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Uriel da Costa

Espejo de una vida humana (Exemp/ar humanae vitae) Edición crítica de Gabriel Albiac — T ex to bilingüe —

Uriel da Costa

Espejo de una vida humana (Exemp/ar humanae vitae) Edición crítica de Gabriel Albiac — T ex to bilingüe —

libros Hiperión

La m irad a que se clava en el vacío, tal vez ex tra v ia d a en el m in u cio ­ so la b erin to del d elirio, tal vez a so m ad a ya al d e sie rto (que es o tro la b erin to m ás infin ito y m inucioso) de la m u erte, U riel da C osta a p a ­ rece re p re se n ta d o fa n ta sio sa m en te p o r S am uel H irszen b erg (Craco­ via 1868-Jerusalén 1908) en 1888, se n ta d o a n te su m esa de tra b a jo en la que un g rueso in-folio rep o sa a b ierto ; so b re sus h o jas u n a s ro sas secas. M antiene so b re sus ro d illas a u n niño de cabello o n d u lad o con quien p arece c o n v e rsar en tono íntim o, tal vez de co n fid en cia ú ltim a, m ie n tra s la m ano d erec h a de éste ju g u e te a con las m a rc h ita s rosas. S abem os —p u esto que la fu en te lite ra ria de la fa n ta sía de H irszen ­ berg nos es conocida: el ú ltim o a cto de la tra g e d ia Uriel Acosta, e sc ri­ ta p o r K. F. G utzkow en 1847— q u e ese niño tiene siete años, qu e es —en el espacio m etafó rico de la re p re se n ta c ió n — su so b rin o (de h e ­ cho, I. S. R evah ha estab lecid o en n u e stro siglo la ex isten cia de u n a lejana relación de p a re n te sc o e n tre las fam ilias da C osta y E spinosa), el hijo del ex-pam ás de la co m u n id a d ju d e o e sp añ o la de A m sterd am M ichaél de E spinosa. Sabem os tam b ién —es cosa sola de la h is to ria — que algún día la h is to ria to d a de la filosofía se d efin irá en su fav o r o en su c o n tra (¿Benedictus/M aledictus?). Que esc rib irá u n a E thica de­ m o strad a al m odo de los g eóm etras, a la que sus co n tem p o rán eo s con­ sid e ra rá n p a rad ó jica m e n te tan d em o n íaca com o in inteligible. En es­ te a ta rd e c e r se fa rd ita de 1640, qu e un p in to r a sh ken a zin tr a ta r a de fo to g rafiar en 1888, aju stán d o se al d ictad o de un d ra m a tu rg o de 1847, el im aginario decim onónico re c u b re al del b arro co . G utzkow h ace h a ­ b la r al «filósofo-niño». H irszen b erg pone la im aginería: «¿Sabéis, tío, cóm o d istingo las flores frescas, e re c ta s en sus tallos, fre n te a las ya secas? Las frescas son ideas, las o tra s, conceptos. En a q u éllas es el cre a d o r quien piensa. En ésta s es el h o m b re qu ien p ercib e. Y com o la diferen cia e stá ap en as en el p e rfu m e y fresco color, es d ecir, en la vida, llam o a Dios v ida o ser. Y sin esa vida, sin ese ser, las flo res que se m a rc h ita n d ejan de se r flores. Son m ero s conceptos. N ad a m ás».

URIEL DA COSTA

ESPEJO DE UNA VIDA HUMANA (EXEMPLAR HUMANAE VITAE) Edición crítica de Gabriel Albiac

I

Hiperión

libros Hiperión Colección dirigida por Jesús Munárriz Diseño gráfico: Equipo 109

Primera edición: enero, 1985 © Copyright Gabriel Albiac Derechos de edición reservados: EDICIONES HIPERION, S.L. Salustiano Olózaga, 14. Telf.: 401 02 34 28001 MADRID ISBN: 84-7517-133-8 . Depósito Legal: M-39605-1984 Compuesto en Matriz, S.A. Paseo de Sta. María de la Cabeza, 132 Impreso en Técnicas Gráficas, S.L. Las Matas, 5 Encuadernado en Sanfer. Hermanos Gómez, 32 Madrid IMPRESO EN ESPAÑA. PRINTED IN SPAIN

NOTA SOBRE LA PRESENTE EDICIÓN

He tomado como base de mi traducción la edición crítica de Car¡ Gebhardt: Die Schriften des Uriel da Costa, mit Einleitung, Uebertragung und Regesten, hrsg. v. Cari Gebhardt. Cu­ ris Societatis Spinozanae. Amsterdam, M. Hertzberger, 1922. La traducción fue largamente discutida con mi amigo Juan Domingo Sánchez Estop, traductor en esta misma colección de la Correspondencia de Espinosa, muchas de cuyas apreciacio­ nes han contribuido sustancialmente a mejorarla. A él y a Fer­ nando Álvarez Una debo el haber optado, finalmente, por el título Espejo de una vida humana, como el más adecuado y me­ nos anacrónico de aquellos que podían equivaler al original Exemplar Humanae Vitae. Quisiera, finalmente, expresar aquí mi agradecimiento al Sr. Goudsmit, bibliotecario casi borgiano de la Biblioteca Ets Haim de la Comunidad Sefardita de Amsterdam, en quien encontra­ ra una amabilidad y paciencia, sin las cuales habría sido mi tra­ bajo de búsqueda documental, con frecuencia, imposible. He rehuido la inclusión de una amplia Introducción, refe­ rente a las condiciones de gestación, históricas e intelectuales, del pensamiento de da Costa, por formar ésta, en lo esencial, parte de la Sección II. fl de mi libro La Sinagoga vacía, de pró­ xima publicación en esta misma Editorial Hiperión, a cuyo di­ rector, Jesús Munárriz, debo agradecer el haberse lanzado a una aventura¿ como ésta de la recuperación de los viejos textos judáico-españoles, tan hermosa como comercialmente problemática. G.A. Madrid, verano del 84.

PRESENTACIÓN

Abandonado sobre la mesa — fácil es imaginarlo1— yace el ma­ nuscrito. Ha sido, tal vez, el objeto último que se ha ofrecido a la vista de Uriel da Costa. Había nacido cristiano nuevo en Oporto en las postrimerías del siglo xvi. La tortura perenne de una religión del sufrimiento resignado le era insostenible. Huyó. «Retornó» a la Ley Antigua y fue, en ella, dos veces anatemizado. Dos veces se reconci­ lió. Fue perseguido por los suyos y, por ellos, públicamente humilla­ do. Al final, no creía ya en nada. Su vida se había vuelto insoporta­ ble. Quiso dejar testimonio escrito de ella. Luego, se pegó un tiro. Abandonado, pues, sobre la mesa, yace, digo, el manuscrito. Nada nos impide fantasearlo abierto en su última página. «... Ne hoc etiam desit, nomem meum, quod habui in Portugallia Christianus. Gabriel á Costa, inter Judaeos, quos utinam nunquam accessissem, paucis mutatis, Uriel vocatus sum»2. Los ecos dei disparo — y no es preci­ so ya recurso a fantasía alguna— han conmovido los cimientos mis­ mos de la apacible comunidad comerciante de la Jodenbreestraat. Al acabar con su vida, el antiguo hidalgo portugués, atormentado por 1 Digo «imaginarlo», claro; la descripción de un suicidio es siempre una ope­ ración mitopoyética; la pantalla ejemplar sobre la que proyectar lo que, desde Epi­ curo, sabemos el imposible metafísico de nuestra propia muerte. Los datos están trucados, pues. Sólo queda lugar al acto, más estético al fin que ético (si es que dis­ tinción tal conserva sentido alguno), de confesar el fraude y agotar, como si tal, el simulacro. 2 «Para que nada falte, mi nombre, el cristiano que tuve en Portugal, fue Ga­ briel da Costa. Entre los judíos, ojalá que nunca me hubiera encontrado con ellos, ligeramente modificado, fui llamado Uriel» (Exemplar Humanae Vitae —en adelante, E H V —, 123, 21-25. La paginación y lineación remiten a la edición crítica de Cari Gebhardt, Amsterdam, 1922, de Die Schriften des Uriel da Costa, bajo el patronaz­ go de la «Societas Spinozanae». Mi edición reproduce dichas paginación y linea­ ción).

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las dudas religiosas y acosado por el drama irresoluble del excluido perpetuo, de aquel que nunca fuera en el decurso de la vida otra cosa que exiliado, da fin a la escritura de la postrera línea de su libro, de su vida, de su imposible guerra también contra el orden marmóreo de las cosas. «Cela se fit á Amsterdam — escribirá Pierre Bayle3, ini­ ciando una tradición, casi ya tricentenaria, de simultáneos fascina­ ción y horror, que domina la hagiografía urieliana— ; mais on nesait pas au vrai en quelle année4. Voilá un exemple, qui favorise ceux qui condamnent la liberté de philosopher sur les matiéres de la Reli­ gión; car ils s'apuient beaucoup sur ce que cette méthode conduitpeuá-peu á rAthéisme, ou au Déisme». Conmovedor como pocos textos alcanzan a serlo en el apasiona­ do siglo del genio, este Exemplar Humanae Vitae, autobiografía del doblemente renegado Uriel da Costa, ha inquietado primero a sus lectores cristianos (entre cuyos círculos arminianos ha rodado, ini­ cialmente en forma de manuscrito, y sólo 47 años más tarde impre­ so). Inexistente — más que prohibido— es para el pueblo judío el texto de quien ha sido reo de un herem schamatha (pena de exterminio que, dos décadas más tarde, recaerá sobre el abominable Baruch de Espi­ nosa); inexistente aun el nombre de su autor: no es, no ha sido nun­ ca, Adonai, el innombrable, lo ha borrado, más allá de todo tiempo, de su libro5. A uno de esos lectores arminianos, Philipp van Limborch — notable personaje, uno de cuyos méritos mayores tal vez haya sido, en vida, la fulminación inapelable de su correligionario, el ve­ leidoso y pintoresco Johannes Bredemburg, en el año 1686— , debe­ mos el haber salvado de la aniquilación, publicándolo — más de cua­ tro décadas después de haber sido redactado— , un texto que pare­ cía, por la acción conjugada de la voluntad de Yaveh, del destino y de la estupidez de aquellos hombres mismos a quienes iba ingénua3 Dictionnaire historique et critique, art. «ACOSTA (Uriel)»; aunque la primera edición es de 1697, el artículo sobre da Costa (o Acosta, como lo escribe Bayle) sólo aparece en la 3 .a ed. («revisada por el autor»), Rotterdam, M. Bóhm, 1720, tomo I, pp. 67-69. 4 La crítica de nuestro siglo ha establecido la fecha que Bayle ignorara: 1640. 5 También los hombres, de los suyos. Dos siglos fueron precisos para que el tiempo o la torpeza de los humanos hicieran despegar el papel que, sobre el libro de contribuciones benéficas de la Comunidad judía hispano-portuguesa de Amster­ dam, cubriera piadosamente la firma del herético da Costa. Era el año 1857.

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mente dirigido, condenado a no dejar siquiera huella en el archivo cansado de la memoria6. «Auctor — escribe van Limborch— ut ex fini scripti liquet fuit Gabriel, postea inter Judaeos vocatus Uriel Acosta. Qua occa­ sione illud scripserit, ipse satis indicat. Titulum illi praefixit quem praefixum vides, Exemplar Humanae Vitae. Paucis ante mor­ tem suam diebus, et cum iam mori decreverat, scriptum hoc exa­ rasse videtur. Et enim vindicta aestuans primo fratrem (allii di­ cunt amitinum), a quo se maxime laesum credidit, deinde seipsum trajicere statuit: itaque in fratem seu amitinum, aedes suas praetereuntem, sclopetum vibravit, sed cum frustrato ictu non exploderetur, se detectum videns, subito domus suaejanua clausa alterum, eum infinem paratum, in se sclopetum explosit, ac sen­ sum miserandum in modum trajecit. In defuncti aedibus scrip­ tum hoc fuit repertum, cujus apographum proavunculo meo Si­ moni Episcopio ab eximio quodam hujus civitatis viro commu­ nicatum, ego inter scedas ejus reperi»7. En la libre Amsterdam de mediados del xvn, el caso ha produci­ do estupor. Por lo extraño del hecho mismo que supone la escritura

6 Como huella de sombra, bien sabemos, no llegaran siquiera a dejar tantos otros salidos de las plumas fulminadas de aquella generación de «herejes y epicú­ reos» que acechara, en los márgenes del barrio (que no ghetto) judío amstelodamo, como su pesadilla omnipresente, tras de la voz solemne y resignada del rabino. 7 «De acuerdo con el final del texto, su autor fue, manifiestamente, Gabriel Acosta, posteriormente llamado entre los judíos Uriel. Él mismo da indicaciones suficientes sobre las circunstancias de su redacción y puso el título que puedes ver: Exemplar Humanae Vitae. Pocos días antes de su muerte, habiendo decidido ya morir, escribió según parece, este texto. Y, ardiendo, en efecto, de venganza, decidió pri­ mero disparar sobre su hermano (otros dicen que sobre un primo) que había sido, en su opinión, causante de sus mayores males: y así, disparó con una pistola contra su hermano o primo, pero el disparo no se produjo; viéndose descubierto, cerró, de pronto, la puerta de su casa y disparó contra sí mismo con una segunda pistola que para tal fin tenía preparada, de un modo lastimoso. Este texto fue encontrado en casa del difunto: entre los papeles de mi tío-abuelo, Simón Episcopius, encontré una copia que alguna personalidad de la ciudad le había entregado». (.Philippi a Lim­ borch / d e / veritate / religionis / Christianae / amica collatio / cum / erudito ju daeo / Guda. / A p u d Justum Abhoeve / M D C L X X X V II).

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de una autobiografía suicida (aunque, a decir verdad, ese estupor es más bien cosa nuestra), pero, antes aún, por el problema de orden político-jurídico que planteaba: ¿cómo una comunidad religiosa, teó­ ricamente carente de poder ejecutivo, había podido someter a un ciu­ dadano libre a la serie sistemática de persecuciones, vejaciones, cas­ tigos que, con lujo de detalles, describe el texto de da Costa? La sos­ pecha de la existencia de algo como un Estado dentro del Estado se esboza, así, como el primer efecto del EHV sobre sus lectores cristia­ nos holandeses de la segunda mitad de siglo. Y los ataques, más o menos camufladamente antisemitas, a que — por lo demás, con in­ negable lógica interna— dará lugar contra quienes a sí mismos se pro­ clamaran Nagáo de Israel en la ciudad del Amstel, explican, al me­ nos en parte, la hosca ceguera de que aquella hiciera gala para con el testimonio de uno de sus más fascinantes hijos: negación pura y simple de la realidad histórica de su caso. Explican, digo; no justifi­ can. Hace de esto, me digo, casi 350 años. Y viene a mi memoria, al escribirlo, el recuerdo de una conversación tenida hace apenas dos, en una de las salas contiguas a la Biblioteca Ets Haim de Amster­ dam. En octubre de 1982, el influyente anciano sefardita que me ha­ blaba con bonachonería paternal de aquel Baruch de Espinosa a quien el clima enrarecido de su siglo hiciera tomar por el herético que nun­ ca fuera, desgranaba — bajo la presidencia, extraña en un lugar reli­ gioso judío, de la imagen simbólica del ave Fénix— los lugares co­ munes de obligado uso sobre el pueblo marrano: que el marrano es testigo insobornable de la Unidad Divina, que no otro fuera el anhe­ lo de aquel judío estricto que fuera, en el siglo XVII, el hijo del Par­ nés Michael de Espinosa, cuya tumba podía visitarse en el Beth Haim de Oudekerk. Que el joven Bento sólo fue imprudente en el modo de decir las cosas ante un medio cristiano dispuesto a utilizar sus fór­ mulas osadas para reanudar la vieja tradición de razzias que yace siem­ pre en el subconsciente cristiano — aunque sea holandés y anticatólico— , que por el bien de la Nagáo fue excomulgado, él, el más excelente, tal vez, de entre sus hijos... Recuerdo haber introdu­ cido en la sonsa salmodia el nombre de Uriel da Costa. El rostro y el tono de mi interlocutor cambiaron de un modo brusco. Su hermo­ sísimo castellano (era uno de los últimos, me había explicado, en con­ servarlo, en esa sociedad agonizante tras el exterminio nazi y la pos­

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terior emigración a Israel de los más jóvenes supervivientes) se tornó duro. «Es otro caso», me dijo, «Uriel da Costa estaba loco». — «Pero el Exemplar Humanae Vitae, traté apenas de objetar, «da una imagen tan terrible de la Comunidad en la primera mitad del xvii...» — «El Exemplar Humanae Vitae», sentenció secamente, «es un apócrifo, un invento de los enemigos de Israel». Siguió luego ha­ blándome de las persecuciones, de una Comunidad que, entre 1940 y 1945, perdiera al 90 por 100 de sus miembros, de la milagrosa sal­ vación de los maravillosos fondos de la Biblioteca, secuestrados en 1940 por las tropas de ocupación e inesperadamente encontrados, casi intactos, en el 45 , en cierta mansión de la Selva Negra, de la simbología del asombroso Fénix que nos contemplaba... Los dos sabíamos que la conversación había terminado en el momento mismo en que el nombre de Uriel fuera pronunciado. No quise, por eso, recordarle cómo Semuel da Silva incluyera ya el símbolo este mismo del Fénix en el frontispicio de aquella su crudelísima palinodia antiureliana de 1623 8. Supongo que debí pensar que había formas mejores de per­ der la noche en Amsterdam. Abandoné Ets Haim, esa bellísima Si­ nagoga Nueva que Uriel no llegara a conocer; atravesé Waterlooplein, rumbo a la inacabable noche amstelodama, mínimo simulacro ima­ ginario de un paraíso, por fortuna, inexistente. Desde el fondo de la noche, a mis espaldas, seguían llegándome, aunque atenuados, los cantos del Yom Kippur. Comprendo el recelo de mi interlocutor. Y el de tantos investiga­ dores empeñados en borrar todo rastro de autenticidad del Exemplar9. No lo comparto. Cierto es el uso antisemita que del «ca­ so da Costa» hicieran en su siglo no pocos autores cristianosI0. No menos que la extremada crueldad de que la Sinagoga hiciera gala pa­ 8 Tratado / da / Immortalidade: / Da alma / Composto pelo Doutor Semuel da Silva, em / que Tambem se mostra a ignorancia de certo contrariador de nosso tempo que entre outros m uytos erros / deu neste delirio de ter para si & publicar que / a alma de homem acaba juntam en- / te con o corpo / / A Amsterdam, Impres­ so em casa de Paulo Ravesteyn. A nno da criagdo do mundo 5383. 9 Cfr., en particular, el más serio de esos intentos, en V a z D ía s : Uriel da Cos­ ta; Leiden, Brill, 1936. 10 El primero, el pastor Johannes M ü l l e r , quien, ya en 1644 (esto es, 43 años antes de la primera publicación del EHV) hiciera tal uso del «caso», en su Judeismus und Judenthumb.

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ra con su hijo descarriado. Y que una actuación tal comprometía la credibilidad judía en su tierra de asilo, es algo que no admite duda. El mismo Philipp van Limborch que, en el curso de una «amistosa discusión» (amica collatio) con el defensor de la ortodoxia rabínica Orobio de Castro, había de sacar a la luz el EHV, expresaba ya, en una carta de 1662, el profundo recelo que, acerca del estatuto legal de la comunidad hebrea, le producía el asunto da Costa: «Me agrada considerablemente — escribe a Th. Graswinkel— que tomes algunas precauciones, concediendo, ciertamente, la libertad a los judíos, pero encerrada dentro de ciertos límites, para evitar que se transforme en libertinaje. Me explico: hay que velar con la mayor prudencia sobre ello, y ante todo, por­ que mediante ese poder de excomulgar que les ha sido concedi­ do, y que tiene un cierto aroma de jurisdicción, ese pueblo car­ nal y terreno, que a nada aspira que no sea a la dominación universal, puede muy fácilmente arrogarse el poder, instituir una forma de gobierno no desprovista de similitud con la que con­ viene sólo al Magistrado supremo. ¡Ojalá que la mirada previ­ sora de aquellos a cuyo cargo está el cuidado de evitar todo da­ ño al Estado, hubiera privado a los judíos de toda ocasión y facultad para conducirse de manera desordenada y usurpar el poder y la jurisdicción coactiva! Tenemos un ejemplo perfecta­ mente horrible que muestra claramente la crueldad y la domi­ nación judías en Amsterdam, sobre la persona de Gabriel da Costa. Había pasado éste de la ley mosáica a la religión natural de Dios: por ello, lo anatemizaron; y luego, cuando, empujado por una extrema indigencia, pidió ser reconciliado, dictando jui­ cio como ante un tribunal, asestaron al hombre desnudo cua­ renta azotes menos uno en su Sinagoga. Se trata, con toda evi­ dencia, de una usurpación de esta jurisdicción suprema que co­ rresponde sólo al Magistrado supremo, puesto que instituye un estado dentro del Estado, es más, un Estado dotado de la capa­ cidad coactiva, lo cual es directamente lesivo para la soberanía del Magistrado»11. 11 Carta de Ph. van Limborch a Th. Graswinkel, del 4 de marzo de 1662, en Die Schriften des Uriel da Cosía; ed. cit., pp. 199-200.

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Menos administrativista, es, sin embargo, quizás más dura la in­ teligente argumentación de Pierre Bayle12: el verdadero espanto de la actuación rabínica contra Uriel da Costa no descansa en una su­ plantación de las medidas ejecutivas propias de la autoridad civil. En última instancia, tal suplantación, de haber existido, habría sido mí­ nima — a fin de cuentas, si el autor del Exemplar fue flagelado por sus correligionarios, lo fue sólo en la medida en que él mismo solici­ tara «voluntariamente» someterse a tal liturgia reconciliatoria. Dis­ paratado sería poner en paralelo semejante actuación con la articu­ lación precisa de las maquinarias administrativa y religiosa que defi­ ne los modos de operar de aquellos países (católicos) en donde la In­ quisición opera, como, con ruindad manifiesta, trataran de sugerir algunos malévolos comentaristas. El error de da Costa, analiza Bay­ le, habría residido, precisamente, en lo contrario: en, llevado de una ilusión juridicista manifiesta, caer en el espejismo de reducir la fuer­ za constrictiva de una comunidad religiosa a su simple capacidad pa­ ra disparar el mecanismo ejecutor del brazo secular. El espejismo de Uriel se hace, por lo demás, manifiesto al describir, en el EHVylas razones de su primer choque con las autoridades de la Sinagoga. «Co­ mo quiera que — escribía allí— considerara ciertamente poco digno caer en tal temor [a la pena de separación de la Comuniuad], yo, que por la libertad había renunciado al suelo natrl y a tantos otros bene­ ficios, y sucumbir ante hombres que no tenían jurisdicción en tal causa no era ni pío ni viril, decidí mejor soportarlo todo y persistir frente a la sentencia»13. Olvidaba — y eso le fue fatal— , en la arrogancia casi adolescente de quien acaba de conquistar la libertad religiosa, el peso, mil veces más difuso y terrible, de la presión moral, del ais­ lamiento absoluto... también, en sus últimos años, de la miseria eco­ nómica. Y, al final, fue él mismo quien suplicó la penitencia que no alcanzó a soportar. La soledad total, que dio a Espinosa (más fuerte espiritualmente, sin duda, pero también, no hay que olvidarlo, me­ jor situado: nacido ya en Holanda, integrado en su medio social no judío, dotado de la lengua del país, de una formación intelectual so­ lidísima, bien relacionado...) los medios y la ocasión de elaborar una obra de contundencia inconmovible, acabó con Uriel da Costa, lo 12 loe. cit. 13 EHV, 108, 2-6.

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destruyó, física y moralmente, hasta arrinconarlo contra esas cuer­ das del suicidio y la locura que tan hermosamente describiera el autor de la Ethica14. ¡«Uriel estaba loco»! — No me resisto a citar, a través del mesu­ rado Bayle, las condiciones de esta locura: «Gran diferencia hay, sin duda, entre los tribunales que nues­ tro Acosta debía temer en su país y el tribunal de la Sinagoga de Amsterdam. Éste no puede infligir sino penas canónicas, mientras que la Inquisición de los cristianos puede conllevar la muerte, puesto que entrega al brazo secular a aquellos a quie­ nes condena. No me asombra, pues, que Acosta haya sentido menos miedo hacia la Inquisición de los judíos que hacia la de Portugal: sabía que la Sinagoga no poseía tribunales que entra­ sen en procesos civiles ni criminales; y, por tanto, veía sus con­ denas como un brutumfulmen: no descubría, como consecuencia de esta pena canónica, ni la muerte o cualquier otra tarea del verdugo, ni la prisión, ni las multas. Creyó, pues, que, habien­ do tenido el coraje necesario para no renegar de su religión en Portugal, con mayor razón había de tener la audacia de hablar conforme a su consciencia ante los judíos, aun cuando hubie­ ren de excomulgarlo, ya que esto era todo cuanto podían hacer gentes carentes de magistraturas... Pero le sucedió lo que acae14 «...los que se suicidan son de ánimo impotente, y están completamente de­ rrotados por causas exteriores que repugnan a su naturaleza...». (Ethica, IV, 18 se. Hago uso de la excelente traducción de Vidal Peña para la Edito­ ra Nacional). «...uno se da muerte... porque causas exteriores ocultas disponen su imagina­ ción y afectan su cuerpo de tal modo que éste se reviste de una nueva naturaleza, contraria a la que antes tenía, y cuya idea no puede darse en el alm a...» (Ibid., IV, 20 se.). «...ninguna razón me impele a afirmar que el cuerpo no muere más que cuando es ya un cadáver. La experiencia misma parece persuadir más bien de lo contrario. Pues ocurre a veces que un hombre experimente tales cambios que difícilmente se diría de él que es él mismo; así, he oído contar acerca de cierto poeta español, que, atacado de una enfermedad, aunque curó de ella, quedó tan olvidado de su vida pasada que no creía fuesen suyas las piezas teatrales que había escrito, y se le habría podido tomar por un niño adulto si se hubiera olvidado también de su lengua ver­ nácula». (Ibid., IV, 39 se.)

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cer suele a quienes juzgan acerca de males combinados. Se ima­ ginan que en la unión de dos o tres desdichas es en lo que con­ siste el infortunio y que uno no sería demasiado digno de lásti­ ma si hubiera de vérselas con uno solo de esos males. Lo con­ trario experimentan cuando la providencia les hace pasar por una sola de esas dos o tres desgracias. Que la sienten mucho más ruda de lo que creyeran que lo sería. La Inquisición de Por­ tugal pareció terrible al judío Acosta. ¿Por qué? Porque la veía unida al poder, inmediato o mediato, de encarcelar, torturar, quemar a la gente. Si no la hubiera considerado más que en su capacidad de excomulgar, no le hubiera tenido mucho miedo. Ahí está la razón de su menosprecio hacia las amenazas de la Sinagoga de Amsterdam. Mas hubo de conocer por experien­ cia propia que la simple facultad de excomulgar es bien terri­ ble, aun cuando esté completamente privada de las funciones del brazo secular. Era mirado como una lechuza, a partir de su excomunión. Ni siquiera sus hermanos osaban saludarlo... Los niños corrían tras él, abucheándolo, por las calles y lo lle­ naban de improperios; se congregaban ante su casa y la ape­ dreaban... No podía ya estar tranquilo, ni en su hogar ni fuera de él... Tan rudas fueron las desdichas a que su excomunión lo sometiera, que se sintió incapaz de soportarlas; ya que, por mucho que odiara a la Sinagoga, prefirió retornar a ella, me­ diante una reconciliación simulada, antes que ser definitivamente separado de ella. Y, así, decía a algunos cristianos que querían hacerse judíos que no sabían qué yugo iban a echarse sobre la cabeza... Pero, ¡cuáles no fueron sus dificultades cuando, no habiendo querido sufrir la penitencia ignominiosa que la Sina­ goga le prescribía, vióse nuevamente entre los lazos de la exco­ munión! Le escupían al cruzarse con él... Sus parientes lo per­ siguieron, nadie lo visitaba durante sus enfermedades. Acabe­ mos. Fue de tantos modos vejado que, finalmente, se le arran­ có la exigida sumisión... Pudo, entonces más que nunca, com­ probar cuán terribles son aquellos que, carentes de jurisdicción alguna, disponen de las leyes de la disciplina... La excomunión levanta a veces en armas padres contra hijos, hijos contra pa­ dres, asfixia todos los sentimientos de la naturaleza, rompe los lazos de la amistad y la hospitalidad, reduce a las personas a

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la condición de apestados y a un abandono todavía mayor»15. A tal punto puede llegar el clima de insoportabilidad tejido en torno a una vida. Conviene no olvidarlo cuando uno ha de vérselas con la prodigiosa invulnerabilidad espinosiana. Pero conviene tam­ bién darle todo el peso de su eficacia al caer sobre un espíritu tan atormentado como el del autor del Exemplar, de un hombre que, ha­ biendo siempre visto en el triunfo mundano el signo de la predilec­ ción divina16, hubo de pasar a través de todos los nombres del fra­ caso. De nuevo Bayle: «No quiso aceptar las decisiones de la Iglesia Católica porque no las halló conforme a razón, y abrazó el judaismo porque lo halló más acorde a sus luces. A continuación, rechazó una infi­ nidad de tradiciones judáicas, porque consideró que no esta­ ban contenidas en la Escritura; rechazó incluso la inmortalidad del alma, so pretexto de que la Ley de Dios no habla de ella, y, finalmente, negó la divinidad de los libros de Moisés, por­ que consideró que la religión natural no estaba conforme con los mandatos de ese legislador. Si hubiera vivido seis o siete años más, habría llegado quizás a negar la religión natural, porque su miserable razón le hubiera hecho encontrar dificultades en la hipótesis de la providencia y del libre arbitrio del Ser eterno y necesario. Fuere como fuere, nadie hay que, sirviéndose de la razón, no tenga necesidad de la existencia de Dios; pues, sin ello, es aquella una guía que se extravía; y puede compararse a la filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber con­ sumido las carnes purulentas de una llaga, royeran la carne vi­ va y corroyeran los huesos, horadándolos hasta los tuétanos. La filosofía refuta, de entrada, los errores; pero, si no es dete­ nida en ese punto, ataca a las verdades y, cuando se le deja ac­ tuar a su fantasía, va tan lejos que ya no sabe ni dónde está ni cómo detenerse»17. 13 B a y le , P.: loe. cit. 16 Cfr. D a C o s ta , Uriel: Sobre a Mortalidade da alma, en Die Sehriften des Uriel da Costa, ed. cit., p. 64 . 17 B a y le , P.: loe. cit.

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Y su conclusión se impone ya: «Mejor tener una falsa religión que no tener ninguna. Y, no obstante ello, concluiremos que se trataba de un personaje dig­ no de horror, y de un espíritu tan desvariado [mal tourné\ que se extravió miserablemente a través de su falsa filosofía»18. «Mal tourné», sí parece haberlo sido Uriel. Toda su vida, tal co­ mo él nos la narrara, se asemeja demasiado a una interminable serie de malentendidos, de errores, a los que sólo el acto final del suicidio dará sentido, recomponiendo el enloquecido rompecabezas: «...vi­ tam meam exosus sum!»I9. Pero, si toda autobiografía es necesaria­ mente autolegendaria, ¿qué no decir de ésta, concebida en su redac­ ción como el prólogo al único acto vitalmente verdadero, el de la pro­ pia muerte («...et quam personam in hoc mundi vanissimo theatro ego egi, in vanissima et instabilissima vita mea exhibui vobis» 20)? Quizás el primer problema de cuantos biógrafos ha tenido da Costa, haya sido el dejarse fascinar hasta la hipnosis por el conmovedor do­ cumento que es el EHV, por su entrañable «habetis vitae meae histo­ riam veram»21. Pero no hay autobiografía verdadera. Jamás.

18 Ibid. 19 «...he liegado a detestar mi vida». CE H V, 115, 32-33). 20 «...y el personaje que en este vanísimo teatro de la vida he interpretado a lo largo de mi vida, ante vosotros lo exhibo». {EHV, 123, 14-16). 21 «...aquí tenéis la historia verdadera de mi vida». (EHV, 123, 13-14).

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ESPEJO DE UNA VIDA HUMANA EXEMPLAR HUMANAE VITAE

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[5BES99ES1 Atus fum ego in Portugallia, in civitate ejuf-

dem nominis, vulgo Porto. Parentes habui ex ordine nobilium, qui á Judaeis originem tra­ hebant, ad Chriftianam relligionem, in illo regno, quondam per vim coactis. Pater meus veré erat Chriftianus, vir honoris obfervantiflimus, & qui honeftatem plurimi faciebat. In domo ejus fui ego honeíté educatus. Servi non deerant, nec in equili equus nobilis Hifpanus ad equeftrum exercitationem, cujus pater meus io erat peritiffimus; & ego ejus veftigia á longé imitabar. Aliquibus artibus tandem inftructus, quibus folent honefti pueri, juris-prudentiae operam dedi. Quod ad ingenium & naturales affectus attinet, eram ego natu­ raliter valdé pius & ad mifericordiam ita propenfus, ut, 15 fi quando alienae calamitatis narrabatur eventus, nullo modo poflem lachrymas continere. Pudor mihi adeo erat innatus, ut nihil magis timerem, quam ignominiam. Animus nullo modo ignobilis, nec ab irá deflitutus, fi occafio jufta poftulabat. Itaque fuperbis & infolentibus, 20 qui per contemptum, & vim folent aliis injuriam inferre, veré eram contrarius, infirmorum partes adjuvare cupiens, & illis potius me focium adjungens. Circa religionem paíTuo fum in vitá incredibilia. Inftitutus fui, quem­ admodum mos eft illius regni, in religione Chriftianá 25 Pontificia; & cum jam eflem adolefcens ac valdé time­ rem damnationem aeternam, cupiebam exacté omnia obfervare. Vacabam lectioni Evangelii, & aliorum libro­ rum fpiritualium, fummas confeiTariorum percurrebam,

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Nací en Portugal, en la ciudad del mismo nombre, comúnmente (íosj llamada Oporto1 tuve por padres a personas pertenecientes a ese gé­ nero de hidalguía que tomaba su origen en los judíos forzados en aquel reino a abrazar la religión cristiana2. Mi padre era auténticamente 5 cristiano3, hombre celosísimo de su honra y que ponderaba al má­ ximo su honor. En su hogar fui honestamente educado. No nos fal­ taban servidores, ni en las caballerizas un noble corcel español con que practicar la equitación, disciplina ésta en la que era mi padre par­ ticularmente diestro; y yo seguía, desde tiempos muy tempranos, sus 10 huellas. Una vez instruido en aquellas artes en que suelen serlo los hijos de buena familia, me entregué a la jurisprudencia4. En lo con­ cerniente al ingenio y afectos naturales, era yo de muy piadosa con­ dición y tan propenso a la misericordia que cuando se narraba el acae- 15 cimiento de alguna calamidad ajena, en modo alguno podía conte­ ner las lágrimas. El pundonor era en mí innato, hasta un punto tal que nada temía más que la infamia. El ánimo, en modo alguno inno­ ble ni desprovisto, llegada justa ocasión, para la ira. Era, igualmen­ te, por completo adverso a los soberbios e insolentes que, por des­ pectiva violencia, suelen perpetrar injusticias contra los demás, ar- 20 día en deseos de apoyar las causas de los débiles y hacia ellos me in­ clinaba. A causa de la religión, he sufrido en mi vida cosas inconcebibles. Fui educado, de acuerdo con las costumbres de aquel reino, en la re­ ligión cristiana pontificia; y, como quiera que ya desde adolescente 25 temiera mucho la condenación eterna, deseaba observarlo todo con escrúpulo. Me dedicaba a las lecturas del Evangelio y de otros libros espirituales, recorría los manuales de confesión5, // y cuanto más

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lio6] & quo magis iftis incumbebam, eo major difficultas mihi oriebatur. Tandem incidi in inextricabiles perplexi­ tates, anxietates & anguftias. Moerore & dolore confumebar. Impoflibile mihi vifum eft peccata confiteri 5 more Romano, ut dignam pofTem abfolutionem impe­ trare, & omnia implere, quae poiluiabantur; & per confequens de falute defperavi, fi illa talibus canonibus paranda erat. Quia veró difficile religio poterat deferí, cui á primis incunabilis afluetus fueram, & quae per fidem io altas jam radices egerat, in dubium vocavi (accidit hoc mihi circa vigefimum fecundum aetatis annum), pofletne fie­ ri, ut ea, quae de altera vitá dicebantur, minus vera effent, & utrum fides talibus data bené cum ratione conveniret; fiquidem ipfa ratio multa dictabat, & perpetuo infinuabat 15 in aurem, quae valdé erant contraria. Hoc in dubium vocato animo, quievi, & quicquid eflet, tandem ftatuebam me non poffe tali viá incedendo falutem animae affequi. Per hoc tempus Juris, ut dixi, ftudio vacabam, & cum annum agerem vigefimum quintum, oblatá occafione, im20 petravi beneficium Ecclefiafticum, nempe dignitatem thefaurarii in collegiatá Ecclefiá. Cum veró in Chriitiana Religione Pontificiá quietem non inveniflem, & cuperem alicui inhaerere, fciens magnam efle inter Chriftianos & Judaeos contentionem, percurri 25 libros Mofis, & Prophetarum, ubi aliqua inveni, quae novo foederi non parum contradicebant, & minus habebant difficultatis ea, quae á Deo dicebantur. Praeterea veteri foederi fidem dabant tam Judaei, quam Chriftiani, novo autem Foederi foli Chriftiani. Tandem Mofi credens judi30 cavi me debere legi parere, quandoquidem ille omnia fe accepiffe k Deo afferebat, fimplicem fe internuncium decla­ rans, ab ipfo Deo ad id munus vocatum, aut potius coac­ tum (ita decipiuntur parvuli). Pofitá hac deliberatione, quia non erat liberum praedictam religionem in illo regno

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me imbuía de ellos, mayor dificultad encontraba. Finalmente, caí en iioéj inextricables perplejidades, ansiedades y angustias. Me consumía en la tristeza y el dolor. Llegué a la conclusión de que me era imposible confesar al modo romano, de modo tal que pudiera solicitar con dig- 5 nidad la absolución, cumpliendo todas las condiciones requeridas; y, por consiguiente, desesperé de mi salvación, si ésta dependía de tales cánones. Ya que, en verdad, era difícil desertar de aquella reli­ gión a la que había sido acostumbrado desde la cuna y que había echa­ do ya en mí las hondas raíces de la fe, me pregunté en la duda (por 10 aquella época, accedí al vigésimosegundo año de mi edad) si no po­ dría suceder que aquello que se decía de la otra vida no fuese, a fin de cuentas, verdadero, y si, por otra parte, la fe en tales cosas se ajus­ taba correctamente a la razón; ya que esta razón me dictaba muchas cosas y continuamente susurraba a mi oído algunas que le eran ma­ nifiestamente contrarias. Una vez llamado mi ánimo a la duda, me 15 calmé y, fuere lo que fuere, me persuadí de no poder alcanzar la sal­ vación del alma por semejantes vías. Por aquella época, como ya di­ je, me dedicaba al Derecho, y, habiendo cumplido los veinticinco años, al surgirme la ocasión, solicité un beneficio eclesiástico6; la dig­ 20 nidad de tesorero en una Iglesia Colegiata. Como quiera que no hallase la paz de ánimo en la religión cristia­ na pontificia, y deseara adherirme a alguna, sabedor del grandísimo debate existente entre cristianos y judíos7, recorrí los libros de Moi­ sés y de los profetas, hallando en ellos algunas cosas que contrade- 25 cían la nueva alianza en no poco, y que ofrecían menos dificultades en todo cuanto, en ellos, era dicho por Dios. Por lo demás, de la antigua alianza daban fe tanto judíos como cristianos, mientras que de la nueva, los cristianos sólo. Juzgué, pues, creyendo en Moisés, que debía atenerme a la ley, puesto que él aseguraba que toda la reci- 30 biera de Dios, declarándose él un simple intermediario, por el mis­ mo Dios llamado, o más bien forzado, a tal sacerdocio (así se enga­ ña a los niños). Llegado a esta conclusión, dado que no era libre en aquel reino // de profesar dicha religión en modo alguno, maquiné

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aliquo modo profiteri, cogitavi de mutando domicilio, proprios & nativos relinquendo lares. Ad eum finem non dubitavi beneficium iftud Ecclefiafticum in favorem alte­ rius reiignare, nihil curans utilitatem vel honorem ex eá 5 provenientem fecundum morem gentis illius. Pulchram etiam domum reliqui in optimo civitatis loco pofitam, quam pater meus aedificaverat. Itaque navem adfcen-'? dimus non fine magno periculo (non licet illis, qui ab Hebraeis originem ducunt á regno difcedere fine fpeciali io Regis facultate), mater mea & ego cum fratribus meis, quibus ego fraterno amore motus ea communicaveram, quae mihi fuper religione vifa fuerant magis confentanea, licet fuper aliquibus dubitarem: quod quidem in magnum malum meum poterat recidere, tantum eft in eo regno 15 periculum de talibus loqui. Tandem peracta navigatione Amftelodamum appulimus, ubi invenimus Judaeos libere agentes; & ad implendum legem praeceptum de circumcifione ilatim implevimus. Tranfactis paucis diebus expertus fum mores & ordina20 tiones Judaeorum minimé convenire cum iis, quae á Mofe praecepta funt. Si veró lex obfervanda erat puré, quod & ipfa petit, malé qui dicuntur Judaeorum Sapientes tot invenerant á lege omninó abhorrentia. Itaque non potui me continere, imó gratam rem Deo me facturum putavi, 25 fi liberé legem defenderem. Sapientes ilii Judaeorum, qui nunc funt, & mores fuos, ac ingenium malignum adhuc retinent, pro fectá & inftitutionibus deteftandorum Pharizeorum ftrenué certantes, non fine fpe proprii lucri, & quemadmodum illis alias bené fuit imputatum, ut primas 30 cathedras in templo, primas falutationes in foro habeant, nullo modo pafli funt, ut nec in minimis rebus ab illis difcederem, fed per omnia veitigia eorum inviolabiliter fequerer; fin minus, minati funt feparationem á con­ gregatione & communicatione omnium, tam in divinis,

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cambiar de domicilio, abandonando los lares propios y nativos. Con [io7j este fin, no dudé en declinar, en provecho de otro, mi beneficio ecle­ siástico, sin preocuparme de la utilidad u honor que de él derivan conforme a los usos de aquellas gentes. E incluso abandoné la her- 5 mosa casa, situada en el mejor sitio de la ciudad y que mi padre edificara8. Y, así, nos embarcamos, no sin gran peligro (puesto que no está permitido a quienes descienden de la estirpe hebrea abando­ nar el reino sin permiso especial del rey), mi madre y yo junto con 10 mis hermanos9, a quienes, movido por fraterno amor, había comu­ nicado aquellas cuestiones referentes a la religión que me parecían más ciertas, aun cuando, acerca de algunas, yo mismo tenía mis du­ das: todo lo cual bien hubiera podido volverse en mi mayor perjui­ cio, tan peligroso es hablar en aquel reino de cosas semejantes. Sur- 15 cado el mar, llegamos a Amsterdam10, en donde descubrimos judíos de libre ejercicio; y, para cumplir con la ley, realizamos de inmedia­ to el precepto de la circuncisión. Al cabo de unos días M,me di cuenta de que las costumbres y re­ glamentos de los judíos apenas se ajustan a aquellos que fueron pres- 20 critos por Moisés. Si realmente había de ser alguna vez la ley obser­ vada con la pureza que exige, aquellos a quienes inadecuadamente llaman sabios de los judíos habían inventado cosas que le son abo­ rrecibles. Por ello, no pude contenerme, e incluso consideré que haría algo agradable a Dios si defendiera libremente la ley12. Estos sabios 25 judíos actuales, que mantienen sus costumbres e ingenio maligno com­ batiendo duramente en favor de la secta e instituciones de los detes­ tables fariseos, no sin esperanza de lucro y, en modo similar a como antaño les fuera justamente imputado, para obtener los primeros asien­ tos en el templo y los primeros saludos en el foro, no aceptaron que 30 disintiera de ellos ni en lo más mínimo, sino que exigieron que si­ guiese dócilmente tras de sus huellas13; si no lo hiciere así, me ame­ nazaban con la exclusión de la comunidad y de la relación con todos los demás, tanto en lo concerniente a las cosas divinas, // como a

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[ios] quam in humanis. Quia vero minimé decebat, ut propter talem metum terga verteret ille, qui pro libertate natale folum, & utilitates alias contempferat, & fuccumbere hominibus, praefertim juris-dictionem non habentibus, in 5 tali cauíá nec pium, nec virile erat, decrevi potius omnia perferre & in lententia perdurare. Itaque excommunicatus fui per illos ab omnium communicatione, & ipfi Fratres mei, quibus ego antea praeceptor fueram, me tranfibant, nec in platea falutabant propter metum illorum. ^ His ita fe habentibus, deliberavi librum fcribere, in quo juftitiam caufae meae oftenderem, & aperté probarem ex ipfá lege vanitatem eorum, quae Pharifaei tradunt & obfervant, & repugnantiam, quam cum lege Molis traditiones & inftitutiones eorum habent. Poft caeptum opus accidit l S etiam (oportet omnia plané & veré, quemadmodum evene­ runt, enarrare) ut cum refolutione & conflanti delibera­ tione accederem fententiae illorum, qui legis veteris prae­ mium & pcenam definiunt temporalem, & de altera vita & immortalitate animorum minimé cogitant, eo praeter 20 alia nixus fundamento, quod praedicta Lex Mofis omnino taceat fuper his, & nihil aliud proponat obfervantibus & transgrefforibus, quam praemium, aut pcenam tempora­ lem. Valdé laetati funt hoftes mei, limulatque intellexerunt me in talem opinionem devenifle, exiftimantes, fe fatis 25 amplam defenfionem apud Chriftianos per hoc folum adeptos fuiffe, qui ex fpeciali fide in lege Euangelii fun­ dati, ubi exprelTé mentio fit de aeterno bono & fupplicio, animae immortalitatem & credunt, & agnofcunt. Hac intentione ducti, & ut mihi os in caeteris obturarent, ac 30 odiofum redderent inter ipfos Chriftianos, antequam liber ifte meus, quem fcripferam, typis mandaretur, libellum in lucem ediderunt opera cujufdam Medici, cui infcriptio erat: De Immortalitate Animarum. In hoc libello Medicus ifte copiosé me lacerabat, quafi Epicuri partes tuentem

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las humanas. Como quiera que considerara ciertamente poco digno [ios] que por tal temor doblegara la espalda alguien que por la libertad había renunciado al suelo natal y a tantos otros beneficios, y que so­ meterse a unos hombres que ante todo no tenían jurisdicción en tal causa14, no era ai pío ni viril, decidí más bien soportarlo todo y per- 5 severar en mi opinión, y así fue excomulgado15 por ellos del contac­ to con todos, e incluso mis hermanos, cuyo preceptor fuera yo an­ tes, se cruzaban conmigo por la calle sin saludarme, tal era el miedo que les tenían. Llegado a este punto, proyecté escribir un libro16en 10 el que mostrase la justicia de mi causa y, de un modo explícito, pro­ bara, a partir de la propia ley, la vanidad de todo aquello que los fariseos siguen y observan, y la repugnancia que, respecto de la ley de Moisés, tienen sus tradiciones e instituciones. Luego de iniciada mi obra, llegué incluso (preciso es que todas las cosas, del mismo modo 15 en que acaecieron, sean, lisa y llanamente, narradas) a sumarme, con resolución y firme decisión, a la opinión de quienes defienden como temporales los premios y castigos de la vieja ley, y apenas si se preo­ cupan de la otra vida ni de la inmortalidad de las almas. Y me forti­ fiqué, sobre todas las demás, en la convicción de que la ley de Moi- 20 sés guarda total silencio al respectoI7, no ofreciendo a observantes y transgresores sino premio o pena temporales. Mucho se regocija­ ron mis enemigos cuando supieron que había llegado a tal conclu­ sión, considerando que les proporcionaba una amplia defensa ante los cristianos18 por el solo hecho de ser éstos adeptos a la creencia 25 en esa inmortalidad del alma, en la que creen y reconocen, de acuer­ do con la especial fe que se funda en la ley del Evangelio, en la cual se hace mención expresa de los eternos bien y suplicio. Guiados por esta intención, y para bloquear por completo mi palabra y hacerme odioso entre los propios cristianos, antes que el libro por mí escrito 30 fuese enviado a la imprenta, editaron un libelo, obra de cierto médico19, cuyo título era De Immortalitate Animarum. En ese libe­ lo, el tal médico me zahería exhaustivamente, haciéndome pasar por un discípulo de Epicuro20// (por esa época juzgaba yo mal a Epi-

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[109] (per

hoc tempus malé ego de Epicuro fentiebam, & contra abfentem & inauditum ex aliorum iniquá relatione fententiam temeré proferebam; poftquam vero aliquorum veri­ tatis amantium de illo judicium, & doctrinam ejus ut 5 erat, intellexi, doleo, quod aliquando talem virum amentem & infanum pronuntiavi, de quo etiam nunc non polium plené judicare, cum ejus fcripta mihi fint incognita): qui enim immortalitatem animarum negabat, parum aberat, quin Deum abnegaret. Pueri iftorum, á Rabbinis & parenio tibus edocti, turmatim per plateas conveniebant, & elatis vocibus mihi maledicebant, & omnigenis contumeliis irri­ tabant, haereticum & defectorem inclamantes. Aliquando etiam ante fores meas congregabantur, lapides jaciebant, & nihil intentatum relinquebant, ut me turbarent, ne i5 tranquillus etiam in domo propriá agere poffem. Poft­ quam libellus ille contra me fuerat editus, paravi me ego ftatim ad defeniionem, & alium libellum huic contrarium fcripfi, immortalitatem impugnans omnibus viribus, aliqua obiter eorum percurrens, in quibus Pharifei á Mofe rece20 dunt. Simulatque libellus ifte in lucem prodiit, convenere Senatores & Magiftratus Judaicus, & de me accufationem propofuerunt apud Magiftratum publicum: dicentes me talem librum fcripiiile, in quo immortalitatem animorum negabam, nec folum illos laedebam, fed etiam Chriftianam 25 religionem convellebam. Ex hac eorum delatione fui ego ad carcerem vocatus, & cum ibi fuiffem per dies octo aut decem, folutus fui fub cautione: Mulctam enim Praetor á me poftulabat, & tandem condemnatus fum, ut illi folverem florenos trecentos cum amiIlione librorum. 30 Poft haec temporis decurfu, cum experientia & anni multa patefaciant, ac per confequens mutent hominis judicium (liceat, ut dixi, liberé loqui, quare enim non liceret ei, qui quali teftamentum conficit, ut hominibus relinquat vitae rationem, & humanarum calamitatum

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curo, y contra alguien a quien jamás había visto ni oído, temeraria- [109] mente arremetía, a partir de los inicuos relatos de otros; luego, cuando hube conocido el juicio que de él tienen algunos amantes de la ver­ dad y cuál era su doctrina, me afligí de haber llamado loco e insensa­ to a un tal varón, acerca del cual no puedo, sin embargo, aún hoy, 5 dar mi juicio preciso, ya que sus escritos siguen siéndome desconoci­ dos), que negaba, en efecto, la inmortalidad de las almas y a quien poco faltaba para negársela a Dios. Los hijos de esa gente, adoctri­ nados por los rabinos y por sus propios padres, me seguían en ban- 10 dadas por las plazas y, a grandes voces, me maldecían y con toda clase de injurias me importunaban, gritándome hereje y traidor. De vez en cuando, incluso, se congregaban ante mis ventanas, tiraban piedras y nada dejaban de intentar para perturbarme de tal modo que ni siquiera en mi propia casa pudiera estar tranquilo. Luego que 15 aquel libro contra mí fuera editado, me apresté, de inmediato, a la defensa, y escribí otro opúsculo21 contra él, impugnando la inmor­ talidad con todas mis fuerzas, para lo cual recurrí a otros de aque­ llos pasajes en que los fariseos disienten de Moisés. Apenas vio este 20 libro la luz, cuando se reunieron senadores y magistrados judíos y presentaron acusación contra mí ante el magistrado público, dicien­ do que, al escribir semejante libro, en el que se negaba la inmortali­ dad del alma, no sólo los ofendía a ellos, sino que también conculca­ ba la religión cristiana. A raíz de esta delación suya, fui a dar en la 25 cárcel y, tras pasar allí ocho o diez días, fui liberado bajo fianza: el juez me exigió una multa y fui condenado finalmente a pagar tres­ cientos florines y a la desposesión de los libros22. Luego de pasado el tiempo, como quiera que la experiencia y los 30 años mucho enseñan, cambiando consiguientemente el juicio de los hombres (permítaseme, como ya dije, que hable libremente, ¿y có­ mo no tolerar que relate la verdad de los hechos a quien está casi confeccionando su testamento23, para dejar a los humanos razón de su vida, y ejemplo verdadero de las calamidades humanas // en el

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[lio] Exemplum verum, faltem in morte vera enarrare?) in dubium vocavi, utrum Lex Mofis deberet pro Dei lege haberi; multa enim erant, quae contrarium fuadebant, aut potius cogebant dicere. Tandem ftatui legem Mofis 5 non effe, fed tantum inventum humanum, quemadmodum alia innumera in mundo fuerunt: Multa enim pugnabant cum lege naturae, & non poterat Deus autor naturae con­ trarius effe fibi ipii, & effet fibi contrarius, fi contraria naturae hominibus facienda proponeret, cujus autor dice10 batur. Hoc ita apud me definito, dixi mecum: quae utilitas (utinam nunquam talis cogitatio fubiiffet in ani­ mum meum), fi ufque ad mortem in hoc ftatu durem, feparatus á communione patrum iftorum, & populi illius, maxime cum advena fim in his regionibus, nec familiariI S tatem cum civibus habeam, quorum etiam ignoro Termo­ nem? Satius erit in communionem eorum venire, & eorum fequi veftigia, quemadmodum volunt, fimiam, ut ajunt, inter fimias agendo. Hac motus confideratione redii in communionem iftorum, dicta mea retractans, & illorum 20 placitis fubfcribens, annis quindecim jam tranfactis, qui­ bus ab illis feparatus egeram. Fuit autemj velut inter­ nuntius hujus concordiae quidam amitinus meus. Tranfactis diebus aliquot delatus fui per quendam puerum, filium Sororis meae, quem domi habebam, fuper 25 cibis, modo parandi, & aliis, ex quibus apparebat me Judaeum non effe. Propter hanc delationem nova & acerba bella exorfa funt: Nam amitinus ille meus, quem inter­ nuntium dixi concordiae fuiffe, exiftimans in opprobrium illius recidere factum meum, cum fuperbus valdé effet & 3° arrogans, imprudens admodum, & admodum etiam impu­ dens, bellum contra me apertum exorfus eft, & poft fe ducens omnes fratres meos, nihil reliquit intentatum, quod ad deftructionem & diffipationem honoris mei, facultatum, & per confequens vitae, poffit aliquid opis conferre. Ifte

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umbral de la muerte?), caí en la duda de si la ley de Moisés debiera [iioj ser tenida por ley de Dios; muchas cosas me persuadían de lo contra­ rio, o, más bien, me forzaban a afirmarlo. Llegué, finalmente, a la conclusión de que la ley no era de Moisés, sino uno de tantos inven- 5 tos humanos como en el mundo son24. Mucho en ella está en con­ flicto con la ley natural, y no podía ser que el Dios autor de la natu­ raleza fuese contradictorio consigo mismo; y contradictorio sería pro­ poner a los hombres hacer cosas contrarias a la naturaleza, cuyo autor dice ser25. Una vez llegado a esta convicción, me dije: ¿qué utilidad 10 (y ojalá nunca hubiera acudido a mi ánimo tal pensamiento), hay en perseverar en este estado hasta la muerte, separado de la comunidad de estos patriarcas y de este pueblo, tanto más cuanto que extranjero soy en este país y no tengo familiaridad con sus habitantes, cuya len- 15 gua ignoro? Más sensato sería volver a la comunidad con ellos y se­ guir sus huellas, tal como lo desean, actuando, según se suele decir, como mono entre los monos. Guiado por esta consideración, volví a su comunidad, retractándome de mis afirmaciones y suscribiendo sus opiniones cuando habían transcurrido ya quince años desde que 20 fuera separado. Fue también garante de aquel acuerdo un primo mío. Al cabo de pocos días, fui delatado por cierto niño, hijo de mi hermana, que vivía en mi casa, acerca de los alimentos, el modo de prepararlos y otras cosas que demostraban que yo no era un judío. 25 A causa de esta delación emprendieron otra nueva y acerba guerra: pues aquel primo mío del que dije que fuera garante del acuerdo, con­ siderando que mi actuación lo hundía en el oprobio, soberbio y arro­ gante como era, imprudentísimo y aún más impúdico, lanzóse a una 30 guerra abierta contra mí, valiéndose de su riqueza y arrastrando en pos de sí a todos mis hermanos; nada dejó de intentar de cuanto pudiere contribuir a la destrucción y mácula de mi honor, mi condición y, por tanto, mi vida. Fue él // quien impidió las nupcias que estaba

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[ini impedivit nuptias, quas jam jam eram contracturus; hoc enim tempus orbatus eram uxore. Is fecit, ut frater qui­ dam meus retineret bona mea, quae in manibus habebat, & commercium, quod inter nos erat, pervertit; quod mihi 5 adeó nocuit propter ftatum, in quo tunc res meae erant, ut vix dici poflit. Nunc fatis fit dicere, hunc mihi fuifle infeftiflimum hoftem contra honorem, contra vitam, contra bona. Praeter hoc bellum domefticum, ut ita dicam, aliud erat publicum bellum, nempe Rabbinorum & populi, qui 10 novo odio me odifle caeperunt, & multa impudenter in me commiferunt, quos ideó merito faftidiebam. Inter haec accidit adhuc aliud novum: Nam forté fortuná fermonem habui cum duobus hominibus, qui ex Londino in hanc civitatem venerant, Italo uno, altero vero Hifpano, 15 qui Chriftiani cum effent, nec ex Judaeis originem ducerent, inopiam indicantes, confilium á me poftularunt fuper ineunda eum Judaeis focietate, & tranfeundo in religionem illorum. His ego confului, ne tale quid facerent, fed potius ita manerent: nefciebant enim, quale jugum fuis cervicibus 20 imponebant. Interim monebam eos, ne Judaeis aliquid meo nomine indicarent; quod & illi promiferunt. Maligni homines ifti, intenti ad turpe lucrum, quod indé fe per­ cepturos fperabant, gratiarum loco, omnia aperuerunt Pharifeis chariffimis amicis meis. Tunc congregati funt 25 principes Synagogae, ^xarferunt Rabbini, & petulans turba clamavit voce magná, crucifige, crucifige eum. Vocatus fum ad confilium magnum, propofuerunt ea, quae contra me habebant, fubmiffá & trifti voce, quaíi de vitá ageretur; & tandem pronuntiarunt, debere me, fi Judaeus eram, 30 illorum exfpectare & implere judicium : quod fi non, ex­ communicandus iterum eram. O egregii judices, qui qui­ dem judices eftis, ut mihi noceatis, fi vero ego indigeam judicio veftro, ut me liberetis ab alicujus violentiá & illaefum fervetis, tunc judices non eftis, fed fervi viliffimi, alieno

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a punto de contraer, ya que, por aquel tiempo, había perdido a mi [ni] esposa26. Él consiguió que uno de mis hermanos bloqueara mis po­ sesiones que tenía en depósito, y destruyó las relaciones que entre nosotros existían; lo cual, en el estado en que andaban mis cosas, 5 me ocasionó un daño que no sabría expresar. Baste, en suma, decir que ha sido el más encarnizado enemigo de mi honor, mi vida y mis bienes. Luego de aquella guerra doméstica de que acabo de hablar, estalló una guerra pública con los rabinos y el pueblo, que concibie­ ron nuevos odios contra mí e impúdicamente me infligieron mil ul- 10 trajes, sólo comparables a mi desprecio. Entre tanto, sucedió algo nuevo27: una conversación totalmente casual que tuve con dos hom­ bres que habían llegado a la ciudad provenientes de Londres, italia­ no uno, el otro ciertamente español, los cuales, siendo cristianos y de origen no judío, tras de hacerme ver la miseria en que se halla- 15 ban, pidiéronme consejo acerca de la conveniencia de integrarse en la comunidad judía y pasarse a su religión. Yo les aconsejé que no hicieran tal y que, muy al contrario, quedáranse como estaban: que no sabían el yugo que iban a echar sobre sus cervices. Advertíles que, en todo caso, no indicaran nada a los judíos en nombre mío; y así 20 me lo prometieron. Aquellos hombres malignos, con intención del torpe lucro que esperaban recibir de inmediato a modo de agradeci­ miento, fueron a contárselo a mis carísimos amigos los fariseos. De inmediato se congregaron los príncipes de la Sinagoga, tronaron los 25 rabinos y la turba petulante gritó a grandes voces: crucifícalo, cruci­ fícalo. Fui convocado al gran consejo, me comunicaron qué era lo que tenían en mi contra, con voz sumisa y triste, casi como si mi vida se hallase en juego, y, finalmente, sentenciaron que yo debía, si era auténtico judío, aguardar su juicio y cumplir su sentencia, y que, en 30 caso contrario, quedaba nuevamente excomulgado. ¡Oh jueces egre­ gios que no lo sois sino para hacerme daño! Si realmente yo precisa­ ra de vuestro juicio para que me librarais de alguna violencia e ileso me mantuvierais, no seríais ya entonces jueces, sino los más viles de los siervos // de un gobierno extranjero. ¿Cuál es ese juicio vuestro

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[ii2] fubjecti imperio; quod eft veftrum judicium, cui vultis, ut ego paream? Tunc praelectus eft libellus, in quo contine­ batur, debere me vefte lugubri indutum Synagogam intra­ re, cereum nigrum in manu tenentem, & certa quaedam 5 verba, per illos fcripta, foeda fatis, palam coram concione evomere, quibus iniquitates iftas, quas commiferam, ufque in coelum efferebant. Poft haec debebam pati publicé in Synagogá flagellari coreaceo flagello, ceu ligaculo; deinde in ipfius Synagogae limine me profternere, ut omnes fuper io me tranfirent, & certis infuper diebus jejunare. Perlecto libello exarferunt vifcera mea, & interius irá flagrabam inextinguibili; continens tamen me, fimpliciter refpondi, non poffe talia implere. Audito refponfo, deliberarunt me iterum á communione feparare, nec eo contenti, multi 15 eorum tranfeunte me in plateá fpuebant, quod etiam & pueri illorum faciebant, ab illis edocti: tantum non lapi­ dabar, quia facultas deerat. Duravit item pugna ifta per annos feptem, intra quod tempus incredibilia paffus fum: Duo enim agmina, ut dixi, pugnabant contra me, agmen 20 unum populi, & alterum propinquorum, qui ignominiam meam quaerebant, ut vindictam de me fumerent. Ifti non quieverunt, donec me á flatu priori dejicerent: Dixerunt enim inter fe, non faciet quicquam nifi coactus, & debet cogi. Si aegrotabam, folus aegrotabam. Si aliquod aliud 25 onus incumbebat, hoc inter fibi valdé optata expetebant. Si dicebam, ut effet aliquis judex ex medio ipforum, qui inter nos judicaret, nihil minus. Agere coram Magiftratu de talibus rebus, quod etiam caepi tentare, res erat valdé molefta. Longa enim erat via lites perfequi in judicio, cui, 30 praeter multa alia onera, tot dilationes & procraftinationes inhaerent. Dixerunt ifti faepius, fubjice te nobis, omnes enim patres fumus, nec putes aut timeas nos tecum foedé acturos. Dic jam femel paratum te effe, omnia implere, quae nos tibi impofuerimus, & tunc relinque nobis exitum

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al que queréis que me someta? Fuéme entonces dada lectura de un [112] escrito en el que se explicaba cómo, vestido de luto y portando un cirio negro, debía entrar en la Sinagoga y vomitar ciertas palabras por ellos dictadas, palabras deliberadamente infames, mediante las 5 cuales resonaran hasta el cielo las iniquidades por mí cometidas. Tras de lo cual debía sufrir, en la Sinagoga, pública flagelación con látigo de cuero o palo, extenderme luego sobre el suelo para que todos pa­ saran sobre mí y, finalmente, guardar ayuno durante algunos días. 10 Cuando me hubieron leído el decreto, me ardieron las entrañas, y mi interior se desgarraba en una ira inextinguible; reteniéndome, sin embargo, respondí, simplemente, que no podía cumplir tales condiciones28. Una vez oída mi respuesta, decidieron excomulgarme nuevamente, y, no contentos con esto, muchos de ellos me escupían 15 al cruzarse conmigo, cosa que también hacían sus hijos, por ellos adoc­ trinados; y si no fui lapidado fue porque no entraba ello en su potes­ tad. Duró esta lucha siete años, durante los cuales sufrí lo indecible. Como se suele decir, luchaban contra mí dos ejércitos; uno el del pueblo y otro el de mis parientes29, que buscaban mi igno- 20 minia para obtener venganza de mí. No pararon éstos hasta pro­ vocar mi hundimiento. Dijéronse entre sí: nada hará a no ser coac­ cionado, debemos, pues, coaccionarlo. Si caía enfermo, en soledad transcurría mi enfermedad. Que cualquier nueva carga cayese sobre 25 mí, era lo único que ellos esperaban. Si proponía que algún juez de su propio medio resolviera nuestros pleitos, se cerraban en banda. Intentar llevar tales negocios ante el magistrado, como traté de ha­ cerlo, era asunto muy ingrato. Largo era el camino a seguir por vía judicial, ya que, además de muchas otras cargas, las dilaciones y re- 30 trasos le son inherentes. Me dijeron reiteradamente: somos como padres para tí, no pienses ni temas que podamos tratarte en modo infame. Dinos de una vez que estás ya listo para cumplir todo cuanto te im­ pongamos y deja el asunto en nuestras manos, // nosotros lo arre-

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[113] rei, nos enim omnia faciemus, quemadmodum decet. Ego, licet fuper hoc ipfo quaeftio vertebatur, & talis fubjectio & acceptio, per vim extorta, mihi erat valdé ignominiofa, tamen, ut rem ufque ad finem perducerem, & exitum ejus 5 oculis comprobarem, meipfum devici, conftanter deli­ berans, omnia, quae vellent, acceptare & experiri. Si enim fceda mihi imponerentur & inhonefta, caufam meam contra ipfos magis juftificabant, & palam faciebant, quinam illo­ rum erga me erat animus, quae fides in ipfis. Et tandem io palam fiebat, quam foedi & execrandi fint hujus gentis mores, qui honeitiflimis hominibus, quaii viliflimis manci­ piis, ita foedé abutuntur. Ergo, dixi, omnia implebo, quae­ cunque mihi impofueritis. Nunc animum mihi praebete, quicunque honefti, prudentes & humani eftis, & defixis 15 mentis oculis iterum atque iterum expendite, quale judi­ cium ifti in me exercuerunt, particulares homines alienae poteftati fubjecti, fine ullo peccato meo. Intravi Synagogam, quae hominibus & mulieribus plena erat, convenerant enim ad fpectaculum, & quando tempus 20 fuit adfcendi fuggeftum ligneum, quod eft in medio Syna­ gogae ad condonandum, & alia officia, & clara voce per­ legi fcripturam ab illis exaratam, in qua continebatur confeffio, me fcilicet dignum effe, millies mori propter ea, quae commiferam, nempe violationem Sabbathi, fidem non 25 fervatam, quam in tantum violavi, ut etiam aliis fuafiffem, ne Judaifmum intrarent, & pro quorum fatisfactione illorum ordinationi parere volebam, & ea implere, quae mihi effent impolita, promittens de reliquo in fimiles ini­ quitates & fcelera non reincidere. Peracta lectione defcendi 30 á fuggeftu, & acceflit ad me Sacratiflimus praefes, fufurrans mihi in aurem, ut diverterem ad angulum quendam Synagogae. Contuli me ad angulum, & dixit mihi janitor, ut me nudarem. Nudavi corpus ad cincturam ufque, linteum capiti fubligavi, calceos depofui, & brachia erexi,

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glaremos del modo más decente. A mí — lícito es tener dudas sobre [ii3] esta cuestión— , tales sumisión y aceptación, obtenidas mediante la vio­ lencia, me resultaban ignominiosas, pero para acabar de una vez y comprobar el resultado con mis propios ojos, me sobrepuse a mí mis- 5 mo, dispuesto firmemente a aceptar y realizar todo lo que quisieran30. Si me era impuesto algo infamante y deshonroso, jus­ tificarían mi causa contra la suya y dejarían al descubierto cuál era el ánimo que contra mí mantenían y qué fe podía tenerse en ellos. Y quedaría, finalmente, manifiesto cuán infames y execrables son las 10 costumbres de esas gentes que a los más honestos hombres tratan ca­ si con la misma infamia con que se abusa de los más viles esclavos. Así pues, me dije, cumpliré todo cuanto me impongáis. Y ahora, pres­ tadme atención quienes seáis honestos, prudentes y humanos, y con 15 la penetrante mirada de la mente pesad y sopesad qué juicio ejercie­ ron sobre mí aquellos hombres sometidos a otro poder y carentes de la potestad de juzgar31, sin que mediara pecado alguno por mi par­ te. Entré en la Sinagoga32, llena de hombres y mujeres que habían venido como para un espectáculo, y, llegado el momento, subí a un estrado que hay en medio de la Sinagoga para los sermones y demás 20 oficios, y allí, con voz clara, leí un escrito, redactado por ellos, en el que se contenía mi confesión: que yo era digno mil veces de la muer­ te, pues había cometido desde la violación del Sabbat y la no obser­ vancia de la ley hasta su misma violación, ya que había disuadido 25 a otros para que no se hicieran judíos33 , y que, para reparar todo ello, estaba dispuesto a ejecutar sus órdenes y cumplir cuanto me fuere impuesto, prometiendo, por lo demás, no reincidir en semejantes ini­ quidades y crímenes. Acabada la lectura, bajé del estrado y, acer­ cándoseme el Sumo Sacerdote susurróme al oído que me apartase 30 hacia un ángulo de la Sinagoga. Así lo hice, y dijome el portero35 que me desnudara. Hícelo hasta la cintura, me até entonces un lien­ zo en torno a la cabeza, quitéme los zapatos y extendí los brazos, agarrándome // con las manos a una especie de columna. Acercóse

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[ini manibus tenens quandam quali columnam. Acceflit janitor ille, & manüs meas ad columnam illam quádam fafciá colligavit. His ita peractis acceflit praecentor, & accepto corio percufiit latera mea triginta & novem percuflionibus 5 fecundum traditionem: nam judicium Legis eft, ut nume­ rus quadragenarium non excedat, & cum viri ifti adeo religiofi, & obfervantes fint, cavent fibi, ne contingat, ut peccent excedendo. Inter percutiendum pfalmus decan­ tabatur. Hoc impletur, humi fedi, & acceflit concionator, io ceu fapiens (quamridiculae funt res mortalium), qui me ab excommunicatione abfolvit, & ita jam porta Coeli mihi erat aperta, quae antea fortiffimis feris claufa me á limine & ingreffu excludebat. Poft haec indui veftes, & abii ad limen Synagogae, proftravi me, & cuftos ipfius fuftentabat 15 caput meum. Tunc omnes, qui defcendebant, tranfibant fuper me, fcilicet elevabant pedem unum, & tranfibant ad inferiorem partem crurum meorum; quod omnes tam pueri, quam fenes fecerunt (nullae funt fimiae, quae actiones magis abfonas, aut geftús magis ridendos hominum oculis 20 poflint exhibere): & peracto opere, quando jam nullus reftabat, furrexi é loco, & mundatus á pulvere per illum, qui mihi afliftebat (nemo jam dicat iftos me non honoraffe, fi enim me flagro percufferunt, lugebant tamen, & demul­ cebant caput meum) domum me contuli. 01 impudentif25 fimi omnium hominum. O! patres execrandi, á quibus non erat timendum foedum quidquam! Hoc te percu­ tiemus? dicebant, abfit hoc cogitare. Judicet nunc qui haec audierit, quale effet fpectaculum, videre hominem fenem, fortis non abjectae, naturaliter verecundum fuper 3° omnem modum, in concione publica coram omnibus tam viris quam mulieribus &. pueris nudatum, & flagro caefum ex mandato judicum, & talium judicum, qui fervi potius abjecti, quam judices funt. Confideret, qualis dolor cadere ad pedes infeftiffimorum hoftium, á quibus tot

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el portero aquel y atóme las manos con una cuerda. Acto seguido, [ii4] llegó un sayón, tomó unas correas y propinóme en la espalda treinta y nueve azotes, según es tradición: pues está en la Ley que no debe 5 excederse el número de cuarenta36, y como son hombres muy reli­ giosos y observantes, cuídanse mucho, no vaya a ser que pequen por exceso. Entre azote y azote, cantaban salmos. Cuando hubo acaba­ do, sentóme en el suelo, y llegó el predicador o sabio37 (cuán ridi­ culas son las cosas de los mortales) y me absolvió de la excomunión. 10 Y hete aquí que de nuevo se abrían para mí las mismas puertas del Paraíso, de cuyo umbral y acceso me había sido vetado el paso con férreas cerraduras. Luego tomé mis ropas y me postré en el umbral de la Sinagoga, y el custodio aquel sostenía mi cabeza. Todos los que 15 salían pasaban sobre mí, levantando un pie por encima de la parte inferior de mis piernas; y esto hicieron todos, así niños como ancia­ nos (no hay monos que puedan exhibir actos más absurdos ni gestos más grotescos a los ojos de los hombres) y, acabado todo, cuando 20 ya nadie quedaba, salí de aquel lugar y, una vez que el que me asistía húbome quitado el polvo (y que nadie venga a decir ahora que no me trataron honorablemente, ya que, si bien flagrantemente me gol­ pearon, igualmente luego me compadecían y me acariciaban la tes­ tuz), volví a casa. ¡Oh, impúdicos, los más entre los hombres! ¡Oh 25 padres execrables, de quienes no debía temer indignidad alguna! ¿Que nosotros te vayamos a golpear?, decían. ¡Ni se te ocurra pensarlo! Juzgue, pues, quien esto ha oído, cuál debiera ser el espectáculo de ver a un hombre de edad38, de nada abyecto linaje, de natural por encima de todo pudoroso, en medio de la asamblea pública, ante to- 30 dos, tanto hombres como mujeres y niños, desnudo y azotado por mandato de los jueces, valientes jueces, más bien los más abyectos de los siervos son que verdaderos jueces. Con cuán grande dolor, con­ sidérese, caí a los pies de tan enconados enemigos, de quienes tantas // desdichas e injurias he recibido, y me prosterné en tierra para ser

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mala, tot injuriae acceptae fint, & fe conculcandum profternere. Cogitet (quod majus eft, & miraculum portentofum, ac monftrum horrendum, cujus intuitum & foedi­ tatem exhorrefcas & fugias dici merito poteft) fratres 5 naturales & uterinos, ex eodem patre & matre genitos, in eádem domo fimul educatos, in hunc finem omnem operam impendifTe, oblitos dilectionis, quá á me fuerunt perpetuo dilecti, mihi enim erat hoc proprium & nativum, & oblitos multorum beneficiorum, quae per me in vitá io acceperant, quorum loco pro retributione habui igno­ miniam, damnum, mala, tot foeda & nefanda, ut referre pudeat. Dicunt nunquam fatis deteftandi ofores mei, fe ad aliorum exemplum jufté de me poenas fumpfiffe, ne dein15 ceps aliquis audeat fe opponere ipforum placitis, & contra fapientes fcribat. O fceleratiffimi mortalium & totius mendacii parentes! quanto juftius poffem ego de iftis poenas fumere ad exemplum, ne deinceps talia auderetis impudenter contra viros veritatis amantes, ofores frau20 dum, totius humani generis indiff erenter amicos, cujus vos communes hoftes eftis, cum omnes gentes pro nihilo aeitimetis, & inter beftias numeretis, vos autem folos in caelum ufque efferatis protervé, vobis ipfis mendaciis blandientes, cum nihil habeatis, de quo veré gloriari poffitis; 25 nifi forté gloria vobis eft exulare, ab omnibus contemni & odio haberi, propter ridiculos & exquifitos veftros mores, quibus á caeteris hominibus feparari vultis. Si enim de (implicitate vitae & juftitiá gloriari velitis, vae vobis, qui non obfcuré multis inferiores in his apparebitis. Dico 30 igitur, potuiffe me jufté, fi vires adeffent, de iftis fumere vindictam pro graviflimis malis, & atrociffimis injuriis, qui­ bus me repleverunt, & propter quae vitam meam exofus fum. Quis enim honefti amans libenter fuftineat vitam vivere ignominiofam ? Et ut aliquis bene dixit, aut bene

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por ellos hollado. Piénsese (lo que es aún peor: milagro portentoso, [i 15] horrenda monstruosidad cuya visión indigna horroriza e incita a huir de ella) que mis naturales y carnales hermanos, hijos de los mismos 5 padre y madre y educados conmigo en la misma casa, hicieron todo de su parte para ponerme en semejante trance, olvidando hasta qué punto me fueran siempre dilectos, con un amor en mí innato, y olvi­ dándose de los muchos beneficios que de mí recibieron a lo largo de mi vida, como sola retribución me devolvieron ignominias, perjui- 10 cios, males, indignidades y abominaciones que me da vergüenza contar39. Dicen, mis nunca suficientemente detestados enemigos, haberme infligido con justicia tales penas para que nadie, en adelante, ose opo­ nerse a sus designios, ni escribir contra sus sabios40. ¡Oh, los más 15 pérfidos de los mortales y padres de todo engaño! Con cuánta mayor razón podría yo infligiros penas ejemplares para que no osárais, en adelante, tales actuaciones contra los hombres amantes de la ver­ dad, enemigos de fraudes, amigos por igual de todo el género huma- 20 no, del cual sois los comunes enemigos, puesto que a todas las demás naciones las estimáis en menos de nada y entre las simples bestias las contáis, mientras desvergonzadamente os atribuís en exclusiva el ac­ ceso al cielo41, halagándoos a vosotros mismos con mentiras, cuan­ do es así que nada tenéis de lo que en verdad podáis gloriaros, a no 25 ser tal vez que gloria sea para vosotros el estar desterrados, de todos sometidos al desprecio y el odio, a causa de vuestras ridiculas y rebus­ cadas costumbres, mediante las cuales buscáis separaros de los demás hombres42. Puesto que si quisiérais gloriaros de vuestra sencillez de vida y justicia, ¡ay de vosotros!, cuán inferiores a otros muchos apa­ receríais con toda transparencia. Digo, pues, que hubiera podido con 30 justicia, si hubiera tenido las fuerzas necesarias, tomar venganza por los gravísimos males y atrocísimas injurias con que me abrumaron y tras de las cuales he llegado a detestar mi vida43. ¿Quién, en efec­ to, que aprecie su honor podría sostener de buen grado el curso de una vida ignominiosa? Y, como alguien bien dijera, conviene al no­ ble linaje vivir bien // o morir honestamente. Tanto más justa es mi

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[116] vivere,

aut honefté mori, ingenuum decet. Tanto autem juftior eft caufa mea caufá iftorum, quantum veritas prae­ cellit mendacio. Ifti pro mendacio contendunt, ut homines capiant & fervos faciant: ego veró pro veritate & naturali 5 hominum libertate, quos magis decet, á falfis fuperftitionibus & ritibus vanifiimis liberos, vitam agere hominibus non indignam. Fateor magis ex re mea fuiffe, fi á prin­ cipio tacuiffem, & agnofcens ea, quae in mundo fiunt, potius filerem; ita enim expedit iis, qui inter homines acturi funt, 10 ne á multitudine ignara vel á tyrannis injuftis opprimantur, ut fieri folent: unusquifque enim commodis fuis confulens veritatem ftudet opprimere, & laqueos parvulis tendens, juftitiam fub pedibus terit; tamen poftquam incautus á vana religione deceptus in arenam cum iftis prodii, fatius 15 eft cum laude occumbere, vel faltem fine dolore mori, qui turpis fugae, aut ineptae patientiae in honeitis hominibus comes eft. Solent ifti pro fe allegare multitudinem. Tu unus nobis, qui multi fumus, debes cedere. Amici, utile quidem eft, ut unus multis cedat, ne ab illis lanietur; fed 20 non omne, quod utile eft, pulchrum ftatim eft. Pulchrum profectó non eft, cum ignominia difcedere, ac violentis & injuftis trophaeum relinquere. Debetis igitur fateri, vir­ tutem effe laude dignam, fuperbis refiftere, quantum fieri poffit, ne malé facientes & utilitatem ex malitiá capientes 25 indies magis fuperbiant. Pulchrum quidem eft, & viro pio ac generofo dignum, cum parvulis parvulum effe, cum ovibus ovem; ftultum autem, ignominiae & reprehenfioni obnoxium, cum leonibus in conflictu manfuetudinem ovis induere. Quod fi inter res pulcherrimas habetur pro 30patria pugnare ufque ad necem, quia patria eft aliquid noftrum, quare pulchrum non effet pro propriá honeftate, quae proprié noftra eft, & fine qua bene vivere non poffumus, niíi forté tanquam porci fcediffimi volutemur in foediffimo luto lucri. Sed dicunt nefarii illufores mei,

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causa que la suya, cuanto superior es la verdad a la mentira. En fa- mió] vor de la mentira luchan ellos, que toman hombres y hacen de ellos esclavos: mientras que yo lucho por la verdad y la libertad natural de los hombres, a quienes conviene en el más alto grado liberarse de 5 falsas supersticiones y vanísimos ritos44, para llevar una vida que no sea indigna de los hombres. Confieso que me hubieran ido mejor las cosas si guardando desde el primer momento silencio y sabiendo lo que pasa en el mundo, hubiera optado más bien por callar; conviene saber, en efecto, lo siguiente a quienes comparten el trato de los hom­ bres sin aceptar, como es de uso, ni la opresión de la multitud igno- 10 rante ni la de los tiranos injustos: que aquel que da oídos a su como­ didad, trata de oprimir la verdad y, tendiendo insidias a los más dé­ biles, pisotea la justicia. Pero, tras haber descendido, como un in­ cauto, a la arena frente a ellos, bajo el engaño de una vana religión, más sabio es cumplir con gloria, o al menos morir sin el dolor que 15 es compañero, para los hombres de honor, de la torpe huida o la inepta sumisión. Suelen ellos alegar en su favor el número. Tú, que eres uno, debes ceder frente a nosotros que somos muchos. Amigos, ciertamente que es útil que uno ceda ante la muchedumbre, si no se quiere ser despedazado. Pero no todo lo que es útil es, al mismo tiempo, her- 20 moso. No es, ciertamente, hermoso batirse ignominiosamente en re­ tirada y dejar insignias y estandartes en manos de los violentos e in­ justos. Debéis, pues, reconocer que es virtud digna de alabanza re­ sistir a los soberbios cuanto sea posible, para evitar que, actuando con maldad y obteniendo utilidad de su malicia, ensoberbezcan cada 25 día más. Hermoso es, sin duda, y digno de un hombre pío y genero­ so, ser débil con los débiles, oveja con las ovejas; pero también estú­ pido, culpable de ignominia y reprehensión, revestirse de la manse­ dumbre de la oveja, cuando se combate con leones. Pues, si se consi­ dera la más hermosa entre las cosas combatir por la patria hasta la 30 muerte, ya que la Patria es algo nuestro, ¿por qué razón no habría de serlo combatir por el propio honor, que es personalmente nuestro y sin el cual no podemos vivir buenamente, a no ser que nos revol­ quemos en el inmundísimo fango del lucro, como los más inmundos de los cerdos? Pero dicen mis abominables burladores, asentando //

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[117]totum jus fuum in multitudine conftituentes, quid tu unus contra tam multos poffes? Fateor, & lugeo me á multitudine veftra opprefliim elfe; tamen propter cogi­ tationes iftas, & fermones veftros, aeftuat magis ira in prae5 cordiis meis, & clamat, impium eiTe erga impios, fuperbos, contumaces, & perleverant es, pietate uti. Unum dixi, defunt vires. Scio adverfarios iftos, ut nomen meum coram indocta plebe dilanient, folitos effe dicere, ifte nullam habet reliio gionem, Judaeus non eft, non Chriftianus, non Mahometanus. Vide prius Pharifee quid dicas; caecus enim es, & licet malitiá abundes, tamen ficut caecus impingis. Quaefo, dic milii, fi ego Chriftianus effem, quid fuiffes dicturus? Planum eft, dicturum te, fcediifimum me effe 15 idololatram, & cum Jefu Nazareno Chriftianorum doctore pcenas vero Deo foluturum, á quo defeceram. Si Mahometanus effem, norunt etiam omnes, quibus me honoribus fuiffes cumulaturus: & ita nunquam linguam tuam poffem evadere, unicum hoc effugium habens, nempe ad genua 20 tua procumbere, & fcediflimos pedes tuos, tuas inquam nefarias & pudendas inftitutiones, ofculari. Nunc, precor, doceas me, aliamne noveris religionem praeter illas, quarum meminifti, & quarum duas ultimas tu pro adulterinis habens, non tam religiones vocas, quam á religione receffum. Jam 25 audio te fatentem, unam te adhuc nofcere religionem, quae veré religio eft, & cujus medio homines poffunt Deo placere. Si enim gentes omnes, exceptis Judaeis (oportet, ut vos femper ab aliis feparemini, nec cum plebeis & ignobilibus conjungamini) fervent praecepta feptem, quae 30 vos dicitis Noam fervaffe, & alios, qui ante Abrahamum fuerunt, hoc illis fatis eft ad falutem. Iam ergo eft aliqua religio per vos ipfos, cui ego poffum inniti, etiamfi á Judaeis originem ducam: precibus enim á vobis impetrabo, ut patiamini me cum aliá turba mifceri, vel fi non obtineam

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todo su derecho sobre la muchedumbre: ¿qué puedes tú, uno solo, [ínj frente a tantos? Confieso, y deploro, que vuestra muchedumbre me ha abrumado; pero, a medida que oigo esos pensamientos y sermo­ nes vuestros, más fuerte hierve la ira en mis entrañas y clama que 5 impío es actuar piadosamente con los impíos, soberbios, contuma­ ces y testarudos. Sólo dije una cosa: me faltan las fuerzas45. Bien sé que para despedazar mi nombre ante la inculta plebe, suelen mis adversarios decir: ése no tiene religión alguna, no es judío, ni cristiano, ni mahometano46. Cuida de lo que dices, fariseo; estás cié- 10 go y, a pesar de tu abundante malicia, como un ciego golpeas. Te ruego que me digas: si yo hubiera sido cristiano, ¿qué habrías dicho? Evidentemente, según tus palabras, yo sería el más inmundo de los idólatras y acreedor, junto al doctor de los cristianos, Jesús Nazare- 15 no, de las penas impuestas por el verdadero Dios, del cual habría de­ sertado. Si fuera mahometano, todo el mundo sabe de cuáles hono­ res me habrías colmado. Así pues, jamás podré escapar a tu lengua, quedándome, por tanto, un solo refugio, postrarme a tus rodillas y besar tus inmundos pies, me refiero a tus abominables y vergonzosas 20 instituciones. Te ruego ahora que me instruyas: ¿no irás a conocer alguna otra religión además de aquellas que mencionaste, y de las cuales tienes a las dos últimas por corruptas, por lo que las llamas no tanto religiones cuanto alejamiento de la religión? Ya te estoy oyen­ do proclamar que una sola religión conoces, por el momento, que 25 sea verdadera y por cuyo medio puedan los hombres agradar a Dios. Si, en efecto, todas las naciones, salvo los judíos (preciso es que vos­ otros os separéis siempre de los demás47, para que no os mezcléis con la plebe y la gente innoble) cumplen los siete preceptos que, se­ gún vosotros, Noé cumpliera48, como tantos otros que existieron an- 30 tes de Abraham, esto les bastaría para salvarse. Así pues, hay, según vosotros mismos, otra religión en la que puedo apoyarme, aun cuan­ do proceda por mi origen de los judíos: os suplico, pues, que sopor­ téis que me mezcle con la demás gente, o bien, si no obtengo esta licencia // de parte vuestra, la tomaré por cuenta propia. ¡Oh, ciego

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[118]apud vos, per me licentiam fumam. O! caece Pharizaee, qui oblitus illius legis, quae primaria eft, & á principio fuit, & erit femper, tantummodo mentionem facis aliarum legum, quae poftea efle caeperunt, & quas tu ipfe damnas, 5 tuá exceptá, de quá etiam, velis nolis, alii judicant fecun­ dum rectam rationem, quae vera norma eft illius naturalis legis, quam tu oblitus fuifti, & quam libenter vis fepelire, ut graviflimum, &deteftandum jugum tuum fuper cervices hominum imponas, & eos á faná mente deturbes, ac io infanientibus fimiles reddas. Sed quando in ifta venimus, libet hic aliquantulum immorari, & laudes hujus primariae legis non omninó tacere. Dico igitur hanc legem omni­ bus hominibus effe communem & innatam, eo ipfo quod homines funt. Haec omnes inter fe mutuo amore colligat, *5 infcia divifionis, quae totius odii, & maximorum malorum caufa & origo eft. Haec magiftra eft bene vivendi, difcernit inter juftum & injuftum, inter foedum & pulchrum. Quicquid optimum eft in lege Molis, vel quácumque aliá, hoc totum perfecté in fe continet lex naturae; & ii tantifper 20 ab hac naturali norma declinatur, ftatim oritur contentio, ftatim fit animorum divifio; nec quies inveniri poteft. Si vero multum declinatur, quis fatis erit ad recenfenda mala & monftra horrenda, quae ab hoc adulterio originem fuam trahunt, & incrementa? Quid habet optimum lex 25 Mofis, vel quaecumque alia, quod refpiciat focietatem humanam, ut homines inter fe bene vivant & bene con­ veniant? Profectó primum eft, parentes honorare, dein­ ceps aliena bona non invadere, five hoc bonum pofitum fit in vitá, five in honore, five in bonis aliis ad vitam 3° conducibilibus. Quid, quaefo, horum in fe non continet lex naturae & norma recta mentibus inhaerens? Natura­ liter filios diligimus, & parentes filii, frater fratrem, amicus amicum. Naturaliter volumus omnia noftra falva efie, & odio habemus illos, qui pacem noftram turbant,

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fariseo, que olvidando la ley primera, que fue desde un principio y [íisj siempre será, sólo haces mención de otras leyes surgidas con poste­ rioridad, y a todas las cuales condenas salvo la tuya, acerca de la cual, sin embargo, quiéraslo o no, otros juzgan de acuerdo con la recta 5 razón, que es verdadera norma de la ley natural49aquella de la que andas olvidado y que gustosamente quisieras enterrar para imponer sobre las cervices de los hombres tu pesadísimo y detestabilísimo yu­ go y perturbar su sana mente y transformarlos en parejos a los locos! Pero ya que estamos en ello, conviene recordar un poco, y no callar 10 completamente, las alabanzas de esta ley primera. Digo, pues, que esa ley es común e innata para todos los hombres, por el hecho mis­ mo de ser hombres. Ella liga a todos entre sí con mutuo amor, es ajena a la división, la cual es causa y origen de todo odio y de los 15 mayores males. Ella, la maestra del bien vivir, discierne lo justo de lo injusto, lo abominable de lo bello. Lo mejor que haya en la Ley de Moisés, como en cualquier otra, está todo perfectamente conteni­ do en sí por la ley natural; y en la medida misma en que uno se apar­ te de esta norma natural, se inicia la disputa, se produce la división 20 de los espíritus y no puede hallarse la calma. Y si uno se aparta mu­ cho de ella, ¿quién sabrá compilar los males y horrendas monstruo­ sidades que toman en esta bastardía su origen y sus secuelas? ¿Qué tiene de mejor la ley de Moisés, o cualquier otra, que incumba a la 25 sociedad humana, para que los hombres vivan buenamente entre sí y entre sí estén acordes? Ciertamente, lo primero es honrar a los pa­ dres, después, no apoderarse de los bienes ajenos, ya residan estos en la vida o en el honor o en otros bienes útiles para la vida. ¿Cuál, 30 pregunto, de estas cosas no está contenida en sí por la ley natural y la recta norma ínsita en la mente? Por naturaleza amamos a los hijos, y los hijos a los padres, el hermano al hermano, el amigo al amigo. Por naturaleza queremos que todo lo nuestro esté salvaguar­ dado, y sentimos odio contra aquellos que disturban nuestra paz //

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(ii9iqui ea, quae noftra funt, á nobis aut vi aut fraudibus auferre volunt. Ex hac voluntate noftrá naturali fequitur apertum judicium, fcilicet non debere nos ea committere, quae in aliis damnamus. Si enim alios damnamus, qui 5 noftra invadunt, jam nos ipfos damnamus, fi aliena invaferimus. Et ecce, jam facile habemus, quidquid prae­ cipuum eft in quácumque lege. Quod adtinet ad cibos, hoc Medicis relinquamus; illi enim nos fatis appofité docebunt, quis cibus fit falutaris, quis per contrarium io noceat. Quod veró ad alia ceremonialia, ritús, ftatuta, facrificia, decimas (infignis fraus, ut quis alieno labore fruatur otiofus) heu, heu, ideo ploramus, quia in tot labyrinthos conjecti fumus ex malitia hominum. Agnofcentes hoc veri Chriftiani, magna laude digni funt, qui 15 ifta omnia in exilium migrare fecerunt, retinentes folum ea, quae ad bene vivendum moraliter fpectant. Non bene vivimus, quando multas vanitates obfervamus, fed vivi­ mus bene, quando rationabiliter vivimus. Dicet aliquis, legem Mofis vel Evangelicam aliquid altius & perfectius 20 continere, nempe ut inimicos diligamus, quod lex natu­ ralis non agnofcit. Huic refpondeo, quemadmodum fuperius dixi: Si á natura declinamus, & aliquid majus volumus invenire, ftatim oritur contentio, turbatur quies. Quid prodeft, fi mihi imperentur impoflibilia, quae ego 25 implere non pofliml Nullum aliud bonum inde fequetur, quam animi triftitia, fi ponimus impoifibile efle natura­ liter inimicum diligere. Quod fi non omnino impoffibile fit naturaliter inimicis benefacere (hoc citra dilectionem accidere poteft), quia homo ad pietatem & mifericordiam, 30 generaliter loquendo, naturalem habet propenfionem; jam non debemus negare abfoluté talem perfectionem in lege naturae comprehendi. Illud nunc videamus, nempe quae mala oriantur, quando á naturali lege plurimum declinatur. Diximus inter

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y contra quienes tratan de quitarnos lo nuestro mediante fuerza o [mi fraudes. De esta voluntad naturalmente nuestra se sigue con toda evi­ dencia que no debemos cometer aquello que en los otros condena­ mos. Si, en efecto, condenamos a los otros cuando violan nuestras propiedades, nos condenamos ya a nosotros mismos en el caso de 5 que violemos las propiedades ajenas. Y aquí tenemos ya, con suma sencillez, lo que constituye lo principal de cualquier ley50. En lo con­ cerniente a la alimentación, abandonamos esto a los médicos; éstos, en efecto, nos enseñan bastante adecuadamente qué alimento es sa­ ludable, cuál, por el contrario, nocivo. Pero, en cuanto concierne a 10 los demás ceremoniales, ritos, estatutos, sacrificios, diezmos (insig­ ne robo, mediante el cual el ocioso goza del trabajo ajeno), ay, ay, lloremos por ello, puesto que en innumerables laberintos hemos sido arrojados a causa de la malicia de los hombres. Los verdaderos cris­ tianos que se han dado cuenta de esto, son dignos de gran elogio, por haber mandado todas esas cosas a paseo, reteniendo tan sólo aqué- 15 lias que se refieren al vivir moralmente bueno. No vivimos bien cuando hacemos caso de numerosas vanidades, sino que vivimos bien cuan­ do vivimos de acuerdo con la razón51. Dirá alguno que tanto en la ley mosáica como en la evangélica se contiene un principio de más elevación y perfección: el de amar incluso a los enemigos, que es des- 20 conocido por la ley natural. A esto respondo del mismo modo que ya dije antes: si nos apartamos de la naturaleza y queremos ir más allá de ella, de inmediato surge el conflicto, la calma se turba. ¿De qué sirve imponerme tareas imposibles que no podré realizar? Nada 25 bueno se sigue de ello, salvo tristeza de espíritu, si se admite que es imposible por naturaleza amar al enemigo. Ya que, si no es por com­ pleto imposible hacer naturalmente bien a los enemigos (ello puede acaecer sin amor), es porque el hombre tiene, en términos generales, tendencia natural a la piedad y la misericordia; por lo que no teñe- 30 mos por qué negar en términos absolutos que una tal perfección se halle comprendida en la ley natural. Veamos, pues, ahora cuantos males se originan cuando mucho nos alejamos de la ley natural. Hemos dicho que existe un natural vínculo de amor entre // padres e hijos, hermanos y amigos. Tal

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[i2oi parentes & filios, fratres & amicos, naturale effe amoris vinculum. Tale vinculum diffolvit & diffipat lex pofitiva, five illa fit Mofis, five cujuscumque alterius, quando prae­ cipit, ut pater, frater, conjux, amicus, filium, fratrem, 5 conjugem, amicum, occidat vel prodat Religionis ergo, & aliquid vult talis lex majus & fuperius, quam ut poflibile fit per homines impleri; & fi impleretur, fummum effet contra naturam fcelus: illa enim talia horret. Sed quid jam ifta memorem, quando in tantum vefaniae homines io devenerunt, ut proprios filios idolis, quae vanifíimé cole­ bant, pro holocaufto obtulerint, á naturali illa norma adeó difcedentes, & naturales paternos affectus adeo ma­ culantes. Quanto dulcius foret, fi mortales inter naturales limites fe cohibuiffent, & inventa adeó foeda nunquam 15 inveniffent? Quid dicam de terroribus & anxietatibus graviffimis, in quos hominum malitia alios conjecit; k quibus unusquifque liber erat, fi naturam tantum audiret, quae talia omnino nefcit. Quot funt, qui de falute defperant? qui martyria variis imbuti opinionibus fubeunt? 20 qui vitam omnino miferam fponte agunt, corpus miferé macerantes, folitudines & receffüs á communi aliorum focietate quaerentes, internis cruciatibus perpetuo vexati; quippe qui mala, quae futura timent, jam tanquam praefentia lugent! Haec & alia mala innumera faifa religio, 25 ab hominibus malitiofé inventa, mortalibus adduxit. Nonne ego ipfe unus fum ex multis, qui per tales impofiores valde deceptus fui, & illis credens me peffumdedi? Loquor tanquam expertus. At dicunt, fi non alia fit lex quam naturae lex, nec homines ex fide habeant alteram 30 refiare vitam, & timeant poenas aeternas, quid eft, cur non perpetuo malefaciant? Vos talia inventa excogitaftis (fortaflis aliquid amplius latet, timendum eft enim, ne propter utilitates veftras onus fuper alios imponere volueritis), in hoc fimiles illis, qui ut infantes terrefaciant,

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vínculo es disuelto y hecho añicos por la ley positiva, sea ésta la de 11201 Moisés o bien cualquier otra, cuando exige al padre, hermano, cón­ yuge o amigo que mate o abandone al hijo, hermano, cónyuge o ami- 5 go a causa de la religión. Tal ley exige algo más grande y eleva­ do de lo que está en la mano de los hombres realizar; y, si fuere reali­ zado, se trataría de un crimen contra la naturaleza, puesto que ella tiene horror de tales cosas. Pero, a qué seguir hablando de esto, cuando han llegado los hombres a tal grado de sinrazón como para ofrendar en holocausto sus propios hijos a los ídolos a los que estúpidamente 10 adoraban, hasta tal punto apartándose de la ley natural aquella y man­ cillando los naturales sentimientos paternos. ¡Cuánto más amables serían las cosas si los mortales se restringiesen a los límites naturales y no se hubieran dedicado jamás a inventar tan funestos hallazgos! Y qué decir de los gravísimos terrores y ansiedades en que la maldad 15 de unos hombres ha arrojado a los otros; de los cuales cada uno de ellos estaba libre tan sólo con haber escuchado a la naturaleza que ignora por completo cosas tales. ¿Cuántos son los que de su salva­ ción desesperan52? ¿Cuántos los que sufren mil martirios, obsesio­ nados por divergentes opiniones? ¿Cuántos los que, espontáneamente, llevan una vida por completo mísera, macerando lastimosamente su 20 cuerpo, buscando soledades y apartamientos de la común sociedad de los demás hombres, perpétuamente autoinfligiéndose suplicios. ¡Como que se lamentan ya, como si estuvieran presentes, de los ma­ les que temen puedan acaecerles en el futuro! Esto y otros innúme­ ros males los trajo para los mortales una falsa religión maliciosamente 25 inventada. ¿Y acaso no soy yo mismo uno de los muchos que, enga­ ñados por semejantes impostores y dándoles crédito, se descarriaron? Hablo por experiencia. Pero me replican que si no existiera más ley que la natural, ni tuvieran los hombres que subsistir, como establece la fe, en la otra vida, ni temieran los eternos castigos, ¿qué es lo que 30 les impediría empecinarse en el mal?53 Habéis concebido tales inven­ ciones (y acaso ello oculte algo más, se puede temer, en efecto, que por vuestro propio beneficio sólo, queráis gravar a los demás), en esto semejantes a quienes, para aterrar a los niños, // simulan fan-

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[i2i] larvas fingunt, vel aliqua nomina atrocia excogitant, donec pueruli metu perculfi eorum voluntati acquiefcant, volun­ tatem propriam captivantes cum taedio & maerore. Sed profunt ifia quidem, quamdiu infans infans eft; quam5 primum tamen oculos mentis aperit, ridet fraudem, nec jam larvam timet. Sic veftra ifia ridicula funt, quae folum infantibus aut bardis poliunt timorem injicere; alii autem, qui veftra norunt, vos rident. Mitto nunc de juftitiá fraudis hujus diflerere; cum vos ipfi, qui talia io fingitis, inter juris regulas habeatis, non efle facienda mala, ut veniant bona. Nifi forté inter mala non numeratis, mentiri in grave aliorum praejudicium, occafionem pufillis dantes infaniendi. Quod fi vel umbra Religionis verae, aut timoris in vobis efiet, procul dubio non modice timere 15 debuifletis, quando tot mala in orbem terrarum induxiftis: tot diffidia inter homines excitaftis: tot iniqua, & impia inftituiftis, adeo ut parentes contra filios, & filios contra parentes impié incitare non dubitaveritis. Unum vellem á vobis interrogare, nempe, fi quando ifta fingitis propter 20 hominum malitiam, ut illos fictis terroribus in officio contineatis, alioquin malé victuros, fubit vobis in men­ tem vos fimiliter homines efle malitia repletos, qui nihil boni poteftis praeftare, nihil nifi malum perpetuo exequi, aliis nocere, in neminem mifericordiam exercere? Video 25 jam vos mihi irafci, qui tale quidquam aufus fum á vobis interrogare, & unumquemque veftrum ftrenué con­ tendere pro juftitiá actionum fuarum. Nullus eft, qui non dicat fe efle pium, mifericordem, veritatis & juftitiae amantem. Aut igitur faifa loquimini talia de vobis annun30 ciantes; aut falfó accufatis omnium hominum malitiam, cui veftris larvis & fictis terroribus mederi vultis, contumeliofi in Deum, quem tanquam crudeliffimum carni­ ficem & horribilem tortorem oculis hominum exhibetis, contumeliofi in homines, quos ad tam deplorandam mife-

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tasmas o conciben cualesquiera otras palabras atroces, hasta que los [121] crios, sacudidos por el miedo, se plieguen a su voluntad, renuncian­ do a la voluntad propia con hastío y profunda tristeza54. Pero sólo sirven tales cosas mientras el niño es niño; tan pronto como abra, sin embargo, los ojos de la mente, se reirá del engaño y ya no temerá 5 al fantasma. Igual de ridículos son vuestros planteamientos, sólo ca­ paces de asustar a un niño o a un estúpido; los demás, por el contra­ rio, que conocen vuestras mañas, se ríen de vosotros. Renuncio aho­ ra a tratar acerca de la justicia de ese engaño, ya que vosotros mis­ mos, que tales cosas simuláis, tenéis entre las reglas de vuestro dere- 10 cho que no se puede hacer algo malo para conseguir algo bueno. A no ser que no contéis entre los males el mentir en grave perjuicio de los demás, dando ocasión de enloquecer a los débiles. Pues si hubie­ ra en vosotros la sombra sólo de una religión verdadera, o hubiera temor [de Dios] en vosotros, fuera de duda está que deberíais inquie­ taros no poco, siendo así que habéis expandido tales males sobre la 15 faz de la tierra, tales conflictos excitado, tales iniquidades e impie­ dades instaurado, hasta el punto de no haber dudado en incitar im­ píamente a padres contra hijos e hijos contra padres. Sólo quisiera preguntaros una cosa: si no es cierto que, al simular esas cosas con­ tra la malicia humana, para mantener a los hombres en el deber por 20 medio de simulados terrores, ya que de no ser así difícilmente sal­ dríais victoriosos, no os vino a la mente que érais iguales a los hom­ bres repletos de malicia, puesto que nada podéis hacer por el bien, nada que no sea perseguir eternamente el mal, perjudicar a los de­ más y no ejercer con nadie la misericordia. Os estoy ya viendo mon- 25 tar en cólera contra mí, que soy culpable de preguntaros tales cosas, y a cada uno de los vuestros defender con denuedo la justicia de sus acciones. Ninguno hay que no diga ser pío, misericordioso, amante de la verdad y la justicia. Así pues, o bien mentís cuando tales cosas decís de vosotros mismos, o bien acusáis falsamente la maldad de 30 todos los hombres, a quienes con vuestros fantasmas y ficticios te­ rrores pretendéis curar, injuriadores de Dios, a quien presentáis co­ mo cruelísimo carnicero y horrible torturador ante los ojos de los hom­ bres, injuriadores de los hombres, a quienes pretendéis presentar co­ mo nacidos para una tan deplorable // miseria, que parece como si

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[122] riam natos eíTe vultis, quañ illa fatis non lint, quae cui­ que in vitá accidunt. Sed efto, quod magna fit hominum malitia, quod & ipfe fateor, & vos ipfi mihi teftes eftis, cum fitis extremé malitioíi, alioquin talia commenta com5 minifci non valeretis; quaerite re?nedia efficacifíima, quae citra majorem laeíionem morbum hunc ab hominibus omnibus generaliter expellant, & deponite larvas, quse tantum contra infantes & ftolidos vim habent. Si vero morbus hic in hominibus infanabilis eft, defiftite á menio daciis, nec tanquam inepti medici promittatis fanitatem, quam non poteftis praeftare. Contenti eftote inter vos leges juilas & rationabiles ftabilire: bonos praemiis ornare, malos digno fupplicio afficere: eos, qui vim patiuntur, á violentis liberate, ne clament juftitiam non fieri in terra, 15 nec efle, qui infirmum eripiat á manu fortioris. Profecto ii homines rectam rationem fequi vellent & vivere fecun­ dum naturam humanam, omnes fe mutuo diligerent, omnes fibi mutuo condolerent. Unusquifque alterius cala­ mitatem, quantum poffet, fublevaret, vel faltem nullus 20 alium gratis offenderet. Quae contra fiunt, contra huma­ nam naturam fiunt; & multa fiunt, quia homines diverfas leges á natura abhorrentes fibi invenerunt, & alius alium irritat malefaciendo. Multi funt, qui ficté ambulant, & fe extremé religiofos fimulant, & incautos decipiunt, tegu25 mento Religionis, ad capiendos, quos poffint, abutentes; qui recté comparari poliunt furi nocturno, qui fomno fopitos, nec tale quid cogitantes, per infidias adoritur. Hi in ore folent habere, Judaeus fum, Chriitianus fum, crede mihi, non te decipiam. O! malae beftiae: ille, qui nihil 30 horum dicit, & fe tantum hominem profitetur, multo melior vobis eft. Si enim ei tanquam homini non vultis credere, poteftis cavere; vos autem quis cavebit, qui, amicti ficto pallio fanctitatis fictae, tanquam fur nocturnus incautos & dormientes per foramina invaditis ac mifere ftrangulatis ?

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aquella que encuentran a lo largo de la vida no fuera ya bastante. [1221 Pero, sea: reconozco que grande es la maldad humana, y vosotros mismos me sois prueba de ello, como quiera que sois de una extrema maldad, a falta de la cual no hubiérais pretendido imaginar tales fic­ ciones. Buscad remedios eficacísimos que, sin producir mayores le- 5 siones, expulsen esa enfermedad para siempre de todos los hombres, y dejaos de fantasmas que sólo sobre niños y estúpidos tienen fuer­ za. Y si tal enfermedad es en verdad incurable en el hombre, dejaos de mentiras y no prometáis, ineptos médicos, una cura que no po- 10 déis prestar. Contentaos con instaurar entre vosotros leyes justas y razonables, con laurear con premios a los buenos e infligir a los ma­ los la pena merecida; liberad a aquellos que padecen constricción por parte de los violentos, que no tengan que gritar que no se hace justi­ cia sobre la tierra. Y que no hay quien arranque al débil de manos del 15 más fuerte. En verdad que si los hombres quisieran seguir la recta razón y vivir según la naturaleza humana, todos mutuamente se ama­ rían, todos mutuamente se compadecerían. Cada uno, en la medida de sus posibilidades, aliviaría la desdicha ajena o, al menos, nadie ofendería gratuitamente a su prójimo. Todo lo que se haga contra 20 esto, se hace contra la humana naturaleza; y mucho se hace en este sentido, puesto que los hombres han creado para sí diversas leyes abo­ rrecibles para la naturaleza y mútuamente se hostigan haciéndose da­ ño. Muchos hay que andan disfrazados y se fingen extremadamente religiosos y engañan a los incautos con el envoltorio de la religión, para, aprisionando a cuantos puedan, explotarlos. Puede con juste- 25 za comparárselos al ladrón nocturno que insidiosamente ataca a quie­ nes, vencidos por el sueño, nada de tal sospechan. Estos suelen tener las siguientes palabras en la boca: soy judío, soy cristiano, cree en mí, no te traicionaré, ¡Oh, bestias malditas! Aquel que nada de todo eso dice y limítase a proclamarse hombre, es mil veces mejor que vo- 30 sotros. Así pues, si no queréis creer en él en tanto que hombre, po­ déis guardaros de él; pero de vosotros, ¿quién podrá guardarse?, de vosotros que, envueltos en el ficticio manto de la santidad, como noc­ turnal ladrón, penetráis por los resquicios y miserablemente estran­ guláis a los incautos y dormidos. //

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Unum inter multa miror, & veré mirandum eft, quo­ modo poliunt Pharizaei inter Chriftianos agentes uti tanta libertate, ut etiam judicia exerceant; & veré dicere poiTum, quod fi Jefus Nazarenus, quem Chriftiani adeó colunt; 5 hodie concionaretur Amftelrodami, & placeret Pharizaeis illum denuó flagris caedere, propterea quod traditiones illorum impugnaret & hypocryfim objiceret, hoc liberé facere pollent. Certé hoc ignominiofum eft, & quod tolerari non debuit in civitate liberá, quae profitetur homines in io libertate & pace tueri, & tamen non tuetur á Pharizaeorum injuriis. Et quando quis non habet defenforem aut vindicem, nil mirum, fi ipfe per fe quaerat fe defendere, & injurias acceptas vindicare. Habetis vitae meae hiftoriam veram; & quam perfonam in hoc mundi vaniffimo 15 theatro ego egi, in vaniffimá & inftabiliffimá vita mea, exhibui vobis. Nunc jufté judicate filii hominum, & fine ullo affectu, liberé fecundum veritatem judicium pro­ ferte: hoc enim imprimis viris dignum eft, qui veré viri funt. Quod fi aliquid inveneritis, quod vos ad commi20 ferationem rapiat, miferam hominum conditionem agnofcite & deplorate, cujus & ipfi participes eftis. Ne hoc etiam defit, nomen meum, quod habui in Portugalliá Chriftianus, Gabriel á Cofta, inter Judaeos, quos utinam nunquam acceffiiTem, paucis mutatis, Vriel vocatus fum.

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De una cosa entre muchas me admiro, y en verdad que es asom- [1231 brosa: cómo puedan hacer uso de tanta libertad los fariseos que ac­ túan entre los cristianos, hasta el punto de poder realizar juicios55, y puedo, en verdad, decir que si Jesús Nazareno, a quien los cristia­ nos tanto veneran, predicara hoy en Amsterdam y pluguiere a los fa- 5 riseos azotarlo de nuevo a latigazos por haber combatido sus tradi­ ciones y señalado su hipocresía, podrían hacerlo con toda libertad. Es ciertamente ignominioso esto, y algo intolerable en una ciudad libre que declara proteger a los hombres en la libertad y la paz, y que, sin embargo, no los protege de las injurias de los fariseos. Y 10 cuando alguien no tiene ni defensor ni vengador, nada tiene de asom­ broso que trate de defenderse por sí mismo y de vengar las injurias recibidas. Aquí tenéis la verdadera historia de mi vida; y el persona­ je que en este vanísimo teatro de la vida he interpretado a lo largo de mi vanísima y siempre insegura vida ante vosotros lo exhibo. Juz- 15 gad ahora rectamente, hijos de los hombres, y sin afecto alguno, li­ bremente, emitid un juicio verdadero. Es esto algo particularmente digno de los hombres que realmente merecen ese nombre. Y si algo halláreis que os arrastre a la conmiseración, reconoced la humana 20 miseria y deploradla, puesto que de ella misma sois partícipes. Para que nada falte, mi nombre, el cristiano que tuve en Portugal, fue Ga­ briel da Costa. Entre los judíos, ojalá que nunca me hubiera encon­ trado con ellos, ligeramente modificado, fui llamado Uriel56.

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NOTAS

1 (105, 2). La ausencia de datos concretos acerca de los primeros años de Uriel da Costa constituye uno de los problemas más realzados por los estudiosos del judío portuense. Apenas poca cosa nos dice el EH V sobre ellos. Ni siquiera los nombres de padre, madre o hermanos, ni siquiera el año exacto de su nacimiento. Los trabajos de una serie de investigadores que han renovado los estudios urielianos (Cari Gebhardt y Carolina Michaéllis primero, luego Magalháes Basto y, sobre todo, I. S. Revah) han podido proporcionarnos algunos de esos datos. Uriel era hijo de Bento da Costa Brandáo, «cavaleiro fidalgo da casa de El-Rei», y de Branca [más tarde, en Amsterdam, cambiaría su nombre por el de Sara] Dinis. Gabriel [a par­ tir de su retorno al judaism o, Uriel] da Costa ha debido nacer, con toda probabilidad, entre 1583 y 1584 en la ciudad de Oporto.

2 (105, 6). Tras la expulsión de España, en 1492, los judíos huidos a Portugal atravesaron una intrincada epopeya: Juan II los sometió — tras haber autorizado, primero, su entrada en el país— a un primer y cruento intento de conversión forzada; su muerte, en 1495, supuso el inicio de un primer y brevísimo período de tolerancia bajo Manuel III, que se vio trun­ cado en noviembre de 1496 por la firma del contrato matrimonial del rey portugués con la infanta Isabel, hija de los Reyes Católicos, los cuales for­ zaron a Don Manuel a emprender la cristianización obligatoria de los ju ­ díos en Portugal, iniciándose, así, uno de los períodos más negros de la re­ presión antijudía en la Península. Tras culminar esta «conversión» masiva, Don Manuel había de establecer una legislación relativamente tolerante que, al impedir la instauración del Santo Oficio en tierras lusas, permitiría a los «cristianos nuevos» seguir judaizando en privado, con bastante impunidad. Juan III tratará de acabar con esta duplicidad, pero sólo la anexión de Por­ tugal por Felipe II, en 1587, acabará definitivamente con el delicado equili-

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brio logrado por el marranismo portugués, dejando vía expedita a los tri­ bunales de la Inquisición. 3 (105, 7). Las funciones padre/madre aparecen, en Uriel da Costa, arti­ culadas según las series simbólicas padre/cristianismo/rigorismo moral/angustia/autoculpabilización/reino portugués // madre/judaísmo m o­ saico/tolerancia moral/inmanencia/mundanidad/república amstelodama. La autenticidad del cristianismo de Bento da Costa, a que aquí se hace refe­ rencia, y que parece biográficamente ratificada por el hecho constatable de que sólo tras su muerte hayan podido Gabriel, su madre y sus hermanos plantearse el retorno al judaismo, ha sido, sin embargo, cuestionada en una ocasión: cuando el comerciante de Matosinhos Felipe Nunes lo acusara, en declaración ante el Inquisidor realizada el 27 de agosto de 1594, tras dos años en los calabozos del Santo O ficio, de que cinco años antes, esto es en 1589, y con motivo de la fiesta de Yom Quippur, Bento da Costa se habría proclamado, como él mismo, judío, «diciendo que ambos observaban la ley de Moisés, y que en ella esperaban su salvación. Para observar la ley de Moisés, habían apurado en aquel día (que era el del Gran Ayuno) sin comer, a no ser por la noche, como lo manda dicha ley. Y aunque, ni en esa ocasión ni más adelante volvieran a hablar de tales cosas, sin embargo, cuando se encontraban tratábanse como personas que viven en dicha ley de Moisés. No se revelaron mutuamente quién les había enseñado tales co­ sas, ni con qué otras personas las compartían» (Cfr. R e v a h , I. S., en Annuairedu Collége de France, 1968-1969, p. 569). La denuncia contra Bento da Costa, sin embargo, no prosperó, y no consta que fuera molestado por la Inquisición para nada. Sus buenas relaciones eclesiásticas — como admi­ nistrador, «rendeiro», del Monasterio de Bustelo— por esas fechas, lo po­ nían, sin duda, al abrigo de ciertas «impertinencias». 4 (105, 13). El paso de Gabriel da Costa por la Universidad de Coim bra aparece bien documentado por los libros de matrículas del centro. Sobre los problemas que plantea el análisis de estos documentos, cfr. Apéndice L 5 (105, 29). Sorprendente resulta, cuando menos, el papel traumático con­ cedido por da Costa a las lecturas de las mismas Summae Confesariorum jesuítas (no olvidemos que jesuíta es la Universidad de Coim bra y jesuítas han tenido que ser los manuales de confesión a los que el joven estudiante tuviera acceso) que tan caústicas ironías merecieran por parte de los janse­ nistas franceses, a causa de lo que éstos consideran su extrema laxitud. 6 (106, 20). La cuestión del «beneficio eclesiástico» resulta más fácil de

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establecer si partimos de la hipótesis propuesta en nuestro Apéndice I. Si, en efecto, el joven Gabriel da Costa hubiera ya ocupado en sus años mozos (hacia los 18 años) un cargo administrativo en el seno de la institución ecle­ siástica, nada tendría de anómalo que, ya avanzado en sus estudios de De­ recho — y, tal vez, en la perspectiva de continuarlos más adelante, o, inclu­ so, de simultanearlos con su actividad «alimenticia»— no haya dejado es­ capar la ocasión de hacerse con un puesto bien remunerado, como lo era el de Tesorero de la rica iglesia de S. Martinho de Cedofeita, cargo que, por lo demás, no implicaba profesión religiosa, ni toma de hábitos meno­ res. 7 (106, 23). Otro problema peliagudo: aceptado literalmente, el texto del EH V resulta incomprensible. «Desesperar de la propia salvación» no parece implicar, ni necesaria ni tan sólo previsiblemente, tratar de hallar la calma precisamente en la Ley Mosaica. Lo asombroso en el texto de Uriel no es el relato de la crisis, sí el de su desenlace. Más aún el de su supuesta trayectoria. Una creencia religiosa podrá imponerse a otra, en la mente de un creyente, por muchas razones; prácticamente por todas salvo por una: la racionalidad. Poco tiene que ver la razón con un sistema de creencias. Y hete aquí que el joven da Costa, tras de aplicar — si hemos de creerlo— el bisturí del intelecto a la infundada fe en la inmortalidad de las almas, tras haber examinado «possetne fieri, ut ea, quae de altera vita dicebantur,

minus vera essent & utrum fides talibus data bene cum ratione conveniret» y haber dictado sentencia en contra, descubre, de pronto, «leyendo por en­ tero los libros de Moisés y los profetas », que en todo es acorde la Vieja Ley con tal veredicto de la razón. «Ita decipiuntur parvuli»\ 8 (107, 7). A . M a g a l h Áes Basto (en Algunos documentos inéditos so­ bre Uriel da Costa ; Coim bra, Imprensa da Universidade, 1930, pp. 11 y ss.) ha mostrado detenidamente cómo la casa que habitara la familia da Costa era una de aquellas treinta cedidas por la ciudad a los judíos emigrados de Castilla en el año 1492, tal como Immanuel Aboab lo narrara en su Nomo­

logía. 9 (107, 11), «1.° Uriel tenía cuatro hermanos, Aaráo, Mordechai, Abraham y Joseph da Costa. «2. 0 Aaráo murió, como Uriel, sin dejar hijos. «3. ° La rama de Mordechai (en Portugal Miguel) emparentó en Hamburgo con los Milanos, Bravos y se extinguió en la tercera generación. «4. ° Joseph da Costa (en Portugal Joáo) fue, como Abraham, Pamas

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en varias ocasiones, por ejemplo, en el año 1650 junto a Michael d ’Espinosa, cuando Menasseh Ben Israel dedicó a los Parnassim su Esperanza de Israel. «5.° Esta rama de Joseph da Costa emparentó con los Osorio de Lemos, Franco Pacheco, Jeschurun Lopes, Abendana, Ricardo, Capadose, Vaz Nunes, Curiel y Belmonte, y era representante suyo en el siglo pasado Isaac da Costa. «6.° Tres hijos de Abraham da Costa fijaron residencia en el Brasil y más tarde en Surinam (Guyana Holandesa); sus descendientes emparenta­ ron con los Cohén Nassy, de la Parra, de Brito, Pinto da Fonseca, y Henriques de Granada y constituyeron el patriciado judaico de la colonia» (M a g a l h á e s B a s t o , A .: Nova contribuigáo documental para a Biografía de Uriel da Costa; Coim bra, Imprensa da Universidade, 1931, pp. 25-26). 10 (107, 16). Para una descripción detallada de la instalación de los ju ­ díos hispanoportugueses en Amsterdam desde finales del siglo x v i, convie­ ne remitirse al más antiguo de los cronistas de la comunidad, D a v id F r a n ­ c o M e n d e s , cuyas Memorias do estabelecimento e progresso dos judeos portuguezes e espanhoes nesta famosa citade de Amsterdam (1772) contie­ nen la siguiente narración al respecto: «Passando a saber a data da Vinda dos da nossa nagáo certa Achey que Os Primeyros Judeos que vieráo fogindo das ferroses crueldad[e]s das Inquisicoes de Espanha & Portugal, ao abrigo da Humana Benignid[ad]e dos Soberanos das Sette Provincias unidas, Foráo os q[ue] Conduzio as prayas desta Cidade o veneravel Haham R[abi] Mosseh Ury Levi (p[ar]a Alicerce d ’ este Nosso Kaal:) No A[nno]o 5340, A n ­ no 1580.». (pp. 2-3). 11 (107, 20). El estilo impresionista, de pincelada rápida, que es el del EH V — acosado el autor como lo está por el tiempo— , al acelerar el ritmo narrativo, tiende a hacer que el lector se represente como en una secuencia instantánea procesos que se extendieron, en realidad, a lo largo de un pe­ ríodo de más de 22 años. Es uno de los más obvios efectos autolegendarios que el estudioso del caso debe — aunque sea con dificultad y un poco de melancolía— superar: la inmersión en el ámbito del tiempo mítico, del tiempo fuera del tiempo, del tiempo mágico de la escritura, al que pertenece el Exem­ plar. Así, el transactis paucis diebus , con que nos es descrita la toma de consciencia del suicida portuense, debe ser puesto, cuidadosamente, entre paréntesis. No muy largo ha debido ser, de todos modos, el período que ha tardado en salir a la luz su conflicto con la jerarquía judía amstelodama. De 1616-17 es, en efecto, el primer documento que lo atesta: una carta de

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León da Módena (Judah Arieh) a los Parnassim del Kahal Kadós de Hamburgo (en donde a la sazón, y por motivos de comercio, residía Uriel), arre­ metiendo contra «cierto hereje a quien el mal espíritu agita y empuja a for­ mular errores sobre la tradición oral y sobre nuestros sabios de bendita me­ moria, saduceo, boethusiano o caraíta, pues su verdadero pensamiento lo ignoramos. Hereje, en todo caso, epicúreo contumaz, puesto que tiene la osadía de alzarse contra nuestros sabios sobre los cuales se funda la casa de Israel» (Cfr. C a r l G e b h a r d t : loe . cit., pp. 151-152). 12 (107, 26-29). La apuesta en favor del libre examen del Texto Sagra­ do hace tomar a Uriel posición decidida en favor de la tradición saducea, frente al triunfante fariseísmo, defensor de la tradición oral (la llamada «ley de boca»). Dos de los más afamados rabinos amstelodamos, Raphael de Aguilar y Menasseh ben Israel, arremeterán, por esta razón, hoscamente contra él, reivindicando la figura del fariseo (cfr., respectivamente, Trata­ do da immortalidade da alma y Reposta a certas propostas contra a tradigáo del primero y De la resurrección de los muertos del segundo). 13 (107, 33). En su ya citada carta contra Uriel, León da Módena ex­ hortaba, en efecto, a tomar medidas sancionatorias muy decididas contra aquéllos que cuestionasen la autoridad rabínica: «Y si, tras haberse informado vuestras señorías de que estas res­ puestas les han llegado, ven vuestros ojos que no se arrepiente y no cree en todas las palabras de la Ley oral, y si vuestras señorías saben que continúa pronunciando las insolencias de las que ya se ha habla­ do, haced entonces publicar nuestro decreto en la Sinagoga y, desde ese momento, lo trataréis como excomulgado, hasta que dé, a vues­ tros ojos, muestra completa de arrepentimiento». 14 (108, 5). Philip van Limborch, a quien debemos la conservación del manuscrito del E H V — y cuyas relaciones con la comunidad judía de Amsterdam eran cordiales, como lo muestra su amica collatio con Orobio de Castro— , reflejaba este malestar del ciudadano holandés ante el abuso de poder cometido por la autoridad rabínica, en su más arriba citada carta del 12 de marzo de 1662 a Th. Grasswinkel. 15 (108,7). De los años que se extendieran hasta el primer herem dicta­ do en Amsterdam contra Uriel da Costa, apenas si tenemos otro testimonio que el de su furibundo contradictor Semuel da Silva, quien nos narra cómo

«por algum tempo frequentou as congregagoins fingindo estar polas santas ordes et estatutos dellas»f para pasar, de inmediato, a describirnos «os ter-

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mos com que comegou a dar mostras do veneno que trazia, et como chegado a proua nam douidou a dar papel de sua maó et o deu negando nelle a tradigam et ley de boca dada por Deus a Moseh en monte Synai, na qual consiste a verdadeira declaragam da ley escrita». Primero, nos dice da Sil­ va, llegaron las amonestaciones verbales, «com toda a brandura a que o feo caso deu lugar», las discusiones públicas y privadas: «naófaltaram ami­ gos e zelosos do seu bem que pediráo e amoestaráo áo huá e muytas vezes tornasse ao caminho que deuia muytos escritos, de homes sabios Iho mostrauan, muyto se trabalhou por nao chegar a rigor». En vano. Uriel se mostró inasequible. El herem era inevitable. Se trató, no obstante, de un niduim , esto es, de un herem menor. Era el 15 de mayo de 1623: «Os sennores Deputados da na?áo fazem saber a Usms. como tendo noticia que hera vindo a esta cidade hü home que se pos por nome Uriel A badat. E que trazia mtas. opinióes erradas, falsas e hereticas cótra nossa santiss* ley pellas quais já em Am burgo e Veneza foi de­ clarado por herege e excomügado e dezejando reduzilo á verdade fizaráo todas as dilig. “ necessarias por vezes có toda a suavidade, e brandura por meo de Hahamim e Velhos de nossa nagáo, a q ditos snnrs deputados se acharáo prezentes. E vendo q. por pura pertina­ cia, e arrogancia persiste em sua maldade e falsas opinióes, ordena­ r lo có os Mahamadot das chilot. E co sobre ditos hahamim, apartalo como homé ja enhermado, e maldito da L. del Dio, e que Ihe nao fale pessoa algüa de nenhüa qualidade, né homé né molher, né páren­ te né estranho, né entre na casa onde estiver, né lhe dem fauor algü né o comuniquem có pena de ser comprehendido no mesmo herem e de ser apartado de nossa communicagáo. E a seus Irmáos por bons resptos. se concedeu termo de outo dias p a se apartarem delle. Am s­ terdam 30 del homer 5383. Samuel Abarvanel Binhamin Israel Abraham Curiel Joseph Abeniacar Rafael Jseurun Jacob Franco.» 16 (108, 10). Se trata del Da mortalidade da Alma , del que no se nos ha conservado más que el conjunto de largos fragmentos de los capítulos X X III-X X V , citados por Semuel da Silva en su réplica. El libro no llegaría a publicarse. 17 (108, 22). En el Da mortalidade , cap. X X V (em que se ponem os erros e mals que procedem de se ter a alma do homem por immortal), Uriel había planteado el problema en los siguientes radicales términos: «Algún tiempo moré en la oscuridad en la que veo a muchos embara­ zados y dubitativos con las perplejidades de falsas escrituras y doctri­

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na de hombres fabuladores, no pudiendo tomar firmeza y acabar de atinar con esta vida eterna tan pregonada de tantos y lugar donde ha­ bíase de poseer, aun cuando veía que nada dice la ley acerca de cosas tan grandes y de tanta importancia, mas después que por amor de la verdad y obligado por el temor de Dios me dispuse a despreciar y ven­ cer el temor de los hombres, puesta en ella sola mi confianza, en todo se trocó y mudó mi suerte, porque alumbró Dios mi entendimiento, sacándome de dudar de los casos que me afligían y poniéndome en el camino de la verdad con firmeza, y todos mis bienes prosperaron y crecieron a la vista de los hombres, y mi salud fue guardada con tan particular y notoria asistencia divina que aun los menos inclina­ dos a ello viéronse constreñidos y obligados a confesarlo así. Vivo, pues, contento de conocer mi fin y saber las condiciones de la ley que Dios me ha dado a guardar, no fabrico castillos en el aire, alegrándo­ me o engañándome vanamente con esperanzas falsas de soñados bie­ nes, ni me entristezco tampoco, ni me perturbo con el miedo de ma­ yores males: por el ser de hombre que Dios me dio y por la vida que me prestó doyle muchas gracias, porque siendo antes de yo ser, nada me debía, y quísome hacer hombre y no bestia; y de veras que la cosa que más me afligió y fatigó en mi vida fue el pensar e imaginar, du­ rante algún tiempo, que había bien y mal eternos para el hombre y que, conforme a lo que obrase, así ganaría el bien o el mal; acerca de lo cual, si se me hubiera dado entonces a escoger, hubiera, sin de­ mora, respondido que no quería tan arriesgada ganancia y que antes me contentaba con ganar menos». 18 (108, 25). Es preciso, en cualquier caso, tratar de comprender la pro­ pia situación embarazosa en que el caso Uriel colocaba a una comunidad judía que temía ver caer sobre sus espaldas los reproches de ateísmo que deterioraban sus relaciones con una de las rarísimas sociedades cristianas que la había aceptado con un alto nivel de tolerancia que podría, fácil­ mente, peligrar, de crearse dudas acerca de su propia piedad. Sólo en 1816, en efecto, han autorizado definitiva y oficialmente los Estados generales de las Provincias Unidas a los judíos el ejercicio público de su religión. Y no sin limitaciones. El informe encargado, junto a los burgomaestres A . y R. Van Pauw, al jurista Hugo Grotius insistía, por ejemplo, en que las autori­ dades civiles deberían asegurarse de que cada judío se ajustara a la estricta Ley de Moisés, haciéndoseles declarar que creen «en un Dios Creador y di­ rigente de todas las cosas..., que Moisés y los profetas han revelado la ver­ dad bajo inspiración divina y que existe otra vida tras la muerte, en la cual los buenos recibirán su recompensa y los malos su castigo». Los temores

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de las autoridades judías en torno a las ideas de da Costa parecen, pues, bastante justificados. 19 (108, 33). Se trata de Semuel da Silva, quien, sin citar nunca el ape­ llido de Uriel («por honra da sangue donde procede) arremete contra las tesis del Da mortalidade, aún no publicado, pero del que ha conseguido ha­ cerse — tal vez a través del impresor Ravesteyn— con «hum so quaderno que testemunhamos fielmente ser de su propia máo». El título exacto del libro de da Silva es: Tratado / da / Inmortalidade: / Da alma / Composto pelo Doutor Semuel da Silva, em / que tambem se mostra a ignorancia de certo contra - / riador de nosso tempo que entre outros muytos erros / deu neste delirio de ter para si & publicar que / a alma de homem acaba juntamen- / te com o corpo / / A Amsterdam, Im­ presso em casa de Paulo Ravesteyn / Anno da criagao do mundo, 5383.

20 (108, 35). Es notable el horror que el judaismo ortodoxo ha experi­ mentado siempre hacia Epicuro y el epicureismo. La Misná lo señala como uno de los motivos inapelables de condenación eterna: «Estos son los que no tienen parte en la vida futura: el que dice: no hay resurrección de los muertos según la Tora; que la Torá no viene del cielo y los epicúreos». 21 (109, 17). Se trata del —totalmente perdido— Examen das tradigoens Phariseas conferidas con á Ley escrita por Uriel Jurista Hebreo, com resposta á hum Semuel da Silva, seu falso Calumniador, publicado, in 8.°, en Amsterdam en el año 1624. 22 (109, 29). Texto de la sentencia condenatoria contra Uriel da Costa: « Uriel da Costa, alias Adam Romez, is bij Schepenen gerelaxeert uijtte ghevangenisse deser stede onder handtastinghe en belofte van t ’alien tyden op't roepen van den heere Offr. in rechten te compareren, en syn persoon in Juditio te sisteren, waer voorsich borghen ghestelt hebben Miguel Esteuez de Pina en Juan Perez da Cunha, belovende by faulte van Comparitie in rechte van den voorsz. Uriel da Costa ten behoeve van den heere Offr. te betalen twaelf honderd gldn. Actum den lesten Maij, A 0 1624, Pñt. Jacob Pietersz Hooghcamer en Claes Pietersze Schepenen». (in G e b h a r d t , C., p. 184).

23 (109, 34). Así narra Limborch los acontecimientos que siguieran, de inmediato, a la redacción de este «testamento»: «Auctor ut ex fine scripti liquet, fu it Gabriel, postea inter Judaeos vocatus Uriel Acosta. Qua occasione illud scripserit, ipse satis indi­ 12

cat. Titulum illi praefixit quem praefixum vides, Exemplar Humanae Vitae. Paucis ante mortem suam diebus, et cum jam mori decreverat, scriptum hoc exarasse videtur. iSY emm vindicta aestuans primo fra­ trem (alii dicunt amitinum) a quo se maxime laesum credidit, deinde seipsum trajicere statuit: itaque in fratrem, seu amitinum, aedes suas praetereuntem, sclopetum vibrabit; sed cum frustrato ictu non explo­ detur, se detectum videns, subito domus suae janua clausa alterum, eum in finem paratum, in se sclopetum explosit, ac seipsum miseran­ dum in modum trajecit. In defuncti aedibus scriptum hoc fuit reper­ tum, cujus apographum proavunculo meo Simoni Espiscopio ab exi­ mio quodam hujus civitatis viro comunicatum ego inter scedas ejus reperi». (in G e b h a r d t , p. 206). 24 (110, 5). Hay que decir, en honor del médico y escriturista que ful­ minara a Uriel en 1623, que ya Semuel da Silva había pronosticado esta evo­ lución posterior del autor del Da mortalidade : «Dis que profesa ser yudeum & oseruar la ley, a qual temos por sem duuida que presto negará senam torna sobre si & se arrepende, por­ que como dis Dauid Psal. 42. abismo abismo chama» (op. cit., p. 27). 25 (110, 10). Conviene poner en relación esta fórmula urieliana con las utilizadas por Baruch de Espinosa, en el Tratado Teológico-Político , para negar la verosimilitud de los milagros. 26 (111, 2). En el libro de cuentas del cementerio de Bet Haim en Oudekerk, registramos la siguiente anotación: «Em 15 Tebet [5383/1623] cobrei

pello enterro de Sara da Costa molher de Graviel da Costa hum florim que me entregou ho semas da chebra» (Livro de Bet Haim do Kahal Kados de Bet Yahacob. Original text. introduction, notes and index by Dr. Wilhelmina C . Pieterse, Assen, Van Gorcum, 1970, p. 38). Tras de su viudez, Uriel no podía contraer matrimonio con ciudadana holandesa cristiana, cosa totalmente prohibida por la ley. Sólo le quedaba, pues, optar a un matrimonio judío, para cuya realización precisaba haber­ se reconciliado con la Sinagoga. 27 (111, 12). Entramos en uno de los momentos más sorprendentes del EH V . Para cualquier conocedor de los usos judaicos es manifiesto el poco precio que el judaismo da al proselitismo entre los paganos. Elegido por Dios, ningún sentido tiene que el pueblo de Israel se esfuerce, para nada, en extender su fe. ¿Por qué, entonces, el desmesurado alboroto promovi­ do, según Uriel, en torno a una actitud suya que en nada debiera chocar

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a los usos admitidos? La cosa es aún más chocante si se toma en cuenta que, por si fuera poco lo dicho, circuncidar a un cristiano viejo podría lle­ gar, incluso, a ser considerado por la Autoridad civil holandesa como aten­ tatorio al estatuto del judío en las Provincias Unidas.

28 (112, 14). La descripción de la ceremonia de reconciliación rechaza­ da por Uriel da Costa en 1633 adelanta lo que, a partir de 113, 19 es descri­ to en todo su horror, el ritual de humillación moral y física que es condi­ ción del perdón rabínico. Aún, en 1633, Uriel se siente lo suficientemente fuerte como para plantar cara a la amenaza. Siete años más tarde, derrum­ bado por la soledad y las dificultades materiales, acabará pidiendo, él mis­ mo, la ceremonia rechazada, y abrirá, con ello, el último capítulo de su tra­ gedia. 29 (112, 20). El familiarismo extricto de Uriel se trasluce a lo largo de todo el texto del Exemplar Humanae Vitae: es precisamente la incompren­ sión de sus hermanos lo que más parece provocar la amargura del judío por­ tuense, el cual parece, sin embargo, no haber perdido en ningún momento el apoyo de su madre; es, al menos, lo que se infiere de la consulta de los rabinos de Amsterdam a Jakob Ben-Israel Halevi, de Venecia: «Se encuentra entre nosotros un hombre malo y perverso, que niega por completo la tradición oral, escarnece la autoridad rabínica; pro­ fiere ultrajes y blasfemias contra nuestros santos doctores. »Otrosí, niega los principales fundamentos de la fe, tales como la inmortalidad del alma y la resurrección, y desdeñosamente publica y afirma que no hay diferencia entre el hombre y el animal. Desmien­ te muchos de los milagros afirmados por la Torá , así como los prodi­ gios realizados por Elias y Eliseo. »Hizo aún más. Trató de imprimir y publicar un libro en lengua vulgar, para mejor inculcar todas sus falsas y nocivas doctrinas. »En vista de ello, los jefes de la comunidad — tras de realizar ges­ tiones acerca de las autoridades del reino— le embargaron los libros y los quemaron públicamente, encerrándolo en la cárcel, consiguien­ do finalmente su expulsión de la ciudad; porque, como la libertad re­ ligiosa reina en este país y no existe inquisición en materia de fe, no fue posible condenarlo a pena de muerte, sino sólo al destierro. Han de alcanzarlo, sin embargo, sus pecados, y caerá en el lugar de su re­ tiro. »Llegamos ahora al punto de nuestra pregunta. »Este hombre perverso tiene madre, ya anciana, y dos hermanos,

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que son hombres de mérito, en los cuales ninguna opinión heterodo­ xa se encontró y que siempre censuraron al hermano sus teorías e in­ cluso habían roto sus relaciones con él, a ejemplo de todos los demás miembros de la comunidad, que contra él habían dictado la excomu­ nión mayor. »La madre, sin embargo, sigue un camino completamente contra­ rio. Vive ella en su misma casa, lo conforta, sigue sus doctrinas, co­ me la carne de los animales por él mismo sacrificados, come en el auténtico día de Kipur, y ayuna en el día en que, según los cálculos de su hijo, supone ser el verdadero Kipur, procediendo de modo aná­ logo en lo relativo al Hames en Pascua y al trabajo de los días santifi­ cados. »Ahora bien, como quiera que ella ha sido amonestada, anatemizada, excomulgada y advertida de que, si muriese en estado de rebe­ lión, no sería inhumada en el cementerio israelita, y com o, a pesar de esto, no se inmutó ni volvió atrás de su error, por este motivo que­ remos preguntar — y ello en atención a sus excelentes hijos— si, en el caso de fallecer en estado de rebelión, podremos o no dejarla inse­ pulta». Aun cuando la respuesta de Halevi fuera favorable al mantenimiento de la prohibición de recibir tierra sagrada, el influjo de los hijos logró im­ ponerse y, así, de acuerdo con las actas del cementerio de Beat Haim , Sara da Costa, «may de Abraham e Josep da Costa», fue enterrada «em 4 de

Outubro [1628]». (Livro de Bet Haim do Kahal Kados de Bet Yahacob; ed cit., pp. 120 y 140). 30 (113, 7). La argumentación de Da Costa para justificar su aceptación de la ceremonia reconciliadora resulta rebuscada y poco convincente, en par­ ticular en su pretensión de no conocer exactamente las crueles condiciones de la ceremonia pública y de haber sido engañado al respecto. Se trata, por el contrario, de una ceremonia que está perfectamente descrita en todos sus detalles por la Misná: «10. ¿Cuántos azotes reciben? Cuarenta menos uno, porque está escrito: en número de cuarenta, es decir, un número cercano a los cua­ renta. R. Yehudá enseña: recibe exactamente cuarenta. ¿Dónde reci­ be el añadido? Entre la espalda. 11. Se le estimaban los azotes de modo que se pudieran repartir en tres partes. Si se le estimó capaz de recibir los cuarenta azotes, y una vez que ha recibido una parte se juzga que no es capaz para reci­ bir los cuarenta, se le deja libre. Si se le estimó capaz para recibir die­

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ciocho azotes, y después de haberlos recibido se le juzga capaz de re­ cibir los cuarenta, se le deja libre. Si cometió una transgresión que­ brantando dos prohibiciones, se hace una estimación única, recibe los azotes y se le deja libre. En caso contrario, recibe los azotes y se le deja restablecer, luego vuelve a recibir los azotes (que faltan). 12. ¿Cóm o se daban los azotes? Se le ataban las manos a una columna a ambos lados, luego el servidor de la sinagoga le agarraba los vestidos y si se desgarraban, se desgarraban y si se destrozaban, se destrozaban, hasta que le quedaba el pecho descubierto. Tras él había colocada una piedra y sobre ella se subía el servidor de la sina­ goga teniendo en su mano una correa de ternero. Esta estaba prime­ ramente doblada en dos y las dos en cuatro; otras dos correas subían y bajaban en ella. 13. Su empuñadura tenía un palmo de largo y otro palmo de an­ cho; el extremo llegaba hasta la mitad del vientre. Se le azotaba un tercio por la parte delantera y dos por la trasera. No se le azotaba ni de pie ni sentado, sino inclinado, como está escrito: el juez lo deja­ rá caer. El que azotaba, lo azotaba con una mano con toda su fuerza. 14. El lector decía: si no observáis el hacer... el Señor hará ma­ ravillosos tus golpes, y volvía al principio de la lectura: observaréis las palabras de este pacto. .., y terminaba (con las palabras): El es pia­ doso , que perdona los pecados..., y volvía al comienzo de la lectura. Si el reo moría bajo su mano, quedaba absuelto. Si añadía una correa más y moría, tenía que escapar al exilio por causa de él. Si el reo se hacía inmundo por evacuación intestinal o de la vejiga, estaba libre (el siervo de continuar azotando). R. Yehudá dice: si es hombre, por evacuación intestinal; si es mujer, por orina. 15. Todos aquellos reos de la pena de exterminio que reciben los azotes, no quedan ya sujetos a la pena del exterminio, como está es­ crito: y será humillado tu hermano ante tus ojos , después de haber sido azotado será como tu hermano» (M ISNÁ: mak. III, 10-15). (113, 18). C fr. Nota 14. 32 (113, 19). Entramos en el pasaje clave del EHV , aquel en que cul­ mina el climax patético de la suicida autobiografía urieliana. También, por ello mismo, aquel que más seducción y simultáneo rechazo ha promovido entre sus comentaristas. Es, así, éste — con pequeñas adiciones y supresiones— el fragmento del Exemplar transcrito por Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, fragmento que, aunque escan­ dalosamente manipulado por el «insigne polígrafo», preciso es reconocer

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que constituye lo único del texto de da Costa hasta hoy accesible al lector de lengua castellana. Del interés de Don Marcelino por Uriel da buena ra­ zón, por otra parte (como la da de su dudoso sentido del humor), el apócri­ fo que no tuviera el menor reparo en inventarse, en el año 1881, atribuyén­ dose el «descubrimiento» de una supuesta «Carta de Daniel Levi de Barrios desde Amsterdam a su amigo Antonio Enriquez, Lisboa», en la que, entre otras cosas se escribe: «Daniel da Costa, hijo de padres israelitas, se convirtió al catolicis­ mo en unión de su familia, y como premio, en vista de su arrepenti­ miento, fue nombrado sacristán, ordenado in sacris, y hasta llegó a ser tesorero de la Colegiata de Oporto; pero asaltándole dudas res­ pecto a la religión abrazada, huyó embarcándose para Holanda con su madre y hermanos. A llí tampoco pudo conformarse con la ley mo­ saica, y no sólo se rió del Talmud, del Sepher Tatzirat, sino que hasta se atrevió a publicar el libro titulado Examen de las tradiciones fari­ saicas. Escandalizados los ancianos de la tribu, convinieron en apli­ car a Daniel seria corrección que se verificó en la forma siguiente: «Un sábado en que la Sinagoga estaba llena de creyentes, así hom­ bres como mujeres, subió Daniel da Costa que así se llamaba entre los de su secta a un púlpito de madera que está en medio, y leyó en voz alta y clara, una abjuración de sus errores, en que se confesaba digno de mil muertes y prometía no reincidir nunca en tales blasfe­ mias. Acabada la lectura, bajó del púlpito, y acercándosele un Rabi­ no, susurró al oído que se apartase en un ángulo de la Sinagoga. Así lo hizo, y luego el portero le mandó desnudar hasta la cintura, le ató un lienzo a la cabeza, le quitó los zapatos y le ató las manos a una columna. Acto continuo, un sayón cogió unas correas y le dio en las espaldas treinta y nueve azotes, conforme al rito. Entre azote y azote cantaba salmos. Acabada esta penitencia, se sentó en el suelo; llegó el Hazán y le absolvió de la excomunión. Volvió a ponerse sus vesti­ dos y se postró en el umbral de la Sinagoga. Todos los que pasaban, así hombres como mujeres le pisoteaban; cuando ya no faltaba nin­ guno se levantó manchado de polvo y se fue a su casa, donde, arreba­ tado de diabólico furor quiso matar al primo que le había puesto tal afrenta, y no lográndolo, se mató de un arcabuzazo. A l saberlo dije­ ron los judíos: “ Dios confunda así a todos lós enemigos de su ley” . De Amsterdam, 25 días de diciembre del año de la creación 5400. D a­ niel Levi de Barrios, 1641». La falsificación menéndezpelayana vio la luz el 25 de mayo de 1880, con motivo de las Fiestas de Calderón, en el periódico El Día, y quizás lo más asombroso sea que un fraude tan tosco (ni la sintaxis ni el estilo, no hable-

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mos ya de la ortografía, tienen cosa alguna que ver con las del auténtico Miguel [Daniel Leví] de Barrios) haya podido engañar a un investigador de la solvencia de Von Dunin-Borkowski, quien, en su Der Junge De Spinoza (Münster, 1910), viene en darlo por auténtico. En el otro extremo de la historiografía urieliana, no han sido infrecuen­ tes los intentos de algunos historiadores judíos por establecer el cáracter apó­ crifo del propio EHV. Vano intento apologético que no hace sino producir rubor ajeno, este propósito disparatado de tratar de borrar a Uriel da C os­ ta de los libros de los hombres, como Yaveh lo borrara del suyo. Escalofría pensar que un investigador de la seriedad de V az Dias se haya podido dejar llevar por semejante proyecto piadoso. Tras él tantos otros, como ese H. P. Salomon que tratara de establecer a todo precio cómo «los tratamientos indignos que se supone cayeron sobre da Costa en la sinagoga portuguesa de Amsterdam pertenecen al género de la ficción» (Arquivos do Centro Cul­ tural Portugués X IV , París, 1976). Una curiosa «ficción», en verdad, ates­ tiguada ya, 43 años antes de la publicación del Exemplar, por J. Müller, y, después, ratificada sucesivamente por Limborch, Bayle o el mismo his­ toriador oficial de la Comunidad sefardita de Amsterdam en el siglo x v m , David Franco Mendes. 33 (113, 27). Insisto sobre lo ya señalado en la nota 27. Creo que tiene toda la razón Franco Mendes cuando protesta contra tal argumentación de da Costa: «nao ha cousa mais patente que a empofia de Ser lhe contado p[o]r delito, o disuadir a judaisar aos que nao sao de estracgáo Judaica: sendo prohibido, p[e]llas In[s]titui?óes da nagáo agregar proselitas» (Me­

morias do estabelecimento e progresso dos judeos portuguezes e espanhoes nesta famosa citade de Amsterdam (1772), ed. a cargo de L. Fuks, R. G. Fuks-Mansfeld & B. N. Teensma, Van Gorkum , Assen/Amsterdam, 1975, p. 36). Se puede, por otra parte, confrontar este testimonio de fuente judía con el procedente de las deposiciones ante la Inquisición madrileña de Fray T o ­ más Solano y Robles y el capitán Miguel Pérez de Maltranilla, en los días 8 y 9 de agosto de 1859, a su retorno de Amsterdam, en las cuales, entre otros detalles sabrosos, narran cómo se resistía la Sinagoga portuguesa a admitir a algún cristiano deseoso de entrar en la religión de Moisés: «Pues sepa Vm — habrían comunicado al milite dos o tres circunci­ sos , acerca de un compatriota y católico de nombre Lorenzo Escudero— que nos a venido a rrogar para ser Judio y, por ser hom­ bre ruin, no le hemos querido admitir, y se fue a la Sinagoga de los Tudescos donde fue admitido y se torno Judio; y esto se lo decimos a Vm. para que sepa ya como los Españoles nos bienen a rogar que

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los admitamos por Judíos y no queremos» (en R e v a h , I.: Spinoza et le Dr. Juan de Prado; Paris/La Haye, Mouton, 1959, p. 66. C fr. también, en la p. 61, idéntica declaración de Solano y Robles).

34 (113, 30). Sacratissimus praeses. 35 (113, 32). Janitor.

3* (114, 6). C fr. Nota 30.

37 (114, 9). Conciniator, ceu sapiens. Esto es, el Haham. Según Geb­ hardt, debió de tratarse de Saúl Levi Morteira o, en su defecto, de David Pardo o Isaac Aboab. 38( 1 14, 29). De acuerdo con la hipótesis más plausible, Uriel había na­ cido entre 1583 y 1584. Tenía pues, en el 1640, entre 56 y 57 años. 39 (115, 12). De nuevo el obsesivo familiarismo de Uriel da Costa, ya subrayado en la Nota 29. Sus «bases teóricas» vendrán a asentarse algo más adelante (118, 29 y ss.), en el marco de la concepción urieliana de la «reli­ gión natural». 40 (115, 16). El texto de los dos herem (1618 y 1623) dictados contra Uriel da Costa, insiste, en efecto, sobre esta violación del respeto debido a los sabios de Israel: «...aquellos jóvenes que prestan oídos a quienes contradicen las pala­ bras de nuestros sabios y que, pese a las miradas de Israel, destruyen ante todos las murallas de la Torá, considerando todas las palabras de nuestros sabios com o un caos, y llamando necios y crédulos a quie­ nes creen en sus palabras... Que nadie le dirija la palabra, sea quien fuere, ni hombre ni mujer, ni parientes ni extraños, que nadie entre en la casa que habita, que nadie tenga relaciones con él so pena de verse incluido en la misma excomunión y ser arrojado de nuestra co­ munidad». (Venecia, 1618. Publicado por Gebhardt en su edición citada de los Schriften de da Costa, p. 153).

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«Os snnores Deputados da nagáo fazem saber a Vsms. com o tendo noticia que hera vindo a esta Cidade hu home que se pos por nome Uriel Abadat. E que trazia m. tas opinioes erradas, falsas e hereticas cótra nossa santiss* lei pellas quais já em Am burgo, e Veneza foi de­ clarado por herege e excomulgado e dezejando reduzilo á verdade fizeráo todas as d ilig " necessarias por veztí có toda a suavidade e brandura por meo de Hahamim e Velhos de nossa nasáo, a q ditos snnrs deputados se acharáo prezentes. E vendo q. por pura pertina­ cia, e arrogancia persiste em sua maldade e falsas opinioes, ordenáo có os Mahamadot das chilot. E co sobre ditos hahamim, apartalo co­ mo home ja enhermado, e maldito da L. del D io, e que lhe nao fale pessoa algua de nenhua qualidade, ne home ne molher, ne párente ne estranho, ne entre na casa onde estiver, ne lhe dem fauor algu ne o comuniquem có pena de ser comprehendido no mesmo herem e de ser apartado de nossa communicagáo. E a seus Irmáos por bons resptos se concedeu termo de outo dias p a se apartarem delle. A m s­ terdam 30 del homer 5383). Samuel Abarvanel Binhamin Israel Abraham Curiel Joseph Abenicar Rafael Jesurun Jacob Franco». (Tomo el texto de G e b h a r d t , loe. d i., pp. 181-182). 41 Conviene confrontar la crítica urieliana del exclusivismo judáico en el monopolio de la salvación con los párrafos, muy conocidos, del Tratado Teológico-Político de Espinosa que hacen referencia al mismo tema: «...la verdadera felicidad y beatitud de un hombre consisten en la so­ la sabiduría y el conocimiento verdadero, no en ser más sabio que los demás o en que los demás estén privados de sabiduría, pues ello en modo alguno aumentaría su propia sabiduría, esto es, su verdadera felicidad. A sí pues, quien se regocija con tales opiniones, se regocija con el mal de los otros, es envidioso y malvado y no conoce ni la ver­ dadera sabiduría ni la tranquilidad de la vida verdadera. Así pues, cuando la Escritura dice, para exhortar a los Hebreos a la obediencia de la ley, que Dios los ha elegido entre las demás naciones (ver Deut ., cap. X , v. 15), que está cercano a ellos y no a los demás (Deut. cap. X , vs. 4, 7), que a ellos solos ha prescrito leyes justas (ibid., cap. X, v. 8), y, en fin, que a ellos solos ha concedido el privilegio de cono­ cerlo, se pone a hablar a la altura de los Hebreos, que... no conocen la verdadera beatitud; no hubieran, en efecto, estado en posesión de una menor beatitud, si Dios hubiera llamado a todos los hombres a

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la salvación; no les hubiera sido Dios menos propicio, aunque hubie­ ra concedido a los demás una igual asistencia; no hubieran sido las leyes menos justas, ni ellos mismos menos sabios, de haber sido pres­ critas para todos», (cap. III). 42 (115, 28). C fr. Tractatus Theologico-Politicus, de nuevo: «Nada tiene de sorprendente la larga duración de su situación de na­ ción dispersa y privada de un Estado, puesto que han vivido los ju ­ díos aparte de todas las naciones hasta el punto de atraerse el odio universal, no ya sólo por la observancia de ritos externos opuestos a los de las demás naciones, sino a causa del signo de la circuncisión al cual siguen religiosamente apegados. Que el odio de las naciones sea muy propicio para asegurar la conservación de los judíos, es, por lo demás, algo que la experiencia ha puesto de manifiesto», (cap. III). 43 (115, 32). C fr. Nota 23. 44 C fr. nuevamente el Tractatus Theologico-Politicus de Espinosa, en particular, su «Prefacio»: «Si los hombres pudieran elegir sus asuntos conforme a un designio deliberado o bien si la fortuna les fuera siempre favorable, jamás se­ rían presos de la superstición. Mas, viéndose con frecuencia reduci­ dos a situaciones límite en las que no saben ya qué decidir, y conde­ nados por su deseo desmedido de los inciertos bienes de la fortuna a oscilar incesantemente entre el temor y la esperanza, ven inclinarse su alma, con toda naturalidad, hacia la más desmedida credulidad... Se forjan innumerables ficciones y, cuando interpretan la naturaleza, descubren en ella milagros por todas partes, como si ésta delirase con ellos... Declaran ciega a la razón... y tratan a la sabiduría humana de vanidad; los delirios de la imaginación, por el contrario, los sue­ ños y las estupideces pueriles les parecen ser respuestas divinas...». C fr. igualmente, la Carta L X X V I, de Espinosa a Albert Burgh. 45 (117, 7). Sobre el desarrollo del concepto de multitudo en Espinosa, y su doble aspecto de «productora» y «sujeto» del metus , se encontrarán precisas indicaciones en la ponencia de E. Balibar «Spinoza: la crainte des masses», presentada en el Coloquio de Urbino 1982 sobre Espinosa, y en el libro de A . Negri La anomalia selvaggia Milano, Feltrinelli, 1981. 46 (117, 10). El desarraigo urieliano anuncia, en este punto, aspectos de

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distanciamiento de toda forma de religión positiva que, más allá de las pro­ clamas libertinas de un Juan de Prado, no hallará su culminación y su fun­ damento teórico riguroso hasta la obra espinosiana. 47 (117, 28). C fr. Notas 41 y 42. 48 (117, 30). C fr. la versión que, de estos «siete preceptos de Noé», da el ortodoxo rabino Menasseh Ben Israel, quizás el mayor erudito de la co­ munidad en materia bíblica: «De la misma manera que en cualquier bien gobernada república se dan a los súbditos leyes, mediante las quales vivan, ansi infaliblemen­ te se deve creer que siendo Dios el opifice y sumo criador del universo mundo, teniendo el imperio en Monarchia, aya constituydo Leyes a sus subditos y criaturas suyas. Por que de otra manera, como podría el mundo sostentarse? o que modo avria de vivir entre los hombres, sino fuessen por instituto divino governados. Ansi creemos que a to­ das las naciones ha dado los siete preceptos, que llaman, de los siete hijos de N oah, id est, de todo el mundo, y estos son, No idolatrar, no matar, no adulterar, no robar, no maldezir el nombre del Señor, no comer el miembro de animal vivo, y establecer juezes que hagan observar las leyes». ( M e n a s s e h B e n I s r a e l : De la / Resurrección / de los muertos, /

libros III. / En los quales contra los Zaduceos se prueva la immorta­ lidad del alma, y / Resurrección de los muertos. Las causas / de la milagrosa Resurrección se exponen y del juzio final, y Reformación / del mundo, se trata. / Obra de las divinas letras, y antiguos sabios / colegida. / Verdad de tierra florecerá. Psal. 85. / / E n Amsterdam, / En casa, y a costa del Autor. / Año 5396', de la criación del mundo, folios 1 y 2). 49 (118, 7). En su edición francesa del EHV , Jean-Pierre O s ier (D*Uriel da Costa á Spinoza ; París, Berg International, 1983) resalta, con razón, la influencia que sobre esta concepción urieliana de la ley natural debe haber ejercido su formación escolástica en la Universidad de Coim bra. En parti­ cular, aquellos textos de la Summa Theologica ( 1 .a, Ilae, qu. X C I, art. 2). que hablan de la existencia entre los hombres de «una ley natural, partici­ pación de la ley eterna, mediante la cual discernir entre bien y mal», al mis­ mo tiempo que subrayan cómo «es evidente que la ley natural no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional». No debe, sin embargo, perderse de vista tampoco su paralelismo con las del contem­ poráneo «libertinismo erudito» francés de comienzos de siglo (C fr. PIN-

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T A R D , R . . L e libertinage érudit en France dans la premiére moitié du XVIIe siécle; París, 1943, reed. Paris-Genéve, 1983). 50 (119, 8). C fr. lo ya indicado en la nota 48 acerca de los «siete pre­ ceptos de los hijos de Noé». La rápida alusión del texto de Uriel a las cues­ tiones alimentarias parece hacer referencia a la polémica levantada en 1618 por Abraham Farrar acerca de los modos rituales de ejecutar a los animales para que su carne sea comestible conforme a la Ley (esto es, kaser, pura, proviniente de animales degollados según sehitah , frente a la carne impura, trefa , carroña no comestible). La polémica sobre la sehitah, o matanza ri­ tual llegará a provocar, en el Amsterdam de comienzos de siglo, una esci­ sión en la comunidad y la intervención de algunos de los rabinos más influ­ yentes de la Comunidad Judía internacional para tratar de poner coto a las violaciones de la norma, introducidas por Farrar. 51 (119, 18). Una vez más, de modo más intuitivo que elaborado, da C osta se anticipa a Espinosa, cuya Ethica, ordine geometrico demonstrata es el más acabado intento producido por el siglo x v n de una ética cons­ truida sobre el fírme suelo de la comprensión racional. 52 (120, 18). Vuelve, en estas páginas finales del EHV, el terror hacia la condenación que ya habíamos apreciado en sus primeras líneas. Los es­ crúpulos de conciencia que en el estudiante de Coim bra produjeran los pro­ lijos manuales de casuística jesuíta, reaparecen ahora, en la madurez de Uriel, al afrontar las prácticas morales farisáicas. El ciclo del metus se cierra: to­ das las religiones toman su poder sobre los hombres de su capacidad para atemorizarlos. Será preciso el finísimo análisis espinosiano para descubrir, más allá del propio metus, el otro eje despótico de la sumisión: spest la mi­ serable esperanza, que, más aún que el miedo, hace siervos a los hombres de su propia ignorancia. 53 (120, 30). C fr. Ethica , V , X L I, se.: «Otra parece ser la convicción común del vulgo. En efecto, los más de ellos parecen creer que son libres en la medida en que les está permitido obedecer a la libídine, y creen que ceden en su derecho si son obligados a vivir según los preceptos de la ley divina. Y así, creen que la moralidad y la religión, y, en general, todo lo relacionado con la fortaleza del ánimo, son cargas de cuyo peso esperan liberarse después de la muerte, para recibir el premio de la esclavitud, esto es, el premio de la moralidad y la religión; y no sólo esta esperanza, sino también — y principalmente— el miedo a ser castigados con crueles supli­ cios después de la muerte, es lo que les induce a vivir conforme a las pres­ cripciones de la ley divina, cuanto lo permite su flaqueza y su impotente ánimo. Y si no hubiese en los hombres esa esperanza y ese miedo, y creye­

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ran, por el contrario, que las almas mueren con el cuerpo, y que no hay otra vida más larga para los miserables agotados por la carga de la morali­ dad, retornarían a su condición propia, y querrían regir todo según su ape­ tito y obedecer a la fortuna más bien que a sí mismos. Lo que no me parece menos absurdo que si alguien, al no creer que pueda nutrir eternamente su cuerpo con buenos alimentos, prefiriese entonces saturarse de venenos y sus­ tancias letales; o que si alguien, al ver que el alma no es eterna o inmortal, prefiriese por ello vivir demente y sin razón: lo cual es tan absurdo que ape­ nas merece comentario». (Utilizo la traducción de Vidal Peña, Editora N a­ cional, 1980, 3 .a ed.). 54 (121, 4). C fr. Ethica , III, X V III, se. II: «...el miedo es una tristeza inconstante, surgida... de la imagen de una cosa dudosa» y II, X I, se.: «...tristeza [es] una pasión por la cual el alma pasa a una menor perfec­ ción». 35 (123, 4). C fr. Nota 14 y Presentación. 56 «Paucis mutatis», en un doble sentido. Fonético primero: es una cos­ tumbre extendida entre los «cristianos nuevos» que retornan al judaismo tomar nombre mosáico que «suene» parecido al suyo anterior. En un se­ gundo sentido, el de los significados, la cercanía entre Gabriel (hombre de Dios) y Uriel (luz de Dios) es manifiesta.

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APÉNDICE I UN INÉDITO DE GABRIEL D A CO STA

En el verano de 1982, cuando consultaba el ejemplar que la Bi­ blioteca Nacional de Madrid posee del Catálogo dos Manuscritos por­ tugueses ou relativos a Portugal existentes no Museu Británico del conde de Tovar *, vine en dar sobre la referencia de un documento de apariencia insignificante, catalogado como Carta original do ca­ bido da Sé de Coimbra para el-Rei. Data 8 de Outubro... Refere-se a actos de indisciplina cometidos en Roma por Alvaro Soares. El do­ cumento — perteneciente a la Colección Eggerton (Eg. 2: 084 fl. 520)— me hubiera pasado por completo inadvertido, si a su pie no hubiera figurado, como el de uno de los dos firmantes de la misiva, el nom­ bre de Gabriel da Costa (el otro firmante es Joaquim Pinto Pera). Naturalmente, la cosa no era como para entusiasmarme demasiado: Gabriel da Costa debe de haber sido un nombre bastante común en el Portugal del siglo XVII — existe, incluso, un renombrado teólogo cunimbricense2, exactamente homónimo que, pensé, muy bien pu­ diera ser el firmante del texto en cuestión. Por lo demás, ¿cómo su­ poner que un documento catalogado, y por tanto muy accesible, hu­ biera podido pasar inadvertido a los competentes eruditos que, en nuestro siglo, se han ocupado del suicida de Amsterdam? Con todo, solicité del British Museum un microfilme del folio en cuestión y, prácLisboa, Academia de las Ciencias, 1932. Del que, á título de curiosidad, citaré la presencia de una obra en la Bibliote­ ca Nacional de Madrid: Gabrielis A C o s t a / Docí. Theologi, / in cunimbricensi / Academia olimprim erii /sacrarum literarum / interpretes emeriti, / Commenta­ ria quinque in totidem libros verteris Testamenti. / Lugdini, / Sumpt. Haered. Gebr. Boisset, & Laurentii Auisson. / M .D C .XLI. / Cum privilegio regis. 1 2

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ticamente, me olvidé del asunto. Casi un año más tarde (milagros de la técnica y el correo), llegó a mis manos. Cuando abrí el envío y le eché una primera ojeada, no pude evitar un cierto escalofrío: la firma era absolutamente idéntica a las dos conservadas de Gabriel da Costa (ambas, correspondientes a fechas posteriores: 1605 y 1607, mientras que el documento que obraba en mi poder estaba fechado en 1601) y muy similar en su grafismo a la de Uriel da Costa (de 1623), descubierta en uno de los libros de la Comunidad Sefardita de Ams­ terdam en 18573. Luego, analizando el texto, pude llegar a la con­ clusión de que la misma mano que había trazado aquella firma era la que había copiado la carta. No salía de mi sorpresa (aún sigo, a decir verdad, sin salir). Si el documento que tenía entre mis manos era auténtico, no sólo me hallaba ante la firma más antigua de las conservadas de da Costa, sino ante el único texto conservado de su puño y letra (lo que no significa, por supuesto, que suya sea la re­ dacción; se trata, desde luego, de un escrito estrictamente disciplinarioadministrativo, del que el firmante ha operado como simple ejecutor secretarial). Y, lo que es mucho más importante, sin duda, tenía an­ te mí un texto que contradecía esencialmente la cronología aceptada por todos los biógrafos de da Costa y permitía echar una luz nueva sobre uno de los períodos más oscuros de la vida del cristiano nuevo de Oporto. En efecto, desde los trabajos de Carolina Michaélis de Vasconcellos, todos los investigadores de la cuestión urieliana han tropezado con el curioso enigma del extraño paso intermitente de Gabriel da Costa por la Universidad de Coimbra. Del análisis de los libros de matrículas de ésta4, parece resultar la siguiente cronología: en el día Cfr. reproducción adjunta de las firmas conservadas de da Costa. Tomo de Michaélis la siguiente transcripción de los libros de matrículas de la Universidad de Coimbra: «l.A no lectivo de 1600-1601: Matriculas-Instetutarios... It. Gabriel da Costa, filho de Bento da Costa, do Porto, com certidáo [de] exame de latim - XIX outoubro. tMatriculas, vol. 3.°, 1. 1.° f. 32) II. A no lectivo de 1604-1605: Matrículas— Cánones... It. Gabriel da Costa, filho de Bento da Costa, do Por­ to, quatro de novembro. Diz que há-de cursar Instituta o tempo que lhe falta della. CMatriculas, vol. 3.°, 1. 5.°, f. 18). Provas do Curso — Gabriel da Costa, do Porto. Provou cursar de XX de outu3

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19 de octubre de 1600, Gabriel da Costa, hijo de Bento da Costa, ha sido matriculado (Michaélis señala que con varios días de retraso respecto de las fechas oficiales de matrícula) en la Universidad Cunimbricense, tras de pasar el preceptivo examen de latín, que garan­ tizaba la capacidad del alumno para seguir unas clases que, natural­ mente, se realizaban en esta lengua. El siguiente asiento —ya de 1604— nos revela, sin embargo, que Gabriel da Costa no habría permaneci­ do en la Universidad más que cuatro meses («Provou cursar de XX bro de 600 até XIX de fevereiro de 601 as li?ois de Instetuta; e prima e véspora de Cánones: testemunhas Paulo de Moráis e Luis Pereira que o juraráo. E esta prova lhe foi admitida por provisáo de Sua Magestade.— Gregorio da Silva o fiz oie 7 de maio de 1605. (aa.) D oro H om é — Luís Pereira — Paulo de Moráis. O mesmo Gabriel da Costa — Provou cursar do primeiro de novembro de 604 até todo fevereiro de 605 as de Instetuta e prima e véspora de Cánones — teste­ munhas Luís Fernandes e Francisco Venegas — Gregorio da Silva o fiz oie sete de maio de 605. (aa.) D or H om é — Francisco Venegas — Luís Fernández Faro. (Provas de curso, vol. 7.°, 1. r.°, f. 84.° e 85.°). III. A no lectivo de 1605-1606: Matrículas-Cánones... It. Gabriel da Costa, do Porto, desde outoubro, veo ao primeiro. (.Matrículas, vol. 3.°, 1. 6 .°, f. 10 v.°) IV .A no lectivo de 1606-1607: Matrículas-Canonistas... It. Gabriel da Costa, filho de Bento da Costa, do Por­ to, a quinze doutoubro, e veo ao primeiro. CMatrículas, vol. 3.°, 1. 72, f. 15 v.°). Provas do curso.—Gabriel da Costa, do Porto — Provu cursar do primeiro de outubro de 606 até dez digo até sete de maio 607 os cinquo grandes de Cánones: testemunhas Manoel Carvalho e Pantaleáo d ’Oliveira.—Gregorio da Silva o fiz 22 de outubro de 607 com licen?a do Senhor Reitor. (aa.) M cl de Carvalho — Pantaleáo d ’Oliveira — Dr. Carvalho. (Provas do Curso, vol. 7.°, 1.2.°, f. 113 v.°) V.Ano lectivo de 1607-1608: Matrículas-Cánones... It. Gabriel da Costa, filho de Bento da Costa, do Porto, a doze de decembro. (Matrículas, vol. 3.° 1. 8 .°, f. 16 v.°)

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de outubro de 600 até X IX de fevereiro de 601 as ligoes de Instetuta»), y sólo tres años y medio más tarde habría solicitado el reinicio de sus estudios. La pregunta, que ya Michaélis se plantea (y, tras ella, cuantos se han enfrentado a la biografía portuguesa de da Costa), parece inmediata: ¿por qué ese lapso?, ¿qu-4 ha sido de Gabriel du­ rante esos casi cuatro años? Las respuestas más habituales siempre me parecieron poco satisfactorias. Carolina Michaélis, la descubridora del extraño «agu­ jero», intentó, primero, justificarlo con una hipotética huida a Oporto, motivada por el temor a la peste que habría asolado la ciudad de Coim­ bra. Pero, muy pronto, la investigadora germano-lusa abandona su hipótesis: no había peste, en aquellos años en Coimbra; sí en los in­ mediatamente anteriores 1598-1599, pero precisamente de 1600 a 1604 no se registra el menor problema (es, justamente, por ello por lo que la Universidad ha abierto sus cursos exactamente a principios de 1600). La explicación alternativa, de orden psicológico, propuesta por Michaélis5, me parece poco consistente. Como un dato de facto, no explicable, pasa Isaac Revah sobre el asunto, limitándose a constatarlo6, y de él lo retoman Nahon7 y Osier8. Provas do curso.— Gabriel da Costa, do Porto —Provou cursar do 1.° doutoubro de 607 té 18 de Junho de 608, as sinco ligois grades de Cánones — testemunhas Francisco de Meireles e Jeronimo de Burgos —Eu Bertholomeu Fer­ nandez o escrevi. (aa.) D or Antunes — Hjer° de burgos contr° — Freo, de Meirelles. (Provas de Curso, vol. 8 .°, 1. 1.°, f. 98 v°) VI. Provas do Curso.—Joseph Serráo de Coimbra — Provou cursar de 1.° de outoubro de 604 até fim de Maio de 605 seis linóes de Cánones: testemunhas Joam Bernardes e Emanvel da Costa. — Gregorio Silva. (aa.) Joam Bemardes — Manuel da Costa — Gabriel da Costa. (Provas do Curso, vol. 7.°, 1. I o, f. 106 v°) Uriel da Costa. Notas relativas a sua vida e as suas obras; Coimbra, Imprensa da Universidade, 1921, pp. 97-99).

(M ichaélis de V a $c o n c e l l o s , C a r o l in a :

5

Op. cit., p. 20.

6 R evah, I. S.: «La religión d ’Uriel da Costa, Marrane de Porto (D'aprés des documents inédits)»; in Revue de Vhistoire des religionst tome CLXI, n.° 1; Paris, janvier, 1962, p. 49.

90

El documento del British Museum permite trazar una hipótesis de trabajo por completo distinta. No es difícil imaginar al padre de Gabriel, comerciante y administrador de algunas propiedades eclesiásticas9, a los otros tres hermanos, asociados, desde muy jó­ venes, a las actividades comerciales de Bento da Costa10; a Gabriel, finalmente, tras su aprendizaje primero «in domo ejus», presentán­ dose al examen de latín que confirme, con el aval de la Universitas Cunimbricensis, el conocimiento de la lengua de Cicerón, adquirido «ali­ quibus artibus tandem instructus, quibus solent honesti pueri» n. Ya puede ejercer un trabajo remunerado. Tiene entre 17 y 18 años. Po­ cos. Suficientes, sin embargo (unidos a su, ahora garantizado, do­ minio del latín) para ejercer de secretario o escribiente. Las influen­ cias del padre cerca del obispado (vía Mascarenhas, o bien directa­ mente, a través de la propia relación comercial con el medio eclesiás­ tico) han hecho lo demás. Entre febrero de 1601 y octubre de 1604, Gabriel da Costa no ha podido pisar la Universidad, no por haberse vuelto a Oporto, sino por la sencilla razón de hallarse ocupado ejer­ ciendo su actividad laboral en el Obispado de la misma ciudad de Coimbra. Unos siete años antes de ocupar el beneficio eclesiástico al que se hace referencia en el EHVy el hijo de Bento y Branca da Costa hallábase ya administrativamente bien situado en el medio epis­ copal. Y he aquí lo que abre nuevas, y creo que sugerentes, vías para la crisis religiosa que centra las primeras páginas del Exemplar. Si nuestra hipótesis resulta correcta, esta crisis se habría incubado y des­ arrollado precisamente durante esos cuatro años de estancia en la Ca­

7 N ahon, G.: «Les Sephardim, les Marranes, les Inquisitions Péninsulaires et leurs Archives dans les travaux récents d 'I.—S. Revah» in Revue des études Juives, CXXXII; París, 1973, p. 17. 8 O sier, J. P.: D ’Uriel da Costa á Spinoza; París, Berg International, 1983. Cfr. M a g a lh á es Ba s t o , A .: Alguns documentos inéditos sobre Uriel da Cos­ ta; Coimbra, Imprensa da Universidade, 1930, y Nova contribuigáo documental para a biografía de Uriel da Costa; Coimbra, Imprensa da Universidade, 1931. 9

10

Ibid.

11

EHV, 105, 11-12.

91

tedral (lo cual confirmaría la referencia del EHV a los 22 años como momento final del estallido: salida de la Catedral y retorno a la Uni­ versidad). Sería allí donde da Costa, en la proximidad del núcleo cen­ tral del poder eclesiástico, habría sentido nacer sus contradicciones, se habría torturado con las lecturas de las summae confesariorum y habría, finalmente, acabado por poner en quiebra la fe paterna.

92

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Firma de Gabriel da Costa — Archivo de la Universidad de Coimbra, en 1605

^ ¡£ = g . 2 / Firma de Uriel da Costa en un libro de la Comunidad Sefardita en 1623

APÉNDICE II AR TÍCU LO «ACO STA (Uriel)» del Dictionnaire historique et critique de PIERRE BAYLE (la 1 .a edición del Dictionnaire de Bayle es la de Rotterdam, R. Leers, 1697, pero el artículo sobre da Costa — Acosta, en la versión de Bayle— sólo aparece en la 3 .a edición, «revisada por el autor», Rotterdam, M. Bóhm, 1720.)

ACOSTA (Uriel). Hidalgo portugués, nació en Oporto a fi­ nales del siglo xvi. Fue educado en la Religión Romana, que su padre profesaba con sinceridada, aun cuando descendiera de una de aquellas familias judías que fueran obligadas a reci­ bir, de viva fuerza, el bautismo. Fue, igualmente, educado al modo en que deben serlo los hijos de buena familia: múltiples cosas le fueron enseñadas, para culminar en la Jurisprudencia. Habíalo dotado la naturaleza con buenas inclinaciones A, y de tal modo fue penetrado por la religión que anheló ardientemente practicar todos los preceptos de la Iglesia, con el fin de evitar la muerte eterna, a la que mucho temía. De ahí el que se aplica­ ra minuciosamente a la lectura del Evangelio y demás libros es­ pirituales y a la consulta de las Sumas de Confesores: pero, cuan­ to más se aplicaba a ello más sentía crecer sus dificultades, que con tal fuerza llegaron a apesadumbrarlo que, no pudiendo ha-

A La naturaleza le había dado buenas inclinaciones.]

Tan delicado era y tan inclina­ do a la compasión que no po­ día evitar verter lágrimas cuan­ do oía el relato de alguna des­ dicha, acaecida a su prójimo. El pudor había echado tan profundas raíces en su alma que nada temía tanto como aquello que pudiera deshon­

a Pater meus veré erat Christianus. Uriel A costa, en su

Exemplar Vitae Humanae, insertado por

Limborch al final de su Arnica Collatio cum Judaeo de Veritate Religionis Christianae, impreso en Amsterdam en 1687, in 4. °

rarlo. Animoso y susceptible de cólera llegada legítima oca­ sión, se oponía a aquellos se­ res insolentes y brutales que se complacen en insultar, y se unía al partido del más débil. Tal es el testimonio que da de x ello. Infirmorum partes adiu- Ac0sta in vare CUpiens, dice ‘, & illi po- Exemplari tiús me socium adiungens.

^uae^n?t pág. 346 .

99

llar ya salida alguna a ellas, vióse abandonado a mortales in­ quietudes. No veía cómo fuera posible cumplir puntualmente con su deber, habida cuenta de las condiciones que la absolu­ ción exige según los buenos casuistas; y desesperó, así, de su salvación, caso de que sólo por esta vía pudiera obtenerla. Mas como le era difícil abandonar una religión a la que habíase acos­ tumbrado desde su infancia y que había arraigado fuertemente en su espíritu mediante la fuerza de la persuasión, todo lo que pudo hacer fue buscar si no sería posible que lo que se dice de la otra vida fuera falso y si todas esas cosas son acordes con la razón. Parecíale que la razón le sugería, de continuo, moti­ vos para combatirlas. Tenía, por aquel entonces, unos veinti­ dós años, y ésta era su situación: dudó, y, fuere lo que fuere, decidió que, por el camino al que su educación lo había lanza­ do, jamás salvaría su alma. Estudiaba, entre tanto, Derecho y * Ladignidad obtuvo un beneficiob a la edad de veinticinco años. Ahora enlwTgkZ bien, como quiera que no deseara quedarse sin religión y la procoiegiata. fesión del papismo no le concedía reposo, leyó a Moisés y los profetas, se encontró más a gusto allí que en el Evangelio y vió­ se, finalmente, persuadido de que era el judaismo la verdadera religión: mas, no pudiendo practicarlo en Portugal, decidióse a salir de su país. Declinó su Beneficio y se embarcó para Ams­ terdam, con madre y hermanos, a quienes había tenido el valor de catequizar® y había imbuido de sus opiniones. Desde que

2 ibíd.

347'

100

B A quienes había tenido el valor de catequizar.] No olvida las circunstancias que eran propias para eludir el sacrificio que h ada a su religión. Observa cómo renunció a un beneficio lucrativo y honorable, así como a una hermosa casa que su padre hiciera construir en el mejor barrio de la pág. ciudad 2. Añade a ello el peligro del embarque, ya que aquellos que descienden de los judíos no pueden salir del Reifio sin obtener del Rey un permiso especial. Navem adscen-

dimus, non sine magno periculo (non licet illis qui ab Hebraeis originem ducunt a regno discedere, sine speciali Re­ gis fa cu lta te3). Finalmente, dice que si se hubiera sabido que hablaba de judaismo a su madre y a sus hermanos, lo hubieran hecho perecer. Su cari­ dad lo llevó a despreciar semejante peligro. Quibus ego fraterno amore motus ea communicaveram, quae mihi super religione visa fuerant magis con­ sentanea, licet super aliquibus dubitarem: quod quidem in

3 ibíd.

llegaron allí, se integraron en la Sinagoga y fueron, según la costumbre, circuncidados. Cambió su nombre de Gabriel por el de Uriel. Pocos días le bastaron para reconocer que las cos­ tumbres y observancias de los judíos no se hallaban conformes con las leyes de Moisés: no supo guardar silencio acerca de se­ mejante disconformidad, pero los príncipes de la Sinagoga le dieron a entender que había de seguir, hasta la última coma, sus dogmas y costumbres, y que, de apartarse en lo más míni­ mo, sería excomulgado. No le asombró tal amenaza: consideró que sería impropio de un hombre que por la libertad de con­ ciencia había abandonado las comodidades de la patria, ceder

4

ibid.

magnum malum meum poterat recidere, tantum est in eo reg­ no p ericulum de ta lib u s loqui*. Podemos ver en ello, de pasada, qué los españoles y portugueses nada han olvida­ do de cuanto la más fina y se­ vera política pueda inventar para mantener un partido. To­ do ello lo han empleado para sostén del cristianismo y la rui­ na del judaismo, y se comete­ ría un gran error al acusarlos de haber puesto a la Iglesia ba­ jo la protección celeste, con las disposiciones de quienes aguar­ dan tranquilamente todo de la eficacia de sus oraciones. Se di­ ría, más bien, que han segui­ do las opiniones que cierto poeta pagano daba acerca de una cuestión de agricultura: Nam tamen ulla magis praesens fortuna labo­ rum est, / Quam si quis ferro potuit rescindere summum / Ulceris os: Alitur vitium, vivitque tegendo: / Dum medi­ cas adhibere manus ad vulnera pastor / A bne­

gat, & meliora Deos se­ det omina poscens5. O bien se diría que se han ajustado a los reproches que Catón hizo a los romanos, cuando les reprochaba el con­ fiarse a la asistencia de los dio­ ses, quienes jamás auxilian a los gandules, añade, porque la pereza es una huella de la irri­ tación del Cielo. Vos... inertia & mollitia animi alius alium expectantes cunctamini, vide­ licet Diis immortalibus confi­ si, qui hanc Rempubl. in ma­ ximis saepe periculis servave­ re. Non votis, neque suppliciis muliebribus auxilia Deorum parantur: vigilando, agendo, bene consulendo, prosperé omnia cedunt. Ubi socordiae tete atque tradideris, nequicquam Deos implores: irati infestique su n t6. Finalmente, se diría que la lección por la que tienen mayor docilidad es la última parte del axioma que un Autor moderno ha transcrito del siguiente modo. Preciso es, por así decir, abandonarse a la providencia de Dios, como si

5 virgii. 452^

6 saiust. in Bell° Catiiin. pág* 160'

101

ante los rabinos, que carecían de jurisdicción0, y que no da­ ría muestras ni de corazón ni de piedad si traicionase sus senti­ mientos en semejante asunto: de ahí que continuara a su aire. Fue, consiguientemente, excomulgado, con la consecuencia de que sus propios hermanos, aquellos mismos a quienes había ins­ truido en el judaismo, no osaban dirigirle la palabra, ni salu­ darlo cuando lo encontraban por las calles. Viéndose en tal es­ tado, compuso una obra para justificarse. Hacía ver en ella có­ mo las observancias y tradiciones de los fariseos son contradic-

7 Cotin, Oeuvres Galantes,

Tom o I, en el Discours sur la Verité des songes, pág. 160 .

toda la prudencia humana fu e ­ ra inútil; y gobernarse por las reglas de la prudencia humana como si no existiera pro­ videncia1. Y, sin duda, se burlarían del autor que los acusara de tratar al cristianis­ mo como a un viejo palacio que precisa de puntales por to­ das partes, tan amenazado es­ tá de ruina; y al Judaismo co­ mo a una fortaleza a la que hay que cañonear y bombardear incesantemente, si se la quiere debilitar. Pueden, en justicia, condenarse ciertos modos de mantener la buena causa; pe­ ro, finalmente, precisada está de ayuda, y la desconfianza es la madre de la seguridad. Véa­ se la nota (B) del artículo DRABICIUS, y la nota (E) del artículo LUBIENIETSKI. c Rabinos carentes de ju ­ risdicción.] Hay, siryduda, una gran diferencia entre los Tribu­ nales que nuestro Acosta había de temer en su país y el Tribu­ nal de la Sinagoga de Amster­ dam. Éste no puede imponer más que penas canónicas: pe­ ro la Inquisición de los cristia­ nos puede hacer morir, pues­

102

to que entrega al brazo secu­ lar a aquellos a quienes conde­ na. Nada me extraña que Acosta haya tenido menos miedo de la Inquisición de los judíos que de la de Portugal: sabía que la Sinagoga no tenía tribunales que se mezclasen en procesos civiles ni criminales; y así, veía las excomuniones como un brutum fulmen: no descubría, como consecuencia de esta pena canónica, ni la muerte, o cualquier otra fun­ ción del verdugo, ni la prisión, ni las multas pecuniarias. Cre­ yó, pues, que habiendo tenido el coraje suficiente para no traicionar su religión en P or­ tugal, con mayor razón debía tener la audacia de hablar con­ forme a su consciencia entre los judíos, aun cuando hubie­ ren de excomulgarlo, ya que esto era todo cuando podían hacer gentes carentes de Ma­ gistraturas. Quia minimé dece­ bat ut propter talem metum terga verteret ille qui pro liber­ tate natale solum <£ utilitates alias contempserat, & succum­ bere hominibus, praesertim JU RISD IC TIO N EM non ha­ bentibus, in tali causa nec

torias con los escritos de Moisés. No la hubo apenas comenza­ do, cuando abrazó la opinión de los saduceos, puesto que que­ dó persuadido por completo de que las penas y recompensas de la Ley antigua no conciernen sino a esta vida, fundándose, ante todo, en que Moisés no hace mención alguna ni de la feli­ cidad del paraíso ni de la desdicha del infierno. En cuanto sus adversarios se enteraron de que había caído en tal opinión, ex­ perimentaron una profunda alegría, pues previeron que ello les sería de una gran utilidad para justificar ante los cristianos la

8 A costa Exemplar Hum. Vitae,

pág. 347.

pium nec virile erat; decrevi potius omnia perferre & in sententia perdurare8. Mas sucej Q q UC a c a e c e a c a s j t o -

dos cuantos juzgan acerca de los males combinados. Se ima­ ginan que en la unión de dos o tres penas consiste su infor­ tunio y que no tendrían moti­ vo de lamentación si no hubie­ ran de sufrir más que uno de esos males. Y experimentan lo contrario cuando la providen­ cia los hace pasar por tan solo una de esas dos o tres desgra­ cias. La encuentran mucho más ruda de lo que habían creí­ do que podría serlo. La Inqui­ sición de Portugal pareció te­ rrible al judío Acosta. ¿Por qué? Porque la veía unida al poder, inmediato o mediato, de torturar, de quemar a la gente. Si no la hubiera consi­ derado más que en su dimen­ sión excomulgadora, no hubie­ ra tenido mucho miedo de ella. De ahí su menosprecio hacia las amenazas de la Sinagoga de Amsterdam. Mas hubo de co­ nocer por experiencia que la simple facultad de excomulgar es bien terrible, aun entera­ mente privada de las funciones

del brazo secular. Era mirado como una lechuza. Ni siquie­ ra sus propios hermanos osa­ ban saludarlo: Ipsi fratres mei, quibus ego praeceptor fueram, me transibant, nec in platea sa­ lu ta b a n t, p ro p te r m etum illorum 9. Los niños corrían 9 Acosta tra él, abucheándolo por las calles y cargándolo de maldi- p^g. 347/ ciones: se apelotonaban ante su domicilio y le tiraban pie­ dras; jam que faces & faxa vo­ lant. No podía estar tranquilo, ni en su casa, ni fuera de ella. Pueri istorum, á Rabbinis <& parentibus edocti, turmatim per plateas conveniebant, & elatis vocibus mihi maledice­ bant, & omnigenis contumeliis irritabant, hereticum & defec­ torem inclamantes. Aliquando etiam, ante fores meas congre­ gabantur, lapides jaciebant, & nihil intentatum relinquebant ut me turbarent, ne tranquillus etiam in domo propia agere possim 10. Los males a los que 10 Ibíd su excomunión lo sometiera fueron tan rudos que se sintió finalmente incapaz de sopor­ tarlos; ya que, por muy gran­ de que fuera su odio hacia la Sinagoga, prefirió volver a

103

conducta de la Sinagoga contra él, etc. De ahí que, aun antes de que su obra fuera impresa, publicaranc un libro referente a la inmortalidad del alma, compuesto por un médico que na­ da olvidó de cuanto más capaz sería de hacer pasar a Acosta por un Ateo. Excitaron a los niños para que lo insultaran en plena calle y arrojaran piedras contra su casa. No dejó él de publicar una obra contra el libro del médico, en la que comba­ tía con todas sus fuerzas la inmortalidad del almad. Los judíos se dirigieron a los tribunales de Amsterdam y lo denunciaron como una persona que subvertía los fundamentos, tanto del ju-

c En el año

1623.

d E l título de esta obra es

Examen Traditionum Philosophicar­ um ad Legem scriptam.

u Ibíd

104

12

ibíd.

13

ibíd.

ella, mediante una reconcilia­ ción fingida, antes que verse definitivamente separado de ella. Y, así, decía a algunos cristianos que querían hacerse judíos, que no sabían el yugo que iban a echarse sobre la ca­ beza. Nesciebant quale jugum suis verticibus im ponerent11. Pero ¿cuáles no fueron sus di­ ficultades cuando, no habien­ do querido sufrir la penitencia ignominiosa que la Sinagoga le prescribía, vióse de nuevo en los lazos de la excomunión? Le escupían al cruzarse con él y se animaba a los niños, incluso, a hacer lo propio. M uí ti eorum transeúnte me in platea sputebant, quod etiam & pueri illo­ rum faciebant ab illis edocti; tantum non lapidabar, quia facultas deeratl2. Sus parientes lo persiguieron, nadie iba a vi­ sitarlo durante sus enfermeda­ des. En resumen, fue de tan­ tos modos vejado que le arran­ caron finalmente la exigida su­ misión. Duravit pugna ista per annos septem, intra quod tempus incredibilia passus sum 13. Veremos en la nota (E) cuál

fue la pena que se le impuso. Conoció antes, más que nun­ ca, cuán terribles son aquellos mismos que, no teniendo juris­ dicción alguna, disponen de las leyes de la disciplina. Mucho me guardaré de de­ cir que las razones de los In­ dependientes sean considera­ bles: ellos, que encuentran tan mal que la Iglesia se atribuya el derecho de excomulgar, es­ to es, de infligir penas, que son a veces más infamantes que la flor de lis y que exponen a ma­ yores desdichas temporales que las penas aflictivas a las que condenan los jueces civiles. Los fallos de los jueces no su­ primen los actos u oficios de la humanidad y, aún menos, los deberes del parentesco. Mas la excomunión arma, a veces, a padres contra hijos y a hijos contra padres; ahoga todos los sentimientos naturales, rompe los lazos de la amistad y de la hospitalidad, reduce a las per­ sonas a la condición de pestí­ feros e, incluso, a un mucho más grande abandono.

daísmo como del cristianismo. Fue encarcelado, y se le liberó bajo fianza al cabo de ocho o diez días, fue confiscada la edi­ ción de su libro y se le forzó a pagar una multa de trescientos florines. La cosa no quedó ahí: el tiempo y la experiencia lo em­ pujaron más lejos. Examinó si la Ley de Moisés venía de Dios y creyó poder encontrar buenas razones para convencerse de que se trataba de una invención del espíritu humano. Pero en vez de sacar esta conclusión: no debo volver a la Comunión judáica, sacó esta otra: ¿por qué obstinarme en permanecer durante toda mi vida separado, con tan grande incomodidad, yo, que estoy en un país extranjero, cuya lengua no entiendo? ¿No me valdría más hacer de mono entre los monos? Habiendo consi­ derado tales cosas, retornó al regazo del judaismo, a los quince años de su excomunión, se retractó de lo dicho y firmó lo que quisieron. Fue denunciado, algunos días más tarde, por un so­ brino que vivía con él. Se trataba de un muchacho que había observado que su tío no observaba las leyes de la Sinagoga, ni en el comer ni en los demás puntos. Tuvo esta acusación extra­ ñas consecuencias, puesto que un pariente de Acosta, que lo ha­ bía reconciliado con los judíos, se creyó forzado por su honor a perseguirlo despiadadamente D. Revistiéronse los Rabinos, y D Un pariente... creyóse obligado... a perseguirlo des­ piadadamente.] He aquí los males que le causó. Acosta es­ taba a punto de contraer se­ gundas nupcias, tenía muchas de sus posesiones en manos de uno de sus hermanos y una gran necesidad de continuar el comercio que entre ellos exis­ tía. Ese pariente le fue contra­ rio en todos estos campos; im­ pidió la boda, obligó al herma­ no a retener todas aquellas po­ sesiones y a no volver a nego­ ciar con su hermano. Tales procedimientos deben ser con­ siderados como una de las ra­ zones que confirm aban a

Acosta en su impiedad, ya que se persuadió, sin duda, de que esas pasiones e injusticias po­ dían verse autorizadas por al­ gunos pasajes del Antiguo Tes­ tamento, en los que la Ley or­ dena a los hermanos, a los pa­ dres, a los maridos, no perdo­ nar la vida de sus hermanos, hijos o mujeres en caso de re­ belión contra la religión 14. Y se debe saber que de esta prue­ ba se servía Contra la Ley de Moisés, ya que pretendía que una Ley que subvertía la Reli­ gión natural, no podía proce­ der de Dios, que es el Autor de tal Religión I5. Ahora bien, di­ ce, la religión natural estable-

14 Véase el libro del Deuterono­ mio, cap.

XIII.

15 Acosta Exemplar Humanae Vitae,

pág. 352 .

105

con ellos todo su pueblo, de similar espíritu, y más aún cuando se enteraron de que nuestro Acosta había aconsejado a dos cris­ tianos, recién llegados a Amsterdam desde Londres, que no se hicieran judíos. Fue citado ante el gran Consejo de la Sinagoga y se le anunció que sería nuevamente excomulgado si no cum­ plía las satisfacciones que le fueren prescritas. Consideró él que eran tan duras que no podía aceptarlas. Por consiguiente, deci­ dieron separarlo de su comunidad, y procedieron a imponerle, a partir de ese momento, tales afrentas y hubo de sufrir tales persecuciones por parte de sus parientes, que no podría yo des­ cribirlas. Tras haber permanecido siete años en tan triste esta­ do, tomó la decisión de declarar que estaba dispuesto a some­ terse a la sentencia de la Sinagoga, ya que le habían dado a en­ tender que mediante esta declaración saldría cómodamente de apuros, pues los jueces, satisfechos con su sumisión suavizarían la severidad de la disciplina. Mas vióse atrapado: recayó sobre él todo el rigor de la penitencia que le fuera primeramente pro­ puesta E. Tal es lo que he tomado, sin alteración ni disfraz, y

16 Philipus á Limborch in Refutat. Urieíis A costae, pág.

361 y ss.

106

ce un lazo de amistad entre los parientes. Véase lo que el Sr. Limborch ha respondido a ese sofisma 16. E Con todo rigor la peni­ tencia que le había sido prime­ ramente propuesta.] He aquí la descripción que da de ella: Una vez congregada en la Sinago­ ga una gran muchedumbre de hombres y mujeres para ver el espectáculo, entró él y, en el momento indicado, subió al púlpito y leyó en alta voz un escrito en el que confesaba ha­ ber merecido mil veces la muerte, por no haber guarda­ do el Sabat, ni la fe que había recibido, y por haber desacon­ sejado la profesión del Judais­ mo a personas que querían convertirse; que, como expia­

ción de esos crímenes, estaba dispuesto a soportar lo que se le ordenara, y que prometía no recaer jamás en tales faltas. Una vez descendido del púlpi­ to, recibió la orden de retirar­ se a un rincón de la sinagoga, donde se desvistió hasta la cin­ tura y se descalzó, y el portero le ató las manos a una colum­ na: a continuación, el Maitre Chantre le dió treinta y nueve latigazos, ni uno más, ni uno menos, pues en ese tipo de ce­ remonias se toma el cuidado de no exceder el número prescri­ to por la Ley. Vino, a conti­ nuación, el Predicador e hízole sentarse en el suelo y lo de­ claró absuelto de la excomu­ nión, de modo que la puerta del paraíso dejaba ya de estar para él, como antaño, cerrada.

sin pretender garantizar los hechos, de un pequeño escrito com­ puesto por Acostae y publicado, junto con su refutación, por e Titulado el señor Limborchf. Parece ser que lo redactó pocos días an­ Exemplar Humanae Vitae. tes de su muerte, tras de haber decidido quitarse la vida. Ejecu­ f Véase más tó tan extraña resolución poco después de haberle resultado fa­ arriba la Cita llido un atentado contra su enemigo principal8, ya que la pis­ 8Se trataba(a). su tola que cogió para matarlo cuando pasaba ante su casa, se en­ de hermano o de casquilló. Cerró entonces su puerta y, con una segunda pistola, su primo. Lim borch, en se matóh. Sucedió en Amsterdam, mas no sabemos exacta­ el Prefacio del Exemplar mente en qué añoF. He ahí un ejemplo que favorece a quienes Humanae condenan la libertad de filosofar en materia de religión, apo­ Vitae h Lim borch, ibid. yándose en que tal método lleva progresivamente al ateísmo o al deísmo0. Haré referencia a la reflexión de Acosta acerca de Et ita, jam porta caeii mihi erat aperta, quae antea fortissimis seris clausa me á limine & in­ 17 A costa gressu excludebat17. Acosta Exemplar recogió sus ropas y fue a tum­ Hum. Vitae, pág. 350. barse en el suelo ante Ia puer­ ta de la Sinagoga, y todos cuantos salieron pasaron sobre él. He creído adecuado traer aquí a colación este pequeño pedazo de las ceremonias 18 Lo he judáicas 18. tomado del Exemplar Humanae Vitae de

A costa, págs. 347 - 350 .

F No sabemos exactamente en qué año.] Es muy probable que se diera muerte poco des­ pués de la ceremonia de su ab­ solución, desquiciado por el tratamiento que había sufrido frente a la esperanza que con­ cibiera de una pena mitigada. Mas ello no basta para fijar el tiempo con precisión, puesto que se ignora el año en que hi­ zo tal penitencia. Si se supiera cuánto tiempo había pasado desde que fue excomulgado hasta la fecha en que el libro del médico se publicó, 1623, no sería difícil calcular con exactitud, ya que hace notar

que su primera excomumon duró 15 años y la segunda sie­ te, siguiendo ésta de cerca a aquélla. Se supone en la Bi­ blioteca Universal que debió matarse hacia el año 1647 19; pero otros dicen que fue en 164020. G Que tal m étodo lleva progresivamente al ateísmo o al deísmo.] Acosta les sirve de ejemplo. No quiso dar su aquiescencia a las decisones de la Iglesia Católica, porque no las encontró acordes con la ra­ zón, y abrazó el judaismo por­ que lo halló más conforme a sus luces. Luego, rechazó una infinidad de tradiciones judái­ cas, porque juzgó que no se hallaban contenidas en la Es­ critura y llegó, incluso, a re­ chazar la inmortalidad del al­ ma, so pretexto de que la Ley de Dios no habla de ella, y, fi­ nalmente, negó la Divinidad de los Libros de Moisés, por con­ siderar que la religión natural no estaba conforme con los mandatos de este Legislador. Si hubiera vivido seis o siete

19Bibl. Univers.

Tom . VII, pág. 327. 20 Joh. Hervicus Willemerus in Dissertat. Philologica de Sadducaeis.

cita a Mullerus Judaism.

Proleg. pág.

71 .

107

cómo, para hacerlo más odioso, los judíos solían decir que no era ni judío ni cristiano ni mahometano”. años más, tal vez hubiere ne­ gado la religión natural, por­ que su miserable razón le hu­ biera hecho encontrar dificul­ tades en la hipótesis de la pro­ videncia y del libre arbitrio del Ser eterno y necesario. Sea co­ mo fuere, nadie hay que, sir­ viéndose de la razón, no pre­ cise de la asistencia de Dios; pues, sin ello, es una guía que se extravía. Y podría compa­ rarse a la filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, roe­ rían la carne viva y corroerían los huesos, horadándolos has­ ta los tuétanos. La filosofía re­ futa, de entrada, los errores, mas, si no se la detiene en ese punto, ataca a las verdades, y, cuando se la deja campar a sus aires, llega tan lejos que uno no sabe ya hasta dónde ha lle­ gado, ni sabe ya cómo detener­ se. Hay que imputar esto a la debilidad del espíritu del hom­ bre o al mal uso que hace de sus pretendidas fuerzas. Por fortuna, o más bien por un sa­ bio designio de la Providencia, existen pocos hombres que es­ tén en condiciones de caer en tal abuso. H Solían decir que no era ni judío ni cristiano ni mahome­ tano.] Había en ello, respon­ de, tanta malicia cuanta igno­ rancia. Ya que, si hubiera si­ do cristiano, lo hubieran con­ siderado como un idólatra abominable, que, con el fun­ dador del cristianismo, hubie­ ra sido castigado por el verda­ dero Dios como un revoltoso.

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Si hubiera seguido la religión mahometana, no hubieran ha­ blado de él menos odiosamen­ te. No podía, pues, en modo alguno ponerse al abrigo de sus maledicencias más que adhi­ riéndose devotamente a las tra­ diciones fariseas. Considere­ mos sus propias palabras: Scio adversarios istosy dice21, ut 21 A costa nomen meum coram indocta Exemplar plebe dilanient, solitos esse di- y,“™ e™p¿g cere, ‘ ‘Iste nullam habet religionem, Judaeus non est>non Christianus, non Mahometanus. Vide prius, Phariseae, quid dicas; caecus enim es, & licet malitia abundes, tamen si­ cut caecus impingis, Quaeso, dic mihi, si ego Christianus es­ sem, quid fuisses dicturus? Planum est, dicturum te, fo e­ dissimum me esse idolatram, & cum Jesu Nazareno Christia­ norum Doctore paenas vero Deo soluturum, a quo defece­ ram. Si Mahometanus essem, norunt etiam omnes quibus me honoribus fuisses cumulatu­ rus: & ita nunquam linguam, tuam possem evadere; unicum hoc effugium habens, nempe ad genua tua procumbere, & faedissimos pedes tuos, tuas inquam nefarias d pudendas institutiones osculari*'». Se sir­ ve de una segunda respuesta, ya que pregunta a sus adversa­ rios si, además de las tres reli­ giones de que hablan y las dos últimas de las cuales les pare­ cen menos una religión que una rebelión contra Dios, no reconocen alguna otra. Supo­ ne que reconocen una religión natural como verdadera y co­ mo un medio de agradar a

’351.

Dios y suficiente para salvar a todas las naciones salvo los ju ­ díos. La que se halla conteni­ da en los siete preceptos que Noé y sus descendientes, has­ ta Abraham, observaron. Hay, pues, según vosotros, dice, una religión sobre la que puedo apoyarme, aun cuando des­ cienda de los judíos; pues, si mis ruegos no pueden moveros a permitir que me mezcle con la muchedumbre de los demás pueblos, no dejaré de tomar­ me esa licencia. Y, a propósi­ to de esto, hace el elogio de la religión natural. Por su primera respuesta, fácil es comprender que los ju­ díos le hacían una objeción más especiosa que fuerte, con menos solidez que brillantez. El espíritu del hombre está de tal modo hecho que, por las primeras impresiones, la neu­ tralidad en lo referente al cul­ to de Dios le choca más que el falso culto. Y, así, a partir del momento en que oye decir que determinadas personas han abandonado la religión de sus padres sin tom ar otra, se sien­ te sacudido por mayor horror que si supiera que había pasa­ do de la mejor a la peor. Esta primera impresión lo deslum­ bra y lo sacude de tal modo que se ajusta a ello para juz­ gar a tales gentes, y de ahí de­ rivan las pasiones que concibe contra ellos. No se toma la pa­ ciencia de examinar en profun­ didad si es, en realidad, mejor alinearse bajo los estandartes del Diablo, en alguna de las falsas religiones que este ene­ migo de Dios y de los hombres ha establecido, que guardar la neutralidad. Es posible, pues, creer que los Fariseos que per­

seguían a Acosta no hacían va­ ler su objeción sino por hallar­ la de la mayor adecuación pa­ ra espantar al pueblo e intere­ sar a los cristianos en este pro­ ceso. Confieso que hubieran organizado menos estruendo si hubiera abrazado el cristianis­ mo en Amsterdam, o el maho­ metismo en Constantinopla. Mas no por ello hubiéranlo considerado menos perdido, menos condenado, menos apóstata: su comedimiento no hubiera sido sino una conten­ ción política y efecto de un jus­ to temor del resentimiento de la religión dominante. A juz­ gar las cosas de acuerdo con las primeras impresiones, ape­ nas habría protestante alguno que, al saber que Titius había abandonado la Iglesia Refor­ mada sin entrar en ninguna otra comunión, no pretendie­ ra que era más criminal que si se hubiera hecho papista. Mas yo preguntaría, de buena gana, a estos protestantes: ¿Tenéis un fundam ento sólido? ¿Ha­ béis examinado lo que diríais en el caso de que se hubiera he­ cho un gran devoto del papis­ mo, lo viérais cargado de reli­ quias y corriendo detrás de to­ das las procesiones y practican­ do, en una palabra, todo cuan­ to de más grotesco hay en la idolatría y en la superstición de los monjes? ¿Podríais res­ ponder que no cambiaríais de lenguaje si supiérais que se ha­ bía hecho judío o mahometa­ no o adorador de las pagodas de China? Así es como el espí­ ritu del hombre se engaña: la primera cosa que le afecta es la regla de sus pasiones; apro­ vecha de su estado presente y no busca lo que diría bajo otra

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coyuntura... Tal individuo nos ha abandonado y no ha toma­ do partido distinto; hay que atacarlo por ello; su indiferen­ cia debe ser su mayor crimen. Si se hubiera hecho pagano, lo atacaríamos por ello y diría­ mos, o al menos pensaríamos, si por lo menos se hubiera mantenido neutral y ligado al conjunto de la religión natural pase, pero, etc. En cuanto a la segunda res­

110

puesta, Acosta privaba a sus adversarios de una gran venta­ ja: se ponía a cubierto de esa potente batería de que más va­ le tener una religión falsa que no tener ninguna. No obstan­ te ello, concluiremos que se trataba de un personaje digno de horror y de un espíritu que acabó tan mal que se perdió miserablemente a causa de su falsa Filosofía.

INDICE

Pág. Nota sobre la presente e d ic ió n ...............

7

Presentación ................................................

11

E XEM PLAR H UM ANAE VITAE . . . .

24

ESPEJO DE UN A VID A H U M AN A

..

25

Notas ............................................................

65

Apéndice I. Un inédito de Gabriel da Costa ........................................................

87

Apéndice II. Artículo «ACO STA (Uriel)» del Dictionnaire historique et critique de Pierre B a y le ........................................

99

Más que de vida, espejo de una muerte humana, este relato, a lo largo del cual un hijo de los judíos aquéllos arrojados de la católica España en 1492 y aherrojados en el no menos católico Portugal duran­ te un siglo de duplicidad desgarrada, ha tratado de reconstruir, en el Amsterdam tolerante de 1640, la tragedia de un marranismo que fuera para él antesala del suicidio. La redacción del Exemplar Humanae Vi­ tae ha sido el último acto. El telón va a caer sobre Uriel da Costa. Ha­ bía nacido cristiano nuevo en Oporto. La tortura perenne de esa reli­ gión del resignado sufrimiento que es la del crucificado le era insoste­ nible. Huyó. «Retornó» a la Ley de sus padres y fue, en ella, dos veces anatematizado. Dos veces se reconcilió. Fue perseguido implacablemen­ te por los suyos y, por ellos, públicamente humillado y castigado. El resto de sus obras, quemadas, se ha perdido en su casi totalidad para nosotros. Al final, no creía ya en nada. Su vida se había vuelto inso­ portable. Él, que había rechazado radicalmente toda creencia en la in­ mortalidad de las almas, quiso, al menos, dejar recuerdo en la memo­ ria de los hombres. Escribió la historia tremenda de una vida sin hori­ zontes. Luego, se pegó un tiro.

Ediciones Hipefión

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