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Keith Hopkins CONQUISTADORES Y ESCLAVOS

ediciones península®

Prólogo

La edición original inglesa apareció en 1978 con el Htulo de Co"­ querors aud stave.> y fue editada por la Cambrid¡c Unh·crsity g Press, de Cambrid' "" 1!:1 Keiti>.Hopklns

l97BI

Traducción de M•Rco-ACRI:I.IO ÚALMA.RINJ.

Cubierta de Jordi Fornas. Primera edición: septiembre de 1981.

Derechos exc lusivos de es ta edición (incluyendo la traducción y

el diseño de la cubierta): Edidoos 62 s!a., Provenza 278, Barcelona-8.

Impreso en Sidograr, Corominas 28, Hospitalet de Llobre¡¡at.

Depósito legal: B.

26.949 1981.

ISBN: 84-297-1722-ó

·

' '·

Este libro versa sobre el Imperio Romano. No se trata de una historia narrativa, sino de un intento de análisis de una estructura social cambiante, así com o de evocación de un mundo perdido. Tambi�n es un intent o de aplicación de deter­ minado s conce pt os y téc nicas s ocio lógicas modemas a la his­ toria romana. Esto tal vez parezca extraño, pero no lo habría parecido u los paclt·cs fundadoJ-es de la suciol ogfa, Ma1·x y Weber, ni a Pnreto. Weber escribió do� exten s os libros acer­ ca de l mundo antiguo. Sin embargo, la mayoría de los estu­ diantes de socio l ogía estudian mucho más acerca ele los Ara­ pesh, lo• Nucr y lo s Trobiand que acerca de Jos romanos o de los chinos, quienes crea ron y mantuvieron poderosos imperi os y culturas que ejercieron una n i mensa influencia histórica. Los historiadores sociales de l m undo posm edieval han sacado gran provecho de los progresos de las ciencias socia· les. La histolia económica, la historia demográfica y la histo­ ria cuantitativa se convirtieron en ramas aceptadas, rértiles -e incluso en boga- de la producción historiográfica. Pero los historiadores clásicos, salvo algunas notables excepciones. se han caracterlu.do por aislarse de estas nuevas corriente>, sobre la base de que lo s datos disponibles de la AntigUcdad son demasiado f ragmentarios y de que el mundo antiguo 110s es demasiado extraño como para que estos conceptos mo­ dernos puedan seri e fáci l mente aplicados. toda historia es historia contemporánea y no sólo t•eflejo los prejuicios de las fuentes. sino también los intct·cses y conceptos actuales. Los logros del mundo romano han de in­ terpretarse con una co mprensión empática de lo que los ro­ manos pensaban y con conceptos que nos son propios. Puede ser que para los his toriadores modernos esto sea UtiO pero­ grullada, pero muchos historiadores antiguos se han permití· do aislarse de la corriente principal de la historia moderna. A ello contribuyeron diversos factores, como la rigidc¿ del aprendizaje de las lenguas clásicas, la organza i ción de las universidades, la convención y la tradición. Sean cuales fue­ ren las causas, a la vista están los resultados: un profundo 5

abismo entre el modo de hacer historia de los historiadores modernos y el de los antiguos. Este libro, lo mismo que su volumen gemelo (Succession and Descerrt) intenta tender un puente entre los conceptos modernos y las fuentes antiguas. A ,·eces se ent1-etejen en un mismo análibis; otras veces resulta más fructifero mantener un contrapunlo entre la perspecti\•a moderna y la romana. Uno de sus objetivos estriba en experimenta•· con métodos tomados de In sociología a fin de obtener nuevas maneras de enfocar los cambios de la sociedad romana; no nuevos he· chos, sino una distinta manera de comprender In relación entre los diferentes cam bios. No es óste el lugar adecuado para embarcarnos en una larga exposición metodológica, lo cual requerida por si mis· mo un lenguaje nbst1-acto. De todos modos. pcrmltaseme mencionar una dificultad. A lo largo de este libro he tratado de explorar lns consecuencias a largo plaw de acciones repe· tidas, como, por ejemplo, las consecuencias de la importa­ ción de escln\'OS en Italia durante el periodo de la expansión imperial romana. o de la asignación de parcelas coloniales a los campesinos Italianos emigrantes. Quisiera explorar las consecuencias de estas acciones con independencia de las in. tcnciones de sus actores individualmente considerados. Los actores a menudo ignoraban las consecuencias a largo plazo de sus acciones. Por lo tanto, no puedo seguir la práctica com·cncional de citar una fuente antigua para comprobar cada paso de la argumentación. La fuente antigua, si tenemos sucr· te, sólo nos inform� acerca de lo que un autor antiguo pen· saba que ocurría y de sus sentimientos acerca de ello. Esto, por cie•·to, es importante, pero parcial. Ante esta dificultad, hemos de buscar otros métodos mediante los cuales poder confirmar los an�lisis. Es claro que ni el esfuerzo ni la con· cienci;� de las dificultades garantizan el éxito. La historia e� una conversación con los muertos. Noso. t1·os coollamos con val'ias ventajas sobre nuestros informan· tes. Creemos saber lo que ocurrió después; disponemos de una mayor perspectiva histórica, limpia de detalles pasaje­ ros; podemos reconstruir la totalidad del discurso y, con to­ do� nuestro� prejuicios, estamos vivos. No deberíamos tirar por la borda e�tas ventajas con la intención de limitar nues­ tra tarea a una mera comparación e interpretación de fuen· tes. Podemos hacer más. Casi sin poder evitarlo, sean cua­ les fueren nuestras ambiciones, terminamos por introducir

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subrepticiamente ficciones simplificadoras en In complejidad de un pasado en su mayor parte perdido. Por cierto que, a primera vista, esto no parece ser nada halagüeño, pero ayu. da, no obstante, a CJ.plicar algunas diferencias entre las ge­ neraciones sucesivas de historiadOJ'CS. No necesatinmente las interpretaciones históricas mejoran con el tiempo; muchas simplemente cambian. Aun así, uno de los problema� que s e mantienen a travé� d e las generaciones e s el d e cómo decidir entre conjeturas contrarias. Éste es justamente el punto en que los m6toclos sociológicos pueden prestarnos ayuda. Y es ésta la razón por la cual estos dos libros utilizan conceptos y temas sociológicos y tratan de apoyar estos argumentos con modelos, cifras y COOl'denadas, así como también con cl· tas de las fuentes. Todo ello tiende a mostrm· cómo pensa­ ban los romanos y a medir los nexos entre los distintos rae· tores. Se u·ata de intentos de acot.ar el campo en el que pue· den hallar fundamento verdades de difícil intelección y en competencia recíproca. A \'CCes, con todn su rique7.a de datos, los historiadores modernos tratan de descubrir por qué Jos agentes históricos se comportan tal como lo hacen; e.�to es, tratan d e rescatar l a intención. Los histol'iadores antiguos, en su mayor parte, sólo saben de comportamiento; en consecuencia, a \'CCes se sienten inclinados a realizar una lectura retrospectiva, del comportamiento a la intención, a través d e la asignrción de ra· cionaliclad. Surgen entonces dos proQlemas olJ\'ios, ue son q acionalida d, y el d de para quién esta racionalidad es tal r de si hemosde suponer q_ue (os protagonistas do la historia -cmperadarcs,generales o campesinos- et-an racionales. En ! L u!Q.. t itulac.lo •Bmperndores divinos• trato de mos· trar que los no sólo tienen. como objet·o estadísticas y mod penga. � .¡ Jos inb tambié c . nd i ó n & pr� m nlaco mienlos y los sentimientos de Jos protagonista< de la hls. toria y de In acción simbólica. En este capítulo examin IG-----· a¡ que en nue•tra.cultura podriamos denominAr irr aciO.IIIil l v g_ vercl: ro.'$'ugiero lahiPótesis daqtre'.en ro tocante on .J a fu l d i ez d e su circulación. determinados �latos no verda· dcros acerca de los emperadores -rumores, prediccione<, mi. lagros- eran al sistema político Jo que l a moneda era al sis. tema económico. Sin embar¡zo. estos relatos s e han dejado en parte de Indo. debido a que los historiadores propiamen. te dichos, lo mismo que los detectives, están adic.


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§.OClólQlJOS "nc

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7

el mundo del pens amien to de los romanos, tenemos que poner límite a nuestros prejuicios y tomar en serio las •mentiras•. He tenido mucha suerte con mis consejeros. Los profeso­ res P. A. Brunt y M. l . !' inlcy han leído capít ul o tras capl· tulo con todo cuidado y agudeza crllica. El doctor J. A. Not·th ha leído la versión final de cada capítulo y me ha advertido de muchos errores fácticos y conceptuales. El profeso•· sir Hcnry PheJps Brown me ha os�:;Ot'ado repetidas veces en LC· mas de economía; al profesor R. P. Dore quisiera agradece•· su amistoso aliento. Además, otros estudiosos me han brin· dado su consejo acerca de uno u otlv capítulo en particular. Christian Habicbt y Chester Starr lo han hecho en lo refe. rente al capítulo I; David Aptcr y Edward Shils, en lo tocan· te ni cnpltulo II; Emst Badian mejoró notablemente el ca· pítul o l l1, y, por último, R.obert Bocok y Geoffrey Lloyd me dieron su sesudo consejo respecto de los capltulos IV y V, respectivamente. He estado diez años redactando este libro, tiempo durnn· le ol cual he contraído deudas do g¡·atitud con colegas da diversas universidades y con instituciones que han most.ra· do gran generosidad a la ho•·a de otorgarme fondos para i 11· vestl¡¡nción. Agradezco especialmente al King's Col lege , de Cambrid!!c, que me concedíern el cargo de investigador du· rante cuatro años; al lnslilule of Ad.. anced Study, Prlnceton. que durante dos años -1969/70 y 1974/75- me permitió de· diearme a leer y a pensar con absoluta tranquilidad en con. díciones ideales. También cstov muy agradecido a los profc· sores Frank William y Car1 Kaysen, así como a mis otros colegas del Instituto, por todas las conversaciones que han mantenido conmigo. La N11f(ielrl Fmmdatiou, l� Social (le. scarch Divi.so i n de la Lo01don Sclwol ot Ecorzomic<, rl Social Research Cotmcil y la Brrmel Uuivcrsily me han ¡wovisto de fondos con los que he podido emplear a ayudantes de investí· jlnción que me ayudaron en la enorme tarea de codificación ele datos antiguos. Quiero cxpresnr mi reconocimiento a l.ynda Ress, Graham Burton, P. J. Roscoe y Oli\"er Nicholson por su esforzada labor y su amable tolerancia. Por tíltimo, qui· slera agradecer a mis colegas de la Universidad de l.eices te r, que fueron mis primeros maestros de sociología, y a mis colegas de la LSE y Brunel, quienes aceptaron mis extraños intereses por el mundo romano. K. n.

Londres, noviembre de 1977

LISTA OS ABREVIATURAS UTILIZADAS AE Aunée Epigraphique. A11cien1 Roman S1atules A.C. Jon so n et. al., A Trtmsla1i011 wil!l Commentary, Austln, Tejas, 1961. BMCRE Coins of tire Roma11 Empire in 1he Britls/o Mu· seum, ed. H. Mattingley el. al., Londres, 1923. CAH The Cambridge Anciem History, ed. J. B. Bury et. al., Cambridge, 1923-39. Catalogas coclicum aslrologomm graecorum, vol. CCAG

t

6, ed. W. Ktvll, Bruselas, 1903; vol. 8, ed. F. Cu· mout et. al., Bel'lln, 1911·29. CIG Corpus ln
Die griechiscl!e cl!rlstliclle Schriflsteller,

1897.

Lcipzig,

9

GD! IG lLAlg

hrscriptlorres Latirres Selectae, ed. H. Dcssau, Ber.

JRS

Jormral ot Roman Studies. Monumerrta Germaniae Historica, Auctores atrti· qulssirni, Berlín, 1877·91. Novellae, de Justiniano, ed. R. Scholl y W. Kroll,

NJ OG!S

ORP PBSR

PG

PO P. Giss. P. úmd. P. Oxy. PSI

RAC RE RIB TAM zss

Se utilízan las siguientes equivalencias aproximadas: 1 modius = 8,62 . 8,67 litros = 6,5 kg de trigo 1 medimnos = 52 litros = 39 kg de trigo 1 iugerwn = 0,25 hectáreas = 0,625 acres 4 HS (sestercios) = 1 denario (dn) = 1 dracma (dr) 100 dracmas = l mna (por lo general)

rís, 1922·57.

ILS MGH

MEDIDAS Y MONEDAS

l-1. Colllotz, J. Bauoack et. al., Sammlung der griccllischen DU.Ickt.Jnscltriften, Gotlnga, 1899. llrscriptiones Graecae, Berl.fu, 1873. lnscriptions lAtines de I'Algérie, ed. S. Gsell, Pa·

lln, 1892·1916.

BerHn, 1895. Orierrtis Gracci Irrscripl'ioncs Se/cotes, ed. W. Dit· tcnborger, Leipzig, J903·5. Oratorum Romanorum Fra gmen ta, cd. Malcovati, Turln', 1967. Papers of tire British Se/roo! at Rome. Patrologiae cursus completus, series Graeca, cd. J.·P. Migne, Parls, 1857·. Patrología Orierttalis, vol. 18·19, ed. R. Graffin y 1924-26. P. Griechische Papyri i m Museum... lll Giesserr, ed. O. l!ger et. al., Leipzig, 191().12. Greek Papyri in tire British Museum ... zu Glessen, cd. O. Bger et. at., Londres, 189J.I917. Tire O.tyrynclrus Papyri, ed. B. P. Grenfcll, el. al., Londres, 1898. PaJJiri greci e latilti, ed. G. Vitelli et. al., Floren· cia, 1912-. Reallexikon filr Antike ut1d Christe11ttmr, ed. T. Klauscr, Stuttgart, 1950. Rcal-Eucycloplldie der classichcn Alterttmrswis· seuscllaft, cd. A. F. Pauly et. al., StuUgart, 1894. Tlle Romatr Jrrscriptions of Britaiu, ed. W. Dftten. berg, Leipzig'. 191.5-24. Tituli Asiae Mirwris. ed. E. Kalinka e t al., Viena, 1901. Zeltsclrrlft der Savigny Stiflwrg.

Nau, París,

.

1

10

11

l l. Conquistadores y esclavos: las repercusiones de la conquista de un Imperio en la economía política de Italia

l.

EL TEMA

En su apogeo, el Imperio Romano se extendía desde el Norte de Inglaterra a las orillas del Bufratcs y desde el Mat· Negro husta la costa atlántica ele España (véase el mapa). Este territorio cubría un área equivalente a n1ás de la mitad de Jos EE.UU. continentales, y hoy está dividido en más ele veinte estados nacio.nales. El Mediterráneo era el mar interno propio del Imperio. El cálculo de su pobla­ ción ha establecido

la

cifra convencional de alrededor de cin­

cuenta o sesenta millones de personas en el siglo 1 ci.C., es

decir, aproximadamente un quinto o un sexto de la pobla­ ción mundial de la época.' Aún hoy se la considerarla como una población importante para una nación, dificil de go­ bernar incluso con ayuda de la tecnología moderna. Sin em­

bargo, el Imperio Romano se mantuvo como sistema po­

lftico único durante por lo menos seis siglos ---desde 200 a.C. hasta el 400 d.C.-, y no cabe duda de que s u integración y su perduración, junto con el caso del Imperio Chino, se sitúan cntt·c los mayores logros políticos de la humanidad. El tema principal de este capítulo es el de las rcpercu· siones que

In conquista de un imperio tuvo en las institu­

ciones pol1ticas y t;,tdores. La mayor No intcntar·é dar de la misma. Por

económicas tradicionales de los conquis· purte de esta hi•toria se conoce muy hien. nuevamente detallada cuentn oronológicu el contrario, he seleccionado ciertos ele·

rnentos de repetida importancia en el proceso de couquistn -<:omo, por· ejemplo, el ethos militarista ele los conquista­ dores, las consecuencias económicas de importar a Italia dos millones

de esclavos o la disminución de la extensión de lu

tierra de cultivo entre los libres pobres- y he procurado analizar sus mutua� •-elaciones. Esto supone introducir!)c en campo familiar, si bien a \'eces por sendas no familiares. La histor ia romana se puede estudiar con gran provecho des· de

puntos de ''ista que se complementan recíprocamente. La adquisición de u n gigantesco imperio en los últimos

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dos siglos antes de Cristo transformó un grao sector de la economfa italiana tradicional. La influencia de los beneficios impedales en fot·rua de bolln e impuestos hizo de la gran aldea que ero Roma una ciudad esplcndoro>a, capital de un imperio. Hacia finales del siglo 1 a.C., la población de la ciudad de Roma era del orden del millón. Roma fue una d e

las ciudades prcindusll;ales m á s grandes que el hombre crea. ra jamás.' Fue a!U donde Jos aristóct·atas dcsplega1'0n su bo­ tín en desfiles triunfales, gastaron la mayor parte de sus ingresos y compirieron entre sí en ostentación suntuaria. Sus gastos pl'ivados, junto con el gasto público en momune�to�, templos, caminos y desagües, contribuyeron directa e tnd•­ rectamentc n la subsistencia de varios cientos de miles de nuevos habitantes. La inmigración proveniente del campo también se vio csti111ulada por la garantía de subsidios esta­ tales de trigo, que se distribuía a los ciudadanos que vivían en la ciudad de Roma. El crecimiento de la población de la capital. y por cierto también de la población de Italia en su totalidad (véase cua­ dro 1.2) implicaba una transformación del campo. La gen­ te que vivln en In ciudad de Roma constitula un gigantesco mercado paro los alimentos que se produclan en las gran­

jas italianas, como nigo, vino, aceite de olí\n, ropa y pro­ ductos más especializados. A buen seguro que, al menos en parte, Roma fue alimentada por las provincias; un dc.'cimo del trigo siciliano, por ejemplo, se retenía en calidad de impuesto, y a menudo se enviaba a Roma. l'cro gran parte de los alimentos que se consumían en la ciudad de Roma y en otras ciudades prósperas, tales como Capua o J>uteoli, también provenían de fundos de formación reciente en Ita­ lía, propiedad de •·ornanos ricos y que er:m cultivados por esclavos.' La tt·ansformación de una economía de subsistencia,

que

prcvlameJHe sólo producía un pequeño excedc11te, en una economfa de mercado que pl'Oducía y consumln un gran ex­ cedente, tuvo lugar mediante el incremento de la producti­ vidad del trabajo agrícola en los grandes e�tablecimientos.

Menos hombres produjeron más alimento. Se expulsó de sus parcelas a los pequeños colonos subemplcados y fueron reemplazados por un corto número de esclavos.• Los ricos compraron las tierras de aquéllos o bien se apoderaron vio­ lentamente de ellas. Reorganizaron pequeñns parcelas en unidades agrícolas más grandes y más rentables a fin de

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compctit· con otros nobles, incrementar el retonto de sus inversiones en tierra y en esclavos y explotar a sus e>clll vo• de mancrn más eficaz. Además, en muchO> sitios de Italia los grandes terratenientes cambiaron el sistema de uti­ lización de la tierra.> Considerables át-cas de tierra cultiva­ ble se con' irtieron en pastos, tal vez para poder vender en la ciudad de Roma, en ve7. de trigo, productos tales como lana o carne, cuyo valor era superior pese a los gravosos eos­ tes de t•·ansporte. Otras tierras se dedicaron a plantacio­ nes de olivo o de viüedos, y el valor de su producto aumen­ tó. Estos progresos eran importantes y ocupaban un lugar

considc•·ablc en los manuales romanos de agricullura. Pero su ulean ce se vio limitado por el tamatio del mcrcudo dis­ ponible. Muchas explotaciones campesinas quedaron intac­ tas. Después de todo, el único mercado masivo era el e¡u e constitufan los pobres de la ciudad, y es probnble que és¡os gastamn aproximadamente lo mismo en pan que en \'ino y aceite de oliva juntos.• Esta debilidad del pode•· adquisitivo

total del sector urbano contribuyó a dejar a un importan­

te sector del campesinado italiano al margen de In revolu­ ción agraria, que en las posesiones más gmndcs transfor­ mó las prácticas del trabajo agrícola. La conquista de un imperio afectó a l campo Italiano en vados e importantes aspectos. Las campat'las militares en toda la cuenca del Mediterráneo obligaron a decenas de mi­ les de campesinos a prestar u n prolongado scn>icio militar. Dul'antc los dos <•ltimos siglos de l a era precristiana era co­ mún que estuvieran en armas más de 100.000 Italianos, o sea, más del diez por ciento de la población adulta que se calcula pnl'll lo época.' Las cifras globales ocultan los sufri­ mientos Individuales. Pensemos en qué significaba un pro·

longudo servicio milita.· para los campesinos individunlmcn­

tc considet·ados, qué implicaba para sus familias y para las granjas de que vivían. Muchos fundos explotados por una sola familia podían aguantar la ausencia de un hijo mayor incluso por val'ios aflos, e incluso el servicio militar pudo ayudarles al brindarles un empleo alternativo y paga. Pero para otros familias, la incorporación al ejército del ímico adulto ,-;:u-ón o la ausencia a la muerte de su padre del úni­ co hijo, en el ejército de ultramar, sólo significaba mayor pobreza y deudas.• Con el tiempo, el servicio militar masivo debió contribuir al empobrecimiento de muchos pequeños colonos romanos li-

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brcs. Sabemos al menos que miles de c amp esinos romanos perdieron su tierra. Para colmo, las in vasiones de tribus car· t agincnscs y celtas, las rebeliones de esclavos y las guerras civiles que una y otra vez tenían lugar en tcn·itorio italiano contribuyeron en conjunto a la destrucción de la forma tra·

diciunal de propiedad agrícola. Aun asl, más hubicr.m sido los campc�inos que sobrevivieran tanto a las e.xigcncias del sen•icio militar como a la de st rucci ón de la guerra, de no haber intervenido otro factor; a saber, la Inversión masiva que de los beneficios que obtenían del Imperio hac!an los ricos en el campo italiano. Sólo mediante la expulsión ma. siva de Jos campesinos italianos de las tierras que octtpaban pudieron los ricos establecer graneles fundos en Italia, que eran culilvndos predominantemente por esclavos import a·

dos. El t·ecmplazo de grondes cantidades de campesinos por es· clavos contribuyó a transformar la economía agrícola de Ita· lía y abonó los connictos polílic.os de la tardía República.

La masiva expulsión de Jos pobres por los ricos fue la base de los conflictos políticos y de las guerras civiles del último siglo de la República romana. Por ejemplo, la pose­ sión de tlerrn pública (ager publicus) y su redistribución a los pobres se convirtió en un recurso político fundamental que exacerbó las tensiones entre ricos y pobres.' lista u.,. rra pública se habla conservado en Italia separada de las que los r oma nos hablan arrebatado a la s tribus conquista· das o a aliados rebeldes, ostensiblemente para beneficio

común. Con>tltu!a una parte importante, pero minoritaria,

de toda la tie1·ra romana, que las estimaciones modernas calculan, a mediados del siglo 111 a.C., en un quinto del lO· tal y apenas algo más en el siglo siguiente (según cálculus forzosam�nte Inexactos); pero esta mala dlstl'ibución se con­ virtió en una impottánte causa de controversia polhica. La tierra pública se concentraba en manos de los ricos; las le· ycs quo prohibían las grandes posesiones de tierra pública eran ignoradas (Catón, frag. 167, ORF); y la Inercia sena­ torial dejaba sin recoger Jos impues tos que deb!an pagarse al Estado (Tito Livlo, 42.19).'0 Una histot•la fáctica del último siglo de la Re púb lica es· tarra jalonada de conflictos sobre esta tierra, de leyes so­ bre la tierra y de distribuciones de t i etTa, mucho más a menudo meras propuestas que realizaciones efectivas. En 133 a.C., por ejemplo, un joven tribuno del pueblo, aristo­ crático y revolucionario, propuso la redistribución de la tic.

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F��



,.,.3 pública que los ricos poseían ilegalmente. aseslna o por sus opositores en el Senado, per� l a �mts.tón de ttc· . rras que él habla fundado constgwó dtSInbutr ct er ta exte.n· sión de ti entre ciudadanos pobres. El problema coosts·

ena

tía e n que, pese a las salvaguardias lcga!es, los nuevos co­ lonos estaban tan expuestos como los a nu guos a ser deshau· ciados pues aún seguían en acción las mismas fuerzas. Una

á

vez m s, en el siglo l a.C., ciudadanos soldados con poder

militar y con la protección de generales polltícos, como S�a, Pompeyo y Julio César, se quedaban con pequeñas posesto­ oes al final de sus se rvici os. Pero lo más común era que co­ . gieran tierras ya cultivadas por otros pequeños propleta n�S.· situación que se agravaba porque algunos de ellos no se es·

tablecian en esas tierras sino que las vendían nucvamctlle a los ricos. Fue así como la redistribución de pcqueflas tenencias no attmentó de manera significativa e l número total de !)1!­

queños propietarios, si bien es verdad que retardó su ex· tinción.11 La tendencia pNdominante fue la de excl uir a los roma. nos pobres de toda participación siS?ificativa en los be�efi. cios de la conquista tníentras estuv1eron en el campo 1ta· liana.

.

El lugar fundamental de la tierra en la P?Uuca ro':'ana es c onsec uencia de la abrumadora importancta de la tl�rra en la economla romana. En tod os los petíodos de la htsto­

ria de Roma fuel'On la tierra y el trabajo agrícola los dos factores más i mpor tan tes de riqueza. La manufactura, el co­ mercio y las •·cotas urbanas ocupaban un lug�r secundari o en

. comparación con ln agticultura. Esto no st�mficn qu� de. , n t� ban ignor arse; el em�le o de un vemte � tremta por c¡e de Ja f:uCt'7,8 de trabaJO en tareas no agncolas es uno de los . factores que difet·cncian del resto a unas pocas soc1cdades preindus1rlalcs. l!n Italia, al final del pe rlad? de expansión . imperial, la proporción de la poblactón de d!cncla a ocupa· cione s urbanas pudo subir al treinta por ct ento (véase el

las ci�s son h!potéticas) debido a q ue los 1» . nelicios del Jmpe110 y del mtercambto económtcos, que .se reflejaban en la transferencia laboral del campo a lo Ctu ·

cuadro 1.2;

dad y de la agricultura a la artesanía o a las ocupaciones serviles se conce ntrnron en Italia. La ciudad de Roma fue la capi al de la cuenca del Mediterráneo . En el resto del Imperio Romano, l a proporción de la �erLa de trabajo que se dedicab a pri mor dialment e a la agncultura era probable.

t

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mente del orden del noventa por ciento , como en Italia an­ tes del periodo de e xpa nsión ." Pero aun en Italia, en el apo­ geo de la J)t'Osperidad, y en todos los niveles de la sociedad, tanto entre los nobles como entre Jos burgueses y los cam­ pesinos, el poder y la riqueza dependían casi directamente del área y de la fertilidad de la tierra que cada Individuo posela. Las tenencias de tierra eran la expresión geográfica de la estrntificación social. Entre la población rural, aun cuando en Italia la esclavi· tud llegó a su máxima expresión, es probable que los cam· pesinos libres constituyeran la mayoría de la población lta­ linna fuera de la ciudad de Roma." Entiendo por campe­ sinos, desde un punto ele vista ideal, la s familias que se dedicaba n con preferencia al cultivo de la tierra, fuera como p ropietar ios libres, fuera como arrendAtarios (a monuelo co�no ambas cosas), ligados a l a soc,eclad global por vln culos ele tm· puestos y/o renta, obligaciones de trabajo y obligaciones po· líticas. Es importante la persistencia del campesinado, pero t am bién Jo eran los cambios en la propiedad y la organización de las explotaciones, asl como la emigración masiva de cam· peslnos italianos libres, que hicieron posibles tales transfor­ maciones en dicha organización. Pueden ser útiles algunas indicaciones cuantitativas; se trata sólo de aproximaciones de magnitud, si bien fundadas en o derivadas ele los cuidadosos análisis de datos que rea­ lizara Brunt (1971). Calculo hi poté ticamente que en dos ge­ nerac io nes (80·8 a.C.), aproximadamente la m ilncl de las fa. milins campesina s de Italia -más de un m i llón y medio de personas- se vieron obligadas a abandonar sus granja s an­ cestrales debido principalmen te a intervenciones estatales. Ma rc h ar on n nu eva s tierras en Italia o fucm de In pcninsu­ ia, o bien m i graron por propia decisión a In ciudad de Roma y a otras ciudades de Italia. E.l canal más Importan· te de esta movilidad fue el ejército. En un flujo comple· ment:ario, mucho más de dos millones de campesinos de las provincias conquistadas se convirtieron en prisio nero s de guerra y luego en esclavos en Italia." Tales cambios afecta­ ron incluso a los campesinos que habían permanecido fir­ mes en su tierras ancestrales. En verdad, el crecimiento de los mercados, la importación de esclavos y los impuestos, l a i posició n de ren ta s y un general Incremento de la mone­ m tización transformaron toda la estructura de la economía romana : Pero a pesar de estos cambios y ml¡raciones, el 18

sólido núcl�o de campesinos italianos mantuvo su condición de tales. En este capitulo centrru-é mi atención en las repct-cusio­

nes de la conquista en los dos elementos más importantes la economla romana, es decir, la tierra y el tt-abajo. Po­ demos advertir su relación cambiante, por ejemplo, en la adquisición ele graneles fundos por parte de lo• ricos y en la importación masiva de esclavos para su explotación. Ambos factores tuvieron consecuencias sociales y pollticas profun· das. El Impacto de la victoria en la sociedad conquistadora nos obsequia con ltn proceso de cxtraordh1nrio interés so. ciológico. Roma nos proporciona uno de los pocos ejem pl os bien documentados de una sociedad preindustrlal en la que se dan cambios sociales rápidos en un perfodo de estaoca­ miento técnico. La conquista militar c um plió la mi sma fun· ción que una amplia innovación técnica. Los •·ecursos ele la cuenca del Mediterráneo se volcaron en Italia e hieict-on añicos las i nstitucion es tradicionales. El gobierno romano in· tentó absorber la nuevn riqueza, los nue\'OS valores y la nue­ va administración dentro del marco de trabajo preexisten­ te. Pero fracasó, lo mismo que la mayoría de los países modernos en desarrollo, en e l establecimiento de institucio­ nes para la utilización de nue,·os recursos sin conflictos vio­ lentos.'-' de

2.

LA

lNTRODUCC!óN DE BSCI.IIVOS

En la transformación ele la economía italiana durante el

período de expa ns ión i mperial sobresalen dos a spect os : el aumento de In riquezn de la élite romana y el ct·ecimi ento masivo de l a esclavitud. Ocupémonos primero de la escln· vitud (véase también el cap. 2). De acuerdo con las mejores estimaciones modemas, a finales del siglo r a.C. había en Ita· Jia alrededor de dos -y hasta tres- m illones de esclavos, esto es alrededor del treinta y cinco o el cuarenta por ciento de la población total estimada de llalla. Dados los datos con que contamos, estas cifras son sólo conjeturas. Tal vez sean demasiado altas. Bn el Sur de Estados Unidos, cuando la esclavitud llegó a su apogeo, la proporción de esclavos sólo era de un tercio. Sea como fuere, no hay motivos fundados para dudnr de c¡ue en los últimos siglos ele l a et·a precris19

l tiana se importaran a Italia una enorme cantidad de escla· ,·os La ltolía romana perteneció al reducido grupo de cinco : ooctcdadc• en que los escla,·os constituyeron una gran pro.

porción de la fuerza de trabajo. Cunndo comparamos la esclavitud romana con la nortea­ mericana nos wrprcnde el desarrollo de la esclavitud en la Italia romana. En el siglo xvm, la esclavitud se utilizó como medio para teclutar mano de obra destinada al cultivo de tierras recientemente descubiertas, y para las cuales no se disponJn de suficiente fuerza de trabajo local. Aquí y allá, los esclavos produjeron cosechas pa.-a vender en los mercados que la incipiente revolución industl'ial alentaba. En la Italia romana -y también en la Atonas clásica, aun­

que en mucha menor escala- los esclavos se reclutaban p�ra cultivar tierras que ya eran cultivadas por campesinos ctudadaoos. De modo que no sólo tenemos que explicar la

importación de esclavos, sino también la expulsión de ciu­ dadanos. La impot·tnción masiva de esclavos agricultores a Italia

cetural produjo una drástica reorganización de las posesio. nes rurales. Muchos pequeños agricultores fueron desaloja­ dos por los agricultores ricos y reunidos eo granjas más gran­ des a fin de que las cuadrillas de esclavos pudieran ser so. metidas a una supen•isión eficaz y un empleo provechoso."

Aun a;f, la esclavitud no constit11í a en absoluto una solu· ción obvia a las necesidades de mano de obra agrícola de l a élite. Muchos campesi nos tenían fuerza de trabajo exceden­ te, y los jornaleros libres trabajaban parte de su tiempo en los fundos ele Jos ricos. La interdependencia de los hom­

b•·cs da fortuna y los campesinos libres, muchos de los cua­ les cnm propietarios de cierta extensión de tierra a la vez

que trabajaban en la tierra de los ricos como arrendatarios parciales o como jornaleros, queda muy bien Ilustrada en el siguiente pasaje del tratado de agricultura de Varrón (siglo 1 a.C.):

•Todo el trabajo agrlcola está a cargo de 4!.\cla\'OS o de hom­ bres librts, o de ambos a la ,·ez; de hombre libres cuando éstos culti\'an por sl mismos la tierra, tal como lo hncen muchos po. bres con su familia, o cuando trabajan como jornaleros coo�rata­ dos para las tareas más pesadas de la granja, tale.\ como la cose­ cha o el almncenamlento del heno... A mi juicio, es m�s ventajoso trabajar tierrasinsalubres con trabajadores libres asalariados que con esclavos; e incluso en sitios sanos, las tareas pesadas, tales

20

como el almacenamiento de la cosecha, pueden realizarla mejor los trabl\ladores libres• (Rtmm msticarum libri 1li, 1.17)."

La e�pulsión de los campesinos de sus parcelas aumen· tó la cantidad de trabajadores libres subempleados. ¿Por qué los ricos no utilizaron trabajadores libres asalariados en vez de invertir el eapiral en la compra de esclavos? Éste si­ gue sieodo a(ln uno de los problemas relativos o la escla­

v itud como bien mueble masivo . .Más abajo arguyo que, por lo gene•-nl los esclavos et-nn muy caros (si bien los datos ace_rcn d� esto son escasos), de tal modo que, a fin de que la mverstón en esclavos fuera rentable, los propietarios de ,

esclavos debían hacerlos trabajar el doble ele tiempo del que Jos campesinos romanos necesitaban normalmente para mantener un nivel ele subsistencia mínimo." Esto implica que el trabajo de los esclavos agrfcolas rom
de esa manera se perdía la inversión, incluidos los costes de supervisión. La sustitución masiva de campesinos ciudada­ nos libres por esclavos conquistados fue un proceso com­

pleJo y dificil de entender. Lo mismo que en la mayoría de los problemas socioló· cicos, lodo intento de explicación implica explicaciones ul­

teriores. El examen del crecimiento de lo esclavitud nos pone ante una completa red de intercambios que afeolaron prác­ _ ucamcnte a todos los aspectos de la sociedad romana. ¿Por qué esclavos? ¿Era la posibilidad de obtener mayores bcne· ficios lo que Inducia a los ricos a comprar esclavos? ¿0 se trataba mtls bien de que los �-aJores de los hombre� libres i hiblan de trabajar en dependencia permanente de otros les o romanos? ¿Ha,ta qué punto este desarrollo de la esclnvitud

s e vio fuvorccido por

la frecueocia de sidad de que los ciudadanos sirvieran facilidad con que se esclavizaba a los era la relación entre el aumento de la

las guerras, la nece·

como soldados o la conouistados? ¿Cuál extensión de las fin­

cas y el de la magnitud de los excedentes y de lo� merca. 21

dos urbanos que consumían el excedente increm entado? Des­ de luego, es mucho más fácil formular pregun tas que dar respuestas. Por ahora sólo quiero destacar la comple jidad del pro­ blem� y la med1da en que Jos intercambios e conómicos se t·�loc•onaban con las tJ·adiciones políticas y Jos valores so­ ' c�ales. a la vez qu 7 �lan influidos por éstos. Con cierta ar­ . bltJ'OI'J< dad he decrdtdo centrar la atención en siete proce­ sos que, desde mi punto de vista, $011 Jos que más afectOI' OD el crecimiento de la esclavitud. Son:

GYcrru oonciouas

de co n.quiJia Imperial c. 2SO a. .· 9 d.C.

C

la formación d� vastas propiedades agrícolas; _ el empobrecmuento de los campesinos; lo emigración de los campesinos a las ciudades y a las provincias; el crecimiento de los mercados m·banos. T•·ataré primero de las interconexiones entre estos proce­ sos Y luego, en las últimas secciones de este capitulo, de cada uno de ellos por separado (pp. 40 y ss.). Pero Jos pro­ cesos estaban hasta tal punto entrelazados que ha sido im­ posible analizar aisladamente cada uno. Primera

aproximación al esquema

El diagrama (figura /.1) nos da una visión al vuelo de pájaro de las conexiones entre los siete procesos citados. No estoy s�guro de que el esquema sen más útil que una In­ troducción o un resumen final de capítulo; sin cmba•'!lo, como la fotografía de un pasaporto o un menú, puede servimos de gula en una realidad compleja, aun cuando no la repre.

sente con fidelidad . S u trazado se fijó de manera gradunl . imero scilnlaré a t ravés de una ser1e de nrgumentos que pr brevemente y luego desarrollaré. Los romanos conquistaron toda la cuenca del Mediterrá­ neo en dos siglos de luchas casi continuas. En comparación con cualquier otro Estado prelndustrial, la proporción de

ciudadanos romanos que e�tuvo en armas durante estos dos siglos de conquista fue mayor, y sus servicios fueron mtls prolongados." Los sucesivos éxitos de guerra permitieron a

22

c&onos romanoJ

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F'llu'lnciamiento

do nuev�s Jl\ICI'r:t$

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l a guerra continua; la olluencia de botin;

su inversión en tierras;

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Repoblamt'nlo de las P'J"C)\Jncclas con

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Esclavos agrlcol�l

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en Italia; forma• elón de lfMd�S (un·

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L a producción ex ee cd nt� do alimentos propOráon� t-enia. a los prola 1kna ple tarlo$ de

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I'IGUR•' J.l.

La progresión !le la esclavitud en Ttatia. Un l!Jqut·

mil d6 iuterdeJJendeucia.

botín en forma de tesoro, dinero y escla\'os. El tesoro acumulado en el Medi· terráneo oriental fue transferido a Roma. El botín entrega· do al tesoro estatal se vio pronto complementado por im­ puestos provinciales que, poco o poco, se condrticron en In principal fuente de ngresos i del Estado. La élite romalll\ realzó su status con el dispendio de esta nueva riqueza en gasto� suntuarios en Roma y otras ciudades italianas. Este gasto proporcionó nuevas formas de empleo tanto a los ciu­ dadanos libres como a los esclavos y creó una nueva doman­ los romanos llevar a It.alia un ingente

da de aUmentos en las ciudades. La demanda incrementada

23

Carthago Nova

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d� alimentos se satisfizo en parte con importaciones de los

�s�os que, a modo de impuestos, se perciblan en las pro­ vmctas, y en parte con un nuevo crecimiento del excedente agrlcola en Italia. Por esa época, esas mismas fuerzas crearon nue,·os merca. dos "r un nuevo excedente. A medida que los miembros de la éhte romana se enriquecían, invertían una parte conside­ rable de su riqueza en tierras italianas aptas para la agri· cultut"n. La inversión en tierras era la única inversión po· s�ble en gran escala, que resultaba segura y prestigiosa. Los rtcos concentraban sus posesiones rústicas y levantaban sus fundos cerca de su casa, en tien"as que prev iamente hablan estado ocupadas por ciudadanos. Gran cantidad de ciudada· nos desplazados migraban a la ciudad de Romn parn sacar ventaja del aumento del gasto que en esta ciudad habla, o entraban en el ej ército, o se dirigían a la llanura italiana del norte, n;clentemente abierta. No está muy claro por qué los terratementes romanos preferían tan a menudo esclavos a trabajadores Ubt•es. Se han propuesto varías razones: la ma­ yor rentabilidad de los esclavos, el bajo coste de los mismos (cosa que dudo), el riesgo de incorporación al servicio mi­ litar de los pcqueflos arrendatarios libres y su consecuente inhabilitación como trabajadores parciales, y In repugnancia de los ciudadanos libres a trabajar la jornada completa como jornaleros en las posesiones de los ricos. Cualesquie­ ra fueran las razones, ciertos resultados parecen claros. La situación económica de muchos campesinos libres se dele· rioró. Muchos de los •conquistadores del mundo•, como acostumbraban ellos mismos a llamarse, fueron expulsados de sus granjas y suslituidos por gente a quienes hablan vencido y esclavizado. Sin embargo, la importación masiva de esclavos puso a los ciudadatJos pobres en situación de de· pendencia respecto de un estrato superior (fundo). La sus· titución de campesinos tuvo repercusiones polltlcas cuya consecuencia fue la rcasignación de pequeñas parcelas a los que carecían de tienas y a los ex soldados. Estas asignacio­ nes aliviaron temporalmente la situación de los ciudadanos pobres, pero no llegaron a mejorarla realmente. Los subsi­ dios del Estado para la distribución de alimentos a Jos po. bres de las ciudades aumentaron el flujo de inmigrantes a la ciudad de Roma y, como más adelante mostraré, constitu­ yeron un estimulo suplementario para la producción agtico­ ln en grandes fundos, al asegurar el poder de compra de los 26

1

!

pobres de las ciudades. La solución final del conflicto de in­ tereses entre los campesinos ciudadanos y los grandes te•·ra­ tenientes fue iniciada por Julio César y continuada bajo Au­ gusto. Esta solución consist ía en el restablecimiento masivo de colonos romanos en las provincias, lo que reducla la pre­ sión que sobre la tierra italiana ejercían los ciudadanos sin tierra y los pobres de la ciudad; y esto permitió también la ulterior expansión de la élite terrateniente en Italia. En resumen, éstas son las razones que desarrollaré en lo que resta de este capítulo y que se hallan sintetizadas en el diagrama ele flujo ({ig. /./). Pero quisiera agrega•· otro punto de vista acerca de la función de la esclavitud en el sistema político. La explotación de esclavos permitió a la élitc romana cxpandil· su riqueza en un nivel en consonan· cia con el control político que ejet•cía en la cuenca del Me· dilerráneo, sin necesidad de tener que explotar abicrtamen. l•! a la masa de ciudadanos Libres, salvo en su tradicional pa. pel de soldados. Este j uicio puede parecer extrnl'lo, si tcne. mos en cuenta en qué medida los campesinos fueron expul· sados de sus tierras. Pero resulta razonable si consideramos cuánto más evidente habría sido la explotación si, por ejem­ plo, se hubiera obligado a Jos ciudadanos campesinos expul· sados a trabajar pn1'n los romanos ricos en calidad de sier­ vos domésticos, tal como ocurrió en Inglaterra antes de la Revolución Industrial y durante la misma. Ad�más, la esclavitud hizo posible mantener la produc­ ción agrícola en Itnlin a pesar de los altos niveles de rccJu. !amiento militar y de la emigración a la ciudad de Roma. A diferencia de los conquistadores manchúes de China en el siglo .wn, quienes se incautaron de la burocracia existente i rios de pensiones o sinecuras y se convirtieron en benefica que proporcionaba el sistema impositivo, la élite conquista· dora romnnn puso n salvo su riqueza mediante la adquisi· ción de tierras en su patria. Como bien vio Mnx Weber, este proceso hizo ncccsurios cambios en las leyes que reglan la propiedad de la tierra a fin de permitir la acumulación ilimitada y asegurar la tenencia de tien·as tanto públicas como privadas.'" Una vez establecidos grandes mercados urbanos, la pro­ piedad de la tierra proporcionó a la élite ganancias conti­ nuas, mientras que no obtenían el mismo resultado de la explotación de las pmvincias, pues, según el sistema pollti· co romano, las familias aristocráticas tenían que procurar·

27

1i

1 se el apoyo electoral de los plebeyos para los cargos poHti· cos. La gran mayoría de las familias de la aristocracia romana corr! a el riesgo de no tener asegurada la elec­ ción generación tras generación para los altos cargos ni la aneja oportunidad de obtener beneficios -en las provincias. Cuando alcanzaban el cargo, la presión para obtener benefi­ cios )' con,·ertir el botí n en renta de Ja tierra llegaba a su máxima expresión. Asl, una de las principales funciones de la escla\'itud consistió en permitir a la élite incrementar la discrepancia entre ricos y pobres sin necesidad de impedir al camp�sinado de ciudadanos libres el cnmpllmicnto de su voluntad de luchar en las guerras por la expansión del impe­ rio· la esclavitud permitió también a los ricos el recluta· mi nto de ma no de obra para sus fundos en una sociedad que ca•·ccla de mercado de traba o; y permitió el gasto sun­ tuol io bin necesidad, una vez más, de la explotación directa de los hombres lib•·cs pobres. La esclavitud hizo inncccsa· rio para los ricos el empleo directo de los pobres. salvo



'

3.

Italia

En todos los pcl'iodos. la econonúa romana en en las provincias descansa sobre las espaldas de los campcbi· nos. En consecuencia, conviene comenzar por examinar cier­ tos factores que una y otra vez marcaron la relación entre campesinos >' 61ite. Después de ello podemos dirigir la aten ción a las condiciones económicas en que el Estado romano comenzó su expansión terl'itorial de ultramar. Para simpli­ ficarnos ltl ta1-en partiremos de dos supuestos que, lo mis­ mo que algunos otros que vendrán luego, son meras hi� ·

tesis, pero que pueden ayudarnos a aclarar Ja perspectiva

o

de la econ mía romana. Una fácil comprobación de su plau­ sibilidad consiste en pensar en las consecuencias de las hi­ pótesis alternativas. En primer lugar, supongamos que las cualro quintas portes de la fuenas de trabajo italiana y . de las p•-ovinclas se ded icaba primordialmente a la producctón de aimentos l (y hasta pienso que la cifra real tal vez fue­ ra más alta). En segundo Jugar, supongamos que el consu­ mo medio de los habilantcs de centros urbanOb, la mayorfa de lo� cuales ernn pobres, no era muy ctistinto al de los campesinos. De ello podemos extrner dos conclusiones. Pri­ mero, que la productividad agrícola era baja, puesto que re· querla cuntro familias productoras de alimentos para aUmen· tar a una quinta. Tan sólo después de la revolución agraria en Inglnteru, en el siglo XVIH, estas proporciones medias pu· dieron ser radicalmente transformadas. Actualmente, en Es­ tados Unidos (cifras de 1973), por ejemplo, un trabajador agrícola produce lo suficiente para alimentar a más de cin· cuenta personas. Segundo, que, en promedio, los campesinos

j

como soldados. Al no emplea•· Jos ricos a las masas urbanas de una ma· nera directa, Jos pobres quedaron a merced de las fuerzas

del mercado. La agricultura estaba sujeta a grandes varia· cioncs de producción y el aprovisionamiento de la ciudad de Roma dependía de un transporte en el que no se podfa con· fiar. Fell7mente para los pobres de las ciudades, su poder como ciudadanos electores les aseguraba el uso de los recur­ sos d�J Estado a través de la gestión de los pollticos que aspiraban a s11 apoyo. El Estado. a su vez, garantizaba lo� suministros de trigo a través del impuesto, y proveía de tl'l· go a un sector sustancial del mercado (34 kg por mes y por ciudadano) al comien1.0 a un precio fijo ba o y luego a pre­ cio libre. Más adelante sostengo que este apoyo del Estado se•-vla para garantizar la capacidad de los;pobres para com· prar más trigo, más aceite y más vino, todo lo cual se pro­ duela en lo• fundos de los ricos. Pero la trnnsformaclón de los cludodanos de la capital en pensionados del Estado, si bien los protegió de la pobreza, también anunció In desapa­ rición de su poder político.

j

1

1 28

UN ESBOZO DE LA ECONOMIA

romanos consumlm1 cuatro quintos de su propio pl'Ociuclo Y con el quinto restante m!lntcnlau a los no campesinos. Lo mismo que en toda economía prcindustl'ial mttosufi· cicntc, el grueso de la fuerza de trabajo del I p � cdo se ocu· limentos, cuya paba primordialmente de la producción de a mayor parte consumian los propios productores. llstc era el elemento más importante de la economJa romana. A este cuadro agregamos el supuesto de que los cam� sinos produ· cfan individualmente la mayor parte de su alim ento, y no tcnlan intercambio m i portante de alimentos entre sí. Ade­ más, parece probable que los artesanos. a causa del bajo nivel de inversión de capital, apenas si producían algo más que el campesino medio. Podemos advertir que, en una in29

mensa proporción, todo esto se producía tanto en Italia como en las provincias, y no se intercam biaba, quedaba al margen del met-cado, sólido e inJlexible, casi fuera del alcance de las fuerzas de la moneda. El análisis de la economía romana no debe perder jamás de vista este sólido núcleo no comer­ cial. Los métodos mediante los cuales la élite creaba produc· to excedente de los campesinos, y se apoderaba de él, eran los impuestos, la renta y el intercambio comercial, que cons­ tituían el segundo elemento en importanc ia de la estructura de la economfa romana. De los tres nombrados, y en el con· jumo del lmperio, el impuesto se fue convirl iendo gradual. mente en el más voluminoso, dentro de cuyo ámbilo el im· puesto sobt·c la tierra y las cosechas constituía una gran proporción; sin embargo, hay que destacar que los romanos �e encaminaban a tropezones, a partir de una tradición de pillaje, a un sistema impositivo estable. Y la pcrce1,ción de los impuestos no impid ió que los funcionarios obtuvieran beneficios privados, tanto en el momento de la conquista como durante la posterior administración de las provincias conquistadas." En consecuencia, para abarcarlo todo, he· mos de agregru· el pillaje, incluidos los esclavos, y el usu· fructo privado de los impuestos, rentas e intercambio mer­ cantil como métodos comunes de extracción de excedente de los productot·es del sector pr imario. En la incidencia de los impuestos nos encontramos con grandes dlferenoías regionales. Después de 167 a.C., los c iu· dadanos romanos ele Italia no pagaban impuesto de ninguna naturale?.a sobre las tierras. Este privilegio se conservó has­ ta finales del siglo u1 a.C. ¿A quién beneficiaba? La ínmtt· nielad impositiva ponía a los terratenientes en condiciones de obtener dcvatlas rentas, y de tal suerte contribuía al alza de pt·cclos de la tictra ilaliana. En Egipto, en cambio, los campesinos que vivían fuera de las tierras de regadío de la corona, no pagaban renta, pero debían entregar regularmen­ te la mitad de su producción en calidad de Impuesto. En otra� provincias, la tasa más común de impuestos parece haber sido un décimo de la cosecha (decuma).ll SI tomamos este décimo de la cosecha como un impuesto promedio para todo el Imperio -lo cual parece razonable-. entonces los impuestos sobre la tierra, según nuestros supuestos previos, aportaban (o eran iguales en valor a) aproximadamente la mitad de los alimentos consumidos por los no campesinos. 30

subsistencia de los campesinos

simiente

subsistencia de los campesinos

simiente

J�torcnt a

b e

10 a = renta e Impuesto pagado en espede.

producto vendido en el mercado local al contado para pagar la rentn y el impuesto en metálico. e = producto vendido en el mercado para comprar bienes pQI'a el consumo de los campesinos. b

'

=

FIGURA !.2. Los campesinos comían la mayor parto Esquema hiporttico.•

de su

producción.

Tal como se desprende del uso común del término diez­ mo (decuma}, en el último período de la República una parte considerable del impuesto se percibía directamente como alimentos, y no como dinero. Bl trigo de Slcilla y de Africa, por ejemplo, se utilizaba para alimentar al ejército y a la ciudad de Roma. Aun cuando los impuestos se co­ bmban en dinero, a menudo el Estado gastaba este dinero en la compra de comida para los soldados romanos. L., enorme confianza que se depositaba en los impuestos que se percibían en alimentos contribuyó a que el eslndo roma· no pudiera manlcnot· una gran superestructura con ínstitu· clones económicas extremadamente simples y con sólo un muy pequeño sector mercantil. La prosperidad de la ciu· dad de Roma dependía del poder polftico romano y del con· • lll esquema Uuslra el vasto sector de la economía que ocupaba la subsistencia, lo pequeño del sector no agrlc:ola, la equivalencia de las funciones del impuesto y la renta, el escaso valor del lnterenmbio de dinero entre campesino y ciudad y el bajo nivel de vida medio de los campesinos. Se trata, por supuesto, de una mera hipótesis, y si es aproximadamente cierta, lo es sólo para In población considerada como un todo.

31

sidulcnte flujo de impuestos y de rentas. A diferencia del Londres prcindustrial, el tamaño de la ciudad no depen día de •u capacidad para exportar manufactu1-a o para comer· ci�r. Vale la ¡>ena observar que, en la medida en que los im.

cedente y que, si habían logrado ahorrar algo, lo más pro­ bable era que se vieran obligados a emplearlo en comer. Sólo una proporción muy pequeña de su producción total se des­ tinaba a la compra de bienes ma ..utacturados (hechos a mano) en la ciudad. Pero no quier o exagerar. Por pobres que fueran en •u mayor pa rte, el conju nto total de las de· �andas de cincuenta millones de campesinos constituye un Importante mercado para la produ cción urbana.

puestos que se percibían en las provi ncias en dinero se gas· taban en Italia, se esti mulaba a Italia a importar un VO·

lwnen de mercancías de valor equivalente, con el cual, por a•l dccil"lo, las provinca i s podían recuperar su dinero y pagar >U> impuestos al año siguiente . Es indudable. que el

El predo

establecimiemo de este equilibrio entre comercio o tmpues· to llevó bastante tiempo, de tal modo que en las primeras

etapas de la conquista las provincias se empobrecieron Y se . endeuduron mientras qLIC en Italia se producía una cterta . inflación P r supuesto, este burdo bosquej o de la economía Imperial debe set· matizado para poder tener en cuenta otros factores como la mine ría; sin embargo, aun baj o esta forma i portantes relaciones existen­ primitiva pone de relieve las m tes entre impuestos y comercio. Después de los impuestos, las rentas provenientes de la tierra dedicada a la agricultura constituían el método más importante de transferencia del producto excedente de ma· nos campesinas a manos de la élite y a las ciudades. Para las clases superiores, las rentas agrícolas y los Ingreso� pro­ venientes de Jos fundos trabajados por esclavos y administra· do� por empleados constituían la mayor fuente de ingresos. E: servicio del gob ierno -incluso la percepción de impues­ tos- quedaba relegado a un lugar muy secundario. Tam· bién algunas remas se percibían en alimcnt.os y no en . dinc. ro. Esta práctica restringió aún más el sector mercanh l. En , el conjunto d11l Imperio, el valor toa! de las rentas -•nclu· yendo los ingresos provenientes de explo taciones agrícolas administradas por agentes- era probablemen te menor que el de los impuestos. Esto no se debla a que los niveles de renta (ueran más bajos, sino a que era mucha menos la gente que paguba renta que la que pagaba impuestos. Síem· pre hubo un conj unto considerable, tanto en I talia como en i os independientes que no paga· las provincias, de campesn ban rentas, cuyo núme ro, aunque fluctuante, no llegó a de;;a· parecer. Por último, a parlir de las descripciones de la vtda campesina en muchas otras sociedades, parece razonable su­ poner que, pese a las considerables vataciones, la mayoría de los campesinos del Imperio Romano eran pobres; que la renta y e l impuesto les llevaban la mayor parte de su ex-



1

'

El pequetio propietario ittdepclldlent•

en la temprana Roma El tema central de este capitulo es el de las cousccuen. cias que tt.•vo sobre la economía italiana la expan�lón impe­

ria l postenor a la larga lucha de Roma contra Cartago (264· 202 a.C.). Me gustarla describi r, como fondo de todo ello,

i

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minio del impuesto más la renta sobre el intcr· cambio comercial subraya la opinió n común de que, en el mundo romano, la relación entre la ci udad y el campo era en gran medida una relación de explo tación." Las ciudades eran •ccnt•·os de consumo• que const unlan la mayo1• parte tanto del propio producto de sus habit antes como la de l ex­ cedente campesino. Pero no habría que olvidar que los ha­ b�tanles de la ciudad también prove ían servicios, como por e¡emplo de gobierno y administr ación, que proporcionaban a los campesinos un medio estable en donde éstos pudic•·an trab a jar. El precio que los campesinos pag aban por esta tran. . . qu ll idod era muy alto. Lo mismo que en otros imperios preind�strlalcs pa�ecc digno de destacar que toleraran por tanto tiempo las tmpos•clones del gobie rno y de los terra. tementes.

'

1

algunos aspectos de la temprana economía romana que puc. den contribuir ni análi sis de los desarrollos posteriores. Para ello hay una dificultad , carecemos de fuentes contemporá· neas. Sólo podemos hablar de historia social temprana -esto es, a ntesde mediados del siglo Ili a.C.- a través de la pro­ _ iones que conocemos me· �ecc,ón retrospectiva de las instituc ¡or en periodos posteriores, así como mediante la recons· trucción de un pasado lejano a partir de las i mágenes que nos han dejado historiadores poster iores. Poca cosa es se­ gura, y casi todo, discutible. El siguiente resumen no podrá, a su vez, dejar de serlo también."

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i lo m a.C., a pesar de su poder polí­ A comienzos del sg central, Roma tenía una economln �imple, casi de >ubsistencia. La superestructura era pequeíln, no había instituciones tales como un ejército profesional o una buro­ crncia permanente que dependieran de la existencia regular de un amplio excedente. La acuñación de moneda era en Roma ca;i inexistente o inútil, y el comercio probablemente escaso. Ni siquiern la élite romana era particularmente rica; y da testimonio de ello la reducida área que tenia bajo con­ trol -que en 296 a.C. equivalía aproximadamente a la cuar· ta parte de la actual Bélgica- y la vigorosa tradici n d? austeridad que se prolongó a trnvés de las edades htstón­ cns. Los problemas crónicos del Estado se centraban en la conquist a de las tribus de las montat'las y en la l'ivalidad entre los aristócratas y Jos pobres por la escasez ele la tie­ rra y el empobrecimiento por deudas. Casi toda la fuerza de trabaj o se componla ele pequcflos productores agrlcolas que vivían en granjas familiares, mu­ chas de las cuales -. Me doy cuenta de que es peligroso acoplar el valor. general cuando se duda de la ver dad de sus elementos constderados n i div idualmen te; sin embargo, nos vemos obligados n adop­ tar este critel'io a l reconstruir siquiera sen un bosquejo de la estructura social de la Roma primitiva. En primer lugar, las historias tradicionales en que la éli· te romana presenta un cuadro de su propio pasado dan a entender que In propiedad de la tierra estaba muy extendi· da en la Roma primitiva. A pesar de que estas historias sean una mezcla casi inextricable de ábulas f y hechos dudosos (por ejemplo héroes, batallas, victorias, derrotas pasajeras, dis­ cursos imaginarios en el campo de batalla y en el Senado). es impi'Obablc que todo lo que cuenten sea completamente tico en llalla



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falso: por el contrario•.es probable que sea el reflejo de las condic�on�� reales de vtda de aquel lejano período. Por ejem· . plo, Dtomsto de Hahcarnaso (Arqueología romana, 2.28) re­ lataba que el segundo rey de Roma, que reinó en el siglo . vrn a.� dcstmó n e:.clavos y extranjeros a actividades se­ dentanas Y mecárucas, y reservó a los romanos la agrlcu l rura Y la guerra. En segundo lugar, la obligación de servir en la tnfanterla, du proveerse cada uno de su propia arma­ dura Y de pagar impuestos, dependía de la propiedad de cier­ ta canudad de tierra, aunque, en apariencia, no era muy grande. l'arcce que el ejército romano, a diferencia del de la Atcn s clásica, no requería armadura pesada y can1, y que, POI tanto, podla reclutars e entre un amplio sector de . la poblactón.21 Iln tercer Jugar, la cifra de ciudadanos vat'O· nes adultos de los c�nsos t-omanos (por ejemplo, 262.321 ciu­ dadanos en 294/293 a.C.) sugieren grandes densid ades de po­ b actó�·'• Aun cuando estas cifras tempranas sean contra­ dt�tonas y prob�hlemente inexactas, la alta tasa de cmig ra­ CIOll a las colontas parece corroborar la iofercnc la genernl de un� alta densidad de población. Entre 338 y 218 a.C., �� gobierno romano �stableció cuarenta colonias en tierra nahann conquistada y las pobló con colonos de los alrededo­ res de Roma, me7.cla de ciudadanos y no ciudadanos. Las fuentes nos proporcionan cifras acerca de la cantidad do va­ "?nes adultos que fueron a algunas de estas colonias (por CJemplo 300, 2.500, 4.000, 6.000); 4.000 colonos varones adul­ tos supondl'lan una población inicial total de alrcded o1• de 13.000 personas entre hombres, mujeres y niños, lo cual par ece demastado.11 Aun para un cálculo moderado, el flujo de cmi· grnntcs a estas cuarenta colonias italianas debió superur los 100.000 y debló llegar al cuarto de millón entre hombres, . . muJeres y milos. Por �ll�mo, las na•:raciones acerca de héroes populares ?om� Cmcmato y Mamo Curio Dcntato, nobles pero pobres, tmphcaban que, por lo general, las posesiones rústicas cnm­ pesmas eran pequeilas. Una y otra vez hablan las fuentes de parcelas de dos Y siete iugera (0.5 y 1,75 hectáreas) como . tradtcionalcs o sufictcnt es. Por ejemplo, •hay un famoso di e Manio Cul'io [cónsul en 290 a.C.]... según el cual cho u.n cmdadnno que no se satisfacla con 7 iugera debla con­ st derarse subversivo (pertticiosum}; pues ésta era la medida de las parcelas que se entregaron al pueblo una vez derro­ cados los reyes• (Plinto, Historia Nalllral, 18.18). Estas 0¡. .•

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' fras relativas al tamaño de las parcelas parecen tan erró­ nea' como las de los censos pri mitivos. En efecto, en los m�JOt"CS ni•cles de productividad probable>, una parcela de 7 mgera apenas hubiera podido proveer la mitad del míni­ mo necesario para la subsistencia de una familia media. Tampo<.-o r�sull.< fácil comprender cómo podln complemen· tar•c de manera regular un ingreso ran escaso; es muy poco probable que los campesinos pobres pudieran criar animales de pastoreo y parece completamente improbable que en este perlodu t.:mprano la mitad de los ingresos de la mt�yorla de los campesinos dependiera del trabajo en los Cundos de los ricos. Es obvio el peligro de ser tendencioso, pero aun as! es diffcil Cl'itar la conclusión general de que las parcelus campesinas de la Roma primitiva eran prcdomiMntementc pcqUCllaS.a En resUJnen, la ausencia de instituciones dependientes de un vasto excedente, la ausencia de monedas de plata de acuñación local, la reducida escala del comercio, la ausen· cia de grupos dependientes sin tierra a los que alcanzaban los beneficios de las rentas, las extendidas obligaciones del sen•icio miULar ligadas a la propiedad de la tierra, la pro­ babilidad de que la población de Italia central fuera densa a pesar de la considerable emigración y, por úllimo, In cviden· cia de la c�istencia de pequeñas parcelas de tierra, todo ello sumado parece apoyar la opinión de que la economía romnna de l siglo 111 a.C. estaba dominada por una ancha franja central de pequcfios propiet arios rurales Ubres auto· suRcicntcs, es decir, por campesinos que poscfan y cultiva­ ban sus propias granjas. Por duuuju de esta amplia franja de agricultores, debió habct• una importante minoría de cHmpesinos dependientes que ohtcnlan ww parte de su subsistencia trabajando para los que estaban en mejor situación. En verdad, es probable que mucho.s familias de pequeños ag¡·icul lores que apenas vivfan por encima del nivel de subsistencia dependieran pe· riódicamente de vecinos más ricos. Las demandas variables de la ramilla en momentos diferentes de su ciclo \ital, las enormes variaciones anuales en l a magnitud de las cosechas, que aún castigan a la agricultura mediterránea, y la repen­ tina exigencia de impuestos a fin de hacer frente a una emer­ gencia, todo cUo reforzó un esquema de préstamo y depen­ dencia común a la mayor parte de las sociedades campesi· nas. En algunos, esta dependencia se expresaba parcialmen36

te en el endeudamiento, en las altas Lasas de interés co la servidumbt-e por deudas y en la venta como cscln''� en el extranjero. En 326 a.C. la servidumbre por deudas se decla· ró ilegal en Roma, pero su práctica se mantuvo hasta mucho más tarde en otros sitios del imperio y probablemente tam­ bién en Italia." La dependencia también se expresaba en la institución de la clientela. lln su forma idealizada, la clientela se conside­ raba como un vinculo hereditario de n i terdependencia seme­ jante a una o·clación de sangre y santificada a través de la penalíza:i�n ritual de su violación. Los clientes debían pres­ tar scrvtctos, se esperaba de ellos que hicieran regalos a su patrón roda vez que éste tuviera que pagar rcscat.c, dote, multas, o lns expen�as de un cargo público. 1'córlcamcnto se espe¡'abn que el l'atl·ón explicara las le:ves a los clientes y les prote¡¡icm de los pleitos. Lo que parece importante en esto, y p&I"Ccla digno de mención a nuestras fuentes, ern la idea del servicio mutuo que diferenciaba la clientela romana de las formas de dependencia de otros sitios, en que los amos u·ataban a los dependientes libres como si éstos fue. ran eschwos. Unn de las diferencias estriba en el supuesto de que lo, clientes romanos tenJan algo que dar a sus pa­ trone•. razón pot· la cual no estaban en total situación de dependencia. Esto reciprocidad en la relación clicntc.patrón se ajusta muv bien a mi opinión de que casi todos los ciu· dadanos de Jo R.omn prirnith·a eran propietaria• de aiRuna extensión de tierra. Sin embargo, tenemos que considerar con pnoclcncin el o·etmtu idealizado de la ins titución de la clientela; en Jupón, por ejemplo, ideales semejantes enmas­ cararon una explotación considerable. Parece probabl e que la íns lituclón ele la clientela reshingiera significativamente la indcpenclencln de ciertos pequeños propietario• ondcola�.30 La organl7nclótl de In fuerza de trabajo asalariada acrlco­ la en Romn se basaba en el supuesto de que l a mavol·la de lo.< trnbaiadorcs eran tambii!n propietarios dt' clerln exten­ sión de tiel-ra. Esto se puede deducir del hecho de que lo< romanos, como es evidente. nunca desnrrollaron un
modados empleaban a campesinos libres por un dla o para una tarea especifica, como la cosecha o la tri l la." Este tra· bajo intermitente tenía varias consecuencias. Primero, los trabajadores tenían que poseer alguna parcela de su prople· dad para proveerse de la parte principal de su subsistencia. Segundo, en el mundo romano del siglo l![ a.C. no habla un verdadero mercado de trabajo de trabajadores móviles y sin tierra. Como resultado de ello, cuando el crecimiento del im­ perio produjo un cambio en los patrones de producción aj!rf· cola en Italia, la nueva fuerza de trabajo necesaria se reclu· tó primordialmente en forma compulsiva a través de la Ins­ titución de la esclavitud. Por supuesto, en el siglo m a.C. había algunos esclavos en la Italia romana, pero sospecho que no muchos. La mayor parte de las referencias a la es. clavitud en la Roma temprana sugieren la existencia de una esclavitud en pequefla escala; otras, parecen anacrónicas." Tercero, los propielatios rúslicos prósperos que poselan más tierra que la que podían cultivar con su propio trabajo. utilizaron la clientela en combinación con el arrendamiento y la participación en las cosechas. Métodos que les asegura· ban que, en las lernporadas críticas, sus tierras serian tra· bajadas antes de que los campesinos se dedicaran a cuidar sus parcelas. En resumen, tal como yo veo las cosas, el área directa· menle gobernada por Roma a comienzos del siglo nr a.C. no era lo suficienlcmente grande y rica como para servir de sostén a considerables concentraciones de riqueza. Bl sislema polllico reRejaba lo extendido de la obligación de !le. var armas, así como de la propiedad de la tierra. Si bien la siluación distaba mucho de ser democrática, constitula una real limit.ación del grado de explotación de los ciudada. nos. Es probable que, en coniunco, los nobles poseyeran la mayor parte de las me,iores tierras, pero lo más común era que tuvieran sólo modestos ñmdos. Pocas fincas eran lo •u6cientemcnle grandes como para requerir el empleo de mano de obra no familia.r a lo largo del afio. La mayor par· te de la lierra de cultivo y de la lierra común era explotada por pequeños propietarios o campesinos libres, algunos de los cuales eran, parcialmente dependlenles del palroclnio de los más prósperos. La mayorla de los romanos eslaban subempleados. Hastn los pequeños productores libres que apenas superaban el nivel mlnimo de subsistencia pasaban mucho tiempo sin 38

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nada que hacer. Una familia campesina media, que produ· cla lo mínimo necesario para su subsistencia en una tierra de buena calidad, utilizaba mucho menos de la mitad de su capacidad de trabajo disponible. Este •ubcmpleo crónico sigue siendo aún común en muchas econom(as campesinas que utilizaban los cu!Uvos de secano. Bsc·a ci.rcunstancia se vela institucionalizada en Roma en la gran cantidad de días feslivos y en la parlicipación pública en In polltica. Sobre lodO, el subempleo permitió al Estado pone•· impuestos sobre el lrabajo cuando no podla extraer exccdenlc suficiente del produclo bajo la forma de impueslos. El lrabajo excedente era gravado en forma de servicio mf. lilar. La pobreza y el desempleo de muchos campesinos ro· manos, sobre lodo, (pcrmilieron un elevado lndice de movi· lización militar (normalmente más del diez por cienlo de los ciudadanos adultos varones) en )os dos úllimos siglos de la era precristiana. En otras palabras, las licrras de los sol· dados ausentes eran cultivadas por otros. La desorganiza· ción y los costes sociales que ello implicaba eran grandes. Las mujeres y los hijos de los soldados, viudas y huérfanos, quedaban sin protección alguna, y sus fincas quedaban casi siempre abrumadas de deudas. Calan, pues, en manos de los ricos. Complementariamente, en el sistema agrícola tradicio­ nal, para cultivar sus lierras los ricos dependlan del traba· jo excedente de los pobres libres, que se empleaban como arrendatarios, como medieros o como lrabajadores ocasiona. les. Pero la conquista de un imperio aumenló la n i cidencia del servicio militar y o bien sacó de la escena el trabajo ¡¡. bre, o bien lo volvió aún menos seguro. Además, en la me· dida en que los fundos de los ricos se hnclan cada vez más ¡;rondes, aumentó lambién su necesidad de ruer?.a de tra· hnjo, Sin embargo, los campesinos, como sobemos por el csludio de sociedades premodernas, se caracterizan por su repugnancia a realizar más lrnbajo que el necesario para sa· lisfncer sus mínimas necesidades de subsistencia. Los ro­ manos ricos, por lanto, buscaron en otros silios trabajado­ re� dependientes de tiempo complelo. No lo< podían conse­ p:ulr en el mercado de trabajo porque éste ern virtualmente inexistente. En cambio. los esclavos eran carturados en la gue. rrn y se importaban por la fuerza. La emigración de la fuc•·za de trabajo libre para incorporarse al c,l6rcico y la In· mi�tración de esclavos agrfcolas eran procesos complemen­ tarlos. 39

4.

LA GUBRRA CONTINUAll

Quisiera referirme ahora al primero de los siete factores que más influyeron en el desarrollo de In esclavitud y de la economla polltica de Italia. Durante los dos últimos siglos de In República, el Estado romano estuvo casi permanen· temcnte en guerra. La éiite romana estaba orgullosa de sus 6.•itos militares; las historias de su pasado estaban llenas de relatos de batallas; sus héroes y líderes eran generales como Fabio el Temporizador, Ecipión el Afr icano (a menudo los ge· ncralcs romanos tomaba n apodos de las tierras que hablan conquistaclo), Pompeyo el Grande y Julio César. El centro de la cluclncl de Roma estaba atestado de trofeos de guerra, alta· res y templos que se prometían en un momento ele crisis en el campo de batalla y se levantaban luego con el botín obtenido, arcos y estatuas triunfales, columnas de templos cubiertas de escudos e insignias militares de todo tipo (Tito Livio, 40.51), así como piedras con inscripciones que recor· daban los rriunfos e inspiraban la emulación de los jóvenes, como, por ejemplo, una inscripción en el templo de Ma· ter Matula, erigido en 174 a.C. donde se lee: ,

•Bnjo el mando y los auspicios del cónsul Tiberio Sempronio Graco, la lejtlón y el ejército del pueblo romnno conquistaron Cerdef\a. F.n esta provincia fueron muertos o capturados más de 80.000 encml¡¡o,. El Estado fue bien servido; los allndos, libera· dos; los rento,, •·establecidas. Volvió con el ejército sano y salvo. cargado de botln. Volvió por segunda vez a la ciudad de Roma en tFiunfo. En Conmemoración de Este Acontecimiento ofreció ésta como un Don a Júpiter.• (Tito Llvlo, 4l.Ul.) • Cuando u'' �eneral romano habla coducido con 6.xi to una campafln, esc•'"'ía al Senado detalladamente sus conquistas. Si estas victodas se hablan producido contra •enemir;os de valla•, y si se habla dado muerte al menos a cincn mil hom· brcs en una sola batnlla. podía solicitar desAle triunfal a su regreso a la ciudad de Roma.JS La magnitud do la t""'""a hecha por los romanos queda reflejada en la conmemoración de mtls de setenta triunfos en los 200 aftos que "an de 252 n 53 a.C. Bl reconocimiento de un triunfo era un premio que se reservaba a los principales magistrados romanos: pretores, cónsules y dictadores. Aun nara éstos se trataba de un ho­ nor excepcional de un hlasón permanente paro su deseen. .

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dencia. Era la única ocasión en que un general podía hacer desfilar legítimamente a •u tropas por la ciudad de Roma. En prhnet· lugar iban los magistrados y los senadores acom· pañados de trompeteros, luego los despojos de guet·ra ccre­ moniahncnte desplegados (y que eran competitivamente cnu· merados en lo> registros públicos: « .. Coronas de oro de 112 libras [romanas] de pesos; 83.000 libras de plata; 243 Ji. bras de oro; 118.000 tetradracmas ateniense.�; 12.322 monedas llamadas fiUpicas; 785 estatuas de bronce; 230 estatuas de mtlrmol; gran cantidad de armaduras, armas y otros dcspo· jo� del enemigo, además de catapultas, ballistae y máquinas de guerra de toda clase . . . • (Tito Livio, 39.5; en 187 a.C.) Cun. dros y lemas -como el •Vine, vi, vencí• de Julio César­ ilustraban los éxitos del general. Detrás seguían los pl'isio· ncros de guerra: reyes en carros y con cuerdas alrededor del cuello, prlncipcs encadenados, jefes de los ej
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rias ponen de manifiesto una riva.lidad por lo gloria entre los nob.les romanos, rivalidad que fue por sí misma una de las causas de la guerra. Por ejemplo, en 176 a.C. un eón· sul se. detenfa en Roma con ocasión de una elección ex­ traordmarin; •durante mucho tiempo había estado impacien­ te por �olver a su provincia, cuando afortunadamente para . s.u ambtctón llegaron cartas que le informaban de que Jos hgures se hablan revelado• (Tito Livio, 41.17). En otro caso cuando el encm g o traía rehenes y pedía la paz. el cónsuÍ (177 a.C.), que aun se encontraba en Roma, comprendió que había perdido su oportunid�d de triunfo (Tito Livio, 41.10). No hay que ver en esto actitudes o actos de locos irrespon· sables, sino que han de considerarse más blon como los productos repetidos de una competitiva cultura de élite que provocaba y perdonaba la beligerancia... como di.Jo un ge­ neral romano: cYo no negocio la paz salvo con gente que se ha rendido• (Tito Livio, 40.25). instituciones politicas romanas reflejaban un interés stmtlar por la guerra. De todo romano se11i or que ocupaba un cargo pú�lico se esperaba que fuera un general compe.. tente. La mc¡or prueba de esto es que la designación de los magistrados en escenarios, incluso graves, de guerra se ha· cía al azar. Esta mera práctica indkaba la necesidad de ex­ periencia mllltnr temprana en la carrera de un senador. Du­ rante el siglo tT a.C haber prestado diez años de servicio n:'ilitar, generalmente a partir de los 17 años. era un requl· s�to normal para ser elegido para un cargo plÍblico. Es smtomátlco que el primer cargo plÍblico de Importancia se­ cundarla para el que se elegla a los jóvenes nobles fuera el de oflcinl legionario (tribtmus militum.). que si bien no era un paso esencial en la carrera de un líder afortunado era c�mún y útil. En efecto, daba oportunidad de adquirir' glo­ ria pe•·�onal en el campo de batalla, asl como una cxpcrien. . cia mthtar que más adelante resultarla de vital importancia. Por primera vez. un hombre elegido para un alto cargo, como el de pretor o cónsul, muy bien podía ser designado para po­ nerse al frente de uno cualquiera, al azar, de los grandes ejércitos. Durante el sig.lo r a.C. ya no se exigía un largo servicio militar a los miembros jóvenes de la élite. Por el con· trario, cada ,,ez estaba más en auge dedicarse a adquirir experiencia en la vida politica y en la abogada de los tribunales romanos. Sin embargo, algunos jóvene.� ambiciosos de alto rango segu!an enrolados en el ejército y serv!an como



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ayudantes (contuberMies) de los jefes. Julio César, por ejem­ plo, sirvió en condición de tal, si bien sólo por dos o tres años. Y a lo largo de la República todo alto cargo llevaba implícito el mando militar. Aun se esperab que los genera· les nobles derrotaran a los enemigos de Roma y supieran resolver las situaciones diffciles. Además, el mando militar constituJa siempre la vía más segura hacia la conquista, la exaltación de In reputación, el triunfo y el botin. La idealización de la gloria militar ocultaba con su re­ tórica los gigantescos costes de la guerra. Lo mismo que aho�a. las guerras se libraban entonces en defensa del te· rritorio, para proteger a los aliados, para asegurar la liber­ tad (Tito Llvlo, 35.16) y ccon la esperanza de lograr In paz• (Tito Llvio, 40.52). eLa única razón para ir a la guerra -es­ cribla Cicerón- es asegurarnos una vida en paz.• (De los deberes 1.35.) Bn nuestras fuentes no encontramos mención alguna de Jos mutilados o de los heridos. Sólo raramente oímos hablar de devastación de cosechas, ganado y vivlen· das, pérdidas que afectatían mucho más a los pobres que a Jos ricos. Nuestras fuentes establecen en casi cien mil el nllmero de soldados romanos y aliados muertos en el campo de batalla durante la primera mitad del sijllo n a.C.; pérdidas importantes, si hemos de creer el nlÍmet·o, pues la población adulta masculina total no llegaba probablemente al millón de individuos en aquella época.16 Estas cifras no in· forman de los muertos en las epidemias a que estaban ex­ puestos los ejércitos ni tienen en cuenta el carácter incom­ pleto de los registros romanos; en épocas de crisis como la de la invasión de Italia por Aníbal y las guer1·as civiles del final do la República, la Incidencia de la muerte y de la destrucción fueron mayores aún. No cabe duda de que los cbárbaros• dcl'l·otados del norte de Italia y de las provincias lo pasa•·on aún peor que los romanos. La muerte de muchos campesinos en la guerra, tanto en el país como en el ex· tranjero. fue uno de los factores más importantes de la des· población de las tierras agrícolas de Italia. La guerra continua y la conquista de toda la cuenca me­ diterránea precipítaron cambios radicales en el tipo de ser­ vicio mllltar. Tradicionalmente la proporción de ciudadanos en condiciones de prestar servicios en el ejército era al­ ta. La modalidad com(m de lucha contra las tribus vecinas habla consistido sobre todo en campañas e.�tivales a cargo de soldados campesinos. Se obligaba a pelear incluso a los 43

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campc�inos que sólo po<elan pequeñas parcelas de tie•·ra r que estaban en condiciones de proYeerse de una simple annadura y de armas. A tocios ellos se les solla calificar pcr:.uasivamentc como cparte interesada de la comu nidad• l.ll alto nivel de participación militar de los ciudadanos s reflejaba en la estructura de las primeras instituciones poli· tícas -como los comicios por centurias- en el poder po. Htico de los ciudadanos, en los derechos legales de los ciu· dadonos y en un perceptible Interés común -res publica-, o! menos dentro de los limites del estrato de la sociedad que llevaba armas." Por la misma ra1.6n quedaban exclui· dos los escfa,•os, los residentes extranjeros y las mujeres. Durante los dos últimos slll!os de la República, los ej�r­ . C•tos romanos se vieron repetidamente envueltos en guerra.s prolongadas en teritorios de ultramar, y esta circunstancia 1e1'min6 con el sistema tradicional de reclutamiento. Se pro­ longó la duración normal del servicio militar y gradualmente se fueron transfiriendo las cargas del servido militar' de la ampl.•n capa dé campesinos ciudadanos propietarios de tie· tTa, que s�rvían ocasionalmente como soldados, a un gru­ po pmporcwnalmente" menor de soldados que prestaban ser· 1• lcios profesionales por tlempo prolongado, muchos de los cuales eran pobres y ca1-eclon de tie1·ra. Es difícil estable­ cer cifras definitivas de estas tendencias, y tal vez hasta se­ ría engañoso hacerlo. En efecto, una de las camcterlsticas principales del ejérc ito romano durante todo el periodo de cxpan�lón impetial fue lo Imprevisible de su tamaflo. Los soldados no se enrolaban para un plazo o servicio especffi. co, sino pa•·a una ean,pa�a. que podía durar uno o varios nllos. El tamaño del ejércit<> oscHaha de acuerdo con los peligr·os con que se cnrrentaba el listado. Sin embargo, opa· recen con claridad las lineas principales de una tendencia nueva. Más adelante me referiré al hecho de que, a comien. zos del siglo l l a.C., má� de la mitad de los ciudadanos p�stnban scn·icio en el ejército por un período medio que probablemente no fue.-a menor de siete años. Aproximada· mente dos s ielos más tarde, bajo el reinado de Aull\lsto, nl�o menos de un sexto de los ciudadanos nacidos en Ttalia pre�taban seiTicio en el ejército por un término medio de veinte nflos. Los campesino� armados habían sido reempln· 7ado• por· un ejército profesional. llstos cambios en la duración del servicio militar, en Ja composición social del cj6•·clto y en su profesionalismo agra.



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>aron las repercusiones del gigantesco esfuerzo militar sobre la economía pulltica de Italia. En electo, la ausencia de un 1érrnino mcd1o de 130.000 campesinos italianos, que presta· ban servicio e n el ejército, constituyó una forma de emigra­

ción campesina. Del mismo modo quc la muerte en la gucml, dicha nusc11cit'l ayudó a crear \'Ocios en la tierra italiana, vn· clos que los ricos estaban muy impucicntcs por llenar. Pero a diferencia ele la muerte, esta ausencia era temporal y de

duración imprevisible. Algunos soldados campesinos regrc· saban después de haber prestado largos servicios en el ex· tranjero para encontrarse con que en "" ausencia sus faml· lías se hablan cubierto de deudas o con que los acreedor\!s !<;S hablan arrebatado sus tiCI'ras. Además, su mera dispo. n ibilidad para ser llamados a sen·icio reducía la confianza en los campesinos como medieros o arrendatarios parciales. El servicio miUtar agravaba las dificultades económicas de los pobres, mientras que para la élite significaba la posibi· lidad de incrementar la propiedad de la tierra y la prosperi· dad. Las victorias romanas de ult•·nmnr ct-eaban gradualmcn· te una fuente alternativa de fucrt.a do trabajo, los esclavos. Los soldados campe sinos romanO> luchaban por su propio

desplazamiento.

Pero esto no era todo. Los cambios en el tipo de rcclu· tamlcnto estimularon la inte•·,•ención directa del ejército romano en los conflictos políticos de Roma. En los viejos tiempos, al final de una campaña o entre dos períodos de guerra, los soldados campesinos volvían a sus granjas. El ejército estaba inserto en el campesinado. Podemos scguh· el proceso ele SLL separac ión a tmvés: de la escasez de rcclu· tados que reunian las condiciones de p ropiedad tmdiciona. les pa•·a el servicio militar; de In reducción y eventual abolí· ción formal del equisito r de propiedad (JO? a.C.); de la asig· nación de granjas a ex soldados �in tierras y, por último, en el Principado, a través del eslablccimicnto de tropas pro· fcsionales de servicio prolongado a lo largo de las fronte­ ras del Imperio, lejos de su lugar de nacimiento... La nueva polltica de reclu tamiento de soldado<, que ahora tenia lugar predominantemente entre los pobres o los que carecían ele tierra, aun cuando resultara a veces impopular y los hom· bres fueron incorporados al se•·vicio por la fuerza, contri· buyó a aliviar el conflicto social en Italia, ya que ofrecía a aquellos un empleo aj eno a la tictTn. Contribuyó a resolver los problemas de recluta01i.ento, dado que los pobres acep.

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taban el servicio por largos períodos de mucho mejor grado quo quienes tenían tierras que atender. Cuando más tiem. po sirvieran en el ejército, más se cortaban los vínculos con las aldeas de las que eran oriundos. Pero esta polltíca creó u n nuevo problema, el de qué hacer con un cuerpo profe· . SJonal de soldados •in tierras a quienes la finalización de sus servicios militares se les presentaba sin perspectiva fu. tura alguna de medios de vida. El ejército profesional liberó de la obligación de pelear a muchos campesinos con tie­ rras, pero únicamente a costa de crear una nueva ntma para la guerra civil. Analicemos más de cerca e l esfuerzo de guerrn romano. Es evidente que el tamaño del ejército nos da una idea de la magnitud de este esfuerzo. A lo largo de los dos ú.ltimos siglos de la República (véase cuadro 1.1) el ejé•·clto roma· no llegó en repetidas ocasiones al 8 % o más ele los eluda· danos adultos varones; en 225-23 a.C. el tamaño medio del ejército era del J3 % de los ciutlatlanos adultos vaJ'ones. Pero en los años anteriores a la manumisión masivo de los aliados italianos (90.89 a.C.), el ejército de ciudadanos sólo represen­ taba una parte de todo el esfuerzo militar romano. Los ali a· dos italianos contribuyeron con un promedio de tres quintos del total de las fucrtas armadas romanas dumn1e los treinta años (200.163 a.C.) posteriores a la guerra contra Cartogo, accr· ca de la cual tenemos mucha información. En este periodo, el tamaño medio de los ejércitos romanos/italianos era de más de 130.000 hombres. Poco más o menos lo mismo pu�de decir· se del periodo 80.50 a.C., acerca del cual también contarnos con buena información (véase cuadro l./). Los datos aislados del pel'loclo intermedio sugieren que en muchas ocasiones la contlibuclón de soldados de los aliados fue mayor que la de Roma." El esfuer�o militar romano fue inmenso tanto en tér· minos proporcionales corno en términos absolutos. El tamaño del ejército romano es comparable, por ejemplo, al del cjérci. to francés de mediados del siglo xvn, que a la sazón era el más grande de Europa, pero con la diferencia de que la po­ blación de Franela superaba los 20 millones de personas, es decir, era casi el uiple que la población de la 1talia romana." Pero hacia el final de la República se advierte más clara­ mente el carácter guerrero del Estado romano. El Imperio sólo pudo conquistarse gracias a la participación masiva de las clases más bajas en la guerra, participación que era como la imagen especular del militarismo de la élite. Comprende46

remos esto con toda claridad si consideramos la duración me­ dia del se• vicio militar. Desgraciadamente, como tan a me· nudo sucede en la historia de Roma, carecemos de informa· ción precisa. Además, es importante destacar que en los (J(. timos tiempos de la República el servicio no tenia una dura· ción establecida. Lo• generales, que se elegfan anualmente, esta�an autorizados por el Senado para reclutar legiones, si l a sJtuución lo exigía, antes de dirigirse al escenario de la guerra. En el momento de ser incorporados al ejército, los soldados podían no tener idea de cuánto duraría &u servicio. Esta inscglll'idad fue un factor importante de inestabilidad política, cosa que no debería pasarse por alto. Sin embargo, es claro que semejante variación no impide calcular un prO· medio. Sabemos que los ciudadanos estaban en disponlbi· lidad para servir en el ejército durante dieciséis años (diez años en la cabu llcrla) entre tos diecisiete y los cuarenta y seis años de edad. A comienzo del siglo 11 a.C.. se consideraba que los ciudadanos que habían prestado servicios por más de seis anos continuados hablan cumplido el plazo requerido y podían rcg1·éSar a su ca;,a (Tito Livio, 40.36.10): hacia finales de la Re­ pt'iblica, los soldados prestaban servicios más prolongados. El emperador Augusto instituyó un ejército profesional en el que los soldados servían durante dieciséis años y más tarde durante veinte años." Por tanto, es tentador llenar hi­ potéticamente los huecos eltistentes en nuestra información; las probabilidades son limitadas y claros los coeficientes. Cuanto más breve es In duración Juedia del servicio, mayor es In proporción de ciudadanos que se incoll'oran. l.o más probable es que el peso del servicio militar rcca. yera dcsproporcionadmnente sobre los hombres jóvenes. Los ciudadanos qucd"bnn sujetos a servicio militar al cumplir los diecisiete años. En la preparación de la figura J.J me for· mulé cuatro hipótesis simplificadoras: a) que todos los hom. bres se incorporaban al ejército a los diecisiete años: b) que el servicio tenía la misma duración para todos; e) que la tasa de mortalidad entre los soldados era la misma que en· tre los civiles y d) que la expectativa media de vida estaba aproximadamente a mitad de camino entre el máximo y el mínimo que se encuentra en las poblaciones preindustriales (<'. = 25}... -e_, probable que ninguna de las tres primera, hi· pótesis sea correcta; pero en la medida en que la mortali· dad fuera entre los soldados mayor que en la población civil, o en que los reclutas se n i corporaran al ejército a una edad 47

CtADRO 1.1. El militarismo de Roma: cantidad de c/udactanos que servlan como :.oldados en e.l ejército romano pOr dtcadas, 225-23 a.C.

a

b

Fecltas a.C.

Población de ciudadcmos calculadcl (millares)

atlo centrtd (casi todos

ll� w1 iuter wliO)

225

213 203 193 183 173 163 153 143 133 123 113 103

93

S3 73 63 53 43

33

23

300 260 235 266 315 314 383 374 400

381 476 ó.lé6 476 6.lé6

(400) (400) (1.030) 1.030 1.030 (1.030) 1.480 1.600 1.800

e

Tammio

calculado de/ ejtrcito de ciudadanos (millares) 52 75 óO

53 48 44 33 30 44

37 32

34

so

52 (143) 171 1 20 121 240 20 5 156

d Proporci6n de soldados sobre ti total

de clmilulanos (c/b) (%) 17

29

26 20 15 14 9 8 11 10

769 769 13 13 14 17 12 12 16 16 9

9

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5

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3 "' ..

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... o P. o ...

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40

pmu.bao &tf'Yk:lo en d ejád&o l'(ICrWlO en c.acdcbd suftdc1'1le, A pa.rtJr de es�� fecha los he lnc.luldo y pua dlo be sepldo b.s c-.ifraJ qu.e d.A 8NJit al respec1o; unos 150.000 e:n 43 a.C. y unos ns.ooo en lJ a.C. I.as cifn.s cntrt: p&Kntcsi.s 500 a\in r:'l)eOI)t aquru que 1u otras. Los dltuk» del t.a.rllaDo del c;trci t o (columna e) 1ambWt1 escb � en. Brunt (1971), pp. 44, 404. ••s. •.N. 432:449 y 501..SIO. En1:ro 195 y S9 aC., Jos datos que 10 dan son mccUat para b d&ada (193-1!9, 188-19, etc.); lo' otros COC'rt:$ponden

·18

60

80

l 'rOpQl'Ción de ciudadanos j óv enes , de nnos de edad, en el ej �rcit o.

Not n : Lot dlculos

s (columna b) "U4n tOm ádOll de ud adnno de pnblaclón de Gi_ l r nll t l\proxl m adas B nmt (1971), pp. 13·14, 5 4 U · y 11 7·118. Se b :S!tlll en as dff'flt u.no, m$.$ el nllmero caJt:ulado deso f di\tloi clud a d:\ no• qu e sei'YCan n nso ro de.l ce dldo u n 10 "t tx iJ'a a t o • extran j eros. H e seguido a B runt y he al\n en te rriori 0 et bJja. n d el ceo�. Q \1 ció :�.r la iofor tN &te tot�tl J)A N eocnJ)C!Z'� Los rcpenlinos cambios e.n las cUra$ r�uicren nrlicaclótt. l.ot cambios eo 213 y JIJ a.C. 10 debieron c.n gran parte i1l J;� �rdlda d� derecho• do cludadanfa y a su rt�CUpti"'CSóo por p:arte de 3UOO campanian()s. Rn ll y en .t) 1 C. reO�t,lan ta adquhic56n de 1.- ciUt cb&lpinos. Las dfras ct. UJ a.C. eo adclante .son menos se¡:uras dtbfdo a la dUkuUad de in­ cerrreudón qut prc.KDta1'1 Jos datos de los censos. tla�ta. el U a.C. oo he ¡n. dLXi4o a 1o1 Italianos que ,;,-!u en teniiOI'ios de ultramar, porque é-s1os no

50

IJaracidn ele/ servicio de los jóvc11es en el ejército cotJrdcmadas. NB: el 'I'Otumen medio del ej4rcito m 225·23 a.C. era Igual a 1111 1H � del total de cit
rnmano: algJmas

año d�1t"nn!n.�do. lle kJo tús lejos: q..: Dnwl ..t m1.ttdplkar rl n\11"1'1(ro de tn U'l'\ido por IU hxru toórict.. esto. es, 5.500 cksdc 161 hana 101 a.C. Y. f-� � e� � 107. lnt lu td'OI"'fttaS de Afarlo, huta 91 s.C. En la.t awrn.s d· \l k S que· SI ,JUkron, r'Oi� que SC formaroa ru.:\.s Je¡ior:r-s d� l.n Qll(' U' podl:\0 pertreeh:;\r, Y psra cornpcnur e.sta dn=unsta.r.tb be mullipUeado l6lo por S.SCO �:cccpto donde Dnuu di d(rn$ e'"p,lkitas. El ui.'U'Setl � error r-� Kr muy ann: de!, �ro proWbl�to DO lAtlto como para altcn.r materia!mtnte Lu cltru por·

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cenhule.$ cJ.e l;t eolumn.a 4.

49

significativamente superior a los d iecisiete m1os, en esa me· dida la carga del servicio habria sido más pesada nún de lo que parece. Por otra parte, si la población de ciudadanos -o el sector de esta población que llevaba armas- era cuant itativamente subesimada t y las legiones, en cambio, sis· temáticamentc subguaroecidas, la carga era más ligera de lo

que parece. El cuadro 1./ y la figura /.3 podrían utlliu.rse para ilustrar sólo los límites de la probabilidad y burdos ó1·· denes de magn itud. Dicho esto, las conclusiones parecen sorprendentes. Un ejército que llegaba al 1 3 % de todos los ciudadanos (la me· dia de los últimos dos siglos) podía levantarse con In Jncor· pot-ación por ci11o c años del 8 4 % de los jóvenes de diecisiete años, o bien con el 60 % dLu-ante siete años, o bien con el 44 %

dut-ante diez atlos, o bien con el 2 8 % durante dieciséis años. (La can1!dad de muchachos de diecisiete aüos -dado e. = 25- era de alrededor del 3 % de la población adulta

masculina; disminuyó lentamente año tras afio.) Tanto Jos datos cnlllicaúos como las meras impresiones acerca del en· rolamiento militar a comienws del siglo II a.C. sugieren que

e l servicio ocupaba claramente las reg iones más bajas de

de la República, el ser\'icio se habla vuelto significativamente más prolongado. Esto tiene implicaciones ine,�tables. Si los datos acerca del tamaño del

este espectro. Hacia el fmal

ejército y de la población de ciudadanos no distan demasía·

do de ser correctos, entonces una gran proporción -digamos más de In mitad- de los ciudadanos romanos debieron preS· tar servicio regular en el ejército durante siete nilos a co­ mienzos del siglo u a.C. Durante el reinado de Augusto se profesionalizó al cjé1·cito, pero la prolongación del servicio a

un promedio de veinte años siguió obligando a enrolar aprC>­ x imadamcn tc a una quinta parre de los ciudadanos de dlcci· siete ailos do edad. Entre los estados preindustrlales, por lo que yo sé, sólo la Prusia de Federico Guillcl·mo J y Federico el Grande y la Francia napoleónica, y por cortos pedodos, realizaron esfuerzo militar tan sólido.''

En resumen, las guerras continuas eran en gran parte con· secuencia de las ambiciones competitivas de una élite milita· rista apoyada en una elevada tasa de reclutamiento de cam·

pcsinos. Las guerras afectaron directamente a la tierra y a

la fuen.a de trabajo italianas tanto por destrucción como por muerte. Los Invasores e,;tranjeros, los esclavos rebeldes y los italianos Insurgentes saquearon las granjas, arrasaron las co-

so

sechas y �lotaron el gauado. Además, mucho s soldados roma­ . nos e Italianos fuerou muertos o mutilados en el campo de . batalla. Más g•·n,·es aun fueron las consec uencia� indirectas la gucna, tanto económicas como políticas. J.::1 scn·icio . mlhtar, qu� la mayoría de las 1·eces superaba los cien mil romanos/ltalia o> a lo argo l de los dos últimos siglos de la � República, equ1va1Ia a una importante emigración campes). na." En pm·te se reemplazó a los campe sinos ausen1es con esclaiiOS. Esta •emigración• de soldados fue uno de los fac. tares que PCI'mitieron y hasta alentaron la formación de gran· des estados. O �len, visto de otro modo , la paupcrización de muchos campesinos por una parte y, por otra, el Incremento de la pmcl<�ctividud de la fuel7..a de trabaj o, tocio lo cual se unta a las uwovncloncs del agro y a las economías en gran escala de los grandes fundos, constituyeron las dos caras ele . una �1sma moneda. Como en la revolución agrfcola inglesa del s1glo xvnr. Considerables rucron las repercusiones políl.icns que tuvo la t1·ansferencla de In carga del servicio militar prolongado d� los ca"!peslnos propietarios a los pobres y a los despro· V1st s de t1e1·rn. F.n un plazo medio esta circunstancia ayudó . ' <: . a ahv1ar la 1mpopulandad del servici o militar entre los elec. tares campesinos; puesto que ejérc itos tan ¡rrandcs no >e podían formar e.xclu•i\amente con volun tarios, a menudo los romanos utilizaron también la persua sión y la fuerza. Nuestras fuentes muestran que las levas militares constltufan una causa permanente de perturbación. En el año 152 a.C. _ por ejemplo, las quejas por injusticias induje ron a los eón: sules a clectunr el r�clutumiento por sorteo ; en una ocasión. . 9ucjM del m1�mo t1po llevaron a los tribunos ele! pueblo a •�poner multas y pl'isión a los cónsules. Dado que el brazo eJ�cmivo del goblemo romano era demas iado débil para dis· tnbmr 1� carga con equidad. era evidente la conven iencia de transfenr la ca1118 del servicio militar a una cantidad menor de; �ente reclutada en e.�peciai entre los pollticamente más deb1les y los que menos ataduras tenían a la tierra," nque· llos que, rcchau.dos por la pobreza, se sentía n atraídos en camb1o por la paga del ejército y la perspectiva del botín. . La soluc1.ón al P �lem a ':" . . del reclutamiento tenía su prc· co. Al final del serv c•o rru litar, los soldados sin tierra nece­ ! � Sitaban medios de ''lda. Esto, en la n i diferenciada economía roma"?a slgníñcaba tierra. Cuando el poder de los soldados se umó a la ambición polltica de u n general afortunado, hubo

d�

51

un ejército en condiciones de darle la ticn·a que aquél am· bicionaba. s� dice que, después de su marcha triunfal sobre Roma en 82 a.C., Siln restableció veintitr·ós legiones, rcduci· <.las por las pérdidas de la guerra La1 vez a 80 ó 100.000 hom r gracias bros, en tierras italianas que habían qucclndo libes opuesto." habían e l se que confiscación de ciudades ­

u

la

Otros generales políticos, como Pompeyo, Julio César y Au­ gusto, llevaron a cabo análogas políticas de recolonización. El número de soldados que fueron restablecidos en Italia

-tal ve¿ un cuar·to de millón entre 80 y 25 a.C.- era, con de la lodo ana proporción notablemente pequeña del total dema­ estaba ItaUa de parte fuerza de trabajo. Poro la mayor ,

siado densamente poblada como para permítir la l'ácil asi­ milación de un !'CponLino flujo de gran cantidad de nuevos colonos. El roasentamiento de ex soldados llevó casi siempre, por· tanto, a la expulsión de Jos arrendatarios o campesinos existentes. Del mismo modo que el plan de los Gracos para

garantizar la pequeña propiedad de la tierra, este reasenta­ miento de ex soldados se oponía a la tendencia a formar grandes fundos. Pero no había manern posible de detener el proceso por el cual los pequeños propietarios se convcrtlan en víctimas de tales presiones econórnlcas o polít icas, de modo que no tardarían en ser expulsados también ellos. Bt reasentarniento de e� soldados en Italia sólo parece haber· reemplazado a un gr'Upo de pequeños propietarios por otros, lúw muy poco por cambiar el esquema predominante de tC· neneia de la tierra )' aportó una significatil'a contribución a ad. Las consecuencias polltlcas a Jar:go plazo del i lo ne,tabitid puso de un ejército de campesinos a un ejército profesional

ftwrnn graves. La gradual desmilitarización de los pequeños

pmpictarios agrícolas socavó la amplia base tradicional de lu constitución repuhlicmw. Los campc�inos que eran pequel,OS propietarios se vieron aliviados de la pesada carga del servi­ cio militar al precio de -por decirlo con cierta d ramatici­ dad- su libenad poUtica. Entre la Repúblíca y el Prineipa· xpresión de poder de la clu· do, el ejército dejó de ser una e to de control. Los ciu· instnuncn en dadanía para conver·tirse dadanos se volvie•·on súbclitos del cmperndor.

5. EL PRODUCTO DE LA GUERRA l.a consecuencia má• importante de lo guerra continua fue el Imperio. su adrnittistracíón implicó el progreso de la . . capoc1dad prof�s•?na l de la élite romana; por ejemplo, lO$

de los sacerdotes, r abogados especrahzudos se difeenciaron los soldados de los campesinos, los mo¡·stms de los padres Y los rccaudador.s de impuestos de los generales dedicados al pillaje Al principio, cotos progresos se pn�aron con el botín Y las indemnizaciones de guerra, y eventualmente con los i gresos prove. i '!'puestos que se _exii!IRn a los vencidos. Los n ment<s del lmpeno h1cleron posible el •despegue• de la cx­ pnnsi6n política y In finnociación de gucrTas ulteriores. En la .

medida en que el Jlllporio se esl'ablecfa COI'r mavol· firmeza dlsminufa la proporción de Jos inf!I'CSOS ucJ gobierno pro: �·e•11enrcs del bolín, .se I'Cemplazaron los indcmnizacione� por

r�prestos y se susttllr)·eron los generales victol'iosos por ad­ � ?'rmstradores romanos. En ,·erdad, el pnso del botín a lo� cto importante en el llt'OCCSO de esta­ . •mp�rc�tos fue un n�pr blecrmtento del Impetlo. Los in!!:reso� del P.stado quedaron asc�urados. A comicnlos del siglo rr a.C.. según Jos cálculo� t\Pl'Oxi�ativos de Frank, alrededor de lns 1rrs cunrtas parte� de los rng•·esos del P.
r

1<'10 n a.C.. estas recompensas eran rnny modcst�s: de Pl'O· medio ::n.,Pnns aJcnn7'lbC\ O'lra aHmentnr l\ un� f:unilia du· rant� tres meses. A mediados del siolo T n.C' �n los dos ca­ !10� csoeci�lmente pródii!OS de que tenemos conocimiento la

r suficie�tc participación de los Hn ea como para compra•· In �Omida de varios nllo• llAra toda unn familia, o bien una mod�
queaban sin órdenes unrJ ciudad capturndn." Pero no sólo los soldados se beneficiaban. En 167 a.C , .

52

53

como resultado de la captura de un botín excepcionalmente grande en Grecia, se abolieron los impuestos que recalan sobre las tierras italianas en posesión de ciudadanos roma· nos. Salvo duronte la crisis de finales de la República, el im· puesto sobre la tierra no se volvió a establecer en Italia. �ste e� uno de los factores que explican el elevado precio de la tietTa en Italia, puesto que, en las mismas condiciones, la venta poclln igualar a la suma de la renta y el impuesto sobre la tien·a de las provincias. A medida que los beneficios del Imperio subían, las dís· trihucioncs al cuerpo de los ciudadanos se volvlan más pró· digas. En parte, el pago era indirecto y simbólico. Se organi· zaban juegos públicos para festejar las victorias; una de sus funciones ora refor1.ar el orgullo popular por los éxitos del ejército. En 123 a.C., un popular tribuno del pueblo habla conseguido hacer aprobar una ley por la cunl Jos ciudadanos que vivfnn en la ciudad de Roma reciblan trigo a precio sub· sidiado. 1\ partir del año 58 a.C., el trigo se distribuyó gra· rios oscilaba ni parece•· tuitamcnte v la cantidad de beneficia entt·e 150.00o y 320.000 personas. De esta manera, una im· portante minorfa de los ciudadanos romanos, que a veces llc· gaba a In cua11a parte del total, recibía una participación di· recta de los beneficios del Imperio. Después del al\o 58 a.C., el coste de la distribución gratuita de trigo era equivalente a un sexto de los ingresos del Estado como máximo, míen·

tra< que cadn beneficiario recibía alrededor de dos quintos del mlnimo necesario para la subsistencia de una familia; el reparto de trí¡¡o era una ayuda para los pobres, pero no les eximia de trabaj ar." La utilización de los rceursns del l'.stado como subsidio para los electores pobres tuvo val'ias consecuencias inesperadas y tal vez inadvct·tldns. En efecto, estimuló unn ulterior migración de campesinos u Roma, fue uno de los factores que hiciemn posible el gi¡;untesco creci­ miento de l a ciudad de Roma y. para los ricos, mantuvo en un nivel bajo el coste de la mano de obra libre en In ciudad de Roma. Además, como sostengo más adelante, contribuyó a mantener el mercado de alimentos que se producla en los fundos de los ricos. Un último aspecto a destacar t� que la mayor parte de los ingresos oficiales provenientes del Impe­ rio se dedicaron a la financiaci6n de nuevas guerras. Habla que pagar y mantener las tropas italianas. En efecto, el go­ bie.-no romano proporcionaba empleo alternativo a los com· pe�inos italianos; se les pagaba para mantenerlos alejados de 54

la tierra, que los deos aspiraban a ocupar. Es fácil compren­ der la furia de los lideres conservadores cuando, ocasional. s mente, los soldados regresaban en maa y, con la protección de su< generales, solicitaban tierra en Italia para estable·

cerse.

Pero sobre todo los ingresos provenientes del Imperio iban a parar a las bolsas de los privilegiados. llsla era una de las mayores ventajas de ser pr ivilegiado, es decir, era Lma señal de elevado status y a la vez un modo de refor. zal'lo. A lo largo del siglo H a.C. los ricos se hicieron todnvla más ricos, y en el siglo 1 a.C., el proceso se aceleró. LCJs ricos haclan ostentación p(lblica de su riqueza y l a magnitud de las posesiones o de las deudas personales se couvlrlió en asunto de dominio póblico. Los nobles más ricos adqulrie· ron fortunas pdvaci
detel'ioro tanto en términos absolutos como en •·elación con los ricos. Al mismo tiempo, los seclot·cs de la población aje. nos a la élite tradicional también obtenlan ventajas del lm· perlo. E sto es lo que yo entiendo que ocurrió, pero resulta difícil de probar documentalmente; los escritores elitistas no aron la creciente diferenciación al margen de la éUte. anal iz Tal vez se encuentre un síntoma de este desarrollo en el botln que se distribuía a los soldados. Ya hemos visto que en los comien1.os del periodo de expansión imperial, los su· mas que lo, generales daban a los soldados eran muy pe· 55

queño<; al fino! del período, en cambio, al menos en las dos ocasiones conocid�s. fue muy grande. En el p1ime•· período (circn 200 a.C.), por lo general, Jos centuriones '<)lo 1'\.'Ciblnn s ldados; en el siglo 1 a.C., el doble del botln ordinario de los o en c:.mbio, los centuriones recibieron en mm ocasión veinte \'eees más q· •e los soldados rasos (Plutarco, Pnmpeyo. 33) y, hacia finalc' de In República, la paga rcj!ular a lo• centurio­ nes r.,e ti au(ntuplo que la de los soldado< raicce veces mayor.� Algunos soldados re· ciblan du�lc paga (duplicarii), pero "' posición en In escala jerárquico cstJ muy por deoajo ele la ele un centurión. En el otro cxtn•mo de la escala vale la pena clcstnca•· que los oficiales smlorcs de Pompeyo -los cuestores- rccihiun apa­ ren tcmrnle quinientas veces más que los soldados rasos (FSAR, vol. l . 325). El cuadro que obtenemos de todos estos ejemplos es ••1 de una creciente diferenciación dentro del ejér­ cito. Esto rcnejaba en parte la propia p•·ofcslonnli7nción y burocrali?ación Cl't>ciento del ejército, pero tambi�n refleja­ ba, pienso, In creciente estratificación de la sociedad civil. Para los nobles, In fuente principal de nuems rlque-tas era el gobierno de lns pro\'incius-'5 E n los orlg�n�• de la admi­ nistrAción nt'O\'incial, durante la conqui�tn, �e alteró este es­ tilo. Lo mismo que el ej�rcito romano. la ndmini­ tcne•· hcncñcios. La importancia del botln de guerm dismi· nuyó. aun cuando el saqueo que efectuaban Jos ejércitos y oficinle• de Sila, Pompe�-o y Julio C6sar conslituye•·an nota· bies excepciones. Mienl'r�s. los aristócratas romanos hacían díncm con 1� wpervisión de los impucslos y In ndmi nis t•-a· ción de iunll7ados narn a•eeurarsc la elección. La ma�nitud de la ��nlotnción romana de las provincias se rcOcia en el h�­ cho de que el primer tribunal judicial permanente que se e•­ tableció en Roma se creó -en 149 a.C.- para entender en 56

las demandas de los provincianos por extorsión llega!. En el mejor de los cJsos, el tribunal daba a éstos una oportunidad de rccupcraJ' una pequeña parte de sus pérdidas y, por si servla para algo. de castigar a los gobernadores que les ha­ blan o¡>limido, En el peor de los casos, el tribunal estaba corrompido por tns intrigas y luchas pollticas intestinas de Roma. PCI'o tal vez su función más importante, su conse­ cuencia inesperado. fuera simplemente la de estnblccez· una convención acerca del nivel de exacción que debla condo· narlojc, Hasta un ¡¡obcrnador bien intencionado como Cicerón se vio Hml tado por sus obligaciones para con otros senadores v publicano�. así como por las expectativas ele �stos sobre la base de lo que los gobernadores anleriores habían per· milido. Cic�rón, que en 51·50 a.C. gobernaba Cilicio -n la sazón In pnrl� sur v oriental de Turquía. incluida Chipre-. se erivió en moMio de probidad. Limitó el númc•·o de sus propios avudante� pero necesitó del apoyo político de sus :tmiPoc: - a fin de e\•itar la instalación de gu:wnicin­ ne< de hn abultado considerablemente. Su, rn1#'0tf'\� rl�'- Rom:'\ le prc�iooaron para QUC nombrat·a a f\US o��.,tr< ele ntrncio• en calidad de funcionario< (Pr<'fcrto<\ o n�•··" no(" en,·f•u¡t lrof):l-; a fin de aoova1· c-on <'lln< .;uc: dCill:'lll· rf,.c: tt- O"''cPn, P="rt!l"P ouP mucha$ vftces. otro"' roh<'mndore.c: hi· r:Prnn lo mi.,.mn 'ln h••ía ...c:<'ntt'\ntc de u mucho tiempo, el reon 11n <eMclm· noble habla encerrado a al
deuda acrecentada por una elevada tasa de interés, y no los liberó hasta que cinco de ellos murieron de inonición.'" La exacción de tales deudas e�tendió las oportunidades de en· riquecimiento en las provincias más allá de los límites pre­ vistos por el sistema romano de gobierno.

Probablemente la mayor parte de los administradores ro­ manos fue menos insensible. Con tocio, hay suficientes nntTO· ciones de la t.ltima etapa de In República que indican la es. cala en que se transferla11 n Romn los tesoros acumulados de las provincias conquistadas, así como insinua ciones acet·· ca de los métodos que se utili•.aban para apoderarse de ellos. En efecto, la mayoría de los gobernadores romanos y sus ayudantes podían hacer uso arbitrario de su poder, sin te­ mor a rep t-esalias, en busca de beneficios o de placer. Perml­ taseme un ejemplo que, me temo, pro,�ene de una fuente no del todo imparcial. Se trata del discurso de un fiscal (Cice­ rón, Co11tra Verres, 2.1.64 y .<s.) contra un gobcrnadot· en un juicio por extorsión en el olio 70 a.C. Describe un episodio loj0110 de su carrera pot· el cuul no fue nunca procesado; es probable que el fiscal lo prcscntara de la peor manct·n po�i· ble Sin embargo, parece revelador. En calidad de ayudnntc . del gobernador (legatus), Verrcs habla estado acuartelado en u na pequeña ciudad de la actual Turquía occidental; codició a la hija de un ciudadano Importante; este ciudadnno dio una fiesta en honor de Verres, durante la cual éste ordenó cerrar las puertas y pidió que le llevaran la muchacha. Hubo entonces una batalla entre los esclavos de la casa y los ele Ven·es, en la cual fue muerto uno de los oficiales de la gunr· dia de éste. A la mañana siguiente, el pueblo de la ciudad, que habla tomado partido a favor del ciudadano ofendido. se reunió pura tirar abajo la puerta de la casa en que se hos­ pedaba Vcrrcs. pero un grupo de ciudadanos romanos que vlvla en la ciudad les disuadió de su intención de castigarlo. Verrcs escapó, pero en seguida inició un proce.
Vale la pena insistir en que el hábito de utilizar los car­ privados se adop tó en el sistema romano de administración provincial. En cierta me· dida, por supuesto, la corrupción -que abiertamente se re· pudiaba, pero que se perdonaba- ha sido y sigue siendo el sello distintivo de la aclminisu·ación burocrática." La• exccr· �iones son pocas y notables. No pienso con esto en la incn·

gos públicos para obtener beneficios

pacidnd rutinaria de una administración central para con· trolar el ngr i eso de sus funcionados, más bien pienso en los m6todos que los romanos fueron los p rimeros en o.dop· t.ar poro asegurar los ingt-eso� provenientes de un Imperio . en rápida expan sión. Lo mismo que en muchos otros unpe. rios pt·eindustriales. era común que el gobierno rornano v�n· . diero a individuos que no penenecfan a la admmtstrnctón

(publieanos). l!sta había sido durante mucho tiempo la ma· ncra de t-ecaudar en Italia los derechos sobre las tierras Y los edificios del Estado, así como ¡>or la concesión de con­ tratos de Estado, y habla sido una pt"áctica común en los t"e.inos gt·icgos del Mediterráneo oriental. que los romano� asimiluron. Puesto que en Romn no era costumbre emplent· a -.ueldo hombres de alto nivel social durante un tiempo pro­ longado, ni en la esfera pública 11i en la privada, no se dis­ ponía fácilmente de una alternativa eficaz para la recauda­ ción de impuestos. ¿De qué otra manera los romanos po­ dlan haber recaudado impuestos de sus provin cia s con re· gulal"idad? En verdad. en diferentes partes del Imperio (por ejemplo en Sicilia y en Asia) se conocían y se utiliwbon otras variantes de la recaudación de impuestos. Sin embarRO, estas voriaciones no interesaban al P.stado romano ni a lo• contrlbuvcntcs de las provincias como el control que ejercían . los magis t rados romanos sobt·e los publicanos. Para el gobierno romano. In •·ccaudnción de impuestos 11 través de lo• publicanos tenía variM v€ntajas. Una vez su· bastada� las concesiones de recaudación de impuesto�. el 110· bierno cobraba al contado por ndelantado. probablemente con la tierra italiana como garantla de pagos ulteriores v regulares.>' Como las conccsione' se hacían . por lo regul(lr, por el término de cinco años, el gobierno aseguraba su in. grcso y podía comprometerse en gastos. tales como una guc· rra en el extranjero que podía prolongarse durante varios afias. 1\1 vender el derecho ele percibir impuestos el gobierno 11-nnsfct·la su propio riesgo a los publkanos y a sus p,ornn· tes. Uno de los riesgos pl"incipalos era el de una mala ro·

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sccha, y a menudo las cosechas eran malas. Podía ocurrir que b gcmc de las provincias no estuviera en condiciones dte si,tema de recaudación de impueMOS también tenia desventaja• para el Estado. La confabulación entre Jos licilnntcs en lns subastas impedía al Estado lograr el mejor precio. Aun cu"ndo las ofertas de los publicanos fueran oltns, em más prob¡•blc que exigieran impuestos especiales n las gentes de las .,,.ovincias � no que sufríc1-an pérdidas. El pro. bh·mu principal, Lai como ya se ha sugerido, consistla en que la eficacia de este sistem" como instrumento de buen gobier· no dCIX'IIdln de la eficacia de la supervisión de los publica· nos. en una sociedad pequeña. los contribuyentes podlan ha· cer sentir r:lpidamcntc su malestar por los abu,os comcti· do'; en una monarqula, el rey o el empet·ador tiene interés en pre,c!'\·ar la t'apacidad contributh•a de sus súbditos y no tiene ningún interés especial en el enriquecimiento de los rccaudadotc' de impuestos. Pero en el temprano v oliaár· quico Imperio Romano (200·31 a.C.). In gente de las pro,·incias enreda CMi compleLmnente de poder v estaba a cientos de . milla,, n meses de dhtancia del centro del poclct·. Los gober· nadores, que 1enf:.m la misión de supcrvl•nr n los publicanos. rermnm•cfnn po1· lo común sólo un at1o en el car110 y ern muy escaso el conocimiento que tenían de los ¡woblcmas e
dito> recientemente conquistados, si es que podfn prestar alguno, e•a cx1remadamcnte limitaao. D.urautc el principa· do, un cuerpo de funcionanos asatanados >urgio de la propm tanuha del emperador. l:.st-: cuerpo estaba lormado pt-cdo­ minamcmcnte por C>Clavos y encabezado pot· liberto� y unos pocos caballero:.!' :>u establecimiento acarreó una muerte tcnta a la insutuciou de los publicanos, mientras que lo limi· Lado de sus dimensiones arroja luz sobre la pobre1.a de la administración provinctal durante la República. En segundo lugar, el ¡;;obictno republicano contaba con un presupuesto reducido; la conllanza que deposi taba en el sistema de pu· blicanos tenfu como consecuencia la posib ilidad, para Jos hombres de !ortunn, de alzarse con inmensas sumas de dinc· ro en efectivo con más tadlidad y estar en mejores concli· clones que el gobie1 no para distribui•· Jos riesgos a lo largo de un periodo de val'ios años. Esto nos da un índice de la proporción generalmente baja de producto bruto que se ex· trafa de las provincias mediante el impuesto durante lus ¡Jri· meras fases de la conquista imperial de ullramar y nos SU· giere que durante este temprano pctlodo del Imperio era mayor la proporción de los beneficios que se obtenlan en las provincias y que iban a pamr a manos privadas. Una de las funciones más importantes de la recaudación de impuestos por publicanos era permitir una participación en los beneficios del lmJJ.'rio a Jos hombres pró>pcros que no eran senadores y Ufl c�p�cial a caballeros. En efecto, no ha· bia otrn vía para ello. Polibio (6.17), que escribía a medindos del siglo 11 a.C., afirmaba, no sin ciel'ta exageración, que en Italia «Casi todo el mundo• pm·ecía estar implicado en algún tipo de contrato público. Además, este sistema suministraba el marco finuncicro C)Ui;: apuntaló el desarrollo de la .tercera fuerza. polftica (Pllnlo, Historia natural, 33.34), In do los cu. ballcros, sobre los cuales YOiveremos en seguida. Por ólti· mo, ci sistema de publícunos contribuyó a Jnantcner In tmdi· cional no profesionalidad de los nobles. Durante el siglo de expansión que >iguió a la derrota de Cartago, las provincias fueron gobernadas por un puñado de aristócratas y sus secua. ces, en,•iados cada ai\o por el Senado. Ln bre,·edad de la po· sesión del cargo, lo C.'\Casa magnitud de la administración que controlaban y su e'clusión de la percepción de Impuestos contribuyeron en conjunto al mantenimiento de la olignrqufa, que dependía de la limitación de los poderes de cualquier oris· lócrata.

61

l depen­ Teóricamente una buena admiuistración pro\•incia an· intereses los entre o i el br i a r a equil n conse se que dla de tagónico� de Jos nobles, lo� publlcanos, los ciudadanos sol· i cre­ dado •• lO> electores ciudadano. y lo� Pl'O\'inCianos. m n el perturbaba obtener podían se que beneficios Jos de mento equilibrio, agudizaba el connicto y convertla en un partido de Jútbol el ejercicio del control de la realización de ben.:fi­ cios. Al comienzo del siglo 11 a.C., el poder colectivo de la oli¡¡Qt·quín e1·a lo suficientemente fuerte como para poner limites tanto a los gobernantes como a Jos publicanos, aun cuando fuera dentro de márgenes muy amplios. Incluso asl, sin embargo, se advierte una repugnancia de parte de Jos jue­ ces senatoriales a castigar a lo� .cnadores por faltas que co­ metl an en perjuicio de simples pl'Ovincianos. A los goberna· dores convictos simplemente se l os sancionaba con el exUio en ciudades aliadas a menos de 40 kilómetros de Roma." Lá tolerancia en la patria tenía como consecuencia el abuso e n el extranjero, problema que 110 escapaba al Senado, pero que éste no quería o no podía hucc¡· nada por controlar efectiVa· mente. En una ocasión, en el año 167 a.C., se dio orden de cerrar ciertas minas muy fructlferas en Grecia, con el funda. mento de que su laboreo daba excesivas oportunidades de opresión a los publicanos romanos, y que entregarlas n con· trati�tas locales no producirla mejores resultados . los publi· canos, comentaba el hi storiador Tito Livio (45.18), o priva· ban de •us derechos al Estado o de su libertad a los provin· cianos. Pel'O era prácticamente imposible gobernar todo un imperio con esta táctica de avestruz. En 123 a.C., los ct1rgos ele jueces en los tribunales que procesaban a Jos gobernadores de provincia inculpados de extorsión quedaron limitados a los caballeros, a cuyas lilas pertenecían los publicanos más ricos. Tanto los hist.ol'iado­ ros romanos como los modernos consideran esta limitación como un s!ntoma importante del conflicto de intereses exis­ tente entre senadores y caballeros, que constituye un t•mn capital en el pensamiento polftico durante el último siglo de la República.61 No cabe duda de que la restricción de los cargos de jurados a los caballeros se realizó conscíentemente como un acto político ostentoso (Cayo Graco decía que había arrojado ptulales al foro; Cicerón, Las T..eyes, 3.20), a la vez que como un ataque al Sonado y un foco de idenlificación ¡>nra el estrato de los caballoros. Graco había dado dos cabe· zas al Estado (Varrón, frug. J14R).

62

Mucho es lo que se puede deducir fácilmente de este con· flicto. en todos los conllictos pohtiCOS graves que hubo di!S· pués, senadores y caballeros se vieron enfrentados. Los ca· b!tlleros cr.m, antes que publicanos, simples terratenientes; el conflicto no era un conflicto de cla>e en ningún sentido ra­ cional de la expresión. Tal vez el conu·ul de los jurados por los caballeros debe verse con más provecho como un método de reconocimiento de la ampliación de la él ite que se vera implicada en la obtención 'de beneficios de ·las l'tOvincins y de la incorporación de esta élite ampliada al sistema político, a) mismo tic..-.mpo que se reservnba el monopolio ejecutivo a un senado compuesto sólo por trescientos miembros. Este punto do vista parece corrobora• se con la promoción de má• de trescientos caballeros al Senado en el año 81 a.C.. que fue otra tentativa de solución del mi�mo problema, que e\·itó un choque instituc ionalizado entre gntpos sociales de élite. Dicho esto, agreguemos que en Roma hnbfa un manifiesto interés por el sistema de ¡>ttbliel\llos, que se centraba en los caballeros ricos y politicamcn1c actil'os. Su acce�o a un mo­ nopolio temporal de los jurados que juzgaban a los goberna­ dores sena!<)riales por corrupción, debilitaba la capacidad de éstos para supervisar las actividades corruptas de los pu­ blicanos. Lá notoria condena, en 92 a.C .. de Rutilio, un ino· cente y activo gobernador, que gozaba de reputación de in. corruptible, sólo constituyó u n caso e.•tt-emo, de importancia simbólica, como advertencia a Jos demás gobernadores parn que pusie1-an sus barbas en remojo. P.n la correspondencia de Cicerón desde su provincia y en folleto de su hermano (?) sobre las elecciones, podemos adl'ertir que los publicanos constituían una fuerza que debfn tenerse en cucnta.64 •Pare· ces querer saber cómo me las con los publícanos. T.os adoro, les hago concesiones, los halngo con adulaciones.... (Cicerón, Cartas a Atico, 6.1.6., véase nota 60.) El dominio de los tribunales de jurado• por Jos caball.::ros durante más tle una generación confirmaba el poder y la ri· queza de las compañías recaudadoras de impuestos. Lá com. pctcncia por los cargos, en aumento entre Jos aristócratas después de 81 a.C., aseguraba la continuación de Jo que �e había convertido en tradición; los administradores senato­ riales y los pubUcanos se ponían de acuerdo para hacerse ricos a expensas de la parle más débil, los hombres de las provincias conquistadas. En •·csumen, mientras los gcne1'0ies y los g9bernadorcs

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ganaban balalla>, c..apturaban ciudades, cslablccínn impues. tos, 1-estringían gastos y administraban cjuslicia•, lo• caba· lleros romano> recogían impueslos y cargos administrativo>, efectuaban minados préstamos a los provincianos -con ta· i ten!s razonables -a fin de que é>tos pudieran pagar sas de n sus impuestos (cf. Plutarco, Lúculo, 7 y ss.) y en ca•o de falta de pago cancelaban el derecho a redimir las hipotecas. De es1a manera, <mire otras, los ciudadanos romanos se con· virtieron en dueños de grandes fundos en provincias, > la élite conquistadora de los romanos fue adquil'iendo una ri· queza proporcionada a su conquista de la cuenca del Medi· tcrránco."

6.

LA FORMACION DE GRANDES PUNDOS

Los beneficios del Imperio fueron el fae1or más impor· tantc de In gradual edificación de la •·ique>a de la élitc ro­ mana. Una gran proporción de los beneficios que se ob1enían en las p•·ovincias se invertían en tierras, y e•p.:cialmente en Italia. Puesto que las clases superiores romanas extraían de la tierra la mayor parte de sus ingresos, un aumento ge· neral de la l"iqueza debía verse necesariamente acompai'lado por la rormnción de grandes fundos. Es1e estrecho vínculo entre tt) beneficios imperiales. b) la creciente •·iqucta de la élite y e) la rormación de enormes lalifundios, queda mu­ chas veces •·clcgado a segundo plano por los proceso� m•ís dramáticos que hemos analizado en la última sección, esto es, la violenta adquisición de fortunas en las provincias, su ostentoso despliegue en la ciudad de Roma y la manipula· ción de la libre Oolación del dinero circulante por pnrt'e de los financie•·os, como Craso y los publicanos ricos. Por cier­ nero de las provincias y su in· to que In t•·ansferencia de di versión en tierra italiana fue un proceso gradual; 'u gradua. lidad puede haber contribuido a que fuera descuidado. Cual· quiera sea el ailo, o incluso la generación, el volumen de los beneficios que se extraían de las pro\'incias cr� menor que el capital heredado; y una ve7 que los beneficios anuale• habían sido invertidos. pasaban también ellos a formar parte del capital común. Luego se distribuían segt\n los canales nor· males: dote y herencia, con el complemento de la bancarro­ ta y la confiscación. En todas las épocas, pues, estos cana-

64

les normales pa.-n la transferenca i de propiedad parecían beneficios de las provln·

a la sazón má> importantes que los . CJaS.

Es seguro que la proporción más impor1antc del boún, más que in\·ertirse, se gastaba. Pero tanto en un caso como en otro, el dinero pasaba a otras manos. El mismo dinero podía usarse para pagar a los acreedores, que con él po­

dían comprar ru·llculos suntuarios; éstos, a su vez, podían comprar tierras a los campesinos, que utilizaban ese mismo dinero para compru ropa y alimento... El concep to de cefec· to multiplicador del dinero• se refiere precisamente a estas consecuencias.

El alto coste de mantenimiento del status mecliatlle el gasto suntuario y el enorme gasto que exigía )a necesidad de

asegurarse la elección para cargos públicos fueron factores importantes que sirvieron de fundamento a la extracción de beneficios de las provincias. Los nobles, en particula r en el siglo 1 a.C., no tenían inconveniente en contraer deudas, pues comaban con pagarlas luego con Jo que obiuvieran da su cargo provincial." Pero a los partidarios habla que pagar­ les, lo mismo que a los acreedores. En 61 a.C., Pompeyo probablemente entregara un millón de sestercios (equivalen· te a aproximadamente 2.000 toneladas de trigo) a cada uno de sus lugartenientes. Se prodigaban sumas gigantescas en la ostentación de prestigio: vajilla de plata, eslatuas de mllr· mol y otros objets d'art. Un índice del aumento de riquCla nos lo da el hecho de que la mejor casa de Roma en 78 a.C., una generación dcspu� no se considerara ni entre las cien primeras de la ciudad (Piinio, Historia natural, 36.109). El Senado trataba de pre.�ervar la tradicional simplicidad (y, e11 consecuencia, de limitar la competencia entre estos l'lcos arrivistes) mediante toda una sucesión de leyes que limita· han el consumo, por ej emplo, en fiestas y funerales." PcJ'O fue inútil. Tanto los senadores como Jos caballeros que mar­ chaban a la cabeza de su estrato mantenían familias muy ex· tensas y complejas con cientos de esclavos, incluidos cocl· neros, escribas, bibliotecarios y médicos, que a la vez que constituían una sella! de su cultura, eran una exlravagancia que enaltecía su status. Este gasto de los beneficios de las provincias en la ciudad de Roma nos interesa especialmente porque amplió considc· rablemente el mercado de la p roduccón agrícola. Los nobles mantenlan y alimentaban a esclavos, construían palacios, en· i

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cargaban servicio> y gastaban dinero, el cual, debido o. su erecto multiplicador. d�ba a mucha gente lo suficiente como

para comprar comida. Sin esta expansión de la población y del mercado urbanos, y sin una expansión semejante en otras ciudades italianAs, la inversión en tierras para agricul·

tum que realizaron los nobles en Italia habría sido comple­

tamente inútil. Lo mismo que la mayoría de las sociedades preindustri a· les, la propiedad de l a tierra fue el fundamento de la rl­ qucz.a. En términos generales, tanto los senadores �omo los

caballeros obtenían de la tierra el grueso de sus mgresos. Cuamo más ricos se hadan, mayores eran sus posesiones rústicas. Pero la tlen·a de buena calidad en el centro Y en el sur de Italia ya estaba cultivada, mucho de ella por cam·

pcsinos libres. La formación de latifundios entrañó forzo· snm ente la expropiación y la expulsión de esos campesinos libres. El proceso fue gradual, los fundos se fueron agra�· dando por partes y a medida que se presentaba la oportunt­

dad favorable. Esto explica en parte por qué era típico que en la última fase de la República los propietarios de tierras

en Italia tuvieran diversas fincas dlspe•·sas. Esta fragmen· tación de la posesión de la tierra tuvo importancia po!Hlca porque en gran medida impidió que los aristócratas roma·

nos, a diferencia de los señores feudales europeos, basaran su poder en el control de un territorio particular." La tierra era la fuente principal de riqueza, r la riqueza Cl'll el principal origen del poder poUtico. El problema con· sist(a en que ricos y pobres se pelearan entre sl y los unos con los otros por una fuente estrictamente limitada. En Ital ia el conflicto por la propiedad de la tierra constituyó el eje fundamental de la actividad polltica en los dos t\lti· mos siglos de la República. Este conflicto se expresaba, por ejemplo, en leyes que limitaban la

tierra pública que un

ciudadano podla poseer, en confiscaciones mas1vas de pro­ piedad r su redistrlbuclón a soldados y otros ciudadanos, asi como en la migración provocada de ciudadanos, que deja­ ban sus respectivos terruños por otros lugares lejanos y me·

nos pobl ados de Italia. Como hemos visto, el c�mbio en el esquema de la propiedad de la tierra J)(wó a la 1mportución masiva de esclavos y a la emigración de los pobres, que abandonaban la tierra por el ejército o por la ciudad de Roma. La consecuente evolución de un ejército profesional -o tal vez, más estrictamente, con un núcleo de sol dados

66

que prestaban servicios por tiempo prolongado- y, por otro lado, de tm proletariado urbano, quebró el equilibrio tradi­ cional de poder y contribuyó al caos de las últimas décadas de la República. Es interesante cómo se solucionó el conflic­ to por l a tierra, esto es, con la emigracl
por J ul io César y por Augusto, que alivió la presión de los

pobres sobre la tierra italiana; y, complementariamente, el advenimiento de la pa1. y In integración del Imperio bajo la administración estable de los emperadores puso a los ita· lianos ricos en condiciones cada vez mejores para apropiar­ se de la tierra y t.ransfc•·ir ul campo italiano las rentas que obtenían

en las provincias (véase nota 65). Como ele costumbre, las pruebas de muchas de estas afu'

maciones son tan fragmentarias como discutibles. Pero las

lineas principales parecen suficientemente claras. Por ejem­ plo, carecemos de información detallada acerca de los ingre­ sos de los senadores y de los caballeros, acerca de la m i por·

tanela relativa de los de la agricultura y de las rentas urbanas, del ingreso proveniente de préstamos o de la percep­ ción de impuestos, del comercio y ele la manufactura. Pero e,s •·cvelador que los autOI'-es antiguos se limiten a afirmar

que los ricos eran propietarios de tierras, que la tierra era su principal fuente de riqueza. Cicerón. por ejemplo, en un aotUisls filosófico del hombre muy rico y del que sólo lo es como para '�vir con holgura, obsen•aba que •extrae 600.000 sestercios de sus granjas, mientras que yo saco 100.000 ses­

tercios de las mías• (Paradojas de los estoicos, 49). La cua­ lificación censual mínima para los senadores y los caballe· ros -1 millón y 400.000 Ncstercios respectivamente- se ex· presaba en valor de propiedad, en •u mayorin propiedad rús­

tica, y no en términos de

lng•·cso. Las leyes de Julio César y

del emperador Tiberio sobre deudas presuponían que los deudores en gran escala habían puesto la tierra como garan­

da, y parecían pedir a lo• acreedores que invirtieran dos ter· c ios de préstamos rápidos en tierra italiana. Dos palabras co­ munes para denominar la riqueza (locuplcs, possessor) lleva­ ban impl lcitas la idea de la propiedad de la tierra." Inclu­ so la mlnorla de los cabnll�ros, pollticamente poderosa, que se especializaba en la percepción de Impuestos, probablemen­ te operaba sobre una base de propiedad de la tien·a. Esto va iera la posesión de implJclto en el hecho de que se les exig tierras como garantla del cumplimiento de sus contratos (véa-

67

se nota 58). De allí se sigue, a fortiori, que los caballeros menos importantes, localmente poderosos en sus rcspecti· vas ciudades italianas de origen, eran ante todo propietarios rústicos; en verdad, Cicerón �e refiere a ellos varias veces en

forma colectiva como agricultl,n·es, gente del campo

lae, rusricani)."' Además,

(agrico·

parece obvio que en una sociedad

predominantemente agraria, carente de una sofisticada su· pcrestructura administrativa, la tierra tenía que ser la prin· cipal fuente de riqueza. Aun cuando un hombre hiciera mu· chíshuo dinero por alguna otra vía, el status social y la se­ guridad los conseguilia sólo invirtiendo en tierra (Cicerón,

Los Deberes, 1.151).

El predominio ele la propiedad de la tierra entre los roma­ nos l'icos no significa que los ingresos de lo.s senadores y de los caballeJ'OS sólo provinieran de la tiern. La propiedad de la tierra en compatible con la l'ealiwción de otros Intereses

financieros. En el mundo moderno, la especialización de las ocupaciones nos incl�na a pensar que Jos tcrratenícntes, los banqueros, los financieros, Jos recaudadores de impuestos y los hombres de negocios son personas diferentes. En Roma solian ser las tnísmas. Era común que los grandes terrate­ nientes no arrendaran toda su tiena a arrendatarios libres, sino que explotaran una parte de ella directamente. Era tí· pico que se pusiera un administrador esclavo (villicus) a car· go de la dirección cotidiana de la granja de un hombre de fortuna. Pero parece probable que muchos l'icos, incluso no­ bles, tuvieran un directo y vivo interés en la venta del pro­

ducto excedente de sus ftmclos, aunque las pruebas expJici. tas de ello son escasas." Del mismo modo, parece probable que muchos ricos, incluso nobles, iniciaban a sus esclavos libertos en el mundo de los negocios, para lo cual les propor­ cionaban capital y, de alguna manera, participaban en sus beneficios. Esta c ircunstancia constituye un factol' que con· tribuye a explicar el predominio de los libertos en la vida comercial de Roma y de otras ciudades italianas (véase el ca­

pítulo Il). Pel'o sólo se trata de una conjetura, ya que care· cemos de testimonios que documenten en qué grado, si es que lo h acían, los propietarios de esclavos supervisaban tales actividades comerciales. Muchas veces se ha negado la participación de los sena· dores en todo tipo de comercio, punto de vista que se apo­ ya en una ley aprobada en el afio 218 a.C., que níega a los senadores el derecho de poseer barcos de gran tamaño. Se

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les permitía poseer barcos pequeños, por debajo de siete toneladas de arqueo, «Suficientes para transportar las cose chas desde las granjas. Se pensaba que para los senadores todo tipo de ganancia era degxadante• (Tito Livio, 21.63). Pero sabemos que hacia el 70 a.C. esta ley era letra muer· ta, y que por entonces los senadores estaban seriamente im­ plicados en el pJ'é$tamo financiero, tanto directo como a tra·

vés de agentes. El joven noble Bruto, por eJemplo, prestó dinero a una ciudad de Chipre con un i nterés compuesto del cuatro por ciento mensual y consiguió que el Senado apro­ bara una disposición especial que eximiera a su préstamo

.

de las regulaciones normales que limitaban las tasas de in­ terés. M. Craso amasó parte de su fortuna especulando des· caradamente con la propiedad nwtropolitana7' Teóricamente, no se esperaba que los nobles se interesa.

ran en obtener beneficios; los mismos ideales los volvemos a encontrar en otras •altas culturas• preinclustriales. Pero este ideal era honrado al mismo tiempo que violado; en realidad, muchos ideales existen justamente porque por lo general no llegan a realizarse. Parece una ironía, pero Cicerón aprobó el comercio, con tal de que fuera en gran escala, y sólo le parecía degradante el comercio en pequeña escala (Los De­ beres, 1.151). Es probable que las actitudes hayan cambia·

do en el curso de la expansión romana. Se podía excluir a los senadores de la obtención de ganancias -mediante la ley

del 218 a.C.- porque era relativamente poco importante. Sospecho que, cuando la actividad bancaria ele préstamo financiero y de comercio aumentó su importancia, Jos se.

nadores participaron en ella aun violando los valores tradi­ cionales.

Pero el comercio y las finanzas sólo eran la crema del pastel, no el pastel mismo. No disponemos de cifras roma· nas, pero resultan sugestivas las estimaciones sobre la base

de Jos elatos correspondientes a Inglaterra en el 1801. El in· )lreso medio de los dos mil comerciantes y banqueros más importantes sólo era de 2.600 libras esterlinas anuales, con. tra 8.000 libras esterlinas anuales del grupo superior de te· rratenientes y 3.000 libras esterlinas correspondiente a la capa superior de la gentry.13 En esta época Inglaterra estaba mucho más industrializada y comercialmente elaborada que Roma en toda su historia. La relación que habla en Roma entre Jos ingresos agrícolas y los no agrícolas, incluso en las condiciones excepcionales de la República, era más alta, con

69

i

toda seguridad. El elevado status social de los grandes te· rratenientes se apoyaba en su gigantesca riqueza (11ílril d11l·

ci11s agricultura). Aun cuando los terratenientes romanos hubieran querido lnvet·tir en el mundo de los negocios. se enfrentaban con una dificultad que constituía un grave obstáculo para el desarro­ llo económico. Los romanos nunca desarrollaron un maJ'CO legal para las empresas comercia les o manufactureras seme· jantc a nuestra sociedad anónima, la cual tiene la ventaja de limitar los riesgos de los inversores y de preservar la unidad de los negocios más allá de la muerte de su propietario. Sólo en el campo de la percepción de impuestos y de la mlnerín.

los romanos crearon una corporación (sodctas). El derecho a recoger impuestos en cada pro\'incla era subastado cada

cinco años. Las sumas y el rles¡;o Implícitos estaban por en· cima de las fortunas individuales. Para solucionar esta situa· ción, se creaban corporaciones de •·ecaudación de impuestos con las inversiones y garantlns de muchos individuos. Toda

corporación constitula una entidad jurídica pero estaba mu· ello más expuesta al riesgo de disolución que las corporacio­ nes modernas. En verdad, la muerte o el retiro del presiden·

te (ma>rccps) parecía suficiente, en ciertas circunstancias, para provocar la disolución.74 Así pues, la in\·ersión en Jo re·

caudaeión de impuestos dcpendla del éxito en las subas· tas periódicas y pod la set· intermitente, asl como también de corta duración. Tal vez el sistema funcionara sólo porque los publieanos romanos, como ya hemos visto, se movían sobre una base estable de propiedad n ística.

La organización y el capital agregado de los publicano� nunca se aplicaba al comercio ni a la manufactura Por el contrurio, se mantenían muy lrag.nenlados en pequeños nc· gocios familiares. Las organlz�clones mayores tenían traba· .

jado•·es esclavos, pero empleabAn muchos menos hombres que \os grandes fundos agrícola� (latif¡¡ndia);" además, en el CO· mcrcio y la industria no había institución superior cquiva· lente al arrendamiento, que permitía la explotación coordi· nada y en gran escala de los pobres por un solo hombre rico.

Tal vez en el comercio pudlernn amasarse algunas fortunas. pero no muchas ni muy grnndcs. A diferencia de lo� pnbli· canos, l os comerciantes no constituían un grupo del que O.

Cicerón (?) pensaba que valiem la pena cortejar en las clcc­ clontts; mientras que en tiempos muy posteriores. las for­ tunas de los rnercade•·cs p1·ósperos en la ciudad comercial

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más importante del Imperio, Alejandría, tal vez sólo fueran una fracción de la de los grandes terratenientes...

Era precisamente la escasez de altemativas de inversión y

el elevado status que tenía la propiedad de la tierra Jo que inducía a invertir el capital en la tierra. Entre los sena. dores había una razón más. No era frecuente que se presen­ tara la oportun idad de obtene1· inmensos beneficios del Im· perlo. Muchos senadores sólo tuvieron una o dos ocasiones en toda su vida de ocupar el cargo de gobernador provin cial, y ello en condición de j11niores. como cuestor o como ·

ayudante de gobernador (legatus). Un grupo más favorecido, que oscilaba entre dos y tres quintos de los que entraban al Senado, eran elegidos para el c.argo de pretor, con lo cual

se convcrtlan en candidatos a gobemador provincial. Tcóri·

camente, todo funcionario tenia oportunidad de gobernar una provincia durante un año, puesto que para períodos prolon· gados los romanos conservaban el equilibrio entre el núme· ro de provincias y el número de funcionarios seniore:; ele·

gidos, es decir, pretores y cónsules.17 En realidad, cspcciol­ mentc al final de la República, había retrasos y escasez de funcionarios, de modo que funcionarios como Ven·es o el hermano de Cicerón, por ejemplo, gobernaron una provincia durante tres años, mientras que otros aun cuando fueran elegibles, nunca gobernaron ull3. En el capílulo 1 de mi obra Srtccession a11d Desceut muestro que sólo un número extre. madamente reducido de las familias más importantes podían asegurar a uno de sus h ijos en cada generación el acceso a un alto cargo; por ejemplo, sólo el 4 �l> de los cónsules del periodo 249-250 a.C. (N= 364), provenía de familias que ha. bían contado con cónsules durante seis generaciones suce­ sivas; como contrapartida, más de In cuarta parte de Jos eón· sulcs provenían de familias que sólo habían tenido un cónsul en dos siglos. La mayor parte de los senadores, en conse· cucncia, no podían estar seguros de que ellos o sus hijos

tendrían una nueva oportunidad de hacer dinero desde un cargo elevado. Por lo tanto, los senadores aforttmados se sentían obligados a enriquecerse e invertir en tierras. Con ello podlan matener a la fa milia durante generaciones. Carecemos de pruebas precisas acerca del aumento de

extensión de las posesiones rústicas de los ricos. La famo. sa observación de Plinlo de que •los ¡¡randes fundos fucnlll la ruino de I talia• (Historia Nat11rat, 18.35) es tanto un juf. cio mo•·al como un hecho real, data de mediados del siglo 1

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d.C. y seguramenLe constituya la culminación de un largo proceso. Es probable que la adquisición y reunión de tierras se haya ido produciendo a lo largo de siglos, mientras la élite de la ciudad de Roma fortalecía su dominio sobre los territorios de ciudadas v tribus italianas, una vez éstas pollti· camente asimiladas a Roma. Sólo disponemos de indicacio­ nes muy generales de la (dtima fase de la República, pero, a pesar de todo, podemos arriesgar algunas estimaciones. En primer lugar, si el cálculo convencional moderno del nú· mero de esclavos en Italia es más o menos corTccto, a me. diados del siglo J a.C. ltali� debió contar con un millón ele esclavos nr,rfcolas. Corroboran esta opinión las rebeliones de esclavos en Sicilia y en Italia -135, 104 y u.C.-, cada una do las cuales atrojo a decenas de miles de esclavos re· bcllies. En segundo lugar, los autores que so ocuparon de agricullu•·a y cuyas obras han llegado hasta nosoiTOS -Ca· tón, Vn•·•·ón y Columela- dan todos po•· cierto que los es· clavos habrlan formado la fuerza de trnbajo más importan. te tanto en sus propins tierras como en las lierras de sus lectores. Catón describe, como ejemplo, dos granjas, una con trece y la otra con quince esclavos (Varrón, Rertmt rusti­ camm, 1.18). Ambas cifras suponen granjas esclavistas va· rlas veces mayores que una granja campesina meramente Familiar. En trrcer lu¡rar, el desarrollo ele una literatura especlali· zacln en tomas a¡zdcolas es por sí mismo una indicación del crecimiento ele una agricultura de empresa, incluso ccapita· lista•. Parece que sus comienzos datan ele la traclucolón ofi­ cial ele un trntaclo cartaginés que el Sen ado habla encargado poco después de la victoria de Roma sobre Cnrlago (202 a.C.). Catón. Vn\'l'ón y Columela son sólo la narte emergente que aún sob•·evlve de un iceberg desaparecido. Sólo conocemos hechos nlslndos acerca de otros escritores de temas ngrlco· las. Cicerón. por ejemplo, traduio al latín el tratado de Jenn. fonl<' nf lo ttonómico. Discusión sobre la adminlstr•urión de ¡>ropicdades rdsticas. La sofisticación aumenta considerable. mente de Catón a Varrón y Columela, lo que inclina a pen· •ar que se trata del reOeio de un prol!reso ¡zcnernl en este orden del conocimiento. Una rápida lectura de lo< manua· les inel<'
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Por último, si los ingresos de los nobles y de los caba· lloros romanos pro•enlan en gran m edida de las rentas o de la explotación directa de la tierra, las áreas de tierra de bue· na calidad que controlaba un hombre rico debían ser vastas. Es dificil aportar cifras al respecto, que, además, dependen de dh·ersos supuestos dlscuHbles; por otra parte, tU\'0 que ha. ber diferencias muy considerables segón la fertilidad y la ubicación de In linea y el tipo de cosecha, por no hablar de las rtuctuacloncs anuales del volumen de la cosecha y del precio. A pesa•· ele todas estas dificultades, puede ser (ttll un ejemplo. Si los senado res romanos sólo obtenían un prome· dio de 60.000 sestercios anuales de l as rentas agl'fcolns (lo que resulta bajo, pues es sólo el 10 % del Ingreso de un homb•-c muy rico. según Cicerón) y si las rentas cqulvalian al 30 o/o de lns cosechas brutas (lo que es alto). entonces, a un precio convencional para el trigo, resulta que seiscientos senadores posefnn en conjunto tierra suficiente como para mantener a doscientas mil familias campesinas -unos ocho· dentas mil pei'Sonas incluidos mujeres y niños- en el nivel de subsistencia mínima. Esto era al menos la quinta par·te de la población campesina libre de Italia." Se pueden subir o bajar estas cifras; sea como fuere, nos dan idea ele órde· nes de magnitud. Aun cuando se tratara del doble o de la mitad, no hay por qué dudar de que el n i cremento de la riqueza agrfcola del Senado -para no hablar de los equi· tes- se consill\1 ió al precio de un inmenso despla7.nmiento de campesinos.

7.

LA TIERRA BN LA POI.ITICA

En Italia, la creación de graneles fundos, en consonancia con la l'iqucYoU, el poder y el carácter ostentoso de la élite romana, •conquistadora del mundo•, oece
como hemos visto, mantenfan fuera de 1� licr�·n, en c�lídad de soldados, a un promedio de 130.000 itnlí�nos. Pero no sólo esto. Ln invasión de Anlbal a Italia habf� precipitado a miles de campesinos a buscar protección dentro de las mu. rallas de Roma. Sus granjas y su ganado fueron destruidos. Cuando Anfbal

se retiró,

los cónsules recibieron in,tmccio­

nes del Senado para colaborar en la reintegración a su• gran­ jas abandonadas de los campesinos que ofreclan resistencia (Tito Livio, 28.11). Dos años después de la terminación de la gue1·m, en 200 a.C., se puso en venta unn gran extensión de tien·a italiana (Tito Livio, 31.13, cf. 25.36); hubo entonces hombres de olevndn condición social, que hablan prestado dinero al Estado en tiempos de crisis, que pidieron que les fueran devueltos los préstamos de tal modo que pudieran beneficiarse en el morcado. El gobierno no estaba en condi· ciones de pngar en metálico porque en ese momento tcnfa que (innncinr ott·as guerras; en cambio, concedió a los act-ee·

dores grandes extensiones de tierras del Estado a llrecios de art·endamiento irrisorios. Las guerras civiles y las confis­ caciones judiciales del siglo I a.C. brindaron a los que aún seguían siendo ricos oportunidades similares de acumula. cíón de grandes fundos." Los avatares de la guerra se reflejan con precisión en el programa de coloni7.ación organizado por el Senado romano entre 194 y 177 a.C. En este período, la población de Italia central se vio disminuida en cerca de 100.000 hombres, mu· jeres y nifiOS1 que fueron reasentados en veinle colonias, pl'edominantemente e1t el extremo sur y en el extremo norte de Italia. P1·ueba de considerable empobrecimiento es el gran número de parcelas de tierra que recibieron aparentemen te la mayoda ele ellos." No es probable que los curnposinos an. duvieran más de t rescientos kilómetros, con todas sus perle· nencias a cuestas, desde las tierras de sus ancestros en el centro de !talla hasta los territolios nuevos y a menuct> hos.. tiles, a menos que se vieran violentamente empujados a ello. Si bien t-eciblan más tierra en compensación, hay que tener en cuento que, para muchos de ellos, la tierra ganada no llegaba n cuatro hectát-eas y que a ello habla que agregar el insulto que constituía para los colonos el verse privados a veces de su plena ciudadanía romana. Otros campesinos migraban a las ciudades, :mtc tocio a Roma. Una \'CZ más, disponemos sólo de fragmentos de in­ formación para ensamblar. En 187 a.C., y nuevamente en 74

177 a.C., los aliados latinos reunidos ese quejaron al Senado de que gran número de sus ciudadanos hablan migrado a Roma y allf se les habla censado• (Tito Li\'io, 39.3). Si esto continúa asl, dcclan, tanto la� ciudades como las granjas que. darán despobladas. Ya tenla.n dificultades para cumplir con sus obligaciones de suministrar soldados (Tito Livio, 41.8). En cada ()C(ISión el Senado enviaba un funcionario para que es· pantarn a los nuevos inmigrantes de origen latino. Se nos cuenta que en la primera ocasión se dio instrucción de re­ gresar a su lugar de origen a unos doce mil latinos, quienes, con todas las personas que de ellos dependlan, constitulan una población considerable. Se aprobaron reglamentaciones que restringían la inmigración, pero que eran burladas con subterfugios legales; de modo que resulta sumamente dudo· so que se detuviera alguna vez la migración a In ciudad de Roma po1· mera di�po•lción administrativa. Otra i ndicación del aumento
nes atraían irresistiblemente a la ciudad las inmensas sumas de dinero que allí se gastaban. Como consecuencia de ello. algunas reglones del campo quedaron desiertas do campes!· nos. En 180 a.C., por ejenwlo, en las tierras altas de Italia central fueron t-easentadas 40.000 pers<)nas provenientes de Tribus del Norte que habían sido derrotadas en la guerra (los ligures; en lo cifra citada se incluyen mujeres e hijos) (Tito Livlo, 30.38). La idea era buena. El asentamiento so­ brevivió por lo menos tres siglos." Pero para la emigración campesina sólo fue un paliativo, no un verdadero t-emedio. Tan fragmentados y variados en sus contextos pnrecerlan los cambios a un noble romano contemporoneo, que a su criterio no constituitían en modo alguno un único proceso. SI tenia más dinel'O y adquiría más tierra; a unos pocos granjeros pobres se les desahuciaba o se les compraba su parte; cada vez podfan verse más casuchas a lo largo del 75

camino a Roma, y tal vez aumentaba el número de mendigos a la puerta de su casa, a la cual se incorporaban algunos cs­ cla\'OS más, y en Roma eran muchísimos los filósofos griegos que predicaban nuevas morales. Todo ello constituía una pas­ mosa variedad de acontecimientos cuyos alcances particula· res no podían enfrentarse ni e'itarse. Cuando la migración pi'Ovocó dificultades al obstaculizar el cumplimiento de los acuerdos existentes -como ocurrió con la reducción de la capacidad de los aliados paTa aportar tropas-. las autorida­ des hicieron Jo que pudieron. Prohibieron la Inmigración. Poco más se podla hacer. Con In snbldurla que da la mirada retrospectiva, Jos his· toriadorcs romanos advirtieron más tarde el impacto acumu­ lativo que habla producido la expulsión de pequel\os pro· pietarios agt·lcolas. •Los romanos de todas las tierras que por la guerra ocupa­ ron a lo" enemigos comarcanos, vendieron una parte; v declaran� do pública la otra, la arrendaron a los ciudadanos pobres y me­ nesterosos por una moderada pensión que deblan pagar al Bra· ,.io. Bm�.aron los ricos a subir las pensiones y como fuesen de­ ·ando sin tierras a los pobres, se promulgó una ley, que no per­ ntas yugadas de tierra. Y por algún nilfa cullil·nr más de quinie jcmpo contuvo esta le y Ja codicia, y sinrió de nmparo a los P'<>" bres pa.rn permanecer en sus arrendamientos y mantenerse en la suerte que cada uno tuvo desde el prlocipio; pero me\.� adelante los ,·ccinos ricos empezaron a hacer que bajo nombres supuestos se les trapasaran los arriendos, y aun después lo ejecutaron abicr­ tomcntc por si mismos: con lo que desposeídos por pobres, ni se prestaban ele buena voluntad a servir en los ejércitos. ni cuida· han de la crianw de los hijos, y se estaba en riesgo de que la Italia toda se qucdnra desierta de población libre y se llennrn de calabozos de esclavos como los de los bárbaros: porque con ellos labraban las tlcrrfl.s Jo� ricos, excluidos Jos ciudadanos.• (Plutarco, Vlrlas tHtrnle/as, Tiberio y Cayo Graco, 8, trad. A. Ran1. Ro'{'ani­

llos. Mndrid, 1 880.)

En 133 a.C., la concentración de tierr& en manos de los l"icos se convirtió en un tema político de gran importancia. Ern cnsi inevitable que se presentara como un conflicto en­ tre ricos y pobres, entre grandes terrateniente< y campesinos sin tier•·n. A semejanza de los problemas poHticos importan· tes de otra<
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constituyó una cuestión crucial. Los acontecimientos de ese año son especialmente importantes porque resumen y anun­ cian el siglo de luchas políticas que se avecina. En particular, la ley agraria de Graco fue uno de los veinte intentos que se rcaliz.aron u lo largo del siglo siguiente para resolver los problemas agrarios por medio de la ley y de la distribución de tierra a los pobres." Pero antes de analizar las reformas imentadas por Tiberio Graco, me gustaría resumir tres rasgos estructurales que determinaron la modalidad del conflicto. En primer lugar, aun cuando los aristócratas dominaban en el Senado las instancias de la decisión política romana, había amplios sectores de la plebe que tenían considerable poder; en efecto, los aristócratas cortejaban a las asamblea& popular.;s, ya que éstas eran qu ienes los elegfan para los más allos cargos. Las asambleas tenían también poder fo¡� mal para aprobar leyes. La idea de que el Senado y el pue­ blo romano (en los desagües romanos puede leerse todavía las letras SPQR) compartían el gobierno en gran parte fue sólo un mito, pero un mito que sigue vivo aún. En segundo lugar, los tribunos de la plebe, tal como el nombre de sus cargos Jo indica, estaban ostensiblemente obligados a proteger los intereses específicos del pueblo. Bs seguro que no siempre cumplieron con su deber y que mu· chos debieron conformarse con atenerse al statu q"o. En verdad, por lo general los tribunos eran aristócratas que trataban de abrirse paso hacia la carrera senatorial. Con todo, y a pcsat· de las e.xigencias de dicha carrera, los tri­ bunos de la plebe se hundían una y ot ra vez cual espinas en la carne del conservadurismo del Senado. Los acontccimien· tos de 133 a.C. no hicieron más que confirmar una larga tra­ dición. En la historia había habido tribunos de la plebe que habían propuesto reformas agt-arias o la restricción de los privilegios senatoriales. Y en el pasado reciente, en 151 y en 138 a.C., Jos tl"ibunos habían llegado a encarcelar a Jos cónsules como protesta contra las injusticias de la leva mi· litar." Las asambleas populares y los tribunos proporcionaban canales legítimos y preestablecidos para la expresión del con· flicto. Ciertos lideres romanos pensaron que su supresión erradicaría el conflicto, y asl fue como Sila contuvo tempo­ ralmente a los tribunos, y luego los triunviros se encargaron de controlar las asambleas populares. La consecuencia fue que las lineas del conflicto pasaron a resolverse en otras ins-

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tancias; en efecto. eran los generales y sus ejércitos quienes decidlan los asuntos políticos. En tercer lugar, tenemos que tener en cuenta la tierra

pública o estatal (ager publicus populi Roma11/). Esta cate­ gorJ a legal de tiena había sido muy importante como reser­ va que permitió la formación de grandes fundos. La tie rra estatal estaba constituida por tierra que el Estado romano ha­ bla arrebatado a las comunidades italianas -por lo general un tercio de su territori<>- durante la primera conquista, más otras tierras que el Estado romano habla confiscado. Por ejemplo, n los aliados romanos que tomaron partido por Anl­ bal durante su invasión de Italia se los castigó con la confis­ cación de sus tierxas. Parte de esas tierras se enu·ogó a co­

lonos, se vendió o se arrendó; pero la mayor parte, según el historiador Apiano, del siglo n. no fue asignada. Cualquie­ ra podla ocuparla -se llamaba ager occu¡>atorifls- contra el pago de una renta al Estado, si bien esta ocupación no con­ taba con gnraJltlas legales de tenencia. •Fueron Jos ricos quienes se apoderaron de casi toda esa tie· rra no asignada. Con el tiempo estuvieron seguros de que no se­ rú-.n despose(dos. Adquir ieron tierras vecinas. incluso las pata> las de Jos pobres, a \'e'<:eS pOr compra con persunslón, a veces mediante la Cuerta, de modo que al final ya cul�ivaban grandes fundos y no simples granjas...• (Apiano, G11erras civiles, /.7) Hay pruebas de que a menudo se dejaba, complaciente­ mente, de percibir las rentas; rentas que en tierras aptas eran por lo general de un décimo de la cosecha; y con toda""lm· punidad se evnclfan las leyes que cstableclan In cantidad de tierra estatal que un hombre podía tener.�S La tierra que había co11quistado el pueblo rom ano y que era nominulmen. te explotada c11 beneficio colectivo enmascaraba, como a me­ nudo ocunicra antes, y después, la desproporcionada ganan­ cia de los ricos. El poder polltico y los privilegios de los terratenientes estaban tan profundamente arraigados que en esta fase na­ die sugirió una redistri bución general de la tier•·a sobre la

cual los ciudadanos romanos tenlan individualmente plena propiedad por •derecho de posesión perpetua• (Cice•·ón, Pro Milo, 78). Esta sugestión habría unido a la oposición. Pero la situación jurídica de l a tierra estatal, con su connotación de ser un bien colectivo (ager pub/ict<S populi Ro111a11i), que en términos técnicos era poseída •precar iamente•, ocupada

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pero no U>mada en propiedad, era lo suficientemente ambi· gua y proporcionaba la justificación suficiente como pu1·a le­

gitimar su redistribución. Sin pe1'der de ''ÍSta estos factores, volvamo• a lo• acon­ tecimientos del ailo 133 a.C. Tiberio Graco habla nacido en una familia noble, habla sido dos veces cónsul y censor. Como jo\'en funcionario, prestó serviio en el ejército de Espaila y ayudó a negociar la paz después de la derrota del ejército romano, negociación cuyos términos luego rechazó el Sena­ do. En sus viajes por Italia a Graco le había impresionado la extensión de los fundos cultivados por esclavos y el decli­ nar del campesinodo libre. La rebelión de esclavos que esta­ lló en Sieilia en el año 135 a.C. debió reforzar sus impresio­ nes. A su rcgre�o a Roma fue elegido tribuno del pueblo y propuso que la ticna del Estado se redistribuyera a los po· bres. Una consecuencia de ello hubiera sido el increm ento del número de pequeños propietari os obligados a servil· en el ejército. Laelio habla presentado una propuesta semejante unos años ames, pero In abandonó debido a la oposición que habla lc••antado. Es obvio decir que los r icos también se opusieron al proyecto de Graco. No puedo hacer nada me­ jor, para describir la campaila de Graco a favor de su ley, que citar el relato de Plutarco, escrito en el siglo n d.C.. pero c

tomado de fuentes muy anteriores."

•Mns nombrado Tiberio tribuno de la plebe, al punto tomó por su cuenta este negocio, siendo, según dicen los demós, los que le daban calor el orador Diófanes y el filósofo Blosio... Algunos dan también pnrte de culpa (de la muerte de Tiberio) a su ma· dre Comclia, que muchas veces echaba en cm·a n su� hiJos el que los romanos le decían siempre la suegra de Esclplón, y nun· ca la madre de los Cracos. Mas otros dicen haber sido la causa un Espurio Postwnlo do la misma edad de Tiberio, y que com. pella con ól en las defensas de las causas: porque como al vol· ver del ejército lo encontrase muy adelantado en gloria y gozan­ do de grande lama, quiso, a lo que parece, sobreponérselc, ha­ ciéndose autor de una providencia arriesgada, y que ponía n to­ dos en gran expe<:toción; pero su hermano Cayo dijo en un es­ crito que al hnccr Tiberio su viaje a España por la Tos.:ana, viendo la despoblación del país, y que Jos labradores y putores eran esclavos advenedizos y bárbaros, entonces concibió ya la primera idea de una providencia que fue para ellos el monantial de infinitos males. Tuvo también gran parte el pueblo mhmo, acalorando y dando impulso a su ambición con excitarle por me· dio de carteles, que aparecían lijados en Jos pórticos, en las mu· 79

rallas y en los sepulcros, a que restituyera a los pobres las tie­ nas del público. i solo la ley, sino que ton'ó consejo de •Mas no dictó por s los ciudadanos más distinguid�• en autoridad y en vlrtud... Pa· rece además que no pudo haberse escri to una ley más benigna y humana contro semejante iniquidad y codicia: pues cuando parecfa justo que Jos culpados pagaran l a pena de la desobedien· cía, y sobre ella sufrieran la de perder las tierras que disfruta· ban contr:>. las leyes, sólo disponfa que percibiendo el precio de lo mismo que injustamente poselan, dieran entrada a los ciuda· danos lncli¡cntes. Mas aunque el remedio era tan suave, el pueblo se daba por contento, y pasaba por lo sucedido como para en adclanlc no se le agra.viura; pero los rico!ll y acumuludores de po­ se�ioncsJ minuiclo por codicia con encono n la ley, y pot· ira y t.emn n su autot·, Ll'aLaban de educir s. al pueblo, haciéndole creer que Tibcl'lo queda Introducir el repartimiento do IIClTUS con la mira de mudar el gobierno y de uastornarlo todo. Mas nada consiguieron; porque Tiberio, empleando su elocuencia en una causa In más honesta y justa, siendo asf que era capat de exor­ nar otras menos recomendables, se mostró te1Tible e invicto cuando, rodeando el pueblo la tribuna, puesto en pie, dijo ha· blando de los pobres: •Las fieras que discurren por los bosques de Italia tienen cada una sus guaridas y sus cuevas; y los que pelean y mueren por Italia sólo participan del aire y la luz, y de ninguna Oll'a cosa más; sine> que sin techo y sin casas andan crran1cs con sus lújos y sus mujeres; y sus caudillos no dicen verdad cuando en las batallas exhortan a los soldados a combatir contra los enemigos por sus aras y sus sepulcros: porque de un gran númc1-o de romanos ninguno tiene ara. pntrin, ni sepulcro de sus rnoyorcs; sino que por el regalo y la riqueza ajena. pelean y muet·en, y cu&ndo se dice que son señores de toda Jn ticfta, ni siquiera un terrón tienen propio. •llstus expresiones, nacidas de wt ánimo elevado y de un sen· timionto verdadero, corrieron por el pueblo y lo entusiasmaron y movlc•-on de manera que no se atrevió a chista¡· ninguno de los contrnl'ios.• (Plutarco, Tiberio y Cayo Graco, 8·10, VIdas pa. ralela�, t1·ad. de A. Ranz Romanillos, Madrid, 1880.}

El cunOicto fue creciendo poco a poco. Desafiando l a con· Graco sometió di· rectamente su. proyectos al voto del pueblo. Un tribuno co­ lega suyo utilizó su ,·oto para bloquear el proceso. Entonces, Graco, nuevamente por el voto popular, lo separó de su cargo, lo que carecía de precedentes y tal vez fuera inconstitucio­ nal. Pero el nuevo proletariado urbano, los campesinos que vivían cerca de Roma y una minoría de nobles le apoyaron. La ley de tierras se aprobó, y con ella se reafirmó la antigua vención, y sin consulta previa al Senado,

so

500 iugera (125 Ha} las tenencias de tie­ rras del Estado. Se creó una com isión de tierras, a fin de hacer una seftalización de las del Estado y asignar la exce­ dente a los pobres. Algunos mojones sobreviven todavía. Los nuevos pequeilos propietarios necesitaron dinero para cul· tivar sus granjas, pero tradicionalmente era sólo el Senado el que autorizaba el gasto. Graco invadió l a jurisdicción del Senado al proponer al pueblo una ley por la cual los lngre· sos extra de Asia Menor se distribuyeran entre los nuevos

ley que limitaba a

agricultores, y, sobre todo, entre los pobres que queclaban en la ciudad. (Tito Libio, Ab urbe condita, 58).11 No es dificil

imaginarse la cólera de los senadores conservadores; la uti· izac l ión del dinero público para dar limosnas a los plebeyos era un acto revolucionario, más que nada porque el prestl· gio político que otorgaba el ser benefactor del pueblo hahdn

engrandecido n Tiberio Graco. El colmo fue que Graco trató de perma necer en el cargo a través de la reelección, con lo que volvía a violar In tradición . El día de las elecciones, un grupo armado de senadores alertas, a cuya cabeza se encon­ traba el supremo sacerdote (pontifex maximus) -ocupante él mismo de grandes extensiones de t ierras del Estado- ase­ sinaron públicamente a Tibel'io Graco y a cuatrocientos de sus inmediatos seguidores. La tonnentosa carrera polltica de Tiberio Graco duró menos de un allo. Sin embargo, fue importante, en parte porque fue precursora de conflictos civiles posteriores, y en parte porque ilustra In intersección de los conflictos pollti· cos con casi todos los otros factores de cambio social y eco. nómico que hemos analizado más arriba, a saber, la riqueza

creciente de los terratenientes, la emigración ele los campe· sinos pobres, el c1-ccimiento de la esclavitud, In escasez de reclutas para el ejército, el poder del Senado, el surgimiento de las plebes urbanas. la competencia entre nobles y In utill· iales como arma de conflicto zación de los ingresos imper político. Paradójicamente. a corto plazo tanto Graco como sus ase. sinos tuvieron 6xito. Los asesinos restauraron la suprema· cla del Senado y aseguraron la paz a través de posteriores ejecuciones judiciales. Por otra parte, a pesar de la muerte de Graco, la comisión de tierras insistió en su trabajo y al parecer consiguió distribuir tierra a varios miles de eluda· danos. Graco fue más e6caz muerto que en vida. Sin cm. bargo, en 129 a.C., los representantes de los aliados Italia· 6

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nos se o:msieron vigorosamente a la disttibución de la tic· rra del Éstado dentro de su territorio, y su opOsición, cuan· e do se unió con el poderoso patronato de Roma, fue suficient ." En 128 a.C., comisión para inhabilitar los actividades de la u modo de compensación, se estableció en 1talia una J�ttcl'n · colonia, la primura en cincuenta años; . mu.y p�onto le s¡gulc el Cayo, de n mst1gac1ó a de ellas ron tres o cuatro más, dos hennano de Tiberio Graco, que fue tribuno de la plebe en a.C." Después de todo, las colonias en territorios dista.n. · tes cumplieron la misma función para los pobres que la d s � tribución de parcelas, con la única dlferenci.a de que la� 11� icos. Cayo Graco mcluso suprlrnJÓ rras no se quitaban a los r amente se habían impuesto a la las restlicciones que previ

t23

comisión de tien·as, pero ni siquiera así parece ésta haber a.C,. conseguido demasiado; fue abolida pr�bablcme�te en 119 Cayo. de asesmato al sucedtó como parte del contragolpe que Pero había un problema que jamás se rozó siquiera. Los del nuei'OS pequeños propietarios que hablan recibido tierra colonos, de calidad en Estado, bien en propiedad plena, bien ismas presiones qu� antes h.abí�n estaban expuestos a las m expulsado de la tierr;� a sus padres o a ellos m1sn:os. T1berto visto este problema y trotó de legJslar e�ltán· a pre Gmco habí o los nuevos agricultores te ley, 1�fan proh1bld dolo. Sajo su apll· vender su tierra. Dudo que la ley fuera efecttvamente iones fueron formalmente s cada; de todos modos, sus previ afio 121 a.C. Despuc!s de el en mente abandonadas probable ieron realmente los Gracos? todos sus desvelo�. ¿qué consigu de Vistas las cosas a largo plazo, esto es, en el contelf'to . as asrnn ley las ni , siguiente siglo del � los acontecimientos . , ni las violentas 1·epresiones influyeron en la evolucton SOCial in. del imperio. Se las entiende mej�r si se consi�eran vanos s· e . d much S al. lo encr 1a tendcnc la a � <;> tontos de oponerse � puc:\s, cuando ya hemos visto repettrse los mtsmos o SJmllR· res conflictos violentos, nos animamos a pensar en amplios son cambios socio-económicos. Estas miradas desde lo alto privilegio de los historiadores. Los protagonistas, .en cambio, tanto tienen muchas otras cosas en qué pensar, que s1rvcn fucn· Las tiva. perspec su nublar para pora enriquecer como con· sus de nlgunas sólo pero algunas, n recuerda nos tes cepciones y acciones.

82

8.

LA SOLUC/ON: .\1/GRAC/ON MAS!l'r1

Los historiadores modernos del mundo antiguo han tra· t:tdo de reconstruir las ct·isis sucesivas a partir de los da· tos parciales con que cuentan, considemdo' vn su propio contexto. Los héroes y los villanos de este mundo ruconstruí· do son los líderes de la sociedad, •los hombres que han he· cho la historia•: los Gracos, Mario, Sila, Pompeyo, Julio Cc!sar, Augusto; y los temas principales de esta historia son las

ri1alidades de facciones entre pequeños grupos aristocráti· cos. En otras palabras, el mundo tal como lo vieron los ro· mnnos notables y los historiadores romanos. Los historiado· res modernos se han empleado a fondo para entender las

n1otivueiones e intenciones de estos Jlucros, su comporta·

miento y sus consecuencias, así como para describir a cada uno de ellos, uno tras otro. No quiero con esto decir que la historia antigua esté hecha ante todo de biografías o anales, sino más bien que los individuos pertenecientes a la étite desempeñan u n papel muy impOrtante t:uuo en los libros

antiguos de historia de Roma como en los modernos, y que estos libros de historia están organiz3dos ante todo con cri· terio temporal, y no por temas o problemas. Por eso la his· tol'in antigua convencional tiene un sabor tn11 diferente de ltt historia contemporánea pustmedieval. I!n el mejor de los casos aprehende el auténtico sentimiento que parece haber

sido experimentado en el mundo antiguo. Y en el peor de los casos, sólo es descriptiva y escolástica y otorga una im· p0rtancia inadecuada a lns personas de segundo orden, a tenor del prejuicio elitista de las fuentes o po1· el mero acci·

dente de haber sobrevivido alguna mención de ellas. A menu· do son tan débiles los dntos de que disponemos, que las motivaciones -la venlt1clcrn materia de las biografías- sólo pueden deducirse del compOrtamiento, de lo que lo menos que pOdemos decir es que se trata de 1m mero proceso es. peculati\'o. Sobre todo, los historiadores modernos del mun·

do antiguo apegados al testimonio, desprecian sistemática· mente los factores o procesos que los autores antiguos )' las fuentes no han tenido en cuenta. Bn

ve� de lanzamos en una nueva relación detallada de las

repetidas disputas que tuvieron lugar al final de la Repúbli· ca acerca de la tierra, quisiera concentrarme en un aspecto que parece especialmente impOrtante. Me gustaría teorizar aceren de lo que con cierta falta de precisión se ha denoml·

83

nado la estructura de la situación. Esto quiere decir que bien podemos considerar toda una serie de acontecimientos, como las veinte leyes agrarias que se suceden a lo largo de un si· glo, como síntomas de un único problema. Este acto de genernlización tiene graves implicaciones ulteriores. En efec­ to, implica que las acciones de los legisladores individualmen· te considerados no sólo estaban movidas por consideracio­ nes inmediatas, sino también por factores a largo plazo de los que no eran necesariamente conscientes. De ello se sigue que la validez de la generalización no puede depe.nder de que los contemporáneos se dieran cuenta de ella o no; no se la puedo validar, aun cuando se la pueda apoyar, con la cita de un pasaje de Cicerón. Su aceptabilidad, en cambio, ha de depender más de su coherencia interna. su economía, su ndap· tación a los hechos nuevos y a ciertas leyes implíclt.as, en­ cubiertas. Pero basta de teoría. En la economía romana, debido a su relativa simplicidad, la tierra era la fuente principal de alimentación y la forma predominante de riqueza distribuible. Campesinos, soldados, publicanos y aristócratas querían tierra y más tierra. Prefe­ rentemente querían tierra en Italia. La conquista de un im­ perio daba a grupos importantes de la sociedad el control de recursos de una magnitud que no conocía precedentes. Se acrecentó la competencia sobre una cantidad limitada de tierra y las decisiones acerca del control de la tierra se con· virticron en un problema politico que volvía a presentarse una y otra vez. Fácilmente acuden a la memoria el asenta­ miento de los veteranos de Sila, por ejemplo, el abortado proyecto de ley de Rulo en el año 63 a.C. y Jos dificult�des para asegurar tierra a los veteranos ele Pompeyo. Las vemte leyes ag rarias, propuestas o aprobadas; las confiscaclo11,1ls de tierl'a de ricos y pobres; su recllstribución a los que care­ cían de tierra, a los ex: soldados y a los nobles que seguían a los jefes victoriosos en la guerra o a oportunistas ricos, así como la adquisición privada de tierra por los ricos, todo ello debe verse como variaciones de un único tema: ¿quién usufructuaba los beneficios que se obtenían en el rmperio? La áspera competencia por una cantidad limitada de bienes daba pábulo a los conflictos políticos de finales de la Repú­ blica. No quiero con esto decir que la competencia por la tierra fuera la única causa de conflicto. El elemento disolvente del proceso fue la guerra civil, que implicaba el reclutamiento de gigantescos ej�rcltos, recluta-

84

miento que entre 49 y 28 a.C. separó de la tíerra a medio millón de campesinos italianos, y los puso, por así decirlo, en condiciones de emigrar." El resultado fue la aceptación de b ienes alternativos por un considerable número de ricos y de pobres; a mi juicio, una masa de campesinos migró a la ciudad de Roma, donde el Estado los subsidió con donacio­ nes de trigo gratuito; grupos mucho más amplios fueron reasentados en nuevas tierras de Italia o en las provincias. También los deos, primero caballeros y luego senadores, ad­ quirieron fundos fuera de Italia. De tal suerte, ambos es­ tratos sociales fucmn acomodando gradualmente sus ambicio­ nes tradicionales a las oportunidades que se les ofrecían en un imperio en crecimiento. Es asombrosa la magnitud de la migración de los Italia­ nos pobres. Entre 80 y 8 a.C en dos generaciones, al pare­ cer más o menos In mitad de los adultos varones libres ele Italia abandonaron sus granjas para it· a las c iudades o bien fueron reasentados por el Estado en nuevas tierras de Italia o de las provincias (véase el cuadro 1.2). Esta afirmación se deduce de las cifras oficiales que nos han llegado, esto es, los censos reali1.ados bajo Augusto en 28 y en 8 a.C., el nú­ mero de soldados en armas o licenciados y la cantidad de colonias que se fundaron o se refundaron. Antes de seguir quisiera llamar la atención sobre cuatro elementos de mi análisis. Pr imero, que los números que se dan indican me­ ros órdenes de magnitud; segundo, que en gran parte se ba­ san en -o derivan de- el cuidadoso análisis de los datos realizado por Bl'unt (1971); tercero, que sólo describen la migración nctu, esto es, que no tienen en cuenta los dife­ rentes movimientos que puedan haberse realizado individual­ mente antes del asentamiento definitivo (por ejemplo, de Ja situación de agricultor a la de trabajador sin tierm, tnl vez a la ciudad, luego como soldado y eventualmente como co­ lono); en cuarto lugar, se concentraron en la migración or­ ganizada por el Estado, gracias a lo cual sobreviven cifras en los registros oficiales; no tienen en cuenta casi los mo­ vimientos privados, fueran hombres, mujeres o nlflos desa­ lojados de la tierra para dejar espacio a los asentamientos oficiales o mlgrantes por cuenta propia, que debieron ser cada vez mtls numerosos, mientras núcleos de italianos cons­ tituían la base de la emigración al norte de halla y a toda la cuenca mediterránea... Advierto que las cifras son hipoté­ ticas, pero que si se acepta el marco básico de Brunt, no .•

85

veo cómo pueden ser las mías demasiado erróneas. Mucs­

ll'an la auténtica magnitud de los cambios acumulativos que ocurrieron en la última etapa de la República, que nuestras fuentes sólo nos permiten vi slumbrar.

CUADRO 1.2. Cambios '"' la población y migración en Italia, 225-8 a.C.: algrmas cifras lolpotéticas (en millares) A.

En el cuadro 1.2 he resumido mis conclusiones de los da· ros y en la� notns a dicho Cuadro he dado algunas explica­

cionco de las cifras. El cambio más impresionante es In de­ clinación de 1.200.000 personas que mvo lugar en la pobla­

ción rural libre (que cayó de 4.100.000 a 2.900.000, es decir, el 29 %). Es una cifra enorme, que debe ocultar una colo­

sal miseria humana. Puede que no sea exactn, pero nos pro­ porciono un sentido de la magnitud del movimiento que en nuestras fuentes no se llalla. Además, parece l'roba­ ble que la mayoría de los cambios se concentraran en el si­ glo r a.C. ¿A dónde fue la población rural? Sabemos que en 46 a.C. se distl'ibuía trigo gratuitamente a 320.000 ciudndnttOS, y en

29 a.C., a 250.000. Estos datos indican que la ciudad de Roma atraía grandes cantidades de inmigrantes (libres y escla,·os

al mismo tiempo, pues a los inmigrantes forzados los po. demos llamar esclavos); parece probable que una pat·te im­

portante del enorme crecimiento urbano -propongo arbi­ trariamente la mitad- se debió a la inmigración campesina.

La ciudad servía también como canal para ulterior migra­

ción. En un esfuerzo realizado por disminuir In cnrgn de la alimentación de la ciudad, Julio César reascntó n 70.000 pro­ letarios adultos varones en colonias de ultramar (Drunt, 1971, p. 257), lo que constituyó sólo una parte de su programa de colonización. Entre el año 45 y el 8 a.C., parece que se esta­ blecieron en ultramar unas cien colonias, con un promedio estimado
colonias •-ccibieron colonos de Italia, y que en olms, g•-uros de italianos yo asentados sirvieron como núcleo de la nueva colonia. Pero � pesar de estas matizaciones, más de 250.000 adultos var-ones de Italia, alrededor de un quin4o de toda la población que aJU vivía ( N = c. 1.200.000) , fue desalojada de 1 talia por el gobierno romano en el curso de unn sola generación." El canal más importante para este tipo de movilidad, como ya hemos visto, fue el ejérc ito. Enorc el oi\o 49 y el

Cambios en la población Var011es adultos •

Hombres, mujer� s y niño

Libr es EsclM·os

Total

(mds de 17 atlos)

28 a.C.

ZZS a.C.

28 a.C.

(pérdida)

4.500 . 500

4.000 2.()00 .

1.350

ISO

1.220 600

(130) 450

5.000

6.000'

1.500

1.820

320

B. División rural/urbana Rural libre Rural esclavos Urbanos escla\'Os Ciudades italianas libres Ciudad de Roma libres

Tntal

!

4. 1 00

500?

2.900 .

·: · !

1.230

ISO?



8 70

(360)

·� �

4SO

�40

2SO'

seo•

75

ISO

15

ISO

600 '

45

200•

155

5.000

6.000

c.

Mtsración desde Jtalia a ultramar� Var ones ad ultos (edad: mds de 17) Antes de 69 a.C. 69-49 a.C. 49-28 a.C.

125

2S

165

(neto) 265' 315 (bruto) 28-8 a.C. lOO•

Subtotal

ganancia

725 a.C.

J.SOO

1.820

32 0

D. DismhJttció'' de la po/¡lncldn rural libt•e Varones adulto.f (edad: mds de 17) Emigrantes de ultramar, 225-28 a.C. A ciud>de.< italianas

Pérdida to tal

265

tOO• 365

28 a.C., 500.000 varones italianos sirvieron en los ejércitos

bajo generales que competían en una serie de guerras civi-

86

87

E.

Crecimiento de las ciudades italianas y de la ciw tad de Roma Varon es adultos (edad: mds de 17 años) 225·28

n.C. De rural libre a urbana De libertos a urbana libre Gana11cia total P.

100• 130•

Reformas de los Gracos 133·120 n.C. Veterano< de Slla c. 80 a.C. Vetern•\OS do Pompcyo 59 a.C. Guerras civiles 41·36 a.C. Asentamiento de Augusto (1) 30-28 o.C. Asenwmiento de Augusto (2) 28-8 a.C. Total

R oma

230

Migraci6n rural dentro de ltaliD Varones adultos (edad: mds de 17 )



10

80

SO 60

;7

3

260

Esta cifra inclu)'c l:t halla dd norte (Ga.lia Ctta.lploa). b Se t;llcul3 aqu( el lO .. del total de la población JXlNI. los varonu adultos d6 17... &5os. En unn población 6edent.,rl:J,, �sto 01, lutom::proc:loctom, eJtO hn· plle.'l. una npoctatlva media de vida de l1 atlos en el mom<'-nto d<:J nacbnlentu. 81 p1ob11ble: que sea una cltr. demasiado alta. So P\ll:do ju11tifiea.r, awlquo •ólo tta a corto plazo, por una calda de la tua de naebnJeoto (Bmnt, t91f, J). l11 •. lA e,.dus:lón de los nll'\os de mt.oos de u.o al'to dt.l censo romano e!C\••rfa tn tncDOJ del 1 96 1� propord6n de la pobbd6n roma.n.a que pe�:"�«ta u el IUilr SI la upcctatin media do vld.a c.ra de l5 do$ (en tJ mom<'Dto dd DlCi1nlttHol en u� pobbci6n �rart.a, lo$ '� adu.ItOf de 17• anos serian apro'Cir'l\llda mmte el l6 " de b pobbc� tOQ.I. Estos eüeulo1 se basom � las UN Alodd lJ(c Table.s (\úsc not• 21). El nWne:ro de ,.,.f'Onej adultos disponible¡: en Roma en, en �l)nstet�otnt:ls, probablerntnt.e de mmo1 del 3l "" que propone Dn1nt (1911, p. 117). o Acepto el cálculo de Orunt (1971, pp. 59 '1 121) de la población U31ií1M 11· brc de ltali<' en 3.100.000 ho.blt.ntt$ en el al\o 22$ A.C.. má$ tAOO.OOO P
Oall� Ci.salpina. d V6'\n$e las notas 13 )' 1•. más arrlb3. La población �•da\·a que aqui " con· Jldera iocluye l.J tOtalidad do los hOm\)res, mujcru )' nlñot, situación qu.e prQ. blbl«nente sólo .e alc:anzó mis tarde. E.n el 111� t a.C., en el aP'OE«< de 13 upar;.dón imperial. la t.ua do va� adultos entre klot pridoot'ros efe 1\lf:rTA y u. la �ión ettt.\'a m conjunto �bfó su anonno.lmente. e�'Ma. Solptcho que, en c:on.scoeurncia. la cUra que damos aqut u dtrDa..Siado alta. La dfn co­ rrc.spondiente :l Jos uela'w �ronu adultos « mú uaura. • R.ural}u.rban.a lndko aquJ el tipo de oc:upac:lóo·t.¡l'i-ec>P/agrk:ulcu.ra, y no tanto el 1\IPI' de reaJdenda. Asf, un campesino q�•.o vlvCa en una dud�&rl ptf'O tr�ibaJaba en $ u .. • campos ao cucnl3. eomo rural. en li.Ails había H4 clud 1 es

u qe d

(Jleloch, 1886, 442). f La pOblación urbJna lltH'e se. ca!cu1a en un 9 .. del total de b pOblaeiÓJ\ Ubre. En la ed.,d n\Odoma, In e;iud:ld de Roma tólo \'Oivl(l a akaoUU" una pob111· dóo de 150.001> tn �1 tl&lO xvu, y se alimeot6 prJmotcl1Almente COC'I kls reeuraot �t�. Sobre u.m.1Ao, '�t.(! ..... J. lk!loch, /levliU:trr.ot&tsC'hi�t• ltlllitt:$, Dtrlln, 1937. p. B: sobre la allmentadóo de Ronu, \'tase J. Dehuneau, 1.4 �i s konoonfq¡,¡e cr s«Wt. de Rmnc. P&rit, 1959. 'tOI. 2. pp. 521 y ss.

88

1 En d aDo 2$ a.C. fA pobladón rural se c:ak:ula n 4.101).«10 entre ll'b«s y mJa,-os. contra •.100.0:0 Ubres �t los escb''(IS en ti at.o 22S a.C. Peco aótese que d 'rea eullh>acb era COI1s1dontblcmcote mayor �n la a.C., g-ra.c-ia.s a la desc­ taelótl y al .rocurado de parte. del norte de JtaHa. 1t Bu el ano 28 a.C., la población urbru:l" total � eJthna aquf arbitrariamcn· te en 1.900.000 in�lu.idos los t�hwos, esto es. el 32 .. do la J>OblaehJn de ltalln. Btlf. cifra es muy alta para un UtiDdO prelodusu:lal, si bien, pol' supuesto, Romn et'l'l la CAPit•l de. un lm)'Mlrlo y no meramente de ltulh\, FOt•mulo Ja hipótesis do que eJ cle'·�do (lC)n$urno eu producfa urbanización 11.nciU:ar en Halla: aun •&f, las clr-ras que aquJ filtllrM -med.H:. miU6n de urbli')QI Ubres y medio mlUón de etc:IA\'Of (� del 20 tl de la poblac:ióo de Wero do Roma}- son altas. 1 E.l nOmero de ciud¡¡d&Jlot: q� r«.ibfa.n trito garuho bajo Au.¡u.slo m l9 a.C. �ra de 250.(0) (Soetonlo, AlliU-110. 4.1) aun cw.n6o ena ctrn ckbla induir al· runos nlAos d.e JO+ años do edad y algunos hombres «1ft ocupadóo runl que vi· '"ian ctrca de Ronu. Con esta ac:lamióo, 200.0:0 � Ul'li ctt.lmación baja pua la pobl�eJ6n rn»culin:t t�.dutta, que al .J) " uroj.;�rii'l u� poblr.ción Ubre toUII de 670,C()O, Para esCar seguro de: no �uh'OCarme, he tomado la eantldttd de 600.0Cn 11 a.C. Mltrfdale-) hs.bda muaendo a SO.oo:J ít:all&.nos ce AJ'- fo\c:aor, .Estoy con· noeldo de q-ue �le nt.l."ntro c-.s una ua¡encióo, pe-ro tam1>Jolo Brunt puede haber cu�do en su eúueno pe)(' ac:omocbr Jos
eautolos:uncote- b;�,j�t. Alauoos de lO$ ltalbnos c:a.uc estaban en el t.�trMjeto en .-t9 a.C. fueron c: a tU NidOs en las guet'l"M elvltu y muenos o rei'se:ntados en asenta• rnl entOJI quo se CJ C()n mi conC-lusión. A ml juic.lo, l;t reducción de la pobla· clón ruml Cuo posible anto tocio Jtl".u�las a l:\ trandererwlfl de eente Mci� otro Jltfo: atf. en este esquems, la ml¡mcióo nual/urb<'nl\ (tubtotales D y E: 100.000}, m4J la migración nel a de ultrarnar (aubtotal C. 26S.OOO) l¡uo.Jan "prox:lmadamentc lA pirdkla de 111 población rurAl libre (sub:OtaJ D: )6$¡000), Por ¡:u,puesto, e:.sto es dt-o\a(huJo bOA'Ii:O. No t� "• s.uponcr que d rural hbn� pobr't: se haya repro­ duckk) a�� mismo, si bkn J)kn10 que Brunt �ra titO riespo: detpuú de todo, la pob� por si tt!.ls.ma no Impide la n::pcoc!�l.6n Pa.rcoe IICC'¡)(AbJc c¡uc una ímponuue cantilad de caMpHino. n)jgrarao a Roma o a 011'1.5 ducbdt:s ilali�· Mf, LA eantk!.3d que- aq-uJ se di (100.(0,)) et pura eonjt::rutt. p S.to ta.mbi.n t C$ una mcn conjttura. Us inscripcionc:& de las e;t.tcW funera. rhn l\a�ren que el m1mero de utlil\W libre:� el;1l 11ll0, t&nto en Roma como en

1

p

po!ltc r lo re s

Otrtt t1udadc--.s italianas. q lhlat cifras para la miiNICióo ru�ttl dentro do halla so refieren sólo e. �»oroct:unicntos esW.totJes. No ttl'l¡ó Idea de cómo roc:lblu nmeh� &ente las paroclílt que dltl)Onfan las leyes do G••at:o, 118:1.'0 e.ntre 128 y 121 ft,C. se establecieron en ltallll chw:o colonlas, de modo que la <:ifnt que aqul eonsl¡namos es mínima, 80-ll a.C. cnin tomadas dt: Brunt (1971. p. )U); la cifra para u.a a.C• .e 1'eñerc dnic:anloc.'1'11e al IIAo 2S a.C.• pt:ro �Y ouoa atml
Ut dtl'ls pan

89

les (Brunt, 1971, p. 511). Los generales victoriosos, Sila, Julio César y sus herederos políticos, Antonio y Augusto, levanta· ron grandes ejércitos para apoyar su causa. Cuando llegó la

vía para poco salvo para

formar conjuntos diferentes de cam· pesinos pobres y sin tierra. . . . Entre la élite operaba un círculo tgualmente vtctoso. Como hemos visto, los romanos ricos tenían interés en i nvet·tir en tierrn, en Italia, gran pat1e de Jos beneficios que o�tcnlan en las provincias; obviamente, los fundos de otros rtcos se convertían en blanco de su codicia. Previamente, Jos t-oma· nos hablan Jo¡¡rado una cultura política tal que, en la ci u· dad' Jos hombres iban desarmados; símbolo de esta cultura era la toga." En las últimas décadas de la República, la vio· lencin pdvada dejó de estar bajo control social, de tal modo que tanto en la ciudad como en el campo los ricos formaron bandas de esclavos a.·mados para p roteger sus p ropiedades; algunos, si se prese\1taba la ocasión, utilizaban e�tas bandas para apoderarse de la propiedad ajena. En los dtscursos de . Cicet·ón ha q uedado memoria de tres casos de usurpnctón v iolenta ele fundos. La frecuencia de la violencia también se refleja en las disposiciones legales (interdicta) que orde· naban la restitución de propi edad; dos de las cuatro fórmu· las de uso más com ún se referían a la violencia o a la vio. Jencia armada como método utilízado para tomar posesión de tierrns de manera n i ju
victoria, buscaron la paz a tnn-és del desarme y de donncio. nes d; tierra. Contaban con que, en caso de emergencia, las colomas de sus ex soldados serían una fuente de apoyo (Apia· no, Guarras civiles, 1.96; 2.140). A este fin sólo podlan ser útiles la� colonias en Italia. Entre 80 y 28 a.C., se concedie· ron nuevas tierras en It.ali a a más de un cuarto de millón de soldados -lo que es un cálculo muy prudente (Brunt, 1971, p. 34). A primera vista parece claro que los rcasentamicntos de tantos hombt·cs bien aumentaron el número de campesinos o al menos ayudaron a frenar su di sminución. Y en cierta medida !\SÍ fue, por supuesto. Así como también con tribuyó al poblamiento de lo que era entonces la región menos favo. recida de Italia. Pero en muchas zonas de Italia se podía entregar tierra cultivable a los ciudadanos pobres sólo qui· tándosela a otros. Los datos de que disponemos nos sugle· ren también que muchos de los nuevos asentamientos se crearon únicamente a costa de la expulsión de otros peque. ño� propietarios." La can tidad de interesados era demasiado grande como para hacer lugar a todos en la tierra deSOCIJ!Ia· da. HMtn los fundos de los ricos resultaban demasiado pe. queños o dispersos para una colonia regular. De esta suerte, se tomaban grandes extensiones de tierra de las ciudades que hablan apoyado al bando perdedor o simpatizado con él. Los datos de algo más de un siglo después muestran que, en ciertos sitlos, las sucesivas oleadas de colonos conservaron su identidad aun dentro de una comunidad única. Así, por ejemplo, on Arczzo había tres grupos, los antiguos habitantes del Jugar, los •fieles•. esto es, los veternnos de Slla, y los ce· sarianos (Piinio, flistoría natural, 3.52). También se decía que cle,.tos ex soldados resultaban malos agricultores o sim­ plemente tenían tierra de mala calidad (Salustio, Discurso de Ldpido, 23). o eran nuevamente incorporados al ej�rcito. F.o otro• casos. una nueva oleada de soldados victoriosos ex· pulsaban n su VC?. n los antiguos soldados o a sus viudas e hijos (Oion C�sio, 48.9). Cada nueva expulsión apartaba a más campe�inos de la tierra a la vez que creaba nuevas reservas pntn los ejércitos de conquista y nuevos mlgrantes hacia las ciudades italianas. El penoso ciclo de expulsión, re. clutamiento mili tar, guerra civil y reasignaci ón de tierra ser90

tuyera n una proporción importante de la rique1.a total qu� poseía la élftc. Sólo una pequeña parte de In mlsmu se Ull· l izó para ¡><wporcionnr tierra< a los pobres. Una parle de esa riqueza sit·vió pura y simplemente para poner a un nuevo

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conjunto de hombres en condiciones de pertenecer a la éllte, lo que implicaba un cambio de personas pero no de estruc­ tura. Pero también una parte de aquélla hizo posible un cambio importante en la distribución de la riqueza; en efec. to, los que conservaban su riqueza se hicieron inmensamen­ te más ricos a6n. :estos, a su vez, levantaron el nl\'el del gasto competitivo en Roma y el nivel de explotación en las provincias, de modo que mantuvieron la vigencia del crrcuio vicioso. La junta que se formó en 43 a.C.. después del ase­ sinato de C�sar, proscribió y probablemente ejecutó a tres­ cientos senadores -lo que equivalía aproximadamente a la tercera parte del Senado de la época- y proscribió, y proba· blcmontc e.Jccutó, a dos mil caballeros. Las propledaes fue­ ron confiscadas. Durante las guerras civiles posteriores se asesinó a(m a más senadores y caballeros cuya muerte fa. cilitó una solución poUtica novedosa.n La imposición de una monarquía por parte del general victorioso Octnvlo (Augusto) cambió radicalmente los tér· minos de la rivalidad entre los aristócratas. Bn adelante, tan· to la violencia privada como la explotación en las provincias y el recurso al ejército como arma decisiva en las luchas políticas quedaron limitados drásticamente. Durante un si­ glo no hubo guerras civiles. Por ahorn quisiera concentrar la atención en lo que se podrfa llnmar el apuntalamiento económico del asentamien­ to de Augusto, factor que suele ignorarse. Tal como yo veo ias las cosns, In solución poHtica de Augusto fue posible grac a los efectos acumulativos de la reducción de la presión so­ bre lo tierra italiana. Por supuesto, ésta era una condición neccsar.ia, pero no suficiente. Ello se logró on parte gt·acias a la migración de ultramar en gran escala y con apoyo es­ tatal (cuadro 1.2 CJ, en parte a la migración rural/urbana (cuad•·o 1.2 E) y en parte a la ntegración i de una economía imperial que estimulaba a los romanos más ricos a apro­ piarse de fundos fuera de Italia. Fue Julio César quien dio comienzo al movimiento masivo de hombres hacia el e:
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de tie�ra en ltalia, pero eso tenía un alto coste polftlco y

ñnanctero. Bl apoderamiento de la tierra, como hicieron los triunviros (incluso Octavio en 41 a.C., creó intranquilidad; su compra, como hizo Augusto después de 33 a.C. (Res G&· tae, costó 600 millones de sesterc ios, lo que equivalía aproxunadamcnte a dos veces el coste anual del mantcni· miento del ejército Imperial. La tierra de las provincias era más barata. Además, per· tenecfa a súbditos, y para el gobierno central presentaba también In ventaja adicional de que contaba con veteranos romanos asentados entre los conquistados. Sin embargo, no h �bla tradición de colonización en tierras lejanas. esta de­ bió pat·cccr una innovación revolucionarla. La primera pro­ puesta fue de Cayo Graco, en 123 a.C.; desgrnciadomente para este experimento, eligió para su nueva colonia el anti· guo emplazamiento de Cartago, lo que produjo temores su­ persticioso� acerca del renacimiento de un enemigo, los cua· les se añadteron a la ya existente oposición polftica. Se decía que los lobos hablan tirado durante la noche los nuevos mo­ !ones que delimitaban el territorio, y los planes quednron mcompletos (Plutarco, Ca)'O Graco, 9). En los próximos se­ tenta años sólo se fundaron cinco colonias en territorios de ultramar, y lo que sabemos de ellas es muy poco. Cuando era dictador, en 45 a.C., Julio César fue el pr imero en orga­ nizar colonias de ult ramar en grao escala. Su declarada po­ Utica interna era no ensañarse con los enemigos (clementía) y sus eslóganes •Seguridad• y Paz• (quies, pa:c, salus), que . eran mcompatibles con el reasentamiento en gran escala den· tro de Italia, a pesar ele que sus otros e,�lógancs •Paz en las provincias• y cSegm·idacl en el Imperio• (C6sar, Guertas civi. l�s. 3.57) pudieran limitar sus acciones también en las provln· ctas. Además, su política de migración estaba destinada es· pccialmentc a los ciudadanos que vivían en Roma, pues re­ sultaban muy c3ros de alimentar, una enorme carga parn el presupuesto del Estado, y tenían menos capacidad que los veteranos para resistit-sc al traslado. Sean cuales fueren las intenciones o los determinantes de tal pol!tica, una de las funciones de los asentamlent06 ultra­ marinos era que reducían significativamente la cantidad de italianos libres -unos 165.000 (= %) en 17 años (de 45 a 28 a.C. - que pedían legrtimamente reclamar un derecho a ganarse la vida en tierra italiana. Los ulteriores rcclutamieo· tos de soldados Italianos para los ejércitos imperiales y el

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asentamiento de 100.000 de ellos en las provincias durante los próximos veinte años (28-8 a.C.; c. 9 '1\ de los varones adul­ tos italianos) cumpllan la misma función. En verdad, el ser­ i\"cles tan al­ \"icio militaa· de los italianos se mantu\·o en n tos que condujo it�cvitablemeure a la escasct de \&rones ita-, lianos jóvenes e indujo al gobierno romano a reclutar pro­ vinciano> en su lugar La emigración de 1talla de los campe­ sinos pobre• no sólo redujo la probabilidad de n i cómodas presiones polltlcas desde abajo, sino que dejó además mayor cantidad de tierras en condiciones de que los ricos las ocu­ puran. La migración de campesinos a la ciudad de Roma de­ scmpefló una función análoga y aumentó aún el beneficio de i los romanos l'icos. No quiero decir que el aumenLo de r­ qllcza de lCJs romanos ricos dependiera del incremento del poder de compra de los habitantes de las ciudades illtlianas, a fin de poder asi obtener beneficios de sus explotaciones agricolas. t>s otro mi argumento, y requiere cierta elabora­ ción. En un esfuet•zo por asegurarse el apoyo electoral y le· gislativo de In plebe. Cayo Graco aprobó en 123 a.C. una ley que otorgaba a los ciudadanos que vivían en la ciudad de Roma una cuota mensual de tl'igo a precio estable, sub­ sidiado por el Estado. La cuota era por una cantidad fijn, su­ perior a la> necesidades de un hombre, pero insuficiente para una familia (cinco modii = 33 kg). El aumento de In pobla­ ción de la ciudad debió incrementar el precio medio del tri­ go, pot· no hablar de las Ouctuaciones que en el mismo pro­ duelan las cdsis politicns que afectaban a los npr01isiona· mientos. Es pt·obable, pttes, que el plan ele Graco fuera muy útil y también popula , si bien debió alentn•· a más campe­ sinos a migrar a la ciudad. Pero sus orígenes partldnl"ios le procurat·on un azaroso destino dunmte el periodo posterior a los Gracos; se cotwirtió en una pelota ilc ping-pong polf­ tica, que los con s�rvadores rechazaban y los demagogos pro­ movían, El coste del plan fue variable. Pero desde 58 a.C. en adelnn�e pat-ece que se entregaba trigo gratuitamente a todos los ciudadanos que vivían en la ciudad de Roma. El número de beneficiarios subió a 320.000 hacia el año 46 a.C.; Julio César redujo drásticamente la cifra a 150.000, pero ha­ cia 29 a.C. volvió a ascender a 250.000. Una de las funciones de las distribuciones de trigo era la de asegurar el poder adquisilivo del mayor mercado de alimento de Italia. Los ricos eran aún más ricos en virtud de la venta del producto excedente de sus granjas. El poder

�dquisitivo del proletariado debió ponerse muchas ve ces en duda. ¿Hay mejor manera de garantizar las ventas que di.· poner que la compra la realice el Estado en vez de con•u· midores �articulat-c�? Puede que los Udere> contemporáneos

no ad\'111teran la> ventajas económicas que la distribucion gratuita de trigo tenía para su estrato; y puede también que

no se dicr.m cuenta de las ventajas económicas a largo plazo de la emigración a ultramar. No lo sabemos. Pero aun cuan­ do lo advirtieran, sobre ellos pesarían otras considemcione>, como por ejemplo el enorme coste que representaban para el tesoro las donaciones de trigo o el poder de los soldados Sin embargo, lo más probable es que viemn el reparto de trJgo como una salida política o moral, como una manera de matttcnct• tranquila a la plebe, que se originó en un es· fuerzo partidista por sobornar a los plebeyos con recursos del Estado, pero que, desgraciadamente, se convírtíó en un derecho tradicional. Tácito, el historiador senatorial lo con­ sideró más tarde un síntoma de la degradación mo l de la pie� romana, que m�rcaba su pérdida de independencia y d� vtgor para conformarse con •pan y circo•. nsta fue tam­ btén la cla\"C de la interpretación de los histor iadores moder­ nos. Pero la decadencia moral de los pobres fue compatible c?n el beneficio de los ricos. La interpretación moral y fun­ c•onal son complementarias, no rivales. Se puede argumentar que la m ayor parte del trigo que e s daba a los pobres proven1a del extranjero en forma de i':"puestos; aun as(, In provisión gratuiLa de tri go puso a los cmdadanos pobres en condidones de gastar en alimento com­ plementario el dinero que habrían gastado en trigo. Sabemos que los pobres de las ciudades en las economías subdcsurro­ lladas de hoy Llenen una marcada tendencia a gastar dincm extra en alimento Sugiero que los romanos pobt·es gastaban en vino y aceite de oliva producidos en los fundos de los ricos el dinero que ahorraban en t rigo. La función rte In do­ nadón de trigo a In plebe, su consecuencia Inesperada, fue el mcremento de la prosperidad de los terratenientes ricos

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DIFERENCIACION ESTRUCTURAL Y AMPLITUD DE LAS CONSECUENCIAS DEL CAMBIO: EL EJERCITO, LA EDUCACION Y LA LEY Uasta ahora hemos tratado de cambios en la economía poUtlcn romana en términos de n i teracción de siete ractorc:s, . que hemos consignado en el esquema de mterdependcncta. Esto nos dio una perspectiva de los nexos entre los ac?ntc­ cimicntos. Puede ser útil terminar este capitulo cxamman· do una vez más los mismos acontecimientos y sus repercu­ siones, pero desde otro punto de vista, utilizando el �nccp· to estructural de diferenciación... Este concepto iJnphca que a medida que las sociedades se vuelve�t más complejas, �1· gunas instituciones se destacan y adqUieren mnyor espcctfi· cidad Funcional; estas instituciones recientemente emergen· tes -como, por ejemplo, un ejército profesional- establecen su identidad desarrollando normas y valores espcclflcos para la institución (tales como regias de conducta especificas pa· ra los soldados, e ncluso i una ley cmílitar•); sus miembros compiten con otros grupos sociales por los recursos (por ejemplo, reclaman granjas de reascntamiento para los vete· ranos y llegan a desafiar al gobierno central en busca de mayores recompensas (como en la guerra civil). A esta altura nos encontramos con un problema. En t<:O· ría, el argumento podría formulan;<; .en dos frente � al mts· mo tiempo, el conceptual y el empmco. Pe�. es dt ffcll. .En consecuencia, quisiera comenzar por �1 anáhsts de tre� tm· _ portantes insti!Uciones romanas, el e¡érctto, la educactón Y el derecho a fin de ilustrar analogías en su dcsarollo, lo que nos o liga a adentrarnos en un tetritorlo nuevo �¡ fi.

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nal de un largo capitulo. Pese a todo, podemos �(enmo� brevemente al ejército, puesto que ya hemos nnahzaclo �·· versos cambios en la organización militar y podemos stn· tetizar el análisis ele la educación y del derecho si compara· mos su estado a comienzos y a finales del pel'lodo de expan· sión imperial. Esta cruda yuxtaposic�ón de extre n:tos apenas pa�a sa· cambto en strve pero , su historia si hace justicia a . car claramente a la luz algunos de los camb1os que tuvieron lugar. Entonces, por último, podremos volver. al concept? estructural de diferenciación y buscar ilustractones empfrt·

cas en las páginas anteriores. n Originariamente, el ejército romano se compenetraba c:<;> !te· poseían que os ciudadan nos el campesinado. Los campesi

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rras y proveían su propia armadura prestaban servicio como soldados, y cuando terminaba una temporada de lucha vol· vían a sus granjas; la paga diaria les permitía sostenerse y les compensaba de la ausencia de su tierra.'' Hacia fina. les del siglo 1 a.C., el requisito previo para servir en las le. giones era la ciudadanía, pero no la posesión de tlerra; los soldados servían por un periodo normal de veinte aflos, gene. ralmente fuera de Italia. Como reflejo del prolongado servi· cio de los soldados, sólo se les pagaba tres veces al año, y a una tasa que era aproximadamente el doble del nivel mi· oimo de subsistencia de una familia campesina. Y al reti· rarse, los legionarios r-ecibían un botín de reasentamiento que superaba la pngn de trece aiios. As! pues, la de soldado se convirtió en ocupación pl'ivilegiada que se pagaba con los impuestos de las provincias conquistadas. El ejército se vol· vió íntegramente profesional. De milicia ciudadana auloar­ mada que ern, se habla transformado en un instrumentO de control y defensa imperial, a i slado por la distancia de las instituciones poUticas centrales, sitas en la ciudad de Roma, y en dependencia de la entrega regular de impuestos en di· nero. Su existencia dependía, pues, de otros cambios en la economía polltica del Imperio. Bn segundo lugar, la educación." la importancia de la educación para el tema que estamos tratando descansa no l o en las analogías entre su desarrollo y los cambios en el só ejército, sino también en la contribución que la educación aportó a la coherencia de la éiite en un sistema social que crecfa con grao rapidez. Originaria e idealmente, los mucha· chos romanos aprendian lo que necesitaban saber en su casa y en el servicio mílitnr. Catón el Censor -cónsul en 195 a.C.-, por ejemplo, que era un tradicionalista n ultranza, instruyó él mismo a su hijo; le enseñó a leer y a escl'lbir, le ensel16 la ley y le adiestró físicamente en el lanzamiento de la lanza, en la lucha, la equitación, el pugilato y la nata· ción. Decla que no quería que un esclavo tirara de las ore­ jas a su hijo a causa de un error, ni que su hijo tuviera que agradecer a un escla\'o un don tan valioso como el aprcn· dizaje (Plutarco, Marco Catón, 20). Pero aun en este perlo­ do, parece que constituía una excepción. Los grandes de Roma sollan tener en sus casas tutores griegos para sus hi· jos, tanto varones como mujeres, o mandaban a éstos a la escuela. Según Plutarco (Cues1iones romanas, 218 E), la pri· mera escuela primaria gratuita de la ciudad de Roma la eS·

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tableció un liberto griego en la segunda mitad del siglo a.C. Pero los investigadores modernos han dudado en su mayoría de que la enseñanza fonnal en grupo de la escritura básica haya empelado en Roma tan tarde. El omienzo c de la educación secundaria en Komo, es de· cir, la educacion en lengua y literatut·a SIiega Y latina (�ra· matike} data de med iados del siglo 11 a.C., cuando un grtcgo que fonnaba parte de una embajada ante el Senado romano se ca)'Ó y Ml •·ompió una pierna, y durante su convalcscen­ cia 1-ealízó muchas lecturas populares que sirvieron como íniciaclóu (Suctonio, Gramáticos ilustres, 2). Antes de esto, una vct más según Suetonio (ibid., 1), los romanos eran de­ masiado incivilizados y beligerantes como para perder el tiempo en estudios. Pero es posible que estos conlienzos ha· yan tenido luga•· antes, por obra de Livio Andróolco, a quien se habla llevado a la ciudad de Roma como prisionero de guen·n de una ciudad griega del sur de Italia hacia media. dos del siglo m a.C. Lh·io Andrónico enseiló literatura g�e­ ga y también escribió obras de teatro y poemas en latm; su traducción de a l Odisea de Homero marcó el comienzo de la literatura latina tal como hoy la conocemos, y duran· te siglos se utiliLó como texto escolar. Todo intento de datar con precisión el comienzo de cam­ bios comp lejos encierra un elemento de ficción. Lo que im· porta a nuestros fines presentes es �ue en el pcrl�o de ex­ pansión imperial, la alta cullura launa se creó a tmagen de modelos griegos. Como escribió Horado: •La Grecia cau­ tiva superó a su bárbaro conquistador y llevó la civilización a Jo� la tinos salvajes• (Epfstolas, 2.l.l56). Como pone de este proceso de cambio cullural. la élite romana apt'endló lcn�ua y l lterawra griegas, así como lo que fue. la llter�tura launa. Los nilios asistían a la escuela sccundarm aprox•madamente de los doce a Jos quince años. De los romanos educados se csperaba que fueran tan expertos en griego como en latín. Habla m agistrados romanos que pronunciaban elegantes dis­ cursos en griego para conquistar a los provi�cianos, y �lgu­ nos hasta escribían' historias romanas en gnego. Es c1erto que el culto del helenis mo tenía sus fatuidades, pero tam­ bién fomentó oportunamente el desarrollo del teali'O, la poe. sía la h!storia la filosofía y la retórica latinas." Puede ser útiÍ hacerse un� idea de la magnitud de este fenómeno. Según Suctonio, hacia finales de la República habla en la ciudad de Roma más de veinte florecientes escuelas de gramática (Gra· 111

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mdticos ilustres, 3). Es dable pensar que si en cada una de las veinte escuelas se graduaban anualmente sólo dieL cstu· diantes de quince años, lo que es una hipótesis modesta para unu escuela floreciente, en algún momento llegó a haber en Roma unos siete mil romanos adultos que hablan recibido educación. Aun cuando el número fuera doble o cuádruple (sólo puede tratat'SC de una cifra memmente aproximativa, dado que el número básico que da Sueton io no es digno de confian�a), de todas maneras la cantidad de adultos educa­ dos sigue siendo una pequeña proporción del total de la población de la ciudad de Roma. La educación romana tenía también una tercera etapa en la cual sólo entraban unos pocos muchacho� romanos al llegar aproximadamente a los dieciséis años de edad y um1 vez que hablan adoptado la vestin1enta de adultos, esto es, la togtt virilis. La asignatura principal era la rctól'ica, tam­ bién de origen griego. La introducción de la enseñanza for· mal de retórica, primero en griego y luego en !aUn, levantó gran oposición. Los romanos trad icionalistas pensaban que la habilidad retórica formal constituía una pérdida de tlcm. po, una eogaf!osa manera de dar apariencia digna n argu. mentos triviales •cíñete al tema -decla Catón- y las pala· ismas• (Catón, ed. H. Jordán, Leip­ bras surgirán por si m zig, 1860, p. 80). llsta era la tt·adición de los verdaderos ro­ manos, y Catón no CL'a el único en sustentar esta opinión. En el afio 161 a.C., el Senado romano ap•·obó una disposi. ción segú11 la cual los filósofos y los maestros de retórica dcbJan ser expulsados de la ciudad d.: Roma. Pero la moda predominó sobre la ley. Seis ullos despuds, el famoso filósofo Cal'lléades, fundador de ra Nueva Acade­ mia en Atenas, iba a Roma con otro� filósofos en una cm· bajada. Plutat'co nos ha dejado un vívi dc> cuach'O del lmpllC· to que produjeron en Roma Jos cultos delegados griegos. -e�tas son sus palabras:

.... pasaron a vlsltn•· n estos personajes los jóvenes más nflcic> nados a la literatura y dieron en frecuentar sus casns [de Jos atenienses1 oyéndole� y admirándoles. Principalmente la gracia
La asimilación de una nueva profesión trajo consigo pro· ial y a los honorarios. De blemas en lo relativo al nivel soc acuerdo con el edicto sobre precios máximos del afio 301 a.C., en el bajo imperio a los retóricos se les pagaba cinco veces

siasmado por In filosoHa. Estos sucesos fueron agradables a los demás romanos, que ,·e!an con gusto que los jóvenes se aplica·

s en a la IMtruccióu griega... Menos a Catón, a quien desde el principio habla sido poco grato el que fuese cundiendo en In ciudad la admiración y la elocuencia por temor de que los jó­ venes, convirtiendo a ella su afición, preficricscn la gloria de hablar bien a la de las obras y hechos militares.• (Plutarco, Vidas Paralelas, Marco Cató11, trad. A. R:mz Romanillos, Madrid, 1879.) Nuevamente se prohibió la retórica en 92 a.C.. es decir, inmediatamente después de que se enseñara por primera vez

públicamente en latín en la ciudad de Roma (Suetonlo, Re. tóricos ilustres, 2). El edicto del censor era cabalmente con­

más, y a los gramáticos cuatro veces más, que a los maes­ tros de escuela primaria. Desgraciadamente, los documentos ntes. De todos modos, no de periodos anteriores son deficie cabe duda de que algunos gramáticos llegaban a alcanwr

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servac\OI':

•Nos ha sido comunicado que algunos han establecido un nuevo génel'o de enseñanza; que la juventud freeucntn sus es­ cuelas; que se hacen llamar retóricos latino!=: y que los jóvenes acuden a ellos a pasar en la ociosidad dlas enteros. Nuestros antepasados determinaron lo que debla ser ensenado a los nillos y qué escutlns debían frecuentar. Tales noved:1des, pues, contra­ rias a los usos y costumbt'CS de nuestros padres, no nos $0tisfa· cen, las creemos perniciosas. Juzgamos, por consiguiente, deber

nuestro hacer saber a los que regentan tales escuelas y a los que han adquirido In costumbre de asistir a ellas. nueslra opi· n ión, que es coolraria a tales innovaciones.• (Suetonio, Re16ricos ilustres, 1, trad. Jaime Arnal, ed. Iberia, Barcelona, 1963.)

La represión fracasó; la retórica floreció. Los retóricos de·

sarrollaron complicadas reglas en materia de rilmo, de esti· lo, de organización de los argumentos. Enseñaron a los abo· gados cómo defender una causa en el tribunal y a los su· puestos polfticos cómo ganarse al electorado; todos se íns·

tt-uían acet·cn de cómo explayarse sobre problemas morales y de cómo elogiar a los muertos. Cada rama de la oratoria a su nombre especial: cjurldica, deliberativa, demostra­ tení tiva•. Luego venían complicaciones ulteriores: •Un proceso judicial se divide en seis subtipos: letra y espíritu, leyes e n conllicto, ambigüedad, definición, transferencia y silogismo• (Cicerón ?, Ad Heren11ium, 19, cf. 2). Todas estas categorías hablan sido tomadas de los griegos y solemnemente tradu· cidas al latiD. Asl, la diferenciación en la educación daba origen a un lenguaje especial (fenómeno que no incumbe sólo a la sociologla) mediante el cual los cont�oscemi se dis· tinguían de los otros hombres, a la vez que a su criterio los elevaba por encima de estos últimos.

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prectos muy cle\'ados. Uno fue vendido como esclavo por se. tecientos mil sestercios; de otro se decía que habla ganndo

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cuatrocientos mil sestercios anuales en su escuela· y otro fue elegido por el emperador Augusto como tutor cÍe su nieto, f�te llevado n palacio con toda su escuela y recibió un sala­ l'JO anual de cien mil sestercios, lo que equivalía aproxima· damentc a unas doscientas veces el nivel mfnimo de subsls· tencia de una familia campesina (Suetonio, GramdHcos ilus­ tres, 3, 17 y 23). Jl.ste era también el salario normal que se pag�ba a los profesores de retórica que ocupaban cátedras ofic1ales en la ciudad de Roma, que se habían fundado a me­

diados del siglo 1 de la era cristiana, pero que no se ocupa. ban de lengua y literatura. E n todo caso, todos estos hom· bres eran excepcionales; esto es lo que sabemos acet'Ca de ellos. Además, ilustran el gran valor que otorgaban a In en. señanza miembros influyentes de la élite.

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Mucho� �ac�tros de retórica y de literatura eran griegos, , mcluso ongmarmmente esclavos. En consecuencia, es sorpren­ dente In nceptacíón social de que gozaron. Según Suetonio, algunos retóricos fueron tan bien recibidos en Roma que llegaron n la dignidad senatorial y a las más altas magis­ traturas (Retóricos ilustres, 1). aunque no da ejemplos. Sin

embargo parece probable que la enseilanza fuera un medio ele movilidad social; también era un instrumento de socln­ l!zación de aristócratas. Los aristócratas romanos queiÍan ser

�t�ratos; por tanto, los literatos expertos gozaban de pres­ tlgto entre los aristócratas, junto a los cuales podían elevar . su prestigio social. Este movimiento afectaba tanto a maes­ tros como a alumnos. Entre las clases altas de Roma lo mismo que en la China o el Japón tradicionales la rivalidad informal por el prestigio social se expresaba a' menudo sal· �icand.o la conversación o la correspondencia con alu�iones hterar1as, precisiones filológicas y floripondios retóricos.ICIO

La educación era n In economla cultural lo que la moneda a la economla monetaria, esto es. una lingua franca medianiOl

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te la cual podían asimilarse y fusionase las élites de diver­ r

sas subculturos. Esta cexpUcación• funcional del cambio cullurol no es suficiente por sí misma; sin embargo, complementa el pun. to de ''istn difusionista tradicional según el cual la élite m­ m ana se limitaba a imitar y asimilar la cultura griega. En resumen, ninguno de los dos enfoques rtlsulta plenamente

satisfactorio; sea como fuere, la consecuencia de la imitación fue quo las clases más altas de italianos, romanos. griego�. conquistadores y conquistados indistintamente, compartieron una misma y muy alta cultura que, en un c0111ienzo, Cr:l ex� traña a todos, excepto a lcls griegos. Por tMto, los griegos

educados hicieron las veces de grandes sacerdotes de esta cultura. Pero los romanos también gana1'0n su derecho a participar

de

ción prestada.

ella a través de la adquisición de una educa­

Hemos rccorl'ido un largo camino desde el antiguo siste­ ma romano de educación en el hogar. Del mismo modo que en los modernos estados industrializados, la educación dejó de estar en In famil ia y se localizó en instituciones funcio­

nalmente específicas, a saber, las escuelas. La ya anticuada pauta de la (unción paternal resultaba demasiado simple para formar a los dirigentes de una sociedad compleja. Como he· mos '�sto, los jóvenes romanos aprendieron griego y l ite•·a­ turn lntinn, retórica y derecho, además del sen•lcio mil itar v muchas veces -como temía Catón- en lugar de éste. � \ho.-a la enscilanza de Jos niños estaba a cargo de personas cualificadas y especializadas, con nuevos nombres para las nuevas funciones (gramafístes, litterator, calculator, ¡Jaidago· gus, hypollidaskalus, grammaticus, rlletor); el nuevo personal hablaba un lcnp;uaje profesional de nuevo cuflo y desempe­ ñaba su papel en instituciones de reciente fundaci611 (ludí, scl•olm) que se distinguían por normas y valores espccUicos, desde la sofística al escolasticismo pasando por la corree· ción filológica. Proceso� análogos se producen en la administración de ju sticia."' Se crearon nuevas instituciones dotadas de perso­ nal nuevo, juristas (iuris consulti} y abogados (advoc ali, cau. sidici, patr011l} especializados, que no sólo desarrollaban las nuevas actividades, sino que también hablaban y escribían en un lenguaje especializado, el lenguaje del Derecho Roma­ no. La fuente tradicional del Derecho Romano fueron las Doce Tablas de 451 a.C., un código primitivo, más cercano

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a Moisés que a Hammurabi por su estilo. Las Doce Ta· bias estableclan algunas reglas fundamentales de procedí· miento legal y de ca,ligo en un lenguaje an:aico y a me· nudo arcano. Es digno de notar que había normnth·as que dejaban la imposición de la venganza por los perjuicio< re· cibidos a la parte damnificada, aun cuando el magl
•Sí le cita la justicia, irá. Si no lo hace, se cita a u11 testigo. Luego se lo cogerá (l.!). •Si alguien le ha roto el brazo o la pierna, habrá estricto re. presalia, a menos que se haya hecho un pacto con 61 (8.2). •Sí roba durante In noche, a quien le mate, le será totalmente lícito matar (8.2).• Contrariamente, al final del período que estamos cstu· díando, es decir, a finales del siglo r a.C., Jos romanos tenían diversos tribunales criminales especializados, un vasto cucr· po de derecho escrito, pr ivado, público y de procedimiento (como la ley Comelia sobre el asesinato, o la Falcldia, que restring!a la pmporción de un fundo que se pod!a dejar en herencia, o la Cecilia, que proh ibí a las leyes compuestas y prescribla un plazo entre la publicación y In aplicación de una ley); se hablan publicado comentarios sobre el derecho tradicional ,. los procedimientos, libros de opiniones juddi· cas y edictos de los pretores, que eran los principales mn­ gistrados Judlcioles romanos; en efecto, estos edicto� cons. titulan

1'1lplamentos complementarios de derecho ¡:>rocesol.

Todo este conjunto formaba la base de un elaborado sistema jurídico, ele tono1· muy diferente del derecho arcaico. y de impresionante annln¡xía (mutatis mutandis} con el lcntwale moderno en •u cuidada fraseología. La cita ,¡�uicnte está sn. cada ele un coniunto de regulaciones muricipales (llamado ler IJilia Mmriclpalis): •(10) Si alguien que en virtud de esta ley debiera montener adecuadamente la vía público que está frente a su propiedad v no lo hace tal como debiera a juicio del edil, éste r lo menos diez días antes de la adjudicación del contrato, deberá colocar frente a su tl1bu· 103

nal, en el Poro, el nombre de la calle que habrá de ser objeto

de obras, el dla en que se adjudicará el contrato y el nombre de Jos propietarios en esta parte de la calle. El edil deberá co­

municar a Jos citados propietarios su intención de contratar las obras pnra la susodicha calle, asr como el día en que se adju· dicar.\ el contrato...• (Antiguos Esuuwos Romanos, 113.) Obviamente, las leyes eran redactad as por profesionales (cf., Cicerón, Sobre la casa propia, 48), y en su cuidada ela· boración se renejaban los conflictos de intereses que habla

que solucionar y las lagunas de las redacciones anteriores que quedaban ahora colmaclas. Estas leyes formales tendían a impedir el conflicto abierto mediante la presentación de las consecuencia previsibles del mal comportamiento.

No debe exagerarse la importancia de esta complejidad. A�í como la justicia de las Doce Tablas presupon!a, sin sen· tido de In realidad, la capacidad de todos los demandantes para llevar al ofensor ante los tribunales ju nto con el objeto

en disputa, asf tambión, a Jo largo de la historia de Roma, la ejecución de los juicios fue el eslabón más dt!bil de la cadena del sistema legal.'"' Había pocos tribunales y estaban preponderantemente a disposición de los r icos y los podero­ sos; campaba alll el soborno. Sabemos muy poco sobre Jo¡

delincuentes pobres; sospechamos que esta compleja justi· cia muy raramente estaba a su alcance. Se trata de una li· mitación evidente de la justica en todos los Estados preín· dustriales, y tnmbién en los industriales. En los posteriores códices romanos de derecho sobreviven demandas entabla· das por litigantes modestos; y hasta parece probable que la

gente pobre tuviera acceso a Jos tr ibunales en todos los ticm· pos. Sin embargo , es indudable que la may01ía de Jos casos de que tenemos conocimiento afectan a los prlvile¡tiaclos. Con estas precisiones presentes pasemos una breve re· vista a algunos procesos del s istema jurídico romano. Una

vez más, quisiera advertir que gran parle del material es inseguro y casi todo controvertido, y que en un breve in·

forme no puedo evitar la simplificación de cuestiones com· plejas. Sin embargo, al comien1-0 del periodo de expansión imperial de ultramar, los procedimientos del derecho roma. no eran todavfa c:o
nían que aparecer en los tribunales ante el magistrado y jlm·

to con el objeto cuya posesión estaba en disputa. Si el ob­ jeto en disputa era Inmueble, el magistrado habla visitado previamente el lugar, cpero cuando los límites del Estado de

104

Roma fueron extensos y los mag i strados

est uvieron muy

ocupados con cuestiones jurídicas, resultó a éstos muy diff·

cil trasladarse a lugares distantes para entender en deman. das judiciales• (Aulio Gelio, Nocl!es dticas, 20, 10). Y asl, por convención, un terrón de tierra o una teja servían como sfmbolo visible de una granja o de una casa en disputa. El cambio constituía al mismo tiempo un índice de la ramplo­ na concreción del antiguo derecho romano y su superación

ídicas. por medio de ficciones jur El demandante abría el proceso ante el magistrado. En· tonces el demandante, con una vara en In mano, pronuncia· ba una serlo de fórmulas,'"' como, por ejemplo: ··Yo aflrmo que este hombre (un esclavo] me pertenece de derecho quiritario. Habiendo dicho cuál es su condición, yo te he impuesto la vinclictn."' Y al mismo tiempo nplica.bn la. varn al hombre. Su adversario pronunciaba las mismas palabras y hacía los mismos gestos... y el pretor decfa: •sollad ambos al hombre."• (Gayo, fnstitudones, 4.16, ed. Iberia, Barcelona.)

Luego seguln el recitado de otras fórmu las y, citando otra vez a Gayo: en causa de la minuciosidad exagerada de los antiguos que crearon estos derechos, la cosa fue llevada ni punto que el menor error implicaba la pérdida del proceso•

(Instituciones, 4.30). Lo mismo

ocurría con los r i tos religio­ sos de Roma, en los que cualquier error de procedimiento dejaba al rito vac!o de sentido. El resto de esta acción prc. liminar atlte el magistrado adoptaba la forma de un dopó­

sito sagrado (sacrotnentum) por una suma determinada; se. gún el valor del objeto en disputa, el depósito era de oin· cuento o de quinientos asses que, al parecer, cquivalln a cln·

co o cincuenta ovejas

(Aulo Gélío, Noches drícas, 11.1). E5

de suma importancia, sin duda, que quien perdla el juicio perdiera tnmblón el objeto en disputa.

Este antiguo procedimiento, que fue sólo uno de los va· ríos que evolucionaron, muestra aspectos importantes del de.

recho romano primitivo. En primer lugar su carácter ritual, que tambión exi�te en gran patie del procedimiento judicial

moderno, En segundo lugar su carácter formal, dado que las palabras que se pronunciaban estaban investidas de u n significado simbólíco o ritual. E n tercer lugar, s u rigidez, ya que la forma de In acción estaba fijada de antemano y ex· cluía la posibilidad de u n juicio de compromiso entre los Intereses en pugna, en el supuesto de que ambas partes pu.

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dieran tener a)go de razón. El tribunal adoptaba la forma de un torneo sin armas en el que tenía que haber un ven­ cedor y un vencido. Por último, su carácter res�rictivo, de­ iempre una suma importante, de bido a qtte el depósito era s modo que los litigantes pobres quedaban de hecho exclui­ dos. Pero una vez abierto el proceso formal ante el magis­ trado, el caso se ventilaba en una segunda etapa ante un juez lego designado por el magistrado, etapa que bien podía desa­ rrolla�se de manera informal y cambiante según cambiaran las condiciones. A medida que se ampliaba la esfera de influencia de Roma, los romanos se veían envueltos en cuestiones lega­ les con personas de otras partes del Imperio, lo cual les enfrentaba también con los nuevos problemas surgidos del gobierno de un Estado complejo. Estos cambios habrían e-s­ timulado los desarrollos correspondientes del derecho roma­ no. Sin embargo, es obvio Que no había perfecta adaptación entre la expansión imperial y la creciente complejidad le· gal, sino que sólo se observa una tendencia en el contenido de la norma y en los procedimientos legales. Por ejemplo, el alcance de la ley se amplió hasta abarcar los contratos consensuales y se produjo una considerable elaboración del derecho relativo al daf\o inJustificable a la propiedad. Estos cambios en el contenido del derecho debieron ser un factor importante en el aumento de la flexibilidad de los orocedi· mientos. Además, como la educación, el derecho también su­ fl'ió la considerable influencia de los eruditos ¡>:rie�os que introdujeron en la iurisorudencia romana las distinciones dialécticas griegas. Cicerón, por ejemplo, en una obra perdi. da, proponía -y tal vez llevara a cabo- una sistematiza· ci6n del derecho romano (De It�re Civile i1t ¡u·tem redlgendo). Poco a poco las viejas formas de litigio pot· medio de fórmulas estrictas se fueron evitando y lue�o. probablemen­ te a partir del si�lo rr a.C., se las reemplazó por un nuevo procedimiento legal. El magistrado que presidía el juicio, normalmente el pretor, después de escuchar a ambas par· tes, establecía una rúbl'ica o término de referencia (la pala. bra latina es, confusamente. formt�la) que contenía los he· chos atingentes al caso particular y las demandas y contra. demandas de los litíl(antes. Estos términos de referencia eran la base sobre la cual el juez (lude.<) decidía el caso en tma audiencia posterior. Este sistema pem1itía a los sucesivos magistrados -especialmente a los pretores- una considera106

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ble discreción, tanto en la adaptación del derecho escrito a las condiciones cambiantes como en la verdadera creación de nuevos contenidos jurídicos que complementaran el derecho escrito 11 menudo mediante el uso imaginativo de ficciones legales. Por ejemplo, ciertas acciones legales privadas esta· ban formalmente reservadas a los ciudadanos romanos; en su rúbrica, el magistrado podía autorizar a.l juez a ordenar que el extranjero, si era responsable, pagara indemnización como si fuera un ciudadano romano. O, para citar otro ejem· plo, en el derecho tradicional había casos que se habían de­ cidido por los derechos legales de posesión; bajo las rúbri­ cas de nuevo estilo, el magistrado podía señalar al juez que decidiera el caso sobre la base de lo que debiera hacerse en tanto cuestión de buena fe (bona fides). De tal modo, la equidad y a veces incluso la intención complementaban el sentido estricto de la ley.'OI También hubo cambios en la práctica del derecho penal. Anti¡ruament.e se habían ventilado regularmente importantes casos criminales ante los llamados tribunales del pueblo (iudicia po¡mli), potencialmente formados por cientos y has­ ta míles de personas; estos tribunales tenían la misma com· posición que las asambleas populares, los comicios por cen· turias o por tribu, que también aprobaban la legislación y elegían Jos funcionarios del Estado. Pero a partir de media· dos del siglo n a.C. se establecieron diversos tribunale,�. se· parados y mucho más pequeños (quaestiones), cada uno de los cuales se especializaba en un tipo particular de delito, como extorsión, soborno, traición y homicidio. El cambio no fue un éxito pleno. La reducción de los jurados los vol· vi6 más accesibles a la conupción. El abanico de casos que se ventilaba en estos
; partidarios, de traición, corrupción y violencia, a veces con motivos justificados, otras veces sin ellos. Los acusadores eran miembros de facciones políticas rivales y oradores que esperaban que el éxito en los tribunales les sh'\·iera de tram· pollo p�rn sus ambiciones pollticas. El proceso judicial era un arma en la polltica de facciones; por ejemplo, sabemos de más de un centenar de casos criminales en los que esta­ ba implicada la élite política en los veinte años compren­ didos entro el 70 y el 50 a.C.'"' El derecho romano no era un mero medio do expresión, y por tanto de control del conflicto político dentro de la clase gobernante, sino que para la clase alta era también un mecanismo de protección de la propiedad. Cicerón se refirió a esto con gran claridad: «
300

108

abría los procesos civiles. Dicho secretario publicó estas fór· mulas en lo que fue el primer libro de derecho romano (Tilo Livio, 9.46). Un siglo más tarde, un cónsul, Sexto Aelio Pac­ to, adquirió prestigio med iante la publicación de fónnulas nuevas y modificadas, que habían entrado en uso con el de­ sarrollo del Estado , junto con un comentario de las Doce Tablas (0. 1.2.2.7 Pomponio). Pero pese a esta publicación tanto los nobles como los sacerdotes afectados a los cultos del Estado, o al menos los senadores afortunados, seguian teniendo el virtual monopolio del conocimiento y la habili·

dad jw·ídica (Cicerón, Los Deberes, 2.65). En el siglo u a.C. la introducción de rúbricas flexibles o de términos de rcfct'encia adapta dos a los hechos propios

11,

de cada caso hizo que, de galimatías ritual, los procedimicn· tos legales pasaran a ser el ejercicio de una habilidad jurl­

dica. .El ma¡¡ist•·ado que presi dia el proceso tenia que dar forma jurldica y moclincar los complicados términos de re­ ferencia que presentaban los litigantes y pasarlos al juez

1 ¡¡,



1:

(iudex) que entendía realmente en el caso. Estos términos de referencia o r\1bricas (formulae) eran en parte una especie de

precedente; rueron codificados en el Edicto áel pretor, que era el conjunto de reglas y procedimientos que pasaba de un pretor a otro. Pero los términos de rcrcrcncia también teoian que adaptarse a la cuestión en disputa, teoian que ser susceptibles de variación según los hechos del caso o el as­ pecto del derecho interesado. Sin embargo, los pretores eran elegidos �ólo por un 01 10 y se les asignaban deberes milita· res o jurídicos al aza1·. En resumen, no eran necesariamente expertos. Dependían del consejo que recibían. Tanto los magistrados como los jueces y Jos litigantes acudían a l a misma fuente en busca de consejo, esto es, a los consultores ju ídicos (iuris prru/a11tes). Estos homb res formaban una nueva y creciente profesión con total independencia del antiguo derecho religioso, que a finales de la Repl \blica ya nadie estudiaba (Cicerón, El ora­ dor, 3.136). La grieta entre los sacerdotes y los juristas abrió la profesión a los e�traños; y en el siglo 1 a.C. se sabe que varios distinguidos consultores jurídicos tenían rango de equítes, no de senadores."" El conocimiento del derecho sir· vió como plataforma para la carrera política, probablemen­ te como una alternativa menos prestigiosa que el servicio militar. Cicerón nos da un cuadro del abogado en ciernes: r

109

-

•Scrvio [más tarde cónsul en 51 a.C.] prestó serv1c1o en la ciudad, aquí, conmigo, dando sus opiniones en mare1·la jurfdica, redactaudo do.:umcntos legales, dando co11sejo, una vida llena de preocupaciones e inquietudes. Aprendió derecho civil, trabajó largas horas, ayudó a muchos clientes, aguantó su estupidc7., su· frió su arro¡anc:ia... Es1uvo siempre completameulc: a dbpO)idón de los dcm:b, no fue nunca dueño de sf mi.,nto. Cuando un hombre trabaja tan duramonte en una disciplina que bcneflcin a tanlos, adquiere amplio prestigio y crédito.• Pet-o aun as!, Cicerón prefería las demandas de su clien­ te, que habla estado efectivamente al frente de un ejército. •¿Quién puede dudar de que la gloria militar conlle•·e más dislincl611 que los éxitos en el campo del derecho civJl, cuan­ do se tralu de aspirar a un consulado?• (Pro Muremt, 19 y 22). También los oradores, a juicio de Cicerón, estaban por encima de los nbogados. Pero a nosotros por el momento no nos n i teresa tanto la jerarquía relativa como la diferencia· cíón de los profesional<:s. U11a cosa eran los abogados dcrcnso. res (advocari, causitlici, pmroni) y otra los consultores jurJ. dicos (iuris prudemes). y los miembros de cndn uno de es· tos grupos sostenían las diferenci as con c>tcr<'Oiipos hos-

'

tilcs.lOO

Por último, quisiera insistir en que los cambios en el de. recho que he descrito un poco más arriba fueron graduales y no completos. Los procesos civiles mediante fórmulas ri· i inales ante amplios ju· tuales (legls actlo) y los cargos crm rados populares liruticia populi) se mantuvieron hnsta el ft. nal de In República. Coexistían las nuevas y las viejas for­ mas no siempre con comodidad, pues los grupos gobernan­ vo se amoldan a la tradición. Por tes tralaban de que lo nue ejemplo, por la ley cinciana de 204 a.C., e l pugo de hono· ra.rios o regalos a los abogados estaba estrictamente limi­ tado. Bn principio, del abogado se esperaba que defe ndiera a Slt cliente como un favor, para acrecentar su presrigio pero no su riqueza (Cicerón, Los deberes, 2.65-66). La obli· gación que el cliente debía a su patrón no estaba especifica. da y no era posible reclamarla judicialmente. Oc e�ta ma­ nera, In abogada debió ser una actividad a la que sólo po. dlan dedicarse caballeros con propiedades. Pero la ley cin­ ciana, a semejanza de muchas leyes romanas, era una /ex imperfecta, es decir, una ley que prohibía un acto, pero que ni penalizaba ni dejaba sin efecto las contravenciones. En consecuencia, no es sorPrendente que se evadiera la ley a 110

,.,

pesar de los refuerzos de que ésta fue objeto bajo Augusto (Dion c.,sío, )4.111; cf. Tácito, Anales, 11.5·7). Pero el sbtcma de no pagar a los abogados estuvo en vi. gcncia en una medida realmente SOrPrendente. Cicc1·ón, por ejemplo, recibía importantes sumas de dinero de sus cllcn· tes, pero sólo po1· ''Ía testamentaria; se jactaba de haber r.:· cibido la inmensa suma de veinte millones de sestercios en concepio du l�¡¡udo� (Cicerón, Filípicas, 2.40). Aun en las cam­ biantes condiciones de la tardía República, los integ1·nntes de la éllte compat·tlan valores y hacían honor a las obligaciones después de un lapso, a veces tras una generación, y en asun­ tos para los cuales nosotros querrJamos una r�compensa inmediata y cspeclfica. A decir verdad, en nuestra sociedad existe un sistema de obligaciones mutuas no especificas. "" a l cultura de la� capas superiores de la clase media briláni· ca y not·teamcricana. Pero está reservado a sectores do com. portamiento relativamente poco importantes. Por ejemplo, yo invito a usted a cenar sin exigirle por eUo la específica oblígación de retr-ibuirme la invitación. Pero en la mayorín de los inte�ambios 1.-asladamos importantes obligaciones en términos de dinero y a menudo reforzamos mediante contra­ tos nuestrns expect:uivns de cobro. En ,·crdad, tanto domi· nn el dinero nue.�tro sistema de intercambio social que por lo general expresamos en ténninos monetarios ou-as cuestio­ nes sociales, corno la satisfacción de un trabajo e Incluso el rechazo social: •Fulano tiene un corazón de oro•, cLas nc.. clones do Zulano csuln bajando• (pierde estimación). En la sociedad romana, la esfera de la obligación difusa e inespecífico era 1radicionalmente muy amplia. En su o1·igen, se centraba en el 11cxo de parentesco y luego se cxtcl1ci(a se­ gún IM lineas dol patronato. Un síntoma de ello era la prác­ tica de casa•· una hija de tal manera que con el casamiento se cimentara uno alianza entre facciones polfticas. Otra prác· tica consistla en ape lar a los lazos de parentesco o de amls· tad a fin de oblener ventajas privadas, aun en contraven­ ción de la ley. Cualquier gobernador, cualquier mag istrado, cualquier jue¿ y ]lll·ado podJa sufrir presiones para mostrnr su favor, otorgar beneficios a los parientes, a los amigos, a los amigos de parientes y a los parientes de los amigos. De los parientes se esperaba que se conservaran siempre uni. dos, pero la e
.1(

•Compadeceos. Me unl a vosotros por matrimonio; con oca· sión de vuestra elección me habéis designado primer observador de 111 tribu para abrir la ,·olación. me babéis llamado ¡>3ra hablar en tercer término en el Senado. Sin embargo, me ¡>Onéís ahot"a indefenso en manos de Jos enemigos de la República; con

cambios hacia una administración formal legal o burocrática del Imperio. Hemos ido demasiado lejos. Es hora ya de \•OI\"cr a consi· dcrar el concepto estructw·aJ do diferenciación. Ahora poc:b mos hacerlo en términos más bien abstractos, con sólo bre. ves refel'enclas retrospectivas a los dcsan'OIIos del ej�rcito,

palabras arrogantes y despiadadas habéis expulsado de vucsll-o lado n mi yerno, carne de vuestra cnrnc y sangre de vue..�u·a sangre (propinquum) y a mí )!Íja, que estaba unida a vosotros por lazos ele matrimonio (adfirwm).• (Cicerón, Al S�naclo
la educución y el derecho, que ya hemos analizado. Otúsiera insistir e11 que estas tres áreas sólo se seleccionaron a modo de ilustt·aciones de los cambios múltiples que se hablan producido por el despertar del Imperio. Una historia social completa deberla ocuparse también de cambios similares en

Los po!Jticos de élitc se velan en serias dificultades para recorrer con exactitud las lineas de parentesco, pero no tan· to paro desarroUar agrupamientos ideológicos rivales. A ve­ ces los intentos de ampliar las facciones por medio del ma· trimonio fracasaban porque las mujeres dejaron de ser me­ ros peones en el juego de los hombres para arrogarse ciertos

otros regiones de la

organización social, como la agricultura, el comercio, la arquitectura y la administración. No me gustan las definiciones formales, pero en este caso tal \'CL pueda ayudarnos una. La di(erenciación estruc· tural se refiere a los procesos por los cuales una institución

indiferenciada (por ejemplo, un gt"U¡>O familiar con múltiples funciones) resulta dividida en instituciones diferentes (como escuelus ¡lOra la educación, fábricas pura la producción), cada una de las cuales se encarga el" una sola función principal.

podet"CS por sí mismas; se vieron considerablemente bene­ ficiados por la disposición jurldicn que protegía sus propie· dacles como diferentes de las de sus mntidos y adquirieron la capacidad para iniciar el divorcio y contraer nuevos ma· trimonios por sí mismas. Lo institución conservadora del matrimonio servía así como vector del cambio social e

Trataré de las consecuenci as

de la diferenciación estructural en cinco puntos: separación, competencia, lo viejo contro

m iento del lo nuevo, la periferia contra el centro y el creci

inducia a un nivel de emancipación femenina en la elite romonn que no conoce casi parangón en la historia hu· mana. Las obligaciones personales para con esposas y patientes,

poder del Estado. Pl"i mero, las instituc iones

recientemente diferenciadas, como, por ejemplo, el ejército romano, las escuelas y los tribunales judiciales, que desat·rollaron normas y valores que legitimaron su identidad como partes aisladas y autó­

amigos y patrones, así como las reclamaciones de todos ellos, eran incompatibles con las disposiciones formales del derc· cho, y también incompatibles con la Impersonal •racionali· dad y diligencia. que la admhliStración de las provincias teóricamente del co110icto

requería. Algunos romanos e ran

nomas de la sociedad. Las tácticas militares y el derecho mi· litar, las complicadas reglas de gramática y de retórica, de lenguajo y procedimientos jurídicos, todo eUo sirve como i ejemplo de nuevas normas que dlfcrcnciahan cada nstitu. ción de las demás. Pero, sobre todo, era el desarrollo de

conscientes

entre los ideales impersonales y el beneOclo personal. Pero para ser miembro pleno de la élite había

funciones sociales profesionales especlficas y a menudo de dedicación total -el soldado diferenciado del campesino; el orador y el abogado, del noble y del sacerdote- lo que in·

que ganarse Jos favores de algtín amigo y dispensar fa· '"ores a los amigos de los otros. Las cartas de recomenda· ción, que en tan gran número se encuentran en la corres·

pondencia de Cicerón, Plinio y Slmaco. eran los cheques per­ sonales del sistema, mientras que el crédito de un miembro dcpendla de su poder para colocar amigos en posiciones ven. tajosas.110 El patronato y la corrupción (que es la apropia· ción de un cargo público como propiedad pr ivada) cmn el anverso y el reverso de una misma moneda. Su persisten· ola y predominio obstaculiznron In cabal realización de los

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'.

dicaba el desarrollo de un personal especifico para las nue­ ''as instituciones autónomas."'

Segundo, las instituciones recientemente diferenciadas en. tran necesariamente en competencia reciproca por los recur­

sos sociales, trátese de pago, de prestigio o de personal. Las circunstancias de esta competencia eran excepcionales para una sociedad preindustrial. Puede cleRnlrsc una sociedad pre.

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113

�i

industrial como una sociedad en la que no sólo el poder musculat· de hombres y animales constituye el n.>curso ener­ gético más importante, sino tambi én como una sociedad

tigio o el recuerdo del s tatus de Jos antepasados -y unn nue1·a élitc que e1
cuya muy escasa producción e.-.cedente se prevé, s.c produ­ ce y se utiliza rutinariamente siempre para el nusmo fin, año tras allo. Pero la :>OCiedad romana, debido a que los frutos de la conqut�ta se \'Oleaban en Italia en inmensas can­ tidades, escapó temporalmente a estas limitaciones. Tenia a su disposición ingentes recursos, para los que la sociedad

ceptual que real en la medida en que los nue\'0) integrantes de la élitc romi\Jla, provenientes o menudo de las ciudades· �t.lldo it.all:•nas aliadas, ya poseían tierras y, ¡¡melas a In concesión de la ciudadanía romana, estuvieron en condicio­ nes de ocupa•· cargos políticos en Roma. La tierra y el car­

no tenia destino tradicional. Así, los recursos cstaba•l en ctlo­

go polltico eran los dos sellos distintivos de la élite tradicio­ t�al . Complementariamente, los miembros de la vicjn éllte podlmt adquirir nuevas habilidades, y de hecho Jo hncfnn. En consecuencia, las viejas y las nuevas élites no remitían a gru­

tación libt'e•. Por tanto, los romanos se cnfrcnt.aban con �1 . nuevo y desconcertante problema de cómo habla que utth· za1· estos t·ecursos y ep beneficio de qu ién. Conocemos una t-cspuesta general, que los ¡·ic�s se �ol· snn· vían más ricos. Pero ésta es una fórmula demnsmdo roma­ sociedad Ja de n expansió compleja pie para cubr r la

pos detet·mlnndos. Pero en cualquier sociedad el cambio so· cial que hnplico nuevas ideas, nuevos valores, se nbrc a un camino desparejo. Los diferentes sectores de la población, los

i

P?der na, que pasó de ser LLnn gran ciudad-Estado a un rcos, Jos entre imperial. Había, por ejemplo, competencm ales naton s dore gobema los y equites � � entre Jos publlcanos bía H as. provt�c• las de despo¡os los de � reparto del acerca rivalidades por el prestigio en el interior de la éhte; !csumo­ de algunos m•embros i nio de ello son los denodados ntentos de una cullura lenguaje griego, el dominar po1· élite de la

viejos y los jóvenes, los campesinos y los habit�ntes de la

metrópolis, asimilan el cambio en diversos grados y a me­ nudo justifican su comportamiento con estcreolípos hostiles de quienes son diferentes. El cambio era tanto subjetivo



como objetivo. Por ejemplo, cuando Cicerón llegó a cónsul

-fue el primero de su familia en tener tanto éxito en la po­ lltiea- se sintió todavía en desventaja en comparación con los que él suponía que hablan heredado la •nobleza•. En nuestro anterior análisis del ejército, de la educación

�e conquist.ada. También hu� cxperi�entos en el campo _ ad de In éhte msegund la n l a competencia que retle¡aba de acerca de los critórios para logt·ar un status ele�•ado; aqul los pagos exagerados y los elevados hono•·o•·•os a los pa­ retóricos doctores, actores, arhstas y arqu•tectos. Estos las y s subélitc de livel al n� profesio dichas gos enal ecían � t.a!n· hacían copartlcipes ele la povlstma nqueza 1omana. Y : In éhte bién había intentos de personas no pertenectentes n de la riqueza In de mayor ción participa una para conseguir sociedad, como reclamaciones de pagos más ateos, mayores de boti.ncs y granjas más grandes de parte de los soldados, electores los de parte de es diversion más y trigo gratuito hacían met1·opolltanos pobres. Todas estas reclamacione• se podía se que de recursos viables gracias al enorme tlu¡o de . mesta­ la por das estimula vieron se y nte, disponer libreme iqueza desacos· bUidad de las relaciones sociales, que una r

y del derecho hemos considerado diversos casos de conflicto entro los chapados a la antigua y los hombres que abraza­ ban con entusiasmo lo nuevo. Ya hemos visto los pt•oblemns que de estas Innovaciones surgían, como el reclutamiento en

t

tumbrada alentaba.

como esu·ato social separado y legalmente definido, los más ricos de cuyos miembros eran al mismo tiempo publicanos en las provincias y terratenientes en Italia. La moderna in.

.

Tercero, como sociedad en cambio, habla en ella contl•c­ tos entre la vieja élite, cuyo poder se basaba en el control presde los recursos u·adicionales -tales como la tierra, el

114

r la introducción del el ejército de Jos que carecían de tiera, latfn retórico y la creación de los tribunales de jurados. Otro breve ejemplo nos ayudará a comprender la situación. En el último siglo de la República, el orden ecuestre surgía

'

1•

vestigación ha mostrado que en muchos aspectos económico� y sociales, estos caballe1'0S se asemejaban a los senadores, y que en todos los conflictos sociales senadores y caballei'OS pe­ ivales. En consecuencia, leaban indistintamente en campos r la d i stinción entre senadores y caballeros no es objetivamen­ te importante, pero los romanos de entonces consideraban a los caballeros como grupo social que, en buena medida, es-

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' 1

!

taba empellado en una lucha con el Senado. Cicerón, por

ejemplo, pensaba que la reconciliación entre senadores y ca­ balleros (concordia ordinum) constituiría una base satisfac­

toria paro un gobierno estable y pondría fin a la contienda civil. La cticotomfa senado-caballeros, pues, aun cuando no se entendiera acertadamente, era importante, llustm cómo las instituciones diferenciadas se convertían en puntos de refe. rencia con los que los miembros de una sociedad tra:¿aban sus mapas sociales. Las distinciones entre las partes difere!l­ ciadas de la sociedad se convertían en tópicos del vocabulariO político y, a veces de una manera no re<�lista, se tomaban como ejes de conflictos políticos. Cuarto, la distribución de los recursos entre las institu· clones en conflicto es a menudo, o es en última instancia, res­ ponsabilidad del gobierno central. Por tanto, las Institucio­ nes de reciente aparición tenian doble función: a) probar los limites del poder de la autoridad central, y b) desafiar a la autoridad polftica del gobierno en el centro mismo. Pue­ d.. que la finalidad fuera ganar recursos extm -por ejem­ plo, el control de los tribunales de jurado por parte de los caballeros, o granjas de rcascntamiento para los lfetcranos­ o simplemente confirmar el lugar de un grupo dentro del or­ den social. Ilustremos estos procesos. Por tradición, los sa­ cerdotes oficiales del Estado tenian derecho a declarar ilíci­ tas ciert.1s actividades políticas o legislatilfas si a su juicio algo contralfenín los ritos adecuados. Pero en diversos mo­ mentos crltleos el rigor sacerdotal se pasaba ¡>ar allo; Jos líderes poUticos procedían a elaborar leyes pese a las pro­ hibiciones religiosas, de la misma manera que los genera.les libraban batallas ignorando c1cgamcnte los malos presagiOS. J.o politico tl'lunfaba sobre lo religioso; consecuentemente, el prestigio y el poder de los sacerdotes clescend!a. Los ataques ele los generales pol!ticos al sobietno cen­ tral con el respaldo de las armas, eran más dlfíclles de so­ bre evat· y requieren una atención más detenida. En verdad, la serie creciente ele guerras civiles entre generales rivales -Mario y Silo, Pompeyo y César, Antonio y Octavio- con­ dujo eventualmente a la disolución de la República y a la concentración del poder pol!tico en manos de un único ge­ neral victorioso, Octavio, más tarde llamado Augusto. Pero esta triunfante concentración de poder no se dio necesaria­ mente; el gigantesco Imperio, como el Imperio persa y el de Alejandro Magno, pudo haberse dividido en satrapías sepa-

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radas, como estuvo a punto de suceder cuando Antonio se alió con Cleopatra en Egipto. No es una ley unh•ersal que el conllicto militar lleve a una concentración del poder po. Utico, por más que se trate de un fenómeno que se ha ob­ servado con frecuencia. En resumen, no podemos explicar el éldto de Augusto invocando o baciendo entrar en juego una ley ---que no existe- de tendencia centrlpeta del poder mi­ litar. Uno de los problemas más importantes con que se enfren­ taban los romanos era el de la subordinación de lo milita•· a l o polltico, que a(m sigue constituyendo un problema en mu­ chos Estados económicamente subdesarrollados de hoy en día.'11 En el pricipado romano (3l a.C.-235 d.C.) el problema quedó resuelto durante largos períodos; la famosa paz ro­ mana, la pax romarltl, protegía a tos súbditos tanto ele las guerras civiles como de los ataques extemos. Pero al final ele la República, el delicado equilibrio entre lo pol!tico y lo militar se rompía por obra de dos factores, que eran la concentración do poder en manos de supergencrales y la exa­ cerbación del confiícto político. Tratemos brevemente de cada uno de ellos. La conquista de un inmenso imperio enfrentaba una y otra ve� al Estado romano con problemas militares que re. querían mandos mllitares más amplios y de ma:o-or duración que l o que cómodamente podía tolerar una oliRarquía igua­ litaria (entre pares) que compartía el poder. Por ejemplo, en el año 67 a.C., a fin ele limpiar de piratas el Mecliter�·áneo oriental, Pomt>eyo el Grande recibió un mando militar que, en beneficio de la eficacia militar, cubría ,-aria• provincias. Esto, inevitablemente, elevó a Pompeyo por encima de otro• generales senatoriales. Análogamente, Julio César aseguró el mando de un y.ran ejército durante diez años; y fue este mando extrnorclinnriamente prolongado lo que le pennitió conquistar la Gnlia. Así, los romanos produieron supergene­ rales en Interés de la expansión imperial y luego esperaron temerosos y ansiosos. preguntándose s i lo• supergenerales, como los ¡zenerales de los antiguos tiempos, se someterían al Estado una vet con•eguida la victoria. A veces lo hac!an. Otras ,·eces soltaban sus fuerzas con­ tra la ciudad de Roma o contra los defensores, apresurada· mente equipados. del Senado. El mero hPcho de que los rte· nerales y los soldnrfo• romanos tuvieran la voluntad de atll· car a la ciudad de Roma era ya índice suficiente de inestabl· 117

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lidad pol!tica hondamente arraigada. ¿Qué habla cambiado? ación del cambio de comportamiento de la En parte, la explic élite esu·iba en la exacerbación del conflicto polltico y en la quiebra del sistema tradidonal del permanente intercambio de cargos políticos dentro de la élite, sobre la base de Jo •-eciprocidad y en la confian�a en que su carencia de poder político no acarrearía grandes consecuencias. Antiguamente, la pét'(!icla de una elección -del pretoriado o del consulado, por ejemplo- significaba pérdida de prestigio, pero no pér­ dida prolongada de status para lo familia (volveremos sobre este tema en el capítulo I de mi obra Succession and Dcs­ cettt). Hacia el final de In República, en cambio, la pérdida de una elección podía acarrear la bancarrota; la pérdida del poder político podí a significar, como en el caso de Cicerón, el exilio y más tarde la ejecución. La competencia política se babia vuelto más fero?- a catlSR de las recompensas ligadas a la obtención de un cargo oficial en la metrópolis o on la� provincias, junto con el hecho de que las desventajas de la pércllcln del cargo se hab(an hecho mucho mayores. La violen. cla de los ejércitos y de las bandas armadas, si bien no llr· gó n destruirla erosionó sel'iamcnt.c la vigencia de In ley. En las óltimas décadas de la Rcpóblíca, los romanos volvie· ron a transitar por las canes de la ciudad portando armas o acompaflados por secuaces armados. En su lucha por la vic­ toria o por la supervivencia, las facciones poUticas se sentfan obligadas a utilizar toda arma que cayera en sus manos. y utillznron CSp<"cialmente las in�tituciones que se hablan for­ jado en el proceso de diferenciación estructural y que nt\n no hablan sido firmemente asimiladns por el orden social. De aqul los cargos criminales conl\•a los enemigos poHticos en Jos tl'ibunnles de jurados, Jos asesinatos judiciales por •Pl'O�· cripción • (la publicación de listas de enemigos del F.stndo a quienes se pod(a asesinar legalmente mediante rrcompen· sal. los ataques del ejército v las guerras civilr<. A medlcta que el poder del Estado creda (en términos de impue,tos percibidos, monedas acuñados, hombres empleados o alean· ce de las leye• aprobadas), resultaba de fundamental impor­ tancia para los líderes de cada facción asegurarse de que eran ellos y no otros los que tenían en sus manos el control del Estado. Quinto, y · último, si el Estado romano quería mantenerse como una entidad única, necesitaba nuevas instituciones, nuevas normas y Yalores que le ayudaran a integrar las par118

tes recientemente diferenciadas. La más m i portante de las nuevas instituciones integradoras fue el Principado, nombre que damos a la monarquía patl'imonial forjada por Augusto y que en lo esencial se mantuvo durante cerca de trescientos años. Este nuevo orden polltico t'Cpresentó el poder Incre­ mentado del Estado. Su descripción y análisis merecen y han sido objeto njunto de la economía monetaria. Esta unificación parcial de la economía monetaria se alcan7Ó en Aran parte gracias a la interacción del impuesto y el comercio. Los impuestos en dinero se exigían en las provin. clas mlls Importantes -como Gaita, España y Asia- y se gastaban mnyormente en Italia o en pagos al ejército de las provincias frontcri7.as; por lo tanto aquéllas tenían que ex. portar bi�ncs a fin de voh•er a comprar la moneda con la cual debían pa�ar los ;mpuestos.'ll Este método simplificado expli· cita en cierto modo por qué, bnjo el Pr incipado, fue Italia tan ¡rran importadora de bienes provenientes de las pro,·in· cías. Otro elemento constitut ivo del nuevo orden imperial era su legitimidad. Esta legitimidad tenia diversas facetas: la consciente restauración de la tr"dlclón. la extensión del apo­ yo pnHtico, allende la metrópolis, a las élites de Italia y de las ciudades de provincias, y el refuerzo de la vigencia de

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la ley. Augusto, el pt;mer emperador, se abocó ostentosamen· te a restaurar la antigua constitución republicana. Se trató de un �cto sorprendente para un monarca, pero la constltu· ción oll�árquica tradicional estaba pensada para e\•itar -por ejemplo a través del ejercicio de los cargos públicos de ma· nc•·a colegiada y durante brc\'cs períodos- que los no arJs. tócratas adquirieran un poder cxccsh·o. Con la imposición de

un mon¡H·co que vig:ilarn el CuiHplimiento de todas las re· glas, la constitución republicana tradicional operaba a fovor· del monarca. Era neces:u·io un cambio importante. que se lo¿n'Ó bloqueando a los aristócrata� el acceso al pueblo me. tropolitano. Los pobres de la metrópoli fueron privados de sus derechos de ciudadanla; pero el ejército de ciudadanos dejó ce identificarse con ellos lo suficiente como para pro­ teger sus anti¡ruos privilegios. Sólo les quedó pan y circo. Mientras, la base del apoyo poHtico del emperador se había ampliado -lo que habla sido pa•·ticularmcnte necesario en

la enconada guen-a civil contra Antonio- hasta incluir las élitcs de las ciudades italianas y, más tarde, de las ciudades de j)I'OVincias. En el capitulo V onoliramos alg11nas de las

y rituales que realzaban la legitimidad del empe­ rador y que contribuyeron a que muchos súbditos a lo largo y a lo ancho del lmperio se identificaran con el nuevo r�· r lmen. La legiti midad tambi�n descansó en la vigencia de In lc v. En verdad, muchos libros de historia describen el poder creencins

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d Augusto como un poder que descansa en la regulación legal ele sus poderes constitucionnles (su imperium consular. su poder tribunicio); no cabe duda de que éstos eran impor.

tantcs puntos de apoyo para los romanos, lo mismo que pnrn

los '''tudiosos modernos. Pero lo vigencia del derecho hn· pot·taba también un fuerte reu·occso de la violencia c11 las relaciones intcrpersonales y. lo que es aún más importante, In rm:vlslbilidad de los resultado� de muchas actividades de

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si\'a de campesinos italianos, en su mayor parte e.'< soldados, para cMableeerse en colonias del norte de Italia o en tierras

de las pro,•incias. Al final del largo reinado de Augusto (31 a.C. · 14 d.C.), la expansión territorial del Imperio práctica· mente &e había detenido y, a mi juicio, el volumen de las importocione� de esclavos habí� disminuido considera ole· mente. Un segundo cítculo vicioso que afectaba a los ariSIÓ·

eralas y otros terratenientes italianos ricos se quebró taro· bién. La emigración masiva de colonos soldados habla faci· litado la competencia entre ricos y pobres por la tierra Ita· liana; los condiciones de paz que existían bajo el Principado y la gradual unificación de la economía monetaria del Impe­ icos, rio como un todo hizo at\n más fácil para los romanos r incluso para los senadores, apropiarse de fundos en las pro­ vincias de ultramar y mantener a salvo sus r-entas en dinero, que recorrían grandes distancias para ser gastadas en la ciu· dad de Roma. Estn somera caracterización de algunas de las diferencias entre la República y el Principado y del proceso de cambio durante los últimos tiempos de la República nos brinda al·

gunos aspectos, pero sólo algunos, de una realidad completo. La diferenciación estructural tiene dos desventajas particu·

lares. En primer lugar, no forma parte de una teoría efectiva y en pran escala del cambio social; a este respecto no se asemeja al concepto de •modo de producción• de la teoría marxista. 'En segundo lugar, la diferenciación estructural es un concepto moderno, no romano (como la moviUdad social o el c•·eclmicnto económico) que se superpone a la hlstoria romana, con independencia de lo que los propios romanos consideraban. Ninguna de estas desventajas es decisiva. Y, por supuesto, el uso de un concepto moderno no impide que

se tomen en cuenta las concepciones e Intenciones de los ac­ tores de In historia. En los últimos capítulos trataré de pe­ netrar cxpllcitamente en el mundo de los romanos para es· tablcccr un contrapunto entre lo que yo percibo y lo que ellos percibían acerca de diversos problemas, desde la manumisión

orden político. social v económico. El orden establecido por Augusto rompió dos círculos vi· cioso•. El primer circulo vicioso es el que se representa en la fir.ura 1.1; se trataba de la secuencia de conquista y pilla· jc. import�ción del botín y de esclavos por Italia, empobrecí· miento ele los campesinos italianos y expulsión de las gran­ jas de su pertenencia, su reclutnmlcnto en el ejército -o ��� mi¡;tración n la ciudad de Roma- v sus posteriores exigen­

de un escla\'0 a la adoración del emperador como si fuern un dios. Quisiera destacar que todos los enfoques -bur. gués, mnl'xistn. analista, t>rosopográñco- son necesariamen· te selectivos y parciales '" Un cambio de perspectivas o In utilización de un concepto diferente nos lleva a selecciona•·

cías de tien•as italianas en propleclnd. Tal como hemos viR· to, esta reacción en cadena se quebró con la emig ración ma·

difc,'E!ntes hechos o a pmsentar los mismos hechos bajo una distinta lur.. En este sentido, los conceptos son intelectual·

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mente pl"ioritarios respecto de los datos y e•igen

bilidad y atención como los datos mismos.

tanta ha­

API!.NDICR: SOBRE LA MAGNITUD PROBABLE DE LA POBLACióN DE LA CIUDAD DE ROMA

Ha habido muchas polémicas acerca de la magnitud de In población de la ciudad de Roma. No hay datos suficientes para extraer conclusiones seguras. Sin embargo, parece útil resumir los datos tal como existen y exponer algunos de los problemas que susc itan, dado que la estimación del tamaño de la ciudad desempeña u n papel importante en toda estima­ ción de la población de Italia entera y de su distribución. La base más importante para el cálculo de la población de Roma ciudad es el número registrado de beneficiarios d<­ trlgo gratuito y/o donaciones de dinero (cQngiaria) que IC· n!an luga•· QCasionalmente en la ciudad de Roma. En el afio 46 a.C., este número ascendía a 320.000; pero inmedlntn­ mentc Julio César lo redujo a 150.000 al organi?.ar la emigm­ clón a las provincias y un cuidadoso registro de los Indivi­ duos cualificados (Suetonio, Julio César, 41.2). Esta reduc­ ción permite pensar que el número oficial de beneficiarios se habla vi•to abultado en otros tiempos por pr9Cedimicntos ilegales o por ineficacia. El propio Augusto, cuando pasa re· \"ÍSta a sus logros pretende que los beneficia•ios de sus donn­ ciones en dinero y/o pequeñas asignaciones de trigo en In ciudad de Roma, ascendían a 250.000 o más, y lo hace en cin­ co ocMioncs (en 44, 29, 24, 23 y 12 a.C.); en el año 5 a.C., el 1\Úrnero ele beneficia1ios vuelve n subir a 320.000, pero en (1] año 2 o.C. desciende a •apenas algo más de 200.000• (Res Ges­ tas, 15). Aun cuando la distribución se limitaba formalmente a los que vivían en la ciudad de Roma, seguramente a In• campesinos que vivían en los alrededores de la ciudad no IC5 resultaría molesto caminar hasta ella y reclamar una im· portante ración de trigo gratuita (33 kg por mes). Tal vez tengamos que rebajar u n tanto esta cifra. Aun así, todos los números registrados indican que se trataba de una ciudad muy grande para las pautas de la Europa prcindusll·ial. Todos los beneficiarios eran varones y tení an la condición de ciudadanos; en consecuencia, tenemos que agregar las mu­ jc•·cs, los niños, los residentes extranjeros que no tenían ciu· 122

dadan!a, lo� esclavos y los soldados. No sabemos cuántos eran. 'famJ>QCo sabemos qué edad debían tener los varones de condición ciudadana para ser acreedores a la ración de tri· go. Suetonlo (Augusto, 41) afirmaba que, en su distribución de dinero, Augusto incluía a los muchachos jóvenes, aun cuando cxistfa la costumbre de que éstos no recibieran dá­ divas antes de cumplir los diez años de edad. Belloch (1886, pp. 392 y ss.), cuyo análisis ele los documentos antiguos pa­ rece se•· aún hoy el mejor, deducía de esto que también los niños recibían normalmente la ración de trigo a partir de los diez años de edad. Esta afirmación puede no ser cierta, dado que Suetonio se refería a las donaciones de dinero, pero ello disminuye significativamente el multiplicador que debemos usar a fin de contabilizar las mujeres y los niftos. Por ejemplo, el número de 250.000 varones beneficlal"ios de die1. nllos de edad en adelante implica una pobl ación total (si las proporciones por sexo eran equ!libradas y la población se autorrcproctuda, que son sólo hipótesis simplificadoras y no afl1"111acloncs de h echo) de alrededor de 670.000 (si e0 = 25). Las hipótesis alternativa.5 de una mortalidad más alta (e0 = == 20) o de una edad más alta para estar en condiciones de recibir la cuota de trigo (digamos quince años y e. = 25) dfln poblaciones totales de alrededor de 690.000 y 770.000 respec­ tivamente. En realidad, la proporción de mujeres y de ni· ños pequeños en la ciudad debla ser menor que en el con­ junto de la población. A estas cifras tendríamos que agregar, pues, los extran· jeros residentes, los soldados y los esclavos, y restar los ciu· dadanos que no vivían en la ciudad, pero que iban a ella n recoger su cuota. Se trata de un trabajo puramente con· jetural. Bclloch calcula que si se tiene en cuenta a todos ellos, tendríamos que agregat· unos 300.000, lo que da una población total de entre 800.000 y casi 1.000.000 de habi tante> para la ciudad de Roma. Puede usarse también otro dato. Se t rata del área edifica· da de la ciudad, de la cantidad de trigo importado y del no­ como mero de rasas censadas. Esta información nos sine · comprobación de los cálculos que acabamos de hacer. El área comprendida dentro de las murallas de la ciudad, levan­ tadas en el siglo m d.C., era de 1.373 hectáreas (Meicr, 19531954, p. 329); esta área corrcspondla aproximadamente al área de la ciudad calculada en In época de Augusto (Frknd­ iander, i921 10, vol. IV, p. J 17). Si la población de esta área 123

hubiera sido de 1.000.000, la densidad media habrla sido de alrededor de 730 personas por hectárea. Esto es posible, desde luego; In dens idad de los distritos más pobres de Roma y Nápolcs era, en 1881, superior a las 800 y casi 1.500 personas por hectárea respectivamente (BeUoch, 1886, pá· gina 409). Y yo pcrsonalmeme he visto asentamientos de co­ lonos en Hong·Kong, con chozas destartaladas de una o dos plantas hechas de bambú y con re,•estimiento de latas, CU· yas densidades eran considerablemente superiores (más de 2.500 personas por hectárea). Pero una densidad media tan alta, una vez deducidos los espacios públicos, calles, jardi· ncs, templos, mercados y las casas de los ricos, parece im· probable para el conjunto de la ciudad de Roma. En conse­ cuencia, se¡¡ton este cálculo burdo la población ele la an· tigua Roma dentro de los límites de las murallas del si. glo I l l era de algo menos ele 1.000.000 en la época de Au· gusto. Este orden de magnüud aproximado se ve corroborado por lo que sabemos de las importaciones de trigo. Como de costumbre, los datos son discutidos. Sigo a Belloch y Kah· rstedt {1921, pp. 11 y ss.), que recbaz.an los datos de Plavio Josefo (De bello iudaico, 2.383 y 386) y el Epítome (De los César� 1.6); tomados en conjunto, sugieren que el consumo anual de trigo totalizaba en Roma los 60 millones de modii = = 390.000 toneladas por año. Esta cantidad alcanu.rla para alimentar � casi dos millones de personas a razón de 200 kg. de trigo por pc1·sona y por año. Se trata de una tasa de con­ sumo alta, pero no imposible, si deducimos el saqueo y las pérdidas. Pero las conclusiones referidas a la población son

increíbles.

Otra fuente generalmente no digna de fe (SliA, Septlmlo Severo, 23) 110s infOJ·ma de que alrededor del año 200 d.C., el con�umo diario en la ciudad de Roma era de 75.000 modil (= 180.000 toneladas por año), o sea menos de la mitad de la cifra anteriormente citada. Una cifra similar. 80.000 mOllíi por dla, encontramos en un comentador antiguo, un esco. liasta, Lucano (ad Pharsalia, l . 319, ed. C. P. Weber, LcipT.ig. 1831, vol. liT, p. 5.1). Estas dos cifras supondrian poblaciones de alrededor de 900.000 personas, según las tasas de consu· mo más bien elevadas que hemos citado más arriba. Por último, el número de casas, tal como figuran en una topografía del siglo IV para cada una de las reglone� de la ciudad de Roma (véase R. Valentino, Codice topografico delta 124

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Cilla di Roma, Roma, 1940, pp. 89 y ss., y 16i-62; y Zacharía� de Mitilene. ibid., p. 331). Según el texto que �e use, habla alrededor de 44.000. 46.000 o 47.000 ittSttlae y alrededor de 1.800 domus. Es e'•idente que los domus eran casas gran· des, polaui. Está en discusión qué eran las iusula$. Se pueden justifica,· dos sentidos. Unidades residenciales simples semejantes a los hogares medievales o cnsas, algu· nas de las cuales se subdividían y comprendían diferentes ignificado casa parece más común, familias o individuos. El s y aun cuando se aplique un multiplicador muy modesto, como sólo diez personas po,· casa (inmla) se obtiene una po­ blación total cercana al medio millón. Pero es evidente que no sabemos naclu seguro acerca de las tasas de ocupación de las i11sulas roman!\S. En resumen, la precisión es imposible. Pero todas las ci­ fras citadas sugieren que la ciudad ele Roma tuvo una po· blación muy grande. casi con seguridad de más de 500.000 personas bajo el reinado ele Augusto y probablemente me. nos de 1.000.000. Estoy de acuerdo con Belloch en que la hi· pótcsis más probable se encuentra en el orden de los 800.000. 1.000.000 de habitantes. Pero se trata sólo de una conjetura. Por último, quisiera agregar que una población metropolita. na tan importante sólo fue posible gracias al complejo siste­ ma de suministro de agua (en ocasiones el agua se traía por diecinueve acueductos desde 90 km de distancia) y también debido al menos visible, aunque igualmente impresionante, sistema de cloacas. La bibliografía sobre este tema e.� extensa, K. J. Belloch, Die Bevolket•ung der griechish-romischen Welt, Lclpzig, 1886, pp. 392 y ss., puccc el mejor. El análisis de U. Kahrstcdt en L. Prieclilincler, Sitrengeschíchte Roms, Leipzig Jo, 1921, vol. 4, pp. 1 1 y ss., ag,·cga algo a esto. F. G. Maier, llomisclre Bev?il· kenmgsgeslticltte uml lnschriftenstatislik, Historia, 2, 1953· 1954, pp. 318 y ss., es muy escéptico. ll1 mejo•· análisis en inglés tal vez sea el de W. J. Ontcs, 1'he populatiOtl of Rome, cCiassical Pbilology•, 29, 1934, pp. 101 y ss.; el de P.A. Brunt, 1971, pp. 376 y ss., está mucho más influido por su punto de vista acerca del predominio de Ji. bertos en la población de la ciudad de Roma.

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bies para personas que tienen escaso conocimiento ele historia romana: Ba.dlnn, Roman lmperialism in tlle f..ote Republic, Lon� dre�. 1971; M. l. Finley, Tite Ancient Economy, Londres, 1973; W.

Notas

Au lmroductWrr to Romau Legal aud ConJiillllioual Hi .s­ tory, Oxford, 1973; M. l. Rosto,·tzeff, Social and Economic Hi!tory of lite Roma.. Emp.re, Oxford'. 1957; C. G. Starr, Ci••ílization a>�d tite Cae.sars, Nuem York, 1965; y una compilación de fuentes: N. Lewls y M. Rcinhold, Roma11 Civilitmion (Nueva York, 1966). Para los historiadores de Roma que deseen leer soclologfn sin

Kunke1,

\'erse

abrumados por la terminología especiali>.ada o por los ma·

nualc.s nos permitirnos sugerirles las obras que a continuación citamos, algunas de las cuales son de historia comparada o bue· nas hlstol'ins sociales más que textos directamente sociológicos: !

P. Anclorson, l.luenges o{ tlle Absolutist State (Londres, 1974; píen· so que esto libro es mucho mejor que el ott·o clel mismo autor, l'ass
NOTAS DEe, CAPITULO 1 l. Para cálculO$ ncerc� de la población mundial, b�sndo,. en exlrn­ J>Olación retrospectiva y en estimaciones de IM poblaciones de China y de Romo. en este período. véase D. M. Ileet·, $ocltfty cutd Populatlou, l!nslcwood Cliffs, N. J., 1963, p. 2. 2. Romo. fue In mayol' ciudad del mundo y tnl vez nn ruc launlada en tnmonu hO.StlL el surgimiento de las grandes ciudndes do ChinA durante ln dlnnstrn Suna:. Vé'1sc G. Roz.nlítn, Urbnu Networks bt Ch'hrg Cltlun 1md TukUg(twa Japa.n, Princeton, 1973, p, 35, y el comDCndlo, útil aunque evidentemente no fidedigno, do T. Chnnd· lcr y G. Pox, 3()()() l'ears of Urbtm Growrlt, Nue\•a York, 1974. L\\ pohlne1ón do Londres llegó aproximadamente al millón on 1&l0, )' fue eoo mucho Ja ciudad más grande de Europa. En 1600. sólo dos ciudades turopeas tettlan poblaciones superiores o los 200.000 habllantu, a oabcr, Pads y Náwlc.•. 3. En los lUtos clásicos no se eocuentra confirmación dl.ula de e..�lA generaU:raclón. Pero eso no impona. Hemos de suponer o bitn que los srande.s prople1arios runtles italianos �ndlnn el producto SU$ fundos a Ja población urbana italiana. o bitn que no ob­ tenían retomo sobre el capital que in\·ertf3n una )' otrn \'tt tanto en la tierra como en Jos esc:Jin-os que en ella trab:l.jt\ban. L."\ l)ri· mera renernJiz.,ción parece mAs rigurosamenre económica. 4. No es poslb1e probar tsta afirmación con el mt'todo tradicional de clttu c'cotld3s de Jos textos clásicos. Por eJ�mplo, Tito Llvio (6.12) sug!erc ctue lM frecuentes guer-r:as en un distrlto ccotrol de l talin en un pcrfodo an terioJ• deben explict�r�e oor su a'I'On po­ bJación. Oh�c:rvo que en su época, el distrito produdn pocos sol· dAdos y Que n no ser por Jos esclavos, hubicrn esto.do totnhnente despoblado. MI �6rmnci6n es compallble con tn1es posnjcs do lM hacntca pero 6stos no pueden servir como on�cbn de nquéllu. Trat6, en e-nmblo, de considerar tl'linto la prohabilicl:ld como Jns consecuenclns en el caso de que fueran erróneas y, en eousc· cuenela, me l)l'eRUI'Ilé: ¿Qué flfirmaeiól'l alternntim es más Pl'Oba ble que sea verdadera? Este procedimiento, bnsado en unn teoría eompntiblllsta de la verdad histórica. se utUi1a muchos veces en este libro. S. Yo fui el primero <'-n hacer que Jos pastores se volv!eran labra. dores de 1ft tierra p¡lblica.• Jncription.es lAtimre libuac rd pu. blicae, ed. A. Oe¡rassi (P1orencía, 157 9 -63) núm. 454. l!
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rio�. de acue1do con las le )'es agrícolas de Jos Gracos (133 a.C.). Vnr1·6n (/{tnml rusticarmn, 2. prefacio, 4), 1a1nbién escribe que úllimamcnte los romanos, •por codkia y contrn la ley vOI\'ieron a c:ocwerlir en p.utos tierras de cultivo•. l!s dlllcll probar cambio al¡¡uno en la ulíliza<>lón de 1• lk:rrn a P-'nir de esto� fragmentos sueltos. Pero 1enao la impn:�ión ac· mrat de que esta rápida expansión de los Pl'lStOs y los vifledos eu\ o oomo b4.s.e la com·ersión del lllbnlntf(», 331{ como L' eee, /fannibnl's T,.,ncy, O•ford, 1965, vol. 2, pp, 286 y ss. 6. lo dimensión reltltlva de Jos meJ'Cados de prodt.lctos ngrlcolns es, pot' supuc�to, u11 problema importante. Los dfttO:t ontiauos son a todas luces insuficientes. A modo de simple ojeada. sin ))l'Otcndcr do nln�unn manera que los predos fuernn en Romo dél mismo Ol'den v t'nlcnmente como ilustración, 1omó el CA$0 t>tU'lkular ele MndrJd o mediados del sg i lo xvur. Las ntercancjas que cnu·aban en la ciudad (<Jue en 1757 tenía uno. poblnción de nlrededor de 135.000 l\i1bltanh�$) eran controladas por In adunnn; en 1757, las imoortaclone� arrojaron las si¡tdentes canlidades: 96.0CIO arrobas da aceite de oliva, 500.000 arrobas de vino. 520.000 fanegas de 1tl¡¡o. He tomado los precios medios para el Jl<'rlodo 175.\.1762 en C.'\stllln 1� Nut\'a de L. 1. Hamilton. Wdr and Prlcu in Spa{u 1651-1800. Nue•a York, 1957, p.p. 229 )'ss., y la• cifras de consumo de o. R. runarose. TranspOrlati on artd eCOIIOmlc sta.nation n i J&th-ctnwry Ca.stillt, .-JournaJ of Erooomic History•, 28. 1968, pp. 51·79. De los !res produclos, el trigo connltu!a el ol6 " del 1o1al de k>� c:ostcs; el ,·ino, rt 45 S(, y el aceile de oliva. el 9�•- El consumo dr criao cm de alrededor de 160 kg. por persona y por :\1\o; el vino, de tOO litros por adulto y por nt\o -Jo que es más bien bajo para el trigo y alto para el vino. Con todo. esta$ clfrns sólo pueden sc:rvir como una guja npro�imativa. Por cont· p.waclón, prOJlU.SC el mismo consumo. Pf'ro "CG1\n 10111 pi'CCIO\ CO· rre'ipondiCI\It"S a MnrseHn en 1701·1710. E�tc cálculo nrrojó cier· tM dlferoncins en lt�s rdacjoncs de coste: 64 ''6 para el trieo. 19 ,_, p:\rfl el vino y 17 i}6 para el aceite. Los datos I>Crtenccon a R. Daehrel, Uut Crolssm1ce, París, 1961, pp. 530 y ss. fin R(•lllO. pro. bnblemcntc el triso tnrnbién fuera el producto rnth jnmortt'ntc, tAI\10 en volumen como rn valor, en parrlculnr 11:'11"\ lnot t)ObN'o:. 7. Vt',.'\��Ce el cu.a.dro 1.1, más adelante. que sólo tomn en r.oMideraclón a lO$ dudo.danos rom.;�nos que �erdrm como M'))d�l.lo�. P. A. Brunt. lla/111'1 ,\fcmpower 225 a.C.-14 d.C., Q.l(ford, 1971, p A2". da una u�t• d�l tama.fto de las fueor73S 3rmadP' en IO!t \'tlnth111 :tilos c;omprendldos enlre 200 y 163 a.C.. de Jo1 que tenemos mucha fn· rormadón. Bl tamaño medi-o del ejército y de la pequtfla Oota era de unos 140Jn) hombre' sobre un total de pobl3dóo adulta ma�ulina de alrededor dr un millón (ibid.• p. S9). 8. F.n líts historias tradicionales de Roma. los Mroe1 populares se enfrentaban con problemas .similares; para:oe prob.'\blc qué ,us problemas �Oej:\ra.n ansiedades que persistieron. Por ejemplo. se dtec Que Clncinato, cuando fue llamado a asumlr la dictadura,

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e'(damó, mlcnlra.s araba sus tierras: cNadie arar:\ mi 1lerrn eMe ano. de modo que correremos el riesgo de no tener Jo .suficlcntt! p:\ra comer• (Dionisia de Halicamaso, Arqueolotlll rQmana. 10. 17). Otro f:unoso general, Atilius Regulus. mientr.as .sel'\'(a en ,(frita en Jll primera guerra pú.nica, escribió al sen"do para decir que el :tdministradot· de �u propied.!d habra fallecido, que u.n tr�bajndor .se ha.bfa apoderado de Jas eilitencias y QU< ¡x:d.(a. el rm·io de un suuituto que se ocup;ua del cultivo de la misma, a fin de Qu" su mujer y sus hijos no se murieran de h:\mbrc (Va· lerio Mt\xlmo .....6). Los soldados pobres no tenían cttc prh ileaio. 9. Lo� nntlgtiO\ comcntarlstru> de las Juchas polhicas de los últimos tiemPOS de In RepUbUca suelen considcr�r que el eje princip;;ll de conflicto re.sicUa eo Jt1 oposición enlre los nobles v el pueblo: i iu the ARe of Cae.,.ar (.Bcl·kcley, vr...aOr ejemplo, Alllono, OrWI't'Cl.t Civiles, 1.10). Sin embal"f{o, l)�rcac ser que cmn 81'�1ndcs los conUictos sociales y polflicos subyacenles; v�a�e ni I"CSJ)I"CIO el interesnnte análisi� ele: M. T. Plnloy, The Au· ciwt Eronom,\', J..onth·c�, 1973, pp. 35 y ss. 10. Vé»o;c Tornh. 556-7. Los historias tradleloslnle.tt rcRcjnu a veces de manera anacrónfen e¡;tn cues· tlón de lo. moJa distribución. C{. Dionisia de Hnllc.:u·naso, Arqueolotta t'OmQJta. &. 73·75; cf. 9.51. Que vivió bajo el reinado de Au¡¡:u!ilo; c.ste :1utoa· recuera d un cualificado dc:b:ate que Cu\'O 1ug:�r en •M a.C.. que probablemenle refleje actitud« tfpic.ns de un J)erlodo muy posterior. t;n senador importttnlt, Apio, dijo (7J.4): cTat como c�t4o ahora las cos.�, J� cmidi.'\ que Jos J* brt>s $lentc:n de lo.s rkos que .se han apropiado de IM licr-ra.s pdbllcn< ,. s!¡u•n ocupándolas, es1á plennmenle juOr Sita antes del 80 a.C. se \rieron ím· plicodos tn la rebelión de Catilina en el 63 a.C.: >
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15. He ttatndo o.launos de los problemas de e:¡te proceso n c. ��"Sinac· hatal dlffcrentiation in Rome•, en l. M. Lewis ed.. f/l$tory ami

12. Poddon servJtnos: de tlyuda ciertos dtllos comp:uath·os. Dulanria (1910) y Yu¡osla"i• (1931) tenlan él 81 " y el 79 96, ruP«Iivamcn· . empleada en la agricultura. Las d(rns te, de su fuerzn de tr�b.1JO de Turqul.' (1927) y China en 19olll eran, resP«tl>o,..,.,nte. de 82 "' Y. 80"6 . V�se O . S. Morgan, ed.. Agricullltral Systtms o( Middle Europe, .Sue\'3 York. 1933. pp, 48 y lS9; Rectnst-mt-llt 'inir(J/ de

la popu/atfoo 1917, Ankara, 1929. p. 29; C. K. Yang, A Clrinue . Vrll«&<, M1T, 1959, p. 23. La composición de estos poblaeloncs es· taba. ya ala:o afectada por su.s lazos con mercados industriales e.�· trnnjero�. Pienso que las cifras relati\'a.s serian mAyOres aún en el caso del Jmperio Romano. U. .Es ImpOsible �lcul11r con precisión Ja relación enu•c hombres Ji. brcs )' eschwos ft1cm de la ciudad de Roma, pero, ptse a todo, podemos ver si nuc'>tros conjeturas son comp:uiblcs entre $f y con lo que snbemos. Para nuestra fmalidad prc:sento, suPOngo unf'l t>Oblnclón do seis rnilloncs PJJ-a todtl Italia. Jo cual &O coloen en. lrc IM mejoras conjeturo< de Beloch (5,5 millones, me .De11�/ke· rtmg tf11r lfrlrcllisciHl:imisclwn W�lt, p. 436) y Brunl (7.S millones, 1971, p. 124). Siao a Beloch en la supOsición de que no hAhin m�s tlu dos millones de esclavos (véase nota 14). Parn e!tlmnciones apro:dmadl\5, que pueden constituir útiles Uustrneiones de In di� trlbución narnl/urbana. véase el cuadro /.2, más tldeJnntc, p. 87. SI tCKia la poblnción rural trabajaba en la tierra. y ll\ tierra aRdCola conSliluCa el 4tl M de la superficie de Italia -conlrn el SS •• en 1$81-, uno1 lO millones de hecu1rta.' aproxlmadamc11te, eUo sl¡¡nifrea que h>bl• unas dos hectáreas por persona. lo que es posible, pero no exccsh-o, dados a) los bajos rendimientos, b) In aran proporción de •dultos entre Jos escla\'OS, y el su nccttldad do l)rodudr un ncedente. Para argumentos del mismo tipo. vt!ase Beloeh (13!6, p. 417) y Brunt (1971, p. 126). I!Sioy do acuerdo con Beloe:h en Que la població:'l esclava estimada cm e.�lrtma.damcnte alt:.'l )')Ara lAS condiciones romanas. 14. No h�y pn1cbM evidentes del número de et.chwos que habla en ItaiJa, de modo Que lo más que PQdemos hacer son conjeruras. Bcloch (1836, p. 418) piensa que había menos de dos millones de esclnvo• en Ttnlin • finale.< del siglo r a.C.: l3runt (1971. p. 124) piensa que había tres mUiones. La discrepanclu constituye un fn· dico del morg:c.m du error plausible. Hernos de mcnciomlr aquí una discrepnn<:in. l"ucsto ct\IC los CS· clavos VQt-onc§ pt·edominRban y la mortalidad or� clovncln, el total do asciM'OS hnporladQs ern mayor que el m'amero de escla\'OJi e:d•n, 1!169, pp. J6.70. Tiene esta autora mucha ro­ zón al stftalnr cuAn excepcional fue que: los romanos esclavizaran a los conquiSiadOs. Pero yo sigo pe:n'\4\ndo que Jn ¡uerrR rue la fuente de tsdtwos más coml\n en el pc:tíodo de expan,ión impe.. rial. Lo. a�rra y tl comercio no eran exclu)c:nlc.s; los ,,rlsioncros de guena tJ.Ciavil.ados eran mportados i a Italia y dlslrlbuldos POr lo5 c:omtrelontes.

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Soclcrl Arrtropololy, Londres, 1968, pp. M-i8, v también al fino! do este caphu!o. Má� e.n general, ''éase S. N. Bisenst"dt. TJr� Poli· lico.l Svst�ms o/ Empires, !'oluel-a York. 1963, y N. J. Srnelser. en B. F. IIOkllU: y W. E. Moore. lndu.strialito.lion and Social CIJau· ge, Parb, 1963. Es útU distin¡uir entre grandes fundos y granjas. l..os rk:os tenfnn inmen� mctensionct de tierra. que por lo general dividlan en RM.O· _ias, mucha� de las cuaJes eran mucho ms á grandes que lA$ ar�njas farnllh\l'CS campe$lnas, pero no eran lati(.undia. Bsto se deduce de las itu.stro.clone.5 que nos dan los esc.ritores agrk.olas Catón, Va· rrún y Columeln. Estos autorc� habla.n de g.ra.njos cuya� dJmen· .\Iones os.cill'Ul entre las 25 Ha (100 iugera) pttrá un vinedo. Y SO Ha (arables) y 60 Ha (olivos). que eran trnbajndns, l'espeell· vpmentc, pm· 161 8·11 y 13 escl:wos. La medida de Jos t"ebtu,os noro· pi�cla de los nnta·one.s campesinos eu de 50·100 cnbczns de �nnil· do e;•pr·ino, 100·120 de bovino y 100.150 de porcino, )>ero rcsul· taha dificil de el'lnr. Parn testimonlos, vé..1se Catón, De agri culturn, JO.IJ; Columcln, D� rt. rustica. 2.12: y sobre ganadería, véase Varrón, Rtrwu Rusti· carrrm. 2.3-5 y P. A. Bnmt, JRS 62, !972, p. IS4. V�a>e también Catón, De agri crr/tura 5 y !44; Suctonio, /u/lo C&ar. 42. El mejor an31isis del trabajo agrfoola romano. a pe�r de su to� ordenamie nto, sigue siendo el de W. B. lleitland, Atri· cola. Cambrid�e. 1921. Vé3.5c también K. D. White, Roman Famz. Íllf, l.olldru, J97i). Vhse el coplrulo ll, notos 15 y 23. Tal •·ct en Prusia bajo Federico Guillermo 1 y Federico el Grande, y en Francia bsjo Napoleón �urantc menos ® clnCUC"nta aftos en el prime•· Cll50 y meo� de veinte en el segundo-, ln' 1:\liM de redu13mlento i�\u,lanm y hasta superaran lal Lau.l Inedia' de rc­ clul3mlcnto do la baja República Romana. Pcru estus ta�01s, en tomparnclón con la� de Roma, fu eron de dumclón rot:uh•nnlcntc CQtla. Véase Tltt New Cambridge Modem H;stor.v, vol. 7. e-d. .T. o. l.ludslly, Cambridge, 1957, pp. 179 y 305: vol. 9, ctl. C. W. Craw­ lcy, Ctunbrid¡:c, 1965. pp. 32 y 64. No be tomado en cuen1n c:(Cl'las tribul'l guerrcrns como los pieles rojas o lo:s �ulúeft. Aceren del problema genet'al de las tasas de part.icipnción ntliltRI'. ''éU'Je S. Andreskl. Mllltnry Orgauizatio11 and So<=iety, lond1'c", 1954. M. Wcbel', Die r(jmische ARra.rgeschichte, Stutt¡art. 1891, rm. 67 y ss. y ll9 y ss. La ley romana -en oposición, )>Ot' ejemplo, u la le)' tradlclonel chinrt- se caractcri1ab¡. por lA c:omplelt'l Hber­ tad del cabeza de familia para \'toder o le1ar tierras n ct_uien quistero. Má5 aún, la tierra c:omunal se fue tran�form3ndo tcntrt· mente en tierrn de PQ�sión prh'ada a. t.ravé"i del dertcho de OC'lt· �ión, ogcr OCCilpatorlus, y se eliminaron Jos límites tradiciona· IC5 de exten�ión de tierras que estaba permitido poSt�r; Jas J.t)"C'i , ag-taria.� de c. 113--111 a.C. confirmaron 1as posesiones pri\ados de tierra que llabf� sido pública. Véase E. G. H._.rd�·. Romm• I.nws aud Charters, Oxford, 1912, pp. 35: y ss� Los noble-s romanos se consideraban juzgados por las \'letorias eonse¡uidas y por el valor de s.u botfn. Por ejemplo, en 182 a.C.,

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(

un sobcrnndor voh·Ca de España, donde habta obttnh.lo una o dos vlerorius menores: «E11tró en la ciudad en medio d& una ovación (e.< decir, un triunfo menor). En su d.,.file lle\'aba 9.320 libro> (romanas] de plata, ochenta y dos libras [romnn.,¡ de oro y se. scnta y sk11e coronas de oro. (Tito Livio. 40.16), J!slc pasaje Ue\a lmplfclto el reglstro p'íbtico tanto de un botfn como de una CC>m· petencia. Aun cuando los adm.inistradores rom..,nos pu\lcrnn en pnktiea los sistemas anteriores de impuestos, como en Sicllla, con. linuaban aón \U'tidos por el deseo de obtener beneficios �rsona­ 1bd.itos eran ineficace.s. Un go­ les. Las le)'C& que proteglan a Jos sf bernador excepc-ionalmente rapaz (Cicerón, Yt.rr•lnes, 1.40) se jactó de que, de los beneficios obtenidos en la pr0\1htcio, habla utiJí. z.ado un tcr'(io para recompensa.r a sus patrones y protc."Ctores en caso de proceso judicial por exaccionM injustfts, nn tercio para los jumdo,s, y un tercio para gllranti2.arse unu vidn cómoda. En lrts QUOI'rns ch•Ucs del siglo r a.C.• los aspirantes nl JX>dot• se aJ. znJ'on en Jns provincias COJl todo lo que pudieron, y sólo en el Airo Imperio la cx�cción se puso bajo firme control, sl bien jn· más se eliminó. Véase P, A. Bi'unt, Clurrges of provbu;fal ma. lndmitlislNHIOn tmdcr t!Je early Prittcfpate, «Histol'hb, 10, 1961, pp.

189·227.

22. En Slcllln y en Ccrdeña se pagaba diezmo. Tambii!n en Asia, bas. to la reforma de Julio César, el impuesto se paraba en fonna de dlet.mo, aunque es probable que muchas \'eotl se hiciera en met,llco. Tamblc!n en Africa se recaudaba un impuesto en espc. ele (\·�ase por ejemplo ESART, 4, pp. 489 y s.J.). W. Schwahan y A. H. �l. Jones han n:w¡ido las pruebu de ello en RB sv Tribu· tmn. y en The Romau Econotny, �- P.A. Drunc, Oxford, 1974. pp, 15 ss., tesPt<:th•amente. 23. este era uno do Jo.s enfoques básicos en la obr3 de M. J. R.osto,·t. zcff, Social aud Eco11omic History o/ the Romau F.mplre, Odord l 1957. V�nse ta.mbl�n cJ cvoc..'ltivo libro de R. Mttc Mullen. Romatr Social Re/atlons, New Htn-cn, 1974. y los nrHculos de M l. fl'fn ley, Thc tlty From Fustel de Coutangu to ¡"'fa� Wr.bttr nnd l,e4 youd, «Comp3rative Studies in Society and Hhtnry•. 19, 1977, pp, JOS y ss., y de K. HopkJns, <�Boonornic growrh in towns in clas. slcal nntlctuHy•, on P. Abrahams y B. A. Wl'lgley eds., 1'owns iu Socletl'es, O..HnbridQe, 1978, pp. 35 y ss. 24, Rarnmonte se onalltn Ja cstructw·a de la economta en In Roma prJmltlvn en los libros de historia de Romn, unto de vJsra que uqul se expone es compatible con la trndlcióu mo­ dcma y apa1entemeJ\le está implicito en ésta, lil hlcn muchos eS· tudiosos puedan pensar que se aplica más adecu!\domente a la RomA, digamos, de coJnienzos del siglo IV a.C. Pero \�a� Toyn. 11ee (1965, vol. 1. pp. 290 y ss.), y ct. K. J. Deloch. Romlet. His· toire Ro,nahle, Parls, 1926, pp. 77 y ss.; \"éase R. Bc:!nle:r, L'¿tat kontmrlque d� RomtJ [$00.264 a.C.]. cRC\"UC hJsrorlque de droh fra�ls et �trnnger>, 33, 1955, pp. 19S y ·''· 25. 1!"• u In conclusión de 13eloch (1886, 26); se ba"" primordialmente en el relato de Polibio (6.19 y ss.), de rnedioclos del slalo n, acerca do la armadura de Jos soldados que \'f'riaba de acuerdo

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con 1• edad y la riqueza. Según Polibio (6.19) la .,.,,uncoelón cen. suaJ mát bajo. era, ¡mra los legionarios, de sólo 400 dr(t<:ma�. c.aue cqui\'aUan a 400 denarios. Es dificil interpretar esta clrra deb1o d a la ca�ocla de precios de esa época; en términot de tti¡o ba· nto a 2� HS pOr modius, equh·aJe sólo a -4 tonelad:.s de trigo, lo q�1c no poclfa constituir un inareso suficiente para mn.nttrH!r a una fnmilla monfslo de He�U�rnaso (Arqut!olocm romana. 4.18) Y Tilo Li\·io (1.4J) en $U relación de las reformas de Scn·io Tullo en el slalo \1 a�C., fijan en 1.250 y en t..())) denarios el patrimo­ nio mfnlmo de los soldados. Es probable que las cifras sean nna-­ crónlcas y que correspondan al sjg.Jo ru a.C. Véase el brillante en­ sayo c.lu E. Gnbb.a, Republican Rome, che Am1y ami the Alllu, Bcr· keloy, 1976, pp. 1·69. Gnbba cree que hay pruebas de una caldn del p:urlmonlo mfnimo Que se exigía a Jos leaionarios. DlonlsJo nfir. mrt que In nllcnd do Jn POblación romana no llcaaba a c�tc mhll· mo; POI'O tnmbl6n nos c\•cnLa 1.ma c�n1id:-td de cosM tr· .sonas par km' en el u�rritorio romano. lo que CQUÍ\'alc a variM \'eceS In población agrícola de Italia en 1936 (llrunr, J971, p. 54; lleloch, 1886, p. 320). Al final del siglo nr a.C., set:Un las e.tionn· o romano tento 36 personas iones de Bn�nc (toe. cit.), e:l territori c J)Or km'. conlra 22 para el resto de la flaHa ro1nana. l.as his1o. itos de suptrpobl:.clón. itido m rlas tradi<:ionales nos han trarum A.$( pOr ejemplo, Dionislo de Halicamaso (Arqutologl.a romana. e.scr1bfo que en tiempos primith·os se cm·iabn fuera del te· rrltorlo roma..no a todos los jó\"eoe-.s nacidos en un ano dcterml· nado. en busco de ticrrns nara conquistar o par� colonli:ar. lh de suponer que dctrá.s de: c:;to.s relatos ha de haber nlao de vcrdnd. 27. Se pueden encontrar los documenlos anriguos. com·cnlentcment� citado" pe1"0 sin crherio crítico, en E. T. Snlmon. Romtm Colom· zatiou muler tire Repccblic, Londres, 1969, pp, 55·81. Uno colonia a una población do nll'edcdor do di) 6.000 adultos varones implicnri 20.000 en totnl: si supOnemos tina poblnl;ióo c'Jtnclonnl'io con una expectntlva de vida media de 25 años en el rno�ento del nncimlcn· to Jos varones de l7*' años de edad constitt.nan menos del 30�i d� ln POblación (véan� las tablas de expecu:ttiva (1� vldn d.e las Naciones Unidas c:u «Mdbod); for populatiol\ J)roJcctions by sex Rnd aac• tn l'opulation Sttulí�s. Nueva York, 1956. El esrablc· cimiento 'de o.scmamientos coloniaJes de tal milgnilud no parcco guardar proporción con los recursos de que disponfa Rom11 alre­ dedor del 3011 a.C. 23. Es ob\'io quo rctulta pelltroso tomar como prueba de su pasado lo que 1� romanos creran acerca de su pasado, dadas las difi· cull3dc:s de los romanos para tener un conocimiento suficico!e acerca de �� pasado. Acen=a de los héroes agrlcolas. '\'éa-Se Heu­ hnd (1921 134 y ss.). Para un análisis algo diferenle de la$ lm· .Pucn<:lonc$ de l3s dlstdbudonc:s coloniaJes de ricrrns en el sla.lo H a.C., vé"sc Brunt, 1971, p. 194.



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301

29. En la Roma tempranrt,

las Jeyes rcsenaban un hotlO Si•lvajc }'lara con lO!�. dcudorc�. Dt: ac::ucrdo c:on las Docrc labkl') (que: Ja trndi· ción d!U3 en el 451 a.C.), un deudor que no podfa J>.1(1,u :,u deuda 'DO t:orna c"-!l.l\"o, o bi<'n t:JC· eulado (\\!a!.e A11ciem Roman Stauues. S. labl"' 3). A tin de mhi­ a:nr los efect� de dkha ley, en tiempos posceriOr\!) •Un hombre libre IU\'0 ln posibilidad de prestar sen·icios como esd�\'0 hasto llt.'VRr a paaar íntc¡:rameore el dinero que debfu:e (Vnrrón, lA lttr· gua lutlt�a, 7.105). A estos hombres se les llnmaba ut..d, slcn'OS, p:no indicar su impOtencia. Ct. H. F. JolowiC't, A 1/htorlctd In· troduclion ro Romatl U1w (Cambridge', 1972), PJ>. 164 ':l ss. Co. mentó a. considt!ra. r se que el mal trato a Jos deudorc� cstí'lba re. ñido coo los dcrecJJos del ciudndano. .En 326 n.C. -In recha es convcndonat- so aprobó una ley que prohibía rctcnel' el cuer­ PO del deudor como aonmtía (Tito livlo, 8.28; R. M. Ogllvle, A COHuucmtm·y on l..ivy, OxforCriorcs. Pei'O ln pn\cliCd de pagar J�s deudas con trabajo en calidad de dSCiavos no so extinguió. 30. Blte párrafo e.s en JlArte un resumen de los ide3le� ��JXIt-SIOS J>OI' onlslo de HaUcarnaso, Arqu�olqgi a romnua, 2.9-11; \'éa�c 1ambiéo Oi Aulo Ccllo, NOlolatiou ;u rw•trl central ltaly, osComp. Stu�. Soc:. Hits.•, 12, 1970, JJp. 327 y ss. 31. Es lu lrutu·cslóu que recojo de Catón, De llf.:r/ cultura, S y 144 y �·s. Hs el más antiguo de los tratados romanos de cslc tiJ')O que so· brcvi\'Cn aun, y dn1a del siglo J[ a.C. Ln!> fM!c'LUI'I,:\'1 ))�l'tleip(&cloncs que se do.bno a Jos mediems -l/6 ó l/8 de h.1 osecho, c según l<� calidad de In 1icrrn- no eran suficientes para su mantcnjmienlo Y sólo JXK.Iían subsistir si además tenían t-icrríl en ¡woplcdnd par� trabl\jo.r. l!n una publicación posterjo1· anali7-3r� los valoi'CS pro­ bables de la producción, del coste de la fuerne de trabajo y del consumo ramiliar de la agricultura romana. Vnlc la pena ln�J$tir en que, en muchas sociedac.ks <:am�in3s, Jos propietarios de tle­ rns: y los medieros no constitu�en t:atcaorfat nttllmcntt se.p.ara. das. sino que se �upcrponco. En efecto, se puede pO�r ckrco e:<:· tensión de tierra en propiedad y también arrendar orra Herra. 32. No C':\bc duda de que cslc tipo de razonl\miento es pelfaroso. Tcna:o un cuadro de Roma en el sia.lo t u a.C.; �tn é. presentaba en. tono::s uno C"COnomía simple, ••efathamcnre lndlrtrunciada. SI al-

302

gUn hecho se acomoda a mi punto de \'lsta, Jo consldti'O una corroboración llc éste, mjcotras que Ua.n\0 anac1'6nico a todo Jo que, p.,!nente!endo � la historia tradicional, no )e acomoda a este cuadro. No dejo de advertir el J>Cligro, pero no cncuentto 011'0 método mejor. A�rc-a de enroque-s aoál�os )' de u n an4Jisb de los dalo> lt\clleos, •ease Heilland (1?21, pp. 149·50 y Tibllclh, 1').18, pp. 17) y SS.). 33. En cs1c cpfarnfe .:.xprcso m.tc\•amente mi ognadecimicnlo n Bn.mt (1971). a �.snr de ciertos c:k:secuerdos de interprctnclón oc:asio­ nales. Ht: dc!l-c:ub1crto que mls argumentos en este c:pf¡rotc y en el próximo wn aniloa:os a los de W. V. Harris, y complcme:ntn· tíos de ésto:.. Véase, de este autor, War and lmperl
)

35.

351 y ...

álómo, 2.8. Habla una le¡ que pro­ V é : u e C.JlC<;iolmCtltlvo. Vónsc también Aulo Gdio, Noclaes driccu, S.6.21., acerca de la diferencia en11c un triunfo y una •ovación Plutarco Pau· lo E111i/lo, 32 y Tilo Uvio (34.52; 37.46; 45.35 y ss.). Poro un nná. lisis o:
SJ4 y SS.).

SohN: lo.s pérdldt'IS romanas de guen-a, véase BSAR, vol. t. p, JIO: sobre In POblacló� adulla rnasculioa ilallana, \'éase Brunt (1971), p. 54; 3Cerca del unpacto de la segunda guerra ¡x\nk3 q,brc Jos campe&lnos lcalianos, '�se Tito Livlo (28.11 para el � a.C.): •No era fácil para la aenle [regresar a sus �anjas) pOrque Jos peque. ños aarkulrores hablan sido aniquilados, había escasct de escla· '""O!i, el annndo habla sido robado y las granjas arra�adns o quc­ madM.• Wa'IC lambiéo Toynbee (19115), vol. 2, pp. 10 y ss; e/. las pruderues malitaelones de Brunt (1971. 2@ y ss.). J7. Aulo Gelio, Nocltes dticas, 16.10: cPcro desde el momento en ctue In propiedad y tJ dinero que poseía Ja familia so consi<Jeraron

36.

303

cumo P•�nda de tc�had a la Repúbljca, y desde que cm ellos se \'\!rn la aaranua del amor a la patrja, no se locorpor.3ba a. las nr· 111a.) ni ni prolctnriado ni a los CQplle censi [c.s decir, los que ca· rec1an de propiedad e-n absoluto, o casl en absolulOJ, saho en "·;a� ck cmtl"8enda...• \';.sc e algo análogo en Valerio Mhlmo, 2.3. 3d. El t.otnido po1· ct'nt\lrióls era la asamblea de ciudad� q,ue ori­ atn.ulome:nte se organizaba ecl unidades de lucha, las centurias --do donde ccniUriones-, y se dividía eotre los que estaban obJi· a:ados a prestar senicio militar (ilmi oru) y los que t(nÍiln �·a cuarenta y seis años de edad cumplidos (sttriorel). Debido n que ttnfo.n la costumbre de reun irse armados, lo hacfan exu·amuros, en el Campo do MarLe, La caballer(a (equites) y las dos primeras clases (de las cinco clases según el \'alor respccth·o de la pt-opie· dad) tenfl.m un peso desproporc ionadamcnto alto en el momento do vota•· y, si estaban todos de acuerdo, s habían eudido el sencio i milllar, ni con su conclusión de que los soldados t•omanos, aun en 1lempos de cri$IS �>C rt!clutl\ban predominantemente entro campesinos propie· turlo� do tierras fassíduiL Sobre esto ,·éase mi rtsenn de 13ntnt (1971), Cll JRS, 62, 1972, pp. 192-3. Me parece QUO 131'unt �Ohl'es. timo. la eflcacin del reclutamiento I'Omano y ll\ Ci.)nlinnzn objeliva en los fuentes. Se cncontrti.rá testimonio de los requisitos m(nlmos de propfe. dnd quo so pcdln a los soldados en Tito Livlo, 1.43 (11.000 nss.s); Pollbio, 6.19 (4.000 asses); Ci<erón, De republlca, 2.40. o Aulo Celio, Noclres dtlcas, 16.10.10 (1.500 asses). Par<:ce d1ffell dntnr con cer· leza los cnmbios; de todos modos, véa.se el lntcrc.snntc análisis que realiza E. Gabba, The origíns o/ the Pro/eJsiouat nrmy tU /lomo (Gabba, 1916, pp. 1-19). La reducción r.t.o los "'Quisltc>s do propiedad $ln.e de apo)'O a la ide.l de que en lo$ dos !lhlmos •lalo) a.C. se dio una teodeoc:ia a la vrofcslona.llzl\CJón y pro1e­ t bitn annlluedo en Cabba (1976). t.nri�:odón del ej� rcito. lo cual es& pp. 1� ¡· en 8runt (1911). pp. 405 y ss. �n Sttluuino, Yclgurm� 86. en 107 a.C. Mario rompió con la tradklón al enrolar \'oluntarios predominantemente de entre las clMCS mAs pobres. Tal \·e� se trate menos de un:l rt\'OJudón c¡ue de lt\ confirmación de 'JtUl tendencia. Es Importante insistir

304

41.

42 43.

44. 45.

46.

47. 43.

49.

en quu lo:o¡ puhtcs. Ytl habían servido como soldados :mtes (¿cómo, si no. hubitr.-n ¡xx.Udo los romanos mantener en pie c:jc!rdtoc; tan gundc�? -'�-'� mfl� ab.ijnJ, en que el campe�ioJdo que. pe�f.t tierra tue irKo1por.ldo a la ruc:l'">'.a en las dt1;:adas sia;uientu, )' en que los �ld.1dc.s PObre.s probablemente se n.xlutab:.n �obre todo en el cumpo. \ ""' llnmt (1971), -103 y >.<. G•bba (1916) >. J. flor· 111aud, L'drntt;.e ,., le soldat Q Rome. (Pari.s, 1967). 11 y .�31. Sobro el reparto de JUn.:das. ,.case Bnmt (1971), pp. 294--34.4 �tuc::bo se ha tscrito at:l!rta del grado de c:oo.fianz.a q� merecen las cUras que nos han legado las fuentes en cuanto al cnmo.l\o dt! ll.t$ lt·afones, de ros ejércitos y de la población de cíudadnnos registr-Jda po1· el censo romano. Sólo me reAe1·o Bquf a bm·dos órdenes do J'tHt"ni1ud; Jns cifras tendrfan que �er ubwlulamcnto couiroeadns ));.un nnulur la.s implicaciones que aquf se hon dedu­ cidv de clltls. Lns cifras que darno� aquí se basan en J3runt (1971), pp. 424-S y 449. Las medias para 200-lóS a.C. incluyen nlredcdt�r t.le 10.000 mn•·iuos y remeros: en lo que rcsp(.'(:ta n 8().50 n.C., so ha ll�audo n ostu cir1·a multipHcando el núrncro ele lo¡lone5 que da Btunl por •u pt•obablc ttlmaño (es decil', 5.500 hombres). J:lrunt (1971), p. 4�7. da In media do 90.000 para el per·lorlo 80-50 n.C., pero esto p:wecc en des:\t:ucrdo con stls propias cifro.s. Sobre Jn rclaclon cntr� �old"dos romanos y aliC�dos. ,·é�lSu Brunl (1971), apéndice 26. Sobrt: 1� b:�sc de H. O�lhJi,.:k, Geschichte dcr Krieg�Amut, lkr· Un, 1920, \QI. 4, 2.61; F. F. HcUeiner en la Cambridl� lic:o•romic Hlstory, Cru-nbrld�. 1967, ,..,¡, 4. 67. En cuanto al �en·ldo de !>eÍS años. véase P. A. Brunt, •Thc anny and thc lnnd 1n tht Roman I"C\'C)Iution•. JRS, 52. 1962, p, tt(). V�nst ia, 78 (circa 140 a.C.); A. Afzc. también Aplano, Guerras d• Espa1 lius� Die rOmi�che Kri�gsmacht, C0penb3a;uc, 1944, pp. J.4 y .u., �7 amu, Oxlord, 1967, pp. 167·12 (un y 61; A. ll. Astin, Scipio A•mili resumen muy claro). Acerca de ser\ficios posteriores m:is proton· gados, 1(. E. Smith, Scn•ice n i the post-.Hariau Romatt Anuy, Man· chc:ster, 1958, pp. 22 y ><., Harmand, 1967, pp. 258.00. Entre los soldndos. In exJ)e(::tativa media de vid�\ (o) en el mo. mento del nacimiento (o) e•-a de veinticinco nnos (e. .. 25). Véase lo ooto 19. Acec'Cu del rcclutnmicnto de soldAdos predominauten1cnto en cnm. po, más bien que. entre el proletariado urbano, véruu: Tl• unt (1962), pp. 69 · � ss. Tnlllbién tuvo Jugar cierto reclutrunlento urbnno. Astin (1967), p¡>. 47-72; Tito Livio, 43. 14 pnra el 169 o.C.; Arlu· rw, CurrtllS de Espnlia, 49; Tito Uvio, Ab urbe c:Otlditn, SS. Sobre la distribución de parcclns t\ Jos soldados de SiJa, v�a!li:O Brlllll (1971), p. 305. Si¡¡o aquf ltl hipotétia c estimación de T. Fran.l; de los ln¡resos to­ tales n comienzo, del si¡lo u a.C., unos so.óO millones d� sesttr· eios POr nJio (liSAR, \OI. 1, p. 141). Como ft:Suhado de las conquislas de Pompeyo en 63-«) a.C., Jos ingreso! del Estado se ele,·aron de 200 a 340 millones do sesrer. cios (Plutarco, Pompeyo, 45). El comentarlo de Plutarco "' am­ biguo; de todo' modos, prefiero esta interpretación al alu de 200 a S40 n1illonc, de sestercios, tal como M>stienc B. Badhm Roma.ts lmJ)
20

305

i partancia del botrn Y de 1•• publi" Londres, 1971, p. 39). La m �e cll� en Jos detallados relatos que lndrm�iz..'\ciones &eas refleja •� historbs tradicio,•ales (l)Or cjernpto. T1to L se con�n·3o en l frank calcula que <1 botln Y vio, 34.<16). En cuanto a su nvalor, r de la quinta 'P.artc de los l.a.s indemnh.adones sumaba enalrededo la primera pMtC del s:ak>.u :..C in¡I"C'SOS del Bstado romano pro\'eman de; 1mpuc.s· cuando menos de Wl ten:::io de Jos inerc.."� A finales de a l RepúbUc• (\ia>o ESAR, tos provinciales y minas. el ame. uestos provinciales eoo�tltu(an vol. t, p. 322 y .ss.) tos Unp bolines de que de los ingresos del Estado. l..os enormes nales. apoderaron Pompcyo y César fueron excepcio 0 de'e 1.1l0 1dlm1� s1 conoe oemo tc a.C., n o l g j s del cn s to mi co de r ti p:u so. A .. bl uo.. � : so os a s e 1 genera Jos e d o di ner de rcaalos diecisiete 1971, p. 394). La mediana ern de el bolln (wbulado par Brunt, tOO sestercios, el promedio, de 122 se-stercios. A \In Jlroolo convco· , el pr medlo }labrha cionn1 del tl'igo de 3 sestercios vor nwdius ot· de u•� 260 kg de ,tri¡Jo uolrccled lle¡nclo n �mos 40 motlii . famlha. Po1 s ::mt1ales mllunlt\.s desesntaerci cucu'lO de IM nccc itlade (Plutar­ os tl c:ontrnt'lo, Pompe.yo dio a sus soldadostc6.� rCIOS (Apjnno, Guerras co Powpeyo 4S)· Julio César 20.000 sc.s 38). Au¡usto ci�iles, 3.44) Y 2400o . scste(dos'(Suetonio, Julio C�sar, dlecls�ls -más daba n sus soldados t2.01ll sestercios después do tnrdc. veinte- aiios de servicio. Wasc P. A. Brunt, JRS S2 (1962), � - , ·� romanos coml)3rtran todos los bot!· 51. Teóricamencc. los soldados un c�rpo es�Ulco de nt.J. De ac\lcrdo con Potibio, 10.15 y ejérctto, ern destacado un de itad m 1� de más nunca , soldados taba auardla. para recoger un botin, m1ent.ras Qtlc el resto moo ''lole•u.ados A \"«CS, lo� anti¡uos ideales de disciplina se \�f3n 1� y 19; Har­ (por ejemplo, Tito Livio, 37.32; Plutarco, Lúculo, mond, 1967, pp. 410-16). véase Drunt (1971 ), pp. 376ti reparto de tri¡o en Roma,modo 52. Sol>••• de S (modll POr mes) X a grosso 82' Calculo que su coste er000 ximo do bcncllciarios) X ero má 12 (meses por ,.;o) x 320. (núm S8 millones de sester­ de trigo) 3 sestercio.; (J')t'ecio convencional es de ses. cios sobro Ul\ inare�o. en 60 a.C de: JOás de 340 millon la polémica deducción do Cicerón (Pro Ses­ ccrclus. Bn cunnt.o s costaba ni tlo S.�) do Cll\C ti trigo gratuito para los ciududnno una presupuesto, es Pl'Obable QUO sen aslnuo un Luinto de requerido para snllsfaccr lus ne­ cxoa:ernclón. Calculo el mínimo 1.000 k� cesidades de subsistencia de una familia. medio en unos . modii) ISO (c. anuales o ¡ l r t . . de nto SJ. Sl hecho de que el monto de Ja fortuna fuera de conoc1m1e por nobles Jos entre había que a enci t com pe n la i e b póblico Hustrn ble· ta rlqueu. En realidad, la. fortuna de FomJ)CY1;) era con.Jidera l:Jadi:ln (1968), pp. 31 Y ss.; mente mayor que la de Craso.istoVéase n, eró ria natural, 33.134; Clc . Ptt­ Plutarco, Craso. 2; 'Plinio, HJa pena mencionar que el nctn-o de rado:ca Stoicomm. 49. Vale Pompc:)'O era aproximadamente igual al conJunto de los ingre$0$ de la anualts del B
71 los e41culo\ liacramente diferentes 1967, ll, e.:ttrat)()Jan de co os l dJo rio al del de l

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55.

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306

p, Y que �paret.-cn en A. von Domc.Jicw.sld. Die Rtmgordmmg de s rOmi.�hen HeerCJ, p. donde &e retrospecth·arm:nto. cirras de \UlA inscnpeión mienz del si¡¡ o 111 (C/L 3. En <16 a.C.. Cé<ar " Jo(, ccntu ne� Ja \ieja proporción trndidon..\ e.tto es, un bol!n i��:unl doble Jos � d3dos ordinarios (Aplilno. . Gue.rrtU �vtlts, 2.102); rue unn clara �cepción a tendencia que )'O dcscnbo i · . Sin embargo, \"ale la pena observar que en esta d trlbueJón los recibjeron 40.(0) Jo Que era suficiente parrt que se cst:t l i ran campe no Importan­ so dio en 66 n.C. a tes. La los Apiano Mi'lh.• pudo deberse ta c hunblén n circ ia políticas excepcionales. Con e ta que.. oun insuficientes y a sl a s Jos cintos n:· fere.n e u unn tendenc•n parecen convinccnt(!S po1· actllnult'lclón Véose tambl�n nrunt. ( 971), p. 459, dond ucontl"IWt\ \In finÓ anál 3 de los dnto•. Lo. ma�nl u del p ln.Jc romnno s halla ilus rrtda en op. ss., ml'l dctnllndnmcnte analiz d on R. O. Joll ffo, Pila­ ses ot Corwptiou iu Romnn Adminislracion (Diss. WJs­ obru formnda en $u mayor parte pOr ito sl , lntcliaentamente analizados. <:1 ;:ob erno Ck-erón, vé.ase mejor sus Cart4S a Atlco, ed. D. R. Shack eton Baile�. vol. 3. Las referenci Que aqu (en antigua enumerac ón) son : y ad Fam. 5.20.9. lls dific il saber Qué cru nor­ es probable que dumnte últimas do la Repúbllc.' 3gravnra considerablemente la explotación. l..o5 am ntaban y inio pt.1blico, comctfan eran de •No pueden la$ e"'(presar. ciudadano$, cuánto nos odian .. n c us.'\ de la cod.i cJa quJenc.s el dai\o que han bo­ enviado a ¡:obeml\rlas estos (Cicerón, l..a l1y mauili(l; cf. ad. Fam., Bl de C. K. Yans D. N ivisou A. F. W l¡ht Co11• tucianl\m n Actlou, muy sugci'Cnle. Véa, e nhorn. en E. Badian. PubliCflus tmd Simtt.r.f, tHU\IIsls, si .bien :1 iJn)luc�tos eJ Cll In Rt:púbhcn Romana; J.JcérCll PJ'JncJpado, véo c M. 1 . Rostovtt.c�f, qeschiclrt� dtn: Statls¡>acltt, Lel zl g, s.f.,. O. S\' Publtcam, en RE, SuJ)olernont·BClnd, pp. XI, cal. Unn Insc ipción d" Put ofl que data del año o.C. dn ucntn aue un c nti'D. is a municip:�.l de edilicios t\1vo qu� dojor tie­ rra a� nnd del ad1..'Cundo cumplimiento contructuolc• (CIT., = PTR!I, Se cree que e t ern "''· racterfstlco y cr dici na : se.mojante en ' b'• y en Cicerón, l'trriu<s, 2.1.142-3; Asconlus' 22 S Sl � -bo l 'u nob St. Marco C:uón, 19� Cicerón, tul. Att.• fA ley ma11llia, otra• re(er;:nci en ES.o\R, ,-o . 345. El entendimiento era el eompl
S\1

58.

59.

60.

Co1onln:,

14-116).

1,

la s centuriones sestercios, b ec e como si s elevada Dt'Oparclón del bolín (20:1) que , ce.ntLu·ionc� (véase también 104) uns n s s saJvc. dnd, Insistamos en i do . ts 1 e so c l 1s il e t Badlan (1968). td 82 y y s aa l Mnn.sha, c c s de CL­ coo n 1919). cerón, Sobre l de l Cambridge, 1968. as espccíOcas l se utiizan l Ja i 5.21; 6.1; 7.1; lo mal; 133 décadas $aqueos que se se condenaban: dom y se l e palphm'i hemos las naciones extr3njera a de años pasados, y cho• JS.J.IS). o.r1feulo en S. y r , i Stanford, 1959, es Oxfon.l, 1!>72. s meJOr veces polémico. de los ::�¡rícoJo.s también d<:l s p 1901, 39 y el. Url.ig
3 nadie... Mi sistema es el siguiente: fijo una fech:. l' dhzo Que si (los rm.>,·intianos) p.3gan antes de es14t fecha aplicare una tas;.• de 1 !t (lnh:ré.i mcn�ual); e1\ caso contrario, h' ta�a se cstableoe J)Or o\etJerdo. � tal modo los nali'-os pagan un inlc:�s tolerable y los J>Ublkanos ettao oooteutos con el acuerdo .• Cictrón se lenb por un aobcrnador modelo, y co realidad lo era, en comparación con Vcrr.:s (Ck.."Ctún?Verrint.s, 22.170). Bndian (1972). J). 76, �ñaln caso:. d� contrataciones de impuestos de laraa duraclóo en c1uda· df':s y re¡ iones e.spedficas, asi como la consid erable ma¡nltud de 1M empresas. El oligopolio induce ru enrendlmiento, Jo mismo entone"� que ahora. 61. Sobre In bul"otrada patrimonial. ,·éase en parliculur Mnx Weber, p. 1.006 y ss. /Z¡;u,omy attd Society, Nue"·a York, 1968, vol. 62. Ac�rcn do esto v�nse Bndian (lm), pp. 11-47; lito Ltvlo, 43.2. 63. V�nso ol n(llldo análisis de E. Badian, Pt•om llz� Grncclll to Sufla, •Historio• 11, !962, pp. 203·9. Talllbién la histirin de 1!. Gruen, de. tnlladn y c\·oc,:utiva, aunque pesadamente prosopogrática. Roman Politica áltil tite Crimíual Ccmrts 149.$1 BC, Hnrvord, 1968; y el bre­ v� y !iUlJt.!:�otlvo capHulo sobre los caballeros de C. Moler, Res l'ul>/lca 1b11issa, Wlesbaden, 1966, pp. 64-95. VéAse también lo noto

68. Por supuesto, los aristóc:raLas romanos tenfnn cone�lonc.s poUtlcas locales con los clientes. En 83 a.C. Pompeyo reclutó tropas. en

69.



64.

70, m:ls adclnnte. (1Q.] Cl«rón, Gula electoral (Comm. Pu.) J G ru �n (1968), Apén. OI'eS i dk:c F., dtt tm;t. lista de 22 casos conocidO$ ant tf al estabJe. clmil!nto del tribunal de extors'ión, entre U9 y 91 rt.C.; once casos lerminaron con la absolución; dos de los condenados se suicida·

ron. es probable que los datos se.an muy incomplclo�; sin emb�· 80. lo que S..1bemos DO revela que los jtlmdOt OCUe&lrt:S J)C1"SfKUlC· nn abiertamente a los senadores ni que los condenaran. Después del a60 70 a.C., los jurados eran senadores, cab..1.llero' o n i d.i\·i· duos pcrtenec-ienti!:S al estrato inmediatnm<'nle lnf· turit' lutlUrtll, Jl pas1fm. y es-pecialmente IJS y ss.). Acerca de las lc\tS �uniU31"ia�. \é�se. por ejemplo, Aulo Odio, Noches dticas, 2_24 e l. Sauerwein. Die Leges Stmaptuariae, Hnmbur¡o, 1970.

308

70.

71.

72.

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Pl �num •amch\s a la reputación que su padre tenfl' 1\llf• (Aplano, GutrrtJs civiles, l.SO), pero el apoyo con que tOntab:l brilló por su auscnda tn la guerra eh·il contra Julio Cés:.r en 49 tt.C. V�rue también Julio Ct.ar, lAs guerras civiles, l.J.I y 56. y M. Gcl1er, Tha Romau Nobllityl Oxford. 1969, 93 y $S. Eran mucho más importan� tes ou·os contactos polftioos. Acerca de las leyes de deuda, \�se Tácito, Anal�'· 6.17; Suetonlo, Tibor/o, 48, y Frcderiksen (11166), pp. 134 y ss. Oririnorlnmcnte, y parece que hasta la �POCa de Cicerón, la palabra pUs.�esror .se te· feria n quien ocupaba una tierra pública sin pleno lhulo de pro­ piedad (sobr<> esto, véase C. Nlcolet, L'ordr< éQII-.rre � 1'4poque r�pablicaúu:, Pnrls. 1966. p. 301). Sobre Jos locupks. \'éaso Cicerón, De rep11b/fca, 2.16; Auto CeUo, Noclles álica.t, lOS, P.l nrcdominlo de In tfcrt·n e1t Jos [undo$ de Jos ricos se manLuvo. El emperl,dor Tr!t,ltmo Ol'denó n los senadores que ttwlenm un tercio do su (or­ tunn en tlerm en Italia: Olionrpodoro (ffl'g, 44) nos cuenta Que c11 el slgJo IV Jos senndorcs ricos )>ercibían lA cunrtn l)nrt<- de sus inarcsos en forma de productos agrfco!as. y el re�to en calidad tle I'Cntas. En un airo de lB moda intelectual, es1e punto de visto ha 8ldo ampliamente aceptado. t.os ensayos pi oneros hRn sido: P. A. Drunt, Tllr Bquites ;,, tite lAte Republic, orSecond Tntematlon31 Confe. rence or Ecooomic llistorv• 1962, París, 1965, \'01, r. C\JleCialmcn. te pp, 122 y ss., y Nicolet (11166), pp. US y Js.; v�>anor que Ja conversación c:'O Jos drculoc; de Jn corte enLrc quienes no son filósofos ha de ''<'rs.nr sobre cuento�. nreolo do Jn tierra y precio del trigo. Los nombres ele Jos seno­ dores snbtcvlvou en Jnrras de vino y en ladrlllo�;, Que prob,�ble­ mente •o rnbrienban en sus propios fundos (/:!SA/l, rol. l, p. 355 y vol. S, PJ>. 208-9); tales rótulos son índices de quo los. 11Cnndore!l estaban implicado.; en el negocio, pero no que se ocup.nb:m nten· tnmcnte de �J. En 1-e.tumen, no sabemos ha�1:1 qud punto la cuJ. tura predominAnte induda a los aristócrata-; n ocunaMt de sus fuentts de in¡resos o a i�orarlas. Plutarco, Craso, 2: oohre Bruto, "�"""' la• no•u �5 y 56 de este eaplholo; Cl�rón, Vtrriuu, 5.45, decla que la ley de proplednd na­ viera de los sen:.dore.s carecía de eficacia, �ro IOOhre\·hió en una ley de Julio �r ('éa"' el fragmento de .t.idrtos nhticos que MI anali1.a es menor -400 contra 750 -pero �\1 rtqut'%1.'1 es en conjunto mtl)'Or que la de los mercaderes y Jos banqueros.

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