Rudy Kousbroek El Secreto Del Pasado

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Rudy Kousbroek

El secreto del pasado Cuarenta viajes a través del tiempo en blanco y negro

Selección y prólogo Maarten Asscher Traducción de Diego J. Puis

Adriana Hidalgo editora

Rdy El secretod,1pd- 12 ed. Buenos Aires: Adriana Hidalgo ,dN, 214 p. : 1. 119,13

2013

O,,,. -

Traducido por: Diego 1919 ISBN 978-987-1923-05-2 1. N,,,,6,-, holandesa. 1. P,,1, Diego, trad. II. Ti,,,!,, 839.31

CDD

PRÓLOGO

Maarten Asscher

narrativas

[se l ecc ió n ] Título original: Opgp'd Traducción: Diego J. Puls, con la colaboración19 María Cristina G1ibca Editor: Fabián L,b,sglik Maqueta 19 tapa: Eduardo Swpí Diseño: Gabricla Di Giuseppe 1 edición 1 edición o España Selection ofDy

Opgpd (2003), (2005), Ht ,adda19- hk 19g (2007) ©byRdyKbcak O6g196ly p,,b1ihd by Uisgij Augustus, Aescad,, © 19k cad,'19ó,,: Diego J. P1 del prólogo: Maarten Ascher © Adriana Hidalgo editora S.A., 2013 Córdoba 836 -19 13 - of. 1301 (1054) Buenos Aires

ISBN Argentina: 978-987-1923-05-2 ISBN España: 978-84-92857-94-4 Impreso Argentina Pi,,tdi,,Argentina

Queda hecho el depósito que indica la ley 11 .723 Prohibida 19 reproducción parcial o total 19, permiso escrito 1919 editorial. Todos 1,. derechos reservados.

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Este libro fue publicado 19 apoyo 19,19 F,,,,d,i19, neerlandesa 19 kt,,,.

Rudy Kousbroek (1929-2010) cultivó el género literario conocido en el mundo entero como "literatura del exilio". En ese sentido, su obra puede compararse con la del palestino Edward Said o la del alejandrino André Aciman. Nacido en 1929 en la isla de Sumatra, hijo de un hacendado holandés, en 1946 emigró de las Indias Orientales Neerlandesas y, previo paso por Amsterdam —donde residió cuatro años—, se estableció por un largo período en París, ciudad en la que estudió japonés, chino y matemáticas, entre otras cosas. Desde París, en la década de 1960 comenzó a publicar artículos en periódicos y semanarios holandeses como corresponsal cultural independiente. Tal como les sucedió a Said yAciman, la experiencia del exilio marcó su condición espiritual por el resto de su vida. Su juventud en las Indias determinó en gran parte su escritura, tanto en lo concerniente a las fuentes emocionales como al programa intelectual. En total, Rudy Kousbroek pasó casi cincuenta años de su vida fuera de los Países Bajos. Aun así, es considerado —con el eslavista Karel van het Reve— el ensayista más importante de la literatura neerlandesa de la posguerra.

Ya en 1975, su obra fue galardonada con el premio P.C. Hooft, la distinción literaria más prestigiosa de los Países Bajos. En la década de 1950, como poeta experimental, Kousbroek era lúdico e ingenioso. Como ensayista político y cultural, en los años sesenta y setenta fue un racionalista crítico y un temido polemista. En su aversión por fenómenos tan variados como la religión, el maoísmo, la cría industrial de animales, la modá o el deporte, podía ser muy vehemente, con unaactitud rayana en el activismo, como lo demuestran sus ensayos y artículos publicados en los años ochenta y noventa. Peto la selección que aquí se presenta de su producción ensayística tardía se caracteriza sobre todo por dos de sus móviles más profundos: la curiosidad y la nostalgia. La enorme amplitud de ámbitos que gozaban del interés de Kousbroek procedía de un espíritu investigador —de formación académica— unido a una gran afinidad con el pensamiento metódico y las maravillas de la técnica. Por otro lado está la nostalgia, que impregna su obra hasta en lo más recóndito; una nostalgia íntimamente relacionada con el hecho de que las Indias Neerlandesas, donde el autor pasó los primeros diecisiete años de su vida, tras su emigración hacia Europa se volvieron para siempre inalcanzables. Si alguna vez ha habido un escritor para quien la edad adulta supuso la expulsión del paraíso de su juventud, ese ha sido con certeza Rudy IKousbroelc. Desde esa posición marginal, en parte obra del azar, en parte cultivada por él mismo, terminó siendo

un gran crítico de la mentalidad holandesa, que tildaba de mezquina y antiintelectual. En una entrevista llegó a calificar a Holanda como "e1 pals más rústico de Europa". La añoranza de su país de origen, las Indias irrecu perables, constituyó en la escritura de Kousbroek una fuente que alimentaba los más diversos recuerdos y fantasías, y el hilo conductor de sus numerosos intentos por recobrar y evocar el pasado, también en otros lugares y en otros. tiempos. Ya la fascinante naturaleza de las Indias, con sus tigres y sus kalongs, sus volcanes y waringins, representaba un mundo de ensueño inigualable, comparado con los llanos y húmedos Países Bajos, donde canales, autopistas y antiestéticos edificios de apartamentos acotan la imaginación del ser humano. Mientras en sus novelas sus coetáneos Harry Mu lisch y WilIem Frederik Hermans daban un lugar, en la literatura de los Países Bajos, al tema de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, el ensayista y periodista Rudy Kouabroek inmortalizó con su pluma como ningún otro el drama de la descolonización de las Indias Orientales Neerlandesas. Con la proclamación de la República de Indonesia, en 1945, y el subsiguiente cruento proceso de descolonización, que se extendería por varios años, llegó a su fin la presencia colonial de los Países Bajos en el archipiélago Índico, que había durado en total más de trescientos cincuenta años. En su obra, Kousbroek abordó esa historia desde una multiplicidad de ángulos —político, histórico, autobiográfico-

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y alcanzó la mayor carga expresiva y significativa en su gran libro Het Oostindisch Kampsyndroom (El síndrome del campo de concentración en las Indias Orientales) de 1992, considerado su obra magna. Como casi todos sus libros, está articulado en gran parte alrededor de textos escritos originalmente para la prensa, en concreto para el periódico NRCHanclelsblad, del que fue redactor cultural durante más de veinte años. En los últimos diez años de su ylda, para plasmar esa característica amalgama entre el arte de los recuerdos autobiográficos y la reflexión histórica, Rudy Kousbtoek encontró un formato ideal y personal, que llamó 'fotosíntesis": una combinación de una fotografía en blanco y negro impresa en papel común con un ensayo breve, de no más de mil palabras. La aplicación de ese formato evolucionó hasta convertirse en un subgénero idiosincrático dentro del ensayo. Kousbroek publicó estas fotosíntesis primero en forma de serie en una variedad de periódicos, y luego en una colección de tres volúmenes. Este particular formato literario-visual aplicado al ensayo autobiográfico le valió el premio Jan Hanlo 2005, otro importante premio a la ensayística en lengua neerlandesa. Por fin, la totalidad de las casi cien fotosíntesis se reunieron en 2010 en un gran tomo único bajo el título de Opgespoorde wonderen (Rastreando milagros). A mi entender, esa compilación se aproxima bastante al libro ideal, si lo definimos como un libro que siempre puede volver

a leerse, sin que se agoten la fascinación ni el encanto que de él emanan. El volumen El secreto del pasado. Cuarenta viajes a través del tiempo en blanco y negro comprende una antología de cuarenta fotosíntesis. Para llevar a cabo esta selección —personal por definicióh—, me guié en pri mer lugar por la intensa fascinación de Kousbroek por el tema del "recuerdo", el funcionamiento de la memoria, el misterio del paso del tiempo y cómo ese misterio puede evocarse en la mente humana, pero nunca descifrarse en su totalidad. Los escenarios del recuerdo que se presentan aquí son en su mayor parte las Indias, París y el resto de Francia; muchos portadores del recuerdo suelen ser animales —más que personas—, aunque no faltan aparatos, máquinas y edificios. Sin embargo, todo lo que escribe Kousbroek está irradiado por una compasión casi sobrehumana, una sensibilidad emocional ante lo vulnerable, una íntima empatía por todo lo que vive o ha vivido alguna vez. El mundo del pasado, estático y representado exclusivamente en blanco y negro, parece adquirir en el texto de Kousbroek que lo acompaña, tanto color como movimiento. En su conjunto, las fotosíntesis de esta antología conforman un monumento al recuerdo autobiográfico y una protesta elocuente contra el paso del tiempo. Kousbroek logra relacionar en ellas, de forma extraordi-naria, el tiempo de vida de una persona con el paso del tiempo en cuanto dato histórico. La fotografia como

arte del recuerdo es su aijada en esta empresa, la panacea con la que une —en apariencia, sin esfuerzo— el pasado con el presente. Con todo, en El serreta clelpasado Kousbroek extiende una búsqueda autobiográfica proustiana convirtiéndola en un intento exhaustivo por recrear, con la mayor exactitud posible, el paisaje, la música, la rquitectura, la ternura y el olor de un "tiempo perdido" para siempre. Ruinas en la jungla, los zepelines del período de entreguerras, estaciones de tren demolidas, mascotas muertas, las ralles de París, una pequeña iglesia en el archipiélago de Banda, la despedida de un transatlántico... el catálogo de emociones que logra evocar Rudy Kousbroek se mantiene en perfecto equilibrio por la suprema precisión con la que el escritor investiga y presenta sus hallazgos. Curiosidad y nostalgia. En estas "fotosíntesis" se confunden en un único estado de ánimo. Gracias al ensayo que la acompaña, la fotogtafia del padre con la que concluye el libro —unívoca a primera vista— se convierte en un retrato cautivante de una persona amada de dimensión universal. Existen pocos libros en la literatura de los Países Bajos que despierten de la misma manera en el lector el deseo de identificarse con los móviles más íntimos de un escritor. Maarten Asscher (195 7) es jurista, ensayista, poeta, traductor de poesía y librero. Entre 1992 y 1998 fue el editor de la obra literaria de Rady Koosbeoek en Holanda.

EL SECRETO DEL PASADO

FUNES

Cuando tenía doce años, quería poder recordarlo todo y ver con los ojos cerrados. Ahora sé que también otros han tenido tales exigencias para con la vida: Borges pretendía el recuerdo total y'Hein Donner, ver con los ojos cerrados. Borges (dejo a Donner para otra ocasión) creó la figura de Funes el memorioso, el joven que retenía en su memoria todo lo que entraba en su cerebro, no importaba por qué vía, pero principalmente a través del ojo. Podría decirse que la facultad de recordar de Punes es, en realidad, una metáfora de la fotografía. Que la fotografía todo lo conserva y, a diferencia de lo escrito, encima sin faltas, es algo de lo que me percaté sólo más tarde. Todo desaparece, salvo lo que está fotografiado. La única imperfección es que la fotografía no abarca la realidad en su totalidad. No obstante, lo que muestra la fotografía es: "esto ha existido". A menudo las fotos son fruto del azar, pero esta no. Los antecedentes son curiosos: después de la Primera Guerra Mundial, cuando arrancó la industria cinematográfica, surgió en Hollywood la necesidad de contar con decorados para las películas ambientadas en Francia. Esos decorados debían parecer auténticos. Se creó una

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oficina dedicada a tomar fotografías de la realidad cotidiana en Francia, principalmente de París, y de ese modo se obtuvieron imágenes de todo tipo de sitios existentes: una terraza de café, la portería de un conserje, e1 escapa rate de un zapatero, los interiores de una peluquería, de una oficina de correos de un restaurante comon y también de detalles: por ejemplo, cómo eran el contador de un taxi parisiense, o la ventanilla de un banb, el lavabo de una habitación de hotel de la Ciudad Luz, la bicicleta de un repartidor de periódicos, la gorla y el capote de un policía. Las romas las realizaban por encargo los hermanos Séeberger en París. Por eso estas fotos tienen algo muy singular Si no se conocen los antecedentes no se sabe donde radica esa singularidad Tienen la identidad de las cosas que nadie mira cosas cotidianas que nadie registra conscientemente, pero que aquí forman parte de una percepcion universal en la que todo tiene el mismo peso. Lo que muestran es el aspecto que tienen las cosas cuando no se olvida nada, cuando se tiene la memoria de Funes el memorioso. En otras palabras, son imágenes de una universalidad, aunque sea limitada, pues es evidente que no lo abarca todo: un ejemplo de metonimia, un todo designado por una parte. Limitada también en el tiempo, una realidad que ya no existe: París en los años veinte. Y también en esto hay algo singular, un paralelo extraño: los años veinte parisienses tienen algo universal. Fueron los años más fecundos del siglo, mucho de lo que entonces era

nuevo todavía hoy es reconocible. A esto se suma el hecho de que la arquitectura de París apenas ha cambiado. De ahí la perfección de esta imagen, conmovedora como un juguete reencontrado. Tan perfecta, tan intacta, tan parte de una realidad integral y conducente al irrefutable sentimiento de que el pasado no ha desapa` Lo admito, mucho recido, sino que está en otra parte. de esto es personal y tiene que ver con esa segunda juventud victoriosa que experimentaron los automóviles de los años veinte, y que también yó pude aprovechar personalmente Después de 1945 estos coches a menudo de alta perfección tecnica fueron comprados con avidez por jóvenes interesados en historia y en mecánica es por eso que aun hoy los asocio con la juventud Lamentablemente, ahora se han convertido en objetos de colección para fanfarrones adinerados. Este Renault NN descapotable fabricado hacia 1925 es un buen ejemplo de un vehículo en el que tres décadas después yo veía cómo se paseaban temerariamente a los estudiantes parisienses, con inscripciones tales como Ne riezpas macsame, votee JIile estpeuc-étre dec/ans!' Con el radiador detrás del motor (4 cilindros, 850 cm 3), tres velocidades, el volante a la derecha, depósito de gasolina adelante sobre las rodillas, con un pequeño grifo para cortar el suministro. Apto para 80 km/h con viento a favor. S oplándote el pelo. Mi nombre es Funes.

¡No se ría, señora, que tal vez aquí dentro esté ccc hija!

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EL MÁS ALLÁ

Sobre lo que ha sido y ya no es. Sobre cambios incomprensibles. No parece nada fuera de lo común, y al mismo tiempo es un gran misterio. ¿Qué eslo que antecede a esta escena? ¿Qué hechos se han desarrollado allí? De niño me atormentaba el temor a que mis padres ya no me reconocieran o que hablaran una lengua ininteligible. Con seguridad ese temor tenía que ver con la circunstancia de que me habían enviado a un internado y que en ocasiones pasaba varios meses sin verlos. Veía a otros padres, pero no eran los míos. Casi todas las semanas debía observar cómo los progenitores de otros niños venían a buscarlos para llevárselos por el fin de semana. Ellos tenían padres y madres que vivían en plantaciones cercanas; los míos vivían lejos: les tomaba casi un día entero llegar en coche al internado, con lo cual no venían nunca. Por eso, ya pronto comencé a preguntarme si todavía sabría reconocerlos. Decidí ejercitarme, y después de un año aún era rapaz de dibujar de memoria un fiel retrato de mi padre. ¿Y ellos? ¿Todavía se acordarían de quién era yo? Pasado cierto tiempo comencé a dudarlo. ¿Habría cambiado

0 tanto que ya no sería posible reconocerme ('quién eres, muchacho?", al intentar abrazarlos) o me equivocaba y yo no era su hijo? Especialmente esto último me resultaba aterrador. Aún recuerdo con claridad cómo me imaginaba que pasarían por mi lado sin yerme; veo la cara de mi padre, nuestras miradas que se cruzan, pero él no da ninguna señal de reconocimiento y sigue caminando. Y es como si su cabeza, que conozco tan bien, se convirtiera en la de otra persona, la cabeza del padre de otro. Mi madre ha pasado de largo ya hace raro, sin percatarse de mi presencia. En una fase posterior me surgía la duda de si en realidad hablábamos la misma lengua. Algunos niños del internado se comunicaban con sus padres en inglés y otros en francés. Se me ocurría que si eso llegaba 'a pasarme a mí, no los entendería. Todavía peor sería que ellos me hablaran como siempre en holandés, pero que las palabras hubieran adquirido un significado diferente; por ejemplo, que "comer" equivaliera a "morir", y "leche" a "sangre" ("quieres comer?, ¿tomas leche?"). A veces hacía ejercicios a fin de estar preparado para cualquier eventualidad y ser yo quien cambiara las acepciones. ¿Por qué causa fortuita las palabras adquirían sus significados, que —más fortuito aún— todo el mundo conocía? • Cuando mucho tiempo después leí a Descartes, re1 conocí algo de mí mismo en su temor a que la creación

no fuera obra de Dios, sino un inmenso fraude, maquinado por un espíritu omnipotente y malvado. La idea parece bastante plausible. De niño me preguntaba —casi como Descartes— si, de ser así, podíamos deducirlo de algo, o si había signos que lo indicaban, o algún elemento del que se lo pudiepa inferir. Al contemplar esta foto, tengo otra vez esa antigua sensación. Un gran misterio: ¿qué ha sucedido allí? ¿Cómo sería la escena precedente? Todo me resulta familiar, como si lo conociera de siempre. Pero ¿en qué lo percibo? Las aves ocupan un lugar especial en el reino de los animales. Son un gran consuelo; como me ocurre con todos los animales, me derrito ante su visión, pero lo cierto es que frente a ellos uno se siente impotente, no los puede tomar en brazos; en realidad, sólo existe la posibilidad de mirarlos y de hablarles. También son los únicos animales que saben hablar. Son pequeñas personas que llevan las manos en los bolsillos. Lo que representan los pájaros de la foto está claro: son almas de personas que, como es sabido, tienen alas. Es una foto del más allá.

RUE BROCA

No es fácil adivinar lo que esta foto me trae a la mente: una hemorragia nasal. En una de estas rasas me rompí la nariz. Es la calle Broca, en el quinto distrito de ParE. Fue en una escalera oscura. El interruptor de luz no funcionaba, o funcionaba con intervalos tan cortos que uno tenía que volver a pulsar el botón al llegar a cada piso. Si la luz se volvía a apagar antes de alcanzar el rellano, uno se encontraba en medio de la oscuridad, buscando a tientas el botón. Estaba oscuro romo boca de lobo, me tropecé, caí de bruces y como consecuencia sufrí esa hemorragia. Parecía una catarata del Niágara, no paraba nunca, y todo eso en la oscuridad. Más tarde —años más tarde— resultó que alguna vez me había fracturado el tabique nasal. Seguramente ocurrió en esa ocasión. Cuando mito esta foto me asaltan los recuerdos. Todas estas casas se derribaron en 1970. El pintor holandés Corneille vivía allí, creo que en el edificio del medio, donde se ve un pedazo de cortina escapándose por la ventana, y si no, en una casa similar un poco más adelante. Yo mismo vivía en la Place de la Contrescarpe, no muy lejos de allí. Por cierto, el apartamento de Corneille

la se encontraba en la parte trasera del edificio, Había un amplio pasaje que conducía a un patio donde desembocaban todas las escaleras: EscalierA, Escalier B, etc. En la oscura fachada de la izquierda se lee CharbonsCafé. Un café con una carbonería aneja era una combi nación habitual, regentada por Jo general por migrantes de la región de Auvernia, a quienes llamaban le bougnac, el carbonero auvernés. En la fachada de lá casa de las mansardas figura Caves de la Gironde, o sea, una tienda de vinos procedentes de los alrededores de Burdeos. Del edificio de enfrente cuelga un letrero negro con la palabra "hotel". Inmediatas asociaciones eróticas. Si uno quería hacer el amor, en Holanda no había adonde ir, pero en París uno iba a un hotel así, o también a una casa de baños privada —había una cerca, al final de la calle Mouffetard—, donde estaba permitido entrar de dos en dos en una misma cabina. En las casas de baños muni cipales esto era imposible: en ellas había secciones separadas donde se oía únicamente el ruido de las duchas, pero en las privadas sonaba a menudo desde las cabinas la combinación celestial de besos, gemidos y agua corriente. En la fachada central, digamos la de Corneille, tam bién hay una inscripción, casi borrada, que no llega a leerse bien ni siquiera con lupa. Son palabras escritas en forma de un arco. A la izquierda del balcón veo passage, y a la derecha algo así como enfer, lo que por supuesto me hace pensar de inmediato en Une saison en enfer de Arthur Rimbaud, un gran poeta, que hasta llegó a vi-

sitar nuestras antiguas Indias Orientales Neerlandesas. Una temporada en el infierno trata de su lucha con la fe, que no quería abrazar, aunque tampoco rechazar. Recuerdo con claridad el estupor de mis padres al ver salir de una casa semejante a una elegante parisina, lo que me permite ver por un instante esas casas a través de sus ojos: covachas viejas, mugrientas, inhabitables. Para mí eran valiosas y preciadas, testimonio del respeto por los edificios antiguos y de la ausenia en Francia de un afán de inmiscuirse en todo. Pero ese afán —aunque fuera en estado latente— por supuesto que allí también existía, y se manifestaría años más tarde a través de toda clase de medidas paternalistas, entre ellas le ravalement, la limpieza de las fachadas parisienses por orden de Andre Malraux Una lástima, ami me gustaba esa arqui tectura negra tan maravillosamente materializada por Víctor Hugo en sus ilustraciones en tinta china Del apartamento de Corneille ya no me acuerdo el no trabajaba allí, su taller estaba en la calle Santeuil. En ci momento de mi caída, estábamos subiendo juntos la escalera, e incluso me acompañó a la farmacia para que me prestaran los primeros auxilios. Me basta contemplar un buen rato esta foto para experimentar mi propia temporada en el infierno: esas casas, en mi memoria todavía tan reales... La idea de que todo eso ya no existe es desgarradora. Lo único que aún me recuerda a esas casas desaparecidas es mi tabique nasal fracturado.

0 LA VIDA DE VERDAD

¿Quedarán todavía holandeses que hayan sido concebidos en esta habitación del Hotel des Indes, de Batavia? Presumiblemente sí. El hotel estuvo enboga por mucho tiempo entre parejas de recién çasados en viaje de bodas. Esta foto que algún día me dio Rob Nieuwenhuys' muestra cómo era a comienzos del siglo XX el decorado de los actos ocultos correspondientes. Según me explicó, se trata de una habitación de ese hotel, donde, como es sabido, se crió: su padre era el gerente. No es de extrañar que sea tan oscura. Hace cien años, el mundo era mucho más oscuro que ahora. Miro las camas y me imagino cómo las vería esa gente vestida de blanco: aquí lo haremos, luego, esta noche, ahora. Veo esas ventanitas altas a la izquierda, que en realidad no son más que rejillas de ventilación, lo sé por experiencia; ¿en cuántas habitaciones indias me habré puesto a contemplar el cielo nocturno ecuatorial por un enrejado así —hecho normalmente de ladrillos que formaban una especie de estrella—, con el ruidoso canto de los grillos o el repiquetear de la lluvia como telón Smzng (India N,Lrnda4, 30/6/1908 - Amtodz,, 811111999 [90. de TI.

la de fondo, y habré visto cómo amanecía a la mañana siguiente? También esos antepasados, cuyos acuendos blancos descansarían sobre alguna de las sillas, lo ha brán visto y habrán pensado: de modo que esto es/nunca más voy a soltarte/ahora comienza la vida de verdad. Cuán bella es la habitación! Así se veía el mundo antes de que todo se sumiera en el agua jabonosa del sentimentalismo. Adusta, fría, sobria, funcional, casi una habitación de hospital. Provista de agua corriente y luz eléctrica. Con una lupa observo el grifo: sí, el conocido, de latón, con los cuatro brazos y la boca ancha, que hacía ,pshhh! al abrirla. Muy moderna: en muchos hoteles, incluso de Francia, hasta hace poco había unas mesita 1 de mármol con una gran jofaina de loza y un aguamanil. Sobre la repiaa de arriba hay también dos ja rriras de vidrio con un vaso. El lavabo es el único objeto de toda la habitación que tiene líneas curvas. Miento: los sopores de hierro fundido, casi invisibles, son de un muy discreto art nouveau. La luz se enciende yac apaga con una llave giratoria —que antes de la guerra era la forma usual en las Indias—, inmortalizada por Joop Al2 en su libro sobre Ambarawa'. Hay otra cosa más que permanece invisible en esta habitación de hotel, yes la ausencia de aire acondicionado. En teoría ya existía, pero en la práctica faltaba mucho Liaaxn (Holanda), 21-6-1947-Ámtnaiax, 30-3-2002 [N. de T.]. Campo de concentración y trabajos forzados creado en Jna durante k ocupación japonesa [N. de T].

para que llegara, lo que late una gran bendición, ya que el aire acondicionado es un invento hostil al hombre. Cuando llego a un hotel de mi antiguo país de origen, suelo apagar de inmediato este secador de las vías respiratorias. Pero en fin, en este caso todavía no era necesario. Cuando veo esas dos camas con mosquitero, me inunda la sensación de que la intención siempre ha sido que el mundo estuviera conformado de esta manera, con ese tipo de camas: esos dos espectros, esas dos kaa/.'as sagradas, con la hermosa ropa de cama india oculta en su interior y un pensamiento cariñoso dirigido a las manos nativas que tendieron esas camas. ¿Quién no querría que su vida hubiera comenzado allí? También hacen pensar en carromatos, coincidentes con el amplio y legendario arquetipo de la cama como medio de transporte. ¿Medio de transporte hacia dónde? Mejor no pensar en eso ahora y quedarnos con el embelesamiento. Sin embargo, por más hermosa que sea, hay algo en esta habitación que me gustaría cambiar: en pareja bajo el mismo mosquitero es mucho más divertido (tutup ki?ambu, bu/ea kain); es una pequeña habitación, el equivalente tropical de la cama empotrada en un armario, donde la permanencia puede ser igualmente muy agradable, pero eso ya casi nadie lo sabe. Por otro lado, también los mosquiteros a veces resultan sofocantes y calurosos, aunque nunca tanto como las camas empotradas, más apropiadas para el invierno, la cueva donde hiberna el oso. Lo que me sigue rondando por la

cabeza es esa descripción de Joop Al de una llave de luz giratoria llena de chinches, que uno por supuesto hacía girar con mucho cuidado, evitando aplastarlas y electrocutarlas, pues de lo contrario el olor era insoportable. ¿Chinches en el Hótel des Indes? Claro que no; lo que describió Joop Al epa un campo de concentración. Y esto pone al descubierto la dimensión oculta que presumíblemenre sea la razón por la cual esta foto tiene también para mí algo aterrador; además, recuerda a esos campos, con lugares parecidos que en la guerra servían muchas veces para encerrarnos. También por eso está oscuro.

LA ISLA

un LAS JÓVENES

De la Isla de las Jóvenes —escribí— no existen fotos. "Cómo que no!", exclamó una amiga erudita que ha profundizado en las colonias de artistas del Monte Ve rit, a orillas del Lago Mayor. Y me mandó la prueba: el libro Asrona - Monte Veritá, de Robert Landmann (1973), de donde procede esta foto. Me sorprendió. Ea, en efecto, una foto evocadora, tomada alrededor de 1937 en lo que el autor llama Insel der Seligen, o Isla de las Bienaventuradas: "San Pancracio, la isla perseguida por el escándalo, propiedad del empresario hamburgués Max Emden". No puede negarse que esta foto parece confirmar la aseveración de mi amiga; sin embargo, yo sigo pensando que de la auténtica Isla de las Jóvenes no existe ninguna foto. Esta es más bien una foto de la Isla de las Señoras. Y no es que la desestime, también tiene que haber una Isla de las Señoras; no tendría ninguna objeción en convertirme en su único habitante masculino. No sé de cuándo daca la existencia de la Isla de las Jóvenes en la literatura, pero esa última condición es crucial: la presencia de otros hombres es indeseable y molesta, pues de hecho así dejaría de ser una isla de doncellas. 29

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