Luis Barragán-matiana González Silva

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LUIS

BARRAGÁN

Una pasión hecha arquitectura

Matiana González Silva .

ÍNDICE

Primera edición en Cfrculo de Anc: 1998 Producción: CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Dirección General de Publicaciones D.R. © 1997, Dirección General de Publicaciones Calz. México Coyoacán 371 Xoco, CP 03330 México, D.F. ISB

, INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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VIAJES E INFLUENCIAS ......... . . ... ......

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EL COMIENZO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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LA MADUREZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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EL URBANISTA. .......... .. ..............

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TRES OBRAS LA CUADRA SAN CRISTÓBAL (I967)..... ...

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CONVE TO DE LAS CAPUCIIINAS SACRAME TARIAS (1952).................... . .

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CASA LUIS BARRAGÁN (1947)..............

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970-18-0741-3

Impreso y hecho en México

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INTRODUCCIÓN Quienquiera que haya es tad o en un espacio creado por el arquitecto Luis Barragán Morfin, pued e perfectamente dar fe de esto: pocos sen timientos existen tan intensos como estar en un sitio que él haya p royectado, y la inmensa pasió n de que supo imbuir a sus espacios d esencadena al recorrer sus ob ras verd ad eras cascadas d e emoción. Estar entre sus muros es gozar la infinita sensibilidad de un hombre que supo manejar la sutil diferencia que genera en la atmósfera un cen tímetro más o un ce ntímetro menos d e ventana. Nacido en Guadalajara en 1902, en el seno d e una familia acaudalada, culta y relig iosa, Luis Barragán se convirtió con el tiempo en un arquitecto apabullante y enigmático que compuso espacios, privilegió jardines

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, entend1ó la impo1 tanria del sol: en un u1 bamsta que chsei1ó fraccionamientos, que imaginó fuclllt·s y construyo monumentos. Un hombre intenso que ncó para sí una nueva manera de percibil la' ida y, en síntesis pe1·fena, fmmó de sus vivencias y de su alma esos mundos distintos que son sus obras. A Luis Barragán lo distingue su concepción de la arqmtectura. En sus obras de madm ez se halla la convicción de que vale la pena construir elementos cuya única func1ón es lograr que surja la poesía, y se encuentra además esa determinación de los futuros habitantes de sus proyectos que lo impulsa a inventar para ellos una nueva fm m a de vivir. Con una aguda percepción de los estados de ánimo, este arquitecto construyó complejos universos en que cada elemento está pensado en función de cómo lo percibe una persona viva y siempre en movimiento. En su búsqueda de unidades completas, Ban-agán diseñaba también los muebles y los más pequct1os detalles de sus obras; y al encontrar el punto exacto de confluencia entre lo previamente calculado y lo que surge espontáneamente con la vida, creó atmósferas envolventes y utopías que se concretan en los muros, los vacíos y la luz.

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El uso del color, los espacios abiertos que conservan siempre un espíritu privado, la luz filtrada y la geometría que a fin de cuentas resulta sutilmente alterada, fueron elementos que Barragán introdtúo en sus obras. Cuando las modas indicaban que había que construir enormes ventanales, él reinventó la importancia del muro, y mientras el "internacionalismo" dominaba en todos los continentes, el arquitecto mantuvo su raigambre. A lo largo de su carrera, Barragán plasmó en arquitectura todo su complejo mundo interior y, también, su propia historia.

VIAJES E INFLUENCIAS Cuando en 1980 Luis Barragán recibió el premio Pritzker, considerado la máxima presea en el mundo de la arquitectura, señaló en su discurso el carácter autobiográfico de sus obras. Y si esta arquitectura no es más que un fragmento vital de este tapatío que pasó sus años más fructfferos en la ciudad de México, quizá pueda hallarse el origen de sus creaciones en el itinerario personal de Luis Barragán. Hay que asomarse a la hacienda enclava-

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da en la sierra donde Luis pasaba prácticamente todas las vacaciones, y a esa Guadalajara que vivió Barragán, con sus afanes de ciudad cosmopolita y que al mismo tiempo defendía su aire de provincia. También debe pensarse en los amigos, y recordar algunos viajes en los que el arquitecto recogió muchas de sus influencias. En 1925, cuando Barragán tenía veinti trés años y justo al terminar sus estudios de ingeniero en la universidad, partió rumbo a Europa en un viaje crucial. Se acercó a la cultura francesa, tan importante entonces para Guadalajara, y conoció en París a Ferdinand Bac, un arquitecto, jardinero y poeta que le mostró sus libros y sus obras. Barragán recordó siempre su profunda impresión al conocer los jardines de Bac y escuchar las ideas de un hombre convencido de la necesidad de rescatar el "espíritu mediterráneo". Durante ese primer viaje a Europa, nació también la admiración de Barragán hacia aquellos moros españoles que, con un chorrito de agua y una banca, crearon el paraíso en los maravillosos jardines de la Alhambra. La obra d e Bac, sumada al recorrido que hizo Barragán por el sur de España, le descubrieron lo que tenían en común los ranchos de la familia Barragán y las

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casas y patios andaluces: un clima parecido y un sol que brillaba con semejante intensidad. Al entablar las analogías, advirtió también que eran absurdos los esfuerzos por construir espacios admirables, si la arquitectura no permanecía arraigada en la propia cultura y en un clima específico. Más tarde, Luis Barragán emprendió o tros viajes: visitó Nueva York, fue otras veces a Europa, recorrió México y viajó a California ... Pero fueron sin duda dos los recorridos que más le impresionaro.1. El primero, del que ya hemos hablado, y el que realizó por el norte de África, en donde descubrió que era posible prolongar el suelo en las paredes. Admirador de la relación que se da entre un pueblo y su arquitectura, observó en Marruecos cómo los habitantes eran parte integral de las ciudades, y le maravilló ese escenario en que la gente se confundía con los camellos y los gruesos muros fabricados de tierra. A pesar de haber sido siempre sensible a los nuevos esúmulos, en la obra de Barragán es dificil encontrar referencias formales a las construcciones que admiró. Sus influencias se hallan más bien veladas y aluden sobre todo a las sensaciones que d espertamn en el autor.

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Tanto en los espacios abiertos rodeados de muros y con una apertura siempre confinada que parecen evocar los atrios y conventos mexicanos del siglo XVI, como en la sutile7.a de los estímulos y la sensualidad árabe en España que Barragán aprovechó en el seno mismo de sus casas, el arquitecto retomó sus vivencias con espíritu propio y con sus filtros y gustos personales. Sin temor al contraste, Barragán sumó al arte vernáculo su refinamiento aristocrático, y adere?.ó los sitios religiosos y "puros" con una sensualidad atrevida, que no se muestra abiertamente pero que sí permea cada rincón. En todas sus obras está presente su obsesión por la belleza, y su espíritu que parece no haber tenido trabas para dar cabida a las más extremas fantasías.

Antes de partir a Europa, Luis Barragán no había construido nada. A su regreso, comenzó su trabajo de arquitecto y creó junto con algunos amigos un estilo común. Además de compartir con Ignacio Díaz Morales, Pedro Castellanos y Rafael Urzúa la mayoría de los elementos

formales de sus primeras obras, Barragán encontró en ellos eco a su admiración por Ferdinand Bac y el gusto por los materiales de las construcciones vemáculas que había conocido en la sierra de Mazamit.la. En las casas que Barragán proyectó en Guadalajara entre 1927 y 1935, se encuentran elementos que más tarde abandonó del todo. Las referencias claramente moriscas en la casa de Gustavo R. Cristo, la madera torneada de los barandales de muchas escaleras y en especial los arcos, son característicos de esta primera etapa que en general es mucho menos depurada y se encuentra más sujeta a influencias concretas. En los muros, Barragán introdujo azulejos y formó singulares huecos triangulares, mientras que en la casa de don Efraín González Luna jugó con los distintos pbnos de la fachada para hacer el marco de una ventana. Las líneas se quebraron, y aunque el color comenzó a aparecer, todavía su función no era eminentemente arquitectónica sino más bien un añadido sobre la construcción. A pesar de estas diferencias, desde sus primeros trabajos Barragán mostró enorme maestría para medir las emociones que generan sus obras. Dio cuenta de su ca-

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EL COMIENZO

pacidad para imbuir al ambiente de un toque ensoñado y un tanto irreal, que puede encontrarse a todo lo largo de su carrera, y aderezó sus obras con un particular manejo de la luz, la que habitualmente ilumina de manera indirecta o se filu-a por vidrios amarillos que dan al espacio mayor profundidad. Con los muros chaparros que se prolongan desde una alta pared para conformar una división íntima, con la importancia de las escaleras, los espacios amplios destinados a libros, las aristas muy claras en los muros y la sensación de confinar el alma para luego soltarla y dejarla volar, Luis Barragán empezó a diseñar. Además de lograr que los espacios cerrados de las casas se abstrajeran del mundo y formaran una atmósfera propia, Barragán puso especial cuidado en el diseño de los jardines y los sitios abiertos que por lo general roC"an sus construcciones. En los patios de la casa Cristo, el arquitecto f01jó un interesantísimo juego de concatenaciones, mientras que en la casa González Luna experimentó con jardines selváticos. Y si bien las referencias a Bac son aquí quizá demasiado obvias, el kiosko perdido entre las plantas revela el interés por introducir en la naturaleza una intención humana, al tiempo que aparece

un delicado juego con la fuente que surge de este kiosko y conduce por tejas invertidas, chorritos de agua. Por otro lado, la utilización de tejas en los techos de las primeras casas de Guadalajara hace pensar que Barragán se acercó desde entonces a una nueva arquitectura mexicana, nacida en los pueblos pero pensada para la ciudad. Y aunque en ese sentido en los primeros años Barragán no encontraba todavía su propuesta, en ninguna casa de Guadalajara cayó en el folklorismo o la burda receta nacionalista. Fue también en esta época cuando Luis Barragán dio sus primeros pasos en el diseño urbano. Asociado con su hennano Juan José, hizo del parque de la Revolución un sitio alegre y aireado, que al mismo tiempo parece resguardado. Con el empleo de concreto aparente teñido de rojo y amarillo, el arquitecto dejó ahí la huella de una sensibilidad que conoció en Parfs, cuando en 1925 visitó la famosa exposición de las Artes Decorativas. Y si bien esa platafom1a circular con ligeros barandaJes de tubo metálico y aquel techo redondo que surge de una columna al centro son signos de que en ese momento Barragán no tenía muy claro su camino, a pesar de las variaciones estilísticas y de haberse acercado al

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peligroso inicio del manierismo, en este parque fue capaz el autor de obtener buenos resultados y conset>Tar la solidez. En 1935 Barragán se mudó a la ciudad de México, y en su producción arquitectónica se produjo también un cambio drástico. Impresionado por la inmensa ciudad y guiado por el descubrimiento de elementos "modernos", por unos pocos años se acercó a una de las grandes corrientes de la arquitectura mundial y proyectó, con sumo cuidado, casas y edificios de grandes ventanales, amplios espacios y un acomodo que seguía los preceptos de la llamada arquitectura racional. Fue ésta la etapa más prolífica de Barragán. I lizo edificios, casas para renta, estudios de pintores ... Con ventanas recortadas por la hen·ería y construcciones más bien ligeras, el arquitecto llegó entonces a una etapa de enorme éxito y marcada dirección comercial.

Pero ninguna moda ni la rápida producción se acercaban al espíritu de Barragán quien, harto de sus clientes,

un buen día decidió abandonar los proyectos arquitectónicos para aventurarse en los de bienes raíces. Y fue precisamente al deshacerse de la necesidad de cumplir encomiendas, cuando empezó la etapa en que creó sus obras de madurez inusitada. Barragán tenía cuarenta y tres años y poseía ya un enorme ace~>To cultur-al. Había proyectado en Guadalajara obras que recordaban las construcciones tradicionales de México y del Mediterráneo, y también había probado el sabor de la modemidad. Delineó entonces su propuesta más íntima: una arquitectura que está en el punto exacto de confluencia entre la más completa innovación y una larga tradición mexicana que halló en Luis Barragán la manera de seguir renovándose. Dos grandes amistades se volvieron importantes influencias en aquel momento: Jesús Reyes Ferreira, "Chucho Reyes", un pintor que desbordaba vida en sus gouaches sobre papel de china y que compartió con el arquitecto su sensibilidad por los colores y sus agudas antenas para descubrir, en lo popular, un arte universal; y Mathias Goeritz, otro hombre intensísimo que incursionó en prácticamente todas las artes plásticas, y quien más tarde realizada junto con Barragán las TmTes de Satélite.

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LA MADUREZ

Con ánimo tan seguro que no le importaba aventurarse en empresas que parecían suicidas, tras abando nar el "internacionalismo", lo primero que hizo Barragán fue el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel. Asociado con José Bustamante, el arquitecto compró un terreno cubierto de lava, enigmático y cautivador, pero también completamente inhóspito. El fraccionamiento resultó una verdadera innovación como arquitectura de paisaje. Barragán diseñó sus calles y, con la admiración que le producían esas rocas negras e imponentes, proyectó la plaza del acceso para que se escurriera entre las pied ras. En los 'jardines tipo" mantuvo la fuerza de la lava al colocar sólo lo indispensable para dar al sitio un aire habitable y enunció reglas -no siempre respetadas- , que indicaban el porcentaj e de espacios abiertos que se d ebían d ejar en tod as las casas. Pero fue sin duda su propia casa la que significó en la obra de Luis Barragán el descubrimiento de un lenguaje completamente perso nal. Construida en 194 7 en la calle Francisco Ramírez de Tacubaya, en la ciudad de México, la casa muestra la concreció n, por fin, d e toda una vida en tensión interior. Ahí, catalizó por medio de

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los muros la ebullición de un alma en la que convivían las pasiones más encontradas y transmitió al espacio la tensa relació n de una honda religiosidad y el hedonismo. La aparente serenidad de esta casa encierra a un ho mbre sometido a los más opuestos y drásticos conflictos y, también, a un verdadero creador capaz de construir un universo nuevo. Tras la geometría en apariencia perfecta hay siempre un toque que quiebra la burbuja de la simplicidad y en el Ou ir del aire una energía que encuentra su lugar en Jos amplios espacios cargados de misterio. Los gruesos muros, muy bien amarrados, contienen la emoción que quiere desbordarse, al tiempo que el espacio va marcando una pauta que ofrece momentos de delirio seguidos de otros de gran paz. Con ese aspecto oculto y atrayente que se desenvuelve confo rme se recorren los espacios, Y con la concepción, radicalmente nueva, de llevar la monumentalidad a una escala hogareña, la casa de Francisco Ramírez es un sitio que desprende pasión, en el más enigmático sentido de la palabra. En su casa, Barragán descubrió además el placer d e vivir fundido con sus obras. La transformaba siempre, movía Jos muebles -que había diseñado él mismo-, y

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en la azotea experimentó con las paredes hasta lograr el anhelado punto de apertura todavía confinada. También ahf, Barragán ulilizó por primera vez colores brillantes en los muros, logrando que el color se convirtiera no en un añadido, sino en factor clave de la composición. Gracias a la variación de un rosa la pared abandonaba todo aspecto masivo, y por los colores el espacio lograba desdoblarse. Muchas de las sensaciones de la casa, su movimiento y su profundidad, se alcanzaron también utilizando elementos cromáticos, en cuyo manejo Barragán se volvió un maestro. Las casas que siguiero n a la propia parecen presentar una faceta más de esa inmensa riqueza que Barragán comenzó en Tacubaya. En las escaleras de la casa Prieto se encuentra la sensualidad de una caricia, mientras en la casa Gálvez los enormes espacios se ven acentuados por muebles chaparritos y simples. En la casa Gilardi el Lintineo de la emoció n es desencadenado por un rayo de luz que al chocar con el roj o pinta el ambiente, mientras el agua también se hace presente con sus reflejos y su funció n extraña, en un estanque, de sutil variación en el suelo. En 1952 Barragán proyectó otra de sus obras maes-

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tras, el convento de las madres Capuchinas San amentarias. Como hombre profundamente religioso y en constante búsqueda de las facetas espirituales de la existencia, en el convento de las Capuchinas y muy especialmente en la capilla, Barragán compuso un espacio para alabar a Dios que es al mismo tiempo una melodía enraJ7.ada en la tierra. La capilla contiene esa búsqueda de lo perenne manifiesta en toda la obra del arqu itecto; tiene el mistel"io, la atmósfera que envuelve, los matices de luz y la inmensidad guardada por los mm os. Pc1o todo con tal intensidad, que hacen de la capilla un espacio completo al que el mundo exterior no le hace falta. Ba• ragán logró aquí una unidad sólida y compleja, que da al alma los más grandes deseos de acercarse a la divinidad y la eslimula para que, en ningún momento, se olvide de los sentidos ni de la sensibilidad.

EL URBANISTA El diseüo urbano y la arquitectura de paisaj e constituyeron otro aspecto fundamental en la etapa de madurez de Barragán. En primer lugar y sobre tod o, hay que m en-

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cionar las Torres de Ciudad Satélite, realizadas en 1957 en colaboración con Mathias Goeritz. No había, en ese momento, ninguna obra de esa naturaleza en México. Las esculturas que adornaban las calles de la capital no podían calificarse aún como obras específicamente urbanas, ni habían sido pensadas, como ésta, para mirarse d esde el automóvil. Luis Barragán y Mathias Goeritz crearon las Torres de Satélite como un hito que da la bienvenida a una nueva zona de la ciudad . Y d esúlaron todos los elementos hasta lograr esos enormes prismas de colores que aún hoy, rodeados por completo de anuncios espectaculares, mantienen su contundente presencia y su absoluta originalidad. Las Torres de Satélite tienen la escala justa para ser miradas desde perspectivas siempre en movimiento. Al avanzar hacia ellas parecen crecer, se intercalan, se cruzan, y en su simpleza esconden su fuerza apabullante. En las afueras de la ciudad de México Barragán proyectó también varios fraccionamientos . En Las Arboledas erigió la conmovedora fuente del Bebedero. En un terreno estrecho y largo poblado de eucaliptos g igantes, ideó su templo a la naturaleza: una simple pila, alargada

también, y el muro blanco colocado con maestría y se ncillez. El tamaño del muro es el preciso para alcanzar una presencia propia y a la vez acentuar la grandeza de los árboles, mientras se crea sobre su superficie un juego con las sombras cambiantes de las hojas. Cerca de ahí Barragán construyó otra fuente, pero esta vez de presencia sulil y delicada. Como si quisiera fundirse con el agua y los enormes árboles, en la fuente del Campanario el arquitecto colocó un muro ocre que parece embarrarse sobre el estanque, y envolvió el conj unto amorosamente con una palizada de troncos. El chorro que cae es caudaloso y salvaje, mientras el muro parece sereno y fantasmal. El entorno se confunde con la arquitectu ra y ambos elementos forman uh remanso de paz. Si los árboles generaban profunda adm iració n en Barragán -para ellos proyectó el Bebedero y la fuente del Campanario- , la equitación era otra de sus grandes pasiones, y a ésta dedicó el fraccionamiento Los Clubes, cuyos espacios se perciben mejor desde la cadencia de un albardón. A quienes creían que la arquitectura d e Luis Barragán era sobre tod o muros sólidos, este fraccionamiento

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les demostró que el arquitecto era capaz de estirar sus propuestas hasta el punto mismo del desgarre. En las distintas obras de Los Clubes Barragán recortó la pared para dejarla, a veces, en una simple u·abe. Así nació la fuente de Los Amantes, una de sus obras más atrevidas por su geometría y su color café, poro brillante. Desde un punto dado la fuente parece más bien una pistola, larga y potente, mientras que desde otro ángulo proyecta total tranquilidad, con el agua que se escurre a los lados y a donde pueden llegar a beber los caballos. El mismo recurso de abrir en01-rnes huecos lo aplicó Barragán en la Cuadra San Ctistóbal, que se e ncuentra también en Los Clubes. En ese magistral espacio abierto, con su estanque de piso inclinado, su chorro y la sutil variación de colores de las paredes que confinan el aire, el arquitecto recortó el muro rosa con el propósito de mostrar su aprecio por la espontaneidad y el de dejar escapar de sus ambientes para simplemente, ir a pascar al campo. A pesar de que tiempo después todavía se construyeron obras con las firmas de Luis Barragán y Raúl FeITera, muy probable me nte la última que en realidad proyectó este a rquitecto fue la casa Gilardi, en 1976.

Después e nfermó, y tras muchos a tios con el mal de Parkinson, Barragán murió en 1988. Desde en tonces, para muchos arquitectos mexicanos los aspectos formales de la obra de Bat-ragán se convirtieron en una receta que parece garantizar el éxito. Un muro sólido de textura rugosa y algún color brillante, con una p ila y quizás una fuente, son suficie ntes para calificar una obra de "estilo Barragán", aunque se trate sólo de fórmulas vacías sin ninguna emoción y sin propuesta. Ignacio Df~ Morales, otro gran arquitecto y cntratiable amigo de Luis Barragán, dijo alguna vez que el mejor homenaje a este arquitecto era, precisamente, no copiarlo. Y también es un homenaje explorar en sus obras aquello que las hace tan fuertes y vibrantes. La arquitectura de Luis Barragán es la de un hombre enorme, que manteniéndose arraigado en la tierra contempló el cielo; y al mirar la distancia que lo separaba, erigió los muros, las rejas y estanques, para abrazar el aire y crear su guaridas sin perder por ello inmensidad. Luis Barragán realizó construccion es que todavía palpitan. Arquitectura que seduce e invita y que, como todos los mundos interiores, siempre sorprende y nunca se deja conocer del todo. Obras cuya genialidad vie·

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ne precisamente de la forma en que Luis Barragán imprimió en ellas su alma apasionada y su deliciosa capacidad para crear belleza, laberintos cargados de intenciones, monumentos en donde vivir.

En 1967, con la colaboración d e Andrés Casillas, Luis Barragán proyectó la casa de la familia Egerstrom y,junto a ella, la famosa cuadra San Cristóbal, un magnffico sitio destinado a albergar caballos, con su estanque, su fuente y esos muros que encierran el aire y crean hacia dentro un espacio cuyo techo perfecto es el mismo cielo. Ubicada en el fraccionamiento Los Clubes, la cuadra se ha convertido en el paradigma de los sitios abiertos que construyó Barragán. En ella, el arquitecto resumió su visión del espacio, y formó un lugar en que el alma encuentra el punto exacto de libertad resguardada. En la cuadra Barragán tomó la atidez como materia prima y, recordando los desiertos de México, supo sacar de la tierra bruñida la poderosa fuerza de este espacio.

En una transformación inusitada, el arquitecto convirtió el suelo en grandes muros que poco a poco se cerraban sobre sf, amarrando hacia el interio r la tensión generada y tomando del suelo rosado sus colores. A diferencia de las casas de Barragán, donde a cada paso se descubre un lugar nuevo y diferente, en la cuadra la grandeza proviene de la unidad, aunque no por ello tiene menos riqueza. La abertura precisa, el lugar del estanque, y la manera en que los muros retroceden o evitan tocarse dejando caer entre ellos un sutilísimo hililO de luz, llenan el sitio de una locuacidad plena de variaciones, y comprimen ahí la complejidad de la vida. La cuadra parece siempre nueva según el lugar donde uno esté, a pesar de que desde cualquier punto se percibe completa. Mientras no caiga el chorro, el estanque parece agua dormida, destacando las dos aberturas verticales en el muro del fondo que, al tiempo que ponen el acento en la contundencia del enorme volumen, dejan salir por ahf las pacas de pastura. Pero en el momento que se enciende la fuente, la superficie empieza a tintinear, y el chorro se vuelve punto fundamental de referencia. Los dos enormes huecos en el muro rosado, suficientemente altos para que por abajo pasen los jine-

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TRES OBRAS LA CUADRA SAN CRISTÓBAL (1967)

tes, recuerdan sie mpre el mundo exterior, mientras que enfrente, bajo un cutioso techo indinado que remite sin más a los tejados propios de las haciendas, se encierran los bien cuidados caballos. La cuadra San Cristóbal es, además, tan elegante y reple ta de lujos como un palacio europeo, aunque le falte adorno y mues tre total austeridad. Pero justamente al dar cabida con tanta propiedad a sus queridos huéspedes, caballos y jinetes, puede decirse que aquf el piso de tierra es más elegante que cualquier mármol, y que a las paredes no les falta ningún recubrimiento que no sea el puro enjarre con color. Por lo demás, la cu adra no se encuentra sola, sino que se h alla fnlimamente relacionada con la casa que alberga a la familia Egerstrom. La casa misma es la bisagra que comunica la cuadra con la calle, y a la vez que muestra su salida hacia el patio frontal, se asoma por la sala hacia el sitio donde están los caballos. Desde fuera, luego de traspasar la puerta que mira h acia la calle, se llega a un enorm e patio que runge como vestfbulo y donde el arquitecto comenzó a experimentar con lo árido, lo a ustero y lo elegante. Rodeado del verde exuberante de los campos, el patio de piso de pie-

dra volcánica presta serenidad al alma, la deja libre e invita a caminar al frente, intrigada por la visión recortada del chorro que cae sobre el estanque. Antes, se alza la casa, bla nca, simple y segura, colocada a un lado de la piedra del suelo y prolongando ahf la pureza de trneas. Y por la pequeña puerta de un extremo, como si quisiera guarda r bien el secreto, se llega al área de la alberca que es, como la cuadra, íntima y privada, genial, semitechada.

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CONVE TO DE LAS CAPUCHI AS SACRAMENTARIAS (1952) Un peregt;no que recorriera el mundo en busca del lugar ideal para rezar, seguramente se detendría en la capilla del convento de las madres Capuchinas Sacramentarias. Podría pasar ahf horas y horas, pero tendría problemas para saber si eso que hasta entonces ha llamado Dios no es, en la capilla, sino el espacio mismo, y no podría distinguir si todo lo complejo de una fe religiosa no es aquí equiparable al simple estar, dentro del aire. Aunqu e en efecto, Luis BatTagán proyectó la capilla para dar a las monjas el sitio perfecto donde alabar a

su Dios, este espacio cautiva también a quien no profesa fe católica. Y si puede decirse que cualquier religión atrae al hombre porque le hace pensar que con ella alcanza lo imposible, eso mismo es certero para describir esta capilla: un espacio que parece estar abstrafdo del tiempo y donde flotan juntos el misterio, la terrenalidad, la búsqueda de la grandeza y el anhelo de inmortalidad. Proyectada en 1952, la capilla es la expresió n perfecta de una honda religiosidad vuelta palpable. Los muros anaranjados dan calidez al aire y la cruz, también color naranja, apenas se distingue y parece flotar. Y mientras Barragán juega como un mago con la luz, la altura del techo y las proporciones revelan, por su parte, que la capilla es e l lugar más cercano de lo que uno imagina como divinidad. Entrar a la capilla es descubrir, al fondo, tres superficies lisas, doradas y brillantes, el retablo de Mathias Goeritz donde la luz rebota en puntos asimétricos. Son dos las fuentes que hacen llegar el sol h asta este altar, iluminando a su paso la capilla. Una es la gran ventana detrás del coro y en un segundo piso, frente a la cual una celosfa blanca recorta en cuadritos el impacto de lu z. La otra es el toque maestro del arquitecto, quien del am-

plio espacio de ángulos rectos extrajo un apéndice que rompe la ortogonalidad y encajona al fondo un vitral de vidrios amarillos. Desde ahf los rayos salen a la capilla sin más explicación, generando hacia e l interior vibraciones por demás inquietantes, mientras los muros forman una quilla de á ngulo pronunciado que muestra la manera en que este a rquitecto abandonaba esque mas para crear el mayor misterio. Fiel a su idea de concebir sus obras como la creación no sólo de un espacio sin o tambié n de un modo de vivir, en la capilla todos los objetos son obra de Barragán. Las bancas, el atril, los candelabros, y hasta los manteles del altar y las ropas que viste e l sacerdote al oficiar su misa, fueron diseñados por e l arquitecto. Además de ser una unidad, la capilla es parte del convento de monjas e nclaustradas que fue remodelado por Barragán y en el que éste proyectó también la entrada con su patio. Y para estas madres que jamás van a dar un paseo, en el patio central Barragán rescató un trocito de mundo. Con el cielo azul delimitado por los altos muros, con la bugambilia y la pila de piedra volcánica que con tranquilidad deja escurrir el agua, el arqu itecto consiguió que las capuchinas pudieran encontrar en su

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conve nto un rincón en do nde recibir los estímulos de la uaturaleza, al tiempo que pe rcibe n cie n a libenad que las impulsa a continuar sus rezos. El resto del proyecto mues tra cómo ente ndió Barragán la vida e n el claustro. Y sin me nospreciar los aspectos estéticos, vale la pena resaltar aquí el aspecto funcion al. Ma nteniendo siempre muy b ie n separada el área del e ncierro, Barragán p ensó e n la ma nera de integrar, y a la vez mosua rles su distancia, a los visitantes que eventualmente llegan al convento. Valié ndose de hermosas celosías, que también aprovecha pata seguir jugando con la luz, pa ra que los extraños lleguen a la capilla o a los locutorios do nde vis itan a las mo njas, el arquitecto formó una ruta alterna que sin e mbargo no parece tal. Barragán resguardó celosame nte la privacid ad del claustro e hizo sentir a los visitantes que hay cosas que no deben mirar. Y aunque los d e fuem pueden ocasionalmente asistir a las misas, lo hacen sie mpre sentad os en una capilla que se encuentra en un costad o y desde donde sólo pued en ver el altar. Sus miradas no alcan zan a las mo~j as que se encuentran e n la nave central y sólo de repente, con la irrealidad de un fantasma, se asoma a lo lejos el hábito largo d e alguna capuchina. Y si a la at-

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mósfera a te mporal de esta capilla añadimos los cantos de las monjas y la sensación de que hay algo reservado sólo a los iniciados, el rito religioso y la atmósfera tod a se hacen más impone ntes, más sugerentes, todavía más ricos.

CASA LUIS BARRAGÁN (1947)

Se ha dicho siempre que las casas que los arquitectos proyectan para sí, son una muestra de su creatividad sin ataduras, y también, muchas veces, sus obras maestras. Y si alguien requiriera d emostrar la premisa, bien haría e n remitirse a la casa d e Luis Barragán, que el arquitecto proyectó en 1947. En su casa, Barragán anduvo con cuidado y midió muy bie n cada centímetro de construcció n. Pero sobre todo, volvió palpable aquella idea d e que los muros existen para conslituir espacios, y alcanzó el perfecto equilibrio entre la composición visual d eterminada y el lugar como totalidad. Barragán contuvo con los muros el sutil equilibrio de pasiones contrarias que anidaban e n su alma, y e n

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una combinación de soltura e intimidad, construyó para él un conjunto elaborado que también dejó campo a la espontaneidad. Con su particular sensibilidad hacia las emociones, el arquitecto creó además un mundo completo, único y cautivante, en el que cada lugar halla en su espacio la correlación con el estado de ánimo que po r lo general le corresponde: tranquilidad en el cuarto para dormir, concentración en la biblioteca, recogimiento en el comedor, salvajismo en su jardín exuberante. La casa donde vivió hasta su muerte Luis Barragán se encuentra en una calle de casas bajas, alineadas e irrelevantes. De este entorno extrajo el arquitecto su primera lección: la casa no grita su genialidad sino que, sin claudicar de su propia propuesta, supo integrarse con maestría en el entorno y ser, siendo ella, un elemento más de la calle Francisco Ramírez. El nuevo mundo comienza en el interior, tras el zaguán que sirve de preámbulo y prepara el espídtu para la sorpresa que pronto encontrará: una casa que se envuelve a sí misma, un manejo envidiable de la luz, de lo cerrado y lo abierto, de la relación del jardín con la casa, de los altos espacios y las puertas chaparritas y anchas. Madera, colores brillantes y lfmpido blanco; luz matiza-

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da, adornos y muebles, en íntima unión para formar un universo cuyas partes disti ntas conforman una unidad sólida y congruente. En la casa de Barragán la sorpresa es, en efecto, el ingrediente que sabe quebrar la sededad y el sólido anclaje de la construcció n; al imaginar la vida siempre en movimiento, el arquitecto planeó los recorridos y fue presentando a cada paso una visión desconocida. Del zaguán largo y abstraído se llega a un vestíbulo dotado de alegria por un muro rosado, y de aire por el hueco que abre la escalera desde donde el blanco de los muros y la luz intensa hacen parecer que se asciende hacia el cielo, mientras q ue abajo podas puertas pequeñas agrupadas de dos en dos, puede llegarse al resto de la construcción. Barragán conduce por la casa, sabe que pronto aparecerá un espacio distinto, sugestivo y cada vez más original. La geometría es maravillosa, llena de enigmas, ligeramente transfigurada y sin develar el origen de su grandeza. En la estancia de altos techos, las largu ísimas vigas de madera parecen acomodarse con los muros de abajo, unos que llegan hasta arriba convirtiéndose en trabes, y otros más bajos que dividen simplemente el es-

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pacio y que, por cieno, Barragán concibió cuando la casa ya estaba construida. El ventanal que mira al jardín muestra sus cuatro vidrios suspendidos en el aire, mientras que a trás, en la biblioteca, aparece una pizpireta escalerita que parece volar. Cuartos doblados en escuadra, espacios en los que hay que dar vuelta hasta alcanzarlos, quebrar, quebr-ar el muro, combinarlo, esu·echar el espacio para luego volverlo mucho más a mplio. La casa de Barragán es de una riqueza inigualable: se vive, se siente, se mira y obsen•a; se disfruta sentado en uno de sus muebles, o caminando para descubrir nuevos puntos de vista. Un palio encerrado, un estanque, el estudio de Luis Barragán. La emoción lo recubre todo, el trasfondo de cada pared, de cada piso y cada ventana. Describir siempre será muy poco, sólo la vida vuelve e ntendible qué hace de esta casa un lugar pleno de sentimiento.

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Casa Gonzálcz Luna, Guadalajara, 1928.

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To11 es de Ciudad Satélite, ciudad d e México. 1957. Pt oyectadas e n colaboración con Mathias Coeti tz.

Fue nte d el Bebedero, ciudad d e México, 1959.

Fuente del Campanario, ciudad de 1\léxiro, 1959.

Fotogr:üia: l..ourdes Grobet

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Desde el palio que funge de vesúbulo y dejando a la izquierda la casa, la mirada se escapa hacia el muro rojo que da la bienvenida y se topa, al fmal, con una brillante pared rosada.

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Lm dos cnonnes huecos que Barragán recotiÓ en el muro rosa dejan escapar desde la cuadra hacia la wna de en u enamicmo ecuestre.

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Los muros que confinan el atre y dan cuerpo al espacio de la cuadra, se alzan deJando huecos y penmucndo que lo~ frondosos árboles se asomen desde fuera.

La Cuadra San Cri\lóbal, 1967.

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Junto al palio de piso de pied ra volcánica que marca el ingreso, se alza la casa de la familia Ege• strom, integrándose a la austelidad y a la ele¡,rancia del resto del conjunto.

La Cuadr2 San Cristóbal, 1967.

la.s dos abenuras verticales del muro acentúan la contundencia del gran volwnen rosa tras el cual se almacenan las pacas de pastura.

La Cuadr2 San Cri.,óml, 1967.

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Planta arquitectónica.

C.on\'f"tllO Uc lu Capuchinas Sacram~n1.2rias, 1952.

Com-'C:'nlo dt' l.u Capuchinas Sacnmcn1arias, 1952.

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De la ottogonalidad de la capilla. Luis Ban -abrán sacó un apéndice que encaJona al fondo un vitral diseñado por Mat..lúas C. oel1l7~ fmmando una quilla que se alza c-omo el antecedente de las Ton·es de Satt!lite.

Cott\TfHO de

líiLI C..puc:hinas SaCr.lmcn~rias, 1952.

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Ingreso

2 3 4 S 6

Patio Zaguán Locutorios Capillo adyacente Vestidor Sacerdoces

7 8

Bano

C...a Lms B•rr•g:ln. 1947.

Capillo 9 Vesdbulo 1O OOclnos Convento 11 Arco de encierro

Pla n m m quttcctónica.

La~ \1g
Gas;¡

Luos llarng-.in, I!J.I7.

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Con la sensación de ir por un laberinto, de la sala se pasa a un pequeño rincón, más recogido.

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Casa Luis Barnpn, 1947.

Cas-• Lui• Burapn, 194 7.

Mientms el techo parece ser siempre más alto, una pizpireta escaleJ;ta de madera aparece peb'
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Después de habe• experimentado con pequeñas pahzaclas de u oncos en 1;, optó p01 los mu.-os que uxlean el espacio.

Cauluis Barngin. I!J.I7.

Casa l.uu Bur•gin, I!H7.

1 2 3 4

Cochera Zaguán Vestfbulo Cocina S Antccomedor 6 Comedor 7 Sala 8 Biblioteca 9 Patio 10 Estudio 11 Vestlbulo estudio 12 Oficinas 13 Jardln 14 Bailo

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13

o o Cuidadoso no sólo del espacio sino también de los detalles más pequeños, Barragán diseñó un ingenjoso juego de p osúgos en la ventana ele uno de los cuartos.

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Recámara

2 3

Bano Estancia

Esta obra se tet minó de imptimit en el mes de marw de 1998 en Talleres Gráficos d e México, Av. Canal del None núm. RO, CP 06280, México, D.F.. ron un tit
Cuano de servicio

2

Bru1o

3

Servicios

4

Azotea

Segundo y tercer niveles.

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