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HEPTALOGÍA DE HIERONYMUS BOSCH:

6. LA PARANOIA de Rafael Spregelburd

· Este texto fue elaborado en 2005 en el marco de la beca de la Akademie Schloß Solitude, Stuttgart · · Dieser Text entstand im Frühjahr 2005 im Rahmen eines Stipendiums an der Akademie Schloss Solitude, Stuttgart ·

Escrita entre enero 2005 y julio 2006

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LA PARANOIA,

de Rafael Spregelburd, se estrenará en septiembre de 2006 como producción del Teatro Nacional Cervantes, con el grupo El Patrón Vázquez.

Actúan: Héctor Díaz Andrea Garrote Mónica Raiola Rafael Spregelburd Alberto Suárez Música original

Nicolás Varchausky

Traducciones

al chino: Teh Ya Wen / Nicolás Levin al créole: (¿?) al venezolano: R. Spregelburd / Basilio Álvarez

Producción

Corina Cruciani

Escenografía y arte

Oscar Carballo

Vestuario y video

Julieta Álvarez

Iluminación

Matías Sendón

Cámara

Agustín Mendilaharzu / Ignacio Masllorens

Prensa

Walter Duche / Alejandro Zárate

Fotografía

Patricia Di Pietro

Diseño

Gráfica: Rafael Spregelburd / Isol Diseño web: Marco Cartolano

Asistente de dirección

Juan Pablo Gómez

Dirección

Rafael Spregelburd

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Heptalogía de Hieronymus Bosch: 6. LA PARANOIA PERSONAJES: Actriz 1: Andrea Garrote

Julia Gay Morrison Fiscal Lorna Cifuentes Brenda Sargento Arriola Chi-Tsu Alexandra Mirko, El Lechuga Ludmila Saskja

Actriz 2: Mónica Raiola

Beatriz Alicia Astrid Hilandera China Secretaria Zusanna Iwlowa

Actor 1: Alberto Suárez

Coronel Brindisi María Martha Presidente Chávez Ernesto General Nipón Kapitän Dr. Naudi

Actor 2: Héctor Díaz

Claus Soldado nipón 1 Federico Dr. Barragán Kwang Leroy Comisario Kendry Morales Mischi Alférez

Actor 3: Rafael Spregelburd

Hagen John Jairo Lázaro Benegas Cabo Bermúdez Soldado nipón 2 Esteban Grumete

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ESCENA 1 / EL CEPILLO DE JADE En la oscuridad, escuchamos el siguiente diálogo, pero nunca vemos a los personajes. Ernesto: Federico… ¿dormís? Federico: ¿Mh? Ernesto: Fede… Te vinieron a ver… ¿Estás despierto? Federico: ¿Quién? Ernesto: ¿Les digo que esperen? Federico: ¿Qué? Ernesto: Son los militares. Federico: ¿Qué quieren? Sobre una enorme pantalla al fondo del escenario se proyecta un texto, a la manera del subtitulado de las óperas. Texto en pantalla Luego de la dinastía Qing, durante la Gran Guerra, las provincias chinas de Shandong y Jiangsu sufrieron el constante hostigamiento de avanzadas militares japonesas, que una y otra vez asolaban la región, quemaban el cereal, secuestraban esposas, asesinaban herederos, y saqueaban todo el jade que podían cargar en sus naves. Sonido de una pesada puerta que se abre, la puerta de un aposento retirado en la rica casa de Kwang. Dos soldados japoneses, de impresionante atuendo, arrastran a la elegante Chi-Tsu, y la arrojan al suelo, donde apenas la ilumina un rayo de luna que entra por la ventana. En un rincón, sin luz, se acurruca la Hilandera China. El estilo de interpretación es operístico y chino, lo ronda un espíritu trágico. Los soldados se divierten. Hablan en mal chino. Sus textos son traducidos en la pantalla. La traducción nunca llega al mismo tiempo que los textos. Es decir, entendemos poco y nada de lo que pasa. Debería dar la impresión de que ambas cosas –texto y escena- son un poco independientes. Hasta que tarde o temprano el ojo se acostumbra a todo. Textos en vivo Soldado 1 Chi - Tsu, kuài diăn bă biànzi shū hăo. Soldado 2 Xiànzài bă nĭ de biànzi shū hăo, ha ha ha. Soldado 1 ŏu, wŏ yŏng mèng de zhàngfu zài năr? Soldado 2 shéi zhào gù wǒ de měi dé? Soldado 1 Chi - Tsu, kuài diăn, yù de shūzi zài nàr. Soldado 2 Chi Tsu, shū nĭ de biànzi! Ingresa un General Nipón. El respeto de

Texto traducido en pantalla -Vamos, Chi-Tsu, peina tu trenza. -Peina tu trenza ahora, Chi-Tsu. Ja, ja, ja. -Oh, ¿dónde estará ahora mi bravo maridito? -¿Quién cuidará mi virtud? -Vamos, Chi-Tsu, acá está el cepillo de jade. -¡Peina tu trenza, Chi-Tsu!

5 sus soldados nos hace entender su rango e importancia General nipón Fàng tā! Los soldados se inclinan y se apartan. General nipón gāo guì de Chi-Tsu huì duì gāo shàng de rì bĕn xiān sheng zĕnme xiăng? Los soldados ríen. General nipón Se inclina hacia Chi-Tsu. Luego habla a los soldados: Nĭ yŏu mō tā ma? Los soldados niegan rapidito con la cabeza. Nĭmen méi yŏu bāo duó tā ba? Chi-Tsu Wŏ de sān yè căo, gāo shàng de zhǔnjiāng. General Nipón Nĭ tōu le tā de sān yè căo ma? Soldado 1 Soldado 1 abre la mano y deja caer una flor seca. Tā zhĭ shì gè kūgān de yèzi, wŏ de zhŭnjiāng. El general contempla el trébol seco en el suelo, y sin previo aviso desenfunda su espada y corta la mano del Soldado 1, quien contiene el grito. General nipón Chi – Tsu, nĭ de sān yè căo zài nà biān. Ruò shì nĭ yào huān nào, zhōngguó făngzhā gōng zài nà biān. Se va, ampulosamente. Soldado 1 Grita desaforadamente, agarrándose el m uñón. A, kŭ A, bù gōng píng. A, shŏu Méi yòng de wŭ fēn bì. Fùyŏu xiăodăn de shāng rén. Zhòng guā de guā, zhòng dòu de dòu. El Soldado 2 lo socorre, y lo contiene. Pero el Soldado 1 está fuera se sí, y

¡Dejadla! ¿Qué pensará la noble Chi-Tsu de la caballerosidad japonesa, señores? Ja, ja, ja.

¿La habéis tocado? ¿La habéis privado de algo? Mi pétalo de trébol, noble general. ¿Habéis robado su pétalo de trébol?

Es sólo una hoja muerta, mi general.

-He allí tu trébol, Chi-Tsu. Si queréis parranda, allí tenéis a la hilandera china.

-Ah, dolor. Ah, injusticia. Ah, mano. Perra desvalida. Rica comerciante cobarde. Me las pagarás.

6 machete en mano se abalanza sobre ChiTsu, quien grita atemorizada. Chi-Tsu Bù! Rŭ shàng bù! Soldado 1 Zhè zhī shŏu de dàijià gèng gāo! Píngkŭ de, nĭ měi zhī zhĭ tou bì fù chū dàijià! Chi-Tsu Rŭ shàng bù! El Soldado 2 logra arrastrar al Soldado 1 afuera. Ruido de la puerta que se cierra. Cae la noche sobre el calabozo. Luz de luna sobre Chi-Tsu y sobre la enigmática hilandera. Escena de ópera china. Chi-Tsu Recita su poema chino. Wŏ shí sì suì jiú jià gĕi nĭ le, wŏ zūn guì de xiān sheng. Dāng shí wŏ hĕn dănqiè, tóu bù găn tái qĭ lái, nĭ jiào wŏ de shí. Hòu wŏ bù huí dá shí wŭ suì de shí hòu wŏ jiù bù hàixiū, wǒ xiăng hé nǐ de huī yǒng yuăn hùn zài yīqĭ. nĭ hé shāngrén cóng dà wō liú de huáng hé qù Ku-to-yen yī nián le. wǒ méi yǒu nĭ de xiaōxi tái xiăn zhăng zài mén tīng. Hilandera china Zài bā yuè yuànzi căo shàng jiāo pèi de húdié fēi dào xībiān qù. Chi-Tsu wŏ zhào tóng jìngzi, shū wŏ de biànzi, zhè màn màn de lăo huà dāng wŏ zài shū biànzi de shíhòu, wŏ kàn zhè bā yuè de dàolù cóng găngkŏu lái. Nĭ zŏu de nà yī tiān wŏ zhāi xià yī gēn zhān dào lùshuĭ, shī de sān yè căo, hóngsè hé kūgān de, shōu zài wŏ de shŏuzhăng lĭ. Hilandera china Wŏ zhĭ bù guò shì yī wèi qóng de zhōngguó făngshā gōng. Wŏ de kŭ gēn nǐ de bĭ shàng lái zhǐ bù guò

-¡No! ¡En las tetas no! -¡Esta mano te va a costar mucho más! ¡Por cada dedo habrás de pagar algo, mísera! -¡En las tetas no!

A los catorce años mí casé contigo, mi Señor. Era tímida, bajaba la cabeza, no respondía a tus llamados. A los quince años dejé de ser esquiva y deseaba que mis cenizas se mezclaran con las tuyas para siempre. Hace un año has partido con los mercaderes hacia Ku-to-yen por el río Amarillo de grandes remolinos. No tengo noticias de ti. El musgo crece en el portal. Las mariposas que se apareaban en agosto sobre la hierba del jardín se han ido al Oeste. Peino mi trenza que envejece en el espejo de bronce mientras miro el angosto sendero que viene del muelle. El día de tu partida arranqué un trébol húmedo de rocío, que guardo, seco y rojizo, en el hueco de mi mano. Soy sólo una pobre hilandera china. Mi propio drama es agua de deshielo

7 shì jié bīng de shuĭ. Tā yào zhànzhēng ér bù zuò shēngyì, nĭ yǒu shénme zuìzé ne? Suīrán nĭ bù yuànyì, tā zhào yàng bă nĭ cóng nĭ niáng jiā dài zŏu, wèi le tè quán, róngyù hé shūfú, nĭ yŏu shénme zuìzé ne? Chi – Tsu, nĭ yŏu shénme zuìzé, dāng nĭ kāishĭ de shíhòu hěn jiāncí ér fŏudìng ne? Chi-Tsu Wŏ xué huì ài nĭ. wŏ duì nĭ quēxí hé shāngyè hěn nán guò. ruò shì dāng shí nĭ qù zhànzhēng, ou wŏ de ài, wŏmen xiànzài jiù néng zài yīqĭ, wŏmen néng xiăngshòu suŏ yŏu shāngyè de chănpĭn. Hilandera china Chi – Tsu shū nĭ de biànzi, xiàtiān de yīngtáo shù bù huì diaò. Nĭ gāoguì de shūzi, zhòngrén rènshì, huì jiù nĭ bēi āi de yī qiè. Bù shì nĭ de biànzi ér shì shūzi. Nĭ kàn. Chi-Tsu Shì yù de ma? Hilandera china Yù de, duì, xiàng bādīng muó de nà me jiān, kuài yòu zhǔnquè. Zhè shì jìhuà.

comparado con al tuyo. ¿Cuál fue su culpa si en vez de hacer la guerra quiso hacer negocios? ¿Cuál su culpa si te tomó contra tu voluntad de la casa paterna a cambio de privilegios, honores y confort? ¿Y cuál tu culpa, Chi-Tsu, si fuiste al principio terca y te negabas? Aprendí a amarte. Sufro tu ausencia y el negocio. Debiste haber hecho la guerra, oh amado mío, y ahora estaríamos juntos, y gozaríamos de todos los productos del comercio. -Peina tu trenza, Chi-Tsu, que no cae el cerezo en el verano. Tu noble trenza por todos conocida salvará aún tu triste vida. No la trenza en sí, sino el cepillo. Mira. -¿El de jade? -El de jade, sí, afilado como un arpón, rápido y certero. Éste es el plan.

Lento apagón, sobre Chi-Tsu que contempla el cepillo.

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ESCENA 2: PIRIÁPOLIS Hagen y Claus se miran en silencio. Pausa. Claus pasea la vista a su alrededor. Curiosos tapices chinos cuelgan sin mesura ni razón. Claus: Es un hotel que… que está bien… que debe haber conocido épocas pasadas, ¿no? Yo por eso quería… parar en este hotel, que domina el cerro, y ver… la costa. La otra costa, de ser posible, en kines de buena visibilidad… quiero decir, hay una costa al otro lado de este hotel y yo… Claro, ahora, visto de cerca, todo es un poco triste. Las alfombras, los gobelinos con cacerías que nunca deben haber tenido lugar, al menos no en esta parte de Sudamérica… ¿Pero tu habitación está bien? Hagen: Bien. ¿A qué te referís? ¿Libre de bacterias? Claus: ¿A qué me refiero? A si tiene sol, a si los pisos pulidos y suaves invitan a recorrerlos con los pies descalzos recién emulsionados en jabones y aceites olorosos, a si te dejan cada noche un bombón de rellenos impredecibles y siempre benéficos junto a la almohada. No te rías. (Hagen no se ha reído ni mucho menos.) Vos y yo somos muy distintos, Hagen. Hagen: Muy. Claus: Para vos una habitación está bien si no tiene bacterias. Hagen: Y si tiene mesa. Claus: ¿Mesa? Hagen: Mesa. Mesa para trabajar. Claus: Ah. ¿Y tiene? Hagen: Tiene. Claus: Entonces está bien. Está libre de bacterias y tiene mesa para trabajar. Hagen: Tiene mesa. No sé si está libre de bacterias. No soy epidemiólogo. No sé si el agua de la canilla se puede tomar en Uruguay. Me gusta ducharme con la boca abierta. No sé cómo voy a hacer. En cuanto a la mesa… Claus: (Superpuesto a Hagen.) En cuanto a la mesa: es como todo, Hagen. Vos ves una mesa y ¿qué ves? Hagen: Una mesa. Claus: Sí. Una superficie elevada montada sobre cuatro patas, indicada seguramente para trabajar sobre ella, un mueble de nombre “mesa”, y de utilidad acotada a su diseño, ves algo práctico que tiene un nombre: nombre mucho más práctico que la propia cosa en sí. Yo veo esa propia cosa, ¿entendés? Hagen: No. Claus: En mi habitación también hay una m… eso. Y, ¿qué veo? Hagen: ¿Qué? Claus: Otra cosa. Mi… eso... es donde llora Gábina, una ex diva eslovaca, por ejemplo, embriagada de ginebra, emperifollada después del show, donde cantó para cuatro turistas de Montevideo que hacían noche en este hotel antes de seguir viaje al Brasil, donde las noches son alegres, etcétera, y ella se retuerce de soledad sobre esa mesa, clavando las uñas platinadas en las grietas… espontáneas… de la madera. Hagen: ¿Estás tomándolas de nuevo? Claus: (Llora.) Sí. Los dos: ¿Por qué? Claus: No sé. Me dieron ganas. No sé. Los dos: Desde el accidente… Claus: Me estabilizan. Hagen: Claus. ¿Hay algo que quieras decirme?

9 Claus: No. Hagen: Bueno. Claus: No sé. Hagen: Muy bien. Hice un cálculo de probabilidades. Es rápido y provisorio. Y entran sólo algunos de los factores, no todos, porque no traje mi calculadora… Claus: ¿No la trajiste? Hagen: …y porque no son necesarios. Claus: ¿Qué factores entran? Hagen: Algunos. La Banda Oriental. Este hotel decadente en Piriápolis. El hecho de encontrarte aquí, después de no sé cuánto tiempo de la tragedia del Pampero. Lo de tus supuestas vacaciones no te lo creo nada. Y la carta. Que sobresale de ese bolsillo… Los dos: …de tu saco. (Ambos descubren que estas cartas son evidentes.) Claus: ¿Vos también? Hagen: Yo también. Claus: ¿Cómo te llegó, cuándo? Hagen: ¿Importa? ¿Imaginás que hubiera venido a Piriápolis, con todas las cosas que tenía para hacer en casa, si no hubiera sido por esta… citación membretada? Claus: ¿Y qué dice? No sé si tengo que… hacer contacto con… alguien más… o esperar, o tomar sol… (Pausa.) ¿Vos sos mi contacto? ¿O yo el tuyo? Hagen: No. (Pausa. Esperan.) Claus: ¿Por qué no trajiste la calculadora? Hagen: No pensé que fuera necesario. Claus: ¿Por qué no? Hagen: La carta dice que me seleccionaron entre miles de usuarios de Compra Anticipada, que me gané unas vacaciones, que tengo hecha la reserva, que no me preocupe por nada. Claus: ¿Y les creíste? Hagen: No. Claus: Claro. Pero… estás acá. Hagen: Vine antes. Claus: ¿Cómo? Hagen: Vine antes. Quería saber si era una trampa. Vine veinticuatro horas antes a ver cómo estaba todo. Claus: ¿Y cómo está todo? Hagen: Era una trampa. Me estaba esperando una segunda carta, sobre la mesa, en la habitación. Me dan la bienvenida. Dicen que por supuesto ellos pagarán la estadía extra. Celebran mi desconfianza y mi prudencia. Claus: ¿Sabían que venías antes? Hagen: Ya ves, lo sabían. ¿Y vos? ¿Por qué viniste antes? Claus: No, yo… yo me equivoqué de fecha. La ansiedad… las pastillas, no sé, viste que duermo y no duermo, “día y noche” son definiciones que a otros les sirven, pero a mí… yo pensé… en el viaje en ferry, son olas suaves, ¡pero son olas! Pensé que cuanto antes me lo sacara de encima, mejor, al viaje. Me compliqué. Me estoy complicando. No puedo pensar bien, estoy… Hagen: Sensibilizado. Entra Julia Gay Morrison. Julia: Buenas tardes. (La miran sin hablar. Ella tampoco habla.) ¿Son de acá? (No contestan.) Prefiero correr mis riesgos. Estoy harta. ¿Quién es Claus? Hagen: Sí, somos nosotros.

10 Julia: ¿Ustedes son Claus? Claus: Yo soy Claus, él es Hagen. Julia: Entonces estaban acá. ¿No era mañana? Soy Julia Gay Morrison. Hagen: ¿En serio? Claus: ¿Gay Morrison? Julia: Sí. Hagen: Es increíble. Claus: (Estalla en llanto.) Julia: ¿Qué le pasa? Hagen: Es… está… en tratamiento. Claus: “Detrás de una cortina de simulaciones, Jim aún se sostiene en pie, la boca más alta de su humilde pueblo, la voz a la altura de las grandes voces…” Julia: “El legado de Jim”. Eso es mío. Claus: Todo me lo sé, todo. Julia: Hay quien dice por ahí que ya no queda nadie que recuerde mis libros. Claus: Los recuerdo. Claro que los recuerdo. A veces no exactamente, puede ser que confunda un poco los argumentos, incluso no sé bien qué pasa antes y qué pasa después… Julia: Yo taampoco. Claus: …pero los recuerdo. (Llora.) Julia: ¿Ustedes son del ejército? Hagen: Ah, no. Bueno, no exactamente. Claus: No. Bueno… no. Julia: Ahá. ¿Tu habitación tiene ventana? Hagen: No. Tiene una mesita… Julia: ¿La tuya? Claus: Sí. Julia: ¿Me la das? Claus: Es un honor. Julia: El honor es mío. Sacá tus cosas que me cambio. (Pausa.) Ah, miren que yo no los llamé, ¿eh? Claus: ¿No? Julia: No. (Saca su carta.) No esperaba encontrarlos hoy. Hagen: Sí. Vinimos antes. Julia: ¿Puedo preguntar por qué? Hagen: Sí. (Los dos se observan en silencio.) Claus: (Sin poder controlar el llanto.) ¡Nada conozco de Uruguay!, tan cerca y tan desconocido. Y de pronto me empiezan a caer fichas, una tras otra, Piriápolis, este hotel tan lleno de fantasmas, estos espacios tan propicios a… imaginar… el pasado… Mierda, a quién le importa el pasado cuando las cosas van tan locamente hacia adelante. Alguien está armando un equipo. Hagen: La pregunta es quién. ¿Unimos nuestras pistas? Julia: A mí, en cambio, me parece una lástima desaprovechar el sol. Nadie nos esperaba aquí hasta mañana, caballeros. Sea quien sea. Por mí que siga esperando. (Pausa.) ¿Qué pasa? ¿Ustedes creen que me van a intimidar con sobres como éste? Y les digo una cosa, por si no lo imaginan: nunca son buenas noticias. No se me nota pero tengo un surmenage. Es el ferry. Y otra cosa más, Claus: ese pasaje que usted cita no lo escribí yo. Claus: ¿Se siente bien?

11 Julia: Me voy a sentar un momento. ¿Qué hago aquí, quebrándome ante dos desconocidos, con el bolso ilusamente lleno de bronceadores? ¿Así que le gusta “El legado de Jim”? Claus: Me encanta. Julia: Bueno, no es mío. Es de mis plagiadores profesionales. Claus: ¿Plagiadores? Julia: Claro. La última moda. Mucho mejor que la literatura. Gente… que me venera. Pero éstos son buenos. Escriben como yo. ¡Lo mío! Muy malo para mí. Ya es imposible distinguir un original de la saga de Jim de uno falso. Yo no los conozco. Pero acabaron conmigo. Dos perfectos desconocidos, teniendo que escuchar esto de mi boca. Claus: La boca más alta en este humilde pueblo. Julia: Gracias, Claus. Yo voy a estar mejor. Miren. (Extiende una mano.) ¿Ven? Hagen: ¿Qué? ¿Tiembla? Julia: Bueno, ahora no. Pero en general tiembla. Yo vendía menos que mis plagiadores. Fui a discutir el problema con mi editor. (Pausa.) ¿Tengo cara de gloria pasada, yo? (Imitando al editor.) ¡Ahora el negocio es de todos, Juli! Hagen: Pero, ¿y el Derecho de Autora? Julia: ¡Ja! ¿Saben lo que me dice? “Y… hacé como ellos. Si tu estilo vende….” Ah, le digo, ¿mi estilo vende? ¿Les gusta mi estilo? Muy bien, yo les voy a dar mi estilo. Me exageré. Me falsifiqué. Yo creo en la… substancia. Pero, bueno. Lo hice. Yo imitaba a mis imitadores. Dio lo mismo. Firmé “El regazo de Jim” sabiendo que todos se iban a dar cuenta de que era un plagio, que no era mi… que no era mi… Hagen y Claus: ¿Impronta? ¿Marca? Julia: …mi pluma. Claus: ¡El Regazo es muy superior al Legado! Julia: El Regazo es mío, el Legado vaya a saber uno de quién es. Me alegro que le guste más, Claus. Pero eso es subjetivo. Salvo que… Hagen: Salvo que muchos sujetos den en pensar lo mismo al mismo tiempo, entonces se transforma en objetivo. Julia: (Extrañada.) ¿A qué se dedica, Hagen? Hagen: Soy matemático especulativo. Es una rama de la… Julia: Sé lo que es. ¿Y usted, Claus? ¿Qué hace acá? ¿A qué se dedica? Claus: Yo… bueno, es difícil de explicar. Hagen: Es astronauta. Claus: Pero no ejerzo. Julia: ¿Usted es Claus? ¿El Claus de la tragedia del Pampero? (Tanto Julia como Hagen no pueden evitar cierta tentación de risa, que reprimen. Al parecer, en su época se hicieron muchas bromas con aquello que sucedió en el Pampero.) Claus: Bueno, tragedia… Algo se aprendió de todo eso, yo no diría que “tragedia” es la palabra que mejor describe un acontecimiento tan complejo… Julia: ¿Pero sobrevivió a la explosión? Claus: No fue una explosión… Fue una… bueno, fue una explosión en frío, por decirlo en términos políticamente correctos. Fue… como si… algo… de todos nosotros… Él le podrá explicar, también, él diseñó partes del… Igual ya no ejerzo. Ya no hago ese tipo de viajes. Yo… tengo el entrenamiento, tengo el potencial… (lloriquea) pero ya no se hacen ese tipo de viajes, ya no se me requiere. ¿Quién quiere viajar por el espacio cuando el espacio ya ha venido a nosotros, cuando está tan instalado? Julia: Sí. Mi padre fabricaba cosas que de pronto nadie quiso comprar. Cosas buenas. Claus: ¡No es lo mismo!

12 Julia: Pero empezaron a venir productos de afuera, productos fabulosos, cosas de luz. Tuvo que cerrar todo y cometer suicidio. Tres veces. Falló en dos ocasiones, tuvo éxito en una. ¿Quién quiere ahora un teletransportador de materia inorgánica? Hagen: No se usan ni en las oficinas públicas. ¡Pensar que cuando aparecieron en el año 1713 parecía que iba a haber un antes y un después! Julia: ¿Año? ¿Qué se propone, Hagen? ¿Impresionarme? Hagen: Bah. Un pasatiempo. Julia: ¿Puede expresar el tiempo en años? Hagen: En la intimidad de mi cuarto. Quiero decir, no lo hago en mi vida pública. Ya sé que es una noción inútil, una noción solar. Quiero decir, igualmente tengo muy poca vida pública. Yo… convierto las series del Tunich Kahlay –la Memoria de las Piedrasen años gregorianos, si no aparece febrero lo hago mentalmente… Si no, bueno, lo hago con calculadora, me siento un imbécil diciendo esto, yo normalmente no soy tan comunicativo. Julia: A ver… ¿un kin qué es, en lo suyo? Hagen: Un día. Julia: ¿Y dos kines? Hagen: Dos. Julia: (Pausa.) ¿Y tres? Hagen: Tres. Julia: ¿Y cuatro? Hagen: Cuatro. Julia: Bueno. Pensé que era más complicado. Hagen: Es. La relación entre un tiempo y el otro parece lineal. 28 kines son 28 días. Pero de ahí en más se complica. Porque ahora el año tiene 13 meses más un kin, agregado, que en el otro sistema se llama “el 20 de mayo”, es cuando Tsab, la serpiente, baja a la tierra, pero si es bisiesto, Tsab tarda dos días y no uno en hacer lo suyo. Y Pek, el perro, en vez de llegar en un solo día, llega en 24 y 25 de “marzo”. Julia: ¿Pero todos esos animalitos existen? Hagen: Bueno, existen en el lenguaje. Para mí con eso es suficiente. Julia: No, me refiero a los otros animalitos… Febrero, marzo, mayo… Hagen: Mh. No son exactamente animales. Julia: En fin, si le divierte. Lo que le digo es que va a necesitar un reloj que en vez de animales tenga… no sé, esos febraros, ¡o números! Hagen: Mh. Claus: En algún momento debe haber sido así. Julia: (Irónica.) Sí, claro. ¿Y cuánto es -por ejemplo- un Insomnio de Lechuza? Hagen: Es un ciclo lunar. 11.960 días. Julia: ¡Qué disparate! Y un Insomnio y tres kines entonces serían… Hagen: No se puede. Sin la calculadora no se puede. Porque… a ver… una Lechuza son 11.960 días… más tres días, que son tres kines, claro, sin la calculadora no… A ver… sesenta más tres… mh… sesenta más tres… Julia: Sesenta y siete. 11.967 días. Hagen: Sí, gracias, 11.967. Julia: Claus, ¿cuánto es sesenta más tres? Claus: No sé, ¿sesenta y tres? Hagen: Sí, perdón. Puede ser. Julia: ¿No sabés sumar sesenta más tres, Hagen? Hagen: Bueno, mucha gente no sabe. Mucha gente no sabe aplicar la fórmula de conversión de cada venado a minutos, que tiene una parte lineal, una parte prima, y una

13 tercera parte esclerótica, más la corrección de la estrella Berenice en sus pulsos altos… sesenta y nueve minutos más diecisiete segundos. Julia: ¿Seis por seis? Hagen: Son… Treinta y ocho… Menos… Son treinta y pico, entre treinta y cuarenta… Julia: Hagen, ¿usted trabajó en el diseño del Pampero? Hagen: Yo… bueno, de alguna manera, un equipo que… Yo… hay ciertos cálculos que no necesitan de mí, que se pueden hacer prácticamente solos… (Se quiebra.) No me manejo bien con los números naturales. ¡Están en cualquier calculadora! Se me dan mucho mejor las relaciones que no se verifican. Julia: (No sin un dejo de fina ironía.) Sí, claro. Las relaciones que no ocurren. A cualquiera se le daría mucho mejor. Notable. Claus: ¿No sabés sumar, Hagen? Hagen: Sé la teoría. Claus: ¿Dividir? Hagen: (Hace un más o menos con la mano.) Claus: Hagen: yo iba en esa nave. Hagen: Sí. A mí también me sorprendió… la fisión fría del uranio es… impredecible, al menos en números complejos, que es lo que a mí me fascina… Claus: Hagen: yo –y otros catorce tripulantes- íbamos en esa nave que te dejaron armar, diseñar, colorear… Hagen: Yo sólo participé de los interiores, ¿qué suponías? Unos detalles. Unas correas que eran para atar los fiambres. Claus: ¿La fiambrera? Hagen: La… sí, así la llamaban en esa época. Ésa la diseñé yo. ¿Cómo la sintieron? Claus: Quiere decir que si nos sentamos tres personas a la mesa a comer esta noche, ¿no sabés contar cuántos cubiertos hacen falta? Hagen: Llevo siempre la calculadora. Siempre. Claus: Me dijiste que esta vez no. Hagen: No. Me la dejé en casa. Claus: ¿No la trajiste? Hagen: Traje la malla. ¿Para qué? Dicen que está todo contaminado, que no me meta en el río. Carteles así, de este tamaño. Yo pensé que era playa de mar. A mí me dicen “playa”, y ¿uno qué se imagina? Playa es playa de mar. La palabra es de mar, si no, usá otra palabra. No sé, ribera, costanera, malecón. Julia: Lo mismo con cerro. A esto le dicen “cerro”. Le dicen “El cerro de Piriápolis”. Los arbustos de la “playa” son más altos que este supuesto cerro. Claus: Bueno, tiene un teleférico. Yo llegué en teleférico. Julia: Juraría que se desplaza en sentido horizontal. Entra Beatriz. Habla por teléfono. Beatriz: ¿Y por eso me llamás? ¿Para revolcarte en mi herida, Esteban? (…) Olvidate de todo. (…) Yo estoy bien. (…) Es que no estoy en casa. (…) No estoy en lo de Irma. Llamame ahí, si querés, que no me vas a encontrar. Estoy muy lejos, ¿sabés? Lejos. (…) En un lugar secreto. Lejano. ¿Qué esperabas? ¿Que me quedara en casa, sola, esperando a ver si cambiabas de idea y volvías a aparecer? (…) Ah, ¿cómo? ¿Pensás volver? (…) ¿Cuándo? (…) No, estoy en Uruguay, en Piriápolis, con el ferry llego enseguida. (…) No, no entiendo. ¿Vas a volver solo… o con…? (…) ¿Cómo que se vuelven los dos del sur? (…) ¿Que no tienen dónde vivir? ¿Y a mí qué me importa? (…) ¿Qué es lo que querés de mí? ¿Qué? (…) ¿Las llaves? ¿Qué te dé las llaves de casa? ¿Estás loco? ¿Para que se instalen ahí con Ludmila los dos, a tener su bebé lo más campantes? (…) Ah, ¿no querés las llaves? (…) Ah, ¿que cambiaste las llaves? (…) Ah, que no vuelva, que la

14 cerradura es nueva y que… Ah, ¿me lo estás informando? ¿No querés que tomemos un café y lo discutamos mejor? ¿Hola? ¿Hola? (Repara en todos los demás, que la miran en respetuoso silencio.) Me cortó. Seguro que es ella, le cortó para que no me hable. Ludmila. ¡Ay, si nos estábamos entendiendo! Perdonen, me voy a sentar por acá… Claus: ¿Quiere agua? Beatriz: (No sabe, contesta que sí y que no a la vez.) Hola, yo pensé que estaba vacío el hotel. Ya me voy a reponer. Son problemas de negocios. En casa. Es mi marido. No importa. Ya me voy. Claus: ¿Segura que está bien? Beatriz: No. Julia: ¿Usted quién es? Beatriz: Yo soy Beatriz. ¿Ustedes qué quieren? Julia: Nada. Beatriz: No, ¿qué? Julia: Nada. Supongo que nada. Hagen: ¿La mandaron acá? Beatriz: ¿Que si me mandaron? No, yo vine sola. Bien solita vine. Escapando de mi pasado. Bah, de mi presente. Una escapada de fin de semana. Hagen: No es fin de semana. Beatriz: ¿No? Perdonen. Es que a mí el tiempo se me ha hecho como una gelatina. Es decir, hay kines fríos, después vienen kines cálidos. La noche y la claridad se suceden de manera regular, pero yo entiendo que no son una forma de medición adecuada. A veces debemos llamar invierno al invierno de Berenice, aunque acá estemos en verano. ¿Qué son unos grados Centígrados de más o de menos en la tierra, comparados con la magnitud del gran tiempo universal, no? ¿Del tiempo inteligente? Ahora lo mismo: Esteban se va, de un kin para el otro se va, deja una notita: “Me voy. Me llevo esto.” Se lleva algunas cosas, lo que le entra en una mochila, se va a la Patagonia, conoce una chica, una púber, llena de encantos salvajes, así dice él, encantos salvajes, la preña, quiere volver, no sé a qué, me vengo a despejar y se toman mi departamento, hacen de él un bunker hippie, (rompe en llanto desconsolado) ahora esperan a su hijo en mi propio living, que era de los dos, pero él ya se había llevado sus cosas, así que era mío, y me preguntan si es fin de semana, ¡qué sé yo si es fin de semana! ¡Gelatina, es! Hago así, con las manitos, y se me cae todo entre los dedos, todo. Entra el Coronel Brindisi, un militar de uniforme. Ve a los presentes, saluda fríamente con un gesto de la cabeza, luego hace un ademán inconcluso de retirarse. Los otros esperan algo de él, pero nadie sabe si es el contacto o no. Mientras tanto, Beatriz se recompone un poco. Beatriz: Perdonen, qué vergüenza, voy a pedirme un trago. (Sale.) El Coronel abre un portafolios, extrae unas fotos, se pone los anteojos, y mira a los presentes. Julia: Puede ser que seamos nosotras. Coronel: ¿Perdón? Julia: Nada. Íbamos a venir mañana pero todas vinimos hoy. Coronel: Usted no se parece a su foto. Él, sí. Él, no. (Hagen y Claus le muestran las respectivas cartas que han recibido.) Coronel: Es inusual. Estamos haciendo contacto. Pero esto no debía ocurrir sino hasta mañana.

15 Claus: A mí me parece, dentro de mis posibilidades, que es lógico. Te dicen: la cita es en Piriápolis, ¿qué es lo primero que se te ocurre? Irte un par de kines antes y aprovechar. Coronel: Sí, aprovechar. Lo que pasa es que… nadie los ha advertido de la seriedad del caso. Sean bienvenidos. Soy el Coronel Giacomo Brindisi, de Operaciones Especiales, y… bueno, no me han dejado tiempo de preparar una recepción, un protocolo, lo que tengo es poco y nada, lo fui esbozando en el ferry, son ideas para lo que iba a ser el final de mi discurso, era algo más extenso, como gesto de cordialidad, pero prefiero antes que nada leer lo que tengo. “Por eso les pido que no me consideren un interventor, sino más bien un amigo”. (Pausa.) Eso es todo. Pausa. Julia: ¿Un amigo? A los amigos uno los elige, Coronel. Coronel: Sí, supongo que sí. Julia: Con un amigo me siento a disfrutar un buen té, a recordar a otros amigos, juego en la pileta, con un amigo. Hagen: Quien dice “amigo” dice “playa”, es decir, todo es tan relativo, ¿no? Julia: ¿De qué me está hablando? ¿Cuál es la estrategia de Operaciones Especiales, en este caso? Porque el nombre no me intimida y la cuestión de fondo no me queda clara… no me incumbe… no me interesa para nada. Coronel: Yo a vos te veo con una hostilidad hacia mí que… (Se quiebra.) Hagen: ¿Es o no es nuestro contacto? Coronel: (Mirando las fotos.) Definitivamente soy su contacto, de ellas dos no sé qué decir, salvo que estas fotos podrían ser de otras personas… Claus: ¿A ver? Sí, soy yo. Ahí está el Pampero, de fondo, ¿ve?, antes de... antes… Yo cambié mucho. Julia: Ésa foto es mía. Igual no soy yo, es una imagen que usé para solapas, una imagen con más atractivo publicitario que yo. Pero todo el mundo sabe que la solapa de los libros está preparada como una trampa para que el lector compre cualquier cosa. Ahora rascás la solapa y huele al autor. ¡Mentira! ¡Feromonas! Y claro, ¡vas y comprás! ¡La literatura qué importa! Coronel: En fin, son fotos muy imprecisas. Todo esto se ha tenido que armar de modo bastante apresurado. ¿Alguien quiere hacer alguna pregunta? Pausa. Hagen: O sea que lo de Compra Anticipada es definitivamente mentira, ¿no? Coronel: Entiendo. Les voy a ser franco. Escúchenme, todas. No es mi costumbre trabajar con civiles. Son impredecibles y caprichosas. Pero Operaciones Especiales ha estimado conveniente que las reúna aquí y les explique la misión, misión que -como he dicho- yo, personalmente, no dejaría en manos tan vaselinosas. Julia: Ay, por favor, vayamos al grano, Coronel. Coronel: Muy bien. Discurso de camaradería y bienvenida, no tengo. Pasemos al Protocolo 1. Vivimos en el tiempo inteligente. ¿Hay dudas? (Pausa. Nadie contesta. Durante la exposición, el Coronel se vale de un extraño documental que surge de un bastón y que es proyectado sobre la blanca superficie de fondo y que refuerza con imágenes brutales algunas de las cosas que explica, mientras en otros casos simplemente muestra cualquier cosa.) Las inteligencias mantienen el equilibrio del cosmos. Es un enorme esfuerzo, el de las inteligencias. El cosmos es vasto y lleno de inexactitudes. ¿Y qué aporta nuestra pobre Tierra a todo esto? Muy poco. Nuestra visión de lo lejano es pobre, nuestro encéfalo carece de las coordenadas de infinito, nuestra intuición del comportamiento de los tiempos gamma y de las esclerosis cósmicas es obtusa. Pero somos únicas, de alguna manera, y hay algo que las inteligencias no

16 pueden obtener en ningún otro planeta, en ninguna otra cultura del tiempo y del espacio. Y ese algo ha garantizado la paz entre ellas y nosotras por trece Nikte Kaltunes1. Pues ese algo se está agotando. Y la paz peligra. Claus: ¿Está tratando de asustarnos? Porque lo hace bastante bien… Coronel: Lo dicho: no suelo trabajar con civiles. Las inteligencias han deliberado mucho sobre nuestra suerte. Nosotras no les caemos particularmente bien. Tendrán sus razones, señoritas. Julia: Nos lo dice como si las humanas tuviéramos la culpa. Coronel: Continúo. Más allá de la antipatía que les provocamos, dejando a un lado la civilización maya, que es la única que valoran… Julia: (Corrigiéndolo.) Que valoraron. Coronel: Que valoran. Para ellas, todo es hoy. Las inteligencias residen a una distancia infinita de nosotras. A esa distancia, somos apenas un puntito borroso, intermitente en el telescopio, y nuestro tiempo se les confunde, se les funde. Claus: ¿Pero las mayas no existen más, no? Coronel: No para nosotras. Sí para ellas. Y el calendario maya corregido es el único que coincide con el tiempo real, el tiempo cósmico. (A estas alturas, el documental en imágenes es tan castrense como desquiciado: nos ha mostrado todo tipo de cosas, incluso unos falsos mayas acampando o haciendo collares.) Las inteligencias coexisten con nuestro pasado, y -si lo tuviéramos-, con nuestro futuro, que son todas categorías falaces, terrestres, como norte y sur, izquierda y derecha, o PC y Mac. (El documental aporta otras falaces dicotomías.) Pero dejemos a las mayas a un lado, que hacen todo lo posible por complacer a las inteligencias… Hagen: Perdón, yo no sabía nada, traje la malla porque me dijeron “playa”… Ah, no, perdón, me equivoqué. Perdón. Coronel: Shh. Hay algo que ellas necesitan. Nos preservan porque producimos una única materia prima, una sustancia que sólo se da entre nosotras. Hagen: ¿El agua? Claus: ¿Papel? Julia: ¿Madera? Claus: ¿El juguito ése que sale de la corteza de no sé qué árbol en el Amazonas? ¿Cómo se llama? Julia: ¿Dinero billete? Pausa. El Coronel niega en silencio. Coronel: Ficción. Silencio. Hagen: ¿Cómo? Coronel: La ficción, señoras. Parece que la humanidad es la única especie capaz de imaginar lo que no pasa. Hagen: Yo pensé que era el agua del Acuífero Guaraní. Coronel: Mh. El agua, si me permiten la digresión, se fabrica en el cosmos sumando dos más dos, como quien dice este pan para este queso. Cosa que no ocurre con la ficción, señoras. Por si no lo han notado, ellas han consumido nuestra ficción hasta agotarla. De hecho, ya en el año 13 Makin, vigésimo desove del peje lagarto… Hagen: El año 247 solar … Coronel: Ah, ¿lo quiere en años? ¿Es Gregoriano? Hagen: No, no, no soy Gregoriano, pero… Coronel: Ningún problema, se lo digo en años. Para que vea mi amplitud de criterio político. En el 247 después del Primer Contacto se llevaron los libros. Todos. No 1

Trece Nikte Kaltunes en el calendario maya son 1.872.000 kines, es decir, 5.125 años y 134 días.

17 discriminaron nada. Los atesoraron, los copiaron, los tradujeron. Los gozaron. En el 320 se llevaron la música. Toda. Pero la devolvieron intacta. Se quedaron con dos o tres cosas que no devolvieron, no sabemos qué fue, el resto no les sirvió para nada. En el 855 descubren la dividí. Se llevan todas las películas. Ahí empieza el delirio. Porque los libros les llevaron más tiempo, pero las películas las consumen con una facilidad… se las respiran, como aire puro. Empezaron a querer más. Se llevaron los videos, se llevaron los programas de televisión, pilotos dormidos hace años en cajones de productoras ya cerradas, comerciales de tabletas de tungsteno, documentales sobre apareamientos de Mantis Religiosas, dibujos animados, se llevaron incluso los reality shows… Julia: ¡No! Coronel: Todo. Y empezaron a querer más. Intentaron incluso llevarse guionistas. Hubo todo un período de abducción masiva de guionistas, los llevaron, los incentivaron, los clonaron, los interrogaron, los gozaron, pero los devolvieron. Allá no servían para nada. La ficción sólo crece en ciertas condiciones naturales, que ellas no pueden reproducir correctamente. Julia: En Israel pasa, también, con las novelas argentinas. Coronel: Se llevaron junta toda la danza, les encantó, pero la consumieron enseguida, en nuestro verano de 1359. El Verano sin la Danza, como lo poetizó luego Hildegaard. Su desesperación y su apetito voraz los llevó incluso a leer como ficción lo que no lo era: se llevaron los diarios, se llevaron los noticieros… Hábiles consumidores de ficción, empezaron a desarrollar un gusto “inteligente”, por darle un nombre políticamente correcto. Desde hace tiempo, Operaciones Especiales terrestres procuraron que esta reserva natural de mercancías no se agotara. Darles su ficción. Operaciones Especiales incluyó tanto lo marginal como lo consagrado. Se licuaron las vanguardias con las técnicas antiguas, olvidadas. Todo servía. Ellas mientras tanto se llevaron los videogames, las Atari, los tamagochis, los videos de las cámaras de seguridad de los bancos, de los edificios públicos, y finalmente, los de las casas particulares. La última remesa de mercadería fue llevada hace 253 años. Claus: ¿Pero cuánto…? ¿Pero qué…? ¿Qué es años? Hagen: Veintiún Saltos de Conejo. Claus: ¿Veintiún Saltos de Conejo? (Algo en la cifra lo deja consternado.) Coronel: Luego el flujo se interrumpió. (El documental llega a su fin.) Durante un tiempo, Operaciones Especiales temió lo peor. Hasta que se descubrió qué había sucedido. Claus: La Planta. Silencio. Coronel: La Planta. Claus: Pensé que era un mito. Un cuento para asustar a los astronautas. Coronel: No lo era. Esto ocurrió, hace 21 conejos. Se llevaron la Planta. Y desde entonces, por algún motivo que ustedes deberán precisar, se han conformado con ella. Julia: ¿Es algo, la Planta? Coronel: Cada cosa a su tiempo. La Planta garantiza la paz y la supervivencia de nuestra especie. Pero eso se acabó. Sin motivo claro, desde ayer, la Planta ya no les interesa más. Nos lo han hecho saber. Nos quedan 24 horas. Julia: ¿Por qué nosotras? Yo a ustedes ni los conozco. Coronel: Eso no lo puedo saber yo. Supongo que Operaciones Especiales las ha elegido por sólidos motivos. Claus: ¡Mírenme! ¿Qué sólido motivo puede anidar en esta carne temblorosa?

18 Coronel: Usted es astronauta, Claus. Usted conoce mejor que nadie del espacio y sus misterios. Es lo más cercano que tenemos a las inteligencias. Su saber es un medio acuoso, un fluido de contacto entre ellas y nosotras. ¡Usted estuvo en la misión Pampero, caramba! Claus: ¡No me lo recuerde! Coronel: Y usted, Gay Morrison: usted está definitivamente a la cabeza de esto. Una escritora multipremiada, imitada, halagada, gozada, olvidada: un clásico. Se trata de satisfacer el equilibrio del universo. ¿Quién sino usted podrá guiarnos en esto? Julia: Hildegaard. Coronel: Lo intentamos Julia: ¿Y? ¿Qué pasó? Coronel: No interesa. Julia: Ah, ¿no aceptó? Coronel: Se suicidó. Hagen: (Intenta irse.) Les deseo suerte. Coronel: Alto ahí, Hagen. Hagen: Es evidente que no tengo ninguna utilidad en esto, si me permiten voy a aprovechar el malecón antes de que no quede nada. Coronel: No podemos dar un solo paso sin usted. El gusto inteligente ha evolucionado. Es un misterio. Lo que para nosotros es narración, para ellos es proteína. Hagen: ¿Qué dice? Coronel: Creemos que las inteligencias desmenuzan la ficción y se alimentan de sus pequeñas partes. Comen eso… Hagen: ¿Qué? ¿Relaciones matemáticas entre términos sensibles? Coronel: Póngale. Unidades mínimas sabrosas, invisibles al ojo común, pero evidentes a la mirada de la matemática. A su mirada, Hagen. Hagen: ¿Se mueren si no comen ficción? Coronel: Tanto no sabemos. Julia: Pero a ver, ¿es como azafrán, o es como aire? Quiero decir, ¿son glotonas, lo hacen de puro gusto? Hagen: Igual no cuenten conmigo. No traje mi calculadora. Coronel: Se las proveerá del equipo que sea necesario. Mi hermana y yo nos ocuparemos de ello. Julia: ¿Su hermana? Coronel: Mi hermana. (Con visible vergüenza, pero no sin castrense entereza.) María Martha. Hagen: ¿Por qué su hermana? Coronel: Mi hermana… mantendrá cierto equilibrio. Nada más. Les sugiero que no cuestionen eso, no los va a llevar a ningún lado. Ahora se repone del viaje en su cuarto. Vomitó la comida del ferry. Está muy, muy enojada. (Tratando de deshacerse de un tema embarazoso, ve entrar a Beatriz.) Un momento. (Pausa.) ¿Usted es Beatriz? Beatriz: Sí. ¿Conoce mi nombre? Coronel: ¿Usted también recibió una carta, Beatriz? Beatriz: Claro, una cartita, una nota: “Me voy. Me llevo esto.” Después me enteré de Ludmila. Ahora yo digo: ¿Qué pasa? ¿Las chicas en la Patagonia no tienen madres que las cuiden? ¿O son tan hippies como ellas? Coronel: ¿Una carta como éstas, Beatriz? (Beatriz estudia el sobre, se angustia, parece recordar.) Qué desastre. No lo puedo creer. Una G4. (A Beatriz.) Beatriz, ¿usted me podría ayudar con una cosa? Beatriz: De mil amores.

19 Coronel: ¿Sería tan amable de ir a buscarme un vaso de agua fresca? Beatriz sale. Coronel: (A los demás, en secreto.) Es ella. Es una G4. Julia: ¿Una G4? Coronel: (A los demás.) ¡Alto secreto de estado y pretenden que nos arreglemos con una G4! Hagen: ¡Pero las G4 deben tener como mil años! Digo años porque soy así. Después se los paso a lagartos. Coronel: Es un modelo viejo, créanme. Una antigüedad. Pero del futuro. Claus: ¿Es un robot? Coronel: Peor. Es un G4. Un robot construido por robots. Es el producto del amor entre robots. Son hábiles mecánicos, cuando tienen la firme decisión producen un símil, para que les haga compañía. Hagen: Son un desastre, no sirven para nada. Son robots con más atributos humanos que las propias humanas. Coronel: Se niegan a aceptar que son robots. Se injertan datos autobiográficos fijos en el sistema operativo, se inventan historias terribles, dramas caseros, se entretienen con problemas domésticos. Mucho me temo que sea… nuestro equipo. Civiles, ¡entereza! Debo pedirles que comprendan la regla número 1: Beatriz no sabe que es una G4. Y ustedes no se lo van a decir, ¿está claro? Beatriz: (Sin entender mucho, vuelve con el agua, presa de una suerte de bloqueo emocional.) ¿Qué es lo que no me van a decir? Coronel: Ah, Beatriz, gracias por el agua. Claus: Pero, ¿por qué nos darían un modelo tan viejo, con tantas desventajas? Coronel: Mh. Tienen una ventaja invaluable. Beatriz: ¿Quién? Hagen: Una única. Claus: ¿Cuál? Hagen: Que existían mil años atrás. Y que recuerdan cosas. Cosas que se nos ocultaron todo este tiempo. Coronel: Incluso a mí. Hagen: Un archivo viviente. Coronel: Con problemas. Beatriz: Yo también tengo problemas. Coronel: Fíjese en el bolsillo interno, Beatriz. ¿No tiene por allí un papelito? Beatriz: (Mira donde él le indica, se trata de un código de números –que vemos desplegado en la pantalla tras ella- que la activa.) Se suponía que nos íbamos a encontrar recién mañana. Se me mezcla todo… Mi marido, Esteban, me dio una notita. “Me llevo esto”… Les doy la bienvenida y sugiero que nos demos muchos besos y que lo pasemos bien. ¿Nos pedimos un té con masas y alguien nos explica lo que hay que hacer? Hagen: Borró todo lo que nos dijo. Se deprime y borra. Son así. No son confiables. Beatriz: ¿Yo no soy confiable? Confié en Esteban, hice de nuestro amor un lazo de confianza, y él lo traicionó, “de pronto el sur llama”, me decía, “el sur llama”. ¿Ven que me acuerdo? Coronel: Beatriz, haga memoria. Usted estuvo cuando se llevaron los libros, la danza, ¿se acuerda? Beatriz: (En trance binario.) ¿Cómo no me voy a acordar? Unos libros de tapa dura, unos casetes, en un bolso, se los llevaron, dejaron una nota: “Me llevo esto”, lo que entra en una mochila…

20 Coronel: La memoria está corrupta. Beatriz injertó virus emocionales, que tomaron toda la información y la transformaron en… Beatriz: ¡Esteban! Coronel: (Con tono casi compasivo, como si tratara de comprenderlos y perdonarlos.) Civiles. Tenemos 24 horas. Hagen: No es verdad. Vinimos un kin antes. Coronel: Estaba previsto. (Sin más, pone a funcionar en pantalla un enorme reloj digital, que en realidad mide el tiempo en conejos, monos y tortugas. Y las tortugas empiezan a correr.) Beatriz: Gelatina, si el tiempo es gelatina. Julia: Muy lindo todo. Pero yo me voy. Coronel: Esa opción no existe. Estas 24 horas serán históricas, señoras. (Menea la cabeza. Abre un extraño maletín, que queda de espaldas al público, un maletín que contiene, tal vez, información holográfica, o algo así. En todo caso, su contenido es contundente. Hagen, Claus y Julia observan paralizados. Es grave. Es muy grave. Es gravísimo. No hay lugar para las palabras. Sólo Beatriz parece impermeable a semejante estímulo. Es lo que pasa con los archivos corruptos. La luz baja lentamente. En la semipenumbra, el Coronel explica con melancólica premura la distribución de las habitaciones, del café, de las dietas. Sólo quedan 24 horas.)

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ESCENA 3: QUIRÓFANO Una oficina en un laboratorio. Entran dos hombres de guardapolvo, los doctores Naudi y Barragán. Encienden la luz. Naudi: Está rica, esa Genoveva, me la quería comer. Le digo: “¿Te duele acá, mamita2?” Y me dice: “Sí, pero bien vale la pena.” Barragán: ¡Tan inteligente! Te juro que en diez o doce años va a hablar por lo menos tres idiomas, con esa bocota de guayaba que le va a quedar… Naudi: ¿Tú viste cómo se aferra a uno? Tienes que verla, qué cariño le agarró a la Siliconadora, le habla, le lee cuentos… Las luces tiemblan y se apagan. Barragán: ¿Qué fue eso? La luz vuelve. Naudi: Una baja de tensión. Barragán: Ya pasó. Debe ser por la instalación del láser nuevo en la sección Capilares. Naudi: Y hoy traen también la enruladora china. Barragán: No veo la hora de ponerle las manos encima, a esa enruladora. ¡Qué chévere3! ¡Qué de pinga4! La luz se apaga definitivamente. En la oscuridad. Naudi: ¿A ti te han dicho si iba a haber cortes? Barragán: No. Debe estar en el parte colgado en Mesa de Entradas, junto al guardacomida5. Naudi: Yo ni me fijé. Pasé como un pedo6 para no cruzarme con Baccaro. Barragán: Espera que aquí debe de haber una linterna. Ruido de algo que cae al piso, estrepitosamente. Todo bien, todo bien, no pasó nada. ¿Quién carajo deja los escalpelos sin lavar y sin funda, coño? Brenda: (Su voz es temible, cavernosa. Poco clara por la ortodoncia fallida. Dice algo incomprensible, probablemente en créole antillano.) Barragán: ¿Qué? ¿Naudi? Brenda: (En créole, luego en inglés.) Naudi no puede hablar. Naudi cannot speak. Ruido de cosas que caen, Barragán revuelve y encuentra la linterna. Encandila a Naudi, que está aterrado. Naudi se lleva el índice a los labios, para que Barragán haga silencio. Luego le señala un lugar en la oscuridad. Barragán dirige allí la linterna. No hay nada. Barragán: ¿Eres tú? ¿Eres tú? Tranquila… ¿Estás ahí? Naudi: Shh. Brenda: Shhh… Barragán: ¡Basta, Brenda, basta!… ¡No es chévere! Risas de Brenda. La linterna va de un punto a otro. No se ve nada. Barragán: ¿Brenda? ¿Naudi? ¿Eres tú? Naudi no está donde estaba. Silencio. Ruido de gotas que golpean sobre algo metálico. Barragán: ¿Naudi? ¿Naudi?

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Venezolanismo: “nena”. Venezolanismo: “¡qué bueno!” 4 Venezolanismo: “¡qué bueno!” 5 Venezolanismo: “la alacena”. 6 Venezolanismo: “como una tromba”. 3

22 Barragán saca su teléfono celular, vemos la luz verdosa del teléfono, y por detrás la sombra de Brenda que se acerca en las intermitencias de la luz, enorme, monstruosa, el rostro cubierto de largo y lacio pelo negro como la noche. Brenda: Qué linda manito que tengo yo… Cuchi cuchi cuchi… No, no, no. Manito fea, manito corta, deditos como ñoquis. (En créole.) Vamos a poner la manito acá, vamos a estirar… Te va a gustar, manito nueva. You’re gonna like it, pana. Se escucha un sonido, como un latigazo, y la mano de Barragán vuela por el aire, aún aferrada al teléfono. Barragán grita, la oscuridad es total. Barragán: ¡Basta! ¡No! En el otro extremo, Brenda se ilumina a sí misma con la linterna. Es horrorosa, si bien nunca la vemos bien. A su lado, Naudi está seco. El rostro desencajado. Brenda le está clavando una jeringa en el cuello, retira la jeringa, y Naudi cae. Barragán grita repetidas veces. Y corre. En la oscuridad se lleva por delante una puerta de acrílico, que estalla en mil pedazos.

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ESCENA 4: ELIJA ISLA Hagen y Beatriz se encargan de traer tazas de café. Todos lucen bastante agotados. Beatriz: Bien. ¿Les cuento lo que estuve elaborando, con la máquina de café, yo solita, por mi cuenta? A ver, ¿no se pensó en la posibilidad más justa y más sencilla? Hagen: Basta. Beatriz: No me miren así. Me refiero a una encuesta popular, en la que cada grupo tribal, cada inteligencia, manifieste lo que quiere ver. Hagen: ¡Basta! ¡A cada rato lo mismo, Beatriz! Beatriz: ¿Y por qué no? Vamos a ver: fue el modelo de la televisión. Por eso funcionó una eternidad. Se lanzaba una cosa, si a la gente no le gustaba, no la miraba, se discontinuaba, a elegir otra. ¿Me pueden decir qué tiene de malo? Coronel: Mire, le vamos a pedir que se ocupe de lo suyo. Julia, ustedes son nuestro grupo de élite. Les pido que lo intenten. Julia: Pero, ¿qué quiere que hagamos? ¿Que inventemos una ficción con otras categorías, reglas que nadie conoce, que hagamos títeres para selenitas? ¿Y quién nos va a entrenar para esto? Coronel: Nadie. Haga lo que ya sabe. Julia: ¿Ah, sí? Yo le diré lo que sé, vea cómo trabajo yo. Para que entienda que no es mala voluntad. ¿Quiere un éxito? (Se sienta a pensar. Todos la observan. No se le ocurre nada.) A ver, deme lo que tiene en esa cartera. (Se refiere a un maletín.) Coronel: ¿En ésta? ¿Qué necesita? Julia: Cualquier cosa. Yo trabajo por capricho. Lo que tenga más arriba. Coronel: Un mapa. (Le da un pequeño globo terráqueo inflable o de escritorio.) Julia: Un planisferio. Genial. (Pone el dedo en cualquier parte. Luego se lo pasa a Beatriz) A ver, Beatriz, ¿me ampliás esto? (Beatriz se come el mapa y luego lo proyecta sobre la pared. Es una porción de las Guayanas y el Caribe.) ¿Qué es esto, cómo se llama? ¿Guya… Guaya…? Coronel: Venezuela. Julia: Perfecto. Venezuela. A ver… un par de clichés… Caribe. Petróleo. Miss Venezuela. ¿Qué más? (Observa a los presentes.) ¿Alguien quiere colaborar? Claus: Bueno. Un enigma policial. Hagen: (Desautorizándolo.) No perdamos tiempo. Claus: Perdón. Claro. Yo soy astronauta. Yo no sé qué hago acá. (Pero sigue imaginando cosas en voz alta.) Una chica venezolana, tímida, morena, es tomada por el estado… Hagen: Son las pastillas… Coronel: No, no. Déjelo. Claus: Mejor es una Corporación…con fuerte vinculación estatal… Una corporación paraestatal venezolana. Julia: Bien. Es elegida entre muchas otras venezolanitas… Mh. Esto funciona. La pequeña ha nacido en un sitio turístico, digamos… (viendo el mapa) ¿qué dice aquí? Barquisimeto. Hagen: Pésima elección. Elija mar, Julia. Julia: ¿Mar? ¿Por qué? Claus: El mar… las olitas, brisa… Hagen: Si hay que elegir, elija mar. Es narrativamente mucho más inestable. Un 17% más dinámico que en los cerros bajos de Barquisimeto, (sale a buscar más café) que no tienen altura ni para que hablemos de un 5 ó 6 % de aventura climática atribuible a la montaña….

24 Coronel: Hágale caso. Julia: Le hago caso. Cumaná. Hagen: No. Elija isla. Una isla es un 28% más interesante que una costa, salvo que me hable de una costa fiordosa, cosa que no va encontrar en el Caribe, mucho me temo. Coronel: Háganle caso. Julia: Perfecto. Elijo isla. Isla Margarita. Ahí nació. Y desde que empieza la escuela primaria… Claus: (Siempre tomado por su imaginación sensible.) …la tiza… Julia: …se le empiezan a hacer cirugías. Y esta Corporación la prepara para ser Miss Venezuela y lógicamente después Miss Mundo. Fin. ¿Ve, Coronel? Me rijo por el capricho. ¿Qué le hace pensar que voy a poder construirle una ficción que sus amigos extranjeros no se hayan fumado todavía? Coronel: Lo que veo es que usted se rige por el capricho, y eso está muy bien. Pero ellos no. Hagen: Yo, jamás. Claus: Yo… tiendo a ver de manera sensible todo lo que usted me presenta, Julia. Mire lo que le digo. Imagino que hay todo un mercado alrededor de Miss Venezuela. Se agotó el petróleo. ¿Qué van a hacer? Venden belleza. La belleza es el único mercado importante que les queda. Beatriz: ¡Pobre gente! Hagen: Es genial. Combinemos Belleza y Mercado. B y M. Eso puede dar réditos. Julia: ¿Usted qué me dice? ¿Que yo debo articular caprichosamente lo que ellos me digan? Coronel: Al menos se ve que es la especulación de Operaciones Especiales. Julia: ¿Especulación? Déjeme probar. A ver. Ya tengo el conflicto. ¡Falta mucho para que la niña desfile! Y no se puede predecir hoy qué les va a gustar a los hombres en una mujer para ese momento… Así es que nuestra pequeña heroína, llamémosla… (Claus baja la cabeza, balbucea poco convencido nombres que no llegamos a entender, Hagen intenta algo, abre la boca, pero no sale nada. Beatriz, un poco ausente, en cambio, toma té de una taza, que curiosamente tiene el nombre “Brenda” escrito en ella. Lo lee en voz alta.) Beatriz: Brenda. (El nombre invoca una aparición rapidísima, espantosa por fugaz, por inasible, de la temible Brenda en la pantalla. Mientras, todos anotan entusiasmados.) Julia: OK, Brenda… Beatriz: (Casi inaudible.) Perdón. No. Me distraje. Leía de la taza… Julia: Brenda vive una vida de intervenciones quirúrgicas. De clases de francés. Y la diseñan. Claus: La arrancan de su isla paradisíaca, su dialecto nativo -el créole-, de su isla alegre y caribeña… Hagen: ¿Estuviste alguna vez en la Isla Margarita? Julia: No importa, es todo mentira, ficción … Así que la mudan a… (va hacia el mapa, y vuelve a lucir su arbitrariedad) …a Maracay, a Puerto Cabello. Y allí se juega su suerte. Porque le deciden un tipo de nariz, un color de ojos, una proporción equis entre cadera y busto. Pero todo es apuesta y riesgo… Claus: Claro, pobrecita. Digo, si yo fuera ella, y me piden que me haga otra operación… porque soy muy linda… que Venezuela me necesita… yo lo hago. Y padezco el postoperatorio, internada, solita, en Maracay, que es feo, miro la tele, dolorida, paso la infancia… Beatriz: …sin amiguitos…

25 Claus: …entre una anestesia y la otra. Y un día… Beatriz: ¿Qué? Claus: No, nada. Beatriz: ¿Cómo nada? ¿Qué? Claus: Un día me entero que no soy la única. Silencio fascinado. Julia: Excelente. Coronel: Excelente. Beatriz: Yo una vez vi una cosa muy parecida. Pero ojo: era con lobos marinos. Julia: Muy bien. Venezuela, si quiere paliar la falta de petróleo, debe apostar en simultáneo a varias ideas de belleza futura… La cosa se complica, para bien. (Hagen grafica rápidamente en la pantalla/pizarra, en números y coordenadas, lo que Julia va diciendo.) Esto me gusta. Distintos grupos de inteligencia –distintas Corporaciones paraestatales- engañan niñas, convencen padres, firman cosas, y diseñan Brendas en secreto. Y obrando en nombre de una idea vaga pero fuerte: (contemplando el gráfico de Hagen) Venezuela. Beatriz: Disculpen, pero nosotras nos concentramos sólo en Brenda, ¿no? Julia: Sí. Y luego de mucho tiempo y veinte cirugías, el drama: se apostó en la dirección equivocada. Claus, ejemplos. Claus: Y… Miss Guatemala es rubia, Miss Puerto Rico es rubia, Miss Zimbabwe es rubia platinada… Y Brenda es morocha como un tordillo. Julia: Entonces el proyecto Brenda es abandonado a mitad de camino… Claus: …un punto flotante entre la belleza posible y el horror absoluto… Negra y sola como la noche, Brenda es una bomba de tiempo. Julia: ¡Y ya tenemos el detonante! Beatriz: Envidia. Celos. (Julia niega ante cada sugerencia.) Falta de amor. Desarraigo. Coronel: Dificultad para encontrar frutos tropicales como los de su isla natal. Julia: ¡No! Beatriz: Bronca… una infancia arrebatada, la educación católica, oscurantista… Julia: ¡Hay otras! ¡Hay otras chicas! ¡La engañaron! ¡No es la única! Brenda busca venganza, tratará de derrocar a la Corporación ella sola… Claus: (En una suerte de éxtasis producido por la pastilla, cuyo efecto llega a su fin luego de enunciar lo siguiente.) ¡Asesina médicos, mata policías! Hagen: ¡No…! Claus: El azote divino que reestablece la justicia. Beatriz: ¡Les va a encantar! Julia: ¡Listo! ¡Vamos a la playa! Beatriz: ¡Es súper clásico! Coronel: Ah, no. Momento, señoras. ¿Súper clásico? No me hagan perder mi tiempo. A mí me encantaba la historia de la chica, pero si ya se hizo así, olvídense, porque esto ya lo consumieron. (Se dispone a salir en busca de otra taza de café.) A ver, piensen algo nuevo, algo que Beatriz no tenga en su… (la mira, se corrige.) Que Beatriz no haya escuchado… ¿Y mi café, Hagen? Hagen: Yo conté cinco. Julia: Venga, Claus. Coronel: Contó mal, no me lo trajo. Hagen: No puede ser… ¡Coronel! Escuche una variante que se me ocurre…

26 Si traje cuatro veces uno… Coronel: Le faltó el mío. (Sale.) Hagen: Pero Julia pidió té… ¿No ven?, no se pueden sumar en la misma columna cafés y tés y vasos de agua. Esto es licencioso. Beatriz: Yo también tengo una variante, Julia. Pero no es en Venezuela sino en El Bolsón. Es algo que me pasó, así que puedo hablar de cerca… Julia: ¿Ah, sí, Beatriz? Sería muy bueno que todo lo que quieras ir diciendo lo anotes, va a ser mucho más enriquecedor para todos… ¿Viste cuánto más verosímil es el documento frente a la palabra, que se la lleva el viento? ¡Coronel! Coronel: (Volviendo con un café.) ¿Qué? Julia: Imagine esto… (durante las líneas siguientes, Beatriz intenta imaginar, corrigiendo cada vez que sea necesario, cada una de las cosas que se mencionan, proyectando en la pantalla un boceto de cosas que vendrán luego: Lázaro, el muelle, los transexuales, etc.) Un investigador, un policía… (imagen) venezolano (imagen), de Maracaibo, honesto, pero con algún desorden atípico… Claus: …una bulimia… (imagen) Julia: …eso, producto de una emboscada criminal… Claus: …en un muelle… (imagen) Julia: …en el que varios agentes pierden la vida por culpa de… bueno, ya veremos. Este policía es adicto a la morfina (imagen), lo trasladan a Archivo. Y se codea con prostitutas… (imagen) Claus: ...transexuales… (imagen) Julia: …¡sí!, que han oído del caso de Brenda en alguna de sus operaciones. Esto funciona. La casualidad pone a nuestro policía a investigar, y entonces… Coronel: No entendieron. ¿Ustedes vieron la planta? Venga a ver la planta. (Ambos salen detrás del Coronel. Pero no por mucho tiempo: volverán a ingresar casi enseguida, pero ahora como dos nuevos personajes: la fiscal Lorna Cifuentes y el comisario Kendry Morales, venezolanos. Dentro de lo posible, los personajes venezolanos hablan con acento venezolano.) Hagen: No está bien manipular así las cosas. Va a haber… consecuencias feas. Beatriz: Voy a anotar lo que se me ocurre. ¿Alguien tiene papel? (Beatriz observa la escena venezolana que está por comenzar; más que observarla la “produce”, la proyecta. Beatriz es una máquina algorítmica y logra darle forma a las especulaciones azarosas de su ecléctico grupo de trabajo. Quiere anotar lo que ve, ya que todo sucede muy rápido. Le pide una hoja a Hagen, que lógicamente no ve lo que ocurre en su cabeza.) ¿Me das una hoja? Lorna: ¡Su hombre está enfermo, comisario! Hagen: No, es mi cuaderno. Kendry: Sí, ya leí su descripción de los síntomas, en ese informe suyo. Irritabilidad, capricho, cambios súbitos de ánimo… Beatriz: ¿Una hoja? Lorna: …tendencia a disparar al aire en medio de la noche…

27 Hagen: No es de espiral. Beatriz: Ay, dame una hoja que quiero anotar y me pierdo… Kendry: …y cierta inclinación a comer desmedidamente… Lorna: …bulimia… Beatriz: …bulimia. ¡Hagen! Hagen: ¿Qué querés? ¿Que la arranque? Beatriz: Por favor, no exageres. Hagen: No. No. No puedo. Tengo cosas que quiero seguir anotando… Beatriz: Te estoy pidiendo una hoja…

Kendry: Veo que la fiscalía se toma muy en serio su trabajo. Lorna: Muy. Kendry: Perdí dos hombres en el muelle, señorita Cifuentes. No sea tan dura con él.

Hagen: (Explota.) Y yo no te la voy a dar, ¡máquina estúpida! (Se va.) Beatriz queda sola. Se tapa la boca con la Lorna: Mire, Comisario. Haga usted su mano. Va hacia una pared. Se golpea trabajo, que yo me ocuparé del mío. salvajemente contra ella, se reprograma. Llámelo. Ya debería estar aquí. Sonríe. Llora. Luego observa el resto de la escena venezolana.

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ESCENA 5: UN ARMA ATORADA Una oficina en el Departamento Central de Policía de Caracas. El Comisario en Jefe Kendry Morales, acodado detrás de su escritorio. La Fiscal Lorna Cifuentes, a su lado. Entra el oficial John Jairo Lázaro, saluda con la cabeza. Beatriz es mudo testigo de todo. Kendry Morales: ¡Qué gafo7! ¿Dónde estaba? ¿Usted me quiere ver bien arrecho8, John Jairo? Se lo voy a decir claro y raspao9: usted no le cae bien a la Fiscal Cifuentes. Así que no me provoque. Lázaro: (A Lorna.) ¿Yo la provoco? Lorna: ¿Por qué contesta con preguntas? Lázaro: ¿Yo hago eso? Lorna: Sí. Pausa. Lázaro: No sé. Kendry Morales: Usted está a puntico10 de que lo boten, Lázaro. ¿Qué busca? Lázaro: Supongo que ya no sirvo para hacer este trabajo. Ya no soy un carajito11. Si me retiro, quedo para comer cable12. Lorna: ¿Por eso pasó la noche disparando tiros al aire? ¿Un guachimán13 maleta14 en gomas15 echando vaina16 a las tres de la mañana? ¿O lo hizo sólo para ser el arrechito17 que aparece en el periódico? Lázaro: No. Ningún arrechito. No la voy a caribear18. No quise armar un coge-culo19. Estaba hecho molleja20. Nunca he sido cañero21, y ustedes lo saben, pero la verdad es que estaba carburiado22. Kendry Morales: (Pausa.) Usted me está pasando un bojote23, Lázaro. Es un bombolón24 en el camino. Yo no lo quiero esfloretar25. Lázaro: Me da lo mismo. Kendry Morales: No se me agalle26. Lorna: Ya lo ve. Kendry Morales: Perdón, ¿esto no es algo personal entre la fiscal y usted, no? Lorna: No. Lázaro: Sí. No. 7

Venezolanismo: “imbécil”. Venezolanismo: “enojado”. 9 Venezolanismo: “en pocas palabras”. 10 Venezolanismo: “muy cerca”. 11 Venezolanismo: “muchachito”. 12 Venezolanismo: “quedo en una mala situación económica”. 13 Venezolanismo: “vigilante”, deformación del inglés “watchman”. 14 Venezolanismo: “que realiza mal su oficio”. 15 Venezolanismo: “en zapatillas”. 16 Venezolanismo: “jugando alguna broma pesada”. 17 Venezolanismo: “el blanco”, y por extensión, “el héroe de la película”. 18 Venezolanismo: “engañar”. 19 Venezolanismo: “alboroto”. 20 Venezolanismo: “completamente borracho”. 21 Venezolanismo: “bebedor de aguardiente”. 22 Venezolanismo: “embriagado con aguardiente”. 23 Venezolanismo: “fardo, bulto”. 24 Venezolanismo: “piedra grande”. 25 Venezolanismo: “destrozar”. 26 Venezolanismo: “envalentone”. 8

29 Lorna: ¿Qué? (Pausa.)¿De qué se trata esto? ¿Ahora soy víctima de una redoblona27? ¿Debo colegir que ustedes actúan en conchupancia28? Kendry Morales: (Pausa. Los observa.) Ninguna conchupancia. (A Lázaro.) Podemos tramitarle una invalidez. Lázaro: Vamos a ver. El oficial Cárdenas recibe un tanganazo29 con un palo en la columna, se da una matada30 en el muelle, queda en silla de ruedas sin nadie que lo empuje. El agente Briones Espinosa, en cambio, tiene más suerte: un tiro en la cabeza, su familia lo encuentra muerto sobre el enlosado31, cobra la pensión, asunto terminado. Yo me cubro lo mejor que puedo. Recibo una bala en la pierna, sufro horrores, parece una tontería, todo mundo dice “es una tontería, ya va sanar”, pero el dolor es insoportable, lo único que me calma es un derivado de la morfina. A los médicos les importa un chucuto32 y yo mientras tanto me hago adicto a fármacos diversos: un delicado equilibrio entre morfina, metadona, cafeína y prozac me mantiene en pie. Oficialmente estoy curado. Kendry Morales: No fue su culpa. Lázaro: ¿Cómo dice? Kendry Morales: Que no fue su culpa. Lázaro: ¡Ya sé que no fue mi culpa! Fue una emboscada, se lo digo a pepa de ojo33. Kendry Morales: Pero, ¿qué quiere, Lázaro? Lázaro: ¿Me cree si le digo que no tengo idea? Kendry Morales: No sea arbolario34. ¿Quiere dormir otra noche en el calabozo? Lázaro: Me es totalmente indistinto. Siempre que tenga chocolates. Lorna: ¿Se va a dejar sopetear así la sopa35, Kendry? Kendry Morales: Es una larga historia. Voy a complacer a su fiscalía, pero sepa que no nos gusta que persigan a nuestros muchachos. No nos gusta nada. (Suena el teléfono.) Y no me llame Kendry. Lorna: ¿No se llama Kendry? Kendry Morales: Me llamo Kendry Morales, para usted. Lorna: ¿Y qué quiere? Los venezolanos tenemos cada nombres… Mi hermana se llama Yuleisi. Y su hijo, Maikoljoldan Fernández. Kendry Morales: Veré si le consigo los chocolates, John Jairo. (Atiende el teléfono.) Lázaro: Gracias, Kendry. Kendry Morales: ¿Aló? No, ahora no. (…) Estoy ocupado. (Trata de alejarse para que no escuchen la conversación.) Lázaro: (A Lorna.) Un buen exceso de chocolate equilibra la falta de morfina, o metadona, cuando faltan… Kendry Morales: (Al teléfono.) ¿Brenda? (…) ¿Y cómo saben que fue ella? Lázaro: ...siempre que logre combinarlos con aceites o grasas animales. Un sucedáneo chachullo36. O a lo mejor usted me puede conseguir receta para la morfina. Kendry Morales: (Al teléfono.) No importa. Ya escucharon mis órdenes. (…)

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Venezolanismo: “acción en la que participan dos o más personas en contra de una sola”. Venezolanismo: “en complicidad”. 29 Venezolanismo: “golpe”. 30 Venezolanismo: “cae produciéndose aporreos”. 31 Venezolanismo: “la acera”. 32 Venezolanismo: “menos de lo esperado”. 33 Venezolanismo: “como un cálculo aproximado”. 34 Venezolanismo: “alborotador”. 35 Venezolanismo: “introducir la cuchara o el tenedor en la comida de otro”. 36 Venezolanismo: “de procedencia dudosa, de mala calidad, trucho”. 28

30 Lázaro: Si me permiten… (Saca unas pastillas de un tubo, le tiembla el pulso, pero se las arregla para tragarse una o dos.) Kendry Morales: (Al teléfono.) No intervengan. (…) Lo archiva, Amerel. Estoy caligüeva37. Me lo dice como si fuera la primera vez que cerramos una carpeta sin dar con nuestro hombre. O nuestra mujer… Lorna: ¿Pero a qué es adicto, exactamente? Está enfermo. Lázaro: Eso sí. ¿Qué le entró conmigo? Si ya estoy salado38… ¿Es algo personal, Lorna? Lorna: ¿Personal? ¡Con la verga de Triana39! Soy fiscal. Y usted pone en peligro la vida de sus vecinos. Pida ayuda a su mujer. Kendry Morales: (Al teléfono.) Son órdenes de los federales. Lázaro: Mi mujer está bien. Kendry Morales: (Al teléfono.) No es asunto nuestro. Lázaro: De mini-rumba en algún lugar de Miami. Kendry Morales: (Al teléfono.) No, su trabajo es cumplir esta orden: no hagan nada. Lázaro: Pero está bien, supongo. Y mi hija. Lorna: Ahá. Deme su número. (Lázaro se encoge de hombros.) ¿Y no van a volver? Kendry Morales: (A Lázaro.) Perdón, yo no tengo tiempo para esto. Vaya a Archivo. Es hasta que todo esto pase. (Al teléfono.) Espero que me haya entendido bien, Amerel. Archive todo. Nada más. (Corta.) Hable con Bertiaga, él sabrá reubicarlo en Archivo. Lorna: Escuche. Si no tiene… no, nada. Kendry Morales: ¿Qué? Lorna: Digo que a lo mejor el comisario no tiene dónde dormir, el pela-bola40. Kendry Morales: ¿Es cierto eso? Lázaro no responde. Lorna: Es inadmisible. Yo se lo dije. ¿Qué estructura brinda este cuerpo de Policía? ¡Al mamón41! Está bien. Tengo lugar en casa. ¿Es alérgico a los gatos? Tengo dos gatitas. Kendry Morales: ¿Cómo? Lázaro: Yo no he dicho nada. Lorna: Qué diablos. Tengo espacio extra en casa. Así estará mejor vigilado, ¿no? Lázaro: Mi opinión no cuenta para nada, ¿o sí? Lorna: ¿Y cuál es su opinión, Lázaro? Lázaro: No sé. A lo mejor quieran decírmela. (Pausa.) Kendry Morales: (Menea la cabeza.) Otra cosa más. Tengo que pedirle que me entregue su arma. Es por su propia seguridad. Y la de la Fiscal Cifuentes. Lorna: Sé cuidarme, Comisario. Lázaro: Por mi seguridad. (Se la entrega.) No funciona bien, igual. Está atorada. Kendry Morales: ¿Qué quiere decir? Lázaro: Sí, no sé qué le pasa. Se atoró. Kendry Morales: ¿Cómo que no sabe? Lázaro: No, no soy un experto en estas cosas. Lorna: A ver, déjeme ver. Lázaro: Tenga cuidado que no se dispare. Está atorada. Lorna: Entiendo algo de esto, no se preocupe. Debe ser la vaina. O la uña extractora. No parece. A lo mejor es el ánima. O el resorte de recuperación que quedó ajustado entre los dos planos de apoyo. ¿Revisó los ojales? ¿Los rebajes? 37

Venezolanismo: “fastidiado”. Venezolanismo: “con mala racha”. 39 Venezolanismo: “Negación en sumo grado”. 40 Venezolanismo: “indigente”. 41 Venezolanismo, propio del habla maracucha: “Exclamación de impaciencia”. 38

31 Lázaro: La verdad es que por algún motivo… eso… no estuvo entre mis prioridades. Lorna: Ah, no, debe tener el martillo atrapado por el fiador. Porque si no, se movería cuando hago así, ¿ve? Y no. Qué curioso. Es el mismo defecto de las MP 38, les pasó a los alemanes, en la guerra, se les bloqueaba el obturador en la posición de apertura, tenían que poner la manilla del armamento en el hueco de la caja de la culata, a la altura del gatillo, ¡pero es justo donde es más estrecho! Y si se cae, además, y se golpea por la parte del pie, de acá, está el peligro de que salgan una o dos balas, y no les hablo de un incidente teórico, ¡no, no! Polonia en el 39, una cantidad de víctimas, ¡los heridos eran que jode42!, y no por mala voluntad de los soldados, qué va, que ahí no iba cualquier firifiri43. ¿Ve lo que le digo? Acá el obturador, por inercia, va a tender a echarse siempre para atrás, pero si lo empujamos de un coñazo44 y percutimos la cápsula como para forzar un disparo o dos. Los que hagan falta. Kendry Morales: Epa, epa, cuidado. Lorna: No me extraña que hayan perdido la guerra. ¿Miró el perno? (Saca unas bolitas de papel metalizado de adentro del arma.) ¿Qué es esto? Lázaro: Parecen… no sé. Lorna: Son bolitas de papel metalizado. Lázaro: Sí, eso parece. Cuidado. Kendry Morales: ¿Hay más? ¿Qué es esto? Lorna: ¿Cabshas? ¿Estuvo comiendo bombones y no tenía donde botar los envases? Lázaro: ¿Me cree si le digo que no me acuerdo con tanto detalle? Coronel: Beatriz, ¿qué hace acá? Beatriz: Nada. Kendry Morales: Escúcheme, mijito45. Me quedé pensando en el tubillo de Venezuela. Coronel: No nos haga perder el tiempo. Eso no sirve. ¿No entiende la urgencia en la que estamos? ¿No se le ocurrió pensar en el futuro? ¿Nunca se le ocurrió pensar en el futuro? Lázaro: ¿El futuro? No, por favor. No me venga con esa.vaina.

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Venezolanismo: “abundaban”. Venezolanismo: “sujeto enclenque”. 44 Venezolanismo: “puñetazo”. 45 Venezolanismo: “toda segunda persona”. 43

Beatriz: ¿El futuro? (El Coronel se va.)

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ESCENA 6: MONJA Un ruido insoportable: mezcla de maracas, boleros, un zumbido atroz, como si el tiempo y el espacio sufrieran serias alteraciones de las que no hay retorno. Luego se normaliza. Y estamos en Piriápolis. Lázaro es ahora Hagen, que se sorprende mucho de encontrar allí a Beatriz, y que habla todavía en la dirección en la que estaba Kendry. Lázaro: ¿Usted me está hablando en serio? Beatriz: No pude anotar nada porque no me diste ni una hoja. Lázaro: ¿El… futuro? Beatriz: ¿Pero todavía no te diste cuenta? ¡Hagen, acá no te llamaron por tus capacidades, sino más bien por tus deficiencias! Hagen: Un leve problema con los números naturales no tiene ni punto de comparación con… no me hagas decirlo… Beatriz: Claro: Claus. ¡Pobre! Hagen: ¿Qué? ¿Qué pasa con Claus? Beatriz: Pobre. ¿Te pensás que lo llamaron de verdad por ser astronauta? No, no. Yo veo las cosas como son y te las digo. Lo quieren por el estado lamentable en que quedó. El tiempo gamma por poco lo hace añicos. ¿Quién le consigue las pastillas ésas, eh? Preguntale. Del gobierno, le llegan… en un estuche sellado, junto con la pensión por invalidez. ¿O me vas a decir que creés que Claus sabe algo importante de estas inteligencias? Hagen: Nadie sabe nada importante, ésa es la cuestión. Beatriz: Hagen, no te hagas el chico malo. Vení. ¿Querés una pastilla interminable? Hagen: ¿Tenés? ¿Son nuevas? Beatriz: Tengo nuevas, también. Pensé que querías una que ya estuviera chupada. Hagen: A ver… ¿Qué tenés? Beatriz: De todo. Mirá, ésta me encanta, ya la chuparon tres generaciones. Hagen: ¿Y ésta qué es? Beatriz: No, ésa no te la doy. No es tan rica, igual. Tomá ésta, se la compré a un escritor chileno. Abre los sentidos. Es suave. (Hagen no sabe qué hacer con el envoltorio.) Ah, yo meto los papelitos por cualquier lado. Entran Claus y Julia, discutiendo. Julia: ¿Pero hasta qué punto somos incapaces de comprender a las inteligencias? ¿Cómo funciona lo de la planta? Claus: ¡No, no las comprendemos para nada! Julia: Eso es. Ésa es la clave. ¡Y cómo me gritó! Si queremos producir ficción para ellas, hay que prescindir de ellas. Claus: Exacto. Julia: ¡Hagamos cualquier cosa! Claus: El camino que a lo mejor consideramos errado, puede ser el correcto. ¡Es el correcto! ¡Un camino errado es el camino correcto! No seamos tan racionales. Hagen: Cuenten conmigo para algunas cosas. Y para otras, no. Yo no sé si estas pastillas que Claus toma no tienen contraindicaciones desconocidas que… Claus: ¡Estas pastillas me salvaron la vida después de que vos y otros como vos me mandaron en una lata de sardinas a hacer contacto con vaya a saber uno qué! Hagen: ¡Y lo lograron! Claus: ¿Qué lograron? ¡Todos muertos! Hagen: Bueno, en nombre de la ciencia. ¡Trajiste las muestras!

33 Claus: ¿Muestras de qué? Hagen: Muestras del Sefaratón, Claus. Mirá, no lo voy a discutir con vos cuando estás empastillado… Claus: ¡Estas pastillas me ayudan, me… distancian de… de todo! Hagen: Tienen efectos secundarios. Claus: Si no fuera por estas pastillas yo sería todo un efecto secundario. Ingresa el Coronel, convocado por el griterío. Beatriz: A mí también hubo pastillas que me salvaron la vida. Hay momentos que… Claus: ¡Me distancian! ¡Acortan la angustia, reducen el espacio! ¿Vos tenés idea de lo que se siente viendo a tus compañeros tras la escafandra deformados por el tiempo gamma? Hagen: ¡Un gusto haberte vuelto a encontrar, Claus! Claus: ¿Sabés cómo quedó la fiambrera, en la fisión? Mirá, ¿cuántos dedos ves? ¿Dos más dos? Hagen: ¡Hasta acá llegué yo! Beatriz: Hagen, ¡no seas tan impulsivo! Coronel: Hagen, siéntese. Hagen: No. Tomá, Beatriz, te devuelvo la pastilla interminable. No soy de quedarme con nada ajeno. (Arranca de su bolsillo la carta de citación y la arroja sobre la mesa.) Beatriz: Porque uno empieza levantándose de una charla, ¿y por dónde sigue, después? ¡Embarazando a una púber en la Patagonia, animal! Coronel: Julia, por favor, colabore con esto. Julia: Estoy colaborando Beatriz: Yo sé de los que se creen muy impulsivos, yo sé bien de eso. ¿Qué? ¿El sur llama? ¿El sur llama, Hagen? Hagen: ¿Qué sur? ¡Basta! Coronel: ¡Ponga orden! Julia: No es lo mío. Hagen: Eso no pasó. Beatriz: ¿No pasó? ¡Que llame todo lo que quiera, el sur! Coronel: ¡Usted aceptó esta responsabilidad! Julia: Mentira. Beatriz: ¡Caradura! Hagen: ¡No discuto con tostadoras! Coronel: ¡Hagen! Hagen: Borra todo. Corrompe. ¡Beatriz corrompe! Beatriz: ¡Cómo cambiás el eje de la discusión! Hagen: Si hago progresos, ¿dónde los salvo? Porque esta “memoria” a las dos tortugas va y me dice que la llamó Esteban, que Ludmila no sé qué, y se reprograma. Beatriz: ¡Estás loco, loco de atar! Vengo, comparto mis pastillas interminables con vos, y ahora me decís que corrompo, que borro, que reprogramo, ¿qué te creés que soy yo? Hagen: ¡Vos sos un robot! ¿Ahora me entendés? Sos bi-na-ria, entendelo bien, binaria. Pausa general. Beatriz: ¿Qué me estás queriendo decir? Coronel: ¡Prometieron no decir nada! Claus: Yo no dije nada. Julia: Yo no prometí, dije que iba a tratar. Beatriz: ¿Que no me iban a decir qué? Hagen: (mucho más tranquilo.) Nada, nada. Que sos una mierda sin conciencia de finitud, un pedazo de hojalata con rulos.

34 Beatriz: Mantengamos las cuestiones personales al margen. Julia: No hay margen, Beatriz. Sos un pedazo de hojalata con rulos. Y vas a volver a venir sin acordarte de nada, porque te auto-reprogramás sola, a cada rato, tenemos pruebas, estás filmada. Beatriz: Bueno, si es por eso, Claus está filmado masturbándose en la ducha y yo por eso no lo prejuzgo ni le digo cosas así de feas… Hagen: Nuestra paciencia también tiene un límite. Claus: Perdón… ¿Cómo, filmado? Hagen: Entendenos, somos humanas. Beatriz: No, yo también. Hagen: No, vos no. Julia: Vos no. Claus: Miren que yo no me estaba… Yo estaba… Me… Beatriz: ¿Qué me están queriendo decir… que borro? ¿De la finitud? Perdonen. (Sale a llorar afuera.) Claus: ¿Quién filma estas cosas? ¿Y para qué? Digo para explicarme: tengo una urticaria, por las sábanas, los almohadones con ácaros, los almohadones del ferry… una alergia que… pica… y… puede haber sido que a lo mejor me rascaba… con el vapor, ¿no?, que distorsiona… Hagen: No, no, mírenla un poco… se está reprogramando contra la pared… Beatriz: (Desde afuera.) ¡No me estoy reprogramando, bestias! ¡Estoy en shock, lo que me hicieron sufrir! ¡Animales! Yo no puedo seguir así. Coronel: Que sea la última vez. Ahora cuando vuelva no quiero escuchar un solo comentario más. Beatriz: (Desde afuera.) Yo no puedo seguir así. Coronel: Señoras, me siento cada vez más solo. Son como chiquilinas, y no me corresponde a mí en lo más mínimo decirles que se deben comportar como hombres. Beatriz: Animales. Bestias sin corazón. Son capaces de hacer sufrir a una plancha. Coronel: (A todos.) Ni un comentario. Hagen: No hay nada que comentar. Yo me voy. Beatriz: (Vuelve, radiante.) ¿En qué estábamos? ¿Alguien quiere una pastilla interminable? Hagen: Adiós. Coronel: Hagen, usted se lo buscó. Voy a buscar a María Martha. (Sale.) Julia: Coronel, deje a su hermana en paz. No nos amenace. Y no llore, Claus, no es con usted. Claus: Siempre es conmigo, ¿con quién va a ser? Julia: Creyeron que nuestras diferencias iban a poder sumarse. Pero también se restan. Hagen: ¡No me hablen de sumar y restar, no me provoquen! (Se va.) Beatriz: Yo mostré desde el vamos la mejor predisposición. Trabajar me encanta, me distrae, y soy buena con las tareas manuales, y comparando gráficos. Hagen: (Regresa, un poco asustado.) Viene María Martha. Ingresa María Martha, hermana del Coronel. Es una monja ofensivamente masculina y de pésimo carácter. Bah, es el Coronel, mal disfrazado de monja. María Martha: (A Beatriz.) Me dicen que se va, Hagen. Beatriz: Yo no soy. María Martha: ¿Quién se quiere ir de acá? (A Hagen.) ¿Usted? (Hagen no contesta.) Lo tienta irse… No me venga a hablar a mí de tentación, he conocido a fondo los catorce pecados. Vamos a razonar, Hagen. Hagen: Hermana, ni lo intente.

35 María Martha: No hable con tanta prepotencia. ¿Quiere saber lo que le pasó al pastor que creía gobernar la luna? Un pastor en Antioquía observaba el cielo, y descubrió que podía prever el amanecer y el ocaso. Se regía por éstos para alimentar a sus cochinos. Los guardaba por las noches, los soltaba con el día. Y funcionaba. Entonces el pastor creyó que conocía el secreto del tiempo, y se sintió dios. Noche, día, noche, día, y punto. No había secretos para él. “¿Qué haré con mis cochinos cuando caiga la noche?”, se preguntaba. “Los guardaré en su cochinal”. “¿Qué haré con ellos cuando amanezca? Los sacaré a que se solacen”. ¿Usted cree que se preguntaba por algo más? No, señor. Sólo él y sus cochinos, mientras que a unas pocas millas de allí un molinero mezclaba en cambio los misterios de la harina y la levadura, un herrero se aventuraba con el fuego y hacía prosperar la industria, un navegante se arrojaba al mar de la duda y descubría cosas allende los mares. El pastor, obcecado en su vacua omnipotencia, en control de su fofa habilidad, crió cochinos felices, y gorditos. Pero nunca conoció el pan levado por el misterio de los hornos, ni adornó a su mujer de joyas fraguadas azarosamente bajo el fuego enloquecido, ni visitó las tierras lejanas donde reina la alegría. ¿Quién puede creerse igual a dios por tener veinte cochinos felices, con olor a mierda? Sólo un idiota. Hagen: ¿Ah, sí? Mis cochinos y yo nos volvemos a casa. María Martha: Eso ya lo veremos. (A todos.) Por fin nos vemos las caras. Pasé una mañana horrible, gástricamente hablando. Pero se me precisa, y aquí estoy, levantadita. Y a usted, Hagen, se lo necesita aquí. Julia: Mire, hermana, ponemos todo nuestro oficio. Pero no sirve de gran cosa. Hagen: Somos humanas, y tiramos los dados. El resultado puede ser azaroso, pero será siempre humano. Un dado tiene números de 1 al 6: nunca nos saldrá un 7. María Martha: Arriesguen. Tengan fe. No se queden en el conformismo de los veinte cochinos. Aventúrense, como el herrero con el fuego loco, que desconoce la forma final de la joya. Julia: No podemos complacer una mirada que carece de ojos. María Martha: Oh, sí podemos. La pregunta es: ¿qué vamos a aportar nosotras a las culturas mundiales, al orden del cosmos?... Yo se los voy a decir: ¡ají molido! Eso vamos a aportar. (Silencio.) Las especias, la ruta de Vasco da Gama, de Colón. Eso es lo que vamos a aportar. Claus: No la entendemos. María Martha: Porque me salto varios razonamientos. Todo un mundo descubierto por las especias, quiero decir. Se quería llegar a las Indias por las especias, el sésamo… ¿Un lujo innecesario, me dirá usted, Claus? Usted debe ser Claus. ¿Glotonería? ¿Avidez antibiológica de cosas que no alimentan pero son ricas? Claus: No, no. María Martha: Me preguntará: ¿era necesario lanzarse al océano en tres cáscaras de nuez? ¿No se podía intentar plantar ají en Extremadura? ¿Curry en Valencia? Claus: Ahí está. No, porque no crece. María Martha: No: no crece ají en Extremadura, no crece curry en Valencia, de la misma manera que parece que dentro del universo no crece la ficción a la vera del camino… Y no sirve para nada, pero es rica, muy rica. La fe -¡ah, granito de arena!hizo aparecer un mundo. ¿Recuerdan la Historia? Julia: ¿Qué historia? María Martha: No, “la” historia. La Historia. Era una forma de explicar las cosas que entró en desuso. ¿Pero la Historia qué nos decía? Que América aparece, y es lo que es, por las especias. ¡Lanzaos, las especias son la tonta excusa para descubrir el mundo! Hagen: Nos habla de ají molido, de lujo, pero ellas ya no quieren más ají molido. María Martha: Entonces tire los dados, Hagen. Usted puede sacar un siete.

36 Pausa. Julia: Me temo que en un mundo en el que dios no se manifiesta, ni la Historia tampoco, las cosas no funcionan así. ¿A quién tenemos que complacer? Me lo dicen y listo. ¿Tienen patas, estas inteligencias? María Martha: Usted es la que se equivoca, no yo. Tiene que mirar para dentro. Tiene que mirar dentro de su corazón. Julia: ¡Genial! ¿A qué orden pertenece usted? María Martha: ¿Orden? (Se sonríe, irónica.) Cada uno de ustedes está aquí por motivos muy claros. Hay un plan para cada uno. Pero miren al pastor y sus cochinos: conocer el plan no le sirvió de nada. Lo limitó en vez de darle alas. Lo acochinó. Y la Historia sí se manifiesta. Mire lo que le digo: los españoles tenían un mapa. Su plan de mundo. Si se atenían a él, América no aparecía. ¡Dios no da instrucciones! Hagen: Eso es falaz: América no apareció, ¡América ya estaba! ¿De qué habla, qué es la fe? Julia: ¿Alguien más quiere agregar algo? (No da tiempo a nadie. A Hagen.) ¿A qué hora sale el próximo ferry? María Martha: ¡Confíen en lo que no se ve, tercas! El molino, a diez leguas del pastor, estaba fuera de su visión. ¡Pero estaba! ¡Y era molino! Julia: ¡Parábolas! María Martha: ¡No insulte así al destino! Julia: ¿Destino? ¿Mi destino era estar aquí? María Martha: ¿No cree que es mejor no saberlo? ¿Y ponerse a hacer su trabajo? Julia: Perfecto, pero para que nos entendamos. (Saca la planta de debajo de la mesa.) ¡Esto duró 253 temporadas! Silencio. Claus: La planta. Julia: Sí. La planta. 253 temporadas mirando esto. ¿Alguien quiere explicarme ahora mi trabajo? María Martha: Nadie dijo que iba a ser fácil. Pero usted, Julia, es Jefa de Brigada. Claus, Hagen y Beatriz dan una exclamación de respetuosa admiración. Julia: ¿Ah, si? María Martha: Sí. Julia: (A Hagen.) ¿Juntamos nuestras bombachas y vamos? (Se disponen a salir.) María Martha: ¡Señoras! Tengo amplios poderes conferidos por Operaciones Especiales para convencerlas de que se queden. Hagen: ¿Primero nos adoctrina en la fe, ahora nos amenaza? María Martha: Todo lo contrario. Les ofrezco una recompensa. Hagen: ¿Qué recompensa? María Martha le da a Hagen un juguete que saca de una canastita que lleva del brazo. Un juguete magnífico. Hagen lo acepta boquiabierto y emocionado. María Martha: Chitón. ¿Alguien quiere algo más? Julia: Yo quiero esa muñeca rubia, esbelta, con trencitas, que vive en un rancho y… María Martha: Usted quiere la Barbie Ranchera. Ya se la traigo. ¿Y usted? Claus: Yo… yo estoy bien así… Si se me antoja algo… yo… más tarde… María Martha sale y vuelve en seguida. Julia: ¿Se queda, Hagen? Hagen: ¿Cómo no me voy a quedar? María Martha: Tome. A ver si le gusta. (Le da a Julia su juguete, y a Claus le trae también alguna cosita: unas maracas.) Acá tiene, usted también, por si después se arrepiente.

37 Julia: (Queda un momento anonadada, no cabe en sí de alegría.) Hay cosas… tan hermosas… que… Permiso. (Sale corriendo a guardar su juguete.) María Martha: Ahora pasemos a lo otro. Vamos a solicitar ayuda para arreglar esta cuestión de Beatriz. Beatriz: ¿Va a hablar con los padres de Ludmila? María Martha: Sí, vaya tranquila. (Beatriz se va. A Claus y Hagen.) A trabajar. Hay un mapa mayor, que contiene América, y que no conocemos. Pero está. Dios ha puesto ahí cada cosa y luego ha borrado los contornos. Veamos. Quiero ir directo a sus corazones. ¿Qué han estado haciendo últimamente de sus vidas? (A Hagen.) ¿Usted? Hagen: Nada. María Martha: Piense. No se revuelque entre sus cochinos, porque apesta. Hagen: Bueno. A ver. ¿Qué hice? Nada. Bueno, dediqué la vida a analizar las… (repara en Claus, y cambia de palabra) cosas. María Martha: ¿Qué cosas? Hagen: (Mira a Claus, que se ha puesto súbitamente muy alerta.) Prefiero no hablar. Claus: ¿Las cosas… que yo…? María Martha: ¿Qué son? Hagen: Unas muestras… extraídas del tiempo gamma… que trajo el Pampero. Claus: Que traje yo. (Muestra un presunto golpe en la cabeza.) Miren. Hagen: ¿Ven? No quería decir nada. Ahí empieza de nuevo. Claus: ¡Un golpe que a cualquier de ustedes los hubiera desnucado! Aterrizo en tiempo gamma, contento, digo “al fin, poner pie acá, donde no hay huella humana”, ¡zack!, un golpe increíble, con vaya a saber uno qué… ¡Un golpe destinado a ser mortal! Pero no, sobrevivo… despierto más tarde, y me han dejado unas piedritas… unos… Hagen: Técnicamente lo llamamos el Sefaratón. Claus: Sí, unas… como bolitas, unas muestras, lo único que había. Las recojo, por curiosidad me guardo algunas en la fiambrera, a falta de otra cosa, vuelvo a casa con lo puesto, poco menos que lo puesto, la tripulación muerta… María Martha: (A Hagen.) ¿Lo tiene? Hagen: No me desprendo nunca de él. María Martha: Tráigalo. Claus: ¡Yo no puedo… si lo van a traer…! Hagen: Tranquilo, Claus, ya pasó. Es inofensivo. Claus: (Muestra el golpe.) Inofensivo. Un tipo de otra contextura estaría ahora muerto y con las fosas nasales llenas de polvo cósmico. ¡No lo traigan, no! (Sale corriendo.) Hagen: En fin… Una tragedia, lo del Pampero. Se acordarán. El proyecto se desmonta. El ejército se reparte las cosas que quedan, algunas se reciclan, otras para qué… Pido que me devuelvan la fiambrera, que la había diseñado yo, me encuentro adentro con las muestras que guardó Claus, en fin… Me he entretenido todo este tiempo con su insólito contenido. María Martha: ¿Qué son? Hagen: El ejército aseguraba entonces que era la clave de un arma de destrucción masiva. Así que yo también. Lo analicé con cuidado. Y no era. María Martha: ¿Pero qué era? Hagen: ¿Qué era? Mh. Me es más fácil decirle qué no era. No era un arma, no era un medio de transporte, no era ni animal, ni vegetal, ni mineral… En fin. Es un pasatiempos, mi crucigrama... María Martha: Quiero ver su muestra. No tenemos una inteligencia a mano, pero una muestra bastará. Y que las tercas vean. Llévenme con él. La Hermana sale. Hagen la sigue.

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ESCENA 7: DESBARRANCO / NORUEGA Las luces cambian abruptamente. Estamos en un cabaret en el puerto de La Guaira: El “Desbarranco”. Se escuchan sonar los primeros acordes de un bolero grabado. Entra Mirko El Lechuga, un travesti con acento levemente húngaro. Hace melancólico playback sobre el bolero “Dormir en casa”. Como suele ocurrir en estos casos, el show carece de gracia. El glamour es sólo una convención. En algún momento de la canción, el Coronel ingresa a escena y observa con atención el curso de las cosas. Luego se vuelve a ir. Mirko El Lechuga: Dormir en casa, Cómo me cuesta dormir en casa. Contar las horas Que nos separan, que nos separan. Y no hacer nada Mientras afuera, presa en la noche, desovo lágrimas. Mientras afuera, fútil la noche, teje una infamia y Borda una sábana / Sucia de amores Y me regala / Olor a otras Que en la penumbra / Se te comparan… Otros travestis aparecen tras Mirko y colaboran con los coros: son Zusanna y Mischi. Mischi tiene la nariz penosamente vendada. Zusanna y Mischi: Olor a otras Que en la penumbra / Se te comparan… Lázaro es espectador del show. Premia a Mirko con una rosa. Bebe ginebra con azúcar, mientras dura el hermoso, hermosísimo bolero. Luego se arman dos situaciones más o menos en paralelo, una más íntima entre Mirko y Lázaro, y otra a los gritos entre Mischi y Zusanna. Zusanna: ¡Así sí que nos vamos a luquear49, eh! No le pegaste a uno sólo de los coros, maleta, patosa, tarúpida50. Mischi: No estoy pa’ coros, yo. ¿No ves que aparezco y el público se jurunga51 el bulto? Zusanna: Será algún jala bola52, un landro53 que no entiende nada de arte. Mirko El Lechuga: ¿Vas a quedarte? Lázaro: ¿Voy a quedarme? Mischi: Uy, ahí está ese enchavaísimo54 de John Jairo, otra vez enpiernao55 con El Lechuga. Mirko El Lechuga: Te procuré más. (A Lázaro.) ¡Date con furia56, cascoblanco57! Lázaro: Mh. Esto ya es una relación. ¡Métalo en el perolón58, paquirri59! Mirko El Lechuga: No me importa cómo

39 quieras llamarla. (Le da unos frasquitos, metadona, drogas varias.) Y ustedes no hagan zaperoco46 y vengan rajar-caña47. Zusanna: Ya voy como un pepazo60, que el policía no es pichirre61 a la hora de pagar unas pasitas62. Sírvame un palo63. Lázaro: ¡Venga, hombre! Zusanna: Ay, se peló64, me llamó “hombre”, Mischi. ¡Vengan pa’ acá que el guachimán paga! Mischi: ¡Pero si el guachimán pingón65 está para pulir hebilla66! ¿Nos echamos un pie, convive67? Mirko El Lechuga: Acá nos armamos un cacho48, que yo esta noche ya no canto más. ¡Déjemelo, Mirko, a ver si me quiere hacer de esta cuca68 una cuchara69! Lázaro: Gracias, Mirko. Mirko El Lechuga: Llámame El Lechuga, como llaman todos. Lázaro: No, gracias. ¿Qué le pasó a Mischi? Mirko El Lechuga: Nada. Zusanna: ¿Nada? Está desfigurada. Mischi: ¡Cónchale vale70! ¡A ver si te tragas el gargajo71 antes de hablar así de mí! Zusanna: Mujer, que te dejaron la nariz vuelta verga72. 46

Venezolanismo: “despelote, desorden”. Venezolanismo: “beber con exceso”. 48 Venezolanismo: “porción de marihuana lista para ser consumida”. 49 Venezolanismo: “llenarse de dinero”. 50 Venezolanismos: los tres significan “torpe”. 51 Venezolanismo: “tocar, palpar”. 52 Venezolanismo: “un adulador, individuo complaciente y sin personalidad”. 53 Venezolanismo: “un landro, o malandro: criminal de poca monta, consumidor de drogas o alcohol”. 54 Venezolanismo: “persona bajo el efecto de las drogas”. 55 Venezolanismo: “relacionado sexualmente”. 56 Venezolanismo: “expresión para incitar a alguien a hacer algo”. 57 Venezolanismo: “policía”. 58 Venezolanismo: “furgón policial, camión siempre muy deteriorado usado para redadas”. 59 Venezolanismo: “policía”. 60 Venezolanismo: “una bala”. 61 Venezolanismo: “tacaño”. 62 Venezolanismo: “licor de cambur”. 63 Venezolanismo: “vaso o medida de bebida alcohólica”. 64 Venezolanismo: “se equivocó”. 65 Venezolanismo: “bien dotado”. 66 Venezolanismo: “bailar muy pegados”. 67 Venezolanismo: “amigo”. 68 Venezolanismo: “órgano sexual femenino”. 69 Venezolanismo: “órgano sexual femenino, sobre todo cuando se come de él”. 70 Venezolanismo: “expresión irremediablemente venezolana, no quiere decir nada”. 71 Venezolanismo: “la saliva”. 72 Venezolanismo: “destrozada”. 47

40 Mischi: Vuelta verga tendrás la pinga, eres un güevo-pelao73 pa’ decir güevonadas74. ¡No me hables gamelote75! ¡Mira si ésta no es bemba76 para darle una buena lata77! (Se va.) Mirko El Lechuga: La operaba el doctor Naudi. Pero desapareció. Le dejaron todos los puntos dentro. Ya se va a curar. Lázaro: ¿Pero qué pasó? Mirko El Lechuga: ¿Con Naudi? Somos maricos, no sapos78. No preguntes tanto, guachimán. A lo mejor te sirva esto, y nosotras no hemos pronunciado palabra. (Le da un guante de látex.) Lázaro: Conmigo están seguras. Seguros. Mirko El Lechuga: ¿Ah, sí? ¿Está enhierrao79? (Insinuante.) No me siento nada seguro con el guachimán en mi propia cama. Lázaro: Ah, no, ¿no? ¿Yo pasé la noche aquí, no? Mirko El Lechuga: ¿No te acuerdas, salvaje? Vamos. Lázaro: (Bebe de los frasquitos. Observa el guante. Lee una inscripción en el borde.) Propiedad de Laboratorios Maracay. ¿Qué hora es? Mirko El Lechuga: ¿Te vas a ir? Lázaro: ¿Por qué? ¿Importa? (Sopesa el guante.) ¿Qué son los Laboratorios Maracay? Zusanna: Una fachada, son. Cirugía barata. Mirko El Lechuga: El Doctor Naudi nos operó a los tres. Y desapareció. Mischi preguntó por él y le dijeron que no existía ningún doctor Naudi. Zusanna: ¿Quién les va a creer a tres locas80 como nosotras? Se ve que Brenda no va a parar. Lázaro: ¿Brenda? Mirko El Lechuga: Naudi dijo no pronunciáramos palabra, que era un secreto de estado. Que nos cuidáramos de los federales. ¿Te interesa el caso? Lázaro: No lo sé. A mí no me interesa nada. Pero podría hacer que me regresen mi placa. No es tan fácil hacer méritos en Archivo. ¿Te sientes mal? Mirko El Lechuga: No. Tengo que vomitar lo que comí a las ocho. ¿Vamos? Lázaro: No. Yo ya vomité. ¿Sabes qué es exactamente lo que me pasa? Mirko El Lechuga: No tengo idea. Yo tengo una figura que mantener. Es mi negocio. Mi figura. Y mi encanto. Dios bendito, ¡qué greñas! Tengo que hacerme peluquear. Y quiero que conozcas a Astrid, mi peluquera. ¿Qué ocurre? Lázaro se agarra nuevamente la cabeza. El mundo da vueltas a su alrededor. El cabaret desaparece. Cuando vuelve en sí, el Doctor Barragán está frente a él. Esconde la mano faltante, el muñón, en un bolsillo del guardapolvos. Barragán: Así que el departamento de cirugía del Laboratorio Maracay se cerró hace tiempo. Era un emprendimiento del Doctor Naudi, y sin él... ¿Se siente bien? Lázaro: ¿Hace mucho que estamos hablando? Barragán: ¿Perdón? Lázaro: Nada, nada. Lo siento. ¿El Doctor Naudi, me dice? Barragán: Sí. Pero él decidió terminar. E irse. 73

Venezolanismo: “experto”. Venezolanismo: “estupideces”. 75 Venezolanismo: “hablar en vano”. 76 Venezolanismo: “boca”. 77 Venezolanismo: “beso de lengua”. 78 Venezolanismo: “delatores, informantes”. 79 Venezolanismo: “armado”. 80 Venezolanismo: “homosexuales”. 74

41 Lázaro: Y sigue desaparecido. Barragán: Bueno, esperaba que eso me lo dijera usted. Lázaro: ¿Ah, sí? Porque entiendo que eso es lo que le dijeron a uno de sus pacientes. Barragán: Mh. Veo que conoce el bajomundo. Lázaro: Es mi trabajo. Barragán: Naudi usaba estas instalaciones y los quirófanos para ganarse un dinero extra. Los transexuales jugaban marullo81, esto era un bululú82 de plumas, imposible dejar pasar la oportunidad. Operaciones sencillas, por otra parte. (Le muestra una cajita.) Si le hacen falta un par de bolas extra. Aquí quedaron un montón. Lázaro: No, guárdese esa vaina83. Barragán: Igualmente, nada que pueda considerarse un delito, comisario. Pero ahora cambiamos de ramo. No más cirugía estética. Sólo hemodiálisis, investigación, docencia. En fin… Lo digo por si ha venido a matraquearme84. Lázaro: No. Barragán: Ah. Disculpe. ¿Por qué se reabrió el caso, comisario? ¿Alguna pista nueva? Lázaro: No. No se reabrió. Digamos que estoy revisando algunas incongruencias de archivo. Barragán: Ah. No es un policía-policía. Lázaro: No. Supongo que no. Barragán: Es como un secretario… discapacitado. Esto es… ¿burocracia? Lázaro: Sí, claro. ¿Así que tanto usted como el Dr. Naudi son cirujanos? Barragán: Sí. Y era un gran colega. Lázaro: ¿“Era”? Nadie ha dicho que estuviera muerto. Barragán: ¿Ah, no? (Saca sin querer las manos de los bolsillos.) Mucho mejor, así. Lázaro: ¿Qué le pasó en la mano? Barragán: ¿A quién? Lázaro: A usted. (Barragán no contesta.) Está mocho. Barragán: Oh. Un accidente. Jugando béisbol. Lázaro: Entiendo. (Repara en unos extraños restos de acrílico roto, debajo de la mesa.) ¿Qué es esto? Barragán: ¿Qué? ¿Alguna pista? Lázaro: No lo sé. Parece… es un material que… Aquí se rompió algo. Puede haber habido una pelea… Barragán: No lo creo. En todo caso, no hay mucha evidencia., ¿no? Lázaro: Justamente. Si ha habido jaleo, alguien trató de borrar la evidencia. Y cerrar el departamento. ¿Le molesta si llevo una muestra de esto? Barragán: No, adelante. (Ingresan Julia y el Coronel.) Julia: ¿Para qué me quiere llevar a revisar unas piedritas? Además yo ya avisé que después del almuerzo yo tenía una actividad. Coronel: ¿Qué almuerzo! ¡Se acaba el mundo, Julia! Julia: Yo necesito una horita para mí. Coronel: ¿Qué es? ¿Un tema médico? Julia: No, es una conferencia. Que me invitaron. En Noruega. Coronel: ¿Cómo se va a ir a Noruega, Julia?

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Venezolanismo: “abundaban”. Venezolanismo: “aglomeración, tumulto”. 83 Venezolanismo: “objeto o utensilio de cualquier índole”. 84 Venezolanismo: “sobornarme”. 82

42 Julia: No, no, yo me escaneo en la pieza. Ni me maquillo. Me escaneo y estoy con ustedes. (Salen Julia y el Coronel.) Beatriz: Ah, Noruega. Yo conocí un camionero, de Trondheim, que si lo hubiera atendido ahora estaría allá. Lázaro: ¿Me permite ese bolso? Barragán: Claro. Yo… cualquier cosa que ayude a dar con el paradero del doctor Naudi… Lázaro: Veo que ya no lo cree muerto, ¿eh? Barragán: No. Bueno, espero que… Lázaro: ¿Qué le pasó en la mano? Barragán: Ya me lo preguntó. Qué lindo, la nieve, Lázaro: Ah. ¿Y qué me dijo? Barragán: Un accidente. los patines… De hielo. No. En Noruega.

Con unos patines. Lázaro: ¿Patines? Barragán: De hielo… Lázaro: ¿Aquí en el Caribe? Barragán: No. En Noruega. Durante un congreso.

De Trondheim, era. El camionero. Lázaro: ¿Trondheim? Barragán: ¿Perdón? Lázaro: ¿Eh? ¿Perdió la mano en Trondheim, en Noruega? Barragán: Ah, no. No fue en Trond… Lázaro: ¿Dónde fue? Barragán: ¿Cómo? Lázaro: ¿Dónde? Barragán: Usted me está preguntando… en qué otra ciudad de Noruega… yo… otra ciudad de Noruega que no sea Trod… Trond… Igual, es todo burocracia y papeleo… eh… Lázaro: ¿En Göteborg? Barragán: Claro… Lázaro: Mh. Entonces fue en Suecia. Barragán: No. No. Lázaro: Porque Göteborg es en la costa oeste de Suecia Barragán: ¿La costa oeste? Ah, ya entiendo. Es una pregunta tramposa, y usted se me está haciendo el Willy May85 a ver si caigo. Suecia no tiene costa oeste, comisario. La costa oeste de Suecia se llama Noruega, ja, ja. Lázaro: Mh. ¿Dónde fue? Barragán: En… Oslo. En Oslo, fue. Un congreso… Liposucciones en tejidos de riesgo. Oslo. La capital. 85

Venezolanismo: “hacerse el tonto sin serlo”.

43 Lázaro: La capital… de la liposucción… Barragán: (Superpuesto.) …de Noruega. Lázaro: Lo siento mucho. La mano. ¿Le dice algo el nombre Brenda? Barragán: Nada Lázaro: ¿Ninguna paciente… ninguna consulta? ¿Brenda? Barragán: No, me acordaría. Lázaro: Claro. ¿Puedo ver al director, ahora? Barragán: Por supuesto, sígame por aquí, él lo espera en su despacho… Por aquí…

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ESCENA 8: SEFARATÓN / GUITARRA Beatriz: ¿Sabés lo que pasa, Julia? Yo soy una mujer netamente práctica. Y una mujer práctica ve la ventaja a una milla de distancia. Julia: (No para de llorar.) Aprecio tu opinión, Beatriz. Anotala, ya te dije, anotala. Beatriz: ¿Te doy un ejemplo? ¿Sabés qué hace una mujer como yo cuando va a hacer un trámite, por ejemplo? Llego, veo la cola de gente, y saco número. ¿Saco un número para mí? No. Saco dos. O tres. ¿Para qué, me dirás? Si tener el 90 o tener el 91 da lo mismo. No, no. Yo vi la ventaja. Me quedo con el 90, me guardo el 91. ¿Y qué pasa? Julia: ¿Qué? Beatriz: El tiempo, pasa. La cola sigue creciendo. Y a la media hora, el talonario va por el número 200. ¿Qué tengo yo en mis manos? ¡Un tesoro! Julia la mira como si tuviera ante sí a un cabrito descarriado. Beatriz: De pronto soy útil. Al entrar era una estúpida, una que tenía que esperar dos horas parada, sin ninguna gracia. Ahora soy aquélla que te puede regalar un número mágico. Entraste, te tocó el 200, me acerco sin decir nada, te examino primero con la mirada, y si me gustás como persona, te doy el 91. De pronto soy una diosa, para vos. Tengo la cara de la suerte. ¿Ves? Vi la ventaja, cuando otras sólo hubieran visto dos horas de cola. Invertí en tiempo. Julia: Pero vos hacés las dos horas de cola. Beatriz: Sí, es inevitable. Julia: No, me perdí. (A Hagen, que acaba de entrar, trayendo el bolso con los pedazos de acrílico, y seguido de Claus y el Coronel.) Hagen: Acá está. Coronel: Ahora Hagen nos va a explicar cómo funciona el Sefaratón. (Claus se aleja.) Hagen: Ah, yo no sé. Coronel: ¡Ya sé! Hagen: (Pausa.) No me van a entender. Beatriz: Ay, Hagen. Coronel: Déjelo. Está hablando él. Hagen: Yo… Busco similitudes, repeticiones, vínculos… No soy un psicópata. Lo arrojo al azar. Caen. Relaciono fragmentos como aspectos de una cadena simpática. Anoto cosas… Coronel: Perfecto. Léame una copia de lo que tenga anotado. Hagen: Para que nos entendamos, Coronel. Lea del original. (Hagen abre la bolsa, y su contenido se derrama sobre la mesa. Son un centenar de pirámides diminutas de base triangular, de diversos colores, una especie de mecano desarticulado y misterioso. Naturalmente, se trata de los pedacitos de acrílico que hemos visto previamente en el Laboratorio.) Coronel: ¿Y? Hagen: Cada vez que lo arrojo, éste tiende a quedar sospechosamente cerca de éste. Julia: ¿Siempre? Hagen: No, siempre no. Un 52% de las veces. Julia: (Muy acongojada.) Eso no es siempre. Hagen: ¡Un poco más de la mitad de las veces ya significa algo para mí! Coronel: Julia, si no va a poder colaborar le pido que se vaya a darle de comer a la Barbie Ranchera. (Extrañamente, Julia lo hace, y queda a un costado.) ¿Pero qué es lo que anota? Hagen: Los voy nomenclando.

45 Claus: ¿Para qué? Hagen: Es un pasatiempo. Beatriz: ¿Pero cómo? Hagen: Bueno, es matemática. Uso probabilidades y factoriales. Beatriz: ¿Éste cómo se llama? Hagen: Unidad Sefaradítica Primaria ab247. Beatriz: ¿Y éste? Hagen: Ésta es la Unidad um339. Coronel: Pero, ¿les pone nombre y ya está? Hagen: No es “nombre”. El número sintetiza… la relación… la capacidad de éste de caer cerca de éste… una cantidad equis de veces… de estar ligado a éste… Coronel: Pero, ¿cómo funciona? Julia: ¿Por qué pregunta cómo funciona? ¿No es más lícito preguntar primero qué es? Beatriz: Es como una ruina, como una pirámide, como un papiro antiguo, sólo que esta vez viene del futuro, qué paradoja. Julia: ¡Eso es! Papiro. (Pausa.) ¿Qué se hace con un papiro? Se lo lee. Hagen: Ya lo intenté, claro, pero para eso hay que entender el códig… Julia: Ésa es otra cuestión que ya veremos. Se lee. Vamos a asumir entonces, que el Sefaratón, que no es un arma de destrucción masiva, que no es un medio de transporte… Hagen: Suponemos… Julia: Que no es un sistema de riego, que no es un misil… ¿es…qué? Claus: Un maldito… ¿adorno? Julia: Tibio, tibio. Claus: ¿Decoración? Julia: Parecido. Claus: ¿Adorno? ¿Decoración? Julia: ¡Literatura! Vamos a asumir que el Sefaratón es su literatura. Y se lo lee. Hagen: ¿Sólo porque no es ni arma, ni transporte, ni riego, ni misil? ¿Eso es la literatura? Nunca se me hubiera ocurrido. Julia: Porque no sabe sumar dos más dos. Pero esto pueden ser cosas, en vez de números. Claus: ¿Por qué habrían de golpearme estas inteligencias con su literatura y después dejármela tirada al lado? Beatriz: Bueno, Claus, todas tenemos problemas personales, yo ni hablo de lo que estoy pasando con Esteban… Pero ahora analicemos las muestras, leamos sus clásicos, y démosles lo que piden. Julia: Hagen, escúcheme con cuidado. Mire. Mírelo de nuevo. ¿No existe la posibilidad de que sus Unidades…? Hagen: Sefaradíticas… Julia: Eso… sean… una obra literaria monumental. (Levanta dos trocitos cualquiera.) Hábleme de estos dos fragmentos. Hagen: Muy bien. Son dos objetos distantes, suelen convivir sólo un 18% de las veces, normalmente parecen pertenecer a universos probabilísticos muy alejados… Julia: ¿Y estos tres? Hagen: Ésos no. Éstos tienden a caer juntos, el tercero es el cf224… Julia: Perfecto. Ahora le voy a pedir que los llamemos de otra manera. Hagen: ¿Cómo? Julia: Mire. Si éste se llamara… mh, no sé… “pelo”, ¿cómo se llamarían estos dos? Hagen: Bueno, tendrían relación estrecha con “pelo”, ése un 12% más que aquél.

46 Julia: ¿Digamos…? Hagen: “Peluquería” y “tijera”. Julia: ¿Está seguro? Hagen: Segurísimo. ¿Quiere decimales? Coronel: Esperen, están yendo demasiado rápido. Julia: Pensé que para eso se nos había llamado. Coronel: Debo rendir cuentas a Operaciones Especiales de cada conclusión a la que se llegue. Y no aceptaré que tomen atajos. (Pausa. Agarra un puñado de fragmentos. Se los muestra a Hagen.) A ver… ¿Qué dice acá? Hagen: Mh. ¿Sabe lo que le pasó a Champolion? Beatriz, ¿tiene a Champolion? Beatriz: Claro, Champolion, en Egipto. Una eternidad tratando de descifrar los jeroglíficos, pero todos fracasaban. Coronel: ¿Por qué? Hagen: Porque no sabían que existían dos alfabetos contradictorios y simultáneos. Coronel: ¿Cómo? Beatriz: Veían dibujitos, y creían que el dibujito era claro. Por ejemplo: el cocodrilo representaba al Nilo; el cuervo, al sacerdote. Hagen: Cuervo seguido de cocodrilo: “El Sacerdote está en el río”. Beatriz: Y todo lo leían así. Hagen: Pero a veces funcionaba, y a veces no. Y dudaban del diccionario, a lo mejor el cocodrilo no siempre era el Nilo, sino otra cosa, y esto obligaba a retraducir todo lo anterior, para descubrir esa otra cosa, y todos los dibujitos variaban. A lo mejor el cocodrilo no era el cocodrilo, sino sólo el diente presente en el cocodrilo. Una pesadilla. Hasta que apareció el… cómo se llama… Beatriz: …el Sefaratón de Roseta… Hagen: …en una piedra caliza. Beatriz: Y develó el misterio. Coronel: ¿Cómo? Hagen: La piedra tenía el mismo texto escrito en tres lenguas antiguas. Una de ellas era el arameo, que le era conocido a Champolión. ¿Y los otros dos, qué eran? Coronel: No lo sé. Hagen: ¡Ahí está! Eran dos. Existían dos alfabetos, y no uno. Pero ambos usaban las mismas letras, los mismos símbolos. Beatriz: Uno era gráfico, concreto: “cocodrilo” = “Nilo”. Hagen: Pero otro era sólo abreviativo, abstracto: el mismo cocodrilo, en este otro alfabeto, significaba sólo la “N”, la inicial de la palabra Nilo, “N”. El cuervo era la “O” de “sacerdote”, etc. Coronel: Sacerdote no lleva ninguna “o”. Hagen: ¿No? Es irrelevante. Probablemente en egipcio antiguo, sí. Beatriz: Y los egipcios saltaban de un alfabeto a otro como quien dice agua va. Hagen: Es decir, Cocodrilo/Sacerdote: “n”/”o”, no querían decir siempre que el sacerdote estaba en el río, sino simplemente la palabra “no”. Beatriz: Estamos hablando de dos, sólo dos sistemas de signos combinatorios en relación. Y fue un entuerto que duró una eternidad. Coronel: ¿Y cuántos ejes… sefaramórficos… tiene acá… este… esta obra? Hagen: Hasta ahora he podido aislar veinticincomil cuatrocientas ocho posibilidades de representación combinatoria –leguajes, bah-, pero sospecho que hay doce o trece más en alguna parte. (Levanta algún triangulito, buscando ejemplificar.) Julia: Empiezo a formular una tesis. Supongamos que estos seres, mucho antes del Primer Contacto, se reunieran en unas especies de… salones… casales… espacios…

47 más o menos grandes, más o menos acogedores, unos sitios con una especie de entarimado… lo estoy viendo muy claramente pero no sé bien cómo explicarlo… (Da una descripción más o menos exacta del teatro donde se realiza la representación.) Entarimado, cortinas, sitios chiquitos desde donde mirar, ¿se entiende? Y allí se daban cita, hace mucho, antes de cansarse de él, y arrojaban el Sefaratón de cualquier manera. Y lo observaban. Observaban cómo se disponían en ese azar todos los elementos conocidos del mundo. Cada acontecimiento de este tipo, cada tirada, cada observación, era única. Y las combinatorias del Sefaratón parecían infinitas, garantizaban diversión eterna. Hagen: Pero las inteligencias, en su desmedida evolución, en su avidez, anularon el infinito. Julia: ¡Y el Sefaratón se les acabó! Hagen: Lo combinaron todo, las muy glotonas. Claus: Y ahora me lo dejan para que aprendamos cómo se hace. (Observan en silencio un largo rato.) Julia: ¡Es hermoso! Como tesis es hermosa. Claus: Claro, si uno las mira así, no puede evitar pensar en otras cosas… Beatriz: …y entretenerse como loco. Coronel: ¡Es literatura, Julia! ¡Es! Beatriz: ¡No puede no ser! Julia: Claro. Abandonemos los relatos erráticos. Hagen: ¿Y qué pasa con los venezolanos? Julia: No nos importa. Que se arreglen. Hagen: No se pueden arreglar solos… Me parece que… Julia: Así es que no teniendo ahora una inteligencia a mano, (al Coronel) si bien se la hemos pedido infinidad de veces, vamos a contentarnos con esto. Y vamos a deducir cómo digiere una inteligencia la proteína narrativa, los relatos Hagen: Bueno, no serían relatos… Las inteligencias no comprenden la flecha del tiempo… así que son… paso a llamarlos “sefarats”. Coronel: ¿Cómo? Hagen: Es como la tabla periódica de los elementos, Coronel. Julia: Lo que tenemos es una literatura… Hagen: ...o “sefaragenoma”… Julia: …que se alimenta de las posibles valencias entre términos… Hagen: ...“Unidades Sefaratídicas Sintaxiales”. USS. Julia: Es decir, una literatura que se redujo a valores de relaciones matemáticas. Hagen: Sifrones. Coronel: Eso lo entiendo. Julia: Gracias, Hagen. Silencio. Coronel: Pero usted tiene la certeza, ¿no, Hagen? Hagen: Cuánto hacía que no escuchaba esa palabra. Coronel: Perdonen, pero esto es demasiado para mí. Julia: Hagen puede analizar los términos combinables… Y Claus podría elaborar los elementos sensuales, sensibles, que orbitan en esas valencias. Los “sefarantes”, o elementos narrativos perceptibles. (El coronel no entiende.) Una chica va en una bicicleta, se le cruza un pollo, lo esquiva, cae o no cae de la bici… Hagen: Sefarantes. Vanidades. Coronel: Sí, los nombres de las cosas están bien. Pero las cosas en sí... Claus: Él nos da la estructura…

48 Hagen: Y él la carne… Julia: Y yo construyo relato. Armo relato. Coronel: (Observa a Claus y a Hagen.) ¿Pero ustedes dos entonces se… acoplan bien, al final… necesitan trabajar juntos? Claus: Sí. Coronel: ¿Pero ustedes… son… pareja? Claus: (Mira a Hagen, como no entendiendo la pregunta.) No. Sí. Hagen: (Tampoco comprende.) No. No sé. ¿Qué quiere decir? Coronel: No lo sé. Estoy un pelín cansado. Me gustaría ir a descansar Beatriz: De pronto somos una mesa de trabajo, un paño, y si lo que ellas quieren es ficción, ficción es lo que les daremos. ¡Qué inteligentes que fueron! Ya ves, Claus. No fue casual. Te la dejaron a vos. Pero sabían que iba a llegar a Hagen en la fiambrera. Y que Julia lo iba a volver a transformar en literatura. Este grupo empieza a tener sentido, Coronel. Igual sigo sin saber qué hago yo en medio de este embrollo, pero estoy encantada. Silencio general. Nadie se mueve. Coronel: ¿Pueden mostrarme cómo funciona? Beatriz: De mil amores. Yo anoto. Julia: Muy bien. ¿Leemos juntas, señoras? Tomate la pastilla, Claus. Claus: Prefiero… no hacer esto. Julia: Claus, es inofensivo… Claus: ¡Todos dicen eso! ¡Que el tiempo gamma era inofensivo! ¡Que no iba a pasar nada! ¿Alguna vez quemaron tergopol? Hagen: ¿Telgopor? Claus: ¡Tergopol! Julia: Vamos a leer, nada más. (Claus duda.) Claus, vamos a leer juntas. Estamos acá. Tomate la pastilla. (Claus lo hace, aún un poco inseguro.) Hagen: Muy bien…un sefaratid sin introducción ni desenlace, lógicamente… Y al azar. Como en los clásicos. (Arroja el acrílico. Levanta un triángulo.) Ah, miren quién está acá, a éste ya lo conozco bien. Beatriz, hágame “a” por “f” por 124, use en principio un “a” igual a uno, y un “f” con cualquier constante, y ahora multiplíquelo por todos los números ordenados que respondan con enteros al factorial de 124. Beatriz: Sí, lo tengo, da… Hagen: No me lo diga, haga una cosa. ¿Tiene un diccionario lógico-alfabético? Beatriz: Claro. Hagen: Perfecto. ¿Lo quieren en castellano? (Lo deliberan.) Coronel: Sí. En castellano. Hagen: Numere las entradas. Y use el diccionario de la Real Academia Uruguaya. Beatriz: Sí. Hagen: Perfecto. El primer término que le dio debe ser “queso”, ¿no? Beatriz: Claro, “queso”. Ah, pero hay más… “época moderna”. Sigue dándome entradas… Hagen: Claro, ya lo dije, son muchísimos lenguajes en simultáneo. Beatriz: También es “militar”, “manigueta” y algo fonéticamente parecido a la letra “F”, con menos aire… Hagen: Yo llego a calcular mentalmente los cinco o seis primeros, pero el factorial sigue trabajando y… en fin… Todo depende de con qué otro triangulito quede junto… Julia: Muy bien, elijamos uno. Época moderna.

49 Beatriz: Y esto otro es “anémona”, “jugo de los guisos”, “relación en estrías”, y por acá tendríamos el número ocho, “los enchufes”, “servicio”… Julia: No, no. Acotemos, elijamos. ¿Relación en estrías, Hagen? Muy bien. (Haciendo alarde de su arbitrariedad.) Pelo. Hagen: Perfecto. Encajan. Época moderna y pelo. ¿Quieren leer por aquí? Coronel: ¿Y qué imagina, Hagen? Hagen: (ofendido.) Ah, no, perdón. Yo no vengo a imaginar nada, acá. Claus: Lo veo, es legible. Casi lo veo como si fuera una de ellas. Época moderna, miren, un muchacho de unos diecisiete, dieciocho años, idealista, insolente, pelilargo… Beatriz: Claro, “pelo”. Claus: …no muy dado al placer por el trabajo, pero noble, y en última instancia, por qué no decirlo, una víctima más de un sistema que él no eligió. Hagen: ¿Vas a usar el queso? Julia: Lo vamos a llamar… Claus: Federico. (A Hagen.) Voy a usar la F, ¿puedo? Hagen: Claro, encajan. Beatriz: No es una F, pero suena como una F. Claus: Es lo mismo. Federico acaba de terminar su educación elemental, no le ha sido fácil, más bien la ha terminado con dificultad… debe materias… materias técnicas en las que no se puede versear, digamos por ejemplo química de quinto… Beatriz: (ante un fragmento que le muestra Hagen)…matemática de cuarto… Claus: …pero ése no es el problema. Coronel: ¿Y cuál es el problema? Claus: Ah, no sé. Coronel: ¿De qué se trata? Claus: No sé… Julia: Déjelo que siga leyendo. (Le muestra un triangulito.) Hagen: Militar. Claus: ¿Y ése? ¿Ése es el número ocho? Beatriz: Y “servicio”… Y… Claus: Perfecto. Militar. Servicio. ¡El problema es el servicio militar! Federico teme al servicio militar más que al fin del mundo, más que a la guerra, más que a las alturas o a los enchufes… Hagen: Sí… Claus: …que son todas cosas a las que teme un poco. Julia: Lo que más teme Federico es que le corten el “pelo” a lo milico. Claus: Exacto, éste es un detalle importante… Julia: Entonces nuestro Federico vive el momento del corte de pelo, largo, libre, hermoso, como un símbolo de su derrota total, y tratará de evitarlo por todos los medios a su alcance, que no son muchos. Claus: Pues bien, muerta la mamá de Federico, él queda al cuidado de su padre, Ernesto, mal jubilado, ya bastante mayorcito y siempre un poco achacoso. Hagen: Federico y Ernesto tienen una relación desconocida para nosotras… Julia: …igual que para el lector, pero tienen una relación, es claro, que no viene al caso. Hagen: (Mostrando al Coronel dos triangulitos que parecen encajar). ¿Ve? Julia: Y comparten casa. Federico apela entonces a algún recurso: ¿cuál, Claus? Claus: No sé. ¿Hagen? Hagen: No sé. (Revolviendo en los triángulos.) Acá tengo una “L”… Beatriz: …o una “licuadora”… Hagen: Y si sirve hay también un poco de “liquen” y…

50 Julia: Sí, pero, ¿cómo se salva de la milicia? Coronel: ¿Ese párrafo qué dice? Hagen: Es una unidad sefaradítica, no es un párr… Claus: (Interrumpiendo.) ¿Sostén de familia? Julia: Excelente. Para ello debe demostrar que la madre ha muerto. Hagen: Eso es sencillo, hay certificados, hay una tumba, etcétera. (Juntando acrílico.) Creo que éstas pueden servir. Tumba. Lo del “liquen” puede ser “musgo de lápida”, no soy biólogo pero… No sé qué hago con la licuadora… Julia: Pero debe demostrar además que él es el único medio de manutención para el pobre Ernesto. Esto ya no es tan sencillo. Beatriz: Claro, si fuera hijo de madre viuda es más fácil, pero al revés las cosas no salen, no sé bien por qué. Hagen: Beatriz por favor, ¿puede entrar en modo diminuto? (Beatriz calla, confundida.) Claus: Federico acaba de terminar sus estudios (bah, ya hemos dicho que no los ha acabado totalmente) y no sabe hacer nada de nada. No tiene empleo. No hay trabajo de ningún tipo para él en la ciudad en la que vive. Nadie quiere usar sus habilidades… Coronel: …Si es que las hay. Claus: Sin embargo, una tarde en la que mira el techo presa de una angustia espeluznante, y se mesa con espasmos de fantasma la larga cabellera como quien se despide ya de un ser querido en la hora última, papá Ernesto golpea a su puerta y entra en la habitación, munido de una guitarra criolla. Ernesto dice que unos vecinos se la han ofrecido a muy buen precio, y que él ha pensado que era un buen negocio cambiarla por una licuadora a la que los vecinos le habían echado el ojo desde hacía mucho, dijo Ernesto. El plan era más complejo, claro: se trataba de ver la manera de canjear ahora la guitarra… por algo útil… ya que habiéndola conseguido a muy buen precio -la licuadora era un objeto de más entre ellos dos- cualquier cosa que les quisieran dar por ella -y Ernesto pensaba primariamente en comida o medicamentos para la artritis- sería un buen negocio. Pero Federico se aferró inexplicablemente a esa guitarra, como un náufrago a un tablón a la deriva, se negó a hacerla objeto de trueque alguno, frenando así el proceso de transformación del capital, y pasaba las horas encerrado practicando melodías de moda, y también, en la medida de sus posibilidades… Hagen: …clásicos para guitarra. Beatriz: El estudio de Rovira. Claus: Ernesto lo escuchaba desde el cuarto contiguo, amaba a su hijo, a su manera, quiero decir, su hijo no era de ningún modo su prioridad, pero lo amaba, y escucharlo practicar con la guitarra le daba una pena inmensa, pena de la que nunca se hablaba en esa casa. Pues bien, la fecha se acercaba, y Federico tomó la decisión. Preparó una carta muy decente, en la que explicaba a las autoridades de su distrito militar que efectivamente era el sostén de su papá enfermo, y que los mantenía a ambos con su trabajo como profesor de guitarra, que ponía cartelitos hechos a mano en distintos puntos clave del barrio, y que no podía imaginar un futuro más trágico para su carrera y para su papá que el tener que enrolarse en la milicia, a la que por otra parte respetaba y rendía admiración. Envió la carta, y luego pasó el tiempo. Sin ninguna alteración importante del tiempo o el espacio, el Coronel es ahora Ernesto, y Claus se trasforma en Federico. Ernesto: Federico… ¿dormís? Federico: ¿Mh?

51 Ernesto: Fede… Te vinieron a ver… ¿Estás despierto? Federico: ¿Quién? Ernesto: ¿Les digo que esperen? Federico: ¿Qué? Ernesto: Son los militares. Federico: (Saltando de la cama, es un muchacho pelilargo y muy dormido.) ¿Qué quieren? Ernesto: No sé, me preguntaron si estabas. Federico: ¿Qué les dijiste? Ernesto: No me gusta cuando me hablás así. Federico: ¿Qué les dijiste? Ernesto: Que me iba a fijar, pero ya se deben haber dado cuenta que estoy hablando con alguien. Federico: Deciles que no estoy, que estoy trabajando… Ernesto: No, ya saben que no tenés trabajo. Federico: ¿Cómo? Ernesto: No sé, son militares. Ya saben. Saben todo. Federico: ¿Qué les dijiste? Ernesto: Nada… que me iba a fijar si estabas durmiendo. Dicen que ellos esperan. Y me preguntaron si ésta era la guitarra con la que dabas las clases. Federico: ¿Qué les dijiste? Ernesto: Me parece que estuve bien, no sé qué les dije, pero no preguntaron más, estuve bien. Quieren hablarte. ¿Qué clases? Federico: ¿Qué? Ernesto: Dicen que esperan. ¿Das clases? Federico: Claro que doy clases. ¿Están afuera? Ernesto: En el patio. Es por el pelo, ¿no? Hijo, Fede, yo voy a estar bien, no te preocupes. Además te queda desprolijo, yo ya te lo he dicho miles de veces. Federico: ¿Cuántos son? Ernesto: Dos. Es un año. Dos a lo sumo si te toca Marina, pero nadie tiene tanta mala suerte. Yo preferiría que no fuera así, pero no te preocupes, yo voy a estar bien. Federico: Deciles que no estoy, que no me siento bien. Ernesto: No voy a mentirles, Fede. Ya escucharon. Federico: Me voy a lavar la cara. Federico sale de su habitación y se cruza con dos militares: una mujer de cierto rango, la Sargento Arriola, y un Cabo Primero, Bermúdez. Federico: Buenas tardes. Sargento Arriola: Buen día. Cabo Bermúdez: Buen día. Federico: Voy a… voy a pasar al baño, a lavarme un poco el rostro. Bermúdez: Adelante. Ernesto: Ya vuelve, ¿eh? Es un poco temprano, ¿no? ¿Qué hora tienen? Bermúdez: Las cinco y treinta y cinco. Ernesto: Claro, ya amanece a cualquier hora. ¿Quieren tomar un cafecito? Arriola: No, muchas gracias. Usted es el padre, ¿no? Ernesto: Sí. Bermúdez: ¿Y cuál es exactamente su enfermedad? Ernesto: Bueno, exactamente… es difícil de decir, ése es el problema. Primero parece que es una cosa, me dan Ferimín Compuesto para estabilizarme, y empiezo con los

52 riñones, entonces paramos con eso y otra vez empezar a probar con algún tipo de approach más alternativo… Bermúdez: ¿Probó homeopatía? Ernesto: Homeopatía, después un médico chino, que me venía bien, pero era muy caro, así que volví al médico de la obra social, que como no creía en eso me volvió a tratar con analgésicos, después salieron estos sucedáneos del Ferimín, que parece que no son buenos, pero son más baratos, imagínese que con lo que gana mi hijo con las clases… yo no sé cuánto gana… Bermúdez: ¿Tiene muchos alumnos? Ernesto: Algunos. ¿Ustedes se interesan por la música? Arriola: Mh. La guerra es un arte delicado, señor. La música, las matemáticas, tenemos una banda, en el destacamento, y ojo que no se interpretan sólo marchas o dianas… Bermúdez: No, para eso no se necesitan músicos. Arriola: Hacen himnos, hacen Schubert, Telemann, Buxtehude, también música popular, practican ritmos. ¿Las da acá, las clases? Ernesto: En verano, sí. Si no, adentro. Yo no sé muy bien, mejor por qué no le preguntan a él. Arriola: Cabo Bermúdez, ¿por qué no lo revisa al señor? El Cabo es médico, a ver si le podemos recetar alguna cosa. Ernesto: ¡Ah, qué bien! Lo que pasa es que como no podemos pagar nada que no sea… así, casero… Bermúdez: Va por cuenta del ejército, señor. Sáquese la ropa, por favor. (Saca un estetoscopio de su maletín y lo ausculta.) Respire fuerte. Federico sale y ve la situación, su padre semidesnudo. Silencio. Imagina las tijeras con las que cortarían su pelo de muy buena gana en ese mismo temible maletín. Durante un momento nadie dice nada. Sólo oímos la respiración de Ernesto. Bermúdez: ¿Le duele acá? Ernesto: ¡Y cómo! Bermúdez: Tiene los pulmones un poquito tomaditos. ¿Fuma? Ernesto: Fumé. Fumaba. Dejé por la fuerza. Bah, si me convidan. Es algo social, cuando estoy con amigos, en fiestas, reuniones que hacemos con los muchachos de vez en cuando, vio que a uno le convidan y queda medio feo decir que no… Si ellos saben que yo fumaba, qué les voy a decir, “No, me da asco.” Es una enfermedad social, por eso se extiende como loca. Bermúdez: Claro. ¿Acá le duele? Arriola: (A Federico.) Es una situación complicada, la suya, señor. Federico: Sí, lo sé. Arriola: Los papeles están todos en regla, tenemos incluso su revisación médica, todo en orden, salvo que… Federico: Sí… el certificado de… de… Arriola: De trabajo… Federico: Como soy free lance… Arriola: No sé qué es eso. Federico: Que como… Arriola: Ah, sí, los alumnos. ¿Podríamos hablar con alguno de ellos? Federico: Claro. Arriola: (Anota.) ¿Con quién? Federico: Bueno, con… está Mariela… Arriola: ¿Mariela cuánto? Federico: Papá, ¿cómo se llama Mariela?

53 Ernesto: ¿Mariela, la hija de Fabricio? Federico: Sí, Mariela… mi alumna de los jueves, papá. Ernesto: Mariela se llama Melquíades. Si es la de Fabricio. Arriola: Mariela Melquíades. ¿Domicilio? Federico: No, no sé, acá… Ernesto: Pasando la rotonda, viven. Federico: Sí, allá, es como para allá… Arriola: ¿Sobre esta misma calle? Bermúdez: ¿Sobre Aguado? ¿La rotonda de Aguado? Federico: ¿La rotonda? Sí… Sí, pero más para el lado de Las Violetas, no sé el número… Arriola: Ya veo. Muy bien. ¿Qué está aprendiendo Melquíades? Federico: ¿Perdón? Arriola: Por qué parte del programa va, con Melquíades Mariela. Federico: … Arriola: ¿Punteo? ¿Continuo barroco? ¿Rasgueo libre? Federico: Sí, lo general, y un poco de… recién empieza, ella, hace dos jueves que viene… pero va a seguir, ya pagó todo el mes… Arriola: ¿Nos podría tocar algo, en la guitarra? Federico: Claro… Arriola: Bueno. Vaya a buscarla entonces, soldado. Federico: Sí… ya voy. Con mucho gusto. Un momentito. Bermúdez: Yo le voy a anotar acá esta dirección, en el Distrito Militar, ahí se hace ver por Lagossi y se hace una radiografía de tórax, con esta nota no le van a cobrar nada. Ernesto: ¿Doctor Lagossi? Bermúdez: Sargento Lagossi. Le dice que va de parte mía, de Bermúdez, del departamento Enrolamientos, acá se lo escribo. Ernesto: ¿Pero me van a tener mucho tiempo? Bermúdez: Lo que sea necesario. Federico regresa con la guitarra, un atril, unas partituras. Ubica todo con indecible torpeza. Federico: Bueno… ¿Qué quieren que les toque? Arriola: Lo que tenga en repertorio, maestro. Federico: Uy, son tantas cosas… Arriola: Cualquier cosa está bien. Lo que le salga mejor. Federico: Claro, me imagino que es una formalidad. Arriola: Mh. Federico: Bueno, les voy a interpretar un estudio, entonces, un Étude numeró cinq. Arriola anota. Federico comienza a tocar. La situación es patética. El Cabo Bermúdez se acerca a la Sargento Arriola y de vez en cuando se dicen cosas por lo bajo. Ernesto vuelve a vestirse lentamente, mientras observa la situación. La tristeza de la melodía es abrumadora. Ernesto llora en silencio. Federico se defiende como puede, pero es evidente que toca mal. Está emocionado. El destino le ha puesto esta batalla, difícil pero no insalvable. Súbitamente, Federico canta. Le ha puesto letra, en su juvenil desacato, al Étude, y canta, la voz estrangulada. Canta y rasguea, ante la glacial mirada de los militares. Federico: Me veo en el sillón Sonriendo ante la nada Son los pocos momentos

54 En que vivo sin espanto Si hubiese una razón Más fuerte que la espada Que desenfunda abril Ojalá esa razón fuera mi canto Y si hubiese aun un fusil Que disipara el llanto de los niños, de los niños de esta tierra pues denme ese fusil, que quiero yo también librar la guerra. Mmhhh… mmhhhh… Silencio. Los militares lo observan en silencio. Apagón.

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ESCENA 9: LAS GATAS Lorna: No dormiste en casa. Lázaro: No. Lorna: ¿Quién crees que soy, John Jairo? ¿Soy tu resuelve86? Lázaro: ¿Perdón? Lorna: ¿Cuál es nuestro acuerdo? Lázaro: No lo tengo… nada claro. Lorna: (Pausa.) Por mí puedes dormir en la calle, si eso te cuadra. Pero tenías que encargarte de darles de comer a las gatas. Lázaro: ¡Las gatas! Lo siento, me caen bien, en serio. Sólo que se me pasan. Lorna: ¡No seas mojonero87! ¿Dónde pasaste la noche? Lázaro: Tengo recuerdos vagos… A ver… (Saca una pluma del bolsillo. Y la bolsa con pedazos de vidrio.) Ah, sí. En La Guaira. Lorna: En el “Desbarranco”. ¡Con esos invertidos! ¡Parchas, patos88 con plumas que se hacen pasar por…! Lázaro: Son artistas. Son buenas. Lorna: No entiendo qué hacen, no entiendo esos playbacks, no sé si son eróticas o qué… Lázaro: Juro que yo tampoco. Pero me hacen bien, Lorna. Un poquitico. Y yo les hago bien. Lorna: ¿Por eso me montaste cacho89 con esas cuajos90? Lázaro: (No tiene idea.) Se sienten protegidas. Lorna: ¿De quién? ¿Qué podrá pasarles? Lázaro: ¿Cuál es su chamba91? ¿Eh, fiscal? ¿Retenerme en esta casa? Lorna: Además. (Pausa. Los dos están muy tristes.) No soy caleta92. Cuando te pido que les des de comer a las gatas no es sólo porque tengan hambre. Es una forma de ayudarte a… tu reinserción… Lázaro: Mi reinserción está muy bien. Trabajo en Archivo. E investigo un caso. Lorna: ¿Te estás chalequeando93 de mí? Mírame. Mírame directo a los ojos. Si no ves lo que hay en el fondo de mi ojos, ¿cómo voy a explicártelo, Lázaro? (Pausa.) ¿Cómo se llaman mis gatas? Lázaro: ¿Mh? Lorna: ¿Cómo se llaman? Lázaro: Sí. Una es… Lorna: ¿La atigradita? Lázaro: Sí… ésa es… Y la café con leche… Lorna: ¡Cómo es posible que las abraces, las rasques, y luego te importe lo mismo si han comido o no, o cómo se llamen! Lázaro: No, no, se llaman…Lechuguita… Y Mischi… O… ¿Yuleisi?… No sé. No lo sé. Lorna: ¿Cómo vas a investigar un caso si no eres capaz de poner juntas dos gatas y dos platos de Miau Miau? 86

Venezolanismo: “amante ocasional”. Venezolanismo: “mentiroso”. 88 Venezolanismo: ambas significan “homosexuales”. 89 Venezolanismo: “me metiste los cuernos”. 90 Venezolanismo: “mujeres feas”. 91 Venezolanismo: “trabajo”. 92 Venezolanismo: “egoísta”. 93 Venezolanismo: “estás burlando”. 87

56 Lázaro: Lo siento. Hago lo que puedo. Mirko, El Lechuga… y la otra, pensé que… de algún modo… eran… y no eran… Y las gatas… Yo… darles de comer a las gatas, una pangolada94, claro… lo olvidé… Lorna: ¿Por qué? Lázaro: ¡Porque no estaban! ¡Antes de que las mencionaran no eran nada! Lorna: ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dices lo que sientes? Lázaro: Alguien me manipula. Alguien manipula mi vida. Hay momentos de las cosas que tienen sentido, pero de pronto es como si los… rearreglaran…Y algunas cosas están en cualquier parte. Yo mismo. Amanezco aquí. Lorna: No es cualquier parte, es mi apartaco95. Y lo pactamos juntos. Lázaro: Supongo. Me lo has dicho tantas veces, que debe ser así. El sentido de un todo se me escapa… Lorna: Eso nos pasa a todos. No hay un “todo”. Tu estado no es excusa… ¿El sentido? ¿Te ayudo con el sentido? ¿Qué tiene más sentido? ¿Pasar la noche entre travestis mal operados o que estemos juntos? Lázaro: ¿Me repites la pregunta? Lorna: No. Lázaro: Lo siento. No sé si sé quién eres. ¿Mal operados? ¿Por qué dices eso? Eso es: mal… operados. Cirugías. Estéticas. Prohibidas. Ésa es la clave… que no veo.

Lorna: Basta. Quiero que juntes tus peroles, tus chécheres96 y te largues. ¿Cómo me he dejado invadir así? Tus frasquitos. Tus cajas de bombones. Tus botas de escalar. Tu chinchorro97. La cadena de tu bicicleta. Tu ropa interior usada. Los brotes ésos de plantas mugrientas que trajiste de La Guaira haciéndome creer que eran flores.

¡Son flores! Tengo que comer. Necesito comer. Es un desarreglo… que ya va a pasar.

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La colección de metras98. Todos tus corotos99. Ese libro que leímos juntos todas estas noches mientras te quedabas dormido. No tengo el coraje de querer saber cómo termina. Tu guante de látex. La bolsa de acrílico roto. No quiero que quede una sola cosa que me recuerde a ti, John Jairo. Y no te afanes, puedes tomarte tu tiempo. (Sale.)

Venezolanismo: “cosa fácil”. Venezolanismo: “apartamento”. 96 Venezolanismo: peroles y chécheres son lo mismo: “cosas o artefactos, genérico”. 97 Venezolanismo: “especie de hamaca paraguaya, típica de los llanos venezolanos”. 98 Venezolanismo: “canicas”. 99 Venezolanismo: “utensilios, pertenencias”. 95

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ESCENA 10: LA LISTA Coronel: El tiempo apremia, Beatriz. Conéctese de una vez. Beatriz: Pero... Coronel: Conéctese. Nos estamos perdiendo la apertura. (Llegan Claus, Julia y Hagen.) ¿Dónde estaban? Está ocurriendo. Se han manifestado. Claus: ¿Las inteligencias? Coronel: Bueno, no sé. Estamos en teleconferencia. Claus: ¿Con ellas? Coronel: Con nosotros. Con todos. Los otros grupos de trabajo, del mundo. Beatriz, por favor, ¿qué dicen? ¿No puede amplificar? Beatriz: ¿Amplificar? ¿Pero qué se creen que soy yo? Julia: ¿Cómo? ¿Hay más grupos como éste? Coronel: Como éste, lo dudo. Pero hay más grupos, sí. ¿Qué se pensaban? (Silencio.) Ahora: las civiles son increíbles. Pueden imaginar sin ningún problema que eso ocurra en la historia de Brenda, una “Corporación cruel que les hace creer a cada Brenda que es la única”… y luego no comprenden que alguien más allá de ellos… Hagen: Una teleconferencia es materialmente imposible. La distancia es tanta que lo que ellos escuchen deberíamos haberlo dicho hace veinte mil conejos. ¡Y yo no dije nada, y ahora es tarde! Claus: ¿Están usando un compresor gamma? Coronel: No, no, están transmitiendo desde acá, desde Oslo. Beatriz: Título: La lista. Julia: ¿Qué lista? Beatriz: La lista de las cinco reglas inteligentes, dicen. Hagen: ¿Cinco reglas? ¿Por qué cinco? Coronel: ¿Ya empezó? ¿No hubo apertura, himnos, discursos? Beatriz: No sé. Llega todo con mucho delay. Dicen… Hola, hola, saludamos. (Todos saludan desprolija pero solemnemente.) Coronel: Buenas tardes… noches. Somos el grupo Piriápolis y… aquí son las… (trata de leer la hora en su reloj, está parado.) Julia: Soy Julia Gay Morrison, Jefa de Brigada. Beatriz: Shh. Parece ser que… en Palo Alto… California… Julia: ¿Jennifer? ¿Estás ahí? ¿Jenny? Beatriz: Operaciones Especiales han intervenido a una inteligencia… Julia: ¿Sos jefa de brigada también, Jenny? ¿Cómo están los chicos? Beatriz: Lo que en tanto tiempo no se pudo… Hay ruido… Ah, sí, una lista. Hagen: ¡El secreto de mi Sefaratón! ¡Las instrucciones de uso! Beatriz: Aparentemente vamos a conocer por fin la evolución inteligente de la ficción. Julia: ¿Cómo “aparentemente”? Beatriz: Bueno, dicen que no fue fácil… entenderse… parece… en el interrogatorio. Claus: Yo tengo una pregunta. ¿Dónde aprieto? Beatriz: Decime que yo les cuento. Claus: ¿Esta inteligencia se prestó por sí sola a responder las preguntas de Operaciones? Julia: ¿Y cómo sabemos que no son pistas falsas, Jenny, proporcionadas por la inteligencia bajo shock, o con premeditación y malicia? Silencio de Beatriz. Escucha en silencio, asiente levememente. Julia: ¿Quién la interrogó?

58 Beatriz: ¿Cómo? Julia: A la inteligencia, en Missouri. ¿Quién la interrogó? Beatriz: Hasta donde yo escuché, unos granjeros. Silencio. Julia: Ah. Silencio. Coronel: Bueno, ¿qué dicen? ¿Qué dijo? Beatriz: Ah, sí, la lista. Dicen… unos ruidos… El pliegue… Las inteligencias suelen pensar todas juntas y al mismo tiempo. Luego más ruidos… Coronel: Hagen, fíjese si puede hacer algo para mejorar la transmisión. Hagen: ¿Yo? Yo soy matemático. Jamás creí en la física. Y ya ven, cuánta razón tenía. Beatriz: No, no, dicen que como ellas piensan como un todo, el concepto de “yo” en las narraciones… les es… un… no sé, dicen “pliegue”… Claus: ¿Una arruga? ¿Una arruga anómala? Beatriz: Pliegue… Atenta… el flujo… del pensamiento. Bueno, a lo que importa: regla número uno: no aceptan protagónicos. Las inteligencias no reconocen personajes. No comprenden el “yo”, sino sólo el “nosotros”. Silencio. Ahora preguntan desde Beirut. El grupo de Beirut. Hagen: ¿Raschid? ¿Hola? Coronel: ¿Qué preguntan? Beatriz: Preguntan si entonces les tienen que armar relatos de cosas que les pasen a “todos al mismo tiempo”, y no a “alguien en un momento dado”. Hagen: ¡Raschid! ¡Ése es Raschid! Quiso revolucionar la teoría universal de los conjuntos difusos y se quedó en un prólogo, muy interesante, muy… No sirvió. Claus: Beatriz, dame línea. (Hace sonar un timbre.) Hola, señores, Beirut. Habla Claus, acá, en Piriáolis. Claus, el de la tragedia del Pampero… Yo… ¿Qué pasa? ¿Hola? ¿Qué dije? Beatriz: No sé, se oyen ruidos… son unas risas… Claus: ¿Hola? ¿Beirut? Miren, ya lo tengo: la zafra. Hagen: ¿Qué? Coronel: Claus, no se mande a contestar solo sin antes… Claus: La zafra. Un relato. Todos juntan azúcar. No ocurre nada especial a cada uno de los zafreros. Punto. Beatriz: Objeción. De Sydney. Dicen… del pliegue… Que… Si no ocurre nada no saben si podemos hablar de relato. Cruje la caña, zumban los moscos, pero, ¿relato? Claus: ¿Qué es lo del pliegue? Julia: Nos perdimos lo del pliegue. Claus: ¡El incendio! (Toca de nuevo el timbre.) Se quema un edificio. Mueren todos. No se salva nadie. Punto. Beatriz: Aceptaron el ejemplo. Gerona felicita. Coronel: Bien. Beatriz: No hubo objeciones. Pasamos a la regla número dos. Hagen: ¿Beirut se retira? Beatriz: Sí. Hagen y Julia hacen algún tipo de festejo deportivo. Beatriz: Número dos. No aceptan estilo. (No dice nada más. Pausa.) Hagen: ¿Pueden ser más precisos?

59 Beatriz: Cómo no. Estilo. Dicen… que cuando una inteligencia ve que una cosa se parece a otra, por cercanía o afinidad… si entra en consonancia con otras cosas a su alrededor, formando un canon simpático, se aburren inmediatamente. Julia: Entonces vamos mal; nuestro incendio tiene estilo: la catástrofe. Coronel: Retrocedamos. Claus: No. No retrocedamos. Julia: ¿Somos un equipo o no somos un equipo? Claus: Denme un segundo. Bastará con desarticularlo un poco. Hagen: Beatriz, trate de ganarnos un poco de tiempo. Beatriz: ¿Pregunto cualquier cosa? Hagen: Sí, pero con cuidado. Beatriz: ¿Gerona? ¿Cómo está el clima, allá? ¿Esteban? ¿Estás ahí? Quiero hablar con Ludmila, es un segundito nada más. Julia: ¿Querés tomarte otra? Claus: No, tampoco queremos una sobredosis. O sí, dame. (Se la toma. Retoma su idea Toca el timbre.) Miren, Palo Alto. Oslo, miren. Las víctimas del incendio, en vez de correr por sus vidas y clamar por ayuda, siendo así fieles al estilo… Beatriz: (se adelanta a Claus.) Preguntan qué cosas. Claus: …a la catástrofe, hacen otras cosas. Coronel: ¿Cómo? ¿Preguntan? ¿Antes de que él lo diga? Beatriz: Hay mucho delay. Se ve que está llegando a Oslo antes de lo que nosotros lo escuchamos acá. Están más cerca del satélite. Coronel: Ah, bueno. Hable más rápido, Claus. Claus: No sé. Juegan raros juegos de naipes. Emprenden actividades comunitarias: cánticos, rifas. Sortean un peceto relleno. Leen el Corán de atrás para adelante. En cada piso del edificio, en cada ventana, se nos presentan insólitas acciones –todas hermosasmientras el fuego oprime. Beatriz: Excelente, dicen en Gerona. Toman nota de esto, en Sydney, dicen. Julia: Lo tenemos. Somos buenas. ¡Regla número tres! Beatriz: Pedimos la regla número tres, Esteban, acá en Piriápolis. Coronel: ¿Y? ¿Qué dicen? Beatriz: Se está sumando el grupo de Bogotá, dicen que llegaron tarde por un trancón. Julia: Lo siento, que se retiren. Regla número tres. Coronel: Pedimos el retiro de Bogotá, nosotros ya vamos por la tres. Beatriz: Tres. No aceptan jerarquías. Hagen: ¿Ninguna? Beatriz: Ninguna. Dicen… del pliegue… que entonces… claro, no soportan que una cosa se imprima como lo “importante” frente a otras cosas… que pasan a un fondo. Julia: No les gusta que les digan dónde mirar. Beatriz: Odian la división racional en figura y fondo. Hagen: ¿Nada puede destacarse sobre nada? Beatriz: Bogotá dice… ¿Cómo? Ah, sí, sacaron un corolario importante… Julia: ¡Bogotá que se retire! Beatriz: Todos aplauden a Bogotá… Hagen: ¿Fabio? Julia: ¿Qué? ¿Qué corolario? Beatriz: No sé, no escuché… es algo así como que mientras las inteligencias miran… les gusta ver lo que hay para ver, pero también les gusta pensar en otras cosas. Y hablan del pliegue… Claus: ¿Todos entendieron lo del pliegue?

60 Hagen: ¿Fabio, eres tú? Beatriz: Que las cosas importantes sólo los distraen. Coronel: Son seres muy evolucionados, caramba. Julia: Hagen, por favor. Hagen: Sí, lo entiendo. Es simple. La regla tres supone que lo importante no debe verse nunca. Me refiero al fuego. Julia: Si vemos el fuego, todo lo demás pasaría a ser irrelevante. (Toca el timbre.) Perfecto, Fabio. Acá decidimos que el incendio no se ve, no se dice nada de él, ni se menciona, ocurre a unos metros de distancia de lo que vemos. Beatriz: ¿Y qué es lo que vemos, entonces? Claus: Un edificio vecino. Que no se quema. Coronel: ¿No estarán yendo demasiado lejos? Julia: Excelente. Ir demasiado lejos es nuestra misión. Beatriz: Sí. Dicen OK. Todos festejan aliviados y excitados. Coronel: Pasemos a la cuatro. Beatriz: Cuatro. Ay, un momento, me suena el teléfono. Julia: ¡No! ¡No lo atiendas, Beatriz! Beatriz: No entendés, Julia. Puede ser mi marido. Tenemos un desarreglo. Julia: Dame a mí. Yo lo soluciono. (Le da el teléfono.) Hola, Esteban. Beatriz no te puede atender. (Corta.) Listo. Cuatro. Beatriz: Cuatro. ¿Te dijo si estaba en casa? Julia: No. Dijo que llama después. ¿Cuatro? Beatriz: Muy bien. Este… Cuatro. (Se ha desconcentrado, le cuesta volver al eje, pero hace un esfuerzo y lo logra.) Mhh. Sí. Cuatro. Que el pliegue… No, eso ya pasó… Regla número cuatro. Ahá. No debe inducirse a la identificación. Hagen: ¿Cómo? Beatriz: No les gusta identificar nada. Hagen: ¿Cómo? Beatriz: No les gusta ver lo que ya comprenden. Hagen: ¿Qué le han hecho esos granjeros a la pobre inteligencia para que manifieste esto? Coronel: No me parece tan raro. Es una actitud típica de las inteligencias. Una actitud política. (A la teleconferencia.) ¡Dennos una tortuguita, nomás, ya lo tenemos! (A su equipo.) Es política. Las inteligencias son poderosas porque nunca quisieron ser una nación. Fueron largos procesos de erradicación paulatina de la idea de nación. “Nación” conlleva siempre a la noción de “imperio”, que no es más que una nación con mayores atributos espacio-temporales. Imperio conduce a decadencia. No hay imperio que se haya sostenido en el tiempo. Beatriz: Bogotá dice… que evitemos toda identificación porque es la… herramienta… que conduce indefectiblemente a la decadencia de un grupo. Dicen que ellas no hablan de lo que les pasa, no pretenden aglutinarse alrededor de un sentimiento compartido… Hagen: ¡No toleran ver lo que ya saben! (Pausa.) Julia: Nos van a aniquilar. Somos al revés. Estamos perdidas. Claus: No todavía. La regla cuatro es atroz porque el edificio es identificable: es un edificio, se parece a un edificio, y el edificio –mal que mal- significa cosas: comunidad, gente, economía, imperio, y en fin: decadencia. Entonces no debemos focalizarnos en el edificio vecino que NO se quema, sino en una parte de éste que sea irreconocible. Hagen: Creo que estoy llegando a entender lo que pasó. (Miran hacia la Planta.)

61 Claus: Es claro. En el lobby del edificio hay un adorno, digamos una especie de planta en una maceta o base de cera, un adorno sin nombre, una cosa inidentificable, que no sirve para nada –esto es vital- para nada, algo sin mayor funcionalidad que alegrar la vista de los vecinos cuando pasan junto a la puerta del ascensor. Haremos foco en este adorno. Hagen: Claro. Esto explica el misterio de la planta, Claus. Claus: Lo sé. Hagen: Una brutal síntesis embudo. La planta les ha fascinado porque es el producto lógico que surge de aplicar las cuatro reglas. ¡Cumple con todas sus perversas fantasías narrativas! Claus: Descubrieron la planta, en el video de seguridad del edificio que se llevaron hace 253 años. Y en la planta se dan las cuatro reglas… Beatriz: Oslo felicita… Sydney propone un sistema de medallas… Dicen… el pliegue… Claus… medalla… al pliegue… no, no se entiende si te quieren dar una medalla o si… te quieren… Julia: ¿Y la quinta? ¿Cuál es la quinta? Beatriz: ¿No sonó el teléfono? Julia: ¡No! ¿La quinta? Beatriz: La quinta. Sí. Estoy… un poco cansadita. ¿Hacemos un receso? Coronel: Beatriz. La quinta. Beatriz: Sí… no se pongan así. Estamos progresando, ¿o no? ¿Qué me preguntaron? ¿Ludmila? Julia: ¡La quinta! (Toca el timbre.) ¡Estamos trabajando en condiciones muy inferiores a los demás! Claus: ¡No escuchamos lo del pliegue! Hagen: Es demasiado para ella, la va a matar. (Toca el timbre.) ¡Nos dieron una G4! Coronel: Ludmila está bien, Beatriz. El bebé aún no llega, va a estar bien. Transmítanos qué dicen de la quinta. Beatriz: La quinta. Sí. ¿El bebé? Uy, retiraron a Bogotá. Sydney dejó la medalla y se retira. Lo dejan en nuestras manos, y Palo Alto. Julia: ¡Vamos! ¿Cuál es la quinta, Beatriz? Beatriz: La quinta dice así. Me hace mal que me… traten como… Debe ser para muchos. Coronel: ¿Qué? Hagen: ¿Qué? Beatriz: (Beatriz ha empezado a sacar humo.) Muchos… Porque el pliegue… La ficción… No sirve si sólo satisface el gusto de algunos. O de unos pocos. Muchos. Julia: Un último esfuerzo, Beatriz. (Toca el timbre.) ¿Qué entendemos por muchos? Beatriz: No saben, no dijeron. Julia: ¿Dicen “todos”? Beatriz: No. No dicen “todos”. Dicen “muchos”. La ficción… es… por favor… para… muchos. (Cae rendida. El Coronel la saca de escena, prácticamente muerta.) Julia: Una trampa. Hagen: Muchos. ¿Qué es muchos? “Muchos” es como “lindo”. No es técnico. Julia: ¿Para qué nos entregamos con tanto afán a la solución de las reglas anteriores, si la última iba a tener semejante grado de… imprecisión? De subjetividad. Claus: Muchos son sus lectores, Julia. La gente que lee la saga de Jim. Eso es muchos. Y no es todos. Julia: Pero la saga de Jim es para gente, Claus. Esta planta es para… unos bichos… ¡Díganme algo sobre ellas! ¿Por qué la vista de esta planta, sin nombre claro, sin

62 historia, sin tiempo, sin estructura jerárquica, en un edificio que no se quema, será de interés y objeto de degustación de muchos? ¿Cómo saber si las inteligencias podrán, ante este video de seguridad, pensar efectivamente en otras cosas? Claus: Hay que arriesgar. Coronel: No se nos permite correr ningún riesgo. Claus: Creo que ya no importa lo que no se nos permita. Coronel: Y ya no tenemos conexión. Claus: Empiezo a entender algo muy importante del tiempo gamma. Veamos el relato del incendio… Todo esto, las rifas, el peceto, las llamas, los salmos, el edificio son “lo obvio”, ¿entienden? Son lo obvio que vive en la planta. Son tan obvios que ya no se manifiestan en ella, ¿entienden? Es como respirar, es tan obvio que ni hablamos de que estamos respirando. Hagen: No hablamos. Pero lo hacemos. Claus: ¡Y eso! ¡No hablemos pero lo hagamos! Julia: Es decir, que lo que debemos hacer es… producir lo obvio. Claus: Es mi opinión. La inteligencia radica en lo obvio. Julia: ¿Hagen? Hagen: Tiene sentido. Un sentido circular. Quieren lo obvio. Pero “su” obvio. La aplicación de las cinco reglas genera ficciones que gustan a muchas inteligencias porque para degustar de ellas son –justamente- inteligencias. Una civilización axiomática, y con mucho, mucho armamento. Claus: Tenemos que organizarnos rápidamente alrededor de la producción de lo obvio. Propongo ya mismo instaurar la rutina de las tres etapas, un entrenamiento holístico de la aeronáutica para prepararse a la atmósfera del tiempo gamma. Primero transitamos el territorio de las ideas inadecuadas. Luego el territorio de las ideas descartables. Y por último el de las ideas esenciales, que son las que no se discuten, porque son esenciales, claro: ¡lo obvio! Coronel: Señores, agradezco su entusiasmo. Pero se acabó. No tenemos más conexión. Seguramente Palo Alto resolverá este asunto. Hicimos lo que pudimos. Pero perdimos nuestra chance. Yo quiero agradecerles. Porque entre tanta disputa, y tanta fricción, finalmente debo decir que me han hecho sentir como un hombre. Hagen: (No le prestan mayor atención.) ¿Pero por qué dejó de gustarles, también? ¿Por qué de pronto ya no les gusta más? Claus: Está… en la naturaleza… de lo obvio. Traigan el Sefaratón. (Hagen y Julia salen a buscarlo.) Trabajemos. Respiremos. Construyamos relato. Apliquemos las cinco reglas. Desplacemos todo. Empujemos los grandes relatos hasta que no queden, hasta que sean miel de una gota… Encontremos lo obvio. Así como hace 253 años se encontró esta planta, sin querer. Yo me siento con… capacidad… para… voy a buscar los crayones de colores. (Sale.) Coronel: ¿No escuchó, Claus? Espere. (El Coronel sale tras él.)

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ESCENA 11: PELUQUERÍA Hagen vuelve a ser Lázaro. Beatriz se levanta: es Astrid. Y Julia es Alexandra. Un salón de peluquería en la ciudad de Maracay. Una clienta –Alexandra- está sentada bajo un secador. Astrid es la peluquera. Lázaro: No vengo a pelarme100. Astrid: Ah, ¿no? Lázaro: No. Astrid: Veo que no le gusta lo obvio. Lázaro: Lo que me gusta suele ser un problema. No entremos en ese terreno. Soy el Comisario John Jairo… Astrid: John Jairo Lázaro Benegas, de Caracas. Ya lo ve. Mi memoria no falla. Lázaro: ¿Memoria? No creo que nos conozcamos de antes. Astrid: No. En teoría, nos conoceremos después. Es decir, no lo esperaba tan pronto. Lázaro: ¿Mirko le habló de mí? Astrid: Esa chica. Pobre. Habla hasta de lo que no debe. ¿Le pidió que viniera a verme, comisario? Pensé que su confianza en la ciencia de la policía iba a durar un poco más. Lázaro: Mi confianza no tiene apartaco fijo, señora Astrid. Astrid: Por eso ha resuelto recurrir a mí. ¿Una arepa? Lázaro: ¿Tiene huevo? Astrid: Hay con chorizo carupanero, también. Y hay reina pepeada101. Lázaro: ¡Una reina, pué! Astrid: Sírvasela usted mismo. Alexandra: No me jales el cabello. Y no me dejes mucho el agua oxigenada que me vas a quemar toda, no me dejes bachaca102. Astrid: Ya venías con las raíces bastante resecas. Se hará lo que se pueda. No crean que hago milagros. Alexandra: No me platines. Lo único que te digo. Apenas unos brillos, como en el catálogo de Miami. Astrid: Apenas unos destellos, claro que sí. Fíjese en ese cajón, comisario. Probablemente encuentre allí un cuaderno. Aunque quizás no. Lázaro abre un cajón y extrae un cuaderno. Ah, qué bien. Allí estaba. Ahora está en usted creer en lo que dice, comisario. Lázaro: ¿Dónde debo leer? Astrid: Eso también está en usted. Lázaro: Son cuentas de la peluquería. Astrid: Cuánto lo siento. Lázaro: Escúcheme… vine a verla solamente porque tengo un cangrejo103… y mi… amiga… me insistió, pero no soy hombre de rodeos, si no tiene nada importante que decirme… Astrid: ¿Importante? Eso no lo puedo saber yo. Lázaro: ¿Le dice algo el nombre Brenda? Astrid: Quizás. O quizás no. Lo que yo pueda decirle sólo depende de lo que usted pueda escuchar, ¿no? 100

Venezolanismo: “cortarme el pelo”. Venezolanismo: “arepa rellena de aguacate y pollo”. 102 Venezolanismo: “persona de color con el pelo rojizo muy llamativo, producto de la cruza entre razas, suele ser motivo de burla entre los suyos”. 103 Venezolanismo: “crimen sin resolver”. 101

64 Lázaro: Vengo dispuesto a escuchar. Astrid: ¿Por qué no se sienta, entonces? Y se deja cortar el pelo. Es por cuenta de la casa. Lázaro: Muy bien. ¿Quiere jugar a esto? No hay güiro104. Astrid: ¡Leroy! Entra Leroy, un asistente de peluquería. Astrid: Leroy, lávele la cabeza al señor, por favor. Leroy: ¡Pero qué caldo de ojo! Siéntese aquí. Permítame su chaqueta. Durante un momento cada uno trabaja en lo suyo. Astrid trabaja en la cabeza de Alexandra, Leroy prepara a Lázaro para un corte de pelo. Alexandra: Me tocas la cabeza y me quedo dormida. No lo puedo evitar. Desde chiquita. No me jales. Astrid: Está bien. Pausa. Toda la operación es completamente normal, y sin embargo esperamos ansiosamente un acontecimiento mágico. Y pensamos seguramente en otras cosas, mientras miramos. Leroy: Relaje el cuello. Arrecochínese105. No le va a pasar nada. Lázaro: Está bien. Lázaro cierra los ojos y luego de un tiempo se duerme. Cuando esto ocurre, Alexandra se levanta de su secador de pelo, cruza el salón, saca un cigarrillo del cajón y lo enciende. Ahora es Chi-Tsu. Sin modificar ni vestuario ni actitud, Astrid es la Hilandera China. Y Leroy es el Marido Chino, Kwang. Los textos siguientes se dicen en chino, y aparecerán más o menos traducidos en la pantalla donde se subtitulan las escenas. Chi-Tsu: Yún, wù, hé luò cháo. Chūntiān lái líng. Nǐ hái bù huì huí lái. Kwang: Hé huì dài lái zhīmá. Hé sī. Chi-Tsu: Hái huì dài lái wēixiăn. Chuán. Zhànzhēng. Kwang: Wŏ bă wǒ de dìdi jiāo gěi nĭ zhàogù. Chi-Tsu: Hánlĕng de dōngtiān bù néng zhàogù yánglĭ shù de huā. Kwang: Wŏ de dìdi duì nĭ hĕn zūnjìng. wŏ hěn kuài jiù huí lái. Nĭ qù yuànzi, bá yī gēn sān yè căo, dĕngdài. Nĭ de sān yè căo hái méi yǒu hóng de shíhòu wǒ jiù yĭjīng huí lái le. Chi-Tsu: Xǚnuò méi yǒu zhèngrén yǒu shénme yòng ne? Kwang: Zhè wèi zài zhī nǐ de zhuōbù de qóng făngshā gōng shì wŏmen de zhèngrén.

Chi-Tsu: Nubes y niebla, río abajo. Vendrá la primavera. Y aún no habrás regresado. Kwang: El río traerá sésamo. Y seda. Chi-Tsu: El mar trae el peligro. Barcos. La guerra. Kwang: Te dejo al cuidado de mi hermano. Chi-Tsu: El brusco invierno mal puede cuidar de las flores del ciruelo. Kwang: Mi hermano te respeta. Volveré pronto. Ve al jardín, corta un trébol fresco, y espera. Volveré antes de que sus tres hojas estén rojas. Chi-Tsu:¿De qué sirve una promesa sin testigos? Kwang: Esta pobre hilandera que teje tu mantel será nuestro testigo. La Hilandera hace una reverencia, aceptando el pacto.

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Venezolanismo: “no hay problema”. Venezolanismo: “recuéstese cómodamente”.

65 Kwang: Bì shàng yănjīng. Jiù xiàng shuì wŭ yuè de wŭjiào. Yŏu yī tiān zăoshang, wŏ huì hé zhīmá, Zài zhè lĭ. Hé qián. Yĕ bù yòng zài shuō zàijiàn. Chi-Tsu: Wŏ bù yào kàn nĭ zŏu.

Kwang: Cierra los ojos. Será como dormir la siesta en mayo. Estaré aquí, una mañana, con el sésamo. Con el dinero. Ni siquiera habrá que decir adiós. Chi-Tsu: No quiero verte partir.

Chi-Tsu vuelve al secador, y se sienta. Cierra los ojos. Kwang se va. Cuando Lázaro los abre, está nuevamente en la peluquería, en Maracay. La conversación está en un punto muy ameno, Alexandra y Astrid conversan desde hace un rato. Alexandra: Uno por uno se le fueron muriendo todos los primos. Pobre. Ahora las prohibieron, esas máquinas, pero en los cincuentas, los sesentas, los médicos creían que una sesión semanal de rayos favorecía el crecimiento de los huesos. Cáncer de cerebro, todos los sobrinos, y eso que les había cogido amapuche106. Los fue matando uno por uno. El tipo estaba cagao’e Zamuro107. ¿Tú crees que se les ocurrió pensar si no habría alguna relación entre la enfermedad y las sesiones de rayos a las que sometió a toda la familia? No. Lo adjudicaron a cualquier cosa. Chimbo todo108. Después se supo, claro, que la radiación no sólo no favorecía el crecimiento sino que además dejaba secuelas incurables. Por eso le digo yo, señor John Jairo: cuidado, no vaya a ser que ahora con esto de los teléfonos celulares pase lo mismo. ¿Qué sabemos qué le hacen al cerebro las ondas de las conversaciones? Lázaro: Perdón. Me dormí. Astrid: ¿Y qué tal? Lázaro: ¿El corte? Astrid: El corte está bien. Le pregunto si vio lo que necesitaba ver. Lázaro: No lo sé. Astrid: Lea en el cuaderno, quizás ya esté listo. Lázaro abre nuevamente el cuaderno. Cae una carta de tarot. Lázaro: Hay… un naipe. De tarot. ¿Es suyo? Astrid: ¿Mío? Depende. Es la Hilandera China, ¿verdad? Leroy: Mh. Qué rica es. ¡Tan querida! La que teje los destinos, y los enmaraña. Alexandra: Yo no sé cómo hay gente que puede creer en semejantes cosas. Astrid: No, yo tampoco. Lázaro: ¿Qué significa la Hilandera? Astrid: No significa nada. Pero ayuda a entender. Que las cosas están relacionadas más allá de un principio policial, comisario. Veamos qué tenemos. Tres médicos horriblemente asesinados. Unos travestis saben algo, charlas de pasillos, mitos de consultorios, un laboratorio que niega datos relevantes, un nombre, una fantasía, digamos… “Brenda”, un plan secreto del Estado Bolivariano, no me diga que no; archivos confidenciales que no le permiten abrir; su jefe, Kendry Morales, le sugiere que no toque nada; yo empezaría a creer en un complot a muy gran escala, ¿no? Lázaro: ¿Cómo sabe todo esto? ¿Hablé mientras dormía? ¿Qué me hicieron? ¿Están de jodienda109? 106

Venezolanismo: “cariño”. Venezolanismo: “afectado por la mala suerte”. 108 Venezolanismo: “todo mal”. 109 Venezolanismo: “burlarse de alguien en forma continuada”. 107

66 Astrid: Mh. Sólo leo en el naipe. La Hilandera China sabe relacionar las cosas de otra manera. Sabe que toda tela tiene un revés en el que el dibujo del frente aparece distorsionado. Su dragón estampado bien puede ser una plácida liebre plateada al dar vuelta la tela… Leroy: Y qué veloz puede ser su liebre… Astrid: Son cosas chinas. Investigue, comisario. Pero no investigue en el presente, que borra las huellas para usted. Lázaro: ¿En el pasado, quiere decir? Leroy: O en el futuro. Cualquier sitio es mejor que éste. Astrid: Cualquiera. Y éste es el final de nuestra cita. Ya está, Alexandra; vente pa’ atrás que Leroy te peluquea. (Sale con Alexandra.) Leroy: Te voy a dejar hecha una reinita. Lázaro recoge el naipe. Lázaro: Es que no hay ninguna relación entre una pista y otra. Esto no es investigar. Leroy: No. Es pasar el tiempo. Fluya con él. Y lea del cuaderno. ¿Son cuentas de la peluquería? Una cuenta es un código. Un código sirve para decir muchas cosas, pero sin las cosas, ¿entiende? Lea de nuevo. Lea todo de nuevo, todo el tiempo. Porque las cosas se mueven, comisario. Yo mismo, me muevo. Míreme. (Se va.)

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ESCENA 12: LA CUENCA DE CALIFORNIA / SUBMARINO María Martha:¿Dudaban de las inteligencias? ¿Querían saber si se manifestaban? ¡Nada, quedó! ¡Una cuenca! ¡California es una cuenca! Julia: ¿Por qué no se tranquiliza y empieza de nuevo? María Martha: ¿Tranquilizarme? ¡Esto es mucho más que una advertencia amistosa! ¡California no existe más, terca! Julia: ¿Hay fotos? María Martha: ¿Que si hay fotos? Le hablo de una catástrofe, le hablo de millones de muertos, y lo que quiere es… ¿verlo? ¿Usted disfruta del horror? Julia: No sería la primera. Ni la única. Claus: ¿Qué relación hay entre esta tragedia y nosotras? María Martha: ¿Qué relación? Oh, oh, muy poca, casi nada: el grupo de Palo Alto, California, viendo los cinco puntos de la lista y tomando el razonamiento elaborado por vosotras, decidió enviar una taza. Julia: ¿Una taza? María Martha: Una taza estática, sin ningún cambio aparente. Julia: Perdón. ¿Usted dice que Palo Alto… usó nuestra información… parasitó nuestro razonamiento… y…? ¡Jenny! María Martha: Ya ven. La respuesta alienígena ante la propuesta no se hizo esperar. Y es contundente. California nos ganó de mano. Y California ya no existe más. En su lugar quedó una cuenca yerma y profunda: la Cuenca de California. Claus: ¿Y estamos seguros que fueron ellas? María Martha: ¿Qué dice, tarado? Claus: Digo… a lo mejor, cada causa tiene su efecto, y este efecto no es para esa causa… digo que… California descansa sobre la falla de San Andrés, ¿no? Tarde o temprano… ellos sabían que… María Martha: ¡Un desierto espeso y aterrador donde ni siquiera el mar se atreve a entrar! Julia: ¿Su hermano qué dice? María Martha: Mi hermano está acabado, completamente acabado, no puede articular palabra. Por eso vengo yo. A darles un ultimátum. ¿Quieren ser California? ¿No? Tienen que pensar más rápido. Y mejor. Y ya. ¿Dónde está el otro terco? Julia: ¿Hagen? María Martha: Los quiero dándome una respuesta ya mismo. ¿Y la G4? (Sale a buscarlos.) ¡Beatriz! Julia: Pensar más rápido. Muy bien. Claus, a ver… Se quema una ciudad entera. Mueren todas las habitantes de la ciudad, todas, ¿qué hacés vos? Claus: No sé, desplazo todo. Busco lo obvio. Julia: Muy bien. ¿Cómo lo narrás? Claus: ¿Mueren todas? Narro todas. Julia: No. La literatura funciona al revés, o no es literatura. Todas no caben. Una sola. Una pobre chica. O un grupo pequeño. De amigos. Con una historia previa, en común. Que van llegando a la casa embrujada. Y salen de a uno a ver qué fue ese ruido. ¿Qué querés? ¿Qué salgan todas juntas? ¿Por qué puerta? ¿Cómo hacés durar TODAS en el tiempo? No pasan todas juntas por la puerta. Para eso está el tiempo, el tiempo es un embudo para que vayan saliendo de a una. ¡Son así, las historias! ¡Cliché y capricho! Esto siempre se hizo así. ¿Una taza? ¿Por qué mandaron una taza? ¿Qué es lo obvio que hay en la taza? Tenemos que saberlo. Tenemos que entender qué hicieron mal. (Salen.)

68 Un submarino ruso. Quien habla es el Capitán. Entre la tripulación: un Alférez, un Grumete, y dos jovencitas borrachas: Iwlowa y Saskja. Esta última sostiene una taza de ponche caliente. Si bien el texto se dirá en castellano, algunas palabras son aclaradas esporádicamente en el subtitulado. Para señalarlas, usamos notas al pie. Kapitän Es raro lo que voy a decir. Las circunstancias en las que nos encontramos en este submarino, al que temporalmente deberemos llamar nuestra casa, me obligan más bien a referirme con toda la gravedad del caso a lo que nos pasó. Sin embargo, he aquí lo que tengo para decirles. Hace dos meses, estando en el puerto de Tallinn110, me robaron el maletín. Fue en un bar111. Perdí documentos importantes, mi billetera y una buena cantidad de dinero, además de los planos112. Durante una semana esperé en vano que alguno de estos documentos apareciera. La policía no hizo mucho al respecto. Así que empecé a frecuentar el bar donde me robaron113. Lo vigilé desde la vereda de enfrente. Apostado contra un sicómoro114, invisible a los ojos de los parroquianos, esperé, y vigilé. Empecé a ver todo tipo de personas. Extranjeros, habitués, inmigrantes, migrantes, hombres extraños, muchos de ellos, sin duda, de mal vivir. Pero no di con ninguna pista importante. De todos modos, haberme parado allí, a mirar a la gente, a otra gente, me ha enseñado algo. Hoy estoy aquí, ante ustedes, en nuestra casa, y nos veo muy parecidos. Somos parecidos. Vestimos igual, somos marinos, nos dedicamos a esto, tememos al misil. Y hay un sinfín de cosas que no hacemos. No andamos por allí robando, por ejemplo. O prostituyendo siberianas. Somos parecidos. Lo que me lleva a darles esta noticia: me veo obligado, me veo tentado de volver a confiar en mi Alférez115. Él se equivocó, mal, muy mal, lo que pasó aquí es lamentable, pero él y yo, él y nosotros, yo y ustedes, sí, él y yo, no somos muy diferentes. Y es necesario que restablezcamos ese parecido, que creamos en él. Somos una porción de patria que va a la deriva en un mar de dudas, de hielo, y que debe comportarse como familia. Afuera no hay nada más.116 Espero que no corran comentarios malintencionados, y que interpreten esta decisión con el peso de toda orden. Soy su capitán, y no dejo de serlo aunque haya ocurrido lo que ocurrió. Muchas gracias. A disfrutar ahora de la música y los bocados. Y de estas señoritas adorables, ¿cómo te llamabas, linda? Iwlowa Iwlowa.117 La supuesta alegría de la fiesta nunca aparece. Todos borrachos entonan una canción tristísima de bebedores, folklore en lengua incierta: El palomito gris está enfermo, está enfermo día y noche / Su compañero amado se ha ido volando por largo tiempo. / El palomito gris no arrulla más, no picotea el triguito.

110

EN PANTALLA: Lituania. EN PANTALLA: Fue un descuido. 112 EN PANTALLA: Del Omega-5. 113 EN PANTALLA: El Cuenco de Oro. 114 EN PANTALLA: Es un árbol. 115 EN PANTALLA: Es el que baja la cabeza. 116 EN PANTALLA: El mar, a lo sumo. 117 EN PANTALLA: La otra se llama Saskja. 111

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ESCENA 13: CHÁVEZ / NO ES UNA PLANTA Claus: ¿Tienen pensado un plan de evacuación? Coronel: No. Piriápolis no se evacúa. Somos soldaditos y soldaditas. ¡Tenemos pensado ganar esta batalla! Beatriz: Yo no me siento soldadita de ningún tipo. Coronel: Usted, de todos modos, no sirve para nada y se va en el próximo ferry. Hemos pedido su reemplazo. Beatriz: ¿Mi… reemplazo? Coronel: Alicia. Beatriz: ¿Alicia? Coronel: Lo siento. No podemos tolerar más inexactitudes. Beatriz: ¡Yo soy yo, con mi historia, con mis puntos de vista! Coronel: Justamente. Hemos pedido a Alicia. (A Claus.) Un modelo limpio. Y nos la han prometido. ¡Llamo a asamblea! (Entran Hagen y Julia.) Julia: Falta su hermana. Coronel: No importa. Julia: ¿No importa? ¿Por qué nunca podemos verlas a usted y a su hermana al mismo tiempo, Brindisi? Coronel: (Desestima la pregunta.) Señoras, ahora que Palo Alto no está más, quedamos el grupo de Oslo y el de Piriápolis. Me gané a Alicia en una pulseada técnica. Beatriz: ¿Yo… me tengo que quedar? ¿O me…? Yo también había traído unas bolitas de algodón, a ver si servían… Para algo. ¿Me quedo un rato más? (Nadie la registra. Va hacia la pared, se golpea, se reprograma.) Coronel: Alicia está en camino. No queda tiempo. Pedí autorización militar para estirar el tiempo vendiendo espacio. Julia: ¿Qué vendió? Coronel: Patagonia. Y millas marinas. Pero no sé cuánto pueda funcionar la trampa óptica. Las inteligencias ya no se muestran tan pacientes. Claus: Pero, ¿por qué nos son tan hostiles? Coronel: Bueno, hay varias explicaciones. Sin contar con… los granjeros ésos y la intervención de Missouri… Bah, qué sé yo. Nuestras explicaciones cósmicas apenas las incluyen. Desde el orden politeísta helénico a las correcciones monoteístas extremas, la Tierra ha intentado explicar siempre en términos religiosos lo que para ellas es evidentemente polvo, materia, y matemática elemental. Toda ética de lo maravilloso las ofende, las niega, y las reduce a monstruos verdosos con antenas. Entiendan su situación, señoritas. ¡Y denles su maldita ficción, por favor! ¿O quieren ser cuenca? ¿No? Muy bien. Quiero que observemos esto, que es lo único que me han traído hasta ahora. Y que lo corrijamos según la maldita lista. Adelante, pasen. ¡Hagan lo mismo de siempre, pero distinto! Ingresa una Secretaria, que guía a Lázaro por el palacio presidencial venezolano. Secretaria: Va a tener que entregarme su arma, comisario. Lázaro: Ojalá tuviera. (Se abre el saco y le muestra.) Como ve, ni un chopo118. Secretaria: (Lo mira, con desconfianza.) Qué audacia. Si es tan amable de seguirme por aquí. Lázaro: La sigo. Julia: Objeción. Parece que estuvieran yendo a algún sitio. Claus: Exactamente. Julia: Es mejor que no vayan. O que vayan y no vayan. 118

Venezolanismo: “arma de fuego de fabricación casera”.

70 Lázaro y la Secretaria se pierden un poco en el escenario vacío: van y no van. Claus: Y el hecho de que él la siga a ella, ¿no establece de alguna manera una jerarquía? ¿Y un protagonismo? No sirve. Julia: Corrijamos. Claus: Pero sin darle ahora a él más entidad que a ella. Julia: Perdón, pero ¿él quién es? Claus: Es Lázaro Benegas, investiga el caso de Brenda. Y llega al presidente de Venezuela. Supongo.

Lázaro: Un momento, sígame por aquí. Bien pueda. La Secretaria y Lázaro deambulan. O no hacen nada. Nada que signifique.

Julia: ¿Ah, él es? Me lo hacía un gordo de verdad. ¿Pero éste no es el tubillo de hoy a la mañana? ¿Cómo llegó hasta acá? Claus: Lázaro tiene todo tipo de problemas. Con drogas, comida, travestis, fiscales, una bicicleta. Pero en su estado, curiosamente, Lázaro avanza. Porque no sigue las pistas con continuidad. La intermitencia conduce a la verdad. Julia: Esto es genial. Pero si él es más especial que ella… ¿qué sabemos de ella? Que hable, que protagonice un momento, que cuente algo. Hagamos un pulso esclerótico y aceleremos acontecimiento y sifrones. La secretaria cae al piso. Lázaro se acerca a levantarla. Ella lo golpea, él intenta forzarla, pelean por un arma que la secretaria lleva escondida, él gana, le apunta, se apunta, luego ambos se detienen, ella estalla en llanto y emprende un breve y sentido monólogo, que nada parece tener que ver con el asunto que se dirime. Secretaria: Escucho voces: voces que me dicen “échale bolas119, sé gorda, sé puta, no devuelvas el dinero que te prestó tu hermana”, voces que me indican qué hacer, y yo me resisto, yo me resisto, comisario, porque esas voces son malignas, y mojoneras120. Claus: Lo que estamos probando tiene cierto interés. Pero es imposible que haya relato y al mismo tiempo no haya jerarquías, ni estilo. Julia: Estamos de acuerdo, no sigamos la lógica anecdótica del incidente. No hay más incidente. El incidente nunca es lo “obvio”. Nos vamos, abrimos una puerta, y allí está… Lázaro: ¡Presidente! Julia: Chávez. Claus: ¿Chávez? Julia: Un presidente de Venezuela, uno cualquiera. A Lázaro lo conducen a Chávez, o Lázaro la conduce a la secretaria. Se chocan todos allí, sin ser más ni ser menos. Chávez: Lo esperaba. Julia: Muy desafortunado. Si lo esperaban entonces alguien tiene un rasgo que el otro no… Cerremos esa puerta. (Todos desaparecen. Pausa. Angustia.) Si hay reunión, mejor que ocurra a puertas cerradas, quince conejitos de nada, mientras Lázaro se entrevista con él. (Pausa.) Y nosotros nada de nada. (Pasa un largo tiempo.) Esto está bastante bien. (Pausa.) Claus: Me pregunto qué estará pasando. Julia: Eso es bueno. Claus: ¿No podríamos dar una pista? Julia: Yo no me arriesgaría. 119 120

Venezolanismo: “emprender algo, empezar con entusiasmo”. Venezolanismo: “mentirosas, que no dicen la verdad”.

71 Beatriz: (Apareciendo.) Se abre la puerta. Largo momento de la reunión entre ambos. El presidente está en cama, digamos que ha enfermado de… Claus: …varicela… Beatriz: …y está en cama. No obstante, Lázaro sigue. Pero no es un héroe. Tampoco tiene miedo. Sencillamente está allí. Sostiene algo. Un adorno, por ejemplo. El estar con el adorno es causa y efecto a la vez. Chávez: (En bata de cama, reaparece seguido de Lázaro, adorno en mano.) Usted es un buen policía, eso me agrada. Pero un buen policía no suelta a su presa. Lázaro: No pienso que usted sea mi presa. Más bien creo que todos corremos peligro en esta guarandinga121. Y han muerto varios médicos. ¿Oyó hablar del proyecto Brenda? (Pausa.) Tengo aquí los nombres de los médicos… Julia: No los lee. (Lázaro saca del bolsillo cualquier cosa menos una lista de nombres.) Chávez: Brenda. Pobre chamita. Lázaro: No negará que la conoce, entonces. Julia: Momento. Que lo niegue y lo afirme al mismo tiempo. (Pausa tensa.) Que lo haga. Chávez: Suponga que vamos usted, mi secretaria y yo a tomar un café. Cada café cuesta 5 bolívares. Usted pone un billete de 5 bolos122, yo pongo mis 5 bolos, y mi secretaria pone 5 bolos. El camarero llega a la caja con los 15 bolívares. Y le dice al dueño del local: “Vea quién está sentado en nuestra mesa: Chávez”. El dueño, que simpatiza con la causa de este humilde gobierno, decide tener un gesto de bolivariana cortesía, y en vez de cobrarnos 15, decide cobrar sólo 10 bolívares. Con lo cual le da al camarero cinco monedas de un bolívar para que nos las devuelva. El camarero, en el camino hasta nuestra mesa, decide en cambio que no siente ninguna simpatía hacia nuestra gestión. No importa por qué. La cosa es que decide explotar la guarandinga en su propio provecho, y en vez de devolvernos las cinco monedas resuelve darnos sólo tres, y se queda con las otras dos monedas, mientras piensa “cónchale, que se jodan bien jodidos”. Nos roba. Nosotros, por supuesto, nunca nos enteramos del gesto de simpatía del dueño del local, o al menos nos enteramos parcialmente, porque el camarero nos devuelve sólo tres monedas, una para cada uno, y por lo tanto el café, en vez de 5 bolívares, nos ha costado 4. Y aquí viene el enigma: si cada uno de nosotros puso 4 bolívares, es decir 12 bolívares en total, más los 2 que se guardó el mozo, sumamos 14. ¿Dónde está el bolívar que falta de los 15 iniciales que pusimos? Lázaro piensa. Puede pensarlo todo lo que quiera, Comisario. La pregunta es, obviamente, una pregunta política. Dicho de otro modo: tenemos un problema y no lo podemos resolver dentro de nuestras categorías. ¿Qué hacemos? Lázaro: Saltar a la categoría siguiente. Chávez: (Asiente.) Siempre he deseado que esto fuera una República, donde reinara la paz y la igualdad. ¿Usted supone que es fácil administrar Venezuela? Lázaro: Yo no supongo nada. Julia: Error. Lázaro: Yo supongo que… Julia: No, error. Lázaro: ¿Me pregunta si…? Julia y Claus: Error Pausa. 121 122

Venezolanismo: “situación”. Venezolanismo: “bolívares”.

72 Beatriz: Lázaro lucha contra las posibilidades, piensa como loco, intenta resolver el koan. Claus: Mientras tanto, en una maceta, crece lentamente el musgo. Julia: ¡Excelente idea! Lázaro: (Intentando desembarazarse de la dificultad que la escena presupone.) Señor presidente: no podemos resolver el problema de las monedas porque estamos… sumando y restando… en la misma columna… cosas que pertenecen a columnas distintas. Silencio general. Beatriz: ¿Y ahora? Julia: Es bueno. Chávez: (Gira lenta y amenazadoramente hacia él.) Es bueno. Demasiado bueno. Lázaro: Espero que eso no signifique un problema. Chávez: El proyecto Brenda comenzó hace diez años. Fue una iniciativa privada, de los laboratorios Maracay. El Estado no tenía injerencia. Hasta que aparecieron los otros. Las otras Corporaciones. Que vieron el negocio. Y allí sí se volvió un problema de Estado. Tremendo bonche123. Reclamaban derechos de patente de sus Miss Venezuelas. Creaban trabajo. Forjaban la Patria. Todas las Corporaciones decían actuar en nombre de Venezuela. Pero Venezuela no somos ni usted ni yo, camarada. Y mucho menos ellos, que sólo querían hacerse con el oracio124. Hubo que intervenir. Discretamente. Es decir: el Estado sabe de este negocio, pero no participa de él, ¿me entiende? Lázaro: Como con las drogas. Chávez: Encuentre a la chamita. Por favor. En silencio. Y deténgala. Es sólo una niñata. Se lo pido como amigo, y no como Venezuela. Una manzana podrida… Brenda no va a parar. Y cuando las demás se enteren también de que no son la única… ¿Qué no pueden hacer las otras? Lázaro: Por ahí las otras no son tan feas. Chávez: Ninguna es fea en sí. Brenda tampoco. Lázaro: ¿Por qué me dice esto? Chávez: La belleza tiene precio. Como todo. Encuentre a Brenda. Si no lo eliminan antes los Federales o los Servicios de Inteligencia. Y no será tan conejo125 de pensar que responden a mí, ¿verdad? ¿O que yo soy su verdadero obstáculo? No. No es tan agüebonado126. Piense en su país. No es tarea fácil, su país. ¿Cómo saber quién tiene la razón? Después empezó la situación con Estados Unidos, un reverendo muy amigo de la Casa Blanca anda pidiendo magnicidio, ¡mi magnicidio!, para ellos soy un ñángara127. Que se vayan largo al capote128. Luego me enfermé, ¿cómo no me iba a enfermar?, las carpetas pasan de mano en mano, las licencias para Miss Venezuelas pululan como permisos para conducir taxis… Han apostado a la vez en todas direcciones. ¿Cuántas Brendas habrá? No lo sé. ¡Qué pava129! Y como bien sabemos en Venezuela, por las palabras de Simón Rodríguez, el Robinson de Caracas: "O inventamos o erramos". Lázaro: Sí. (Pausa.) ¿Quién es la hilandera china? ¿A quién le dicen La China? Chávez: (Finge no saber.) ¿La china? (Le hace señas de que puede haber –o haymicrófonos en la habitación. Le hace una seña para que lo siga afuera.) Julia: Perdón. Me entretuve. Es que quiero sabe qué pasa. 123

Venezolanismo: “fiesta ruidosa”. Venezolanismo: “oro, fortuna”. 125 Venezolanismo: “persona crédula”. 126 Venezolanismo: “atontado, aletargado”. 127 Venezolanismo: “comunista, izquierdista”. 128 Venezolanismo: no sé qué es, pero eso le dijo el propio Chávez a Blair en una entrevista pública. 129 Venezolanismo: “mala suerte”. 124

73 Beatriz: Ése es el problema. Lázaro va a salir tras Chávez, pero antes se dirige a Julia y le da un papel. Luego se va. Chávez también se va. Julia: ¿Hagen? Está desorientada. Lee el papel. Es grave. Beatriz: ¿Qué pasa? Julia: Muy bien. Les debo pedir discreción, el Coronel no puede enterarse de esto. Mandé un télex urgente a Operaciones Especiales. Por mi cuenta. Haciéndome la tonta. Conozco a Fabio. Tenía una sospecha. Que se confirmó. Estamos en peligro. Operaciones no existe, señoras. Beatriz: ¿Cómo que no existe? Julia: No. Se cerró hace muchísimo tiempo. Beatriz: ¿Para quién trabajamos? ¿Y el Coronel? Coronel: (Aparece, los demás se callan, tensos.) ¿Algún progreso con Venezuela? Julia: Alguno. Beatriz, por favor. Coronel: Preferiría su informe, Julia. Beatriz: ¿Por qué no el mío? ¿Pero qué pasa? ¿Qué hay que hacer acá para que a una le den una oportunidad hermosa? Coronel: Me tiene harto. Julia: Por favor. No… Otra vez no… Guardamos cosas importantes, recién… Beatriz: ¿Qué lo tiene harto? ¿Soy chivo expiatorio de la ansiedad general? ¿Para eso estoy acá? Claus: ¿Cuándo llega Alicia? Beatriz: ¿Qué Alicia? Yo oigo que me hablan de la conchuda ésa de Alicia y siento que se equivocan de cabo a rabo… Coronel: Alicia es su reemplazo. Otro robot. Más eficaz. Julia: Ahá. Y nos lo va a mandar Operaciones Especiales. ¿No, Coronel? Porque hay un ente que se llama Operaciones Especiales, ¿no? Coronel: ¿Qué me pregunta, tonta, terca? Beatriz: ¿Qué quiere decir con “otro” robot? Julia: Beatriz, te queremos, pero sos un archivo corrupto… (Al Coronel.) ¿Qué me llamó? ¿Me llamó “terca”? Coronel: La llamé tonta. Beatriz: ¿Estás hablando de mi personalidad, Julia? Julia: (Al Coronel.) ¿Sí? Escuché mal. Yo sé muy bien a quién le gusta llamarme “terca”. (A Beatriz) Y nadie tiene nada personal en tu contra porque no hay persona bajo esos rulos, corazón. Beatriz: (Levanta sus cosas.) Están equivocadas. Y frustradas, por eso este ataque. (Sale.) Ya van a oír de mí. Coronel: ¿En qué estábamos? ¿Cómo llegamos a la planta? (Entra Hagen.) Hagen, por favor, esperamos sus resultados. Hagen. Yo sé lo que ustedes pretenden. Que compare estructuras. Taza y planta. Ustedes creen que es sencillo. Yo estoy dispuesto a dejarme convencer. Ahora díganme cómo meto una planta en la calculadora. Soy todo oídos. Beatriz: (Vuelve, totalmente renovada.) Es que no es una planta. Hagen: Beatriz, cuando no entendés la complejidad de lo que se discute cambiás el tema para embrollarnos y poder meter algún bocadillo. Beatriz: Es que ya lo dije varias veces: no es una planta. Hagen: (A los demás.) Entonces nos obliga a todas a abandonar el tema, el tema que no la incluye, y no la incluye porque no le da la cabeza. ¿Cuál es tu trauma, exactamente?

74 Vamos a ver: ¿cómo hacés para llegar de “no es una planta” a “mi marido Esteban se fue al sur con Ludmila”? Beatriz: ¿Qué sabés vos de mi marido, Hagen? Julia: (Que se quedó pensando en lo que dijo Beatriz.) Tiene razón. Beatriz: ¿Quién te dijo algo de Ludmila? Julia: NO es una planta. ¿Quién la llamó planta? Coronel: Bueno, se llama “la planta”. Todo el mundo le dice “la planta”. Siempre fue “la planta”. Julia: No es una planta. ¿Dónde están las raíces? ¿Dónde está la savia? Señores, esto es unas ramas o estructuras longuilíneas incrustadas en un bloque de… Claus: Cera. Hagen: Cera endurecida. Beatriz: Es una planta artificial. Julia: ¿Cómo? Beatriz: Bueno, se la llamó “planta” porque es un “como si”, como si fuera una planta. Es una planta artificial. Julia: Eso es. Artificial. Funcionó porque es artificial. Hagen: Y la taza… Julia: … es una taza. Es natural. No es un artificio. Es una taza. Se llama taza. Hagen: El nombre coincide con la cosa. Ni “Lagarto”, ni “Sacerdote”, ni “Nilo”. La cosa es la cosa. Julia: Mientras que aquí… llamamos “la planta” a esto que es un sofisticado artificio, y sospecho que de esa sofisticación depende nuestra supervivencia, señoras. Beatriz: Yo les dije, no es una planta. Pero el nombre nos condenó. Claus: El nombre canceló la experiencia. Julia: El nombre cancela siempre la experiencia. ¡Cómo pudimos olvidarnos! ¡Qué poco se estudió la planta! Coronel: (Con cierta culpa corporativa.) Bueno, la planta no se estudió porque… era eterna. Beatriz: Como el agua. Que era eterna, antes. Coronel: La planta reestableció el equilibrio. Se la miró y se dijo: esto es eterno. Y lo eterno no importa. Beatriz: Lo infinito, tampoco. Ahora, si me dan a elegir a mí, la taza me interesa tanto o más que la planta… Sirve para cosas, puedo poner cosas adentro… Hagen: Ése fue el error. California pensó como Beatriz… Analizó la planta desde una perspectiva morfologista, incluso utilitaria. Vieron su forma… cóncava, y se creyó que la taza no iba a hacer más que acentuar esa actitud cóncava de… utilidad. Julia: Exacto. Pero es una taza, ¿entendés, Hagen? ¡Es una taza! Hagen: Regla número cuatro: no debe haber identificación. Julia: ¡La taza era identificable con una taza! (Por la planta.) Esto no se puede identificar. Claus: Creo que si sumamos a esto el revoloteo esporádico de algunas especies de polillas, insectos negruzcos, motas de polvo surgiendo de la fricción del escobillón del encargado contra el piso, podemos entender que lo que llamábamos “la planta” es un microcosmos mucho más interesante de lo que pensábamos. La miran un largo rato. Hagen: Efectivamente, permite pensar en otras cosas… Julia: …sin dejar de verla. Coronel: Excelente. Un gran paso adelante. Ahora sólo nos queda descubrir por qué no les gusta más. Y darles otra cosa. ¡Y ya mismo!

75 Julia: Una cosa por vez. No podemos desentrañar todo el enigma al mismo tiempo. ¿Vamos a tomar algo, alguien quiere tomar algo? ¿Vos, Hagen? Hagen: Julia… Con respecto a lo de hoy al mediokin, lo que me dijiste que yo… Bueno… Yo no sé si estoy preparado para la relación ésta que vos me proponés. Julia: Ah. (Se queda muda.) ¿Vamos a comprarnos collares? Hay una feria artesanal al pie del cerro. Hagen: ¿Vos también la viste? ¿Habrá ropa canchera, para hombre? Julia: La veo desde mi ventana. Voy a… voy a ver si anda el Teleférico. (Salen los dos.) Claus lloriquea. Beatriz lloriquea. Pasa el tiempo. Todos observan la planta en silencio. Claus: La planta es para nosotros como el Islam. Beatriz: Estuvo desde siempre. Por eso no se fijaron en ella. Claus: Pero ahora se hace presente. (La observan.) A mí no me prepararon para esta súbita presencia de lo que existió desde siempre. No sé qué hacer. No sé qué está bien. Coronel: Creo que todos tenemos que calmarnos. No queremos que venga mi hermana, ¿o sí?

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ESCENA 14: CENA ROMÁNTICA Los sótanos de los laboratorios de la Corporación Maracay, en Puerto Cabello. Luz tenue, nunca vemos exactamente a Brenda en toda su horrorosa dimensión. Una única bombilla apagada. Brenda arrastra una silla, en la que trae atado al inspector Lázaro. Lo ubica bajo la bombilla, y prende la luz. Sólo allí vemos con claridad que Lázaro debe haber recibido un golpe descomunal, porque tiene una herida muy fea en la cabeza: la sangre se filtra por debajo de la improvisada venda con que Brenda ha tratado de parar la hemorragia. La venda es un pedazo de tela sucia que Brenda ha arrancado de su tétrico camisolín. Antes de quedar sentado bajo la escasa luz, Lázaro viene hablando a una Brenda impasible, de agitada, asmática, respiración. Lázaro: Tienes que creerme. ¿Quieres que te lleve a Isla Margarita? ¿Qué estás haciendo? Brenda: Mesa. Lázaro: ¿Pones la mesa? Muy bien. Una mesa es un mueble, de cuatro patas, que… Vamos a comer juntos. Y vamos a hablar. Brenda: Hablar no. Lázaro: Muy bien, no hay güiro. Brenda: (Pone la mesa frente a él. Una bandera venezolana roñosa que saca de un hueco oscuro oficia de mantel. Brenda habla con dificultad: el créole es una mezcla extraña de otras lenguas que ya son extrañas, como el francés, y además sus operaciones odontológicas han sido abandonadas a mitad de camino, y cientos de microcables tensores dentro de su boca dificultan la dicción a niveles más que dislálicos.) Mantel. Lázaro: ¿Cómo? ¿Pincel? ¿Quieres pintarme? Brenda: Mantel. Brenda desaparece en las sombras. Lázaro: Ah… (Pero no ha entendido nada.) El ámbito de la actividad físico-deportiva no es ajeno a los grandes cambios que se están produciendo. Brenda… Esto duele… Si me aflojaras un poco… Brenda reaparece detrás de él, levantando un cuchillo, que deposita con saña sobre la mesa. Ah, cuchillo, eso decías, pensé que querías que habláramos de deporte. Bueno, dale. Es que yo soy un gran fanático de todos los deportes. Todos los que no impliquen grandes gastos de energía… Ni gran pericia. Brenda se ríe. Lázaro: Sí, qué risa. Brenda: (Acomoda siniestramente unos cuchillos sobre la mesa.) Cuchillo de pescado, cuchillo de carne, cuchillito de foie-gras. Uy, cuántos cuchillos. Lázaro: Cuántas cosas, sí. Brenda: Te los distingo todos en un periquete. Lázaro: Eso necesito, que me aflojes el torniquete, la cabeza… Brenda: Cucharas no hay. Lázaro: Ah, no hay. Claro, son cosas que vienen con la mugre… Brenda: Protocolo. Princesa. Brenda princesita. Lázaro: Ah, yo también aprecio… lo… el buen comer. Un rico guayoyo 130… Brenda: Tienes que comer. Pero poco. 130

Venezolanismo: “café muy clarito”.

77 Lázaro: Claro, comer poco, un pasapalo131, con modales. Poco. Poca sal. Brenda: ¡Siempre poco! Gordo. Ya traigo el menú. Brenda desaparece. Lázaro hace esfuerzos por liberarse de las esposas con las que está asegurado a la horrible silla, pero no lo logra. Luego trata de sacar con los dientes su teléfono celular, que está en un bolsillo de su camisa. Lo muerde por la antena. Lo apoya sobre la mesa. Trata de discar un número con el mentón. Lo logra. Afuera se escucha a Brenda arrastrar algo muy pesado. Trae algo que se mueve, envuelto en una alfombra. Luego veremos que es el Doctor Barragán, amordazado y manco. Lázaro cubre el teléfono como puede, mordiendo el mantel y elevándolo para taparlo. Brenda abre la alfombra. El Doctor Barragán trata de gritar. Lázaro: Brenda, tranquila. Tranquila. No hay prisa. Nadie nos va a encontrar aquí. Brenda: Vamos a comer. Vamos a leer del cuaderno. (Saca un cuaderno, es el mismo de la escena de Astrid.) Dentro de muchísimos, muchísimos años… (Lucha con la dicción.) Shit! En un futuro muy, muy lejano… ¡Merde, allors! ¡No me sale! Lázaro: Tranquila. No te fajes tanto. Se te entiende casi todo. Ven, siéntate a cenar. Conmigo. Aquí. Conmigo. Sí, qué tiene de raro. El sueño de todo hombre. Cenar con Miss Venezuela. Juntos podemos pasarla de pinga132. ¿O no? (Brenda está desorientada. Pausa.) Siéntate. Brenda va a buscar una silla y un farol de bencina, y se sienta a la mesa. Lázaro: Eso es. ¿Más tranquila? Cubiertos, farolito, a comer tranquilamente, así yo te voy parando bola133. ¿Qué escribes en ese cuaderno? ¿Es un cuento? ¿Cómo se llama? ¿El Gato con Botas? Brenda: Ahora el menú. Brenda se arroja dentro de la alfombra. Barragán grita bajo su mordaza. Lázaro: ¡No, Brenda! ¡No vamos a comer al Doctor Barragán! Brenda saca un pan y un poco de queso que traía también en la alfombra. Pone el pan y el queso sobre la mesa. Lázaro: Ah, ¿qué es? Ah, es comida. Qué rico. Brenda: Es queso. Lázaro: ¿Qué es? ¿Una manigueta? ¿Algo para hacer serigrafía? Brenda: Queso. Lázaro: Es muy rico… parece… es rico, parece queso. Lo vamos a compartir, ¿eh? Es mucho para mí solo. Brenda: (Alza el cuchillo amenazadoramente y parte el queso de un golpe.) ¡Kilúo134! ¡Gordo! Lázaro: Tranquila. Estamos solos; aquí estamos a resguardo, ¿o no? Brenda: Sí. Lázaro: Porque veo que no hay ventanas, ni puertas, nadie nos puede oír. Brenda: No. Lázaro: Ahá. Estamos en un barco, lo sé. Es romántico. La bodega de un barco. Brenda: No. Lázaro: No puedes engañarme, Brenda. Soy policía. Conozco los suburbios. Es la bodega de un maldito barco abandonado en el puerto. Brenda: No, barco no. Lázaro: Encallado en el puerto viejo, ¿no? ¿Qué es, un barco ruso, lituano? Brenda: No. Es el sótano del laboratorio. 131

Venezolanismo: “aperitivo”. Venezolanismo: “procurar estar bien juntos”. 133 Venezolanismo: “prestar atención”. 134 Venezolanismo: “gordo”. 132

78 Lázaro: (Hacia el teléfono.) No me vas a engañar. ¿Qué helipuerto? Brenda: Laboratorio… Laboratorio. Lázaro: (Asegurándose que lo puedan escuchar bien por el celular.) Ah, laboratorio. ¿Estás tratando de hacerme creer, a mí, John Jairo Lázaro Benegas, que estamos en el sótano de los laboratorios? ¿Y que tienes de rehén al doctor Barragán? ¿Cómo esperas que crea eso, Brenda? No insultes mi inteligencia. El celular, bajo el mantel, emite un mensaje pregrabado. Teléfono: Usted ha alcanzado el límite de tiempo cargado en su tarjeta Maracatel. Vuelva a ingresar un código de tarjeta válida. Brenda se sobresalta, agarra el cuchillo y descorre el mantel, haciendo evidente el teléfono. Lázaro: ¿Qué es eso? Un aparato de… teclas y… Alguien nos echó una trampa, Brenda. Brenda lloriquea, está fuera de sí. Ella hubiera podido amarlo. Y después de todo, Lázaro no ha tenido culpa alguna en su trágica historia. No obstante, ciega de furia, abre con el cuchillo el reservorio de bencina del farol, y rocía a Lázaro con el líquido inflamable. Lázaro: ¡No, Brenda! ¡No lo hagas! ¡Yo te escucho! No fue mi culpa, Brenda… No lo eches a perder. Brenda está desaforada. Apaga la luz. Un momento de tenso silencio, en el que sólo se escucha la respiración agitada de Lázaro. Brenda apuñala salvajemente a Barragán, que grita como un cerdo. Brenda: ¿Cariñosa? Acá te doy cariño, toma tu amapuche, hijoeputa. An piej!135 De pronto, el griterío cede. Silencio. Oscuridad. Lázaro muerde el cable que enciende la bombilla, y se hace la luz. La alfombra ya no está. Barragán tampoco. Lázaro está solo. Trata de mirar alrededor. Luego vuelve a su teléfono celular, trata de discar un número. Por detrás, a lo lejos, Brenda enciende un fósforo. Lázaro lo escucha. Está desesperado. Finge una llamada en su celular, que obviamente no tiene crédito. Lázaro: Aló, ¿Kendry? Soy yo, Lázaro. No, no, estoy bien. La encontré. Espera. No es lo que pensábamos. Brenda es… Brenda es hermosa… Las operaciones fueron un éxito. Es… la mujer más hermosa que haya conocido. Creo que la amo. Ojalá ella quiera casarse conmigo. ¡Será Miss Venezuela! Es hermosa, y culta. Y creo que yo le gusto. El plan parece funcionar. Brenda solloza, y cuando se quema la mano porque el fósforo se consume, lo apaga, y sale corriendo como una chiquilla tímida. Que es al fin y al cabo lo que es.

135

En créole: Nom d’un chien!

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ESCENA 15: UN EDIFICIO QUE SÍ SE QUEMA Ingresa Alicia, el robot de reemplazo, fina y letal, precisa e indiferente, seguida de Claus y el Coronel. Claus: Hay algo que te quiero preguntar, Alicia. Algo que Beatriz no podía responder, tenía la memoria corrupta. ¿Por qué son así, por qué tan sañudas, las inteligencias? Alicia: Porque por eso las llamamos inteligencias y manejan el orden del cosmos. Y vos no, Claus. Vos no. Claus: ¿Las llamamos inteligencias? ¿O se llaman inteligencias? ¿Inteligencia no será una palabra como “playa”, como “cerro”? Alicia: ¿Qué querés decir? Claus: ¿Hay pruebas de semejante inteligencia? Coronel: Bueno, el orden del cosmos. Julia: (Que entra justo para escuchar al Coronel.) ¿Orden? ¿Cosmos? ¿A vos nunca se te ocurre pensar que está todo mal, no? Coronel: Ya le dije que no respondo preguntas que no me sean dirigidas de manera protocolar. Julia: Lo supuse. A lo mejor deba dirigirme entonces a su hermana. (Le arroja la sotana de María Martha.) ¡Farsante! Coronel: Yo… Mi hermana ha debido partir. Julia: ¡María Martha no existe! ¡María Martha es él! ¡Encontré la sotana en su pieza! Coronel: ¿Entró a mi pieza? Alicia: Ay, no lo puedo creer. ¿Todavía los entrenan con el Protocolo de la Monja Loca? Los militares no evolucionan más. Es un Protocolo lleno de fallas. Coronel: ¿Y qué querían que hiciera? Denme un Protocolo que no tenga fallas y yo me regiré por él. Claus: ¿Cómo? ¿María Martha y él son la misma persona? Coronel: Eso no cambia las cosas, ni los exime de su responsabilidad. Claus: ¿Y Hagen y yo somos la misma persona? Julia: No, ustedes no. Claus: ¿Cómo sabés? Julia: A ustedes se los vio juntos. Claus: ¿Cuándo? Coronel: ¡Basta, Claus, no llore! Acabemos con esta caza de brujas. Ingresa Lázaro a toda velocidad, aún empapado de combustible, megáfono en mano, hablando hacia lo alto. Lázaro: ¡Basta, Brenda! ¡Acabemos con esto! Coronel: ¿Qué pasa? Julia: (Todos miran hacia lo alto.) ¡Es Brenda! ¡En la azotea! (Gran confusión, Julia, Claus y el Coronel corren de un lado para el otro. Sólo Alicia permanece impasible.) Lázaro: ¡Baja, no te haremos daño! (Se escuchan gritos confusos, sirenas de bomberos, radios policiales.) ¡Tienes mi palabra, Brenda! (Cae un cadáver. Se trata de una niña operada, una futura Miss Venezuela malograda por Brenda.) ¡Basta! ¡Deja ir a las otras niñas! Kendry: ¡Deme ese megáfono, Lázaro! Acaba de lanzar a otra niña, esto es una carnicería. ¡Ya le dimos suficiente tiempo! Lázaro: ¡No! ¡Déjeme a mí! ¡No le disparen! ¡A mí me va a escuchar!

80 Kendry: (Arrebatándole el megáfono.) ¡Se acabó, Brenda! ¡Estás rodeada por tres cuerpos de elite! Vamos a subir. Aleja a las otras Miss Venezuelas del fuego. (Cae otro cadáver.) ¡Mierda, está loca! Lázaro: ¡Déjeme hablarle! ¡Soy el único que puede hablarle! Kendry: ¡No moleste, Lázaro! Ayude a los bomberos a apagar el incendio. Lázaro: (Arrebata el megáfono, y el arma de Kendry.) ¡Voy a subir! Kendry: ¡Alto! ¡Deténganlo! Lázaro escapa y sube al laboratorio en llamas. Kendry sale tras él. Alicia queda sola. Enciende un fósforo en su zapato, menea la cabeza, y se prende un cigarrillo. Observa su reloj. Cuenta los segundos. Se escucha un disparo. Luego silencio. Las sirenas ceden, o se escuchan más lejanas. Calma relativa. De pronto cae Lázaro en escena. Está herido de bala. Detrás de él, Brenda lo apunta con un arma. Lázaro: Lo siento, Brenda. Lo siento mucho. Brenda: Me diste tu palabra. Lázaro: Hice lo que pude. Mi palabra vale poco. Brenda: No me dejes. (Le arroja un cuaderno.) Lázaro: ¿Qué son esos cuadernos, Brenda? ¿Es el plan? Brenda: ¿Tú crees… que yo… tenía un plan? Lázaro: ¿Un plan para vengarte de todos? ¿Un plan para acabar con Venezuela? Brenda: ¿Un plan? ¿Qué plan? ¿En serio parece un plan, todo esto? Se escucha un disparo. Brenda ha sido herida de muerte por la espalda. Lázaro: ¡No! Brenda: Un plan. Un plan. Un plan. Lázaro: Se acabó, Brenda. Aún puedo salvar vidas inocentes; tienes que ayudarme. ¿Cuál era el plan? ¿Venezuela está en peligro? ¿Quién es la próxima víctima? ¿Chávez? ¿Está en el cuaderno? ¿Por qué a mí? ¿Qué quieres de mí? Brenda: Este amor fulminante tiene tu nombre, John Jairo. Lázaro: ¿Qué? No entiendo nada. Brenda: Que este amor lleva tu nombre, your name, ton nom, ou nom. Lázaro: ¿Qué? ¿Una bomba? ¿Dónde? ¿Es Chávez? Brenda: Que te quiero. Silencio. Muere. Pausa. Lázaro se arrastra hasta el cuaderno. Lo abre. Lo lee. Observa a Alicia, por primera vez los mundos se cruzan. Mientras tanto, Kendry arrastra el cuerpo sin vida de Brenda. Kendry: ¡Busquen a las otras Miss Venezuelas! ¡El edificio se quema! ¡Va a ceder! ¡Corra, Lázaro! Lázaro se aleja, arrastrándose en la dirección opuesta. Lee del cuaderno. Observa a Alicia. Alicia: Vaya que le llevó tiempo, comisario. Ahora lo entiende, ¿verdad? Lázaro vuelve a leer del cuaderno. Ingresan intempestivamente Claus, Julia y el Coronel, sotana en mano. Lázaro los observa, lleva la vista del cuaderno hacia ellos, una y otra vez. Coronel: No mezcle las cosas. Es verdad: yo soy mi hermana. Es un ardid. “Si las cosas se le van de las manos”, me dijeron, “conviene tener un Plan B”. Julia: ¿Le dijeron? ¿Quién le dijo tal cosa? Coronel: ¿Quién va a ser? Operaciones Especiales. Julia: ¡Basta! Ya sabemos que no existen.

81 Coronel: ¿Pero qué dice? Es cierto, no se han manifestado mucho, no han acompañado todos los giros difíciles de esta misión, pero ellas aprecian lo que hacemos, y les gustaría que lo hiciéramos mejor. Julia: ¡No existen! ¡Ni Beirut, ni Bogotá, ni Fabio, ni las medallas de Sydney! ¡Ya lo verifiqué! Coronel: ¡Usted no puede verificar ni siquiera cuál es su novela y cuál la de sus plagiadores! Voy a llamar a Operaciones Especiales y van a escuchar de ellas mismas lo que quieran saber. Alicia: Aquí tiene el teléfono, Coronel. Llámelas. Coronel: Claro que lo voy a hacer. (Marca. Espera. No atiende nadie. Corta y vuelve a marcar.) Marqué mal. (Espera.) Bueno, ahora no pueden contestar. (Espera y vuelve a marcar.) Julia: Ahora ni nunca. ¡Hay un patrón! Laboratorios “Maracay”, “Maracaibo”, “maracucho”, “Maracatel”, “maraca”, las maracas que le dieron a Claus, “marico”, tres maricos venezolanos en La Guaira… ¿Cómo no me di cuenta? Las palabras que usamos son variaciones de lo mismo. Son variaciones de un diccionario. Lázaro guarda acrílico en el bolso, un bolsón, ¡El Bolsón!, Esteban se va al Bolsón, conoce a Ludmila… y… y… Debe haber un patrón en lo que estamos diciendo. Claus: ¿Un patrón? ¿Las inteligencias armaron esto? ¿Con un diccionario? ¿Ellas saben que nos vamos a extinguir? Julia: Mucho peor, nosotras ni siquiera estamos aquí, para las inteligencias. Claus: ¿Qué estamos haciendo acá, entonces? ¿Y dónde está Hagen? Lázaro/Hagen: Acá. En el piso. Claus: ¡Qué suerte! Empezaba a pensar que vos y yo éramos dos partes de una misma personalidad subdividida: la mía. Qué horror. Lázaro/Hagen: No. No es tan simple. Coronel: Evidentemente, por eso se trató de armar un grupo de elite. La situación lo amerita, señoras. Julia: No, no. Piensen más rápido. Piensen mejor. ¡Ah! Mire su teléfono del futuro… Lázaro/Hagen: ¡Es un modelo viejísimo! ¿En qué año estamos? Julia: No empieces otra vez con eso de los años… Lázaro/Hagen: Lo digo en serio. Olvídense de los mayas, de los conejos: fue una treta para confundirlo todo. ¿En qué año gregoriano se llevaron la danza? Alicia. Alicia: (Impertérrita.) En el verano de 1359. Coronel: Sí, El Verano sin la Danza, como lo poetizó Hildegaard. Lázaro/Hagen: ¡Hildegaard! ¿Alguien recuerda algún poema de Hildegaard? Claus: Claro, ése tan famoso que decía… “El mar / como un vasto cristal azogado”… ¡No! ¿A dónde quieren llegar? Me están dando miedo. Julia: ¿Quién es Hildegaard? Lázaro/Hagen: El verano de 1359. A ver, saquen cuentas. ¿Qué es 1359? ¿1359 qué? Coronel: 1359 dPC. 1359 después del Primer Contacto. Lázaro/Hagen: ¿Ah, sí? ¿Qué es el Primer Contacto? Coronel: ¿Cómo qué es el primer contacto? ¿Lo pregunta en serio? Lázaro/Hagen: Sí. En serio. Si hubo un primer contacto, ¿qué había antes? ¿Por qué empezaron a contar de nuevo a partir del primer contacto? ¿Qué había antes? Alicia: Yo se los voy a decir. Antes había después de Cristo y antes de Cristo. Lázaro/Hagen: ¿Y qué es Antes de Cristo y Después de Cristo? Julia: ¿Existió Cristo? ¿Existió tanto como para poder medir las edades de la historia en un antes y un después? ¡Una mentira, una convención! Es igual que lo del Primer Contacto. ¡Nunca hubo un Primer contacto!

82 Coronel: ¡Señoras, calma! Julia: ¡Estamos mal imaginadas! Coronel: Esto es un disparate. Lázaro/Hagen: Y ya que estamos, ¿qué es eso de hablar en femenino cuando hay varios hombres y una mujer? Eso se dice “nosotros” y no “nosotras”. Coronel: Pero la Revolución Femínea… Julia: No, no; tiene razón Hagen. Estamos mal imaginados. ¡No hubo Revolución Femínea! Claus: ¡Nunca existió el tiempo gamma! Coronel: ¡Patrañas! Hay fotos. Claus, usted viajó en el Pampero y trajo… Julia: Eso es: el Pampero… Quiero ver de nuevo esas fotos. Coronel: Acá las tiene, aquí está Claus posando ante el Pampero… (Ve algo en la foto que lo horroriza.) ¡Ay! Julia: ¡Mire su Pampero! Coronel: No puede ser. ¿Cómo no vimos esto antes? Claus: ¿Qué es? ¡Ay! Es… es… un juguete… Julia: …de hojalata. ¡Un ovni, un chiche de lata, con una banderita venezolana! Alicia: Nunca hubo nave, nunca hubo tiempo gamma, nunca hubo Beatriz, nunca hubo Esteban. Nunca hubo nada. Claus: Pero Esteban… Ludmila… Esteban… estaban… Claro que Ludmila y Esteban no estaban. Eso se lo inventó Beatriz. Julia: ¿Y esto, quién? (Le muestra la foto del Pampero.) Claus: No puede ser. Julia: Deme todo, deme la foto de los granjeros… Coronel: ¿Qué granjeros? Julia: Los que interrogaron a esa presunta inteligencia… estoy segura, estoy casi segura… no lo quise aceptar en su momento, se ve que no lo quise ver… pero la inteligencia se parecía mucho a… a… un topo. Coronel: ¿Qué clase de sublevación es ésta? Julia: ¡No me hable de sublevación! ¡Cada vez que se dice la verdad usted ve una sublevación! ¡Usted ni siquiera es militar! ¡Usted no es nada! ¡Usted está mal imaginado! Claus: ¡Un cohete de lata con bandera venezolana! Lázaro/Hagen: Brenda. Alicia: Brenda. Sí. Julia: Brenda. Brenda nos imaginó. Nos escribió en sus cuadernos. Somos el producto de una mente desquiciada, y nos vamos a desvanecer. Brenda pudo borrar California de un plumazo porque somos su ficción. Es su derecho. Coronel: Pero… no… no puede ser. Usted no tiene razón y yo sí… La Planta… El Sefaratón… Julia: Mentira. Mentiras. Acrílico. Es como Beatriz. Ella creía que Esteban la había abandonado y nosotros sabíamos que no. ¿Pero qué importa? ¡Para ella es real! Y eso es acrílico roto y no sefarats. ¡Démelo! Coronel: ¡Jamás! (Pelean por la bolsa del Sefaratón.) Usted me habla de abstracciones pero esto es tangible, yo lo veo, lo toco, ésta es una máquina del futuro y sirve para producir ficción… que garantice… que… que… Lázaro/Hagen: ¿Pueden conseguirme un médico? Coronel: ¡Todos atrás! Hay un Plan C. ¡Tengo órdenes drásticas, si la misión fracasa! Lázaro/Hagen: No es necesario. La trama era al revés. El edificio se quema.

83 Julia: ¿Órdenes? ¿Qué órdenes? ¿Qué, nos va a disparar? ¿Con qué arma? ¡Todo es juguete! ¡Yo ni siquiera me llamo Julia! Claus: ¿Y nosotros? ¿Qué son Claus, Hagen? ¿Cómo me llamo? ¿Son nombres, son apellidos? Lázaro/Hagen: ¡Son juguetes! Claus y Hagen son unos ositos de peluche, que tenía Brenda, de la infancia, los vi en el sótano. Por favor, me desangro. Coronel: No me vengan ahora con ositos de peluche. ¡Maricos! ¡Pollerudos! (Arrebata el arma a Lázaro.) ¡Atrás, todos atrás! Lázaro/Hagen: Tranquilos, está trabada, no funciona. Julia: ¿Por qué nos quedamos tanto tiempo? Nuestras motivaciones están mal imaginadas. ¿Por una Barbie Ranchera, me quedé? ¿No se dan cuenta? Coronel: ¡Se terminó, Julia! ¡No sigan! Julia: ¿No lo entiende? No me puede matar porque… Coronel: (Le dispara. Silencio.) Lázaro: ¡Lorna! Lorna la compuso. Julia: No me dolió. (Cae muerta.) Claus: ¡Asesino! (Salta sobre el Coronel, pelean por el arma.) El Sefaratón cae al piso, la luz cambia, los fragmentos del Sefaratón se desparraman salvaje y azarosamente por el suelo. El Coronel y Claus desaparecen. Alicia, con toda calma, se acerca al dispenser de agua, se sirve un vasito. El agua se tiñe de verde. Y comienza el tiempo gamma. El Sefaratón –si es que tal cosa existeempieza a imaginar solo. Lázaro logra ponerse de pie, aún sosteniendo la herida sangrante, observa los fragmentos de acrílico, atenazado de fiebre y de dolor. Se acerca al cadáver de Julia/Brenda. Se arrodilla a su lado. Comienza una fase de absoluto delirio de los acontecimientos.

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ESCENA 16: EL DELIRIO DE LOS ACONTECIMIENTOS Los instantes finales de la obra son el intento de mostrar el tiempo gamma de los relatos. Se trata de una secuencia infinita, un video, sin devenir, sin texto, tal como la verían las inteligencias. Es decir: una serie imprecisa de cosas que permite pensar en cualquier otra cosa cuando se la ve. Para ello, los personajes (todos) de la trama entran y salen, sus acciones se repiten, se suman se entrelazan, y luego van mermando hasta desaparecer. Sólo Alicia permanece, fría y aburrida, mientras el mundo se hace terrones, y el viento de los siglos lo devora todo. La escenografía, que estaba hecha de carpas muy ligeras, es arrastrada literalmente por el súbito viento, hasta que no queda nada. Salvo la nostalgia inocua de unos personajes irreales, que desfilan aún un rato por la pantalla. Esta secuencia incluye a Federico ordenando sus partituras, a Bermúdez realizando una auscultación, a Ernesto desnudándose para la auscultación, a la Secretaria sosteniendo una maceta con la Planta, a Chávez poniéndose un termómetro, al camarero del bar de la anécdota de Chávez quedándose son sus dos bolívares, a la Sargento Arriola afinando su instrumento musical, a Chi-Tsu arrancando su trébol, a los soldados nipones, a Beatriz que se reprograma contra la pared, a Brenda que acuchilla a Barragán en el suelo, a Leroy que peluquea a Alexandra, y finalmente, a Esteban que se va, dejando una nota a Beatriz, metiendo sus cosas en una mochila, luego Beatriz traga papel, devora la memoria, borra los archivos, y Esteban y Ludmila –embarazada- regresan, de mochileros, Ludmila canta con la guitarra de Federico, la Hilandera China exhibe ante Chi-Tsu la hoja afilada, el peligroso mango del cepillo de jade, principio y fin de un plan infalible. De un plan para escapar.

Escrita entre las ciudades de Stuttgart y Buenos Aires, entre enero de 2005 y julio de 2006

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