Teoria De La Evolucion Ciencia O Filosofia

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Juan Carlos Ossandón Valdés LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

¿CIENCIA O FILOSOFÍA?

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Título original de la obra: LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN ¿CIENCIA O FILOSOFÍA? Autor: Juan Carlos Ossandón Valdés. Primera Edición: Agosto 2014, INIE Editores. ISBN: 978-956-9027-07-9. Copyright: 243648. Diseño de portada: Marcelo Jordá Aliste. Edición y Diagramación: Jorge Marcich Colina.

Impreso en Chile - Printed in Chile Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier tipo de soporte o medio, actual o futuro, y la distribución de ejemplares mediante alquiler, sin la preceptiva autorización.

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A MODO DE PRÓLOGO........................................................................ 13 1. CAPÍTULO PRIMERO ........................................................................ 17 EL CONOCIMIENTO ............................................................................. 17 1.1. EL CONOCIMIENTO SENSORIAL ............................................. 21 1.2. EL CONOCIMIENTO INTELECTUAL ......................................... 25 1.3. EL PROBLEMA DE LA VERDAD ............................................... 27 1.4. CONOCIMIENTO VULGAR Y CIENTÍFICO ................................ 30 1.5. LA SABIDURÍA ...................................................................... 35 1.6. LA VERDAD ........................................................................... 41 2. CAPÍTULO SEGUNDO ....................................................................... 45 EL SIGLO XIX ....................................................................................... 45 2.1. LAMARCK ............................................................................. 46 2.2. CHARLES DARWIN ................................................................ 49 2.3. HERBERT SPENCER ............................................................... 56 3. CAPÍTULO TERCERO ........................................................................ 61 EL DARWINISMO................................................................................. 61 3.1. DARWIN .............................................................................. 62 3.2. LA SELECCIÓN NATURAL ...................................................... 66 3.3. EL DARWINISMO .................................................................. 68 3.4. DARWINISTAS VERSUS CREACIONISTAS ................................ 71 3.5. DARWINISTAS VS. DARWIN .................................................. 78 4. CAPÍTULO CUARTO ......................................................................... 83 EL ORIGEN DE LAS ESPECIES ................................................................ 83 5. CAPÍTULO QUINTO .......................................................................... 95

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EN QUE SE DEMUESTRA LO DICHO I .....................................................95 5.1. LA PRESENTACIÓN INGENUA ...............................................100 5.2. LAS PRUEBAS CLÁSICAS .......................................................103 5.2.1. LA PALEONTOLOGÍA .............................................................106 5.2.2. EL ARGUMENTO BIOGEOGRÁFICO ........................................108 5.2.3. EL ARGUMENTO TAXONÓMICO ............................................108 5.2.4. ANATOMÍA COMPARADA .....................................................110 5.3. UN EVOLUCIONISTA CRÍTICO ...............................................124 6. CAPÍTULO SEXTO............................................................................153 EN QUE SE DEMUESTRA LO DICHO II ..................................................153 6.1. SERMONTI Y FONDI .............................................................153 6.2. MICHAEL BEHE ....................................................................160 6.3. JORDI AGUSTÍ ......................................................................164 6.4. ENRIQUE DÍAZ .....................................................................168 6.5. FRED HOYLE ........................................................................171 6.6. RICHARD C. LEWONTIN........................................................173 6.7. DANIEL RAFFARD DE BRIENNE .............................................173 6.8. GEORGE SALET ....................................................................176 7. CAPÍTULO SÉPTIMO .......................................................................191 LA TEORÍA DEL DISEÑO ......................................................................191 7.1. MICHAEL J. BEHE .................................................................192 7.2. DISEÑO INTELIGENTE. HACIA UN NUEVO PARADIGMA CIENTÍFICO.................................................................................195 7.3. OF PANDAS AND PEOPLE .....................................................205 7.4. DARWIN FRENTE AL DISEÑO INTELIGENTE ...........................211

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8. CAPÍTULO OCTAVO ....................................................................... 225 REGRESO A LA FILOSOFÍA .................................................................. 225 8.1. GEORGE SALET ................................................................... 225 8.2. EL ORIGEN DE LAS ESPECIES ............................................... 228 8.3. LA FINALIDAD EN BIOLOGÍA ................................................ 234 8.4. NECESIDAD DE ARMONIZAR CIENCIA EXPERIMENTAL CON FILOSOFÍA ................................................................................. 238 9. CAPÍTULO NOVENO....................................................................... 243 ¿CIENCIA O FILOSOFÍA? .................................................................... 243 9.1. LO QUE DICEN SUS CREADORES .......................................... 243 9.2. CIENCIA Y FINALIDAD.......................................................... 254 9.3. ¿FILOSOFÍA O CIENCIA? ...................................................... 259 9.4. EL PROBLEMA DEL FUNDAMENTO ...................................... 265 9.5. A MODO DE CONCLUSIÓN .................................................. 267 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................... 273 LIBROS ...................................................................................... 273 ARTÍCULOS DE REVISTAS ........................................................... 285

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Contradecir a Darwin es intelectualmente imposible. Herbert Gintis en Commentary magazine (September, 1996)

Si se llegara a demostrar que hay algún órgano complejo que no habría podido formarse por una serie de modificación gradual y tenue, mi teoría, ciertamente, no podría ser defendida. Charles Darwin, El Origen de las Especies

Cuando un nombre puede significar todo, no significa nada… Cuando un término designa todo, comprendido su contrario, ninguna discusión científica es ya posible. Julien Freund en Théorie et Utopie

Definición de impostura: Afirmar como verdad demostrada una enunciación indemostrable y divulgarla ante un público que no sabe en qué consiste una demostración. Pierre Dieterlin, citado por Gilson en De Aristóteles a Darwin y vuelta.

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A MODO DE PRÓLOGO

El curso de filosofía que recibí en mi último año de secundaria en el colegio de San Ignacio, Santiago de Chile, fue dictado por el sacerdote jesuita Francisco Dussuel, quien era un convencido partidario de la teoría evolucionista de Darwin. Recuerdo que, en cierta ocasión, conversando acerca de estas hipótesis, un tío mío, Mons. Arturo Ossandón Guzmán manifestó su escepticismo y lo fundó en una reflexión muy simple: los monos nacen peludos, los hombres, en cambio, no. El primer hombre no es hijo de un mono. No supe qué responder a tal objeción, más no perdí el convencimiento que me había inculcado mi profesor de filosofía. Mientras cursaba filosofía en la Universidad Católica de Chile, cursé una materia que se llamaba: “lecciones de biología relacionadas con la filosofía”. Las dictaba un sacerdote salesiano, Bruno Riclowsky, el cual nos enseñó el sistema endocrino y la teoría de Darwin. No se preocupó de demostrar la veracidad de esa hipótesis porque, según él, todos los científicos la aceptaban. Corría el año 1959. Como prueba de la unanimidad de los pareceres, a pesar de las discrepancias de detalle, nos señaló que, con motivo del centenario de la publicación de El Origen de las Especies, 1859, se había celebrado un congreso en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se había manifestado tal unanimidad. Cuando viajé a España a realizar los estudios conducentes al doctorado en Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, me encontré con un biólogo que había conocido en la universidad, el Dr. Patricio Meneses. Conversando sobre Teilhard de Chardin, me dijo que ese Teilhard podría saber mucha filosofía, lo que yo negué terminantemente, pero muy poca biología, y me dio varios ejemplos que demostraban su aserto. Cuando lo conocí en Chile, era partidario de la teoría de Darwin; ahora, en cambio, consideraba que esa teoría tal vez

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podría defenderse en filosofía, pero que carecía de base científica. Quedé muy sorprendido ante tal cambio de opinión. Para colmo de mi sorpresa, leí un artículo en el ABC de Madrid en el cual un catedrático de la universidad de Zaragoza, biólogo, se oponía a las teorías de Darwin y citaba como ejemplo de la mala fe de sus sostenedores, el caso del congreso realizado para rememorar el centenario de la publicación del libro de Darwin. En esa ocasión, decía el profesor, en la primera sesión se presentó el organizador del evento y manifestó que se habían recibido ponencias que discrepaban de la teoría de Darwin. Como el congreso se realizaba como un homenaje al gran científico inglés, esas ponencias no serían leídas ni publicadas. Un murmullo recorrió la sala y una tercera parte de los asistentes, aproximadamente, se levantó de sus asientos e hizo abandonó en señal de protesta. El profesor confesaba que no creía que todos ellos lo hubiesen abandonado por su oposición a las teorías pergeñadas por Darwin, sino por la actitud, tan opuesta a la ciencia, que representaba su organizador. Mi sorpresa fue mayúscula al recordar lo que nos había enseñado el P. Riclowsky. Él había sido víctima de un fraude. Como había comenzado a conocer otros fraudes relacionados con estas mismas hipótesis, mi adhesión a ellas comenzó a enfriarse. Tal parece que no se nos había enseñado ciencia sino un nuevo fundamentalismo. Muchos años más tarde leí la obra de E. Gilson: De Aristóteles a Darwin… Ida y regreso. El genial historiador de las ideas ponía el punto sobre las íes en muchos aspectos de la concepción finalista en biología y, de paso, aclaraba otros tantos de la teoría de la evolución. Me interesó sobremanera su exposición y pensé que era necesario comenzar a documentarme en serio en tales materias. Leí mucho, tanto a autores que defendían como a los que atacaban tales hipótesis. He creído conveniente dar a conocer el resultado de estas lecturas a los que les interesan tales menesteres. Tal vez sea preciso repensar muchos tópicos que se han ido aceptando por fe en los científicos supuestamente unánimes.

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Como muchos han adoptado la teoría de Darwin como una religión, y una religión revelada directamente por Dios no se discute, los que tal actitud han adoptado pueden cerrar este libro. Los que, en cambio, se mantienen en un nivel estrictamente científico, pero no descalifican otros ámbitos del saber, pueden leerlo con calma y verificar que la discusión sobre esta hipótesis está más viva que nunca. Como soy filósofo y no científico de ninguna de las parcelas en que se divide esta disciplina intelectual, asistiré como mero espectador a las disputas propiamente científicas. Acepto en un acto de fe la honestidad de los autores que leo. Más, como filósofo, debo dar a conocer mi opinión sobre el subtítulo de este libro. En efecto, en las numerosas lecturas que he hecho sobre esta teoría, no he hallado casi ninguna exposición que responda cabalmente a mi pregunta: ¿Ciencia o filosofía? Me parece que responder a ella es una cuestión previa a toda discusión. Mas, como es tan oscura y está tan embrollada la cuestión, la dejaré para el final. Primero es necesario aclarar una serie de cuestiones básicas que nos permitirán dirimir esta pregunta inicial.

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1. CAPÍTULO PRIMERO EL CONOCIMIENTO

Para distinguir la filosofía de la ciencia y saber si son incompatibles o no, es necesario, como cuestión previa, saber cómo se conoce. Este estudio daría para muchos libros porque, aparte de la enorme complejidad del problema, hay tantas maneras de comprenderlo como escuelas filosóficas se han desarrollado en el mundo desde su origen griego. Quien quiera dejar contentos a todos, no convencerá a nadie. Habrá, pues, que darle la preferencia a una de ellas. Nuestro criterio privilegia a la que tome en cuenta todos los aspectos de la realidad, en la medida de lo posible, y mejor los valore. Tenemos conciencia de que estamos equipados por un doble sistema de conocimiento: el sensorial y el intelectual. Es muy fácil observar la inmensa diferencia que los separa. ¿Hasta el punto de oponerlos? Sí y no, como casi siempre se responde en filosofía. En temas tan misteriosos, la verdad suele estar entre dos observaciones igualmente deficientes; mas, como todas tienen mucho de verdadero, el error suele darse en un inadecuado énfasis en uno de los aspectos con detrimento de los demás. Lograr la proporción, la armonización de todos ellos, he ahí la dificultad. Es oportuno señalar que, en este aspecto de nuestra vida, ocurre lo que sucede en prácticamente todos nuestros órganos. Como están al servicio del bien común del organismo total, a saber, la salud, cada uno ha de desempeñar su función en la medida en que convenga al todo y no a sí mismos. Pensemos en el desastre que supondría en nuestra boca que nuestros colmillos crecieran como los de los tigres dientes de sable… En nuestro modo de conocer o podía ser diferente. Está muy bien hacer uso de la imaginación; pero si por seguirla nos apartamos de la realidad, incidimos en la locura. En este aspecto, todas las interpretaciones pueden reducirse a tres: la que da la primacía a los sentidos corpóreos, desconociendo la

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importancia de la labor intelectual; la que da la primacía a la intelectual desconfiando del testimonio de los sentidos que tanto se equivocan; finalmente, la que armoniza ambos aspectos considerándolos absolutamente necesarios e irremplazables en su función propia y perfectamente armonizados entre sí. A la primera la solemos llamar empirismo. Este modo de valorar nuestro conocimiento es el más antiguo, propio del comienzo del filosofar, pero que regresa triunfante en Inglaterra al comienzo de la modernidad para, en la actualidad, dominar entre los que se dedican a las ciencias experimentales. A la segunda la llamamos racionalismo, el que, más tarde, desemboca en el idealismo y se impone en Francia y Alemania en ese mismo período, aunque su origen también es presocrático y se halla en Parménides. A la tercera la llamamos realismo, el que, originado en Aristóteles, se impone en la cultura árabe y pasa a Europa al final de la edad media, conservándose en diversas escuelas de pensamiento, sobre todo, en la tradición escolástica hasta el día de hoy. Para responder a la pregunta inicial, hemos de decir que tanto el empirismo como el racionalismo, los oponen. Los empiristas limitan la veracidad al contenido de lo dado a los sentidos; lo que pase de ahí carece de valor. Su actitud la podemos hallar en la conocida frase: lo sé, porque yo lo vi. Para los racionalistas, por el contrario, la experiencia carece de valor científico, ya que es cambiante, mientras la ciencia llega a conocimientos inmutables. Su paradigma lo hallamos en las ciencias matemáticas que bien poco necesitan de la experiencia. La verdad se da exclusivamente en la razón. Sólo el realismo armoniza ambas formas de conocer considerándolos veraces en su ámbito propio. Por eso supera a las interpretaciones que los oponen al respetar todos los elementos que integran el conocimiento humano. Da la primacía a la labor de la inteligencia, por supuesto. Sin embargo, sin desconocer la veracidad de los sentidos, no deja de reconocer que sus características son opuestas. Los sentidos nos informan sobre el singular, mientras la razón comprende sus características esenciales que, por ser necesarias, tienen valor universal. Por eso se complementan. Para la acción práctica, el

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sensorial es irremplazable, ya que todo lo que existe es singular. Para comprenderlo, en cambio, el intelectual nos abre a su constitución íntima y permite hacer juicios necesarios y universales que valen para todos los singulares de las mismas características, lo que es lo propio de la ciencia. Por mucho que las ciencias respeten y valoren la experiencia, es construida por la inteligencia y no por los sentidos. Por eso sus conclusiones tienen valor universal. Para hacer patente la diferencia entre el conocimiento sensible y el intelectual, opongamos algunas de sus características: El conocimiento sensorial reconoce siempre al singular y se limita a él; el intelectual, en cambio, es universal; por tanto, lo que nos enseña vale para todos los singulares del mismo tipo. El primero es concreto, es decir nos muestra lo que está unido en el objeto; el segundo, abstracto. Finalmente, mientras el sensorial es contingente, el intelectual es necesario. Mediante un ejemplo visualicemos las diferencias. Imagine la iglesia a la que acude los domingos; piense en ella. El primer acto es sensorial, realizado por la imaginación ayudada por la memoria; el segundo es intelectual. Mediante el primero puede diferenciar esa iglesia de cualquier otra por su tamaño, color, figura, etc.; mediante el segundo comprende qué es realmente una iglesia, saber que expresa mediante una definición: una construcción dedicada al culto, por ejemplo. No confundamos al concepto con la palabra. En nuestro ejemplo, la palabra es “iglesia”, el concepto es “construcción dedicada al culto”. Cada vez que pronuncio la palabra, no pienso en ella sino en el concepto; a menos que esté dedicado al análisis gramatical o esté buscando una rima. En filosofía, aunque usemos palabras, único modo de comunicarnos, siempre estamos refiriéndonos a los conceptos. Observe que al pensarla, al definirla, la inteligencia deja de lado las características singulares de la misma para expresar lo que realmente es una iglesia. Al parecer, deja de lado todo lo que nos indican los

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sentidos; sin embargo, si no fuera por ellos, jamás llegaría a saber qué es una iglesia. Cuando lo sabe, decimos que ha forjado un concepto. Dicho de otra manera: ha comprendido. Además, es un conocimiento necesario, ya que lo que pretenda ser iglesia pero no cumpla con el contenido de la noción, no lo es, aunque su arquitectura sea la típica de los templos. Por lo mismo, respecto del ser iglesia, es contingente el que sea grande o pequeña, de tal estilo o tal otro. Todo eso puede variar o faltar y seguir siendo lo que es. Los elementos que la constituyen y que muestran los sentidos son concretos, son reales, ahí están en la cosa y son percibidos por nosotros en su sujeto de residencia: esa construcción de ladrillos que llamamos iglesia; en cambio, los elementos de la comprensión de qué sea una iglesia son abstractos, son tan solo la comprensión de los elementos concretos separados de su sujeto. Así, por ejemplo, podrá ver en Europa antiguas iglesias convertidas en museos, tumbas, establos, hoteles, o lo que sea. Los elementos concretos son los mismos desde su origen, pero ahora ya no son templos, sino la tumba de Napoleón, por ejemplo, ya que han sido separados de lo más propio de una iglesia: su dedicación al culto; es decir su finalidad. En general, cuando reconocemos la finalidad de algo, lo comprendemos. Ya veremos que es una de las causas y que cada una de ellas nos hace comprender. Es fácil advertir cómo se complementan ambos conocimientos al conjugar lo que me enseña el sensible con lo que me informa el intelectual. La inteligencia, pues, no desprecia los datos sensibles, únicos que le dan a conocer el objeto; sino que los “comprende”; es decir, descubre su esencia, o algo que pueda utilizar como tal. Así, supongamos que un niño distingue a los perros por su ladrido y a los gatos por su maullido. Ese sonido viene a ocupar el lugar de la esencia de tales animales. Más tarde irá “profundizando” su conocimiento y entenderá que los sonidos son accidentales. Un perro o gato mudo es tan perro o gato como el que ladra o maúlla.

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Habría mucho más que decir, por supuesto; baste lo dicho para lo que estamos estudiando. Pasemos, pues, a dar un vistazo a los dos tipos de conocimiento señalados más arriba1.

1.1. EL CONOCIMIENTO SENSORIAL

Algunos Científicos experimentales solo creen en la experiencia. Como su valor se estudia en filosofía, no sospechan que se hayan encerrado en la camisa de fuerza del empirismo. Éste es muy pobre en este aspecto, lo que llama poderosamente la atención, ya que debería dedicarle mucha atención. Sobre todo, carece de explicación alguna respecto del abismo que separa al conocimiento sensorial del intelectual. Se limita a reconocer que todo lo que sabemos, lo sabemos gracias a la labor de los sentidos; de lo que concluye que nada agrega la inteligencia. En la primera parte de su tesis tiene toda la razón; la segunda es lamentable. En efecto, no tenemos más contacto con la realidad exterior a nosotros mismos que el que nos otorgan los sentidos. Por desgracia, su información es ínfima. Es común que los que profesan estas doctrinas afirmen que jamás se puede superar la experiencia; pero nos enseñan que viajamos a unos cien mil Km/h alrededor del sol; que la velocidad de giro en el ecuador es de mil seiscientos Km/h con respecto al centro de los polos; que viajamos a aproximadamente a un millón de Km/h con respecto del centro de nuestra galaxia… ¿Alguien ha experimentado jamás tales velocidades? ¿Podríamos dialogar, estimado lector? Me permito preguntarle: en este momento, ¿qué están viendo sus ojos? Supongo que me responde que están viendo el libro en el que pretendo estudiar la relación que hay entre la filosofía y la ciencia experimental. Nada más falso. Sus ojos sólo ven colores y nada más. La respuesta correcta era: veo blanco lleno de 1

Puede consultarse mi libro “Aprendiendo a Pensar” para completar lo aquí dicho. Editorial Monasterio, Santiago, Chile, 2.011.

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marquitas negras. ¿Se reduce a eso nuestra experiencia? Por supuesto que no. Pero los sentidos nos entregan informaciones tan parcas como la que nos entregan los ojos que, aparentemente, de nada sirven. Cuando los empiristas afirman que sólo le creen a la experiencia, parece que no han comprendido cómo se realiza el conocimiento sensible y su admirable complejidad. Es notable el error de los sicólogos experimentales del siglo diez y nueve, cuando limitaban su investigación a estos sentidos corporales por lo que reducían todo conocimiento sensorial a la humilde sensación. Sabido es que Manuel Kant había explicado el conocimiento como un caos de sensaciones organizadas por ciertas estructuras propias nuestras. Esta visión parece que inspiró a ciertos psicólogos alemanes y los llevó a crear una nueva escuela psicológica: la Gestalt o psicología de la forma 2. Según ellos, más que captar partes o aspectos, captamos configuraciones o todos complejos. A este acto de conocimiento lo llamamos percepción. La sensación la alimenta, pero la percepción es creada por nuestro cerebro. Con ello han redescubierto el sentido común de Aristóteles o sentido interior, según san Agustín de Hipona. Nada nuevo bajo el sol. Realmente, lo que llamamos experiencia no es la obra de los sentidos sino del cerebro. Pero, y esto es lo notable, el cerebro no inventa nada, se limita a “profundizar” lo que los sentidos le proporcionan. En esto es muy importante observar que tenemos varios sentidos que nos informan diferentes aspectos de una misma cosa. Pero de la cosa en sí misma, nada nos dicen. Nos obligan, eso sí, a descubrirla. Y eso lo hace el cerebro al “comprender” la información, unificando lo que los sentidos le dan por separado3. Uso la palabra comprender en su acepción latina original: asir, aglutinar, unir; la que se conserva en castellano: abrazar, ceñir. La cosa real, ausente en la sensación, es descubierta en la percepción. Pero la descubre solamente a

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Se suele mencionar a Max Wertheimer, Wolfgang Köhler y Kurt Koffka como sus principales cultores. 3 A quien quisiere profundizar este tema le recomiendo: Cornelio Fabro: Percepción y Pensamiento. Eunsa. Pamplona. 1978.

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partir de los datos que aquélla le proporciona. Por eso puede ser engañada, ya que es difícil su tarea. Así, los pintores, en una superficie plana, nos hacen apreciar las tres dimensiones. De ahí los famosos “errores de los sentidos” que tanto sirven a los escépticos y a los racionalistas para desprestigiar su testimonio. Exageran, sin duda. ¿Quién no se ha visto en dificultad para determinar un color? ¿Azul o verde? Hay un límite en que parecen confundirse. A pesar de lo cual, confiamos en su testimonio. No hay, pues, tal caos de sensaciones ni la imposición de categorías a priori, como pretendía Kant, sino una reunión de los datos dados por los sentidos y exigida por ellos mismos. Por eso abro la ventana y no veo manchas verdes, grises y de diversos colores que pasan rápidamente frente a ella, sino árboles, pavimento y automóviles desplazándose. Estrictamente hablando, no debería decir que los veo sino que los percibo y los comprendo. Demás está decir que la percepción está impregnada por la inteligencia que, ahora sin comillas, comprende lo que se presenta ante sus ojos. Uso ahora el sentido más común de esta voz entre nosotros y que también proviene del latín: entender. Porque nuestro conocimiento es unitario e implica usar, al mismo tiempo, todo su equipamiento, que supone, en primer lugar los sentidos, en segundo lugar el cerebro y en tercer lugar la inteligencia. Por supuesto que habría que decir mucho más que esto sobre nuestra la experiencia; más, para lo que ahora estamos estudiando, nos basta con lo señalado. Espero que quede claro que, inicialmente, sólo captamos, en las sensaciones, aspectos superficiales de la realidad; que, poco a poco, los vamos integrando de modo de “comprender” cosas, individuos, como la integración de todos esos aspectos. Este conocimiento no es nada fácil de lograr, si bien, como llevamos tantos años haciéndolo, no nos damos cuenta. En los niños pequeños podemos observar cuánto les cuesta y cuánto tiempo les toma tener una percepción adecuada de la realidad.

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Como es obra del cerebro y no de los sentidos, ¿podemos confiar en la percepción? De hecho, confiamos ciegamente en ella hasta que ciertas trampas nos hacen caer en la cuenta de la dificultad. Si avanzamos en coche a cierta velocidad, los árboles pasan hacia atrás. Cuando nos paseamos, éstos permanecen inmóviles. Deberían también retroceder a medida que avanzamos; subir y bajar, incluso, al ritmo de nuestro paso. La percepción corrige estos detalles y nos da una visión de inmovilidad que no existe. ¿Nos engaña? Todo lo contrario. Nos permite caminar sin sobresaltos. Realmente, la percepción es algo magnífico. Gracias a ella reconozco que escucho la misma canción, aunque difieran todos los sonidos. Sea un piano, un violín o una guitarra, la percepción, al comprobar la misma relación entre los sonidos, nos advierte que escucho la misma canción. Lo que llamamos experiencia es la percepción, no la sensación. De modo que no puedo aseverar que vi hablando a Pedro. Vi ciertos colores y su movimiento, escuché ciertos sonidos y su frecuencia; percibí un todo y entendí que era Pedro hablando. ¿Puedo ser engañado por mi percepción? Por supuesto. En eso se basan los escépticos de todos los tipos para negar veracidad al testimonio de nuestros sentidos. Los realistas decimos, en cambio, que los sentidos testimonian verazmente lo que los estimula; el sentido interno percibe al reunir las sensaciones; la razón ha de juzgar con cautela su testimonio pues puede haber alguna interferencia que nos engañe. De hecho, ni los sentidos ni la percepción nos aseguran que “esto es así”; se limitan a testificar: “así lo siento”, “así lo percibo”. Es la inteligencia la que, a partir de esos datos, determina qué es realmente esa cosa. Lo que raras veces consigue con propiedad.

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1.2. EL CONOCIMIENTO INTELECTUAL

Decíamos que la segunda opción era el racionalismo con su desconfianza respecto del valor del testimonio de los sentidos. Esta actitud se remonta a Parménides y Platón es su máximo exponente. Este último estudió a la sombra de Sócrates que se interesaba por comprender a los hombres. Como “nada sabía”, se limitaba a preguntar a los que presumían saber. Su interés lo llevada, de ordinario, a temas morales y políticos. Mas quedaba disconforme con las respuestas que recibía; por lo que, mediante ingeniosas preguntas, dejaba en evidencia la ignorancia de su interlocutor. Platón comprendió que su maestro andaba en busca del verdadero saber, estable y válido para todos los casos. ¿Qué es el valor?, ¿Qué es la belleza?, ¿Qué es la virtud? Preguntaba su maestro. No bastaba con responderle con un ejemplo. Sócrates deseaba llegar a la esencia de lo que deseaba saber. Pero los sentidos nada nos dicen sobre tales esencias; todo lo que nos muestran son aspectos aislados y variables al infinito. Meditando sobre este enigma, Platón4 supuso que había dos mundos muy diferentes: el intelectual, inmutable y universal, y el sensorial, singular y en continuo cambio. Postuló la solución más simple: hay dos mundos. Uno visto por nuestras almas antes de encarnarse: “la llanura de la verdad”; el otro, por nuestros sentidos, mera sombra de aquél. Por eso llamó, a lo que piensa nuestra inteligencia, “lo visto”, expresión griega que dio origen a nuestra palabra “idea” 5. Una idea es una realidad que reside en el mundo inteligible situado más allá del sol. Dado que en nuestro mundo hay cosas que se le parecen de alguna manera, como las sombras a lo que las provoca, nuestro intelecto es guiado por ellas a rememorar lo visto en aquel mundo. La experiencia se refiere a este mundo cambiante; la ciencia al inmutable de la verdadera 4

Su comprensión de los dos mundos es desarrollada en muchos de sus diálogos: Hippias Mayor, Menón, Cratilo, Banquete, Fedón, República, Fedro, Teeteto. Revisa y corrige su doctrina en Parménides, Sofista, Timeo y Leyes. 5 Έιδος, éidos, en griego.

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realidad. En esta visión queda escindida la realidad en dos mundos separados y antagónicos en cuanto a ciertas características, si bien, el sensible, en cierto sentido, imita al inteligible; así como la sombra se parece a lo que la crea. Gracias, pues, a un cierto parecido, nuestra inteligencia va recreando en su interior ese otro mundo y aspira a volver a él, donde gozará de la verdadera belleza, de la que son lejanas sombras las cosas bellas que aquí vemos. Su discípulo Aristóteles se sorprende de que podamos nacer sabios e ignoremos que lo somos. Urge, pues, hallar una comprensión de estos dos mundos que los armonice en vez de separarlos y oponerlos. Aristóteles6 reconoció que todo conocimiento comienza por los datos aportados por los sentidos, por lo que nunca es lícito negar lo que nos muestran. Más eso no basta. Ya vimos que las sensaciones tienen que ser reunidas en todos. Esos todos son las cosas, las cuales están provistas de color, olor, sonido, etc. Pero ellas son algo más que esos aspectos que muestran las sensaciones. Esa puerta es blanca, pero es algo más que un mero color. La inteligencia busca ese algo más. Cuando lo alcanza, o, al menos, cree haberlo logrado, forma el concepto 7. Este concepto es universal pues vale igual para todas las puertas, independientemente del color que tengan. La inteligencia busca lo que realmente es eso que presenta ante nuestros ojos un color blanco. Por ello se pregunta: ¿Qué es una puerta? Si le respondemos: “algo blanco”, no se da por satisfecha. Quiere descubrir qué encierra ese “algo”, el sujeto de lo que ven sus ojos. Su investigación termina en la esencia. Por desgracia, de muy pocas cosas llegamos a captarla realmente. Por ello, a menudo, nos valemos de una o más características que nos permitan distinguir esa cosa de otra de diferente naturaleza. Esta dificultad, esta incapacidad de nuestra inteligencia, alimenta todas las críticas que se le hacen, hasta el extremo de negar que existan las esencias. Sin embargo, 6

En su Órgano o Lógica, en su Metafísica y en Sobre el Alma expone su doctrina. A este trabajo de la inteligencia, técnicamente, se le llama abstracción; es decir, separación. Porque “separamos” los aspectos exteriores de lo que realmente algo es. Cuando definimos iglesia, no aludimos a los aspectos que las sensaciones nos muestran. Por eso decimos que la definición es abstracta, ha sido separada de la sensación. 7

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lo único que explica la universalidad del conocimiento científico, es su existencia. Por ello, podemos predecir cómo se comportarán los elementos con los que fabricamos un puente y cuánto peso puedan resistir. Si se cae, llevamos a juicio al constructor. ¿Por qué? Porque lo que sabemos de las esencias permite la técnica. Esta breve excursión por el complejísimo mundo del conocimiento humano debe dejarnos bien grabada nuestra debilidad. Lo que realmente conocemos son los aspectos que los sentidos captan. Con ellos, al advertir que varios provienen de una única fuente, captamos la cosa real, la que vamos poco a poco comprendiendo. Nuestra meta es la esencia, lo que realmente es esa cosa. Sin embargo, como no tenemos contacto directo con ella, la comprendemos a partir de los aspectos que nos muestra en la experiencia sensible. En una palabra, conocemos solamente “aspectos”. Por ello hemos de estar atentos y esperar que, en cualquier momento, surja uno nuevo que nos permita comprender mejor la esencia de lo que queremos conocer. Nunca agotaremos la complejidad de lo real. A pesar de lo cual, lo que ya sabemos, lo sabemos, y podemos confiar en ello. Por desgracia, confundimos constantemente saber con conjeturar. Tomamos nuestras conjeturas, nuestras teorías, nuestras hipótesis, por saber. Por ello hay tantas teorías muertas en el camino de la ciencia.

1.3. EL PROBLEMA DE LA VERDAD

Hasta aquí hemos dado una visión muy breve del inicio de nuestro conocimiento. Conocemos por los sentidos ciertos aspectos de la realidad que, al ser reunidos por nuestro sentido interior, nos indican que hay objetos concretos a los que les pertenecen esos aspectos. Pero no todo lo que es un objeto es captado por los sentidos. La inteligencia no se da por satisfecha tan fácilmente. Un niño pequeño puede identificar las cosas por su color y le basta; no así un adulto. Más aún, hay aspectos que

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sólo podemos reconocer tras ardua investigación. De modo que necesitamos advertir no sólo que tal sensación proviene de tal objeto sino que, además, reconocer otros aspectos a pesar de no haber sensación de ellos. Sin sentir congoja alguna, por su cara, advertimos cuándo alguien la está sufriendo. Percibo por sensación el color de su rostro, aunque carezco de sensación de su dolor, comprendo que él lo está sufriendo. Por eso no dudo de su presencia en esa persona. Una cosa es reconocer una sensación y luego unificarla con otras en la percepción; otra muy diferente es forjar un concepto, y otra muy distinta es atribuirlos a determinada realidad. Para ello necesitamos la experiencia. Ahora uso la misma palabra que he usado tantas veces, pero en otro sentido. Porque también llamamos experiencia a la acumulación de percepciones respecto de un mismo objeto. Esta acumulación nos convierte en expertos. La labor de la inteligencia, en este nuevo sentido de la palabra experiencia, es fundamental. No se trata tan solo de ver, oír, etc., ni tampoco de percibir objetos, sino de obtener conclusiones a partir de lo percibido tantas veces. Como todas las percepciones son diferentes, interviene la inteligencia que busca las esencias: ese fondo de las cosas que no cambia a pesar de que cambien todos sus detalles y que es expresado en su concepto. Todo este trabajo se completa al intervenir nuevos actos de la inteligencia: el juzgar y el razonar. Por el primero atribuimos tal concepto a tal objeto; por el segundo, superamos toda experiencia y hallamos nuevas características de ese mismo objeto y de otros del mismo tipo. Así, por ejemplo, el investigador puede descubrir al criminal sin haber sido testigo del crimen. Sin experiencia del hecho, logra completar la experiencia que tiene con elementos de los que no tiene ninguna, Ya que no estaba presente cuando ocurrió el delito, carece de experiencia, pero su inteligencia le permite completarla razonando. Cuando realizamos estas nuevas operaciones, hemos de ser más cautelosos aún. Porque, por medio de ellas, podemos generalizar aún más lo sabido y aplicarlo a nuevos ámbitos. Incluso, podemos superar

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toda experiencia sensorial posible. Si en las operaciones que estudiamos en el apartado anterior era posible el error y llamábamos a la cautela, en éste tal posibilidad se acrecienta. Juzgar y razonar es tanto más difícil que hemos de ser aún más cautos y reconocer que sabemos muy poco, aunque tengamos opinión sobre muchas cosas. Cuando estudiaba en secundaria, nos relataban cómo se había llegado a la conclusión de que el calor dilata los metales. Nada más fácil, aparentemente. Calentados varios metales se observaba cuánto se habían dilatado. Por desgracia, tal perece que el calor dilata, no solo los metales, sino todas las cosas. Tenemos dos problemas de dificilísima solución. El primero es cuántos casos permiten la generalización; el segundo, hasta qué nivel he de llevarla. Sin ánimo de profundizar el tema que estudian muy bien los que se dedican a la lógica, dejemos constancia de que no es nada fácil en la práctica. Todos los chinos tienen la piel olivácea, los ojos rasgados, una pequeñísima nariz. Tengo millones de casos que justifican una generalización. ¿Llega ésta hasta la familia, hasta el género, hasta la especie, hasta la raza o sólo a la sub-raza según la clasificación biológica? Como la especie humana suele dividirse en tres razas, la generalización legítima llega tan sólo hasta la raza en la actual clasificación. Este es el problema del método que usan los científicos experimentales y que llamamos inducción. Por desgracia compruebo con cuán pocos casos algunos científicos generalizan para, después de poco tiempo, reconocer que se han equivocado. Se nos dice: esto está científicamente demostrado, para, poco después, decirnos: se creía que…, pero hoy se sabe que… Para repetirnos la frase en unos pocos años más. Tanto se ha abusado de estas generalizaciones imprudentes y tanto se han achacado a la ciencia esas imprudencias, que estamos perdiendo nuestra fe en ella. ¿Afecta esta pérdida a la sabiduría? Primero habrá que distinguir ambas disciplinas.

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1.4. CONOCIMIENTO VULGAR Y CIENTÍFICO

Todos nuestros conocimientos están construidos con datos sensibles, de los sentidos, y elementos inteligibles, de la inteligencia. Ambos han de ser combinados, armonizados, de tal modo que nos den la posibilidad de vivir en un mundo comprensible. El uso más o menos cuidadoso de nuestras facultades es lo que distingue al conocimiento vulgar del científico y a éste de la sabiduría. No se trata de diferentes modos de conocer ni, mucho menos, de hacer uso de facultades diferentes. Tan sólo del modo cómo su usan las mismas capacidades. En definitiva, la diferencia la podemos expresar con una sola palabra: cautela. Ya vimos cuán fácil es equivocarse y cuán difícil es mantener el equilibrio en nuestros juicios. El empirismo no comprende la labor de la inteligencia; el racionalismo no comprende el valor de los sentidos. Ambos tienen muy buenas razones para defender su postura. Los empiristas se apoyan en la necesidad absoluta de la experiencia y en la dificultad de pasar más allá de ella, dificultad exagerada hasta la declaración de su imposibilidad. Pero vimos que la percepción ya sobrepasaba a los sentidos externos y nos manifestaba la existencia de cosas, propietarias de los colores, olores, sonidos que los sentidos nos transmiten. Los racionalistas observan cuán limitada es la información sensorial y a cuántos errores nos lleva. Sólo la inteligencia nos permite salvarnos de dejarnos engañar por las apariencias. Con san Agustín de Hipona les respondemos que, cuando los sentidos funcionan normalmente, son infalibles 8. ¿En qué? En mostrarnos determinadas apariencias. Ellos no juzgan, sólo presentan. ¿Quién juzga? La inteligencia. Ella sabe que, si no observamos con cuidado esas apariencias, podemos caer en error. La culpa no es de los sentidos, es de 8

Posiblemente, el mejor estudio que nos legó la antigüedad sobre esta cuestión, perfectamente válido hoy y de fácil comprensión, es el tratado: “Contra de los Académicos” de san Agustín de Hipona.

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la inteligencia, por falta de cautela. Los ojos no mienten cuando, en verano, ven agua en el pavimento allá lejos. La inteligencia sabe que no es agua, sino la reverberación que produce el calor. El error no se debe a los sentidos, salvo caso de enfermedad en el órgano, sino a la falta de cautela de la inteligencia. Todo se reduce, en cierto sentido, a esa cautela de la que carece el conocimiento vulgar. Éste suele ser muy seguro en los detalles; muy inseguro en sus generalizaciones. Es muy difícil generalizar. Lo único que lo permite es el conocimiento de la esencia; mas ésta se nos escapa cuando abordamos seres complejos. Entre éstos, sobresalen los seres vivos. El primer ser vivo, la célula, es de una complejidad asombrosa. Tal parece que aún estamos lejos de agotarla. ¡Y es minúscula! Sin embargo, algo conocemos de ella, lo que nos muestran los sentidos ayudados por el microscopio y la razón comprende. Es verdad que cada sentido se limita a captar un accidente. Más todo ente tiene los accidentes que su esencia permite y no otros. A través de ellos llegamos a lo que llamamos propiedades que nos sitúan muy cerca de la esencia. Y así sucesivamente vamos profundizando en el conocimiento de lo que nos rodea. ¿Llegaremos a apoderarnos de toda la complejidad de los entes? Jamás, no somos Dios para aspirar a tanto. Subrayemos que toda la diferencia entre el conocimiento vulgar y el científico proviene de la cautela. Es por eso por lo que han sido desarrollados métodos que procuran evitar la imprudencia de generalizar sin base suficiente. Por desgracia, tales métodos tan sólo dan una base, no una prueba apodíctica que está fuera del alcance de la ciencia experimental. Cuando renace, en el renacimiento, el entusiasmo por la ciencia experimental, dicho entusiasmo se extiende al método. Hoy estamos más conscientes de sus limitaciones. Es muy frecuente que los científicos reales lo olviden y creen leyes a partir de unas cuantas observaciones. ¿Cuándo es válida una generalización? ¿Cuándo un científico puede proclamar que ha descubierto una ley? Es curioso que aún muchos no se hayan dado cuenta de que la ley es obra de una inteligencia y ha sido proclamada ante otras inteligencias. Como los

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seres corpóreos no humanos carecen de ella, no hay leyes para ellos. ¿Qué hay? Esencias. Conviene, pues, que precisemos qué entendemos por esencia. Muchos identifican el concepto “especie” usado en biología, con “esencia”, usado en filosofía. ¿Recuerda estimado lector que Platón llamó idea a lo visto por las inteligencias antes de encarnarse? Pues bien, Cicerón tradujo la palabra griega “idea” por la latina “species”9. Traducción genial. En español deberíamos decir: “aspecto”. ¿Qué vemos de una cosa?: su aspecto. Es decir, ambas palabras, tanto la griega como la latina, significan: “lo visto”. Ahora bien, el concepto, como deberíamos llamar siempre a la idea, es expresado por una definición. La definición expresa lo que la inteligencia comprende. ¿Qué es eso? Eso es un animal racional mortal. Así definían al hombre los estoicos, definición que llega hasta nuestros días. La idea de hombre, la especie hombre, es la del “animal racional mortal”. Para los estoicos, los dioses eran los animales racionales inmortales. Supongo que habrá advertido que esta definición, si bien nos orienta bastante bien sobre la radical originalidad del ser humano, es muy parca, muy deficiente. ¿Comprendemos a cabalidad la animalidad?, ¿la racionalidad? Estamos muy lejos de ello. Recordemos: conocemos por aspectos. La misma animalidad la conocemos de ese modo, otro tanto hay que decir de la racionalidad. Además, son aspectos abstractos, no concretos; es decir, la inteligencia los ha separado como si fueran entes reales. No lo son; se limitan a ser aspectos reales de un ente único y complejo. Tengamos la humildad de reconocer nuestra ignorancia, aunque no la exageremos hasta negar todo conocimiento. Ahí están la ciencia, la técnica, la civilización, la cultura para decirnos cuán acertado es el conocimiento humano. Pero también están ahí las equivocaciones, a menudo muy dolorosas, para llamarnos a la cautela. 9

“Idea la llama él (Platón), nosotros especie”. Disputas Tusculanas, L.1, 24, 58. Sólo en filosofía esta palabra species adquirió el valor que hoy le damos. En el latín anterior significaba: vista, mirada, rasgos de un objeto, apariencia, aspecto, etc.

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Cada vez que preguntamos ¿Qué es esto?, esperamos que nos respondan con su esencia. Si nos dicen: es verde; quedamos completamente insatisfechos. Eso salta a la vista. Bien poco me enseña el color, deseo saber más. Al niño pequeño le basta con que le respondan con un nombre: eso es pasto. Algunos padres cometen la tontería de inventar una palabra para reírse del niño. Como el niño adopta la actitud propia de los nominalistas10, le basta esa respuesta. Mas pronto la supera y comienza la difícil edad de los porqué. Ya ha comprendido que la palabra nada enseña como subrayaba san Agustín. Con ella no se forman conceptos. Si me dicen pasto, me parece que ya entendí de qué se trata, aunque, realmente, casi nada sabemos de él. Un biólogo podría estar horas dándonos a conocer la increíble complejidad de esas plantitas. Como señalábamos más arriba, a menudo nos conformamos con ciertos aspectos que nos permiten distinguirlo de otras cosas. La esencia de ellas se nos escapa casi por completo. Es muy importante ese “casi”, porque siempre está implícita en todo lo que conocemos. En verdad hay realidades cuyas esencias comprendemos fácilmente, como ocurre en moral cuando estudiamos las virtudes, por ejemplo, o en matemáticas cuando estudiamos los números y las figuras geométricas básicas. El mundo de los seres vivos, en cambio, mantiene secretos insospechados, dada la enorme complejidad de sus esencias. Por ello no es posible identificar esencia con especie. Al fin y al cabo, la clasificación biológica es bastante arbitraria porque los que la crearon desconocían el funcionamiento de la inteligencia. Parecen ignorar que lo único que existe en sentido pleno es el individuo singular. Como lo conocemos por sus aspectos, y nuestra inteligencia puede separarlos, así, separados, sólo existen en nuestra inteligencia. Las especies, pues, son entes de razón. Sólo existen en nuestra inteligencia. Pero como la inteligencia no miente, en la cosa misma está el fundamento de estos 10

Llámase nominalismo a una escuela filosófica que tuvo inusitado éxito al fin de la edad media. Negó que conociésemos esencias, sólo Dios las conoce. Las reemplazamos, entonces, con nombres. Un nombre, nos asegura esta escuela, es una mera palabra que designa, en confuso, una realidad que los sentidos conocen perfectamente. Si así fuera, no habría ciencia de ningún tipo.

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entes de razón. A medida que limitamos las características que tomamos en consideración, distinguimos las razas, especies, géneros, familias, etc., de la clasificación biológica. ¿Cuál de éstas corresponde a la esencia? Ninguna. Mientras no conozcamos con propiedad la esencia de un ser vivo no podemos saber cuál taxón de la clasificación lo señala más adecuadamente. Más adelante volveremos sobre el tema. En definitiva, la esencia es lo que realmente y de verdad es una cosa, cualquiera que ella sea. No es su color, olor, dimensiones, figura exterior, etc. No es nada de lo que nos muestran los sentidos. La persona inteligente comprende que es mucho más que lo que sentimos de ella. Pero esos accidentes le pertenecen porque le convienen a esa esencia. Por esta razón son una guía para conocerla, al menos indirectamente, en cuanto está implicada en ellos. Cuando decimos que un animal es un pluricelular, estamos diciendo algo mucho importante que cuando decimos que emite una determinada voz. Es fácil comprender que si queda afónico, sigue siendo el mismo animal. Es por ello por lo que su comportamiento dependerá de su esencia y no de su olor, por ejemplo. De ahí que podamos anticipar su conducta. Si se reproduce sexualmente, buscará su pareja en el momento oportuno. Es por eso por lo que un animal físicamente tan débil como el ser humano ha podido cazar ballenas, mastodontes, desde la prehistoria. Hoy tenemos que prohibir su caza para que no se extingan. Mas como la esencia universal, abstracta, sólo existe en la inteligencia, en la realidad sólo existen los individuos, las diferencias individuales permiten muchas diferencias en sus actividades. Por tener la misma esencia, hay un padrón de conducta común; por la singularidad de cada bestia, hay mucha variedad en la realidad. No hay tal determinismo universal en la materia, comprensión mecanicista y reduccionista de la realidad. Hay esencias. Por ello, en sus líneas esenciales, todos los cuerpos del mismo tipo, actúan de la misma manera. Pero como la esencia se realiza singularmente en determinados accidentes, se producen innumerables variantes de detalle que han llevado a los médicos a alertarnos sobre los peligros de la

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automedicación. Pequeñas diferencias individuales pueden hacer variar los efectos del fármaco en dos personas que comparten la misma esencia, la humana. Es obvio que no nos reducimos a la esencia ni a los accidentes. El ente real, todo completo singular, al no ser captado en toda su realidad, es reducido a algunos aspectos sensibles por los sentidos y a algunos aspectos inteligibles por la inteligencia. A pesar de lo cual, el conocimiento humano es tan válido que ha creado al ciencia y la técnica y nos ha permitido desarrollar la cultura.

1.5. LA SABIDURÍA

La sabiduría tampoco se opone al conocimiento vulgar ni a la ciencia. Es una etapa más en lo que podemos llamar la profundización del saber. Repitamos la escala: las sensaciones muestran aspectos superficiales de las cosas; al reunirlos, la percepción descubre una cosa, un ente, propietaria de esos aspectos; la inteligencia busca comprender lo que muestran esos aspectos para producir el concepto. Como la primera experiencia poco muestra ha de repetirla y experimentar, para lo cual ha de tener suficiente cautela; por ello busca repetir la experiencia hasta tener base suficiente. Como esta labor es propia de la ciencia, que por ello la llamamos experimental, ¿Queda lugar para la sabiduría? Muchos lo niegan. Tanto el materialismo como el mecanicismo, desarrollados nuevamente desde el inicio de los tiempos modernos e impuestos a la ciencia por la filosofía positivista, nos inclinan a ello. En la antigüedad y edad media, no se separaba la ciencia de la sabiduría; ambas estaban incluidas en la voz filosofía. Es verdad que en la época helenista se las distinguió, tal como se hace hoy, pero sin oponerlas. La gran diferencia entre ellas es la superación de la experiencia sensorial. Advirtamos que ya la percepción iniciaba esta superación en el mismo inicio del conocimiento vulgar. Ésta se acentúa en el

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conocimiento científico para hacerse máxima en la filosofía o sabiduría. Tal vez un ejemplo nos ayude a comprenderlo. Supongamos que nuestros antepasados del neolítico hallan una hermosa caverna cuyo ingreso hace un zigzag que impide que la claridad del sol llegue a una enorme cavidad interior. No solo los acoge con su calidez, ya que el frío glacial no penetra hasta ella, sino que les inspira el deseo de pintarla. Supongamos que, como ya saben trabajar metales, pueden hacer escudos de bronce pulidos aptos para reflejar el sol. Dispuestos en los codos del zigzag, permiten llevar suficiente claridad al fondo de la caverna. Visto desde el interior, el último espejo explica dicha claridad, y la de éste es explicada por el anterior. El conocimiento vulgar se satisface con ese último espejo; el científico sigue la cadena de espejos sin salir de la caverna; el filósofo comprende que ninguno de ellos explica la luz por lo que, sin necesidad de salir de la caverna, comprende la necesidad de aceptar la existencia de un ente que inicie toda la cadena y que sea la verdadera causa de la luz: el sol. Supongamos que jamás salió de ella, carece, por lo tanto, de experiencia del sol; mas su inteligencia lo fuerza a comprender que existe. En términos filosóficos decimos que los científicos se limitan a las causas próximas, los espejos, mientras los filósofos se esfuerzan por alcanzar la última, el sol, según nuestro ejemplo. Pero es siempre la misma inteligencia, siempre el mismo punto de partida, la sensación. ¿Cómo es posible que la sabiduría pueda superar toda experiencia posible? Hemos de profundizar en nuestras facultades cognoscitivas para hallar la respuesta. Decimos que los hechos no se discuten, se aceptan. Llamamos hechos a lo que la experiencia nos da a conocer directamente; lo que, por desgracia, siempre se reduce a un caso singular. ¿Con qué derecho el científico generaliza y habla de razas, especies, géneros, familias, etc.? Ya lo vimos: es la inteligencia que busca las esencias porque no queda satisfecha con los aspectos exteriores que le muestran los sentidos. Toda

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la cultura y la civilización prueban que la inteligencia tiene razón al no conformarse únicamente con colores, olores, sonidos… Demos un paso más y sostengamos que los hechos son evidentes. Con esta palabra afirmamos nuestra absoluta seguridad. Siempre andamos en busca de la evidencia. Pues bien, la inteligencia es capaz de hallar ciertas evidencias al poner en contacto dos conceptos, sin necesidad de experiencia alguna. Pongamos en contacto el concepto “todo” con el concepto “parte”. Comprendemos, con evidencia inmediata, que “el todo es mayor que la parte” y que “la parte es menor que el todo”. Con este juicio puedo juzgar toda realidad en la que dos objetos aparezcan en esta relación. Siempre será mayor el todo. Aquí no cabe la duda, no se necesita hacer experiencias nuevas para corroborar la verdad del juicio que hemos hecho. Si le parece poco científico el confiar en la mera relación entre dos conceptos creados por nuestra débil inteligencia, piense un instante en las matemáticas. En ellas observamos el uso de este modo de razonar, llamado deducción, a cada paso11. Es por eso por lo que todas las ciencias experimentales que trabajan con cuerpos en movimiento se someten a ellas. Y nadie reclama por la intromisión indebida de una ciencia basada en meros conceptos. Por ello, además, estas ciencias demuestran sus verdades de modo muy superior a como los científicos experimentales pueden demostrar las suyas. Quien se atiene solamente a la experiencia está siempre abierto a hallarse con una excepción. Recuerde que los chinos tienen más de mil millones de ejemplos de que todo ser humano tiene las características que atribuimos a una raza entre otras. La generalización llegaba hasta la raza, no a la especie, mucho menos al género. La sabiduría se construye con ayuda de estas verdades que los matemáticos llaman axiomas y los filósofos principios. El usarlos también alcanza al nivel del conocimiento científico y vulgar, ya que no 11

Desde Aristóteles, llamamos inducción al método de generalización que usan las ciencias experimentales y deducción al que usan las matemáticas cuando han de demostrar. Por eso, aquéllas no son capaces de demostraciones apodícticas; éstas, en cambio, sí.

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se puede pensar sin ellos, pero el uso que de él hace la sabiduría exige un tratamiento especial que no es del caso profundizar aquí. Hay una ciencia dedicada a ello, se llama metafísica. Nos limitaremos a un solo ejemplo para que sea más fácil la comprensión de lo que estudiaremos más adelante. Los empiristas, al eliminar la aportación de la inteligencia, eliminaron la ciencia de los primeros principios de la razón, la sabiduría o metafísica. Está de moda reírse de la cima del saber humano. Es una lástima. Porque, hasta para reírse de la metafísica hay que hacer metafísica. Una muy mala por cierto. Mostraremos la importancia de su trabajo con un ejemplo, con la noción de causa, de la que brota el principio de causalidad, tan vapuleado en la mala filosofía moderna, pero absolutamente necesario en ciencia. Llamamos causa a aquello de lo que depende el ser del efecto. Suele expresarse estúpidamente el principio que brota de esta noción diciendo: todo efecto tiene causa. Como efecto es lo que tiene causa, enunciado así, el principio sería tan solo una tautología12. Un enunciado correcto, entre los muchos posibles, reza así: todo compuesto tiene causa. ¿Podría demostrarlo? No, porque es evidente. Sin embargo, puedo agregar otro principio, tan evidente como él, que ayuda a comprenderlo: lo diverso, en cuanto diverso, no hace algo uno. Para ser unificado eso que hemos calificado de diverso, se necesita de una fuerza unificante a la que llamamos causa. Jamás nadie vio, en el pasado, al espermatozoide unirse al óvulo, a pesar de lo cual nadie jamás dudó de que, si la hembra quedó preñada, intervino un macho… Gracias a estos principios primeros de la razón podemos sobrepasar el nivel de la experiencia y construir la sabiduría, la más difícil de todas las ciencias y de la que dependen todas, como quedará más claro cuando enfrentemos el subtítulo de este libro: ¿Ciencia o filosofía? 12

Como esta palabra es de uso poco común, indico que se llama así a una repetición inútil, viciosa, de lo ya dicho o sabido.

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Conviene agregar que hay muchos tipos de ciencia y la palabra se usa cada vez con más vaguedad. Es obvio que bien poco tiene que ver la química con la paleontología en el modo de estudiar su objeto y obtener sus conclusiones, por ejemplo. Cada ciencia ha de considerar la naturaleza de su objeto y, en virtud de ésta, buscar el método más apropiado. Mientras un químico puede repetir cuantas veces quiera una determinada reacción, al paleontólogo de nada le serviría tal repetición porque busca conocer qué ocurrió hace tantos siglos; hechos irrepetibles, obviamente. Porque si hoy ocurriese algo parecido, nada prueba que fue eso lo que sucedió hace un millón de años. Mientras el químico busca una constante, suele llamársela “ley”, el paleontólogo busca un hecho único. Como no hay testigos, tampoco podría llamarse hecho, en sentido estricto. Mientras el químico busca generalizar, el paleontólogo se limita a buscar la secuencia de hechos pasados. En el siglo diez y nueve, Charles Sanders Pierce13 explica ciertas peculiaridades de la ciencia en virtud de lo que él llamó la abducción. Esta consiste en observar una base de hechos y permitir que esos hechos sugieran una teoría. En el fondo, se limita a buscar una causa que permita explicarnos tales hechos14. Tal causa haría que el hecho que nos sorprende como algo insólito pase a ser natural. Todos los historiadores, investigadores policiales y nosotros mismos a cada paso hacemos uso de este modo de pensar. En los Estados Unidos está de moda entre los científicos y suele calificársela como la “inferencia de la mejor explicación”. Claro está que hay que evitar considerar que el hecho del que partimos nos sirva como confirmación de nuestra inferencia. Esta explicación no está confirmada por la experiencia, es una mera hipótesis; pero puede proporcionarnos una cierta convicción. La mayoría de las teorías científicas no pasan de ser abducciones, por lo que es un abuso cierto el presentarlas como hechos. El caso de la teoría darwinista es 13

1839-1914. Científico y filósofo norteamericano, profundamente religioso y miembro de la iglesia episcopal, aboga por el entendimiento entre ambos modos de conocer. Destaca por sus estudios lógicos. 14 Aizpún, en Evolucionismo y Conocimiento Racional, nos presenta una breve exposición. Págs. 312-323.

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paradigmático, como vamos a ver. Ya Aristóteles había hablado de tal modo de investigar como una variante de la deducción. En su comprensión, este modo de deducir, si parte de verdades apodícticas, es una verdadera demostración y no una mera hipótesis. En metafísica se hace uso de la deducción; más no así en las ciencias experimentales que se limitan a lo que los sentidos nos muestran. Lo que ellos muestran está en continuo cambio, es accidental y singular; carece de la universalidad que el conocimiento intelectual busca. Sin embargo, en la base de toda investigación científica está presente una deducción: todo hecho contingente ha sido producido por una causa. De ahí la superioridad demostrativa de las matemáticas que se mueven en el universo de los conceptos necesarios y universales y también se sirven de la deducción. Del mismo modo, la metafísica llega a certezas que están fuera del alcance de las ciencias experimentales. Pongamos un ejemplo sencillo. Cuando observamos una figura en la que aparecen ángulos opuestos por el vértice, una X, por ejemplo, tenemos la impresión que dichos ángulos son idénticos en tamaño, son iguales. ¿Será verdad necesaria, casualidad o mera ilusión óptica? Un científico experimental decide poner en práctica su método inductivo. Construye un centenar de cuerpos en que aparezcan ángulos opuestos por el vértice, de distintos tamaños, construidos con diversos materiales, etc., y los somete a temperaturas y presiones variables, etc. Todo lo que se le ocurra que pueda variar un ángulo. Al ver que no varían llega a la conclusión esperada. La expresa como una ley; pero advierte que puede haber excepciones. El matemático, en cambio, hace uso de la deducción. Ilumina su problema con la enseñanza que le brinda un primer principio de la razón. Este reza así: dos cantidades iguales a una misma tercera son iguales entre sí. En filosofía lo llamamos principio de triple identidad. En seguida pone nombre a los ángulos opuestos por el vértice: alfa y beta. Llamemos gamma al ángulo que los separa. En seguida observa que alfa más gamma es un ángulo extendido, es decir, mide ciento ochenta grados. Sumado beta con ese mismo gamma, también nos da ciento ochenta grados por la misma razón. El principio enunciado le permite

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concluir con evidencia absoluta que siempre y necesariamente los ángulos opuestos por el vértice serán iguales. Es por esto por lo que su profesor de matemáticas en La Flèche enseñaba a Descartes que la única ciencia que demostraba de modo absoluto lo que estudiaba era la matemática; certeza que el discípulo exageró hasta concluir que toda demostración ha de hacerse al modo matemático y se dedicará a desarrollar una matemática universal que destronara a la metafísica. Así nació el racionalismo y su desprecio de la experiencia.

1.6. LA VERDAD

Solemos iniciar una frase diciendo: Yo pienso que… A menudo quisiera, a mi vez, decir: Ya sé que piensa. Me gustaría saber si sabe. Porque es algo muy distinto pensar que saber, o sea, conocer. El conocer implica referir nuestras facultades a la realidad y adecuarlas a ella. Toda la ciencia se dedica a eso; no así la literatura que tiene la libertad de desarrollar fantasías que pueden estar reñidas con la realidad. Como el tema que nos ocupa es científico, hemos de limitarnos a la verdad. Porque en eso consiste la diferencia entre pensar y saber; sólo este último se limita a lo verdadero y evita toda fantasía, por bella que nos parezca. Un filósofo judío, Isahaq Israeli15, la definió: Adecuación entre la cosa y el intelecto. Definición aceptada por los pensadores medievales, los que distinguieron dos tipos: A) Si la cosa se adecúa al intelecto, la llamamos “verdad ontológica”. B) Si el intelecto se adecúa a la cosa, “verdad lógica”. La primera es la propia del creador que imprime su concepción a una materia; la segunda es la propia de los científicos y filósofos que buscan comprender la realidad, que no ha sido creada por ellos, sin falsificarla. Aunque hay otras definiciones de verdad, nos limitaremos a usar ésta que, aunque casi nadie la conoce, de hecho todos 15

Latinizado su nombre como Isaac, fue admirado en la edad media. Murió el 955 en Egipto.

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la usan en la práctica. Precisamente, cuando el que piensa no se adecúa a la realidad, decimos que se ha equivocado. La noción de error se funda en esta concepción de verdad. Hoy está de moda sostener que se busca la verdad. Pero, ¡ay de Ud. si sostiene que la ha hallado! Todos le negarás tal pretensión. No puede haber actitud más tonta que ésta. Si se busca algo es para hallarlo. Si nos negamos a aceptar su hallazgo, renunciemos a buscarla. Eso sería inteligente. Esta actitud se ha puesto de moda por influencia del pensar liberal que es escéptico16 en todo lo que no sea la mera experiencia material. Hay en la actualidad una actitud que me atrevo a calificar de romántica. Es notable observar cómo, a comienzos del siglo diez y nueve, se era tan aficionado a hacer afirmaciones grandiosas, rimbombantes, imposibles de realizar. Así se justificaba cualquier cosa con la palabra libertad, pésimamente comprendida, por lo demás; otro tanto ha ocurrido con la voz verdad. Se busca la verdad, como si fuera una cosa que existiera en alguna parte donde habría que ir a recogerla. Incluso se la escribe con mayúscula. En el libro citado más arriba, san Agustín nos muestra cuán fácil es conocer verdades; así, claro está, con minúscula. Porque la verdad es eso que hace que un mero pensamiento sea reconocido como adecuado a una determinada realidad. Nada más y nada menos. Pero importa mucho determinar qué se desea conocer para poder calificarlo de verdadero. Si deseo saber qué altura tiene un monte, me basta con determinar cuánto se alza sobre el nivel del mar. No importa que desconozca los elementos químicos que lo componen, cuántas moléculas forman parte de él, etc. Digo que se alza 6.518 metros y basta. Se mide y se comprueba que he dicho verdad. 16

El escepticismo es una filosofía que se populariza en los momentos de crisis y desengaño. Así sucedió en la antigüedad, así sucede en Europa en la era contemporánea. Consiste en negar la capacidad de la razón para alcanzar la verdad. A ellos responde san Agustín en el libro citado más arriba.

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Toda verdad se expresa en un juicio. El concepto, en sí, ni es verdadero ni falso. Si pienso en una sirena, como las que se dice vio Odiseo, y me limito a eso, sin afirmar su existencia, nadie me puede decir que me equivoco. La pienso y punto. Tengo la misma libertad que el literato que escribió la Odisea. Pero si afirmo su existencia en el Mediterráneo, tendré que probarla. El científico no tiene la libertad del literato. De modo que es tan fácil conocer verdades, como lo demuestra san Agustín en ese libro apoyándose en las proposiciones disyuntivas, que resulta sorprendente que alguien piense que es imposible conocerlas. Porque la presencia de la verdad es lo que distingue al pensar del conocer. Si Ud. piensa que las ranas son mamíferos, quiere decir que no conoce bien a las ranas o a los mamíferos… Algo más tiene que haber para que el escepticismo se haya extendido tanto. Por eso decía más arriba cuán importante es determinar qué deseo saber. Como la inteligencia humana se abre al infinito, desea un conocimiento exhaustivo de la realidad. Como esto le está vedado, dadas sus limitaciones, hay personas que se desaniman y exageran la debilidad de nuestra mente. Así, después de decir que nada se sabe, un escéptico desciende por la escalera en vez de arrojarse por la ventana desde el octavo piso del edificio donde sienta tan peregrina afirmación. Con su actitud me muestra que conoce una verdad y actúa en consecuencia. El sólo hecho de que salga por la puerta y no por la ventana confirma que sabe algo. Hay que tener la humildad de reconocer nuestros límites. Los escolásticos suelen llamar la atención de que esta definición usa la palabra adaequare (adecuar, en latín), en circunstancias de que bien podría haber empleado aequare o exaequare. El verbo original es aequare que significa allanar, igualar, nivelar. Al agregarle esas preposiciones se produce un matiz diferenciador del que muchas veces los autores prescinden; en filosofía, empero, deben ser valorados. La preposición ex implica un refuerzo del sentido, por lo que se usa sobre todo para expresar “llegar a ser igual a”, “poner a la misma altura de”; y la preposición ad indica finalidad y, por lo tanto, un aproximarse a la

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igualdad, en nuestro caso. Ignoro qué término usó Israeli que escribió todo en árabe; tampoco sé si el traductor medieval tenía conciencia de la diferencia entre las tres voces, ni si los que la citan lo advierten. Sea de esto lo que fuere, hallo muy atinada la palabra empleada. Nuestro conocimiento nos aproxima a la igualdad, pero no la consuma. En otras palabras, no logramos un conocimiento exhaustivo que nos revele todos los aspectos de un objeto, sino uno aproximado que me revela éste o aquél, suficientes para lo que deseo saber. Mas, como mi sed de saber no se extingue, nunca quedo satisfecho. Por mucho que me duela mi ignorancia, no puedo negar lo poco que logro captar de un objeto tan complejo como es un ser vivo. Y, como tantas veces hemos de repetirlo, la civilización y la cultura nos muestran cuán poderoso es el conocimiento humano, por mucho que tarde milenios en aumentar su saber y lo haga a través de muchos errores. Por eso es tan importante la historia y la tradición de las doctrinas en filosofía. Porque los errores pasan pronto, las verdades quedan. Por eso es también necesario distinguir cuidadosamente lo que se sabe de lo que se conjetura. Por desgracia, a menudo se nos presenta una mera conjetura como si fuera un hecho. Esta limitación comienza en los mismos sentidos. La vista capta ciertas radiaciones y no otras que son asequibles a la lechuza; el oído capta ciertas vibraciones y no otras que son asequibles al perro. ¿Qué de raro tiene el que la inteligencia humana también sea limitada? A pesar de lo cual, el policía captura al ladrón y el fiscal prueba su culpabilidad ante el juez. Los científicos van desentrañando muchos aspectos de la realidad que están fuera de nuestro alcance gracias a la ayuda que le presta un instrumental que ellos mismos fabricaron. Sin embargo, hemos de insistir en la cautela y en la necesidad de distinguir los hechos de las hipótesis. Por desgracia, muchos se enamoran de éstas hasta el extremo de confundirlas con aquéllos. La hipótesis evolucionista es un buen ejemplo de esta actitud ilícita en ciencia rigurosa como veremos más adelante.

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2. CAPÍTULO SEGUNDO EL SIGLO XIX

Por cierto que la historia de estas ideas no comienza en este siglo. Como destaca el P. Urdanoz O.P. hay atisbos desde la antigüedad en Anaximandro, Empédocles, Heráclito, por nombrar tan sólo a los primeros. El jesuita alemán A. Kirchner (1601-1680) sostuvo que Dios creó cuatro especies las que, por un complejo de causas, se habrían multiplicado al infinito. Su libro Arca de Noé no mereció ninguna censura eclesiástica. Algunos ilustrados también expresaron ideas análogas17. Podemos poner como ejemplo a Pierre Louis Moreau de Maupertuis18 quien preconiza el origen espontáneo de los seres vivos a partir de azarosas combinaciones de materia inerte y la diversificación de éstos gracias a azarosos cambios que producen seres más y más complejos y perfectos. Incluso reconoce que los seres menos capacitados son eliminados. Tenemos, pues, claramente esbozadas las principales ideas de Darwin en pleno siglo diez y ocho. Citemos dos páginas de Hegel tomadas de su Filosofía de la Naturaleza, publicada en 1816, que las rechaza, pero que nos servirá de confirmación de cuán expandidas estaban a comienzos del siglo: Es un pensamiento completamente vacío representar las especies desarrollándose unas a partir de otras, en el tiempo (…) El animal terrestre no se ha desarrollado de forma natural a partir del animal acuático, tampoco se ha puesto a volar por los aires al abandonar el agua. Incluso si la tierra estuvo un tiempo en un estado en el que no habían seres vivos sino tan sólo procesos químicos, y cosas así, en el momento en que el relámpago de la vida 17 18

Historia de la Filosofía. V. B.A.C. Madrid. 1975. Pág. 269. 1698-1759, sabio de carácter universal, defensor de las ideas de Newton.

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golpea la materia se hace presente de golpe una criatura perfectamente determinada, como Minerva surge, perfectamente armada, de la cabeza de Júpiter (…) El hombre no se ha desarrollado a partir del animal, ni el animal a partir de la planta; cada uno es, de un golpe, lo que es19.

2.1. LAMARCK

J-B de Monet, chevalier de Lamarck (1744-1829) es citado por Darwin como uno de sus antecesores; el principal, sin duda. Aunque su pensamiento resulta un tanto fluctuante, coincide con Darwin en la negación de la inmutabilidad de las especies, aspecto fundamental en su teoría. Es conveniente destacar que su punto de vista es opuesto al del inglés. Mientras, éste, liberal, jamás sale del individuo, el francés, de partida, se enfrenta con el todo y comprende el abismo que separa ambas visiones del mundo natural. Tal vez su comprensión sea más implícita que explícita, puesto que no es un filósofo sino un naturalista. Aunque un tanto larga, conviene leer con atención sus palabras: La naturaleza, ese conjunto inmenso de seres y cuerpos diversos, en cuyas partes subsiste un ciclo eterno de movimientos y cambios regidos por leyes, únicamente el conjunto es inmutable. Tanto cuanto agrade a su sublime autor el hacerlo existir, debe ser considerado un todo constituido por sus partes, con un fin que solamente su autor conoce y no por ninguna de ellas exclusivamente. Como cada parte debe necesariamente cambiar y cesar de existir para constituir otra, tiene un interés contario al del 19

Citado por Aizpún en Evolucionismo y Conocimiento Racional. Pág. 346.

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todo, y si ella razonara, hallaría que el todo está mal hecho. Sin embargo, en la realidad, es el todo el que es perfecto y cumple perfectamente el fin al cual ha sido destinado20. Este era el punto de vista dominante entre los naturalistas antes del triunfo del liberalismo, por lo que no podían concebir esa lucha por la existencia que será clave para el surgir de la doctrina de Darwin. Por lo mismo, el francés no sospechaba que llegaría el día en que los científicos eliminarían de su vocabulario la palabra fin y reducirían todo a materia y movimiento. Con ello desaparece el todo y su armonía, la que extasiaba a los pensadores anteriores, para quedar reducido a un abigarrado conjunto de seres en continua lucha por sobrevivir. Lucha que carece de sentido, como ya advertía Lamarck si nos atuviéramos exclusivamente al punto de vista de las partes desconociendo el del todo. Como es fácil observar, la diferencia la da la distinta perspectiva filosófica de los autores. Enunciado de este modo el diferente enfoque, pasemos a desarrollar muy brevemente el pensamiento del verdadero creador del evolucionismo, según piensan los franceses. Como es común en estas doctrinas, se supone que el comienzo de la vida está en organismos simples, los que se van haciendo más y más complejos con el paso del tiempo21. Estos organismos sufren modificaciones que crean nuevas necesidades en ellos; éstas los obligan a realizar otras actividades y adquirir nuevas costumbres; su sentimiento interior los obliga a hacer un nuevo uso de sus partes, darles un nuevo desarrollo e, incluso, a adquirir nuevas22. Notemos que Lamarck no se refiere al origen de la vida, fuera del alcance del naturalista, y que, además, supone la creación de la escala

20

Filosofía Zoológica, t. II, pág. 248. Citado por Gilson: D’Aristote… p. 70 nota 2. Las demás citas de este autor, las tomaremos del libro de Gilson. 21 Ibíd. 22 Ibíd. nota 3.

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de los seres, lo que alude a los tipos iniciales de la clasificación de Linneo. Respecto de las especies, noción tan difícil, como veremos tan tarde, supone que no son más que una colección de individuos semejantes, dado que éstos son lo único que existe en la naturaleza. Se mantiene, pues, al interior del nominalismo triunfante desde fines de la edad media entre los naturalistas. A pesar de lo cual, reconoce que hay un orden en la naturaleza, donde las especies muestran una inmutabilidad temporal. Sin embargo, las variaciones del medio obligan a las especies a cambiar sus costumbres y dar origen a nuevas especies. Parece que Lamarck no advierte las libertades que se toma. Si sólo existen los individuos, según proclama con insistencia, son éstos los presionados por el ambiente y son ellos los que cambian; no las especies. ¿Cómo puede cambiar, debido a las presiones ambientales, lo que no existe más que en nuestra mente, según el mismo confiesa? Más adelante volveremos sobre esta dificultad. Así, pues, los individuos cambian sus costumbres, lo que los lleva a, imperceptiblemente, ir cambiando de forma. Gilson juzga que Lamarck ha caído en lo que califica de exceso de finalismo 23; es más, su lenguaje es propio del que cree en la realidad de las especies, a pesar de haber negado su existencia. Por eso nos exhorta a que estudiemos el método de la naturaleza, es decir, que busquemos en nuestras distribuciones el orden mismo que es propio de la naturaleza, porque ese orden es el único estable, independiente de toda arbitrariedad, y digno de la atención del naturalista24. Es por esto por lo que nos resulta tan difícil determinar los límites de las especies y caemos en arbitrariedades. Mejor defensa de la realidad de las especies no hay, en pluma de quien niega su existencia. De modo que es la presencia de la finalidad, querida por el autor de la naturaleza, la que justifica el “evolucionismo” de Lamarck. 23 24

Pág. 72. Pág. 73.

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2.2. CHARLES DARWIN

Nació en Schewbury en 1809 y falleció en Down en 1882. Larga vida llena de problemas de salud que soportó estoicamente y que nos explica su retraimiento y su nula afición a participar en polémicas. Su autobiografía nos hace pensar en un hombre bondadoso, si bien hay que desconfiar de este género literario que suele ocultar una apología. Inspira confianza el saber que no estaba destinada a publicarse sino a sus nietos. Tanto es así que su hijo la censuró suprimiendo pasajes que sólo interesaban a la intimidad familiar, según él. En ella Darwin reconoce que era un hábil inventor de historias falsas en su niñez, además de ser un apasionado coleccionista; su principal afición, sin embargo, era la caza de aves 25. Mientras estudiaba medicina en la universidad de Edimburgo se dejaba tiempo para atender a los enfermos pobres. Más tarde se dedicó a estudios eclesiásticos, los que tampoco terminó. Prefiere las ciencias naturales. En 1838 se embarca en la Beagle, donde naufragó su fe26, si bien parece que tan sólo allí se iniciaron sus dudas, piensan sus biógrafos. Es común que los ancianos, y Darwin escribió esta obra poco antes de su muerte, confundan fechas y deformen parcialmente sus recuerdos. Resulta interesante su concepción de la ciencia: la ciencia consiste en agrupar datos para poder extraer de ellos leyes generales 27. Es el concepto en boga en su época, fruto del empirismo y del nominalismo que la dominaba. Poco después de regresar de su viaje al Pacífico, leyó la obra de Carlos Roberto Malthus dedicada a la futura sobrepoblación catastrófica de la humanidad. Esta lectura del pastor anglicano, liberal convencido, le inspira su teoría 28. Esta confesión debería ser debidamente aquilatada por los darwinistas. ¿A qué se debe 25 26 27 28

Autobiografía págs. 6, 7 y 22. Id. Pág. 25. Pág. 38. Pág. 67.

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que no le haya sido inspirada por la observación de la naturaleza sino por la lectura del libro de un intelectual, totalmente imbuido en la filosofía dominante en su época? Lo mismo le ocurrió a Alfredo Russell Wallace quien publicó, antes que Darwin, su pensamiento transformista. Pero este autor ha sido olvidado y su doctrina se atribuye a Darwin. Es verdad que éste explicó que la había concebido con anterioridad; mas lo mismo podría haber argüido Wallace y tendríamos la dificultad de determinar quien la concibió primero. Casi nadie recuerda a Wallace y solo conozco a un astrofísico que ha defendido que la teoría debería atribuírsele a él y no a Darwin29. Finalmente reconoce que ha perdido totalmente el gusto que sentía en su juventud por la poesía, la literatura, la música y la pintura. Esto nos ilustra la razón de su negativo juicio respecto de la educación que recibió, basada en los clásicos. Es interesante observar que un hombre que fue tan combatido en vida, no aluda a ello en esta autobiografía y que alabe prácticamente a todas las personas que cita, incluso a los que combatieron sus ideas. Incluso los disculpa 30. Este aficionado a las ciencias botánicas y zoológicas escribió numerosas obras, entre las que se destacan El Origen de las Especies Mediante la Selección Natural (1859) y El Origen del Hombre y Selección en Relación al Sexo (1868)31, además de muchas otras y numerosos artículos referidos casi todos a observaciones botánicas. Resumamos las líneas centrales de su teoría. Ésta está dedicada a combatir la idea de la invariabilidad de las especies para reemplazarla por la de su cambio al través de las edades. Claro que la idea no era nueva y él mismo lo reconoce al comienzo de su obra. De hecho, el romanticismo había impuesto en el ambiente intelectual la idea del 29

Fred Hoyle, premio Nobel: El Universo Inteligente. Pág. 30. Pág. 73. 31 He consultado la traducción española de la edición presentada por la revista Ercilla, Santiago, Chile, sin fecha, por desgracia muy resumida. Para la segunda, la traducción presentado por Edaf. Madrid. 1989. 30

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progreso. En especial, Darwin reconoce su deuda con Lamarck, de quien recoge la ley de la adaptación al medio, aparición de nuevos órganos causado por ella y la desaparición de los órganos en desuso. Es importante destacar que rechaza el que las especies cambien en virtud de una fuerza interna32. Es la herencia la que todo lo determina. Los hijos difieren levemente de sus padres y así se van produciendo diferencias que terminan por separar las especies. Claro está que no ofrece ninguna explicación del origen de esta diferenciación. Es interesante señalar que su noción de especie es completamente nominalista: colección de individuos33. Sin embargo, considera que esta noción es una abstracción inútil. De hecho, como veremos más adelante, Darwin se contradijo a menudo en este aspecto crucial en su teoría. Como criaba palomas, conocía la habilidad de los criadores para obtener nuevas variedades e insiste en cuán difícil es 34. Éstas exigen un esfuerzo grande a la inteligencia de los criadores. Al acumularse las pequeñas variaciones a través de generaciones sucesivas, aparecen las nuevas especies. Reconoce, eso sí, que dejadas en libertad, regresan a su estadio anterior, fenómeno que, de ocurrir en la naturaleza, echaría por tierra toda su teoría35. Darwin crea una nueva ley: la de la selección natural. Sus observaciones le llevaron a comprender la hipótesis liberal de que todos están en guerra contra todos, lo que los biólogos llaman la lucha por la sobrevivencia, muy valorada por Malthus36. El resultado se lo dictó Herbert Spencer: la supervivencia del más apto37. De este modo, la especie que no se perfecciona, es eliminada; lo que impide, agregamos, 32

Cfr. C. 7. Si no se dice otra cosa, estas citas son de El Origen de las Especies. Cfr. C. 2. 34 Entre mil hombres apenas se encontrará uno que por su exactitud y buen ojo, digámoslo así, merezca el título de criador… Se hace difícil crear la capacidad natural y años de práctica que se requieren para llegar a no ser más que un hábil criador de palomas. C. 1. 35 Ibíd. 36 Cfr. C. 3. 37 Cfr. C. 3 y 4. 33

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la vuelta atrás y los que hoy llamamos fósiles vivientes. Todas las especies antiguas, pues, se han extinguido sin posibilidad alguna de supervivencia38. Define selección natural como la conservación de las variaciones y diferencias individuales favorables y la destrucción de aquellas que son nocivas39. Esas diferencias se producen espontáneamente. Tal como el hombre, la selección natural aprovecha la variación que se produjo; pero, mientras el hombre actúa desde el exterior, la naturaleza lo hace desde el interior por lo que es más poderosa. Darwin reconoce, lo que sus seguidores parecen olvidar, que para que actúe la selección es necesario que la variedad esté ya formada y transcurra un largo intervalo de tiempo. Por lo que considera que toda variedad es una nueva especie en formación. También reconoce que la selección solo puede obrar por y para el bien de cada ser40, sentencia de fuerte sabor finalista. Pero, si no se producen variaciones, la selección no puede actuar. Curiosamente, Darwin sabe que los naturalistas no han definido satisfactoriamente lo que se entiende por progreso de la organización de un ser vivo. Supone que, al menos entre los vertebrados, el criterio ha de ser la inteligencia y su aproximación a la estructura humana. En todo caso, es un asunto muy oscuro. El capítulo quinto lo dedica a las buscar supuestas leyes que regirían el proceso, que hasta el día de hoy, agrego yo, nadie ha encontrado. En el sexto enfrenta las dificultades de su teoría y trata de responder a ellas. Con todo queda en suspenso su argumentación, puesto que no halla un argumento eficaz. Incluso trata de la belleza de los seres vivos mostrando gran sensibilidad estética. Se apoya en el registro fósil, mas reconoce que en él quedan lagunas imposibles de llenar. Claro está que confía en que el avance de la investigación terminará por eliminarlas41. Termina su exposición reconociendo la creación divina de 38

Cfr. C. 4 y 6. C. 4. 40 Ibíd. 41 Cfr. C. 10. 39

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las especies, la que limita a una sola o a un pequeño grupo. A estas especies les entrega el planeta para que lo perfeccionen y den origen a una multiplicidad asombrosa de seres vivos42. No puedo no citar uno de sus últimos párrafos: Hay grandeza en esta opinión de que la vida, con sus diversas facultades, fue infundida en su origen por el Creador en unas pocas formas o en una sola quizás, y que mientras este planeta, según la determinada ley de la gravedad, ha seguido recorriendo su órbita, innumerables formas bellísimas y llenas de maravillas se han desenvuelto de un origen tan simple para seguir desenvolviéndose en la sucesión de los siglos43. En El Origen del Hombre, aplica sus ideas a la aparición del ser humano. Como su objetivo máximo no ha sido negar la creación sino negar la creación de cada especie por un acto separado de Dios, el hombre no es una excepción. Su origen, por ser tardío, proviene de una organización biológica inferior44. Pero no acepta que provenga de los monos actuales sino de los anteriores; se habrían separado los monos actuales del hombre, cuando sus antepasados formaban parte del grupo de los catarrinos 45. Una vez más, honestamente, reconoce que las lagunas son inmensas en el registro fósil, por lo que no hay rastros de las especies intermedias. Sin embargo, le bastan las semejanzas entre las actuales para postular un origen común. Por ello llega a sentenciar que el origen de todos los vertebrados es el pez46. Como la selección natural extingue a las especies inferiores, también lo hace con las razas. Por ello proclama que la raza caucásica exterminará a todas las otras47. Por ello se ha acusado a Darwin de ser padre del racismo que resultó tan trágico en 42

Cfr. C. 15. Conclusión. 44 Cfr. C. 1. 45 Cfr. C. 6. 46 Ibíd. 47 Cfr. C. 7. 43

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el siglo veinte. Además, niega que todos los hombres desciendan de una única pareja original, como sostienen las Sagradas Escrituras, dando su apoyo al poligenismo. Aplica su teoría al siquismo humano. Por eso halla en muchos animales rudimentos de inteligencia, de lenguaje y de religión48. Todo este siquismo superior nace por cambios sucesivos a partir de los instintos animales. En su cima hallamos la noción de Dios 49. A pesar de lo cual, niega que puedan sacarse de su teoría consecuencias irreligiosas. El se ha limitado a explicar la formación del hombre por las leyes de la variación y la selección natural. Tanto la formación de cada hombre en el seno de su madre, como el de la especie a través del tiempo, son fruto de leyes y no del azar50. Parece que, al final de su vida, se habría considerado agnóstico, palabra de moda en ese siglo. En la segunda parte, a partir del capítulo octavo, se explaya sobre la selección sexual con acopio de observaciones sobre los insectos, peces, aves y mamíferos. Más adelante, cuando veamos la versión actual del darwinismo, desarrollaremos algo más otros aspectos de esta teoría. Ahora quisiéramos reflexionar brevemente sobre algunos puntos que, al parecer, no han sido comprendidos adecuadamente. Como todos sabemos, Darwin es el inventor de la “teoría de la evolución”, que habría tenido como antecedente directo la teoría de J.B. de Monet, caballero de Lamarck. A algunos historiadores les ha llamado la atención, sin embargo, que la palabra “evolución” no aparezca en El Origen de las Especies; libro que, según todos, da a conocer esta nueva hipótesis. Tampoco se halla en su El Origen del Hombre; incluso sería inútil buscarla en las obras de Lamarck. El hecho es tanto más sorprendente si atendemos a que esta voz, proveniente del latín, es de uso 48 49 50

Cfr. C. 3. Cfr. C. 5. Ibid.

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frecuente tanto en francés como en inglés. Como en filosofía somos muy respetuosos de las palabras, este hecho nos intriga. Si alguien no usa una palabra, hemos de pensar que el concepto expresado por ella es ajeno a su mente. Quiero decir que ni Darwin ni Lamarck tenían en mente evolución alguna. El caso de Darwin es más impresionante porque conoció personalmente a quien hizo abundante uso de ella. Es más, el filósofo Herbert Spencer había denominado a su filosofía: “teoría de la evolución”. La verdad sea dicha: que Darwin inventó la teoría de la evolución es un mito sin base histórica alguna. Su inventor fue Herbert Spencer, quien hubo de defender, sin éxito alguno, su derecho a ser considerado el creador de tal teoría y exigir, con igual resultado, que no se siguiera atribuyendo a Darwin una doctrina que le era ajena. Debemos a Etienne Gilson un estudio definitivo de la cuestión 51. Revisando las diversas ediciones del primer libro de Darwin, halla que la palabra evolución aparece una sola vez en la sexta edición, publicada en 1869, diez años después de aquélla. Pero esta frase, no implica que Darwin fuera evolucionista. Hela aquí: Hoy las cosas han cambiado por completo y casi todo naturalista admite el gran principio de la evolución52. Pero Darwin no hablaba de principios, quien sí usaba la expresión era Spencer… Conviene, pues, aclarar el sentido de la discutida palabra. En latín evolvere significa, entre otras acepciones: desenrollar (lo enrollado), desenvolver (lo envuelto), desplegar (lo plegado). Es decir, es la manifestación de lo que ya estaba ahí, aunque no apareciese aún ante nuestros ojos. Antes que Darwin la había usado en ese sentido el biólogo suizo Charles Bonnet (1720-1793) para explicar la formación de los animales y los vegetales a partir de sus semillas propias. En la semilla está, de alguna manera, el árbol completo 53. Los antiguos estoicos, a los 51

D’Aristote à Darwin et Retour. Vrin Reprise. Paris. 1971. O.c. nota 3, pág. 83. 53 O.c. pág. 84. 52

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que siguen san Agustín y algunos escolásticos medievales, explicaban así la variedad actual: Dios creó algunos vegetales y animales adultos; al resto, en semilla. Al darse las condiciones por Él determinadas, esas semillas producirán el adulto correspondiente. Esta visión del universo no es “evolucionista”, ya que las nuevas especies estaban en semilla en la misma tierra esperando su tiempo oportuno. Ciertamente, nada de esto es compatible con el pensamiento de Darwin. Para comprender este punto, es necesario exponer, también muy brevemente, la teoría filosófica de la evolución, la verdadera.

2.3. HERBERT SPENCER

Nacido en Derby, en 1820, fallece en Brighton, en 1903. Trabajador infatigable, escribió numerosas obras. Cuatro años antes que Darwin, publica su primera obra proponiendo la evolución en sus Principios de Psicología (1855), no sólo en el campo orgánico, sino en el de la conciencia. En seguida pasa a aplicar la idea al universo entero la que desarrolla en diez libros a partir de 1862. Tales obras le dieron gran fama por lo que recibió honoríficas propuestas que le habrían permitido superar su pobreza. Nada aceptó, sin embargo, porque le habrían impedido trabajar como deseaba. Un rico lord lo alojó en su mansión lo que le facilitó sus investigaciones, libre ya de angustias económicas 54. La obra que expone sintéticamente lo que desarrolla en las demás es El Progreso, su Ley y su Causa (1860). Está presidida por la idea romántica del progreso, importante ley de la realidad. Cabe señalar 54

Una breve y clara exposición de su pensamiento se halla en la “Historia de la Filosofía” de Teófilo Urdánoz O.P., BAC. Madrid. 1975. Págs. 299-326. Casi todos los estudiosos de Spencer se limitan a la obra de H.F. Collins: “Herbert Spencer” que resume en 600 páginas las más de 5.000 de aquél. Éste aprobó el resumen y lo alabó por su buena comprensión de su pensamiento. He consultado la traducción de H. de a Varigny editada por Alcan. Paris. 2 ed. 1894.

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que su filosofía se funda en el positivismo de Comte, como él mismo reconoce. En sus Principios Primeros (1862) trata del absoluto incognoscible, que sería objeto de la religión. Pero la ciencia y la filosofía se limitan a lo cognoscible por lo que nada pueden decir de él. La ciencia no es más que el conocimiento en el mayor grado de generalidad y la filosofía es el saber completamente unificado, tal como lo enseñaba Comte. En otras palabras, ésta se limita a asumir el material que le proporciona la ciencia de modo disperso para dar una visión unificada de la pluralidad. A ello se dedica Spencer. Sólo ésta permite reducir todo a ciertas leyes fundamentales; las que se reducen, a su vez, al primer principio: la evolución. Toda la filosofía de Spencer se basa en el mecanicismo de Newton. Hay, pues, cinco fenómenos básicos: la materia eterna, el espacio infinito, el tiempo indefinido, el movimiento y la fuerza. Este último es el fenómeno primordial, porque la materia y el movimiento son sus manifestaciones, y el espacio y el tiempo también lo son como condiciones abstractas55. Sobre ellos se forman las leyes absolutas que estudia la filosofía y que escapan a la ciencia, pero son su base. Éstas son tres: indestructibilidad de la materia, continuidad del movimiento, persistencia de la fuerza o conservación de la energía como la conocemos hoy56. Todas ellas se basan en la evolución universal que se debe a la continua integración de la materia con disipación de movimiento, es decir, evolución; y adquisición de movimiento con disipación de materia, es decir, disolución57. Expresado en forma un poco menos enigmática: la evolución consiste en que la materia pasa de un estado de dispersión a otro de concentración. Su visión, pues, es absolutamente contraria a la que inspira la teoría del big-bang.

55

Collins. O.c. pág. 20-21. Si no expreso lo contrario, las citas que siguen provienen de la traducción de Varigny. 56 Ibíd. 22-23. 57 Ibíd. 35.

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Spencer distingue dos evoluciones 58: la simple que es la que forma los cuerpos celestes a partir de la nebulosa original, como lo aseguraba Laplace, y la compuesta que forma los seres vivientes. Este filósofo de la ciencia, como él mismo se consideraba, expresa su pensamiento en forma de tres leyes: a) La evolución se realiza por el tránsito de un estado de la materia menos coherente a otro más coherente (formación de los astros); b) diferenciación o paso de lo uniforme a lo heterogéneo (comienzo de la vida); c) tránsito de lo indefinido a lo definido (de la masa orgánica indiferenciada a los individuos, vegetales y animales, de hoy). Este proceso llega hasta la formación de clases sociales. Todo está sometido a la ley universal de la evolución. Spencer define evolución: paso de una forma coherente a otra más coherente como consecuencia de la disipación del movimiento y de la integración de materia59.También la define como paso de una homogeneidad incoherente a una heterogeneidad coherente; así mismo: cambio de lo indefinido a lo definido, de la confusión al orden60. Estas curiosas definiciones se nos hacen más comprensibles si recordamos que, en su tiempo, el estado inicial del universo se concebía como una gigantesca nube en la que se hallaba toda la materia en confusión. De ahí su idea de homogeneidad incoherente, la nube, que, gracias al movimiento, va separando los diversos materiales que incluía con el resultado de convertirla en una heterogeneidad coherente. Por lo mismo, la indefinición de la nube original se transforma en un universo definido; la confusión de la nube original en orden. Todo esto es un proceso necesario que debe culminar el día en que el hombre halle la armonía entre sus condiciones de existencia y sus necesidades psíquicas. Así llegará a gozar de la más completa felicidad 61. Pero, en virtud de la ley del ritmo, a la evolución le sigue la disolución, por lo que todo volverá a la nebulosa inicial. Volvemos así al inicio y 58

Ibíd. Ibíd. 39. 60 Ibíd. 42. 61 Ibíd. 57. 59

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Spencer regresa a la antigua teoría del eterno retorno tan destacada por los antiguos estoicos: todo el proceso vuelve a comenzar 62. Al final Spencer nos sorprende con una afirmación impresionante: La evolución no es más que el signo de la Realidad Desconocida que es su sustrato63. Este esquema ha de aplicarse a todos los ámbitos y a ello dedica Spencer sus restantes libros. Entre ellos, por supuesto, aparecen sus Principios de Biología (1864-67) en que hace uso de mucho material que halla en El Origen de las Especies. Como él no era científico, basa su filosofía en las teorías científicas de su época. Tal vez aquí resida la causa de su olvido, hoy tan profundo. Como ejemplo puedo recordar su explicación del relieve de la tierra. Spencer lo ejemplifica con una naranja. El centro de la tierra es ígneo. Al irse enfriando la corteza y luego su interior, éste se achica, por lo que la corteza tiene que descender hasta asentarse nuevamente en el núcleo empequeñecido. Así aparecen los valles entre las montañas 64. Insiste en que la evolución orgánica, a partir de una masa orgánica indiferenciada, se debe a una influencia exterior; es decir, vuelve a la adaptación de Lamarck hasta aceptar que la función es anterior al órgano65. Por ello, al notar la contradicción, no aceptó la selección natural que proponía Darwin. Tenemos, pues, que la teoría de Spencer merece el nombre de evolución, ya que toda ella proviene del cumplimiento de leyes universales inscritas en la materia misma. Es, en última instancia, el desarrollo de la materia impulsada por el movimiento que le imprime la fuerza. Todo lo cual se desenvuelve en el espacio y el tiempo. Aquí el azar no tiene lugar, todo es necesario y predecible.

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Ibíd. 58. Ibíd. 61. 64 Ibíd. 50. 65 Ibíd. 83. 63

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Puede advertirse el abismo que distingue a ambas teorías. La primera, la de Darwin, se supone que es biología; la segunda, filosofía. El punto álgido radica en el principio universal en que se basan. Para Darwin es la selección natural; para Spencer es la evolución. Es claro que son incompatibles y que ambos lo comprendieron así. Volveremos sobre este espinoso asunto más adelante.

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3. CAPÍTULO TERCERO EL DARWINISMO

Ernst Mayr (1904-1991) escribió en 1991 un libro intitulado: Una Larga Controversia. Darwin y el Darwinismo 66. Este zoólogo, especializado en ornitología, dedicó su vida a la teoría de la evolución. En 1947 creó la revista Evolution, de corta vida, y, en 1984, la Royal Society le otorgó el premio Darwin. Esta obra es, tal vez, la más inteligente que he leído entre las que defienden esta hipótesis por lo que la usaré para completar la exposición de la verdadera doctrina de Darwin. Además, este autor hace un breve resumen de la de sus epígonos hasta el fin del siglo veinte. Comienza este libro reconociendo algo que jamás había visto reconocer entre los partidarios de la teoría: Mucho de lo que se escribe sobre Darwin es sencillamente erróneo o, peor todavía, malicioso67. Lo que no se aplica solamente a sus enemigos sino también a sus defensores, agrego yo. En seguida, Mayr nos aclara que su obra se concentra en los mecanismos de la evolución y en su desarrollo histórico. Por nuestra parte, resumiremos su libro dejando la crítica para más adelante; centrándonos en sus aspectos filosóficos, por supuesto. Comencemos, pues, resumiendo su visión de la teoría de Darwin en el aspecto que interesa a este expositor y su cambio a través del tiempo.

66 67

Traducción española de Santos Casado, Crítica, Barcelona. 1992. Pág. 11.

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3.1. DARWIN

Cosa curiosa, comienza hablando de las doctrinas que su teoría derrumba. Éstas son dos: A) La de la creación por separado de cada especie por Dios, reemplazándola por la descendencia desde un antepasado común (Common descent). Sin exceptuar de este origen al hombre, naturalmente. B) La que establecía que el mundo estaba perfectamente diseñado, reemplazándola por la lucha por la supervivencia. Estas dos hipótesis cambiarán definitivamente toda la filosofía de la época, nos asegura68. A su regreso de Sudamérica, en 1838, Darwin leyó a Malthus lo que le inspiró la nueva teoría que venía esbozándose en su espíritu desde hacía algunos años. En 1859 publica su “Origen de las Especies” (apresuradamente, al descubrir que Alfred Russel Wallace había llegado a su misma conclusión y la había publicado en 1858, agrego yo). Mayr supone que ya había perdido la fe a causa de las imperfecciones biológicas y de la existencia del mal. No podía aceptar ya la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia69, además de no necesitar a Dios como factor explicativo de la diversidad de especies que habitan el planeta. Especialmente ridícula le parece la aserción del obispo Uscher, anglicano, según el cual, el mundo fue creado 4.004 años antes de Cristo y, agrego yo, Adán y Eva lo habrían sido una mañana de octubre... Toda esta teoría se basa en la anatomía comparada, en la embriología, la sistemática y la biogeografía. Como Mayr no desarrolla estas supuestas bases, las expondremos en otro lugar; también señalaremos su rechazo por parte de algunos especialistas en cada una de estas ciencias.

68

Pág. 15. Pág. 26. Autobiografía pág. 25. Sin embargo, hemos de señalar que los motivos imaginados por Mayr no aparecen en la Autobiografía. 69

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Mayr reconoce que el punto clave de toda esta hipótesis radica en el paso de una especie a otra y que Darwin mismo fue sumamente vago sobre el particular70. Porque antes de hablar de especies hay que saber qué es una especie. Nos aclara que hay cuatro conceptos: el tipológico, el nominalista, el evolutivo y el biológico. Darwin da su preferencia al último de estos conceptos, pero se contradice con frecuencia al aceptar las otras nociones. Por lo que dijimos en el capítulo anterior, más bien parece que favorecía el nominalista. Volveremos a tratar este punto crucial de la teoría tan incomprendido por sus partidarios. En dos palabras: Tipológico: una especie se distingue por sus características; Nominalista: es tan sólo un concepto arbitrario; Evolutivo: es una estirpe que evoluciona separadamente de las otras; Biológico: es la que admite reproducción. Tal vez el capítulo más interesante, desde el punto de vista conceptual, sea el cuarto en el que nos explica que no existe una teoría de la evolución en Darwin sino muchas hipótesis diferentes reunidas bajo ese único vocablo. Se trata, pues, de muchas teorías, de las cuales él escogerá solamente las más significativas. Éstas son cuatro. En primer lugar está la que llamamos teoría de la evolución 71. Implica la idea del cambio72. El mundo es diferente a como era en el pasado porque los organismos se transforman en el tiempo. En segundo lugar enuncia la teoría del origen común de cada grupo de organismos; todos los cuales se remontan a un único origen de la vida 73. A 70

Pág. 39. Es curioso que Mayr ignore que Darwin jamás usó la palabra evolución. Sus palabras eran modificación, transformación o transmutación. Ya lo señalamos en el capítulo anterior. 72 Si la evolución se redujese a eso, como lo sostiene Mayr, la expresión cambio evolutivo, que usa a menudo, significaría, cambio cambio. Suena raro, ¿verdad? 73 No puedo ocultar que esta interpretación de Mayr está contradicha por las palabras finales de Darwin en EL Origen de las Especies. Con lo que su denuncia de los errores respecto de Darwin lo incluye a él mismo. 71

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continuación destaca la teoría de la diversificación de las especies. Esta diversificación es gradual, idea combatida por muchos evolucionistas. Finalmente, su teoría de la selección natural. Demás está decir que podríamos agregar otras teorías, pero éstas parecen ser la columna vertebral de todo el sistema. Según Mayr, son muy pocos los científicos que han aceptado las cuatro, especialmente durante el siglo diez y nueve, lo que no les impide llamarse darwinistas. ¿Curioso, no? Parece que nadie ha entendido a Darwin jamás. Estas cuatro teorías derriban el dogma cristiano que Mayr reduce también a cuatro teorías. La que sostiene que el mundo es constante, no varía, y de reciente creación. La que asegura que cada especie fue creada separadamente por Dios mismo. La que afirma que, como Dios es un ser sabio y benigno, éste es el mejor de los mundos posibles. Finalmente, la que sostiene que la Biblia asegura que el hombre ocupa un lugar privilegiado en el mundo por ser el único que tiene alma74. Todo católico sabe que ninguna de estas cuatro teorías forma parte del dogma cristiano, además de ser rechazadas por las filosofías cristianas. Me llama la atención que un ornitólogo establezca los dogmas del cristianismo sin citar a ningún teólogo. Para los católicos, los dogmas son fijados por el Sumo Pontífice y los concilios ecuménicos. Mayr se vería en serios aprietos si se pusiera a buscar en ellos sus dogmas; jamás los encontrará. Mas no se limitan a arruinar el dogma cristiano, tal como lo entiende Mayr, por supuesto, sino que también lo hacen con las filosofías laicas en boga en ese tiempo. Éstas son tres: la creencia en la existencia de las esencias; la de la interpretación de los procesos causales de la naturaleza al modo cómo los interpretaban los físicos, y la creencia en las causas finales. Tampoco, en esta oportunidad, Mayr cita a filósofos, ni siquiera señala cuáles son esas filosofías. En pocas palabras, Darwin es el genio que cambió absolutamente tanto la concepción religiosa como la filosófica dominante en su siglo. 74

Pág. 51.

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Me llama mucho la atención que Mayr no advierta que, para lograr eso, su teoría debió ser religiosa y filosófica, además de científica, lo que resulta realmente admirable. Los que leemos a Aristóteles y a santo Tomás nos hemos acostumbrado a respetar los objetos formales, por lo que una ciencia experimental nada puede decir que afecte a una religión revelada ni a una filosofía. A la religión la combate otra religión; a la filosofía, otra filosofía. De Pero Grullo, personaje desconocido, al parecer, de los evolucionistas. Darwin, pues, hubo de luchar contra los teólogos, los físicos y los filósofos. Los primeros creen en la infalibilidad de cada palabra de la Biblia, los segundos buscan predecir los acontecimientos futuros y los terceros ven en todas partes teleología, es decir, todo lo explican mediante las causas finales 75. Me interesa sobre todo este último aspecto. Según Mayr la teleología es derrotada por la selección natural. En ella ni siquiera hay indicios de causas finales76. A pesar de lo cual, Darwin cree que la selección natural produce un progreso innegable, porque cada nueva especie es superior por tener una ventaja en la lucha por la vida77. A causa de esto, el finalismo no forma parte de ninguna filosofía respetable78 sostiene Mayr. Finalmente zanja la cuestión afirmando que la conclusión de la ciencia es que las causas finales de este tipo no existen79. Sorprendentes tesis en boca de un ornitólogo. Porque sólo un filósofo puede decir qué filosofías son respetables y cuáles no. Además, como la doctrina de la causalidad es estudiada únicamente por la filosofía, en la metafísica, para ser más exacto, ninguna ciencia experimental puede pronunciarse sobre la existencia o inexistencia de las causas finales. Como podemos apreciar, este biólogo nos ha dado lecciones de teología cristiana y de filosofía. Como filósofo me niego a darle una lección de ornitología; a mi vez, exijo que no me dé lecciones de filosofía ni de teología cristiana, porque he estudiado durante años 75

Págs. 61 y ss. Pág. 71. 77 Pág. 77. 78 Pág. 79. 79 Pág. 80. 76

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ambas disciplinas intelectuales y estoy convencido de que la ornitología no prepara para ellas. Por lo demás, me permito filosofar un instante sobre la noción de progreso. Ésta implica un avance en dirección a un fin, sea éste el que sea. Si no hay un fin, tampoco hay progreso. Si Darwin niega todo fin, no tiene derecho a usar la palabra progreso. Pero Darwin no lo hizo. Es uno de tantos puntos en que los darwinistas atribuyen a Darwin ideas que no se hallan en sus libros.

3.2. LA SELECCIÓN NATURAL

En este punto, Mayr tiene una importante aclaración que entregarnos: Cuando hablamos hoy de darwinismo nos referimos a la evolución mediante la selección natural80. Su gran mérito, agrega, fue haber sustituido la teología por una explicación mecánica. Esta explicación, según nuestro guía, nadie había sido capaz de darla, desde los presocráticos hasta Kant. Se ve que Mayr desconoce absolutamente la historia de la filosofía. Los filósofos griegos sólo admitían una explicación mecánica de la formación del mundo y de la vida hasta que Aristóteles hizo patente la necesidad de reconocer, al principio, la presencia de la inteligencia. Estoicos y epicúreos regresaron al mecanicismo hasta que Plotino vuelve a poner al principio una inteligencia. Descartes va a resucitar ese tipo de explicación, si bien, como cristiano, no se atreve a negar la creación divina, la que no tiene función alguna en su sistema mecanicista. Es obvio que Mayr habla de lo que desconoce absolutamente; pero lo hace con una seguridad asombrosa. Pero también nos invita a reconocer que esta teoría incluye, a su vez, varias otras, además de las señaladas más arriba: la existencia 80

Pág. 81.

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continuada de un superávit reproductivo; la existencia de una gran variedad genética en cada especie; la heredabilidad de las diferencias individuales, la selección sexual y varias otras. En todo esto se nota la vasta experiencia de Darwin en la cría de animales. En definitiva, Mayr aclara que toda su explicación se basa en cinco hechos y tres inferencias. Los cinco hechos son: crecimiento exponencial de las poblaciones, estado estacionario de las mismas, limitación de recursos, unicidad del individuo, heredabilidad de la variación individual. Aceptados los tres primeros hechos, se infiere la lucha por la existencia; al agregar los últimos dos, se infiere la selección natural y la evolución a través del tiempo. No puedo dejar pasar el observar que tales “hechos” se desprenden de la visión de Malthus más que de la observación de la realidad. El mismo Mayr reconoce que la teoría del crecimiento exponencial de Malthus la inspiró81. Biólogos contemporáneos de Darwin ya lo hicieron notar, y la descalificaron porque desconoce absolutamente el orden de la biodiversidad; en consecuencia, no hay variación exponencial ni limitación de recursos; pero Mayr parece desconocer esa historia. Esta selección consiste en la muerte del menos apto, como ya vimos. La súbita aparición de una ventaja en un animal o vegetal implica su reproducción en su herencia y, por lo mismo, los que carecen de ella son eliminados por la despiadada lucha por la supervivencia. Agreguemos un breve comentario: Si no hay tal lucha sino un orden autosustentable, como parece comprender la moderna ecología que regresa a la visión anterior al darwinismo, la teoría darwinista pierde toda su base. Al menos eso piensan muchos biólogos que se niegan a mirar la naturaleza con los anteojos liberales que ven una guerra de exterminio en todas partes, por lo que han convertido la economía justamente en eso, en una guerra.

81

Pág. 91.

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3.3. EL DARWINISMO

Comienza nuestro autor por reconocer que, en el siglo veinte, el darwinismo no es unitario por la constante confusión debida a que sus cultores no disciernen las diversas teorías, por lo que, al no separarlas entre sí, las toman como si fueran una sola. Por lo demás, el evolucionismo es anterior a Darwin. A decir verdad, los darwinistas se unen, tal vez, en una sola actitud: la que niega la creación por separado de cada una de las especies actuales desde el primer día. De hecho, la selección natural es rechazada por casi todos los darwinistas del siglo diez y nueve; tan sólo se viene a imponer en el veinte, hacia 1930. Permítasenos aclarar que el concepto de creación nada tiene de científico; sólo tiene sentido en una filosofía. Curiosamente, aunque sin comprenderlo cabalmente, Mayr lo reconoce cuando sostiene que Darwin ha impuesto una nueva visión del mundo en la que varias de sus teorías son filosóficas82. Y, además, teológicas, agrego yo. Ahora bien, si lo son, no es la ciencia la que se opone a la filosofía ni a la teología, diga lo que diga Mayr. Estamos, por enésima vez, ante las escandalosas libertades que se toman los evolucionistas al exponer sus ideas. A partir de aquí, nos explica que la teoría ha pasado por varias revoluciones. La primera de las cuales se caracterizaba por la discusión entre los que admitían la herencia blanda y los que la negaban. Entre los primeros se halla el mismo Darwin y sus primeros seguidores. Todo cambia gracias a los trabajos de August Wiesmann (1834-1914). Hay que aclarar que Darwin desconoció los trabajos de Mendel por lo que no tuvo inconveniente en afirmar la herencia de los caracteres adquiridos. A esta interpretación se la conoce como herencia blanda. Al negarla y solo aceptar la dura, aparece lo que hoy llamamos el neo-darwinismo. ¿Cómo explicar los cambios si sólo se hereda la base que se recibe de los padres; es decir, la herencia dura? Gracias a la recombinación genética. 82

Págs. 113-114.

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Wiesmann reconoce que sus ideas son, de hecho, sólo convicciones, no hechos reales83. A mayor abundamiento, admite que el origen de los factores genéticos completamente nuevos permanece inexplicado84. Tal confesión reconoce que no estamos en el dominio de la ciencia experimental sino el de las elucubraciones que permitan salvar la teoría, agrego yo. Además, también acepta que el azar, por sí mismo, no puede producir la variación correcta en el momento oportuno85. Expresa este autor otra serie de teorías hoy rechazadas, reconoce Mayr, lo que no le impide reconocer su gran aporte a la biología y a la hipótesis evolucionista. Los genetistas van a provocar lo que Mayr llama la segunda revolución darwiniana. Ésta consiste en el rechazo de la selección natural y su reemplazo por las mutaciones. A pesar de lo cual, los evolucionistas logran un acuerdo y nace así la síntesis evolutiva. Ésta consistió en el reconocimiento de que una serie de teorías aceptadas en el siglo diez y nueve ya no podían mantenerse, como la de la herencia blanda, y en la incorporación de las mutaciones. Esta revolución, esta síntesis, acentúa la idea que sostiene que la evolución es continua, por lo que no acepta los cambios drásticos que postulaban los mutacionistas puros. La variación es gradual y la selección natural es la que determina lo que permanece y lo que es eliminado por obsoleto. Las mutaciones, en consecuencia, se limitan a pequeñas modificaciones, cuya suma, pasado mucho tiempo, da origen a la nueva especie. Curiosamente, después de haber repetido numerosas veces que la evolución domina absolutamente el ambiente científico, ahora Mayr reconoce que desde aproximadamente 1970 se ha extendido la afirmación de que el darwinismo está muerto 86. Claro está que se abstiene de refutar tal aseveración que proviene de los creacionistas, porque, a su juicio, éstos han sido completamente refutados por una serie 83

Pág. 128. A eso se lo ha llamado siempre prejuicio. Pág. 136. 85 Pág. 137. 86 Pág. 152. 84

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de evolucionistas que no es del caso nombrar. A pesar de lo cual reconoce que hay serias objeciones presentadas por biólogos, incluso evolucionistas, que hallan que diversos aspectos de la síntesis son muy febles. Es curioso que este autor no vea que se está contradiciendo al afirmar que las objeciones provienen de los creacionistas para luego reconocer que provienen de biólogos. Tampoco profundiza Mayr esta cuestión y se limita a darnos la lista de los científicos que refutan tales puntos de vista. He de reconocer que siempre me he hallado ante el desprecio de los evolucionistas respecto de los científicos que los contradicen; pero no he hallado esas indiscutibles refutaciones, como veremos más adelante. En la segunda mitad del siglo veinte se introduce una nueva idea, la de los equilibrios intermitentes (punctuated equilibria)87. Esta nueva tabla de salvación de la teoría consiste en decir que la mayoría de los sucesos evolutivos importantes se desarrollan durante cortos períodos de especiación (…) Las nuevas especies resultantes atraviesan un período de estabilidad que a veces dura millones de años88. Por ello no queda ningún rastro de los pasos intermedios en el registro fósil. Es obvio que el período de estabilidad es objeto de experiencia, como no lo es el corto período de especiación. Habrá, pues, que hacer un acto de fe en los científicos experimentales que abominan de la teología por basarse en la fe y no en la experiencia... Termina el libro reconociendo que hay muchas cuestiones por resolver, por ejemplo, ¿cómo nace el altruismo en condiciones que la selección natural es profundamente egoísta? 89 Otro problema radica en la ausencia de nuevos tipos desde hace más de quinientos millones de años. Reconoce Mayr que ignoramos el porqué90. Introduce aquí una noción 87

Esta expresión inglesa-latina suele ser traducida como “equilibrios puntuados”. Me parece que tan curiosa expresión no traduce realmente la inglesa además de ser poco comprensible en español. 88 Pág. 165. 89 Págs. 166-167. 90 Págs. 171-172.

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nueva: el bauplan; expresión alemana que significa plan de construcción. En estos últimos millones de años, pues, se han producido adaptaciones ad hoc de ese bauplan ancestral, sin que aparezca ningún bauplan nuevo. Tampoco es fácil explicar la existencia de los programas somáticos, es decir, de los instintos, que, a su juicio, restringen la evolución. Éstos parecen resistir al cambio evolutivo91. Confieso que no acierto a distinguir el concepto de bauplan al de diseño inteligente, tan duramente rechazado por los evolucionistas como veremos más adelante. Termina Mayr su libro declarando que la evolución es un hecho y entonado un himno al triunfo de la evolución a pesar de los ciento treinta años de fracasados ataques92.

3.4. DARWINISTAS VERSUS CREACIONISTAS

Casi todos los cultivadores del evolucionismo darwinista se explayan en su lucha contra los creacionistas e, incluso, contra las Sagradas Escrituras, y sostienen que Darwin demostró la inanidad de la concepción defendida por sus rivales. En esto no siguen el ejemplo de Darwin mismo quien jamás negó la creación, ni, mucho menos, la existencia de Dios, al menos públicamente93. Conviene, pues, que revisemos el fundamento de estos ataques y veamos si están justificados El Origen de las Especies termina con una conclusión en la que sostiene, entre otras cosas: 91

Págs. 173. Pág. 176. 93 Hay evidencias de que fue perdiendo paulatinamente su fe anglicana, sobre todo en su Autobiografía; pero no es lo mismo rechazar esa fe que negar la existencia de Dios. El mismo Darwin usó una expresión más suave: agnosticismo; es decir, entró en un estado de duda que le impedía aceptar o rechazar esa existencia. 92

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Para nosotros, (nuestra hipótesis) está más de acuerdo con lo que sabemos de las leyes impuestas a la materia por el Creador (…). Hay grandeza en esta opinión de que la vida, con sus diversas facultades, fue infundida por el Creador en unas pocas formas o en una sola quizás, y que mientras este planeta, según la determinada ley de gravedad, ha seguido recorriendo su órbita, innumerables formas bellísimas y llenas de maravillas se han desenvuelto de un origen tan simple para seguir desenvolviéndose en la sucesión de los siglos94. Quien escribe tales líneas no es ateo, ni siquiera agnóstico. Sostiene claramente que Dios impuso leyes a la naturaleza e infundió la vida. Los que sostienen que Darwin lo era desde mucho antes de 1859, fecha de publicación de “El Origen…”, ensucian su nombre. Darwin no se merece tal afrenta, no era un inmoral, sino un caballero muy respetuoso y amable. A pesar de su grave y persistente enfermedad, que soportó estoicamente, trabajó incansablemente en las materias que le interesaban. En honor a la verdad, hay que reconocer que se limitó a negar la creación de todas y cada una de las especies en actos separados y que éstas fueren inmutables a través de los siglos. En realidad, aunque no lo supiera, estaba combatiendo una falsa interpretación de la Escritura debida al racionalismo que se había impuesto en Europa durante el siglo diez y ocho. Al parecer Darwin desconocía el antiguo modo de leer la Escritura en el interior de la Iglesia; si lo hubiese sabido, podría haberse apoyado en la tradición católica para confundir a sus adversarios. Porque es bien sabido que la Escritura se leía de muchas maneras al reconocer que sus textos admitían diversos sentidos 95, por lo que nadie podía 94

El Origen. Pág. 222-223. Estos sentidos son: literal, alegórico, moral, anagógico, expresados en el siguiente dístico: Litera gesta docet, quid credas allegoria; moralis quid agas, quo tendas anagogia; poesía conocida desde el siglo trece. “La letra enseña los hechos, qué creer la alegoría; qué hacer el moral, qué esperar el anagógico”. A partir de Lutero se abandonan estos sentidos en las herejías a que dio origen. Cfr. Juan Carlos Ossandón Widow: “Los Sentidos de la Escritura”. Tesis de doctorado. Inédita. 95

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imponer su interpretación a los demás. Lo obligatorio era no contradecir el dogma definido por la autoridad eclesiástica. Por lo demás, son pocos los dogmas definidos y ninguno tiene relación con la ciencia experimental. Así, por ejemplo, aunque Josué le haya mandado detenerse al sol, y el sol se detuvo96, jamás la Iglesia definió como dogma de fe el geocentrismo. Como ejemplo de este modo de leer las Escrituras, tomado de la antigüedad, podemos citar a san Agustín, el mayor teólogo de ese período. Leyendo el relato de la creación que nos trae el Génesis, al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era confusión y caos, y tinieblas cubrían la faz del abismo, mas el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y dijo Dios: Haya luz, y hubo luz… 97, el obispo de Hipona rechaza una infantil interpretación según la cual Dios habló sirviéndose de palabras, como hacemos los hombres. Los niños lo entienden así, pero en Dios no hay movimiento alguno; la palabra de Dios es el Verbo eterno por quien hizo todas las cosas, como enseña san Juan en el prólogo de su Evangelio98. En otras palabras, en ese texto tan ridiculizado por los racionalistas, san Agustín leía la revelación, de modo implícito, de la existencia de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Por lo demás, continúa explicándonos, el cielo se refiere a la creación espiritual, a los ángeles, y esa tierra descrita como confusión y caos, es la materia antes de recibir la forma, según enseñan los filósofos, que será convertida en los diferentes cuerpos que llenan el universo. La creación se produjo sin tiempo, en un instante; por lo que, los días mencionados en la narración son tan sólo una ayuda para que los hombres ignaros puedan, como quien dice, ver con sus ojos el misterio de la creación99. Por descontado, admite otras interpretaciones diferentes de la suya, como todo buen teólogo.

96

Josué, X,13. Génesis, 1,1-2. 98 Sobre el Génesis, libro imperfecto, I, 5,20. 99 Ibíd., I,7,28. 97

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Era costumbre, en la Iglesia antigua, interpretar alegóricamente los textos porque, como dice san Pablo: la letra mata, el espíritu vivifica100. De modo que la misma Biblia nos enseña a leerla de un modo muy distinto al racionalista, el que suponen estos defensores de Darwin como el único posible. El modo antiguo de leer la Biblia se mantuvo en la única verdadera Iglesia hasta el día de hoy. Pongamos ahora un ejemplo medieval. San Vicente Ferrer, en 1414, escribe su Breve Tratado, muy Abreviado, Contra la Incredulidad Judía. En él les advierte a los seguidores del fariseísmo antiguo que la Biblia, si se la toma al pié de la letra dice muchas cosas falsas y absurdas. Pone como ejemplo de su aserción un texto del libro de los Jueces que comienza así: Fueron una vez los árboles a ungir un rey que reinase sobre ellos…101 y añade otros ejemplos todos los cuales, si los tomamos al pié de la letra son ridículos. Por desconocer la Tradición, el obispo anglicano Uscher llegó a la conclusión de que Adán había sido creado una mañana de octubre del año 4004 a.C. Tomó las leyendas 102 prehistóricas del pueblo de Israel que recoge la Escritura como si fueran la narración de la historia de la humanidad, narrada con criterios modernos. A eso se le llama anacronismo. Si se lee un texto tan antiguo como ése, lo menos que puede hacerse es leerlo sin anteojos modernos. Es curioso que Uscher no haya comprendido cuán disímil era el criterio antiguo del actual. La misma Biblia lo ponía ante sus ojos. San Mateo, por ejemplo, nos da a conocer la genealogía de Jesús de Nazaret. Señala catorce generaciones de Abrahán a David, catorce generaciones 100

2 Corintios, 3,6. IX,8. 102 Hago notar que los racionalistas califican de leyenda un relato fabuloso ajeno a la realidad. Legenda, en latín, significa: lo que debe ser leído, lo digno de ser leído; por ello debe ser puesto por escrito. En el siglo veinte hemos empezado a reconocer, pues, la veracidad fundamental de toda leyenda, sin bien está expresada en un lenguaje incomprensible para nuestro criterio actual. Los historiadores van, poco a poco, comprendiendo mejor esa veracidad fundamental. 101

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de David a la deportación de Babilonia y catorce generaciones de esa deportación a Jesús. Es obvio que tal genealogía no puede ser leída en forma literal porque los tiempos señalados son inmensamente diferentes. De Abrahán a David hay cerca de mil años, y otros tantos de David a Jesús; sin embargo, el número de generaciones del primer lapso es catorce y del segundo veintiocho. No se necesita más para saber que san Mateo pertenece a otra tradición que nosotros donde predominan los símbolos sobre la exactitud histórica. Algunos exegetas enseñan que Jesús es el hijo de David y, en acróstico, David es catorce. El relato, entonces, está demostrando, al modo judío, que Jesús es el esperado Mesías, el hijo de David. Jamás hay que leer un libro escrito hace tantos siglos con criterio racionalista. Sería bueno que los científicos, antes de meterse en teología, se informasen. Les entrego la siguiente reflexión que me hizo un doctor en física teórica: Es absurdo creer que la Biblia enseña ciencia. Es un libro religioso que le habla a los hombres de todos los tiempos. Ahora bien, la ciencia cambia enormemente de siglo en siglo. ¿Con la ciencia de qué siglo tendría que hablar la Escritura? Basta pensar un instante en ello para dejar de oponer ciencia a Biblia. Sabiamente san Agustín decía: La Biblia no nos enseña cómo van los cielos, sino cómo nos vamos al Cielo. Un buen ejemplo de lo que estamos tratando de aclarar nos lo ofrece E. Mayr103. Según él, Darwin fue ateo o, al menos agnóstico, desde muy temprano a causa de las imperfecciones de la naturaleza y la existencia del mal, abandonado su creencia en la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia 104. Su matrimonio con Ema, profundamente religiosa, le hizo ocultar sus ideas. En 1851 perdió a su hija Annie, de diez años, lo que terminó de borrar los últimos restos de su fe. Si Mayr tiene razón, Darwin era un hipócrita y un mentiroso al publicar en 1859 los textos que señalamos más arriba. Flaco favor le hace a su autor favorito con semejante teoría. Pienso que la honestidad de Darwin está 103 104

Una Larga… pág.26-30. O.c. pág. 26-27.

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fuera de duda y su defensor no hace más que mancharla con estas hipótesis. Me asalta una duda: ¿Fue la ciencia la que indujo a Darwin a su agnosticismo final? ¿Nada tuvo que ver la pérdida de su hija de diez años y su precaria salud? Ernst Haeckel insiste en que su ateísmo nace de sus conocimientos científicos. Se han hallado cartas en que su padre, pastor luterano, le suplica que no culpe a Dios de la muerte de su esposa, ocurrida durante su luna de miel en Suiza. ¿Son deshonestos, tanto Darwin como Haeckel? Los sicólogos saben muy bien cómo “racionalizamos” nuestros actos. Nos justificamos ante nuestros propios ojos. Es un mecanismo síquico que no implica, necesariamente, fraude, ya que no es consciente105. Llama la atención que Mayr califique a los anglicanos de cristianos ortodoxos. Parece ignorar que los que se separaron de Roma en el siglo undécimo adoptaron ese nombre que se les reconoce hasta hoy. No puede decirse, en consecuencia, que Darwin fuese un cristiano ortodoxo. Tampoco parece advertir que los Apóstoles llamaron la atención contra los falsos profetas, aquellos que tergiversan el significado de la Palabra de Dios y fundan nuevas iglesias. Entre éstas se halla la anglicana, separada de Roma por Enrique VIII y convertida a otra fe por Warwick y Cranmer e impuesta por Oliver Cromwell, responsable del genocidio que ensangrentó Irlanda. Digámoslo de una vez por todas: la creación separada de cada especie en actos separados es una lectura racionalista de un texto prehistórico. San Agustín jamás creyó en ello, por ejemplo; santo Tomás, 105

Que Darwin haya sido un hombre honesto, brota de la lectura de su autobiografía, al menos, eso me parece a mí. Me llamó poderosamente la atención el que haya hablado tan bien de todos sus profesores a pesar de que no aceptaron sus ideas transformistas. Hay una excepción; pero Darwin calla su nombre: Mr. X, dice (pág. 57). De R. Brown, botánico, narra la siguiente anécdota: siendo ya viejo y enfermo, mantiene y visita diariamente a un antiguo criado suyo para leerle en voz alta. Lo que lo lleva a afirmar: Esto es suficiente para compensar cualquier grado de tacañería o celos como científico. Pág. 56.

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tampoco. Por eso, cuando se sostiene que Darwin logró explicar la naturaleza sin necesitar a Dios para nada, no se hace más que repetir lo que enseñaba santo Tomás de Aquino. Pero, a diferencia de Mayr, santo Tomás distinguía la ciencia experimental de la metafísica. Como la ciencia experimental se limita al mundo sensible, nada sabe de Dios y de la creación que escapan a toda experiencia. Abramos su Suma de Teología y veamos qué enseña el monje medieval cuando demuestra que Dios existe. Como objeción a la prueba de su existencia opone justamente lo que sostiene Mayr: no se necesita de Dios para explicar los fenómenos que muestra la naturaleza. ¿Qué responde el filósofo a esta objeción? Que esa no es la explicación última. El metafísico necesita sostener que existe Dios para llegar a ella; lo que no necesita el científico experimental, podemos agregar, ya que se limita a la explicación próxima 106. No hay, pues, oposición alguna entre ciencia y filosofía, como tampoco la hay entre ciencia y teología, si cada una respeta su propio campo y no invade el ajeno. No es Darwin el que descubrió que la ciencia experimental no necesita de Dios como explicación; era algo sabido desde siempre. Pero el metafísico sí lo necesita. Y la metafísica es la reina de las ciencias, a pesar de que algunos biólogos insistan en negar su existencia. Regresemos a Darwin. Su confesión: como entonces no ponía en lo más mínimo en duda la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia107, no es una afirmación católica sino propia de los protestantes que entregan la Biblia a la libre interpretación de cada cual. Los verdaderos cristianos saben muy bien que la letra mata, el espíritu vivifica. Por eso la interpretación auténtica de la Revelación está en manos de la autoridad y no de lo que cada cual piense. Aunque me parece increíble que se haya enseñado eso a los que se preparaban al sacerdocio en la iglesia anglicana. Cuando Jesús le dice a Simón: Tú eres 106

Cfr. I pars, q.1, a. 3. Mayr cita esta frase de Darwin en “Una Larga…” pág. 26. La frase se halla en la Autobiografía de Darwin: … como entonces no dudé en lo más mínimo sobre la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia… pág. 25. 107

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piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt. 16,18), ¿hemos de imaginarlo convertido en algo así como ese hombre roca de los dibujos infantiles? Cuando le dice: Apacienta mis corderos (…) apacienta mis ovejas, (Jn. 21,15 y 16) ¿hemos de imaginar que Jesús tenía un rebaño en Nazaret y envía a Pedro a cuidárselo? Santo Tomás enseña: el sentido literal es el que procura el autor, el autor de las sagradas Escrituras es Dios108. No es nada fácil comprender qué quiere enseñarnos Dios. Para ello dejó Jesús establecida una autoridad cuya principal misión es evitar malas interpretaciones de su Revelación, misión a la que ha sido fiel el magisterio romano desde la antigüedad. De ahí que la Iglesia haya exigido cautela al leer estos antiquísimos textos. No es cosa de llegar y abrirlos para comprenderlos. El modo de hablar judío es tan diferente al nuestro. Quien lo desconozca en absoluto, se equivocará a cada paso y no comprenderá infinidad de textos bíblicos. Pero hay algo que nos debe quedar claro: Dios no pretende enseñarnos ciencia experimental en su Revelación. Me parece que lo dicho, si bien podríamos extendernos mucho más, basta para comprender que todos los ataques de los darwinistas tienen su fuente en la más absoluta ignorancia de lo que están criticando.

3.5. DARWINISTAS VS. DARWIN

Como acabamos de ver, la proclamación de la acción creadora de Dios se ha transformado en una proclamación de ateísmo; es más, en diversos autores he visto proclamada como verdad indiscutible que Darwin demostró la imposibilidad de que Dios creara a los seres vivos. Hasta, como vimos, se ha falsificado un texto de El Origen. Que más tarde, en su Autobiografía, Darwin confesara su duda y su agnosticismo no invalida su profesión de fe inscrita en su famoso libro. 108

S. Th. I, q. 1 a.10, c. Citado por J.C. Ossandón Widow, l. c. pág. 243. Es necesario aclarar que santo Tomás incluye el sentido metafórico en el literal.

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Pero hay más. A Felipe Azpún le ha llamado la atención el abismo que separa a Darwin de sus seguidores 109. Como su libro se refiere más que nada al estatuto epistemológico de la teoría, es decir, filosofía de la ciencia biológica, se sorprende que, en este aspecto, difieran tanto el maestro y sus discípulos. Destaquemos algunos aspectos. Darwin tenía clara conciencia del carácter hipotético de su proposición, si bien ignoraba su carácter filosófico, agrego yo. Esperaba que la investigación paleontológica descubriera esos eslabones perdidos que darían continuidad al lento proceso que había pergeñado. Curiosamente, su hipótesis se ha convertido en un hecho y ya no se buscan los inhallables eslabones. Es más, se ha creado otra hipótesis para sortear el obstáculo: la de los equilibrios intermitentes. Aizpún la califica de hipótesis ad hoc; es decir, subterfugio creado para esquivar la dificultad110. Es, en realidad, una suerte de acto de fe en la teoría que evita el que nos demos cuenta del desastre que implica la ausencia de dichos eslabones. Así mismo, Darwin reconoce que su teoría no alcanza al origen de la vida la que, como vimos, procede del acto creador de Dios. Sus sucesores nos aseguran que el naturalista inglés demostró que la vida surge de la materia inanimada, sin intervención alguna de un agente sobrenatural111. Aizpún señala, además, cuánto ha variado la concepción del azar a través del tiempo. En Darwin significaba nuestra ignorancia; en sus sucesores se convierte en causa, en causa eficiente112. De este modo, se evita buscar una verdadera causa eficiente, se suprime toda finalidad y se rechaza la evidencia del diseño inteligente. Todo lo cual contradice algunas de las enseñanzas más claras de la filosofía. Se ha llegado, 109 110 111 112

Evolucionismo y Conocimiento Racional. Págs. 149-150. Pág. 154. Pág. 157.

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incluso, a sostener que si bien hay una apariencia de diseño en los seres vivos, se trata de una mera apariencia 113, ya que la causa eficiente es el azar. Se ha alcanzado el extremo de justificar el cambio en los “errores” del proceso de duplicación del ADN. Pero la evidencia en contrario es tan manifiesta que hasta un ateo militante como Dawkins ha reconocido que no basta el azar. Claro que al hacerlo se enfrenta con la ortodoxia neo-darwinista. Entonces se recurre, una vez más a la selección natural114. Aizpún cita una frase de Dawkins, al reconocer la incapacidad causal del azar, que no puedo dejar pasar: no hay un biólogo en su sano juicio que haya sugerido que lo sea (que sea causa)115. Lo único malo es que desde Darwin y sobre todo, en sus discípulos, el azar ha sido defendido como la causa principal de todo el proceso. La Selección natural se convierte así en una “fuerza creadora” 116, con lo que volvemos a otro filósofo, Bergson, agrego yo; lo que no me extraña en absoluto, ya que estamos ante una teoría filosófica que nada debe a la ciencia experimental como veremos más adelante. Pero tal interpretación traiciona, por enésima vez, el pensamiento del Fundador. Porque la misión de la selección, en Darwin, consistía en mantener y extender a la descendencia una ventaja producida azarosamente en un momento dado117. Se aplica, pues, a un organismo, previamente formado, para capacitarle mejor para sobrevivir en virtud de la ventaja azarosamente conseguida. Estamos, pues, agrego yo, ante una proclamación del finalismo en el corazón mismo de la teoría. Es, pues, la mera constatación de que determinado organismo sobrevivió mientras otros perecieron. La causa de ello radicaba en el cambio que sufrió durante su embriogénesis, el cual es atribuido al azar; es decir, no sabemos a qué atribuirlo. Para comprender este aserto, basta releer el comienzo del capítulo cuarto de El Origen de las Especies donde explica 113

El ser viviente es, efectivamente, la ejecución de un diseño, pero que ninguna inteligencia concibió. François Jacob La Lógica de lo Viviente. Pág. 9. 114 Pág. 158. 115 Pág. 160. 116 Pág. 159. 117 Págs. 160-161.

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cómo los criadores obtienen nuevas variedades. Éstos no las crean, observa Darwin, se limitan a conservar las novedades que se producen espontáneamente118. En ese mismo capítulo atribuye la variación a la suerte. A juicio de Dawkins, pues, Darwin no estaba en su sano juicio al escribir su famoso libro. Los naturalistas anteriores a Darwin atribuían a la selección natural la misión de mantener la pureza de la raza; en la teoría de éste, en cambio, será caracterizada como una fuerza aniquiladora de las especies que no evolucionen. Llega a hablar, incluso, de exterminio 119. Escuchemos, para terminar, el juicio que merece todo este embrollo a un conocido evolucionista, William Provine: La selección natural no actúa sobre nada, no selecciona (ni a favor ni en contra, ni fuerza, maximiza, empuja o ajusta). No hace nada… Que la selección natural seleccione viene bien porque nos evita tener que hablar de la verdadera causa eficiente que produce la selección natural. Hablar de ello podría ser excusable para Charles Darwin pero no para los evolucionistas de hoy en día. Los creacionistas han descubierto nuestro lenguaje vacío en torno a la selección natural y las actuaciones de la selección natural constituyen blancos muy vulnerables120.

118

Pág. 162. Págs. 163-169. 120 Págs. 171-2. Aizpún cita el libro The Origin of Theoretical Population Genetics 119

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4. CAPÍTULO CUARTO EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

El libro que posiblemente más éxito tuvo en el siglo diez y nueve entre los dedicados a la biología, conoció seis ediciones en vida de su autor. Llevaba por título “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”. Semejante título nos deja bastante perplejos. Deberíamos comenzar distinguiendo dos orígenes: uno absoluto y el otro limitado a la proliferación de nuevas especies a partir de las anteriores. Porque es muy distinto preguntarse por la existencia de las especies, origen absoluto, o bien por el hecho de que, dado que las hay, cómo se ha llegado a la diversidad actual. En la actual teoría darwinista, no cabe la menor duda de que sus defensores están pensando en el origen absoluto de éstas a partir de la materia inorgánica en función del azar. Basta leer con un mínimo de atención el libro de Darwin para saber que tal problema le era completamente ajeno a su autor. Como vimos en el capítulo anterior, estaba convencido, al menos cuando escribió el libro, que Dios había creado al menos las primeras especies. No teme declarar la grandeza de su nueva visión. Dios no se limitó a crearlas, sino que les dio una misión grandiosa: perfeccionar su creación. Comprendemos, pues, que el darwinismo actual está muy lejos del de su autor. No está demás subrayar la indeterminación que implica semejante título ya que alude a dos problemas sumamente diversos. Tal parece que los actuales darwinistas no sospechan que le están atribuyendo al autor una doctrina que él, si no rechaza expresamente, al menos es obvio que no tiene cabida en su teoría. Reconozcamos que Darwin es un botánico de una erudición enorme, por lo que, a los que no lo somos, nos es casi imposible leer hoy sus obras. Abundan en tal cúmulo de observaciones de flores o animales

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desconocidos para el lego, que desalientan a cualquiera. No se limita a lo que él podía observar en su propiedad; parece que dedicó mucho tiempo a leer críticamente tanto a sus predecesores como a sus contemporáneos. Además de dominar su especialidad como pocos en su siglo, tenía un vasto dominio en el campo de la zoología y se había iniciado en la geología y en la paleontología, ciencias incipientes en su época. Toda su obra reposa en mil hechos que él mismo ha observado o, al menos, leído en algún especialista. A pesar de lo cual, es un filósofo sin advertirlo. Como él mismo decía: la ciencia consiste en agrupar datos para poder extraer de ellos leyes generales121. Había adoptado la visión mecanicista de la ciencia que conlleva el peligro de que las generalizaciones sobrepasen el nivel empírico e invadan el de la filosofía. La mayoría de los científicos no tiene conciencia de lo difícil que es generalizar los hechos de experiencia y proclamar como leyes dichas generalizaciones. Al hacerlo, no es raro que invadan el ámbito de la filosofía sin advertirlo. Esa es la razón de que muchos hoy prefieran abandonar el término “ley”, que jamás debió usar la ciencia experimental como ya vimos, y reemplazarlo por el de “constantes estadísticas”, que es mucho menos comprometedor y no se sale de la competencia de las ciencias experimentales. Así como los filósofos somos más o menos indiferentes a tal erudición, los botánicos lo son a velar por la exactitud y rigurosidad que debe observarse en el uso de los términos abstractos propio de los filósofos. De modo que el advertir las falencias de este investigador en estos ámbitos no debe conllevar ningún menoscabo de la admiración que merece en el propio. Esta observación me parece necesaria a la hora de iniciar las críticas que su trabajo merece por sobrepasar su ámbito natural e invadir ajemos. Como nos lo advierte Gilson: El filósofo no puede juzgar el pensamiento de Darwin más que allí donde éste, saltándose los límites de su saber

121

El Origen. Pág. 38.

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científico, se convierte en una suerte de filósofo sin darse cuenta de ello122, observación que, por lo demás, hemos de extender a todos los científicos que nos veremos obligados a criticar en este libro, los que se dedican mucho más que su inspirador a invadir territorios ajenos. A los que nos dedicamos al menester filosófico nos asombra el descuido y confusión que se apodera de los científicos en sus incursiones filosóficas inadvertidas. Darwin no constituye una excepción. Buen ejemplo de ello tenemos en el título de este libro. Por ello nos pareció conveniente iniciar este capítulo con un somero análisis de su ambigüedad; falencia que salta a la vista del filósofo, pero que parece haber estado oculta al científico hasta ahora. Porque, además de lo ya dicho, debemos destacar nuevas libertades: En primer lugar la dudosa diferenciación entre especie y variedad, y, en segundo lugar, debería comenzar por preguntarse qué es una especie, cuyo origen se pretende averiguar. Mientras no lo sepamos, nos cabe dudar: tal vez estamos buscando el origen de algo que no existe. Al hablar de “especies” hacemos uso de un concepto filosófico que jamás ha funcionado bien en biología. Lo que Platón buscaba era la definición intelectual de cada cosa, y a eso llamó idea, especie, si aceptamos la traducción de Cicerón, como ya advertíamos. Éstas, en su teoría, son eternas, permanecen siempre idénticas a sí mismas, son el modelo o paradigma del mundo. Son la razón última de cada cosa real, no solo de las biológicas, por cierto. ¿Es eso lo que los biólogos pretender significar cuando usan esta palabra? Por supuesto que no; pero las palabras tienen vida propia y, a la larga, por poco que nos descuidemos, resurge el significado original. Reconozcamos, además, que la clasificación de Linneo nada tiene de Aristotélica, a pesar de que muchos la consideran tal. El famoso sueco (1707-1778) creó la clasificación que hasta hoy se usa, si bien ha 122

Pág. 227.

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sufrido muchas modificaciones. En la actualidad hablamos de reino (animal), tipo (cordado), clase (mamífero), orden (primate), familia (homínido), género (homo), especie (homo sapiens), raza (blanca), individuo (Ramón). Habría que agregar: sub orden (haplorrino), infra orden (similiforme), parvo orden (catarrino), y un largo etc., porque varios taxones reconocen esos “sub”, infra” o “parvo”. Para Aristóteles, en cambio, Ramón era un individuo perteneciente a la especie humana y al género animal. En su concepción, la voz especie expresaba la esencia; pero en la clasificación actual, ¿cuál de los taxones la expresa? Probablemente ninguno. Los criterios son bastante arbitrarios y ya hemos visto cómo Mayr nos presentaba cuatro concepciones diferentes de la voz especie. Son muchos los biólogos que han tenido una cierta conciencia del problema insoluble en el que se habían metido por usar esta palabra técnica de la filosofía platónica. Para complicar más aún el problema, se creía, cuando se la usaba, que se estaba empleando el lenguaje aristotélico. Se supone que Linneo, el creador de la moderna taxonomía, se inspiraba en él. Nada más lejos de la realidad. Agreguemos a lo ya dicho que cuando Aristóteles define una cosa, una especie, si quieren, dice que hay que usar el género próximo y la diferencia específica. En el caso del hombre, se dice: animal (género próximo) racional (diferencia específica). En la taxonomía de Linneo, animal es un reino que se distingue del reino vegetal. No podía estar más lejos de la concepción del Estagirita. Para complicar aún más el problema, al usar esta palabra en su título, Darwin se metió en el dificilísimo problema de los universales, sin sospechar en qué se metía. Nos excusamos y no entraremos en tan misteriosa realidad aunque algo diremos de ella más adelante. Volvamos, pues, a los biólogos. Gilson, en el libro al que tantas veces hemos recurrido, cita a Lamarck, quien había comprendido, en general, la naturaleza del problema:

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Pero estas clasificaciones (…) así como las divisiones y sub-divisiones que presentan, son medios completamente artificiales. Nada de eso, repito, se halla en la naturaleza a pesar del fundamento que parecen proporcionarles ciertas porciones de la serie natural (…) La naturaleza no ha formado ni clases, ni órdenes, ni familias, ni géneros, ni especies constantes, sino solo individuos que se sucede unos a otros y que se asemejan a los que los produjeron123. Ése es el pensamiento de Aristóteles. Observemos, de paso, que la naturaleza ha sido ornada con características divinas, mala costumbre hoy generalizada. Convenzámonos de una vez por todas: Todos los taxones de la taxonomía son tan solo conceptos humanos. Recordemos el primer capítulo de este libro, cuando decíamos que el conocimiento sensible comienza con aspectos captados por nuestros sentidos. El intelectual comienza de modo análogo con aspectos captados por nuestra inteligencia. Eso es lo que nuestros conceptos nos enseñan debido a su incapacidad de tener un conocimiento exhaustivo de las cosas que nos rodean en su nuda singularidad. Los diversos taxones de la clasificación científica no hacen más que seleccionar algunos de ellos para caracterizar animales y plantas. Todo concepto es universal, mas el problema de los universales es dificilísimo. La inteligencia, creadora de los conceptos, los produce mediante una operación que denominamos abstracción. Esta palabra técnica de la filosofía significa separación. Tal como el color se separa de la cosa coloreada que ve el ojo, el concepto se separa del individuo que comprende el intelecto. Pero hay dos abstracciones diferentes: la total y la formal. Tomemos como ejemplo el 123

D’Aristote à Darwin. Nota 1. Pág. 229. Es útil consultar qué entendía por especie este famoso naturalista: toda colección de individuos semejantes, que la generación perpetúa en el mismo estado, mientras las circunstancias de su situación no cambien lo suficiente como para hacerlo variar sus hábitos, su carácter y su forma. Por ello es obvio que sostenga que las especies (…) no tiene más que una constancia relativa y no son invariables más que temporalmente. Notamos que su concepción de especie es nominalista y en nada se parece a la platónica o a la aristotélica, para los cuales la especie o idea no es ninguna colección sino una esencia de la que participan, limitadamente, los individuos.

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concepto universal hombre. Existen Pedro y Pilar; “hombre” no existe en la naturaleza. El concepto universal contiene lo que comprendemos cuando vemos a Pedro o a Pilar: son hombres. Con éste, entendemos tan solo lo esencial de ambos, no sus aspectos accidentales, ni, mucho menos, los singulares que los individualizan. Son animales racionales. Este concepto se obtiene mediante abstracción total, llamada así porque lo comprendido en él se refiere al todo del que se toma sin separarlo de su sujeto. Si lo separásemos de su sujeto, ya no diríamos hombre, sino humanidad. En efecto, todo Pedro es humano, toda Pilar es humana, realizan hasta cierto punto lo que la humanidad es. Tanto la animalidad como la racionalidad se distienden igualmente por todo su ser. Claro está que puedo pensar en lo humano, la humanidad, sin pensar en ningún ser humano real, pero eso es harina de otro costal. Se debe a que los conceptos son especies expresas, como lo son las imágenes y recuerdos producidos por nuestro cerebro, como dijimos en el capítulo primero. La otra abstracción es la formal que consiste en separar un mero aspecto del todo y considerarlo aparte aunque sea imposible que exista como tal. Si digo que un hombre es un mamífero, estoy consciente de que jamás ha existido un animal que sea nada más que mamífero. En la taxonomía en uso, mamífero es la clase a la que pertenece el hombre. Así mismo, la humanidad, en el sentido de aquello que hace humano a Pedro o Pilar, es pensada separada de todo individuo; como la blancura lo es de todo objeto blanco. Los conceptos pensados mediante la abstracción formal, si bien se basan en lo que existe, expresan algo que sólo puede ser pensado, sólo puede existir en una inteligencia. Así son pensados la especie, el género, etc., de la taxonomía en uso. Cuando Darwin y los darwinistas nos aseguran que la clasificación biológica nos enseña la historia de la biosfera, están diciendo una barbaridad. Desde el primero hasta el último de los animales o vegetales reales han sido y serán individuos clasificables en raza, especie, género, familia, orden, clase y tipo. Recordemos, cada taxón no es más que un concepto universal que expresa tan sólo un aspecto que ha logrado captar, dada nuestra incapacidad de tener un

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conocimiento exhaustivo de la realidad individual, el cual es separado del individuo comprendido parcialmente por él. Eso no es más que un aspecto de la totalidad, más o menos accidental, según el caso, y nada más. Filosóficamente hablando, el origen de las especies es la abstracción que realiza nuestro pobre entendimiento que va comprendiendo poco a poco, por aspectos, la realidad que nos rodea. Los restantes taxones no son otra cosa. No hay relación alguna con la historia de los individuos, sino con el modo cómo los comprendemos. En algún momento, pasamos de la abstracción total a la formal. Tan sólo en ese momento salimos de la especie, en su acepción aristotélica, ya que ésta intenta expresar la esencia del animal o vegetal real. Todo esto ocurre porque no conocemos las esencias reales, sino tan sólo en cuanto están manifestadas en los accidentes que nos dan a conocer los sentidos 124. Ejemplifiquemos con el caso del ser humano. Recordemos la enumeración vista más arriba que comenzaba con el tipo y terminaba en la raza. ¿Dónde comienza la abstracción formal? Sólo un experto en la clasificación podría aventurarse a responder, siempre y cuando también lo sea en abstracción. Notemos, además, como la especie, el género y la familia designan al hombre cambiando levemente la palabra: homo sapiens, homo, homínido. Si el hombre es un hombre sabio, quiere decir que hay hombres incapaces de saber, es decir irracionales. Ya vemos que no puede estar más lejos la biología de la filosofía al usar la misma palabra: especie. Esto nos muestra hasta qué punto desconocemos nuestra esencia. Me hace gracia hallar en algunos evolucionistas la aseveración de que el lugar propio donde se ejerce la evolución es la especie y no los otros taxones de la clasificación biológica. Para un filósofo, el lugar 124

Como son muchos los que ignoran esta tesis del Angélico, señalaré algunos textos: um um um De Veritate, q. 1, a 1, ad 6 ; q. 4, a 1 ad 8 ; q. 10, a 1c. et ad 6 ; In De Anima, L. 1, l. um um 1, N° 15; S.Th. I., q. 29, a. 1, ad 3 ; et q. 77, a 1, ad 7 ; In II Sententiarum, Dist. 3,1,6; In Metaphysicorum. L. VII, 12, 1542; De Spiritualibus Creaturis, a 11, ad 3 um; De um Potentia Dei, q. 9, a. 2, ad 5 ; etc.

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propio donde se ejerce la evolución, si es que hay tal cosa, es el individuo, porque es el único real en toda la taxonomía. Insistamos en que la voz especie no es de idéntica significación cuando es usada por un filósofo aristotélico que cuando lo es por un científico experimental. Para el primero, expresa la esencia más o menos desconocida; para el segundo, es tan sólo un eslabón, perfectamente arbitrario, en la cadena de la clasificación. ¿Es totalmente ajeno Darwin a esta problemática? Al aspecto filosófico, lo es, como todos los científicos, y nadie se lo puede echar en cara. Más, tal como le ocurría a Lamarck, Darwin, de vez en cuando, nos deja ver su perplejidad. Ya vimos el juicio de Mayr sobre el particular. Gilson, con su pericia acostumbrada, nos permite comprenderla mejor. Volvamos a consultar su libro tantas veces citado. Lo primero será destacar lo evidente: Darwin no busca el origen de la existencia de las especies, sino que, dado que existen, a qué se debe que sean tal como son hoy125. Su primera dificultad será la de distinguir la variedad, raza la llamamos hoy, de la especie. Citemos un texto a modo de ejemplo: Tampoco discutiremos aquí las varias significaciones que se han dado del término especie, pues ninguna definición ha satisfecho a todos los naturalistas, aunque todos saben vagamente lo que quieren decir cuando usan el vocablo en cuestión. Éste incluye, generalmente, el elemento desconocido de un acto distinto de la creación126. Vale decir, lo único que tiene claro este investigador es una intromisión indebida de la teología, y harto mala, por lo demás, en la biología. Como se trata de un elemento desconocido, carece de todo valor en biología; como se trata de un acto distinto de creación, es obvio 125

D’Aristote à Darwin, pág. 228. El Origen… c. II, pág. 29. En este capítulo hay muchos textos con la misma doctrina que podrían citarse. 126

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que la teología conocida por Darwin ignora absolutamente que a Dios se lo concibe como el Acto Puro, el Motor Inmóvil; por lo que, respecto de Él, es imposible hablar de actos distintos. Darwin, pues, en seguida, manifiesta cuán dudoso es calificar algo de especie y no de variedad. Más aún, califica a algunas de “verdaderas especies” o de “buenas especies”. ¿Querrá decir que hay malas y falsas especies en la naturaleza? Todo ese capítulo nos lleva de sorpresa en sorpresa al concluir que La palabra especie viene de este modo a ser una mera e inútil abstracción, que implica y presupone un acto separado de creación127. Porque, en definitiva, consideramos la palabra especie como dada, arbitrariamente y por pura conveniencia, a una colección de individuos muy semejantes los unos a los otros, sin diferenciarse esencialmente del término variedad que se aplica a formas menos distintas y más fluctuantes128. Nos queda claro que Darwin nos va a explicar el origen de algo que no existe más que en nuestra mente, perfectamente inútil, y que aplicamos arbitrariamente de tal modo que no lo podemos distinguir de una variedad. No podemos apartar de nuestra mente la impresión de que mantiene la expresión únicamente para negar la creación separada mediante actos distintos. Si supiera filosofía sabría que tal distinción no puede darse en el Acto Puro. En el fondo, lo que ha hecho, con ayuda de las observaciones que realizaba en su huerto, ha sido reemplazar una teología por otra. Claro está, que, a nivel de ciencia experimental, tan indemostrable es la una como la otra129. A mayor abundamiento y para que nadie nos acuse de falsificar el pensamiento del sabio inglés, agreguemos un último texto:

127

Ibíd. Pág. 34. Ibíd. Pág. 37. 129 D’Aristote à Darwin, pág. 239. 128

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Por las observaciones anteriores se verá que consideramos la palabra especie como arbitrariamente y por pura conveniencia dada a una colección de individuos muy semejantes los unos a los otros, sin diferenciarse esencialmente del término variedad que se aplica a formas más o menos distintas y fluctuantes. La palabra variedad (raza) también, en comparación con meras diferencias individuales, es arbitrariamente aplicada por cuestión de conveniencia130. De modo que todo este libro está dedicado a demostrar el origen de algo que no existe, porque es un mero concepto útil al investigador de la naturaleza. ¿Por qué no se llamó “Sobre el Origen de las Variedades”? Habría sido perfectamente equivalente, pero esa palabra no aparecía en la Biblia que usaba Darwin. Por lo que Gilson se permite sostener que lo que realmente movía a Darwin era la identificación de la especie con el acto creador divino. Aunque nos resulte muy enigmático, hemos de comprender que el antiguo seminarista que se preparaba para convertirse en pastor sobrepasa al biólogo. Es un seminarista un tanto curioso, porque su enemigo es el Génesis en su traducción inglesa que jamás puso en duda. ¿Será que en el anglicanismo el traductor es tan infalible como el autor inspirado? Al menos en la tradición católica no lo es por lo que esperamos siempre la decisión de la autoridad; mientras tanto exponemos nuestra comprensión y admitimos cualquier otra que no violente el texto sagrado. Parece obvio que este concepto científico nada tiene que ver con el concepto prehistórico que aparece en el Génesis. De modo que toda la polémica aparece como el fruto de un anacronismo fenomenal. No sólo los científicos cayeron en él, por desgracia, también los teólogos que terciaron en la disputa en aquella época.

130

El Origen… pág. 37.

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El único dato de experiencia que puede mostrarnos Darwin en apoyo a su teoría es el hecho de que los criadores pueden producir nuevas variedades o especies si aceptamos la arbitrariedad del vocabulario empleado en biología. ¿Cómo lo hacen? Aprovechando las pequeñas diferencias que se producen en los hijos respecto de los padres. En varios párrafos exalta la dificultad de la empresa de modo que son raros los criadores capaces de ello. Sin embargo, cuando intenta demostrar que la naturaleza hace lo mismo, enfrenta la dificultad de aceptar una selección sin un seleccionador. Aunque no lo haga explícitamente, se sospecha su presencia al encontrar afirmaciones realmente insólitas, como cuando pretende que los criadores realizan una selección inconsciente131. Como la acción de seleccionar pertenece a la voluntad, no puede haber una unconscious selection. Darwin ha hecho una colosal extrapolación de la labor encomiable de los criadores, y él era uno de ellos, a la naturaleza en estado salvaje. ¿Es legítima? Lo menos que puede decirse es que es muy discutible que lo sea. Los seres naturales y los nichos ecológicos, se caracterizan por conservar inalterados ciertos parámetros que les permiten conservarse. Constantemente tienen que realizar adecuaciones, porque están siempre cambiando, para conservarse idénticos a sí mismos en lo esencial. Hágase un examen de sangre y comprobará que todos los aspectos estudiados indican un límite mínimo y otro máximo. En cualquier sentido que se pase, Ud. está enfermo. Pero su cuerpo lucha por recuperar el nivel perdido. Por eso es imposible hacer extrapolaciones. Piense en lo que crece un niño en su primer año de vida. Extrapole su resultado y piense que seguirá creciendo lo mismo hasta su muerte ochenta años más tarde. ¿Cuántos metros medirá? Insisto en que no quisiera que estas reflexiones filosóficas sean interpretadas como un desconocimiento de los méritos de Darwin o de sus epígonos. Como observador de animales y vegetales merece un lugar en la historia de la ciencia; mas no en el de la historia de la filosofía. Se 131

Ibíd. Págs. 242-3.

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me dirá que él era un científico y que nunca pretendió ser otra cosa. Es históricamente indiscutible. En nuestro último capítulo, profundizaremos la discusión del aspecto filosófico de la ciencia. Permítasenos una última reflexión. Si volvemos a leer esa visión grandiosa que aparece en las últimas páginas de El Origen, Darwin no ha hecho otra cosa que cambiar una teología por otra, como dijimos. Ha cambiado la que sostiene que Dios creó todas las especies en los primeros días de la creación, las que no han cambiado en todo el tiempo transcurrido, por otra en la que Dios ha creado algunas especies y les ha dado el poder de ir mejorando sus propiedades, aumentando maravillosamente el espectáculo que nos ofrece la creación. Ambas teologías, por supuesto, son obra humana y no revelación divina; además de ser ajenas a toda demostración científica. Pero no, la selección natural, bajo el falso nombre de evolucionismo, se ha convertido en un nuevo culto. Así, me parece, se comprende mejor la acritud de la polémica y su duración. Por último, podemos hacernos una pregunta curiosa: ¿Por qué Lamarck, que propone algo muy parecido a lo que propone Darwin no suscitó polémica alguna? ¿Por qué no es él proclamado creador de la teoría de la evolución? Claro que tampoco usó tal palabra; sin embargo, si vamos al verdadero significado del término, su doctrina merece mucho más que la del inglés tal atribución.

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5. CAPÍTULO QUINTO EN QUE SE DEMUESTRA LO DICHO I

Como las ciencias experimentales se basan en la inducción les resulta muy difícil demostrar. Lo propio suyo es mostrar, en la experiencia, su veracidad. La demostración, en cambio, supone adentrarse en algo de lo que no hay experiencia; al menos, no todavía. El método que realmente demuestra es la deducción. La inducción se basa en una enumeración incompleta pero que se estima suficiente, por lo que permite adelantar la experiencia posible. Al hacerlo, se puede hacer una afirmación de valor universal, a pesar de que todas las experiencias reales sean singulares. Por ello, ya Aristóteles sostenía que tan solo si la inducción es completa no deja lugar a la duda. Siendo así, ¿Por qué la incompleta tiene valor demostrativo? Para comprenderlo hay que acudir a una deducción. Toda deducción se inicia por la identificación existencial entre dos conceptos. Si sostengo que todo espíritu es inmortal; y si agrego que toda alma humana lo es, puedo concluir que toda alma humana es inmortal. La identificación entre los conceptos no es formal, no significa lo mismo espíritu que inmortal, ni alma que espíritu, sino existencial. He advertido que en la comprensión del concepto espíritu se incluye la inmortalidad tanto como en el del alma humana la espiritualidad. Esto ocurre en los espíritus y almas tal como los concibe mi inteligencia. Puedo, entonces, proceder a la comprensión de que la inmortalidad, propiedad de todo espíritu, debe realizarse también en toda alma humana. Esta identificación existencial no implica necesariamente que me esté refiriendo a entes reales; podría tratarse de entes puramente literarios o de mera razón. Pero éstos realmente existen en la inteligencia que los piensa. Se supone que los conceptos estén bien hechos; pero no que se den en la realidad exterior a mi inteligencia. Los números no existen fuera de la inteligencia, lo que no impide la veracidad de las

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matemáticas. Pero he de tener la precaución de hacerlos bien. A cierto matemático se le ocurrió trabajar con el número infinito y destruyó toda su ciencia. Infinito más infinito da infinito. No podía ser de otra manera porque todo número es la limitación de una multiplicidad por una unidad. En consecuencia, el número infinito no es pensable, es una mera contradicción. Claro está que he de ser cuidadoso en su aplicación a la realidad extra mental. Se razona por comprensión, no por extensión. Sin embargo, por no fijarme en ella podría equivocarme. Por eso, entre las leyes del silogismo las hay que se fijan en que no se peque contra la extensión. Porque si digo que todo hombre es animal y que también lo es todo perro, no puede concluir que todo perro sea un hombre. Ya que si bien animal entra en la comprensión de hombre, la comprensión de animal incluye a otros que no lo son. Por ello, para que no ocurra este error, los lógicos enseñan la necesidad de la presencia de la universalidad en el término medio que une a los extremos. Quien quiera comprender mejor esta propiedad de la demostración deductiva puede acudir a cualquier tratado de lógica formal que se inscriba en la tradición aristotélica. Evite los tratados modernos que se apartan de ella porque han caído en el error de entender el silogismo desde un punto de vista extensivo en vez de comprensivo. Por ello confunden el descenso inductivo con la deducción. Mas tal propiedad del silogismo exige un tratamiento más cuidadoso que el que compete dar aquí, por ello me limito a invitar a estudiar con más seriedad la lógica formal aristotélica132. ¿A qué deducción acude el científico? Cuando generaliza supone un principio que no puede demostrar. Se le conoce como “determinismo universal”. Aplicado a cada inducción, permite ascender al universal. Gracias a él se supone que la reacción que se observa en este laboratorio se observará siempre y en todas partes exactamente del mismo modo. Pero, como la veracidad de los principios se estudia tan solo en la 132

Entre nosotros se difundió extensamente el tratado de lógica de J. Maritain: El Orden de los conceptos que trata adecuadamente este punto.

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metafísica, no le corresponde al hombre de ciencia demostrarla. Por ello, los que estudiamos filosofía nos asombramos cuando observamos con qué facilidad algunos científicos generalizan unas pocas experiencias, realizadas, además, en ambientes artificiales. En definitiva, este principio se fundamenta en las esencias, es decir, en lo que realmente son las cosas, que no varía mientras se mantengan en la existencia. Si la esencia de un animal variara, ese animal habría muerto y habría sido reemplazado por uno nuevo. Notemos que este principio responde más a la metafísica racionalista que a la realista. Para un realista, el determinismo universal no es absoluto, es decir, no se cumple siempre, sino la mayoría de las veces. ¿Por qué? Porque las esencias, en sentido riguroso, no existen; solo existen los individuos. Cada uno de ellos realiza de modo singular e imperfecto una esencia. Esto implica la presencia de muchos accidentes y relaciones con otros muchos individuos. Por lo demás, hay muchas deficiencias en cada uno de ellos y hay obstáculos que pueden impedirle desarrollar su actividad de modo normal. ¿Quién no recuerda una nevada caída en pleno verano o un día caluroso en pleno invierno? No hay un riguroso determinismo universal ya que las esencias puras tan solo existen en nuestro intelecto. En la realidad tan solo se dan individuos que realizan esas esencias de un modo limitado. Ningún individuo es capaz de realizar todas las potencialidades incluidas en su esencia. Como el racionalismo se limita a las esencias puras, acepta el determinismo sin restricción alguna. No así el realista, por lo que es más cauto. Las ciencias matemáticas trabajan con conceptos por ellas creados, por lo que les resulta fácil realizar estas identificaciones y proceder a demostrar de modo apodíctico. Por eso, para Descartes, todas las ciencias han de matematizarse; único modo de que puedan realmente demostrar. Como estas disciplinas únicamente manejan cantidades, tenía que reducir toda la realidad a dimensiones y movimientos; lo único plenamente matematizable. Su éxito fue inmenso, pero redujo la realidad a sus aspectos cuantitativos y, cuando pretendió salir de allí, fracasó por completo.

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Consciente de la dificultad de proceder a una verdadera demostración, Fred Hoyle, astrofísico y premio Nobel, para pasmo de los legos en estas difíciles materias, sostenía: Hoy día no podemos decir que la teoría de Copérnico sea cierta y la de Ptolomeo falsa en ningún sentido físico significativo. Las dos teorías, una vez mejoradas a base de añadir términos que impliquen el cuadrado y potencias mayores a las excentricidades de las órbitas planetarias, son físicamente equivalentes entre sí133. Todavía el vulgo cree que la ciencia experimental es la que realmente demuestra, por lo que, a menudo, escuchamos: “está científicamente demostrado”. Y no hay más que hablar. Ya dijimos cuán equivocada estaba esa visión. Las ciencias experimentales sólo alcanzan probabilidad en la mayoría de sus demostraciones. Repitamos la razón de ello. Ésta estriba en que la esencia, en cuanto conocida por nosotros, no es más que una abstracción que separa del ente individual sus aspectos necesarios. Éstos, por supuesto, no pueden variar. Pero como el individuo real agrega aspectos accidentales, y éstos sí pueden variar, en la realidad se producen muchas anomalías que pueden impedir que se realice lo que la esencia exigía. No hay que pensar únicamente en los “monstruos” que suelen producirse de tanto en tanto; ¿acaso no hay ciegos y sordos de nacimiento? Por naturaleza, todo ser humano debe ver y oír; sin embargo, no le impide existir el hecho de que se presenten tales anomalías. Por eso distinguimos lo que es estrictamente esencial para la existencia de un animal y lo que son sus propiedades que pueden faltar en alguna ocasión y, además, las limitaciones propias de la realización singular de la esencia universal. Por su singularidad, los individuos no son capaces de agotar su esencia como dijimos. Las virtualidades de la esencia pura superan la capacidad de cada individuo real.

133

De Stonehenge a la Cosmología Contemporánea. Alianza Editorial. Madrid. 1976. Pág. 196, citado por Calderón, Rubén: “La Valija Vacía”. Ed. Jurídicas. Cuyo. Mendoza. Argentina. 1989.

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Recordemos, una vez más, que la esencia no la conocemos directamente ni con propiedad; tan sólo deducimos su presencia a partir de lo que nos muestran los accidentes transmitidos por nuestros sentidos externos. Mas éstos se limitan a aspectos de poca o ninguna importancia: color, olor, suavidad, extensión, volumen, peso, etc. Además hemos de distinguir un sentido amplio de otro restrictivo. En sentido amplio, la esencia implica todo lo que pertenece propiamente a un ente; en sentido restrictivo, a lo estrictamente necesario para su existencia, a lo que lo define. Comprendemos, pues, que la esencia real es la que hemos declarado amplia; la restrictiva, es la que nosotros logramos concebir. La primera es real y singular y se realiza en cada individuo; la segunda es conceptual y universal, y es la que nos permite comprender, al menos parcialmente, a cada individuo. La primera nos es conocida parcialmente en cuanto la señalan los accidentes; la segunda es la que expresamos en la definición, cuando podemos realmente definir algo. En matemáticas, en lógica, en moral, etc., es relativamente fácil definir; en biología es prácticamente imposible, dada la extrema complejidad de los vivientes. Cuando se procura demostrar algo, suele hacerse de dos maneras: La mejor prueba es la que se basa en una razón suficiente para argumentar. Este fundamento óptimo es un principio evidente de la razón, o primer principio, como dijimos anteriormente, método muy usado en matemáticas y en filosofía. Es el método propio de la deducción. Cuando no podemos hallar uno de tal categoría, nos contentamos con invocar un fundamento posible que nos permita explicar razonablemente lo que observamos en nuestra experiencia. Al usar este segundo procedimiento, el típico de las ciencias experimentales cuando esbozan una teoría, hemos de ser conscientes de que, supuesto otro fundamento, puede igualmente explicarse lo que observamos en nuestra experiencia134. Por lo que un científico honesto ha de reconocer que no ha probado lo que pretendía, sino, tan sólo, ha mostrado su probabilidad. Por eso hablamos de teorías, es decir, de algo que no está probado. Resulta deshonesto desconocer esta realidad. Es obvio que 134

m

Cfr. Santo Tomás, Suma de Teología., I, q.32, ad 2 .

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todas las observaciones que “prueban” la evolución son igualmente explicadas por la creación, por ejemplo. Ahora que nos vamos a dedicar a examinar las pruebas de la veracidad de la evolución de las especies, era necesario hacer esta advertencia. Sin embargo, notemos que, como efecto de esta dificultad, muchas de ellas se limitan a explicar. Una explicación, por sí misma, nada demuestra, tan sólo ordena un determinado material de modo didáctico. La mayoría de los libros sobre la evolución que he leído cae en este error. Expongamos el contenido de uno de ellos a modo de ejemplo.

5.1. LA PRESENTACIÓN INGENUA

Jon Erikson es un buen ejemplo del biólogo que acepta a fardo cerrado la teoría sin advertir las dificultades que encierran muchas de sus hipótesis135. Su mayor ingenuidad la hallamos en su aceptación de la teoría del Big Bang, de la creación de la vida en los laboratorios, de la organización espontánea de la materia para producir la vida que se origina en una serie de combinaciones y permutaciones aleatorias 136, de que el ARN adquirió por sí mismo la capacidad de auto reproducirse, y un largo etc. No ver dificultad alguna en tales afirmaciones revela carencia total de espíritu crítico. Comencemos con una sentencia sorprendente: el método de la evolución consiste en aplicar el más sencillo de los métodos: ensayoerror137. Pensar que Aristóteles diferenciaba al artista humano de la naturaleza en que nuestro arte se inicia con este método, en cambio, la naturaleza nunca lo utiliza. Por eso el arte humano la imita, mas no se le compara: ¡Qué más desearía un artista que llegar a tener la maestría que 135

La Extinción de las Especies. A pesar de carecer de información de la valía de este autor, el hecho de que haya sido traducido del inglés parece indicar que sí la tiene. 136 Pág. 13. 137 Pág. 21.

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la naturaleza muestra en todas sus obras! Ella no opera por tanteos, ensayos; no tiene que corregir errores, simplemente actúa y logra su propósito. El fruto cae en tierra y fructifica; nada de ensayos y errores. Es fácil observar que el método propio del artista supone una inteligencia débil. Sólo hay ensayo si se tiene claro un fin, sólo hay error si ese fin no es alcanzado. El antropomorfismo de Erikson salta a la vista. Entiende a la naturaleza como a una persona humana cuya deficiente inteligencia la lleva a ensayar, dada su imposibilidad de tener seguridad sobre el resultado. Jamás hemos visto ensayar a la naturaleza ya que ésta no existe. Es un concepto muy útil, ya que nos permite referirnos a todos los entes naturales con una sola palabra. Somos indulgentes con el antropomorfismo de los antiguos, más somos severos si los científicos actuales caen en él. Al menos, debiéramos serlo. En seguida nos presenta los datos paleontológicos como lo hacen siempre los evolucionistas, sin sospechar las dificultades que tal presentación encierra. Nos sorprende una afirmación: más del noventa y nueve por ciento de las especies se han extinguido138. Como en la visión de Darwin, todas las especies provienen de unas pocas, tal comprobación debería ser explicada, ya que parece contradecir todo el esquema. Esto se debe a numerosas grandes extinciones de tipo catastrófico, nos explica; tal como lo sostenía Cuvier quien se oponía a la visión de Darwin por ese motivo, agrego yo. Erikson no sospecha que haya allí una dificultad. Naturalmente, las primeras especies eran muy sencillas y sus descendientes fueron complicando sus estructuras poco a poco139. En seguida nos proporciona una serie de ejemplos de adaptación al ambiente producidas por la selección natural con lo que nos muestra que su pensamiento aúna a Lamarck con Darwin, cosa que éste jamás habría admitido. En ninguno de estos ejemplos observamos cambio de especie, sino meras minucias, como acusan los científicos que critican la

138 139

Pág. 41. Pág. 59.

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teoría140. Reconoce, sin embargo, que J. Lovelock, en su libro Gaia, considera que la vida controla al medio sin intervención de selección natural alguna, ni siquiera adaptación a él141. Lo que cambia completamente la visión de la historia del planeta dejando fuera la explicación darwinista en cualquiera de sus formas. Claro está que Erikson no advierte la contradicción. Piensa que las mutaciones son producidas por radiaciones cósmicas142. Sin embargo, reconoce que hay largos períodos sin evolución, mientras otros nos muestran grandes cambios. Habría, pues, que probar que las radiaciones cósmicas siguen tal patrón de conducta, cosa que Erikson no hace. Los astrónomos tendrían que informarnos sobre el particular. Producida una extinción, se abre el camino a la aparición de nuevas especies. Si fuera así, no comprendemos que sostenga que los mamíferos derrotaron a los dinosaurios, por ejemplo 143. A pesar de lo cual nos asegura que, muy probablemente, nuestra visión de extinciones instantáneas debidas a tales catástrofes sea falsa144. Más nos sorprende cuando nos asegura que la supervivencia no prueba la superioridad de los supervivientes ni, mucho menos, el que estén mejor adaptados145. Tal tesis dejaría perplejo a Darwin. Nos asegura, además, que los organismos más complejos tienen una mayor información genética 146. ¿De dónde salió? Contradice así la segunda ley de la entropía, como veremos en el próximo capítulo. Por desgracia, casi nadie, entre los defensores de esta hipótesis, parece conocer la existencia de tal ley física. Termina este libro adhiriendo a la tesis del calentamiento global producido por la sobrepoblación humana. Sin embargo, reconoce que 140 141 142 143 144 145 146

Mariposas oscuras, cuello largo de las jirafas, trompa de elefantes, etc. Págs. 65-66. Págs. 75-76. Pág. 66. Pág. 84. Pág. 85. Id. Pág. 94.

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muchos dudan147. Como el mundo ha alcanzado su capacidad de sustento, el desastre es inminente; podríamos producir una extinción comparable a la de fines del cretáceo en que desapareció el setenta por ciento de las especies 148.

5.2. LAS PRUEBAS CLÁSICAS

Espero que se comprenda que, como no soy un científico, me limitaré a hacer un acto de fe en los que realmente lo son al presentar estas pruebas. Por lo demás, no estoy tan lejos de los científicos que las exponen. Es patente que hoy cada uno de ellos se especializa en una determinada ciencia; es más, en una pequeñísima parcela de la misma. Como estas pruebas abarcan varias de ellas, algunas tan lejanas a la biología como puede serlo la paleontología, nadie es capaz de abarcarlas todas. Hemos citado abundantemente a Mayr, ornitólogo y, más abajo, a Gould, paleontólogo. Ellos también, en cuanto se salen de su especialidad, se limitan a acudir a su fe en la seriedad de otros especialistas. Por desgracia, en esta materia, se han multiplicado las hipótesis sin fundamento e, incluso, los fraudes. Por lo que advertiremos, cuando sea indispensable, la ingenuidad de algunas proposiciones. Casi en ningún libro o artículo defensor de la teoría de los que he leído he hallado un estudio más o menos detallado de dichas pruebas. La mayoría se limita a declarar que la evolución es un hecho. ¿Se habrán detenido un instante en reflexionar en tal afirmación? Porque un hecho es, en su sentido más propio, lo que ha sido experimentado por nosotros mismos, que ha sido objeto de una experiencia sensible; la única que nos es dado gozar. También puede denominarse así algo que ha sido demostrado con toda propiedad; aunque, en tal caso, la expresión suele limitarse a lo que, al menos, es una experiencia posible. Nadie dice que 147 148

Págs. 155-169. Págs. 173-191.

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“la igualdad de dos ángulos opuestos por el vértice” sea un hecho, a pesar de estar plenamente demostrada la verdad de dicha proposición en matemáticas. Dado que esta teoría supone que la evolución explica a los seres vivos desde su mismo inicio, inicio que no ha sido experimentado por nadie, no es posible sostener que la evolución sea un hecho. Entre los que se han detenido en este menester, sobresale el trabajo realizado por Raymond Nogar O.P.: La Evolución y la Filosofía Cristiana. Por tratarse de un teólogo y filósofo, nos ofrece la garantía de saber qué es una demostración y qué valor tiene la que se presente como tal. Comienza presentándonos una noción muy vaga de evolución: La idea de una vasta serie de animales y plantas, surgiendo como especies nuevas a través de un proceso natural gradual a partir de formas más simples, es familiar149. A pesar de su vaguedad, la he citado porque responde bien a la idea vulgar, popular, de evolución. Y también lo es la calificación de hecho que Nogar, generosamente, le adjudica 150. Reconoce que las opiniones de los técnicos están divididas sobre el modo de producirse la evolución, “pero todos concuerdan en que la evolución se ha producido y sigue produciéndose”151. Me resulta sorprendente ese todos, en condiciones de que debería saber cuán grande es el número de los que han escrito contra ella. Esta ceguera para ver la realidad es decepcionante. A ese “todos” que se repite una y otra vez, lo he calificado de “terrorismo intelectual”. Me parece, además, que tiene 149

Pág. 15. Si no se advierte otra cosa, las siguientes citas están tomados de este libro. Sin embargo tiene clara conciencia del abuso de confianza que implica el uso de tal término. Con muchos circunloquios nos explica por qué, a pesar de ello, él lo usa. Especialmente notables son las páginas 35-36 en que intenta justificar el calificativo de hecho con se ha bautizado la teoría: En el uso corriente del lenguaje, nos vienen las palabras fácilmente a los labios porque se emplean con cierta laxitud. De acuerdo. Pero no en un libro científico y menos en uno de filosofía cristiana. 151 Pág. 17. 150

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conciencia de la inconsistencia del valor demostrativo de sus pruebas, porque se dedica a aplastarnos con el argumento de autoridad 152. También me llama la atención su fe en que Darwin usó el término evolución; ya vimos que era ajeno a su vocabulario y rechazada su verdadera significación cuando leyó a Spencer. Por lo que supongo que, como casi todos, nunca ha leído realmente a Darwin. Finalmente hace suya la definición aceptada en el simposio que organizó la Universidad de Chicago en 1959: Un proceso unidireccional e irreversible que en el transcurso del tiempo genera novedad, diversidad y niveles de organización más elevados153. Es curiosa la presencia del vocablo irreversible. Son muchos los científicos que han aceptado que también se da una “involución”, es decir, una vuelta atrás. Si hubieran leído a Darwin, habrían advertido que éste advierte que si tal “vuelta atrás” se diese, probablemente su teoría sería falsa154. De todas las pruebas que nos presenta a continuación, nuestro autor nos asegura que la única que realmente prueba es la paleontológica; si bien reconoce que lo que realmente demuestra la teoría es la convergencia de los argumentos155. Dado que ninguno de ellos logra convencer adecuadamente, lo realmente demostrativo es su convergencia; es decir, que todas nos lleven a la misma conclusión. Algo así como lo que ocurre en un tribunal de justicia. Es esa convergencia la que convence al juez de la culpabilidad del sospechoso. Hemos de reconocer la habilidad de la analogía; pero, al mismo tiempo, su lejanía de la ciencia.

152 153 154 155

Págs. 29 a 31. Pág. 26-27. El Origen… Pág. 21. Pág. 36.

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5.2.1. LA PALEONTOLOGÍA

Comienza el sabio dominico explicándonos el valor de esta ciencia. Confiesa que La realidad de lo que sucedió mucho antes de que existiesen en la tierra hombres con capacidad de atestiguarlo no puede establecerse de un modo tan completo y definitivo como la realidad de los hechos que son presenciados por el hombre y pueden someterse a experimentación156. Por ello la palabra hecho se ha reservado a estos últimos y negado a aquéllos, agrego yo. Clave, en esta ciencia, es el problema de la datación. Nogar reconoce que ésta se basa en conjeturas157. En esta materia sostiene un principio prudencial: No esperar más que una probabilidad generadora de una convicción razonable; reconocer que no tenemos más que esto158. Además, cita lo que él llama el principio de uniformidad. Este principio reza así: Los agentes geológicos y, en general, todos los agentes físicos actúan hoy con la misma intensidad que en el pasado y también, ordinariamente, del mismo modo. Los relojes de la naturaleza continúan hoy marcando el tiempo al mismo ritmo que antes159. En otras palabras, toda la certeza de esta prueba depende de que estos relojes no evolucionen.

156 157 158 159

Pág. 33. Pág. 56. Pág. 42. Pág. 48.

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En seguida Nogar nos da una tabla de la cronología del universo, las estrellas más antiguas, el sistema solar, la tierra en que vivimos, los continentes, la vida, la atmósfera. Como el libro fue escrito hace unos cincuenta años, varias de esas fechas han cambiado. A continuación nos relata las diversas etapas o eras por las que ha pasado la vida en el planeta, desde su aparición hace unos dos mil millones de años hasta hoy. A partir del cámbrico, unos seiscientos millones de años atrás, aparecen los tipos básicos de la vida, tal como los conocemos hoy. Primero en las aguas, luego en la tierra, siendo el hombre el último en aparecer hace un millón de años. Concluye que esta historia nos muestra un origen donde predominan organismos sumamente simples; su progresiva multiplicación con aumento de su complejidad; la extinción de la mayoría de las especies primitivas. En consecuencia, el hecho de la evolución es altamente probable160. Ante la objeción obvia de que no es posible seguir la evolución con el actual registro fósil, Nogar responde que los restos fósiles no pueden interpretarse sino haciendo muchos supuestos y rodeos 161. Confiesa, pues, que estos hechos se basan en meros supuestos y rodeos. Nos ejemplifica este trabajo con la mejor conocida de todas las evoluciones: la del caballo. La evolución de los équidos es seguida al través de sesenta millones de años. A pesar de lo cual reconoce que hay muchas conjeturas y que se supone que los antiguos están en la línea directa que conduce al caballo actual162. Así también se ha reconstruido la historia de muchos otros animales por lo que las dudas respecto de la evolución se disipan cada vez más163. Tendrán que seguir disipándose aún mucho más, agrego yo, después de haber leído a tantos científicos que niegan que tengan una base científica. Ni siquiera cuando terminen de disiparse podríamos calificarla de hecho, pero no antes, agrego yo.

160

Pág. 48. Pág. 63. 162 Pág. 66. 163 Pág. 67. 161

[107]

5.2.2. EL ARGUMENTO BIOGEOGRÁFICO

La biogeografía estudia la distribución de animales y plantas en el mundo164. Nogar resume el resultado de esta ciencia en cinco puntos. 1) Hallamos una distribución discontinua de animales y plantas; 2) hay zonas ecológicas y diversas relaciones entre ellas; 3) presenciamos variaciones sorprendentes entre los fósiles según las zonas; 4) podemos esbozar regiones biogeográficas determinadas y diversificadas; 5) hallamos anomalías insulares significativas. Respecto del primer punto, llama la atención de que animales separados por barreras físicas del resto sean tan diferentes entren sí a pesar de hallarse en un ambiente físico idéntico. A veces ocurre lo contrario, el mismo animal, viviendo en lugares muy alejados entre sí, curiosamente, se mantiene idéntico. Respecto del tercero es conveniente aclarar que los fósiles recientes presentan gran semejanza con las especies actuales; los más antiguos se parecen menos, aumentando la diferencia a medida que retrocedemos en el tiempo. En el quinto punto hay que destacar la sorpresa de Darwin al visitar las Galápagos y comprobar su notable diferencia con el continente en su flora y fauna. Todos estos hechos, a juicio de los biólogos, justifican la creencia en la evolución, tal como la planteaba Darwin.

5.2.3. EL ARGUMENTO TAXONÓMICO

En ciencia se llama taxonomía a la clasificación de las diferencias que presentan animales y vegetales entre sí 165. Cada grado de la clasificación se denomina taxón. Actualmente se usa, revisada y 164 165

Cfr. Págs. 93-103. Cfr. Págs. 104- 109

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puesta al día, la realizada por Carlos Lineo, matemático sueco, en 1725. Su división se limitaba a clases, órdenes, géneros y especies, la que se ha aumentado y diversificado de modo admirable, como ya vimos 166. Esta clasificación se hace por las características similares que comparten los individuos, de donde surge el concepto de especie; por las que comparten las especies, de donde surge el género, y así sucesivamente. A pesar de su reconocida arbitrariedad, de la que ya hemos hablado, se ha mostrado sumamente útil para facilitar la labor de los biólogos. De ahí su universal aceptación. La principal dificultad que enfrentan los expertos es la inmensa variedad de especies que pueblan el planeta y la asombrosa complejidad de cada ser vivo. ¿Cómo unificarla? La discusión de detalle jamás terminará. Darwin dudaba sobre la distinción entre especies y razas, como ya vimos. La clasificación comienza separando dos reinos: animal y vegetal. Éstos dan origen a los tipos (phyla), unos treinta para los animales y unos doce para los vegetales, aunque no hay completa uniformidad de criterios. A partir de aquí el desacuerdo se va agudizando, mas no entraremos en su detalle por carecer de importancia para nuestro estudio. Según Darwin, esta clasificación nos enseña la historia de la vida: origen común, origen simple, diferenciación y aumento de la complejidad a medida que descendemos hacia el individuo actual. Es decir, al comienzo hay una o unas pocas especies. Con la aparición de las variedades, esas primeras especies pasan a constituirse en géneros y las variedades originales en especies que producen, con el paso del tiempo, nuevas variedades las que, mediante un nuevo lapso se convertirán en especies, con lo que los géneros pasarán a llamarse familias, etc. Todo ello sería producido por la descendencia con variación y la selección natural. Nogar advierte cuán poco vale este argumento: El argumento de la taxonomía, considerado en sí mismo, no 166

Hoy, lo más común es: reino, tipo, clase, orden, familia, género, especie. A lo que habría que agregar unos “súper” y otros “infra”, etc., aumentando enormemente los taxones. Por ejemplo, el orden de los primates su divide en dos subórdenes. El suborden de los antropoides en tres súper familias, etc.

[109]

es en modo alguno una prueba estricta en el sentido de que no pueda llegarse a ninguna otra conclusión167. A pesar de lo cual, parece que la mejor explicación del mismo fuera la evolución.

5.2.4. ANATOMÍA COMPARADA

El P. Nogar sintetiza así el argumento: Las semejanzas estructurales entre organismos, tales como 1) la homología, 2) la analogía, y 3) órganos rudimentarios, deben ser explicados por los arquetipos divinos o por un origen común con modificaciones adaptativas (Darwin). Estas semejanzas se explican mejor por el origen común con modificaciones adaptativas. Por consiguiente, el hecho de la evolución es el más probable168. Me llaman mucho la atención dos palabras: adaptativas y hecho. La primera expresa el pensamiento de Lamarck, rechazado por Darwin. Pero al poner el nombre de éste entre paréntesis, Nogar atribuye a Darwin un concepto que él rechazó. La segunda ya fue discutida. ¿No habría sido mejor que hubiese escrito teoría en vez de hecho? Pero que algo explique no prueba nada, incluso si lo explicara mejor, sería tan sólo un indicio y no una prueba. En todo caso, la palabra hecho está fuera de lugar, ya que éstos no se prueban, se observan. Se trata, pues, de comparar estructuras entre diversos animales y observar concordancias. Si están construidas con el mismo patrón básico pero sirven diversas funciones, se las llama homólogas; análogas si cumplen las mismas funciones pero no comparten el mismo patrón. 167 168

Pág. 109. Pág. 110.

[110]

Nuevamente llamamos la atención por la aparición de una palabra prohibida: patrón. Es que el diseño aparece constantemente por más que los evolucionistas se nieguen a aceptarlo desde que descubrieron que señalaba la presencia de una inteligencia al inicio de todo el proceso. Nogar supone que, de haber creación, las estructuras análogas estarían más difundidas que las homologas; mas, en la naturaleza se observa lo contrario. Lo que prueba, a su juicio, que se deben a modificaciones por adaptación funcional al ambiente169, con lo que vuelve a Lamarck y abandona a Darwin. Más nos complica al admitir, en la misma página, las mutaciones. Sostiene que si éstas perjudican la función, son eliminadas y acaban por transformarse en vestigios. Pero quien habla de función habla de finalidad, y quien habla de finalidad, descubre una inteligencia; ambas suprimidas de la naturaleza por los darwinistas. Tal vez lo más llamativo sea que la función en el adulto rija las mutaciones que son aleatorias y se dan en el germen. A continuación Nogar alude a las formas sustanciales, negadas por todos los científicos actuales e interpreta falsamente a santo Tomás. Forma dat esse, famoso principio de su metafísica, lo traduce por “la forma da la existencia”. No, la existencia la da la causa eficiente y la forma es causa formal. Ésta, en consecuencia, otorga el esse formal, no el existencial. Así, el plano forjado por el arquitecto, forma, explica la distribución de las paredes del edificio, de sus puertas y ventanas; más no le da existencia a ninguna de ellas, ya que es tan sólo causa formal. La existencia se la dan los albañiles. Esto es la que enseña santo Tomás y no lo que le atribuye Nogar. En seguida nos encontramos con dos confesiones que merecen destacarse: El problema, repetimos, no es el saber si disponemos de una prueba segura del hecho de la evolución…. (Sino) una

169

Pág. 115.

[111]

conclusión cuya probabilidad sea tan elevada, que un observador objetivo no pueda dejar de convencerse170. La mente no puede tener la certeza de que la conclusión es verdadera, pero la probabilidad de que lo sea es tan elevada, que se obtiene una razonable convicción171. Convicción tanto más fácil de sostener cuanto brillan por su ausencia las observaciones de los biólogos, paleontólogos, geólogos, matemáticos, físicos, etc., que se oponen a ella. Repitamos una vez más, dado que se trata de una convicción razonable, no hay derecho a hablar del “hecho” de la evolución sino de la hipótesis evolucionista. Claro está que se mantiene el enigma de saber qué se entiende con tal vocablo, como ya vimos. Agreguemos a todo lo dicho que tanto los vegetales como los animales poseen una base química idéntica: carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno. En verdad es increíble la cantidad de sustancias químicas que forman nuestro cuerpo, pero, al parecer, los nombrados son los más abundantes y definitivos, agrego yo. Así mismo, la vida implica unas características funcionales básicas que se dan en todos los seres vivos: organización celular, metabolismo, irritabilidad. Todo lo cual nos lleva a suponer un origen común. Claro está. Más el problema radica en saber si la teoría de Darwin es verdadera o no; o si lo es la de Spencer, o la de Lamarck, o la de Gould, etc., todas incompatibles entre sí. Por eso es tan importante que Nogar reconozca que no ha dicho prácticamente nada sobre los diversos mecanismos que se han propuesto para explicar el hecho de la evolución172. La razón, eso sí, la calla y radica en su diversidad y en su exclusión mutua, agrego yo. Además de no exponer las razones que se esgrimen para explicar los verdaderos hechos de otra manera. Por lo que no duda en afirmar:

170 171 172

Pág. 116. Pág. 117. Pág. 141.

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Hay contra algunas teorías argumentos muy serios; otras, en cambio, han revelado ser tan efectivas, que no se ha juzgado necesario presentar ninguna prueba significativa173. Estoy de acuerdo con la primera frase del párrafo; respecto de la segunda, habrá que creerle por fe. Más adelante reconoce que las mutaciones, como sostiene Mayr, raramente producen una evolución; es la adquisición de una nueva función por una estructura preexistente lo que la produce. Sólo que habría que explicar cómo se origina esa nueva función, agrego yo. Nogar echa mano a Waddington quien reconoce que los organismos poseen potencialidades latentes y éstas son las que realizan la evolución. Spencer habría aplaudido, Darwin negado. Hemos vuelto a las rationes seminales de san Agustín en una nueva versión. Pero, para el obispo de Hipona, es Dios creador el autor de esas rationes…; que por algo se llaman razones, lo que alude a actos intelectuales. Ciertamente Nogar se toma unas libertades que un filósofo no puede tomarse. En definitiva, la evolución no es más que un cierto cambio que se realiza en un cierto tiempo, nos aclara174; es decir, aunque Nogar no lo advierta, esta confesión implica que la evolución no explica nada, es lo que hay que explicar. Continúa explicando que no es más que un caso especial de adaptación - como decía Lamarck y negaba Darwin, agrego yo -, porque la adaptabilidad es la ley suprema del mundo orgánico. Al fin y al cabo, la evolución debe considerarse como un medio de adaptación de la familia entera de gatos175, con lo que establece a la familia como el lugar propio de la evolución contra la opinión de tantos que la fijan en la especie, único taxón objetivo según algunos, me permito agregar. Observemos el lenguaje finalista de Nogar. Hablar de

173 174 175

Pág. 188. Cfr. Pág. 298. Pág. 330.

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“medio” es hacer referencia a un fin, lo mismo que adaptación; pero solo la inteligencia capta fines y a ellos adapta los medios. La última palabra de Nogar, me parece, queda plasmada en esta frase: el proceso evolutivo (…) es, en realidad, el modo de adaptación y persistencia de la especie176. De este modo alcanzan los organismos su estabilidad global. Si así fuera, ¿por qué la evolución elimina las especies antiguas y las reemplaza por nuevas? ¿Por qué evolucionan los otros taxones de la clasificación? No podemos dejar pasar cuánto se extravían, filosóficamente hablando, los cultores de esta hipótesis, cuando se entusiasman. Leamos al dominico: De modo que, en resumen, toda marcada expansión de la especie es una radiación adaptativa mediante la cual la vida, diversificándose, se adapta a muchos lugares, altamente diversificados, de la economía de la naturaleza177. Ya observábamos que la adaptación es la noción clave de Lamarck, rechazada por Darwin, aunque, a menudo, parece aceptarla. Pero no voy a repetirme. Ahora quiero destacar que el sujeto principal de este párrafo es la vida. Estamos en Bergson y su impulso (élan) vital, entelequia que reemplaza al Creador y lo convierte en parte de la naturaleza. A esta concepción de la realidad los teólogos la llaman panteísmo y la rechazan absolutamente. Como filósofo, niego que exista la vida. Platón se refiere a esta noción que hace vivir en la región celeste y que imitan los seres vivos terráqueos. Es la Idea Vida, arquetipo de todo ser vivo. Pero un aristotélico sabe que sólo existen seres vivos, entes singulares, no la vida, mera abstracción del intelecto humano. Convengamos en que la abstracción no miente; tan solo separa lo que, en la realidad, está unido. En los seres vivos hay vida; separado este aspecto 176 177

Pág. 338. Pág. 339.

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obtengo el concepto “vida”; el que, como tal, sólo existe en la inteligencia humana. Por lo tanto “la vida” nada puede hacer en el mundo real. Que un teólogo tomista se exprese como un panteísta y un platónico, es el precio que tenía que pagar Nogar por creer en esta hipótesis. Estoy convencido que no lo es por lo que dice cuando hace filosofía y teología en este mismo libro. Pero la hipótesis que defiende sí lo es e, incluso, se convierte en gnosis cristiana en Teilhard de Chardin.

5.3. EL ÚLTIMO PARADIGMA

Ya vimos que Mayr nos ilustraba sobre una serie de revoluciones que han afectado de diversa manera la hipótesis original. Quisiera detenerme tan sólo en la que últimamente ha alcanzado notoriedad. Stephen Jay Gould (1941-2002) ha escrito varios libros en defensa de la teoría de la evolución. Paleontólogo, profesor en Harvard, USA, es un convencido darwinista. A pesar de su admiración por el naturalista del siglo diez y nueve, promueve la última revolución, la que suele llamarse de los equilibrios puntuados y que hemos preferido traducir como equilibrios intermitentes 178. Este paleontólogo está persuadido de que el registro fósil nos exige esta nueva interpretación. Recordemos que ahora se acepta que las especies gozan de un largo período de estabilidad. El registro nos muestra que, al inicio, se produce una enorme diversidad de especies las que se van extinguiendo paulatinamente por muy diversas causas. Cada especie aparece de golpe y totalmente formada en el registro fósil. No hay un programa continuo de diversificación. El gradualismo de Darwin es así completamente eliminado. Es más, los árboles genealógicos a que 178

El Pulgar del Panda. Cfr. C. 17. Presentamos ya un breve esbozo de esta nueva versión del darwinismo tal como la presentaba Mayr. Ahora completaremos esa exposición leyendo a su creador.

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nos han acostumbrado los evolucionistas no existen. Semejante afirmación echa por tierra al más famoso de todos, el de los équidos, por ejemplo, comento yo. Hay que imaginar, más bien, un árbol invertido con numerosas ramas al comienzo, número que va decreciendo con el paso del tiempo. Incluso, hay que reconocer lo acertado que era la visión de las extinciones masivas o catastróficas, aceptadas por algunos científicos anteriores a Darwin. En vez de imaginar la evolución como un río que tranquilamente se desplaza por el tiempo, hemos de concebirla como un lago quieto en el que de pronto sobreviene un período de miedo. Al menos hemos identificado cuatro de estas catástrofes: la que se produce hace unos cuatrocientos treinta y ocho millones de años, la de hace unos trescientos sesenta y siete millones de años, la de hace unos doscientos cincuentas millones de años y la que extinguió a los dinosaurios hace unos sesenta y cinco millones de años. Como, además, era filósofo de la ciencia, Gould califica de falsas muchas teorías evolutivas que, más que fundarse en la ciencia, se basan en los prejuicios sociales que dominaban en la sociedad en el tiempo en que los científicos las formularon. Nos limitaremos en esta exposición a uno de sus libros, tal vez, el más famoso: El Pulgar del Panda, que recoge varios ensayos suyos dedicados a la teoría. El primero de los ensayos, cuyo título da nombre al libro, tiene por finalidad probar que la evolución es un hecho. Su argumento se basa en la realidad de una imperfección, a saber, el pulgar del panda. En los siguientes estudia diversos aspectos de la teoría que le permiten eliminar la versión vigente del darwinismo del siglo veinte, la llamada síntesis moderna, dada la incapacidad de todos los mecanismos ideados por ella para justificar la aparición de una especie nueva 179. Tales mecanismos a lo más son aptos para explicar pequeños cambios al interior de ésta, nada

179

Pág.13 y 14. Las citas que siguen provienen de este libro a menos que se identifique otra fuente.

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más. Hay que reconocer que las especies son esencialmente estáticas; es decir, agrego yo, volvemos a Platón. Me llamó mucho la atención el párrafo con que termina el prólogo: Existe grandiosidad en esta perspectiva de la vida, con sus diversos poderes, originalmente insumidos en unas pocas formas o en una sola; y en que de tan simple comienzo, mientras este planeta continuaba sus siclos de acuerdo con las leyes fijas de la gravedad, hayan evolucionado y estén evolucionando un sinfín de formas bellas y prodigiosas180. ¿Reconoció la cita estimado lector? Claro que sí, son palabras tomadas de la conclusión del libro de Darwin El Origen de las Especies. ¿Advirtió la falsificación? Si no lo notó, puede consultarla porque la incluí en el capítulo segundo. Gould ha omitido ciertas palabras y empleado otras alterando absolutamente el pensamiento del naturalista inglés. Donde Gould le hace sostener: originalmente insumidos en unas pocas formas o en una sola, Darwin escribía: Fue infundida en el origen por el Creador en unas pocas formas… ¡Qué lástima que la honestidad sea tan poco frecuente en los defensores de esta teoría! Con cuánta razón se quejaba Mayr: Mucho de lo que se escribe sobre Darwin es sencillamente erróneo o, peor todavía, malicioso. Toda la argumentación de este primer capítulo del ensayo se basa en la imposibilidad de que Dios haya diseñado el pulgar del panda. De hecho, todo lo que ha estudiado Darwin implicaba el reconocimiento de los “artilugios” desarrollados por las orquídeas para la polinización. Dichos artilugios no son más que ajustes provisionales hechos a partir de un juego limitado de piezas disponibles, que no pueden ser atribuidos a la creación, porque

180

Pág. 14.

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Si Dios hubiera diseñado una hermosísima máquina para poner de relieve su sabiduría, sin duda no hubiera utilizado una colección de partes con funciones normalmente diferentes181. Concluye, pues, Darwin, que las orquídeas deben haber evolucionado de flores ordinarias. Del mismo modo, concluirá Gould. Esta manera de razonar me recuerda lo que algunos evolucionistas del siglo diez y nueve, en defensa de Darwin, esgrimían contra sus contradictores: tal parece que asistieron a la sesión que planificó la creación… Que un científico le dé lecciones a Dios se ha repetido constantemente en los últimos dos siglos, con malos resultados para ellos, naturalmente. Supongo que habrá observado, estimado lector, que este juicio nada debe a la paleontología ni a la biología ni a ninguna otra ciencia experimental. Estamos ante una afirmación estrictamente hablando metafísica y, por lo mismo, limítrofe con la teología. Vuelva a leerla y clave su vista en el sujeto: Dios; pero Dios no es objeto de ciencia alguna; lo es de la metafísica y de la teología. Ambas le dirían a Gould que nada sabe de Dios. Llegamos así al pulgar del panda. Porque un Dios sensato jamás habría adoptado caminos que los animales y vegetales, constreñidos por la historia, se vieron obligados a seguir, nos asegura este paleontólogo 182. Ocurre que el pulgar del panda no es un dedo sino el alargamiento desusado de un hueso de la muñeca, el sesamoide radial. Tal como las orquídeas de Darwin, se trata de una remodelación a fin de que cumpla una nueva función. Ésta remodelación del hueso conlleva una redistribución in extenso de la musculatura. Ningún ingeniero planearía tal solución, porque, a fin de cuentas, se trata de una magnífica chapucería, no la obra de un artífice divino183. Toda la descripción de cómo se llegó a tal chapucería abunda en suposiciones y en la creencia de que basta un sencillo cambio genético; aunque, tal vez, no lo sea 181 182 183

Pág. 18. Pág. 19. Pág. 25.

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tanto, admite nuestro sabio científico. Finalmente, concluye: las soluciones óptimas del ingeniero quedan descartadas por la historia184. Gould se presenta como paleontólogo y experto en la teoría de Darwin. Vemos que se quedó corto, debió añadir la de ingeniero y teólogo. En definitiva, este capítulo consiste en darnos una prueba teológica de la evolución. En el segundo capítulo regresa a la vieja idea de Darwin: la existencia de estructuras vestigiales en los seres vivos actuales. Por tales estructuras entiende porciones inútiles de la anatomía, preservadas como remanentes de partes funcionales de nuestros ancestros185. Entre tales estructuras, el científico inglés mencionaba el apéndice. Al citar este órgano, Gould debió haber entendido que debía ser más cuidadoso con tales vestigios, pues todos saben hoy cuán importante es esa porción inútil de la anatomía. Pero no seamos crueles, Gould es paleontólogo, no es biólogo. Como lo perfecto no tiene historia, explica, estos vestigios nos la muestran y prueban la evolución. Estos restos vestigiales nos indicarían el camino recorrido, según él. En este punto el filósofo Gould tiene que admitir que los científicos, al estudiar la historia, no pueden utilizar métodos experimentales sino limitarse a hacer inferencias para reconstruir el camino evolutivo. Además se hace algunas preguntas interesantes, por ejemplo: ¿cómo podemos deducir los caminos recorridos a partir de los resultados actuales? 186 Confesión que implica que la teoría evolutiva hace uso de la deducción, método propio de las matemáticas y de la filosofía, pero ajeno a la ciencia experimental. En el capítulo quinto de este libro, Gould nos asombra al mostrarnos que la teoría no se debe a las observaciones que hizo Darwin sobre vegetales y animales en su propiedad agrícola, sino a A. Quetelet, A. Smith y R. Malthus. Un matemático belga, un economista liberal y un pastor, también liberal. En suma, se trata de una analogía extendida de la economía del laissez faire de Smith. Es decir, una mala economía, que 184

Pág. 22. Pág. 29. Se trata de una cita de Darwin. 186 Pág. 28. 185

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conduce al oligopolio y a la revolución187, es convertida por Darwin en ley de la naturaleza. Citando a K. Marx, Gould nos muestra -sin advertirlo, por supuesto- hasta qué punto Darwin se guiaba por los prejuicios de su época: Resulta notable ver cómo Darwin reconoce entre las bestias y las plantas a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, su apertura de nuevos mercado, sus invenciones y la lucha por la supervivencia maltusiana. Es el “bellum ómnium contra omnes”188. Después del ataque de Gould a los prejuicios sociales que han guiado ciertas biologías, resulta notable esta cita. ¿Por qué no aplicó su denuncia al mismo Darwin? En el capítulo octavo nos hallamos ante una tesis insólita: el individuo no evoluciona (...) El cambio evolutivo se produce en los organismos interactivos; las especies son la unidad de la evolución189. De paso nos aclara que la verdadera causa de la evolución son las mutaciones de los genes, seleccionadas de modo de hacer evolucionar a las especies. Comprenderíamos tal juicio si Gould mantuviera el gradualismo de Darwin. Porque, obviamente, esas mutaciones sólo pueden explicar pequeñas variantes, no la aparición de una especie totalmente nueva. Al parecer, hemos vuelto al darwinismo ortodoxo y abandonado el darwinismo moderno. Se trata de una guerra entre grupos y no entre individuos, agrega, lo que implica abandonar el liberalismo para abrazar al marxismo. Claro está que esta guerra poco tiene que ver con los genes, donde se produce la evolución. Gould tiene conciencia de que los científicos al referirse a este aspecto de la cuestión, usan un lenguaje claramente antropomórfico. Sin embargo no se escandaliza, 187

Pág. 68. Pág. 68. La frase latina significa: “la guerra de todos contra todos” y procede de Hobbes, considerado padre del liberalismo por algunos. Esta cita está tomada de K. Marx. 189 Pág. 89. 188

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porque, como lo dijo Darwin, la evolución no es más que una metáfora190. ¡Y yo que creía que las metáforas eran propias de la poesía! A partir del capítulo noveno hasta el duodécimo, se dedica a tratar de la evolución humana. Detengámonos en el undécimo que no enseña que el mayor paso evolutivo del hombre ha sido su adopción de una postura erecta. ¿Cómo se pasó de cuadrúpedo a bípedo erecto? La postura erguida es la sorpresa, el suceso difícil, la reconstrucción rápida y fundamental de nuestra anatomía191. A pesar de tener conciencia de la enorme dificultad, que los enemigos de la evolución han explotado abundantemente a partir de Vialleton, este científico-filósofo se limita a firmar que el australopiteco afarensis se irguió y asunto terminado. ¡Como si fuera tan fácil! En el próximo capítulo algo diremos sobre la dificultad que han hallado algunos biólogos al investigar esta reconstrucción rápida. Es increíble la facilidad con que Gould aparta una formidable dificultad. Teilhard de Chardin hacía lo mismo 192. Según este teólogo, la evolución procedía por saltos… Sentencia muy fácil de proferir, mas completamente anti-darwinista. El duodécimo capítulo está dedicado a combatir lo que llamamos dignidad de la persona humana. No hay tal trascendencia de ella respecto del resto de los animales, sino el trabajo de la selección natural que produce diseños cada vez más acertados que prevalecen en la competencia contra modelos anteriores193. Celebremos la aparición de la palabra diseño, caballo de batalla en la actual discusión entre darwinistas y anti-darwinistas y al que dedicaremos nuestra atención más adelante. También aparece otra palabrita prohibida: Después de todo, estamos aquí por un motivo, aunque ese motivo se encuentre en la mecánica de la

190

Pág. 95. Pág. 138. 192 No incluimos a este autor en este estudio ya que su pensamiento es más religioso y filosófico que científico. Es un teólogo que usa ciertos datos científicos para dar lustre a su teología. 193 Pág. 146. 191

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ingeniería en lugar de en la voluntad de una deidad194. ¿Será necesario recordar que un motivo es una idea que una inteligencia presenta a una voluntad? ¿Lo será también el que una ingeniería es una técnica desarrollada por una inteligencia? Finalmente reconoce también la explosión vital del cámbrico donde se formaron, en breve tiempo, virtualmente todos los tipos de seres vivos. No da explicación alguna. Sería un suceso fortuito y nada más. Los capítulos décimo tercero y décimo cuarto abordan, con ironía, el problema del tamaño del cerebro y su relación con la capacidad intelectual. Aplaudamos su sentido del humor. Lamenta que la teoría evolucionista, en este punto como en otros, haya favorecido el racismo que tanto nos avergüenza. Respecto de las mujeres sirvió para dar fundamento científico al machismo liberal. A propósito del síndrome de Down, mejor conocido como mongolismo, Gould muestra con qué facilidad una teoría se transforma en prejuicio, en este caso concreto, racista, para dar el nombre de una raza a una enfermedad. De paso reconoce que un error en la meiosis, es decir, en la división de los genes, abre nuevas vías a la evolución. Sin mostrarnos casos concretos en que se produjo tal maravilla, la afirma con plena confianza. Mas, en un rasgo de sinceridad que lo honra, reconoce que, en la mayoría de los casos, resulta fatal195. Quedamos a la espera de que nos muestren esos casos que abren nuevas vías a la evolución. En el capítulo décimo séptimo nos explica la nueva síntesis evolucionista de la que es autor en conjunto con N. Elredge196. Es la teoría de los punctuated equilibria. Gould reconoce que Darwin, al establecer que natura non facit saltum197, se complicaba la vida 194

Ibíd. Pág. 169. 196 El artículo en que ambos exponen la nueva comprensión de la teoría es: Punctuated equilibria: an alternative to phyletic gradualism. En Models in Paleobiology. Ed. Schopf. San Francisco. 1972. 197 “La naturaleza no da saltos”. Principio aceptado por los naturalistas antiguos y modernos. 195

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inútilmente. En otras palabras, se obligaba a pensar la evolución como un proceso gradual, sumamente lento; hasta el extremo de necesitar millones de años para un cambio de importancia. Como nuestro autor es paleontólogo, reconoce que el registro fósil lo contradice. Este registro muestra dos características propias de la historia de la vida: A.-. Estasis. Las especies aparecen y desaparecen sin mostrar cambios de importancia a través de largos períodos de tiempo. B.- Aparición repentina. De pronto aparece una nueva especie, de golpe y totalmente formada 198. Permítanme comentar que lo que más me llama la atención es que se dé, una vez más, como explicación y prueba de la evolución lo que habría que explicar. Me gustaría saber en qué se distingue esta súbita aparición de una especie totalmente formada de una creación. Gould no lo dice. Volveremos sobre este problema en el próximo capítulo. Lo importante es que esta nueva comprensión salva la gran dificultad: ¿Por qué el proceso gradual no deja rastros en el registro fósil? Debido a la extrema velocidad con que ocurre el cambio que se da en un tiempo propicio para ello. Hay, pues, que negar el proceso gradual, base de la teoría darwinista. Permítanme una nueva digresión. En el siglo catorce se impone en toda Europa “el Filósofo”, como se llamaba entonces a Aristóteles. Entre sus libros, era muy alabada su Física. Todos decían seguirla. Sin embargo, cada uno le refutaba algún punto, rechazaba o corregía alguna de sus múltiples afirmaciones. Al final del siglo, si un historiador se hubiese dado el trabajo, habría visto que la famosa Física había sido refutada en tantas de sus tesis, que no comprendería las alabanzas que seguía recibiendo. Eso mismo ocurre con Darwin en el día de hoy. Casi todos los darwinistas rechazan esta o aquella tesis de sus libros de modo que tan solo va quedando en pié la palabra evolución que Darwin jamás usó. En el capítulo décimo nono nos hallamos ante una confesión notable: Los dogmas ejercen su peor papel cuando llevan a los 198

Pág. 192.

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científicos a rechazar de antemano lo que podría ser verificado en la naturaleza199. Como he leído a los biólogos que se oponen a esta teoría, me he hallado con la misma idea con una diferencia: En vez de poner “dogmas”, escriben “teoría de la evolución”. Porque, según estos científicos, esta teoría es nada más que un dogma y un prejuicio y ha dañado a la biología. En seguida prueban su aserto con una serie bastante larga de errores, incluso falsificaciones de fósiles, que permiten “demostrar” la teoría. Cuando se comprueba tales comportamientos es hora de exclamar con el poeta: Algo huele a podrido en Dinamarca. En el vigésimo capítulo se enfrenta con el espinoso problema de la especie. Comienza reconociendo que hay biólogos que niegan toda realidad objetiva a las especies. Los fundadores del evolucionismo, Lamarck y Darwin participaron de esta negativa, agrego yo. Sin darnos prueba alguna, Gould sostiene que las especies son las únicas unidades taxonómicas objetivas de la naturaleza200. Como prueba definitiva nos plantea que todos los pueblos reconocen las mismas especies que los biólogos, salvo algunas excepciones, ¡incluso el hombre de la edad de piedra! De modo que el conocimiento vulgar salva al científico del embarazo. ¿Con qué hombre de la edad de piedra se habrá encontrado Gould? Me gustaría saberlo. Los últimos capítulos del libro se dedican a estudiar diferentes problemas paleontológicos que no nos interesan para nuestro estudio.

5.3. UN EVOLUCIONISTA CRÍTICO

Con Pierre Grassé201 nos enfrentamos, ¡por fin! con un evolucionista realmente sabio que nos advierte de las dificultades que 199 200 201

Pág. 208. Pág. 219. Evolución de lo Viviente.

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enfrenta la teoría y de sus falencias. Con todo, mantiene su adhesión a esta hipótesis. Veamos algunas de sus más atinadas reflexiones. Nos sorprende al reconocer que la teoría de la evolución interesa tanto al biólogo como al filósofo202. Además, en vista de las dificultades que enfrenta, nos va a proponer una nueva explicación general de los auténticos fenómenos evolutivos203. Veremos, pues, un evolucionista que está consciente de su alejamiento del paradigma supuestamente Darwiniano que todos sus colegas predican. Inicia su libro con una cita de Voltaire que expresa muy bien el sentido general de esta nueva explicación. No me resisto a incluirla, a pesar de proceder de quien procede. El energúmeno: ¿Qué es la materia? El filósofo: No lo sé muy bien. La imagino extensa, sólida, resistente, con peso, divisible, móvil; Dios puede haberle dado mil otras cualidades que ignoro. El energúmeno: Mil otras cualidades; traidor; ya veo a dónde quieres llegar; vas a decirme que Dios puede animar la materia, que ha dado instinto a los animales, que es el dueño de todo. El filósofo: Bien podría ocurrir que Él, en efecto, hubiera otorgado a esta materia muchas cualidades que usted no sabría comprender204. Como buen científico experimental, Grassé reconoce que los fenómenos físicos obedecen absolutamente a las leyes de la materia de las que parecen escapar los biológicos 205. En efecto, el ser vivo,

202 203 204 205

Pág. 13. Pág. 15. Pág. 5. Pág. 17-18.

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gracias a su complejidad estructural, sus mecanismos y sus “invenciones”, escapa parcialmente a la ley física o la soslaya. ¿Acaso no consiste una de sus constantes victorias el sustraerse a la ley de la entropía, llegando a ser una máquina que permanentemente se opone a ella?206 En nota advierte que la palabra “invenciones” se limita a señalar un hecho: las adaptaciones. No se refiere con ella a realidades trascendentes ni metafísicas que escapan a la competencia de un biólogo. Es el único naturalista partidario de la evolución, entre los que leído, que tiene conciencia del problema filosófico planteado por los seres vivos. Ejemplifica su aserto mencionando a los elementos químicos que conforman un ser vivo y que pueden ser hallados en minas, por ejemplo. Sin embargo ¡Cuánta diferencia los separa de los que componen la basílica de San Pedro! El ejemplo no puede ser más decidor: lo que los separa es la intervención de una inteligencia. A un filósofo tal confesión no le puede agradar más. Ahora sí estamos usando correctamente esa facultad exclusiva del hombre en este planeta. A todo ser vivo, su verdadera ley le exige permanecer tal cual es y engendrar hijos idénticos a él mismo. Sus reglas, pues, se diferencian notablemente de las de los seres inanimados. Como encierra un enorme número de posibilidades, la herencia impone la evolución. Es por eso por lo que estamos obligados a reconocer que la ciencia desconoce absolutamente el origen de los seres vivos. En este punto, Grassé vuelve al pensamiento original de Darwin. Define “evolución” como la sucesión y variación en el tiempo de formas vegetales y animales207. Supone que tal variación implica que están provistos de una tendencia interna a modificar y crear nuevas estructuras. Supongo, lector, que se habrá dado cuenta que razona como Lamarck y Spencer y no como Darwin. Sin embargo, reconoce que la observación de las especies actuales no impone la idea de la evolución, 206 207

Pág. 18. Pág. 20.

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se limita a mostrar hechos que son favorables a esa interpretación. Es la paleontología la que permitiría probarla. También ayuda la embriogénesis, pero se desconoce qué relación haya entre genética y evolución. Nos sorprende que haya comprendido que el mismo Darwin reconoció que no había probado nada 208. En realidad el darwinismo actual es una pseudo ciencia, nos asegura. ¿Cómo explican que las bacterias no hayan evolucionado en tantísimo tiempo, dado que son los primeros seres vivos? Los darwinistas, sin embargo, procuran adaptar todos sus estudios a la hipótesis con efectos desastrosos: Priva de objetividad a las observaciones y a las experiencias, las hace parciales, y, lo que es más grave, engendra falsos problemas209. En suma, es un prejuicio que daña a la investigación científica, agrego yo. Como buen francés proclama la superioridad de Lamarck sobre Darwin. En todo caso, reconoce que el estudio paleontológico es dificilísimo porque escapa a nuestra intervención. Urge, pues, abocarse al estudio de la paleontología. Ésta se limita a mostrar tendencias, líneas y, sobre todo, complejidad creciente210. Grassé acepta las fechas que dan los paleontólogos sin advertirnos cuán hipotéticas son. Observa que no nos muestran desorden alguno, no hay azar; de lo que concluye que la evolución obedece a una ley211, con lo que se muestra seguidor de Spencer, aunque, tal vez, lo ignore. Luego nos muestra lo que más o menos universalmente nos dicen los paleontólogos acerca de la sucesión de la aparición de especies. Reconoce, eso sí, que la ausencia de registros concernientes a las “grandes jornadas” de la evolución hipoteca brusca y gravemente toda la teoría transformista212. Grassé piensa en la aparición, en breve tiempo, de los diversos tipos (phyla) de la clasificación biológica. Es más, concede que la variación no tiene valor evolutivo más que si aparece en

208 209 210 211 212

Pág- 24-25. Pág. 25. Pág. 29. Pág. 36. Pág. 40.

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el momento adecuado213. Es decir, ha de darse una correlación de factores que la favorezca214. ¿Reconoce, lector el pensamiento de san Agustín? Pero este santo negaba toda explicación evolutiva, ya que los gatos siempre engendran gatos y el trigo, trigo. El segundo capítulo se intitula: la evolución creadora; el cual repite el título de un libro del filósofo francés Henri Bergson. Grassé va a estudiar el nacimiento de los tipos (phyla), es decir, de los planes de organización fundamentales. Los califica de planes arquitectónicos 215. En esta teoría son el elemento esencial. Nos sorprende al reconocer la falta de certeza en que se halla la ciencia al respecto216, y, más aún, cuando nos asegura que el orden de la clasificación sistemática nos presenta el orden de aparición de las clases y órdenes por la adición de algunos caracteres al plan original. Hay una veintena de tipos y unas ochenta clases para el reino animal; tan sólo la mitad para el vegetal217. Algunos cuentan con millares de species mientras otros se limitan a algunas decenas. Todo se habría originado hace unos seiscientos millones de años. Tal vez lo más sorprendente radica en que hay evoluciones que se detuvieron hace millones de años. Ejemplo: los escorpiones no varían desde hace cuatrocientos millones y los insectos desde hace trescientos ochenta. Por desgracia, nada sabemos del origen de los tipos, lo que nos impide toda explicación del mecanismo de la evolución y la deja en manos de suposiciones218. Dedica el resto del capítulo a contar las suposiciones que avalan el “hecho” evolutivo. Sin embargo, reconoce que los evolucionistas excluyen rigurosamente los hechos que no les convienen. Según Grassé, es evidente que la evolución no es fruto del azar ni de la

213 214 215 216 217 218

Pág. 47. Esta comprobación ha llevado a otros biólogos a negar la teoría. Pág. 53. Ibíd. Pág. 96. Pág. 58.

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selección natural, sino de una evolución orientada 219; con lo que se muestra fiel a Spencer y Bergson. Tampoco acepta las mutaciones como una explicación adecuada, porque son incapaces de justificar la variación coordinada de varios órganos 220. Además de la orientación, Grassé nos pide que aceptemos que la evolución es un fenómeno discontinuo. En muchas líneas se detiene mientras en otras continúa a velocidad variable. Incluso hemos de reconocer el mayor enigma: Nada se multiplica más rápido que las bacterias, una generación cada veinte minutos en vez de los veinticinco años del hombre, sin embargo, no han evolucionado en tres mil quinientos millones de años. El último tipo básico (phylum) apareció hace cuatrocientos cincuenta millones de años; desde hace unos ciento treinta y cinco millones de años que no se presenta ninguna clase nueva221. Esto parece mostrar un decaimiento del poder creador de la evolución y que esa facultad no ha sido heredada por las actuales especies; sus soluciones parecen ser limitadas. Me permito observar que hablar así de la evolución implica personalizarla, aunque todos los que se refieren a ella, tarde o temprano, caen en este defecto. Se han perdido muchas clases y tenemos fósiles vivientes que en nada han evolucionado. Cesaron de aparecer nuevos órdenes hace unos sesenta y tres millones de años. Pero las casusas que los darwinistas invocan se mantienen en actividad. Hay que reconocer que ni se fijan en tal fenómeno, por demás evidente, del que no pueden dar explicación alguna. Por otra parte, Grassé reconoce que los famosos árboles genealógicos que nos presentan los darwinistas son meramente conjeturales222. Hay mucha especulación, por ejemplo, en el supuesto origen de los vertebrados; nada sabemos del origen del sistema respiratorio y del circulatorio223. Tampoco podemos rastrear el origen de 219 220 221 222 223

Pág. 83. Pág. 91. Pág. 96. Pág. 112. Pág. 114.

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las aves… Hoy, la evolución es prácticamente imperceptible, aunque haya biólogos que pretenden describirla en acción. Pero sus ejemplos se refieren a hechos insignificantes 224. Tal vez la objeción más grave que hace Grassé a los darwinistas radica en el hecho de que la selección natural conserva siempre el genotipo, por lo que ha de considerarse conservadora; sería la clave de la conservación de las especies. Si una mutación lo alterara, es eliminada 225. Además nos asegura que la generación espontánea de los seres vivos se produjo de una sola vez; hoy no se produce. Nos habría gustado que hubiese presentado alguna prueba de estos asertos tan sorprendentes, mas no la hallamos. Reconoce, no obstante, que entramos en la ciencia ficción. Lo único que sabemos es que no se ha vuelto a producir la biogénesis; es decir, la repentina aparición de un ser vivo que no proviene de otro ser vivo 226. Quisiéramos develar el determinismo biológico del hecho evolutivo; mas es tal su complejidad, es tal el cúmulo de causas, que no podemos tener seguridad de que las conocemos todas. Finalmente reconoce que las causas de la detención de la génesis de tipos nuevos son desconocidas 227. Como también lo son las causas de su aparición, agrego yo. Los darwinistas atribuyen mucha importancia al azar, si bien, algunos de ellos, procuran minimizarla. Con lo que regresamos a la visión del presocrático Demócrito. Grassé enfrenta decididamente el problema. Usamos esta palabra cuando no hallamos alguna causa, orden o intención que nos explique el fenómeno. Ya Poincaré puntualizaba que el azar no es más que la medida de nuestra ignorancia228. Grassé cree que los seres vivos están tan sujetos al determinismo que rige a todo el universo como todos los cuerpos que lo habitan. Vuelve a argumentar contra la mutación como explicación de la evolución al comprobar que ésta es ordenada mientras aquélla no lo es. A su juicio, la evolución marcha hacia una forma determinada, por eso es ordenada; se limita a 224 225 226 227 228

Pág. 128. Pág. 131. Pág. 135. Ibíd. Pág. 138.

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concretar un plan, un tipo, cuyo origen desconocemos. Como ejemplo se pregunta: ¿Cómo se habrían formado sin esbozos ni estados previos las alas del insecto y del pájaro? La idea de verlas surgir, de golpe, ya funcionales y por azar, es, como mínimo, ridícula229. El suponer que la mutación podría ser su causa implica el desconocimiento de que una mutación no es efectiva sino tras la coordinación de sus partes. El conjunto (el ser vivo) forma un todo funcional, gracias a la coordinación de sus partes; concreta un plan cuyo origen ignoramos y que la selección natural no puede trazar y, menos aún, realizar, a falta de materiales convenientes230. Es más, si la evolución no es orientación, no es evolución. Tesis que nos muestra que Grassé respeta la palabra evolución, como lo hizo Spencer y Bergson, a causa de lo cual el mismo Darwin jamás la usó. Como ya vimos, llamar evolución a lo que Darwin tenía en mente es el mito contemporáneo más exitoso de esta era. Grassé no lo acepta, aunque no parece saber que se trata de un mito del cual Darwin no es responsable; al fin y al cabo no es historiador. Nuevo ejemplo de su crítica a la noción supuestamente darwiniana que profesan sus cultores actuales: Suponer que el polvo arrastrado por el viento sea capaz de producir la “Melancolía” de Durero resulta menos improbable que la construcción del ojo por errores de copia del ADN, errores que, por otra parte, carecen de relación alguna con la función futura del ojo231. Son muchos los ejemplos que aduce Grassé en apoyo de cada una de sus afirmaciones. Nos hemos limitado a presentar tan sólo un mínimo de ellos, cuidando que sean casos comprensibles para los legos 229

Págs. 144-151. Pág. 152. 231 Pág. 153. No hay que olvidar que J. Huxley declaró que estaba resuelto el origen del ojo… 230

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en biología. En seguida añade que esta reflexión se puede hacer respecto de todos a cada uno de nuestros sentidos. Según Grassé, la selección natural tendría que ser profeta para lograrlo. A decir verdad, nada sabemos, y hemos de reconocer que Darwin no fue capaz de superar ningún obstáculo. Más fácil sería pensar en una armonía pre-establecida, al modo de Leibniz. Pero éste era un filósofo, no un científico y la atribuía a Dios, no a un mecanismo ciego, agrego yo. Nos sorprende Grassé al recordar que la idea en la que se basa la selección natural fue enunciada por Aristóteles en el libro noveno de su Partes de los Animales e, incluso, se preguntó en su Física, libro segundo, capítulo séptimo, si esta lucha eliminaría a los menos adaptados y conservaría a los mejor adaptados. El Estagirita niega tal posibilidad. La razón que arguye se basa en la finalidad que se observa en la naturaleza. Ésta constituye una regla, no una excepción 232. Otros autores antiguos también observaron la supervivencia del más apto, pero ninguno llegó a elaborar una teoría a partir de ella. Grassé observa que la eliminación del defectuoso conserva al genotipo, no crea nada nuevo233. Hay que tener mucha imaginación para descubrir la obra de la selección en la actualidad. Niega, además, su universalidad. Es tan débil su efecto, que, a menudo, los animales domésticos vuelven a su estado “primitivo” en cuanto gozan de libertad234. En diez mil años, la selección artificial practicada por el hombre no ha podido crear ni una sola especie nueva. Incluso, para pasmo de los darwinistas, entiende que la selección natural no es más que la finalidad en acción. No puede concebirse como un fenómeno aleatorio, sino teleológico. Es una finalidad de hecho, una finalidad inmanente, concepto elaborado por Aristóteles. Al fin y al cabo hemos de reconocer que si la selección consiste en el triunfo de los más aptos, estamos señalando su fin: el mejoramiento de la población. Grassé llama a los darwinistas a reconocer las implicaciones filosóficas de su teoría, 232 233 234

Pág. 160. Pág. 162 y ss. Pág. 181.

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en vez de negarlas. El triunfo de los más aptos, pues, se constituye en el fin del individuo, la población y la especie. El que carezca de “intención” consciente no suprime su finalidad inmanente. Como no se ve a nadie conducirla, los darwinistas estiman que esto basta para declararla no intencional. Error filosófico gravísimo y propiamente antropomórfico puesto que la doctrina darwinista consiste en hacer de la selección una entidad activa y trascendente235. Sorprende que quien fuera presidente de la Academia de Ciencias de París, experto en la biología del comportamiento de los insectos y autor de unas quinientas publicaciones, sepa, además, filosofía. Su crítica no puede ser más exacta. Como ya vimos, estamos ante una teoría filosófica cuyo dios se llama selección natural. ¿Habrá que escribirla con mayúscula? Así lo hacía Teilhard de Chardin, si la memoria no me engaña. Por lo demás, el instrumento propio de la selección parece ser la muerte… la muerte que alcanza a los tarados, los insuficientes de todas clases, los inadaptados, los débiles236. Hace mucho que los biólogos se han fijado en la importancia de la adaptación. Gracias a ella sobreviven los seres vivos. Pero hay que reconocer que ésta es muy limitada aunque se sirva de medios muy complejos237. Al fin y al cabo, la paleontología nos muestra la extinción de familias, incluso de órdenes completos. Parece que nos obliga a pensar en órganos inútiles o que, al menos, impiden que el animal se adapte a una nueva condición ambiental. De hecho un órgano funciona si es perfecto. Surge así una crítica a toda la teoría: ¿Cómo la evolución logró, por pequeños cambios, ciertas disposiciones que funcionan sólo si son perfectas? El más sencillo ejemplo que nos suministra este biólogo es el de la coagulación de la sangre. Proceso complejísimo que 235

Pág. 187. Desde la página 186 hasta la página 189 Grassé explica por qué la selección natural no es más que finalidad en acción. 236 Pág. 195. 237 Pág. 198.

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constituye un todo; basta que falte algo para que todo el proceso deje de funcionar238. El animal, pues, lleva en su interior, en forma latente todo el sistema que, por lo mismo, no pudo formarse paulatinamente como lo exige esta teoría. No es razonable imaginar una cierta pre-adaptación de rasgos coordenados para salir del paso239. De hecho, hay muchos órganos que son aberrantes, pero la evolución los tolera. Porque, en definitiva, más vale poseer un sistema inmunológico poderoso que la musculatura de un Hércules240. Así, sobreviven los cojos y tantos otros con defectos que la selección natural debiera haber eliminado. Por lo demás, desde este punto de vista, el de la supervivencia, hay numerosas características que son neutras. ¿Todo producto de la selección natural? Tendría que serlo, según los darwinistas, a pesar de carecer de valor adaptativo y de sobrevivencia, que es, cabalmente, lo que produce la evolución, según la teoría. Estos hechos biológicos sustentan un ateísmo torpe, a juicio de Grassé, porque se hacen de Dios una idea muy inadecuada. Claro está que no se trata de recurrir a Dios a cada rato La naturaleza tiene sus leyes. El determinismo de las cosas que dimanan de causas primeras es suficiente para explicar los fenómenos que se producen en el universo material, ya esté compuesto de materia inerte o de seres vivos (…) El acto creador es único, absoluto, y basta241. Abramos un paréntesis. En filosofía tendríamos que agregar la distinción entre la causa primera y la segunda. A pesar de lo cual, el razonamiento de Grassé es inobjetable. Las ciencias experimentales se limitan a las causas próximas, las segundas, por lo que nada saben de las últimas, las primeras. Más no así la filosofía que sí las estudia y culmina su tarea reconociendo la existencia de Dios, causa de todas las causas, 238 239 240 241

Pág. 218-219. Pág. 231. Pág. 212. Pág. 237.

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que es como se entiende la causa primera. Darwin no debió negar la influencia de Dios por el hecho de que descubrió un cierto mecanismo natural; éste, para un filósofo, es siempre una causa segunda, jamás primera. Las ciencias experimentales nada pueden decir de Dios; ni a favor, ni en contra; por la sencilla razón de que está fuera de su campo de estudio. Está bien que un biólogo prescinda de la historia del arte, sería un desatino que la negara. Cerremos el paréntesis y regresemos a Grassé, biólogo que ha demostrado saber bastante filosofía. Nos sorprende con otra afirmación categórica: la evolución no afecta a lo necesario sino a lo contingente. Grassé define lo necesario como lo que no puede ser de otro modo242. Resulta obvio sostener que el primer ser vivo debió cumplir rigurosamente las condiciones necesarias de la vida. La evolución posterior no afecta esas condiciones, se limita a lo contingente. Es bueno distinguir en todo ser vivo sus características necesarias de las útiles, indiferentes, e, incluso, perjudiciales. Por eso, sobre un fondo inmutable y necesario, la evolución ha ido diversificando hasta el infinito los dos reinos243. Regresando a una visión lamarckiana, mejorada por Wintrebert, Grassé nos enseña que el ser vivo es el que crea su evolución satisfaciendo sus necesidades de modo variado. Esta nueva visión le permite preguntar a los darwinistas de modo que éstos no puedan responder: ¿Por qué subsiste el tronco y las especies que de él derivaron? Si era necesaria esta derivación, el tronco no podía subsistir. El más formidable ejemplo que podría aducir, helo aquí: el tronco original es la bacteria. ¿Por qué hubo evolución cuando continúa presente en todo el planeta?244 Al parecer, no había necesidad alguna de que esto ocurriera. La verdad es que ignoramos todo respecto de la aparición de la célula y de su evolución. Tal parece que ni la necesidad ni la evolución pueden darnos una respuesta. ¿Quién nos dirá por causa de qué necesidad apareció la vida sobre la tierra? Esta pregunta no va dirigida al 242 243 244

Pág. 245. Se apoya en Aristóteles, Kant, Hegel, Stuart Mill… Pág. 247. Pág. 254.

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biólogo porque concierne a lo transcendente; deben responderla el filósofo o el teólogo245. No podemos estar más de acuerdo. Por ello, cuando los evolucionistas, comenzando por Darwin, se meten con la creación, han dejado de ser biólogos para convertirse en teólogos o, por lo menos, en metafísicos. Ojalá admitieran esta verdad y se terminaran tantas discusiones que a nada conducen. Como el primer viviente es la célula, cuyo origen desconocemos, toda la evolución ha de centrarse en ella. Ella es complejísima e ignoramos mucho aún. Sólo conocemos algunos genes, los afectados por mutación, pero nuestros datos resultan ser contradictorios. Muchas mutaciones carecen de efectos visibles, en otras ocasiones, éstos son graves. Nos vuelve a sorprender al sostener que hay tanto ADN en protozoos como en mamíferos e, incluso, las formas arcaicas pueden poseer más que las más desarrolladas. Tampoco le parece posible que las mutaciones creen nuevos genes 246. Incluso se llega a afirmar que los genes ancestrales permanecen aletargados en nosotros. ¿Qué sabemos en definitiva? Ante el fracaso de todas las teorías evolutivas que manejan los darwinistas, Grassé piensa que ha llegado la hora de dar una nueva interpretación a los fenómenos evolutivos. A este tema consagra el último capítulo de su libro. Critica tanto a Darwin como a Lamarck su incapacidad de resolver el problema principal: la génesis de las grandes unidades sistemáticas247. En suma, la evolución no es aleatoria, no es continua ni está ligada a ninguna necesidad. Además, la adaptación nunca es perfecta, la competición entre especies no es universal, y la muerte carece de valor selectivo248. Hay que poner en primer lugar los

245 246 247 248

Pág. 259. Pág. 274. Pág. 288. Ibíd.

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factores internos: el ser vivo es el creador de la evolución. Tal como lo pensaba Spencer y Bergson, agrego yo. Ya Weisman se había dado cuenta de que ni Darwin ni sus sucesores han podido explicar la realidad, sus explicaciones pueden calificarse de verbales 249. El aspecto clave en esta cuestión radica en que toda novedad exige genes nuevos. Como lo sostenía Wintrebert, el ser vivo no adquiere nada que no sea obra suya. Vivir es reaccionar, nunca padecer. Y, en este punto, hemos de reconocer que ignoramos cómo lo hace la célula, pero lo hace250. Hasta ahora, nos parece que es posible modificar el ADN, pero advertimos que el citoplasma también juega un papel. Gracias a él, el ADN muestra todo su poder. Sin embargo, para que aparezca alguno nuevo, necesitamos nueva información y ejecutante. Lo que aseguramos es que hemos de entender la evolución como el proceso por el que (el ser vivo) modifica su información y adquiere una nueva251. Porque es la información la que hace y anima al ser vivo. Lo cual, agrego yo, implica inteligencia. Tal vez sea por eso que Grassé llama al código genético la inteligencia de la especie materializada bajo una forma extremadamente miniaturizada252. Su estado actual es producto de una lenta evolución. Habrá que pensar que el primer ser vivo poseía en sí todos los genes que han permitido la génesis de todos los vegetales y animales. Como no sabemos cómo se forma un nuevo gen y nadie lo ha observado, lo suponemos para que la evolución sea explicable253. Me permito observar que, en consecuencia, la nueva teoría depende exclusivamente de una suposición. Por ello Grassé concluye, con toda razón, que la evolución sobrepasa a la ciencia actual. Cualquiera explicación que ofrezcamos no puede ser más que parcial y transitoria. Lo que me permite concluir, mal

249 250 251 252 253

Pág. 296-297. Pág. 298. Pág. 311. Ibíd. Pág. 318.

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que le pese a Grassé, que esta teoría no es parte de la ciencias biológicas ni de ninguna otra que respete su carácter experimental 254.

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Decíamos más arriba que el panorama actual de la teoría evolucionista -¿no sería mejor hablar de teorías, en plural? – nos recordaba el siglo catorce y su culto a la Física de Aristóteles. A pesar de lo cual, cada pensador rechazaba ésta o aquélla tesis del Estagirita tan admirado de todos. Para que no se diga que este juicio es propio de quien se dedica a las disciplinas filosóficas, entregaré la palabra a un científico de verdad. Francisco Rothhammer ha escrito El Desarrollo de las Teorías Evolutivas después de Darwin 255. Naturalmente, nos limitaremos a destacar esas ideas que muestran lo acertado de mi tesis. Comienza citando a J.B.S. Haldane: …El darwinismo será, no me cabe la menor duda, modificado. Tal como cualquiera otra teoría exitosa, desarrollará, en último término, sus propias contradicciones internas256. Este autor había puesto como ejemplo las teorías de Galileo y Newton… Rothhammer agrega que, en el caso de la presente teoría, aún falta bastante para concluir la obra gruesa de una estructura que ya lleva cien años de faena. Me llama la atención que Rothhammer comience presentado con exactitud el pensamiento del biólogo inglés: la teoría del origen de las 254

A quien le interese profundizar en las opiniones de tan notable biólogo que, además, es filosofo, le recomiendo leer su El Hombre, ese Dios en miniatura. Editado por Hyspamerica. Buenos Aires. 1986. 255 Editorial Universitaria. Santiago. Chile. 1981. Este libro viene avalado por el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas. 256 Pág. 12.

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especies por selección natural o la conservación de razas favorecidas en la pugna por la vida257. Esa es la verdadera hipótesis de Darwin. Por eso me sorprende que, a continuación, la califique entre las teorías evolutivas258. Es obvio que no ha leído a Gilson que aclaró de modo definitivo la cuestión. Al fin y al cabo, como lo dijera con tanta exactitud Spencer, la teoría de Darwin es la de la selección natural. Es verdad que, como nos lo recordaba Mayr, se trata de un conjunto de hipótesis; pero parece claro que el principio que guía todo su pensamiento es el expresado por ese término: selección natural. Ahora bien, la idea de evolución, según este autor, es antigua. Y cita a muchos autores que hablan de cambio y movimiento, como si fueran sinónimos de evolución. A pesar de la falta de finura en esta historia, es muy exacto al denunciar la verdadera causa de la controversia que desencadenó el libro de Darwin. Cita al Dr. Hodge quien la había reconocido: ignorar el diseño manifiesto en la creación divina, es destronar a Dios259. Algunos hitos en esta deriva de la teoría lo tenemos muy temprano. Mientras Darwin cree en una transformación lenta y paulatina, Huxley, que se autodenominaba el bulldog de Darwin, creía que la evolución se producía mediante saltos. Se atrevió, incluso a escribirle: Ud. se ha recargado con una dificultad innecesaria al adoptar sin reservas “Natura non facit saltum260. Tenemos constancia, pues, aún en vida del creador de la teoría, de su primera modificación importante. Hugo de Vries (1848-1935) redescubre las leyes de Mendel y propone una nueva teoría. La evolución es obra de las mutaciones. De paso, rechaza la selección natural como causa de la evolución. No puede ser más formal: la selección natural por sí sola no conduce al origen de 257

Pág. 11. Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, no fue el concepto de evolución utilizado por Darwin… Como ya vimos, ese concepto jamás fue utilizado por Darwin. 259 Pág. 15. El libro del que toma estas palabras es de 1930, no de la época de Darwin. 260 Pág. 16. 258

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nuevas especies. Según él, a lo sumo puede aumentar o disminuir, pero nada nuevo puede hacer. Además, la selección es seguida de la regresión que anula su efecto y regresa al ser vivo a su constitución original 261. Pero J. Meller (1890-1967) reconoció que la mayoría de las mutaciones eran perjudiciales. Ciertamente, esta nueva teoría no puede ser más ajena al pensamiento de Darwin. Tal vez, el golpe de muerte a la teoría de la selección natural, es decir, la teoría real de Darwin, la dio Motoo Kimura, en 1968, al establecer que no es la selección natural sino la acumulación de genes neutros la causa de todo el proceso. Si bien Kimura no descarta absolutamente la selección, si lo hará Susumo Ohno, en 1970, al reconocer que la selección natural es extraordinariamente conservadora por naturaleza. Si la evolución hubiese dependido exclusivamente de la selección natural, de una bacteria solamente hubiesen emergido diferentes formas de bacterias262. A juicio de Lewontin, el éxito de Darwin, definitivamente, no radica en la introducción del evolucionismo como visión del mundo (ya que históricamente no es el caso), ni tampoco en el énfasis en la selección natural como principal fuente motriz en la evolución (ya que empíricamente este no podría ser el caso) sino, más bien, el reemplazo de una visión metafísica de la variación entre organismos, por una visión materialista263. Me asalta una duda: ¿Sabrá Lewontin que la visión materialista de la naturaleza es una visión exclusivamente metafísica? Lo sepa o no, 261 262 263

Págs. 25-26. Pág. 50. Pág. 52.

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me queda claro, una vez más, que la teoría o las teorías de la evolución son de naturaleza filosófica, no científico-experimental. Me permito señalar otro libro, esta vez de un filósofo: Elliot Sober . Su Filosofía de la Biología está dedicada exclusivamente a esta teoría265. 264

Comienza con el típico error que tantas veces hemos denunciado; identifica la teoría de Darwin con la de Spencer. Reconoce, eso sí, una diferencia: Spencer la aplica a todo, Darwin la limita a lo vivo266. Su noción de evolución es la más común: cambio. Y al caracterizarla como el cambio en las frecuencias de los genes de una población, reconoce que no es una buena definición. Al fin y al cabo, es imposible definir qué sea evolución267. Por desgracia, agrego yo, he de reconocer que este filósofo no parece ser muy competente en el inicio de su libro. Si no se puede definir el término, al usarlo, nadie sabe de qué está hablando. Porque basta abrir un diccionario para conocer su significado; por esto lo rechazó Darwin y lo usó Spencer. Desde, entonces, al fundirse ambas teoría opuestas en una sola, surgió las imposibilidad de definir. Sober no se ha detenido en semejante detalle; para un filósofo, tal entuerto invalida la actual teoría. Pero como no deja de ser filósofo, Sober advierte que tal hipótesis constituye la perspectiva “histórica” de la biología, de las explicaciones últimas del fenómeno biológico; de ahí su importancia 268. Observémosle a Sober que la filosofía tradicional hace mucho que reservó el estudio de las “causas últimas” a la filosofía y se la negó a la ciencia experimental. Como ya reconocía Aristóteles, lo que explica es el conocimiento de la causa.

264

Profesor en la Universidad de Wisconsin-Madison. Autor de más de diez libros, varios de ellos dedicados a la teoría: Evidence and Evolution, The Nature of Evolution, Did Darwin Write the Origen of Backwards? 265 Tr. T. Fernández y S. del Visa. Alianza Editorial, Madrid. 1996. 266 Pág. 21. 267 Pág. 27. 268 Págs. 27-31.

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Uniéndose a tantos investigadores de la segunda mitad del siglo veinte, Sober reconoce que la selección natural se observa tan sólo a pequeña escala, al interior de las especies. Acusa, pues, a Darwin de extrapolar el trabajo de los criadores de su época y atribuirle una eficacia que está lejos de ser real269. Reconoce, además, que desconocemos la explicación de fenómenos importantes, como la aparición de la vida, de la reproducción sexual, de la ontogénesis, etc. 270. Como causa de la evolución enumera una serie de fenómenos que deben darse conjuntamente: selección natural, sistema de emparejamiento (selección sexual la llamó Darwin), mutaciones, deriva genética, azar, recombinación genética. Esta última es, tal vez, la más importante. Porque una simple mutación produce genes aislados, en cambio, la recombinación produce nuevas combinaciones que dan origen a órganos nuevos 271. A pesar de lo dicho, confiesa que éstas son las causas posibles, ignoramos cuáles son las reales 272; aplaudamos su sinceridad. Dedica una extensa refutación a la teoría creacionista. Supone, como Darwin, que esa hipótesis sostiene que Dios creó separadamente cada especie. Tal manera de pensar carece de valor científico y tiene objetivos políticos 273. A pesar de apreciar la gran belleza del argumento del diseño, piensa que Hume lo deshizo para siempre274. En este punto, como ya hemos visto en otros pensadores, Sober se convierte en teólogo. La adaptación, explica, nunca es perfecta, sino meramente suficiente. Dios, en cambio, la habría hecho siempre perfecta. Por eso se atreve a sostener que la selección natural es un habilidoso chapucero 275. Curiosamente, declara, al igual que Darwin, que la evolución es una

269 270 271 272 273 274 275

Págs. 38 y ss. Págs. 45-46 y 101. Págs. 46-49. Pág. 51. Pág. 61. Págs. 62-64. Págs. 77.

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metáfora276. Si el creacionismo no es ciencia, y estoy de acuerdo en ello, la metáfora tampoco; por lo que Sober no debería tomarla en cuenta. Este capítulo, como tantos otros libros, está lleno de insultos variados que dedica a los creacionistas: Lo que hacen principalmente es inventar argumentos tramposos dirigidos a convencer a los ingenuos y desconcertar a los incautos. ¿Qué hemos de hacer? Arrojarlos al basurero de la historia277. Clausura el capítulo afirmando que la ciencia de la creación es una contradictio in terminis278. Si Sober limita la ciencia a la experimental exclusivamente, estoy de acuerdo; la doctrina de la creación es filosófica y desconozco si algún despistado haya sostenido que sea biológica. Así como el filósofo ha de distinguir ambas ciencias, también ha de hacerlo el biólogo y dejar esta doctrina al filósofo y no meterse con ella. Es curioso que Sober reconozca que los modelos generales que justifican la evolución no sean empíricos 279. Si es así, la teoría no tiene derecho a inscribirse en la biología que es una ciencia empírica. Parece tener conciencia del problema, pues, un poco después, asegura que a pesar de los problemas insolubles en esta teoría, no hay que suponer la intervención de seres sobrenaturales 280. Obvio. Pero como ya ha reconocido que esta teoría no es empírica, ¿por qué no? Otro de los problemas insolubles es el del altruismo. Porque prevalece la mutación favorable. ¿A quién?, se pregunta Sober. ¿Al individuo?, ¿A la especie? Aparecen aquí los rasgos altruistas que al favorecer al grupo, resultan ser perjudiciales al individuo. Los defensores de la teoría se dividen; Sober reconoce que tiende a favorecer la opinión que sostiene que favorecen al grupo. 276

Pág. 90. Pág. 100. 278 “Contradicción en los términos”. Los lógicos llaman de este modo a una proposición que, si bien se puede proferir, no se puede pensar, como, por ejemplo, un círculo cuadrado. 279 Pág. 128. 280 Pág. 149. 277

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Abordemos el misterio de la sistemática, es decir, de la clasificación. Claro está que Sober no usa la palabra misterio; lo que expone, empero, me permite usarla. Comienza recordando que Darwin dudó de la realidad de las especies, a pesar de lo cual, sostuvo que la clasificación era genealógica. Es decir, en un comienzo existieron tan sólo los tipos, posteriormente aparecieron los órdenes, etc. Algunos biólogos rechazan de plano tal pretensión. En el siguiente capítulo abordaremos este rechazo. En seguida Sober se pregunta por la individualización, problema filosófico de primera importancia que mucho se discutió durante la edad media. Sober reconoce que es muy complicado. ¿Qué individualiza? Nos ofrece, a continuación, varios agentes de individualización: Las relaciones causales entre las partes: dentro-fuera, contigüidad espacial; dependencia mutua, etc. Concluye, pues, que las especies son individuos281. Semejante tesis me parece asaz misteriosa. Finalmente reconoce que, para muchos, la clasificación es mera convención. En verdad, reconoce que la genealogía nunca puede ser conocida con certeza 282. Además, sostiene que la taxonomía evolutiva tiene problemas insolubles, se basa tan solo en la verosimilitud 283. He dejado para el final de este capítulo un libro cuyo título es apasionante: El Sentido de la Evolución. Como el sentido de cada cosa lo da su fin y los evolucionistas es esfuerzan en negarlo absolutamente, me interesó sobremanera. Tal vez aparezca alguna novedad insospechada, al estilo de las reflexiones de Grassé. Su autor es George G. Simpson (1902-1984), profesor en Columbia University. El libro que estudiaremos ha tenido tanto éxito que consulto la sexta edición en castellano.

281 282 283

Págs. 248-252. Pág. 269. Pág. 272-280

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Comienza asentando que como todo tiene historia, también lo ha de tener la vida, la que es recogida por la evolución. Se abstiene de presentar pruebas en su favor, ya que son abrumadoras; lo que parece justificar los numerosos insultos que dedica a los que no comparten su convicción284. Comienza el desarrollo de su exposición con una afirmación metafísica bastante difícil de demostrar: la vida es única y continua en el tiempo285. Lo que ya he dicho sobre este tipo de afirmaciones no es necesario repetirlo aquí. Reconoce que ignoramos cuándo y cómo surgió. Lo que sí sabemos es que es acumulativa y acelerada con aumento de la variedad; sin embargo, líneas más abajo reconoce que la variedad ha disminuido286. Nos sorprende gratamente al asegurar que el origen de la materia no tiene explicación en el materialismo; que el finalismo no es incompatible con el materialismo y que el materialismo científico no es más que una restricción metodológica. Al fin y al cabo, concluye que tanto el finalismo como el materialismo son explicaciones filosóficas 287. La evolución está orientada. A su juicio, sigue líneas rectas. Pone como ejemplo la tendencia al aumento del tamaño. Nos sorprende, después de esta tesis, el que el autor sostenga que se puede establecer cualquiera regla si se parte de ella y se interpretan las evidencias de acuerdo con la misma” 288. Como veremos en el capítulo siguiente, ésta es una de las razones que esgrimen los científicos que se oponen al darwinismo. También nos asegura que no hay un registro fósil completo y que su interpretación es subjetiva. Y en contradicción con su primera tesis, ahora nos dice que cada nueva adaptación implica un cambio en la 284 285 286 287 288

Págs. 8-11. Pág. 12. Pág. 23-25. Pág. 33-38. Pág. 48.

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dirección de la evolución289, lo que ejemplifica con la ballena que se aparta de la tendencia que originó a sus antepasados cuadrúpedos. Me sorprende la facilidad con que Simpson se contradice en tan pocas páginas. Parece que no lo advirtiera. Esboza una explicación al sostener que la evolución está determinada por la materia del ser vivo (Spencer) y por las exigencias del medio ambiente (Lamarck). No es posible, pues, una evolución por azar, lo que contradice al darwinismo. Ahora bien, el mecanismo que permite la adaptación es la selección natural290. Recordemos que este libro fue escrito antes de que se descubriera que la selección natural es conservadora e impide la evolución. Dado que esto es así, la capacidad de evolución de cada organismo es limitada y se debe a sus genes y a su combinación. Por lo que hemos de creer que la evolución (…) eligió lo mejor posible entre los materiales disponibles291. Debo reconocer que este lenguaje antropomórfico me desagrada profundamente como ya he insinuado. Así observamos a los marsupiales de Australia evolucionar como los mamíferos. Lo que, además, prueba la dirección única de la evolución. Sin embargo, admite que la evolución no es completamente ordenada ni completamente desordenada292. Así notamos que ningún tipo básico se ha extinguido, pero sí algunos de los taxones inferiores. Esto se debe a que cada animal sobrevive si se adapta a las condiciones en que se halla; si produce un nuevo tipo adaptado, sobrevive; si no, se extingue. Claro que producir un nuevo tipo requiere de cientos de miles de años 293. A pesar de lo cual, vuelve a contradecirse al afirmar que es imposible explicar las extinciones 294. Recordemos la importancia de la noción de progreso en el esquema de Darwin. Simpson lo somete a crítica. No es lo mismo 289 290 291 292 293 294

Pág. 52 Págs. 71-74 Pág. 93. Pág. 105. Págs. 118-122. Pág. 133.

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cambiar que progresar. Para afirmar esto último, debemos hacer uso de un criterio. En definitiva, hemos de reconocer que no es universal, que se producen degeneraciones. El único progreso universal es la tendencia de la vida a ocupar todos los espacios disponibles 295. En seguida nos señala como diversos criterios los que nos llevan a proclamar a muy diferentes seres vivos como la cima de la evolución. El primero que se usó, ahora abandonado, fue el de la descendencia que nos lleva a proclamar al hombre como el fin de la evolución; si ponemos, en cambio, el de la energía, la palma se la llevan las aves. De este modo, y después de pasar revista a otros criterios, llega a la conclusión que evolución y progreso son realidades diferentes 296. También nos esboza una historia de la teoría de la evolución cuyo principal obstáculo es la concepción metafísica de Aristóteles y la doctrina de la creación aparte de cada especie por Dios. El cambio se inicia con Lamarck, pero es obra de Darwin uno de los más grandes genios de la historia (…) de los mayores héroes del progreso intelectual de la humanidad297. Su historia llega hasta la teoría sintética que ya estudiamos. Concluye su historia proclamando que la causa de la vida es natural, pero desconocemos la causa del universo. Allí está la causa primera que no puede ser conocida. Como vemos el paleontólogo se introduce en la metafísica, como tantos evolucionistas mostrando su ignorancia. Ejemplo: cree que el finalismo se opone a la causalidad. Un estudiante de filosofía de primer año ya sabe que el fin es una causa… Nos pretende aclarar ahora la posición del hombre en la naturaleza. Como la vida es una, todos los seres vivos somos hermanos. El hombre, pues, no es más que un animal. Sin embargo, su evolución es diferente a la estudiada hasta aquí. Es el animal más avanzado, es el único que juzga; de modo que su evolución proviene de la transmisión del conocimiento298. Sus principales diferencias con la antigua estriban 295 296 297 298

Pág. 176. Págs. 176-196. Pág. 204. Págs. 219-225.

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en que mientras ésta es espontánea e independiente, la nueva es consciente, dependiendo de las necesidades y de los deseos humanos; la antigua carece de plan, la nueva lo posee. En suma, el hombre no es mero resultado fortuito de la evolución, tampoco es el fin de un plan; es el fruto del azar más una cierta evolución299. En esta parte de la exposición, Simpson muestra una visión absolutamente materialista de la realidad humana. Termina este libro con una exposición ética. Naturalmente, los principios morales tienen un origen biológico y social. Se los aceptan simplemente porque satisfacen los deseos humanos. En todo este capítulo, Simpson se inspira en Freud. Estos principios, a pesar de su modesto origen, se absolutizan y deifican y adquieren toda su solidez. En ello radica también su falla. Por eso las morales se oponen entre sí 300. La gran novedad de la ética es la introducción de la responsabilidad. Como ésta depende del conocimiento, todo lo que lo fomente es bueno. Al mismo tiempo, exige que el conocimiento sea verdadero, por lo que hay que verificar; de lo que Simpson deduce que la fe es inmoral301. Sin embargo, en ciertas condiciones, la admite. En seguida aborda temas más concretos que ya nada tienen que ver con nuestro estudio. Terminemos este capítulo con un libro que, a primera vista, no debería figurar en este estudio. Rosaura Ruiz y Francisco F. Ayala, en su escrito: El Método en las Ciencias. Epistemología y Darwinismo, intentan adecuar las ciencias al modelo darwinista. No se podría ser más ambicioso. Naturalmente se trata de un libro más filosófico que científico, aunque sus autores no tengan clara conciencia de ello. En los tres primeros capítulos desarrollan la lógica que guía la investigación científica, en los siguientes, las concepciones de evolucionistas destacados de fines del siglo pasado. 299 300 301

Págs. 229-233. Págs. 235-253. Págs. 2254-260.

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Del prólogo destacamos su tesis central: Ninguna proposición teórica puede, pues, reclamar para sí ser verdad absoluta y definitiva. Y es sólo provisionalmente verdadera; se encuentra a la espera de alguna prueba que la desmienta y ponga de relieve un conocimiento más verdadero y más preciso302. Notamos así que Popper inspira la filosofía de los autores. Aunque no lo citan, recogen el concepto aristotélico: la ciencia busca saber el porqué del fenómeno que estudia. A esto le agregan una idea muy común en la actualidad que se aplica mejor a la filosofía que a las ciencias experimentales: la organización sistemática del conocimiento. Con lo cual atribuyen a éstas lo que Comte reservaba para aquélla. De hecho hablamos del sistema cartesiano, kantiano, etc.; pero no motejamos así las enseñanzas de los científicos experimentales. A lo que hay que agregar la posibilidad de una refutación empírica. Nos sorprenden negando que la ciencia use el método inductivo, impuesto, según estos autores, por F. Bacon (1561-1626) y defendido apasionadamente por John Stuart Mill (1806-1873)303. Parecen ignorar que Aristóteles lo había descubierto un poquito antes. La razón del rechazo radica en que la inducción no llega a verdades universales. Por lo visto ignoran que el mismo Aristóteles señala cómo se hace esta extensión, si bien exige cautela. En consecuencia, aseguran que su método es hipotético deductivo. Se trata de derivar las consecuencias de una hipótesis 304. Con lo que, con sorpresa, advierto que estos investigadores extienden el método filosófico, propio, sobretodo de la filosofía racionalista, a la ciencia experimental. Por eso las doctrinas que esos filósofos desarrollaron se llaman “sistema”. Los realistas, en cambio, son más cautos. Es verdad que, en filosofía, son importantes los 302 303 304

Pág. 8. Pág. 14. Pág. 15.

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primeros principios de la razón. Gracias a ellos podemos profundizar la experiencia más allá de lo que los sentidos muestran. Pero no nos es posible crear un sistema propiamente dicho porque las causas primeras son misteriosas. Más, volvamos a estos lógicos. Una hipótesis implica varios pasos: 1) Se examina la consistencia interna de la hipótesis; 2) Su valor explicativo; 3) Su relación con las hipótesis vigentes; 4) Su comprobación empírica; es decir, que sus predicciones se cumplan. Esta última es la más importante de todas305. Es más, esta última característica es el criterio de demarcación que separa a las ciencias experimentales de las demás. Incluso, nos aseguran que basta un caso adverso paras considerar refutada la hipótesis. Como estos autores parecen dominar la lógica, se explayan sobre el modus tollens. Porque muchos consideran verdadera una hipótesis porque se cumplió su predicción; lo que constituye una falacia. Es fácil advertir que puede haberse cumplido por otra razón diferente a la consignada en la hipótesis. En verdad lo que nos enseña el modus tollens es que si la consecuencia es falsa, entonces la hipótesis es falsa. De modo que este famoso modus no sirve para demostrar la verdad de una hipótesis sino tan solo su falsedad. Con lo queda establecida la imposibilidad de emitir hipótesis verdaderas. Es curioso que los autores no comprendan que, con ello, quitan toda credibilidad a la ciencia actual. Lo que sí es cierto es que Darwin usó este método sin darse cuenta 306. Esta es justamente una de las razones que me ha llevado a considerar que toda esta teoría es filosofía y no ciencia. Ruiz y Ayala, en realidad, quieren evitar caer en la falacia de “afirmar el consecuente”. En efecto, como declarar verdadera una hipótesis porque se cumplió lo que postulaba no es legítimo, prefieren cambiar la naturaleza de la ciencia para mantener la teoría evolucionista en ese ámbito. En seguida nos explican que algunos científicos llaman hechos a meras hipótesis bien 305 306

Págs. 18-20. Págs. 23-24.

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establecidas307; lo que se aplica, a mi juicio, sobre todo a la teoría evolucionista con evidente abuso de confianza. De todo lo cual deducen que tanto la validación como la refutación de una teoría pueden ser falsas y que la ciencia está infestada de errores, de prejuicios 308. No examinaré el resto del libro ya que es ajeno a la temática que nos interesa acá. Quedémonos con esta destrucción de toda seguridad científica como el precio que hay que pagar para mantener esta hipótesis en el interior de la ciencia experimental en vez de reconocer su carácter filosófico y reconocer que es ajeno a ella.

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No puedo terminar este capítulo sin dejar de mencionar con cuánta grosería los defensores de la teoría insultan a los que la rechazan. Otro tanto ocurre en el campo contrario, por lo demás. Como no soy historiador no puedo asegurar quien comenzó primero, excusa con que siempre se defienden los niños. Es verdad que, en el caso de las falsificaciones y fraudes con que algunos investigadores han intentado demostrar la veracidad de su opción, es difícil no calificar tales actitudes con gruesos epítetos. Sea de esto lo que fuere, no está de más recordar que denostar a los que opinan diferente es anticientífico. Ojalá se lograra erradicar tan fea costumbre de la actual polémica y se analizaran los argumentos en su mérito, tanto lógico como científico.

307 308

Pág. 24. Pág. 44.

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Ojalá la polémica no hubiese pasado de las malas palabras. Se ha llegado a la persecución abierta de los discrepantes de la versión comúnmente aceptada. Como muestra un botón. Michael Reiss, biólogo, director del departamento de educación de la Royal Society, era, además, clérigo de la iglesia anglicana. En cierta ocasión sostuvo que la fe creacionista de sus alumnos debía ser tratada con respeto. Lo que, por cierto, no dañaba su profunda adhesión el dogma evolucionista. A pesar de la cual fue tan duramente criticado que fue expulsado de su cargo en la Royal Society309. ¿No es a esto a lo que llaman fundamentalismo?

309

Aizpún. O. C. Págs. 52-53.

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6. CAPÍTULO SEXTO EN QUE SE DEMUESTRA LO DICHO II Muchos científicos han aceptado “la teoría de la Evolución de Darwin” porque les han dicho que está científicamente probada, o, mejor aún, “es un hecho”, y que todos los científicos la aceptan. Sin embargo, otros la han estudiado con espíritu crítico y han llegado a la conclusión de que es inaceptable por carecer de base científica; simplemente no es una teoría científica. En la actualidad son innumerables. Nos limitaremos, pues, a presentar las razones que algunos de ellos han publicado. La respuesta a éstas ha sido, en general, el silencio. Sobre todo han sido ignorados por los medios masivos de comunicación y divulgación científica, como si no existieran. Sin embargo, basta escarbar un poco en ese muro de silencio para hallarlos. Como no soy científico, tal como lo hice en el capítulo anterior, me limitaré en presentar lo que ellos afirman, añadiendo, de vez en cuando, alguna observación.

6.1. SERMONTI Y FONDI

Los profesores G. Sermonti, genetista, catedrático en la universidad de Perugia, y R. Fondi, paleontólogo, profesor en la universidad de Siena, han escrito libros y artículos en defensa de su convicción. Abramos su “Más allá de Darwin” 310. La primera parte la escribió Sermonti, la segunda Fondi. Según Sermonti, lo que Darwin pretende obtener de la selección natural es simplemente erróneo; francamente, le parece increíble que 310

a

Trad. N. Valenti. UNSTA. Tucumán. Argentina. 2 Ed. 1984.

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haya sido tomado en serio311. Por otra parte, la supuesta generación espontánea de los seres vivos es simplemente imposible. La segunda ley de la entropía nos aclara la imposibilidad de toda esta teoría 312. A los legos en la materia, podemos decirles que se entiende por entropía una función de la termodinámica que es una medida de la parte no utilizable de la energía contenida en un sistema. Sermonti se apoya en la segunda ley de la entropía que nos advierte que es imposible transformar en trabajo todo el calor que proviene de la fuente que mueve. En otras palabras, todos los sistemas se degradan, retroceden; en última instancia, estamos destinados al “big crunch”, a la destrucción del universo material y todo lo que contiene. La teoría de la evolución supone todo lo contrario: de la materia inorgánica, surge la orgánica; del vegetal el animal; de la bestia el hombre, y, de éste, Dios, en el gnosticismo de un Teilhard de Chardin. Es decir, cada vez hay más en vez de menos. Pero la segunda ley nos prohíbe ese más y nos indica que cada vez hay menos. En otras palabras, la ciencia física nos prohíbe ser evolucionistas. Como Sermonti es genetista, nos dice que la selección natural es incapaz de producir las características que definen las especies 313. Para lograrlo, habría que alterar el patrimonio genético enriqueciéndolo en vez de empobrecerlo; pero en la realidad acontece todo lo contrario. Tal enriquecimiento contradice, una vez más, la segunda ley de la entropía. Por ello la genética actual se opone a esta teoría y la declara imposible. Nos fuerza, pues, a reconocer que las características específicas de los seres vivos no pueden ser fruto de la selección natural. Se nos dice que la selección consiste en el triunfo de los mejores. ¿Quiénes son los mejores?, los que triunfan; ¿Quiénes triunfan?, los mejores. En vez de hacer ciencia caemos en tautologías que nada enseñan314. En lógica, agrego yo, este tipo de argumentos es llamado

311 312 313 314

Págs. 9-11. Pág. 17 y ss. Pág. 19 y ss. Pág. 25.

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argumento circular o círculo vicioso y se presenta como un ejemplo de falacia. El término evolución no puede ser más vago y significa cualquier cosa. Para Darwin implicaba progreso en la organización. Quien se queda atrás, es eliminado. En consecuencia, los primeros seres vivos ya no existen. Pero ocurre que éstos son las bacterias que abundan en la actualidad315. Para J.S. Huxley, se trataba de la dominación de los más evolucionados sobre los menos. Habría, pues, que reconocer que las bacterias están más evolucionadas que el hombre316. Para otros, en fin, se trata de especialización. Mas la paleontología hace tiempo que lo ha negado como veremos más adelante. En definitiva, esta hipótesis debería responder a tres preguntas: A) ¿Este proceso muestra alguna dirección?, B) ¿Se debe a la presión del ambiente o a una fuerza interior a los seres vivos? C) ¿Se realiza gradualmente o por saltos? Cada evolucionista responde a su modo y no hay consenso alguno entre ellos 317. Por otra parte, acusa a Darwin de caer en un antropomorfismo apenas disimulado. Su lenguaje implica, a menudo, utilitarismo y finalismo 318 que sus continuadores se esfuerzan por suprimir de la biología. Como genetista, Sermonti nos recuerda, además, cuánto tiempo estuvo ignorado Mendel ya que sus trabajos contradecían la teoría. Ahora se reconoce que el patrimonio hereditario es inmutable319. Como la selección natural no influye en él, hemos de sostener que es conservadora. Si engendramos un nuevo ser que no cumple con lo que la especie determina, es eliminado. ¿Y las mutaciones? Si desde el punto de vista específico son neutrales el nuevo animal es engendrado, en caso contrario no sobrevive. Para que se produzca la evolución necesitamos la aparición de genes nuevos; pero la selección los eliminaría, ya que

315 316 317 318 319

Pág. 29. Pág. 30. Pág. 31. Pág. 84. Pág. 33.

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desadaptarían al nuevo ser. Por lo que concluye el profesor que es conservadora e impide toda evolución. Hasta donde llegan nuestros conocimientos, el ADN no ha evolucionado. Todos los estudios que se han hecho sobre este particular nos hablan de permanencia y continuidad. A nivel molecular, agrega Sermonti, no hay una diferencia fundamental entre un caracol y un caballo; es realmente increíble la uniformidad en los genes de los diversos seres vivos. Por lo demás, el tiempo no influye para nada a ese nivel. ¡Todas las células tienen la misma antigüedad!, según enseña C. Woese320. El genotipo es constante, de la bacteria al hombre. La verdad es que nos movemos en un campo donde abunda nuestra ignorancia. Desconocemos el origen de las diferencias que no parecen estar en el material genético. Las diferencias morfológicas no provienen del ADN, ni el plano físico, de los genes 321. Sin embargo, hemos de reconocer que son heredados, por lo que no hay que desconocer la influencia del ambiente. Citemos algunos de los muchos ejemplos que este autor nos ofrece. El anfibio axolotl, de México, llevado a Francia, perdió sus branquias por efecto del yodo presente en el agua gala, las que recuperó al regresar a México322; la pulga del agua sueca creció en Italia y recuperó su tamaño al volver a Suecia 323. Por eso hemos de pensar que el ADN no es el único depositario de la herencia. Es cierto que determina la estructura de las proteínas, pero éstas difieren poco entre sí, y lo que realmente importa es la organización de todo el ser vivo. Desconocemos realmente cómo se regula 324. Más sorprendente aún es reconocer que la naturaleza está llena de formas geométricas resultado de las leyes físicas y de las matemáticas; tal parece que “Dios

320 321 322 323 324

Pág. 56-57. Pág. 63-65. Pág. 67. Pág. 77. Pág. 75.

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geometriza siempre”325. Poco sentido evolucionista tienen estas comprobaciones puesto que estos órdenes escapan al tiempo. Termina su aportación Sermonti con algunas reflexiones culturales referidas a los tiempos ancestrales y bíblicos muy interesantes, pero que no vienen al caso. Dejemos, pues, la palabra al paleontólogo Fondi. Fondi es perfectamente claro al exponer su convicción: la paleontología actual rechaza la evolución326. Y da muchísimas razones que los expertos habrán de juzgar. Como yo no lo soy, me limitaré a exponer brevemente algunas de ellas. Lo primero que me llama la atención es su aseveración de que siempre se interrumpen abruptamente las supuestas líneas de la evolución327. Además, sostiene que no hay prueba alguna de que alguna vez haya habido un ambiente favorable para el inicio de la vida; peor aún, se oculta maliciosamente que los agentes que supuestamente han producido las moléculas orgánicas, las destruyen328. Tampoco hay evidencia de que alguna vez hubo ese famoso “caldo prebiótico” 329. Dada la complejidad de las enzimas, habida cuenta del tiempo y el espacio disponibles, es imposible que se produzcan como los evolucionistas lo suponen330. La producción azarosa de los seres vivos es negada por la evidencia de que éstos se producen por información; ya Monod advirtió la dificultad, pero no sacó la consecuencia que debió

325

Pág. 92-93. Pág. 129. En la página 116 nos da una lista de más de medio centenar de científicos que la rechazan. Aizpún, en 2010, nos habla de ochocientos opositores procedentes de treinta países. “Evolucionismo y Conocimiento Racional”. Pág. 14. ¿Dónde queda la unanimidad tan exaltada por sus defensores? Puede consultarse www.disentfromdarwin.com. 327 Pág. 129. 328 Pág. 138. 329 Pág. 140. 330 Págs. 143-145. 326

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haber obtenido331. Prigogine, premio Nobel, asegura que en esta materia estamos ante especulaciones sin base empírica 332. Ante el total fracaso del origen abiótico de la vida, Fondi nos asegura que últimamente los evolucionistas se han refugiado en un supuesto origen extraterrestre de la misma, como si esta nueva suposición sirviera de algo333. La evidencia recogida por los paleontólogos muestra que casi todos los tipos básicos aparecieron bruscamente en el Cámbrico. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con estas afirmaciones porque la incertidumbre en materia de fechas es muy grande; además de haber muchos pseudo fósiles334. En las páginas siguientes se dedica a refutar una a una las pseudo explicaciones del origen de la vida dada por los evolucionistas, tema en el que no lo vamos a seguir; nos basta saber que va mostrando su inanidad. Para Darwin, se da un aumento constante en el número de especies a través del tiempo, lo que, simplemente no ocurre; más bien, encontramos ciclos definidos en vez del progreso indefinido que la teoría postula335. Sorprende el que unas no varían, otras lo hacen con rapidez. Sin embargo, observamos en las especies el ciclo propio de los individuos: juventud, madurez, vejez, desaparición. Es notable el hecho de que los invertebrados, con ser antiquísimos, casi no varían. Se impone la impresión de que los seres que consideramos superiores son más frágiles336. En vez de progresar, pues, la biosfera se nos presenta envejecida. De hecho no aparece ningún nuevo tipo desde hace unos quinientos millones de años; tampoco ninguna clase nueva desde hacer unos trescientos cincuenta millones de años 337. Para colmo de males, la

331 332 333 334 335 336 337

Págs. 148-149 Pág.152. Pág. 152. Págs. 157-163. Págs. 173-174. Pág. 175. Pág. 177.

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involución, que Darwin consideraba que destruiría su doctrina, es hoy aceptada por todos 338. La ausencia de formas intermedias destroza la teoría de Darwin piensa Fondi339. A continuación se dedica a demostrar la inverosimilitud de los supuestos pasos de invertebrado a vertebrado, de anfibio a reptil, de reptil a mamífero, etc. 340; lo que lo lleva a concluir que hay una discontinuidad en la biosfera que contradice todas estas teorías evolutivas. Además muestra cuán arbitrarias son las series filéticas que tanto gustan a los evolucionistas. Ejemplifica con la de los équidos y la de los homínidos. En ellas hay más fantasía que ciencia 341. Llega a afirmar que el hombre moderno es menos evolucionado que el primitivo, lo que, a los legos en estas materias nos sorprende sobremanera. Conclusión: Darwin está muerto por la sencilla razón de que ningún proceso evolutivo es constatable ni ahora ni en el pasado 342. Incluso, la última versión, la inventada por Gould y otros, la de los equilibrios intermitentes, no es una teoría científica porque nada explica343. ¿Me permitirá el lector una reflexión literaria sobre este particular? Los antiguos literatos griegos solían utilizar el ardid que hoy llamamos “Deus ex machina”; el mismo que tanto han utilizado las películas de vaqueros de Hollywood, por ejemplo. Cuando la trama había llegado a ser insoluble, el autor griego hacía intervenir a un Dios, Hollywood a la caballería, que salvaba a los protagonistas del desastre. Eso y nada más que eso es esta nueva versión de la teoría darwinista. Dada la ausencia de los fósiles perdidos y la brusca aparición de los tipos básicos, se supone que hubo un ambiente absolutamente extraordinario que hace quinientos millones de años no se da –Deus ex machina-, que

338 339 340 341 342 343

Pág. 181. Pág. 191. Págs. 192-224. Págs. 230-249. Pág. 256. Pág. 265.

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permite salvar la teoría. Lo que no se perdona a los literatos, ¿se le perdonará a los científicos? Volvamos a Fondi. Esta teoría que viene combatiendo nuestro paleontólogo se basa en la suposición de que el todo no es más que la suma de las partes, lo que es un error manifiesto344. Este error, que pesa en la ciencia del siglo diez y nueve, hoy ha sido abandonado. La ciencia actual se está acercando nuevamente a Aristóteles y a su mundo estático y jerarquizado. En este sentido, la pregunta clave es: ¿El mundo es un caos o un cosmos? A los ojos de la ciencia decimonónica, sería un caos; hoy nos parece un cosmos, como a los griegos 345. Me permito agregar que la palabra cosmos es griega y en esa lengua significa ordenado, hermoso. De ahí viene nuestra palabra cosmético, por ejemplo. En su uso español se refiere al universo total en cuanto posee unidad, orden y belleza.

6.2. MICHAEL BEHE

Michael Behe ha publicado La Caja Negra de Darwin346 cuyo objetivo es mostrar cómo la bioquímica desarrollada en estos últimos lustros hace imposible el evolucionismo darwinista. Señalemos que este autor no niega todo tipo de evolucionismo, se limita a comprobar que el darwinista carece de base científica. El problema radica en la increíble complejidad del ser vivo a nivel microscópico lo que hace imposible su origen paulatino por pequeños cambios como postula la teoría. En otras palabras, la discusión ha de darse en el nivel molecular y en el terreno de la bioquímica, por ser la ciencia que estudia las bases de la vida 347.

344 345 346 347

Pág. 269 y ss. Pág. 270-281. Trad. JC. Guardini. Ed. Andrés Bello. Santiago Chile. 1999. Pág. 19.

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Comencemos aceptando que un ser vivo está compuesto de células, a menos que sea unicelular, y que cada una de ellas está, a su vez, compuesta por “máquinas moleculares”. Éstas están formadas por proteínas, nivel al que no llegan ni los microscopios electrónicos 348. Mientras, para Darwin, los primeros seres vivos eran simples, hoy sabemos que las proteínas son complejísimas. Y ellas son la base de la vida. De este modo llegamos a la convicción de que los “pequeños cambios” reconocidos por Darwin, eran enormes, sencillamente imposibles349. En virtud de este hallazgo, Behe desafía a los neodarwinistas a explicar la estructura molecular de la vida en base al esquema darwinista. Nadie ha recogido el guante, por cierto. Como sostiene Lynn Margulis, la historia terminará por juzgar al neodarwinismo como una secta religiosa menor del siglo veinte, dentro de la creciente persuasión religiosa de la biología anglosajona”350. Ante la hipótesis de la explicación por mutaciones, Margulis es tajante: no hay un solo ejemplo inequívoco de formación de una especie nueva por acumulación de mutaciones. Nadie ha aceptado el desafío, nos informa Behe. Sanders se queja de que los evolucionistas y sus mecanismos tan solo explican minucias; Miklos constata que tal teoría nada permite predecir; Coyne se queja de la falta de pruebas, etc. Son muchos los científicos que hoy rechazan tales teorías por su falta de base científica351. En síntesis, la insuperable dificultad que enfrenta el darwinista radica en que todo ser vivo es un sistema “irreductiblemente complejo”. Este concepto ha sido creado por científicos para enseñar que, en este tipo de entes, cada pieza está en perfecta armonía e interactúa con las restantes de modo que la eliminación o cambio de una de ellas, hace que 348

Pág. 29. Pág. 41. 350 Pág. 45. Margulis, respetada profesora en la U. de Massachusetts, autora de la teoría que sostiene que las mitocondrias, la fuente energética de las células vegetales y animales, fueron antaño bacterias independientes. Todos los autores citados por Behe a continuación son profesores respetados por su maestría en sus temas. 351 Págs. 45-49. 349

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todo el sistema deje de funcionar352. Es decir, es un organismo. El nuevo concepto, empero, subraya el hecho de su destrucción si lo reducimos quitándole alguna pieza. De este modo, tiene que nacer formado completamente; de ninguna manera se puede ir formando paulatinamente. La nueva biología ha descubierto que la complejidad bioquímica de la célula es abrumadora. Behe se pregunta: ¿Podrían pequeños cambios azarosos producir la modesta máquina caza ratones que podemos comprar en cualquier mercado? Es obvio que fue precedida por un plan pensado para lograr un objetivo concreto, de modo que es construida en una actividad dirigida por el plan pensado por su inventor. Una célula debe ser comprendida del mismo modo. Hay una diferencia: la trampa caza ratones es una máquina sencillísima compuesta por unos cinco elementos; la célula viva es de una complejidad que estamos lejos de abarcar353. Si nadie piensa que la trampa se formó sola, por pequeños cambios azarosos, ¿Por qué admite que tal fue el origen de la célula? No es razonable. En cinco capítulos, Behe nos va desvelando del modo más sencillo posible, el contenido de la caja negra de Darwin; es decir, ese mundo infinitamente pequeño, base de todo ser vivo. Recogeremos algunas ideas para dar, al menos, una somera ojeada a su exposición. Las máquinas que mueven a las células son las proteínas. Pero cada una de ellas posee pocos usos, por lo que cada célula ha de tener miles. Cada proteína está formada por aminoácidos organizados como eslabones de una cadena. De cincuenta a mil pueden formar una sola cadena de eslabones al interior de una proteína; cada uno de los cuales puede constar de uno a veinte aminoácidos diferentes. Vaya multiplicando y comprenderá el grado de complejidad que presentan todas las células vivas. Algunas células nadan gracias a un “remo” que

352 353

Pág. 60. Págs. 61-64.

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los biólogos llaman cilio. Éste puede estar formado por más de doscientas clases de proteínas. La misma complejidad e irreductibilidad hallamos en un simple coágulo de sangre. Interviene una veintena de proteínas y no puede faltar ninguna 354. Pero un ser vivo de sangre caliente no puede sobrevivir si no tiene tan complicado proceso desde el inicio de su vida. Tampoco puede formarse por pequeños cambios. La razón básica radica en que la selección natural solo admite un cambio que ahora sirva al ente vivo; elimina, en cambio, el que serviría en un futuro lejano355. No hay, pues, posibilidad de formación gradual de estos mecanismos complejos e irreductibles. Se cumple aquí, como en todo organismo, la ley del “todo o nada”. En toda célula hallamos un centro productor de proteínas que las distribuye por las más de veinte partes que la componen. El transporte de dichas proteínas es otro proceso fascinante. Parece ciencia ficción. Una sola falla en este sistema mataría a la célula. Comprenderá el lector que no me detenga en la descripción de tan complejo proceso. El sistema de protección de la piel sorprende por lo “inteligente”: detecta al invasor mediante los anticuerpos formados al agregarse cuatro cadenas de aminoácidos. Hay que agregar que tenemos innumerables anticuerpos distribuidos por todo nuestro cuerpo356. Éstos se limitan a identificar al enemigo. Una vez identificado, producimos sistemas capaces de neutralizarlos o destruirlos. Es tan complejo todo este proceso que aún estamos muy lejos de comprenderlo a cabalidad. Por eso nadie 354

En la pág. 110, Behe describe el proceso de formación de las fibrinas mediante un cuadro, incomprensible para un lego, pero que sorprende por la “cascada” de proteínas coordinadas para producirlo. Mientras unas promueven la formación del coágulo, otras lo impide o elimina. Gracias a este último proceso no se coagula toda la sangre del animal, por ejemplo. 355 Pág. 126. 356 El libro habla de billones. Sospecho, no me costa, que tal vez sea trate de miles de millones. En inglés billion no se traduce por billón sino por mil millones. Cualquiera sea la cifra, es abismante.

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ha podido explicar el origen de nuestro sistema inmunológico. Pero tenía que existir desde el comienzo para que sobreviviera el animal. No pudo formarse gradualmente. ¿Para qué seguir? Hay muchas otras complejidades imposibles de explicar por formación gradual y por mutaciones a nivel microscópico, todo lo cual nos lleva de la mano a reconocer un diseño inteligente en todo ser vivo. A este aspecto de la realidad dedica Behe la tercera parte de su libro al que dedicaremos el próximo capítulo.

6.3. JORDI AGUSTÍ

Jordi Agustí es un evolucionista que acepta los desafíos que la paleontología le presenta. Por cierto que no los resuelve, por lo que mantiene la teoría, al menos, hasta cierto punto. El título de su libro lo dice todo: La Evolución y sus Metáforas. Una perspectiva paleo biológica. El libro se divide en dos partes: En la primera critica las teorías en boga; en la segunda expone los nuevos paradigmas. Comencemos reconociéndole el valor de denunciar al darwinismo como un reduccionismo. Como el autor no aclara el sentido del término de reciente invención, me tomaré la libertad de explicarlo, sin saber a ciencia cierta si Agustí piensa como yo. En una novela leí la definición de beso: “Es el contacto entre el inicio de dos tubos que comienzan en los labios y terminan en el ano”. Podríamos definir, igualmente, a la torta milhojas como “harina mezclada con manjar blanco”. En el mismo tono, algunos biólogos definen al ser vivo como “materia organizada”. Todas estas definiciones son verdaderas en sentido positivo y falsas en el exclusivo. Es decir, la definición expresa algo real. El problema radica en que no menciona lo que realmente importa. Por lo general, los reduccionistas se limitan al aspecto material de las cosas; el menos significativo, el menos revelador.

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En el beso, el amor que lo inspira; en la torta, la proporción y elaboración; en el ser vivo, la vida. El reduccionismo, pues, nos engaña al limitar la realidad al aspecto menos relevante; mientras una buena definición tiene la obligación de expresarlo. Ciertamente, los labios inician el tubo digestivo; en esa torta entran como ingredientes harina y manjar y en todo ser vivo de este planeta hallamos materia organizada. ¿Eso sería todo? En sentido exclusivo lo sería, y por eso el reduccionismo nos engaña. Porque no es lo mismo echarse a la boca un poco de manjar y un poco de harina y decir que hemos comido una rica torta milhojas. Un zapato es materia organizada y no es un ser vivo. Etc. Lo peor que se le puede decir a una teoría es calificarla de reduccionista. Lucido queda el darwinismo. Cerremos el paréntesis y regresemos al libro. Reconoce, además, que la teoría está siendo sometida a una revolución, como ya le ocurrió en el pasado. Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo paradigma. En verdad, en cada etapa, las ciencias (…) suelen valerse en su desarrollo de esquemas conceptuales preconcebidos (…) que, como los antiguos mitos, perduran sin ser cuestionados durante generaciones357. A estos esquemas llama metáforas. Hasta donde llega mi memoria, tengo claro que se los llamaba prejuicios. Si antes se procuraba no caer en ellos, ahora, en cambio, se los mantiene a fin de salvar la teoría en opinión de Agustí. Un cambio notable. Nos hace, a continuación, una breve historia de la paleontología. Si bien esta ciencia nace con Cuvier, en el siglo diez y nueve, los antiguos ya conocían los fósiles. Desde Heródoto, griego del siglo quinto anterior a nuestra era, se piensa que la tierra seca actual era fondo de mar. Se recolectan estos fósiles desde el siglo diez y seis y se los describe. Es interesante recordar que el fundador de la paleontología se opuso a Darwin en virtud de que los seres vivos son organismos: 357

Ibíd.

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Todo ser organizado forma un conjunto, un sistema único y cerrado, cuyas partes se corresponden mutuamente, y cooperan en la misma acción definitiva por una reacción recíproca. Ninguna de las cuales puede cambiar sin que las otras también cambien, y, como consecuencia, cada una de ellas, tomada separadamente, indica y revela todas las demás358. Permítanme recordar que otros autores llaman a esta realidad la ley del todo o nada y piensan que hace imposible la teoría de Darwin ya que ésta sólo podría darse en los caracteres accidentales de los organismos sin afectar jamás a lo esencial; es decir, no puede crear un organismo nuevo sino limitarse a pequeñas modificaciones del antiguo. Reconozcamos que, sin usar la expresión de reciente creación, Cuvier ya había reconocido que los organismos poseen una complejidad irreductible. Para él, la modificación de una sola pieza implica modificar al resto, salvo que se trate de detalles. Los caracteres superficiales varían, de ahí las razas; no así los estructurales. Es más, cada época es un todo armonioso, por lo que no se puede admitir un cambio gradual, como piensa Darwin, sino catástrofes que destruyen ese ambiente y dan paso a otro. De este modo, no puede imaginarse que, gradualmente, un especie de origen a otra359. Como paleontólogo, Agustí reconoce que esta ciencia es enemiga del darwinismo. En esa teoría son importantísimos los eslabones intermedios que jamás han sido hallados. Sin ellos, desaparece el gradualismo propio de la teoría. En vez de ello, nos encontramos con la aparición brusca de las especies. Según Álvarez, Raup y Sepkevski,

358

Pág. 32. La cita nos refiere a la obra de Cuvier « Discours sur les Révolutions de la Surface du Globe » editada en 1825. 359 Págs. 29-37.

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cada veintiséis millones de años, debido a la caída de aerolitos, se produce un recambio de la flora y fauna del planeta 360. Según Agustí, cada cuarenta años la hipótesis entra en crisis. Hoy nos queda algo claro: La selección natural no explica el origen de las especies. Ya K. Marx había notado que, en vez de producir especies nuevas, tiende a producir uniformidad. Se está pensando ahora que la evolución viene de adentro y, además, tiene posibilidades limitadas 361. El lector, por lo ya expuesto, comprende que estamos más cerca de Spencer que de Darwin; sin embargo, el reconocimiento de su limitación tampoco favorece a aquél. En suma, Agustí nos dice que actualmente llegamos a ciertos acuerdos: 1) Se rechaza que la selección natural y la adaptación expliquen realmente el proceso, siguiendo la obra de Kimura; 2) Tampoco convence el proceso de especiación alopátrica362. 3) Se postula que las especies son estructuras reales de la naturaleza, son los “individuos”. En la segunda parte intenta mostrar los nuevos paradigmas. No nos queda claro por qué no usa la palabra metáfora como en la primera parte. Cambió la palabra, no el concepto. Comienza reconociendo que, sin embargo, la evolución gradual existe. A pesar de lo cual, reconoce que Darwin no pudo señalar ninguna transición entre una especie y otra. Actualmente se da como paradigma la evolución del caballo y otras especies bien estudiadas por los paleontólogos. No obstante, señala que estas hipótesis tienen un inconveniente: Cada nueva forma aparece bruscamente, como si 360

Págs. 55-61. Fecha clave: en 1980, Walter y Louis Alvarez suponen que hace sesenta y cinco millones de años un aerolito de unos diez kilómetros de diámetro impactó la tierra cambiando su faz. 361 Págs. 62-71. 362 Esta expresión, que proviene del griego, significa que la especiación se debe a la separación geográfica de las poblaciones. Por eso se habla de centros de origen. Este concepto da origen a la prueba biogeográfica que ya estudiamos.

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procediese por saltos363. Nuevos estudios la presentan más continua, menos abrupta. De modo que continuamos en el debate clásico: ¿Continuidad o discontinuidad? Cada nuevo paradigma, asegura Agustí, genera una sombra; es decir, levanta nuevas cuestiones para las que no tiene respuesta. La discontinuidad más evidente la presenta el individuo, sea mineral, vegetal o animal. Bajo la cual, persiste, a través de la historia, un visión que sustenta la continuidad. En la edad media, por ejemplo, se pensaba que de la materia putrefacta provenían los gusanos; plantas se convertían en minerales y formaban los corales; las rocas podían formar conchas y huesos 364. Gracias a Linneo termina esta “continuidad” y se fijan las especies como discontinuas y se fija en ellas el límite de la variación. Actualmente se ha fijado la vista en el gen que no varía durante toda la vida de un individuo y se transmite intacto a su descendencia365. Quedamos a la espera de un nuevo paradigma que enfrente las nuevas sombras que hemos engendrado. Agustí no da ninguna pista de cómo será eso.

6.4. ENRIQUE DÍAZ

Enrique Días Araujo ha escrito un breve libro intitulado El Evolucionismo. Como él no es científico, se ha limitado a recoger juicios emitidos por científicos de todas las latitudes a los que los une su oposición a las tesis en que creen los evolucionistas. Es impresionante el número de autores citados366. La bibliografía recoge más de un centenar de trabajos referidos al tema. No todos niegan la evolución; algunos se

363 364 365 366

Pág. 86. Pág. 199. Pág. 200. En las páginas 17 y 18 enumera a treinta y cinco autores que la rechazan en bloque.

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limitan a negar algunas de sus principales afirmaciones, aunque reconozcan la validez de la teoría. Su lectura deja la impresión de que estamos ante un fraude global, como no temen en denunciar muchos de los citados. Como ejemplo: Jean Rostand la ha calificado de un cuento de hadas para personas mayores367; Berthold Laufer no se queda atrás: El evolucionismo es un juguete barato para la diversión de niños mayores368; E.E. Evans-Pitchard acusa a la teoría de admitir errores sin fundamento, o, dicho de otro modo, pura basura369. Para que académicos serios y prestigiosos emitan tales juicios, algo debe oler muy mal en la teoría. Destaquemos evolucionista.

algunos

aspectos

de

este

florilegio

anti-

Las primeras páginas nos ofrecen refutaciones globales de las teorías de Lamarck: Uso y desuso de órganos, adaptación, herencias; de Darwin: Selección natural, azar, adaptación pasiva; Haeckel: Ley biogenética general; De Vries: Mutaciones; y la moderna teoría sintética 370. En seguida muestra cuán imposible es la datación del tiempo prehistórico, que no pasa de ser un intento de datación 371. Etc. Especial atención le merece al autor la refutación de la supuesta descendencia del mono que se atribuye a la especie humana. A comienzos del siglo pasado, el profesor de la universidad de Montpellier, Louis Vialleton372, demostró su falta de todo fundamento. Su estudio es muy completo y ha obligado a buscar otro antecesor 373. Detengámonos 367

Pág. 104. Jean Rostand (1894-1977) biólogo y filósofo. Miembro de la Academia Francesa. 368 Pág. 140. Berthold Laufer (1874-1934) antropólogo y orientalista. 369 Pág. 141. E.E. Evans-Pitchard (1902-1973) antropólogo británico, profesor en Oxford. 370 Págs. 18-33. 371 Págs. 37-41. 372 1859-1929. Autor de El Origen de los Seres Vivos, las más completa refutación de la teoría de Darwin, válida aún hoy. 373 Pág. 72-90.

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un instante en uno de los tantos aspectos estudiados por este profesor: su postura vertical, tan diferente de la posición que normalmente adoptan los simios. Este cambio de postura implica una serie de remodelaciones del aparato óseo, muscular, cartilaginoso; todas las cuales deben producirse en el mismo instante para ser funcionales. Además de distribuirse un poco por todo el cuerpo. Estas variaciones armónicas afectan al omóplato, húmero, brazo, mano, pelvis, fémur, rodilla y pié, para mencionar tan sólo las más visibles. El profesor va detallando éstas y otras remodelaciones que es cuento de nunca acabar. Si se hubiese dado una sola de éstas, la de la rodilla, por ejemplo, el animal afectado no sabría cómo ponerse en pié. La rodilla le exigiría la posición erecta; todo el resto de su cuerpo, en cambio, la postura agazapada propia de los simios. Capítulo aparte merecen todas las falsificaciones, los fraudes cometidos por los evolucionistas y su sistemática negativa a reconocer las características modernas de muchos fósiles antiguos 374. En otro trabajo, este mismo autor cita la opinión de Eric Nordenskiöld que atribuye el éxito de esta teoría a su alianza con el liberalismo triunfante en el siglo diez y nueve. Mientras más bajo fuera el origen del hombre, más se justificaba su fe en el progreso. Por eso se pasaron por alto sus deficiencias, su vago punto de partida, su material sin crítica, sus débiles argumentos basados en flojas suposiciones y su creencia en el poder del azar375. En suma, en un pequeño libro se recogen centenares de juicios que condenan tanta imaginación, fraude, extrapolaciones ilegítimas, etc., de que hace gala esta teoría.

374 375

Págs. 104-122 Días A.: Darwinismo. Origen y Descendencia. Revista Mikael. N° 20. Págs. 11 a 42.

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6.5. FRED HOYLE

Tal vez sea sir Fred Hoyle, astro-físico y premio Nobel, quien haya insultado a Darwin con más vehemencia y con mucha injusticia, por lo demás. Su ira proviene de la tesis que le es atribuida falsamente según la cual el origen de la vida se debe a la casualidad. Sir Fred es víctima de lo que ya delataba Mayr y vimos más arriba. En su libro: El Universo Inteligente, dedica el primer capítulo a refutar tan peregrina idea. El problema radica en que los seres vivos están formados, entre otras cosas, por proteínas. Tenemos doscientos mil tipos diferentes en nuestro cuerpo; las que se hallan en todos los seres vivos. ¿Pudieron formarse por casualidad? Es tan compleja una proteína que, según el cálculo de probabilidades, sería prácticamente imposible. La probabilidad es de una en cincuenta elevado a diez y ocho; para colmo de males, hay que formar doscientos mil de ellas. Pero su cálculo, nos asegura, se limita al tipo más sencillo. Claro está que esto sería posible si una inteligencia diseñara las proteínas. Concluye el capítulo señalando que tal teoría carece de base376. Como ignoro el cálculo de probabilidades me limito a copiar lo que dice este físico. Solo agrego que un número con diez y ocho ceros es casi ilegible; estamos hablando de cincuenta trillones. En el capítulo segundo asevera que Darwin ha escrito la Biblia de la biología; es decir, un libro lleno de supersticiones donde no hay ciencia 377. Acotemos que semejante juicio es teológico y la astrofísica no enseña teología. Dejemos, pues, lo de la superstición afuera; resta que en la Biblia no hay ciencia, cosa que siempre ha enseñado la Iglesia. San Agustín y santo Tomás, los teólogos más respetados están de acuerdo en ello: La Biblia nos enseña cómo nos vamos al Cielo y no como marchan los cielos.

376 377

Págs. 11-23. Pág. 25.

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Después de hacer una breve historia de ideas evolucionistas anteriores a Darwin y señalar que quien inventó la teoría no fue Darwin sino Wallace, nos recuerda que aquel reconoció que el registro fósil no le era favorable. Ahora Hoyle las emprende contra los darwinistas por haber convencido a medio mundo de lo contrario378. Como la tierra es un sistema cerrado, tiende inevitablemente a su destrucción, nos asegura. Su teoría consiste en suponer que la vida tiene origen fuera de la tierra, en la inmensidad del espacio. Habrían llegado bacterias a bordo de aerolitos. Por eso no teme afirmar que hay vida en Marte379. En el capítulo sexto las emprende contra la teoría del big-bang. Como escapa a nuestro propósito, no lo seguiremos en esta materia. Nos limitaremos a consignar que sus conocimientos de astrofísica lo llevan a afirmar la existencia de una inteligencia realmente grande que preside todo el universo y explica su origen380; sería una inteligencia capaz de abarcarlo todo ya que organiza al universo a partir de micro-partículas381. En el capítulo noveno queda patente cuánta falta le hace el no haber estudiado filosofía. Sostiene que la inteligencia es interior al universo. El gran error hebreo fue el haberla situado afuera382. En el décimo concluye que el origen de la vida es cuestión de ordenamiento. En el ser vivo están los mismos átomos que en el resto del universo, la diferencia está en el orden. La inteligencia conoce el fin, la inteligencia brilla por su capacidad ordenadora. ¿Podremos comunicarnos con esa inteligencia superior interior al universo? Tenemos un instinto que nos impulsa a comunicarnos con lo exterior a nosotros… 383.

378 379 380 381 382 383

Pág. 41. Pág. 103. Pág. 189. Pág. 215. Pág. 235. Págs. 243-245.

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6.6. RICHARD C. LEWONTIN

Richard C. Lewontin, nacido en 1929, profesor en Harvard, es un evolucionista que critica abiertamente la ortodoxia darwinista. Experto en poblaciones, ha dedicado mucha atención a la adaptación, característica importante en los seres vivos. La revista Investigación y Ciencia384 publica un artículo suyo sobre esta realidad fundamental intitulado La Adaptación. Destaquemos algunas ideas. Es tan importante la adaptación porque es lo que les permite sobrevivir a todos los seres vivos. Los darwinistas piensan que se debe a la selección natural, creencia a la que Lewontin pone muchos reparos. En primer lugar, los órganos complicados no se producen por selección natural, sería absurdo pensarlo385. Además, la extinción de las especies prueba que la selección no mejora la adaptación. En verdad, los seres vivos no se adaptan, ya lo están desde su mismo inicio 386. Nada explica la aparición de formas completamente nuevas. Todo organismo está adaptado en su conjunto y, además, adaptado a su ambiente 387. Para Lewontin, esta realidad prueba la existencia de Dios 388.

6.7. DANIEL RAFFARD DE BRIENNE

Daniel Raffard de Brienne (1927-2007), prolífico autor, convertido al catolicismo después de militar en diversas tiendas intelectuales, se caracterizó por combatir mitos y leyendas contemporáneas. Una de ellas fue la evolución. En un largo artículo, de cincuenta y seis páginas, aparecido en: Lecture et Tradition, bajo el 384 385 386 387 388

N° 26, Noviembre 1978. Págs. 138-149. Pág. 139. Pág. 141. Pág. 146. Pág. 139.

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sugestivo título de « Evolution: Mythe ou Réalité »389 resume su posición. Nos limitamos, naturalmente, a algunas de las ideas expuestas en este trabajo. Citando a Roger Serville390, niega que la teoría de la evolución sea científica: jamás lo será. Es una idea muy antigua cuya huella nos lleva a la Grecia clásica. La teoría actual se apoya en la anatomía comparada, la paleontología, la biogeografía y la taxonomía 391. De todos los argumentos desarrollados por los evolucionistas, el autor concluye, en contra de ellos, que es imposible desconocer que la evolución se presenta como un plan concebido por una inteligencia. Porque si bien el azar puede producir combinaciones exitosas, pronto las destruye, como nos lo advierte Jean Rostand392. El cálculo de probabilidades deja fuera la hipótesis del azar como veremos con algún detalle cuando estudiemos a Georges Salet. Por lo demás, ¿Por qué no queda rastro algunos de los ensayos infructuosos? ¿Ni siquiera de los realizados en un pasado próximo? Habría que suponer que desde hace millones de años no se produce ninguno; vale decir, la evolución desapareció hace tiempo. Eso implicaría que no es eterna, o bien, que sigue un plan con etapas que el azar no puede inventar393. Como un pequeño cambio que será provechoso en el futuro es inconveniente en el presente, la selección natural debió haberlo eliminado al momento de producirse394. Esta inconveniencia ha sido reconocida por muchos evolucionistas, pero no han sacado la misma consecuencia Como todo ser vivo se forma según la información de su ADN, el primer ser vivo debió poseer toda la información, si bien la mayor 389

Lectura y Tradición. Evolución: Mito o Realidad. N° 143-144, Enero Febrero 1989. « L’Évolution est-elle une Hypothèse scientifique? » (¿Es la Evolución una hipótesis científica?) La Pensée Universelle. 1975) 391 Págs. 5-9. 392 La Nouvelle Biologie. 1937. Pág. 11. 393 Pág. Ibid. 394 Pág. 13. 390

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parte de ella debería haber estado bloqueada. Ahora bien, la bacteria, primer ser vivo, posee un ADN mil veces más pobre que el hombre en vez de ser, digamos, mil veces más rico395. El origen de la vida escapa a la capacidad de la materia inorgánica. En el mundo inorgánico no hallamos las moléculas orgánicas, sino en las células. Incluso los virus son posteriores a las células. Es decir, los seres vivos son formados por complejos orgánicos fabricados por los seres vivos 396. Se alude a una “sopa primitiva” como origen el primer ser vivo. Pero la sopa misma es desconocida y los agentes activos en ella también lo son. ¿Cómo explicar la cadena de cinco millones de pares de nucleótidos del ADN de una simple bacteria?397 Resulta absolutamente misterioso el paso del protozoo al metazoo, como también lo es la aparición de la reproducción sexual. ¿Quién aparece primero, los vegetales o los animales? Pero ninguno de los dos tipos de vivientes puede vivir sin el otro; al menos no puede “respirar”. En todos estos casos se cumple la ley del “todo o nada”; han de aparecer completamente hechos, sin pasos intermedios 398. Como todos los críticos, Raffard de Brienne insiste en la inseguridad de la datación. Como la fosilización es rara, el primero y el último fósil de una especie realmente nada dicen sobre el origen y el término de la misma 399. Llama la atención sobre la aparición brusca de los tipos durante el cámbrico, los que subsisten hasta hoy, y, más aún, que solo tenemos sedimentos marinos de esa época. Se tiene la impresión de que la evolución terminó hace tiempo y que solo queda una suerte de microevolución. Es decir, tenemos ciertas “explosiones evolutivas” sin precedente alguno y, luego, la conservación de los tipos con ligeras variantes. Todos los mamíferos, por ejemplo, aparecen en un breve lapso 395 396 397 398 399

Págs. 15-15. Pág. 17. El autor cita a Maurice Vernet: « L’Évolution du Monde Vivant » Plon. 1950. Pág. 20. Págs. 22-24. Pág. 26.

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de tiempo400. Nada, pues, avala el lento aparecer de las especies que supone la teoría. Respecto del “mecanismo responsable” de la evolución, la teoría actual mezcla a Lamarck, Darwin y De Vries 401. La gran objeción radica en el mecanismo de la herencia, los genes, el ADN, el ARN, etc. El código genético está organizado de modo de impedir toda evolución. Porque un órgano nuevo exige una remodelación total del organismo que lo “sufre”; la cual tiene que ser “autorizada” por él. La única evolución que nos consta es la que logran los criadores humanos al crear nuevas razas. ¿Hace otro tanto la naturaleza? Es posible. A eso llamamos “micro-evolución”.

6.8. GEORGE SALET

Georges Salet, matemático y biólogo francés, ha salido al paso al libro El Azar y la Necesidad del premio Nobel Jacques Monod. Más no se limita a refutarlo sino que realiza el estudio más completo sobre el estado de la teoría a la luz de los últimos hallazgos matemáticos y biológicos que haya leído. Como también ha cultivado la filosofía y la teología, tenemos en nuestras manos una obra enciclopédica del saber actual, hasta donde es humanamente posible, en lo que respecta al tema que estamos investigando. Obra voluminosa, más de quinientas páginas, merece una atenta lectura. Nos limitaremos a destacar sus ideas más importantes. En la introducción muestra dos cosas: La antítesis fijismoevolucionismo, que tanto gusta destacar a los evolucionistas, es una manera simplista de plantear el problema; a lo que hay que agregar que el origen de las especies es un misterio que el evolucionismo es incapaz 400 401

Pág. 35. Págs. 36 y ss.

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de explicar. Reconoce un mérito a la teoría: Su fuerza radica en lo que se refiere a la desaparición o modificación de órganos; en cambio, es incapaz de explicar la adquisición de órganos y funciones nuevas, adquisición necesaria para la aparición de una nueva forma biológica. Viene avalada, además, por la unidad de composición y funcionamiento de los seres vivos. Precisa que el mecanismo reconocido por la teoría, basado en mutaciones y selección, fracasa ante la ausencia de aparición de órganos nuevos en muchos millones de años 402. Dada a conocer su visión general, pasemos a algunos detalles. Comencemos estudiando la biología molecular. Ella nos enseña que un ser vivo es una estructura que, en el caso humano, incluye trillones de células403. Cada una de ellas, a su vez, es un sistema cerrado complejísimo, es un verdadero laboratorio químico. El ADN, su material genético, está formado por millones de nucleótidos. Son de cuatro tipos A,T,G,C; los que se ordenan de un modo maravilloso, propio de cada especie. Lo más sorprendente es que todo está auto regulado 404. Esta propiedad es, tal vez, lo más propio de la vida. Incluso en la bacteria, unicelular, la regulación es de una complejidad inaudita 405. ¿Cómo se formó semejante estructura? Es lo primero que habría que explicar. La reproducción celular también nos llena de asombro. Más aún la de los pluricelulares. ¿Cómo y por qué cada tejido se forma allí donde hace falta?406 Todo ocurre como si el huevo tuviese grabado el plan de construcción del adulto; de allí la identidad que muestran los gemelos. Como el ADN es heredado, puede sostenerse que nada hay en los hijos que no existiese ya en los padres 407. Claro está que las mutaciones en algo alteran la herencia; las que, a su vez, se heredan. Se reconoce, en la

402 403 404 405 406 407

Pág. 15. Pág. 40. Pág. 59 y ss. Pág. 65. Pág. 73. Pág. 77.

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actualidad, que si alguna altera un órgano vital, es letal408. Por eso, su acumulación sólo puede explicar la aparición de razas nuevas. Estas observaciones llevan a distinguir la micro de la macro evolución409. La primera se limita a modificaciones orgánicas limitadas (…) que excluye toda formación de nuevos órganos410. Los mecanismos que la producen son: las mutaciones, la selección natural y el aislamiento de las poblaciones. En la vida salvaje, la regla es la estabilidad o una modificación lenta de la especie. Es necesario agregar que la intervención del hombre puede acelerar el proceso. La macro-evolución es la que usan los darwinistas y supone la transformación de una especie en otra diferente y así suben hasta llegar a los tipos fundamentales de la clasificación sistemática. En la base de este modo de pensar está la reducción de toda diversidad biológica a una mera diferencia cuantitativa entre uno y otro taxón. En verdad, hemos de reconocer que hay una diferencia de naturaleza en los primeros taxones porque es necesaria la creación de nuevos órganos. Mientras la micro era indiferente o regresiva, la macro debería ser siempre progresiva. La discusión se centra en esta última. Salet nos llama la atención sobre un hecho: No suele distinguirse dos tipos muy diferentes de evolución: la molecular y la biológica. La primera permite la transformación de una molécula en una célula viva; la segunda, la de una especie en otra411. No hay que confundirlas ya que es muy diferente su estudio. La primera implica a las ciencias físicas y químicas únicamente; la segunda, a la biología. El ser vivo se multiplica por su ADN. Esto es lo primero que hay, pues, que explicar. Como las bacterias poseen algunos miles de genes y los mamíferos algunos millones, ha habido un enriquecimiento 408

Pág. 98. Ya vimos lo difícil que era usar este término apropiadamente en esta materia. Darwin jamás lo usó. Salet usa el término tal como hoy es generalmente empleado. 410 Pág. 100. 411 Pág. 105. 409

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notable. No bastaría explicar dicho aumento, lo más asombro es que sea funcional; su mismo orden es funcional. ¿Por qué lo es y cómo se formó? Nadie lo sabe. Tenemos algunas explicaciones vagas que no reposan en ningún hecho experimental412, tampoco la hay que sea funcional. En este nivel, hablar de evolución es sólo dar una explicación verbal carente de contenido. Notemos que la selección “selecciona lo que existe”, no lo crea 413; y es esto lo que hemos de hallar. Según la teoría, sería el azar quien produciría la novedad. Cuénot, burlándose, decía que invocaban un azar seleccionado. Aunque no lo creamos, el azar obedece a leyes que estudia el cálculo de probabilidades 414. Ya Guye, en 1921 y Lecomte de Nuy, en 1945, intentaron aplicarlo a la evolución. Como todo este problema es objeto de un estudio matemático que nos llevaría muy lejos a materias que desconocemos, nos limitaremos a las conclusiones. Los físicos sostienen que no pueden producirse fenómenos que contraríen las leyes del azar. Fue Emil Borel 415 quien llevó adelante numerosas investigaciones sobre esta cuestión. Estas leyes son las que permiten hacer los “cálculos de probabilidades” que dan seguridad a las empresas de seguros, por ejemplo. Se trata de un estudio matemático, por lo que es ajeno a la experiencia, y nos lleva a lo que llaman la ley de los grandes números 416. Así llegamos a la ley de Borel que indica la imposibilidad de la repetición de los acontecimientos muy poco probables y al umbral de imposibilidad417. Este enseña que, bajo ese umbral, no se producirá el acontecimiento. Según Borel, el umbral de imposibilidad absoluta es de 10-200. Es un número ¡seguido de doscientos ceros! Para hacerse una imagen, Salet nos dice que el número máximo de tetrápodos que puede haber habitado la tierra desde su origen es de 412

Pág. 113. Pág. 116. 414 Pág. 121. 415 Matemático francés, profesor de la Sorbona y miembro del Instituto de Francia. 1871-1956. 416 Pág. 131. 417 Pág. 137 y ss. 413

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1025. 418. En cuanto a las mutaciones en los seres vivos, el umbral es de 10-50, si nos limitáramos a los tetrápodos, sería de 10 -30, y la de los acontecimientos químicos es de 10-90. Para nosotros, los legos, estos números nos guían en el siguiente sentido: Si hallamos una probabilidad que supere ese número, ésta jamás se dará; o, dicho como le gusta a los matemáticos, su probabilidad tiende a cero. Salet nos invita a aplicar estos conocimientos a las mutaciones sobre las que reposa actualmente el darwinismo. Como todo este estudio matemático está fuera de mi competencia y, probablemente, también de la del lector, nos limitaremos a las conclusiones científicas que el autor va desarrollando en diversos capítulos. El primer problema a abordar es el del tiempo necesario para que la evolución produzca los frutos que de ella esperamos. La teoría más aceptada hoy es la que enseña que las mutaciones modifican al azar a los seres vivos y la selección conserva las útiles 419. El gran problema radica en que esa mutación ha de crear un órgano no codificado en el ADN anterior. Los estudios ya realizados por el autor lo llevan a asegurar que, para que aparezca un órgano nuevo, se necesitaría más tiempo que el que los astrónomos otorgan al universo total420. Llamamos órgano a todo lo que en el cuerpo cumple una función, es decir, una actividad421. Suponer que la función crea al órgano es un absurdo manifiesto porque, sin él, no hay función. Ambos son inseparables: órgano y función. Hay funciones constructivas que edifican nuestros órganos durante la ontogénesis, especialmente durante el período embrionario del animal. Todo lo cual comienza por síntesis orgánicas, resultado de la actividad del ADN. Ella construye al animal. Este proceso es el que se llama ontogénesis. Para que aparezca un órgano o función nueva se necesita un encadenamiento metabólico nuevo. ¿Cuál 418 419 420 421

Tetrápodos, es decir, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Pág. 179. Pág. 179-180. Pág. 183.

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es su probabilidad? Salet estima que sobrepasa al 10 -10 y podría superar al 10-20 para las encimas más simples. Las más complejas nos llevarían a cifras superiores al cuadrado de las dadas422. Mas, como la variación afecta a un solo gen y no a los demás, la cifra real supera ampliamente el umbral de imposibilidad. Comprendemos mejor esta conclusión del biólogo si recordamos que tenemos unos diez millones de genes. El tiempo necesario para ello supera ampliamente el de los períodos geológicos423. Nuestro autor concluye: El neodarwinismo es sólo una martingala ilusoria424. Salet, además, explica la naturaleza tan compleja de los aminoácidos que forman los genes, complejidad que confirma su conclusión. Por todo lo cual rechaza el supuesto caldo primitivo. Todo este estudio matemático es muy largo, por lo que lo interrumpimos aquí. Sólo diré que no he hallado jamás, en ningún partidario del darwinismo, la más leve alusión a estos estudios que, por lo demás, son bastante antiguos. Como yo, tampoco son matemáticos; pero deberían enfrentar la objeción que nos asegura que su teoría es matemáticamente imposible. Como las matemáticas rigen a todos los seres corporales, la evolución, tal como la conciben los darwinistas, jamás se ha dado. Añadamos algunas reflexiones. Un animal es un organismo, es decir, un conjunto armónico de órganos; de modo que el órgano nuevo ha de ser coherente con el conjunto, por lo que su aparición exige una reorganización del todo. No basta que aparezca un ojo, lo que ya es asombroso; se necesita que se una al cerebro y que éste esté capacitado para recibir e interpretar esa información nueva. Ya Vialleton mostró su imposibilidad, nos recuerda el Autor 425. Obviamente, esta demostración no niega la construcción de órganos por el ADN, sino la producción de órganos nuevos por mutaciones azarosas encadenadas, como postula la 422

Pág. 191. Hasta ahora no se ha comprobado nunca la aparición por mutación de una nueva función por sencilla que sea. Pág. 190. 423 Pág. 194. 424 Pág. 196. 425 Págs. 225-6.

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teoría neo darwinista. Aunque no lo diga Salet, recordemos que esta objeción acaba con el darwinismo, pero no afecta la teoría filosófica de Spencer que sostiene que la evolución es regida por leyes; lo que lo llevó a suponer la presencia de una inteligencia. El Filósofo de la ciencia se detuvo allí. Tal conclusión, según él, no pertenecía a su campo propio sino al de la metafísica, teología o poesía. Así comprendemos que, como la teoría actual es el contubernio de ambas, es ininteligible, y, por lo mismo, indestructible. Es el precio que hay que pagar por meterse a filosofar sin haber estudiado filosofía. Cerremos el paréntesis y regresemos al libro que estamos reseñando. La selección natural es evaluada por Salet a la luz de lo que ya hemos expuesto. Toda su fuerza radica en que una modificación accidental y ventajosa en una especie favorece su multiplicación y perjudica a la que carece de ella. Hay que comprender que toda su eficacia se limita a esto. Por ello su acción es muy limitada. Su extrapolación a toda la clasificación sistemática, propia de la teoría actual, se basa en un sofisma: la aparición de un nuevo órgano por mutación426. La modificación accidental de un órgano ya existente, se ha transformado en la aparición de uno totalmente nuevo. Esta afirmación, además de ser gratuita, enfrenta la imposibilidad matemática ya estudiada. Por lo demás, como tantos otros, Salet insiste en el valor estabilizador, conservador de la selección natural427. Por eso califica de sofisma la pretensión de que la selección natural origine órganos nuevos. La única salida que le queda, a su juicio, al darwinismo, neo o antiguo, sería que el ADN del organismo primitivo contuviera todos los actuales. No es el caso de los unicelulares conocidos, ni actuales ni pasados 428. Salet está consciente de las dificultades de la taxonomía, sin bien no hace un estudio filosófico de ellas. Parece claro que los grupos tienen un origen diferente ya que difieren orgánicamente entre sí. ¿Dónde situar el origen de cada grupo? ¿En lo que hoy llamamos género, 426 427 428

Págs. 244 y ss. Págs. 255 y ss. Págs. 279 y ss.

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orden, clase o cualquier otro? Tal cuestión no ha sido suficientemente estudiada. Hay que desechar, eso sí, un árbol genealógico único y no aventurar hipótesis como se lo hace hoy. Aprovecha la ocasión para tildar de ignorante a Teilhard de Chardin429 que pretende enlazar los reptiles con los mamíferos. La ausencia de eslabones perdidos es lapidaria. Los grupos son genéticamente distintos y es imposible fijar la época de su aparición. Se supone hoy, no Darwin, un origen molecular de la vida. Las diversas teorías se originan en 1924 y las inició Oparin 430. Acusa a los investigadores de estas hipótesis de haber creado conceptos arbitrarios, como el de vida sin organismo, genes desnudos, etc., para justificar el paso de la molécula a la célula. Además de carecer de base empírica, se recurre a suponer un principio de orden superior; ahí abandonamos la biología, comenta Salet 431. La gran dificultad de todas estas hipótesis radica en las proteínas. Son una realidad tan compleja como lo es el de la duplicación del ADN. En verdad, estas teorías se limitan a señalar el posible origen de los elementos químicos básicos; de ahí a un ser vivo hay un abismo que hasta Monod reconoce 432. Atendido el umbral de imposibilidad cósmica, Salet no puede ser más tajante: Resulta que la materia no ha podido organizarse espontáneamente en forma de células sobre ninguno de los trillones de planetas que existen en el universo433. Ahora nos presenta la disimetría de los seres vivos, realidad biológica que escapa al conocimiento de los legos. Se trata de hallar un centro o punto desde el cual establecer una simetría en un ser vivo. Así lo es la cara, pero no lo es la mano, por ejemplo. La mayoría de las moléculas poseen dicha simetría, no así las células434. Pasteur puso aquí el límite entre la materia inerte y la viva. El ADN no lo es y al 429

Pág. 288. Bioquímico ruso. 1894-1980. 431 Pág. 303. 432 Pág. 316. Jacques Monod, premio Nobel en 1965 por su contribución a la fisiología de la medicina (1910-1976. 433 Pág. 317. 434 Págs. 324-325. 430

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reduplicarse mantiene su asimetría por lo que queda impedida la evolución por azar de los seres vivos 435. Salet acusa a los partidarios del origen molecular de la vida por selección natural de hacer uso de martingalas y los refuta matemáticamente436. Parece que el último recurso que les queda a los partidarios de la evolución consiste en invocar la ley natural; la física, no la moral, por cierto. Salet la define así: Una relación constante entre dos o más fenómenos437. De este modo, en palabras de Oparin, la aparición de la vida sobre la tierra no se debería a una feliz casualidad, sino que debería ser considerada como un fenómeno inseparable de la evolución general de nuestro planeta438. Se trataría, pues, de una necesidad. Como vemos, regresa el filósofo Spencer en gloria y majestad y desaparece Darwin. Pero nadie ha hallado esa ley y, hasta Oparin lo reconoce, las leyes de la termodinámica y de la cinética química no pueden por sí solas conducir a la vida… hacen falta leyes nuevas para explicarlas439. Muchos científicos acuden a su aceptación de lo espiritual para fundamentar el transformismo. Admiten la creación inicial tal como Darwin. En realidad se trata de un compromiso inconsistente entre dos conceptos opuestos, señala Salet440. Supone que Dios ha dado leyes especiales a la naturaleza para que aparezca la vida; lo único malo es que tales leyes no han sido halladas. Con Bergson, algunos piensan en un cierto espíritu que guía directamente el proceso. Sería una inteligencia prodigiosa, qué duda cabe; por desgracia, la mutaciones parecen deberse 435

Aizpún nos indica que cada célula de un ser humano contiene seis mil millones de bases de ADN. Pág. 15. 436 Págs. 3337-343. 437 Pág. 345. 438 Pág. 344. 439 Pág. 351. 440 Pág. 356

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al azar y no a una planificación inteligente441. Salet reconoce que tales teorías son filosóficamente aceptables, pero carecen de base empírica y, obviamente, no pertenecen a la ciencia biológica. A partir de aquí, Salet abandona la biología y se introduce de lleno en la filosofía. ¿Por qué? Porque la ciencia ha logrado un éxito casi total en la explicación de los mecanismos vitales y de su transmisión; éxito acompañado de un fracaso total en cuanto al origen de los seres vivos. Fracaso que aumenta a medida que mejor conocemos esos mecanismos442. ¿El biólogo ha de abandonar el campo y dejarlo a la filosofía? A Salet le parece que no. Para que los científicos no se asusten, los llama a reconocer que las realidades científicas no son hechos directamente observables, sino hipótesis que dan cuenta de los hechos443. Lo que sucede no solo en astronomía sino en muchas ciencias y nos da varios ejemplos de ello. Los científicos deberían saber que los metafísicos también parten de la experiencia y tienen el mismo fin: comprender la realidad. Por lo que no hay desacuerdo entre verdaderos filósofos y verdaderos científicos. La ciencia debería constituir el fundamento de toda filosofía digna de ese nombre. Evitemos oponerlas, limitémonos a distinguirlas. En cuanto al origen de los seres vivos y su imposibilidad matemática, si nos atenemos a las hipótesis neo darwinistas, conviene reconocer un hecho: Es una certeza que la inteligencia puede crear objetos altamente finalizados muy poco probables444. Por algo es definida como la facultad creadora del hombre, lo que la distingue del instinto animal. No queda más que reconocer, en nombre de la ciencia, que la inteligencia es la única realidad conocida capaz de originar los

441 442 443 444

Pág. 360-362. Pág. 365. Pág. 367. Pág. 371.

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seres vivos. El biólogo se detiene ahí y deja al filósofo que continúe la investigación y trate de reconocer las propiedades de tal inteligencia 445. Salet termina la parte estrictamente científica de su libro concluyendo que, ante el problema del origen de las especies, pueden adoptarse varias actitudes: Ante la imposibilidad de hallar una respuesta razonable, desinteresarse del problema. Empecinarse y asegurar que el problema hallará su solución mañana. Como si estuviéramos practicando un acto de fe. Adoptar un transformismo espiritualista; sea una intervención de Dios, sea la teoría vitalista que algún éxito tuvo en un pasado próximo. Salet nos llama a adoptar la única razonable: reconocer la anterioridad de la inteligencia a la vida446. Terminemos este breve resumen de tan enjundiosa obra con una cita de J. Rostand que no tiene desperdicio: ¿La teoría de la evolución produce completa satisfacción y tranquilidad de espíritu? Ciertamente, no, pues, por una parte, deja sin respuesta deliberadamente la formidable cuestión del origen de la vida, y, por otra, solo produce soluciones ilusorias al problema, no menos formidable, de la naturaleza de las transformaciones evolutivas. Creo firmemente –porque no veo ninguna manera de hacerlo de otro modo- que los mamíferos proceden de los lagartos y los lagartos de los peces, pero afirmo que, 445 446

Pág. 371 y ss. Págs. 376-377.

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cuando pienso en ello, debo hacer esfuerzos para olvidar que esto es una enormidad indigesta y prefiero dejar en la vaguedad el origen de estas escandalosas metamorfosis a añadir a su inverosimilitud la de una interpretación irrisoria447.

&&&&&&&&&&&&&&

Permítasenos agregar la opinión de William Provine 448 que nos proporciona Aizpún: La selección natural no actúa sobre nada, no selecciona (ni a favor ni en contra, ni fuerza, maximiza, crea, modifica, conforma, opera, dirige, favorece, empuja o ajusta. La selección natural no hace nada (…) Que la selección natural seleccione viene bien porque nos evita tener que hablar de la verdadera causa eficiente que produce la selección natural. Hablar de ello podía ser excusable para Charles Darwin, pero no para los evolucionistas de hoy día. Los creacionistas han descubierto nuestro lenguaje vacío en torno a la “selección natural” y las “actuaciones” de la selección natural constituyen blancos muy vulnerables449. Provine ha reconocido una gran verdad: La famosa metáfora de Darwin ha estado ocultando la ignorancia del verdadero problema. ¿Cuál es la causa eficiente de la evolución? Era claro desde el comienzo: Las 447

Págs. 450-451. La cita está tomada de Figaro Littéraire N° 574, 20 de Abril de 1957. Nacido en 1942, profesor en Cornell University, famoso por su defensa de Darwin y su oposición a la teoría del diseño inteligente. Ateo militante. 449 Evolucionismo… pág. 171. Aizpún cita el libro The Origin of Theoretical Population. Genetics. Págs. 199-200. 448

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variaciones espontáneas que se producen en los seres vivos. Como Darwin ignoraba absolutamente la causa de tales variaciones, no tuvo más remedio que reconocerlo y declarar que se producían por casualidad. Esta palabra vino a convertirse en la causa eficiente de todo el proceso en sus sucesores. Pero, como ya hemos dicho, el azar no es más que el reconocimiento de nuestra ignorancia; no tiene lugar en la ciencia. ¿Aceptaría Ud., estimado lector, que el médico que consulta le dijera, como diagnóstico definitivo, que está enfermo por casualidad? ¿Daría por terminada la consulta con tal respuesta? Es conveniente destacar otro punto encarecido por los partidarios de la teoría del diseño inteligente. Se estima que el primer ser vivo es la bacteria450. Este ser vivo es unicelular. Ahora bien, las primeras bacterias son procariótidas, es decir, células que carecen de un núcleo diferenciado en su interior. Éstas se multiplican por división. Se conoce gran diversidad entre ellas. La teoría darwinista carece absolutamente de explicación de esta diversidad ya que no puede hablarse aquí de lucha por la existencia ni de selección natural. Lo más asombroso radica en que se mantienen hasta hoy inalteradas y continúan siendo la base de la biosfera. Su capacidad de adaptación se sobresaliente. Si se usa esta capacidad como criterio de perfección, estas células son los seres vivos más perfectos. Estos son hechos que desafían la teoría de la evolución. Los pluricelulares están conformados por células eucariotas, es decir, con núcleo; además, cosa sorprendente, en su interior se hallan hospedadas muchas células procariótidas. En un ser vivo pluricelular, las células carecen de vida propia. No se trata de un conjunto de células unidas por no se sabe qué fuerza. Son el resultado de la acción de una sola célula. El origen de las eucariótidas es tan desconocido como el de las procariótidas. En ambos casos, el neodarwinismo no tiene nada que decir que tenga alguna probabilidad razonable. Lo más sorprende radica en el hecho de que las procariótidas crearon el ambiente que hizo posible la aparición de los pluricelulares. No es el ambiente anterior a la 450

Puede verse en Aizpún, o. c. págs. 173 y ss.

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magnífica diversidad de seres vivos que hoy observamos, sino que son ellos mismos los que han creado el hábitat que les permite vivir. Incluso, el evolucionista Dobzhansky postula que el origen de al menos catorce tipos fundamentales de pluricelulares ocurrió de manera independiente en un breve tiempo geológico, sin conexión alguna entre ellos. Todos de los procariótidos, obviamente. Habrá que creerlo por fe en la evolución, pero al costo de ver desaparecido el origen único de los seres vivos. Para colmo de males, hay una interdependencia entre los seres vivos que carece de explicación en la visión evolucionista. No es posible suponer un solo tipo de bacteria en el origen de toda la diversidad. Esta teoría no es compatible con los estudios ecológicos tan en boga en la biología actual. Otro aspecto que ha sido muy bien estudiado por Grassé, es el de los instintos 451. Nos limitaremos a algunas reflexiones elementales. Parece obvio sostener que los animales sobreviven gracias a sus instintos. Al menos los que mejor conocemos, los metazoos superiores. Gracias a ellos se adaptan a su ambiente, conviven con sus semejantes, hallan pareja y un largo etc. Es igualmente patente que hay una base fisiológica que los sustenta. Sin embargo, esto no basta. Se necesita de un estímulo significativo para el animal. Peor aún. El mismo estímulo nada significa hasta que el animal está en una situación dada; por ej., necesita construir su nido, paralizar una araña, o lo que sea, a fin de reproducirse. Entonces un estímulo que lo había dejado siempre indiferente, pasa a desencadenar una conductica instintiva complejísima e infalible, al decir de algunos. Darwin reconocerá su absoluta ignorancia respecto de su origen, como además, lo reconoció respecto del origen de la vida. Parece que hemos de considerar que un animal despojado de sus instintos sería absolutamente inútil. La explicación evolutiva propuesta por el darwinismo no es aplicable a este aspecto vital. Además, sorprende la perfecta adecuación entre el físico, la fisiología y la 451

“El Hombre ese Dios en Miniatura”. Estudia los complejos instintivos en el capítulo quinto.

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conducta instintiva de los animales. Todo perfectamente armonizado. Nuevamente, no podemos evitar la convicción de que estamos ante un diseño realmente muy inteligente 452.

452

Aizpún también trata muy brevemente este aspecto en las págs. 213-215.

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7. CAPÍTULO SÉPTIMO LA TEORÍA DEL DISEÑO

En la segunda mitad del pasado siglo, surgieron voces que postularon una nueva comprensión de los seres vivos que, según sus autores, era superior a la interpretación mecanicista de los mismos. En 1993, se reunieron en Pajaro Dunes, California, EE.UU., para intercambiar ideas y afinar el nuevo paradigma biológico 453 que éstas preconizaban. Estos biólogos piensan que un ser vivo revela que ha sido diseñado por una inteligencia. El entenderlos así fomenta nuevas investigaciones dejadas de lado por la visión mecanicista y naturalista del darwinismo y explica mejor su naturaleza, a su juicio. No resulta sensato, pues, desecharla por un prejuicio ideológico. ¿Es tan nueva esta comprensión, me permito preguntar? En verdad, fue el paso que dio Aristóteles en el siglo cuarto anterior a nuestra era y que le permitió superar el mecanicismo de los filósofos que le habían precedido. Al estudiar el movimiento y hacerlo comprensible, hubo de distinguir la materia de la forma en todo cuerpo material, es decir, todo cuerpo está conformado por una base material provista de un diseño al que llamó forma. Al abocarse a los seres vivos y descubrir su heterogeneidad, advirtió que su forma, su diseño, era inmensamente superior a las de los cuerpos materiales, por lo que las llamó almas. De este modo llegó a la conclusión de que la causa primera del universo era 453

Thomas S. Kuhn, publica en 1962 su libro: La Estructura de las Revoluciones Científicas, donde da a conocer este nuevo concepto. Llama paradigma científico a una visión de la realidad que permite unificar una serie de hechos y explicarlos. Al aparecer nuevos hechos, se produce una revolución científica que cambia el paradigma; evento que ha ocurrido varias veces en la historia. De más está decir que los partidarios del antiguo paradigma lo defienden e impiden el progreso científico. Es lo que ocurre hoy con el paradigma evolucionista darwiniano, por lo que muchos científicos han perdido su estatuto académico por su desacuerdo con él; por lo mismo, el nuevo paradigma, el diseño inteligente, es resistido. Vemos que Kuhn, con esta palabra, se refiere a lo que siempre se llamó teoría.

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una inteligencia, ya que es propio de ella el ordenar. La forma, el diseño, ordena a la materia y la distingue en diversos órdenes básicos que el Estagirita llamó elementos. Claro está que la nueva interpretación de la biología actual no nace de la lectura del Griego famoso sino de los descubrimientos de la bioquímica a nivel microscópico. Podemos decir que ha regresado a la explicación de Aristóteles sin advertirlo, llevada, como de la mano, por los nuevos conocimientos, desconocidos en los tiempos antiguos.

7.1. MICHAEL J. BEHE

Comencemos consultando su libro: La Caja Negra de Darwin. El reto de la bioquímica a la evolución. Comienza este libro asentando la imposibilidad en que se halla la ciencia biológica actual para explicar el origen de la vida. Hemos descubierto que la vida es un fenómeno molecular complejísimo. Descubrimiento que ha tenido la virtud de paralizar todo intento de explicarlo454. A su juicio, la actual teoría evolucionista debe ser discutida al nivel microscópico, por la sencilla razón de que ahí se hallan las bases de la vida455. Es conocida la dificultad que enfrenta Darwin en el capítulo sexto de su libro cuando se aboca a órganos de gran complejidad, como el ojo. Eludió la respuesta y se limitó a señalar que había antecedentes previos a su aparición456. ¡Si hubiese sabido que el primer ser vivo, la célula, es inmensamente más complejo que un ojo! Los pequeños cambios en que basa toda su teoría son, a nivel molecular, enormes, gigantescos, simplemente imposibles 457.

454 455 456 457

Pág. 12. Pág. 19. Págs. 34-36. Pág. 41.

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Cita, además, a algunos investigadores destacados que se han atrevido a desafiar al establishment. Reproduzcamos tan sólo algunos juicios particularmente sabrosos. Ya George Mivart, en 1871, hacía críticas muy similares a las actuales 458. Lynn Margulis, conocida bacterióloga, sostuvo que el evolucionismo era una secta religiosa menor del siglo veinte. En una conferencia desafió a los evolucionistas a que mostraran un solo ejemplo inequívoco de formación de una nueva especie por acumulación de mutaciones. Nadie ha recogido el guante, como ya vimos 459. Mae-Wan Ho, genetista, nos asegura que los éxitos de la teoría de la evolución se limitan a minucias 460. En definitiva, según nuestro autor, el darwinismo es aceptado por el argumento de autoridad461, lo que no es muy científico, por cierto; por lo que los expertos que ponían serias objeciones a dicha teoría eran silenciados, ocultados, negada su existencia, como hemos visto. El mismo Darwin escribió: Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano complejo que no se pudo haber formado mediante numerosas y leves modificaciones sucesivas, mi teoría se desmoronaría por completo462 Según Behe, toda célula cumple esta condición. Para probarlo crea un nuevo concepto: “irreductiblemente complejo”. Un sistema de este tipo desmorona la teoría de Darwin. Como se trata de un concepto nuevo, veamos cómo lo define este biólogo: Con esta expresión me refiero a un solo sistema compuesto por varias piezas armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en la cual la eliminación

458

Pág. 50. Nacida en 1938, fallecida en 2011.Pág. 45. 460 Nacida en 1941. Pág. 47. 461 Pág. 50. 462 Pág. 60. Behe cita el capítulo sexto, pág. 131 en la traducción que he manejado. 459

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de cualquiera funcionar463.

de estas

piezas impide al

sistema

Podemos apreciar que equivale al que veremos en el libro siguiente: complejidad específica y, también, al antiguo concepto de organismo. En todos ellos se exige la complejidad y el cumplimiento de una función o especificidad. Lo de “irreductible” implica que no se puede formar paulatinamente, porque cualquier pieza que falte anula su funcionamiento. O sea, el sistema sería incapaz de funcionar mientras no termina la evolución supuesta. Ahora bien, la complejidad específica bioquímica es simplemente abrumadora tal como lo es la complejidad irreductible464. Nos topamos con ella a cada paso al estudiar a los seres vivos. Para que comprenda hasta el menos capacitado, Behe nos pone un ejemplo. Nos encontramos con una pequeña trampa para cazar ratones. Se venden por miles en los mercados. Nada más simple: una pequeña pieza de madera, otras piezas pequeñas de metal, un seguro, algunos tornillos… A pesar de su sencillez, nadie duda de su diseño inteligente. Ninguno de esos elementos sirve de nada aislado. Si falta uno solo, de nada sirven los presentes. Cada uno ha de estar en su sitio y tener un tamaño exacto para poder cumplir su función. Tampoco se unen espontáneamente entre sí ¿Qué preside su construcción? Una idea: cazar ratones465. Ésa es, cabalmente, su función, o, si se prefiere, su finalidad. Eso es lo que explica su existencia. En los siguientes capítulos, Behe estudia cinco sistemas interiores a la célula, ejemplos de esa complejidad abrumadora. Podría exponer muchos más, naturalmente, por supuesto. Limitémonos a nombrarlos: las proteínas que pueden llegar a contener, las más complejas, hasta quinientos aminoácidos; la coagulación de la sangre, indispensable para que sobreviva un animal de sangre caliente; la 463 464 465

Pág. 60. Pág. 68. Págs. 63-66.

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complejidad de la célula que tiene un centro y más de veinte secciones trabajando ordenadamente; el sistema inmunológico, indispensable para sobrevivir; el fundamento de la vida: proteínas, aminoácidos, nucleótidos formados por átomos de diversa naturaleza y unidos y funcionales en todo ser vivo. Ninguno de los sistemas estudiados puede ser explicado al modo darwinista; sin ellos, salvo el referido a la sangre, no hay seres vivientes. No cabe duda, la vida obedece a un diseño, ha sido pensada, porque cada parte cumple una función que la trasciende, resultado típico del trabajo de una inteligencia, como lo pudimos apreciar en la muy simple trampa para cazar ratones 466. No importa que la biología no conozca al diseñador, eso será objeto de otra ciencia; pero no puede negar lo que se presenta ante sus ojos: un sistema irreductiblemente complejo. Sobre todo, cuando esa complejidad es abrumadora, como hemos visto. Al que le interese, le recomiendo que lea sus reflexiones sobre Paley y su argumento del reloj; la refutación de Hume que, supuestamente, lo invalida, y la defensa del mismo hecha por diversos filósofos que Behe cita para concluir destacando la falta de comprensión de Hume y la validez del argumento en sí, despojado de las limitaciones de Paley467.

7.2. DISEÑO INTELIGENTE. HACIA UN NUEVO PARADIGMA CIENTÍFICO

La mayoría de los capítulos de este libro están tomados de otros escritos por los que no hay un autor único sino varios que, desde distintas especialidades, coinciden en su conclusión: hay que reconocer 466 467

Pág. 241. Págs. 264-271.

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la presencia del diseño inteligente en todo ser vivo 468. Por ello su bibliografía es monumental, cita a más de ciento cincuenta investigadores, la mayoría de los cuales se oponen a las teorías evolucionistas. Al contrario de lo que hacen sus opositores, estos autores citan también a los principales defensores del neo-darwinismo y otras teorías similares; sin embargo, el número de opositores citados los supera ampliamente. Digo esto nada más que para silenciar, una vez más, la falacia según la cual, en la actualidad, todos los biólogos aceptan las ideas de Darwin. A estas alturas, insistir en tal aserción implica mala fe, lo propio de toda falacia. El libro comienza denunciando cuán frágiles son los fundamentos de la teoría evolucionista actual. No temen calificarla de reduccionismo469. Veamos, brevemente, cómo demuestran tan grave acusación. La biología actual ha descubierto que la clave de todo ser vivo está en la “información”. Aunque el término está tomado de la técnica, hay diversas ciencias que lo usan desde hace mucho: medicina forense, criptografía, arqueología, etc. Últimamente, la búsqueda de inteligencia fuera de nuestra tierra, SETI470 según sus siglas en inglés, le ha dado inusitada importancia 471. Se trata de reconocer una causa inteligente como responsable del hecho estudiado. En biología ha dado origen a dos nuevos conceptos: complejidad especificada e irreductiblemente complejo472. En los restantes capítulos del libro serán explicados estos conceptos. En nuestra vida diaria achacamos a diseño muchísimas cosas en vez de considerarlas fruto de la casualidad. Tal parece que la bioquímica nos enfrenta a hechos que exigen el mismo tratamiento 473. ¿Puede la ciencia justificar esta actitud propia del sentido común? Estamos ante 468

Los autores de los artículos citados son: William A. Dembski, Jonhatan Wells, Michael Behe, Stephen C. Meyer y Casey Luskin. 469 Prólogo. 470 Search for Extra Terrestrial Intelligence: Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. 471 Pág. 3. 472 Pág. 6. 473 Pág. 11

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cosas irreductiblemente complejas que muestran especificidad, conceptos nuevos que hay que explicar474. Ya vimos en Behe la explicación del primero. Agreguemos que debe ser distinguido de lo “acumulativamente complejo” que implica que el retiro sucesivo de sus componentes no conduce a la pérdida total de funcionalidad. Por ejemplo, una ciudad. Podemos suprimir varios de sus componentes y la ciudad sigue funcionando. En cambio, una realidad irreductiblemente compleja que es aquélla en la cual el retiro de uno sólo de sus componentes la hace perder su funcionalidad. Algunos investigadores comparan una célula con una ciudad, otros lo niegan por ser irreductiblemente compleja. En realidad, en todos los seres vivos nos hallamos ante esta complejidad irreductible, al menos en ese núcleo que les permite vivir. Basta que falle el hígado, el páncreas, los riñones, etc. para que muera un ser humano, aunque el resto esté perfectamente sano. Basta con que falle el cristalino o el nervio óptico, etc. para que la persona quede ciega. Con el segundo concepto, especificidad, nos referimos a la función que algo cumple. Está destinado a ello, es especificado por ello. Ninguna de estas características propias de todos los seres vivos puede ser explicada por el paradigma evolucionista actual, el cual se limita a obstruir la investigación que podría darnos alguna comprensión. Si suponemos una inteligencia que impone un diseño a la materia, todo se aclara. Un buen ejemplo de obstrucción nos lo dan los famosos órganos vestigiales tan caros al evolucionismo. Los científicos han ido hallando que son funcionales en el animal actual. ¡Hasta se calificó de basura a la mayor parte del ADN!475 El apéndice, ejemplo favorito de Darwin, pertenece al sistema inmunológico. ¿Tenemos derecho a negarnos a hacer uso de lo que otras ciencias no dudan en poner en acción? Un buen ejemplo, asequible a los no iniciados en las altas matemáticas, nos lo proporciona el evolucionista Carl Sagan en su novela Contact, libro que fue llevado al cine hace algunos años. La trama 474 475

Págs. 24 y ss. Pág. 29.

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que desarrolla en esa novela se funda en los estudios del SETI. Se reciben del espacio muchos ruidos. Los investigadores buscan si ellos responden a un patrón. Para ello usan un computador en el cual los van introduciendo. Escuchan una serie de sonidos separados por un pequeño silencio, que podemos representar así: 110111011111011111110, etc. Cada 1 significa ruido, cada 0, silencio; es decir, los ruidos nos dan los números 2, 3, 5 y 7. Pero la serie sigue y el computador descubre que nos están enviando la serie completa de números primos que hay hasta el número ciento uno. Si la serie se hubiera detenido en el 7, nadie habría sacado conclusión alguna porque se habrían escuchado tan sólo diez y siete ruidos, los que podrían haber sido considerados casualidad. Pero, en la novela, se escucharon un mil ciento veintiséis; demasiados para atribuirlos a ella. Notemos que la serie es contingente, ya que no hay necesidad alguna que la produzca. Si una cosa golpea otra, necesariamente se produce un ruido; que se repita una y otra vez ese golpe, ya no es tan fácil. Que se repita hasta completar la serie, cese y, pasado un cierto tiempo, vuelva a repetirse, nos permite concluir la presencia de un mensaje enviado por una inteligencia. Hemos descubierto un patrón que no puede explicarse por casualidad. Estamos ante una complejidad, muchos números, especificada, nos transmite un mensaje, y contingente: no cualquier serie, sino la de números primos sin ningún error. ¿Podemos atribuirlo a la casualidad? Sagan prueba así, en su novela, la existencia de seres inteligentes fuera de nuestro sistema solar. Notemos que Sagan se enorgullece de su darwinismo que excluye la presencia de la Inteligencia ordenadora del universo. Sin embargo, en esta novela, nos indica claramente cómo descubrirla. Claro que el mérito no es suyo sino del SETI, y él, al parecer, aún no saca la consecuencia que debería obtener. Varios capítulos del libro Diseño Inteligente nos explican cómo se infiere la existencia de un diseño. Como se basan en matemáticas avanzadas fuera de nuestro alcance, no podemos exponerlas aquí. Por desgracia, los biólogos evolucionistas tampoco las dominan, por lo que no pueden hacerse cargo de sus conclusiones que “desmoronan”, para

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usar el término de Darwin, sus teorías. Sin introducirnos en tan difícil ciencia, hemos de limitarnos a lo que sea comprensible para todos. No hay que olvidar, eso sí, que buenos matemáticos demuestran lo que enseñan y nos urgen a reconocer el diseño donde se encuentra. Podríamos sostener que está matemáticamente probado que un ser vivo es producto de un diseño inteligente. No está de más recordar que los filósofos, hace ya mucho tiempo, distinguieron diversos modos de demostrar algo. Como fundamento de toda demostración pusieron la experiencia sensible que usan las ciencias experimentales. A decir verdad, la inducción que ellas usan para sus demostraciones se limita a mostrar una probabilidad ya que es muy difícil universalizar una experiencia singular. Muy superior es la demostración matemática que, por ser deductiva, no admite lugar a dudas; salvo que el matemático se haya equivocado al razonar. En la cima está la demostración metafísica que, por desgracia, es de uso restringido. Así, la experiencia se limita, estrictamente, a lo singular; por lo que, su afirmación universal queda a la espera de que aparezca una nueva experiencia que la confirme o bien la contradiga. Por eso tantas leyes han ido a parar al cementerio de las ciencias. Por la misma razón, los científicos de hoy prefieren hablar de constantes estadísticas en vez de leyes, como ya dijimos. ¿Qué esperamos para reconocer la demostración matemática de la presencia de un diseño inteligente como causa de todo ser vivo? A esto nos llama este libro. El filósofo precisa que tal diseño es causa formal, no eficiente, distinción que ya explicamos. Cerremos el paréntesis y volvamos al libro que reseñamos. El concepto de “información” que usan estos matemáticos nada tiene que ver con el que usamos nosotros. Para nosotros, el término se refiere al conocimiento que podemos adquirir en nuestras investigaciones; por lo que buscamos información en los libros de ciencia, por ejemplo. En la bioquímica actual, se usa este término para señalar que se ha producido la actualización de una de las posibilidades

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con exclusión de cualquiera otra476; es decir, se trata de una selección, porque se realiza tan sólo una de las posibilidades presentes. Tal selección supone una cierta capacidad en quien la realiza. Esa capacidad es llamada información. Para estar seguros de su presencia se han de cumplir ciertos requisitos. Se exige, como primera condición, que lo seleccionado sea un evento contingente, puesto que si fuera necesario, habría habido tan sólo una posibilidad y no se podría hablar de selección. Como segunda, el que sea una realidad compleja para descartar la casualidad. Pongamos un ejemplo vulgar. Si tiro una moneda al aire cien veces y siempre cae cruz, reconozco que la moneda está cargada por lo que necesariamente cae siempre de la misma manera. No había contingencia. Y como había sólo dos posibilidades iniciales, no había complejidad, pero que se van multiplicando al aumentar el número de veces que he ejecutado la acción. Hay contingencia, puesto que la moneda puede caer en cara o cruz aleatoriamente. Por lo mismo, no puede caer siempre de la misma manera. Por eso exigimos, además, la complejidad que, sin dejar de ser contingente, parece necesidad. Allí es dónde hallamos la inteligencia que unió lo que no tenía por qué unirse. Como en la trampa para cazar ratones. Nadie duda hoy que en el ser vivo hay muchísima información; en otras palabras, hay mucha finalidad. Los pocos evolucionistas que lo reconocen, la atribuyen a la casualidad, o sea a nada 477. Niegan que haya una causa que explique el fenómeno. Además, ha de ser especificada como ya explicamos. En ese caso, hemos de reconocer el diseño inteligente determinado por la finalidad, y negar la casualidad, tal como lo hicimos cuando tiramos la moneda. Aplicada a la biología, los científicos que defienden esta nueva interpretación, tan nueva como Aristóteles, niegan ciertas certezas básicas afirmadas como dogmas por los evolucionistas, a saber, a) que los seres vivos se entiendan mejor de abajo-arriba, b) que las mutaciones 476 477

Págs. 65. Pág. 64.

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sean la materia de la evolución y c) la existencia de los vestigios en los seres vivos actuales. A estas tesis oponen sus contrarias: a) los seres vivos se entienden mejor de arriba-abajo; b) las mutaciones no conducen a la macro evolución, y c) toda característica de un ser vivo tiene una función, mientras no se demuestre lo contrario478. Gracias a esta nueva visión han dado una nueva explicación del cáncer, por ejemplo, que parece puede ayudar a curarlo479. Ese abajo-arriba, arriba-abajo se refiere a la consideración del ser vivo como un conjunto de partes que forman un todo, o bien, como un todo formado por partes. Es decir, los evolucionistas entienden al ser vivo desde las partes, los partidarios del diseño lo entienden partiendo del todo. Nos aseguran que se entiende mejor así que de la otra manera, ya que la parte se explica únicamente por su función en el todo. Es el todo el que exige su presencia y no a la inversa. Si hay un diseño, hay un diseñador. ¿Qué hace éste? Comienza por pensar en un propósito; en seguida, elabora un plan para ponerlo en práctica, y finalmente, procede a la especificación (selección) de los materiales a usar, o sea, a la aplicación del plan a los materiales. Es lo que hallamos en las células que pueden ser consideradas máquinas moleculares; es decir, reunión de muchas moléculas diferentes, perfectamente especificadas y funcionales. A ese nivel, la teoría de la evolución nada explica por el sencillo hecho de que pretende que sea un proceso sumamente lento que va produciendo una nueva especie por pequeños cambios insignificantes. Una célula, primer ser vivo, es una máquina que tiene que estar completa para funcionar, es irreductiblemente compleja 480. No se pudo formar lentamente. No cabe, pues, duda alguna de que fue diseñada, tal como la secuencia de ruidos imaginados por Sagan a que aludíamos más arriba. Las células y sus partes componentes son portadores de información increíblemente compleja. Haeckel y Huxley, por ejemplo, 478 479 480

Pág, 101. Pág. 103-113. Pág. 143.

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creían que el origen de la vida estaba en el protoplasma, sencillísima sustancia compuesta por oxígeno, carbono y nitrógeno. No hay tal. Las células, entre otros componentes, están formadas por proteínas, que son sustancias formadas por una maraña de aminoácidos, retorcida y encorvada481. Ninguno puede faltar y todos son específicos. No sólo eso, hay un orden, una jerarquía entre ellos. Otro tanto ocurre con las proteínas, una de ellas no puede reemplazar a otra, por ejemplo482. Bien nos ilustra el ADN formado por millones de nucleótidos de cuatro tipos: adenina, timina, guanina y citosina; ordenados de un modo especial según cada especie. Pero no basta el ADN para explicar la producción del nuevo ser vivo. Intervienen muchas otras sustancias, ARN, chaperones, etc. ¿Cómo negar el diseño? Cumple con las condiciones establecidas por el matemático W.A. Dembski, a saber: A) Hay especificación, hay un patrón, el cual coincide con un patrón de condiciones independientes, es decir, un patrón pre-existente; B) satisface un conjunto de requerimientos funcionales y C) es una realidad complejísima e irreductible483. Aún más, al interior de cada célula se realizan muchas funciones específicas diferentes y jerárquicamente ordenadas. Por ello se ha llegado a decir que una célula es un computador infinitamente pequeño pero mucho más avanzado que todo lo que el hombre ha construido484. Nadie duda que un computador ha sido diseñado, ergo… Pensar que esta complejidad especificada pudo producirse azarosamente es negado por el cálculo de probabilidades. A este nivel, los números son asombrosos, impronunciables. ¿Cómo se llama 10 125? Es un número seguido por ¡ciento veinticinco ceros! Pues bien, ésa es la probabilidad de que se produzca al azar una proteína formada por cien aminoácidos; ¿Cuál será la de una formada por trescientos aminoácidos? Como el tiempo es el recurso tras el cual se escudan los evolucionistas,

481 482 483 484

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los biólogos actuales aseguran que no ha transcurrido tiempo suficiente desde el inicio del universo para que se produzca una sola proteína de tal complejidad485. Pero cada célula tiene cientos de proteínas, cada una con su función. Se han buscado explicaciones de carácter físico-químico. Los bioquímicos las rechazan con buenas razones. Enunciemos algunas. ¿Podría la afinidad explicar la unificación de nucleótidos y de proteínas? De ninguna manera. De hecho no la hay entre el ADN y el ARN, por ejemplo; tampoco en los genes 486. ¿Hay necesidad implicada? Tampoco. Si la hubiera, la cadena de nucleótidos del ADN sería repetitiva, lo que eliminaría la información como ocurre en los cristales 487. Y muchas razones más que el lector interesado podrá leer en el libro que reseñamos. Los seres vivos son clasificados en taxones que van del tipo (phylum, en inglés) a la raza, pasando por muchos intermedios. ¿Cómo explicar la aparición de los taxones superiores, tipo, clase, orden? Ya vimos que la mayoría de ellos aparece en un breve período de tiempo geológico en lo que se ha llamado “la explosión del Cámbrico”, hace unos 530 millones de años, se supone. En el darwinismo no hay explicación alguna del fenómeno. ¿Qué hizo aparecer el primer organismo en el planeta? A fines del siglo pasado, muchos biólogos han escrito tratando de explicarse el fenómeno. De los cuarenta tipos de seres vivos, entre diez y nueve y treinta y cinco aparecen abruptamente en ese período, y de los cincuenta y seis subtipos, aparecen entre treinta y dos y cuarenta y ocho en el mismo lapso; y todo esto en el breve plazo de cinco a diez millones de años 488. Los expertos hablan de un cortocircuito por oposición al “largocircuito” que postulan las teorías evolucionistas. Todo lo cual supone una información prodigiosa, ya que es ella la que produce a los seres vivos. Además, no se conocen formas intermedias 485 486 487 488

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entre ellos. Mientras los unicelulares parecen existir desde bastante antes, estos pluricelulares ¿de dónde salieron? No solo tienen muchas células, sino de muchos tipos diferentes. Los más simples poseen más de cincuenta tipos de células diferentes en su organismo. Pensemos que la mosca de la fruta, Drosophyla melanogaster, un artrópodo moderno, posee, en su genoma, aproximadamente ciento ochenta millones de pares de bases489. ¿Cuánta información se necesita para producirlo? Esta explosión implica la aparición de nuevas proteínas, nuevas células, nuevos tejidos, nuevos órganos… Las mutaciones podrían explicar, a juicio de estos biólogos, la micro evolución; la macro evolución es imposible por la sencilla razón de que un mutación, para que cambie la forma de un ser vivo, tiene que ocurrir en las primeras etapas de su ontogénesis. Más, todas las mutaciones que ocurren en esa etapa son letales 490. Advierto al lector que he espigado alguna razones, las más fáciles de comprender para nosotros, legos en estas materias, dejando fuera un número muy superior que demuestran la veracidad de esta “nueva” manera de comprender a los seres vivos. Toda esta masa de conocimientos adquiridos durante la segunda mitad del siglo pasado impone aceptar la presencia de un diseño. Hasta he hallado evolucionistas que reconocen que en los seres vivos hay un diseño aparente. Lo califican de “aparente” porque la filosofía mecanicista que aceptaron les impide reconocer que sea real. No la ciencia, sino la filosofía que practican, sin saberlo, muchas veces. Concluye el libro que la mejor explicación de todo este conocimiento es el diseño. Conocemos agentes que producen constantemente una enorme cantidad de información: son los agentes inteligentes. Claro que no son estudiados por la biología, pero todo biólogo los conoce. Si tantas ciencias ocupan este modo de comprender 489 490

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la realidad, como vimos más arriba, ¿por qué los biólogos se resisten a incorporarla a su ciencia? La razón está en la metafísica materialista que se sienten obligados a profesar y que les impuso A. Comte hace casi doscientos años. Es hora de que se modernicen y comprendan que nada en la ciencia justifica tal filosofía, como lo comprendió hace tanto tiempo Aristóteles.

7.3. OF PANDAS AND PEOPLE

P. Davis y D. Kenyon han escrito este libro que intenta comparar la teoría darwinista con la nueva teoría del diseño inteligente. El título alude al libro de Gould: El Pulgar del Panda, ya reseñado. Comienza aclarándonos que desde siempre ha habido dos teorías para explicar el origen de los seres vivos: a partir de una substancia simple o bien por obra de una inteligencia. Los neo-darwinistas se inscriben en la primera y más antigua; pero hoy ha resurgido la segunda bajo el sugerente título de “teoría del diseño inteligente”. En definitiva la pregunta puede ser formulada así: ¿cómo saber si algo es el resultado de una causa natural o de una inteligencia? Claro está que hay que comprender que la inteligencia nada tiene de “sobrenatural”; lo importante radica en que se diferencia de las causas puramente físicas que carecen de ella. Este libro va a presentar ambas teorías, si bien no ocultará su preferencia por la segunda. Para ello estudia seis temas: origen de la evolución; origen de las especies; registro fósil; bioquímicas. Además lo hace en dos niveles: capítulo ofrece una visión panorámica del desarrollándolos en otros tantos capítulos.

vida; genética y macro homología; semejanzas en un primer y largo tema para luego ir

F. Redi, en 1668, y L. Pasteur, en 1860, demostraron la inexistencia de la generación espontánea a la que parecen regresar los

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neo-darwinistas. A. Oparin, en 1920, propone un lento origen a la vida a partir de una “sopa prebiótica”. Su teoría pareció ser confirmada por S. Miller en 1953 al producir aminoácidos en laboratorio; pero jamás se ha llegado a las proteínas, necesarias para que haya ser vivo. Los neodarwinistas nos han ocultado que esos experimentos se hicieron en condiciones muy diferentes de las que habrían reinado en la tierra cuando la vida apareció y que habría hecho imposible realizar el tipo de reacciones que Miller produjo. Por otra parte, los aminoácidos son de dos tipos opuestos, como la mano izquierda lo es de la derecha; la vida, curiosamente, sólo emplea uno de ellos, ¿cómo lo selecciona? La complejidad de la célula hace inviable la explicación neodarwinista. Para que los aminoácidos formen proteínas se necesita la acción de enzimas especializadas. Cada célula contiene más de quinientas de estas enzimas y cada enzima está formada por una cadena de más de cien aminoácidos. Como hay veinte tipos distintos de aminoácidos, la probabilidad de reunirlos es de 1 en 10 130. Es decir, es matemáticamente imposible por el azar, como quieren los neodarwinistas. Pero se necesita más de 60 proteínas para tener una célula. En consecuencia: “la información no brota de sólo causas físico químicas”491. La información que permite la creación de proteínas está codificada en el ADN; pero si hay algo que demuestra la acción de la inteligencia es una información codificada, como la del lenguaje. La genética tampoco auxilia a Darwin. En verdad, éste necesita imperiosamente una causa que cambie al organismo y produzca otro; pero la desconoce. Por ello, cuando se descubren los trabajos de Mendel, se crea el neo-darwinismo que intenta asimilar sus descubrimientos acudiendo a las mutaciones. Es importante destacar que la idea de “selección natural” es anterior a Darwin, pertenece a E. Blyth quien la entiende como conservadora. Darwin, en realidad, se limitó a ampliar el éxito de los 491

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criadores de animales que “recombinan” genes para producir nuevas razas. Por desgracia, a causa de este empobrecimiento genético, los animales “finos” son biológicamente débiles. H. Bumpus descubrió que, en caso de catástrofe, sobreviven los animales que mejor realizan el modelo específico y mueren los que se alejan de él 492. Además, estos ejemplares “evolucionados” no salen de los límites propios de cada especie; de modo que la supuesta acumulación que postula Darwin, de nada sirve. En verdad cada ser vivo es un “paquete” perfectamente adaptado. Por ello las mutaciones, descubiertas en este siglo, tampoco solucionan el problema al ser incapaces de crear un nuevo “paquete”. El gran problema de producir una nueva estructura radica en que se necesita cientos o miles de genes coordinados para ello. Todo esto es de fácil explicación para la teoría del diseño inteligente porque es tarea propia de la inteligencia coordinar elementos según su propósito. Por esto parece que muchos ejemplos de evolución que se presentan en los libros, no son más que nuevas combinaciones de los mismos genes. Ya es claro, en biología, según estos autores, que la selección natural es incapaz de crear nuevas estructuras y, por lo mismo, nuevas especies. ¿Qué mecanismo lo logra? Los neo-darwinistas han descubierto cuatro: efecto fundacional, deriva genética, aislamiento reproductivo y población diezmada por catástrofe. Todos ellos producen una disminución del equipamiento genético de la especie hasta producir imposibilidad de reproducción con la antigua población y la aparición de una nueva especie. Pero nada de ello es capaz de producir nuevas estructuras por lo que las nuevas especies más parecen nuevas razas. Por otra parte, Darwin no puede explicar la estabilidad asombrosa de las especies que, a medida que avanza el reconocimiento del registro fósil, aumenta en vez de disminuir. Buen ejemplo es el del tiburón que ya ha alcanzado una antigüedad inmune al cambio de nada menos que ciento cincuenta millones de años. Todo lo cual no presenta problema alguno si se supone que hay una inteligencia responsable del proceso.

492

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El registro fósil se ha convertido en un enemigo de la teoría darwinista al revés de lo que su creador esperaba. Ocurre que casi todos los tipos (phyla) aparecen en un breve período de tiempo, de, a lo más, 40 millones de años, como hemos visto. Todos aparecen completamente formados y especializados. No hay eslabones intermedios. De aquí que S. Gould haya creado una nueva teoría: la que los “equilibrios intermitentes”. Ante la ausencia de los necesarios y abundantes eslabones postulados por Darwin, ahora se supone, sin ninguna evidencia empírica, por supuesto, que el cambio de una especie a otra es brusco, con muy pocos eslabones, para estabilizarse en seguida y permanecer millones de años. Reconozcamos que el mismo Darwin había reconocido que esta ausencia era la mayor objeción que enfrentaba su teoría, pero esperaba su pronta solución por el hallazgo de los mismos. Hoy hay menos eslabones que en su tiempo y, los pocos que hay, son discutidos por los científicos. Hay que evitar cuidadosamente confundir “transición” con “intermedio”493, tendencia en la que caen invariablemente los neo-darwinistas. Para los defensores del “Diseño inteligente” es completamente natural que no haya eslabones sino un vacío entre los taxones ya que son planes diferentes que, aunque usen los mismos elementos, responden a diversos conceptos. ¿Por qué es posible clasificar a los seres vivos? Darwin interpreta las semejanzas que lo hacen posible como “familiares”, es decir, proceden de un antepasado común. Mas nada hay más engañoso que las supuestas semejanzas. El mejor ejemplo lo dan los marsupiales tan parecidos a otros tantos mamíferos. Los autores nos recuerdan el caso del oso panda que tanto costó distinguirlo del panda rojo que resultó ser marsupial. Los neo-darwinistas son acusados de “subjetivos” por los autores que los critican, porque, a veces, semejanzas generales suponen evolución próxima, mientras otras, mucho más impresionantes, no lo suponen. Así, por ejemplo, ¿por qué se supone que los marsupiales tienen un antepasado común, a pesar de sus notables diferencias, y no lo tienen con mamíferos con los que, aparte el sistema de reproducción, son 493

Pág. 106.

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casi idénticos? Para los partidarios del diseño inteligente la solución es sencilla. Si suponemos, como parece serlo, que los seres vivos se construyen en base a “bloques”, habría un número limitado de ellos, lo que daría origen a estructuras comunes en animales, a veces, muy distantes entre sí. Esto explicaría, además, las analogías. Quisiera recordar, una vez más, que me he limitado a poner los ejemplos más simples de entender; el libro contiene muchos otros. Llegamos así al último tema y al, tal vez, más novedoso: el de las semejanzas bioquímicas. Un primer éxito ha sido la confirmación de la taxonomía tradicional a partir del estudio bioquímico de los diversos taxones (categorías de la clasificación). Pero surgieron muchas sorpresas. Una de ellas fue la increíble semejanza entre vegetales y animales, pues todos están compuestos por los mismos cuatro bloques básicos: ADN y ARN; proteínas; polisacáridos, y lípidos. Los mismos veinte aminoácidos forman todas las proteínas. Hasta aquí los darwinistas se sentían triunfadores, pero comenzaron las dificultades. Los análisis, contra todo pronóstico, demostraron que los distintos taxones eran prácticamente equidistantes entre sí por lo que era imposible hacer un cuadro familiar y establecer descendencias. La teoría del diseño inteligente tiene respuesta fácil a estos fenómenos. En primer lugar, dada la cadena alimenticia, era necesario que vegetales y animales fuesen construidos con los mismos bloques bioquímicos; de otro modo un vegetal jamás serviría de alimento a un animal. Es lógico que sean más o menos equidistantes ya que no provienen de un antepasado común sino que responden a diseños diversos. Pero hay más, la bioquímica ha enseñado la inmensa complejidad de los seres vivos. Para que se realice una función tienen que cooperar muchos sistemas coordinadamente. Responden perfectamente a lo que entendemos por prueba de la presencia de la inteligencia. Si miramos un automóvil, ¿cómo sabemos que lo diseñó una inteligencia? Porque observamos un orden de piezas independientes que forman un todo coherente capaz de cumplir un propósito que está más allá de cada elemento494. El libro nos propone 494

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como ejemplo la coagulación de la sangre, tal como lo hacía Behe. Este complejísimo proceso no sólo es capaz de secar la sangre en un sitio determinado, sino que también se detiene a fin de evitar que se seque toda. Es decir, son dos mecanismos independientes que obligan a trabajar a muchas proteínas diferentes. Ahora bien, es imposible que el proceso se haya formado por partes, como pretenden los darwinistas. Porque cada elemento aislado es inútil, también lo es su realización parcial. Solo funciona si está completo. Es más, su posesión parcial sería letal para el animal. Pero esto mismo ocurre una y otra vez en los seres vivos. Piénsese en el sistema inmunológico o en el endocrino o en cualquier otro. Recordemos que un sistema bastante sencillo, como el del ojo, quitaba el sueño a Darwin. Lo grave para él era que el sistema solo funcionaba si estaba completo, por lo que no puede irse formando lentamente. Estos ejemplos son, naturalmente, muchísimo más complejos de lo que he esbozado aquí; me he limitado a mostrar lo suficiente para que el lector comprenda cuán absurda es la pretensión darwinista. Concluyen los autores aclarando cuán equívoca es la palabra evolución. Como lo señalaba ya Thompson, cuando un biólogo habla de evolución puede querer decir tres cosas muy diferentes: puede referirse tan sólo al cambio que acompaña al paso del tiempo. En este sentido no hay duda de que “la evolución es un hecho”, cosa que nadie lo discute; por ej., todos envejecemos. También puede referirse a la “descendencia con modificación”, fórmula preferida por Darwin, lo que está muy lejos de ser un hecho, pues jamás se ha visto a una especie emerger de otra. Finalmente puede referirse al mecanismo que produce el cambio, concretamente, al azar y a la selección natural; lo que, por supuesto, tampoco es un hecho sino una mera teoría. Ocurre que, en opinión de estos autores, hay una confusión de ciencias en todo este embrollo. Porque la biología, como las ciencias naturales, estudia procesos estables en la naturaleza a fin de formular leyes; es decir, estudia cómo normalmente opera la naturaleza sin intervención de la inteligencia. Pero hay otras ciencias que se dedican al

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conocimiento de hechos pasados que es necesario reconstruir en la medida de lo posible. En estas ciencias históricas no se puede prescindir “a priori” de la inteligencia porque ella puede estar en el origen de lo que se investiga. La teoría de la evolución pertenece a este segundo grupo de ciencias, pero los darwinistas se esfuerzan por reducirla al primero. De allí su oposición al reconocimiento de la labor de la inteligencia por ser contraria a la ciencia. Es verdad sólo si nos referimos a las ciencias del primer tipo, no del segundo. Las teorías evolucionistas pertenecen a este segundo grupo, no al primero. La teoría del diseño inteligente distingue estos dos tipos y responde mejor a los datos que la biología entrega que la teoría darwinista.

7.4. DARWIN FRENTE AL DISEÑO INTELIGENTE

Pensadores de habla española han descubierto que la teoría del diseño inteligente no era conocida entre los hispano parlantes. Decidieron fundar, en consecuencia, la Organización Internacional para el Avance Científico del Diseño Inteligente (OIACDI). Para cumplir su misión han creado sitios web y han publicado diversos libros. Consultaremos el que lleva por título el que pusimos al inicio de este apartado. Los autores que han aportado sendos capítulos son: Mario López, Felipe Aizpún y Cristián Aguirre. Espigaremos tan sólo algunas ideas de las muchas que aportan en defensa del nuevo paradigma y, al mismo tiempo, como refutación del antiguo. En el primer capítulo, López nos llama la atención sobre la extrapolación ilegítima que permite a los darwinistas aplicar a la macro evolución lo que podría funcionar en la micro y el considerar que semejanza implica parentesco. Frente al gradualismo, esencial al darwinismo, nos presentan el inevitable reconocimiento de al menos cuatro big-bang biológicos. Además, sería necesario explicar la aparición de los genes, los virus, los parásitos, las aves, las plantas de flor, los murciélagos, los humanos y hasta el habla propia del hombre, que, hasta

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donde llegan nuestros conocimientos, no pueden ser explicados por el paradigma darwinista. Hay que reconocer que el saltacionismo 495 ha vuelto a imponerse entre los paleontólogos 496. Nos recuerda cómo ha sido la ingeniería una ayuda inmensa para comprender la célula y se ha llegado al extremo de destacar que la de la célula es muy superior a la humana497. Finalmente, aclara que el fenómeno de la mímesis, tan abundante en la biosfera, desafía todas las posibles explicaciones darwinistas498. En consecuencia, resulta comprensible que se elabore un nuevo paradigma que permita explicar mejor todos estos aspectos porque el actual es absolutamente incapaz de dar una explicación satisfactoria. En el segundo capítulo, Aizpún señala que la teoría darwinista se muestra cada vez más como una visión filosófica de la biosfera. En este sentido es importante recalcar que la actual visión de la selección natural es opuesta a la de Darwin. Ahora se supone que el azar es causa de la mutación y la selección natural lo es de la evolución. Darwin desconocía las mutaciones y, para él, la selección tan sólo ayudaba a que el cambio fortuito se difundiera. Decir que la evolución es un hecho es deshonesto. Los hechos son estudiados por las ciencias experimentales, no por las históricas, que se limitan a inventar hipótesis de lo que ocurrió cuando no hubo testigos, como es el caso de la paleontología, que es, para muchos, la verdadera base de la teoría darwinista499. Lo realmente importante es comprender que la evolución es un proceso, por lo que no puede ser una sucesión fortuita de cambios, sino el resultado de un plan a cumplir en el largo plazo. Comprensión que desarrolla Pierre Grassé, por ejemplo, en su libro L’Évolution du

495

Teoría aceptada por los primeros paleontólogos y que Darwin desechó por impedir su propia teoría. 496 Págs. 4 a 7. 497 Pág. 17. 498 Pág. 21-22. 499 Pág. 39.

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Vivant500. Porque un proceso que desarrolla complejidad siempre creciente, con “explosiones”, como las llaman los paleontólogos, cada cierto tiempo, supone un plan, un designio que se desarrolla a través del tiempo. Grassé llega a hablar de “mutaciones premonitorias” 501. Todos estos hechos van mostrando, a su juicio, que el darwinismo ya no es un paradigma científico sino filosófico. Últimamente lo han reconocido, si bien no han usado estas palabras, Francisco Ayala y Massimo Pigliucci. Nos interesa destacar que dos destacadas investigadoras, Eva Jablonka y Marion J. Lamb, han presentado siete ideas básicas del actual paradigma que han sido refutadas por la reciente investigación. Destaquemos, entre ellas, la nueva comprensión de los genes, la continuidad entre la micro y la macro evolución, la lenta acumulación de variaciones, la negación de la transferencia horizontal, etc.502 Mantener el antiguo paradigma parece ser digno de ser calificado de fraude intelectual. Desaparecidas sus fuentes, debería ser rechazado. En el tercer capítulo, Aguirre distingue tres “evoluciones”: la micro, que afectaría a las especies originando las diversas razas; la macro, que afectaría a las familias, originando los diversos géneros y especies; y la mega, que afectaría a los taxones superiores de la clasificación. A juicio del autor, esta última no es explicable, de ninguna manera, con los mecanismos invocados por los darwinistas 503. Por lo demás, las razas no se producen por mutaciones sino que se trata, más bien, de adaptación de las especies a un determinado ambiente y es producido por una recombinación de la variabilidad ingénita en ellas. Con lo que nos aproximamos a Spencer y nos alejamos de Darwin, me permito añadir. Explica esta nueva comprensión del fenómeno acudiendo a la genética. Es necesario distinguir los genes mono zigotos de los heterocigotos. Sólo estos últimos admiten variación. Por desgracia, para los darwinistas, sólo el 17% de los genes en los vegetales lo son; cifra 500

La Evolución del viviente. Págs. 41-45. 502 Pág. 46. 503 Págs. 53-58. 501

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que disminuye a 13,4% en los invertebrados y a 6,6% en los vertebrados, que es el caso de los humanos. Si una mutación afecta a un gen mono zigoto, se produce una enfermedad o, directamente, la muerte. Todo lo cual implica que la variación es superficial, no afecta a los aspectos básicos de un ser vivo. Si queremos mega evolución, tendría que afectarlos. El autor pormenoriza las explicaciones con abundantes términos técnicos que nos dificultan la comprensión a los que no somos versados en genética. En todo caso, la impresión que produce este relato en el lector no iniciado es que la complejidad de los procesos genéticos es abrumadora. Todo está organizado como en una gran empresa constructora; ¡hay hasta genes directores que determinan cuándo comienza a actuar un gen y cuándo cesa su operación!504 Lo más importante es la coherencia de todo el proceso. Si un gen cambia, amenaza con arruinarlo todo. Por eso las mutaciones son superficiales. Tal como ocurre en toda máquina compleja. En el capítulo cuarto, López se dedica a examinar los mecanismos invocados por la teoría darwinista frente a su ausencia en la del diseño. Esta es una carta de triunfo para sus defensores. ¿Es tan así? El autor aduce el ejemplo de Newton que admitió la inteligencia creadora del universo sin atribuirle mecanismo alguno y cuya calidad científica nadie ha puesto en duda jamás505. Pero no hay que oponer tan tajantemente las aguas; porque la inteligencia hace uso de mecanismos, sin embargo, su presencia se manifiesta por las discontinuidades que presentan los procesos mecánicos; es decir, es la forma misma del proceso la que se presenta como arbitraria, es decir, no es fruto de una necesidad; mientras los mecanismos utilizados por la inteligencia diseñadora bien pueden serlo. La forma es arbitraria porque no depende de los elementos que conforman el proceso, sino del fin 506. Un buen ejemplo nos lo da la trampa para cazar ratones ya visto.

504 505 506

Págs 66-71. Pág. 74. Pág. 76.

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Señalemos que entendemos por mecanismo un proceso que logra un resultado. Dicho con otras palabras, conjunto de elementos cuya interacción produce un resultado. Por mecanicismo entendemos que ese resultado depende únicamente de la materia del mecanismo. Por eso los mecanicistas, como lo son los darwinistas, niegan la presencia de la inteligencia. La inteligencia se muestra en la arbitrariedad, decíamos, la que se hace patente cuando se advierte que ninguna ley física explica esa forma que es justamente, la que permite el resultado. Un buen ejemplo de lo dicho es una célula. Para muchos investigadores, es comparable con una fábrica, lo que implica la presencia de información. Es bueno no reducir la información a su aspecto cuantitativo, sino destacar el cualitativo. Esta última puede ser descriptiva o prescriptiva. La información biológica es de este último tipo. La naturaleza es absolutamente incapaz de producir tal tipo de información, sólo la inteligencia lo es 507. Por eso, la materia inanimada es incapaz de producir seres vivos. De allí su brusca aparición, esas “explosiones” aceptadas nuevamente por los paleontólogos. Cada una de ellas requiere la aparición de nuevos programas, nuevas máquinas, nuevas instrucciones; en una palabra, nueva información prescriptiva. Ésta es la que produce la función formal, por lo que, para una nueva función, se necesita una nueva información. Ésta contiene las reglas de la organización que los biólogos llaman sintaxis; la semántica, que es lo que los signos denotan y es lo que en genética se llama el código genético; y, finalmente, la programática, que es la intención del efecto, o sea, de la nueva función biológica 508. Termina el capítulo mostrando la inanidad explicativa de los últimos intentos de los darwinistas para salvar su paradigma: la transferencia genética horizontal, la duplicación cromosómica y los genes ADN no codificantes. A su juicio, tales intentos no están probados

507 508

Págs. 79-81. Págs. 84-85.

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y, lo poco que se sabe de ellos es que influyen a un nivel insignificante respecto de la mega evolución. En el capítulo quinto, Aizpún procura aclarar los nuevos conceptos “información biológica” y “complejidad irreductible” ya vistos más arriba. Para no repetir lo ya dicho, nos limitaremos a algunos aspectos que nos ayudarán a comprenderlos mejor. Indiquemos que, para efectos prácticos, pueden considerarse como conceptos equivalentes. Para reconocer si hay o no información en la naturaleza, Dembski ha creado otro concepto: “filtro explicativo”. Gracias a este filtro podemos reconocer cuándo hay diseño inteligente y cuando no. Lo primero a descartar es la presencia de una ley invariable de la naturaleza; porque, en ese caso, estaríamos ante una necesidad en vez de la contingencia requerida como criterio509. En seguida, ha de comprobarse la alta complejidad implicada en el caso que estudiamos. Aizpún ejemplifica con la creación de proteínas en los seres vivos. Éstas están formadas a partir de veinte aminoácidos diferentes los que se combinan de un modo único en cada una de ellas. Se necesita un centenar de ellos para formas una proteína de tamaño medio. En tales condiciones, la probabilidad es de una en 10180. El límite de probabilidad en el universo es de 10 150. De modo que la probabilidad de que una proteína se forme azarosamente como postula el darwinismo tiende a cero. Para nosotros, los legos, digamos que es matemáticamente imposible que tal evento ocurra. Si a eso le agregamos que el producto de tal proceso es funcional, hemos añadido un elemento más al filtro lo que nos obliga a concluir que estamos ante un diseño inteligente. Dembski nos da como ejemplo una caja fuerte que se abre gracias a una combinación de cinco números, cada uno de los cuales tiene, a su vez, diez posibilidades, pero se abre sólo con una. La probabilidad es de una en 105. A pesar de ser tan baja comparada con las que hemos visto aparecen en los seres vivos, si alguien la abre al primer intento, Ud. no duda de que conociera la combinación de antemano y no culpa a la casualidad. Ergo… Los seres vivos están llenos de realidades en que se repite esta situación, desde el 509

Págs. 93 y ss.

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nivel celular hacia arriba. Hemos de agregar que la formación de proteínas no es funcional hasta que estén todas en su lugar, de modo que hay una planificación previa en vistas de un resultado futuro. Tareas todas que siempre realiza la inteligencia cuando proyecta una máquina. John Von Neumann, matemático, se adelanta a los autores estudiados hasta ahora en algunas décadas. Cumpliendo con lo que Gilson pedía a los biólogos, al contemplar la complejidad de los seres vivos, exclamaba: Que tales complejas interacciones simplemente ocurran en el mundo es un misterio de primera magnitud510. ¡Ojalá todos los científicos tuvieran esa honestidad en vez de dar pseudo explicaciones! En el capítulo sexto, Aguirre emprende la tarea de aclararnos a los legos en qué consista la “complejidad irreductible”. Nos presenta tres complejidades funcionales 511: A) por adición, como en un concierto. La fórmula matemática que lo expresa, diría: C = M1+ M2 + Mn. B) Productiva, como en un mensaje transmitido por telégrafo, cuya fórmula diría: M = t1 x t2 x c. Es decir, telegrafista que traduce a Morse el mensaje (t1), telegrafista que lo recibe e interpreta (t2) y cartero que lo entrega al cliente (c). C) Mixta, la que incluya a las anteriores. Es fácil comprender que la función no queda eliminada si falta un músico, un componente por mera adición; pero sí es eliminada si falta un componente en la productiva, el primer telegrafista, por ejemplo. En la mixta pueden faltar los componentes por adición, pero no los productivos. La complejidad irreductible es del segundo tipo: basta que falte un elemento de la cadena para que ésta se detenga y no se obtenga el resultado. En este caso tenemos una “estructura holística” que es aquella en que el todo es más que la mera suma de sus partes. Así son todos los organismos, todos los seres vivos. Podemos expresarlo como un teorema: Toda estructura en la que se asocie más de un componente de modo productivo tendrá complejidad 510 511

Pág. 103. Págs. 112-114.

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irreductible. Teorema que Aguirre demuestra así: Esta asociación implica una función que es producto de sus factores. Al faltar uno, se interrumpe la asociación, y no se produce la función. Recordemos el telégrafo. El cliente no recibe el telegrama si no hay cartero; el cartero nada tiene que llevar si no hay quien sepa Morse en la estación. Si lo hubiese, pero no en la oficina donde debió originarse, tampoco hay recepción. O está todo en orden o no se recibe el mensaje. En los seres vivos tenemos estas cadenas a cada paso; en eso se especializan las enzimas, el ARN, etc. Los naturalistas intentan hacernos creer que la naturaleza, por medio de las leyes físico-químicas, podría producir tales cadenas 512. Aguirre responde con un nuevo ejemplo513. Tenemos un lago entre los cerros y un valle. Un topógrafo nos indicaría por dónde correría el agua en caso de que un temporal hiciera que el lago se desbordase. No podría, en cambio, señalar, en base a esas leyes físico-químicas, por dónde se construiría una red de canales de regadío. Ésta depende de la intención del constructor, de las maquinarias de que disponga, del capital, etc.; pero, sobre todo, de la finalidad del canal. De modo que aquí construiría un acueducto, allá un túnel, etc.; todo guiado por su inteligencia. Porque el desborde no tiene complejidad funcional, no es producido por un fin; la red, en cambio, sí. En el desborde actúan únicamente las leyes físicoquímicas; en la red, hay que reconocer que se agrega la inteligencia que usa dichas leyes para obtener su fin. La naturaleza, a nivel físico-químico, produce muchos órdenes, estructuras; pero ninguna de ellas es funcional. Para aquéllas bastan la gravedad, las afinidades químicas, etc.; para éstas, no. Aguirre vuelve a sus ejemplos514. Tenemos sistemas libres, como ser una serie de números inconexos entre sí (2, 4, 7, 8, 6). En este caso no hay norma alguna, no hay estructura. Podríamos decir que gozan de libertad absoluta. Hay sistemas auto-restringidos que son estructuras, como ser (2, 5, 8, 11) en 512 513 514

Pág. 117. Pág. 118-119. Págs. 121-123.

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que cada número es superior al otro en la misma medida (3); y su número de teléfono. Este último es una estructura funcional, donde no hay libertad; si cambia un número, llama a otro teléfono. En los seres vivos abundan estas estructuras funcionales. Ilya Prigogine, premio Nobel, reconoce la originalidad de los seres vivos que supera todo lo que sabemos: Pero todavía queda mucho por hacer, tanto en matemáticas no lineales como en investigación experimental, antes de que podamos describir la evolución de sistemas complejos de ciertas situaciones sencillas. Los retos aquí son considerables. En particular es necesario superar el actual desfase en nuestra comprensión entre las estructuras físicoquímicas complejas y los organismos vivos por simples que sean515. Al menos reconoce el problema y no finge soluciones puramente verbales. Los biólogos Abel y Trevor piensan que la imposibilidad está zanjada. Como su lenguaje es muy técnico, me limitaré a citar el título del libro y el lector comprenderá: Tres subconjuntos de secuencias complejas y su relevancia para la información biopolimérica”. Aguirre nos dice que hay que reconocer la existencia de un puente teleológico en las estructuras propias de los seres vivos. ¿Qué permite dar el salto de las estructuras auto-restringidas a las funcionales? La inteligencia que se guía por un fin, telos, en griego; de ahí el término teleología, estudio del fin. Nuestros órganos tienen funciones nos dicen los biólogos. ¿Cuándo aceptarán que están hablando de los fines de los órganos? Algo es funcional cuando tiene una función que cumplir, un fin que alcanzar. Los darwinistas no se rinden. A Behe le responden que sus ejemplos contienen componentes que ya existen en los compuestos moleculares y que al desligar ciertos componentes, la función no 515

En su Libro ¿Qué es lo que no Sabemos? Citado por Aguirre pág. 124.

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colapsa516. Como si alguien pretendiera que porque le quitamos sus brazos a un sillón, sigue cumpliendo su misión de podernos sentar en él, por lo tanto, carece de diseño. Claro está; pero quítele una pata y, después del costalazo, comprenderá que, al menos en lo fundamental, es de complejidad mixta. Otro tanto ocurre en los seres vivos. Hay, pues, junto a cierta complejidad accesoria, un núcleo irreductible. Éste es el que hay que explicar por medios puramente físico-químicos. Los partidarios del diseño inteligente han llegado a la conclusión de que es imposible ese tipo de explicación. Hay un desfase, para ocupar el concepto de Prigogine, insalvable. El corazón de la discusión se halla en la incapacidad de los materialistas de concebir la presencia de fines en la naturaleza. ¿Cómo pasar, empero, de la no función a la función biológica? Gracias al “puente teleológico” impuesto por la inteligencia. Lo reconocemos en la silla y nos negamos a verlo en la célula. Necesitamos componentes asociados productivamente para producir las proteínas, los órganos, los seres vivos. En otras palabras, necesitamos un plan de construcción donde los componentes son elegidos en función del fin. 517 Por eso los biólogos están comparando la célula a un computador. Así, se dice que el ADN aloja un programa inerte (software) que requiere de una maquinaria (hardware) que lo active. La diferencia entre el computador y el ser vivo radica en que en los artefactos construidos por el hombre, el plan es impuesto desde fuera a los componentes (exoplan), mientras, en los seres vivos, proviene de su interior (endoplan). Como los darwinistas todo lo explican por las mutaciones y la selección natural, mostremos, una vez más, su insuficiencia. Como los componentes separados no son funcionales, la selección natural no puede conservarlos, tendría que eliminarlos por no tener relación alguna con la supervivencia del animal o vegetal. Las mutaciones tendrían que afectar al plan, no a la estructura producida por él. Pero esto no ha sido 516 517

Pág. 127. Pág. 136-137.

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observado, ni podría serlo, ya que un plan es algo pensado, no es un cuerpo material. Termina Aguirre su exposición señalando que lo propio de un ser vivo es tener complejidad funcional productiva, es decir, poseer una organización arbitraria especificada por un fin funcional establecido previamente. En el capítulo séptimo y último del libro, Aguirre intenta explicar otros modos más simples de comprender la inferencia de diseño. Para los que no dominamos las matemáticas ni la biología, no resulta tan simple. Expongamos algunas ideas, las menos, de las elaboradas por el autor. Comienza aseverando que sólo la inteligencia produce diseños y los científicos no tienen por qué desconocerlo. Otra cosa es que sea tarea suya el identificar tal inteligencia; obviamente no lo es 518. Comprendemos mejor su tesis si examinamos su definición de diseño: especificación arbitraria de una estructura funcional519. Como todos los términos ya han sido usados, supongo comprendida suficientemente la definición por el lector. Es obvio que cada vez que una inteligencia tiene que alcanzar un fin fuera de su alcance, diseña la máquina que le permite alcanzarlo. Tendrá que unir muchos elementos, los que podrían serlo de mil modos diversos, pero solo uno es el funcional. A ese modo lo llamamos diseño. La clave de todo está en su propósito, en el fin que desea alcanzar el sujeto inteligente. No teme, pues, Aguirre, establecer que el origen de la vida está en un propósito que determinó un diseño. Lo cual es evidente desde el momento que comprendemos la complejidad funcional de los seres vivos520. Nos ayudará a comprender esa tesis el ejemplo de la lotería que nos propone. Se trata de comprar el número premiado. ¿Qué posibilidad 518 519 520

Pág. 142. Idíd. Pág. 147.

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tengo? Como es un número de cinco cifras, todas las cuales fueron aleatoriamente elegidas en base a diez posibilidades, la cantidad de números posible es de 10 5; es decir hay cien mil posibilidades. Si agregamos una cifra más, el número de posibilidades asciende a un millón; es decir, a 106. Esta es la razón de que Vd. nunca haya ganado la lotería; pero como el número de posibilidades no es excesivo, alguien la ganará alguna vez. A esta dificultad la llamamos complejidad. La base de los seres vivos son las proteínas formadas por aminoácidos. La proteína es una cadena de eslabones formados por unos veinte aminoácidos cada uno de ellos. Pueden ser cien o más los eslabones necesarios para formar una sola proteína y no de las más complejas. ¿Cuál es su complejidad? Recordemos la propia de la lotería. El número ahora asciende a 10130.521. Confieso que me resulta incomprensible. Habría que escribir el número uno y seguirlo de ciento treinta ceros. Si era difícil acertar el premio de la lotería, ya se comprende la imposibilidad de dar con este número por casualidad. ¡Si sólo fuera eso! Todo ser vivo es una estructura funcional; es decir, tiene un objetivo y trabaja para conseguirlo. A esta realidad los biólogos la llaman restricción funcional. Es que no cualquier aminoácido sirve ni tampoco cualquier proteína; tal como sólo uno de los números acierta al premio de la lotería. De todas las combinaciones posibles, los seres vivos utilizan unas pocas. ¿Cómo surgió el primer ser vivo? Ciertamente no de modo casual. Pero las proteínas entran en combinaciones con otras y conforman verdaderas máquinas que se ensamblan entre sí hasta que el organismo esté completo. Sólo entonces es realmente funcional. Esta implica que debe haber coherencia entre todas; una coherencia funcional, porque se trata de que el ser vivo viva y sobreviva en un ambiente hostil. Como son muchas las máquinas, órganos, por ejemplo, se habla de coherencia de contexto. En esta coherencia de contexto hallamos máquinas que son absolutamente necesarias, como el corazón, el cerebro, etc.; mientras otras están repetidas por lo que podría faltar una y no perderse la función: dos ojos, 521

Pág. 153.

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dos brazos. Hay, pues, complejidad productiva (corazón) y aditiva (ojo). La complejidad irreductible, de que hablaba Behe, es la que señala los elementos productivos, ninguno de los cuales puede faltar para que el todo funcione522. Lo que complica sobremanera toda explicación que pretenda desconocer la necesidad de reconocer la presencia de la inteligencia en el inicio de todo el proceso. Para colmo de males, los biólogos están hablando de la necesidad de un convenio de conexión523 para que se integren entre sí las máquinas que conforman nuestro cuerpo, empezando por las células, naturalmente. El más simple que nos propone Aguirre es el de una botella con tapa de rosca. Para cerrarla hay que unir la tapa a la boca de la botella y girarla en el sentido adecuado. Más simple imposible; para una inteligencia, por supuesto. Los seres vivos tienen muchísimos convenios, sin los cuales no se lograría la coherencia necesaria para que las máquinas que lo conforman se acoplen entre sí. Se llama coherencia a la capacidad que tiene un elemento para armonizarse con otro y otros. Es tan complejo el organismo, que muchos que estos convenios son en realidad un método que tiene que seguirse al pié de la letra para resulten. En ellos interviene muchos elementos, en especial a nivel microscópico, como se estudia en genética 524. Dejo constancia que he simplificado mucho la exposición de este capítulo. Me parece que con lo expuesto basta para convencerse de la imposibilidad de negar la presencia de la inteligencia en el inicio de los seres vivos, los cuales han de ser capaces de realizar funciones metabólicas, gozar de un sistema de defensa y un largo etc. de funciones que le permitan sobrevivir y perpetuar su especie en el tiempo. Termina su exposición señalando siete indicadores irrefutables, a su juicio, del origen inteligente de los seres vivos:

522

523 524

Págs. 155 y ss.

Pág. 172 y ss. Pág. 173 ilustra con un dibujo el trabajo del ARNm con el ARNt en los genes.

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1.- Funcionalidad tanto para sí mismos como para otros agentes. 2.- Complejos funcionales irreductibles. 3.- Contenedores de información prescriptiva funcional. 4.- Procesadores de información prescriptiva funcional. 5.- Componentes de coherencia de contexto. 6.- Conexiones por convenio. 7.- Algoritmos con iteraciones, invocación de procesos y nodos de decisión para la ejecución de sistemas de desarrollo, reproducción, metabolismo, inmunización y otros.

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8. CAPÍTULO OCTAVO REGRESO A LA FILOSOFÍA

8.1. GEORGE SALET

Terminábamos el capítulo sexto con el examen del libro de Salet. Nos faltaba aún recorrer la octava parte del libro, dedicada a anexos varios, muchos de ellos dedicados a la filosofía y a esclarecer diversos puntos propios de la ciencia que podrían aún perturbar a sus lectores. No nos ocuparemos de éstos que abordan a diversos autores: Borel, Cuénot, y otros tantos temas: ADN, etc., sino que echaremos un vistazo a la relación que debería haber entre ciencia y filosofía a juicio de este biólogo y matemático. Dada su impericia en esta disciplina, prefirió mantener largas conversaciones con un versado filósofo, el R.P. Manteau-Bonamy O.P., buscando aclarar las diferencias que parece haber entre los últimos hallazgos de la ciencia y la filosofía tradicional. En efecto, se había visto en la necesidad de rechazar algunas aventuradas tesis halladas en manuales tomistas, escritos a comienzos del siglo veinte, para uso de los seminaristas525. Ciertamente no estaban al día en materias científicas. ¿Nada tenían los filósofos que decirle a un científico? Fruto de estas conversaciones, aumentadas por la lectura de libros de tomistas conocedores de la ciencia actual, llega a la convicción de que no hay desacuerdo entre la filosofía y la ciencia, al menos la tradicional. Ni desde el punto de vista de la filosofía, ni del de la ciencia experimental. A los primeros les recuerda que una sana filosofía sólo puede basarse en la observación del mundo real, por lo que la ciencia debería constituir el fundamento de toda filosofía digna de este 525

Azar y Certeza, pág. 486.

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nombre526. Tal fue, por lo demás, la actitud de Aristóteles y los que se inspiraron en él. Quisiera agregar a lo que afirma Salet, que el filósofo ha de atenerse a los hechos que los científicos descubren; no a sus teorías. Algunas de ellas, como la que da origen a este libro, son, en realidad, especulaciones filosóficas hechas por científicos incompetentes en esta disciplina. Pocos han tenido la prudencia que muestra Salet en este libro al ir a consultar a un verdadero filósofo. A los científicos, les recuerda que las “realidades científicas” (a menudo) no son hechos directamente observables, sino simples hipótesis que dan cuenta de los hechos 527. Por desgracia, el cementerio a donde van a parar esos “hechos” está sobrepoblado, y los filósofos que han creído en ellos han perdido todo su prestigio, agrego yo. ¿Quién recuerda a Herbert Spencer, el creador de la teoría evolucionista? El la fundamentó en ese tipo de “hechos” y cayó en el olvido cuando se descubrió su falsedad. Es lamentable que los científicos no nos adviertan cuándo hablan de hechos reales y cuándo de hipótesis probablemente caducas. La filosofía no puede fundamentarse en éstas; ha de limitarse a aquéllos. Salet piensa que El descrédito actual de la filosofía escolástica en la mayoría de los medios científicos se debe precisamente a esta separación y a la falta de información de los filósofos, cuya incompetencia en materias científicas es, muy a menudo, del mismo orden que la de los científicos en filosofía528. A partir de estas conversaciones y estudios, Salet se convence de que santo Tomás habría aceptado la existencia del ADN, por ejemplo, porque está de acuerdo con su doctrina. Aunque no dice en qué basa su convicción, pienso en su teoría de las rationes seminales, que hereda de san Agustín, las que se parecen a lo que los científicos han ido 526 527 528

Pág. 366. Pág. 367. Págs. 459-460.

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descubriendo como la base de la herencia y de la formación de un nuevo ser vivo. Claro está que en él es una mera idea, sin base experimental, creada por analogía de lo que se observa en las plantas que brotan de semillas. Salet piensa que habría que aplicar los principios desarrollados por el Santo a la ciencia actual. También ha llegado a la conclusión de que el vitalismo, que fue preconizado por algunos tomistas, no es compatible con la verdadera filosofía del monje medieval529. Esa explicación tenía el defecto de estar más próxima a la noción que Descartes se hizo del alma, que a la tomista. En efecto, aquella visión propone un alma que sería la causa eficiente del cuerpo. No hay tal. El alma es la causa formal, solamente, como ya explicamos. Aristóteles comparaba el cuerpo con una máquina auto regulada, noción que comparte santo Tomás y que se desprende de la nueva visión de la biología. Como es sutil la distinción, procuraremos hacerla compresible a quien no es experto en filosofía clásica. Comencemos señalando que la forma es la organización interior de un ente, de una cosa; la figura, por el contrario es su organización exterior. Por desgracia, estamos acostumbrados a llamar forma a la figura por la sencilla razón de que por ésta conocemos algo de aquélla. A distinta figura, pensamos que corresponde una forma diferente. Comprendemos, pues, todos los cuerpos en base a estos dos conceptos: todo cuerpo es una materia informada por una determinada forma. Aristóteles, el creador de este lenguaje, ejemplifica qué sea una forma con una cama. Ésta no es más que un conjunto de palos unidos según una cierta forma o figura 530. Si los unimos según otra forma diferente, obtenemos una silla o una mesa, etc. La forma, pues, es la organización propia de una materia, no su causa eficiente. Si nos preguntamos quién “introdujo” esa forma en esa materia, descubrimos la causa eficiente. En el ejemplo aducido, el

529

El P. Grenet, por ej., la rechaza en su “Les Vingt-quatre thèses Thomistes”. Pág. 216. Citado en la Pág. 474. 530 De las Partes de los Animales I.1.

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carpintero. Pero la forma es el estilo propio de ese mueble, en virtud del cual, la cama será tipo quiteño, barroco, etc. Volvamos al libro de Salet. Nos invita, pues, tanto a científicos como a filósofos, a dialogar sin temor y a comprobar cómo la filosofía tradicional se compagina con la verdadera ciencia y permite una visión más coherente y armónica de la realidad. Siguiendo su invitación, examinemos algunos temas propios de la teoría transformista desde el punto de vista filosófico.

8.2. EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

Así se titula el libro que inició esta discusión que debería ya terminar. Vialleton, para contradecirlo, escribió su El Origen de los Seres Vivos. La diferencia es abismante. Creo, con Gilson, que lo que tenía en mente Darwin era, más bien, lo que expresa el título del libro del francés; pero su total ignorancia de la filosofía lo llevó a meterse en un problema cuya existencia ni siquiera sospechaba. Entró de lleno en el problema de los universales, uno de los más difíciles de la filosofía. Para que midamos su dificultad y, de paso, su importancia, una adecuada conceptualización del mismo implica dominar las siguientes disciplinas: lógica, antropología, epistemología y metafísica. Darwin, al parecer, carecía de conocimientos mínimos en estas disciplinas filosóficas. Sin profundizar en tan espinudo problema, realicemos algunas reflexiones atingentes al tema que nos ocupa. En el capítulo primero de esta obra, aludíamos a la abstracción, proceso mediante el cual la inteligencia crea sus conceptos, es decir, entiende lo que se presenta a sus sentidos. Pues bien, al título del libro de Darwin la respuesta es muy simple. El origen de la especies se halla en la abstracción.

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Recordemos que nuestro conocimiento comienza en las sensaciones que nos aportan nuestros sentidos. Se limitan a tomar nota de ciertos aspectos exteriores a las cosas mismas: color, olor, sonido, dureza, temperatura, suavidad, etc. Reunidos en un haz, el cerebro produce la percepción que unifica todos estos datos en el “sujeto” de los mismos. Como es un conocimiento animal, no hay comprensión alguna, no hay concepto, tan solo unificación de los aspectos que “emite” un mismo ente. Pasemos ahora al conocimiento intelectual. La inteligencia, en contacto con el cerebro, contacto azas misterioso pero innegable, realiza la primera abstracción llamada total. Se trata de comprender que lo que halla en un ente es válido para todos los del mismo tipo. Se pasa, entonces, de un todo individual, el perro de mi casa, a un todo universal, perro, a secas. ¿Cómo? Por comprensión. Advierto que ciertos aspectos singulares no se repiten, pero hay algo que sí. El tamaño de mi perro difiere del volumen del can del vecino, pero ambos poseen algún tamaño, algún volumen. He comprendido algo “esencial”: todos los perros tiene tamaño, volumen, el que varía dentro de ciertos límites; el del gato es, normalmente, inferior al del perro. Así, poco a poco, voy acrecentando mi comprensión de lo que es “ser perro”; es decir, de la esencia del can. Porque el tener tamaño pertenece a la esencia de todo cuerpo. Separada la extensión de todo cuerpo, se originan las matemáticas. Pero como me aproximo desde el color, sabor, sonido, etc. que las cosas “emiten”, mi conocimiento de la esencia es indirecto: realmente se limita a sus efectos. Porque la esencia del perro es diferente a la del gato, son diferentes sus estaturas, los sonidos que emiten, sus olores, etc. Desconozco, en sentido riguroso, las esencias; pero las conozco en sus efectos, lo que es ya un modo de conocer. Indirecto, pero real. Lentamente, la inteligencia va realizando abstracciones formales. Las totales, como vimos, son muy superficiales, vagas; poco enseñan de la verdadera esencia de las cosas, carecen de valor científico. Para

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aproximarse aún más a ellas, el entendimiento realiza abstracciones formales que separan aspectos del conjunto que forma el individuo. Éstas, en un comienzo, son muy superficiales; paulatinamente, la ciencia va profundizando nuestro conocimiento llegando a aspectos más íntimos. Un buen ejemplo lo tenemos en el lenguaje de los niños pequeños. Hay una edad en que realizan la abstracción formal de la conjugación verbal y enuncian todos los verbos como si fueran regulares: La mamá me deciba que me pongaras los zapatos. Perfecto. Si de ir, el pretérito imperfecto es iba; de decir, será deciba. Si de poner, el presente de subjuntivo es ponga, el pretérito imperfecto será pongara. El niño ha realizado una abstracción formal: ha captado la esencia de la conjugación verbal. Obsérvese que, al comprender, ha superado todo lo que los sentidos podrían darle. Éstos se han limitado a las voces que van variando, pero es la comprensión de los tiempos lo que permite captar la ley que rige esos cambios. Por eso usamos la expresión “profundizar” ya que se prescinde de lo meramente “exterior”, la voz, para ir a lo “interior”, el tiempo expresado en las variaciones de la voz. Al decir “prescindir” aludimos a una separación; por eso, como ya vimos, a esta operación la llamamos “abstracción”; es decir, “separación”. Notemos, sin embargo, que hay una unión muy íntima entre la voz y el tiempo, el que no puede ser reconocido separado de aquélla. Aunque la llamemos abstracción, lo importante no es lo que se deja, sino lo que se toma en esta operación. En el ejemplo de la conjugación verbal, el niño deja la palabra concreta y comprende la variación que permite enunciar los diferentes tiempos. Por eso, a todos los verbos les aplica la misma regla. Este mismo procedimiento aplicamos a los entes que nos rodean con el mismo resultado. De este modo, de abstracción formal en abstracción formal, vamos conociendo mejor, vamos “profundizando” el conocimiento del universo. Los perros son cuadrúpedos; las aves, bípedos. De ahí que haya niños que llamen “guau-guau” a todos los cuadrúpedos y “pío-pío” a todos los bípedos. Tenemos ahí el inicio de la taxonomía. Porque se trata nada más que de eso. Se clasifica a los seres vivos por las abstracciones formales que podemos obtener de ellos. Por eso nos resulta bastante artificial y discutible cualquier clasificación. Si conociésemos directa y

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propiamente las esencias, nos resultaría fácil e indiscutible y la limitaríamos a la especie, borrando todo el resto. En efecto, ya vimos que Platón llamó “idea” a las definiciones de las cosas; palabra que Cicerón vertió por “especie”. La definición intenta expresar la esencia de algo. En verdad nos aproximamos mediante tanteos a ella y estamos bastante lejos de agotar su contenido. De ahí la utilidad de la clasificación que me permite saber muchísimas cosas de los animales y plantas con sólo saber a qué orden o clase pertenecen. Surge aquí una evidencia importantísima. Como las abstracciones formales se realizan por la comprensión de aspectos de los entes, no pueden existir fuera de los entes de los que las extraemos. Como la total se refiere a todo el ente, designa algo que en sí existe; en cambio, la formal, a tan solo un aspecto suyo, a la extensión, por ejemplo, de cuya consideración nacen las matemáticas531. ¿Hasta qué nivel de la clasificación biológica actual llegamos mediante abstracción total y en cuál comienza la formal? En otras palabras, deseamos saber en qué nivel dejamos de referirnos al animal o vegetal en su totalidad y en cuál comenzamos a referirnos tan sólo a una función o aspecto suyo. Sabemos que las razas y especies designan al individuo en su totalidad; los taxones primeros, en cambio, a meras abstracciones formales. Los tipos, clases, órdenes, jamás han sido especies, porque jamás un animal real puede limitarse a una sola o, en el mejor de los casos, a algunas de sus funciones o partes. En nuestro caso, se dice que nuestro tipo es cordado, clase, mamífero, orden, primate. Un cordado es un animal metazoo que posee mitocordio. El mitocordio es una línea que recorre la parte dorsal del animal y que en nosotros está cubierta de vértebras. No ha existido jamás un animal que sea solamente eso. Se me dirá que hay otras características propias de estos animales, mas no llegamos nunca a un animal real. Para ello tenemos que ingresar en la clase, mamíferos en nuestro caso, y en el 531

Santo Tomás, quien mejor comprendió y perfeccionó a Aristóteles, puntualiza: la abstracción formal consiste en separar la forma de su materia; la total, al todo de sus partes. In Librum Boethii De Trinitate, q.5, a.3.

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orden, primates, etc., hasta llegar a las especies y razas. Obviamente no estoy capacitado para responder a esta interrogante. ¿Será la familia, el género o la especie? Cuando realmente conozcamos las esencias, tal vez encontremos la respuesta. Aunque no he visto a nadie presentarse esta pregunta, algunos biólogos parecen inclinarse por la familia a juzgar por algunas de sus afirmaciones. Nos queda claro, pues, que asegurar que la clasificación nos relata la “historia de la vida” es un disparate manifiesto que no puede expresar quien sepa algo de lógica y de epistemología. La taxonomía tan sólo expresa el modo limitado que tenemos de conocer a los seres vivos. Nada más y nada menos. Nuestra ignorancia queda manifiesta en las palabras de que se sirve la misma clasificación. Decimos que pertenecemos al orden de los primates, es decir, de los “principales”. Tal término nada me enseña sobre esos animales más que la convicción de ser los mejores de todos. ¿Con qué criterio medimos nuestra superioridad? En filosofía la establecemos por la existencia del espíritu; en biología no hay nada claro. Si fuera por su capacidad de subsistir en ambientes adversos, la palma se la llevaría el primer ser vivo: la bacteria. Nuestra familia es la de los homínidos, es decir, los que algo tienen de hombre, algún parecido, ¡qué sé yo cuál! A la hora de precisar, todos los seres vivos estamos compuestos por los mismos elementos químicos. En consecuencia, somos parecidos. Ergo… Nuestro género es homo, es decir, hombre, en latín. ¡Vaya enseñanza! Por lo demás, nuestra especie también tiene su nombre en latín: homo sapiens. ¿Puede llamarse hombre a un irracional? Si nuestra especie es homo sapiens y nuestro género es homo, querría decir que hay hombres irracionales. ¡A otro perro con ese hueso! Este somero análisis, demasiado superficial, por cierto, tiene por objeto mostrarnos cuán artificial es la taxonomía y cuán absurda es la pretensión de su carácter histórico. Son muchos los científicos que han llamado la atención sobre un hecho indiscutible: Todo animal, del primero al último, lleva en sí la clasificación completa, desde el tipo hasta la especie e, incluso, la raza, si hemos bajado hasta ese nivel. Es

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interesante observar que tanto Lamarck como Darwin se afanaron inútilmente en distinguir qué criterio podía discernirse para distinguir una raza de una especie. Ante su fracaso, hoy los evolucionistas prefieren referirse a la reproducción. Una especie es una población cuyos individuos son fértiles al cruzarse entre sí, a pesar de las diferencias que permiten catalogarlos en razas. Si se cruzan individuos de especies distintas, pero muy próximas, la cría será estéril. Por desgracia, algunos biólogos han descubierto excepciones. Ya sabemos: Toda ley que admite excepciones no es ley. Es mera teoría hasta que se puedan explicar esas anomalías. A eso se debe el que tantas leyes hayan ido a parar al cementerio de las ciencias. En consecuencia, el argumento taxonómico que tanto gusta a algunos evolucionistas es un mero disparate, fruto de la ignorancia de la filosofía. Hay autores que nos aseguran que, de toda la clasificación, sólo el taxón llamado especie es real. Curiosamente, esos mismos autores se niegan a reconocer la realidad de las esencias, las únicas que podrían justificar tal aserto, siempre y cuando la especie realmente designe a la esencia. En la filosofía tradicional se nos enseña in distinctione salus: hallaremos la solución del problema si sabemos distinguir. Apliquémoslo a nuestro interrogante. ¿Existen las especies? ¿Existen las esencias? Distingamos. En sentido estricto y propio sólo existen los individuos. Pero los individuos son muy complejos. En ellos se dan múltiples aspectos que son captados por nuestros sentidos y nos permiten conocerlos. ¿Existe el color, el sonido? Claro que sí, pero tan sólo como aspectos de cosas corpóreas. Por ello hay cosas invisibles, carecen de color, o que no suenan, aunque se las golpee. Tal parece que algo de color, aunque mínimo, todas tienen, y si se las sacude muy violentamente, suenan, es decir, vibran. Sea de esto lo que fuere, lo que existe son cosas coloreadas, cosas vibrantes. Es el sujeto el que se nos presenta gracias a estos aspectos. “Bajo” ellos está la cosa realmente existente. Eso busca la inteligencia y a eso llama esencia. Un perro no es un color, es algo coloreado; no es un ladrido, es algo que ladra. Es una esencia “ocultada” por esos aspectos. ¿No será más correcto decir:

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Presentada por ellos? Nosotros algo sabemos de las esencias por estos accidentes que las presentan. De modo que, como sujetos de los accidentes, existen las esencias. Lo que realmente existe es el todo, esencia y accidentes reunidos en unidad. Lo mismo puede decirse de todos los demás taxones de la clasificación por lo que no tiene ningún sentido justificar alguno de ellos. ¿Y si la esencia fuere mejor expresada por el género o por la familia? En ese caso, las diferencias que separan a las especies entre sí serían tan accidentales como las que separan a las razas. Recordemos que las excepciones halladas en cuanto a la reproducción nos hacen dudar del criterio basado en ella. Todos sostienen que el lobo es una especie distinta del perro y el jabalí del cerdo. He oído que el perro no es más que el lobo domesticado y el cerdo no es más que un jabalí. Tomemos conciencia de nuestra ignorancia y seamos más humildes.

8.3. LA FINALIDAD EN BIOLOGÍA

Gilson dedica el primer capítulo del libro que tanto hemos citado a recordar la doctrina de Aristóteles sobre la finalidad para aplicarla a la biología actual. Es tan interesante su estudio, que, aunque no se refiera directamente a la evolución, no podemos silenciarlo, ya que también se aplica a ésta. Comencemos por su afirmación central: la finalidad, que es inevitable en filosofía, es una constante en biofilosofía, o, si prefieren, la filosofía de la vida532. Aristóteles, al comprenderlo, rechazó el mecanicismo de los filósofos que le antecedieron533. El mecanicismo es la explicación ingenua de los primeros filósofos; el finalismo es la explicación madura que el Estagirita impondrá en la historia de la filosofía hasta que Descartes regrese al período anterior en su esfuerzo 532 533

D’Aristote à Darwin. Pág. 9. Pág. 17.

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por matematizar toda la sabiduría. Una de sus preocupaciones fue eliminar las formas del mundo material para reducir toda la realidad a mera extensión; con ellas desapareció también la finalidad y, finalmente, nos invadió el mecanicismo materialista. Gilson propone a los científicos que adopten la actitud del científico Lucien Cuénot 534 Mientras más profundamente se penetra en los determinismos, más se complican las relaciones, y como esta complejidad concluye en un resultado unívoco que el menor extravío puede turbar, nace entonces invenciblemente la idea de una dirección finalista. Concedo que es incomprensible, indemostrable; que es explicar lo oscuro por lo más oscuro, pero ella es necesaria; es tanto más necesaria cuanto uno no puede privarse de un hilo conductor en la trama de los acontecimientos. No es temerario creer que el ojo ha sido hecho para ver535. Observemos que un verdadero científico toma nota de la finalidad que halla en los hechos que estudia, pero reconoce que escapa a su ciencia. Claro está. La ciencia que estudia la finalidad se llama metafísica y pertenece a la filosofía. Sin embargo, está obligado por su experiencia a reconocerla. Esto, nada más y nada menos, es lo que le pedimos a los científicos experimentales; por la sencilla razón de que los saberes se distinguen, no se oponen. El hombre, en el que habitan estos saberes, los trasciende; por lo que no debe limitarse a uno sólo y negar los demás. Está bien que se especialice en uno de ellos; lo malo radica en que niegue los otros. ¿Puede el ciego negar los colores y el sordo los sonidos? El libro del Estagirita que Gilson consulta es la Historia de los Animales que reúne el saber biológico a que habían llegado los griegos 534 535

Biólogo francés (1866-1951), profesor en la U. de Nancy. Pág. 10.

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en su siglo536. Esta voluminosa obra, de casi seiscientas páginas, presenta los hechos concretos que halla en las bestias que estudia, para, a partir de ellos, inducir leyes generales. Su propósito es, pues, el de todos los biólogos de hoy, como vimos hacía Darwin. Junto a explicables errores que, poco a poco, han sido detectados, reconocemos aciertos que nos hablan de la genialidad de su autor: descubre que la anatomía y fisiología de los animales es sustancialmente una; que los cetáceos son mamíferos; distingue los peces óseos de los cartilaginosos, y un largo et caetera. Algunos lo han proclamado el fundador de la entomología por los incontables detalles de los insectos que nos da a conocer. Gilson comienza por el libro primero de la obra que se inicia, a su vez, distinguiendo las partes que conforman a los animales en simples y compuestas. Las primeras son homogéneas; las segundas, heterogéneas. Hoy diríamos que distingue los tejidos de los órganos. La carne es divide en carne; pero no la mano ni el rostro. ¿Cómo explicar que partes heterogéneas conforme un único todo? Se interesa, pues, en lo que hoy llamamos ontogénesis; cómo se forma el adulto a partir del huevo. Ahora bien, la causa eficiente, origen el movimiento, basta para explicar la formación de las partes homogéneas; no así, si nos avocamos a las heterogéneas. Ahora interviene el fin, el porqué; que hoy llamamos la causa final537. Es necesario agregar que el ser vivo es espontáneo, es el principio de su propio cambio. A ello se debe la existencia de las partes heterogéneas, ya que debe ser causa y efecto de sí mismo. Como nada puede serlo desde el mismo punto de vista, la heterogeneidad del ser vivo es necesaria para ello. Porque así unas partes son capaces de actuar sobre otras. Ello exige, además, la presencia de un orden que lo posibilite; en consecuencia, el ser vivo es un organismo. El finalismo

536 537

Akal nos entrega una buena traducción al español. Madrid España. 1990. Pág. 12-14.

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aristotélico no es más que el esfuerzo de su autor por explicar la existencia de esta organización538. Es obvio que el fin da razón del orden. Una sencilla reflexión, nos permite comprender esta tesis capital. ¿Cómo saber si algo está ordenado o desordenado? Si conozco el fin, obtengo la respuesta; si lo desconozco, no puedo aventurarla. Algo está ordenado cuando está bien dispuesto según su fin. Aristóteles se apoya en el arte humano en el cual, obviamente, el fin precede a todo el trabajo del creador. El autor humano no hace más que imitar, en lo medida de lo posible, el trabajo de la naturaleza. Comienza por desarrollar un plan que luego pone por obra. En los seres vivos el plan es manifiesto, es el orden que les permite vivir. Por ello, no teme afirmar que la finalidad es un hecho. Si nos limitamos a lo homogéneo, nos basta la materia y el movimiento; si queremos comprender lo heterogéneo, necesitamos acudir al fin. Si bien la ciencia no puede explicar tal hecho, tampoco puede negarlo539. ¿Cómo distinguir el fin de la mera casualidad? Hay finalidad cada vez que una serie regular y constante de elementos logra, siempre o la mayoría de las veces, un mismo término final 540. Lo más sorprendente es que la finalidad natural es espontánea, carece de conocimiento, además de no recurrir a tanteos como el artista humano. Todo lo cual es un misterio para la ciencia; será tarea de la filosofía intentar su comprensión. Lo que no es lícito es negarla. Como el cadáver mantiene la organización del ser vivo, al menos por algunos instantes, Aristóteles acuña la noción de alma para explicar la diferencia. ¿De dónde procede? Del exterior, obviamente; en caso contrario todos los entes materiales serían seres vivos. A tal tipo de afirmaciones, los medievales las llamaban ratio sensata, razón sentida; es decir, la inteligencia establece su juicio fundada en la experiencia541. Como vimos 538 539 540 541

Pág. 14-15. Pág. 20. Pág. 22. Pág. 29.

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al comenzar este libro, la razón puede hacerlo apoyada en sus primeros principios. Uno de ellos es el principio de finalidad. Al que se escandalice, le advierto que todas las ciencias parten de principios que no demuestran. La metafísica es la única que los problematiza hasta asegurarse de que, a pesar de no ser posible su demostración, son verdaderos. Es la voz de la evidencia. ¿Recuerda el ejemplo del todo y la parte? Pues bien, como los seres vivos logran unir una cantidad asombrosa de elementos para construir su cuerpo, ninguno de los cuales puede explicar tal unión, es evidente que la razón de su éxito no se halla en ninguno de ellos; hemos de acudir al fin como el principio que preside todo el movimiento. El alma orienta al fin. La biología ni arruina ni demuestra la finalidad porque pertenece a la filosofía 542. Es curioso que los biólogos que están constantemente estudiando las funciones de los órganos, no adviertan que “función” es el nombre científico que reemplaza a la palabra “fin”. Las funciones de los órganos no son más que los fines para los cuales fueron hechos. La noción de finalidad nos hace inteligible el orden propio de todo organismo. En el capítulo tercero, Gilson aplica estas nociones a la teoría de la evolución. Como ya lo hemos citado bastante, no es necesario reseñar este capítulo aquí.

8.4. NECESIDAD DE ARMONIZAR CIENCIA EXPERIMENTAL CON FILOSOFÍA

Miguel Ángel Mirabella nos ofrece sus reflexiones sobre este tema que creo conveniente presentar en este apartado. Comencemos subrayando que tiene toda la razón cuando nos llama la atención de cuánto dependen la cosmología y biología actuales 542

Pág. 31.

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de ciertos supuestos. Ya vimos que toda ciencia, salvo la metafísica, supone verdades que no examina; las recibe de una ciencia superior. Es claro que la medicina depende en esto de la biología y las ingenierías de las matemáticas; todas las ciencias dependen de la metafísica, aunque muchos se esfuercen, en vano, por lo demás, en negarlo. Muchos parecen olvidar, al aceptar la teoría darwinista de la evolución, que toda ciencia busca las causas de los fenómenos y su razón final543. Hemos de agregar que las ciencias experimentales se limitan a las causas próximas mientras la filosofía busca las últimas y definitivas. Otro tanto hemos de decir de la razón final. Así, por ejemplo, los biólogos estudian las funciones del hígado, que son sus razones finales respecto del organismo viviente; la ecología las razones finales de las especies en la biosfera. La filosofía es la única que se plantea la razón final del universo total que se halla en su Creador. De este modo comprendemos que el movimiento supone un origen que no es movimiento ya que no se causa a sí mismo. Hemos de reconocer que su verdadera causa es un poder, y todo poder pertenece a un sujeto. El movimiento no es más que su instrumento544. Por lo mismo, los científicos creen que han dicho todo cuando logran enunciar una ley, sin advertir que ésta es una mera constante estadística que explica parcialmente un movimiento. Las leyes no constituyen lo explicado y, a su vez, necesitan serlo, tal como la causa eficiente no está presente en lo causado. Por ello hemos de reconocer que es la creación y su conservación la verdadera causa y razón que puede sostener a la naturaleza y ofrecernos su sentido545. La evolución nos habla de una cadena de acontecimientos perfectamente ordenada hasta dar origen a la nueva especie. La experiencia nos enseña que tales cadenas son producidas por inteligencias546.

543

Filosofía, Ciencia y Evolucionismo. Pág. 22. Págs. 34-38. 545 Págs. 24-26. 546 Pág. 28. 544

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Es bueno darse cuenta de que la materia no existe. Existen cuerpos materiales, mas “la materia”, en sí misma, independiente, no se halla en ninguna parte. Otro tanto puede decirse del caos cuyo estudio se ha puesto de moda. ¿Nos detenemos un momento a pensar que el caos es pensado desde el orden? En consecuencia, el orden existe antes del caos547. Mirabella nos propone una valiosa distinción. Mientras el mundo inerte está representado por “estructuras funcionales”, el mundo viviente lo está por “funciones estructurales”. La primera no es más que un montón de materia extroyectada, mientras la segunda es una introyección funcional. Un abismo separa a la una de la otra, como lo reconoce la física cuántica. La primera se limita a presentarnos una serie de cualidades accidentales de partes juntas sin mayor unidad. La segunda, por el contrario, es un todo unitario que tiene partes que le pertenecen de tal modo, que es el todo el que vive y muere548. Por eso el ser vivo implica una unidad heterogénea; es un todo por su forma. La gran pregunta es: ¿Cómo se pasa del montón inerte a la totalidad viviente? 549 Aunque los evolucionistas actuales no lo sospechan, están regresando al animismo primitivo550. Recordemos el “élan vital” de Bergson, la teología evolucionista de Teilhard de Chardin, y a todos los que hablan de una evolución creadora, aunque, tal vez, no usen la palabra creadora, agrego yo. Reconozcamos que el animismo es filosóficamente más aceptable que el azar que postula Darwin. En verdad es aceptable porque reconoce la necesidad de una razón suficiente del proceso. Su error radica en concebirla como inmanente al ser vivo o en el alma cósmica de los griegos. En ambos casos hay un sujeto poderoso que origina el movimiento. En cambio, la mutación azarosa darwinista es irracional.

547 548 549 550

Pág. 29. Pág. 30. Pág. 75. Pág. 85.

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Los famosos “cambios evolutivos”, ya vimos cuan torpe es tal expresión, no son más que la extraordinaria capacidad de los seres vivos de adaptarse a situaciones adversas para seguir viviendo, cambios individuales para seguir siendo lo mismo551. Mirabella también nos llama la atención sobre la naturaleza de la clasificación biológica. Se trata nada más y nada menos que de un instrumento de estudio552. Nadie ha encontrado jamás un animal o vegetal que sólo pueda ser clasificado en los taxones superiores de la clasificación553. Además, la clasificación ha sido creada a partir de semejanzas. Sólo un prejuicio evolutivo ha convertido las semejanzas en parentesco. También nos recuerda que no existe la vida, sino los seres vivos, como tampoco existe la Madre Naturaleza, sino seres naturales que nosotros englobamos en tales conceptos554 No es correcto, en consecuencia, preguntarse por el origen de la vida ni atribuir acción alguna a tal “madre”. Terminemos con una presentación, un tanto en mofa, de cómo comprenden al universo vivo los evolucionistas: Lo único que tienen que repetir para convencerse es que la materia, que anda por allí, generó un todo viviente por azar y selección, en contra de sus propias leyes555. Se ven obligado a repetir que la materia partió de una estructura molecular mínima, sin ninguna finalidad, hasta lograr una célula o totalidad biológica. A partir de allí se llegó a un individuo reino o cosa parecida, el cual evolucionó

551 552 553 554 555

Pág. 97. Pág. 109. Pág. 98. Pág. 151. Se refiere a la ley de la entropía, principalmente.

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azarosamente ordenado, hasta lograr la diversidad genéticamente definida de las especies556. El individuo reino alude a la taxonomía que se inicia distinguiendo los reinos; en consecuencia, el primer ser vivo fue un individuo reino. Es fácil de advertir que tal visión no es probable ni siquiera es posible; es, tan solo, un mundo imaginado, ajeno a toda ciencia.

556

Pág. 147.

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9. CAPÍTULO NOVENO ¿CIENCIA O FILOSOFÍA?

En el capítulo primero comprendimos que todo conocimiento intelectual es obra de la inteligencia la que actúa con mayor o menor cautela. En virtud de lo cual busca proveerse de métodos según la materia que estudie. De ahí proviene la distinción entre conocimiento vulgar, científico (experimental) y filosófico o sabiduría, como la llamaba Aristóteles. No hay abismos que los separen, no hay hiatos, por supuesto; tan sólo una mejor comprensión de la única experiencia que poseemos del mundo exterior: la de las sensaciones. Pues bien, entendido esto, podemos hacernos la pregunta: ¿La teoría de la evolución - prescindiendo de si es la verdadera: Spencer, Bergson, o la transformista: Lamarck, Darwin y sus seguidores - merece ser considerada ciencia o debemos, más bien, calificarla de filosofía?

9.1. LO QUE DICEN SUS CREADORES

Hemos visto que su primera versión, dentro del período histórico que llamamos edad contemporánea 557, qué nombre más estúpido, es la de Lamarck. Esta teoría es expresada en un libro que se llama “Filosofía Zoológica”. Claro está que en esa época todavía no se oponía filosofía a ciencia, por lo que no hemos de exagerar la importancia del nombre. En todo caso, la teoría parece implicar una mirada filosófica, no se limita a ser mera ciencia experimental, como pudimos comprobar en un texto citado más arriba que comparamos con el de Darwin referido al mismo asunto. Por lo que, en su pensamiento, bien podría ser considerada más 557

Contemporáneo significa que dos personas o sucesos pertenecen al mismo tiempo. Adán y Eva eran contemporáneos…

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bien filosófica que estrictamente hablando científica. Sin embargo, su libro está dedicado más bien a la ciencia experimental, a pesar de su título. Dejemos, sin embargo, constancia de que ni Lamarck ni Darwin hacen uso de la palabra evolución para caracterizar su pensamiento 558. Esto se debe a que pensaban en otra cosa, como ya explicamos. Por eso los filósofos llaman transformismo a su concepción. Abramos un paréntesis. Es bueno detenerse a superar esa falsa concepción de la filosofía que se ha impuesto en estos últimos siglos, la que la considera una disciplina que desconoce la experiencia. Eso es verdad únicamente de un mal modo de filosofar, el propio del racionalismo que llega a su máxima exageración en el idealismo. Los medievales, por ejemplo, asentaron un principio inconmovible: toda teoría filosófica ha de “salvar las apariencias”. ¿Qué querían decir con tan curiosa expresión? Los sentidos nos presentan las apariencias de las cosas, no sus esencias; es decir, no nos enseñan lo que las cosas realmente son. Sin embargo, cada cosa tiene las apariencias que su esencia le permite poseer. Por eso, ellas son una guía para ésta. De modo que toda explicación ha de partir de esas “apariencias” y respetarlas siempre. En otras palabras, los medievales estaban convencidos de la primacía de la experiencia sensible. De ahí otra de sus máximas: Contra los hechos no valen las razones. Pero esta primacía se refiere a las sensaciones, origen de todo conocimiento; porque ya vimos que la percepción las supera al unificarlas y hacer aparecer un sujeto que las sustenta; que es lo que la inteligencia pretende comprender cuando se pregunta por su esencia. Cerremos el paréntesis. También hemos visto que su primera versión estrictamente filosófica es expresada por Spencer, quien será seguido por Bergson cuya concepción es, tal vez, la mejor lograda. Como buen filósofo, Spencer comienza su exposición asentando ciertos principios o leyes que

558

Cfr. Gilson O.c. págs. 82-83. La palabra tan sólo aparecen en la sexta edición de El Origen y en un contexto de difícil comprensión por lo que parece ser un agregado posterior.

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determinan toda la realidad. En sucesivos libros los va aplicando a los diversos ámbitos de la misma, incluido el biológico, por cierto. Conviene que lo sigamos con cierta detención en su defensa de su teoría contra la increíble ceguera de los que se la atribuían a Darwin sin razón alguna, a su juicio. Como era un filósofo y, además, había conocido personalmente a Darwin hasta proporcionarle algunas ideas que éste aceptó de buena gana, hablaba de lo que sabía. Debemos a Gilson un acabado estudio de esta defensa que nos permitiremos resumir aquí aunque debamos repetir algún concepto ya mencionado. Parece que el autor de la confusión fue Lord Salisbury, presidente de la Asociación Británica para el Avance de las Ciencias, aunque otros consideran culpable al hijo del mismo Darwin. Al menos al Lord dirige su alegato Spencer. Es preciso aclarar que aquel no compartía la teoría de Darwin. Para Spencer, el confundir ambas doctrinas era un error que no trepida en calificar de vulgar 559. Una primera diferencia destaca que, mientras su concepción es universal, afecta a la realidad entera, algo muy propio de la filosofía, la de Darwin es particular, se reduce al mundo biológico exclusivamente. En la actualidad, es preciso reconocer que entre los defensores de Darwin son muchos los que la han elevado a una categoría universal; entre éstos sobresale Teilhard de Chardin que la ha convertido en teología. Esta sobrevaloración de la teoría es ajena a su autor. Spencer se indigna, además, de que haya expositores que comparen a Darwin con Newton. Con esta alusión, Spencer aclara que nos hallamos ante la misma confusión vulgar: Newton, con su teoría de la gravitación universal, abarca a toda la realidad material, por lo que su concepción no ha de ser rebajada a su aplicación al sistema solar. Del mismo modo, no se ha de confundir su teoría evolutiva universal con la otra, la de Darwin, que se limita a una mínima parte del universo, la de los seres vivos. Por 559

(Salisbury) Toma por su cuenta la idea vulgar que hace del darwinismo y de la evolución dos términos sinónimos. D’Aristote… Pág. 104. Error que se mantiene hasta el día de hoy entre los científicos, agregamos por nuestra cuenta. Vergonzoso.

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eso, si el sistema solar fuera explicado de otra manera, eso no afectaría a la teoría universal; así mismo, rechazada la selección natural, teoría de Darwin, tal rechazo no afectaría a la evolución orgánica, su propia teoría, que para nada la necesita560. Como si esto no fuera suficiente, Spencer aclara que Darwin jamás ha enseñado una teoría de la evolución, mientras él no cree en la selección natural. Tan independiente es su concepción de la de Darwin, que la había publicado ya en 1852, siete años antes de que la obra de su colega viera la luz pública. Como su propia idea era que el motor de la evolución era la adaptación a las circunstancias, como había enseñado Lamarck, para nada necesitaba de la selección tan cara a Darwin. Tan cierta era esta afirmación que el propio Darwin había calificado de absurda, preposterous561, la creencia de aquél en la función central de la adaptación; aunque no dejaba de reconocer que alguna influencia puede atribuírsele en el proceso de formación de nuevas especies. Es curioso comprobar, agrego yo, cómo esta crítica que Darwin dirige a Lamarck afecta de la misma manera a su propio sistema. Porque, según interpreta el Inglés, esta adaptación obedece a una voluntad que habitaría en el interior de cada ser vivo. Y es eso lo que considera absurdo. Supondría inteligencia y voluntad en cada ser vivo. Dado que, en la concepción darwinista, para que se forme una nueva especie es necesario una serie de cambios en la misma dirección a través de mucho tiempo, es fácil observar que se le está atribuyendo a la selección natural una voluntad que atraviesa los siglos en una misma dirección. Claro está que ni Lamarck ni Darwin pensaron tal posibilidad, pero si éste objeta así a aquél, podría recibir la misma objeción y escuchar su preposterous aplicado a su propia doctrina. Gilson suele referirse a las libertades que se toman los científicos y que están vedadas a los filósofos… A la luz de lo expuesto, cabe preguntarse qué pensaba Darwin de la evolución proclamada por Spencer. Aparte de su rechazo de la 560 561

Ibíd. Pág. 107

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adaptación como causa principal del proceso de cambio, expresó, en su Autobiografía, un juicio global sobre ella. Su hijo borró el texto, buen ejemplo de censura previa, por lo que hemos podido conocerlo tan sólo en 1958, cuando Nora Barlow lo rescató de la censura. Aunque es algo largo, conviene citarlo entero: Hallaba muy interesante la conversación con Herbert Spencer, pero yo no lo apreciaba de modo particular y no tenía la impresión de que me hubiera sido fácil ser íntimo suyo. Pienso que era intensamente autorreferente (egoistical). Después de haber leído uno de sus libros, sentía, en general, una admiración entusiasta por su talento trascendente, y me preguntaba a menudo si, en un tiempo lejano, ocuparía un lugar entre los grandes hombres como Descartes, Leibniz y otros, de los cuales yo bien poco sabía. De todos modos, no siento haber sacado provecho de los escritos de Spencer para mis propias obras. Su modo deductivo de tratar sus temas es completamente opuesto a mi modo de ver las cosas. Sus conclusiones jamás me han convencido, y nunca he dejado de decirme, después de haber leído una de sus descripciones: “¡He aquí un buen tema para una media docena de años de trabajo!”. Sus generalizaciones fundamentales, cuya importancia algunos han comparado a las de las leyes de Newton y que de buena gana admito que sean de gran valor desde el punto de vista filosófico, son de tal suerte que me parece que carecen absolutamente de utilidad científica. Más parecen definiciones que leyes. No me ayudan a predecir lo que va a ocurrir en ningún caso. De todas maneras, no me han sido de ninguna utilidad562.

562

Pág. 113. Como cito el texto según la traducción francesa, mi traducción es un tanto libre.

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Comprendemos que el hijo haya suprimido de la Autobiografía este pasaje. En él queda claro que Darwin despreciaba la teoría de la evolución porque no le aportaba nada y por carecer de carácter científico. Comprendemos al hijo: como su padre ya pasaba por ser el creador de la teoría, no podía publicarse su desprecio. Notemos que confiesa no saber filosofía. No puedo dejar pasar su última crítica en la que acusa de esterilidad a la teoría de la evolución por su incapacidad de predecir. Esta razón se puede esgrimir contra su propia teoría con el mismo resultado. Notemos que en esta alabanza-crítica que Darwin nos ofrece de Spencer, la palabra evolución brilla por su ausencia. Así, pues, el hijo y otros profesores de la época han creado un híbrido construido a partir de una doctrina filosófica y de una “ley” científica. En consecuencia tiene la universalidad propia de la filosofía y la certeza que atribuimos a la ciencia. Es prácticamente indestructible 563. En mis lecturas de evolucionistas convencidos he apreciado esta confusión. Sus cultores, cuando se enfrentan con una dificultad que se opone al darwinismo, lo que rarísima vez ocurre, se refugian en Spencer, y cuando enfrentan otra que se opone al pensamiento de Spencer, se refugian en Darwin. El único problema radica en que, en ese estado, la teoría es ininteligible. Gilson la califica de hircocervus indestructible564. Tenemos, pues, que, de acuerdo a lo que los propios autores aseguran, la teoría de la evolución de Spencer es filosófica; la teoría de la transmutación o transformación de Darwin, por el contrario, es científica. Para comprenderlo mejor sírvase, estimado lector, volver leer el capítulo primero, apartado cuarto y quinto. A muchos investigadores les ha llamado la atención de que no haya sido la ciencia la que haya inspirado a Darwin su famosa teoría, sino filósofos y hasta economistas, como ya vimos. Si ha sido inspirada por la filosofía liberal, la doctrina pertenece a la filosofía y no a la ciencia. De hecho, como lo reconoce uno de sus, cultores: La teoría de la 563 564

Pág. 115 O. c., pág. 115. Del latín hircus, chivo, y cervus, ciervo.

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evolución presenta el más grave de los defectos para una teoría científica: al estar fundada sobre la historia, no se presta a ninguna verificación directa565; defecto que desaparece si reconocemos que estamos ante una teoría filosófica. Volvamos a la Autobiografía En octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber empezado mi estudio sistemático, se me ocurrió leer el ensayo de Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí en seguida que bajo estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse y las desfavorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies nuevas566. Al parecer, la lucha por la existencia, conocida por todo naturalista, es iluminada por una nueva luz al leer la obra del pastor. Es curioso que a otro naturalista, Lamarck, considerado predecesor del evolucionismo de Darwin, el mismo hecho le haya inspirado una conclusión diametralmente opuesta: La Naturaleza, ese conjunto inmenso de seres y de cuerpos diversos, en todas las partes del cual subsiste un ciclo eterno de movimientos y cambios regidos por leyes, conjunto tan solo inmutable tanto cuanto le agradará a su Sublime Autor hacerlo existir, debe ser considerado como un todo constituido por partes, con un fin que solo su Autor conoce y no por alguna de ellas exclusivamente. Cada parte, debiendo necesariamente cambiar y cesar de existir para constituir a otra, tiene un interés contrario al del todo, 565

François Jacob: La Lógica de lo Viviente. Pág. 19. Trad. A. Cohen. Alianza Editorial. Madrid. 1993. Pág. 67. Esta edición tiene el defecto de limitarse a la publicación censurada por el hijo de Darwin. 566

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y, si ella razonara, juzgaría al todo mal hecho. En realidad, sin embargo, el todo es perfecto y cumple completamente el fin para el cual está destinado567. Encerrado en el individualismo liberal de marcada impronta bélica, triunfante en su siglo, Darwin juzga como juzgaría cada parte de la naturaleza, a juicio de Lamarck. Éste, inspirado en una filosofía anterior, da la primacía al todo, al que sirven las partes. ¿Está la ciencia capacitada para dirimir la oposición entre ambos ante el mismo hecho? Me parece claro que lo que los separa es la filosofía, no la ciencia biológica. Recordemos que no hay oposición sino distinción entre los diversos usos de la inteligencia. Tanto Lamarck como Darwin se han apartado de lo que realmente enseña la ciencia por ellos practicada. Lamarck tenía conciencia de ello y no le molestaba; Darwin parece ignorarlo absolutamente. Observemos que, en realidad, no estamos ante un hecho sino ante una interpretación de un hecho. ¿Hay alguien que califique el pastar de las vacas de lucha por la existencia? Lo que hace la vaca es matar plantitas vegetales, tal como la fiera mata vacunos. La filosofía liberal la ha interpretado así; la filosofía cristiana de Lamarck ha visto a las partes servir al todo, cada una cumpliendo su función. Esta visión global tan dispar es ajena a la biología. El hecho es que todos los animales se alimentan: unos de vegetales, otros de animales. No hay tal lucha por la existencia si miramos al todo, la biosfera, como un todo autosustentable, desaparece la supuesta guerra. Insistamos en un punto de gran importancia. Ignorado el todo, se observan muchos yerros en la naturaleza. Lamarck no puede achacárselos a Dios, por lo que mira el conjunto y lo admira. Desprovisto de esta visión, Darwin irá poniendo en duda su fe en la iglesia anglicana y terminará en un agnosticismo moderado. Spencer, por el contrario, que había abandonado toda creencia a temprana edad, es llevado a reconocer una inteligencia como guía de la evolución que ha hallado en la naturaleza. Porque la adaptación nos habla fuerte y claro de una finalidad 567

Philosophie Zoologique. Citado por Gilson, O.c. pág. 70.

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inscrita en el interior de cada ser vivo, y toda finalidad nos habla de una inteligencia. Al limitar todo el proceso al azar y a la selección natural, Darwin elimina al todo y a la inteligencia. Aparecen los errores sin justificación posible, los que resultan incompatibles con la sabiduría que se atribuye a Dios. Hasta el día de hoy, los evolucionistas darwinistas se basan en esta visión para rechazar a Dios y separarlo del mundo e, incluso, negar su existencia. Todo lo cual nada tiene que ver con la ciencia, es filosofía. Digamos, de paso, que son escasísimos los filósofos ateos que merecen figurar en su historia. Pero hay más. Lamarck observa que la parte, que ignora al todo, mira como erróneo lo que está admirablemente bien hecho. Porque el todo es perfecto y cumple completamente el fin para el cual está destinado, fin que es desconocido por las partes. Darwin se limita a las partes por lo que no puede reconocer la sabiduría del conjunto; Spencer, como filósofo, en cambio, sí que reconoce al todo. Mas estas diversas actitudes pertenecen a la filosofía, no a la biología. La actual ecología esta redescubriendo el todo que, como en filosofía se estudia, es más que la mera suma de sus partes. Darwin, pues, ha aplicado la doctrina de Malthus y de algunos economistas de su tiempo a la totalidad del reino animal y vegetal. Recordemos que se trata de la desproporción entre la disposición de alimentos y el crecimiento de la población. En esta perspectiva, y solo en ésta, surge su idea de la selección natural. Los más aptos triunfarán en esta angustiosa competencia por el alimento escaso. Darwin nos revela cuán importante fue lo que aprendió de Malthus al señalar, al final de su libro, que es la alta tasa de crecimiento de las especies la que provoca la lucha por la vida, y, como consecuencia, la selección natural568. No fue, por tanto, la ciencia la que lo convenció, sino la lectura de un pastor anglicano. La selección realizada por los criadores en su época le sirve de analogía para comprender la acción de la naturaleza. Analogía desconcertante. Porque los criadores son seres inteligentes que tienen un 568

Gilson. O.c. pág. 122, nota 1.

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fin bien preciso en mente. Es decir, su trabajo es el triunfo de la finalidad. En la naturaleza no hay ni seleccionador ni finalidad, según Darwin. Habría, pues, que explicar por qué y cómo una serie de pequeños cambios se ordenan a través de un largo tiempo de modo de dar origen a órganos nuevos. Darwin no muestra haber tenido conciencia del problema. Nos parece claro, pues, que la teoría de la selección natural de Darwin es inspirada por su filosofía y no por sus experiencias biológicas. Agreguemos ahora una nueva reflexión. Según Aristóteles y los medievales, la ciencia se limita a las causas próximas; la filosofía a las últimas. Espero que el ejemplo de los espejos del capítulo primero sea recordado y haya servido para comprender cuán diversas son estas disciplinas intelectuales. Por ello las ciencias experimentales se limitan a la realidad material, la única que se presenta ante nuestros sentidos. La filosofía, en cambio, no se hace problema alguno en superarla. Por ello, los biólogos no pueden explicar el origen de la vida, ya que ocurrió en un pasado lejano del que no hay experiencia alguna, por lo que el mismo Darwin declaró que tal problema le era completamente ajeno. Tampoco los físicos pueden acceder al origen del universo material. Tanto los unos como los otros parten de un ser vivo o de un universo ya constituidos; tan solo eso es posible objeto de experiencia. Sólo la filosofía, en busca de las causas últimas, puede investigar tales temas. Pero nuestra inteligencia es una sola y no es agotada por ninguna de las disciplinas que cultiva. Pasa de una a otra con toda naturalidad. He ahí el peligro. Ese paso exige mucha cautela porque ha de funcionar de diferente manera según la índole del objeto estudiado. En unas hace uso de la inducción; en otras, de la deducción. Queda claro, pues, que, a juicio de sus cultores, mientras la teoría de Spencer es filosófica, la de Darwin es científica. En la actualidad, la mayoría de los científicos siguen, en esta materia, la teoría

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de Popper569, creador de un criterio que permite determinar si una teoría es científica o no lo es: la falsación570. ¿Se aplica la falsación a la teoría de la selección natural? Popper mismo lo niega por lo que la declara ajena a la ciencia. Conviene que recordemos este criterio. Popper se adscribe, intelectualmente al menos, al Círculo de Viena que intenta dar un lenguaje común a toda la ciencia, basado en la concepción de Auguste Comte. Por eso su filosofía es llamada neopositivismo o positivismo lógico. Se destaca por su carácter antimetafísico. En este ambiente intelectual, se suele hablar del “principio de falsación” de Popper. Para que algo sea aceptado como ciencia, ha de someterse a dicho principio. Por su fundamento comtiano, sólo aceptan como científico lo que se base en la experiencia sensorial y el método inductivo. Además, solo eso puede ser considerado verdadero conocimiento. El principio exige que sólo sea considerado parte de la ciencia aquella hipótesis que pueda ser refutada por un nuevo experimento. A eso llama él falsación. Hay, pues, que definir un experimento crítico capaz de contradecir la hipótesis. Este experimento puede descartarla, sin embargo, no puede confirmarla. En definitiva, no hay conocimientos ciertos, tan sólo pueden ir acentuado su credibilidad a medida que superen los experimentos críticos que se le opongan. Como puede observarse, Popper reduce todo conocimiento científico a la inducción, lo que deja fuera no sólo la metafísica, sino también las matemáticas y las ciencias que usan la abducción más que la inducción. Es fácil comprender que las teorías darwinistas que miran hechos pasados irrepetibles y no observados, no son susceptibles de falsación. Los que no seguimos una visión tan limitada de la ciencia como la que defiende el Círculo de Viena, no nos impresionamos demasiado con esta conclusión, la que debería, no obstante, hacer meditar a los

569

Karl Raimund Popper, nació en Viena en 1902 y falleció en 1997. Es considerado el más grande filósofo de la ciencia del siglo veinte. Además, por su repulsa del socialismo nazi tanto como del socialismo marxista, incursionó en teoría política. 570 Aizpún nos da un buen resumen en O.C. págs. 328-334.

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científicos que la defienden. Nosotros hacemos otras observaciones. Veremos algunas. Queda claro que la teoría de Spencer, Bergson y otros es filosofía y no ciencia y sólo ella tiene derecho a llamarse teoría de la evolución. Es por esto por lo que algunos filósofos han llamado a la de Darwin y sus seguidores transformismo, por la palabra más usada por su autor al referirse a su pensamiento. No hay duda de que para él es ciencia. Pero hemos observado que su inspiración no procede de ésta sino de la filosofía liberal que, suprimiendo el todo, solo ve lucha a muerte por todas partes: guerra de todos contra todos como la pensó Hobbes, su inspirador. Notemos que Hobbes era, a su vez, un filósofo. No deja de llamar la atención que Darwin defina especie con las siguientes palabras: El elemento desconocido de un acto distinto de la creación571. Semejante definición no es científica, no tiene cabida en ciencia experimental alguna: es teológica. Ya vimos cuán mala es la teología que así interpreta el Génesis y cuan completamente ajena es a la Tradición. Por lo que es obvio que su doctrina no es solamente científica; aunque su autor no lo sospeche, es filosofía y teología en partes importantes de su desarrollo. Al menos, lo es un su mismo fundamento.

9.2. CIENCIA Y FINALIDAD

Los darwinistas están acordes en negar toda finalidad en la naturaleza. Quien la acepte se halla fuera del campo propio de la ciencia. Pero no hay ninguna ciencia que pueda justificar tal aserto por la sencilla razón de que la causalidad es estudiada únicamente por la metafísica. Tanto su afirmación como su negación pertenecen a la sabiduría, no a la ciencia experimental. Sería lo mismo que un ciego negara los colores o un sordo los sonidos porque no tiene experiencia de ellos. De hecho, 571

El Origen, 2, pág. 29.

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Aristóteles, quien mejor la estudió en la antigüedad, distingue cuatro tipos de causa. Kant, en la modernidad, las reduce a una sola: la eficiente. Pero Kant era un filósofo, no un científico. Claro está que la de causalidad propia del fin es ajena a la visión de Comte, el inspirador de los científicos contemporáneos, pero éste tampoco era un científico, era un filósofo. Lo más que podría aseverar un científico es que tal causalidad cae fuera del objeto de su estudio, como el sonido es ajeno al objeto de la vista; lo que no autoriza al ciego a negar la realidad de éste. ¿Pero realmente está completamente fuera de los estudios biológicos? Constantemente los biólogos nos hablan de las funciones de los órganos. Para un filósofo, la función de algo es su finalidad. Siempre que preguntamos para qué sirve algo, preguntamos por su finalidad. Es verdad que tan sólo un filósofo puede concluir que la finalidad implica la presencia de una inteligencia, ya que ésta es la única capaz de conocer lo que no existe aún, a saber, el fin que será logrado por el órgano. Aunque tal conclusión sea ajena a la biología, el orden que brota de ella no lo es. Todo orden es la correcta disposición de los elementos en vista de un fin. Y eso sí es objeto de estudio de un biólogo. Porque si hay algo donde brilla el orden es un organismo. De modo que una actitud sensata consistiría en que los biólogos reconocieran la presencia de la finalidad y le pidieran a los filósofos que la explicaran. Como dice Gilson: la finalidad es un hecho allí donde aparezca un orden, un plan572. El negarse a reconocerlo no es científico. Sería más acorde con nuestra racionalidad que, junto con reconocerla, se comprendiera, al mismo tiempo, que, desde el punto de vista científico, su presencia en entes que carecen de conocimiento es un misterio573. Este desconocimiento se debe a que, en la actualidad, las ciencias experimentales se limitan a explicar el cómo; al limitarse a ello, se aventuran a negar la existencia de lo que se les escapa. ¿Con qué derecho? Recordemos que en el capítulo primero indicamos que todo 572 573

D’Aristote à Darwin. Pág. 20. O. C., pág. 24.

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saber se basa en los primeros principios de la razón, ninguno de los cuales es experimental. Pero todos los científicos los usan constantemente, aunque no tengan clara conciencia de ello. Todo el que afirma algo, niega su contradictorio; es decir, usa del principio de contradicción cuya justificación se estudia únicamente en metafísica… Es fácil comprender que lo que más admiramos en la naturaleza es su orden, principio de su belleza, orden que es causado por la finalidad. No estaría de más que los biólogos que tanto estudian la adaptación, comprendieran que ésta no es más que otro nombre de la finalidad. ¿Sabrán los científicos actuales que Darwin reconoció la finalidad en la naturaleza? Asa Grey, en 1874, publicó un artículo denominado Charles Darwin en la revista Nature. En él sostiene: Reconocemos el gran servicio que Darwin ha rendido a la Ciencia Natural al devolverle la Teleología, de manera que, en vez de tener Morfología contra Teleología, de ahora en adelante tendremos Morfología casada con Teleología574. Este artículo, que elogiaba a Darwin, fue de su agrado. Por lo que respondió a su autor: Lo que Ud. ha dicho sobre la teleología me agrada de modo particular, y creo que nadie nunca ha remarcado ese punto575. No puedo dejar de citar otra confesión de Darwin, esta vez en carta dirigida a W. Graham: Sin embargo, Ud. ha expresado mi íntima convicción e, incluso, de un modo más impresionante y claro de lo que yo habría podido hacer, a saber, que el universo no es fruto del azar576. Todos sabemos que el darwinismo actual nos ofrece como causa de los cambios el azar. Este concepto implica, en general, dos sentidos. 574

Pág. 139. Ibíd. 576 Pág. 142. 575

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En primer lugar, afirmamos que el evento sucedió fuera de la intención del agente. Si al doblar la esquina me hallo ante un compañero de primaria que no veía hace veinte años, exclamo: ¡Qué casualidad! Atribuyo al azar el encuentro. La causa, por supuesto, no es el azar sino la circunstancia de ir ambos caminado a esa hora y llegar a esa esquina. Lo único que estaba ausente era la voluntad de encontrarnos. Como las células carecen de voluntad, no puede usarse en este sentido esta palabra. El segundo sentido es el reconocimiento de una ignorancia. Si al decir azar decimos que no sabemos qué causa el fenómeno, nada hay que objetar. Simplemente hay que procurar salir de la ignorancia y hallar dicha causa. En este caso, claro está, el azar nada explica; es lo que hay que explicar. Por desgracia, los darwinistas han convertido al azar en causa, con lo que no solo nada explican, sino que han invadido el campo propio de la filosofía. En filosofía, repitámoslo, el azar no es causa, es tan solo nuestra ignorancia de ella la que nos hace mencionarlo. De hecho, los científicos siempre buscan las causas, porque, como ya lo advertía Aristóteles, juzgamos que hemos comprendido algo cuando hemos hallado su causa. Ya sea la causa material, lo más propio de las ciencias experimentales, ya sea la formal, también al alcance de dichas ciencias, si bien con limitación a medida que estudian una realidad más y más compleja; ya sea la eficiente, en especial, cuando se estudian movimientos. Finalmente, hay que reconocer la causa final, la que ilumina todas las otras causas y nos da la mayor comprensión: el sentido de lo que estudiamos. Esta última es la más difícil de encontrar, aunque, en los seres vivos brilla con particular fuerza. Aizpún nos ejemplifica pedagógicamente la presencia de diversas causas en la explicación de un fenómeno 577. Supongamos que nos sorprende el paso veloz de una flecha que se incrusta en un árbol. Deseamos conocer las causas del hecho. Consultamos a cuatro sabios que nos acompañan. El primero determina que la flecha es una varilla de cedro con punta metálica y plumas en su otro extremo. El segundo explica el impacto como necesario dada la velocidad y dirección de la 577

O.C. Págs. 122-124.

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flecha. El tercero explica que, dado que la flecha no se impulsa a sí misma, hay que buscar al arquero que la disparó. El cuarto lo halló y éste le dijo que se estaba preparando para una próxima competición. Observemos que ninguna explicación excluye a las demás; cada una de ellas se enfoca en su campo y es completa en él, sin dejar satisfecha una inteligencia que quisiera hallar una explicación exhaustiva del fenómeno. Hay ciencias que privilegian la causa material, otras la eficiente, otras la formal, otras la final. La reunión de todas las causas es lo único que explica satisfactoriamente la totalidad del fenómeno. Por ello es bastante absurdo que una de ellas suprima a alguna otra simplemente porque cae fuera de su campo de investigación. A causa de lo cual, no se oponen las ciencias entre sí, ni siquiera se oponen a la filosofía, ni, mucho menos, a la religión. ¿Será mucho pedir que cada cual se limite a su ámbito y no se entrometa en el ajeno? Por cierto, un hombre puede cultivar varios a la vez; tan sólo se le exige que, al cambiar de ámbito, adopte el método propio de ese campo y no continúe con el del anterior. En toda esta vieja polémica, la prudencia ha brillado por su ausencia. Pero no siempre fue así. Los antiguos sabían que hubo animales que hoy ya no existen y hoy los hay que no existían en los años remotos. San Agustín, por ejemplo, como ya vimos, aprovechaba la idea estoica de las rationes seminales sin ser molestado por nadie. Esta idea implica que ciertas especies fueron creadas en calidad de semillas, por lo que aparecen después que las otras, cuando se cumplan las condiciones físicas requeridas, por lo que el aspecto de la naturaleza va cambiando con el tiempo. Santo Tomás considera aceptable esta visión, si bien no se compromete con ella. Eran visiones que se discutían sin acritud y sin descalificar a nadie. La autoridad eclesiástica no participaba en tales discusiones. Hay que esperar al racionalismo moderno para que aparezca la oposición ciencia teología y comience esa triste batalla que llena la segunda mitad del siglo diez y nueve, todo el veinte y parece lejos de terminar. Esperemos que pronto acabe ya que no tiene razón alguna que la avale. Que los científicos se dediquen a su ciencia y no nieguen a la filosofía su derecho a desarrollar sus ideas, y vice-versa. En todo lo cual

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la teología no tiene nada que decir, salvo lo que niegue la libertad humana, suprima el orden moral, la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. Pero, en todos estos temas, la biología nada tiene que decir. En toda esta discusión lo que más se invoca es lo que Pierre Dierterlen calificaba de impostura: Afirmar como verdad demostrada una enunciación indemostrable y propagarla por un público que no sabe en qué consiste una demostración578. De este modo se ha batido toda una marca: calificar de hecho a una mera hipótesis.

9.3. ¿FILOSOFÍA O CIENCIA?

La teoría de la evolución propiamente dicha debe ser discutida únicamente a nivel filosófico. Para ello es necesario conocer todos los datos atingentes que puedan proporcionar las ciencias implicadas. Al fin y al cabo, la evolución es un cambio, y un cambio nada explica, es lo que hay que explicar. ¿Puede decirse lo mismo de la teoría transformista como debería llamarse la de Darwin y sus seguidores? Dicho más directamente, ¿estamos ante una teoría únicamente científica o ante una filosófica? Ya vimos que, en el fondo, toda la teoría de Darwin consiste en aplicar la filosofía político-económica de Malthus y los liberales a la totalidad de la biosfera, como la llamamos hoy. Buena prueba hallamos en el último párrafo de su Origen: Aumento en proporción tan alta (de la natalidad) que conduce a la lucha por la existencia, y, como consecuencia, la selección natural que trae consigo la divergencia de carácter y la extinción de las formas menos mejoradas579.

578 579

Gilson: D’Aristote à Darwin. Pág. 24. Pág. 223.

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¿Quién habla: Darwin o Malthus? Pero Malthus no era un biólogo, era un pastor anglicano imbuido en la filosofía liberal dominante en su época. Podría decirse que su teoría surge del cruce de la filosofía de Spencer con la economía política liberal. Una mala filosofía fecundada por una mala economía política engendra un hircocervus, como dijimos más arriba. Supongo que ya todos hemos comprendido que las palabras especie y evolución son ajenas a la ciencia biológica. Como ya vimos, pertenecen a la filosofía desde tan antiguo como Heráclito, para quien todo cambia, y Platón y su famosa teoría de las ideas las que, por cierto, no cambian. Darwin cae en el mismo lapsus en muchas ocasiones, y, si bien es magistral en la observación directa de los hechos, es de una imprecisión absoluta en cuanto se aventura en términos filosóficos. Comencemos con el título de su obra famosa: Sobre el Origen de las especies… Un filósofo no puede no preguntarse: ¿A qué origen se refiere? Tal como se expresan los darwinistas actuales, Darwin habría demostrado su origen absoluto. Es decir, nos enseña el origen de la existencia de especies. Pero si leemos con atención el libro, descubrimos que esta afirmación jamás estuvo en la intención de su autor. Dado que existen especies, ¿Cómo se diversificaron hasta llegar al asombroso espectáculo que nos brinda la naturaleza? En el origen absoluto, nada tiene que hacer la selección natural, obviamente. Sin embargo, ella tampoco tiene nada que ver con las variaciones individuales espontáneas que son la verdadera causa de la diversificación. Eso es lo que habría que explicar. Al carecer absolutamente de respuesta, Darwin lo reconoce paladinamente al emplear la palabra azar. Los darwinistas actuales la han convertido en la causa de todo el proceso. Ya vimos que tal palabra tan solo designa que ignoramos la verdadera causa. La ignorancia no puede ser puesta como causa de nada en el mundo real; tan solo de nuestros errores. Como lo originado es la especie, volvemos a encontrarnos con la ignorancia. Ya lo vimos. Estamos ante un concepto filosófico que no

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debería haber entrado en la biología. La culpa no es de Darwin, por supuesto; hacía mucho que se había hecho fuerte en el vocabulario de los naturalistas; sobre todo desde que la empleó Linneo en su famosa clasificación. Dado que aparece en el título de su obra, deberíamos exigirle una clara definición del término empleado. Sus expresiones fluctúan constantemente, desde hablar de verdaderas especies, ¿las habrá falsas?, hasta el reconocer que es un término absolutamente arbitrario. De modo que, como asegura Gilson, nada es más difícil que saber de qué busca Darwin su origen; tal vez, de algo que no existe580. ¿Por qué no la llamó Acerca del origen de las razas? En verdad, su origen en manos de los criadores de palomas y otros animales domésticos es la única base empírica de toda su teoría. De modo que afirma, al mismo tiempo, su existencia y su desconocimiento de si realmente existen. Ya Lamarck había reconocido la artificialidad de toda la clasificación. En la naturaleza, sólo hallamos individuos; sin embargo, emite una curiosa opinión: las especies serían un estado estacionario provisorio entre una mutación y la siguiente. Por lo tanto, las especies son invariables por un cierto tiempo, mientras no cambien sus condiciones de vida 581. En el capítulo segundo de su libro, Darwin enfrenta el problema y muestra su perplejidad. Comienza reconociendo que se han dado varias definiciones de especie que no logran unanimidad entre los naturalistas582. A pesar de lo cual, reconoce que la palabra especie viene de este modo a ser una mera e inútil abstracción, que implica y presupone un acto separado de creación583. Nos queda clara, pues, que la última justificación del uso de la palabra especie viene dada por la Revelación, como más arriba observamos. ¿Estamos haciendo ciencia o teología? Si fuera así como lo dice Darwin, lo mejor habría sido decir que las especies no existen. Pero como ningún científico puede buscar el origen de lo que no existe, opta por seguir la opinión más común entre

580 581 582 583

Pág. 231. Pág. 229. Nota 1. El Origen. Pág. 29. Pág. 34.

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los naturalistas de sano juicio y mucha experiencia cuando se trata de distinguir una especie de una variedad, como llamaba él a las razas 584. Sin embargo, reconoce lo que ya había descubierto Aristóteles: la esterilidad de los híbridos. Darwin también usó ese criterio para distinguir especies de razas. Resulta un tanto inquietante que, quien establece la transformación de las especies, comience por reconocer que su fijeza genética es la marca más evidente de su realidad585. Criterio que, como vimos, se ha impuesto en biología evolucionista, a pesar de las afirmaciones de Kölreuter y Gärtner que lo niegan586. Para los filósofos que reflexionamos sobre estas ideas, nos llamas poderosamente la atención ese ir y venir entre una idea y otra; al final se mantiene una clara indefinición que pone en entredicho todo el libro. La pregunta clave es ¿De qué estamos buscando su origen? Tal parece que lo único claro es la afirmación de la Biblia que declara que Dios creó cada especie, signifique esto lo que significare para la mentalidad prehistórica que origina el relato que, siglos más tarde, será puesto por escrito587. Ya vimos cómo los teólogos antiguos nos enseñaron a interpretar alegóricamente tales textos, por lo que, según la tradición cristiana, la aseveración de Darwin es falsa. De modo que el título de la obra no tiene justificación bíblica, ni filosófica, ni biológica. Si lo hubiese llamado El Origen de las Variedades, nos habríamos evitado casi dos siglos de polémicas estériles y habría dicho lo que realmente la ciencia natural permitía afirmar. El salto de la raza a la especie y, de allí, al género y a toda la clasificación biológica es una colosal extrapolación, imposible de justificar. Tanto es así que uno queda realmente asombrado de expresiones como la de “selección 584

Pág. 32. Gilson: Pág. 235. 586 Ibíd. 587 Muchas biblias modernas usan la palabra especie; la vulgata latina, traducción de san Jerónimo del siglo cuarto de nuestra era, dice género; la de las Sociedades Bíblicas Unidas, de 1960, usa la palabra naturaleza; la aceptada por el Celam en 1979, se salta la palabra. ¿Qué decía el texto hebreo primitivo? Como sólo existen copias bastante recientes, es imposible saberlo. Como toda la Sagrada Escritura es un texto religioso, toda la discusión científica está fuera de lugar. 585

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inconsciente”: Si el hombre es capaz de producir, y efectivamente ha producido, gran resultado por sus medios de selección metódica e inconsciente…”588 Un filósofo no puede darse el lujo de hablar de una selección metódica e inconsciente. Darwin tenía conciencia del problema, como muchos de sus continuadores actuales. Con todo, después de precaverse de la objeción, parecen olvidar toda cautela y lanzan frases como la citada. Detengámonos en subrayar cuán consciente estaba el naturalista inglés del problema. Ante las objeciones que ya se le habían hecho por la contradictoria expresión, escribe: En el sentido literal de la palabra, sin duda, es término impropio el de selección natural; más ¿quién se opuso nunca a que los químicos hablen de las afinidades electivas de los varios elementos, siendo así que no puede decirse estrictamente que un ácido elija la base con que se combina preferentemente? Se ha dicho que hablamos de selección natural como del poder activo de una divinidad, pero ¿quién se opone a que un autor diga que la atracción de la gravedad rige los movimientos de los planetas? Todo el mundo sabe lo que significan tales expresiones metafóricas, que son casi necesarias por su brevedad589. De modo que la selección natural no pasa de ser una metáfora. Por desgracia, nunca se nos aclara qué hay bajo ella. Pero hay más. Citemos nuevamente El Origen: El hombre escoge sin más miras que su propio bien, mientras que la naturaleza busca solamente el bien del ser a quien atiende. Todo carácter selecto es plenamente

588 589

“El Origen…” Pág. 55. Pág. 54.

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formado por ella, como lo implica el hecho de haber sido escogido590. El lenguaje groseramente antropomórfico salta a las vista. Sólo las personas atienden a otras; sólo las personas buscan el bien de lo que cuidan; sólo ellas escogen. Podríamos multiplicar indefinidamente los textos, no solo de Darwin sino de muchos de sus sucesores, por no decir todos, pues podría haber alguna excepción; preferimos un texto que nos muestra Gilson en la obra tantas veces citada y que no aparece en la resumida versión de El Origen publicada por la editorial Ercilla y que he citada tantas veces. En la selección metódicamente practicada por el hombre, el criador selecciona en vista de un objetivo definido y sus cruces que se producen libremente pondrán fin a su trabajo. Pero, cuando un gran número de hombres, sin intención de alterar la raza, tienen en común un mismo tipo de perfección, y todos se esfuerzan en obtener los mejores animales para criar otros, es seguro que de ello resultará una gran mejora y modificación, ciertamente, pero lentamente, de ese proceso inconsciente de selección a pesar de la gran cantidad de cruces de animales inferiores. Gilson comenta: ¿Quién no ve que Darwin dibuja aquí un decorado conveniente a su propia tesis?591.Un gran número de hombres prepara la impersonalidad del suceso; esos hombres tienen un ideal en común que guía sus esfuerzos pero actúan de modo inconsciente. Darwin se engaña a sí mismo. Usa un lenguaje que nada tiene de científico, como las expresiones: Nature (…) in its polity; the polity of nature; the natural polity,592 etc.

590

Pág. 56. D’Aristote… Pág. 248. 592 No importa qué significado demos a la palabra polity - formas de gobierno, régimen, Estado… - no hallaremos ninguno apto para ser usado en biología. 591

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Gilson termina su libro pidiendo a los científicos que nos indiquen cada vez que prefieren usar de su imaginación y sus sueños en vez de hacer ciencia y darnos pruebas reales de lo que saben. No podríamos pedir otra cosa.

9.4. EL PROBLEMA DEL FUNDAMENTO

Aizpún, en el libro que tantas veces hemos citado, señala que toda la discusión proviene del fundamentalismo de los implicados en ella. Llama fundamentalista, en este ámbito del saber, a los que introducen conocimientos que no pertenecen a la ciencia de la que se trata y, para colmo, se los imponen injustificadamente 593. Los conceptos así introducidos pueden ser llamados prejuicios y los hay de la más diversa naturaleza. La base de la intromisión es una decisión voluntaria del científico, ajena, por supuesto, a lo que la ciencia exige. Los prejuicios pueden tener un origen religioso, filosófico, o de cualquier ámbito ajeno a la ciencia que estamos practicando; en nuestro caso, la biología. Recordemos el uso de la palabra polity por Darwin. Palabra legítima en derecho, ciencia política, etc.; pero no en biología. Ahora bien, la teoría darwinista acepta un paradigma filosófico: el materialismo. Quien lo impuso en la ciencia contemporánea fue un filósofo: A. Comte. Nada en la ciencia justifica su imposición. Según este prejuicio, aplicado al darwinismo, el universo y su existencia no requiere de explicación alguna; la vida surge espontáneamente de la naturaleza inorgánica; el hombre procede por lentos cambios de otra especie animal inferior 594. Como decía otro filósofo, B. Russell: el universo simplemente está ahí, y eso es todo. Este prejuicio implica que la ciencia experimental es el criterio supremo de verificación de lo real; 593

Pág. 95. Págs. 135 y ss. La noción de paradigma ha sido desarrollada por Thomas Kuhn en La Estructura de la Revoluciones Científicas. Tr. C. Solis. Efe. México. 594

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toda afirmación que le sea ajena, carece de todo valor. Lo grave de estos paradigmas radica en que condicionan el desarrollo de las ciencias que se someten a él. Muchos de ellos, pasado un tiempo, muestran sus deficiencias; a pesar de lo cual, la comunidad científica se esfuerza en mantenerlo contra viento y marea, hasta que surge otro que logra reemplazarlo después de ardua lucha. Buen ejemplo de lo dicho lo tenemos en lo que tardó la comunidad científica en aceptar los trabajos de Mendel que, al mostrar que había “leyes” que rigen la herencia, objetaba gravemente el paradigma darwinista. El trabajo de Mendel fue publicado antes del de Darwin, en cuya biblioteca estaba pero, aparentemente, nunca había sido consultado; solamente fue recibido por la comunidad a comienzos del siglo veinte. ¡Más de medio siglo perdido! No es necesario decir que todos estos prejuicios carecen absolutamente de fundamento científico experimental. Negar realidad a lo que no sea estrictamente material es una tesis metafísica. Recordemos que jamás se ha comprobado que la materia inorgánica sea capaz de producir seres vivos cuyas propiedades la contradicen abiertamente; además, que una especie animal genere otra, contradice la experiencia que señala que, siempre y sin excepción, los hijos pertenecen a la misma especie de sus padres, etc. Estas sencillas constataciones nos hacen comprender que estas teorías no pertenecen, de ninguna manera, a la ciencia experimental. Subrepticiamente el ámbito de la filosofía ha invadido el de la ciencia. Como lo han hecho personas sin formación en esta nueva disciplina, el resultado ha sido lamentable. Los que la practicamos quedamos asombrados ante las afirmaciones que, tan sueltos de cuerpo, emiten sus cultivadores. Donde todo límite ha sido franqueado lo hallamos en la aseveración que transforma una simple hipótesis en un “hecho”. Así mismo, la explicación dada por la novísima interpretación llamada de los equilibrios intermitentes nos muestra hasta dónde llega la imaginación de sus defensores. Ya lo discutimos por lo que no vale la pena insistir en ello. De la misma manera, abundan las contradicciones en las justificaciones que intentan mantener vigente la teoría contra las evidencias que los científicos van hallando con el correr

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del tiempo. Darwin nos da un buen ejemplo de ello en su capítulo undécimo al referirse a las extinciones que atribuye a la selección natural y que Aizpún destaca. Niega Darwin que haya misterio alguno en ellas, porque las especies nuevas reemplazan a la viejas. Sin embargo no titubea en afirmar que la selección produce diversidad de caracteres por lo que el territorio se hace capaz de sustentar un mayor número de individuos. Si es así, lo lógico habría sido atribuir la extinción a otra causa, no a la selección natural, ¿no le parece? 595

9.5. A MODO DE CONCLUSIÓN

Temo, estimado lector que esté tan confundido como yo. Hemos descubierto que la teoría de la evolución de Carlos Darwin no sólo es un mito inventado por su hijo y otros seguidores de sus ideas a fines de ese siglo, sino que, además, es ininteligible. ¿Podríamos intentar poner algún orden en medio de tanto desorden? Intentémoslo. El primer problema nos viene dado por la creación. ¿Sabe Ud. en qué se diferencia una creación de un cambio? Si hay un sujeto que permanece a través del movimiento, estamos ante un cambio. La creación, por el contrario, es un origen absoluto. Nada permanece. Lo creado es absolutamente nuevo, nada lo precede. Por ello, los teólogos señalan que el primer versículo del Génesis proclama la creación: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Con eso, en sentido riguroso, la creación está terminada. San Agustín piensa que el cielo se refiere a la creación de los espíritus puros y la tierra a la materia primera de la que hablan los filósofos. Es más probable, se piensa hoy, que la expresión usada aquí implique la idea que los griegos designaban con la voz kosmos; es decir, el universo material completo, bello y ordenado. Viene luego un relato figurado de la ornamentación o desarrollo de lo creado esquematizado en seis días en que el autor inspirado va señalando a las 595

Págs.169-179.

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divinidades adoradas por sus contemporáneos como mera obra de Dios. En consecuencia, los seis días hablan de un movimiento, un cambio, y como se dice que evolución significa cambio, de una evolución. Como puede verse, toda la polémica se basa en una interpretación que violenta al mismo texto sagrado. No olvidemos, empero, que toda interpretación científica de los textos religiosos está fuera de lugar. Pero, es digno de notarse, cuando se habla de un cambio evolutivo, uno advierte que no es verdad que evolución signifique solamente cambio, sino que se refiere a uno muy especial. Ya vimos que implicaba un progreso, sobre todo en los verdaderos evolucionistas, Spencer y Bergson. A decir verdad, todos sus partidarios terminan sosteniéndolo aunque adviertan la dificultad de usar tal expresión. Progreso implica un acercarse a una meta, es decir, una finalidad, por lo que tal palabra debería estar prohibida a un darwinista. Ya hemos visto que en este aspecto, como en tantos otros, la incoherencia reina. En vistas de esta aclaración, si sostenemos que la evolución es un cambio, hemos de precisar cuál es el sujeto que permanece. Otra vez quedamos estupefactos. No he visto a ningún partidario de estas ideas plantearse el problema. Como muchos sostienen que la especie es el lugar donde se produce la evolución, lo que permanecería invariable sería el género. Como se sostiene que toda la vida es fruto de una evolución, ésta tendría que comenzar con los tipos. Como todo ser vivo es un ser material, el sujeto último tendría que ser la materia. Mas la materia no existe, existen cuerpos, átomos, o lo que sea; pero no la materia. Menudo lío en el que se han metido estos científicos. No seré yo quien los saque de él; que salgan solitos, si pueden. Eso les pasa por filosofar sin preparación alguna para ello. En todo caso, nos queda claro que si hay evolución, nada tiene que ver con la creación que no es un cambio, que no reside en un sujeto, no es evolución en ningún sentido del término. Los partidarios de estas ideas suelen combatir al fijismo, creación suya, por lo demás. Hay que decir que el fijismo, al menos es coherente e inteligible; sobre todo si aceptamos la visión de Platón.

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Como las ideas son definiciones intelectuales, no cambian; lo que cambia es una cosa real a la que se le aplica la definición. Yo estoy en continuo cambio; el concepto de hombre, no. Todavía lo definimos como lo hacían los griegos varios siglos antes de Cristo: animal racional mortal. Ya vimos que entendíamos por esencia, en sentido restringido, lo invariable que hay en una cosa, en un ente, lo que necesariamente es ella, mientras los accidentes son los que cambian sin modificar a la cosa, al ente, en sus aspectos esenciales. Como la definición pretende alcanzar esa esencia, no varía. Pero también dijimos que no podemos definir a los seres vivos por su abrumadora complejidad. El transformismo también lo es; pero nada explica, mientras no descubra la causa de la transformación y sus límites. Ya dijimos que todo cambio exige un sujeto que se mantiene a través del cambio. Si nos fijamos en las causas que los diversos pensadores han presentado, vemos que sólo podrían justificar lo que se llama micro-evolución. Para Lamarck, esa causa era la adaptación al ambiente de modo que el animal pueda sobrevivir. Tal visión, rechazada por Darwin, es ampliamente aceptada hoy. Así vemos que diferentes micro organismos se han hecho resistentes a los productos que usan los agricultores para combatirlos. Nosotros mismos, los humanos, hemos desarrollado defensas contra ciertos elementos patógenos que nos enferman. Cuando uno de estos elementos pasa a otro continente cuyos habitantes carecen de las defensas necesarias, se convierte en una peligrosa plaga. Hay también acuerdo en que esta adaptación no afecta profundamente la organización del ser vivo que la padece; tan sólo le permite superar la dificultad. Darwin propone la selección natural. Pero ésta se ejerce sobre un cambio que se produjo, azarosamente, en el ser vivo. Curiosamente, su principal arma es la muerte del que no evolucionó, dada su visión de guerra total. De ahí que, a menudo, cuando se refiere a su acción, use la palabra exterminio. La ecología hace imposible esta visión, porque no hay una guerra de exterminio. Si la hubiera, la especie vencedora se quedaría sin alimento. Desde antiguo se ha entendido que la naturaleza nos presenta un panorama autosustentable en que todos somos alimento

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de todos. Los vegetales alimentan a los animales y los animales a los vegetales. Todo se reutiliza en la biosfera, nada se pierde. De ahí la increíble duración de las especies que conservan sus características básicas por millones de años. No sólo hablamos de fósiles vivientes, sino que cada cierto tiempo tenemos que retrasar la aparición de una especie por la aparición de un ejemplar en un tiempo remotísimo. El transformismo de Lamarck tanto como el de Darwin es perfectamente inteligible. Lo que no lo es, es el mito actualmente vigente que unifica ambas visiones: la filosófica de Spencer con la supuestamente biológica de los científicos. Porque son dos explicaciones antitéticas, como vimos mostraba tan claramente el mismo Spencer. En Darwin no hay evolución, porque no hay ley que rija el proceso; en Spencer no hay transformismo, porque el cambio es exigido por una ley del universo, inmanente a cada cuerpo. Por desgracia, no hay una prueba de la existencia de tal ley. Al final queda la gran pregunta: ¿Qué produjo la aparición de seres vivos? Para Lamarck era la creación; para Darwin eso estaba fuera del ámbito científico en el que él se movía. Al menos, cuando escribió El Origen, aún creía en la creación. A la que se le añade otra: ¿Por qué se forman abruptamente las especies que duran millones de años inalteradas? Tal vez sea el hombre el único que no alcance el millón de años sobre la tierra. Tan sorprendente conclusión nos hace preguntarnos cómo fue posible que el mito se impusiera sin contrapeso y haya llegado al extremo de que sean perseguidos los que no lo comparte hasta perder sus trabajo en universidades y otras instituciones. Al correr de estas páginas hemos visto la respuesta; sin embargo quisiera terminar con una cita que es la más clara de todas las explicaciones de este misterio. Desde el principio, la teoría de Darwin fue una aliada clara del liberalismo; fue desde el comienzo un medio de ensalzar la doctrina de la libre competencia (…) y del progreso,

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principio director del liberalismo, reconfirmado con la nueva teoría; cuanto más bajo se coloque el origen de la cultura humana, tanto más elevada serán las esperanzas que puedan abrigarse respecto a sus posibilidades futuras. De ahí que no haya que asombrarse del entusiasmo de las ideas liberales; el darwinismo tenía que ser cierto (…) Por eso se pasaron rápidamente por encima las deficiencias en la obra de Darwin: su vago punto de partida, su material sin crítica, sus débiles argumentos basado en flojas suposiciones y su creencia en el poder del azar596.

596

Erik Nordenskiold: Evolucionismo. Historia de las Ciencias Biológicas. Espasa Calpe. Buenos Aires. 1949. Pág. 546. Citado por E. Díaz A.: Darwinismo: Origen y Descendencia. Revista Mikael. N° 20, págs. 11-42.

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BIBLIOGRAFÍA

Hay muchos modos de escribir una bibliografía. Dada mi calidad de filósofo, espero ser criticado por meterme en una ciencia que desconozco. Ya aclaré que no es así porque me limito al aspecto filosófico de la cuestión y cedo la palabra a los científicos en lo que les corresponde. Sin embargo, para que nadie sea engañado, limitaré mi bibliografía a los libros y artículos que he consultado y me han parecido aportar algo de interés. Escribiré alguna nota sobre el contenido de algunos de ellos.

LIBROS

AIZPÚN, Felipe: “Evolucionismo y Conocimiento Racional”. OIACDI, EE.UU. 2010. Voluminoso libro, de más de seiscientas páginas, que consta de dos partes y veintiún capítulos. La primera parte pone en duda al darwinismo de moda y le opone evidencias científicas. En la segunda, más filosófica, abarca desde problemas de lógica hasta de la relación entre ciencia y filosofía para terminar reconociendo la presencia de un diseño inteligente en todo ser vivo. AGUSTÍ, Jordi: “La Evolución y sus metáforas. Una Perspectiva paleobiológica”. Tusquets Editores. Barcelona. 1994. Buena visión histórica del problema y discusión de las teorías evolucionistas opuestas entre sí. Subraya la existencia de evidencias paleontológicas que parecen refutar la teoría. El darwinismo es un reduccionismo. Esta teoría entra en crisis cada cuarenta años. ARDREY, Robert: “La Evolución del Hombre: La Hipótesis del Cazador”. Trad. N. Míguez. Alianza Editorial. Madrid. 3a Ed. 1983. Aceptada la evolución, supone que el hombre es tal por sus antepasados

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cazadores. Todo tiene sentido, salvo el Homo Sapiens. Es una notable paradoja. Aunque no creo que lo sea tanto como este libro. Naturalmente, atribuye a la evolución características personales: “Durante todo ese tiempo la selección natural aceptó o desechó a individuos o grupos en función de un solo patrón: nuestra capacidad para sobrevivir como cazadores (Pág. 31). AYALA, Francisco: “Origen y Evolución del Hombre”. Alianza. 3a Ed. Madrid. 1985. Presentación de diversos aspectos de la teoría subrayando la absoluta singularidad del hombre. AYALA, F., RUIZ, R.: “El Método en las Ciencias. Epistemología y Darwinismo”. Efe. México. 1998. Rechaza la inducción. La ciencia busca el porqué y sistematizar. Su método es hipotético-deductivo. La hipótesis guía la investigación. Es siempre refutable, no es demostrable. Depende de Popper y de Kuhn principalmente. BARNETT, S.A.: “Un Siglo Después de Darwin”. Alianza Editorial. Madrid. 5a Edición. 1982. 2 Vols. Reúne ponencias de diversos autores con fuertes críticas a la actual teoría darwinista. Se señala la gran variedad de teorías, la arbitrariedad de la idea de especie, y las aplicaciones de la teoría a la sociología, ética, etc. BATESON, G: “Espíritu y Naturaleza”. Trad. L. Wolfson. Buenos Aires. Argentina. 1a Impresión. 1990. Curiosa noción de espíritu maneja este autor ya que todos los animales lo poseen; tal vez sea una mala traducción, ya que el autor habla de mind, concepto mucho más amplio y vago, y que define como un agregado de partes interactuantes (o sea: un organismo). Nos entrega una visión platónica: en el principio fue la idea. Lo más perfecto no puedo provenir de lo menos perfecto. Cree que la homología prueba la evolución. Ésta consiste en un agregado de información en un ser ya existente. Las mutaciones producen la evolución mientras la selección natural es conservadora porque sólo admite cambios favorables a ese organismo

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BEHE, Michael: “La Caja Negra de Darwin”. Trad. C. Gardini. A. Bello. Santiago Chile. 1999. Sostiene que la discusión sobre la evolución debe darse a nivel molecular cuya complejidad atenta contra la posibilidad de la teoría. La complejidad hallada a ese nivel niega la explicación darwinista. Imposibilidad de explicar el origen de la vida. Los evolucionistas sólo han podido demostrar minucias. El diseño se impone en todas partes a nivel microscópico. BOLO, Horacio: “Límites y Mentiras de la Ciencia”. El Ciento por Uno. Buenos Aires. Argentina. 2006. Impresionante libro que presenta una serie de mentiras, falsificaciones, etc., realizadas por científicos que, gracias a ello, adquirieron fama durante un cierto tiempo. BORRUSO, Silvano: “El Evolucionismo en Apuros”. Criterio Libros. Madrid. 2001. Profesor de biología, convencido evolucionista hasta que… Dedica el libro a mostrar los hechos científicos que se oponen a la teoría. BRNCIC, Danko: “Fundamentos de la Teoría de la Evolución”. Ed. Universitaria. Santiago Chile. 1979. Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución. Reconoce que nadie ha podido observar la formación de una nueva especie. Presentación demasiado simple de la teoría. CARPANTIER, María. “El Origen del Hombre: Lo que nos señalan los fósiles”. Ediciones Paulinas. Santiago. Chile. 1982. Sencilla exposición de los últimos hallazgos de homínidos. Acepta la evolución, pero rechaza el ateísmo de algunas de sus formulaciones. COLLINS, F.H.: “Herbert Spencer”. Trad. H. de Varigny. Alcan. Paris. 2a Ed. 1894. En 600 páginas resume las 5.000 de Spencer quien personalmente aprobó y alabó el resumen. DARWIN, Carlos: “Autobiografía”. Trad. A. Cohen. Alianza Editorial. Madrid. 1993.

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“El Origen del Hombre”. Trad. J. Aguirre. Ed. Edaf. Madrid. 1989. “El Origen de las Especies”. Ercilla. Santiago. Chile. 1988. Versión resumida. DAVIS, P., KEYTON, D. “Of Pandas and People”. Haughton Publishing Co. Dallas. Texas. 2a Ed. 1993. Rechaza la teoría que supone que la vida proviene de una sustancia simple y preconiza la que supone que proviene de una inteligente conformación de la materia. Revisa explicaciones científicas del origen de la vida y prueba su inconsistencia. Solo acepta un micro-evolución. Rechaza homología y equilibrios intermitentes. Complejidad de la célula. Imposibilidad matemática de su origen paulatino. DELFGAAUW, Bernard: Teilhard de Chardin y el Problema de la Evolución”. Trad. J. Rovira. 1966. Carlos Lohlé. Buenos Aires. Argentina. Aunque reconoce que se basa más en ideas filosóficas que científicas, defiende sus intuiciones. DÍAS ARAUJO, E.: “El Evolucionismo”. Ed. Mikael. Entre Ríos. Argentina. 1981. Una sencilla y clara exposición de los argumentos que los científicos oponen a la teoría de la evolución. ERIKSON, Jon: “La Extinción de las Especies. Evolución, Causas y Efectos”. Trad. I. Español. Mc Graw-Hill. Madrid. 1992. Acepta la generación espontánea de la vida ya que la tierra primitiva estaba llena de ARN. El método propio de la evolución es el del ensayo-error. Con semejantes creencias se puede explicar todo, no importa cuánto sufra la lógica. FISCHER, Abeliuk: “Evolución… el Nuevo Paradigma”. Editorial Universitaria. Santiago. Chile. 2001. El autor procura iluminar la sociología con el paradigma evolutivo.

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GOULD, Stephen J.: “El Pulgar del Panda”. Trad. A. Resines. Ed. Orbis. Madrid. 1980. Una buena explicación de la teoría por un partidario de ella. Comienza asegurando que es un hecho, pero luego la prueba, sin notar la contradicción. Reconoce que la teoría usa inferencias en vez del método experimental. El mismo Darwin no fue inspirado por la ciencia sino por Quetelet, Smith y Malthus. Reconoce que es una analogía de la mala economía del laissez faire. Termina estudiando las nuevas tendencias y criticando muchas de sus aseveraciones. GRASSÉ, Pièrre: “Evolución de lo Viviente”. Trad. Fernández y Plazaola. H. Blume. Madrid. 2a Ed. 1984. Sólo acepta la prueba paleontológica. Reconoce que viola la ley de la entropía. Darwin nada demostró y Grassé no acepta las nuevas teorías. Hay que reconocer que es regida por una ley desconocida. Desconocemos el origen de los tipos, etc. Cada tipo es un plan de organización fundamental. Los darwinistas excluyen los hechos que no le convienen. Aunque las causas siguen presentes, la evolución se ha detenido hace mucho tiempo. El azar no es más que la medida de nuestra ignorancia. La evolución concreta un plan cuyo origen ignoramos. La evolución real sobrepasa a la ciencia actual. “L’Home an Accusation. De la Biologie à la politique”. Albin Michel. Este evolucionista original muestra hasta qué punto las teorías evolucionistas en boga, incluida la de Darwin, son profundamente ideológicas; hoy diríamos reduccionistas. Destaca la originalidad del hombre que no puede ser reducido a su biología. “El Hombre, ese Dios en Miniatura”. Trad. I. Villena. Hispamérica. Buenos Aires. Argentina. 1986. Todo iría mejor si los filósofos supiesen biología y los biólogos no despreciaran la filosofía. Se investiga porque se supone que hay un orden. Toda especie especializada es incapaz de originar otras. La selección natural no es más que un Deus ex machina. El determinismo y el finalismo no se excluyen. El lenguaje biológico está impregnado de finalidad. La misma palabra selección es finalista. La materia contiene espíritu, lo prueba la cibernética. Califica

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de ciencia ficción al relato evolutivo del hombre a partir de prehomínidos. Nada sabemos del origen de la inteligencia. HEMPEL, C.G.: “La Explicación Científica”. Trad. varios autores. Paidós. Buenos Aires Argentina. 1979. El autor, positivista lógico, dedica el sexto capítulo de su libro al problema de la taxonomía. Considera que la teoría de la evolución enriqueció la taxonomía al hacerla filogenética. Está consciente de la dificultad y precariedad de la clasificación biológica. HORVART, Alejandro. “El Hombre y la Evolución”. Ediciones Universitarias de Valparaíso. Valparaíso. Chile. 1982. Curso muy simple, dictado en la U. Católica que agrega un capítulo dedicado a la Biblia para mostrar que no se opone a la ciencia en la óptica de Teilhard de Chardin. “Evolución”. Ediciones Universitarias de Valparaíso. 1984. Ampliación del anterior, sobretodo en su extensa bibliografía, excluidos los que se oponen a la teoría, por supuesto. HOYLE, Fred: “El Universo Inteligente”. Trad. J. Chabás. Grijalbo. Barcelona. 1984. Imposibilidad matemática del origen de la vida por casualidad. Hay una inteligencia que guía todo. Supone presencia de bacterias por todo el universo. El neodarwinismo es imposible. La vida es fruto de la información, pero no sabemos de dónde procede. Sólo una inteligencia inmanente al universo podría explicarla. HUXLEY, Julián: “El Pensamiento Vivo de Darwin”. Trad. Jiménez de Asúa. Losada Buenos Aires. 2a Ed. 1943. Dudo que Darwin hubiera aprobado que lo que enseña Huxley responda a su pensamiento. Por lo demás critica muchas ideas de Darwin y le adjudica otras que éste rechazó. JACOB, François: “La Lógica de lo Viviente”. Editorial Universitaria. Trad. J. Mordóh. Santiago. Chile. 1972. Evolucionista original trata de dar una visión lógica de la teoría.

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LA GRAN ENCICLOPEDIA DE LA CIENCIA: “El Hombre. Orígenes y Evolución del Hombre”. Editorial Portada. Santiago. Chile. La enciclopedia presenta como ciencia la hipótesis evolucionista sin señalar autor. LASKER, Gabriel: “La Evolución Humana”. Trad. A. Escurdia. Fondo de Cultura Económica. México. 1963. Dedicado a los alumnos de secundaria, presenta en forma didáctica el estado de los estudios en su época. LE GROS CLARK, W.E. : « Los Fundamentos de la Evolución Humana”. Trad. M. Marino. Eudeba. Buenos Aires. 5a Ed. 1977. Supone que Darwin demostró que la selección natural era el fundamento de la evolución y que los fósiles demuestran la veracidad de la hipótesis evolucionista. Reconoce que la filogenia humana es hipotética. LEGUIZAMON, Raúl: “Fósiles Polémicos” Ed. Esclarecimiento y Difusión. Córdoba. Argentina. 1984. Crítica la presentación de la evolución del hombre. Denuncia como meras especulaciones la anatomía comparada y considerada ilegítimo confundir semejanza con parentesco. Declarar antepasados del hombre a los fósiles hallados es mera imaginación. “Y el Mono se Convirtió en Hombre”. Ediciones Nueva Hispanidad. Buenos Aires. Argentina. 2001. El autor no cree en la base científica de la teoría. Sin embargo, la acepta para demostrarle a los católicos que la profesan su incompatibilidad con la Revelación cristiana. “La Ciencia contra la Fe”. 2a Ed. Ediciones Nueva Hispanidad Académica. Buenos Aires. Argentina. 2001. Muestra la debilidad de las supuestas pruebas científicas de la evolución humana a partir del mono u otro primate anterior. LE GROS CLARK, W.E. : Los Fundamentos de la Evolución Humana”. Trad. M. Marino. Eudeba. Buenos Aires. Argentina. 1977. La selección natural es el fundamento de la evolución. Cree que la evolución de los

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antropomorfos está clara y el pitecántropo sería el antepasado común a hombres y simios. Privilegia la anatomía comparada, como lo hacía Darwin, porque la paleontología nada sabe. LEWIN, Roger: “La Interpretación de los Fósiles”. Trad. M. Bofill. Planeta. Barcelona. Descarnada crítica de las interpretaciones evolucionistas. Postula que los expertos ven en los fósiles lo que quieren ver guiados por sus prejuicios. Destaca la oposición entre ellos y cómo se disimula la falta de certeza en todo. Destaca muchos ejemplos. LOVELOCK, J.E. Aunque este autor no estudia la evolución directamente, su pensamiento es muy interesante porque desarrolla la hipótesis Gaia. La tierra sería un ser vivo. “GAIA. Una nueva visión de la vida sobre la tierra”. Trad. A. Jiménez. Madrid.1983. La vida se mantiene porque Gaia mantiene las mismas condiciones a través de millones de años. Hay una autoregulación global. Combate la concepción alarmista de la contaminación. Gaia corrige los desequilibrios. “Las Edades de Gaia”. Trad. J. Grimalt. Tusquets Editores. Pretende demostrar que no son las condiciones de la tierra las que posibilitan la vida, sino que la vida creó esas condiciones. La ciencia actual es incapaz de explicar la historia de la vida. Su visión reduccionista se lo impide. “GAIA. Implicaciones de la nueva biología”. Varios autores. Kairós. Barcelona. 2a Ed. 1992. Interesantes reflexiones a propósito del trabajo de Lovelock. En general, los autores se oponen a la visión de Darwin. El mismo Lovelock declara que Darwin no puede explicar a Gaia. MAYNARD S. John: “La Teoría de la Evolución”. Trad. A. Resines. Hermann Blume. Madrid. 1984. Presentación prolija de la teoría. Toda dificultad es ajena a este libro.

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MAYR, Ernst: “Una Larga Controversia. Darwin y el Darwinismo”. Trad.: Santos Casado. Crítica. Barcelona. 1992. MIRABELLA, Miguel Ángel: “Filosofía, Ciencia y Evolucionismo”. Educa. Buenos Aires. 2011. El autor hace un llamado a armonizar y complementar ciencia experimental y filosofía, al mismo tiempo de alertar contra las ideologías en boga. Para ello llama la atención sobre los supuestos propios de la cosmología y de la biología. Muestra cómo el origen de la vida está fuera del alcance de la biología como, así mismo, el del hombre. MONOD, Jacques: “El Azar y la Necesidad”. Trad. F. Ferrer. Hyspamérica. Madrid. 1985. Uno de los más famosos defensores de la teoría de la evolución en Francia. Mecanicista y positivista, desde el punto de vista filosófico; es decir, reduccionista. El subtítulo de la obra reza: Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Aunque no lo dice, su inspiración brota de la filosofía de Augusto Comte, fundador del positivismo. Monod parece ignorar que Bergson ya dio cuenta de sus limitaciones. Sostiene que sólo la selección natural es compatible con la ciencia moderna. Concibe a los seres vivos como entes artificiales, producto de la información, sin advertir que ello contradice a la selección natural. Reconoce muchas ignorancias en la biología actual; por ej., el paso de lo microscópico a lo macroscópico. Como la evolución es producida por los errores de la replicación, es fruto del azar. Reconoce el misterio del origen de la vida, del código genético, etc. La filosofía y la religión se oponen a la verdad. MORRIS, Edmond: “El Mono Desnudo”. Trad. J. Ferrer. Ediciones Orbis. Buenos Aires. Argentina. 1986. Libro de divulgación cuyo título lo dice todo. “El Zoo Humano”. Trad. A. Martín. Buenos Aires. 1986. Continuación del anterior. MOYA, Andrés: “La Teoría de la Evolución”. Anthropos. Barcelona. 1989. Biólogo y filósofo se preocupa principalmente del aspecto teórico

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advirtiendo que en la teoría están incluidas muchas sub-teorías. En el anexo llega a reconocer el carácter deductivo de la teoría. NOGAR, Raymond: “La Evolución y la filosofía cristiana”. Trad. I. Antich. Herder. Barcelona. 1967. Este dominico piensa que la evolución es un hecho cierto, aceptado por todos y sólo se discute el modo cómo se produce. Privilegia la prueba paleontológica a pesar de reconocer que la cronología se basa en conjeturas. En este libro he encontrado el mejor desarrollo de las pruebas, al menos, desde el punto de vista lógico. Termina reconociendo que no hay una prueba concluyente. ROSTAND, Jean: “El Correo de un Biólogo”. Trad. I. Ortega. Alianza Editorial. 2a Ed. 1980. Responde a las muchas preguntas que ha recibido. Insiste en la individualidad de cada ser vivo y la absoluta originalidad del hombre. Rechaza por razones matemáticas la posibilidad del origen del primer ser vivo por azar. ROTHHAMMER, Francisco: “El Desarrollo de las Teorías Evolutivas después de Darwin”. Editorial Universitaria. Santiago. Chile. 1981. Crítica presentación de la historia de las ideas a partir de Darwin. RUSE, Michael: “La Revolución Darwinista. (La ciencia al rojo vivo)”. Trad. C. Castrodeza. Alianza. Madrid. 1979. Se limita a la historia a mediados del siglo diez y nueve en Inglaterra. Interesante en cuanto nos permite conocer el ambiente científico en el que nace la teoría. SALET, George: “Azar y Certeza”. Trad. J. Garrido. Alhambra. Madrid. 1975. Imposibilidad matemática de la evolución pretendida por los evolucionistas. Se basa en la complejidad asombrosa de los seres vivos. Las mutaciones sobre órganos vitales son fatales. La mayor dificultad radica en explicar la aparición de órganos nuevos, ajenos al ADN de un animal. La correlación que se observa en los seres vivos impide la evolución. SERMONTI, G., FONDI, R.: “Más allá de Darwin”. Trad. N. Valenti. UNSTA. Tucumán. Argentina. 1984. El genetista Sermonti y el

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paleontólogo Fondi critican la teoría desde sus propias disciplinas. Además de insistir en tres preguntas que la evolución no responde: ¿Hay dirección?, ¿Por ambiente o por fuerza interior?, ¿Gradual o por saltos? Hay tantas respuestas como especialistas. Todas las células tienen la misma antigüedad. La evolución viola la ley de la entropía. Amplia lista de científicos cuyos trabajos refutan las aseveraciones de los evolucionistas. Paleontología muestra que todos los tipos surgieron al comienzo; ninguno nuevo en quinientos millones de años. Todas las clases tienen más de trescientos millones de años de antigüedad. No hay formas intermedias. En verdad, esta teoría nada explica. “El Crepúsculo del Cientificismo”. Trad. G. Francini. Oikos. Buenos Aires. Argentina. 3a Ed. 1983. Aunque no se refiere a la teoría de la evolución, traigo a colación el libro porque intenta fijar el estatuto propio de la biología como ciencia experimental, cuyos límites no debe sobrepasar. SIMPSON, George G.: “El Sentido de la Evolución”. Trad. J.M. Calcelo, R. Wulf. Eudeba. 6a Ed. Buenos Aires. Argentina. 1984. Como las pruebas favorables a la teoría son abrumadores, el autor se abstiene de presentarlas e insulta a los que no las aceptan. Sólo se puede disentir en el cómo y en el porqué. Se ignora el origen de la vida. Todos los tipos se originan en el cámbrico y ninguno se ha extinguido. Y así sigue todo el libro con una falta de capacidad crítica asombrosa. Por lo demás son numerosas sus contradicciones. Por ejemplo, sostiene que se puede establecer cualquier regla si se parte de ella y se interpretan las evidencias de acuerdo con ella. Con lo que destruye la calidad científica de la teoría de la evolución sin darse cuenta. Después de decir que la evolución siempre sigue líneas rectas, declara que cambia de dirección con cada cambio adaptativo. Los protozoos y otros no evolucionan. ¿Para qué seguir? SOBER, Elliot: “Filosofía de la Biología”. Trad. T. Fernández y S. del Viso. Alianza Editorial. Madrid. 1996. Sostiene que no se puede definir evolución. Es una visión histórica de la vida. Admite que la teoría del

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diseño es de gran belleza. Pero Hume la ha hecho imposible. Selección natural es un maravilloso chapucero. Esta teoría es metafísica, no científica, porque no es falsable. Tampoco es empírica. SPERLICH, Diether: “La Evolución de las Especies”. Salvat Editores. Fernando Lobo realiza una entrevista a Sperlich y agrega las pruebas en que se apoya la teoría. STEPHEN, J. Gould: “Desde Darwin. Reflexiones sobre Historia Natural”. Trad. J.D.Pérez. Hermann Blume. Interesantes reflexiones de un evolucionista capaz de criticar muchos aspectos de la teoría. “El Pulgar del Panda”. Trad. A. Resines. Ediciones Orbys. Buenos Aires. Argentina. 1986. Como buen evolucionista, en su extensa bibliografía no aparece ningún autor opuesto a la teoría. El título se debe al descubrimiento de que no hay tal “pulgar del Panda”, sino una chapucería indigna de la divinidad lo que demuestra la teoría. Una vez más, un biólogo nos da lecciones de teología; lo malo es que brotan de su ignorancia. URDANOZ, T, O.P.: “Historia de la Filosofía”. Vol. V. Madrid. 1975. Buena exposición del pensamiento de Herbert Spencer y de Carlos Darwin. PIVETEAU, Jean: “El Origen del Hombre”. Hachette. Trad. G. De Civiny. 3a Ed. 1982. Dentro de la visión evolucionista, el autor subraya la superioridad síquica del ser humano. VV.AA.: “Proceso al azar”. Tusquets Editores. Buenos Aires Argentina. 2a Ed. 1992 (1a 1988). La mayoría de las ponencias se refieren a la física y combaten el determinismo y el entender al universo como sometido a leyes. Las que se refieren a la biología, desnudan la incapacidad de la selección natural para crear especies nuevas. Como es natural, abunda la disparidad de opiniones.

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VV.AA. “Un Siglo Después de Darwin”. Alianza. Madrid. España. 1962. Vol. 1: “La Evolución”, vol. 2: “El Origen del Hombre”. S.A. Barnett presenta una serie de artículos pedidos a los más destacados evolucionistas del mundo anglosajón para celebrar el centenario de la aparición de El Origen de las Especies. VV.AA. “Diseño Inteligente. Hacia un nuevo paradigma científico”. OIACDI, EE.UU. 2010. La Organización Internacional para el Avance Científico del Diseño Inteligente ha reunido capítulos de libros escritos por investigadores partidarios de la teoría del diseño inteligente y opuestos a las teorías evolucionistas de moda. La mayor parte de ellos son matemáticos que han desarrollado una técnica para descubrir cuando hay diseño y cuando hay casualidad. Su conclusión: un ser vivo es una prueba palpable de un diseño inteligente. VV.AA.: “Darwin frente al Diseño Inteligente”. OIACDI, EE.UU. 2011. En siete capítulos muestra algunos de los aspectos que desechan las explicaciones darwinistas y nos inclinan a reconocer la presencia de un diseño inteligente en los seres vivos.

ARTÍCULOS DE REVISTAS

BORRUSO, Silvano: “Festum Saeculare Adveniente”. Revista Verbo N° 471/2. 2009. Madrid. España. Analiza la obra principal de Darwin y muestra las vaguedades intelectuales en que cae y la ausencia de refutación de algunas objeciones que él mismo plantea. Termina mostrando algunos fraudes creados por evolucionistas en su afán de probar lo que habían sido incapaces de hacer con los datos reales. CHARLIER, Henri : « Sur L’Histoire du Transformisme ». Itineraires. 1972. Sencilla exposición de la historia con algunas sabrosas reflexiones: en la evolución hay algo que no cambia: la evolución misma. Rechaza la teoría del universo en expansión.

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GARRIDO, Julio: “Tipología y Motivaciones de las Actitudes frente al evolucionismo”. Revista Verbo. Madrid. España. 2009. Pasa revista a los argumentos científicos, a los filosóficos, a los factores religiosos, a los psicológicos y sentimentales, para exponer, en seguida, los diversos tipos de evolucionismo: materialista, crítico, espiritualista, y concordismos varios. Termina declarando que el evolucionismo es imposible y constituye un mito. GIERTYCH, Maciej: “La Enseñanza de la Evolución en las Escuelas Europeas”. Revista Verbo. Madrid. España. 2.009. Genetista y eurodiputado, explica la imposibilidad de la evolución por el empobrecimiento genético necesario para “crear” razas nuevas. Es decir, la evolución se produciría por empobrecimiento en vez del necesario enriquecimiento. Cita, además, a Hans Zillmer, paleontólogo, que muestra evidencias de la convivencia de hombres y dinosaurios; al sedimentólogo Guy Berthault que muestra que el sistema de datación usado en geología está completamente obsoleto; al fisiólogo Joseph Mastropaolo que pide que se enseñe la involución en vez de la evolución. Termina refutando los principales argumentos científicos en que se apoya esa teoría. GONZALO, Julio : “Darwin y El Origen de las Especies ciento cincuenta años después”. Revista Verbo N° 471/2. 2009. Madrid. España. Catedrático de física de la U. Autónoma de Madrid nos da una lista de libros que combaten la teoría, muestra cómo los tribunales de USA cambiaron la prohibición de enseñar el darwinismo a la prohibición de enseñar lo que lo contradijera. Finalmente expone algunas dificultades de la teoría. LEGUIZAMON, RAUL: “La Ciencia contra la Fe”. Separata de la Revista Jesus Christus. Catedrático de la U. Autónoma de Guadalajara. México. Muestra la dificultad científica que encierra la hipótesis de que un mono se haya transformado en hombre.

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“La Superstición Darwinista”. Revista Verbo. N°471/2. Madrid. España, 2.009. Muestra que esta teoría está en contradicción con lo que ciencia ha descubierto en los últimos años. Para ello cita a científicos de reconocido prestigio en sus especialidades, incluso evolucionistas destacados, que van demoliendo las bases de la teoría darwinista. En la bibliografía cita 68 libros, la mayor parte de ellos de objetores de la misma. Creo que algún día el mito darwinista será considerado el más grande engaño en la historia de la ciencia sostiene Soren Lovtrup. LEWONTIN, Richard: “La Adaptación”. Revista de Investigación y Ciencia. N° 26. 1978. Todo ser vivo es una perfecta adaptación. Los órganos complicados hacen absurda la idea de selección natural. Esta supone siempre un mundo previo. Los organismos no se adaptan, ya lo están desde su origen. Nada explica la formación de formas completamente nuevas. OWEN, C. “Evolución de la Marcha Humana”. Investigación y Ciencia. Enero. 1948. Esta revista es la edición española de Scientific American. Artículo dedicado a demostrar que la posición bípeda del hombre es inconveniente. Disminuye la velocidad, la agilidad y dificulta el trepar a los árboles y el parto. PIERRE-MARIE, Fr. O.P.: « L’Évolution de l’homme et la Théologie » Le Sel de la Terre. N°9. Breve resumen de la postura teológica ante la teoría. RAFFARD DE BRIENNE, Daniel: « Evolution : Mythe ou Réalité ». Lecture et Tradition. N° 143-144. 1989. Refuta una a una las principales pruebas que presentan los partidarios de la teoría en sesenta densas páginas SALET, George: « Dieu et la Science ». De Rome et d’Ailleurs. N° 112. 1991. Hay una micro evolución, pero no una macro. No hay paso genético posible entre los grandes grupos de especies. Hay físicos que demuestran la inteligencia de la creación y la presencia de la finalidad a todo nivel.

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« Dieu et la Science » (suite et fin). De Rome et d’Ailleurs. Janvier-Février. 1992. Critica la teoría del big-bang y reconoce nuestra ignorancia. Es imposible que la naturaleza produzca espontáneamente un ser vivo. Un error de copia del ADN, si es grave, detiene el proceso; si es leve es accidental. No crea una función nueva. SALLERON, Louis: “La Notion de Evolution”. Itineraires. Francia. Sencilla exposición de la vaguedad de la noción.

1972.

STENSON, J. B.: “La Evolución”. Trad. S. Segarra. Mundo Cristiano. Madrid. 1984. Los cambios que ha sufrido la teoría a partir de 1970 arrojan grandes dudas. VV.AA.: « La Théorie Synthétique de L’Évolution » Laval Théologique et Philosophique. Février. 1994. El primer artículo explica que una teoría científica no debe rechazar la metafísica. Cree que esta teoría es compatible con una visión espiritualista del universo. El segundo plantea interrogantes respecto de Dios que brotan de las ciencias a partir de Darwin. El tercero plantea la ruptura que implica la aparición del hombre en el orden de los primates. El cuarto llama la atención que ciertas “historias”, como la evolución del ojo o el big-bang, no pertenecen a la historia. VV.AA.: “Proceso al Azar”. VV. traductores. Tusquets Ed. Buenos Aires. Argentina. 2a Edición. 1992. Desde diversas ciencias los expositores enfrentan el problema del azar. Lo incluimos por la presencia del artículo dedicado a la selección natural de Darwin. A modo de ejemplo, R. Margalef acepta la selección natural aunque puntualiza que hay algunos problemas a dilucidar: a) es una mera tautología b) inoperante en sistemas de alta complejidad c) como la naturaleza está organizada como sistemas dentro de sistemas, siempre presenta alta complejidad. No da respuesta alguna a estos interrogantes. WILSON, Allan: “Base Molecular de la Evolución”. Investigación y Ciencia. N°111.1985. Traducción española de la revista Scientific American. Un reloj molecular fija las mutaciones regulares del ADN.

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