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Tras la huella de

Sherlock Holmes Por Oscar Soto Becerril

Editora Rocío Alvarado Aznar

Carta del editor ...pág. 03

• La novela policíaca, consecuencia de una realidad histórica Bárbara Gentil Vianna Machado

Nancy A. Camacho Mina

Origenes de la novela detectivesca ...pág. 04

• En palabras de Sherlock Holmes • Una reflexión • De C. Auguste Dupin a Holmes

Sir Athur Conan Doyle ...pág. 22 • Watson ¿su alterego?

El detective mas famoso ...pág. 32 Caridad Ortiz Marcos Lazcano V. Ricardo García Ch.



• Las adicciones

Razonamiento al descubierto ...pág. 48 • Holmes el observador • Serlock Holmes y las instituciones policíacas • Las instituciones policíacas • Sus métodos hoy • Los buenos hábitos

Diseno de portada:

Bárbara Gentil Vianna Machado

por IBDO Hernández Marrón y Cia., S. C. Contadores Públicos y Consultores.

Carta editorial

La novela policiaca,

consecuencia de una realidad histórica

Orientada en sus inicios hacia un público juvenil y clasificada como literatura para las masas, ha sido un fenómeno de mercado, un éxito de librería desde su aparición. Éste se debe en parte a la propuesta inicial de un enigma desafiante que reta la imaginación del lector de todos los tiempos. Llamada también de evasión, la literatura policíaca, subgénero de la novela y a su vez subgénero de la épica o narrativa, sigue teniendo tanto atractivo justo por constituir un divertimento deductivo, un juego de salón en el que además de la satisfacción de resolver el misterio al final, es, no cabe duda, una gran motivación para fomentar el hábito tan perdido ya de la lectura. Además de haber proporcionado fama y fortuna a más de un escritor a lo largo de los años. Su origen, el crimen urbano es hoy un tema más vigente que nunca. Las novelas policíacas no son más que descripciones negativos y los ángulos oscuros de la sociedad en general. Nos muestran a través de sus historias los lados riqueza económica y en la violencia. de una sociedad cuyas formas de ejercer el poder se sustentan en la danés Soren Kierkegaard (retomado Nos hablan sin querer del concepto de la angustia que ya el filósofo crímenes de la calle Morgue. por Heidegger) develó en el siglo XVIII poco antes de la aparición de Los esa época convulsa, al inicio de la La filosofía de la inseguridad que reina en el alma de la gente durante es sirvió como una catarsis, pero que revolución industrial, dio origen al folletín decimonónico que entonc la sociedad; actualizándose con un ha evolucionado con los tiempos reflejando los constantes cambios de hoy: cibernética, inmigración, globacaudal de violencia y sexo extremos, y nutriéndose con temas muy de lización, fundamentalismos, narcotráfico, etc. Poe, a Poirot de Agatha Christie, Los grandes detectives de la ficción: del inicial Dupin de Edgar Allan Marlowe, Ripley, Colombo, etc., Brown de Chesterton, Lupin de Maurice Leblan, Maigret de Simmenon, a, tienen en común el despejar al niño —detective— manga Conan (por Conan Doyle) de Gosho Aoyam ciclotímicos, misóginos, amargados, incógnitas cada uno a su manera. Totalmente sui generis, pueden ser , racionalistas extremos, meticínicos, sociópatas, cascarrabias, músicos solitarios, aficionados a la ciencia del superhéroe, de ahí la fascinación culosos, neuróticos, paranoicos y quizás hasta drogadictos; muy lejos del ciudadano común por ellos. método de la deducción definido El multiconocido Sherlock que hoy ocupa nuestra edición prefiere el ión es la resultante de una o más predesde el punto de vista filosófico como la relación por la cual una conclus r al máximo el método diagnóstico misas. Arthur Conan Doyle su creador, médico de profesión, supo explota aje de Sherlock Holmes, ponienutilizado por su maestro, el Dr. Joseph Bell en el que se inspiró para el person r, otro lo puede descubrir”. do en la práctica aquello que se dice: “Lo que un hombre puede inventa

Rocío Alvarado Aznar Editora

Orígenes de la

novela detectivesca "To a great mind, nothing is little": Sherlock Holmes La

singularidad de este género, como la de cualquier otro, está en la

variedad de sus dimensiones, en su capacidad para captar tanto los mecanismos sociales como las tribulaciones humanas.

U

n pescador encuentra un cofre pesado. La promesa de un tesoro maravilloso llama la atención del Califa Harun al-Rashid, quien lo compra y manda a sus súbditos que lo abran de inmediato. Sus ojos ambiciosos aguardan con ansia a que sea forzado el cerrojo. Éste, al final, cede con un sonido metálico y el chirrido de las bisagras, al levantarse la tapa, revela lo inimaginable. Un amontonamiento de miembros ensangrentados llenan el espacio. La escena macabra es el resultado del descuartizamiento evidente de una mujer. En su sorpresa e indignación, el califa ordena a su visir, Ja´far ibn Yahya, esclarecer el misterio detrás del crimen, so pena de ser ejecutado en caso de no obtener resultados en tres días. El mismo día de la ejecución, en vista del fracaso del investigador improvisado, dos hombres se presentan ante el califa alegando ser el asesino de la mujer en el baúl. Ambos arguyen ser el verdadero criminal, hasta que se comprueba que el joven dice la verdad al describir el cofre a la perfección. Confesándolo todo, explica sus tribulaciones para conseguir tres manzanas del huerto del Califa en Basra, tratando de satisfacer los deseos de su esposa enferma, quien en su grave estado de salud, al final ni siquiera puede comerlas. Cuando el hombre descubre a un esclavo con uno de los manzanas, quien alega haberla recibido de manos de su amante, el primero confronta a su mujer, y al ver que falta uno de los frutos, la asesina en un arranque de celos y luego corta en pedazos para ocultar la evidencia en un cofre que después tiraría al río.

De acuerdo con la RAE, detective significa policía particular que practica investigaciones reservadas y que, en ocasiones, interviene en los procedimientos judiciales

, Origenes de la novela detectivesca Al regresar a casa, su hijo confiesa que robó la fruta y contó todo al esclavo, quien después se la arrebató al niño. Estas líneas no forman parte de una historia de detectives, sino que corresponde a un fragmento de Las tres manzanas, también conocido como El cuento de la joven mujer asesinada; uno de los relatos árabes compilados en el siglo IX e incluidos después como parte de la historia de Scheherezada en el siglo XIV bajo el título de Las mil y una noches. Sin embargo, podría decirse que cuenta ya con los elementos que predominarán después en el thriller de suspenso y el relato policíaco: la figura del detective (aunque en este caso forzado a fungir como tal), el crimen, giros sorprendentes en la trama e incluso la manera en que narra el asesino sus motivos (a manera de flashback).

En palabras de Sherlock Holmes El famoso personaje de Connan Doyle catalogaría lo anterior de la siguiente manera: “ya se ve en este relato el hilo escarlata del asesinato corriendo entre la madeja incolora de la vida, y la obligación del detective es desenredarlo, aislarlo, y exponer cada pulgada del mismo”. Una obligación que requiere que el investigador se mantenga al margen de las pasiones humanas que como reacción pudiera provocar un crimen. Y así, ya Watson se muestra indignado ante Sherlock Holmes, reclamándole que es en realidad un autómata, una máquina calculadora. Que hay algo en él en verdad inhumano a veces. Sherlock Holmes no tiene más remedio que contestar sonriendo que lo más importante es no permitir que la razón se prejuicie con características personales. Para él los clientes son simples “unidades” —un factor en un problema—. Las características emocionales son antagonistas del razonamiento claro.

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La novela gótica inicia con Mary Shelley y su Frankenstein de 1818, en la que plantea misterios que al final se resuelven de manera racional, por lo que no sorprende que muchos la consideren antecedente del género policiaco.

En contraste, para el lector, es difícil evocar la imagen de un descuartizamiento como el del relato anterior sin experimentar un sinfín de sensaciones negativas (repulsión, asco, horror, etc.) y aún así, la literatura universal está repleta de semejantes imágenes. Nuestra fascinación con el mundo del

crimen es complejísima y tan antigua como nuestra especie misma. Le aborrecemos, le perseguimos, le tememos, y, sin embargo, nos atrae sobremanera. Tal vez como resultado de un morbo primitivo e instintivo. O quizá porque en el fondo percibimos la potencialidad de todo individuo para llevar

, Origenes de la novela detectivesca a cabo lo impensable: Holmes asegura a Watson que la mujer más amable que ha conocido fue a la horca por envenenar a tres niños pequeños para obtener el dinero del seguro, y que el hombre más repelente entre sus conocidos es un filántropo que ha gastado casi un cuarto de millón distribuyéndolo entre los pobres de Londres. No hay ninguna duda del papel predominante que juega el drama en nuestras vidas; todas nuestras manifestaciones artísticas lo reflejan. Y qué mayor drama que el crimen y el escándalo. Todo aquello al margen de nuestro mundo armónico ideal nos interesa de manera particular, porque es en contraposición a todo lo prohibido que podemos loar lo permisible. Es adivinando lo que oculta la oscuridad en un Caravaggio que podemos gozar la luminosidad del chiaroscuro. Al parecer, nos resulta más fácil definir algo si conocemos su opuesto, si sabemos “lo que no es”. Pensamos en la bondad como antítesis de la maldad. Criticamos a menudo la simplificación dicotómica entre el bien y el mal, tildándola de maniquea. Pero nuestra fascinación con semejante dualidad a través de nuestra historia, y en particular de nuestra producción literaria, es insoslayable. Desde este punto de vista reduccionista, y en palabras de Holmes, las mentes humanas más inteligentes, en la cotidianidad, se usan para llevar a cabo crímenes o para luchar contra ellos. De ahí la inevitabilidad de la polarización de valores. Los elementos básicos arriba mencionados hacen que muchos consideren los relatos de este tipo del Medio y Lejano Oriente como antecedentes directos de la novela de crimen o policíaca. En relatos chinos de la dinastía Ming, por ejemplo, los héroes por lo general son jueces u otro oficial de gobierno, a menudo basados en personajes históricos. En éstos, el detective es un magistrado local

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que con frecuencia está involucrado en varios casos de manera simultánea, sin relación entre sí. Es una especie de historia de detectives “a la inversa”, pues se presenta al criminal al inicio de la historia y luego se explican los motivos del crimen. A menudo tienen un elemento sobrenatural con fantasmas que advierten a los personajes sobre su muerte e incluso acusan de forma directa al criminal. Son relatos larguísimos, pues no solo contaban con un enorme elenco de personajes, sino también se incluían divagaciones filosóficas, textos completos de documentos oficiales, etc. En occidente, la novela gótica o de horror del siglo XVIII con representantes como Matthew Lewis

La intriga es un manejo cauteloso, acción que se ejecuta con astucia y de manera oculta, para conseguir un fin

El texto extrabíblico sobre Susanna y los viejos (aquí pintado por Rembrandt), en la que ella se salva de la muerte tras ser acusada de promiscuidad, es tomado por algunos como un antecedente remoto del relato detectivesco.

, Origenes de la novela detectivesca (El Monje, 1796) y Mary Shelley (Frankenstein, 1818), plantea misterios que al final se resuelven de manera racional, por lo que no sorprende que muchos la consideren junto con la novela de aventuras poblada de personajes heroicos, como antecedentes del género policiaco. Tampoco es raro que algunos lectores cataloguen el relato de Las tres manzanas como el primer whodunit (contracción del inglés “who…done it?”, i.e., “who has done it?”, en español “¿quién lo hizo?”), aun cuando semejante término se usaría sólo a partir de la década de 1920 para describir un subgénero específico de relato del crimen. Incluso hay quienes argumentan que si se define de forma amplia al whodunit como un relato donde se indaga la identidad de un asesino, la antigüedad del género puede rastrearse hasta la Biblia o la tragedia clásica griega. En los textos apócrifos del Libro de Daniel, por ejemplo, dos hombres observan en secreto a Susanna, la esposa de un hebreo, mientras se baña en su jardín. De camino a casa, la abordan y amenazan con calumniarla diciendo que la han visto encontrarse con un joven extraño en el jardín, si no acepta tener relaciones sexuales con ellos. Susanna se niega a ser chantajeada y es sentenciada a muerte por promiscuidad. En el momento oportuno, Daniel aparece y al interrogar a los dos hombres por separado, descubre que los detalles que relatan difieren el uno del otro, en particular respecto al tipo de árbol bajo cuya sombra supuestamente se encontró Susanna con su amante. Al descubrirse la mentira, es liberada y los calumniadores son ejecutados. En el caso de la tragedia griega de Sófocles, Edipo Rey, el joven monarca tebano investiga el asesinato de Layo hasta su máxima consecuencia: descubre que se ha cumplido la profecía del oráculo de Delfos al haberse

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Fundamentos de la novela detectivesca 1747

la historia de Zadig, un En su libro Zadig o el Destino (1747), Voltaire relata ro, El perro y el caballo, el filósofo de la antigua Babilonia. En el capítulo terce rey preguntan a Zadig jefe de eunucos de la reina y el cazador principal del la pareja real, que apasi ha visto pasar a la perra y el palafrén favoritos de s animales en detalle a rentemente han escapado. A pesar de describir ambo visto, por lo que es llelos inquiridores, niega de manera rotunda haberlos la desolación de Siberia. vado preso y condenado al azote y al destierro en da su sentencia a una Aun cuando encuentran a los animales, y es transmuta der su inocencia. Allí considerable multa, acude Zadig al tribunal para defen de los animales de la explica cómo dedujo a la perfección las características como rastro habían minuciosa observación de diferentes detalles que éstos e pasaron. dejado en la arena, las piedras y los árboles por dond

1819

mo alemán que inspiraE.T.A. Hoffmann, el polifacético artista del romanticis bach, publicó en 1819 ría después la ópera Los cuentos de Hoffmann de Offen Ludwig des Vierzehnten Das Fräulein von Scuderi. Erzälung aus dem Zeitalter Se trata de una poetisa (La señorita Scuderi. Relato de la época de Luis XIV). recer el misterio deen el París de Luis XIV que se esfuerza primero por escla ntes, y luego, por defentrás de una serie de robos de joyas y asesinatos recie der al sospechoso principal, cuya inocencia confirma.

1829

ye de Steen Steensen En la historia de crimen danesa The Rector of Veilb prosa literaria de esta reBlicher (1829), escritor costumbrista y creador de la el presunto homicidio gión, el juez y sheriff de Vejlby, Erik Sørensen, investiga Søren Qvist, quien se dede Niels Bruus a manos de su empleador, el párroco ra evidencia presentada clara culpable, dada su confusión ante la avasallado pitación. Presionado en su contra y se condena a sí mismo a muerte por deca la sentencia y Qvist es por el hermano del difunto Bruus, Sørensen acepta Bruus en la aldea, se ejecutado. Veinte años después, al reaparecer vivo Niels de su hermano contra el descubre que todo había sido parte de la venganza imonio. ministro por haberle negado la mano de su hija en matr

1839

er Hansen escribió la Muchos consideran que el noruego Maurits Christoph inbygger Rolfsen (El aseprimera novela de crimen en 1839: Mordet på mask sinato del fabricante de máquinas Rolfsen).

, Origenes de la novela detectivesca 1841

C. Auguste Dupin, creaEs en este año que aparece por primera vez el detective Morgue, y reapareciendo do por Edgar Allan Poe, en Los asesinatos de la calle carta robada (1844). más tarde en El misterio de Marie Rogêt (1842) y La

1852

Para algunos críticos la novela detectivesca es una literatura de género, o dicho de otra manera, subliteratura casado con su propia madre y haber sido él mismo quien asesinó a su padre sin saberlo.

Una reflexión Debo confesar que en mis conversaciones sobre este género literario con personas de nacionalidad mexicana, me ha llamado siempre la atención el hecho de que pocas utilizan el término “novela o ficción detectivesca” para referirse al tema, aun cuando en países de habla inglesa se usa de forma frecuente el término “detective fiction” para hablar del mismo. Al parecer, la mayor parte de los seguidores de este rubro literario utilizan los significantes “novela de misterio”, “novela del crimen”, “novela policíaca”, y “novela negra” de forma indiscriminada para este tipo de lectura, aunque tengan ligeras variantes. Me atrevo a pensar que este hecho no es del todo fortuito, si pensamos que una sociedad convulsa por los efectos de la Revolución mexicana al inaugurarse el siglo XX, tuvo poco tiempo para contagiarse de la fiebre que Europa experimentaba con el nuevo género literario. Obras como Ensayo rm•FEB10/P 12

las letras británicas, inEl inspector Bucket, primer detective que aparece en n en la novela de Charles tenta esclarecer el asesinato del abogado Tulkinghor Dickens: Bleak House (1852).

1866

57), ciudadano francés Las memorias de Eugène François Vidocq (1775-18 de ser considerado el que se transformara de criminal en criminalista, al grado en la Francia de su época. fundador de la policía francesa, tuvieron gran éxito de la talla de Victor Hugo No sólo alimentaron la imaginación de escritores Émile Gaboriau a escribir y Honoré de Balzac, sino que además inspiraron a amateur Monsieur Lecoq. L'Affaire Lerouge (1866), donde cobra vida el detective ado por la popularidad Este último gozó de fama internacional hasta ser opac de Sherlock Holmes.

1868

de Wilkie Collins, amigo T. S. Eliot describe la novela La piedra lunar (1868) y la mejor novela detecticercano de Dickens, como la primera, la más larga rsor fundamental de la vesca inglesa. De hecho, el libro es considerado el precu se encuentran varios de los novela de misterio y suspenso moderna, pues en él del siglo XX su particulaelementos clásicos que darían al relato detectivesco rísimo perfil: • El robo de una casa en la campiña. lo de confianza de la • El hecho que el autor del crimen es parte del círcu víctima. • La presencia de un investigador famoso. • La participación de la policía local. lve el misterio. • El talentoso investigador amateur que al final resue • Averiguaciones. • Sospechosos falsos. • El “sospechoso menos probable”. • La reconstrucción del crimen. • Un final con giro sorprendente en la trama. hemos atisbado en estas Sublimando todo el proceso histórico que apenas taron el establecimiento páginas, los últimos autores aquí descritos facili el canon o pauta de un formal de los elementos que se convirtieron en nuevo género literario: la novela detectivesca.

Autores de “alta literatura” como Jorge Luis Borges se han sentido atraídos por la ficción detectivesca o la novela policiaca.

de un crimen (1944) de Rodolfo Usigli, aparecen sólo después del auge de la novela policíaca estadounidense de la década de 1930, que inundó el mercado mexicano, en esencia transformada en relatos que reflejan los aspectos más crudos de la sociedad, como en el caso de la novela negra, y a menudo ya traducidos al lenguaje cinematográfico del film noir. Alguien me comentó alguna vez que habría sido más sencillo seguir el ejemplo de los italianos, quienes conocen el género como Letteratura gialla (Literatura amarilla), pues su acepción se aproxima más al signirm•FEB10/P 14

ficante mexicano de “literatura amarillista”, vinculada a los periódicos sensacionalistas en torno al crimen. Admito que la idea, aunque divertida, no me ha parecido del todo descabellada, pues aún este término con sentido peyorativo, no sería por completo ajeno a la literatura detectivesca. Las nuevas técnicas de impresión del siglo XIX con la consecuente producción masiva de libros, revistas y otros medios periódicos, que

, Origenes de la novela detectivesca Si el libro de Wilkie Wilkins marcó la pauta a seguir para los escritores del género, es el genio y la exquisitez de lenguaje de Edgar Allan Poe lo que daría a las letras el primer prototipo de detective ideal.

acercaron la literatura a gente que antes no tenía acceso a ésta, fenómeno que provocó la inevitable división del mercado de la novela en “alta” y “baja” producción. Siendo desde el inicio un “género popular de consumo masivo”, impreso a menudo en diferentes “entregas” o capítulos en revistas populares, al género detectivesco se le consideró como un “género inferior”; atributo que compartiría con la entonces también nueva novela de ciencia ficción y cuyo estigma le perrm•FEB10/P 16

sigue en cierto grado hasta el día de hoy. Aunque, en el caso que nos ocupa ahora (la detectivesca), es cierto que los relatos giran alrededor de un crimen, el móvil esencial del género es su resolución utilizando la razón, basándose en la indagación y observación, o usando la intuición y la deducción. Como ha dicho Donald A. Yates, “la historia detec-

tivesca es un formato narrativo que aun siguiendo convenciones o cánones específicos, debe ser llenado según el gusto y la Weltanschauung (cosmovisión) del autor”. Por eso, aunque varios escritores encuentran el carácter cerrado de esta forma literaria demasiado rígido y a menudo repleto de fórmulas en su predecibilidad, muchos encontraron un reto a vencer en la búsqueda de nuevos giros sorprendentes (menos previsibles) de la trama, e incluso otros autores descubrieron que el formato los ayudaba a organizar las ideas y concepciones que los llevaban a escribir. De ahí que, aún considerado un género popular de consumo masivo, haya atraído a autores de “alta literatura” como Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Friedrich Dürrenmatt y Graham Green (el célebre escritor británico cuyas obras con frecuencia inspiraron al film noir, y entre cuyas novelas de otro tipo, como anécdota curiosa, se encuentra El poder y la gloria (1940), ambientada en el México de la turbulenta guerra cristera, y que por cierto, fue también publicada bajo el título de The Labyrinthine Ways, en español: Los caminos —o maneras, costumbres— laberínticos). En palabras de Sergio Pitol, incluso “Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges coincidían en que la novela policial es el

, Origenes de la novela detectivesca género clásico de la narración contemporánea. Todas las otras formas literarias se han transformando, menos esa novela cuyo canon no ha sufrido modificaciones estructurales. En ese sentido, Reyes lo compara con la tragedia griega. Las reglas eran siempre las mismas. Cada detalle que el escritor incorpora a su relato tiene un objetivo preciso: componer una estructura cuyo punto importante sea un enigma y su final, una revelación”. Cuánta licencia tenemos para usar de manera intercambiable los diferentes subgéneros de la literatura detectivesca, cuáles son las características específicas que los distinguen entre sí, etc., son temas de una discusión tan amplia que es mejor dejar en manos de sus lectores asiduos y expertos literarios. Pareciera ser que cada crítico cuenta con su propia clasificación, y otros tantos consideran que es absurdo y simplista encasillar las obras en uno u otro subgénero. Después de todo, lo que más nos atañe es el tema en sí, y en especial esa figura del investigador amateur que con el tiempo cobraría la forma del gentleman europeo que reúne un sinnúmero de cualidades, convirtiéndolo en el mismo símbolo del razonamiento humano.

De C. Auguste Dupin a Holmes Holmes dice, en La liga de los pelirrojos, que para encontrar efectos extraños y combinaciones extraordinarias de eventos, debemos ir a la vida misma, que siempre es mucho más audaz que cualquier esfuerzo de la imaginación. Sin la fascinación por la vida de un personaje real como Vidoq, quizá habría sido menos fácil para Gaboriau pensar en un investigador caracterizado por su constante uso del método científico como lo es Monsieur Lecoq, y sin conjeturar a qué grado

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Nadie ha disfrutado más del placer intelectual para resolver enigmas, ni ha tenido más talento para hacerlo que el detective más famoso de la historia: Sherlock Holmes.

fue influido Edgar Allan Poe por ambos, sin duda es cierto que la idea de semejante personaje había madurado ya lo suficiente en los círculos literarios para encontrar en el detective C. Auguste Dupin la máxima expresión de sus propiedades. Si el libro de Wilkie Collins marcó la pauta a seguir para los escritores del género, es el genio

y la exquisitez de lenguaje de Edgar Allan Poe, quien dio a las letras el primer prototipo de detective ideal, el que sobreviviría a la prueba del tiempo aún por encima de la breve popularidad de Lecoq. Jorge Luis Borges reconoce a Allan Poe como inventor del cuento policial. En 1978, en su conferencia El cuento policial, asegura que Poe inaugura

Se dice que el personaje de Dupin fue el detective que originó la creación de otros famosos investigadores como Sherlock Holmes o Poirot la mejor tradición de éste: “Aquí tenemos otra tradición del cuento policial: el hecho de un misterio descubierto por obra de la inteligencia, por una operación intelectual. Este hecho está ejecutado por un hombre muy inteligente que se llama Dupin, que se transformará después en Sherlock Holmes, que se llamará más tarde Padre Brown, que tendrá otros nombres, famosos sin duda. El primero de todos ellos, el modelo, el arquetipo podemos decir, es el caballero Charles Auguste Dupin”. En palabras de Poe, “el joven gentleman Dupin que vive en París, es de una excelente, incluso ilustre familia venida a menos, pero poseedor de un patrimonio que le permite una vida frugal, siendo los libros su único lujo”. El narrador anónimo de los relatos en que aparece, reconoce y admira en Dupin una habilidad analítica peculiar. Dice que éste parece encontrar un placer intenso en el ejercicio de semejante habilidad, y que no duda en expresarlo. Según el investigador mismo, la mayoría de los hombres son para él, y su capacidad observadora, tan transparentes —y descifrables— como si portasen ventanas en el pecho. Este enorme “placer intelectual” derivado de la solución de problemas mediante una cuidadosa observación y capacidad de análisis, será la característica esencial de todos los detectives a partir de este punto. La genialidad del escritor del género se convierte en la práctica de la imaginación al servicio de la racionalidad. Yates dice, por ejemplo, que Poe utiliza este género dado el hecho de estar atrapado entre un racionalismo extremo y una irreprimible fantasía. Los crímenes de la calle Morgue (el primer relato en que aparece Dupin) fue el producto de esa naturaleza cerebral. rm•FEB10/P 20

Dupin explica que así como el hombre fuerte se regocija en su habilidad física, disfrutando los ejercicios en los que acciona sus músculos, se exalta también el analista en la actividad moral que desenvuelve. Deriva placer aún de las ocupaciones más triviales que ponen en juego sus talentos. Disfruta los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos; exhibiendo en la solución de cada uno de éstos, un grado de ingenio que aparece preternatural ante las personas de entendimiento ordinario. Sus resultados, obtenidos mediante el alma y esencia misma del método, tienen, en verdad, un aire de intuición. La facultad de resolución es fortificada por el estudio matemático y en especial por la más alta expresión del mismo que, sólo debido a sus operaciones en “retrospectiva”, ha sido de manera injusta llamada análisis. Sólo otro detective audaz podría criticar a Dupin al grado de llamarlo “un tipo inferior”, sin duda poseedor de un poco de “genio analítico”, pero de ninguna manera el fenómeno que Poe parece imaginar. Nadie ha disfrutado más del placer intelectual para resolver enigmas, ni ha tenido más talento para hacerlo que el detective más famoso de la historia: Sherlock Holmes.

Sir Arthur

Conan Doyle Como escritor, deportista consumado y hombre de ciencia era un individuo polifacético con intereses diversos.

Antes

de convertirse en uno de los escritores más leídos de la historia,

practicó la medicina.

En

la

asistente para el doctor

Universidad Joseph Bell,

de

Edimburgo

un prestigiado profesionista

escocés que fue médico personal de la reina visitaba

Edimburgo,

trabajó como

Victoria

cuando ella

autor de varios textos médicos de importancia y

pionero de la ciencia forense (en particular en la patología forense).

J

oseph Bell enfatizaba la importancia de una cuidadosa observación para hacer un diagnóstico. Para ilustrarlo, por lo general elegía a un extraño, y sólo con observarlo, deducía su ocupación y sus actividades recientes. Tal como Cuvier reconstruía la anatomía y el medio ambiente de un animal a partir de sus restos fósiles, así Bell lo hacia con la profesión de un paciente, su lugar de origen e historial, basado en observaciones iniciales de su vestimenta, su acento, sus hábitos y síntomas. Bell observaba la manera en que una persona se movía, la forma de caminar de un marinero era diferente de la de un soldado. Si identificaba a alguien como marinero, buscaba tatuajes que le ayudaran a saber dónde había viajado. Entrenó su oído para notar pequeñas diferencias en los acentos de sus pacientes para identificar su lugar de origen. Estudiaba sus manos porque las callosidades y otras marcas le ayudaban a conocer sus profesiones. Desde el momento de concebirlo, Arthur Conan Doyle tenía la intención de hacer de Sherlock Holmes un “detective científico”, así, impresionado con los talentos del doctor Bell, modeló en ellos su célebre personaje. En 1993 los diarios londinenses publicaron una carta de 1892 que había permanecido oculta por décadas. En ella Doyle escribe al doctor Bell, diciéndole que él mismo fue su inspirador: “es ciertamente a usted que debo el personaje de Sherlock Holmes”. Y agrega que el carácter del famoso detective le fue inspirado por su notable capacidad deductiva, que pudo captar mientras trabajaba con él como asistente en el hospital. “He acertado a construir un hombre —escribe Conan Doyle— que se adelanta a las cosas cuanto más lejanas estén”.

Sir Arthur Conan Doyle Una grabación de gramófono que hiciera al final de su vida confirma lo que en la carta escribiera: “pensé probar escribir una historia donde el héroe trataría el crimen como el Dr. Bell trataba las enfermedades”. Por supuesto, aún inspirado en los poderes de observación de Joseph Bell, la complejidad de Sherlock Holmes debe mucho más al carácter de su creador y su interesante biografía. Cuando en 1876 ingresó su padre a una clínica de rehabilitación para alcohólicos, se incrementaron los problemas económicos de la familia de Conan Doyle. Era claro que su mejor opción era estudiar medicina, en cuya especialidad era famosa la Universidad de Edimburgo, donde vivían. Al continuar viviendo en casa, el aspirante a médico no tendría que pagar cuotas de hospedaje y manutención, a la vez que obtendría una buena educación en una carrera que era respetada y bien remunerada en la sociedad. Al completar su tercer año, un compañero de estudios a quien no le era posible viajar, lo invitó a ocupar su lugar en la expedición que había planeado fungiendo como cirujano en un barco ballenero. Así, pronto zarpó en el Hope hacia Groenlandia, asistiendo no sólo como médico, sino también en la caza de focas y ballenas. Su graduación, en 1881, no alivió su situación económica. Un doctor recién graduado requería de capital para establecer su propio consultorio o comprar una fracción de una práctica establecida. No contando con semejantes fondos, trabajó en hospitales y como aprendiz de otros profesionistas de la salud, hasta decidirse a embarcarse de nuevo, esta vez como oficial médico de abordo en una nave de la African Steam Navigation Company. Pero la experiencia en el Mayumba no fue tan agradable como en el navío ballenero. Después de un sólo viaje a África Occidental, aceptó compartir consultorio

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En 1891, Conan Doyle decidió dedicarse solamente a la escritura, abandonando así la medicina.

con George Turnavine Budd, un compañero de estudios con un estilo de vida opulento e irresponsable que a la larga motivó a Conan Doyle a dar por terminada la sociedad. En 1891, éste abandonó del todo la medicina para dedicarse de tiempo completo a escribir. A finales del siglo XIX el mundo occidental vivió un auge de la curiosidad por el ocultismo, la

magia y los estudios esotéricos. Proliferaron agrupaciones como la Sociedad Teosófica fundada en Nueva York en 1875, cuyo objeto era el estudio y explicación de los fenómenos relacionados con los médiums y el espiritismo, junto al estudio metódico del ocultismo oriental y las religiones comparadas. Mientras ésta crecía en adeptos y en área de influencia, en Austria, Rudolf Steiner creaba

Sir Arthur Conan Doyle la Educación Waldorf, promovía la Euritmia y fundaba la Sociedad Antroposófica. Maggie y Katie Fox, que en 1848 alegaban haberse comunicado con el espíritu de un hombre que fuera asesinado y enterrado en el sótano de su casa en Hydesville, Nueva York, iniciaron un movimiento concentrado en la comunicación con los espíritus que pronto ganó una multitud de adeptos. Las constantes prácticas fraudulentas que a partir de entonces dieron mala reputación al movimiento espiritista, le hicieron perder su popularidad alrededor de 1900. Pero luego de la Primera Guerra Mundial volvió a ser popular dado el alto número de personas que habían perdido a sus seres queridos y que de alguna manera trataban de lidiar con la angustia de su pérdida. Más tarde abundarían en este tipo de escenario personajes como el británico Aleister Crowley, en cuyas oscuras personalidades se modelarían más tarde tantos villanos en la literatura, el cine, la televisión y los libros de historietas (comics). En un contexto como éste, no es extraño que dichas ideologías atrajeran adeptos de todo tipo de extracción socioeconómica. Conan Doyle mismo era practicante de la magia y del ocultismo. Aunque poco o nada tuvo que ver con los aspectos más macabros de estos movimientos, dedicó los últimos quince años de su vida al estudio de la telepatía y de lo paranormal. Se definía a sí mismo como agnóstico, a pesar de su formación católica. Y si bien desde la década de 1880 mostraba ya interés en estos temas, es en 1916 que se declara en público como creyente en el espiritismo. Según parece, un amigo íntimo suyo había muerto en el campo de batalla en Francia. Se trataba de un colega que practicaba con él la medicina en Southsea. El doctor Malcom Leckie después de muerto a través de un médium

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envió detalles a Conan Doyle sobre las circunstancias que acompañaron su fallecimiento. El relato de los acontecimientos era de un carácter tan técnico y en clave que sólo podrían entenderlos un médico o un estratega y no la sencilla y casi analfabeta verdulera que hacía las veces de médium. Hasta el fin de sus días siguió recibiendo mensajes de su amigo Leckie mediante sesiones espiritistas en las que sucedían todo género de fenómenos extraordinarios. A partir de estos hechos, Doyle fue un ferviente simpatizante del movimiento, escribiendo libros, artículos y presentándose en público para promover sus creencias. Incluso al final de la década de 1920 investigó el

caso de las jóvenes que alegaban haber fotografiado hadas. Después de enviar las fotografías a análisis, optó por aceptarlas como auténticas. Una anécdota interesante es el hecho de que Harry Houdini, célebre entonces como desenmascarador de fraudes espiritistas, conoció a Doyle y entabló amistad con él. En su afán por convencer a Houdini de la autenticidad del movimiento espiritista, facilitó una sesión en la que su esposa serviría de médium usando la técnica de escritura automática, para que Houdini se comunicara con su madre difunta. Como podría esperarse, la amistad entre ambos nunca volvió a ser la misma cuando el supuesto mensaje del más allá

En esta casa habitó Conan Doyle. En 1902 se le dio el nombramiento de Sir tras demostrar que fueron falsas las acusaciones de crímenes de guerra contra Gran Bretaña durante la guerra de los Boers (1899-1902).

Sir Arthur Conan Doyle resultó estar escrito en inglés; un idioma que la madre de Houdini nunca habló. Quizá sea esta interesante combinación en el carácter de Arthur Conan Doyle, como hombre de ciencia a la vez que creyente en la magia y el espiritismo, lo que en parte explique el éxito de su personaje: Sherlock Holmes, el cual siempre aborda sus casos con la lógica de un científico, pero las historias están investidas de un aura sobrenatural. Además podría decirse que esta combinación de elementos disímiles no es la única en su carácter. Sus arrebatos apasionados y su comportamiento, a ratos tempestuoso, contrasta de fuerte manera con la impasibilidad flemática legendaria del típico gentleman inglés. Sin temor a ir demasiado lejos, podemos encontrar el antecedente de este tipo de carácter en la galantería formal del caballero medieval. El mismo Conan Doyle afirma: “Estoy seguro, viendo hacia el pasado, que era tratando de emular las historias de mi niñez que yo mismo comencé a tejer sueños”. En efecto, su madre le transmitió durante su infancia su amor por la tradición de historias de caballeros, además de convencerlo de tener sangre azul por parte de su familia materna. Pero este “tejedor de sueños” escribió de manera acertada en La liga de los pelirrojos que para efectos extraños y combinaciones extraordinarias debemos ir a la vida misma, que es siempre más audaz que cualquier esfuerzo de la imaginación. Su frase se aplica de forma directa a su vida no sólo por lo extraño que pueda parecer su afición al espiritismo, sino también porque en un par de ocasiones Arthur Conan Doyle llegó a actuar como un Sherlock de la vida real. En 1907, George Edalji, un ciudadano británico de origen indio, fue sentenciado a siete años de trabajo forzado por herir animales de la zona donde vivía, dejándolos desangrar

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Las historias de Shelock Holmes tratan los casos con lógica científica; sin embargo, casi siempre, las historias están permeadas de un aura sobrenatural poco a poco. Nadie creía en la culpabilidad de Edalji, y diez mil personas firmaron una petición para obtener su libertad. Dada la gran publicidad en torno al caso, Edalji fue puesto en libertad después de tres años, sin ninguna explicación. Dada su mala reputación, éste no podría trabajar en su profesión de abogado, por lo que buscó la reivindicación de su honor. Al no tener éxito en el sistema legal, publicó en la prensa un relato de todo su caso, Conan Doyle lo leyó y comenzó a investigar los hechos. En una serie de sucesos que parecieran extraídos casi directo de las páginas de sus libros, Doyle demuestra la inocencia de Edalji publicando en el Daily Telegraph varios artículos con sus conclusiones, lo cual atrajo la atención del gobierno británico. Al no existir entonces un procedimiento legal para remediar juicios erróneos, un comité privado creado ex profeso consideró el asunto y declaró a Edalji inocente de las mutilaciones. En parte como resultado de este caso, fue establecida en 1907 la Corte de Apelaciones (Court of Criminal Appeal) en Inglaterra para corregir este tipo de errores en el sistema.

En otro caso, los abogados de Oscar Slater, un prisionero sentenciado a muerte por asesinar a una mujer, solicitan la asistencia de Conan Doyle, conocido por la policía como el cerebro tras una operación de apuestas ilegales. Slater había empeñado un broche de diamantes antes de partir para América, por lo que de inmediato fue considerado el sospechoso principal. Al regresar por voluntad a Inglaterra para aclarar el enredo, en el juicio fue declarado culpable aun cuando se comprobó que el broche era distinto al robado durante el asesinato. Al parecer, los testigos declararon haberlo visto abandonando la escena del crimen. Convencido de la inocencia de Slater, Conan Doyle publicó El caso de Oscar Slater en 1912, examinando la evidencia presentada en el juicio, y probando punto por punto que él no era el culpable. Pero aunque la sentencia de Slater fue conmutada a prisión de por vida, los esfuerzos de Conan Doyle fueron en vano, y Slater permaneció encerrado. En 1925 un prisionero de la misma cárcel fue puesto en libertad. Slater escribió un mensaje para Doyle que su compañero escondió bajo la lengua para

Sir Arthur Conan Doyle evitar que los guardias lo encontraran antes de ser liberado. En el mensaje Slater le rogaba que no lo olvidara y probara de nuevo ponerlo en libertad. Semejante detalle dramático conmovió al escritor sobremanera, quien llevó a cabo de nuevo una gran campaña, escribiendo, solicitando la influencia de amigos y hablando en público por la causa del prisionero. En 1927 el periodista William Park redactó un libro sobre el caso, despertando furor al defender la inocencia de Slater e incluso sugerir un distinto autor del crimen. Fue entonces que los testigos del juicio original confesaron haber sido instruidos por la policía para nombrar al supuesto culpable como el sospechoso. Aunque nunca fue perdonado de manera formal, Slater fue puesto en libertad en 1927. De estas “aventuras de la vida real”, ninguna sorprendió tanto al autor del ‘canon homlesiano’ como cuando fue nombrado Sir Arthur Conan Doyle. Durante la guerra de los Boers, que duró de 1899 a 1902, estos acusaron a Gran Bretaña de crímenes de guerra, participando en violaciones, tortura y el establecimiento de campos de concentración. Gran Bretaña no dio respuesta oficial a los cargos, pero Doyle defendió las acciones de sus compatriotas, alegando entre otras cosas, que los llamados campos de concentración eran en realidad campos de refugiados que el gobierno creó para las mujeres y niños afectados por la guerra, donde de hecho era cierto que los índices de mortalidad eran altos, pero por enfermedad, mas no por maltrato. Los soldados británicos morían también por las mismas causas. La opinión pública sobre la conducta de Gran Bretaña durante la guerra fue mitigada gracias a este documento, por lo que el rey Eduardo VII lo nombró caballero en 1902, convirtiéndose en Sir Arthur Conan Doyle por sus servicios a la corona. De ahí que, aun-

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Arthur Conan Doyle se negó a que en su lápida se pusiera la fecha del óbito, pues no creía en la muerte. En su lugar, pidió el siguiente epitafio: “Temple de acero, rectitud de espada”.

que su fama sufrió por su abierta afición al espiritismo, semejante “detalle” en su carácter será siempre opacado por sus logros. Y no es para menos, cuando se habla del hombre que además patentó inventos importantes como un tipo de casco de acero, que previno la muerte de millares de soldados durante las dos grandes guerras. Ejerció como médico, su trabajo clínico caracterizado por la capacidad de análisis que aprendió de Bell e impregnó después en Holmes, le permitió establecer la utilidad del PPD —por sus siglas en inglés— (derivado proteico purificado) como la mejor prueba de diagnóstico de tuberculosis hasta nuestros días. Y es que aunque la tuberculina (en la actualidad

PPD) fue elaborada por Robert Koch, descubridor del bacilo tuberculoso, con fines de tratamiento o de prevención, ésta no resultó útil; sin embargo, las observaciones de Conan Doyle hicieron posible que en la actualidad se continúe usando como el mejor estudio para diagnóstico de la infección tuberculosa.

Watson ¿su alterego? En cuanto a su éxito como autor, no existe la menor duda. El estilo literario de Doyle es a veces confuso, como en las introducciones que hace Watson de cada caso, pero a menudo está inyectado de un dinamismo tal que va a la par con las veloces persecuciones. En otras ocasiones trata de mantener un ritmo realista, casi teatral, como

Sir Arthur Conan Doyle cuando uno de sus personajes expone su caso o algún criminal confiesa su falta. La calurosa recepción que tuvo en toda suerte de lectores el personaje de Sherlock Holmes resultó a la larga un lastre para alguien con intereses tan diversos como Doyle. Pero su intento de eliminarlo arrojándolo, al final de una pelea con Moriarty, a la catarata de Reichenbach en Suiza fue en vano. De inmediato se vio abrumado por una monumental cantidad de cartas, cuyo contenido variaba desde mensajes llenos de estupefacción, hasta insultos vulgares que un público amantísimo de Holmes le enviaba reclamándole el “asesinato” de su héroe. Obligado por las circunstancias, a Conan Doyle no queda más remedio que “revivir” al famoso personaje en La aventura de la casa deshabitada (1903), satisfaciendo la demanda de sus ávidos lectores. Una vez más Holmes tendría la última palabra, aún por encima de los deseos de su autor. Un personaje que parapetado en su popularidad, pareciera haber cobrado vida y juzga a su creador, de la misma manera en que reprocha siempre a Watson. Y este hecho no es ninguna coincidencia. Hay quienes encuentran en este último el alter ego de Sir Arthur Conan Doyle. Es él, el médico, que acompaña al detective en sus aventuras fantásticas, sirviéndole de espejo, compañía, cronista y asistente. De éstos, quizás el papel más importante es el de espejo, pues como dice Holmes en la aventura de Siver Blaze, nada clarifica mejor un caso que planteárselo a otra persona. Watson, ese fiel amigo que por años había de forma gradual apartado a Sherlock del vicio de las drogas, que alguna vez había amenazado con manchar su notable carrera (El tres-cuartos desaparecido), es el biógrafo del gran detective, registrando sus casos que a veces son trágicos, otras veces cómicos, muchos sólo extraños, pero ninguno trivial,

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Como sucede con muchas de las frases célebres asociadas a personajes, desde la Biblia hasta el Quijote, la de “Elemental, mi querido Watson” jamás aparece en los textos.

pues trabajando por amor al arte más que por el dinero, se rehusaba a asociarse con cualquier investigación que no tendiera a lo inusual, incluso a lo fantástico (La banda moteada). Y sin embargo, Holmes no dudaba nunca en criticar a Watson y su manera de registrar los casos. En La aventura de la finca de Cooper Beeches le dice que ha errado al tratar de poner color y vida en su exposición de los hechos en vez de limitarse a la tarea de registrar el severo razonamiento entre causa y efecto que en realidad es lo único importante de los casos. Llega al grado de decirle que ha degradado a “cuentos” lo

que debieron haber sido una serie de conferencias. La famosísima frase que hicieran popular las primeras versiones cinematográficas de las historias de Sherlock Holmes, en realidad nunca aparecen en los textos. “Todo esto es divertido, aunque algo elemental, pero debo regresar al asunto, Watson”, frase de Un caso de identidad. “Es la simplicidad misma”, de Escándalo en Bohemia y El signo de los cuatro. “…mi querido Watson” y más abajo: “Elemental”, El jorobado; estas son sólo algunas aproximaciones a la célebre frase, pero sería una conjetura arriesgada interpretarlas como el origen de la misma.

El detective más famoso “Tengo mi propio oficio. Supongo que soy el único en el mundo. Soy un detective consultor”: Sherlock Holmes. Inspirado

en un profesor de la universidad, de ingeniosa habilidad para

el razonamiento deductivo,

Conan Doyle

creó a su personaje, el cual

adquirió tanta popularidad que se convirtió en un mito literario.

C

lubes de socios y admiradores activos hasta el día de hoy, en Inglaterra, Estados Unidos, y en todo el mundo, incluyendo India y Japón leen de manera regular sus historias y coleccionan objetos relacionados con su “vida”. Sociedades a nivel mundial organizan visitas guiadas a los sitios relacionados con las aventuras de Sherlock Holmes, como Reichenbach Falls en los Alpes Suizos, donde fue emboscado por su archienemigo, según relata El problema final y en donde, por mucho tiempo, fue dado por muerto. Generaciones de niños británicos en los internados privados escucharon cada noche los relatos por altavoz; estas aventuras que inspiraron tantos otros cuentos y libros, análisis, trabajos de investigación; han dado pie a diversas exhibiciones de objetos en pubs y otras colecciones, que incluyen reproducciones de su sala de estar en Baker Street, un museo en Londres y otro en Meiringen, Suiza. El retrato de esta súper celebridad no sólo es inexacto porque en realidad nunca se describió de forma exacta la famosa gorra cazadora con que se le identifica; aunque se menciona una vez, en La aventura de Silver Blaze, que viste en esa ocasión una gorra de viaje con orejeras. Es la interpretación del ilustrador Sidney Paget, quien dibujara al sujeto con gorra y capa, la que forjó semejante imagen. Una que jamás hará justicia al original porque es sólo el intento de esbozar el perfil de un hombre imaginario. Nunca antes había cobrado tanta importancia ni adquirido semejante fama un personaje literario. Al menos no al grado de ser considerado entre los

“Una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca": Sherlock Holmes

El detective mas famoso “hombres” más ilustres, y recibir de la Royal Society of Chemistry una beca de investigación honoraria especial. Luego de protagonizar en una serie de cuatro novelas y 56 relatos de ficción, publicados en su mayoría por The Strand Magazine (que hoy conforman el Canon holmesiano), Sherlock Holmes encarna en el subconsciente colectivo esa figura arquetípica del gentleman investigador de la que hablamos. Cada uno tiene una imagen individualísima de él, haya o no leído sus relatos, tal vez porque lo identifica con una de las innumerables versiones cinematográficas o de la televisión inspiradas por sus peripecias. De hecho, el personaje que nos ocupa ahora mantiene el Record Guiness como el personaje ficticio que ha sido personificado en mayor número de ocasiones, contando entre los 70 actores que lo han representado a Michael Caine, Basil Rathbone (quien dio vida al personaje de 1939 a 1946), Rupert Everett y, en fechas recientes, Robert Downey Jr. En cuanto a música se refiere, Richard Arnell escribió la partitura para el ballet titulado El gran detective (1953) inspirado en sus aventuras, y entre las curiosas apariciones que ha tenido Sherlock Holmes en los escenarios se encuentran tres obras de teatro musical, desde la desastrosa puesta de Leslie Bricusse, en 1989, y el montaje de la Bristol Old Vic, en 1993, hasta la obra de Brett Nicholson, Holmes! en 2003. Lo cierto es que todos sabemos al menos algo del famoso detective que viviera en el Londres victoriano con su inseparable amigo y cronista John H. Watson, en el número 221B de Baker Street. Según éste, la apariencia de Sherlock Holmes llamaba siempre la atención. Con más de seis pies de altura, parecía aún más alto por ser en exceso delgado. Sus ojos nítidos y su mirada aguda, su

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Los admiradores de Sherlock Holmes cuentan con lugares especiales para rendir homenaje a su ídolo, como este museo en Londres.

delgada nariz aguileña y hasta su mentón prominente y de ángulos rectos le daban un aire de estar siempre alerta y decidido. Sus manos siempre manchadas de tinta y químicos, pero capaces del tacto delicado que requiere la manipulación de sus frágiles instrumentos científicos. Tenía un enorme talento musical, que demostraba no sólo interpretando piezas de diversos compositores al violín, sino a menudo, como comenta Watson en La liga de los pelirrojos, improvisando sus propias melodías que resonaban en aquél departamento de dos recámaras y una sala grande y ventilada, bien amueblada e iluminada por dos amplias ventanas. Holmes era un buen compañero de piso para Watson, quien al principio lo encontraba en ge-

neral tranquilo de espíritu con hábitos regulares. En Las cinco semillas de naranja, este último lo describe como alguien que no tiene ningún conocimiento de filosofía, astronomía, ni política. Sabe algo de botánica, y mucho de geología en lo referente a la identificación de tipos de lodo de las regiones (cincuenta millas a la redonda de Londres). Poseedor de conocimientos excéntricos de química, algo de anatomía, y conocimientos detalladísimos y únicos sobre literatura sensacionalista y expedientes criminales. Violinista, boxeador, espadachín, abogado y “auto envenenador” por cocaína y tabaco. Es difícil imaginarlo sin una pipa en la mano, y aunque no se le describe en las historias con las elegantes pipas con que su imagen se asocia, es cierto que para

El detective mas famoso él su vieja y aceitosa pipa de barro era como un consejero, como dice Watson en la aventura de Un caso de identidad. Cada lector tiene su propia idea de este personaje, y aunque es casi imposible escapar a la influencia de esa imagen estandarizada de gorra, capa y pipa, hay quienes lo visualizan como un hombre moderno, bohemio, que viste más como un artista o poeta, y habemos también quienes soñamos con sus aventuras imaginando sus múltiples disfraces. Y es que al hacerlo, Holmes no sólo cambiaba de vestimenta, nos dice Watson en Escándalo en Bohemia. Su expresión, su comportamiento, su misma alma parecían variar con cada nuevo personaje que asumía. Según él, cuando esta figura detectivesca se convirtió en especialista en crimen, la ciencia perdió un razonador de gran agudeza y el escenario perdió un gran actor. En la aventura de El Negro Peter, por ejemplo, cuando varios hombres de aspecto rudo Aunque ahora es un elemento infaltable en el estereotipo del detective, en realidad Doyle jamás describió con exactitud la famosa gorra cazadora con que se identifica a Holmes. Fue el ilustrador Sidney Paget quien le forjó esa imagen.

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llegan al departamento buscando al capitán Basil, Watson adivina que el detective trabajaba en ese momento bajo uno de tantos disfraces y nombres con los que escondía su propia identidad formidable. Tenía al menos cinco pequeños refugios en diferentes partes de Londres, donde podía cambiar su personalidad. Asumir otra, fingir un accidente o un ataque epiléptico, organizar escenas completas con actores pagados, eran sólo algunos de los subterfugios que con frecuencia utilizaba para evitar ser descubierto, lograr la colaboración de un sospechoso o testigo clave, o nada más para proteger la identidad de sus clientes, entre los que con frecuencia se hallaban personas

"No existe una combinación de sucesos que la inteligencia de un hombre no sea capaz de explicar”: Sherlock Holmes

El detective mas famoso de gran importancia, incluyendo miembros de la nobleza europea. Siempre que acudía a un sitio para investigar, sacaba de inmediato su lupa y cinta métrica, y caminaba de un lado a otro, haciendo pausas, y a menudo arrodillándose o tirándose del todo boca abajo para observar de cerca, con su delgada nariz apenas a un par de pulgadas de distancia del piso. Siempre ágil y silencioso, con movimientos furtivos, como los de un sabueso entrenado siguiendo un rastro, mascullaba para sí mismo algunas veces y otras emitía una constante serie de exclamaciones, gruñidos, silbidos y pequeños gritos entusiastas. Comparaba, examinaba y medía con el más exacto cuidado la distancia entre marcas que para los demás son invisibles, para ello usaba su cinta métrica en las paredes del lugar donde se encontraba, lo cual en algunos casos parecía incomprensible. En ocasiones recogía un poco de polvo y lo introducía en un sobre. Cuando parecía irresoluto o estaba perdido en sus procesos mentales, caminaba de un lado a otro de la habitación con la cabeza sumida en el pecho y sus cejas fruncidas. Sólo luego de satisfacer su curiosidad, regresaban la cinta y la lupa a su bolsillo. Pero Holmes no es sólo el personaje intelectual sedentario que forja sus deducciones en privado luego de hacer minuciosas observaciones. Lleva intrínseco también el carácter indomable del aventurero; es por ello que tantos ven en él a uno de los primeros héroes de acción, que mucho tiempo después inspirarían personajes como James Bond, o incluso la extensa gama de superhéroes que pueblan las tiras cómicas, series de televisión y los videojuegos. En El misterio del Valle de Boscombe, explica Watson que Holmes se transformaba cuando estaba en plena persecución de una pista: “Quien le haya conocido como el pensador tranqui-

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Sherlock Holmes mantiene el Record Guiness como el personaje ficticio que ha sido personificado en mayor número de ocasiones, siendo una de las más recordadas la interpretación de Basil Rathbone.

lo y el hombre lógico de Baker Street no le habría reconocido. Su rostro se ruborizaba y oscurecía. Sus cejas se convertían en dos fuertes líneas negras mientras sus ojos brillaban debajo de ellas con un destello acerino. Su cara viendo hacia abajo, sus hombros arqueados, sus labios comprimidos, y las venas tensas como correas de látigo en su largo cuello. Sus orificios nasales

parecían dilatarse con un deseo puramente animal por la caza y su mente se concentraba por completo en su objetivo de tal manera que una pregunta o comentario era del todo ignorado por sus oídos, o provocaba un impaciente gruñido como única respuesta”. Holmes redime al intelectual que envidia al hombre activo, como también satisface a

El detective mas famoso

Conan Doyle, Holmes y el deporte

“Lo que un hombre puede inventar, otro lo puede descubrir”: Sherlock Holmes quien ha descuidado el conocimiento en pos de una vida de actividad física. El auténtico Sherlock Holmes es la mezcla perfecta entre intelecto y acción, que vive en un mundo de persecuciones a todo vapor por el río Támesis, que arriesga su vida y que ama el peligro tanto como un reto académico. Es un hombre cosmopolita, y trotamundos, como él mismo relata en la aventura de La casa deshabitada, cuando reaparece mucho tiempo después de su aparente muerte: tras viajar dos años por el Tibet, visitar Lhasa y convivir algunos días con el Dalai Lama. Se dice que en este tiempo llevó a cabo importantes exploraciones haciéndose pasar por un noruego llamado Sigerson. Pasó por Persia y vio la Meca, visitó al califa de Jartum, y de regreso en Francia efectuó un trabajo de investigación en la industria química en un laboratorio en Montpellier. Incluso como todo buen héroe, tiene Holmes un archienemigo, el profesor Moriarty, a quien describe como un hombre de frente alta y amplia con gran inteligencia y malicia, que de una forma u otra, mediante una complicada red de lealtades no disímil rm•FEB10/P 12

Sherlock, como ser La universalidad de los intereses y talentos de jo de su creador: deportista, en especial de box y esgrima son refle ey, natación y rugby, Conan Doyle. Era experto en cricket, futbol, hock e fue un gran atleta, y jugador ocasional de béisbol y golf. Conan Doyl ter de su famoso carác cuya filosofía del deporte permearía sin duda el triunfo y valentía el personaje: “Dar y recibir, aceptar con modestia el rse firme en las confracaso, luchar contra toda adversidad, mantene o, son algunas de vicciones, dar crédito al enemigo y valorar al amig rtir”. las lecciones que el verdadero deporte debe impa habilidades como sus Conan Doyle demostró en varias ocasiones a bordo de una nave boxeador, como cuando fue cirujano de servicio rato. En una nota cuballenera, peleando con un oficial para pasar el Central. Cuando se pa riosa, fue uno de los pioneros del esquí en Euro s perfectos para ese mudó a Suiza en 1893, encontró los Alpes Suizo endo las burlas de deporte que observó alguna vez en Noruega. Atray mecánicos para ios los locales (en un tiempo cuando no existían med n día cientos de ascender a la cima), fue él quien vaticinó que algú a de esquí. extranjeros viajarían a Suiza durante la temporad

El famoso detective vivió en el Londres victoriano con su inseparable amigo y cronista John H. Watson, en el número 221B de Baker Street.

Es difícil de creer, pero a Sherlock Holmes no se le describe en las historias con las elegantes pipas con que su imagen se asocia, lo único que se refiere es una vieja y aceitosa pipa de barro.

a la de la mafia, resulta ser el líder de la mayoría de los criminales de Inglaterra. En El problema final, explica que Moriarty es de buena cuna y excelente educación, exprofesor universitario y autor incluso de un famoso tratado matemático. También como hombre de acción, Holmes no es extraño al uso de armas. A menudo sugería a Watson que llevara consigo su revólver, y él mismo portaba a veces uno, o su arma favorita, la escopeta de cacería; un detalle que no es fortuito, dado su entusiasmo por la “cacería de criminales”. En La casa deshabitada, en cuanto Watson observa que Holmes frunce el ceño al concentrarse y comprime los labios, ya intuye por la expresión de ese cazador experto, aún sin saber qué tipo de “bestia salvaje” han de cazar en la oscura jungla del Londres criminal, que la aventura será de gran importancia, y que la sonrisa sardónica en su rostro significa malas noticias

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para la presa de semejante cacería. Holmes ríe poco; cuando lo hace es a manera de un raro ataque de risa y siempre con malicia contra alguien (El sabueso de los Baskerville). Quizás sea esta pasión insaciable por su línea de trabajo el motivo por el que dedica poco tiempo a las relaciones interpersonales. Él mismo confiesa en La corbeta Gloria Scott, que nunca fue un tipo sociable, prefiriendo siempre tristear en sus habitaciones y trabajar sus métodos de razonamiento, antes que mezclarse con sus colegas. Fuera de su hermano mayor Mycroft, a quien rara vez visita, Watson y Victor Trevor sólo tiene conocidos, pero no amigos. Entablar amistades le era difícil,

El detective mas famoso Como hombre de acción, Holmes no es extraño al uso de armas. A menudo sugería a Watson que llevara consigo su revólver, pero para él prefería la escopeta de cacería.

dice. Trevor, por ejemplo era el único amigo que hizo durante sus dos años de estudios universitarios, a quien conoció de forma accidental cuando su perro mordió a Holmes en el tobillo. Su actitud ante las mujeres era afín a la visión sexista de la Inglaterra victoriana. En El signo de los cuatro opina que a las mujeres no hay que decirles demasiado, pues no se puede confiar con plenitud en la mayoría de ellas. Sin embargo, dice Watson que Holmes poseía, cuando deseaba, un don peculiar rm•FEB10/P 16

para congeniar con las mujeres. En el relato de Los lentes de oro, por ejemplo, al interrogar a un ama de llaves, obtiene su confianza plena, y charla con ella como si la conociera desde hace años. Y quizás es el haber conocido a Irene Adler lo que modificó al menos de forma parcial su actitud hacia el género femenino. Apareciendo en el Escán-

dalo en Bohemia, Irene Adler, originaria de New Jersey, figura como la única mujer que llamó la atención de Holmes. Ella era una cantante contralto retirada que se presentó en La Scala, y fuera prima donna de la Opera Imperial de Varsovia. En la historia, Adler se encuentra en posesión de ciertas cartas que no desea devolver. Es correspondencia comprometedora que le escribiera el rey de Bohemia cuando estaban involucrados de manera sentimental. Sherlock solía burlarse de la astucia femenina, hasta que vio sus mejores planes derrotados por la inteligencia de una mujer, pues Adler consigue escapar de las artimañas más elaboradas de Holmes. A pesar de su enorme ego, él reconoce haber sido siempre exitoso, excepto cuatro veces: tres vencido por hombres, y una vez por una mujer. Por eso, cuando habla de Irene Adler, o cuando se refiere a su fotografía, siempre lo hace usando el título honorable de “la mujer”. En sus ojos, ella eclipsa y domina el total de la imagen que tiene del sexo femenino. No es que sintiera una emoción afín al amor por Irene Adler. Todas las emociones, y esa en particular, eran abominables para su mente fría y precisa, pero le sorprendía lo equilibrada que era. Para Holmes las pasiones resultaban admirables para el observador, pues eran excelentes para descubrir los motivos y

El detective mas famoso acciones de los hombres. Pero para un razonador entrenado, admitir semejantes intrusiones en su propio temperamento delicado y ajustado con finura, significaba introducir un factor de distracción que pondría en duda todos sus resultados mentales. En El signo de los cuatro, Sherlock dice que el amor es algo emocional, y que todo lo emocional es opuesto a la fría y verdadera razón, que él sitúa por encima de todas las cosas. “Nunca me casaré”, dice, “por temor a prejuiciar mi razón”. A pesar del escaso interés de Sherlock Holmes por las relaciones interpersonales, debe decirse que no era del todo antisocial. Sin embargo, podía hablar en extremo bien cuando así lo deseaba, hablando, como en una velada en El signo de los cuatro, de una rápida sucesión de temas, como de obras de teatro, cerámica medieval, violines Stradivarius, budismo en Ceylan y los barcos de guerra del futuro, como si hubiese sido erudito en esos temas.

Las adicciones En La cara amarilla, Watson reconoce que pocos hombres eran capaces de mayor esfuerzo muscular que Holmes y que era, sin duda, uno de los mejores boxeadores de su peso, pero que consideraba al esfuerzo físico como una pérdida de energía, y muy pocas veces se molestaba con ejercitarse, salvo cuando había un objetivo profesional de por medio. En semejante contexto, era infatigable. Una característica interesante de los detectives británicos de principios del siglo XX, es que nunca sufren carencias económicas; a veces deben vivir una vida un tanto frugal, pero no se preocupan en particular por sus ingresos. Sherlock Homes no es ninguna excepción a la regla, como todos los grandes artistas, vivía por el arte mismo, y exceptuando el caso del duque de Holdernesse, Watson en

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raras ocasiones supo que cobrara una gran cantidad por sus invaluables servicios. De hecho, por mesura —o por capricho— con frecuencia se rehusaba a ayudar a los ricos y poderosos cuando el problema no le atraía, mientras que dedicaba semanas de intensa concentración a los asuntos de algún cliente humilde, cuyo caso presentara esas características extrañas y dramáticas que atraían su imaginación y retaban su ingenio. Él mismo, en el caso de El ciclista solitario, diría que tiene como regla el dar preferencia a aquellos casos que derivan su interés no tanto de la brutalidad del crimen, sino del ingenio y la calidad dramática de la solución. Aunque en la aventura de La banda moteada, su cliente alude al tema del precio que debe pagar como recompensa a sus servicios, Holmes contesta que en cuanto a recompensas se refiere, su profesión en sí misma es su recompensa, pero que el cliente está en libertad de sufragar los gastos que pueda generar la investigación, en cuanto le sea oportuno. Pero a fin de cuentas, la fama de sus talentos para resolver enigmas era tal, que nunca le faltaron clientes. No sólo los oficiales de la policía buscaban su consejo; también personas que se encontraban en problemas por diversos motivos buscaban en él la posibilidad de esclarecer sus enredos. De manera regular escuchaba sus historias, hacía comentarios y recibía por

Incluso como todo buen héroe, Holmes tiene su némesis: el profesor Moriarty, un matemático con gran inteligencia y malicia, y que resulta ser el líder de la mayoría de los criminales ingleses.

tal servicio una remuneración. Más que por motivos económicos, el tener siempre más clientes de los que pudiera ayudar le era importantísimo porque sufría de forma intensa sin ejercitar sus dones mentales al máximo. Sobre esto, clama en El signo de los cuatro: “Mi mente se rebela ante el estancamiento. Dame problemas, dame trabajo, dame el criptograma más impenetrable o el análisis más intrincado, y estoy en mi propio ambiente. Entonces puedo prescindir de los estimulantes artificiales. Pero aborrezco la rutina aburrida de la existencia.

"Es un error capital el teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente uno comienza a deformar los hechos para encajarlos en las teorías, en lugar de encajar las teorías en los hechos": Sherlock Holmes Tengo apetito de exaltación metal. Por eso he elegido mi profesión particular, o de hecho la he creado, pues soy el único en el mundo”. En el Escándalo en Bohemia, Watson lo describe como la más perfecta máquina de razonar y observar que el mundo ha visto. Pero sin el estímulo intelectual de un caso interesante por resolver, es como una máquina sin combustible. Los arranques de energía apasionada que tiene mientras realiza las insólitas hazañas por las que es famoso, son de forma inevitable seguidas por reacciones de letargo durante las cuales se la pasa con su violín y sus libros, apenas moviéndose entre el sofá y la mesa. Cuando en El signo de los cuatro el narrador confronta al detective con esta dualidad entre lo que le parece una pereza absoluta y sus derroches de espléndida y vigorosa energía; él de buen humor acepta tener ambos elementos y cita incluso a Goethe: “Schade dass die Natur nur einen Mensch aus Dir schuf,/ Denn zum wuerdigen Mann war und zum Schelmen der Stoff” (Lástima que la Naturaleza sólo ha logrado un hombre como tú;/ con características de hombre ilustre, y con materia de bribón). Como sucede a menudo con las grandes mentes, el intelecto de Holmes le era un don y una maldición. Sólo unas cuantas líneas adelante, Watson, quien se ha comprometido en matrimonio con la protagonista de la aventura, le pregunta: de este caso “yo he obtenido una esposa, Jones (el oficial de policía) se ha llevado el crédito, y ¿qué queda para tí?”. Y de manera un tanto patética contesta Holmes: “Para mí queda aún la botella de cocaína”. Y es cierto que éste cree no poder vivir sin trabajo mental. El mundo es prosaico y material, y sin un objetivo concreto en el que pueda rm•FEB10/P 20

concentrar sus energías, él no encuentra sentido a poseer sus habilidades particulares. Prueba, en vano, dar salida a su frustración pasando noches enteras realizando complicados experimentos químicos, pero al final, sólo su adicción a la morfina y cocaína mitigan la angustia de estar inactivo en lo mental. Aun cuando sabe de la influencia negativa de las drogas en su cuerpo, los efectos destructivos le parecen pocos comparados con lo estimulante que le resultan, y la manera en que clarifican su mente. Las drogas ayudan a Holmes a escapar del aburrimiento que le produce la cotidianidad, pero no necesariamente a “expandir” su mente, como se suele plantear a partir de la década de 1960. De hecho, no busca extender su horizonte. Su hermetismo no se limita a su personalidad, sino también a su método analítico, está convencido de que una atmósfera concentrada ayuda también a una concentración mental, por lo que trabaja mucho mejor cuando está encerrado. Bromea diciendo que no ha llegado al punto de meterse a una caja para pensar, pero que sin duda sería ése el resultado lógico de su manera de pensar.

Razonamiento al descubierto “Nada aclara tanto un caso como exponérselo a otra persona”: Sherlock Holmes La

obra del escritor

A rthur C onan D oyle

se destacó por los procesos de

deducción desarrollados en cada una de sus novelas y en particular en voz de su personaje principal .

A

nte la aparente cerrazón intelectual del gran detective, nada impresiona más a Watson; por ejemplo, que el hecho de que Holmes ignorara por completo la teoría de Copérnico y la composición del sistema solar, al grado de no saber que la Tierra gira alrededor del Sol. Confrontado con este hecho, Sherlock explica que considera que un cerebro humano es, de origen, como un pequeño ático vacío que se debe llenar con el mobiliario que se elija. Un tonto mete toda la leña de todo tipo que encuentra, por lo que el conocimiento que le podría ser útil se pierde entre el desorden, o en el mejor de los casos se amontona con muchas otras cosas por lo que le es difícil encontrarlo. Pero el trabajador cuidadoso pone atención a lo que mete en su “ático cerebral” (brain-attic). No tendrá ahí más que las herramientas que pueden ayudarle a hacer su trabajo, pero de éstas tendrá una gran variedad y todas en perfecto orden. En Las cinco semillas de naranja, Holmes reconoce que para desarrollar al máximo el arte del razonamiento, es necesario que el razonador sea capaz de usar todos los hechos que conoce, y esto en sí mismo implica el poseer todo el conocimiento, que aún en estos días de educación gratuita y de enciclopedias es un logro poco común. Casi vislumbrando la edad de la especialización en que ahora vivimos, plantea que no es tan imposible que un hombre posea todos los conocimientos que puede utilizar en su trabajo, y esto es justo lo que se propone hacer. Para él existe una similitud familiar muy

El texto de Conan Doyle, La guerra en el sur de África: causas y desarrollo, justificaba la participación de Gran Bretaña en dicho territorio, quizá fue esto lo que provocó que le nombraran Caballero del Imperio Británico en 1902, otorgándole el tratamiento de Sir

Razonamiento al descubierto fuerte entre las fechorías, y si se tienen los detalles de miles de éstas a la mano, sería raro que no pudiera resolver la siguiente. “Es como un calendario vivo del crimen,” critica uno de sus conocidos (Stamford) a Holmes, pues su mente está llena de datos relacionados con noticias de crímenes pasados. Pero a pesar de este conocimiento enciclopédico del mundo criminal, Holmes parece a veces contradecirse. En El sabueso de los Baskerville pide a Watson que refresque su memoria sobre un caso, pues asevera que la concentración mental intensa tiene una curiosa manera de bloquear lo que ha sucedido antes. Como un abogado, dice, que tiene la información de un caso a la mano y hasta es capaz de discutir con un experto sobre su propio tema, pero que una o dos semanas de trabajo en la corte borran todos estos datos de su mente. De esa manera, asegura, cada uno de sus casos desplaza al último. ¿Será acaso que su regla no se aplica al historial de los suyos? Un hombre debe mantener su pequeño “ático cerebral” amueblado con todos los muebles que probablemente usará, y el resto puede guardarlo en el trastero de su biblioteca, de donde lo puede obtener si lo desea, confirma. Y sin embargo, Holmes parece prosperar entre el caos. En El ritual de los Musgrave, Watson comenta que le parece un tanto anómalo del carácter de su amigo, el hecho de que a pesar de que sus métodos mentales eran los más limpios y metódicos de la humanidad, y aun cuando vestía de manera formal, era uno de los hombres más desordenados en sus hábitos personales. Holmes conservaba sus puros en el cajón para el carbón, su tabaco en el fondo de una pantufla persa, y su correspondencia atravesada por un cuchillo clavado en el centro de la repisa de la chirm•FEB10/P 6

El estado de agotamiento en que lo dejaba resolver un caso complicado postraba a Sherlock en una oscura depresión.

menea. A veces se sentaba en su sillón con pistola en mano y cien cartuchos a dispararle tranquilo a la pared que tenía enfrente. Fue así como la “decoró” con las iniciales VR (Victoria Regina). Sus habitaciones estaban siempre llenas de químicos y reliquias criminales que por lo re-

gular acababan en los sitios más inesperados, a veces incluso en el plato de la mantequilla. Y nada sufría Watson más que los papeles de Holmes, a quien le horrorizaba destruir documentos, en especial los relacionados con sus casos pasados. Los organizaba sólo una vez al año o

Razonamiento al descubierto a veces cada dos años, por lo que mes tras mes los papeles se acumulaban hasta que cada rincón del cuarto estaba apilado con papeles de manuscritos que de ninguna manera debían quemarse, ni guardarse excepto por su dueño. Sin su caos, a Sherlock Holmes le es difícil vivir. En la aventura de Los tres estudiantes, donde Holmes debe trabajar en el College of St. Luke’s por varios días, se encuentra como pez fuera del agua, privado de su ambiente de Baker Street, sin sus cuadernos de notas, sus químicos y su desorden. Ese mismo caos parece seguirlo en sus hábitos de descanso. Cuando en El hidalgo de Reigate, Sherlock Holmes se encuentra enfermo en el Hotel Dulong, no es ninguna sorpresa para Watson. Su habitual “constitución de hierro” había caído víctima del estrés producto de una investigación que se había extendido por más de dos meses, período durante el cual nunca trabajó menos de quince horas al día, y más de una vez se mantuvo trabajando sin interrupción hasta por cinco días.

A veces no podía saborear sus grandes triunfos dado el estado de agotamiento en que lo dejaba un caso complicado. Mientras en toda Europa sonaba su nombre y su habitación se llenaba con telegramas de felicitaciones, él era presa de la más oscura depresión. Aún el saber que había tenido éxito donde la policía de tres países había fallado, y que había superado en todo hasta al mejor estafador de Europa, era insuficiente para sacarlo de su postración nerviosa. Lo anterior habla del verdadero estado de agotamiento en que lo dejaban semejantes investigaciones, pues nada alimentaba mejor su enorme ego que confirmar una y otra vez su superioridad intelectual por encima de cualquier otro detective. La adu-

lación que día a día recibía en su correspondencia, era para él sólo la reacción natural que podía esperarse de su “público”, estupefacto ante su talento. Y aunque la obligada modestia, propia de un gentleman inglés le impedía regodearse de su fama, disfrutaba mucho al complacer a sus admiradores, mediante el elemento sorpresa. Tantas veces confundió a Watson adivinando su pensamiento, para luego explicar el sencillo proceso mental que le ayudó a hacerlo. En Los bailarines, Holmes explica que no es difícil construir una serie de inferencias, cada una dependiendo de la anterior, y cada una simple en sí misma. Si, después de hacer eso, uno sólo deja fuera todas las inferencias centrales y presenta al público el punto

Serie de estampillas dedicadas al detective inmortal, el mismo que dijo: “Ha sido por mucho tiempo para mí un axioma, que las cosas pequeñas son infinitamente las más importantes”.

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Razonamiento al descubierto de partida y la conclusión, uno puede producir un efecto sorprendente. Y este elemento es fácil de entender en una época donde Swan y Edison recién hacían posible el uso práctico de la luz eléctrica, Harry Houdini viajaba en gira artística por Europa, todo occidente se maravillaba de los experimentos de Tesla, e Inglaterra hacía alarde de gran pompa celebrando el jubileo de la reina. Cuando en El tratado naval alguien se sobresalta al ver a Sherlock Holmes emerger de forma sorpresiva de uno de sus múltiples disfraces, lo reanima diciéndole: “Watson aquí puede decirle que nunca he podido resistir un toque de lo dramático”. En su gusto por el drama, Holmes reúne a menudo a las diferentes partes involucradas en un caso, sólo con la intención de hacer más espléndido su desenlace. En la aventura de Los seis napoleones, por ejemplo, sabiendo que el último de seis bustos de la figura de Napoleón contendría la famosa perla negra de los Borgia, reúne a Watson y al oficial Lestrade para romper el busto frente a ellos, quienes sorprendidos, comienzan espontáneamente a aplaudir. Como es natural, un Holmes sonrojado agradece con una reverencia propia de un actor dramático agradeciendo el homenaje de su público. Para Watson estos momentos son los pocos en que Holmes dejaba de ser una mera máquina de razonar, y delataba su gusto humano por la admiración y el aplauso. La misma naturaleza singular, orgullosa y reservada que daba la espalda con desdén a la popularidad, era capaz de conmoverse por la fascinación espontánea y el asombro de un amigo.

Holmes el observador Una y otra vez cae Watson en el mismo juego de Holmes. Y cuando escucha la rm•FEB10/P 10

Joseph Bell le inculcó a Conan Doyle su pasión por el método deductivo en el tratamiento de los pacientes, influencia que se puede apreciar en su obra literaria explicación de cómo adivinó sus pensamientos o acciones, no puede creer lo simple que es. En Escándalo en Bohemia, comenta frustrado: “Cuando te escucho dar tus razones, el asunto siempre me parece tan ridículamente simple que yo mismo hubiese podido pensarlo, y sin embargo, siempre me sorprendo hasta que explicas tu proceso. Y eso que creo que mis ojos son tan buenos como los tuyos”. Holmes le dice con toda tranquilidad: “Exacto. Miras, pero no observas. La distinción es clara”. Y tiene toda la razón. ¿Cuántos de nosotros sabemos con exactitud el número de peldaños que subimos y bajamos varias veces al día en nuestros departamentos? ¿De qué color son los ojos de la camarera que nos atendió en el último restaurante en que comimos? ¿Quien puede describir de forma exacta el tipo de marcas que producen en el lodo las llantas de su auto? Si para nosotros es difícil, la observación para Holmes es un talento natural. Desde su primer caso, el de La corbeta Gloria Scott, o, si se quiere, desde su primer apari-

ción como personaje literario en Estudio en escarlata, publicado en 1887, Holmes ejercita su gran capacidad de observación. Según “él” mismo, sólo su hermano Mycroft tiene mayor capacidad deductiva y de observación, pero al parecer no usa sus talentos por falta de energía y convicción. Cuando el famoso detective tenía en mente un problema sin resolver, pasaría días o hasta una semana sin descanso, dándole vueltas, reorganizando los hechos, viéndolo desde todos los puntos de vista hasta que lo hubiera resuelto o se hubiera convencido a sí mismo que los datos eran insuficientes (El hombre del labio retorcido). Entonces saldría a la caza de nuevas pistas, pues para él la evidencia circunstancial es un asunto de cuidado. Pareciera apuntar de manera directa a una cosa, pero si se cambia un poco el punto de vista, se le puede ver apuntando a algo muy distinto con la misma firmeza. En Estudio en escarlata, Holmes se refiere al dicho de que “el genio es la capacidad infinita para tomarse molestias”. Para él es una mala definición,

Razonamiento al descubierto Sobre Sherlock Holmes, Conan Doyle llegó a publicar más de 60 relatos pero que se aplica bien al trabajo del detective, pues es en los detalles más ínfimos que encuentra la solución a sus más grandes interrogantes. En Un caso de identidad, Holmes explica a Watson que al no saber dónde mirar, se pierde todo lo que es importante: “Nunca puedo hacer que te percates de la importancia de las mangas, de lo sugestivo que pueden ser las uñas, de lo crucial que puede ser la agujeta de una bota”. Y más abajo continúa: “Ha sido por mucho tiempo para mí un axioma, que las cosas pequeñas son las más importantes”. Holmes piensa en las pistas más pequeñas, pero también en los crímenes menores, que a menudo le proporcionan mayor placer intelectual. En El misterio del Valle de Boscombe, dice que ha notado que es, a menudo, en asuntos sin importancia que hay un campo para la observación y para el rápido análisis de causa y efecto, que le da el encanto a la investigación. Los grandes crímenes tienden a ser más sencillos porque entre más grande es el crimen, por regla es más obvio su motivo. Es en La liga de los pelirrojos donde reitera que, como regla, la cosa más bizarra es la que prueba ser la menos misteriosa. Son los crímenes más comunes y monótonos los que son de verdad desconcertantes, tal como un rostro común es el más difícil de identificar.

Serlock Holmes y las instituciones policíacas “Ningún hombre del presente o del pasado ha brindado la misma cantidad de estudio o de talento natural a la detec-

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“Ningún hombre del presente o del pasado ha brindado la misma cantidad de estudio o de talento natural a la detección del crimen como yo lo he hecho”: Sherlock Holmes

ción del crimen como yo lo he hecho”: Sherlock Holmes en el Estudio en escarlata. En cuanto a crímenes se refiere, ya sea que trabajara en casos de la Scotland Yard, o de oficiales extranjeros como Monsieur Dubuge de la policía de París, o Fritz von Waldbaum, el especialista de Dantzig, siempre era Holmes el que resolvía el caso y debía explicarlo al final a quienes habían gastado sus energías siguiendo pistas falsas (El tratado naval). Holmes se considera el único detective consultor extraoficial. La última y más alta autoridad en la detección. Cuando oficia-

les como Gregson o Lestrade o Athelney Jones están fuera de su elemento, lo que sucede casi siempre, le presentan a Holmes sus casos. Él examina los datos como experto y emite una opinión de especialista, sin tomar crédito de semejantes casos, ni figurar en los diarios. Pero su relación con la policía nunca fue fácil. El motivo al parecer es bastante claro, para los oficiales nunca sería sencillo reconocer que un civil podría superar las capacidades de esa vasta y entonces nueva fuerza que era la institución policíaca moderna.

En 1903, Conan Doyle tuvo que “revivir” al Sherlock Holmes en La aventura de la casa deshabitada Las instituciones policíacas A pesar de los varios intentos que se remontan a 1626 en Nueva York con la fundación de la City Sheriff's Office y 1667 cuando Luis XIV de Francia creó el puesto de lieutenant général de police (teniente general de policía) para llevar a cabo investigaciones nacionales por orden del rey, no es sino hasta principios del siglo XIX que se organizan los primeros cuerpos de policía formales. Eugène François Vidocq fue nombrado director de Seguridad Nacional (Sûreté Nationale) en 1812 y Prusia inicia una agencia policial en 1822, pero a la larga son Londres y París los que se disputan el crédito de haber fundado en 1829 el primer cuerpo de policía moderno. Es en ese año que un decreto del gobierno francés crea el cuerpo de los sergents de ville (sargentos de la ciudad). En ese mismo año, se establece la London Metropolitan Police (mejor conocida como Scotland Yard por su domicilio original), con la idea de prevenir el crimen y mantener el orden en la ciudad, satisfaciendo la necesidad de las élites de mantener la estructura social y proteger la propiedad privada. El vertiginoso crecimiento de la población de escasos recursos en los centros urbanos hicieron necesaria no sólo la creación de estos cuerpos policíacos, sino de un sistema de prisiones que poco tendría que ver con los métodos disciplinarios del pasado. Michel Foucault, el filósofo francés e historiador de las ideas (que cosa curiosa fue hijo de un cirujano y egresado de un colegio jesuita), critica el sistema de prisiones en su libro Surveiller et Punir (Vigilar y castigar), rm•FEB10/P 14

en él habla de las estructuras de poder formadas en las sociedades industrializadas a partir del siglo XVIII, en especial en las prisiones y las escuelas. Observa que el sistema penal sustituía el castigo de los “actos criminales” por la creación de la figura de un “individuo peligroso” para la sociedad (sin tener en cuenta el verdadero crimen). Antes los monarcas castigaban una fechoría mediante una ejecución pública y tortura. Después la sanción se convierte en el castigo disciplinario donde son los profesionales (psicólogo, guardia, etc.) quienes cuentan con el poder para decidir la duración del castigo del prisionero. Foucault sugiere además que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de 'prisión continua', desde las cárceles de máxima seguridad, trabajadores sociales, la policía, los maestros, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en busca de una 'normalización' generalizada. De ahí que el sistema penal moderno en cierta forma ‘crea’ al individuo, categorizando y dividiendo a las masas en dos: la de los ciudadanos pobres pero

Razonamiento al descubierto honestos y respetuosos de la ley, y la de los criminales profesionales o reincidentes. Sólo en este nuevo orden social es que puede funcionar la idea de un gentleman británico como detective, con su código de valores afín al pensamiento de la sociedad aristocrática victoriana. Es cierto que el móvil principal de Holmes para resolver casos es el enigma en sí mismo; el placer intelectual de solucionar un acertijo que nadie más atina a comprender. Pero también es cierto que en el fondo la dualidad entre el bien y el mal, entre el ágil movimiento de la máquina de un Londres glorioso e industrializado y todo aquello que pretende desacelerarla, tiene también un lugar predominante en la conciencia del detective. Si en un par de ocasiones Sherlock Holmes permite que un culpable escape, como en los

casos de El carbunclo azul y el de Los tres estudiantes, en realidad es sólo porque piensa que el “verdadero carácter” del responsable, en su subsecuente interacción con la sociedad, es el que a la larga le perdonará o le condenará por algún otro crimen. Además de su compromiso moral, los métodos de Holmes no dejan nunca de sorprender, y aunque encuentran siempre resistencia entre los oficiales de policía, éstos no dejan de reconocer su superioridad intelectual. En Los seis napoleones, Lestrade le dice que los oficiales de Scotland Yard no están celosos, sino, de hecho, se sienten

orgullosos de él, y que si fuera de visita, no habría hombre alguno, desde el más viejo inspector hasta el oficial más joven que no estaría feliz de estrechar su mano. El oficial en El signo de los cuatro lo considera un hombre extraordinario e invencible; ya que ha visto a Holmes participar en bastantes casos y nunca le ha tocado uno que no pudiera esclarecer. “Es irregular en sus métodos y un poco rápido en formular teorías”, dice, pero en general, cree que habría sido un oficial con gran futuro. En fin, todos consideran un gran privilegio la oportunidad de estudiar sus métodos de

El móvil principal de Holmes para resolver casos no es el deseo de impartir justicia sino el enigma en sí mismo; el placer intelectual de solucionar un acertijo que nadie más atina a comprender.

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Razonamiento al descubierto trabajo, aunque de forma frecuente sobrepasan sus expectativas, y en repetidas ocasiones no tienen idea de cómo obtuvo el inesperado resultado. Ser testigos parciales de los métodos de Holmes es en realidad a lo único a lo que pueden aspirar los oficiales. Holmes trabaja en los casos de manera independiente. Watson escribe en El sabueso de los Baskerville, que uno de los defectos de Sherlock Holmes era que odiaba comunicar sus planes completos a cualquier otra persona, hasta el instante de su desenlace. Parte de eso, sin duda, venía de su naturaleza de líder, que amaba dominar y sorprender a quienes le rodeaban, también de su sigilo profesional, que lo urgía a nunca correr riesgos. Holmes mismo confiesa a Watson en Estudio en escarlata “un mago no se lleva ningún crédito una vez que ha explicado su truco, y si te enseño demasiado de mi método de trabajo, llegarás a la conclusión que soy un individuo muy ordinario después de todo”. La opinión que tenía de la policía no es nada halagadora. Cuando se queja de la falta de crímenes por resolver, se burla diciendo que los pocos que hay parecen ser fechorías menores con motivos tan transparentes que hasta un oficial de Scotland Yard puede ver a través de ellos. Los oficiales son para él personas sin imaginación que sin cesar pasan por alto los hechos más simples pues siempre comienzan con una suposición errónea. Holmes en cambio se esfuerza por iniciar sus investigaciones sin prejuicio alguno, y por seguir de forma dócil donde quiera que lo guíen los hechos. Considera a Gregson, el oficial más inteligente de Scotland Yard, que es, junto con Lestrade, lo único que vale la pena de la agencia. Son veloces y energéticos, pero convencionales, y la constante pugna profesional entre ambos es como un lastre para sus investigaciones. rm•FEB10/P 18

Arthur Conan Doyle murió el siete de julio de 1930, víctima de un infarto al corazón en Crowborough (Sussex), Inglaterra A veces su opinión negativa de la policía es demasiado franca, como cuando en La liga de los pelirrojos dice del oficial Jones que no es un mal tipo, pero que es un absoluto imbécil [sic] en su profesión. Sus únicas virtudes positivas son que es valiente como un perro bulldog y tan tenaz como una langosta si le pone las pinzas encima a alguien. Los oficiales en sus historias no son colegas ni compañeros de trabajo. Son sus agentes y, en el mejor de los casos, sus guardaespaldas u hombres rudos que usa en los trabajos complicados que implican persecuciones o arrestos físicos, aunque en raras ocasiones los necesita. En la aventura de El ciclista solitario, por ejemplo la fuerte personalidad de Holmes domina la trágica escena, y todos eran marionetas en sus manos, dice Watson, cuando detiene a los criminales bajo su custodia personal, mientras manda un mensaje al superintendente de policía. Holmes parece hallar cierto deleite malicioso en humillar al oficial de policía, que soporta el escarnio, pues de cualquier forma su caso se ha resuelto y es él quien a la postre se llevará el crédito. En La aventura del constructor de Norwood, un Lestrade

orgulloso cambia de actitud cuando Holmes resuelve en forma dramática el misterio de un supuesto asesinato, ahumando al estafador fuera de su escondite. A Watson le divierte ver cómo el comportamiento despótico del detective cambiaba de pronto en el de un niño haciendo preguntas a su maestro. Otro ejemplo, aún más específico, de esta dinámica es el oficial Stanley Hopkins que aparece en El negro Peter, atónito y sin palabras al oír a Holmes resolver el caso de un viejo marino atravesado por un harpón ballenero: “No sé qué decir, Sr. Holmes”, dice sonrojado, “me parece que he hecho un tonto de mí mismo desde el principio. Ahora entiendo lo que nunca debí haber olvidado, que yo soy el pupilo y usted el maestro. Aún ahora que veo que [ha resuelto el caso], no entiendo cómo lo hizo ni qué significa”. Pero esta imagen casi caricaturesca de la policía que se extiende a la incapacidad de reconocer pistas importantes en las escenas del crimen, son sólo el medio de Conan Doyle para exaltar los talentos de su personaje en las historias. En la vida real el escritor tenía gran respeto, si no por las instituciones

Arthur Conan Doyle fue un hombre de ciencia pero a la vez creyente de la magia y el espiritismo policíacas, al menos por el trabajo de varios científicos que a fines del siglo XIX y principios del XX daban pasos gigantescos en el campo de la criminalística. Según el ‘Canon holmesiano’, Sherlock es siempre el primero en escribir documentos relativos a esta disciplina. Realizó un estudio especial de cenizas de cigarro, escribiendo incluso una monografía sobre el tema. En Estudio en escarlata, presume de poder distinguir a simple vista la ceniza de cualquier marca de cigarrillo o de puro. Es autor también de publicaciones sobre la detección de manchas de sangre y es famoso por su método para deducir la actividad de un sujeto y otras características, con tan solo observar su apariencia física. Pero lo cierto es que, aunque la criminalística cobró gran importancia en tiempos de Holmes, de ninguna manera era una nueva disciplina. Ya en el año 650 se hace mención del uso de la identificación mediante impresiones dactilares en China, aunque usados sobre todo en la elaboración de documentos legales. En el siglo XIX en occidente, expertos como Alphonse Bertillon, Juan Vicetich, William Herschel y Francis Galton, desarrollaron técnicas pioneras de la criminalística, como la antropometría y la dactiloscopía, y ya desde finales del siglo XVII, Nehemian Grew publicaba su tratado sobre impresiones dactilares. Por supuesto, es importante nombrar al ilustre y distinguido criminalista Hanns Gross, a quien se le considera el padre de esta materia, y cabría mencionar también en estas líneas a E. F. Vidocq. Hoy sus teorías son consideradas equívocas y poco científicas, pero a Vidocq se le atribuyen multitud de avances en el campo de la investigación criminal, introduciendo los estudios de balística, el registro y creación de expedientes con las pesquisas de rm•FEB10/P 20

los casos, y la utilización de moldes para recoger huellas de la escena del crimen.

Sus métodos hoy Hasta qué punto influyeron las aventuras de Holmes en la popularización de estos métodos, es algo que no se puede medir con exactitud, pero es ingenuo descartar del todo el influjo que con seguridad tuvo en sus jóvenes lectores, como es el caso de la actual situación educativa: la proliferación de series televisivas policíacas que resuelven sus casos gracias al talento de expertos en criminalística y disciplinas forenses, han incrementado de forma significativa la demanda de tales especialidades en universidades y colegios técnicos. Sin embargo, la influencia de estas disciplinas en la creación del personaje de Holmes es incuestionable. Examinando la metodología de Holmes, es evidente que Conan Doyle los modeló a partir de ciertas imágenes científicas que eran populares en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. Contrario a la opinión popular, el ‘Canon holmesiano’ no puede leerse como los textos de Julio Verne, que se adelantan a su propio tiempo, vaticinando tecnologías que de manera eventual serían comunes, como

Razonamiento al descubierto los submarinos. La creación de Holmes como personaje fue influenciada por el desarrollo de las ciencias forenses.

Los buenos hábitos El toque de genio que tuvo Sir Arthur Conan Doyle al crear a Sherlock Holmes es incuestionable. En parte testigo de ello es la enorme lista de escritores que más tarde encontrarían inspiración en éste para crear a otros detectives inmortales como Miss Jane Marple y Hercule Poirot de Agatha Christie; Lord Peter Wimsey de Dorothy L. Sayers o El Comisario Maigret de Simenon. Parte también del éxito de las historias de Sherlock se deriva de la universalidad de un tema tan antiguo y básico como el instintivo juego infantil de “policías y ladrones”; esa eterna dualidad entre el bien y el mal, entre razón e ignorancia, entre crimen y justicia, entre luz y oscuridad, que predomina en la mayoría de nuestros sistemas filosóficos y religiosos. Por eso no sorprende que Chesterton haya elegido al padre Brown, un hombre de hábitos, como su detective. Tampoco sorprende que sea un fraile franciscano del siglo XIV, Guillermo de Baskerville (cuyo nombre está directamente inspirado por El sabueso de los Baskerville), quien se pierde en el laberinto de una biblioteca monástica en El nombre de la rosa de Umberto Eco, investigando la extraña muerte de uno de los monjes. Esa misma biblioteca laberíntica, por cierto, está inspirada en La biblioteca de Babel, obra de otro gran adepto a la literatura detectivesca: Jorge Luis Borges. Pero si el laberinto místico que predomina en la mayoría de los relatos de Borges es en esencia indescifrable, los laberintos de Conan Doyle, son siempre finitos y resolubles. Aún aquellos que la elegancia del más puro y elemental razonamiento holmesiano no puede descifrar, cuentan con

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En Reichenbach, Suiza, una placa recuerda el lugar donde Sherlock Holmes fue derrotado por Moriarty.

una solución ultraterrena en su cosmovisión mística. Muchos consideran a Conan Doyle como un escritor de segundo orden, imposible de paragonar con un autor del calibre de Borges. Pero lo cierto es que pocos personajes literarios cuentan con un ejército de admiradores tan grande como el de Sherlock Holmes, que, al igual que Watson en La banda moteada, no encuentran ma-

yor placer que seguirlo en sus investigaciones profesionales y admirar sus rápidas deducciones, tan ágiles como intuiciones, pero siempre fundadas en una base lógica con la que resuelve los problemas que se le plantean. Como bien diría una vez Jorge Luis Borges: “Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan”.

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