Pavese, Cesare - De Tu Tierra

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Cesare Pavese DE TU TIERRA

Un mar de sueiios agradece a: la editorial Einaudi por permitir la publicación de este volumen; Antonio Ria por aportar la imagen de la cubierta (Lalla Romano, Casa in collina, 1937 c., collezione del Monastero di Base); la agencia Effigie por la fotografía de Cesare Pavese; Paolo Colla por la colaboración.

© de esta edición: ARCI SOLIDARlETA. CESENATE Proyecto Un mar de sueños / Progeiio Un mare di sogni (coordinador: Loris Romagnoli; secretaría: Arci Solidarietá Cesenate, Via Ravennate 2124, 47020 Martorano di Cesena (FC), Italia; e-mail: [email protected]) Proyecto gráfico de Patrizia Croatti Primera edición: Diciembre 2001 ISBN 88-88405-05-4

Cesare Pavese

DE TU TIERRA

Traducción de Juan Manuel Femández con la colaboración de Psole Tomasinelli 3

REGIONE

PIEMONTE

PRESENTACIÓN El proyecto" Unmare di sogni' (Un mar de sueños) constituye, sin duda alguna, una iniciativa cultural de enorme interés y de relevante alcance internacional. La operación editorial, que consiste en la traducción y la publicación en lengua española de algunas obras de la literatura italiana destinadas gratuitamente a los países de América latina, ha sido posible gracias a la colaboración intensa y provechosa entre las diferentes instituciones y realidades culturales que operan en la sociedad. La cultura italiana, representada magníficamente en sus diferentes sensibilidades y matices a través de textos de autores significativos de nuestras regiones, encuentra, gracias a esta iniciativa, un extraordinario vehículo de difusión; sin que se puedan pasar por alto las importantes implicaciones sociales, sobre todo en términos de consolidación de la amistad y de proximidad con estos pueblos, que este proyecto favorece. Como Coordinador de los Consejeros de Cultura de las regiones italianas es para mí, por tanto, motivo de especial satisfacción poder ver realizada una idea que se sustenta precisamente en la variedad y en la sugestiva complejidad de nuestras culturas locales. Con una importante consideración: la dimensión valorizadora de estas culturas no puede inducirnos a seguir el camino de un localismo restrictivo y anacrónico. No es casualidad que la Región Piamonte haya seleccionado, como obra emblemática de un cierto universo de valores, precisamente una novela del gran Cesare Pavese. El autor que nos ha enseñado a conocer las producciones literarias del otro lado del océano, el autor, 5

profundamente intenso y humano, que nos ha contado nuestra tierra y a nuestra gente, nos parece el escritor que mejor ha sabido unir el deseo de conocer lo diverso y la identificación con un pueblo y con una historia. Porque sólo cuando las raíces de las almas se asientan en un terreno firme, se producen las condiciones necesarias para un verdadero encuentro.

Giampiero LEO Consejero de cultura de la Región Piamonte Coordinedor de los Cousejeros de Cultura de las Regiones Italianas

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INTRODUCCIÓN De tu tierra En febrero de 1946, al responder a una encuesta de la revista romana "Aretusa", Pavese reflexiona sobre el pasado y el futuro de su escritura y proclama con decisión y en un tono que no admite réplica: "Estoy seguro de una unidad fundamental y duradera en todo lo que he escrito y en todo lo que vaya escribir -y no digo unidad autobiográfica o de estilo, que son tonterías - sino unidad de temas, de intereses vitales, la tenacidad monótona de quien tiene la seguridad de haber tocado el primer día el mundo verdadero, el mundo eterno, y lo único que puede hacer es darle vueltas al gran monolito y arrancarle pedazos y trabajarlos y estudiarlos bajo todas las luces posibles. Lo que también significa que la obra "más lograda" y que "puede por sí sola testimoniar el carácter de mi arte" es hasta el día de hoy Lavoture stanca. Porque, ¿qué es Paesi iuoi sino una página, especialmente satisfactoria y ampliada, del mismo libro?" Y la historia de esta "página", que representa el comienzo narrativo de Pavese, se había escrito años antes. El 3 de junio de 1939, menos de dos meses antes de finalizar su primera novela, Il carcere, destinado a ver la luz sólo diez años más tarde, Pavese empieza a escribir Paesi tuoi, para terminarlo el 16 de agosto y decidir publicarlo casi dos años después, ellO de mayo de 1941. Esta "novela breve", un "libro verdaderamente excepcional", como lo definió el editor Einaudi, inauguró una nueva colección de jóvenes escritores italianos, la "Biblioteca dello Struzzo" y se honró con una portada exclusiva, obra del pintor turinés Francesco Menzio, inspirada en el episodio del baño de Gisella (cap. VI); agotado ya en verano de aquel año, en septiembre empezó a circular la segunda edición en una 7

colección diferente, la de los "Narratori contemporanei" (la tercera edición, en la misma colección, saldrá el 27 de agosto de 1945). Las razones de un éxito crítico tan sorprendente como inesperado, determinado, antes incluso que por los críticos oficiales, por amigos y conocidos, hay que buscarlas en la naturaleza misma del libro, "bastante fuerte" y "bien estructurado", "original" y "sustancioso", polémico con toda la narrativa contemporánea, capaz de "llegar hasta dentro", de ganarse la admiración vehemente e incondicional de lectores anónimos y lejanos entre ellos, en el espacio y en el tiempo. Como botón de muestra es suficiente el testimonio de Leone Ginzburg: "Un librero de l'Aquila me ha contado (ignorando mis relaciones contigo y con Einaudi) que ha discutido en un tren con un oficial que sostenía que "Paesi tuoi" es un libro obsceno. "Es un libro fuerte" decía el librero con arrebato" (20 de abril de 1942) Un libro, sobre todo, que constituye una etapa importante en aquel camino cansado, largo, serio y tenaz hacia la conquista de una lengua y un estilo. "Rehacer todo el estilo" anota Pavese en el manuscrito, ocho días después de haber terminado de escribirlo (24 de agosto), y las abundantes correcciones y tachaduras testimonian la profunda convicción de que la escritura es para él antes que nada y sobre todo un "oficio", extenuante y monótono, pero a la vez fascinante y "sin trucos", ya que consiste en un continuo probarse, ejercitarse y mejorar, hasta alcanzar lo sublime. "Si consiguieras escribir sin un tachón, sin un retroceso, sin un retoque -escribía Pavese en el Alestiere di vivere, el 4 de mayo de 1946 - ¿le cogerías todavía gusto? Lo bonito es pulirte y prepararte con toda calma para ser un cristal". El precio que hay que pagar es alto, como afirmará en un ensayo homónimo del 11 de julio de 1946 al hablar de este "viejo libro" suyo (estar "contra todos", "no hacer caso de nadie"), pero merece la pena adentrarse en la dura construcción de una "historia" porque, mientras el autor escribe, "por lo menos durante las horas de trabajo, algo (...) le toca el corazón y lo entibia y le hace querer a la gente, a los personajes, la jornada que pasa" (Dia1oghi col compagno. ¡Y. Peesi iuoñ. El resultado de tanto trabajo parece satisfacer a Pavese, ya que ei l de enero de 1940, al confiar al diario el habitual balance existencial y creativo del año que acababa de terminar, el primero de su vida sentido como "digno", puede declarar "me he quitado las ganas y probado que sé querer un estilo y sostenerlo, y basta. (...) Cierro el 39 en un estado de anhelo ya seguro de sí, y de una tensión como la del gato que acecha a la presa. Tengo intelectualmente la agilidad y la fuerza contenida en el 8

gato. (...) He vivido para crear", Y siguiendo en la línea trazada, la creación narrativa tendrá que orientarse a un estilo cada vez menos "fabuloso" y cada vez más "cortante", "como el alambre de la polenta", añade el 6 de noviembre en una carta al amigo Tullio Pinelli con el habitual tono irónico: "Como ves por esta última frase, el campo es pegajoso como el papel matamoscas (¡Venga!)". Peesi tuoi, una novela que "tiene armazón", está narrada en primera persona por el obrero Berta y se desarrolla toda ella entre motivos distintos, el sexual (el amor entre Berta y Gisella, el incesto familiar del campesino), el orden y el desorden, la educación, "el buen sentido, la mesura, la inteligencia clara" de Berta y lo salvaje, lo primitivo, lo instintivo, la parte animal de Talino, el "listo" y el "tonto"; entre mundos que se acercan, se estudian y se espían con curiosidad sin conseguir compenetrarse, el mundo urbano y el mundo campesino, la ciudad y las colinas, Turín y Monticello, entre personajes, paisajes y "elementos materiales del discurso" que se convierten en "epítetos", palabras-tema y, en última instancia, "una narración dentro de la narración". Piénsese sobre todo en la colina-mama, una imagen-símbolo incluso obsesiva, y también en la fruta (las manzanas de Gisella), en la horca, en el pozo, en el agua, en el fuego, en la sangre, y en muchas otras cosas (el color rojo, por ejemplo, del pañuelo de Talino, de los pimientos, de las sandías y de las cerezas, anticipador y profético de la escena del sacrificio). y las soluciones determinan el lenguaje simbólico usado, "todo lo contrario de un impresionismo naturalista"; con frecuentes ejemplos voluntarios y cuidados de "agramaticalidades", se mantiene alejado de vocablos dialectales demasiado vistosos. Pavese opta, en resumidas cuentas, por una lengua que, en opinión de Emilio Cecchi, uno de los primeros y más agudos recensores, "no fuera áulica ni conceptual, y no se rebajara al dialecto", sino que "fuera capaz de entroncar con la realidad vivida y ofrecer de ésta sus sabores mas intrínsecos" recalcando la sintaxis "de las formas habladas de su provincia; en muchas ocasiones con hermosos efectos; otras veces, con innegables durezas y oscuridad". También el tema de las probables fuentes americanas, que la crítica contemporánea consideró, con ejemplos más o menos convincentes, encuentra en Paesi tuoi confirmaciones y desmentidos; los nombres sugeridos son los de los novelistas amados, estudiados o traducidos hasta entonces (Melville,Caldwell, Faulkner, Steinbeck, etc.) a los cuales Pavese opondrá y antepondrá años después el de James Cain y su Postino: "el americano que por su "tiempo", por el ritmo de la narración me influyó verdaderamente, nadie en la época de Paesi tuoi lo supo 9

decir: era Cain". El estilo esencial y agitado de los últimos capítulos aprovecha sabiamente anticipaciones ("Con la de cosas buenas que podíamos hacer aún, y por una estupidez perdemos la última ocasión", o también "No pude llegar a preguntárselo") similitudes populares ("voces de colina que parecen perdidas y solitarias entre el cielo y la tierra, como una banda que toca en las noches de viento") formas interrogativas repetidas ("¿Y Gisella?", "¿Le duele?", "¿Está muerta?", "¿No ha muerto?", "¿Sabes que ha muerto?"), imágenes de fuerte sugestión e impacto ("La han despellejado como a un conejo" o bien "Ni los cerdos resisten tanto"). Las partes narrativas se dilatan e expensas del diálogo; la presencia del verbo "pensar" atribuido a Berta, se hace obsesiva y martilleante. Al inicio de la novela un sentimiento doble y ambiguo, de atracción y de sospecha, había guiado al protagonista en el descubrimiento del mundo campesino ("Míralos bien, Berta, digo sin pararme, te has puesto en manos de gente como ésta" o bien "Estoy de veras en el campo, - me digo, - aquí ya no hay quien me encuentre", y aún mejor "Cuidado, ya no estamos en Turín, me digo bajo aquel calor") juzgado desde muy pronto con aparente alejamiento y suficiencia: "Personas como Talino estaban bien en una viña, remangándose los calzones, pero no en mis calles" o sea en el campo, donde"todo es grueso, desde la piel de los pies a la pana de los calzones", en Monticello, en resumidas cuentas, "un pueblo de mala muerte por el que no pasan los trenes de noche". Sólo al final Berta, tras haber dado por amor un paso provisionalmente definitivo ("De Monticello ya no me mueven... de Monticello ya no me mueven"...), marca definitivamente las distancias con aquel mundo y aprende de la terrible lección que significa la muerte de Gisella; en otras palabras, pensando cada vez más y discurriendo cada vez menos, adquiere la consciencia de la bestialidad de aquella gente ("Es trabajando de este modo como se les va la cabeza y se vuelven como bestias") y sobre todo del propio destino: "Así aprendes a venir al campo. Tu sitio está en 'Iurín''. "Me vuelvo a Turín", decide consigo mismo Berta, mientras desde una de las tantas ventanas pavesianas una mujer, la Adele, dirige al corral "vacío" una mirada vaga e indiferente.

Mariarosa Masoero Universidad de Turín 10

Cesare Pavese

DE TU TIERRA

Empezó a trabajarme ya en la puerta. Yo le había dicho que no era la primera vez que salía de allí y que un hombre como él tenía que pasar también por eso, pero en esto se echa a reír con picardía como si fuéramos un hombre y una mujer en un prado, y se pone el fardo bajo el brazo y me dice: Si no fuera por mi padre... -. Que se echara a reír me lo esperaba, porque un palurdo como ése no sale de allá dentro sin hacer locuras, pero era una risa pícara, de esas que se sueltan para iniciar una conversación. -Esta noche comerás gallina con tu padre, - le digo mirando la calle. -La primera vez que se sale de la cárcel, en casa te dan un banquete -. Él me seguía y se me pegaba como si el carrito de los helados que pasaba a toda velocidad nos amenazase. Nunca había atravesado una avenida, se ve, o estaba ya trabajándome. Recuerdo que ni yo ni él nos volvimos a mirar la cárcel. Impresionaba ver los tupidos árboles del paseo e impresionaba el calor que hacía, tanto que estaba todo sudado, por culpa de la corbata apretada. Hacía calor como allá dentro, y en un momento dado nos dimos de bruces con el sol. - No hay nadie por estas calles, - oigo que dice con toda la calma, como si estuviera en su casa. Ahora parecía tranquilo y ni siquiera se daba cuenta de que andábamos como los bueyes, sin saber adonde, él con su pañuelo rojo al cuello, su fardo y sus calzones de pana. Estos palurdos no comprenden que un hombre, por mucho mundo que tenga, cuando de buena mañana lo ponen en la calle se siente desorientado y no sabe qué hacer. Porque uno podía esperárselo, pero cuando lo sueltan, de buenas a primeras no se siente aún de 1::1

este mundo y deambula por las calles como quien se escapa de casa. - Vamos por lo menos a la sombra; no nos cuesta un céntimo, - le digo arrastrándolo a la acera. Él viene, y vuelta a quejarse. Me decía lo mismo que ya me había contado tumbado en el catre uno de aquellos días. Que su padre para la temporada necesitaba brazos y les había gritado a los guardias que esperasen que terminara la cosecha para detenerle al hijo, y en el calabozo se había parado bajo la reja para amenazarlo y quería querellarse por daños y perjuicios contra los dueños de la casa quemada. - ¿Cuántos años tiene tu padre? -le digo. - Más de sesenta. -y con más de sesenta años, ¿sigue tan vivo? De éstas, Talino volvió a reírse como si fuéramos socios. Se quejaba y se reía, y ocupaba toda la acera. Empezaba a pasar gente y se chocaban con él, porque Talino caminaba como si fuera el único en la plaza. Íbamos decididos hacia el centro y no sé quién guiaba a quién; él venía conmigo, yo lo miraba, le dejaba caminar, e iba con él. Buscaba un bar donde no me conocieran, para tomar un café y pensar un poco. Era ya más de mediodía y sólo había logrado sentarlo en el jardín de la estación. Tenía en la mano la hoja de expulsión y volvió a preguntarme hasta cuándo era válida. -Yo no vuelvo al pueblo, - dice. - Mi padre me mata -. Con lo grande y fuerte que era, y hablaba como si estuviera todavía ante los guardias, y se secó el sudor del cuello. - Mi padre todavía no se ha desahogado y para recoger la cosecha ha tenido que pagarle un jornal a otro. Mi padre es peor que la justicia. - Si te han soltado... ¿Aún no está contento? - Eso no significa nada. Si lo hubieran cogido a él, se desahogaba lo mismo con alguien. 14

En vista de que no se iba, saqué un cigarrillo. Total, él no fumaba. Dobló la hoja y se la metió en el bolsillo de la camisa, y miró la fuente. Yo tenía hambre. -Vuelve a casa Talino, - le digo. -Ya quisiera yo poder largarme de estas aceras. ¿Qué quieres hacer aquí, si no conoces a nadie? Entonces me miró con un solo ojo, como había hecho al salir de allá dentro, y a mí me daba rabia. ¿Qué crees que puedes hacer, so palurdo, entre gente civilizada? quería decirle; vuelve a tu establo. ¿No es bastante pasar un mes en la celda a tu lado, que ni siquiera sabes hablar? Sin embargo no dije nada de nada, y miré yo también la fuente. Hacía calor incluso debajo de los árboles y el jardín estaba vacío. A esas horas las niñeras corrían a casa con el carricoche y todos comían. -Ya que estoy aquí, - decía él, - quiero ver Turín ... - ¿Es que no sabes que estoy en paro y esta noche no sé dónde vaya dormir? -le chillé a la cara. Él no se dio cuenta de que yo había perdido la cabeza, o por lo menos, lo disimuló, porque tenía que estar acostumbrado con su padre. En eso se ve que no era tan palurdo como parecía. Ahora que me había hecho decir la verdad, cambió de actitud. - La hoja me da cuatro días de plazo. Total, el trigo ya está segado. Basta con que volvamos para trillarlo. Quiero quedarme. [Quién sabe cuándo me escaparé otra vez de Monticello! Lo tenía ya todo planeado. Decía "volvamos". Lo miré con rencor. - ¿Tú padre no te quiere matar? -dije lentamente. - Si vuelvo contigo, es otra cosa. Podrías trabajar en la trilladora y ayudarnos. Eres una persona legal y hablas poco. Te entenderías con mi padre. Tú mismo has dicho que aquí 15

estás mal. Para no meter la pata me quedé callado: ya había hablado demasiado. En la celda le había dicho, para animarlo, que las aceras de Turín me resultaban peligrosas y que si salía bien parado del Tribunal había más de uno en la calle que me la tenía jurada. Eran los días en los que se frotaba contra la puerta como un gato y se despertaba con la cara de uno al que han zurrado. Escuchándolo entonces parecía que el incendio hubiera sido en su casa. y ahora me miraba de mala manera, y por un momento se dejaron de oír las sacudidas del tranvía y los ruidos de la calle; eran casi y media; se escuchó sólo la fuente, que salpicaba como una bomba. Sin responderle ni que sí ni que no, le llevé a un comedor. Me tocaba a mí pagarle un bocado, porque me había visto recoger las últimas liras de donde los guardias: y él, en cambio, se había dejado pillar sin un céntimo en el bolsillo para no tener tentaciones. Al terminar de comer ya estaba yo casi al cabo de todo. Me liaba con palabras para sonsacarme si todavía tenía causas pendientes con la justicia y averiguar de ese modo si me convenía ir con él.Yo quería saber por qué se empeñaba en llevarse a su pueblo a alguien ya escaldado y de ciudad. Nos trabajamos el uno al otro, y al final el tío sabía sólo que yo era un buen mecánico en horas bajas tras haber arrollado a un ciclista: pero yo sabía que él no buscaba solamente un mecánico. Aunque podía ser también que quisiera congraciarse con un padre más palurdo que él. Entonces le pregunto si no tenía bastante con haberse arriesgado a ir a juicio por incendio doloso. - ¿A cuento de qué mezclar las razas?, - le suelto. -El que acaba dentro porque otro ha incendiado un pajar, tiene que saber con quién se las ve. 16

- ¿Pero no te habían soltado porque no has hecho nada? -me pregunta, con sus ojos de buey. Entonces le dije que tenía que ver a alguien que no estaba en el comedor, y él vació el vaso y cogió el fardo. Era inútil decirle que me esperara, porque no me habría creído. Pero no me apetecía llevármelo conmigo. - Talino, - le digo, todavía no estoy convencido.Vete a la estación y coge el tren. Ya veré yo cómo marcha todo y nada más fácil que uno de estos días caiga por Monticello. No tenía un céntimo y debía aceptar. - No me fío, - dice convencido. -Tenemos que llegar juntos. Si te quedas en Turín no habrá quien te saque. Mira, mejor, vámonos en seguida. Esta misma noche duermes ya en la quinta. Un paleto es como un borracho. Demasiado estúpido para que se la peguen. Me daban ganas de dejarlo plantado en la puerta y despedirme de los cuatro cuartos de aquella comida. Él me suelta: - Ya tendremos ocasión de ver chicas en otro momento. Estábamos parados bajo el sol que pegaba con fuerza, él con su gran sombrero y una barba de seis días. ¿Con esa pinta quería ver chicas? - Oye, - le digo, - si lo que te apetecen son chicas yo te llevo a un buen sitio y te dejo dinero para divertirte. Lo único que quiero es pensar. Así ya me sales por nueve cincuenta y te aseguras de que vuelvo. - ¿Y esta noche nos marchamos? -Ya veremos. Lo dejé en el portal de Madama Angela, citándolo en la estación a las siete de la tarde. Me escuchaba mirando a su alrededor, y cogió el dinero como un tendero, sorbiéndose, rojo bajo la barba, como si ya le hubieran timado. No le dije 17

nada de la barba, para no tenérselo que pagar. Pero la cara que ponía valía más de cinco liras. - ¿Sabes cómo se hace? - He hecho la mili. Entró con otros. Ahora que me encontraba solo, caminaba con más calma. Recorrí la avenida pensando y fumando: era el primer cigarrillo que disfrutaba en todo el día. Personas como Talino estaban bien en una viña, remangándose los calzones, pero no en mis calles. Ni siquiera sabía vivir en una celda. Lástima, el dinero, pero no lo volvería a ver. En el café no me esperaban y ven que llego riéndome, porque me imaginaba a Talino delante de Madama Ángela. Enciendo otro cigarrillo y voy al billar donde encuemro a Nicola, a Damiano y a su hermano, que marcaba los puntos. Sin soltar siquiera los tacos me dicen: - Mira quien aparece . No sé por qué, pero se me saltaba la risa, y Damiano que estaba perdiendo me dice: - Date la vuelta, si quieres reírte . Detrás estaba el espejo, pero no me di la vuelta. Le suelto, en cambio: - Tú no necesitas darte la vuelta. Eres estúpido por delante y por detrás -; y Nicola me dice: - ¿Pero tú no estabas en la cárcel? -Vengobuscando a Pieretto, - digo entonces, tranquilo; - ese alto con camisa azul y corbata blanca. ¿No lo habéis visto? Ni siquiera lo recordaban. Sólo el hermano de Damiano, que es el más joven, me preguntó si andaba con una rubia. Exacto -. Pues entonces no lo había vuelto a ver. Nicola dice: -¿Os pillaron en medio del trabajo? -¿Qué trabajo? -Nicola se corta, y Damiano que es un buen tipo me dice poniéndose colorado: - Trabajo nocturno... Dicen que te has asociado con uno avispado ... - He estado probando en Milán, y a lo mejor me coloco, corté en seco. -La gente dice también que tu hermana no está casada. [No te digo! 18

Después corro a casa, porque había poco que pensar. Madama B. me abrió la puerta en bata y retrocedió un paso y se puso de pronto a chillar. Para calmarla me callo y después le digo: - Vengo a pagar -. Una vez dentro, va y se echa a llorar. Decía: ¡vaya nochecita! Decía que a Pieretto no lo había vuelto a ver. Decía que yo era una buena persona y que ella, en su momento, me había tratado como a un hijo pero que ahora la teníamos harta. Sin embargo, algo sabía, porque admitía que había venido la rubia esa, que había hecho un mohín y que se había llevado las camisas de Pieretto y las mías. - Entonces, ¿ya está pagado? - En éstas se calló y corrió a su habitación y regresó con un paquete. Volvía a chillar. Eran mis cosas, el último mes no estaba pagado: mis camisas las había cogido la rubia por equivocación. Mientras, se le escapa que había visto a Pieretto. Lo habían pillado en la calle, antes aún que a mí. Madama B. volvió a acalorarse y me contó que lo había visto el día después, porque habían venido con él para registrar de nuevo, y no habían encontrado el botín ni debajo de la cama, qué brutos. Pieretto estaba apoyado como yo, junto a la puerta, con el sombrero sobre los ojos, y no se podía hablar con él. Le había dado más miedo él que los polizontes. Toda la casa le habían revuelto. -¿Que botín? - digo yo. No lo sabía, no lo sabía, no quería volver a ver a nadie. La habitación se la había dado a un sargento, no quería más civiles, ni siquiera a mí. Le deje diez liras y me fui con el paquete. Michela trabajaba en el Eliseo, pero ya había salido. Estaba anocheciendo y cada vez hacía más calor. El asfalto me comía los pies: se estaba mejor en la cárcel. Me siento en un banco y me viene a la cabeza Talino. Ahora tenía un fardo como él: ¿quién sabe 19

dónde estaría en ese momento? Hacia las siete me encuentro a Michela en la lechería: lo raro es que estaba sola y ya no era rubia. Al verme por el cristal pegó un salto y me quitó las esperanzas: Pieretto estaba todavía en la cárcel. Se lo pregunto con la barbilla y Michela dice que sí. Entonces mejor sentarme y cenar. Al principio Michela me puso cara de funeral y me preguntó si había visto a Pieretto. Después me dio a entender que el mosqueo iba con él, que sin decir nada a nadie se había metido en líos. Creía que yo le había ayudado aquella noche a dar el golpe, y cuando para convencerla le digo: - De hecho me han soltado, - me guiña un ojo, inclina la cabeza y me coge un brazo. - Entonces le está bien empleado, al muy estúpido, por dejar que los amigos acaben dentro por nada -. Así son las mujeres, y él la mantenía. - ¿Por tu casa han ido? -le pregunto. - No hacía falta porque le pillaron in fraganti-. Se inclinó sobre la mesa, tanto que advertí el olor que tenía. - Le pillaron delante del escaparate cuando todavía no lo había tocado ... Tienes suerte, tú, - dice mirándome. - Yo soy sólo un mecánico, y fuera del taller no sé hacer nada. - Sabes hacer muchas cosas, - decía ella, sin quitarme la mano de encima, - te las arreglas mejor que otros. Se ve que en todo ese mes no había encontrado a nadie: se veía en los ojos y en el rojo del pelo sin arreglar. Y ahora comprendía por qué había retirado las camisas: de ese modo el primero que salía corría a buscarla. Impresiona salir y ver a las mujeres vestidas de verano, - le digo a la cara. Ella se ríe, segura del efecto, y me pregunta: -¿Dónde duermes esta noche? 20

- Esta noche no duermo, - digo mirándola. Me soltó el brazo y agrandó los ojos. Se creía muy lista. Gente como Talino, es lo que necesitan. - Vale, - le digo luego, mientras nos levantamos. - Entonces vamos a por mis camisas. Por la calle --era ya de noche- le conté como me había librado de Talino. Ella me llevaba del brazo y se reía y no se avergonzaba de mi barba. Subiendo las escaleras me preguntó si ella era la primera mujer que iba a buscar.Y me suelta: -¡Qué diria Pieretto si lo supiera! - Diría que sigues siendo la misma, pienso yo. Arriba, me afeité en la cocina, hablando con Michela que iba y venía por el dormitorio. [También allá arriba te ahogabas!. La cocina era una ratonera, había una chaqueta de Pieretto colgada en la pared, y yo pensaba que cuando lo había conocido creía que estaba casado con su chica. En la habitación ella estaba tendida en la cama y fumaba, a sus anchas. En cuanto la vi, apagó la luz. Se atrevió a decirme de nuevo: -¡Si lo supiera Pieretto!. .. Si Pieretto lo supiera lo sentiría más por mí que por ti, porque toda la culpa era de la cárcel; y las mujeres son las únicas que no tienen que ir a la cárcel para engañar a un amigo. Como no quería líos esperé a que durmiera, después recogí las camisas y me fui. No sé por qué no me quedé hasta la mañana siguiente, pero me repugnaba hasta el olor y además hacía demasiado calor. Salgo y, sin darme cuenta, cansado como un mulo, voy hacia la estación, a buscar un banco. Tenía en el bolsillo unas cuarenta liras y nada que hacer. Lo pensé en el jardín y veía que sin Pieretto estaba desocupado de verdad. Pasaba poca gente, ya era medianoche y no tenía sueño porque en casa de Michela me había adormilado un poco. 21

¿Qué seria de Talino? ¿Se habría marchado a las siete? Una voz me dice que no y hace que me levante. Vaya no voy. Me cuesta poco. Talino estaba sentado en el suelo, entre las barandillas de las taquillas con el fardo y todo. Al verlo me parecía volver dentro. Se secaba el sudor, con cara de recluta, y mordisqueaba un trozo de pan y queso. Así que tenía dinero cosido en algún sitio; y nos había tomado el pelo a todos, a mí, a la comisaria, a la cárcel. Cuando me vio, se levantó sin prisas, apoyando la mano en el suelo, y comenzó a tambalearse como hacía al andar. - ¿Nos vamos? -me dice con la boca llena. - Un momento. Tú tienes dinero. ¿Cuánto me pagáis si echo un vistazo a las máquinas? - La comida y la cama. Puedes trabajar por tu cuenta en la fábrica de la luz, y ganas lo que quieras. Hay uno que se ha comprado una casa...

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Pero para salir esperamos a la mañana porque Monticello es un pueblo de mala muerte por el que no pasan los trenes de noche. Esperando pensaba que, si hubiera colgado la chaqueta encima de la de Pieretto, habría acabado de golpe aquello de que, mirándonos en el espejo, parecíamos estar hechos el uno para el otro y lo de que ella siempre me había estimado; y, en cambio, habría dicho que no estábamos a la altura, ni ella ni yo, del amigo al que engañábamos y me habría mortificado y puesto en contra de Pieretto. Mejor que se levantara sola y ayunara, como hacía Pieretto. Ya en el tren, amaneció de repente y salimos en el mismo momento, apuesto lo que sea, en que Michela se revolvía bajo las sábanas. Talino se había echado a dormir, con la cabeza sobre el fardo y el pañuelo torcido, y me guiñaba el ojo como riéndose aún por habérmela pegado. Faltaban sólo las moscas y ya estaba la cuadra, el olor de cuadra y el ternero. Él parecía el ternero, pero a ratos, pensaba, los temeros éramos dos. Lo bueno era el fresco y que viajábamos solos, y me desahogaba fumando. En Bandito subía gente, pero eran de campo e iban al mercado de Bra. Talino los observaba con atención, y cuando se ponen a darme palique, les digo: hablen con él. En Bra bajamos para cambiar de tren y había que esperar casi una hora. -No querrás sentarte en el jardín, - le suelto; estoy harto de jardines -. Pero Talino saca tres liras y me dice que eran las cinco mías, que en Turín no había encontrado lo que buscaba y que conocía un sitio en Bra donde bastaba 23

con dos cincuenta. -¿De verdad? -digo, - Serán simples campesinas. - [Qué va! -dice Talino -. Son de un blanco que da gusto. Pero yo me quedé en el café de la plaza. -Da gracias que no te digo que me devuelvas el dinero.Y date prisa -. En un café parece que se está todavía en Turín: por eso me gusta. Ahora entendía por qué Talino se había hecho el dormido, primero en la sala y después en el tren: para no tener que contarme cómo le había ido con Madama Ángela. A no ser que, con el cuento de ser de pueblo, no se la hubiera pegado también a ellas. Michela, que se reía con sorna cuando se lo conté, era mujer y se las sabía todas. - Esto ..., - le digo a una rubia que está en el mostrador. ¿Hay un sitio tranquilo para esperar a un amigo que ha ido a hacer el amor'? Detrás del mostrador había una puerta, y desde allí un jovenzuelo che parecía un contable le miraba las piernas. -¿Se puede entrar ahí? -le suelto. Mientras tanto se oyó una carambola. No se me había ocurrido preguntarle a Talino si en Monticello había billar. - ¿Tengo que coger el tren o jugar al billar o charlar con una chica guapa? -Ie digo. Se puede hacer lo uno y lo otro, - me responde la rubia, y me mira riéndose. - Si cojo el tren, pierdo lo demás. - Billares los hay por todas partes. - Pero rubias no. Vaya un pueblo donde las mujeres cavan la huerta... El tío que miraba por allá abajo, empieza a reírse por su cuenta. Entonces le digo a la chica: -¿Aquí las piernas hacen reír? -Ella no lo había entendido aún y ya nos mirábamos el otro y yo. Nos retamos al billar y me jugué todo lo que tenía. La chica 24

miró un momento desde la puerta, luego la llamaron para que sirviera, y terminamos la partida sin que ella asistiese. Riéndose con sorna, el jovenzuelo, que parecía un contable, me la dio bien en las dos primeras, luego me propuso la revancha y me volvió a zurrar. Luego pregunto la hora y me dicen que el tren ya se ha ido. Talino esperaba pacíficamente en la estación. -¿Y ahora qué? - Tenías que haberte venido conmigo, te habrías divertido. El siguiente tren salía a las cuatro. Había que pasar el mediodía en aquella plaza, como los bueyes en el mercado, y hacía un calor que achicharraba a las moscas. Al único sitio que conocía no podía volver, y Talino me dice: -Vamos a dar una vuelta. Talino me llevó al mercado, que se extendía delante de los soportales; y él caminaba bajo el sol para ver la mercancía; yo sin fardo, porque lo había dejado en la estación, me mantenía al cubierto, y haciendo cuentas con disimulo, vi que tenía todavía para fumar durante un par de días. ¡Pero qué pimientos rojos más hermosos vendían las mujeres! Luego llegamos donde las sandías y me entra sed. Gritaban, sobre todo las mujeres, como si fuera un mercado de barrio. Míralos bien, Berta, digo sin pararme, te has puesto en manos de gente como ésta. Desde los soportales, mirar el mercado era como mirar una playa. Había puestos de camisas, de camisetas y de gorros, que te hacían sudar sólo con pasar por delante, porque en el campo todo es grueso, desde la piel de los pies a la pana de los calzones.YTalino caminaba con decisión, chocándose con la gente, abriendo las piernas para que le pasaran los perros, sin secarse ni siquiera el cuello con el pañuelo rojo ese, que le formaba un triángulo en el hombro. Se paró delante de un tipo con una faja roja como un 25

carretero, que vendía hierros para palas y picos. El tipo se pone en pie de un salto y empieza a golpear con un martillo en la hoja de una pala y llama a alguien y llega un muchacho y él entonces le da a Talino un puñetazo en el costado. Parecía espabilado el carretero, y se entiende: con la vida que llevan, aunque sólo se muevan por el campo, comen de todos los platos y ven gente día y noche. Si en lugar de Talino estuviera aún con Pieretto, ése sería un oficio para nosotros. Nos llevó, a mí y a Talino, a un mesón allí al lado, desde donde vigilaba sus aperos y al muchacho que se los cuidaba. En la puerta se paran, y Talino le dice que íbamos a casa. -Déjalo, - dice el otro, - para la Virgen de agosto seguro que llegáis. Échate un trago -. Entramos y pide vino. Lo primero que le pregunta es si le habían absuelto. Le da una palmada en el hombro y le dice que no se preocupe porque los del Prato pensaban sólo en segar el heno y cuando había ido el brigada para terminar de una vez y citar a los testigos, le habían respondido que ya no era el momento. En esto el carretero me miró de reojo.Yo le miro a él, me río en su cara y saco el paquete. -Son los últimos. Siga. Estoy con Talino -. Talino dice: -Viene a nuestra casa a trabajar -. El otro se echa a reír, coge un cigarrillo y nos echa vino. Luego siguen un rato hablando de su incendio, y yo los miro meciéndome en la silla. Me preguntaba qué tipo de trabajo iba a hacer en su casa, y el incendio lo tenía yo en la cabeza. De vez en cuando, si se terciaba, opinaba yo, porque ya le había explicado a Talino, que si le han visto a uno trabajar en un pozo abajo, en el valle, es muy difícil acusarlo de un incendio arriba, en la colina. Pero el tal Berta (se llamaba como yo) que se había recorrido bien todos esos pueblos y manejaba a Talino como buen herrador, trataba de meterle en la cabeza que ahora estuviera tranquilo, ya que lo habían absuelto, porque en un pozo de noche no se ve ni la luna, y 26

mucho menos la cara de Talino. -¿Por qué, sucedió de noche? -digo yo. -Pues claro, este palurdo, para que le vieran de noche, va y se esconde en el pozo. -Entonces me di cuenta de que ni por un momento Talino había dejado de trabajarme. Luego llaman al otro, pero nos dice que lo esperemos en la mesa. - Oye, - le suelto a Talino, -¿por qué no me dijiste que la casa ardió de noche? ¿Qué querías, que metiera la pata? - ¿Por qué?, ¿dije de día? -pregunta él. - Dejémoslo. Ahora ¿cómo hacemos para comer, con tres liras? - Comemos con Berta, que cuando pasa por Monticello duerme siempre en nuestra casa. Vuelve Berta secándose el cuello con el brazo y gritando desde la puerta, y pedimos el guiso. - Comida de campo, - me dice, - pero un guiso entra bien. - ¿Viaja todo el año? -le suelto. - Vamos, hombre - dice, partiéndose el pan, un caballo necesita un comedero. Estos caminos no son los de Turín, aquí manda la nieve. Hago el último viaje en noviembre cuando Talino vende la uva. Pregúntele por la cara que pone su padre cuando paso a cobrar. - Este año le debemos además dos platos de potaje. Vamos a Monticello más pelados que la palma de la mano. y él, masticando: - Más ligeros. ¿Que oficio tiene? - Mecánico sin máquinas. Berta miró a Talino y luego me dice: -¿Y va a buscarlas a Monticello?... ¿Viaja también usted con la hoja? Le enseño la cartilla. - Trabajo interesante, - dice Berta, - pero le costará acostumbrarse. Bicicletas y motores. En invierno no comen como el caballo o nosotros. Se podría trabajar el doble, pero aquí no las entienden. 27

Lo bueno de aquel hombre es que no parecía de campo. Hablaba claro y las cogía al vuelo. Llevaba una camisa a cuadros que quedaría bien hasta con una chaqueta, y tenía la delgadez de quien camina de prisa. Al terminar me cogió otro cigarrillo, porque él se los liaba a mano. Le preguntó riendo a Talino si se estaba a gusto en prisión. Y Talino le dice que yo estaba con él y que fumaba también por la noche. Entonces me tocó contarle a Berta que había atropellado al ciclista, y Talino, cada vez más confiado, se da cuenta de que me llamaba como él y se lo cuenta. -El nombre no nos lo ponemos nosotros, - dice Berta riendo. Luego, antes de irse, le habla otra vez del incendio y le dice: - Ten cuidado, la segunda vez no es tan fácil salir. Quiero verte en la calle para los Santos, si no, tu padre no me compra más azadas. Después salen juntos y van a charlar detrás del carro, mientras, yo me quedo en la puerta y cierro los ojos, por lo demás el mercado visto por detrás parecía muerto a causa del sol, y nadie se movía ya bajo aquellos toldos ni en los rincones en sombra, y no corría un hilo de viento y me dormía allí, de pie. Vuelve Talino y le susurro: - Vamos a echarnos -. Cruzar la plaza de la estación era para quedarse seco. Quería preguntar si aquel sol era el mismo de Monticello, quería hablar, quería entrar en aquel café del billar y dormir, pero seguía andando y la estación, con lo pequeña que era al principio, se nos echó encima, se convierte en un soportal y salimos bajo la marquesina, me echo en el banco y me quedo callado. Me desperté sudado como en el hospital, pero ahora estaba bien y en el banco estaba Talino que esperaba mirando las vías. Me pongo a mirarlas yo también y la marquesina empieza a llenarse. 28

- ¿Está lejos todavía? -le digo. - Si salíamos a pie después de comer, llegábamos esta noche. Mientras, llega el tren, un directo que no era el nuestro, y la estación se vacía. - ¿De qué pueblo es ese Berta? - De la Langa de Calamandrana, más allá del valle del Belbo. - ¿Lejos? - Desde Monticello habrá dos días, andando por la cresta de la colina. - ¿Y cuándo empiezan estas colinas? - En seguida. Estaba harto de ver vías, harto. Talino tenía los zapatos rotos, pero puede que él caminara descalzo. Miraba los míos que aguantaban todavía, y se me pasó por la cabeza que podía haberle cogido un par a Pieretto, total, no los necesitaría por un tiempo. ¿Quién sabe si Michela lo había comprendido, que yo no era su ingenuo? A lo mejor creía que me había escapado por miedo, y ahora estaba riéndose. Podía reírse, sí, porque mejor habría sido darse unas vueltas con el fresco por Turín, ahora que atardecía, y tomar un bocado en paz, con mi dinero en el bolsillo. - ¿Nosotros vamos a la colina? -le digo a Talino. - Si nos apetece. Allí están las viñas. - ¿Pero la quinta está en el llano? - Claro. -Y la barba, ¿te la afeitas en casa? Talino reía. -Y el pueblo, ¿dónde está?, ¿en el valle? Por fin llega el tren, despacio, tanto que parecía Talino cuando cruzaba una calle. [Venga! Ya arriba y en marcha comienza a hacer fresco por el movimiento, y corremos al borde de una ladera boscosa. Talino no se sentaba y saca su 29

hoja. Luego viene un soldado y se conocían y se ponen a charlar, y el tipo me mira. Yo fumaba y tomaba el aire. Talino se asoma y me llama para que mire por su lado. Había una gran colina que parecía una mama que el sol nublaba por completo, y las acacias de la vía la esconden, luego la descubren un momento, después entramos en un túnel y hace fresco como en una bodega pero se olvidan de encender la luz. Grito en la oscuridad: - ¿qué hay que ver? - No soy yo, - me responde el soldado.- Quédese en su sitio -. Me había equivocado de persona. Cuando salimos a la luz, me vuelvo hacia Talino y lo veo otra vez asomándose y agitando las manos como una mujer y volviéndose una y otra vez con el pañuelo ladeado.- ¿Notas el olor de la cuadra? - quería preguntarle, pero él gozaba hasta con el fresco de la marcha de lo contento que estaba. - Ahora la colina da la vuelta y se ven nuestros árboles, dice mostrándome la cima con el dedo.- Nosotros estamos en ésa de enfrente. Además del aire de la ventanilla, lo bueno era que, metiéndonos entre las colinas, viajábamos a la sombra. Las hojas revoloteaban a dos dedos del tren. Luego noto que frena, frena y se para bajo una cresta. - ¿Qué pasa? ¿Hay alguien en la vía? -Hemos llegado, - me grita Talino. Eso decía él, pero en cambio nos tocó echar a andar por un camino que era para torcerte el tobillo de la cantidad de polvo, y Talino se para ante un mojón y se quita los zapatos y se remanga los calzones, diciendo: - El polvo te los come . Calcetines no llevaba. Ata los zapatos por los cordones y se los echa al hombro. - ¿Y dónde está Monticello? -le pregunto. -Desde aquí no se ve -. Teníamos detrás de la cabeza una colina, baja como una casa. Nuestro camino subía a ratos y bajaba a otros, y me vuelvo para ver la colina 30

grande y le digo: -¿Dónde está la mama? -Es ésa, - dice Talino.- [Pero si parecía una montaña! -Nosotros vamos hacia la colina de enfrente. Desde allí verás que es una montaña. Miraba bien a mi alrededor, para saber, llegado el caso, regresar y saltar al tren. Pero tren, vías y estación, habían desaparecido. -Estoy de veras en el campo, - me digo, - aquí ya no hay quien me encuentre. Tras mucho caminar por la colina baja empezamos a ver tras los árboles otra colina que crece. -¿Queda mucho? -Menos mal que el sol se iba poniendo y cogía de lado las piernas de Talino y los mojones y el polvo, y los doraba, como los faros de un auto por la noche. Luego salimos de los árboles y se ve una gran colina llena de viñas y quintas y bosques, y pelada en la punta. - ¿Dónde está Monticello? - Desde casa se ve. Está en un lado de la mama, - y, diciéndolo se echa a reír. Me vuelvo y veo otra vez la colina del tren. Había crecido y parecía totalmente una teta, completamente redonda en las laderas y con un mechón de árboles que la manchaba en la punta.Y Talino se reía para sí, como un palurdo, como si estuviera de verdad ante una mujer que le mostrara la teta. Apuesto a que nunca antes lo había pensado.

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Luego tomamos un camino más estrecho, sin mojones, que cruzaba un prado en subida, y llegamos a la quinta. Era grande, y lo primero que veo es un ala de pórticos bajo el pajar, y los bueyes parados delante de un carro, y unas mujeres alrededor. Talino suelta el fardo y se pone a gritar. Entonces grito yo también. Una mujer empieza a correr y un chucho se nos echa encima, pero tampoco parece que vengamos de Turín. Una joven clava la horca en el heno, un muchachote corre a casa; de detrás del carro sale un viejo encorvado, en mangas de camisa, y nos mira, con la mano sobre los ojos.Yo me paro; Talino saluda: - [Buenas, Pa! -y no pasa nada. El viejo grita hacia la casa: - Mujeres, ha llegado, - y se vuelve a mirarme. Luego grita a las mujeres del carro, y viene a nuestro encuentro. Mientras los dos hablan, nos miramos. El viejo llevaba en la cabeza un sombrerucho desfondado y al hablar con Talino parecía que me escuchaba a mí. - Te tengo, - me digo, - éste es más listo que el hijo. Parecía que iba a perder los calzones, por la deformidad, con la mano en la cadera más baja; y se acababan de ver y ya se ponen a gritar por culpa del pozo aquel, y el hijo dice que no se había escondido, que, sentado con las piernas colgando, había intentado que lo vieran y nadie pasaba y todos corrían allá arriba, a la Grangia, y entonces ... -¿Y entonces? -suelta el viejo, sin perderme de vista. -Entonces me metí dentro, porque tenía miedo... -¿Miedo de qué, melón? ¿No sabes que al primero que pillan es a quien se esconde?

Parecía un tema ya tratado y vuelto a tratar, porque ninguno de los dos escuchaba al otro. Las mujeres inmóviles alrededor del carro me miraban, y por la puerta de la casa salió una vieja. Mientras, el perro me olisqueaba. Olisqueo yo también el aroma del heno y me adelanto y digo riéndome que, bien mirado, era inútil enfadarse ahora, ya que había vuelto. Talino dice entonces quién era yo, y el viejo me mira los zapatos y se rasca dentro de los pantalones, y se vuelve a las del carro gritándoles que acaben antes de que sea de noche. Luego le dice a Talino: - Vete donde la vieja; luego da una mano para descargar, - y Talino se echa a andar, con su fardo. En la puerta se vuelve y nos grita: -¡Enséñele la máquina, Pa! Detrás de la casa había un rastrojal que ocupaba media colina y el viejo dice: - Salgamos del resol, - y me lleva a la era, entre la casa y el rastrojal. Me pone contra la pared; allí hacía algo de fresco y no nos oía nadie. -Bonito campo, - le digo. Muy a lo lejos la colina terminaba en aquella punta pelada y me pongo a respirar el estiércol y se oían ya los grillos. - Haría falta una noche de agua, para el heno, - dice el viejo, escrutando el aire. -Sería como sangre en las venas... Le suelto: - Hay trabajo en el campo, ¿eh? -A cada uno le toca lo suyo. Pero la tierra come más que nosotros. -¿Qué? - Que no basta con el esfuerzo. Hay que gastar lo poco que se gana, para tenerla preparada al año siguiente. - Luego algo se gana. - Se ganaría, si no fuera porque cuando el trabajo aprieta te quitan a los hijos por cualquier tontería. Dinero, es lo que hace falta. - Creo que exagera. Talino no ha necesitado ni abogado ... 33

- Soy yo su abogado. Se lo vaya dar yo, el abogado. -¿Y dónde está esa máquina? Entonces el viejo se encorva aún más y me pregunta, con un solo ojo: -¿Le ha prestado usted dinero? Si le decía que no, estaba listo. Me mandaba a dormir a una cuneta. - Algo, - le suelto, - para quitarle el hambre. En la cárcel dormía conmigo. Eso bastó para darle un respiro y enderezarlo. Luego por la noche se me ocurrió que Pieretto en mi lugar le habría contado que al muy palurdo no le habían absuelto y que lo mandaban a casa sólo para tenderle una encerrona y pillarle con las manos en la masa, y que él lo sabía, porque una noche Talino le había hablado en sueños, así que era mejor que lo mantuvieran si no, hablaría él también. El estilo de Pieretto consistía en asustar a la gente. Pero Pieretto a esas horas estaría en el Eliseo con Michela, y no detrás de una cuadra regateando por un plato de potaje y encima agradeciéndoles que le dejaran ver la máquina. De hecho el viejo abre el portón de la cuadra y andamos por el cemento y llegamos a un cobertizo donde ya estaba oscuro, y se entrevé un armazón de madera, grande como un barracón de feria. Me paro a mirar, y mientras, el viejo coge un bastón y destapa un ventanuco que daba a la colina. [Encima la máquina tenía ruedas! -¿Es suya? -digo, ladeando la cabeza. -¿La entiende? -suelta el viejo. - Si conoces una máquina, las conoces todas. ¿Funciona con gasolina? Menos mal que el viejo estaba arrojando el bastón y no me oye. - Aquí está la de hierro, - dice, y da la vuelta al barracón. 34

Entonces doy la vuelta yo también y veo, detrás, un motor de vapor. Era un armatoste de transmisión. Digo en seguida: -¿Tiene usted las correas? Había correas y había de todo. Mientras, llega Talino, y se paran en la puerta dos o tres niños, Uno le decía a otro: - Sale la máquina, sale la máquina -. En la cuadra se oye un estruendo de cadenas y las hocicadas de un buey en el comedero, y se oye la voz de una mujer joven porque allí, cuando el hermano está en la cárcel, son las mujeres las que llevan el ganado. - Parece que está bien, - le digo al viejo, que me mira. - Hay que limpiarla, - suelta él. -¿Y por qué la tiene en la cuadra? ¿la mantiene con heno? Mientras, detrás de Talino aparecen dos mujeres, con pañuelo rojo en la cabeza. Entonces doy un manotazo en el motor y suelto: - Deje que yo me ocupe. De morenas como ésta, entiendo. ¿Tiene manómetro? Sí. Mañana con la luz lo reviso.Y ya verá que va como una recién casada. Por san Pedro empiezo a hacer las plazas, - suelta el viejo, convencido. Yo no sabía cuándo era san Pedro ni lo que era hacer las plazas, pero le guiño un ojo a Talino y me dirijo a la cuadra. El viejo cierra el ventanuco de arriba y las mujeres se apresuran a salir. Salimos a la era con los niños en los talones, y menos mal que anochecía y de las colinas también se iba el sol. Fuera enciendo un cigarrillo, y vemos a las mujeres que llevaban el agua al ganado en un balde. Una parecía joven e iba descalza, pero era más negra y más fuerte que Talino. Sujetaban el balde, cada una con una mano, y corrían inclinadas para no notar el peso y se reían como hacen las mujeres. La mayor se para y para a la otra y le dice a Talino: 35

- Échale una mano a tu hermana. Entonces me adelanto e intento coger yo el asa que había soltado. Talino pega un salto y dice: - Tú eres el maquinista, - y me aparta aferrando el balde. Se marchan Talino y la más joven, riéndose de mí, y nosotros nos quedamos delante de la cuadra. -¿Se la beben toda? -Ie digo a la otra hermana. -¡Qué aproveche! ¿No hay ni un vaso para mí? Entonces el viejo le hizo un gesto a la mujer, que se fue de mala manera por la cuadra y volvió con la botella de vino dentro de un cubo. Mientras esperaba, los niños me miraban el cigarrillo, y uno me imitaba con la mano. El viejo dice: - Me llamo Vinverra, - y llenó tres vasos. Antes de llenarlos los sumergía en el cubo y tiraba el agua a la era. Los niños miraban. -Talino, ven a beber, - grita el viejo. Talino corría tras aquel demonio por la cuadra. Oigo que se agarran y se ríen. La hermana se asoma a la puerta y les llama. Cuando estamos los tres, el viejo me dice: -¡A la salud!, - y se lo traga y luego enjuaga el vaso. Yo y Talino bebemos más despacio, y Talino se reía; estaba fresco y algo áspero, aguachirle, y consiguió que me bailara en los ojos toda la colina y se me ocurre que el incendio de Talino había sido allí arriba. -¿Se han puesto de acuerdo? -dice Talino con el vaso en la mano. - No había mucho que hablar, - suelta el viejo, - todavía me fío de ti. Luego me llevan a cenar, y me dan el guiso en un cuarto que parecía una bodega. Comíamos casi a oscuras, y entre mujeres y niños se mascaban hasta las moscas. Los niños se amontonaban por el suelo con la escudilla en las rodillas. Nuestra comida era el vino. 36

Las chicas bebían más que yo. Eran cuatro. Oigo que llaman Miliota a la que había llevado de beber al ganado. Con veinte años tenía la piel de un hombre de cuarenta, y recordaba el plato grueso donde yo comía. Estaban casi todas descalzas, y bajo la mesa les pisaba los pies, pero ellas no sentían dolor. De comer nos daba una abuela que era la madre de todas y de Talino y daba vueltas llenando las escudillas de los nietos, y le decían: - Siéntese, Ma, - porque al agacharse gemía y siempre tenía a alguien entre las piernas. Parecía imposible, viendo a las hijas, que de dentro le hubiera salido tanto. Daba miedo pensar en la espalda y las piernas que debía haber tenido de recién casada, y ahora lo estropeada que estaba. El viejo Vinverra, con el sombrero en la cabeza, nos miraba a todos por encima de la cuchara, y sorbía. Se levanta otra chica al fondo y dice: - Encendamos el quinqué -. La vieja farfulla que no porque atrae a las moscas. -Total, ya hay, - gritan las otras y traen la lámpara y yo pongo la cerilla. Con la luz, las caras parecen como en los baños de mar, más achicharradas y más anchas. La que había encendido se quita el pañuelo y se toca el pelo; no la había mirado antes, se parecía a Talino, pero sólo un aire: era la menos maciza y la menos negra, y se arreglaba el pelo a escondidas. Todos hablaban del tal Berta de Bra, y de que también yo me llamaba Berta y del oficio que tenía, y dice el viejo: - Tu hermana ha roto la pala que me vendió como de hierro. En un momento dado Talino se levanta y se pone detrás de la chica que me miraba, y le mete una mano por el cuello y ella pega un salto y todos se reían. Talino le había echado algo en la cara y le restregaba, y la chica escupía, y Talino decía: - En la boca el pimientín... como se hace en Turín -; hasta que la chica no se soltó y escapó por las escaleras. 37

- Bien hecho, - dice el viejo Vinverra. Las otras se reían: Gisella, Gisella, - y la vieja maldecía en la oscuridad. Cuidado, ya no estamos en Turín, me digo bajo aquel calor. Éste con la excusa de que es estúpido, consigue que me cornee un buey a la primera ocasión, si no le dejo las hermanas a él. Pero, algo es algo, se llama Gisella. Las otras dos se llamaban Pina y la Adele, pero la Adele era la que nos había traído de beber con el cubo, y ya tenía niños y parecía la madre de toda la casa. Se parecía a Talino hasta en cómo miraba; y yo, que había visto a Talino allá dentro cuando se bañaba, me imaginaba qué piel y qué sudor debían de tener todas bajo la camisa. Luego la Adele, comida y bebida, se va por donde Gisella, y vuelve con un recién nacido colgado de la teta y se sienta en el escalón de la puerta. Poco después, veo que también Gisella estaba sentada en el escalón. La vieja trae a la mesa una fuente de ensalada, y Talino la remueve de pie, coge más pimientos, la vieja corta cebollas, y lo echan todo y añaden vinagre. Luego me dicen que limpie el plato con pan, y me lo llenan. Daba risa la vieja que, desdentada como estaba, chupaba los tomates como si fueran huevos. - Gisella ya ha comido pimientos, - dice Talino con la boca llena. Vinverra, que había terminado, se levanta farfullando. Talino se echa a reír. Entonces Gisella desde la puerta dice sin volverse: ¡Tírate al pozo! Talino dice: -¿Estaban buenos los pimientos? -¡Tírate al pozo! -¿Te lo metiste en la boca? -¡Tírate al pozo! -¡Bueno, tú, ya vale!, - dice el viejo en la puerta. Las otras reían.

-¡Tírate al pozo! -grita Gisella volviéndose, como una loca. -¡Vuélvete a la cárcel de donde vienes! Sólo eres un cobarde. Te has venido acompañado porque tenías miedo... -¿Estaban buenos los pimientos? -...Tienes miedo de todos, porque por ahí anda Rico buscándote. Tienes miedo de los del Prato. Sólo sirves para escapar de noche y has venido acompañado porque tenías miedo. Cobarde, hijo de puta, sólo sirves para escapar de noche... En estas se pusieron todos a gritar porque el viejo se había quitado la correa y le pegaba a Gisella como si fuera un zapato. Pero Gisella no se escapaba; metía la cabeza en el costado de Adele y aullaba y parecía una serpiente y la Adele protegía a su niño con el brazo. El viejo no decía nada: se había quitado el sombrero y golpeaba.Yo, con veinte años, en su lugar, le habría enseñado a aquel viejo. Luego Vinverra, cuando terminó con la mujer, da media vuelta y se le echa encima al hombre, que estaba ya a verlas venir, y le suelta un correazo que se oyó en toda el cuarto. Pero Talino escapó en seguida. Se callaron todos, también la vieja: se oía sólo a Gisella sollozar en el escalón y a la Adele mimando al pequeño que ni se había movido. Inmóvil en medio del cuarto, el viejo dice: -¡Fuera todos! -Salimos al corral sorteando a las dos mujeres y nos sentamos en la viga, yVinverra se trae la silla. Cuando hemos pasado todos, Gisella se pone de pie y va a esconderse a la casa. - No parece ni su hermano, - dice Vinverra encendiendo un purito. ¡Tenerme que perder una ocasión como ésta, y no poder llevarme al prado a una chica tan rebelde! Porque lo bueno del campo es que cada cosa tiene su olor, y el de la paja se 39

me subía a la cabeza: un perfume tal, que las mujeres, a poco que tengan la sangre caliente, tendrían que revolcarse. Miro hacia arriba los murciélagos que vuelan y veo ante mí, toda rosada, la colina del tren, con su pezón en la punta, y sus luces en la ladera, y me vuelvo, pero la casa esconde la otra que se veía desde la era. Estamos en medio de dos mamas, digo; aquí nadie lo piensa, pero estamos entre dos mamas. - Abajo está Monticello, - dice el viejo, mostrándome las luces. -Talino, - suelta Miliota, - va a ir mañana. -Ya habrá tiempo, - dice el viejo, con brusquedad. Yo estaba harto. -Casi, casi doy una vuelta alrededor de la casa. Tengo las cebollas en el estómago. - Hace falta vino. Ma, trae el cubo, - suelta el viejo en seguida. -Beba un trago. Es el calor. Llega el vino y con el vaso en la mano vuelvo a mirar los murciélagos. Ahora estaba oscuro y, entre grillos y perros, en la colina no se oía nada más. A la luz de la puerta la Adele levanta la cara del niño adormilado y susurra: - Oye al perro del Prato. Sabe que está aquí el maquinista y Talino. Le han dicho que ha vuelto Talino, y muerde ya la cadena. -A saber cómo la muerde Rico, - dice otra, - ahora que ha vuelto Talino. - Diantre, - suelta el viejo, levantándose de un salto, -¿lo habéis atado, al perro? En seguida, corre, Pina, Miliota, sabéis sólo comer. Necesito que esté de guardia. Vosotras pensáis sólo en trapos, pero si esto arde os quedáis con lo puesto. Pina fue corriendo con los chicos y poco después oímos ladrar y gritar, por donde la era. - Pinota dice, - insiste la Adele en voz baja, - que fue Rico el 40

que amenazó a los del Prato, si hablaban. Dice que paró a Ernesto casi de noche, en el orto, y le dijo que Talino tenía que salir porqué él quiere tomarse la justicia por su mano y en la cárcel se estaba demasiado bien. Dice que quiere ir él a la cárcel, después de matarlo. - Vagabundos, - suelta el viejo con la colilla en la boca, vagabundos que no tienen casa y quieren que se la dé el gobierno. Miliota, que masticaba algo, dice: -Talino, entonces, no tenía que volver. ¿Por qué ha vuelto? - Porque no ha hecho nada, - dice el viejo, mirándonos a todos. -Porque la justicia existe, y los guardias saben que si algo se mueve basta con ir a la Grangia... La Adele parecía reírse en la oscuridad, como hacen las mujeres cuando provocan a un hombre. Yo la miro, tapando el cigarrillo con la mano y me viene a la cabeza cuando Talino se reía porque lo habían absuelto; y entonces pienso que, palurdo como era, había conseguido pegármela. Me da rabia porque ahora entendía lo que había gritado Gisella, y que no me había traído por el padre, sino para que yo le salvara el pellejo. Pues estás fresco, pensaba, que te la den bien dada si eres tan estúpido como para esconderte en un pozo por un pajar que no has quemado. También lo quemo yo el pajar y me largo. La Adele se levanta con el niño y entra. Estaban todos dando vueltas por la habitación; debía de haber vuelto también Talino. Oigo a la vieja que le grita a una hija, y luego la luz de la puerta se aleja y vacila. Las mujeres andaban por arriba. Nos quedamos solos en el corral con el viejo y los grillos. - Sin luz hace más fresco, - le digo por decir algo. - Por eso el sol calienta, - suelta el viejo. -¿Dónde está la casa que se quemó? 41

El viejo escupe y hace una seña hacia los tejados. -Por allá arriba, - dice con brusquedad. - Oiga, Vinverra, - le digo por fin, - su hijo le ha tomado el pelo a la justicia, pero a mí no me engaña. Aquí estamos hablando de palos. ¿Quién es el tal Rico y qué es esa Grangia? El viejo apenas se mueve, luego se saca la colilla y murmura: -¿Eh? - Pregunto que quiénes son todos esos que la han tomado con él Si hasta los perros le quieren morder. Lo ha dicho Miliota. - Cuentos, - suelta el viejo. - Los cuentos los cuenta Talino. A mí me dijo que el fuego había sido de día. ¿Qué historia es ésta del pozo? Entonces el viejo suspira y se quita el sombrero y se mete la mano en los pantalones. [No, si se quitará la correa y me dará a mí también! Le digo: -La Grangia ¿es la casa quemada? - Una choza, - suelta el viejo, - que no valía ni la paja que contenía. Lo decían todos que tenía que arder. Está en la punta y desde aquí se ven las paredes. Rico habrá vertido la gasolina, porque siempre ha sido un ignorante, [si hasta come grillos! Su padre se lo decía a todo el mundo, que había nacido tonto... - y Talino, ¿qué tiene que ver? A Talino, cuenta el viejo, uno del Prato lo había visto correr por el rastrojal y esconderse en el pozo, en lugar de sumarse a todos los de la colina y correr a apagar el fuego.Y además durante la siega, así que lo cogieron por coger a alguien y arruinar una cosecha ... -y el tal Rico ¿come grillos? Vinverra levanta la mano como un cura, mira hacia arriba y luego dice: - Lo han visto las mujeres. Eso es lo que dicen. 42

Comerá grillos como dicen las mujeres, pero si quería zurrarle a Talino no era tan estúpido, de todas formas, pensaba yo, mañana vaya Monticello. - Mañana tiene que limpiar las máquinas. Váyase a dormir. -¿Dónde? -le digo. - En el cuarto con Talino. ¿Tiene el sueño profundo? - Un abismo. - Si se despierta, esté atento. Haga usted también un poco de guardia. Me llevó, por una escalera de madera, a una galería sobre la cuadra. Era el pajar, en pocas palabras. Pero daba a la era, hacia la otra mama, la que estaba pelada en la punta, donde estaba la Grangia. Menos mal que el perro dormía, porque recuerdo que lo habían atado en la era. Luego llega Talino por la escalera, siempre en la oscuridad, y el viejo dice: Mañana terminamos con el heno -. Hablan un poco entre ellos, mientras yo me hacía a la oscuridad y buscaba la cama: no había cama, sólo un gran colchón tirado en el suelo. - Aquí no se cae uno de la cama, - le digo a Talino. - Cuidado con el fuego, - suelta el viejo Vinverra. -Que hay heno, - y se marcha por la escalera, decidido a partirse la crisma. No sé por qué, nos sentamos los dos con las piernas colgando sobre la era, delante de la colina negra. Menos mal que, en una habitación así, hacía fresco. Enciendo el cigarrillo para ver si Talino era como su padre, pero Talino ni se da cuenta. Había un perro, arriba a lo lejos, que ladraba. O una perra: lo más fácil. La colina estaba completamente oscura; dormían todos. Digo: Michela se reiría si me viera en este estado. Pensaba en el Corso Bramante a los pies de la colina: incluso cuando se está solo, uno está por lo menos en Turín, y a medianoche lo encuentra todo abierto. - y si uno quiere agacharse, ¿a dónde va? -Ie pregunto a 43

Talino. - Al rastrojal. A lo mejor iban también las chicas. Quién sabe dónde dormían. -¿Y si llega tu Rico y te quita los pantalones? -le suelto, para bromear. - Que se los quede, - dice Talino. -Así estamos en paz. - Me gustaría saber quién quemó la Grangia. Talino se levanta y se desabrocha los pantalones, como hacía dentro, y empieza a regar desde arriba, y parecía un caballo. -Yo, fui yo, - dice entre dientes. Jamás me había reído tanto. Desde aquí se veía como si fuera de día.

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Nos despertaron los bueyes desde la cuadra, y lo primero que veo es la colina de la Grangia que llenaba toda la galería. Parecía Turín cuando uno sale antes de que amanezca y aún no hay tranvías. Pero alguien en la cuadra ya estaba gritándole al ganado. -¿Dónde está el pozo? -Ie digo a Talino. Me indica al fondo del rastrojal, por donde pasaba el camino, un muro redondo que parecía un depósito. -¿Fue ahí dónde te escondiste? -me río. -No me creo que seas tú quien prendió el fuego. - No fui yo, - dice Talino, y descuelga una chaqueta de la pared. -¿Quién ha dicho que fui yo? Entonces lo miro con atención, y él me observa con la cara que tenía en prisión, peor aún con la barba que le había crecido. Lo miro otra vez, y veo que se ríe como si yo fuera idiota. - Animal, - le suelto. -¿Has comido grillos? -Venga, vamos a pelear, - dice él poniéndose en posición. - Estás loco, - le digo, - arréglatelas solo, si tienes ganas. En la puerta vemos a la Adele con el cubo, que venía del pozo, y nos sentamos a desayunar. La Adele se movía descalza alrededor del fuego y nos asaba pimientos. No se oía moverse a nadie. - Lo hacen todo ustedes, - le digo, - lo del campo y lo de la cocina. - Ahora está Talino, - dice protegiéndose del fuego con el brazo. -Falta aún mi marido que está de servicio. Era él el que atendía la máquina. 45

-¿Les conviene tener una aposta, para el poco trigo que recogen? Talino masticando pan decía: - Hay que trillar toda la colina. - Pero no será todo tierra vuestra, ¿no? La Adele sigue: - Pero la máquina viaja. Es lo que rinde. Está también el trigo de los demás. ¿Es que pensaba sólo trillar el nuestro? Menos mal que no estaba Vinverra. Menos mal que cojo al vuelo las cosas. Mientras la Adele nos da los pimientos, hago rápidamente cuatro cuentas. No había sólo que revisar los mandos, había también que manejar la trilladora, enganchar los bueyes y trajinar por el campo. Ahora entendía qué era hacer las plazas. Así es que teníamos trabajo para una temporada, pues de ahí tenía que salir una paga. Viejo Vinverra, no te las arreglarás sólo con vino. Voy a buscarlo a la cuadra, pero antes paso por el pajar a ponerme el mono. En la cuadra Vinverra removía el forraje, con el sombrero hasta las orejas. Veo, bajo el comedero, un montón de conejos que escuchan y van y vienen a saltitos. Nos damos los buenos días y le pregunto si hoy hará calor. Luego llegamos al grano y le digo que aún dormían todos, pero que yo me había levantado para arreglar lo de la máquina e ir ese mismo día a Monticello -había una fábrica de la luz, ¿no? Vinverra se planta en la horca y me dice: - Hablemos claro: ¿es usted electricista, o maquinista? - Soy uno que trabaja para vivir, - respondo encendiendo un cigarrillo, - y me gusta estar fijo en un sitio -. Él me dice que hay trigo para trillar durante un mes. -Bueno, - respondo, ¿cuánto me da al día? Entonces empieza una discusión acalorada, él hablaba de hacer las plazas y del sustento, yo hablaba de tanto a la hora; 4R

luego me dice que a él le pagaban por sacos; vale, le digo, pero yo no soy un peón, yo trabajo con el motor, cuente los sacos y págueme el jornal. -¿Y la comida y la cama? -Descuente la comida y la cama, le digo, pero hay que fumar, y vestirse también; y si mañana me diera por jugar al billar, me gusta apostar. Entonces habló de su yerno Pietro que le había liado con esa máquina que lo único que hacía era comerse el dinero y se cargaba al ganado que la arrastraba por el monte y le mantenía a dos hombres lejos de sus propiedades. Menos mal, decía, cuando estaba Pietro, porque seguía la máquina entre un trabajo y otro; pero ahora estaba de soldado sin pegar golpe, y a él le tocaba pagar al maquinista. - Pues entonces páguelo, - digo. Nos pusimos de acuerdo en quince liras cuando se hacían las plazas, pero yo no sabía que en las quintas nos daban de comer y beber, si no, le hago llegar a veinte. Pasé la mañana en el cobertizo de las máquinas: el motor de vapor lo entendía, bastaba un Talino cualquiera para limpiarlo, y cojo al más despierto de los hijos de la Adele, que no tenía aún diez años, y lo pongo a lustrar el latón con petróleo. La dificultad estaba en el barracón de madera, que era la auténtica trilladora, llena por todos los lados de resortes que se movían por transmisión; pero como estaban parados cojo un trozo de papel, chupo el lápiz y empiezo a dibujar. Viene Vinverra y me pregunta si todo va bien. -Hay que probarla, - le digo. Mientras, le hago hablar y apunto por dónde salía la paja, por dónde salía el grano y dónde se sujetan los sacos. Luego me subo encima, donde se mete la gavilla entera, y miro en la tolva y enciendo un fósforo, con Vinverra que maldecía pidiéndome cautela, y por fin tengo mi esquema con toda la sección marcada. -Y ahora hay que probarla, - le digo. 47

Para probarla había que encender la caldera, y Vinverra mascullaba y los chicos corrían, pero yo digo que basta con que Talino me haga de correa y le dé unas vueltas al volante de mando. Talino llega con las mujeres, el viejo dice que nos demos prisa que el heno espera. Y entonces yo: - O él o un buey, elija usted -. Luego lo pongo en la rueda de arriba y le digo que nos enseñe de lo que es capaz. Talino se escupe en las manos y coge un radio, yo me alejo, veo que Gisella nos mira y digo: -¡Adelante! Estoy seguro de que Miliota y la Adele tenían brazos para hacer lo mismo. O saltaba la rueda o la máquina funcionaba. De hecho se mueve. Se mueve toda, rechinando: se abre de par en par el cajón de abajo, los filtros se ponen a bailar, los rastrillos me enseñan los dientes como si fueran perros rabiosos. Iba a tirones; y Talino ponía una cara que parecía que le estaban pisando los dedos. - Basta, - le digo al final. -Ya entiendo. Hace falta un poco de aceite -. Gisella fue a buscar el aceite, y Talino metiéndose otra vez la camisa en los pantalones me miraba como un insensato. A mediodía vienen a llamarme y se comió otra vez guiso de verduras, y anchoas y queso. Era por eso que estas mujeres crecían gruesas, pero Gisella, que ahora me miraba riéndose, parecía en cambio hecha de fruta. Porque, cuando terminé, le pregunto a Talino si no tenía manzanas, y me lleva a un cuarto donde el suelo estaba lleno, todas rojas como el óxido, que se parecían a ella. Cojo una sana y la muerdo: sabía ácida, como me gustan a mí. - Son las manzanas de Gisella, - suelta Talino mientras volvemos a la mesa. -¿Por qué? -le pregunto a Gisella. -¿Incuba usted manzanas? Non entendían nada. En cambio, el viejo me explica que 48

cuando nace una hija se planta un árbol para que crezca con ella. -Cuando nació Talino, vete a saber lo que plantaron, digo. -O leña de quemar o un melón. Salta el chaval que me había limpiado la máquina y dice: ¿Por qué no se planta una viña por cada hijo? Así se haría más vino. -A estas horas seríamos los dueños de toda la colina, - dice la Adele. Yo miraba a Gisella y a Miliota. Talino dice: - Y por ti, maquinista, ¿qué plantaron? - Problemas, - le digo, - problemas y tabaco, eso sí: pero en las aceras de Turín el tabaco no crece, así que me toca comprarlo. Los problemas los encuentro gratis. Pero era inútil, nadie entendía, ni siquiera Gisella que se reía como antes. Luego vamos al porche del corral, donde aún no daba el sol, cerca del pozo, pero si no eran las moscas eran los críos que querían ver el dibujo de la máquina. Entonces enciendo un cigarrillo, me echo sobre un saco y les dejo que griten, a ellos y a las mujeres. Desde allí se veía la primera colina, quemada y pelada -había sólo viñas- y el pezón en la punta que daba gusto mirarlo. La vieja manda a Gisella a por agua al pozo -un agujero en el muro, el único lugar fresco- y quería ayudarla a mover la manivela pero Gisella no quiere y se agarra a los palos y saca el cubo que cantaba como una mujer, mientras ella al asomarse enseña las piernas. Luego cuando llega el cubo lo cogemos y me echo encima de ella; y bebemos, reflejándonos, un agua mejor que las cerezas. Si no hubieran estado esos chavales y Talino, algo habría hecho. Pero la piel se la había tocado y había visto que, aunque quemada por el sol, no era la piel de Miliota y de las otras que parecían animales, sino algo más fresco, que daba gusto. y encima parecía la más joven, y se dejaba. Si Talino decía 49

algo, le echo la culpa al vinillo que bebíamos con el viejo. Luego quería dormir, pero la vieja llamaba a los niños como si quisiera desollados. El de por la mañana, Nando, le manda a los otros y me pregunta si no volvíamos a probar la máquina. Parecía un vagabundo de los jirones que tenía, con un calzón con la pernera a la mitad y la otra corta, y mandaba en los más pequeños como si él fuera Vinverra. - Este año voy yo también con la máquina, porque mi padre es soldado, - me dice. -¿Las mujeres no vienen a trillar? - No es trabajo de mujeres, - suelta él, - de eso no entienden. Debía de haber nacido cuando la Adele tenía la edad de Gisella, y miraba mal como su abuelo. -A mí me parece que son más fuertes que tú. - Sí, pero son estúpidas. - También Talino es estúpido, - le digo. -Ni en la cárcel lo han querído de lo estúpido que era. ¿No te parece estúpido, Talino? Nando se reía como un negro, pero decía que no. Decía que no, luego se frota una mano en el trasero, levantando la pierna, como hacen los carreteros para encender la cerilla.Y me mira y hace ademán de tirármela encima. Luego guiña un ojo y se echa a reír. -¿Lo coge? Talino es listo. Pero en ese momento aparece Vinverra, que lo estaba buscando por cuenta de la vieja, y se agacha a recoger una piedra, y Nando salta y se echa a correr. Las horas más calurosas habían pasado ya para ellos, que iban a recoger el heno, yo, en cambio, dormía. Cuando me levanto la colina de enfrente estaba en sombra, porque el sol se ponía por su costado. Llega el carro al corral, con Gisella y Miliota sobre el heno, y proyectaba una larga sombra. Luego se me acerca Talino, rojo y con la barba afeitada, la chaqueta en el brazo y con zapatos puestos. -Voy a 50

Monticello. Tengo que entregar la orden. - Voy yo también, a por tabaco. En la puerta Vinverra me dice que por qué no fumaba un purito. Él tenía para darme, -De eso nada, he trabajado, así que hágarne el favor-. Al final me da diez liras, y nos marchamos con el perro que salta delante de nosotros. -j'Iened cuidado! -grita el viejo. Talino estaba tan contento que parecía el perro. Pateaba las piedras y silbaba. Me daba rabia pensar que también Gisella tenía algo de su careto. Cuando llegamos a los árboles, Talino se tranquiliza y se pone a hablar. Entonces le pregunto con quién hacía el amor. Talino me dice que no tenía a nadie y que estaba mejor cuando iba al pasto porque en aquel entonces había una chica, Ginia, que venía con las vacas. -¿Y dónde está ahora? - Bah, por las colinas. - Tienes unas hermanas muy guapas, - le digo. -¿Son todas tan guapas en Monticello? Pero él responde que era mejor en Bra. -¿Aquí cómo hacéis para conoceros? -Ie pregunto. -Estáis siempre trabajando. Me responde que se iba de fiesta por la Virgen de agosto; cuando venían los músicos; y que trillando, escardando y recogiendo la uva, se podía beber y hablar sin límite, en todas las quintas. - Entonces, este verano nos vamos a divertir. Talino dice que sí, luego mira con mal ojo. - Si crees que voy a hacerte compañía día y noche, - le digo. - tres no forman pareja. - No es necesario que salgamos de la propiedad, - me suelta Talino, - para hablar con alguna. ¿No te gusta la Pina? -¿Qué Pina? 51

- La mía. Lo miro y me parece cualquier cosa menos un estúpido. Lo miro de nuevo, y veo que espera. -¿Es ella la que te manda? - Me lo ha dicho Miliota. Entonces enciendo el último, porque fumando se entiende uno mejor. Pero Talino me deja fumar y ya no dice nada más. -¿Pina es ésa que mira con malojo? -le suelto. - Sí. - No es por nada, pero yo no pienso casarme. Talino dice: -¿Bueno y qué? Mientras tanto le hablas, no tienes por qué. Mientras, veo entre los árboles la cresta de la colina pelada y empezamos a subir. -¿Está todavía muy lejos? - Es un momento. -¿Hay alguien que les hable, a tus hermanas? -le pregunto a Talino que iba delante. Talino se para y me espera. -Gisella hablaba con Ernesto el del Prato. - Pero ¿no estáis peleados con los del Prato? - Se hablaban en otros tiempos, - dice bajito Talino. Luego me cuenta que Ernesto el del Prato quería quedarse con la máquina de trillar, pero Pietro y la Adele habían convencido a Vinverra de que les convenía a ellos.Y ahora los del Prato tienen que trillar con nuestra máquina y nos la han jurado. -¿Dónde está la quinta del Prato? Estaba al final del llano, detrás de aquellos chopos. -y si Ernesto el del Prato te encuentra, ¿te la tiene jurada? - Sí, pero no se atreve a tocarme porque se quiere casar con Gisella. Me paro y le digo: - Eres un cobarde hijo de puta. ¿Por qué no me dijiste en Turín que habías quemado tú la Grangia? 52

- Si te lo llego a decir no venías. Me paro otra vez. -No me he casado con vosotros. Mañana me voy. -¿Adónde? Quería responderle: -A la fábrica de la luz, - luego lo pienso mejor y comprendo que también eso era un cuento y me acuerdo del tal Berta que le había mirado mal, sólo por hablar de ello. - Tranquilo, Berta, - me dice Talino, como si fuera su socio, - tampoco tienes trabajo en Turín, y Turín está lejos. Aquí estás bien y ganas tu dinero y ya verás que te gusta. Llegando al pueblo el sol daba en los ojos y no dejaba ver las casas, y de la rabia le digo a Talino: - Tú ve al cuartel con tu hoja, y dime dónde está el estanco -.Talino se ríe y se pone a saludar a unos y otros en las puertas, y yo detrás. Veo un mesón, un zapatero, algunas callejuelas sucias que daban a una tapia fresca, donde me siento, y le digo: - Date prisa, te espero aquí -. No se veía la colina, que estaba a un lado, y se veía, en cambio, toda una llanura bajo el sol, que parecía dormida. Habíamos subido bastante, porque desde allí se veía, apuesto lo que sea, hasta Turín. A lo lejos, estaban las montañas. Tenía a mis pies las puntas de las magnolias de un jardín. Entre las hojas oía hablar y entreveía algo blanco, y aún ahora me pregunto si era posible que alguien tuviera una mansión en un sitio como aquel. Se veía también un trozo de tejado rojo y limpio, y casi me entraban ganas de saltar a los árboles y bajar y aparecer delante de quien fuera. La voz que de allí subía era de mujer. En cambio miraba la llanura y pensaba: - Esto no es Turín. Turín está quién sabe dónde. - No, claro que no es Turín, - me dice un chico que llega corriendo y se apoya en la tapia. -Es la colina de Bra. 53

Entonces abarco todo de un vistazo, el campo, las manchas de los árboles y de los pueblos, las nubes, los ladrillos de la tapia, y me digo una y otra vez: - j Vaya camino que has hecho!. [Merecía la pena! Cuando vuelve Talino, lo miro. -Creía que te habían vuelto a meter al fresco. Pero él se ríe porque no lo había visto de ese modo. Me pregunta si tengo sed. -Claro, que tengo sed. -Pues entonces vamos a beber una gaseosa. Las tienen muy buenas. -Antes los cigarrillos -. No me la volvía a jugar. Cinco paquetes, diez liras; no me sobraba ni un céntimo. -y ahora, vamos si quieres. Pagas tú. Talino, en cambio, se para a bromear bajo el paseo del pueblo, donde un carretero había llevado la fragua y clavado las estacas para herrar una rueda. El carretero era rubio pero más cuadrado que él, con un delantal de cuero como los que usan los que cargan hielo. Tenía también él un mozo que le ventilaba la fragua, y me paro junto a un plátano a mirar el cielo.Veo que entre los plátanos hay también farolas. - Vete a saber si las encienden, - digo - Claro, luz eléctrica tenemos, - dice el rubio. -¿No oye la dínamo? - Me había parecido un molino. Y ¿hay trabajo? - Hay, pero no pagan. Hasta que Talino no ponga luz en sus propiedades, la luz no rinde. - En verano hay luna; se ve igual, - dice Talino. Entonces se carcajean los dos, y el muchacho deja la fragua. Yo enciendo el cigarrillo con las brasas, y les miro hacer el tonto. Entre tanto, atardecía. Cuando bajamos por el camino, por lo menos hacía fresco, y yo pensaba aún dónde estaba la luna en aquel campo, que todavía no la había visto. Entre los árboles se veía nuestra colina, y se estaba tan fresco como en el agua. 54

-Talino, - le pregunto, -¿no había luna cuando quemaste la Grangia? En ese momento oímos un galope, como si tuviéramos el diablo a la espalda, y Talino pega un salto, y luego se ríe, y vemos que es el perro. -¿Te lo has traído para que te proteja? -Ie pregunto. -¿Te crees que yo también te protejo como si fuera tu perro? Talino me mira fijamente, caminando, como un buey, con los ojos grandes de siempre. No se entendía si se estaba riendo o no comprendía. Luego me dice: -Yo no te protejo a ti. Seguimos caminando y llegamos bajo los árboles. El camino era ancho, pero no pasaba nadie y estaba anocheciendo. -¿Cuándo sale la luna? - Todavía queda, - dice Talino. Luego dice: - Qué cabrona... Salió cuando menos lo esperaba, y me vieron correr para ir al pozo. Cabrona ella y su hermana que se fue de la lengua. -¿Quién fue la que habló? - Gisella, que desde casa vio a alguien que corría por el rastrojal y dijo en seguida que era yo. - Pero ¿eras tú, o no? -y ella, ¿qué hacía por la noche en el heno? Talino hablaba alto porque aún estaba claro, pero terminó las palabras mirándose alrededor como si ya fuera de noche. -Si Gisella habló, ella sabrá por qué, - le digo entonces, seco, - pero tú, ¿se puede saber por qué quemaste la Grangia? -¿La Grangia? -Se echó a reír. -Porque Rico es un comegrillos y todo el mundo se ríe a sus espaldas. -¿Y qué tienen que ver los del Prato? - Nada, - me dice, - no tienen nada que ver.

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Luego llegamos al caminillo en subida y oímos risas. Talino se para, coge una piedra, y la tira a las zarzas. De las matas salen, en cambio, Gisella y Miliota, y a lo lejos oigo a otra que llama desesperada como si ya fuera de noche. -¿Qué queréis? -suelta Talino. Lo que querían se veía, y Gisella tira la horca al suelo, de rabia por esa voz que venía del prado. -¿Dónde está Pa? -suelta Talino. La negra y la blanca se le ríen a la cara, y Gisella se encoge de hombros. Luego cae en la hierba como un fardo, pero se tapa las piernas y Miliota se queda detrás, de pie, y nos espera. -Ha venido Ernesto, - dice Miliota, - preguntaba cuándo trillamos. -¿Y dónde está? - Han ido a la era con Pa ... Talino me mira con cara de besugo; luego ve a Gisella y le suelta: -¿Qué pasa? Gisella no se mueve y Miliota dice: - Cógeme, - y se dispone a correr, y Gisella dice: - Si la coges, te dice una cosa. Talino que ya maldecía, salta encima de Miliota y se tiran al suelo. Rodando, Miliota lo lleva a la cuneta: si se daban a la lucha no sé quién ganaría. Pero Miliota se pone a gritar, y le da patadas, porque habían ido a parar a unas espinas, y se levantó con la ropa desgarrada. -¿Se comporta uno así con las mujeres? -le digo a Gisella que me miraba. - Se comporta uno así con él... Esta noche tengo que decirle una cosa, vaya usted al pozo. 56

-¿Qué pozo? - Allí detrás... El depósito. Luego nos quedamos sentados en la hierba bromeando hasta que el Pa llamara; y Talino quería saber quién había venido con Ernesto y si habían hablado con él. Las chicas le tomaban el pelo, incluso Miliota con esa voz de toro que tiene, que cuando habla en voz baja se oye mejor. De vez en cuando la Pina llamaba desde el carro como un alma en pena. -¿Os zafasteis de ella? -dice Talino. - No ha venido porque le daba vergüenza, - suelta Gisella con una boca que invitaba a comérsela y el pelo en los ojos, y las piernas tapadas. -Se avergüenza de alguien. - Será por eso, - digo yo, - que mira siempre para otro lado. - Me la has destrozado entera, - decía Miliota con la mano en la falda, - parece que he estado luchando. Se me ven las piernas. - Así está usted más fresca, - le digo, riéndome con Gisella. -Si se bañaran aquí, enseñarían aún más. - Nosotras el baño nos lo damos en el heno, - decía Miliota. -¿Por qué no lo cargan de noche? se estaría más fresco. - De noche a la Pina no le daría vergüenza, - se carcajea Talino. - Anoche, sin embargo, hacía bochorno, no se veía ni siquiera la luna. - Se verá esta noche y verá qué fresquito, - grita Gisella. -¡Verá qué fresquito! Luego nos reímos y oímos a la Pina que llama "[Eh Gisella!"y ella dice: - Esa palurda, grita tanto que el Pa la va a oír -; y nos levantamos y las dos se van al prado y nosotros subirnos hacia la casa. Esa tarde no acababa de anochecer, y la vieja me encuentra en el cuarto de las manzanas y me pregunta que quién era 57

porque en la oscuridad no veía bien. Yo le digo que me estoy comiendo una manzana de su hija, si se me permite, para lavarme la boca. Ella, que parecía de verdad una manzana seca, corre a la ventana, mira al corral, luego intenta verme mejor y farfulla, farfulla. -Falta Pietro, - decía, - está usted y falta Pietro. Por el amor de Dios. Son ustedes como hermanos. Me lo ha dicho Talino que se han ayudado. j Vaya una desgracia! -¿Qué desgracia? La vieja alza la barbilla y me coge una mano. -Por el amor de Dios, - decía, - por el amor de Dios. Luego veo que lloriquea, y no sé qué hacer. - Anímese, no es nada, - le digo. -¿No se han encontrado con nadie? Cuidado si se encuentran con alguien. Hágale compañía a Talino... -Ya es mayorcito, - le digo. - Precisamente por eso. Él bromea como si fuera un crío y no piensa que hay otra gente y que la gente habla... En resumidas cuentas, era tonto: ya lo sabía. No decía la vieja, sin embargo, que era también un cabrón y le daba por el saco a la gente. Durante la cena les dejo hablar de Ernesto y estudio a la Pina; con Gisella me hacía el tonto. La Pina parecía una criada y menos mal que miraba al plato y ya no torcía la vista. Era rechoncha: un novillo, si no fuera una mujer. Me gustaba esa pretensión de hacer el amor conmigo; si por lo menos fuera Miliota, que algo sabía; pero también con Miliota se podía uno romper el brazo al cogerla de la cintura. Pensaba en la espalda del tal Pietro que se había casado con la Adele: o ya se la había roto o cargaba un quintal. Gisella sí que estaba bien: era la diferencia entre un saco y un almohadón, y podía quedar bien incluso en traje de baño. Me había buscado primero ella, pensaba: se ve que también 58

el físico muestra sus simpatías y entiende sin necesidad de palabras. La idea de verla dando vueltas por aquella quinta en traje de baño, me hacía reír, y comía riéndome, y Gisella me miraba también. Luego en la viga, yo sudaba, porque la tertulia no terminaba nunca y me quedaba en la oscuridad oyéndoles charlar, y el viejoVinverra había bostezado ya dos veces y la Adele no dejaba de animarle a hablar. Daban su opinión hasta los más pequeños, y los grillos de todos aquellos prados. Esa noche estaba nubosa y caían relámpagos que parecían ventanas. La Adele seguía hablando y Talino le daba la réplica. - Ernesto quería ver si estaba el maquinista, - decían. - Cada cual a su oficio, - respondía el viejo. -¿Pero sabe su oficio? -A saber cómo se muerde los puños por haber dejado volver a Talino con otro maquinista. Entonces me levanto y digo: - Si le ha dejado volver, también puede volver a echarlo. -A él, pero no a usted, - dice la Adele. - Mejor aún. Luego empiezan los perros a ladrar. -Sobre la Grangia ha asomado la luna, - dice Gisella; y si Dios quiere nos vamos a acostar. Le digo a Talino: - Tú vete arriba, yo voy hasta allí y vuelvo -.¡Vaya si había luna! una luna pesada, del color del calor. Mientras íba al depósito pensaba que aquella noche del incendio todo el rastrojal era una sola mies, alta y madura, y si habían visto a Talino en medio del trigo, j cómo no iban a verme a mí!. ¿No podía haberme citado bajo aquellos árboles donde habíamos hablado? El pozo aquel era una tapia redonda, justo al borde del 59

camino, y más allá había un manojo de cañas que escondía la colina. -Vendrá por el camino, - decía, - e iremos a las cañas, - y me echo tras la tapia para no estar a la vista y siento las piedras debajo. -Con que venga, ya sabrá ella donde hay hierba; lo saben siempre, - y me pongo a fumar por hacer algo. Daba gusto estar echado porque había más grillos que estrellas y de vez en cuando las perras, colina arriba, se llamaban, y pon que alguien me estuviera buscando, con esa oscuridad no notaría su llegada. Las cañas al otro lado del camino crujían. Siempre había creído que de noche el miedo nacía del fresco, pero allí hacía calor y la espalda, sin embargo, no dejaba de moverse. Si estuviera al menos seguro de que Talino no viene a buscarme, pensaba; luego suelto: Eres idiota. ¡Si le asusta hasta salir de día! [Ostras Bertol, me dice una voz, ¿y si te buscan a ti, y no a Talino? -¿Quién? -digo yo, - casas no he quemado; y, si es por Ernesto, no me lo habían dicho que el maquinista era él. Luego me da coraje ser tan estúpido, y escucho los grillos y ya no digo nada más. Te merecerías, - pensaba, - que no viniera Gisella: es una mujer y ella sí que no debería salir de noche. Hacía un poco de viento en el rastrojal, pero tan débil que no se llevaba de allí el humo; y como un soplo sólo refrescaba y aclaraba el ladrido de los perros. En un momento dado oigo en la era al nuestro que también ladra rabioso. - Si fuera Gisella, le haría fiestas, - digo, - maldita luna. Entonces me pongo a pensar en qué querría decirme Gisella y en qué me habría dejado hacer. -Aquí, bajo la luna, no querrá, - decía; -¿y si sólo quisiera hablar? -Pero me reía porque, al contarle lo de la colina que parecía una mama, entraríamos en tema. 60

Sigo esperando, y la luna subía. No levantaba la cabeza del suelo y sentía hasta las vibraciones que los ladridos de los perros daban a las piedras. La canción de los grillos era tan fuerte que ya no se oía nada. No me movía y se me cayó el cigarrillo. Viniera quien viniese estarías contento, pensaba. -¿Me estará haciendo esperar para ver si tengo agallas? -digo; y entonces me levanto de un salto para sentarme en el pozo, porque de repente me había venido a la cabeza que, si desde la era no veía a nadie, Gisella no vendría. Me pongo de pie y me echo a reír, por hacer algo. Me río y me río, y me paro porque si no me volvía loco. Alguien en el rastrojal me había respondido riéndose, pero no era Gisella: era una voz de animal, que parecía una vieja, una voz estremecedora. Me pongo a sudar por todas partes. Luego veo que se para en mitad del rastrojal, una cosa negra que se movía despacio y que se ríe de nuevo, sola. Era una cabra. Me siento contra la tapia y la miro, la miro, porque venía justo hacia mí. Menos mal que no estaba Gisella y que no me veía. La cabra se para a tres metros, me mira; luego coge echa a correr de lado y se lanza a las cañas como un gamo. Hizo un poco de ruido, y luego silencio. - Berta, ve a esconderte, - digo volviéndome a un lado y a otro. -iSi te hubiera visto Talino! Ahora estaba tranquilo, como si me hubieran sacado sangre. Pero Gisella no venía, y encendía un pitillo y fumaba y el rastrojal era un poco blanco y un poco negro, según como iba la luna, y se levantó el viento y las cañas crujían con fuerza junto a los grillos, y todos los perros dormían. Me entraba sueño a mí también. Luego las nubes se van y se vuelve todo como un mar de luna, que mostraba detrás de la quinta el pezón oscuro de Monticello. Esta vez me río de rabia, y comprendo que desde el principio lo sabía, que también Gisella me tomaba el pelo. -Éste es el pueblo de Rl

Talino, Berta. A lo mejor se había puesto de acuerdo con Talino, y aquí estás tú haciéndoles reír -. Tiro la colilla y me pongo en marcha. "¿Sería para antes de cenar? -pensaba. -Sin embargo ha dicho esta noche". Si uno empieza no se puede luego parar. "Ya te lo ha dicho Talino, - pensaba, - que hacía el amor con el otro. Tú molestabas, y te ha quitado de en medio para recibir al otro. Mejor así, - decía, - porque así al menos no lo cuenta". Para no despertar al perro daba la vuelta a la casa y quería pasar por el corral. Ahí la luna estaba en sombra y cualquiera que estuviera escondido en el porche de detrás de la cuadra, podía desollarme tranquilamente. Cruzo por el corral para protegerme, y subo el peldaño de la cuadra. Noto que la cuerda se resiste desde dentro, luego la puerta se abre, y se me echa encima Gisella y casi me pongo a gritar. Me empuja hacia atrás, cierra la puerta con la espalda, y nos quedamos bajo la escalera del porche. - Silencio, - y me cierra la boca. - Talino lleva tres horas esperando. -¿Y yo no? -digo, cogiéndola por la cintura. Noto que tiene los pies descalzos y noto el olor del heno. Ella quería hablar, pero yo no la dejaba. Entonces intenta luchar un poco y decía: -¡Cómo venga Pa, cómo venga Par -¿Están todos despiertos en esta casa? ¿Querías o no querías hablar conmigo? Entonces Gisella se dejó llevar al heno, diciendo que no hiciéramos ruido, pero se quedó de pie. Estaba tan oscuro que notaba sólo su sudor. -¿Por qué no has venido al depósito?, - le digo, - tenías miedo, ¿eh? - Es que Talino está vigilando el rastrojal, - me dice. -No podía salir a la era. Pero tú, ¿por qué me tuteas? - Por la noche la gente se tutea... 02

- No, no, - decía ella, - deja que me vaya. Quería sólo verte. Es demasiado tarde. -¿Qué me querías decir? - Nada. Talino está arriba escuchando. Hablaremos mañana, mañana... Me tira al heno y se escapa. Dejo que se vaya y la maldigo, pero sin rabia, porque total, estaba oscuro y tema más ganas de verla sin ropa que de revolcarme con ella, y ya me divertiría en otra ocasión. En el fondo, venir, había venido. Arriba, veo que Talino se hace el dormido, acostado en el colchón, en calzones. Me paro a mirarle el pecho y pensaba: "Sería mejor si fueras Gisella". Allí arriba llegaba un poco de luna, y le veía el pellejo tan blanco, que parecía imposible que fuera el mismo de Gisella. - Zoquete, - le digo, - si pones la panza a la luna, pillarás un catarro -. Entonces se levanta. -Si tienes calor, - le digo, - ve a darte una vuelta. -¿De dónde vienes? -rne dice. -¿Sabes que se ha escapado una cabra? - La he visto por las cañas. Ve a por ella, anda. Cuando no se reía, Talino poma los ojos que parecía un macho cabrío. -¿Has ido a las cañas? ¿A qué? -A pasear. A ver si Rico estaba allí con la navaja para cortarte el pescuezo. Le he visto y me ha dicho que te espera, y se ha llevado la cabra. -¿De verdad? -me pregunta. Nos despertó Vinverra por culpa de la maldita cabra, y me tocó ver el sol cuando no tenía ninguna gana. Les dejo que corran gritando, y que Talino vaya, y oigo que discuten en la cuadra, pero él no dice que la había visto, dice sólo que debe haber ido por allí arriba. Mientras fumaba en el porche bajo el fresco del primer sol, pensaba: ahora me lavo en el cubo, 63

luego como, luego hablo con Gisella, luego me doy mi vueltecita por el campo; sin Talino esto es un veraneo. Me encuentro con la Adele y Gisella que iban y venían por la cocina, y con la vieja que bajaba por las escaleras de los cuartos, a saltos sobre la pezuña negra de los pies, y sólo le faltaba berrear. - La he visto esta noche en el depósito, - digo, para que lo oiga Gisella. -Creía que ustedes la habían mandado a pastar. La vieja gritaba que, si la cabra se hacía daño, perdía la leche, pero: - Quédese tranquila, Ma, - le decía la Adele, - han ido a buscarla -. En ese momento aparece Nando y otro más pequeño, y la vieja empieza a insultarlos: - Vagabundos, eso es lo que sois, la robiola bien que la coméis, buscad vosotros también. Yo, la Adele y Gisella nos miramos riéndonos, y la Adele decía: - Si pega esos gritos me asusta y pierdo la leche yo también, - y se reía encendiendo la lumbre y mirándonos, e inclinada así sobre el reflejo parecía casi una Gisella más vieja. -Se ve que son hermanas, - decía, - pero después del primer hijo ya no son las mismas. Luego veo que Gisella coge el cubo de madera para ir a la cuadra, y me levanto y digo: - Voy yo también a buscar al animal -. Pero los dos chavales nos siguen y se paran con nosotros en la puerta de la cuadra. Gisella pone el cubo debajo de una vaca y empieza a ordeñar. Manejaba la teta como si fuera la suya. Se me hacía la boca agua al verla inclinada de ese modo. - Oye, - le digo a Nando, - como grita tu padre Ve a buscar a la cabra. -¿Luego me dejas limpiar la máquina? - Luego te doy tabaco. Una vez que Nando se ha ido con su compinche, espero a que Gisella me mire. 64

-Veámonos aquí esta noche, - le digo. -¿Para qué? - Para hablar. - Mañana es domingo, - dice Gisella. -¿Y qué? -¿Va a misa a Monticello? - Si los otros van, yo me quedo. Gisella empieza a reírse burlona y a gesticular con la cabeza. Yo le clavo los ojos, más pícaro que ella. -Voy esta tarde, le digo. -Luego te espero al final del prado, sola. -¿No tiene miedo del Prato? -dice ella con aire ingenuo. - No tuve miedo del depósito, - respondo, y Gisella me mira, me mira. Luego la Pina volvió con la cabra, y hacían buena pareja, negras y sucias las dos, con esos ojos asustados. Nando corría delante diciendo que la habían encontrado en los avellanos, y Vinverra la tomó con las chicas, porque no la habían encontrado antes. Nos quedamos en la era con Vinverra, que quería que le volviera a echar un vistazo a la máquina; y mientras Vinverra estudiaba la brida de la cabra para entender cómo se había soltado, Nando me contaba que una vez que había ido a pastar, una cabra no volvía y la había buscado y llamado, y ella no respondía pero se oía como un llanto, y el día después había vuelto, pero al ordeñarla ya no daba leche, porque la había mamado la culebra. - Fuma y calla, - le suelto, y le paso mi cigarrillo, y él empieza a dar caladas y se dirige hacia el cobertizo de la máquina. Ya solos yo y el chico , repaso toda la trilladora, esta vez en serio, porque si el tal Ernesto el del Prato sabía de esto, seguro que me examinaba, cuando trilláramos su trigo. Algo 65

sobre como nos tratarían en las quintas lo supe por Nando, y me dijo que cada plaza era como una feria con gente que iba y que venía, se festejaba, había comida al aire libre, y por la noche se cantaba y se bebía como en el chapado. Desde la puerta del cobertizo se veía la colina de la Grangia con aquella punta pelada, y empezaba a pensar que cuidar un motor a vapor bajo el sol del mediodía en aquellos corrales de allí arriba, era peor que cocer en un horno. Justo entonces llegaba Talino, con la desgana de siempre, y hace como que revuelve la paja de los bueyes. Luego nos grita a través de la puerta: -¿Está ahí Nando? -Se lo mando a la cuadra y Talino le explica el pasto para ese día, que ¡ay de él si volvía demasiado tarde o si ataba flojo a otra cabra!. - Pero si ayer las ató Gisella, - dice el chico. Entonces grito yo: -¿Por qué no bajaste tú, Talino, cuando la viste escapar? Talino farfulla, y luego dice: - Esa cabrona de Gisella -. Oigo que se abre la puerta de la cuadra que da al corral, y a la Adele que dice: - Ha llegado el más listo -. Luego se mueven los bueyes, oigo un golpe y a Nando que grita "[Cobarde!" y a Talino que maldice. Era como en el teatro, y pegando un grito llega Vinverra. Desde el cobertizo les oía gritar a todos a la vez. La más enfadada era la Adele que la tenía tomada con Talino, porque, decía, cuando estaban solos se vivía de maravilla y ahora todo ese jaleo por una cabra. Luego cambia la conversación, y Talino se mete conmigo que la había visto en las cañas y no la había agarrado. ¿Qué hacía yo a aquellas horas en las cañas? Entonces tiro el trapo y me llego, a la puerta. Miro a Talino, los miro a todos, Vinverra coge la horca para revolver la paja, pero antes me oyen. Digo solamente: - Hablemos claro. Allí hay una máquina. Estoy aquí por la máquina y no para 66

hacerte guardia ni a ti ni a los animales que son más listos que tú. ¿No ves que me estás jodiendo? Vete a quemar casas. Ninguno de nosotros es una cabra que te tenga que rendir cuentas de adónde va ni de qué hace.

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Cuando no iban al campo, las chicas estaban detrás de la cocina en el cuarto de la prensa, que era largo, sin enladrillar y sin ventanas, y estaba lleno de cebollas, de patatas, de azadas y de trastos. Allí dentro, de espaldas a la puerta, estaba tan oscuro como un sótano. -¿Ustedes dónde duermen? -le pregunto a la Pina, en el escalón. -Dormimos arriba, en el granero. -¿Y las sábanas? -digo mirándole los pies que parecían bloques de tierra. Pina creía que le miraba las piernas, y ponía los ojos en blanco y juntaba las rodillas. Tranquila que no te las toco, pensaba yo. -Cuando se anda descalzo, se van los olores, - le suelto, - pero los pies engordan y la piel se vuelve como un zapato. Talino tiene la espalda blanca. ¿Usted no? Pero la muy palurda ni siquiera se daba cuenta de que le estaba diciendo lo que ella quería. -Y yo qué sé, - dice. -No podemos vernos la espalda. - Pero los muslos sí. ¿No se los ha visto nunca? La Pina se echa a reír de la vergüenza, pero no se la veía colorada. De lo rechoncha que era, daba rabia. La única que sabía ponerse colorada, en esa casa, era Gisella. - Se parecen ustedes a Talino, - digo por decir algo. -La única que no se parece a Talino es Gisella. Gisella es más blanca que todas nosotras, - dice la Pina, como un toro. Pero luego se para porque comprende que me interesaba sólo eso. Entonces le pregunto si ella y Miliota que 68

eran mayores, no se casaban todavía. Pero ella, testaruda, decía que no. Gisella que volvía ahora de donde las gallinas, nos vio hablar y se paró a cierta distancia. Yo decía: - La piel blanca en las mujeres no es nada bonita. Es mejor un color bronceado, un poquito. La Pina coge una patata que había en un saco, y farfulla: ¿Así? - Un poquito menos, - le digo, y de reojo miraba a Gisella que se reía. Me lo había prometido, Gisella, que antes de que anocheciera nos veríamos en el prado. Tenía una manera de responder con los ojos, Gisella, que incendiaba también ella la Grangia, como Talino. No lo he dicho, pero antes, en la cuadra, cuando ordeñaba, había cogido yo también la teta y sus dedos, y tirando juntos, se había derramado un poco de leche. -Pórtate bien, -me había dicho riéndose al oído. La puerta estaba abierta y podían volver los otros. Entonces me había levantado y había encendido un cigarrillo, y le miraba los pies, que eran gruesos de andar descalza. - Cuando vas a misa, ¿te pones medias? -le había preguntado. Entonces Gisella había extendido la pierna como una bailarina, sentada y sin dejar de mirarme. -¿Así no es bonita? La pierna era oscura pero fuerte. -Levanta un poco, - le decía sin moverme, - eso se sabe por las rodillas -. Ella se había echado a reír, clavándome los ojos hasta la médula. y ahora otra cualquiera, de haberme pillado hablando con la Pina, me habría montado una escenita, pero ella no, porque me entendía. - Ya por la mañana tengo sed, - le digo a la Pina. -iCómo pega el sol! Esa agua que sabía a cerezas, estaba en el cubo de la cocina

y todos la bebían con el cacillo, incluida Gisella. Mientras me llenaba el gaznate, la Adele que majaba ajo, me pregunta si esa tarde iba a Monticello. -¿Solo? - Eso espero. -y ¿no le dan miedo los caminos de noche? -Yo no soy Talino. A la Adele no la veía bien, porque entre el humo y el sol de antes, toda la cocina era como un pozo; pero noto que tiene un voz divertida y me suelta: - Si quiere que se le echen encima, encamínese en cuanto coma. Porque luego hasta la noche hay que cargar el heno y trabajamos todos. Cuando las mujeres hablan riéndose es como cuando un hombre te lleva aparte para darte un consejo. Dejo el cacillo y digo: - Vaya ir, sí, y vuelvo a tiempo de echar una mano a las chicas. - No está obligado, - suelta ella. - No trabajo por obligación. Durante la comida ocurrió que uno de los más pequeños se metió entre las piernas de la vieja y la hizo caer con un plato de potaje en la mano. El niño gritaba, pero la vieja se había quemado y se organizó un barullo, de modo que me puse de acuerdo con Gisella. Vinverra, que cuando quería no era estúpido, en vez de pegarle al chico le dijo sólo: -A la abuela la tiene que matar Talino, no tú. Media hora después ya le había hecho una señal a Gisella, y caminaba bajo los árboles al pie de la colina, por el camino de Monticello. Hacía calor como en una habitación cerrada, y pensaba fastidiado: -¡Mira que tenerla en casa y tener que esperarla en el bosque! Me habría gustado que Talino me siguiera, era la ocasión de quitarme las ganas. De noche no puede ser, decía, pero de día me sentiría con la espalda cubierta. Desde donde estaba

parado no veía ya la quinta, pero sí los últimos montones de heno que esperaban el carro. Gisella tenía que salir por allí. Llegó casi en seguida, sin correr, y se apartó del camino. -¿Te han visto? -Ie pregunto. - Están echando un sueño. La cojo y le digo: -¿Y nosotros no lo echamos? Buscamos un sitio en la hierba y nos sentamos. Gisella se dejó besar y, mientras, decía: - Hablemos, es mejor. -¿De qué? -Ie digo besándola, y mientras, la busco. Gisella no quería, y decía: -¿Por qué?, ¿por qué? -Pues porque estamos solos, - le suelto, y nos levantamos juntos. Estaba yo apoyado en un árbol y veía el camino. No se movía ni la sombra de una hoja. -¿Sabes que estoy sudando? -Ie digo. -Nos vendría bien un baño. Gisella me mira, se pone colorada, mira a su alrededor, luego dice: - Si nos damos prisa, sé donde hay agua -; y se mete entre los árboles, y yo detrás. Iba ligera y a veces le veía solamente una pierna y la oía jadear. Ahora sí, estamos solos, pensaba, y estamos en medio de las mamas. De vez en cuando se abría un camino pero se veían sólo árboles y un cielo cálido: las dos colinas no subían lo suficiente. -¿Se lo has dicho a la Adele que venías conmigo? -Ie pregunto saltando. Gisella se para y me espera. Oigo el ruido del agua y la veo brillar bajo sus pies. Tras ella se abría el cielo porque los árboles eran ahora sauces bajos. Entonces me paro y la oigo que ríe y rueda por la hierba. Me echo encima y luchamos. Parecía que hasta echada seguía corriendo, y hablaba como una loca y, en cuanto la soltaba, se tapaba con la pierna, cruzándola. Estaba completamente sudada, como una lengua. Le decía: - De Monticello ya no me mueven... de Monticello ya no me mueven, - mientras ella me tiraba del pelo. 71

Luego con la cabeza entre sus tetas descansamos, y oía su corazón latir. Latía también el mío pero ella no podía sentirlo. Estábamos en una cuenca donde las hojas tocaban la hierba, y estaba casi oscuro, porque el sol lo paraban los árboles. Si uno escuchaba, se oía el ruido del agua bajo el sol. - Aquí no nos ve nadie, - decía yo, - desnudémonos, vamos al agua. Ella sin levantar la cabeza, me sujetaba las manos y decía: - Las cigarras sí que nos ven, ¿no oyes? -¿Te dan vergüenza las cigarras o es por mí? Entonces se dejaba acariciar, exhaustos como estábamos, y decía cosas en voz baja, y cerraba los ojos, y poco a poco el sol corriendo por la hierba le alcanzó las piernas hasta la cintura. Yo le decía: - Mira que estamos a oscuras -; y ella se dejaba mirar. Tenía la piel blanca y firme, era un placer. La miraba de soslayo como se mira la hierba, y ella no sabía que tenía las rodillas al sol. -¡Oh Gisella!, ¿ya has tenido un niño? - Ella pegó un salto y se tapó. -¿Qué es esa marca? ¿has tenido una herida? -¿Qué? ¿qué has visto? Estaba confusa, pobre diabla. -No importa, Gisella, - le digo. -Échate, déjame ver. Ella se tapaba y me miraba, indecisa. -¿Has tenido un niño?, dime. - Me caí sobre una horca, - me responde después de un momento. -De verdad que me caí, me corté. -¿No sería la horca de Ernesto? Entonces sus ojos cambiaron. -Me caí de verdad. Tenía catorce años. Me asaltaba la rabia. Me levanto de un salto y la miro. Gisella se tapaba y ya no era ella. - Si te digo que con Ernesto me hablaba, ¿me crees? Pero la 72

cicatriz es de la horca, te lo juro. Si hubiera tenido un niño, estaría conmigo. No te fíes de las mujeres cuando admiten algo malo, dice siempre Pieretto. Pero Gisella me dejó mirar, ya no le daba vergüenza: la cicatriz no era un desgarro de los que hacen los niños, eran arañazos hasta la raíz. - Jugaste con el gato, - le suelto. - Perdí mucha sangre. Creía que me moría, - dice sujetándome la mano. -¿Y ahora ya no te duele? - Si aprietas fuerte, sí -. Se reía ya. Entonces me levanto y enciendo un cigarrillo. -¿Y qué dice Ernesto? Gisella me mira. - Sí, ¿Ernesto no lo ha visto? Lo has dicho tú que te hablaba. Gisella estaba ya de pie. -Hablábamos solamente, - me dice. -No me ha tocado en absoluto, ¿qué te crees? - Gisella, -le suelto, - Gisella... La miro y veo que se había puesto colorada, pobre diabla, y no me quitaba la vista de encima. Horca o empuñadura, había venido conmigo, y conmigo volvería. -Gisella, seré un estúpido pero no me importa. Deja que te vea, porque me gusta mirarte. Pero nos dimos prisa, porque era tarde y quería volver. Ahora tenía otra cosa de que avergonzarse: me metía la boca en la oreja y quería saber si la cicatriz la afeaba. -¿Quién quieres que la vea? -Ie digo, - tú a mí me gustas de todos modos. -Yo no me meto en el agua, ve tú, - me dice luego, - es mejor que volvamos separados. Una vez que cesó el ruido que hacía al irse, me quedo allí exhausto bajo el sol y pensaba que a alguien se la había

pegado. Ése es un momento, en el que uno ya no tiene ganas de mujeres; pero ni se me pasaba por la cabeza marcharme como había hecho con Michela. Será porque Gisella era más natural, y apenas se ponía de pie miraba y se movía como un hombre, y así debió hacer entonces, cuando perdía toda aquella sangre. [Quién sabe qué quejas, si le hubiera tocado a Michela! "Si aprietas, me haces daño", había dicho ella, y ya está. - Seguro, - pensaba, - que se la he pegado a Talino, que nos vigila a los dos; se la he pegado al tal Ernesto que le tira todavía los tejos; pero ella a mí no me la ha dado, porque sabe que no me creo que sea virgen -. Me parecía verla aún, en la hierba. El agua allí abajo era una especie de Sangone, pero más ancho y más bajo, con zonas de arena al aire y sauces, que no eran la otra orilla y no acababan nunca. Vadeo con los zapatos en la mano, y giro donde la arena y sigo, sigo y vadeo de nuevo, pero no encuentro agua más profunda y entonces me desvisto y me doy el baño que les dan a los caballos. Luego para volver no me acordaba del camino. Veo tras un grupo de chopos la punta de Monticello y entonces voy al otro lado, ando, ando, la arena se vuelve hierba, empiezo a subir pero me había perdido. A fin de cuentas, salir de aquella hondonada era ya un alivio, porque estaba harto de torcerme los tobillos con las piedras mojadas y de correr por la arena que quemaba. Aquí sí, que se puede matar a alguien con toda tranquilidad, pensaba: quién sabe si Gisella ya habrá vuelto. Pero Gisella era la única que no tenía miedo. Quería preguntarle esa tarde qué sabía de la Grangia y del tal Rico, y se me había olvidado. Estaba tan cansado que no me tenía en pie, y en el primer prado me tiro en el borde, bajo la sombra de las acacias, y lo veía todo y los árboles al fondo y el cielo limpio. En mitad de 74

los árboles había una casa. Mientras fumaba, oía ladrar a unos perros y el viento me traía voces de gente que hablaba. -¿Será la quinta del Prato? Aquellos campos eran verdes, no como el rastrojal de Talino y de la ladera. Aquí tiene que haber gente más tranquila, pensaba, aquí no te llevas las insolaciones de la Grangia. Oía el chirrido de un cubo que subía del pozo, y pensaba en Gisella y tenía hambre y bebía el aire fresco. En casa hay agua de esa que sabe a cerezas, pensaba, si me aguanto la sed bebo luego todo de una vez. Entre Gisella y que en casa me esperaba el agua, estaba feliz, y decía: -¡Cobarde, Talino! No eres tan estúpido después de todo. Me había empeñado en que la quinta era la de Ernesto, y me acordaba de la conversación de aquel Berta de Bra cuando decía que los del Prato habían respondido a los guardias que no era época de ir a testimoniar. Así que, si Talino no me había dado por el saco otra vez, la única que había denunciado a Talino era precisamente Gisella. Tenía que ser un tipo legal el tal Ernesto si era maquinista y le gustaba Gisella. - No vayas, estás bien así, - me decía una voz. -Éste es un nido de víboras. Por muy obtuso que sea el tal Ernesto el del Prato, a estas horas sabe que eres tú el maquinista y, si es listo, ya sabe que te gusta Gisella. Pero, cuando entro en aquel corral, veo sólo a una mujer, una especie de Adele más pequeña, que me dice que no era el Prato, todo lo contrario, que el Prato estaba al otro lado del agua: ¿de dónde venía? -¿Es usted el maquinista de Turín? Le pido de beber y ella me lleva a la cocina, gritándole al perro. Aparecen unos chicos. - Trillamos el lunes, seguro, - le decía, y ella me miraba con 75

aquellos ojos pequeñitos y me pregunta por qué quería ir al Prato. Le digo entonces que había oído que aquel trabajo era antes de Ernesto, y le pregunto si había habido palabras entre él y Vinverra. La otra se ríe como forzada. -Palabras siempre las hay. - No, bueno, era para saber a qué atenerme. Mientras bebía, la miraba por encima del cacillo y ella me miraba. - No los conozco a estos Vinverra, - le digo, - pero he oído muchas historias. ¿Quién manda en esa casa? -¿Qué le dan? - De comer y de dormir... ¿Por qué? ¿Es poco? -le suelto. ¿Cuánto le daban a Ernesto? - Ernesto tiene propiedades, - dice ella mirándome como se mira a un desgraciado. - Le habrán pagado las hijas, - suelto entonces. - Nada más fácil. Yo me río con ganas. -Creía que quería casarse... -¿Quién? ¿Ernesto? Cuando casa a una hija,Vinverra quiere al yerno en casa para ahorrarse un trabajador. - y las hijas querrán irse... Pero la otra se cerraba, porque se había dado cuenta de que yo tenía mis intenciones. Le pregunté entonces el camino de vuelta, y me lo explicó sin salir del corral. Ella, los chicos y el perro se me quedaron mirando desde un árbol, y yo caminaba, bajo unas hermosas ciruelas amarillas que me apetecían, pero no podía cogerlas, por culpa de aquellos ojos. Tengo que preguntarle a Gisella dónde hay melocotones y ciruelas, pensaba, o ir con ella a la viña. Mientras caminaba bajo los árboles y saltaba las zanjas, oía cantar a lo lejos a alguien, voces de colina que parecen perdidas y solitarias entre el cielo y la tierra, como una banda que toca en las noches de viento. No sabía que en 76

aquel pueblo cantaran; no se veía nunca a nadie, y si no era Gisella ¿quién podía ser? Cuando al final aparezco delante de la colina de la Grangia, me pareció realmente grande y sólida. [Cuántas viñas, cuánto rastrojal, cuántos grupos de árboles, bajo la punta pelada! Había gente, sí. Parecía un mapa. Si el viejo pensaba hacerme trabajador fijo, se equivocaba. No hacía falta casarse, con sus hijas. Gisella, lavada y vestida, podía encajar bien incluso en Turín, pero hasta ella era demasiado ignorante. En un pueblo donde ni siquiera había un billar no me pillaban. "Tengo que decirle al viejo que me ponga a dormir con ella en lugar de con Talino, pensaba. -Entonces podríamos empezar a hablar". El tiempo se había cubierto completamente, e iba a hacer un buen bochorno esa noche.

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Esa noche, sentados en la viga, las chicas no paraban de provocarme, y la culpa de todo era de Gisella. Decía que a aquella recién casada de la Piana no le gustaban los maquinistas, porque los maquinistas son gente que se mueve y no tienen ganas de trabajar. Y los de Turín que hablan fino, en Monticello no tenían nada que rascar. Me daba rabia que Gisella estuviera de acuerdo con Talino, quien de vez en cuando opinaba también y provocaba a la Pina. En un momento dado respondo: -No estoy aquí para casarme, pero si quisiera, alguien se chuparía los dedos. -No sé yo, -me responde Gisella, y me mira que parecía la Adele cuando le toma el pelo a Talino, -no sé yo quién se chuparía los dedos. -No contáis más que tonterías, -suelta Vinverra que en su silla se ponía y se quitaba el sombrero, rascándose la cabeza. -Mañana, Ma, tiene que amasar, y tú Talino y vosotras, revisad los sacos. Berta te ayudará. -¿Aquí se trabaja también el domingo? -Se trabaja cuando es necesario. ¿La máquina está lista? -Totalmente. Mientras, se oye tronar. -Verá Pa que esta noche llueve, dice Miliota. -Las moscas pican. -Te han tomado por una vaca, -dice la Adele. -Ahora que ya está segado el heno, como no iba a llover, farfulla el viejo. -Fíjate tú el maquinista, que fue a darse un baño, y no le pican, -decía la Adele. -Después de trillar, tendrá que 78

dejarnos ir a todos a la Piana, Pa, a darnos un baño nosotros también. -Pero, ¿qué les pasa esta noche?, -le digo a Talino. -Están peor que las moscas, esta noche. -Mujeres, -responde él, -mujeres. Estaba sentado en el suelo de modo tal que miraba al corral, y al caer un relámpago le veo una cara como cuando estaba en la cárcel. En el corral los niños capturaban luciérnagas, y los más pequeños chillaban. En un momento dado, Talino se pone hecho una fiera y chilla él también. Todo el mundo se para. Hasta Gisella que estaba hablando con la vieja. -Bueno, ¿qué pasa? -Dejadme escuchar, -dice Talino entre dientes, vagabundos es lo que sois, dejadme escuchar. Se oye la oscuridad y la respiración del viejo. Se oye en la era que el perro da un salto. Luego se oyen los grillos. Una niña da un paso, y Talino maldice. -Carolina, te mato. -Quieta, -dice Vinverra, -¿qué pasa, Talino? Hablaban en voz baja, y en silencio los niños despejaban el corral, venían hacia la puerta. Durante un rato me pongo a escuchar, luego le susurro a Nando: -¿Se les ha vuelto a escapar una cabra? -Les da la risa a las chicas, y Talino se da la vuelta como una fiera y nos mira con malos ojos, pero en la oscuridad no lo veíamos bien. -Habrá oído toser en la Grangia, -dice Gisella. Hablaban todos, incluso la vieja. -Reíos, -decía Talino de pie con la espalda contra la pared, -reíos, pero de ti Gisella, si no se ocupa Rico me ocupo yo. -Pues entonces, ocúpate antes de que sea de noche, responde Gisella, -porque Rico te busca y sabe que fuiste tú. 79

No es como los guardias, Rico. Conmigo ya se ha explicado y no la tiene tomada con nosotros. La tiene tomada contigo porque te vio. -¿Qué es lo que vio? -Te vio a ti. -¿A quién vio? Fuiste tú la que hablaste, cabrona hija de puta, si te agarro te mato. Entonces se pone a chillar Vinverra, y tanto chillaba que se levanta la Adele como una víbora y los maldice porque le habían despertado al niño. Escuchamos para oír si llora, y durante un rato es sólo la noche, con los relámpagos y con los grillos, luego de repente se alza una voz más allá del corral, una voz en falsete, de loco o de mujer, que emite un chillido largo y termina, y el perro se despierta y enloquece. Nosotros nos quedamos pasmados, y en cuanto el perro recobra el aliento, el chillido aquel se alza de nuevo y esta vez la voz era clara y decía: -j'Ialino va a cobrar! ¡Talino va a cobrar! -¿De quién? -grita entonces Talino al camino, como un toro. -¡De Rico el de la Grangia, de Rico el de la Grangia! -Eran varios los que gritaban y no parecían borrachos; pero el viejo Vinverra se había levantado y le decía a Talino: -Siéntate, palurdo, han bebido, siéntate, ahora se van a dormir -; y la Adele: -Déjele que grite, qué más da, si del corral no sale -; y los niños habían corrido a la puerta junto a la vieja. Con el que no podía nadie era con el perro, que desde la era hacía temblar la casa y, ni alejándose los otros se calmaba. Le ladraron también al perro, luego se vio que iban a Monticello. -Esta noche vuelven borrachos, -le digo a Vinverra. Pero él y Talino se habían echado ya sobre Gisella y querían saber si era verdad que había hablado con Rico y cuándo había hecho algo así. -Estás loca, -decían. -Eres la lengua del diablo. Lo haces aposta. RO

y Gisella que replica que si Rico quisiera, a estas horas los habría quemado vivos a todos. ¿Por qué no había hecho nada, cuando Talino estaba fuera? En cambio, una vez se había pasado por las cañas y precisamente habían hablado y le había dicho que se la quería hacer pagar sólo a Talino, porque ellos no le habían hecho nada y él no era como Talino que hacía daño porque era un animal. -Comegrillos, -Iarfulla Talino. Nando o algún otro se echó a reír. -Has visto, Talino, -le digo, -ten cuidado, te la tienen jurada sólo a ti. Esa noche Talino pasó por la cocina a echar un trago, y cuanto más bebía menos se estaba quieto y sudaba por el cuello como si le hubiera empapado la lluvia. Dejo que beban él y su padre, y me voy tras los pasos de Gisella que iba a dejar la horca en el porche. Cuando pasa a mi lado me quedo un momento sintiendo su olor, y ella me apoya la cara en el hombro y le digo: ¿Todo bien, Gisella? -Ella se restriega como un gato y nos decimos que nosotros dos estábamos bien, demasiado bien, porque estábamos hechos el uno para el otro. -¿Vienes a misa, mañana? -me dice Gisella. -Por la mañana me gusta dormir, Si me vienes tú a despertar, a lo mejor. -Yo voy temprano con Miliota. Te llamo cuando vuelva y estamos solos. Pero, ¿tú no vas a misa? -No tengo tiempo. Mientras, truena, cada vez con más fuerza, y empiezan a volar las hojas. Se desperdigan todos por la quinta para cerrar los postigos y poner las cosas a cubierto. Talino se queda en la viga a la luz de la puerta y yo enciendo el último cigarrillo y le miro, riéndome. -¿Así que quieren liquidarte? -Ie digo en un momento dado 81

mientras se secaba la cara. Pero el viejo le llama también a él desde la cuadra y le llama hijo de puta, y Talino tan grande como era se levanta y se va. Lo malo de aquellos campos era eso, que la noche terminaba nada más empezar, y con aquellos truenos no se podía ni siquiera esperar una noche tranquila. Menos mal que me había cansado y los huesos me dolían, pero una vuelta por el café me habría gustado y también unas tacadas al billar. Si no, era como en la cárcel: se enciende la luz y se va al catre. Pero espera a que conozca el pueblo, pensaba, y entonces o me dejáis que me lleve a Gisella al campo o hasta por la mañana no me volvéis a ver, y en uno u otro caso no me veis de ningún modo.Y tú, Talino, si tienes miedo, te rascas. Luego subo, decidido a dormir, a nuestra galería sobre la cuadra y enciendo otro cigarrillo. Cuando asoma la cabeza de Talino por el hueco de la escalera, fuera esta cayendo una buena. Pero duró poco. Nosotros estábamos en la oscuridad mojándonos con las gotas que salpicaban, y Talino miraba el manto de agua, y no hablaba. -Tendrías que estar contento, -le suelto. -Con esta agua ¿quién quieres que ande por ahí de noche? Luego el aire refresca que respirarlo da gusto, y se veía el campo y soplaba viento y se rompían las nubes. El verano es así. En un momento volvió el sereno y todo era luna y colina, frescas y lavadas como bajo las farolas. Éstas son las noches en que Gisella se baña, pensaba; cuando se quita el sudor y se refresca la piel.Y miraba a Talino y su melón, y no podía tragar que, algo, aunque fuera poco, se pareciera a Gisella. Pero ya era bastante que no se parecieran en la grosería. -Talino, -le digo, -tú eres grande y fuerte; ¿es posible que Rico te asuste? No creo que sea un toro. -Claro que no, -grita el poniéndose en pie de un salto. 82

-Vamos en seguida. -¿Adónde? -A tomar un poco el aire. Lo único que conseguiríamos era desfondamos los zapatos, pero Talino me dice que a esas horas ya estaba seco. -Estoy reventado, -le suelto. Y Talino, que yo era joven y tenía su edad. -¿Qué edad tienes? -le pregunto. -Veintiséis -. Cobarde, pensaba yo, tengo que escoltarte hasta de noche. -¿Eres el primero de tu familia? -No, -decía él, evitando mirarme. -Antes vienen la Adele y la Pina -. Luego viene a la luz y llevaba en la mano una podadera de cuatro dedos de ancho. Se la sujeta detrás, a la correa, y baja por la escalera. -Vamos. -¿Adónde vamos? -A buscar a Ginia. y entonces vamos, a buscar a esta Ginia. Nos metemos por el camino del depósito; y no sabía ni yo mismo por qué, destrozado como estaba, me iba detrás de él. Sería por el sereno, sería porque hacía tiempo que no iba por ahí de noche, no digo que no; pero era también que un arranque como ése, de Talino, no me lo esperaba. -¿Dónde está la tal Ginia? -le digo, pasando delante de las cañas. Él tira para delante como un burro, y no responde. Al poco tiempo el camino empieza a subir, y allí no había estado nunca. A un lado había rastrojos, al otro una tapia de toba, tallada en la roca. Por lo que la luna dejaba ver, arriba había viñas. Andamos, andamos, que se oían nuestros pasos. En un recodo miro hacia abajo y veo la quinta que parecía aplastada en el llano. Entonces me paro y digo: -Pero, ¿no está la Grangia en la cima? Entonces le tocó a Talino, y me dice: -¿Tienes miedo? Nosotros vamos a lo nuestro.

-¿Cómo? -le suelto, -¿y el cobradeudas que te has echado? No quiero pasar por cómplice tuyo. Talino ni siquiera me escucha y tira para delante. Después de un buen rato oigo a un perro que ladra y veo a Talino que me hace una señal. -Que no se diga -. De dos saltos me pongo a su altura y la marcha prosigue. Quiere dárselas de valiente, pensaba; se ve que Ginia le tira. Casas no se veían, sino caminillos de vez en cuando que desaparecían bajo los árboles. Bonito lugar allí arriba, pero para venir de día. Había incluso frutales en un terreno cargados de fruta del color de la luna, y quería pararme. Al otro lado del valle se veían las luces de Monticello; pero todo el vacío era como una niebla y ni siquiera la mama se veía bien. Empezaba a hacer frío, y yo a sudar. -Tu Ginia ¿nos dará de beber? -Ie pregunto. No sé por qué, pero me imaginaba que llevaba una taberna. Una taberna allá en la punta. En eso que estamos en una curva donde ya no se ven árboles y el viento se vuelve frío, y no hay más que un gran terreno pelado que subía hacia el cielo como otra mama. -¿No querrás pararte en medio de esta corriente? -decía, y Talino se para y coge la podadera. El camino proseguía en llano, rodeando el terreno. -¿Qué pasa? -le digo en voz baja; pero él ya no me oía, y en aquel momento me habría gustado estar todavía en Turín. Ni se me ocurría que Talino me la hubiera vuelto a jugar; iba detrás de él con las uñas fuera, hacia un desnivel del camino donde asomaba una casa negra, sin un árbol alrededor. A través de una ventana, recuerdo, se veía el cielo, más claro. De aquí a poco se oye gritar, pensaba, de aquí a poco esto es un infierno. Talino descalzo caminaba despacio, con largos pasos. Yo me paro y lo veo agacharse, y lo oía respirar. Me doy cuenta entonces de que no había un grillo que cantara. 84

- Talino, -digo sólo, -Talino -. Luego oigo el estruendo de una piedra en el tejado; y Talino todavía inclinado hacia adelante, que escucha. Nadie respondía a su piedra. La segunda que tiró, pasó por una ventana, porque ponemos el oído y no la escuchamos caer. Me di cuenta entonces de que aquellas paredes estaban vacías, y negras como una colilla quemada, y de que el tejado estaba medio hundido. Me acerco despacio a Talino, y Talino se vuelve diciendo: -Hijo de puta. -¿Por quién me has tomado, por Rico? -le digo, sin perder de vista la ventana. -No hay nadie, -suelta él como un estúpido. -Ya no hay nadie. -La has dejado en un estado penoso, pedazo de animal. Y ahora ¿te haces el valiente con los cristales? Él vuelve a agacharse, para recoger un puñado. -¿Quién quieres que siga aún ahí dentro? Ha llovido como en un pozo. Vamos. Talino tiró aún su puñado, y las oímos golpear en las tejas y en las paredes, e incluso en una plancha de cinc. Terminado el ruido, nadie respondió. Talino entonces gritó: -¡Ah de la Grangia! [Talino el de Vinverra está aquí fuera! -Impresionaba esa voz en el aire. Lo cojo por la camisa y lo arrastro. Pero Talino se para otra vez en el borde y examina las paredes, como si no las hubiera visto nunca. Bajo la luna parecían aún más esqueléticas, el resultado real de un terremoto. -Vamos, te digo, quiero hablarte. -¿Se puede saber?, -le suelto, una vez que bajamos, -¿se puede saber qué mosca te ha picado? -Así que Rico esta en los Mulini, -dice él, sin hacerme caso; -seguro que está en los Mulini. 85

-Oye, le has quemado ya la casa al pobre diablo. Déjalo en paz, que él en paz te deja. ¿No tienes bastante? Pero el valor de Talino se había acabado pronto. Delante de nosotros oírnos pasos y una voz, y Talino me coge por el brazo y me para. -¿Quién será? -Será Rico. Lo has llamado y él viene. Aparecen dos sombras bajo la luna, dos sombras que suben de prisa y ya no hablan. Talino se mete la podadera en los calzones y me da un rodillazo en un costado. Yo maldigo y reconozco a estos dos: eran guardias. Se paran, con la carabina en bandolera, y más que a Talino me miraban a mí. -¿Qué hacemos a estas horas, en el campo? -le preguntan a Talino, que los miraba riendo con sarcasmo. -Noche fresca, -dice él. -Y usted, -me suelta el cabo, -¿de dónde viene? Saco los papeles, me enciendo un cigarrillo y luego con la cerilla le alumbro. -Es el maquinista, -dice el otro. Cuando la cerilla me quema los dedos, estoy por coger otra, pero el cabo dobla los papeles y me los pone en la mano, diciendo: -¿Por qué ha dejado Turín? -En Turín no se trilla la mies, -dice el palurdo de Talino. -Tiene que pasarse por el ayuntamiento a por el permiso. ¿Tiene usted la cartilla de maquinista? -¿La tienes? -suelta Talino. -La ha abierto usted hace un momento, -le digo al guardia riéndome. -Hay poca luz, es verdad. Él me miraba con los ojos penetrantes, bajo la luna. - Tiene que dar parte de trabajo y residencia. Lo antes posible. Luego se separan, y a tres pasos nos dice todavía: -Buenas noches. -Buenas noches, -suelta el otro. 86

-Buenas noches, -decimos nosotros, y nos vamos colina abajo. Talino ahora bromeaba. -¿Has ido a la escuela, -decía, -para terminar en la cárcel como un vagabundo? -¿Fueron ellos los que te echaron el guante? -le suelto. -Ten cuidado. Él hablaba ya de otra cosa. -Mañana vamos a buscar a Ginia. Yo estaba tan cansado que no despegaba los pies del suelo, y pensaba en esos desgraciados que tenían que hacer la ronda toda la noche por unos listillos como Talino y como yo. Los veía subir y bajar por aquellas colinas, noche y día. [Vaya vida, la suya!; y a lo mejor un buen día llevarse un escopetazo de alguien más ignorante que los demás. Y todo porque a un buey como Talino le gustaba pegar fuego a la casa de otro. -No, que no voy, -le suelto. -De líos tuyos tengo ya bastante. En el corral vemos a Vinverra, que aparece por debajo del porche, envuelto en un manto, y nos dice con la voz más tranquila del mundo: -Ha llovido sobre el estiércol. -Sí, pero yo tengo sueño, -le suelto. -Ven a echar un trago, -me dice Talino. -Caliéntate el estómago. Bebemos en la cocina, en la oscuridad, de la botella de siempre. Talino me hizo beber el primero. Arriba oímos al niño que llora y a la Adele que canta en voz baja y le habla. -¿No tiene salchichón? -le digo, -¿aquí se come sólo potaje? -Dentro de una hora es de día, -diceVinverra, -mañana hay conejo. Así que venga, arriba. Estaba tan cansado que, durmiendo, me parecía que caía en un pozo, y arriba se asomaban Talino, Gisella, Pieretto, mucha gente; yo caía, seguía cayendo, me parecía que caía durante toda la noche. Me había vuelto un cobarde de mucho cuidado, y mientras caía alargaba la mano hacia abajo para 87

ver si había horcas clavadas al fondo. "[Qué más da!, si las hay te las clavas" decía en el sueño, y sentía el vértigo y pensaba. Vete a saber el ruido que haré al caer al agua. Luego me despierto y ya no era yo. "Aunque te despiertes, pensaba, -tienes aún que salir del pozo". En cambio encuentro todo tranquilo y la colina lavada por el sol, y ni un alma por allí. Talino había tenido el detalle de irse sin despertarme. Mientras cabeceaba, notaba algún movimiento en la cuadra; luego, el calor del sol en las piernas. Entonces me acuerdo de Gisella, y me siento en el colchón, y recobro fuerzas. No pensaba que en el campo la mañana del domingo también fuera diferente, pero se ve que trabajar ofende al mismo aire, porque esa mañana estaba todo más fresco y más tranquilo. "Menudo un cabrón Talino anoche, mira que gastarme esa bromita". Estaba todavía rendido de sueño, pero más miraba la colina y que a Rico no se le había visto y que Talino me dejaba solo, y más disfrutaba. [Qué hija puta Gisella!, pensaba, le va la marcha como a todas. Luego pensaba en Michela, si había encontrado ya un besugo. En su habitación, a esas horas estaba durmiendo; era domingo también para ella. Mejor Gisella que parecía más ignorante pero no lo era, y por lo menos me respetaba y sabía con quién se las veía. -A ver qué me dice esta mañana, -suelto. -Es al día siguiente cuando se conoce a una mujer. Se oía pasar gente por el camino y charlar. Alguien en el corral de delante de la casa bombeaba agua. El corral estaba aún completamente en sombra, y allí veo a Nando que llenaba un balde. Hago que me eche un cubo por el cuello, porque era el agua del ganado, y luego vaya la cocina. No había nadie y se estaba de maravilla. Entonces cojo pan y manzanas y me siento en la viga y comía, mientras Nando 88

cerca del pozo bombeaba. Le daba con fuerza para hacerse notar, y cada poco se paraba y se frotaba las manos en los calzones como hacen los carreteros. Pensar que yo también había tenido su edad y había hecho la misma comedia. Chicos y mujeres somos iguales en todas partes. Oigo la voz de Gisella en la ventana. -¡Eh! ¿Ya se ha despertado el maquinista? -Entonces Nando me guiña el ojo y le responde: -Está aquí desayunando. Dejo que baje, sin moverme. Gisella llevaba una falda roja y zapatos y medias, y la cara más fresca. -¿Qué has comido? -rne pregunta. -Tus manzanas -. Entonces fuimos al cuarto de la prensa para hablar con tranquilidad. - Talino y Pa remueven el estiércol, -me dice, -luego quieren ir a Monticello contigo. ¿Qué hicisteis anoche? -Tenía los ojos rojos y más atentos que nunca. -Será siempre el mismo, Talino, -le digo. -Pero tú Gisella ten cuidado. Si sigues picándole, acabas mal. Sabes bien que es un pedazo de animal. Gisella me miraba como si fuera yo Talino y la tuviera tomada también conmigo. Le suelto entonces: -Estás bien, vestida así. ¿Ya has ido a Monticello? Ella se reía. -¿Sabes qué hora es? Ya he puesto el agua para la polenta. -¿Hoy hay polenta? -Ie suelto.Y le cojo una mano. Entonces se me acerca mucho, para que la abrace, y me clavaba los ojos como si su cara no fuera la suya y quisiera ver cómo conseguía besársela. A mí las mujeres en esos momentos me dan pena. No sé por qué me dan pena. Gisella menos, porque veía que si le decía "olvídalo" estaba lista para reírseme a la cara y responderme. Pero se veía que también ella tenía miedo de que no la

quisiera. -¿Sigues pensando lo mismo, Gisella? -le digo despacio. -Pero tú un día de estos vuelves a Turín, -decía ella. -Ésta no es tu tierra. -Tranquila que donde hay una muchacha bonita es siempre mi tierra, -le digo, y veo que está contenta.

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Luego me pongo en camino, porque no quena darles a esos dos la alegría de hacerles compañía. En Monticello repiqueteaban, repiqueteaban las campanas, y en el paseo me adelantan corriendo algunos muchachuelos con calzones cortos, que parecían quintos. Les dejo pasar y me pongo al fresco contra el muro de la iglesia, pero bajo el portón tenía que hacer más fresco aún, a juzgar por el eco del órgano y del aleluya, y por el frío de la piedra donde estaba sentado. Pero lo que no se podía era fumar. Después de un rato veo llegar a Vinverra y a Talino, y Vinverra parecía otro: parecía hecho de tierra, dentro de la camisa limpia y de la chaqueta y sombrero negro. Se paran en los escalones pero yo enseño el cigarrillo recién empezado y les hago ademán de entrar. Talino entonces entra, y Vinverra baja y viene a preguntarme si había hablado con los del ayuntamiento. -No, que no he hablado -.Vinverra me miraba con un solo ojo, y me dice que había que hablar. -Entonces vamos, pero está cerrado. Estaba abierto, y no había nadie, y yo le digo a Vinverra: Mire que se pierde usted la misa -. Él ni encoge los hombros y se pone a recorrer el pueblo. Yo intentaba llevarlo al estanco, pero él rodea la plaza y farfulla, y entonces saco la cartilla. -No se preocupe que la tengo aquí, -no se escapa -. Me la coge, entonces, con aquella manaza, y se para. -¿Pero sabe leer? -digo, La vuelve una y otra vez y me pregunta si era aún válida. -Claro que es válida -; pero él se para y mira el año. -Dice '35, -me suelta. No sabía leer, pero conocía los números. -No es una licencia, -suelto, -si uno ha hecho el 91

examen lo ha hecho, y los motores son siempre los mismos. Al final encontramos un guardia con gafas negras en la taberna, que nos dice que el secretario ha ido a sus propiedades y que vuelve de noche. -¿Qué quieren? - Vinverra se lo lleva aparte y se le enrolla. -Deme usted, dice el otro. -Mañana trilla la mies -. Le doy la cartilla y le digo que apunte también el domicilio. Entonces el guardia se sienta y pide vino. -Venga a beber esta noche y le trae la cartilla, -dice Vinverra y quería irse. Yo no le quitaba ojo de encima a la dueña que era de esas viudas todavía apetitosas que un mañana es conveniente conocer. -Usted sí que tiene buen vino, -le dice ella a Vinverra en la puerta, -y tiene también hijas que lo sirvan. Tenga cuidado con este jovenzuelo que me tiene pinta de hambriento. Vinverra entonces vuelve, y bebemos un trago. Vinverra alaba el vino y luego dice de pronto que quiere oír aún un poco de misa. Entonces le digo que me lo dé a mí, que yo pago y entretengo al guardia para que lo haga todo bien. Vinverra, como si fuera mi padre, saca dos liras; luego se lo piensa mejor y saca cinco, y me dice desde la puerta que en total son quince. La cara del guardia aquel no me decía nada. -Así que ¿viene usted de Turín? -me dice. -Tengo una sobrina, en Turín, -suelta la dueña. -No la conozco. Les hago reír hablando de Turín, y de paso cuento que a Talino lo había conocido en una acera, donde preguntaba a los que pasaban dónde estaban las chicas. La dueña se reía sin abrir la boca y abanicándose. -Bribona, -le digo con los ojos, -ven conmigo que te lo quito yo el calor. y en cambio ella dice: -Pero, ¿le conviene trabajar para Vinverra? -Comer se come.

-¿Sabe de dónde salía Talino cuando la encontró? -¡Hum! -dice el guardia como si escupiera, y su cara no me decía nada. -Sé que da fuego a las casas ajenas por diversión, -le digo, y que no lo han querido ni en la cárcel de lo estúpido que era. No hace falta mucho para conocerlo. -Son gente de campo, -suelta el guardia en un momento dado, -no saben cómo es la vida de ciudad, son ignorantes. -¿Por qué, usted no es de aquí? -le digo mirándole a las gafas. Él se echa a reír y bebe. -Lo que no entiendo, -le digo a la viuda, -es por qué, si todos le conocen, no lo han dejado dentro. y gafas negras de nuevo: -Es que no hay pruebas, querido amigo. Que uno sea ignorante no es suficiente para la justicia. Todos los de estos campos estarían dentro. Sangre caliente hay por todas partes. Entre hombres ... -Ala mejor entre hombres, -salta mi viuda, pero la otra que hizo antes de ir a la mili, no era de ignorante, era de animal. -¿Qué hizo? -Agua pasada. Pero la viuda me mira entre enfadada y riéndose. -A lo mejor a usted no le parece nada, -me suelta, -no se lo digo porque es usted un jovenzuelo y se reiría -.y se vuelve hacia el guardia: -Pero fue una guarrada. -Tampoco eso se sabe, -dice el otro. -Oyéndola a usted, sólo pasa eso. -¿Cómo que no se sabe? Estaba Miliota diciendo en la plaza que su hermana había perdido sangre durante una semana. -No habrá usado la pala, -dice el guardia, entre dientes.-Y además quién sabe qué sangre era. -Todos ustedes son unos brutos, -gritaba la viuda, -unos brutos. Yo me levanto y me acerco a ella y le suelto con calma: -¿No

seria Gisella? -y por los ojos entiendo que me había entendido. Entonces pago y me voy. Vaya la tapia de la otra tarde, y me pongo a fumar. -No importa, -pensaha, -no sabe que lo sabes. Te han tomado el pelo, eso sí -. Digo: acabar entre palurdos, para descubrir que son más listos que tú. Luego tiro el cigarrillo y sigo dando vueltas. Todas las caras que veía en las puertas tenía ganas de pisoteadas. Me parecían muchos Talinos. Era con él con quien la tenía tomada. Gisella no era nada. Qué de palos, la virgen, si yo hubiera sido Rico, qué de palos. Luego vuelvo a la plaza para calmarme, y paso delante de la taberna. Aún seguía allí el guardia, sentado bajo el almanaque. Vuelvo la cara y sigo andando. Me paro delante del estanco, porque empezaban a salir de la iglesia. Aquí delante había algunos, viejos y jóvenes, todos con caras testarudas, que se vuelven y me miran y no me quitan el ojo de encima. Pero uno, un jovenzuelo con la chaqueta en los hombros, se separa y me dice: -¿Es usted el maquinista? Me han dicho que me está buscando. Soy Ernesto, del Prato -'. Este parecía más refinado, pero mientras lo miro veo a Gisella y me digo: Ten cuidado, son todos de la misma calaña. -¿Trilla usted mañana?, -me suelta él, tranquilo, volviéndose hacia la iglesia. Tenía una cara más de ciclista que de campo, y cuando hablaba no miraba al suelo como los otros. -Le buscaba porque le he quitado el trabajo sin saberlo. No me lo habían dicho. Él se echa a reír. -Pero si es una máquina que trabaja sola. ¿Se queda mucho tiempo? -Depende, Entonces nos miramos y los ojos le reían todavía y yo pensaba en Gisella. 94

-y con Talino, ¿se lleva bien? -No hay mucho de lo que alegrarse en esa casa, -farfullo. -Talino es amigo ITÚO, -suelta él. -Hicimos la mili juntos. Le cosían la cama y él dOrITÚa encima de las mantas. Sólo hay que conocer su lado bueno. -¿Pero tiene un lado bueno? -digo. En la iglesia repiqueteaban las campanas y la gente salía, y veo bajar a Vinverra y a sus mujeres con el velo negro en la cabeza, y a los niños y a Talino. Bajo aquel sol, viéndolo venir, yo pensaba que perder sangre en el campo tiene que impresionar menos que en la penumbra de una casa en Turín. Lo había visto una vez en los raíles del tranvía tras una desgracia, y asustaba; en cambio, pensar en alguien agachado que sangra sobre los rastrojos parece más natural, como en el matadero. Mire como camina, estaba a punto de decirle a Ernesto, pero me reprimo. -Mucho gusto de haberle conocido, -decía Ernesto mirándome. A mi espalda oigo a un viejo que dice: -No han venido al pueblo. ¿Es posible que Rico esté tranquilo? -Si no vienen a misa, -dice una voz más decidida, -algo le rondará por la cabeza. -¡Qué va! Están en los Mulini y van a misa a la Madonna. Ernesto se ríe conmigo, sin volverse, y yo cambio de pierna y le digo: -Entonces mañana, ¿trae la mies y trilla con nosotros? -Voy esta tarde a descargar. -Hasta luego. Entro al mostrador, cojo un paquete, pero ya había esperado demasiado: Vinverra y Talino llegan. Los encuentro parados en círculo con Ernesto y con los otros, con las manos a la espalda, y no hablaban. Luego Ernesto decía: -Has tenido suerte, Talino. ¿Dónde os

habéis conocido el maquinista y tú? y Talino amaga la sonrisa y responde que me lo preguntara a mí. -Comimos juntos, -respondo, -y nos pusimos a charlar. Pero Talino se olía que yo la tenía tomada con él, y quería jugármela. -Comimos y dormimos juntos quince días, -dice mirándolos a todos. -Pero luego, no hubo nada y lo soltaron también a él. Hasta Vinverra que lo sabía, le miraba con enojo. -Son malos tiempos, -dice Ernesto, -pero ahora que estás en casa, Talino, tú tranquilo. Saliendo del pueblo Ernesto nos acompañó hasta el paseo, y me contaba que había aprendido en la mili el oficio de maquinista. -¿Y por qué volvió al campo? -le pregunto. -Ya sabe cómo son los padres, -me respondía, -tenemos algo de tierra, y parece algo importante. Cuando Ernesto cogió su camino, yo caminaba entre la Adele y Talino: y Talino me pregunta por segunda vez si iba con él al bosque ese día. -¿Y los sacos que hay que revisar? -dice la Adele. -Esta noche. -Esta noche, -grita Vinverra, desde detrás, -vais en seguida a dormir. Mañana se trilla. En casa nos encontramos con el conejo, y pisto, y sobre la tabla una polenta con buena pinta preparada por Gisella. La recuerdo como si fuera ahora, porque luego por la noche nadie tuvo tiempo de cocinar nada y me tragué dos trozos fríos y me parecía que tenía un sabor a sangre y me castañeaban los dientes, porque justo bajo mis ojos, en la mesa, veía una palangana de sangre y sentía el corazón en la garganta, más frío que la polenta. Pero ahora, la polenta, el conejo y los pimientos, todo quemaba, y los niños querían más, y las chicas comían. ¡Cómo comía Gisella! Se comía la 96

polenta con la boca y a mí con los ojos, e incluso la vieja estaba contenta porque podía masticar. Hacía tanto calor que, aunque la ventana y la puerta abierta del fondo hicieran corriente, no se sentía el aire. Sólo Talino estaba de morros como yo; parecía que supiera algo; pero Vinverra estaba contento y nos gastaba bromas a los dos. -Ernesto es un buen chico, -decía, -ya ha hecho amistad con el maquinista. -No es íntegro como Talino, -suelta la Adele. "Lo saben todos, -pensaba, - lo saben todos y nadie lo admite" A quien habría pisoteado era a la vieja, que tenía que haber visto todo y aún se me acercaba lloriqueando para que le hiciera guardia a Talino. Y ahora comía como una gallina y chupaba la polenta, y las chicas se reían, hasta la Pina, hasta Miliota, y a lo mejor con todas Talino había hecho guarradas. Luego pienso: -¡Qué se le va a hacer!. Si no fuera por él, a lo mejor Gisella no venía contigo -. Pero con Talino la tenía tomada de todas formas. Le dice el padre en ese momento: Pedazo de bruto, ¿a cuento de qué decir en la plaza el cómo y el porquér'-No he dicho más que la verdad, -suelta él masticando. -Si todos dijeran la verdad, -le respondo en sus narices, -tú tampoco estarías aquí. y me vaya la puerta para fumar tranquilo. Había un cielo tan sereno que hacía daño a la vista; y si no fuera porque estaba cansado, ése sería otro buen día para llevarme a Gisella a aquella hierba de ayer y que hablara. Porque, incluso sola y bajo un porche, si estaba vestida y de pie sabía defenderse. Fumaba y oía de nuevo a Vinverra volver con lo de los sacos. - Tú y Berta y .Miliota, -le decía a Talino, -tenéis que revisarlos. Y vosotros bajáis la leña, que mañana esté todo 97

listo. Al atardecer vendrán Ernesto y Gallea. Antes echamos la siesta, -decía la Adele. -Estos tienen sueño. La polenta da sueño. -Vosotras tenéis que amasar. Quiero que Nando vaya mañana a cocer, porque son las hogazas las que te mantienen derecho -. Pero luego farfullaba: -Las hogazas y el buen vino. Entonces voy a sentarme a la era, donde había algo de sombra, bajo la ventana de la cuadra, y oía moverse a los conejos y al ganado; y todo, el sol, la colina y la cuadra, estaba lleno de moscas y te daban sueño, como los grillos por la noche. [Quién pudiera estar solo! Por lo demás ahora tenía la sartén por el mango y tenía que venir Gisella a buscarme. Viene en cambio Nando con los otros, y empiezan a pincharme. Entonces pregunto: -¿Sois todos hijos de Adele? -La niña más pequeña lloraba porque se había quedado retrasada, y Nando le tira un hueso y la niña llora aún más. Entonces, en la galería de arriba, se despierta Talino y maldice. Yo me levanto, rodeo la casa, y voy a echarme en aquellos sacos del pozo en el otro porche. Desde allí veía la mama y pensaba. Pensaba en muchas cosas y en que no hacía ni tres días que había llegado. Así que, ¿de qué me quejaba? Siempre estaba mejor que en la cárcel, y con las chicas guapas ya se sabe que alguien ha pasado por ellas antes; si no, no serían lo que son. En su momento vino Gisella, y andaba de puntillas, como si estuviera en una acera. Hacía como que buscaba algo en un montón de cuerdas y hierros que había contra la columna, pero estaba esperando que yo hablara. -Gisella, -le suelto. Ella se vuelve de golpe, como ella sabía. - ... ¿Sabes dónde conocí a tu hermano? -No se lo esperaba y se quedó callada. La miro bien mirada. Yo con aquella chica no había terminado todavía: tenía que venir conmigo. 98

-Ven aquí, Gisella -.Y ella se me acerca y se deja abrazar las piernas. -¿Es verdad que la has tomado con Talino? -Quería decírselo en un momento que me conviniera, pero ¿qué más daba? -¿Qué te hizo? En esto me miraba ya con los ojos entreabiertos, y ya no sentía mi mano. -¿Si te digo dónde lo conocí, tú me dices qué te ha hecho? Ya lo había comprendido todo. -Habías dicho que en la estación, -me responde despacio. -¿Dónde entonces? -Tú me dices lo que te hizo. -Nada, -dice, y se separa. Con la de cosas buenas que podíamos hacer aún, y por una estupidez perdemos la última ocasión. Por una estupidez así. Me enfado y digo: -iPero si lo saben todos! ¿A quién te crees que tomas el pelo? Si hasta te la he visto, ¿sí o no? Gisella me mira un momento y luego se escapa. Entonces vuelvo a pensar que era domingo y que si estuviera en Turín la comedia de una chica no me estropearía el día. No había vuelto a leer un periódico desde hacía un mes y no sabía ni cómo iba la liga. Vete a saber cuántos buenos partidos se jugaban por todas partes. Luego al atardecer Pieretto recogía a Michela, e iban a bailar al pie de la colina. Se veía en eso que esto era el campo: las dos colinas eran tierra cultivada y basta, un sol de castigo las calentaba; todo lo contrario que las del Po, que, incluso en el ardor de agosto, tienen algo de delicado, tienen el aire más fresco y parecen siempre cubiertas de sombra, y da gusto verlas aunque sólo sea al final de una avenida. Estaba furioso. Hay una sola cosa que es igual en Turín y en el campo: la comedia de las mujeres. Volverá, digo, volverá porque la tengo yo, la sartén por el mango. Pero dormir no lo conseguía, y entonces noto olor de agua del pozo, y qué 99

más da, me pongo en pie de un salto: tenía ganas de un buen trago. Así me ven y me ponen a trabajar, pensaba. En cambio en el corral no había nadie, y en la puerta de casa se oían sólo las moscas. Recuerdo que para disfrutar más bebí del cubo. El agua es una buena cosa, decía, pero esta noche me dejo de cuentos: me emborracho, y el que me quiera que me venga a buscar. Las moscas, la oscuridad, nadie que hablara: ese día el sol parecía inmóvil. Me parecía estar en una bodega. Entonces subo por la escalerilla de piedra, a los cuartos donde dormían las chicas. ¿Cómo hace esa vieja, pensaba, para no romperse la crisma por aquí? Los escalones estaban gastados, y pensar que iban descalzas. La habitación de encima de la cocina era grande, con ajos y maíz colgados de la pared. Había una ventana abierta y una gran cama de madera con la virgen y el ramo de olivo. ¡Lo que habrá visto esta virgen! Pero el olor era el mismo del porche porque el suelo era de ladrillos. Oía cantar en alguna habitación, en voz baja como si charlaran; era la Adele que dormía al niño. Gisella dormía en otro sitio, porque aquella era una cama de matrimonio. Quién sabe si Talino se lo ha hecho en una cama o se la ha tirado en un prado. Pero en un momento dado los oigo gritar, a él y a ellos.Venía de detrás de la casa. Entonces vuelvo abajo, enciendo el cigarrillo, y me siento en la viga a mirar las puntas de los árboles. El primero que aparece era el perro. -También tú le haces guardia a Talino, -le digo; y el animalazo me viene a olisquear, y se ve que ya era de la familia porque quería lamerme. -Tú no, -le digo, y él mueve el rabo. Luego por la puertecilla de la cuadra se asoma Miliota y me llama. Entonces voy para revisar los sacos, porque estaba cansado de no hacer nada, pero me encuentro en cambio con el viejo 100

que quería un consejo sobre la leña para la máquina. -Como leña es mejor el carbón, -le digo, pero el viejo me enseña bajo el estercolero las escorias del año anterior y me da a entender que carbón hay, pero que tenía miedo de que explotara la máquina. -Veamos el carbón. Tenía medio saco en el porche del trigo, y le digo riéndome: -Con poco carbón se consiguen pocas atmósferas. -Lo mismo dijo también Ernesto el año pasado. -Eso significa que conoce su trabajo. -¿Con la leña no es suficiente? -Es como si quisiera quitarme el hambre masticando tabaco. ¿Hay carbón en el pueblo? Había sí, pero el viejo estaba convencido de que darle mucho carbón a la máquina era como darle mucho vino a los trabajadores. En medio de la discusión oímos chirriar un carro y aparece el amarillo del trigo por el camino del prado. Encima iba un gordo con el pañuelo en el cuello, y al lado de los bueyes, a su aire, venía Ernesto con la chaqueta bajo el brazo. -Miliota, -grita el viejo vuelto hacia la casa, -llama a Talino que nos ayude a descargar.

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Vienen todos de la era, menos Gisella y la vieja, y si no fuera porque los niños se habían puesto a correr a su alrededor, parecería Ernesto el hermano de las chicas, y no Talino. El gordo aquel salta de las gavillas y agarra a los bueyes por el cabestro y maldice: para el carro enfrente del pajar. De ese modo el porche quedaba casi cerrado. Ernesto hablaba con Miliota y con la Pina bromeando, pero no quitaba el ojo de encima a Vinverra. Saco el paquete y le ofrezco tabaco: encendemos y nos reímos. Vinverra viendo que no pegábamos ni golpe, atraviesa un momento el corral y va a ver en el cuarto de la presa si la Adele y Gisella se han puesto a amasar. -¿No hay peligro de incendio si fumamos en medio del trigo? -le pregunto. -Sí que lo hay, -suelta Ernesto. Reaparece Talino con cuatro horcas en la mano y las tira bajo el carro a las piernas de Miliota, que tiene que pegar un salto si quiere salvarse. -Bastardo, -le grita. -No es verdad, -le suelta Ernesto tranquilo, -él también es hijo de su padre. -Muchas cosas quedarían claras, si fuera bastardo, -le digo; y veo a Ernesto que me clava los ojos, como si no hubiera entendido. Antes hablaba riéndose y ahora me miraba. Cuando vuelve Vinverra, empiezan a descargar. El gordito había desatado las cuerdas que sujetaban las gavillas, luego se habían subido con la horca, él y Talino, al carro, y las tiraban allí dentro, como dos peones. Debajo, Ernesto y las 102

chicas se cargaban en los hombros las gavillas y las arrojaban al porche. -Arriba y abajo, arriba y abajo, -gritaba el gordo, en medio del polvo y del sol, -mañana bailáis por última vez. Al ver a Ernesto que se había quitado la chaqueta y trabajaba como un campesino, y la espalda doblada de aquellas chicas, y la Adele que desde la ventana de su cuarto miraba y parecía que se reía, me da vergüenza y cojo una horca para ayudar yo también. -Vamos, -grita Talino, -echa una mano hasta el maquinista -. Hablaba a carcajadas, el sudor y las venas del cuello le excitaban. Las gavillas pesaban y Talino me las tiraba a la cabeza como si fueran almohadas. Pero yo resistía; tras cinco o seis viajes veía sólo como un incendio y tenía en la boca un sabor a trigo, a polvo y sangre. Y sudaba. Luego me paro, al llegar bajo el porche. Ésas eran las piernas de Gisella. La gavilla me quemaba el cuello como un desinfectante. Y oigo a Talino que dice: -Gisella ha venido a verte, j ánimo! -Tiro la gavilla al montón y la veo pasar riéndose, con el cubo, fresca y enfadada. Me seco el sudor, y Gisella estaba ya contra el pozo, tirando del cubo. Tanto yo como Ernesto la dejamos sacar el agua, y luego corremos juntos a beber. -Uno a uno, -decía Gisella, y los otros dos se paran allí arriba con las horcas clavadas. -Cuando terminemos, tráete aquí la botella, -dice Vinverra cruzando el porche. Recuerdo que Gisella miraba fijamente al trigo, mientras yo bebía. Miraba sujetándome el cubo con las dos manos, con esfuerzo, como había hecho con Ernesto pero a él lo miraba, y conmigo estaba en cambio como si gozase dejándose besar. Cuando lo pienso, me parece que era así. O a lo mejor era sólo el esfuerzo, y el capricho de tenemos a los dos alrededor, bebiendo. No pude llegar a preguntárselo.

En esto saltan del carro Talino y Gallea. Se adelantan como dos borrachos, Talino primero, con pajas en la cabeza y empuñando la horca. -Allí se trabaja y aquí se gandulea, -suelta con la voz de su padre. -Hay quien gandulea de noche y quien gandulea de día, -le responde Gisella. Pero él dice: -Déjame beber, -y se lanza sobre el cubo y mete la cara. Gisella se lo quita y le grita: Así no, que ensucias el agua -. Detrás, veo la cara sudada del otro. - Talino, -suelta Ernesto, no te pegues a las mujeres. A lo mejor Gisella cedía; a lo mejor siendo nosotros tres podíamos aún pararlo; estas cosas se piensan después. Talino había puesto ojos de bestia y, saltando hacia atrás, le había clavado la horca en el cuello. Oigo la profunda respiración de todos; Miliota desde el corral que grita "Esperadme"; y luego Gisella suelta el cubo, que me inunda los zapatos. Creía que era la sangre y pego un salto y también Talino pega un salto, y oímos a Gisella que borbotea: -¡Virgen santa! -y tose y se le cae la horca del cuello. Recuerdo que todo el sudor se me había helado y que yo también tenía la mano eh el cuello, y que Ernesto la había cogido ya por la cintura y Gisella se desplomaba, toda sucia de sangre, y Talino había desaparecido. Vinverra decía" cristo, cristo" y corre hacia los dos y en la confusión la dejan caer como un saco, de cabeza en el barro. -No es nada, -decía Vinverra, -es una tonta, levántate -. Pero Gisella tosía y vomitaba sangre, y el barro era negro. Entonces la cogemos, yo por las piernas, y la apoyamos contra el trigo y no podía mirarle la cara que le colgaba, y la garganta saltaba perdiendo sangre sin parar. Ya no se veía la herida. Luego llegan las hermanas, llegan los niños y la vieja, y empiezan a gritar, y Vinverra nos dice que nos quedemos detrás, que dejemos a las mujeres porque hay que quitarle la 104

camiseta. -Pero aquí hace falta un médico, -digo, -¿no ve que se está ahogando? -También Ernesto se pone a gritar y por poco no se pegan él y el viejo. Al final va Nando y le grito que se dé prisa, y Nando corre, corre como un loco. -Más que un médico, -dice Gallea que nos miraba desde la columna -hace falta un cura. -¿Y Talino? -suelta Ernesto, con los ojos fuera de las órbitas. En ese momento la Adele volvía con la palangana corriendo y se hace paso y se arrodilla. Me asomo yo también y oigo llorar y veo a la vieja que le sujeta la cabeza, y a Miliota que llora y a la Adele que le da un bofetón. Gisella estaba como muerta, le habían arrancado la camiseta, los senos al aire, donde no estaba ensangrentada estaba desnuda. Luego la vieja nos grita que no miremos. Noto que me agarran del brazo. -¿Dónde está Talino? -pregunta todavía Ernesto. Se adelanta Gallea. -Se ha escapado por el pajar, -nos dice todo sombrío, -le he quitado la escalera. Ernesto quería subir. Gallea lo sujeta y lo sujeto yo también. Tropiezo con un mango. Era la horca de Gisella, totalmente manchada por el mango pero no en las puntas. -Cojamos esto, -le digo, -sin un arma Talino es un cobarde. Luego oímos toser de nuevo. Menos mal, estaba viva. El barro donde se había caído con el cubo asustaba, de tan negro; y el camino hasta el trigo era cada vez más rojo, más fresco.Vinverra vuelve a maldecir con los niños, y se mira a su alrededor: buscaba a Talino. Se levanta la Adele y dice a Pina: -Ve tú delante -. Luego llaman a Ernesto que venga a ayudar. Yo no, porque era nuevo, y en aquel momento se me acabaron las fuerzas y empezaron a castañearme los dientes. La cogen Ernesto y Vinverra; y Miliota le sujetaba un brazo. La vieja echaba a los niños. Cruzan despacio el corral, le habían tapado los senos, entraron en la cocina. Le veo por 101)

última vez el pelo que le caía y una pierna destapada. Luego la llevan arriba. No podía creer que hubiera ocurrido. Era Rico el que tenía que matar a Talino. Me castañeaban los dientes como si fuera invierno. Me encuentro delante a Gallea en medio de los niños, y le digo: -¿Pero está seguro de que ha subido allí arriba? -¿Dónde quiere que haya ido? Entonces busco la escalera y la apoyo contra el porche. Gallea me miraba. Subo como un gato y piso los ladrillos. Se oía gritar en las habitaciones de encima de la cocina. Si Talino quisiera, me tira al corral, pensaba. Apoyo la espalda contra la columna y miraba el muro de heno, hasta el espacio que queda debajo de los tejados, donde uno puede esconderse. Lo primero que vi fueron los ojos, en medio del heno, como si no tuviera más que eso. -Son los ojos de un perro, pensaba, -de un perro que ha recibido patadas. Mañana lo meten dentro, y no vuelve a salir. -Talino, -digo, y lo oigo sólo yo. -¡Talino! y Talino me mira, me mira, luego dice: -Hijo puta, lárgate, -y hablaba con fuerza como si estuviera aún en su casa. No entiendo, estaba tranquilo y me castañeaban los dientes. Me aclaro la voz para hablar, y en ese momento Talino pega un salto, cubierto de paja, y baja por el lado y me pasa por delante corriendo y desaparece por un agujero del suelo. Se había caído a la cuadra por donde echaban el heno al ganado. Oigo golpes allá abajo y comprendo que estaba abriendo la puerta. No tengo tiempo de volverme, cuando desde el corral me llaman. Estaba Gallea, estaba el guardia de las gafas negras, estaba la vieja loca que quería subir por la escalera. Me asomo y digo: -Ha escapado por el agujero del heno. No era suficiente con dos personas para sujetar a la vieja. 106

Nada más bajar le pregunto: -¿Y Gisella? ¿Ha llegado el médico? -La vieja quería ver a Talino para gritarle, pero en cambio apuesto a que tema miedo de que se lo hubiéramos tocado. -Quédese tranquila, ya se ocupa la autoridad, -le suelto, -ha dejado de fastidiar a la gente -. Y de nuevo, mientras hablaba, la voz se me subía a la cabeza y el corazón a la garganta. Entonces corro a la cocina, porque pensaba que Gisella estaba muerta. Encuentro a la Pina que calentaba el agua en la llama del hornillo. Estaba todavía la palangana en la mesa, roja. -¿Y Gisella? -La Pina se escapa escaleras arriba con el agua. Entonces subo también yo por las escaleras y me tropiezo con el viejo. -¿Y Gisella?, -No sé -dice el viejo, -ya no habla. -Son todos ustedes unos bestias, -le grito, -hay que restañarle la sangre. Cruzo el dormitorio, cruzo otro; estaba en el otro lado. Entonces llego a una puerta abierta y noto olor a vinagre. Oigo la voz de Adele: -Es de frío de lo que está muriendo, tiene las uñas blancas. Entonces entro, y la Adele y la Pina echaban una manta sobre la cama. Había agua por el suelo, había un hornillo encendido aquí también, que calentaba el agua. Veo por la ventana a alguien que corre por el rastrojal. Miro a Gisella y ya no parecía ella. No tema la cara mortecina, sino como lavada, parecía hervida, y los ojos abiertos e inmóviles que se podían hasta tocar. Había alguna salpicadura de sangre todavía en la almohada, y también por la boca le caía un hilo y Miliota con un paño lo secaba despacio. Sólo la Adele me hizo caso y me dijo: -Ernesto está abajo encendiendo la lumbre. Gisella estaba toda vendada, se le salía un brazo por la manta y parecía de otra, tan oscuro y redondo. -Pero Ernesto no está abajo, -digo, 107

-Entonces ha ido detrás de Talino. -Talino ha escapado. -Ese pedazo de burro. Luego la Adele me dice: -Vaya usted a encender la lumbre. Hay que calentar a Gisella que tiene frío. Vaya, ahora le cambio las vendas, -y tenía una boca que parecía cosida. -Pero dígarne una cosa. ¿No fue él quien le hirió aquí la otra vez? La Pina se para a escuchar haciendo un ruido con la boca, también ella, como un niño que llora, y la Adele me dice en la puerta: -Hay que preguntárselo a Gisella. ¿No le parece? - y me cierra. Mientras partía la leña en la cocina, veo todavía una mancha de sangre en la ventana. -Ésta es del conejo, -digo. -Estaha el pellejo allí al lado. La ha despellejado como a un conejo -.Y entonces la vuelvo a ver desnuda bajo los árboles, que no me quitaba los ojos de encima y me decía: -No me ha tocado en absoluto, ¿qué te crees? hablábamos solamente-.Y me pongo furioso, porque parecían todos resignados a dejarla morir como si fuera de su propiedad. Llego a la puerta y le grito a Vinverra que corra. Corren él y la vieja, y les digo que enciendan y calienten el agua porque Gisella se moría de frío. La vieja se lanza a los haces y llama a los pequeños y los pone a trabajar, y ponen al fuego una olla grande y la Pina corre a coger el agua con nosotros. Vinverra, el guarda y Gallea nos miraban sin hablar. Al tirar del cubo pensaba: -A estas horas ya está muerta y estamos trabajando inútilmente. A estas horas ya está muerta -. Pasándole el cubo a la Pina pensaba: -Pero la Adele decía que le preguntara a ella. Luego pensaba en Talino y en el otro. Y pensaba en la Grangia. -Verás, -decía, -como Talino se ha metido en el depósito. Y a nadie se le ocurre. 10R

Una vez caliente el agua, la vieja llama a la Pina y a Miliota, que entran descalzas en las cenizas y sueltan el mango, y Miliota con los ojos rojos no tenía ni tiempo de llorar. -Quítenos a los niños de encima, -le digo a la vieja. -Vaya a ver si el médico llega. Pero la vieja testaruda quería quedarse en la cocina y que todos se quedaran allí. Corría a la puerta y escuchaba la conversación que los hombres mantenían ahora en medio del corral. Corría al cuarto de la presa y miraba hacia la era. El alboroto había terminado y se oía el fuego que moría y caía la noche. Luego veo a los tres que se acercan a la puerta, y Vinverra entra y llama a los otros. Gallea y el guardia querían quedarse en la viga, y entonces el viejo saca la botella, busca los vasos y en la puerta echa de beber. Beben levantando los ojos y Gallea, que estaba vuelto hacia la casa, se quedó un poco más con la nariz hacia arriba, mirando la ventana por donde corrían las mujeres. Un niño empezó a lloriquear que tenía hambre. La vieja se había sentado en la puerta. No había nada más que hacer. Vaya la era, detrás del estiércol, a bajarme los pantalones. Me parecía que tenía muchas ganas, pero después de un rato estaba como al principio. Entonces me levanto, me meto en la boca un cigarrillo y vuelvo al camino. Veo al fondo del camino el rojo y negro de los guardias. Viéndoles me castañean los dientes, como si fuera yo Talino, pero no era por ellos; era porque son como los enterradores, y sólo con verlos me daba cuenta de lo que había pasado. Me siento en la hierba y empiezo a repetir: -Pero ¿por qué no lo retuvieron, por qué no lo retuvieron? -Luego pensaba: "Si espero aquí, mientras tanto llega el médico, y así cuando vuelva me lo encuentro", porque yo también soy un cobarde a mi manera. 109

Tenía delante de mí el rastrojal y veía el depósito bajo la colina, donde estaba seguro de que andaba Talino, y oía voces lejanas, por todos los caminos, y no pensaba que era domingo. A mitad del cigarrillo ya no aguantaba más y lo tiro, y me dirijo al depósito. Hacía sólo dos noches que había esperado a Gisella detrás de allí, y pensándolo me venía un frío que me sacaba de mis casillas. No la tenía tomada con Talino, la tenía tomada con todos que lo sabían ya antes y no me decían nada. A diez pasos de la tapia cojo un trozo de tierra y la tiro dentro. Tiro otro trozo y escucho, y me acordaba de la noche anterior, cuando era Talino quien tiraba al blanco. -¿Lo habrá pillado Ernesto y lo habrá matado? Así serían ya tres -.y si lo veía, ¿que le diría? ¿Que Gisella era sólo para mí? y entonces me asomo al depósito, esperando que no estuviera. No estaba. En ese momento oigo una motocicleta que se acerca a la quinta y se para. Al volver había que hablar con los guardias, y no tenía ganas. Sin embargo habría querido decirles: -Tengan cuidado que parece estúpido pero se la pega a todo el mundo -. Luego me viene una sospecha: -Si no vuelvo, la vieja es capaz de decir que su hijo es inocente -. Entonces corro hacia la casa. La motocicleta estaba aparcada en el corral. Un guardia esperaba y los niños lo miraban desde el porche. Mientras esperaba a que bajaran, aparece Ernesto. Sucio de tierra, sin chaqueta y sin nada. -Ha llegado el médico, -le grito. Él se precipita hacia arriba. En la cocina encuentro al cabo que baja, y me mira y sigue para adelante. Estaban todos en la cocina; la vieja lloraba con las manos en los ojos, como tenía que haber hecho desde el principio. Vinverra estaba sentado en la mesa y miraba fijamente, masticando la colilla. Todos bailaban con la última llama y no parecían ver aquella palangana sobre la mesa. 110

-¿Ha muerto? -pregunto en voz baja al guardia. -Están buscando al hermano, -dice él. -Esta vez lo tiene difícil. El médico nos tiene con el alma en vilo hasta la noche, y los guardias se habían ido hacía un buen rato y llegaba gente de las quintas, cuando Vinverra sale a la puerta y farfulla: -Hay que terminar con el trigo. Tú Gallea, llévate a alguien y descarga el carro. y entonces en el corral, mientras las mujeres iban y venían y se oía exclamar y preguntar y la Pina sacaba las sillas, a la luz de un quinqué Gallea con Ernesto y los otros descargaron las gavillas. Se veían aún en el porche las manchas de sangre. Qué tiene de especial, pensaba, todos los días los caminos se la beben. Pero mirándolo y pensando que ese barro era el calor de Gisella que nos dejaba, me helaba yo también. Luego se oye gritar a un niño, por las habitaciones de arriba; era el niño de la Adele que quería su leche. Luego en la puerta se produce un alboroto. Era el médico y parecía un cazador: con la chaqueta de cuero y la bolsa en bandolera. Se abotonaba la chaqueta y buscaba a Vinverra. Yo pensaba: -Si se ha pasado tanto tiempo con ella, quiere decir que ha podido hacer algo y que está viva -. Desde el corral veía solamente que era un hombre alto, y Vinverra a su lado parecía un jorobado. Los niños que estaban alrededor de la moto se separaron. Las mujeres hablaban y hablaban. -¿Y dónde se ha escapado el otro? -decía el médico. -Le echarán treinta años. Miro la ventana aún encendida y me muerdo los labios. -Lástima. Era una persona sana. Ni los cerdos resisten tanto. Cuide de las otras. Recuerdo que el médico arrancó la moto provocando un 111

ruido infernal, y que Ernesto le hablaba aún cuando ya estaba en marcha. Luego, que encendió el faro haciendo escapar a los niños; y, una vez que cesó el ruido en el llano, en el corral durante un momento se hizo oscuro y nadie hablaba. Corrí entonces, decidido, a buscar a la Adele. Por la escalera la vieja bajaba apoyándose en las dos paredes. -Apártese, -le digo. Detrás estaba la Adele con el niño en brazos que mamaba. La veía en el reflejo de la luz de abajo. -Vuélvase abajo, -dice la Adele. -El médico le ha puesto una inyección, y ya no conoce a nadie. Entonces bajo y me siento en la mesa y miro la palangana; mientras, fuera hablaban en voz alta y Vinverra buscaba a alguien que corriera a llamar al cura.

112

Cuando se fueron todos del corral, yo no me había movido y había visto a las mujeres subir y bajar la escalera, y a la vieja cortar con alambre la polenta y darles a los niños, y poco a poco se había quedado todo en silencio. Se oían los grillos y, a lo lejos, también los perros. Vinverra, con el sombrero en la cabeza, se había sentado también él y miraba fijamente la polenta y parecía escuchar los golpes que los pies descalzos daban en la bóveda. Ya antes se había levantado, había ido al pie de la escalera, y volviendo había dicho, no a mí: -Las mujeres, que esperan al párroco. -Así que la mies está ya trillada, -le digo, -Vinverra. ¿Qué va a hacer ahora? Vinverra me dice: -No, no está trillada. Empezamos mañana. No me había ni mirado, porque escuchaba más lejos, clavando la vista en el suelo. Que mañana la máquina hiciera una plaza era la biblia para él. No se daba cuenta de que las manos me temblaban; pero comprendía que era inútil llevarle la contraria. Y luego, no le hacía caso, porque tenía continuamente algo delante de los ojos como cuando uno va por la calle y de repente ve que un coche se le echa encima. -¿Quién lo trilla? Le faltan cuatro brazos. Pero Vinverra testarudo: -Vendrán a ayudarnos, vendrán. A Ernesto le interesa. -Ernesto está corriendo tras Talino, -digo. -Y hace bien. -No le toca a él, -dice enfadado Vinverra. -No le toca a él. -Era mejor si se hacía su yerno. Así no hubiera pasado 113

nada. Oigo a los perros ladrar más fuerte y apuesto a que había salido la luna. Pensaba todavía que, si no hubiera pasado nada, a lo mejor esa noche me habría encontrado con Gisella y nos habríamos hecho amigos otra vez. -Hubiera sido mejor si el insensato ese se hubiera quedado donde estaba, -dice de repente Vinverra, sin levantar la cabeza. -Su desgracia ha sido salir y volver al pueblo. Yo desde el primer momento en que les vi llegar noté el olor. -¿Olor a qué? -A esa palangana, -responde Vinverra, señalando con el dedo. -Ésta sí que es buena, -le suelto, más enfadado que él, -tenía que habérmelo dicho entonces, que era un delincuente y que había quemado la Grangia, y no haber culpado a los grillos ni pretender que lo protegiera. -Algo tenía que pasar, -dice el otro, testarudo, -había que trillar la mies. Entonces me levanto y voy arriba, y desde la escalera oía farfullar con más fuerza, y veo en la oscuridad a una mujer que no me dice nada y noto olor de hospital esta vez, pero la ventana estaba abierta de par en par y se veía la Grangia, y la luna. Estaban todas en círculo alrededor de la cama, arrodilladas, a la luz de dos o tres velas, y rezaban el rosario. Las de casa tenían en la cabeza el velo negro como si volvieran de misa. Y entre las velas y la luna Gisella estaba en la cama todavía completamente vendada y con un paño blanco en la frente, y la nariz y la boca estaban negras. La luz bailaba y me daba vueltas la cabeza. -Ya está muerta, -pensaba, -ya está muerta -. Le habían hecho hasta el altar sobre una caja, con ramas de olivo y la virgen y terciopelo. Debajo había una palangana y una toalla. Todas me habían mirado y una me pregunta entre dientes: -¿Ha 114

llegado el Santísimo? -¿Está muerta? -digo entonces. La Adele me indica que no, luego va hacia la cama y le toca la cara. Yo miraba, miraba, y una de ellas me suelta a media voz: -Rece también usted para que llegue el Santísimo -.Yo miraba, para hacer algo y para que me dejaran en paz. Entonces vuelve a empezar el rosario. Yo miraba la sábana. Desde que estoy aquí no he dormido todavía una sola noche como Dios manda, pensaba. ¿Cómo hago para aguantar hasta mañana? Y Vinverra se espera que le encienda la máquina. Miraba la sábana y la cara, e intentaba grabarme en la cabeza cómo era Gisella viva, para recordarla siempre. Las heridas en la garganta se quedarán, pensaba, no se cerrarán nunca más como las otras. Cuando morimos, la piel se marchita, ya no se regenera. ¿Quién sabe si le dolía todavía? Entonces me voy, porque el rosario y el altar, y ese olor a ambulatorio, y saber que Gisella estaba viva y no poder hacer nada, me paralizaban las piernas. Además, las mujeres me miraban, y la vieja besaba un rosario y se besaba los dedos y farfullaba, farfullaba como si criticase. Me paro un momento en la última habitación, que estaba a oscuras, y digo bien fuerte: -Habría sido mejor quedarse en la cárcel. Abajo, Vinverra no se había movido de allí. Parecía un viejo en la taberna, acabado por el vino, con el sombrero y con los ojos clavados en la mesa.Y entonces, sin mirar la palangana, cojo un trozo de polenta y me lo como. Sabía a tierra y a potaje frío y al tragármela pensaba en Gisella. Al final oímos ladrar y una voz nos llama, y Vinverra no se movía. Llega Nando, totalmente asustado pero no lo decía, y nos dice en cambio que lo habían parado los guardias. Lo mando a dormir. En el corral hacía fresco, casi frío y se veía la mama bajo la 111;

luna. Me viene entonces a la cabeza Rico y si sabía que esa era la noche en que podía matar a Talino. Él, tenía que matarlo. Le tocaba a él. En la cárcel yo ya había estado. Pero el tal Rico tenía que ser tan cuadriculado como los otros. Luego me pongo a fumar y decía: "Así no que ensucias el agua. Así no que ensucias el agua", con la voz con la que lo había gritado Gisella, pero más bajo. Cómo son las cosas, pensaba: alguien que fuera nuevo y lo oyera contar, le echaría la culpa a ella. Mientras que, en cambio, la culpa era de todos, incluido el brigada de la guardia, y a ella la habían matado. La ventana estaba amarilla, casi apagada. Si subía allí arriba otra vez, las viejas esas se me echaban encima porque no era el Santísimo. Gisella no habría sido así, estaba seguro. Tenía ganas de preguntárselo, pero luego pensaba que estaba muerta. Entro entonces en la cocina, y Vinverra me mira, con esos ojos de muerto. Como más polenta y la mastico y digo: -¿Y si vuelve Talino? YVinverra: -Beba un trago, luego váyase a dormir. Mañana hay que trabajar. -¿No sube? -Ie pregunto. Luego estaba tan cansado que me daba vueltas la cabeza. No recuerdo cómo pasó la noche. Tenía frío, dormía apoyado con la cabeza sobre la mesa, de vez en cuando entre sueños pegaba un salto, intentaba fumar y el cigarrillo se apagaba; luego oía hablar y oía el silencio. Me despierto de golpe, y la ventana estaba gris. Vinverra no estaba, estaba en cambio la Adele que encendía el fuego. Recordaba ahora que había bebido vino con Vinverra; pero de Gisella me había acordado incluso durmiendo, y tenía aún aquel sabor en la boca. -¿Y Gisella? 116

-Gisella sigue agonizando. -¿Le duele? Pero la Adele me pregunta si quería comer. Tenía los ojos rojos y adormilados, y parecía más cansada que yo. Me dice que le vaya a traer agua, si quería calentarme. Fuera clareaba. Tenía el cubo en el fondo del pozo cuando oigo voces y veo al cura con el blusón blanco y un paño en las manos y dos chicos delante. Se dirigen hacia la cocina y el perro ladra. Cuando vuelvo con el cubo lleno, ya habían subido. Arriba oía voces, y farfullar y mover mesas y sillas. Viene Vinverra de la cuadra. Le digo que ha llegado y él me pregunta si venía solo o el sacristán le traía el incienso. Luego se echa un vaso y se enjuaga la boca. En ese momento, por la escalera baja Ernesto. Lo hacía en la colina durante toda la noche, e intenté entonces subir yo también, pero Ernesto me dice: -Espere, le está dando los santos óleos. -¿Y qué? -Las mujeres no quieren. Diciéndolo intenta reír, y tenía que ser la primera vez en toda la noche, porque se le veían todavía las mandíbulas tensas. -Beba un trago, Ernesto, -le dice Vinverra. -Luego será mejor dar de beber al ganado, y ustedes vayan pensando en la plaza. -Todavía no tengo la cartilla, -le digo. Vinverra dice: -Olvídelo, -y nos lleva hacia la cuadra. El terreno estaba todavía húmedo por el rocío y, una vez abiertas las puertas de par en par a la era, preparamos al ganado, porque había que sacar las máquinas al corral. Yo miraba el agujero de la bóveda, por donde Talino se había escapado, y sobre la colina salía ya el primer sol. No se oía 117

un alma, ni un gallo en el campo, y el perro nos miraba trajinar, acurrucado en la puerta. Mientras Ernesto me enseñaba a poner los correajes, echo una ojeada a la Grangla y le digo: -Quién sabe dónde habrá ido. -Volverá, -dice Ernesto. -Dependía de ustedes que siguiera en la cárcel. Ernesto me mira con enojo. Luego dice: -Pensé que le hacía un favor a quien no se lo merecía. Será la última vez. Luego nos llaman del corral. Venían para trillar, caras de la tarde anterior. Uno dice que a Talino lo habían pillado en Monticello; otro que se había escapado hacia la Langa; otro, que no estaría lejos. -¿Pero cómo fue? -preguntaha alguno. -Fue aquí, mira las manchas; si Ernesto el del Prato no lo sujetaba, degollaba hasta los bueyes. Venían otras mujeres y subían. Yo miraba la ventana. Tenía que estar todavía el cura. Cuando llevamos las máquinas al corral de la era, las colocamos en su sitio.Yo observaba el barullo y recuerdo que maldecían todos pero en voz baja. Con el sol en lo más alto el cura aún no había salido. Junto a Ernesto ya había encendido el motor y, al poner la correa, el armazón de madera se cerraba y se abría y hacía un ruido como de mil abejorros. -El pitido, -dice alguien. -Una vez colocada la máquina, hay que hacerla pitar para que todas las quintas lo sepan. -No se puede, -digo, y señalo la ventana. Entonces suben a la trilladora y cogen las horcas, y empiezan a meter las gavillas. Cada gavilla se hundía, como si la máquina fuera a reventar y los abejorros fueran el doble. Al principio esos pocos hombres coman en la confusión, luego me dejan solo con mi horno; desde el portón forman una cadena para las gavillas, y las mujeres se ocupaban de los sacos donde caía la mies trillada. Otras mujeres 118

amontonaban la paja. Las veía con aquellos pañuelos en los ojos, las piernas descubiertas y las faldas al aire. Luego, una me parece Miliota. Entonces, corro y la paro. -¿Tú no estabas aIriba con el cura? -El cura hace un rato que se ha ido. -¿Y Gisella? -Ya no puede hablar -. Miliota estaba sudada bajo el pañuelo, pero tenía todavía los ojos rojos. -¿No ha muerto? Miliota suelta la horca y rompe a llorar. -¿Ha muerto? -No sé, ya no me conoce. Dejar la máquina no podía, no estaba Ernesto. En ese momento oigo un pitido como para reventar los oídos, un pitido largo y me vuelvo: eran dos de aquellos gamberros, pegados a la sirena, que a toda costa querían la señal. Entonces corro y los echo a patadas. Uno resiste y cojo la pala. Volvió a su trigo. Y así siguió esa mañana: buscaba a Ernesto y no estaba. Si uno se dejaba ir, el ruido de la máquina bajo el sol y el polvo te daba sueño. Siempre el mismo tono alto y tono bajo, siempre el mismo calor del sol y del horno, y todos que usaban las horcas y las horquillas y traían los sacos y vuelta a empezar. La tenía tomada con Ernesto que, apuesto lo que sea, estaba arriba.Y pensaba: a lo mejor ya ha muerto, y todo da lo mismo. Si no ha muerto, decía, tal vez oye que están trillando y se acuerda y le adormece. A estas horas ya no le duele. Luego falta el carbón y la máquina afloja. Le digo a Vinverra: -Cuando llegue, llame, -y corro a la cocina. La Adele y otra mujer amasaban. -¿Ernesto? -Está arriba. Arriba hacía fresco, pero Ernesto con el torso descubierto, apoyado contra la ventana, no se movía. La vieja, sentada en la cabecera de la cama, espantaba las moscas de la sábana que cubría incluso la almohada, y parecía que debajo no había nadie. Nadie decía nada. Lo había dado mil vueltas, y ahora 11LJ

estaba casi tranquilo. -La máquina se ha parado, -dice Ernesto, -¿se ha terminado el carbón? Le destapamos la cara y miré durante un rato. -Bajemos, dice Ernesto, -ya no hay nada que hacer. Por mí que pitaran, y que gritaran y que estallase incluso la máquina, pensaba viendo a dos de ellos, rojos y plantados allí arriba, encima del trigo, entre el polvo que quemaba más que el fuego. Es trabajando de este modo como se les va la cabeza y se vuelven como bestias. Alrededor de la máquina parada, con las gavillas deshechas en los brazos, todos vueltos esperando, parecía que supieran que Gisella había muerto. Mientras el trabajo volvía a comenzar, el rumor empezó a difundirse. Entonces había quien hablaba, quien lo dejaba, quien iba a mirar. Las mujeres desaparecieron casi todas. En un momento dado nos quedamos solos, yo, Nando, Ernesto, bajo la correa tensada, y los otros estaban todos en la cocina y en la puerta. Sólo Nando iba y venía contento y sudoroso, trayéndome brazadas de leña para reavivar el fuego. A mediodía me llevo aparte a Vinverra y le digo: -Esta noche me corresponden quince liras, ¿sí o no? Estaba la Adele en la escalera y nos miraba. -Vea cómo se ha quedado la camisa, -le suelto. -No estoy en la cárcel. Esta noche me da lo mío y se busca un maquinista. Ya he hablado con Ernesto, y ahora puede cogerlo. Vinverra me había entendido y ni siquiera resolló. -Antes termine el grano, ¿eh? -Por supuesto, si quiero mi dinero. La mesa estaba lista en el cuarto de la presa. Había sólo tallarines y vino. La vieja se disculpaba porque no había tenido tiempo y los brazos faltaban. Hambre tenía yo también y tenía sueño. Me cojo el plato y 120

me voy a comer a la viga, para estar solo. Luego vuelvo dentro para beber un vaso, y Miliota y la Pina servían a los hombres, que hablaban poco y miraban el plato. Los niños estaban amontonados, y Vinverra con el sombrero en la cabeza se paseaba por la cabecera de la mesa. Voy solo al cuarto de las manzanas de Gisella, y cojo las más hermosas, y muerdo con ganas, como un loco. Esta noche, pensaba, me lleno los bolsillos. Luego me pongo en camino y doy la vuelta a la casa, donde el sol pegaba pero por lo menos no había nadie. Había una higuera que crecía en el estercolero, y me paro allí, y digo: -Basta, tú ya no puedes hacer nada. Cuanto más lo piensas, más muerta está. Conteniendo la respiración, se oía el ruido del sol como si fuera un incendio. Vaya árbol, no tiene ni un higo, decía, y no da un hilo de sombra. Así aprendes a venir al campo. Tu sitio está en Turín. Luego vaya la era y me siento en el escalón de la cuadra, donde había un poco de sombra. Qué más da, me echo en el suelo y cierro los ojos, delante de la Grangia. Mientras dormía, oía las voces de la colina como si estuvieran a dos pasos. Debía de ser el viento. Quién sabe si habían cogido a Talino. No lo van a coger, pensaba, en todas partes es lo mismo. Luego me despierto, y me lo encuentro delante, dándome sombra. Había venido descalzo hasta el medio del grano, y había sentido que me miraba. Perdía sangre de una rodilla y tenía la pernera remangada. Miro a mi alrededor y no había nadie. -He oído la máquina, -dice, -¿De dónde vienes? Él da un paso y se vuelve y me señala la colina. -He dormido en la Grangia, -rne dice, con la voz de siempre. -He oído la máquina. Tengo la espalda destrozada. Sin embargo tenía miedo, miraba a su alrededor. Me entró 1?1

la furia y pensaba: -Ahora me toma el pelo otra vez, si no lo paro me toma el pelo otra vez. -¿Sabes que ha muerto? -Ie digo a la cara. -¿Ha muerto? -suelta él. Parecían los ojos de cuando había entrado en la cárcel. Le bailaban para todos los lados como baila una paja entre los dientes, y no se movía de allí. Los cerraba porque le daba vergüenza, y con la mano se subía los calzones. Aún hoy no sé por qué no me lancé sobre él para tirarlo al suelo. Estaba tan asustado que lo podría haber hecho hasta Nando. -Les toca a los guardias, -decía, -total Gisella ha muerto, total me vuelvo a Turín. Tiene que ir a la cárcel, y les toca a los guardias. Qué estúpido, pensaba, ¿por qué no se escapa? En ese momento me lo imaginaba sobre Gisella que gritaba, y él como una bestia doblándole la espalda y poniéndosela debajo. Me lo debió de ver en la cara, porque me daba cuenta de que temblaba y se retorcía los dedos. Pero ya le había hablado. -Ven al corral, -le digo, -ven a ver lo que has hecho. Pero él dice: -Vete a llamar a Pa, hazme el favor, necesito a Pa. Yo lo miro, lo miro, y luego digo: -Ve tú. Miraba hacia arriba y yo me vuelvo: era la galería donde habíamos dormido. Miraba con esos ojos que no se estaban quietos. Luego habla, no a mí. -Estoy aquí, -dice fuerte con voz alegre. Vinverra estaba en la ventana de la cuadra. Echó a correr hacia las cañas del camino; y un momento después veo al viejo salir y tomar también él, como puede, por el rastrojal. Mientras miraba la colina vacía, oigo a Nando que llama. -Le buscan los guardias, -dice desde la ventana de la cuadra. -En seguida. Pero al corral había llegado el guardia de Monticello y le 122

enseñaba ya al cabo mi cartilla. Los dos guardias llevaban la carabina en bandolera y desde las ventanas las mujeres les miraban. Menos Ernesto y los tres aquellos, el corral estaba vacío. -¿Y cómo va este año el trigo? -dice el cabo volviendo los OJos. -Poca cosa, esta noche está terminado, -suelta Ernesto. -¿No está en casa el viejo Vinverra? -Vuelve en seguida, -dice Nando. -Debe de haber ido a la bodega -.Y con Ernesto se dirigen a la viga, mientras la Adele nos miraba todavía desde la ventana. Pero que me mirara precisamente a mí, no lo creo.

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Cesare Pavese (1908-1950) Cesare Pavese nace el 9 de septiembre de 1908 en S. Stefano Belbo (Cuneo). En Turín, en el Instituto humanístico "Massimo D'Azeglio", "fábrica de antifascistas", fue alunmo de Augusto Monti y amigo de Leone Ginzburg, Franco Antonicelli, Massimo Mila, Norberto Bobbio, Federico Chahod, etc. Se licencia en Filosofía y Letras el 20 de junio de 1930 con una tesis sobre Walt Whitman, e inicia una larga y afortunada actividad de traductor. Arrestado el 15 de mayo de 1935 por su participación en el grupo clandestino "Giustizia e Liberta" y, sobre todo, por su cargo de director temporal de la revista "La Cultura" (había sustituido aLeone Ginzburg, arrestado en marzo del año anterior), fue transferido a la cárcel romana de Regina Coeli y luego condenado a tres años de confinamiento en el pueblo de Brancaleone Calabro. Obtiene el perdón algo menos de un año después, y en marzo de 1936 regresa a Turín y reinicia su colaboración con la casa editorial Einaudi. 1936 es también el año de su estreno poético con el volumen Lavorere stanca, que sale a la luz en Florencia publicado por las Edizioni di Salaria, con Alberto Carocci como curador. Su primera novela, Il carcere, escrita entre noviembre de 1938 y abril de 1939, saldrá sólo en 1949, con La casa in collina, en un díptico "político" de título evidentemente alusivo, Prima che i1gallo canti; la habían precedido Paesi tuoi (1941), La spiaggia (1942), Feria d'sgosto (1946), Dialoghi con Leuco (1947), Il compagno (1947, premio Salento). En noviembre de 1949 saldrá a la luz la trilogía La bella estate (la novela del mismo nombre, Il dievolo sulle colline, Tra donne sale), que ganará el premio Strega en junio de 1950. La última novela, La luna e i falo, es de abril de ese mismo año. Tras el 8 de septiembre de 1943, ya que la casa editorial Einaudi había sido sometida a la tutela de un comisario de la República social italiana, Pavese se guareció en casa de la hermana Maria, refugiada en las Langhe en Serralunga di Crea, y no tomó parte activa en la Resistencia. Tras la Liberación, se inscribió al PCI (Partido Comunista Italiano), colaboró con "l'Unitá" y desarrolló, en la delicada fase de reconstrucción 125

de la Einaudi, una lúcida y brillante actividad de director editorial, creando nuevas colecciones y promoviendo importantes iniciativas (basta pensar a la famosa colección"viola"). La intención de suicidarse, manifestada ya desde los años adolescentes, se convierte en un "vicio absurdo" tras algunas desilusiones amorosas y una progresiva inadaptación existencial, y se traduce en "un gesto"el 27 de agosto de 1950, en Turín, en una habitación del hotel Roma. Se publicaron póstumas las poesías de Yerra la morte e avra i tuoi occhi (1951), los relatos de Notte di [esta (1953), la novela Fuoco grande (1959), escrito en colaboración con Bianca Garufi, el ciclo de relatos (y poesías) juveniles Ciau A1asino (1969). Son también póstumos los ensayos de critica La letteratura americana e altri saggi (1951) y el diario, titulado Il mestiere dí vivere (1952).

1?f)

Un mo.r

de sUeños

COLECCIÓN "UN MAR DE SUEÑOS" 1

CUENTOS DE LA ISLA DE LAS NURAGAS Bianca Pitzorno

2

CARRETERA CENTRAL Relatos Asociación de escritores de Bolonia

3

GENTE DEL ASPROMONTE Corrado Alvaro

4

RELI\TOS ESCOGIDOS Curzio Malaparte

5

DE TU TIERRA Cesare Pavese

6

LA GATA CENICIENTAY OTRAS FÁBULAS DE "LO CUNTO DE LI CUNTI" Giambattista Basile

197

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babia dicho que 00 na la primera \ou que salia de allí )' que un hombre romo él tmia que pasar también por eso, pero en eee se Kha a reir ron pkantia romo s.i fuhamo!,

un lK:Jmbr!' r, en un prado, ). se pone el fardo bajo d br.v:o y me dice: Si no fuera por mi padre.•. -. Que se édlara a reir me Jo espaaba: ~ UlJ paJurdo como é!IE- no salr de allá dentro sin hacer

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locuras., pero l'Ia una risa picara, de esaI sueltan pal'll ~ciar una &:lnv~ción. - Esla noche 00 gallina ron tu pedre, - le digo miíando la

que se

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