros que posee esta capilla hay algunos bastante apreciables, entre ellos tres del Greco que adornan el altar mayor y los colaterales. Tiene también considerable riqueza de alhajas y ornamentos, poco notables por otra parte bajo el punto de vista del arte.

346

Gustavo A dolfo Bécquer Hoy son patronos de esta capilla los condes de Guendulain.

El Calvario. — Nada notable existe en esta ermita, que acaso es la más pobre de las que existen en Toledo. Hace pocos años que la reedificaron a su costa y ayudados de algunas limosnas, los pres­ bíteros D. Juan y D. Joaquín Villalobos. Consta de una nave, sumamente pequeña, y un solo altar. El Cristo de la Sangre. — Este oratorio se halla en la plaza de Zocodover. Fue restaurado en el siglo pasado y pertenece a la co­ fradía de la Preciosa Sangre de Cristo, fundada por D. Sancho el Deseado. Consta de una sala adornada con muchas molduras de yeso de bastante mal gusto. En su altar se venera una imagen de Cristo, llamado de la Sangre, que da su nombre a la capilla. La Caridad. — D. Antonio Téllez de Toledo, que fue uno de los conquistadores de esta ciudad, y Don Suero Gómez de Gudiel, fundaron esta capilla, 1085. Pertenece a la hermandad de la Cari­ dad, de la que ya hemos hablado, y no ofrece particularidad alguna notable. La Virgen de la Estrella. — La capilla que en la actualidad conocemos con esta advocación fue edificada a fines del siglo xvi en que se derribó la primitiva que era de muy remota antigüedad. Pertenece al orden de arquitectura greco-romano. Tiene una ele­ gante portada de orden dórico sobre cuyo cornisamento se ve en una hornacina la estatua en piedra de la Virgen con el niño en los brazos, que es de algún mérito. Es sólida y de buenas proporcio­ nes, pero no posee ninguna cosa notable. Los Desamparados. — Llamábase primeramente de San Leo­ nardo, a cuyo Santo estaba dedicada, ignorándose la época de su

“Historia de los templos de España ”

347

fundación, que algunos remontan a la de la dominación de los árabes. Fue reedificada en 1554 y en esta época es probable que se variara su advocación. El edificio es de orden greco-romano y ni interior ni exteriormente ofrece particularidades dignas de men­ ción. La Virgen de Gracia. — Esta ermita, de cuya fundación no existe noticia alguna, consta de una sola nave, bastante larga, pero muy angosta y baja de techo, y ni en su fábrica, ni en sus retablos, hay nada que admirar.

A D V E R T E N C IA IN T E R E SA N T E

A p é n d ic e a l a h i s t o r i a d e “ S a n J u a n d e l o s R e y e s ”

Al terminar esta reseña histórica de los Templos de Toledo, debemos rectificar una equivocación en que incurrimos, no en el texto de la obra, sino en una de las láminas que lo ilustran. La admiración y entusiasmo que constantemente ha excitado la obra arquitectónica del convento de San Juan de los Reyes pro­ dujeron en todas las personas amantes de las bellas artes el natural deseo de saber el nombre del artista a quien se debiera este inmortal monumento. Unos lo atribuían a Maese Rodrigo, célebre arquitecto de aquellos tiempos, y otros a Pedro Gumiel; pero nadie encon­ traba datos positivos para fundar su aserto, y no es extraño, por­ que ninguno había dado con la verdad. Recientemente el laboriosí­ simo e inteligente rebuscador de antigüedades de Toledo, Sr. Don Sixto Ramón Parro, en un rincón, si así puede decirse, de la parro­ quia de San Justo y Pastor encontró una inscripción gótica en que se consigna que el honrado Juan Guas, maestro mayor de la Santa Iglesia de Toledo, e Maestro minor de las obras del Rey D. Fer­ nando e de la Reyna Doña Isabel fizo a Sant Juan de los Reyes. Este importante descubrimiento desvaneció completamente toda

“Historia de los templos de España ”

349

duda y puso en claro de una manera auténtica cuál era el verdadero autor de aquel monumento. De hoy más, el nombre de Juan Guas correrá unido con el de San Juan de los Reyes y su memoria será imperecedera, como la fama de la obra inmortal que con tanta inteligencia y buen gusto supo dirigir. Por esto nosotros, ganosos de dar a conocer a aquel hombre célebre, nos apresuramos a dar su retrato que nuestros artistas y literatos habían creído encontrar en vino de los tableros del altar de dicha parroquia de San Justo y Pastor, que es donde se halló la inscripción a que antes nos hemos referido. En efecto, se ve allí un caballero arrodillado ante una imagen de la Virgen, en actitud humilde y como haciéndola alguna oferta; y como la inscripción es la dedicatoria de aquella Capilla, presumióse que aquella figura, que evidentemente es un retrato, representaba el de nuestro célebre arquitecto de San Juan de los Reyes. Tal es el origen del retrato que, como de Juan Guas, publicamos primera­ mente. Este error en que incurrieron simultáneamente las muchas per­ sonas entendidas, que excitadas por el ruido que metió nuestra publicación en los círculos artísticos y literarios de Madrid, acu­ dieron presurosos a Toledo a cerciorarse del descubrimiento; este error, repetimos, habría subsistido por largo tiempo, si una feliz casualidad no hubiese venido muy oportunamente a destruirlo. Una devota cofradía quiso colocar en la Capilla donde se encuentra la inscripción de que hemos hablado un San Antonio, que es su patrón; y como la estatua del Santo era mayor que la hornacma existente en el altar, hubo necesidad de derribarla. Y al realizar esta obra, que era sobrepuesta, se encontraron unas pinturas muy antiguas que el sacristán de la Iglesia tuvo la inspiración de querer examinar, para lo cual las hizo limpiar con cuidado. Entonces fue cuando se vio en aquel cuadro descollar la notable figura de nues­ tro inmortal arquitecto. El Sr. Parro, los representantes de la Comi­ sión de Monumentos artísticos de Madrid, los artistas y literatos

350

Gustavo A dolfo Bécquer

de nuestra empresa y muchos otros que fueron a Toledo a e x a m in ar aquel cuadro, todos se convencieron de que era el verdadero re­ trato de Juan Guas el que allí había. Compréndese fácilmente el afán con que lo hicimos copiar, con el doble objeto de enmendar la equivocación involuntariamente cometida y de dar a conocer, según nuestro primitivo propósito, el nunca bastantemente ponderado arquitecto que dirigió la mara­ villosa obra de San Juan de los Reyes.

In d ic e

g en era l

Págs. N o t a p r e l i m i n a r ....................................................................................

n

I.— Bécquer y la política de su tie m p o ............................

15

II.— El tradicionalismo artístico de B é cq u e r.....................

5o

III.— La Historia de los templos de E spaña......................

7o

IV.— Tradición y le y e n d a ......................................................

92

V.— La elaboración literaria de una “ tradición india” en “ El caudillo de las manos rojas” .............................

109

VI.— Leyendas sobre asuntos tradicionales europeos.........

137

VII.— Leyendas con motivos tradicionales............................

155

VIII.— La reiteración del motivo del “ cazador maldito” ...

163

IX.— La imitación de relatos tradicionales..........................

177

X .— A modo de conclusión...................................................

x94

BECQUER TRADICIONALISTA. — 2 3

354

Bécquer tradicionalista Págs.

A p é n d ic e : Páginas de la Historia de los templos de España

no recogidas en las Obras completas ................ Parroquias muzárabes, 203.— Parroquias latinas (que hoy existen como matrices), 210.— Parroquias latinas (suprimidas en la actualidad), 233.— Monasterios y con­ ventos de varones, 271.— Monasterios, 275.— Conven­ tos, 286.— Monasterios y conventos de religiosas, 308.— Conventos que han dejado de existir, 310.— Comunida­ des que actualmente existen, 316.— Santuarios y capi­ llas, 337.— Advertencia interesante (Apéndice a la his­ toria de “ San Juan de los Reyes” ), 348.

201

BIBLIOTECA

ROMÁNICA

D ir ig id a

I.

por:

HISPÁNICA

Dámaso A lo n s o

TRATADO S Y M ON OGRAFÍAS 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

10. 11

W alther von W artburg: La fra gm en tación ling üística de la Rom a­ nía. Segunda edición, en prensa. ■ René W ellek y A ustin W arren: Teoría literaria. Con un prólogo de D ám aso Alonso. C uarta edición. 1.a reim presión. 432 págs. W olfgang K ayser: In terp reta ció n y análisis de la obra literaria. Cuarta edición revisada. 2.a reim presión. 594 págs. E . Allison Peers: H isto ria d el m o v im ien to rom á ntico español. Se­ gunda edición. 2 vols. Am ado Alonso: D e la p ron u n cia ción m edieval a la m oderna en esp añol. 2 vols. H elm ut H atzfeld: B ib liog ra fía crítica de la nueva estilística apli­ cada a las litera tu ra s rom ánicas. Segunda edición, en prensa. F redrick H. Jungemann: La teoría d el su stra to y lo s d ia lectos h isp ano-rom ane es y gascones. Agotada. Stanley T. W illiam s: La h u ella española en la literatura n o rte­ am ericana. 2 vols. René W ellek: H isto ria de la crítica m oderna (1750-1950). V ol. I: La seg u nd a m ita d d el siglo X V I I I . 1.a reim presión. 396 págs. V ol. II: E l R o m a n ticism o . 498 págs. V ol. III: En prensa. V ol. IV: En prensa. K u rt B aldinger: La fo rm a ció n de los d om in ios lin g ü ísticos en la P en ín su la Ib érica . Segunda edición, en prensa. S G risw old M orley y C ourtney Bruerton: Cronología de las c o ­ m ed ia s d e L o p e d e Vega (C o n un exam en de las a trib u cion es du dosas, basado tod o ello en un estu d io de su v ersifica ción es­ tró fica ). 694 págs.

II. E STU D IO S Y E N S A Y O S 1.

D ám aso Alonso: P oesía española (E n sa yo de m éto d o s y lím ites e stilístic o s ). Q uinta edición. 672 págs. 2 lám inas. 2. Am ado Alonso: E s tu d io s lin g ü ístico s (T em a s esp añ oles). Tercera edición. 286 págs. 3. D ám aso A lonso y Carlos Bousoño: S e is calas en la exp resión lite­ raria esp añola (P rosa - P oesía - T ea tro). Cuarta ed ición . 446 págs.

4. V icente G arcía de Diego: L eccio n es d e lin g üística esp añola (C o n ­ feren cia s pronu nciad a s en el A ten eo d e M ad rid ). T ercera edi­ ción. 234 págs. 5. Joaquín Casalduero: V id a y obra de G a ld ós (1843-1920). Tercera edición am pliada. 294 págs. 6. Dám aso Alonso: P oeta s esp añ oles con tem p orá n eo s. Tercera edi­ ción aum entada. 1.» reim presión. 424 págs. 7. Carlos Bousoño: T eoría d e la exp resión p oética . Prem io «Fastenrath». Quinta edición m uy aum entada. V ersión definitiva. 2 vols. 8. M artín de Riquer: L o s cantares de gesta fra n ceses (S u s p r o b le ­ m as, su relación co n E sp aña ). Agotada. 9. Ram ón Menéndez Pidal: T op on im ia prerrom án ica hispana. 1.» reim presión. 314 págs. 3 m apas. 10. Carlos Clavería: T em as d e Unam uno. Segunda edición. 168 págs. 11. Luis A lberto Sánchez: P ro ceso y co n ten id o d e la n ovela h isp a n o­ am ericana. Segunda edición, corregida y aum entada. 630 págs. 12. Am ado Alonso: E stu d io s lin g ü ísticos (T em a s h isp a n o a m erica n os). Tercera edición. 360 págs. 13. Diego Catalán: P oem a de A lfo n so X I. F u en tes, d ia lecto , estilo. Agotada. 14. E rich von Richthofen: E stu d io s ép ico s m edievales. Agotada. 15. José M aría Valverde: G u illerm o d e H u m b o ld t y la filo so fía d el lenguaje. Agotada. 16. H elm ut H atzfeld: E stu d io s litera rios so b re m ística española. Se­ gunda edición corregida y aum entada. 424 págs. 17. Am ado Alonso: M ateria y fo rm a en poesía. Tercera edición. 1.» reim presión. 402 págs. 18. Dámaso Alonso: E stu d io s y ensayos gongorinos. Tercera edición. 602 págs. 15 lám inas. 19. Leo Spitzer: L in g ü ística e h isto ria literaria. Segunda edición. 1.‘ reim presión. 308 págs. 20. Alonso Zam ora Vicente: Las sonata s d e V a lle In clán . Segunda edición. 1.a reim presión. 190 págs. 21. Ram ón de Zubiría: L a po esía d e A n to n io M achado. Tercera edi­ ción. 1.a reim presión. 268 págs. 22. Diego Catalán: La escu ela lin g üística esp añola y su co n cep ció n d el lenguaje. Agotada. 23. Jaroslaw M. Flys: E l len gu aje p o é tico d e F ed erico G arcía Lorca. Agotada. 24. V icente Gaos: La p o ética de C am poam or. Segunda edición corre­ gida y aum entada con un apéndice sobre la poesía de Cam ­ poam or. 234 págs. 25. R icardo C arballo Calero: A p o rta cion es a la litera tu ra gallega co n ­ tem poránea. Agotada. 26. José Ares Montes: G óngora y la p o esía p o rtu g u esa d el siglo X V I I . Agotada.

27. 28. 29. 30. 31. 32. 33.

34. 35. 36. 37.

39. 40. 41.

Carlos Bousoño: La poesía de V icen te A leixandre. Segunda edi­ ción corregida y aum entada. 486 págs. Gonzalo Sobejano: E l ep íteto en la lírica española. Segunda edi­ ción revisada. 452 págs. Dám aso Alonso: M en én d ez Pelayo, crítico literario. Las palino­ dias de D on M arcelino. Agotada. R aú l Silva Castro: R u b é n D arío a los vein te años. Agotada. G raciela Palau de Nem es: V id a y obra de Juan R a m ón Jim énez. Segunda edición, en prensa. José F. M ontesinos: V alera o la fic c ió n libre (E n sa yo de in terp re­ tación d e una anom alía literaria ). Agotada. Luis A lberto Sánchez: E scr ito re s represen ta tivos de Am érica. Pri­ m era serie. La segunda edición ha sido incluida en la sección V II, C a m po A b ierto , con el núm ero 11. Eugenio Asensio: P o ética y realidad en el can cionero pen in sular de la E d a d M edia. Segunda edición aum entada. 308 págs. Daniel Poyán Díaz: E n r iq u e Gaspar (M edio siglo de teatro espa­ ñ o l). Agotada. José Luis V arela: P oesía y restau ración cu ltu ra l de G alicia en él sig lo X I X . 304 págs. Dám aso Alonso: D e lo s siglos oscu ros al de Oro. La segunda edición ha sido incluida en la sección V II, C am po A bierto , con el núm ero 14. José Pedro Díaz: G u sta vo A d o lfo B é cq u e r (V id a y poesía). Se­ gunda edición corregida y aum entada. 486 págs. Em ilio Carilla: E l R o m a n ticism o en la A m érica hispánica. Tercera edición, en prensa. Eugenio G. de N ora: La novela española con tem p orá nea (1898­ 1967). Prem io de la Crítica. Tom o I: (1898-1927). Segunda edición. 1.a reim presión. 622 pá­ ginas. , Tom o II: (1927-1939). Segunda edición corregida. 538 págs. Tom o I I I : (1939-1967). Segunda edición ampliada. 436 págs.

42.

C hristoph Eich: F ed erico García Lorca, po eta de la intensidad. Segunda edición revisada. 206 págs. 43. O reste M acrí: F ern an d o de H errera. Agotada. 44 M arcial José Bayo: V irg ilio y la pa storal española d el R en aci­ m ien to (1480-1550). Segunda edición. 290 págs. 45. D ám aso Alonso: D o s esp a ñ o les d el S ig lo de O ro (U n poeta ma-

46

47.

d rileñ ista , la tin ista y fra n cesista en la m itad d el siglo _X V I. E l F a b io d e la « E p ístola m o ra h : su cara y cru z en M éjico y en E sp a ñ a ). 1.a reim presión. 258 págs. * M anuel Criado de Val: T eo ría de C a stilla la N ueva (La dualidad ca stella n a en la lengua, la literatu ra y la h isto ria ). Segunda edi­

ción am pliada. 400 págs. 8 m apas. Iván A. Schulm an: S ím b o lo y co lo r en la obra de José M artí. Segunda edición. 498 págs.

48. José Sánchez: A ca dem ias literarias d el S ig lo de O ro español. Agotada. 49. Joaquín Casalduero: E sp ron ced a . Segunda edición. 280 págs. 50. Stephen Gilman: T iem p o y fo rm a s tem p ora les en el «Poem a d el Cid». Agotada. 51. Frank Pierce: La p o esía épica d el S ig lo de O ro. Segunda edición revisada y aum entada. 396 págs. 52. E. Correa Calderón: B a ltasar Gracián. S u vida y su obra. Segun­ da edición aum entada. 426 págs. 53. Sofía Martín-Gamero: L a enseñanza d el inglés en E sp a ñ a (D esd e la E d a d M edia hasta el siglo X I X ) . 274 págs. 54. Joaquín Casalduero: E stu d io s so b re el teatro esp añol (L o p e de Vega, G u illén de Castro, Cervantes, T irso de M olina, R u iz de Alarcón, Calderón, M oratín, Larra, D u q u e de R ivas, V a lle Inclán, B u ñ u e l). Segunda edición aum entada. 304 págs.

55. 56.

Nigel Glendinning: V id a y obra de C adalso. 240 págs. Alvaro Galmés de Fuentes: Las sib ila n tes en la R om anía. 230 pá­ ginas. 10 m apas. 57. Joaquín Casalduero: S e n tid o y form a de las «N ovelas ejem p la ­ res». Segunda edición corregida. 272 págs. 58. Sanford Shepard: E l P in ciano y las teorías literarias d el Siglo de O ro. Segunda edición aum entada. 210 págs. 59. Luis Jenaro MacLennan: E l p roblem a d el a sp ecto verba l (E stu d io crítico de su s p r esu p u esto s). Agotada. 60. Joaquín Casalduero: E stu d io s de literatura esp añola ( «Poem a de M ío Cid», A rcip reste de H ita, Cervantes, D u q u e de R ivas, E s ­ pronceda, B écq u er, G aldós, Ganivet, V alle-Inclán, A n to n io M a­ chado, G abriel M iró, Jorge G u illén ). Segunda edición m uy au­

m entada. 362 págs. 61. Eugenio Coseriu: T eoría d el len gu aje y lin g ü ística general (C in co estu d io s). Segunda edición. 1.a reim presión. 328 págs. 62. Aurelio M iró Quesada S.: E l p rim er virrey-poeta en A m érica (D on Juan de M endoza y Luna, m a rq ués

63. 64.

65. 66. 67. 68.

de M o n tescla ro s).

274 págs. Gustavo Correa: E l sim b o lism o religioso en las n ovelas de P érez G aldós. 278 págs. R afael de Balbín: S istem a de rítm ica castellan a. Prem io «Francis­ co Franco» del C. S. I. C. Segunda edición aum entada. 402 pá­ ginas. Paul Ilie: La n o velística de C a m ilo J o sé Cela. Con un prólogo de Julián M arías. Segunda edición, en prensa. V ícto r B . V ari: C a rd u cci y E sp aña. 234 págs. Juan Cano B allesta: L a po esía de M iguel H erná nd ez. Segunda edición, en prensa. E rn a R uth B em d t: A m or, m u erte y fo rtu n a en «La C elestina». Segunda edición, en prensa.

69.

82

G loria Videla: E l u ltra ísm o (E stu d io s so b re m ovim ien to s p o ético s de vanguardia en España). Segunda edición, en prensa. H ans H interháuser: L o s «E p iso d io s N a cio n a les » d e B e n ito Pérez G aldós. 398 págs. Javier H errero: Fernán C aballero: un n u evo planteam iento. 346 páginas. W em er Beinhauer: E l español coloquial. Con un prólogo de Dá­ m aso Alonso. Segunda edición corregida, aum entada y actuali­ zada. 460 págs. H elm ut H atzfeld: E s tu d io s so b re el barroco. Segunda edición. 492 páginas. V icen te Ram os: E l m u n d o d e G abriel M iró. Segunda edición co­ rregida y aum entada. 526 págs. M anuel G arcía Blanco: A m érica y Unam uno. 434 págs. 2 lám inas. R icardo Gullón: A u tob iog ra fía s d e Unam uno. 390 págs. M arcel B ataillon: Varia lecció n d e clá sico s españoles. 444 págs. 5 lám inas. R ob ert Ricard: E stu d io s de literatura religiosa española. 280 págs. K eith Ellis: E l arte narrativo d e F ra n cisco Ayala. 260 págs. José Antonio M aravall: E l m u n d o so cia l d e «La C elestin a ». Pre­ m io de los E scritores Europeos. Segunda edición revisada y aum entada. 182 págs. Joaquín Artiles: L o s recu rso s literarios d e B erceo. Segunda edi­ ción corregida. 272 págs. E ugenio Asensio: Itin era rio d el en trem és d esd e L o p e de Rueda

83.

a Q u iñ on es de B en a v en te (C o n cin co en trem eses in éd ito s de D on F ra n cisco d e Q u ev ed o). 374 págs. Carlos Feal Deibe: L a p o esía d e P ed ro Salinas. Segunda edición,

70. 71. 72.

73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80.

81.

84. 85. 86. 87'. 88. 89. 90. 91. 92 93!

en prensa. C arm elo Gariano: A n á lisis estilístico d e los «M ilagros d e N u estra S eñ o ra » d e B erceo . Agotada. G uillerm o Díaz-Plaja: Las estética s d e V a lle Inclán. 298 págs. W alter T. Pattison: E l n a turalism o español. H istoria externa d e un m ovim iento literario. 1.a reim presión. 192 págs. M iguel H errero García: Id ea s d e lo s esp añoles d el siglo X V II . 694 págs. Javier H errero: A n g el G anivet: un ilum inado. 346 págs. E m ilio Lorenzo: E l español de hoy, lengua en ebullición. Con un prólogo de Dám aso Alonso. Agotada. E m ilia de Zuleta: H isto ria d e la crítica española contem poránea. 454 págs. M ichael P. Predm ore: La obra en prosa de Juan Ramón Jiménez. 276 págs. B runo Snell: La estructura del lenguaje. 218 págs. Antonio Serrano de Haro: P erson a lida d y d estin o de Jorge M an­ riqu e. 382 págs.

94. Ricardo Gullón: G aldós, novelista m od ern o. N ueva edición. 326 paginas. 95. Joaquín Casalduero: S e n tid o y form a d el teatro de C ervantes. 290 paginas. 96. Antonio Risco: La estética de V a lle-Inclán en los esp erp en to s y en «El R u ed o Ibérico» . 278 págs. 97. Joseph Szertics: T iem p o y verbo en el rom a ncero viejo . 208 págs. 98. Miguel B atllori, S. I.: La cu ltu ra hispano-italiana de los je su ita s exp u lso s (E spa ñoles-H isp anoam ericanos-F ilipinos. 1767-1814). 698 páginas. 99. Em ilio Carilla: Una etapa decisiva de D arío (R u b é n D arío en la A rgentina). 200 págs. 100. M iguel Jaroslaw Flys: La poesía existen cia l d e D ám aso A lon so . 344 págs. 101. Edm und de Chasca: E l arte ju g la resco en el «C antar de M ío Cid». 350 págs. 102. Gonzalo Sobejano: N ie tz sch e en E spaña. 688 págs. 103. José Agustín Balseiro: S e is estu d io s so b re R u b én Darío. 146 págs. 104. Rafael Lapesa: D e la E d a d M edia a n u estros días (E stu d io s de historia literaria). 310 págs. 105. Giuseppe Cario Rossi: E stu d io s so b re las letras en el sig lo X V I I I (T em as españoles. Tem as h isp ano-p ortu gu eses. Tem as hispanoitalian os). 336 págs.

106. Aurora de Albornoz: La p resen cia de M iguel d e U nam uno en A n to n io M achado. 374 págs. 107. Carm elo Gariano: E l m u n do p o ético de Juan R u iz. 262 págs. 108. Paul Bénichou: C reación p o ética en el rom a ncero tradicional. 190 páginas. 109. Donald F. Fogelquist: E spaña. 348 págs.

E sp a ñ o les de A m érica y am erica nos

de

110.

B ernard Pottier: L in g ü ística m oderna y filolog ía hispánica. 1.» reim presión. 246 págs. 111. Josse de K ock: In tro d u cció n al C a ncionero de M ig u el de Una­ m uno. 198 págs. 112. Jaime Alazraki: La prosa narrativa de Jorge L u is B org es (Tem asE stilo ). 246 págs. 113.

A ndrew P. Debicki: E stu d io s so b re poesía española co n tem p o rá ­ nea (La generación de 1924-1925). 334 págs.

114.

Concha Zardoya: P oesía española d el 98 y d el 27 (E s tu d io s tem á­ ticos y e stilístic o s ). 346 págs.

115.

H arald W einrich: E stru ctu ra y fu n ció n d e los tiem p o s en el le n ­ guaje. 430 págs.

116.

Antonio Regalado García: E l sierv o y el señ or (La d ia léctica nica de M iguel de U nam uno). 220 págs. Sergio Beser: Leopoldo Alas, crítico literario. 372 págs.

117.

agó­

118.

M anuel B erm ejo M arcos: D on Juan Valera, crítico literario. 256 páginas. 119. S ó lita Salinas de M arichal: E l m u n d o p o ético de R afael A lberti. 272 págs. 120. Ó scar Tacca: La h isto ria literaria. 204 págs. 121. E s tu d io s crítico s so b re el m o d ern ism o. Introducción, selección y biblio grafía general por H om ero Castillo. 416 págs. 122. O reste M acrí: E n sa yo de m étrica sintagm ática ( E je m p lo s d el «L i­ bro de B u e n Am or» y d el «L a b erin to » de Juan de M ena). 296 páginas. 123. Alonso Zam ora Vicente: La realidad esp erp én tica (A proxim ación a «L u ce s de bohem ia»). Prem io N acional de Literatura. 208 pá­ ginas. 124. Cesáreo B andera Gómez: E l «P oem a de M ío Cid»: Poesía, h isto ­ ria, m ito. 192 págs. 125. H elen Dill Goode: La prosa retórica de Fray L u is de L eó n en «Los n o m b res de C r isto » (A p orta ción al estu d io de un estilista d el R en a cim ien to esp a ñ o l). 186 págs. 126. Otis H. Green: E sp a ñ a y la tra d ición occid en ta l ( E l esp íritu cas­ tella n o en la literatu ra d esd e «El Cid» hasta Ca ld erón). 4 vols. 127. Iván A. Schulm an y M anuel Pedro González: M artí, Darío y el m odernism o. Con un prólogo de Cintio Vitier. 268 págs. 128. Alm a de Zubizarreta: P ed ro Salinas: el diálogo creador. Con un prólogo de Jorge Guillén. 424 págs. 129. G uillerm o Fem ández-Shaw: Un poeta de transición. V id a y obra de C a rlos F ern á n d ez Sh aw (1865-1911). X + 330 págs. 1 lámina. 130. E duardo Cam acho Guizado: La elegía fu n eral en la poesía espa­ ñola. 424 págs. 131. A ntonio Sánchez Rom eralo: E l v illa n cico (E stu d io s so b re la lírica p o p u la r en lo s sig lo s X V y X V I ) . 624 págs. 132. Luis Rosales: P a sión y m u erte d el C on d e de V illam ediana. 252 páginas. 133. O thón A rróniz: La in flu en cia italiana en el na cim iento de la com edia española. 340 págs. 134. Diego Catalán: S ie te sig lo s de rom ancero (H istoria y poesía). 224 páginas. 135. N oam Chom sky: L in g ü ística cartesiana (U n ca p ítu lo de la h isto ­ ria del pensam iento racionalista). 160 págs. 136. Charles E . K any: S in ta x is hispanoam ericana. 552 págs. 137. M anuel Alvar: Estructuralism o, geografía lingüística y dialectolo­ gía actual. 222 págs. 138. E rich vbn R ichthofen: N u ev o s estu d io s ép ico s m edievales. 294 páginas. , 139. R icardo Gullón: Una p o ética para A n to n io M achado. 270 pags. 140. Jean Cohén: Estructura del lenguaje poético. 228 págs.

141. León Livingstone: T em a y fo rm a en las novelas d e A zorín. 242 páginas. . 142. Diego Catalán: P o r cam p os d el rom ancero ( E stu d io s so b re la tra­ d ición oral m oderna). 310 págs. 143. M aría Luisa López: P rob lem a s y m é to d o s en el análisis d e p re­ p o sicio n es. 224 págs. 144. G ustavo Correa: La p o esía m ítica de F ed erico G arcía Lorca. 250 págs. . 145. R obert B. Tate: E n sa y os so b re la h istoriografía p en in su la r d el si­ glo X V . 360 págs. 146. Carlos G arcía Barrón: La obra crítica y literaria de D on A n to n io A lcalá Galiano. 250 págs. 147. E m ilio A larcos Llorach: E stu d io s de gram ática fu n cio n a l d el español. 260 págs. 148. Rubén Benítez: B écq u er tradicionalista. 354 págs. III. M ANUALES 1.

E m ilio A larcos Llorach: F on o lo gía española. C uarta edición au­ m entada y revisada. 1.a reim presión. 290 págs. 2. Sam uel Gili Gaya: E lem en to s de fo n é tica general. Q uinta edición corregida y am pliada. 200 págs. 5 lám inas. 3. E m ilio Alarcos Llorach: G ram ática estru ctu ra l (S eg ú n la escuela d e C openhague y con esp ecial a ten ción a la lengua esp añola ).

1.a reim presión. 132 págs. 4. Francisco López Estrada: In tro d u cció n a la literatu ra m edieval es­ pañola. Tercera edición renovada. 1.a reim presión. 342 págs. 5. Francisco de B . Molí: G ram ática h istó rica catalana. 448 págs. 3 m apas. 6. Fem ando Lázaro Carreter: D icciona rio de térm in os filo ló g ico s. Tercera edición corregida. 444 págs. 7. M anuel Alvar: E l d ia lecto aragonés. Agotada. 8. Alonso Zam ora Vicente: D ialectolog ía española. Segunda edición m uy aum entada. 1.a reim presión. 588 págs. 22 m apas. 9. P ilar Vázquez Cuesta y M aría A lbertina Mendes da Luz: G ram á­ tica portuguesa. Tercera edición, en prensa. 10. Antonio M. B adia M argarit: G ram ática catalana. 2 vols. 11.

W alter Porzig: E l m u n do m aravilloso d el len g u a je (P rob lem a s, m éto d o s y resu lta d o s de la lin g ü ística m o d ern a ). Segunda edi­ ción corregida y aum entada. 486 págs. 12. H einrich Lausberg: L in g ü ística rom ánica. V ol. I: F onética . 1.a reim presión. 556 págs. V ol. II: M orfología. 390 págs. 13. André M artinet: E le m e n to s de lin g ü istica general. Segunda edi­ ción revisada. 1.a reim presión. 274 págs. 14. W alther von W artburg: E v o lu ció n y estru ctu ra de la lengua fra n­ cesa. 350 págs.

15.

H einrich Lausberg: M anual d e retórica literaria (F u n d a m en tos de u na cien cia d e la litera tu ra ). 3 vols. 16. G eorges M ounin: H isto ria d e la lin g ü ística (D esd e los orígenes al sig lo X X ) . 236 págs. 17. André M artinet: La lin g ü ística sin crón ica (E stu d io s e investigacio­ n es). 228 págs. 18. B ru n o M igliorini: H isto ria d e la lengua italiana. 2 vols. 36 láminas. 19. Luis H jelm slev: E l lengu aje. 188 págs. 1 lám ina. 20. B e rtil M alm berg: L in g ü ística estru ctu ra l y com u n ica ción hum ana

21.

(In tr o d u c c ió n a l m eca n ism o d el len gu aje y a la m etod ología de la lin g ü ística ). 328 págs. 9 lám inas. W infred P. Lehm ann: In tro d u cció n a la lin g üística h istórica. 354

páginas. Fran cisco R odríguez Adrados: L in g ü ística estru ctu ral. 2 vols. Claude Pichois y André-M. Rousseau: L a literatu ra com parada. 246 págs. 24. F rancisco López E strada: M étrica española d el siglo X X . 226 pá­ ginas. 25. R u d o lf Baehr: M anual d e v ersifica ció n española. 444 págs.

22. 23.

IV . T E X T O S 1.

M anuel C. Díaz y Díaz: A n tolog ía d el latín vulgar. Segunda edi­ ción aum entada y revisada. 1.a reim presión. 240 págs. 2. M aría Josefa Canellada: A n tolog ía d e texto s fo n ético s. Con un prólogo de Tom ás N avarro. 254 págs. 3. F. Sánchez E scribano y A. Porqueras Mayo: P recep tiv a dram á­ tica esp añola d el R en a cim ien to y el B arroco. 258 págs. 4. Juan Ruiz: L ib ro d e B u e n A m or. E dición crítica de Joan Coram i­ nas. 670 págs. 5. Julio R o d r í g u e z - P u é r tolas: Fray Iñ igo d e M endoza y su s «Coplas d e V ita C h r is ti ». 634 págs. 1 lám ina.

V.

D IC CIO N A R IO S 1.

Joan Corom inas: D iccion a rio crítico etim o lóg ico d e la lengua cas­ tellana. Segunda edición, en prensa. 2. Joan Corom inas: B r e v e d iccion a rio etim o lóg ico d e la lengua cas­ tellana. Segunda edición revisada. 628 págs. 3. D iccion a rio d e A u torid a d es. E dición facsím il. 3 vols. 4 R icard o J. A lfaro: D iccion a rio d e anglicism os. Recom endado por el «Prim er Congreso de Academ ias de la Lengua Española». Se­ gunda edición aum entada. 520 págs. 5. M aría M oliner: D iccion a rio d e u so d el español. 2 vols.

VI.

ANTOLOGIA HISPANICA

1. Carm en Laforet: M is páginas m ejores. 258 págs. 2. Julio Cam ba: M is páginas m ejores. 1.a reim presión. 254 págs. 3. Dám aso Alonso y José M. Blecua: A n tolog ía d e la poesía es­ pañola.

4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.

Vol. I: L írica de tipo tradicional. Segunda edición. 1.a reim pre­ sión. L X X X V I + 266 págs. Cam ilo José Cela: Mis páginas preferidas. 414 págs. W enceslao Fernández Flórez: M is páginas m ejo res. 276 págs. V icente Aleixandre: M is po em a s m ejo res. Tercera edición aum en­ tada. 322 págs. Ram ón Menéndez Pidal: M is páginas p referid a s (T em a s litera­ rios). Segunda edición, en prensa. Ram ón Menéndez Pidal: M is páginas p referid a s (T em a s lin g üís­ ticos e h istó r ico s ). Segunda edición, en prensa. José M. Blecua: F lo resta de lírica española. Segunda edición co­ rregida y aum entada. 1.a reim presión. 2 vols. Ram ón Gómez de la Sem a: M is m e jo r es páginas literarias. 246 páginas. 4 lám inas. Pedro Laín Entralgo: M is páginas preferid as. 338 págs. José Luis Cano: A ntología de la nueva p o esía española. Tercera edición. 438 págs. Juan Ram ón Jiménez: P á jin a s esco jid a s (P rosa ). 1.a reim presión. 264 págs. Juan Ram ón Jiménez: P ájina s e sco jid a s (V er so ). 1.a reim presión. 238 págs. Juan Antonio de Zunzunegui: M is páginas p referid as. 354 págs. Francisco G arcía Pavón: A ntología de cu en tista s esp a ñ o les c o n ­ tem poráneos. Segunda edición renovada. 454 págs. Dám aso Alonso: G óngora y el «P o life m o ». Q uinta edición m uy aum entada. 3 vols. A ntología de po eta s ingleses m od ernos. Con una introducción de Dámaso Alonso. 306 págs. José Ram ón Medina: A ntología venezolana (V e r so ). 336 págs. José Ram ón Medina: A ntolog ía venezolana (P rosa ). 332págs. Juan B autista Avalle-Arce: E l inca G arcilaso en su s «C om enta­ rios» (Antología vivida). 1.a reim presión. 282 págs. Francisco Ayala: M is páginas m ejo res. 310 págs. Jorge Guillén: S e le cció n de poem as. Segunda edición aum entada. 354 págs. M ax Aub: M is páginas m ejores. 278 págs. Julio Rodríguez-Puértolas: P oesía de p ro testa en la E d a d M edia castellan a (H isto ria y an tología). 348 págs. C ésar Fernández M oreno y H oracio Jorge Becco: A n to log ía linea l d e la p o esía argentina. 384 págs.

27.

R oque E steban Scarp a y H ugo Montes: Antología de la poesía chilena contemporánea. 372 págs. 28. D ám aso Alonso: Poem as escogidos. 212 págs. 29. G erardo Diego: V ersos escogidos. 394 págs. 30. R icardo Arias y Arias: La poesía de los goliardos. 316 págs.

V II.

CAMPO A B IE R T O

1. Alonso Zam ora Vicente: L o p e de Vega (S u vida y su obra). Se­ gunda edición. 288 págs. 2. E nrique M oreno Báez: N o so tr o s y n u estros clásicos. Segunda edi­ ción corregida. 180 págs. ^ 3. Dámaso Alonso: C u atro p o eta s esp a ñ o les (G arcilaso - G óngora M aragall - A n to n io M achad o). 190 págs. 4. A ntonio Sánchez-Barbudo: La segunda época de Juan R am ón Ji­ ménez (1916-1953). 228 págs. 5. Alonso Zam ora Vicente: C a m ilo José C ela (A cercam ien to a un escritor). Agotada. 6. Dámaso Alonso: D el S ig lo de O ro a este siglo de siglas (N ota s y a rtícu lo s a través de 350 años de letras españolas). Segunda edición. 294 págs. 3 lám inas. ^ 7 A ntonio Sánchez-Barbudo: La segunda época de Juan R am ón Ji­ ménez (C in cu en ta poem a s co m en ta d o s). 190 pags. 8 Segundo Serrano Poncela: F orm as de vida hisp ánica (G arcilaso Q u ev ed o - G o d o y y lo s ilu stra d o s). 166 pags. 9. F ran cisco Ayala: Realidad y ensueño. 156 págs. 10. M ariano B aq u ero Goyanes: Perspectivism o y contraste (D e Ca­ d also a P érez de Ayala). 246 pags. ^ 11. Luis Alberto Sánchez: E scr ito r e s represen ta tivos de Am erica. Pri­ m era serie. Tercera edición, en prensa. 12. R icardo Gullón: D ireccio n es d el m od ernism o. 242 pags. 13* Luis A lberto Sánchez: E scritores representativos de América. Se­ gunda serie. 3 vols.

R

D4,” T

^

'd e ^

fd e

294 págs. , 15 B asilio de Pablos: E l tiem p o en la poesía de Juan R am ón Jim enez. 15' B C „ ñ ^ prólogo de Pedro Laín Entralgo. 260 pags. R am ón J. Sender: Valte-Inclán y la dificultad de la tragedia. 150 16. páginas. , G uillerm o de Torre: La d ifíc il universalidad española. 314 págs. 17. Angel del Río: E s tu d io s so b re literatura con tem p orá nea española. 18. 324 págs.

19. Gonzalo Sobejano: Forma literaria y sensibilidad social (Mateo Alemán, Gáldós, Clarín, el 98 y Valle-Inclán). 250 págs. 20. A rturo Serrano Plaja: Realism o «mágico» en Cervantes («Don Q u ijote» visto desde «Tom Sawyer» y «E l Idiota»). 240 págs. 21. Guillerm o Díaz-Plaja: S oliloquio y coloquio (Notas sobre lírica y teatro). 214 págs. 22. Guillerm o de Torre: D el 98 al Barroco. 452 págs. 23. Ricardo Gullón: La invención del 98 y otros ensayos. 200 págs. 24. Francisco Ynduráin: Clásicos m odernos (E stu dios de crítica litera­ ria). 224 págs. 25. Eileen Connolly: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza. Con un prólogo de José Antonio M aravall. 236 págs. 26. José Manuel Blecua: Sobre poesía de la Edad de Oro (Ensayos y notas eruditas). 310 págs. 27. Pierre de B oisdeffre: Los escritores franceses de hoy. 168 págs. 28. Federico Sopeña Ibáñez: Arte y sociedad en Galdós. 182 págs. 29. M. García-Viñó: M undo y trasmundo de las leyendas de Bécquer. 300 págs. 30. José Agustín B alseiro: E xpresión de Hispanoamérica. Con un p ró­ logo de Francisco M onterde. Segunda edición revisada. 2 vols.

V III.

1.

DOCUM ENTOS Dámaso Alonso y Eulalia G alvarriato de Alonso: Para la bio­ grafía de Góngora: docum entos desconocidos. Agotada.

IX . FA CSIM ILE S

1. B artolom é José Gallardo: Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos. 4 vols. 2. Cayetano A lberto de la B arrera y Leirado: Catálogo bibliográfico y biográfico del teatro antiguo español, desde sus orígenes hasta mediados del siglo X V III. X III + 728 págs. 3 . Juan Sem pere y Guarinos: Ensayo de una biblioteca española de los m ejores escritores del reynado de Carlos III. 3 vols. 4 . José A m ador de los Ríos: H istoria crítica de la literatura espa­ ñola. 7 vols."

Related Documents


More Documents from "Cristina Garcia"