Iviva_1981_091-092

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PANORAMA H¡STOBICO-CRIT¡CO DE LA SITUACION

ACTUAL DEL SACERDOCIO GATOLICO . PRESENCIA DEL SACERDOTE EN Et TRABAJO Y EN LA

9l ,/

. CELIBATO Y SACERDOCIO o EL SACER' DOTE DEL FUTURO O LA FORMAC¡ON EN LOS SE. MINARIOS ¡ LA EDAD DEL CLERO O EL SACER. DOTE EN EL CINE Y EN LA LITEBATURA DE HOY

/gz

POLITIGA

o LA

CHIS¡S

DEt MINISTERIO . LO OUE SI MISMOS

LOS

CUBAS DICEN DE

l

i

SACERDOCI

O

Y\,,MINISTERIOS AcruAL EN LA lGLEslA

B0[AI!0, ANI0]'ll0 BRAU0, J0A0Ulll TERNANDÍ! UBBI]'IA Y JUAN MARIA URIABIE

'Por ALF0NS0

ATUAREZ

PEBEA,

IGLE,SIA I T

n .;

REVISTA DE PEN SAMIENTO CR/S TIANO

VIVA

IGLESIA

VIVA

Sacerdocio y ministerios en la Iglesia actual

IGLESIA VIVA Nú-, . 9L-g2, Err..o-"L"il r 98r PBESENTACION ESTUDIOS

Hacia un replanteamiento actual de

la problemática

del

ministerio sacerdotal en la lglesia católica. Por Fer' nando Urbina

El sacerdote

Bravo...

... ...

7

en el trabajo y la política.

Por Antonio 29

Ministerio sacerdotal y celibato. Por Juan María Uriarte. 49 Sacerdocio y modernidad. Por Alfonso Alvarez Bolado. 8f El ministerio de la lglesia y los ministerios en la lglesia. Por Joaquín Perea

...

109

NOTAS Estructura generacional del clero español. Por Vicente J.

Sastre

'145

La presencia del sacerdote en la última novela. Por Gris'

tóbal

Sarrias

153

El sacerdote en la pantalla: una mediocre y mínima presencia. Por Norberto Alcover lbáñez Demandas actuales

Seva...

del

161

sacerdote. Por Antonio Esteve

Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios. Por An' tonio Cañizares ...

169

177

LIBROS

187

LIBROS RECIBIDOS

189

PRESENTACION

Desde hace diez años IGLESIA VIVA no se ha ocupado en un número monográfico del sacerdocio (1). Fue el tema vedette hace algún tiempo, hasta que empezó a oler todo aquello a narcisismo clericat. Si hoy volvemos sobre el tema no es para volver a hablar siendo curas la mayor parte de los que de lo nuestro -seguimos sino porque consideramos que el modo como hacemos la revista-, se configure el ministerio sacerdotal en la lglesia va a decid.ir la tglesia ttel futuro. Esa gran obra de ingenieria social que es la reconstrucción de ta tgtesia como "ac¡es ordinata' hacia la que apuntan hoy altas lerarquias, se va a decidir en el éxito que tenga la operación de reapuntalamiento de la figura del sacerdote, como estamento soclológica y teológicamente separado, bien trabado y capaz de sos' tener el peso real de la restauración. El mismo enfoque que damos al tema del sacerdocio -como uno de los ministerios (o diaconias, o servicios) en que se puede expresar la misión de una lglesia toda ella sacerdotal y servidora- supone ya una toma de posición por nuestra parte. Los que hemos pensado y desarrollado este número tomamos muy en serio el que hoy por hoy es el cauce pastoral más importante que tiene la lglesia, el ministerio llamado sacerdotal, pero tomamos también muy en serio la relativización que una teología neotestamentaria y una sociología religiosa hace de los diferentes ministerios y carismas en la lglesia.

Cinco estudios, diversos y complementarlos en su estilo, constituyen el núcleo central del número. La problemática del sacerdocio está expuesta de una manera gtobal y personalisima por FERNANDO IJRBINA, y en los aspectos más acuciantes de la inserción del sacerdote en las estructuras seculares (familia, profesión, politica) por (f) EI número 28-29 t197ol, Sacerdocio y Seminario, y el nÚmero $ (f97f), Problemas actuales del sacerdote, son precedentes útiles de este número. (Hay ejemplares disponibles de ambos.) PITESENTACION

JUAN MARIA UBIABTE y ANTONIO BBAVO. Estos fres articulos no son sólo expositivos, pero parten sobre todo de unas realidades vitales. Los dos siguientes constituyen una reflexión más teórica. De ALFONSO ALVAREZ BOLADO publicamos, conservando el estilo coloquial en el que se muestra un Alfonso más "directe», uno charla pronunciada en la clausura de una asamblea sacerdotal: en ella se pregunta sobre todo por el papel real y significativo del sacerdote en la modernidad. IOAQUIN PEREA se ha encargado de la reflexión teológica más técnica sobre la inserción del ministerio sacerdotal en el ministerio global de la lglesia, tal como se va concretando en

la actualidad.

Las cinco notas que siguen plantean el mismo tema del sacerdocio, pero en tono distinto y con esta estructura quasi dramática. Primero, el cura visto desde fuera: desde la sociología (VICENTE SASIBEI, desde Ia novela (CRISTOBAL SABB/AS, y desde et cine (NOBBEBTO ALCOVER). Es una visión nada alentadora. Segundo, el cura visto desde dentro: ANTONIO ESTEVE ha recogido e 'interpretado algunas voces significativas de importantes asambleas sacerdotales. Tercero, el cura visto desde Roma: ANTONTO CAMZA\ES presenta y analiza un reciente documento de una congregación romana en el que destaca más el tono restauracionista que la atención a los pro blemas y demandas del mundo y del ctero'de hoy. ¿Hasta cuándo va a continuar en esfe tema vital para el futuro de la lglesia ta potítica del avestruz o del A: A de Fernando lJrbina?

Al final

encontrará

el lector

gráfica.

interesado una breve reseña biblio-

Este número, pensado como sencillo, se ha hecho doble por exigencias del tema. Estamos ya preparando otros temas importantes

para sucésivos números: nNac¡onalismos y conflictos económicos,, .Expectativas y decepciones en Ia lglesia del Postconcilio,, etc... Trabajamos para no decepcionar

a

los amigos.

Agradecemos la ayuda prestada por muchos pagando la suscripción con un extra generoso y buscando nuevos lectores. Agradeceremos a quien no Io haya hecho, lo haga cuanto antes (2).

(21 Forma de enviar la suscripción (t.lO0 pesetas): por talón nom¡nat¡vo a "lglesia Viva', sin necesidad de certificar, o por g¡ro postal a IVESA. CCp 01i61694. Valenc¡a. Para propagar la revista: enviar d¡recciones o pedir material de propaganda. PRESENTACION

ES-TU

DIOS

HACIA UN REPLANTEAMIENTO ACTUAL DE LA PROBLEMATICA DEL IVIINISTERIO SACERDOTAL

EN LA IGLESIA

CATOLICA

POT

FERNANDo

Un¡wA

INTRODUCCION

La intención de este artículo, al principio del númeto monográtco de Icrssra VIvA, es presentar un Panorama histórico-crítico de la situación acn¡al del problema del ministe¡io sacerdotal De esta forma ofrece un ma¡co de referencia amplio Pata \na reflexión sobre este temaPero hemos superado ya, en eL nivel del tiempo, la épca en que se podía hablar o escribir «ingenuamente» sobre un concePto como el de «'sacerdo' cio», «ministerio», etc., con enunciados afirmativos y categóricos, carentes de verdadera fundamentación histó¡ica y teológica e incluso del más ele' mental rigor en su formulación lingüística. Este tipo de enunciados elan los que circulaban en la praxis de la comunicación intraeclesial: a nivel de la formación dada en los Semina' rios, en las pláticas y retiros que seguían alimentando la llamada «espiritualidad sacerdotal», y en la predicación PoPular, o incluso en la propaganda convocatoria de los «Días del Seminario». Este proceso lingüístico que circulaba et la Iglesia tenía una simple función de «reproducir» un discurso que venía de muy attis y que, Precisamente por eso, se había vuelto repetitivo, y a fuerza de repetirse había perdido la carga significativa gue eo su momerto realmente ruvo. Tal mecanismo de repetición, coo sl¡s co¡secueacias de empobrecimiento sig' nificativo, ha tenido uoas cau§as históricas concretas que intentaremos precisar más adelante. Por el momento nos basta con indicar que esta FERNANDO UIIBINA

«circulación lingüística», que se mantenía en el inte¡ior de la institución el siglo XIX al Concilio Varicano [I, se encuentra de improviso con un Acontecimiento desde esta actitud cerra. eclesiástica desde

-imprevisible y que termina con la da que es la repetición en auto-reproducción: A. Por los siglos de los siglos».

vaciedad tautológica de «A

Esta fó¡mula del llamado «principio lógico de identidad» (A : A) podrá parece¡le al lector un tanto intempestiva, con su extrema sequedad formalista, en un texto como el que está leyendo, que intenta afrontar uoa ptoblemática verdaderamente dramática. Pero la he puesto con toda inteación, auflque comprendo que el desa¡rollo de todas sus implicaciones es imposible de realizar en la b¡evedad de un artículo de revista. Juega aquí un papel puramente simbólico: corno una muesra de ese tipo de afi¡maciones esquemáticas que, en su extrema vaciedad de conte-

nido (como A

:

A), rcnían para el que las pronunciaba y

lu

oia

el

-enabmedio cerrado eclesiástice- la ifi¡soria pretensión de una afirmación soluta, de :ona cetteza irrebatible, de una seguridad lígica tal que, por un deslizamiento sólo concebible en sistemas sociales absolutamente cerrados, par«.ía ofrecer la ganntía de una seguridad existencial. Es decir, por uo salto sólo concebible en un mundo que había perdido su capacidad de enfrentamiento crítico con lo Real, se pasaba de una identidad tógica a la seguridad de una identidad personal. Se pasaba de un discu¡so repetitivo y que había perdido su función significante a unas afirmaciones fundamentales capaces de «fundar una espiritualidal». Peto surge entonces an Acoatec;nziento,

Todo Acontecimiento es siempre una «Novedad imprevisible» para aquellos que fundan su concepción del muodo y de la vida sob¡e coastrucciones lingüísticas cerradas con una pretensión de permaneocia idéntica e inmutable, capaz de «parar el Tiempo» : como la flecha de Ze¡6¡, que queda inmóvil para siempre, paruda en su ímpetu, porque de otra forma se destruiría esa seguridad absoluta de la identidad formal, lógica,

ontológica... la identidad inmóvil de las instituciones de Poder. Pero frente a esa concelxión del mundo y de la vida sopla el Espíriru de la Historia. Que es el Espíritu de Dios: "He aquí que todo lo bago Nueoo" (4p., 21, 5). El Evangelio rompe radicalmente esa concelrión de inmovilidad autorreproductiva: Jesús introduce en la majestuosa inmovilidad r€petitiva de la Ley, el Templo, el Sace¡docio Levítico, ana Nooedad. Rad.ical: el

Mini¡tqio

Euangélico.

Hacia los años 50 volvió a soplar este Espiritu de Novedad Evangélica sobre ese discurso ¡epetitivo que se había inmovilizado en el siglo XVII. El Acontecimiento imprevisible que va a romper esa circuPROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

lación lingüística cerrada sob¡e sí misma es la praxis institucional del ministerio sácerdotal que se quiebra Aparece algo nuevo' Que empezó por sef una «problemática»». La identidad sacerdotal --que tenla la certeza, pero la ,ruii"dud formal de la identidad l6gica_ se hace problemática. Y es un problemarismo dramático, potque no queda en el plano teórico. No ., ,ro"' simple cuestión académiá No es tampoco un campo . abierto de investigació'n para las ciencias de la natu¡al eza. Af.ecta d,ramáticamertte la existe.,iia de ias personas que se encuentran vitalmente comPrometidas en str rol de sucerdoies, no só[o en su identidad personal, sino en su relación con la comunidad eclesial y en su relacióo con la comunidad social, en su ubicación histórica: espacial y temporal.

Ya están dibujadas las grandes líneas de este marco referencial que pretendemos .r, .rt. artículó. En una primera parte vamos a tnatat de en un resumen inevitablemente simplififescubrh a grandes trazos -y cador- el pioceso histórico de esta problematización dramática del tema vivido del ministerio sacerdotal, en un estilo más narrativo. En una se'

gunda parte intentaremos ofrecer unos mafcos de interpretación - de este fr*.ro en el cual estamos aún inmersos, en un estilo argumentativo.

lo dicho al temas sobre«ingenuamente» de escribir época principio: ha ian fo¡midableJy complejos como lo es el del ministerio sacerdotal en el cristianismo, o más precis¿¡¡snt€ en la Iglesia católica- Otra cosa es que se sigao publicando te*tor o dando chaflas a este nivel. Tambié¡ Yizcai¡o casas habla sobre el Franquismo y además se vetrde corno las rosquillas. Pe¡o antes de iniciar nuesrra ¡eflexión conviene recordar pasado

la

E[ autor de este texto ha dedicado veinticinco años de su vida a

ffat,¿r

sobre este problema prácticarnente.. superiot de seminarios, quizá pasen del centenar lds ejercicios a sacerdotes, peiteneciente en tiempos al sec¡etariado de seminarioi y del clero, formó parte del comité de redacción de la II ponencia, sobre el ministerio, de la Asamblea Conjunta, etc- Y ieóricamente: libros, 'artículos... y cinco años de investigación para prePa¡ar una ob¡a sobre el sacerdocio que al final, con toda conciencia y decisión, dejó para siempte inconclusa en sus carpetas. Es un tema que, llegado un mo*..rto, hace ya unos años, quiso «darle el carpetazot> para dedicarse. a otfos que le patecian más «fundantes»: como la cristología.. o la teoría gene' ral del conocimiento o el gran tema de las causas históricas de la crisis de la modernidad. Quizá el «carpetazo» obedezca también a un ciefto agotamiento ffente a una problemática tan extraordina¡iamente compleia, uÁ¿n d. las dificultades quJ pueden surgir a la libre investigación científica. Si hoy retoma la pluma para hablar de un tema sobre el que ya no gusta d" tába¡*, lo hace poi t"roa.t diversas. Podría ser de alguna ayuda' FERNANDO URBINA

Podría sugerir a jóvenes que investiguen seriamente sobre este punto. Y, lo ha¡ pedido amigos de Icresr¡. Vrva,

sobre todo, me

La «no-ingenuidad» con que afrontamos el escribir este texto implica qr¡e no creemos ya en conclusiones cerradas y delnitivas sobre este punto, ¡'que lo que vamos a decir lo decimos desde una gran moderación en el

nivel epistemológico. Si el estilo puede aparentar «afrrmativo» es que expoflemos enunciados, y el enunciado tiene, en castellano, como eo las lenguas indoeuropeas, esa estructu¡a. Pero se trata de enunciados que no pretenden imponer o dogmatizar. Son «enunciados abiertos». «hipótesis de trabajo»», «modelos de interpretación».

I. BREVE DESCRIPCION HISTORICA DE UN PROCESO DE PROBLEMATIZACION DRAMATICA

Ad.aertmcia preuia: Una de las fo¡mas de la no-ingenuidad de nuestra reflexión es el saber inapelable de que no caben aquí enunciados válidos

para tdos los espacios edesiales y sociales. Desc¡ibimos uo proceso concreto que hemos conocido «desde España» y que tambiéa creemos aproximadamente válido para América Latiaa, Francia... y quizá Italia. Hay otros espacios: como el mundo católico norteamericano, inglés, el irlandés con su proceso propio... Ot¡os muy diferentes: los ubicados en culturas alejadas de la latino-occidental, como el mundo iodio, extremo orieore ¡y no digamos el de las culturas africanas !, donde la problemática sacerdotal tie¡e unos matices diferenciales importantes. Y está el del catolicismo germánico, y el catolicismo polaco de circunstancias histó¡ico-sociales peculiarísimas diferentes, por cierro, de las españolas.

-muy

El primer problema de toda descripción histórica es la periodización: ¿qué criterio vamos a seguir para determinarla?, ¿dónde iniciamos su «término a qr¿o», o sea, su punto de partida, suponiendo en este caso que el «término ad quem» o punto de llegada es hoy, 1981?

Una de las ideas que más nos está ayudando en nuestra ¡eflexión histórica es el descub¡imientq hace años, de los conceptos básicos creados por la gran escuela historiográáca i.ra¡cesa que surgió alrededor de la ¡evista Les Awzales, que tomó aquellos años de la Gran Crisis de -en del ciclo corto, medio y Largo. Para los 1930- las categorías económicas comprender el significado del proceso dramático que vamos a describi¡ nos podemos ¡eferir a un

-Tiempo 1981). 10

corto: dotde se inicia la crisis de problematizació¡

(1950-

PROBLEMATICA DEL iúINISTEITIO SACERDOI'AL

Pero

e-$te

,iern|o corto

se comprende

por el contraste con un tiempo

- nrcdio: la reafirmación repetitiva de un modelo

sacerdotal, que la Revolución pastoral posterior a ¡estau¡ación tiene dos fases. La burgues4 iniciada en la época isabelina por la figura especialmente significativa del P. Claret

d)

la restauración de los esruCios neoXIII), que coincide aproximadamente con la restau¡ación monárquica española de 1875'1921, y s€ coofirma en una estructura más «ceradan en los años de la persecución aoticlerical: segunda República --que se va configurando en

escolásticos (León

b)

Civil- y sus secuelas hasta 1950. Leonina, la «tesis» triunfal de

d.semboca en la Guerra

de la victoria

Curiosamente este «tiempo medio» en España tiene aproximadamente un siglo: 1851 (primer Concordato) - 1953 (segundo !oncordato). Es la=modernidad frente a una Iglesia de neo-cristiandad:

el Vaticano I.

-

pero, a su vez, la comprensión de este tiempo medio sólo La_ aLca¡zamos siruándolo en ieferencia a un ciclo histórico completo, el «tiempo largo», cuyo inicio está en la Reforma católica (contrarrefor-ma), át ti.*po del Barroco, que se inicia en 1559 (año del «índice de Valdés»f coa 1a instauración de la «Clausura» en España, caso exremo de la actirr¡d general de una Iglesia que va a oPtar por la «clausufa en sí misma», frente a la inmensa transformación de la Modernidad.

podemos resumir ahora nuestro descubrimiento estos años de reflexión.

1. El proceso

subyacente

a lo largo de todos

a la crisis de problematización

dramática Se configura en el período Barroco una fig ua, o modelg del ministerio sacerdótal, que pfeseota una fuerte identidad personal del rol del sace¡dote en su relacióa con la comunidad eclesial, y'con el contexto sociohistórico, cuyo «modelo de accióa» es la paffoquia tural ---a la parroquia rutal implantada e¡ medio urbano-, Pero en el contexto ptemoil,erno de la civiliiación de base arcaico-agraria (cón una leve estructuta de preca' pitalisrno mercantil) y de la mooarquía absoluta del Antiguo -Régimen' hrtu ufigor".uc..dóti, tiene, en relación a su tiempo, una profunda significativldad y una gran riqueza espiritual. Según nues,a opinión, preFERNANDO URBINA

11

valece en ella picio).

la

«Escuela Francesa» de Berulle (Seminario de San Sul-

Pasado el tiempo del Antiguo Régimen, sobre todo a partir de Pío IX ---{uyo significado histórico es inmeoso, pero cuya «evaluación» ha llegado quizás el momento de tener eI coraje de hacer...- la Iglesia, frente a una Modernidad ya no aceptada en el siglo XVII, se crispa y se ailtoclausura todavía más, llegando a esa circulación interna repetiriva que simbolizábamos en el A : A, ¡eafrrmando un modelo sacerdotal válido en el XVII, que ya no es válido en los siglos XIX-XX; pero la <
filas» artificial.

Tensión de identidad que se va a romper Guer¡a Mundial- y -II II. Como consecuencia, cuya ruptura se confirma en el Concilio Vaticano la identidad da paso a una problematizació¡ dramáúca, paso dialéctica e históricamente necesario pata dar lugar a la búsqueda de una nueva identidad ya no lógica, sino existencial: un nueao rol ante ufla lglesia renouada

2.

y un mundo d.iferente,

De la generación de la de la <
<<seguridad»»

a las generaciones

Este modelo de interpretación que intenra explicar la razó¡ de la crisis de problematización, es en principio aplicable a toda la Iglesia Católica. Pero desde ese horizonte de comprensión volvamos a una descrip.

y rápida de lo sucedido en el «tiempo corto», en que se ¡evela la crisis dramática de problematizació¡. Podemos entooces ¡ecu¡¡i¡ a otra categoría, de origen alemán, usada por Ortega: la de genuociones. Nos inte¡esa empezar por la generación ante¡io¡ a Ia de la «c¡isis». Y ya aos ción sencilla

atene?lror má¡ a

lo ¡*ced,i.do en

GrNrn¡,crón DB 1933-7945

Españ,a.

(l)

Es la generación que se ordena

y vive sus años juveniles de «configu-

¡acióo de la personalidad» -1ue ¡uele marcar deÉnitivr-ente la actitud ¡adical ante Ia vida- durante ese período. (Decimos <<suele»r porque se

(1) 1945 es para España, como para el mundo, fecha clave. Aqui la derrota del Eje Nazi-fascista pone en cuestión eI montaje de la dictadura franquista ideológica e histórica de ese eje, aunque -aliada y pone también en cuestión toda la constelano entrase en la guerración ideológico-religiosa que legitimaba el franquismo y fundada espiritualmente Ia generación que damos por terminada ---en "vigencia histórica"- en este punto. Quedan unos años de suspense... hasta la Gue72

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

v' gr': ei P' Llanos o Dí'ez Alegría Es la época en que brotan en E¡pia). i"i",¿-ñ*."|i) C¿r¿oOa o D. losé sacerdotal, originadas en espiiitualidad de corrientes de E;p ñ^ riu ,.ri" de Vitoria. i;il;; fersonalidades: D. Rufino Aidabatd.e_en el Semioario principio (apoyado al Soto P' D. Bald.omero Ji.ménez Duque en Avila, el Comillas"' en Nie'o P' eL Málaga), a" p"r-ó-. mo"ueí Gonzál,ez, áblspo Mons. Viziiin".".ia de la Accíón Citótica -moáelo italiano- co¡ i'r*o-ly la guerra' de Antes iu f¿itorl¿ Catillica (Anget Herlera, etc')' del desplazará que se la Derecha, su conrexto va a ser la reacción"de Duede sesuir dando cambios radicales,

integrismo ¡elarivamente moderado y parlamentario Gil Robles hacia el Esp.añola' Acción de ideotógica inspiración y la Nucior'at Bloque radical del identiy de antimoderno con su tradicionalismo ideoíógico iadicalmente (Castilla la arcaico-agtatio sector un .on flcación con la alta burguesíul lu La etc')' Cataluña, de ,rá.t. Vír.o, Pais vi.ju, Nuor, ru, Yr":*.'oo (2) y 1976 ai,o perl.toción y asesinato de unos 7.000 sacerdotes en eI de especie una dándole actitud el triunfo de la «cruzada>», prolonga este seguridad sobrenatural y triunfalista.

«identidad sacerdotal» queda fuertemente rea6ry social del triunfo de la gue,a -udu,'rro sólo por el contexto ideológico ur.rtuutu.ión» de las grandes á. intáto por un civil como Crazad,a. sino unos valores innegables esa de Dentro XVI:XVI del espiritualidades geieración presenta unas limitaciones extremadarnente graves, qu€ van a Espiritualmente

la

'«reacción

cútica¡> de la generación siguiente. La espiritualidad al d.'qo. se alimenta, no set creacién original «en» y, "?11?! su realidad lo fue la espiritualidad sacerdotal del XV[-, va a ser histS¡ica pueblo des-como únicamente repeüriua. Y en iu relación con el pueblo

:;;ii.r,

la

-un Este y Concordato' eI lueco 1o vuelve rra . i"iiiiil", ra- ürusi", .spéci¿niente por la movilización de la ACNP (Herrera, Martín Artajo, etc.). '^- (2i'i;;;t;J ñá"s háblés Ios ofrece la tesis de Antonio Montero' pero Darece hoy humamente Fría, los Pactos con USA

ese estudio nos xtositirsisto discutible desde eI p"Já áé-"iria ci""iin"or es ina col,ecciónque el moasí, se deja-de.lado áiiél"tot sin contertuáli.aia potít¡ca.enY gran pérdida la a parté debido peiiéóuéidn rue ra ¿e *"rio ¿teiao por el ataque fronmómentááea ¿e conirfáei poder centrál, causada eI gobiern-o r-epublicano se iát *itit"r. La persecución ámaina cuan&, en 1937. r':l.,Ministro de Justicia es un ;;Ñ;-;il".*;;; que Iaé riendasie.perturapública de la práctica relisioi"te"ta-Iáó"toriá", lr"¡oestudio científlcamente .i, lró"'"r-"i"L éÍ-n"ur á" ri gue¡r. ,g,pldió. un "La Espadn' a-Ia Cruz"' de H' Raguer: más serio que eI de rvrá"ié"o se t". plant-gaáo todavía eI gravísimo proiü;t;;d;i", r" rgr"ti" to "i.f

p,rüiéa¿i-áo iá s-e. c.

mái- católico del mundo" llegó.a esos ii;;-a.=p;;'q"e:'ei-ouátto L"i; Ellial,go : " D es carg o d'e ^ conciencia"' ;;rí;excesos. Leer, sobre Jesús.Salas Laüazábal conflrma esto en M;;t,í; iwa,-iai.-zil,- ioia 6). guerra civil' (

su estudio objétivo sobre Ia FERNANDO URBINA

ri

trozado por la guerra, verrcido en su mayoría, aplasrado y superexplotadGva a exisrir *n rudical de¡conocimiento. se reduce la pastoral un, rep.tición de fórmulas de la paroquia ru¡al ancesrral, más ácciones "triunfalistas y espectaculares (desde enüonizaciones del corazón de Jesús a Misiones multitudinarias). Toda la élite gobernanre, que va a ejárcer impertérrita una imposición dictatorial, una represión implacable y'una superexiplomcióa de acumulación primitiva del pueblo trabajador i miles -de áacional-

católicos»», falangistas, burócratas

y

negociantes pasarán

Espirituales de San Ignacio. G¡Nsná,cróN

por los Eiercicios

»n t94j/50-L96g

Es la generación en que se inicia una dramá.ica probrematización. En estos apunres rápidos indiquemos algunos aspectos con un estilo na¡rativo.

^)

Cr.i¡i¡ de conciencia ¡ocoal

No podernos decfu que se trarara de un fenómeno uniforme en todo el grupo generacional, pero la «encuesra nacional del clero» llevada a cabo pa'u 7a Asamblea Conjunta indica en los grupos de edad correspondiente a este período un notable cambio de actirudis sociopolíticas eri el clero de esta generación, casi en oposición con Ia generaciói anterior. Para muchos, g'izás los más sensibles, fue un ve¡dadero ¡bock la salida de ese ambienre cerrado, clausuradq enclausr¡ado de los seminarios,

donde

la

generacióa anterior había intentado inculcarnos sus ideales la cr*zada de Manuel Aznar mientras comíamos los infectos potajes del hambre que describió Federico_ Sopeña en su librito En d,efenia de zn¿ generación. porque nos encontrábamos de golpe que nos habian mentido -profundameme.' «nacionalcatólicos», donde nos leíao la Historia de

Y aI encontrar un pueblo aplastado. y al irnos enterando de que la represión nacionalista había asesinado a un número de persoaas al áenos tres.veces superior a lo que fue la represión de los «rojol» realizada personalmente por el que escribe, durante t¡eiota años -investigación de ,ár.., Esp{a continental e islas inquiriendo y preguntaodo . ..-. La crisis fue profunda. se cayo el tinglado de toda ürri eitrocto.a ideológica Muchos de nosot¡os no perdirnos ni la Fe en c¡isto ni nuest¡a co¡cieniia sacerdotal --que salió purificada y robustecida-, porque habíamos te¡ido un verdadero fundamento de experiencia refiliosá. y, paradójicamente. se ro debíamos a esos promotorei de la «espiiitualidaá iacerdáab de la generación anterior, en contra de cuyas ideorogías sociales nos alzába'mos.

Porque, rrascendiendo sus ideologías, nos ha-brao dado t4

el testimonio

de

PROBLEMAI'ICA DEL }fINISTERIO SACERDOTAL

una Fe profunda, de una indudable rectirud cristiana

gr.ru puiu ¡o 7te( lo que aimos sigtte siendo para mí un .enigma más dc los que van poblando innumerablemente mi experiencia vital-: los P. Nieto, Ruflno Ald.abalde, Baldonzero Jirnénez Duque o D. lo¡é Mdtía García de Lahiguera, que fue nuesrro director espiritual en el semina¡io de Madrid.

B)

Cri¡i¡ de actiuid.ad pdstoral

Uno de los más agudos estudios de los que _ya a ñnes de los 60llamó la «crisis sacárdotal» es el de Maurice Bellet, Ia ?eu ou la foi' se Arinó en la akernativa bfuica de la Iglesia ante la crisis actual : o mied.o o fe. Diagoosticó con lucidez el punto de parida de la problematízación d¡amátici del sacerdote: su fundamento fue una crisis de sentido de su las que acción pastoral. Con ello indicaba unas raíces antiguas -sobre volveré en la segunda parte-: el sacerdote había terminado por perder el contacto co¡ la realidad humana, y sin comunicación humana real

no

cabía comunicación pastoral evangelizadora posible.

En España hubo un Obispo que se atrevió a ¡evelar lúcidamente en algona paitoral diocesana la ciisis pastoral aguda que vino tras el triunfalismo de la victoria de la guerra civil: era un inteligente mediterráneo, hijo de labradores acomodados de ese pueblo emprendedor y abierto que es Bur¡iana. Iba luego a iugar un papel decisivo en la aceptación del Concilio por el Episcopado. Don Vicente Enrique y Taruncón denunciaba en ius escritos la desilusión y desánimo creciente del clero ante el fracaso de una pastoral tradicional y la profunda desmoralización del pueblo (3).

C)

Reacción renouad,ora

La c¡isis sacerdotal, como toda crisis histórica, tiene un momento de San Juan de la Cruz interpreta en su metáfon de Ia -que pero Para Pasar dialécticamente a un momento Noche del Espírittt-, positivo de «rinovación». Es el Momento de lo Nuevo como obra del Espíritu. Fue un momento de búsqueda intensa de caminos: Cursillos de Cristiandad, Movimiento Familiar Cristiano, Movimiento por un Mundo Mejor, grupos de Foucauld, Opus Dei (4), Movimientos apostólicos por la JOC y la HOAC-, etc. No es éste el momento de -empezando hacer una evaluación. Nos basta una simple referencia. En todo caso' y sobre todo en las co¡rientes m¿ís válidas y profundas, empezaban a revelarse negatividad

E¡ot"tín d,et Obtspad,o

<S> (4i Tuvo una fundación

fluencia social en esta éPoca. ITI]IiNANDO URtsINA

de Solsona, 130, 1950, 93, 100, 103,. etc. anterior, pero empieza a tener cierta inI5

esos tres grandes aspectos nuevos que la Eclesiología del Coocilio iba a formular, y que iban a ser ejes de transformació¡ hacia tIN NUEVO MODELO DE MINISTERIO SACERDOTAI:

el redescubrimiento de la Iglesia de la comunidad. [¡6¡¡¡s al concepto «pagaoo-levítico» de Dignid.ad, sacerdotal, la vuelta a los valores evangélicos de servicio, pobreza, erta.r dl. niael de los hermano¡. p¡6¡¡¡s a la sepa,ración sacral, residuo medieval-barroco de uoa estructura pagano-levítica del sacerdocio, la ape¡tura, la presencia en el pueblo: la «comunión» frente a la «separación». ['¡6¡1¡s al individualismo ante¡ior,

-

como comunidad

-

y del ministerio al servicio

GrNsnaclóNr DE 1968-1980 D,e la

cri¡i¡

d.e id.entid.ad

a la rccaperación de una ciertd ¡erenidad

Hacia el año 1968 una profunda conmoción at¡aviesa el mundo. Pa¡ís: el epicentro que produce o registra como sismógrafo espiritual las transformaciones de lo que Tbeilard llamó la «noosfera» humanidad que empieza su época de unidad planetaria fue el centro -la de la Revolución de Mayo. Se empieza a hablar de crisis de civilización. En esre cootexro histórico se agudiza la problemtáica dramática del ministe¡io sacerdotal.

A)

Se

lo¡

pav de la «cri¡is pa$oral»» a la «cri.¡i¡ de idcntid.ad penonal»

d.e

¡acerdole¡

Muchos. desde el personaje que habían sido a partir del momenro en que les «impusieroa la sotana» a los doce, quince o dieciocho, cuando apenas tenían identidad existencial propia, empezaroo a pregunrrse rardíamente por sus p'errolM¡, Y encontraban un trágico desajuste entre su «Pefsona» emefgente y el «personaje» que les impusieron co¡ la soteoa. Se inició y creció como una ma¡ea el movimiento de secula¡izaciones. Aunque en muchos casos problemas grayes de afectividad eran la ruzó¡ de este proceso, en otr¿ls muchas ocasiones eran formas claras en que se expresaba la ya insoportable contradicción entre eI «personaje» y la «persona». Eta una manifestación grave al nivel personal de la crisis decisiva de un modelo de ministerio que imponía un molde de vida, sin poder dar ya «sentido» a esta vida-

No cabía da¡ soluciones ni jurídicas ni pietistas a lo que renía causas El desajuste entre «personaje» y «persona», enüe rol social y vocación personal, enre función y vida, era demasiado profundo. Sus causas estaban a hondos niveles sociales, históricos y teológicos. Su ¡azón más hondas.

16

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

última estaba en el desfase eclesial que había mantenido un modelo moderno' sace¡docio válido para el Barrocq ioválido ya Para el mundo lú' En España el secretariado del Clero -animado por aquel obispo audaz idea la tuvo crisisla de principio el atrás años .ido qr. irrmyó ^una lran Asamblea coniunta- de otispos de iniciar la convocatoria de se tratara de clarificat la problerrrá; il;;¡;,"t, donde con todaylibertaá Tuvimos ocasión de participar en personal' iicu ,urgidu a nivel pastoral primer momento inicial de trasu desde Asambiei lá de ,d. ;i;;;..so de

baios de equipo

;;;;;

cle¡o.

.i.i."t

una

clata

r,"¡

y

íi

rotundá mayoria

del Concilio Vaticano

,i"g"t; il Ae

hasta su fase diocesana, regional y. nacional' aparccido una polarización en las actitudes del

.r, lu lur.

,.

-"bríu

con esperanza a las, líneas

IL Natúrahente en esta mayoría. se podía dis-

sectotes sucede en todo grupo social numeroso' Había unos

la iniciativa y un cierto lideminoritarios 'i*g-iurrul.rna, irrqoi.,ot y í,.'fhu aba¡más inerte o pasiva' Pero que masa una tu-Éi¿" Y habja -f,fi, de la Asamblea- experimentando una

al trabajo real

-gracias positiva de interés, participación movilizaciZn

y

esPeranza'

Ysemanifestabaelotropoloabsolutamenteminoritario:losinte. de fondo se podrían m.¡"i LlT 1 neo-integristas' Su actitud costa toda a mantenef Pretendían al Concilio. oÁ^ radicat^oposición

g.irár,-!r. "rru

crisis' el modelo sacerdótd áel Barroco, que había entrado en profunda. senmás los clases: de dos y su bandera era rrc1ra: la sotana' ios había antilruo, y elementale{ que al menos manifestaban con claridad su comPocuyos Sacerdotales», «Hermandades las Fundaron conciliáridad. Seguían nentes eran g"rr," *ryái, p.rt.t..i."tt ala getetación 1934-1945' de uo valores los con catolicismo i¿.rrrifr.urrdo"u.ru.iorri.átálicamente» el dictadura la Iglesia..con la confundiendo y conservaduris-o pr.-*oderno

ir--q"it,". Y

había

o* ,..,o.

neo-integrista

y

anriconciliut'

n::o-lotno

relación suti! minoritario, ái.iro, orgarizadá y podttoto : el que' en del <«Barroca» frgua la rnuot-tntt pr"üt'día con el Opus Dei, ,u.rrblét -;oáo

más

n" observado agudaminte.Ala.mez BoIad.o ;;;;.á;.i.'t fechazab; (5F * ,ougl,ral estudio sobre lo que él llama il «neo-galicalismo» (tibertad, igualdad, "n .f .rpfri,"'¿. la modernidad en sus valores espitituales

fraternidad, derechos fr"-^"t, democracia), -itt'ttut que era se hicieron trttlizar sus elementos materiales o materialistas: en España Iranco' es de poder fuertes eo Ia banca y la tecnocracia y apoyaron el importante Es Poder' el y Dit"'o decir, el Capitalisroo y la Dictadu'u, el conocer estos detalles p*u aot"pttnder Ia Asamblea Conjunta.

(t)

drid,

^

,g

§ áF

lo que sucedió en el proceso de

Alvarez Bolado: El etpenmento del nacionalcotolict'smo'

]N,fa-

1977.

FERNANDO URBINA 2

capaz de

17

Al el grupo minoritario neo-integrista despreció su capa.-principio, cidad de movilización. Pe¡o cuando vieron que ef movimie-nto crecía, atollador, hicieron todo

lo

posible por quebiarlo.

y Io hicieron coÁtando

con el apoyo decidido del poder de la Dictadura, que veía peligros graves en esta movilización conciliar, sobre todo en la famosa «ponenciá prime¡a», que afirmaba los Derechos Humanos y denunciaba críticamente sus quebrantamienros en el régimen franquista. Á p.ru. de todas las presiones y los ataques de la prensa del Movimiento y la relacionada con el opus Dei, se llegó al momento de la celebración de Ia Asamblea Nacional en el seminario de Madrid. Po¡ un momento los allí presentes vimos la presencia ame¡azadora de los grupos ultrade¡echisras neonazis, con Mariano sánchez-covisa tras las verjas del seminario. Mientras, dentro, Felipe Fernández Obispo de Avita- leía con valiente serenidad la primera ponencia,-actual que obruvo en conjunto un asentimiento mayoritario.

En la lectu¡a de la segunda po.nencia por Antonio palenzuela, -.trecha Segovia- se produjo el momento mái difícit. Guer¡a Campos

Obis¡o_ de

atacó du¡amente, denunciándonos a todos como opuestos a la voluniad de Pablo VI. Se produjo un momenro de silencio -ominoso, del que nos sacó Antonio Montero obispo de Badajoz- con uoa intervención_ genial, chispeante -acn¡al de gracia andahtza, profunda y clata, rebatiendo totalmente la acusación de Guera y demostrando nuestra ñdelidad al Concilio y al Papa. Un aplauso atronado¡ y prolongado fue el signo de

la victoria, que llevó desde entonces a la ionclusióÁ feriz y posiiiva la Asamblea-

de

Pe¡o una vez concluida felizmente la Asamblea y teniendo que em_ uo trabalo renovado¡ diocesano que _fase de aplicación siguiera las aspiraciones de la-con Asamblea, que eran a su vez la concreción de las líneas conciliares- se produjo un hecho inesperado y de gravísimas consecuencias posteriores. Apareció de pronto un mistá¡ioso -«Documeoto»,que procedía vagamenre «del vaticano» y que negaba prácticamente todo valor a la Asamblea- El «Documento»r, conociáo qr. "o1.r nadie anres que el cardenal presidente de la conferencia -incluso Episcopal E-spañola- por la agencia de prensa Europa press (ligada con miembros del Opus Dei), fue denegado oficialmente por el entónces Secretario de Estado. Pero subsistía una ambigüedad en su origen, que de hecho tuvo como coosecuencia el que los obispos españoles rnente asustadizos ante toda posible puesta en cuestión de-tradicionarsu actividad por Roma- terminarari prácticamente por anular e interrumpir el proceso de renovación práctica abierto por la Asamblea. Icrrsm V¡v¡. dedicó uo número monográ6co al análisis de lo que podríamos llamar anecdóticamente «puñalada secreta» a rodo un proceso pribtico del clero. p3za1 la

18

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAI-

régimen franHecho sintomático: dicho número fue expedientado por el tu.1lu la de. del,poder sombras en las lo;1n'"u n"* Ios que actuabancon el apoyo de la dictadura franquista (6)' contar

ámbién pod?an pero muchos sacerdotes, que habían vislumbrado un futuro de especonciliar' ,*ru colaboración con la iárarquía en la línea de renovación Hemos conocido varios casos trá" dáonfianza. profunda ;-;; ;;;rí Y desde luego una Áilot, ¿.t¿. depr^esiones graves hasta secularizaciones"-¡ jerarquía' la en co¡franza [eraíau de credibitidad y de B) De la conte¡tación a ,na tecaperdción relatiua áe la ¡etenid'ad Después

de una fase <
farnosa

en corijuntamentg Pol algunos uOperaiión Moisés» -obispos' Mor-reptimida Mons. con Madrid de *táb".u.iOn con la policíi de la dictadura, caso un cillo- y qo. tetmlnó con el «quemarse» de mucha gente' y tras se llegó 1a Iglesia, de y universidades seminarios los en p.ii"a"'a.'.risis 'eo to, ultimos años de Pablo VI a una relativa serenidad. Los neo-inteEntretanto se iba proce!ii* p*..ían definitivamente fue¡a de iuego' las casas de formación' 1n renovación positiva de ái..rdo i ,rnu labor

seminarios, universid¿des, órdenes religiosas, etc.

A partir de nuestra experiencia de esos años creemos poder afirmar qo. ,.'estaba llegando en el nivel de la praxis a una nueva serenidad,

u on .n.uor"mierito positivq tanto en los semina¡ios del clero diocesano como en las órdeoeJ reügiosas. No es que los problemas se hubieran superado plenamenre. seguía pendiente_ y ab;ierta la cuestión del celibato, de'la que^preferimos abs=tenerios de haÚar, dada su extrema compleiidad. i, ,obn. ádo, fultrb" también una más amplia labor teológica para fundá-.nta. sólidamente esa nueva figura del ministerio, cuyos ejes apuntábamos arriba. Pero, al fin, después del vaticano II volvíamos a una edad de oro de la teología católic4 en pleoa acción de renovarse, profundizar en srrs raíces evan!élicas y' sop.t"i el desfase de tres siglos de inmovilización y de enclaustramiento. Había grandes esperanzas otra Yez'.Negamos que h lrítica posterior de desconcierto total, lanzada por 19: neo-integristas anticonciliaret, torri.tu base real ante esos Procesos positivos' GrNrn,tcróN on 1980 Inmersos ya en uoa aueva c¡isis mundial de proporciones aún imprevisibles, pode'mos quizás hablar de una nueva genefación sacerdotal: la que hoy istá próxima a ordenars e y ya a iniciar su ministerio ante una

(6)

lgtesia Viua, 38, 19?2: "Proceso a

FERNANDO

URBINA

la Asamblea Conjunta'" L9

problemática histórica poblada de inmensos interrogantes. Aquí inrerrumpimos el relato, el estilo descriptivo y narrativo, y v¿unos a intentar presentar unos naodelos de interpretación, con las indicaciones de moderaiión epistemológica señaladas en la Introducción. Esta ca¡encia de ingenuidad simplista, esta necesaria moderación nos lleva a reco¡dar que todo modelo es inevitablemente simplificador, resumen esquemático doblemente exigido

por Ia brevedad lineal del texto.

II. 1.

MODELOS DE INTERPRETACION HISTORICO. TEOLOGICA DE LA CRISIS DEL MTNISTERIO

<
como relestructuración

Fue idea de Saint-Simon, retomada por Augusto Comte, la de ver el proceso de la historia como una sucesión de «épocas orgánicas» y «momentos de crisis». La antropología moderna Mauss y, sobre -Durkheim, todq Malinowsky- retoma esra antigua idea organicista y funciónalista. Creemos que puede servirnos de modelo de interpreración, sin darle ningún valor definitivo o metafísico. También san Juan de la C¡uz ve la dialéctica del crecimiento espiritual con un esquema parecido: «formas» que se des-estructuran en esos «momentos de crisis» que son las «Noches», para re-estructurarse y re-formarse hacia «formas» t organizaciooes superiores de vida-

Aplicando este modelo a nuesrro ¡efe¡enre concrero: la crisis del un mome¡to de des-integración o des-est¡ucturación de la forma, tipo, estructura o modelo anterior de sacerdocio ministerial, que podemos llamar también «figura histó¡ica». Pero para de esta -después crisis dialéctica de negatividad- re-esrrucurarse, re-oovarse hacia una sacerdocio es

fotma, modelo o figura histórica nueva. Esre momeoto histó¡ico de crisis. objetivamente necesariq es vivido desde dentro por los sujetos d,ramáticamerr.te, como una verdadera «noche espiritual», en el sentido sanjuanista.

2.

«Esencia

y figu,a histórica»

Empleamos estas palabfas por Kiing en la int¡oducción a su tratado sobre la Iglesia- con -usadas cautela y moderación. Son esquemas válidos para usarlos aho¡a en funcién de poder claúfrcar este problema. pero comprendemos en nuesrra no-ingenuidad que derrás de estos términos laten significaciones compleias, que exigirian largos desarrollos y matizaciooes. 20

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

C¡eemos que hay ---
un

fundamento teológico básico

a través del

espesor de

y

permanente

Ia hisoria- que funda la

función ministerial jerárquica en la Iglesia. Sin entrar ahora en mayores desarrollos, imposibles de rcalizar en esta exigencia de brevedad, creemos que ese fundamento es el afrrmado t¡adicionalmente por la Iglesia católica: el ministerio jerárquico en y para la Iglesia se funda en el ministe¡io apostólico. Pero aquí creemos también que de esta fundación participa el presbiterado, en conexión subordinada al episcopado. En esto consis-

tiúa la

«esencia».

Pero a esta aármacióo creemos que hay que añadir una segunda igual-

mente importante. Esta «esencia» no se vive a-históricamente, porque el ministerio apostólico es esencialmente función i.nterna de una Iglesia que, a su vez, no es una magoitud a-histórica. El ministerio forma parte intrínseca de una Iglesia de Jesucristo ambién esencialmente histórica: por eso pasa por dife¡entes «figuras históricas», igual que, en justa consecuencia, pasa también el ministerio apostólico de esa Iglesia

-dent¡o que se encarna históricamente- por sucesivas y/o sirnultáneas y tiempos distintos) «figuras históricas» diferentes.

(en

espacios

Uniendo esta hipótesis con la del pfurafo anterior resulta claro nuestro modelo de interpretació¡: la problemática dramática del sacerdocio ministe¡ial hoy es signo de una crisis de t¡ansfo¡mación o paso de una «figura hisórica» de la forma sacerdotal estructurada en el «ciclo largo» del Bar¡oco-la eclesiástico- hacia una re-estructuración nueva (¡que viene atrasada por la retrdtt.cd del siglo XIX !) : la figrra del ministerio que asume los tiempos postfeudales, post-Antiguo Régimen, post-universo arcaico-agrario en que cuajó la figura anterior.

3. A partir de estas categorías generales, busquemos un rnodelo m"ás concreto: el desarrollo histórico de esta <
Al

esrudiar el ministerio deseamos hacerlo comprendiendo que en su no es una magnitud ab¡oluta o em-¡í, Este ha sido uno de los defectos más graves a que ha tendido la <
FERNANDO URBINA

21

es relación y función de la comunidad Eclesial, relación evangelizadora y vital aI contexto hisó¡ico rcaL y, sobre todo, relació¡ de órigen y dependencia al Evangelio como paradigma norntdnte en última instancia.

relacional:

A)

L¡, rrcun¿. HIsróRIca DEL BARRoco EN su nrr¡.clóN CON UNA FIGURA O MODELO DE IGLESIA

Congar ha afirmado claramente, y ya en sus ob¡as anteriores al Concilio, que la Eclesiología Barroca tenía una estfuctura ierarcoló?ica, es decir, encerraba u¡ de¡lizamiento d,e¡d.e la original anteriorid'ad, y ptiorid'ad' ,"o¡5gica de k lglesia ¡obre el' mioisterio (: servicio de la lglesia)' Todo ello («Iglesia jerárquica», Pero en la cual «Iglesia» era el concepto primario y «jerarquía» un ministerio interior a ella) estaba fundado en Cristo y en los apósoles, qae ltabídn transmitido tus fanciones p6¡toralet, ?efo rlo

fanciánes f*nd.aciotalet De aquí el ext¡ao¡dina¡io valor de Ia Constitución Dogmática del Vaticano II: el ministerio ierárquico pasa del capítulo 1." (Esquema de la Eclesiolo gia Barcx.a, reafirmada en el siglo X[X) al capítulo 3.", después del capítulo 2: (: «pueblo de Dios», que incluye ya lí jerarqtía, peio no se funda originalmente en ella, sino en Cristo, el Espíritu y la predicación apostólica. Hecbos, L-2).

tat

Consecuencia de este desplazamiento, que viene de muy arás, es el paso descrito por Fries de la "Iglesia cotno Saryamento" a la "Iglesia como lmperio" (vid. Myaeriam Salutis, t¡atado de Iglesia): estrucrura «ve¡ticaldominante», figura histórica impuesta porque la Iglesia tiene que asumir, en el desmoronamiento del Imperio Romano, funciones civilizadoras que le hacen deslizarse hacia la s*plencia del Imporio,

Nueva consecuencia: acumulación de todos los ministerios y carismas ; práctica anulación de la actividad ministerial y carismática, en cuanto participación responsable de los laicos- Desde enronces se olvida el significado de la patticipación de los laicos en las tres funciones: real, profética y sacerdotal. Con esta absolutización y monopolización ¡esulta una figura o modeio de sacerdocio aparentemente más sólido, redondo, rotundo, que planea por encima de los «simples fieles». De aquí el desconcie¡to, cuando el Vaticano II restablece lo original en el ministerio jerárquico

y'laos esencial, olaid,ado: que también los laicos son miembros ParticiPantes del o paeblo de Dios. El Sacerdocio Real de toda Ia Iglesia es en orden de valores más importante que el Sacerdocio «ministerial», que está dl ¡eruicio de aquél (aunque tenga un carácter diferencial propio: el ser ministerio «pastoral» «apostólico») 22

PROBLEMATICA DEI- MINISTERIO SACERDOTAL

B)

ESTRECHAMTENTo PoST-TRIDENTINo DEL coNCEpTo DE MrNrsTERro

Pero la figura Barroca, al mismo tiempo que reafrrma es absolutización monopolizadora, esa estructura «vertical-dominante» de la jerarquia -4e la que participa en grado de'coordinación subordinada el presbiteradofrente a la original estrucrura de conaunid,ad de la norma fi,ornzafile de la Iglesia Apostólica, ofrece una notable «reducción» de las funciones de este ministe¡io presbiteral. La causa está en una «mala interpretación» de T¡ento. En las discusiones teológicas de la sesión XXI se optó por dejar de lado el sace¡docio de los fieles, que formaba parte evidente del deposi.t*m fid,ei; y se prescindió en sentido dogmático, sino lin-no ministerial tarnbién en función güístico- de la definición del sacerdocio del Ministerio de la Palabra, por contraposición polémica contra la orra exageración limitadora protestante. Con lo cual quedó aparentemente definido, en el sentido dicho, el sacerdocio únicamente por el sacrificio,

La Gran Espiritualidad Bauoca de la Escuela Francesa (Bedle, Condren, Olier... San Sulpicio) va a malinterpretar Trento con consecuencias muy graves: convertir lo que era un «prescindir rácito» efi una «definición exclusivan. Berulle tieoe su grandeza: es una gran espiritualidad que encierra el ministerio eo la «virtud de religiónt». Condren llevará la noción de sacrificio hacia esa peligrosa pendiente de la autoaniquilación: el NO-SER tiene que anularse para glorifica¡ al SER que ES : DIOS (en español no tenemos el equivalente a

la

enérgica expresión francesa ¡e néantiter, Hay

creada por la gran escuela de espiritualidad sacerdotal: que «aniquilarse»).

Pero este peligroso deslizamiento reaparece en ese siglo tan discutible de la Iglesia: en Ia espiritualidad de la ¡estauración del siglo )CX. Se multiplican las órdenes «expiatorias». Nace la corriente «victimalista»... (En los años 40 en España hemos conocido sus trágicos resultados... y F¡eud nos ayudó a descubrir la ambigüedad del instinto de autodestrucción.) Pero, sobre todo, aquí hay un equívoco radical: «sacrificio», en su origen bíblico, es radicalmente comu.nión con el, oúgen d,e la oida, «Y Dios no es un Dios de muertos sino de vivos»r, dice Jesús. Signo de

la sotana tegra- Sotona - traie lalar, herencia del traje de los nobles, frente al traje corto de los trabajadores, de los despreciables <
i que reciben los niños en su retina FERNANDO URBINA

y que

acompañaút como fantasma su 21

imagen de Dios, cuyos portadores vafl vestidos de negro es «signo convencional»: lo negro

se produce

(y

«negro» no

por la negación física de

la

LUZ:ENERGIA:VIDA).

C)

CoNrxróN coN LA EsrRUcruRA socIoHISTóRICA DEL BARRoco

No se tata de buscar ingenuas y simplistas determinaciones mecanicistas. La Iglesia tiene su intetna lógica teológica... pero también su evidente co-determinación por el contexto histórico. Y existe una clara homología o isomorfismo entre la estructura ve¡tical-dominante del modelo eclesial del Barroco y la forma vertical-dominante que se reafrrma en la «Siglo de Hierro» de Kamen, sociedad barroca. En ese siglo XVII

-el

desde ese hito de 1550, en que Europa entta en una larga fase secula¡ (fases «B» de Simiand) de depreión y de inoolución- se intemumpe la «primavera del Renacimiento» con el naciente ímpetu de una burguesía moderna que temina, seg6n Braudel. por traicionar sus propios ideales y volver atrás a la ¡eafirmación de una sociedad estamental, aristocrática. Marawall, en su teciente estudio sintético sobre el Barroco, aunque matiza,

reconoce en 1o fundamental los conceptos clásicos de Tapies: hay una ¡eafirmación un tanto artificial, pero socialmente efrca4 de la estructura más elevado en «Dignidad»medieval de los tre¡ E¡tdos: el primero -el es el Clero; el segundo es la Nobleza; el tercero es el «tercer estado» : el

pueblo, productor y sociaknente de mínima «dignidad» (7). En esta estructura social encaja perfectamente la estructura vertical-dominante de una jerarcologia, cuya más alta «dignidad» tiene también el clero.

D)

CanÁcrsn pAGANo-LEvÍTrco DEL coNcEpro BARRoco DB «DIGNIDAD SACERDOTAL»

Es en pleno contexto ba¡roco que el P. Molina, cartujo, escribe

su

famosísima obra, que va a ser leída asiduamente por el gran fundador de la Espirirualidad Sacerdotal clásica, predominante hasta la Restauración del Vaticano trl:. el Cad,enal Berulle, Es el tratado sobre la dignidad del sacerdocio, cuya edición princeps es de 1600. Su argumentación es muy

sencilla:

Pnrurses

1.

¡Contid.erar h inrnerua dignida.d, que tuuieron los ¡acerdotes entre los egipcios, babilon'ios, ionoanos, etc!

S!

(7) 24

la historiografía moderna: el sacerdocio coao estamento se encueotra ¡adicalmente ligado con el Poder Do-

es verdad, confirma

función

y

Duby: Los 3 estados como zmagtnario del feudalismo. PROBLEMATICA DBL MINISTERIO SACERDOTAL

minante Social, con Los Reles, Uoidad

Sace¡docio . Realeza social, que

Sacerdote : su cúspide en Egipto, donde el Faraón es Rey - S1t9 ,iino^ ': los Dios. p.ro'en Babilánia y demás culturas del Medio Oriente, y en la con ligada f.r.*- f Ár,..ur, la clase real-nobiliaria está estrechamente idenuna antigüedad la en hay .lrr. á..rdotal. concluye van d,er Leeaw: ;iñ.;.;¿; entre poder iacrd y poder rccial (y 1o mismo: Balandier' etc')'

2.

¡Consi.derad,

innzen¡a dignid'ad' que tuaieron

la

lo¡ ¡acetdotes en

el

mundo iud.ío!

real el Sí, es verdad, sobre todo desde la desaparición de la función Macabeo ,aceráocio asume la dirección social del poólo. Y desde Jonatán teflemos instaurada la teocracia. Serán los Príncipes de los. sacerdotes ministros del Poder- los que iuzgarát y condenarán a Jesús'

-.o*o

dignidad Consecuencia.' ¿rgumento «a fortiori»"' ¡Luego cuánta .más tuvieron.aquellos que no lo que tiene el sacerdócio cristiano, va a tener -;i--;Ñer»

á;t;

sobre

Cristo

el

cuerpo sacramental

y el cuerpo místico

de

!

pero esra argumentación del P. Molina es tad,icalmente falsa, porqile simple aumento de grado en la Prerupone una lomi.nuidad lineal, con iutrgorio de «dignidad»: sacerdocio profano_) sacerdocio levítico -) sacet-

se entiende; no menciona para .,a¿a del pueblo)' Ignora que Jesucristo real sace¡docio el y niega implícitamente .r., oi-"t. á ucontinuar» el sacerdocio pagaoo y/o levítico, sino que introduce trna Radical Noaedad Eaangélica'

áo.i[ ..ir.iu.o (acerdocio ministerial-,

AL FUNDAMENTO ORIGINAL, A LA NORMA NORMANTE: JrsUcnlsro estatuto religioso pre-evangélico y Jesucristo introduce -frente al no una simple modi6cación de estatutGal s'acerdocio ligado con ese Uoa vez más nos vemos obliRADICAL' una"NOVEDAD sino grado,

E)

REFERENCIA

esquemático' lados, por razón de espacio, a un aPunte la 1. Frente al concePto Pagano y' levítico de Dignid'ad' que implica intima la social» «dignidad elevada sacerdácio^* equiparación del .y "rádominante social, cuya r-ecíproca, es la .""áiál .r,re poder sacral-poder este de y «príncipes reyes los de i.giii;".iá" sacial del podei dominante

sub-vierte radicalmente

Jesús -'""á"rroU.. los pobrei y los esclavos, Es el fundameítal "logion del sot'ui,cio", enunciado como man' "rrrra*.u. dato en la Ultima Cena (Lucas,-22, 24-27): Los Reyes de las Naciones SEñoREAN (kyieourin)' ¡y encima se hacen llamar bienhechores| ¡Que FERNANDO URBINA

esa

25

no ¡ed así enfue ao¡orros..., erc.!» y Jesus no funcionó con medios de y Gloria (la más grave renración áel Desierto): ¡Su suprema muestra de exow¡ía (: potencia) fue la Muerte en c¡uz ! y la Reiurrección no fue un acto- espectacular, sino revelado a uflos lrocos testigos, que serán portadores de un nuevo estilo, el del poder dei Espíritu,"qo. ,ro ., .l Poder y la Dignidad sacral-social que Jisús ha liquiáado deñnitivamente. Poder

2. Frente a la exacerbación tardo-judía de la sepmación (sacral-profano, pueblo elegido-pueblo pagano, eic.), llevada ¿l colmo por Fari¡eo¡ (: los «separados») y Monjes de eunram, Jesús instaura Ll principio

supremo de la COMUNION-COMUNrcACION-IGUALDAD_EN ÍA FRATERMDAD UNIVERSAL. Y esto lo hace con un gesro que la gran

cristología

y

exégesis moderna descubre cada

cial del Euangelio y del DRAMA de repfesentantes de

h

vez más iomo

ir*, ,rro¡rlt los

condenación de lesr);s

ese estatuto religioso-sacerdotal

de «Separación Dominante» que Jesús venia a transformar radicalmente. ¡Et la comida de lesús con publicanos

y

pecad.oret!

Es la comida con los marginados, los am-arez.los proletarios del campo. que apenas podían cumplir la Ley y eran malditoJ por los «Separados

y

Puros».

¡Las prosritutas entrarán en el Reino de los cielos antes que vosotros hipocritas ! Esta «comida» tiene ya un valor <<sagrador», pues funda ra Hermandad enrre los -que Semitas- culmina en su significad]o eo la ULTIMA coMIDA coo sus discípulos y los apóstoles. s. pablo desarrolla todo el contenido de fratern'idad uniaer¡al del Acto central de la vida de Jesús

(¡Cara a los Efesios !)

(8).

ya hacer un co¡ro-circuito en nuestro texro. Ea el siglo xIX _por motivaciones complejas que no podemos desarroñar aquí, en lugar de superar los graves equívocos presentes en esre .ooc.pto t"¡roco del sacerdocio ministerial touo su momenro histórico, su -nue y:Id:1? y efrcacia de santificación en su lugar propio: el Barroco del X\/I-XVIi- opta por «clausurarse» y creff'rn u.riacio paralelo» frente a la inmensa aventura del Mundo Mode¡no naciente. E. et. espacio

.

la

_Podemos

Iglesia,

(8) si Efesios no es directamente de mano de pablo es ciertamente - tradición de paulina. 26

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

barroco, pero, perdida cefrado va a «circula¡ indeñnidamente» el discurso una pseudofrlosofía en va desecando se vital, ,.rr,ráo .t su raigambre .o : Ia «terminología» puta ortega ha tildado claramente de

;;.;;;;;"

neo-escolástica

(!).

Conclusióndehllparte:este«modelointerpretativo»nospermite la crisis una signifrcación profunda y claru a la probl!'mática de sace¡dotaldenuestrotiempoeqsumomentodeneSatividaddramáticay ,, .ro*.nto de renováción positiva hacia una nueva figura histórica "., del ministerio. por Antes, al comentar el momento de renovación pastoral iniciaclo el Conci"?',::1u*ot r. g.;;trliJ" de 1948'1968 y confirmado luego por el descubri;¿;; .. la praxis se ibán dácubriendo estos nuevos rasgos: la sulaicos' los de responsabilidades las y de *i..r* de lá comunidad

...*u.

peración del concepto de áignidad» -y esa «separación dominante» -sim'botirudo por el «personaje ásotanudá'-, el ledescub¡imiento de que la .o-rr.ri.u.i¿n evaigélica está en una comunicación humana " Ahora ve-

del Esmos cómo esas inruiciones prácticas eran verdaderas novedades «diguoa con a la figura hiitórica anterior: el sacerdote' ;i;iJ;;;p..to 'niaua ,op.tio» oertlcal-dominante, «separado del pueblo» ' " Y estas intuicione's del Espíritu están teológicamente fundadas e¡ |a nor¡na nor' el paradigira de la existencia y accíóo de la Iglesia, el Modelo de "r""rr,.., *, h.áor, dichos, Crv y Resurrección : Exousia o Pode¡ del ¡.r,i, ispíritu, radicalmente distinto del Poder dominante social; UTOPIA

I,TIXIUA DE LA HERMANDAD Y COMUNION UMVERSAI,,

ÍTCN-

te a lo anriguo-muerto-del pecado, que consiste en la Separación del Hompobres bre con el Éombre, sobre ódo sepaiación dominante resPecto a los

y marginados (Juicio Final, Mdteo,.25,36 ss;)' Abora comptendenzor qr¿e 'esa lííea nrroind.oro tmía Razón frente a la reacción neo-integrista' Pero ahor4 al tetminar esta reflexión, permítasenos Pasar de unas

formulaciones epistemológicamente autolimitadas a afirmaciones enérgijugarnos la cas, porque vamos a otró plano: el existencial, donde nos

La t'd'ea d'e principio.en t'e1!ni! -Ortega -ne"Licáfestica «C) E" su obra inconclusa que qulere fundarse en Ia síntesis criticá ¿uramánte fa á.istát¿riáo-toáista. Páro en Aristótelés la metafísica v Ia física forman cacoherente-:- ásii últi*u usa como marco conceptual- las ,'sustániiá-"""i¿u"t.", "forma-materia", "potencia-acto", ""á "ñi¿i¿ t"r..iái;-¡aricas -¿""*t"¡rion deflnítivamente con la física moderna ;;:¿i¿;, t;;;" pueden ser- baso de una reflexión sobre á;á;-;i .ilgro xvu, y t ov "osimples metáforas lingüísticas. La neoescode lo reá1, sino f" pues impone. aI adolescente crítica", ii"'iénexión "rt"".t"á ü.;i.;-;;-;ruáu " eclesiásticlerical una armaduü conceptuaf clausuráda. La Escolástica ideologías soviética: son simples ;tñ;; üná éitrectra r"-Á"já"rá cone Iainvestigación crítica sobre Io Real' á" i;ááá., .*radas a tááá-iiiáSunia }.ERNANDO URBINA

)1

existencia cristiana del ministerio mundo.

y el futuro de la

Evangelización del

Nos inquieta profundamente que esas exiguas mino¡ías neo-integristas en la ho¡a de la Asamblea conjunta pudieron activa¡ el «Docu-que me¡to», pero parecían en baja ante el poderoso movimiento concilia¡hoy. vuelvan a la carga y crezca su poder en esos «altos rugares» de la política eclesiástica, pretendiendo imponer de nuevo .r. u.riod.lo ,"c..dotal» que ya en el siglo XIX eru onu formulación extemporánea y repetitiva... Qrre se vuelva a hablat de «dignidades», y que veamos a sacerdotes jóvenes ensotanados, impecables, cón cue[o Élr*o y carrer¿s de e.¡'ecutivo, encumbrándose por encima del pueblo... y que se p."tenda por medios de poder im-poner un frenazo a sacerdores y^religioios que, abandonando.sus «dignidades»

y

sus grandes conventos

c.rru-

-.rp*io, vayan a vivir, coÁo Jesús, en medio d'e las masus inm_ensas del mundo, en esos pisos sencilos de los barrios periféricos, o en los pueblos rurales más pobres... y así, hasra que olvidimos esa suprema formulación evangélica del hermano cartos d.e Foucauld.: ¿El sacerdote?, ¿el religioso? ¡es el Hermaniro Universall dos

y paralelos-,

La generación de 1980 se va a e¡f¡entar con graves interrogantes. Pero un mundo en crisis espera algo más que disputaslnte¡minables'acerca de la ley del divorcio. Es¡»e,ra que la Iglesia y rós sacerdores sean testigos de la Esperarza infrnita del Evangelio. y qu. nuesrros obispos ----
ministros del grado episcopal- recuerden que el concilio ^vaticano II les ha devuelto en Ia Constitución dogmática su esencia teológicao olvi-

dada en el centralismo de la teologia del fi¡ar del siglo xlx] ño son monaguillos de Roma. No son simples «delegados del poder central». son pastores_ propios pot taz6n sacramenral y por sucesión apostólica. Ellos. q.ue -e$án "cercd' del paeblo, "rAben" el dianza parric*lar de la Hi¡toria de la¡ Do¡ Etpañar (y orc no riener por qué -"sabeilo" ni mon¡eñore¡

itaiiano¡

ni

centroeu.ro?eo¡. cltyd

hi¡toria et etpiritualmewe d.ittinta).

y

que esrc drama que parecia superado puede reabrirse por falta de sentido

pastoral.

. El futu¡o se presenta lleno de interrogantes. La problemática sacer dotal nos parece en principio 1o dicñe- en víai de encauzamierito -por pandigmática: ¡enovador y de vuelra a su esencia el Evangelio. y desde ahí. esta generación de 1980 iniciará nr¡.oo, caminos de flturo, que no están <<escritos)) en un destino negro. Todo es posible rcdavía-

28

PROBLEMATICA DEL MINISTERIO SIICERDOTAL

EL SACERDOTE EN EL TRABAJO Y LA POLITICA

Por AutoNro Bn¡vo

La Iglesia española busca, sin terminar de encontrar, el espacio y tipo de presencia que le corresponde en una sociedad en transición hacia formas

y

comportamientos democráticos. Su capacidad

por asumir el pluralismo

parece tener un techd muy limitado. De ahí que se produzcan comPortamientos un tanto contradictorios. Mieatras parece inhibirse en temas tan decisivos para el futuro estable de la sociedad como la economía y el paro,

con el riesgo de volver a una fe. privatizada, muestra claros síntomas de nerviosismo e intervencionismo exagerado en temas como la familia y la e¡señ.a¡za. Un análisis desapasionado, aunque no neuttal, Parece apuntar z u¡a falta de confianza radical en las posibilidades del hombre para perfeccionarse en su propia humanidad. El diálogo optimista con el mundo, iniciado por Juan XX'III y sellado e¡ la Gaud.iarn et Spes, parece que ha entrado en uo momento de inflexión.

Las razones profundas de esta inflexión se encuentrafl en uoa conducta voluntarista de nuestra Iglesia. Salimos a dialogat sin objetivos claros ni asimilados en la reflexión meditativa. No sopesamos bastante los cottes de una acción pastoral que estaba llamada a afrontar el futuro a largo plazo, demarcándonos de la acción coyuntural y a corto plazo. Por eso, volver a la «gran disciplina» misionera, nos obliga a todos a imaginar una nueva presencia de Iglesia en nuestra sociedad, y a poner en marcha

aquellos cauces quei nos garanticen uria presencia significativa

y

relevante.

Si quedamos encerrados en problemáticas meno¡es, aunque afectivamente importantes para nosotros, volveremos a <
29

Permanece¡ en la búsqueda, sin miedos ni recelos, es la actitud del creyente que vive el Evangelio como «fuerza de salvación». Y reconozcamos que esta postura no es cómoda, pero sí es decisiva. En unos pueblos, clases sociales y estratos sociales que experimentan la inestabilidad como algo permanente, la Iglesia no puede eocerrarse erl seguridades Pretéritas ante el vértigo de apostar por el futuro. ¿No renunciaúa asi a su misma condición escatológica de pueblo mesiánico? Si concebimos Ia cultura como un todo integrador y estabilizador de la vida de los pueblos, comprendemos mejor la inestabilidad radical y dolorosa en que vive nuestro pueblo. Las fuerzas condicionantes de la cultura y de las culturas, como la economía, las relaciones de producción, las correlaciones de poderes políticos y fácticos, los valores y mentalidades, las relaciones internacionales y nacioflales..., etc., se están confrgurando de forma muy diferente. Nos encontramos con una sociedad que no es estable' Vivimos en unos bamios cafentes de cultu¡a homogénea. Carecemos de objetivos o <<mitos» que den unidad interna a nuestros Proyectos. Y así experimentamos la ausencia de una auténtica comunicación con nuestro pueblo, pues al carecer de un hilo conductor capaz de emPatizat con ese pueblo, el lenguaje y la expresión religiosa colectiva carecen de incidencia y relevancia' Aquí nos acecha precisamente una gfan tentación, cuyas manifestaciones son

pluriformes. De una parte, la tentación de aportar seguridades efímeras que nada resuelven a largo plazo. De otra, la tentación de veleidades legitimadoras sin consistencia ni profundidad. Asimismo y masivamente la tentación del repliegue y atonía camuflados eo movimientos de, espiritualidad, acrítica y asocial. Pero esos no son los caminos de la libertad del Evangelio.

La vida y ministerio del sacerdote, no podemos ignorado, están entrampados por estas mismas tentaciones. Su razón de ser, el testimonio del Crucifrcado Resucitado, obligan aI discernimiento sereno y lúcido. La clase política y la clase ob¡e¡a en la sociedad pluralista, con su poder y coo sus ambigüedades, reclaman una presencia misionera del sacerdote, que testimonia la novedad del Evangelio, distanciándose tanto de la veleidad legitimadora, como del recelo beligerante. Sólo así podremos, a mi juicio, desvelar el Evangelio como «fuerza de salvación», a un mundo que sigue alumbrándose con dolores de parto.

A

esto, precisamente, quiere responder

mi aportación: ofrece¡ algunos criterios teórico-prácticos que permitan una presencia evaagelizadora del sacerdote en el ámbito de la política y en el mundo del trabajo asalariado. ,0

LL

SACERDOTE

EN EL TRABNJO Y LA POLITICA

I.

PRESENCIA DEL SACERDOTE EN EL I'RABAJO Y EN EL QUEHACER POLITICO

La presencia del sacerdote en el trabajo y en la política oo puede tratarse de forma, unívoca. Los campos tienen variables muy acusadas, también los motivos, objetivos y condiciones varian mucho de unos sacerdotes a otros. Si no distinguimos convenientemente corremos el riesgo de u otro signo. Y, como todo estereotipo, se presta a equívocos y malentendidos, que además sueleq estar cargados de prejuicios e ingenuidades.

caef en estereotipos de uno

1. La presencia del sacerdote en el trabajo En la sociedad española ha crecido en los últimos años el número de clérigos que tienen una profesión civil. Estas profesiones abarcan un amplio abanico. Nos enconrramos coo peones, récnicos sanitarios, obreros cualificados, administrarivos, catedráticos..., erc. ¿Se puede designar a rodos como «curas obre¡os»? Opino sinceramenre que no. Por ello distingo dos categotías fundamentales en función de sus motivaciones, objetivos y condiciones intraeclesiales y extraeclesiales: los <<cu¡as obreros», en función de una presencia e intuición misionera, y los «curas profesionales»r, en

función del testimonio hacia la comunidad cristiana

y

de su realizació¡

personal.

a) Cura¡ con profetión ciuil-Err esros momentos entiendo que son la mayor parte de los clérigos que trabajan civilmente. Ante lai pers-

pectivas de una Iglesia carente de un proyecto pastoral ilusionanre, ante los fetos de la sociedad pluralista, ante un futuro económico incierto para la Iglesia y ante las críticas de dent¡o y fuera de la lgresia, no pocos sacerdotes han experimentado la necesidad de adquirir inu cupuriución profesional. Así nos enconrramos con clérigos ctya ruzón última de su profesionalización es rener un esraturo reconocido en la sociedad. ser ciud-adano tener lncl.uye .una profesión ¡econocida y valorada por la sociedad plural. Es la condición para un ¡ecooocimienro. para otroi el morivo y o6jetivo es ercontrar un camino de equilibrio personal. De hecho experimeatan

que

el ttabajo ministerial de la parroquia, excesiva-"ot. ..rr&udo en el termina de proporcionarles el cauce adecuado de armon ía per _1o

cu1t9

sonal. No faltan sacerdores, insertos en parroquias populares y en pequeñas com¡¡idades, que sienten la necesidad de una vidá profesional pira-hacer creíble su mensaje evangélico. En efecto, pu.u ,.rocÉo, ., p...i" dar un ANTONIO BRAVO

)L

testimonio de cercanía y gratuidad en el ministerio, y esto pasa por una inserción en el mundo laboral, pues una sociedad tan sensible a los valo¡es del trabajo parece estar postulando el trabajo profesional. Otras veces puede ser el miedo ante la incertidumbre ecooómica o el vértigo ante el mismo trabajo ministerial el que conduzca a una profesionalización más

o menos

acentuada.

No cabe duda que esta profesionalización creciente del cle¡o plantea serios problemas a una acción pastoral ideada desde la institución eclesial. De hecho, la disponibilidad de los clérigos decrece. No dedican tanto tiempo, ni pueden ser «destinados» tan fácilmente. Su independencia económica de la institución hace que' se sientan más libres e independientes ante el obispo. Muchos pudieran ver efl esto una alarma. Perq si excePtuamos casos extremos, puede ser también un camino importante pata repensar con seriedad la relación de colaboración obispos-sacerdotes, los

y objetivos pastorales, y la misma vida y ministerio de los presbítetos en una sociedad y en¿ uoes comunidades muy diferentes a las de ayer. Resulta sumamente importante no perder nunca de vistar el signo y la realidad más profunda que nos desvela. De hecho, la existencia programa

«liberal» de tantos sacerdotes ha sido un contrasigno eo una sociedad con conciencia indusrial, mienuas que el trabajo profesional nos está acercando a esta mentalidad. Y no podemos olvidar que el anuncio del Evangelio reclama una cierta sintooía de valores y lenguajes.

b) «Curas obrero¡ rel="nofollow">».-Para éstos no bastaría con tener uo trabajo civil. Los rasgos que parecen definirlos serían: trabajo asalaúado, manual, cierto envío por parte de la Iglesia y reconocimiento como trabajador por el colectivo de curas ob¡eros. No basta con hacer una'«opción de clase», pues ser obrero es algo mucho más concreto y defrnido. La categotía ob¡ero es muy restrictiva, de tal forma que ot¡as Profesiones no entrao aquí.

Además del trabajo manual, incluye una opción evangelizadora dentro de la clase obrera. Se trata de implantar Ia Iglesia en el mundo obrero, en la clase obrera asumiendo la cultura típica de este mundo.

Dado que las relaciones de trabaio identiflcan como grupo humano, diferenciándonos de otras clases y estratos sociales, es preciso enttar dentro de esas relaciones de trabajo. Así la dinámica de la encarnación se presenta como un proyecto existencial, pues sólo la proximidad sociológica puede cambiar la relación evangelizadora con la clase obrera. La experiencia dice que el colectivo o clase obrera oPera coo estereotiPos del clero, a quien considera distante y poderoso. Sólo el encuentto en el tajo y en la lucha de todos los días parece abrir el camino a un nueYo diálogo y a luna nueva reciprocidad de confrafiza y amistad. )2

TL

SACERDOTE

EN EL TRABAJO Y LA POLITICA

En última instancia se trata de hacerse pueblo con el pueblo, obrero con el obrero. Y esto conlleva un cierto distanciamiento sociológico de ciertas formas de plasmar el ministerio sacerdotal. Quien vive una coodicióa obrera feacciona con sensibiiidad muy diferente ante los pfoblemas saludable para todos, sociales y -yeclesiales. Este punto puede ser muy para escuchaf al único senr¿Únos sep¿rmos cuando siempre iuntos Maestro.

Tanto los curas con profesión civil, como los «curas» obre¡os se verán con frecuencia solicitados a ejercer un «podef social», un «poder obrero», bien a través de cargos sindicales, bien a través de oüas organizaciones. Este «poder popular» reclama líde¡es honrados y con oPciooes rranspafentes. Hoy por hoy, no siempre eocuentra esos líderes, volviéndose a loi «curasr, qo. iot toi'más preparados. ¿Cómo mantener una actitud abierta y educativa? ¿Se pueden cefraf sin más? ¿Basta con refugiarse en que est;nos llamados u i.. u*u, para todos» o que hemos de dedica¡ nuesüo tiempo a La acció¡ parroquial y catequética?

2. La presencia del

sacerdote en

la

po'lítica

de democratización del país ha puesto de relieve la exisEl prcceso -de sacerdotes afiliados' a partidos políticos. No es tan nuevo el tencia fenómeno como pudiera Parecer. Nunca han faltado clérigos en los parlamentos y cort.ri Ni tampoco €s tan numeroso como algunos han temido. fenómeno y, Quizá la novedad rudica, por una parte, eo la pubticidad del de pardentro militen que clérigos cierros pof otfa pafte, en el hecho de mayor no es político liderazgo tidos con opciones marxisras. El mismo presbítero voz del la pasados, cuando que en años ni más institucional alcalde. Cuando se funciona con estefeotipos o sobre la del prcvalecia ^prejuicios nos incapacitamos para ver la realidad y novedad de la misma. Los curas militan en paftidos de derechas, aunque con militaocia criptógama, pafeceo justiflcarlo en la defensa de unos valores cristianos que esiá., en-peligro y también en la defensa de una Iglesia diluida en la conciencia- socioc¡iitiana de nuestro país. De estos cléfigos se habla poco, pero existen y quizá en mayor medida. Aparecen poco en manifestaciones

-públi.ut,

poá i.t gusta más la sacristía o el salón, cuando no buscan logur., m]s recónditos y sagrados. También en los partidos de cent¡o .rláo pr.r.ntes muy activamáte los clérigos, pero quizás más a La fotma neoliberal, aunque no Por eso menos efrcaz e influyente' Tampoco de éstos se habla. ANTONIO BRAVO

\

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tg il -f

3

33

Son los clérigos que militan ea partidos de inspiración marxista quienes han sacudido más la coociencia eclesial. La equiparación de marxismo y ateísmo que resonaba en nuestras conciencias era el detonante. Pero existen sacerdores que dicen podet conjugar su fe y ministerio con su militancia. Tacharlos de iogenuos ¡esulta fácil. Su descalifrcación, sin embargo, no concue¡da con una acritud de búsqueda serena. La :única actitud válida es la del dialogo y discernimienro en todas las direcciones. No olvidemos que la Palabra viva y operante de Dios en la historia nos afecta i¡condicionalmente a todos. Por eso conviene pregunrar a esos sacerdotes su itinerario y motivos. Por eso conviene preguntar a esos sacerdodotes su itinerario y motivos profundos. Puedo afirmar que, salvadas algunas excelriones, la mayoÁa de ellos viven con «temor y temblor» su situación, sin dogmatismo. Es mi experiencia cuando hemos entrado en un diálogo f¡anco. En la cooversación les había empujado a asumir responsabilidadis sindicales y con posterioridad políticas. sentían que la solidaiidad les obligaba a da¡ este paso. La defensa del pueblo, con quien compartían dolores y alegrías, les pedía asumir una lucha eficaz en favor del mismo. y esta lucha pasaba por un compromiso político en aquellos partidos más cercaoos al pueblo. lnsisto, muchos sacerdotes militando en partidos de inspiración marxista creen responde¡ así a los valo¡es e inte¡eses del pueblo. Al afr,¡mar esto no desconozco los casos aireados por la prens a, talr,poco desconozco las posibles frustraciones que les han conducido a esre compromiso, pero considero de justicia no medir a todos con el mismo rasero. ¿No sucede lo mismo cuando se enjuicia a orros sectores de la Iglesia? Todos, unos y otros, esramos llamados a ponderar nuestras afirmaciones y a escucharnos en profundidad antes de ejercitar «la corrección fraterna», pues nunca nos es permitido el juicio. Del somero análisis que acabamos de hacer, más con ánimo de situarnos que de desc¡ibir la realidad, se desprende ufla consecuencia importante a la hora de establecer unos criterios teórico-prácticos. Nos encontramos con una situación compleja y ambigua, no exenta de conflictividad. Ante ella todos tenemos, consciente o inconscientemente, una postura tomada. No podemos precindir de ella, pero sí podemos hacer un esfuerzo de objetividad y discernimiento. Hemos de aceptar el pluralismo y buscar la unidad en la libe¡tad del Espíritu. Nuestra tarca no es la unifo¡midad, ni la efrcacia a corto plazo, sino la fidelidad creativa- Sicuados en ufla etapa de transición, est;mos licitados a interpretar los signos de los tiempos, a probado todo para responder con seriedad a las insinuaciones del Espíritu de ve¡dad y amor. Resulta preman¡ro zatjar lu cuestiones, pu¿s, entre otros cosas, cÍuecemos de la suficiente distancia histórica, siempre necesaria, paxa comprender

)4

la

EL

acción del Resucitado eo

SACERDOTE

la

historia.

EN EL I'RABAJO Y LA POLITICA

II. Al

CRITERTOS TEORICO-PRACTICOS

establecer unos criterios que permitan iluminar

la

profesionaliza-

curas obteros ción creciente de los clérigos, su'inse-rción misionera como que rnomento ningún en olvidar podemos no políticof y r" lo-ptomiso ¡ealidad que .la la existencia humana ,rrá ,*lgudu de ambigüedades y dtt., ,ie-pr. compleja. No podeáos *oot'oo'-'n coocePtos..t'.T:-I nos instrtuclones' e personas las a tintos. §in ot *rrgen de cotfra¡za mediada palabra una de oyentes que como corno colocaremos más iueces arma por hombres concretos. Cualquier criterio, entonces, se convlerte en un dentlmanejarse, do je han Lrcoiadiza. Por otra pur,. lÁ criterios con acue¡do de manipularlos queremos si no y discurso giobal,

.o.r/.",o

pieviamente. Finalmente los diferentes ctiterios teode los drán diferent., lruriu.rt.s según se apliquen a un campo u otro

áp.¡"..t iornudu, apuotados.

1.

I'estigos absolutos de Cristo Resucit¿do

cuando parece existir cierta ince¡tidumbre en la identidad sacerdotal «A conviene esc'uchur la Palabn de Dios que se manifesta con claridad:

vosoüos no os roca cooocer el tiempo... sino que recibiréis la. fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sob¡J vosotros, y setéis mis testigos en Samaria, I ¡Tt' los conflnes de la tierra» i.*t¿?.f en toda ¡udea y absolutoi áel Resucitado es nuestfa ¡az6¡ de (Hech., i, l-S). Ser-testigoí La ,., y áo.*r, meta. Podiá variar el modo y el lrrga.lel testimonio' modo el tanto indicarán nos siruados y concretos frdel'idad a los hombres como el ámbito del testimonio, pero nada puede apartatnos de nuestro nofte.

Ser «testigos absolutos del Resucitado» implica- una relativización de nuesrras estralegia, y proyectos, así como una revalo¡ización del hombre u qoi.n se dirfie .i testimonio. Ser «testigos absolutos del Resucitado» ,ro, porr. en la-diná^ica sacramental de la misma fSlgsia,-la cuat como uru.áro.n,o universal, de salvación», no tiene más ñnalidad que manifestar y aJ. mismo riempo ¡ealizar «el misterio del amor de Dios al hombre» al hombte» pue«C., 5, 45). Ahota bier¡ ..t. «misterio del amor de Dios puede per' nunca. aunque historia, Ia eo variadas muy formas áápá ¿. quien se situad.rr. d. vista el homÉre concreto e irrepetible. Por tanto, concleto al homb¡e vista de perdiendo ra ante un cambio de estructuras,

empañaúa el testimo¡io del mismd amor. Otro tanto haría quien olvidara

ANTONIO BRAVO

15

la dimensión social de la rcalización del hombre. La polaridad

hombres

estructura se introduce así como cor¡ectivo de nuestro testimonio.

Ser «testigos absolutos del Resucitado» nos obliga, por oua parre, a salir de falaces neutralidades. Con la Resurrección de Jesús y el envío del Espíritu, los tiempos mesiánicos se han hecho patentes. La Iglesia y

sus servidores estáfl llamados a ac¡talizar y «presencializar» esos signos mesiánicos td como se nos recuerdan en el Evangelio: «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mi ! (Mt., 11, 5-6). La neutralidad ante la injusticia o el silencio sob¡e el cruxificado, es traición a ouestro ministerio sacerdotal o. mejor, apostólico. El testigo roma posrura ante la injusticia, ante la opresión que pesa sobre el hombre, cualquiera que sea su forma,

y también ante cualquier poder Cristo Jesús (cf. Mt., 10, 16-11).

o

ideología constituida en tribunal

de

Quien se sitúa como «testigo absoluro» puede avanzar con plena co¡fra¡za y la Iglesia debería también confiar en ese hombre, pues iabrá avanzat y retroceder en sus compromisos. Esta confianza f.alla con frecuencia porque seguimos demasiado encerrados en clichés cultuales o de Iglesia de cristiandad. En muchas conversaciones se oye hablar de un «ministerio estrictamente ministerial», en oposición al testimonio que puede darse en el mundo del trabajo o en el ámbito de la política. Timbién estoy petsonaknente convencido de la necesidad de uná inserción en las panoquias y comunidades, pero no por la oposición que se pretende establecer. Asimismo, quien se sirua como «restigo absoluto» sabrá escoger el momento oporturo pa¡a retirarse cuando lo exija la misión, y también sab¡á rclatiu.izar sus compromisos y dedicación. Cuando hablo de rcTativización lo hago en nomb¡e de la seriedad y coherencia con nuestra identidad que no inventamos, sino que la recibimos conrinuamen te patu recrea¡la en fidelidad a los homb¡es y a la comunidad c¡eyeote.

2.

Enraizados en un pueblo

El Hijo de Dios no se ha encarnado en un hornbre abstracto, sino en un judío concrero, Jesús de Nazaret. Este Jesús ha pertenecido a un pueblo y estamento social determinado. Su cultura es la judía; su predicaiión del Reino de Dios viene condicionada por esa culrura. Su universalidad hay que contemplarla desde lo concrero. Por eso Jesús es «Emmanuel», Dios con nosotros. Quieo ha penetrado en la gracia y dinamismo de la Encarnación siente la ugencia de entrar en la vida de uo pueblo para 16

EL

SACERDOTE

EN EL TRABAJO Y LA POLITICA

compartir sus gozos, alegrías y luchas de dignificación, así como angustias, dolo¡es

y frustraciones

sus

(G. S., 1).

Este misterio de comunión y fidelidad de la lusticia de Dios, que ha llegado a su plenitud en Ctisto, es el «clao vital» que gttia y conduce la vida de Jesús desde su entrada en el mundo hasta el Paso a su Padre. Precisamente este <<misterio de comunión y fidelidad» de Dios atr hombre conc¡eto e histórico se halla en la vida de muchos compañeros sacetdotes que han apostado por la clase obrera o por las clases populares y sus organizaciones cívicas, sindicales o políticas. Y desde este misterio

hay que ¡eleer su

presencia.

Aho¡a bien, para que esta «comunión y fidelidad» con el pueblo sencillo no se desvirtue es pteciso estar atento, paru reavivar siempre el «amo¡ inicial». La dinámica de la luchan de la monotonía de lo cotidiano, la incomprensión y oposición sistemática dentro y fuera de la Iglesia, la inefrcacia aparente de nuest¡a acciót, los repetidos fracasos... puedea endurecer, y de hecho sucede, nuestras posfl.rras, enrolándonos en acciones, actitudes y opciones oo coincidentes con la gracia inicial. El «hacerse todo a todos» nace de una urgencia de amor universal y concreto, para ganat a algunos por el testimonio del «amor de C¡isto» (2 Co4 5, 14 ss.). Quien no significa y realiza el amor universal e histó¡ico de Cristo. no vive ya er la gracia inicial. Para mejor disce¡nir nuestro <<enraizamiento eociológico» en un pueblo hemos de partir siempre del ptoyecto de Dios a testimoniar y de nuestra

intencionalidad última. El proyecto de Dios, testimoniado por Jesús de Nazaret <<en el tiempo oportuno», está ea «que los homb¡es se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, homb¡e también, que se enúegó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tim., 2, 3-7). «Constiruido heraldo y a1ústol», el sacerdote no puede renunciar a su tarea de «guía de los gentiles en la fe y en la verdad». Por tanto la encarnación o en¡aizamiento en un pueblo viene determinada por el proyecto de Dios. Si nuest¡a intencionalidad última no responde a ese proyecto de Dios, no estamos ya et el buen camino. La gracia de la Encarnación ,se desvirrúa en ideología o en inte¡eses partidistas. Ha llegado el momento de rectificar y de volver a la gtacia inicial, para mostrar con claridad al Dios verdadero, es decir, al Dios frel al hombre concreto e histórico, al Dios de los nómadas que jamás tolera la instalación de su pueblo, Nuestra condición es habitar en tiendas de campaña, fáciles de enrolla¡ para reanudar el camino. Po¡ tanto cualquier proceso de enraizamiento en el pueblo ha de estar marcado por la provisionalidad ANTONIO BRA\¡O

37

crítica. No digo por la inestabiüdad, ni por un comPromiso ad. tem'?u¡. La provisionalidad cútica es la fo¡ma de la dinámica de la encarnación. Toma la iniciativa para entrar en el pueblo Para que éste saiga de la tiniebla personal y estructural y pueda encaminarse hacia su plenitud hacia su futuro absoluto, que es el mismo Dios. Por tanto fro puede haber instalación definitiva en el tiempo, aunque sí es el servicio al pueblo opri mido para que pueda ir más allá de sí mismo.

Entiendo que esta provisionalidad cútica es incómoda para nosotros, para las instituciones y paru el mismo pueblo. Pero llegar a la ve¡dad plena supone dejarse moviliza\ ponernos en camino, por el Espíritu que nos precede siempre. Jesús está siempre en la ot¡a orilla y hay que rnovi lizar al pueblo. Nuestro Dios no es el de las ciudades definitivas, sino el de los oómadas del desie¡to. Por lo cual no basta comenzar, 'sino que es preciso endurecerse en la marcha. Aquí entra en iuego el elemento psicológico de las personas y la dimensión comunitaria de nuestra presencia y acción en estos campos fro¡terizos o de misión. El elemento psicológico lo trataremos al hablar de las condiciones de nuestra presencia, mientras que la dimensión comunitaria pasamos a tratarla a continuación.

3.

Una presencia de

Islesia

_

r

_ e -: i i:o.,

Las motivaciooes que han inducido a los clérigos a una presencia activa €n el movimiento obrero y en la acción política, pueden ser muy va¡iadas. Pero si quieren permanecet dentro de la identidad del mismo sujeto, no pueden olvidar la dimensión comunitaria. Y esto. aun en aqueIlos casos en que el móvil último sea la rcaJización personal.

El sacerdote en cuanto creyente y servidor de una comunidad, cons' tituida o por constiruir, no puede vivir su fe y testimonio absoluto de C¡isto Resucitado más que en comunión con una comunidad. Tampoco aquí vale funcionar por libre. Quien olvida esta dimensión pronto será víctima de su propio liderazgo y aislamiento. Cierto que la interpelación en estq campo va dirigida tanto a las comunidades cristianas, al laicado, como a los sacerdotes que están abriendo fluevos frentes misioneros. Las comunidades debieran apoyar y estimular esa presencia testimonial y misioner4 sabiendo asumir que los pastores vayan en busca de aquellos que viven fuera de los muros de la Iglesia. El laicado adulto, por libre o enma¡cado en movimientos, debiera tefler una palabra frater¡a de aliento y discernimiento, más allá de recelos, celotipias o manipulaciones intetesadas. Todos hemos de probar y aprobar los carismas e iniciativas que puedan surgir. Por ultimo los sace¡dotes no pueden ignorar la presencia 38

EL

SACERDOTE EN

EL

'TRABAJO

Y LA

POLITICA

del Espíritu que fros ha precedido a uavés de tantos cristianos, de tantos hombres de buena voluntad, de tantos militantes y movimientos. Es preciso tener memo¡ia y sabernos situar en la corriente de la Tradicióo y de la vida de un pueblo. No se inicia hoy el anuncio del Evangelio, ni siquiera en uquelloe mundos y esferas que aParecen como periféricas de la Iglesia. Como afirman los Hechos, «Dios tiene ya un pueblo numeroso eo esta ciudad» (Hech., 18, 10).

al Prespor libre. Como «cooperadores» del ordán episcopal, no podemos vivir de espaldas al obispo. Como miembros de un presbiterio, no podemos operar por libre- En una sana comteológica del ministe¡io no podemos «privatizar» o «interioprensión ^rizao» de tal fórma el sacerdocio, que nos dispensará de vivir en relación con el presbiterio de la Iglesia local. Es el iolegio presbiteral --obispo con los sacerdotes- quien presencializa el sacerdocio de Cristo cabeza. Consiguientemente todos estamos llarnados a dar pasos importantes. Ni la deiconfianza inquisitorial, ni la permisividad temeraria pueden ser la actitud del obispo. Los sacerdotes que han decidido seguir un camioo Además nuestro sace¡docio ministerial está siempre referido

biterio y al obispo. No somop

sacerdotes

de presencia misioáera se quejan coo frecuencia de incomprensión y falta de ieconocimiento. En el mejor de los casos, dicen. nos toleran. Y no faltan quienes sienten una incomprensión ¡adical o un abandono total- También los Consejos Presbiterales debe¡ían da¡ un paso importante en este terreno. Debería recqnogerse el estatutO de estos sagefdotes, Sin Contraponedo al estatuto de los ministerios paffoquiales tradicionales, ofreciendo al mismo tiempo cauces válidos pata que hagan ob su voz y desarrollen todas las potencialidades del ministerio sacerdotal, que no se agotan eo el testimonio, y se exPresa también en la ptesidencia de la comunidad ¡eunida en Asamblea eucarística, en el ministerio de la Palabru y en la comunicación de bienes. Este cambio de actitudes, en eL obispo y en los consejos presbiterales, tacllitaría, el aba¡dono de ciertas posturas de autosufrciencia, cerrazóa y paralelismo que pueden darse ent¡e los dérigos insertos en la vida profesional o política.

La comunión eclesial es doo y otros.

i.o..

Y

y

tatea igualmente exigente Para unos

quienes se creerr con más respoosabilidad en la Iglesia,

o

creen

rlnu fá más probada, son los más urgidos a co¡struir la comunión que Dios oos ofrece como doo y talea. Pero no nos llevemos a e¡gafro, ni el recelo, ni la permisivida-{, oi la dureza, ni la ceraz6¡, oi la integración neutralizante, ni la autosuficiencia... construyen la comunión en la verdad del Evangelio. Sí pueden const¡uirla el diálogo y la apertura al Espíritu que nos abre nuevos caminos. Cuando hoy se habla de comunión ctitica y dialéctica, conviene Ponernos de acuerdo en el contenido- El ANTONIO ts]TAVO

39

a

término «comunión crítica» es aceptable en, ra medida que

todos nos dejemos inrerpelar por el Eppíri* ¿á i" ,.¿ad, no si criticamos en nom_ parecido- en exclusirra. El ré.mino

«comunión dialéc_ l::..0.",:i,a*íritu trca», srempre y cuando caigamos en la dinámi., fr.!.ii..rr, ánde la <<síntesis» produce como ñsultado de Ia victoria de -se unos sobre ot¡os. Pero puede mantenerse el té¡mino ,i-.o, .lL; ó;;;";;;;, 0". ,a puebro y ri..".ro, y sr unos grupos están com.jerarquía implica er plicados en Ios otros como consecuencia ie estar animados por el único y mismo Espíritu. ta pues, qo.-propugnarnos es Ia misionera, es decir, la de fidelidad¡o11nión, al Espíritu d. iu r.rár¿-gu-iándonos rrua^ .r pr.r,o conocimiento de Aquél que es «camino, verdad-y vida».

4' opción por Ia evangerización como aeo,ntecimiento rico y cornplejo Auaque esre punto .bargo creo

ha quedado indicado en los anteriores, sin emoportuno ool.re, u incidir .., iu áa¿-ica de la ,"^igrliruridn, como acontecimiento rico y complejo. Tar como nos recuerda

la Euangerii Nultiandi, la evangerizaci3n es irn'uuténti.o proceso que incluye anuncio explícito de Jesucristo, t¡ansfo¡mación de la rearidad personal, esrructural y cultural, y construcción de la comunidad misioneral Ningr; i. .r,o, aspectos puede ser descuidado por quien quiera ser testigo" absoluto del

Resucitado.

Las tres dimensiones del. proceso evangelizador pueden co¡¡elacionar. se de formas muy diversas-. Lás puntos deJartiaa po.d.o upur...r-.o*o dispares, pero siempre se ha de mirar ra nieta hacia Ia que nos encaminamos. Por tanto, un anuncio de Jesús, el Cristo, q,ra ,ro condujera a Ia

y a la t aniesgada de la situación de "nrfor*r.iór, injusticia y pecado, no se¡ía adecuado. üu-ir*rformación de la rearidad que no tendiera a la propuesta explícita del Kyrios sería reduccionisra. Y- un proceso que flo deiembocara' ea Iu con titución de ra comunidad misionera carcceúa de futuro y de mordiente. un eremento imprica ar ot¡o y se explica por el otro. conversión gozosa

, conviene- hacer arguna precisión más en torno a la const¡uccióo de Ia comunidad misionera. para que una com.rnidad pueda ,p.lliár.r. *i_

sionera ha de contar con las siguientes notas:

a) 40

Confesión-y celeb¡ación explícita de Jesús como único Señor y Salvado¡.

EL

SACERDOTE

y

unive,sal

EN EL TRABAJO Y LA POLITICA

b)

Comunidad abie¡ta al pasado y al futuro, sin rehuir el cambio y el progreso en los compo¡tamientos evangélicos.

c)

Comunidad eru:aizada y comPrornetida en la transformación de la realidad económica, política, social y cultural.

d)

Comunidad que busca una expresión religiosa colectiva adecuada

a I¿ culrura del pueblo.

e)

Comunidad en comunión con la Iglesia loca| y con el orden episcopal.

f)

Comunidad orante que acoge y ceiebra los acontecimientos salvíficos.

No

puede confundirse

la comunidad

misionera con ciertos gruPos

religiosos primarios, que lejos de estimular la libertad creativa y arriesgada, favorecen la involución de persoflas y de compottamientos. La tarca del misionero no es crear refugios confortables o defensivos, sino plataformas de acción, de üansfom¿ción y «confesión» a 6n de «forzar» el advenimiento del Reiao de Dios (cf. Mt., ll, l2). Tampoco pueden lla' marse comunidades misionetas a esas instituciones parroquiales anónimas y apáticas ante los problemas de los hombres, y totalmente aienas a la cultura de las clases sociales de nuestro país. No podemos dar como supuestas estas comunidades misioneras. Muchas veces nuesffa tarea será construidas, siempre animadas y reconfortadas.

Entiendo que, tanto los que van Personalrente al trabaio profesional como los «curas obreros», o los comprometidos en polític4 deben reflexionar se¡iamente eo este punto. De lo contrario estamos def¡audando de alguna fo¡ma la expectativa justa de nuestro pueblo. Ellos tienen derecho a la evangelizaciín, cualquiera que sea nuestro estilo de vida. El Pastor nada más se realiza entregando Ia vida Por sus ovejas. Cualquier otro camino puede ser el del mercenario. Entregar la vida incluye luchar contra todo aquello que atente a la ügnidad del hombre y hacer posible una comunidad que viva de Jesucristo y para El.

El anu'rrcio del Liberador no podrá hacerse con credibilidad. más que desde el compromiso. Tampoco podrá hacerse con fecundidad, más que en

la medida que lo mostlemos Presente y oPeraote en la historia y lo ayu' demos a reconocer como salvación. Un sacerdote que se limitara a rePetir fó¡mulas o vetdades, aparecetía como portavoz o mero transmisor, pero no como testigo de la salvación. Por lo cual no basta con estar Presente, aunque sea indispensable y lo primero en el tiempo sino que es Preciso de muchos ser tesrigo. Pe¡o el testigo no es un supermán -equivocación ANTONIO BRAVO

4t

que han ido a los campos señalado o de los que no se arreven a dar paso-, sino alguien que se siente liberado y salvado por Jesucristo.

el

Para poder realizar la dinámica del proceso de la evaogelización se nos impone considerar dos criterios complementarios: ¿Cómo ser signos del Reino de Dios manifesrado y proclamado por Jesús?, y ¿cómo rJleer la Palabta de Dios desde el pueblo o desde el poder social, político?

5. Los signos del Reino de Dios en el sacerdote Nos preguntamos ahora cómo se¡ signos del Reinado de Dios. El sace¡dote, con su vida y palabra ha de ser un signo vivo del Reino de Dios en acción entre los hombres. Antes de enumerar algunos aspecros, conviene no olvidar que somos signos desde nuesrra debilidad y ambigüedades propias de hombres <<ence,ados» como toda la humanidad bajo ras fuerzas del .pecado. No podemos sucumbi¡ a la tentación del angelismo y del desánimo, porque todo signo puede ser ambivalente. Somos signo del Reinado de Dios en la medida que optamos por e.l . pobre, cualquiera que sea nuesrra ubicación en el espectro áe foezá, q,.re trabajan por la Iiberación del pueblo. Así, desde la seriedad y compromiso, sabemos- anteponer el hombre situado a cualquier proyecto o estiategia social y política-

También somos sigfros del Reiaado de Dios, cuando sabemos ser testigos de una verdad exiotencial y dinámica, como t¡aducción de ra ernubab hebrea, es decir, de la verdad como fidelidad de Dios al homb¡e (cf. Jn., 18,37; 1 Jn., 5, f8-21). Este se¡ testigos de la verdad nos enf¡entará éon la mentira y con aquellos que la profesen como arma esrrarégica.

El testimonio del Reinado de Dios incluye, por orra parte, la afirma_ ción de un futuro mejor, abriéndose camino en ir erpeuoi d. l" ¡ealidad. El sacerdote es un hombre de esperanza en medio del realismo crudo de la vida. su fe le induce a asumir el riesgo de la opción y permanencia en esa lucha, como si viera el invisible (cf. Hech., ll, 23-ZB). Como pastores y guías de un pueblo nos encallecemos a t¡avés del sufrimiento para encaminar a los homb¡es hacia su futu¡o absoluto. Así seguimos «fijos los ojos en Jesús, el que inicia y corxsuma la fe, el cual,, en lugar del gozo que s_e le proponía, soportó la ctuz sin miedo a la ignoraac ia, y está seotado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aqoel que sopoitó tal conuadicción de parte de los pecadoresr para que no desfallezcáis faltos de ánimo» (Hech., 12, l-4). l"l:

EL

SACERDOTE

EN EL ]'RABAJO Y LA POLITICA

b)

Comunidad abierta al pasado y al futuro, sin rehuir el cambio y el progteso en los comportamientos evangélicos.

c)

Comunidad en¡aizada y comPrometida en la transformación de la realidad económica, política, social y cultural.

d)

Comunidad que busca una expresión religiosa colectiva adecuada

a la cultura del pueblo. e)

Comunidad en comunión con la Iglesia local

y con el orden

epis-

copal.

f)

comunidad oranre que acoge y celebta los acontecimientos

sal-

víficos.

No puede confundirse Ia comunidad misionera con ciertos gruPos reiigiosoi primarios, que lejos de estimular la liberrad creativa y arriesgadá, favoiecen la involución de personas y de comportamientos. La tarea áel misione¡o no es crear refugios confortables o defensivos, sino plataformas de acción, de rransformación y «confesión» a fin de «forzar» el advenimiento del Reino de Dios (cf. Mt., ll, l2). Tampoco pueden llamarse comunidades misioneras a esas i.nstituciones parroquiales anónimas y apáticas ante los problemas de los hombres, y totalmente- aienas a la tuhura de las clases sociales de nuestro país. No podemos dar como supuestas estas Comunidades misiOnefas. Muchas ve6es nuestla tarea será construiilas, siempre animadas y teconfortadas.

Entiendo que, tanto los que van personalmente al trabaio profesional como los ucuias obrerosn, o los comprometidos en polític4 deben reflexionar seriamente en este punto. Dá lo contrario estamos defraudando de alguna forma la expecrativa justa de ouesffo pueblo. Ellos tieoen dere-

cho a la evaagelización, cualquiera que sea nuestro estilo de vida. El Pastor nada más se realiza entregando la vida por rsus ovejas. Cualquier otro camino puede ser el del mercenatio. Entregat la vida incluye luchar contra todo aquillo que atente a la digoidad del homb¡e y hacer posible una comunidad que viva de Jesucristo y para El' hacerse con credibilidad. más que desde el compromiso. Tampoco podrá hacerse con fecundidad, más que en la medida qoi lo mostremos Presente y oPerante en la historia y lo ayudemos a ,.iorro..r como salvación. Un sacerdote que se limitara a repetir fórmulas o verdades, aparcceria como Portavoz o mero transmisor, pero oo como testigo de la salvación. Por lo cual oo basta con estaf Pfesente' aunque sea ináispensable y lo primero en el tiempo sino que es preciso de muchos ser tesrigo. pero il testigo no es un supermán

El anu'nrio del Libe¡ador no podrá

-equivocación

ANTONIO BRAVO

4L

que han ido a los campos señalado o de los que no se atreven a dar paso-, sino alguien que se siente liberado y salvado por Jesucristo. Para poder rcalizar

la

dinámica del proceso de

la

evangelización

el

se

nos impone considerar dos crite¡ios complementarios: ¿Cómo ser signos del Reino de Dios ma,nifestado y proclamado por Jesús?, y ¿cómo releer la Palabru de Dios desde el pueblo o desde el poder social, político?

5. Los signos del Reino de Dios en el sacerdote Nos preguntamos ahora cómo ser signos del Reinado de Dios. El sacerdote, con su vida y palabra ha de ser un signo vivo del Reino de Dios en acción entre los hombres. Antes de enumerar algunos aspectos) conviene no olvida¡ que somos signos desde ouesrra debilidad y ambigüedades propias de hombres «encerrados» como toda la humanidad bajo las fuerzas del pecado. No podemos sucumbir a la tentación del angelismo y del desá,nimo, porque todo signo puede ser ambivalente. Somos signo del Reinado de Dios eo la medida que optamos por el _ pobre, cualquiera que sea nuesrra ubicación en el especrro áe fuerzás que uabajan por la liberación del pueblo. Así, desde la rriedad y compromiso, sabemos anteponer el hombre situado a cualquier proyecro o estiategia social y política-

Tambiéo somos signos del Reinado de Dios, cuando sabemos ser restigos de una verdad existencial y dinámica, como rraducción de la emubab hebrea, es decir, de la verdad como fidelidad de Dios al hombre (cf. Jn., 18, 37; 1 Jn., 5, L8-21). Este se¡ testigos de la verdad nos enf¡entará ion Ia mentira y con aquellos que la profesen como arma estratégica.

El restimonio del Reinado de Dios incluye, por orra parte, la afrrmación de un fururo mejor, abriéndose camino en el espesoi de la realidad. El sacerdote es un hombre de esperanza en medio del ¡ealismo crudo de la vida. Su fe Ie induce a asumir el riesgo de la opción y permanencia eo esa lucha, como si vie¡a el invisible (cf. Hech., ll, 2j-28). Como pastores y guías de uo pueblo nos encallecemos a través del sufrimiento para encaminar a los hombres hacia su futu¡o absoluto. Así seguimos «6jos los ojos en Jesús, el que inicia y corxsuma la fe, el cual,. en lugar del gozo que se le proponía, soportó la qry sin miedo a la ignorancia, y está se¡tado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soporró ral contradicción de parte de los pecadores, Para que no desfallezcáis faltos de ánimo» (Hech., 12, 1-4). 42

EL

SACERDOTE

EN EL 'I'RABAJO Y LA POLITICA

sacerIunto al arnor como verdad y el estímulo de la esperanz-a, el co¡fra¡za la a devolver llamado está Dós, de a.rJ,-^,"r"riñ á.i n.inr¿o festivo'.a":tl por la fe ;;; g#;. L "ia, p"r su. talante.dtgtt.v puede deiarse aÜapar no triunfo, íiu. ádi.udo en la resrirrecciórL en el como en la contralucha la en Tanto ;; fi;;ilismo o el dramatinmo' o ajeno' hay propio pecado' el en como la injusticia ái*lá", tanto en

;;Él¡;;;

b

abgría

y et

gozo-del éxito. Nuestras cetebraciones

ni

pue-

El «corale» den ni deben estar..rrtu.gá^, de la amarguray congoja' triunfo' el anticipadamente gustl nuestra fs nos hace

de

trabajar por- la-1uténtica^reconci

Quien descansa en la alegria podrá suUurÁi y pu, entre los homb-res. ia reconciliación de Dios en Cristo nuehombre del la consrucción y p"i. aá.iu", el muro de la enemistad cavo. Nada tiene que ver con los pactos oportuoirstas y coyunrurales' la reconcide ministros ss)'-Como 14 y (cfIlf.,2, mentira la muflaje de de los tiempos üacióÁ hemos de servir el advenimiento del homb¡e nuevo de paradoja: polos los dos coniugar mesiánicos. Pero esta tarea supone Itrcha

6.

y

ilegría.

Hacia una nueva lectura de la Palabra de Dios Los puntos anteriorers pueden sustentarse gracias a una nu€va lectura

de Ia páhbra de Dios q.r" oo, permira un reencuentro con Jesús como fuerza de salvación y liberación, como iusticia y paz' Sin este. re-encuentro en medio de la iealidad secular y conflictiva estamos tentados Por uoa insuética de la praxis o de los valores. Pero esas éticas se demuest¡an ficientes y aun engañosas P ta un creyente' (Hech'' La comptensión del Evangelio como «Palabra viva y operaote» exisla de seno en el y esperanzados 4, L2), nos permite asoger1a lorotot testimonio del lectura una nueva a que reenvía nos tenci4 al ti.-p, ,pou.áti.o. En'efecfu, quien desa*olla una mirada contemplativa en la ,idu, prorrro interroga de forma aguda las Escrituras, sabiendo sacar lo ,o"rro y lo viejo. E'Í compromiso ion y por los pobres nos reenvía al Cristo áe los evangelios, desvelándonos nuevas dimensiones y perspectivas de su persona y de su mensale.

y expectativas de nuestro dimensión personal -y colectiva-del mensaje ieL Reino. La predicación del Reino .ronia se redujo a una llamada iatimista o privatizante, sino que tuvo resonancias comunitarias y políticas. no acometió directamente un cambio de estructuras, pefo Leer las Escrituras con los interrogantes

pueblo permite €frcontfar

la

euizá JÁús

ANTONIO BRAVO

43

su estilo de vida y su mensaje del Reino incidió en la, mentalidad colectiva y en los valores, en los cuales descansan las estructuras y por las que tienden a absolutiza¡se en det¡imento del mismo homb¡e. La demagogia es efímera, pero la Palabru de Dios pe¡manece promoviendo cambios ¡adicales. No a corto plazq pero sí tiene Ia fuerza necesaria para reiniciar uoa y otra yez en la auténtica «revolución». La Palabra de Dios legitima, criticando y sometieodo a la prueba del fuego rodas nuestras rcalizaciones (1 Cor., 3, l3). De ahí la incomodidad del mísrico y contemplativo para todas aquellas instituciones y rcalizaciones humanas que, por su propia dinámica, tienden hacia la absolutización frente al hombre. Desde esta relectura de laa Escrituras nos estamos capacitando para poder proclama¡ 7a Buena Nueva en el seno do un pueblo, cuya cultura dista mucho de coincidir con nuestras fo¡mas clericales. Una palabra que fio engarua con los interrogantes y aspiraciones del pueblo, apenas si eflcuefltra resonancias, pues no puede ser captada en su incidencia. Quienes se acostumbran a releer la Palabru de Dios, animados por los interrogantes y deseos del pueblo, pueden mosrrar la relevancia de esa Palabra y su fuerza interpeladora, más allá de acomodaciones fáciles y a la moda. Además, como hemos señalado hace un momento, es preciso leer también las Escrituras «desde el poder» en favo¡ del pueblo. El compromiso no sólo es con el pueblq sino también por el pueblo. A veces con actitud hipócrita o ingenua, condenamos el «poder» social o políticq sin más consideraciones. Luego resulta que todos renemos poder. Más todavia, Jesús nos ha dado «poder» para luchar cont¡a los poderes del mal. y esto forma parte integrante de la vococión apostólica (Cf. Mc 3 15). El problema no está en el poder, sino en la forma de utiliza¡ y manipulai el poder. Las Escriruras nos arrojan mucha luz en este seotido, si sabemos escuchar con atención y sin prejuicios. Jesus es poder de ser: «a rodos los que !.a recibieron les dio 'poder' de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12). Nuesro «poder» social y político ha de permitir y posibilitar que los otros lleguen a ser, que los sin voz hablen, que los marginados ocupen el puesto que les correspo.nde... Entonces una actirud educativa rros permitirá i¡ desapareciendo para que otros crezcan. En este sentido un «poder» vivido en fidelidad nos conduce a pasa\ a desaparecer, a servir y no a ser servidos, a desasirnos y no aferrarnos, sabiendo entregar ese mismo poder a los oros. ¿No es acaso esta la ditámica misma del amo¡ pacienre y servicial (1 Cor 11,4), tal como se ha manifestado en el mismo Jesús? «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo frre vaya; porque si no me voy, no vend¡á a vosotros el Pa¡áclito; pero si me voy, os lo enviaré» Qn 16,7). Jesús, como poder de Dios (Lc 11,20), sabe desaparecer para que eI Espíriru atestigue eo nosotros que somos hijos libres (Gal 4,1-7). 44

EL

SACERDOTE

EN EL TRABAJO Y LA POLITICA

Así también la postura del sacerdote es la de pa§ar para que el pueblo y los laicos acceda¡ a su plen,a condición de hombres libres. Consiguientemente la lectura de las Escrituras supone entraf en la efrcacia de los frutos que permanecen, más que en la efrcacta partidista y militante de lo inmediáto. Todo es necesatio, lo inmediato y el futuro, la continuidad y la desaparición. Pero conviene que el sacetdote actue de acuerdo con la perspectiva de ser testigo absoluto del Resucitado, futuro radical y último áel hombre. He aquí la eficacia de una praxis transida de contemplacióo, y vivida en «la dinámica de lo provisional». Este criterio deberían tenerlo muy eo cuenta tanto los que tienen el «poder» social y político, como aquellos que lo atacarl y descalifrcan, sin que medie un diálogo sereno y verdadero.

III.

CONDICTONES PARA MANTENER UNA PRESENCTA SIGNTFICATIYA

No basta con señalar unos criterios Para conseguit unos frnes. Muchas veces fracasamos en fluestros intentos Porque oo ponemos loo medios o condiciones necesarias paru lograr dichos fines. Cuando nos encontramos en situaciones límites o fronterizas debemos recordarnos algunas de estas condiciones o medios. Quien avanza con lucidez, lo hace con «temor y temblor», pero sin resistir a la ftrerza del Espíritu, el sustento necesario paru el camioo.

ni

tampoco olvida¡

1. Una vida de equipo o de co'rnunidad Tanto nuestra fe como nuestra debilidad psicológica reclaman un equipo o comunidad donde podamos hacer la verdad en nuestras vidas y reponer las fuerzas desgastadas en la lucha. Al buscar un grupo de apoyo y disceroimiento, hemos de evitat tanto el grupo angustiado y obseso del compromiso, como aquel grupo que aprueba rruestta acnración sin ayudarnos a meter el bisturí de la Palabra de Dios. Bien sea la comunidad cristiana, el equipo sacerdotal o el equipo de militantes, importa mucho

que podamos expresarnos sin caretas, sin jugar eI personaje del fuerte que conforta o conárma a los demas. Somos creyentes y servidores de la comunidad desde nuestra debilidad y fragilidad. Jagar al perfeccionismo, al purismo conduce a una existencia insoportable. Vivir permanentemente a la «intemperie» puede conducirnos al «desmoronamien,to».

y

La comunidad cristiana nos ha de permitir una identificación crítica lrJ'ativizadora con nuestros compromisoe. Sólo hay una cosa necesaria

ANTONIO BRAVO

4'

y hay que elegir a Jesucristo coosciente y reiterativamente. También ha de pcrmitirnos mesurar las urgencias y el bien común ; aoalizar la compatibilidad o incompatibilidad, de mi fe con los objetivos y oaedios de la acción sindical o política; cooiugar el crecimiento como Persona y cteyente con la praxis. Todo hombre tiene la capacidad de autoengañarse y autonegarse, por lo cual necesitamos de una comunidad que nos confirme en la verdad y en la libe¡tad.

2. Una vida

equilibrada

Una generosidad incontrolada puede deteriora¡ nuestra personalidad. Sin un e(uilibrio humano, pastoral y espiritual resultará imposible permanecer en

a)

la lucha diaria.

Lin eqwilibr'io hurwno.-lada uno precisa de un ¡itmo de rabajo, de comida, de diversión y de descanso. Habrá momentos que deberemos hacer excesos, pero nadie puede permanecer en una situación de exceso sin que se quiebre su psicología.

b)

Un equilibrio pastoral.-Una acció¡ autéri,ticamente misionera nos coloca en la f¡ontera de la creencia e increencia, del mundo y de la Iglesi4 del aoonimato y de la celebración fraterna. Permanecer en el filo de la frontera se hace siempre dolo¡oso. De ahí la importancia de un ministerio en el que seamos plenamente aceptados

como sacerdotes. La institución diocesana y los sacerdotes necesitamos cuidar este punto. Pero sin caer en la trampa de distinguir, pues la hisrcria para el creyenüe es santa y no dualista, como si hubiera una historia secular y oua sagrada.

c)

Un eqailibrio etpi,rilual.-luando estamos en la frontera, muchas de las formas tradicionales del encuentro coo el Señor cambiarán profundamente. La fatiga y la responsabilidad pueden aturdirnos. Pero no podemos olvidar que nuestra efrcacia radica en permanecer en Cristo. Nuestro oído, nuestra mirada y nuestra lengua han

de seguir siendo las propias de un discípulo. Aprender a mirar con lqs ojos de Dios y a descubrirle ,en la ¡ealidad; aprender a escuchar su palabra ,eo el silencio, y d comunicarnos con lengua de discípulo, fo¡ma también parte de nuestro trabajo. Y hay que reservar tiempo personal y comunitario. Somos testigos en cuanto somos discípulos. También equilibra Profundamente la experiencia del perdón y de la esperanza en medio de la ambigüedad y del pecado de! mundo que gravita sobre cada uno de nosotros.

46

EI,

SACERDOTE

EN EI, 'TRABAJO Y LA POLITICA

3. Desarrollar la memoria histórica La vida reclama de todos nosotros lucidez histórica. La humanidad ha por muchas crisis y el hombre ha conseguido avafizar. Por supuesto que hemos de evitar los excesivos costes humanos y que sean siempre los

pasado

mismos pagadores. Pero no podemos tomarnos trágicamente la existencia. La experiencia humana y la Íe nos obligan a conftar en la posibilidad y fragilidad de un hombre. El hombre viene configurado por su historia, pero no de forma determinista. El ,e5 s¿p¿2 de reacción y de recrear la historia. La fe, por otra parte, atestigua que el Espíritu está haciéndose todo nuevo y se está alumbrando unos cielos y una tierra nueva. La falta de memoria histórica genera con frecuencia pesimismo y agresividad. Entonces la notmal «angustia misione¡a» desencadena un sentimiento agudo de frustración y ar\argofa que, en muchas ocasiones, induce a atrcjar la toalTa. La memoria histórica posibilita trabajat en pro de ua futuro optimista. De ahí la importancia de ayudarnos a tener penspectiva y distancia histórica cuando nes tomamos en serio la existencia.

4.

Educarnos en la paciencia Los titmos

y

tiempos de Dios

y del pueblo no soo siempre

los

ouestros. Misión nuest¡a es acelerar el advenimiento del Reino de Dios, e impulsar la respuesta de un «pueblo pobre y humilde» (Sof 3,12). Pero seamos realistas y lúcidamente optimistas. La falta de expectativas profundas en nuestro pueblo, la monotonía y anonimato de la vida, los ¡epetidos fracasos, la experiencia frecuente de impotencia... desgastan y

queman nuestra ilusión fulgurante, pero sin raíces profundas. Educarse en la paciencia es un aprendizaje duro y difícil para permanecer en el tajo, en la lucha de fo¡ma activa" y esperanzada de acuerdo con las leyes de crecimiento del Reino de Dios: «La tie¡ra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,28). La paciencia no es atonía, sino <
5.

Educarnos en

la

afectividad

No hay auténtica vida humana sin reciprocidad en el amor, es decir, sin amistad. Nuesua sociedad marcada por una mentalidad de mercado, burócrata, tecnócrata

I

.

ANTONIO BRAVO

y

conflictiva está ahogando

la

comunicación fluida. 47

Un sacerdote confrontado permanentemeff€ a la lucha estructural o al juego del poder, corre el riesgo de ser afectado profundamente en su afectividad. Aunque sea indispensable ser efrcaces, sin embargo hemos de tener espacios y libertad psicológica suficiente para eI encuentro gratuito de las personas. Por ello nuestra presencia en las est¡uctura§, colectivos y organizaciones ha de coniugarse con la relación personal cálida. Es la actitud del pastor que ama y conoce a sus ovejas por el nombre y es conocido

por sus ovejas. Se da con frecuencia una distorsión profunda

en nuestra personalidad ministerial al no saber equilibrar nuestra lucha estructural con el eacuentro Pexsonal. Estamos, Pues, iflvitados a encontrar a las personas en su dimensión social y en la estructura a lab personas-

Tampoco aquí la ley del péndulo resuelve bien las cosas. Ni espiritualismo vacio, ni materialismo sin sentido. Los hombres no existen más que en relación al mundo, y el mundo no cobra sentido más que por el hombre. La presencia misionera del sacerdote puede y debe aportar este equilibrio crítico tanto a los sindicatos y partidos como a los militantes, marginados

y

clases que buscan

la dignidad del

hombre.

Mis ¡elaciones son muy parciales. Entre otras cosas, Porque me he centrado en el sace¡dote respondiendo a la intencionalidad del número. Pero quiero termioar subrayando ia necesidad de una presencia misione¡a de la Iglesia en la clase obrera como en lo político. Los semina¡ios, instituciones de formación del clero y los proyectos pastorales de las diócesis están llamados a abordar con seriedad este punto, en la dobtre vertiente de las condiciones humanas y pastorales necesarias P¿ra que sacerdotes y Iaicos testimonien al Resucitado fuera de los muros de la institución eclesial. ¿No apuesta por aquí la llamada del Espíritu?

,

48

EL

SACERDOTE

EN EL TiTABAJO Y LA POLITICA

MINISTERIO SACERDOTAL

Y CELIBATO

Por JuaN Manía Unranrn

<<El cel'ibato apdrece en nuestror día¡ como una de la¡ realidade¡ más origind.es y más contefiad.as del cri¡tiani¡nzo. El bistoridor sabe que lo ba si'd.o a¡í de¡de sw¡ orígene¡» (Jacqurs PonInn).

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El presente trabajo no pretende ser un aPunte teológico sobre la relación existeote entre ministerio y celibato, sino la reflexión de un creyente que no posee para aborda¡lo sino estos ues títulos: 5s¡ célibe desde hace 25 años;



-61 el haber sido testigo cercano de la experiencia - sace¡dotes y seminaristas;

id

-

.,.,¡j

ih

2

célibe de muchos

el haber realizado estudios de antropología sexual y religiosa que le han ofrecido algunos elementos para tematizar esta experiencia-

-t!

El artículo es substancialmente incompleto, pues se sirúa primordial-

.-") ,!

mente €n una perspectiva psicológica. Es más bien el inicio de una reflexión que requiere ulteriores desarrollos.

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I

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I

I. UNOS HECHOS QUE HACEN PENSAR 1. La vida

sexual de los sacerdotes

Dos mitos deforman la realidad del celibato de los sace¡dotes. El prilo retata como una pura fachada púbüca y oficial que escoode una

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JUAN MARIA URIARTE

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49

y clandestina- El segundo lo imagina como uoa pacifrca posesión de algo consolidado, al abrigo de grandes difrcultades y de debilidades.

actividad genital privada

Existen sace¡dotes de uno y otro estilo. Pero la experiencia célibe que yo conozco ,no es así. El celibato real de los curas es ,un intento honesto y, muchas veces, un logro aceptable. Pero está lejos de toda imagen idealizante. El sentimiento de soledad, la «necesidad» de ser el primero en la vida de alguien, el ansia de querer de manera encatnada, el deseo de vivir una experiencia etótica compartida, la búsqueda eventual de compensacionefi más o menos legitimadas er¡ la relación con el otro sexo, la tentación de regresar a formas inmaduras de autoerotismo... son moneda bastante corriente en la vida sexual de los célibes. ,Bta constelación no siempre queda conflnada en el espacio de lo «sentido, pero no consentido». En ningún otro terreno son más sutiles ni más cie¡tas las complicidades ent¡e nuestra opción y nuestro deseo. Es nlecesario reconocerlo asi Para no quedar atrapados eo una imagen ¡omántica del celibato sacerdotal.

No es cierto, sin embargo, que este celibato, siempre delicado, sea vivido siempre como vr:-r. carga. Colozco muchos sace¡dotes que mantien€n una opción decidida por su celibato y luchan por mantenerlo y mejorarlo sin crispación, sin sensación de «condenados a ser célibes pa¡a ser curas». Observo en ellos una corulaturalidad con su condición célibe. Esta se traduce en una aceptación vital e incluso gozosa de dicha condición. No es éste, con todo, el caso de ouos mucho§, que viven y sienten el celibato como algo que es hoy necesario asumir para ser sacerdote, pero que no experimentan por él ninguná afinidad vital. Habitualmeote esta situación no es vivida con tintes dramáticos. Pero en la ho¡a de la prueba (llamada del amor, emergencia imperiosa del deseo sexual) la asintonía convie¡te al celibato en una dura carga.

Por otro lado, un porcentaje apreciable de sacerdotes de alguna edad viven su celibato a base de un gran esfuerzo por neutralizar la sexualidad

y

des-sexualizar a la mujer (1).

(1) Una memoria de fln de carera que cuatro psicólogos realizamos bajo la dirección del profesor Vergote sobre una muestra de ciento sesenta sacerdotes de tres nacionalidades arroja las cifras siguientes: 16'5 por 100 vive su sexualidad en eI celibato de manera cohe-Un rente y enriquecedora; un 29'3 por 100 Ia vive de modo aceptable, aunque con problemas; un 40'1 por 100 la vive en un esfuerzo por neutralizar su sexualidad; un B por 100 muestra una aversión pasional ¡, despreciativa por la vida sexual. 1B'5 por 100 muestra en su relación personal y pastoral una ' -Un valoración vital muy

50

aceptable de

la mujer

como

ier

sexuado;

Y

CELIBATO

MINISTERIO SACERDOTAL

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2. Las secularizaciones

sacerdotales

Es simplista ¡educir los motivos de secularización a diflcultades de celibato. Es otjetivamente inihonesto negar que el problema del celibato sea un morivo principal. creo poder afrrmar que enrfe los, motivos explícitamente aducidos por los ruc.idot.r que se secularizan, la imposibilidad vital (a su juicio) de ser célibes ocupa un puesto crecienre. Mientras otros fno-

rivos (conflictos con la jerarquia, rechazn de la iglesia-institución, desidentificación con la tafea sacefdotal, problemas de fe personal) pafeceo estar en regresióq hay dos cuya curva es ascendente. IJno es el sentirse «extraño y deialuado» como sacá¡dor€ en nuesffa sociedad, como una rueda desvinculada de la marcha de la maquinaria dela marcha del mundo. Otro es el celibato.

La crisis del celibato es a veces simultánea e incluso posterior a la c¡isis de otras dimensiones del ejercicio ministerial. Más frecuentemente es antecedente y condicionante de estas últimas. Para muchos curas firmes en su fe y frescos en su trabajo pastoral, la única razón contundente que les induce a solicitar la secularización es la desider¡tificación vital con el proyecto célibe y la identifrcación igualmente vital con el proyecto coriyugal. Una deficiente educación sexual, una inadecuada formación pala el

celibato, gnas temprafins dificultades sexuales y afectivas en el ministerio vividas generalmente sin ayuda ni contraste con ur!- maestro del espíritu, un enamoramiento que va expresándose paulatinamente ve¡bal y gestualmente en lenguaje genital y va «vaciando por dentro» lo que resta de opción por el celibato... son secuerxcias bastante comunes del itinerario hacia Ia secularización.

3. Las vacilaciones

vocacionales de los seminaristas

La asunción de la condición célibe ha sido siempre un caballo de batalla en la fo¡maciónr de los seminaristas. Todo parece indicat que hoy se

nos vuelve particularmente difícil. Educados er unas actirudes más positivas ante el amor sexual, solicitados por una atmósfera social cargada de estímulos eróticos, partícipes de una generación que se caructeriza por una

un 25 por 100 participa de dicha valoración, aunque con-un cierto malestár; un 4lB por 100 sobrevalora a Ia mujer; un 3-9 por 100 se comporta con éUa como con un ser asexuado; un 11'5 por 100 muestra actitudes de menosprecio. El trabajo se titula: Le detsenir humnin et l'attttud,e reli'gieuse du prétre, Lovaina, 1974. JUAN MARIA URIARTE

51

forura de las inhibiciones eo la- expresión gestual entre los sexos, rnuchos de nuestros seminaristas se pleguntan apasiooada y casi reivindicativamente «pof qué es necesario ser célibe pafa ser curar>. He recogido esta Pfeguná en-jóvenes de mucha calidad afectiva, relacional y religiosa, serios án ,o planteamiento de vida, responsables en su trabajo, dedicados con

grrto ,i empeño a actividades aposrólicas, dispuestos a hacer de éstas la Iu."u i".t.ul de su existencia. He podido comprobar su reluctancia a asumir efl este terreno un comPromiso de por vida. Les he visto abandonar con mucha pena el seminario tras años de vacilación y de esfuerzo'

Es cierto que, a pesar de todas las dificultades. hay ióvenes_seminaristas humana y^cristianamente ficos que, con una formación adecuada, se identifican cón el;proyecto célibe en un grado aceptable Para su edad y su situación eclesial. Pero puede temerse con fundamento que este glupo, innegablemente representaiivo de lo mejor de su generació¡., sea el único qo. uu a engrosaf el alumnado de nuestros seminarios. si no se tiene un cuidado lúcido y exquisito, el celibato podría estar haciendo ya de «selector negativo» de algunas vocaciones al ministerio. Jóv9n9s que f9l razones obicuras de temor a la mujer o a su propia sexualidad, por ambigüedades

viri! por uo ansia de dominación, por unas actitudes medrosas para vivir la ruda intemperie y la casi salvaie competitividad de nuestro mundo, pueden experimentar el espejismo de un at¡activo por la vida sacerdotal. No es superfluo el dejar aquí esta observación. en su definición

II.

UNAS DOCTRINAS QUE INDUCEN UNA RESERVA

El debate sobre eI celibato sacerdotal no se aPoya sólo en los hechos. y corrientes de opinión que es preciso

Está sustentado por doctrinas recoger.

1.

Erl celibato, ¿una mutilación antropológica?

La corriente fteudomarxista ha reactualizado en el ultimo decenio las obras de §7. Reich (l 1951). Pa¡a este marxista y psicoanalista («heterodoxo» en ambas confesiones) la sexualidad es una realidad material, energética. La actividad genital adquiere el rango de una necesidad fisiológica e higiéoica (2). El hombre realizado es el poseedo¡ del «carácter genital» (3). Este se distingue no solo por el ejercicio real de la actividad

(2) Cfr. \lf. Reich: La función d.el orgasma, Bs. As., Paidós, 1974. (3) Cfr. W. Reich: Andlisis d.el card.cter, Bs. As., Paidós, 19?6. 52

MINISTERIO SACERDOTAL Y CELIBATO

genital, sino por el Pl,enl ejercicio de la misma, a través de un orgasmo y iiU..u¿o d. iLr¡ibl.¡óttes y complejos provocados Por lolma:..-9j3ltt (4)' famitia de l¿ través a individuo reglas sociales introyectad* .., .i

la actividad genital es, pof tanto, alterar gtavemente el la enetgía sexual en el organismo' Dicha equilibrio físico porque Renunciar a

"t.*á cul.ri.rgi".rtu.rcudu'prárroca alteraciones piíquicas en forma de angustia, pabilidad

y

agresividad.

El celibato

es,

por tanto, un factor que conturba física y psíquicamente

quieo lo al ser humano. I-a sublimuáióo d. la sexualidad no es posible; Célibe neurosis' la intenta, la reprime . irrcr.r. así inexorablemente en es, I)or tanto, sinónimo de neurótico. Reich hao sido asimiladas y Practicadas por amplios movimientos juveniles a 1o largo de la década de los 70' Las teorías de

2. Celibato y

\7-

empobrecirniento de

la

personalidad

La teoúa de Reich reduce la sexualidad a algo biológico y

energético' la clínica en' cteeo enconüar sexo del psicológicas más Otras concepciones diaria de lás célibes alt-eracionás psíquicas que, a su juicio, empobrecen la personalidad (5).

y compartida §uPooe una inversión de .o Íu p.t*ou desáada y querida' Cuando el célibe

La sexualidad genital ejercida nuestro deseo

y ufácto

renuncia a ofrecérselos a un «otro», corre el riesgo, prácticamente inesquivable, de volver sobre su propio «yo» todo ese capital de. deseo y

ui...o. El narcisismo det célibe proviene de

esa concentración masiva sobre

la propia persona de energías piíquicas destinadas a aÍnat y desear al otro.

tu-coirtraiosición popular enire-la solterona obsesivamente preocupada por sí misma y la esposa y madre volcada sob¡e los suyos sería el exponente gráfico

y caicatual de esta teoría-

La sexualidad no satisfecha genitalmente de modo adecuado Provoca en los sujetos célibes utu sentimiento de frustración mejor o Peor tolerado. La subida de la tasa d,e agresividad en la conducta es la consecuencia espontánea de dicha frust¡acióo. En muchas Personas esta agresividad -camLia parcialmente de di¡ección orientándose hacia el mismo sujeto en forma de sentimiento de culpabilidad. La vieia frgara, aireade por la literatura,

(4) Cfr. \¡t¡. Reich: La rétsolution seruelle, Plon, París, 1968. (5) Cfr. la exposición y discusión de algunas de estas corrientes en Coppens: Sacerd,octo a celibato, B. A. C., Madrid, 19?2, particularmente las págs. 479-535. JUAN MARIA URIARTE

5i

del clérigo malhumorado, hutaño, intolerante

y

escrupuloso encaffraria,

según ellos, la verdad de esta hipotesis.

La sexualidad genital vivida como parte esencial de la ¡elación amorosa hombre-mujer cultiva intensamente dete¡minados registros de la afectividad como la ternurar la atención despierta al otro, la capacidad de sentir con é1, el movimiento de entrega de sí mismo hasta el abandono. Cuando ese amor se torna comPromiso estable y, se engendru la famili4 otros sentimientos de protección cariñosa de los hijos, de gustosa abnegación por ellos, de implicación vital en su futuro enriquecen el psiquismo humano y toman cuerpo en é1. El' célibe se niega a sí mismo toda esta esfera de relacióo qo. no sólo enriquece, sino que da encarnadura y estabilidad a la alectividad humana. Tal renuncia no podría menos de uaducirse paulatinamente en un empobrecimiento de la afectividad. Se procede así a una desvitalización de los sentimientos, a una tenden-

a amar más los principios que las Personas, a una neutralización de la mujer como ser sexuado. El empobrecimiento acaba iofluyendo en el tono vital básico del sujeto. La tristeza y la inclinación hacia estados depresivos serían los últimos iodicadores de esta depauperación vital. cia

3. La

<«explosión sexual>»

de nr¡estro

m,undlo

No hay teorías más activas que aquellas que pasan a la sangre de una generación y se convierten en comportamiento colectivo. Tal es el caso de los presupuestos teóricos que subyacen a lo que hoy se llama «explosión sexuab>, es decir, este estallar de criterios. actitudes y comportamientos clásicos en torno al sexo (6). Constituye un fenómeno psico-sociológico de primera magnitud y forma parte de la nueva conciencia y del nuevo modo de estar en el mundo que son propios de las generaciones juveniles. Tiene su expresión simbólica en el «Mayo det 68» f¡ancés. Se manifresta, enrre otras cosas, como tevaloúzació¡ de la densidad antropológica del placer; como repulsa de una normativa sexual limitadora, nacida de turbios intereses sociales; como exigencia de disociación enüe placer y amor

y

entre amor y comptomiso; como reivindicación de la opresión sexual de la mujer; como ¡eacción violenta contra la racionalidad clásica- Se erige en portadora de una libe¡ación sexual que consiste en transformar el cuerpo humano de herramienta de trabajo en fuente de satisfacción er6tica-

(6) Cfr. A.

Berge:

1970, págs. 126-168.

54

La serualtté auiourd'hui, Casterman, MINISTERIO SACERDOTAL

Y

Tournai,

CELIBATO

La obra de H. Marcuse Eros y ciuilizaci'ón (7) y la menos cooocida de N. O. Browa üfe agaiast Death (8) constiruyen una tematización notable

y

autorizada de esta nueva sensibilidad'

El celibaro aparece en esra óptica como una curiosidad ffrra de aque-

Uorlo. ,, nrá sabido descubr-ir o vivir las posibilidades eróticas del .o.rpo humano. Constituye urra fterza rearcionaia en franca

regresión'

qo.tUu.u.otizalaverdadéra fiberación sexual del ser humano' Cuando la p..-.u célibe asume funciones educativas transmite inevitablemente uoa '.rormariou sexual cargada de «tabúes» que pueblan su propio.interior. un célibe es no sólo inéapaz de educar tá*ouLt.tt" a nadie, sino que está aboc¿do inexorablemente a maleducarlo.

1. La ley del celibato otras voces más int¡aeclesiales planrean sus reservas ante celibato sacerdotal.

la ley

del

«Ama¡ y trabaia»» so¡e en expresión de Freud, dos eies -capitales de la existencia humana- La forma coriiente de amar en el mundo adulto es el amor geoital que se en.arna en un compromiso estable' La forma usual de traÉajar en nuesrra sociedad es la profesión. Estas dos formas de relación y áe actividad no son puras funcioo€s exteroas que dejan intactos a sus protagonistas, sino que los modelan, y configuran. -Una persona que trabaji de *na manera y ama de una manera acaba ¡iendo de una manera-

Nuest¡o ministe¡io sacerdotal concreto se carac.eriza en la gran mayo¡ía de los casos pof uoa mafiefa de amar y :¡a§¡iar vetdaderamente singu-

lar y distante dál resto de los mortales. ¿No le condenan estas condiciones singulares a set vefdaderamente diferente, a sentirse extrañO, en el circuito humano, a no comPrender desde dentror la textu¡a de la vida humana? ¿se puede asumir hoy de verdad la condición humana concreta sin profesión y sia amor Senital? (9). Al margen del este cu€stionamiento radical de la fo¡ma de existencia concreta deI sacerdote, oüo caPíülo de ¡eservas se orienta a impugnar la obligatoriedd del celibato ministerial. Son de sobra conocidas las formuhciües de dichas reservas. El carisma del celibato es eo sí diferente del

(?) Marcusse, H.: Eros a ansilizaaón- Mjnuit, Pa4s' 1970' ^-^ Death,-'Weslev, U'S'A"-1959',Hav iói B;;ú, Ñ. o.: Life asainst títüIo Eros et ihanatos, Drcnoel,.París, 1972. francesa traduóción --iéi Esta "or, "i que reco-ge.Vergote en "Reflexions psychoes la preáunta -."i rrumáin et cñrétien du prétre",- en Vie Spirit' ¿ávenii r. rosi;lGs r"?p1.-isoé, págs. 366-38?. La respuesta es muv matizada' JUAN MARIA URIARTE

55

carisma del ministe¡io. Sólo un abuso de autoridad puede vincularlo entre

sí de manera obligatoria- Tener que renunciar al ministerio por no sentirse llamado al celibato es padecer una violencia injusta por parre de una Iglesia que se erige en defensora de los derechos humanos. Con su acirud intransigenre, la [g)aía pierde o i¡frautiliza un precioso potencial evangelizador que podrían prestarle los sacerdotes casados en ejercicio y los jóvenes candidatos que hoy abandonan su preparació¡ al sacetdocio por dificultades de celibato.

La misma nataraleza del carisma del celibato exige que la instancia de la ley no confi.ube su delicada textura,' Este ca¡isma está hecho de libre ¡enuncia a la primera espontaneidad del deseo humano de amar de maneta encarnada y genital. A medida que el sujeto lo va asumiendo, el aspecto «militar» de la renuncia se dulcifica; su aspecto doloroso se mitiga- Nace una segunda espontaneidad siempre frágil, oscura y opaca en algunol momentos, sosegada y alegre con mayor frecuencia. La ley parece una brida demasiado rosca pzua esta filigrana del deseo humano. Cuando esta opción se rompe y esta ilusión se pierde, recomponeda equivale a

algo así como ¡estaura¡ una preciosa porcelana hecha añicos. Los sacerdotes en quienes los conflictos psíquicos, las c¡isis morales o la praxis de actividad genital han deshecho esre delicado fruto del Espíritu acogen con escépti9a tristeza cualquier invitación a rehacerse. «Sienten» que eso es ya imposible. ¿Tiene senrido seguir urgiéndolo por medio de la ley?

III. UNA OPTICA QUE AQUILATA NUESTRA MIRADA

1. La imposible neutralidad ante e,l celibato Hablar con neutralidad de la sexualidad o del celibato es uaa pretensióo peligrosa. Nadie es oeurral ante la sexualidad. Estamos implicados, posicionados ante ella- El intento de hablar de este rema con rigor cientiñco es loable y ha obrenido logros innegables. Ha dester¡ado muchos temores y mitologías nocivas. Pero tiene un límite. La sexualidad nos tiene a nosorros, no Ia tenemos nosotros a ella. Nunca podemos objetivarla del todo (10).

Por eso, cuando hablamos de la sexualidad y de cualquiera de sus formas de vivi¡la (entre ellas el celibato) mostrÍunos no sólo nuesrras tom¿§ de partido conscienres, sino también aquellas más vitales e inconscientes

(10) Cfr. Beirnaert: "La revolución freudiana", en Estudios sobre la serunlidad, humnna, Morata, Madrid, 196?, págs. 189 y sigs. 56

MINISTERIO SACERDOTAL

Y

CELIBATO

queinfluyeamásdeloquePens¿unosenlasprimeras.Cuandohablamos nuestros deseos die ser,uulidad o del celibato, liablan en nosotros sia sabe¡o nuesrfas experiencias y sueños_, nuestras proyecciones e identihcaciones, ouesrfas secretas envidias y decepciones, nuestras represiones

y-a"*"i"r,

y io*p..rtu.iones. Es mejor

saberlo, pal.a as.igtat

a

cad.a afrrmación

lo.ficiente de complicidad e incluso- §ara evitat la excesiva injerencia

u¡ de

nuestro inconsciente en nuestlo lenguaje coosciente'

No

sobre debemos, sin embargo, concluir de aquí que nuestro lenguaie

este rema está substancialÁente viciado. Es posible tomar una relativa de' distancia. Nuestro lenguaie está condicionado, pero no necesariamente sexual' educación terminado po, n.r.rmu, ío-u, d. posición' Una buena y una clara cánciencia de las servidu-b.et de nuestro lenguaie en el -tema un permiten nos sexológicas ciencias llamadas las en unos conocimientos (entre ellos, acercamiento válido a esta dimensión humana que muchos (11)' Una misterio ni.".".1 han llamado y tratado como un verdadero

reduccián biológica, psicológica, ética de la sexualidad, es una deformación sub,stancial.

2. El mito de la sexualidad



integrada

por su carácter mistérico la sexualidad se resiste no sólo a sef comprendida plenamentq sino también a ser controlada totalmente. «Integrar ia sexualiáad» en el coniunto de la persona y de su proyecto se ha convertido en nuesrros días en una fórmulá que véla más que desvela la realidad que quiere denotar. Se trataría, al parecer, de poner la u.ida sexual del *¡.a ut servicio del proyecto vital de éste. La dimensión sexual sería dornesticada por la eduia.ión y subordinada, como la parte al todo, a los intereses de éste.

No dudo de que la sexualidad sea educable, y por tanto orientable en algún grado al pioyecto global. Pero la sexualidad no se deja Poseer y dJ-.rt-i.u. de oialguier rnodo. Ti..r. un carácter indómito, turbador, desconcertante, irreduciible a cualquier Proyecto, por noble que sea' El fundador del psicoanrílisis la compara a un «daymon» inquieto, poco PrcPenso a acoplarsi al imperio de otras instancias. No le falta razó* La gente se la oto^rga cuando-cornenta: «el amor es loco». Todo el mundo conoce la magnitud y la frecuencia de las <r que un enamoramiento aPasionad-o inspiia a mucha gente asentada que ueíamos incapaz de cortetedas: esposos que dejan a su familia, madres que abandonan a sus hijos, sacer-

(11) Léase eI precioso prólogo de P' Ricoeur al libro La seruali'dad, Fontane1la, Barcelona, Págs. 9-21. JUAN MARIA URIARTE

17

dotes con prestigio pastoral, entrados en años, que afrontan un porvenir de intemperie socioeconómica..., No son casos ¡aros. Cada uno de nosotros somos un sujeto potencial de estas «
3. Los «<dogmas» de las cie¡ncias; humanas El co¡áctet mistérico de la sexualidad rclativiza toda afirmación humana sobre ella. En el cuerpo central de este arriculo vamos a recoger algunas de estas afirmaciones formuladas por las ciencias humanas. Es preciso que nos situemos correctamente ante ellas: en el justo medio enue la adhesión dogmática y el rechazo escéptico. Los ptincipios que vamos a exponer tienen seriedad y rigor. Son una tematizació¡ de una larga experiencia humana colectiva y de una profunda experiencia cli¡ica de varias generaciones. Valen para expresar, aptoximativarneote, el nivel actual de nuestro sabe¡ sobre la sexualidad. No es honesro mioimizar su alcance. Tampoco es cor¡ecto elevar estas formulaciones a la categoría de axiomas indiscutibles. Las ciencias humanas son jóvenes todaúa. Su estatuto científico no esrá aún del rodo fijado y es incluso discutido. Sus métodos de comprobación no son ran precisos como los de las cieocias naturales y exactas. Es necesario afirmarlo porque es f¡ecuente en nuesüos días una excesiva c¡edulidad coo respecto a cualquier afrrmacií¡ de «la psicología» o de «la sociología». En vimud de «la ciencia» se dice así que el celibato es psicológicamente insano o que la sociología desvela su origen ideológico. O se despacha alegremente el problema del' celibato aú¡mando que todo consiste ,en ¡enunciar a la genitalidad y sublima¡ la sexualidad. Aparte

de que existen muchas psicologías y sociologías diferentes y eo pa¡re contradictorias, ni siquiera lo que puede conside¡a¡se casi como acervo común es axiomáticamente indiscutible en su formulación acn¡al. Más aún: es de esperar que el progreso en la experiencia y en los métodos de análisis muestre el carácter groserament€ aproximativo de nuestras añrmaciones y acuñe nuevas fo¡mulaciones más apuradas que, con tdo, no dejarán dL ser aproximaciones. El misterio de la sexualidad y del celibato es inasible.

,8

MINISTERIO SACERDOTAI

Y

CELIBATO

4.

1,¿

il¡sión paradisiaca de la sexualidad

realizada

mitos Las ciencias no han logrado hasta el momento deshacer muchos posible sea que el que dudoso relativos a la vida r.*oul.i, incluso más siemy deseable lleva¡ esta emPresa hasta el final, ]{ay un mito que renace que engendra' decepciones repetidas las. de p'"ru. t.. d. sus cenizas, u co13 eltecho y Consiste en repr€senta.'lu .*p".i.ncia genital compartida total pacificación la y quietudp"r"it. ¿. l, feticidad h,rmana, .o-Jlu cada:'ez-:u:.surge se reengendra mito iel errático deseo humano- Este en en un sujeto la expectativa cercarra de un encuentro sexual' Movlllza apasionada' y ¿1-; "Áirgiu desÉordante; despierta uo ansia temblorosa del encuentro *r.tttu la desproporción existente entre La consumición la expectativa soñada y la experiencia realmente vividapsicoanálisis no ha dejado de preguntarse sob¡e esta inquietante desprofrrción y de elaborar hipótesis inteipretativas. Freud no dejaba de

El

.orriruiurl" corr sorpresa. La Eicuela de Láca¡ la ha formulado ciendo la distinción entre

estable-

la satisfacción y el goce (jouissance). La satis-

facción es la medida real del bienestar vivido en la experiencia genital; es frustrada e1 goce es la expectativa previa del sujeto, que necesariamente .r, ,oáo .n..r.i.ro erórico. Tal frustración se hace tanto más "n'iur," intensa cuanto menor sea el grado de amor o de ternura en que se inscriba este encuentro. Pero Je vive también en la relación sexual de parejas enamoradas, las cuales suelen relativizar, sin desvalorizarlo, Jo que .ig"in.u para ellos el encuentro genital. Este desajuste entre.satisf.acctí¡ y'go.. cánstituy. una se¡ia pto"bu pata la-pareja, pues.le obliga.a una rut.,¿ubl. adaptáción al «principio dé realidad» y reounciar así ^ la tefltación de buiar ilusori¿Áente il go.. imposible en el cambio de pareia' Cuando un célibe renuncia al matrimonio, al amor, a la vida sexual' no renuncia al encuentro real (a la satisfacción), sino al encuentro soñado (al goce). En el ansia de ser claros en la exposición podría decirse que renÁcia a Ia Dulcinea idealizada, no a la robusta moza de la venta de El Toboso. Y esto ,sigue siendo ve¡dad auoque mentalmente sepa que aquelia relación oo es tan Sratifrcant€ como se imagina' La- renuncia es, pár e[o, más dolorosa. y deja un fondo irreductible de ilusión oostálgica. -podemos preguorarnos .on ígúr, fundamento si el hecho de que las de^seá estadísticamenie más intensas y frecuentes en sacerdotes cepciones secula¡izados tras bastantes años de ministerio que eo muestras normales de parejas co¡rientes (12) no se deberá en parte a !lue, a 1o largo de

(12) Cfr.

gina

Kosnetter, J.,

en

Sacerdocto

g

cclibo'to'

o' c' supra'

pa-

456.

JUAN MARIA URIARTE

59

muchos años, el cura ha magnifcado idealmente el alcance y la densidad del encuentro erótico hasta el punto de l¿o reconocer, llegada la ocasión. como objeto de su deseo el encuentro real que la vida le ha deparado.

El amor sexual compartido es una de las relaciones más densas y más ricas, pero no es ningún absoluto de felicidad. Saberlo y asumirlo es saludable para célibes y no célibes. En esto consiste parte de la soledad de todo ser humano (13).

IV.

ALGUNOS PRINCIPIOS QUE PROFUNDIZAN

LA

BEFLEXION

1. El hombre no puede renunciar a vivir su sexualidad El celibato ha sido presentado frecuentemenre como una renuncia voluntaria al ejercicio de la sexualidad. Esta quedaría reducida en el célibe a los aspectos biológicos inevitables y a impulsos psíquicos no consentidos. Tal concepción no ha sido sólo teórica, sino que ha pretendido eocarnarse en un compo¡tamiento concrero. El célibe intentaba neutralizar a la mujer en su relación pastoral considerándola como <«un alma», un ser asexuado, procurando ajustar su modo de relación con ella al modo de relación manteoido con personas del mismo sexo. Igualmente intentaba ignorar su propia sexualidad, reduciéndola a un elemenro margioal y molesto, a un «aguijón» que había que soporrar sin sucumbi¡ a sus engañosos encanto's. Tal actitud puede coexisti¡ con afi¡maciones teó¡icas, incluso inflamadas, sobre la bondad de la sexualidad y del matrimonio. Esta posición ante la sexualidad es no sólo incorrecta y empobrecedora. sino, en el límite, imposible. El sujeto humano no neuraliza su sexualidad sirc defendiéndo¡e de ella. El montaje de los mecanismos psíquicos defensivos n-ecesarios supone un esfuerzo notable y es tan pasionat y a la Targa tan frágil como aquello contra lo que se defiende. Cargas clandestinas de sexualidad se vehiculan clandestinamente por conductós inadecuados,

En efecto, la dimensión sexual no es algo que se puede coogelar o colocar respetuosamenr€ apafte. La antropología nos enseña qr" ir .r.ru

(1!) Son pertinentes las palabras de M. Legaut en pasado a ¿poruenir? del cri,stiani,smo, Verbo Divino, Estella, ISIZ, pág. b3: ..Ef irombre en su realidad fundamental es un solitario, inclulo aunque no conozca el aislamiento. Lo mismo que muere solo, pese a las a¡lariencias

vive- .solo. El amor y Ia paternidad visitan su soledad. sin iomperla, establecen entre los seres y él una comunión que puebla su soiedad de presencias, sin hacerla desaparecer." 60

MINISTERIO SACERDOTAL Y CELIBATO

dimewión existencial que traspasa la cuadrícula del comportamiento proy se hace presente (como otras dimensiones) en todo comportamiento de la persona. Lo sexual penerra las est¡ucturas elemenpiamente sexual

tales del lenguaje a través del géneto masculino o femenino que imprime (el sol, la tiena). Penerra y deja su ma¡ca asimismo en lo social: no hay pueblo o tribu en los que lo sexual pertenezca puramente a la esfera privada. En el plano de la psicopatología se puede decir a cada realidad denotada

que toda alteración notable del comportamiento sexual se acompaña de una alteración global de la personalidad. El ser hombre o mujer (el sexo) condiciona el modo de conocer, de sentir y de comportarse, por mucho que legítimamente pensemos que las dife¡encias actuales entre los sexos están acrecidas por nuestra cultu¡a concreta. EI sexo influye de manera especial en el modo de relación personal. Un hombre, sea célibe o no, no piensa, no siente, no se comporta idénticamente, ni siquiera en la relación laboral, ante uo hombre que ante una mujer. Podemos afirmar qtue tod,o es sexual en el ser humano, aunque nada es ,ota¡n¿ente sexuzl.

Si es posible uoa manera célibe de existencia verdaderamenre humana, dicha manera no podrá consistir en una denegacióo (i4) de la condición sexual propia y ajena, sino en una asunción de dicha condición. El célibe ha de tener, quiéralo o no, eD la rclacióo humana una vida sexual. Esta afumación, que sorprende todavía, va siendo aceptada en la medida misma en que es mejor comprendida. La psicología establece una diferenciación entre la ¡exualidad y la genitali¿dd. El ser humano no puede renunciar al ejercicio de su sexuaiidad; en cambio puede, dentro de determinadas condiciones, renunciar a la genitalidad, es decir, al modo

genital de relación sexual. Esta afirmación es cor¡ecta, con tal que se precise, en cuanto sea polo sexual y lo genital.

sible, el contenido de

La expresión sexual cobre tres significaciones:

1.'

En la significación más amplia, es sexual todo lo que deriva de Ia condición masculina o femenina de una persona y la contradistingue, por tanto, de la persona del otro sexo. Hay una manera masculina o femenina de trabajar, de jugar, de discurrir, de vivi¡ la amistad, etc...., Esta forma diferencial es sexual en senrido am-

(14) Término técnico cuya definición es Ia siguiente: ,,procedimiento por el cual el sujeto formula uno de sus deseos, pensamientos, sentimientos hasta entonces reprimidos, pero continúa defendiéndose de ellos negándoles que pertenezcan a é1" (Vocabutai,re d,e la psychoanaIgse, de Laplanche.Pontalis, P.U.F., Paris, 1973, págs. 112 y sigs.). JLTAN MARIA I'RIARTE

6t

plio porque nace del sexo de la persona. Pero no es, en modo alguno, genital.

2.'

En una significacióo menos extensa, pero aún bastante amplia, es lo que sin estar ni por su propia dinámica ni por su intencióo ordenado a lo genital, caracteriza la relación y el encuentro entre los dos sexos. Más claramente: todo el mundo de sexual todo

comportamientos di.ferenc'iales qlue et el sujeto de un sexo determinado se despiertan al ¡elacionarse con un 'sujeto del ot¡o sexo. No cabe duda que la relación hombremujer, aun inscrita en el marco de un trabajo profesional compartido, de unas tareas cívicas llevadas en comírn. de una amistad mutua, es cualitativamente diferente de la misma relación con personas de idéntico sexo. Esta relación es sexual. Pero no es por sí misma genital, porque no vehicula necesariameote la inreacciones, actitudes

y

teoción de un acercamiento genital

ni

desencadena uoa dinámica

que conduzca a la genitalidad. más coriente de «lo sexualn lo identiúca coo «lo genital». Es genital aquello que se orienta intencional o dinámicamente a una ¡elación en que la excitación y el placer genitales juegan en una medida cent¡al y apreciable. En su última signiÉcación esta actividad está orientada normalmente al coito. Comprende no solamente el ejercicio del coito con su constelación psíquica de deseos, afectos, etc., sino también todo lo que se llama «actos preparatorios» (el beso, la caúcia, el contacto, el abtazo), incluso en el caso de que los protagonistas excluyan explÍcitarnente rraspasar un determinado umbral intermedio.

1." La denominación

Naturalmente la frontera es fluida y propensa a eogaños. Una actividad sexual en la segunda acepción puede ir uaspasada por uo deseo genital encubierto que confiere un «plus» de significación a la lrqueña muesrra verbal o gestual de afecto en sí «inocente». Cuanta menos lucidez y más ambigüedad exista en la posición de una persona anre su sexualidad, más

riesgo existe de autoengaño.

El célibe se define a sí mismo como alguien que asume y vive

po-

sitivameote la ¡elacióo sexual en los dos primeros plaoos y renuncia, en aras de un determinado proyecto de vida, a vivi¡la el el plano genital. Inmediatamente brota la pregunta: tal renuncia ¿es posible sin quebranto

de la persona?

62

MINISTERIO SACERDOTAL

Y

CELIBATO

2. La sexualidad humana no es un instinto, sino una pulsión

La

res¡xresta

mujeres q,i. pot a tá gniiuliiad,

antecedente es sencilla' Hay- hombres y idendficarse con determinado proyecto de vida, renuncian sin que tal renuncia les produzca un especial quebranto.

a la pregunta

y productiva. Muestran un equilibrio no menor que los no-céiibes. No son excepcionalmente Pocos. Intluso algunos aslxftos de su personalidad parecen afinarse más. Puesto que los hechos sot la más palmaria respuesta a las preguntas hay que concluir que el celibato es posible.

Estas personas viven su ideal de manera positiva

Pero esta respuesta nos deja insatisfechos porque no nos explica cómo es posible el celibato. La reflexión qu" ,rumoi a hacer bajo este epígrafe es un primer paso en la comprensión de ese «cómo».

El sentir común, incluso entre personas ilustradas, imagina al ser humaoo como un centauro con cabeza y torso de hombre y cuerpo de animal. Las «facultades superioresr> serían plenarnente humanas; las «inferiores» (entre ellas la sexualidad) serán sustancialmente idénticas a las de los animales. La condición humana no les afectaría ni las uansfotmaría cualitativamente.

Tal sentir encierra un error antropológico. El hombre no se distingue del animal sólo por sus «facultades supetiores», sino también por la transformación que han experimentado las facultades llamadas «inferiores». La sexualidad'no es idéntica en el hombre que en el animal. El in¡tinto ¡exual animal llega al honzbre modificado y conaertitlo en pwkión, Llamamos instintivo a un comportamiento comPleio, propio de una especie animal, no aprendido sino automáticamente adquirido tras un bteve

período de «rodaje». Se dirige a un objeto bien preciso, se termina en una satisfacción plena y se despierta cíclicamente en el animal Por unos estímulos bien definidos. La acciín instintiva se desencadena asimismo por medio de una secuencia inalte¡able de pasos o Partes. Todo el comportamiento instintivo tiene una base neurológica y muscular muy precisa (15).

Así funciona el comportamiento sexual en los animales. Pero a medida que avanzamos en la escala zoológica y entramos en el mundo de los homínidos observamos uoa mayor flexibilidad en su comPottamiento. El instinto pierde su estructura rígida- Estos animales conocen ya des-

(15). Cfr.

Thinés, G.: Psgchologi,e des aniflwuo, Dessart, Bruxelles,

1966, págs. 23L-285.

JUAN MARIA URIARTE

\

61

viaciones de los patrones de la conducta sexual. Comportamientos como la homosexualidad y el autoerotismo hacen ya su aparición en los animales superiores.

En el homb¡e, situado eo la cima del mundo animal, el rígido círculo del instinto sexual estalla. Los viejos carriles del instinto, sin desaparecer del todo, quedan desbordados y «desnaturalizados». Se cumple la deñnición de Nietzsche: «El homb¡e es el animal no fijado.»

Tal condición pulsional es su debilidad y su grandeza. Su debilidad porque el hombre viene al mundo desguarnecido de su aparato instinrual. No hay nadie más indefenso que el ser humano. Su fuerza, porque al no poseer la seguridad instintiva, está obligado y capacitado Para aPrender, inventar, progresar. El instinto protege, peto fija. La pulsión permite y tuerza a) progreso. Veamos esto más aquilatadamente (16). La pulsión ao tiene ob1eto adecuado. AI cont¡ario del instinto, no hay correspondencia completa

el impulso y su objeto. Naturalmente la pulsión sexual humana est^ oúental,a hacia alguien de otro sexo y Perteneciente a una ftania de edad más o menos precisa. Pero la plasticidad de la inclinación sexual en el hombre es innegable. Por eso son posibles todas las desviaciones, prácti cameote desconocidas en el mundo animal. La pulsión sexual está orientada, pero no d,erenninada. Aquí está La clave de esa insatisfacción perpetua entre

que hace de la pulsión sexual una dimensión ercática-

:

Igualmente la :atilfacción (el fi¡) de la pulsión puede ser multiforme y no uniforme, auoque existe una forma más común y obvia de satisfacción: la genital. Por ello son posibles desviacio¡es de la conducta sexual o¡ientadas fundame¡tahnente hacia el ver o exhibir o hacia el ejercicio de la oralidad. Po¡ eso también es posible como lo veremos más adelante

Ia sublimación. La pulsióo es asimismo más indeterminada en su base orgár;.ica. Las funciones endocrioas, los mecanismos muscula¡es y oerviosos pueden quedar turbados por factores psíquicos o sociales como la culpabilidad, el temo¡ al sexo, la educación, etc... El mismo dinamismo energético de la pulsión está mucho menos sujeto

a ciclqs regulares recu¡rentes como el instinto (épocas de celo). Cu¿ndo existen (como en la mujer) dete¡minan menos mecáoicrmente el deseo sexual.

(16) Cfr. Freud: Los instintos g su,s destinos, Obras Completas, II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, págs. 2039-2052.

vo-

lumen 64

MINISTERIO SACERDOTAL

l,

í.

I

Y

CELIBATO

la sexualidad es uno de los factores que esrá en el origen explicativo de la posibilidad del celibato. Si el obieto necesario de la pulsión sexual humana fuera la persona deseada del otro sexo y si el modo de satisfacción único posible fuera el modo genital, el celibato sería psicológicameote imposible. Negarse a ello sería-no ejercer la sexualidad. Y si ésta es irrenunciable, el celibato equivaldría a una castración no orgánica, pero sí funcional y psíquica. Justamente porque la sexualidad humana eJ pulsión y ésta es plástica y móvil en obieto y Esta natu¡aleza pulsional de

y e¡ su dinamismo, cabe un por mnto, el celibato. Decididay, ejercicio no genital de la sexualidad mente el hombre es un animal que se ha saltado las casillas del instinto. En la valoración del celibato como una perversión hay una concepción fixista, naturalista del ser humano y de su sexualidad. fines

3.

y

«desarreglada» en su base orgánica

Satisfacción, represión, sublimación El carácter ¡rulsional de la sexualidad humana posibilita la sublimación.



i

Es corriente escuchar en ámbitos eclesiásticos que el casado satisface su sexualidad y el célibe la sublima. La afr¡maci!¡ es corfecta con tal que precisemos el sentido de la sublimación y acotemos el alcance de la misma. Si no lo hacemos corfemos el riesgo de utilizar una «palabra-pantalla» para hacernos la ilusión de que comprendemos lo que ignoramos. Comencemos por precisar

la sexualidad son dos

el sentido. La satisfacción y la represión de no son las únicas- La

alternativas reales. Pero

sexualidad puede ser sublimada. \i

fi

r.i ¡=

'I

t

La experiencia nos dice que hay personas jóvenes y adultas que, a al eiercicio genital de Ia sexualidad, dan muestras innegables de madurez y equilibrio vital y afectivo. Su celibato y trabaiat Incluso todo parece indicar que su no les merma para en el origen de la calidad especial que alcanzan en condición célibe está^mat ellos algunos rasgos de su persooa: amoÍ a su tiueq dedicación desinteresada a causas nobles, entrega a multirud de seres humanos'.. pesar de haber renunciado

Esta coostatación, que no se le escalú al mismo Freud, ha inducido al psicoaoálisis a una hipotesis explicativa: el concepto de sublimación. Esá formulada en un lenguaje metafórico e insatisfactorio, pero denota

una realidad existencial (17).

(1?) La falta de una sufrciente elaboración de este concepto es una de las lagunas más notables del psicoanálisis (cfr. Vocab. Psychol.' págs. 465-46?).

JUAN MÁRIA URIARTE 5

&

's

,.§

#

65

La pulsión sexual moviliza toda una constelación de vida psíquica al¡ededor de su objeto y su fin (satisfacción) genital. un mundo vivo de imágenes, deseos, impulsos, intereses, recuerdos, energías creadoras se mueve alrededor del polo del amor genital. La sublimación es el proceso psiquico por el cual este precioso potencial se desconecta de su polo ge-

nital y se orienta hacia otros objetos y fines no genitales que

sean

socialmente positivos y valiosos. De esta mafl,era se suscitan o se intensifrcan toda una serie de tareas y actividades nobles: el servicio a los marginados, la iavestigaciín, la abnegación ,educadora, la intensa actividad religiosa y apostólica.

El proceso de Ia sublimación es lento. No se subliman súbitamente las energías al se¡vicio de la sexualidad por obra y gracia de la opción del sujeto, por firme que ésta sea- Es preciso todo un proceso educativo pata esta transferencia de capital afectivo. La sue¡te de esta labor educativa no es automática- Muchas veces la opción de la persona no consigue movilizar todo este dinamismo en torno al objeto y fin elegidos. Entonces las energías desconectadas del polo genital eogrosan otros centros de interés psicológica y socialmente negativos. Así se produce una condensación masiva de energía vital, interés, imaginación y afecto sobre la propia persona: ,afán de singularidad, preocupación obsesiva por la salud, etc. Hay existencias célibes que ilustran elocuentemente una sublimación realizada: hay otras que evidencian una sublimación fracasada o deficientemente lograda. Según el psicoanálisis la sublimación pasa siempre por un momento de condensación de las energías libidinales sobre el propio sujeto. Pero es sobre todo el proyecto de vida de este sujeto orientado al servicio al otro el que queda enriqu,ecido por esta condensación. El sujeto enriquece así el mundo de sus aspiraciones

y

se adhiere firmemente a é1.

Un idealista

es alguien que ama intensamente su propio proyecto generoso de existencia. Se amaasi mismo aLamar una parre de sí mismo: su «ideal del yo». No todo amor propio está reñido con el amor a los demás. Hay un amor a sí mismo que es necesario para vivir la entrega a una causa noble.

No todas las fases de la vida son igualmenre propicias para empujar mejorar el proceso continuo de la sublimación. Lo son éspecialmente aquellas eo que se tratsfo¡ma cualitativamente el proyecto vital del sujeto: la fase infantil iamediatamente posterior al Edipo (a panir de los siete años), la adolescenci4 el estreno de la paternidad, etc. Es importante, como condición básica, al menos en los momentos-clave, uoa sobriedad en el ejercicio de la genitalidad. La actividad genital inrensa enrorpece la sublimación. Dete¡minados grupos sociales que propugnan una temprana y

y

66

MINISTERIO SACERDOTAL

Y

CELIBATO

to y rotal satisfacción genital como elemento integrante nroprrilJ'^* de corno Protagonistas impetu revoluciooario, tienen un escaso po*táit para vivir intensalnsatisfacción de grado ci..ro o., fa'ta Hace fr'nir..lu. mente el Proceso sublimatorio' ce¡ttada.en torflo Nunca recoge la sublimación toda la vida psíquica (aun en ua régiml' proa poio gni,alie la persona, que sigue--siendo "y llamada permanente. El sueño, las l"ó;¿'d. abstine.rci-ai-.á"áL"r"a* viva a los estímulos fantasías sexuales, el «framb¡e» se*ual, la sensibiiidad necesariasublimación una de cíaras pt".f"t eróticos del ambienre *"mente incomPleta.

cáibe La sublimación no es algo que se realiza sólo en el estado neasimismo es sublimación de dosis ,digá* o f.of*o. Una not"able

sobre todo en el cesaria en la vida conyugal. EI amo¡ tiene que embridar' el deseo- genital que es ;;;e;;-; impulso ..ia,i.. v .-,"rc de novedades ser humano cada de sexual vida homáo. En iealidad la ecúación de la y represión' sublimación §atisfacción, factores: está integrada por esros rres

en Cada uná de É[os tiene una intensidad diferente en cada Persona.y represiónla cada estado de vida. Pero los tres están pfesentes -incluso que se en toda existencia concfeta- Hay siempre un radical indómito, y reconocer preciso que €s y sublimación, y satisfacción resiste a toda

reprimir.

+. Ley y

des¡eo sexual

Hemos visto que

el

celibato como ley para los - sacerdotes

:t, l"y

pslcologlcaconrestado desde algunos sectores eclesiales. Para esclarecel necesaria es su contestación y de de la ley -.rrt" lu signiñcaciándereal sexual y deseo ley entre la relación una reflexióI acerca

La sexualidad confusa y difusa del niño ¡¿6s sin ley' La -educación i..rot qo. la misma madre opooe al erotismo predifuso y fusional del niño respecto de ella, constituJe-n la primera esta Sin infantil. sexualidad Ia ley en la de necesaria, sencia, iebl p..o l.y ,á hay &-sistencia, es decir, un consolidarse del sujeto («sístere») fueta de («ex») la madre. Sin ella el niño se vive a sí mismo como un sí apéndice de la'madre o vive a su madre como una prolongación de aquí' de artancat:' ultetiores psicosis Áirrno. Muchas rnatetna con los primeros

La ley que estructura la sexualid,ad del sujeto y de-flne-su sexo origina .t f.i-.í .rboro de conciencia moral y odenta al niño hacia el mundo ext'ramaterno, es la «ley del padre». El padre, co,l su autoridad amorosa? JUAN MARIA URIARTE

67

va arrancando al niño de ese mundo centrado en la madre. Este distanciamiento, clave del crecimiento humano, signi6ca una dolorosa renuncia por parte del niño a ese paraíso materno donde también su erotismo goza. Cuando la «ley del padre» no se asume bien, el camino hacia la neurosis o hacia la perversión sexual está abierto.

A medida que se va consolidaodo la coociencia moral, esta ley materna, y sob¡e todo paterna, va impregnando no sin resistencia los criterios, las actitudes e incluso los impulsos del niño. La adolescencia con su intensificación de la pulsión sexual supone un acrecimiento del conflicto ley-deseo, que, como vernos, acompaña el crecimiento humano. Ambos polos del conflicto se ¡efuerzan. El deseo es alimentado por el impulso biológico de la pubertad. La ley esgrime su arma: la culpabilidad. Ley y deseo siguen present€s e interlxnetrados en la vida amorosa preconyugal, que conoce las expansiones del deseo en forma de fijación y las limitaciones de la ley en forma de exigencia ética- Ley y deseo caminan juntos en la vida arnorosa conyugal donde el deseo puede mosrrars€ más en su plenitud y la ley se hace carne en la instirución marimonial. Do's constantes r€surn€n este camino de la persona: la coexistencia entre ley y deseo y el cooflicto ent¡e ambos. Fr.rede afirmars€ que la madurez sexual (y, en gran parte, global) de la persona dependeo de esta ¡elación ley-deseo. Si la ley absorbe y niega el deseo, Ia espontaneidad y vitalidad del se¡ humano se degrada. Si el deseo ignora la ley, Ia regresión hacia formas arcaicas y desviadas se instaura. Si deseo y ley coexisten sin interpeneuarse, se suceden las alternancias de rigorismo y la:
No hemos de creer, sin embargo, qu€ esta interpenetración -cuando es algo estable una vez adquirido. Es un equilibrio conflictual, siempre Írágil. El fondo pulsional se resiste a doblegarse ; la ley misma se carga de elementos pasionales y represivos. Este desajuste es fuente de desasosiego, pero es taL vez la clave de la fecundidad y de la creatividad 56

d¿-

humanas.

(18)

Schneider,

na, 1970, pá9. 68

K.:

PsAchopathologie cli.nique, Nauwelaerts, Lovai-

176.

MINISTERIO SACERDOTAL

Y

CELIBATO

Aplicando esta visión al tema del celibato, el problema se plantea correctamente así: la forma de existencia célibe impuesta po¡ una ley ¿riega el deseo?, ¿lo enfrenta irreductiblemente con la ley?, ¿permite una interpenetración creatiya? Deiamos planteado el problema para recogerlo en la parte siguiente del artículo. Pero digamos de pa.sada que algunas defensas cer¡adas de la ley del celibato parecen tan pasionales como otr¿s contestaciones crispadas contra dicha ley.

V.

UNOS RASGOS QUE RETRATAN AL CELIBE POR EL REINO DE LOS CIELOS

Si la sexualidad traspasa toda la persona, si el modo de vivirla deia su marca en todos los ámbitos del ser humano, el celibato, que es un modo singular de vivir la sexualidad, ha de rnafcat actitudes y comportamientos del sujeto. Vamos a recoger algunos rasgos más salientes de la personalidad del célibe. Al hacerlo, vamos a tener en cuenta especialmente aI célibe cristiano y sacerdote.

1. La relación singular entre deseo y

proyecto

El deseo humano en su forma de amor genital estable y el proyecto en su forma de trabajo inscrito en una profesión con proyección hacia la sociedad son, para el joven y el adulto, dos pitrares fundamentales de su equiiibrio (19). Una crisis fuerte padecida en cualquiera de estas dos ve¡tientes descompensa fáciknente la totalidad de la vida. En las personas no célibes, deseo y proyecto tienen su mutua relativa autonomía. El proyecto no se sirua puramente en función del deseo; el deseo no se subordina plenamente al proyecto. Así una persona que no se siente suficientem'ente rcalizada en su trabajo puede encontrar en su vida conyugal y familiar un elemento compensador que le ayuda a tolerar el coeficiente de f¡ustración generado por su deficiente realización profesional. Igualmente, alguien que no acaba de encontrar en su vida conyugal y f.amrliar un nivel de comunión aceptable puede encontrar en su trabajo un espacio de realización que le aytda a tolerar las deficiencias de su relación amorosa.

El célibe sacerdote vive más unita¡iamente deseo y ptoyecto. Estas dos dimensiones no se encarnain en dos realidades diferentes como la pro(19) Utilizamos este binomio "deseo-proyecto" acuñado por cuela psicoanalítica protagonizada por Lacan. JUAN MARIA URIARTE

la

es-

69

fesiónylafamilia.El«haPuestosucofazónallídondeestásuobra» se funden en la Iglesia' y más en tLeclercq). Su «familia» y ,u utajo' parroquia o iot.r.ro".n aquella por.iót de iglesia a-la que sirve; suaquéllos para decir' es enfermos, sus diócesis, sus grupos o alumnado, de uno ante a mi Estamos, iuicio' ministerial' servicio sri q"t"r"r'r"i¡rí y casados' célibes ür;;;g* ;ás profundos y más diferenciados enre Tal convergencia de

deseo

y de proyecto,

verdaderarr¡ente sin¡¡ular, no

que el célibe bien deja de entraña¡ consecuencias.'La piimera.consiste en (caet-eris,Paribu¡) superior intensidad o,,i su trabaio.., rcalizado «erotiza» interés' ai no-cé1ibe. Como fruto de la sublimación hay todo un muodo de Esta tarea' de-su obieto el ;;;;ró" | á. uf".,o que se transfiere sobre

faa cuando ---
y pioductivá porque farorece el amor a muchos' Este amor ie posttivi '.1'trub*¡o ,. oo.iu, rurina y encuemra cada día su rovedad. i;oiá;;;. ñrii" p".au n gu, iu fecundidad y la autenticidad de este amor pastoral más ináspecífico que el genital y más extenso que éste'

pero la erotización de la ta¡ea requiere una condición célibe asumida. cuando no es éste el caso, la tarea pastoral se convierte en vehículo de

uo deseo que busca, camuflado' aquello a lo que no ha renunciado verda-

un estilo de amar sospechosamente emparentado con aquél al que ha renunciado. ciertas maoeras pegaiosas, excesivamente expresivas, inquisidoras de la intimidad de las personas, demasiado preocupadas de ser correspondidas, ¿bsorbentes, tendentes a sinque aparecen en la conducta de algunos célibes, gularidades no sin fundamento, en uoa transferencia incorrecta ñuaa' p.rt-,^^rrid*,

.deramente_ Este célibe amará con

ía otas maflefas defectuosas que nacen también de una condición cétibe no asumida: el no amar de verdad, Pfofundamente, a nadie. La extensión del amot a muchos se convierte en un «alibi» que caben

todav

nos dispensa de amar en verdad. La abtegaci,n, la fidelidad, la tolerarrcia propias-del amor verdadero no existen. uno se pregu,nta si merecía Ia pena rar;lta alforja pafa tafl corto viaje.

Una segunda coosecuencia deriva rodavía de esta singularidad de la .condición .7tib". Si el equilibrio del casado está asentado sob¡e dos ¡aíles (el amor y el trabajo), el áet célibe, que los ha fundido, está aseatado sobre 70

MINISTERIO SACERDOTAL

Y

CELIBATO

un único raíl. Es, por taflto, más delicado. Las c¡isis del sacerdote en su tarea (por difrcultades evangelizadoras, Por desconexión con los resPonsables mayores, etc.) inducen más fácilmente la crisis del celibato. Recíprocamente, las crisis del celibato influyen asimismo más vivamente en la cali-

dad

e

la acción pastoruL Tarca y deseo están más en el céIibe y. por ,ello, la crisis que afecta a dos dimensiones repercute más de cerca en la oua.

ideotifrcación con

estrechamente vinculados

una de estas

2. EI desarrollo de la

dimensión oblativa

Demanda y ofrenda son dos dimensiones ir¡enuociables del amor humano, en cualquiera de sus formas. Ambas se expresan con rnuchá Profun-

didad en el amor genital.

de una cuádruple experiencia humana: la insatisfacciót\ la conciencia de ser incompleto, la soledad y la inseguridad. Quiere halla¡ en el otro la satisfacción y la coriciencia de plenitud. Siente la necesidad de que su soledad sea visitada por alguien. Busca que alguien le conforte en su siempre amentzada seguridad de ser digno de ser amado y deseado. La

denzanda (llamada también dimensión «captativa») nace

(denominada asimismo dimensión «oblativa») se siente por el encarito del otro e impulsada a diescongelar la nativa desconÁanza, a ent¡egarse y «perderse» en el otro en un movimiento de entrega. El bien, el crecimiento, la felicidad del otro se convietten en polo de atracción y preocupación. El otro es un valor en mi vida-

La ofrenda

at¡aída

lo que puede afirmat una ética maniquea, ambas dimensiones y se potencian mutuarnente en el amor genitalLa dimensióo captativa «solidifica» al amor, lo concreta: el deseo se fiia en la persona querida. La oblativa impide objetivar el ru del otro y reducirlo a alguien a mi disposición. Contra

se entrelazan, se protegeo

El amor genital es, €n collsecuencia, ¡imétrico: por su propia ¡aivaleza pide que la entrega del otro se haga en el mismo registro que la suya propia. Desea al otro, pero, al mismo tiempo, pide que el otro le iletsee áe la misma manera. Se entrega al otro, pero pide que el ot¡o se le entregue de la misma maneta-

Otros amores humanos (pot ejemplo, el parental) son asimétrico¡: requieren alguna correspondencia, pero no en el mismo nivel. de calidad e intensidad en que ellos ofrecen su amor. JUAN MARIA URIARTE

7L

El amo¡ célibe es, en este sentidq un amor asimétrico. El célibe bien rcalizado re caracteriza por el desarrollo especial de la dimensión oblativa de su amot y po¡ una notable reducción de las urgencias captativas inhereotes a todo amor. Es un amor capaz de dar mucho requiriendo poco a cambio. Su amor es mucho más a{ecto que deseo, entrega que demanda. Le bastan las normales señales de ser valorado, estimado, agradecido en ocasiones. Le es suficiente la satisfacción de ver crecer a los que ama para senti¡se gratificado y motivado para seguir amando y sirviendo. Este amor frágil e «inverosímil» como la vida que asciende, comport¿ también sus riesgos. Cuando no hay una aceptacióo vital del vacío que deja el celibato. el sujeto se convierte, muchas veces inconscientemente, en un <<emi'sor de estímulos eróticos» que son registrados y respondidos por otras personas. Hay maneras de apretar una manq de mirar, de prolongar una conve¡sación, de exhibi¡se, que son «llamadas seductoras inconscientes» dirigidas al otro sexo. Estas personas suelen tener graves dificultades y despiertan, sin pretenderlo explícitamente, eoamoramientos f¡ecuentes en las personas a las que tratan. La demanda funciona clandestinameote.

En otras ocasiones no se trata de una demanda de amor, s,ino de un ansia de posesión. El sujeto «cobra en especie», en fo¡ma de dominio, exigiendo hábilmente ser admirado, aceptado acríticamente, consultado siempre. La constelación psíquica que acompañaria aJ amor geniral se desplaza sobre la «volu,ntad de poderío» de la persona, por utilizar una expresióe de Adle¡.

3. El celibato y el ideal cristiano y

ministerial

Las reflexiones que van incluidas bajo este epígrafe requieren, para bien comprendidas, algunas punrualizaciories:

1." No prejuzgan la existencia de razones históricas

ser

que habrían in-

fluido fue¡temeote en la introducción del celibaro ministerial. La vida monásrica como ideal de entrega c¡istiana y los problemas

'

-

sociales, pastorales y económicos ocasionados por el marrimonio de los sacerdotes suelen se¡ considerados como los factores que

de hecbo indujeron a la Iglesia a prescribir el celibato obligatorio (20). La reflexión reológica que descubre ulterio¡mente una gran convergencia entre sacerdocio

y

celibato, estaría fuertemente

(26) Cfr. "Célibat religieux", en Encycloped,ia Unioersolis, vol. IV,

pág. 14, col. 1." 72

MINISTERIO SACERDOTAL ,Y CELIBATO

condicionada por estos dos factores. No es mi propósito, ni está dentro de mi competencia, confirmar o infrrmar esta tesis. 2."

Tampoco pretenden mis reflexiones formular M,zoneJ que aboguen .o pio de l,a conveniencia de vincular sacerdocio y celibato. Tales ,rrórr.. habúan de nacer de unas consideraciones teológicas y pastorales que no son el obieto de este trabaio.

1a

pretensión es subrayar la afinidad, el pmentesco psíqai' co existenie entre determinadas características cenuales de nuestra fe cristiana y de la tarea sacerdotal y la vivencia del celibato. Dicho más claramente: la experiencia sacerdotal y la experiencia célibe encie¡ran puntos importantes de parentesco psicológico' Este parentesco puede aPortar un Punto de partida para - una ulteriór reflexión sobre las relaciones entre sace¡docio y celibato'

Mi ú¡ica

1.1. El Dio¡ Inui¡ible qile no rc deia poreer La magia pretende affapü la faetza de lo sagrado para utilidad propia' La religión pletende buscar a un Dios a quien percibe como_el-Valor Supremo de iu vida. pero está tentada de poseer a Dios e¡ vez de cleiarse poi... por éL La fe subraya este carácter inasible e impalpable de T)ios. fu A. f. no permite siquiera su representación- La fe en el Nuevo Testaque tenemos, sino que por ella Jesús «nos tiene»' El mento no "i algo es un ídolo, no Dios. Dios poseído Este dato central de nuestra fe requiere una ascesis en la misma búsqueda de Dios, un renunciamiento a quedar fijados en determinadas represlentaciones y actitudes, un soportaf la oscuridad de la fe y el silencio de Dios. Los mejores creyentes han gemido siempre en la oscuridad de esta tiniebla. Todo parece indicar que este silencio se hace hoy más esPeso y más c¡ucifrcanre para el verdadero buscador del Dios de Jesucristo. Hoy y siempre, el pastor de la comunidad cristiana habrá de invitar a los crey.nt.t , interna¡se en el espesor de esta nube, con el testimonio de quien áenodadamenre peflerra él mismo por delante a la búsqueda del Invisible.

No deja de haber una sorpreodente sintoníe psíquica entre-el movimiento de busqueda de esta <<presencia ausenre» de Dios y el celibarc sace¡dotal. El sacerdote lleva'siempre err su cofazóo y en su catne un vacío q\e no ¡e llerm con ndo, La rcLació¡ pastoral, la amistad, Ia conciencia de ser útil, la oración ayudan a asumir el vacío, pero no lo llenar¡- Es preciso ¡econocerlo con honestidad. El celibato vivido auténticamente nos induce a vivir el amor y la sexualidad sin la encarnadura del amor genital sin «palpar ni ver»r, sin descansar en la acogida y el deseo del otro, sin suJUAN MARIA URIARTB.I

7i

cumbir a la ,ilusión de la plenitud alcanzada. Su experiencia célibe ayuda al sacerdote a comprender más profundamente, a acePtat más plenamente, a vivir más gozosamente y a confesar más persuasivameote la oscura experiencia del Dios de Jesucristo

No dejo de ent¡ever que esta experiencia singular de Dios entraña en algunos célibes el riesgo de incurri¡ en una caricatua: la histeria religiosa. En el corazón de la histeria subsiste el «deseo del deseo insatisfecho» (Vergote). Por una deñciente y arcaica esuucturación de su sexualidad el histérico desea desear, pero no satisfacer su deseo. Lo que él anhela es

experimentarse a sí mismo, transportado y exaltado por su propio deseo, la manera como un adolescente montado en su moto desea más el vértigo de la velocidad que el término al que se dirige. Por eso, todo lo absoluto que, por se¡lo no se alca¡za nunca del todo, le seduce especialmente. Dios, se convie¡te pala elTa en el emblema imaginario de su deseo (21)a

Con todo, una falsificación no invalida el modelo original. {Jn riesgo es uoa tentación, no una fatalidad. La vida de muchos célibes está ahí pa¡a testificarlo.

3.2. El Dio¡ Ab¡oluto

que

lo pone

tod.o en rela¿ión

a El

La experiencia amorosa genital despierra una expectariva de plenirud, frustrada en parte en cada ¡elación amorosa ¡eal. La plenitud es una ilusión. Pero esa ilusión renace corio un ave féntx, a pesar de todas las experiencias, cuantas veces reemerge el deseo. Pocas realidades humanas (tal vez ninguna) se nos presentan con un halo de absoluto comparable al del deseo sexual. Es probable que la distancia (¿recelosa?) ante la sexualidad que traspasa la moral cristiana t:razca jtstamente de la inruición, no formulada, pero viva, de que la sexualidad se erige con una pretensión de absoluto que rivaliza con el Absoluto de Dios. El homb¡e y la sociedad propenden a mitiáca¡ y a absolutizar rcalidades imperfectas, caducas y, a veces, opresoras. El Btadq el partido, la fortuna económica, la revolución... son los dioses de nuesr¡o tiempo. El sacerdote ha de se¡ un vigía siempre alerta para que la comunidad cristiana descubra estos ídolos del mundo y sus propias tentacioaes idolátricas. El ha de procurar que la comunidad acepte a Jesús como Unico Señor que no se compagina coo otros señores y como el Unico necesario, es decir, el único Valor Definitivo en quien adquieren definitividad todos los valores del mundo.

(21) Cfr. Vergote: Dette et désir, Seuil, París, t4

1978, págs. 185-204.

MINISTERIO SACERDOTAL Y CELIBATO

raLa renuncia voluntaria al ejercicio genital de la sexualidad por ante si y confesar pat1 reconocer zones religiosas es una manera viva de hombre. la comunidad c¡istiana que Dios es Dios, el unico Absoluto del a un religiosa raz6\ Úfia deflnitivamente renuncia Por cuando alguien diciendo está y. necesario' en absoluto qo. ti.rd. a erigirse ;;;;;; -to vida hay más absoluto que el Señor .o,, ,,r" op.ión misma qo. .. .no a este Señor como el Unico Neanuncia que Tesús. Cuando or, ,u...áot .i ..ributq pulub.u y vida, anuncio y testimonio, están ¿.;-;;; ;;;rd"; po, .r.u idéntica dinámiia y pueden (deben) potenciarse mutuamente.

Elriesgoinherenteauncelibatoquehundesusraícesenestaactitud

ser el menosprecio de toda realidad que no sea el Absoluto' falaz, la Ante Dios todo deviene uhumo y sombra». El amor humano es fiesta y tatsa po'udu', la política u¡a orru

,.flgio*li"de

vida «una noche en

-^lu

.la

un rlgorlsmo una pérdida de tiempo. Tatr menosprecio puede encarflarse en la debilidad' con iotolerante goie e al ascético que se muesrra descon6ado esencialmente es despicere rcrrena y del mandi contemptu¡ La ascética d.el verdad, condena la vida o la convierte ü"it*r- ii .ro uármu la ot.u medáfaltan célibes que encarnen.esta desvia,írobolo de la Vida. No ;;; efl uoa actitud vital positiva que atraigao pJ los faltan ;poco ;t;i humano su fe en la bondad ser d-el uÁo'o'^ y .róiiiu, capacidades *t. lu, ser más en el de la creaiión y su .rp..u*á en que «todo está llamado 'a Señor».

i.3.

La construcción del sacerd.ote

d,e

la famili'a tle Diot, enz|'eño

y

herencia

ElcelibatodeJesúsestámotivadopofsuentregaalReino.Consiste

de atención' en un volcar enla-tatea de construir el Reino toda Ia úqueza i^t .ér, pasión Senerosa e imaginación creadora posibles' hasta el punto carne il;;; io qo.pá vitalmente formar :una farnilia nacida de la propia para eniamiliat posible un ProPl-o Proyecto y ,urrgr" (22).-Renunciar a íus energíus vitales a- la consirucción de la familia de Dios.

|r"j*"iáa"r

ElsacerdoteestállemadoacultivaryconstluiregaPafteconsciente

del Reino se del Reino que es la Iglesia' Ha de hacér. que los valores Un valor lglesia' efr-la se testifiquen y se'purifiquen vivarl encarneo, se en la desPertar rrascendental del Reiná ha de céntrar su áedicación: fraternidad' Iglesia el sentido de frliación y de

--
eI sugerente artículo

nales sobre eI celibato-áá

¡"-.li

Salamanca, 1976, Págs. 62-93' JUAN MARIA URIÁRTE

Gz' Faus titulado "Notas marglLa teotogío de cada dío, Sígueme'

de-

" ""

7'

Una de las virtualidades más específicas del celibato p¿uece consisti¡ en la capacidad y predisposición a ungir la ¡elación humana de un talante fraterno, cercano y familiar que conrrasta con la fría corrección de las «¡elaciones públicas», con el acento funciooal de las relaciones labo¡ales

y con el recelo y

distancia de

la

relación anónima de

la

ciudad. Este

talante frate¡no se plasma eo la acogida del otro, en la ofrenda geoerosa de nuestro tiempo, en la mi¡ada limpia de prejuicios, en la escucha atenta, en la ausencia de otros intereses que la relación misma.

Esta inflexión del modo de relacionarse., esra cuali6cación especial me parece fruto de la sublimación. Las energías vitales susraídas a la sexualidad siempre guardan una «marca de fábrica», un sello de origen. En este caso enriquecen la ¡elación pastoral con unos rasgos que guardan su par!-ntesco con la cercanía confrada y familiar propias de la sexualidad. La paternidad y el amor se viveo transfo¡mados en otro registro de la relación. El potencial padre y hermano de pocos se convierre en padre y hermano real de muchos. La ausencia de familia propia «familiatiza>> la rclación con la familia de Dios.

Si el celibato modifica de esta manera la relación, esrá en

sintonía

vital con el empeño capital de la vida del sace¡dote: fo¡mar la familia de Dios. El modo de relacionarse del célibe dará cuerpo a su mensaje y creará e¡ el seno de la comunidad una corriente de ¡elación ma¡cada por uo coeficiente mayor de familia¡idad y de fraternidad que puede ayudar a comprender y a asumir progresivamente las exigencias prácticas de Ia fraternidad cristiana.

A la luz de esta posibilidad existencial del célibe resultan, por contraste, más grises algunas formas de vida concreras de célibes en quienes la relació¡ pasro¡al no esrá impregnada de esta cualidad de «fraternidad extendida a muchos». El sace¡dote que reduce su ¡elación a r¡n grupo muy

restringido de «íntimos» o que en la rclació¡ pastoral adopta acritudes de frialdad, de pura corrección o de discancia no exrrae de su propio celibato el «toque» que tiene que dar a su trabajo gastoral

4. Ministerio y celibato

obligato,rio

Es éste el momento de ¡etomar una pregunta que nos hacíamos al final de la sección IV de esre artículo. La Iglesia larina escoge a sus sacerdotes sólo entre los que están dispuesros a ser célibes. El celibato es, por tanto, p¡eceptivo para quien quiera se¡ sacerdote. Tal situación ¿respeta 7a ¡a¡raleza de la opcióo célibe? 76

MINISTERIO SACERDOTAL .Y CELIBATO

Entendárnonos: la pregunta a la que intento responder oo es si debe

manrenerse o no la ¡elación vinculante entre celibato y mioisterio, sino esra orra mucho más modesta: ¿]nay disarmonía entre la opción célibÉ y la obligacióa de sedo para eietcet el ministerio? La respuesta que damos n .rt, ,Jgooda pregunta nos ofrece elementos paru la primerl cuestióo, pero no i=" r.rrr.lo. uotomáticamente. Por otro lado la fidelidad a la inspiración de todo el artículo postula que nos arengamos sólo a la segunda.

En principio hay que afirmar que opción célibe y ley del celibato para ,uc.rdoLs oi t" ,*ilny"o mece¡mitmenta. La sexualidal humana está siempre marcada por la ley. El celibato es un modo de vivir la sexualidad. La iey del celibato impidl el ejercicio genital de la sexualidad. La natvraleza dá h sexualidad humana hace posible el vivir positiva y productivamente la renuncia a Ia genitalidad. Poioüo lado, entre la inspiración fundamental del sacerdocio y1a del celibato existeo afrnidades importantas que sugieren üra c6nvergenii". E, eI contexto de todas estas circunstancias, la existencia misma de ta ley no desnaturaliza la viveo.cia del célibe, del mismo modo que la ley deícuidado de la propia salud no priva de espontaneidad a la alimenmción o al descanso.

La opción célibe ¿es ayudad,a positiaamente por la ley del celibato? Cuando la opción se vive de manera sosegada sin que el celibato sea puesto en cuestión, la ley no Parece ni estorbarla ni ayudarla mayormente. Simplemente está ahi como un dispositivo de emergencia. Cuando la opción se vuelve problemática y entra en crisis, la respuesta a nuestra pregunta se hace más complicada. En muchos casos, el catácter obligatorio del celibato suscita en el sacerdote que no querría secularizarse un sentimiento de repulsa y de rebeldía en el que resuena, amplificado, el inevitable conflicto ley-sexualidad que ¿comPaña a tdo el crecimiento humano. Esto se hace patente sobre todo en casos muy frecueotes de sacerdotes de fue¡te componente materno que han interiorizado deficien-

temente Ia «ley del padre» (23). E¡ estas circunstancias la obligatoriedad parece jugar en contra de la consolidación de la opción célibe en el sacerdote etr crisis. La ley exaspera su deseo en vez de sosegado. La volun' tad de transgredir, la «rebeldía frente al padre» acrecienta el deseo-

En otros casos, en que «lia ley» (en el sentido amplio de no¡matividad) haya sido co¡rectamente introyectada de manera que el suieto la valore

y

estime vitalmente, la obligatoriedad del celibato puede ser una ayuda el único que ha de ¡ehacer esa opción maltrecha) reencuentre el camino de la fdeüdad a la opción realituplenzerutaria para que eL amor (que es

(23) Cfr. Ledoux: "Le prétre et sa mére", Vie Spirit Suppl., número 87, noviembre 1968, págs. 543-561. JUAN MARIA URIARTE

77

zada y vivida hasta el momento de la crisis. No hemos de desechar a la Ligera este «ayo que nos puede conducir hacia Cristo». El realismo, la experiencia y la psicología clí¡ica nos enseñan que en las motivaciones reales y complejas que inspiran y rnantienen nuestras olxiones hay amor, interés y ley. Pretender las motivaciones químicamente Puras es ignorar orgullosamente la condición humana.

En casos, tampoco infrecuentes, en que la crisis del celibato recae sobre personas con uoa frjaciór, rígida en la ley (obsesividad, escrúpulos) la presencia aplastadora de «la ley» se enca¡na eo la obligatoúedad de e¡ta ley del celibato. Esta obligatoriedad acentua el imperio despótico de la ley en el sujeto. Su presencia hace más difícil la autonomía psíquica de

éste.

Hay, por último, siruaciones en las que el proyecto célibe parece definitivamente muerto. IJn desencanto progresivo que viene desde antiguo y se traduce en uria desidentifrcación vital con respecto del celibato, un amor genital expresado y vivido no como puro episodio, sino como un modo de relación usual, una crisis intensa que desvela graves deficiencias en el desarrollo sexual y afectivo del sujeto, etc., son situaciones que solo teóricamente lson reversibles. En la ptáctica existe una imposibilidad vital de ¡ehacer el proyecto célibe. No recaigamos en rula coocelrción «energética»» de la voluntad humana. La voluntad requiere un humor vital de fondo que no le sea muy desfavorable y exttae al menos gran parte de su fuerza de las llamadas «pasiones humanas». Sin estas dos condiciones, la llamada del ideal le deja inerte. Cuando el humor vital está averiado y la orientación de los dinamismos pasionales está muy cuajada en una dirección conraria,, los esfuerzos de la persona y de su entotno por recuperar

la identificación perdida, resulta¡, en la inmensa mayoria de los casos, y costosos. En estos casos, parece que el bien del sujeto debería

estériles

conducir, salvo bienes mayores en cuestión, a una vía abierta a la secularización.

Todo este debate nos conduce a la necesidad de suscitar, alimentar y educar la opción célibe como un valor evangélico en ¡í mi¡mo y no puramente de su conexión con el ministerio. Cuando el celibato es "n función algo que se acepta un tanto alegremente como algo que entra en la «cesta total» de la existencia sacerdotal o se tolera como algo que «hay

que trag¿u» p¿ua ser sacerdote, es

lo

más probable que las vicisitudes de

la vida coloquen esa débil opción en una situación insostenible. Presenta¡ el celibato en sí mismo como posibilidad antropológica aceptable y como valo¡ del Reino, suscitar una inversión de capital afectivo de la persona en torno a é1, ayudar a descubrir las principales diÉcultades, a purificar las motivaciones, a situarse con ¡ealismo en un camino hacia su consolida78

MINISTERIO SACERDOTAL Y CELIBATO

vivir la sobriedad sin la cual ser célibe es un imposible, a- comuoica¡ los avatares de su propia vida sexual, y a otar y pedir el don del celibato.., se nos conviefte en una tafea no sóIo necesaria, sino especialción, a

mente urgente.

VI.

CONCLUSION

No pretendo fesumif mi artículo, sino recogef sucintamente sus líneas de fuerza fundamentales. Son las siguientes:

1.

Afrrmar

antropológica del celibato como forma de y productiva; como eiercicio no como limitador de unas sexualidad; la suÚimado de

la dignidad

existencia capaz de ser positiva

genital

y

y suscitador de otras. Subrayar eL ca¡ácter delicado y siempre frágil de la exjstencia célibe. sometida a múltiples riésgos de deformación o degraclación' Esmblece¡ al,gunas afinidades entre la aiaencia del celibato y la del potencialidade§ humanas

2. 1.

ministerio.

4.

Situar el conflicto «ley-libertad» en cuanto a Ia obligatoriedad del celibato para los ,^ordot.s, huyendo de dos extremos: ignorado y mantenerlo e¡ el cent¡o focal de la atención que indebidamente ocuPa.

Todo un cúmulo de temas importantes han renido que ser silenciados. Algunos de ellos son:

1. 2.

La exposición, siquiera condensada, de otros aspectos de antropología sexual que iluminen la realidad del celibato. La discusión más aquilatada de las doctrinas y teorías sob¡e la sexualidad, que conducen a una negación del celibato como realidad huma¡a aceptable.

3. 4. 5.

La enumeracióo y descripción de otros rasSos que componen el perfil del sacerdote célibe. El estudio de las condiciones necesarias para vivir el celibato y para su elucación continua. La patología del celibato sacerdotal, etc.

condensado, casi elíptico, de muchos temas, difcultará, dirda, la lecn¡ra agradable de este trabajo. Espero que quien tetga la paciencia de leerlo extraiga de 'él algunos elementos que puedan enri-

El tratamiento

si¡

quecerle.

JUAN MARIA URIARTE

79

ESTL]DIOS

,}

,,i .¿

*

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

I.

Por AtEoNso Arvangz Bor.too

CAMBIO DEL M'UNDO

a) El mundo está cambiando de manera intensiva Nos guste o no el rnr¡ndo está cambiando, y de forma intensiva'

.. ta

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1

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i'

Esta es una prim.era cosa a feconocef y es realidad previa a nüestra feacción frente á ela- Disimulamos la realidad no es signo de adultez ni de fidelidad religiosa. La conciencia prof.ética nunca ni disimuia la realidad ni se resignal ela- Parte de 1o qiie acootece para disc,ernido con lucidez y coraje a la lt:z de Dios.

No voy a abrumaros con un elenco de todo lo que está cambiando'

Sino a fecordafos algunos rasgos mayofes del cambio al que estarnos asisriendo, tal como 1o o.to.t.n los teóricos del cambio histórico y social. Entre estos rasgos mayores del cambio os ¡ecuerdo sobre todo éstos: el proceso de difusión planetaria de la ind,ustrializació,¡., el proceso concoirirun,. de la organiiación burocrática de la vida social y política, el proceso de pluralización de los ideales y valores que configuran la ex.istencia de los grupos humanos, el proceso de erosión del «mundo tradicional» qoe efeitoa un cierto desarraigo de la existencia histórica de los hombres, .i p.*.- de c¡eciente diferenciación enrre vida pública y vida.privada. éstos me Quizás podríamos hablar de algunos otros r¿§gos' pero ahora (L). cambio del intensidad parecen-suficientes para advertir la

(1) Véase una exposición sistemática de estos rasgos de, la rnodernidad'en Berger, Beráer y Kellner. [Jn mundo sin hogar, SaI Terrae, ALFONSO ALVAREZ BOLADO 6

'.+.

,"*

8i

b) EI mundo tiene que cambiar Si el muado está cambiaodo, conviene orientarse sobre el sentido de ca-bio y los problemas implicados en éL Pero desde este momen.o tengo que insisti¡ en recordaros uo nuevo aspecro, que también conocéis: el mundo no sólo está cambiando.; debe carubiar, El mundo no sólo está ese

cambiando antecedente

o independienremente de nuest¡o

gusro

y

ouesrra

voluntad; el mundo debe cambia¡ porque es urgenre que cambie, porque su configuracióo acn¡al no prued.e gart¿n ror ¡se sentimos hombres e -5i oímos el gemido de un hijos de Dios-; po¡que en el ptopio mundo nuevo o¡deo aún no oacido y que para. nacer necesita que nosorros queramos «el cambio», la, nrctanoia, oo sólo de nuestras mentes, sino de nuestros valo¡es y de nuestras est ucír&is. Jamás hemos experimentado con mayor urgencia la necesidad de una profunda transformación tanto de los valores como de las instituciones que determinan la inhumanidad acn¡al de nuestro «ordenamiento» inte¡nacional y oacional. En una humanidad donde las tres cr¡rrrtas partes pasao hambre, y otro porcenta¡'e igual malvive bajo el peso de dictaduras inhumanas, giorifrcar el orden y equilibrio cooseguido es o estultamente ingenuo o c¡iminal Auaque no podemos, ni mucho rDenos, identificar el cottzbio qae está acontec.iend,o con el, combia q*e debe &ontecer, es sin duda el presentimiento y, la necesidad de ese ordeo. nteuo, más humaoo,

los que suscitan e¡ buena parte ese combio in preced.entes en la sensibiliy en l¿ o¡ientacióo de las colectividades humanas. Ese cambio no viene impuesto por la veleidad de ciertas instiruciones Iglesia pro-una y partidos gresista, por ejemplo- o por la veleidad de ciertos programas políticos partidos ¡evolucionarios, p,or ejemplo-. Ese cambio es -los preciso que ocurra si hemos dC hace¡ frente a la necesidad de sa,peraiair hanwnotnsn¡e. Y, sin embargo, muchos de oosot¡os oo acaban de ver la necesidad de ut cdm.bio n2ayor ,eD la histo¡ia humana, ni cono imperativo édco ni como necesidad social pre-ética- Y porque oo «nos dejamos afectar» por ese g¡ad afecto ético y religioso que es Ia necesidad del cambio para supervivir dignamente como hombres e hijos de Dios, porque somos a-morales respecto a los valo¡es del «orden ouevo» buscado, tendemos confusa y subconscientemente a suptavalorar el orden y el equilibrio social existeotes (aunque sean precarios), no nos damos cuenta de que muchas veces ese «desordenado» rimor al orden y al equiübrio no son otla cosa que mecanismos de defeasa frente al caos y al vacío temporales que necesaririmetrte preceden a la insdrucionalizacióo del orden

dad

1980. Cfr. también Alberdi, Ricardo, en sus artículos de "Iglesia Viva", números 67-68 y 87-88. 82

SACERDOCIO

Y

! I

t

t I

i

MODERNIDAD |.

t

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nuevo, más humano, buscado. ¡Cienamente, eI nuevo orden del mundo sea más humano o Porque precisamente lo es- no puede llegar -aunque mrís que a t¡avés de una cierta perplejidad y desconcierto del orden aieio (que era el que a nosotros nos ¡esultaba farniliar)t ¡Pero la fe cristiana siempre ha sabido que hay una ho¡a mala, inquietantq llena de riesgo que la parturienta ha de asumir aun afligida, si es que ama a la cúatua que ha de nacer!

La oecesidad de ese cambio del mundo no es una declamación de o inquietos. Es, por rula parte, una necesidad sentida y reflexionada por quienes analizañ las consecuencias inhumanas del orden económico y político actual: por economistas y politólogos. La necesidad del idealistas

cambio del mundo es, por otra parce, un objeto privilegiado de la reflexión y la. orientación normativa del magisterio pontificio de los ultimos Papas (especialrnente Juan )OOII y Pablo VI). Tratemos de sintetizar sumariamente estas exigencias que vienen de estas dos instancias distintas. Las exigencias de economistas, politólogos y filósofos de nuestra realidad social puede resumirse, qtizá, asi: a) el desequilibrio entre pueblos ricos / pobres, entre el hemisferio Norte de los pueblos más industrializados

y el hemisferio Sur de los pueblos no-industrializados o menos industrializados tiende a crecer y no a disminuir; de manera que corremos el riesgo de un masivo genocidio por lo que se ¡efrere a las masas humanas de los países menos indusuiaiizados; pero también de una degeneración ecológica de Ia propia sanxaleza y los ambientes y recursos naturales y, consiguientemente, de las relaciones sociales que afectan también a las masas de los países industrializados; b) se precisa, pues, una ((ruptura» con nuestro orden actual; rupnrra que ha de lleva¡ a una profunda t¡ansformación estrucrural y ética tanrc del primer como del segundo y tercer mundo; en pardcular, el nuevo o¡den económico que es necesario si queremos evitar el genocidio humano y la degeneración ecológica y social, supooe un cambio muy profundo eo nuestros valores cultu¡ales y éticos; sólo un profundo cambio del etbo¡ actualmeote dominante, posibilitaría también la transformación del acn¡al orden económico; c,) la respuesta a este crítico desafío ----crítico para la supervivencia y la dignidad del hombre- supone que seamos capaces de constituirnos en un nueuo tu,jeto a la vez económico, cultural y político. Xs decir, ilue, e& cierto sentido, la histo¡ia humana deje de se¡ f¡"g-entaria e insolida¡ia para constiruirse en unita¡ia y solidaria. Si esto no se consigue, el desafío no puede contestafse.

El

magisterio de los últimos pootífrces al respecto, quizás pudiera la invitación fr¡al de la Populoram Prograrlo,' «Y si es

compendiarse en

ALFONSO ALVAREZ BOLADO

83

verdad que el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas, Nos hacemos un llamamiento a los pensadores y a los sabios, católicos, cristia-

nos, adoradores de Dios, ávidos de absoluto, de justicia y de' verdad: todos los hombres de buena voluntad. A ejemplo de' Cristo, Nos nos atrevemos a rogaros con insistencia: Ba¡cad y encontra,rélr,' emprended

los camioos que conducer¡ a través de la colaboración, de la profundi zación del saber, de la amplitud del corezóa, a una vida más fraternal en una comunidad humana verdaderamente unive¡sal... Sí, Nos os invitamos a todos pÍua que respondais a nuestro grito de angustia, en el nomb¡e del Señor» (¡¡n. 85-87). Esta invitación nos resume, en muchos sentidos, el «alma» del empeño pontificio que va desde la «Mater et Magistra» hasta la «Evangelii Nuntiandi». La lglesia, a uavés de su voz más representativa, se aogustia por un mundo que riene que cambiar y que tiene que hacer po:ible esa necesidad. La Iglesia se angustia también por una comunidad cristiana qrq tiene que dar testimonio de Dios, de Cristo, del Espíriru, y del muodo por-venir, no en cualquiera situación sioo en el inte¡io¡ de un muodo que, teniendo urgentemente que cambiar, necesita encontrar a la vez la lucidez y el coraje pata hacer posible ese cambio necesario. La Iglesia se aogustia porque percibe fuerte y du¡amenre la aguda responsabilidad internacional de todas las comunidades crisrianas a la bora de participar en bacer po:ible ese cambio necesa¡io. E¡a línea progresiua d.el nzagisterio conumciclo de¡de la "Mater et Magistrd' hasta la "Eoangelii Nuntiand.l' lucba por ¡itaar d,enndad,ametúe a la comunida¿J d,e legit en lan' fil.at de quienes hacen posible el carnbio nece¡ario. Porque ese Magisterio está convencido de que «hoy más que nuoca, la Palabra de Dios no podrá ser anunciada y acogida. si no v4 acompañada del testimonio del poder del Espíriru Santo, que acrúa en la acción de los cristianos al servicio de sus hermanos, en los punros donde se juegan su existencia y su poryenir»» (Octogesñmz Ad.aeruiens, 51). Ese Magisterio se esfuerza no por «temporalizar» Ia fe cristiana, sino por una fe cristiana capaz de testimoniar su trascendencia, precisamente porque no queda prisionera del orden caduco e inhumano, que sabe discernir la «hora» del hombre y la «hora» de Dios, que sabe anunciar, preceder, amaÍflarrtaf, arrullar al «nuevo orden» germinal e impotente hasta que devenga adulto. En una palabra, la Iglesia no existe tan solo en el seno de un mundo que cambia, sino en el seno de un mundo que debe cambiar y cuyo cambio bay qae bacer po¡ible. El hecho de que no todo lo que está cambiando vaya ei el sentido de lo que debe cambiar, no hace más que hacer máo intensa la capacidad de aquel d"i¡cerninzien'to que ya hq dicho nace de la experiencia de la fe, del análisis de la realidad, del estudio de las ciencias que se ¡efleren al hombre y a su comportamiento. 84

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

II.

ALGUNOS PROBLEMAS DE UNA IGLESIA EN EL SENO DEL CAMBIO

Para tratar teológicameote de manera adecuada el tema habría que abo¡dar el tema de la ¡elación entre el cambio histórico y el «reinado de Dios». Como el «reinado de Dios» es el tema ceotral de la existencia y de la predicación de Jesús, también debe ser siempre la referencia {undamental para la existencia, la autocomp¡ensión y la conversión de cualquiera Iglesia histó¡ica. Pero por su propia importancia, este tema de la ¡elación del cambio histórico coo el «reinado de Dios» es, excesivo comoJ tema de esta charla. En esta segunda pa¡te, po,r tanto, mi propósito es muy modesto. Voy a tratar de dos tentaciones estructurales con que necesa¡iamente se eocuentra una Iglesia que existe en una época de rápido cambio histórico. Y airadiré después algun,as reflexiones sobre lo que llamaré el carácter ¡inod.al de la Iglesia, que os permitirá hacer un futuro evitando la doble tentación.

Llamo estructurales a estas dos tentaciones porque son dos formas apresuradas de optar ante un aparente dilema estructural que, analizado más de cerca, resulta un falso dilema. Ese falso dilema tiene una doble formulación. «O la Igfesia se concentra en la conservacióo de su iden. tidad y de sus t¡adiciones, o será barrida por lo nuevo y caótico», es la primera formulación. «O la Iglesia adopta los nuevos valores y estilos de vida rápidamente, o deja de tener significa&o para el hornb¡e contemporáneo>r, es la segunda formulación. La primera fórmula es una tentación porque puede llevar a la Iglesia a una búsqueda obsesio¡ada y ensimismada de su propia identidad, que le quite poder y clarividencia para discernir aquí y ahora las permanentes tareas del «reinado de Dios» en cuya prosecución encontraría la Iglesia la única €xperieocia de identidad compatible con su catácter de lglesia «militante y peregrina». La segunda fórmula es también tentación, porque ioclina a la Iglesia a superar la extrañ.eza que le producen los nuevos valores, estilos y enigmas de la vida histó¡ica adoptándolos sin discemimiento e identificándose con ellos, suprimiendo por tanto el misterio del «reinado de Dios» y de la existencia cristiafla por un banal actualismo. Quiero añadir desde ahor4 porque lo juzgo importante, que esas dos la Iglesia --de se¡ ss¡5s¡¡idas- no sólo frustran el cambio de la Iglesia según el Espítitu, sino que también tienen consecuencias sociales y políticas funestas para nuestra convivencia social. Hay que advertir también que esas dos tentaciones no son simples amenazas o petentaciones de

ALFONSO ALYAREZ BOLADO

8'

ligros. En parte, unos y otros ya hemos consentido eo una u ot¡a forma de la tentación. En parte, la desunión en la Iglesia es ya un resultado de la doble tentación que la attaviesa- Es preciso y urgeote recuperar el poder de discernir en el Espíritu pese a la proclividad que sentimos en nosotros hacia un falso «tradicionalismo» o hacia un falso «progresismo». Y la capacidad púctica de nuesra Iglesia de no cambiar de cualquiera manera, si¡o ut opporter, según el Espíritu, depende en gran medida de la capacidad de disce¡nimiento, conversión y formación de nosotuo¡ lo¡ presblterot Por ello es importante que examinemos más de cerca la doble tentacióa.

1. El peligro de una búsqueda obsesionada de la propia identidad, y la consecuente marginación sectaria de Ia Iglesia llemos de percatamos con sensibilidad y gravedad de que, precisamente porque la Iglesia es la comunidad de una fe y de una esperanza

t¡ascendentes, es por lo que cabe esperar de ella ----{omo lo subraya Pablo VI en la «Octogessima Adveniens»- que contribuya con especial etergía histórica a responder a aquellos desafíos con que nos encontramos todos. Ella ha de contribuir, so pena de hace¡ increíble su mensajel de trascendencia para los propios creyentes, a hacer surgir el nu¿oo etbo.r (los nuevos valores) necesario paru la supewivencia y dignidad de la humanidad. Ella ha de cont¡ibuir decididamente a que cuaie ese nuevo

----<sa humanidad más solidaria y unitaria- que debe responder con compoftamientos creativos a aquellos desafíos. Establecer, bien sea teórica bien sea prácticamente, cualquiera clase de incompatibilidacl ent¡e la preservación y el crecimiento de la identidad de la Iglesia y su contribución decidida y generosa a la solución de las grandes tareas históricas que tenemos delante, resulta inaceptable tanto humana como cristianamente. Y, sin embargo, precisamente en los momentos en que se

wieto hiaórico

espera de la Iglesia una participación específica y obietiva a la solución de estos grandes peligros humanos, nuestro presentimiento y nuestra

experiencia nos dicen que es posible que la Iglesia busque unilateralmente su propia identidad de manera ensimismada y obsesiva.

¿Por qué? No es difícil ¡econstruir la lógica de esa tentacióo- La y complejidad del cambio histórico €n que nos sentinos perdidos, la evidencia realista de que los procesos de modernización y seculaúzación erosionan las tradiciones históricas en el mundo eotero y más decisivamente en el occideotal, puedea llevar a amplios sectores de nuestra Iglesia y de nuestras corrientes teológicas a dejarse recortar y reducir la sana y normatr perspectiya, y a obsesionarse por una ensimis-

vastedad

86

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

fu co¡t¡eraación de las t¡adiciones que nos ernc farLila identidad a la que nos habíamos acostumbrado, y a cuyos

mada bfuqa.eda

liares, de

modos estereotipados de expresión habíamos también acostumb¡ado a los ot¡os. Es cierto que el ser vivo que permanece, es el que sabe guardar unas ciertas t¡adiciones de vida y rasgos caracerísticos de su identidad. Pero el viviente que permanece hace esto mientras ¡eobra sobre su ambiente, se adapta al cootexto modi.ficado y es cap z de generar nuevas

tradiciones en un ciclo abie¡to. Pero en las é.pocas de rápido y laryo cambio, esta búsqueda como connatural de las propias tradiciones y el cultivo de la propia identidad sufren el peligro de la neurotización, de la absolutización y la obsesión. Entonces ocurre que el ser viviente en lugar de seguir haciendo tradición cae prisionerc de la¡ que primero bizo; en vez de irradia¡ Ia identidad que tiene sob¡e eL nuevo material histórico al mismo tiempo que la enriquece con é1, convierte esa identidad en f etiche que fija la vida en el pasado en vfl de hacerla vivir. Si esto llegara

a ocu¡rir a nuestras Iglesias y a nuestras teologías, no seremos

capaces

los cristianos de comprometernos suficientemente en los procesos contemporáneos de búsqueda de justicia, comunicación, libertad, solidaridad y sentido en el nuevo cootexto contemporáneo. Para repetir las palabras de Pablo VI nuestros conciudadanos no nos hallatá¡ revestidos de la fuerza del Espíritu «eo los puntos en que se juegan su existencia y su porvenir» (y esto va a ser muy importante en la España de los próximos años). si esto llegara a ocurrir «la Palabra de Dios no podrá se¡ anunciada ni escuchada, porque nuestras iglesias y nuestras teologías, excesivamente ensimismadas en sus propios problemas y automarginadas de los desafíos que afecta a sus conciudadanos y a todos los hombres, producirán a éstos la impresión de "sectas" y no de iglesias». Efectivamente, si la búsqueda de la propia identidad se transforma en obsesión enÍ.eÍmiza, no podremos rcalizar la atrevida confrontación del mensaje evangélico con las formas de racionalidad y de sensibilidad contemporáneas, como tan vigorosamente nos hao ¡ecomendado Juan XXIII, Pablo VI y el Vaticano II. El diálogo y la confrontacióo necesa¡ios para llevar a cabo Ia síntesis cteativa y cítica entre fe y cultura, requieren un talante ciertamente de fe, pero más relajado, más consciente de que la identidad de la Iglesia la opera el Espíritu, cuando ella se esmera por discernir en el tiempo los signos de la voluntad del Señor. Y donde la síntesis entre fe y cultura ftacasa, por culpa de la audacia y creatividad de los hombres de fg se hace más angustiada la búsqueda no de la verdaderu «intimidad con Dios», sino de una iatimidad «trucada», de una intimidad que --
87

más ameoazante. Se hace también más verosímil que nuesras iglesias y nuestras teologías interpreten falsamente la trascendencia c¡itica del mensaje cristiano. Y que en vez de ser sereoamente críticas de lo nuevo y moderno --{omo quien discierne objetivamente lo valioso de lo contra-

hecho- se hagan simplemente conffanzilfid.dtwÍ y contrdn?"oderna¡. Pero la fe y Ia teología, que tienen su origen en una oferta «extraña» al mundo y que le rebasa, no soo sin embargo contranzlManfi. La oferta de la fe y la teología, que no pueden quedar «encapsuladas» en los moldes efíme¡os de lo que llamamos <<moderno», no es sin embargo conftatnodentn.

y

contramode¡nizaciín nos la encono menos minoritatias de la Iglesia donde el integrisnto es flagrante. Pero el verdadero peligro puede estar más bien efl un rertdrltacioni¡mo apresurado y de corte autoritario, que no dé el tiempo y conceda la ptofundidad necesarios al encuentro entre los valores de la tradición cristiana y la sensibilidad, tareas, a.lnefiazas y esperanzas que configuran a la humanidad contemporánea. Pues la verdadera solución sólo puede estar en- una fidelidad a la vez Profunda, esencial y no acumulativa, creativa y no rePetitiva a los valo¡es de la t¡adición c¡istiana y en un conocimiento a la vez particiPativo y crítico de las nuevas posibilidades y necesidades de la culrura naciente. La síntesis no podrá hacerse en poco tiempo. Habrá taateos, éxitos y errores. Lo que no puede predominar es 7a cerazón amargada y autosuficiente, ni la

Esta ame¡aza de sectarizarión

tramos, por supuesto, en las zonas más

superficialidad.

No quisiera concluir este tema sin subrayar otro peligro. Cuando la Iglesia y su teología, ei vez de rcalizar serena y objetivamente la fe y cultura, cae ensimismadamente en la búsqueda obsesiva de su identidad con el consiguiente peligro de sectarización al que hemos aludido, se corre un ext¡erno peligro de que las fuerzas más reaccionarias la defensa de esas üadiciones, instituciones e identidad que -pretextando la Iglesia siente amenazadas- traten de llevar a cabo y justificar emPresas dudosas o imposiblemente cristianas. De esta manera, una Iglesia obsesionada por sus radiciones puede verse ocupada por el autoritarismo ¡eaccionario. La Iglesia española en los años treinta y cuarenta paso por este peligro y, en parte, cay6 en é1. Este peligro se ¡eptoduce hoy también claramente en algunos países del Cono Sur de Latinoamérica. En el nuevo y duro contexto español de institucionalizaciól de la democracia y dc debate por una sociedad más justa y más Íraternal, el peligro se suscita otta vez- Los símbolos cristianos, las preocupaciones de la Iglesia, sus intereses, serán invocados y aparentemente «representados»r por corrientes reaccionarias y autoritarias. Sólo una Iglesia fiel, sí, a la tradición del síntesis entre

88

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

Espíritu eo ella, pero no obsesionada po¡ sus tradiciones; sólo una Igiesia que, por ,"b.. q,r. sólo Cristo es su identidad y que C-r-isto ha de á... .n át to"do hasia su pa,rouúa, está dispuesta a crecer ella también «ante Dios y anre los hombres» aunque se le queden cortas -sus anteriotes costumbres, sólo esta lglesia tiene el espacio interior de discernimiento pafa no permitir qo. * identidad, sus tradiciones, sus intereses puedan ie¡ urudoi Eara «legitimar» la involución política v social' En las batallas en tofno a la libertad de enseñanza, en totno a la ley civil del divorcio, incluso en torno a una no improbable ley del uÉo.,o, la seosibilidad cristiana tieoe que discernir con agudeza y profundidad entre los intereses irrenunciables de Cristo y su Pueblo y el uso que de esas teivindicaciones cristianas hacen quienes luchan primariamente por manteoer los privilegios adquiridos.

2. El peligro de la pérdida de identidad, de la pérdida de lo específico de identidad Que sea real el peligro de obsesionafnos con la pérdida que identidad, esa peligro de otro el no h-ace en ninguna- mÁ"ru -".o. que nos situación: real nuestra es Esta ef,ecti,uarnente, se Pierda. -vemos precisados u Íochai simultáneamente con la obsesión y con la real posiLiti¿r¿. Ante el rápido cambio de nuestro mundo histórico, un mimetismo superficial, un esfue¡zo adolescente por resultar
Si lo advertimos con cuidado, el propio «mundo» que sabe que necesita cambiar encuentfa sin embargo carente de todo interés el comportamiento de las iglesias y teologías cristianas que Parecen limita¡se a acomodarse a lo i
la propia

especifrcidad de

lo

«cristiano». ¿Por qué es esto

así?

Porque el «mundo» es hoy más sensible a la difrcultad de las tareas que tiené dehnte, más consciente de una impotencia difícil de defrnit pata cambior como conalerw 1t bacia donde conwiene, y le deia frío el cambio por el cambio y el cambio que no es otra cosa que abandono. ALFONSO ALVAREZ BOLADO

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El «mundo» es quizá hoy más consciente de que nuestra impotencia para. cambiar como conaiefie I bacia dorile corutiene, no procede aate todo de falta de programrs políticos, de instituciones y de ¡ecursos. Sino sob¡e todo de tradiciones a la aez significatiaar y a k altu,ra de lo¡ tieruPo! (eD. este sentido contemporáneas), capaces de da¡ a los pueblos cohesión y cotaq, de poder volver a da¡ «sentido y esperanza», capaces de crear valo¡es compÍutidos, motivos y razones finales para largas apuestas, orientación al porencial de recursos y medios instrumentales de que disponernos, de manera que seamos capaces de crear una historia que dignifrque al hombre y que no le liquide o envilezca. Estas tradiciones capaces de aportar seotido, cohesión y deseo de cumplimienro escasean. Trádiciones significativas y contemporáteas capraces de quebrar el escepticismo y el cinismo de nuesra accióo histórica, motivándonos para querer rcaliz^t efectivameate lo que podríamos y sabríamos hacer, porque nos infundieran una fe y una esperanza verdaderamente redentivas.

El «mundo» sabe que las iglesias y sus teologías, su mensaje y su predicación, han sido hasta hace bien poco vehlculo de esas t¡adiciones significativas e incluso «rrascendentes», puesto que las iglesias insistían en que procelia¡t de Dio¡ jt qrre @Pünúaban a Dios. Cieno, a través de

todo el siglo X,IX el «mundo»r tiene la impresión de que las tradiciones de las iglesias han perdido «contemporaneidad», se han desfasado. pe¡o. si aho¡a resulta que la única manera como las iglesias creeo que se hacen contemporáneas es Iiquidando simplemente esas tradiciones, identificando el contenido de las iglesias con los programas y las tendencias que ya hay en el mundo, ¿creéis que esre tipo de aggiornam.ettto ya a se¡ bienvenido, siquiera por los espectadores mundanos?, Yo creo que no. Yo creo que, cuando para hacerse «contemporáneas» las iglesias y las teologías no hacen ot¡a cosa que revesrir con los símbolos de la calidad cristiana a una u otra de las tendencias e ideologías «profanas» que compiten por la hegemonía de Occideote y del ,rnundo, ese juego sólo produce --{uando es descubierto, y lo es fácilmente- de¡encanto, Y coo esto no quiero decir que todos los programas e ideologías que compiteo ett la arcna áel mtmd,o tengan el mismo valor y el mismo futuro Auaque hubiera precisamente una y sólo una de rmás valor I de mfu futuro, si la Iglesia y su teología para hacerse contemporáneÍrs no saben hace¡ otra cosa que identificarse ingenuamente corr ella" esa identificación que evacúa el contenido trascendente de Ia tradición de la Iglesia produciría d,e¡e¡Í¿an o. Porque la sec¡eta esperanza del «mundo» no es que ahora los c¡istianos adjetivemos de «cristianas» a las tendencias ya ptesentes en el mundo y que ya tienen a partir de él su legitimidad funcional, sino que fuera cierto que la fe cristiana nace de u¡a «ext¡aña oferta»

-no

90

SACERDOCIO

Y

L{ODERNIDAD

I

l;' oüa vez sólo humana y demasiado humana-, de una oferta no deducible todo 1o desde el mundo, pero que viene a él y entra en él estimulando uoa posible q". .t rr"-*o, i.nooiiaodo 1o inhumano, haciendo .esPe' cumplimiento' iu*^ qo, no puede tener en el mundo ni su razón ni su gr, .l fo.rdo ló que los hombres esperan de las iglesias y de sus mensadecir que, a través de la conducta y tr .r q". ro*t ií"o ¡u realism'o, Eioportuna e impomrnarye2tg -lye hal iu p*Ar" cristianas se les anuncie en la actualidad histórica' trasluce qot tt nail razón de etp'eranza que la que, precisamente .porque Y mundo' «sólo» el desdá que la que barrunta ella no es neutral.ya en.el aquí y ahora, ella mijita en iA;tr'iipi**.

irío. d.l'frombre aquí y

ahon, elia milita siempre en favor de una

historia más humaoa de la que el hombre ha hecho'

son perceptibles (dentro de lo que ampliamente podisminuir dríamos denomiñar «izquierda social cristiana») tendencias a. idencrítica. matizada-y ü .qp..ifr.idad de lo ciistiano, Por una.poco o «popular» lo de y reivindicativa esponti.Liru iin#i¿" coo la fuerza bien dejar quisiera (De pasada clase. de revolucionaiia mística con Ia .f*o-q". la deuda de la fe cristiaoa con lo popular y con la revolución dél proletariado me metece todo respeto; me parece muy-Poco' en .r^Uio, ál cooforo proceso de identifrcación que tiende a disolver la identidad cristiana en lo popular y en lo revolucionario')

Y sin embargo

Esto ootado, hay que añadir que también esta tentación, como la anterior, tiene su 1égica, que no es- difícil comprender. Las n*evas tenque dencias sociales cristianas han tenido que Iomper el secuestro en tradic_ionalismo son ¡etenidos los valores y significados cristianos por el y-por .l .oor.*"durismo social durante los siglos XVIII y XIX' El esfuerzo deshacer ese secuestfo ----<sfuerzo que_todavía es necesa¡io- resulta ian duro que, apareotemente, no p"rel. bastar con haber liberado los

iu

condicionamiento conservador para qo. ,."á co"nfesables y vivibles desde los movimientos de innovación, de Ju.gourdiu y aun de'revolución. Es como si se tuviera miedo a que la m.rior fisor" entre la opción sociopolítica o eticopolítica y los valores cris-

oÁr., y rigoit."aos

cristianos de

tianos pudieran hacei menos frrme y constante, más ¡elativizable, en ,uma, la adhesión a las recién adquiridas posn¡ras políticas y sociales' En ásecuenc ia, parxe surgir un nuevo intégrismo, ahora de otro color, un integrismo de izquierda.

En el límite, para este nuevo integrismo, cristianlsmo y socialismo serían la misma cosa. o, si se pre6ere, el c¡istianismo bien comprendido no sería otfa cosa que un socialisrno con t¡ascendencia- Esta mixtura irenista no debe ser buena tampoco para determinar con rigor lo que ALFONSO ALVAREZ BOLADO

9r

el socialismo es y debe ser, pero lo que ahora nos inreresa aquí es su aÍnenaza para un cristianismo no reducido. Porque, consecuentemente, si el c¡istianismo coincide fundamentalmente con el socialismo, se tiende rápidamente a quitar sus a¡istas y profundidad a aquello que en el cris-

tianismo resulra poco digerible para una ideología «progresisra» y «moderna». No hay que insistir dice- demasiado teóricamenti en el -se reconocimiento de Dios, puesto que Dios es amor y en Dios está quien ama prácticamente. La fe es algo gratuito que solo vale pata quien goza de ella. ra imagen de cristo el riberador es estilizada según lós cánones del moderno <
- 1{o .r rampoco difícil ver que esta posible perdida de especificidad de lo c¡istiano tiene también sus consecuencias fulíti.ur y soc'iares. Habría que sopesa¡, en primer té¡mino, el posible crecimiento del prejuicio de que efectivamente cuando la conciencia religiosa intenta comprometidameote «arreglar el mundo» su susrancia propiamenre religioia disminuye. Es éste un prejuicio conservador que por nada es más ayudado que por la desintegración religiosa de quienes no saben conservar la integridad esencial de lo cristiano al enca¡narlo en el diálogo y el compromiso con las ideologías de la t¡ansformación o revolución social. Más profundamente, al quedar la «cualidad» religiosa unilateralmente absorbida y como ¡educida a lo social y a lo político perder su autonomía- pierde también su fuerza como bumu¡ de-al radicación del pueblo y como f:uerua confr,guradora del carácter popular. El pueblo necesita una religión (una fe) contemporánea, no una mera conremporaneidad sin religión (sin fe). Los efectos demoledores del debilitamiento del factor religioso para la constirución popular no se han estudiado todavía con el vigor iequerido, pero son ,á¿i ai" más maniÁesros (entre ot¡as cosas la aa¡encia de una religiosidad eclesial c¡íticamente conducida por una Iglesia que cree que el obsequio de la fe es siempre razonable, deja el camino abierto a la proliferación de religiosidades salvajes). Po¡ ot¡a pafte, y pese a sus fracasos innegables, lo auténticamente religioso conserva siempre una capacidad de «mediación crítica» entre los _

inte¡eses sociales y las opciones políticas contrasranres y aun contrarias, que desaparece cuando lo religioso pierde su especifrcidad y, subordinado a Io político o a las puras fuerzas sociales, se convierre en un facror más de ¡alaúzación emocional e ideológica. Entonces también la posible función de lo religioso como correctivo de las ideologías conservadoras y tradicionalistas queda neutralizada por la sos¡rcha de que la religión «políticamente polaúzada» no habla ya desde su propio fondo religioso, sino desde la identificación acritica con el partidismo político. ('t)

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

de ¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros, sacerdotes? Se trata nuevo de una tentación que nos aÍ«ta a nosotros, que afecta a las condiciones cristianas de la fo¡ma de lograr la encarnación, el diálogo y el compromiso de la fe cristiana con las ideologías del cambio históricoEn la medida en que tenemos una más generosa voluntad de presencia en lo «nuevo» y lo «popular», en los sectores humanos más «oprimidos», en esa misma medida necesitamos llevar con nosotros una reduplicada experiencia de lo religioso y su poder autónomo de discernimiento (la experiencia de Dios, de Cristo).

Las tentaciones ¡ub angel,o luci¡ ¡o son exclusivas de los climas de instalación y seguridad. También están presentes en los climas de gene¡osidad y despojo, y cuando no son discernidas en la presencia «del Padre que ve en lo escondido» pueden llevar a todo: a Ia dese¡ción, al fa¡atísmo, y al decepcionaate «mediterráneo» de unos valores humanos tardía' mente redescubiertos. El encuentro de la «misión de fe» con las ideologías más características de la modernidad y del cambio histórico, lo menos que puede decirse es que exige una experiencia de fe más acendrada.

No sólo esto. La posible pérdida de la especificidad cristiana procede también de una notable deficiencia en formación y enuenamiento en las

ciencias analíticas del comportamiento humano. Desprovistos o mal provistos de esta formación y este entrenamiento, los agentes de la pastoral que geoerosameote entran en contacto con las más conflictivas áreas de la sociedad industrial, efl yez de encararse objetivamente con la realidad a t¡ansformar, segregan frecuentemente una mística cuya radicalidad tiene que ver más con los sueños y la ideología que con un Proyecto conuastado. Habría que recordar que, desde los tiempos de Benedicto XV esta formación intensa en las ciencias analíticas del comportamiento humano es exigida por el Magisterio, muy especialmente Para los sacerdotes destinados a los campos pioneros de la evangelizació¡. Los «enviados de la fe» lo son desde la experiencia de ésta, y en la compañía de una seria formación en las ciencias sociales y en la critica a las ideologías, no me-

ramente desde un ennsiasmo humano tan envidiable como insuficiente.

3.

Una Iglesia sinodal para la digestión crítica del cambio

Si vuestra Iglesia diocesana cumpliera con el carácter únodal, propio de toda Iglesia sana, habríais adelantado muchísimo en la consecución de una Iglesia capaz de corregir los desajustes provenientes no tanto del

cambio, sino de las ideologías rudicalizadas del cambio. Con lo que no quiero decir que el propio cambio no inquiete y desajuste a la Iglesia Pero a la honda necesidad de cambiar y a la inquietud sustancial comÁ,LFONSO ALVAREZ BOLADO

93

portada por esa necesidad de cambio, no es bueno añadir La plaúzasión de la Iglesia por las contrarias interpretaciones ideologizadas del cambio.

El syn-odot representa Iglesia originariamente es, como una pluralidad de caminos que convergen, como un caminar o hacer camino juntos gente que viene de una procedencia distinta, y que sin embargo es capaz de tomar decisiones en comúo, comunidad de decisión que es mantenida a través de la pluralidad de los caminos. El carácte¡ sinodal de la Iglesia nos recue¡da que el sujeto eclesial siempre es plural y que, sin embargo, es capaz de convergencia, de consenso. Quizá en una é1»ca de cambio el carácter sinodal de la Iglesia es aún más preciso como correctivo a las visiones unilate¡alizadas. La reflexión sob¡e la sinodalidad de la Iglesia se hace más frecuente a partir de las recomendaciones del Vaticaoo II sobre los consejos «presbiterales» y «pasrorales». En el primero, el obispo preside a los representantes de los presbíteros. En el segundo, a los representantes de todos los agentes de la pastoral: sacerdotes, religiosos Pero, ante todo, ¿qué es una trglesia sinodal?

lo que la

y

religiosas, laicos. Los consejos tratan de realizar y represent¿u que la empresa eclesial es inicitiva, responsabilidad y creatividad compartidas. La eclesiología pastoral ha insistido en que esos «colegios» hao de tender a ¡ealizarse a los distintos niveles (diócesis, vicarías, parroquias). Algo simila¡ intentao realizar y representao otros orgaaismos suscitados por la iniciativa conciliar, Jurticia ! Prtz, Consiliu,no de ltúcb, Organismot Ecuménicos u ot¡os de procedencia preconciliar, pero de parecida inspi-

nció¡, como Ca¡itas, etc. No se ffata tan sólo de la participación en la iniciativa y el poder de decisión. Se rrata con igual originariedad de que la Iglesia consiga la más rica superficie de contacto con la segmeotada y a veces contradictoria sociedad urbana e indust¡ial de nuestro tiempo, de mane¡a que no se le escapen las más esenciales, aunque diversas, exigencias espitituales y materiales de este riempo. Pe¡o se trata también de que esa pluralidad de procedencias y de exigencias de los canales eclesiales no den lugar a un simple reparto burocrático de tareas, ni a compaftimentos estancos que hacen la gueffa por su cuenta o se la hacen los unos a los ot¡os como si fueran incompatibles, como si la visión de ¡ealidad y la solicitud pastoral por ella que cada uno de esos «caminos» recorre er(cluye¡a toda oua visión y toda otra forma de solicitud. La segmentada y contradictoria sociedad modema tiende a generar visiones también fragrnentadas y, sin embargo, de exigencia totalitaria-

La natu¡alcza sinodal de la Iglesia, aI mismo tiempo que echa auténticas ¡aíces ea los fragmentos eseociales de esa realidad, trata de que las visiones y las solicitudes generadas por ellos hagao camino coniuntamente, 94

SACERDOCIO

Y

NIODERNIDAI)

complementándose y corrigiéndose (no cayendo en la unilateralidad)' La intuición de la sinodalidad reposa, pues' sobre los siguientes ext¡emos:

1.

La verdadera uoidad de la Iglesia da lugar a una iniciativa múltiple, con responsabilidades y campos de visión y solicirud distiotos (incluso contrarios a veces, aunque nunca es admisible que sean contradictorios).

2.

Esa multiplicidad

3.

Esa multiplicidad de ministerios coo sus consiguientes respon-

no es cualquiera y Por tanto no nace del «ilusionismo butocrático», sino que recoge las demandas más reales, por lo que es decisivo que todos los campos reales estén presentes en la Iglesia (aunque sean conflictivos), y ParticiPen Para hacer sensibles sus demandas. sabilidades, visiones y tareas, es ----€n parte- ya convergente y, en parte, hay que apostar decididamente Pafa que lo llegue a ser; es, pues, ¡ia-odd. (de compañetos que hacen juntos camino)- Visiones y responsabilidades distintas no se quitan recíprocamente el

vigoi, pero sí que se atemperan en el dirálogo mutuo' crítico y y en ese mutuo hacerse cargo los unos de los otros combinan riqueza, intercambian critica, producen comunicación honesto,

y

unidad.

Ejemplos de este carácter ¡inodal de la Iglesia pueden verse en la de los siguientes binomios o trinomios:

aceptación conjunta

6

1. Ur?'idad de dióce¡i¡/ueación de nawa¡ unidde¡ 6s'ruar64l¿¡.Una diócesis no es nunca una unidad de evangelización absolutamente homogénea, donde un Evangelio abstractamente igual es predicado a unos hombres que se supone también abstractamente iguales. Hijos de su propia responsabilidad, los hombres son también al misnro tiempo hijos á. una cultura que homogeneiza a los que pafticiPao de ella y los diversifica de los que participan de otra. Esto ha hecho que los últimos años, precisamente al habla¡ de La evangelizacióq la Iglesia se haya visto precisada a hablar también de la iocultuizació¡ del Evangelio en las distintas culturas

y

ambientes sociológicos.

Realización «sinodal» de

la Iglesia signifcaría aquí no una

Iglesia

o uadicionalistas, sioo una Iglesia que sabe reconocer y Partir de los distintos humu¡ o talantes socioculturales de las diversas comarcas que la evaogelización no inventa, sino que encueotra- Uoa Iglesia cuya configuración -probablemente también pastoral y admioistlativa- brota de la inculturación real en estos ht¿m*¡ distintos, y no Por el predominio ideológico del sector abstracta concebida al «gusto ideológico» de progresistas

ALFONSO ALVAREZ BOLADO

\

9'

mayoritario o dominante que quiere estructurar todo otro sector a su imagen y semejanza y sólo consigue entonces de¡e¡tuuctura,r, Pero también al ievés. Los sectores en los que el cambio incide de forma menos dramática no pueden pretender someter a su ritmo a aquellos sectores donde la evangelización sólo puede tener eficacia si se innova vigoros¿rmente.

i

2. ObiQo-col,egio presbiteral-colegio pastoral.-Sólo una degradada o falsa concepción de la autoridad cristiana ha podido conducirnos a lo que la eclesiología alema¡a conoce con el nomb¡e de «Einmann-Kirche»

(Iglesia de un ¡ólo bombre). Colegialidad y capacidad monárquico-episy decisión no tienen por qué oPonerse y pueden enriquecerse. Este es uno de los hallazgos liberadores del Vaticano II, aunque aún no se haya cumplimentado en formas eiemplares y, Pot tanto, no se hayan extraído las consecuencias prácticas.

copal de dirección

Si los presbítetos son lo que deben ser en la Iglesia (y esto, desde luego, no áebe darse simplemente Por supuesto), ellos ofrecen una rica superficie de contacto y arraigo con la realidad histórica.

Algo semejante habría que decir del Consejo Pasto¡al. Un Consejo Pastoral donde verdade¡amente hay laicos, donde el catácter real y no ideológico de la representatividad de éstos permite que las diferentes

opciones culturales y políticas queden representadas, no para volve¡ a jugar el juego político de la «cor¡elación de fuerzas», que tieoe otros cauces, sino para iotentar el avance ¡inod,al de la Iglesia, donde el íntegro abanico de las opciones culturales, éticas y políticas compatibles con la fe debe estar representado.

3. Facul'tad, d'e Teología/bontbre¡ m la pastoral.-Teoúa de la fe y praxis pastoral siempre han de hacer camino juntas, si no degeneran las dos. Más aún en un tiemPo de rápido cambio como el nuest¡o. Los problemas que hoy suscita la praxis pastoral requieren Fl continuo acompañamiento de una teoría teológica a la vez atdaz -v sólida. Y la teoría teológica co¡te el peligro de convertirse en saber convencional si no se siente forzada por los problemas de sentido, mo¡ales y de innovación eclesiológica que deben de lTegar a ella desde la praxis pastoral. Por ello de nueyo es muy acertada la exigencia de ce¡canía sinodal de teoría teológica y praxis pastoral. de la información y la teoría la pastoral superen los oeligros de conservadurismo rígido o radicalismo simplista. Pe¡o esto significa, a su vez, que quienes se dedican en la Iglesia al oficio intelectual, sin abanSólo

un

acompañamiento contiouo

teológica hará que los hombres de

96

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

i t\ 1

:

*

r donar su estudio, bajen a los recovecos de Ia praxis pastoral, oigan todas sus preguntas, también las que resultan incómodas y peligrosas, acePten la vocación sinodal de la Teología. Clérigos, laicos, moairn'iemto¡ kicdes'-El clero no es el tejido único de 1l tiamu de la Iglesia- En todo caso es aquel teiido que ha de hacer de tejido-junrura de la variedad de tejidos eclesiales. Cuando el laicado no está muy pfesente a t¡avés de un asociacionismo eclesial muy amplio, la Iglesia se- clericaliza con clericalismos de derechas y de izqoürdrs. Nitn uno ni con otro ofrecen entonces los cuadros eclesiales ,no rica superficie de contacto a las exigencias objetivas del mundo en

4.

cambio.

Hay que Partir, sin embargo, de la realidad de que, a fines. de los año, sás"nra, ie produce en España una grave crisis de los movimientos apostólicos qo", it muchos sentidos, ha desarbolado a la Iglesia' Aunque España eia crisis tiene ¡aíces autóctonas, muy ligadas al proceso polí"., tico del momento, no se puede olvidar que crisis similares se Pfoducen también por entonces en ot¡os sitios (Italia, Fraocia, Holanda)'

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Es preciso ¿Cómo conseguir una nueva participación del laicado? qo. p-tu-os de ómprender que nosorros los «clérigos» tenemos la grave obtigu.;6" de preguniarnos cómo podemos ser útiles a la búsqueda de la fe, de la esperanza, del amor que el Pueblo de Dios rcaliza en tiempo de cambio. Esia coostatación pierde su carácter abstracto desde que pensamos que es ¡a bautismo, su compromiso con los valores del señor Jesús

hoy lo qo. norotror hemos de ayrrdarles a expresaÍ y vivir, a discernir en su'conc;eta significación de vida, a celebrar ritualmente en co¡relación con la cultura Je hoy; y de ia misma manera respecto a su «con-6rmacióo», su «eucaristía)), Su «penitencia», a «ordenar» los liberadOs necesarios pa,,.

la comunidad. Cómo «clérigos» nosotros nos debemos a esa tealila fe, esperunza

)ac¡ón sfundd, de los sacramentos, como exPresión de y amor del «laos» de Dios hoy.

Este carácte¡ de la rcalización «clérigoslaicos» se exPresa también en el surgimiento de una pluralidad de lo que Pablo VI ha llamado «comuoidades eclesiales de base» que buscan finalidades distintas, desde las surgidas para una rcalizacií¡ y Profundización de la cultura de la oración, hasta las nacidas para la rcalizació¡ cristiana de uno u otro compromiso «temporal». Los presbíteros, los hombres de la unidad eclesial, no pueden peo.ur su identidad presbiteral aI matgen de todos estos distintós servicios para los que son ¡eclamados. A su vez, la identidad Presbiteral, cuando se taliza de esta forma unive¡sal, puede resultar rul «test» ALFONSO ALVAREZ BOLADO

97

para aquellas comunidades de base que pueden estar en trance de cualquier cosa,

Pero oo

ser

«eclesiales».

Esta rcalización ¡inodal de la relaciór. cléúgos/laicos no es fácil. Pero una Iglesia que la vaya consiguiendo es una Iglesia que se pone en la ínea áe una asimilación creativa del cambio y que será capaz de corre-

gir las

interpretaciones ideológicamente realizadas

de

éste.

Cenro¡ dedicados 4 la [trornoción humaru/Centtos dedi'cad'os a la contem.plación.-IJ¡a Iglesia diocesana bien dotada de centros de promoción humana y de ientros de fomento de la contemplación (de i.rrt.ot difusores de la «cultura de la oración») rcfuetza el carácter ¡inodal de la Iglesia, suprime la unilateralidad de la acciín eclesial, fuerza a la Iglesia u áfto.. superficie de contacto y sensibilidad a necesidades distintás y complementuiias paru la edificación del hombre integral'

5.

Los centros de promoción humana tienen como misión hacer próxima la Iglesia a la aaryinación de personas y gfupos, y procurar la digestión de las ideologías del cambio. Me refrero a cenrfos cuyo prototiPo puede ser Cárita¡ a nivel parroquial y diocesano; puede ser Ja¡ticia y Paz' a nivel diocesano. Pero son también, y qttizá sobre rodo, rodos esos centros nacidos de la iniciativa cristiana oficiosa, dedicados a la promocióo de la (y iuventud la asistencia a la delincuetcia, Ia protección de la muier

del hombre en Parecidas circunstancias).

La, a¡mtente paradoja de la simultánea exigencia de centros de promoy centros de fomento de la contemplación --del poder contemplativo de la vida- oo es tal parudoia. La percepción de los valores de la justicia, de la paz, están pidiendo cumPlirse cabalmente en una sensibilidad humana capaz de reconocer a Dios como fuente de la paz y de la justicia; la percepción y el reconocimieoto de Dios no son ver-

ción humana

daderos cuando no brotan de una sensibilidad convertida a la iusticia y a mismo tieÁpo un radical <
la paz. Dios y nuestra ceguera o videncia de ca¡a a El son al

I t :

Existe ciertamente esa potaridad necesatia de instituciones eclesiales que miran a la promoción humana, que miran a Ia promoción y al fortalecimiento de la capacidad humana de reconocer y Sozar de Dios. Mi énfasis aquí es subrayar el carácter sinodal de una-s y otras instituciones. Es decir: 1. Que unas y otras son necesarias en la Iglesia- 2. Que las unas necesitan de las otras, e. d. que las
la Iglesia dejan de existir «las» ot¡as. Pues la promoción del hombre se hace falsa en la Iglesia cuando esa promoción no es la lesPetuosa

compañía con que los creyentes acompañamos el propio compromiso de 98

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

Dios en favor del homb¡e. 3. Que los hombres que en la Iglesia cuidan

de unas y otras han de converger, han de sentarse a la misma mesa juntos, tratar de completar los unos ia visión de los otros, hacerse confranza los unos a los otfos.

III.

ALGUNOS RASGOS DE LA NUEVA FIGURA SACERDOTAL

La vocación sacerdotal es una vocación que merece vivirse con

en-

tusiasmo y creatividad, como apuesta de futuro. Porque los sacerdotes no son los únicos, pero son uno¡ liberados en la Iglesia, y la Iglesia sigue siendo necesaria al mundo solo por el testimonio de la fe, sino por el -no mundo-, enronces los curas, testimonio lúcido del propio como liberados de esa ,Iglesia, siguen siendo necesarios. (Otra cosa es cómo tiene que configurarse el ministerio del sacerdote, del presbítero.)

1.

Sobre la necesidad de los carism,as

Os contaré esta parábola de E. Bloch: ese hombre curioso de arraigadas convicciones marxistas que descubre eo pleno siglo XX que, donde hay esperanza, hay siempre religión. El sentido de esta patábola es desvelar que un pueblo eo ma¡cha requiere siempre cari¡nza¡ en acti,aidad, A la paútbola añadiré yo después unas consideraciones sobrc cari¡nzas para el pueblo y mcerdocio. Volvamos a Bloch.

Un pueblo en marcha

el cambio histó¡ico es un largo éxodo-

-y los designa en fleutro. Dice que en todo necesita cuatro carismas. Bloch pueblo en ma¡cha existe: lo profético, lo cantor, lo nzeücal, lo regio. un pueblo no marcha si dentro de su marcha no bulle lo «profético»r. «Lo» sisnifica que no basta que haya personajes a quienes titulamos «proferas».

Sino que «lo proféticon tiene que impregnar al propio puebló, que lo

«profético» tiene que estar incorpo¡ado al pueblo. ¿por qué? porque de lo contrario, el pueblo no marcha; se detiene; queda bloqueado po, oo ¡aber de una tierra más bella y libre que aún no se ve; queda broqueado porque olvida y reprime los orígenes de su alienación o pecado, y; fi.rg" que esos orígenes son más sencillos y rescatables de lo que en realidad son;

los orígenes disimulados de la alienación retienen al pueblo donde está. El pueblo queda bloqueado porque imagina al presente de una manera banal, sin presenrimiento de que las fueizas de ionsolación y desolación del presente esrán mucho más profundas que el agua superúciai con la que el pueblo se contenta. Y, cuando el profeta corl su voz de lija me hace ALFONSO ALVAREZ BOLADO

99

presentes esos orígenes olvidados, este futuro que aún no se ve, este Prei.n,. .r, la profundidad, el pueblo se aurosatisface. trueca el deseo en realidad y diie: «eue me üaigan la democracia.» Y la democracia no viene, hay que ir a por ella a través de un largo caming de .desierto' oeue' me ,ruigun h áutonomía.>r Pe¡o la autonomía es hija del vientre dei pueblo, hay que concebiila, hay que soportarla, hay gue. alumbrarla' El pueblo dice también: «Que me traigan un mundo más rico; que la

sociedad quede dispuesta de manera que mis deseos encuentren siempre Ia satisfacció^n corresiondiente.» «Lo profético» mantiefle abietas ante el pueblo la dimensibn de! pasado de donde tiene que salir; la dimensióo áel futuro que aún no esta a la mano ni siquiera se ve; la dimensión de un presefite que es más hondo que la sensación. si lo profético, esta voz de lija, se ausenta del pueblo, el pueblo no marcha.

pero no basta tampoco lo p¡ofético pafa que el pueblo marche, cambie hacia donde tiene que cambiar. Se necesita también lo que el mismo Bloch denomina «lo cantor». (Y me parece que esta categoría es muy importante para compreoder la misión áeI clérigo.) ¿A qué alude Bloch, cuando irabla de ulo canto¡r? Recordad la escena bíblica. Cuando Moisés ¡ecibe de Dios 6t sncargo profético, «anda, vete y conduce al pueblo, di.al pueblo mi palabra», Moiséi se escapa del encargo diciendo «si soy tattaja, no soy ,upi, d,e decir tres palabras seguidas». Y el Señor le contesta, «Aarón hablará por ti». Es preciso algo más que «lo profético». Se necesita el <
"t só[o

si en cada pueblo hay un pequeño

«reperidor» de 1o profético;

sólo si en rodos los pueblos hay hombres que saben ca¡tat lx visiones esenciales y eI pueblo las escucha, sólo entonces el pueblo camina' <r. En toda marcha los pies se llagan, se tensiones entre quienes marchan iuntos: producen agotan las fuerzas, se sé necesita «lo medical»' Y Bloch advie¡te: «Cuanto más p¡ogresiva es una sociedad, las grietas sofl menos aparentes, peto quizá más profundas"Lo medical" no se necesita menos, sino más que antes.»

Y no basta tampoco

Y, finalmente, a Pesar de nuesuos queridos ácratas, se necesita también «lo regio», «lo directivo>r, <
SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

meote _-creo

yo--: «lo regio tiene que ser infraestructuta,

suelo».

más Mientras que en una sociedad poco desarrollada el «poder regio» es a tiende pero Paso:t o*.n,oro, en una.| sociedad adutta lo regio existe, un desapercibido, a transformarse en estructufa de servicio. Pongamos envíos»r' a «el correo medieval sociedad una que en ejemplo. Mient¡as por ejemplq tiene que ser entregado a las d.rdá Vut.n ia a Valladolid, *por los lanceros del Rey, en Yo.a sociedad «postas reales»r y custodiado ha transformado en el anónimo buzón se .árrt"-poráoea la «posta real» la atención' El podet grantizador de llamat sin pero que existef amarilá,

uio ,.gior'no ha desaparecido, se ha hecho estructura de servicio. Bloch' que pues, íctualiza en el siglo XX, desde otros Presupuesto,s, sin duda' lo Testamento. Nuevo ya el decía cristiana la iomunidad Lbrá uto regio» en No se trataáe que no haya responsables cristianos de la comunidad, que es amof, que es'«ágape»,,

iino q,r.

esos responsables donde deben estar es

p".Uto que marcha, diaconalmente' «Lo regio» también existe sirviendo "t para que el pueblo marche. La autoridad es servicio'

2.

Carismas del pueblo

y

Presbiterado

mi intención mantenef cualquier clase de exclusiva para el pres-

No

es

1.

En un momento en que una falsa inteligencia del Proceso de democrarización podría llevarnos a una falsa homogeneización del pueblo, a una nivelación a la baia, importa subrayat los carismas -.n general como hechos diferenciales en la textura comunitaria det lueblo. No basta con repetir «pueblo, pueblo»' Para que haya tiene que habe¡ esos hechos diferenciales en él que son los po.blo -carismas. Y específicamente los que he nombrado. Es buena la solicitud por que esos catismas se den y se conserven en el'seno del

en los biterado de la Úama cafismática del pueblo de Dios. Puedo resumir siguientes puntos mi intención:

pueblo.

decir que la propil Iglesia_retiene paru Ia vida del pueblo. Esto necesarios ca¡ismas los en exclusiva es contundentemenre falso. El Espíritu de Dios y el misterio del hombre que de él procede suscitan de continuo carismas en favor del puebio u.*t -ñorot de la Iglesia» o en su «propio umbral» (como ha visto muy bien el P. Jossua). Y muchos de los mejores

2. No es tampoco mi pretensión

momenros en la vidá histó¡ica de la Iglesia se han producido cuando la Iglesia ha sido capaz de reconocer esos carismas de visión y de .uoá, d. sanación de cond.rcción que el Espíritu ha operado

«extramuros de

la

ALFONSO ALVAREZ BOLADO

I

Iglesia». L01

Pe¡o a la Iglesia le toca la solicirud de aportar al pueblo la permanencia de aquel espíritu de profecía, de canto, de sanación y orientación que nacen del hecho y la convicción cristiana, a saber: que en C¡isto se manifestó que Dios vive en medio de la ma¡cha de su pueblo y que de él nacen de continuo los «meiores carismas»r. Y digo que sin menoscabo de Ia vocación popular de la Iglesia, sin menoscabo de la crítica necesaria a hacer a las aberraciones histó¡icas del cle¡icalismo, episcopado y presbiterado en su origen c¡istiano tienen sustancialmente que ver con la institucio¡alización

4.

y Ia popularización de la profecía cristiana, de la palabra cristiana que confiesa y canta, de la terapia c¡istiana del hombre históricamente enfermo, de la conducción cristiana del pueblo. Me at¡evo a decir, finalmente, no desde un mayor saber, sino desde la fe que comparto con vosotros, que los cambios del mundo y los necesarios y profundos cambios a hacer en la Iglesia no consisten en una abolición del presbiterado, sino en uoa conversión y reconversión múltiple del presbiterado que implica una muy profunda y sistemática promoción cualitativa de éste.

3. Promoción cualitativa del Presbiterad'o Los múltiples y complejos problemas que hoy nos aquejan como Cuer-

po Presbiteral deberían encende¡ en nosorros el esfuerzo por una conve!sión y una promoción cualitativa del Presbiterado que nos hiciera dignos de esta hora de cambio y del Pueblo de Dios. Y esto signifrca que la trama de los ministe¡ios en la Iglesia sea sana y funcional (y esto exigirá transformaciones profundas, venciendo inercias); que haya más ministe¡ios de los que ahora reconocemos; que hemos de cooper¿u generosamente a la urgente y necesaria invención la redundancia- de ministerios

laicales; que seamos capaces de -valga discernir y recooocer las distintas figuras del sacerdocio, porque no hay una sola, única. Pero esto significa inseparablemente, que c¡eamos en la urgente necesidad de una promoción coálitutiva de ese cuerpo al que vosotros y yo perrenecemos, y que a mí -dicho con toda sinceridad y sin querer oscurecer la profundidad de la crisis que padecemos- no me parece que sea un .o.rpo a extinguir, sino, al revés. uo cuerpo a transformar, porque es necesario para la sociedad y paru la Iglesia.

4. Ministerio

de la palabra

Pe¡mitidme un énfasis sobre el papel que nos roca en el ministerio de la Palabru. «Nuestro apostolado Pablo VI en su primer a cartl

-decía

T02

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

a los obispos, una de las más felices-- es un aPostolado de. la Palabra.» otras Erro ,ro ,J opon. de ninguna manera al apostolado testimonial ni a

de af,ostolado. Pero nos lleva a reconocer que hay un instrumento iápi.r.i.¿iÉte y privilegiado de la socialización -de la popularizaciónen'.I poeblo aa--..rtuJ. ético y del mensaje de la fe, v que ése.es la el cotaón bonl'o y b*eno ii onor" dvl cáru2ón hánd'o 1t bil¿no,Dios ;^hi; 'q;; ,, iace no es mostrable, sino palabra de anuncio y esperanza. de la palabra, humilde á.cible en la fragilidad y verdad,-.n lu explicitud y amol se testimonios hay donde por lo que uo. ullí dondá hay conversión, Adepalabra. la de anuncio el en á.*."rr. necesitu io*o.i"n, Dios

,o..r.,

la palabra incluso pobre, la palabru casi tartajea-nte-del.cura rural o ¿. t"¡"i¡io, es la pahüa que nÉcesita la vieia y el albañil' -La palabra más,

servicial qoá hu.. dZ lu pulubra del santo y del erudito calde¡illa cotidiana que es lu que marreia la vieia y el albañil. Creo, queridos compañeros' qo. .ro podimos banalizar el misterio de 1a Palabra cristiana, que no nos .o-p.r.^ sólo a nosotros sacerdotes, pero que nos compet€ a nosotros de **'"ru muy especial. Lo que imporia es concebirla desde hoy, desde el

siglo

XX, á.taá to que

que sea servicio Pllabra para -más vna yez

5.

i.t .., el siglo XX el ministerio de la responsable al Pueblo' Y eso nos lleva

necesita

a^la urgencia de una iromoción cualitativa del Presbiterado.

Formación permanente

Dice un teólogo norteamericano, que es al mismo tiempo sociólogo, que sólo quieran supervivir que los hombres d. .o.rt.u época -salvo vegetativamente como una mimosa, como un eucaliptuv- tienen que-saber ,rul.. t.", veces a lo largo de su vida (Jesús solo le pedía a Nicodemus nacer una vez más). Esta verdad cierta tiene corte de dicho antes que el pueblo de Dios precisa de los hombres

que se apfesrara

iavaju He

a

liberados que constituyen el Presbiterado. Pero con una condiciói tatan' te: que ellos estén dispuestos a renacer una vez y otra vez, a una actualizació¡, a una formación permanente. Este es el realismo de aquella promocióo cualitativa que pedía antes.

Es un problema capital de Obispo y Presbiterio pensar de manera y sistimática cómo es posible acttalizar y reinvertir la energía de

seria

esos homb¡es diseminados por los arciprest,lzgos, por las zooas' etc', de forma que esa energía se reactualice para un nueYo, largo, fecundo parece- comprende tres fases: período. La formación permanenre

-me

a)

Infornzación.-Ert coniunto nuesra información es mala, insufiY es preciso renovar acelerada y sistemáticamente la informa-

ciente.

ALFONSO ALVAREZ BOLADO

103

ción de nuestros hombres respecto a r¡es áreas fundamentales: área de estudios teológicos, erripturísticos, morales; área de las disciplinas del comportamiento humano (economía, sociología, psicología, etc.);

y

área

de sabe¡es políticos.

b)

Form¿ción.-la. información no basra. Hay que tejer desde ella un sabe¡ articulado, equilibrado, capaz de ser referido a la realidad. SuPone que somos capaces de un proceso de ¡eflexión conrioua- Y a esto es a lo que hoy se llama «formación permanenre». ¿Cómo conseguir que nuestros presbíteros no sólo tengan datos, sino sepan reflectidos, sepan incorporarlos a su síntesis pastoral. a su forma de ver y tfatar la vida? No repito aquí que las áreas de fo¡mación vuelvan a se¡ las mismas enumeradas a propósito de

c)

la información.

Reforma.-No basta la info¡mación y la propia fo¡mación no

se

produce si no se da Ia reforma. Todos los conocimieoros, y no sólo los religiosos, van acompañados de <
Me parece decisiva la «espiritualidad de Simeón». Simeón era un hombre entrado eo años, en cuyo corazó¡ la esperanza había producido una gran novedad: éL era capaz de acoger a un niño ---no a un coetáneo suyo, sino casi a un «exremporáneo»- sospechando que en él pueda estar la -uñor, salvación. Y así, Simeón, enffado .r, lleva en ,o .orLóo una gran novedad, tiene un olfato para los tiempos de Dios más radical que cuando era joven. Esa «espiritualidad de Simeón» hará que los hombres ent¡e los cincuenta y los seseota obtengamos un nuevo frescor, que la Iglesia oecesita y necesitan las generaciones jóvenes. Si con el Evangelio sabemos acoger lo nuevo que nace oo con idolatria, pero sí con confianza; si sacamos las consecuencias prácticx de que Dios ao es simplemenre nuestro contemporáneo.

sino que es igualmente conremporáneo de los que están por nacer; si estamos convencidos de que la nueva generación es pecadora y errabunda,

r04

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

r.¡

pero no ciertamente más que la anterior, más que la nuestra' Si pensamos y ientimos así, entonces a pesar de haber fraguado en muchas cosas ya defrnosotros una nueva edad en servicio de la nitivamente,' será posiblá -Una en edad no de resentimiento y amargora, sino .donde {glesia y del país. ci-pláor tai.as de Iglesia que quizá somos nosotros los que mejor las

podá-ot cumplir, potqi. estamos in la edad donde comiellrza a seÍ posible -no hacerse ilusiones. Ásí será como mucho más posible reinvertir todas nuestfas energías físicas, psicológicas y espirituales en una nueva forma, y será más fácil"que form.rios .qoipo sinodal, equipo real de apostolado con los hombres menores que nosoüos. sobre los presbíteros de la tercera.edad- No basta ni con encon¡arlos üaertimento' ¡o económicamente, ,or,.rriurlos aor, basta con encontrarles trabajos útiles; tratemos incluso de que aquellos

Y una palabra final

que puedan hacerlo que los que rengan aún vitalidad pata seguirse transft.*kdo, lo puedan hrc".. ior hombres ancianos no son necesariamente «seniles». Santi Tomás de Aquino distinguía Perfectamente entte las dos cosas. La senilidad es una enfermedad, y no como otra cualquiera, Puesto que debilita la lucidez y el coraje del hombre. Pero la ancianidad ao es, eln sí misma, una enfermedad, sino una fase de la vida humana, con sus dificultades y sus posibilidades características. Tratemos de no disminuirla. Tratemos dé aprovechur lo positivo característico de esa edad y de disminuir lo negatiui, en bien de-la sociedad y de la Iglesia. Tratemos de llevar hasta |a ancianidad la posibilidad de la formación permanente.

6. La profesionalidad civil El clérigo no debe serlo porque no ha servido Para otra cosa, como refugio contra la dureza del tiempo. Debemos ser clérigos libres -gratuita-.oI.. porque podríamos haber sido, si no cualquier otra cosa, bastantes

h.-ot

prescindido de ellas Para Ponernos como liberados al servicio de la pralabra y del testimonio profédco, en homenaje libre a Dios y por amor a su Pueblo. Y si esto es así, habrá que-decir: no si¡ve

orras cosas. P.ro

puru él--i.risterio que tratamos de configurar paru el fututo quien no tiene la carne de su tiempo para poder vivir, para poder terminat' Para poder trabajar, para poder emitir maduramente su opinión.-Ello ¡o basta, desde luego. LJfe tiine que impregnar todo esto, Pero la fe elabora más allá una humanidad ya bien uabaiada, competente y contemporá¡eu U¡a humanidad que ofrecei a Dios, como pan de su oblacióo, el pan nuestro de hoy, amasado hoy y cocido hoy.

De antemano resultarán abstractas las normas generales en favor de una «liberación incondicional» o de una dedicación «profesional habitual». ALFONSO ALVARBZ BOLADO

105

En la Iglesia del mañana es muy probable que las dos frguras existan, una y otra en un porceotaje no despreciable. Eo rcdo caso, lo que habrá que tener presente es que ambas figuras son en este caso figuras de «liberado». Figuras de una función en el pueblo de Dios que ha de encont¡ar tiempo y ocio profundo paru eL cultivo de la palabra profética (Iecnrra, interpretación contemporánea de la tradición cristiana, lecn¡¡a de los «profetas contemporáneos» ; las distintas clases de homilética; Ia catequesis y la adaptación de los diversos mensajes catequísticos para el cultivo de lo «medical cristiano», pata el cultivo reflexivo de la «conducción cristiana» del pueblo. Quien ejercite su «profesionalidad civil» no lo haú por falta de ta¡eas de¡ivadas de la responsabilidad presbiteral respecro al pueblo de Dios; tampoco como una evasión frente a la problematicidad y perplejidad de las tareas presbiterales en un tiempo incierto; sino porque, efectivamente, él y su comunidad experimentan la p¡ofesionalidad civil como ayuda profunda y necesaria palz el desa¡¡ollo de la responsabilidad presbiteral. Y al ¡evés, quien ejercite a tiempo libre sus respoosabilidades presbiterales no lo hatá para tener un tiempo menos cogido por el control social, sino porque esas funciones presbiterales devo¡an todo el tiempo de su vida. Y entonces hará la experiencia de que la buena calidad humana de su ejercicio presbiteral dependerá, en buena medida, de su competencia en leer la tradición cristian4 no sólo desde el buen sabe¡ teológico, sino desde el conocimiento de aquellos saberes «profanos» que se ¡efieren al hombre.

7. La Contemplasión Y, finalmente, algunas pocas palabras sobre la nueva exigencia de contemplación. Pam la vida cristiana en general, y p^na la vida presbiteral en particular. I. Bloch, un hijo espiritual de K. Marx, pero también de la

Biblia viene a decirlo de esta manera:


no tiene

más

capacida{ de teoría, de admiración, de reposo, de mimori4 enronces en vez de suscitar una t¡ansfo¡mación de la humanidad, acabaremos en el pragmatismo americano». Así es. Lo que el homb¡e mode¡no entiende por «praxis» y significa t¡ansformación hacia una cd.i.dd nueva de humanidad, tiene evidentemente uo componente práctico decisivo: hay que hacer, hay que transforma¡. Pero tiene otro componenre profundamente contemplativo que rrara de discernir en la historia los sigoos y señales

de esperanza

desde

la ne- ;

trata de descub¡ir .espetuosumente

en la histo¡ia -dicho el impulso de Dios modelando el impulso del ñombre hacia una historia hr mana más Í.ratemaL cuando ese resp€to contemplativo ante la acción a emprender no tiene htgar, efectiuantente conbiemo¡. pero, como di¡ía Pablo, "non ut opportef,', cambiamos de cualquier manera, caemos en el conformismo y en la inercia del cambio: No cambiamos bajo 106

SACERDOCIO

Y

MODERNIDAD

la conducción del Espiritu, bajo la obediencia a la imagitación del Espíritu para lmagitar y rcaLizar el futuro. Ni Elías, ni Amós, ni Isaías, ni Eliseo, ni Oseas, ni Jesús de Nazaret, ni Bernardo de clairvaux o Ignacio de Loyola han encontrado a Dios al margen de las sendas, del borde de los caminos. de los ataios por donde hs áobridas huellas humanas hacen camino. Pero ellos iban por esas sendas, no de cualquier manera, no «simplemente como se va», sino buscando las huellas de ese Dios que ha hecho camino con el hombre con más compromiso y verdad qo. oingú.r otro corazón humano. Es blasfemia exquisita- decir que haya alguien hecho de carne que ame al mundo y su futu¡o más que Dios. Entre otras cosas, porque en todos los -corazones humanos que amaron. se comPrometieron y murieron por e[ fututo del hombre estaba Dios amando, comprometiéndose y muriendo «por el futuro que ha de venir». Es falsa la coniemplación cristiana que oo se ocupa de discernir contiouamen¡s «las huellas del Amado» entre las sendas de los hombres. Las huellas del Amado estári imPresas. y muchas veces con sangre, en las a¡enas de los lodazales del mundo. Las huellas del Amado están muchas veces encharcadas con sangre de represión. Las huellas del Amado se encuentran, y bien solitarias á o*.t, atravesando los países del hambre; las

huellas dei Amado nos llevan por los caminos de los enferrnos mentales, caminos a veces sin señalización y «sin ayuda en carretera». No hay ningún contempiativo cristiano que intente gozaf a Dios sin seguirle a través á" ,r, .o-piomiso con el hombre. Habrá otras clases quizá de contemplación, pero ia contemplación cristiana siempre anida en la unidad del único mandáto de Jesús, él u*or a Dios y el amor a los hombres. Necesitamos la aytda de instituciones y espacios verdes que nos enseñen a otar no de iualquier rnar.era. si¡o ut oppo't"t' Esas instituciones y esos espacios de la oración dentro de la sociedad ,rerdes q:ue -los posibilitan el aprenáizaie necesitamos nosotfos todos y necesitamOs ayudar a los otros urbana, i no d alrn:ent e a redescubrirlos. r

ALFONSO ALVAREZ BOLADO

L07

, tr,""'-, EL MINISTERIO DE LA IGLESIA

Y LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

Por JoaquÍu Psnr¿

LOS COIT{PONENTES DE TJNA Aunque resulta tópico hablar de

CRISIS

la crisis del ministerio, vamos

a

echar nuest¡O Cuarto a espadas COn obieto de encuadrat corfectamente las reflexiones de la parte positiva'

La crisis del clero Desde un punto de vista cuanritativo y estadístico, los datos ¡esultan escelofriantes. El ,.taocaro vocacional, las escasas ordenaciones, el creciente número de se,cularizaciones, desemboca en una caida drástica de la proprción numérica de sace¡dotes a cristianos y, mucho más, a habitantes. peso discernible ea todas las-planificaciones ya hoy un -plazo hay que esperat una fase en la que cortb y medio io podrá contarse ion mochos sacerdotes; un númeto cada vez mayor de ias actuales comunidades quedarán sin sacerdote propio' La sobrecarga de los sacerdotes en activo lleva a una insatisfacción profesional y a"La faka de tiempo dispon'ible para la profundización 'esdistensión y .id.t.** humáno' como los sondeos de;i;úit p*ulu 'e.rtre lo, sacerdotls y las vocaciones sacerdotales se emPieza iro.r.ruá, n prodo.i, un fenómeno de cansancio moral, por llamatlo .de algu¡a ,orir..u, es fruto del miedo a las desproporcionadas exigencias tuncionales del ministerio sacerdotal, totalmente irrealizables'

La

escasez es

pastorales.

A

JOAQUIN PEREA

I

109

Además, y desde un punto de vista cualitativo, se está produciendo un cambio copernicano en la fo¡ma de entende¡ el ministerio. Desaparece la concepción acumulativa y piramidal del sacerdocio, según la iual éste asumía y recapirulaba en sí toda la realidad ministe¡ial y todos los valores carismáticos eo una especie de cascada descendente de sagrada jerargúa.

- Evoluciona la imagen profesional del sacerdote y se hunde, por dualista e inadecuada, la rígida distinción sacerdocio-ráicado, a pes^ar de la afi¡mación rotunda del Concilio vaticano II (cfr. LG 10). Ta] evolución es fruto no de teo¡ías más o menos avanzadas, sino de la experiencia eclesial. Los sacerdotes se comprenden a sí mismos cada vez -7, .orno anunciadores del Evangelio en un mundo descristianizado, como misioneros y profetas ante la increencia. Y también como se¡vido¡es de la autenticidad de la fe y de la comunión de los múltiples dones y carismas del pueblo_de Dios y de cristo. r-a lí¡ea de serviciio al Evangelio y al desarrollo de Ia comunidad eclesial es lo que prima. Ent¡etanto los laicos descubren paralelamente su propia responsabilidad en la edificación de la Iglesia. se diluye la afuáaci-ón excliusivu, e, cuanlo excl¡rsiv4 de que el dominio propio del laico es el compromiso en el mundo; el laico se siente responrábre también de las o¡ir.*.o, y servicios comunitarios. Esra «marcha ve¡de» del iaicado más allá de Ias fronteras de la clericatura produce un déficir de identificación del sacerdocio y una serie de problemas respecro ar estatuto sacerdotar.

Los motivoe de la crisis Son muchos, complejos

y

antiguos; sólo nos derene¡nos en

La revisión de los datos del Nuevo Testamento

algunos.

y el conocimiento

de

Ia historia del ministerio ha llevado a comprendei cómo o.r.*ru .orrcepción estaba acuñada por ra Contrar¡eforma y a mirar el futuro con

mayor libertad.

reo.. se han planteado y siguen sin resolverse una se¡ie de cuestiones-."riu lógicas-teóricas que bo¡ran_la irnagen clara y distinta q,r. *r", el ministerio: si existe diferencia esencial ent¡e el sace¡-docio universal y el ministerial, y en q"é funda- Si hay algo eipecífico q.re áirtirrga :e a los grados del orden y qué es ro propio á. .i'd" g;"d". si .l *ioirt..io sacerdotal ha de entenderse onorógicá o funciooJ*.ot. y ,i

á.b. ,..

líder de la comunidad o presidenie de la celeb¡ación coitual. En qué consiste la sucesión apostólica y cómo se participa de ella -propiamente en la Iglesia110

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

La crisis del dero no se puede trataf aisladamente, sino que es síntoma de algo más profundo, que la está causando: la renovación eclesial y comunitaria- Se busca la salida de una Iglesia contemplada como institución pública que asegura unos servicios a determinados usuarios: la meta es una comunidad de creyentes, pueblo regio y sacerdotal cuyos miemb¡os todos son sujetos responsables del anuncio del Evangelio y del culto en espíritu y ,en verdad.

De donde el ministerio ordenado ya no se comprende como un «estado» en sí mismo, sino en vinculación orgánica con las demás funciones de la gran fraternidad eclesial. El cambio global de modelo de üglesia conlleva una ¡eflexión sobre el ministerio en su relación constirutiva a la comunidad cñeyenre.

No puede olvidarse tampoco el trasfondo general de crisis cultural y religiosa que se vive. La mundanización tan lamentada por ciertos guías eclesiásticos, el deterioro de las cosrumb¡es, la verg;trenza del sacrificiq etc., son síntomas y consecuencias, más que causas. Es la misma existencia c¡istiana y el discurso eclesial en sus raíces lo que esrá en crisis. La predicación eclesial fracasa muchas veces no por el escándalo de la cruz, sino porque el lenguaje de la Iglesia, a los ojos de los contemporáneos, no tiene gran relación con la cotidianeidad existencial. Pa¡ece como discurso de la fe se conviefte en un sistema catequérico-ideológico

si el

que subsiste en el espacio al margen de la iexperiencia común de los hombres ordina¡ios. Aquel sistema pudo ser adecuado en el pasado, cuando se sentía la necesidad de encuad]ra¡ la existrencia cotidianá en un conjunto sacramental. Efitonces sí, era necesa¡ia wa orgonización eclesial en que se cumplieran determinados roles y un tipo de ministerio que ¡elaciona¡a los actos de cada día al o¡den cultual-sacramental en el que la

vida humana era explicada e interpretada.

Hoy el sistema resulta inadecuado. Las funciones ejercidas en la Iglesia no están adaptadas a la realidad presente. La comunidad cristiana ya no recubre !a comunidad humana de un determinado lugar, ni siquiera en los pueblos rurales. El culto no es la ocasión de agrupar a la comunidad humaoo-eclesial: los mecanismos de integración ya no funcionan en el ámbito de vida eclesial. Desde aquí se plantea el sentido del minisrerio y la inadecuación de sus operaciones en uoa comunidad perdida en el mundo, interpelada por

el

<<sinsentido de todo senrido». No hab¡á reslx¡esta directa, sino abst¡acción dogmática, mient¡as el ministe¡io eclesial sea conducido por una imagen, una sola, la del lirurgo eclesial que sirve y está habilitado para JOAQUIN PEREA

L

111

lo sabe y que todo lo puede eo el ordeo, religioso. Un cva all-round-??zilt no puede dar respuestas válidas a la compleja sed de agua viva del hombre contemporáneo. No es extraño que surjan sucedáneos y concurrentes en el psicólogo, el médico, el conseiero matrimonial, etc. todo. que todo

Tampoco es extraño que, por semejantes inseguridades en la legitimación teológica del ministerio ordenado y en la determinación de sus caracte¡ísticas funcionales y profesionales, muchos jóvenes se detengan ante una decisión por el sacerdocio y escojan otro camino de servicio a la Iglesia.

Motivaciones contingentes

y

razones reales

La cuestión de los ministerios ha sido motivada inicialrnente por la ha visto Ia insuficiencia de tal planteamiento no sólo desde el punto de vista teórico, sino también desde el plano escasez de clero. Pronto se

práctico.

Hay quienes, movidos por la tristeza de un pasado brillante, buscan otros ¡aedios para asegurar los servicios que presta la Iglesia- Estamos asistiendo a este fenómeno: Se reúnen en las manos de cada vez menos sace¡dotes cada vez más funciones de las que parecen inherentes a «los poderes sacerdotales». Las funciones que no se alcanza a cubri¡ son distribuidas, bajo contol de lar jerarquía, entre los seglares que acepteo esa responsabilidad.

Lo que se hacg en realidad, es poner en ma¡cha uoa especie de sustituto» que prolonga la acción del antiguo clero que enveiece,

<
dejando intactos los problemas de fondo. Sólo se opera uoa repa¡tición diversa de las cargas.

Hay otros que sostienen la teoúa pendular de la histo¡ia. Todo volverá a ,estar como antes, porque el Espíritu no puede abandonar a la Iglesia (como si el pasado fue¡a norma sagrada del futuro también pata el Espíritu). Hay que romar medidas provisionales para este «estado de excepción», guardando al máximo la herencia del pasado vocacional y sacerdotal. Parece poco probable que ninguna

de estas vías lleve a la solucióu

de la crisis.

Lo primero que hemos de hacer es preguntarnos qué dice el Seño¡ a a t¡avés del dato de la escasez de clero. ¿No es un signo

sus Iglesias 112

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

Er

i

del Espíritu que invira a buscar orras vías? Las llamadas de Dios son mediad]as por los condicionamientos sociológicos e históricos y por la experiencia de la comunidad creyente.

r

de vocaciones es un signo de que el Espíritu nos llama proveer de otra manera al ministe¡io de salvación en para a ingeniarnos el m-undo, adaitándonos a las mutaciones de la sociedad y de la lglesia'

El

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descenso

En lugar de lamenta¡nos por la desgracia de la época que nos toca vivir, este-mos dispuestos a discernir y a. acogef offos tiPos de ministerio que el Espíritu está ya suscitando entre los creyentes. El nacimiento de una nueva época con el flo¡ecer de los ministerios encomendados a laicos es algo .*igldo por la nat¡raleza misma de la Iglesia, por la necesidad de uia preiencia más auténtica de la comunidad ártiu.ru en el mundo, por la miiión evangelizadora que cotresPonde por derecho a todos los miembros del pueblo de Dios.

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Así, los motivos contingetrtes dan paso a las ¡azones reales' Aquéllos mantieoen su función de 1stímulo, pi.o ,o han Ce comprometer los problemas de fondo: la crisis de los ministerios no es tloa cu€stión núÁériru, sino cualitativa; no hay tanro un déficit de ministros cuanto de

Ir"

ministerios.

It

Aquel florecimiento no es uo opoftunismo, sino sentido c¡istiano de la oporru;idad, fidelidad al Espíritu que llama cuando quiete y como quiere. in la targa vida de la Iglesia, la necesidad ha empujado siempre a la acción paitoral y al pensamiento teológico. Dejarse mover Por los apremics dá la coyuntura-histórica no es ni poco espiritual ni poco científlco. Eo definitiva, esta temática es profundamente tradicional, aunque muy nueva por la rápida mutación culttrral que afecta al mundo y a la misma

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Iglesia.

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Dejar que pr"ogrese la experiencia eclesial La cuestión de los ministerios se plant'ea e Partir de la experiencia. Sería ir¡teresante hacer inventario de todas las búsquedas concfetas que se estáí nealizando. Es clifícil ¡eunir iriformación, aunque algunas instituciones, como eI Centro «Pro Mundi Vita», lo lleva haciendo desde años. Se tra¡a de

un nuevo tipo de vocacióo: no se trata de niños que

se

convierten en clérigos sepafados del mundo, sino de adultos profesionales, situados er¡ la sociedad, que conciben su servicio eclesial sin renunciar a su condición laical. JOAQUIN PEREA 8

Lt3

Las fó¡mulas son muy diversas, sia que se pueda predecir cómo desarrollará todo ello en

se

el futuro.

Aparecen nuevas imágenes profesionales de ministe¡io laical, a tiempo completo o parcial, con la correspondiente delimitación de su campo de actividades, coo una gran cantidad de va¡iables que hace difícil su dete¡minación jurídica-

Por nuesta parte, consideramos oporamo que siga por ahora esta siruación de experimentación. Acentuamos la prioridad de la praxis sobre

la

teologia no por mantener el barullo, sino por prudencia pastoral. Convi,ene dejar que avance la praxis sin esperar que todo sea claro, sino actuando con la convicción de que una experimentación bien llevada ayudaú a encontrar el camino iusto, e incluso a formula¡ mejor la misma doctrina. sería prudente que pidiéramos ya tt¡a definición teológica y una consolidación jurídica de estos nuevos portadores del ministe¡io. Nuest¡os

No

hábitos mentales nos empujan a pedir a los teólogos y a los juristas que elaboren una definición precisa con objeto de iluminar ( !) la búsqueda. Típica tendencia de la vieja teología, esta de teoer uoa dara definición de antemaoo para «aplicarla»» a las situaciones concretas. Hay que resisti¡ a la tentación. Hay que seguir los auténticos camioos de la tradición eclesial r nunca ha existido teoría preexisrenre en la vida de las instituciones eclesiales, sino que la praxis eclesial ha dado Lugal a una posterior ¡eflexión e interpretación. El proceso ioductivo a partir de Ia experiencia cristiana es congénito con la auténtica teología- Es preciso que nuevos servicios eclesiales surjan y se desar¡ollen sin pregunamos ansiosamente a qué definición correspooden. La teoría seguirá a la praxis.

Naturalmente, no cualquier praxis puede recibir i¡mediatamente el ma¡chamo de autenticidad ministerial. Puede responder a un tipo de servicio social, cultural o político. Será preciso poner uoas líneas básicas

o

condiciones fundamentales para guiar el experimento, a la espera de la maduración de las formas nuevas. En este campo, por tanto, será preciso que se encuentren las iniciativas d'e la base y el trabajo cientifico de los teólogos, juristas y pastoralistas.

Aclaraciones terminológicas

El término «mir¡isterio» es ¡elativamenre nuevo en nuestro vocabulario. Antes se decía «sacerdocio», luego «sacerdocio ministerial», más tarde «ministerio presbite¡al». Muchos han denor¿do ya el significativo cambio de los sustantivos.

tt4

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

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n

concepción de un La pretensión del nuevo uso es dista¡ciarse de la cristiaoa' primitiva uu..rdoiio cultual y reencontrar la originalidad

y abs' La utilización del término en singular, expresión comprensiva que es ,.u.á p..i."de maoifestar la unidad de vocación de servicio (diakonía' ministeriurn'

la Iglesia ñ;;; á; ;;á" h Iglesia v d-9 to{os-9n de este singular es ;;^i;i" r- griego, hIín, cÁteuano)' El incor¡veniente ord;enacióft cor, uua de ministerio el muchos pura qo" toduoiu ááo.. imagen de concentración de funciones' orgá' El plural («los ministerios») quiere manifestar la diversiñcaciín f"Sb-bt institucionalizado' coniunto y su ..t.tiut.t servicios nica de los 'buena matcha de la comunidad todas las funciones y ái"^t útí1"' a la apostólicas' tareas responsabilidades cristiana: actividadés cat'equéticas, caritativas, servicios administrativos.

A partir de este sentido uoitariq gtobal, aunque indeterminado' es

preciso hacer unas distinciones, muy brevemente' Hablaremos del ministerio de la lglesia Iglesia, Pertenece al ministerio de la Iglesia

y

de los mi¡isterios. en la el ser testigo de Crrsto en

eI mundo e instrumento de la reconciliación. Todas las

int'ervenciones

significantes del cuerpo eclesial, acttalizadoms de su servicio a la humaniáad, corresponden a este ministerio de la Iglesia' Ahora bien, en ,el interio¡ de la comunidad cristiana se dan los ministerios: todo lo que conüibuye estructuralmente a su vida o uabaja existentes en la Iglesia, a su para -,r.r, su bien. Estos ministerios Particulares polos que los estructurao' dos por su relación con ,. distinguen

los sacramentos del bautismo

y del orden.

Los ministerios laicales, aunque con mayor precisión deberían llamary la se ministerios confiados a laicos, ion los que se fundan en el bautismo resPonplenala confrrmación. Estos sacram'eotos habilitan Para entrar en sabilidad eclesiaL Aquellos minisrerios rurg.n, se estructufafl, fundados en el don del Espíritu que suscita la diversidad complementaria de los carismas de todos.

El ministerio o¡denado supone el ejercicio de un poder sagrado recibido en un nuevo ,u.ru-..rio. Se funda en la institución apostólica y tiene una misión pafticulaf ante los fieles en representación del rniniste¡io mis¡no de Cristo.

Ha de quedar claro que los ministerios laicales no son una prolongación del ministerio ordenado. Esta idea corresponde a la antigua concepción de las «órdenes menofes» como funcionei situadas en la base de la JOAQUIN PEREA

11'

pirámide jerárquica. El fundamento de los ministerios no es una investidura o un mandato recibido de la jerarquía, sino los sacramentos del bautismo y la confirmación. Naturalmente, todo ministerio ha de ser vivido y ejercido en la comunión eclesial, cuyo r,egulador exrerno es el ministe¡io ordenado. Este punto lo explicitarernos más adelante, al tratar especialmente de los ministerios «instituidos».

EL MINISTERIO DE LA IGLESIA EN EL MUNDO Misión salvadora

y estructura ministerial

La finalidad de la Iglesia explica de qué ministerios ha de estar dotada para cumplir su misión. Estudiar la esructura ministe¡ial desde el horizonte de la :i-azón de ser de la Iglesia, es deci¡ de su ministerio en el Írundo, lleva no sólo a superar las vanas querellas entre clérigos y laicos, sino también a explicar correctamente la misma existencia de los ministerios.

El punto de partida es el siguienre: aunque Dios y la humanidad se han reconciliado deñnitivamenre en J,esucristo. sin embargo los hombres deben radficar libremente la actaación de Dios en el decu¡so de una histo¡ia. Los homb¡es de cada generación han de situarse ante la salvación aceptándola o rechazá¡dola. Siguiendo la ley de la mediación encarnada, la oferta medio de una comunidad salvada con funciones salvado¡as. la comunidad d,e convocados que anuncia el encuentro con viene, es la rcalizació¡ ministerial del envío escatológico

acontece por

La Iglesia es el Señor que de Cristo al

mundo.

De aquí se deduce algo muy importante. Aunque la existencia comunitaria toma pronto forma de organización social, ésra no es producto de factores humanos, sino de la necesidad de testi6ca¡ visiblemente por medio de la unidad social, la salvacióa preseote. Por lo cual, la Iglesia no tiene ministerios para sí misma, para situaciones intraeclesiales. Son funciones que juegan un papel de servicio salvífico. En consecuencia: la teología y la pastoral de los ministerios no han de partir de la persona del ministro, de su peculiaridad, de sus funciones, de las exigeocias de vida que le son propias, erc. Se contemplará primero la Iglesia y las modalidades de su existencia en el mundo (el deber ser de la Iglesia) para, de ahí, deducir cuáles son los ministerios que contribuyen a hacer de ella el signo efrcaz de salvación.

r16

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

a Lo que debemos preguntarnos ante todo es cómo la buena noticia podrá ser oída y vivida. Desde ahí, la comunidad c¡istiana se da¡á los ministros que sean necesarios. Diako,nía para

el mundo

La diako¡ía, el ministerio, es el equivaleote del término empleado por Jesús para expresar su propósito fundamental de entrega por el mundc. Ahora toda la vida cristiana, englobando a toda la comunidad creyrcnte, ha de convertirse en un gran «ministerio de reconciliación» (2 C 5, 18-20). Desde este principio ministerial de la existencia cristiana ha de realizarse la determinación de los servicios particulares. Si la Iglesia no ejerciera la «obra del ministerio» (cfr. Ef., 4, 12) sería infiel al Señor, sería in-significante.

Este se¡vicio consiste en subo¡dinarse al único Salvador. IJna comunidad que pretendiera servirse del Evangelio riara su triunfo en lugar de servir al Evangelio, no sería la lglesia de Criso. Un ministerio que quisiera disponer arbitrariamente de la palabru y de los sacramentos dejaría de ser un ministerio auténtico.

Por tanto, no ,es el mundo quien da al ministe¡io su consistencia propia. El servicio de la Iglesia nace de la imagen del Siervo. Y .los servicios en la Iglesia son expresión de una dependencia radical del plan de Dios en favor del mundo. Ambos aspectos deben ir unidos en una comunidad cristiana estructurada por tales «servicios»: la dependencia radical de Dios y la diacotia al mundo. Ambos polos del único ministerio de la Iglesia permiten, como veremos, la eclosión de ministerios muy diversos.

En todo caso, es una dialéctica de unión y de enfrentamiento con el mundo. Se trata de vivi¡ en medio del mundá y hacer presenre Ia interpelación de Dios al mundo, oír la llamada en el centro de nuestra historia para construirla según ,el Evangelio.

Ministerios

y

comunidades, locales

Si la cuestión de fondo de los ministerios es Ia necesidad de que la Iglesia cumpla su misión plenamerre en cada momeoro de la histo¡ia y en cada zoru de la cultura, este planteamiento nos conduce a encuadrar la cuestión en el marco de las Iglesias locales. La Iglesia no se realiza únicamente en cuanro universal, sino también JOAQUIN PEREA

tt7

en cuanro comunidad eucafística en un lugal concfeto. La Iglesia local no es utra filial o ufia demarcación administlativa de la universal, sino que es verdadera rcalizaci'¡ y fe-presentación de la Iglesia de cristo (cfr. L. G.,26). Ello implica que el t€ma de los ministerios ha de dilucidarse en primera ins-rancia en el plano de la Iglesia local y 9ü€-,, -€tr las diversas iglesias locales, puede háber estructuras ministeriales diferentes. la misión suscitar comunidades eclesiales .o. onu-orga¡izació¡ áinisterial propia (cfr. A' G', 19-22)' Aho¡a bien' el concepto- de misión se amplía en nuestros días: las tierras nuevas donde ha de nacer la Iglesia se encueotran entre flosotros' A este respecto es decisivo concebir la Iglesia comg acgr.Itecimiento cudu ámbito local. Nace y gelmina en función de cada del Espíritu "i t"rr"rrd humano. La comunidad de creyentes que participa en la empresa de liberación integral del homb¡e, pone en marcha los servicios que necesita paru caminar en seguimiento de C¡isto. Los ministe¡ios sutgen, Por tanto, como un fruto de la vida eclesial que «aconrece, .n cadi lugir, con obieto de asegufar, la consistencia del ánjo.rto. Cada Iglesia local ha de tener gran iniciativa e¡ la organización de sus ministe¡ios. Es un hecho comprobado que sin autéfiricas comunidades no hay surgimie¡ro de los ministerios. Y viceversa, sin ministerios no se garantiza. la madurez de la comunidad. cada comunidad tiene los ministros que si,empre ha sido objetivo de

mefece.

fácil definir de manera rigurosa a la comunidad cristiana- Hoy coexisten muchos prororipos, quizá provisionales. de figuras comunitarias. Conviene conocer 6ien las características peculiares de toda esa gama de agfupaciones en orden a una solución apropiada a la estructufación de los ministerios. sin entrar a fondo en la compleja temática de los dive¡sos tipos de comunidades, sí queremos destacar la tendencia a consrituif grupos de creyentes menos numerosos, menos heterogéneos, más aptos para Ia experiencia de una cie¡ta vida común, con uo mayor compa¡tir de la fe y la oración, con un compromiso en el mundo más exigente.

No

es

Los ministerios del maia¡a deberán adaptarse a las necesidades de surgir del modelo de trglesia que Prelos hombres de un lugar y centro de de comunión tendemos: hogar de

estas comunidades locales, deberán

evangelización 118

en un concreto ambiente humano. LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

Por tanto, no será posible dar pasos serios en la realidad y en la teología de los nuevos ministerios, mientras no evolucionen las estructu' y ras Jciológicas de la Iglesia de hoy. Si seguimos en el ma¡co mental de diferente rePartición una lograremos áctuales, real de las est¡ucturas ias actividades eiercitadas ahora por el clero, pero es dudoso que hagamos un mejor servicio al Evangelio. Recuperar este punto de vista, teóricamente claro, resulta difícil en acrual hace del cura una realidad mtterí'or ia pra*is ^comunidadesPero lo que s9 pide es una vincu1r iontrtkuyente ie las No los ministros y las iación esúecha y constante entr€ -comunidades' que las preciso Es Dios' pueblo de del salido haya que miáistro el basta .oroonidud., tefigan coáciencia de su responsabilidad en cuanto a la qoá t" sientan implicadas en el estructuración ministerial de la lglesia, -d. ror propios ministerios. El paso de nacimiento y en la configuración

Ia

práctica- porque

una Iglesia clerical todos.

^

ínu «rcda ministerial» exige la

conversión

de

Los ministros deben ser exPresión de la vitalidad de la comunidad cristiana, formados desde y con^ vistas a la comunidad. pata-rea'lizar los servicios realmente o.a.ru.'io, a su comunidad, no otros prefijados teóricamente o putamente repristinados de la antigüedad' de los ministerios es algo estrechamente unido a la ¡enovación de las comunidades y éstas son tan varias como a¡riba hemos dicho, surge inmediatamente la cuestión de cómo atmonizar la variedad en la unidad.

si la renovación

Ante todo, los ministerios de servicio a las comunidades primarias se orgatizan y estrucntrao en el seno de cada Iglesia local baio la dirección de-los obispos. son ellos quienes sancionan la presentación hecha por las

No debe suceder que comunidades demasiado particularistas dispongan de unos ministros que ellas mismas se han dado, con detri-del testimonio de comunión. La función de discernimiento, conme-nto seio, y hasta arbitraje, pfopia del ministerio episcopal, es esencial en el ámbito de la incorpo¡ación de todos los ministe¡ios.

comunidadás.

Por otra parte, cada Iglesia local ha de someter su búsqueda propia sus iniciatiiu, .o la olganización de ministerios a la verificación de iur ot."r Iglesias locales. La comunió¡ con la Iglesia de Cristo es comunión con Ia Iglesia unive¡sal y excluye todo particula¡ismo sectario. Y la comunión áe hs Iglesias locales tradicionalmente se ha entendido expresada en el mutuJ recooocimiento de los mi¡isterios. Este ha sido sie-mpre el elemento esencial que ha distinguido uaa Iglesia de una secta.

y

JOAQUIN PEREA

LL9

A

su vez, la Iglesia unive¡sal ha de cultiva¡ un espiritu de mutua el principio de subsidiariedad. No deben ser restringidas las actividades de las Iglesias locales cuando no estén en cont¡adicción con el bien común unive¡sal. El episcopado universal ha de promover el derecho a la variedad local y cultiva¡ la creatividad ministerial denuo de la mayor apertura muruaconfranza, donde pueda ser practicado

Estructuras pastorales adesuadas La libe¡tad yara La experimentación de nuevas formas de servicio comunitario sin imposiciones desde fue¡a debe ir de la mano con el desarrollo dife¡enciado

y la puesta a punto de nuevas esüucflrras

pasto-

rales. De hecho, la renovación creadora desde abajo de nuevos ministerios, el perfilar teológicamente sus rasgos originales, servirían de muy poco si falta¡ las posibilida
Las estrucnuas pastorales creadas en el posconcilio (zonas y sectotes de ambiente...) han sido creadas a la medida de los clérigos. Illas mismas u orras han de ensancha¡se para dar cabida al nacimiento de tareas específicas minisreriales. En su interior han de surgir y ofrece¡se generosameflre al servicio miemb¡os de las comunidades, con uoa permanencia que dé a su ofrecimiento un cierto pastorales, consejos, equipos

carácter institucional.

Es urgente abrir campos de trabajo en que sea posible a todos, de un modo profesionalmente satisfactorio cuando se trara de laicos, asumir seriamente responsabilidades en el servicio al muodo y eo el anuncio salvífico.

A un programa pastoral paternalista, a vna estructura parroquial unifo¡mizada, corresponderá perpetuamente el dualismo: clérigos diri-

En estas condiciones, si surge algún mi¡iste¡io será entendido como prolongación del de¡o, como injerto gentes - administrados obedientes.

«tapa-agujeros» absolutamente esréril.

Por el contrario, a una pzrsroral const¡uida sobre unidades dife¡enciadas coo¡dinadas para la evao,gelización en un territorio, corresponden responsables diversificados, personal especializado, r¿u,eas propias para diversos ministe¡ios. Estos tienen su propio ¡elieve en el conjunto dJ bs responsables de la pastoral, parricipan en la planificación pasual, asumen responsabilidades con madurez. L20

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

Las esmucturas pastorales nuevas pueden sef tan vacías como las ansi faltan coirunidades de fe en todos los niveles. Comunidades dJnde se exprese de manera claru la dependencia ¡adical del Señor Jesús y el servicio aI mundo; donde se viva una fe que se comPromet-e en los áesafíos del presente para consrruir el futuro de la f¡aternidad de los

tiguas

hijos de Dios. les exige abaodonar hábitos anticuados y colaborur prácticamente en la acción de pastoral misionera por medio áe 1u disponibilidad de sus miembros para una más amplia y más dife¡enciada multiplicidad de ministe¡ios. En este punto entfamos en tierta nueva, donde ñuy qo. experimeotar una praxis nueva, por lo que.no es posible indicar .trr..o.n.ius muy concretas de esra toma de posición.

A

esas comunidades nuevas se

y peligroso creer qu€ ya existen en todas Pa¡tes pretufici.ot.t para lanzar tal aventura. Hay mucho que hacer no

Sería ingenuo supuestos

sóio en las parroquiÁ convencionales, sino en las mismas comunidades primarias. para que cuaje el nuevo estilo.

No se trata de la solución simplista de sustituir cada cura que falta por un ministro laical Esta concelrción lleva, más tarde o más temprano, á olvidat lo que es el insustiruible ministerio ordenado Para una comu' nidad creyente; lleva, en defrnitiva, a la muerte de la comunidad euca¡ística- Se trata, Eor el contrario, de liberar todas las fuerzas creativas f¡uto del Espíriru, para impulsar una Pastoral adecuada a nuestro tiempo que renga en cuenra la múltiple esrfarificacióo de las necesidades de la vida y las expectativas de los hombres.

El reconocimiento de los ministerios

.B

La comunidad es el lugar normal donde los ministerios no sóIo nacen y ejercen, sino también se rehacen, habida cuenta de las vicisitudes a i^ qr.r" está expuesta aquélla, efi razófi de que las const¡ucciones eclesiásticas son siempre precarias y en razórl de la fecundidad del Espíritu. ¡ealismo cristiano nos hace ver, efl tales circunstancias, que los mioisterios deben ser deseados, reconocidos, ¡ecibidos por aquéllos a quienes van destinados. Un servicio impuesto se degrada en función adminisrativa o poder coercitivo.

El

Hasta ahora los ministerios existentes (que son solamente los ministe¡ios ordenados) han funcionado de forma que el pueblo cristiano no puede infuir eficazmente sob¡e su designación o su definición. Los miJOAQUIN PEREA

12t

nisterios se convie¡ten casi siempre en servicios prefabricados, dando la impresión de que más inte¡esa el sosteoimiento del aparato que la voluntad de servi¡.

Ha de quedar claro que toda comunidad cristiana, para ser auténticamente eclesial, ha de recibi¡ de una iniciativa que no procede de ella sola el ministerio que asegura su cohesión y su plena identidad. Acoger a un ministe¡io que viene dado es reconocer la iniciativa preveniente de Dios en Cristo, única verdad de la lglesia. Pero se¡ía falso imaginarse uoa [glesia que subsiste sólo porque Jesús

fundó el aparato que se sucede a sí mismo hasta el 6n de los tiempos. La Iglesia es también creación del Espíritu por los dones que le otorga con libertad soberana. Por tanto, en este tema hay que encontrar el equilibrio entre salvaguarda de la identidad del proyecto de Cristo y amParo de la libertad y creatividad del Espíriru. (La eclesiolo gia es siempre fruto del ajuste de cristología y pneumatología-) Así, pues, no s€ trata de imponer modelos prefabricados ai de crear funciones, de la nada, sino de reconocer como auténticos ministerios los roles que desempeñan los creyentes en vi¡tud de su participación en el sacerdocio regio del pueblo de Dios. Existe una disposicióo general para eI ministerio que es

la

gracia baa-

tismal. Pe¡o tal capacidad de base no crea automáticamente ministros, porque no confe¡e ninguna carga determinada. Es preciso un llamamiento por un acto de Iglesia para que el carisma propio reciba el sello efectivo del ministerio eclesial.

Reconoce¡ a las personas dotadas de carismas indispensables para la diakonía eclesial en el mundo su condición de tales, es necesario para una fundamentación teológica y pastoral de la esuuctura mioisrerial. IJna cosa es ejercer de hecho un servicio carismático, orra cosa muy

distinta es recibir de de¡echo el correspondiente reconocimiento público. La comunidad ha de participar con un discernimiento de las disposiy la competencia de un carismático, llamándole a una tarea cuali-

ciones

frcada ante

la i.az de la comunidad

misma-

Consideramos este reconocimiento público algo imprescindible para a la nueva estrucrura ministerial dent¡o de la lglesia y, en definitiva, para ofrecer públicamente una visión más amplia y más completa de la naturaleza de la misma lglesiacrea.r una base sólida

122

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

MINISTERIALIDAD

Y

CORRESPONSABILIDAI)

DE TODOSI LOS CREYENTES

una eclesiología de comunión postula comunidades afticuladas y_ servidas por la totalídad de sus miembros, ricas en la variedad de sus dones espiritluales, comprometidas globalmente en la misión' La organicidad de los diversos servicios y funciones, muest¡a de la vitatidad áristiana de un númefo creciente de bautizados, conduce a relativizar la concelrción jerátquica-sacerdotal pero descubre mejor la originalidad de todos los se¡vidores de la ¡ue¡ra afia¡za' Et pueblo de Dios que profundiza ,eo su vocación pasa de sef una masa del asunto de todos. Cada uno se siente anóniria a ocuparse "ciiou-.nt. que sabe cons*uye la üglesia, puesto que ésta lon..rni¿o por'o., trabajo de la ierarquía. por actos los sólo no se edifrca La comunión org^nica, realidad envolvente en cuyo interior todos los creyeotes se sitúan al servicio del Evangelio, se expfesa dinámicamente en una corresponsabilidad diferenciada.

Las leccione del Nuevo Testamento Carecemos de información suficiente sobfe la siruación original. La forma precisa de estructuración ministefial flo es una preocupación clave de los autores neotestamentarios. Jesús no creó los ministerios pero habló del servicio y se entregó como siervo. Lo que El hizo de maneta única 1o han de reiterar todos los integrados en su Cuetpo.

La vida de los seguidores de Jesús exige eI testimonio de servicio en roda su variedad. Las multiples tafeas son desarrollo y explicitacióo del único servicio; la construcción del Cuerpo de Cristo es un servicio (Cf¡. 1CLz, r; Flf.4, 11). El Nuevo Testamento no usa nunca para las rafeas o ministe¡ios eclesiales las palabras cor¡ientes para designar a los cargos o puestos de autoridad en el mundo judío o Pagano. La orde¡a¡za y d.t.iho soo tan esencialmente diferentes en la Iglesia y eo la so"1 que no pueden llamarse con las mismas palabras. ti.dud Los apóstoles tuvie¡on desde los primeros momentos ayudafltes y colaboradóres que hoy llamaríamos «laicos»: misione¡os, mensajeros y maesüos del Evangelio, fundadores y luego guías de las nuevas comunidades. Sus servicios eran entendidos mayormente como don del Espíritu o creación directa de Dios pÍua su Iglesia. Algunos de entre ellos son JOAQUIN PEREA

121

institucionalizados en forma jurídica duradera

por la oración

y la im-

posición de manos. Pablo entiende que todas las funciones de servicio, las institucionalilos servicios permanenres u ocasionales, los dones ordinarios o extrao¡dioa¡ios, son manifestaciones del único Espíritu que deben maotenerse unidas bajo la misma denominación de ca¡ismas. En la mutua implicación y colaboración de todos los ministerios, dentro de una estructura trabada y ordenada, se manifiesta la unidad de origen en el Espíritu de Cristo. zadas, Las libres,

al pensamiento de Pablo una concepción de sotr porradores agraciados de ministerio y la

Contradice totalmente

la Iglesia en que uflos

inmensa mayoúa pasivos receptores de la gracia «cuidados» por aquéllos. La diversidad de las listas paulinas de carismas muestra que en las comunidades hay una vida rica y compleja, auoque con una estrucrura ordenada- La nzó¡ es : todo miembro del Cuerpo riene su doo; todo don procede del único Espíritu; luego sóIo puede resultar que rodos conjuntamente hacen visible la unidad. Carism4 ministerio y comunión

van siempre asociados.

Creatividad de Ia Iglesia, primitiva Una de las ca¡acterísticas más llamativas del Nuevo Testamento es la dive¡sidad y variedad de los ministerios. Las tradiciones locales, culrurales y reiigiosas contribuyen a la multiplicidad y diferenciación de prototipos. Cada comunidad local tiende a organizarce por sí misma, asegurando poco a poco sus se¡vicios.

Hay momentos sucesivos de organización, ligados a zorlas dife¡entes. La comprensión de los servicios no es la misma en rdas lmrtes: se desa,rrolla, acusa diferencias, ligada al despliegue de la Iglesia misma. AIgunas funciones están bien definidas; otras, menos. parece como si importaran más los hombres que las funciones; los hombres por cuyo medio Cristo construye su Iglesia. En síntesis: las comunidades se dan los ministe¡ios que necesitao para ser fieles aI señor. No hay uo concepto que englobe nuest¡o coocepro actual de ministetio con sus funciones objetivas predeterminadas.

Si hubiera que iadicar, de forma un tanto variopiata

y con términos

más ce¡canos a los nuestros, algunos de estos minisrerios, habla¡íamos de:

colegios de ancianos, vigilantes de la palabra, administ¡adores, promotores de la o¡ación común, inspectores, profetas, doctores, eoviadol itine-

t24

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

ranres, maestros... y muchas otras actividades que difícilmeqte raduciríamos hoy (las que se citan en 1 C 12, 8-11,28; Rm 12, 8-L1).

La corresponsabilidad en la fe y en la misión va uoida a tareas Par. ticulares que no cortesponden a todos de la misma manera- Adviértase que ,esta multiplicidad de actividades no es una especie de reparto de funciones más o menos dernocrática o la distribución de tareds desde abajo. Las tareas son dadas desde arriba, reconocidas y ejercidas en el Señor.

Una clara lección se de¡iva de esta creatividad impulsada por el Espíritu y por lo; acootecimientos: en la antigua trglesia la funcionalidad prevalece sobre el si§tema- El servicio a la comuoidad y a la misióo, no las reglas a piori, es lo que regula la materia de los ministerios. La reducción poste¡ior a un paradigma único ha sido emPobrecedora para la vida comucitaria y para la dikonía al mundo. La vida cristiana en el mundo actual, tan multiform,e en sus exigencias y eo sus objetivos, necesita de análoga creatividad de estructuras ministeriales variadas.

El tránsito, hacia la estabilidadl y uniformidad El estrato tardío del Nuevo Testamento muestra claramente cómo algunos ministerios van alca¡zando una importancia notable y acaban imponiéndose. En la época post-apostólica pasa a primer plano el ministerio colegial de los ancianos. Surge uo grupo que tealiza una tarea particulff «frente a» la comunidad: es la responsabilidad peculia¡ de cooseguir el concurso ordenado de los diversos servicios y ministerios. Es lo que hoy llamamos gustosa-

mente <<ministerio de presidencia». Este hecho no significa el abandono de la idea de una responsabilidad de todos los bautizados. Al m,enos, en tanto la constirución de ministerios especializados no es subsumida bajo la distinción de clero y laicos, cosa que sucede mucho más tarde. Es falso, por tanto, hablar de oposición enre instirución y acontecimiento, entre los que tienen un cargo permaneote y los que actúan bajo el impulso ocasional del Ebpíritu. Hay que ¿centuar más la coo¡dinación de todos los ministe¡ios que la subordinación a una auto¡idad jurídica. La autoridad, que sí exisre, es pastoral y busca gararLtizú la conexión con el origen, con los apdstoles ya fallecidos. Eo el momento en que la Iglesia deja sus orígenes y enüa en el camino hacia el futuro, oecesita permanecer apostólica; precisamente para ello se configura un da¡o concepto de ministerio que contiaúe la predicación

apostólica frente a pseudoprofetas JOAQUIN PEREA

y

falsos maestros.

tzt

El desarrollo histórico del ministerio nos enseña cosas importantes pa¡a nuestra problemática acrual. En 'la 'época de clariÉcación y consolidación se demuisrra que no todos los miniiterios tienen la misma significación p^r^ lu subsisüncia de las comunidades. Son imprescindibles la prediZacih y la enseñanza: los homb¡es que asumeo responsablemente este servicio son los líderes de las comuoidades. El se¡vicio de la Palabr a toma necesafiamente el primer lugar en el marco de la misión: ella tiene el poder para salvar, para cambiar la co¡dición humana. si se olvida esre aspecto central del ministerio crisriano se le vacía. de su conte¡ido capital. Si el servicio se reduce en y acciones emprendidas pata aliviar la situación del hombre, personales' sociales, entónces se olvida lo sustancial que es la Palabra que anuncia el Reino. Este anuncio es el que toca en ius ¡aíces la dramática situación humana y del que se deriva el efecto del compromiso ¡ma aliviarla.

Así p,ues, el medio de actuación fundamental de todo ministerio es iu procla-ación, con un carác¡e¡ más kerigmático que didáctico, que haáe resooar la llamada de Dios ea Jesucristo. El ministerio está siámpre al servicio de la Palabra, no está ni por encima ni siquiera en su miino plano. por lo cual no debe fijarse de uoa vez ni su número ni sus fo¡mas-. La diversidad de fo¡mas del ministe¡io, ligada a situaciones histó¡icas, corresponde a la exigeocia de que los servidores de la Palabra se ajusten a las necesidades de los hombres.

.l

uoon&o,

La evolución lleva a una institucio¡alizació¡ cada vu mayor. No hay que concebir este fenómeno como contfafio a la acción del Espíritu. Es la necesidad de asegurar la solidez comunitaria frente a errores y desviaciones y la búsquedá de unidad de las comunidades cada vez más dis' persas y numetosus, 1o que Tleva a una organización más estructu¡ada. Pero la- finalidad esencial queda siemprc clata: servicio a la Palab¡a e¡ la evangelización y a la unidad interna y exteroa de las comunidades.

Una conclusión importante queremos destacar. La evolución de la organizaciótr eclesial, desde una situación a-sistemática, condicionada por cirtunstancias locales, a una sistematizació¡ cada vez más uniforme, es signo del caráüet inacabado de la Iglesia e¡ la histo¡ia- El Nuevo Testamento no impone una estructuia Para todos los tiempos y lugaresLa Iglesia primera áesarrolló los ministerios de acue¡do con las oecesidades que imponía la evolución de la cultura y de la evaogelización. Nuevas fazones-históricas pueden aconsejar estlucturas ministeriales diferenrcs. El Nuevo Testamento sólo nos exige que eI ministerio sea uo servicio a la unive¡salidad del mensaje evangélico y a la preservacióa y Promocióo de la unidad; nada más, ni siquiera la rese¡va de funciones sacramentales 126

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

pafa uoos ministerios especiales. Es legítimo y exigible un diálogo entre il periodo de los orígenes y la época actual. Lo esencial no es conservar inmutable lo que nos ha legado una época pasada, sino situarlo correctamente a la luz del testimonio del Nuevo Testamento, captando las demandas del presente, baio la luz del Espíritu.

Significado de Ios m,inisterios enr la Iglesria ¿Por qué son necesa¡ios en la Iglesia unos ministerios institucionalizados qoé r. convie¡tan en intermediarios obligados del anuncio de la Palabra y a. U rcalizació¡ de la comunión? ¿No bastan los dones espontáneos del Espíritu que impulsan a las comunidades a eietcer colecti' vamente lo que es el podet de todos? Hay que reconocer que hemos separado demasiado los dones esPiritua-

les espontáneos y los ministerios instituidos, concebidos como valores autóno-mos por encima de la comunidad. Se ha absolutizado su poder o superioridad jurídica, bloqueando la vida comunitaria. Pero es una convicción del Nuevo Testame¡to que no hay ninguna dife¡encia fundamental entre vocaciones carismáticas y ministerios instituidos. Todas las actividades provienen 'de la Íterza del Espíritu y sirven exclusivamenrc a la construcción de la Iglesia. Los mismos ministerios no son otra cosa que el punto de unión entre el ca¡isma individual y e{ reconocimiento por los responsables de su necesidad para el bien común.

La necesidad de ministerios instiruidos no es uo asunto de institución jutídica ni de poderes, ni mucho menos de separación sacral. Es una cuestión ¡eferente al signo eclesial. Es necesa¡io signifrcar que no son las comunidades las qtle pueden

la

delegar

a

lfamada

y erlía en misión.

sus miembros

cualidad de evangelizadores

o

constructores

de la unidad. Es Cristo quien escoge y desigaa- La Iglesia auteotifica la Esa exigencia pertenece al o¡den del signo, a la ¡aturaleza sactame¡tal de la Iglesia, porque es así como indica en nombre de quién habla.

Para sentirse llamado a la cosversión por la Palabn viva es preciso sentirse interpelado Por una voz humana que habla de parte de otro, po¡que El mismo fue captado por la Palabra.

En resumeo: el origen gratuito de los dones de Dios debe signifr-

carse visiblemente. La comunidad confiesa que recibe tales dones por el hecho de recibirlos de un ministro a quien reconoce como servidor de los JOAQUIN PEREA

127

misterios de Dios. Ello supone presentarse ante Dios en actin¡d humilde de demanda y gratitud y atestiguar aote el mundo que tiene necesidad de recibir lo que ofrece y comParte. Ejercer

un ministerio en la Iglesia es contribuir, en nombre y

eo

seguimierito de Cristo, a provoc¿u entre los homb¡es uoa resPuesta a la llamada de Dios. Las ob¡as y las palabras del minismo expr€san que Dios en Cristo reúne a los hombres que escuchan su Palabra- Es un¿ función doblemente minibterial: respecto de Cristo, cuyos instrumentos son; respecto de la comunidad local, cuya edificación han de favorecer-

Aceptar este significado de los ministerios impüca aceptar la ley de la Enca¡nación, es decir, que desde Jesús todos los homb¡es tieoen acceso a Dios por intermedio de otros hombres que les interpelan de persona

a

persofla.

Los ministe¡ios se vinculan al envío o misión del Hiio por el Padre; comparten la misión a través del espacio y del tiempo, prorocando concretamente a los hombres de cada momento histórico. La dimeosión misionera es esencial a la rcalidad de los ministerios. Ellos ate§tiguan existencialmente las exigencias de la llamada- Son el «sacramento personal» del encuentro de los hombres con Cristo y su PalabraPor muy variados que seafl los ministerios, en todos se debe ve¡ifrcar la finalidad indicada. Luego todos son, a la vez, evatgelizadores-misioneros y «eclesiásticos», vueltos hacia fuera y hacia dentro de las comunidades, responsables de la palabra y de los signos. Todo mioisterio está referido simultáneamente a las actividades del anuncio y a las sacramentales o cultuales. Rechazamos cualquier dicotomía. Por ejemplo: relegar los mioisterios ordenados (obispos, presbíteros, diáconos) al ámbito cultual dejando el resto a los demás ministerios. O bien: exclui¡ a los ¡o o¡deoados de los oficios sacramentales, asignráadoles tareas de evang€lización, etc. La fr¡alidad del ministerio es indivisible. Estas ¡eflexiones tieneo una repercusión importante sobre la vida de los mioisuos. Aunque inevitablemente adoptarán un determinado rol o status, sin embargo no se ordenan a una orgaaización puramente sociológic4 sino que están al servicio de la vida misionera del pueblo de Dios. Los minisr¡os difreren tanto del funcionamiento como del notable, tanto

del experto como del militante.

La histo¡ia nos ¡ecuerda lo fácil que es perve¡tit la realidad original del ministe¡io cristiano por el peso sociológico de Ia corporación o de la

t28

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

-: I

institucionalización. No esta¡á de más, po¡ tanto, tenef constantemente presente la novedad neotestamentaria de la función ministerial.

Clericalismo, ministenios espontáneos

y ministerios institt¡idos

La dicotomía de la que hablamos hace un mornento (un ministerio ordenado con funciones sacramentales y un ministerio no o¡denado con tareas evangelizadoras) lleva al formalismo sacralnental y al clericalismo. Así ha sucedido históricamente. La actual situación de organizacíórr

clerical fuertemente institucionalizada es producto conjunto de clérigos I

i I

laicos, tácitamente aceprado por rodos, porque sustenra la comodidad áe la actuación de unos-«profeiionales» que administran por delegación la vida religiosa de todos. El clericalismo se maotuvo *4s Pol los laicos que por loi pastores, porque la dicotomía de lo sagrado y lo profano produce un efecto de seguridad.

y

El influjo del Derecho romano hizo que la constelación de ministerios antiguos se encajonara en el concepto de «ordo», lo que, Por una parte, delimitó claramente a los dirigentes eclesiásticos de los que no tenían tarea de dirección en la Iglesia (los laicos) y, Por otra patte, los miembros del «ordo» se estructuraron con potestades y peculiaridades propias'

La sacerdotalización del ministerio por influencia del sacerdocio le-

vítico del Antiguo Testamento convirtió a los minist¡os ordenados eo un «genus» propio. Este desarrollo

fue favorecido por múltiples

factores.

La expresión del Decreto de Graciano sobre los duo genera cbris¡ia-

determinante Para el derecho eclesial y el pensamiento teológico hasta el día de hoy. un «genus», los clérigos, entfegados al servicio áiuirro, son los dirigenies. El oro «genus», los laicos, cuya tarea-es lo ,.,,poiul, está llamádo a la obediencia. Su derecho es ¡ecibir de los rugr-udor pastores los bienes espirituales de la palabra y el sacrameoto (Cfr. C.I. C., canon 682).

nofunz

fui

El hecho de que el clero y el

monacato fuera durante siglos casi cierta superioridad espiritual que una produjo único reducto de iultura, le hizo ser guía de la iociedud d. to tiempo. (Lo cual no es un fenómeno exclisivo del cristianismo, sino que se da en la mayoría de las religiones.)

De todas formas, el deslizamiento hacia el clericalismo es fácil y casi ineluctable desde el momento en que al eiercicio del ministe¡io se vincula JOAQUIN PEREA 9

r29

un cierto poder, aunque sea de naturaleza espiritual. Ha sido la noción de potestas spiritualis la que ha influido fuertemente en la clericalización del ministerio.

Hay que reo•oar-. muchos la crem ele delil situación. la mayoría • pasividad.

También ha jugado un papel importante en la evolución el sacramentalismo medieval. En la medida en que la concepción sacrificial de la

~~·

Este estaturo di:ñql munidades cristiams . . clericorum teodcD a benéfico parece Set . . . tiandad y las c:sn• + iÍ.I clérigos y laicos.

Eucaristía se hace predominante, las tareas de liderazgo comunitario de los ministerios ordenados se deslizan hacia funciones sacerdotales y cultuales exclusivas. El ministerio se convierte en sacrificador separado, persona sacralizada. El debate sobre la presencia real, con motivo de la herejía de Berengario, bloquea la atención sobre las especies sacramentales: la manipulación de cosas tan sagradas exige un hombre igualmente sacro que posea un «carácter» que el laico, profano, no posee. Es preciso que haya sacerdotes, diferentes en naturaleza y en poderes de los laicos, porque las cosas sagradas exigen un manejo particular.

1

No se ttaaa ele . . vicios adminisu•fim. nuevos funciooarios. Seil comunidad de acr ·¡, sables y toman inM ;.jj¡j surgen cuando y cooperan mm sp 11!

a

los._..

A esto se añade la «Concentración» sacramental de toda la vida cristiana. De la afirmación teórica : los sacramentos son signos eficaces de gracia, se pasaba a la concepción práctica, no pretendida por la teología, de que: los sacramentos son la única fuente de la gracia. Si todo dependía de los sacramentos, la importancia del sacerdocio, garantía de su validez, resultaba enorme. Los clérigos disponían de la totalidad de los medios de la gracia legados por Cristo a su Iglesia. Con ello se convirtió el sacerdote en sentido último y ápice del cristianismo.

Teniendo que~ gelización ronro•tp• r · "iu pastorales rones¡• 5 1 carismas de los ~

::;:;:~~i

En tales coordenadas es lógico que el sacerdocio absorba todos los restantes ministerios. Las llamadas «Órdenes menores y mayores» terminaron por ser escalones sucesivos de acceso al presbiterado. El clero monopoliza todas las funciones eclesiales ; el organismo ministerial, anteriormente bastante vivo y funcional, cae en el desuso y la esclerosis. No decimos todo esto por pura erudición histórica, sino para deducir la lección de que la desaparición de la diversidad ministerial y su absorción por el presbiterado explica la ineficacia pastoral del ministerio y el declive de la diakonía cristiana ante el mundo. Se ha estrechado drásticamente el horizonte de la misión de servicio de la comunidad cristiana, se ha entorpecido la reflexión sobre la naturaleza y objetivos de la Iglesia. La terapia se deduce del diagnóstico. La mayor parte de las actividades sacerdotales pueden ser referidas hoy con toda normalidad a ministerios no ordenados. Muchas facetas del trabajo pastoral pueden ser asumidas por quienes recibieron el sacerdocio bautismal. La destreza requerida para todas esas tareas ministeriales no presbiterales se encuentra hoy en muchos laicos que pueden sustituir con ventaja la actuación de los curas. 130

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

sino central, en la -· vida del pueblo de . · ministerio de los .· ~·

Muchos~f

1·•



la inadecuación cmtt más disponibles pm:a · · blema de los mini.ti.·· mantener a cualquier 11 medio al servicio de • cristiana se enriquraa... necesidades nuens ele 1 una Iglesia encanlimilll;t

Nada impide ..... de naturaleza epm"'•I puede organizar ca .... JOAQUIN PEREA

Hay que reconocer que estamos tan habituados a esta situación que muchoi la creen de derecho divino y no imaginan que pueda haber otra situación. I-a mayoría del clero y del laicado está a gusto en estado de pasividad.

Este estatuto clerical ha de ser superado. En la medida que las comunidades cristianas tomen conciencia de sus responsabilidades, el ordo

clericorunz tende¡á a desapatecer como cuerpo social. Y este Proceso benéfico parece ser imparable Potque desaparece la eclesiología de c¡istiandad y las estructuras sociales que han sustentado la separación entre clérigos y laicos.

No

se trata de mantene¡

el esquema de una Iglesia que a§egura

serde

vicios administrativos, sacrarneotales, etc., Por medio de la asuación

nuevos funciona¡ios. Se trata de que Ia Iglesia aParezca cada vez más como comunidad de creyentes, donde todos los bautizados se sienten resPonsables y toman iniciativas para el servicio del Evangelio. Los ministerios surgen cuando los bautizados encueotran lugar adecuado en la comunidad y cooperao corresponsablemente en la evangelizacií¡.

Teniendo que asegurü muchos objetivos especializados para la evangelizaciín contemporánea, la comunidad impulsa el abanico de se¡vicios pastorales correspondientes. La corresponsabilidad de todos los dones y carismas de los miembros de la Iglesia en cuaoto a la misión, es el antídoto mejor del cle¡icalismo y la concentración de poder espiritual.

A pardr del sace¡docio universal, los creyentes que quieran comprometerse al servicio de Ia Iglesia han de encontrar su puesto no periférico, sino central, en la misión eclesial. Este proceso será beneficioso para la vida del pueblo de Dios, para su irradiación en el mundo y para el ministerio de los sacerdotes.

la

Muchos sacerdotes, absorbidos por tareas sedentarias, confundidos por inadecuacióa entre su vocación y las fuociones que ejercen, quedarían

más disponibles para dedicarse a sus tareas propias. El verdadero problema de los ministerios tro es ¿segurar vocaciones sacerdotales para maotener a cualquier precio la acn¡al institución clerical, que sólo es un medio al servicio de un fin superior. El problema es que la comunidad cristiana se enriquezca con ministerios específrcos para responder a las necesidades nuevas de la evangelizaciín y a las demandas crecierites de uaa Iglesia encardinada en una sociedad nueva-

Nada impide llama¡ ministe¡ios a todas las cargas estables, incluso de natu¡aleza «profana>» que la comunidad cristiana está asumiendo o que puede organizar e¡ inte¡és de sus instituciones o al servicio del mundo. JOAQUIN PEREA

t3r

La Iglesia tiene cada vez más necesidades diversificadas según tiempos y lugares, lo que exige permitir la libre creación de servicios a la i¡ventiva de las comuoidades. Es importante que surjan servicios y ministerios esPontáneos si queh Iglesia sea comunidad dinámica. No basta la afluencia de laicos como permanentes en servicio pastoral, lo cual prc,dia rcforuar la estructura clerical, más o rnenos maquillada. Lo que debemos pretender es un buen equilibrio entre ministerios ord,endor, ministerios in¡ti.t*id.os o pemanentes y ministerios espontáneor o benévolos, todos los cuales incitarán al conjunto del pueblo de Dios no a saberse mefor tutelados. sino a asumi¡ sus responsabilidades y dar testimonio en el mundo. Sin espontaneidad se ahoga el espíritu, sin estabilidad y permanencia desapa¡ece la cohesión, sin autoridad se puede desfigurar el rostro eclesialremos qoé

Hacia una dive,rsa tipología ministerial Hoy día se habla comurunente de diversidad de modelos en eclesiología. En comespondencia con la pluralidad de modelos de Iglesia se conciben los ministerios eclesiales. Según la manera como se vive el misterio de la Iglesia, se programao las estructu¡as de sus ministerios. hablar ahora de dos grandes modelos de ministerios no queremos contraponerlos y aislarlos. Hay que oPtar por formas mixtas que permitan, por su convergencia operatiYa, una disponibilidad de servicio mayor.

Al

Recientemente, y por va¡ios autores, se ha proPuesto una tipoloSía doble de ministerios, coexistentes, dedicados a signifrcaciones diversas y a exigencias complementarias de la vida de la Iglesia: un modelo de ministe¡io wangelizador, misioneto, itinerante; otro modelo encarnato¡io

o

comunitario,

Esta diferenciación procede de la doble realidad que es la fuente de los ministerios : la palibra y el Espíritu. La Palabra es llamada, vocación que suscita he¡aldos para transmitir el mensaie al mundo. El profética -Espíritu edifrca las comunidades con sus dones y servicios. Ambos aspec' rci se sostienen mutuamente para hacer de la Iglesia el sacramento del Reino. Como suscirada por la Palabra, la Iglesia se expande como hisoria. Animada por el Espíritu, se organiza como cuerpo viviente uoido.

A partir de esa fuente de existencia la Iglesia descubre el doble

ministeiio de que está dotada- Un ministerio del Evangelio que anuncia en el tiempo y en el espacio la buena noticia, convocando a la asamblea. r12

LOS MINISTERIOS EN LA IGLBSIA

Un ministerio

co¡nunitario, de santificación, organizacifin

y

servicio al

mundo.

El modelo mi¡ionero o m.irrirterio del, Euan'gelio favorece la idea

de

trascendencia del mioisterio resPecto de las comunidades locales. Se concibe nacido en la cadena con que el Evangelio se transmite dE mano

en

mano.

La Palabra misma llama, como el Señor llamó a los apóstoles' Consagra y dota de autoridad por medio del mandato de unos a otros' Es un mlnistlrio de ffansmisión o sucesión, en el sentido de que está colocado en la cadena de testigos que tienen la responsabilidad y la autoridad para guardar el depósito. Este ministerio se ejerce en las fronteras, donde se anuncia la buena noticia en los nuevos ambientes culturales y sociales que la historia engeodra. La Lógica de la misión prevalece en é1 sobre la lígica que puede án.rg.r de Lt demandas de las comunidades- El ministro disponible para las necesidades de la misión es un «todo-terreno» para actual con iendencia universalista. Su rrvicio subraya la catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia. Función importante suya es la de man¡ener la red de relaciones entre las comun-idades locaÉs diversas en la identidad áe h gran Iglesia. La unidad de la fe, mantenida sobre el Evangelio, es imprescindible para p¡esentar al mundo el signo de la presencia saLviftca del Resucitado.

El mndelo encrtrnatorio o comttnitario tiende a expresar la

inmanen-

cia del mioisterio en las comuoidades locales. Se concibe como función de una .Iglesia constituida más que función de una Iglesia a constituirse. Emana del Espíritu común al grupo d,e c¡istianos ya reconocidos como comunidad de lglesia. Cuando los responsables de la unidad y de la totalidad eclesial ¡econocen a un determinado grupo como comunidad de Iglesia, eotonces goza de capacidad para asumir las responsabilidades de su tarea y su futuro. La comunidad llama a sus miembros a rcalizar lo necesario para se¡ fecunda. Este ministe¡io comunita¡io está o¡ientado hacia una comunidad Precisa específica. Lo que decide su nacimiento es la Percepción de la necesidad que tiene la comunidad de una función determinada.

y

La aceptación de estos ministerios sucede a través de la efectiva recepción del se¡vicio prestado a la comunidad, a partir de una solidaridad humana profunda donde despunta el don de la gracia. JOAQUIN PEREA

r33

Este tipo de ministerio tiende a hacer inhereote la unidad eclesial a las unidades sociológicas y humanas. No abarca una extensión unive¡sal ni se viocula a ua order¡ de transmisión o sucesión. Toda su acción se rcaliza

e¡ la

esfera de una comunidad.

La di¡tinción de e¡ro¡ do¡ nzod,elos fand,amentales no coincide en absoluto con el triple escalón actualrnente conocido, episcopado, presbiterado, diaconado. Pretende más bien reco¡dar la existencia en los orígenes de la Iglesia de uoa realidad de estructura ministerial mucho más rica que la actual. Pretende superar el clericalismo, impulsar algo tan decisivo pata el futuro como el que las comunidades tengan en sí misma-s la fuente de los ministe¡ios. P¡etende subrayar el poder de la Palabra que suscita sus enviados, hoy más que ounc4 cuando las necesidades de la evangelizaciín crecen desmesuradamente.

Pretende suscitar homb¡es libe¡ados para la itinerancia del anuncio mient¡as cada comunidad provee a sus propias necesidades. Es un acto de esperanza en la faerza de la Palab¡a que fecunda la historia y en la obra

del Espíritu que habita eo su pueblo. La distinción de modelos se basa en Ia diversidad de necesidades de la Iglesia, que se agrupa en deredor de dos polos: el interés de la evangelización univprsal en la historia y el bien particular de los individuos y las comunidades.

LOS MINISTERIOS LA.ICALES INSTITUIDOS Nos ¡eferimos en esta parte no a los ministe¡ios ordeoados u oficios públicos que proceden de la sucesióo apostólica y son recibidos por el sacramento de la ordenación. Tampoco a los servicios ocasionales y /espontáneos, expresión de la diakonía eclesial, hacia dentro o hacia fuera de la comunidad que son signo de la libertad y de la soberanía del Espíritu que rejuvenece a su Iglesia-

Nos referimos a aqurellos servicios que, en el marco general de los c4rismas, tienen uoa cierta consistencia iastitucional, es decir, reciben una particular sanción y oficialidad por parte de la Iglesia. Son se¡vicios más estables en rczón de su referencia más di¡pcta a las grandes funciones

r34

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

a habituales de la Iglesia: predicación, culto, compromiso. En razón de ello mereceo más el nombre de ministe¡ios, dejando ,el de servicios para las contribuciones ocasionales y espootáneas.

Lugar teolégico de los ministeriosr laicales ¿Cómo definir teológicamente el lugar del laico que asume un ministe¡io de forma estable, integrándose en cierto modo en la institución eclesial?

Es importante que los laicos que se ofrecen para un ministerio

de

mar,era permanente encuentr4q, profesionalmente hablando, un lugar en la Igl,esia. Para ello es imprescindible que la totalidad de la lglesia local a la que se incorporan conozca y acepte previamente su lugar teológico La

definición teológica hará posible que los laicos encuenren la identidad de su trabajo pastoral y la legitimación de su tarea fundamental en el conjunto de la misión eclesial. Es justamente la misión eclesial en su conjunto el criterio que determina el lugar teológico de los ministerios encomendados a laicos. No es un criterio sociológico, comi puede ser la dedicación a tiempo completo

a

determinadas tareas especializadas. Tampoco se fundamenta su perfil teológico en una esl¡ecie de amputación a la imagen profesional de los ministerios ordenados. No corresponden a una participación del apostolado jerárquico. No deben entenderse como una aptoximación sustitutiva a las funciones del diácono o del sacerdore. Su profesión no postula eo absoluto un sucedáneo de ordenación sacrament¿

El ministerio laical instituido es sencillamente ua¿ consolidación ante Ia faz de la Iglesia de aquello que le corresponde radicalmence como laico, en virtud del sacerdocio universal de los creyentes fundamentado en los sac¡amentos del bautismo y la confirmación, con mi¡as al servicio salvífrco en el mundo. Para comprende¡ este lugar teológico de los ministerios laicales instituidos hay que tener en la mente que las fo¡mas de apostolado no b¡otan únicamente de la estructun jerfuquica de la Iglesia- Es indispensable ¡ecordar las afirmaciooes del Concilio Vaticano II de que todo lo que contribuye a la salvación de la h,manidad es uo proceso complejo y dinámico en el que todos los miembros de la Iglesia rienen su propia responsabilidad.

Se trata de anuncia¡ y de traducir siempre de ouevo la Palabra de Dios como impulso. como correctivo, como portador de motivaciones últiIOAQUIN PEREA

135

mas. Se trata de poner ante chaza¡lo.

la crisis de optar por

Jesús en

la fe o

re-

Para que el anuncio misionero pueda ser oído hoy y se encarne en la fe de los hombres es preciso que sea interpretado de todas las maneras posibles

y

que sus destinatarios estén pr€parados para acogedo.

La Palabru se dirige al hombre entero, quiere impregoar toda su vida, iluminar todos los dominios de su existencia para darles sentido. Por otra parte, todos los grandes problemas humanos, los decisivos para el futuro de la humanidad, ya no se presentan por su rostro religioso, sino por su faz

secula¡.

Paru la i¡radiación misionera de una comunidad de creyentes es decisivo que sus miembros puedan interpretar con la luz de l¿ fe su experiencia humana; porque la Palabra es viva en la transmisión del testimonio de Ia fe comunitaria. Pues bien, aquí se abre el abanico de los mioisterios laicales instituidos con su competencia particular. El mi¡isterio impulsa a la comunidad a escucha¡ las nuevas preguntas que se plantean constantemente, a buscar nuevas fronteras para el Evangelio, a vivir con el mundo el misterio pascual.

Esta es la. tarea de quienes guian a los individuos y los grupos de la comunidad cristiana a ponerse siemple bajo la exigencia de la Palabra para encontrarse cada vez rnejor a sí misma. Ya se intuye que esta función no llevará precisamente a estabilizat a las comunidades. Más bien, surgirá una inquietud misionera que cuestiooará las formas habituales de realización comunitaria.

Algunos ejemplos edncretos Para ¡o habla¡ solo en abstracto, recogemos, sin ánimo de ser exhaustivos, algunas o¡ientaciones coocretas omadas de diversos autores.

En la dimensión profética de la lglesia, y partiendo del anuncio kerygmático a los creyentes, podemos destaca¡ a los que contribuyen a acercat a C¡isto a los alejados: responsables permanentes de movimientos laicos misioneros.

Así mismo, los expertos que contribuyen de manera habitual a la toma de posición de la Iglesia ante los problemas del mundo. Son los que ayudan a vivir en la prueba del tiempo intermedio, ejerciendo la función crítica que corresponde a Ia comuoidad c¡istiana comprometida116

LOS MINISTERIOS BN LA IGLESIA



Los profesores de religión en centros escolares, quienes, junto a una especialidad secular, conoc€n la teología y han recibido la mi¡¡io cafiorr;cd, Muchos de ellos coordinan equipos educativos mixtos de padres, docentes, jóvenes estudiantes.

Los teólogos laicos con los correspondientes títulos

unive¡sitarios, éxito en ministerio ordenado,

cada v,ez más numerosos en algunas naciones, que trabajan con

la

teología científica, sin pensar en la meta del o sacerdotal. Ejercen su tarerr muchos de ellos en el ámbito la formación pe¡manente de adultos en la fe.

de

Los catequistas, de todos los niveles, cuya función es el desarrollo

de

diaconal

la fe personal y'común.

En la dimensión cultual y celebrativa nos encontramos con todos la realización de un ministe¡io liturgico determinado, como lector, ad¡ninistrador de la comunión, ptedicado¡ de la homilía y animador de la liturgia dominical, presidente de los matrimonios. aquellos que han sido formalmenue comisionados con

fa.

Respecto de los ministerios de índole cultual conviene indicar que todos ellos han de comportar también una participación en la acción evangelizadora, e¡ la medida en que han de intervenir en la preparación de la celebración lirurgica. Así lo entiende el motu proprio Miniaeria qmedam cuando recuerda que el acólito y el lector han de toma¡ las disposiciones que juzguen necesarias para la mejor participación de los creyentes en los sacramentos.

En la dimensión caritativa y de compromiso podemos señalar los responsables de la acogida eo las parroquias y todos aquellos que realizan servicios benéficos, asistenciales, de consejo, funciones que en la antigua Iglesia rcalizaba¡ los diáconos; aunque naturalmente hoy se verifican en

un contexto social absolutamente distinto. Los animadores de las comunidades, ministerio que no era necesario en otras épocas, pero que hoy, en las condiciones de vida tan cambiadas, es de necesidad vital. Es el servicio que promueve las condiciones de posibilidad de la vida comunitaria en medio del anonimato de la sociedad tecnica y del consumo. En una nueva situación para la Iglesia, en que han desaparecido las costumbres y vinculaciones familiares y de vecindad que eran cristianas, hay que suscitar formas nu€vas de comunicación, encontrar ocasiones de vincularse socialmente. Sólo con estas formas de oristencia común, des:a¡rolladas con caracrerísticas nuevas, será posible la ransmisión de la fe en nuest¡a époc4 será posible la misma existencia de comunidades cristianas. JOAQUIN PEREA

r37

Recogemos, para terminar, la existencia en algunas naciones, ya en estos momentos, de responsables de las comunidades que realizan funciones ¡ealmeote esenciales y de ámbito global: guía de comunidades sin presidencia presbiteral o de grupos eclesiales parriculares, rcalizaciín de visitas familia¡es, conducción de diálogos pastorales, orientación y ayuda de los enfermos y moribundos, retc. S€ trata, sin duda, de necesidades que surgen hoy a patir de la misión salvífica eclesial, como respuesta a las exigencias de los tiempos y habida cuenta de las posibilidades reales del ministerio presbiteral existente en cada caso.

Aspectos fundamentales de la institucionalización de los ministerios Hablar de «institucio¡aliza¡» hoy no ¡esulta de recibo para

muchos.

Y sin embargo es preciso un espacio de institucionalizacií¡ ministerial en la lglesia. La sanción insdtucional de los s€rvicios eclesiásricos se justifica en la medida en que da cuerpo a la preseocia viva del Espíriru en ]as comuoidades.

Ello no significa encasillar la libertad cristiana, ni apagat la necesaria atención a los signos del Espíritu, a los ca¡ismas espootáneos. No es una concesión a la dimensión societa¡ia y jurídica de la Iglesia, a costa de la adultez personal.

La confirmación instituciooal de las vocaciones ministeriales es un momento connatural de la maduración comunitaria, porque es la captación pública de que un ministerio radica en la misma razó¡ de ser de la Iglesia y Ie resulta necesa¡io en el momento histórico coocreto. La conc¡eción ministerial en la Iglesia está sellada por la historicidad, porque la llamada de Cristo y del Espíritu esrán mediadas por una histotia. Supuesta tal historicidad, el momento institutivo no crea el carisma desde cero, pero sí lo confi¡ma eclesialmeote y ent¡a a constituirlo esencialmente como ministerio estable y permaoente. Esto es importante Imra supe¡ar el monopolio del ministerio ordenado sacramentalmente y redistribuir los ca¡ismas y vocaciones de todos los miembros de la comunidad de manera adecuada-

A las múltiples necesidades de las comunidades corresponden funciones diversas y ejecutores diversos de las mismas. Desde esre punro de vista, es legítimo considera¡ la i¡stirución del ministerio bajo el ángulo fun!l ministerio no se justifica en sí mismo, sino que está de se¡vicio en una comunidad. Este aspecto funcional juega un papel importante

cional.

138

LOS MINISTERIOS EN LA IGI,ESIA

cuafldo se trata de frjar los caracteres pculiares y distintivos de los varios servicios pastorales. Concebi¡ fuocionalmente los ministefios, auo

los instituidor, .t rer cohereore con la tradición de la Iglesia antiSua ¡eferente a las ordenaciones ¡elativas.

Dar forma institucional a La rcalización de aquellas funciones significa que ta Iglesia no trata solamefite de negociar con el laicado una situación difícil de c¡isis del presbiterado, sino que reconoce corno elementos sustaociales de su funcioñamiento la toma de responsabilidades efectivas por los miembros de las comunidades.

La institución de ministerios ha de tener una d,imensión \orídica, El servicio pastoral no ha de olvidar, eo el momento opoftuno, ma¡ifestafse en formas jurídicas apropiadas, con tdo lo que cofnpoftan de estabitidad y de compromiso. És c1..to q*. la existencia eclesial no se identi6c, coo la codiñcación jurídica, perc el derecho debe sancionat la realidad pastoral. Esta sanción jurídica puede realizarse de muchas maneras, de los hechos hasta una investidura fordesde- una implícita "..p,"áióo mal. Según la^ diversa áedida de la intervención de la Iglesia, es_ decir, según ei grado de oficialidad de la institución de los ministerios, la ptopiá fgtesiá se comPromete en un iuicio histórico acerca del rostro que ofrece de sí rnisma. Recíprocamente, los minist¡os asumen una responsabilidad ante la faz de la Iglesia, más allá de la espontaneidad de los pfopios dones. Se trata, pues,te una asunción de responsabilidad recíProca. ¿Reconocim,iento de los ministerios por

un acto litúrgico?

para quien resulta investido de un ministe¡io, la sanción instituyente

un acontecimiento de gracia ¿Conviene que ello se exprese s¡ ,,r,a celebración, tal como prevé el rnotu proprio Ministeti¿ Quaedarz para el acólito y el lector?

es, de algún modq

Es eclesialmente útil manifesta¡ que todo ministerio eclesial se ejerce en fidetidad a la misión dada por cristo a su pueblo y es recibido como don del Espíritu. No obstante, existen serias diñcultades para aceptar

Ia ritualización de los ministerios

laicales.

se consideran las formas rituales como insatisfactorias, al no percibirse suficientemente el ¡exo ent¡e el ejercicio de tal minibterio y su simboli-

zasión lirfugica. HLay también una alergia a las designaciones -oficiales y protocolarias, junto coo r¡na esPecie de culto a la esPonmn€idad' Quizá, ári utgot ot, pueda haber un rechazo del compromiso público' JOAQUIN PEREA

B9

Para otros la asunción del ministerio instituido en un rito tiene el peligo de ser entendido como una flueva clericalización de los servicios. A los laicos, que todavía están comenzando a acceder a responsabilidades eclesiatres aurónomas, les daría la impresión de que sólo una especie de in¡titatio qaasi-tacranzentali¡ les hace capaces de asumir sus tareas y no simplemente el bautismo y la conÉrmación. Se perdería una ocasión de oro para que estos ministerios permanentes estimularan a otros laicos a incorporarse a servicios más espontáneos en la comunidad. Se mantend¡ía u¡a concepcióo formalista y rirualista del ministerio, que ligaría el ejetcicio de sus funciones a un poder conseguido en un rito sacro. Se reforzaúa el sistema de las dos clases de cristianos, por uo lado la clericatuta remozada- comprom,erida en el interior de la comunidad, y por otro lado, los laicos comprometidos en .los asuntos temporales.

En el fondo, pües, se percibe el temor de que así se produzca

vrLa

devaluación de la acción evangelizadora; que los ministerios sirvan a una Iglesia replegada sobre sí misma, olvidando el imperativo misionero; que las mismas comunidades c¡istianas pasen demasiado tiempo mirándose al

ombligo. Estos temo¡es son razonables y justifrcados. Si se incurriera en tales peligros, los ministerios no serían fieles al proyeco de Cristo. Aunque rechacemos teóricamente la separación de «vida en comunidad» y «misión», no siempre en la práctica estamos segurGs de mantener la síntesis de ambas di¡nensiones. Con todo, creemos que el desarrollo orgánico de las comunidades en o¡den a que cada uno ocupe su l,r.rgar, evitará los riesgos ar¡iba indicados respecto de la implantación de un rito de institución.

La tradición originaria eclesial prueba que los ministerios han funcionado mucho antes que los ritos, pero éstos se han establecido posteriormente como gesro público religioso de su compromiso comunitario.

El ministe¡io plecede, po¡que es una actividad innata a la

nataraleza

de la Iglesia. El ¡ito sigue, porque es un signo de ¡econocimiento que sirve para manifestar el don de Dios a su Iglesia. Es importanre pata el futu¡o del ministerio el ser autenri6cado públila Iglesia para que su iniciativa no aparezca como puramente privada. Este acto no sería la procedura de aglegación a un «clero», ni los ministerios no instituidos por un rito serían de segundo rango. Simplemente su función es considerada dife¡ente por la comunidad. En cada época es el consenso eclesial lo que distingue a los ministe¡ios instiruidos de otras vocaciones y carismas. ca.mente por

140

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

Hoy muchos acrúan en nombre de la Iglesia solamente Por una en'

comienda jurídica, recibida a menudo en formas propias del Derecho civil. Esto signifrca que se desencaja el enuelazamiento genuino que debe existir átre la tarca de cor¡strucción espiritual de la comunidad y el acto litúrgico público que plasma la institución. No estaría mal que recordemos, en este concexto, el papel tan desgraciado que jugó en el siglo XVI el hecho de que muchos obispos no fueron consagrados, sino que solamente recibieron potostades de jurisdicción. Es sólo un paralelismo lejano, aunque signiflcativo. En todo caso, es claro también que determinadas funciones ministeriales han de ser transmitidas por medio de un simPle acto adminisrativo, por una encomienda de la autoridad competente.

Los ministerios laicales, una existencia cristiana entre IEles,ia y mundo La comunidad cristiana juega un papel cada Yez mayor en lo temporal. Ei resurgir de nuevas funciones para dar frente a compromisos siempre más seiulares es signo de uoa concepción del servicio al mundo a¡clada en la vida concr€ta de las comunidades. Cuando se hacen Proyectos profesionales pata ministtos laicos instiruidos debe tenerse en cuenta la compleja articulación entre Iglesia y mundo. Si la realidad total de la comunidad eclesial, como hemos dicho de,sde el comienzo, está al servicio de la salvación del mundo, los diversos mi' nisterios eclesiales configuran su vocación de ser sacrarnento de salvación. Y son precisamente los ministerios instiruidos, Por su estabilidad, los que expresan de manera parricular la misión de la Iglesia entera.

en toda existencia c¡istiana se mezclan secularidad y mundo. La frgtra de un laico «Pu.ro», total¡nente adecuado a una vocación seculat no es posible cristianamente; tampoco la de un laico que s€ entregue al Reino huyendo de la secularidad. Ni se puede auibuir al clérigo, como su feudo, la Iglesia, y aI laico, como su Ciertamente,

gracia, Iglesia

y

feudo, el mundo. Sería desast¡oso que los ministe¡ios laicales se ,enteodieran como fó¡' mulas de huida de los ámbitos sociales y políticos, como ministerios intracomunitarios. Una esttuctu¡ación de los ministerios adecuada a las tareas de Ia Iglesia en el momento presente, que quiera responder al cambio social y a las exigencias humanas de esta época, sólo puede teoer exito con un planteamiento claro de sus responsabilidades en el mundo. Precisamente hoy más que ounca el ministerio ha de llegar con cercanía y servicio competente a muy difetenciadas situaciones y tareas mundanas, JOAQUIN PEREA

L4L

donde debe aflunciar el Evangelio de Jesús. Un ministerio laical instituido qu€ no ,se concibie¡a de está forma sería una ¡educción de la amplitud misionera y un tomar poco eo serio las situaciones concretas humanas y sociales.

La evaagelizacióo requiere compartir las condiciones de vida de un ambiente para abrido a la llamada, pertenecer lealmente a un medio para decirle la novedad del Evaogelio. La ta¡ea de esa forma especial de vocación laica que es el ministerio instituido es poner en relación la fe con la situación vivida eo el mundo. Dado que ello supone hoy instancias de mediación especializadas en los diversos dominios, corresponderán no¡malmente a su cofnpetencia el encarnar su testimonio de vida en el mundo a través de las diversas ramas de actividad temporal.

Para que

el

Evangelio dé frutos,

el ministe¡io

deberá destacar

las

modalidades de puesta en práctica del Evangelio en las siruaciones profesionales, sociales y políticas más diversas. Será una tarea de mediación entre fe y mundo que oo puede ser dictada teóricamente por el minisuo, sino testificada desde su propia experiencia- La actividad secular no es r¡n amibuto secundario y yr¡xtapuesro del ministerio laical instituido, sino algo que caractÉtiza e impregna rcdo su ser de cristiano, las formas de su

fe, su vida de oración, su cootribucií¡ a la misión salvífrca eclesial el mu¡do.

en

Un problema importante se plantea con esra presencia de los ministe¡ios instituidos en lo secular, eslrcialmente en lo político. Su vinculacióo al rostro público de la Iglesia puede llevar a uoa reotación teocrática que afectaría a la autonomía rccíprcca de ambos ó¡denes.

Los ministe¡ios reclamao libertad para animar cristianamente el orden temporal. Por ot¡a parte, debido a su función ministeriat se¡án concebidos por la comunidad c¡istiana como en cie¡ta medida paradigmáticos. En consecueocia pueden apa¡ecer como comp¡o¡netedores de una única opción de Iglesia, la que ellos enca¡nan. Pueden también ser considerados como quinta columna de la jerarqvia paru maorener solapadamente dominación en el mundo político.

su

Este delicado asunto, más que un problema reórico, plantea cu,estiones prácticas y prudenciales. Lo importante aquí es hacer una llamada a la madurez de todos. Taotas meoos fricciones se c¡earán cuaoto más madure una conciencia pública global que deslind,e cla¡amente el orden temporal y el ámbito eclesial. Tanto la Iglesia como la sociedad hao de toma¡ conciencia de la novedad de la situación originada por la acoafesionalidad del Estado. Ha de sul)erarse, por parte de ambos, las añoratzas no sólo

t42

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

de gobiernos confesionales, sino de partidos confesionales sobre: los .que la Igtesia ejerciera cualquier influjo sociopolítico para obtener beaeficios para la institución eclesiástica, así como uoa laryada confesionalidad por vía de la añrmación del catolicismo sociológico de.la mayoría del pueblo, que llevase a servirse de los sentimientos católicos de los ciudadanos para orientar el ejercicio del poder político. También ha de rechazarse uo laicismo trasnochado, como ¡eacción pendular frente a la historia anteriot, que tratara de reduci¡ el hecho religioso a una dirnensión puramente privada. Habrá que buscar, con imaginación creadora, fórmulas nuevas de ¡elació¡ en las cuestiones mixtas, que eviteu la injerencia indebida de la acción religiosa en las ¡ealidades políticas y faciliten un mejor servicio al pueblo de todos los grupos sociales, incluida la lglesia.

En un contexto político así clarificado será más nítida

y

posible la

presencia de los rninisterios laicales sin sombra de pretensiones teocráticas

o

nacionalcatólic¿s.

CONCLUSION ¿Sustituirá paulatinamente una Iglesia minisrcrial

a una Iglesia

cle-

¡jcil? La cuestión no está en sabe¡ si habrá maia¡a'suficientes sacerdotes según el modelo conocido. Tampoco está en sostenet una Iglesiainstitución que garuntiza los servicios sacramentales y administrativos más num,e¡osos posibles. La cuestión primordial está en saber si los cristianos formarán comunidades vivas y dinámicas que tomeo a su cargo las propias responsabilidades, abandonando concepciones paternalistas.

Yan íntimamente unidas la renovación posconciliar de la Iglesia y la ¡eforma de la estructu¡a ministe¡ial. Esta renovación no es una moda ni una dimisión del pasado, sino que tiene su fuente en la abundancia de gracia que el Seño¡ otorga también hoy a su pueblo. La ¡enovación no podrá surgir más que del pueblo de Dios erit€ro. Los cambios que se irnponen no soo exigidos por la miseria en que ha caído una Iglesia que ha perdido su notoriedad, sus soportes visibles. La exigencia proviene de la llamada a la co¡versión según el modelo de la Iglesia de los orígenes y de la necesidad de responder a las urgencias del mundo presente. Dar cara al presen,te es el mejor modo de favorecer el renacimiento de una Iglesia toda ella ca¡ismática y mioisterial. Será preciso un período

Espíritu, como I

I

JOAQUIN PEEBA

en tantas

de experimentación en que la acción

otras coyunturas históricas, se adelante

del la

a

r41

reflexión teológica y a la decisión de la autoridad. La renovación será larga y costosa porque los antiguos esquemas están muy arraigados en nosotros. No podemos caer en los viejos planteamientos, imponiendo a los nuevos ministerios esquemas clericales preconcebidos. Ni dar soluciones simplistas que responden sólo a necesidades inmediatas, pero pierden de vista la globalidad del problema- Tampoco podemos caminar eo bloque en todos los frentes, sin calcular nuestras fue¡zas, Lo importante es tomax conciencia de muchas realidades de ministerio que existen de hecho y de otras que están naciendo, permitiendo a todas la audacia de crecer bajo la fruerza del Espíritu.

Vista así la situación, oo seremos aplastados por

la

tristeza ante la

crisis de vocaciones sacerdotales, sino que tendremos el gozo de cooperar al nacimiento de una é¡:oca nueva- La cuestión de los mi¡isterios es una cuestión de esperanza e¡ la fuetza del Señor. Las cosas no serán más fáciles para el Evangelio, sino más difíciles. No hay fórmulas inéditas que lleven las masas a Cristo, por ejemplo, los cu¡as casados, el sacerdocio

femenino,

etc.

La cuestión está en saber si hoy existen hombres y mujeres capaces de arriesgar su vida por el Evangelio, de dar testimonio de C¡isto construyendo su Iglesia. Ellos sabrán asumir las responsabilidades eclesiales y crear los ministerios que aquel testimonio exige.

t44

LOS MINISTERIOS EN LA IGLESIA

I

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NOTAS

1,.

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ESTRUCTURA GENERACIONAL DEL CLERO ESPAÑOL

Por VrcsNrE J. Sesrne

Con 1.864 habitantes por sacerdote de clero diocesano en activo no se puede decir que en la Iglesia española exista actualmente un déficit

del estamento clerical. La Iglesia en nuestro país es una de las mejor dotadas en sacerdotes de toda Ia Iglesia universal. Esto' no obstante puede afirmarse que la situación actual no es optimista y que las espacio de previsiones de futuro nos van a encarar en breve -un joven, y en congrave clero déflcit de de situación diez años- con una trapartida eon estratos generacionales de clero muy mayor- El problema más que de cantidad es un hecho cualitativo que afecta a la misión específlca que ha de desempeñar eI clero en la Iglesia.

1. LA EDN) ES UN FACTOR

CUALITATIYO

Antes de analizar la estructura generacional del clero es importante precisar el earácter cualitativo del factor edad' Los años tal y como afectan a la vida humana no es una suma de valores homogéneos. En el ciclo vital los años afectan de modo distinto a la biología humana' Es un hecho evidente que entre los cuarenta y los sesenta se producen cambios que son cualitativamente distintos de los producidos entre los diez y los treinta. EI ciclo vital humano recorre etapas cualitativamente distintas y que corresponden a distintos modos de ser hombre. Hay etapas de vitalidad desbordante y otras en las que la persona se siente desfallecida y con una capacidad menor para afrontar los problemas' vrcENTE J. SASTRE 10

145

Pero lo que desde el punto de vista biológico es una realidad evidente, no lo es menos desde una visión histórica de la personalidad. Los años que se viven no son entidades abstractas sino ciclos concretos de experiencia. Son situaciones históricas y sociales que han sido acumuladas en nuestra personalidad hasta el punto que se ha llegado a decir que la persona en un momento dado es el sedimento de 1o que ha vivido. Y naturalmente se han vivido cosas distintas cuando se tiene una edad distinta. Y evidentemente una experiencia histórica distinta supone una personalidad diferente. Si por un imposible pudiera trasladarse una persona de cuarenta años de principio de siglo a nuestra sociedad actual, probablemente sus problemas de adaptación serían tan grandes que difícilmente podría sobrevivir. La persona tiene una dimensión histórica que constituye su medio ambiente cultural y social y este medio ambiente es tan importante como 1o es eI agua para el pez.

2. EL FACTOR GENERACIONAL Cada generación constituye un estrato de experiencia vivida que divide en segmentos la población. Cada persona se encuentra a su aire en su generación y se comunica con las otras generaciones por efectos complementarios. TaI es la relación que muchas veces se establece entre las personas mayores y los más niños. Pero el medio ambiente social habitual se establece entre esos estratos de personas que han vivido los mismos acontecimientos y los han percibido de la misma manera por tener una misma edad.

La estratiflcación generacional es Ia que provoca eI conflicto entre un problema biológico es un hecho cultural. No se han vivido las mismas experiencias ni se han asimilado los mismos valores. Existen modos distintos de comportarse y son distintos los gustos, las actitudes y los modos de pensar. Esta situación es tanto más llamativa cuanto más innovadores han sido los tiempos que se han vivido. Tal es el caso del proceso de cambio social y cultural acaegeneraciones. Más que

cido en los últimos cincuenta años. Según muchos sociólogos la aceleración histórica que vivimos lleva consigo tantas innovaciones en un período de diez años cuantas se realizaban antes en períodos de cien o más años. Por eüo en eI momento presente la ruptura generacional es más evidente y la mutua incomprensión es más profunda.

Los datos de la estructura de edades del clero muestran que existe un déflcit'alaimante en la generación de 25-35 años. T'.116 siglifig¿ qus

t46

ESTRUCTURA GENERACIONAL

se está produciendo en eI estamento clerical un vacío histórico y generacional que puede tener en los próximos años profundas e irrepara-

bles consecuencias para

la Iglesia

española.

3. LA PIRAMIDE DE EDADES DEL

CLERO

Los grupos de edad de una población determinada se representa en forma dq pirámide, situándose en la base Ios más jóvenes, que son por Io mismo más numerosos. A medida que avanza la edad van mermándose los contingentes de cada generación. De forma lenta pero progresiva 1a muerte se encarga de reducir el número de los que han nacido en

EFECTIVOS DEL CLERO CON CARGO DIOCESANO EN Y ESTIMACION DEL DEFICIT ESTRUCTURAL Ai,ot

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Gráfico n.o VICENTE

J,

SASTRE

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1

r47

un mismo peúodo, hasta llegar a un vértice en el que son ya muy pocos los que superan los 80-90 años. Esta pirámide suele representarse con estratos que dan a dos laderas, correspondiendo a hombres y mujeres respectivamente. Para nuestro análisis, nuestra pirámide se ha quedado solamente con una de las dos vertientes. En ella vamos a ver cómo se sitúan los grupos de edades del clero español. Para empezar observemos en el gráflco siguiente los efectivos del clero con cargo diocesano (incluidos algunos religiosos) en 1980 y la estimación del déficit estruc-

tural o

generacional.

Esta pirámide de edades aparece solamente por su lado izquierdo indicados por grupos de cinco en cinco años los estratos generacionales del clero español. EI perflI que presenta es completamente anómalo ya que a partir de los cincuenta años de edad los efectivos son cada vez menores, tanto en sentido ascendente como descendente. La anomalía mayor se encuentra en su déficit de base' Los sacerdotes de menos de treinta años sólo son eL 3 por 100 del total, cuando deberían ser cinco o seis veces más. Nos encontramos por consiguiente ante un déflcit estructural que priva al clero español de un segmento generacional especialmente activo y dinámico' Hay igualmente un vacío de la experiencia histórica correspondiente. Faltan sacerdotes que hayan vivido en edad joven Ia experiencia del postconcilio'

y en él están

Para representar gráflcamente eI dimorflsmo que supone este déflcit de generaciones jóvenes se comparan los datos actuales con una estructura hipotética en la que eI mismo número de sacerdotes estuvieran repartidos proporcionalmente a Ia estructura ideal de una pirámide' La línea de puntos indica que hay una descompensación entre grupos de edades. Mientras los sacerdotes de 50-54 años son el doble de los que deberían ser en una estructura equilibrada, los de menos de treinta años no llegan a un quinto de Io que deberían ser sus efectivos en una situación normal.

4.

UN DET'ICIT QUE PARECE IRRECUPERABLE

La estructura demográfica del clero español se halla afectada por un vacío irrecuperable. Aunque en los próximos años se llegara a 2.000, ordenaciones por año (no son previsibles más de 250), Ia mella de la crisis de ordenaciones ya es suficientemente amplia para que pueda cubrirse. Ese vacío irreparable va a modificar Ia tónica general del clero español, que en un período de quince años irremisiblemente 1.48

ESTRUCfiJRA GENERACIONAL

se verá afectado por eI peso desproporcionado de clero mayor' con dificuttades de sintonía con los nuevos tiempos. Este hecho afectará pre' desfavorablemente al conjunto de la Iglesia española ]¡ deberán paliar las consecuencias que a tiendan medidas con verse sus efectos y pronegativas. Algunas medidaE preventivas podrían ser: acelerar para con dialogar que les capacite fundizar la formación permanente jóvenes en la participación de seglares generaciones; mayor las nuevas tema colaboración pastoral (consejos de pastoral)' En cualquier caso eI pastoral, lo prioridad de las vocaciones debe afrontarse con máxima de déñcit del las causas de que ha de llevar consigo un diagnóstico vida vocaciones y la búsqueda de una espiritualidad y formas de sacerdotal' la vocación de para la consolidación apropiadas

5.

POBLACION

Y

CLBRO

El sacerdote es un Servidor del pueblo cristiano que participa con él en las condiciones de vida y avatares de su historia' La consideración de la estructura demográflca de los sacerdotes tiene su marco natural de referencia en Ia estructura generacional del pueblo a quien sirve' Por esta razón un análisis más ajustado de la situación tiene que tener en consideración la estructura de Ia población en Ia Iglesia española' Las situaciones económicas y sociales que han zarandeado a Ia sociedad española han dejado su marca en la población' La guerra civil española dejó su mel1a en la estructura demográñca con una repercusión ondulatoria en la que los padres muertos dejan su señal en los hijos que no nacieron. Por ello a Ia hora de a¡ralizar Ia eStrUctUra de edades del clero español hay que tener en cuenta los efectivos reales de Ia población masculina en Ia actual pirámide de edades' Superponiendo los porcentajes de edades del clero y los de blación española masculina, tenemos el gráfico número 2'

la

po-

El déficit que muestra el gráñco número 2 es notable y llama la el vacío que se produce en los sacerdotes de menos de treinta y cinco años, a la vez que la generacién que se encuentra entre los cuarenta y cuatro y cincuenta y cuatro años sobrepasa con atención por

mucho Ia proporción de la población de su misma edad. Aquí se percibe la marca que ha dejado en eI clero español la afluencia de seminaristas en los años cuarenta y cincuenta y el déficit agudo de los años setenta' Entre los años 19?0 y 7977 los seminaristas mayores pasan de 3'622 a VICENTE

J,

SASTRE

149

1.746, y las ordenaciones, que en 1970 eran 609, en los años siguientes bajan drásticamente, quedándose en el decenio en una media de 200-250 anuales.

LA F"STRUCTURA DE EDADES DE LA POBLACION MASCI]LINA DE 25 AÑOS EN ADELANTE Y LA DEL CIERO. EN 1980

COMPARACION ENTRE

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2

Por otro Iado se incrementa un nuevo proceso que va a afectar a Ia estructura demográflca del clero: de 1975 a lg77 se producen 845 secuIarizaciones, con lo que el aumento por ordenaciones queda absorbido por la erosión que producen las secularizaciones. En estas circunstancias entramos en la década de los ochenta con un problema que supone un gran desafío para la Iglesia española. A partir de ahora comienza ya a sentirse el déflcit de las generaciones jóvenes. Un sencillo cálculo nos da los siguientes datos: por cada 430 hombres de más de treinta y cinco años hay un sacerdote, mientras por cada sacerdote de 25-34 años hay 1.380 hombres de la misma edad.

i50

ESTRUCTURA GENERACIONAL

7"

6. LA SITUACION

DE LAS DIOCE"SIS MAS POPULOSAS

La situación general descrita no afecta igualmente a todas las di& y las variaciones son muy significativas. Para hacernos una idea de Ia situación de las iglesias locales hemos escogido aquellas diócesis que por su magnitud pueden ser más representativa§. En el cuadro cesis,

siguiente pueden verse las diócesis con una población estimada en 1980 de más de un millón de personas y que aproximadamente sus contorno§ coinciden con provincias civiles:

il"'%i!:"f

DIOCESIS

1. 2. 3. 45. 6. 7. 8.

en mile3

Sacerdotes

"fJ?"o"g"

Total

Madrid .. ...

4.737

146

1.593

Barcelona

..

4.773

47

833

Valencia ... Sevilla .. ... Bilbao .. ...

2.195

132

951

1.493

42

480

L.225

4t

648

Oviedo.. Alicante

...

1.179

85

622

...

L.062

25

267

..

...

1.042

22

288

Málaga

Hab¡tantes

Eo

35

men09 Por SaC.

años

menos

Número

de orden

35 años

9',8 5'6 13',9 8'8 6'3 13',7 9'3 7',6

30.370

4

101.550

7

16.629

2

35.550

4

29.880

3

13.870

1

42.480

5

47.360

6

El déficit de clero joven es más drástico en unas dióeesis quo en y la relación con la población de cada territorio oscila entre los 13.870 habitantes por sacerdote de menos de treinta y cinco años, hasta más de 100.000. Se trata por 1o tanto de situaciones muy diversas y otras,

que cada Iglesia local debe afrontar de acuerdo con su propia situación, sus recursos y, desde luego, no habría que descartar el apoyo de otras diócesis.

En su conjunto eI clero de España acusa ya una situación de estancamiento quel en un futuro no muy lejano podría ser de gran gravedad. Por el momento no aparecen síntomas de enderezamiento de las

lo que permite sospechar que no se trata de una crisis coyuntural. En esta situación se impone en la Iglesia española una meditación seria y profunda que analice con toda libertad las causas del déflcit vocacional y prevea para los años que vienen soluciones razonatendencias,

bles al déñcit cada vez más acusado de vocaciones al sacerdocio. vrcENTE J. SASTRE

111

NOl'AS

LA PRESENCIA DEL

SACERDO(IE

EN LA ULTIMA NOVELA

Por CnIsrósar Sannlls

El título de estas breves notas puede inducir a error. Porque hablar de la presencia del sacerdote en Ia última novela nos llevaría poco espacio: eI "cura" está ausente de Ia mayoría de las novelas que hoy se van lanzando aI mercado. EI proceso de secularización, del que tanto se ha hablado ya (1), nos ha de llevar a Ia lógica conclusión de que eI mundo de Ia novela ha de sentirse tocado por é1, y en consecuencia, una figura como la de1 saierdote ya no interesa a los escritores, porque en realidad interesa muy poco a los lectores. Sin embargo, algo queda todavía.

VOLVIENDO LA YISTA ATRAS... Esto es tanto más importante cuanto que hace unos años vivimos una intensa acumulación de títulos (2) que nos recordaban hasta qué punto la flgura del sacerdote no solamente interesaba, sino también inquietaba a un gran número de lectores. Eran años en los que Ia grande, silenciosa y establecida masa de la Iglesia empezaha a moverse, y presagiaba lo que vino después. La aproximación cada vez más intensa entre 1o sagrado y Io profano hacía estremecerse a ciertos mundos

(1) Cfr. Harvey Cox: La ciud,ad seatlar, Ed. Península. (2) Son imporiantes los estudios de A. Blanchet: Le pretre

dans

le roinan d)auiiurd)hui, Desclée de Brouwer, París, 1955;-J. L. Prevost: Le Pretre, ce héros d,e Romnn, Téqui, París, 1952; Tomás Zamarriego: Tipotogía'sacerd.otol en la nooela conternporánea, Fiazín y Fe, Madrid' 1

959.

CRISTOBAL SARRIAS

t53

jerárquicos y hieráticos. Sin embargo aparecia de pronto algo más que las flguras amables de las Lettres de mon moulin (3). No se trataba de los personajes distorsionados, gtotescos o crueles de Prevost, Stendahl, ZoIa (4), todos ellos dictados por un ambiente anticlerical de la época.

La aparición casi simultánea del intimista, torturado y

decidida-

mente creyente cura rural de Bernanos (5), y de la ñgura vacilante y trágica del sacerdote de EI poder g la gloria (6), de Graham Greene, hicieron que de pronto el atractivo de Io sacerdotal tuviera un vigor extraordinario, y los lectores descubrieran que había algo más que Gargantúas ensotanados, como querían hacerles creer los hijos del enciclopedismo. Historia pasada, pero real.

Y así surgían Queffelec, Cesbron, Mauriac, Bazin (7), en la literatura francesa; BólI (B) en la alemana, con el paréntesis difícil del jesuita de Thomas Mann en La tnontaña mó,gica (9). Y parecieron interesar al público las andanzas del Padre Brown, ideado por Chesterton (10), o el P. Smith y sus iguales, en las novelas de Bruce Marshall (11). La literatura italiana nos daba, cómo no, Ia ñgura de Don Camilo, con la que Guareschi (12) nos aproximaba a una caricatura de muchas realidades, sintetizadas en rasgos que escondían una sátira real, tras la aparente sonrisa del escritor.

En España, José M. Gironella irrumpió con su novela Un hombre (13), que le llevó al Premio Nadal 1946, y que,reflejaba mucho de

(3) A. Daudet: Cartas desde mi malino, Espasa Calpe, Madrid, 1978. (4) Recordemos las figuras de Manon Lescaut, I* cartuia de Parma, Rojo u Negro, etc. (5) Georges Bernanos: Diario de un cura rural, Caralt, Barcelona, r976. (6) Graham Greene: El pod,er g la glorio, Caralt, Barcelona, 1978. (7) Recordemos obras como Un rector d,e La isln de Sein, El renegad,o, Cristo bajó a los i,nfiernos, Los Angeles negros, La Fari,sea, eLc. (B) De 86Il debemos recordar, especialmente, las figuras que incluye en No dijo una sola paktbra, o Btllar a las siete g med,rn A Opiniones d,e un paqaso, (9) Thomas Mann: La mnntañ,a n1d,gica, Plaza & Janés, Barcelona, 1977. (10) Recordemos El cand,or d,el Padre Broun, El escánd.al,o d"el P. Broun, La incredukd,ad del P. Brousn, La sabid,uría d.el, P. Broutn y El secreto del P. Broun. (11) Recordemos EI m.u,ndo, la carne A el P. Stnith, Operactón lscari,ote, El Papa, Las oacaciones del P. Htlarin. (L2) Recordemos Don Cami,lo, Don Camilo A los iótsenes de hog, La ou,elta de Don Camilo. (13) José M. Gironella: (Jn hombre, Editorial Destino, Barcelona, 1

947-1980.

r54

EL

SACERDOTE.EN

LA ULTIMA

NOVELA

autobiográflco, en una frustración de vocación sacerdotal. Más tarde sería Ia serie iniciada con Los cipreses creen en Dios (14), donde intentaría montar toda su teoría de tipología sacerdotal y el entorno de la fe, que de alguna manera va apareciendo en obras posteriores, (15). desde cier¿ españoles a Dios (15), hasta Escándalo de Tierra s¿r¿fa Este movimiento del sacerdote-protagonista por los itinerarios de la literatura tuvo éxito. correspondía, además, a un momento en que por

un Iado eI abbé Pierre asombraba con sus "chiffoniers d'Emau§", y por otro el cardenal suhard debía defender a los sacerdotes obreros, recordando que Francia era, simplemente, país de misión' Había una conciencia colectiva de que el sacerdote adquiría un protagonismo social inesperado. Eran épocas preconciliares, y había una rigidez ideológica

que ellos, con sentido profético, estaban transformando' Se debía notar en Ia literatura, que aI fin y al cabo es el reflejo de la vida' Y las páginas de los novelistas, como las piezas de teatro (recordemos EI com.prador d,e horas, de Deval), se llenaban de personajes que protagonizaban historias de pasión, de fe, de compromiso, de riesgo' Y aI público Ie gustaba identificarse con las flguras de la ficción de Bernanos, o de Graham Greene, o de Gironella. El sacerdote, simplemente' "importaba".

LA EVOLUCION HACTA EL ANONIMATO y en Ia Iglesia han surgido muchos modos de puede mantenerse eI sacerdote tradicional, aunque se ver la vida. No esfuerce Michel de st Pierre por presentarlo en obras como Los nueoos sacerd,otes o La Pasión det P- Delance (1?)' El sacerdote ha evoluPero el tiempo pasa,

cionado.

Michel de st Pierre representa el tradicionalismo; ve aI sacerdote inmóvil en sus esquemas exteriores, con una vida interior que no puede escapar de las rigideces de planteamientos obsesivos, siempre desarraigados de la realidad. En Los nu,eDos sacerdotes libra una batalla que debería saber que tiene perdida; pero, fieI a los postulados de integrismos oprés ta page, persevera en su intento. Su ataque frontal a Ios

(14) José M. Gironella: Los cr.preses creen en Dios, Planeta, Barcelona, 1976. (15) José M. Gironella: Cien españnles g Dios, Plaza & Janés, Barcelona, 1976. (16) José M. Gironella: Escóndala de tiema santa, Plaza & Janés' Barcelona,

1978.

(1?) it(ichel de St. Pierre: La pastón del P. Delance, Acervo, 1979'

CRISTOBAL SARRIAS

1t5

sacerdotes obreros es inmisericorde. Cabalga en su estilo de gran señor intransigentg y quiere imponer su criterio por encima de la realidad de la vida. Y por si fuera poco, de nuevo en La Pasi,ón d,el P. Delance insiste en poner de relieve a un hombre que él llama de Dios, olvidando que no 1o será si no es también de los hombres. El P. Delance es un sacerdote ensimismado, inapetente ante Ia realidad de la vida. Lo que más preocupa en é1, precisamente, es su incapacidad de sintonía ante la realidad que le rodea. No puede vivir en un mundo donde ha surgido el mayo del 68 o la "contraculturra" de Berkeley. No podrá jamás entender lo que es la "teología de la liberación", ni sabrá alcanzar jamás el significado de una Iglesia que surge renovada después de los

planteamientos del Vaticano II, a pesar de que son simples balbuceos de transformación en eI compromiso. EI P. Delance es una pieza de museo, cuando hacen falta figuras vivas, comprometidas con el dolor metafísico de un mundo que no solamente está alejado de Dios, sino que lo ignora. Vive en su mundo estático, urdiendo encajes de una retórica que Ie asfixia, agonizando en una batalla sin esperanza.

A decir verdad, sin embargo, Michel de St Pierre tiene la honestidad de presentar con seriedad, a pesar de sus partidismos y de sus parcialidades, una manera de vivir el compromiso sacerdotal que quizás responde a una realidad minoritaria y que, ciertamente, complace a muchas nostalgias.

No sucede lo mismo con otras figuras sacerdotales que refleja en nuestra literatura (si es que este hombre puede considerarse como autor literario) Vizcaíno Casas. No hablaría de sus obras si no estuviera entre los best-sellers de nuestro incomprensible mundo de la curiosidad y de la cultura. La bod,a del señor atra (18) es una obra que no se tiene en pie, ni social ni estéticamente. No digamos éticamente. Es evidente la mala fe y Ia intención comercial sin escrúpulos de la obra de V. C. Sabe que puede explotar el ridículo, Ia nostalgia, la colectiva pasividad de la masa de lectores. Ridiculiza hasta el extremo situaciones conflictivas reales, poniendo a las figuras de su ficción en circunstancias que ha ido robando del anecdotario, a veces duro y otras inaceptable, de muchas vidas que ha vivido personalmente o a través de Ia prensa. Y de ahí surge una trama que, con elementos de la realidad, cometiendo la alevosía de utilizar como piezas de su panfleto a personas que debieron merecerle, por Io menos, respeto, va a desembocar en unas escenas finales de verdadera náusea.,. Vizcaíno Casas cae en todos los tópicos, y eL sacerdote que presenta no es el

(18) L56

Fernando Vizcaíno Casas: La bodq det señor czra, Albia, l9TB.

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SACERDOTE

EN LA ULTIMA NOVELA

el que él imagina en eI colmo de las actitudeS críticas desdeñosas, anticlericales y absurdas, aunque sea desde la atalaya de un tradicionalismo de pacotilla. Por ello, quizá no debería recogerse siquiera el título de Ia obra. Pero ha sido muy leída, y ha sido argumento de fomentar mucha sátira, mucha crítica y mucha incomprensión desde la orilla del integrismo.

sacerdote real, sino

El sacerdote deja, pues, de ser auténtico protagonista de las obras' Pero sigue presente en la literatura. Adquiere Ia irrelevancia que en realidad tiene sociológicamente en una sociedad profanizada. Los análisis de Cox (19), por criticables que sean' no andan descaminados' El hombrede-lo-sagrado en medio del mundo es absorbido por él' Y de la misma manera que ha desaparecido el traje talar, desaparece para muchos el interés por la vivencia del sacerdote en el mundo de hoy. Quizá cuando su vida es más desgarrada, es más dramática' ya no es espectáculo. No deia de ser una ganancia, porque de esta manera se cumple con más fidelidad sociológica el pro hominibus constitutus. Y de hecho, hay una laguna inmensa en el mundo literario, cuando se quiere analizar la realidad, no las distorsiones; serias en el caso de Michel de St. Pierre. esperpénticas y vulgares en el de Vizcaíno Casas.

El sacerdote apenas sale a Ia escena. Estamos lejos de La herida lumi.nosa (20), de José M. de Segarra. Podrá Jaime Salom en alguna de sus obras introducir al sacerdote, pero no qs flgura central, como ert La casa d,e las chit¡as (21). Hay Que buscar mucho en la literatura de hoy para encontrar rasgos que interesen, o figuras que respondan a la realidad actual. En la literatura italiana, Fulvio Tomizza publica A meior t:tda (22), que recoge las memorias de un §acristán de la campiña italiana. Los análisis que hace de los diferentes sacerdotes que van pasando por aquel pueblo perdido son ejemplo de los distintos modos de vivir el compromiso con un ministerio que está ligado a la pequeña historia de pobres labriegos. Es una visión no demasiado crítica ni excesivamente interesante. Pero es una síntesis de tipos que pueden haberse dado y que quizá todavía se dan en e.ste difícil puesto de una parroquia rural. Por otro lado, Carlo Levi, en Cri,sto se par6 en Eboli (23)'

(19) Cfr. o. c. en 1. izOÍ Supuso en su tiempo una cierta manifestación retórica y lacrimosa de un cambio en la fe del autor. (21) Jaime Salom: La casa de las Chit¡as, Planeta,-Barc-elor¡^a,^1978' izzi Fulvio Tomizza: A m,eior oida, Alfaguara' Madli9,-19?9. iz3) Carlo Levi: Crtsto se paró en Eboli, Alfaguara, Madrid' 1980' CRISTOBAL SARRIAS

L5i

arranca en tres o cuatro páginas el grito de Ia desesperación en una labor incomprensiblemente compleja. Su Don Trajella es digna de los fantasmas de Valle Inclán, y de las páginas del Arcipreste de Hita, aunque no 6ea más que una flgura secundaria en el gran retablo de tristeza, de trágico abandono en que se mueven los muñecos de su farsa. Pero es, con alguna de las figuras de Tomizza, un espécimen tan repetido, que no podemos negar que ha de tener eco en eI lector o valor de testimonio. Es una visión anticlerical, quizá, pero desapasionada. Por supuesto nos interesa más que el Don Camilo de Guareschi, aunque nos produzca profunda tristeza.

Y este cura-de-pueblo está también en una obra española editada no hace mucho tiempo, aunque escrita en eI paréntesis de Ia guerra civil. Se trata de EL cura de Almuniaced (24), de José Ramón Arana, que es un análisis serio, con sus tintes de folklore, como un cuento de "cosas de antaño", que hoy ya no se dan, pero que entrañan una abierta simpatía hacia esos hombres que consagran su vida a una tarea concreta, sin apenas horizonte, con total falta de brillantez. ¿Significa esta simpatía un homenaje del escritor a esas especies casi "montaraces"? Lo cierto es que se trata de flguras con mucho de rústico y poco de litúrgico. Es decir, con mucho de costumbres populares y muy poco de hondura teológica o vital. Son elementos de la vida de un pueblo, más o menos cualiflcados seglin sus años, su soledad y su capacidad de asimilar la compañía de gentes elementales. Quizá hay detrás de ellos algo más que un espécimen trasplantado a la ladera de un monte, obligado a vivir la vida rústica; y a convivir con hombres y mujeres de mirada silenciosa, sexualidad a flor de piel, y como común denominador, Ia dureza de su vivir. Con este sacerdote rural, que es mimado ciertamente por los escritores, pero que no pasa de ser una ñgura más de un drama entre montañas, aparece un tipo más sibilino, sinuoso, complejo. Es el cura urbano de autores como Sciaccia. EI escritor italiano deja constancia en su Todo modo (25) de un modo de concebir la vida sacerdotal que parece arrancado de ias más flnas y secretas cancillerías. Leyendo la novela de Sciaccia uno se siente trasladado al ambiente de los Colonna, de Julio III, de los Médicis y de los Orsini; a Bomarzo (26), en una palabra. Todo mod,o es una sátira afllada, breve y escueta. No necesita muchas palabras para darnos a eonocer un modo de ver al sacerdote comprometido en una labor que está más cerca del ma-

(24) (25) (26) 158

El cura de Almuniaced, Turner, Madrid, 1979 Leonardo Sciaccia: Todo Modo, Noguer, Barcelona, 1976. Manuel Mújica Lainez: Bomnrzo, Planeta, Barcelona, 1980. José R. Arana:

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SACERDOTE EN

LA ULTIMA

NOVELA

quiavelismo que del cristianismo. Es un anonimato que carece de relevancia espiritual, porque 1o introduce en los entresijos de una vida que es más política que apostóIica. Sciaccia es cruel, preciso, implacable' Como hijo de Có,ndido o un sueíLo sicil.i,ano, es decir, de Voltaire' El sacerdote que aparece en la obra de este visceral enemigo de Ia Democracia Cristiana italiana tiene una serie de capas que le distancian del ambiente, que le sitúan en una encrucijada en Ia que éI es árbitro, juez, fiscal, dominador. Es una sátira cruel a los nuevos clericalismos que aparecen cada vez más claros en comportamientos en los que, en nombre de Dios se quiere llevar adelante una obra que en realidad t. 1

no tiene nada de divina. Y va urdiendo su trama en una maraña lúcida, donde hay que descubrir lo que se esconde detrás de cada criptograma, pero que da a conocer hasta dónde se puede llegar en la imaginación y en la realidad. Es el mismo mito de las obras, no por desagradables menos auténticas, quizá, de Peyreffltte. Solamente lo superan, evidentemente, en el buen gusto.

Este anonimato, que se revela en dos direcciones muy distintas (el sacerdote cle pueblo, embrutecido por abulia, vino y sexo, o elemental en sus planteamientos pastorales; el sacerdote urbano, implicado en cien ambiciones maquiavéIicas), nos da a conocer cómo se plantea hoy en Ia novela la ñgura del sacerdote. Nosotros hemos aportado unos pocos títulos recientes, es verdad. Pero nos dan Ia flgura.de un hombre que no tiene nada que ver con la tipologia sacerdotal de hace unos pocos años. Es algo que invita a la reflexión, ciertamente, porque no sabe uno si creer que eI anonimato ha absorbido, para bien, aI sacerdote-como-espectáculo; o el espectáculo que es recogido en estas üdas sacerdotales es el que todavía esgrimen los viejos anticlericales de siempre. Hay ciertas nostalgias que son muy poco poéticas; y ciertos rasgos de resentimientos pasados, que se van renovando año tras año. No son precisamente patente de novedad. Por ello, la flgura del sacerdote no tiene hoy vigencia de protagonismo alentador, ni siquiera cuando se aproxima uno a é1 a través de Ia obra de Jean Descola Los iluminaaones del Hermano Santiago (27), o de los frailes que pululan por Ia novela de J. Fernández Santos E*tram:u,ros (28), porque aI fin y al cabo son recreaciones históricas y no reflejo de la vida actual.

Lo importante es notar que, para encontrar a un sacerdote que

tenga valor de testimonio en Ia novela contemporánea, hay que buscar

(27) Jean Descola: Las ilurruainaci,ones del Hermano Santíago, Atgcs Vergara, Barcelona, 1979. (28) J. Fernández Santos: Extramuros, Argos Vergara, Barcelona, 1980.

CRISTOBAL SARRIAS

tg

.:

Lo cual nos pone en la perplejidad de no saber si se ha Iogrado la identiñcación total con el mundo de hoy, hasta fundirse en é1, o no se ha sabido interpretar correctamente 1o que signiñca esta nueva manera de vivir el sacerdocio' En todo caso sigue vigente su persona todavía en un ambiente que le ve de otra manera. IJno no sabe a qué'precio. Pero siente que no se llegue a adivinar que esta nueva dimensión necesitaría una comprensión más profunda. mucho. Demasiado.

Cuando Graham Greene, en El factor humano (29), Ileva a su cohey dubitativo protagonista a un confesonario, surge de su interior una voz que no habla su propio lenguaje. Este es quizá el problema. Ha ido más aprisa la evolución del sacerdote que su comprensión por Ia mayoúa parte de la sociedad. Y Ia mayoría de los escritores -como de los hombres de hoy- siguen aproximándose a ese ser que quieren misterioso y demiúrgico, y no quieren que salga de é1 más que uua palabra sacralizada, incoherente con las exigencias de hoy, comprometida y auténtica. Hay una distorsión entre Ia realidad y las esperas. Y el hombre de las. letras cae en la trampa de la generalización de unos esquemas que ya pasaron, y que si todavía se dan hoy, son puro anacronismo, a Dios gracias (30).

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rente

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(29) 1980. (30)

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I

Graham Greene: Et factor humano, Argos Vergara, BarceloObviamos el análisis de obras como las de C. McCulloe, Martestimoniales.

tín Viáil, Morris West, etc., porque nos parecen poco

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160

EL

SACERDOTE EN

LA ULTIMA

NOVBLA

NOTAS

EL SACERDOTE EN LA PANTALLA: I l' t

UNA MEDIOCRE Y MINIMA PRESENCIA

Por Nonsrnto Arcovrn InÁÑsz

I

En

196?,

L. S. Caruso decía que los directores cinematográficos eran a Dios ante los públicos cinemntogrófr,cos con

tncapaces de representar

alguna cultura, g si a los espectad,ores tnenos preparados les suministran una idea de Dios, ésta es uw iilea monstruosamente d.eformaila o duL ctfi,cada con pésimo g¿sto (1). La afirmación puede que sea algo exagerada. Pero, en general, es susceptible de aplicarse al sacerdocio en su aventura cinematográfica. De la misma manera que en el caso de Dios, el cine no ha desplegado sus mejores posibilidades cuando de analizar Ia personalidad sacerdotal se ha tratado. Y salvo algunas pocas películas que más adelante analizaremos, la galería de sacerdotes que han ido apareciendo en nuestras pantallas han pecado o de reprobable defor-

mación (un cúmulo de taras y defectos) o de un sansulpicianismo amanerado (el cura bonachón, que no signiflca nada para la sociedad).

Estas líneas, sin embargo, pretenden acercarse a los sacerdotes que ya son "historia del cine". O, en otras palabras más eoncretas, aI cómo ha visto el cine aI sacerdote, especialmente de estas últimas décadas. A tales efectos, dividiremos la materia en tres apartados. En el primero analizaremos una serie de películas donde el sacerdote es protagonista eminente. Más adelante lo contemplaremos como personaje secundario. Y, en fln, diremos algunas cosas sobre los "frlms crísticos", en los que el sacerdote por antonomasia ha sido abordado cinematográficamente. Vaya por delante, insistiendo en lo dicho, que el conjunto de estas películas

(1)

196?: "Semana Cinematográfica de los Católicos", Asís (Italia).

NORBERTO ALCOVER IBAÑEZ

7t

t6t

no da como resultado vna imagen núnisterial tdónea de lo que el sacerdote es y debiera ser, Se trata, en el mejor de los casos, de aproximaciones leves. en calidad y cantidad, con excepciones mínimas, como veremos,

EL SACERDOTE COMO PROTAGONISTA Comencemos por aflrmar que los sacerdotes protagonistas del cine apenas lo son en circunstancias normales, de tal manera que los espec-

tadores puedan caer en

cotidiano,

al que están

la cuenta de las características de su ministerio entregados la mayor parte de su tiempo, sin

estridencias especiales. EI cine, como en tantos otros temas, ha preferido insistir en si,tuaciones ümite. Y ello desvirtúa, desde mi punto de vista, todo el planteamiento. Porque la vida de un ser humano no se deñne por esos pocos momentos de mayor o menor heroicidad, sino por los actos constantes en una Iínea preñjada de antemano que, en este caso, se llama "vocación". Los sacerdotes que citaremos a continuación son a-normales, y, por lo tanto, difícilmente sigtrificativos del ministerio que realizan. Otra cosa es que su plasmación artística esté o no conseguida.

La película que ha profundizado con mayor envergadura en el misterio espiritual del sacerdocio (como "vocación"), es la traducción cinematográflca de la novela homónima de Georges Bernanos: El d,iario de un cura de aldea, de Robert Bresson. La tragedia del mal, en cuanto tal, que es esencial al ministerio sacerdotal, se encuentra, en este flIm excepcional, entrelazada con otras dos dimensiones, que le confleren su especificidad humana. EI protagonista experimenta la debilidad de su clase social y las limitaciones de su salud. Solamente tras este largo ejercicio de pacieneia y humildad, encarado a la soberbia como expresión fáctica del mal, eonseguirá descubrir, como los grandes creyentes, que "todo es gracia". En esta misma línea, pero acentuando la tensión entre sacerdocio-jerarquía, entre ortodoxia-heterodoxia, entre espiritualidadcorporalidad, descubrimos Nazartn, de nuestro Luis Buñuel, menos intelectual que eI film de Bresson, pero más agrio y percutante. Nazarín es eI nazareno de nuestros días, que padece la cruz y Ia resurrección de la carne, en unas imágenes de fortísimo claroscuro y Ia mejor interpretación de Francisco Rabal. Un film pascaliano y otro gioyesco, constituyen la pareja de películas cimeras del protagonismo sacerdotal. Pero más exquisita la primera, más acendradamente penetrante en el misterio mismo de esa extraña convicción que llamamos, desde Ia libertad, vocación.

A mucha distancia, nos encontramos con dos ,nlms r62

EL

SACERDOTE

que. presentan a

EN LA PANTALLA

Elia Kazan, et La neoyorquinos' muelles los protagonista en su tea det si,Lenao, sitúa a junto a los débiles de aquella minisociedad, en un clima absolutamente neoirlandés, y Íraza un personaje creíble, tan apasionado como acogdor' tan duro como compasivo. Es una película que se adelantó muchos años al boom de los ,,sacerdotes obreros" europeos, Y Que, negando la tesis inicial de este artículo, sí acoge cotidianamenie a un sacerdote en su misión evangelizadora. EI "Iímite" no radica, aquí, en Ia situación, sino en la normalidad. Más actual, Aldo Francia, con esa carga revolucionaria típica de los realizadores sudamericanos, ha confeccionado un producto decente, del que pudo sacar mucho más partido: Ya no basta con rezar narra el tránsito de una actitud ministerial normalizada (integrada) a otra interpelante (revolucionaria). Lo peligroso en este tipo de cine es la caída en cierto polemicismo demagógico, por otra parte casi inevitable dada Ia materia tratada y nuestra actitud biempensante' sacerdotes implicados en problemáticas "sociales".

Dejo para el ñnal dos películas muy diversas, pero con cierto hálito comercial, especialmente la segunda. Ese director casi desconocido por estos lares, Jean Pierre Melvi]le, rodaba León Morin, sacerdote como homenaje al clero implicado en la resistencia eontra los nazis en Ia Francia ocupada. Pero Ia película contiene una historia de amor entre el protagonista y una mujer, enamorada del mismo y decidida a que abandone su ministerio, insuñcientemente tratada como para signiñcar todo eI cúmulo de realidades implicadas en una situación de este tipo, que, después, se haría tan normal. El fllm, desconocido para la mayoría, vale, pero se queda a mitad. La otra película es EL Cardenol, de Otto Preminger, uno de los más sóIidos realizadores norteamericanos. El Cardenal, por paradójico que resulte, es una producción absolutamente comercial que, sin embargo, contiene apuntes de la vida cotidiana sacerdotal con un acento excepcional. Precisamente por ello, deseo citarla en este contexto, porque soiemos menospreciarla, cuando a mucha gente sencilla Ie ha hecho comprender muchas cosas del sacerdocio que otros fllms en principio más complejos no conseguían.

En estas seis películas el sacerdote es protagonista. Y vistas en conjunto ofrecen un baremo de calidad que supera eI aprobado. Pero, como el lector comprenderá, son muy pocas para una historia contemporánea del cine, que abarque desde la segunda guerra mundial hasta nuestros días. Y es que el sacerdote, quizás por e5tar tan implicado en la vida de la gente pero aduciendo categorías un tanto inasequibles, resulta un ser brumoso, que tenemos aI lado pero... al que nunca acabamos de comprender. Esto podrá gr.r,star o disgustar. Pero es así. Y los artistas también Io detectan. NORBERTO ALCOVER IBAÑEZ

t63

EL SACERDOTE COMO TELON DE FONDO Naturalmente, este apartado es muy extenso. No en vano el carácter social del sacerdocio le hace presente en muchas situaciones vitales de una sociedad con abundantes grupos creyentes en su seno. Pero me Iimitaré a citar una serie de películas realmente signiflcativas, insinuando, al final, algo sobre nuestro malhadado cine español.

Cuatro autores han situado al personaje sacerdotal como trasfondo de muchas de sus películas. Cuatro autores cimeros en la historia del cine. Con la limitación de que ninguno de ellos es "popular", en el sentido amplio del término. Carl T. Dreyer, el maestro danés, quizás eI realizador que mejor ha conseguido plasmar el misterio de lo religioso en el cine, presenta la intransigencia del clérigo, integrista y un tanto hipócrita, en Dies lrae, mientras en La Pasión A Muerte de Juana de Arco insiste en sus connivencias con el poder temporal, mezclando

la temática de la Inquisición. Bresson, al que ya citamos antes, retoma el tema dreyeriano en su Posión y Muerte de Juana de Arco, insistiendo en Ia misma dimensión. Por su parte, Buñuel va dejando caer un sin fin de personajes secundarios sacerdotales, casi siempre vinculados a congregaciones religiosas, todos ellos tocados de una serie de tics maniacos, en la Iínea de la perversión sexual o de la intransigencia dogmática: citemos como puntos referenciales Simón del desierto, La Vín Láctea y El d,iscreto encanto d,e la burguesío. Y por último, Ingmar Bergman también alude continuamente al sacerdote, tal vez como recuerdo de su infancia en la casa de su padre, pastor luterano. En este sentido nos limitaremos a recordar eI impresionante personaje del "pastor" en Gritos a susurros, trazado y perfrlado con unos rasgos de sereno dramatismo personal, en cuyos labios pone una oración de extraordinaria belleza religiosa sobre la problemática y comunión en la fe. Otros autores han abordado eI tema, pero ya de una manera menos directa, entre los cuales merece una especial citación Roberto Rosellini por dos de sus películas, como son Roma, ciudad abierta y Francisco, iuglar de Díos. Siempre en el trasfondo de sus películas, estos autorqs superan, en muchas ocasiones, a los que haeían del sacerdote protagonista fundamental de sus películas. La razón es sencilla. Los connotan como más implicados en Ia vida humana cotidiana, y surgen de la complicación de la misma con una agradable espontaneidad. De nuevo nos remitimos al pastor luterano de Gritos 1J susurros, breve pero intensa aparición en el universo completamente cerrado de las cuatro protagonistas.

t64

EL

SACERDOTE EN

LA

PANTALLA

EI cine español ha incluido en sus guiones con bastante asiduidad persona del sacerdote. Probablemente, más que ninguna otra cinematografía mundial. Es lógico, dada Ia presencia del sacerdocio en Ia vida española. Sucede, sin embargo, que prácticamente nunca nos 1o ha presentado con un mínimo de seriedad y objetividad, haciendo gala,

la

en Ia mayoría de los casos, de un anticlericalismo feroz o, por el contrario, de un angelismo absoluto. Caricaturas sacerdotales en beneflcio de bastardos intereses ideológicos! a la derecha y a la izquierda. Bastará con citar dos películas recientes. En Noche de atras, de Carlos Morales, varios ex-sacerdotes se reúnen para contarnos, en plan del más craso verismo, su periplo vocacional, resultando que tal vocación constituye casi un absurdo. Por su parte, Rafael Gil, de la mano del nefasto Vizcaíno Casas, narra una fantasmagórica historia sacerdotal en La bod,a del señor czro, ejemplo de mal gusto y seudopornografía. Saura, nuestro mejor autor, dejando aparte a Buñuel, insiste en esta visión, pero como un elemento dominado completamente por eI "sistema" (EL iardín de las delictas y La prima AngéIica). La vida religiosa española daba pie a excelentes guiones, pero nuestra cinematografía es tan pobre que tampoco en este caso ha dado en la diana. EI sacerdote español de la pantalla es uno de los peor dibujados del mundo.

LOS «FILMS CRISTICOS» Si el sacerdote por antonomasia es Jesucristo, parece oportuno decir algo de su puesta en pantalla, Y nos encontramos con algo muy curioso. Desde los años sesenta, Jesucristo ha sido mostrado con una

dignidad creciente y hasta con una adhesión a la humanidad que le ha convertido en personaje popular, asequible y simpático. Es decir, Io que no ha sucedido con eI sacerdote normal, acontece cuando de Je. sucristo se trata. Más aún, ¿lguna pelícu1a ha marcado tanto el carácter humano de Jesucristo, que ha podido ser tachada de "Iectura marxista" del mismo, cuando la verdad es que desprendía un calor de realismo histórico enorÍne. Me reflero, como es lógico, aL Ersangelio según San Mateo, de P. P. Passolini.

Toda Ia historia del cine está llena de "pasiones" de Jesucristo. Pero las primeras "vidas" aparecen haeia Ios años veinte, siendo la más conocida de todas Rea d,e Reaes, de Cecil B. de Mille, de marcado tono colosalista y milagrero. Después siguieron la homónima Rea de Reges, de Nicholas Ray, y ya en los años sesenta, como último ejemplo de esta tipología, La md,s grande histortn iam.ó,s cuntado, de George Stevens, punto de Ilegada del cartón-piedra, pero con un mayor equilibrio que I.IORBERTO ALCOVER

IBÑEZ

165

las anteriores. El.Jesucristo que se comunicaba era el todopoderososufriente-vencedor, con algunos aditamentos de imperialismo romano para darle interés político al asunto. Pero todo ello en una clave absolutamente populista, sin la menor profundización teológico-histórica. tr-os niños, con estas películas, disfrutaban como con una "de romanos"' De pronto, Passolini da un aldabonazo tremendo con el film antes citado. Jesucristo no sólo es é1, sino que aparece como prototipo del cristiano normal Y, Por 1o tanto, del sacerdote' Su implicación humana es tremenda, alcanzando unos niveles de significado político muy altos, así como otros de calor afectivo admirables. En esta línea, pero pensando más en las masas, otros dos grandes directores italianos nos ofrecen películas apreciables. Rossellini, en El Mesías, alcanza una cota de equilibrio entre ciencia crística y sentido popular difíciles de igualar, moviéndose en la línea más depurada del Neorrealismo, mientras Zefirelli realiza un despliegue de belleza estética en una de las películas más bellas de los años setenta, Jesús. En este contexto, pero aprovede chándose del "auge rock", es preciso situar Jesucristo Superstar' pudiéramos que Io de apreciable más mucho fiIm Norman Jewison, pensar en primera instancia, especialmente por eI análisis que realiza

de la dimensión interna de la personalidad de Jesucristo, aunque

su

perspectiva sea increYente. Jesucristo, pues, sí que ha interesado. Y toda época cinematográñca aporta algo a esta saga de películas crísticas, cada vez más serias y' por lo tanto, auténtica catequesis desde Ia pantalla'

UNA PELICULA EMBLEMATICA Este breve análisis sobre la persona del sacerdote en la pantalla toca a su fin. El hecho de que hayamos citado una serie de películas apreciables sobre el tema, no debe alterar nuestra afirmación inicial de que la temática sacerdotal, en bloque, es mediocre y mínima, teniendo en cuenta toda Ia ingente producción cinematográflca mundial. Hay unos pocos casos excepcionales, pero lo normal es encontrarse con sacerdotes como los del cine español. Y resumiendo cuanto llevamos dicho, eI sacerdote presentado o es un atormentado por dudas de fe o vive Ia oscilación de sus afectos o demuestra implicaciones obreristas. Poco más. La vida cotidiana, la auténtica, se aleja entre estas tonalidades más recias pero, a la vez, más singulares. Sacerdotes llamativos, algunos hay. Sacerdotes que desarrollen su ministerio en eI vaivén de 766

EL

SACERDOTE EN

LA

PANTALLA

una cotidianeidad cansina, como todo Io cotidiano, no. ESte es el gran fallo y la gran laguna de nuestra temática' Precisamente por todas estas debiüdades, mejor será concluir trayendo a colación un fllm que nos hemos reservado para este momento. Es del va citado Ingmar Bergman, y se titula indistintamente Los comulgantes o Luces de i,ntsi,erno. Aquí, y aunque parte de la situación sea algo límite, somos invitados a asomarnos a lo cotidiano del sacerdocio en una parroquia rural luterana, donde un hombre ejerce su ministerio en la más completa de las soledades, hasta sentir Ia gran duda sobre su propia opción vocacional e inclusive su fe en Dios' La resolución que se hace del caso' por medio de la piedad relativa a Ia enfermedad de una mujer a la que se ama, es de rara consistencia, tanto humana como teológicamente. La vida de un sacerdote, se nos dice; el ministerio de un sacerdote, se aflrma, no es algo que pueda vivirse en una redoma de cristal, más atlá de toda sensación humana. EI sacerdote, por eI contrario, vive implicado en el dolor humano, y hasta que no lo experimenta tampoco conoce su propia misión, que es con-dolerse para ser capaz de comunicar esperanza auténtica'

Este es

eI

camino. Pero, hoy por hoy'

no parece haber

muchos

cineastas preocupados por Ia temática en cuestión. Y no se trata de que la Iglesia, en cuanto tal, realice películas sobre curas' no. Se trata de que los sacerdotes vivan tan inmersos en la historia que, al contar esa historia, los cineastas tengan que hablar de ellos sin poder evitarlo' EJ. quid de la cuestión, por lo tanto, no está en 10§ hombres de cine, sino en los mismos sacerdotes, que deben mostrarse, siempre, hombres de su tiempo para los hombres de su tiempo. I-o demás son montajes inútiles.

UNA MINIMA BIBLIOGRAFIA Carlos Fernández Cuenca: Czne reli'gioso, Publicaciones de la Semana de Valladolid, 1960. Ivan Butler: Retigion tn the c-tnema, Editions A. S. Barnes, New York, y A. Zwemmer Limited, London, 1969. Pedro Miguel Lamet: "E1 sacerdote en la pantalla", Reseíta, núm. 23, junio 1968, pá9. 235. Anionio pelaio: '-Cine y fe", Vida Nu,eoa, núm. BB0, abril 1973, p.4e. 22. Pedro Miguel Lamet: "Los nuevos fi1ms sobre Jesús", Vida Nueua, núm. 1.122, marzo 1978, Pliego.

NORBERTO ALCOVER IBANEZ

167

NOTAS

DEMANDAS ACTUALES

DEL

SACERDO{TE

Po¡ ArqroNro Esreve Srva

Para intentar clarificar esta cuestión de las demandas actuales del sacerdote es neceSario recoger 1o que los propios presbíteros han ex-

presado explícitamente a lo largo del movimiento sacerdotal español, que ha tenido sus momentos más fuertes desde el Concilio Vaticano II en Ia Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes acontecida. en Madrid (13-18 de septiembre de 1971), que tuvo eI mérito de poner en estado de autorreflexión a la mayoría del clero español. Más tarde la reflexión del movimiento sacerdotal español se situó en sus respectivas diócesis, y así, tenemos, fundamentalmente, las Asambleas eelebradas en Barcelona (29-30 de diciembre de 1977) y Valencia (Moncada, 30 de junio1 de julio de 1978). Sus conclusiones las podemos considerar como manifestación expresa y demandas de la mayoría de los presbíteros que se han sometido a un proceso de esclarecimiento de identidad y de misión.

de los deseos

En consecuencia, a partir de estos datos válidos, vamos a intentar resituar las demandas actuales del sacerdote-

I.

¿DESDE DONDE SE HACEN LAS DEMANDAS?

La clarificación de las demandas no es posible hacerla sin, previamente, saber desde ilónile se pide, porque la demanda sélo se justifica desde

la

necesidad, de algo.

ANTONIO ESTEVE SEVA

t69

En nuestro ámbito propio, quien pide unas opciones determinadas el sacerdote concreto con una identidad y una misión

es, lógicamente, específlca.

Teológicamente

la

Ia identidad del sacerdote tan sólo puede aparecer y en el seno de la Iglesia

referimos al misterio de Cristo como comunidad de la fe.

clara si

El Decreto "Presbyterorum Ordinis" configura aI sacerdote como continuador del ser y de la misión de Cristo, Cabeza y Pastor de su Pueblo: "Los presbíteros ejercen el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, según su parte de autoridad, reúnen en nombre del Obispo la familia de Dios, como una fraternidad de un solo ánimo, y, por Cristo, en eI Espíritu, le conduce a Dios Padre" (PO. 6).

Esta actividad tendente a reunir a la familia de Dios como una fraternidad unánime es el ministerio que tiene como funciones propias eI ministerio de la Palabra (PO. 4), eI ministerio de los Sacramentos (PO. 5) y eI ministerio de Regencia del Pueblo de Dios (PO. 6). Esta propuesta fundamental que hace

la Iglesia a unos

hombres

determinados tiene, existencialmente, unas "peculiares exigencias espirituales" en Ia vida del presbítero: el sacerdote debe de ser un hombre obediente (PO. 15), porque "no se trata de su propia voluntad, sino Ia Voluntad de Aquel que los ha enviado"; eI sacerdote ha de ser céIibe

(PO. 16), porque "se une más fácilmente a El (Cristo) con corazón indiviso"; eI sacerdote ha de ser pobre (PO. 17), porque "su parte y su herencia es eI Señor". Indudablemente, estas "peculiares exigencias" tienen unas repercusiones psicológicas

y

sociológicas en

Ia vida del

sacerdote.

Se intenta que el sacerdote sea un hombre libre y dedicado intensamente a la misión, por lo cual ha de ser una persona que por su pobreza no tenga compromisos socio-económicos, que por su obediencia no tenga compromisos ideológico-políticos, y que por su celibato no

tenga compromisos afectivo-sexuales. Desde las heridas psicológicas que signiflcan en cualquier persona estos tres descompromisos fundamentales antropológicos, intentaremos, en un primer momento, clariflcar las demandas del sacerdote.

Por otra parte, este hombre "descomprometido" a los tres niveles antropológicos básicos, encontraba compensación psico-social al tener un rol social aceptado y reconocido por todo el mundo. 170

DEMANDAS ACTIJALES

DEL

SACERDOTE

En nuestra sociedad, eI modo de producción tecnologizado, el Estado burocratizado, Ia ciudad moderna, y el pluralismo socio-cultural, como portadores de modernidad (P. Berger) han destruido la relevancia externa y pública de los sectores religiosos y los han recluido en el nivel privado de la conciencia, con Io que Ia cobertura social externa y sus correspondientes cometidos han quedado privatizados. Las consecuencias de esta nueva situación son evidentes para los Iíderes de tales comunidades religiosas porque ha desaparecido todo el slstema de seguridades socio-culturales que tradicionalmente acompañaban y compensaban públicamente la privada identidad del presbítero.

Así, en un segundo momento, intentaremos clariñcar las demandas desde la crisis del, rol social tradicional. Además es muy probable que el Papado no tenga crisis, porque eI Concilio Vaticano I delimita muy bien quién es eI Papa y cuál es su quehacer; cabría decir lo mismo respecto de los obispos, a los que eI Concilio Vaticano I considera como sucesores de los Apóstoles, poseen la plenitud del sacramento del orden, tienen su colegio episcopal efectivo y son cabezas prácticas de sus Iglesias locales. En cambio los presbíteros sólo encuentran clariflcado su estatuto dogmático en el Concilio de Trento.

En este déñcit de progreso tecnológico y, en consecuencia, en su falta de adecuación de los contenidos teológicos a las necesidades de los nuevos tiempos, hay otra gran carencia que determina las demandas. El síntoma Io podemos veriflcar en la proliferación de encíclicas sacerdotales, Documentos del Sínodo de los Obispos, eI propio movimiento

sacerdotal español en sus momentos más fuertes, como pueden ser las Asambleas a las que nos estamos refiriendo. Recapitllando, podríamos decir que la clariflcación de las demandas la vamos a hacer desde las instancias del descompromiso antropológico, desde la crisis del papel social y desde eI déflcit de contenidos doctrinales.

IT. LAS ACTUALES el

DEMANDAS

En primer lugar, vamos a explicitar las demandas que surgen desde descompromiso antroPológico.

.ANTONIO ESTEVE SEVA

t7l

a) El

descomp,ro,miso afectivo-sexual

La Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes reconoce que el celibato no es exigido por la naturaleza misma del ministerio'sacerdotal. sin embargo acepta la conveniencia de la unión entre ministerio y celibato (Ponencia II, Conclusión

3B).

Además se plantea Ia cuestión de ordenar hombres casados ante eI problema de la escasez de clero y las necesidades pastorales y eclesiales, Esta propuesta de conclusión no fue aceptada, aunque dierou su aprobación a Ia misma 161 votos de los 251 miembros con derecho a voto

(P. rr, c. 41). Respecto

a los

sacerdotes que dejan

el ministerio, se aprobó la a su dignidad

supresión de las medidas discriminatorias que afectan de hombres y de cristianos (P. II, C. 40).

La Asamblea de Barcelona pide la ordenación al diaconado permanente de hombres solteros o casados (C. 22). Se reclama para las mujeres el acceso a los ministerics laicales (C. 23). Proclama eI sentido del celibato (C. 24). Se aprueba la posibilidad de ordenar hombres casados (C. 25). Se acepta gue los sacerdotes casados puedan ejercer algunos laicos- algunos ministerios pastorales (C. 27).

-como

La Asamblea de Valencia, en la conclusión número 18, afirmó: "Conel celibato sacerdotal debe ser opcional e incluso que seglares casados puedan ser sacerdotes. Rogamos al obispo que transsideramos que

mita a la Santa Sede estas dos posibilidades, el celibato opcional para Ios sacerdotes y que seglares casados puedan ser sacerdotes.,'

b) El descompro'miso ideológico-político La Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes reconoce la implicación política que tiene cualquier trabajo misional en orden a Ia educación de la persona humana (P. II, C. B4). Se proclama

Ia

denuncia profética frente

a

estructuras socio-polí-

y la necesidad de proponer valores e imperativos que deben presidir la comunidad poütica (P. il, C. 35). ticas que violan los derechos fundamentales de la persona

Se reconoce que

la aceión política conereta, por su carácter partidista,

Ileva consigo la exclusión de otras posturas políticas. Sin t72

embargo,

DEMANDAS ACTUÁLES DEL SACERDOTE

en situaciones confusas y ambiguas, el sacerdote debe de actuar con ñdelidad a su conciencia iluminada por el Evangelio (P' IL C' 36)' l-a Asambtea de Barcelona da la impresión de que en estas cues,os problemas yr en consecuencia, sólo "cree que es deseable la separación de Ia Iglesia y el Estado, puesto que, al dar una imagen más clara de la misión específica de la Iglesia, ayudará a redefinir la identidad del presbítero en su propio papel" (C' 12)' LaAsambleadeValenciaconsideraalrespectoque..esconveniente

que el sacerdote con cargo pastoral se abstenga de toda militancia políüca para ser, en medio de toda la comunidad cristiana, instrumento der unión" (C. 1, B, C. B).

c) El descompromiso

socio-económico

La Asamblea conjunta de obispos-sacerdotes afirma que para llevar a cabo la inserción del sacerdote en Ia sociedad "podrá, en ciertos casos, verbigracia: empleo de tiempo, cercanía a Ia vida y a los hombres con sus problemas, necesidad de proveer al propio sustento, apertura de caminos para evangelizar determinados ambientes..., realizar un trabajo civil, bien intelectual, bien manual, teniendo en cuenta su particular vocación, las necesidades y el criterio de la comunidad a Ia que sirve, y Ia aprobación de Ia jerarquía, sin olvidar que dicho trabajo ha de servir para cooperar a la edificación del cuerpo de Cristo" (P' il'

c.

31).

La Asamblea de Barcelona "cree que conviene que eI presbítero pueda tener hoy, y sobre todo en el futuro, una profesión civil, la ejerza o no, seg:rin las circunstancias personales y pastorales" (C' 17)' La Asamblea de Valencia con§idera que "conviene que el presbítero pueda tener hoy, y sobre todo en el futuro, una profesión civil, y que la ejerza o no, seg¡in las circunstancias personales y pastorales" (Cap' 1, B, C. 8). En segundo lugar, vamos a explicitar las demandas que surgen desde

la crisis del rol tradicional. La crisis del rol social del sacerdote, con las naturales excepciones nostálgicas, fue asumido por la Asamblea Conjunta que le dio una respuesta coherente con sus propios planteamientos.

La Asamblea aparece en un momento en que el Estado franquista se va quedando sólo porque la inevitable entrada de la modernidad en ANTONIO ESTEVE SEVA

173

España va desacralizando progresivamente su poder. La propia Iglesia también le abandona aI abrirse en un diáIogo con la modernidad que

Ia resitúa en su propio lugar frente al mundo. La misma Asamblea es quien va a delimitar sus distancias frente aI Estado franquista a pesar de los esfuerzos reaccionarios encaminados a perpetuar una situación de maridaje idíIico (P. I). Los presbíteros, conscientes de esta novedad socio-política, intentan conflgurar su nuevo modelo de sacerdote atendiendo a las demandas sociales y del único arquetipo posible, Cristo. Sus propuestas van vehiculadas por los instrumentos que les ofrece la teología de Ia secularización, de la misión y en base a la ley de la encarnación (P. I).

Las consecuencias evidentes para el modelo de sacerdote son las de una figura más comprometida y desembarazada de Ias ataduras que eI rol tradicional Ie ha imprimido.

La vieja figura del sacerdote surgía dependiente pero segura de un montaje eclesiástico. Dentro de é1 eI sacerdote trataba de realizarse como persona a través del ejercicio de una función que se ejecutaba de una forma estereotipada. La Asamblea es consciente de que, hoy, aparece más claro que en estas condiciones es muy difícil la realización de la personalidad verdadera porque, en Ia práctica, muchas de aquellas reglas estereotipadas de acción pastoral se han convertido con eI cambio y pastoral más bien en cortapisas que en indicadores de acción.

social

La Asamblea reconoce eI pluralismo de formas y de vida en el II, Cs. 26, 27,28,29), aflrma la integración y el compromiso social y pastoral (P. II, Cs. 30, 31, 32, 33, 34), plantea el compromiso político (P. II, Cs. 34, 35, 36), se enfrenta con seriedad al compromiso afectivo-sexual (P. II, Cs. 37, 38, 39, 40), 1o mismo podríam:s decir del compromiso socio-económico (P. II, C. 31). ministerio (P.

En consecuencia, se podría considerar que Ia Asamblea recoge 1a crisis del rol y Ie da una respuesta que hace superar eI problema y abre nuevas perspectivas de s'olución. De ahí que las Asambleas diocesanas, prácticamente y en directo, no se planteen esta cuestión de naturaleza psico-social para el sacerdote y se centren en cuestiones más determinadas.

En tercer lugar, vamos a explicitar las demandas que surgen desde el déficit teológico. t74

DEMANDAS ACTUALES DEL SACERDOTE

a En este nivel hemos de reconocer que Ia Iglesia se ha limitado a reproducir Io que en su día el Concilio de Trento añrmó como naturaleza del sacerdocio: la vieja discusión sobre diversos modelos de Iglesia y sobre la distinción de sacerdocios y sobre el carácter, sigue recibiendo

las mismas respuestas.

EI Concilio Vaticano II no nos ofrece nada nuevo. Con su vuelta a la figura del Obispo como sujeto de la plenitud (ChD. PO. OT.). del sacerdocio

las fuentes reaparece

La Asamblea Conjunta repite las mismas ideas, aunque formalmente; empieza hablando del asunto refiriendo el sacerdocio de Cristo como fundamento del sacerdocio ministerial (P. II, C. 1B). Luego habla del sacerdocio común de los fieles y de1 sacerdocio ministerial (P- II' C. 19). Para más tarde situar la unidad orgánica del ministerio en el episcopado (P. II, C.20) y en el presbiterado (P. ü, C.21). Las Asambleas de Barcelona y de Valencia tienen un carácter más existencial-práctico que esencial-teórico y no se cuestionan esta temática.

El sentido de este trabajo es, por tanto, recoger las inquietudes del sacerdote español y la plasmación en forma de demandas de los deseos que surgen del serio intento de resolver los problemas personales y el servicio más efectivo a la Iglesia. Se trata, en definitiva, de una aproximación a este campo, deseando que en otros intentos haya más rigor y constatación.

ANTONIO ESTEVE SEVA

775

CARTA CIRCULAR SOBRE ALGUNOS ASPECTOS MAS URGENTES DE LA FORMACION ESPIRITUAL EN LOS SEMINABIOS

Po¡ A¡¡roN¡o Cañrz.rnrs

EI día 6 de enero de 1980 la Sagrada Congregación para la Educación Católica fechaba una Carta Ci,rru,lar sobre algunoq ospecúos mds urgerltes de la formación espiritual en, los semi.narios. Ningún momento más adecuado para hacerse eco de ella en IGLESIA VIVA que en este número dedicado aI ministerio sacerdotal. En una primera parte ofrecemos una síntesis de su contenido; en la segunda intentamos hacer una valoración breve de la misma, hecha desde el máximo respeto y amor a la Iglesia y de identiflcación con eI

ministerio sacerdotal.

1.

SINTESIS DE SU CONTE\IIDO

Comienza señalando que a la formación espiritual en los seminarios se le ha venido dando, en las distintas ratio institutr,onis socerd,.otolis, el puesto que le corresponde: el primero. En este punto reconoce los numerosos indicios positivos que vienen observándose, pero "es necesario hacer avanzar la reflexión en este terreno". La Carta Circular se propone "llamar la atención de los seminarios sobre ciertos puntos en los que se pide con más urgencia haeer un esfuerzo'

1.1. Introduccién Entre los indicios positivos que sugieren, la reflexión señala, en primer lugar, Ia calidad de los "planes de acción para las vocaciones", en Ios que destaca su "inspiración espiritual'n ,iNTONIO CANIZARES 12

y "la

importancia reconocida

L77

y allá en primer plano como condición y alma de toda inicitiva". "81 qlza, generalizada ampliamente, de la curva de las vocaciones en todo el mundo, confirma la presencia de una acción providencial que da sus frutos" y es interpretadá por los Obispos comÓ debida, más que a nada, "a Ia renovación espiritual de los seminarios". Constata, asimismo, que "dentro y fuera de la Iglesia se da una verdadera llamada a la oración". Proliferan los centros y reuniones de a la

oración, presente aquí

esencial

oración, se buscan maestros de oración, Esto implica una oportunidad que se brinda a Ia Iglesia para el progreso de la fe, "'con tal de que se pueda encontrar en los sacerdotes unos verdaderos maestros de oración" que respondan a estas búsquedas de los hombres de hoy.

El contexto general de Ia vida de Ia Iglesia no es insigniflcante; se está dando, aprécia esta Circular, un despertar espiritual en la Iglesia, y exponente de etlo son "una serie impresionante de acontecimientos, óuya-densidad espiritual ha desconcertado", tales como "la sorprendente eiándeza de los iunerales de Pablo VI, los Cónclaves rápidos y unáñimes que seguieron y el advenimiento de un Papa "venido de Iejos", pero cuya simplicidad y fe luminosa han conquistado desde e-l principio é1 coraión de los fieles-. "Se puede pensar que Ia presencia de un guía así es, aI amainar las borrascas posconciliares, una oportgnidad excepcional para que puedan surgir sacerdotes armados de Ia misma fe, bebida en eI manantial de Ia plegaria".

Los jóvenes también participan de este ambiente de renovación espiritual. '¿Esperan a Cristo, esperan que se les muestre y que alguien les enseñe a amarlo." Están dispuestos a acoger a los sacerdotes que muestren a Cristo; su "necesidad espiritual toma frecuentemente la forma de búsqueda inquieta de una razón de vivir que eI medio ambiente no les da".- Muchos de estos jóvenes vendrían a nuestros seminarios si éstos respondiesen a sus expectativas, si en ellos se les hiciese capaces de dar a conocer a Cristo, a quien los jóvenes de alguna manera presienten. Si el seminarista ha de llevar a Jesucristo, "única respuesta verdadera, a esta generación, deberá estar sólidamente armado él mismo y haber eneontrado en Cristo no sólo Ia luz, sino Ia fuerza"; la tarea de los seminarios, consiguientemente, se perfilará a partir de ahí.

1.2. Orientaciones Con ese trasfondo, la Carta Circular indica que "en la formación espiritual del futuro sacerdote deben Señalarse cuatro Iíneas directivas como más urgentes":

Es necesario, en primer lugar, "formar sacerdotes que acojan y amen profundamente Ia Palabra de Dios, pues esta Palabra no es sino

el mismo Cristo". Para eIIo hay que cultivar en los seminaristas "el y hacer que eI sacerdote sea un maestro de oración, en virtud de una verdadera experiencia. En segundo lugar habrá que "formar sacerdotes que' a la- luz de esta Palabra de Dios, reconozcan su expresión suprema en eI Misterio sentido del verdadero silencio interior"

i78

CARTA CIRCULAR

Pascual, de1 que luego serán ministros". Para ello habrá que "enseñarles la comunión en eI misterio de Cristo muerto y resucitado", en en la celebración del Misterio eucarístico. "La vida de un seminario se calibra por la comprensión que sea capaz de dar aI futuro sacerdote de este Misterio y por eI sentido de Ia irrenunciable responsabilidad sacerdotal para hacer participar en él dignamente a los fieles." En tercer lugar, "formar sacerdotes que no tengan miedo de aceptar que la comunión real con Cristo implica una ascesis, y en particular una cierta obediencia". Para ello, eI seminario habrá de dar igualmente "el sentido de la Penitencia", como sacramento y como sacriflcio y ascesis.

Por último, "hacer de la formación espiritual del Seminario una escuela de amor filial" hacia la Virgen. Por ello forma parte integral del Seminario "la oración a Ia Santísima Virgen, la conflanza en su intercesión,

y Ios hábitos firmes a este respecto".

El Documento Romano desarrolla posteriormente cada una de estas cuatro directrices. Veámoslo en concreto. L.2.1. Cri,sto, Palabra de Dios (Silencio

y

oración)

El futuro sacerdote debe "Ilegar a ser capaz de escuchar y entender la Palabra, el Verbo de Dios", Para ello es necesario el silencio interior, del que los sacerdotes deben tener la experiencia, "haber adquirido su sentido auténtico, ser capaces de comunicarlo". Este silencio "tiene en Cristo su fuente y su término. Es eI fruto de Ia fe viva y de la caridad. Es abandono y dependencia respecto de Dios. Es una actitud profunda del alma que todo 1o espera de Dios y que está del todo vuelta hacia El". No hay que confundirlo con el silencio material, aunque Io reclame, ni con las místicas asiáticas; no guarda relación esencial con ninguna postura corporal deflnida ni tampoco con ninguna manifestación íntima y sensible del Espíritu Santo; para este silencio interior hay que introducir en la mística cristiana, en la escuela de los maestros espirituales seguros.

"Para llegar a este silencio interior hay que poner los medios." Entre los verdaderos instrumentos señala "el trato asiduo con los verdaderos maestros, la oración pacientemente cultivada, Ia oración oficial de Ia Igl.esia, Ia presencia y consejo de un guía, tarea espeeíflca del futuro sacerdote". Para llevar a cabo esta educación lenta y difícil en la oración habrá que arrancar aI hombre de la inercia de sus mecanismos interiores y de las solicitaciones del mundo y desconfiar de los "medios inmediatos, que prometen demasiado y demasiado pronto, apartan del objetivo, crean falsas necesidades con la ilusión de resuitados cuasi automáticos

y

engañosos".

En la formación espiritual de los seminarios no podrá faltar el familiarizar a los aspirantes aI sacerdocio con los maestros espirituales de Ia historia de la Iglesia. "Todo seminario debe tener una política sobre este punto y dar a los alumnos Ia costumbre y el gusto por los grandes autores espirituales, los verdaderos clásicos. Estas lecturas no son exclusivas, pero deben ser primordiales y, desde luego, son indispensables."

ANTONIO C,dÑIZARES

t79

En este contexto de silencio interior, de trato con los maestros, etc., "hay que enseñar la oración". Es este orden, habrá que hacer aceptar sus comienzos laboriosos, no tener miedo a dar reglas, imponer severamente un tiempo de oración personal y asegurarse de que es frelmente en un contexto dado no se juzga posible o conveniente cumplido la oración-sien común, evitar las preparaciones abstractas, preferir el Evangelio a cualquier otra cosa-. Y en todo caso "recordar incansablemente el objetivo: buscar a Cristo; contar exclusivamente con El". No todo se reduce a Ia oración personal; "no hay nada tan importante y decisivo como la participación cada vez más profunda y completa en la oración de la Iglesia": en la celebración eucarística y en la Liturgia de las Horas. "Si esta oración es sencilla, inteligible y perfectamente cantada, no hay otra más capaz de crear poco a poco el silencio interior que se busca, el verdadero, el que viene de Dios." Este silencio interiori reclama eI silencio exterior; y éste, a su vez' debe ponerse aI servicio del otro. Un seminario necesita del silencio exterior: "eI reglamento debe proeurarlo desde eI principio", pero de tal manera que tenga s,entido para que sea aceptado.

Toda esta educación para Ia oración no debe ser un coto cerrado, sino que ha de integrarse en el conjunto de toda la educación del seminario, Io que reclama un acuerdo continuo entre todos los responsables de Ia formaeión. 1.2.2. La Palabra de la Cruz: El (espiritualidad eucarística)

Sacri,fi.cío redentor

Comienza esta segunda directriz señalando que la "oración de la Iglesia alcanza su culmen en la liturgia eucarística". La Eucaristía es eI sacramento del Sacriflcio Redentor. "En eI seminario la doctrina sobre este punto debe ser cuidadosamente enseñada y recordada sin cesar." Pero matiza que "eI aspecto de comunión fraterna, por muy profundamente que se comprenda, de ninguna manera puede perjudicar el aspecto fundamental que es el Sacriflcio de Cristo, fuera del cual eI banquete eucarístieo pierde su sentido. No deben, pues ignorarse las desviaciones que hoy se producen sobre estos diversos aspectos y contra los cuales los sacerdotes han de ser cuidadosaments prevenidos". ("Ningún aspecto puede ser sacriñcado a los demás: la enseñanza del Concilio de Trento sobre Ia realidad del Sacrificio debe ser profesada en toda su firrneza y no menos las enseñanzas sobre Ia presencia real.") Esto pide en Ia formación espiritual "el continuo desarrollo del culto de la adoración eucarística" como una de las "más maravillosas expe" riencias de Ia Iglesia". Un sacerdote "que no participe de este fervor" traicionaría a la Eucaristía y "cerrará a los ñeles eI acceso a un tesoro incomparable".

Aquí ----en eI sacrificio eucarístico y en la adoración a la Eucaristía"se inserta la doctrina del sacerdocio". La atención dispensada a la teología de los ministerios no tendría que poner en cuestión la doctrina del ministerio sacerdotal; feliz y sóIidamente fijada en Ia Iglesia particularmente por el Concilio de Trento... EI sacerdote es instituido para preparar y distribuir bajo estas dos formas sacrementales del signo

-Ia

180

CARTA CIRCULAR

de la palabra y la del signo del pan de los hombres- este Pan de eternidad que es Cristo". El Documento de la Sagrada Congregación añade a renglón seguido que "también sobre su propio terreno puede eI sacerdocio ministerial tener necesidad de una ayuda. Pero cualesquiera que sean las ayudas que Ia Iglesia reconozca como legítimas, d incluso eventualmente necesarias de parte de los laicos, eI sacerdote no puede ni perder ni, menos aún, enajenar jamás su responsabilidad esencial". Seguidamente la Carta Circular establece una relación entre Eucaristía y disciplina de la Iglesia. "La comprensión de la Eucaristía conduce a comprender y respetar la disciplina de Ia lglesia en esta materia." La creatividad hay que situarla en el cuadro de las reglas dadas por la Iglesia. A este propósito señala: "Ias reglas que ordenan la oración han de ser aceptadas en el mismo espíritu de obediencia que las que conciernen a la fe misma... Ias reglas puestas por Ia Iglesia están profundamente ligadas a valores esenciales, que fácilmente pierden de vista los individuos aun cuando son movidos por un verdadero interés pastoral". A títuto de ejemplo añade más abajo que Ia "exclusión sistemática del latín es un abuso no menos condenable quei la voluntad siste-

mática de algunos de mantenerlo exclusivamente"; ello parece acarrear consecuencias pastorales: "el riesgo de ser confundida con una palabra de hombres". De aquí saca una consecuencia: "eI seminario debe hacer comprender a los futuros sacerdotes Ia gravedad de estos peligros y hacerles no sólo aceptar, sino amar la obediencia". Consecuencia también será Ia inseparabilidad de la Palabra y de la Eucaristía en la formación de sacerdotes: "la unidad profunda del misterio de la Palabra divina debe ser, junto con Ia Eucaristía, cada vez más profundamente experimentada por los futuros sacerdotes". El Documento romano saca una úItima consecuencia: "La participación en la Eucaristía ciertamente determina el clima espiritual de un seminario. Y ¿por qué no decir que, tal vez, ahí se redescubrir{ quizá la necesidad y eI sentido del traje sacerdotal, abandonado un poco a la ligera en perjuicio de la pastoral a la que pretendía servir?" Apoyada en las llamadas de atención del Papa, insiste en que eI sacerdote debe mostrarse distinto a los otros hombres, dada su misión. Denuncia el texto un cierto sentido secularista en Ia celebración de ciertos sacramentos, en los que se prescinde de los vestidos litúrgicos preseritos. "Esta es, señala, una pendiente fatal, en el sentido de inevitable, y sobre todo, en el sentido de desastrosa. El seminario no tiene derecho

a permanecer indiferente ante tales consecuencias."

f.2.3. La palabra de la Cntz: Los "sacrificios espiritunles" (La Penitencia ---sacramento-, la ascesis, eI reglamento, Ia obediencia) IJn tercer aspecto que señala como fundamental es la importancia de la Penitencia, entendida ésta como sacramento, como vida sacerdotal caracterizada como esfuerzo por unirse a Cristo en su Pasión. Por otro lado, el sacerdote "ha de ser un maestro de penitencia tanto como un maestro de oración". ANTONIO CAÑIZARES

181

Tras polemizar sobre las celebraciones penitenciales desde Ia penile da un realce singular- y tras señalar que tencia privada -que estas celebraciones "crean clima" para la penitencia individual, señala que eI seminario ha de ayudar a estructurar Ia conciencia cristiana en torno a la caridad, mediante un contacto auténtico con la Palabra de Dios, y "sin ignorar ninguno de los resortes que deben dan a la caridad su cuerpo. la prudencia, Ia justicia, la fortaleza, la templanza". EI seminario asimismo ha de ayudar a estudiar y reflexionar "en el clima de amor de Dios en eI que germina una auténtica y serena contrición". Sigue después el Documento abundando en la necesidad de la Peni-

tencia privada. "A partir de 1o dicho el contacto personal con el sacerdote se hace absolutamente natural: Ia doctrina moral tradicional encuentra aquí su pleno sentido... Cuanto más comunitaria haya sido Ia preparación y haya permitido a cada uno beneflciarse de Ia oración de todos, tanto más personal e incomunicable es eI perdón. El seminario debe dar el gusto por esta absolución privada, tanto por Ia celebración común cuando ésta puede hacerse". Seguidamente señala que eI "seminario debe saber que prepara directores de almas". Por ello indica un poco más arriba que "en el contexto del sacramento, digna y auténticamente recibido, la luz del Señor pasa libremente y va mucho más lejos del simple perdón. Un sacerdote que conflesa llega a ser en muchos caso§, a partir de la confesión, un director de conciencia: ayuda a discernir Ios caminos del Señor". El Documento se pregunta a este respecto si no "habrá que atribuir el desdibujamiento de la Penitencia privada una parte, al menos, de responsabilidad en el impresionante descenso de las vocaciones reIigiosas".

La Carta establece una relación entre el sacerdote reconciliador sacramento de Ia Penitencia- y su ascesis, en la cual se intro-el ducen un conjunto de temas como celibato, disciplina, reglamento. EI saeramento de la Penitencia requiere una preparación ascética anterior: "Dios viene al encuentro del penitente, que debe ser un cristiano per-

severante en üevar su cruz en eI seguimiento de Cristo." Constata eI mal cartel de Ia palabra "ascesis", "y, sin embargo es indispensable a todos, ciertamente teniendo en cuenta la propia naturaleza y misión". La ascesis el documento la ve necesaria para el sacerdote, para "ser fiel y a sus compromisos, sobre todo, aI del celibato"; no podrá a su carga ser fleI ¿si no se ha preparado para aceptar y, para imponerse a sí mismo un día una verdadera disciplina". La exigencia de un Reglamento es destacada por el Doeumento al señalan que "el seminario no siempre ha tenido Ia valentía de decirlo, de exigirlo, pero la mencionada disciplina hace particular relación a un Reglamentd prudente y sobrio, pero firme, que no excluye una cierta severidad y que prepara para iaber darse a sí mismo, más tarde, una regla de vida adaptada. La ausencia de una regla concreta y cumplida es para eI sacerdote fuente de muchísimos malés... Un sacerdote no puede verlo todo, oír1o todo, gustarlo todo". Dentro de este apartado introduce ampliamente eI tema de la obediencia. A este respácto señala que "es necesario que Ia palabra 'obe' diencia' deje de aparecer como palabra prohibida... E§ necesario com182

CARTA CIRCULAR

prender bien Ia obediencia. Ciertamente no puede decir que obedece miá Oior quien no obedece a aquellos a los que Dios ha hecho sus oist"os. Éero ni el ejercicio de ia autoridad ni el de la obediencia pueden ambas partes no se, ve. expresaser comprendidos ni aceptados -Dios". si por La obediencia a Dios se objetiva en el mente u^na obediencia a llamado bien común del seminario, el cual, por otra parte, es establecido por el Rector y escuchado y participado por eI seminarista. La obedienóia entraña sácrificio y comporta una alegría ya que "es una manera de amar a Dios".

el seno de Ia Virgen formación)

1.2.4. La "Palabra hecha carne" en (Devoción mariana Y

María

-

El punto final de la Carta Circular versa sobre el puesto de Ia -Vjrgen en Ia iormación del sacerdote' La devoción a María es, dentro del Documento, una evocación breve pero firme. Hablar de "devoción" implica "aceptar Ia fe de la Iglesia y de vivir fo quá nuestro Credo nos eiige creer. El,Verbo de Dios se encarnó en el stno de la Virgen María. Lás razones de Ia devoción mariana son de in¿ot. ciistológicá, ya que la "cristotogía es también una mariología". El fervor con él que eI Sumo Pontífice vive el misterio mariano no es si no fldelidad. Y-es así como el amor a la Santísima Virgen debe ser ánseñado en

eI seminario. Los problemas suscitados hoy por la cris-

tología encontrarían su principal solución en una fidelidad de este

géne:ro", EI Documento deja un interrogante abierto: "Cabría preguntarse

de la devoción a la Virgen no oculta muchas veces un titubeo en [a aflrmación franca del Misterio mismo de Cristo y de la

fi el debilitamiento Encarnación."

Concluye con la exigencia de crear un clima mariano en Ios seminarios como base para un mayor trato con Cristo y con su cruz. "Ifn seminario no puede retroceder ante eI problema de dar a sus alumnos, por los medios tradicionales de Ia lgles?, un sentido del misterio maiiano auténtico y una verdadera devoción interior."

1.3. Conclusión La Carta Circular concluye con una sugerencia que desea se tenga en cuenta y se institucionalice: instaurar "un período de preparación aI seminario consagrado exclusivamente a la formación espiritual".

2.

VALORACION DE ESTA CARTA CIRCULAR

Nadie va a negar a este Documento eI valor que entrañan para Ia formación espiritual de los futuros sacerdotes las cuatro líneas directivas apuntadas; estamos de acuerdo en la importancia que tienen para la exis-

tencia cristiana y, consiguientemente, para Ia existencia sacerdotal. Caeríamos en un error si las minimizásemos. Lejos de nuestra intención ANTONIO CÑIZARES

t83

eualquier desvalorización de las mismas. Nunca, en verdad, insistiremos bastante en ellas. Con todo, el Documento nos produce cierta perplejidad en su conjunto y en aspectos concretos del mismo. Llaman la atención Ios valores eclesiales y teológicos que laten en é1, así como las repercusiones concernientes a la vida eclesial de la fe cristiana. No. quiere ser un esquema teológico sobre eI sacerdocio, pero sí resalta lo más importante "aspectos más urgentes"- en la vida del sacerdote de acuerdo con-los las necesidades de la Iglesia en el momento presente. Es cierto que son importantes los problemas sacerdotales enunciados en la Carta Circular; pero no parece que sean los más urgentes; y éstos, de alguna manera, no son tenidos en cuenta, al menos explícitamente.

La lectura atenta de la Carta Circular deja un sabor a una teología II. De algrin modo ignora en sus planteamientos la ñgura del ministerio sacerdotal que plantea el Vaticano II y la forma de situarse éste en sus relaciones con la Iglesia y con eI mundo. También ignora elementos importantes de la Optatam úofius (8.9). En concreto se desconocen las consecuencias vitales de la respuesta a la llamada, del seguimiento: conversión, testimonio de vida, austeridad, pobreza; Ia vivencia del ministerio como don y gracia; el carácter misionero, origen del ministerio y la exigencia de "presencia, participación y solidaridad" que reclama la evangelización (EN 2L); la dinámica de Ia Encarnación y eI compromiso que ésta reclama; la integración del presbítero en la vida de la comunidad.

que no cuadra enteramente con la mente del Vaticano

No es fácil encajar la Carta Circular con la teología de los ministerios, y en concreto del ministerio sacerdotal expuesta en Ia Constitución Lutnen Gentium. Choca asimismo con eI Decreto Presbaterorum Ordini.s cuando, por ejemplo, en el número 3 dice éste, citando la carta a los Hebreos: "quiso asemejarse en todo a nosotros, por lo cual sus ministros, los sacerdotes, conviven, eomo hermanos, con los otros hombres".

Como ha podido apreciarse en la exposición del contenido de la Carta, en este Documento se ofrece una imagen reduccionista y sacral del ministerio sacerdotal y un tantq privatista; por supuesto, poco enraizada en nuestra historia y bastante espiritualista. Del sacerdote se dice que es maestro de oración,' guía espiritual, maestro de penitencia,

director de conciencia. "El sacerdote es instituido para preparar

tribuir bajo t84

estas dos formas sacramentales

-la

y

dis-

del signo de la palabra CARTA CIRCULAR

signo del pan de los hombres- este Pan de eternidad que es Cristo." Nadie pone en duda la importancia de estos aspectos, pero dentro de un contexto amplio de Ia conciencia eclesial acerca del sacersólo en docio ministerial, expresada tanto en el concilio de Trento

y la del

éI, ya que abordó parcialmente este

tema-

-no II y

como en eI Vaticano

en

otros textos del Magisterio, cuya ausencia es notoria en esta carta Circu1ar.

sorprende que en un texto encaminado a 1a formación espiritual de Ios sacerdotes no aparezca referencia a los problemas de los hombres de nuestro tiempo, a sus gozos y esperanzas, angustias y tristezas, que son también de la lglesia, como indica Ia Gaudi'um eÚ Spes' ¿Cómo se forman espiritualmente sacerdotes para esa Iglesia que siente como suyas las realidades de los hombres de hoy? ¿No rezuma atemporalidad este Documento? Cristo es el fundamento indiscutible; pero, ¿con qué ojos se contempla

ei Misterio cristiano? ¿saca todas las consecuencias del dogma de calcedonia?

Preocupa cómo se legitima la obediencia y la autoridad; es más que discutible eI trasvase que hace de 1o divino a las estructuras del

seminario. La teología de la revelación que subyace en el ejemplo -poco afortunado- del latín no resiste su confrontación con |a teología actual a partir de la Dei verbum; en eI mismo contexto no matiza eI sentido de "las reglas dadas por la lglesia", por 1o que crea más confusión que clarificación.

Resalta aspectos fundamentales de la Eucaristía; y es necesario hacerlo, máxime cuando verdaderamente algunos de esos aspectos están puestos un poco entre paréntesis por algunos. Pero, ¿por qué poner sordina a otros que el Vaticano II ha puesto de relieve? ¿No podría darse un equilibrio mayor en un texto como éste?

La Carta Circular, para flnalizar, presenta un problema de raíz: su fundamentación. Por un lado, produce cierta sorpresa Ia escasez de más fundamentación bíblica y del mismo Magisterio; carece casi de citas

y las escasas que se dan son vagas, genéricas e indirectas. Por otro lado, eI punto de partida de Ia situación actual -reflorecimiento de vocaciones, movimientos de jóvenes, la muerte de dos Papas, etc'- es endeble; no hay un discernimiento válido de Ia situación actual; es un planteamiento justiflcativo

un tanto parcial y que se presta a

una

ideologización.

ANTONIO CAÑIZARES

18'

I-

IBROS

ALGUNAS PUBLICACIONES RECIENTES SOBRE SACERDOCIO Por AñroNIo Saxcrus Y MINISTERIOS

Qurvroo

La producción literaria más representativa sobre el tema de este número comprende dos vectores caracterizados por una visión tradicional y por otra de talante revisionistaLa teología tradicional del sacerdocio presenta Ia imagen ya conocida: el hombre consagrado y tomado de entre los demás para ser su mediador delante de Dios. Ludwig Ott ("EI sacramento del Orden", en IIistona ite los d,ogmas, BAC Maior, tomo IV, cuaderno 5, Madrid, 1976) ofrece un recorrido histórico de la teología del sacerdocio en los hitos

más importantes de su elaboración; patrística, teólogos medievales, Concilio de Trento. Aborda también Ia problemática del sacerdocio en el

anglicanismo. IJna panorámica amplia y bien llevada. La historia es contemplada desde una perspectiva de corte tradicional. En la misma línea se inscribe eI estudio de Miguel Nicolau (Mi.nistros d.e cristo. Sacerd,ocio g sacramento d.el Orden' BAC 322, Madrid, 1971). Mediante una reflexión sistemática, trata el sacerdocio en un contexto eminentemente sacramental: diaconado, presbiterado y episcopado, contemplado en sus diversas épocas. Encierra las ventajas de1 manual; resulta una buena síntesis y va acompañado de una nutrida bibliografía'

una buena parte de Ia producción teológica ha operado una revisión del sacerdocio mediante una vuelta a las fuentes. Tal orientación re' visionista produce resultados análogos, si bien a través de arranques referenciales diversos. uno§ arrancan del estudio de las fuentes reveladas. otros, del misterio de la Iglesia. En la primera línea destaca el LIBROS

187

estudio de Pierre Grelot (Le mini,stére d,e la Noutselle Alltonce, Cerf, París, 1967), el estudio en colaboración dirigido por Jean Delorme (EI Ministerio a los Ministeri,os según eL Nuetso Testarnento, cristiandad. Madrid, 1975) y el de Hans Küng (Lo lgtesia, Herder, Barcelona, 19?0, capítulo V "Los servicios en la Iglesia", págs. 4BO-577). Los tres coinciden en la tesis de que el Nuevo Testamento destaca la pluralidad de ministerios, entre los cuales existe eI del presbítero. ya no cabe abso-

lutizar el sacerdocio como el ministerio por antonomasia; lo pertinente es hablar de "los ministerios". El sacerdocio encuentra ahí deflnición: saberse un colaborador en la realización común del Reino, al abrigo de la Comunidad. Para José M. Castillo (La alternatit:a cristiana, Sígueme, Salamanca, 1979, capítulo S, págs. 148-196) ,,eI centro de la Iglesia está en el pueblo", la Iglesia no es ácrata, es un pueblo con unos ministerios entre los que el sacerdotal es uno de ellos. OTROS DOCUMENTOS

Y

conferencia Episcopal Alemana:

ESTUDIOS INTERESANTE.S

Et mi,nisterio sacerdotol (Estudio bí-

blico-dogmático), Sígueme, Salamanca, 1921, 11g págs. cornisión Internacional de Teología: Le Mintstere sacerd.otol,

cerf, pa-

rís, 1971, 126 páes. "Hacia un reconocimiento mutuo de los ministerios,,, en Concilium, 74,

abril

1972.

"Eucaristía y ministerio: Una declaración luterano-catóIico romana", 1g?0,

en Didlogo Ecuméni,co, IX, 1924. "Para una reconciliación de los ministerios. Elementos de acuerdo entre catóIicos y protestantes", Grupo de Dombes, 1g23, en Didtogo Ecu-

IX, 1974. "Ministerio y ordenación. Declaración sobre la doctrina del Ministerio por Ia Comisión Internacional Anglicano-Católico romana,,, Canterbury, 1973, en Didlogo Ecuménico, IX, l9?4. ménico,

188

LIBROS

,E_

ESCRLBEN EN ESTE NUN/ERO

Norberto Alcover lbáñez. Departamento de Cutura del CEN/l Valenc¡a.

Alfonso Alvarez Bolado Profesor de

Teo

ogia Comillas-Madrid.

Antonio Bravo. Parroco y Profesor de Teología Madrid. Anton¡o Cañizares. Profesor de Teo ogia Pastora Salamanca y Madrid. Antonio Esteve Seva. Párroco Paterna (valenc¡a). Joaquín Perea González. Vcarlo episcopa y Profesor de Teoogia Bilbao. Antonio Sanch¡s Ouevedo. Profesor de Teoogia Torrente (Valencia). Cristóbal Sarrias. Bevsta Bazón y Fe Madrid. Vicente J. Sastre. Ol c na Genera de Estadíst ca y Sociologia Beliglosa Madr¡d. Fernando Urbina de la Ouintana. Profesor de Teologia Madrid. Juan María Uriarte. Ob spo Aux ar Bilbao.

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