Siembra De Nubes. Oswaldo Zavala

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ÜSWALDO ZAVALA

Siembra de nubes

ÜSWALDO ZAVALA

(Ciudad Juárez, México, 1975)

es narrador, periodista y profesor de literatura latinoamericana en el College of Staten Island, City University of New York. Obtuvo un doctorado en letras hispánicas en la Universidad de Texas, Austin, y en literatura comparada en la Universidad de París m, Sorbonne Nouvelle. Ha escrito para periódicos y revistas de México y Estados Unidos, incluyendo El Diario de Ciudad Juárez y el semanario Proceso. Su trabajo académico ha sido publicado en México, Estados Unidos y Europa. Su ficción ha aparecido en la antología Los mejores cuentos mexicanos

2004

y

en las revistas Textos, Rio Grande Review y

Literal. Es coeditor, con ]osé Ramón Ruisánchez, de Materias dispuestas: juan

Villoro ante la crítica, de próxima aparición. Diseño de portada y foto de autor: José Antonio Contreras

~ Cuarto Creciente

editorial

praxis

Para Mateo Enrique Zavala, que flota mientras escribo. Para Sarah Pollack, que cuando se llama Juliet es la misma rosa.

D. R. e Oswaldo Zavala D. R. © Editorial Praxis Primera edición 2011 ISBN: 978-607-420-064-5 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o trasmitida, en cualquier sistema -electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro-, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso escrito del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección, son propiedad de los editores.

Editores: Dante Salgado / Carlos López Diseño de la portada: José Antonio Contreras Formato electrónico: Luis Chihuahua Luján

HECHO EN MÉXICO

... la relation, généralement moins explicite et plus distante, que, dans I'ensemble formé par une ceuvre littéraire, le texte

proprement dit entretient avec ce que l'on ne peut guére nommer que son huiquitexte: litre, sous-titre, intertitres; préfaces, postfaces, avertissements, avant-propos, etc.; notes marginales, infrapaginales, terminales; épigraphes; illustrations; priére d'insérer, bande, jaquette, et bien d'autres types de signaux accessoires, autographes ou allographes, qui procurent au texte un entourage (variable), et parfois un commentaire, officiel ou officieux. dont le lecteur le plus puriste et le moins porté a l 'érudition externe ne peut pas toujours disposer aussi facilement qu 'il le voudrait et le prétend. GÉRARD GENETTE, Palimpsestes. La Littérature au second degré

Borges imagina un objeto mágico, el Aleph, en el que también estaba reflejado todo. Con su gusto por el cuento policial sajón, le dio un aire clandestino, lo sitúa en un suburbio de Buenos Aires, no sin antes dejarnos algunas posibles claves detectivescas. El protagonista, que lo encuentra por azar, va en busca de una joven que con el apellido argentino de Viterbo -¿vida a verbo fundida?- lleva el nombre, caro al Dante, de Beatriz, siempre a la entrada de todo paraíso perdido. No hubiera estado mal que Beatriz lo sacase de su reiterada confusión entre la eternidad -pesadilla para los efímeros- y la vida eterna. Lo único que no aparece en el espejo mágico del señor de los jardines que se bifurcan es esto tan simple: un nacimiento. FINA GARCÍA MARRUZ,

La familia de Orígenes

Avant la lettre

•Q

uépasa al interior, Mateo, cuando presiono el tablero y aparecen las letras que te nombran, que te imaginan flotando en algo parecido a un magma cálido y apacible, como recostado en la hamaca al atardecer de una playa ardiente? Odio los veranos y sus excrecencias húmedas, pero te pienso en este instante como algo radicalmente opuesto a mi circunstancia: hace un frío crudo en París que yo disfruto como nadie, bajo un cielo que se esfuerza en llover con insistencia desesperada, como si las gotas afiladas quisieran rasgar las gabardinas delgadas de los que vinimos a Les Deux Magots a tomar café en medio de esta tormenta de enero. Nos aferramos a caminar sobre las piedras de las viejas calles de Saint Germain para cubrir la ciudad aunque sea con la borrada ilusión de una sombra tenue, confusa, delgadisima, apoyada en esas anémicas nubes que me obligan a pensarte en otro espacio y otro tiempo ajenos a los míos. Ojalá respondieras con tu voz que ni siquiera consigo imaginar: ¿pasa algo al interior mientras escribo tu nombre?

¿

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Acabo de leer este poema de Mi/tos Sachtouris: Lamenté hasta el final que fuera un niño. Debió haber sido una nube. De aquéllas en que se esconden las aves,

Los tres robos

[cuando tienen miedo.

Que seas esa nube, no sé por qué, me llena de una profunda tristeza, parecida al hecho de no estar más cerca de ti ahora mismo. Pero también me ilumina con un raro resplandor, como si elpoeta descubriera un arcano ontológico: ser nube, ser el translúcido escondite de unpájaro temeroso, cegado por el sol en busca de una sombra suspendida en el aire (como mi sombra en las calles de París), construye un problema que ignoro si podré resolver. Como mi historia, que también es la tuya, que voy a contarte y que confio que leerás muchos años después de esta tarde en que escribo, cuando estés en mejor edad de conocerla. Pero no me malentiendas. No quiero tu simpatía adulta. Mucho menos tu conmiseración. Quiero dejarte estas páginas a modo de respuesta a las preguntas que tarde o temprano subirán por tu espina dorsal como un escalofrío de otoño, torciendo la dirección de tus pasos. La narración te convertirá en el centro de su precisa cadena de causalidades, y si en algún momento estas palabras rozan la literatura, querido Mateo, entonces te habrán rozado a ti también. Porque, ante todo, eres producto del acto literario más radical de mi vida. Si aceptas esta premisa, sigue leyendo. Leer es algo parecido a unpacto religioso. No te pido que me creas: te pido que me tengas fe.

oz París, enero de 2009

eí a tu madre mucho antes de conocerla. Le habían traducido su primer libro escrito cuando apenas llegaba a los 24 años: un volumen delgado, de pasta dura y clara, ganador del premio Gallirnard al mejor poernario francés del año. A razón de ese y otros atractivos (su foto, a tres cuartos, el cabello rubio, a los hombros y revuelto, la mirada baja, corno leyendo o recitando con unos pequeños lentes de armazón rectangular, un suéter blanco de lana y cuello alto) decidí robármelo, salvarlo del caos ofensivo de la Librería de la Universidad, apretujado entre un libro de autoayuda y otro de esoterismo. Yo casi alcanzaba los dieciséis años, aunque es probable que al verme la cajera no me concediera más de trece, despistada por mi ingenuidad de niño ladrón primerizo. Observó cuando metí el libro en el bolsillo trasero de mi pantalón de mezclilla, y a pesar de que sabía que su mirada me cubría por completo (su rostro magnánimo inclinado un poco a la izquierda) seguí con el hurto, sin saberme explicar por qué. Al pasar a su lado, arrastrando mis pasos hacia la salida, mis pobres pasos que ya nada podían disimular, me tomó del

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brazo como quien pesca con la mano una trucha de aletas rotas en las orillas de un lago transparente. Pensé que llamaría al guardia, que gritaría: "¡mocoso raaaataaaa!" o "¡un caco, un caco!", pero sólo me dio un separador de libros. Era uno de esos editados por la Secretaría de Educación Pública con diferentes imágenes de escritores famosos para promover (los ilusos) la lectura en el "interior" de México (¡yo que pensaba que Ciudad Juárez no podía estar más al exterior del país, en las orillas de la modernidad!). La tira alargada de cartón laminado llevaba la foto de un Borges que se aferraba a unos barrotes en lo que parecía un jardín clausurado y oscurecido por el atardecer. Al pie de la foto: "Lea un libro: descubra la luz de otros mundos". Pensé (cuando supe quién era y qué había escrito y por qué estaría íntimamente ligado a mi vida) que aludía a la posibilidad de que Borges fuera un extraterrestre ciego y visionario a la vez. La cajera definitivamente lo parecía, vestida toda de negro, en medio de un verano inmisericorde. -Júrame que leerás ese libro de corrido y que este separador lo usarás para leer a Jorge Luis Borges -me dijo cancelando su sonrisa cómplice. -¿Quién es José Luis Borgues? -Dije JORGE LUIS BORGES, este viejito del separador. Es el único escritor que debes buscar para verdaderamente aprender a leer y a escribir. Y es argentino, lo que confirma que nadie es perfecto. Lo demás lo tienes que averiguar tú. Bueno, pero lo vas a jurar o llamo a la policía, tú decides. -Lo juro -respondí y pensé que serían mis últimas dos palabras antes de ponerme a llorar. -Dámelo -solicitó con autoridad. Se lo di. Trazó unas rápidas líneas y me lo devolvió sin decir más, regresando a unos papeles que tenía junto a la caja.

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Sull temblando de la librería, pasé junto al guardia y no sé

uótno evité desmayarme. Subí al primer camión que paró en la u1llc porque temía desnucarme en el concreto al caerme de IMl'>Uldas cuando por fin me fallaran las rodillas. Me decidí a 1brirel libro después de casi una hora de dar vueltas sin rumbo, apretujado por gente que subía, escuchando conversaciones ujenas sin sentido, dejando que el sopor del verano-que normalmente me incendia el humor- me devolviera la calma perdida, Soy unpinchi raterode libros,medité en el autoflagelo de la culpa. Soy un bato ojete, ojete, ojete, me repetía en voz baja, dando la apariencia de rezar algo inaudible, o eso creía, porque una señora que cargaba una bolsa de mandado Helevantó y fue a sentarse en el asiento más alejado de mí, en el fondodel camión. Abrí por fin el libro. Busqué lo escrito por la cajera: "Para mi joven ladrón, porque en su carrera delictiva, además de 1 ibros, aprenda también a robar literatura de la buena, como ésta, que quién sabe cómo atinó su buen gusto en gestación". No la firmó. Volví a la librería algunas semanas después (camufladocon lentes oscurosy una gorrade los Indios de Juárez) perono la encontré. Jamás la volví a ver.No logro reconstruir hien su rostro. Sólo su mirada resuelta y vestida de un negro herméticopermanece en mi memoria. Pero no la olvidé, o mejor dicho, no la recordé hasta que unanoche, mientras releía mi librorobado (que forré con plástico y que siempre llevo conmigo, con el separador justo a la mitad), uní de una vez y para siempre el nombre de la poeta lo escribo como si acabara de inventarlo: Juliet Paradis- con la dedicatoria que reafirmaba mi deuda pendiente con la Cajera/Pitonisa-de-la-Literatura-Ro bada y con el escritor que me hizo prometer que leería con el rigor de la educación sentimental nacida de mi delito. Agoté los cuatro tomos de las

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obras completas de Borges, sus libros en colaboración, sus entrevistas y todos los textos que se han recobrado en distintos volúmenes. Escuché todas las grabaciones que hizo, vi todos los videos donde apareció (bendito seas, Youtube), trazando el mapa íntegro entre su vida y obra, es decir, su biografía (la mejor es la de Emir Rodríguez Monegal, por mucho), bibliografía (Nicolás Helft es un guerrero heroico), filmografía y chismografia (Bioy Casares es un cabrón indiscreto pero entrañable; Estela Canto no se merecía tanto amor). Cumplí hasta el vértigo esa parte de mi deuda. Ya sólo me faltaba aprender a robar literatura. Y más adelante, a robar algo todavía más serio. Pero no nos adelantemos Mateo. Y sobre todo, no nos confundamos: primero fue el robo literal (el libro de Juliet); después el literario (los cuentos que encontrarás interpolados en mi relato y que me acompañan cada mes, mientras te espero); pero hubo un tercero, el más importante, que por ahora es mejor que nos baste con saber que vendrá, como la inevitable ceguera que Borges aguardaba desde su niñez y que en más de un modo lo aprisiona en mi separador de libros. Como el día en que te veré y que llegará, irremediablemente, sin que yo sepa si podré quedarme a tu lado.

ENERO

Epígono de Pierre Menard Para José Ramón Ruisánchez, coautor. Voy tan lejos, que oso creer en las rehabilitaciones históricas únicamente o casi únicamente por la alteración de los nombres de las personas. El proceso actual para esos trabajos es revisar los documentos, avalar las opiniones y contar los hechos, comparar, rectificar, excluir, incluir, concluir. Todo ese trabajo es inútil si no se cambia un nombre por otro. JoAQUIM MARIA MACHADO DE Assrs,

A semana, 1 de abril de 1894

a clase apenas terminaba pero la historia no podía esperar. Caminé hasta el escritorio sin lograr controlar mis manos, que de haber intentado estrechar las suyas las habrían sacudido como quien arranca una hoja de papel. Con la misma fuerza definitiva con que él apretaba libros y documentos en su maletín, que ya no podría cerrar.

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"

-¡Maestro, por favor! Dio un paso hacia atrás. Desconfiado, estiró la mano para tomar mi copia del libro, que bailaba en espasmos nerviosos en el aire. -¿Quiere que se lo firme? Muy bien. Trazó un rápido garabato debajo del título de su novela. Confieso que me decepcionó un poco. Otros notaron que faltaba la primera hoja. -Hasta luego, mucho gusto -dijo sin voltear mientras se ponía el sombrero y se encaminaba hacia la puerta del aula. Iba abrazado de su maletín, abultado como un recién nacido. Mi desesperación encontró su esperanza cuando tropezó con el marco de la puerta y en el desequilibrio dejó caer un manuscrito que lucía antiguo. Instintivamente mi juventud me permitió recogerlo antes que él. Papel grueso, arenoso, y después el relieve suave de la tinta, adherida con delicadeza, una caricia de caligrafía suspendida en el tiempo. -¿Pero qué le pasa? ¡Regréseme el manuscrito! -Supe que había logrado por fin captar su atención. Respiré profundo. Sonreí. Le extendí el libro de nuevo y esta vez dije como si revelara un secreto, dejando que las paredes de piedra de la sala amplificaran mi media voz: necesito que escriba mi nombre, maestro, que por cierto es OZ. Y el de ella, Juliet. Los nombres deben aparecer juntos, seguidos de su firma en la siguiente dedicatoria: "Pour Juliet et OZ, deux noms de la méme rose. Paris, Novembre, 1987". Por un segundo sentí que sus ojos buscaban una reflexión que rápidamente abandonaron. -¿Que escriba qué?¿ Y en francés? ¿Qué disparate es éste?

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-Vengo de muy lejos sólo para llevar a cabo lo que le

pido. Se lo pediría como favor para un lector marcado por su nurrativa, pero no es sólo por eso que lo hago. La verdad es que lo hago por amor. -¿A la literatura? ¿Al arte en general?-intentaba compri.:ndermientras buscaba arrebatarme el manuscrito. Mi alturu bastó para que, al alzarlo, el legajo resultara inalcanzable. -Amor a la historia. Pero no a la Historia con mayúscula, si no a la mía, la privada, la misma que ahora me empeño en ri.:cscribirarbitrariamente. -¿Reescribir la historia?-replicó mientras buscaba asiento sobre el escritorio y se aflojaba la corbata. -El concepto no es nuevo y usted mismo lo ha utilizado. Sus ensayos de Obra abierta y Lector in fabula en cierta forma causaron lo que ahora intento. Miró la sala desierta. Todos sus estudiantes se habían marchado. Sólo quedábamos los cuatro: Umberto Eco, El nombre de la rosa, el manuscrito y yo. Es un hombre corpulento. Fácilmente podría haberme derribado. Optó por hacerlo, me parece, intelectualmente. Permaneció callado unos segundos y luego me invitó un café. Dijo que si le contaba las razones que me llevaron a tan peculiar secuestro, me firmaría el libro siguiendo mis rigurosas indicaciones. El trato incluía, naturalmente, la devolución incondicional del manuscrito. Recordé que mi siguiente encuentro, con Carlos Fuentes, sería un par de días más tarde (aunque él no lo sabía aún) en su casa de Londres. Bueno, accedí al café porque también me interesaba charlar con Eco, para qué negarlo. Atravesamos juntos el campus. Me sorprendió su discreta belleza medieval y ese zacate alto que a veces aparece tam-

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bién en Ciudad Juárez, cuando uno ha vivido allí lo suficiente para verlo. Eco me llevó a un café bajo uno de los famosos arcos de la ciudad, que mi guía turística retrataba en colores vivos. El mesero lo saludó con un gesto de admiración y nos indicó una mesa iluminada de forma transversal, teñida por el cristal ámbar del ventanal. Ordenó dos espressos y una cesta con pan, adivinando mi hambre. Yo no había probado bocado esa mañana esperando el final de su clase. -Bien, cuéntame -solicitó el escritor, mientras sacaba una pipa oscura. El mesero se acercó con fósforos de madera gruesa que crujían al arder como pequeños trozos de leña. Confié en su promesa. Correría el mismo riesgo que con los demás autógrafos y contaría la historia una vez más. La transcripción verbal ya comenzaba a perfeccionarse a sí misma;éÓmo si existiera más allá, independiente. Un relato escrito por otro y protagonizado por mí. -Comenzó como un acceso común de celos. Sospechaba que su biblioteca no había sido integrada por ella sola, una francesa que a pesar de sus extensos conocimientos literarios y excelente dominio del español y el italiano, no podía haber reunido esa colección de textos tan variados y dificiles de conseguir. Y es que Juliet, mi novia, tuvo hace años un novio. Era un poetilla del norte de México con ínfulas parnasianas, un auténtico imitador de Octavio Paz. -En algún momento de nuestras vidas -dij o Eco- todos somos ese poeta. -Pues no me quedaba duda de que este poeta (le regalo el sustantivo) había colaborado en el inventario de libros de Juliet con algunas ediciones raras de literatura latinoamericana, asiática y europea. Alguna vez ella corroboró que, en efecto, algunos tomos habían pertenecido al tal Armando, nombre de irreductible vulgaridad que me inyectó algo de náusea obsesiva.

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Cierto día, mientras hojeaba su ejemplar de No mepreguntes cómopasa el tiempo de José Emilio Pacheco (que de lodos los poetas que podría ser jamás será Armando), noté que Juliet intentaba desviar mi atención. La sospecha germinó cuando me quitó el libro para leerme, según ella, su poema favorito. El poema era bueno pero al terminar no me dio tiempo para comentarlo. Me hizo soltar el libro en un estante. Retomé su cintura y salimos de la biblioteca. Me adelanto, en nombre del pudor, a la parte de la noche en que desperté, y después de la parada obligatoria post coitum en el baño ... Porque así se dice, ¿no? -Supongo -contestó Eco y se encogió de hombros. Pero sigue. Espero que mis cursos de latín no hayan sido en vano. El caso es que volví a la biblioteca y levanté el libro de Pacheco por el lomo, apagando con cuidado los pequeños ruidos al volver las páginas para no despertar a Juliet. Invertí cerca de una hora y no pude encontrar nada intrigante, salvo algunas anotaciones con una letra que no era de ella. Casi al cerrarlo, vi una dedicatoria en la primera página. Me senté a releerla: "Para una pareja atemporal, Juliet y Armando, Parque México, en la Condesa, 11 de febrero de no me pregunten qué año". Me molestó ... no, más bien me reencabronó la intimidad cronológica de la dedicatoria. -¿Re encabronar? -interrumpió Eco y se acarició la barba. -El prefijo "re" lo entiendo. Espero que "cabra" no se refiera a los cuernos del animal. -Es algo así como enojarse a la máxima potencia, don Umberto. ¿Puedo llamarlo así? -Dime Umberto y déjate de cosas. -No, no, maestro, no puedo tutearlo. Bueno, sólo porque tú insistes. El caso es, Umberto, que me sentí fuera, aliena-

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do para siempre de una historia literaria que nunca sería mía. Pacheco ya no era ese poeta universal mexicano, no. Ahora se convertía en esbirro de la relación amorosa que me separaba de Juliet. Eco puso un turrón de azúcar al ras del café. Los granos se oscurecían lentamente. Pensé que contaba el tiempo con cada cubito cristalino disuelto. -Un mes después tuve un momento de anagnórisis. Pacheco había sido invitado a la Universidad de Texas en El Paso (donde estudiamos una carrera de Spanish) para ofrecer una conferencia sobre poesía. Después del acto, se tomó unos minutos para firmar libros. Yo no acostumbraba mendigar dedicatorias de autores célebres porque experimento una sensación de reverencia gratuita, y a mí la mera verdad sólo me merecen reverencias Scheherazade, Don Quijote, Ulrica y Guillermo de Baskerville. -Gracias por lo que me toca. -Me acerqué a José Emilio (también me permitió tutearlo poco después) y le pedí que me firmara su libro. Como contigo, le dicté la dedicatoria, pero José Emilio tiene una memoria prodigiosa. De inmediato reconoció esas líneas salvo la pequeña corrección: "Para una pareja atemporal, Juliet y OZ, Condesa, 11 de febrero de no me pregunten qué año". Creyó que se trataba de una broma, pero yo le dije que más bien era asunto de historia o muerte. El mesero se entretenía pasando un trapo en la mesa de al lado. Eco ordenó otros dos espressos. -No estoy buscando satisfacer algún capricho adolescente. Tampoco se trata de una aberración fetichista. Quiero reescribir la historia amorosa de Juliet a través de los documentos que su devenir fue dejando. Historia y archivo, el viejo par incómodo. Pero me consta que la historia no es de quien

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111 escribe,

Umberto. Nos han engañado. La historia es de quien t icne los güevos suficientes para cambiarla a discreción. Y no hablo de los huevos con hache, sino de los güevos con "g" y "U" con diéresis, a la mexicana. Así la palabra es más enfática y sabrosa. A veces escribir mal es una cuestión de estilo. -A veces, según parece, es una cuestión de mexicanidad "dijo Eco, guiñándome un ojo con una sonrisa que también pudo ser una mueca. -Volviendo al cuento, te digo que José Emilio comprendió bien la naturaleza de mi misión. Aplaudió la valiente iniciativa de tomar al toro por los cuernos, o mejor dicho, a la historia por los archivos. Nos abrazamos después de media hora de conversación y regresé a casa. Triunfal, reinserté el libro en su lugar, sabiendo que en el futuro nadie tendría el atrevimiento de preguntar: "¿oye ... y quién es Armando?" Nadie. Porque su nombre no sólo había sido eliminado del documento. Había sido reemplazado. Como se reemplazan presidentes, neumáticos y calzones. Hay documentos cuya censura sólo aumenta el interés por averiguar lo quepasó. En mi caso, no hay tal censura. Hay la extirpación total de ese fragmento histórico que consiste en una sencilla sustitución. Algo así como lo que hicieron los españoles con los templos indígenas: edificar iglesias encima para sepultar una historia con otra. La diferencia crucial de mi sistema es que no hay templo que desenterrar, porque ni aún levantando la tinta de la nueva dedicatoria podría encontrarse la anterior. La primera ya sólo existe en la frágil memoria de Juliet y Armando, asunto que no me interesa en lo absoluto, dada la.falible condición de nuestras neuronas. Nada que el alzhéimer, y finalmente la muerte, no puedan arreglar. Podrás anticipar, como lo hice yo en ese momento, que recurrir al método del doctor Francia en Yoel supremo impli-

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caría una meticulosa revisión de la biblioteca en cuestión. Ausculté uno por uno los libros de Juliet. Fue como me lo temía y como tú te imaginas: había más historia por corregir. Encontré Días de guardar de Carlos Monsiváis. El buen Monsi escribió una simpática dedicatoria: "Para Juliet y Armando, un saludo doble de Carlos y Monsiváis, México,julio de 1988". El guiño me irritó por su deliberada alcahuetería, como si dijese entre líneas: "Hacen linda pareja, tan balanceada como mi propio nombre". Después hallé Doña Flor y sus dos maridos de Jorge Amado. Aquello rayaba en el descaro: "Para Juliet y Armando, esperando convertirme en el otro marido, Bahía, verano de 1987". Siempre lo supe: si bien los brasileños no inventaron el ménage trois, al menos lo perfeccionaron. Seguí buscando por varios días. Junté toda la infame relación de la historia literaria de Juliet y Armando. Era un total de nueve textos firmados, nueve dedicatorias acusadoras, incluyendo la tuya, Umberto. -Creo que comienzo a recordar cuando les firmé el libro· aquella ocasión ... -¡No! [No me cuentes nada! No tiene ningún sentido alargar la agonía de aquella historia. Olvidas que hoy mismo voy a desaparecer ese encuentro. Será mejor que vayas también modificando tus recuerdos. ¿A quién le creerán más, Umberto? ¿A tu memoria rebosante de fans pidiéndote un autógrafo? ¿O a tu propia firma, tus palabras, asegurando que fue a mí, y no a un aprendiz de poeta -perdona que me exalte- a quien en compañía de Juliet dedicaste tu novela alguna tarde fría en París? Eco pidió vino para calmarme los ánimos. Nada mejor que el Chianti para suavizar la garganta y los impulsos, dijo. Me dio un par de palmaditas en la espalda y me convidó a seguir el relato.

a

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Reuní los nueve libros y desplegué un mapamundi. Con 11y11da de revistas literarias y noticias periodísticas, ubiqué a 1:11d11uno de los autores. Calculé distancias, itinerarios, predos. Dos semanas más tarde tenía programado el gran peri- ../ plo literario por medio del cual haría mía la historia de Juliet.
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más bien el final de su historia: él la engañaba con una amiga íntima de ambos. Juliet decidió la mudanza más radical que alguien puede hacer en el hemisferio: enfiló al sur, hacia la frontera. Se matriculó en el programa de creación literaria de la Universidad de Texas en El Paso, donde la conocí. La nefasta traición se convirtió en un punto a mi favor. Caballero que es, don Ricardo accedió sin más indagaciones y reconstruyó su aportación a mi historia. Tuvo la gentileza de calcar con cuidado la dedicatoria en el mismo lugar en que se encontraba la primera, siguiendo con precisión las marcas que ésta había dejado en la hoja siguiente. Mi copia de Respiración artificial conjuró a

un enemigomás de mi proyecto. "Para Juliet y OZ, augurando largos años en la historia que comienzan a escribir juntos, Nueva Jersey, diciembre de 1991". Al día siguiente tomé un vuelo a la Ciudad de México. Consulté a un amigo editor de la sección internacional de la revista Proceso, quien me proporcionó los datos del fundador de la misma, Julio Scherer, junto con los de Monsiváis y el novelista Fernando del Paso. A este último tuve que buscarlo en su casa de Guadalajara. No acostumbro importunar a la gente con una visita inesperada, pero debía acelerar el viaje para cumplir con mi itinerario. Cada día estaba considerado. Cualquiercontratiemposignificaríaperder la batalla con la historia. Fernando ... -No me digas: también te pidió que lo tutearas -arremetió irónico Eco mientras servía las últimas gotas del Chianti y ordenaba una segunda botella. -¿Qué quieres que te diga, Umberto? A todos los escritores les caigo bien, y Fernando prefería que lo llamara de ese modo. Además, la cacofonía es demasiado irritante: "Noticias DEL Imperio, la novela histórica DE DEL Paso". Pero te

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decía que Femandorecibiómi peticiónconmuchagracia.Llegó 11 sugerir que todos,

en algún momento de nuestras vidas, deberíamos reescribir nuestra historiografía. Incluso acarició la idea de crear una empresa nacional dedicada a la reescritura del archivo. "Terminaríamos con las contradicciones y lograriamosinventarcon certezalos episodios más oscurosde nuestra historia", decía. El problema, creo yo, radicaría en esbozar una versión que complaciera a todos. Por eso pienso que la historia debe escribirse en la intimidad, si mucho entre dos. "Para Juliet y OZ: las noticias de ayer que escribimos hoy. ¿O será al revés? Enero de 1989". La búsqueda continuó con Monsiváis y Scherer.Mi amigo editorme informó que los pescaría en el Sanbom's de losAzulejos,tomando los fabulosos cafés de olla que allí venden, que por otro lado es lo único comestible en ese restaurante. -¿Mejor que el espresso italiano? Por favor ... -Mejor que todos los cafés de Europa. Pruébalo, pero te advierto que querrás cambiar de nacionalidad sólo por seguirtomándolo. -Veremos -retó cortante. -¿Dónde estaba? Ah sí, los encontré y sin pedir permiso (porque sabía que me lo negarían) me senté. Cuando expliqué lo que quería, Monsiváis de inmediato me diagnosticó una severa esquizofrenia postmoderna, mientras que Scherer se limitó a observar mi copia de su libro La piel y la entraña. Pronto notó que le faltaba la primera hoja en blanco. -¿Arrancó usted la página con la dedicatoria previa? inquiriópuntualdon Julio. -Necesito que la reescriba-respondí. Monsiváis parecía dispuesto a rededicar sus Días de guardar, pero don Julio, hábil reportero, estaba lo suficientemente intrigado.

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-¿Y por qué no dejar las dos versiones? Que su público decida cuál es la verdadera. J -Porque no lo hago para cuestionar la verdad histórica, don Julio. Lo hago para reescribirla con arbitrariedad, con revanchismo, con víscera. Por eso. -Lo que usted busca es faltar a la verdad -devolvió el prestigiado periodista. -Lo que busco es hacer una nueva verdad. Como Pilatos, don Julio puso fin al debate: - ¿Y qué es la verdad? Sin respuesta a la mano, prefirieron continuar su conversación. Aceptaron mi solicitud para deshacerse de mí. La dedicatoria de Monsiváis ya la comenté. La de don Julio es ésta: "Para Juliet y OZ, porque en el amor, como en el periodismo, debe quererse a flor de piel y de entraña. México, 6 de noviembre de 1986". Mi vuelo del Déefe a Salvador de Bahia se retrasó y llegué tarde a la cita con Jorge Amado. No lo encontré en el café donde habíamos pactado la entrevista, pero dejó dicho con un mesero que lo encontraría en su lugar favorito: "Memórias Póstumas", el famoso nightclub. El edificio parecía a punto del desmoronamiento, como torre de Pisa criolla sobre el empedrado del Pelourinho. La media luz, el vértigo del afoxé y la densa cortina de humo, apenas me dejaban caminar. Pasos adelante distinguí lo que parecía una auténtica escena de antropofagia: una generosa mulata succionaba el rostro de Amado entre sus poderosos muslos. En un raro pleonasmo, Amado era amado. Cuando se tomó un descanso para respirar, me acerqué. Su rostro había adquirido una decidida tonalidad rojiza, producto de la asfixia. Pero Amado ni siquiera se dio tiempo para oxigenar los pulmones, pues de inmediato prendió un cigarrillo y se tomó de golpe una cachaca amarillenta.

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Sí, los recuerdo. Andaban de viaje y pasaron a vermedijo cuando por fin respiró-. Les firmé mi libro sólo porque folie! insistió. Guapa tu chica, ¿eh? ¿Así que cambió a uno por rl otro? La gente no aprende. ¿De qué me sirvió escribir Doña Flor si cuando la leen no la entienden? Debió quedarse con h 1s dos. Sólo te lo vuelvo a firmar porque todavía me interesa el trío. Sabes dónde encontrarme si se animan. Sus insinuaciones me cayeron en gracia y por eso permanccí un rato más para tomar cachacas y explorar el vacío de esas nalgas hambrientas ... -¿Y ... ? -preguntó Eco con ojos demasiado abiertos, mientras que con el índice derecho hacía pequeños círculossigue, sigue. -- Y hasta ahí con Jorge. A la mañana siguiente tomé el vuelo que me llevó a Milán y de allí vine a parar aquí, contigo, lJmberto. Reía divertido. Nos pidió un tercer Chianti que se nos fue como agua. -Si conté bien, te quedan dos. -Sé dónde encontrar a Fuentes pasado mañana, en Londres. -Dudo que te cueste trabajo convencerlo, sobre todo si le aplicas una técnica parecida a la que usaste conmigo. ¿Quién es el noveno? Allí se encontraba el obstáculo último que me separaba de la historia corregida. Dejé caer el nombre como quien derriba un pilar, un muro, un gran libro. -Te digo el título: Ficciones. -¿Qué? Imposible. -No me digas eso, Umberto. Nadie mejor que tú sabe que en el universo de las letras nada es imposible. Es sólo cuestión de pensar el asunto.

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-OZ, Borges está muerto. -Pero no sus libros. No he decidido aún cómo voy a lograrlo, pero confío en que habrá una solución. -A menos que recurras a un médium, no veo cómo insistió Eco. -Pues primero voy tras Fuentes. Ya se me ocurrirá algo. Seguro estaba bajo la influencia del tinto, porque en la contraportada de su novela, Umberto anotó su dirección. Yo correspondí con la mía y con la liberación del carissimo manuscrito, al cual Eco abrazó como si hubiera salvado un hijo de la hoguera. -Quiero que me escribas cuando termines la misión. Me interesa el final. Alguna vez debí haber hecho lo mismo. Eco cumplió su promesa y reescribió la dedicatoria. Me sentí testigo, una vez más, de lo que se me antojaba como la transmutación física y metafísica de la historia. Aunque es posible que haya sido la borrachera que nos habíamos pegado. Me despedí con un abrazo tambaleante y tomé el avión a Londres dos días después. Como bien previó Eco, Fuentes no se sorprendió con mi pedido. Actuó como si todos los días llegara un advenedizo como yo con la misma súplica. Solemne, estampó en mi copia de Terra Nostra: "Para Juliet y OZ, por la nostalgia del futuro que desde hoy prepara nuestro próximo encuentro, mayo de 1988".

*** Pasé meses infernales buscando la manera de corregir el último renglón de mi nueva historia. Pensé en todo, o en casi todo. Una tarde, más de un año después de nuestro encuentro, recibí de Eco una carta que a continuación reproduzco.

Bolonia, 1 de septiembre del presente

Querido OZ: 1µ11orocuál será el estatus de tus inquisiciones. Por mi parte, tengo buenas noticias: creo estar en posición de ofrecer una guia. Se me ocurre que tendrías que convertirte en algo así corno un epígono de Pierre Menard. No, no sugiero tu metamorfosis en Borges para reescribir Ficciones (que si recuerdo bien es el texto cuya dedicatoria te interesaba modificar). Pero lo que planteo no se aparta mucho de los postulados horgeanos. Me explico: Borges proponía como accidental la relación que existe entre autor y lector. El hecho de que alguna vez Borges haya firmado un libro para Juliet y su ex novio es una condición tan azarosa como la misma que hace que yo te escriba estas líneas. Bien pudo haber sido al revés. No es necesario buscar a Borges en el más allá para pedirle la nueva dedicatoria. Es más, ni siquiera es necesario reescribirla. Te propongo algo mejor: revierte la avenida que conecta al autor con el lector. Construye ese carril en sentido contrario y atrévete a transitar. No pidas a Borges que de nuevo te ofrezca su libro. Ofrézcanselo, tú y Juliet. La clave está, querido OZ, en dedicar ustedes mismos el libro. A estas alturas, Ficciones es más tuyo y de Juliet que del pobre Borges. Lo menos que pueden hacer es regalarle una copia. Creo que no me leíste la dedicatoria original. No importa. Propongo que escribas algo más o menos en este tono: "Para / Jorge Luis, en el regreso de la historia, en la entrada a la ficción. Juliet y OZ. La frontera, septiembre del año en curso". Te abraza desde Bolonia, Umberto o

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Post scríptum: Estuve en la Ciudad de México hace unos meses. Probé el café de olla (mantengo la supremacía del espresso italiano) y aprendí a usar el verbo "reencabronarse". Olvidé comentarte que si bien te volverás epígono de Pierre Menard, yo estoy por unirme al club. Me divorcié y a mi nueva compañera, como a ti, no le hacen mucha gracia las dedicatorias en las que mis amigos escritores incluyen a mi ex. Pero cuando le pedí a Carlos Fuentes que me rededicara Terra nostra, me comentó que además de la mía había rehecho otras dos dedicatorias. Recordó tu nombre y el de "un tal Armando". Creo que quieren hacerle competencia a tu versión de la historia. Post post scríptum: Adjunto una copia firmada de Baudolino, mi nueva novela, que por cierto se basa en el manuscrito que sobrevivió a tu improvisado secuestro. Como verás, dejé en blanco el espacio para el nombre de tu pareja. Por si acaso.

Instrucciones para escapar de la frontera (!, ·-

uliet valía todo, Mateo, los tres robos y más. Ciertamente valía un viaje a París. Pero no nos emocionemos. No fue tan fácil como vender lo poco que tenía y pedir prestado al que se dejara, subir a un avión en El Paso, decir adiós a la aridez del desierto desde la ventanilla y transbordar en Houston o Dallas, tomarme tres espressos (a falta del café de olla) y provocarme una taquicardia, buscar a Juliet dando una conferencia en un recinto fastuoso de la Sorbona, o por lo menos en la FNAC, firmando su quinto o sexto poemario, invitarle un café, caminar por Montmatre, besarla en el Pont des Arts, etc. La realidad es a prueba de románticos imbéciles. Fue lento y arduo el proceso para escapar de la frontera. Incluso para llegar a escribir el cuento _,.que acabas de leer y que en .,.--·---~--··· verdad garabateé apenas aterricé en París, durante la primera semana de un septiembre frío y nublado, desfasado por eljetlag y más cafés taquicárdicos. Obviamente quería escribir, pero vivía en Juárez. Como corresponde a un latinoamericano marginal con ambiciones literarias, me volví periodista y dejé las letras para mejores

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tiempos que vinieron, por supuesto, pero hasta mucho después. Me dieron una pasantía de verano como reportero de Frontera, un periódico que tiene su edificio a un lado del Río Bravo, desde donde yo podía ver agentes de la Border Patrol adictos a la coca-cola en botella de a litro, cuando no acosaban a los paisanos temerarios que cruzan el cauce polvoriento del río que será todo menos bravo, porque para empezar tiene años seco y lo único bravo en verdad son las macanas y las balas de esos agentes con sobredosis de azúcar. Supongo que me volví útil en el periódico, porque meses después me contrataron como reportero de planta y trabajé allí los cuatro años que duró mi carrera de Spanish y Communication (a saber qué quiere decir eso) en la Universidad de Texas en El Paso. Te podría contar sobre las cosas que vi reporteando y estudiando en la frontera que sólo me dejaron en paz cuando asumieron la forma de cuentos (un ladrón de coches nocturno que durante el día los recuperaba para aseguradoras gringas; el bautizo de un perro texano que se convirtió en un hallazgo literario; la brutal violación de una mujer secuestrada por el adolescente que le habían encargado cuidar), pero es mejor que lo haga más tarde. Lo que importa por ahora es que después de trabajar como peregrino puritano al día siguiente del thanksgiving day, ahorrar como empresario panista de Monterrey y estudiar francés como Miramón a punto de entrevistarse con Napoleón III,junté lo suficiente para irme a París a estudiar un posgrado en Littérature Générale et Comparée, para luego no andar preguntándome de qué se trata la carrera. Me instalé en la Casa de México, o debo decir, la Maison du Mexique, en la Cité Universitaire, un parque enorme donde se encuentran las residencias oficiales para estudiantes extranjeros. Sabía que existía porque Fernando del Paso firmó

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1111 i sus Noticias del Imperio, novela que, si tuviéramos una trudición literaria digna y respetuosa de sí misma, debería ser declarada monumento nacional. Pero dejemos en paz (también por ahora) a la Maison du Mexique y a Del Paso. Más ullá del cambio de horario, caminar sonámbulo por la Cité, tropezando con cualquier piedra y quedándome dormido encima de mis libros, nada interesante ocurrió la semana previa ni inicio de clases (es decir: todas las francesas que acosé en la cafetería me ignoraron como si ignoraran a una mosca que sobrevuela el pan con chocolate del tipo sentado al lado, que encima las acosaba igual que yo). Llegó por fin el primer día en la Sorbona. Con sólo entrar en el edificio creí (aunque me duraría poco el efecto) que tal vez podría vencer mi condición de :fronterizomarginal. Me ins- / cribí en el seminario de teoría literaria con el profesor Héctor J Podestá, el más importante crítico sudamericano de los últimos veinte años que valían, uno por uno, los veinte libros que ya había publicado, todos influyentísimos, todos con la capacidad de hacer sentir a cualquier estudiante como mosca de café ajeno que bebe sin pena un tipo acosador de :francesas. La clase era en uno de esos viejos galerones de techo alto, cubiertos con madera antigua, gastada por generaciones de estudiantes que aún después de mayo de 1968 siguen redecorando con ceniza y graffiti a la menor movilización social. Podestá entró con una pipa en la mano. Era alto y robusto. Tenía una tupida barba oscura, espolvoreada por algunas canas precoces. Una cicatriz se elevaba de su ceja izquierda hasta cruzar su frente, amplia y descubierta. Consciente del performance de su figura (una suerte de Umberto Eco latinoamericano, rejuvenecido y en mejor forma), nos hizo callar de inmediato sin abrir la boca, sólo colgando su abrigo en el respaldo de la silla. Dejó la pipa sobre unos libros y nos hizo

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presentarnos. Éramos unos veinte, hacia el final de la clase sólo terminamos hablando yo y otro mexicano con acento chilango. Como pasa con frecuencia en estos casos, encontramos la manera de caemos mal. Cuando terminó la hora, el paisano y yo seguíamos hablando en el pasillo, cerca de la oficina de Podestá, como aguardando el momento en qu~ uno de los dos por fin diría una estupidez. Se llamaba Miguel Harmodio. Decía haber nacido en Mexicali y haber crecido en Culiacán, lo que según él lo autorizaba a sentirse norteño, pero la cantaleta de su acento acusaba la insoportable levedad del ser chilango. Me dijo que era escritor y me preguntó si escribía. Le respondí que todos los que hacen un posgrado en letras tienen pretensiones literarias pero que, como decía Oliverio Girondo, una cosa es cacarear y otra muy distinta es poner el huevo. Lo que estaba por replicar en ese momento se lo tuvo que callar, porque de repente salió Podestá y se paró junto a nosotros mientras encendía su pipa gruesa y de olor penetrante pero dulce. Pensé que el tabaco tenía vainilla y que hacía juego con su pipa de color rosa. Se lo comenté. -Mi pipa es de duramen de coronilla, que es un color rojizo oscuro, así que mejor buscá cita con un médico para tratar tu daltonismo. Y el tabaco de vainilla seguro lo prefieren tus paisanos en México, que creen que fumar es oficio de oficinistas y periodistas, que vienen siendo la misma cosa. -No se enoje, no volveré a confundir las castas de la intoxicación pulmonar. -Si no me enojo por eso. Me enojo porque voy a tener que escuchar las boberías de ustedes dos todas las semanas en la clase. ¿No han considerado cambiarse a Sicología o a Historia? Allí siempre hay lugar para bocones despistados.

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-Pues creo que va a necesitar algo más que acidez sudamericanapara echamos de su clase-dijo Harmodio. Le agradecí mentalmente que me incluyera en su defensa. Me alié de inmediato. -Mejor bocones despistados que fumadores empedernidos de tabaco de vainilla -dije, según yo, con irreverente elegancia. -Atreviditos los mexicanos, ¿eh? Eso les cuesta una cerveza a cada uno o las peores notas del curso. -La cerveza, por supuesto, profesor-dije. -Soy Podestá, para los amigos y para los que no se puede uno sacudirpero que en cambiopuede explotar. ¡Andiamo ! -¿Es usted de ascendencia italiana?-pregunté. -Que te baste con saber que soy del Cono Sur, donde todavía se hace literatura, donde siempre empieza todo. -¿Está citando a Borges? -El mundo es más grande que Tlon, muchacho. Mejor no preguntés lo que no podés saber. ¡Caminen! Seguimos a Podestá al bar que está en una callecita que sale de la Place de la Sorbonne, frente a unos cines que dependiendo de la hora varían de producciones vanguardistas independientes a pomo hard-core. Empezamos con cervezas a presión y terminamos con Bourbon, siguiendo a Podestá, quien también guiaba la conversación, cubriendo el siglo XX latinoamericano.Nos contó historias de primera mano,viñetas que revelaban aspectos insospechados sobre libros y sus autores que yo creía conocer hasta ese momento. Era como si, además de haberlo leído todo, fuera también el depositario de la historia privada de la Tradición. Cerca de las diez de la noche, Podestá se levantó, dijo algo incomprensible y se fue. Volvióunos minutos después, pero fue directamente a la ba-

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rra, a dos mesas de donde estábamos. Le sirvieron un último Bourbon que se tomó de golpe. Lo oímos murmurar algo más, todavía ininteligible, y salió para ya no volver. -Admirable el viejo, ¿no? -comentó Harmodio. -Creo que le voy a pedir que sea mi director de tesis. -Ni se te ocurra. La última vez que un pobre desprevenido lo hizo, lo corrió de su oficina y se negó a aceptarlo en sus clases. Eso te lo va a decir, a ordenar, él mismo. -¿Hasta que piense que soy lo suficientemente listo? -Más bien hasta que esté seguro de que no eres un aburrido, porque que seas menos burro que los demás ya lo decidió desde el momento en que te conoció. Lo mismo pasó conmigo. Entrada la madrugada, Harmodio cambió de tema. Me habló de un taller literario al que asistía desde hacía un año. Se reunían los miércoles y me invitaba a participar. -Sólo hay una condición: presentas tus cuentos y nunca los comentas, pese a cualquier cosa que te digan. El texto se defiende solo, gana solo o muerde el polvo solito. Pero eso sí: los aplausos también se los lleva el texto, porque no sé si te has dado cuenta, pero eso del autor y su auctoritas es la

mayor estafa que le ha podido ocurrir a la literatura. Harmodio comenzó una larga perorata pseudo-teórica. Mencionóalgo de la literaturalatinoamericanaen el sigloveintiuno, de la posibilidad de estar (re)escribiendo textos indefinidamente en una página de Internet, y citó a la plana mayor del post-estructuralismo (Roland Barthes, Michel Foucault, Julia Kristeva, Gilles Deleuze, Jacques Derrida et al). Pensé en mi "Epígono de Pierre Menard", en la manera en que uno sólo reescribe lo que piensa que está creando de la nada, en un arrebato de originalidad. Dijo que ya lo había puesto todo

en un manifiesto y que incluso, si me interesaba, podría ser partedel nuevo movimiento que él bautizó Literatura Huiqui. -¿Como la wikipedia? -Pero con hache y con cú, qué es más autóctono. -Y seguro no hay ceremonia de iniciación. Mejor así, ¡,no? -Eso sí que no. Hay cuota de peaje: un cuento. Aunque el "Epígono" era el candidato natural, decidí hacer algo especial. Algo menos personal también. Me propuse escribir todo el fin de semana y aún corregir el miércoles por lamañana antes del taller.Mientras me imaginaba escribiendo en la Casa de México como una versión precoz de Fernando del Paso, Harmodio mantuvo una seriedad afable que no creía posible en la estructura vertical de su egocentrismo. Leería, Mateo, por primera vez un texto mío. Se lo dije. -Será el primer texto que leas, pero no será el primer texto tuyo. Todos los textos son tuyos, o por lo menos potencialmente tuyos. Puedes hacer con ellos lo que quieras: reescribirlos,borrarlos o llevártelos al baño para limpiarte con ellos. Eso es lo que creemos los huicritores. -¿Hay más miembros? -Los habrá y seremos Legión. Por lo pronto nos tendremos que dividir el movimiento entre tú y yo. Cuando pedimos la cuenta, la mesera nos explicó que el barbudomalencaradoamigonuestro,que ademáshablabasolo, había pagado la cuenta de los tres cuando volvió a tomarse el Bourbon en la barra. -Pinchi Podestá cabrón -sonrió Harmodio. El lunes siguiente, cuando quisimos agradecerle, Podestá afirmó tajante que estábamos delirando, quejamás invita tragos a estudiantes y que nunca pagaría una cuenta irresponsa-

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ble de cervezas y Bourbon. Mucho menos para dos papafritas que todavía creen en vanguardias. -Porque seguro el pelotudo de Harmodio ya te contó de la literatura huiqui, ¿no? Tiene con ese sonsonete desde el año pasado, pero claro, sólo otro mexicano podría ser reclutado. Deberían aprender a poner acentos primero y después intentar escribir.

FEBRERO

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El otro cielo

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-Ya lo verá: cuando la Literatura Huiqui nos alcance, otro sonsonete cantaremos todos, incluyéndolo a usted, Podestádijo Hannodio. -Sí, claro. El texto muchacho, el texto literario primero. Después los discursos y los manifiestos. Aproveché el momento. Que luego no me culpen de nada. Podestá quería un texto y yo había acabado mi cuento para el taller y para convertirme en escritor, en huicritor. -Es un texto, en efecto. Que sea literatura está por verse -dijo Podestá mientras lo guardaba en su portafolio.

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cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia • • • él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que iba a despertarse, que estaba despierto.

Y

¿Qué importa estar despierto? Te acuestan sobre la piedra. El frío recorre tu espalda en espasmos firmes. Te duele la piel. Las rodillas sangran. Las muñecas destilan hilos espesos de malva. Pero ten valor. ¿Lo tendrás? Eso es. Una luz. Una luz nítida. Algo que te impida ver cómo se preparan los sacerdotes depelo negro lleno deplumas. La noche bajo esta luna que parece reclamar una sed antigua de sangre, no tiene por qué seguir allí. Imagínate bajo otro cielo, un cielo rasoprotector. Imagina que la luz está allí para no sentir la desolación de la noche. Pero tampoco es una antorcha. Es otro tipo de luz, violeta, que ilumina pero no arde. Invéntale un nombre. Sólo nombrando las cosas pueden éstas entrar en la realidad.

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Llámala lámpara. Quieres seguir acostado, pero sobre algo suave. La piedra que antes lastimaba tu cuerpo ahora lo deja descansar. No es de color oscuro. La ves blanca y pura bajo la luz de la lámpara que irradia todo desde allá arriba. Tu cabeza necesita posarse sobre algo delicado, como las plumas del águila que usan los crueles caballeros aztecas. Cama y almohada, eso podrían ser. No. Eso son. Tienes sed. Estiras la mano para alcanzar agua. Pero no quieres mojarte. Piensa en un recipiente ligero, limpio, de donde surge un agua cristalina con unas inesperadas burbujas como las que viste brotar alguna vez del interior de la tierra de Tlaxcala, en el cenote que tu padre te mostró cuando eras niño. Bebe. Sacia la sed de varias horas de encierro. Quienes te rodean no lo impedirán. Están allí para curarte. Te atienden, te ofrecen líquidos cálidos y otros alimentos que calman tu fiebre, que reparan tu brazo derecho elevado por cables para

facilitar el cierre de tus heridas. Ellos también deberán vestir algo blanco y no oscuro, como los sacerdotes que comienzan sus oraciones frente a ti porque sigues tendido en la piedra maloliente y teñida de sangre, de la sangre que salió a torrentes del pecho de quienes ya fueron sacrificados y lanzados escalinata abajo. Te retuerces estacado sobre la piedra. Tus gritos no se escuchan: se confunden con los de otros que esperan secretando miedo al sacrificio. Tranquilo. Pasará. Te calmas de nuevo y cierras los ojos. Vuelves a la paz de ese recinto donde la gente no va a morir. Ese recinto donde la gente cura sus dolores. Llámalo hospital. Los hombres y mujeres de blanco se aseguran de que continúes estable. Cada determinado tiempo regresan a visitarte. Te sonríen. Escuchas a alguien llamarlos doctores. Y cada vez

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que te ven, como ahora que estás por dormir, vuelven a sonreírte.

Pero los sacerdotes no. Te observan con frialdad. Indiferentes. Continúan los preparativos en la cúspide del Teocalli. l J no de ellos toca, ausculta una herida tuya en la frente para causarte dolor. La misma herida que prefieres acariciada por la mujer de blanco que despierta tu ensueño. Apenas te roza. Desliza sus dedos cubiertos con una tela delgada, transparente. Te dice que todo saldrá bien porque el accidente no fue grave. Eso es. Eso fue. Un accidente. Ibas sobre un aparato que en tu mente parece un gran insecto que corría zumbando por las calzadas. Era un insecto de metal que la doctora llama motocicleta. La describe larga, potente. Y en verdad rápida. Tan rápida que no pudiste frenar a tiempo para evitar a esa insensata mujer que se aventuró temeraria calzada adentro. Maniobraste, y al caer, te heriste una ceja que dejaba correr libre un angosto canal de sangre sobre tu rostro. El brazo derecho te enloquecía de dolor cuando intentaron levantarte y terminaste en el hospital, aunque en el trayecto sentiste dormirte de golpe. Ya todo estará bien, te dice la joven rubia que parece a veces sonreírtambién con sus ojos translúcidos, antípodas de la noche en que quieren que mueras para satisfacer a un dios que no es el tuyo. Te obligan a rendirle el máximo homenaje sin consultártelo,justificándose con una guerra tan abominable como la ironía de su nombre: estos guerreros malditos la llaman Florida. Quieren que dejes de respirar. Que dejes de imaginar. Parpadea. La doctora te asegura que ya puedes caminar. Que lo intentes. Consigues ponerte de pie. Das algunos pasos. Visitas el lecho contiguo. Conversas con otro convaleciente que te saluda afable y te llama amigazo. Bromean. Es-

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cuchas un grito a tu espalda. Volteas y alcanzas a ver cómo extraen el corazón aún latiente de un hombre que ya no podrá cerrar sus ojos. La oración se eleva por los cielos del Valle de México pero tú la ahogas con una carcajada irreverente, porque ahora ríes con la doctora y tu vecino de cama. Ríes al ver con detalle tu tórax y reconocer -por primera vez miras lo que llevas dentro- la figura curva de tus costillas en una radiografía. Soldó aquella que estaba rota. Tu brazo está libre de yeso y aunque con lentitud, puedes moverlo. La tecnología ya dejó de sorprenderte. Te convences de que sus luces son tan anticipables como las estrellas. Como la máquina que escucha tu corazón, como el tubo transparente que te nutre de vitaminas directo a la sangre, como la música placentera, esa que llaman jazz y que emana de una cajita donde no cabría jamás un músico, menos aún una banda entera. Un último golpe te sacude. Fuerzan tu mirada. Los ojos delirantes del sacerdote te arrebatan de ese mundo que casi creías realidad. Te gritan algo en náhuatl, la lengua que nunca pudiste entender del todo pero que desde hace años somete a tu comunidad entera, a tu familia. Los odias. Cómo los odias. Así que cierras tus ojos a pesar de que alzan ya la piedra afilada con la que habrán de abrir tu pecho. Cierras tus ojos pero un acceso repentino de luz te los abre, porque ahora sales del hospital hacia la calle. Es el concreto de la gran ciudad de México, con edificios enormes como pirámides delgadas que se alzan hacia el cielo nebuloso y parecen rozarlo sin perder el equilibrio y partirse en dos. Por eso los llaman rascacielos. La gente camina tranquila, todos pueblan anónimos tu historia. La doctora rubia te ofrece su número telefónico mientras te acompaña hasta donde espera tu motocicleta. J -Cuídate,_ Julio -dice mientras introduce un pequeño trozo de papel en el bolsillo de tu camisa. Te ha concedido la gracia

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final: el nombre. Tu nombre. Eres parte integral de este mundo que ahora te nombra. Existes. Invariablemente, existes. Intempestivo, le robas un beso. Ella se deja besar y sólo se despega, inhibida, al cabo de un largo rato. Sonríe y vuelve al hospital. Montas y te sorprendes al no sentir dolor alguno, salvo una ligera punzada en el pecho. Recuerdas que llevas escondido un revólver en la caja trasera de la motocicleta. Está allí, cargado de balas que nunca se compararán a las torpes lanzas o a las débiles flechas. La llamarás, piensas, pero después. Ahora sales del estacionamiento del hospital y enfilas rumbo al Templo Mayor, al centro de la ciudad. La buscarás, sí, pero por ahora tienes otros asuntos pendientes. Sabes que no vas a despertarte, que estás despierto.

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Huiqui

ecorro París en bicicleta sin tener que sudar, y eso es una suerte de paraíso. Los días son luminosos, pero no queman, dejan pensar. Juárez me hacía falta por disciplina intelectual, pero no extrañaba la frontera de calores alucinógenos, de vientos arenosos y de un invierno rasposo. Era en aquellos días como ese narrador de Cortázar, yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme. Harmodio vino a romper mi concentrada distracción: -El cielo no puede huiquificarse, camarada. -El silenciosí. -De eso no hay duda. Ya verás en la sesión del taller. Tomamos dos bicicletas de las que rentan para turistas y estudiantes,los últimos ingenuos que se arriesgan a usarlas en la ciudad. Llegamos a un pequeño bar que parecía haber sobrevivido a una tormenta de arenajuarense. Lo único atractivo era la barra de roble. Era una madera curada por cientos de manos que la acariciandía tras día con fidelidadalcohólica. Había unas quince personas. En el centro tomaba café y son-

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reía afable Marcos Santos, un novelista de un pueblo de Tamaulipas más perdido que Comala y que había escrito una novela policiaca que yo había leído no hacía mucho tiempo antes. Dirigía el taller con voz cordial que, pronto descubrí, hacía más aguda la ironía que rayaba los temperamentos como si también fueran manuscritos necesitados de una edición inmisericorde. -Pido la palabra-dijo Harmodio- porque debo leerles el muy urgente Manifiesto de la Literatura Huiqui, versión

2.1. -Aunque no espero grandes diferencias con la versión 2.0 que leíste la semana pasada, y mientras no le sigas de allí a la 2.2, todo tranquilo -respondió Santos. -Manifiesto de la Literatura Huiqui, coma, versión 2.1. -¿De verdad necesitas repetir el título?¿ Y con la coma? -preguntó uno de los talleristas, pero no pude ver quién. Me gustó el veneno de su tono. Harmodio fijóuna mirada que de algúnmodo ignoróel sarcasmo. Se paró sobre una silla, como una Mafalda de niñez y autoestima agotadas,y siguió leyendodel manifiesto cuya distribución simultáneaentre los asistentesme había delegado. L AXIOMAS HU!QUJ:

1. Toda lectura es escritura: todo lector, un escritor. 2. Los derechos de escritor terminan en elpunto inicial de la lectura. A partir de este punto, sólo existen los derechos de lector. 3. El primer derecho de lector consiste en despojar al escritor de su texto para reescribirlo. Llamaremos a este acto huiquificación, al conjunto de sus producciones literatura huiqui y al derechohabiente, huicritor. 4. El segundo derecho de lector consiste en publicar la referida huiquificación de manera inmediata, tantas veces

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tantas versiones como el derechohabiente considere necesario. 5. El papel del Internet es el papel natural de la litera/tira huiqui. -¿Estás seguro que no es el papel de baño?-arremetió 111 voz de nuevo. Esta vez pude verla: una tallerista de cabello oscuro y largo, que hacía espirales con un dedo. Su malicia 11w obligó a sonreír, a quererla de inmediato. Harmodio la miró e hizo una pausa breve y desinteresada, como si esperara el cambio de luz de un semáforo. JI. COROLARIOS DERIVADOS DE LOS ANTERIORES AXIOMAS: w) No hay mala literatura, sólo malas versiones esperando un huicritor. x) La literatura no se crea ni se destruye, sólo se huiquifica. y) La vanidad pierde al hombre en general y al escritor en particular. La literatura huiqui es un instrumento para acabar con la vanidad, si no del hombre, del escritor. a) El Quijote es el único texto no huiquificable. Por extensión, el texto en donde Borges huiquifica el Quijote, tampoco lo es. (Nótese mi feliz adición). b) Este manifiesto tiene la modesta pretensión de cambiar para siempre la historia de la literatura (huiqui). c) Salvo los textos citados en la cláusula a), todo texto es huiquificable, incluido el presente manifiesto. d) Muchos años después, frente al pelotón de huiquilamiento, el dinosaurio recordó el día en que seguía ahí. /JI. MOVIMIENTOS DE LA LITERATURA HU/QUI: Movimiento W· Huiquihomenaje. El huicritor ante la obra de un gran escritor. 1• 1·11

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Movimiento X: Huiquisalvamento. El huicritor ante la maniobra de Isabel Allende. Movimiento Y Hara-huiqui. El huicritor ante sus so-

bras completas. -Ah chingá-dijo mi tallerista, que parecía haberle arrebatado la dirección del taller a Santos. -Como que primero habría que tener obra, ¿no? IV. PROCEDIMIENTOS DE LA LITERATURA HU/QUI: l. Antes de comenzar, conjugue: yo huiquifico, tú huiquificas, él huiquifica, nosotros huiquificamos, ustedes y ellos huiquifican. Vosotros... -¿Podéis iros a chingar vuestra madre?-dijo ella, con perfecto acento gachupín. ... huiquificaréis también. 2. Instrucciones para huiquificar; w) Localice un texto. -¿Lo buscas en Google books o todavía vas a la biblioteca, a la antigüita? -aquí ya tuvimos que reírnos todos. Harmodio era el único que mantenía la compostura. -Me preocupa lo segundo porque estoy segura de que no sabes dónde queda la BNF o ya de perdida el Pompidou. Si quieres te hago un croquis. x) Exprápielo aplicando el siguiente epitafio: Con el poder que me confieren los derechos de lector expropio este texto de las manos de su autor para entregarlo al árbol de la literatura huiqui. -Olvídate de mi croquis, para ese mamarracho arréglatelas tú solito para encontrar la biblioteca -dijo alisándose el pelo, como si se peinara indignada después de una trifulca callejera. y) Huiquiflquelo siguiendo alguno de los tres movimientos de la literatura huiqui.

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z)

Bautícelo según la siguiente convención:

I /tu/o_original.escritor_despojado.huicritor_l.

huicritor _

J.. huicritor _n.huiqui (ejemplo: don_quijote.cervantes. ¡1/l'!'re __menard.borges.huiqui).

a) Publíquelo de inmediato en www.literaturawiki.org

h) Destape una cerveza, es usted un huicritor. 3. Para un primer acercamiento a la literatura huiqui, pronuncie continuadamente la palabra kiwi diez veces (de preferencia sin respirar). "Gutenberg agoniza" MHyOZ -Perdón, pero tuve que respirar para poder decir NO MAMENentre mis muy pulidos y esforzados kiwis. Y ya encaminados: ¿no sería mejor reducir los verbales kiwis a cinco y comernos los que quedan? Harmodio se levantó con un rostro de inexpresióncriminal y comenzó a caminar despacio hacia la escritora anti-huiqui. Creí que la iba a abofetear, Mateo, que la patearía por todo el bar como cualquier narco de rancho de la Sierra Madre Occidental, donde yo pasaba mis vacaciones de verano en el norte y donde me consta que la mujer no salía muy bien librada de nuestro retraso cultural. Me sentí obligado por lo menos a ponerle una zancadilla disimulada. O ya en plan cómplice, a embarrarle el Manifiesto Huiqui en la cara como pastel de tres leches pasadas en su fiesta de cumpleaños organizada y también saboteada por mí. Sin dejarmesaborearmi heroísmo-vengador-de-talleristasindefensas, Harmodio cambió de expresión y llegó hasta ella cantando in crescendo: -Tú me querías deciiir; nooooo sé qué cooosaaas. Pero callé tu boca coooon un beeso ... Y en efecto.

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-Esperemos que no pasen muchas horas -dijo Santos, buscando en su muñeca un reloj que luego supe nunca ha tenido. -No haremos literatura, pero creo que ya estamos listos para montar una comedia bufa con música de fondo patrocinada por José Alfredo Jiménez. Que empiece Beatriz la discusión, ya que dice andar encaminada. Escuché su nombre mientras ella se reponía del beso como si acabara de comerse el pastel de tres leches embarrado en la cara de Harmodio. Entrecerró los ojos y adoptó una actitud solemne y analítica. -Me extraña que dos mexicanos escriban un manifiesto con epicentro en Borges para luego proponer la reescritura de un cuento de Cortázar que gradualmente se construye en torno a lafigura de ese autor. Hay que leer entre líneas los refe-

rentes escondidos, amiguitos. -"La noche boca arriba", por ejemplo, ocurre en México -dijo Santos mientras cruzaba la pierna y se tomaba de la barbilla. -En Tenochtitlán, alias el Déefe, para ser más precisos Beatriz espejeó el cruce de pierna y la mano en el mentón. -Cortázar publicó el cuento enjulio de 1976en la revista Plural, fundada y dirigida por Octavio Paz-despacio, Santos se levantó de su silla y comenzó a caminar alrededor de la mesa. -Borges estaba en la Universidad de Texas enAustin en mayo de 1976.Dictaba un curso sobre Ramón López Velarde y la poesía modernista mexicana -Beatriz se levantó también, caminando en dirección contraria a Santos. -Paz y Borges se habían conocido en un coctel en casa de Victoria Ocampo, en Buenos Aires, a finales de los sesenta. Conversaron brevemente, pero Adolfo Bioy Casares soli-

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citó (y no devolvió en toda la noche) la atención de su amigo

intimo.Paz nunca pudo reinscribirse a la conversa. -Olvidando la probable descortesía, Paz influyó en la invitación que Borges recibió para dictar el mencionado curso enTexas, algunos años más tarde. Paz conocía bien la institución: ya había ofrecido allí una clase sobre la literatura de la revolución mexicana. En sus ratos libres terminaba El laberinto de la soledad, cuyapágina final firmó enAustin en 1950. -En cuanto le fue posible, Paz volvió aAustin y buscó a Borges para retomar la conversación apenas insinuada en su primerencuentro. Imaginabaun fino intercambio de ingeniosos halagos mutuos, pero Borges escuchó en silencio las frases de admiración que Paz le profesó sobre su obra. Cuando terminó el panegírico, Borges sólo preguntó a Paz, obsedido como estaba por López Velarde: "¿A qué sabe el agua de chía?" -Bioy Casares tuvo un affaire con Elena Garro, todavía esposa de Paz, entre 1949 y 1969. Las versiones se contradicen: algunas los ubican cenando sin pudor en el Marais de París, otras los encuentran tomando un despreocupado café en el East Village de Nueva York. -Paz contestó: "sabe a tierra". -Se ignora quién terminó la relación que abarcó dos décadas. En la Universidad de Princeton queda un archivo que ofreceuna imagen fragmentaria,un trazo inacabadode los dos amantes. Las cartas que Bioy escribió a Garro la fueron siguiendo por varias partes del mundo -Francia, Japón, Suiza, Estados Unidos- donde se desplazaba la familia Paz Garro. -Eso del agua de chía se lo escuché a Juan Villoroen una entrevista-me dijo al oído Harmodio con la alegríadel que se contenta con saber el significado de una palabra en un diccionario etimológicode veinte volúmenes.

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-Con la charla agotada y sin puertas de salida, Paz pidió una colaboración a Borges con tema mexicano para un número especial de Plural, pero éste le respondió que de momento

no tenía nada escrito. Le refirió a cambio el entonces todavía inédito cuento de Cortázar que le había oído mencionar a Bioy Casares. Dijo que Cortázar le había hecho llegar el manuscrito a Bioy y que el confiable buen gusto de su amigo garantizaba la calidad. -Paz no reaccionó ante el nombre de Bioy. Aceptó la propuesta y agradeció que el propio Bioy mediara el envío del cuento. -"La noche boca arriba", una gráfica pesadilla de los sacrificios humanos que se vuelve realidad, se publicó en Plural, como había sido previsto. Ese mes, un golpe político organizado por el presidente Luis Echeverría expulsó al reconocido periodista Julio Scherer de la dirección de Excélsior. Los golpistas se las arreglaron para extirpar el "corazón" del periódico donde tenía Paz las oficinas de su revista. Plural dependía, para existir, de la libertad de expresión de Excélsior. Ese día, ambas -la libertad y la revista- murieron. -El cuento fue impreso con la siguiente dedicatoria, que ha sido eliminada en todas la ediciones posteriores: "Para Octavio Paz y su avasallan te generosidad". -El 23 de octubre de 1968, Borges y Bioy enviaron un telegrama al entonces presidente Echeverría: "Rogamos haga llegar nuestra adhesión al gobierno de México". El documento, depositado en una caja en el Archivo General de la Nación, se agregó a una larga lista de comunicados venidos del exterior en apoyo de la decisión oficial que produjo la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de ese año. Borges tuvo luego acceso directo al poder político en México: en 1973, el presidente Echeverría lo recibió en

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l.os Pinos. Se desconoce el contenido de la conversación sostenida en privado, pero hay quienes afirman que Borges en ese momento fue enterado del plan que se gestaba en contra de Scherer y Excélsior. -Los muy iniciados lo entendieron como una afrenta imperdonable: Bioy era el verdadero autor del cuento "La noche boca arriba" y tenía el descaro de dedicárselo a su rival, que por otro lado no pareció darse por aludido. Por su parte, Borges habría sido cómplice del golpe que destruyó a Excélsior y por ende, a Plural. -El cuento de hecho apareció en el último número de Plural: la honra y el trabajo de Paz pisoteados por Biorges en un único round. -Paz nunca se enteró del supuesto plan. O por lo menos a nadie le consta lo contrario. -No se sabe por qué Borges y Bioy decidieron ensañarse contra Paz. Algunos creen que se trataba de una vieja humillación que Borges sufrió de Paz sin que éste se diera cuenta. Otros conjeturan que era simplemente un divertimento estético, una forma de extender a todo el continente la rencilla entre Florida y Boedo. -De la conversación entre Paz y Borges que ciertamente Juan Villoro comentó en una entrevista-Marcos Santos estaba con un ojo al gato (Harmodio, ¿quién más?) y otro algarabato (su crónica a dos voces con Beatriz, por supuesto)-, se deriva cierta información rescatada del fuego que destruyó la biblioteca de Paz unos años antes de su muerte: una nota escueta que se conserva en la Fundación Paz y que algunos creen apócrifa. Guillermo Sheridan la descalificó en un ensayo, pero podría ser la pieza que faltaba en nuestro rompecabezas. Paz habría escrito en ese papel membretado con su nombre y fechado el 15 de junio de 1986, un día después de la muerte de

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li' Borges: "El agua de chía sabe a tierra porque es tierra. Como usted, Borges, que ya es tierra, como yo, que pronto lo seré, como Bioy. Como ella. Como la literatura". Harmodio y yo nos mirábamos asombrados. Me preguntó en voz baja si yo sabía todo eso. Le dije que sólo había escuchado lo de Villoro que él mencionó. Santos se detuvo frente a nosotros. Desde el otro lado de la mesa, Beatriz acabó el contrapunto que rebotaba genialidad entre ellos como pelotas de ping-pong: -Treinta años después, nuestra lectura de "El otro cielo" no puede ser más puntual. OZ y Harmodio, grandes conocedores de nuestra tradición, obedecen a su deber patriótico. Se baten en una lucha desigual con los titanes que fueron, que son, Cortázar y Borges. Saben de sobra que perderán, pero la suave patria -que un soldado en cada hijo nos dio, no lo olvidemos- manda por lo menos resanar la memoria de Paz, tlatoani de todos los escritores mexicanos: restituyen, con su cuento y con el Manifiesto Huiqui, el corazón a su víctima. Santos dio por terminada la sesión del taller. Los aplausos fueron contundentes. Él y Beatriz agradecieron y después se aplaudieron mutuamente. Harmodio y yo seguíamos sin entender del todo, pero no podía evitar sentirme embromado. Yo,juarense que jamás será contemporáneo de todos los hombres, ¿vengador de Octavio Paz?

-Ustedes dos se creen cualquier cosa -alcanzaba a decir 1\catriz entre las risotadas que ahogaban sus palabras. Santos se aferraba al respaldo de su silla, como si estuviera a punto de caer a un abismo, a un hoyo negro, y prefiriera mejor morirse de risa. Harmodio me miró rápidamente. Levantó una ceja y me dijo que esto no podía quedarse así, que hiciéramos algo. Me levanté y respondí con toda la solemnidad de que fui capaz. -Por supuesto que entendimos sus intenciones, pero queríamos ver hasta qué punto llegaba su improvisación parahuiqui. Harmodio y yo vamos a conferirles membresía. Por otro lado, pensábamos en la posibilidad de que la realidad misma ofrezca huiquificaciones naturales, huiquimaterias dispuestas a quien sepa reconocerlas. Ejemplifico con una historia absolutamente verídica que yo mismo investigué en Ciudad Juárez, cuando era reportero del periódico Frontera. Se llama:

Después de la sesión, se acostumbra celebrar (no se sabe bien qué) con cervezas y vino barato. A la sexta o séptima pinta, Santos y Beatriz comenzaron a decirse algo en voz baja con una leve sonrisa que gradualmente se transformó en carcajadas duplicadas.

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MARZO

Los dos amigos

sta historia arrancará en segunda porque siempre ha estado en movimiento. Implica a dos amigos compitiendo solos en una larga carrera, y sin saberlo, en el mismo carro. El primero se llamaba Gabriel y aunque en la frontera nadie captaba la ironía de su nombre, a él sí lo molestaba, y a veces hasta lo hería de manera incomprensible. Incomprensible aún para Mario, su mejor amigo de la infancia y la adolescencia que llegado el momento descubrió la raíz del abismo que los separaba. Se trataba del nombre: Gabriel nada tuvo que envidiarle más que el nombre. Había nacido a dos casas de la suya y Gabriel se esforzaba en imaginar el extraño azar que causó el equívoco. Sus madres, pensaba, tomaban nescafé por las mañanas y en una de esas charlas ociosas las dos progenitoras barajaron con descuido iletrado las posibilidades onomásticas. En un barrio de analfabetas de primaria malograda, poco importaba el entrevero ocasionado porque a Sabitas Llosa le pareciera importante honrar al ídolo del país, Juan Gabriel,bautizando con el segundo de esos nombres a su hijo nacido en la horrenda

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Ciudad Juárez, donde creció el cantante. Eduviges Márquez soñaba, por su cuenta, con que su hijo Mario fuera por lo menos tan gracioso como Cantinflas, cuyo verdadero nombre era Mario Moreno (su hijo era moreno, ya sólo faltaba el Mario), pero lo que en verdad quería era que su Mari to se convirtiera como por alquimia nomenclatural en una inolvidable estrella de cine o por lo menos en un respetable comediante con su propio programa de televisión. Si don Marcial Vargas y don Gumaro García tuvieron alguna opinión, nadie se las pidió. Y así, todo lo que pudo salir mal, salió mal. Él se llamó Gabriel, él Mario, y desde el primer día de sus vidas hasta el último (cuando, muchos años después, Gabriel quedó frente al comandante de la Policía Judicial y Mario detrás) las dos existencias estaban destinadas a chocar.

l. De la infancia Gabriel y Mario fueron a la misma primaria. Se encontraban camino a la escuela y luego en el recreo para comer tortas de frijoles con chorizo bien picante. La felicidad en esa época consistía enjugar a las "pistitas" después de clase. El juego era de relativa simpleza pero de enorme creatividad si se considera que sólo era necesario tener dos carritos Hot Wheels y la banqueta de la cuadra para ponerlo en práctica. La franja que contenía el concreto era lo suficientemente ancha para permitir la circulaciónde un carritoy medio. Después de echar una moneda al aire, uno de los dos comenzaba la carrera. Eran permitidostres golpecitos impulsandoel dedo medio con el pulgar. Sólo al cruzar alguna grieta o una división del concreto, el carrito había logrado asegurar su avance. Si era despeñado por el rival antes de la marca debía volver a la sección

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anterior.Inexplicablemente,Mario era más veloz que Gabriel, pero Gabriel siempre tuvo mejor tino para expulsar al carrito enemigo. Después de perder y ganar un mismo número de veces, < iabriel y Mario declaraban un empate cordial e inapelable. l.uego iban a la casa de Mario. Su padre era mecánico y por todo el patio había piezas de motor, puertas a medio pintar y llantas, muchas llantas, infladas y ponchadas, apiladas y dispersas. En el fondo había dos asientos de piel de auto deportivo sobre el concreto. Fue allí que Mario enseñó a Gabriel a conducir. Mario había aprendido a los diez años, cada vez que su padre llegaba borracho y apenas lograba dejar el carro mal estacionado, casi a mitad de la avenida. Gritaba entrando a la casa y aventaba las llaves hasta la cama de Mario antes de colapsarse en el sofá de la sala. La madre de Mario lloraba y discutía con su esposo, que seguramente se había gastado por lo menos la mitad del ingreso del mes, pero Mario salía feliz, aprovechaba cada segundo para tocar el tablero del coche: un Impala 1968, en perfectas condiciones, reconstruido con un sistema de sonido modernísimo, pintado de un negro amoratado que escondía todo excepto la mirada de Mario que aún a las cuatro de la madrugada brillaba, se afilaba, y crecía con el ascenso del velocímetro, yjamás parpadeaba, incluso cuando aprovechaba que la avenida estaba desierta para acelerar, dar una vuelta de ciento ochenta grados quemando las llantas y con una precisión propia de conductor de fórmula uno, en esas carreras que veían por la noche en la televisión gringa, quedar frente a la entrada de la cochera. El auto siempre amanecía milimétricamente posicionado en el centro del patio. Por eso Mario pudo enseñar a conducir a Gabriel mejor que cualquier instructor profesional. Empezaron por lo segu-

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ro: Gabriel en el asiento de piel que correspondía al piloto y Mario atento a su lado, señalando cada uno de los mecanismos del carro invisible pero lujosísimo, de velocidades manuales, vidrios eléctricos y techo descapotable. Era verano y Mario le indicó a Gabriel cómo prender el aire acondicionado. Luego acomodaron los espejos y le recordó: el embrague Gabriel, no se te olvide nunca, entierra el embrague con el pie izquierdo porque si no el carro entero tiembla y relincha como un caballo, y llamas la atención de medio mundo, y ese medio mundo le contará al otro medio que no sabes conducir, que cualquier carro es demasiada cosa para ti, que no puedes controlar nada y que por eso eres poco hombre, porque un hombre verdadero controla su carro y marca el paso en las avenidas e impone la velocidad máxima de circulación. Gabriel lo miraba sorprendido, porque Mario hablaba como si todos los fines de semana se internara en el centro de Juárez desafiando los límites de velocidad y venciendo a filas enteras de policías en patrulla y en motocicleta que jamás le daban alcance. Hablaba y actuaba con una sabiduría precoz, y por eso Gabriel no se sorprendió cuando después de la graduación de secundaria Mario lo invitó a conducir un coche de verdad, y no el invisible del patio, sino el Impala de su padre. Estaba estacionado a una cuadra de la escuela y Gabriel no atinó a preguntar nada. Los ojos se le abrieron incrédulos cuando Mario le ofreció las llaves: ¿a dónde vamos? Tú llevas el carro, tú decides. En la emoción Gabriel olvidó el embrague, pinchi embrague dijo, sintiéndose aún más hombre insultando como hombre, nos relinchó Gabriel, pero no te preocupes, cierra la llave, mete el embrague y enséñale a este cabroncito quién manda aquí.

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Gritaron cuando por fin enfilaron por la avenida 16 de Septiembre, la arteria central que partía a la ciudad y que llegaba hasta la Plaza de Armas. Después estaba la central de policía y los separos municipales. No vayas hasta allá Gabriel, porque si nos ven los tránsitos nos tuercen. Las vueltas en "U" todavía lo hacían perder la coordinación y el carro se mató a media avenida. Gabriel se puso nervioso y el carro relinchaba una y otra vez porque él metía el embrague después de girar la llave. Una oleada de carros se acercaba y Mario, con una sonrisa apacible, tomó la llave de la mano de Gabriel. Se bajó corriendo al lado del piloto y Gabriel brincó por instinto al asiento del copiloto. En segundos el motor rugía y la "U" dejó un olor a llanta quemada, a velocidad última, a control absoluto. Mario dobló en la primera calle que apareció a su derecha. Era de un sentido y detuvo el carro. De un brinco ya estaba del lado del copiloto. Abrió la puerta y le devolvió las llaves a Gabriel. ¿Por qué me las das? Yaviste que no puedo. No Gabriel, ya vi que puedes, que tienes que poder. Gabriel sonrió.

11. De la adolescencia Mario encontró a Gabriel en una mesa del fondo de la biblioteca, en el lejano tercer piso de la preparatoria. Tenía en las manos un libro delgado. Gabriel lo guardó de inmediato en cuanto vio que Mario se acercaba. ¿Qué leías? Nada, hombre, pendejadas que nos pide el profe de humanidades. Un libro de cuentos. ¿Y está interesante? Más o menos, bueno la verdad es que sí, el primer cuento es sobre unos chavos que tienen una banda y pelean por ser el jefe. Luego hay otro,

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todavía más interesante, sobre dos amigos que ... ¿Que qué? Y nada, luego te lo cuento. Entonces qué, ya estamos listos. Sí, pero esta vez viene Cecilia con nosotros. Gabriel intentó disimular su sorpresa, pero estaba seguro de que Mario había notado algo. Ninguno agregó nada más y se encaminaron en silencio a la salida de la preparatoria. Cecilia los esperaba fumando uno de esos cigarros Benson mentolados, delgados como su propia silueta. Gabriel se imaginaba el aliento de Cecilia, el contacto húmedo y picante de la menta en su lengua al besarla. Asumía que el sol, incendiándolo todo, dejaba intocado el perfume que ella acaba de rociarse con esa pequeña botellita azul que siempre cargaba en el carro y que ya emanaba de su cabello oscuro y lacio. Pero luego adivinaba que había que buscar la fuente de la fragancia más bien en la base del cuello, detrás de la oreja, en la apertura de la camisa blanca, siempre liberada del primer botón. Gabriel imaginaba todo eso, pero quien la besó y saboreó el mentol, quien aspiró el perfume y hurgó en el cuello de la camisa abierta de Cecilia fue Mario, porque eran novios desde el semestre pasado. Hasta que se dignaron a invitarme. Ya me parecía mentira tanta aventura sin más testigos que ustedes dos, dijo Cecilia. Y Mario, Lo que no vas a creer es la velocidad intrépida, el arrojo heroico de la aventura, el atrevimiento de ... Y Gabriel, Mejor vámonos porque ya casi es hora del receso. Mario manejaba. Sólo al volante de su ChevyNova 1975 podía apreciarse por completo su perfil: cabello largo y rizado, ropa no muy cara pero ajustada a su cuerpo atlético, lentes oscuros y ese cigarro que empataba al de Cecilia, que los hacía elementos armoniosos de una sola composición. Gabriel se sentía un excedente en esa fórmula perfecta, el hermano incómodo al que se debe invitar para que no se quede solo en

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casa, viendo la tele y aceptando su evidente fracaso social. Mario, como percibiendo esas ansiedades, dejó que Gabriel le contara a Cecilia el plan. Así que llegamos por la entrada de servicio, por la que pasan camiones de carga o los empleados de intendencia. Siempre está abierta a esta hora y a pesar de que ya lo hemos hecho varias veces no pueden ponerle candado porque entonces alguien tendría que ir a abrir cada vez que llegan los abastos de la cafetería de la escuela o los conserjes del cambio de turno. Entramos despacio, cuidando que el motor no revolucione más allá de la segunda.Aunos quinientos metros de la explanada principal aceleramos. Para cuando los niños fresas del Tec de Monterrey se dan cuenta es demasiado tarde: el carro se enfrasca en un remolino de tierra, haciendo un trompito a 60 kilómetros por hora que baña de polvo completamente a todos esos pirrurris en su ropita que les pagó papi en el último viaje a Nueva Yorko a París. Gritan y llorany nos mientan la madre, y los más caballeros protegen o pretenden proteger a sus novias abrazándolas, pero todos tragan tierra, su propia tierra, la tierra que ellos pisan todos los días en su escuelita privada de alta sociedad, la tierra que debía obedecerlos porque ellos pagan para que se mantenga debajo de sus suelas y no para que se rebele en el aire, rellenándoles las orejas y metiéndose debajo de los párpados. Nadie puede detenernos porque cuando por fin se dan cuenta de que es el mismo Chevy que volvió a hacer de la suyas ya estamos saliendo sobre el periférico que los mismos papis ricos mandaron construirpara que sus hijitos no perdieran ni un minuto en el tráfico vulgar de esta ciudad, el mismo periféricoque ahora facilita nuestra retirada victoriosa para destaparuna cervezay jugar billar en cualquier bar del centro. Y Cecilia, Güeyeso ya parece un cuento. Deberías escribirlo.Y Gabriel,Gracias,gra-

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cías, pero deja que lleguemos y verás que es exactamente como te lo digo. La puerta de la preparatoria privada estaba abierta, como había dicho Gabriel. Entraron en silencio, sosteniendo la respiración. Aceleraron en el punto de no retomo que ya habían definido después del tercer ataque. Y allí estaban: sentados sobre bancos, caminando en círculos, comiéndose tortas de jamón y tomando coca-colas, el pelo tieso con gel y oliendo aArmani, Versace o Christian Dior, los enemigos de la educación pública, los amos de Ciudad Juárez, los hijos del presidente municipal, de los regidores, de los directivos de empresas cerveceras y gaseras, de lecherías, de centros comerciales, de cadenas de cines, de los grandes intereses de esa ciudad que ellos administraban como si fuera un country club de dos millones de empleados, allí estaban como la última vez que visitaron el campus, bien portaditos y esperando su tumo para reemplazar a sus padres en el gran negocio de ser dueños si no de México, por lo menos de la frontera. Agárrense dijo Mario y Cecilia fijó sus manos en el tablero. Gabriel se aferró del asidero de su puerta y clavó sus uñas en el asiento. El trompo fue perfecto: el ojo del tornado se elevó y la nube densa de tierra se tragó a los fresitas que ahora gritaban y corrían en todas direcciones. Gesticulaban mentadas de madre inaudibles, amenazas ahogadas con polvo. En el quinto círculo, una piedra se estrelló en la ventana de Mario. Creyó que no había pasado nada, pero cuando la sangre le cubrió la cara, tuvo que detener el carro. No puedo manejar, no veo, toma el volante. Gabriel brincó al asiento del piloto mientras que Mario se abalanzaba sobre Cecilia, que lo limpiaba con su camisa. Gabriel recordó la primera vez quemanejó un carro. No se me olvida Mario, pensó y metió el embrague hasta el fondo. Las llantas traseras del carro rechina-

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ron y salieron disparados hasta la puerta. Las piedras llovieron pero apenas alcanzaron la defensa trasera. Al llegar a casa de Cecilia para curar la herida de Mario, Gabriel se distrajo y el embrague vino después del cambio de velocidad. El carro relinchó y se mató dentro de la cochera. Mario sonrió.

111.De la separación Es como en el cuento que leí, pensó Gabriel, es como imagino que debe terminar. Cecilia debe ser mía porque a fin de cuentas es a mí a quien quiere. Lo de Mario ya pasó y él tiene que entenderlo. Cuando Mario llegó, la cerveza oscura que le gustaba ya lo estaba esperando. Gabriel había ordenado por él y aunque normalmente se abrazaban cuando se veían, esta vez Gabriel no se levantó. ¿Qué chingados quieres cabrón? Gabriel no contestó. Dejó transcurrir unos segundos y tomó el libro que desde hacía meses no dejaba de releer.¿ Te acuerdas del libro que te dije que leí para la clase de humanidades? No me acuerdo y no me importa güey, y mejor dejémonos de pendejadas y salte porque te voy a partir la madre. Y Gabriel, Espérate un momento, déjame que por lo menos te explique por qué y luego si quieres después me partes mi madre todo lo que quieras. Y Mario, ¿Qué me tienes que explicar?, ¿que se te antojó mi vieja?, ¿que entre todas las chavas de esta pinchi ciudad sólo podías fijarte en Cecilia? Y Gabriel, Está clarísimo, por lo menos en el cuento está clarísimo, tú no te das cuenta porque aún no has leído ninguno de los libros que te dije. Y Mario, Me valen madres los libros y los nombres de los autores, ya te lo dije, me importa que me hayas robado a mi novia cabrón, eso me

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importa. Y Gabriel, Es como en el cuento en que Miguel reta a Rubén a un desafío para ver quién se queda con Flora, así es la única manera en que podremos resolver esto. Y Mario, ¿A qué me estás retando, a nadar en el mar como en ese cuento mamón? Estamos en el desierto, pendejo, aquí el único mar que hay es de arena. Y Gabriel, A una carrera de carros, por la avenida 16 de Septiembre, en la madrugada, tú y yo solos, el que pierda deja para siempre de pretender a Cecilia. Mario se levantó bruscamente y tomó a Gabriel del cuello de la camisa. Lo envió al suelo con un puñetazo a la mandíbula. Ni carrera ni una chingada madre, eres un cabrón y ella una cabrona y aquí se acaba tu cuento, imbécil. Mario salió del bar. Gabriel se limpió la sangre del labio inferior. Y sonrió.

IV. De ella

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La primera vez que Cecilia hizo el amor con Gabriel tuvo que fingir de nuevo su virginidad. Había fingido antes para Mario y esa noche, mientras Gabriel la penetraba, ella los imaginaba alternativamente en el Chevy, entrando y saliendo del Tec de Monterrey, en una escena que alcanzaba una repetición climática con un orgasmo que ella no lograba atribuir a ninguno de los dos en específico. Como mi amor, pensaba Cecilia, porque en verdad siempre había amado a los dos, como una larga continuación de su aliento combinado, como si sus manos se hundieran confundidas en la cabellera de Mario para emerger de la de Gabriel. Sin saber bien por qué, terminaron acariciando más a Gabriel que a Mario y ella suponía que por dentro prefería más la seguridad que el atrevimiento. Porque Gabriel le ofrecía la inteligencia en calma, como cuando con esa frialdad

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tranquilizadora los sacó del Tec de Monterrey y su lluvia de piedras. Como cuando la siguió por la universidad hasta graduarse en administración de empresas mientras ella obtenía el título en derecho. O cuando le ayudó a abrir su despacho y después los ojos, más abiertos que nunca: Gabriel era funcional, predecible. Mario no se permitía la misma ruta dos veces, ni en el giro centrífugo de un trompito, ni cuando exploraba su cuerpo. Tocarlo era como estar con un hombre por primera vez. Y por mucho que la sedujera, la mirada de Mario nunca se estacionaba. Su aparente inercia, aún a punto de dormirse, era otra forma de la velocidad. La última vez que hicieron el amor, en el Chevy, Mario insistía en la misma pregunta: "¿Eres mía?" Esa noche, en la cama de Gabriel, Cecilia contestó que sí. La tarde que preparó la demanda de divorcio en su despacho, Cecilia entendió que en realidad, desde que los vio juntos por primera vez, Mario y Gabriel eran los dos rostros del mismo hombre que ella nunca dejaría de amar. Los amaría toda la vida y felizmente volvería a entregarles su virginidad si pudiera volver a verlos sonreír. Juntos.

V. De la colisión Muchos años después, frente al comandante de la Policía Judicial, Gabriel recordó las andanzas de Mario que lo llevaron por caminos exactamente opuestos (¿o serían en verdad complementarios?) a los suyos. Mario dejó la preparatoria, nunca se graduó. Se metió con una pandilla de ladrones y pronto se esfumó de los círculos en que Gabriel se desenvolvía. Gabriel siguió leyendo a sus dos autores favoritos cuyos nombres seguían intrigándolo, siempre sospechando que de haber sido otra su suerte tal vez el nombre de Mario lo habría llevado en dirección distinta. Gabriel pensaba que su vida era ciertamen-

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te mejor que la de su ex amigo: tenía un trabajo ideal y le permitía conjugar su pasión por los carros con la lectura y relectura de los dos escritores que contaban historias muy parecidas a las cosas que él había visto en la frontera, en esa ciudad de corrupción y crímenes atroces, de traiciones y venganzas. A pesar de todo, Gabriel no creía haber traicionado a Mario: Cecilia se enamoró de él, aunque eso ya no importara mucho, y además él trató de salvar su amistad, explicándole que todo estaba en los libros y que lo malo fue por culpa de los nombres. Pero no supo de Mario por años. Gabriel se convirtió en el recuperador de autos robados más cotizado de la frontera. Trabajaba para una poderosa aseguradora de carros de Estados Unidos que extendía sus tentáculos desde Tijuana hasta Nuevo Laredo. Ciudad Juárez era el epicentro del comercio ilegal de vehículos y Gabriel había construido una densa red de contactos entre agentes de policía municipal y estatal, mensajeros del cártel de Juárez, ladrones de primer nivel y empresarios de fortunas insondables,todos asiduos a máquinas exóticas para que el narco junior o el junior a secas pasee a la novia en tumo, a máquinas útiles para efectuar asaltos abancos o para asesinar sin dejar huella, máquinas necesarias para transportar droga de rapidez nocturna, máquinas para usar y desechar en menos de 24 horas. No todos los vehículos caían dentro del rango de recuperables y Gabriel había aprendido muy bien a conocer la diferencia: los carros de narcos que sirven para pasear modelos, por ejemplo, eran intocables; los carros manchados de sangre y agujereados por bala de cuerno de chivo, en cambio, eran extraditables a primera hora del día; los Hummer de lujo circulabangeneralmenteuna semana, pero luego los funcionarios obligaban a sus hijos a entregarlos a los judiciales para evitar mayores escándalos. Qué pasó mi

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comandante, me dijeron que cayó otro Hummer, preguntaba Gabriel y el comandante, Así es mi Gabo, pero date otra vueltecita en una semana, ¿no? Es que tiene un equipo de sonido poca madre que le queda perfectamente a mi Suburban, ¿dame chanza, no? Y Gabriel, Claro que sí mi comandante,ya sabe que no hay ninguna prisa, nomás dígale a sus muchachos que esta vez sí dejen las llantas, porfa, porque luego tengo que ir a comprarunos gallitos para poder llevármelopor la madrugada a la aduana, que es cuando los reciben, y no siempre encuentro desponchadoras abiertas tan temprano. Y el comandante,Ah chingao, eso no sabía mi Gabo, pero ahorita me doy una vuelta al patio y meto en cintura a estos cabroncitos, nomás eso me faltaba. Y Gabriel, Muchas gracias mi comandante, y aquí le va para lo que haga falta. Y el comandante, Ése es mi Gabo, chingao, por eso sabes que se te quiere, nos vemos la próxima semana ¿eh? Y Gabriel,La próxima semana sin falta,mi comandante. Las comisiones de Gabriel eran siempre más generosas que los sobornos que había que distribuir en ambos lados de la frontera. Primero para el informante, que estaba pegado al radio de los policías que encontraban el carro abandonado, y luego para el agente que hacía el rescate y que se aseguraba de que nadie quitara el número de serie para deshuesar el carro sin preocupaciones en el yonke más cercano. Otro tantito para el vocero de la judicial, que ponía el carro en la lista oficial de vehículos confiscados y finalmente para el comandante, para agilizar el trámite y para que en los patios de la judicial respetaranpor lo menos el motor,las llantasy el asiento del piloto, porque Gabriel tenía que manejar el carro hasta la aduana gringa y hacer la entrega él mismo, y allí es donde continuaban los sobornos en el otro lado, para que el agente de aduanas lo dejara pasar al principio de la lista, para que

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procesaran su vehículo inmediatamente y no tener que esperar horas, como los recuperadores novatos sin contactos. En menos de veinte minutos Gabriel ya había cotejado los números de serie y finalizado el papeleo. Entre todos los sobornos Gabriel perdía casi la mitad de su comisión, pero la otra mitad era jugosa y multiplicada por los otros seis u ocho carros que recuperaba a la semana aseguraba su estilo de vida, cenas en restaurantes caros, viajes al extranjero, frecuentes derroches en burdeles exclusivos de la ciudad, donde seguido brindaba con el comandante y con el capo en turno, todos conviviendo en alegre y funcional paz. Hasta esa noche en que pidió hablar con el comandante, Gabriel pocas veces recordaba a Mario. Había escuchado que comenzó robando tapones de llanta. Luego desvalijaba los estéreos y no fueron pocas las veces en que incluso se robaba los volantes de lujo de carros deportivos. Pero cuando Mario comenzó su propia banda robacarros, y cuando esa banda se convirtió en la más importante de la frontera, Gabriel no volvió a tener noticias de él. Mario se esfumó como hacen los verdaderos jefes del crimen organizado. Arrestaban a sus aprendices, a los chivos expiatorios que de todos modos no pasaban ni un mes en la cárcel. Se llamaban Los cachorros, porque casi todos eran jóvenes. A Gabriel no se le escapaba la ironía del nombre, otra coincidencia más que demostraba lo que él ya sabía desde que leyó en la prepa el cuento homónimo. Además de ironía, Gabriel sintió algo de gusto al saber que Mario había logrado equilibrar su perfil en el ambiente violento donde cualquier descuido incendiaba las calles hasta rendir veinte ejecutados en una misma noche. Gabriel pensó que un buen día Mario terminaría en el desierto, esposado y envuelto en una cobija con un tiro en la nuca, pudriéndose en

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el calor del verano, o que lo encontrarían en la cajuela del coche deportivo que intentó robarle al hijo del jefe del cártel o del jefe de la judicial, que no pocas veces son el mismo. Pero eso nunca ocurrió. Mario mantuvo la buena reputación de Los cachorros, o así lo creía Gabriel hasta esa noche en que por fin consiguió que el comandante lo recibiera. Escúcheme mi comandante, ¿usted y yo somos amigos desde hace cuánto? Yo le aseguro que Mario desaparece y nadie lo vuelve a ver, usted les dice que se peló de los patios, porque los guardias pendejearon y nadie vio cuando se subió a la patrulla y se perdió en las callecitas del centro. Además que ya sabe, conmigo no hay bronca, yo le doy diez veces más de lo acostumbrado, Y el comandante, No es cuestión de lana Gabo, no me ofendas. Mario le dio un cristalazo al carro del jefazo, y él mismo lo sabía, que con él uno no se mete y punto. Aquí hasta andan diciendo que ni siquiera se quiso robar el carro, que nomás se metió para dejarle un recado a la esposa del jefe, dizque era su novia en la prepa. No sé si sea cierto, pero lo que sí me consta es que el muy cabrón traía un frasquito de perfume para mujer que nos pidió que le dejáramos en la jaula. Sabrá la chingada, pero el jefe ya se enteró de que lo tenemos aquí, no falta el soplón a sueldo entre los agentes, y ya enviaron a varios madrinas para darle levantón. Y el Gabo, Mire mi comandante, le voy a hablar derecho: Mario es mi amigo, casi mi hermano, lo conozco desde la infancia, conozco a sus padres y a sus hermanos, si no lo saco de ésta mi comandante, no me lo perdonaré jamás. Y el comandante, Me la pones muy cabrona, pero está bueno, Gabriel, para que veas que no me voy a rajar: me dijeron que a los madrinas todavía les cuelgan unos minutos para llegar, llévate a Mario y si alcanzan a salir, bien, si no, nosotros mismos tendremos que

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darles carro y va a tener que ser a los dos, porque si no van a sospechar de mí y hasta mi propia cabeza rueda, ¿me entiendes? No me des dinero, pero pélense ya, ahora mismo. Antes de entrar al separo donde tenían a Mario, Gabriel reconoció de inmediato el perfume. Al abrir la puerta alcanzó a ver que se guardaba rápido la pequeña botella. Apenas supo quién era, Mario intentó golpearlo, pero Gabriel le gritó que no tenían tiempo, que si quería después se arreglaban pero que había que irse ya. El carro de Gabriel, un Chevy nova 1975, muy parecido al que Mario tenía en la preparatoria, salió disparado por la avenida 16 de Septiembre. En la esquina con la avenida Cinco de Mayo se escucharon los primeros tiros. Gabriel se adentró en la oscuridad de un callejón. Ninguno de los dos hablaba. Cuando creyeron despejada la calle, Gabriel,por última vez en su vida, olvidó meter el embraguey el carro relinchó y se mató. Las llantas de tres Suburban se quemaron en el asfaltoy se lanzaron al callejón. El primer disparo reventó el asiento trasero, el segundo perforó el pulmón derecho de Gabriel. Vete Mario, yo no puedo moverme. Y Mario, Te van a matar. Y Gabriel, A ti es a quien buscan, pélate, yo me quedo aquí mismo y cuando lleguen les diré que no sé nada, y para cuando se den cuenta de quién soy no podrán matarme porque me necesitarán para encontrarte. Luego yo le llamo al comandante y negociamos todo. Estoy seguro que me dejan ir, pero a ti te matan Mario, vete, vete ya. A la mañana siguiente,nadie en la frontera, ni el vocero de lajudicial que dio la noticia, ni los reporteros de la nota roja que leyeron los partes policiales, ni los lectores de los periódicos que imprimieron la noticia, ni Cecilia que siempre recordaba los días de la preparatoria y que nunca recibió el mensaje que Mario dejó para ella en la guantera del carro del procu-

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rador dejusticia del estado, ni siquiera los padres de Mario y Gabriel reconocieron el nombre de Mario Vargas Llosa, jefe de la banda Los cachorros, que apareció en el desierto esposado, envuelto en una cobija y con un tiro en el pulmón derecho y otro en la nuca. Lejos de la frontera, desvelado y hambriento, Gabriel García Márquez ordenó un desayuno en el restaurante de un pequeño poblado en el desierto de Texas, al borde de la carretera interestatal donde paró el autobús de pasajeros que abordó en El Paso esa madrugada. Mientras dejaba humear un café negro, aspiraba con frecuencia un poco más del perfume que aún llevaba en la bolsa. Conversó con el chofer y con algunos viajeros. Tampoco nadie reconoció su nombre. La madrugada anterior, en Ciudad Juárez, antes de disparar, los sicarios no comprendían por qué su víctima no dejaba de sonreír. Para Mario García Márquez, por la niñez compartida y la buena fortuna de su nombre. Para Ramiro Cedilla, que me cedió el honor de ser su copiloto en incontables aventuras, mejores que ésta.

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La errata que piensa

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a realidad como huiquimateria dispuesta, okey, okey -decía Santos en voz gradualmente baja. Dibujaba algo en su cuaderno de notas. Me acerqué y vi un triángulo. Repasaba sus esquinas con cuidado milimétrico. En cada ángulo anotaba las iniciales de mis personajes:

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-Supongamos que cada texto se extrae del magma bruto de la naturaleza lingüística. El texto es entonces un mineral con formas geométricas definidas por las fuerzas invisibles de la tradición, que lo van erosionando. La figura del triángulo es natural en tu cuento. ¿Pero es todo lo que ocurre? Creo que rA

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no: hay un dinamismo en el texto que impide fijar a cada uno de los tres factores. Lo que en un principio serían dos vectores (Mario y Gabriel) en ascendencia vertical y simultánea hacia Cecilia, se convierten en un mecanismo que continuamente desplaza a cada uno de los tres actores, de modo que los tres, en su momento y a su muy peculiar manera, adoptan la centralidad del objeto deseado. Los tres se desean entre sí al mismo tiempo y los tres desean sólo a uno de los vértices con la única meta de desestabilizar el insalvable equilibro de poderes. El amor, para poder cobrar materialidad absoluta, debe verterse absolutamente en una únicapersona. La estructura fluida de "Los dos amigos", entonces, puede entenderse mejor bajo el siguiente diagrama:

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-¿Y cómo se diagrama algo harto más complejo, digamos, Pedro Páramo? -Santos no titubeó. Tomó su lápiz y trazó lo siguiente:

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Aquí comprendí la utilidad de los diagramas, aunque me siguieran tomando el pelo: la vida y la muerte y ese espectral pasaje hacia la oscuridad incomprensible. La trama translúcida de Juan Preciado en busca de su padre y su descenso a un limbo desolador, ne! mezzo del cammin di nostra tradizione. -Algo vasto e implacable ahora, Don Quijote de la

Mancha.

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¿Me estarían viendo la cara de nuevo? La imagen del triángulo en movimiento, sin embargo, me hipnotizó. El sistema de tres signos en rotación pronto cambiaba de nombres y espacios: Bioy, Paz y Garro; Lolita, Humbert y Quilty; Emma, Charles y todos los demás; yo, Juliet y su pareja (hipócrita lector, mi hermano, pero no mi igual), etc., etc.

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Dibujó Santos:

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Harmodio tomó la iniciativa para descifrar el diseño: El primer círculo concéntrico se refiere sin duda a Cide Hamete Benengeli, el traductor árabe que según Cervantes recupera la historia de Don Quijote en un manuscrito encontrado en la versión gachupina de un tianguis chilango. Contra lo que yo imaginaba, el segundo círculo no contenía la primera parte de la novela (publicada en 1605), sino la segunda (1615). Harmodio me explicó que esta decisión era narrato-lógica: es durante la segunda parte cuando el bachiller Sansón Carrasco pone en manos de Don Quijote y Sancho una copia de la primera parte. El asombroso mise en abime inaugura la moder-

nidad occidental: los personajes tienen la oportunidad no sólo de conocer sus aventuras según las narra Cide (con C de Cervantes), sino que se dedican a corregirlas (protohuiquificarlas)y después llevarlas al extremo. La primera parte de Don Quijote (el tercer círculo) comienza una vez más dentro de la segunda como una reescritura. La novela se edita a sí misma y sobre esa piedra se funda nuestra HuiquiCatedral. Las estrellasque giran en el centro, finalmente,representanlas brillantes y perfectas novelas interpoladas ("El curioso impertinente", "El cautivo", "Marcela y Grisóstomo", etc.). +-Fastforward al final de la modernidad: Los detectives salvajes:

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Vi el diario de Juan García Madero, su fuerza y direccionalidad.Luegola fragmentaciónmúltiple de la segundaparle, la búsqueda frenética que el lector emprende hacia Arturo llelano y Ulises Lima, siempredesplazadosen el siguientetestimonio.Y al final, el regreso disperso del diario, desvaneciéndose en la página en blanco, con todo lo que hemos sido, desde el viejo Alonso Quijano hasta la arena del desierto fronterizo bañada en sangre de 2666, la insondable novela póstuma de Roberto Bolaño, quien nos observa en silencio detrás de la ventana del ocaso occidental. Invertí el viaje de regreso a la Maison du Mexique imaginando el diagrama de Ficciones o El Aleph. Entretuve varias posibilidades,pero ninguna me satisfizo. Todaesa noche soñé quejugaba en el Parque Borunda, de regreso en Ciudad Juárez (el parque de mi infancia), con figuras geométricas que se mezclaban como gotas de aceite para formar poliedros maleables. Inesperadamente, el amasijo se moldeó en una esfera perfecta sobre la manta de picnic donde estaba sentado. La esfera se elevó hasta volverse un punto apenas perceptible en el sol del mediodía, pero luego descendió a una velocidad que sacudió el follaje de los árboles y levantó espirales de tierra. El cielo se oscureció y el eclipse me produjo un frío artificial, como el de los aviones. La esfera se cierra sobre mí, medité. Me ahogará antes de que yo pueda moverme. Me seguiría si intentara correr.Me absorberá y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Desperté de madrugada, sudando. Decidí irme a la biblioteca de la universidad y después buscar a Podestá antes de comenzar la clase. Lo encontré intermitente entre el mate y la pipa, pero sin soltar en ningún momento una vieja edición de Memórias póstumas de Brás Cubas, del brasileño Machado de Assis. Hice una nota mental del texto para pedirlo por la

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tarde en la biblioteca y leerlo esa misma noche. Confiaba en el gusto de Podestá como si dictara el canon occidental más riguroso de la academia. Me gustó verlo sonreír con la guardia baja. Volvía cada página con una mirada que denunciaba ternura. Pensé en mi padre, una tarde en que cruzábamos a pie el puente libre, de regreso a Juárez. Fuimos a tramitar un permiso de turista para un viaje que él haría esa semana. Yo comenzaba a leer y en la cresta le pedí que nos detuviéramos para descifrar una placa de metal que señalaba algo en inglés y español. Mi padre, paciente, me dejó intentarlo: LÍMITE ENTRE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS. -No entiendo. -Quiere decir que allí, de tu lado del puente, comienza México. De mi lado comienza Estados Unidos. -¿Entonces si me quedo aquí yo estoy en México y tú, allá, estás en Estados Unidos? -Sí. -¿Y si te cambio? Mi padre me vio cruzar la frontera mientras él volvía al lado mexicano. Me dejó creer que entrar y salir de un país era motivo de juego, algo simple y voluntarioso. Asumí por años que todas las ciudades del planeta tenían una frontera con Estados Unidos: que toda la gente visitaba amigos y familiares en el otro lado que siempre estaba allí, al norte de un río seco que marcaba la división con una ciudad de edificios altos, de parques frondosos y calles anchas; al sur quedaba la otra ciudad, la mía, la del asfalto ardiente, patrullas que siempre llevaban la sirena encendida, esquinas con niños que vendían periódicos y cigarros mientras el sol del mediodía les oscurecía la nuca. Volvimos a Juárez y fuimos a comer al Sanbom's. Después, mi papá com-

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pró Proceso y un interminable café para leerla allí mismo. Yo veía libros de fotografía y revistas. Me perdía horas entre imágenes multicolores, fingiendo que también leía cosas importantes. Suponía que los papás de la tierra llevaban a sus hijos al Sanbom's todos los domingos a leer Proceso, tomando café en silencio. Quise ser periodista y escritor para algún día entender aquello que dependiendo de la página, volvía el rostro de mi padre reflejo de seriedad o de tristeza. Podestá más bien parecía melancólico, como si repasara la escena clave de una película que hubiera visto varias veces. Me senté en un banco de madera en el pasillo, donde podía ver su mirada adherida a las páginas mientras sorbía mate o inhalaba tabaco, que olía como siempre a vainilla, aunque él no dejara de negarlo. Golpeé la puerta de la oficina cuando cerró el libro en su escritorio con la vista todavía fija en líneas invisibles que ya sólo se releerían en su memoria. -Y, pasa che. Qué le vamos a hacer. Llegás tarde, ¿eh? -No quise molestarlo. Lo vi muy entretenido con ese libro. -De repente hacés algo bien. Es enorme. Lectura para 'unos cuantos elegidos. -Luego lo saco de la biblioteca. -Llevátelo. Pero nada de olvidos a la hora de regresar lo. Ya lo sabés: una semana exacta o te cancelo el hábito, que para eso hay bibliotecas, aunque sean francesas. La semana anterior me había prestado Adriana Buenos Aires de Macedonio Femández. Al sacarlo de mi mochila para devolvérselo, el forro de plástico del poemario de Juliet, que nunca había podido dejar en casa, se pegó al libro de Macedonio. Podestá hizo un gesto malicioso.

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-No sabía que entendieras de poesía francesa reciente. Aunque nadie nos garantiza que lo hayas leído. -Me sé cada verso de memoria. -¡Y yo que pensé que sólo sabrías canciones de Juan Gabriel!

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-Usted elija al azar cualquier página y se la recito entera. Podestá se quedó observando el libro unos instantes. -Tendrás tu oportunidad esta noche: los invito a cenar a ti y al pelotudo de Harrnodio a las ocho en punto. Traigan vino, para que después no inventen que yo pago borracheras inauditas a estudiantes mal leídos. Y llevate el Machado, andá. Mejor te lo presto antes de que me lo robes. Me sorprendió lo repentino de la invitación, pero me emocionó saber que Podestá comenzaba a considerarnos sus amigos. Él mismo puso el libro de Juliet en mi mochila (o eso creí) mientras yo hurgaba los estantes de su oficina. De allí me fui directo a la biblioteca. No salí hasta haber terminado las Memárias póstumas y copié este fragmento para cuando mi propia memoria decida traicionarme: Deja que diga Pascal que el hombre es una caña que piensa. No; es una errata que piensa, eso sí. Cada etapa de la vida es una edición, que corrige a la anterior, y que será corregida también, hasta la edición definitiva, que el editor obsequia graciosamente a los gusanos. (¿Machado de Assis intuyó también la literatura huiqui?). Llegarnos a la cena a la hora acordada. Podestá nos reconoció el milagro virtual de haber encontrado un Tannat uruguayo que Harrnodio vio en una cava a unas calles de su casa, en Belleville. La cena se veía espléndida. Me costaba creer que Podestá fuera tan buen cocinero. -Mi arte poética abarca todas las experiencias de la creación -dijo Podestá mientras comenzaba a poner la mesa. Dejó cuatro juegos de cubiertos.

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-¿Esperarnos a alguien más? -preguntó Harmodio, -Supongo que convidarán a la cocinera, a menos que este cleptómano quiera también robarme el crédito -dijo una voz femenina en perfecto español ligeramente acentuado a la francesa pero con entonaciones porteñas, que hablaba desde la puerta de una recámara que quedaba justo detrás de mí. ¿Qué opinan ustedes?: me fuerza a cocinar, me obliga a firmar libros para sus estudiantes, ¿y ni siquiera me va a reservar lugar en el convite? Antes de ponerme de pie para recibirla, mientras yo todavía estaba sentado a la mesa y a espaldas de ella, puso un libro entre mis manos. Ojalá tuviera talento para pintar, Mateo: haría retratos de todos los ángulos en que vi su rostro. Desde el momento en que ella dejó su poernario en la mesa para saludarme. La sonrisa clara que dibujó cuando dijo su nombre adivinando tal vez que yo no podría repetirlo ni siquiera mentalmente. El resplandor de su cuello que vislumbré cuando besé -¡BESÉ!- sus dos mejillas. -A ver che, uno fácil: el primer poema del libro. Dale. -Perdonalo, OZ, Héctor es un bravucón que no pierde ocasión para jugar al magíster. Ahora se hace el machi to pero en la tarde me pidió corno un niño que quiere un dulce que me esforzara en la dedicatoria, ¡hasta quería editármela! Me contó que trajiste el libro desde México. ¡Qué pena! Con tanta cosa qué leer ... También me dijo que vos y Harrnodio son sus mejores estudiantes. Él los quiere, aunque nunca lo admita. Héctor es más francés que los franceses en cuanto al laudo: cuando te dice pas mal siente que te canta un panegírico. Es el único sudamericano que conozco que reprime su tendencia natural a la exaltación. Yo seguía mudo y dominado por sus ojos azules, enmarcados por el cristal rectangular de sus lentes que tanto

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tiempo admiré en fotografías. No sé si temblaba, pero sentía los espasmos de sangre saliendo del corazón hasta impactarse en la planta de mis pies, en las palmas de mis manos. Ella bajó la mirada por un segundo y se sentó entre Podestá y yo. Harmodio, que ya sentía el peso de la vergüenza ajena, intentó relajar la tensión que generaba mi afasia súbita. -¿Cómo hizo para que le prestara el libro, Podestá? Literalmente nunca se separa de él. Siempre lo lleva en su mochila. -Mañas de ladrón profesional. Además, ladrón que roba a ladrón ... Entendí sin salir del estupor. Era el poemario de Juliet Paradis. Mi poemario de Juliet Paradis.

Y ella era Juliet Paradis. No sé cómo podría ser posible, aunque una pregunta más trascendente quepor qué sería para qué. Conocerla esa noche, la más imposiblementeafortunadanoche de mi vida, cambió para siempre el rumbo de mis pasos sobre la tierra. -Creo que no existe lector más insólito de tu poesía, si considerás las probabilidades. En Ciudad Juárez, la población que alguna vez ha leído un poema no puede pasar del uno por ciento, siendo generosos. Encima, este secante se robó el que seguro era el único ejemplar de tu libro en todo el país. A saber cómo llegó a dar allí -conjeturó Podestá. -Se precisaron todas esas cosas, para que nuestras manos se encontraran -dijo (¡ay!) ella. -Bo, Borg, Borgeeesss -dije con gestos simulados para acercar mi mano a la suya, la única parte de mi cuerpo que parecía resistir el pánico. -¿También lo sabés de memoria? -No tan bien como tu libro, pero casi-lo dije de corrido, sin respirar ni pestañear.

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-Vas a hacer que te quiera mucho: yo también soy borgeana. Héctor me dio un texto tuyo. Lo leeré esta noche para comenzar a pagar mi deuda contigo. -Me robé tu libro Juliet, perdóname, debí comprarlo -al diablo con la respiración. -Hasta ahora valió la pena, ¿no? Podestá sonreía. Nos sirvió el Tannat y después la cena. Él, que siempre controla la conversación, nos dejó hablar (cuando la falta de oxígeno casi me causó daño cerebral) y se enfrascó con Harmodio en otra diatriba contra la literatura huiqui.Ella quiso en cambio que le dijera de mi vida en Juárez. De la frontera y sus demonios. Tenía historias para contarle toda la nochey morirme feliz al amanecer,como Scheherazade. El vino me fue calmando y dejé de temblar. Me parecía un milagro soberbio articular ante su mirada, pero ella me escuchaba con una curiosidad delicada, como si mis palabras fueran luciérnagas en la sala a media luz. Le dije que Juárez es una isla rodeada de arena porque el mar es una meta a largo plazo y en Juárez todo es transitorio, como el agua dulce que también se evaporó del Río Bravo: la gente (legal o ilegalmente) se desplaza de un lado a otro como en el cristal estrecho 'de un reloj de arena. Le dije que amaba el frío de París. Me respondió que prefería el calor de México. Le hablé de mi regocijo bajo el cielo nublado francés,ella de su añoranzapor el escampadomexicano, que nunca ha visitado más que en sueños de tarjeta postal. -Nos equivocamosde país. Cuandotenga un hijo me irédijo Juliet buscando a Podestá. -No puedo obligarlo a crecer en esta ciudad de tristezas gélidase impersonales.Estoysegura que aún la fronteratiene más esquinasfelices que París. -Tu español es impresionante. Me encanta tu pronunciación argentina.

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-Sé que te gustará saber por qué hablo así: aprendí español para poder leer a Borges en su lengua. Naturalmente tuve que ir a vivir algunos años a Buenos Aires. Por allí conocí a Podestá. Y aquí nos tenés. -Yo aprendí francés para leer tu poesía en tu lengua. Juliet dibujó una sonrisa discreta que atemperó mi galanteo. Cambié el tema cuando descubrí que el sonrojado era yo. -También quiero preguntarte algo que desde hace años me intriga. ¿Por qué escribes tu nombre con la ortografía inglesa?¿ Tienes familiares británicos? -Mi padre era devoto de Shakespeare. Le fascinaba la escena en que Juliet se cuestiona la naturaleza de los nombres. Decía que llamarse Juliet es también llamarse hecho estético. Siempre pensé que mi viejo debió basar las decisiones fundamentales de su vida más en la realidad que en la literatura. Pero escuchanos hablando de esto: me casé con Podestá por la literatura. Estás aquí conmigo exactamente por la misma razón. -¿Porque tu nombre es la belleza llamada de otro modo? -Porque padecemos un exceso de literatura y llegamos a creer que llamarse Juliet es estar más cerca de Shakespeare. Podestá fue a su estudio y volvió con una funda de cuero. Nos invitó a la sala. -Ríen a faire-se lamentó Juliet- ahora toca a los niños

jugar a los gauchos. Podestá abrió la funda. Nos mostró una colección de nueve cuchillos de bronce que heredó de su abuelo, un estanciero de la pampa uruguaya.Tomó el primero y comenzó a lustrarlo con un paño de franela. Luego fue hacia la puerta de su estudio y la cerró. La madera estaba llena de rajaduras. Por primera vez lo vi sostener algo con la mano izquierda. Siempre noto de inmediato a los zurdos, esa selecta minoría que se

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distingue por vivir en sentido contrario a todos los demás. Podestá aspiró con fuerza, lanzó el cuchillo hacia arriba, lo retomó en su caída y lo envió con velocidad hacia la puerta. La hoja del metal se hundió con perfección en una fisura hecha y rehecha antes por las que debían ser numerosas horas de práctica. -A ver Juan Dahlmann, empuñe con firmeza el cuchillo que acaso no sabrá manejar y láncelo a la madera-ordenó Podestá. -Y ustedes háganse para atrás, que con gente de Ciudad Juárez nunca se sabe por dónde viene la bala perdida. Juliet hizo un gesto de fastidio, como si hubiera presenciado la misma escena varias veces. Harmodio me miraba alentador. Podestá no modificó su sonrisa y sólo arqueó más sus cejas tupidas, casi paralelas a la cicatriz en el costado de su frente, que ahora me parecía que se había hecho con uno de esos cuchillos. -Tomalo de la punta de la hoja y estudiá la apertura de la madera. Pensá en la pequeña hendidura como si fuera la funda de cuero. Dirigí el cuchillo allí sin intentar atinar nada. Sólo llevalo hasta el blanco como si unieras una palabra con otra para hacer una frase perfecta. Verás que lanzar un cuchillo obedece el mismo principio de escribir un verso. Agarré el cuchillo como indicó Podestá, aunque creía que no lograríaninguna hazaña. Rápidamente atisbé el lugar exacto donde la hoja del que él había clavado se cruzaba con la madera. No pensé más y lo lancé. Mi cuchillo dio con fuerza en la mismahendidura e hizo saltaral otro que fue a clavarseal suelo. Nos quedamostodos en silenciopor un momento. Podestá se acercó a examinar la madera. -Creo que le huiquificaron el tiro Podestá -dijo Harmodio.

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--Suerte de principiante, a menos que se haya entrenado con un sicario de la vieja guardia fronteriza, que eso lo explicaría todo. -¿Por que no siguen la lección otro día? -pidió Juliet mientras servía el resto de la botella de vino. -Quiero decir, por qué no vienes después, OZ, y terminás de enseñarle a Héctor el arte cuchillero fronterizo. Podestá dio gusto a Juliet. -Después te demuestro la fugacidad de la buena suerte dijo. -Los hombres y su mundito son tan predecibles como un análisis estructuralista-remató Juliet. -A veces creo que la guerra es la forma en que los hombres maduros asimilan el balance de juegos ganados y perdidos de su niñez. -No te olvidés de que la poesía es otra manera de recuperar ese mismo balance -respondió Podestá. -Sí, pero nadie sale herido después de leer un poema dijo ella. -Pues preguntale a OZ después de recitamos uno de los tuyos. -Te pido por favor que no lo hagás -atajó Julietcomplaceme mejor como lectora. Di un sorbo al tinto. Cerré los ojos y dejé salir de mi voz palabras que querían ser limpias, de un espesor tangible en el aire, múltiples cuchillos que fueran a acariciar su cuello. Mansas, blancas ovejas, luminosos mensajes. La fugitiva sombra despierta a las palomas y crea un aire de asombro a la mitad del Sena. Claras y decisivas, solemnes esculturas, en mil palomas mueren las nubes avanzando. Las nubes, las hermanas mayores de los sueños.

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Mármol que ya no es mármol, sino frágil espuma. La espuma es la paloma que no supo ser ángel. La nube es el demonio de los ojos del cielo. Nubes de París, vertiginosa llama. La llamarada blanca del deseo inalcanzado. En París las nubes frutales de Saint Germain padecen un hermoso delirio de grandeza.

-Si hasta allí llega la literaturahuiqui estamos fritos,junto con el pobre Efraín Huerta-dijo Podestá mientras prendía la pipa. -A mí me encantó el poema. Voyentendiendo el juego huiqui-dijo Juliet. -Pues yo creo que les falta arriesgarse más -retomó Podestá. -Les voy a contar una historia verídica de moraleja útil y que tiene que ver con los cuchillos. ¿Vos creés que toleren la historia de mi tío abuelo, Pepillo Ocho? -Aprovecho para ir a comprarmás vino -respondió Juliet. Se abrigó rápido y salió del departamento. -Pepillo era cirquero, aprendiz de cuchillero. Se entrenaba por las noches, después de cada función del circo, que en esas épocas iba del Salto Oriental a Montevideo y de regreso. La historia ocurrió durante una temporada más o menos larga en la capital. Pepillo comenzaba a hacer sus primeras suertes, nada peligroso. Una noche, al término de la función, uno de sus cuchillos se le salió de las manos y fue a dar al pie de las gradas. En la primera fila, una mujer que asistía con su esposo lo recogió y se lo devolvió. Pepillo dice que el ligero roce de sus manos fue suficiente: había decidido que ella sería el amor de su vida. Pero estaba casada con un profesor de filosofia de la UniversidadNacional.¿ Qué podría ver en un pobre cirquero? Pero ojo, eso sí, pobre pero con más de dos

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dedos de frente. Pepillo, como todo Podestá antes y después de él, era un gran lector. Visitaba con frecuencia la biblioteca de mi abuelo, la misma que heredó mi padre y que ahora cubre las paredes de este departamento-señaló Podestá abanicando uno de sus cuchillos-. Pepillo recitaba pasajes enteros de Baudelaire y Lautréamont, que además era paisano, y en las reuniones familiares actuaba espontáneamente episodios de Una excursión a los indios ranqueles de Lucio Mansilla.

Cuando ella, que para el caso diremos que se llamaba María Griselda... -¿Como el cuento de la Bombal?-preguntó Harmodio. -Mirá che, de pronto hasta parece que sabés algo de literatura. Sí, como el personaje de la Bombal. Para cuando María Griselda, decía, entendió con claridad lo que ocurría, Pepillo ya le hacía el amor sobre el pajar, entre jaulas de animales exóticosquelos mirabanatónitos.Ella siguióyendocada fin de semana. Pero el affaire era demasiado inusual para seguir inadvertido. Cuando el profesor se enteró, esa misma noche la apuñaló. La prensa reportó que el profesor le había dibujado un número ocho en la espalda con la navaja y cuando le pasó la furia, él mismo declaró que María Griselda era a fin de cuentasuna ramera cualquiera que según sus cálculos se había acostado por lo menos con ocho tipos, incluyendo al pobre de mi tío abuelo. Pepillo se vengó, o creyó vengarse, al unir su nombre con la afrenta: Pepillo Ocho sería desde ese día y para siempre el octavo y último amante de una mujer victimada en un crimen pasional. Pero mi abuelo, que también había leído todo lo que su hermano había además querido soñar, entendió que Pepillo ofrendaba su amor de otro modo: inscribiendo en su nombre el delirio patológico del símbolo del infinito. Pepillo declaró con su nuevo apodo, sin temor al cliché, que la amaría por el resto de la eternidad.

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-Pero recuérdenos de qué modo esta historia tiene moraleja para la literatura huiqui -atajó Harmodio. -¿En verdad hay que apostillarlo todo? La lección es de una simplezaimplacable,perfecta:si ustedeslogranresignificar el infinitoy convertirloen el símbolo arbitrario de una historia personal que someta su intangible potencialidad, entonces habrán verdaderamente huiquificado. La literatura en segundo grado, para justificarse, debe borrar su condición y las j erarquías que la posibilitan. Dicho de otro modo: para poder realmenterobarseun libro tienen que hacemos creer al final que el libroprovienede sus archivosinéditos.Robar literaturarequiere fingir que uno la reescribe como si acabara de inventarla. Juliet volvió en ese momento. Obligó a Podestá a suspender toda referencia cuchillera. Puso música. Nos pidió hablar de política, de los estragos del neoliberalismo, de cosas más mundanas. Me pidió que contara más historias sobre Juárez. La obedecí. Luego escuché atento su opinión: Juárez, decía haber leído en un libro, es el laboratorio del futuro, lo que el mundo postindustrial ya no puede echar en reversa, lo que terminará por jodernos a todos. Claro que no tuve el valor de admitir que yo ya estaba jodido desde hace años, y no por el colapso del mundo postindustrial. No supe cuánto tiempo pasó. Un segundo y ya nos despedían en el recibidor. Mi lucidez volvió durante su abrazo, que tampoco olvidaré. En la calle me mareó la ebriedad interrumpida. -No hace falta que digasnada, huiquicarnal.Lo único que puedeshacer es escribir-dijo Harmodio.-Consuélate sabiendo que por lo menos conoce y ha pronunciado tu nombre. Volvía mi cuarto e intenté releer el manuscrito del cuento que Podestá le había dado. Es un cuento maldito. Me habría gustado más que fuera de amor. Que ella lo leyera al mismo

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tiempo. Que su nombre y el mío se confundieran como las incontables tardes en que yo me perdí en su poesía. Que me convirtiera en mi propio texto para existir en su lectura y después morirme cuando la venciera el sueño, que mi cadáver fueran las hojas blancas, dispersas sobre sus piernas, arrugadas en los pliegues de su sábana y el peso de su mano dormida y sacudida en las resonancias de la noche. No pasé de la primera página. Quedé anestesiado por el alcohol que reemplazó la adrenalina que no dejó de fluir desde que estuve frente a Juliet. ¿Y si ella tampoco lo leyó? Habría hecho el amor con Podestá hasta quedar rendida al amanecer. ¿Y qué si tampoco tú lo leyeras, Mateo? ¿Y qué si nunca nadie leyera lo que escribo? Por allí andarían las hojitas sueltas, a los tumbos, ofreciendo un relato como un pobre niño que vende flores en una esquina lluviosa y desierta. Cae la tarde en Les Deux Magots ahora mientras escribo. Da lo mismo que Juliet esté despierta. Al único lector que puedo imaginar, Mateo, es a ti.

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ABRIL

Diles_que_B&_me_maten. Rulfo.OZ.huiqui

ú crees que será muy fácil Tino, pero te equivocas. Crees que nada de esto te perseguirá, que los mierdas de tus amigos tienen razón, que puedes irte ahora mismo sin que nadie te acuse, que podrás llegar tranquilo a tu casa y volver a dormir después de comerte la cena que preparará tu mamá esta noche. Crees que podrás dormir, pero no podrás. En parte es mi culpa, yo que le prometí a tu mamá que podría cuidarte. Le dije que no se preocupara por ti, que yo te vigilaría y que me harías caso y no saldrías cuando vinieran a buscarte los del Barrio Norte. ¿Por qué no me hiciste caso? ¿Por qué es más fácil para los hombres hacer las cosas sin pensar? ¿Tuviste miedo de que te obligaran y por eso preferiste fingir que querías irte con ellos? Yocreo que fue eso Tino. Les tuviste miedo. Y es normal, porque yo también les tenía miedo. Ahora ya no. Yano pueden hacerme nada más. Tampoco pueden hacerte nada a ti, porque ahora los que tienen miedo son ellos. Por eso se quieren ir. Ya lo han pensado claramente y creen que pueden echarte a ti la culpa. Dirán que

T

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después de todo yo estaba en tu casa. Pueden mentir porque ese tipo de gente sabe mentir muy bien cuando se acobarda. Les dará tanto miedo que cuando llegue la policía dirán que tú les llamaste para que fueran por ti y que fuiste tú el que planeó todo. Muy fácil. ¿De dónde me iban a sacar ellos si ni siquiera saben dónde vivo? No saben cómo me llamo, ni cuántos años tengo, ni dónde trabajo, ni por qué estaba yo en tu casa. ¿Te das cuenta? Eso si los agarran. Es muy fácil hacerse perdidizo en una ciudad fronteriza. Nomás te cruzas al otro lado y desapareces y ya. Piénsalo bien Tino, porque no tienes mucho tiempo para hablar con ellos. Ahora mismo han de estar temblando de miedo en la troca de ese al que le dicen Nava. Ése es el jefe, ¿no? Si te le acercas con cuidado, pero con paso firme, como hombre, seguro que te escucha. Hazte el macho por una vez en tu vida y arregla el desmadre en que te has metido Tino, todavía hay tiempo. Diles que me maten. Diles que si me estrangulan todos sus problemas estarán resueltos. No te asustes más, Tino, si me haces caso, todo te va a salir bien. Piensa en que no me dolerá, sólo un poco, pero cuando le aprietas el cuello a alguien bien fuerte esa persona se desmaya rápido. No es como si me ahogara en el Río Bravo, como le pasó a Don Lupe el año pasado, ¿te acuerdas? Cuando alguien se cruza por desesperación en mes de lluvias es porque cree que los de la migra te vigilan menos esas noches. Y Dios sabe que Don Lupe estaba desesperado. Ya se le había muerto un nieto de hambre, ¿te acuerdas? No tenía ni tres meses la criaturita. Ya no estaba bien de la cabeza Don Lupe, con su hija otra vez embarazada, ya toda flaquita porque no tenían a veces ni para comprar tortillas. Nomás los hombres como Don Lupe se ahogan, pero sólo ésos, unos

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poquitos, los que se atreven en noches como ésa. Pero no será así conmigo Tino, será como si me pusieras a dormir y ya. Don Lupe se ahogó, pero yo nomás me voy a dormir, vas a ver que sí. Hazte hombre Tino, así como fuiste hombre para decidir que les dirías que allí estaba yo adentro dormida cuando llegaron por ti. No sabía que eras tan aventado ni tan cabrón. Me agarraron dormida, nomás por eso, porque si he estado despierta por lo menos le saco un ojo a uno y a otro le rebano la panza a arañazos. A la mejor de todas formas me llevan, pero sangrando, porque ustedes no saben ser hombres como las mujeres sabemos ser mujeres. Para nosotras no es un momento de valentía, para nosotras es amarrarse a la vida, como cuandotenemos un hijo, o cuando aprendemosa trabajar duro, como tu mamá en la maquiladora que se pasa hasta diez horas parada o como yo, que logré sacar la prepa abierta trabajando juntito de ella tantos años. Nomás pude me salí de allí y hasta tenía mi trabajo como paramédica en la Cruz Roja. Trabajaba mis turnos de noche también, pero no me quejaba, porque ya no era esclava de los pinchis patrones gringos abusones. Por eso te digo que va a salir todo bien. Porque cuando me encuentren pensarán que eso le pasa a las mujeres que trabajan de noche, que fue uno de los muchos asesinos que andan sueltos en este desmadre de ciudad, tal vez un narco o un policía municipal o estatal, que para el caso es lo mismo. Nadie pensará en ti Tino, nadie. Por que yo te he visto crecer, porque te cargué, porque tu mamá nunca creería que eres capaz de algo así. ¿Cómo va a pensar que su hijo me sacó a mí de su casa cuando me dejó cuidándote? Amí, que vivo en el mismo Barrio del Sur desde antes de que tú nacieras. Más bien se enojará conmigo, aunque ya no pueda reclamarmepor-

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que ya para entonces estaré muerta. Seguro que se enojará por meterla en esta bronca cuando se suponía que yo te andaba cuidando a ti. Y míranos nomás, Tino. Tu mamá tendrá razón, porque yo debí haberte cuidado mejor. Los hombres son muy idiotas mijo, no saben cuidarse solos, y por eso siempre necesitan una mujer que ande detrás de ellos. Los que son más listos entienden que sin nosotras no sobreviven esta vida de mierda. Los pendejos se van y más delante ellos mismos se convierten en mierda, se enferman luego luego, o terminan alcohólicos, como el paria de tu papá, ni aguantan nada los rajones y al ratito ya se andan muriendo, como mi marido, cuando todavía ni cumplíamos un año de casados, o los matan otras mierdas como ellos, o los meten a la cárcel para vivir con mierdas de su clase. Pero tú no eres mierda Tino, nomás eres cobarde, un coyoncito cabrón, pero tienes cabeza. Mira nomás cómo te está yendo en la escuela, purititos dieces. Por eso tu mamá me pidió que te cuidara a ti, para que no le salieras como tu hermano mayor el Nacho, que aunque también era listo ahora nomás no sale de los picaderos. Tú eres diferente Tino. Por eso te digo que todavía puedes arreglar este broncón que armaste. Además, tú pensaste que no me iban a hacer nada, ¿verdad? Se te hizo muy fácil decirles que estaba allí dormida, y con mi uniforme de enfermera se me ven muy paradas las chichis y no pensaste que me le iba antojar al Nava cuando me vio. Cómo lo ibas a pensar si tú sí tienes un alma pura. Ese cabrón es un perdido, mijo, por eso tu mamá no te deja juntarte con él. Tienes que entender que así es el mundo, que hay gente que nace con la maldad en las entrañas desde niño, o con las ganas atravesadas del vicio como tu hermano. Tú nomás naciste cobarde, pero eso no te hace malo. Por eso te dio horror que me sacaran entre los cuatro de las greñas y me

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subieran a la troca que traía el Nava. Por eso les gritabas que no me pegaran, que tú no le ibas a decir a tu mamá que vinieron a la casa. Por eso dejaste de gritar cuando empezaron a quitarme la ropa y a manosearme. Yo vi cómo volteaste la cara cuando el gordo ese que apesta a cerveza y sudor me metió los dedos y cuando los otros dos me dieron por detrás. Oí como que se te querían salir más gritos pero ya no pudiste, porque hay quienes no aguantan y se paralizan de miedo y nomás saben temblar con los labios, porque ya ni los hombros se mueven y las piernas ya no les responden desde hace rato. Las mujeres somos más fuertes y valientes que todos ustedes mijo, por eso ni creas que me daba miedo lo que esos puercos me hacían. Me daba más bien coraje porque entre cuatro es muy fácil aprovecharse de una mujer. Hubieran sido dos y les reviento los güevos a patadas y te juro por ésta que ellos sí que me hubieran pedido por la virgencita que ya no les pegara. Yo mejor no dije nada porque sabía que esos cabrones hasta gozan con los gritos. Nomás le rogué a Dios que no los deje ser más tiempo del necesario, que les dé su justo castigo cuando llegue su hora, que ya verás si no, está más cerca de lo que crees. Ese Nava aparece al rato encajuelado, con la panza llena de piquetes: a mierdas como ése los narcos o losjudiciales, que para el caso es lo mismo, tarde o temprano les pasan la cuenta. Así que no te sorprendas cuando lo encuentrenen las dunas, lejos de la ciudad, como en ésta donde me trajeronustedes, o cuando lo cuelguen sin cabeza del puente de la Gómez Morín. Porque ese tipo de mierdas siempre acaba igual. Pero tú no Tinito, tú tienes otro futuro. Tal vez este es el plan de Dios, como nos dicen en la iglesia. Tal vez nos tenía que pasar esto para que endereces rápido tu camino y dejes dejuntarte con el Nava, porque si sigues así también tú vas a aparecer encajuelado o colgado sin cabeza de algún

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puente. Tenía que pasarte esto para que ahora sí te pongas a terminar la prepa, y luego la universidad, para que puedas volverte un profesionista y saques a tu mamá de la maquila y te encargues de que tu hermanito vaya a la escuela también. Ya verás que Juanito te sigue el ejemplo, el pobrecito debe estar ahorita bien asustado, solo en su cunita. Si nomás tuvieras papá para que te metiera en cintura ... Pero ya ves qué pendejos son los hombres. Ándale, vete hasta donde está el Nava, pídele un cigarro y dale unos jalones antes de hablar para que te calmes y no te salga la voz toda quebrada, como de jotito tembloroso. Háblale como el hombre que eres, el hombre fuerte que debes ser de ahora en adelante. Dile que tienen que matarme, que si no lo hacen, la policía va a descubrirlos rápido. Que yo estoy dispuesta a poner la denuncia en previas esta misma noche, que tengo un primo en la delegación que se va a encargar del caso, que también tengo amigos reporteros que van a sacar la nota en los periódicos, y cuando encuentran viva a una violada como yo, eso te lo juro Tinito, los policías se ven obligados a hacer su trabajo aunque no quieran. Como esta vez no se trata de ningún agente ni de nadie con influencia, en unas horas vas a estar en los separos, esta misma noche, vas a ver si no. Primero te van a violar con un palo de escoba o con una pistola. Luego te van a poner una madriza que hasta podría dejarte paralítico. Después te van a exhibir en el patio de la delegación para que los reporteros de la nota roja te saquen todas las fotos que quieran mientras te gritan violador y asesino. Eso lo he visto yo misma cuando a veces sacamos detenidos en ambulancia porque se les pasa la mano a los agentes. Los subimos y siempre veo cómo les sangra el culo, con la sangre mezclada con gargajos, semen y meados. Allí se desquitan toda la furia del diablo que esta ciudad trae dentro des-

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de hace mucho tiempo, y por eso los comandantes dejan que sus muchachos se entrenen con las pobres mierdas que llegan a caer en las porquerizas de celdas de piedra, que nadie lava nunca. Luego te llevan al Cereso, Tinito, y allí te hacen lo mismo, nomás que todos los días, hasta que te mueres o te suicidas, porque de la cárcel no vas a salir nunca, a menos que te contraten como mula o como putita de algún narco o policía, qué más da. Vete rápido con Nava y cuéntale que no me voy a quedar callada. Que voy a empezar a gritar pronto. Que aprovechen que todavía está oscuro. Hasta me pueden enterrar pronto ahora que la arena está todavía fría, en esta duna escondida en la que nadie se fija. Un apretón en el cuello. Que me estrangule el cerdo apestoso, que seguro ya ha matado antes. Prefiero morirme porque para mí vivir sería desde ahora como andar muerta. Yo no sabría vivir llena de odio y asco, como seguro quedan siempre las violadas. O me muero o los mato a todos ustedes, uno por uno, te lo juro por ésta. Mejor morirme que convertirme también en mierda. Voltéate y no mires. Piensa en tu mamá Justino, en tu hermano que te espera en casa. Piensa en mí, que te lo estoy diciendo: prefiero morirme antes de tener que destruirte la vida. Me das la muerte y yo te doy la vida, ése es el trato. Así lo quiso Dios. Yo ya acabé mi misión aquí en la tierra. Diles que me maten y ya.

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Juliet

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o leyó! Podestá me recibió con el manuscrito de mi cuento y con una nota de Juliet en la última página que recité de inmediato en voz baja:

Me estremece pensar que de la frontera pueda emerger la violencia de un texto escrito por la misma persona que recita poemas que temen al horror del mundo, como los míos. Encuentro un inquietante consuelo en saber que es sólo un texto, OZ, y que ella, que no existe, vivirá para denunciar a gritos esa realidad que no nos dejará olvidar las bajezas de la condición humana. De entre todas las mujeres que he sido, nunca había sido ella. Hasta hoy. Te agradezco esta insólita revelación que tendré presente el resto de mi vida. JP

Quise fingir un reclamo a Podestá por haber arriesgadomi poca credibilidad literaria compartiendo el manuscrito con Juliet. Pero en realidad habría querido confesar que hubiera

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dado cualquier cosa (empezando por todos mis manuscritos) ~ por haber estado allí, a su lado, abriendo los ojos sobre ella: ¿qué perfume usaba mientras leía?, ¿qué lado del rostro iluminaba su lámpara?, ¿sostenía las hojas sueltas con la mano izquierda? Luegoestaban sus iniciales, de ambigüedadirritante. ¿Referían su apellido o el de su esposo? Podestá se sirvió un mate que mi resaca causada por el vino de la cena habría agradecido, pero que yo ya estaba acostumbrado a no probar porque nunca convidaba a nadie. Lo único que me ofreció fue su entusiasmo discursivo, que esa tarde parecía orientado, más que a atenuar su egoísmo, a articular una poética del robo, siguiendo la moraleja de Pepillo Ocho. Podestá comenzó a robar libros todavía más joven que yo, cuando tenía 13 años. Recargado en el marco de la enorme ventanade su oficina,que dabahacia la Rue de la Sorbonne (donde a veces me perdía siguiendo la primera cabellera rubia, pensando, deseando que fuera la de Juliet), Podestá recordó que al principio sudaba y no paraba de temblar hasta haber terminado de leer el ejemplar en su casa. No tardó en dominar sus miedos: -La forma más eficaz de robar algo, lo que sea, es tomarlo como si siempre hubiese sido tuyo -nos decía a Harmodio y a mí mientras se servía otro mate incompartido-. Ni por un segundo debe dudarse. La reticencia, el miedo, son siempre las causas principales del fracaso. Y no porque se entere el dueño de que está siendo atracado, sino porque el mismo objeto ya no permitirá el robo, no se dejará robar. El asunto es en verdad ése: para poder robarse algo hay que merecérselo, hay que tener la certeza de que uno roba porque en realidad sabe que está reordenando el universo, que eso que roba le ha pertenecido siempre. Yono robo cuando tomo

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un libro de la librería: yo reclamo lo que es mío, lo que es mi derecho a poseer, un derecho adjudicado y declarado sólo por mí, porque mi voluntad no requiere corroboraciones de nada ni nadie. El robo es en realidad el reverso de lo que por alguna causa decidiste esperar a que te fuera concedido y que por eso sigue fuera de tu alcance. El robo es el mayor acto de libertad y de rebelión contra el sentido del universo que hasta ese momento estaba equivocado en tu contra y cuya corrección depende sólo de vos. Mientras arengaba, Podestá tenía la costumbre de gesticular con ambas manos. Las pequeñas espirales y los rápidos vaivenes de los dedos lo obligaban a dejar la matera en el escritorio. Cuandoterminó de hablar,yo ya me había acabadoel mate. -Aprende usted rápido, OZ. -Demasiado rápido, Podestá. Demasiado rápido, Mateo. Nos encontramos días después en los pasillos de la librería de la Sorbona. Ella se empeñaba en revisar una edición ·especial de Blanco, de Octavio Paz. Una página plegadiza contiene el poema largo. Le ayudé a desdoblarlo y recorrerlo. Recitamos algunosversosjuntos, pero al final decidióno comprarlo. Tampoco me dejó regalárselo. De allí fuimos a un café frente al Jardín de Luxemburgo. (Me detengo ahora en la luz dispersa en su cabello, al atardecer, como si admirara el sepia de una vieja fotografía). Cuando intentamos entrar aljardín, dos guardias nos escoltaron hasta la salida, no sin hostilidad, porque ya lo habían cerrado. Nos despedimos en el metro. Sostuve su mano unos instantes mientras besaba sus mejillas. Pensé que no la vería más. Pero entonces vino Ginebra.Y la clave de la noche cíclica de mi vida:

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No sé si volveremos en un ciclo segundo como vuelven las cifras de una fracción periódica; pero sé que una oscura rotación pitagórica noche a noche me deja en un lugar del mundo.

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(Quisiera aquí un silencio en movimiento, como una nube arrastrándose en la noche inextricable, superior a estas páginas, a toda mi escritura, al tiempo, al espacio, pero no a ella). Juliet viajaba para presentar un nuevo poemario durante esa primera semana de enero. Yo iba a leer una ponencia en un congreso académico sobre, claro, Borges. Si aún la previsible tarde de la frontera puede sorprenderme, nada mecostaba aceptar que también podía encontrarme con ella en la Gare de Lyon. No podría decir quién de los dos propuso compartir el vagón. Sé que yo hice el cambio en la ventanilla, que ella me dio su número de camarote. Que me aguardó con una leve sonrisa en una de las bancas de madera bajo el techo alto de la estación. Las horas de la madrugada se deslizaron por entre los breves silencios de nuestra conversación que parecía inagotable. No sé si ella puede explicarse por qué su mano, que esperaba a mitad de camino, aceptó a la mía éntre las dos camas, esas estrechas camas individuales de los trenes franceses separadas por una mesita de centro para el café. Recuerdo que a veces ella parecía quedarse dormida en breves instantes y que acariciaba mi mano como quien siente la inmaterialidad de un sueño, el peso inespecífico de una ficción. Recuerdo más: el segundo exacto en que alcancé sus labios. Su cintura bajo mi mano. Sus ojos vulnerables, por primera vez mirándome sin mediaciones, tan cerca. ¿Volveréa ese lugar del mundo?

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Apenas cruzó conmigo alguna palabra distante en su presentación aquella mañana en la librería del centro de Ginebra. Habíamos acordado visitar juntos la tumba de Borges al día siguiente. Se disculpó por teléfono argumentando un compromiso editorial de última hora. Cuando insistí se molestó de inmediato. Me gritó que fuera solo. Que me pusiera a escribir. Que hiciera lo que me diera la gana, pero que la dejara en paz. Por la tarde, frente a la tumba de Borges, escribí cuando la paz me dejó a mí.

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MAYO

Una fábula

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os ojos de Juliet, la viajera del tiempo -pues así convendría referirse a ella-, comenzaban a ceder al ritmo acompasado de la lectura. Ya no escuchaba: sentía la música de las letras que formaban palabras como corcheas que se apareaban con blancas y redondas. Odiaba tener que interrumpirlo de nuevo (ni siquiera en un sueño podría haber concebido este encuentro), pero sabía que no quedaban más opciones. Cada línea que él recorría agravaba los riesgos que ella debía eliminar. Se incorporó a dar batalla. Se arrancó el sopor e hilvanó con velocidad el argumento que debía interponer entre él y el libro que se negaba a soltar. Tomó el rostro del maestro entre sus manos e interceptó su mirada, forzándola a elevarse. -Por favor, deténgase. Escúcheme, tiene que parar. No advirtió cuando las palmas de Juliet lo obligaron a cerrar con suavidad las Fábulas de Stevenson, pues sus ojos sólo querían sostener la mirada impuesta por ella. Había aceptado el juego de interrupciones con la convicción de que ella se encelaba por la atención que él brindaba al libro y no a su

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cuerpo que irradiaba la noche, mientras el tren rumbo a Buenos Aires los aislaba del viento frío y de la vasta oscuridad de la pampa. Recordaba a algunas de las mujeres de su vida, que algo tenían que ver con el azul de los ojos de Juliet. Esta nueva interrupción adquirió un tono grave: -No soy quien usted cree. Perdóneme por haberlo engañado. -Es una lástima. Sólo los fotógrafos pueden describir la luz. -Soy fotógrafa, pero no para un periódico londinense dijo, y su rostro se desdibujaba en matices oscuros en el cristal de la ventana. Transcurrieron varios segundos entre palabras, como si así las alargara. -Trabajo con ... la historia de la literatura. -Es cierto que comulgo con profesores universitarios y que alguno habrá que considere mi amigo, pero nunca imaginé que las academias rozaran la belleza en los propios cuerpos docentes. Juliet optó por ignorar la galantería del maestro y pensaba que él aprovecharía cualquier oportunidad para regresar a la lectura. Cruzó las piernas y dio un sorbo a una taza de café que había dejado escapar su candencia. Echó atrás su cabello rubio y su acento inglés se engarzó con énfasis en la apertura de ciertas vocales que el maestro disfrutaba en silencio. -Hago ensayos fotográficos sobre escritores célebres durante momentos importantes de su vida -continuó ella, esta vez sin titubear. -Al llegar a Buenos Aires, si le hace falta, buscaré fotos de presentaciones de libros y esas cosas. -Trabajo para el gobierno británico. Tomo fotografías para el archivo de lo que será la más grande y completa de las

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bibliotecas en la historia de la humanidad-dijo Juliet, ahora con desenfado y gesticulando con los brazos al aire. -No estaba enterado de que la viejaAlbión buscaba edificar otra Alejandría. Sobre el sueño de una biblioteca universal he escrito algunas líneas. Es una vieja metáfora. -Nunca ha oído de la biblioteca porque fue creada en un futuro que no conocerá. Lo sé porque he viajado en el tiempo. La sonrisa del maestro se congeló unos instantes. Bebió un poco del mismo café adelgazado por el frío, y volvió a la mirada de ella. -Las ficciones, hermosa Juliet, no tienen por qué rondar esta noche. Los ruidos del tren volvieron a la conversación ahora con silencios de metales peregrinos. Juliet prosiguió: -Me sorprende que a un autor de su naturaleza le cueste aceptar mi relato. Si le dijera, por ejemplo, que el viaje en el tiempo lo inventó un físico escocés, ¿cómo lo refutaría? ¿No ha escrito, acaso, que en un relato lo importante es que la magia se someta al servicio de la causalidad? No tiene razones para rechazar que la madre de mi científico debe tener ahora unos siete años y que vive una infancia feliz en losj ardines de Edimburgo. Y como Inglaterra siempre soñará con recobrar su imperio,ahora debe admitirque la intenciónde construir el más grande archivojamás concebido está lejos del disparate. Por eso una tarde, al salir del periódico donde trabajaba, fui abordada por un agente secreto que me invitó a colaborar en la biblioteca. Pasé a formar parte del desmesurado equipo de curadores, eruditos, redactores y archivistas al servicio de su majestad. El maestro devolvió el café a la mesilla que separaba un sillón del otro. El compartimiento permitía una posición có-

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moda y una intimidad relajante. Dejó el libro de Stevenson y concedió el triunfo momentáneo de Juliet, pues había logrado captar su atención. Se disponía a saborear el relato que se le antojaba un tanto delirante, aun más que fantástico. Pronunció el nombre de Scheherazade, aunque no atinaba a decir por qué. -Mi experiencia y reputación con la cámara me merecieron el puesto, pero me contrataron también por mi pasión literaria. -Es usted escritora. -Me considero aficionada. He escrito y publicado algunos cuentos que me gustan a pesar de sus faltas, que sin duda han de ser muchas. Pero eso no importa. Ellos sabían que yo he leído lo que hay que leer y eso me enorgullece. -Es un buen motivo de orgullo. Pero dígame, ¿por casualidadno lleva consigoalgúnmanuscrito? -Lamento decepcionarlo. Por ahora la única historia que puedo contarle es la que escucha en este instante. ¿Será suficiente? -Más que eso. Siga, se lo ruego. Su historia me viene resultando imprescindible, tan parecida a su voz. Juliet detuvo la narraciónpara atenderal halago que la hizo sentirun vértigohacia los labiosdel maestro.Pero continuó: -Todo esto ocurrió hace, ¿nueve o diez años? Comienzo a perder la cuenta. He conocido a tantos autores desde entonces ... Pero le diré de mi primera misión. Me dejaron elegir su nombre de una larga lista, así que salí en busca de quien pensé que sería un objetivo fácil: Thomas De Quincey, según entiendo uno de sus autores favoritos. -He gozado incontables horas con sus libros.

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-También a mí me produjo una impresión visual que no había experimentado antes. Hice un ensayo fotográfico durante varias sesiones al calor del opio en Manchester. Me parece que asimiló mi presencia como parte del paisaje alucinante creado en el entresueño de sus drogas. Es más -dijo Juliet con voz baja, como si revelara una confidencia inéditaes una lástima que no haya traído mi portafolio porque a veces, al analizar las fotos, creo notar el brillo de mi flash reflejado no sólo en la transparencia enfermiza de sus uñas, sino en SUS OJOS.

-Confieso que me habría gustado fumar en su compañía -respondió el maestro con la misma entonación matizada. -Luego elegí a Joyce -dijo Juliet rebotando al respaldo y levantando la voz-. Decidí que lo mejor sería buscarlo durante su primera lectura del Ulysses, en la librería "Shakespeare and Co.", esa bellísima tarde de París. De él atesoro una fotografía que nunca di a la prensa: su rostro aparece como acariciado por el Sena. Un leve rocío lo hacía sonreír como a un niño corriendo en la primera lluvia de su vida. -Me hace pensar en el otro retrato, aunque no recuerdo haber leído una imagen siquiera parecida. -Con Faulkner recorrí a caballo los valles de Oxford, Mississippi. Nunca olvidaré su gallardía. Era reacio para dejarse fotografiary tuve que echarmano de otros recursos:pagué las fotos con besos. Después del primer beso gratuito, pensé en renunciar. La tentación era avasallante. -Y sin embargo está usted aquí. -Sabía que tarde o temprano vendría a buscarlo. Quise convencerlos con el hecho de que para mí y para muchos es ustedel mejorescritoringlésen lenguaespañoladel sigloveinte.

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Al final, el viaje lo hice sin autorización. Pronto tendré que regresar no sin antes cumplir con mi propósito. -Ya me sacó varias fotografías. -No he venido a eso. -Entonces vino a darme más razones para envidiar a Faulkner. -Vine a impedir que siga leyendo, maestro. Esta noche podría perder la vista. Él cerró sus ojos, y sin dejar de sonreír, inclinó hacia delante su cabeza, como en una reflexión cándida, sosteniendo el mentón con su mano derecha. -Mi ceguera, aunque gradual, es inevitable. Los médicos no hablan de otra cosa. No hay nada trágico en el hecho de que mis ojos no volverán a conocer el escampado del sur. Además, ignoro sus razones para creer que será esta noche. -Uno de sus biógrafos dice que fue en este viaje por tren a BuenosAires, después de la medianoche, aunque afirma que ocurrió con su lectura de una novela policial. -Me tendría que dar una copia del cuento, porque me parece una derivación notable de Wells. En cuanto a mis biógrafos, no creo tener conocidos que aspiren a convertirse en mis cronistas. Si lo que dice usted sobre el viaje en el tiempo es cierto, sabrá con seguridad que mi vida, como la de cualquier escritor de mi siglo, es bastante aburrida. -Le pido que no tome con ligereza lo que le digo. ¿Se imagina el infierno que será no poder leer? -Y yo que imaginaba el paraíso acaso en la forma de una biblioteca.¡Quémagníficaironía! ¡Paraalargarmis horascomo lector, debo dejar de leer! De cualquier forma, quede tranquila, porque no tocaré la novela policial que, en efecto, me proponía leer esta noche.

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Juliet se alegró con un entusiasmo que se acercaba a la inocencia. No le importaba que descreyera de su relato si él descansaba la vista. Había impedido la lectura de las Fábulas y ahora conseguía alejarlo de la novela en cuestión. Pero el maestro, sin podérselo explicar, sintió una implacable necesidad de insistir: -Hagamos un pacto. Si autoriza unas últimas páginas, prometo no leer más. Es una fábula corta,titulada "La canción del mañana". Me parece digna de una viajera del tiempo. Pasaba de la medianoche y Juliet confiaba en que, para acabar con su vista, se requería más que una fábula. El maestro retomó el libro que había dejado en su regazo. Se apresuró a encontrar la página inicial y comenzó a leer: El Rey de Duntrine ... -¿El Rey de qué? -Duntrine. Y será una comarca de Escocia. Yaveo que, como a todos los habitantes de Londres, Escocia le es irrelevante, a pesar de su científico descubridor del viaje en el tiempo. En fin. Juliet sonrió y al maestro le costó devolver la mirada al libro. -El Rey de Duntrine tuvo una hija cuando ya era viejo, y era la más bella hija del rey entre dos mares. Su cabello era como oro hilado y sus ojos como los remansos de un río. El rey le había entregado un castillo sobre la arena del mar, con una terraza, y un palacio de roca tallada y cuatro torres en las cuatro esquinas. Ahí vivió y creció. No se preocupó por el mañana, ni tuvo poder sobre la hora, al igual que la gente sencilla. -¡Qué bello! Una princesa entre dos mares.

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-Sí -contestó- pero aquello del poder sobre la hora nunca me ha dejado de parecer extraño, aunque maravilloso. Moriré sin poder escribir así. Un día ella caminaba por la

playa, era otoño, y el viento soplaba desde el lugar donde nacen las lluvias. De un lado el mar se encrespaba y del otro las hojas muertas corrían. Esta era la playa más solitaria entre dos mares y, desde remotos tiempos, habían ocurrido cosas muy extrañas. Un sopor suave, parecido al calor de una fogata, emanaba de la boca del maestro, quien a veces distraía su mirada del libro en busca de la pupila azul de Juliet, ahora tan abierta como si dentro de su mar hubiese ocurrido un dilatado eclipse. Las imágenes del cuento comenzaron a confundirse. La princesa no tenía poder sobre el tiempo. Una vieja bruja se lo recordó, sentada en la playa. Juliet despertó de un primer golpe de sueño, y sorprendió de nuevo la mirada del maestro enclavada entre las grietas de sus párpados, tal vez en el vacío de sus labios.

- ...y se rió como una gaviota. A casa, gritó la bruja, ¡oh, hija del rey!, vuelve a tu castillo de piedra, porque la nostalgia está apoderándose de ti ahora y no podrás vivir como la gente sencilla. Vuelve a casa, trabaja duro y sufre, hasta que llegue el regalo que te deje desnuda y hasta que llegue el hombre que cuide de ti. La hija del rey se volvió y se fue a casa en silencio. La somnolencia retomó esta vez más fuerte. Él deslizaba un torrente de palabras que fluían en direcciones distintas. La princesa se sumió en pensamientos durante nueve años, sin salir ni por un momento de las torres del castillo. Nueve años, pensó Juliet, son como una eternidad.

-Nueve años en que ella no salió, ni aspiró el aire limpio, ni vio el cielo de Dios. Nueve años permaneció senta-

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da y no miró a derecha ni a izquierda, no escuchó palabra de nadie, sino sólo pensó en el pensamiento de mañana. Sentía Juliet un viento frío que en la fábula cargaba el sonido de gaitas. Descendió la princesa con su nodriza hasta la arena de la playa. Allí encontraron de nuevo a la bruja harapienta, abstraída en una danza en sentido contrario a las manecillas del reloj. Decía con certidumbre escalofriante que le había llegado el mañana y la hora del poder; para la princesa llegaría en cambio el hombre que la cuidaría y el regalo que la dejaría desnuda. Una tolvanera, Juliet creyó oír decir, ocupó el lugar de la bruja. Y volvió en sí con estas frases que encontró conmovedoras:

-La hija del rey se percató de que había un hombre sobre la arena, estaba encapuchado, por eso nadie vería su rostro, y tenía una gaita bajo el brazo. El sonido de su pipa era como de avispas cantando y como el viento que silba en la hierba seca y se levantaba sobre los oídos de la gente como el chillido de las gaviotas. '¿Tú eres el que llega?', preguntó la hija del rey de Duntrine. Él había llegado, pensó Juliet, mientras intentaba recuperar la línea coherente de la fábula. Ahora era ella la que observaba la densidad oscura de los ojos del maestro, inamovibles en las páginas de Stevenson. Bajó también a sus labios y llegó a creer que ella leía las palabras articuladas allí aun antes de escucharlas.

- 'Yo soy el que llega', dijo él, '.Y ésta es la gaita que quizá un hombrepuede oír,y yo oigo elpoder sobre la hora, y ésta es la canción del mañana'. Y tocó la canción del mañana, y fue tan larga como los años, y la nodriza lloró desconsolada al oírla. 'Es verdad', dijo la hija del rey, 'que tú tocas la canción del mañana, pero que tú tengas el poder

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sobre la hora, ¿cómo lo sabría? Muéstrame una maravilla aquí sobre la playa, entre las olas y las hojas muertas'. Juliet creía que la voz seguía leyendo, aunque podía estar dormida. Al escuchar cómo el hombre de la gaita hizo desaparecer a la nodriza de la princesa para dejar en su lugar una tolvanera, Juliet juraba aspirar, a la vez, la tierra mojada que las patas del caballo de Faulkner hacía bailar en el viento. La hija del rey, escuchó Juliet, volvió al castillo de piedra en compañía del hombre de la gaita. Y durante nueve años él entonó la canción del mañana en cada caída del otoño. Un día ella despertó, y al conjurar el poder del hombre de la gaita, éste desapareció. Por encima de sus ropas y flauta permaneció un leve flujo de hojas muertas. Recostadaen el sillón,Julietadvirtióel maletínqueel maestro llevaba como única pieza de equipaje. Recordó la novela policial cuyo título no encontró en la biografía consultada. Su curiosidad la llevó a abrir el maletín mientras él seguía la narración. Sólo encontró un cuaderno y hojas sueltas. Pero los ojos de Juliet-pues convendría hablar un poco más de ella- comenzaban a ceder al ritmo acompasado de la lectura. Yano escuchaba, sino que sentía la música de las letras que formaban palabras como corcheas apareándose con blancas y redondas. Odiaba tener que interrumpirlo de nuevo (ni siquiera en un sueño podría haber concebido este encuentro) pero sabía que no quedaban más opciones. Cada línea que él recorría agravaba los riesgos que ella debía eliminar. Un ligero temblor de sus párpados insinuó el ansia por detenerlo, pero no supo cómo hilvanar otra historia. El maestro dejó reposar el libro sobre sus piernas. Ella dormía y no había por qué seguir fingiendo: la luz se extinguió de poco en poco y decir que distinguía borrones y algunas

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sombras informes era decir demasiado. Una hora antes, cuando aún podía delinear el contorno del rostro de Juliet, el maestro detuvo la lectura para concentrarseen el delicado horizonte de su boca, en la comba de sus ojos. Volvió al libro, pero más que leerlo, lo recitaba, pues lo había leído tantas veces que era ya un hábito más en su vida. Con frecuencia, al escribir, sospechaba que frases enteras de "La canción del mañana" se entremezclaban con las suyas. Como la imagen que a partir de esa noche guardaría de Juliet, y el rostro de otras mujeres que se fusionaban en un solo recuerdo compartido. Afuera, el silbato del tren le indicaba que se acercaban a Buenos Aires. Decidió que diría al biógrafo futuro que entretuvo su vista en la lectura de una novela policial que no pudo soltar. Después de todo, los biógrafos siempre saben más que el biografiado. Prefirió no pensar ya en la ceguera, aunque contempló la posibilidad de un poema. Por ahora, enfocaba su atenciónimaginandoel sueño de Juliet, envidiandosu abandono. Para adormecerse también, Jorge Luis Borges recitó con voz apagada el final de la fábula. -Y la hija del rey de Duntrine fue a la parte de la playa donde desde remotos tiempos habían ocurrido cosas muy extrañas, y allí se sentó. La espuma del mar corría a sus pies y las hojas muertas se amontonaban sobre su espalda y los harapos se agitaban alrededor de su cara según la voluntad del viento. Y cuando alzó los ojos, vio que la hija del rey se acercaba caminando sobre la playa. Su cabello era como oro hilado, y sus ojos como los remansos de un río, y no pensaba en el mañana y no tenía poder sobre la hora, al igual que la gente sencilla.

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Las nubes

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ueron varios días sin salir de mi habitación. Escribiendo y reescribiendo esa fábula que volviera tolerable mi circunstancia. Salí hasta que conseguí sentir el final del cuento. Entonces lo vi, al pasar por el cuarto de lavado, llenando una secadora con calcetines de colores y camisetas blancas. Pensé que se trataba de un parecido inaudito, espejismo producido por mis horas de encierro. Me seguí de largo. Sabía que sólo Ernesto, el recepcionista que en sus ratos libres debía ser el historiador de la Maison du Mexique, sabría la respuesta. -Claro que sí. Viaja todos los años para ver a su médico y pasear por la ciudad. ¿A poco tú no querrías venir cada año a curarte la vida en París? Volví al cuarto de lavado a fingir que yo también esperaba mi carga de ropa. Lo observé de reojo: leía un libro grueso, unas mil páginas mínimo. No pude ver el título. De pronto me habló: -¿Tienes un encendedor? -No, disculpe -respondí mientras me buscaba la falsedad en los bolsillos.

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-Supongo que de cualquier modo habrá que fumar afuera, ¿no? Mi sonrisa quiso decir que sí, pero más bien me hizo quedar como un fanático imbécil ante su estrella de rock favorita. Se fue y lo seguí a distancia. En la recepción le prendieron el cigarro y salió al jardín a fumar. -Te dije que era él -me confirmó Ernesto. -Tengo años prendiéndole cigarros extemporáneos. -¿Qué hago para que me diga algo? Una palabra suya bastará para recordarme que soy un escritor menor. -Pídele un cigarro. No le gusta fumar solo. Se había sentado en una banca en el patio central del edificio. Su cabellera blanca se ondulaba ligeramente con la brisa fría de la tarde. Pensé que se había dormido, pero descubrí que estaba mirando el cielo. También le gustaban las nubes. Me halagó sin darse cuenta. ¿Qué pensarás cuando las veas con atención por primera vez? ¿Preguntarás, como escuché hoy a una niña preguntar a su madre en Les Deux Magots, por quéflotan? O tal vez no las notes hasta que vayas en un avión y te pierdas entre ellas a más de 300 kilómetros por hora. Yo tenía 24 años cuando por fin logré subirme al avión que me sacaría de la frontera y que me llevaría a París sin la menor idea de nada. Excepto las nubes, Mateo. Cuando estás a su nivel, pronto comienzan a ser la referencia más importante de tu vida. Recuerdo bien esa mañana.Abajo quedaba la única frontera que había visto. Arriba, me deslizaba por un relieve indescriptible no porque sus formas me fueran irreconocibles, sino porque estaban en constante movimiento. Las nubes nunca se dejan asir: cambian en el momento exacto en que creíste comprenderlas. La gente no cambia, lo sé por cierto. Las nubes sólo saben cambiar. Avanzan y crees que llegas al límite. Te acercas y descubres que el

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límite dio la misma cantidad de pasos que tú. El universo siempre termina más allá. ¿Habrá alguna ave que se obsesione con la última nube por alcanzar, que no deje de volar y que, como Ícaro, se desplome en el intento? Cuando por fin las observes y te acuestes en el zacate húmedo y pases incontables horas divagando entre ellas, cuando intentes atribuirles una forma específica, ¿en qué pensarás Mateo? ¿Una montaña? ¿Un libro? ¿Querrás que no cambien? ¿Que sean siempre las mismas? ¿Que podrás esconderte en ellas cada vez que voltees al cielo? -Disculpe, me di cuenta que además de mi encendedor tampoco encuentro mis cigarros y no pude evitar la tentación de pedirle uno -dije yo, que desde que dejé Frontera no fumaba más. Don Fernando del Paso me miró extrañado. Me dio vergüenza. Me quise ir. -Siéntese pues, sólo los policías y los ladrones fuman de pie. -No soy policía. Pero que de vez en cuando no me robe alguna cosa eso no podría asegurárselo. -Entonces con mayor razón: antes de robar hay que sentarse a cavilarlo bien, con un cigarro de por medio. -Ya es demasiado tarde, Don Fernando. De nada sirve cavilar cuando el delito ya ha sido cometido. Quiso que le contara la historia. Yo tenía ganas de convertirlo en relato, como si así fuera menos real, menos doloroso. Se lo dije todo. -No es una situación ideal, pero aún hay tiempo para tomar el camino más correcto. Se lo dice alguien que se niega a que la vida le gane la partida. Piense bien lo que hará, una mezcla equilibrada de razones y pasiones, y asúmala hasta sus últimas consecuencias. No pierda el tiempo teniendo miedo.

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Supe que querría escribir la conversación antes de que empezara. Supe también que, como las nubes, se disiparía antes de poder asirla. Lo que quedó dio para un cuento, para Don Femando, en gratitud a su consejo:

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La decisión Para María del Rosario Espinoza, Rosendo 'Zavala y Ricardo Zavala, mis maestros.

a decisión comenzó a molestarlo durante la presentación de su último libro, un ensayo sobre Don Quijote de la Mancha. Pronunciaba algún juicio sobre la quema de los libros en la biblioteca de Alonso Quijano, cuando la imagen de su propia biblioteca se impuso con la fijeza de la claridad. Desaceleró sus palabras y aprovechó la primera oportunidad para acallar una frase a medio decir, disfrazada de ambigüedad. Bebió un poco de agua que habían puesto en su mesa y volvió a la imagen: tocaba en su mente los volúmenes uniformados en cuero, como si recorriera una de esas bibliotecas medievales de Europa y no la suya. Terminó la presentación del libro y decidió que no permanecería mucho tiempo en la recepción que siguió en su honor. Compartió una copa de vino con estudiantes que residen en la Maison du Mexique tan itinerantes como él, que cada año disloca espacios y tiempos para asegurar principios y finales definitivos. Como cuando daba los últimos teclazos a una novela trabajada en diez años de compulsión insana que sólo en su pequeña habitación logró conciliar con el silencio.

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Allí prendió un Marlboro rojo. "Algún día tendré que dejar de fumar", se juró por enésima vez esa semana. Y luego, ese verso de Borges: "El hombre mide el vago tiempo con el cigarro". Retomó un estudio sobre historia francesa del siglo XIX que había hecho relevantes las horas de la mañana después de haber escrito líneas de un relato corto. Ahora esperaba a su mujer, que había salido de compras y a pasear por la tarde que resplandecía como si hubieran barrido las cenizas negras del otoño de París. La decisión, conforme avanzaba en las páginas de su libro, regresó a molestarlo cuando se dio cuenta de que había olvidado su murmullo. Salió de la habitación para evadirse. Llegó al pasillo de la Maison y lo alegró ver que la recepción concluía. Ahora estaba solo, rodeado de cuadros con dibujos y pinturas que evocaban la figura triste de Don Quijote y que, al igual que en toda la Cité Universitaire, celebraban el cuarto centenario de la aparición del primer volumen de la novela cervantina. Pronto comenzaron a tensarlo los ojos debilitados y la barba agitada del viejo enloquecido. Prendió el segundo cigarro del día concediéndose la excepción porque la nicotina encubre locuras con la franela sucia de su nube. "Estas imágenes de Don Quijote son como espejos", notó, "y eso es abominable. Nadie debería repetir al infinito el rostro de un loco". Se sentó a esperar el regreso de ella, jugando a recordar el nombre de ese autor que había olvidado hace tantos años. Sólo prevalecía la esencia perfecta de una breve trama que habría querido escribir él mismo: el relato de un escritor que ofrece su alma al diablo para viajar en el tiempo y consultar en un diccionario de literatura la fama de su nombre. El pacto se realiza y el escritor pronto se encuentra en los pasillos de una biblioteca futura, donde conocerá los derroteros finales de su obra. Abrió el diccionario y encontró su referencia: "Fulanito

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de tal: autor de un relato en el que un escritor que desea saber si trascenderá después de su muerte, vende su alma al diablo a cambio de la posibilidad de consultar su suerte en una biblioteca del porvenir. ..". Ella regresó con una ensalada que compartieron en el estudio. Él quiso buscar la página del libro interrumpido,pero la decisión produjo ruido blanco, espectral e inapelable entre líneas. Prefirió ceder al sueño antes de combatirla. A partir de la mañana siguiente, la decisión le declaró una tregua. Esas tardes llevó baguettes a los patos del Pare Montsouris. De regreso contó colillas de cigarros entre la hojarasca: más de 200 culpas cancerígenas que otros se fumaron por él. En el vuelo de regreso a México se distrajo con una nueva versión cinematográfica de la guerra de Troya. Fuerte y audaz el cine contemporáneo,tal vez, pero incapaz de transferir versos clásicos a la pantalla. "Nunca harán una película que narre en hexámetros", pensó. Entraron a su casa y después de vaciar el equipaje, se recostó. Recordó la voz de su hija al ver su recámara vacía, esa voz que le sigue pareciendo de una niña y que le reprochaba no haber escrito todavía un cuento infantil. "Voya escribirlo pronto", dijo, y no sabría si fue en voz alta. Durmió y soñó que caminaba por el boulevard Saint Michel y que demoraba sus pasos en las librerías que pueblan las alargadas cuadras. En la Plaza de la Sorbona se fijó en el aparador de una librería con fotografías de Antonin Artaud. "Si es por su nacimiento o por su muerte, resulta algo secundario para esta librería", pensó. "Es horrible que ambas fechas produzcan un mismo efecto en las efemérides literarias". La secuenciamostraba varios cuadros con el rostro de Artaud gesticulando como un diablo borracho. La serie le pareció intolerable, y el rocío de la fuente que moja el centro de la plaza lo obligó a

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seguir su paseo. Entró a la librería y se sorprendió al encontrarla tan grande. No recordaba si la había visitado antes, pero sus dimensiones parecían sobrepasar la altura del edificio. Subió por una escalera eléctrica, y después otra y otra más. En el noveno piso vio el apartado para literatura extranjera en versión original. Tocó la portada de algunos libros de narrativa contemporánea que él ha preferido ya no leer. En el siguiente estante encontró una nueva edición de las obras completas de Borges que no conocía. En la pasta dura una litografía del viejo ciego, ojos que parecían fijarse en un horizonte hipotético. Abrió el libro en una página al azar. De estas calles que ahondan el poniente, una habrá (no sé cuál) que he recorrido ya por última vez, indiferente y sin adivinarlo, sometido a Quien prefija omnipotentes normas y una secreta y rígida medida a las sombras, los sueños y las formas que destejen y tejen esta vida.

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Lo cerró con un impulso nervioso y abrió los ojos en el momento en que sus palmas chocaban produciendo un aplauso expansivo que lo hizo cimbrarse. Descubrió que sudaba, y mientras lavaba su rostro con agua fría debatía en su interior si el sueño debía entrar en la categoría de la pesadilla. Ella le preparó una taza de café que humeaba en la mesa de la cocina. Sintió que la acidez caliente lo reconfortaba y le devolvía el silencio del sueño. Recobró el ritmo de su respiración y revisó con su mujer la lista de la despensa que les hacía falta para volver a la vida en casa. Le pidió que no olvidara un periódico para actualizarse. "Eso, suponiendo que aún existe

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país sobre el cual estar al tanto, porque como van las cosas ... " se dijo y prefirió no reflexionar sobre el futuro mexicano porque seguro desperdiciaría buena parte del día. Pero el periódico siempre le producía un raro deleite porque recordaba ese cuento tan redondo en el que un hombre compra un periódico y descubre que es un ejemplar con fecha e información del día siguiente. Vuelve a diario al mismo quiosco para comprar el periódico y explotar su hallazgo. Primero se hace rico apostando por el seguro ganador en eventos deportivos. Su fama se remonta cuando decide además participar en asuntos locales y nacionales ofreciendo soluciones infalibles a encrucijadas legales y políticas. Al final, lee en el periódico del día siguiente que su muerte ocurriría en las primeras horas de la mañana. La noticia lo afecta de tal forma que sufre un paro cardiaco e inevitablemente muere. "El Hado debe tener un sentido del humor fatal", pensó. Bebía un poco más de café cuando sonó el teléfono. Su hija pasó de la bienvenida a una consulta sobre historia napoleónica. -¿Cuáles libros debo leer papá? -Todos . -Eso me dices porque ya te los has leído todos y hasta varias veces, estoy segura. Pero yo no tengo tanto tiempo -rebatió ella. -Hija, el único que tiene las horas contadas soy yo. Además, entre más lees más te das cuenta de los incontables libros que nunca leerás. Eso siempre es deprimente, pero así es. -Te propongo algo. Si me mandas por correo electrónico una lista reducida con tus recomendaciones, te diré dónde encontrarás un regalito que te dejé para alegrar tu regreso de la vieja Europa.

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-Bien. Tú ganas. -Búscalo detrás de tu computadora, en la oficina. Me cercioré de que no lo tenías, así que creo que te gustará. Gracias papi, chao. Apenas colgó, caminó con una sonrisa extendida sobre el rostro hacia su oficina. Lo sorprendió el matiz oscuro del roble en los libreros que siempre olvida en sus viajes y que lo hace sentirse en casa ajena. Las cortinas estaban cerradas y golpeó una de sus rodillas con el sillón de cuero negro que no alcanzó a distinguir.A tientas encontró el paquete. "Un libro, como siempre'', pensó. Encendió una lámpara y se sentó para abrirlo. "Esto amerita la primer licencia de tabaco del día", decidió y sacó un Marlboro reseco de un cajón de su escritorio. Succionó la primera bocanada y rasgó la envoltura dorada del Sanborn's. Su corazón ya había entrado en la arritmia antes de que el cigarrillo tocara el suelo después de distender los dedos de su mano izquierda, que a pesar de ser aquella con la que escribía, la más fuerte, ahora se aflojaba como un nudo mal atado. Era el volumen de la obra completa de Borges que había soñado. Hasta ese momento creía que esa edición no existía. "La memoria a esta edad te juega bromas pesadas, como el humor del Hado", dijo murmurando.El cigarro ya comenzaba a chamuscar el suelo de madera y le gustó el olor ahumado. No sin esfuerzo,se inclinó en su sillónpara alcanzarlo.El tomo resbaló entonces de sus piernas, cayó de canto y se acostó abierto en el suelo en una página que él pronto reconocería. Si para todo hay término y hay tasa y última vez y nunca más y olvido ¿quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido?

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Saltó temblando estrofas abajo: Para siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano;

Sus ojos, desorbitados, alteraron una vez más el orden de los versos: Hay, entre todas tus memorias, una que se ha perdido irreparablemente; no te verán bajar a aquella fuente ni el blanco sol ni la amarilla luna.

Convergieron en esa página el sueño y la luz difusa del atardecer en su biblioteca. En el cruce, la decisión emergió del olvido para agitar su conciencia como las turbulencias sacuden con frecuencia los aviones cuando vuelve a París. La decisión, la decisión. Dio unos pasos hacia atrás y maldijo a Borges por mediar la reincidencia.Entre bríos anacrónicos,se irguió con la dignidad del héroe joven que camina con paso firme a la boca del cañón o a las alturas del patíbulo, al pie de la muralla de una ciudad largamente asediada. Giró sobre su propio eje y uno a uno los fue observando. "Te voy a encarar, decisión canija, de una vez por todas". Caminó pegado a los libreros empotrados en las paredes. Recorrió el rectángulo por completo y al llegar al punto de partida ya cargaba cuatro libros. Los colocó sobre el escritorio y de inmediato subió la escalerillapara alcanzar el segundo nivel. Regresó con cinco más y los extendió junto a los otros, que ya cubrían por completo la superficie de la mesa de trabajo. "No es suficiente'', se insistió. "Hay ausencias imperdonables". Y continuó la búsqueda.

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Ella tardó porque en el supermercado se encontró con una amiga muy querida. Tomaron un té cerca de allí y ella le contó sobre París. La nitidez de sus imágenes consoló la desolación que sentía la amiga que pronto morirá sin jamás haber pisado Europa. "Siempre se puede", argumentaba ella. "Míranos nomás, que seguimos yendo como por nostalgia, como si sólo así fuéramos fieles a nosotros mismos". En eso pensaba a la hora de abrir la puerta de la casa. En cómo han tenido que ir desafiando a los años para no dejarse vencer por el golpe de la edad acumulada. Le aterra la imposibilidad de juzgar si es un triunfo de la voluntad o de la inercia. No pensó más, porque al entrar en la biblioteca la escena fulminó su calma. Primero tuvo la impresión de que habían sido víctimas de sucios ladrones para quienes lanzar todo al suelo es etapa imprescindible de un atraco. Pero notó que la chapa de la puerta no había sido forzada y que el resto de la casa estaba en orden. Recuperó algo de tranquilidad cuando, detrás del escritorio, vio por fin su figura encorvada, hurgando desesperado entre algunos estantes. -No puedo, no puedo decidir -gemía . Ella permaneció de pie y no atinaba a intervenir en el silencio. Sin despegar la vista del suelo de madera, ahora cubierto en su totalidad por volúmenes abiertos, él recorría las páginas abiertas y sus renglones, esos indistintos horizontes paralelos. Algunos folios habían sido espolvoreados por la ceniza de los cigarros que no paraba de fumar desde su encuentro con el poema de Borges. -Pensé en quemarlos, pero eso sería peor -dijo el viejo escritor, su voz afiebrada, su mano derecha tensando el cabello blanco. -No puedo ...

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Ella avanzó tropezando sobre los volúmenes abiertos. Aprovechó el desequilibrio, al llegar, para abrazarlo con más fuerza. Ninguno de los dos vio cuando su afilado tacón rasgó la hoja del poema de Borges: Tras el cristal ya gris la noche cesa y del alto de libros que una trunca sombra dilata por la vaga mesa, alguno habrá que no leeremos nunca.

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asaron unas semanas en que no supe más de Juliet. Durante ese tiempo, Podestá se reunió una sola vez conmigo para trámites brevísimos e impersonales del doctorado. Canceló su horario para recibir estudiantes en su oficina, argumentando trabajo y viajes. Creí que lo sabía todo, que confrontarme era cuestión de tiempo. Hasta ese día en que volví a Machado de Assis: El amor, por ejemplo, es un sacerdocio, la reproducción de un ritual. Como la vida es el mayor beneficio del universo, y no hay mendigo que no prefiera la miseria a la muerte, se sigue que la transmisión de la vida, lejos de ser una ocasión de galanteo, es la hora suprema de la misa espiritual. Por lo tanto, no hay verdaderamente más que una sola desgracia: no nacer. Recordaría la cita después de que me llamaran desde la recepción, muy temprano por la mañana, esa semana helada de enero. Juliet me esperaba sentada, sorbiendo un café que le ofreció Ernesto y que le calentaba las manos. Creo que temblaba. Dejó el café en una mesa y sentí sus palmas calien-

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tes deslizándose de mis mejillas hacia el cuello. Me lo dijo en voz tan baja que pensé que había oído mal. Salimos de la Casa de México y caminamos por el zacate de la Cité Universitaire. Pensé que me caería si no me sostenía de su brazo. Nos sentamos en un banco de piedra y no me dejó hablar mucho. Se disculpó por su silencio. Me habló de tu nombre, Mateo, luego me entregó una carta. Y se fue. Había sesión del taller esa noche. Dejé en mi escritorio el cuento que se suponía que leería. Cuando tocó mi turno, sólo podía pensar en Juliet caminando lento por el Boulevard Saint Michel, del Jardín de Luxemburgo a la Plaza de la Sorbona para esperar a Podestá. Juliet en el mercado de Port Royal, comprando verdura para una sopa vegetariana. Juliet revisando libros para niños en los puestos al lado del Sena. Juliet sintiéndote por primera vez, Mateo. Juliet sintiéndote sin mí. Llegué al taller y recité un poema de Miguel Hernández que dije haber huiquificado: Menos su vientre, todo es confuso. Menos su vientre, todo es futuro fugaz, pasado baldío, turbio.

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Menos su vientre, todo es oculto. Menos su vientre, todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo.

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Menos su vientre, todo es oscuro. Menos su vientre claro y profundo. Pensé que podría editarme yo también Mateo. Que la literatura, si es que pudiera servir para algo, debería servir para imaginar la vida perfecta que nunca podremos alcanzar. Editaría mi realidad arrastrando culpas, obligándolas a desgastarse en la lija de la página en blanco. Las borraría y en su lugar impondría una solución imposible, apenas legible en ese cuento que ya no pude leer. -No soy sicóloga-dijo Beatriz más tarde, mientras me servía un mezcal en el depa de Harmodio- pero creo que haces bien dejando salir todo en cada cuento. Sólo te pido que no pierdas el piso: hay un niño de por medio, OZ, por favor, mejor escribe las pendejadas antes de hacerlas. Aquí te las tallereamos, no te preocupes. -Tiene razón, huiquibroder-secundó Harmodio-ya ves qué caras salen las erratas. -Más caras que ese café sobrevaluado y kitsch que te emperras en pagar en Les Deux Magots -dijo Beatriz-. Hace mucho que deberíamos haberle tirado una molotov a ese pinchi antro cliché. Me hacía falta desesperada esa dosis de realidad cortante. Aprender a ver las cosas en su materialidad precisa, a reconocer sus limitaciones, a disipar la neblina de la ficción para hacer aparecer sus referentes tal y como son, objetos comunes, finitos, intrascendentes. Como las dos estatuillas de madera de comerciantes chinos -los dos magots-, dentro del café: símbolos dislocados que ya sólo recuerdan las guías de turistas.

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Vaciamos el mezcal y me dejaron dormido en el sillón de visita en la sala. El baño del depa estaba dentro de la recámara. Cuandotuve que ir en la madrugada, los vi dormidos, abrazados, la sábana blanca descubriendo la espalda desnuda de Beatriz. Recordé que esa noche en el tren en realidad no dormí a su lado: me dediqué a observarla, a escuchar su respiración, a acariciar su mano como si fuera la última noche de una pareja que se despide en las vísperas de una guerra, como si velara su sueño en un cuarto de hospital, a punto de sucumbir a un cáncer terminal. Las pocas horas que dormí en casa de Harmodio soñé con una tarde de septiembre en la frontera. La casa era grande, muy parecida a la de mis padres en Juárez. Allí recibía la visita de Podestá y de Juliet. Había un patio que yo podía ver desde la sala a través de una larga puerta cancel de cristal grueso. Teníaun perro inteligente y hermoso, que me recordó la anécdota de un reportaje que hice en la frontera. Mi sueño, afectado por la imagen de ese texto, produjo una escena imposible pero que se transformó en un ritual de religiosidad literaria, algo parecido a estas páginas. Cuando volví a casa escribí este cuento, Mateo, para una nueva edición imaginaria de la errata de mi vida.

JULIO

Juan Rulfo en el jardín

Para Irma Cantú y Enrique Fierro, los padrinos.

¿Qué es el bautismo? Es una ablución de agua con la palabra. SAN AGUSTÍN,

Comentario al Evangelio de Juan 15:4

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uan Rulfo me observa desde el otro lado de la puerta cancel. No le impongo (aunque a veces no puedo evitarlo), una sonrisa que nunca podrá dibujar. Observo, en cambio, la carga melancólica de sus ojos. Como si pudiera anticipar el final que vendrá muy pronto. Como si yo, al momento de escribir estas líneas, debiera saberlo también: que el tiempo está tan cerca. Me observa desde el otro lado del cristal y por un momento creo que intenta decirme algo.

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*** No soy Juan Rulfo. Soy una doble negatividad. No puedo serlo, obviamente, porque sólo Rulfo fue Rulfo. Pero tampoco soy el perro que recibió ese nombre durante una noche que colindó con el sacrilegio. Se entenderá mejor contando la historia: OZ, sin temor de Dios ni del ridículo, usurpó junto con sus amigos el rito del bautismo para darme el nombre de un gran escritor en la sala de la casa. La ingenuidad a veces parece ternura y en otras estupidez. Supongo que esa noche fue una mezcla de ambas, pero no seré yo quien lo juzgue. Tampoco será Rulfo. Desde hace tiempo, según entiendo, ese nombre no es más que un murmullo.

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La idea tuvo su origen en mi profesor, Podestá, quien me contó que tuvo un perro llamado Macedonio Fernández, allá en su natal Montevideo, que es donde siempre empieza todo, me asegura. Un día lo visitó Juan Carlos Onetti y cuando se enteró del nombre del perro, se mostró ofendidísimo. Podestá asumió que Onetti daría por animalizada la dignidad del escritor argentino. -"Pero che, si al perro lo queremos mucho" -argumentó Podestá en su defensa. -"¿Y por qué entonces no le pusieron Onetti?" -respondió antes de marcharse desairado. Inspirado por mi profesor, consulté a todos mis amigos en el doctorado para encontrar el nombre literario de mi perro. De la votación surgió una tema final. Amí me gustaba Oliverio Girondo, para que los gringos monolingües lo llamaran Oliver !, sin dificultad y para que los más faltos de lecturas e imagina-

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ción no tuvieran que esforzarse más allá de Olí. Mi amigo Harmodio propuso Eleno Garras para que le hiciera compañía a su Octavio Pez, que nadaba solitario en la pecera de su departamento con una aguda depresión que lo mantenía debajo de un alargado coral multicolor de plástico. Pero Juliet, desde su infinita capacidad inventiva, barajó su enciclopedia palabrera mental y le asestó el muy perruno Juan Rulfo, autor de una obra tan breve (aunque esto todavía no lo sabíamos) como la vida de su tocayo.

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*** El zacate del patio es muy fresco en septiembre. El rocío se adhiere a mi piel con suavidad, como las chispas del agua bendita que mis padrinos de bautismo, Podestá y Juliet, diseminaron por mi frente. Luego ambos juraron ante Harmodio, que ofició la ceremonia, que yo estaba dispuesto a seguir el camino del Señor, sin correa ni acondicionamiento pavloviano previo: -Harmodio: ¿Qué nombre habéis elegido? -OZ: Juan Rulfo. -Harmodio: ¿Qué pedís a la iglesia para vuestro hijo? -OZ: ¿Un hueso? -Podestá y Juliet: Un nombre . -Harmodio: Al pedir el bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que, guardando los mandamientos, ame al prójimo, como se nos enseña en el Evangelio? -OZ: Sí, lo sé. -Harmodio: Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a su padre en esta tarea?

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-Podestá y Juliet: Sí, estamos dispuestos. -Harmodio: Juan Rulfo, la comunidad te recibe con alegría. Yo, en su nombre, te signo con la señal del Salvador. Y vosotros, padre y padrinos, haced también sobre él la señal.

cernos de nuevo por el Espíritu Santo. Juan Rulfo, yo te bautizo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Eres ya una nueva criatura. Fortalece, oh Señor, a tu siervo Juan Rulfo, con tu Espíritu Santo. Dale poder para servirte y susténtale todos los días de su vida. Amén.

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Ignoro si Juliet es en realidad creyente. Es poeta. Se toma muy en serio la palabra escrita. Es probable que haya sido bautizada alguna tarde aletargada en una pequeña iglesia de Montmatre, dibujando la misma sonrisa, a escala de pequeña bebé artista mientras la postraban en un frío altar de piedra caliza. Me cuesta trabajo imaginarla en misa, de rodillas o de pie, esperando tomar la hostia de manos del cura. Y sin embargo: el ritual la conmueve. Repite con solemnidad sus intervenciones. De Podestá esperaba la inteligencia y la sensibilidad vital. De Juliet recibimos poesía.

*** Repasemos la escena. Quien encuentre poesía, que lo notifique por escrito y con sello oficial de notaría.Aquí hay de todo, menos poesía: -Harmodio (de pie, con texto de rito bautismal e hisopo en mano): Juan Rulfo, ¿Renuncias a todas las seducciones del mal, para que no domine en ti el pecado? -Podestá y Juliet: ¡Sí renuncia! -Harmodio: ¿Renuncias a Satanás, padre y príncipe del pecado? -OZ: ¡Sírenuncia! -Harmodio: Te damos gracias, Padre, por el agua del Bautismo. En ella, somos sepultados con Cristo en su muerte. Por ella, participamos de su resurrección. Mediante ella, na-

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*** Juan Rulfo asumió su nombre con una rapidez sorprendente. Aunque a veces lo llame Juanito, Johannes, Rulfino Tamayoo Rulfián, Rulfo atiende de inmediato. Excepto cuando sale al jardín, donde se transforma. El mundo le resulta un enigma. Constantemente parece decidido a vencer su peso específico, sobrevolar la cerca y explorar.

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*** No consiguieronhostias, lo cual tal vez sea una atenuanteen el Juicio Final. Pero OZ destapó una botella de vino tinto que llenó un falso cáliz de cristal barato y que estoy seguro le será recriminada antes de ser lanzado a las Llamas Eternas. No me olvidaron en su brindis pagano, y esa noche probé la amargura del Tannat. Está por demás afirmar que el rocío del zacate es de un gusto infinitamente más refinado. Eso le enseñé a Clara, entre otros secretos que poco a poco nos fuimos revelando a lo largo de nuestras conversaciones.

*** La plaquita de identificación que le compré en PetSmart sólo tiene espacio para su nombre y mi teléfono celular. A veces, cuando corre, Rulfo se desespera por el sonido agitándose en sucuello.En buscadel silencio,ahoracorremordiendoel metal.

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Una tarde dejó de mordisquearla para observar con fijeza la copa del nogal del patio. Inamovible, lo descubrí junto a una ardilla que le sostuvo la mirada, aferrada verticalmente al tronco, cabeza abajo. Cuando regresé de servirme un café, los dos seguían dominándose la mirada. Horas más tarde continuaba la escena, pero la ardilla estaba cada vez más cerca de Rulfo, sus hocicos casi tocándose. Por la noche, tuve que meterlo a la casa en brazos, tal vez interrumpiendo un beso ya inevitable. Desde nuestro lado del cristal, Rulfo mantenía la mirada como si cumpliera el rigor de una promesa antigua. Cerré la persiana de la puerta cancel para impedir que siguieran viéndose. Conseguí que Rulfo se durmiera después de la medianoche. 4': i ·:

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-¿Qué es el bautismo? -Es el rito para dar un nombre. -¿Qué es un nombre? -Es la manera en que puedes quedarte con alguien o hacer que alguien se quede contigo. -¿Por qué se queda? -Porque el nombre lo contiene. Cuando lo pronuncias, esa persona regresa a ti. -Yo no tengo nombre, Juan Rulfo. -Yo puedo darte uno.

*** Harmodio hablaba pausadamente y conseguía un tono solemne que nos fue embargando.Podestá y Juliet cubrieron a Rulfo con un manto azul que a todos nos resultaba apropiado para

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la ceremonia y para calmar un frío repentino que lo puso a temblar. Supongo que recordamos el azul nublado en las imágenes de la Virgen de Guadalupe. Yopensaba más bien en el cielo escampado de esa noche. Envuelto en azul cielo, Rulfo dejó de temblar.

*** OZ se divertía esclareciendo su medianía intelectual con ayuda del Diccionario de Autoridades que compró hace poco en una rebaja por intemet. Lo escuché leer una entrada en voz alta, mientras preparaba aperitivos para recibir a mis padrinos y al pseudooficiantedel bautizoque contoda seguridadarderán por igual en el Fuego Eterno: -"El lanzar debajo del agua, y el sacar de ella al bautizado significanmuerte y vida, resurrección y sepultura", escribe fray José de Sigüenza en su Vidade San Gerónimo de 1595. El verbo viene del griego, con una raíz etimológica que nos conduce a sumergir o lavar. -¿Entonces ya no hay que bañar a Rulfo este mes? preguntó Harmodio, que tiene de gracioso lo que OZ de erudito en el Dogma. Nada tenían que lavar de mi rostro, que yo procuro mantener pulcro con el agua transparente de mi plato, con la lluvia a veces generosa al amanecer en la frontera. Si alguna suciedad tenía esa noche, fue la costra escarlata del vino en mis bigotes, bebida infernal que yo no solicité. No es gratuito que el Autoridades incluya otra sentencia en las diferentes acepciones del verbo bautizar y que Harmodio repitió con soma a OZ después de la blasfemia: "Metafóricamente, y con poco respeto y decencia se dice por echar agua al vino: como lo ejecutan de ordinario los taberneros que lo venden".

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*** No es que hayamos minimizado el carácter blasfemo de lo que nos proponíamos a hacer, pero algo dentro nos tranquilizaba. Luego recordamos los ritos cristianos para bendecir animales. Cuando intentábamos justificar nuestra probable afrenta sacramental, Harmodio encontró una dosis de antisolemnidad en la red. La transcribo: Distrito Federal, 1 de septiembre, 2009 (Proceso) - Un diputado de Puebla presentó este jueves un proyecto de ley sugiriendo prohibir bautizar mascotas con nombres de persona, so pena de multo. asegurando que el tema en México es causa de problemas psicológicos. "Esta propuesta evitará los padecimientos y prejuicios psicológicos ocurridos en los desgastantes encuentros entre hombre y animal que comparten el mismo nombre", señala el proyecto de ley presentado por el diputado José María Guadalupe Barrios Fox, del Partido Acción Nacional (PAN) y cuya copia obra en poder de la revista Proceso. El diputado aseguró haber recibido en los dos últimos años "por lo menos 2,000 correos electrónicos" de personas, sobre todo del interior de México, quejándose porque sus nombres coincidían con los de perros, gatos, peces, caballos y otros animales domésticos. "Se da una situación graciosa y triste al mismo tiempo, pues se han producido muertes por esta causa porque hubo quienes bautizaron sus caballos con nombres de personas, incluso en San Tizoc Arcángel, Puebla, el pueblo natal del licenciado Barrios Fox ", dijo por su parte una portavoz de la oficina del diputado, sin más precisiones. El proyecto, que destaca "lafunción individualizadora e identificadora" de los nombres, propone que las clínicas

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veterinarias y los establecimientos donde se venden animales exhiban un cartel explicando la prohibición, que estará sujeta a multa o a prestación de servicios comunitarios. Además, plantea que los parques, acuarios y zoológicos promuevan concursos para bautizar animales y aconseja a los eventuales jurados "desestimar" los nombres comunes a las personas. El nombre "es símbolo de la personalidad humana, ya que se desarrolla un todo con el sujeto y no se extingue con su muerte. Es una necesidad estrictamente humana y no tiene ninguna importancia o utilidad psíquica o social para los animales, por más queridos que éstos sean", indica el texto. El proyecto fue presentado con carácter de exclusivo y está siendo analizado por la Comisión de Moral, Buenas Costumbres y Mejores Conciencias creada recientemente por lafracción panista de la Cámara de Diputados y respaldada ampliamente por el Presidente de la República, el Ing. C. Felipe de Jesús Natividad de la Inmaculada Concepción Johnson. Harmodio y yo razonamos que el proyecto de ley del diputado Barrios Fox no censuraría nuestro bautismo ya que: a) Juan Rulfo no compartiría su nombre con una persona porque Juan Rulfo está muerto y ya no puede darse por aludido. La opinión de su familia es francamente irrelevante (salvo en materia legal, pero como esto es un cuento tal vez se salve de una demanda de los herederos, que según entiendo están incluso disputando el uso del nombre en premios literariosestablecidoshace décadas).

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b) El bautizo no es una necesidad estrictamente humana y cualquier veterinario certificará que tiene una utilidad psíquica y social para la relación entre perro y ser humano. c) La personalidad de Juan Rulfo (mi perro) es claramente humana e inextinguible ante la muerte. d) Yo voto por el PRD.

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OZ y Harmodio no ocultaron su insondable ignorancia al buscar en internet el texto del rito. Los recuerdo intrigados, saltando de una página a otra, del diccionario eclesiástico al Larousse, de la Real Academia a la Wikipedia, hasta que por fin saciaron su vocación de heresiarcas con un párrafo al que después concederían la trascendencia del consuelo: "Con su Bautismo, Jesús experimentó su vocación, aceptando la misión y el destino que lo llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mateo 10,38; Lucas 12,50) sea para referirse a su propia muerte. Es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás."

*** Podestá perdía la mirada por momentos mientras su boca articulaba un texto inaudible. Pensé que recitaría versos egregios, algo de Quevedo o de Fray Luis. Luego volteó a verme y declaró en voz alta y ojos saltones, como seguro hace Nicanor Parra:

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No cometeré la torpeza de ponerme a elogiar a Juan Rulfo sería como ponerse a regar el jardín en un día de lluvia torrencial.

*** Tenía que llamarla de algún modo. OZ la llamó Ardilla Enamorada. Yo sé que su nombre es Clara. Cuando bajó por primera vez del árbol, le enseñé a beber agua en el jardín. Clara se acercó con miedo. Yo me incliné despacio y lamí el zacate como si diera por primera vez un beso. Ella me imitó literalmente.

*** Juliet dejó que Rulfo se durmiera entre sus brazos. Yo veía su respiración acompasada inflamando su pecho. Rulfo entreabría un ojo y confirmaba el pecho de Juliet, luego volvía al sueño profundo. -Podestá, ¿se acuerda del poema de Borges que se titula "Los justos"? Siempre que veo a Rulfo dormir pienso en ese verso de una ternura irrepetible: El que acaricia a un

animal dormido. -El quejustifica o quiere justificar un mal que le han hecho-continuó Podestá. -El que agradece que en la tierra haya Stevenson. -El que prefiere que los otros tengan razón. -·Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo. Podestá me sonrió, como aprobando los humildes alcances de mi memoria. Después cubrió a Rulfo con el manto azul.

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-Te llamarás Clara. -¿Y cuando pronuncies mi nombre, seré tuya? -Sí, y además sólo serás mía, porque nadie más conoce tu nombre. -Pero tú no serás sólo mío, porque ellos te dieron tu nombre. -Dame otro, un nombre secreto que sólo tú conozcas y que sólo tú puedas pronunciar. -¿Yo también puedo bautizarte? -Todos pueden bautizar a alguien. -¿Y qué pasará cuando te llame? -Vendré. -¿Y te irás después? -No me iré nunca si no olvidas mi nombre. -Lo pronunciaré todos los días, al amanecer, cuando el zacate del jardín sea un río desbordado de rocío. Tú y yo caminaremos por encima de las aguas, hasta el atardecer,hasta todos los atardeceres del mundo.

-¿Por qué quieres irte? -Porque el mundo debe ser mayor de lo que imaginamos. Porque creo que más allá estarán otros que han recibido nombres como nosotros, nombres secretos, que podrán decimos qué significa todo. -¿Por qué tienes que saberlo todo? -Porque creo que somos parte del Nombre que contiene todos los nombres. Quiero saber dónde empieza todo. De dónde vengo y de dónde vienes tú. Pero sobre todo, Clara, quiero saber hacia dónde vamos ahora, para encontrar lamanera de quedarme allí, contigo, toda la vida.

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Esa mañana dejé a Rulfo continuar su idilio en el patio. Corrió un poco, luego dio algunas vueltas al nogal y pronto vi a la Ardilla Enamorada bajar a su encuentro habitual. Rulfo se recostó y comenzó a lamer con cuidado el rocío del zacate. La ardilla lo observaba inmóvil. Me puse a escribir. Más tarde, mientras me servía otro café, escuché algunos ladridos. Cuando salí al patio, Rulfo ya no estaba allí.

Recuerdo la lluvia. Otras texturas del zacate que no conocía. Había más nogales, el cielo se expandía. Clara me seguía entre los árboles. Gritábamos que el mundo podía ser nuestro. Que lo bautizaríamos también. Que cada vez que pronunciáramos su nombre volvería a nosotros y nosotros a él. Que el mundo y el nombre de algún modo son la misma cosa.

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*** -¿Hablo con el señor Rulfo? -¿Cómo dice? -No sé cómo decirle esto, su perro salió de la nada y se me atravesó en la calle. No pude frenar a tiempo.

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Harmodio me habló con la voz de alguien que regresa a casa después de un vendaval. Yo pensé que ya se había enterado. Pero Octavio Pez saltó de la pecera esa misma mañana, cuando Harmodio se encontraba en la biblioteca. Cayó sobre un libro de Nietzsche que estaba sobre la cama. La pequeña mancha de agua delineó la forma del pez, como si al caer ya no se hubiera movido y hubiera preferido quedarse dormido en la portada gruesa donde un loco asegura que Dios ha muerto desde hace tiempo. Tal vez quiso averiguar si era cierto.

Me fui de la frontera cuando terminó la primavera. Juan Rulfo me observa desde el jardín, enmarcado en una esquina de mi escritorio. La fotografía va cambiando de tonalidades. Se va deslavando. Pero Juan Rulfo me observa. Escribo y leo, reescribo y vuelvo a leer. Tengo para mí que algo mayor que la memoria aparecerá de nuevo en estas líneas.

*** Recuerdo un destello metálico. La velocidad. Los ojos de Clara suspendidos, observándome, agitados desde la altura de un árbol que ya no alcanzó a descender para venir a buscarme.

*** La Ardilla Enamorada apareció hace algunos días. Casi me derramé el café en la camisa cuando la vi en el jardín, su pequeño cuerpo apenas distinguible entre el verde todavía oscuro del amanecer. Creo que bebía el rocío del zacate.

*** Mi universo, que OZ llama el jardín, es ahora inmenso. A veces creo que es infinito. Me consuela una melancólica solución: me imagino observando esa fotografía que OZ comenta en su escritorio y sé que su descripción no podrá ser agotada. OZ me concede esa gracia ensayando estas páginas. Supongo que, aún sin escribirlo, Juliet, Podestá y Harmodio harán lo suyo. Los justos con frecuencia ignoran que lo son, limitados por la torpeza de su ternura. Confío en que ninguno olvidará las muchas otras maneras que quedan de contar, de salvar, mi historia.

*** Dije que no soy Juan Rulfo, pero sé que hay algo falso en esa negación. No soy Rulfo pero habito su nombre. Nadie que lo pronuncie puede deslindar mi presencia. Soy eterno en el escritor. Él ahora es eterno en mí.

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Tu nombre, Mateo

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sa mañana de enero en que vino a verme a la Maison du Mexique, Juliet me contó que vio la imagen la primera vez que fue a Roma, algunos años atrás, cuando presentó la traducción al italiano de su primer poemario, el que robé en Juárez, Mateo, los versos que no dejan de sorprenderme y que te harán quererla aún más y te darán más motivos para perdonarme, o para intentar perdonarme. Pero vue1vo al asunto: la pintura está en la iglesia San Luigi dei Francesi. Caravaggio pintó tres, pero sólo La inspiración de San Mateo sometió su atención. Un joven padre se acercó a Juliet para apostillar su contemplación del cuadro, con un francés magrebí que contenía las resonancias de las planicies abiertas de África. "El viejo Mateo, vestido en una túnica con tonos naranja y amarillo, escribe sobre una banca de madera. Lleva una barba larga y la aureola que lo santifica. Su pluma es delgada y en su mano izquierda encierra algo, ¿lo observa? Acaso el pigmento para continuar escribiendo. Mateo parece obedecer la urgencia de escribir inducida por un niño ángel, que aparece en la derecha superior del cuadro". Juliet no es-

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taba segura de ver las alas, pero el ángel flotaba envuelto en una sábana blanca con sus dos extremos formando semicírculos. Todo era oscuridad entre ellos, pero la sábana parecía girar como una extraña luz que iluminaba el manuscrito de Mateo. La piel canela del padre resaltaba el iris ámbar de sus ojos que Juliet creyó haber sentido antes. No buscó una conversación con ella. Sólo quería comentar el cuadro, discutir algunos aspectos del Evangelio de Mateo. "El dogma le atribuye a cada uno de los evangelistas una de las cuatro bestias que aparecen en el Apocalipsis. A Marcos le corresponde el león, a Lucas el ternero, a Juan el águila, pero la bestia que representa a Mateo tiene un rostro humano. La iglesia prefiere que sea más ángel que hombre, señorita, pero nadie fuera de los secretos divinos conoce el razonamiento que produjo la transmutación. Es posible que la escasa humanidad le pareciera insuficiente al Concilio Vaticano". Juliet me contó haber ensayado una solución propia en la idea de la quimera, la imagen extraña de algo que parece hombre pero que implica más: la informidad del texto, la deshumanización de una historia que sobrevive en papel, sin su autor, sin testigos, sin nadie que la lea. El Evangelio tiene un rostro humano como su autor, pero la verdad es que fue algo más que un hombre quien lo escribió. El padre entrecerró los ojos y dejó correr algunos segundos. Volvió la vista al cuadro y continuó: "Los exégetas se dividen en cuanto a la autoría del texto. Hay quienes afirman que Mateo el apóstol no es el mismo que escribió el Evangelio pues su nombre cambia en los otros tres relatos, pero la Comisión Pontificia Bíblica se defiende explicando que Mateo también era llamado Levi y que usar más de un nombre era algo común entre judíos". Dos nombres, dice Juliet que pensaba sin hablar, indivisibles y de autoría doble: el hombre y el

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ángel, la tierra y el cielo. "Otro problema clave radica en la atribuida primacía del Evangelio de Mateo sobre los otros. El Vaticano sostiene que es el primero, pero no han faltado recientes investigaciones que sugieren que Mateo copió versículos de los escritos de Marcos y llegan incluso a indicar que hay una alta probabilidad de que ambos estuvieran refiriéndose a una fuente primaria que se perdió en las oscuras turbulencias del tiempo". Mateo -actualizando la crítica (y aquí es donde, en sintonía con Juliet, esta historia me resulta aún más interesante)-- huiquificó el Evangelio de Marcos sin intentar cubrir su delito. De ese otro texto primario, saqueado sin miramientos, ni siquiera sobrevive la migaja de una referencia para la historia. El padre recordó a Juliet que al Evangelio de Mateo lo distinguen dos objetivos: 1) trazar la genealogía de Jesús, contando cada una de las generaciones que lo hacen descendiente directo de David y de Abraham; y 2) probar, con rigor obsesivo, que cada uno de sus versículos sostiene la exactitud y la validez de las profecías de las antiguas escrituras. "Mateo, del hebreo que significa regalo de Dios, es el apóstol memorioso guiado por un niño ángel para escribir el más textualista de los evangelios y corroborar de una vez y para la eternidad la genealogía de la divinidad. Si lo entendemos así, señorita, comprenderá la fascinación que debe ejercer Mateo en usted: Marcos y Lucas son cronistas puntuales de la vida de Cristo. Juan es un dotado y majestuoso lírico. Pero Mateo escribe sin otro arrebato que la pasión de un texto que quiere reconciliarse con el destino trágico de una vida que aún a Cristo le fue fugaz. Una poeta puede entenderlo mejor que nadie, hermosa Juliet". El padre no la dejó responder. Se encaminó hacia el altar y atravesó una de las puertas de la sacristía. Juliet reconoció

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entonces sus ojos de entre el público que asistió a la presentación de su libro. No quiso rebajar la intensidad del diálogo con las frívolas e irrelevantes preguntas obligadas que truecan el misterio por la insignificante familiaridad. Optó por irse. Se conmemora al evangelista el 21 de septiembre. Lo suficientemente cerca de tu nacimiento como para que Juliet decidiera (aunque en realidad lo había decidido antes de salir de la iglesia) que su primer hijo se llamaría Mateo. Por algún tiempo pensé en la urgencia que implica escribir un texto para salvar el recuerdo de alguien que ha muerto y que ha dejado un anecdotario que debe cotejarse con su leyenda. La mañana en que Juliet me contó esta historia, el mismo día que supe que vendrías, me llené de ese miedo que hermana a todos los padres del mundo: tuve miedo de imaginar tu muerte, Mateo.

AGOSTO

Un licor de pistacho, para el muchacho

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Para Aura Estrada, quien habita, del otro lado del ocaso, entre arquetipos y esplendores.

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a barra de roble era larga, como en el sueño. Comprendí entonces que la hora del reencuentro había llegado. Nos sentamos en una mesa del fondo. En las sillas de enfrente quedaron Miguel y Harmodio, compañeros de un taller literario donde cada semana intentamos aprender a escribir. Ellos pidieron vino. Yo sobrevivía a una cruda-recordatorio de que las borracheras en París no son gratuitas, sobre todo si mezclas tequila con vino tinto. Me conformé con un Perrier con limón y argumenté en mi defensa que la época de los escritores alcohólicos terminó con el siglo diecinueve. Podrán acusarme de cualquier cosa, les dije, menos de ser absolutamente moderno. La discusión no prosperó porque ellos me habían citado allí para que les contara la historia del encuentro, del primero, del que comenzó todo. Esa noche, decían, podría ser importante.

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-Me senté a esperarlo un buen rato. Roberto llegó y entonces me di cuenta de que yo era el único fan con una copia de Los detectives salvajes. Hablamos un poco y me firmó su

novela. Pensé en irme, pero me detuve cuando le dijeron que tenía que volver solo al hotel y las cejas se le arquearon aún más, como vencidas por el peso de la peor de todas las preocupaciones de un turista despistado: caminar en una ciudad laberíntica sin compañía, hasta perderse. Yo le dije que lo acompañaba, que yo sabía el camino del salon du livre a su hotel en Saint Germain. Por supuesto, mentí. -¿Entonces no llegó nadie más? -preguntó Miguel, aunque bien pudo ser Harmodio. -No. Una reportera que lo entrevistó unos 20 minutos. Pero los reporteros no cuentan. -¿Y luego? -Conversamos. Me contó de Mario Santiago, su mejor amigo, a quien salvó del olvido transformando su vida en ficción. Le pregunté: ¿qué había detrás de la ventana? Lo obligado, pues. -Pinchi suertudo -dijeron los dos, al unísono. -Salimos del salon du livre. Me acuerdo que hablamos sobre el tejido narrativo, sobre la necesidadimperiosade construir un secreto que todo relato debe saber conservar. Llegamos al hotel y Roberto entró a su habitación y me pidió que esperara. Luego bajó con su familia para tomar el té. Fuimos a cenar a un japonés, y ahí es donde se puso buena la cosa. -Ah chingá... -dijo incrédulo Harmodio. -Me hizo una prueba literaria que sólo aquellos con madera de genialidad narrativa pueden superar. Si quieren se las hago, pero no creo que alcancen las cervezas de todo París para alargar la borrachera mientras la ciudad entera y yo esperamos su respuesta.

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-Ah chingá, chingá (doble)-dijo (doblemente)incrédulo Harmodio. --Okey. Ahí les va: dos amigosroban un banco. En la ruta de escape uno de ellos sale herido y sangrando y toda la cosa, pero logran llegar a una cabañaescondida en medio de la nada. Pasan cuatro días y la policía los encuentra muertos a los dos, por herida de bala, dentro de la cabaña. El botín está allí mismo, completito. Afuera hay tres tumbas vacías, como recién cavadas o recién exhumadas, depende de cómo se mire. Ahora, el enigma: sólo con preguntas cuya respuesta sea "sí" o "no", ustedes deben adivinar qué chingaos pasó. -Qué onda loco-dijo Miguel, con su acento sinaloense (es de Culiacán, y allí se les da natural la proclividad a los enigmas). Ora lo averiguo a güevo. -¿Puras preguntas de "sí" y "no"? -preguntó Harmodio. -Sí. -¿Ah, ya empezó la prueba? -insistió (es de Mexicali, y allí se les da natural la insistencia) Harmodio. -Sí.

*** Le dolía caminar. Se encorvaba ligeramente, y una mueca salía a la superficie con fineza, como una complicada ironía. Carolina me pidió que lo convenciera de que no fuéramos a cenar lejos, que eligiéramos un restaurante cerca, cualquier cosa. -Cualquier cosa Roberto, en serio. No tenemos para qué explorar Saint Germain. -¿Cómo? ¿Qué va a pensar mi amigo mexicano? ¿Que los chilenos no podemos hacerle al Vicente Femández? [Véngase vieja, que vea mi compadre quién manda aquí, chingao!

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--dijo Roberto imitando el acento mexicano. Rodrigo Fresán dice que el acento que le salía peor a Roberto era el argentino. Supongo que nunca lo oyó en mexicano. En eso pensaba cuando noté la tranquilidad de Lautaro, el hijo de los Bolaño. Mantenía las manos en su abrigo largo. La mirada hurgaba el asfalto. Sonreía como tolerando viejas ocurrencias, como perdonando algo. Alejandra sí reía en cambio, con fuerza, con ganas de ser escuchada. Llegamos al japonés y comenzamos a saborear todas las combinaciones de sushi. Alejandra tomó entonces el oso de peluche con el que venía entreteniéndose desde el hotel y lo lanzó al otro extremo del restaurante, estrellándose en la pared. Calló mientras Lautaro lo recogía y se lo devolvía a la carreola. En cuanto llegó a sus manos, Alejandra rió de nuevo y una vez más el oso cruzó el restaurante, volando.

*** M. -¿El amigo asaltante se murió de las heridas o fue asesinado? O. -Esa no es pregunta de "sí" o "no". M. -Se murió de las heridas. O. -Sí. H. -El asaltante amigo lo enterró. 0.-Sí. M. -¿Él cavó la tumba para el herido? O. -Sí. H. -¿Y cavó también las otras tumbas? 0.-Sí. M. -¿Nadie más intervino en el cuento? 0.-No.

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M. -Un vecino. 0.-No. H. -Una vecinita. O. -No, pinchi perverso. M. -Michael Jackson. O. -No, y ya me están asustando. H.-¿ Tu hermana? 0.-Latuya. H. -Creí que sólo podías responder "sí" o "no". O. -Las reglas las pone el narrador. También las excepciones.

*** No ha sido fácil, me dice. El dolor avanza. Sólo puede tomar agua o té. -Tal vez me quede antes de la operación, antes de llegar mi tumo en la lista de espera para el transplante de hígado. -No digas eso, Roberto. -Escribí algunos libros buenos. Hay gente que me lee. Tengo a mi familia. Está bien. -Vas a estar bien -agregué y no pude evitar sentirme irremediablemente estúpido. -Sí -contestó Roberto y bajó la mirada. Pequeñas espirales de humo ascendían de su taza de té. -Sí-dijo otra vez.

*** H. -El problema es que no estamos fijándonos en lo que importa. ¿Por qué hay tres tumbas? ¿Qué quería enterrar el asaltante además de su amigo? ¿Qué quería esconder el güey, qué?

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O. -Volvemos a empezar. H. -Tá bien, tá bien. ¿El asaltante vivo cavó las tres tumbas? 0.-Sí. M. -¿Enterró a su compa en la primera? 0.-Sí. H. -¿Enterró el dinero en la otra? 0.-No. M. -Decidió suicidarse y por eso cavó su propia tumba. O. -¿Me dices o me preguntas? M. -¿El otro loco, el asaltante vivo, se suicidó?-dijo Miguel y después agregó un culichi "Ah cabrón" para avisar que se percataba de la antinomia. 0.-Sí. H. -¿Pero la otra tumba era para él? 0.-No. H. -Algo hizo mal ese cabrón desde antes para sentir tanta culpa. Qué poca madre, ¿le tumbó la morra a su compa? M. -Loco -dijo dirigiéndose a Harmodio- a veces no hace falta sentir culpa para querer morirse.

*** -Ése es el enigma, sólo preguntas de "sí" y "no" -dijo Roberto, con una sonrisa que lo sobrepasaba. -Ahorita mismo te desenredo el asunto, me cae -juré al calor de un sake (seguíamos en el japonés: hay que ser consistente con el decorado). -El asaltante sano mató a su compa porque se hartó de tanto gemido. Para esconder el cadáver, cavó tres tumbas. Sólo en una de ellas debía estar el cuerpo, pensará cualquiera, especialmente un agente de policía panzón y comedor de do-

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nas. ¿Dónde quedó la bolita? seguramente ponderará el poli. Alguien debió robarse el cuerpo. ¿Quién sería capaz de semejante bajeza? El caso, naturalmente, iría del asesinato en primer grado a un vulgar incidente de necrofilia. Roberto puso una mirada inquisidora. Las cejas, por primera vez en todo el día, descansaron el arco y casi se encontraron en dos filosas diagonales. -Que ya no le sirvan más sake al muchacho.

*** H. -No estamos pensando con agudeza. No se trata de qué debía hacerse con el dinero sino de entender para qué querría alguien tres tumbas sabiendo que cuando mucho habría dos cuerpos qué enterrar. La·neta es que estamos pendejeando. O. -Sí. H. -Esa no fue pregunta. 0.-No. M. -Encima de que nos pone este acertijo mamón el cabrón todavía se pedorrea de nosotros. O. -Sí. H. -Agárrate porque de todos modos lo vamos a adivinar así tenga que dejar mi tesis doctoral-(según él estudia)-y dedicarle a esto los próximos tres meses de vida. M. -Nunca hubo un Culichi que depusiera la armas. No seré el primero. De este bar no sale nadie sin que antes demos con la clave. O. -Mejor se dan y les cuento lo que nunca podrán adivinar, porque después de todo, aceptémoslo, nos falta madera de escritores y por otra parte yo quisiera continuar viviendo fuera de este antro de quinta.

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H. -Nonimadre-dijo con cierta rapidez (¿se notó?). El mesero pasó lista con mirada furtiva a la mesa y se alejó no sin un ceño fruncido que cualquiera podría haber interpretado como: "Que ya no le sirvan vinito a los muchachitos".

*** -Yo sí lo adiviné, me tomó mi tiempo pero lo adiviné enterito. Sólo hay que tener cierta intuición narrativa, eso es todo aseguró Roberto. -Supongo que entonces mejor me dedico al periodismo. O a ser guardia de camping de veraneo. -Ese trabajo sólo es para los grandes -dijo con la sonrisa que se negaba a desdibujar desde que llegamos. -Pero no tiene uno que estar adivinando acertijos imposibles. -Al contrario: allí fue donde me contaron éste. Roberto se detuvo para buscar un cigarrillo. Se le habían terminado. En la acera de enfrente había una tienda de tabaco y me ofrecí a salir corriendo por otra cajetilla. Mientras pagaba, vi a Lautaro recogiendo al oso volador de la esquina sucia del restaurante donde aterrizó esta vez, cruzando el espacio parisino como proyectil desde la carreola-cañón de Alejandra. El oso se puso de pie ayudado por las manos de Lautaro. Llegóresueltohasta el vehículo lanzadory amenazó a la piloto con acento catalán. -¡Tía, me he quedao con tu cara! ¡La pagarás un día! [Me he quedao con tu cara! La risa era colectiva ahora, hermosísima.

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*** M. -Eran amigos. El bato trató de salvar a su compa pero tuvo que verlo morir.Lo enterrócon cuidado,limpiando el polvo, que nada le ensuciara el rostro oscurecido por la muerte. H. - Lo consumió la culpa. La rabia de haber vivido y no haber quedado perforado a tiros también, desangrado en el carro, en la cabaña, en la tumba. Odiaba su sangre que circulaba incesantemente, que daba vueltas por sus brazos, que impulsaba el ritmo de las paladas de tierra. Quería dejarla correr, regar la tierra con ella hasta que se volviera todo como un lodazal, un valle enorme cubierto de barro carmín. M. -Pero sabían que eso podía ocurrir, que cuando eres asaltante tarde o temprano vas a comer pólvora. Lo habían anticipado incluso. Si te toca morirte, ni modo bato. Yocuido a tu familia y a los morrillos. Les doy tu parte de la lana.A ti te doy una tumba con su cruz bien puesta, batillo, y me echaré un tequila pa' recordar lo chingón que eras, que no te me rajaste, que nomás las balas hicieron que te quebraras. H. -Eso ya parece corrido. O. -Hay un corrido que se llama "Las tres tumbas'', incidentalmente. M. -Y esas tres tumbas, si no son las nuestras, deberían serlo. No estaría mal si después el cuento lo narra Bolaño.

*** -Tal vez el problema está en la estructuración del relato -le insistí a Bolaño (yo soy de Juárez, y allá la insistencia y la proclividad a los enigmas son parte de nuestro ADN). -¿No

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es acaso muy arbitrario que las únicas posibles respuestas sean "sí" o "no"? Toda historia que tenga algo de interesante debe sobrepasar esa dialéctica. Si "simón" significa "sí" y "nel" significa "no", ¿qué significa "simonel"? -Me parece que estás entrando en congestión alcohólica -respondió Roberto y tomó la mano de Carolina con un gesto de emergencia. -Dejemos el sake: ya ni agua me le sirvan al muchacho. Carolina y Roberto, como ya se había hecho costumbre esa noche, rieron.

*** M. -El asaltante vivo enterró a su compa muerto. Pensó que no le dolería tanto, pero pronto advirtió que no soportaba la riqueza si a cambio perdía a su amigo. Quería a su amigo de vuelta, a su lado, para pistear y asaltar más bancos. Quería verlo allí, de nuevo, planeando atracos y chocando caballitos de tequila, chuleando viejas al pasar. Quería a su amigo de regreso y por eso lo desenterró. H. -Sí, lo desenterró, pero por la madrugada se arrepintió. El cadáver estaba amoratado y comenzaba a descomponerse. Así que mejor lo volvió a enterrar la tarde siguiente, la peste se veía venir y estaba cabrón. M. -Me creo, con esfuerzos, que lo entierre y desentierre y que luego se arrepienta y lo reentierre (ya parece trabalenguas), pero, ¿por qué tenía que ser en otra tumba?

*** -Porque creía que algo había mal con la primera tumba. Porque tal vez no la cavó muy profunda, o porque la tierra estaba ya removida y entonces el cuerpo podría salirse con facilidad,

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apoyarse en las piedras y el zacate, ponerse de pie y entrar en la cabaña. Entrar en la cabaña para buscarlo. ¿Voybien, Roberto, o me regreso?

*** M. -Porque el cuerpo se negaba a estar enterrado, porque apareció allí esa mañana, al día siguiente del primer entierro. H. -Estaba sentado, con un brazo sobre la mesa, casi alcanzando una taza de café frío. Parecía que reclamaba su compañía, que le exigía que se quedara allí, con él, esa mañana y esa noche, y todas las demás por venir, porque debían compartirel mismo destino, la misma suertedel mismo volado que debió echarse para los dos.

*** -Vas bien, no te regreses, síguele por allí. -Porque el horror ante la muerte es el más ácido de todos, el que penetra tu piel, el que te eriza el pelo, el que te hace voltear a todas las paredes y sentir como si la casa entera se estrechara para encerrarte, para negarte el aire, para aplastartemuy lentamente.

*** M. -Esto no tiene ningún sentido. O estamos bien pedos o ya abusamos de la intuición narrativa, que para el caso es lo mismo. H. -Su amigo se murió pero él no. Yalo había enterrado. Había quedado sepultado. Él seguía vivo, con el dinero y con la promesa de cuidar a la familia de su amigo muerto tal vez por su culpa, porque a la salida del banco descuidó a ese

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guardia cabrón que le quiso hacer al héroe y le disparó a su

amigo cerca del hígado, donde más duele y donde te puedes desangrarpor horas, muriéndotea cuentagotas.Falta algo más, algo que no hemos dicho aún, la razón verdadera por la cual alguien puede enterrar y desenterrar un cadáver tres veces ...

*** -Era un sonámbulo.

*** M. -¿Era un sonámbulo? Una corriente de viento empujó la puerta del bar e hizo cimbrar las ventanas. Las copas de vino se derramaron y se mezclaron con el Perrier sobre la mesa. Nos levantamos para evitar la salpicada. Un corto circuito acompañó al temporal y nos dejó a oscuras por un momento. Sin decir nada, caminamos hasta encontrar la barrra a tientas y de nuevo reconocí su forma alargada, su superficie suave, tallada por las manos de los clientes, retocada por el vino y el cigarro. Exactamente como en el sueño (ya hablaré de eso, no crean que lo he olvidado). Cuando volvió la luz, el barman había dejado tres tequilas sobre la barra. Nadie los había ordenado. Sonrió desde el otro lado de la mesa. Cortesía de la casa, imaginamos. Con algo de solemne y feliz, el hilo narrativo se reactivó: M. -Lo enterró la primera noche, lleno de culpa y dolor. Pero las promesas son siempre deudas de honor. Esa noche se levantó, sin darse cuenta, fue hasta la tumba y lo desenterró. Lo puso en la mesa de la cocina, y le preparó un café. Conversó con él aunque no esperaba respuestas. Pero lo salvó, por lo menos esa noche lo salvó.

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H.-¿De qué lo salvó?

*** -De la soledad de estar muerto.

*** H. -Lo volvió a enterrar. Cavó otra tumba para probarse a sí mismo que lo enterraría esta vez hasta el fondo, hasta donde le alcanzaran las fuerzas. Echaría encima toda la tierra y la pisaría bien para rellenar los huecos. Para que no volviera a salirjamás. M. -Pero regresó. Lo esperaba de nuevo en la cocina, por la mañana, con la misma taza de café servidahasta el tope. Y aunque él salvó a su amigo, nadie lo salvó a él. H. -¿De qué tenían que salvarlo?

*** -De la soledad de estar vivo.

*** Caminamos de vuelta al hotel. Vamoslento, preferimos ir lento, Roberto. Carolina sostiene su mano. Lautaro empuja la carreola de Alejandra, que ha reído lo suficiente. Ahora duerme y el oso se estremece bajo sus brazos. -No pude descubrir el enigma. Mi futuro literario está en juego -le digo a Bolaño, resignado. -Ante la muerte sólo puedes rasguñar la tierra. Ante la vida, tarde o temprano terminas haciendo lo mismo. No serás escritor, ni modo -se detiene y me mira con seriedad. -Tendrás que conformarte con contar historias como ésta.

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Me despido al fin en la puerta del hotel. Roberto me observa ahora con simpatía. Me abraza y yo no atino a decir más. Su sonrisa se desvanece en la entrada y en la imagen que se repite y se desgasta en mi memoria. Cada día que pasa me resulta más impreciso el tono de su voz, casi como si nunca lo hubiera oído hablar, como si todo este tiempo hubiera en verdad recordado un texto y no una voz. Al día siguiente volvieron a España. Bolaño murió un mes después.

una luz fuerte hace indistinguible la figura de Bolaño, que nunca, ni aún a punto de desaparecer, deja de sonreír. Harmodio, Miguel y yo salimos del bar. Decimos atropellándonos que ha ocurrido algo que, bien mirado, resulta importante. Sí, repetimos, algo importante, algo muy importante.

*** Brindamos con el tequila que nos obsequió el barman. Me recargué en la barra y el sueño ocurrió de nuevo en mi cabeza. El sueño que ya viene siendo hora de contar. Meses después de la muerte de Bolaño, soñé: Estoy en medio de un brindis masivo. De pie, junto a una barra de roble larga, muy larga, Roberto me abraza y seguidos de mucha gente formamos una cadena que ríe y choca copas. Todos toman tequila y la música separa las voces y las risas y luego las confunde y las convierte en una sola marea de júbilo. Roberto levanta el brazo derecho. Apenas puede articular porque la risa le ahoga la voz. Llama al barman: -Tequila. [Para todos! El barman corresponde a la sonrisa y se dispone a buscar las botellas. Roberto hace un gesto para detenerlo, y señalándome con el índice, se corrige: -Tequila, para casi todos. Y un licor de pistacho, para el muchacho. Yo río con él, y bromeamos, y descubrimos enigmas, como aquella noche en París. El sueño acaba con el amanecer, cuando

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Entre la fe y el arte

o voy a escribir lo que quisiera porque hay partes de esta historia que deben permanecer ajenas a mi texto. Te diría, Mateo, si es que tuviera que correr el riesgo de contradecir lo que acabo de anotar, que esa mañana desperté sin reconocer la ventana de mi habitación. No es que nunca la hubiera notado o que me fuera indiferente. Exactamente lo contrario: estudié con calma el viejo marco de madera rajado. Una corriente de viento del invierno aguzaba mi respiración. Más allá, una nube lejana huía de las formas de mi imaginación. Cerré lo ojos y cuando los volví a abrir ya amanecía. Me había aferrado de la mano de Juliet toda la noche y allí seguía, afirmándose por encima de las horas. Pero algo había cambiado. Sentí un olor distinto. Tabaco. Quise salir a golpearlo, a dejar que me golpeara, pero el recibidor estaba vacío. Ernesto tampoco vio a nadie. Cuando volví a la habitación Juliet me preguntó si había visto a Podestá. En ese instante desperté, solo y con la voz de Juliet repitiendo en mis oídos la pregunta soñada.

N

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Borges decía que el "escritor no debe invalidar con razones humanas la momentánea fe que exige de nosotros el arte". No tengo por qué escribir más, Mateo. Sé que esa noche fuiste concebido y eso me basta. Ella en cambio, prefirió no respetar a mi memoria, que cada vez se esforzaba en recordar nuevos detalles, descifrando signos inesperados. Te dejo leer su carta para que entiendas la complejidad de ese momento. No la denuncio ni la traiciono. Creo que ella tarde o temprano te contará lo mismo. París, 4 de enero OZ: Soy poeta. Quiero decir: soy alguien que aprendió a decir cosas que nunca había escuchado. Escribo para decir lo que no está allí, para hacer visible algo que ninguna persona, menos yo que nadie, podrá ver jamás. A veces creo que el lenguaje poético. es nuestro único consuelo ante un universo que no podremos recorrer totalmente. Soy así una hacedora de caprichos que no ha sentido el menor remordimiento por sus consecuencias. No tengo reparos en decir que en parte escribo para que haya lectores como vos, que lean mis versos y se enamoren de la idea de esa mujer que sólo existe en poemarios. Me halagó tu memoria que me cita con exactitud inequívoca y que me compara con la poesía de Borges. Me gustó que sobrevaluaras mi belleza. Que confesaras que la foto de mi libro te obsesionó hasta el punto de querer venir a París a buscarme a mí o a alguien equivalente a esa imagen. Alimentó mi ego que confundieras mi rostro con la literatura que querés llegar a escribir. Me conmovió que intentaras seducirme buscando repentina-

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mente mi mano esa noche en el tren. Tu conversación me recordó las noches que pasaba despierta hasta la madrugada con mis amigas en campamentos de verano del Liceo, hablando de los muchachos que nos gustaban, de lo que sería besar por primera vez a uno, de las pequeñas mariposas que sentíamos en el estómago al vernos solas frente a ellos. Cuando me besaste quise detenerme. Me dije que ya no tenía edad ni excusas válidas para aventuras adolescentes. Pero tu cuerpo también encontró la manera de adularme. Lo que quiero decirte OZ, lo que estoy escribiéndote, es que esa noche en el tren tuvo que ver con arquetipos más que con nosotros dos. No me tocaste a mí: tocaste a mi petulancia, a mi falso sentido de superioridad, a mi perfil soberbio de poeta joven autora de nueve libros traducidos a no sé cuántas lenguas. Yo sé que toqué a un lector adorador de mi poesía, pero no quise tocarte a vos. Mateo nacerá pronto. Haré una prueba de paternidad el mismo día de su alumbramiento. Dejo a tu mejor juicio el nivel de la responsabilidad que asumirás en caso de que seas vos el padre. De lo contrario, no esperés que esta historia vuelva a mencionar tu nombre. Te pido que no me busques hasta que yo lo haga. Te pido que tampoco busques a Héctor. Él sigue siendo tu profesor y yo su esposa. Nunca he querido que eso cambie. Tengo para mí que no hemos hecho nada trascendente, así que no exijo que admitás culpabilidad alguna. Tampoco pediré tu perdón. Te he despojado de tu fantasía romántica. Me has robado el gozo de mi arrogancia. Nada más. JP

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' 1

¡,

Difícil predecir lo que pensarás, Mateo. Para cuando leas esto ya no habrá dudas. Tampoco sé si para entonces las iniciales de su firma serán estas que me aferro a corregir. Ella es poeta: yo soy huicritor. Me imaginé respondiéndole con un breve poema que nunca leerá y que aunque escrito por otro fue también sentido por mí: JZ: ¿Alguien pudo alguna vez abandonar a una mujer?

-Te espero en el bar de siempre. A las siete. Más te vale ser puntual. Tomó su abrigo del perchero y pasó a mi lado con la misma frialdad de su cuchillo que me obligaba a ser testigo de su trayectoria, inmovilizándome con la amenaza de su velocidad. Me dejó solo en su oficina. Desclavé el cuchillo con cuidado y lo guardé en la funda que encontré en el cajón. Cerré la puerta despacio y me fui al bar a esperarlo. Faltaban horas. Pedí una cerveza. Y después un Bourbon.

oz

Ha pasado demasiado tiempo desde que empecé a escribir estas páginas. De algún modo me ayudaban a aceptar la espera. Pero ocho meses se acumularon hasta hacerme estallar. Ese día quise tomar mis propias decisiones. Quería provocar un escándalo, que reventara toda la historia, desgranada en fragmentos resignificados en nada o en todo. Lo busqué en su oficina. Toqué con fuerza hasta que me abrió. Su mirada era triste. Quise abrazarlo. -Vengo a pedirle que sea mi director de tesis. Podestá se quedó callado un momento. Caminó hasta su escritorio y abrió un cajón. Lo que ocurrió fue tan rápido que sólo me afectó hasta después, cuando volví a la Casa de México y tuve ganas de llorar: desenfundó un cuchillo y lo lanzó con fuerza hacia mí. Pasó muy cerca de mi oído. Atravesó la puerta de la oficina por completo. Yo ahogué un grito y desvié mi mirada al piso. Luego escuché cómo su respiración agitada se fue calmando poco a poco. Volteé cuando sacó su pipa del mismo cajón. La prendió y le dio una larga bocanada. Se sentó y exhaló. Cerró los ojos unos segundos.

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SEPTIEMBRE

El libro seminal Para Claudia Cairo, a quien también debo esta historia.

¿Qué mortal reconoce la estirpe de su sangre? HOMERO,

La Odisea, Canto 1

Las ·propias ideas no siempre conservan el nombre del padre; muchas aparecen huérfanas, nacidas de nada y de nadie. Cada uno toma de ellas, las vierte como puede, y las pone al día, .donde todos las tienen por suyas. JOAQUIM MARIA MACHADO DEASSIS,

Esaú e Jacó

ucedió hace años, cuando aún vivían y escribían los hombres que mencionaré. Y por supuesto, cuando la madre de Mateo estaba aún entre nosotros, maravi-

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llándonos. Cometeré más de una indiscreción y no faltará quien me acuse de haber traicionado a los protagonistas de esta historia. Pero nada debe caer en el olvido porque de algún modo los acontecimientos que registraré nos vinculan a todos, a los lectores y los escritores, incluso a los libros. Aclaro de entrada que no creo tener talento de narrador. Sé que estas líneas deberían ser de Mateo: después de todo es él quien se empeña en querer escribir. Tal vez algún día se decida a repetirlo todo en papel. Digamos, por lo pronto, que esta es una crónica del gran viaje. Me adelanto. No. Me atraso. Mejor inicio cerca del final y de allí para atrás. Nadie previó que, tras la muerte de su madre, Mateo comenzaría el viaje que lo llevaría a conocer la identidad de su verdadero padre. Todos, en cambio, anticipamos la muerte de María Griselda, esa hermosísima mujer, profesora de literatura latinoamericana en la universidad de Yale, donde la conocí y fui tocado por su divinidad en calidad de colega y amigo. A sus cincuenta años y enferma de cáncer terminal, lamadre de Mateo continuaba siendo el motivo principal de incontables amistades de generación espontánea, como ocurría desde la infancia que su hijo recuerda en Buenos Aires. Mateo cuenta que muchos niños venían de barrios lejanos a buscarlo, niños que él nunca había visto por la calle Florida y que caminaban desde la Recoleta, Palermo, incluso Boedo. Mateo asegura que uno de ellos, Enrique o Héctor, no recuerda bien, venía desde Montevideo en el ferry de las nueve de la mañana y se regresaba a casa en el de las cuatro de la tarde para estar a tiempo para la cena. Enrique (o Héctor) y los demás niños que aparecían como renacuajos después de una tarde lluviosa, guardaban silencio absoluto cuando por la puerta de la cocina emergía la delgada silueta de María Griselda, que llevaba galletas y limonada fría para la legión de pequeños ado-

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radores que se ponía a temblar ante el aura irradiante de sus ojos azules. Dejaban caer las galletas o intentaban comérselas por la nariz, y sólo despertaban del trance cuando la limonada fría les bañaba el pecho porque olvidaban que la boca estaba unos centímetros más arriba de donde recordaba su mano. Mateo siempre hacía el cuento de los niños porque era el más inocente. Los otros mejor se los callaba, porque no fueron pocas las veces que quiso apedrear al cartero que paraba en su casa para decir que no había correo ese día, o el patrullero que acudía en domingo al mediodía y sin que nadie lo llamara, o los acreedores que ofrecían préstamos nunca solicitados, sin intereses y en pagos cómodos pero que debían cobrarse en persona y puntualmente, siempre en casa y en trámites innecesariamente largos. Me sentía Telémaco (¿TeleMateo?), me dijo una vez Mateo, con mi pobre madre Penélope esquivando los embistes de mil y un pretendientes que nunca serían ahuyentados por el victorioso Ulises, porque mi padre se había muerto poco después de que yo naciera (o eso le había dicho María Griselda) y ella nunca consideró buscar una nueva pareja, ni siquiera cuando hasta los vecinos casados comenzaron a venir a la casa a pedir una tacita de azúcar a la medianoche. Nunca. Primero nos largamos de acá, dijo ella. Y por eso nos mudamos a Estados Unidos, donde mi madre había pasado varias temporadas y donde ella se sentía a salvo de la persecución galante. María Griselda quería creer que el cabello rubio y los ojos azules debían ser de lo más natural en un país de anglos, pero supuso que la transición tendría su precio. Consiguió un puesto en Yale, donde ya conocían su trabajo por el año que estuvo allí como visiting scholar a finales de los sesenta. Y como en todo, a pesar de sus cuatro libros publicados sobre narra-

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tiva latinoamericana, sus incontables artículos, las decenas de ponencias en congresos por toda América y Europa, María Griselda nunca pudo quitarse la duda, como una piedra en el zapato, de que obtuvo el trabajo porque el jefe del departamento no supo qué otra decisión tomar ante tanta belleza en un cuerpo docente. Pero el puritanismo yanqui inhibe los avances de cualquiera, especialmente entre alumnos y profesores de una de las universidades más elitistas del país. María Griselda pronto confirmó que se sentía bien caminando a cualquier hora por el campus. Más de uno la miraba, pero siempre en silencio y a distancia, pues nadie se arriesgaba a una demanda por acoso sexual que por su cuenta María Griselda nunca interpondría pero a cuya posibilidad se aferraba como a un escudo mágico, a la alarma de pánico del coche, al pepper spray en el bolsillo. Mateo se fue tranquilo de New Haven cuando vio que todo el pueblo de alguna manera se había resignado a tener una semidiosa como vecina. Cuando le llamaba los domingos desde París, donde Mateo estudiaba genética, María Griselda sonaba feliz. Leía mucho, dice Mateo, se pasaba las horas anotando sus libros: novelas y poesía latinoamericana, por supuesto, pero también le gustaba la filosofía asiática, desde los Upanishads hasta Krishnamurti, desde el Tao TeKing hasta

Chuang-Tzu. Luego le dio por la meditación trascendental y por eso a veces no contestaba el teléfono: María Griselda se olvidaba del mundo repitiendo un mantra interior, vibrando a la altura de su belleza, aislada en un acto de solipsismo que nadie acusaría de egoísta, porque en verdad nadie, y quiero que nos grabemos bien esa palabra, inscribirla con cincel y martillo en las paredes interiores de nuestros cráneos, nadie merecía comulgar con esa hermosura excepto María Griselda, sola, acaso frente al espejo.

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Cuando le diagnosticaron cáncer, algunos dijeron que a pesar de la inefable belleza su cuerpo carecía de perfección y estaba destinado al polvo, como cualquier otro. Yotengo para mí que aun las enfermedades se enamoraban de María Griselda.

*** Unas semanas después del funeral, Mateo me llamó para pedirme que pasara a la casa de su madre a recoger el manuscrito de un último ensayo que ella dejó para que yo me hiciera cargo de su edición póstuma. Mateo sabía que María Griselda y yo fuimos buenos amigos y por ello aprovechó mi visita para consultarme algo. Me ofreció un café y me dio el paquete en cuestión, pero después me pidió que lo acompañara al ático de la casa. Abrió la pequeña puerta del techo, casi una escotilla de submarino invertida, y ascendimos por la estrecha escalera de madera. Una vez arriba, caminando en cuclillas con el techo de la antigua casa victoriana sobre nosotros, memostró una caja llena de libros. Él nunca había visto esos volúmenes en la biblioteca de su casa. La caja estaba sepultada entre ropa y piezas dignas de una tienda de antigüedades. La escondió tan bien, me dijo Mateo con algo de melancolía al bañarla con la luz de su linterna, y yo que creía que lo sabía todo sobre mi madre. Mateo internó su mano en la oscuridad de la caja y sacó Rayuela, de Julio Cortázar, con la siguiente dedicatoria: "Para María Griselda, por las ganas de convertirla en la Maga y salir corriendo a buscarla al Pont Des Arts. ¿La encontraré de nuevo? New Haven, 1967". Vos sabés que mi madre vino ese año como profesora visitante, me dijo Mateo. Lo que implica esta dedicatoria me lo he tenido que imaginar. Y no ha sidoplacentero,especialmentesi consideramosesto...

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Sin decir más, sostuvo a la altura de su rostro la fotografía de la solapa de Rayuela. Entendí el experimento de inmediato: algo había en lo chato de la nariz, algo en la continuidad de las cejas que empataba el rostro del escritor argentino con el de Mateo. Es un aire muy remoto, dije. Es la impresión de la dedicatoria que ahora nos sugestiona. Y que Cortázar se tome licencias poéticas no significa nada, completó Mateo. El razonamiento nos pareció suficiente. Queríamos curiosear en el resto de la caja, pero el polvo nos hacía estornudar. Ya nos disponíamos a salir del ático a respirar aire limpio cuando encontré el libro que liberó a los demonios que aún andan sueltos. Era Blanco de Octavio Paz. Cuando dije bromeando, mientras lo abría, que mejor no leyéramos la primera página, el polvo se suspendió en el vacío de mi respiración, ahora imposible, aterrada. La mano del maestro, y era la suya, no quedaba duda, inscribió la siguiente dedicatoria que desde entonces nos persigue junto con las otras que fuimos encontrando: "Esa tarde, hermosa María Griselda, no fuimos: transcurrimos. New Haven, 1967".

*** El temperamento de Mateo se ha ido transformando en las últimas semanas y no lo culpo. Yo mismo he advertido un ardor en el estómago que comenzó desde que leí, estúpidamente y en voz alta, la dedicatoria de Paz que aún incendia mis entrañas. Múltiples úlceras me invaden de rabia, aunque debo confesar que ante todo me llenan de envidia. Para compensar mi fatal indiscreción, me comprometí esa tarde a acompañar a Mateo en el largo y desquiciado viaje por medio del cual in-

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tentamos desentrañar el misterio: sabíamos que entre los escritores que dedicaron libros a María Griselda ese año estaba el verdadero padre de Mateo. La conjetura era probable por varias razones: Mateo calculó (de algo sirvieron sus cursos en genética) que la fecha de su concepción coincidía no sólo con la visita de Cortázar a Yale, sino con uno de los días de la primera semana de enero de 1967, cuando se llevó a cabo el congreso de escritores del boom más importante de esa época. Asesoré a Mateo con las referencias literarias y le informé que José Donoso consigna el evento en su Historia personal del «boom», que por supuesto omite el nombre de María Griselda, pero cuya presencia ronda y alumbra cada mención del encuentro. Lo organizó mi colega Emir Rodríguez Monegal, el crítico uruguayo, que además de autoridad académica, desplegaba un poder de convocatoria innegable. Junto con los ya mencionados, asistieron también (y escribieron dedicatoria amorosa) Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Nicanor Parra, Juan Rulfo, y en el centro de la constelación, el sol que enceguece con su luz la galaxia de la plana mayor de la literatura latinoamericana del siglo, el mismísimo Jorge Luis Borges. De todos teníamos motivos de sospecha. Para ahorrar tiempo, jerarquizamos la lista por las edades de los autores de acuerdo con el año del congreso y el grado de atrevimiento en la dedicatoria. Otros datos (si el autor era atractivo, promedio o francamente feo; si su obra era de mayor o menor éxito; si había sido objeto de estudio por parte de María Griselda) también entraron en la ecuación. El ranking nos obligó a seguir un orden de mayor a menor probabilidad paternal.

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AUTOR

CRITERIO DE SELECCIÓN

1. Gabriel García Márquez Edad: 39 años

Cara de pícaro, acento musical. Novela fundacional publicada ese año (Cien años

de soledad). Amigo íntimo de Fidel Castro (aunque Maria Griselda sólo admiraba al Che, se imaginaba comandanteen la Sierra Maestra). Baila cumbiasy vallenatos. 2. Nicanor Parra Edad: 53 años

Sonrisa seductora. Obra lúdica y rebelde. Lectura frecuente de María Griselda. "Verbomata carita", decía mi abuelita.

3. Juan Rulfo Edad: 50 años

Escritor solitarioy raro. Pedro Páramo fue uno de los libros de cabecera de Maria Griselda. "Los mustios son los peores", decía la abuelita de Mateo.

4. Octavio Paz Edad: 53 años

Consumadohomme de lettres internacional.Autor del libro clave de la mexicanidad (El laberinto de la soledad). No conocido por su :fidelidad.

5. Julio Cortázar Edad: 53 años

Cara de trucutú que aunque lo negara Mateo recordaba la suya. Paisano. Maria Griselda se escribe con M de Maga.

6. Carlos Fuentes Edad: 39 años

Obra de fama imparable. Bigotito de catrín que volvía loca a más de una, aunque a Maria Griselda le resultara más bien indiferente. Dandy (en una época e:fimeray lejana).

7. Mario VargasLlosa Edad: 36 años

Peruano, punto en su contra ("nunca le gustaron a mi mamá", decía Mateo). Derechista, dos puntos en su contra (Maria Griselda era izquierdista hasta la masmédula).La ciudad y los perros, La casa verde, aciertos. Mario se escribe con M de Mateo. Ni modo.

8. Jorge Luis Borges Edad: 68 años

El más grande maestro pero no muy ducho en el ars amatoria. Ciego y demasiadomaduro para efectos de paternidad (el viagra aún no se inventaba).

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Mateo consiguió que su director de tesis, con acceso a un adelantado laboratorio de genética (tecnología sólo existente en universidades en aquel entonces), procesara las muestras que le enviaríamos para determinar la compatibilidad de ADN entre él y el probable autor-padre. El viaje comenzó en busca del más viable de todos los candidatos: Gabriel García Márquez. En 1967 (ver tabla anterior) tenía 39 años y el orgullo de haber publicado la novela arquetípica de la época: Cien años de soledad. La dedicatoria hacía la visita obligada: "Muchos años después, frente al último atardecer de mi vida, recordaré el día en que me llevaste a conocer la belleza. New Haven, 1967".

*** En México todos saben dónde vive el Gabo. Encontramos su casa en Coyoacán sin mayor dificultad gracias a un vendedor de tacos que nos hizo un croquis de precisión minimalista. Pero temíamos haber arrancado con mala suerte, porque nos informaron que García Márquez no se encontraba en casa. Había ido a la premiére para periodistas de una película titulada Odisea en los Andes, en un cine no muy lejos de allí. Llegamos cuando intentaban reemplazar el proyector que se había quemado. Aunque no habíamos elaborado un plan específico, Mateo estaba listo para recoger la muestra y yo llevaba bolsitas de plástico y contenedores extra por si acaso. Caminamos a contracorriente de reporteros y fotógrafos que abarrotaban el cine y que se impacientaban por la afortunada demora que nos permitió adentrarnos en la sala con la luz encendida. Seguido de un entourage que resaltaba su presencia, con su bigote tupido y mirada taciturna, García Márquez avanzaba por el pasillo central. Mateo se preparaba para abordarlo cuando

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nos empujó otra persona que en un principio creíamos un fan abriéndose paso en busca de un autógrafo. -¡Marito! ¡Qué gusto hermano! -gritó sonriente García Márquez mientras extendía sus brazos hacia ... [Mario Vargas Llosa! -¿Marito? ¡Cómo te atreves a querer abrazarme después de lo que hiciste! El abrazo nunca llegó. Un derechazo aterrizó en cambio en la mandíbula de García Márquez. El escritor colombiano se fue al suelo en caída libre. -¡Mierda, me corté la mano con tus dientes de burro! Mateo pareció leerme el pensamiento y actuó rápido. Se acercó a García Márquez y le ofreció un pañuelo para limpiarse la sangre que fluía de su labio inferior. Yo hice lo mismo para el puño derecho de Vargas Llosa. Nos tomó un minuto obtener dos muestras, y cuando nuestra suerte llegaba al límite, Mateo dirigió una mirada incrédula hacia el centro del teatro. Solo, con ojos serios que hacían claro su hastío, Juan Rulfo se levantó de un asiento. Afiló las cejas y se encaminó a la salida. Antes de cruzar el vestíbulo, volteó una vez más hacia la escena. Luego escupió al suelo y se fue. Nos tomó unos segundos reaccionar, pero cuando se nos pasó la impresión, corrimos a recolectar el despectivo gargajo. A como vamos, dijo Mateo, sabremos quién es el boludo de mi padre en menos de una semana. Esa misma tarde fuimos a Mixcoac en busca de Octavio Paz.

*** Leo la evidencia en contra de Vargas Llosa y Rulfo. La dedicatoria del peruano no se distingue por su originalidad.No me consta, pero es posible que se la haya robado a alguien: En

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Los cachorros, escribió: "Para MG,porque es cierto que uno escribe para que las mujeres bellas por lo menos lo volteen a ver una vez en su vida". Rulfo, en cambio, me pareció de una ternura elogiable, con esa pequeña letra que flotaba sobre la página inicial de Pedro Páramo: "Para María, quien me ha hecho desear que Comala estuviera en Buenos Aires, en el centro del patio de su casa, bajo el árbol más grande y de mayor y más fresca sombra, para sentarme a esperar la primera visión de su rostro todas las mañanas del mundo. New Haven, 1967".

*** Nos recibió su secretaria. Se mostró atenta, pero de inmediato nos advirtió que todo dependería de su jefe. Nos dejó esperando en el zaguán y volvió unos minutos después. El maestro va a salir a caminar en media hora. Todaslas tardes vamos al Parque Hundido. Allí los espera y les ruega que sean breves, pues últimamente no se ha sentido muy bien. Llegamos, por supuesto, puntuales a la cita. TambiénPaz. Se acercó a saludar con calidez y naturalidad. Nos preguntó si escribíamos literatura. Respondimos que no y eso lo sorprendió.Luegodijo: generalmentelaspersonasme buscanpara que los ayude con publicaciones o becas, o por lo menos para pedirme que lea sus manuscritos. En verdad no me molesta, pero esto ocurre dos o tres veces por semana. Anteayer estuve conversando con un joven poeta chileno, aquí mismo, en este parque. Mateo le dijo (ahora con un plan ideado por los dos) que nos proponíamos hacer un estudio de ciertos rasgos genéticos de escritores. El objetivo, explicó Mateo con voz académica y su acento porteño, es determinar si hay entre hombres como usted estructuras moleculares que definan el

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perfil creativo y su poderío artístico. Queremos ver si es posible aislar el gen literario, agregué, sintiéndome más inteligente de lo que normalmente me permito. Ustedes lo hacen sonar como si escribir fuese producto de una mutación genética, un fenómeno, dijo Paz, quien desde hacía rato caminaba en círculos. La literatura es un acto de voluntad, no una anomalía fisiológica. Mateo replicó: pero ¿cómo explica que los hijos de escritores muchas veces terminen escribiendo al igual que sus padres y abuelos? Hay genealogías enteras que nos dan la razón, por lo menos como tesis inicial. Paz se quedó en silencio por unos momentos. Luego se llevó una mano a la cabellera y se arrancó un pelo. Mateo extrajo un contenedor de su mochila y Paz depositó la muestra. Luego puso su mano izquierda sobre el hombro de Mateo y con una serenidad conmovedora le dijo: Creo que entiendo lo que estás haciendo. Pero la literatura, desafortunadamente, no puede heredarse y asumo que tú ya sabes eso. Tienes los ojos de tu madre, y esos rasgos sí se heredan y en tu caso son inolvidables. No soy yo, hijo, aunque no niego que hubiera dado cualquier cosa por serlo. Ojalá encuentres lo que buscas, y ojalá, de paso, que tu respuesta sirva para algo y seas feliz. Mateo no abrió la boca el resto del día.

*** Creímos que lo peor del viaje a Santiago de Chile sería el vuelo. El avión iba lleno de militares y civiles con trajes negros y lentes ahumados. Todos tenían cara de funeral y quizá la ciudad entera fuese un gran cementerio. El régimen golpista de Pinochet había convertido a la capital en la explanada de un permanente desfile marcial. Después de la puesta de sol

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había toque de queda, así que nos apuramos para llegar a la casa de Nicanor Parra. Lo encontramos de mal humor. Fumaba encadenando cigarros como quien hilvana versos de un poema tenso y desesperado. María Griselda había dedicado varios estudios a su obra, algunos muy influyentes y apasionados, lo que aumentaba la probabilidad paternal. Por primera vez Mateo dijo que le gustaba escribir, algo que a mí me sorprendió, pues mantuvo en secreto esa vocación incluso para su madre. Le hizo preguntas sobre la antipoesía y los movimientos de vanguardia. Amí me pareció que sus dudas sonaban francamente básicas (de haberme consultado, yo le habría ahorrado la pena), pero algo debió haber dicho Mateo en forma inteligente, porque Parra fue poniéndose contento poco a poco hasta que terminó haciendo chistes socarrones que se burlaban de la guayabera de García Márquez recibiendo el Nobel, las corbatas grises y acartonadas del embajador Carlos Fuentes. Luego, sin saber bien a razón de qué, nos contó lo siguiente: Una vez me invitaron a un congreso en Yale que duró una semana y donde fueron todos los del boom a hacerse chaquetas verbales unos a otros. Me moría de aburrimiento y uno de esos días ronqué en medio de la conferencia magistral de Járold Plum, o quién sabe quién. Me habría caído de la silla si Cortázar no me despierta. Nos salimos a fumar y de pronto, cómo olvidarlo, pasó a nuestro lado la verdadera décima musa, qué Sor Juana ni qué mierdas, la mujer más hermosa del mundo. Así como lo oyen. Julio y yo la seguimos, hasta que volteó y nos sonrió, Le invitamos un café y en menos de una hora ya teníamos la confianza de viejos amigos. Esto es un decir, porque había algo en su forma de hablar que ni yo ni Cortázar atinamos jamás en clasificar, algo en su voz que se elevaba y que trascendía nuestro plano existencial, junto con su mirada, que

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por momentos se perdía en un firmamento superior al de esta tierra, como si ella no perteneciera a este mundo y como si fuera algo inapropiado que dos pobres vagos que escriben idioteces tuviéramos el privilegio de conocerla y tomar café con ella y escucharla y sentir su respiración. Después de un rato, aprovechamos que ella fue al baño para decidir quién se iba a borrar de la historia y quién iba a terminar de escribir el capítulo improvisado de este romance académico de ensueño. Yo siempre había sido muy bueno para el piedra, papel y tijeras, pero esa tarde perdí. Me aguanté como los hombres y me fui. Muchas veces le pregunté a Cortázar qué pasó después pero el muy huevón tenía de discreto lo que tenía de grandote y feo. Nunca me dijo nada. Parra fue a la cocina y abrió otra botella de Bourbon. Mateo aprovechó para guardar las colillas de cigarro ensalivadas, por si acaso. Yo creía que ya no sería necesario, pero Mateo me recordó que los escritores son mentirosos profesionales y que además sonaba raro que nos hiciera el cuento del congreso y María Griselda sin que lo hubiéramos incitado. Mateo sospechaba que Parra tenía algo que esconder y que buscaba desorientarnos en dirección de Cortázar. Yo simplemente pensaba que Mateo estaba siendo víctima de una broma narrativa de Parra, que logró deducir el verdadero objetivo de nuestra visita, cuando, al igual que Paz, recordó los ojos de María Griselda en los de su hijo. Lo que nos contó, no obstante, iba bien con el tono de su dedicatoria en Antipoemas:

"Que esta página sea el espejo del único y verdadero poema del libro: el que crearán espontáneamentetus pupilas azules al leer estas humildes líneas, indignas de tu mirada, María Griselda. New Haven, 1967".

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Esa noche, el toque de queda militar nos impidió volver al hotel. Parra nos ofreció los sillones de su casa para pernoctar. Mateo se fumó varios de los cigarros de nuestro anfitrión, y como impulsado por el ambiente fabulatorio, se puso a escribir por primera vez en su vida, según me dijo después, Cuando desperté, el recién nacido escritor Mateo todavía estaba allí, sentado en la mesa de la cocina, llenando hojas y hojas de un cuaderno con esa letra apurada y desigual que desde entonces no deja de perpetrar cuentos y novelas que ignoro si algúndía se imprimirán.

*** Primero noté la delicada tersura de su cabello, moldeado en capas que a mí me parecían una cascada de agua de manantial, como la limonada que me servía en un vaso. Quisiera haber podido pegarme el cristal helado en la frente, en las mejillas, abrirme la bragueta y enfriarme el calzón antes de que reventara por la repentina erección que la visión gozosa de María Griseldaimponía como episodio de una novela en clave realismo mágico. Pero yo no podía tocarla para confirmar su presencia corpórea y no me hubiera sorprendido que en cualquier momento ascendiera así de repente, destilando pétalos de rosa y estelas dejazmín y lavanda, posada sobre un banco de mariposas monarca (escenario mexicano, qué se le va a hacer) que se eleva para perforar la capa de ozono. Me tomé el resto de la limonada de golpe y crucé rápido la pierna para esconder el bulto que no dejaba de crecer. Difícil saber si lo notó, pero María Griselda se disculpó unos momentos para terminar de arreglarse antes de irnos a cenar. El jefe del De-

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partamento de Estudios Hispánicos de Yale, en tono comprensivo, me sacudió del efecto hipnótico y me recordó que acababa de presentarme a una colega, no a una vecina del barrio, y me instó a mantener la compostura durante la cena oficial de bienvenida que la facultad ofrecía a su nueva profesora.

*** En París aprendimos una buena lección que no olvidaré y que utilizaré en mis cursos de literatura. Encontramos a Cortázar en Les Deux Magots, el café de Saint Germain donde Borges firmó algunos de sus cuentos. De hecho se sentaba en esta misma mesa, dijo Cortázar mientras sorbía su café con leche. ¿Quién le preguntó al boludo este dónde se sentaba Borges? ¿Y qué chucha es un Magot? murmuró Mateo. Luego atajó y le dijo que estaba haciendo una tesis doctoral sobre el boom y que le interesaba conocer más detalles sobre el famoso encuentro de 1967 que los reunió a todos en Yale. Cortázar se alegró de conversar con un paisano y accedió de buena gana a responder a nuestras preguntas. Nos dijo que fue al congreso porque Emir Rodríguez Monegal le prometió que le presentaría a la profesora de literatura más guapa del mundo, pero que al final él solo se las arregló para conocerla. Che, estaba fumando con Nicanor Parra cuando pasó la profesora que encima era argentina, y bueh, eso ya era de esperarse. Alguien así de guapa nunca podría ser mexicana o chilena, ni qué decir centroamericana. Nicanor y yo nos quedamos como boludos admirándola hasta que él dio el primer paso para seguirla. Nos presentamos y para hacerte el cuento corto, nos tomamos un café, con el que sigo soñando después de tantos años. Un día me propuse escribir una novela pen-

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sando en ella, en algo que me dijo como se dice cualquier cosa, pero que a mí me sonó como revelación, como si dentro de su voz estuviera resguardando el secreto del mundo. Terminé mi novela pero no quedé conforme: ¿cómo escribir sobre el secreto del mundo? Quemé el manuscrito sin mostrárselo a nadie. Cortázar calló y su mirada pasó por encima de nosotros y cruzó perdida el boulevard Saint Germain, y yo imaginaba que daba vueltas y deambulaba desconsolada por las calles y puentes de París en busca de María Griselda. Seguro que Mateo no imaginaba nada porque tronó los dedos y despertó a Cortázar (y a esas alturas también a mí) y le pidió que terminara el cuento. Cortázar tosió un poco, dio otro sorbo a su café, y continuó: Y dijimos más cosas, cualquier bobada para intentar hacerla reír, y luego de un rato ella se disculpó para ir al wáter y entonces el papafrita de Parra aprovechó y me retó a un piedra, papel y tijeras para ver quién se quedaba con la oportunidad de seducir a la mina. -¿Y qué pasó cuando se quedaron solos? -preguntó Mateo. -¿Y yo qué sé? Nicanor nunca me contó nada, el pelotudo. -¿Pero, qué no habías ganado vos? -¿Quién te dijo eso? Nicanor era rebueno para el piedra, papel y tijeras. Nunca perdió una apuesta con esa técnica. Cualquiera lo sabe. Tenés que revisar mejor tus fuentes, pibe. Cuando hubo oportunidad, Mateo me lanzó una mirada condescendiente y me dijo: ¿Viste? A los escritores sólo hay que creerles cuando dicen mentiras absolutas. Era época de

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lluvias y Cortázar se había resfriado. Estornudó y yo rescaté de la basura el kleenex que el probable progenitor de Mateo usó para limpiarse los mocos.

mantra inaudibley como si la muerte por única vez se negara a destruir un cuerpo y respetara y adorara el rostro de María Griselda. Tal vez alguien ya pensó lo que acabo de anotar, pero sé que estas líneas sabrán recordarla mejor que yo.

*** Todos, y cuando digo todos incluyo a médicos, enfermeras, guardias, conserjes y administradores del hospital, todos estuvieronpendientesde los últimos días de María Griselda.Atribulado por los cientos de estudiantes y profesores que hacían fila para verla aunque fuese por sólo unos segundos, el oncólogo tuvo que ordenar el traslado secreto de la paciente a otro hospitalprivado. Las flores siguieronllegandoy cuando alcanzaron el techo de la habitación que tuvieron que utilizar como depósito de ofrendas, el director del hospital decidió tirarlas. El basurero en la parte trasera del edificio parecía un enorme bouquet rebosante de flores recién cortadas. Le tomé una foto y la conservo no sé por qué en mi oficina. Tal vez porque este relato tiende a la inverosimilitud, porque intenta malabares imposibles con motivos y circunstancias irreconciliables.Necesita-necesito- una imagen tangible para mantener el contacto con la realidad. Pero no es del todo exacto atribuir las fallas a mi incapacidad de narrador: nadie que intente contar algo sobre María Griselda, por muy talentoso que sea, podrá escribir libre de la hipérbole radical de su belleza. Este pobre remedo de cuento no será la excepción. Después de todo, yo también estuve enamorado de María Griselda. Su muerte me obligó a la necesidad de escribir algo, lo que fuera. Escribir, por ejemplo, que esa tarde ella cerró los ojos y se quedó como si estuviera meditando, recitando su

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*** Unos días después del encuentro con Cortázar, mientras seguíamos en París, Carlos Fuentes dio una conferencia en la Maison del' Amérique Latine. Eran años difíciles en México: el gobierno represivo había cobrado ya la vida de cientos de estudiantes en la matanza de Tlatelolco, en octubre de 1968. En 1971, un nuevo acto de violencia oficial dejó otro terrible saldo de muertos universitarios. Habría que esperar décadas para conocer los detalles de la sangrienta "guerra sucia" con la que el gobierno aniquiló a los grupos de izquierda radical. Luego vendría el complot para destruir al grupo de periodistas que dirigía el periódico Excélsior y ya para nadie era un secretoel lado siniestro de la presidencia de Luis Echeverríay su continuidad con los sexenios sucesivos.Para nadie excepto para Fuentes, que se empeñaba en fincar responsabilidades a cualquiera menos al Señor Presidente en tumo. Olvidé decir que me especializo en estudios culturalesmexicanos y que por eso conozco de memoria estos datos históricos. Mateo se solidarizó conmigo y su indignación creció cuando escuchamos la actitud arrogante de la conferencia politizada de Fuentes, respetuosa del partido en el poder. Habíamos pensado acercarnos con el pretexto de la tesis sobre el boom, pero cuando ya estábamos frente a él, Mateo cambió el plan en el último segundo. Mientras estrechaba su

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mano, le arrancó un pelo al bigote de Fuentes. El grito que pegó el autor causó una confusión en el público que nos permitió unos segundos para emprender la huída. Nos mentó la madre y Mateo quiso regresar a golpearlo, pero yo lo persuadí de las posibilidades edípicas de su arrebato. Y aunque se conformó con la muestra obtenida, Mateo no quiso esperar a reunirlas todas (ya sólo nos faltaba una) y envió esa misma tarde el paquete al laboratorio de genética. Mateo decía preferir incluso a Vargas Llosa por encima de Fuentes, a quien además consideraba autor de la peor dedicatoria. A mi juicio era más obvia que malograda. La reproduzco por disciplina académica y con cierto rubor estético, escrita en Aura: "Para María Griselda, por hacerme comprender que la región más transparente del aire está en la frontera delineada por sus labios, en el perfume de su respiración. New Haven, 1967".

*** El último y monumental ensayo que María Griselda escribió y que me confió para su edición póstuma, se titula Historia impersonal del boom. Sus más de mil páginas, entre otros sorprendentes aciertos, desconstruyen la técnica del realismo mágico a favor del artificio borgeano como estética de la literatura que retomarán y radicalizarán las futuras generaciones de escritores latinoamericanos. Releo sus conclusiones y entiendo que su agudo análisis, aunque producto de la época postestructuralista, vislumbró lo que todos nosotros (los académicos) no quisimos o no pudimos dilucidar por mediocridad o por pereza: que la literatura nace de un lenguaje potenciado en la invención, que la realidad fuera del texto transcurre carente de fantasía y empobrecida por la ausencia de irrealidad.

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Que ese lenguaje nada tiene que ver con nuestra escasa civilización ni con su mezquina historia, que al contrario, se despega de nosotros, se dispersa y sólo se refiere a sí mismo. María Griselda sostenía que la literatura es concebida por la propia literatura y que ésa era la lección última del maestro argentino. No hablaba de una técnica que los imitadores del realismo mágico pueden aprender para manufacturar best sellers: apuntaba, más bien, a la condición primigenia del lenguaje literario moderno cuya vigencia, desde la irrupción de Rubén Darío, es el élan del arte poética en nuestro continente.

*** El director de tesis de Mateo nos envió los resultados de las pruebas genéticas: ninguno de los escritores analizados podía ser su padre. Esto lo alegró por unos segundos, porque entonces recordamos que sólo quedaba Borges y sabíamos que no sería fácil llegar a él. Nos costó una ardua labor de investigación pero conseguimos indicaciones para llegar a la casa alquilada donde Borges se hospedaba con María Kodama en Ginebra. Era un viejo caserón, cerca de la Grande Rue. No tenía número y tardamos en decidimos a tocar la puerta, pues la casa parecía abandonada. Una de las ventanas estaba cubierta con madera y una esquina del porche estaba podrida por la lluvia.Nos habían advertido que estaba muy enfermo y que tal vez no nos recibiría, pero precisamente por eso debíamos insistir. Nos emocionó escuchar que alguien abría: era un gordo medio dormido que se molestó cuando preguntamos por Borges. Nos cerró la puerta sin entender una palabra de lo que ya gritábamos, empeñados nosotros en hablar español.

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Caminamos en silencio, como si ya no hubiera nada qué decir, como si repentinamente hubiéramos perdido incluso la justificación de nuestro uso más coloquial del lenguaje. Me detuve en un puesto de periódicos al leer en la portada del

International Herald Tribune (que también conservo enmarcado en mi oficina) recién llegado esa madrugada: "Jorge Luis Borges, a Master of Fantasy and Fable, is Dead". Lo pensamos varios días. Dejamos que la emoción agotara sus efectos y que la frialdad de la razón nos dictara el final de esta historia mientras caminábamos en círculos por las calles de Ginebra. Cuando elegimos el plan de acción definitivo, sabíamos que pocos entenderían y que nadie aprobaría lo que estábamos por hacer. Pero nada nos detuvo. Una semana después de la muerte de Borges entramos a la medianoche al cementerio de Plain-Palais con picos y palas. Alumbramos la lápida de su tumba y vimos que mostraba dos extrañas inscripciones en lengua nórdica. La que aparecía en el dorso (recordé semanas después), se refería a dos versos de la Volsunga Saga que funciona como epígrafe en el cuento "Ulrica" (incluido en El libro de arena), en el que Borges construye una historia de amor entre una enigmática mujer de ese nombre y un profesor de literatura colombiano (¿por qué no pudo ser mexicano?) llamado Javier Otárola. Una posible traducción reza así: "Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos". María Griselda anotó en un artículo sobre el cuento que esos versos aluden al protagonista del poema, Sigurd, quien durmió tres noches al lado de la hermosa y perfecta Brynhild y, para evitar tocarla y no ofender la inmaculada belleza con sus manos, puso su espada Gram (con G de Griselda) entre los dos. ¿Un amor (voluntariamente) imposible? Hay una dedicatoria en la parte inferior

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de la lápida que revierte el sentido de la trama para indicar que es Ulrica quien ofrece los versos a Otárola. La segunda inscripción, en la parte frontal, aparecía debajo del dibujo de un ejército que marcha con las armas en alto y que nos aconsejaba lo que yo no me atrevía a decir a Mateo al momento de elevar el pico por encima de sus hombros: "and ne forhtedon na", cuyatraducción también a mí me sirvió de aliento: "y que no temieran". Cavamos toda la noche. Antes del amanecer, Mateo tenía en sus manos la clave genealógicamás importante de su vida.

*** "Te recordaré", escribió Borges en la dedicatoria de El libro de arena a María Griselda, casi en forma de carta, "como se recuerda un poema leído en voz alta, con la memoria del intelecto que quiere convencer al corazón de que el amor sólo existe en la literatura, porque afuera de esta página la pareja quejuro que vos y yo formamosno existe nijamás existirá. En esta hoja he imaginado que aceptás mi abrazo y será justo creer que cuando la leas, esa imagen se posará en tu memoria, tan real como ahora la dibujan los trazos inseguros de esta pluma fuente que quieren enamorartehasta el punto final.Nuevo Paraíso, 1967". Borges, quien hablaba inglés casi como lengua materna, no desaprovechó la fortuna literaria de una traducción infiel del nombre del lugar donde conoció a María Griselda.

*** El tiempo pasa, deslava mi memoria y confunde espacios y tiempos. Pronto, cada uno de estos encuentros será como el

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propio Borges especularía, con esa elegancia impensable en sus precursores y ni remotamente en sus sucesores: gotas de lluvia que se pierden en la vastedad del océano, agua en el agua. Fragmentos de memorias que retornan a la Memoria, infinita y laberíntica de la Causa Original. En un viaje reciente a Ginebra, decidí por mi cuenta volver al cementerio de Plain-Palais. Mateo todavía se niega a visitar de nuevo la tumba, como también rechaza hablar sobre los resultados de la última prueba de paternidad que encargó a su director de tesis. Creo que es mejor no pensar más en ello. Mateo prefiere dedicarse a su destino ineludible de escribir y ese fue tal vez el mayor triunfo del viaje, por muy inesperado que haya sido. Me impactó encontrar la tumba de Borges como si nada hubiera ocurrido. La rigurosa funcionalidad suiza, que no tolera la pobreza, tampoco soporta las profanaciones. Era una tarde de sábado y sentados bajo un árbol cercano, unos jóvenes cantaban alrededor de otro que tocaba la guitarra. Me alivió saber que la tranquilidad del lugar no quedó alterada por nuestra desesperada exhumación. Normalizando aún más el ambiente, los guardias ofrecen una regadera para suavizar la tierra alrededor de la lápida. Como supongo que hacen todos sus visitantes, yo también humedecí la tumba de Borges y aspiré el olor dulce del zacate mojado. Llego al final de este relato, el único cuento que he escrito en mi vida. Espero que estas páginas no defrauden al lector interesado en esta peculiar historia. Tal vez algún día Mateo decida escribir su propia versión o por lo menos corregir la mía. Yo ya no quiero tener nada que ver con la escritura literariaCumplí con mi promesa de ser copiloto e involuntario cronista de esta aventura. Ahora puedo descansar. En honor a todos, escritores, lectores y los libros entre ellos (las infinitas

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espadas Gram del mundo), esta tarde me pondré a releer la literatura de Borges*.

oz

New Haven, primera semana de enero de 2009

*

Reviso el texto y no se me escapa que he dejado demasiados cabos sueltos. Los enlisto para el laborioso trabajo de una nueva sesión del taller necesaria para eliminar sus faltas más urgentes: 1) El misterio de María Griselda: estoy convencido de que fue una decisión correcta omitir el verdadero nombre de la inmortal profesora y poeta. Pero me inquieta que la referencia a "La historia de María de Griselda", el cuento de María Luisa Bomba!, que habla de otra mujer de sobrenatural belleza, resulte muy obvia a los lectores avezados. 2) El problema del tiempo: el lector atento fijará las dos fechas capitales del relato: el congreso del boom en Yale (la primera semana de enero de 1967) y la muerte de Borges (14 de junio de 1986). Sin embargo: Cortázar muere el 12 de febrero de 1984 y Rulfo el 7 de enero de 1986, lo que complica la cronología del viaje. ¿Eliminar a Cortázar y anotar que el encuentro con Rulfo ocurre en diciembre de 1985? Nueva anacronía derivada de esta posible solución: el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez ocurre el 12 de febrero de 1976, y si Mateo fue concebido en enero de 1967, tendría ocho años al momento de atestiguar el altercado. El lector informado sabrá que por lo menos no he cometido un error con la referencia a la prueba genética de paternidad: fue inventada por Sir Alee Jeffreys, en la Universidad de Leicester, en 1985. Es verosímil que otras universidades europeas hayan tenido acceso a esta tecnología un año más tarde. 3) La voz narrativa: el problema central de mi relato es la construcción del narrador. Si yo estuve enamorado de María Griselda, como todos los demás hombres que la conocieron, ¿por qué habría Mateo de confiar en mí y, más dificil todavía, solicitar mi ayuda en su búsqueda? ¿Cómo es que sé tanto y con tanto detalle? ¿Y por qué, aunque ya he admitido mi amor por su madre, habría de acompañar a Mateo en su delirante viaje? ¿Qué interés me mueve, más allá de mi fascinación por María Griselda, quien ya no está con

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T Lo que yo preferiría

Y si en Dios tener debajo de sus pies las nubes es señal de eterno y alto dominio, el ponerlas sobre las cabezas de los hombres lo era de sujeción; y en la antiquísima gentilidad, como he dicho, de tristeza aun en los dioses mentirosos, y de tristeza y amenaza en los hombres. FRANCISCO DE QUEVEDO,

La constancia y paciencia del santo Job nosotros, los mortales habituados a la belleza terrenal? No tengo una solución inmediata a este escollo. Abandono el cuento por lo pronto. Me congratulo por haberlo terminado en las fechas de cierto aniversario que el lector modelo que imagino reconocerá con la rapidez de la intimidad. Volveré a corregir estas páginas cuando encuentre la manera de mitigar la sospecha última de ese lector modelo: que el verdadero padre de Mateo soy yo y (más desconcertante aún) que Mateo y yo somos la misma persona. El alud de disyuntivas que estas posibilidades alumbran es material de otro cuento que ciertamente no escribiré jamás.

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legó exactamente a las siete. Cuando cruzó la puerta del bar y me vio, entendimos de inmediato lo que pasaba. Juliet dejó que me hincara, que descubriera su vientre, su hermosísimo vientre, para besarlo. Me limpió las lágrimas.Yo besé las suyas. La abracé y pensé que podría quedarme así toda la vida, sintiendo al mismo tiempo los intervalos de tu cuerpo, flotando, dentro.

L

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T Podestá nos había citado a los dos para darnos la oportunidad de despedirnos o de quedarnos juntos. Nos dejó decidir a solas. Sin afectar nuestro silencio, Juliet me tomó entre sus manos y me besó en los labios. Luego en la frente. Y se fue. Mateo, regalode Dios. Quiero creerlo, decir que lo he creído desde el principio. Sabiendo lo que ahora sabes, ¿recordarás qué pasaba al interior mientras escribía tu nombre todos estos meses? ¿Sentías que de algún modo te nombraba? Podestá me llamó esa madrugada de septiembre, unos días después de mi último encuentro con Juliet. Sonó el teléfono en el momento más profundo de mi sueño. Me encontraba en un campo abierto. Se extendía un horizonte verde, con el cielo escampado. Yo me echaba a correr y despegaba, a ras del zacate. El rocío del amanecer me avivaba el rostro y el viento se hacía cada vez más fino. Yo ascendía y arriba ya no era el rocío sino una lluvia suave la que me limpiaba los ojos y la boca. Me bañaba entre el viento y seguía ascendiendo y sonreía libre y ligero. El timbre repentino del celular me hizo manotear, como si mi vuelo se desplomara y me arrastrara por la tierra. Se me cayó el teléfono y se estrelló la pantalla. No pude ver quién era pero del otro lado escuché la voz gruesa y agitada de Podestá. Se rompió lafuente de Juliet y las contracciones

Te auguro, pase lo que pase, una vida feliz al lado de ella. Vendrán días intensos, enormes, radiantes. Acaso una brillante carrera como ladrón de literatura. Pero seré honesto, Mateo. Tú que asumiste ese pacto religioso leyendo estas páginas, intentando reconciliar el texto con los hechos, como el Evangelista que te nombra, sé que lo entiendes: yo preferiría que fueras una nube.

han comenzado. Quiere que vengas. Más te vale aparecerte o voypor ti. Dije que iba en camino y escribí apresurado las últimas líneas. Temblaba, Mateo. Me daba miedo el amanecer, la luz incontenible de tu llegada. Hubiera querido que te quedaras dentro un poco más. Pensaba que habría más tiempo, que podría decirte más cosas, escribirlas con precisión irrefutable, pero sé que tendrás más preguntas y que tal vez no sepa o no pueda responderte.

208

209

...,,.

.

Aprés la lettre

e

ae otro aguacero mientras corrijo las últimas erratas de tu historia. El café en Les Deux Magots se ha enfriado desde hace rato y me encuentro solo en medio de sillas vacías, tazas y platos sucios, empleados aletargados por la zozobra de la tarde. El tiempo ha pasado implacable por estas mesas, que de pronto me resultan intolerables, de artificialidad ajena. Me sorprendí al notar que había dejado de escribir en las últimas horas. Repasaba en cambio una imagen o serie de imágenes cuyo sentido sólo entendí después:

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1

~ 211

•••••• Guardé mis papeles. Pagué mi ínfimo consumo (ese largo café de candencia volátil) y me puse de pie. Pensé que ya no era un lugar adecuado para enunciar historias. Apenas un simple café, una sala improvisada de museo, un relicario inconsecuente de la tradición. La literatura, como la vida, como tu vida, Mateo, habría que buscarla ahora en otraparte. Caminépor la avenida Saint Germain. Recordé la frontera y el viaje que tarde o temprano haremos tú y yo, de regreso.

ÍNDICE

Avant la lettre

.

11

Los tres robos

.

13

Epígono de Pierre Menard

.

17

Instrucciones para escapar de la frontera

.

33

El otro cielo

. 41

Huiqui

.

47

Los dos amigos

59

La errata que piensa

77

Diles__que_tte_me_maten.Rulfo.OZ.huiqui Juliet

Una fábula Las nubes

La decisión

.

. 95

103 109

. .

121 125

Menos su vientre ............................................................ 135

212

213

Juan Rulfo en el jardín

Tu nombre, Mateo

139 . 155

Un licor de pistacho, para el muchacho

159

Entre la fe y el arte

175

El libro seminal

. 181

Lo que yo preferiría

207

Aprés la lettre

211

Esta primera edición de Siembra de nubes fue impresa en los talleres de Editorial Praxis, Vértiz 185-000, Col. Doctores, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06720, México, D. F., en abril de 2011. La composición tipográfica se hizo en Times New Roman de 18, 14, 12 y 10 puntos. El tiro, sobre ahuesado de 44.5 kg, es de 1000 ejemplares. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Dante Salgado, Carlos López y el autor.

214

El torpe robo de un libro de poesía lleva a OZ, un joven aprendiz escritor,

de

a dejar su natal Ciudad

Juárez para estudiar

un posgrado

en París, con la ingenua ilusión de encontrar

a la autora

ha obsesionado

que lo

por más de una

década. El viaje, por supuesto, es fuente de lo inesperado: relectura

desbordada

de Borges y del

una

de la obra

boom latinoameri-

cano, un combativo y digitalizado movimiento de vanguardia, la felicidad de la amistad y la zozobra de la traición. Concibe también un hijo, a quien OZ ha decidido contar todos sus secretos por medio de una novela y nueve cuentos interpolados -uno

por mes, hasta el

alumbramiento-

que lo pondrán

en la más clásica, pero también más irresoluta de las disyuntivas: literatura o vida.

George Steiner escribió que los críticos sólo deben ocuparse de las obras que aman. En Siembra de nubes, de Oswaldo Zavala, está practicado el corolario narrativo del apotegma: sólo debemos inventar a los escritores que nos apasionan, aquellos que hemos releído con el temor recóndito -que es esperanzade que no sean tan buenos como en el recuerdo y nos sorprenden. Porque son mejores. Porque son distintos. Porque son al mismo tiempo hondamente nuestros e impenetrablemente misteriosos. El libro no es sólo ejemplar por la constelación de autores que propone, sino por la tierna, esmerada imaginación con la que examina sus páginas para convertirlas en.ficción. En ficción, pero también en memoria, autobibliografía, sueño. Este Rulfo, este Borges, este Bolaño, por mencionar sólo a tres, se vuelven parte de Oswaldo Za va la y mediante su prosa regresan a nosotros rencarnados, sonrientes, compasivos, humanamente tristes. Nosotros leemos este don narrativo, escrito para un hijo, intervenimos como una escala en esta herencia. Celebro tener la primicia de poder leer esta carta que no deja de ser muy íntima, profundamente cierta. En esta ficción hay verdad. ]OSÉ RAMÓN RUISÁNCHEZ

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